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Full text of "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha"

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PRESENTED  TO 

THE    LIBRARY 

BY 

PROFESSOR  MILTON  A.  BUCHANAN 

OF  THE 
DEPARTMENT  OF  ITALIAX  AND  SPANISH 

1906-1946 


MIGUEL  DE  CERVANTES  SAAVEORA 

líL  ÍNGENIOSO  HIDALGO 

iN  OlllJOTE  DE  LA  MANCHA 


LO\irNl\D.J      i'iiK 


D.    DIEGO  CLEMENCÍN 

NUEVA    EDICIÓN  ANOTADA 

POR        j:? /  "ZL^ 
MIGUEL  DE  TORO  GÓMEZ 


TOMO    PRIMERO 


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ArtrnA^ni?  TrrííCIONES  LITERARIAS  Y  ARTÍSTICA 
Librería  Paul  Ollendorff 
sÉE  ü'antin,  5u 


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EL  INGENIOSO  HIDALGO 

DON  QUIJOTE  DE  LA  MANCHA 


/ 


ES    PROPIEDAD    DE    LOS    EDITORES.    —    DERECHOS    RESERVADOS 


-II 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2010  with  funding  from 

University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/elingenios01cerv 


L5 
C^isdCtejjiQUEL    OE   CERVANTES   SAAVEDRA 


EL  INGENIOSO  HIDALGO 

DON  QUIJOTE  DE  LA  MANCHA 

COMENTADO  POR 

D.    DIEGO    CLEMENCÍN 

NUEVA  EDICIÓN  ANOTADA 

POR 

MIGUEL  DE  TORO  GÓMEZ 


TOMO  I 


lo\  t       491022 


W-  "o.  4-9 


parís 

SOCIEDAD   DE   EDICIONES   LITERARIAS   Y  ARTÍSTICAS 
Librería  Paul  Ollendorff 

50,     CHAUSSÉE     d'aNTIN,     50 

igio 


PREFACIO  DE  Li  PRESENTE  EDICIÓN 


Cuando  la  Sociedad  de-  Ediciones  Literarias  y  Artísticas  soli- 
citó mi  concurso  i^ara  anotar  una  nueva  edición  del  Quijote 
vacilé  en  aceptar  á  causa  de  lo  arduo  de  la  empresa;  pero 
cuando  supe  que  se  trataba  de  reproducir  la  famosa  edición 
comentada  por  Clemencin^  desaparecieron  mis  vacilaciones  y 
acepté  con  el  mayor  gusto.  Dos  razones  principales  influyeron 
en  mi  aceptación. 

1/  La  de  que,  al  reproducir  en  Madrid  hace  unos  catorce 
años  la  imnortal  novela  de  Cervantes  con  el  ya  citado  comenta- 
rio., no  se  tuvo  en  cuenta  que  habían  pasado  dos  tercios  de  siglo 
desde  la  primera  publicación  de  la  obra  y  que,  en  ese  lapso  de 
tiempo,  fecundo  para  nuestras  letras,  se  había  creado  en 
España  y  en  los  países  de  lengua  española  una  riquísima  lite- 
ratura cervantina,  y  se  había  desarrollado  la  afición  á  todo  lo  re- 
lativo á  Cerva?ites,  gracias  á  la  activa  y  entusiasta  propaganda 
de  una  pléyade  de  distinguidos  cervantistas,  entre  los  que 
figuran  en  primera  linea  Benjumea,  Asensio,  Urdaneta,  Thebus- 
setn,  Segovia,  Cortejan,  Cejador,  el  malagrodo  Pérez  Pastor, 
I rematur amenté  arrancado  á  nuestra  admiración  y  aplauso,  y 
otros  muchos  que  sería  largo  enumerar ,  sin  contar  los  distin- 
guidos cervantistas  extranjeros  que  han  consagrado,  en  los 
últimos  lustros  del  siglo  XIX,  su  erudición  y  sus  vigilias  al  prín- 
t  ¡pe  de  los  ingenios  espmñoles.  Esto,  que  causaría  asombro  en 
I  nalquier  país  de  Europa,  no  llamó  la  atención  en  España,  y 
hasta  recuerdo  que  la  prensa  tributó  elogios  á  una  edición  tan 
pobre  y  atrasada  en  este  punto  de  la  obra.  Verdad  es  que, 
£omo  he  dicho  en  mi  reciente  libro  Por  la  cultura  y  por   la 


i;  don  quijote  de  la  mancha 

raza,  con  honrosas  excepciones  [qve  afortunadamente  empiezan 
á  ser  más  frecuentes)  los  editores  suelen  desconocer  el  verda- 
dero arte  de  hacer  libros  y  tienen  en  muy  poco  la  colaboración 
intelectual  de  los  autores.  Recuerdo,  á  este  propósito^  haber 
oído  contar  á  mi  distinguido  y  admirado  amigo  el  ilustre  filó- 
logo colombiano  D.  Rufino  José  Cuervo  un  caso  sumamente 
curioso.  Habiendo  llegado  á  sus  noticias  que  una  importante 
casa  editorial  de  España  preparaba  la  reproducción  de  una  obra 
literaria  antigua,  cuyo  titulo  no  recuerdo  en  este  momento, 
escribió  al  editor  ofreciéndole  su  colaboración  gratuita  y  el 
aporte  de  su  valiosa  erudición ;  pero  el  editor,  dando  pruebas 
de  su  ig7iorancia^  y  mal  gusto,  ni  aun  le  dio  las  gracias  por  su 
ofrecimiento.  Compárese  seine jante  conducta  con  la  de  los  edi- 
tores ingleses,  franceses,  etc.,  cuando  se  trato  de  esta  clase  de 
obras.  En  este  punto,  casi  nos  dejan  atrás  hasta  los  portugueses. 

La  segunda  razón  que  me  ha  movido  á  asociar  mi  nombre  á 
esta  edición,  es  mi  deseo  de  poner  algún  convectivo  á  los  excesos 
del  comentarista  con  7'especto  á  Cervantes.  Seguramente  el 
Sr.  Clemencin  era  hombre  muy  erudito,  muy  versado  en  libros 
de  caballería  y  muy  capaz  de  referimos  al  dedillo  las  cuitas  y 
aventuras  del  más  humilde  caballero  andante,  las  veces  que 
tropezó  el  caballo  de  Amadis,  el  número  de  suspiros  y  jacula- 
torias amorosas  que  lanzó  cada  uno  de  los  enamorados  pala- 
dines á  quienes  se  proponía  imitar  Don  Quijote,  y  óticos  detalles 
no  menos  interesantes ;  era  además  profundamente  versado  en 
arqueología,  indumeyítaria,  armas,  bibliografía  y  literatura  [en 
todos  estos  conocimientos  son  sus  notas  un  verdadero  tesoro); 
pero  desgraciadamente  dejaba  mucho  que  desear  como  escritor 
castizo  y  correcto,  aunque  él  otra  cosa  se  figurase ;  y  se  empeñó 
no  obstante  en  hallar  faltas  de  lenguaje  y  descuidos  en  el 
Quijote,  y  en  deslucir  la  parle  meritoria  de  su  obra  erudita  con 
sus  intemperancias  de  dómine  pedante  y  su  constante  afán  de 
sacudir  á  cada  instante  rudos  disciplinazos  al  gran  maestro  de 
la  prosa  castellana. 

Un  hombre  que,  á  pesar  de  su  condición  de  académico  y  de 
haber  compuesto  una  gramática  [asi  sería  ella)  empleaba  el 
galicismo  apercibirse  de  y  ott'os  que  quedan  consignados  en  las 


PHEFACIO    ni;    LA    PnESENTE   EDICIÓN  C 

noías,  f/  fjiic  faltülia  á  las  Iri/es  de  la  sintaxis  y  á  la  propiedad 
del  lenguaje,  no  era  el  llamado  á  criticar  el  lenguaje  de  Cer- 
vantes. Si  Intlñera  tenido  en  cuenta  el  ne  sulor  ultra  crepidaní, 
es  decir,  si  kuhiera  concretado  su  labor  de  comentarista  á 
lo  (jue  constituía  su  dominio  propio,  esto  es,  á  la  erudición  litera- 
ria, histórica  tj  bibliogrcifica,  sólo  hubiera  merecido  elogios, 
aunque  á  veces  peca  de  nimio  y  gasta  la  pólvora  en  salvas ; 
pero  la  vanidad  le  hizo  perder  la  cabeza  y  quiso  echárselas  de 
lingüista  y  de  gramático.  Cuando  le  vemos  hablar  á  cada  paso 
con  aire  doctoral  de  los  descuidos  y  negligencias  de  Cervantes^ 
de  su  desconocimiento  de  la  lengua  y  de  otras  cosas  análogas, 
se  me  figura  ver  á  un  gorrión  que  pretende  enseñar  á  volar  á 
un  águila. 

Varios  escritores,  en  particular  el  Sr.  Cortejón  en  su  magni- 
fica edición  critica  del  Quijote,  aun  no  terminada,  han  hecho 
notar  la  injusticia  y  pesadez  de  Clemencin  en  esta  materia; 
pero  lo  han  hecho  de  paso  y  refiriéndose  cil  comentario  del 
mismo  en  determinados  pasajes,  que  sólo  pueden  consultar 
algunos  curiosos  eruditos ;  mientras  que,  por  tratarse  aquí  dé 
una  edición  casi  popular  y  al  alcance  de  todos,  convenía  que 
el  correctivo  á  las  intemperancias  del  comentarista  fuese  al  pie 
de  las  mismas  notas  del  comentario.  Para  no  alargar  demasiado 
las  nuevas  notas  que,  sin  embargo,  pasan  de  mil,  no  he  querido 
señalar  sino  las  incorrecciones  y  galicismos  de  más  bulto  que 
se  notan  en  el  comentario. 

A  fin  de  facilitar  la  consulta,  he  puesto  las  nuevas  notas  al 
pie  de  las  primeras,  en  carácter  más  pequeño,  y  las  he  seña- 
lado con  las  letras  del  alfabeto  griego. 

He  aquí  explicados  brevemente  el  motivo  de  mi  colaboración 
y  el  espíritu  que  me  ha.  guiado  en  ella. 

Creo  haber  curnpjlido  un  deber  patriótico  con  el  más  ilustre 
de  los  escritores-  españoles  y  estoy  casi  seguro  de  obtener  bené- 
vola acogida  entre  los  admiradores,  españoles  y  sudamericanos, 
de  aquel  insigne  manco  que  logró  imponer  su  nombre,  como 
timbre  de  gloria,  á  nuestra  hermosa  lengua. 

Miguel  de  Toro  Gómez. 


CRÍTICA 
Uei  COMENTAKIO  QIE  PliSO  AL  <(  OIIJOIK  »  D.  UIE60  CLFJEKCiltl 

non 

D.    ALBERTO    LISTA  («) 


La  amistad  que  me  unía  al  señor  Clemencín,  uno  de  los  mas  sabios  hu- 
manistas y  más  insignes  filólogos  de  nuestra  nación  ;  amistad  cimentada 
por  la  identidad  de  aficiones  y  de  estudios,  por  su  carácter  amabilísimo  y 
por  la  circunstancia  de  ser  compañeros  en  las  Academias  de  la  Lengua  y 
de  la  Historia,  hizo  que  me  apresurase  á  dar  cuenta  en  la  Gaceta  de 
Madrid  del  primer  tomo  de  su  edición  del  Quijote  comentado  por  él,  y 
del  segundo  y  tercero,  publicados  ambos  no  con  mucho  intervalo  de 
tiempo.  Arrebatado  este  ilustre  literato  y  excelente  patriota  por  una  muerte 
prematura  á  su  familia,  á  sus  amigos  y  á  la  república  de  las  letras,  sus 
hijos,  cumpliendo  á  un  mismo  tiempo  el  deber  de  la  piedad  filial  y  la 
obligación  de  no  dejar  sepultado  en  el  olvido  el  resto  del  Comentario, 
quizá  la  mejor  obra  de  Filología  que  tenemos  en  nuestra  lengua,  conti- 
nuaron con  suma  laboriosidad  la  publicación  de  los  tres  últimos  tomos. 
Pero  como  al  mismo  tiempo  que  fueron  herederos  de  la  ilustración  y  de 
las  virtudes  de  su  difunto  padre,  lo  fueron  también  de  la  amistad  y  bene- 
volencia con  que  me  honró,  quisieron  que  yo  fuese  quien  anunciase  al 
público  en  el  ya  citado  periódico  los  tomos  que  sucesivamente  salieron  á 
luz.  Yo  cumplí  este  encargo  lo  mejor  que  me  fué  posible,  y  con  todo  el 
celo  que  exigía  de  un  amigo  el  nombre  respetable  del  autor. 

Sus  hijos  han  querido  que  mis  anuncios,  esparcidos  en  varios  números, 
apareciesen  en  este  último  tomo,  destinado  á  completar  cuanto  sea  inte- 
resante al  público  acerca  del  Comentario  y  del  comentador.  Yo  no  me 
podía  negar  á  una  solicitud  que  me  halagaba  :  porque  ¿.  quién  no  asociará 
su  nombre  con  sumo  placer  á  los  de  Cervantes  y  de  Clemencín?  Pero 
habiéndome  parecido  más  conveniente  reunir  en  un  discurso,  con  cierto 
orden,  los  juicios  que  hice  en  los  anuncios  ya  citados,  que  imprimirlos 
seguidos  y  sin  conexión,  he  emprendido  este  trabajo,  no  para  aumentar  la 
gloria  de  mi  perdido  amigo,  sino  para  probar  á  mis  contemporáneos  cuánto 
me  complazco  en  la  que  tan  justamente  ha  adquirido. 

(a)  La  critica  del  insigne  Lista  á  la  obra       ciasáia  reproducción  de  la  obra  de  Clemen- 
de  Cleniencin  había  permanecido  inédita,       cín  por  la  casa  Hernando,  de  Madrid. 
hasta  que  se  hizo  del  dominio  público  gra-  (M.  de  T.) 


II  DON    yL'IJOTE    DE    LA    MANCHA 

Faltaba  en  nuestra  literatura  el  homenaje  debido  ¡1  la  inmortal  olira 
del  (Jumóte,  el  de  ser  comentada,  siendo  así  que  se  había  tributado  á  los  de- 
lirios de  (lúiiííoraí.'j).  I.as  eruditas  notas  de  Pellicer  no  merecen  el  nombre 
de  comentario,  porque  no  siguen  ceñidamente  al  original ;  y  las  de  Bowle, 
aunque  muy  apreciabir-s  jiur  ser  de  un  extranjero,  se  limitan  á  evacuar 
las  citas  del  lexo  y  á  aclarar  algunas  locuciones  exóticas  para  sus  com- 
patriotas. 

Un  escritor  conocida  ya  en  la  literatura  española  por  su  vasta  erudición, 
lina  crítica  y  sana  filosofía,  ha  emprendido  á  comentar  la  más  célebre  de 
nuestras  producciones,  el  primer  libro  de  nuestro  idioma,  y  se  somete 
con  entera  docilidad  alas  leyes  severas  del  Comentario.  El  señor  Clemencín 
no  abandona  un  punto  á  su  autor.  Examina  la  fábula  y  los  caracteres; 
nota  los  descuidos  y  anacronismos  que  la  precipitación  con  que  trabajaba    < 
hizo  cometer  á  Cervantes;  manifiesta  el  mérito  de  la  invención,  la  maes-    j 
tría  del  pincel  más  rico  y  variado  que  ha  conocido  el  Parnaso,  las  gracia- 
del  estilo,  la  perfecciim  del  plan,  la  habilidad  de  la  ejecución,  la  coordi 
nación  oportuna  de  lo.s   incidentes,  y,  en  fin,  el  objeto  constante  que  se 
propuso  en  su  obra,  de  desterrar  del  mundo  los  libros  de  caballería. 

Otras  notas  se  dirigen  á  probar  con  numerosas  citas,  tomadas  de  estos 
libros,  cuan  justa  es  la  sátira  que  de  ellos  hace  el  autor  del  Quijote.  El  se- 
ñor Clemencín  multiplica  las  citas  de  los  libros  de  caballería,  con  el  objeto  j 
de  satisfacer  la  curiosidad  que  promueve  el  Ingenioso  Hidalgo  en  los  que 
lo  leen,  acerca  de  las  historias  y  personajes  caballerescos,  tanto  mayor 
cuando  siendo  antes  muy  comunes  los  libros  en  que  están  escritas  sus 
aventuras,  se  encuentran  ahora  con  mucha  dificultad  y  costa  (y).  El  mismo 
Quijote,  que  sepultó  en  el  olvido,  cuando  se  publicó,  esta  clase  de  obras, 
excita  en  los  lectores  de  nuestros  tiempos  el  deseo  de  conocerlas,  mucho 
más  cuando  Cervantes  ha  parodiado  en  su  libro  gran  número  de  las  fábulas 
que  en  ellas  se  refieren.  ¿  Quién  no  desea  eji  el  día  conocer  á  los  Ama- 
dises,  Febos  y  Urianas,  modelos  de  D.  Quijote  y  de  Dulcinea?  Además, 
es  imposible  á  veces  entender  los  delirios  del  héroe  de  la  Mancha,  sin 
previo  conocimiento  del  lenguaje  é  invención  desatinada  de  aquellos 
libros. 

Otras  notas  pertenecen  á  la  crítica  y  filosofía  de  las  humanidades.  En 
ellas  se  señalan  las  imitaciones  de  los  poetas  clásicos  de  la  antigüedad 
y  de  la  Edad  Moderna  que  hizo  el  inmortal  autor  del  Quijote;  se  examinan 
las  bellezas  de  su  estilo,  los  defectos  de  sus  versos  (en  los  cuales,  como 
nadie  ignora,  fué  infelicísiinoi,  y,  en  fin,  se  analizan  los  juicios  de  este 
célebre  escritor,  que,  á  semejanza  de  Homero,  vertió  en  su  libro  todo  lo 
que  sabía  acerca  de  los  autores  y  obras  que  cita,  señaladamente  en  el 


(i)  Meiiéndez    Pelayo,   en  su   Historia    ríe  clásicos.  La  Biblioteca  Universal  de  autores 

las  ideas  estéticas,  lomo  II,  pág.  :i'i'¿  y  si-  españoles  (qae  ya.  publicó  un  tomo  de  Libros 

guíenles,  da  curiosas  noticias  acerca  de  Éapí-  de  Caballerías  ordenado  por  Gayan^-osj  conti- 

nosa,  García  Coronel  y  otroi  comentadores  nuada  hoy,  bajo  la  dirección  'de  Meaéndez 

de  Góngora.  "  iM.  de  T.)  Pelayo,  ha  publicado  otros  tres  volúmenes 

''-')  La  moderna  crítica  literaria  está  reme-  de  Libros  de  Caballerías,  ilustrados  por  el 

diaudo,  eu  lo  posible,  esta  penuria  de  libros  señor  Bonilla  de  Sau  Martin.     (M.  de  T.) 


cnmcA  in 

famoso  escrutinio  de  la  librcri.i,  y  acerca  de  las  vaiias  cuestiones  que 
toca  en  materia  de  poesía,  ret(')rica  y  moral. 

I,as  notas  pertenecientes  al  lenguaje  han  merecido  un  cuidado  parti- 
cular al  comentador ;  corrige  ó  advierle  las  locuciones  viciosas  de  las 
anteriores  ediciones;  explica  los  pasajes  absurdos  ;  da  noticia  de  las  alu- 
siones á  usos  y  costumbres  poco  conocidos  ya,  y  que  es  preciso  saber 
para  la  inteligencia  del  texio  ;  y,  en  fin,  señala  las  incorreccienes  y  defec- 
tos en  que  á  veces  incurre  Cervantes  (o),  y  que  parecen  en  su  obra  como 
nubes  imperceptibles  en  el  cielo  claro  y  despejado  de  un  hermoso  día. 
Por  lo  mismo  que  el  autor  del  Ingenioso  Hidalgo  es  uno  de  los  modelos 
más  clásicos  de  elocución  castellana,  por  lo  mismo  es  más  conveniente 
notar  estas  pequefias  advertencias  para  que  las  eviten  los  imitadores,  más 
dispuestos  en  general,  porque  así  lo  quiere  la  debilidad  del  entendimiento 
humano,  á  imitar  los  yíjrros  que  las  bellezas. 

El  señor  Clemencín  atribuyelas  incorrecciones  del  lenguaje  de  Cervantes 
á  la  precipitación  con  que  escribió,  que  le  hizo  además  cometer  antilogías 
y  anacronismos  en  el  cuerpo  mismo  de  la  fábula;  y  también  á  la  impe- 
ricia de  los  que  hicieron  las  primeras  ediciones  y  dejaron  en  ellas  yerros 
que  se  han  repetido  en  las  siguientes,  hasta  nuestros  días.  Nosotros  tene- 
mos por  verdaderas  ambas  causas;  pero  también  creemos  que  muchas  de 
las  que  hoy  son  tenidas  justamente  por  incorrecciones,  y  deben  tenerse 
como  tales,  no  lo  eran  en  tiempo  de  Cervantes. 

Este  inimitable  escritor  halló  el  idioma  formado  ya  en  cuanto  á  sus 
principales  construcciones,  mas  no  estaba  aún  enteramente  fijado.  Por 
la  naturaleza  de  los  asuntos  graves  á  que  se  hablan  dedicado  los  más 
célebres  de  los  escritores  que  le  precedieron,  faltaban  á  la  lengua,  ya 
sonora  y  majestuosa,  aquella  fluidez  y  gracia,  aquella  abundancia  festiva, 
aquella  flexibilidad  admirable  para  tratar  todas  las  materias  y  géneros 
que  él  le  comunicó,  recorriéndolos  todos  en  su  Quijote  con  igual  feli- 
cidad. Esto  no  pudo  hacerlo  sin  que  su  imaginación  viva  y  lozana  le  sugi- 
riese nuevas  voces  y  giros,  nuevos  modos  y  formas  de  decir,  ya  para  hacer 
más  sonoros  los  períodos,  ya  para  acelerar  su  movimiento,  ya  para  retar- 
darlo ó  interrumpirlo,  ya,  en  fin,  para  dar  á  las  imágenes  el  conveniente 
colorido.  Cervantes  no  se  limitó  á  ser  un  buen  hablista  del  idioma  patrio  ; 
creó  también  en  materia  de  elocuci('jt),  como  había  creado  en  la  invención 
y  disposición  de  la  fábula,  y  si  algunas  de  sus  innovaciones  no  han  sido 
admitidas  en  el  uso  común,  y  por  consiguiente  no  pertenecen  á  la  lengua, 
es  imposible  negar  que  otras  muchas,  y  en  mayor  número,  han  sido 
adoptadas  con  gratitud  ;  han  enriquecido  el  idioma  y  contribuido  á  lijar 
su  índole,  haciéndole  más  flexible  de  lo  que  antes  era  para  expresar 
convenientemente  toda  clase  de  ideas. 

(S)  No  hay  que  olvidar  que  los  escritores  Manco,   taloneado   por  la  necesidad  y  sin 

españoles,  en  general,   por  falta  de  disci-  tiempo  sobrado  para  la  corrección   de  las 

plina.se  han  mostrado  en  todo  tiempo  re-  pruebas.  Por  otra  parte,  Clemencín  le  buscó 

beldes  á  los  preceptos  de  la  gramática  y  poco  á  veces  pelos  al  huevo.  Él  señor  Cortejón  ha 

respetuosos  con  las  reglas  de  la  ortografía.  defendido  muy  bien  á  Cmvanles  de  la  nota 

Ténganse  además  en  cuenta  las  condiciones  de  desaliño  y  "descuido.  (M-  de  T.) 

en  que  debió  escribir  sus  obras  el  iusigne 


IV  DON    QUIJOTE    DE    lA    MANCHA 

Al  texto  y  á  las  notas  antecede  el  prólogo  del  comentador,  en  que 
forma  un  cuadro  excelonte  dul  origen  y  progresos  de  la  caballería,  de  las 
causas  de  su  decadencia,  de  la  literatura  á  que  dio  lugar  y  de  los  delirios 
que  se  introdujeron  en  esta  misma  literatura,  para  recaer  después  en  el 
objeto  moral  que  Cervantes  se  propuso  en  su  obra.  Este  prólogo  es  modelo 
de  los  trozos  mejor  esciitos  de  la  historia  filosófica,  y  está  lleno  de  selecta 
y  bien  manejada  erudición. 

En  cuanto  al  inmenso  número  de  notas  que  forman  el  Comentario, 
bastará  decir  que  todos  los  pasajes  del  Quijote  que  merecen  ilustración, 
ya  histórica  ó  mitológica,  ya  de  literatura  caballeresca,  ya  relativa  á  la 
fábula,  ya  al  lenguaje,  la  tienen  copiosa  y  bien  escrita.  Acaso  no  serán 
siempre  todos  los  lectores  déla  opinión  del  comentador;  pero  á  lómenos 
siempre  hallarán  cuantos  datos  se  necesitan  para  resolver  con  acierto 
esta  clase  de  cuestiones,  que  es  todo  lo  que  razonablemente  puede  exi- 
girse de  un  Comentario. 

Sólo  nos  resta  ya  que  designemos,  en  confirmación  de  nuestra  opinión 
sobre  la  obra,  aquellas  notas  más  dignas  de  observarse,  ya  por  la  impor- 
tancia de  la  materia  que  contienen,  ya  por  la  erudición  no  común  de 
que  están  llenas;  y  para  hacerlo  con  algún  orden,  pues  ninguno  era 
posible  en  el  Comentario,  las  distribuiremos  en  diferentes  clases. 


DE   USOS    Y    COSTUMBRES 

Parte  I,  capítulo  XVI,  nota  16. —  Contiene  una  disertación  muy  curiosa 
sobre  la  profesión  de  la  arriería,  preferida  á  otras  por  los  moriscos  de 
España;  tanto,  que  las  Cortes  del  reino  se  quejaron  á  Felipe  l\  de  la  espe- 
cie de  monopolio  que  ejercían  en  este  ramo;  y  cuí^ndo  fixeron  expelidos, 
se  encarecieron  los  portes  por  falta  de  arrieros. 

Parte  I,  capítulo  XVI,  nota  50.  —  Habla  de  las  vicisitudes  que  ha  tenido 
la  costumbre  de  dejar  crecer  la  barba  y  los  cabellos. 

Parte  I,  capítulo  XXI,  pota  39.  —  Explica  muy  á  la  larga  el  papel  fabu- 
loso que  hicieron  los  enanos  en  las  historias  caballerescas  y  la  verdadera 
introducción  de  estos  monstruos  en  los  palacios  de  los  reyes  y  grandes. 

Parte  I,  capítulo  XXII,  nota  57.  — Cita  muchos  pasajes  de  nuestros  anti- 
guos escritores  y  libros  de  caballería,  que  demuestran  el  usoantifrásticodela 
palabra  don,  que,  siendo  por  su  naturaleza  voz  de  honor  y  respeto,  se  hace 
frecuentemente  de  vituperio  é  ignominia,  como  en  Don  traidor,  Don  hijo 
de  p... 

Parte  I,  capítuloXXX,  notas  51  y52.  —  Trata  muy  circunstanciadamente 
del  traje  y  lengua  de  los  gitanos,  casta  singular  que  aun  no  ha  llegado 
entre  nosotros  á  incorporarse  con  la  masa  común  de  la  sociedad. 

Parle  II,  capítulo  XI,  notas  9,  10,  11,  12,  13,  14y  15.—  Con  motivo  de  la 
aventura  del  carro  de  la  muerte,  da  el  señor  Cleniencín  noticias  relativas  á 
los  cómicos  más  célebres  de  los  siglos  xvi  y  xvii ;  al  origen  y  progresos 
de    las  composiciones  dramáticas,   llamadas  autos  sacramentales;  á  las 


CRITICA  V 

diferentes  especies  de  compañías  de  actores  que  entonces  se  usaban  y  ai 
l'.ivor  no  siempre  merecido  de  que  gozaban  ios  cómicos  por  la  grande 
.ilición  de  los  espafioles  á  los  espectáculos  teatrales. 

Parte  II,  capítulo  XVII,  nota  d(5.  —  Da  noticia  de  las  espadas  y  famosos 
es|)aderos  de  Toledo.  En  general,  tiene  gran  cuidado  de  no  omitir  nada 
relativo  !l  los  trajes  y  armas  usados  en  tiempo  de  Cervantes,  y  aun  en  los 
siglóis  anteriores. 

Parte  II,  capituló  XVII,  notas  28  y  30.  —  Hay  dos  notas  muy  interesantes, 
relativas,  la  primera  á  las  fifestas  de  toros  y  la  segunda  ;'i  las  de  las  justas 
y  torneos.  Antiguamente,  la  suerte  principal  de  la  tauromaquia  era  la  lan- 
zada, y  los  lidiatlores  de  toros  eran  caballeros  ;  distinguióse  entre  ellos 
por  suerte  y  destreza  D.  Pedro  Ponce  de  León,  hermano  del  duque  de 
Arcos.  El  mismo  emperador  Carlos  V,  hallándose  en  una  fiesta  de  toros 
en  Patencia,  quebró  su  lanza  en  uno  de  ellos,  que  le  hirió  el  caballo;  y 
otra  vez  en  Valladolid  quiso  hacer  la  misma  suerte,  pero  no  le  entró  ei 
toro  (e). 

En  aquellos  tiempos,  si  se  hadecreer  á  D.  Luis  Zapata  en  su  Miscelánea, 
el  peligro  de  estas  funciones  era  muy  poco;  pero  cuando  las  lanzas  se 
convirtieron  en  garrochas,  se  multiplicaron  las  desgracias,  por  confesión 
del  mismo  autor,  hasta  tal  punto,  que  el  padre  Pedro  de  Guzmán,  jesuíta, 
en  su  obra  titulada  Bienes  del  honesto  trabajo,  aseguraba  que  en  un  año 
con  otro  morían  en  esta  clase  de  funciones  de  doscientas  á  trescientas 
personas.  La  nobleza  abandonó  ei  coso  en  el  siglo  xvli ;  pero  esta  diver- 
sión fué  siempre  popular  en  España,  señaladamente  en  las  funciones  de 
los  santos  patronos  de  los  pueblos,  y  se  introdujo  la  superstición,  dice  el 
padre  Guzmán,  de  creer  que  las  carnes  de  toro  muerto  en  e>.tas  fiestas  de 
santo,  guardadas  como  reliquias,  son  contra  calenturas  y  otras  enfermedades, 
y  remedio  contra  los  nublados.  Los  de  sus  entendimientos,  añade,  remedie 
el  Sa)ito  por  su  clemencia. 

Parte  II,  capítulo  XXIV,  nota  7.  —  La  ridicula  consecuencia  que  el  primo 
de  Basilio  sacó  de  las  palabras  de  Durandarte,  paciencia  y  barajar,  damotivo 
al  señor  Clemeucín  para  entraren  la  discusión  acerca  del  juego  de  naipes, 
cuya  invención  atribuyó  Juan  de  la  Cuesta, en  su  poema  De  los  inventores 
de  las  cosas,  á  un  barcelonés  llamado  Vilhan,  de  cuyo  nombre  fornió  Cer- 
vantes el  adjetivo  vilhanesca  en  la  novela  Rinconete  y  Cortadillo,  en  la 
cual  llama  también /toreo  de  villano  (desfigurando  el  nombre)  á  las  trampas 
en  el  juego.  Después  de  estas  citas  y  otras,  indaga  el  origen,  á  la  verdad 
bastante  probable,  que  pudo  tener  esta  diversión  en  la  de  los  dados,  cono- 
cida de  los  antiguos  (iT). 

Parte  II,  capítulo  XXVI,  nota  4.  — No  es  menos  sabia  y  erudita  la  nota 
acerca  del  ajedrez  y  de  las  tablas.  Ei  señor  Clemencín  prueba  que  esté 
último  juego  fué  el  que  hoy  se  conoce  con  el  nombre  de  chaquete. 

(í)   Moratin,  padre,  escribió  una  muy  eru-  (Q  Recientemente  ha  publicado  en  Fran- 

dila  é   interesante  carta  sobre  ei   Origen  y  cia  el  esoitur  señor  Alleniagne    una  niiiy 

Progresos   íÍk  Ins  fiestas  de  toros  en  España,  notable    obra,    en   dos   voiúnieues   profusa- 

que  se  encuentra  al  tinal  de  sus  poesías.  mente  iluatrados,  acerca  de  los  naipes  v  su 

(M.  de  T.)  historia.  yU.  de  T.) 


VI  nON    QUIJOTE    DE    I,A    MANCHA 

Parle  II,  capítulo  XXXIII,  nota  20.  — Traenolicias  muy  curiosas  acerca 
del  .juego  de  los  (Indoa. 

Parte  II,  capitulo  XXXVI,  nota  40.  —  La  notaacerrade  los  coches,  mani- 
fiesta el  espíritu  de  los  españoles  en  el  siglo  xvi  y  á  principios  del  xvu. 
Este  ramo  de  comodidad  y  de  lujo,  introducido  en  el  reinado  de  Carlos  V, 
halló  grande  oposición  en  la  opinión  pública,  ya  porque  encarecía  el 
precio  de  las  muías,  ya  porque  afeminaba  á  los  hombres  y  los  desacos- 
tumbraba del  uso  del  caballo,  tan  necesario  para  la  guerra.  Klsefior  Cle- 
niencín  cita  las  peticiones  di'  varias  Cortes  para  restringir  su  uso,  y  las 
pragmáticas  expedidas  al  mismo  efecto  bástala  Real  cédula  de  1019,  última 
que  se  publicó  con  el  mismo  espíritu. 

En  el  reinado  de  Felipe  IV  cesi')  la  persecución,  excepto  en  el  teatro, 
donde  Calder('»n  y  otros  poelas  motejaron  frecuentemente  el  ansia  de  las 
mujeres  por  andar  en  coche. 

Parte  II,  capítulo  XI.,  nota  ü6,  y  capítulo  XEV,  nota  16.  —  Las  notas  sobre 
los  tratamientos  de  Vos  y  de  Don  contienen  noticias,  casi  olvidadas  ya, 
acerca  de  nuestras  costumbres  domésticas  (r¡). 

Parte  II,  capitulo  XLI,  nota  13.  — Refiere  las  costumbres  de  los  romeros 
^palmeros  en  la  Edad  Media,  y  aun  en  los  tiempos  posteriores. 

Parte  II,  capítuloXLVI,  nota  17.  —  Demuestra  que  fué  real  y  verdadero 
en  la  Edad  Media  el  uso  de  que  las  damas  asistiesen  y  curasen  á  los  caba- 
lleros heridos. 

Parte  II,  capítulo  XLVII,  nota32. —  Con  motivo  de  estas  palabras  del 
texto  :  ac  leer  y  escribir  y  soy  vizcaíno,  cita  todos  los  secretarios  naturales  de 
Vizcaya  que  tuvieron  los  monarcas  de  la  dinastía  austríaca. 

Parte  II,  capítulo  XLIX,  nota  3~;  cap.  L,  nota  12;  cap.  L.  nota  44.  — 
Acerca  de  los  trajes,  así  de  hombres  como  de  mujeres,  no  desaprovecha 
el  comentador  ninguna  oportunidad  que  le  ofrezcan  los  pasajes  de  Cer- 
vantes en  que  se  hace  mencitJn  de  los  vestidos.  Es  muy  notable  la  nota  37 
del  capítulo  XLIX,  porque  en  ella  se  ve  el  lujo  en  el  vestir  propio  del 
siglo  XVI,  comparado  con  la  sencillez  y  llam-za  de  los  tiempos  anteriores. 
En  la  nota  44,  capítulo  L,  y  en  otras,  cita  las  varias  precauciones  que  en 
diversas  épocas  tomó  la  ley  en  España  para  contener  el  lujo  y  aun  la 
indecencia  en  el  vestir.  Sin  embargo,  la  misma  ley  que  prohibía  á  las 
mujeres  el  uso  de  los  verdugados,  sin  llevar  chapín  de  cinco  dedos  de 
alto,  permitía  el  castigo  indecente  de  cortar  las  faldas  á  las  rameras  :  de 
cuya  costumbre  se  encuentran  vestigios  entre  los  antiguos  españoles,  los 
italianos  y  aun  los  pueblos  de  la  tierra  de  Canaán,  como  puede  verse  en 
la  nota  12  del  capítulo  L. 

Parte  II,  capítulo  Lli,  notas  10  y  I;!;  cap.  LVI,  nota  21  ;  cap.  LVIII, 
notaGl.  —  Contiene  muy  á  la  larga  la  historia  de  los  desafíos  en  España  y 
la  explicación  de  las  principales  ceremonias  que  en  ellos  se  observaban. 
Entre  los  famosos  duelos  de  la  más  remota  antigüedad  castellana,  cita 

(r,)  El   erudito  Doctor  Thebiis^em  ( señor       pág.  121,  consagra  un  largo  v  ameno  artí- 
Pardo  de  Figueroa)  en  su  curioso  é  inte-       culo  á  los  tratamientos  Don,  Vos,  etc. 
resante    libro    frimera   ración    de   artículos,  (M.  de  T.) 


cnÍTic.v  vil 

el  señor  Clcmencín  el  lelo  de  Zamora  por  Dieíjo  Ordófiez  de  l.ara,  y  el 
de  los  Infantes  de  Carri(')n  por  el  Cid,  y  pasa  en  silencio  el  que  algunos 
documentos  6  historiadons  catalanes,  citados  por  el  señor  liofarull  en 
su  ol)ra  Los  Condes  <le  liarcclona,  relieren  á  la  misma  «'poca,  á  sal»(!r  :  del 
conde  D.  Rerensíuel,  por  sobrenombre  el  fratricida,  que  fué  vencido  en 
el  desafío. 

Kste  duelo  merecía,  sin  embargo,  particular  mencit'm,  tanto  porque 
recaía  sobre  un  juicio,  como  porque  siendo  juez  el  mismo  rey  de  Castilla 
Alonso  VI,  era  muy  glorioso  para  él  y  para  la  nación  que  el  soberano  de 
un  pueblo  extranjero,  y  poco  antes  enemigo  suyo,  se  sometiese  á  su 
tribunal.  El  erudito  y  laborioso  Clemencín,  qué  tantas  pruebas  tiene 
dadas  de  su  vasta  lectura,  no  halló,  pues,  en  nuestras  memorias,  vestigios 
de  semejante  desafío  ;  y  este  silencio  es  un  argumento  muy  fuerte  contra 
la  realidad  del  hecho  que  no  hubieran  omitido  los  cronistas  coetá- 
neos, tanto  por  la  atrocidad  del  crimen  como  por  la  celebridad  del  tri- 
bunal. 

En  las  citadas  notas  explica  la  costumbre  de  dejar  un  guante  por  prenda 
del  desafío,  la  de  partir  el  sol  y  medir  las  armas  á  los  combatientes,  y 
otras  varias.  Recuerda  también  los  libros  y  pasajes  caballerescos  en  que 
se  mencionan  semejantes  duelos,  y  principalmente  la  historia  de  los 
pasos  honrosos  que  se  han  celebrado  en  Castilla.  El  señor  Clemencín 
juzga  esta  galantería  del  siglo  xv  con  toda  la  severidad  filosófica  del  xix, 
en  lo  cual,  ciertamente,  no  le  imitaremos.  Una  nación  belicosa,  por  nece- 
sidad debió,  aun  en  sus  diversiones,  manejar  el  acero.  Algo  más  honrosos, 
algo  más  útiles  eran  á  Castilla  aquellos  pasos  que  los  que  desgraciada- 
mente sostiene  nuestra  juventud  entre  los  desfiladeros  que  forman  los 
naipes  en  el  juego  del  monte. 

Parte  H,  capítulo  LIX,  nota  b8.  —  La  nota  sobre  las  justas  y  torneos  de 
Zaragoza,  y  sobre  la  Cofradía  de  San  Jorge,  que  tenía  á  su  cargo  cele- 
brarlos, es  muy  interesante,  ya  se  considere  históricamente,  ya  como 
relativa  á  las  costumbres  antiguas  de  Aragón.  En  ella  se  ve  claramente 
el  carácter  de  las  instituciones,  á  un  mismo  tiempo  políticas,  religiosas  y 
militares,  de  un  pueblo  que  debió  su  existencia  como  nación  indepen- 
diente á  su  lanza  y  á  su  creencia.  Es  verdad  que  estas  instituciones  no 
son  propias  del  siglo  ni  de  la  civilización  actual ;  mas  no  puede  negarse 
que  satisfacían  completamente  las  necesidades  sociales  de  aquellos  siglos, 
y  ridiculizarlas  ahora  sería  un  anacronismo  tan  pedantesco,  como  pre- 
sentar á  la  irrisión  pública  el  censo  y  las  lustraciones  de  Roma,  ó  la  salsa 
negra  de  los  espartanos,  ^'ada  de  lo  que  ha  contribuido  á  inspirar  á  los 
hombres  sentimientos  dt;  honor  y  de  virtud  es  despreciable  ni  indigno  de 
la  consideracii'm  del  filósofo. 

Parte  II,  capítulo  LX,  notas  "24  y  íiO.  — No  podemos  decir  otro  tanto  de  los 
bandos,  comunes  en  Cataluña  y  en  otras  provincias  y  ciudades  de  España 
entre  las  familias  nobles,  y  de  las  cuales  se  habla  en  las  notas  citadas. 
Esta  costumbre  bárbara  de  abanderizarse  trajo  quizá  su  origen  de  los 
güelfos  y  gibelinos,  facciones  que  de  Alemania  pasaron  á  Italia,  y  bien 
que  en  las  ciudades  de  Castilla  pueden   atribuirse  con  más  razón   á  la 


DON    QUIJOTE    DE   LA    MANCHA 


anibiciüu  de  los  nobles  que  solicitaban  los  oficios   municipales,  cuando 
éstos  empezaron  á  dar  influencia  en  el  poder. 

Parte  II,  capítulo  LXII,  nota  2.  Contiene  muy  buena  y  escogida  erudi- 
ción acerca  de  las  fiestas  que  todas  las  naciones  hacen  en  la  noche  y 
mañana  de  San  Juan,  tan  celebradas  en  nuestros  libros  caballerescos, 
rouiances  y  comedias.  Refiere  también  las  funciones  que  se  hicieron  en 
los  jardines  del  Prado  de  .Madrid  en  obsequio  del  rey  Felipe  IV,  la  noche 
de  San  Juan  del  año  1631. 


MORAL 

Parte  I,  capítulo  XVIII,  nota  13.  —  Trata  del  cfelo  religioso  que  los 
autores  de  libros  de  caballería  atribuyeron  á  sus  héroes,  y  cita  numerosos 
pasajes  que  lo  demuestran. 

Parte  II,  Prólogo,  nota  6.  —  Habla  en  ella  Cervantes  de  la  ocupación 
continua  y  virtuoaa  de  Lope  de  Vega,  que,  en  sentir  del  comentador,  era 
la  de  escribir  para  el  teatro.  Con  este  motivo  observa  que  los  más  célebres 
dramaturgos  y  los  fundadores  del  teatro  español  pertenecen  al  clero 
secular  ó  regular,  Juan  de  la  Encina,  Torres  Naharro,  Bermúdez,  Lope 
de  Vega,  Miguel  Sánchez,  llamado  el  Divino,  Mirademescua,  Calderón, 
Solís  y  otros  de  menos  nombi'adía  que  cita,  fueron  sacerdotes.  Añade  á 
estas  noticias  la  de  las  discusiones  frecuentes  sobre  los  vicios  del  teatro, 
y  de  las  disposiciones  gubernativas  para  corregirlos,  concluyendo  con  las 
reflexiones  del  elocuente  Jovellanos  sobre  esta  materia. 

Parte  II,  capítulo  LVIII,  notas  24  y  siguientes.  —  Habla  de  los  agüeros 
y  copia  un  hermoso  pasaje  de  la  Crónica  de  D.  Pedro  ]\iño,  lleno  de 
reflexiones  juiciosas  y  filosóficas,  superiores  á  las  luces  del  siglo  en  que 
se  escribieron.  A  la  misma  clase  pertenece  la  superstición  de  las  varillas 
de  virtudes,  mencionadas  en  la  nota  30  del  capítulo  LXII.  Estas  varillas  han 
sido  muy  célebres  desde  la  de  Circe,  ó  por  mejor  decir,  desde  la  de  Mer- 
curio, que  parece  haber  sido  el  tipo  de  las  demás.  Ya  en  la  nota  13  del 
capítulo  LXII  había  dado  noticia  de  los  que  eran  tenidos  en  tiempo  del 
autor  del  Quijote  por  grandes  mágicos  y  nigromantes. 

Parte  II,  capítulo  LXIX,  nota  9.  —  Con  motivo  de  la  fingida  muerte  de 
Altisidora,  cita  un  gran  número  de  personas  de  uno  y  otro  sexo  muertas 
sin  violencia  ni  suicidio,  por  la  misma  fuerza  de  la  pasión  amorosa.  Cita 
también  á  Quevedo,  que  vio  junto  al  trono  de  la  muerte  á  muchos  que 
estaban  ya  paraacahar  de  amor...  y  á  puros  milagros  de  interés  resucitaban. 


LITERATURA 

Parte  I,  capítulo  XX,  nota  39.  —  Se  explica  el  origen  del  cuento  de  la 
pastora  Torralba.  Las  investigaciones  del  señor  Clemencín  lo  hacen  subir 
á  la  literatura  oriental.  La  primera  vez  que  apareció  en  la  europea  esta 


I 


r.uíiicv  IX 

conseja,  fué  en  un;i  obra  latina  iiililulada  l'roreibioihm  scu  clericalis 
(iiscipliiix  libii  tres,  su  autor  Pedro  Allbnso,  judío  converso  de  Hliesca  (0). 

Parte  I,  capítulo  XXI,  nota  3.  —  Hahla  de  las  colecciones  de  refranes 
caálellanos.  1.a  más  conocida  es  la  de  llernán  Nuñez  Pinciano,  llamado 
el  Cumcndador  yricijo,  (\\ie  murió  en  l.')i)3(i). 

Parte  1,  capítulo  XXIII,  nota  32.  —  Cilade  los  héroes  andantescos,  los  que 
se  celebran  en  sus  historias  como  buenos  poetas  y  músicos;  y  maniüestd. 
cuánto  aprecio  tuvieron  entrambas  profesiones  en  la  corte  de  Castilla 
desde  San  Fernando,  que  gustaba  de  los  trovadores,  y  entendía  quién  lo 
hacia  bien  y  quién  no,  como  dice  su  hijo  Ü.  Alonso  el  Sabio. 

Parte  I,  capítulo  XXVÍII,  nota  29.  —  Enumera  los  libros  de  invención  y 
entretenimiento  que  precedieron  en  España  al  Quijotk. 

Parte  II,  ca[)ítulo  III,  nota  10.  —  Es  bien  conocida  en  nuestra  historia 
literaria  la  tradición  del  Biiscnpié,  papel  que  se  supone  escrito  por  Cer- 
vantes para  excitar  la  malignidad  del  público  y  buscar  compradores  del 
Quijote,  diciéndoleque  los  personajes  de  e^ta  novela  no  efan  imaginarios, 
sino  verdaderos  é  históricos,  con  nombres  fingidos,  y  que  en  ella  se  sati- 
rizaban las  empresas  y  galanterías  del  emperador  Carlos  V  y  de  otros 
hombres  célebres  de  su  época.  El  señor  Clemencín,  en  la  nota  citada, 
desmiente  la  hablilla  del  Buscapié,  por  la  falsedad  de  la  causa  que  se  le 
atribuye,  que  es  el  mal  despacho  del  Quliote  en  sus  principios  ;  pues  sólo 
en  el  primer  año  de  la  publicaci<')n  de  la  primera  parte  se  hicieron  cuatro 
ediciones  de  ella,  y  el  mismo  Cervantes  dice  en  la  segunda  que  su  libro 
había  salido  al  mundo  con  unixicrsal  aplauso  de  las  gentes  [■/.). 

Parte  II,  capitulo  XVIII,  nota  3:3.  —  Dase  noticia  dé  las  Academias  poé- 
ticas privadas  más  célebres  que  hubo  en  España  después  del  renacimiento 
de  las  letras  ;  y  fueron  la  Imitatoria,  fundada  en  Madrid  en  1586,  de  la 
cual  fué  individuo,  con  el  título  de  Bárbaro,  el  famoso  poeta  aragonés 
Lupercio  Leonardo  de  Argensola;  la  Se/i'a^'e,  también  déla  corte,  en  1612, 
á  que  perteneció  Lope  de  Vega  :  la  de  los  Nocturnos,  fundada  en  Valencia 
en  1591,  y  la  délos  Anhelantes  de  Zaragoza. 

Parte  II,  capítulo  XXIII,  nota  48.  —  Es  una  nota  de  crítica  literaria  muy 
apreciable.  El  Comendador  hace  elogios  merecidos  del  episodio  de  la 
Cueva  de  Montesinos.  En  esta  parte  de  la  fábula  quiso  imitar  Cervantes  el 
descendimiento  al  Averno  de  Clises  y  de  Eneas,  y  las  aventuras  caballe- 
rescas de  castillos  y  personas  encantadas  ;  pero  no  teniendo  á  su  disposi- 
ción ni  los  dioses   de   Grecia  y  tloma,  ni  ios  nigrománticos  de  la  Edad 

(6)  El  libro  Disciplina  clericalis  se  publicó  dio    mucho  que  hablar   la  superchería  del 

en  el  siglo  xii  (su  autor  se  convirtió  en  llUtí)  escritor  gaditano  señor  Castro  que  dio,  como 

Esta  inspirado  en  gran   parte  en  Kalila  y  hallazgo  curioso   de   bibliófilo,  un  Buscapié 

iJimna,  veisión  árabe  del  libro  Pantcha  Tan-  de  su  invención,  atribuido  al  inimitable  au- 

tra  (los  cinco  capítulos),  publicada  en  el  tor  del  Quijote.  A  pesar  del  ingenio  del  Sr. 

siglo   VIII  y  traducida  en  castellano  en  el  Castro,  no  engañó  á  los  buenos  cervantistas 

siglo  XIII.                                        (M.  de  T.)  y  dio   lugar  a  muy  acaloradas    polémicas. 

(:)  Existe  una  colección  moderna  de  re-  Los  esi)aíioles  han  sido  dados  siempre  á  esta 

franes  :  l¿l  Refranero  español,  obra  premiada  clase  de  sujíerchorías,  como  lo  prueban  El 

en    concurso   público    y    debida   al    erudito  Centón    epistolariu.    Los   Falsos    Cronicones, 

pareiniólogo  señor  Sbarbi.           (M.  de  T.)  el  fragmento  de  Petronio,  fingido  i>or  Mar- 

(x)  En  la  segunda  rnitad  del  pasado  siglo  chena,  etc.,  etc.                              (M.  de  T.) 


X  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

Media,  se  vali<j  del  sueño  de  un  loco  para  hacer  verosímil  la  narración, 
más  poética,  más  copiosa  en  imágenes  de  toda  clase,  más  rica  en  elocución 
que  se  halla  enloda  su  admirable  obra.  «  Se  aprovechó  (dice  el  señor  Cle- 
mencín)  de  las  antiguas  hallullas,  creídas  en  el  país  de  su  héroe  ;  las 
amalgamó  con  las  noticias  de  los  romances,  también  antiguos,  que  anda- 
ban en  boca  de  lodos,  sobre  Montesinos,  sobre  Durandarte,  y  los  amores 
de  éste  con  Belerina  ;  combimí  estas  circunstancias  del  errory  delcapricho 
con  las  reales  y  físicas  del  nacimiento  del  Guadiana,  de  las  lagunas  en 
donde  nace,  de  su  desaparición  y  de  su  segundo  nacimiento,  de  la  calidad 
de  sus  aguas  y  pesca ;  añadió  de  la  f(''rtil  y  florida  vena  de  su  ingenio  la 
existencia,  no  mencionada  en  los  romances  y  consejas  populares,  del 
escudero  (Guadiana,  de  la  dueña  Ruidera,de  sus  sobrinas  é  hijas;  la  trans- 
formaci('in  de  aquel  en  río  y  de  éstas  en  lagunas  ;  hizo  intervenir  en  estos 
sucesos  á  Merlín,  reputado  padre  de  la  magia  en  la  opinión  del  mundo 
europeo, y  de  todos  estos  elementos,  aglomerando  lo  natural,  lo  alegórico, 
lo  ridículo  y  lo  caballeresco,  formó  la  aventura  más  feliz  y  más  poética 
del  QuMOTE.  )) 

Parte  II,  capitulo  XXV,  nota  28.  —  Trata  de  los  errores  populares,  no 
sólo  en  España,  sino  también  en  el  resto  de  Europa,  acerca  de  la  astrología 
judiciaria. 

Parte  II,  capiluloXXIX,  nota  tl.~  Cita  las  palabras  de  AbrahamOrtelio, 
que  dieron  algiín  crt'>dito  á  la  fábula  vulgar  de  que  todos  los  insectos  que 
se  alimentan  del  cuerpo  humano,  perecen  al  pasar  el  meridiano  de  las 
Azores;  bien  que  el  autor  del  Quijote, que  i[u¡so  ridiculizar  esta  necedad, 
colocó  en  el  Ecuador  el  término  de  la  vida  de  estos  insectos. 

Parte  II,  capítulo  LXII,  ñola  7o. —  Es  muy  singular  y  apreciable  esta  nota. 
Hablase  en  ella  de  una  adicic'm  manuscrita,  hecha  en  Alemania,  del  Qui- 
jote, con  el  título  de  Capituloa  de  mi  Don  Quijote  de  la  Mancha,  no  podidoa 
publicar  en  España  ;  palabras  que  ya  por  sí  maniUestan  el  poco  conocimiento 
de  su  autor  en  el  idioma  castellano.  El  señor  Clemencín  se  abstuvo  de 
calificar  esta  falsiíicación,  y  se  contentó  con  indicar  las  aventuras  conte- 
nidas en  dichos  capítulos ;  pero  basta  tan  leve  noticia  para  convencernos 
de  cuan  disparatada  empresa  ha  sido  y  será  en  todos  tiempos  tocar  á  la 
péñola  que  dejó  Cervantes  colgada  en  la  espetera  (a). 

Parle  II,  capítulo  LIX,  notas  36, 37,  .38  et  56.  —  No  se  contentó  tan  fácil- 
menle  nuestro  sabio  comentador  en  las  notas  relativas  al  rival  de  Cer- 
vantes, que  tan  ridiculamente  celebró  Avellaneda.  Censura  el  mal  len- 
guaje, el  pésimo  gusto,  la  falta  de  urbanidad,  de  gracia  y  de  decencia  en 
el  ])Si'udo-conlinuador  del  Quijote, y  se  admira,  como  nosotros,  del  elogio 
que  hace  de  él,  en  la  aprobaciiui  de  la  moderna  ediciiui  suya,  D.  Agustín 
Monliano  y  Luyando,  que  llegó  hasta  decir  :  no  es  frío  y  sin  (gracejo,  como 
Cervantes.  Esto  decía  el  que  creyó  haber  regenerado  el  teatro  español 


(■/.)  Hasta  los  más  notables   ingenios  han  en  su  libro:  Capítulos  que  se  le  olvidaron  ni 

fracasado   en   tan  ardua  empresa,  como  lo  autor  del  Quijote,  que  no  es  de  lo  mejor  que 

demostró,  en  época  muy  reciente,  el  castizo  y  produjo  su  pluma.  (M.  efe  T.) 

elegante  escritor  ecuatoriano  Juan  Montalvó 


CRÍTICA  XI 

con  sus  dos  traíjodias  Ataúlfo  y  Vtrginin.  Tales  son  ellas.  En  las  bellas 
letras  lodo  está  enlazado,  y  no  era  posible  que  hiciese  buenas  tragedias  el 
(|uo  tan  depravado  gusto  tenía. 

Parte  II,  capitulo  LXXIlI,nota  15.  — También  es  interesante  la  enumera- 
ción de  niiestros  poetas,  por  la  mayor  [)arte  bucólicos,  que  celebraron  á 
sus  amadas  bajo  nombres  fingidos.  La  especie  de  desdén  con  que  se  mira 
en  la  actualidad  la  poesía  pastoral,  tan  cultivada  por  nuestros  mejores 
poetas  y  novelistas,  es  una  moda  de  Francia  introducida  en  la  literatura 
española.  Pero  los  franceses  tienen  justo  motivo  para  desacreditar  un 
género  en  que  nada  sobresaliente  han  ¡iroducido  ;  nosotros,  imitándolo 
ridiculamente,  condenamos  al  olvido  y  al  desprecio  unagran  parte  délas 
riquezas  de  nuestro  Parnaso.  Otrotantose  liizo  ámediados  del  siglo  pasado, 
y  también  por  seguir  la  moda  francesa,  con  nuestro  tesoro  dramático  del 

siglo  XVH  (¡i.). 

Hemos  reservado  para  el  (in  de  este  artículo  las  notas  relativas  á  la 
célebre  conversación  entre  el  cura  y  el  canónigo,  y  del  canónigo  con 
D.  Quijote,  que  recayeron  en  parte  sobre  la  literatura  novelesca  y  en 
parte  sobre  la  teatral.  En  cuanto  al  juicio  de  los  libros  de  caballería,  el 
señor  Clemencín  cita  al  pie  de  los  discursos  de  los  dos  cuerdos  y  delloco, 
todos  los  desatinos  á  que  se  refieren,  compulsando  para  ello  la  literatura 
andantesca,  tan  común  en  tiempo  de  Cervantes  y  tan  rara  en  el  nuestro, 
que  el  laborioso  esmero  del  señor  Clemencín  en  sus  notas  es  de  absoluta 
necesidad;  pues  sin  ellas  parecería  mayor  la  locura  de  Cervantes  en  im- 
pugnar desvarios  desconocidos  ya  de  nosotros,  que  la  de  su  héroe  en  aco- 
meter los  molinos  de  viento. 

En  cuanto  á  la  literatura  dramática,  confesamos  con  el  señor  Clemencín 
que  las  reflexiones  de  Cervantes  sobre  los  defectos  de  las  comedias  de  su 
tiempo  son  todas  juiciosas  y  prueban  su  buen  gusto  y  extenso  conoci- 
miento de  los  modelos  de  la  antigüedad;  nos  admiramos  también  con  el 
mismo  docto  comentador  y  con  otros  eruditos  que  le  precedieron,  de  que 
un  hombre  tan  instruido  como  el  autor  del  Quijote  hubiese  escrito,  contra 
su  misma  doctrina,  dramas  tan  monstruosos,  y  lo  que  es  peor,  tan  insí- 
pidos, como  los  que  produjo  al  teatro. 

No  es  tan  cierto  que  en  la  crítica  que  hizo  tuviese  por  principal  objeto 
satirizará  Lope  de  Vega,  á  quien  tanto  elogia,  á  pesar  de  sus  defectos  ;  y 
mucho  menosque  la  emulación  ó  el  despecho  hubiesen  dirigido  su  pluma. 
En  la  censura  que  hace,  ni  es  irónico  ni  cáustico,  contra  su  estilo  natural. 
Ni  se  hallan  sólo  en  las  comedias  de  Lope  los  defectos  que  critica.  Eran 
generales  en  todos  los  dramáticos  de  su  siglo.  Para  encontrarlos,  bastá- 
bale á  Cervantes  leer  sus  pi'opias  comediiis.  Si  estaba  instruido  en  las 
reglas    del  arte  y   las  despreci(3    cuando  componía,   hizo  lo  mismo  que 

(y.)  Lo  mismo  sucedió  con  nuestros  incom-  algunos  eruditos  alemanes,  como  Bohl  de 

paiables  romanceros,  que  nmchos  literatos  Faber,  padrede  nuestra  sin  par  novelistai^er- 

españoles  imbuidos  en  las  estrechas  doctri-  nán  Caballero,  tenían  que  defender  nuestros 

ñas  del  clasicismo  francés  (entre  otros  Her-  tesoros  literarios  contra  los  mismos  espa- 

mosilla)    consideraban     poco     menos     que  ñoles. 
como  las  coplas  de   Calaínos,  mientras  que  (M.  de  T.) 


XII  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

Lope,  que  encerraba  los  preceptos  con  seis  //aies, sojuzgados  uno  y  otro  por 
el  gusto  del  público. 

Debe  hacerse  otra  roíbíxiím.  Lope  no  debió  su  celebridad  d  suá  fcome- 
dias  históricas,  ni  á  las  divinas,  eU  las  cuales  se  notan  la  mayor  jiarte  de 
los  desatinos  censurados  ]jor  Cervantes;  sino  á  las  que  entonces  se  lla- 
maron de  capa  !j  espada,  como  La  Esclava  de  su  galán.  La  Moza  de  cántaro, 
De  Corsario  á  corsario,  y  otras  mil  de  este  género,  de  las  cuales  unas  han 
sido  imitadas  por  los  dramáticos  franceses  (v)  de  más  nota,  y  otras  Se  re- 
presentan aun  en  nuestros  leatros  con  aplausos  no  desmentidos. 

La  verdad  es  que  ni  Cervantes,  ni  el  mismo  Lope  conocieron  él  ritiévd 
sendero  de  Kl  poesía  dramática  que  abrió  este  felicísirtio  ingenio,  guiado 
solamente  por  su  instinto  y  por  el  del  público  para  quien  componía.  Nó 
es  aquí  oportuno  tratar  una  cuestión  tan  larga  y  delicada  ;  baste  decir 
que  casi  á  un  mismo  tiempo  crearon  Lope  de  Vega  y  Shakespeare  los  tea- 
tros de  sus  naciones,  y  dieron  cada  uno  al  suyo  un  carácter  propio  y  original. 

Citaremos  aquí  otras  notas  de  literatura  teatral  que  se  hallan  en  el 
tomo  IV,  Una  de  ellas  es  sobre  los  bobos  y  graciosos  de  nuestras  comedias; 
Los  primeros  divertían  al  público  con  sus  patochadas  y  necedades,  riiuy 
semejantes  á  las  de  los  arlequines  italianos,  de  que  hubo  un  teatro  en 
tiempo  de  Felipe  11.  Este  príncipe  gustaba  mucho  de  sus  gracias.  En  la 
nota  24  del  capítulo  VII,  parte  11,  se  hace  memoria  de  Trasíu/o,  personaje 
de  dicho  teatro  italiano,  establecido  en  la  corte  de  España.  El  gracioso, 
llamado  al  principio  donaire,  fué  introducido  por  Lope  do  Vega  en  su  co- 
media la  Francesilla  ;  en  este  papel  empleaban  los  autores  dramáticos 
todas  las  sales  de  la  elocución  festiva  y  familiar  y  de  la  sátira  picaresca. 
Últimamente,  en  la  nota  22  del  capítulo  XXI,  parte  II,  recuérdalas  dife- 
rentes composiciones  dramáticas  en  que  se  ha  introducido  el  personaje 
de  D.  Quijote,  siendo  la  primera  que  se  cita  Las  Bodas  de  Camacho  el  rico, 
de  Meléndez  Valdés,  y  observa  que  ninguna  de  las  que  se  conocen,  y  lo 
mismo  se  puede  inferir  probablemente  de  las  que  se  han  perdido,  es  tole- 
rable.  Luchar  con  Cervantes  no  es  dado  ni  álos  prosistas  ni  á  los  poetas. 


HISTORIA    Y    ANTIGÜEDADES 

Parte  I,  capítulo  XXX,  nota  51.  — Es  un  compendio  de  la  historia  de  los 
gitanos ;  casta  extraordinaria  y  errante,  que  no  aparece  en  nuestra  histo- 
ria hasta  fines  del  siglo  xv. 

(v)  En   mi  traducción   de   la  Historia  de  ríales  de  España.  Linguet,  uno  de  los  me- 

la  Literatura  francesa,  de  Leo  Claretie,  pu-  jores  traductores  de  nuestros  clásicos  eu  el 

blicada  recientemente  (1908)  por  la  librería  siglo  xviii,  atirma  que,  en  riquezas  dramá- 

P.  Ollendoríf,  pongo  la  siguiente  nota,  al  ha-  ticas,  Francia  debe  más  á  Es|iaña  que  á  to- 

blar  del  poeta  Quinaull  (tomo  I,  páj;.  tj3s)  :  das  las  demás  naciones  del  mundo.  Merecen 

«  Quinault,   como  sus  contemporáneos   y  consultarse  acerca  de  este  punto  Le  Tkéatre 

antecesores,    mcrmicó    ampliamente    en    la  espuynol  por  tíassier;  La  Comedir  pspaynote 

dramática   española.    Sería    tarea    intermí-  en  Fmnce  y  Moliere  et  ie  TItéátre  espaynoi^ 

nable  indicar  todos  los  arreglos  y  plagios.  del  seuor  Éruesto  Wartinenche.  » 
Según  ciassier,  desde  lüuo  hasta  1'ií:í'),  todo*  (M.  de  T.) 

los  dramáticos  franceses  tomaron  sus  mate- 


f:H  rn  CA  \ui 

Parte  I,  capítulo  XXXIX. —  Todas  las  notas  que  se  relieieu  á  la  historia 
ilel  Cautivo  son  de  la  mayor  importancia.  l£n  ellas  se  da  amplia  noticia 
de  los  sucesos  y  hazañas  de  los  españoles  contra  los  turcos  y  hnrhoriscos; 
de  las  aventuras  did  mismo  Orvanl.es,  consifínadas  hasta  cierto  punto  en 
aquella  novela  liist(')rica ;  de  las  costumbres  de  los  moros  y  de  la  crueldad 
conque  trataban  á  los  cristianos  que  caían  en  su  pod<!r;  en  lin.de  cuanto 
pl  mismo  autor  del  Quijote  quiso  que  fuese  conocido  é  inmortalizado  en 
aquel  episodio,  que,  aun(|ue  deslif^ado  del  asunto  principal  de  la  obra, 
interesaba  nuicho  á  la  nación  para  quien  se  escribía. 

Parte  H,  capítulo  XL,nota4. — Es  muy  digna  de  observación  la  nota  sobre 
las  reflexiones  del  Cautivo  acerca  de  la  Goleta,  cuya  conservación  traía  á 
España  más  gasto  que  provecho. El  señor  Clemencín  cita  un  monumento 
muy  curioso,  y  es  una  carta  de  I).  Diego  Hurtado  de  Mendoza  al  rey 
Felipe  II,  en  la  cual  coincide  el  juicio  de  aquel  célebre  estadista  con  el 
de  Cervantes.  Añade  el  comentador  que  este  mismo  dictamen  fué  seguido 
en  tiempos  posteriores  por  otros  que  aconsejaron  abandonar  los  demás 
presidios  de  la  costa  de  África.  Habla  después  de  la  conquista  de  Argel  por 
los  franceses,  hecha  en  nuestros  días ;  del  sistema  de  colonización  de 
aquella  regencia  y  de  las  dificultades  que  encontrara,  con  mucho  tino  y 
solidez. 

Nosotros  creemos  que  uno  de  los  grandes  males  que  produjo  á  España 
la  dinastía  austríaca,  fué  haber  separado  el  espíritu  belicoso  de  nuestra 
nación  de  la  dirección  que  di(')  á  sus  conquistas  Fernando  el  Católico. 
África  era  entonces  el  teatro  natural  de  lagloria  española;  áél,  y  no  á  Ale- 
mania ni  á  Flandes,  nos  llamaba  la  justa  venganza,  el  entusiasmo  reli- 
gioso, la  defensa  de  nuestras  costas  contra  los  piratas  berberiscos,  y,  en 
fin,  los  intereses  generales  de  la  civilización.  Mientras  ganábamos  la 
batalla  de  Mulberg  en  el  Elba  y  la  de  San  Quintín  en  el  Soma,  á  costa  de 
nuestra  sangre  y  tesoros,  eran  afligidas  las  plazas  de  la  Península  por  los 
corsarios  de  Berbería,  é  innumerables  españoles  gemían  en  las  mazmorras 
de  aquellos  bárbaros.  Añádase  á  esto  que  las  costas  del  Mediterráneo  eran 
el  punto  natural  de  nuestro  engrandecimiento  terrestre  y  marítimo;  pues 
tocando  este  mar  por  una  parte  á  la  Penínsulay  por  otraá  nuestras  con- 
quistas en  Italia,  la  posesión  de  Berbería  hubiera  hecho  invulnerable  la 
nación  en  el  centro  de  su  poder.  De  este  plan  sensato  y  útilísimo  de 
engrandecimiento  nos  separaron  los  intereses  de  la  casa  de  Austria,  y 
empleamos  nuestras  fuerzas  en  guerras  de  más  gloria  que  provecho  con- 
tra pueblos  cuyos  nombres  apenas  conocíamos  (?). 

Parte  I,  capítulo  XLIII,  nota  8.  —  El  señor  Clemencín  habla  muy  á  la 
larga,  y  á  la  verdad  con  sobrada  razón,  del  problema  político  que  se 
resolvió  en   tiempo  de  Felipe  III  sobre  cuál  debía  ser  la  residencia  de  la 

(;)  Tenía  mucha  razón  el  insigne  Lista.  <á  la  mayor  decadencia  y  casi  estuvimos  á 
Por  abandonar  la  política  de  Isabel  la  Cató-  punto  dé  perder  uuestra'nacionalidad.  Esto 
lipa  y  de  Cisneros,  volviendo  la  espalda  al  nos  ha  traído  el  desquiciamiento  completo 
Mediterráneo  é  internámlonos  en  el  conti-  de  nuestra  vida  política  y  económica,  la  per- 
néate europeo,  salimos,  si  con  alguna  glo-  dida  de  todo  poderío  naval  y  militar  y  otras 
ria,  con  las  manos  en  la  cabeza ;  llegamos  muchas  cosas  más.  "      (M.  de  T.) 


XIV  DON    (jUIJOTIi    DE    LA    MANCHA 

corte  de  España.  La  disputa  entre  Madrid  y  Valencia,  dice  con  donaire  el 
comentador,  era  más  bien  una  quimera  entre  dos  viejas  que  una  cuestión 
de  interés  general.  Lamenta  justísimamente  que  no  se  hubiese  preferido 
á  Lisboa;  la  suerte  de  la  monarquía  estaba  ligada  á  aquella  discusión,  sin 
saberlo  los  mismos  que  la  entablaron  y  decidieron. 

Parle  II,  capítulo  I,  nota  42.  —  St>  da  noticia  de  hombres  cuya  estatura 
era  desmesurada.  D.  Pedro  de  Portugal,  hijo  bastardo  del  rey  D.  Dionis, 
y  autor  del  primer  nobiliario  de  nuestra  bibliografía,  tenía  once  palmos 
y  medio  de  largo.  D.  José  Pellicer  de  Salas,  comentador  del  Polifemo,  de 
Góngora,  vio  y  midió  en  Sevilla  un  hombre  que,  tendido  en  el  suelo, 
tenía  cuatro  varas  y  dos  tercias  de  largo.  El  mismo  Pellicer  cita  un  ala- 
bardero de  Felipe  II  cuyo  retrato  estaba  pintado  en  el  Pardo,  y  á  cuyo 
pecho  no  llegaba  un  hombre  de  mediana  estatura.  Bernardo  Gilli,  natu- 
ral de  Verona,  tenía  once  pies  de  altura;  y  Antonio  Cano,  de  Nueva  Gra- 
nada, que  murió  en  1804,  ocho  pies  menos  una  pulgada. 

Parte  II,  capítulo  II,  nota  14.  —  Explícase  la  distinción  entre  hidalgos, 
caballeros  y  ricos-hombres.  Los  primeros,  como  indica  su  mismo  nombre, 
eran  los  que  heredaban  de  sus  familias  bienes  con  que  mantenerse.  Los 
caballeros  podían,  además,  servir  en  la  guerra  á  caballo,  y  formaban  un 
orden  semejante  al  ecuestre  de  los  romanos.  Los  ricos-hombres  sobresa- 
lían entre  los  caballeros,  no  sólo  por  sus  riquezas,  sino  también  por 
el  favor  del  príncipe,  por  sus  dignidades  en  el  palacio  y  en  el  gobierno, 
y  por  su  influencia  en  el  Estado.  Estos  tres  grados  de  nobleza  se  reco- 
nocían en  España;  el  Don  afectó  primero  sólo  á  los  ricos-hombres;  se 
extendió  después  á  los  caballeros,  y  en  tiempo  de  Cervantes  se  quejaban 
éstos  de  que  los  moros  hidalgos  empezaban  á  usui'parlo. 

Parte  II,  capítulo  XIV,  notas  5  y  siguientes.  —  Las  notas  que  ilustran 
las  antigüedades  de  España  son  muy  curiosas  é  interesantes.  La  relativa  ala 
Giralda  de  Sevilla,  citada  por  el  bachiller  Sansón  Carrasco,  alias  el  caba- 
llero de  los  Espejos,  contiene  el  origen  de  aquel  nombre,  dado  primero  á 
la  estatua  de  la  Fe,  que  corona  la  torre,  y  después  á  todo  el  edificio.  Con 
este  motivo  se  cita  la  descripción  que  de  él  hace  la  Crónica  general  de 
España.  Inmediatamente  después  describe  los  toros  de  Guisando  y  otros 
monumentos  de  la  misma  especie  que  se  encuentran  en  varias  partes  de 
España;  también  habla  de  los  esfuerzos  inútiles  de  nuestros  arqueólogos 
para  descubrir  el  objeto  de  aquellas  antiguallas. 

Trátase  después  de  la  sima  de  Cabra,  y  se  cita  el  hecho  curioso  del 
hombre  que  baja  á  ella  pendiente  de  cuerdas,  por  disposición  oficial, 
para  buscar  un  cadáver  que  los  asesinos  habían  arrojado  allí.  Con  este 
motivo  habla  también  del  pozo  Ayrón  de  Granada,  que  está  en  el  Albayzín, 
y  de  otro  que  hay  con  el  mismo  nombre  en  el  castillo  de  Garci-Muñoz,  en 
la  provincia  de  Cuenca. 

Parte  II,  capítulo  XVIII,  nota  23.  —  Se  habladelpeje  Nicolás,  hombre 
extraordinario  que  vivía  la  mayor  parte  del  tiempo  en  el  mar,  atravesaba 
á  nado  con  frecuencia  el  estrecho  de  Sicilia  y  llevaba  noticias  y  recados 
de  la  isla  al  continente,  y  al  contrario.  Estos  hechos  parecerían  increíbles 
si  su  posibilidad  no  se  hallasj  comprobada  con  el  del  hombre  de  Liér- 


CIÚTICA  XV 

yanes,  contemporáneo  del  Padrii  Feijoo,  que  fué  cogido  en  una  red  en  la 
bahía  de  Cádiz. 

Parte  lI,cupítuloXIX,  nota  20.  —  Da  noticiadelasobras  escritas  acerca  de 
la  esgrima  por  el  comendador  Jerónimo  de  Carranza,  i)or  D.  Luis  Pacheco 
de  Narváez,  maestro  de  esgrima  de  Felipe  IV,  y  por  el  manjués  de  las 
Torres  de  Rada,  que  floreció  á  principios  del  siglo  xviii. 

Parte  II,  capítulo  XXIIF,  nota  43.  — E.x^plícase  el  origen  de  laexpresión  pro- 
verbial española  es  un  Fúcar,  para  denotar  á  un  hombre  muy  rico.  I.a 
familia  de  los  Fúcares,  cuyo  verdadero  nombre  es  Fugger,  originaria  de 
Suiza  y  establecida  en  Ausburgo  al  principio  del  siglo  xv,  debió  al  comer- 
cio, como  la  de  los  Médicis,  sus  riquezas  y  su  engrandecimiento.  El  señor 
Clemencín  reíiere  todas  las  noticias  y  memorias  que  han  quedado  de  ella 
señaladamente  en  España,  donde  tuvo  á  su  cargo  por  muchos  años  y  con 
grandes  fueros  y  privilegios  las  minas  de  plata  de  Hornachos  y  de  Gua- 
dalcanal,  y  la  de  azogue  del  Almadén.  Las  Cortes  de  Valladolid  de  1552 
reclamaron  contra  el  arrendamiento  que  habían  hecho  los  Fúcares  de  las 
dehesas  de  los  maestrazgos  de  Santiago  y  de  Alcántara.  Un  ladrón,  fin- 
giéndose alguacil  de  la  Inquisición,  robó  la  casa  del  administrador  de  los 
Fúcares  en  Almagro,  de  cuyo  hecho  lomó  el  autor  del  Gil  Blas  uno  de  los 
episodios  de  su  novela.  En  fin,  subsiste  en  la  corte  un  testimonio  de  la 
influencia  y  consideración  que  esta  familia  tuvo  en  aquellos  tiempos  en  el 
nombre  del  Fúcar  dado  á  una  de  las  calles  du  Madrid. 

Parle  II,  capítulo  XXIV,  nota  30.  —  Dice  el  texto  :  «Yase  va  dando  orden 
para  que  se  entretengan  los  soldados  viejos  y  estropeados.  »  El  señor 
Clemencín  sospecha  que  esto  lo  dijo  Cervantes  irónicamente;  porque  no 
ha  hallado  en  ninguna  de  las  memorias  de  aquel  tiempo  vestigios  de 
disposiciones  legislativas  sobre  esta  materia,  á  pesar  de  los  escritos  del 
doctor  Herrera,  proto-médico  de  las  galeras  de  España,  acerca  de  la  nece- 
sidad de  socorrer  los  soldados  inválidos.  El  señor  Clemencín  cita  y  ana- 
liza estos  escritos,  que  son  de  fines  del  siglo  xvi,  con  el  tino  que  acos- 
tumbra. 

Parte  II,  capítulo  XXXII,  nota  38.  — Estanotaesapreciable,  porque  mues- 
tra la  laboriosidad  del  comentador  en  buscar  todo  lo  que  pudiese  ilustrar 
el  texto.  Prueba  por  una  información  que  Felipe  II  mandó  hacer  en  1376, 
que  en  Toboso  no  había  nobles,  caballeros  ni  hijosdalgo,  y  que  el  único 
que  gozaba  entonces  de  las  libertades  de  los  hijosdalgo  era  el  doctor 
Esteban  Zarco  de  Morales,  por  haberse  graduado  en  el  colegio  de  los 
españoles  de  Bolonia.  Una  hermana  de  este  doctor,  llamada  Ana,  fué 
probablemente,  según  Clemencín,  la  que  inmortalizó  Cervantes  con  el 
nombre  de  Dulcinea.  Esta  noticia  le  sirve  también  para  demostrar  que  la 
expresión  del  texto  :  Dulcinea  es  principal  y  bien  nacida  y  de  los  hidalgos 
linajes  que  hay  en  el  Toboso,  es  maligna  é  irónica. 

Parte  II,  capítulo   L,  nota   7.  —  Es  relativa  á   Aranjuez,  y  contiene 
muchos  pasajes  de  nuestros  escritores,  así  prosistas  como  poetas,  que 
prueban  cuan  célebre  fué  en  aquella  época  este  real  sitio,  mandado  for- 
mar por  Felipe  II. 
Parte  II,  capitulo  LIV,  notas  31  y  3-*.  —  Hablase  de  la  expulsión  de  los 


XVI  nON    QUIJOTK    I)R    I, A    MANCHA 

moriscos,  ordenada  por  Felipe  III.  Ambas  notas,  y  señaladamente  la 
segunda,  son  de  los  trozos  más  filosóficos  y  al  mismo  tiempo  más  elocuen- 
tes que  han  salido  de  la  pluma  del  señor  Clemencín.  Atribuye,  con  mucha 
razón,  al  ilotismo  político  y  civil  á  que  se  sometió  á  los  moros  converti- 
dos al  cristianismo,  y  á  las  leyes  opresivas  é  inicuas  que  contra  ellos  se 
pidieron  y  dictaron  en  las  Cortes  de  Castilla,  el  odio  atroz  é  inextinguible 
que  ardía  en  sus  pechos  contra  una  nación  que  los  aborrecía  y  vilipen- 
diaba, y  contra  un  gobierno  que  los  atormentaba  de  todos  modos.  De 
aquí  procedió  la  imposibilidad  de  incorporarse  y  confundirse  con  los 
españoles;  de  aquí  sus  comunicaciones  secretas  con  los  turcos  y  piratas 
de  África;  de  aquí  las  esperanzas  de  salvación  que  tenían  fundadas  en  las 
victorias  de  los  musulmanes;  de  aquí,  en  fin,  la  necesidad  de  la  expul- 
sión. No  podían  ya  vivir  en  la  misma  patria  con  los  cristianos  viejos  ;  así 
la  injusticia  sólo  puedo  producir  maldad  y  desventura  (o). 

Parte  II,  capítulo  LV,  nota  23.  —  Esta  nota  es  curiosa  y  menos  triste.  En 
ella  se  refieren  todas  las  fábulas  de  las  historias  andantescas  acerca  de 
los  pa/rtc¿os  de  Galiana,  cuyas  ruinas  existen  en  Toledo. 


DE   LOS   LIBROS    DE    CABALLERÍA 

La  noticia  de  las  fábulas  y  libros  caballerescos,  como  ya  hemos  dicho, 
es  más  importante  en  el  día,  así  para  los  lectores  nacionales  como  para 
los  extranjeros,  que  en  el  tiempo  mismo  en  que  se  escribió  el  Quijote. 
Entonces  eran  conocidas  y  vulgares  dichas  obras,  y  nadie  podía  desco- 
nocer el  espíritu  del  libro  que  acabó  con  ellas.  Así  apenas  se  encuentran 
sino  en  la  biblioteca  de  algún  curioso;  y  como  son  muy  pocas  las  que 
merecen  el  honor  de  la  reimpresión,  es  verosímil  que  desaparezcan  ente- 
ramente, en  cuyo  caso  no  sería  muy  fácil  formar  idea  del  monstruo  que 
aterró  Cervantes,  á  no  conservarse  tantas  señales  y  circunstancias  de  él 
en  las  notas  de  su  erudito  comentador.  En  ellas  se  da  un  completo  cono- 
cimiento de  la  literatura  calialleresca;  se  manifiesta  el  genio  satírico  del 
autor  del  Quijote,  que  transformó  en  sucesos  triviales  y  visibles  los 
portentos  de  aquellos  libros,  y  se  compone  el  trofeo  de  la  vicloria  de 
Cervantes,  contando  los  enemigos  que  venció. 

Parte  I,  capítulo  XXV,  nota  24.  —  Las  demás  notas  del  señor  Clemencín 
probaron  la  vasta  lecturay  exquisito  discernimiento  de  este  sabio  escritor; 
pero  ésta,  publicada  en  Noviembre  de  18.33,  y  que  trata  de  la  Peña  Pobre 
en  que  hizo  penitencia  Amadís  de  Gaula,  prueba  la  bondad  de  su  alma  y 
la  generosidad  de  sus  sentimientos.  Después  de  haber  mostrado,  á  favor 

(o)  Acabo  de  leer  en  La  Jieme  (n»  del  15  sas,  á  pesar  de  los  siglos  transcurridos  y  de 

de  marzo  de  i'MH)  un  iñleiesante  articulo  los  progresos  de  la  civilización.  Para  dictar 

sobre  la:  vida  social  en  Constantinopla  y  en  tin  fallo  dptiniíivo  acerca  de  ciertos  hechos 

él    hace   notar  el    autor  el    iníranqiipable  históricos  haci.- falta  tener  en  cuenta  el  espí- 

abisnio  que  establece  entre  turcos  y  cris-  ritu  de  la  época.  (M.  de  T.) 

tianos  la  diferencia  de  sus  creencias  religio- 


CRÍTICA  XVII 

de  conjeturas  muy  felices,  que  la  Peña  Pobre  de  Rellonebros  estaba 
situada  en  Francia  en  la  playa  del  mar,  hacia  los  confines  de  Bretaña  y 
Normandia,  añado  :  «  Cuando  esto  so  escribe  se  hallan  haciendo  penitencia 
por  las  inmediaciones  de  la  Peña  Pobre  algunos  desgraciados  aventureros, 
desdeñados  de  su  señora  :  ¿se  conciliarán  con  ella,  como  Amadis  con  Uriana?  » 
Parte  ií,  capitulo  XXV,  nota  22.  —  Se  hace  menci(')n  de  las  gigantas  y 
jayanas  (¡ue  tiguran  en  la  mitología  andantesca. 

Parte  II,  capítulo  XXVI,  nota  .<.  —  Se  refiere  la  historia  de  D.  Gaiferos 
y  Melisendra,  representada  en  el  retablo  de  Maese  Pedro.  El  señor  Cle- 
mencín  contiesa  con  ingenuidad  que  no  puede  satisfacer  la  curiosidad  de 
los  lectores  (curiosidad  que  también  he  tenido  yo,  aunque  inútilmente) 
acerca  del  origen  del  nombre  Sansiteña,  con  que  se  designa  á  Zaragoza  en 
este  pasaje  del  Quijote,  y  se  contenta  con  hacer  una  observación  muy 
oportuna,  y  es  que  los  libros  de  caballería,  aunque  suponen  que  Sansueña 
estaba  en  tierra  de  moros,  no  traen  seña  alguna  de  la  cual  se  deduzca 
que  esta  ciudad  fué  la  misma  que  Zaragoza.  ¿Sería  quizá  Sangüesa,  con 
cuyo  nombre  tiene  más  analogía  que  con  el  de  la  capital  de  Aragón? 

Parte  II,  capítulo  XXVI,  nota  7.  —  Con  ocasión  del  mismo  retablo  hace 
la  historia  de  la  famosa  espada  de  Roldan,  llamada  Durindana;  de  la 
Joyosa  de  Garlo-Magno,  y  de  otras  muchas  célebres  en  los  libros  de  caba- 
llería. 

Parte  II,  capítulo  XXIX,  notas  2  y  .3.  —  Refiérese  en  gran  número  de 
fábulas  andantescas,  en  las  cuales  reciben  los  caballeros  auxilios  en  sus 
cuitas,  socorriéndolos  otro  caballero  arrebatado  en  una  nube  ó  llevado 
en  un  buque.  Ambas  notas  son  relativas  á  la  aventura  del  barco  encan- 
tado. 

Parte  II,  captíulo  XXIX,  nota  22.  —  En  el  final  de  dicha  aventura,  con 
motivo  de  la  teoría  de  D.  Quijote  acerca  de  la  pugna  y  encuentro  de  los 
encantadores,  refiere  el  comentador  varios  pasajes  de  estos  certámenes 
nigrománticos. 

Parte  II,  capítulo  XXX,  nota  18,  y  capítulo  XXXVIII,  nota  22.  —  Expli- 
can las  fórmulas  y  pormenores  de  la  urbanidad  entre  los  caballeros 
andantes,  los  príncipes  y  las  damas,  descritos  con  suma  pesadez  en  los 
libros  de  caballería,  y  que  Cervantes  ridiculiza  imitándolos  festivamente. 
Parte  II,  capítulo  XXX,  nota  23;  capítulo  XXXII,  nota  55;  capítulo 
XXXIV,  notas  35  y  38;  capítulo  XL,  nota  28;  capítulo  XLI,  nota  38; 
capítulo  XLV,  nota  7,  y  capítulo  XLVI,  nota  17.  —  Desde  que  D.  Quijote 
entró  en  el  castillo  del  Duque,  establecida  la  hipótesis  de  que  este 
magnate  y  su  esposa  quisieron  divertirse  á  costa  del  loco  remedando  las 
escenas  de  los  caballeros  andantes,  es  indudable  que  pudieron  imitarlas, 
merced  á  su  opulencia,  con  la  verosimilitud  necesaria  para  que  las 
creyese  ciertas  un  loco.  El  comentador  explica  estas  imitaciones  por 
pasajes  semejantes  de  la  andante  caballería.  Así  quedan  completamente 
ilustradas  la  aventura  del  bosque  después  de  la  caza,  la  del  caballo 
Clavileño,  la  de  las  ínsulas  citadas  en  la  geografía  caballeresca.  El  señor 
Clemencín  habla  del  empeño  de  muchos  eruditos  en  fijar  el  lugar  donde 
estuvo  la  Barataría;  empeño  que  prueba  el  grande  interés  que  inspira  el 


XVIII  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

libro  del  Ingenioso  Hidalgo,  pues  se  ha  querido  averiguar  hasta  el  sitio 
que  señaló  por  escena  á  sus* ficciones,  y  en  que  quizá  no  pensó  el  misiuo 
autor. 

DEL   LENGUAJE 


El  señor  Clemencín,  comparando  la  lengua  castellana  como  se  halla  en 
el  día,  con  lo  que  era  en  tiempo  de  Cervantes,  hace  observaciones  muy 
útiles  y  señala  todas  las  locuciones  del  Quijotk  que  ya  no  admite  el 
idioma.  Este  trabajo  me  parece  muy  importante  y  de  sumo  mérito;  pero 
ha  de  tenerse  presente  que  no  f¡e  puede  ni  debe  juzgar  á  Cenantes  en  mate- 
ria de  elocución  como  se  juzgaría  á  un  escritor  de  nuestro  siglo,  cuando  está 
ya  la  lengua  completamente  formada. 

En  efecto;  las  observaciones  del  comentador,  lo  más  que  prueban  es 
que  ciertas  locuciones  del  autor  del  Quijote  no  pueden  usarse  en  el  día; 
mas  no  que  Cervantes  hizo  mal  en  usarlas  en  su  tiempo  (;:).  Es  un  privilegio 
del  genio  enriquecer  el  idioma  que  le  sirve  de  instrumento  para  sus  pro- 
ducciones, y  Cervantes  usó  ampliamente  de  este  fuero.  Pocos  escritores 
han  dado  más  giros  y  locuciones  nuevas  á  su  lengua,  y  él  fué  quien  la  dotó 
del  carácter  de  flexibilidad  que  la  distingue. 

De  las  frases  inventadas  por  Cervantes  en  una  época  en  que  era  lícito 
hacerlo,  por  no  haberse  aún  fijado  filosóficamente  las  reglas  ni  los  límites 
de  la  sintaxis  figurada,  muchas  han  sido  recibidas  en  el  tesoro  de  la  len- 
gua; otras  no.  Y  el  uso,  que  es  la  suprema  ley  de  los  idiomas,  ha  hecho 
que  estas  últimas  no  se  puedan  ya  introducir.  Pero  el  mismo  uso  pudo  ya 
haberlas  introducido,  y  en  este  caso  fueran  en  la  actualidad  castizas.  Bajo 
este  aspecto  deben  considerarse  los  modismos  que  se  hallan  en  el  Quijote 
y  que  la  lengua  no  ha  querido  conservar. 

Parte  I,  capitulo  XXXIII.  nota  .31.  —  Habla  del  género  neutro,  y  prueba 
su  existencia  en  nuestro  idioma  con  numerosos  ejemplos. 

Parte  I,  capítulo  XLIII,  nota  3.  —  Explica  la  naturaleza  del  asonante, 
cadencia  exclusiva  de  nuestra  poesía,  y  sus  diferentes  especies,  según 
intervienen  en  las  últimas  sílabas  vocales  simples,  esdrújulas  ó  diptongos. 

Parte  II,  capítulo  XXXI,  nota  11.  —  El  gracioso  diálogo  entre  Sancho  Panza 
y  la  dueña  Doña  Rodríguez  proporciona  al  señor  Clemencín  oportuna 
ocasión  de  explicar  lo  que  nuestros  antepasados  entendían  por  dar  una 
higa;  resto  de  la  antigua  superstición  del  falo  egipcio,  que  se  miraba  como 
preservativo  contra  el  aojo. 

Parte  II,  capítulo  XXXVIII,  nota  48.  —  Trata  de  la  redondilla,  de  la  décima, 
de  las  glosas  y  de  otras  composiciones  en  verso  de  ocho  sílabas,  que  era 
el  más  general  entre  nuestros  poetas  antes  de  la  introducción  del  ende- 

(t.)  Esta  libertad  y  este  privilegio,  que  que  no   eran  dignos  de  desatar  al  ilustre 

ciertos  severos  aristarcos  han  querido  negar  Manco  la  correa  de  su  zapato.  V  hasta  hay 

al  inmortal  ingenio  que  ha  logrado  imponer  quienes  se  vanaglorian  de  no  haberle  leído, 
su    nombre  á  nuestra  hermosa  lengua,  los  (M.  de  T.) 

fjprcen    hoy    sin  trabas    muchos  escritores 


CRÍTICA  XIX 

cnsílabo  y  eptasílabo  italianos.  Toca  tnmbión,  aunque  de  paso,  la  cOlebre 
disputa  entre  los  defonsoies  y  los  enemigos  del  metro  toscano,  y  la  decide 
como  en  nuestro  entender  debe  decidirse;  pues  el  verso  de  odio  sílabas 
ni  tiene  lu  cesura  ni  el  movimiento,  ya  rápido,  ya  majestuoso,  del  ende- 
casílaiio  para  las  composiciones  graves  y  sublimes. 

Parte  II,  capítulo  XIJV,nota  47.  —  Estañóla  sobre  el  romance  es  una  de 
las  más  eruditas  y  bien  trabajadas.  Dejando  indecisa  la  cuestión  acerca 
del  origen  del  romance  español, aunque  parece  que  se  inclinaá  la  opinión 
de  los  señores  Conde  y  Moratín,  que  miraron  el  verso  castellano  de  ocho 
sílabas  como  hijo  del  hemistiquio  árabe,  pasa  el  señor  Clemencín  á  exa- 
minar la  época  en  que  se  escribieron  los  más  antiguos  que  hoy  conoce- 
mos, y  la  tija  con  suma  sagacidad,  deduciéndola  ya  del  lenguaje  y  estilo 
con  que  están  escritos,  ya  de  los  sucesos  á  que  en  ellos  se  hace  alusión. 
Esta  parte  de  la  nota  es  en  la  que  campea  más  la  crítica  y  erudición  del 
comentador. 

En  esta  misma  parte  hay  dos  frases  de  Cervantes  (capítulo  XXIV, párrafos.»), 
palabras  y  razones  le  dijo  Sancho  que  merecían  molerle  á  palos,  y  doy  por 
bien  empleadisima  la  jornada,  que  prueban  lo  que  ya  hemos  dicho  acerca 
de  los  giros  inventados  por  el  autor  del  Quijote.  La  lengua  ha  rechazado 
estas  dos  locuciones,  la  primera  por  sobradamente  elíptica  y  la  segunda 
porque  el  grado  superlativo  recae  sobre  el  epíteto  y  no  sobre  el  adverbio  ; 
mas  si  hubiesen  sido  admitidas,  como  pudo  suceder,  porque  las  ¡deas 
están  muy  claramente  expresadas,  no  hay  duda  que  no  nos  atreveríamoshoy 
á  censurarlas. 

Parte  II,  capítulo  LVIII,  nota  37.  — Trata  déla  declinación  del  pronombre 
personal  castellano  de  tercera  persona  él,  ella,  (?//o.El  señor  Clemencín  cita 
ejemplos  de  los  padres  de  la  lengua,  en  los  cuales  se  encuentran  anoma- 
lías más  raras  que  la  duplicidad  del  acusativo  masculino  le,  lo,  y  la  del 
dativo  femenino  la,  le,  las,  les,  pues  se  encuentra  el  por  lo,  lo  por  la  y  lo 
por  el  en  nominativo;  los  por  les  en  dativo, /e  por  lo  en  acusativo.  Aunque 
estas  irregularidades  van  desapareciendo,  quedan  todavía  las  primeras;  y 
sólo  se  puede  señalar  como  uso  de  los  mejores  escritores  el  pronombre 
lo  en  acusativo  masculino  cuando  se  trata  de  cosas  inanimadas,  y  el 
empleo  promiscuo  del  le  y  del  lo  cuando  se  trata  de  animadas.  En  cosas 
relativas  al  uso,  mientras  éste  no  se  fije,  es  imposible  establecer  una  ley, 
como  han  emprendido  algunos,  si  bien  con  más  presunción  que  buen 
éxito  (p). 

Parte  II,  capítulo  LIX,  nota  3.  — Establece  el  principio  de  que,  en  nuestro 
idioma,  dos  negaciones,  en  lugar  de  afirmar,  confirman  la  negación ;  y  lo 
prueban  con  numerosos  ejemplos  de  Cervantes  y  de  otros  escritores  y  con 
la  autoridad  del  autor  del  Diálogo  de  las  lenfjuas.  Mas  no  por  eso  deja  de 

(?)  La  Academia  indica,  en  su  Gramática,  torizar  ciertos  solecismos.  Lo  más  gracioso 

que  se  reserve  el  le  para  el  acusativo  de  per-  es  tjue  muchos  abominan  de  la  Academia 

sona  y  el  lo  para  el  de  cosa.  Sin  embargo  por  lo  que  tiene  de  autoridad,  y  siguen  á  cie- 

reina.en  este  asunto  de  los  pronombres,  ver-  gas  al  primer  cabecilla  literario  que  se  pre- 

dadera  anarquía,   y    hasta  algunos  acadé-  senta.  (M.  de  T.) 

micos  contribuyen  "con  su  mal  ejemplo  á  au- 


XX  nON    QUIJOTE    DE    I,A    MANCHA 

citar  ejemplos  en  contrario,  y  hacer  curiosas  observaciones  sobre  el  uso 
de  las  partículas  negativas.  Muchas  veces  las  usa  Cervantes  en  frases  afir- 
mativas como  t'ístas  :  más  locoa  fueran  que  no  él  ;  con  el  miedo  de  no  ser  ha- 
Hados ;  falló  poco  para  no  salirmc  por  las  calles.  En  fin,  otras  veces  omite  la 
negación  de  las  frases  negativas  :  en  toda  su  vida  ha  visto  letra  mía  (;). 

Partell,  capítulo  LXII.  notas  GO  y  siguientes.  — Censura  el  poco  aprecio 
que  manifiesta  Cervantes  á  las  traducciones  hechas  de  idiomas  f.iciles, 
coutra'liciéndolo  los  elogios  que  él  mismo  da  . i  la  traducción  de  la  Aminta 
y  del  l'astor  Fido,  por  Jáuregui  y  Suárez  de  Figueroa.  Todas  las  notas 
relativas  á  esta  materia  contienen  muy  escogida  erudición,  y  prueban  el 
gusto  correcto  del  señor  Clemencín  en  literatura. 

Parte  II,  capítulo  LXIX,  nota20.  —  Se  enumeran  las  transposiciones  que 
hay  en  el  Quijote,  y  que  ya  no  admite  el  uso  común  de  la  lengua. 

Muchas  notas  he  citado  del  Comentario,  pero  se  engañaría  mucho  el 
que  creyese  que  he  podido  comprender  en  este  breve  escrito  todas  las  que 
merecen  particular  atención;  porque  para  esto  hubiera  sido  necesario 
citar  quizá  el  Comentario  entero.  Me  he  contentado,  pues,  con  recordar 
las  que,  ofreciendo  mayor  interés,  ó  histórico  ó  literario,  ó  de  curiosidad, 
me  han  parecido  más  á  propósito  para  que  se  forme  idea  exacta  de  la 
inmensa  y  bien  digerida  erudición,  de  la  crítica  y  del  buen  gusto  del 
comentador  del  Qcijote. 

Me  atrevo  á  decir  que  así  como  Cervantes  procuró  ingerir  en  su  novela 
satírica  cuanto  sabía  en  moral  y  literatura,  así  el  señor  Clemencín  en  su 
comentario  ha  hecho  alarde,  y  siempre  oportunamente,  á  imitación  del 
autor  que  comenta,  del  inmenso  tesoro  filológico  que  poseía,  distribuyén- 
dolo en  sus  notas  con  filosofía  y  en  excelente  lenguaje;  concluiré,  pues, 
asegurando  que,  en  mi  entender,  el  Comentario  del  Quijote  no  sólo  es 
una  obra  escogida  de  erudición  y  de  literatura,  sino  el  mejor  monumento 
que  ha  podido  erigirse  á  la  gloria  inmortal  de  Cervantes. 

{;)   Lope   dijo  también  en  su  célebre    so-  Un  soneto  me  manda  hacer  Violante, 

neto  :  Y  en  mi  vida  me  he  visto  en  tal  aprieto. 

(M.  de  T.) 


PROLO&O   DEL  COIVIENTARIO 


La  relación  de  las  aventuras  de  D.  Quijote  de  la  Mancha,  escrita  por 
Miguel  de  Cervantes  Saavedra,  en  la  que  no  ven  los  lectores  vulgares  más 
que  un  asunto  de  entrelenimiento  y  de  risa,  es  un  libro  moral  de  los 
más  notables  que  ha  producido  el  ingenio  humano.  En  él,  bajo  el  velo 
de  una  ficción  alegre  y  festiva,  se  propuso  su  autor  ridiculizar  y  co- 
rregir, entre  otros  defectos  comunes,  la  desmedida  y  perjudicial  aíición 
á  la  lectura  de  libros  caballerescos,  que  en  su  tiempo  era  general  en 
España  (a). 

La  época  en  que  se  supone  que  florecieron  los  caballeros  andantes,  y 
cuyas  costumbres  se  pintan  en  sus  historias,  fué  la  que  medió  entre  la 
extinción  y  la  restauración  de  las  letras ;  y  para  juzgar  rectamente  de  la 
naturaleza  de  este  argumento,  conviene  transportarse  a  aquellos  siglos 
de  obscuridad  y  barbarie,  en  que,  olvidada  la  civilización  antigua  y  gene- 
ralizada en  Europa  la  dominación  de  los  pueblos  del  Norte,  apenas  se  dis- 
frutaba la  seguridad  y  el  sosiego,  que  son  el  objeto  primario  déla  sociedad 
humana.  Introducida  con  el  régimen  feudal  la  anarquía,  quedó  la  auto- 
ridad pública  sin  centro  ni  fuerza  ;  los  particulares  y  vasallos  más  pode- 
rosos se  encastillaban  en  sus  rocas  y  fortalezas,  se  miraban  como  inde- 
pendientes de  los  príncipes,  y  no  reconociendo  más  derecho  que  el  de  la 
fuerza  ni  más  ley  que  la  de  su  espada,  se  hacían  la  guerra  unos  á  otros, 
oprimían  á  los  habitantes  de  los  contornos,  exigían  contribuciones  y  ser- 
vicios arbitrarios  de  los  pasajeros,  y  todo  era  violencias,  ruinas  y  crímenes. 
Después  de  un  largo  período  de  confusión,  fué  menester  al  fin  que  la 
autoridad  eclesiástica  acudiese  al  socorro  de  la  civil,  y  tomase  á  su  cargo 
conservar  los  escasos  restos  de  la  civilización  que  iba  á  extinguirse  en 
Europa.  Entrado  ya  el  siglo  xi,  los  obispos  reunidos  en  los  Concilios  pro- 
mulgaron la  que  se  llamó  Tregua  de  Dios  para  poner  algún  freno  á  los 
excesos  y  fuerzas  que  por  todas  partes  perturbaban  la  tranquilidad  y  el 
orden.  En  los  principios,  no  pudiendo  lisonjearse  de  conseguirla  enmienda 
total  de  una  vez,  se  contentaron  con  prohibir  las  violencias  en  los  domingos, 

(a)  Fundándose  en  que,  en  la  época  de  nos  transcendentales,  en  que  de  seguro  ne 

Cervantes,    iban  ya  muy  de  capa  caída   los  pensó  el  autor, el  cual  no  ha  dejado  indicios 

libros  de  caballería  y  eñ  que  aquel  moro,  ya  bastantes  para  poder  rastrear  el  objeto  que 

harto  decaído  y  moribundo,  no  necesitaija  se  propuso.  Como  escritor  se  propuso  de  se- 

tan    i/1-an  lanzada,  muchos  admiradores  de  guro  encantar  á  sus  lectores  v  lo  consiguió. 
Cervantes    han  desechado  esta  suposición,  '    (M.  de  T.) 

y  se  han  lanzado  a  imaginar  fines  más  ó  me- 


XXII  DON    yUIJOTE    DK    LA    MANCHA 

después  extendieron  la  prohibición  á  otros  días  de  la  semana,  y  progresi- 
vamente, con  la  experiencia  del  buen  resultado,  se  fué  estableciendo  la 
Tregua  de  Dios  en  ciertos  períodos  del  año  por  vaiios  Concilios,  hasta  el 
general  de  Letrún,  celebrado  el  año  de  1179,  que  confirmó  los  decretos  de 
otros  anteriores.  En  el  trastorno  general  de  las  cosas  se  creyó  que  no  se 
hacía  poco  en  regularizar  y  poner  límites  al  desorden,  admitiendo  el 
derecho,  entre  otras  pruebas  legales  más  ó  menos  ridiculas,  la  del  duelo 
en  que  la  fuerza  ola  ventura  del  campeón  decidía  el  fallo  de  los  jueces. 
Así  se  examinó  en  Toledo,  corriendo  el  siglo  xi,  la  cuestión  sobre  la 
preferencia  entre  los  ritos  romano  y  muzárabe  ^  Estas  ideas,  tan  poco 
conformes  á  los  rectos  principios  de  la  justicia,  se  fueron  modificando 
después  sucesivamente  á  proporción  de  los  progresos  que  hacían  las 
luces:  y  las  famosas  Partidas  del  rey  D.  Alfonso  el  Sabio,  compuestas  en 
la  declinación  del  siglo  xui,  reprobaron  ya  y  excluyeron  la  prueba 
del  duelo.  Las  Cruzadas  contribuyeron  también  á  la  disminución 
de  los  males,  dando  ocupación  lejos  de  sus  hogares  á  una  nobleza 
inquieta  y  belicosa,  y  reuniendo  contra  los  infieles  las  fuerzas  que 
los  cristianos  empleaban  antes  en  destruirse  mutuamente.  Entretanto, 
los  principios  de  cultura  que  á  su  vuelta  traían  las  expediciones  de  Ultra- 
mar, la  formación  de  fueros  y  cuerpos  municipales,  la  fundación  de  uni- 
versidades y  otras  escuelas,  la  invención  del  papel,  de  la  pólvora,  de  la 
brújula  y  de  la  imprenta  produjeron  efectos  favorables  en  las  costumbres, 
facilitáronla  multiplicación  de  las  relaciones  y  vínculos  sociales,  y  alla- 
naron el  camino  para  la  consolidación  de  la  autoridad  pública  y  el  esta- 
blecimiento de  la  actual  civilización  europea. 

Fijando,  pues,  nuestra  consideración  en  aquella  época  primitiva,  en 
que  la  inocencia  y  la  debilidad,  privadas  de  la  protección  del  Gobierno, 
no  podían  recibirla  sino  de  los  particulares,  presenta  sin  duda  una  ima- 
gen halagüeña  y  recomendable  la  persona  que,  impelida  de  su  generosi- 
dad, se  consagi'a  sin  limitación  al  socorro  y  amparo  de  los  oprimidos; 
una  persona  que,  embrazando  su  escudo  y  empuñando  su  lanza,  se  dedica 
á  correr  el  mundo  buscando  ocasiones  en  que  ofrecer  su  esfuerzo  y  su 
sangre  en  defensa  del  menesteroso  y  del  débil.  Tal  es  el  fundamento  del 
interés  de  que  es  capaz  el  género  de  los  libros  caballerescos  ;  fundamento 
sólido,  porque  se  apoya  en  sentimientos  virtuosos,  que  son  los  únicos 
que  pueden  inspirar  interés  duradero  y  constante.  El  sexo  hermoso  debía 
experimentar  más  los  beneficios  de  la  protección  caballeresca  por  más 
débil,  y,  de  consiguiente,  más  expuesto  á  la  injuria,  á  que  se  añadía  el 
mayor  aprecio  y  consideración  que  se  le  profesaba  generalmente  en  la 
Edad  Media,  y  que  los  pueblos  descendientes  del  Norte  habían  heredado 
de  los  antiguos  germanos,  cuales  los  pintó  Tácito.  Si  el  éxito  corona  los 
esfuerzos  y  noble  intento  del  caballero;  si  vence  y  destruye  á  los  malan- 
drines que  infestan  los  caminos,  á  los  gigantes  que  tiranizan  desde  las 
fortalezas,  á  los  vestiglos  que  hacen  peligrosos  los  campos  ó  atemorizan 


1.  El  arzobispo  D.  Rodrigo,  Üe  Rebus  Hispanise,  lib.  VI,  cap.  XXV. 


PHÓLOGO    DLL    COMLNTAKIO  XXIM 

en  las  cavernas;  si  liberta  del  deshonor  á  las  doncellas,  del  suplicio  no 
merecido  al  inocente,  de  las  cadenas  al  mísero  cautivo;  si  restituye  .i  sus 
tronos  las  princesas  y  príncipes  despojados  injustamente;  si  castiga  á 
los  usurpadores  y  llena  el  orhe  de  la  fama  de  sus  proezas,  entonces  la 
reunión  de  la  lelicidati  y  de  la  valentía  contribuye  á  realzar  más  y  más  la 
importancia  del  preciado  caballero.  Añádanse  al  valor  y  fortuna  del  cam- 
peón las  demás  virtudes,  el  celo  ardiente  de  la  justicia,  la  generosidad,  el 
desinterés;  agregúense  á  estas  prendas  del  ánimo  la  gallardía,  lobustez  y 
belleza  del  cuerpo;  únanseles  la  sensibilidad  y  ternura  de  corazón,  la 
lealtad  á  su  dama,  el  amor  de  la  gloria,  el  desprecio  de  la  muerte,  y  se 
tendrá  el  bello  ideal,  del  caballero  andante  que  debiera  haber  servido  de 
tipo  á  los  cronistas. 

Pero  el  desempeño  de  este  argumento,  que  no  era  ciertamente  inacce- 
sible á  la  hermosura  y  adornos  de  la  invención  y  del  estilo,  se  resintió 
del  mal  gusto  de  los  tiempos  y  de  la  ignorancia  de  los  autores.  Pudieran 
haber  aprovechado  los  datos  que  les  suministraba  la  historia  de  la  real  y 
verdadera  caballería  en  la  Edad  Media;  pudieran  haber  puesto  en  sus 
héroes  las  prendas  de  los  caballeros  sin  pavor  ni  tacha,  los  rasgos  de 
valor,  magnanimidad,  desinterés  y  ternura  que  se  vieron  en  aquel  tiempo; 
pudieran  haber  ajustado  á  él  sus  composiciones  en  la  descripción  de  las 
tiestas,  armas,  trajes  y  costumbres;  matizar  la  pintura  délas  virtudes  con 
la  de  los  vicios  ásperos  y  groseros  que  dominaban  entonces,  y  ahora 
repugnan  á  nuestra  cultura;  fundir  y  hermosear  las  ideas  que  los  arrestos 
y  las  cortes  de  amor,  la  profesión  y  ejercicio  de  los  trovadores,  las  em- 
presas de  valor  y  galantería,  las  peregrinaciones  religiosas  ó  guerreras 
á  Tierra  Santa,  los  climas  antes  poco  conocidos  del  Oriente,  prestaban  á 
la  imaginación  é  inventiva  de  los  escritores.  Pero  nada  de  esto  supieron 
hacer :  tampoco  supieron  ceñir  convenientemente  la  duración  de  sus  fábulas, 
ni  subordinar  á  una  acción  los  sucesos,  ni  variarlos  agradablemente,  ni 
siquiera  dar  á  sus  relaciones  los  atractivos  propios  del  curso  tranquilo  y 
apacible  déla  historia.  Lanzadas  y  más  lanzadas,  cuchilladas  y  más  cuchi- 
lladas, descripciones  repetidas  hasta  el  fastidio  de  unos  mismos  torneos, 
justas,  batallas  y  aventuras  con  diferentes  nombres;  errores  groseros  en 
la  historia,  en  la  geografía,  en  las  costumbres  de  las  naciones  y  edades 
respectivas;  golpes  desaforados,  hazañas  increíbles,  sucesos  no  prepara- 
dos, inconexos,  inverosímiles;  ternura  á  un  mismo  tiempo  y  ferocidad, 
dureza  y  molicie,  inmoralidad  y  superstición  ;  tal  es  la  confusa  mezcla,  el 
caos  que  ofrecen  los  libros  caballerescos,  escritos  casi  todos  en  los 
siglos  XV  y  XVI,  época  ya  en  que  los  adelantamientos  de  la  civilización  y 
los  beneficios  de  la  autoridad  pública,  sólidamente  establecida  por  todas 
partes,  presentaban  más  claramente  con  su  contraste  lo  inverosímil  y  lo 
ridículo  de  la  profesión  de  los  caballeros  andantes.  Los  autores  de  sus 
historias  no  alcanzaron  esta  verdad,  siquiera  para  asignar  los  sucesos  á 
tiempos  en  que  fueran  posibles  ;  por  mejor  decir,  escribieron  unas  histo- 
rias imposibles  en  todos  tiempos.  Agitados  los  más  de  ellos  de  un  furor 
insensato,  no  contentos  con  lo  extraordinario,  echaron  también  mano  de 
lo  portentoso,  y  amontonaron  encantamentos  y  encantadores,  rivalidades 


V   .IV  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

y  guerras  de  nigromantes,  aventuras  y  empresas  absurdas,  prodigando 
lo  maravilloso  de  suerte  que  llegaron  á  hacerlo  insípido,  á  la  manera  que 
hí  uso  excesivo  de  los  manjares  y  sabores  fuertes  llega  á  entorpecer  el 
I'  iladar  y  á  embotarlo.  De  aquí  nacía  que  la  juventud,  acostumbiada  á 
i.is  lecturas  caballerescas,  concebía  un  tedio  insuperable  al  importante 
■  itudio  de  la  historia,  donde  el  orden  y  tenor  ordinario  de  las  cosas 
humanas  no  presentaba  estímulos  suíicientes  á  su  estragada  curiosidad. 
Llenábase  al  mismo  tiempo  su  fantasía  de  los  ejemplos  é  ideas  que  en- 
contraba en  aquellas  inmorales  novelas;  amores  adúlteros,  competencias 
de  mozuelos  que  trastornaban  el  mundo,  obediencia  ciega  á  caprichos 
femeniles,  venganzas  atroces  de  pequeñas  injurias,  desprecio  del  orden 
social,  máximas  de  violencia,  fiestas  de  un  lujo  desbaratado  y  loco,  pinturas 
y  descripciones  de  escenas  lúbricas  ;  y  los  libros  de  caballerías  llegaron  á 
ser  tan  perjudiciales  á  las  costumbres,  como  insufribles  á  la  razón  y  al 
buen  gusto. 

Estas  consideraciones  excitaron  el  celo  y  las  quejas  de  varones  sensa- 
tos y  piadosos.  Luis  Vives',  Alejo Vanegas-,  Diego  Gracián-*,  Melchor 
Cano  '',  Fray  Luis  de  Granada"^  y  Benito  Arias  Montano  ",  entre  otros 
sabios  de  menor  nombre,  declamaron  contra  los  males  que  la  lectura  de 
tales  libros  producía,  lamentándose  alguno  de  ellos  de  que  en  España 
abundaba  más  esta  peste  que  en  otros  reinos.  El  emperador  D.  Carlos,  en 
una  ley  del  año  1343,  mandaba  á  los  virreyes.  Audiencias  y  gobernadores 
de  Indias  que  no  los  consintiesen  imprimir,  vender,  tener  ni  llevar  á  sus 
distritos,  proveyendo  que  ningún  español  ni  indio  los  leyese  en  aquellos 
dominios^.  Igual  prohibición  reclamaban  para  la  Península  las  Cortes 
del  reino  celebradas  en  Valladolid  el  año  de  1555,  ponderando  los  daños 
que  su  lectura  ocasionaba,  especialmente  en  la  juventud  de  ambos  sexos, 
y  pidiendo  que  no  sólo  se  prohibiese  imprimirlos  en  adelante,  sino  tam- 
bién que  se  recogiesen  los  impresos  hasta  entonces  y  se  quemasen  8. 


i.  Lih.  II  De  cor rup lis  discipli7tis.  por   su    ociosidad    principalmente    se 

2.  Ortografía,  parte  II,  cap.  III.  ocupan  en  aquello, desvanécense  y  afició- 

3.  Prólogo  de  la  traducción  de  Jeno-  nanse  en  cierta  manera  á  los  casos  que 
fonte.  leen   en  aquellos  libros  haber  aconte- 

4.  L'ih.  XI  De  locis  theologicis,  cap.  \l.  cido,  ansí  de  amores  como  de  armas  y 

5.  Símbolo  de  la  Fe,  parte  II,  otras  vanidades;  y  aficionados,  cuando 
cap.  XVII.  se  ofrece  algún  caso   semejante,  danse 

6.  H/ietoric,  lib.  III,  párr.  43.  á  él  más  á  rienda  suelta  que  si  no    lo 

7.  Hecopilación  de  Leyes  de  Indias,  oviesen  leído  ;  y  muchas  veces  la 
lib.  I,tít.  XXIV,  ley  IV.  madre  deja  encerrada  la  hija  en  casa, 

8.  Petición  107  :  «  Otrosí  decimos  creyendo  la  deja  recogida,  y  queda 
que  está  muy  notorio  el  daño  que  en  leyendo  en  estos  semejantes  libros,  que 
estos  reinos  ha  hecho  y  hace  á  hom-  valdría  más  la  llevase  consigo  :  y  esto 
bres  mozos  y  doncellas  é  á  otros  gene-  no  solamente  redunda  en  daño  y  afrenta 
ros  de  gentes  leer  libros  de  mentiras  y  en  las  personas,  pero  en  gran  detri- 
vanidades,  como  son  Amadis  y  todos  mentó  de  las  conciencias,  porque 
los  libros  que  después  del  se  han  fin-  cuanto  más  se  aficionan  á  estas  vani- 
gido  de  su  calidad  y  lotura,  y  coplas  y  dades,  tanto  más  se  apartan  y  desgus- 
farsas  de  amores  y  otras  vanidades  ;  tan  de  la  doctrina  sancta.  verdadera  y 
porque  como  los  mancebos  y  doncellas  cristiana,   y    quedan    embelesados    en 


PKÓLOGO    Di;i,    COMENTARIO  XXV 

Mas  á  pesar  de  las  declamaciones  de  los  sabios,  de  los  deseos  solemne- 
mente declarados  de  las  Coites  y  de  las  disposiciones  de  las  leyes,  con- 
tinuaba siendo  general  la  afición  á  los  libros  caballerescos.  Un  historiógrafo 
de  Santa  Teresa  de  Jesús  nos  ha  conservado  la  noticia  de  que  escribió  uno 
de  ellos  esta  insigne  mujer  durante  su  primera  juventud,  en  que  gustó 
mucho  de  semejante  clase  de  lecturas  y  devaneos.  Las  hazañas  que  ilus- 
traron la  vida  de  1).  Fernando  de  Avalos,  marqués  de  Pescara,  célebre 
capitán  del  reinado  de  Garlos  V,  se  atribuían,  bien  ó  mal,  al  noble  ardor 
y  estímulos  de  la  gloria  que  había  criado  en  su  pecho  la  lección  frecuente 
de  historias  de  caballerías  en  sus  juveniles  años^  Las  dedicatorias  de 
muchos  libros  castellanos  de  esta  clase  nos  ensenan  que  el  gusto  y  la  pro- 
tección de  aquellas  composiciones  se  extendía  no  sólo  á  proceres  y 
grandes,  no  sólo  á  personas  constituidas  en  altas  dignidades  eclesiásticasy 
en  los  puestos  supremos  de  la  Magistratura,  sino  también  al  palacio  y  á  la 
familia  de  los  reyes.  Por  una  contradicción,  que  no  es  rara  entre  los 
preceptos  y  la  conducta  de  los  que  mandan,  el  emperador  D.  Carlos  pro- 
hibía, como  se  dijo  arriba,  ¿i  sus  vasallos  la  lectura  de  historias  caballe- 
rescas, y  se  deleitaba  en  la  de  D.  Bclianis  de  Grecia,  una  de  las  más  dispa- 
ratadas y  monstruosas  de  la  fantástica  biblioteca  ([:).  Queriendo  obsequiarle 
en  Flandes  su  hermana  la  reina  de  Hungría,  no  halló  medio  más  adecuado 
para  ello  que  darle  en  las  famosas  tiestas  de  Bins,  celebradas  el  año 
de  1549-,  el  espectáculo  de  las  aventuras  andantescas,  representadas  al 
vivo  por  los  principales  caballeros  de  la  corte.  El  grave  y  austero  Felipe  II, 
bien  que  entonces  joven  todavía,  no  se  desdeñó  de  concurrir  personal- 
mente aellas,  de  vestir  el  traje  y  hacer  el  papel  de  caballero  andante. 
Esta  conduela  del  Emperador  y  de  su  hijo  daba  pretextos  á  la  sátira,  y 
acaso  prestó  apoyo  á  la  opinión,  que  hubo  entre  algunos,  de  que  Cervantes 
quiso  ridiculizarla  en  su  Quijote. 

aquellas  maneras  de  hablar,   é  aficio-  seate   en   los  Estados  de  Flandes.    La 

nados,  como  dicho  es,  a  aquellos  casos.  respuesta  á  la  referida  petición  107  fué 

Y  para   el    remedio    de  lo  susodicho,  la  siguiente  : 

suplicamos  á  V.  M.  mande  que  uingúQ  «  A  esto  vos  respondemos  que  tene- 

libro  destos  ni  otros  semejantes  se  lea  mos    fecha  ley    y   pragmática  aueva- 

ni  imprima,  sobre  graves  penas  ;  y  los  mente,  por   la   cual  se  pone  remedio 

que   agora  hay   los    mande    recoger  y  cerca  de  lo  contenido  en  esta  petición 

quemar,  y  que  de  aquí  adelante  nin-  y  otras  cosas  que  convienen  al  servi- 

guno  pueda   imprimir    libro  ninguno,  ció  de  nuestro  Señor,  la  cual  se  publi- 

ni  copla  ni  farsas  sin  c|ue  primero  sean  cara  brevemente.  » 

vistos  y  examinados  por  los  de  vuestro  1.  D.  Nicolás  Antonio,  prólogo  de  la 

Real   Consejo  de  Justicia  ;  porque  en  Biblioteca  moderna  española. 

hacer  esto  ansí  V.  M.  har;i  gran  servi-  2.  De  ellas  escribió  Juan  Calvete  de 

ció  á  Dios,  quitando  las  gentes   destas  Estrella  una  relaciim  muy  circunstan- 

lecciones  de  libros  de  vanidades,  é  redu-  ciada,  que  se  imprimió  el  año  de  1S52. 
ciéndolas  á  leer  libros  religiosos  y  que 

edifiquen  las  ánimas  y  relormen  los  (?)  Aun  en  tiempos  más  cercanos  á  nuestra 
cuerpos,  y  á  estos  reinos  gran  bien  y  época  no  han  faltado  hombres  notables  que 
merced  ».  se  deleitasen  con  la  lectura  de  esta  clase  de 
El  emperador  no  conteste")  á  las  peti-  V'^''°s-  Según  Ticknor  {Historia  de  la  litera- 
í-innps  flp  psta<!  Portpt;  •  hí-/nln  p1  nñn  '"'""  ^^P^'^^'"--  ^0'"^  L  Pag-  -'o2)  el  celebre 
,  ?^.?o  ,  cortes  ,  ni/oio  el  ano  escritor  inglés  Johnson  pasó  un  verano  en- 
de I008  la  pnncesa  Dona  Juana,  a  noai-  tero  saboreando  la  lectura  de  FAixma>-te.  de 
bre  del  rey  D.  Felipe,  que  estaba  au-  üircania.                                    (M.  de  T.) 


XXVI  nON    QUIJOTK    DE    I.A    MANCHA 

Así  que  no  fué  extraño  que  la  afición  á  leer  y  componer  libros  de  caba- 
llerías se  mantuviese  en  España  á  la  sombra  de  tan  ilustres  y,  por  consi- 
guiente, tan  contagiosos  ejemplos.  Su  publicacióü  y  lectura  continua- 
ban libres  y  exentas  de  nota,  mientras  que  la  censura  trataba  con  rigor  y 
tildaba  las  producciones  de  Fray  Luis  de  Granada  y  otras  igualmente  piado- 
sas. Ni  se  ceñía  sólo  á  escritores  frivolos  y  proletarios  la  manía  de  escribir 
las  licciones'  caballerescas,  sino  que  alcanzaba  también  á  personas  de 
carácter  y  profesión  grave,  y  de  la  más  elevada  jerarquía.  Jerónimo  de 
Huerta,  traductor  de  la  Historia  natural  de  IMinio  y  médico  de  los  reyes, 
había  escrito  su  poema  andantesco  de  Florando  de  Castilla;  y  D.  Juan  de 
Silva  y  Toledo,  señor  de  Cañadahermosa,  imprimía  el  año  de  i 602  la 
Crónica  del  principe  D.  Policisne  de  Boecía,  cuyos  disparates  pueden  com- 
petir con  los  de  cualquiera  de  las  de  su  clase  que  le  habían  precedido. 
¿  Qué  más?  El  contagio  de  las  ideas  vulgares  había  cundido  y  penetrado 
hasta  los  claustros.  Fray  Gabriel  de  Mata,  fraile  observante,  publicó  en  los 
años  de  1587  y  1589  la  primera  y  segunda  parte  del  Poema  de  San  Francisco 
y  otros  Santos  de  su  Orden;  y  para  realzar  su  mérito,  discurrió  darle  el 
título  andantesco  de  Caballero  Asisio,  y  puso  al  frente  la  imagen  del  Santo 
puesto  á  caballo  y  armado  de  todas  armas,  á  semejanza  délas  que  se  ven  en 
los  más  de  los  libros  de  este  género,  el  caballo  encubertado  y  con  magnifico 
plumaje,  en  la  cimera  del  yelmo  una  cruz  con  los  clavos  y  corona  de 
espinas,  grabadas  en  el  escudo  las  cinco  llagas,  y  en  el  pendón  de  la  lanza 
pintada  la  Fe  con  la  cruz  y  el  cáliz,  y  una  letra  que  dice  :  En  esta  no  fal- 
taré. Imprimióse  libro  tan  singular  en  Bilbao  y  en  Logroño,  dedicado  al 
Condestable  de  Castilla,  y  con  muchos  elogios  y  aprobaciones,  entre  ellas 
la  de  D.  Alonso  de  Ercillo,  autor  de  La  Araucana. 

Tal  era  el  estado  de  las  cosas,  cuando  Miguel  de  Cervantes  concibió  el 
proyecto  de  desterrar  la  lectura  de  los  libros  caballerescos.  Un  hombre 
obscuro  y  desvalido,  sin  más  medios  ni  auxilios  que  su  ingenio  y  su  pluma, 
se  atrevió  á  acometer  una  empresa  á  que  no  habían  podido  dar  cabo  los 
esfuerzos  de  los  sabios  ni  de  las  leyes.  Pero  no  debemos  disimular  las 
circunstancias  que  favorecían  el  buen  éxito  del  arduo  designio. 

Desde  la  mitad  ó  antes  del  siglo  xvi,  la  ocupación  de  los  lectores  ociosos 
había  empezado  á  dividirse  entre  las  obras  prosaicas  y  métricas  de  caba- 
llería. Las  guerras  y  viajes  de  los  españoles  en  Italia  les  había  comunicado 
el  gusto  y  aprecio  de  la  literatura  de  aquella  culta  península,  y  hecho  cono- 
cer las  producciones  de  la  épica  caballeresca,  que  fundaron  y  acreditaron 
Pulci,  Boyardo  y  el  Ariosto.  Especialmente  el  Orlando  furioso  de  este 
último  se  trasladó  una  y  otra  vez  á  nuestro  idioma  en  prosa  y  en  verso,  y 
á,  su  imitación  intentaron  algunos  escritores  aplicar  los  atractivos  de  la 
poesía  á  las  historias  de  los  aventureros  andantes,  procurando  engalanar 
así  y  hacer  tolerables  las  absurdas  relaciones  de  los  sucesos.  Esto  produjo 
los  poemas  del  Satreyano,  del  Celidón  de  Iberia  y  del  Florando  de  Castilla. 
Oíros  poetas,  manifestando  más  á  las  claras  lo  que  daba  ocasión  á  sus 
composiciones,  cíjntiuuaron  el  argumento  del  Ariosto,  como  Nicolás  de 
Espinosa  en  su  Orlando,  Luis  Barahona  en  Las  Lágrimas,  y  Lope  de  Vega 
en  La  Hermosura  de  Angélica.  Unos  y  otros  aspiraron  á  emular  la  gloria 


pnÓLOGo  i)i:l  ccímentahIo  xxvil 

del  poeta  ferrares;  pero,  como  suele  sucedet*  en  casos  semejantes,  copia- 
ron los  defectos  y  no  las  bellezas  de  su  maestro,  y  todos,  aunque  en  muy 
diferentes  grados,  quedaron  inferiores  á  su  original.  Andando  el  tiempo, 
las  musas  castellanas,  fastidiadas  de  tanto  cantar  al  paladín  francés,  for- 
jaron linahnente  en  la  varia  y  festiva  imaginación  de  Ü.  Francisco  de 
Quevedo  el  Orlando  burlesco,  (\ne  se  estampí'»  entre  sus  numerosas  obras. 

Pero  antes  de  esto  había  precedido  en  Italia  otra  novedad  todavía  rtirás 
adversa  al  crédito  de  las  crónicas  de  los  caballeros  andantes.  Cuando 
depuesta  la  rusticidad  y  aspereza  de  la  Edad  Media  y  restablecidas  las 
letras,  fueron  visibles  los  progresos  de  la  cultura,  las  personas  delicadas 
empezaron  á  disgustarse  de  las  duras  y  sangrientas  escenas  de  los  libros 
de  caballerías,  y  á  preferir  lecturas  más  apacibles  y  más  acomodadas  á 
las  nuevas  costumbres.  Cansadas  de  batallas  y  acontecimientos  esti-epito- 
sos  y  sangrientos,  quisieron  pasar  de  los  emperadores  y  reyes  á  los  aldea- 
nos, del  arnés  al  pellico,  de  las  justas  y  torneos  á  las  danzas  y  fiestas 
pastoriles,  de  los  palacios  y  castillos  encantados  á  las  cabanas  y  á  las 
chozas.  A  las  descripciones  de  tormentas,  ruinas  y  destrozos  prefirieron 
las  pinturas  risueñas  de  la  vida  y  ejercicios  campestres;  á  las  cuevas  de 
hadas  y  nigromantes  las  márgenes  umbrosas  de  los  ríos,  los  floridos  pra- 
dos, las  frescas  fuentes,  ordinarios  descansos  y  mansión  de  los  pastores. 
Los. escritores  de  libros  de  entretenimiento,  sin  salir  de  los  asuntos 
del  ailior,  pasión  la  más  general  de  los  mortales,  la  que  presta  más 
variedad  á  la  pluma  y  más  interés  al  corazón,  y  ayudándose  con  las 
galas  de  la  poesía,  que  se  había  restaurado  también  con  los  demás 
ramos  de  las  letras  humanas,  se  dedicaron  á  describir  los  amores  ino- 
centes y  candorosos,  las  tiernas  y  sencillas  aventuras  de  los  habitantes 
del  campo  y  de  las  selvas.  Véase  aquí  el  origen  de  los  libros  bucólicos, 
mezclados  de  prosa  y  verso,  que  aparecieron  á  principios  del  siglo  s:vi 
en  el  teatro  de  la  literatura  europea.  Jacobo  Sanazaro  dio  ejemplo  en  su 
Arcadia  á  los  italianos.  Imitóle  después  en  España  Jorge  de  Montemayor, 
escribiendo  su  Diana,  en  que,  sin  abandonar  del  todo  la  relación  de 
encantamentos  y  episodios  guerreros,  introdujo,  aunque  portugués,  este 
gusto  en  Castilla.  Continuaron  el  argumento  de  la  Diana  Alonso  Pérez  y 
Gaspar  Gil  Polo;  por  igual  estilo  escribió  Miguel  de  Cervantes  la  Galaica, 
Luis  Gálvez  de  Montalvo  el  Pastor  de  Filida,  Suárez  de  Figueroa  la  Cons- 
tante Amarili,  Valbuena  el  Siglo  de  Oro,  Lope  de  Vega  su  Arcadia,  en  cuyO 
mismo  título,  igual  al  del  libro  de  Sanazaro,  indicó  el  origen  italiano  de 
este  linaje  de  composiciones. 

Empezaba  también  por  entonces  á  acreditarse  otra  especie  de  libros  de 
invención  y  de  ingenio,  en  que  no  tenían  parte  ni  los  pastores  ni  las  armas  ; 
género  de  literatura  á  que  dio  impulso  en  la  voluptuosa  Italia  el  Decame- 
rón  de  Boccaccio,  colección  de  cuentos  y  novelas  que,  traducida  ya  desde 
antiguo  al  castellano,  había  sido  quizá  el  (y)  que  había  dado  ocasión  en 
España  á  otras  composiciones  de  apacible  entretenimiento  que  se  escribie- 

(v)  Indudablemente  debe  leerseaquí:/ai'/u<',       Quandoque  bonus  dormitat  Bonierus. 
pues  se  refiere  á  colección  y  no  á  genero.  (M.  de  T.) 


XXVIll  DON    yUlJOTE    DE    LA    MANCHA 

ron  en  el  siglo  xvi,  unas  amorosas,  como  el  Patrañuelo  de  Juan  de  Timo- 
neda  y  la  Selva  de  aventuras  de  Jerónimo  de  Contreras,  otras  alegres  y 
picarescas,  como  el  Lazarillo  deTormesy  Giizmán  de  A//'aroc/tc.  Varios  escri- 
tores, entre  ellos  el  mismo  Corvantes,  iban  dando  forma  á  las  novelas 
castellanas  (o)  ;  algunas  traducciones  de  igual  clase,  hechas  del  toscano 
y  aun  del  latín  y  del  griego,  como  la  del  Amo  de  Oro  y  de  los  Amores  de 
Teágenes  y  Cariclca,  ocupaban  también  las  horas  ociosas  de  los  españoles, 
y  todos  eran  otros  tantos  portillos  hechos  en  la  cerca  que  defendía  la 
envejecida  allción  á  los  libros  de  caballerías. 

Para  acelerar  y  consumar  la  empresa  de  derrocarla  enteramente,  Cer- 
vantes tomó  un  camino  muy  distinto  del  que  habían  tomado  los  moralis- 
tas ylas  leyes,  y  se  valió  de  un  arma  más  eficaz  que  las  prohibiciones  y  los 
raciocinios.  Pintó  en  D.  Quijote  de  la  Mancha  lo  ridículo  del  caballero 
andante,  y  en  su  escudero  Sancho  lo  ridículo  délos  queapreciaban  y  daban 
valor  á  las  monstruosidades  caballerescas.  Presentó  á  uno  y  otro  en  varias 
situaciones  en  que,  siendo  el  objeto  de  laburlayrisa  de  los  lectores,  la  refle- 
jan sóbrelos  paladines  aventurerosy  los  apreciadores  de  sus  historias.  El 
lector  olvida  lo  que  pudo  haber  de  benéfico,  generoso  y  recomendable  en 
la  institución  primitiva  de  la  caballería  andante,  y  sólo  ve  sus  imperti- 
nentes exageraciones  de  amor  y  de  valentía,  lo  repugnante  y  los  inconve- 
nientes de  su  ejercicio,  su  incompatibilidad  con  la  civilización  y  el  orden. 
Con  esta  disposición  le  ofenden  más  los  desaforados  desatinos  de  sus  rela- 
ciones, lo  absurdo  de  sus  transformaciones  y  milagros,  la  fealdad  de  sus 
errores  históricos,  cronológicos  y  geográficos,  la  cansada  repetición  de 
aventuras,  encantos  y  torneos;  y  acabará  por  despreciar  los  libros  caba- 
llerescos, cobrarles  hastío  y  abandonar  su  lectura.  Tal  fué  en  general  el 
plan  de  Cervantes.  El  tiempo  ha  puesto  de  manifiesto  sus  resultados;  y 
aun  no  ha  faltado  quien  diga  que  lo  fuerte  del  remedio  produjo  ya  el 
exceso  contrario,  y  que  la  irrisión  que  hizo  nuestro  autor  de  los  libros 
comunes  de  la  caballería  andante  contribuyó  á  debilitar  las  ideas  y  máxi- 
mas del  antiguo  pundonor  castellano. 

Como  quiera,  el  triunfo  del  Quijote  fué  el  máscompleto  que  cabe  en  la 
materia.  La  historia  caballeresca  de  D.  Policisne  de  Boecia,  impresa  en 
el  año  de  1602,  fué  el  último  libro  de  su  clase  que  se  compuso  en  España. 
El  Ingenioso  Hidalgo  se  imprimió  el  año  de  1605,  y  después  de  esta  época 
no  se  publicó  de  nuevo  libro  alguno  de  caballerías,  y  dejaron  de  reimpri- 
mirse los  anteriores.  Todos  ellos  se  han  hecho  alhajas  raras  en  las 
bibliotecas  de  los  curiosos;  de  algunos  no  queda  más  que  la  memoria,  y 
quizá  se  ha  perdido  absolutamente  la  de  otros. 

Mas  á  pesar  del  singular  mérito  del  libro  que  obró  este  prodigio,  no  se 
eximió  de  las  alternativas  de  la  varia  fortuna.  En  sus  principios  fué  mirado 
con  desdén    por   algunos  literatos,  que,  no   alcanzando   sus  primores, 

(S)  El  erudito  escritor  y  académico  señor  se  encuentran  muy  interesantes  noticias  en 

Cotareio  y  Mori,  á  quien  tanto  debe  ya  núes-  el  muy  notable  libro  consagrado  á  Las  No- 

tra   literatura,  lia   empezado  á  ¡lubiicar  en  velas  ejemplares  de  Cervantes  por  el  meji- 

Madrid  ediciones  criticas  de  las  novelas  espa-  cano  señur  Icaza,  y  pieniiado  por  el  Alteneo 

ñola»  deaquella  época.  A  cerca  délas  mismas  de  Madrid.  '  (M.  de  T.) 


PRÓLOGO    DEI-    COMENTARIO  XXIX 

aunque  lestipos  de  su  popuUuidad  y  de  la  aceptación  universal,  calificaban 
á  su  autor  de  iní,'enio  lego  y  plebeyo.  Repetíanse  sin  cesar  las  ediciones 
del  QuMoiE,  no  había  español  que  no  lo  leyese  y  volviese  á  leerlo ;  pero 
no  excitaba  su  particular  entusiasmo  ni  sus  elogios.  Gozaba  España  del 
placer  que  le  proporcionaba  la  lectura  de  esta  admirable  fábula,  como  los 
campos  gozan  de  las  benétícas  inlluencias  del  sol,  sin  dar  muestras  de 
agradecerlas.  Las  señalesextraordinarias  con  que  las  naciones  extranjeras, 
y  señaladamente  la  inglesa,  entrado  ya  el  siglo  xviii,  manifestaron  el 
aprecio  que  hacían  del  Quijote  (e),  sacaron  por  fin  á  los  españoles  de  su 
indiferencia,  y  á  ésta  sucedió  una  exagerada  admiración  que  ya  rayaba  en 
idolatría.  D.  Vicente  de  los  liíos,  escritor  cultísimo,  se  mostró  jefe  y 
cabeza  de  esta  escuela  de  adoradores  del  Quuotií,  en  el  Análisis  que  dis- 
puso para  que  se  publicase  al  frente  de  la  ediciim  hecha  por  la  Academia 
Española  el  año  de  1780.  Lo  vehemente  y  apasionado  de  sus  elogios  ha 
dado  motivo  á  críticas  y  disputas  más  ó  menos  acaloradas,  y  en  esta  diver- 
sidad y  contradicción  de  opiniones  es  menester  mucho  pulso  y  cuidado 
para  caminar  con  pie  firme,  y  seguir  lo  justo  sin  declinar  á  uno  ni  otro 
extremo. 

¡  Desgraciado  de  aquel  á  quien  no  suspendan  y  arrebaten  las  gracias  y 
bellezas  admirables,  originales,  únicas  del  Quijote!  Mas  sin  embargo  de 
este  testimonio  de  aprecio  y  veneración,  homenaje  debido  de  justicia  al 
inmortal  Cervantes,  no  puede  menosde  reconocerse  que  escribió  su  fábula 
con  una  negligencia  y  desaliño  que  parece  inexplicable  iX,).  La  escribió 
dejando  correr  la  vena  de  su  ingenio,  sin  seguir  regla  ni  imponerse 
sujeción  alguna;  y  así  como  su  héroe  erraba  por  llanos  y  por  montes 
sin  llevar  camino  cierto,  en  busca  de  las  aventuras  que  la  casualidad  le 
deparase,  del  propio  modo  el  pintor  de  sus  hazañas  iba  copiando  al 
acaso  y  sin  premeditación  lo  que  le  dictaba  su  lozana  y  regocijada  fan- 
tasía. La  misma  fábula  ofrece  repetidas  pruebas  de  que  su  autor  no.volvía 
á  leer  lo  que  había  escrito.  Cervantes  ignoraba  el  precio  y  valor  del 
Quijote,  y  daba  al  parecer  la  preferencia  á  su  novela  de  los  Trabajos  de 
Pérsiles  y  Sigismunda.  Así  se  compuso  un  libro  de  tanto  mérito,  y  que, 
no  obstante  sus  defectos,  ocupará  siempre  un  lugar  distinguido  entre  las 
producciones  magistrales  del  entendimiento  humano. 

Cervantes,  ai  escribir  su  Quijote,  entraba  en  una  carrera  enteramente 
nueva  y  desconocida.  Halló  el  molde  de  su  héroe  en  la  naturaleza  hermo- 
seada por  su  fecunda  y  feliz  imaginación;  creó  un  nuevo  género  de  com- 
posición para  el  que  no  había  reglas  establecidas,  y  no  siguió  otras  que 
las  que  le    sugería  naturalmente  y  sin  esfuerzo  su  propio  discurso.  De 

(«)  Es  digno  de  notarse  que  los  españoles  que  le  admiraran  los  extranjeros  para  que 

hemos   sido   coa  frecuencia  despreciadores  reconociésemos  su  mérito.  (M.  de  T.i 

del  méritu  de  nuestros  propios  genios,  cuando  (;;  Kespecto  á  este  punto  veáse  ia  nota  S, 

estos   no  se   recomendaban  por  lo  encum-  liág- IH-  l.^o  extraño  es  que,  en  estas  mismas 

brado  de  su   fortuna  o  de  bU   posición.  Kl  palabras,  en  que  el  autor  extrema  su  censura 

mismo  Kamon  y  Cajal,  mientras  luchó  tita-  comete  una  ¡alta  de  sintaxis.  Puesto  que  ha- 

nicarnente  con  la  obscuridad  y  la  pobreza,  bla  de  negiicjuncia  y  desatirió,  debía,  agregar : 

se  vió  desconocido  eu  su  patria.  Fue  preciso  que  parecen  inexplicables.  (M.  iie  i.) 


:!ÍXX  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

Cervantes  puede  decirse  lo  mismo  que  Veleyo  Fatérculo  dijo  de  Homero: 
ni  iuvo^ntcs  á  quien  copiar,  ni  después  ha  tenido  quien  le  copi^  ;  y  ^í^te  es 
pl  úpico  paralplo  que  cabe  entrp  el  poeta  griego  y  el  fabulista  (tj)  caste- 
llano. 

Los  que  con  más  aparato  de  reflexiones  y  arguinenlos  han  elogiado  el 
QuijOTB  de  Cervantes,  han  solido  empeñarse  en  rnostrar  que  eq  tal  ó  tal 
punió  imitó  ó  superó  á  los  antiguos;  pero  en  ello  estrecharon  demasia- 
dan^enle  la  esfera  de  su  asunto  y  el  camino  que  debieran  seguir  en  sus 
especulaciones.  Olvidaron,  al  parecer,  que  las  obras  de  ingenio  más 
célebres  de  la  antigüedad  precedieron  al  arte;  que  los  preceptos  de  Aris- 
tóteles fueron  posteriores  á  Homero,  y  las  instituciones  dp  Qviintiliano  á 
Cicerón.  Los  h()mbres  instruidos  á  quienes  embelesaba  la  lectura  de  los 
modelos  primitivos,  se  detuvieron  en  los  pasajes  que  cautivaron  más  sy 
atenci()n  y  les  produjeron  impresiones  más  profundas  de  interésy  placer; 
examinaron  lo  que  para  ello  habían  hecho  sus  autores,  lo  redujeron  á 
máximas  generales,  y  he  aquí  las  reglas.  Esta  consideración  persuade  que 
las  coinposicion*'s  de  gánero  nuevo  más  deben  juzgarse  porel  efecto  que 
produce  su  lectura  que  por  su  comparación  con  otras  de  géneros  ante- 
riores, cuyas  reglas  no  son  enteramente  aplicables  al  nuevo.  Enhorabuena 
que  el  juicio  formado  por  las  primeras  impresiones  se  traiga  después  al 
exa^nen  circunspecto  y  severo  déla  filosofía;  que  se  ascienda  á  conside- 
raciones sóbrelas  fuentes  de  lo  bello  en  las  artes  de  imitación  ;  que  se 
esplique  la  doctrina  de  las  unida^ps ;  q\|e  se  traigan  á  colación  los  ejem- 
plos de  antiguos  y  modernos  ;  el  resultado  será  siempre  el  mismo,  y  los 
fallos  del  lector  atento  y  juicioso,  tanto  sobre  las  bellezas  como  sobre 
los  defectos  de  la  obra,  se  hallarán  constantemente  conformes  con  la 
razón. 

En  todas  las  composiciones  de  invención  y  de  ingenio  hay  un  principio 
general  é  invariable  ;  el  intento  debe  ser  uno  para  no  debilitar  la  aten- 
ción y  el  interés;  pero  en  los  diversos  géneros  son  también  diversos  los 
medios,  y,  por  consiguiente,  las  reglas  para  conseguir  el  intento.  Una 
composición  lírica  presenta  el  arrebato  de  una  imaginación  fogosa  y  agi- 
tada, que  abandonándose  al  estro  que  le  inspira,  se  desahoga  en  expre- 
siones sublimes  y  ofrece  en  un  cuadro  reducido  ideas  exageradas  y  fuerte?; 
esta  situación,  como  violenta,  no  puede  ser  larga,  y,  por  lo  tanto,  la  oda 
debe  ser  breve  ;  corno  apasionada,  po  puede  ser  serena;  ha  de  presentar 
tipias  de  ohscuridad  y  desorden,  envolver  el  enlace  dp  las  ideas,  preci- 
pitarlas, dar  á  entender  tqdavía  más  de  lo  que  dice.  El  género  bucólico 
describe  las  fuentes,  los  prados,  los  bosques,  y  las  pasiones  y  afecl-os  4? 
sus  habitantes;  el  estilo  y  las  imágenes  han  de  corresponder  á  su  objeto  : 
el  lenguaje  sea  sencillo  como  la  naturaleza,  llano  é  ingenuo  como  los 
pastores,  tierno  y  sentido  como  las  zagalas.  El  drama  ofrece  á  los  espec- 
tadores un  suceso  que  los  enseña  ó  los  escarmienta,  y  para  ello  trata  de 
hacerla  imitación  completa  en  lo  posible  ;  de  aquí  la  necesidad    de   que 


(r.)  14ás  propio  sería  :  noveliatn.  (M.  de  T. 


PROLOGO    DEI.    COMENTARIO  XXXI 

no  se  canibie  de  sitio,  ni  la  duración  se  extienda  á  más  de  lo  quelavero- 
siinilitud  permito.  La  r'pica  pinta  una  acciim  noble  y  extraordinaria,  ador- 
nada con  tuda  la  pompa  y  atavíos  que  prestan  la  historia,  la  fábula,  las 
tradiciones  populares  y  la  inventiva  del  poeta  ;  la  iinidad  del  lugar,  que 
es  necesaria  en  el  drama,  sería  absurda  en  la  epopeya;  su  duración  debe 
ser  proporcionada  al  tamaño  y  naturaleza  dd  argumento  ;  pero  concen- 
trándose en  el  espacio  conveniente  como  los  rayos  del  sol  en  un  foco,  para 
que  sea  más  vivo  el  caloré  interesen  el  ánimo  de  los  lectores. 

Supuestos  estos  principios,  que  no  pueden  menos  de  reconocerse  como 
ciertos,  ¿cuáles  deberán  ser  las  reglas  que  rijan  en  un  argumento  de  la 
naturaleza  del  Quijote?  ¿  Cuáles  son  lo?  canopes  de  la  fábula  satírico-fes- 
tiva que,  para  el  entretenimiento  y  enseñanza  de  quien  la  lee,  dicta  la 
esencia  de  su  objeto?  Desde  luego  se  ve  que  no  exige  ni  la  sublimidad 
de  laura,  ni  la  ilusión  teatral  del  drama,  ni  la  maravillosa  ostentación 
de  la  epopeya  ;  tampoco  le  conviene  el  sesgo  tenor  de  la  historia,  el  cual 
la  privaría  de  muchas  ventajas  y  la  reduciría  á  la  condición  de  una 
novela  ordinaria,  masó  menos  recomendable. Es  cierto  que  cuando lasno- 
velas  son  breves  y  sus  asuntos  sencillos,  apenas  admiten  otro  artificio  ni 
otros  adornos  que  el  orden,  la  claridad,  la  pureza  del  lenguaje 
y  la  conveniencia  del  estilo  ;  pero  también  es  indudable  que  cuando 
tienen  mayor  extensión  y  abrazan  mayor  círculo  de  sucesos,  pueden 
recibir  grandes  mejoras  de  su  disposición,  ciñéndose  aun  cuadro  de  pro- 
porcionada magnitud  en  que  los  incidentes  de  menor  bulto  se  subordinen 
á  una  acción  principal, y  reforzando  su  importancia,  mantengan  la  curio- 
sidad y  el  placer.  Por  falta  de  esto  suelen  fatigar  las  novelas  largas,  como 
El  Gil  Blas  de  Saiitillatia,  El  Escudero  Marcos  de  Obregón,  Los  Picaros  Guz- 
mán  y  Justina,  k  pesar  del  mérito  de  sus  pormenores  y  de  su  lenguaje. 
En  ellas  no  domina  ni  campea  una  acción  principal  ;  todos  son  aconteci- 
mientos é  incidentes  ensartados  unos  tras  otros,  sin  unidad  ni  término 
conocido  ;  y  como  la  atención  y  el  interés  del  lector  caminan  á  la  par 
en  estas  materias,  cuando  el  camino  es  largo  y  no  se  presiente  su  fin,  la 
atención  se  cansa  y  el  interés  se  pierde.  El  prudente  escritor  de  compo- 
siciones de  esta  clase  tratará  con  mucho  cuidado  de  evitar  semejante 
escollo.  Si  escoge  un  objeto  primario  á  que  se  dirijan  las  partes  subal- 
ternas de  su  obra;  si  limita  la  duración  por  medio  de  una  exposición 
oportuna  que  excuse  largos  preámbulos;  si  esfuerza  y  realza  el  intento 
principal  con  los  episodios,  y  si  después  de  excitar  el  interés  hasta  donde 
permita  la  naturaleza  del  asunto  sabe  poner  fin  verosímil  y  oportuno  á  la 
acción,  este  tal  ha  llenado  todos  los  números,  y  merece  un  puesto  de 
honor  entre  los  fabulistas. 

Así  lo  pi'acticó  Cervantes  en  su  Quijote.  Estoy  muy  lejos  de  creer  que 
su  conducta  fué  efecto  de  largas  y  profundas  meditaciones ;  antes  al 
contrario,  todo  muestra  que  no  procedió  con  sujeción  á  plan  alguno  for- 
mado de  antemano,  y  que  el  Quijote  se  fundió  como  por  sí  mismo  en  la 
oficina  de  un  feliz  y  bien  organizado  entendimiento.  Cervantes  óbremenos 
por  reflexión  que  por  instinto;  apenas  daba  importancia  y  atención  á  lo 


XXXII  DON    QUIJOTE   DE    I.A    MANCHA 

que  escribía  ;  que  sólo  así  puede  explicarse  la  reunión  de  tantas  bellezas 
con  tanta  incorrección  y  tantas  distracciones  (0). 

El  argumento  de  la  fábula  es  la  empresa  de  un  hidalgo  manchego  que, 
infatuado  con  la  lectura  de  los  libros  caballerescos,  se  propone  renovar 
el  ejercicio  y  profesión  de  la  caballería  andante,  como  necesaria  para  el 
bien  y  felicidad  del  mundo.  La  acción  empieza  en  el  [¡unto  en  que  se 
exíilta  y  llega  á  su  colmo  la  locura  del  hidalgo;  y  éste  es  el  principio  que 
convino  á  la  fábula  para  abreviar  su  duración  y  reducirl.i  á  menor  espacio. 
El  desenlace  hubo  de  ser  el  fin  de  la  locura,  que  se  verificí'i  poco  antes 
de  la  muerte  del  héroe.  Cervantes  llenó  el  intermedio  con  incidentes  y 
episodios  variados  y  divertidos,  que  empeñaban  más  y  más  en  su  loco 
propósito  al  protagonista  ;  entretejió  con  los  sucesos  los  inimitables 
diálogos  del  amo  y  el  escudero  ;  á  las  dificultades  y  trámites  de  las  em- 
presas en  la  épica  sustituyó  los  trabajos  y  los  palos  de  D.  Quijote,  y  el 
manteamiento  y  azotes  de  Sancho;  remedó  y  ridiculizó  lo  maravilloso  de 
la  historia  caballeresca  en  el  encantamiento  de  D.  Quijote  y  su  encierro 
en  la  jaula,  en  el  viaje  de  Clavileño,  en  la  resurrección  de  Altisidora,  en  la 
cueva  de  Montesinos,  en  el  encanto  y  desencanto  de  Dulcinea;  y  ofre- 
ciendo así  tantos  motivos  de  placer  á  sus  lectores,  consiguió  el  objeto 
moral  de  su  libro,  que  era  hacer  despreciables  y  desterrar  los  de  la  caba- 
llería andante. 

Si  á  la  sencillez  del  argumento  hubiera  acompañado  más  estudio  y 
esmero  en  los  pormenores  relativos  á  la  disposición  de  la  fábula,  y  mayor 
corrección  y  lima  en  el  lenguaje,  el  Quijote  sin  duda  hubiera  alcanzado 
mayores  quilates  de  perfección.  Hubiera  debido  preferirse  que  fuese  una 
sola  la  salida  de  D.  Quijote  en  lugar  de  las  tres  que  hizo,  y  que  pudieran 
parecer  tres  acciones  diferentes.  Échase  de  menos  la  trabazón  y  enlace 
que  sería  de  desear  entre  las  dos  partes  en  que  se  divide  la  fábula  ;  todos 
los  incidentes  de  la  primera  quedan  concluidos  con  ella,  nada  queda  pen- 
diente que  excite  la  curiosidad  y  el  deseo  de  la  continuación.  Estos  son 
dos  de  los  más  notables  defectos  del  Quijote.  Entre  los  episodios  hay  algu- 
nos que  no  tienen  la  conexión  conveniente  con  la  acción  principal  ;  lacen- 
sura  pública  obligó  á  nuestro  autor  á  corregirse  de  este  lujo  de  invención 
en  la  segunda  parte,  que  imprimió  diez  años  después  de  la  primera;  pero 
las  mismas  excusas  que  alega  en  su  defensa,  manifiestan  que  no  tenía 
ideas  científicas  del  arte  de  escribir,  ni  había  meditado  mucho  sobre  el 
asunto  '^ij.  El  ingenio  de  Cervantes,  á  semejanza  de  un  prado  sin  cultivo  y 
abandonado  á  sí  mismo,  producía  las  flores  que  la  bondad  y  feracidad 
del  terreno  llevaba  espontáneamente,  sin  estudio  ni  esfuerzo  alguno. 

(6)  La  atenta  lectura  del  Quijote  hace  ver,  como  la  descripción  de  la  edad  de  oro.  el  dis- 

al  contrario,  que   fué   obra   profundamente  curso  de  las  armas  y  las   letras  y  otros  mi 

estudiada.  Por  lo  que  hace  a  las  distrac-  no  se  escriben  á  vuela  pluma.  Kl  mismo  Cle- 

ciones,  no  son  tantas  ni  tan  extraordinarias  mencin.que  escribía  con  el  mayor  reposo  y 

como    pretende    Glemencin,    tratan<lose    de  sin  las  preocupaciones  que  asediaron  a  Ccr- 

obra  tan  extensa.  Por  lo  que  se  refiere  á  in-  vantes.  presenta    con    frecuencia   incorrec- 

correcciones,   cualquiera  de  los  contempó-  ciones  y  descuidos  de  lenguaje.    (M.  de  T.) 

ráneos  de  Cervantes  las  presenta  en  mayor  (;)  Glemencin  se  hace  eco,  en  estas  lineas 

número.  Trozos  tan  admirables  y  melodiosos  y  en  las  siguientes,  de  todas  las  criticas  ram- 


PROLOGO    OEL   COMENTARIO  XXXIÍI 

Igual  negligencia  se  advierte  en  el  cómputo  del  tiempo.;  Cuánto  no 
hubiera  sorprendido  á  Cervantes,  cuando  escribía  el  Ingenioso  Hidalgo,  la 
noticia  de  que  llegaría  un  tiempo  en  que  con  el  calendario  en  la  mano  se 
seguiría  paso  á  paso  la  serie  de  los  de  su  héroe  para  lijarlo  que  había  du- 
rado el  período  de  su  locura,  y  que  habría  quien  lo  ciñese  al  espacio  nimás 
ni  menos  de  ciento  sesenta  y  cinco  días!  ¡  Cuan  lejos  estuvo  de  pensar  en 
esto  Cervantes!  Bien  que,  según  puede  observarse  en  su  abono,  el  tiempo 
necesario  para  los  sucesos  que  se  cuentan  no  excede  del  término  que 
convi(Mie  para  evitar  la  languidez  de  la  narración,  y  evitar  el  fastidio  de 
los  que  la  escuchan  ó  leen. 

Pero  son  inexcusables  las  faltas  que  se  observan  en  el  Quijote  contra  la 
cronología  (x).Un  libro  que  refiere  como  coetáneos  sucesos  de  los  reinados  de 
los  dos  Felipes  II  y  111 ;  que  menciona  la  expulsión  de  los  moriscos  verifi- 
cada en  1610,  y  la  publicación  del  Quijote  de  Avellaneda,  que  fué  en  1614, 
este  mismo  libro  se  asegura  que  es  traducción  de  un  original  arábigo,  con- 
tenido en  cartapacios  y  papeles  viejos  que  ya  se  consideraban  aniquilados 
á  manos  del  tiempo,  dcvoradory  consumidor  de  todas  las  cosas;  y  se  supone 
que  se  sacó  de  memorias  y  tradiciones  populares,  y  de  pergaminos  encon- 
trados en  una  caja  de  plomo  descubierta  entre  las  ruinas  de  antiguos  edi- 
licios.  Los  anacronismos  destruyen  la  verdad  en  ¡as  historias  y  la  verosi- 
militud en  las  fábulas;  donde,  como  discretamente  dijo  el  mismo 
Cervantes,  tanto  la  mentira  es  mejor,  cuanto  más  parece  verdadera,  siendo 
imposible  que  admire  y  agrade  el  escritor  de  obras  de  ingenio  que  huyere 
de  la  verosimilitud  y  de  la  imitación,  en  quien  consiste  la  perfección  de  lo  que 
se  escribe[K).  Cervantes  se  juzgó  y  condenó  en  este  pasaje.  Sólo  la  verdad  es 
hermosa,  y  la  verdad  en  los  libros  de  invención  no  es  más  que  la  verosi- 
militud. 

En  defensa  de  los  anacronismos  de  Cervantes  se  ha  alegado  el  de  Dido 
en  la  Eneida,  como  si  los  del  Quijote  fuesen  uno  solo,  como  si  tuvieran 
con  el  fondo  y  esencia  de  la  fábula  la  relación  que  el  de  Dido  con  la  fun- 
dación de  Roma  y  su  rivalidad  con  Cartago,  como  si  la  inversión  del 
tiempo  en  épocas  remotas  é  ignoradas  pudiese  ofender  al   lector   tanto 


pionas  y  de  bajo  vuelo  dirigidas  en  todas  las  ria?  Por  lo  que  hace  al  cargo  fundado  en  las 

épocas  por  los  pedantes  y  los  dómines  á  las  palabras  de  Cervantes  acerca  de  los  nianus- 

obras  del  genio.   Estos  graves  y  pedestres  cri  tos  de  que  sacó  su  histuria,  no  puede  darse 

aristarcos  pretenden  acomodar  el  impetuoso  nada  más  candido  y  falto  de  substancia, 
vuelo  del  águila  al  lento  y  desgarbado  andar  "  (M.  de  T.) 

de  una  palniípeda.  Lo  qiie  más  debe  mará-  (/.)  Estas  palabras  no  hacen  mucho  honor 

villarlos  es  (jue.  con  tanta  ignorancia  y  tantos  al    criterio     estético     de     Clemencín.     La 

defectos,  haya  loi,'rado  el   inmortal  Manco  admiración  de  todas  las  generaciones  y  de 

dar  eterna  vida  á  nuestro  idioma.  todas  los  países,  los  variados  esfuerzos  de 

Nocedal,  en  su  discurso  de  Recepción  en  la  los  artistas  más  afamados  por  reproducir, 

Academia,  dice  de  nuestra  lengua,  que  :  es  con  toda  la  vida  que  su  autor  les  comunicó, 

imperecedeía  " pues  cuenta  con  inmortal  se-  las  grandes  figuras  de  la  inmortal  historia 

gura  desde   que  se    titula  lengu.\    i»e   Cer-  (D.  Quijote. Sancho,  el  ventero,  bulcinea, etc.) 

VANTEs».  ÍM.  de  T.)  y  la   verdad  que   respiran    las    admirables 

(x)¿Qué   culpa  tiene    Cervantes   de  que  descripciones  en  que  abunda  el  (/«íjoíe,  son 

haya  en  el  mundo  tantos  chiflados   ¡¡areci-  la    mejor    prueba  de   que    Cervantes    llegó 

doíí  á  su  héroe,  que  crean   en    doncellas   y  adonde  muy  pocos  han  llegado  en  punto  a 

castillos  encantados  y  sometan  una  obra  de  verosimilitud  é  imitación,  (M.  de  T.j 

pura  imaginación  á'los  cánones  de  la  histo- 


i 


XXXIV  nON    QTI.TOTE    DE    I..\    MANCHA 

como  on  otras  cercanas  y  conocidas.  No    son  los  anacronismos   de   Ctr- 
vantes  de  la  naturaleza  del  de  Virgilio. 

Más  indulgencia  merece  el  Quijote  en  la  parte  geográfica.  Los  reparos 
que  pudieran  oponérsele  en  este  punto  son  de  corta  importancia,  y  des- 
aparecen entre  los  resplandores  de  mayores  bellezas. 

l>os  caracteres  de  las  personas  subalternas  de  la  fábula  están  trazados 
magistralmente.  I.a  bellaquería  del  ventero  que  armó  á  D.  Quijote,  la 
discreción  de  Dorotea,  la  conducta  villana  de  los  galeotes,  el  despejo 
apicarado  de  Ginés  de  Pasamonte,  la  ingenuidad  pueril  de  Doña  Clara,  la 
indulgencia  é  instrucción  del  Canónigo  de  Toledo,  el  lenguaje  rústico  y 
zabareño  de  las  labradoras  del  Toboso,  el  reposado  aseo  de  la  casa  de 
Ü.  Diego  de  Miranda,  la  atolondrada  afición  de  los  duques  á  divertirse, 
las  sandeces  deDoña  Uodríguez,  la  burlesca  prosopopeya  del  Doctor  Pedro 
Recio,  la  saladísima  escena  del  labrador,  pintor  y  socarrón  de  Migueltu- 
rra,  sin  entrar  en  cuenta  las  personas  del  Cura,  del  Barbero  ydel  BaclüUer, 
suministran  una  porción  de  cuadros  tan  agradables  por  su  variedad,  como 
por  la  destreza  con  que  están  delineados. 

Si  hablamos  de  los  dos  personajes  principales,  el  carácter  deD.  Quijote 
se  conserva  con  igualdad  desde  el  principio  hasta  el  fin  ;  honrado,  bon- 
dadoso, desinteresado,  discreto  y  juicioso,  si  no  en  el  punto  de  la  caba- 
llería; en  éste,  exaltado  y  loco.  Si  divierte  y  hace  reir  por  los  extravíos 
de  su  cerebro,  interesa  al  mismo  tiempo  por  las  inclinaciones  y  bondad 
de  su  corazi3n.  Cervantes  reunió  hábilmente  las  dos  circunstancias  en  su 
protagonista.  Un  héroe  solamente  ridículo  hubiera  podido  divertir,  pero 
no  interesar;  Cervantes  logró  uno  y  otro,  juntando  en  un  mismo  sujeto 
las  extravagancias  del  caballero  de  la  Trifste  Figura  con  las  honradas  y  vir- 
tuosas prendas  de  Alonso  Quijano  el  Bueno;  se  ríen  las  ocurrencias  del 
primero,  y  no  se  puede  menos  de  amar  al  segundo.  El  carácter  de  Sancho 
vacila  algún  tanto;  pero  el  lector,  embelesado  con  las  inimitables 
gracias  y  sales  de  este  personaje,  no  eiha  de  ver  la  inconstancia,  ó  la 
perdona  fácilmente. 

La  invención  es  admirable,  tan  original  en  sí  como  oportuna  en  su 
aplicaci(3n  y  proporcionada  á  su  objeto:  el  estilo  variado  conveniente- 
mente y  acomodado  á  las  circunstancias  de  tiempo,  lugar  y  personas;  el 
lenguaje  á  veces  descuidado(a),  pero  con  pocas  excepciones  puro  y  castizo. 
Las  ideas  no  siempre  están  bien  coordinadas  entre  sí ;  hay  olvidos,  dis- 
tracciones, inconsecuencias.  La  moral,  buena  en  lo  general,  aunque  con 
algunas  sombras,  raras  á  la  v(;rilad,  de  una  ú  otra  imagen  ó  expresión 
menos  decente  ;  en  el  tiempo  que  se  escribió  el  Quijote,  pudo  su  autor 
pasar  por  austero.  Sátira  delicada  de  vicios  y  errores  comunes,  gracejo 
frecuentemente  urbanísimo,  pero  que  alguna  vez  declina  á  vulgar  ;  jui- 
cio recto  y  desenfadado  ;  mas  no  exento  enteramente  y  en  todas  ocasiones 
de  las  preocupaciones  'le  su  siglo. 

(•^)  Además  de  lo  ya  armntado  acerca  de  moral  y  económica  de  Cervantes  al  escribii' 
sete  punto  en  notas  anteriores,  es  muy  digno  y  publicar  Jil  fjuijote.  en  las  primeras  líneas 
de  leerse  el  conciso  v  valiente  cuadro  que  déla  Advertencia  á  su  edición  de  las  1633  no- 
traza  Hartzenbusch   de  la    situación   física  tas  á  la  edición  de  Fabra.  (M.  de  T.) 


PRÓLOr.O    DEL    COMENTARIO  XXXV 

De  estos  indicados  elementos  de  tantas  prendas  recoinendaljles  mez- 
cladas con  algunas  imperfecciones  y  muchos  descuidos,  se  compone  un 
lodo  que  el  lector  no  sabe  dejar  de  las  manos  ;  un  libro  que  ha  sido,  es 
y  será  siempre  el  encanto  y  embeleso  de  los  españoles,  y  aun  de  los 
extranjeros,  á  pesar  de  que  el  menor  conocimiento  de  nuestros  usos  y 
costumbres,  de  nuestro  lenguaje  familiar,  de  nuestras  tradiciones  y 
cuentos  populares  les  esconde  gran  parte  de  sus  primores.  ¡  Cuánto  debe 
ser  el  exceso  de  éstos  sobre  los  defectos!  Autorcillos  obscuros  y  poco 
estimables  se  atrevieron  en  estos  últimos  tiempos  á  despr(;ciar  lo  que  no 
merecían  entender  ;  imprimieron  dentro  y  fuera  del  reino  observa- 
ciones y  críticas  contra  el  Quijote;  pero  la  opiniíín  y  consentimiento 
universal  los  ha  reducido  al  silencio  y  sepultado  en  el  olvido,  y  el  Quijote 
ha  quedado  en  posesión  del  crédito  y  aceptación  que  le  corresponde 
como  al  libro  más  original  que  ha  producido  la  moderna  literatura. 

Bueno  será  examinarlo  menudamente,  y  hacer,  digámoslo  así,  anato- 
mía de  obra  tan  singular;  reducirá  su  debido  valorías  hipérboles  y  ciega 
admiración  de  los  unos,  y  las  acriminaciones  y  censuras  de  los  otros. 
Esto  es  lo  que  se  ha  procurado  hacer  en  el  presente  Comentario,  notando 
con  imparcialidad  los  rasgos  admirables  y  las  imperfecciones,  el  artificio 
de  la  fábula  y  las  negligencias  del  autor,  las  bellezas  y  los  defectos  que 
suele  ofrecer  mezclados  el  Ingenioso  Hidalgo.  Acaso  se  me  tildará  de  ni- 
miamente severo  en  lo  que  me  parece  reprensible;  acaso  los  amantes 
indiscretos  de  la  gloria  nacional,  en  que  tiene  tanta  parte  la  de  Cervantes, 
me  acusarán  de  indiferente  y  aun  de  contrario  á  ella;  pero  serán  injus- 
tos. La  verdad  sincera  y  serena  debe  distribuir  los  elogios  y  las  censu- 
ras. El  Quijote  tiene  lunares,  y  tratándose  de  un  libro  que  anda  en  manos 
de  todos,  y  que  es  uno  de  los  que  principalmente  se  proponen  para  mo- 
delos del  gusto  y  del  idioma,  conviene  por  lo  mismo  indicar  con  más 
particularidad  y  especificación  sus  defectos;  á  la  manera  que  en  las  car- 
tas de  marear  se  deben  señalar  con  cuidado  mayor  los  escollos  en  que 
pueden  peligrar  los  navegantes. 

A  este  examen  crítico  del  Ingenioso  Hidalgo  acompañarán  las  observa- 
ciones á  que  den  lugar  sus  indicaciones,  sus  noticias  históricas,  sus  alu- 
siones á  las  crónicas  de  los  caballeros  andantes.  Libro  de  tanto  valor  y 
reputación  como  el  Quijote,  es  sin  duda  acreedor  á  que  se  le  comente  é 
ilustre  como  lo  lograron  libros  de  mediano  mérito  entre  los  antiguos,  y 
entre  los  nuestros  las  obras  do  Juan  de  Mena,  de  D.  Luis  de  Góngora  y 
otras  de  menor  importancia.  Es  verdad  que  el  mismo  Cervantes,  al 
principio  de  la  segunda  parte  parece  que  se  anticipa  á  desaprobar  el 
intento  de  comentar  la  historia  del  héroe  manchego  :  es  tan  clara,  dice, 
que  no  hay  cosa  que  dificultar  en  ella  :  los  niños  la  manosean,  los  hombres  la 
entienden,  y  los  viejos  la  celebran.  Cervantes,  suponiendo  con  demasiada 
facilidad  que  sus  lectores  sabían  lo  que  él,  y  que  tenían  preséntelo  que 
él  al  escribir  su  libro,  creyó  que  no  necesitaba  de  comento  ;  mas,  no  se 
juzgó  del  mismo  modo  en  el  inundo  literario.  El  célebre  benedictino  F.Mar- 
tín Sarmiento,  en  las  Noticias  de  la  verdadera  patria  de  Miguel  de  Cervantes, 
esforzaba  con  gran  copia,  de  razones  la  necesidad  de  comentar  el  Quijote 


XXXVI  DON    Ol.IJOTE    DE    I.A    MANCHA 

para  entenderlo  y  leerlo  con  fruto.  Anteriormente  ü.  Gregorio  Mayans 
había  ilustrado,  aunque  con  más  erudición  que  crítica,  varios  puntos  re- 
lativos al  I.NGKNioso  Hidal(jO  níi  la  vida  que  escribió  de  Cervantes  para 
ponerla  al  frente  de  la  magnífica  t;dición  de  I.ondres  de  1738.  Años  des- 
pués, D  Vicente  de  los  Hios  escribió  el  análisis  que  la  Academia  Española 
publicó  con  la  suya,  no  menos  magnífica,  del  año  1780;  pero  bajo  el 
nombre  de  análisis,  era  más  ijien  un  elogio  i).  Juan  IJowle,  distinguido 
literato  inglés,  imprimió  el  año  1781  una  nueva  edición  del  Quijote  con 
un  tomo  de  índices  y  otro  de  anotaciones,  en  queseñab'i  las  referencias, 
á  los  autores  latinos,  italianos  y  caballerescos,  y  procuró  explicar  las 
voces  que  podían  ser  obscuras  para  sus  compatriotas.  Su  trabajo,  fruto, 
como  él  mismo  cuenta,  de  catorce  años  de  lecturas  y  aplicación,  es  muy 
digno  de  alabanza,  y  muy  de  admirar  en  un  extranjero  el  conocimiento 
de  libros  castellanos  con  que  enriquece  y  autoi  iza  sus  notas  (v).  Pero  éstas 
no  alcanzan  á  auxiliar  á  los  españoles  en  los  puntos  peculiares  de  sus  cos- 
tumbres y  del  idioma  familiar,  cuya  perfecta  inteligencia  en  todas  len- 
guas, y  singularmente  en  la  castellana,  es  imposible  que  adquieran  los 
extraños  ;  y  por  otra  parte,  entusiasta  ciego  de  Cervantes,  á  quien  llama 
honor  y  gloria  no  solamente  fie  su  patria,  pero  de  todo  el  género  humano,  no 
trató  jamás  de  hacer  ninguna  observación  crítica  ni  de  juzgar  del  mérito 
ni  demérito  de  la  fábula.  Sus  anotaciones  presentan  el  aspecto  de  una 
erudición  laboriosa,  pero  seca  y  descarnada  ;  son  como  un  almacén  donde 
se  hallan  bacinadas  mercancías  de  todas  clases,  unas  de  mayor  y  otras  de 
menor  precio...;  mas  no  se  trate  de  relevar  (;)  los  defectos  de  un  extran- 
jero (|ue  ya  experimentó  los  tiros  de  la  crítica  en  su  país,  y  que  sólo  debe 
hallar  estimación  y  gratitud  en  el  nuestro,  D.  Juan  Antonio  Pellicer  pu- 
blicó en  Madrid  el  año  1797  una  nueva  edición  del  Quijote  ;  hizo  é 
indicó  algunas  correcciones  felices  en  el  texto,  y  añadií)  notas  en  que  á 
veces  disfrutó  más  de  lo  justo  el  trabajo  de  Bowle,  sin  nombrarle  :  en 
otras,  según  su  genio  y  la  especie  que  cultivó  de  literatura,  insertó  noti- 
cias menudas  y  sueltas,  no  todas  igualmente  apreciables.  Sus  observa- 
ciones son  como  apuntamientos  aislados  sin  conexión  ni  plan  conocido,  y 
están  muy  lejos  de  merecer  el  nombre  de  Comentario  ;  en  ellas  no  se 
examina  ni  lo  bueno  ni  lo  malo  de  la  fábula ;  de  todo  suele  hablarse 
menos  del  Quijote.  Mayans,  no  obstante  los  elogios  que  daba  al  Lncenioso 
Hidalgo,  lo  posponía  á  los  Trabajos  de  Pérdlcs  y  Sigismundo.  Pellicer 
salió  por  otro  registro,  todavía,  si  cabe,  más  extravagante,  y  se  persuadió  á 
que  Cervantes  se  propuso  imitar  á  Apuleyo.  Ambos  literatos,  aunque 
amantes  y  beneméritos  del  Quijote,  manifestaron  que  no  le  entendían. 
No  conozco  las  obras  de  algunos  otros  autores  extranjeros  que  escribie- 

(v)  Es  muy  de  notar  que  log   extranjeros  y  otros;  de  los  franceses Merimée.Morel  F»- 

han  sido  v  siguen  siendo  más  celosos  culti-  tio,  Fouctié  DelLosch,  Latour,  Maitínenche, 

vadores  de  nuestra  herniosa  lit'>ratura  que  Tannenberg  :    y    de    los    italianos    üorra, 

los  espaiinles  misinos.    Basta   recordar    los  Mooaci,  D'Ovidio,  etc.  {M.  de  T.) 

nombres  de  los  americanos  Ticknor  y  Hun-  {,-)  p:i    galicismo  relevar  es    algo    fuerte, 

tington,  de  los  austríacos  y  alemanes  Woif,  tratándose  de  un  académico  que  jiretendía 

FáLer,    Grimm.    Schack.  '  Keller,    Fanste-  ajustar  tan  estrechas  cuentas  á  Cervantes  eu 

rath,  etc.;  de  lus  ingleses  Fitzinaiuice- Hume  materia  de  incorrecciüiies.  ÍM.  de  T.) 


PRÓr.OCO    DEL    COMENTARIO  XXXVIl 

ron  notas  ú  observaciones  sobre  el  Ingenioso  Hidalgo  ;  pero  mo  inclino 
mucho  á  creer  (lUc  no  conlribuiíán  líian  cosa  ásu  ilustración  é  intelii:en- 
cia.  La  Academia  Kspafiola,  en  su  última  e{iici(')n  del  año  1819,  afiadiú  al 
fin  de  los  tomos  algunas  notas  propias  de  su  exquisito  juicio  y  sabiduría; 
pero  tan  cortas  en  número  y  extensión,  que  no  hacen  sino  irritar  la 
curiosidad  y  aumentar  el  deseo  de  mayores  y  más  extensas  explica- 
ciones. 

En  resolución,  el  I.ngknioso  Hidalgo  D.  Quijotk  dk  la  Mancha  carece 
hasta  ahora  de  un  Comentario  seguido  y  completo,  como  lo  reclama 
su  calidad  de  libro  clásico,  reconocido  como  tal  en  la  república  de  las 
letras,  apreciado  por  todas  las  naciones  cultas,  y  traducido  en  todos 
sus  idiomas. 

Yo  me  he  propuesto  llenar  este  vacío  de  nuestra  literatura  ;  empresa 
difícil,  que  he  acometido  quizá  con  sobrada  temeridad,  y  en  que  no  sé  si 
saldré  como  D.  Quijote  en  la  suya.  El  presente  prólogo  es  ya  el  prin- 
cipio del  Comentario  ;  las  notas  que  acompañan  al  texto  deben  ser 
las  pruebas  de  lo  que  se  dice  en  el  prólogo.  Figúrese  el  lector  del  Inge- 
nioso Hidalgo  que  le  acompaño  en  su  tarea,  y  que  le  voy  diciendo  lo  que 
me  ocurrió  cuando  yo  lo  leía.  Si  le  sirvo  de  algún  provecho  para  enten- 
derlo mejor;  para  dirigir  y  fijar  su  juicio  acerca  de  las  perfecciones  é 
imperfecciones  de  la  fábula  ;  para  satisfacer  su  curiosidad  sobre  los  pun- 
tos históricos  y  literarios  que  se  tocan,  ó  los  pasajes  caballerescos  á  que 
se  alude;  para  hacer  las  advertencias  que  ocasione  el  tenor  del  discurso, 
tanto  sobre  la  gramática  y  filosofía  del  idioma,  como  sobre  los  usos,  cos- 
tumbres é  ideas  de  la  época  de  la  caballería  y  la  de  Cervantes,  el  lector 
debe  estarme  agradecido,  y  yo  debo  estar  contento.  Encontrará  tal  vez 
repeticiones,  porque  se  repetirán  las  ocasiones  de  hacerlas;  hallará  cosas 
que  otros  han  dicho,  porque  las  hay  que  se  ofrecen  naturalmente  á  todos, 
y  es  forzoso  decirlas  ;  echará  quizá  de  menos  observaciones  que  á  él  le  ocu- 
rran, y  no  le  ocurrieron  al  comentador  (esto  es  muy  fácil)  ;  según  su 
humor,  inclinaciones  y  estudios,  unas  notas  le  parecerán  superficiales  y 
demasiado  breves,  otras  demasiado  largas  y  minuciosas.  Todo  esto  podrá 
suceder;  pero  en  lo  que  otros  hayan  pensado  ó  adelantado,  el  comenta- 
dor los  hará  justicia,  y  no  los  defraudará  de  la  loa  que  merezcan  ;  y  en 
lo  demás,  así  como  él  será  justo  con  otros,  así  también  tiene  derecho  á 
que  los  otros  sean  con  él  indulgentes. 

Tales  son  las  consideraciones  que  me  ha  parecido  anticipar  como  pre- 
liminares convenientes  en  la  materia.  —  Una  cárcel  dio  nacimiento  al 
Quijote  (o),  y  un  retiro  forzadu,  efecto  de  trastornos  y  de  infortunios,  lo 
ha  dado  á  su  Comentario.  En  ésta,  como  en  otras  ocasiones,  se  ha  verificado 
lo  que  un  antiguo  dijo  de  las  leti'as  ;  que  sirven  de  adorno  en  la  prospe- 

(o)   La   moderna  crítica  ha    demostrado,  durante  su  permanencia  en  Sevilla.  Por  su 

que  Cervantes  no  escribió  su  obra  en  la  su-  parteel  cervantista  señorCortejón,autordela 

puesta|irisiónde  Arganiasilla.  Según  elseñor  muy  notiibie  edición  critica  del  Quijote,  en 

Carrillo  de   Albornoz,   autor  del  Romancero  curso  de  publicación,  cree  que  Cervantes  con- 

diil  Quijote  (tomo  I,  pág.  473)  el  ilustre  cuanto  cibió  el  plan  de  su  obra  y  la  empezó  á  escri- 

desdichado  Manco  debió  escribir  la  1»  Parte  bir  en  la  cárcel  de  ¡Sevilla.         (M.  de  T.) 


XXXVIU  DON    OUIJOTK    DE    I-A    MANCHA 

ridad,  y  de  refugio  y  consuelo  en  la  desgracia.  Si  el  presente  trabajo 
no  corresponde  dignamente  á  su  objeto  y  al  mérito  y  celebridad  de 
Cervantes,  por  lo  menos  ha  proporcionado  á  su  autor  muchos  ratos  de 
ocupacif'm  grata  y  muchos  motivos  de  distracción  en  medio  de  pesares  no 
merecidos. 


EL   INGENIOSO  HIDALGO 

DON  QUIJOTE  DE  LA  MANCHA 


AL  DUQUE  DE  BÉJAR' 

MARQUÉS  DK  GIBRALEÓN,  CONDE  DK  BENALCAZAR  Y  BANARIÍS,  VIZCONDE  DE 
LA  PUEBLA  DE  ALCOCER,  SEÍSni>,  DE  LAS  VILLAS  DE  CAl'ILLA,  CURIEL  Y 
BURGUILL03. 


En  fe  del  buen  acogimiento  y  honra  que  hace  Vuestra  Excelencia  á  toda 
suerte  de  libros  como  principe  tan  inclinado  á  favorecer  las  buenas  artes, 
mayormente  las  que  por  su  nobleza  no  se  abalen  al  servicio  y  tjranjerias  del 
vulgo  '^,  he  determinado  de  sacar  á  luz  El  Ingenioso  Hidalgo  D.  Quijo ie  de 
LA  Mancha  3  al  abrigo  del  clarísimo  nombre  de  Vuestra  Excelencia,  á  quien, 


1.  D.  Alonso  Diego  López  de  Zi'iñiga, 
séptimo  duque  de  Béjar,  lo  fué  desde 
el  año  de  601  (a),  en  que  heredó  á  su 
padre  D.  Francisco,  hasta  el  de  1619, 
en  que  falleció. 

Sobresalió  en  Miguel  de  Cervantes  la 
prenda  de  agradecido,  de  lo  que  dio 
pruehas  hasta  en  el  punto  de  su  muerte, 
como  se  ve  por  la  dedicatoria  de  los 
Trabajos  de  Pérsiles  y  Sígismundu,  que 
dirigió  á  su  protector  el  conde  de 
Lemos,  después  de  haber  recibido  la 
Extrema-Unción.  Supuesto  lo  cual,  es 
muy  notable  que  siendo  el  duque  de 
Béjar  tan  amante  de  las  letras  comn 
aquí  se  pondera,  y  habiéndose  recibido 
la  primera  parte  del  Quijote  con  tanta 
aceptación  y  aplauso  del  público,  que 
en  un  año  se  hicieron  tres  ediciones, 
dosenMadridyuaaen  Vaiencia,es  muy 
notable,  digo,  que  Cervantes  no  le  de- 
dicase también  la  segunda  parte,  ni  le 
volviese  á  nombrar  en  sus  obras. 

2.  Pudiera  creerse  que  estas  palabras 
aludían  tí  la  tradición  de  que  habló 
D.  Vicente  de  los  Ríos,  sobre  la  dedi- 
catoria de  la  primera  parte  del  Quijote. 
Dícese  que  el  duque  de  Béjar,  solicitado 
por  Cervantes  é  informado  del  asunto 

(a)  Muy  eruditos  cervantistas,  entre  ellofs 
el  doctor  Thebussem,  suponen  que  el  desvío 
del  duque  fué  debido  á  la  influencia  de  un 
capellán  de  su  casa,  y  ven  como  un  reflejo  de 
ello  en  la  disputa  que  tuvo  Don  Quijote  con 
el  capellán  de  los  duques  en  la  '?.»  parte  del 
Quijote.  (M.  de  T.) 


del  libro,  no  quiso  al  pronto  que  se  le 
dedicase;  pero  que  habiendo  ceñido 
Cervantes  su  solicitud  ú  que  oyese  leer 
un  capitulo,  fué  tanto  lo  que  le  agradó 
su  lectura,  que  depuso  su  preocupa- 
ción, colmó  de  elogios  al  autor  y  admi- 
tió gustoso  la  dedicatoria.  Dado  que  la 
tradición  fuese  cierta,  me  parece  muy 
aventurada  la  conjetura  de  Ríos  sobre 
que  el  motivo  de  la  repugnancia  del 
duque  sería  el  temor  de  exponer  su 
reputación,  si  permitía  que  se  leyese 
su  nombre  al  frente  de  un  libro  que 
sonaba  ser  de  caballerías.  Más  verosí- 
mil fué  que  el  duque,  noticioso  del 
objeto  del  Quijote,  no  quisiese  mos- 
trarse fautor  de  la  empresa  de  desterrar 
la  lectura  de  las  historias  caballeres- 
cas, cuya  aüción  era  entonces  tan 
común  entre  los  grandes  señores,  como 
se  ve  por  repelidos  ejemplos,  incluso 
el  de  la  misma  casa  de  los  duques  de 
Béjar. 

3.  Se  ha  dudado  de  la  propiedad  y 
conveniencia  de  este  titulo  que  Cer- 
vantes puso  á  su  obra.  Entre  sus  con- 
temporáneos no  faltó  quien  lo  tachase 
de  abultado  y  hueco.  D.  Juan  Antonio 
Pellicer  opinó  que  la  calidad  de  Í7ic/e- 
nioso  se  aplicaba,  no  á  la  persona  del 
hidalgo,  sino  á  la  obra,  para  denotar 
el  ingenio  con  que  estaba  escrita ;  pero 
el  mismo  Cervantes  refutó  esta  opinión 
en  el  epígrafe  del  capitulo  II,  que  trata 
de  la  primera  salida  que  de  su  tierra 
hizo  el  ingenioso  D.  Quijote.  Lo  mismo 


XLII 


DON    QlIJOTE    DE    I.A    MANCHA 


con  el  acatamiento  que  debo  á  tanta  (¡landeza,  suplico  le  reciba  agrada- 
blemente en  su  protección,  para  (¡ue  á  su  sombra,  aunque  desnudo  de  aquel 
precioso  ornamento  de  elcijancia  y  erudición  de  que  suelen  andar  i^estidas  las 
obras  que  se  componen  en  las  casas  de  los  hombres  que  saben,  ose  parecer 
seguramente  en  el  juicio  de  algunos,  que  no  conteniéndose  en  los  limites  de  su 
ignorancia,  suelen  condenar  con  más  rigor  y  menos  justicia  los  trabajos 
ajenos ;  que  poniendo  los  ojos  la  prudencia  de  Vuestra  Excelencia  en  mi  buen 
deseo,  fio  que  no  desdeñará  la  cortedad  de  tan  humilde  servicio. 

Miguel  de  Ck-hvantes  Saavedra. 


se  repite  en  el  título  del  capitulo  XVI ; 
y  al  concluirse  la  segunda  parte,  des- 
pués de  contar  el  fallecimiento  de 
D.  Quijote,  se  dice  :  este  fin  tuvo  el 
Inyenioso  iiidahjo  de  la  Mancha.  Pfir 
cuyos  (p)  pasajes  es  claro  que  Cervantes 
calificó  de  ingenioso,  no  ;i  su  libro,  sino 
á  su  héroe.  Más  plausible  que  la  opi- 
nión de  Pellicer  pudiera  parecer  la  de 
que  se  llamó  ingenioso  al  Quijotk  por 
pertenecer  á  la  clase  de  libros  de  in- 
venci('in  y  de  ingenio,  al  modo  que 
diríamos  el  Incietúoso  Lazarillo,  de 
D.  Diego  de  Mendoza,  la  Ingeniosa 
República  literaria,  de  Ü.  Diego  de 
Saavedra;    pero  no   deja  esle  arbitrio 

(?)  Este  empleo  del  posesivo  cuyos  es  con- 
trario a  lo  preceptuado  por  la  Academia. 
Esto  demuestra  el  poco  respeto  que  han 
guardado  en  todo  tiempo  los  mismos  acadé- 
micos á  las  reglas  de  la  Academia,  lo  cual 
explica  á  su  vez,  los  desacatos  del  resto  del 
público  con  la  misma.  (M.  de  T.) 


Cervantes,  aplicando  exclusivamente, 
como  acaba  de  verse,  la  calidad  de  in- 
genioso a  la  persona  de  su  Hidalgo. 
Así  que  todas  las  explicaciones  ofrecen 
inconvenientes.  Si  lo  ingenioso  se  dice 
por  la  persona,  recae  mal  sobre  un 
loco  :  si  por  el  ingenio  con  que  está 
escrito  el  libro,  es  vanidad  y  jactancia 
del  autor;  si  por  ser  la  obra  de  la  clase 
de  las  de  ingenio  y  entretenimiento,  el 
mismo  Cervantes  lo  contradice.  Lo  que 
no  admite  duda,  como  resulta  de  todo 
lo  precedenle,  es  que  el  título  de  Inge- 
nioso Hidalgo  es  obscuro  y,  por  consi- 
guiente, poco  feliz  (y). 

(v)  El  epíteto  ingenioso,  aplicado  por  Cer- 
vantes á  su  héroe,  me  parece,  al  revés,  muy 
claro  y  altamente  adecuado.  Respecto  á  s"i 
un  loco  puede  ser  ingenioso,  sólo  puede  du- 
darlo en  España  el  que  no  haya  saboreado 
la  deliciosa  historia  del  Licenciado  Vidriera, 
obra  del  mismo  Cervantes.  Precisamente  si 
de  algo  pecan  lo.s  españoles  es  de  sobra  de 
ingenio.  (M.  de  T.) 


PROLOGO 


Desocupado  lector;  sin  juramento  me  podrás  creer  que  quisiera  que  este 
libro, ^omo  liijo  del  entendimiento,  fuera  el  más  hermoso,  el  más  ga- 
llardo y  más  discreto  que  pudiera  imaginarse.  Pero  no  he  podido  yo  con- 
travenir la  orden  de  naturaleza,  que  en  ella  cada  cosa  engendra  su  seme- 
jante. Y  así,  ¿qué  podía  engendrar  el  estéril  y  mal  cultivado  ingenio  mío, 
sino  la  historia  de  un  hijo  seco,  avellanado  i,  antojadizo,  y  lleno  de  pen- 
samientos varios  y  nunca  imaginados  de  otro  alguno;  bien  como  quien 
se  engendró  en  una  cárcel,  donde  toda  incomodidad  tiene  su  asiento,  y 
donde  todo  triste  ruido  hace  su  habitación?  El  sosiego,  el  lugar  apacible, 
la  amenidad  de  los  campos,  la  serenidad  de  los  cielos,  el  murmurar  de 
las  fuentes,  la  quietud  del  espíritu  son  grande  parte  para  que  las  musas 
más  estériles  se  muestren  f(;cundas,  y  ofrezcan  partos  al  mundo  que  le 
colmen  de  maravilla  y  de  contento.  Acontece  tener  un  padre  un  hijo  feo 
y  sin  gracia  alguna,  y  el  amor  que  le  tiene  le  pone  una  venda  en  los 
ojos  para  que  no  vea  sus  faltas,  antes  las  juzga  por  discreciones  y  lindezas, 
y  las  cuenta  á  sus  amigos  por  agudezas  y  donaires.  Pero  yo,  que  aunque 
parezco  padre,  soy  padrastro  de  D.  Quijote,  no  quiero  irme  con  la  corriente 
del  uso,  ni  suplicarte  casi  con  lágrimas  en  los  ojos,  como  otros  hacen, 
lector  carísimo,  que  perdones  ó  disimules  las  faltas  que  en  este  mi  hijo 
vieres,  pues  ni  eres  su  pariente  ni  su  amigo,  y  tienes  tu  alma  en  tu 
cuerpo  y  tu  libre  albedrío  como  el  más  pintado, y  estás  en  tu  casa,  donde 
eres  señor  della,  como  el  rey  de  sus  alcabalas,  y  sabes  lo  que  conmún- 
raente  se  dice,  que  debajo  de  mi  manto  al  rey  mato.  Todo  lo  cual  te 
exenta  y  hace  libre  de  todo  respeto  y  obligación,  y  así  puedes  decir  de 
la  historia  todo  aquello  que  te  pareciere,  sin  temor  que  te  calumnien  por 
el  mal  ni  te  premien  por  el  bien  que  dijeres  della. 

1.  Siguiendo  el  hilo  de   la    metálora  flrmú  el  que  con  el  nombre  supuesto  de 

debió  decirse  :  ¿  qué  podía  engencb-ar  Alonso  Fernández  de  Avellaneda  escri- 

el  estéril  y  mal  cullivado  itigenio  mío  bi('i  la  continuación  del  Quijote  que  se 

sino  un  hijo  seco,  avellanado,  antoja-  imprinii(j  en  Tarragona  el  año  de  1614. 

dizo...  bien  como  quien  se  enge7idró  en  Tildando  en    su    próloo;o  á  Cervantes, 

tina  cárcel.  Diciéndose  la  historia  del  ilice  que  disculpa  los  i/erros  de  su  pri- 

hijo,  y   más  llamándose  á  éste  seco  y  mera  parte  el  haberse  escrito  entre  los 

avellanado,  ocurre  que  el  hijo  esD.Qui-  de  una  cárcel,  y  asi  no  pudo  dejar  de 

JOTE,  y  lo  engendrado   en  la  cárcel  no  salir  tiznada  de  ellos,  ni   salir  menos 

fué  D.  Quijote,  sino  su  historia.  qrie  quejosa,  murmuradora,  impaciente 

La  especie  de  que  Cervantes   ideó   el  y  colérica,  cual  lo  están  los  encarce- 

plan  del  Quijote  estando  preso,  la  coa-  lados. 


XLIV  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

Sólo  quisiera  dártela  monda  y  desnuda,  sin  el  ornato  de  prólogo  ni  de 
la  innumerabilidad  y  catálogo  de  los  acostumbrados  sonetos,  epigramas 
y  elogios  *  que  al  principio  de  los  libros  suelen  ponerse.  Porque  te  sé 
decir  que,  aunque  me  costó  algún  trabajo  componoila,  ninguno  tuve  por 
mayor  que  hacer  esta  prefación  que  vas  leyendo.  Muchas  veces  tomé  la 
pluma  para  escribilla,  y  muchas  la  dejé,  por  no  saber  lo  que  escribiría; 
y  estando  una  suspenso,  con  el  papel  delante,  la  pluma  en  la  oreja,  el 
codo  en  el  bufete  y  la  mano  en  la  mejilla,  pensando  lo  que  diría,  entró  á 
deshora  ^  un  amigo  mío  gracioso  y  bien  entendido,  el  cual,  viéndome 
tan  imaginativo,  me  preguntó  la  causa,  y  no  encubriéndosela  yo,  le  dije 
que  pensaba  en  el  prólogo  que  había  de  hacer  á  la  historia  de  D.  Quijote, 
y  que  me  tenía  de  suerte  que  ni  quería  hacerle,  ni  menos  sacar  á  luz  las 
hazañas  de  tan  noble  caballero.  Porque  ¿  cómo  queréis  vos  que  no  me 
tenga  confuso  el  qué  dirá  el  antiguo  legislador  que  llaman  vulgo,  cuando  vea 
que  al  cabo  de  tantos  años  como  baque  duermo  en  el  silencio  del  olvido  3, 
salgo  ahora  con  todos  mis  años  acuestas  con  una  leyenda  seca  como  un 
esparto,  ajena  de  invención  '',  menguada  de  estilo,  pobre  de  conceptos  y 
falta  de  toda  erudición  y  doctrina,  sin  acotaciones  en  las  márgenes  y  sin 
anotaciones  en  el  lindel  libro,  como  veo  que  están  otros  libros  aunque  sean 
fabulosos  y  profanos,  tan  llenos  de  sentencias  de  Aristóteles,  de  Platón 


1.  La  vanidad  de  los  escritores  del 
tiempo  de  Cervantes  hacia  preceder  de 
ordinario  en  las  impresiones  de  sus 
libros  los  elogios  que  mendigaban  de 
sus  aficionados.  Estos  elogios  eran  por 
lo  regular  composiciones  poéticas 
breves,  como  sonetos,  redondillas  y 
epigramas,  según  aquí  se  dice.  Lo  sin- 
gular es  que  Cervantes,  que  moteja  y 
ridiculiza  este  abuso,  habia  incurrido 
en  él  en  su  Galntea,  y  contribuyó  tam- 
biu-n  muchas  veces  con  sus  composi- 
ciones á  elogiar  varios  libros  impresos 
de  sus  conocidos  y  amigos,  según  lo 
muestran  las  noticias  que  se  leen  en 
su  I'¿í/o,  escrita  con  suma  erudición  y 
diligemia  por  D.  Martin  Fernández  de 
Navarrete.  Así  lo  tiizo  en  la  Aiistriada 
de  Juan  l-luío,  en  el  Romancero  y  otras 
obras  de  Pedro  de  Padilla,  en  el  Ccm- 
cionevo  de  López  baldonado,  en  la 
Filosofía  cortesana  de  Alonso  de  Ba- 
rros, etc. 

2.  Significa  comúnmente  lo  mismo 
que  á  horas  desusadas  y  extraordina- 
rias, indicando  las  más  avanzadas  de 
la  noche  :  aqui  equivale  á  inespera- 
damente, cuando  no  se  ar/iiarda. 

3.  Cervantes  publicó  su  Galafea  en  el 
a.io  de  1584,  y  desde  entonces  no  había 
dado  á  luz  cosa  alguna  hasta  el  de  160o, 
en  que  se  imprimió  la  primera  parte 


del  QuuoTE.  Eran  veintiún  años  los 
que  habia  estado  durmiendo  para  el 
público  en  el  f-ilencio  del  olvido.  — 
Esta  expresión,  usando  de  rigor,  pu- 
diera tildarse,  porque  el  olvido  ni  calla 
ni  habla  ;  y  acaso  en  el  original  se  diría 
que  había  dormido  en  el  silencio  ij  el 
olvido,  callando  Cervantes  y  olvidando 
el  público  (a). 

4.  Moderación  que  por  excesiva  pu- 
diera parecer  afectada.  La  inventiva 
fué  la  prenda  en  que  sobresalió  emi- 
nentemente Cervantes,  y  de  que  él 
mismo  hizo  gala  en  el  Viaje  al  l'ar- 
naso,  donde  le  dice  Mercurio  (o)  : 

Y  sé  que  aquel  instinto  sobrehumano 
Que  de  raro  inventor  lu  pecho  encierra, 
No  te  le  ha  dado  el  padre  Apolo  en  vano... 
Pasa,  raro  inventor,  pasa  adelante 
Con  tu  sotil  disinio,  y  prusta  avuda 
..  Apolo,  que  la  tuya"  es  iniporlanle. 


(a)  Cap.  1. 

(a)  La  crítica  de  Cleniencín  no  puede  ser 
más  pueril  y  además  es  impropia  de  un 
escritor,  cada  paso  hablan  poetas  y  escri- 
tores del  silencio  de  la  iioc/ie,  del  silencio  de 
In  tinnhn,  etc.  Kn  este  pa-:aje  cila  el  señor 
Cortüjón  una  crítica  muy  acertada  del  vene- 
zolano señor  Urdaneta  a  la  observación  de 
Clcmcncin.  (M.  de  T.) 


PRÓLOGO 


XLV 


y  de  toda  la  caterva  de  filósofos,  que  admiran  ú  los  leyentes  y  tienen  á  sus 
autores  por  hoinhres  leiMos,  eruditos  y  elocuentes'  ?  ¡  l'u<;s  qué,  cuando 
citan  la  Divina  liscritur.i !  No  dinin  sino  que  son  unos  Santos  Tomases  y 
otros  doctores  de  la  li;lesia,  guardando  en  esto  un  decoro  tan  ingenioso, 
que  en  un  renglón  lian  pintado  un  enamorado  distraído,  y  en  otro  hacen 
un  sernioncico  cristiano,  que  es  un  contento  y  un  regalo  oirle  ó  leelle.  De 
todo  esto  ha  de  carecer  mi  libro,  porque  ni  tengo  que  acotar  en  el  margen, 
ni  quéanotar  en  el  fin,  ni  menos  só  quó  autores  sigo  en  él,  para  ponerlos 
al  princi[)io,  como  hachen  todos,  por  las  letras  del  ABC,  comenzando  en 
Aristót^es  y  acabando  en  Xenol'onte  y  en  Zoilo  ó  Zeuxis,  aunque  fué  mal- 
diciente el  uno  y  pintor  el  otro.  También  ha  de  carecer  mi  libro  de  sonetos 
al  principio,  á  lo  menos  de  sonetos  cuyos  autores  sean  duques,  mar- 
queses ■•',  condes,  obispos,   damas  ó  poetas  celebérrimos.  Aunque  si  yo 


1.  Según  el  régimen,  parece  que  los 
libros  son  los  que  tienen  á  sus  autores 
por  hombres  leídos,  eruditos  y  elo- 
cuentes, á  no  ser  que  deba  leerse  los 
leyentes  que  tienen  á  sus  autores.  El 
Quijote  se  imprimió  con  tanta  negli- 
gencia, que  hay  fundado  motivo  para 
sospechar  que  muchos  de  sus  delectes 
son  de  la  imprenta,  más  bien  que  del 
original. 

Leyentes.,  elocuentes:  cacofonía  que 
se  hubiera  evitado  con  sólo  poner  lec- 
tores en  vez  de  leyentes. 

2.  Se  habló  antes  de  la  costumbre 
de  poner  en  las  obras  sonetos  y  otras 
composiciones  poéticas  en  su  elogio. 
Los  libros ,  especialmente  siendo  de 
entretenimiento,  se  imprimían  por  lo 
común  con  esta  circunstancia,  que 
también  suele  encontrarse  en  obras  de 
otro  carácter,  como  la  Biblioteca  Espa- 
ñola de  D.  Nicolás  Antonio,  á  la  que,  á 
estilo  de  su  siglo,  preceden  veintiuna 
composiciones  laudatorias  en  caste- 
llano, italiano,  latín  y  griego  En  la 
Mosquea  de  D.  José  de  Viliaviciosa.  se 
leen  once  composiciones  que  la  elogian 
en  latín,  italiano  y  castellano  :  ocho  en 
líi  Angélica  de  Luis  Barahona  ;  seis  en  La 
Araucana  de  Ü.Alonso  de  Ercilla:  doce 
en  el  Cancionero  de  López  Maldonado  ; 
ocho  en  el  Tesoro  de  varias  poesías  de 
Pedro  de  Padilla;  y  diez  y  seis  en  el 
poema  de  Los  Amantes  de  Teruel  por 
Juan  Yagiíe.  En  el  Viaje  entretenido 
de  Agustín  de  Rojas  se  hallan  veinti- 
cuatro elogios  compuestos  por  autores 
de  todas  clases,  entre  ellos  damas, 
doctores,  caballeros  del  hábito,  un 
marqués  y  un  alguacil.  Pudieran  ale- 
garse infinitos  ejemplos;  pero  sólo  se 


añadirá,  por  ser  más  del  caso,  el  de  las 
obras  del  famoso  Lope  de  Vega,  las 
cuales  se  publicaban  siempre  coa  nu- 
merosos encomios,  como  sucedió  en  el 
Peref/rino,  el  Isidro  y  La  A rcadia ; pero 
señaladamente  en  Las  liimas,  que  se 
imprimieron  en  Barcelona  en  16ü4,año 
inmediatamente  anterior  al  de  la  publi- 
cación de  la  primera  parte  del  Quijote, 
y  salieron  acompañadas  nada  menos 
que  de  veintiocho  composiciones  mé- 
tricas en  loor  suyo  ;  entre  sus  autores 
se  cuentan  el  príncipe  de  Fez,  el  duque 
de  Osuna,  el  marqués  de  la  Adrada,  los 
condes  de  Villamor  y  Adacuaz,  el  co- 
mendador mayor  de  Alontesa,  tres  poe- 
tisas y  varios  poetas  conocidos  de  aquel 
tiempo,  entre  ellos  el  mismo  Cervantes. 
Si  esta  demostración  de  amistad  por 
parte  de  nuestro  autor  no  fué  muy 
espontánea,  y  si  la  exigieron  con  algún 
rigor  las  circunstancias,  esto  quizá 
acabó  de  mover  su  bilis  en  el  presente 
pasaje  de  su  prólogo,  donde  tantas 
señas  hay  de  que  están  indicados  los 
escritos  de  Lope.  Sospechas  que  se 
confirman  con  el  cargo  que  hace  á  Cer- 
vantes Alonso  Fernández  de  Avella- 
neda en  el  prólogo  de  su  Quijote  con- 
trahecho, porque  reprendiendo  el  uso 
de  poner  sonetos  en  alabanza  de  los 
libros,  bajan  los  suyos  en  los  principios 
de  los  libros  del  autor  de  quien  murmura. 
En  general  no  puede  dudarse  de  que  á 
Cervantes  le  mortificaba  la  celebridad 
de  Lope  de  Vega,  y  que  no  fueron  del 
todo  sinceras  las  protestas  con  que  en 
el  prólogo  de  la  segunda  parte  del 
Quijote  procuró  satisfacer  á  la  recon- 
vención de  Avellaneda. 


XLVI 


nON    QLUOTK    DK    LA    MANCHA 


los  pidiese  á  dos  A  tres  oliciales  amigos,  yo  sé  que  me  los  darían,  y  tales, 
que  DO  les  igualasen  los  <le  a<iuollos  que  t¡<'nen  más  nombre  en  nuestra 
España. 

En  fin,  señor  y  amigo  mío,  proseguí,  yo  determino  que  el  señor  Don 
Quijote  se  quede  seiiullado  en  sus  archivos  en  la  Mancha,  hasta  (jue  el 
cielo  depare  quien  le  adorne  de  tantas  cosas  como  le  faltan,  porque  yo 
me  hallo  incajia/  de  remediarlas  *  por  mi  insuliciencia  y  pocas  letras,  y 
porque,  naturalmente,  soy  poltrón  y  perezoso  de  andarme  buscando  au- 
tores que  digan  lo  auc  yo  me  sé  decir  sin  ellos.  De  aíjuí  nace  la  suspen- 
sión y  elevamiento  en  que  me  liallastes;  bastante  causa  para  ponerme 
en  ella  -  la  que  de  mí  habéis  oído.  Oyendo  lo  cual  mi  amigo,  dándose  una 
palmada  en  la  trente  y  disparando  en  una  larga  risa  (¡3),  me  dijo  :  Por  Dios, 
hermano,  que  ahora  me  acabo  de  desengañar  de  un  engaño  en  que  he 
estado  todo  el  mucho  tiempo  que  ha  que  os  conozco,  en  el  cual  siempre 
os  he  tenido  por  discreto  y  prudente  en  todas  vuestras  acciones.  Pero 
ahora  veo  que  estáis  tan  lejos  de  serlo  como  lo  está  el  cielo  de  la  tierra. 

¿  Cómo  que  es  posible  que  cosas  de  tan  poco  momento  y  tan  fáciles  de 
remediar  puedan  tener  fuerzas  de  suspender  y  absortar  •*  uu  ingenio 
tan  maduro  como  el  vuestro,  y  tan  hecho  á  romper  y  atropcllar  por  otras 
dificultades  mayores  ?  A  la  fe,  esto  no  nace  de  falta  de  habilidad,  sino  de 
sobra  de  pereza  y  penuria  de  discurso.  ¿  Queréis  ver  si  es  verdad  lo  que 
digo  ?  Pues  estadme  atento,  y  veréis  cómo  en  un  abrir  y  cerrar  de  ojos 
confundo  todas  vuestras  dificultades,  y  remedio  todas  las  faltas  que 
decís  que  os  suspenden  y  acobardan  para  dejar  de  sacar  á  la  luz  del 
mundo  la  historia  de  vuestro  famoso  D.  Quijote,  luz  y  espejo  de  toda 
la  caballería  andante.  «  Decid,  le  repliqué  yo,  oyendo  lo  que  me  decía: 


i.  No  se  dice  remediar  las  cosas  que 
faltan,  sino  remediar  la  falla  de  las 
cosas.  Las  faltas  y  no  las  cosas  son  las 
que  se  remedian.  En  el  progreso  del 
pn'Aogo  se  dice  con  mayor  corrección  : 
pues  estadme  atento,  y  veréis  como... 
remedio  todas  las  faltas  cj^ue  decís. 

2.  Expresión  algo  runíusa,  que  deja- 
ría de  serlo  si  se  expresase  el  verbo 
sustantivo  :  Denqui  nace  la  suspensión 
en  que  me  hallaslcs  :  siendo  balitante 
causa  para  ponerme  en  ella  la  que  de 
mi  habéis  oído. 

3.  Ahora  diríamos  para  siispender  ;j 
absortar:  pero  asi  se  habl.iba  y  escri- 
bía en  tiempo  de  nuestros  mayores, 
usando  á  veces  de  la  partícula  de  en 
vez  de  pura.  Poderoso  es  Dios  de  hacer 
de  los  corazones  empedei'nidos  hijos 
C7'«ye/i/es, dijo  Alejo  Venegas^a).  Yon  la 
Gatatea  decía  Silerio,  el  amigo  de  Tirn- 
brio  :  ó  tantas  fuerzas  juntas  no  fué 

(a)  Agonía  del  tránsito  de  la  muerte, 
punto  2,  cap.  VIII. 


poderosa  la  sola  mía  de  resistirlas  {a}. 
—  Absortar  es  palabra  nueva  que  no  me 
acuerdo  haber  visto  en  otros  escritores. 
Cervantes  introdujo  ésta  y  otras  en  su 
Quijote,  y  no  siempre  con  felicidad, 
por  no  liaberlas  adoptado  todas  el  uso 
común  (■;'). 

(n)  Lil)   II. 

(3)  Contra  la  lección  propuesta  por  Har- 
tzenbusch  :  disparando  C(.n  una  carga  de  risa, 
aduce  el  señor  Cortejóii  varios  pasajes  de 
Cervantes  que  demuestran  la  legitimidad  de 
la  frase  :  disparar  en  una  larga  i-isa. 

(M.  de  T.) 

{■;)  Aunque  no  se  haya  seguido  usando  el 
verbo  atjsortar,  está  pei'fectaniente  formado 
V  no  lo  usó  únicamente  Cervantes,  como 
pretende  Clemencín.  Recuerdo,  entre  otros, 
el  siguiente  pasaje  de  Jacinto  Polo  de  Me- 
dina : 

¿  .\  quién  no  admira  y  absorta 
Ver  un  piélago  de  dii-nas...  '.' 

^M.  de  T.) 


IMíOr.OGO 


XLVII 


/,  Deque  modo  pensáis  llenar  el  vacío  de  mi  temor,  y  reducii'  .'i  eliiridad 
el  caos  do  mi  confusión  ?  »  A  lo  cual  él  dijo  :  <(  l,o  primero  en  que  repa- 
ráis de  los  sonetos,  epigramas  ó  elogios  que  os  faltan  para  el  principio,  y 
que  sean  de  personajes  graves  y  de  título,  se  puede  remediar  en  que  vos 
mismo  toméis  algún  trabajo  en  hacerlos,  y  después  los  podéis  bautizar 
y  poner  el  nombre  ([ue  quisiéredes,  ahijándolos  al  Preste  Juan  de  las 
Indias  ('»  al  emperador  de  Trapisonda,  de  quien  yo  sé  que  hay  noticia  que 
fueron  famosos  potólas;  y  cuando  no  lo  hayan  sido  y  hubiere  algunos 
pedantes  '  y  bachilleres  que  por  detrás  os  muerdan  y  murmuren  de 
esta  verdad,  no  se  os  dé  dos  maravedís,  porque  ya  que  os  averigüen  la 
mentira,  no  os  han  de  corlar  la  mano  con  que  lo  escribistes. 

En  lo  de  citar  en  las  márgenes  los  libros  y  autores  2  de  donde  sacá- 
redes  las  sentencias  y  dichos  que  pusiéredes  en  vuestra  historia,  no  hay 
más  sino  hacer  de  manera  que  vengan  á  pelo  algunas  sentencias  ó  latines 
que  vos  sepáis  de  memoria,  ó  á  lo  menos  que  os  cuesten  poco  trabajo  el 
buscallos  3,  como  será  poner,  tratando  de  libertad  y  cautiverio  : 

Non  bene  pro  loto  libertas  venditur  auro  ■*. 


1.  Voz  de  origen  griego,  usada  ya 
de  los  italianos  viviendo  el  autor  oel 
Diálogo  (le  las  li  ngiias,  quien  deseaba 
se  introdujese  en  el  idioma  castellano. 
Cumplióse  este  deseo  en  el  tiem|)0  que 
medió  hasta  Cervantes,  haciéndose  co- 
nuin  entre  nuestros  escritores.  D.  Se- 
bastián de  Covarrubias  la  inserti'i  en 
su  Tesoro  ele  la  lengua  castellana,  im- 
preso en  1611. 

2.  Otro  indicio  de  que  Cervantes 
quiso  motejar  (y  en  esto  con  mucha 
razón)  á  Lope  de  Vega,  quien  en  su 
poema  El  Isidro,  publicado  por  pri- 
mera vez  el  año  de  1590,  incurrió  en  la 
redundante  y  fastidiosa  erudición  que 
aqui  se  nota,  atestando  las  m.írgenes 
de  citas  y  acotaciones,  tomadas  indis- 
tintamente de  lo  sagrado  y  de  lo  pro- 
fano, mezclando  lo  humano  con  lo 
divino,  todo  revuelto,  con  el  desorden 
que  ya  se  dijo  y  censuró  anteriormente. 
Se  encuentran  citas  del  Apocalipsis  y 
de  Arislóteles,  del  Breviario  Toledano 
y  de  los  Bracmanes,  de  la  Crónica  del 
Cid  y  del  Cántico  de  los  Cánticos,  de 
Merlin  y  de  bis  Trenos  de  Jeremías. 

'A.  Que  y  los  son  pronombres  de  un 
mismo  nombre,  y  por  consiguiente  hay 
repetición  viciosa.  Pudiera  también 
excusarse,  sin  perjuicio  de  la  claridad, 
el  artículo. 

Cuesten  está  mal  en  plural,  porque 
el  huscallos,  que  es  el  sujeto  ó  supuesto 
de  la  oración,  está  en  singular.  Queda- 


ría remediado  todo  con  poner  latines 
que  os  cuesten  poco  trabajo  de  buscar ; 
ó  latines  que  os  cueste  poco  trabajo 
buscar. 

4.  No  fué  Horacio  quien  lo  dijo, 
sino  el  autor  ammimo  de  las  fábulas 
llamadas  Esópicas,  libro  III,  fábula  14 
del  Can  y  el  Lobo,  donde  se  lee  : 

Non  bene  pro  toto  libertas  venditur  auro  ; 
Uoc  caleste  bonum  pr,vterit  orbis  opes. 

Juan  Ruiz.  Arcipreste  de  Hita,  poeta 
castellano  que  vivió  á  principios  del 
siglo  XIV,  tradujo  esta  sentencia  en  la 
fábula  de  las  lianas  pidiendo  rey  : 


Libertad  é  soltura  non  es 


por  oro   com- 
[prado  (a). 


Y  dos  siglos  después.  D.  Diego  López 
de  Haro  concluía  así  uno  de  sus  ro- 
mances : 

El  bien  de  la  libertad 

Por  ningún  oro  es  comprado  (6). 

De  Horacio  son  los  versos  que  siguen 
en  el  pnMogo  : 

Paluda  raors,  etc.  (c). 

(a)  Colt'cción  de  poetas  anteriores  al  si- 
glo XV.  t.  IV,  pág.  39.  —  (6)  Romancero  de 
Leipsic  del  año  1S17,  pág.  194.  —  (c)  Carm., 
lib.  L  od.  4. 


XLVm  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

T  luego  en  el  margen  citar  á  Horacio,  ó  á  quien  lo  dijo  (o).  Si  tratáredes 
del  poder  de  la  muerte,  acudir  luego  con  : 

Fallida  mors  xquo  pulsat  pede  pauperiim  tabernas, 
Refiumqnc  turres. 

Si  de  la  amistad  y  amor  que  Dios  manda  que  se  tenga  al  enemigo, 
entraos  ^  luego  al  punto  por  la  Escritura  divina,  que  lo  podéis 
hacer  con  tantico  de  curiosidad,  y  decir  las  palabras  por  lo  menos  del 
mismo  Dios:  Eijo  atitem  dico  vobis :  dilifjete  inimicos  vestros.  Si  tratáredes 
de  malos  pensamientos,  acudid  con  el  Evangelio:  De  corde  exeiint  cogita- 
tiones  malx  '^.  Si  de  la  instabilidad  de  los  amigos,  ahí  está  Catón  3  que 
os  dará  su  dístico  : 

Doñee  eris  felix,  mullos  nvmerabis  amicos, 
Témpora  si  fuerint  nubila,  sohts  eris. 

Y  con  estos  latinicos  y  otros  tales  os  tendrán  siquiera  por  gramático, 
que  el  serlo  no  es  de  poca  honra  y  provecho  el  día  de  hoy.  En  lo  que 
toca  al  poner  anotaciones  al  fin  del  libro,  seguramente  lo  podéis  hacer 
de  esta  manera.  Si  nombráis  algún  gigante  en  vuestro  libro,  hacedle  que 
sea  el  gigante  Golías,  y  con  sólo  esto,  que  os  costará  casi  nada,  tenéis 
una  grande  anotación,  pues  podéis  poner  :  El  gigante  Golias  ó  Goliat  fué 
un  filisteo  á  quien  el  pastor  David  mató  de  una  gran  pedrada  en  el  valle  de 
Terebinto'',  según  se  cuenta  en  el  libro  de  los  Reyes,  en  el  capitulo  que  vos 
halláredes  que  se  escribe. 


1.  Entraros  dicen  las  ediciones  an- 
teriores; flescuiílo  de  que  no  fué  capa/. 
Cervantes,  y  que  debió  atribuirse  al 
impresor,  y  enmendarse  (s). 

2.  Son  palabras  de  San  Mateo  al  ca- 
pítulo XV.  y  no  de  San  Marcos,  A  quien 
las  atribuye  Howle,  aunque  repite 
substancialmente  la  misma  sentencia 
al  capítulo  Vil  :  ah  iníus  de  carde  ho- 
minum  mals>  cof/ilaliones  prucedunl. 

Lo  de  Dilif/ite  inimicos  veslros  es 
también  de  San  .Mateo,  capítulo  V. 

3.  Cervantes  fué  desgraciado  en 
citas;  apenas  hace  alguna  con  puntua- 
lidad. El  presente  dístico  Doñee  eris 
felix,  etc..  es  de  Ovidio  en  el  libro  1  de 
los  Tristes,  elegía  6.  Cervantes,  que 
escribía   con  negligencia,  lo   hubo  de 

(í)  Entraos.  —  El  señor  Cortejón,  en  su 
hermosa  edición  critica,  restituye  :  entraros. 
Hav  que  advertir  que  este  uso  del  infiuilivo 
por  el  imperativo  se  halla  muy  arraifiado 
entre  nosotros.  Uno  de  los  más  elocuentes 
oradores  contemporáneos  decía  no  hace  mu- 
cho :  «  ¡  Fijaruii,  sefíores  diputados!  También 
io  acabo  de  leer  en  un  manualito  de  orto^rra- 
fia  dado  á  luz  recientemente  por  un  maestro 
(le  las  escuelas  de  Madrid.  (M.  de  T.) 


equivocar  con  los  Dísticos  llamados  de 
Catón,  ú  quien  vulgar  y  malamente  su 
atribuyeron ;  obra  muy  posterior  a 
Catón,  dividida  en  cuatro  lioros  en  que 
se  dan  reglas  y  máximas  de  moral, 
comprendida  cada  una  en  un  distico. 
Era  libro  nmy  conocido  y  común  en 
tiempo  de  Cervantes ;  lo  había  comen- 
tado el  célebre  Erasmo  y  traducido  al 
castellano  Martín  García  de  Loaisa, 
canónigo  de  Zaragoza. 

4.  Los  libros  de  los  Reyes  son  cua- 
tro, y  el  suceso  de  Goliat  se  cuenta  eti 
el  primero,  al  capítulo  XVII.  —  En  vez 
de  valle  de   Terebinto  {:^},dehiú  decirse 

(S)  Para  el  caso  presente  no  tiene  impor- 
tancia la  crítica  de  Clemencin  ;  pues  Cer- 
vantes sólo  pensó  en  fustigar  con  su  incom- 
parable donaire  á  los  que  pretendían  pasar 
por  doctos  acumulando  citas.      (M.  de  T.) 

(;)  Valle  de  Terebinto.  —  Clemencin  co- 
rrige del  Terebinto;  pero  algún  crítico  in- 
dica que  tal  vez  alude  Cervantes  irónica- 
mente al  famoso  poeta  canario,  Cairasco  de 
Kigueroa.  que  tenía  la  pretensión  de  haber 
iniroducido  en  nuestra  poesía  el  endeca- 
nilabo  esdrújulo  v  que  dijo  Val  de  Terebinto. 
(M.  de  T.) 


i'H()i,or.o  xi.ix 

Tras  esto,  para  mostrarus  lioinhiíí  erudito  en  l(;lias  humanas  y  cosmcj- 
i;rafo,  haced  de  modo  como  en  vuestra  historia  se  nombre  el  río  Tajo,  y 
veréisos  luego  con  otra  famosa  anotación,  poniendo  :  El  rio  Tajo  fué  asi 
dicho  por  un  Rct/  de  laa  Eí^pnñas ;  tiene  su  nacimiento  en  tal  lugar ^  y  mucre 
en  el  mar  Océano  bemndo  loa  muros  de  la  famom  ciudad  de  Lisboa,  y  es  opi- 
nión que  tiene  las  arenas  de  oro,  etc.  Si  tratáredes  de  ladrones,  yo  os 
daré  la  historia  de  Caco,  que  la  sé  de  coro  ;  si  de  mujeres  rameras,  ahí 
está  el  obispo  de  Mondoñedo  ^  :  que  os  prestará  á  Lamia,  Laida  y  Flora, 
cuya  anotación  os  dará  gran  crédito;  si  de  crueles,  Ovidio  os  entregará  á 
Medea  '^;  si  de  encantadoras  y  hechiceras,  Homero  tiene  á  Calipso  y 
Virgilio  á  Circe  •*  ;  si  de  capitanes  valerosos,  el  mismo  Julio  César  os 
prestará  á  sí  mismo  en  sus  comentarios,  y  Plutarco  os  dará  mil  Alejan- 
dros ''.  Si  tratáredes  de  amores,  con  dos  onzas  que  sepáis  de  la  lengua 


valle  del  Terebinto,  porque  Terebinto 
no  es  nombre  ile  lugar,  sino  de  un 
ñrbol  propio  de  países  meridionales. 

1.  D.  Antonio  de  Guevara,  fraile  me- 
nor, obispo  de  Mondoñedo,  predicador 
y  cronista  del  emperador  Carlos  V, 
fué  uno  de  los  escritores  castellanos  de 
mayor  reputacicjn  dentro  y  fuera  de 
España  ;  sus  cartas  se  tradujeron  al 
latín,  y  se  imprimieron  en  Colonia  el 
año  de  1614.  Pero  tuvo  la  extravagante 
manía  de  fingir  ó  alterar  los  hechos 
históricos  de  la  antigüedad,  revistién- 
dolos con  circunstancias  de  su  inven- 
ción que  daba  por  verdaderas.  Así  lo 
hizo  en  una  carta  dirigida  á  D.  Enrique 
Enríque'z,  refiriendo  con  muchas  aña- 
diduras forjadas  á  su  antojo  las  histo- 
rias de  tres  célebres  rameras  antiguas. 
Lamia,  Laida  y  Flora,  amadas,  la  pri- 
mera del  rey  Demetrio,  hijo  de 
Antigono,  y  laVütima  del  Gran  Pom- 
peyo,  y  citando  para  ello  autores  que 
no  han  existido.  El  sabio  D.  Antonio 
Agustín,  arzobispo  de  Tarragona,  en 
sus  Diálogos  de  las  Medallas,  reprendió 
vehementemente  esta  conducta,  tan 
ajena  de  la  profesión  de  Guevara.  Cer- 
vantes la  tachó  aquí  también  por  su 
estilo,  diciendo  en  tono  irónico,  que  el 
citarlo  daría  gran  crédito  á  quien  lo 
hiciese. 

2.  Medea,  insigne  hechicera  segiin 
la  fábula,  fué  hija  de  Etas,  rey  de 
Coicos,  y  ejemplo  de  mujeres  crueles. 
Enamorada  de  Jasón,  huyó  con  él  de  la 
casa  paterna,  y  perseguida  por  su  padre, 
en  la  fuga,  mató  y  despedazó  á  su  her- 
mano Absirto,  sembrando  sus  miem- 
bros sangrientos  por  el  camino,  para 
que  la  vista  de   tan    horrible     objeto 


retardase  la  velocidad  de  Etns.  Celosa 
después  de  Jasón  por  los  amores  de 
Creusa,  hija  de  Creonte,  rey  de  Co- 
rinto,  abrasó  vivos  á  su  competidora 
y  á  su  padre,  y  á  vista  de  JasiJn  mató 
los  dos  hijos  que  había  tenido  de  él, 
le  arrojó  sus  cuerpos  de  lo  alto  de  una 
torre,  y  valiéndose  de  sus  artes,  huyó 
por  los  aires  en  un  carro  tirado  de  dra- 
gones. 

Tal  es  la  descripción  de  la  crueldad 
de  Medea,  que  en  la  tragedia  que  lleva 
su  nombre  hace  Séneca,  ó  quien  quiera 
que  fuese  su  autor.  Ovidio,  en  el 
libro  Vil  de  las  Metamorfosis,  habla 
largamente  de  Medea;  pero  no  exclusi- 
vamente de  su  crueldad, como  Séneca; 
y  por  consiguiente,  parece  m;is  natural 
que  éste  sea  el  que  aquí  cita  Cervantes. 
No  sería  extraño  que  habiendo  puesto 
poco  antes  ;í  Catón  por  Ovidio,  pusiese 
ahora  á  Ovidio  por  Séneca. 

3.  Calipso  no  fué  encantadora  ni 
hechicera  {-i]),  que  es  de  lo  que  aquí  se 
trata.  Virgilio  habló  de  Circe,  pero  sólo 
de  paso,  en  el  libro  VII  de  la  Eneida. 
Homero  lo  hizo  á  la  larga  en  el  X  de 
la  Odisea. 

4.  Plutarco,  escritor  griego,  contem- 
poráneo, según  se  cree,  de  Trajano, 
escribió  varías  obras,  siendo  la  más 
voluminosa  é  importante  las  Vidas  pa- 


(o)  Con  mucha  razón  censura  el  señor  Cor- 
tejón  la  intransigente  y  menuda  crítica  de 
Clernencín,  y  cita  los  "pasajes  de  la  Jliada 
en  que  se  aplica  á  Calipso  él  calificativo  de 
hechicera.  Si  no  hacía  conjuros  ni  realizaba 
ceremonias  mágicas,  sabía  encadenar  á  los 
hombres  con  sus  encantos. 

(M.  de  T.) 


d 


L  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

toscana  toparéis  con  León  Hebreo  ',  (|ue  os  hincha  las  medidas  ;  y  si  no 
queréis  andaros  por  fierras  extrafias,  en  vuestra  casa  tenéis  á  Fonseca 
Del  amor  de  Dioa-,  donde  se  cifra  todo  lo  que  vos  y  el  más  ingenioso 
acertare  ;'i  d<'sear  en  tal  materia.  En  resolución,  no  hay  más  sino  que 
vos  procuréis  nombrar  estos  nombres,  ó  tocar  estas  historias  en  la  vuestra 
que  aquí  he  dicho,  y  dejadme  á  mí  el  cargo  de  poner  las  anotaciones  y 
acotaciones,  que  yo  os  voló  á  tal  de  llenaros  los  márgenes  y  de  gastar 
cuatro  pliegos  en  el  íin  del  libro. 

Vengamos  ahora  á  la  citacii'tn  de  los  autores  que  los  otros  libros  tienen, 
que  en  el  vuestro  os  faltan.  El  remedio  que  esto  tiene  es  muy  fácil,  porque 
no  habéis  de  hacer  otra  cosa  que  buscar  un  libro  que  los  acote  todos, 
desde  la  A  hasta  la  Z  3,  como  vos  decís.  Pues  ese  mismo  abecedario 
pondréis  vos  en  vuestro  libro  ;  que  puesto  que  á  la  clara  se  vea  la  mentira, 
por  la  poca  necesidad  que  vos  teníades  de  aprovecharos  de  ellos,  no 
importa  nada  :  y  quizá  alguno  habrá  tan  simple  que  crea  que  de  todos  os 
habéis  aprovechado  en  la  simple  y  sencilla  historia  vuestra.  Y  cuando  no 
sirva  de  otra  cosa,  por  lo  menos  servirá  aquel  largo  catálogo  de  autores  4 
dar  de  improviso  autoridad  al   libro  '.   Y  más,  que  no  habrá  quien   se 


mielas  de  personas  ilustres  griegas  y 
romanas,  entre  ellas  las  de  muchos  afa- 
mados capitanes  de  la  antigüedad,  que 
es  lo  que  aqui  se  indica. 

1.  León  Hebreo,  judio  natural  de 
Lisboa,  vivía  en  Castilla  el  afio  de  1492, 
en  que  la  expulsión  de  los  judíos,  hecha 
por  orden  de  los  Reyes  Católicos,  le 
obligó  á  volverá  su  patria.  L)e  allí  pasó 
á  Ñapóles  y  después  á  Genova,  donde 
vivió  ejerciendo  la  medicina.  Escribió 
los  Diálogos  de  amoi\  de  que  según 
D.  José  Rodríguez  de  Castro  en  su 
Biblioteca  de  Habinos  espaaolefi.  se 
hicieron  tres  versiones  al  castellano, 
una  por  Guedella  Jahia,  impresa  en 
Véncela,  año  de  1568,  otra  por  Garcilaso 
Inga  de  la  Vega  en  Madrid  el  de  to90, 
y  otra  por  Micer  Carlos  Montesa,  que 
se  publicó  en  Zaragoza,  año  de  1584; 
las  dos  primeras  se  dedicaion  al  rey 
D.  Felipe  11.  D.  Nicolás  Antonio,  en  su 
Bibliuteca  Española,  cita  otra  versión 
hecha  por  Juan  Costa,  aragonés  lü;. 

2.  Fr.  Cristóbal  de  Fonseca,  del 
orden  de  San  Agustín,  escribió  un  tra- 
tado del  Amor  de  Dios,  dividido  en  dos 

(»')  El  señor  Menéndez  Pelayo.en  su  nota- 
bilísimo libro  tíixtoria  de  las  idea-i  esUHicas 
en  España  (tomo  II.  cap.  vi)  dedica  un  e.\ce- 
lentc  estudio  á  León  Hebreo,  cunocido  tam- 
bién por  el  nombre  de  Judas  Abarbanel. 
(M.  de  T.) 


partes,  que  se  imprimió  en  Barcelona, 
año  de  1594,  repitiéndose  después  otras 
ediciones. 

3.  Nuevo  indicio  de  que  en  el  pre- 
sente prólogo  Cervantes  había  tomado 
por  su  cuenta  censurar  á  Lope  de  Vega. 
Este,  en  su  libro  intitulado  El  Pere- 
grino, puso  una  tabla  por  el  orden  del 
A  li  Ca,  de  los  autores  citados  en  su 
obra,  que  llegan  á  ciento  cincuenta  y 
cinco:  y  lo  mismo  hizo  en  El  Isidro, 
poema  nombrado  también  en  las  notas 
precedentes,  donde  la  tabla  alfabética 
de  autores  llega  á  doscientos  sesenta 
y  siete.  Esta  afectada  muestra  de  eru- 
dición se  encuentra  en  varios  libros  de 
aquel  tiempo  y  aun  del  siguiente,  en 
que  se  repitió,  á  pesar  del  rasgo  satí- 
rico de  Cervantes.  Dio  ejemplo  singu- 
lar lie  ello  D.  José  Pellicer  de  Salas  en 
sus  Lecciones  solemnes  ó  las  obras  de 
D.  Luis  de  Góniíora,  poniendo  al  prin- 
cipio el  índice  (le  los  autores  que  cita 
en  ellas,  divididos  en  sesenta  y  cuatro 
clases,  que  comprenden  alfabéticamente 
dos  mil  ciento  sesenta  y  cinco  artícu- 
los. Imprimiéronse  las  Lecciones  el 
año  de  1G30. 

4.  .VI  verbo  servir  en  la  acepción 
que  aquí  tiene,  no  le  corresponde  el 
régimen  i¡,  sino  pr  óde,  como  está 
al  principio  de  la  cláusula  ;  Y  cuando 
no  sirva  de  otra  cosa,  por  lo  meios 
servirá,  etc. 


i 


k 


iMlÓLOnO  1,1 

ponga  h  averiguar  si  los  sopuistes  6  no  los  seguisles  (i),  no  yéndole  Dada 
en  ello.  (Cuanto  más,  (jue  si  bien  caigo  en  la  cuenta,  este  vuestro  libro  no 
tiene  nt-cesidad  de  ninguna  cosa  de  aquellas  que  vos  decís  que  le  faltan, 
porque  todo  (H  es  una  invectiva  contra  los  libros  de  caballerías,  de  quien 
nunca  se  acordó  Aristóteles,  ni  dijo  nada  San  Basilio,  ni  alcanzó  Cice- 
rón' :  ni  caen  debajo  de  la  cuenta  de  sus  fabulosos  dis[)arates  las 
puntualidades  de  la  verdad,  ni  las  observaciones  de  la  Astrología,  ni 
le  son  de  importancia  las  medidas  geométricas;  ni  la  confutación  de 
los  argumentos  de  quien  se  sirve  la  Retórica;  ni  tiene  para  qué  predicar 
á  ninguno,  mezclando  lo  bumano  con  lo  divino,  que  es  un  género  de 
mezcla  de  quien  no  se  lia  de  vestir  ningún  cristiano  entendimiento. 
Sólo  tiene  que  aprovecharse  de  la  imitación  en  lo  que  fuere  escribiendo, 
que  cuanto  ella  fuere  más  perfecta,  tanto  mejor  será  lo  que  se  escribiere. Y 
pues  esta  vuestra  escritura  no  mira  á  más  que  á  deshacer  la  autoridad  y 
cabida  que  en  el  mundo  y  en  el  vulgo  tienen  los  libros  de  caballerías,  no 
hay  para  qué  andéis  mendigando  sentencias  de  filósofos,  consejos  de  la 
Divina  Escritura,  fábulas  de  poetas,  oraciones  de  retóricos,  milagros  de 
santos,  sino  procurar  que  á  la  llana  {■/.),  con  palabras  significantes,  hones- 
tas y  bien  colocadas,  salga  vuestra  oración  y  período  sonoro  y  festivo,  pin- 
tando en  todo  lo  que  alcanzáredes  y  fuere  posible  vuestra  intención,  dando 
á  entender  vuestros  conceptos,  sin  intrincarlos  y  escurecerlos.  Procurad 
también  que  leyendo  vuestra  historia  el  melancólico  se  mueva  á  risa,  el 
risueño  la  acreciente,  el  simple  no  se  enfade,  el  discreto  se  admire  de  la 
invención,  el  grave  no  la  desprecie,  ni  el  prudente  deje  de  alabarla.  En 
efecto  ;  llevad  la  mira  puesta  á  derribar  la  máquina  mal  fundada  de  estos 
caballerescos  libros,  aborrecidos  de  tantos  y  alabados  de  muchos  más(X); 
que  si  esto  alcanzásedes,  no  habríades  alcanzado  poco. 

Con  silencio  grande  estuve  escuchando  lo  que  mi  amigo  me  decía,  y 
de  tal  manera  se  imprimieron  en  mí  sus  razones,  que  sin  ponerlas  en  dis- 
puta, las  aprobé  por  buenas,  y  de  ellas  mismas  quise  hacer  este  prólogo  ; 
en  el  cual  verás,  lector  suave,  la  discreciétn  de  mi  amigo,  la  buena  ven- 
tura mía  en  hallar  en  tiempo  tan  necesitado  tal  consejero,  y  el  alivio  tuyo 
en   hallar  tan  sincera  y  tan  sin  revueltas  la  historia  del  famoso   D.   Qui- 

1.  Otro  indicio  de  que    la  intención  de  escribir,  sobretodo  tratándose  de  obras 

de    Cervantes    era   lealmente  tüdar   á  de  pura  imaginación.  (M.  de  T.) 

Lope  de  Vega;  porque  Aristóteles,  San  (■A)Yabe  hablado  en  la  nota.  «pág.  xxide  la 

Basilio  y  Marco  Tulio  son  tres    de    los  finalidad  del  Quijote.  Si  sólo  hubiera  servido 

autores  que  se  citan  en  el  catálogo   de  pai'a  « deshacer  la  autoridad  y  cabida  que 

ellos  que  está  ai  fin  del  Isidro  de  Lope,  ^n  el  mundo  y  en  el  vulgo  tienen  los  libros 

.i-  '  j„     „    .      j...  ,r  j  -1    „i  de  caballerías  11  hubiera   seguido  la  suerte 

puhhcado  segua  dijimos,  en  \iadrid,  el  ^^^^^^  ¿^  ,^^^.^.  libros  de  igual  índole,  según 

auo  ae  l.oJ9.  ■  observa  el  señor  Cortejón.  Pero  ha  llegado  á 

adquirir  fama  inmortal  y  á  formar  parte  del 

(t)  Seguistes.  — Al^nnoñ  corrigen  spfjuifitfii.'s.  patrimonio  intelectual  de  todos  los  pueblos 

pero  es  corrección  inútil.  En  aquella  época  por  la  admirable  síntesis  de  idealismo  y  de 

era  común  el  uso  de  esta  forma  de  plural,  realidad  que  nos  ofrecen  sus  páginas.  Desde 

como  se  ve  en  el  P.  Granada  y  en  otros  escri-  los  primeros  albores  del  progreso  la  huma- 

tores.    Aun    hoy    mismo    dice   el    pueblo    :  nidad  ha  asistido  constantemente  á  la  eterna 

amns/es,  ríiji.ili'.f:,  etc.  (M.  de  T.)  lucha  éntrelos paladinesdel  ideal,  los  soña- 

(z)   En  estas  breves  líneas  consigna  Cer-  dores,  y  los  representantes  de  la  vulgaridad 

Yantes  el  fundamento  y  la  esencia  del  arte  y  del  interés  prosaico.  (M.  de  T.) 


LII  DON    QUIJOTE    DE    LA   MANCHA 

jote  de  la  Mancha,  de  qui  en  hay  opinión  por  todos  los  habitadores  del  dis- 
trito del  campo  de  Montiel.  que  fué  el  más  casto  enamorado  y  el  más 
valiente  caballero  que  de  muchos  años  á  esta  parte  se  vio  en  aquellos 
contornos.  Yo  no  quiero  encarecerte  el  servicio  que  te  hago  en  darte  á 
conocer  tan  notable  y  tan  honrado  caballero  ;  pero  quiero  que  me  agradez- 
cas el  conocimiento  que  tendrás  del  famoso  Sancho  Panza  su  escudero, 
en  quien  á  mi  parecer  te  doy  cifradas  todas  las  gracias  escuderiles  que  en 
la  caterva  de  los  libros  vanos  de  caballerías  están  esparcidas.  Y  con  esto, 
Dios  te  dé  salud,  y  á  mi  no  olvide.  Vale. 


AL  LIBRO  DE  D.  QULTOTE  DE  LÁ  MANCHA 


URGANDA  '      I. A     DKSGONOCIDA 


S   de  llegarte  á  los  bue-^ 
libro,  fueres  con  letu-"' 
no  le  dirá  el  boijuirru- 
que  no  pones  bien  los  de- 
Mas  si  el  pan  no  se  te  cue- 
por  ir  á  manos  de  idio- 
verás  de  manos  á  bo- 
aun  no  dar  una  en  el  cla- 
si  bien  se  comen  las  lua- 


por  mostrar  que  son  curio- 

Y  pues  la  experiencia  ense- 
que el  que  á  buen  árbol  se  arri- 
buena  sombra  le  cobi- 
en  Béj.ar  tu  buena  estre- 
Un  árbol  real  te  ofre-  * 
que  dapríncipes  por  fru- 
en  el  cual  florece  un  Du- 
que es  nuevo  Alejandro  Ma- 


1.  La  encantadora  Urganda  fué  sin- 
gularmente amiga  de  Amadis  de  (Jaula. 
El  motivo  de  llamarse  desconocida  se 
explica  en  el  capitulo  XI  del  libro  de 
Amadis,  donde  el  gigante  Gandaiac,  que 
había  educado  á  Galaor  y  le  llevaba  á 
armarse  caballero,  le  dijo,  hablando 
de  Urganda,  que  se  llamaba  la  desco- 
nocida porque  mxichas  veces  se  ti'ans- 
formaha  y  desconocía.  Y  en  el  discurso 
de  la  historia  se  refieren  los  disfraces 
que  tomó  en  diferentes  ocasiones,  apa- 
reciendo y  ocultándose  según  quería, 
como  cuando  después  de  la  junta  de 
Reyes  y  caballeros  que  tuvo  en  la 
ínsula  firme  se  metió  en  una  fusta  (> 
nave  que  tenía  hechura  de  una  gran 
serpiente ;  y  luego  el  huyno  fue  tan 
negro,  rjue  por  más  de  cuatro  días 
nunca  pudieron  ver  ninguna  cosa  de  lo 
gue  en  él  estaba ;  mas  en  cabo  de  ellos 
se  quitó,  y  vieron  la  serpiente  como  de 
antes;  de  Urganda  no  supieron  qué  se 
hizo  (a). 

2.  iPcllicer  afirma  que  Cervantes  fué 
el  inventor  de  estos  versos  cortados  en 
los  finales  (a),  y  que  le  imitó  después 
el  autor  de  la  Pícara  Justina.  Publi- 
cóse este  libro  en  Bruselas  el  auo  1608, 
tres  años  después  que  la  primera  parte 
del  Qliiote,  bajo  el  nombre  de  Fran- 
cisco de  Ubeda;  pero  su  verdadero  au- 
tor fué  Fr.  Andrés  Pérez,  religioso 
dominico,    natural     de    Lei'm.    En    el 

(a)  Amadis  de  Caula,  cap.  CXXVÍ. 

í'j)  La  invención  de  los  versos  cortados 
al  final, ó  de  cabo  roto  se  debe. según  Fernán- 
dez Guerra,  al  picaresco  coplero  sevillano 
Alonzo  Alvarez  de  Soria.  (M.  de  T.) 


libro  IT,  número  3.° del  capítulo  último, 
se  leen  los  versos  siguientes  : 

Yo  soy  Due- 
Que  todas  las  aguas  be- 
Soy  la  Rain  de  Picardi- 
Mas  que  la  rud  conoci- 
Más  fanio  que  Doña  Oli- 
Qiie  Don  Quijo  y  Lazari- 
Que  Alfarach  y  Celesti- 
Si  no  me  conoces,  cue- 
Yo  soy  Due- 
Que  todas  las  aguas  be- 
Lope  de  Vega  puso  en  su   entremés 
del  Poeta  un  soneto  en  versos  cortados, 
que  empieza  así  : 

Hermosa  cara,  no  os  vendáis  barat- 
Ni  vuestra  linda  estrella  lo  perniit- 
Ni  recibáis  de  balde  la  visit- 
Mi  os  troquéis,  nina,  de  oro  en  plat- 

Góngora  hizo  también  versos  de 
esta  clase,  que  sean  de  quien  fueren, 
no  son  m.ís  que  un  juguete  sin  belleza 
ni  mérito  particular. 

3.  Ir  con  letura  üigniñca.  ir  con  inten- 
ción ó  propósito  :  expresión  del  len- 
guaje bajo  y  vulgar,  como  lo  dijo  el 
mismo  (Cervantes  al  principio  de  su 
Viaje  al  Parnaso. 

Vayan  pues  los  leyentes  con  letura. 
Cual  dice  el  vulgo  nial  limado  y  bronco, 
Que  yo  soy  un  poeta  de  esta  hechura. 

4.  Alude  al  origen  de  la  Casa  Real 
de  Navarra,  que  se  atribuían  los  Zúfii- 
gas,  segi'm  Fernán  Pérez  de  Guzmán  en 
las  Generaciones  y  Semblanzas,  y  á  la 
dedicatoria  de  esta  primera  parte  del 
Quijote,  dirigida  á  ü.  Alonso  Diego 
Li'ipez  de  Zúñiga,  duque  de  Béjar,  á 
quien  se  trata  de  obsequiar  en  estos 
versos. 


LIV 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


Llega  á  su  sombra,  que  á  osa- 
favorece  lafortu-' 
De  un  noble  hidalfío  manche- 
contarás  las  aventu-  ^ 
á  quien  ociosas  letu- 
Irastornaion  la  cabe- 
Damas,  armas,  caballe- 
le  provocaron  de  mo- 
que cual  Orlando  furio-" 


templado  á  lo  enamora  — 
alcanzó  á  fuerza  de  bra-* 
;'i  Dulcinea  del  Tobo- 
No  indiscretos  hierogli-'' 
estampes  en  el  escu- 
que, cuando  es  todo  figu- 
con  ruines  puntos  se  embi- 

Si  en  la  direccii'm  te  humi- 
no  dirá  mofante  algu- 


\.  Audenles  fortuna  juval,  dijo  Vir- 
"ilio  en  el  libro  X  de  la  Eneida^  y  Ce- 
lestina lo  citó  en  el  acto  primero  de  su 
tragicomedia  :  mas  di,  como  Marón, 
que  la  fortuna  ayuda  ú  los  oaados.  Fué 
uno  de  los  versos  que  Virgilio  se  dejó 
sin  acabar  en  su  poema  ;  después  se 
concluyó,  añadiéndole  el  hemistiquio 
timidosque  repellit. 

2.  Un  libro  prosaico  fque  es  á  quien 
se  dirige  esta  composición  de  Urganda 
la  Descunocidaj  más  bien  cuenta  que 
canta,  y  asi  juzgo  preferible  la  lección 
contarás  que  pusieron  las  dos  ediciones 
primitivas  del  año  Í6Ü5,  á  la  de  crm- 
Larás  qne.  puso  la  de  lü08. —  En  el  verso 
siguiente  han  leído  ociosa  todas  las 
ediciones  anteriores  ;  pero  era  conoci- 
damente errata  por  ociosas,  según  lo 
demuestra  el  verbo  plural  Iraslornaron. 

3.  El  célebre  poema  del  Orlando 
furioso,  escrito  por  Ludovico  Ariosto, 
empieza  asi  : 

Le  dotine,  i  cavalier,  l'arme,  glí  aniori, 
Le  corlesie,  laudad  imprese  io  canto. 

Y  repitiendo  algunas  de  estas  palabras, 
decía  ürganda  de  D.  Quijote  ; 

Damas,  armas,  caballe- 
Le  provocaron  de  mo- 
Que  cual  Orlando  furio-  etc.  (?) 

Por  la  repeticiim  de  dichas  palabras 
y  la  mención  expresa  de  Orlando  fu- 
rioso, es  claro  que  en  estos  versos  de 
ürganda  indica  Cervantes  lo  que  la 
lectura  del  Ariosto  iniluyó  en  la  (le- 
ía) Recuérdese  también  el  principio  de 
la  Araucana,  inspirado  igualnieute  en  el 
mismo  poema : 

Nu  las  damas,  amor,  no  freolili^zas 
Ve    cüballeros    canto    enamoradus,    etc. 
(M.  de  T.) 


mencia  del  hidalgo  manchego.  No  lo 
tenia  menos  leído  el  de  Alcalá,  como 
se  ve  por  las  frecuentes  alusiones  del 
Quijote  :  el  Orlando  furioso  y  el  libro 
de  Amadís  de  Gaula  fueron  dos  de  los 
principales  textos  de  Cervantes. 

4.  No  llegó  á  verificarse  :  D.  Quijote 
se  murió  sin  ver  desencantada  á  Dulci- 
nea, y  la  maga  Lrganda,  á  pesar  de  su 
mucho  saber  y  de  su  don  de  profecía, 
anduvo  desalumbrada  en  este  pasaje. 
—  El  verso 

á  Dulcinea  del  Tobo- 
es  largo,   á  nO    Ser  que   se  pronuncie 
Dulcinea,  acabando  en  diptongo. 

o.  Intenta  Pellicer  aclarar  la  obscu- 
ridad de  la  presente  estrofa  por  las 
figuras  de  D.  Quijote,  Dulcinea,  San- 
cho y  otras,  y  la  alusión  que,  según 
supone,  envuelve  esto  á  las  figuras  en 
el  juego  de  la  Primera,  muy  usado  en 
tiempo  de  Cervantes  ;  y  cree  que  Ür- 
ganda aconseja  al  libro  que  escar- 
miente en  los  ejemplos  que  alega  de 
personajes  ilustres  que  fueron  desgra- 
ciados. Para  mí  la  estrofa  es  ininteli- 
gible, y  la  explicación  de  Pellicer  ente- 
ramente arbitraria,  sin  fundamento  ni 
apoyo  en  el  texto.  Por  lo  demás,  son 
bien  conocidas  las  historias  del  Condes- 
table D.  Alvaro  de  Luna,  privado  del 
rey  D.  Juan  el  11,  que.  después  de  haber 
nmndado  mucho  años  el  reino,  muri(> 
degollado  en  Valladolid  el  2  de  Junio 
del  año  14.52;  de  Aníbal,  capitán  car- 
taginés, vencedor  muchas  veces  de  los 
romanos,  á  quien  últimamente  sus 
desgracias  llevaron  al  punto  de  tomar 
un  veneno  y  m;ttarse  en  Bitinia,  no  en 
Italia,  como  Pellicer  dice;  v  del  rey 
Francisco  1  de  Francia,  que,  hecho  pri- 
sionero eu  la  batalla  de  Pavía  el 
año  1535,  estuvo  detenido  en  Madrid 


AI,    I.IBItO    DE    D.    OUIJOTI':    DE    LA    MANCHA 


LV 


f|ue  I).  Alvaro  de  l.u- (y) 
qiid  Aníbal  el  de  Carta- 
que  el  Uey  Fraru-isco  en  Espa- 
se qiu'jii  de  la  forlii- 

Pues  al  cielo  no  le  j>lu- 
que  salieses  tan  l;uii- 
coiiio  el  ne^'ro  Juan  Lati-  ' 
liablar  latines  rehu- 

No  me  despuntes  de  a^'U-- 
ni  me  alejíues  con  filo- 
porque  torciendo  la  bo- 
dirá  el  que  entiende  la  le- 
ño un  palmo  de  las  ore- 
Para  qué  conmigo  tlo- 

No  te  metas  en  düm- 
ni  en  saber  vidas  aje- 
que  en  lo  que  no  va  ni  vie- 


pasar  de  laríío  es  cordu- 
Qne  suelen  en  íajicru- 
darles  á  los  que  f;rai ce- 
nias til  qn{':niale  las  ce- 
sólo en  cobrar  buena  Ta- 
que el  ijue  imprime  neceda- 
dalas  ;i  censo  perpe- 

Advierte  que  es  desati- 
siendo  de  vidrio  el  teja- 
tomar  piedras  en  la  ma- 
para  tirar  al  veci- 

Deja  que  el  hombre  de  jui- 
en  las  obras,  que  compo- 
se vaya  con  pies  de  plo- 
que  el  que  saca  ;í  luz  pape- 
para  entretener  donce- 
escribe  á  tontas  y  á  lo-  3 


hasta  que  concertó  los  pactos  de  su 
libertad  con  el  emperador  Garlos  V  (■;). 
1.  D.  Francisco  Bermúdez  de  Pe- 
draza,  en  la  Anlic/üedad  y  excelencias 
de  Granada  («),  cuenta  que  el  ne^ro 
Juan  Latino  «  fué  traído  siendo  niño 
cautivo  con  su  madre  á  España,  donde 
se  crió  en  casa  de  la  duquesa  de  Terra- 
nova,  viuda  del  Gran  Capitán,  con  la 
doctrina  de  su  nieto  el  duque  de  Sesa, 
al  cual  servía  de  llevar  los  libros  al 
estudio...  Siendo  ya  hombre,  se  casó 
por  amores  con  Doña  Ana  Carlevai, 
hija  del  Licenciado  Gurleval,  gober- 
nador del  Estado  del  duque ;  porque 
dando  lección  ;i  esta  dama,  la  aficionó 
de  tal  suerte  con  sus  donaires  y  gra- 
ciosos dichos,  que  le  dii'i  palabra  de 
casamiento  ;  y  pedida  ante  el  juez 
eclesiástico,  se  ratificó  en  ello,  y  caso 
con  él.  Estudió  artes,  y  fué  maestro  ea 
ellas...  Se  aplicó  á  leer  gramática,  y 
tuvo  la  cátedra  desta  ciudad  [Granada ' 
más  de  sesenta  años.  Fué  tan  esti- 
mado de  los  duques  de  Sesa,  arzobis- 
pos y  gente  principal,  que  todos  le 
daban  su  mesa  y  silla,  porque  demás 

(a)  Lib.  III,  cap.  XXXIII. 

{■()  Elseñor.  Gortejón,  con  razones  muy  aten- 
dibles, escribe  este  y  los  tres  versos  si- 
guientes en  este  forma  : 

¡  Qué  D.  Alvaro  de  Lu  — 
Qué  Aníbal  el  de  i!;arta 
Qué   rey   Francisco  en  Espa  — 
Se  queja  de  la  fortu  — . 

Supone  ([ue  éstos  son  una  sátira  contra  las 
lamentaciones  de  Lope  en  la  dedicatoria  del 
Peregrino,  (M.  de  T.) 


de  ser  gran  retórico  y  poeta  latino,  era 
gracioso  decidor  y  buen  músico  de 
vihuela.  Vivió  noventa  años,  dejando 
hijas  y  nietos  que  boy  viven.  Cegó  á  la 
vejez,  y  no  obstaiite  esto,  leía  en  las 
escuelas  y  poi'  l.is  calles  andando.  Est.i 
enterrado  en  la  iglesia  de  Señora  Santa 
Ana  desta  ciudad  ». 

Ambrosio  de  Salazar.  en  el  libro  que 
imprimió  en  Rúan  el  año  1636  con  el 
título  de  Espejo  f/eneral  de  la  gramá- 
tica, dice  que  conoció  á  Juan  Latino  y 
á  cuatro  de  sus  hijas,  y  que  puso 
escuela  de  rniísica,  latín  y  griego. 
Añade  otras  particularidades,  ea  que 
no  siempre  va  de  acuerdo  con  Pedraza. 

Juan  Latino  recibió  la  libertad  ríe 
mano  del  duque  de  Sesa,  con  quien  se 
había  educado ;  fué  muy  favorecido  dé 
D.  Pedro  Guerrero,  arzobispo  de  Gra- 
nada, y  tuvo  el  apellido  de  Latino  por 
su  conocimiento  en  la  lengua  romana, 
en  la  que  escribió  é  imprimió  algunas 
poesías. 

2.  Parece  errata  por  No  te  despuntes 
de  agu- 

3.  No  ha  faltado  quien  diga  que  en 
esta  composición,  puesta  í  nombre  de 
Urganda,  quiso  Cervantes  motejar  al 
duque  de  Lerma,  ministro  favorecido 
del  rey  D.  Felipe  III.  Pero  nada  hay 
en  ella  que  lo  indique.  No  ha  faltado 
tampoco  quien  la  alabe  de  discreta;  á 
mi,  con  perdón  de  Cervantes,  no  me  lo 
parece.  Tampoco  encuentro  la  seme- 
janza (|ue  dice  Pellicer  con  la  carta 
que  dirigió  Horacio  á  su  libro,  ni  la 
ocasión  de  poner  en  boca  de  Urganda 
esta  alocución  al  Quijote;  ni  entiendo 


LVI 


DON    OLlIOTí:    DK    LA    MANCHA 


AMADÍS    J)i;    (iAlI.A  *    Á    I).    OUIJOTE    Di:    LA    MANCHA 

SONETO 

Tú,  que  imitaste  la  llorosa  vida 
que  luve  ausente  y  des(iei"iado  sobre(í) 
el  gran  ribazo  de  la  Peña  Pobre, 
de  alegre  ú  penitencia  reducida. 

Tú,  á  quien  los  ojos  dieron  la  bebida 
de  abundante  licor,  aunque  salobre, 
y  alzándote  la  plata,  estaño  y  cobre, 
te  diú  la  tierra  en  tierra  la  comida. 

Vive  seguro  de  que  eternamente, 
en  tanto  al  menos  que  en  la  cuarta  esfera 
sus  caballos  aguije  el  rubio  Apolo, 

Tendrás  claro  renombre  de  valiente, 
tu  patria  será  en  todas  la  primera, 
tu  sabio  autor  al  mundo  único  y  sólo  -*. 

D.    BELL\NÍS    DE    GRECL\    \    D.    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

80XET0 

Rompí,  corté,  abollé,  y  dije,  y  hice 
más  que  en  el  orbe  caballero  andante  ; 
fui  diestro,  fui  valiente  y  (í)  arrogante  ; 
mil  agravios  vengué,  cien  mil  deshice. 

Hazañas  di  á  la  fama  que  eternice ; 


sus  pensamientos,  ni  hallo  otra  cosa 
en  ella  que  obscuridad,  confusión  y 
tinieblas  (cj. 

1.  No  hay  que  extrañar  que  Amadis 
de  Gaula  compusiese  el  presente  so- 
neto, puesto  que,  según  su  historia  (a), 
era  poeta,  y  según  la  de  su  nieto 
Lisuarte  de  Grecia  (h)  sabia  bien  el  cas- 
tellano. Y  nótese,  á  propósito  de  esto 
(a)  Cap.  LL  —  (6)  Cap.  LXVÍIL 
(e)  Conioseve,lanuevaescuela  modernista 
tuvo  de  quien  aprender  el  arte  de  construir 
versos  descoyuntados.  Kn  una  composición 
muy  elof^iada  del  Góngora  de  dicha  escuela, 
Ruiíén   Darío,  se  lee  : 

r.oo  las  piedra»  que  en  la  costa 
Recog-í, 

Cazaba  uguílas  al  vuelo 
Lobos  y 

En  la  guerra  iba  á  la  guerra 
Contra  mil. 
(;)  Y  arroyante.  —  El  señor.  Cortejón  trae: 
Fu!  diestro,  fui  valiente,  fui  arrogante. 

(M.  de  T.) 


Último,  que  Amadis,  según  su  historia, 
vivió  muchos  años  antes  que  hubiese 
Castilla,  y  aun  hubo  de  ser  contempo- 
ráneo de'Poncio  Pilatos,  puesto  que  su 
tercero  ó  cuarto  nieto,  el  principe 
Anaxartes,  nació  el  año  il5  de  Jesu- 
cristo, según  la  historia  de  D.  Florisel 
de  Niqueaía). 

2.  Alabanza  que  se  da  á  sí  mismo 
Cervantes  ;  especie  de  candor  que 
suele  verse  en  los  grandes  ingenios,  en 
quienes  más  bien  que  como  arrogan- 
cia puede  pasar  como  ingenuidad  y 
como  conciencia  del  propio  mérito. 

(íi)  Lil).  I,  cap.  L 

(S)  No  tiene  la  culpa  Cervantes  de  que 
haya  críticos  que  quieran  ver  en  todo  obscu- 
ridad y  tinieblas.  Según  confiesa  el  mismo 
Cleiiie'ncín.en  otras  notas  del  prólogo,  el  au- 
tor se  propuso  seguramente  censurar  con  su 
habitual  donaire  ciertos  prólogos  de  Lope  de 
Vega  V  otros  autores  contemporáneos  suvos. 
(M.  de  f.) 


Al.    I.lllHO    DK    I).    QinJOTK    DIO    f.A    MANCHA 

fui  comedido  y  regalado  amante; 

fuó  enano  para  mi  todo  gigante, 

y  al  duelo  en  cualijuier  punto  satisfice. 

Tuve  ;i  mis  pií^s  [jostrada  la  fortuna, 
y  trajo  del  copete  mi  cordura 
á  la  calva  uciisión  al  estricote. 

Mas  aunque  sobre  el  cuerno  de  la  luna 
siempre  se  vio  encumbrada  mi  ventura, 
tus  proezas  envidio,  i  oh  gran  Quijote  ! 


LYII 


LA   SEÑORA   ORIANA   A    DULCINEA    DEL    TOBOSO 


¡Oh  quién  tuviera,  hermosa  Dulcinea, 
por  más  comodidad  y  más  reposo, 
á  Miratlores  '  puesto  en  el  Toboso, 
y  trocara  su  Londres  2  con  tu  aldea  ! 

¡  Oh,  quién  de  tus  deseos  y  librea 
alma  y  cuerpo  adornara,  y  del  famoso 
caballero  que  hiciste  venturoso, 
mirara  alguna  desigual  pelea  ! 

¡  Oh,  quién  tan  castamente  se  escapara 
del  señor  Amadís,  como  tú  heciste 
del  comedido  hidalgo  D.  Quijote! 

Que  así  envidiada  fuera,  y  no  envidiara, 
y  fuera  alegre  el  tiempo  que  fué  triste, 
y  gozara  los  gustos  sin  escote  3, 


1.  Era  un  castillo  ó  casa  de  placer, 
donde  solía  residir  la  sin  par  Oriana, 
hija  del  rey  Lisuarte  y  de  la  reina 
Brisena,  señora  de  Amadís  de  Gaula  y 
archiprincesa  de  las  princesas  caballe- 
rescas. «  Este  castillo  de  Miraflores  es- 
taba á  dos  leguas  de  Londres  y  era 
pequeño;  mas  la  más  sabrosa  morada 
era  que  en  toda  aquella  tierra  había  ; 
que  su  asiento  era  en  una  floresta  á  un 
cabo  de  la  montaña,  y  cercada  de  huer- 
tas que  muchas  frutas  llevaban,  y  de 
otras  grandes  arboledas,  en  las  cuales 
había  hierbas  y  flores  de  muchas  gui- 
sas. Y  era  muy  bien  labrado  á  maravilla ; 
y  dentro  había  salas,  y  cámaras  de 
rica  labor,  y  en  los  patios  muchas 
fuentes  de  agua  muy  sabrosa,  cubiertas 
de  árboles  que  todo  el  año  traían  flores 
yfrutas.  E  un  día  fué  allí  el  rey  á  cazar, 
y  llevó  consigo  á  la  reina  é  á  su  hija  ; 
é  porque  vio  que  su  hija  mucho  se  pa- 
gaba de  aquel  castillo  por  ser  tan  fer- 


moso,  di(3selo  por  suyo.  E  ante  la 
puerta  del  había,  un  trecho  de  ballesta, 
un  monasterio  de  monjas,  que  Oriana 
mandó  hacer  después  que  suyo  fué,  en 
que  había  mujeres  de  buena  vida  {a).  » 

2.  Las  primeras  ediciones  dicen  sus 
Londres.  La  Academia  Española  lo  co- 
rrigió  poniendo  su  Londres,  como  forzo- 
samente diría  el  original. 

3.  Los  afectos  de  Amadís  no  fueron 
tan  puros  y  platónicos  como  los  de 
D.  Quijote.  Alúdese  en  el  fin  del  soneto 
á  los  pasos,  no  muy  decentes,  del  ga- 
lanteo de  Amadís,  á  la  soledad  y  en- 
cierro que  de  resultas  de  ellos  y  para 
salvar  su  honor  tuvo  que  guardar 
Oriana,  y  á  la  necesidad  en  que  se  vio 
de  poner  en  un  cajón  y  echar  al  Táme- 
sis  al  niño  Esplandián,  fruto  de  sus 
amores. 

la)  Amadís  de  Gaula,  cap.  Lili. 


LVIII 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


GANDAMN,    ESCUDEflO    DE    AMADIS    DE    GALLA 

Á    SANCHO  TANZA,    ESCL'DEHO    l>t,    D.  QUIJOTE 

80SET0 

Salvé,  varón  famoso,  á  quien  fortuna, 
cuando  en  el  trato  escuderil  te  puso, 
tan  blanda  y  cuerdamente  lo  dispuso, 
que  lo  pasaste  sin  desgracia  alguna. 

Ya  la  azada  ó  la  hoz  poco  repuna 
al  andante  ejercicio,  ya  está  en  uso 
la  llaneza  escudera  con  que  acuso  ' 
al  soberbio  que  intenta  hollar  la  luna. 

Envidio  á  tu  jumento  y  á  tu  nombre, 
y  á  tus  alforjas  igualmente  envidio, 
que  mostraron  tu  cuerda  providencia. 

Salve  otra  vez,  ¡  oh  Sancho,  tan  buen  hombre, 
que  á  solo  tú  nuestro  español  Ovidio  ^ 
con  buzcorona  te  hace  reverencia^ 


i.  La  voz  escudera  está  usada  como 
adjetivo,  y  no  lo  es.  Hubiera  podido 
decirse  : 

La  escuderil  llaneza  con  que  acuso. 

2.  A  solo  tú,  combinacitJh  intole- 
rable, porque  lo  es  el  régimen  d  tú:  y 
tanto  más,  cuanto  más  fácil  era  ha- 
berlo evitado,  diciendo  : 

Que  solo  áti  nuestro  Cipañol  Ovidio. 

Cervantes  se  dio  á  sí  mismo  el  nombre 
de  Ovidio  español,  porque  á  la  manera 
que  el  latino  describió  las  transforma- 
ciones de  los  héroes  y  personajes  de  la 
fábula,  él  describió  las  que  se  forjaron 
en  la  desvariada  imaginación  de  D.  Qui- 
jote, como  las  de  ventas  y  aceñas  en  cas- 
tillos, de  molinos  de  viento  en  gigantes 
y  de  rebaños  en  ejércitos.  Este  pen- 
samiento es  de  Pellicer;  y  el  mismo 
Cervantes  introduce  en  la  segunda  parte 
del  Quijote  un  escritor  (pie  estaba 
componiendo  un  libro  con  el  titulo  de 
Metamorfoseos  ú  Ovidio  español,  porque 
en  él,  imitando  á  Ovidio  á  lo  burlesco, 
se  pintaba  quién  habla  sido  la  Giralda 
de  Sevilla,  el  Ángel  de  la  Magilalena, 
la  fuente  de  la  Priora  y  del  Piojo, 
dando  origen  elevado  y  misterioso  á 
objetos  vulgares,  (r,) 

3.  Dice  D.  Sebastián  de  Covarrubias 
ea  su  Tesoro  de  la  lengua  castellana., 


que  el  Buz  es  el  beso  de  reverencia  y 
reconocimiento  que  da  uno  á  otro,  y 
e7itre  otras  monerías  que  la  mona  hace 
es  el  buz.  lomando  la  mano  y  besándola 
con  mucho  tiento...  y  luego  poniéndola 
sobre  la  cabeza. 

//ííce>-e¿ />«í  equivale  á  obsequiar  ó 
festejar,  y  asi  decia  un  andaluz  a  una 
dama  en  el  Romancero  general  de 
Pedro  de  Flores  (a) : 

Adiós,  que  es  pran  molimiento 
Vivir  haciéndole  el  buz. 

En  una  composición  de  D.  Antonio  de 
Solís  dice  la  Luna  á  Apolo,  disputando 
sobre  el  patronazgo  délos  poetas  : 

Aquellos  rayos,  señor. 
Con  que  me  hacías  el  buz. 
Ya  no  son  rayos  de  luz. 
Sino  rayos  de  dolor. 

Y  Villaviciosa,  en  el  prólogo  de  la 
Mosquea,  hablando  con  el  lector,  le 
dice: 

Y  bien  sé  que  el  día  de  hoy 

Es  grave  y  pesada  cruz 

Hacerte,  íector,  el  buz. 

(a)  Parte  5.',  fol.  12Í. 

(t|)  Esla  frraciosa  burla  de  Cervantes  puede 
aplicarse  a  ciertos  fervorosos  cervautistri» 
que, como  el  seüorBenju  mea  y  otros  ciento. han 
querido  hallar  en  las  páginas  del  Quijote  toda 
clase  de  símbolos  y  misteriosas  representa- 
ciones. (M.  de  T.) 


M,    I.llUH)    HK    I),    lUnJOTK    DK    I..\    MANCHA 


LIX 


DliL    donoso',     rOICTA    KNTREVEHADO^ 
A  SAriCllO  PANZA  Y   IKICINANTE 

Soy  Sancho  Panza  escude- 
dc.l  Manrlicgo  Don  Quijo- 
puse  pies  en  polvoro- 
por  vivir  á  lo  discre- 

Que  el  Tácito  Villiidie- 
toda  su  razón  de  csta- 
cifró  en  una  retira- 
según  siente  Celesti- 
libro  en  mi  opiniíui  divi-  2 
si  encubriera  tnás  lo  huma-  '* 


Pero  señalndaniente  el  buz  se  aplica  á 
las  monas,  como  se  ve  en  la  cotnedia 
del  Hufián  dichoso  (de  Cervantes), 
donde  encarda  Fr.  Antonio  ;i  uno  (¡ue 
partía  de  Méjico  para  España  que  salu- 
dase a  cierta  persona  : 

Encájele  un  besapiés 
De  mi  pai'te  y  otros  diis 
Buces,  á  modo  de  mona. 

En  la  Gran  Conquista  de  Ultramar  ia) 
sé  ciienta  que  junto  á  la  corte  del  rey 
Gorval.ín,  un  lobo  se  llevó  atravesado 
eti  la  boca  á  un  infante,  sobrino  dfel 
rey,  y  huyó  por  montes  y  barrancos. 
Perseguíale  el  conde  Ilarpín  á  caballo  : 
pero  ho  pudiera  quitalde  el  niño,  ni 
aun  alcanzarlo,  si  no  hubiera  salido  de 
través  un  jjimio  muy  grande  y  viejo, 
que,  agradado  del  niño,  se  lo  quitó)  al 
lobo.  E  desque  tovo  al  niño,  dice  la 
historia,  pzo  del  buz  al  lobo  por  eacar- 
7iio,  como  el  gimió  sabe  facer,  é  fuese 
huyendo  por  el  monte  uniy  alegre. 
Siendo  esto  así,  no  es  de  extrañar  que 
el  buz  lleve  también  alguna  mezcla  de 
burla,  como  indica  Onndalín  en  su 
soneto.  La  añadidura  de  corona  al  buz, 
puede  tener  conexión  con  lo  que  dice 
Covarrubias  de  tomar  las  monas  la 
riaano,  besarla  y  ponerla  sobre  la  co- 
rona ó  coronilla  de  la  cabeza.  Por  esta 
adición  sfibrentendida  de  corona  se  con- 
vertiría el  buz  ma'^culiho  en  btiz  feme- 
nino, cuando  despidiéndose  Estebanillo 
González  de  una  daifa,  le  decía  (b)  : 

(a)  Lib.  2,  cap.  CCLV.  —  (6)   Parte  2.', 
cap. IV, 


1.  Si  fueron  obscuros  los  vtei*sos  de 
Urganda,  no  lo  son  menos  los  del 
Donoso.  Se  da  á  entender,  según  pa- 
rece, que  Sancho,  siguiendo  la  autori- 
dad del  gran  político  Villadiego  y  de  la 
madre  Celestina,  se  retiró  discreta- 
mente del  servicio  de  D.  Quijote;  pero 
no  fué  así  (0).  Lejos  de  abandonarle  eu 
vida,  al  tiempo  de  su  muerte  le  exhor- 
taba á  salir  al  campo,  ofreciéndole  su 
compañía  para  la  vida  pastoril  que 
había  proyectado.  Prescindo  de  la  im- 
propiedad con  que  se  pone  eü  boca  de 
Sancho  la  mención  de  Tácito,  la  opi- 
nión que  había  formado  de  la  Celestina 
y  la  raz'jn  en  que  la  fundaba. 

Dice  Sancho  que  puso  pies  eh  polvo- 
rosa, que  es  lá  calle  en  el  idioma  ger- 
manesco  de  los  rufianes.  Poner  pies 
en  polvorosa  equivale  á  escapar,  huir, 
y  se  hall'i  ya  en  la  colección  anónima 
de  refranes  que  se  imprimió  en  Zara- 
goza el  año  de  1.^)49.  Én  la  misma  se 
halla  también  lo  de  coger  \a.'^  calzas  de 
Villadiego,  y  aun  antes,  en  la  antigua 
tragicomedia  de  la  Celestina.  A  esto 
aluden  los  versos  del  Donoso. 


Sólo  estoy  arrepentido 
be  que  te  íiice  la  buz. 


(0)  Clemencín  no  tuvo  presente  que  entre 
la  publicación  de  la  I''  y  '2'  parte  del  Quijoie 
mediaron  muchos  años  y  que  casj  sfes:úra- 
ramente  debió  cambiai-  Cervantes  de  idea  en 
Olíanlo  al  desenlace  de  la  obra.  A  esto  ?e 
agrega  que  otros  críticos  interpretan  de  dis- 
tinto modo  los  citados  versos. 


(M.  de  T.) 


LX 


DON    QUIJOTE    DE    I,A    MANCHA 


2.  La  Celestina  ó  Tragicomedia  de 
Calixto  y  Melibea  es  un  iJrauí.i  pro- 
saico (t)  escrito  en  el  siglo  xv,  cuyo  ar- 
gumento es  ia  seducción  de  Melibea  por 
Calixto,  auxiliado  por  la  vieja  hechi- 
cera y  alcahueta  Celestina,  que  finaliza 
en  que  Melibea  se  arroja  despechada  de 
una  lorre  .i  vista  de  su  padre.  El  prin- 
cipio del  drama  se  atribuye  á  Rodrigo 
Cota,  toledano,  y  lo  siguiente  lo  escri- 
bió Fernando  de  Hojas,  natural  de  la 
Puebla  de  Montalván.  El  autor  del  Diá- 
logo de  las  lenguas,  critico  sabio  que 
üoreció  en  el  reinado  de  Carlos  V; 
dijo  de  la  Celestina,  que  ningún  liljro 
había  escrito  en  castellano,  donde  la 
lengtia  estuviese  más  nal  lira  I, mus  propia 
nimás  elegante.  Se  imprimió  por  prime- 
ra vez  en  Salamanca  el  año  de  1500  (x),  y 
en  todo  el  siglo  xvi  y  principios  del  xvii 
se  reimprimió  muchas  veces  dentro  y 
fuera  de  España.  D.  Leandro  Moratiu 
en  sus  Orígenes  del  teatro  espanol  da 
noticia  de  ventiuna  ediciones  hechas 
en  aquel  tiempo,  y  probablemente  no 
las  conoció  todas.  En  la  misma  centu- 
ria XVI  se  hicieron  tres  traducciones 
francesas  de  la  Celestina:  una  de  ellas, 
que  es  anónima  y  se  imprimió  en 
París  el  año  1527,  se  hizo,  no  del  texto 
español,  sino  de  otra  traducción  ita- 
liana. D.  Pedro  Manuel  de  L'rrea,  hijo 
de  los  condes  de  Aramia,  su  pariente 
D.  Jerónimo  Jiménez  de  Urrea  y  Juan 
Sedeño,  la  pusieron  en  verso,  y  Feli- 
ciano de  Silva  escribió  la  Segunda 
Celestina  ó  la  Resurrección  de  Celes- 
tina, impresa,  según  Pellicer(a),  en 
Venecia  el  año  de  1536.  D.  Tomás  Ta- 
mayo  de  Vargas,  en  su  Biblioteca  espa- 
ñola (manuscrito  que  existe  en  la 
Biblioteca  Real  de  Madrid)  citó  la  ter- 
cera parte  de  la  tragicomedia  de  la 
Ce/es/íHa,compuest;i  por  Caspnr  Gómez 
de  Toledo  é  impresa  en  esta  ciudad  el 
año  de  1339.  La  lectura  de  la  Celestina 

(a)  Bistrionismo,    t.  I. 

(i)  Tragedia  prosaica  es  impropio.  Debió 
decir  Traifedia  en  prosa.  Clemencín  tan  quis- 
quilloso en  materia  de  lengua  para  censurar 
a  Cervantes,  no  suele  ser  muy  esmerado  en 
la  elección  de  sus  términos.     '    (M.  de  T.) 

(x)  Según  las  eruditas  investigaciones  de 
Menéndez  Pelayo  y  otros  críticos,  1 1  edición 
príncipe  (de  la  "que  no  exi.ste  ningún  ejem- 
plar) fué  anterior  á  esta  fecha  y  debió  impri- 
mirse en  Toledo.  Kn  cuanto  a  sus  autores, 
sólo  consta  de  un  modo  cierto  la  paternidad 
de  Rojas  para  la  2.*  parte  de  la  olira. 

(M.  de  T.) 


era  entonces  tan  general,  como  lo  fué 
después  la  del  QtuoTK  del  que  puede 
decirse  que  le  sucedió  en  el  principado 
de  la  popularidad;  puesto  que  después 
de  su  publicación  apenas  se  imprimió 
una  ú  otra  muy  rara  vez  la  Celestina. 

3.  El  objeto  moral  de  la  tragicome- 
dia Ae  Celestina  es  precaver  á  la  juven- 
tud de  los  artificios  y  engaños  de  las 
malas  mujeres.  El  mismo  objeto  se 
había  propuesto  el  Hachiller  Alfonso 
Martínez,  arcipreste  de  Talavera  y 
capellán  del  rey  D.  Ju.in  el  I!  de  Cas- 
tilla, en  su  obra  intitulada  Tratado 
contraías  mujeres,  á  la  que  se  dio  pos- 
teriormente el  nombre  de  Corbachcpor 
la  semejanza  de  su  asunto  con  otra 
anterior  del  célebre  italiano  Juan  Boca- 
cio,  que  lleva  este  titulo.  De  la  del 
arcipreste  se  hicieron  tres  ediciones, 
una  en  Burgos  el  año  de  149'J,  otra  en 
Toledo  el  de  1518,  y  otra  en  Sevilla  el 
de  1547. 

Dice  Cervantes  que  la  tragicomedia 
de  \ii  Celestina  seria,  un  libro  divino  si 
encubriera  más  lo  humano,  esto  es, 
si  no  pusiera  á  la  vista  y  tan  á  las  cla- 
ras las  escenas  que  realmente  pasan  en 
el  mundo;  pero  cuya  pintura,  siendo 
tan  viva  y  desnuda,  puede  perjudicar  á 
las  costumbres  de  los  lectores.  AUi  se 
ven  los  extravíos  de  la  juventud  y  los 
medios  de  corromper  la  inocencia  con 
el  auxilio  de  una  mala  vieja,  que  em- 
plea toda  clase  de  artificios,  inclusos  los 
supersticiosos  de  la  hechicería,  para 
conseguir  su  depravado  intento,  por  lo 
que,  no  sin  oportunidad  y  gracia,  el 
maestro  Alejo  Vanegas.  lamentando 
los  males  que  producía  semejante  lec- 
tura, en  vez  de  Celestina  la  llama  Sce- 
lestina  \a).  Quedaron  en  proverbio  los 
Pairos  de  la  Muiré  Celestina  (aJ.  y  se 
profanó  el  respetable  y  dulce  nombre  de 
Madre,  que  se  dio  en  adelante  á  las 
alcahuetas,  como  la  .Wat/re  Labrusca  en 
el  Gran  Tacaño  de  Quevedo  (6),  donde 
también  se  citan  como  famosas  la 
Madre  Guía  en  .Madrid,  la  Vidaña  en 
Alcalá  y  la  Planosaen  Burgos.  Quevedo, 
con  su  chocarrería  ordinaria,  decía  que 
hay  madres  de  putas  como  hay  padres 
de  locos. 

(a)  Tratado  de  ortog.,  parí  2.',  cap.  III. 
(6)  Cap.  XV. 

().)  La  popularidad  de  esta  obra  ha  sido 
tal  que  la  palabra  celestina  figura  hoy  en  el 
Diccionario  de  la  Academia  como  sinónimo 
de  alca/iuela.  (M.  de  T.) 


AL    LIBRO    DK    I).    QII.IOIE    DE    LA    MANCHA  LXI 

Á    KOCINANTE 

Soy  Rocinante  el  famo- 
biznielo  del  gran  Habie- 
por  pecados  dn  llaqiie- 
fui  á  poder  de  Don  Quijo- 
Parejas  corrí  á  lo  lio- 
rnas por  uña  de  caba- 
no  se  me  escapó  ceba- 
que  esto  saqué  á  Lazari- 
cuando  para  hurtar  el  vi- 
al ciego  le  di  la  pa-  ^ 

ORLANDO    FURIOSO    Á    D.    OUJJOTE    DE    LA    MANCHA 


Si  no  eres  Par,  tampoco  le  has  tenido,  2 
que  Par  pudieras  ser  entre  mil  Pares, 
ni  puede  haberle  donde  tú  te  hallares, 
invicto  vencedor,  jamás  vencido. 

Orlando  soj'.  Quijote,  que  perdido 
por  Angélica  vi  remotos  mares, 
ofreciendo  á  la  fama  en  sus  altares 
aquel  valor  que  respetó  el  olvido. 

No  puedo  ser  tu  igual,  que  este  decoro 
se  debe  á  tus  proezas  y  ú  tu  fama, 
puesto  que,  como  yo,  perdiste  el  seso. 

Mas  serlo  has  mío,  si  al  soberbio  Moro 
y  Cita  fiero  domas,  que  hoy  nos  llama 
iguales  en  amor  con  mal  suceso. 

EL    CABALLERO    DEL    FEBO    Á    D.    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

SONETO 

A  vuestra  espada  no  igualó  la  mía, 
Febo  español,  curioso  cortesano, 
ni  á  la  alta  gloria  de  valor  mi  mano, 
que  rayo  fué  do  nace  y  muere  el  día. 

1.  Alusión  al  pasaje  del  Lazarillo  de  amo  el  ciego  que  tenía  nsido  el  jarro, 

Tormes  (fx),  cuando  hurtó  di  vino  á  su  chupándolo  por  medio  de  una  paja  lar- 
ga.Por  lo  dem.is,  esta  redondilla  es  tan 

(n)  Estos  versos  demuestran  la  gran  po-  obscura  y  tan  mal  compaginada  como 

pularidad  que  gozaban  las  Are/iíi/raíde¿¿a;a-  la   anterior.    Parece    que  liocinante  se 

rillo  de  Tormes.  cn^B.  primera  edición  se  hizo  jacta  de  que  tomo  para  si   la  cebada  y 

en  Burgos  por  Juan  Junta  en  l.w..  El  eru-  fiejó  para  otros  la  paja.   Es   menester 

ditohispanofiloseuorMoielFatio.en  su  libro  confesar   míe   el  nnpta   pntrpvprndn  nn 

Et>ides  nur  rEspanne  (ISüü;,  consagra  intere-  coniesar  que  ei  poeta  enireveraao  no 

sanies  estudios  a  esta  novela,  atribuida  á  sobresalía  por  el  don  de  la  claridad. 

Hurtado  de  Mendoza.  De  este  trabajo  sol  se  2.  Juega  con  el  doble  sentido  de  la 

deduce  que  el  libro  en  cuestión  debió  ser  palabra  Pai\  que  unas  veces  significa 

escrito  por  alguno  de  los  escritores  que  mili-  iqual,  otras  se  da  á  los  Pares  de  Fran- 

taron  en  el  campo  de  los  hermanos  Valdes.  ¿^^  _  £1  soneto  es  inintelieible  y  malo 

La  palabra  ¿ararií/o  se  ha  incorporado,  como  Hp  vpras 

celestina,  al  caudal  de  nuestra  lengua.  "'^  veid&. 
(Al.  de  T.) 


LXIl 


noN    QIMJOTK    DK    I. A    MANCHA 

Imperios  despreció,  y  la  iponarquia 
(|iie  me  ofreció  el  Oriente  rojo  en  vano, 
dejé,  por  ver  el  rostro  soberano 
de  Claridiana  '.  aurora  liermosa  mía. 

Amela  por  niilaj^ro  único  y  raro, 
y  ausente  en  su  desgracia,  el  propio  infierno 
temió  mi  brazo,  que  domo  su  rabia. 

Mas  vos,  godo  Quijote,  ilustre  y  claro, 
por  Dulcinea  sois  al  mundo  eterno, 
y  ella  por  vos  famosa,  honesta  y  sabia. 


I)E    SOLISDAN  -    A    D.    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 
SONETO 


Maguer,  señor  Quijote,  que  sandeces 
vos  tengan  el  cerbelo  derrumbado, 
nunca  seréis  de  alguno  reprochado 
por  hombre  de  obras  viles  y  soeces. 

Serán  vuesas  l'azañas  los  jueces, 
pues  tuertos  desfaciendo  habéis  andado, 
siendo  vegadas  mil  apaleado 
por  follones  cautivos  y  raheces. 

Y  si  la  vuesa  Uncía  Dulcinea 
desaguisado  contra  vos  comete, 
ni  á  vuesas  cuitas  iDuestra  buen  talante, 
en  tal  desmán  vueso  conorte  sea 
que  Sancho  Panza  fué  mal  alcahuete, 
necio  él,  dura  ella,  y  vos  no  auiante. 


l.La  princesa  Claridiana,  hija  del  em- 
perador de  Trapisonda  y  de  la  reina  de 
las  Amazonas,  personaje  principal  de 
la  historia  del  Caballero  del  Febo. 

2.  No  encuentro  semejante  nombre 
en  los  libros  caballerescos  (v),  y  asi  lo 

(v)  Mas  afortunado  que  Clemencín  y  que 
todos  los  cervantistas  y  cervantótilos  liábidos 
hasta  el  día,  ha  resuelto  este  difícil  pro- 
blema el  señor  Pablo  Groussac,  hombre  de 
profundo  entendimiento  y  vasto  saber,  a 
quien  los  azares  de  la  vida  llevaron  en  su 
mocedad,  desde  su  país  natal  Francia,  á  la 
República  Argentina,  donde  es  muy  estimado 
y  donde  desempeña  el  carjio  de  jefe  de  la 
Biblioteca  nacional.  Después  de  estudiar  en 
8U  trabajo  Un  Énigni't  íiíít'í-a/rf  el  paralelismo 
que  existe  entre  ios  personajes  que  tirman 
las  composiciones  laudatorias  aquí  insertas, 
deduce  que  Solisdán  es  siuiplemente  .ana- 
grama de  Lassindo,  escudero  de  Bruneo  de 
Bonamar.  (M.  de  T.) 


considero  invención  de  Cervantes,  que 
quiso  poner  en  su  boca  este  soueto  de 
lenguaje  viejo  y  anticuado.  La  palabra 
ratieces  que  en  él  se  encuentra,  se  usa 
en  el  Fuero  juzgo  y  otros  libros  anti- 
guos, y  significa  despreciables,  de  poco 
valor.  Caliíicación  que  puede  aplicarse 
á  las  composiciones  poéticas  puestas  al 
principio  del  Qlijotk,  las  cuales,  por 
lo  cautivan  y  raheces  pudieran  sugerir, 
no  sin  algún  fundamento,  la  sospecha 
de  que  Cervantes  quiso  remedar  en 
ellas  al  vivo  los  elogios  métricos  de  los 
amigos  del  autor  impresos  con  los 
libros,  como  arriba  se  dijo,  indicando 
que  generalmente  eran  exagorados, 
obscuros  y  malos.  —  A  ío  mismo  pa- 
rece que  se  dirige  el  siguiente  diálogo 
entre  Babieca  y  Rocinante;  no  pudo 
ridiculizarse  más  la  manía  de  poner  al 
frente  de  los  libros  esl^  clase  de  elogios, 
que  suponiendo  bestias  á  sus  autores. 


At.   I, limo   di:   d.   oii.khI':   i>i:   i. a    maní. ha 


I)lAt,()GO    ENTHi:    B.MílKCA    Y    HOCINANTK 


n.  ;.C¡('imo  osláis,  Rocinante,  tan  delfíado? 
/(.  Porque  nunca  so  come  y  se  trabaja. 
/}.  ¿Pues  qué  es  de  la  cebada  y  de  la  puja? 
/{.  Ño  me  deja  mi  amo  ni  un  bocado. 
Ji.  Anda,  señor,  que  estáis  muy  mal  criado, 

pues  vuestra  lengua  de  asno  ai  amo  ultraja. 
H.  .\sno  sé  (p)  es  de  la  cuna  á  la  mortaja. 

/.Queróislo  ver?  jMiradio  enamorado. 
¡i.  ;,Es  necedad  amar?  —  /í.    No  es  gran  prudencia. 
li.  Metaiísico  estáis.  —  /í.  Es  ([ue  no  como. 
H.  Quejaos  de)  escudero.  —  /í.  No  es  bastante. 
¿  Cómo  me  be  de  quejar  en  mi  dolencia, 

si  el  amo  y  escudero  ó  mayordomo, 

son  tan  rocines  como  Rocinante? 


(o)   Es  un    error   acentuar,  como  lo  hace       Debe  escribirse  ■i'-  es.  del  mismo  modo  que 
Clemencín  siguiendo  á  la  Academia,  el  pro-       se  escribe,  se  cuenta,  se  uive,  etc. 
nombre  se,  como  si  fuera  persona  de  saber.  (M.  de  T.) 


PRIMERA    PARTE 


DON  QUIJOTE  DE  LA  MANCHA 


CAPITULO    PRIMERO 


QUE    TRATA    DE    LA    CONDICIÓN    Y    EJERCICIO    DEL    FAMOSO    HIDALGO 
D.     OUUOTE    DE    LA    MANCHA 


En  un  lugar  de  la  Mancha  de  cuyo  nombre  ^  no  quiero  acor- 
darme, no  ha  mucho  tiempo  que  vivía  un  hidalgo  de  los  de  lanza 


1.  Cervantes  no  nombró  este  lugar 
pero  no  se  duda  que  es  Argamasilla  de 
Alba,  pueblo  del  priorato  de  San  Juan, 
en  la  Mancha,  cuatro  leguas  á  poniente 
de  Manzanares.  Asi  lo  prueban  la  cons- 
tante creencia  del  país,  el  testimonio 
de  Alonso  Fernández  de  Avellaneda, 
émulo  de  Cervantes,  autor  de  la  su- 
puesta continuación  del  Quijote,  y  los 
versos  burlescos  con  que  al  fin  de  la 
primera  parte  se  ridiculizó,  bajo  nom- 
bres fingidos,  á  los  académicos  de  Ar- 
gamasilla.  Según  las  tradiciones  popu- 
lares, de  que  hacen  mención  D.  Juan 
Antonio  Pellicer  y  D.  Martín  Fernández 
Navarrete  en  las  vidas  que  escribieron 
de  nuestro  autor,  éste  pasó  comisio- 
nado judicialmente  para  ciertas  cobran- 
zas á  Argamasilla,  y  la  justicia,  lejos 
de  auxiliarle  para  el  cumplimiento  de 
su  encargo,  lo  puso  en  la  cárcel  pú- 


blica (a),  donde  concibió  la  idea  de  su 
libro.  Véase  por  lo  que  no  quería  Cer- 
vantes acordarse  del  nombre  del  lugar, 
y  por  lo  que  dijo  en  el  prólogo  que 
su  Quijote  se  había  engendrado  en  una 
cárcel;  cuya  ociosidad,  junto  con  el 
despecho  producido  por  este  y  otros 
maloc  tratamientos  que  experimentó 
Cervantes  de  parte  de  los  manchegos, 
hubo  de  sugerirle  la  ingeniosa  venganza 
á  que  se   debe  la  inmortal  fábula  del 

QUUOTK. 

Había  y  hay  otra  Argamasilla,  ape- 

(a)  Ya  queda  dicho  en  la  nota  que  la 
leyenda  de  Argamasilla  no  tiene  funda- 
mento. Sólo  añadiré  que  en  dicho  pueblo 
no  hubo  cárcel  en  vida  de  Cervantes.  Como 
dijo  el  señor  Asensio.  la  biografía  de  Cer- 
vantes  e.itn  por  escribir;  pues  la  crítica  va 
reconstruyendo  las  nebulosas  etapas  de  su 
agitada  existencia.  (M.  de  T.j 

1 


2  DON    QUI.IOTE    DE    I.\    MANCHA 

en  astillero',  adarga  antigua,  rocín  ílcico  y  galgo  corredor-. 
Una  olla  de  algo  más  vaca  que  carnero,  salpicón  las  más  noches, 
duelos  y  quebrantos  los  sábados  3,  lentejas  los  viernes,  algún 
palomino  de  añadidura  los  domingos  consumían  las  tres  partes  de 
su  hacienda''.  El  resto  della  concluían  sayo  de  belarte,  calzas  de 


nidada  de  Calatrava.  La  de  Alba  se 
llamó  así,  porque  la  fundó,  por  los 
años  de  1530  D.  Diego  de  Toledo,  Gran 
Prior  de  San  Juan,  de  la  familia  y  casa 
de  los  Duques  de  Alba,  quien  trasladó 
la  población  á  aquel  sitio  por  la  insa- 
lubridad del  que  antes  tenia.  Sin  em- 
bargo, continuaron  haciéndola  enfer- 
miza las  inundaciones  del  Guadiana, 
que  pasa  por  su  término,  y  los  vapores 
de  un  caz  lomado  del  río,  que  atrave- 
saba el  pueblo. 

Argamasilla  de  Alba  y  el  Toboso 
fueron  las  patrias  de  los  principales 
personajes  de  la  fábula,  y  los  objetos 
del  festivo  humor  de  Cervantes.  A  su 
tiempo  diremos  los  motivos  que  pu- 
dieron influir  en  la  elección  del  To- 
boso, asi  como  aqui  se  han  indicado 
los  relativos  á  la  de  Argamasilla. 

1.  Ya  desde  tiempo  de  los  Reyes  Ca- 
tólicos reinábala  máxima  de  que  abun- 
dasen por  todas  partes  las  armas  ;  y 
esto  de  tenerlas  á  la  vista  y  en  los  por- 
tales de  las  casas  debió  ser  usanza 
común,  puesto  que  el  obispo  de  Mondo- 
ñedo,  D.  Antonio  de  Guevara,  cro- 
nista y  predicador  de  Carlos  V,  en  su 
libro  del  Menosprecio  ele  la  Cor-te  (a), 
describiendo  el  ajuar  de  un  hidalgo  de 
aldea,  cuenta  una  lanza  tras  de  la 
puerta,  un  rocín  en  el  establo  y  una 
adarga  en  la  cámara.  Las  tres  cir- 
cunstancias que  se  verificaban  en  Don 
Quijote. 

Astillero  viene  del  latino  hasta  o 
lanza,  porque  era  una  armazón  ó  per- 
cha de  madera  en  que  se  colocaban  las 
lanzas,  y  solía  servir  de  adorno  y  au- 
toridad en  los  portales  de  las  casas. 
Ahora  se  usa  para  colocar  los  fusiles 
en  las  casas  donde  asisten  soldados  de 
guardia. 

2.  Los  llanos  de  la  Mancha  propor- 
cionan á  sus  naturales  la  diversión  de 
correr  liebres,  género  de  caza  á  (lue  son 
muy  inclinados,  y  en  que  el  rocín  y  el 
galgo  son  requisitos  esenciales.  Dicen 
que  los  latinos  llamaron  á  los  galgos 

(«)  Cap.  VII. 


perros  gálicos  ó  de  las  Gallas,  y  de 
aquí  les  vino,  al  parecer,  el  nombre  de 
galgos. 

3.  Nota  Cervantes  la  mezquindad 
con  que  los  hidalgos  manchegos,  apro- 
vechando los  restos  de  la  carne  de  la 
comida,  los  convertían  en  salpicón  para 
la  cena.  Salpicón  se  dijo,  como  carne 
picada  con  sal.  Asimismo,  cuando  se 
morían  ó  desgraciaban  por  cualquier 
accidente  las  ovejas,  acecinaban  la 
carne  para  los  usos  domésticos,  y 
aprovechaban  las  extremidades  y  aun 
los  huesos  quebrantados,  de  lo  cual 
hacían  olla,  llamándola,  segi'm  Pellicer, 
duelos  y  quebrantos ;  duelos,  por  el  que 
indicaban  del  dueño  del  ganado,  y  que- 
brantos, por  el  de  los  huesos  de  las 
reses(fi). 

Esta  clase  de  olla,  como  menos  sus- 
tanciosa y  agradable,  se  permitía  comer 
ios  sábados  en  España,  donde  con  mo- 
tivo de  la  victoria  de  las  Navas,  ganada 
por  el  Rey  Don  Alonso  el  VIH  contra  los 
moros  el  año  de  1212,  se  instituyó  la 
fiesta  del  Triunfo  de  la  Santa  Cruz,  y 
se  hizo  voto  de  abstinencia  de  carnes 
los  sábados.  Así  lo  refiere  Diego  Ro- 
dríguez de  .\lmela,  capellán  de  los 
Reyes  Católicos,  en  el  Valerio  de  las 
/listorias  escolásticas  (a;.  Duró  esta 
costumbre  hasta  mediados  del  si- 
glo XVIII,  en  que  la  abolió  el  Papa  Bene- 
dicto XIV. 

4.  Son  las  tres  cuartas  partes,  aun- 
que familiarmente  suele  no  expre- 
sarse. 

(a)Lib.I,  tit.  iv.cap.  VII. 

(3)  Mucho  se  ha  escrito  acerca  de  los  fa- 
mosos (luidos  y  t/uebrantos  ;  pero  á  pesar  de 
ias  ingeniosas  suposiciones  de  Pellicer, 
aceptadas  por  la  Academia  y  Clemencin, 
venimos  á  parar  en  que 

de  lo  dicho  no  bay  nada. 

El  señor  Corlejón,  que  estudia  el  asunto 
en  erudita  nota,  dice  en  resumen  :  «  Queda, 
pues,  sub.'istente  la  duda  de  lo  que  deba 
entenderse  por  duelos  y  ¡¡uebranloi.  » 

M.  de  T.) 


i-iiiMi:n\  i'Airn:.   —  caimtiií^o  pniMF.no  é( 

belludo  pnrn  las  lioslns  ron  sus  pantuflos  (1<;  lo  mismo,  y  los  días 
(le  caire  s(Miiana  se  hoiu-aha  con  su  belloií  '  de  lo  más  (¡no.  'i'enía 
en  su  casa  una  ama  tío  pasaba  de  los  cuarenta,  y  una  sobrina 
que  no  llegaba  á  los  veinte,  y  un  mozo  de  campo  y  plaza  -, 
que  así  ensillaba  el  rocín  como  tomaba  la  podadera.  Frisaba  la 
edad  de  nuestro  hidalgo  con  los  cincuenta  años  :  era  de  com- 
ple.viÓD  recia,  seco  de  carnes,  enjuto  de  rostro,  gran  madrugador 
y  amigo  de  la  caza.  Quieren  decir  que  tenía  el  sobrenombre 
de  Quijada  ó  Quesada  (que  en  esto  hay  alguna  diferencia  en  los 
autores  que  dcste  caso  escriben)-',  aunque  por  conjeturas  vero- 
símiles se  deja  entender  que  se  llamaba  Quijana.  Pero  esto  im- 
porta poco  á  nuestro  cuento  :  basta  que  en  la  narración  del  no 
se  salga  un  punto  de  la  verdad.  Es,  pues,  de  saber  que  este  sobre- 
dicho hidalgo,  los  ratos  que  estaba  ocioso  (que  eran  los  más  del 
año),  .se  daba  á  leer  libros  de  caballería  con  tanta  afición  y  gusto, 
que  olvidó  casi  de  todo  punto  el  ejercicio  de  la  caza,  y  aun  la 
administración  de  su  hacienda ;  y  llegó  á  tanto  su  curiosidad  y  de- 
satino en  esto,  que  vendió  muchas  hanegas  de   tierra  de  sembra- 


1.  El  sayo  de  D.  Quijote  era  del 
mismo  paño  que  usaba  en  sus  sobre- 
todos el  condestable  D.  xilvarode  Luna. 
El  bachiller  Fernán  Gómez  de  Cibdad 
Ueal  escribía  al  Rey  tí.  Juan  el  11,  que 
estando  tí.  Alvaro  sobre  Alburquerque, 
dio  á  un  mensajero  que  le  trajo  una  noti- 
cia agradable,  el  snbrecapote  que  tenía, 
que  era  de  fino  helarle  con  seis  tiras 
de  belludo  pardo  (a).  En  otros  pasajes 
de  las  cartas  del  mismo  bachiller  (y) 
se  hace  mención,  entre  otras  telas,  del 
medio  belludo  y  del  helarle  morisco. 
Andando  el  tiempo,  las  mujeres  usaban 
todavía  de  helarte  para  bus  mantos  á 
principios  del  reinado  de  Felipe  11,  se- 
s.\in  Luis  Cabrera  en  la  historia  de  este 
ÍP*ríncipe  (6)  ;  pero  ya  en  los  días  de 
Cervantes,  después  de  introducidos  los 
limistes  y  veintecuatrenos  de  Segovia, 
estaba  reducido  el  helarte  al  uso  de 
los  hidalgos  de  pueblos  cortos. 

(a)  Centón  epistolar,  epístola  XXXVII.  — 
(6)  Lib.  I,  cap.  IX. 

(r)  Desgraciadamente  para  los  eruditos 
que  hacían  gran  caudal  del  Centón  episto- 
lario, el  ilustre  colombiano  don  Rufino  José 
Cuervo,  en  el  prólogo  de  su  monumental 
lliccionario  de  construcción  y  ré(/imen  y  el 
erudito  acadóniico  señor  Cotarelo  y  Morí  han 
demostrado  que  no  existió  tal  BachílliM-  y 
que  el  tal  Centón  es  una  superchería. 

(M.  do  T.'i 


Las  calzas  eran  lo  que  ahora  llama- 
mos calzón  largo  ó  pantalones,  como 
llamamos  también  medias  á  las  medias 
calzas,  las  cuales  cubríanlas  piernas  sin 
el  muslo  :  las  calzas  hacían  el  olido  de 
calzones  y  medias.  El  nombre  de  bellu- 
do se  daJja  al  terciopelo  y  á  la  felpa, 
aparentemente,  por  el  vello  que  tienen 
estas  telas.  Pantuflos,  calzado  hol- 
gado, propio  de  gente  anciana  y  grave, 
dice  D.  Sebastián  de  Covarrubias  en  su 
Tesoro  de  la  lengua  castellana.  El  be- 
llori  era  paño  entrefino  de  color  de  la 
lana,  pero  de  calidad  inferior  á  la  del 
helarte. 

2.  Nunca  vuelve  á  mencionarse  este 
mozo,  y,  por  consiguiente,  es  un  ver- 
dadero ripio  en  la  fábula,  como  lo  sería 
entre  los  personajes  de  la  comedia  el 
que  ningún  papel  hiciese  en  ella. 

3.  Empieza  Cervantes  á  dar  afectada 
antigüedad  á  las  cosas  de  D  Quijote, 
hablando  de  ellas  como  si  el  progreso 
de  los  tiempos  y  la  variedad  de  los 
escritores  hubieran  podido  dar  lugar 
á  dudas  y  opiniones  diversas.  Mas  esto 
no  viene  bien  con  los  sucesos  modernos 
y  aun  coetáneos  de  Cervantes,  de  que 
se  hace  mención  en  el  Ixcknioso  Hi- 
dalgo; punto  que  dará  materia  á  otras 
observaciones  en  el  discurso  de  estas 
notas. 


4  DON    QUIJOTE    DE    I.A    MANCHA 

dura  para  comprar  libros  de  caballerías  que  leer,  y  así  llevó  á  su 
casa  todos  cuantos  pudo  haber  dellos  :  y  de  todos  ningunos  le  pa- 
recían tan  bien  como  los  que  compuso  el  famoso  Feliciano  de 
Silva  ;  porque  la  claridad  de  su  prosa  y  aquellas  intrincadas  ra- 
zones suyas  le  parecían  de  perlas  :  y  más  cuando  llegaba  á  leer 
aquellos  requiebros  y  cartas  de  desafíos  donde  en  muchas  partes 
hallaba  escrito  :  la  razón  de  la  sinrazón  que  á  mi  razón  se  hace  ', 


1.  El  célebre  Don  Die^'O  Hurtado  de 
Mendoza,  autor  de  la  Guerra  de  loa  mo- 
riscos de  Granada,  había  precedido  á 
Cervantes  en  la  censura  clel  estilo  de 
Feliciano  de  Silva.  En  las  cartas  del 
bachiller  de  Arcadia,  papel  que  anda 
manuscrito  en  manos  de  los  curiosos, 
«  ¿  Pareceos,  amigo,  dice,  hablando  con 
Pedro  de  Sala/ar,  autor  de  una  Historia 
de  la  guerra  que  el  Emperador  Carlos  V 
hizo  á  los  protestantes  de  Alemania; 
pareceos,  amigo,  que  sadré  yo  hacer  un 
medio  libro  de  D.  Florisel  de  Niquea,  y 
que  sabría  ir  por  aquel  estilo  de  alfor- 
jas que  parece,  este  es  el  gato  que  mató 
al  rato,  y  que  sabría  decir  :  la  razón  de 
la  razón  que  es  sinrazón,  que  por  razón 
de  ser  vuestro,  tengo  para  alabar  vues- 
tro libro  ?  ^Wía /"e,  hermano Salazar,  todo 
está  en  ventura...  ¿  Veis  ahí  ú  Feliciano 
de  Silva,  que  en  toda  su  vida  salió  más 
lejos  que  de  Ciudad-Rodrigo  rí  Valla- 
dolid,  y  ha  andado  siempre  entre  Da- 
raya  y  Garaya  metido,  é  la  Torre  del 
Universo,  donde  tuvo  encantado,  se- 
gún dice  .s!¿  libro,  diez  y  siete  años  á 
Dios  Padre  '!  Con  lodo  eso  tuvo  de  comer 
y  aun  de  cenar :  y  vos  que  habéis  an- 
dado, visto  y  peleado,  servido,  escripia 
y  hablado  más  que  todo  el  ejército  junto 
que  envii'i  el  Emperador  á  esa  guerra, 
no  tenéis  ni  aun  de  almorzar.  » 

Keliciano  de  Silva,  natural  de  Ciudad- 
Rodrigo,  escribii»  la  Crónica  de  lostnuy 
valientes  caballeros  D.  Florisel  de 
Siquea  y  el  fuerte  Anaxartes,  que,  según 
se  deduce  de  las  expresiones  de  D.  Diego 
de  Mendoza,  hubo  de  producir  .1  su 
autor  utilidades  de  consideración,  ;í 
pesar  de  sus  disparates.  Cervantes  en 
el  presente  pasaje  aludió  á  varios  de 
la  tercera  parte  de  la  Crónica  de  D.  Flo- 
risel, como  el  del  capítulo  1 1,  donde 
dice  la  Reina  Sidonia, hablando  con  su 
rival  Elena  :  .'  Oh  amor!  ¿para  qué  me 
quejo  de  tus  sinrazones, pues  más  fuerza 
en  ti  la  sinrazón  tiene  que  la  razón  ?... 
;  0/í  Elena!  ¿  y  qué  fué  la  razón  que 
gozases  tú  de  mi  gloria  sino  la  poca  que 


en  amores  hay  ?  ¡  Oh  !  que  quiero  dar 
fin  á  mis  razones  por  la  sinrazón  que 
hago  de  que  jarme  .En  el  capítulo  VI, decía 
la  Princesa  Elena  á  la  Emperatriz  Ni- 
quea :  por  la  misma  razón  .ñntiera  la 
vuestra  grandeza  la  sinr&zón  qite  de  7ni 
parte  no  conocéis.  Y  más  abajo:  Jio  se 
hable  más  de  esto,  dijo  el  Emperador, 
pues  que  en  la  razón  de  amor,  las  sinra- 
zones.se  toman  por  más  razón(í).  En  otro 
lugar,  congratulándose  Amadísde  Gre- 
cia por  la  vista  de  Niquea,  á  quien  juz- 
gaba nuierta,  contesta  Niquea  entre 
otras  lindezas:  /  Oh  mi  señor!  ¿  Cómo 
demandáis  respuesta  á  vuestras  razones, 
pues  la  razón  con  que  ellas  salen,  os  dan 
la  razi'm  de  quien  las  dice  C«)? 

Este  ovillejo  de  razón  y  sinrazón,  que 
ridiculizaron  Mendoza  y  Cervantes,  es 
un  ejemplo  de  los  infinitos  que  ofrece 
del  mismo  género  la  Crónica  de  D.  Flo- 
risel.—  /  Ay  !  que  veo  tanto,  que  con  lo 
mucho  que  veo  no  me  veo:  asi  decía  Da- 
raidahablando  con  la  Princesa  Diana  (6). 
¿  Estáis  cansado?  dijo  ella.  De  pensar 
como  no  canso,  dijo  él  ;  mas  no  hay  can- 
sancio, que  con  el  cansancio  de  tal 
pensamiento  notóme  descanso  (c).  Y  en 
otro  lugnr  Id]  :  el  fuego  de  Lúcela  me 
abrasa,  templando  su  fuerza  con  la 
fuerza  de  mayor  fuerza  que  lo  muerte 
de  mi  Xiquea  me  hace.  ¡  Oh  muerte  ! 
decía  otra  vez  Daraida  [e).  ;,  y  para  qué 
me  tornas  la  vida  '!  ¡  Oh  vula  !  ;.  por 
qué  me  niegas  la  muerte!  ¡  Oh  amor! 
;,  por  qué  usas  de  desa  mor  ?  ¡Oh  desamor ! 
¿por  qué  te  llamas  amor"!...  ¡  Ay  de 
mi  !  que  cosa  no  quiero,  que  no  me  la 
niegue  el  quererlo :  cosa  no  quiero,  que 
el  querer  no  me  la  otorgue.  .Mofándose 
Fraudador  de   los   Ardides  íun  encan- 

(o)  Cap.  LXXVIII.  —  (6)  Cap.  XX.  — 
(c)  Cap.  XXVII.  —  (rf)  Cap.  XLIII.  — 
(e)    Cap.   CVII. 

(S)  Eslo  trae  á  la  memoria  la  hermosa  y 
conocida  frase  de  Pascal  :  •  Le  canir  a  de» 
raisons  que  la  raison  ne  connutt  pos  ». 

(M.  do  T.) 


I>HlMKn\    l'ARTE.    CAPITULO    PRIMERO  5 

de  tal  manera  mi  razón  enflaquece,  que  con  razón  me  qvt'jo  de  la 
vuestra  fi'rniosnrn.  \  laiiil)i(''ii  cujiucIü  k'í;i  :  los  altos  cielos  que  de 
vuestra  dioinidad  divinamente  con  las  estrellas  os  fortifican,  y  os 
hacen  merecedora  del  merecitniento  que  merce  la  vuestra  grandeza. 
Con  estas  razones  perdía  el  pobre  caballero  el  juicio,  y  desvelábase 
por  entenderlas  y  desentrañarles  el  sentido,  que  no  se  lo  sacara  ni 
las  entendiera  el  mismo  Arist(')teles,  si  resucitara  [)ara  sólo  ello.  No 
estaba  muy  bien  con  las  licridas  que  D.  lielianís  daba  y  i-ecibía. 
porque  se  imag^inaba  (jue  por  grandes  maestros  que  le  hubiesen 
curado  ^  no  dejaría  de  tener  el  rostro  y  todo  el  cuerpo  lleno  de 


tador)  de  dos  doncellas  que  por  ení,'año 
suyo  quedaron  atolladas  al  pasar  un 
rio,  les  decía  (aV-  d  la  frescura  de  la  ri- 
bera podéis  cherriar  cuando  venga  la 
7nañana...  E  si  non  quisierdes  seriir  de 
aves  de  campo,  serviréis  de  aves  de  río, 
y  tan  de  rio,  que  me  rio. 

Estos  juguetes  de  mal  gusto  no  eran 
sólo  de  Keliciano  de  Silva,  sino  también 
de  otros  autores  de  su  tiempo,  y  espe- 
cialm>  nte  de  los  poetas.  En  la  comyío- 
sición  de  Francisco  de  la  Fuente,  que 
se  incluyó  en  el  Cancionero  general  de 
Sevilla  del  año  1540  (1).,  se  lee: 

/■.4¡  que  no  hai  amor  sin  ai.' 
¡Ai  que  el  ai  tanto  me  duele, 
que  muero  por  ver  si  hai 
algún  (ti  que  mi  ahi  encele  ! 

En  un  romance  morisco  de  la  Colec- 
ción de  Pedro  de  Flores  (c)  : 

A  un  balcón  de  un  chapitel 
el  más  alto  de  su  torre... 
estaban  dos  damas  moras 
en  suma  beldad  conformes  : 
suma  que  es  suma  en  quien  suma 
mil  sumas  (le  corazones. 

Muestra  es  de  lo  mismo  el  pasaje  del 
moro  Arbolan  enlapropiaCoZecc¿07i(d) : 

Busca  el  gallardo  Arbolan 
su  bella  mora  Guahala. 
mora  que  en  su  pecho  mora, 
mora  que  enamora  y  mata. 
Viola  con  su  mora  Álcida 
de  pedios  á  una  ventana, 
pedios  á  quien  paga  pecho 
el  que  los  pec/io.s  abrasa. 
Conoce  eii  ella  de  lejos 
Serena  frente  y  bonanza. 
friiiile  que  puertas  enfrente 
no  es  mucho  afrente  mil  almas. 
El  moro  se  regocija 
con  vista  tan  dulce  y  grata, 
vista  que  vista  condena 
en  vista  y  revista  el  alma,  (e) 

ín)  Cap.  LXXXIX.  -  (h)  Fol.  103.  —  (c) 
Parte  III,  f.  ü4.  —  [d]  Parte  II,  f.  57. 


Es  circunstancia  reparable  que  Feli- 
ciano de  Silva  dedici'i  su  Crónico  de 
L>.  Florisel  iX)  al  Duque  de  Bcjar.  bisa- 
buelo del  otro  Duque  de  Béjar,  á  quir-n 
Cervantes  dedicó  su  Qluoie. 

1.  Tanto  en  los  libros  de  caballerías 
como  en  nuestras  antiguas  crónicas,  es 
frecuente  dar  el  nombre  de  maestros  á 
los  cirujanos  y  médicos,  en  cuya  sig- 
nificación usó  de  esta  palabra  Juan 
Lorenzo,  autor  del  antiguo  Poema  de  Ale- 
jandro, escrito,  según  conjeturas  vero- 
símiles, á  mediados  del  siíílo  xiu  '(i\. 
Lo  mismo  significaba  maestro  en  la 
lengua  antigua  francesa  'b^.  En  la 
relación  t'jl  Paso  honroso  de  Suero  de 
Quiñones,  función  cn_balleresca  que  se 
celebró  á  orillas  del  Úrbigoel  año  1434, 

(a)  Copla  leot.  —  {b) Ducangc,  art.  Magister. 

(t)  En  las  notas  de  mi  traducción  de  la 
Historia  de  la  literatura  frnncexa  de  Clare- 
tie,  publicada  por  la  casa  OUendorf  (tomo  I, 
pág.  270).  digo  acerca  de  esto  : 

«  También  en  España  reinó  por  largo 
tiempo  esta  plaga  poética  que  tantos  estra- 
gos produjo  en  el  gusto  literario.  Para  con- 
vencerse de  ello  basta  echar  una  ojeada  al 
Arte  poética  española  de  Diaz  Rengifo.  publi- 
cada con  fenomenales  aumentos,  á  principios 
del  siglo  xvni,  por  el  catalán  Jo~eph  Vicens 
y  mencionada  por  Menéndez  Pelayo  en  su 
'Historia  de  las  irleas  estéticas.  En  dicha  obra, 
"  se  discurre  sobre  los  romances  en  ecos,  los 
anagramas,  los  sonetos  en  tres  lenr/uas,  los 
acrósticos,  las  ensaladas,  los  laberintos,  que 
se  leen  de  cincuenta  maneras,  el  poema  mwio, 
el  poema  cúhico  y  otras  composiciones  rarcLs 
y  dificultosas,  pero  de  mucho  contento».  Cn 
escritor  contemporáneo,  el  señor  Carbonero 
y  Sol.  ha  publicado  hace  pocos  años  un  cu- 
rioso libro  en  que  se  hallan  recopilados  todos 
estos  esfuerzos  del  ingenio.  »  (M.  de  T.) 

{;)  El  lib:o  á  que  se  refiere  Clemencin  es 
la  tercera  parte  de  la  Crónica  de  don  Florisel, 
impresa  en  Salamanca  v  Sevilla  en  el  año 
de  1.^.51.  ■  (M.  de  T.) 


')  DON  yriJOTí;  de  la  mancha 

cicatrices  y  señales^.  Pero  con  todo,  alababa  en  su  autor  aquel 
acabar  su  libro  "■'con  la  promesa  de  aquella  inacabable  aventura, 
y  muchas  veces  le  vino  deseo  de  tomar  la  pluma  y  dalle  fin^^al  pie 
de  la  letra,")  como  allí  se  promete  :  y  sin  duda  alguna  lo  hiciera  y 
aun  saliera  con  ello,  si  oíros  mayores  y  continuos  pensamientos  no 
se  lo  estorbaran.  Tuvo  muchas  veces  competencia  con  el  cura  de 
su  lugar  (que  era  hombre  docto,  graduado  en  Sigüenza)  ^,  sobre 


se  dice  que  asistieron  allí  de  cirujanos 
el  Maestre  Al funsoéel  Maestre  lioíírigo, 
vecinos  de  León  é  el  Maestre  Manuel, 
vecino  de  Acuitar ;  et  de  físico  en  Medi- 
cina saliiilor  el  Maestre  Salomón  Seteni, 
nied'Cu  de  los  jxid'-es  de  Suero,  el  capitán 
de  las  Justas  (r/;.  Ejcuiplos  de  li>  mismo 
se  encuentran  á  cada  paseen  las  histo- 
rias de  los  calialleros  andantes. 

1.  D.  Heliauis  ni  ora  encantado,  y 
por  lo  tanto  invulnerable  conio  Orlando, 
ni  tenía  armas  encantadas,  como  otros 
caballeros  andantes;  lo  que,  jimtocon 
su  car.ícter,  sobremanera  fojíoso  y  pen- 
denciero, produjo  aquel  número  ex- 
traordinario de  heridas  que  recibió, 
scfrún  cuenta  su  histuria.  Sólo  en  los 
dos  primeros  libros,  de  los  cuatro  de 
que  consta,  se  cuentnn  ciento  y  una 
heriilas  graves,  y  probablemente  son 
m.ís  las  (le  los  dos  libros  que  si^fuen  : 
pero  no  me  ha  alcanzado  la  paciencia 
para  contarlas,  y  no  ha  sido  menester 
poca  pai'a  hacerlo  en  los  dos  primeros. 

2.  Jerónimo  Fernández,  autor  de  la 
HistoriaXiie  BeUanis  de  Grecia,  dice  al 
concluirá,  que  bien  quisiera  referir  los 
sucesos  que  dejaba  pendientes:  mas  el 
saliio  Prisión  autor  del  original,  según 
se  supone),  pasr/nr/oí^/e  Grecia  en  \uljia.. 
juró  liabia  perdido  la  historia,  y  asi  la 
tornó ü  buscar.  Ko, continúa  Feniiández, 
le  he  esperarlo,  y  no  viene:  y  suplir  yo 
con  finf/imientos  á  historia  tan  esti- 
mada, seiia  af/rario :  y  así  la  dejaré  en 
esta  parte,  dando  licencia  o  cualquiera 
á  cuyo  poder  viniere  la  otra  parte,  la 
ponya  junio  con  ésta, porque  yo  quedo 
con  haría,  pena  y  deseo  de  verla.  Esta 
indicación  eqiñvalia  á  ima  verdadera 
promesa  de  continuar  la  historia  que 
quedaba  pendiente. 

3.  El  cura  del  lugar  de  D.  Quijote  se 
llamaba  F^ero  Pérez,  y  su  grado  era  el 
de  Licenciado,  como  se  expresa  des- 
pués en  el  capitulo  V.  La  parroquia  sería 

(»i)  Veáse  cuan  anticuo  .abolengo  (iene  la 
costumbre  de  que  asistan  á  los  duelos  médi- 
cos y  cirujanos.  (M.  de  T.) 


la  de  San  Juan,  única  que  había  en 
Arcamasilla.  según  las  relaciones  topo- 
gráficas liechas  en  tiempo  y  de  orden 
de  Felipe  11,  donde  se  dice  que  el 
curato  valía  30U  ducados.  Cervantes 
tuvo  aquí,  al  parecer,  intención  de_ 
ridiculizar  al  cura  de  .\rgamasilla  (0],' 
como  alumno  de  una  de  las  Universi- 
dades que  llamaban  menores,  y  solían 
ser  el  objeto  del  humor  chistoso  y 
oleante  de  nuestros  escritores.  Cervantes 
lo  hizo  aquí  con  la  de  Sigüenza.  y  en  la 
segundaparte  lorepitiócon  lade  Osuna, 
donde  se  graduó  el  Dr.  Pedro  Kecio  de 
Tirteafuera,  médico  insulano  y  goher- 
nadoresco.  Graduado  soy  en  artes  por 
Siyüenza,  decía  el  estudiantón  que, 
según  reQere  Quevedo  en  el  Gran 
Tacaño  (a),  iba  en  Madrid  á  la  sopa 
del  convento  de  San  Jerónimo  ;  y  Lojie 
de  Vega,  disfrazado  bajo  el  nombre  de 
Tomé  de  Rurguillí)S.  en  los  tercetos 
burlescos  presentados  en  la  iusta  poé- 
tica para  las  fiestas  de  la  -  ai.C'^azación 
de  San  Isidro,  se  calificaba  de 

Maestro  por  Oüate  graduado. 

El  mismo  sello  de  mofa  lleva  el  nombre 
vulgarísimo  é  ignoble  de  l'er-o  Pérez; 
y  uno  y  otro  indica  bastantemente  que 
lo  de  homtire  docto  es  irónico.  Sin  em- 
bargo, en  todo  el  discurso  de  la  fábula 
el  cura  se  muestra  constantemente 
instruido  y  docto  de  veras,  corno  en  el 
escrutinio  de  la  librería  de  D  O'iijote, 
en  la  conversación  con  el  canónigo  de 
Toledo,  y  en  otras  ocasiones  en  que. 
según  las  muestras  de  su  discreción, 
ninguna  escuela  debió  afrentarse  de  ha- 
berle producido. 

(a)  Cap.  XV. 

(0)  Cervantes,  que  no  se  graduó  en  uni- 
versidad alguna  mayor  ni  menor  y  que,  por 
no  llevar  la  rftarnp<¡la  univarxitarin.  fué 
victima  dp  la  malevolencia  y  el  desdén  do 
mucho-  de  sus  conlempoiánpos.  no  tuvo  in- 
tención de  burlarse,  en  este  pasaje  ni  en  lo" 
demás  en  que  interviene  el  cura,  el  cuni 
aparece  siempre  como  una  de  las  figuras 
más  simpáticas  de  la  obra.  (M.  de  T.) 


piüMiíiiA  p.MiTi:.  —  CAPrrií.o  phimero  / 

('u{\\  había  sido  mejor  caballero,  Palmcrín  de  Ingalalorra,  ó  Ama- 
dís  do  Gaula  '  :  mas  maoso  Nicolás 2,  barbero  del  mismo  pueblo, 
decía  que  niñísimo  llegaba  al  Caballero  del  Febo^,  y  que  si  alguno 
se  le  podía  comparar  era  D.  (ialaor,  hermano  de  Amadís  de  Gaula  ', 
porque  lenía  muy  acomododa  condición  para  todo  ;  que  no  era 
caballero  melindroso,  ni  tan  llorón  como  su  hermano,  y  que  en  lo 
de  la  valentía  no  le  iba  en  zaga.  En  resolución,  él  se  enfrascó  tanto 
en  su  lectura,  que  se  le  pasaban  las  noches  leyendo  de  claro  en 
claro,  y  los  días  de  turbio  en  turbio  :  y  asi  del  poco  dormir  y  del 
mucho  leer  se  le  secó  el  cerebro  de  manera  que  vino  á  perder  el 
juicio.  Llenósele  la  fantasía  de  todo  aquello  que  leía  en  los  libros, 
así  de  encantamentos  como  de  pendencias,  batallas,  desafios,  heri- 
'  das,  requiebros,  amores,  tormentas  y  disparates  imposibles.  Y  asen- 
lósele  de  tal  modo  en  la  imaginación  que  era  verdad  toda  aquella 
máquina  de  aquellas  soñadas  invenciones  que  leía,  que  para  él  no 
había  otra  historia  más  cierta  en  el  mundo.  Decía  él  que  el  Cid  Rui 
Díaz^  había  sido  muy  buen  caballero;  pero  que  no  tenía  que  ver 


1.  Con  razón  se  escogieron  estos  dos 
ejemplos  entre  la  numerosa  caterva  de 
caballeros  andantes,  por  ser  sus  libros 
de  los  más  antiguos  y  que  más  se  leían 
en  España.  La  Academia  Española 
advirtió  que  en  las  tres  primeras  edi- 
ciones hechas  en  vida  de  Cervantes  se 
puso  Infjalaierra  :  supuesto  lo  cual,  no 
se  ve  la  razón  de  haber  enmendado  y 
puesto  Inglaterra,  que  es  como  ahora 
decimos.  Ingalaterra  se  decía  y  escri- 
bía comúnmente  entonces,  como  se  ve 
á  cada  paso  en  nuestros  escritores. 
Siguióse  la  costumbre  gereral  en  el 
Quijote,  y  debió  seguirse  en  las  edi- 
ciones posteriores,  no  habiendo  arbi- 
trio para  dejar  de  hacerlo  en  aquel  verso 
del  romance  de  Altisidora  que  se  inserta 
en  el  capitulo  LVII  de  la  segunda  parte  : 

De  Londres  á  Ingalaterra. 

2.  También  se  llama  Maese  Nicolás 
el  barbero  que  introduce  Cervantes  en 
el  entremés  de  la  Cueva,  de  Salamanca. 
Tendría  quizá  alusión  á  persona  deter- 
minada. 

3.  Llamabas"  Alfebo:  era  hijo  del 
Emperador  de  Constantinopla  Trebacio, 
y  su  historia,  obra  y  producción  de 
varios  ingenios,  es  una  de  las  más 
pesadas  y  fastidiosas  entre  las  caballe- 
rescas. 

4.  .\mbos  eran  hijos  de   Perión,  Rey 


de  Gaula,  y  de  Elisena,  bija  de  Garinter, 
Rey  de  Bretaña.  Siendo  Galaor  niño  de 
dos  años  y  medio,  le  robó  el  gigante 
Gondalac,  y  lo  dio  á  criar  á  un  ermi- 
taño de  santa  vida.  Su  hermano  Amadís. 
que  era  el  mayor,  le  armó  caballero  sin 
«conocerle.  Después  hizo  grandes  haza- 
ñas, unas  veces  junto  con  su  hermano 
y  otras  sin  él.  Se  parecían  tanto,  que 
solíanequivocarse,  salvo  que  Don  Galaor 
era  algo  más  alto  y  menos  grueso. 
Finalmente  fué  Rey  de  Sobradisa.  por 
su  matrimonio  con  la  hermosa  Brio- 
lanja,  hija  del  Rey  Tagadán,  y  heredera 
de  aquel  estado.' —  EÍ  Barbero  tachaba 
á  Amadís  de  llorón  (>.) :  los  apasionados 
de  Amadís  pudieran  responderle  que 
también  lo  fué  Eneas. 

5.  Famoso  caballero  castellano  que 
floreció  á  fines  del  siglo  xi.  Habiendo 
perdido  lagraciadel  Rey  Don  Alonso  VI, 
salió  desterrado  de  sus  dominios  con 
una  considerable  comitiva  de  parientes 
y  allegados,  y  pasó  su  vida  haciendo 
ia  guerra  á  los  moros.  Las  hazañas  del 
Cid  andan  mezcladas  con  exageraciones 

([)  El  señor  Cortejón.  en  su  magnífica  edi- 
ción del  Quijote,  ya  citada  (tomo  I,  pág.  57) 
aduce  varios  pasajes  del  Amadis  para  confir- 
mar la  justicia  con  que  Maese  Xicolás  adju- 
dicaba á  dicho  héroe  la  nota  de  Uoi-ón.  Di- 
chos pasajes  se  hallan  :  en  el  libro  I,  cap.  xii 
V  xvH  ;  en  el  libro  II,  cap.  ni,  y  en  el  li- 
bro IV,  cap.  xxvni.  (M.  de  T.) 


8 


DON    yLlJOTK    DK    r,.\    MANCHA 


con  el  Caballero  de  la  Ardiente  Espada  ^  que  de  solo  un  revés 
había  partido  por  medio  dos  íieros  y  descomunales  gigantes.  Mejor 
estaba  con  Bernardo  del  Carpió  -,  porque  en  Roncesvalles  había 
muerto  á   Roldan  el  encantado^,   valiéndose   de  la  industria  de 


y  rumores  populares;  pero  consta  que 
llegó  á  conijuistar  á  Valencia,  cuyo 
seüorío  mantuvo  hasta  su  muerte. 
Después  de  ésta,  evacuaron  la  ciudail 
los  cristianos  y  se  retiraron  á  Castilla, 
llevándose  las  riquezas,  mujer,  hijas  y 
cadáver  del  Cid. 

1.  Asi  se  llamaba  Amadís  de  Grecia, 
según  refiere  su  historia,  porque  tenia 
estampada  en  el  pecho  una  espada 
bermeja  á  manera  de  brasa,  y  como  tal 
quemaba,  hasta  que  el  sabio  Alquile  le 
curó  de  esta  incomodidad.  Su  coronista 
le  hace  unas  veces  nieto  y  otras bi /.nielo 
de  Amadís  de  Caula.  No  encuentro  en 
la  historia  de  Amadís  de  Grecia  pasaje 
donde  se  cuente  haber  partido  por 
medio  de  un  solo  revf'x  dos  fieros  y 
descomunales  gif/unl es ;  pero  D.  Quijote 
solía  leer  en  su  acalorada  fantasía  lo 
que  no  había  en  sus  libros  :  así  lo  hizo 
más  de  una  vez.  como  lo  veremos  en 
el  discurso  de  estas  notas. 

2.  Bernardo  del  Carpió  es  uno  de  los 
héroes  m.is  celebrados  en  nuestras 
crónicas  y  romances,  á  pesar  de  que 
no  ha  faltado  crítico  que  ponga  en  duda 
su  existencia.  De  sus  hazaiJas  hizo  y 
publicó  un  poema  Agustín  Alonso  en 
Tnledo,  el  año  de  1.58.'5.  Se  cuenta  que 
Bernardo  fué  hijo  de  D.  Sancho  Díaz, 
Conde  de  Saldaña,  quien  lo  hubo  á 
hurto  en  Doña  .limeña,  hermana  del 
Rey  D.  Alonso  el  Casto.  A  Bernardo  se 
atribuye  en  los  antiguos  cantares  cas- 
tellanos el  honor  y  prez  de  la  victoria 
de  Uoncesvalles,  donde  al  paso  de  los 
Pirineos  fué  desbaratado  el  ejército  del 
Emperador  Carlomagno. 

3.  En  el  romance  viejo  de  Gaiferos, 
decía  el  Rey  moro  de  Sansueña,  vién- 
dole desde  lejos  pelear  con  singular 
denuedo  : 

Del)e  ser  el  encnnlado 
Ese  paladín  Roldan  : 

tal  era  la  fama  y  nombradía  de  Roldan, 
Rotolando  ú  Orlando,  uno  de  los  doce 
Pares,  que  dio  con  sus  proezas,  verda- 
deras ó  supuesta.'^,  tanta  materia  á  los 
poetas  y  fabulistas.  Sus  hazañas  eran 
conocidas  va   muv  de  antisuo  en  Cas- 


tilla, puesto  que  Gonzalo  de  Berceo, 
•pie  floreció  á  principios  del  siglo  xiii, 
hablando  de  D.  Ramiro,  Rey  de  León, 
en  la  vida  de  S.  Millán  (a),  dice  : 

El  Rey  D.  Ramiro,  un  noble  caballero. 
Que  no)  venzrien  de  esfuerzo  Roldan  ni  01: 

'vero 

Murió,  finalmente.  Roldan,  según  se 
refiere  á  manos  de  Bernardo  del  ('arpio, 
en  Roncesvalles  :  y  no  pudienilo  ser 
herido,  porque  era  encantado,  murió 
como  cuenta  la  fábula  que  muri<'>  á 
manos  de  Hércules  el  gigante  Anteón, 
hijo  de  la  Tierra.  Cuantas  veces  era 
derribado  Anteón,  recibía  nuevas  fuerzas 
y  vigor  de  su  madre;  y  echándolo  de 
ver  Alcides,  tomó  el  medio  de  sofocarlo 
entre  los  brazos,  teniéndolo  suspendido 
en  el  aire. 

Nicolás  de  Espinosa,  poeta  castellano, 
que  se  atrevió  á  continuar  el  Orlando 
furioso  de  Ariosto.  describe  así  la 
muerte  de  Roldan  al  fin  del  canto  35  : 

Bernaldo  aprieta  el  cuerpo  valeroso 
Con  la  furia  mayor  que  allí  ha  podido, 
Faltando  l'espiritu  congojoso 
De  los  moi-lales  golpes  que  ha  sufrido. 
Desmaya  el  brazo  que  fué  sanguinoso, 
Sobrado  del  del  Carpió  fué  vencido, 
L  alma  del  gran  Orlando  sube  al  cielo, 
Que  tan  temido  fué  por  todo  el  suelo. 

Espinosa  quiso  remedar  á  Ariosto,  é 
hizo  lo  que  la  rana  ion  el  buey  de  la 
fábula.  Su  obra  se  imprimió  en  Amberes 
el  año  de  15.%.  y  después  se  reimpri- 
mió en  Alcalá  de  Henares  (x). 

[fi)  Copla  412. 

(y.)  Influido  sin  duda  por  la  pedestre  é 
implacable  critica  de  Ilermosilla  contra  Jil 
fíernardo,  de  nuestro  poeta  Balbuena,  no  lo 
menciona  Clemencín  en  este  pasaje,  y  sin 
embargo  bien  merecía  ser  mencionado.  Como 
dice  uno  de  sus  biógrafos.  » la  crítica  más 
exigente  no  i)'idrá  menos  de  celebrar  las  mu- 
chas y  gi'andes  bellezas  en  él  derramadas, 
viéndose  obligada  á  reciUTir  al  fíernardo, 
siempre  f|ue  haya  que  presentar  modelos  de 
magníficas  y  fastuosas  descripciones  donde 
resalte  el  tono  elevado  y  majestuoso  de  la 
trompa  épica ».  '  (M.  de  T.) 


l'l(lMi:i(\    l'AlilK. 


CAI>m  I.O    IMIIMKIIO 


9 


Hércules  cuando  ahogó  á  Anteo (>),  el  hijo  de  la  Tierra,  entre  los 
brazos.  Decía  mucho  bien  del  gigante  Morgante',  porque  con  ser 
de  aquella  generación  gigantea,  que  todos  son  soberbios  y  desco- 
medidos^, él  solo  era  afalile  y  bien  criado.  Pero  sobre  lodos  estaba 
bien  con  Reinaldos  de  Monialbán  •',  y  más  cuando  le  veía  salir  de 


1.  Morgante,  Pasamonte  y  Alabastro, 
tres  ñeros  ^'¡gantes  ó  jayanes  que  hacían 
cruda  guerra  ;l  los  monjes  de  una  aba- 
día situada  en  los  contines  de  país  de 
paganos.  Iloldí'ui  mató  á  los  dos  últi- 
mos, y  convirti(')  á  la  fe  de  Cristo  al 
primero  :  el  cual,  de  allí  en  adelante, 
lué  compañero  de  Roldan  en  sus  aven- 
turas, como  más  largamente  cantó 
Ludovico  l'uKiensu  historia.  Jerónimo 
Auner,  valenciano,  tradujo  por  man- 
dado de  una  dama,  según  él  mismo 
refiere  en  su  prólogo,  el  libro  de  Mor- 
gante, y  lo  publicó  en  Valencia  el  año 
de  1.J.15.  Caso  semejante  al  de  Morgante 
y  Roldan  (uéel  de  Fierabrás  y  Oliveros 
en  la  historia  de  Carlomagno,  y  el  de 
Matroco  y  Esplandián  en  las  Sergas. 
Los  vencidos  se  convirtieron,  y  abraza- 
ron la  fe  de  sus  vencedores. 

2.  Tales  los  pintan,  con  pocas  excep- 
ciones, los  libros  caballerescos,  como 
se  ve  por  infinitos  pasajes,  y  la  misma 
ideadlo  de  ellos  la  mitología  gentílica, 
empezando  por  los  Titanes.  Amadís  de 
Grecia,  hablando  con  el  eigante  Man- 
droco,  le  manifiesta  su  afecto,  po?-  la 
cortesía,  dice,  que  tu  hermano  y  tú 
conmigo  habéis  usado,  lo  que  muy  pocas 
veces  en  los  de  vuestro  linnje  acaescio  : 
así  se  cuenta  en  la  tercera  parte  de 
D.  Florisel  de  Niquea.  En  la  Historia 
del  Caballero  de  la  Cruz  (a),  el  Caba- 
llero de  Cupido  responde  .1  un  gigante 
que  le  preguntaba  si  era  él  quien  mató 
á  su  cormano  Argofeo  :  gigante,  y  o  soy 
el  que  mató  á  ese  gigante  Argofeo,  mas 
no  á  traición,  como  tú  dices  :  antes  tú 
y  los  de  tu  generación  sois  traidores. 
informando  un  caballero  á  Amadís  de 
Gaula  acerca  de  las  calidades  del  gi- 
gante Balan,  señor  de  la  ínsula  de 
Torrebermeja,  le  decía  :  su  condición  y 
manera...  es  mny  dioersa  y  contrai-ia 
rí  la  de  otros  gigantes,  que  de  natura 
son  soberbios  ]i  follones,  y  éste  no  lo  es, 
antes  muy  sosegado  é  inuy  verdadero 
en  todas  sus  cosas,  tanto,  que  es  mara- 
villa  que  hombre    que  de    tal   linaje 

¡a)  Lib.  II,  caí).  XXXI. 


venga,  pueda  ser  tan  apartado  de  la 
co7idición  de  los  otros  (a).  Morgante  y 
.Matroco,  arriba  nombrados,  se  aparta- 
ron también  de  la  regla  general,  mas 
no  fueron  solos.  El  gigante  Trasilcón, 
después  de  haber  peleado  con  el  Caba- 
llero de  la  Cruz,  fué  su  grande  y  fiel 
amigo,  como  se  ve  por  su  historia  (A). 
Puede  agregárseles  asimismo  el  gigante 
Argamonte,  señor  de  la  ínsula  de  la 
Hojablanca,  que  vencido  por  Cuadra- 
gante,  señor  de  Sansueña.  se  preseutó 
al  Emperador  de  Constantinopla  con  su 
mujer  Almatrafa  y  su  nieto  Arrladil 
Canileo,  convertidos  ya  todos  á  la  fe  de 
Cristo,  y  le  sirvió  en  la  defensa  de  su 
capital  contra  el  Rey  Armato  [c).  Mas 
á  pesar  de  estas  excepciones,  la  raza  de 
los  gigantes  hace  generalmente  mala 
figura  en  las  crónicas  caballerescas,  y 
conforme  á  éstas,  dice  después  Dox 
Quijote  en  el  capítulo  VIH,  que  era  gran 
servicio  de  Dios  quitar  tan  mala  si- 
miente de  soljre  ¡a  haz  de  la  tierra. 

:5.  Uno  de  los  doce  Pares  de  Francia, 
rival  de  D.  Rold;in,  que  hace  uno  de 
los  principales  papeles  en  Ariosto,  en 
ios  romances  y  en  otros  libros  de  en- 
tretenimiento, y  que,  sin  embargo  de 
ésto,  ni  siquiera  se  nombra  en  la  his- 
toria vulgar  de  Carlomagno,  publicada 
por  Nicolás  de  Piamonte.  que  todos 
hemos  leído  en  nuestra  niñez. 


(n)  Amadís  de  Gaula,  cap.  CXXVIII.  — 
ib)  Caps.  LXXXVIII  y  LXXXIX.  —  ¡c]  Li- 
siiarte  de  Grecia,  cap.  XII,  XXI  y  XXII. 


(>.)  Con  excelente  acuerdo  restablece  el  se- 
ñor Cortejen  el  nombre  de  Anten,  que,  á  no 
dudar,  empleó  Cervantes,  y  lamenta  el  error 
en  que  incurrieron  los  primeros  editores  al 
poner  Acteón,  personaje  mitológico,  conver- 
tido en  ciervo  por  haber  sorprendido  invo- 
luntariamente á  Diana  en  el  baño,  y  despe- 
dazaiio  por  sus  mismos  perros.  Lo  más  triste 
es  que  Clemencín  repite  una  y  otra  vez  el 
error  en  su  comentario.  El  mismo  Cervantes, 
en  la  parte  II  del  Quijote,  cap.  lviii,  alude 
al  indicado  suceso,  y  allí  también  ponen  los 
editores  Acteón;  peí  o  Clemencín  lo  rectifica. 
.(.VL  de  T.) 


10 


DON    QLlJüTK    ni:    :.A    MANCHA 


SU  castillo,  y  robar  cuantos  topaba,  y  cuando  en  Allende  robó  aquel 
Ídolo  de  Mahoma  \  que  cvn  lodo  de  oro,  según  dice  su  historia. 
Diera  él,  por  dar  una  mano  do  coces  al  traidor  de  rialalón'-^,  al  ama 
que  tenía  y  aun  á  su  sobrina  de  añadidura.  En  efecto ;  rematado 
ya  su  juicio,  vino  á  dar  en  el  más  extraño  pensamiento  que  jamás 
dio  loco  en  el  mundo,  y  fué  que  le  pareció  convenible  y  necesario, 
asi  para  el  aumento  de  su  honra  como  para  el  servicio  de  su  repú- 
blica, iiacerse  caballero  andante  y  irse  por  todo  el  mundo  con  sus 
armas  y  caballo  á  buscar  las  aventuras,  y  á  ejercitarse  en  todo 
aquello  que  él  había  leído  que  los  caballeros  andantes  se  ejercita- 
ban, deshaciendo  todo  género  de  agravio,  y  poniéndose  en  ocasiones 
y  peligros,  donde  acabándolos  cobrase  eterno  nombre  y  fama.  Ima- 
ginábase el  pobre  ya  coronado  por  el  valor  de  su  brazo,  por  lo 
menos  del  imperio  de  Trapisonda^;  y  así,  con  estos  tan  agradables 


1.  Allende,  en  nuestros  libros  anti- 
guos, es  equivalente  de  Ultramar  ó  de 
allende  el  mar,  como  se  dice  otras 
veces.  El  Hey  D.  Alonso  el  Sabio,  diri- 
giendo el  libro  de  las  Querellas  ;í  un 
vasallo  y  amigo  suyo,  le  decía  : 

A  ti,  Diego  Prrez  Sarmiento,  leal 
Coiinano  éamif,")  é  firme  vasallo. 
Lo  que  á  míos  homes  de  mita  les  callo. 
Entiendo  decir,  plaiumdo  mi  mal. 
A  ti.  que  quitaste  la  tierra  é  cabdal 
Por  las  mis  faciendas  en  Roma  é  Allende, 
Mi  péndola  vuela,  escóchala  dende, 
Ca  p-ita  doliente  con  fabla  mortal  (;i). 

ídolo  de  Malioma.  Entre  los  maho- 
metanos no  hay  ídolos,  antes  al  con- 
trario, está  prohibida  toda  clase  de 
iiu.igenes,  como  li.»  estaba  á  los  hebreos 
por  la  ley  de  Moisés  :  y  ios  pocos 
Califas  que  acuñaron  moneda  con  sus 
bustos,  están  reputados  por  hetero- 
doxos entre  los  musulmanes.  Sin  em- 
bargo, en  los  libros  de  caballerías  suele 
mencionarse  el  uso  de  id  oíos  de  Mahoma. 
En  una  batalla  que  refiere  la  lUs/oria 
de  Tirante  el  ñlanco  (a),  el  Rey  de 
Túnez  llevaba  un  Mahoma  de  oro  sobre 
su  almete.  La  Ilislorin  de  Carlomagno, 
describiendo  la  habitación  de  Floripes, 
dice  (6),  que  en  el  sobrado  de  la  cámara 

(;i;  I.a  crítica  moderna  ha  puesto  en  claro 
que  el  libro  de  Ijih  Qxierellas  fué  una  ficción 
de  Pellicer  y  que  los  versos  aquí  citados  son 
una  superchería  del  mismo  Pellicer.  inven- 
tada con  un  fin  interesado.  Así  se  desprende 
de  los  trabajos  del  seiJor  Cotarelo.  va  citado. 
(M".  de  T.) 

{o)  Parle  IV.  —  (A)  Cap.  XXVII. 


estaba  pintado  el  cielo  de  mano  de  un 
muy  gran  maestro  con  los  planetas  ij 
signos  :  y  en  medio  estaba  la  imagen  de 
Mahomet,  maciza,  de  oro  fino,  tan 
grande  como  un  hombre.  Los  que  a^ 
escribieron  fie  los  mahometanos,  no 
los  conocían  Con  igual  ignorancia  so- 
lían nuestros  romancistas  y  otros  es- 
critores llamar  paganos  á  los  moros,  si 
pac/ano  equivale  ;i  idólatra,  como  se 
deduce  de  varios  documentos  históri- 
cos, ün  es'Titor  respetable  observa  que 
del  clero  latino  esparcido  en  el  Oriente 
durante  los  dos  siglos  de  las  Cruzadas, 
no  hubo  «  casi  nadie  que  se  aplicase  á 
estudiar  las  lenguas  orientales,  tan  ne- 
cesarias para  conocer  la  religión,  leyes 
é  historia  de  los  musulmanes,  y  para 
no  incurrir  en  errores  groseros,  diciendo, 
como  hicieron  algunos  de  ellos,  que 
adoraban  ;l  Mahoma  y  tenían  ídolos 
suyos  »  (a). 

2.  El  Conde  Galalón  de  Maganza, 
por  cuya  traición  se  refiere  que  murie- 
ron en  Houcesvalles  los  doce  Pares  de 
Francia.  Se  hace  larga  memoria  de  él 
en  muchos  libros  de  caballerías,  y 
señaladamente  en  las  historias  de  Gar- 
lomagno  y  Morgante. 

3.  Trapisonda,  ciudad  situada  en  la 
costa  meridional  del  Mar  Negro,  y 
capital  del  imperio  de  este  nombre,  que 
fué  una  de  las  cuatro  partes  en  que  se 
dividió  el  imperio  griego  por  los  años 
de  1220.  á  saber  :  Constantinopla,  Tesa- 
lónica,  Trapisonda  y  Nicea.  La  familia 

[n]  Fleurn,  disc.  V  sobre  la  Hist.  Ecl.  n.  •"■. 


IMtlMKIi.V    PAUIK.     —    CAPÍTl  r.d    IMllMKliO  H 

|)(íns;uiiienlos,  lloviitio  del  exlraño  gusto  (\ue  en  ellos  sentía,  se  dio 
piicsa  ú  poner  en  electo  lo  (|ii(>  deseaba.  \  lo  priiiKM-o  que  hizo  fué 
l¡ni|)iai-  unas  ai  mas  (|n(í  habían  sido  de  sus  bisabuelos',  que  torna- 
das de  orín  y  llenas  de  moho,  luengos  siglos  había  que  estaban 
puestas  y  olvidabas  en  un  rincón  Limpiólas  y  aderezólas  lo  mejor 
que  pudo;  pero  vio  (jue  tenían  una  gran  falta,  y  era  que  no  tenían 
celada  de  encaje,  sino  morrión  simple:  masa  esto  suplió  su  industria, 
porque  de  cartones  hizo  un  modo  de  media  celada,  que,  encajada 
con  el  morrión,  hacía  una  apariencia  de  celada  entera.  Es  verdad 
que  para  probar  si  era  fuerte,  y  podía  estar  al  riesgo  de  una  cuchi- 
llada, sacó  su  espada  y  le  dio  dos  golpes,  y  con  el  primero  y  en  un 
punto  deshizo-  lo  que  había  hecho  en  una  semana  :  y  no  dejó  de 


de  los  Coninenos  fué  la  que  reinó  en 
Trapisonda  hasta  el  año  de  14G1,  en 
que  se  entregó  á  Mahomet  11.  el  mismo 
que  ya  había  tomado  á  Constanlinopla 
el  de  1453.  Estuvieron  de  paso  en  Tra- 
pisonda los  enihajaiiores  (pie  el  Rey  de 
.Castilla  D.  Enrique  el  Enfermo  envió 
con  regalos  ;í  Tamerkin  el  año  de  t4ü;i, 
según  el  Ilinerario  de  fíui  (r¡mzález  de 
Clavija,  uno  de  ellos,  donde  se  refieren 
los  obsequios  que  les  hicieron  el  Em- 
perador y  su  hijo,  cuyos  nombres, 
aunque  desfigurados  en  el  Itinerario, 
parece  que  fueron  Basilio  1  y  Alejo  II. 
(Jomo  los  más  de  los  libros  caballeres- 
cos se  refieren  á  los  siglos  de  la  Edad 
Media,  no  es  extraño  que  pn  ellos  se 
haga  tan  frecuente  mención  del  imperio 
de  Trapisonda.  Según  la  Historia  de 
D.  Belianis,  su  Emperador  concurrió 
en  ayuda  del  Gran  Tártaro  al  asedio  de 
Babilonia  :  Amadís  de  Grecia  fué  Em- 
perador de  Trapisonda  ;  hija  de  Teo- 
doro, Emperador  de  Trapisonda,  fué  la 
princesa  Claridiana.  con  (juien  vino  á 
casar  el  Caballero  del  Febo.  Así  que 
tampoco  fué  extraño  que  D.  Quijote, 
infatuado  conln  lectura  de  tales  libros, 
se  figurase  coronado  Emperador  de 
Trapisonda.  En  la  Historia  de  los  Tro- 
vadores se  refiere  que  Pedro  Vid-d,  que 
lo  fué  en  el  siglo  xii,  hnbiendo  pasado 
á  Palestina,  se  llenó  la  cabeza  de  fan- 
tasmas de  caballerías  y  grandezas,  y 
perdió  el  juicio.  Mis  enemir/os.  decía  en 
una  de  sus  composiciones,  liemlilan  al 
oir  mi  nombre  como  la  codorniz  ante 
el  milano...  (.a  tierra  tiembla  cuando 
me  ri<:fo  el  nrncs  y  ciño  la  espada,  (lasó 
en  Chipre  coa  una  griega,  de  quien  se 
le  hizo  creer  que  era  sobrina  del  Em- 


perador de  Oriente  :  tomó  el  título  de 
Emperador,  hizo  tomar  á  su  mujer  el 
de  Emperatriz,  se  revistió  de  U<s  orna- 
mentos de  esta  dignidad,  hacía  llevar 
un  trono  delante  de  sí,  y  ahorraba 
cuanto  podía  para  conquista  reí  imperio 
que  miraba  t:omo  herencia  propia. 
Murió  el  año  de  1229.  De  otro  loco  por 
este  estilo,  llamado  .Menécrates,  hay 
memoria  en  la  historia  de  la  antigua 
Grecia:  y  ambos  pertenecieron  á  la 
misma  cofradía  qup  D.  Quijote. 

1.  En  las  actas  ilel  capítulo  que  ce- 
lebró la  orden  de  Calatrava  en  Madrid 
el  año  de  1532,  se  acordó  que  la  Orden 
mantuviese  300  lanzas,  y  que  las  armas 
fuesen  celada  horaoTiona.  (jola,  coraza 
con  .fu  ristre  y  escarelas  laryas,  bra- 
zales, fjuardabrazos  y  gttari teleles  y 
lanza  de  armas  con  hierro  de  punta  de 
diamante.  La  coraza  comprendía  peto 
y  espaldar  ;  la  celada  borgoñona  dejaba 
descubierto  el  rostro:  la  visera  le  de- 
fendía, pero  sin  impedir  la  vista:  el 
morrión,  yelmo  c)  almete  cubría  lo  res- 
tante de  "la  cabeza:  el  morrión  conla 
babera  ó  encaje  formaba  la  celada  en- 
tera, cuya  parte  inferior  faltaba  á  la  de 
D.  Quijote.  Por  lo  que  sigue  á  la  aven- 
tura del  vizcaíno,  se  ve  que  llevaba 
loriffa:  y  grevas  v)  por  lo  que  se  refiere 
en  la  de  los  galeotes. 

2.  Si  con  el  primer  golpe  deshizo  lo 
hecho,  ,:  dónde  dio  el  segundo  ?  Pero 
Cervantes  no  pensaba  mucho  en  estas 
cosas. 


(v)  La  Academia  escribe  grcba,  aunque  le 
asigna  etimología  equivocada,  pues  es  indu- 
dable que  viene  del  francés  grere,  que  tiene 
origen  germánico.  (M.  de  T.) 


12 


DON    QL'IJOTF.    DL    I.A    MANCHA 


parecerle  mal  la  facilidad  con  que  la  bahía  hecho  pedazos',  y  por 
asegurarse  desle  peligro,  la  tornó  á  hacer  de  nuevo  poniéndole  unas 
barras  de  hierro  por  de  denlro,  de  tal  manera,  que  ól  quedó  satis- 
fecho de  su  fortaleza,  y  sin  querer  hacer  nueva  experiencia  della,  la 
diputó  y  tuvo  por  celada  finísima  de  encaje.  Fué  luego  á  ver  á  su 
rocín,  y  aunque  tenia  más  cuartos  que  un  reaP,  y  más  tachas  que 
el  caballo  de  Gonela,  (|ue  lantum  pellis  el  ossa  fnit,  le  pareció  que 
ni  el  Bucéfalo  de  Alejandro,  ni  Babieca  el  del  Cid  con  él  se  igua- 
laban^. Cuatro  días  se  le  pasaron  en  imaginar  qué  nombre  le  pon- 
dría; porque  ísegún  se  decía  él  á  sí  mismo)  no  era  razón  que  caballo 
de  caballero  tan  famoso  '',  y  tan  bueno  él  por  sí,  estuviese  sin  nom- 


1.  Todo  lo  contrario;  no  dejó  de  pa- 
recerle bien.  Para  conservar  la  palahra 
7uaZ,  era  menester  decir  :  y  no  le  pare- 
ció malla  facilidad,  etc.  Por  lo  demás, 
la  idea  es  graciosa  y  oportuna. 

2.  Citarlos  significa  una  moneda  de 
corto  valor,  de  que  en  algún  tiempo, 
según  indica  el  mismo  nombre,  hubie- 
ron de  entrar  cuatro  yahoraentranorbo 
y  medio  en  un  real :  y  también  significa 
una  enfermedad  larga  é  impertinente 
que  las  caballerías  suelen  padecer  en  los 
cascos  de  pies  y  manos.  De  esta  doble 
significación  nace  el  equívoco  y  lagracia 
del  presente  pasaje.  Pedro  Gonela  fué 
aibardánó  bu  ton  de  un  marqués  ó  duque 
de  Ferrara  en  el  siglo  xv.  cuyo  caba- 
llo (í),  por  su  flaqueza  y  extenuación, 
dio  motivo  (i  chistes,  que  se  lefieren  en 
la  colección  de  los  de  aquel  juglar,  im- 
presa el  año  de  lo68,  y  de  que  hacen 
mención  D.  Juan  Bowle  y  D.  Juan  Anto- 
nio Pellicer.  El  primero  observó  ya  que 
el  pellis  ef  ossa.  que  se  aplicó  al  caballo 
de  Gonela,  viene  de  Plauto,  que  en  su 
comedia /1í<^m/'í/-ící  usó  de  esta  e-xpresión 
para  ponderar  lo  flaco  que  estabaun  cor- 
dero, y  aun  añadió  que  se  le  clareaba 
la  piel  y  se  le  veían  las  tripas.  El  ca- 
ballo de  Gonela  es  un  quid  pro  quo  de 
la  jaca  de  Velasquillo,  otro  truhán 
español,  posterior  á  Cervantes,  cuya 
jaca  quedó  también  en  proverbio  Go- 
nela. á  pesar  de  su  profesión  de  buen 
bunior.  murió  de  pasión  de  ánimo,  sin 
herida  ni  calentura. 

3.  A  la  mención  de  las  jacas  de 
Gonela  y  de  Velasquillo  sucede  la  délos 

(;)  Ctnjo  caballo  se  refiere  al  duque  y  no  á 
Goneln.El  niaestm  incurre  ácnda  momonto 
en  estos  (.ieslices  de  sintaxis.      (M.  de  T.) 


bridones  de  .AJejandro  Magno  y  del  Cid 
El  de  Alejandro  se  llamó  Bucéfalo,  que 
significa  Cabeza  de  Bue>/,  ó  porque  ósta 
era  su  marca,  propia  de  una  de  las  razas 
más  apreciadas  de  Tesalia,  ó  por  la  an- 
chura de  su  frente,  semejante  en  esto 
á  la  de  un  toro,  .\seguran  que  sólo  se 
dejaba  montar  de  Alejandro.  Matáron- 
selo  en  la  batalla  contra  Poro,  y  Ale- 
jandro edificó  en  su  honor  una  ciudad, 
ü  que  puso  el  nombre  de  Bucefalia, 
como  dice  Plutarco. 

Del  Babieca  se  cuenta  que,  siendo 
potro,  lo  eligi('iel  Cidá  pesar  de  súmala 
tra/a ;  que  en  adelante  se  hizo  famoso 
y  sirvióásu  dueño  enlodas  sus  guerras, 
y  que  después  del  fallecimiento  de  Rui 
Díaz, condujo  su  cadáver  desde  ^^■^lcncia 
á  Cárdena.  El  Poema  anlirjno  del  Cid 
refiere  de  otro  modo  los  principios  de 
Baliieca :  dice  que  lo  ganó  de  los  moros 
el  Campeador  estando  en  Valencia  ;  que 
lo  probó  el  día  que  salió  de  aquella 
ciudadárecibirásu  mujer  Doña  Jimena, 
que  venía  de  Castilla  a  buscarle;  que 
en  estas  pruebas  quedaron  todos  mara- 
villados de  su  bondad,  y  que 

Des'  día  se  preció  Babieca  en  cuant  grant 
[fué  España  (a). 

Según  la  primera  relación.  Babieca 
fué  castellano :  según  la  segunda,  an- 
daluz, ó  acaso  árabe. 

4.  Esta  anticipación  de  la  fama  futura 
en  la  mollera  del  pobre  D.  Quijote  es 
pincelada  magistral  en  el  retrato  del 
héroe,  y  pertenece  á  aquel  ridiculo,  de- 
licado y  exquisito  que  tanto  resplandece 
en  infinitos  pasajes  del  Ingenioso  Hi- 
dalgo. 

'a)  v.  LV.in. 


IMtlMKHA    PAUTE. 


cAPÍTír.n  pniMERO 


13 


hre  conocido,  y  íisí  ftrociiiviha  acomodársele  de  manera  que  d(;cla- 
rase  «juií'n  liabía  sido  antes  (|ue  fuese  del  caballero  andante,  y  lo 
(jue  era  entonces  :  pues  estaba  mny  puesto  en  razón  que  mudando 
su  señor  estado,  mudase  él  también  el  nombre,  y  le  cobrase  famoso 
y  de  estruendo,  como  convenía  á  la  nueva  orden  y  al  nuevo  ejer- 
cicio que  ya  [)rofesaba  *  :  y  así,  después  de  muchos  nombres  que 
formó,  borró  y  quitó,  añadió,  deshizo  y  tornó  á  hacer  en  su  memo- 
ria é  imaginación,  al  fin  le  vino  á  llamar  Rocinante^  nombre  á  su 
parecer  alto,  sonoro  y  significativo  de  lo  que  había  sido  cuando  fué 
rocín  (»),  antes  de  lo  que  ahora  era,  que  era  antes  y  primero  de  todos 
los  rocines  del  mundo  -.  Puesto  nombre  y  tan  á  su  gusto  á  su  ca- 
ballo, quiso  ponérsele  así  mismo,  y  en  este  pensamiento  duró  otros 
ocho  días  ^,  y  al  cabo  se  vino  á  llamar  D,  Quijote  (o) :  de  donde,  como 
queda  dicho,  tomaron  ocasión  los  autores  desta  tan  verdadera  his- 
toria, que  sin  duda  se  debía  llamar  Quijada,  y  no  Quesada'',  como 
otros  quisieron  decir.  Pero  acordándose  que  el  valeroso  Amadís  no 
sólo  se  había  contentado  con  llamar-e  Amadis  á  secas,  sino  que 
añadió  el  nombre  de  su  reino  y  patria  por  hacerla  famosa,  y  se 
llamó  Amadís  de  Gaula,  así  quiso,  como  buen  caballero,  añadir  al 
suyo  el  nombre  de  la  suya,  y  llamarse  Z).  Quijote  de  la  Mancha'^, 


1.  Adviértase  que  aquí  se  habla  de 
Rocinante  ;  y  la  profesión  de  la  Orden 
de  Caballería,  aplicada  al  rocín  de  Don 
Quijote,  participa  también  eminente- 
mente del  ridículo  general  de  la  fábula 
y  del  humor  festivo  de  su  autor. 

2.  Quiere  decir  que  el  nombre  de 
RocÍ7iante,  puesto  por  D.  Quijote  á  su 
caballo,  indicaba  que  había  sido  rocín 
antes,  y  que  continuaba  siendo  el  ante- 
rocín  ó  primero  y  mayor  rocín  de  todos 
los  rocines  del  mundo.  Ya  se  sabe  que 
la  palabra  rocín  significa  comúnmente 
un  caballo  ñaco, de  mala  figura  y  poco 
valor. 

3.  El  verbo  durar  se  dice  ordinaria- 
mente de  lascosas,yno  délas  personas. 
De  éíítas  se  dice  que  perseveran  ;  voz 
más  general  que  se  aplica  también  á 
las  cosas. 

4.  Falta  algo  :  tomnron  ocasión  de 
afirmar  los  autores,  etcétera,  y  pudo  ser 
omisión  de  la  imprenta.  Lo  mejor  hu- 
biera sido  suprimir  todo  este  período, 
que  ni  es  necesario  ni  está  en  armonía 
con  lo  que  se  dijo  sobre  este  punto  al 
principio  del  capítulo. 

5.  Quijote  es  la  parte  de  la  armadura 
que  cubría  el  muslo,  y  pudo  venir  del 
francés  cuisse.   Cervantes   escogió  con 


oportunidad  el  nombre  de  su  protago- 
nista entre  los  de  las  piezas  propias  de 
la  profesión  caballeresca ;  y  entre  éstos 
dio  la  preferencia  al  de  la  terminación 
en  ote,  que  en  castellano  se  aplica  ordi- 

(=)  Cuando  fué  rocín.  —  La  frase  está  en- 
maiañada,  aunque  el  sentido  se  comprende. 
El  señor  Cortejen  cree  darle  mayor  claridad 
con  po'ner  punto  y  coma  después  del  primer 
antes,  en  esta  forma  :  «  nombre  d  su  parecer 
alto,  sonoro  y  siíjmficalivo  de  lo  que  había 
sido  cuando  fué  rocín  antes;  de  lo  que  ahora 
era,  etc.  ».  Me  parece  el  remedio  peor  que 
la  enfermedad,  como  vulgarmente  se  dice. 
(M.  de  T.) 

(o)  Quijote.  —  Hace  notar  el  señor  Cortejón 
que  no  solamente  ha  entrado  esta  palabra  en 
el  caudal  de  nuestra  lengua  sino  que  ha 
dado  lugar  á  los  derivados  :  quijotada,  qui- 
joleria,  quijote-ico  y  quijotismo;  y  hasta  pro- 
pone, con  la  autoridad  del  cervantista  señor 
Pi  y  Molist.  la  adoiición  del  verbo  quijotear. 
Las"  ideas  encarnadas  por  los  nombres  de 
l3.  Quijote  y  Sancho  son  ya  del  dominio  ge- 
neral. Cuando  yo  estudiaba  retórica  recuerdo 
que  mi  excelente  maestro  el  sabio  Escolapio 
P.  Pedro  Al  varez  decía,  hablando  de  los  hom- 
bres de  nuestra  generación,  que  eran  : 
Unos  Sanchos  en  el  alma 
Y  Quijotes  en  el  cuerpo. 

(M.  de  T.) 


li 


DON    QUIJOTE    DE    \.\    MANCHA 


con  que  á  su  parecer  declaraba  muy  al  vivo  su  linaje  y  potria,  y 
la  honraba  con  tornar  el  sobrenombre  della.  Limpias,  pues,  sus 
armas,  hecho  del  morrión  celada,  puesto  nombre  á  su  rocín  y  con- 
firmádose  (p)  á  si  mismo  \  se  dio  á  entender  que  no  le  faltaba  otra 
cosa  sino  buscar  una  dama  de  quien  enamorarse ;  porque  el  caballero 
andante  sin  amores^  era  árbol  sin  hojas  y  sin  fruto,  y  cuerpo  sin 
alma.  Decíase  él :  si  yo  por  malos  de  mis  pecados,  ó  por  mi  buena 
suerte^  me  encuentro  por  ahí  con  algún  gigante,  como  de  ordi- 
üario  les  acohtece  á  los  caballeros  andantes,  y  le  derribo  de  un  en- 
cuentro, ó  le  parto  por  mitad  del  cuerpo  ',  ó  íinalmenle  le  venzo  y 
le  rindo,  ¿  no  será  bien  tener  á  quien  enviarle  presentado,  y  que 
entre  y  se  hinque  de  rodillas  ante  mi  dulce  señora,  y  diga  con  voz 
humilde  y  rendida  :  Yo,  señora,  soy  el  gigante  Caraculiambro,  se- 


nariamente á  cosas  ridiculas  y  despre- 
ciables, como  libróle,  moniyote,  muza- 
cole. 

En  lo  de  tomar  el  apellido  del  nombre 
de  algún  país,  procedió  Don  Quijote  muy 
confíiruie  á  la  práctica  comúnmente 
observada  en  los  libros  de  caballerías, 
donde  además  de  los  ejemplos  de 
Aujadis  oe  Gaula,  Belianís  de  «jrecia  y 
otros  más  conocidos,  halló  lusdel).  Po- 
licisne  de  Boecia,  Gelidón  de  Iberia, 
Florando  de  Castilla, D.  Fénix  deCorinto, 
D.  Frisel  de  Arcadia,  D.  Lucidán  de 
Nuinidia.  Braborante  de  Escitia,  Poli- 
dolfo  de  Croacia,  Brufaldoro  de  Mauri- 
tania, Astorildo  de  Galidunia,  ü.  Con- 
tumeliano  de  Fenicia,  D.  Artibel  de 
Mesopotamia,  y  otros  de  ifíual  calaña. 
Pero  no  es  cierto  que  Amadís  añadió  el 
nombre  de  su  reino  ]/  patria  por  hacerla 
famosa  y  se  llamó  Amadis  de  Gaula, 
porque  Gaula  fué  su  reino,  mas  no  su 
patria (í^),  como  se  ve  por  su  historia. 
Amadís  nació  en  Francia  y  reinó  en 
Inglaterra. 

1.  El  confirmarse  por  mudar  de 
nombre  y  ponerse  otro  nuevo,  es  alu- 
sivo á  la  costumbre  (auuque  poco  fre- 
cuente) de  hacerlo  al  recibir  el  Sacra- 
mento de  la  Confirmación. 

2.  Perdí  oyni  cavalier  ch'e  senza  amare, 
Sen  vista  é  vivo,  é  vivo  senza  cor». 

Asi  lo  dijo  el  Conde  Mateo  Boyardo 

(5)  Filé  su  reino.  —  Hav  en  e«to  una  con- 
liauicción  ó  un  simiile  descuido,  pues  debe 
decir  :  «  fué  su  patria,  mas  no  su  reino  «. 


en  su  Orlando  Innamoralo,  y  lo  copió 
Bowle  sobre  el  presente  pasaje.  De  este 
asunto  se  tratará  con  extensión  en  el 
capítulo  XIII. 

á.  Por  vtalus  de  mis  pecados  :  modo 
adverbial  de  rara  construcción,  como 
otros  que  en  el  estilo  familiar  tiene  el 
idioma  castellano,  sin  que  sea  fácil  se- 
ñalar su  origen.  En  el  capitulo  111  del 
Lazarillo  de  'formes,  obra  de  D.  Diego 
Hurtado  de  .Mendoza  (t),o<;o  dia.  se  dice, 
fuirne  á  un  luriar  que  llaman  Muqueda, 
adonde  me  toparon  mis  pecados  con  un 
clérigo,  etc.  La  frase  de  D.  Quijote  en- 
vuelve, con  algún  énfasis  irímico,  el 
mismo  sentido  que  por  mi  desgracia,  y 
así  lo  indican  las  palabras  siguientes  : 
ó  por  mi  buena  suerte;  y  todH.la.ex^resi6ñ 
viene  á  ser  como  si  se  dijera  por  mi 
mala  6  por  7ni  buena  suerte. 

i.  Esta  y  las  siguientes  expresiones 
manifiestan  bieu  á  las  claras  el  descon- 
cierto del  cerebro  de  nuestro  hidalgo, 
que  llega  á  punto  de  figurarse  un 
gigante  partido  por  el  medio,  que  entra 
y  se  arrodilla  y  dice  :  dulce  señora,  tra- 
tamiento oportuno  hablándose  de  Dul- 
cinea. Los  nombres  del  gigante  y  déla 
Ínsula  son  caballerescos  y  forjados  con 
propiedad  en  la  oficina  risueña  de  Cer- 
vantes. 

(f)  Conflirmádose.  —  El  señor  Cortejón  res- 
tablece, según  el  te.xto  antiguo  :  confirmán- 
dose. (M.  de  T.) 

(t)  Obra  de  D.  Dieno  Hurlado  de  JJendora. 
—  F«  un  orrnr.  segiui  i)Uede  verse  en  la  no- 
ta, \yd-¿.  LX!,  (M.  de  T.) 


I'RIMIMIA    PAItlIC,    —    r.M'lTI  I.O    IMIIMKRO 


I.S 


ñor  do  la  ínsula  Malindiania,  A  (jnicn  venció  o.n  sin^'nlar  batalla  el 
jamás  como  se  dohe  alaba<lo  caballero  D.  (Juijol.e  d(í  la  Mancha,  el 
cual  me  mandó  que  me  presentase  ante  la  vuestra  merced  para  que 
la  vuestra  grandeza  disponga  de  mí  á  su  talante^  ?  ¡  Oh,  cómo  se 
holgó  nuestro  buen  caballero  cuando  hubo  hecho  este  disQurso,  y 
más  cuando  halb)  á  quien  dar  nombre  de  su  dama  !  Y  l'ué,  á  lo  que 
se  cree,  que  en  un  lugar  cerca  del  suyo  había  una  moza  labradora 
de  muy  buen  parecer,  de  quien  él  un  tiempo  anduvo  enamorado, 
aunque  según  se  entiende,  ella  jamás  lo  supo  ni  se  dio  cata  dello. 
Llamábase  Aldonza  Lorenzo-,  y  á  ésta  le  pareció  ser  bien  darle 
título  de  señora  de  sus  pensamientos  :  y  buscándole  nombre  que 
no  desdijese  mucho  del  suyo,  y  que  tirase  y  se  encaminase  al  de 
Princesa  y  gran  señora,  vino  á  llamarla  Dulcinea  del  Toboso, 
porque  era  natural  del  Toboso  :  nombre  á  su  parecer  músico  y 
peregrino  y  significativo,  como  todos  los  demás  que  á  él  y  á  sus 
cosas  había  puesto  ^. 


1.  Á  su  talante,  esto  es,  á  su  volun- 
tad. De  estas  presentaciones  de  los 
vencidos  á  las  señoras  de  los  vence- 
dores hay  infinitos  ejemplos  en  la 
historia  andantesca.  El  gigante  Cinofal, 
llamado  asi  porque  tenía  cabeza  de 
perro,  vencido  por  Aniadís  de  Grecia  y 
enviado  á  la  Princesa  Lúcela,  fincando 
los  fino  jos  ante  ella,  le  dijo  :  Soberana 
Princesa  de  Galaor,  aquel  caballero  de 
la  Ardiente  Espada  quepar  en  el  mundo 
no  tiene,  me  envía  á  la  tu  merced  para 
gue hagas  de  miaquelloque  tu  voluntad 
fuere  :  yo  me  pongo  en  tu  poder  como 
se  lo  prometí  [a). 

2.  La  fórmula  á  lo  que  se  cree  indica 
que  no  hay  certidumbre  ni  seguridad 
de  lo  que  se  cuenta:  y  aquí  no  sucede 
así,  pues  en  repetidos  parajes  de  la 
fábula  se  expresa  que  esta  moza  labra- 
dora, adornada  de  mil  gracias  en  la 
exaltada  fantasía  de  D.  Quijote,  era  la 
verdadera  dama  á  quien  creía  servir 
bajo  el  nombre  de  Dulcinea.  No  es 
muy  exacto  decir  que  el  lugar  de  la 
dama  estaba  cerca  del  de  nuestro  hi- 
dalgo, puesto  que  Argamasilla  de  Alba 
dista  de  ocho  á  diez  leguas  del  Toboso. 
Aldonza  6  Dulce  es  nombre  de  mujer, 
común  antiguamente  en  Castilla,  del 
cual  formó  i).  Quijote  el  de  Dulcinea. 
El  apellido  Lorenzo  es  patronímico,  y 
tiene  la  misma  formación  que  Alfonso, 

Iri)  Ainadi»  d<t  Grecia,  parte  II,  cap.  LT 


Galindo  y  otros  de  su  clase.  Significa 
hija  de  Lorenzo,  y  Dulcinea  lo  era  con 
efecto  de  Lorenzo  Gorchuelo,  como  se 
expresa  en  el  capítulo  XXV  de  esta  pri- 
mera parte.  Oyese  con  frecuencia  este 
apellido  en  España,  y  á  no  ser  por 
ciertas  malicias  que  se  expondrán  á  su 
tiempo,  los  que  lo  llevan  pudieran  coa 
algún  fundamento  aspirar  al  honor  de 
ser  y  nombrarse  parientes  de  nuestra 
heroína. 

No  ha  faltado  quien  diga  que  la  pri- 
sión donde  nuestro  autor  concibió  el 
plan  de  su  obra  fué  en  el  Toboso.  Pero 
este  nombre  suena  infinitas  veces  en  el 
Quijote,  y  de  consiguiente,  no  fué  el 
pueblo  de  cuyo  nombre  no  quiso  acor- 
darse Cervantes,  como  se  dijo  expre- 
samente al  principio. 

El  Toboso  es  villa  antigua  de  la 
¡Mancha,  de  la  Orden  de  Santiago, 
situada  entre  las  de  Miguel  Esteban  y 
Mota  del  Cuervo.  En  una  relación  que 
sus  vecinos  dieron  el  año  de  1577  de 
orden  del  Rey  D.  Felipe  II,  dijeron  que 
el  nombre  le  venía  de  las  muchas  tobas 
ó  piedras  ligeras  y  como  esponjosas 
que  se  encuentran  en  su  territorio.  Su 
principal  industria  era  entonces,  y  aún 
continúa  siéndolo,  la  de  hacer  tinajas, 
y  de  esto  se  hará  mérito  oportuna- 
mente en  el  Quijote. 

3.  Parece  que  se  habla  de  otra  per- 
sona distinta  diciéndose  ú  él,  en  vez  de 
decir  ásr,  que  es  como  debiera  ponerse. 


16 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


La  opinión  común  ha  confirmado  el 
concepto  de  significativos,  que  aqui  se 
da  á  los  nombres  puestos  por  nuestro 
hidalgo,  y  que  con  el  uso  han  adquirido 
la  calidad  de  proverbiales  :  Quijote 
para  denotar  un  liouibrc  infatuado  y 
vano  :  Dulcinea  una  nmjer  amada  me- 
losa y  almibaradamente  (v)  :  liocinaiile 
un  caballo  magro  y  largo,  prllis  lam- 
tum  et  ossa. 


{•))  Amada  melosa  1/  almibaradamente.  — Son 
dos  adverl)ios  calific.ilivos  tan  cur»i»  y  rani- 
¡)lones  como  inútil'ts,  pues  no  suele  nadie 
amar  avitiai/radatiii-nlr.  a  no  ser  el  diablo.  ísin 
duda  por  eso  se  ha  dicho  :  Tanto  quiso  el 
diablo  (i  su  hijo  i/ue  le  xalló  uu  ojo.  Por  lo 
demás,  es  admirable  el  fíeniode  Cervantes  al 
dar  nombre  á  sui  persi majes  tan  signiüca- 
tivos,  propios  y  armoniosos  que  no  es  po- 
sible creer,  corno  supusieron  La  liarrera, 
Benjuniea  y  otros  críticos,  que  son  simples 
anagramas  de  personajes  históricos. 

(M.  de  T.) 


CAPITULO  II 


OUK    TRATA    DE    LA    PRIMERA    SALIDA    QUE    DE    SU    TIERRA    HIZO 
EL    INGENIOSO    D.    QUIJOTE 

Hechas,  pues,  estas  prevenciones',  no  quiso  aguardar  más 
tiempo  á  poner  en  efecto  su  pensamiento,  apretándole  á  ello  la 
falta  que  él  pensaba  que  hacía  en  el  mundo  su  tardanza-,  según 
eran  los  agravios  que  pensaba  deshacer,  tuertos  que  enderezar^, 
sinrazones  que  enmendar,  y  abusos  que  mejorar'',  y  deudas  que 


1.  Aquí  es  donde  empieza  la  acción 
de  la  fábula.  El  capítulo  primero  con- 
tiene sólo  su  exposición  :  presenta  las 
circunstancias  y  carácter  del  personaje 
principal ;  anuncia  su  proyecto  de  resu- 
citar el  ejercicio  de  la  andante  caballe- 
ria,  y  bosqueja  con  pinceladas  ligeras 

Í  fáciles  algunos  de  los  personajes  que 
an  de  ocupar  el  segundo  término  del 
cuadro.  La  relación  de  las  causas  que 
produjeron  el  extravio  de  la  razón  de 
D.  Quijote  y  de  los  trámites  por  donde 
vino  á  consumarse  su  locura,  está 
hecha  con  propiedad  y  gracia.  El  lector 
se  entera  de  todo  sin  fatiga,  y  al  fin 
del  capítulo  se  encuentra  con  cuanto 
necesita  para  pasar  á  la  accii'ia.  No  trató 
Cervantes  de  referir  desde  sus  princi- 
pios la  historia  de  D.  Quijote,  según  se 
acostumbra  en  los  libros  caballerescos, 
y  según  indica  el  título  de  Vida  y 
hechos  de  U.  Quijote,  que  editores  vul- 
gares é  indoctos  dieron  al  IxoExMOSO 
Hidalgo;  sino  que,  con  arreglo  á  lo  que 
se  debe  en  toda  obra  de  invención, 
anticipó  sólo  lo  preciso  para  que,  co- 
nocido suficientemente  el  héroe,  se 
pasase  á  describir  una  acción  suya,  la 
cual,  por  única,  concentrase  la  atención 
y  el  interés  del  lector,  que  por  su  pro- 
porcionada duración  no  le  fatigase,  y 
que  por  la  variedad  de  sus  incidentes  y 
episodios  alimentase  su  placer  y  lo 
mantuviese  hasta  el  desenlace  ó  fin  de 
la  fábula. 


2.  Se  dijo  al  revés.  Lo  que  D.  Quijote 
pensaba  que  hacía  falta  en  el  mundo, 
era  su  pronta  presencia,  no  su  tardanza. 
Otro  defecto  de  esta  clase  se  notó  en 
el  capítulo  anterior  :  empieza  á  dormi- 
tar Cervantes  (a). 

3.  Tuerto  se  opone  á  derecho  en  su 
significación  primitiva,  en  la  cual  uno 
y  otro  son  adjetivos.  De  aquí  nació  su 
acepción  moral,  en  la  que  pasaron  á 
ser  sustantivos,  significando  derecho,, 
justicia;  y  tuerto,  agravio.  Y  de  aquí 
vino  también  la  expresión  de  enderezar 
tuertos  por  deshacer  agravios,  porque 
el  remedio  de  lo  torcido  es  enderezarlo. 
La  palabra  tuerto  es  la  misma  que  el 
tort  francés. 

4.  Sobra  la  conjunción.  Los  abusos 
no  se  mejoran,  sino  que  se  corrigen  : 
los  que  se  mejoran  son  los  usos. 

(«)  Empieza  á  dormitar  Cervantes.  —  Quien 
da  grandes  cabezadas  es  el  comentarista,  en 
su  afán  de  buscarle  pelos  al  huevo,  ó  de 
therc/ier  lapelite  béte,  como  dicen  los  fran- 
ceses. El  señor  Cortejón,  ateniéndose  al  uso  de 
la  época  de  Cervantes,  demuestra  que  hacer 
falta  la  tardanza  está  bien,  pues  hacer  falta 
es  lo  mismo  que  causar,  producir  falta,  y  lo 
confirma  con  otro  pasaje  del  texto  v  con  la 
autoridad  de  Urdaneta.  Y  condenando  la 
correción  de  Clemencín,  añade  : «  ;  Malha- 
dada la  férula  empeñada  en  substituir  la 
ingenuidad  y  dulce  abandono  por  la  mono- 
tonía V  mezquindad. !  » 

(M.  de  T.) 

2 


18 


DON    Oll.KJTK    DE    I.A    MANCHA 


salislaccr.  Y  asi,  sin  (Jar  parle  á  persona  alguna  de  su  intención,  y 
sin  que  nadie  le  viese,  una  mañana  antes  del  dia  (que  era  uno  de 
los  calurosos  del  mes  de  Julio)  ',  se  armó  de  todas  sus  armas,  subió 
sobre  Rocinante,  puesta  su  mal  compuesta  celada,  embrazó  su 
adarga,  tomó  su  lanza,  y  por  la  puerta  falsa  de  un  corral  ^  salió  al 
campo  con  grandísimo  contento  y  alborozo  de  ver  con  cuánta  faci- 
lidad había  dado  principio  á  su  buen  deseo.  Mas  apenas  se  vio  en 
el  campo  cuiíndo  le  asaltó  un  pensamiento  terrible,  y  tal,  que  por 
poco  le  hiciera  dejar  la  comenzada  empresa,  y  fué  que  le  vino  á  la 
memoria  que  no  era  armado  caballero,  y  que  conforme  á  ley  de 
caballería,  ni  podía  ni  debía  tomar  armas  con  ningún  caballero  :  y 
puesto  que  lo  fuera,  había  de  llevar  armas  blancas  ^  como  novel 
caballero,  sin  empresa  en  el  escudo,  hasta  que  por  su  esfuerzo  la 
ganase.  Estos  pensamientos  le  hicieron  titubear  en  su  propósito ; 
mas  pudiendo  más  su  locura  que  otra  razón  alguna,  propuso  de 
hacerse  armar  caballero  del  primero  que  topase,  á  imitación  de 
otros  muchos  que  asilo  hicieron'',  según  él  había  leído  en   los 


1.  Si  la  cronología  de  una  fábula 
fuese  digna  de  un  examen  tan  severo 
como  la  de  un  diploma  ó  documento 
histórico,  debieran  tenerse  presentes 
las  circunstancias  de  pertenecer  este 
dia  al  mes  de  Julio,  de  ser  viernes, 
como  se  dice  adelante  en  este  mismo 
capítulo,  y  de  cerrar  la  noche  con  toda 
la  claridad  déla  kiua,  según  se  expresa 
en  el  siguiente,  para  fijar  de  un  modo 
puntual  y  seguro  el  principio  de  la 
carrera  caballeresca  de  D.  Quijote.  Pero 
Cervantes  no  se  curó  de  esto  más  que 
de  las  nubes  de  antaño:  y  D.  Vicente 
de  los  Ríos  empleó  en  balde  las  fuerzas 
de  su  florido  ingenio,  cuando  se  pro- 
puso formar  un  plan  cronológico  de 
una  obra  llena  de  anacronismos.  Hartas 
pruebas  ocurrirán  de  ello  en  el  pro- 
greso de  estas  notas. 

2.  El  corral  seria  el  de  la  casa  de 
D.  Quijote,  y  en  tal  caso  está  mal  dicho 
un  corral.  Acaso  es  errata,  y  debió 
leerse  del  corral,  ó  de  su  corral :  esto 
es  lo  más  verosímil.  Puerta  falsa  se 
dice  por  oposición  á  otra  que  no  lo  es.  y 
en  un  corral  no  suele  haber  dos  puer- 
tas. Puerta  falsa  de  una  casa  se  dice 
con  alusión  á  la  pi'incipal  y  pública. 
Parece  que  el  nombre  de  puerta  falsa 
lleva  consigo  la  idea  de  que  es  pequeña 
disimulada,  que  apenas  se  eche  de  ver: 
y  D.  Quijote  salió  por  ella  armado  y 
puesto  á  caballo.  Seria  forzosamente  la 


única  de  su  corral,  la  que  en  los  lu- 
gares, y  singularmente  en  los  de  la 
Mancha,  es  anchurosa,  como  que  por 
ella  entran  y  salen  los  carros. 

3.  Eran,  según  aquí  se  indica,  las  que 
no  llevaban  empresa  ni  insigniaalguna; 
y  se  daban  á  los  que  se  armaban  de 
caballeros,  llamados  por  esta  razón 
caballeros  noveles,  hasta  tanto  que 
hacían  alguna  proeza  notable,  que 
solían  indicar  en  la  empresa  y  adornos 
del  escudo,  tomando  de  ellos  el  nombre. 
A  su  imitaciim,  Ü.  Quijote  se  puso  el  de 
Caballero  de  la  Triste  Fic/ura  primero, 
y  después,  de  tos  Leones. 

4.  Tal  fué  D.  Galaor,  que  habiéndose 
encontrado  casualmente  con  su  her- 
mano Amadís  de  Gaula.  recibió  de  él 
la  orden  de  caballería,  sin  que  se  cono- 
ciese uno  á  otro,  como  se  cuenta  en  el 
capítulo  11  de  su  liistoria  Esta  necesi- 
dad de  recibir  la  calidad  de  caballero 
de  manos  de  otro  caballero,  se  fundaba 
nada  menos  que  en  el  principio  esco- 
lástico Semo  daf  quodnon  hahet,  según. 
se  lee  en  las  Partidas  :  Fechos  non 
pueden  seer  los  caballeros  por  mano  de 
home  que  cuballero  non  sea,  ca  los 
sabios  antiguos...  non  tovieron  que  era 
cosa  con  guisa,  nin  que  podiese  seer  con 
derecho,  dar  un  home  á  otro  lo  que  non 
hoviese  (a).  Lo  mismo  al  pie  de  la  letra 

(n)  Partida  11.  lít.  21.  lev  11. 


i'i(iMi:ii.\  i'Mtri;. 


CAi'ii  ri.f)  II 


19 


libros  f[U(^  lal  le  lf>ui;ui.  liln  lo  de  las  armas  blancas,  píMisaba  lim- 
piarlas (1(!  manera  '  en  leniendo  lug'ar,  (pie  lo  fuesen  más  que  un 
armiño  :  y  con  esto  se  quietó  y  j)rosijj;uió  su  camino,  sin  llevar 
otro  (pie  aquel  que  su  caballo  quería 2,  creyendo  que  en  aquello 
tonsisLía  la  fuerza  de  las  aventuras.  Yendo,  pues,  caminando 
nuestro  flamante  aventurero,  iba  hablando  consigo  mismo  y 
diciendo:  ¿quién  duda  sino  que  en  los  venideros  tiempos,  cuando 
salg'a  á  luz  la  víírdadera  historia  de  mis  famosos  hechos,  que  el 
sabio  que  ios  escribiere,  no  ponga,  cuando  llegue  á  {;ontar  esta  mi 
primera  salida  tan  de  mañana,  desta  manera?  Apenas  había  el 
rubicundo  Apolo-'  tendido  por  la  faz  de  la  ancha  y  espaciosa  fierra 


repitió  el  Doctrinal  de  Caballeros,  reco- 
pilado por  el  célebre  Obispo  de  Burgos 
D.  Alonso  (le  Cartagena  [a).  Nota  el 
mismo  Doctrinal  que  de  esta  regla 
exceptuaba  la  costumbre  á  los  Rej'es 
de  España,  que  podían  hacer  caballeros 
sin  serlo.  Extendióse  alguna  ve/  el 
mismo  privilegio  en  obsequio  del  bello 
sexo,  .1  las  Princesas  de  sangre  real, 
armando  las  damas  á  caballeros,  como 
lo  hizo  Cecilia,  hija  de  P'elipe  1,  Rey  do 
Francia,  y  viuda  de  Tancredo,  Principe 
de  Antioquía,  con  algún  otro  ejemplo 
que  reüere  Ducange  en  la  diserta- 
ción XXII  sóbrela  historia  de  San  Luis. 
Hubo  tauíbién  gigante  descomedido  y 
soberbio  que  rehusó  someterse  á  la  ley 
general,  á  título  de  que  no  había  en  el 
mundo  caballero  digno  de  ponerle  las 
armas.  Así  lo  refiere  del  gigante  Bravo- 
rante  la  historia  del  Caballero  del 
Febo  (/)). 

1.  Las  armas  de  los  caballeros  no- 
veles, como  acabadiis  de  estrenar, 
estaban  tersas  y  bruñidas.  Cervantes 
jugó  con  la  equívoca  significación  de 
blancas:  y  D.  Quijote,  como  loco,  se 
aquietó  con  lo  que  á  los  demás  no  podía 
producir  otro  efecto  que  el  de  la  risa. 

2.  Cosa  que  sucedía  frecuentemente 
ú  los  caballeros  andantes,  según  refieren 
sus  historias,  y  de  que  volverá  á  ha- 
blarse en  otros  lugares  de  la  nuestra. 

3.  Pellicer  dice  sobre  este  pasaje 
que  en  él  quiso  Cervantes  ridiculizar 
las  afectadas  y  pomposas  descripciones 
que  se  leen  frecuentemente  en  los  libros 
de  caballerías.  Capmani  le  propone 
como  un  modelo  en  su  Teatro   de  la 


elocuencia  española.  ¿  A  cuál  de  los 
dos  creeremos?...  Pellicer  tenía  razón  : 
eso  era  visiblemente  el  propósito  de 
Cervantes,  y  eso  persuade  también  la 
semejanza  que  se  halla  entre  esta  des- 
cripción y  otras  de  los  libros  caballe- 
rescos. Con  expresiones  muy  poco  di- 
ferentes se  pinta  el  amanecer  en  el 
libro  11  de  D.  Belianís  (a).  Cuando  tí  la 
asomada  de  Oriente  el  lúcido  Febo  su 
cara  nosrnuestra.  y  los  músicos pajari tos 
las  muy  frescas  arboledas  suavemente 
cantando  festejan,  mostrando  la  muy 
gran  diversidad  y  dulzura  y  suavidad 
de  sus  tan  arpadas  lenguas,  etc.  A  esta 
descripción  del  amanecer  puede  jun- 
tarse la  del  anochecer  en  el  mismo 
Belianís  {h)  :  Venidas  eran  las  tinieblas 
de  la  noche,  y  las  nocturnas  dehesas  se 
regocijaban  con  la  ausencia  del  flamí- 
gero Apolo  :  las  brutas  animalias  co- 
menzaban á  gozar  de  alguna  trancjuiH- 
dad,  ü  los  más  racionales  negada,  pues 
es  justo  que  en  ningún  tiempo  nadiegoce 
del  descanso  en  este  miserable  mundo 
prohibido,  como  en  venta  puesta  en  el 
camino  de  la  eternal  morada,  en  la 
cual  no  puede  haber  descanso  sin  zozo- 
bra, ni  placer  sin  angustia,  ni,  final- 
mente, cosa  deseada  que  no  sea  mayor 
pérdida;  cuando  el  Principe  D.  Belianís 
de  Grecia  salió  de  Colonia,  etc.  Los 
libros  caballerescos  suministran  abun- 
dantes muestras  de  otras  pinturas, 
igualmente  pedantescas  y  fastidiosas. 
Mas  este  propósito  de  Cervantes  no 
excluye  el  mérito  mayor  ó  menor  de  su 
descripción  en  orden  á  la  armonía  y 
belleza  del  lenguaje,  y  de  esta  suerte 


(a)  Lib.  I,  tít.  3.  —  (h)  Parte  IV,  lib.  T, 
cap.  I. 


(«)    Cap.    XXXXIII. 
cap.  X. 


(é)    Libro    III, 


i^O  1>0N    QLlJOTí:    DE    lA    MANCHA 

las  doradas  hebras  de  sus  hermosos  Qabellos,  y  apenas  los  peque- 
ños y  pintados  |)aiarillos  con  sus  arpadas  lenguas  habían  saludado 
con  dulce  y  meliflua  armonía  la  venida  de  la  rosada  aurora,  que 
dejando  la  blanda  cama  del  celoso  marido',  por  las  puertas  y 
balcones  del  mancliego  horizonte  á  los  mortales  se  mostraba, 
cuando  el  famoso  caballero  Ü.  Quijote  de  la  Mancha,  dejando  las 
ociosas  plumas,  subió  sobre  su  famoso  caballo  Rocinante,  y 
comenzó  á  caminar  por  el  antiguo  y  conocido  campo  de  Montiel  ^ 
(y  era  la  verdad  que  por  él  caminaba^;  y  añadió  diciendo  :  dichosa 
edad  y  siglo  dichoso  aquel  á  donde  saldrán  á  luz  las  famosas 
hazañas  mías,  dignas  de  entallarse  en  bronces,  esculpirse  en  már- 
moles y  pintarse  en  tablas  para  memoria  en  lo  futuro.  ¡Oh  tú,  sabio 
encantador^,  quien  quiera  que  seas,  á  quien  ha  de  tocar  el  ser 
coronista  desta  peregrina  historia,  ruégote  que  no  le  olvides  de  mi 


pudieron  tener  razún  Pellicer  y  Cap- 
mani  (é). 

1.  Titi'm  ó  Titono,  marido  de  la 
Aurora,  obtuvo  por  mediación  de  su 
líiujer  el  don  de  la  inmorlali'lad, 
según  refiere  la  fábula;  pero  no  ha- 
biendo recibido  el  de  la  juvenlucí, 
llegó  á  tan  extrema  y  molesta  vejez, 
que  recibió  como  un  favor  del  cielo 
el  ser  convertido  en  cigarra.  Desde 
entonces  hubieron  de  ser  los  viejos 
habladores  per[)etuos  y  gárrulos.  No 
encuentro  en  los  poetas  (jue  llamasen 
celoso  á  Tití'm  á  pesar  de  que  los  descui- 
dos de  la  Aurora  con  Céfalo  y  el  gigante 
Astreo  le  dieron  sobrado  motivo  para 
serlo.  Pero  así  lo  llamó  aqui  Cervantes, 
y  también  su  contemporáneo  y  amigo 
López  Maldonado  en  la  égloga  2.^  de 
su  Cancionero,  donde  dice  el  pastor 
Ersilio  : 

Ya  veis  que  queda  en  el  usado  lecho 
El  celoso  Titón,  y  que  la  aurora 
Alumbra  el  celestial  doiado  techo. 

A  la  cuenta  le  llamarían  celoso  por 
marido  viejo  de  mujer  joren,  como  en 

(6)  Parece  en  efecto  burlarse  Cervantes 
de  ciertas  descripciones  análogas  de  los  li- 
bros de  caballería;  pero  ¡  qué  diferencia  entre 
las  pongorinas  y  enrevesadas  frases  de  di- 
chos libros  y  el 'armonioso,  rico  y  brillante 
estilo  de  nuestro  insijjne  novelista!  No  tiene 
nada  de  extraño  que  Gapmany.  Lista  y  otros 
se  hallan  equivocado  en  ocasiones  sobre  el 
verdadero  sentido  de  ciertas  descripciones. 
En  mi  libro  A7  Arte  de  escribir  cito  ejemplos 
de  esto  (lección  XVín,  pág.  246).  (M.  de  T.) 


las  Novelas   se  lo   llamó  Cervantes  á 
Felipe  de  Cañizares. 

2.  Distrito  de  la  Mancha  que  com- 
prendía muchos  pueblos.  Su  capital, 
Montiel,  está  sobre  el  río  Jabalón,  que 
va  á  morir  al  Guadiana.  Allí  sucedió 
la  muerte  del  Rey  Don  Pedro  de  Castilla 
á  manos  do  su  hermano  D.  Enrique,  el 
año  de  1369. 

3.  Es  común  en  los  libros  caballe- 
rescos que  los  caballeros  tengan  encan- 
tadores por  amigos  y  coronistas.  Los 
sabios  Artemidoro  y  Lirgandeolo  fueron 
del  Caballero  del  Kebo  y  de  su  hermano 
Rosicler  la);  Alquife,  de  Amadís  de 
Grecia;  Fristón,  de  D.  lielianís ;  el 
sabio  Licanor  el  Temeroso  escribió  en 
griego  la  historia  del  príncipe  D.  Contu- 
meliano  de  Fenicia  (b).  No  siempre 
desempeñaron  este  oficio  los  encanta- 
dores :  alguna  vez  lo  hicieron  también 
las  encantadoras,  como  Cirfea,  Kcina 
de  Argines,  gran  má:.'ica,  que  escribió 
la  crónica  de  D.  Florisel  de  Niquea. 

Continuando  el  estro  caballeresco 
que  inspiraba  á  Don  Quijote  tiiienlras 
caminaba  por  el  campo  de  Montiel, 
anuncia  proféticamente  el  dichoso  siglo 
en  que  han  de  salir  á  luz  sus  futuras 
hazañas,  y  aun  llega  su  delirio  á  hablar 
de  ellas  como  de  cosas  ya  pasadas,  y 
•¿  UaLma.r  peregrina  la  historia  que  aun 
no  existía,  como  ni  tampoco  Iof  hechos 
que  en  ella  habían  de  referirse. 

(a)  Espejo  de  Principes,  parte  I,  lib.  II, 
cap.  XX.  —  (6)  Beliauis,  lib.  II.  cap.  LI. 


PniMERA    PAUTE.    —    f.APlTtí.O    II 


21 


buen  Rocinante  ',  compañero  eterno  mío  en  todos  mis  caminos  y 
carreras.  Lne^o  volvía  diciendo,  como  si  verdadecnmcnte  fuera 
enamorado:  ¡01)  j)rinc('sa  Dulcinea,  señora  deste  cautivo  corazón! 
nuiclio  a^n-avio  me  habedes  iVclio  en  despedirme  y  rej)r()cliarme 
con  el  riguroso  afincamiento  de  mandarme  no  parecer  ante  la 
vuestra  l'ermosura".  Plegaos,  señora,  de  niembraros  deste  vuestro 
sujeto  cora/.ón,  que  tantas  cuitas  por  vuestro  amor  padece.  Con  estos 
iba  eusarlaiido  oíros  disparates,  todos  al  modo  de  los  que  sus 
libros  le  lialtían  (Misoñado,  imitando  en  cuanto  podía  su  leng-uaje  : 
y  con  esto  caminaba  tan  de  es|)acio,  y  el  sol  entraba  tan  apriesa 
y  con  tanto  ardor,  que  fuera  bastante  á  derretirle  los  sesos  (7), 
si  algunos  tuviera '^  Casi  todo  aquel  día  caminó  sin  acontecerle  cosa 
que  de  contar  fuese,  de  lo  cual  se  desesperaba,  porque  quisiera 
topar  luego  con  quien  hacer  experiencia  del  valor  de  su  fuerle  brazo. 
Autores  hay  que  dicen  que  la  primera  aventura  que  le  avino  fué  la 
del  puerto  Lapice  '',  otros  dicen  que  la  de  los  molinos  de  viento; 
pero  lo  que  yo  he  podido  averiguar  en  este  caso,  y  lo  que  he  hallado 
escrito  en  los  anales  de  la  Mancha,  es  que  él  anduvo  todo  aquel  día, 
y  al  anochecer  su  rocín  y  él  se  hallaron  cansados  y  muertos  de 
hambre  ' ;  y  que  mirando  á  todas  partes  por  ver  si  descubriría 
algún  castillo  ó  alguna  majada  de  pastores  donde  recogerse,  y 
adonde  pudiese  remediar  su  mucha  necesidad,  vio  no  lejos  del 


1.  Caída  inesperada,  y  tanto  más 
graciosa,  cuanto  mayor  ha  sido  el  apa- 
rato y  grandilocuencia  de  las  expre- 
siones que  preceden. 

2.  Prosipue  D.  Quijote  hablando  de 
cosas  que  se  imagina  como  ya  sucedi- 
das, y  se  considera  en  el  mismo  caso 
que  Áiuadís  de  Gaula  cuando  su  señora 
Oriana  le  mandó  no  parecer  más  en  su 
presencia,  que  es  uno  de  los  incidentes 
principales  de  su  historia. 

3.  E.xpresióri  jocosa  y  propia  del 
estilo  familiar,  que  Cervantes  manejó 
con  suma  maestría. 

4.  Las  dos  aventuras  que  aquí  se 
mencionan  como  pertenecientes  á  la 
primera  salida  de  D.  Quijote,  á  saber, 
la  de  los  molinos  de  viento  y  la  del 
vizcaíno,  que  es  la  de  Puerto  Lapice, 
se  refieren  después  en  el  capítulo  VIH, 
y  pertenecen  sin  duda  á  la  segunda 
salida.  Es  inexcusable  la  distracción  con 
que  Cervantes  confunde  los  sucesos  de 
ambas. 

5.  Frialdad  que  no  carece  de  gracia; 
y  nótese,  como  ya  se  observó  en  el  ca- 
pítulo pasado,  la  manía  que  tuvo  de  dar 


antigüedad  á  los  sucesos  de  su  hidalgo, 
quizá  con  la  intención  de  remedar  en 
esto  á  los  escritores  andantescos,  pero 
incurriendo  en  frecuentes  anacronismos 
por  la  mención  de  otros  sucesos  re- 
cientes ó  coetáneos. 


(•[)  Derretirle  los  sesos,  si  algunos  tuviera  ; 
gracioso  equívoco  ó  juego  de  palabras.  Sesos, 
en  plural,  designa  generalmente  la  masa  en- 
cefálica; asi  se  dice  romperle  á  uno  tos  sesos. 
Recuérdense  además  las  expiesiones  co- 
munes :  sesos  de  ternera,  sesos  (ó  -lesada)  de 
camero,  etc.  En  singular,  seso  es  sinónimo  de 
juicio.  En  El  Examen  de  los  maridos  de  Alar- 
cón,  dice  Beltrán,  hablando  de  un  aspirante 
á  la  mano  de  Inés  : 

Maduro  en  seso  y  en  años. 
Y  responde  Inés  : 

Apruebo  el  seso  maduro, 
Maduros  años  no  apruebo. 

Sin  embargo  se  usa  el  plural,  en  sentido 
metafórico,  en  las  frases  :  Devanarse  '.os  se- 
sos; tentr  los  sesos  en  los  calcañales,  y  tenerle 
á  uno  sorbidos  los  sesos  (ó  sorbido  el  seso¡. 
(M.  de  T.) 


22 


DON    QUIJOTF.   DE    LA    MANCHA 


camino  por  donde  ibn  una  venta,  que  fué  como  si  viera  una  estrella 
que  á  los  portales,  si  no  á  los  alcázares,  de  su  redencicm  le  enca- 
minaba * .  Dióse  priesa  á  caminar,  y  llegó  á  ella  á  tiempo  que  anoche- 
cía. Estaban  acaso  á  la  puerta  dos  mujeres  mozas,  destas  que 
llaman  del  parli'/o-,  las  cuales  iban  á  Sevilla  con  unos  arrieros 
que  en  la  venta  aquella  noche  acertaron  á  hacer  jornada  :  y  como  á 
nuestro  aventurero  todo  cuanto  pensalia,  veía  ó  imaginaba  le  pare- 
cía ser  hecho,  y  pasar  al  modo  de  lo  ipie  había  leído,  luego  que  vii) 
la  venta,  se  le  representó  que  era  un  castillo  con  sus  cuatro  torres 
y  chapiteles  de  luciente  plata',  sin  faltarle  su  puente  levadiza  y 
honda  cava,  con  todos  aquellos  adherentes  que  semejantes  castillos 
se  pintan.  Fuese  llegando  á  la  venia  (que  á  él  le  parecía  castillo), 
y  á  poco  trecho  della  detuvo  las  riendas  á  Bocinante,  esperando 
que  algún  enano  se  pusiese  entre  las  almenas  á  dar  señal  con  alguna 
trom{>eta  de  que  llegaba  caballero  al  castillo'*.  Pero  como  vio  que 


1.  Alusión  ú  la  estrella  que  guió  los 
Reyes  Magos  al  portal  de  ÍJeléii.  Falta 
al  parecer  la  partícula  ;?'>,  y  debiera 
decir:  que  no  á  los  paríales,  sino  á  los 
alcázares  de  su  redención  le  encami- 
naha{o). 

2.  Este  nombre  dio  ya  ;i  las  mujeres 

ftúblicas  el  arcipreste  de  Talavera  Al- 
onso Martínez  de  Toledo,  capellán  del 
Rey  D.  Juan  el  II  en  un  libro  que  es- 
cribió contra  los  engaños  de  las  malas 
mujeres.  Con  el  mismo  dictado  del 
partido  se  denotan  estas  escorias  de  la 
sociedad  en  muchos  documentos  anti- 
guos castellanos. 

3.  Los  castillos  que  se  mencionan  en 
el  libro  111  de  D.  Belianís  de  Greciana) 
tenían  lautas  torres  y  dorados  cliapi- 
leles.  que  ilaljan  qran  sabor  á  quien  los 
miraba.  El  castillo  del  mago  Atlante,  en 
el  Pirineo,  que  describe  Ariosto  (6),  no 
era  tan  rico  como  se  le  figuró  á  D.  Qui- 
jote la  venta,  porque  sólo  era  de  acero. 
De  las  puentes  levadizas,  cavas  y  otros 
adberentespropios  de  los  castillos,  hay 
contiima  mencit'm  en  las  historias  de  la 
Caballería  andante. 

4.  Con  trompeta,  cuerno  ó  campana, 
que  de  todo  hay  en  los  anales  de  la 

(a)  Cap.  Vni.  -  (6  Cant.  IV. 

(S)  Siguiendo  el  parecer  del  notable  cer- 
vantista y  «raniático  ü..Juan  Calderón,  el  se- 
ñor Cortéjón  pone  una  r.oma  después  de  nlcd- 
care.s,  para  evitar  confusión  en  el  texto.  No 
tiene  razón  ninguna  la  interpielación  de 
Clemencín.  (M.  de  T.) 


Caballería.  Habiendo  aportado  á  la  ín- 
sula Silanchia  Amadís  de  Grecia  en 
couipañía  del  Rey  de  Sicilia,  vieron  un 
fuerte  castillo  con  dos  cercas...  Como 
allí  salieron,  vieron  encima  del  castillo 
sonar  vn  cuerno  por  una  guarda,  <¡ue 
en  él  pmesta  estaba  para  que  viendo  al- 
guna gente  extraña  hiciese  alguna 
señal  (o).  Al  presentarse  Lisuarte  de 
Grecia  con  sus  compañeros  á  vista  del 
gran  castillo  de  la  Hoja  hlanrH.,  oyeron 
.sonar  un  cuerno  no  mng  reciamente  por 
una  guarda  que  estaba  encima  de  la 
torre,  que  los  gigantes  tenían  para  que 
así  lo  hiciese  viendo  caballeros  armados 
extraños  'b).  En  la  isla  de  Cardería  se 
entraba  por  una  puente  guardada  por 
tres  torres:  en  una  de  ellas  había  de 
continuo  un  enano  muy  feo  para  ver 
los  que  venían,  y  cuando  el  caballero 
que  defendía  la  entrada  era  malandante, 
el  enano  tocaba  im  cuerno,  y  cobraba 
alientos  el  caballero  (c).  En  la  historia 
de  D.  Policisne  de  Boecia  se  lee  de  seis 
enanos  que,  colocados  de  noche  con 
sendas  antorchas,  avisaban  con  sus 
cornetas  de  la  llegada  de  los  caballeros 
(jueseprcsentahan  'd).  Para  solenmizar 
la  coronación  de  Florineo  y  su  boda  con 
la  Infanta  Heladina.  se  celebró  en  Es- 
cocia, en  la  corte  de  Lucea,  un  paso 
defendido  por  cuatro  Reyes :  cada  uno 
de  éstos  guardaba  un  arco,  y  encima  de 

(a)  Amadis  de  Grecia,  cap.  XIV.  (6)  Zi*uar/e, 
cap.  IV.  —  (c)  Primaleón,  cap.  V.  —  {d) 
Cap.  LHI. 


iMUMV.nA  i'Miii;.         cspínu.o  II  2.'{ 

se  lardabiin,  y  (|tie  noriiinnUí  si^  daba  priesa  por  llegar  ;í  la  caha- 
lleri/a  ',  se  llegó  á  l;i  puerta  de  la  venta,  y  vio  á  las  dos  distiaidas 
ino/as  (jue  allí  eslahan,  (pie  á  ('I  1(\  parecieron  dos  liei-niosas  don- 
cellas (')  dos  graciosas  damas,  (pie  delanUí  de  la  |)iierla  del  castillo 
s(i  estallan  sola/ando-.  Kn  esto  sucedió  acaso  que  un  ponjuero  ^\^n' 
andaba  i'ecogiendo  de  unos  rastrojos  una  manada  de  puercos  (que 
sin  perdón  así  se  llaman)-'  tocó  un  cuerno,  á  cuya  señal  ellos  se 
recogen,  y  al  inslante  se  le  re|)resenló  á  D.  Quijote  lo  que  deseaba, 
que  era  tpie  algún  enano  hacia  señal  de  su  venida.  Y  así  con  extraño 
contento  lleg(')  á  la  venta  y  á  las  damas  '';  las  cuales,  como  vieron 
venir  un  hombre  de  aquella  suerte  armado,  y  con  lanza  y  adarga, 
llenas  de  miedo  se  iban  á  entrar  en  la  venta;  pero  D.  Quijote,  coli- 
giendo por  su  huida  su  miedo,  alzándose  la  visera  de  papelón,  y 
descidíriendo  su  seco  y  polvoroso  rostro"',  con  gentil  talante  y  voz 
reposada  les  dijo  :  Non  fuyan  las  vuestras  mercedes'',  nin  teman 
desaguisado  alguno",  ca  á  la  orden  de  caballería  que  profeso  non 


cada  arco  hahía  mía  campana  y  ti» 
enano  para  la.  tocar  cuando  alunn  ca- 
ballera aventurero  viniese  («). 

1.  Graciosa  oposición  y  couti'asle 
entre  la  expectación  y  pausa  del  jinete 
y  la  priesa  del  caballo,  entre  las  ideas 
hinchadas  y  pomposas  de  castillos, 
torres  y  cha'^piteles  de  plata,  y  la  nntu- 
ralisinia  del  hambre  de  un  caballo  (pie 
no  había  comido  en  todo  el  dia. 

2.  Solazavfie,  palabra  noble  y  her- 
mosa, hija  del  latino  solatium,  de  que 
un  uso  iujusío  ha  privado  á  jmestro 
idioma,  ó  desterrándola  entre  las  anti- 
cuadas, ó  envileciéndola  (lo  que  es  aun 
peor)  con  una  significación  baja  y  pi- 
caresca. 

3.  La  gente  de  poca  cultura  suele 
pedir  pei'dón  cuandoticneque  nombrar 
este  clase  de  animales,  que  con  una 
expresión  judaica  ó  mahomética  llama- 
mos inmundos.  Cervantes  se  mofa  aqvu' 
de  semejnnte  costumbre,  asi  como  la 
remeda  en  la  segunda  parle  (I/),  donde 
dice  el  ganadero  :  J'^sla  mañana  salía 
deste  lugar  de  vender  {am  perdón  sea 
dicho)  cuatro  puercos. 

4.  Algunos  renglones  antes  había 
dichoya,  que  nuestro  caballero  se  llegó 
(i  la  puerta  de  la  venta  y  rió  o  las  dos 
distraídas  mozas  que  allí  estatúan.  De 
estos  descuidos  son  muchos  los  que  se 
hallan  en  el  Quijote  (?). 


(a)  Floriwo  de  Lucen,  lil 
(6)  Cap.  XLV. 


V,  cap.  VI. 


V).  No  viene  bien  con  lo  que  poco  des- 
pués se  refiere  :  mirábanle  las  mozas  (á 
D.  Quijote)  y  andaban  con  los  ojos  bus- 
cándole el  rostro  que  la  mala  visera  le 
encubría.  Si  ya  habían  visto  antes  el 
rostro  ¿  cómo  ni  para  qué  lo  buscaban 
ahora? 

6.  lisa  D.  Quijote  de  un  idioma  an- 
ticuado, lleno  de  las  frases  que  había 
leído  en  los  libros  que  tal  le  tenían, 
imitando  cuanto  podía  su  lenguaje, 
como  antes  se  dijo.  El  estilo  de  nuestro 
hidalgo  es  por  lo  común  llano  y  co- 
rriente; pero  en  las  ocasiones  en  que  se 
exaltaba  especialmente  su  fantasía,  era 
natural  que  se  presentasen  á  su  memoria 
con  más  viveza  las  expresiones  de  sus 
modelos  en  casos  semejantes.  Asi  se 
explica,  esta  diferencia  de  estilos  en  el 
héroe  de  la  fábula  ;  diferencia  que  sería 
viciosa  en  otro  caso,  y  que  aquí  es  na- 
tural, y  un  nuevo  manantial  de  donaires 
y  chistes. 

7.  Diego  de  San  Pedro,  escritor  del 
siglo  XV,' entre  las  quince  razones  que 
alega  en  su  Cárcel  de  amor  para  que 
no  se  hable  mal  de  las  mujeres,  pone 

(í)  El  afán  de  abultar  su  comentario  lleva 
á  CJeniencíu  á  hallar  descuidos  y  lunares  en 
todo,  hasta  tal  punto  que  Ion'  dedo.^  se  le 
fiquran  liuéspedes,  ó  descuidos.  Entre  los  innu- 
n'ierable-s  lectores  que  ha  tenido  el  Quijote, 
Clcmencín  pertenece  al  escaso  número  de 
los  que  se  hallaron  en  la  imposibilidad  de 
fíustar  todo  el  deleite  que  procur;in  sus  ini- 
mitables páginas.  (M-  de  T.) 


C>í 


DON    QUIJOTE    DE    I.A    MANCHA 


toca  ni  atañe  facerle  á  ninpfuno,  cuanto  más  á  tan  altas  doncellas 
como  vuestras  presencias  demuestran.  ¡Mirábanle  las  mozas,  y  anda- 
ban con  los  ojos  buscándole  el  rostro  que  la  mala  visera  le  encu- 
bría :  mas  como  se  oyeron  llamar  doncellas,  cosa  tan  fuera  de  su 
profesión',  no  pudieron  tener  la  risa,  y  fué  de  manera  que  D.  Qui- 
jote vmo  á  correrse,  y  á  decirles  :  bien  parece  la  mesura  en  las  fer- 
mosas,  y  es  mucha  sandez  además  la  risa  que  de  leve  causa  pro- 
cede; pero  non  vos  lo  digo  porque  os  acuitedes  ni  mostredes  mal 
talante,  que  el  mío  non  es  de  al  que  de  serviros 2.  El  lenguaje  no 
entendido  de  las  señoras  y  el  mal  talle  de  nuestro  caballero  acre- 
centaban en  ellas  la  risa  y  en  él  el  enojo-'',  y  pasara  muy  adelante, 
si  á  aquel  punto  no  saliera  el  ventero,  hombre  que   por  ser  muy 


la  siguionle  :  la  séptima  es  porque 
cuando  se  eslableció  lo  caballería,  entre 
las  otras  cosas  que  era  tenido  rí  (juardar 
el  que  se  armaba  caballero^  era  una  que 
á  fas  mujeres  guardase  toda  reverencia 
y  honestidad. 

1.  Expresión  decente  para  significar 
lo  que  no  lo  es,  como  sucede  aquí  y  en 
otros  diferentes  pasajes  del  Quijote. 
Antiguamente  la  palabra /Jí'o/'es/oVí  sig- 
nificaba sólo  la  relif/iosa.í^cgúne\  autor 
del  Diáloqo  de  las  lenguas,  quien  decía 
con  gracia  («),  que  íc  habían  alzado 
con  ella  los  frailes  :  y  ileseaba  se  admi- 
tiese también  en  la  ácepciíjn  general  de 
oficio  ú  ejercicio,  como  lo  usa,  dice,  el 
latín  ji  el  toscano.  Los  deseos  del  autor 
del  Dio  logo  se  cumplieron  en  el  tiempo 
que  medió  hasta  Cervantes,  según  se 
vé  por  el  Tesoro  de  la  lengua  castellana 
de  D.  Sebastián  de  Covarrubias,  exten- 
diéndose el  sentido  de  la  voz  profesióri 
desde  la  de  las  monjas  hasta  la  de  las 
rameras  {t¡). 

2.  Al  es  el  aliud  latino,  y  se  en- 
cuentra ya  usado  en  los  monumentos 
más  antiguos  del  lenguaje  castellano 
desde  el  Fuero  Juzgo.  En  el  Conde  Lu- 
cflwo/',  obra  del  Infante  D.  Juan  Manuel, 
que  murió  el  año  de  13+7,  se  leealcapí- 

(a)  Pág.  126. 

(r,)  Tan  fuera  de  su  profesión.  —  Ninguno 
de  nuestros  escritores  antiguos  ó  modernos 
puede  com[)etir  con  Cervantes  en  la  origi- 
nalidad, abundancia  y  gracia  inimitable  de 
estas  que  los  franceses  llaman  trouvailles 
(hallazgos)  y  que  esmaltan  á  cada  paso  su 
regocijada  historia.  Puede  decirse  con  toda 
justicia  que  es  el  rev  de  los  ingenios  espa- 
ñoles. *  (M.  de  T.) 


tulo  XIII:  Al  Deán  pesó  mucho  conestas 
nuevas,  lo  uno  por  la  dolencia  de  su  tío, 
lo  al  por  rezelo  que  habrían  ü  dejar  su 
estudio  El  autor  mencionado  poco  ha 
del  Diálogo  de  las  lenguas  cita  aquel 
adagio  contra  los  hipócritas  so  el  sayal 
hni  al.  En  las  cédulas  y  órdenes  <le  ios 
Reyes  llegó  á  ser  fórmula  ordinaria  con- 
cluir diciendoálosquese  encaminaban: 
et  non  faredes  ende  al.  Esta  palabra 
ocurre  una  ú  otra  vez  en  el  Quijotk,  y 
es  lástima  que  se  haya  anticuado  como 
el  ende  y  el  hi,  especie  de  abreviaturas 
sumamente  útiles  y  significativas,  usa- 
das de  nuestros  primitivos  escritores, 
(]ue  hemos  arrinconado  como  trastos 
viejos,  y  que  los  franceses,  con  más 
juicio  (i  quién  lo  dijera  ?)  (6)  que  noso- 
tros, han  conservado. 

3.  El  lenguaje  y  talle  de  D.  Quijote 
no  era  lo  que  acrecentaba  en  él  el  enojo, 
como  dice  malamente  el  texto  :  la  risa 
de  las  seúoras  era  la  (jue  producía  este 
efecto.  Debió  escribirse:  el  lenguaje  y 
talle  aumentaban  en  ellas  la  risa,  y 
ésta  en  él  el  enojo.  Así  diría  probable- 
mente el  original:  la  omisión  de  la  pa- 
labra ésta  hubo  de  ser  descuido  del 
impresor. 

(0)  ,;  Quién  lo  dijera  '.'  Causa  verdadero 
asombro  la  admiración  de  Cleraencín.  pues 
los  franceses,  no  obstante  su  fama  de  lige- 
reza y  veisatilidad,  han  mostrado  siemjjre 
más  juicio  que  nosotros  en  conservar  sus  tra- 
diciones literarias  y  su  amor  al  orden  y  á  la 
disciplina  en  las  cosas  del  esyn'rilu.  Por  eso 
resulta  a  veces  que  un  furibundo  radical 
francés  como  Anatole  France,  aparece  como 
esencialmente  tradicionalista  en  materias 
literarias.  Léase  en  prueba  de  ello  su  último 
y  hermoso  libro  Historia  de  Juana  de  Arco 
y  su  Vie  Litléraire.  (M.  de  T.) 


l-IUMKriA    PAIMC.    CAPITULO    II 


2.S 


gordo  (M'íi  muy  pacíüco,  el  cunl,  viendo  aquella  figura  conlralifcha, 
armada  de  armas  lan  desiguales  como  eran  la  brida,  lanza,  adarga 
y  coselete',  no  estuvo  en  nada  en  acompafiar-  á  las  doncellas  en 
las  muestras  de  su  contenió.  Mas  en  efeclo,  temiendo  la  máquina 
de  tantos  |)ertreclios,  determliKi  de  hablarlo  comedidamente,  y  así 
le  dijo  :  Si  vuestra  merced,  señor  caballero,  busca  posada,  amén 
del  lecho  ^  (porque  en  esta  venta  no  hay  ninguno),  todo  lo  demás 
se  hallará  en  ella  en  mucha  abundancia.  Viendo  D.  Quijote  la  humil- 
dad del  alcaide  de  la  fortaleza  (que  tal  le  pareció  á  él  el  ventero  y 
la  venta),  respondió  :  Para  mi,  señor  castellano,  cualquiera  cosa 
basta,  porque  mis  arreos  son  las  armas  ',  mi  descanso  el  pelear,  etc. 
Pensó  el  huésped  que  el  haberle  llamado  castellano  había  sido  por 
haberle  parecido  de  los  sanos  de  Castilla  ■^  aunque  él  era  andaluz 
y  de  los  de  la  playa  de  Sanlúcar,  no  menos  ladrón  que  Caco,  ni 


1.  Armas  desiguales  se  llaman  las 
que  pertenecen  á  dilerenles  géneros  de 
armadura.  La  brida  era  manera  de 
montar  propiadelos  hombres  de  armas 
ó  caballería  pesada,  á  diferencia  de  la 
jineta,  que  era  propia  de  la  caballería 
ligera,  y  muy  usada  por  los  moros.  En 
la  brida,  se  llevaban  los  estribos  largos 
y  las  piernas  tendidas  :  el  jinete  pare- 
cía estar  en  pie,  las  camas  del  freno 
eran  largas.  En  la  jineta,  los  frenos 
eran  recogidos,  los  estribos  cortos  :  el 
caballero  parecía  ir  sentado,  y  sus 
piernas  no  bajaban  de  la  barriga  del 
caballo.  Coselete  era  armadura  ligera. 
Los  caballeros  andantes  montaban  á  la 
brida,  como  los  hombres  de  armas, 
según  se  ve  por  sus  historias  en  la  des- 
cripción de  combales,  justas  y  torneos. 
Usaban  de  escudos  fuertes  de  hierro, 
(¡ue  llevaban  sus  escuderos.  Brida  y 
adarga  se  contradicen.  La  adarga  era 
hecha  de  cuero,  y  arma  propia  de  los 
que  jiiontaban  á  la  jineta.  Las  más  pre- 
ciadas se  fabricaban  en  Fez,  y  por  eso 
decía  el  gallardo  moro  al  salir  á  pelear 
con  el  valiente  castellano  : 

Ensillenme  el  potro  rucio 
Del  alcaide  de  los  Vélez, 
Denme  la  adarga  de  Fez 
Y  la  jacerina  fuerte  (a). 

2.  Régimen  defectuoso.  La  frase  no 
estuvo  en  nada  no  pudo  estar  regida 
por  el  ventero.  Sustituyase  en  su  lugar 

(a)  Guerra  civil  de  Granada,  cap.  VIII. 


esta  otra  :  no  estuvo  en  nada  que  acom- 
pañase. 

3  Es  lo  contrario :  quiso  decir  fuera 
ó  á  excepción  del  lecho  (v). 

4.  D.  Quijote  tomaba  la  palabra  á 
aquel  caballero  que,  hablando  con  su 
señora,  decía  en  un  antiguo  romance 
que  se  insertó  en  el  Romancero  de  Am- 
heres  de  1555  la) : 

Mis  arreos  son  las  armas, 
Mi  descanso  el  pelear. 
Mi  cama  las  duras  peñas. 
Mi  dormir  siempre  velar. 

La  contestación  del  ventero  á  D.  Qui- 
jote manifiesta  que  él  también  sabía  el 
romance. 

3.  Huésped  viene  del  latino  hospes, 
que  significaba  tanto  al  hospedado 
como  al  que  hospedaba.  Así  la  usaron 
también  nuestros  antiguos  libros,  el  de 
Amadís  de  Gaula  y  otros.  La  primera 
acepción  es  la  más  común  en  el  uso 
actual,  en  el  cual  se  llama  asimismo 
huésped  al  mesonero  ó  ventero  que 
hospeda  á  otros  por  interés. 

Castellano  significa  el  natural  de 
Castilla,  y  tamtiién  el  alcaide  ó  gober- 
nador del  castillo.  Mas  para  entender 
el  texto,  es  menester  saber  que  en  el 
idioma  de  la  Germanía,  según  el  Voca- 
bulario de  Juan  Hidalgo,  sano  de  Cas- 
tilla significa  ladrón  disimulado. 

[a]  Fol.  2Ü7 

(v)  Amén  significó  tambipn,  en  lo  antigno, 
fuera  de,  excepto.  (M.  de  T). 


26 


DON    ÍXIJOTF,    nr,    I.A    MANCHA 


menos  maleanlc  que  estudiante  ó  paje'.  Y  así,  le  respondió: 
Según  eso,  las  camas  de  vuestra  merced  serón  duras  peñas,  y  su 
dormir  siempre  velar :  y  siendo  así,  bien  se  puede  apear  con  segu- 
ridad de  hallar  en  esta  choza  ocasión  y  ocasiones  para  no  dormir 
en  todo  un  año,  cuanto  más  en  una  noche.  Y  diciendo  esto  fué  á 
tener  del  estribo  á  D.  Quijote,  el  cual  se  apeó  con  mucha  dificultad 
y  trabajo,  como  aquel  que  en  todo  aquel  día  no  se  había  desayu- 
nado. Dijo  luego  al  huésped  que  le  tuviese  mucho  cuidado  de  su 
caballo,  porque  era  la  mejor  pieza  que  comía  pan  en  el  mundo-. 
Miróle  el  ventero,  y  no  le  pareció  tan  bueno  como  D.  Quijote  decía, 
ni  aun  la  mitad  :  y  acomodándole  en  la  caballeriza,  volvió  á  ver  lo 
que  su  huésped  mandaba,  al  cual  estaban  desarmando  las  doncellas 
(que  ya  se  habían  reconciliado  con  él),  las  cuales,  aunque  le  habían 
quitado  el  peto  y  el  espaldar,  jamás  supieron  ni  pudieron  desen- 
cajarle la  gola,  ni  quitarle  la  contrahecha  celada^,  que  traía  atada 
con  unas  cintas  verdes,  y  era  menester  cortarlas,  por  no  poderse 
quitar  los  ñudos;  mas  él  no  lo  quiso  consentir  en  ninguna  manera; 
y  así  se  quedó  toda  aquella  noche  con  la  celada  puesta,  que  era  la 
más  graciosa  y  extraña  figura  que  se  pudiera  pensar :  y  al  desar- 


1.  Playa  de  Sanlúcar  :  uno  de  los 
parajes  de  España  que  en  tiempo  de 
Cervantes  eran  más  concurridos  de  va- 
gabundos y  gente  perdida,  como  se  ve 
por  la  reración  que  de  estos  parajes 
hace  el  mismo  ventero  en  el  capítulo 
siguiente. 

Caco,  hijo  de  Vulcano,  segi'in  la  fábula, 
infestabaconsus  robos  el  iLacio,  cuando 
Hércules  volvió  de  España  con  sus 
ganados.  Caco  le  robó  sus  vacas,  lle- 
vándolas á  su  cueva  por  las  colas  para 
que  no  las  encontrasen  por  el  rastro; 
pero  sus  bramidos  las  descubrieron,  y 
Caco  murió  á  uianosde  Hércules.  Caco 
en  griego  signiGca  malo,  perverso  {■/.). 

Maleante,  voz  de  la  Germania,  que 
significa  burlador,  cliaaqueador  matifj- 
no,  y  que  puede  derivarse  del  latín  male 
ar/ens  (a).  Solían  serio  con  frecuencia 

(x)  Caco  es  hoy  palabra  del  vocabulario 
usual  y  designa  aun  ratero  diestro  en  el  arte 
de  robar.  Suele  emplearse  la  frase  :  más  la- 
drón que  Caco.  También  trae  la  Academia 
esta  palabra  con  el  sentido  de  hornhre  timido, 
cobarde,  aunque  se  dice  más  un  aalliim,  ó 
un  cagón. 

(M.  de  T.) 

(a)  Male  agena.  —  La  palabra  mnluante  es 
participio  de  mulear,  y  se  aplicó  en  el  spntiilo 
de  :  persona  que  ne  malea  o  se  hace  picara.  Kn 


los  pajes  por  su  carácter  juvenil  y 
alegre  ;  y  de  sus  travesuras  y  burlas, 
tanto  entre  sí  como  con  los  truhanes 
que  asistían  antiguamente  en  las  casas 
de  los  magnates,  se  refieren  y  celebran 
cuentos  y  pasos  graciosos.  Lo  mismo 
solía  suceder  entre  los  esludianíes, 
según  se  pinta  en  el  raca^TodeQuevedo 
y  en  nuestras  florestas  y  colecciones  de 
chistes  ;  y  aun  han  liega<io  vestigios  de 
esta  costumbre  hasta  nuestros  días. 

"■1.  Se  hablaba  de  un  mal  rocín 
calidad  que  junto  con  la  de  comer  pan, 
como  los  racionales,  que  se  le  atribuyo 
excita  la  risa  del  lector,  y  acaba  de 
exaltarla  el  aire  de  sinceridad  que  da  á 
la  expresión  el  estado  delentendimiento 
de  D.  Quijote. 

3.  Piezas  todas  del  arnés,  cuyos 
nombres  indican  las  partes  que  defen- 
dían, menos  la  última,  que  por  encu- 
brir lo  principal,  que  es  la  cabeza,  se 
llnmaba  así  por  excelencia,  de  celar 
por  cii/irir. 


tiempos  de  Clenicncín  corría  todavía  el  fa- 
moso sistema  de  etimologías  que  hacía  deri- 
varse cadáver  de  las  tres  palabras  latinas  : 
caro  data  vermibus,  y  admitía  Otros  esper- 
pentos por  el  estilo. 

(M.  de  T.) 


PRiMRnA  PAnrr..   —  capítiti.o  it 


27 


mnrlo,  como  él  se  ¡inaginuba  que  aijucllas  traídas  y  llevadas'  que 
le  dosarmal)an  eran  algunas  principales  señoras  y  damas  de  aquel 
castillo,  les  dijo  con  mucho  donaire  : 

Nunca  fuera  caballero^ 
de  damas  t;iii  bien  servido, 
como  fuera  1).  Quijote 
cuando  de  su  aldea  vino  ; 
doncellas  curaban  dél, 
princesas  de  su  rocino, 

ó  Rocinante,  que  este  es  el  nombre,  señoras  mías,  de  mi  caballo, 
y  D.  Quijote  de  la  Mancha  el  mío:  que  puesto  que  no  quisiera 
descubrirme  fasta  que  las  fazañas  fechas  en  vuestro  servicio  y  pro 
me  descubrieran,  la  fuerza  de  acomodar  al  propósito  presente  este 
romance  viejo  de  Lanzarote  ha  sido  causa  que  sepáis  mi  nombre 
antes  de  toda  sazón  :  pero  tiempo  vendrá  en  que  las  vuestras  seño- 
rías me  manden  y  yo  obedezca,  y  el  valor  de  mi  brazo  descubra  oí 
deseo  que  tengo  de  serviros.  Las  mozas,  que  no  estaban  hechas  á 
oir  semejantes  retóricas,  no  respondían  palabra  ;  sólo  le  pregunta- 
ron si  quería  comer  alguna  cosa,  (kialquiera  yantaría  yo^,  respon- 
dió D.  Quijote,  porque  á  lo  que  entiendo  me  haría  mucho  al  caso. 
Á  dicha  acertó  á  ser  viernes  aquel  día^,  y  no  había  en  toda  la  venta 
sino  unas  raciones  de  un  pescado  que  en  Castilla  llaman  abadejo. 


\.  En  la  novela  de  Rinconete  y  Cor- 
tadillo dijo  Cervantes  de  unos  alpar- 
gates viejos  que  estaban  tan  traídos 
corno  llevados  :  y  lo  mismo  suele  de- 
cirse en  sfiueral  de  ropas  que  están  ya 
deslucidas  y  deterioradas  por  el  uso. 
Cervantes  lo  aplicó  con  propiedad  a 
objetos  manoseados  y  puercos,  en 
quienes  concurría  además  la  circuns- 
tancia de  traídos  y  llevados  por  los 
arrieros  ú  Sevilla,  como  antes  se  dijo. 
La  riqueza  y  opulencia  de  aquella  ciu- 
dad, mayor  en  aquella  época  que  en 
otra  alguna,  ocasionaba  la  afluencia  de 
este  género  de  podridas  y  pestíferas 
mercancías. 

2.  Contrahizo  aquí  nuestro  bidalgo 
y  aplicó  á  su  persona  el  romance  an- 
tiguo de  Lanzarote,  que  dice  : 

Nunca  fuera  caballero 
De  damas  tan  bien  servido, 
Como  fuera  Lanzarote 
Cuando  de  Bietuña  vino: 
Que  dueñas  cuidaban  dél. 
Doncellas  de  su  rocino  (a). 

(«)  íiomancero  de  Anibercs  do  1.-)55,fol.  24?. 


3.  Yantar  es  comer;  y  al  mismo 
tiempo  es  nombre,  y  significa  con  es- 
pecialidad cierta  contribución  que  an- 
tiguamente se  pagaba  á  los  Reyes  por 
razón  de  provisiones  para  sus  viajes. 
Como  verbo  y  como  nombre  ocurre  con 
frecuencia  en  nuestras  crónicas,  códigos 
y  poesías  primitivas.  Propiamente  sig- 
nificaba desayuno,  ientaculum,  como 
dice  Covarrubias  :  y  aquí  bien  podía 
usarlo  con  oportunidad  D.  Quijote, 
como  aquel  que  en  iodo  el  día  no  se 
había  desayiinado  (¡j,). 

4.  D.  Vicente  de  los  Ríos,  arneno  y 
culto  escritor  del  Análisis  del  Quijote 
que  se  publicó  en  las  ediciones  de  la 
Academia  Española,  fijó  con  arreglo  ;i 

((i)  Yantar.  —  Según  su  etimología  signi- 
fica desayuno.  Con  abundantes  citas  clásicas 
demuestra  el  señor  Cortejón  que  el  yantar  era 
la  comida  del  medio  día  y  no  el  almuerzo. 
Pudo  citar  el  refrán  :  Quien  es/jera  á  mano 
ajena,  mal  yanta  y  peor  cena.  Sin  endiargo  el 
verbo  yantar  se  usaba  en  el  sentido  general 
de  comer,  como  lo  demuestran  los  refranes  : 
El  ahad  de  lo  que  canta  yanta;  y.  con  la  mala 
yanta,  y  con  la  buena  ten  baraja.    (M.  de  T.) 


28  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

y  en  Andalucía  bacallao,  y  en  otras  partes  curadillo,  y  en  otras 
truchuela.  Preguntáronle  si  por  ventura  comería  su  merced  tru- 
chuela, que  no  había  otro  pescado  que  darle  á  comer.  Como  haya 
muchas  truchuelas,  res[)ondió  D.  Quijote,  podrán  servir  de  una 
trucha ;  porque  eso  se  me  da  que  me  den  ocho  reales  sencillos,  que 
una  pieza  de  á  ocho.  Cuanto  más,  que  podría  ser  que  fuesen  estas 
truchuelas  como  la  ternera,  que  es  mejor  que  la  vaca,  y  el  cabrito 
(pie  el  cabrón.  Pero  sea  lo  que  fuere,  venga  luego,  que  el  trabajo 
y  peso  de  las  armas  no  se  puede  llevar  sin  el  gobierno  de  las  tripas. 
Pusiéronle  la  mesa  á  la  puerta  de  la  venta  por  el  fresco,  y  trujóle 
el  huésped  una  porción  del  mal  remojado  y  peor  cocido  bacallao, 
y  un  pan  tan  negro  y  mugriento  como  sus  armas  ;  pero  era  mate- 
ria de  grande  risa  verle  comer*,  porque  como  tenía  puesta  la 
celada  y  alzada  la  visera,  no  podía  poner  nada  en  la  boca  con  sus 
manos,  si  otro  no  se  lo  daba  y  ponía,  y  así  una  de  aquellas  señoras 
servía  deste  menester.  Mas  el  darle  de  beber  no  fué  posible,  ni  lo 
fuera,  si  el  ventero  no  horadara  una  caña,  y  puesto  el  un  cabo  en 
la  boca,  por  el  otro  le  iba  echando  el  vino  :  y  todo  esto  lo  recebía 
en  paciencia  á  trueco  de  no  romper  las  cintas  de  la  celada  ^. 
Estando  en  esto,  llegó  acaso  á  la  venta  un  castrador  de  puercos,  y 
así  como  llegó,  sonó  su  silbato  de  cañas  ^  cuatro  ó  cinco  veces  : 

sus  cálculos  el  día  de  la  saudade  D.Qui-  cuándo  ni  cómo  sequilaron  estas  cin- 

jote  en   24   de   .lulio  de  1604  ;    pero  ese  tas;  sólo  se  dice  antes,  que  toda  aquella 

día  fué    miércoles,    según    lo   cual,  la  noche  estuvo  L).  Quijote  con  la  celada 

salida,  si  fué  en  U;04  y  en  viernes,  hubo  puesta.   Según   esta  expresión,    no    3e 

de  ser  el  2,  9,  16,  23  ó  3ü  de  Julio;  }■  si  desataron  ó  cortaron  las  cintas  hasta 

fué  en  28  de  Julio,  hubo  de  ser  el  año  otro  día  al  salir  de  la  venta,  que  fué  á 

de  1600,  en  que  el  2b  de  aquel  mes  fué  la  hora  del  alba,  como  se  contará  en  el 

viernes,  ó  el  año  de  1SJ95  ó  el  de  1389  ú  capítulo  IV. 

otro  anterior  en  que  concurriese  igual  3.  Llámase  este  instrumento  castra- 

circunstancia.  ¡    Cuánto    no   se   reiría  puercos  ó  pito  de  capador  (v).  Se  com- 

Cervantes  si  leyese  esta  nota!  pone  de  varios  cañutos  unidos,  cuyas 

1.  Se  usa  inoportunamente  la  con-  bocas  están  en  línea,  y  que  suenan 
junción  pero,  purque  ninguna  contra-  sucesivamente,  cumo  la  flautilla  con 
posición  hay  entre  lo  que  sigue  y  lo  que  suele  pintarse  al  Dios  Pan,  su  in- 
que   antecede.  Y    disuena    tanto   uiás,  ventor  : 

cuanto    el  período    siguiente   empieza 

con  otra  conjunciim    de  igual   signifi-  Pan  primus  calamos  cera  coniungere  plures 

cación  y  fuerza  :  mas  el  darle  de  beber  Instituit  («). 

no  fué  posible.  Las  ediciones  anteriores 

del  Quijote  decían  al  darle  :  era  errata  ün    pito    de   capador   solemnizó    la 

clara,  y    fué  poquedad  dé    ánimo   no  comida  de  D.  Quijote,  como  un  cuerno 

corregirla.  de  porquero  había  solemnizado  su  He- 

2.  A  trueco  de  miraros,  f?'^'*^  ^^  '^«^^'l'^- 

Aunque  me  aborrezcáis,  tengo  de  „,.,,„ 

[amaros.  (a)  Vtrgilw,  égloga  ?.'. 

Así  Pedro   Padilla   en    el  Tesoro    de         (.,)  £„  Francia  esta  c\ise  de  pitos  sólo  los 
varias  poesías  :  huy  se  dice  á  Irjieqiie.      usan  los  cahreros  de  tos  Pirineos. 
No  se  ve  en  el  progreso  de  la  relación  (M.  de  T.) 


PRIMKItA    PAini:.    —    r.M'ílTI.O    II  20 

con  lo  cual  acabó  de  confirmar  D.  Quijote  que  estaba  en  algún 
famoso  castillo,  y  que  le  servían  con  música,  y  que  el  abadejo 
eran  truchas,  el  pan  candeal,  y  las  rameras  damas,  y  el  ventero 
castellano  del  castillo,  y  con  esto  daba  por  bien  empleada  su  deter- 
minación y  salida.  Mas  lo  que  más  le  fatigaba  era  el  no  verse 
armado  caballero,  por  ()arecerle  que  no  se  podría  poner  legítima- 
mente en  aventura  alguna  sin  recibir  la  orden  de  caballería. 


CAPITULO  III 

DONDE    SE    CUENTA    LA   GRACIOSA   MANERA    QUE    TUVO    D.    QUIJOTE 
EN    ARMARSE   CABALLERO. 


Y  así  latigado  deste  pensamiento  abrevió  su  venteril  y  limitada 
cena,  la  cual  acabada,  llamó  al  ventero,  y  encerrándose  con  él  en 
la  caballeriza',  se  hincó  de  rodillas  ante  éP,  diciéndole  :  No  me 
levantaré-^  jamás  de  donde  estoy,  valeroso  caballero,  fasta  que  la 
vuestra  cortesía  me  otorgue  un  don  que  pedirle  quiero,  el  cual 
redundará  en  alabanza  vuestra  y  en  pro  del  género  humano.  El 
ventero,  que  vio  á  su  huésped  á  sus  pies,  y  oyó  semejantes  razones, 
estaba  confuso  mirándole,  sin  saber  qué  hacerse  ni  decirle,  y  por- 
fiaba con  él  que  se  levantase,  y  jamás  quiso,  hasta  que  le  hubo  de 
decir  que  él  le  otorgaba  el  don^  que  le  pedía.  No  esperaba  yo 


1.  La  elección  de  sitio  para  la  pre- 
sente escena  realza  en  gran  manera  su 
argumento,  y  muestra  hasta  qué  punto 
puseíaCervantcsel  instinto  del  ridículo. 
iQué  constraste  entre  el  lenguaje  cam- 
panudo y  grandioso  de  D.  Quijote,  y 
una  caballeriza! 

2.  La  misma  petición  y  en  la  misma 
postura  hizo  Enil  á  Amadís  de  Gaula, 
encubierto  ;i  la  sazón  bajo  el  nombre 
deBeltenebrós.Apartóleporti?iajjuerta, 
é  hincando  los  hinojos  ante  él,  le  dijo  : 
Como  quiera  cpte  yo,  señor,  no  os  haya 
servido,  atrevinidome  d  vuestra  gran 
virtud,  quiero  demandaros  merced :  y 
ruéqovos  por  Dios  que  me  lo  otorguéis. 
Beltenehrús  lo  levantó  suso,  é  dijo  : 
demanda  lo  que  quisieres,  que  yo  hacer 
pueda.  Enil  le  quiso  besar  las  manos; 
mas  él  no  quiso,  ¿dijo  :  Señor,  demán- 
dovos  que  me  hagáis  caballero  [a). 

3.  Perión  de  Gaula,  uno  de  los  hijos 
de  Amadís,  después  de  desembarcar 
en  una  costa  con  otros  donceles,  vio 
venir  una  barca,  que  dos  grandes  jimios 
con  cuatro  remos  traían.  De  la  barca 
salió  una  doncella,  y  llegada  á  ellos,  y 

(a)  Amadis  de  Caula,   cap.   LVIII. 


/tincando  las  rodillas  en  tierra  ante 
Per  ion,  dijo  :  Buen  doncel,  de  aquí  no 
me  levantaré  hasta  que  me  otorguéis  un 
don.  Él  le  respondió,  viéndola  tan 
apuesta  y  hermosa  :  Doncella,  pedid  lo 
que  quisiéredes.  que  yo  os  lo  otorgo. 
Ella,  levantándose,  le  dijo...  Loque  me 
habéis  prometido,  señor,  es  qut  vais 
conmigo  donde  yo  os  llevare  en  esta 
barca,  luego  sin  ninguna  dilación,  vos 
solosÍ7i  otra  compañía.  Perlón,  obligado 
por  su  promesa,  se  entró  en  la  barca 
con  la  doncella,  y  remando  fuertemente 
los  jimios,  se  perdieron  de  vista  (a).  La 
doncella  era  AlquiTa,  hija  del  sabio 
Alquife,  marido  de  Urganda  la  Desco- 
nocida, de  quien  se  hace  algunas  veces 
mención  en  el  Qumote.  Lus  expresiones 
de  Alquila  á  Perlón  son  muy  semejantes 
á  las  de  D.  Quijote  al  ventero. 

4.  La  buena  gramática  pediría  que 
los  verbos  porfiaba,  quiso  y  hubo. 
correspondiesen  á  una  misma  persona 
ó  sujeto.  No  sucede  así,  y  resulta  al- 
guna obscuridad,  que  se  hubiera  corre- 
gido poniendo,  en  vez  de  jainás  quiso, 
jamás  lo  consiguió. 

(a)  Liíuarte  de  Grecia,  cap.   i. 


l'HIMi;ii.\    l'AHIK. 


(.Al'llLLO    III 


:í\ 


inonos  '  (le  la  <íraii  iiiaf^uiíicencia  vuestra,  señor  mío,  respondió 
D.  Quijote ;  y  así  os  di^o  que  el  don  que  os  he  pedido  y  de  vuestra 
liberalidad  me  ha  sido  otorgado '^  es  que  mañana,  en  aquel  día  ^,  me 


\.  El  Einper.idoi'  Arquelao  üloi'fíó 
cierta  merced  al  Duque  de  Calés,  y 
éste  besó  las  manos  al  Km/ierador,  di- 
ciendo :  No  se  esperaba  menos  de  lan 
crecida  virtud  romo  la  que  en  Vuestra 
Majestad  resplandece  {a).  Habiendo  la 
doncella  Gradalilea  pedido  un  don  á  la 
Princesa  Onoloria,  y  otorgádolo  ésta, 
la  doncella  le  besó  las  manos,  aunque 
no  quiso,  y  le  dijo  :  No  esperaba  yo  de 
vos  menos  (b). 

2.  Cervantes  salpicó  todos  estos  pa- 
rajes de  expresiones  tomadas  del  voca- 
bulario caballeresco. 

En  ocasión  que  Perianeo,  Príncipe  de 
Persia,  había  desafiado  al  Emperador 
D.  Belanio,  un  caballero  desconocido, 
entrando  por  la  sala,  llegó  hasLa  hincar 
las  rodillas  ante  el  Emperador,  y  dijo  : 
Alto  y  muy  poderoso  señor  :  yo  soy  un 
caballero  venido  de  lejas  tierras  á  te 
servir...  Por  ende  te  suplico  que...  ten- 
f)as  por  lúen  de  me  otorgar  un  don,  de 
que  ningún  daño  ñ  ti  ni  á  tu  corte  ven- 
drá. Yo  os  lo  otorgo,  respondió  el  Em- 
perador... Pues  el  don  que  me  hahéis 
otorgado,  dijo  el  caballero,  es  de  me 
dejar  hacer  la  batalla  con  ese  tan 
arrogante  caballero...  Mucho  me  pesa, 
respondió  el  Emperador,  de  lo  qiie  vos 
he  otorgado...:  mas  púa  asi  es,  yo  no 
lo  puedo  excusar  (c). 

Él  Príncipe  Aí^esilao,  disfrazado  con 
el  nombre  de  üaraida,  dijo  á  Sidonia, 
Keina  de  (lUindaya  :  Mi  señora.,  supli- 
cóos un  don  me  otorguéis...  ¡Ay  Da- 
raidal  dijo  la  Reina,  piide  lo  que  qui- 
sieres, que  1/0  lelo  otorgo...  Y  ella  dijo: 
Sabed,  mi  señora  Sidonia,  que  me 
habéis  otorgado  que  mañana,  recibiendo 
la  Orden  de  Caballería  por  mano  del 
Caballero  del  Fénix...  haga  yo  la 
batalla  en  lugar  del  tercero  {d).  El 
Caballero  del  Fénix  era  D.  Florarían 
de  Tracia. 

Allí  mismo  (e)  se  cuenta  que  la  don- 
cella Galtacira  pidió  que  le  otorgase  un 
don  la  Reina  Sidonia.  Otorgado  el  don 
por  la  Reina,  le  dijo  Galtacira  :  Pues 
mi  señora,  el  don  que  me  habéis  otor- 

(a)  Olivante  de  Laura,  lib.  I,  cap.  XXXIV. 
—  (A)  Lisuarte  de  Grecia,  cap.  Vil.  —  (c)  Bo- 
lianis,  lib.  II,  cap.  XXX.  —  (d)  Florisd, 
parte  III,  cap.  L.  —  («)  Gap.  Lili. 


gado  es  que  mandéis  á  la.  vuestra  Daraida 
que  luego  mañana  se  pana  conmigo  á 
remediar  mi  necesidad.  De  esto  pesó  á 
la  Reina. 

Semejante  especie  de  compromisos, 
obtenidos  artificiosamente  por  medio 
de  promesas  anticipadas,  venía  ya  de 
los  libros  primitivos  de  Caballería.  El 
Rey  Artús  había  pedido  un  don  á 
Tristán,  y  otorgado  por  éste  á  instancia 
de  la  Reina  Ginebra  y  «le  Lanzarote, 
declaró  Artús  que  el  don  otorgado  era 
ser  para  siempre  Caballero  de  su  corte 
y  de  la  Tabla  redonda. 

.3.  Yendo  Urbín  el  Lozano  con  su 
escudero  Carpín,  á  petición  de  la  dueña 
Ardenia,  á  libertar  una  doncella,  hija 
suya,  que  el  gigante  Llaro  había  robado 
y  tenía  en  una  torre,  le  dijeron  desde 
las  almenas  :  Esa  loca  dueña  que  aquí 
te  envía,  su  hija  mañana  verá  en  aquel 
día  lo  que  con  los  caballeros  andantes 
tan  locos  como  tú  ha  ganado  (a). 

Esta  añadidura,  en  aquel  día  para 
expresar  el  de  mañana,  no  es  exclusi- 
vamente de  los  libros  de  Caballería; 
es  también  de  otros  desde  la  fecha 
m;ís  antigua  de  nuestro  idioma.  En  el 
Poema  del  Cid,  escrito  en  la  declinación 
del  siglo  XII,  por  el  mismo  tiempo  ó 
poco  después  que  los  primitivos  libros 
bretones  de  Caballería,  se  refiere  que 
estando  el  Cid  cerrado  por  los  moros 
en  el  castillo  de  Alcocer,  Alvar  Fúñez, 
uno  de  sus  capitanes,  proponía  que  se 
hiciese  una  salida  contra  los  sitiadores, 
y  decía  : 

Víivamos  lüó  ferir  en  aquel  día  de  oras  (¿). 

En  el  romance  viejo  de  la  Infantina  (c) 
se  lee  : 

Hija  soy  yo  del  buen  Rey 

Y  la  Reina  de  Castilla 

Hoy  se  cumplen  los  siete  años 

O  mañana,  en  aquel  día 

Esperéisme  vos,  señora, 

Hasta  mañana  aquel  día. 

En  el  romance  del  conde  Alarcbs,  dice 
á  éste  el  Rey  : 

Cijnvidaros  quiero,  Conde, 
Por  mañana,  en  aquel  día, 

(n)    Polici.ine  de    Boecia.    cap.   XXITI.    — 

{bi  Romancero  de  Amberes  de  1Ó.55,  fol.  203. 
—  (c)  Verso  b84. 


32 


DON    QUIJOTE    DE    I.A    MANCHA 


habéis  de  armar  caballero,  y  esta  noche  en  la  capilla  desle  vuestro 
castillo  velaré  las  armase  y  mafiana,  como  tengo  dicho,  se  cum- 
plirá lo  que  tanto  deseo,  para  poder  como  se  debe  ir  por  todas  las 
cuatro  partes  del  mundo  buscando  las  aventuras  en  pro  de  los 
menesterosos,  como  está  á  cargo  de  la  caballería  y  de  los  caba- 
lleros andantes  como  yo  soy,  cuyo  deseo  á  semejantes  fazaflas  es 
inclinado.  El  ventero,  que  como  está  dicho  ei'a  un  poco  socarrón 
y  ya  tenía  algunos  barruntos  de  la  íalta  de  juicio  de  su  huésped, 
acabó  de  creerlo  cuando  acabó  de  oír  semejantes  razones,  y  por 
tener  que  reir  aquella  noche,  determinó  de  seguirle  el  humor;  y 
así  le  dijo  que  andaba  muy  acertado  en  lo  que  deseaba,  y  que  tal 
prosupuesto  era  propio  y  natural  de  los  caballeros  tan  principales 
como  él  parecía  y  como  su  gallarda  presencia  mostraba ;  y  que  él 


Que  queráis  comer  conmigo 
Por  me  tener  cumpaüia. 

Usando  de  este  modismo  antiguo,  cuenta 
Cervantes  en  la  segunda  parle  del  Qui- 
jote (a)  que  decía  el  Duque  á  Sancho  : 
Advertid  que  mañana^  en  ese  mismo 
día,  habéis  de  ir  al  (jobierno  de  la  ín- 
sula (a). 

1.  Conforme  al  espíritu  general  del 
tiempo  y  de  los  países  en  que  ílureciú 
la  caballería,  su  profesión  estaba  ligada 
intimamente  con  la  del  Cristianismo. 
Por  su  ley  y  por  su  dama  em  la  divisa 
del  caballero.  Üe  aquí,  junto  con  la 
ignorancia  y  poca  cultura  de  dicha 
época,  nacía  aquella  mezcla  de  magna- 
nimidad y  de  venganza,  de  violencia  y 
de  ternura,  de  devoción  y  de  amoríos, 
cuya  reunicm  tiene  también  su  color 
poético  y  es  capaz  de  recibir  los  ador- 
nos de  la  imaginación  y  del  estilo.  Este 
carácter  se  exageró  en  las  historias  de 
los  caballeros  andantes,  donde  ;i  cada 
paso  se  encuentran  las  pr.icticas  reli- 
giosas mezcladas  con  otras  de  ferocidad 
grosera,  contradicciones  entre  ¡acreen- 
cia y  la  conducta,  profesión  sincera  de 
la  fe  y  violación  perpetua  de  las  máxi- 
mas del  Evangelio.  Los  estatutos  de  la 
Orden  de  la  Banda,  fundada  por  el 
Rey  D.  Alfonso  el  XI  de  Castilla,  pres- 
cribían que  todo  Caballero  déla  Banda 
faf/a  ynue/io por  oir  misa  en  la  mañana, 
pudiéndola  haber,  porque  lo  ayude 
Dios   en    su   caballería   {b}.    Pues    he 

'a)  Cap.  XLII.  —  (6)  Doctrinal  de  Cabal- 
leros, lib.  III,  tit.  V. 

fa)  En  confirmación  de  este  uso  aduce  el 
señor  Cortejen  pasajes  de  Berceo,  Calderón 
y  Alarcón.  {^l.  de  T.) 


aquí  que  esta  costumbre  era  ordinaria 
también  en  los  caballeros  andantes, 
como  se  cuenta,  v.  gr.,  del  caballero 
del  Febo  y  del  Rey  Liseo  en  el  Espejo 
de  Príncipes  {a).  Estándose  para  dar 
una  gran  batalla  entre  el  Emperador  de 
Roma  y  el  Rey  de  Gaula,  refiere  la  his- 
toria de  Amadís  [b]  que  venida  el  alba 
las  trompetas  sonaron,  y  tan  claro  se 
oían  los  unos  á  los  otros  como  si  juntos 
estuvieran.  La  yente  se  comenzó  á  ar- 
mar é  ú  ensillar  sus  caballos,  é  por  las 
tiendas  ú  oir  misas  é  cabalyar  todos  é 
se  ir  para  sus  señas.  Cuando  Godofre  <^) 
de  Bullón  lidió  con  Guí  de  .Montefalcón 
en  desagravio  de  una  doncella  despo- 
seída de  su  estado  por  este  último, 
después  de  armados  oyeron  amos  ú  dos 
misa  en  la  mayor  iglesia  de  la  ciudad ; 
y  luego  cabalgaron,  y  se  fueron  á  rom- 
per las  cabezas.  La  noche  anterior  al 
día  en  que  habían  de  pelear  el  caba- 
llero del  Cisne  y  el  duque  Rainer  de 
Sajonia,  tovieron  amos  los  cab  Uleros 
vegilia  en  la  mayor  iglesia  de  la  villa, 
el  uno  al  altar  de  Sant  Ramiro,  é  el 
otro  al  de  Sant  Pedro.  E  otro  día  oyeron 
misa,  é  ofrecieron  amos  sus  ofrendas 
muy  grandes  é  muy  ricas.   É  después 

(a)  Parte  I,  lib.  11,  cap.  XLIV. 
(h)  Cap.  CIX. 


(>)  Godofre.  —  Ni  esta  palabra  ni  Guí 
son  formas  castellanas.  Se  dice  Go'lofredo  y 
Guido.  También  tenemos  la  forma  Vito,  muy 
usada  eu  la  frase  :  baile  de  San  Vito,  y  como 
designación  de  un  baile  andaluz. 

(M.  de  T.) 


i'HiMi;ti.\  i'akh;. 

uniidrinise  tnjii/  /lieii,  é  salieron  en  .sus 
calta  I  los,  ('  fueron  al  campo  do  liabiaii 
li  lií/iar  (u).  Kl  Infante  Kloraiiior  y 
Lenndro  el  Uel,  aninritcs  amitos  áe  lii 
Princesa  Ciipidua,  se;  dusafiaroii  sin 
saber  que  eran  hermanos.  Llegado  el 
plazo  de  la  batalla,  la  noche  antes  se 
confesaron  de  sus  pecados...  //  venida 
la  mañana,  recibieron  el  San/isimo 
Cuerpo  de  Nuestro  Señor  Jesucristo  :  el 
caballero  de  Cupido  (Leandro)  e?i  la 
capilla  del  Emperador,  y  el  de  las 
Doucellas  (Floraínor)  en  un  tnoneslerio. 
Veriliciise  después  la  batalla,  que  duró 
con  el  mayor  encarnizamiento  hasta  la 
noche  !/;).  La  víspera  de  la  batalla  de 
Lisuarte  con  Ainadis  de  (¡recia,  tuvo 
vigilia  en  la  capilla  de  la  Emperatriz... 
Antes  que  amaneciese,  fué  confesado  de 
todos  sus  pecados  é  con  f/ran  devoción 
tomó  el  cuerpo  de  nuestro  Redentor  (c;. 
Lo  mismo  hizo  Amadis  de  (jaula  antes 
de  combatirse  con  Ardan  Calineo  (r/) :  y 
lo  mismo  hicieron  el  Emperador  D.  Bela- 
nio  y  sus  tres  hijos  Belianis,  Clarineo 
y  Lucidaner  para  enlrar  en  el  desafío 
con  los  Príncipes  troyanos  (e). 

Consiguiente  á  estas  máximas  y  cos- 
tumbres, fué  que  en  el  acto  de  armarse 
los  caballeros  interviniesen  también 
ceremonias  reliíiiosas,  y  que  D.  Quijote 
tratase  de  seguir  puntnnlmenie  los 
ejemplos  que  le  daban.  Amadis  de  Gaula, 
cuando  quiso  armarse  caballero  por 
mano  del  Rey  Perión,  su  padre,  hizo 
llevar  porlanoche  sus  armas  á  la  capilla 
de  la  Reina,  donde  armado  de  todas 
armas,  salvo  lacabeza  y  las  manos,  h?zo 
la  oración  ante  el  altar,  rogando  d  Dios 
que  así  en  las  armas  como  en  aquellos 
mortales  deseos  que  por  su  señora  tenía, 
le  diese  victoria.  Venido  el  Rej'  Perión 
;'í  la  mañana,  le  dijo  Oriana  :  Yo  vos 
quiero  pedirun  don.  De  grado,  dijo  el 
Rey.  lo  haré.  Pues  fiacedme  esemi  doncel 
caballero  ;  y  tnoslr úselo,  que  de  rodillas 
anteelallar  estaba.  El  Rey  vióeldoncel 
tan  hermoso,  que  muclio  fué  maravi- 
llado, y  llegándose  ú  el,  dijo :  ?  Queréis 
recibir  orden  de  caballería  '.'  Quiero,  dijo 
él.  En  el  nombre  de  Dios:  y  él  mande 
que  tan  bien  empleada  en  vos  sea  y  tan 
crecida  en  honra,  como  él  os  crescio  en 
hermosura;  y  poniéndole  la  espuela 
diestra,  le  dijo:  agora  sois  caballero,  y 

(a)  fíistorin  del  Ccbnllero  del  Cisne,  Ub.  I, 
caps.  LXXVIII  V  CLVII.  —  Ib)  Caballero  de 
la   Cruz,  lib.  lí,   caps.  XXV  y  XXVI.    — 

(c)  Amadis  de  Grecia,  parte  II,  cap.  LXI.  — 

(d)  Cap.  LXI.  —  {e)  Belianis,  lib.  II,  cap.  LII. 


—    CAI'ITI  I.O    Jll  33 

la  espada  pjodéis  tomar.  El  Rey  la  tomó 
é  diósela,y  el  doncel  la  ciñó  muy  apues- 
lumcnte  (a).  Fl  Rey  Minandro  decía  á 
la  doncella  que  le  pedía  armase  caba- 
llero á  Policisne  :  Ninguno  puede  por  ley 
de  caballería  ser  armado,  sin  antes  velar 
en  una  iglesia  sus  armas  (b).  La  noche 
que  Florambel  de  Lucea  veló  sus  armas 
para  recibirse  caballero  á  otro  día,  se 
confesó  con  el  santo  sacerdote  Ci- 
priano (c).  Cuando  Lisuarte  se  armó 
caballero  en  Gonstantinopla,  tuvo  vi- 
gilia la  noche  antes,  y  se  confesó  con 
un  Obispo  de  lodos  sus  pecados  [d). 
Leandro  el  Bel  y  cinco  donceles  que 
le  acompañaban,  recibieron  la  orden 
de  caballería  de  mano  del  Emperador 
de  Constantinopla,  y  la  noche  antes, 
que  era  la  de  San  Juan,  la  pasaron  en 
oración  en  la  capilla  imperial,  rogando 
d  Dios  los  hiciese  tales  que  pudiesen 
adelantar  sus  lionras  y  ensalzar  su 
santa  fe:  despuésde  confesados,  oyeron 
misa  solemne  y  comulgaron  los  seis 
donceles.  Semejante  fué  el  caso  de 
Florineo,,  hijo  de  Aquilano.  Rey  de 
Esiocia.  Él  y  otros  cincuenta  y  dos  ca- 
balleros, después  de  media  noche  se 
confesaron  de  todos  sus  pecados  y 
recibieron  el  cuerpo  del  Señor,  rogán- 
dole les  diese  gracia  que  le  pudiesen 
seriñr  en  aquella  orden  que  recibían... 
Y  el  alba  venida,  vino  el  Rey  á  la  iglesia, 
adonde  el  arzobispo  de  Lucea  dijo  con 
gran  solemnidad  la  misa,  y  después  el 
Rey  armó  caballero  á  Florineo  :  y  ciñén- 
dule  una  muy  buena  espada  que  fuera 
del  Rey  Guidelo,  su  abuelo,  le  dio  paz 
en  el  rostro,  y  le  dijo:  Dios  le  haga  tal, 
cual  lodo  el  mundo  piensa  (e). 

Esta  intervención  religiosa  en  la  re- 
cepción del  orden  de  caballería  no  fué 
invención  de  los  fabulistas  caballeres- 
cos, ni  era  solamente  práctica  de  ca- 
balleros particulares,  sino  también  de 
Reyes  y  Príncipes.  Caminando  Don 
Juan  el  II,  Rey  de  Castilla,  para  hacer 
la  guerra  á  los  moros,  pasó  por  Toledo, 
y  allí  veló  las  armas  en  la  iglesia  cate- 
dral toda  una  noche,  como  refiere  su 
crónica  (f).  Los  escritores  de  libros  de 
caballería  copiaron  en  esta  parte  las 
costumbres  y  usanza  general  de  su 
tiempo,  descrita  ya  menudamente  en  el 

(a)  Amadix  de  Gaula.  cap.  IV.  —  (b)  Poli- 
cisne  de  Beoda,  cap.  XXXVIll.  —  (c)  Flo- 
rambel de  Lucea,  lib.  II. cap.  XVI.  —  (d) 
Lisuarte  de  Grecia,  cap,  XXVI.  —  (c)  Flo- 
rnnibel  de  Lucea,  lib.  I.  cap.  IV.  —  (')  Cap. 
CCI. 


34 


DON    Ol  IJOIT-:    DK    LA    MANCHA 


ansimisrno  en  los  años  de  su  mocedad  se  había  dado  á  aquel  hon- 
roso ejercicio,  andando  por  diversas  partes  del  mundo  buscando 
sus  aventuras,  sin  que  hubiese  dejado  los  Percheles  de  Málag^a  \ 


Código  fie  las  Purlidas,  obra  del  Hcy 
Don  Alonso  el  Sabio,  en  el  siglo  xm  {a¡. 
Los  mistaos  usos  duraban  en  el  siglo  xv. 
como  se  ve  por  el  ejemplu  mencionado 
del  Rey  D.  Juan,  y  por  el  Doctrinal  cíe 
Cahalleros  dirigido  al  Conde  de  Castro 
por  el  Obispo  de  Buryos,  donde  se 
msertaron  literalmente  las  disposi- 
ciones de  las  Partidas.  Describiéndose 
allí  la  forma  en  que  debe  armarse  el 
caballero,  se  manda  que  la  noihe  anles 
vele  en  la  iglesia,  haciendo  oración  ; 
venido  el  día  oiga  misa,  y  armado  de 
todas  armas,  menos  la  cabe/.a,  que 
tenga  descubierta,  proteste  ante  el  que 
leba  de  armar,  que  quiere  reci!)ir  orden 
de  caballería,  y  que  la  mantendrá  como 
se  debe  mantener.  El  que  le  armaba  ú 
otro  caballero  por  su  mandado,  le  cal- 
zaba las  espuelas,  y  luei/o  le  ceñía  la 
espada.  Sacábala  el'  novel  caballero,  y 
con  ella  en  la  mano  juraba  morir,  si 
menester  fuese,  por  su  ley,  por  su  señor 
y  por  su  tierra.  Hecho  esto,  el  que  lo 
armaba  laclaba  la  pescozada  porque  no 
se  le  olvidase  su  juramento,  y  lo  besaba 
en  señal  de  paz.  Los  estatutos  hechos 
posteriormente  para  las  órdenes  mili- 
tares de  España  confirmaron  estas  dis- 
posiciones, y  expresaron  la  de  que 
comulgase  el  caballero. 

Los  pormenores  de  estas  ceremonias 
se  encuentran  observados  unos  en  una 
parte,  otros  en  otra,  en  innumerables 
pasajes  de  los  libros  caballerescos.  Cer- 
vantes,en  la  armadura  (y)  de  D.  Quijote 
remedo  las  que  hacían  buenamente  á 
su  intento:  omitió  las  religiosas,  cuya 
intervención,  ni  ira  verosímil  ni  podía 
verificarse  sin  profanarlas  :  halló  el 
medio  de  indicarlas  por  no  faltar  á  la 
verosimilitud,  y  de  omitirlas  por  no 
faltar  al  respeto.  Pero  ya  que  de  esta 
suerte  se  puso  á  cubierto  Cervantes  de 
la  nota  de  irreligiosidad,  no  eviti)  por 
otro  lado  la  censura  de  algunos  que 
creyeron  que  en  este  lugar  de  su  Quijote 

(a)  Part.  II,  tit.  XXI. 

(y)  A¡tnadura  no  es  el  término  propio:  en 
este  caso  sería  mejor  emplear  la  palabra  : 
armazón,  qué  precisaineute  usa  más  adelante 
el  mismo  Corvantes  en  este  sentido. 

(M.  de  T.) 


contribuyó  á  la  rlccadencia  de  cierto 
pundonor  caballeresco  que  antes  era 
común  entre  los  Españoles,  y  cuyo  es- 
píritu se  hallaba  expresado  en  las  cere- 
monias de  larccepcum  de  la  caballería. 
Cervantes,  remedándolas  del  modo  que 
aquí  se  ve  en  el  discurso  de  la  relación 
presente,  haciendo  del  corral  capilla, 
de  la  pila  del  pozo,  altar,  del  libro  de 
paja  y  cebada,  manual,  del  ventero, 
maestre,  de  las  rameras,  i^aballeros  asis- 
tentes y  de  las  bestias  de  los  arrieros, 
capítulo,  imprimii)  á  todo  un  sello  de 
ridiculez  que,  sin  duda  alguna,  estuvo 
muy  lejos  de  su  intención. 

1.  Especie  de  mapa  picaresco  de  Es- 
paña, donde  se  marcan  los  principales 
parajes  á  que  solía  concurrir  la  gente 
perdida  y  vagabunda. 

Perc/i'fies  de  Malaya.  Islas  de  Riaráii. 
—  A  principio.s  del  siglo  xv,  el  Hey 
D.  Enrique  el  Enfermo  envió  una  em- 
bajada al  famoso  Tamerlán,  que  había 
extendido  sus  conquistas  por  las  re- 
giones interiores  del  Oriente,  y  llenado 
el  mundo  de  su  renombre.  Ruy  González 
de  Clavijo,  uno  de  los  enviados,  en  el 
itinerario  que  escribió  de  la  embajada, 
hablando  de  Málaga,  di<e  :  entre  elmnr 
if  la  cerca  de  la  rilla  esldn  unas  pocas 
de  casas  que  son  lonjas  de  mercaderes. 
Este  sitio  le  ocupaba  un  grande  arrabal 
en  que  había  muchas  huertas  y  casas 
caídas,  cuando  sitiaron  á  Málaga  los 
Reyes  Católicos  aw  los  cuales, después 
de  tomada  aquella  ciudad,  heredaron 
en  aquel  arrabal  á  Garci  Lóipez  de 
Arriarán,  caballero  vizcaíno,  capitán 
de  la  Arniada.  que  concurrii'>  á  la  em- 
presa, de  donde  tomó  la  manzana  de 
casas  que  le  formaban  el  nombre  de 
Isla  de  Hiaron.  Después  déla  conquista, 
por  razones  de  salubridad  y  de  aseo  se 
estableció  allí,  como  en  paraje  aislado, 
el  adobo,  salazón  y  tráfico  d«  los  pes- 
cados, y  por  l.is  perchas  en  que  se  col- 
gaban á  orear  los  ceciales,  dicen  que  se 
aló  al  barrio  el  nombre  de  los  Per- 
cheles. Eii  este  período  fué  cuando 
adquirió  el  crédito  que  le  dié)  tan  hon- 
rado tugaren  la  relación  del  ventero,  y 

{a)  Crónicade  Pulgar, parte  III,  Cap.  T..XXV. 


fniMKItA     l'AUl't;.    —    C.APÍTI  I.O    III 


mK 


en  qiio,;!  semejanza  tlentras  pesqucrirts 
de  las  costas  ile  I^spiíñii,  servia  de  es- 
cuela y  palestra  <i  los  vusíos  (|iie 
citncurriaii  (l(!  todas  i)iirLes  ;i  ejei'i'itar 
sus  lualas  mañas.  La  circunst.iiicia  <l(! 
ser  par.ije  separado  de  la  ciudad,  hizo 
que  se  le  destinase ;i  lazareto  en  la  i)este 
(¡ue  atlifíii)  a(iuella  costa  el  año  IriSá, 
seiriui  las  noticias  recogidas  y  |)ul)licadas 
pcu- Pellicer  ;  y  alii  se  ediliiMi  después 
la  aduana,  entrailo  ya  el  síí;1o  xviii.  De 
los  bravos  de  los  l'rrc/ieles  se  liace 
uienciúii  en  la  historia  de  Kstehanillo 
González,  truhán  de  mediados  del 
siglo  XVII  (fi);  pero  esta  fama  era  ya 
antigua,  ponjue  el  lacayo  espadachín 
Vallejo,enla  comedia ViV/emíí/, de  Lope 
de  Itneda,  decía  á  su  amo  :  }'  coi'lé  el 
brazo  á  Vicente  Arenoso  riñenr/o  con  él 
de  Inieno  á  bueno  en  los  Percheles  de 
Mr'dar/a  [b). 

Compás  de  Sevilla.  —  Cervantes,  en 
el  \'iaje  al  Parnaso,  describiendo  la 
tormenta  que  corría  un  buque  cargado 
de  malos  poetas,  dice  : 

T  sé  yo  bien  que  la  fatal   cuadrilla 
Antes  que  allí,  holgara  de  hallaise 
En  el  Couipás  famoso  de  Sevilla. 

Dióse  el  nombre  de  Cow//7i'/'.s-á  un  barrio 
de  aquella  ciudad  que  está  al  entrar  por 
la  puerta  del  Arenal,  á  laizijuierda  á  lo 
largo  de  la  muralla,  donde  estuvo  anti- 
guamente la  mancebía  con  otras  casas 
de  vecindad,  habitadas  de  gentedemal 
vivir.  Hubo  en  él  una  laguna,  de  donde 
recibii'i  el  nombre  una  calle  que  ahora 
lo  tiene.  A  este  barrio  hubo  de  perte- 
necer la  casa  de  Monipodio,  que  tan 
saladamente  describir)  Cervantes  en  la 
novela  de  Rinconete  y  Cortadillo. 

Azoquejo  de  Segoria.  —  Plazuela  del 
arrabal  de  Segovia,  por  donde  pasa  el 
famoso  acueducto  romano  de  aquella 
ciudad,  que  en  ella  es  donde  tiene  su 
mayor  elevación.  Azoguejo  es  duninu- 
tivo  de  azogue,  palabra  anticuada  de 
origen  árabe,  que  significa  plaza.  Pa- 
réceme  que  azogue  era  equivalente  de 
ioco,  que  significa  lo  mismo  :  Zocodover 
es  diminutivo  de  zoco,  y  según  esto, 
sftn  sinónimos  Azoguejo  y  Zocodover, 
plazuelas,  aquélla  de  Segovia  y  ésta  de 
Toledo.  Cuando  Segovia  era  Segovia,  y 
sus  fábricas  y  riquezas  atraían  y  ali- 
mentaban una  población  numerosa,  el 
-Vzoguejo  era  el  sitio  donde  solía  con- 
currir la  gente  apicarada  que  aquí  se 


indica,  y  (jue  frecuentarían  los  pelaires 
de  aquella  ciudad,  de  quienes  se  habla 
después  en  el  capítulo  XVII  como  de 
gente  aleare,  nialeanle  y  juguelona. 

Olivera  de  Valencia.  —  Hace  medio 
siglo  que  junlíj  á  la  parrorpiia  de  San 
Miguel  de  Valencia  había  un  olivo  an- 
tiguo enunsilio  despejado  yespacioso, 
que  hoy  ocupan  algunas  casas  y  la 
plazuela  de  la  Olivereta  Los  callejones 
tortuosos  de  alrededor,  entre  ellos  el 
llamado  del  Hoch.i  ó  del  Verdugo  y  el 
de  Malcuinal  ó  Malguisado,  eran  al- 
bergue de  mala  gente  y  lupanares  que 
frecuentemente  daban  que  hacer  á  la 
justicia.  Según  las  noticias  que  D.  Ca- 
siano Pellicer  recogió  en  la  parte  II  del 
liis/rionismo,  parece  que  hubo  en  la 
Olivera  corral  de  comedias  á  mediados 
del  siglo  XVII.  Míicese  mención  del  mismo 
sitio  en  la  comedia  El  bobo  del  Colegio, 
escrita  por  Lope  de  Vega,  donde  el 
lacayo  de  Garcerán,  que  había  venido 
con  su  amo  de  Valencia  á  Salamanca, 
dice  : 

¡  Ay  Valencia  de  mis  ojos! 
¡Ay  jilaza  de  la  Olivera  ! 
;  Quién  pm-  el  aire  te  viera 
Para  templar  ?us  enojos  1 

Uondilla  de  Granada.  —  Xo  ha  que- 
dado vestigio  en  esta  ciudad  del  sitio 
designado  en  el  presente- pasaje.  Pre- 
guntadas personas  ancianas,  alguna 
de  ellas  casi  centenaria,  no  se  acuerdan 
de  haber  oído  semejante  nombre,  que 
taiüpuco  se  encuentra  en  las  memorias 
históricas  del  país. 

Plaga  de  Sanlúcar.  —  Estahabíasido 
la  escuela  del  honrado  ventero,  según 
lo  ([ue  se  dijo  en  el  capítulo  anterior;  y 
era  digna  de  serlo  por  la  clase  de  gente 
que  la  frecuentaba  con  motivo  del  co- 
mercio marítimo  de  Sevilla,  que  se 
hacía  por  Sanlúcar,  y  por  la  concurren- 
cia de  las  Ilotas  de  Indias. 

Potro  de  Córdoba.  —  D.  Antonio  de 
Guevara,  obispo  de  Mondoñedo,  que 
lloreciú  á  principios  de  Carlos  V,  pin- 
tando un  baladrón,  que  cuenta  á  sus 
vecinos  en  la  aldea  sus  campañas  y  las 
batallas  en  que  se  ha  hallado,  dicefft)  : 
//  si  á  mano  viene,  en  todos  aquellos 
tiempos  se  estaba  él  en  Zocodover  de 
Toledo,  ó  en  el  Potro  de  Córdoba.  En 
una  comedia  de  Lope  de  Rueda  intitu- 
lada Los  Engaños,  contestando  Julieta 
á  lo  que  creía  eran  burlas  de  Fabricio, 


(a)  Gap.  IV.  —  (6)  Acto  III,  esc.  I. 


(ü)  Menosprecio  de  la  corle,  cap.  XIV. 


36 


DON    QWJOTt:   DE    LA    MANCHA 


le  decía:  para  mi,  que,  como  dicen, soij 
de  Cárdoha  i/nasci  en  el  Potro.  Esto  de 
nacer  en  cU'olro  causaba  al  parecer  eje- 
cutoria, según  aquella  letrilla  del  Ho- 
niancer o  general  de  Pedro  de  Flores  (a), 
cuyo  estribillo  es  : 

Busquen  otro, 
Que  soy  nacido  en  el  Potro. 

Todo  indica  la  clase  de  reputación  que 
gozaba  aquel  b.irriu.  y  manifiesta  con 
cuánta  oportiiniílad  invocábalas  ninfas 
de  su  fuente  D.  Diego  Hurtado  de  .Men- 
doza en  la  composición  poética  que 
intituló  la  Vida  del  Picaro  : 

Ninfas  de  Esgiieva  y  del  famoso  Potro 
]>e  Córdoba  la  llana,  "que  gradúa 
Con  borla  picaril  y  no  con  otro. 

El  barrio  del  Potro  era  y  es  la  parte  de  la 
ciudad  que  está  más  al  .Mediodía,  for- 
mando de  Oriente  á  Poniente  la  calle 
que  llaman  del  Potro,  desde  el  puente 
hasta  la  puerta  de  Haeza.  Hay  en  dicha 
calle  una  plaza  y  en  medio  de  ella  una 
fuente  de  cuatro  caños,  en  cuyo  centro 
se  ve  sobre  un  globo  un  potro  de  piedra 
de  4  á  o  pies  de  largo,  descansando 
sólo  en  los  dos  pies  de  atrás,  en  actitud 
de  saltar.  De  aquí  les  vino  el  nombre 
á  la  fuente,  á  la  calle  y  al  barrio.  Debió 
haber  en  él  fábricas  de  agujas,  como  se 
indica  después  en  el  capítulo  XVU, 
donde  se  mencionan  los  agujeros  del 
Potro  de  Córdoba,  como  individuos  de 
la  Congregación  picaresca.  Continuaba 
la  misma  fama  del  Potro  de  Ci'irdoba 
después  de  los  tiempos  de  Cervantes, 
cuando  á  mediados  del  siglo  xvii  es- 
cribía Estebanillo  González  ib)  :  Llegué 
á  Córdoba  á  confirmarme  por  angélico 
de  ¡a  calle  de  la  feria  >/  ó  re  finarme  en 
el  agua  de  su  Poiro  :  porque  después  de 
Itaher  sido  estudiante,  paje  y  soldado, 
sólo  este  grado  y  caravana  me  faltaba 
para  doctorarme  en  tas  leyes  que  pro- 
feso. 

Venidlas  de  Toledo.  —  Debieron  ser 
las  que  había  fuera  de  la  población,  en 
sus  inmediaciones.  En  la  comedia  de 
Lope  de  Vega  intitulada  La  Doncella 
Teodor,  se  cuentan  las  ventillas  entre 
los  parajes  adonde  solían  salir  las 
gentes  de  Toledo  á  pasear  y  divertirse, 
puesel  gracioso,  suponiendo  que  Teodor 
había  llegado  á  aquellaciudad,  dice  (c)  : 

(o)  Parte  XII,  fol.  4-29.  —  (6)  Cap.  V.  — 
(c)  Acto  II. 


Pero  ella  debe  de  estar 
En  la  Vepa  o  las  ventillas. 
En  la  liuerta  ó  las  Vistillas 
Tratando  de  merendar. 

Y  que  á  ellas  solía  concurrir  gente 
devota  de  Baco  y  pendenciera,  lo  cuenta 
Cervantes  en  la  comedia  del  Rufián 
dichoso,  donde,  hablando  de  éste  y  de 
sus  valentías,  dice  Fr.  Antonio,  alias 
Lagartija  : 

En  Toledo,  en  las  ventillas, 
Con  siete  tercio|)eleros, 
VA  hecho  zaque,  ellos  cueros, 
L(í  vide  hacer  maravillas. 

En  las  mismas  ventillas  ó  figones 
aprendió  á  jugar  al  rentoi  Carriazü,uno 
de  los  principales  personajes  de  la  no- 
vela la  Ilustre  Fregona.  El  concurso 
seria  mnyor  en  los  tiempos  de  la 
opulencia  y  florecientes  i.ibricas  de 
Toledo,  y,  por  consiguiente,  mayor  la 
ocasión  de  campar  en  ellas  la  gente 
viciosa  y  baladi  (,o). 

El  sitio  donde  empieza  la  novela  Los 
Cigarrales  de  Toledo,  escrita  por  el 
maestro  Tirso  de  Molina,  fué  en  el  ca- 
mino que  viene  de  Madrid  al  emparejar 
con  sus  conocidas  ventas  y  descubrir  la 
dorada  pifia  de  sus  casas.  La  primera 
de  aquellas  ventas,  según  allí  se  ex- 
presa, se  llamaba  de  las  Patas.  Estas 
fueron  verosímilmente  las  designadas 
en  el  pasaje  presente  del  Quijotk. 

Y  otras  diversas  partes.  —  .Agustín 
de  Rojas,  en  la  alocución  al  vulgo  con 
íiue  concluye  su  Viaje  entretenido, 
dando  cuenta  de  su  patria,  padres  y 
oficios,  habla  asi  :  no  digo  que  nací  en 
ei  Potro  de  Córdoba,  ni  me  crié  en  el 
Zocodover  de  Toledo,  ni  aprendí  en  el 
coitíUo  de  Valladolid,  ni  me  refiné  en 
el  Azoguejo  de  Segovia.  Cervantes 
nombra  también,  entre  los  parajes  de 
esta  clase,  las  Rnrharanas  de  Sevilla  ; 
pero  entre  todas  estas  dignísimas  es- 
cuelas y  gimnasios,  daba  la  preferencia 
y  la  palma  á  las  nbnadrabas  de  Zafia- 
?a  (i).  Hablando  en  ln  Ilustre  Fregona 
de  D.  Diego  Carriazo,  joven  prófugo  de 


(S)  Baladi,  se  dice  en  eeneral  de  las  cosas 
y  asuntos  de  poca  monta.  No  anduvo  Cle- 
inencíu  muy  acertado  en  aplicar  el  caliti- 
cativo  á  individuos  que  eran  más  bien  paja- 
ro.^ de  cuenta.  (M.  de  T.) 

(í)  Almadrabas  deZahara.  —  El  doctor  The- 
bussem,  en  su  curioso  libro  Ser/unda  nación 
de  artrculos  da  interesantes  y  amplias  noti- 
cias acerca  de  dichas  almadrabas. 

(M.  de  T.) 


PRIMERA    partí:.    —    CAPH  t  I.O    III  .i  i 

Islíis  de  HiiUí'm,  Comp.is  de  Sevilla,  Azof^uejo  de  Segovia,  la  Oli- 
vera de  Valencia,  liondilla  de  íiranada,  playa  de  Sanlúcar,  r*otro 
de  (líu-doha  y  las  venlillas  de  Toledo,  y  otras  diversas  parles,  donde 
liahía  ejercitado  la  ligereza  de  sus  pies  y  sutileza  de  sus  manos, 
haciendo  muchos  tuertos',  recuestando  muchas  viudas,  desha- 
ciendo algunas  doncellas  y  engañando  á  algunos  pupilos,  y,  final- 
mente, díhidose  á  conocer  por  cuantas  audiencias  y  tribunales  hay 
casi  en  toda  España;  y  que  á  lo  último  se  había  venido  á  recogerá 
aquel  su  castillo,  donde  vivía  con  su  hacienda  y  con  las  ajenas, 
recogiendo  en  élá  todos  los  caballeros  andant(;s  de  cualquiera  cali- 
dad y  condiciíSn  que  fuesen,  sólo  por  la  mucha  afición  que  les  tenia, 
y  porque  partiesen  con  él  de  sus  haberes  en  pago  de  su  buen  deseo, 
üíjole  también  (pie  en  aquel  su  castillo  no  había  capilla  alguna 
donde  poder  velar  las  armas,  porque  estaba  derribada  para  hacerla 
de  nuevo;  pero  (¡ue  en  caso  de  necesidad  él  sabía  que  se  podían 
velar  donde  quiera,  y  que  aquella  noche  las  podría  velar  en  un  patio 
del  castillo;  que  á  la  mañana,  siendo  Dios  servido,  se  harían  las 
debidas  ceremonias,  de  manera  que  él  quedase  armado  caballero, 
y  tan  caballero  que  no  pudiese  ser  más  en  el  mundo.  Preguntóle  si 
traía  dineros  :  respondió  D.  Quijote  que  no  traía  blanca,  porque 
él  nunca  había  leído  en  las  historias  de  los  caballeros  andantes 
que  ninguno   los    hubiese    traído  ^.  A  esto  dijo   el   ventero   que 


la  casa  paterna,  dice  que  pasó  por 
todos  los  grados  de  picaro  hasta  que  se 
graduó  de  maestro  en  las  almadrahus 
de  Zallara,  donde  es  el  finibusterre  de 
la  picaresca.  ¡  Oh  picaros,  continúa, 
/  oh  picaros  de  cocina,  sticios,  gordos  y 
lucios;  pobres  fingidos,  tullidos  falsos, 
cicateruelos  de  Zocúdover,  de  la  plaza 
de  Madrid,  vistosos  oracioneros,  espor- 
tilleros de  Sevilla,  tnandilejos  de  la 
hampa,  con  toda  la  caterva  innume- 
rable que  se  encierra  debajo  deste 
nombre  ¡  PICARO  I  bajad  el  toldo, 
amainad  el  brío,  no  os  llaméis  picaros 
si  no  habéis  cursado  dos  cursos  en  la 
academia  de  la  pesca  de  los  alunes! 

1.  ¡Qué  bien  delineado  está  el  ca- 
rácter socarrón  y  taimado  del  ven- 
tero !  El  oficio  de  los  caballeros  an- 
dantes era  deshacer  tuertos  y  amparar 
las  viudas,  doncellas,  pupilos,  y,  en 
general,  á  los  que  por  sí  solos  no  po- 
dían defenderse  de  las  violencias  de 
los  demás.  El  ventero  hace  aquí  una 
reseña  de  todo  lo  contrario,  que  era  lo 
que  él  había  practicado  antes  de  reti- 
rarse  á    su   venta    ó    castillo,    donde 


vivía  de  lo  suyo  y  de  lo  ajeno,  parti- 
cipando, en  cuanto  le  era  dable,  de 
los  haberes  de  los  pasajeros.  La  úl- 
tima expresión  del  ventero  recuerda 
lo  que  se  refiere  en  la  historia  de  Don 
Olivante  de  Laura  (a)  de  un  caballero 
llamado  Arlistar,  señor  de  un  cas- 
tillo, el  cual,  aunque  muy  buen  caba- 
llero fuese,  como  no  tuviese  otra  cosa 
que  este  castillo  de  que  mantenerse, 
empleaba  su  bondad  en  aprovecharse  de 
los  caballeros  y  otras  personas  que 
por  estos  caminos  pasaban,  haciendo 
que  partiesen  co7i  él  de  lo  que  tenían. 
Olivante  lo  venció  y  mató,  poniendo 
en  libertad  á  muchos  caballeros  y  escu- 
deros que  tenía  presos  en  el  castillo. 

2.  D.  Quijote,  diciendo  que  no 
había  leído  en  las  historias  de  los 
caballeros  andantes  que  ninguno  de 
ellos  hubiese  traído  dineros,  no  estaba 
en  lo  cierto  ó  lo  había  olvidado. 
Cuando  Amadis  de  Gaula,  á  quien  el 
mismo  Don  Quijote  calificó  de  uno  de 
los  más  perfectos  caballeros  andantes, 

(a)  Lib.  II,  cap.  II. 


:{.s 


DON    OIIJOIK    DK    I.A    MANCHA 


se  engañaba,  que  puesto  caso  que  en  las  historias  no  se  escri- 
bía, por  haberles  pareciólo  á  los  autores  dellas  que  no  era  me- 
nester escribir  una  cosa  tan  clara  y  tan  necesaria  de  traerse, 
como  eran  dineros  y  camisas  limpias',  no  por  eso  se  había  de 
creer  que  no  los  Irujeron  ;  y  así  tuviese  por  cierto  y  averiguado 
(|uc  todos  los  caballeros  andantes  (de  que  tantos  libros  están  llenos 
y  atestados)  llevaban  bien  herradas  las  bolsas^  por  lo  que  pudiese 
sucederles;  y  que  asimismo  llevaban  camisas  y  una  arqueta  pe- 
queña llena  de  ungüentos  para  curar  las  heridas  que  recebían,  por- 
que no  todas  veces  en  los  campos  y  desiertos  donde  se  combatían 
y  salían  heridos  había  quien  los  curase,  si  ya  no  era  que  tenían 
algún  sabio  encantador  por  amigo,  que  luego  los  socorría  trayendo 
por  el  aire  en  alguna  nube  alguna  doncella  ó  enano  con  alguna 
redoma  de  agua  de  tal  virtud,  que  en  gustando  alguna  gota  della, 
luego  al  punto  quedaban  sanos  de  sus  llagas  y  heridas,  como  si  mal 
alguno  no  hubiesen  tenido^ :  masque  en  tanto  que  esto  no  hubiese. 


añadiendo  que  fué  el  norte,  el  lucero, 
el  sol  de  los  valienlen  y  enanioraduH 
caballeros,  á  quien  debían  iniUar  lodos 
aquellos  que  debajo  de  la  bandera  de 
amor  ;/  de  la  caballería  mili f aban  (a)  ; 
cuando  Amadís,  di^o,  volvió  de  ia 
Peñaijobre,  después  de  su  Penitencia  á 
Miraflores,  se  proveyó  del  dinero  que 
para  armas  >/  caballo  é  cosas  de  vestir 
necesario  era  [b,.  Otro  ejemplo  de  lo 
mismo  suministra  la  historia  de  Oli- 
veros de  Castilla,  que  al  salirse  ocul- 
tamente de  la  corte  del  Hey  su  padre, 
puso  una  barjuleta  con  tres  mil  doblas 
de  oro  en  el  arzc'm  de  la  silla  de  su 
caballo  [c).  En  el  progreso  de  estas 
notas  habrá  ocasiones  repelidas  de 
advertir  que  D.  Quijote,  en  fuerza  del 
desarreglo  de  su  cerebro,  olvidaba  lal 
vez  ó  equivocaría  y  confundía  las  es- 
pecies que  había  leído  en  los  libros 
caballerescos. 

1.  Los  dineros  y  las  camisas  limpias 
no   se    escriben. :í).    Quedara  corriente 

(í)  ;  Qup  manía  de  corregir  y  qué  estre- 
chez de  criterio '.  Escribir  se  ve  claramente 
que  está  empleado  [>or  mencionar,  consignax. 
Calderón,  en  su  inmortal  drama  La  Vida  es 
sueño,  dice 

Lo  quf  está  determinado 
Del  cielo,  y  en  azul  tabla 
Dios  cou  el  dedo  escribió. 


(a)  Cap.  XXV  de  la  primera  parte. 
Amádis,  cap.  LII.  —  (c)  Gap.  XH. 


{¿) 


el  discurso  si  se  suprimiesen  las  pala- 
bras y  lan  necesaria  de  traerse,  como 
eran  dineros  y  camisas  limpias. 

2.  Bien  herradas  es  tiien  provistas  de 
dinero,  no  de  hierro,  como  suena  la  ex- 
presi<')ü,  acaso  por  los  candados  y  cerra- 
duras que  suelen  acompañar  á  las  arcas, 
sacos  1)  bolsas  donde  se  lleva  la  moneda. 
Asi  lo  muestra  el  reirán  del  Comenda- 
dor griego  la  hortelana  trae  la  bolsa 
herrada,  y  el  otro  de  Juan  de  iMalara 
herradas  llevan  las  bolsas  los  que  de 
Sevilla  salen.  D.  Juan  Bowle  citó  am- 
bos refranes  en  sus  anotaciones  sobre 
este  lugar  del  Quuotk. 

3.  La.  Historia  de  D.  ¡ielianis  abunda 
de  curaciones  prodiiiiosas  de  esta  clase. 
Aquel  Principe  y  su  primo  y  compa- 
ñero Aríileo  estaban  malaujente  he- 
ridos en  el  Bosque  peligroso.  A  deshora 
se  vio  venir  por  ei  aire  un  carro  de 
cristal  tirado  de  s'.is  grifos,  en  el  cual 
venían  dos  pequeños  enanos  enviados 
pnr  la  sabia  Belonia,  señora  de  las 
Montañas  desiertas,  para  llevarse,  como 
lo  hicieron,  los  dos  heridos  caballeros 
á  los  palacios  de  Belonia,  donde  fueron 


Por  su  parte,  dice  Rodrigo  Caro,  en  la 
oda  :  A  la*  ruinas  de  Itálica,  dice  : 

¡  Casas,  palacios,  Césares  murieron, 
Y  auD  las  piedras  que  de  ellos  se  escribieron. 
(M.  de  T.) 


nuMiiHA   i'AHri:.   —  cM'írrr.o  iii  '>,'.) 

luvicroii  los  pasados  cahalloros  por  cosa  acorladj»  (pic  sus  escu- 
deros l'ucsen  proveídos  úo.  dineros  y  do  otras  rosas  necesarias, 
ionio  eran  hilas  v  ungiu'nlos  para  curarse  :  y  cuando  sucedía  que 
los  tales  caballeros  no  tenían  escuderos  (que  eran  pocas  y  raras 
\eces),  ellos  mismos  lo  llevaban  todo  en  unas  alforjas  muy  sutiles, 
(pie  casi  no  se  parecían,  á  las  ancas  del  caballo,  como  que  era  otra 
cosa  de  más  im|i(>rtancia  '  :  porque  no  siendo  por  ocasión  seme- 


ciirados  de  sus  heridas  (a).  VA  Empe- 
rador n.  Uclaiiin  había  quedado  nior- 
Ifilmente  herido  en  la  batalla  ron  el 
Principe  Y),  (ialanio  de  Antioquía,  y 
:'staba  ya  á  puuto  de  expirar,  cunndo 
■!C  presentó  en  forma  de  doncella  la 
;abia  Helonia  :  la  cual,  sacando  una 
vedomica  que  dentro  una  caja  traía, 
sacó  della  una  confección  tan  ohrosa, 
que  el  Emperador  //  cvanlos  uUi  liubia 
fueron  miiy  conhortados:  y  tomándola 
de  la  mano,  sin  ningún  recelo  la  fjebió 
toda,  y  á  la  hora  se  sintió  tan  sano 
como  si  mal  ni  herida  alguna  hubiese 
tenido  [b).  Habiéndose  combatido  sin 
conocerse  D.  Belianis  y  su  padre,  por 
artificio  y  dolo  del  aiago  Fristón,  y 
herido  gravemente  uno  á  otro,  se  les 
apareció  la  sabia  Belonia  acompasada 
de  cuatro  gigantes,  y  comiendo  de  lo 
que  ésta  les  di<'>,  quedaron  lan  sanos 
como  si  mal  alguno  por  ellos  no  hu- 
biera pasado  (c). 

Añadiré  otros  posajes  semejantes  to- 
mados de  diferentes  libros  caballe- 
rescos. 

Del  de  Amadis  de  Grecia. —  Urganda 
lo  trabó  de  su  brazo,  diciendo  ¡  ay 
Amadis  .'  no  ofend"s  más  al  señor  que 
te  engendró,  que  tu  padre  es  ese  que 
tienes  delante  de  ti  ..  Covw  esto  ella 
acabó  de  decir,  súpita)nenfe  Amadis  de 
Grecia,  de  la  espada  que  en  los  pechos 
tenia  figurada  sintió  tal  calor,  quepa- 
recia  quemarle  en  vivas  llamas :  7nas 
luego  se  hizo  una  nube  que  los  cubrió 
á  todos  tres  (Urganda,  Amadis  y  Li- 
suarte.  á  quien  iba  á  matar  Amadis), 
la  cual  en  un  punto  fué  deshecha,  y 
quedaron  cercados  de  veinticuatro  don- 
cellas, todas  con  arpas  y  otros  instru- 
mentos, y  en  medio  deltas  aquel  hon- 
rado viejo  Alquife,  el  cual  en  la  mano 
traía  una   redoma  de  agua,  y  dando 


(a)  Lib.  I,  cap.  vm.   —  (6)  Ih.,  cap.  IX. 
-  lr^  Ih.,  cnp.  XXXVII. 


con  ella  en  el  yelmo  de  Amadis  de 
Greda,  fue  quebrada  y  el  agua  por  él 
derramada,  que  luego  le  quitó  el  ardor 
de  tu  espada  :  el  cual  ÍAmadis)...  se 
hincó  de  hinojos,  llorando  de  placer 
ante  Lisuarte  [a\. 

Üe  la  Historia  de  D.  Olivante  de 
Laura.  —  El  Bey.  con  el  Príncipe  Oli- 
vante y  todos  los  altos  hombres  y  ca- 
bitlleros,  con  el  ungüento  que  la  sabia 
Ipermea  les  habia  jmesto,  se  hallaron 
tan  .lanos  como  si  ninguna  herida  hu~ 
liieran  tenido  (6). 

De  Florambel  de  Lucea.  —  La  fada 
Morgaina  puso  en  la  boca  de  Flo- 
rambel, mortalmente  herido  y  ya  con 
las  ansias  de  la  muerte,  la  fruta  del 
Árbol  saludable.  Él,  aunque  apenas 
podía  abrir  la  boca,  esforzóse  cuanto 
pudo:  y  con  el  deseo  de  guarescer... 
comió  ya  cuanto  pudo  della,  y  en  aca- 
llándola de  tragar,  fué  tan  sano  como 
si  nunca  fuese  ferido  (c). 

Del  Caballei-o  de  la  Cruz.  —  Es- 
tando el  caballero  Floramor  muy  lla- 
gado, se  sentó  cnuna  peña  á  orilla  del 
}nar,  y  vio  venir  un  gran  delfín  cuyas 
escamas  parecían  de  fino  oro.  Sobre  él 
venía  una  hermosa  doncella,  cantando 
dulcemente  y  accomppñándose  con  su 
laú<l.  Llegarla  al  caballero,  le  saludí» 
cortésmente.  y  sacó  de  la  manga  un 
barrilete  de  oro  con  cierto  licor  que  le 
enviaba  el  sabio  Artidoro,  el  cual  be- 
bido, se  halló  tan  bueno  y  sano  como 
si  jamás  hulñese  tenido  mal  alguno  {d}. 

1.  Parecía  natural  decir  de  menos 
importancia  ;  y  en  todo  caso,  hubiera 
sido  mejor  suprimir  la  expresión.  No 
le  ocurrii')  al  ventero  que  todo  podría 
llevarse  en  ima  maleta,  que  seria  más 
decente  que  las  alforjas  :  á  no  ser  que 
Cervantes   quisiese   hacer   resa'tar    lo 


ífñ  Paite  II.  cap.  LXI.  —  f¿>)  Lib.  II.  cap. 
XIV.  —  (f)  Lib.  III,  cap.  IX.  ~  (t/)  Lib.  II. 
cap,  J.XIV. 


¥)  DON    ni  I.IOTK    I)K    I. A    MANf.HA 

jante,  esto  de  llevar  alforjas  no  fué  muy  admitido  entre  los  caba- 
lleros andantes,  y  por  esto  le  daba  por  consejo  'pues  aun  se  lo  podía 
mandar  como  á  su  ahijado  «pjc  tan  jjresto  lo  había  de  ser)  *  que 
no  caminase  de  allí  adelante  sin  dineros  y  sin  las  prevenciones 
referidas^,  y  que  vería  cuan  bien  se  hallaba  con  ellas,  cuando 
menos  se  pensase.  Prometióle  D.  Quijote  de  hacer  lo  que  se 
le  aconsejaba  con  toda  puntualidad  ;  y  así  se  dio  luego  orden 
como  velase  las  armas  en  un  corral  grande  que  á  un  lado 
de  la  venta  estaba,  y  recogiéndolas  D.  Ouijote  todas ^,  las  puso 
sobre  una  pila  que  junto  á  un  pozo  estaba,  y  embrazando  su 
adarga  asió  de  su  lanza,  y  con  gentil  continente  se  comenzó  á 


ridículo  (le  las  alforjas  en  un  caballero 
andante,  como  se  indica  en  las  pala- 
bras inmediatas.  En  el  capitulo  VI  se 
repiten  otra  vez  las  palabras  ile  más 
importancia  en  ocasión  que  también 
debiera,  al  parecer,  decir  de  únenos 
importancia  :  y  quede  dicho  de  ahora 
para  entonces  (r,). 

1.  De  las  obligaciones  de  los  que  se 
armaban  caballeros  para  con  sus  pa- 
drinos habla  con  e.xtensión  el  Doc- 
trinal de  Caballeros,  en  el  libro  I, 
capítulo  111.  Ahijado,  dice,  relación  á 
padrino,  cuyo  nombre  se  daba  al  que 
conferia  la  orden  de  caballería,  según 
se  ve  por  aquel  romance  antiguo  : 

El  hijo  fie  Arias  Gonzalo, 
el  uiaiicebito  Pedrarias, 
para  responder  á  un  reto 
velando  estaba  sus  armas. 
Era  su  padre  el  padrino, 
la  madrina  Doña  Urraca, 
y  el  Obispo  de  Zamora 
es  el  que  la  misa  canta... 
Al  armarle  caballero, 
sacó  el  padrino  la  espada  ; 
dándole  con  ella  un  ko'P^i 
le  dice  aque.^tas  palabras : 
Caballero  eres,  mi  hijo, 
hidalgo  y  de  noble  casta... 
Á  Zamora  te  encomiendo 
contra  D.  Dietjo  de  Lara... 
Y  en  el  libro  de  la  misa 
le  tomó  jura  y  palabra. 
Pedrarias  dice :  Sí  otorgo 
por  aquestas  letras  santas. 

Pero  la  denominación  de  padrino  no 
se  ceñía  sólo  al  que  armaba  al  ca- 
ballero novel,  sino  también  á  los  que 

(f.)  .Se  parecían  (por  se  veían  ó  se  notaian) 
es  expresión  muy  castiza.  Los  señores  Cal- 


Los  señores  Cal 
aeron  y  uoriejon  aan  un  palmetazo  mere 
á  Clpniencín  con  motivo  de  este  reparo. 
lU.  de  T 


es  expresión  muy  casiiza.  Liüs  suui 

derón  y  Corlejón  dan  un  palmetazo  merecido 


(M.  de  T.) 


concurrían  á  la  ceremonia,  como  se 
muestra  por  las  leyes  15  y  16  del 
til.  X.Xl  de  la  partida  2".  La  última 
dice  :  bebdo  lian  los  caballeros  noveles 
non  tan  so  lamiente  con  aquellos  que 
los  facen,  mas  aun  con  los  padrinos 
que  les  ciñen  las  espadas  :  ca  bien  asi 
como  son  tenudos  de  obedescer  et  de 
fionrar  á  los  que  les  dan  la  orden  de 
caballería,  otrosí  lo  sun  n  los  padrinos 
que  son  confirmadores  della. 

2.  Hecebidas  se  puso  en  la  edición 
primitia  del  Qlmote,  hecha  en  el  año 
de  16Ü.J  (0)  ;  pero  fué  evidentemente 
error  de  imprenta  por  referidas,  que  es 
como  se  puso  en  otra  edición  del  mismo 
año  de  ItíuS.  Sin  embargo,  el  error  se 
repitió  en  la  de  1608,  y  la  Academia 
Española,  que  lo  advirtió  asi  en  una 
nota,  conservó  el  pasaje  viciado  por 
una  nimia  escrupulosidad  en  seguir  el 
texto  que  se  había  propuesto  para 
su  última  ediciiin  del  año  1819. 

:i.  Se  entiende  ú  excepción  de  la 
celada,  pues  como  se  dijo  en  el  capí- 
tulo precedente,  se  quedó  con  ella 
puesta  toda  la  noche,  por  no  cortarlas 
cintas  verdes  con  que  la  traía  atada. 
Es  de  notar  la  excesiva  repetición  de 
la  partícula  y  en  el  presente  período  : 
Y  así  se  dio  luef/o  orden  como  velase  las 
armas...  y  recoyiéndolas  D.  Quijote 
todas,  las  puso  sobre  vna  pila...  y  em- 
brazando su  adarya  asió  de  su  lanza, 
y  con  gentil  continente  se  comenzó  d 
pasear...  y  cuando  comenzó  el  paseo, 
comenzaba  á  cerrar  la  noche.  Tanta 
repetición  hace  lánguido  y  pesado  el 
discurso. 

(9)  Es  un  error,  pues  la  1.'  edición  de 
Cuesta,  de  KXij,  tiene  referidas,  según  con- 
signa el  señor  Cortejón.  (.\d.  de  T.; 


I'KIMKIIA    l'AllTi;, 


flAPITiri.O    III 


41 


j);isonr  dclaiilc  de  I;i  pila  ;  y  ciiando  cmiicii/íí  rl  pasco,  comenzaba 
á  cerrar  la  noche.  Coníó  el  ventero  á  lodos  cuanlos  estaban  en  la 
venia  la  locura  de  su  huésped,  la  vela  de  las  arnuis  y  la  armazón 
de  caballería  '  que  esperaba.  Admirándose  de  tan  extraño  género 
de  locura,  fuéronselo  á  mirar  desde  lejos,  y  vieron  que  con  sose- 
«íado  ailemán  unas  veces  se  paseaba,  otras  arrimado  á  su  lanza 
|)onía  los  ojos  en  las  armas,  sin  quitarlos  por  un  buen  espacio  de 
ellas.  Acabó  de  cerrar  la  noche  ^  con  tanta  claridad  de  la  luna, 
que  podía  competir  con  el  que  se  la  prestaba,)  de  manera  (pae 
cuanto  el  novel  caballero  hacía  era  bien  viste  de  todos.  Antojósele 
en  esto  á  uno  de  los  arrieros  f|ue  estaban  en  la  venta  ir  A  dar  agua 
á  su  recua,  y  fué  menester  quitar  las  armas  de  D.  Quijote,  que 
estaban  sobre  la  pila,  el  cual  viéndole  llegar,  en  voz  alta  le  dijo  : 
Oh  tú,  (piien  (juiera  que  seas,  atrevido  caballero,  que  llegas  á  tocar 
las  armas  del  más  valeroso  andante  que  jamás  se  ciñó  espada, 
mira  lo  (¡ue  haces,  y  no  las  toques  si  no  quieres  dejar  la  vida  en 
pago  de  tu  atrevimiento.  No  se  curó  el  arriero  de  estas  razones  (y 
fuera  mejor  que  se  curara,  porque  fuera  curarse  en  salud  ^)  ; 
antes  trabando  de  las  correas  las  arrojó  gran  trecho  de  sí.  Lo  cual 
visto  por  D.  Quijote,  alzó  los  ojos  al  cielo,  y  puesto  el  pensamiento 
(á  lo  que  pareció)  en  su  señora  Dulcinea  ',  dijo  :  Acorredme, 
señora  mía,  en  esta  primera  afrenta  que  á  este  vuestro  a\-asallado 


l.Esel  acto  de  armarse  caballero,  á 
que  se  din  el  nombre  de  armazón  para 
ridiculizarlo.  Armazón  (i)  significa  el 
conjunto  de  piezas  de  madera  ú  otra  ma- 
teria sobre  que  se  arma  ó  forja  alguna 
cosa,  como  las  costillas  del  navio  ó  las 
vigas  del  tejado. 

2.  Cuando  llegó  D.  Quijote  á  la  venta, 
era  á  tiempo  que  anochecía,  como  se 
expreso  en  el  capitulo  anterior.  Pasó 
después  la  conversacir'm  con  las  dos 
mozas,  otra  luego  con  el  ventero,  en 
seguida  se  desaiimi  con  gran  dificultad, 
ceñó  con  mucho  trabajo,  siguió  el  se- 
gundo coloquio  con  el  huésped  en  la 
caballeriza,  se  di(i  orden  para  la  vela 
de  las  armas,  iba  ya  un  buen  espacio 

(i)  Armazón  significa  además  el  acto  de 
armar,  según  consta  en  la  i'.',."  edición  de  la 
Academia  y  en  la  7.''  que  pudo  consultar  Cle- 
mencín,  y  en  la  S.'  (de  1837)  en  cuya  prepa- 
ración debió  tomar  parte.  Pero  entonces, 
como  ahora,  con  raras  excepciones,  los  aca- 
démicos eran  los  primeros  en  transgredir  ó 
desdeñar  los  preceptos  de  la  Academia.  Véase 
además  la  nota  (v.  ¡)ag.  ;¡4).         {M.  de  T.j 


de  ella  :  y  ahora  se  dice  que  acabó  de 
cerrar  la  noche.  ¡  Qué  poco  tiempo  para 
tantas  cosas ! 

3.  Nótese  el  uso  del  verbo  curarse 
en  sus  dos  distintas  acepciones.  Cer- 
vantes usó  ordinariamente  de  esta 
clase  de  equívocos  con  oportunidad  y 
discreción,  sin  el  abuso  que  otros  inge- 
nios inmediatos  á  su  tiempo  hicieron 
de  este  medio  de  amenizar  el  discurso. 

4.  El  paréntesis  es  impertinente, 
porque  ¿cuáles  fueron  las  señales  que 
hubo  para  que  así  pareciese?  Fuera  de 
que  no  las  necesitan  los  sabios  encan- 
tadores, coronistas  de  los  caballeros 
andantes,  porque  á  los  tales  no  se  les 
encubre  nada  de  lo  que  quieren  escri- 
bir. Así  decía  D.  Quijote  á  Sancho  en 
el  capítulo  II  de  la  segunda  parte, 
cuando  Sancho  se  espantaba  de  que  en 
la  primera  se  contasen  cosas  que  habían 
pasado  entre  ellos  á  solas. 

Sobre  la  costumbre  de  invocar  los 
caballeros  á  sus  damas  en  ocasiones 
de  peligro,  habrá  lugar  de  hablar  exten- 
samente en  adelante. 


-42 


DON  orijor;:  di-:  i. a  mancha 


pecho  se  le  ofrece  :  no  me  desfallezca  en  este  primero  trance 
vuestro  favor  v  amparo  :  y  diciendo  estas  y  otras  semejantes 
razones,  soltando  la  adarga  alzó  la  lanza  á  dos  manos,  y  dio  con 
ella  tan  j^ran  golpe  al  arj-iero  en  la  cabeza,  que  le  derribó  en  el 
suelo  tan  mal  Ireelio,  (pie  si  segundara  con  olro,  no  tuviera  n(!ce- 
sidad  (le  maestro  que  le  cui-ara  *.  Hecho  esto,  recogió  sus  armas 
y  tornó  á  pasearse  con  el  mismo  reposo  que  primero.  Desde  alÜ 
á  poco,  sin  saberse  lo  que  había  pasado  fporque  aun  estaba 
aturdido  el  arriero),  llegó  otro  con  la  misma  intención  de  dar  agua 
á  sus  mulos,  y  llegando  á  quitar  las  armas  para  desembarazar  la 
pila,  sin  hablar  D.  Quijote  palabra,  y  sin  pedir  favor  á  nadie, 
soltó  otra  vez  la  adarga,  y  alzó  otra  vez  la  lanza,  y  sin  hacerla 
pedazos,  hizo  más  de  tres  la  cabeza  del  segundo  arriero,  porque  se 
la  abrió  por  cuatro  -.  Al  ruido  acudió  toda  la  gente  de  la  venia,  y 
entre  ellos  el  ventero.  Viendo  esto  D.  Quijote,  embrazó  su  adarga, 
y  puesta  mano  á  su  espada,  dijo  :  Oh  señora  de  la  fermosiu'a, 
esfuerzo  y  vigor  del  debilitado  corazón  mío,  ahora  es  tiempo  que 
vuelvas  los  ojos  de  tu  grandeza  á  este  tu  cauiivo  caballero,  que 
tamaña  aventura  está  atendiendo^.  Con  esto  cobró  á  su  parecer 
tanto  ánimo  ',  que  si  le  acometieran  todos  los  a  neros  del  mundo 


1.  Maestro  significa  cirujano,  y  los 
muertos  ya  no  lo  necesitan.  El  uso  ile 
esta  expreslñn  es  frecuente  para  deno- 
tar la  muerte  de  los  heridos  en  las  his- 
torias caballerescas.  El  Caballero  del 
Cisne,  derribado  del  caballo,  .se  levunló 
luego  i'f  pie,  é  metió  mano  á  la  espada, 
é  comenzó  d  se  defender  muy  fiera- 
mente, é  dábales  tamañas  feridas,  que 
al  que  alcanzaba  bien  no  hatña  me- 
nester maestro  [a).  Pahnerin  de  Oliva, 
encontrándose  con  un  falso  y  traidor 
caballero,  alzó  la  espada  é  díale  tal 
herida  encima  de  la  cabeza,  que  no 
hubo  m"nester  maestro  (/;,.  Priraaleón, 
acometido  de  tres  caballeros,  hiric')  tan 

fioderosamente  á  uno  de  ellos  con  la 
anza,  que  no  hubo  menester  7naestro, 
Y  dio  con  él  muerto  en  tierra  (cj.  Pe- 
leando Lisuarte  de  Grecia  con  los  hom- 
bres de  un  castillo,  los  hería  con  su 
espada  de  tan  crueles  palpes,  que  al 
que  derecho  alcanzaba  nn  habia  me- 
nester maeslrii  id).  El  Caballero  de  la 
extraña  Barca  (asi  se  llamaba  entonces 
Leandro  el  Bel)  peleó  en  la  isla  Verde 
con  seis  caballeros,  y  al  que  encontró, 

(o)  Lib.  I.  cap.  CXIV.  —  (6)  Cap.  I.XV. 
—  (c)  Cap.  LXXXV.  -  ((/)  Cap.  LIV. 


no  hubomenester  maestro  que  lo  curase, 
que  muerto  cayó  en  el  suelo  (a).  Omito 
otros  ejemplos. 

2.  Las  palabras  y  sin  hacerla  pe- 
dazos inílican  al  parecer  que  ante- 
riormente se  ha  hablado  de  al^'ima  otra 
cosa  semejante  hedía  pedazos  {•/.) :  pero 
no  es  asi.  ni  hay  mención  de  ello  en  lo 
que  precede.  Añádese  que  Don  Quijote 
le  abrió  al  arriero  la  cabeza /)<»•  cuatro, 
y  no  se  dice  qué  cuatro;  debió  ser 
parles. 

3.  Atender,  verbo  usado  frecuente- 
mente por  nuestro.s  antiguos  escritores 
en  la  significaciiin  de  esperar,  délo  que 
pudieran  traerse  muchos  ejemplos,  aun 
sin  salir  del  (Quijote. 

4.  Yendo  Lisuarte  de  Grecia  ú  pelean 
con  un  caballero  encantado,  decía  entre 
si  :;0/í  mi  señora.'  Vos  me  dad  esfuerzo 

(a)  Caballero  de  la  Cruz,  Hb.  II,  cap.  LXXIX. 

íx)  Pedazos.  —  La  frase  es  clara  y  correcta  y 
no  lia  á  entender  lo  que  pietendt;  Clenieiicía. 
cuyo  afán  de  criticar  sin  medida  trae  á  la 
me'inoria  ei  conocido  epigrama  del  español  : 


Que  se  murió  estando  bueoo 
Por  querer  estar  mejor. 


(leT.) 


i'Hi\ii:ii\   í'Aini-: 


CAIMII   I.O    III 


4a 


no  volviorn  el  pie  atnís.  Los  compañeros  de  los  heridos,  que  tales 
los  vieron,  comenzaron  desde  lejos  á  llover  piedras  sobre  1).  Oui- 
jole,  el  cual  lo  mejor  (jue  podía  se  reparaba  con  su  adarf^a,  y  no 
se  osaba  aparlar  de  la  pila  ¡lor  no  desamparar  las  armas.  I']l  ventero 
daba  voces  (¡ue  b;  diíjasen,  porque  ya  les  había  dicho  como  era 
loco ',  y  (jue  por  loco  se  libraría  aunque  los  matase  á  todos. 
También  Ü.  Quijote  las  daba  mayores  -  llamándolos  de  alevosos 
y  traidores,  y  que  el  señor  del  castillo  era  un  follón  y  mal  nacido 
caballero,  pues  de  tal  manera  consentía  (jue  se  tratasen  los 
andantes  caballeros  •',  y  que  si  él  hubicia  recebi<lo  la  orden  de 
caballería,  (pie  él  le  diera á  entender  su  alevosía;  pero  de  vosotros, 
soez  y  baja  canalla  '',  no  hago  caso  alguno  :  tirad,  llegad,  venid, 
y  ofendedme  en  cuanto  pudiéredes,  que  vosotros  veréis  el  pago 
que  lleváis  de  vuestra  sandez  y  demasía.  Decía  esto  con  tanto  brío 
y  denuedo,  que  inrundi()  un  terrible  temor  en  los  que  le  aco- 
metían •'  :  y  así  por  esto  como  por  las  persuasiones  del  ventero  le 
dejaron  de  tirar,  y  él  dejó  retirar  á  los  heridos,  y  tornó  á  la  vela 
de  sus  armas  con  la  misma  quietud  y  sosiego  que  primero.  No  le 
parecieron  bien  al  ventero  las  burlas  de  su  huésped,  y  determinó 
abreviar  y  darle  la  negra  orden  de    caballería  luego,   antes  que 


y  poder  para  acabar  eslo,  que  con  vues- 
tra aijucía  tiinf/unacosa  temo.  Diciendo 
estas  palabras  crecióle  tanto  el  corazón^ 
que  le  pareció  romper  los  pechos  («i. 
Amatlis  de  Gaula,  ea  el  tiempo  que  se 
llamaba  Beltenebros,  ai  ir  á  combatirse 
con  el  gigante  Famongomadán,  dirigic'> 
la  vista  hacia  donde  caía  Miraflores,  é 
dijo  :  ¡Oh  mi  señor-a  Oriatia.'  minea 
comencé  yo  cjran  hecho  en  mi  esfuerzo 
donde  quiera  que  me  /tallase,  sino  en 
el  vuestro  :  y  agora,  mi  buena  señoi^a, 
me  acorred,  pws  que  me  es  tanto  me- 
nester. Con  esto  le  paresció  que  le  vino 
tan  gran  esfuerzo,  que  perder  le  hizo 
todo  pavor  (hj.  Cervantes  tenía  sin  duda 
presente  este  pasaje  de  Amadís,  cuyas 
palabras  copió  en  parte. 

1.  Ejemplo  de  la  partícula  como  usada 
en  vez  de  que,  según  se  acostumbra  en 
el  estilo  familiar. 

2.  No  hay  armonía  entre  también  y 
mayores  :    uno    ú    otro  hubo   de   su- 

firimirse    para   que    quedase   bien    el 
enguaje.     También    indica    igualdad; 
mayores  aumento,  y  se  contradicen. 

3.  Falta  un  verbo  :  y  decía  que  el 
Sr.  del  cusidlo,  etcétera.  La  expresión 

(o)  Cap.  LXXIX.  -  [h]  Cap.  LV. 


que  se  tratasen  [\)  los  caballeros  an- 
dantes tampoco  está  bien  :  sería  mejor 
que  se  tratase  á  los  caballeros  an- 
dantes. 

4.  Hasta  aquí  hablaba  y  refería  ei 
fabulista:  mas  ahora  toma  de  repente 
la  palabra  D.  Quijote,  y  continúa  ha- 
blando en  propia  persona,  y  apostro- 
fando á  la  soez  y  baja  chusma  de  la 
venta,  que  le  apedreaba  desde  lejos. 
Este  tránsito  es  rápido  y  elegante  : 
indica  el  furor  que  en  aquel  momento 
agitaba  al  héroe  manchego. 

r\.  Tenihle  temor  {p.)  es  como  gozo 
alegre,  terremoto  de  tierra,  manejo  de 
mano,  y  otros  pleonasmos  de  este  jaez. 
Se  hubiera  evitado  IVirilmente  escri- 
biendo grande  ó  indecilile  temor. 

{'i.)  Se  tratasen,  por  fvesen  tratados,  e=tá 
perfectamente,  según  la  doctrina  acailéniica. 
(M.  de  T.) 

(¡i)  Terrible  temor.  —  El  comentarista  des- 
conoce ei  valor  de  las  palabras.  Cervantes  no 
dice  terror,  sino  temor,  y  éste,  la  mayor  parte 
de  las  veces,  no  tiene  nada  de  terrible,  como 
el  temor  de  no  hacer  bien  algo,  de  llei/ar  tarde, 
y  'd  temor  que  abrigo  de  molestar  al  lector 
multiplicando  estas  notas,  sin  embargo  de 
que  no  pongo  todas  las  que  exigiría  el  co- 
mentario. (M.  de  T.) 


44  DON    OUI.IOTE    DK    lA    MANCHA 

otra  desgracia  sucediese  :  y  así  llegándose  á  él,  se  desculpó  de  la 
insolencia  ^  que  aquella  gente  baja  con  él  había  usado,  sin  que 
él  supiese  cosa  alguna ;  pero  que  bien  castigados  quedaban  '■*  de 
su  atrevimiento.  Dijole,  como  ya  le  había  dicho,  que  en  aquel 
castillo  no  había  capilla,  y  para  lo  que  restaba  de  hacer  tampoco 
era  necesaria  :  que  todo  el  toque  de  quedar  armado  caballero 
consistía  en  la  pescozada  y  en  el  espaldarazo  ^,  según  él  tenía 
noticia  del  ceremonial  de  la  orden,  y  que  aquello  en  mitad  de  un 
campo  se  podía  hacer;  y  que  ya  había  cumplido  con  lo  que  tocaba 
al  velar  de  las  armas,  que  con  solas  dos  horas  de  vela  se  cumplía  *, 
cuanto  más  que  él  había  estado  más  de  cuatro.  Todo  se  lo  creyó 
D.  Quijote,  y  dijo  que  él  estaba  allí  pronto  para  obedecerle,  y  que 
concluyese  con  la  mayor  brevedad  que  pudiese ;  porque  si  fuese 
otra  vez  acometido,  y  se  viese  armado  caballero,  no  pensaba  dejar 
persona  viva  en  el  castillo,  eceto  aquellas  que  él  le  mandase,  a 
quien  por  su  respeto  dejaría.  Advertido  y  medroso  desto  el  caste- 
llano, trujo  luego  un  libro  donde  asentaba  la  paja  y  cebada  "'  que 
daba  á  los  arrieros,  y  con  un  cabo  de  vela  que  le  traía  un  muchacho, 
y  con  las  dos  ya  dichas  doncellas  se  vino  adonde  D.  Quijote 
estaba,  al  cual  mandó  hincar  de  rodillas,  y  leyendo  en  su  manual 
como  que  decía  alguna  devota  oración,  en  mitad  de  la  leyenda 
alzó  la  mano,  y  dióle  sobre  el  cuello  un  gran  golpe,  y  tras  él  con 

1.  Ahora  decimos  disculpó.  La  par-  misma  puerta  de  la  liza,  sin  otra  diii- 
tícula  des  ó  dis  es  privativa,  y  sólo  se  gencia  más  que  darle  con  la  expada 
usa  en  composición,  lo  mismo  que  la  desnuda  subre  el  almete,  diciéndole  : 
negativa  in.  El  uso  varia  entre  des  y  Dios  te  faga  buen  caballero,  et  te  deje 
dis,  diciéndose  unas  veces  desfif/urar,  complir  las  buenas  condiciones  que 
deshacer,  desdecir,  deco)npouer,y  oItixs  todo  buen  caballero  debe  tener.  Con  lo 
(que  sonlñs  menos)  discjustar,  dis/'aror,  cual  quedó  armado  caballero,  ¡^  entró 
disparidad,  disforme.  Suele  también  al  punto  en  la  liza  contra  Ped7-ü  de  los 
suprimirse  la  s  de  ambas  partículas,  Ríos,  defensor  del  fionrasu  Paso  (a). 
como  en  degollar,  degradar,  difamar,  4.  De  la  misma  opinión  que  el  ven- 
difícil.  tero  era  en  esle  punto  D.  Olivante  de 

2.  Falta  lo  que  llaman  verbo  deler-  Laura,  como  se  cuenta  en  su  histo- 
minante;  pero  añadió  que  bien  castiga-  ria  (6).  expresando  que  asi  era  de  dere- 
dos  quedaban,  etc.  Otra  falta  igual  se  cho,  aunque  la  costumbre  solía  estar  en 
notó  poco  ha.  contrario. 

3.  Asi  el  Emperador  Carlos  V,  du-  5.  No  se  le  escapó  á  Cervantes  cir- 
rante  la  ceremonia  de  su  coronaci.m  cunstancia  alguna  que  pudiese  realzarlo 
en  Aquisgrán  el  año  de  1521,  armó  ridiculo  de  esta  primera  aventura  de 
varios  caballeros,  sin  más  que  darles  su  fábula.  Al  libro  de  paja  y  cebada  lo 
tres  golpes  enlos  hombros  con  la  espada  llarai'i  poco  después  Manual,  palabra 
de  Carlomagno  (a).  En  el  si"lo  anterior  que  entre  otras  acepciones  tiene  lam- 
Suero  de  Quiñones,  sostenedor  del  paso  bien  la  de  libro  de  preces  ó  ritual,  y 
honroso  á  orillas  del  Orbigo.  armó  ca-  esta  alusión  esfuerza  todavía  más  lo 
ballero  á  Vasco  de  Barrionuevo  en  la  burlesco  de  la  presente  escena. 

(a)    Sandoval,  historia    del    Emperador  en  (a)  Relación  del  Paso,  núm.  ?6.  —  (¿)  Lib. 

diclioaño.  I.  cap.  IX. 


PRIMERA    PARTE.    —    CAPITULO    III  íí» 

SU  iiiisina  espada  un  gentil  espaldarazo  ^  siíimprc  iminiiuiando 
entre  dientes  como  que  rezaba.  Hecho  esto,  mandó  á  una  de 
aquellas  tlamas  (|ut;  le  ciñese  la  espada  ^,  la  cual  lo  hizo  con 
mucha  desenvoltura  y  discreción,  porque  no  fué  menester  poca 
para  no  reventar  de  risa  (\  cada  punto  de  las  ceremonias;  pero  las 
proezas  que  ya  habían  visto  del  novel  caballero  les  tenían  la  risa 
á  raya.  Al  ceñirle  la  espada  dijo  la  buena  señora  :  Dios  haga 
á  vuestra  merced  muy  venturoso  caballero  ■*  y  le  dé  ventura 
en  lides.  D.  Quijote  le  preguntó  cómo  se  llamaba,  porque 
él  supiese  de  allí  adelante  á  quién  quedaba  obligado  por  la  merced 
recebida,  porque  pensaba  darle  alguna  parte  de  la  honra  que 
alcanzase  por  el  valor  de  su  brazo.  Ella  respondió  con  mucha 
humildad,  que  se  llamaba  laTolosa,  y  que  era  hija  de  un  remendón 
natural  de  'J'oledo,  que  vivía  á  las  tendillas  de  Sancho  Bienaya  ^, 
y  que  donde  quiera  que  ella  estuviese,  le  serviría  y  le  tendría  por 


1.  Gentil  es  gallardo,  brioso.  El 
golpe  dado  con  la  espada  sobre  la 
cabeza  inclinada,  espalda  i'i  hombro 
del  caballero  novel,  es  lo  que  se  llamaba 
la  pescozuda  ó  esijaldarazo.  La  imposi- 
ción de  la  espada  sobre  la  cabeza  y 
hombros  del  nuevo  caballero,  que  se 
conserva  entre  las  ceremonias  de  la 
armadura  solemne  en  nuestras  Ordenes 
militares,  es  una  imagen  y  recuerdo  de 
lo  antiguo. 

2.  Aludióse  en  este  pasaje  ;i  muchos 
de  los  que  se  refieren  en  los  libros 
caballerescos.  Cuando  AmadisdeGaula, 
Rey  ya  de  la  Gran  Bretaña,  hizo  caba- 
lleros en  la  villa  de  Fenusa  á  los 
tres  principes  Olorius,  Adariol  y  Eli- 
nio,  hijos  de  los  Reyes  de  España,  de 
Ñapóles  y  de  la  Montaña  defendida,  el 
primero  recibió  la  espada  de  mano  de 
la  Reina  Oriana ;  el  segundo  de  la  In- 
fanta Brisena,  y  el  tercero  de  la  Empe- 
ratriz de  Roma  («).  Uriana  fué  también 
la  que  puso  la  espada  á  Bravarte,  so- 
brino del  mismo  Amadís,  cuando  le 
armó  su  tio.  La  infanta  Lucencia  ladii'i 
al  doncel  Lucencio  al  armarle  el  Empe- 
rador Esplandiáa  (6).  Al  tiempo  de 
conferir  el  Emperador  D.  Belanio  la 
orden  de  Caballería  á  su  hijo  Belianis, 
le  ciñó  la  espada  la  Infanta  Aurora  (c) : 
y  cuando  el  mismo  D.  Belanio  armó 
á  su  nieto  Belflorán,  hijo  de  Belianis, 

(a)  Lisuarte  de  Grecia,  cap.  LXIX.  —  (6) 
Amadia  de  Grecia,  parte  I,  cap.  XIV.  —  [c) 
Belianis,  lib.  1,  cap.  V. 


se  la  ciñó  la  Infanta  Belianisa  (a). 
Ciñi'isela  en  igual  ocasirm  la  Princesa 
Cupidea  á  Leandro  el  Bel  (6),  y  la  her- 
mosa Infanta  Polinarda  á  Palmerín  de 
Inglaterra  (c). 

3.  Al  armarse  caballero  Perlón  de 
Gaula,  le  ciñó  la  espádala  Infanta  Gri- 
cileria,  diciendo  :  Mi  caballero,  plegué 
ú  Dios  de  os  hacer  con  ella  bienaventu- 
¡vdo  :  y  Perlón  le  besó  las  manos  á 
pesar  de  su  resistencia  (d).  En  el  ro- 
mance antes  citado  de  Pedrarias,  hijo 
de  Arias  Gonzalo  el  de  Zamora,  le  dice 
el  padrino  al  darle  el  espaldarazo  : 

Hágate  Dios  tal,  que  seas 
como  yo  deseo  que  salgas  : 
en  los  trabajos  sufrido, 
esforzado  en  las  batallas, 
espanto  de  tus  contrarios, 
venturoso  con  la  espada. 

4.  Según  el  doctor  Pisa  en  su  Histo- 
ria de  Toledo,  hubo  en  aquella  ciudad 
una  plaza  muy  antigua  de  tiendas,  que 
se  nombraba  de  Sancho  Minaya  ó  Bie- 
naya. Es  sumamente  verosímil  que  este 
apellido  es  el  patronímico  ;íraÍ3e  Ben- 
haya  ó  Ben  Yahia,  hijo  de  Yahia,  que 
pudo  conservarse  entre  los  muzárabes; 
y  con  efecto,  el  doctor  Salazar  de  Men- 
doza, en  su  libro  del  Origen  de  las 
dignidades  de  Castilla,   hace  mención 

(a)  Belianis.  lib.  IV,  cap.  XXVII.  —  (6)  Caba- 
llero de  la  Cruz,  lib.  IV,  cap.  XXII.  —  (d  Pal- 
merin  de  Inglaterra,  lib.  I,  cap.  II.  —  {d)  Li- 
suarte de  Grecia,  cap.  II. 


\(\ 


l><>\    Ol  IJOTF,    DE    LA    MANCtiA 


üeñor.  D.  QuijoLe  le  replicó  que  por  su  amor  le  hiciese  merced  que 
de  allí  adelante  se  |)us¡e5e  Don,  y  se  llamase  Doña  Tolosa.  Ella  se 
lo  prometió,  y  la  otra  le  calzó  la  espuela,  con  la  cual  le  ])a8Ó  casi 
el  mismo  coloquio  que  con  la  de  la  espada  *.  Preguntóle  su 
nombre,  y  dijo  que  se  llamaba  la  Molinera  y  que  era  hija  de  un 
honrado  molinero  de  Antequera  :  á  la  cual  tum!>ién  rogó  Don 
Quijote  que  se  pusiese  Don,  y  se  llamase  Doña  Molinera  -,  ofre- 


de  la  faiiiilia  de  los  Bcnhayas  de  To- 
ledo (a).  Pellicer  discurre  que  acaso  dló 
nombre  á  aquella  plazuela  Saucho 
Renhaya,  que,  coa  otros  toledanos, 
sirvió  de  testigo  en  un  privilegio  des- 
pachado en  Madrid  por  el  Rey  Don 
Alonso  VIII  el  año  il\i'A,  á  favor  de 
diferentes  vecinos  de  Juuiella. 

1.  No  parece  sino  que  el  coloquio 
pasó  con  la  espuela  :  hubiera  sido  de 
<lesear  que  se  evitase  esta  especie  de 
anfibología. 

Solían  las  damas  de  alta  guisa  con- 
currir al  acto  de  armarse  los  caballeros, 
y  tomar  parte  en  las  ceremonias. 

La  Reina  Doña  Berenguela  asistii'>  á 
la  ceremonia  de  armarse  caballero  en 
el  Monasterio  de  las  Huelgas,  cerca  de 
Burgos,  su  hijo  San  Fernando,  y  le 
desciñó  el  cintiirón  de  la  espala,  como 
refiere  el  arzobispo  0.  Rodriijo  (/').  De 
lo  mismo  da  testimonio  un  romance 
antiguo,  entre  otros  del  Cid,  en  que 
reconviniéndole  la  Inf.inta  doña  Urraca 
desde  el  adarve  de  Zamora,  le  dice  : 

Afuera,  afuera  Rodrigo, 
el  soberbio  castellano  : 
acordársete  debiera 
de  aquel  tiein()0  ya  pasado, 
cuaivio  fuiste  caballero 
en  el  altar  de  Santiago, 
cu:ini]o  el  rey  foé  tu  pidriuo 
y  tú,  Rodrigo,  el  aiiljado. 
>Ii  padre  te  dio  las  armas, 
lili  madre  te  dio  el  caballo, 
yo  te  calcé  las  espuelas, 
|)orque  fueses  más  honrado. 

De  la  asistencia  de  la  misma  Doña 
Urraca  á  la  armadura  del  doncel  Pedra- 
das, hace  memoria  su  romance  : 

£1  padrino  le  dio  paz 

y  eí  fuerte  escudo  le  embraza, 

y  Doña  Urraca  le  ciñe 

al  lado  izquierdo  la  espada. 

(a)  Lib.  II,  cap.  IX.  —  {b¡  De  rebus  Hispan., 
lib.  IX,  cap.  X. 


Iguales  usos  se  encuentran  en  Iob 
libros  caballerescos.  Urganda,  í«olisa 
y  Julianda  asistieron  ú  Esplandián  en 
la  ceremonia  de  armarse  caballero,  y 
le  pusieron  la  loriga,  el  yelmo  y  el 
escudo,  según  se  refiere  al  <in  del  libro 
de  Amadís  de  Gaula.  En  el  mismo  libro 
se  cuenta  (a)  que  el  Rey  Lisuarte,  al 
hacer  caballero  al  hermoso  doncel  No- 
randel,  que  después  conoció  ser  su 
hijo,  mandó  á  Uriana  que  le  diese  la 
espada,  y  asi  fué  cumplida  enleramenle 
szi  caballería.  En  la  solemnidad  de 
armarse  el  Infante  Plumedoro  le  calzi'> 
la  espuela  la  Reina  de  Gocia,  que  de 
oculto  era  su  amante  [h).  Fué  singuhir 
la  ceremonia  con  que  Tirante  el  Blanco 
recibió  la  Orden  de  Caballería.  Después 
de  prestar  los  juramentos  de  costumbre, 
el  Rey  de  Inglaterra,  poniéndole  la 
espada  sobre  la  cabeza,  le  dijo  :  Dios  >j 
nuestro  seTior  San  Jorr/e  le  ka[¡an  buen 
caballero:  besiMe  después  en  la  boca  ; 
ciñéronle  la  espada  siete  doncellas,  que 
representaban  los  siete  gozos  de  la 
Virgen,  y  le  calzaron  las  espuelas  cuatro 
caballeros  que  representaban  los  cuatro 
Evangelistas  [c). 

2.  «  Vuelve  Cervantes  á  reprender 
en  estas  dos  mujeres  comunes  el  abuso 
del  Don.  El  P.  Guardiola,  contempo- 
ráneo de  nuestro  autor  írf),  dice  que 
este  abuso  empezó  en  tiempo  de  En- 
rique IV,  y  que  continuó  en  el  de  los 
Reyes  Católicos.  Añade  que  ios  jndios 
eran  los  que  más  afectaban  el  Don.  '/ 
que  en  su  tiempo  le  usaba  la  fjenle  baja, 
y  h'ista  las  rameras  públicas,  especial- 
mente en  .Andalucía,  y  no  se  ha  corre- 
gido en  el  siglo  xviii.  Al  fin  de  la  novela 
de  Virgilio  Cordato,  intitulada  El  Hijo 
de  Málaga,  impresa  en  Orihuela  el 
año  163Í),  se  dice  :  Estas  dos  tenderas 
que  están  pesando  en  esta  puerta  del 

in)  Cap.  LXVI.  —  {h\  Polieisne  de  Bofima, 
cap.  LXXIV.  —  (c)  Tirante,  paite  I,  cap. 
XIX.  —  {'ij  Tratado  de  JVobkza,  p.  110. 


iMtIMKIIA    l'Aíili;.    — ■    (Mm'tLI.O    III  47 

ciéndolc  nuevos  servicios  y  incrcrdes  ^  Hechas,  pues,  (1<;  ^mIoj»!  y 
n|)riesa  las  hasta  allí  nunca  vistas  ceremonias  '',  no  vio  la  hora 
Don  Ouijotc  (lo  verse  á  caballo  y  salir  liuscando  las  aventuras  ;  y 
ensillando  luc^jfo  á  Rocinante,  subió  en  él,  y  abrazando  ¿i  su 
huésped  le  dijo  cosas  tan  oxIraAas,  agradeciéndole  la  inerctMÍ  de 
lial)erle  armado  caballero,  que  no  es  posible  acertar  á  referirlas. 
El  ventero,  por  verle  ya  fuera  de  la  venta,  con  no  menos  retóricas, 
aunque  con  más  breves  palabras,  respondió  á  las  suyas,  y  sin 
pedirle  la  costa  de  la  posada,  le  dejó  ir  á  la  buena  hora"*. 


mar  fruta  >/  ¡nonrlongo,  los  días  pasa- 
líoü  se  lirahan  las  infamias  como  las 
pesas,  y  se  arañaban  las  honras  como 
las  caras,  y  dijo  una  :  ¿  Pues  tú  con- 
miyo.  Doña  Teudosia,  snlnendo  que  yo 
soy  conocida  en  Malaya,  y  que  soy 
hija  de  ¡Joña  Briyida  de  tal,  y  del  me- 
sonero de  tal  parte,  que  fué  ventero 
veintiún  años  y  medio  ?  (Nota  de  Pe- 
llicer.) 

1.  Hay  alguna  coatradicción  eatre 
estas  dos  expresiones.  O/'/'ece*' se/7' Jc¿oA', 
es  propio  de  persona  inferior ;  ofrecer 
mercedes,  de  superior.  Quien  ofrece 
servicios  no  puede  ofrecer  mercedes ; 
quien  ofrece  mercedes  no  está  en  el 
caso  de  ofrecer  servicios. 

2.  Quien  tenga  curiosidad  de  saber 
el  ceremonial  con  que  antiguamente  se 
armaban  los  caballeros,  puede  leerlo 
en  las  Partidas  del  Rey  D.  Alfonso  el 
Sabio  [a),  de  donde  se  copio  en  el 
lib.  I,  tít.  3."  del  Doctrinal  de  Caballe- 
ros, escrito  en  el  siglo  xv,  reinando 
D.  Juan  el  II  de  Castilla.  No  siempre  se 
observaban  puntualmente  todas  aque- 
llas formaliaades  :  la  necesidad  ó  la 
urgencia,  VI  otras  circunstancias  dispen- 
saban frecuentemente  de  muchas  de 
ellas,  de  lo  que  hay  ejemplo  en  las 
historias.  Lo  mismo  se  ve  practicado 
también  en  los  libros  caballerescos. 
Cuando  Amadis  de  Gaula  armó  ca- 
ballero á  D.  Galaor,  todo  el  ceremonial 
se  redujo  á  calzarle  la  espuela  diestra, 
besarle  y  ceñirle  la  espada  (b) ;  pues 
baltiéndóse  hablado  de  la  vigilia,  que 
debía  anteceder  en  la  iglesia,  dijo 
Galaor  :   Ya  lioy  he  oido  misa,  y  vi  el 

(aj  Parle  II,  tít.  XXI.  —  (¿)  Cap.  II. 


verdadero  cuerpo  de  Dios.  Esto  basta, 
dijo  el  de  los  Leones  (Amadis). 

En  la  armadura  (i)  de  Don  Quijote, 
Cervantes  tomi)  y  deji'i,  según  le  vino  á 
cuento,  salvo  la  pescozada  y  espalda- 
razo, en  que,  como  el  ventero  declaró 
magistral  y  legislativamente,  consistía 
todo  el  toque  de  quedar  armado  ca- 
ballero. Pero  las  circunstancias  de 
tiempo,  lugar  y  personas  dieron  á  las 
ceremonias  toda  la  originalidad  nece- 
saria para  que  se  las  pudiese  calificar 
de  nunca  vistas^ 

Francisco  de  .Vvila,  natural  de  Madrid, 
remedó  los  pasajes  de  la  venta  y  arma- 
dura de  D.  Quijote  en  un  entremés 
intitulado  Los  Invencddes  Hechos  de 
D.  Quijote  de  laMancha.  Se  imprimió  al 
fin  déla  octava  parte  de  las  comedias 
de  Lope  de  Vega,  en  Barcelona,  el 
año  de  1617. 

3.  Este  primer  suceso  ói  aventura 
del  QuuoTE,  comprendido  en  los  capítu- 
los 11  y  111,  donde  se  refiere  el  modo  con 
(|ue  se  armó  caballero  nuestro  hidalgo, 
está  en  su  lugar,  y  era  necesariamente 
el  primero  de  la  fábula. ,-,  Qué  cosa  más 
natural  que  empezar  por  armarse  ca- 
ballero el  que  sin  esta  circunstancia  no 
podía  ejercitar  la  caballería  ?  En  la 
relación  estuvo  felicísimo  Cervantes. 
La  transformación  de  la  venta  en  capí- 
tulo, la  pintura  de  las  damas  y  del 
ventero,  el  coloquio  y  escena  de  la 
caballeriza,  la  batalla  de  los  arrieros; 
en  suma,  todos  los  incidentes  contri- 
buyen á  hacer  esta  aventura  una  de  las 
más  agradables  y  divertidas  del  Inge- 

•MOSO  Hlü.\LG0. 

(;)  Armadura.  —Véanse  las  notas,  pág.  o4 
V  41.  (M.  de  T.) 


CAPITULO  IV 


DE    LO    QUE    SUCEDIÓ    Á    NUESTRO    CABALLERO    CUANDO    SALIÓ 
^^  DE    LA    VENTA 

La  del  alba  sería  ^  cuando  D.  Quijote  salió  de  la  venta  tan  con- 
tento, tan  gallardo,  tan  alborozado  por  verse  ya  armado  caballero, 
que  el  gozo  le  reventaba  por  las  cinchas  del  caballo  ^.  Mas  vinién- 
dole á  la  memoria  los  consejos  de  su  huésped  cerca  de  las  preven- 
ciones tan  necesarias  que  habla  de  llevar  consigo,  en  especial  la 
de  los  dineros  y  camisas  ^,  determinó  volverá  su  casa  y  acomo- 
darse de  todo  y  de  un  escudero,  haciendo  cuenta  de  recebir ''  á  un 


1.  Si  el  capitulo  no  tuviera  epigrafe. 
sería  más  claro  que  se  habla  de  la 
hora  del  alha,  porque  la  última  palabra 
del  capitulo  anterior  es  fiora.  El  capi- 
tulo VI  empieza  de  una  manera  seme- 
jante á  ésta,  y  allí,  como  aquí,  el  titulo 
del  capitulo  interrumpe  y  obscurece  el 
sentido. 

2.  ¡  Terrible  ponderación !  Gomo  si  (a) 
el  gozo  fuese  tal  y  tan  grande  que  rebo- 
sando del  jinete  liinchase  también  al 
caballo  y  se  le  saliese  por  donde  le 
apretaban  las  cinchas. 

3.  Cerca  en  el  uso  actual  tiene  otra 
siguificación  distinta  que  acerca :  abora 
diriamos  acerca  de  las  prevenciones. 
Cerca  es  adverbio,  j-  acerca  preposi- 
ción; cerca  sigue  al  verbo,  y  acerca 
precede  al  nombre  ó  al  verbo  sustan- 
tivado. 

Las  ediciones  anteriores  decían  sólo 
especial  {&)  la  de  los  dineros  y  camisas; 

(a)  ...  Las  cinchas  del  caballo.  —  Dado  el 
caráct^er  festivo  del  relato,  nada  tiene  de 
extraña  esta  ponderación,  tan  propia,  por 
otra  parte,  del  carácter  meridional. 

(M.  de  T.) 

(s)  Especial.  —  Garcés  no  andaba  desacer- 
tado, y  i)udo  citar  otras  varias  autoridades, 
que  aduce,  además  de  la  citada,  el  señor  Gor- 
tejón.  (M.  de  T.) 


y  D.  Gregorio  Garcés  en  su  obra  sobre 
el  Orinen  de  la  elegancia  de  la  lenqua 
castellana,  alegó  el  presente  pasaje 
para  probar  la  existencia  del  adverbio 
es/3ec¿aZ.  Entiendo  que  no  tuvo  razón,  y 
que  el  impresor  omitió  por  descuido  la 
partícula  en,  que  debió  preceder,  dicién- 
dose en  especial,  y  formándose  un  modo 
adverbial,  como  lo  es  en  particular.  Este 
equivale  á  particularmente,  y  el  otro 
á  especialmente. 

4.  Ahora  decimos  recibir,  y  así  es 
más  conforme  al  recipere  latino  de 
donde  viene.  De  esta  mutación  de  la  i 
(le  las  voces  latinas  en  la  e  de  sus  deri- 
vados castellanos,  trae  varios  ejemplos 
el  canónigo  Bernardo  Aldrete  en  su 
Origen  de  la  leiiqna  castellana  (a).  La 
misma  sustitución  de  i  por  e  y  al  con- 
trario se  verifica  entre  las  voces  cas- 
tellanas antiguas  y  modernas;  pero, 
generalmente  hablando,  el  uso  actual 
en  este  y  en  otros  puntos  es  más  arre- 
glado á  la  etimología.  Quien  quiera 
ejemplos  de  todo,  puede  buscarlos  en 
los  glosarios  del  Fuero  Juzgo,  de  las  An- 
tigüedades de  Berganza,  de  las  Poesías 
castellanas  anteriores  al  siglo  xv,  y 
otros. 

(a)  Lib.  II,  cap.  X. 


rniMRRA    PARTE.    —    cvi'i.i  I.O    IV  10 

labrador  vecino  suyo  que  era  pobre  y  con  liijos,  pero  inuy  á  pro- 
j)ósito  para  el  oficio  escuderil  de  la  caballería.  Con  este  pensa- 
iai(Milo  guió  ú  Rocinante  liacia  .su  aldea,  el  cual,  casi  conociendo 
la  {[ucrcncia  ',  con  lauta  gana  ccnienzó  á  caminar,  que  parecía 
que  no  |>onía  los  pies  en  el  suelo.  No  había  andado  mucho  cuando 
le  pareció  que  á  su  diestra  mano,  de  la  espesura  de  un  bosque  que 
allí  estaba,  salían  unas  voces  delicadas  como  de  pefsona  que  se 
cpiejaba,  y  apenas  las  hubo  oído,  cuando  dijo  :  Gracias  doy  al 
cielo  por  la  merced  que  me  hace,  pues  tan  presto  me  pone  oca- 
siones delante  donde  yo  pueda  cum[)lir  con  lo  que  debo  á  mi 
profesión,  y  donde  pueda  coger  el  fruto  de  mis  buenos  deseos  : 
estas  voces  sin  duda  son  de  algún  menesteroso  ó  menestorosa  que 
ha  menester  mi  favor  y  ayuda  :  y  volviendo  las  riendas,  encaminó 
•A  Rocinante  hacia  donde  le  pareció  que  las  voces  salían  ^.  Y  á 
pocos  pasos  que  entró  por  el  bosque,  vio  atada  una  yegua  á  una 
encina,  y  atado  en  otra  un  muchacho^  desnudo  de  medio  cuerpo 
arriba,  hasta  de  edad  de  quince  años,  que  era  el  que  las  voces 
daba,  y  no  sin  causa,  porque  le  estaba  dando  con  una  pretina 
muchos  azotes  un  labrador  de  buen  talle,  y  cada  azote  le  acompa- 
ñaba con  una  reprensión  y  consejo,  porque  decía  :  La  lengua 
queda,  y  los  ojos  listos.  Y  el  muchacho  respondía  :  No  lo  haré  otra 
vez,  señor  mío  ;  por  la  pasión  de  Dios,  que  no  lo  haré  otra  vez,  y 
yo  prometo  de  tener  de  aquí  adelante  más  cuidado  con  el  hato.  Y 
viendo  D.  Quijote  lo  que  pasaba,  con  voz  airada  dijo  :  Descortés 
caballero,  mal  parece  lomaros  con  quien  defender  no  se  puede  : 
subid  sobre  vuestro  caballo,  y  tomad  vuestra  lanza  (que  también 
tenía  una  lanza  arrimada  á  la  encina  ^  adonde  estaba  arrendada  la 


1.  Querencia  es  el  paraje  adonde  de  las  partes  del  discurso  pide  que  se 
acostumbra  y  gusta  acogerse  un  ani-  diga  y  atado  d  otra  un  muchacho. 
mal.  Es  voz  que  ocurre  frecuentemente  4.  Ál  que  ignore  las  costumbres  del 
en  los  libros  castellanos  de  caza,  desde  país  y  del  tiempo  de  que  se  trata,  podrá 
el  de  la  Montería  del  Bey  D.  Alfonao  parecer  inverosímil  que  Juan  Haldudo 
el  XI,  publicado  por  Gonzalo  Argote  de  anduviese  en  el  campo  con  lanza,  y 
Molina, donde  se  halla  al  capitulo  XVllI  quizá  le  ocurrirá  que  fué  circunstancia 
del  libro  1.  inventada  únicamente  para  que  juzgán- 

2.  El  Emperador  D.  Belanio,  hallan-  dolé  D.  Quijoie  caballero  andante, 
dose  en  una  floresta,  oyó  grandes  c/ri-  hubiese  ocasión  y  fundamento  para  el 
tos...  pareciendo  ser  de  personas  que  desafío.  Pero  estas  eran  las  costumbres 
en  gran  necesidad  estuviesen...  Y  to-  de  entonces,  y  el  mismo  Cervantes,  en 
mando  la  lanza,  se  metió  por  el  bosque  la  novela  del  Coloqrdo  de  los  perros 
adelante  en  siguimiento  de  las  voces  Cipión  y  Berganza,  hace  mención  de 
que  oía  (a).  un  hacendado  que  iba  por  e!  campo  á 

3.  Aunque  no  lo  exija  precisamente  ver  sus  ovejas  solare   una  yegua  tí  la 
el  régimen,  la  correspondencia  mutua  jineta  con  lanza  y  adarga  q^ie  más  pa- 
recía atajador  de  la  costa  que  señor  de 

la)  neliaiiis  de  fír»nu,  lib.  I.  cap.  IV.  ganado.    Más    adelante,    en    el    capí- 


50 


DON    QUI.IOTI:    DE    I.A    MANCHA 


yegua  '),  que  yo  os  haré  conocer  ser  de  cobardes  lo  que  estáis 
haciendo.  El  labrador,  (|ue  vio  sobre  sí  aquella  figura  llena  de 
armas,  blandiendo  la  lanza  sobre  su  rostro,  túvose  por  muerto,  y 
con  buenas  palabras  respondió  :  Señor  caballero,  este  muchacho 
que  estoy  castigando  es  un  mi  criado  que  me  sirve  de  guardar 
una  manada  de  ovejas  que  tengo  en  estos  contornos,  el  cual  es 
tan  descuidado  que  cada  día  me  falta  una,  y  porque  castigo  su 
descuido  ó  bellaquería,  dice  que  lo  hago  de  miserable  por  no 
pagalle  la  soldada  que  le  debo,  y  en  Dios  y  en  mi  ánima  que 
miente.  ¿Miente  delante  de  mí,  ruin  villano^?  dijo  D.  Quijote. 
Por  el  sol  que  nos  alumbra  que  estoy  por  pasaros  de  parte  á  parte 
con  esta  lanza  :  pagadle  luego  sin  más  réplica ;  si  no,  por  el  Dios 
que  nos  rige  que  os  concluya  y  aniquile  en  este  punto  :  desatadlo 
luego.  El  labrador  bajó  la  cabeza,  y  sin  responder  palabra 
desató  á  su  criado,  al  cual  preguntó  D.  Quijote  que  cuánto  le 
debía  su  amo.  Él  dijo  que  nueve  meses  á  siete  reales  cada  mes. 
Hizo  la  cuenta  D.  Quijote,  y  halló  que  montaba  sesenta  y  tres 


tulo    XXXVI    de    esta   primera    parte, 
veremos  cuatro   caminantes  que  iban 
tí    caballo  d    la   jineta   con    tanzas   y 
adargas;  y  luego  en  el  capítulo  XLIll 
otros  cuatro  caminantes  á  caballo  con 
sus  escopetas  sofjre  los  arzones  :  modo 
de  caminar  que  después  se  ha  hecho 
general  y  ordinario,  no  siendo  extraño 
que  desde  antiguo  se  llevasen  a¡'mas 
en  despoblado,  cuando  se  llevaban  de 
ordinario  aun  dentro  de  los  pueblos. 
En  tiempo  de  los  Heves  Católicos  fo- 
mentaron   las    disposiciones    del    go- 
bierno la  afición  á  las  armas.  A  peti- 
ción de  las  Cortes  de  Palencia  de  1523, 
se  peruiitii'i  que  toda  clase  de  personas 
puniese  traer  espada  :  usanza  que  lleg<') 
á  ser  tan  general,  que  sin  salir  de  las 
obras  de  Cervantes,  donde  ciertamente 
se  describieron   las  costumbres  de   su 
siglo,   Carriazo     y   .Vvendario,   cuando 
iban  á  estudiar  ¡i    la  universidad,  lle- 
vaban espadas,  como  se  cutnt  a  en  la 
novela  de  la  Ilustre  Fregona  :  la  llevaba 
también  Rinconete  en   su  viaje  á   Se- 
villa, á  pesar  de  su  traje  roto  y  andra- 
joso  :    la    llevaba,    finalmente,    como 
parte  del  traje  usual  y  dentro  de  casa 
el  rufián  .Monipodio.  Hasta  hace  pocos 
años  ha,  la  hemos  visto  llevar  común- 
mente á  visita,  á  los  bailes  y  aun  á  la 
iglesia. 

1.   Arrendada     es     ntn'lit     por      la 


rienda  :  significado  muy  diverso  del 
que  comúnmente  tiene  la  palabra 
arrendar^  que  es  dar  á  renta  alguna 
finca.  En  el  primero  se  usó  ya  en  el 
antiquísimo  poema  del  Cid  (a),  y  en  el 
romance  de  N'uño  Vero,  uno  de  los 
más  rancios  que  se  conocen  en  nuestro 
idioma  : 

Nuüo  Vero,  Ñuño  Vero, 
buen  caballero  probado, 
hínquedes  la  lanza  en  tierra, 
y  arrendedes  el  caballo. 

Después,  en  el  romance  del  moro 
Abindarráez,  se  conti'i  que  yendo  á  ver 
á  su  Jarifa, 

Dio  tres  golpes  á  la  puerta, 
que  es  la  seüal  concertada  : 
en  ella  arrendó  el  caballo, 
y  ya  sube  por  la  escala. 

2.  D.  Quijote,  lleno  de  la  impor- 
tancia y  dignidad  de  su  profesión,  mira 
como  desacato  el  que  se  desmienta  á 
otro  en  su  presencia.  D.  Quijote  trata 
ahora  ;i  Juan  Haldudo  de  ruin  villano. 
y  poco  antes  le  desafiaba  como  ;i  ca- 
ballero; y  aun  más  abajo  le  e.\ige  jura- 
mento por  lii  ley  de  caballería  que 
había  recibido  (el  Haldudo).  Inconse- 
cuencias de  un  loco,  ó  distracciones  de 
Cervantes  :  más  bien  lo  primero. 

"n  V.  -2789. 


PIUMEnA    PARTE.    —    CAPITULO    IV 


51 


reales,  y  «lijóle  al  labrador  que  al  momento  los  desembolsase,  si 
no  (|ii(M-ia  morir  por  ello.  Respondió  el  medroso  villano  que  por  el 
paso  en  (pie  (oslaba  y  juramento  que  había  hecho  (y  aun  no  había 
jurado  nada')  (pie  no  eran  lautos;  poríjue  se  le  habían  d(í  des- 
contar y  recebir  en  cuenta  tres  pares  de  zapatos  (pie  le  había  dado, 
y  un  real  de  dos  sangrías  que  le  habían  hecho  estando  enfermo. 
Bien  está  todo  eso,  replicó  D.  Quijote;  pero  quédense  los  zapatos 
y  las  sangrías  por  los  azotes  que  sin  culpa  le  habéis  dado,  que  si 
él  rompió  el  cuero  de  los  zapatos  que  vos  pagastes,  vos  le  habéis 
rom[)ido  el  de  su  cuerpo;  y  si  le  sacó  el  barbero  sangre  estando 
enfermo,  vos  en  sanidad  se  la  habéis  sacado  :  así  que  por  esta 
parte  no  os  debe  nada.  El  daño  está,  señor  caballero,  en  que  no 
tengo  aquí  dineros  :  véngase  Andrés  conmigo  á  mi  casa,  que  yo 
se  ios  pagaré  un  real  sobre  otro.  ¿  Irme  yo  con  él,  dijo  el  muchacho, 
más?  ¡Mal  año^!  No,  señor,  ni  por  pienso;  porque  en  viéndose 
solo,  me  desollará^  como  á  un  San  Bartolomé.  No  hará  tal,  replicó 
D.  Quijote;  basta  que  yo  se  lo  mande  para  que  me  tenga  respeto  ', 
y  con  que  él  me  lo  jure  por  la  ley  de  caballería  que  ha  recebido"*, 
le  dejaré  ir  libre  y  aseguraré  la  paga.  Mire  vuestra  merced,  señor, 
lo  que  dice,  dijo  el  muchacho,  que  éste  mi  amo  no  es  caballero  ni 


1.  Pincelada  como  de  Cervantes, 
para  pintar  la  turbación  del  medroso 
villano. 

2.  Interjección  enfática,  especie  de 
imprecación  contra  quien  haga  ó  diga 
lo  que  se  desaprueba.  Aquí  la  dirigía 
Andrés  contra  sí  mismo,  maldiciéndose 
si  volvía  á  ir  con  su  amo  (y). 

3.  Hay  al  parecer  errata  en  el  texto. 
El  original  diría  :  viéndome  solo  ó  vién- 
dose solo  conmigo  :  lo  último  es  lo 
más  verosímil. 

4.  Quiso  decir  :  hasta  que  yo  se  lo 
mande  para  que  lo  haga  por  mi  respeto. 
Este  es  el  concepto. 

5.  Juramento  muy  usado  entre  ca- 
balleros, y  uno  de  los  que  se  entendía 
que  ligaban  más  fuertemente,  como  se 
ve,  no  sólo  por  las  historias  caballe- 
rescas, sino  también  por  las  verdaderas. 
En  aquéllas  decía  D.  Belianís  de  Grecia 
á  la  princesa  Florishella  (a)  :  Desde 
aquí  vos  prometo  por  la   Orden  de  Ca- 

[a]  Lib.  II,  cap.  XXXVIII. 

{■;)  ¡  Malaíío.'es  expresión  elíptica,  equiva- 
lente á  /  mal  año  haya  !  ¡  mal  año  para  m    .'etc 

(M.  (le  T.) 


ballería  que  recibí,  de  en  pago  det 
enojo  que  os  di,  jamás  parecer  donde 
gentes  algunas  me  puedan  ver.  —  Oli- 
veros le  respondió  (á  Fierabrás)  :  Pa- 
gano, 710  le  cures  de  tanta  platica  y 
dilación,  que  si  no  te  levantas,  haga 
juramento  tí  la  Orden  de  Caballería 
que,  aunque  me  sea  feo,  he  de  herirte 
y  hacer  levantar  mal  de  tu  grado  (a). 
U.  Quijote,  imitando  estos  y  otros 
muchos  ejemplos,  jura  por  la  Orden 
de  Caballería  que  recibió  de  servir  y 
ayudar  á  Cárdenlo  en  el  capítulo  XXIY. 
Y  al  fin  del  XLIY,  hablando  del  baci- 
yelmo  de  Mambrino,  dice  :  Y  juro  por 
la  Orden  de  Caballería  que  profeso  que 
este  yelmo  es  el  mismo  que  yo  le  quité, 
sin  haber  añadido  ni  quitado  en  él 
cosa  alguna. 

En  el  pasaje  presente,  nuestro  hi- 
dalgo suponía  que  el  labrador  había 
recibido  la  Orden  de  Caballería,  porque 
viendo  la  yegua  y  la  lanza,  y  lleno  de 
la  lectura  de  sus  libros,  cualquier  indi- 
cio le  bastaba  para  creer  que  era  caso 
de  Caballería  andante. 


{a)  Carlomagno,  cap.  XVII. 


52  DON    QUIJOTE    DE    I, A    MANC.IIV 

ha  recebido  orden  de  caballería  alguna,  (jiie  es  Juan  llaldudo  el 
rico,  el  vecino  drl  ÍJiiintanar '.  Importa  poco  eso,  respondió 
D.  Quijote,  que  Haldudos  pu<;de  haber  caballeros,  cuanto  más  que 
cada  uno  es  hijo  de  sus  obras ^.  Así  es  verdad,  dijo  Andrés;  pero 
este  mi  amo,  ¿deque  obras  es  hijo,  pues  me  niega  mi  soldada  y 
mi  sudor  y  trabajo?  No  niego,  hermano  Andrés,  respondió  el 
labrador,  y  hacednie  placer  de  veniros  conmigo,  que  yo  juro  por 
todas  las  Órdenes  que  de  caballerías  hay  en  el  mundo ^,  de 
pagaros  como  tengo  dicho  un  real  sobre  otro,  y  aun  sahumados. 
Del  sahumerio  os  hago  gracia',  dijo  D.  Quijote;  dádselos  en 
reales  ',  que  con  eso  me  contonto ;  y  mirad  que  lo  cumpláis  como 
lo  habéis  jurado;  si  no,  por  el  mismo  juramento  os  juro  de  volver 
á  buscaros  *  y  á  castigaros,  y  os  tengo  de  hallar,  aunque  os 
escondáis  más  que  una  lagartija.  Y  si  queréis  saber  quién  os 
manda  esto,  para  quedar  con  más  veras  obligado  á  cumplirlo, 
sabed  que  yo  soy  el  valeroso  D.  Quijote'  de  la  .vlancha,  el  desfa- 
cedor de  agravios  y  sinrazones;  y  á  Dios  quedad,  y  no  se  os  parla 
de  las  mientes  lo  prometido  y  jurado,  sopeña  de  la  pena  pronun- 


1.  Esto  pudiera  argüir  que  el  suceso 
pasaba  en  el  término  del  Quintinar, 
tanto  más  que,  exhortando  Juan  llal- 
dudo á  su  criado  Andrés  á  que  fuese  á 
su  casa  por  la  soldada,  se  da  á  enten- 
der que  la  casa  estaba  cerca.  Mas  para 
esto  se  tropieza  con  la  dificultad  que 
nace  de  la  distancia  de  Quintaaar  á  la 
Argamasilla,  de  donde  el  teatro  de  la 
aventura  distaba  menos  de  una  jor- 
nada. 

2.  Refrán  antiguo  castellano.  En 
Europa  los  hijos  reciben  de  sus  padres 
la  nobleza  :  en  la  China  dicen  que  los 
padres  la  adquieren  por  las  hazañas  y 
virtudes  de  sus  hijos.  La  con  lucta  de 
los  chinos  es  más  conforme  al  refrán 
que  la  de  los  europeos. 

3.  Más  natur.il  y  más  claro  seria  : 
por  todas  las  Ordenes  de  Caballería 
que  hay  en  el  mundo. 

4.  Contando  Guzmán  de  Alfarache 
su  vida  picaresca  de  mendigo  en  com- 

[)añía  de  otros  como  él,  y  hablando  de 
as  prendas  y  efectos  que  les  daban 
de  limosna  y  después  vendían,  dice  (a)  : 
temarnos  marchantes  para  cada  cosa 
que  nos  ponían  la  moneda  sobre  la 
labia,  sahumada  y  lavada  con  agua  de 
úngeles.  Sahumada  quiere  decir  perfu- 


mada, en  demostración  de  que  se  daba 
cm  a!e''r¡a  y  buena  volunl;id.  En  la 
novela  de  Rinconele  y  Corladillo,  ha- 
biendo éste  salteado  la  bolsa  de  un 
sacristán,  le  consolaba  diciendo  que 
con  el  tiempo  podría  ser  que  el  ladrón 
se  arrepintiese,  y  se  la  volviese  sahu- 
mada. El  sahumerio  le  perdonaríamos, 
respondió  el  esludianle. 

5.  Esto  es,  en  buena  moneda,  y  no 
en  chanflones,  tarjas  ú  otra  uioneda 
menuda  en  que  pudiera  haber  que- 
branto. 

tj.  Amenaza  muy  parecida  á  la  que 
dirigía  D.  Olivante  <1e  Laura  á  Tain- 
brino,  cuando  le  enviaba  con  el  mons- 
truo Buialón  á  Gonslantinopla  á  pre- 
sentarse á  la  Princesa  Lucenda.  Y  no 
dejes,  le  decía,  de  cumplir  lodo  esto 
que  le  mundo,  porque  cuando  supiere 
que  no  lo  haces,  en  ninguna  parte  del 
mundo  estarás  tan  escondido  que  yo 
no  ptieda  hallarte  para  acabar  de  qui- 
tarte la  vida  [u). 

1.  Arrogante  declaración  ó  intima- 
ción, de  que  hay  inrmuierables  ejem- 
plos en  los  libros  de  Caballería.  D.  Qui- 
jote la  repitió  en  la  aventura  del 
Vizcaíno,  al  capitulo  VIH  de  esta  pri- 
mera parte. 


ía)  Parte  I,  ¡ib.  111,  cnp.  111. 


[a)  Olivanie.   lib.  Til,  cap.  III 


PHIMKIIA    PAIITK.    —    CAPITUÍ.O    IV 


3;í 


ciada.  Y  (MI  ili(!Í('iulo  cslo,  picó  i^  su  Hocinanlc,  y  cu  breve  espacio 
se  apartó  dellos.  Siguióle  oí  labrador  con  los  ojos  ',  y  cuando  vio 
que  había  traspuesto  del  bosípie  y  que  ya  no  parecía,  volvióse  á  su 
criado  Audrcs,  y  díjole  :  Venid  acá,  hijo  mío,  que  os  quiero  pagar 
\o  (pie  os  debo,  como  aípiel  deshacedor  de  agravios  me  dejó  man- 
dado. ICso  juro  yo,  dijo  Andr(''s,  y  como  que  andará  vuestra  merced 
acertado  en  cumplir  el  mandamiento  de  aquel  buen  caballero, 
que  milanos  viva,  que  según  es  de  valeroso  y  de  buen  juez,  vive 
Hocpie,  que  si  no  me  paga,  que  vuelva  y  ejecute  lo  que  dijo"^. 


1.  Fuera  mejor  dejar  asi  la  aven- 
tura, corlaiulo  la  relación  en  este 
punto  y  reservando  el  íiu  de  ella  para 
el  capitulo  XXXI,  en  que  el  muchacho 
Andi'ós,  eiu;ontr;'uidosc  casualmente 
con  ü.  (Juijt)te,  relirió  en  presencia  de 
otras  varias  personas  el  resultado  que 
tuvo  tau  desgraciado  pura  él,  como 
vergonzoso  para  nuestro  hidalgo.  No  se 
hubiera  contado  una  misma  cosa  dos 
veces,  como  ahora  sucede;  y  entonces 
el  éxito  del  suceso  hiciera  mayor  y  más 
agradable  electo  en  el  ánimo  del  lec- 
tor, no  hallándole  prevenido  de  ante- 
mano con  la  prematui'a  relación  y 
noticia  del  presente  capitulo. 

2.  Hay  en  castellano  (oj.  y  lo  mismo  en 
los  demás  dialectos  de  la  lengua  latina, 
dos  monosílabos  que  ocurren  á  cada 
paso  :  fjue  y  de.  No  se  puede  abrir  un 
libro,  no  se  pueden  poner  los  ojos  en 
nada  escrito,  sin  que  se  presenten  estas 
dos  palabras,  que  son  como  dos  mule- 
tas necesarias  para  que  camine  el  dis- 
curso, ú  como  goznes  sin  los  cuales  no 
pueden  combinar  su  movimiento  y 
enlazarse  las  demás  partes  de  la  oración. 
Xi  rumiarse  las  lenguas  modernas,  se 
perdió  la  flexibilidad  y  concisión  de  la 

(5)  Bien  podía  aplicársele  á  Clemencín  el 
nunc  non  eral  hic  iocii.i  de  Horacio.  Dice  en 
efecto  muy  excelentes  cosas  á  propósilo  del 
enipit'O  de  qiíe  y  ile,  con  uiolivo  de  la  excla- 
mación de  AndVesillo,  /  Vire  noque!  que.  etc. 
Cuando  más  puede  censurarse  una  alitera- 
eión  inevitable.  Kl  ./we.  no  puede  suprimirse 
en  estas  exclamaciones  porque  da  mayor 
energía  a  la  frase.  Kl  misino  Cervantes  en 
el  famoso  soneto  al  túmulo  de  Felipe  !I  dice: 
;  Vive  Uios!  que  me  espanta   esta  griiudeza,  etc. 

A  sil  vez.  dice  Baltasar  de  Alcázar  : 

Si  es  ó  lio    inveiii'ióii    riiodenia 
;  Vive  Dios  !  que  iio  lo  sé... 

(M.  de  T.) 


romana.  Perdióse  el  uso  de  casi  todos 
sus  participios,  y  éstos  hubieron  de 
explicarse  con  rodeos,  guiados  por  el 
relativo  '^in'  como  por  un  lazarillo. 
Dijose.por  rtm«/iíri/.f,elquc  hade  amar; 
por  amundas,  el  que  ha  de  ser  amado. 
Perdii'ise  también  el  uso  de  la  voz  pa- 
siva y  de  los  tiempos  del  iníiniíivo,  y 
las  más  veces  hubo  de  suplirse  la  falta 
á  fuerza  de  circunloquios  amasados, 
digámoslo  así,  de  verbales,  verbos  auxi- 
liares y  la  molesta  particular/e.  Kl  sub- 
juntivo apenas  se  pudo  usar  ya  sin 
que  le  precediese  el  que.,  y  este  mono- 
silabo,  unas  veces  como  relativo  y 
otras  como  conjunción,  se  hizo  un  hués- 
ped perpetuo  y  por  lo  tanto,  impor- 
tuno. El  otro  monosílabo  de  entró  en 
el  lenguaje  con  el  mismo  oücio  y  si- 
gnificación que  tenia  en  la  lengua 
primordial,  y  en  esto  nada  se  perdía; 
pero  se  extendió  también  á  significar 
posesii'in  y  á  suplir  varios  casos  que  los 
nombres  tenían  en  la  lengua  tuadre  y  no 
en  las  hijas,  y  se  multiplicó  prodigio- 
samente su  uso.  Esto,  y  el  empleo  de 
otras  partículas  para  suplir  los  demás 
casos  y  el  uso  excesivo  de  los  artícu- 
los, convirtió  nuestro  idioma  en  un 
agregado  de  palabras  menudas,  en 
(jue  tropieza  y  se  embaraza  de  conti- 
nuo el  discurso  sin  poder  andar  á  pasos 
largos,  cual  sucede  á  los  que  caminan 
por  un  terreno  formado  de  grava  y 
piedrezuelas.  Los  participios  de  las 
lenguas  antiguas  eran  usos  verbales, 
(jue,  reiinieuao  la  fuerza  y  acción  del 
verbo  á  las  flexibles,  formas  de  los 
nombres,  encerraban  en  una  palabra 
una  frase.  Lo  que  junto  con  las  varia- 
ciones del  significado,  producidas  en 
los  nombres  por  una  leve  mudán/.a  en 
su  terminación,  y  en  los  verbos  por  el 
mayor   número   de  sus  tiempos,  ayu- 


54  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

También  lo  juro  yo,  dijo  el  labrador;  pero  por  lo  mucho  que  os 
quiero,  quiero  acrecentar  la  deuda  por  acrecentar  la  paga.  Y 
asiéndole  del  brazo,  le  tornó  á  alar  á  la  encina,  donde  le  dio 
tantos  azotes  que  le  dejó  p(jr  muerto.  Llamad,  Sr.  Andrés,  ahora, 
decía  el  labrador,  al  desl'accdor  de  agravios ;  veréis  como  no 
deslace  aíjueste,  aunque  creo  que  no  está  acabado  de  hacer, 
porque  me  viene  gana  de  desollaros  vivo,  como  vos  lemíades  : 
pero  al  fin  le  desató,  y  le  dio  licencia  que  fuese  á  buscar  á  su 
juez,  para  que  ejecutase  la  pronunciada  sentencia.  Andrés  se 
partió  algo  mohino,  jurando  de  ir  á  buscar  al  valeroso  D.  Quijote 
de  la  Mancha  y  contarle  punto  por  punto  lo  (jue  bahía  pasado,  y 
que  se  lo  había  de  pagar  con  las  setenas  * ;  pero  con  todo  esto,  él 


dado  todo  con  la  libertad  de  la  trans- 
posición, hacía  singularmente  rápido  y 
valiente  el  lenguaje.  En  ios  idiomas 
modernos  es  menester  suplir  estas 
ventnjas  multiplicando  las  palabras  y 
haí'iendo,  por  consiguiente,  lánguido 
y  flojo  el  discurso.  La  conslrucciñn  de 
la  lengua  entre  los  romanos  era  como 
la  de  sus  edificios  :  sus  participios, 
sus  verbos,  sus  nombres,  eran  si- 
liares  grandiosos,  en  cuya  comparaciún 
nuestras  partículas  y  monosílabos 
Sun  fragmentos  mezquinos  é  irregu- 
lan.'s,  con  los  ((ue  sólo  se  puede  cons- 
truir á  fuerza  de  tiempo  y  de  mortero. 
Pero,  en  fin,  la  constitución  ([ue  las 
lenguas  han  recibido  deluso  no  puede 
variarse,  y  es  preciso  contar  con  estos 
defectos  como  necesarios  :  lo  peor 
es  que  voluntariamente  se  haga  mayor 
el  daño,  y  que  se  empleen  el  fjue  y  el 
de  aun  cuando  la  necesidad  y  la  clari- 
dad no  lo  exigen.  El  autor  del  Diá- 
lof/o  de  ¡as  len()uas.  reprendiendo  este 
abuso,  que  ya  era  muy  común  en  su 
tiempo,  ponderaba  que  muchos  ponían 
un  que  superDuo  tan  continuamente, 
quede  doce  hojas  pudiera  quitarse  una 
de  rjuees  superfinos.  Notaba  también 
que  se  usaíja  en  demasía  y  con  inopor- 
tunidad de  la  partícula  de,  diciéndose 
esperando  de  enviar,  por  esperando 
enviar  :  prefiere  el  último  modo  de 
e.xplicarse,  y  concluye  :  Creedme  que 
estas  siijterfluida  <es  no  proceden  sino 
del  mucho  descuido  que  tenemos  en  el 
escribir  en  romance. 

Este  descuido  venía  ya  muy  desde 
atrás,  como  se  ve  en  nuestras  rr<')nicas 
y  demás  libros  primitivos,  como  por 
ejemplo  en  el  del  Conde  de  Lucanor, 
uno  de  los  más  limados  y  mejor  escri- 


tos para  el  tiempo  en  que  se  escribió, 
que  fué  el  siglo  xiv,  donde  ocurre  el 
que  á  cada  momento.  Diéronle,  se 
dice  en  el  capitulo  Xill,  una  carta  que 
le  enviaba  el  Arzobispo  su  lio,  en  qne 
le  facía  saber  que  estaba  muif  mal  do- 
liente, et  que  le  ettviaba  á  roc/ar  que,  si 
le  quería  ver  vivo,  que  se  fuese  lueyo 
para  él.  Por  cualquier  parle  que  se 
abra  el  libro  sucede  lo  mismo.  Los 
demás  escritos  de  aquellos  tiempos 
ofrecen  continuos  ejemplos  de  estas 
superfluidades  en  que  incurrii'i  tam- 
bién Cervantes,  como  los  demás  escri- 
tores coetáneos  suyos.  El  presente 
pasaje  del  texto  es  uno  de  ellos.  En 
menos  de  un  renglc'm.  y  sin  contar  la 
repeticit'm  desagradable  del  Roque  que  , 
se  halla  este  monosílabo  tres  veces  : 
la  penúltima  sobra  evidentemente  para 
el  sentido  de  la  oración.  En  este  mismo 
capítulo  hay  ejemplos  del  de  super- 
fino :  juro  de  volver  d  buscaros,  dice 
D.  Onijote  :  .Andrés  se  furúñ  juranífo 
de  ir  i¡  buscar  á  su  protector.  En  el 
capitulo  precedente  se  dice  del  ventero 
(jue  determinó  de  sequir  el  humor  á 
D.  Quijote,  y  de  Don  Quijote  (¡ue  pro- 
metió de  hacer  lo  que  se  le  aconsejaba. 
En  todi»  el  discurso  del  Qiijote  hay 
innumerables  ejemplos  de  la  misma 
clase,  tanto  respecto  al  que  como  al 
de;  pero  seria  molesto  repetir  la  adver- 
tencia cada  y  cuando  ocurra  el  mismo 
caso,  y  bastará  recordarla  alguna  ve/.. 
1.  La  voz  setena  no  ignifica  séptima 
parte,  sino  al  revés,  el  siete  tantos.  Es 
voz  propia  de  nuestra  Jurisprudencia, 
donde  á  veces  se  condena  al  qne  hizo 
el  daño  ñ  la  restitución  del  valor  del 
daño  multiplicado  por  siete.  Esta  pena 
se  encuentra  ya  aplicada  en  las  leyes 


l'lllMi;i!.\    l'AniK.    —    CAPITULO    IV 


So 


se  p;irl¡<'t  IIoimihIo,  v  su  ¡uno  s(í  quedó  riendo  :  y  dosla  manera 
dcslii/o  (>1  agravio  el  valeroso  D.  Quijote.  El  cual,  conlrulísiino 
(l(^  lo  sucedido,  pareciéudole  íjuíí  había  dado  lelicnsiino  y  alio 
principio  á  sus  caballerías,  con  gran  satisfacción  de  sí  mismo  iba 
caminando  hacia  su  aldea,  diciendo  á  media  voz  :  Bien  te  puedes 
llamar  dichosa  *  sobre  cuantas  hoy  viven  sobre  (C)  la  tierra,  ó  sobre 
las  l)ellas  bella  Dulcinea  del  Toboso,  pues  t(^  cupo  en  suerte  tener 
sujeto  y  i'endido  á  loda  tu  voluntad  é  talante  á  un  tan  valiente  y 
laii  nombrado  caballero  como  lo  es  y  será  D.  Quijote  de  la  Mancha, 
el  cual,  como  todo  el  mundo  sabe,  ayer  recibió  la  orden  de  caba- 
llería, y  hoy  ha  desfecho  el  mayor  tuerto^  y  agravio  que  formó 
la  sinrazón  y  cometió  la  crueldad  :  hoy  quitó  el  látigo  de  la  mano 
á  aquel  desapiadado  enemigo,  que  tan  sin  ocasión  vapulaba  á 
aquel  delicado  infante.  En  esto  llegó  á  un  camino  que  en  cuatro 
se  dividía-',  y   luego   se    le   vino   á  la   imaginación   las   encruci- 


del  Fuero  Juzfjo,  donde  suele  dársele  el 
nombre  de  siete  duplo,  que  eíiuivale  .1, 
séptuplo.  Pagar  con  las  setenas  aquí  y 
en  el  uso  común  es  expresión  metafó- 
rica tomada  de  lo  judicial,  y  significa 
pagar  superabundantemente el  perjuicio 
ó  agravio  que  se  hizo. 

1.  Gracioso  soliloquio,  en  que  Cer- 
vantes esfuerza,  al  parecer  excesiva- 
mente, el  ridículo  con  aquella  expre- 
si(')n  como  todo  el  mundo  sabe,  cuando 
la  cosa  acaba  de  suceder,  y  en  un 
desierto  :  bien  que  puede  excusarse 
por  el  estado  de  locura  de  quien  habla, 
y  considerado  así,  mirarse  como  nueva 
y  mayor  belleza.  Por  la  misma  razi'm, 
y  por  la  calidad  de  afectado  y  retum- 
bante, que,  con  arreglo  al  intento  con- 
venía dar  aquí  al  estilo  de  D.  Quijote, 
puede  defenderse  la  palabra  vapula- 
ba (y)),  que  dudo  mucho  tenga  carta  de 
naturaleza  en  Castilla,  y  que  no  corres- 
ponde al  origen  que  trae  de  la  lengua 
latina,  donde  signilJca  todo  lo  contra- 
rio, y  se  dice  no  del  que  da,  sino  de 
quien  recibe  los  azotes. 

2.  No  fué  asi  :  ambas  cosas  suce- 
dieron en  un  mismo  día.  D.  Quijote 
había  recibido  la  Orden  de  Caballería 
por  la  madrugada,  según  se  refirii»  en 

'/,)  Vapulaba.  —  Lo  que  no  hubiera  tenido 
defensa  en  nuestra  lengua  hubiera  sido  el 
emplear  el  verbo  vapular  con  el  sentido  la- 
tino. Aunque  no  hubiera  otras  autoridades 
en  apoyo  de  este  exprpsivrt  verbo,  la  de  Cer- 
vantes "es  más  que  suficiente.  Hoy  se  dice  <le 
preferencia  ;  vapulear.  (M.  de  T.) 


el  capítulo  precedente;  salió  de  la 
venta  á  la  hora  del  alba,  y  no  había 
andado  muclto  cuando  encontró  la  aven- 
tura de  Andrés,  y  deshizo  en  la  manera 
que  acaba  de  verse  el  tuerto  y  agravio 
que  se  hacía  .i  aquel  delicado  infante. 

3.  El  presente  capítulo  contiene  dos 
aventuras  :  la  primera  es  la  da  Andrés 
azotado  por  Juan  Haldudo  y  prote- 
gido por  D.  Quijote,  la  cual  recuerda, 
entre  otras,  la  de  Amadís  de  Grecia 
cuando  libertri  al  enano  Busendo  del 
poder  de  un  caballero  que  hacía  azo- 
tarle crudamente,  como  se  refiere  en 
su  crónica  {a\.  La  segunda  es  el  en- 
cuentro de  D.  Quijote  con  los  merca- 
deres toledanos.  En  ambas  mostró 
D.  Quijote  el  extremo  de  su  locura; 
pero  el  éxito  de  la  primera  fué  sólo 
ridículo ;  el  de  la  segunda  fué  algo  peor 
que  ridículo,  y  molido  á  palos  el  pobre 
caballero  por  manos  villanas,  hubo 
que  llevarlo  á  su  rasa  atravesado,  como 
costal  de  basura,  en  un  burro. 

(a)  Parte  II,  cap.  XXII. 

(í)  Sobre.  —  El  señor  Cortejon  restablece 
pn,  en  lugar  de  soéí-e,  pero  deja  el  resto  de  la 
frase  tal  comn  está  aquí,  ó  peor.  i)ue5  pone 
una  coma  después  de  bellas.  Sin  embargo  pa- 
rece, á  todas  luces,  gue  la  o  no  es  preposi- 
ción sino  exclamación,  la  cual  antes  se  so- 
lía escribir  sin  /i.  La  frase  pues  quedará 
completamente  clara  en  la  forma  siguiente, 
que  fué,  de  seguro,  la  empleada  por  Cer- 
vantes ;  cn'intas  lioy  viven  en  la  tierra,  ;  olí 
sobre  las  bellas  bella,  Dulcinea  del  Toboso .' 
En  todo  caso  la  o  interjección  nunca  lleva 
acento.  (M.  de  T.) 


56  DON    Qi;i.íOTK    DE    LA    MANCHA 

jadas  *  donde  los  caballeros  andantes  se  ponían  á  pensar  cuál  camino 
de  aquellos  tomarían  :  y  por  imitarlos  estuvo  un  rato  quedo  ;  y  al 
cabo  de  haberlo  muy  bien  pensado,  soltó  la  rienda  á  Rocinante, 
dejando  á  la  voluntad  del  rocín  la  suya,  el  cual  siguió  ^  su  primer 
intento,  que  fué  el  irse  camino  de  su  caballeriza'*.  Y  habiendo 
andado  como  dos  millas,  descubrió  D.  Quijote  un  grande  tropel 
de  gente,  que,  como  después  se  supo,  eran  unos  mercaderes  tole- 
danos que  iban  á  comprar  seda  á  Murcia^.  Eran  seis,  y  venían 
con  sus  quitasoles,  con  otros  cuatro  criados  á  caballo,  y  tres 
mozos  de  muías  á  pie.  Apenas  los  divisó  D.  Quijote,  cuando  se 
imaginó  ser  cosa  de  nueva  aventura,  y  por  imitar  en  todo  cuanto 
á  él  le  parecía  posible  los  pasos  que  había  leído  en  sus  libros,  le 
pareció  venir  allí  de  molde  uno  que  pensaba  hacer  "^  :  y  así  con 


1.  Vino  poT  vÍ7iiero7i.  — Encrucijada 
se  llama  el  sitio  donde  se  cortan  dos 
caminos  y  se  dividen  en  cuatro  rama- 
les :  llámase  asi  porque  hacen  cruz,  y 
se  dice  también  por  la  misma  seme- 
janza de  las  calles  que  se  cruzan  de  las 
poblaciones. 

La  situación  de  D.  Quijote  en  la  en- 
cinicijada  es  verdaderamente  caballe- 
resca, propia  de  quien  sin  propi'isito 
cierto  y  determinado  busca  las  aven- 
turas que  le  depare  la  suerte,  y  muy 
parecida  ó  igual  á  la  de  muchos  caba- 
lleros andantes,  según  se  refiere  en 
sus  historias.  Bowle  ciUy  los  ejemplos 
de  D.  Galaor  y  Roldan,  y  algún  otro 
que  no  era  |an  del  caso  :  pudieran 
agregarse  varios. 

2.  .\lejor  fuera  poner  :  dejando  la 
elección  i¡  la  voluntad  del  rocín.  i'>  en 
caso  de  conservar  la  misma  frase, 
corregir  el  orden  de  las  palabras  y 
decir  :  dejando  su  voluntad  ó  la  del 
rocin,  el  cual  sifjuió,  etc. 

3.  Asi  se  dice  elegantemente  en  vez 
de  seguir  el  camino  de  su  caballeriza. 
La  palabra  (Yí»/í¿7io  tiene  aquí  fuerza  de 
preposiciim,  como  si  se  dijera  :  /lacia 
su  caballeriza. 

4.  Aquel  como  después  se  supo,  es 
an  ripio  que  debiera  omitirse,  porque 
no  hacia  falta  para  la  claridad  ni  para 
la  verosimilitud ;  y  no  sólo  por  esto, 
sino  tnmbién  porque  en  la  fábula  no 
debieron  quedar  cabos  sueltos,  ni  de- 
cirse, como  después  6e  supo,  sin  refe- 
rirse (/esp//tí'A-  el  modo  como  se  supo. 

El  licenciado  Francisco  de  Cáscales, 
contemporáneo  de  Cervantes,  en  los 
Diicursos  hislÓ7-icos  de    Murcia   y   su 


reino  (a),  dice  :  Murcia  da  y  repart 
seda  á  los  más  cudiciosos  y  más  opu- 
lentos mercaderes  de  Toledo,  Córdoba, 
Serilla  y  Paslrana  y  de  otros  lugares 
que  tratan  desla  materia...  Toda  la 
huerta  de  Murcia  tiene  hoy  (año  1621) 
:{5o.ü00  moreras,  lo  cual  consta  por  los 
libros  de  los  diezmos  de  lias.  Con  la  hoja 
destas  moreras  se  crian  poco  más  ó 
menos  en  la  huerta  de  Murcia  cada 
año  40.000  onzas  de  simiente.  Será  la 
cosecha  destas  orizas,  considerando  un 
año  con  otro,  210.000  libras  de  seda 
joyante  y  redonda...  Para  la  compra 
de  la  seda  que  en  Murcia  se  cria,  entra 
cada  año  en  ella  más  de  un  millón, 
que  es  el  esquilmo  mayor  que  en  el 
mundo  se  sabe.  En  nuestro  tiempo  este 
ramo  se  halla  en  decadencia  :  y  á  pesar 
de  lo  que  se  ha  perfeccionado  el  arte 
de  fabricar  la  seda  y  de  aprovechar  el 
capullo,  el  año  de  (830  no  ha  llegado 
la  cosecha  de  la  huerla  de  Murcia  á 
120.000  libras  de  seda,  según  noticias 
fidedignas. 

.j.  Éstáu  trastrocados  los  verbos 
parecer  y  pensar.  Debi(')  decirse  :  por 
imitar  los  pasos  que  había  leído  en  su;- 
libros,  pensó  hacer  uno  que  le  pareció 
venir  allí  de  molde.  Xo  parece  que 
viene  bien  un  paso  porque  se  quiere 
imitiirlo.  sino  que  se  quiere  imitarlo 
porque  parece  que  viene  bien  (6). 

[a)  Disc.  XVI,  cap.  I. 

(0)  El  señor  Calderón  justifica  la  frase  de 
Cervantes  diciendo  que  la  locura  de  Don 
Quijote  «  le  hacia  ver  que  venía  bien  todo 
aquello  que  quería  Imitar,  porque  lo  quería 
imilar  ».  (M.  de  T.) 


IMIIMKH-V    l'AHIK. 


CAPITin.O    IV 


g(Mil¡l  t(»iiliiu'iil('  y  cleiiuodo  se  afirmó  bien  en  los  estribos  ^ 
ai>rel('>  la  lan/.a,  llegó  la  adaii^a  al  pecho,  y  puesto  en  la  niilad  del 
camino,  estuvo  espin'ando  (pie  aípiellos  caballeros  andantes  llegasen 
(que  ya  ól  por  tales  los  tenía  y  juzgaba);  y  cuando  llegaron  á 
trecho  qtie  se  pudieron  ver  y  oir,  levantó  D.  Quijote  la  voz,  y  con 
ademán  arrogante  dijo  :  Todo  el  mundo  se  tenga,  si  todo  el  mundo 
nocontiesa^  nue  no  hay  en  el  mundo  todo  doncella  más  hermosa 
que  la  Emperatriz  (!<'  la  Mancha,  la  sin  par  Dulcinea-'  del  Toboso. 
Parái-onse  los  mercaderes  al  son  de  estas  razones,  y  á  verla  extraña 
figura  del  que  las  decía ;  y  por  la  figura  y  por  ellas  luego  echaron 
de  ver  la  locura  de  su  dueño  :  mas  quisieron  ver  despacio  en  qué 
paraba  aquella  confesión  que  se  les  pedía  ;  y  uno  de  ellos,  que  era 
un  poco  burlón  y  muy  muclio  discreto,  le  dijo  :  Señor  caballero, 
nosotros  no  conocemos  quién  es  esa  buena  señora  que  decís ; 
mostrádnosla,  que  si  ella  fuere  de  tanta  hermosura  como  signi- 
ficáis, de  buena  gana  y  sin  apremio  alguno  confesaremos  la  verdad 
que  por  parte  vuestra  nos  es  pedida.  Si  os  la  mostrara,  replicó 
D.  (Juijote».¿qué  hiciérades  vosotros  en  confesar  una  verdad  tan 
notoria  ?  La  importancia  está  en  que  sin  verla  lo  habéis  de  creer, 
confesar,  afirmar,  jurar  y  defender '  :  donde  no,  conmigo  sois  en 
batalla,  gente  descomunal  y  soberbia  ' ;  que  ahora  vengáis  uno  á 


Venir  de  molde,  expresión  totnada 
de  la  fundición  de  los  metales,  que  se 
aplica  ;i  las  cosas  que  se  ajustan  y 
acomodan  perfectamente  entre  si,  ;i  la 
manera  que  el  metal  derretido  llena 
los  huecos  y  toma  la  figura  del  molde 
en  que  se  infunde.  Molde  parece  ser  la 
mistua  palaijra  que  modelo,  y  una  y 
otra  .vienen  de  modulas,  que  tienen  la 
misma  significación. 

Fasos  no  son  aquí  pasajes  ói  sucesos, 
sino  las  justas  ó  funciones  solemnes 
de  caballería,  de  que  con  este  nombre 
se  hace  mención  en  las  crónicas  é  his- 
torias, tanto  verdaderas  como  fabulo- 
sas. Volverá  ¡i  hablarse  de  este  punto 
á  su  tiempo. 

1.  Bella  descripción  de  los  movi- 
mientos y  actitud  de  D.  Quijote,  que 
no  parece  sino  que  se  le  está  viendo. 

tí.  Estas  repeticiones  son  propias 
del  lenguaje  arrogante  y  fanfarniu  que 
convenía  aquí  á  D.  Quijote,  y  usadas 
oportunamente  añaden  gracia  y  orna- 
mento al  estilo. 

3.  Sin  par  es  dictado  que  dab:m 
frecuentemente  á  sus  damas  los  ca- 
balleros   andantes    en    sus    hislo:'ius. 


líízose  con  particularidad  en  la  de 
Amadis  de  Gaula,  donde  se  dice  que 
el  Rey  Lisuar/e  traía  consigo  á  Brisena 
su  mujer  y  una  hija  que  en  ella  hobo, 
cuando  en  Denamarca  inoraba,  que 
Oriana  había  nombre,  la  más  hermosa 
criatura  que  nunca  se  vio;  tanto,  que 
ésta  fué  la  que  sin  par  se  llamó, 
porque  e«  su  tiempo  ninguna  hobo  que 
igual  le  fuese  (a).  Los  demás  autores 
caballerescos  imitaron  al  del  libro  de 
Amadis,  y  Cervantes  remedó  á  todos. 

4.  Gradación  feliz  y  perfecta  de  las 
ideas  del  valeroso  paladín  de  la  Man- 
cha, y  de  lo  que  exigía  de  los  merca- 
deres. Se  empieza  por  creer:  se  puede 
después  confesar,  aunque  sea  de  mala 
gana  :  afirmar  ya  es  acto  positivo  y 
espontáneo  :  jura  el  que  afirma  con 
calor  y  energía  :  defender  es  querer 
que  los  demás  crean  y  confiesen,  y  lo 
último  que  puede  hacerse  en  la  materia 
de  que  se  trata. 

5.  Por  estas  palabras  y  las  si- 
guientes, en  que  se  trata  á  ios  merca- 
deres viajeros  de  gente  de  mala  ralea, 

la)  Cap.  IV. 


o8 


nON    01-I.I0TK    HE    I. A    MANCHA 


uno,  como  pide  la  orden  de  caljallería,  ora  todos  juntos,  como  es 
costumbre  y  mala  usanza  de  los  de  vuestra  ralea,  aquí  os  aguardo 
y  espero,  confiado  en  la  razón  que  de  mi  parte  tengo.  Señor 
caballero,  replicó  el  mercader,  suplico  á  vuestra  merced  en 
nombre  de  todos  estos  Principes  que  aquí  estamos*,  que  porque 
no  encarguemos  nuestras  conciencias'"*  confesando  una  cosa  por 
nosotros  jamás  visla^  ni  oída,  y  más  siendo  tan  en  perjuicio  de 
las  Emperatrices  y  Reinas  del  Alcarria  '  y  Extremadura,  que 
vuestra  merced  sea  servido  de  mostrarnos  algún  retrato  de  esa 
señora,  aunque  sea  tamaño  como  un  grano  de  trigo,  (jue  por  el 
hilo  se  sacará  el  ovillo',  y  quedaremos  con  esto  satisfechos  y 
seguros,  y  vuestra  merced  quedará  contento  y  pagado.  Y  aun  creo 


parece  que  D.  Quijute  los  consideraba 
como  gigantes  ó  malandrines,  más  bien 
que  como  caballeros  andantes,  que  es  lo 
que  anteriormente  le  habían  parecido. 
De  esta  inconsecuencia  no  puede  ha- 
cerse cargo  ;i  Cervantes.  (|uien  siempre 
tiene  á  la  mano  la  disculpa  del  des- 
concierto del  juicio  (le  su  héroe. 

1.  Alusinn  satírica  ;í  los  pasajes  de 
los  libros  caballerescos  en  quefrecuentí- 
simamente  se  hallan  por  los  campos  y 
yermos  reuniones  y  juntas  de  Reyes, 
Emperadores  y  Príncipes,  como  llo- 
vidos. 

2.  Mejor  :  porque  no  carguemos 
nuestras  conciencias.  Carf/ar  l/i  con- 
ciencia es  cosa  distinta  que  encargarla. 
La  carc/a  el  delincuente  que  la  grava  y 
oprime  con  el  peso  del  delito  y  de  los 
remordimientos  :  la  encarga  el  que  al 
decir  á  otro  lo  que  debe  ejecutar,  le 
advierte  que  asi  debe  proceder  por  mo- 
tivos de  conciencia,  y  lo  hace  respon- 
sable. El  mercader  representa  aquí 
muy  bien  el  papel  de  burlón  discreto, 
que  le  asigm'i  Cervantes. 

3.  El  Caballero  de  la  Cruz,  habiendo 
llegado  desde  Egipto  á  Calés,  al  ir  á 
pasar  por  un  puente  que  había  en  el 
camino  real,  se  encontri'>  con  im  caba- 
llero bien  .-irmado;  su  nombre  el 
Fuerte  BorgoFión,  que  le  dijo  :  Caba- 
llero, tornaos  por  donde  vefíistes.  si 
no  olorijríis  que  la  más  lierinosa  dama 
del  mundo  es  la  que  yo  sirvo.  Dijo  el 
Caballero  de  la  C7-uz  : '.Yo  lo  puedo  yo 
otorgar  eso,  porque  no  la  conozco  :  y 
puesto  que  la  hubiese  visto,  yo  no  he 
visto  todas  las  otras  del  mundo  para 
juzgar  que  ella  sea  la  más  hermosa. 
Basta,  dijo  el  Caballero  de  la  Puente, 


que  os  conviene  de  otorgarlo  asi,  ó 
dejar  una  señal  vuestra  por  vencido,  ó 
sois  en  la  batalla  (a).  El  mercader 
toledano  adolecía  de  la  misma  clase  de 
escrúpulos,  y  era  tan  concienzudo 
como  el  Gabailero  de  la  Cruz. 

4.  Sigue  el  mercader  desempeñando 
su  carácter  burlón  y  dis  reto.  D.  Qui- 
jote, sosteniendo  la  primacía  de  la 
iiermosura  de  Dulcinea,  la  había  apelli- 
dado Emperatriz  de  la  Mancha;  el 
mercader  contrapone  el  agravio  que  en 
esto  podría  hacerse  á  las  PLmperatrices 
de  la  .\icarria.  En  la  elecciim  de  esta 
provincia  hay  también  algo  de  festivo 
y  oportuno,  porque  tanto  la  Mancha 
como  la  Alcarria  son  provinci.is  ima- 
ginarias, como  las  monedas  de  este 
nombre,  y  en  calidad  de  tales,  más 
apropiadas  para  figurar  en  la  región  de 
bis  fábulas  caballerescas.  La  Alcarria 
es  nn  distrito  de  Castilla  la  Nueva, 
cuyos  límites  no  son  fáciles  de  definir 
con  exactitud,  pero  que  está  situado  á 
la  izquierda  del  rio  Henares.  La  Hioja 
y  otros  partidos  menos  importantes 
son  también  divisiones  de  territorio 
conocidas  en  el  uso  é  idioma  común,  y 
desconocidas  en  el  orden  eslcablecido 
por  la  niitoridad. 

o.  Expresión  proverbial.  Da  á  en- 
tender que  por  los  indicios,  muestras 
y  principios  se  viene  al  descubrimiento 
de  las  cosas,  así  como,  siguiendo  el 
hilo,  se  llega  al  ovillo  de  donde  pro- 
cede. Ovillo  es  el  diminutivo  de  huevo. 
por  la  semejanza  cpie  con  él  tiene  el 
de  hilo. 


(a)    Caballero    de    la     Cruz,    lib.    I,    cap 

cxv. 


PRIMERA    PARTE. 


TAPITULO    IV 


59 


que  eslniíios  ya  tan  de  su  parlo,  quo  aimqiio  su  retrato  nos  muestre 
que  es  ttUM'ta  de  un  ojo,  y  que  (l(;l  otro  le  mana  bermellón  y  piedra 
a/ulVe,  con  lodo  eso,  por  complacer  á  vuestra  merced  diremos  en 
su  l'avor  lodo  lo  que  quisiere.  No  le  mana,  canalla  infame,  res- 
pondió I).  Ouijote  encendido  on  cólera,  no  le  mana,  digo,  (¡so  que 
decís,  sino  ámbar  y  alíi;alia^  entre  algodones,  y  no  es  tuerta 
ni  corcovada,  sino  más  derecha  (jue  un  huso  de  Guadarrama^; 
pero  vosotros  pagaréis  la  grande  blasfemia  que  habéis  dicho 
contra  tamaña  beldad  como  es  la  de  mi  señora.  Y  en  diciendo 
esto,  ariemelió  con  la  lanza  baja  contra  el  que  lo  había  dicho,  con 
tanla  furia  y  enojo,  que  si  la  buena  suerte  no  hiciera  que  en  la 
mitad  del  camino  tropezara  y  cayera  Rocinante,  lo  pasaia  mal  el 
atrevido  mercader.  Cayó  Rocinante,  y  fué  rodando  su  amo  una 
buena  pieza ^  por  el  campo;  y  queriéndose  levantar,  jamás  pudo  : 


1.  Substancias  de  que  en  tiempo  de 
Cervantes  se  confeccionaban  las  po- 
madas y  perfumes.  El  ámbar  es  una 
especie  de  betún  transparente  que 
suele  arrojar  el  mar,  y  que,  destilado 
ó  desleído,  servía  en  las  confecciones 
olorosas.  También  se  usaba  para  ado- 
bar las  pieles,  como  el  coleto  de  rlmhcir 
de  Cardenio.  que  se  menciona  en  el 
capitulo  XXllI  de  esta  primera  parte,  y 
la  bolsa  del  sacristán  de  Sevilla  que 
hurtó  Cortadillo,  y  mostraba  bnber 
sido  de  ámbar  en  los  pasados  tiempos. 
La  alf/alia  es  un  ungüento  odorífero 
que  cria,  en  una  bolsita  situada  entre 
las  dos  vías,  la  civeta  ó  gato  de  algalia, 
animal  que  habita  las  regiones  cálidas 
de  Asia  y  África  Ambas  substancias 
se  contaban  ya  desde  antiguo  entre 
las  aromáticas  agradables,  como  se  ve 
por  la  historia  inserta  en  el  Conde  Lu- 
canov{a)  de  un  Rey  moro, que  teniendo 
su  mujer  !a  Reina  Romaquia  el  nntojo 
de  hacer  adobes,  mando  henclúv  de 
agua  de  rosas  aquella  albuhera  de 
Córdoba  en  htgar  de  agua,  et  en  lugar 
de  lodo  fizóla  henchir  de  azúcar  y  de 
caiiela,  et  de  agengibre  etes  par,  é 
alambor  el  algalia...  Et  desque  destas 
cosas  fué  llena  la  alberca,  el  de  tal 
lodo  cual  podedes  entender...  dijo  el 
¡ieg  á  la  Romaquia  que  se  descalzase  é 
hollase  aquel  lodo,  et  ficie.se  adobes  del 
cuanto  quisiese. 

2.  Ilácense  comúnmente  los  husos  (t) 
de  madera  de  haya,  árbol  que  se  cría 

(a)  Cap.  XIV. 


en  las  sierras  de  Guadarrama,  de  donde 
suelen  traerse  á  la  corte,  como  sucedía 
también,  según  esta  expresión,  en 
tiempo  de  Cervantes.  De  la  misma  ma- 
dera se  hacen  molinillos  de  chocolate, 
hormas,  cucharas  y  otros  semejantes 
utensilios,  labor  ordinaiüa  de  los  ha- 
bitantes de  las  sierras  donde  se  crían 
maderas  á  prop/)sito  para  ella. 

3.  Pieza  viene  de  spntiiim,  como  (■/.) 
su  correspondiente  castellano  espacio,  y 
se  dice  tanto  del  lugar  como  del  tiempo. 
Aqui  es  de  lugar;  de  tiempo  es  en  el  ca- 
pítulo VII  de  esta  primera  parte,  donde 
se  dice  del  Mago  que  se  suponía  haber- 
se llevado  los  libros  de  D.  Quijote  :  á 


{•.)  Mucho  han  dado  que  hablar,  ó  mejor 
dicho  quü  escribir,  á.  Bowle,  Asensio,  Corte- 
jóii,  Clemencín  y  otros  los  husos  del  Guada- 
riiima.  Asensio  supone,  con  más  ingenio  que 
fundamento,  que  estos  husos  son  las  ar/tijas 
ijiie  -11'  forman  en  los  picos  del  Guadarrama . 
en  la  época  del  dea/iielo.  La  explicación  de 
Clemencín  se  acerca  más  á  la  verdad.  1.a  cos- 
tumbre, madre  de  la  tradición,  hace  que  en 
todas  las  poldaciones  de  Es|iaña  haya  nom- 
bres especiales  y  consagrados  para  ciertos 
objetos  ó  iiroductos  de  determinadas  comar- 
cas. Así  se  dice  :  miel  de  Alcarria,  melindres 
de  Yepes,  polvorones  de  Secilln,  chorizos  de 
Candelario,  pucheros  de  Alcorcón,  velones  de 
Suena,  etc.,  etc.  (M.  de  T. ) 

(x)  Pieza  no  viene  de  spaHum.  Según  Diez 
se  deriva  del  giiego  peza.  Otros,  como  Stap- 
pers.  la  derivan  del  bajn  latín  petinm.  con- 
tracción de  petnlium  (de  dmide  se  formó  /¡e- 
dazo).Petuiltnn  hace  en  \>\\n-,\\peiatia.  Ahora 
bien,  del  plural  contraído  petia  se  formó 
pieza,  de  igual  modo  que,  del  plural  mira- 
hi¡fa<a,\\Ó  maravilla.  (M.  de  T.) 


60 


noN  on.jOTí:  de  la  mancha 


tal  embarazo  le  cnusaban  la  lanza,  adarga,  espuelas  y  relacJa  con 
el  peso  de  las  anüguas  armas.  Y  entre  tanto  que  pugnaba  por 
levantarse  y  no  podía,  estaba  diciendo:  Non  luyáis,  gente  cobarde, 
gente  cautiva;  atended',  que  no  por  culpa  mía,  sino  de  mi 
caballo^  estoy  aquí  tendido^JUn  mozo  de  muías  de  los  que  allí 
venían,  que  no  debía  de  ser  muy  bien  intenciona<lo,  oyendo  decir 
al  pobre  caído  tantas  arrogancias,  no  lo  pudo  sufrir  sin  darle 
la  respuesta  en  las  costillas,  Y  llegándose  á  él,  tomó  la  lanza,  y 
después  de  haberla  hecho  pedazos,  con  uno  dcllos  comenzó  á  dar 
¿nuestro  D.  Quijote  tantos  palos,  que  á  despecho  y  pesar  de  sus 
armas  le  molió  como  cibera^.  Dábanle  voces  sus  amos  que  no 
le  diese  tanto,  y  que  le  dejase  ;  pero  estaba  ya  el  mozo  picado,  y 
no  quiso  dejar  el  juego  hasta  envidar  todo  el  resto  de  su  cólera ; 
y  acudiendo  por  los  demás  trozos  de  la  lanza,  los  acabó  de  des- 
hacer sobre  el  miserable  caído,  que  con  toda  aquella  tempestad 


Cdho  de  poca  pieza  ¡tníió  volando  por  el 
l.cjddo.  Kn  lii  iiiistiiíi  significación  lo 
US  ■>  el  antiguo  ronitince  del  marqués 
de  Mantua  : 

Al  cabo  de  una  sjran  pieza, 
en  pie  se  fué  á  levantar. 

1.  Ya  se  notó  en  el  capítulo  II  la  pro- 
pieddil  con  que  se  pone  en  boca  de 
ú  Quijote  este  lenguaje  sembrado  de 
arcaismos.  Al  paso  se  aprovecha  Cer- 
vantes de  esta  circunstancia  para 
poner  en  ridiculo,  conforme  al  propó- 
sito general  de  su  obra,  ios  libros  de 
caballcria,  los  cuales,  unos,  por  ser 
realmente  antiguos,  usaban  dellenguaje 
del  siglo  en  que  se  escribieron,  y  otros 
afectaban  imitarlos.  Ya  lo  había  til- 
dado 1).  Diego  de  Mendoza,  cuando  en 
boca  del  capitán  Salazar  decía  al  r>a- 
chiller  de  Arcadia:  Vos. señor  Bachiller, 
debéis  de  ser  muy  ami[/o  de  lihros  de 
caballerías,  que  usan  de  vocablos  inwj 
viejos. 

i.  D.  Quijote  disculpaba  su  caída 
atribuyéndola  á  su  caballo,  al  modo 
que  angélica  '-'.)  en  Ariosto  disculpaba  la 
de  Sacripante  derribado  por  un  caba- 
llero desconocido  : 

(>■)  Es  lástima  que  Cleniencín  tiaya  em- 
pleado tanta  erudición  en  comentar  pasajes 
como  el  presente,  que  no  nucesilan  comen- 
tario. Como  esta  nota  hay  muchísimas,  en 
que  el  comentarista  gastó,  como  vulgarmente 
se  dice,  la  pólvora  en  salvas.      (M.  de  T.) 


En  el  capitulo  siguiente  repite  D.  Qui- 
jote la  misma  excusa:  Téti(/anse  todos, 
decía,  que  veiif/o  mal  ferido  por  la 
culpa  de  mi  caballo.  liowie,  en  sus 
anotaciones,  trae  ejemplos  de  caba- 
lleros derribados  que  alegaban  haberlo 
sido  por  culpa  de  sus  caballos  y  alfa- 
nas :  y  con  efecto,  en  los  lances  de 
caballería  solía  entrar  en  cuenta  la 
consideración  de  si  la  culpa  hahia  sido 
del  caballo  más  bien  que  del  caballero. 
Y  asi.  entre  las  reglas  que  da  para  las 
justas  el  Doctrinal  de  Caballeros,  se 
encuentra  lo  siguiente  :  Si  un  cafjullcro 
derribase  ú  otro  é  rí  su  calta  lio;  si  ésle 
que  cayó  derribare  al  otro  »i«  su 
caballo,  decimos  que  haya  mejoría  el 
caballero  que  ayo  el  caballo  con  él: 
porque  parece  que  fué  la  culpa  del  ca- 
ballo é  non  del  ctiballero  [a]. 

3.  Se  deriva  del  latín  cihus.  y  signi- 
fica propiamente  las  granzas  ú  restos 
gruesos  que  quedan  después  de  uioli- 
dos  los  granus  que  se  destinan  á  ali- 
mento :  también  significa  el  trigo  que 
pasa  de  la  tolva  á  la  rueda  del  molino 
para  convertirse  en  harina. 


Dell,  disse  rlln,  Su/iior.   non    i'i    rincresca. 
Che  del  cnder  non  e  la  c^ípa  roslra. 
Ha  del  caballo,  a  cui  ri¡io.io  ed  esca 
ilcglio  ni  convrnia  che  nova  giostra{b). 


(Vi)  I.ili.  III.  til.  V. 
(6j  Canto  I,  est.  ()7 


'KIMKIU    l'AKIK. 


CAIMTUI.O    IV 


f)l 


de  palos  (\\ic  sobre  ól  Uovia',  no  cerraba  la  l)Oca,  amenazando  al 
cielo  y  í'i  la  lierra  y  á  los  malandrines,  qno  tal  le  [)arecían. 
Cansóse  el  mozo,  y  los  mercadísres  si{j;uieron  su  camino,  llevan- 
do (|né  contar  en  todo  ¿I  del  pobre  apaleado,  el  cual,  después 
(jue  se  vio  solo,  tornó  á  probar  si  podía  levantarse;  pero  si  no  lo 
pudo  hacer  cuando  sano  y  bueno,  ¿cómo  lo  haría  molido  y  casi 
deshecho?  Y  aun  se  tenía  j)or  dichoso,  pareciéndole  que  aquella 
era  ])i'0[)ia  desgracia  de  caballeros  andantes-,  y  toda  la  atribuía 
A  la  falta  de  su  caballo;  y  no  era  posible  levantarse,  según  tenía 
brumado  todo  el  cuerpo-*. 


1.  Las  primeras  ediciones  dicen  : 
toda  uquellu  teinpeslad  de  palos  que 
sob7'e  él  vía  La.  de  Loudres  de  1738  lo 
corrifíió  con  verosimilitud,  y  á  mi 
entender  coa  acierto,  poniendo  Hacia 
en  vez  de  via. 

•2.  Mejor  :  era  desgracia  propia  de 
caballeros  andantes.  Kn  las  lenguas 
modernas  el  orden  de  las  palabras  no 
es  tan  libre  como  en  otras  antiguas,  é 
influye  á  veces  esencialmente  en  la 
significación. 

'i.  Estas  palabras  ni  ligan  bien  con 
lo  que  las  ntec-ede,  ni  hacen  otra  cosa 
que  repc-tir  lo  que  se  dijo  pocos  ren- 
glones   antes   :    lomó    (D.    Quijote)    á 


probar  si  podía  levantarse ;  pero  si  no 
Lo  piulo  hacer  cuando  sano  y  bueno, 
(\  cómo  lo  haría  molido  y  casi  deshecho  '.' 
Lo  mismo  vuelve  á  decirse  en  las  pri- 
meras palabras  del  siguiente  capitulo; 
de  suerte  que  no  seria  temeridad  sos- 
pechar que  la  presente  expresión  fué 
'ñadida  al  texto  por  el  imperito  im- 
presor, como  lo  hicieron  también 
alguna  vez  los  copiantes,  intercalando 
palabras  y  expresiones  suyas,  ó  halla- 
das en  las  m.írgenes  de  los  manuscritos 
que  trasladaban,  de  lo  que  no  faltan 
ejemplos  en  los  libros  clásicos  de  la 
antigüedad. 


CAPITULO  V 


DONDE    SE    PROSIGUE    LA    NARRAf.IOX    DE    T.A    DESGRACIA 
DE    NUESTRO    CABALLERO. 


Viendo,  pues,  que  en  efecto  no  podía  menearse,  acordó  de 
acogerse  á  su  ordinario  remedio',  que  era  pensar  en  algún  paso 
de  sus  libros,  y  trujóle  su  locura  á  la  memoria  'aquel  de  Baldo- 
vinos  y  del  Marqués  de  Mantua-,  cuando  Cariólo  le  dejó  herido  en 
lamonliña^  :  historia  sabida  de  los  niños  \  no  ignorada  de  los 


1.  Los  antiguos  hubieron  de  creer 
que  la  memoria  residía  en  el  corazim, 
y  de  aquí  el  verbo  decorar  y  la  expre- 
sión lomar  de  coro,  común  á  las  lenguas 
francesa  y  castellana,  y  los  verbos 
recordar  y  acordarse,  este  último  reci- 
proco, que  significa  renovar  la  memoria 
pe  alguna  cosa.  Cuando  no  es  reci- 
droco,  como  sucede  en  el  presente  pa- 
saje del  texto,  es  lo  mismo  que  resolver, 
y  en  este  sentido  se  usa  ordinariamente 
cuando  la  resolucii'm  es  de  muchos. 

2.  Es  el  antiguo  romance  del  Marqués 
de  Mantua,  que  contiene  la  relacií'm  de 
la  traidora  muerte  que  dio  á  Baldo- 
vinos  el  Infante  Carloto,  hijo  del  Em- 
perador Carlon)agno,  de  la  acusación 
que  contra  él  hi/o  el  Marqués  de 
Mantua,  tío  de  Baldovinos,y  del  castigo 
de  Carloto.  Baldovinos  es  lo  mismo  que 
Balduino,  nombre  común  en  la  Edad 
Media,  con  la  terminación  en  os.  que 
en  los  principios  de  la  lengua  castellana 
se  daba  á  los  nombres  latinos  acabados 
en  t(s.  .\s¡  se  foruiaron  los  nombres  de 
Oliveros, Gaiferos  y  Montesinos,  héroes 
de  nuestros  romances  primitivos;  Ale- 
jos, .\lbertos,  Troilos,  Pablos,  Mateos, 
fueron  nombres  de  personas  usados  en 
Castilla,  y  todavía  conservan  en  el  uso 
común  la  misma  terminación  los  nom- 
bres de  .Marcos,  Carlos.  Pilatos  y  Lon- 
ginos.  El  origen  del  romance  del 
Marqués  de  Mantua,  como  el  de  otros 
romances  viejos  castellanos,  es  difícil.  >'> 


por  mejor  decir  imposible,  de  averiguar. 
En  la  Crónica  general  de  España  (a), 
escrita  en  el  siglo  xiii,  se  citan  ya  los 
cantares  de  las  hazañas  de  Bernardo 
del  Carpió,  y  en  la  Gran  conquista  de 
Ultramar,  escTúii  por  el  mismo  tiempo, 
se  cita  y  aun  se  extracta  una  historia 
de  Carlos  Mainete  ó  Carlomagno  que 
no  ha  llegado  á  nosotros  (a).  En  la'des- 
cripción  que  allí  se  hace  de  dicha 
historia,  hay  algún  indicio  de  que  so 
tomó  (le  ella  el  asunto  del  romance 
de  Baldovinos. 

3.  Así  decían  las  primeras  ediciones: 
las  posteriores  corrigieron  malamente 
monfaña.  El  romance  ('•  historia  del 
Marqués  de  .Mantua,  que  es  la  que  aquí 
se  cita,  no  dice  ni  uno  ni  otro,  sino 
monte  y  bosque  y  floresta:  pero,  tratán- 
dose de  romanices  antiguos,  no  fué 
extraño  que  Cervantes  usase  de  la 
palabra  montiña,  que  en  ellos  suena 
en  la  misma  significación  que  montaña  .- 
fuese  porque  se  equivocó  citando  de 
memoria,  como  solía,  sin  consultar  ej 
original;  fuese  y  esto  es  lo  más  vero- 
símil) porque  prefirió  la  palabra  anti- 

(a)  Lib.  II,  cap.  XLIII. 

(a)  Crónica  general  de  Espaiia.  —  La  notable 
Biblioteca  fundada  por  Rivadeueira  y  conti- 
nuada al  presente  bajo  la  dirección  del  señor 
Menéndez  Pelayo,  ha  juiblicado  reciente- 
mente una  edición  de  esta  obra. 

(M.  de  T.) 


piii.MKiiA  p\r<Ti:. 


CAPITULO    V 


03 


mozos,  celebrada  y  aun  citúda  de  los  viejos,  y  con  todo  esto  no 
más  vcrdadíM-a  que  los  milagros  dcMahoma.  Esta,  pues,  le  pareció 
á  él  que  le  venía  de  molde  para  el  paso  en  que  se  hallaba  ;  y  así 
con  muestras  de  grande  sentimiento  se  comenzó  á  volcar  por  la 
tierra  ',  y  i\  decir  con  debilitado  aliento  lo  mismo  que  dicen  decía 
el  herido  caballei'o  d(d  bosque  : 

¿Dónde  estás,  señora  mía  2, 
que  no  te  duele  mi  mal? 
ó  no  lo  sabes,  señora, 
ó  eres  falsa  y  desleal. 


cuada  como  propia  y  peculiar  de  ellos, 
uno  del  Conde  Claros  (a)  empieza  así  : 

A  caza  va  el  Kmperante 
á  Sant  Juan  do  la  Montiña; 
con  él  iba  el  Ccinde  Claros 
por  le  tenei  conipañía. 

Es  evidente  que  la  ley  del  ason;i,nle 
excluía  á  ynonlaria  y  exigía  que  se  leyese 
montiña.  Lo  mismo  se  ve  en  el  otro 
romance  antiguo  de  la  Infantin;.  {!>)  : 

Sieste  fadas  me  fadaron 
en  brazos  de  un  ama  mía 
que  ándase  los  siete  años 
sola  en  aquesta  montiña. 
Hoy  se  cumplían  los  años 
desde  aquel  amargo  día  : 
por  Dios  ruego,  caballero, 
llévesme  en  tu  compañía... 

1  se  va  á  tomar  consejo. 
y  ella  queda  en  la  montiña... 
Cuando  volvió  el  caballero 
no  la  hallara  en  la  montiña. 

4.  Excusado  era  decir  que  los  muzos 
no  ignoraban  una  cosa  que  ya  sabían 
desde  niños  y  que  los  viejos  la  creían, 
después  de  haber  dicho  que  la  celebra- 
ban. La  exactitud  y  la  gradación  pedían 
con  mejor  derecho  que  se  dijese,  yendo 
de  lo  menos  á  lo  más  :  no  ignorada  de 
los  niños,  sabida  de  los  mozos,  creída  y 
aun  celebrada  de  los  viejos.  Todavía 
parece  mayor  la  inadvertencia  de 
Cervantes  en  desmentir  los  milagros 
de  Mahoma  (a),  sin  acordarse  de  que  el 
autor  original  del  Int.enioso  Hidalgo  se 
suponía  ser  mahometano.  Pero  pre- 
gunto yo  :  cuando  Cervantes  escribía 
el  capítulo  V  de  su  fábula,  ¿  tenía  pen- 
sado  ya   hacer  autor   de   ella    á   Cide 

(a)  Cancionero  de  romances  de  Amberes, 
15:0.  fol.  2'.)l.  —  (Ij)  ídem,  fol.  2U3. 


Hamete  ?  La  primera  mención  que  se 
hace  de  éste  es  en  el  capítulo  IX  :  pro- 
bablemente entonces  fué  cuando  le 
ocurrió  por  piümera  vez  ;í  Cervantes 
dar  origen  arábigo  á  su  obra ;  y  como 
no  leía  lo  que  anteriormente  llevaba 
escrito,  no  tropezó  con  la  inconse- 
cuencia, ni  pensó  en  corregirla.  Así  se 
escribió  uno  de  los  libros  de  mayor  mé- 
rito de  la  literatura  moderna. 

1.  Volcarse  por  revolcarse.  Haj'  gran 
diferencia  entre  ambos  vocablos.  Volcar 
se  dice  de  las  cosas  inanimadas  ;  revol- 
carse sólo  puede  decirse  de  los  vi- 
vientes :  el  primero  es  caer  en  tierra  lo 
que  se  mueve.,  el  segundo  es  volverse 
repetidas  veces  el  caído  de  un  lado  á 
otro;  el  primero  es  verbo  de  estado  y 
á  las  veces  también  activo  ;  el  segundo 
no  es  uno  ni  otro,  sino  recíproco.  Acaso 
la  supresión  de  la  partícula  re  fué  error 
de  imprenta,  como  en  éste  y  en  otros 
c  sos  semejantes  puede  sospecharse. 

2.  El  romance  del  Marqués  de  Mantua, 
impreso  entre  otros  del  Cancionero  de 
Amberes,  del  año  1555,  dice  [a]  : 

i  Dónde  estás,  señora  mía, 
que  no  te  pena  mi  male  ? 
De  mis  pequeñas  heridas 
compasión  solías  tomare; 
agora  de  las  mortales 
no  tienes  ningún  pesare. 

(a)  Fo!.  32. 

(a)  Causa  pesadumbre  el  ver  el  apasiona- 
miento y  la  inconsistencia  de  muchas  de  las 
críticas  de  Clemencín.  ;  Y  se  las  echaba 
de  amigo  y  admirador  de  Cervantes  !  Estas 
admiraci'ines  traen  á  la  memoria  la  ingeniosa 
jaculaton:i  de  Voltaire./5e/7o)/  ¡libradme  de 
mis  amigo-i !  Respecto  á  la  popularidad  de  los 
romances  en  nuestra  época,  véase  lo  que  digo 
en  mi  reciente  liliro  :  Por  In  cultura  y  por  la 
raza.  pág.  lOíl.  ÍM.  de  T.) 


04 


DON    QL'I.JÜTE    1)K    LA    MANCHA 


Y  desta  manera  fué  prosiguiendo  el  romance  hasta  aquellos  versos 

que  dicen  : 

¡  Oh  noble  Marques  de  Mantua, 
Hii  lío  y  se  ñor  carnal  1 

Y  quiso  la  sueiie  que,  cuando  llegó  i\  este  verso,  acertó  á  pasar  por 
allí  un  labrador  de  su  mismo  lugar  y  vecino  suyo,  (|ue  venía  de 
llevar  una  carga  de  trigo  al  molino  ' ;  el  cual,  viendo  aíiuel  hombre 
allí  tendido,  se  llegó  á  él  y  le  preguntó  que  quién  era,  y  qué  mal 
sentía  que  tan  tristemente  se  quejaba.  D.  Quijote  creyó  sin  duda 
que  aquel  era  el  Marqués  de  Mantua  su  tío,  y  asi  no  le  respondió 
otra  cosa  sino  fué  proseguir  en  su  romance,  donde  le  daba  cuenta 
de  su  desgracia  y  de  los  amores  del  hijo  del  Emperante  con  su 
esposa,  todo  de  la  misma  manei-a  que  el  romance  lo  canta.  El 
labrador  estaba  admirado  oyendo  aquellos  disparates  ;  y  quitándole 
la  visera,  que  ya  eftaba  hecha  pedazos  de  los  palos,  le  limpió  el 
rostro,  que  lo  tenía  lleno  de  polvo  :  y  apenas  le  hubo  limpiado-, 


En  el  Romancero  general,  enmendado 
y  añadido  por  Pedro  de  Flores,  é  im- 
preso el  año  l6iü,  encuentro  un  romance 
(le  Tirsi,  contrahecho  sobre  el  del 
Marques  de  Mantua,  en  que  lamentán- 
dose Tirsi  de  su  señora,  le  dirigía  estas 
quejas  (a)  : 

¿  Dónde  estás,  señora  mía, 
que  no  te  duele  mi  mal  ? 
/  no  lo  sabes,  señora, 
ó  eres  falsa  y  desleal. 

De  este  romance,  que  ciertamente  es 
anterior  á  la  edición  de  Pedro  de  Flores, 
tomó  Cervantes  los  cuatro  versos,  y 
como  citaba  de  memoria  y  sin  consultar 
los  originales,  según  ya  notamos,  con- 
fundió las  especies  y  atribuyó  los 
versos  al  romance  del  Marqués  (le  Man- 
tua. Consiguiente  á  esta  equivocación, 
dice  Cervantes  que  D.  Quijote  pro- 
siguió el  romance  hasta  aquellas  pala- 
bras : 

¡  Oh  noble  Marqués  de  Mantua, 
mi  tío  y  señor  carnal ! 

palabras  que  no  se  hallan  ni  pueden 
hallarse  en  el  romance  de  Tirsi,  que  no 
pasa  de  treinta  y  dos  versos,  siendo  asi 
que  median  ochenta  y  seis  entre  los 
dos  pasajes  del  verdadero  romance  del 
Marqués  de  Mantua. 

Es  de  admirar  que  un  erudito  como 
D.  Juan   Antonio  Pellicer  diga  en  sus 

(a)  Fol.  34. 


notas  al  presente  capítulo  del  Quijote, 
que  el  autor  de  este  romance  fué  Jeró- 
nimo Treviño  y  que  se  imprimió  en 
.\lcal.í.  año  de  l."i98.  El  estilo  y  expre- 
siones del  rouiance,  sin  otros  indicios, 
demuestran  mayor  antigüedad;  y  por 
de  contado  se  ve  que  Pellicer  no  tuvo 
presente  que  había  sido  incluido  en  el 
Cancionero  de  Amberes.  La  fecha  de 
dicho  romance,  segi'm  arguye  su  len- 
guaje, no  puede  ser  posterior  al 
siglo  XIV ;  pero  el  examen  de  esto  nos 
llevaría  muy  lejos  del  Quijote. 

1.  Luego  el  molino  no  estaba  lejos 
del  pueblo :  y  con  efecto,  por  las  rela- 
ciones topogr.íGcas  hechas  de  orden  de 
Felipe  II,  que  se  citaron  anteriormente. 
se  ve  que  la  villa  de  Argamasilla  de 
.VIba  tenía  varios  mrdínos  con  once 
piedras  en  el  Guadiana,  que  pasa  por 
su  inmediación.  Por  las  mismas  rela- 
ciones consta  que  la  otra  Argamasilla 
de  Calatrava  no  tenia  molino  alguno: 
nueva  prueba  de  que  la  Argamasilla  de 
Alba  y  no  la  de  Calatrava  era  la  patria 
de  i).  Quijote. 

2.  Lo  mismo  cuenta  el  romance  que 
hizo  el  .Marqués  de  Mantua  con  Baldo- 
vinos  . 

Con  un  paño  que  traía 
la  cara  le  fué  á  limpiare: 
desque  lo  hubo  limpiado, 
luego  conocido  lo  hae. 

Cervantes  copiaba  sus  reminiscen- 
cias. 


l'HIMKHA    l\MiTi:.    —    CAIMTUI.O    V 


i\n 


ciiiindo  le  conoció  y  le  dijo  :  Señor  ()uijada  (que  así  se  debía  de 
llairKir  cuando  el  lenia  juicio  y  no  había  f)asado  de  hidalj^o  sose- 
t^ailo  ;í  cal)allej'()  andanle),  ¿quií'm  ha  puesto  á  vuestra  merced 
desta  suerte?  Pero  él  seguía  con  su  romance  á  cuanto  le  pregun- 
taba. Viendo  esto  el  buen  hombre,  lo  mejor  que  pudo  le  quitó  el 
peto  y  espaldar  para  ver  si  tenía  alguna  herida,  pero  no  vio  sangre 
ni  señal  alguna.  Procuró  levantarle  del  suelo,  y  no  con  [)oco  tra- 
]>ajo  le  subió  sobre  su  jumento,  por  parecerle  caballería  más 
sosegada.  Recogió  las  armas,  hasta  las  astillas  de  la  lanza,  y  liólas 
sobre  Rocinante,  al  cual  tomó  de  la  rienda  y  del  cabestro  al  asno, 
y  se  encaminó  hacia  su  pueblo,  bien  pensativo  de  oir  los  disparates 
que  D.  Quijote  decía;  y  no  menos  iba  D.  Quijote,  que  de  puro 
molido  y  quebrantado  no  se  podía  tener  sobre  el  borrico,  y  de 
cuando  en  cuando  daba  unos  suspiros  que  los  ponía  en  el  cielo, 
de  modo  tpie  de  nuevo  obligó  á  que  el  labrador  le  preguntase  le 
dijese  que  mal  sentía  ^  :  y  no  parece  sino  que  el  diablo  le  traía  á 
la  memoria  los  cuentos  acomodados  á  sus  sucesos,  porque  en  aquel 
punto,  olvidándose  de  Baldovinos,  se  acordó  del  moro  Abindarráez, 
cuando  el  Alcaide  de  Antequera  (,ñ),  Rodrigo  de  Narváez  -,  le  prendió 
y  llevó  preso  á  su  alcaidía.  De  suerte  que,  cuando  el  labrador  le 
volvió  á  preguntar  que  cómo  estaba  y  qué  sentía,  le  respondió  las 
mismas  palabras  y  razones  que  el  cautivo  Abencerraje  ^  respondía 


{.  Sobra  uno  délos  dos  verbos  pre- 
yuntase  ó  dijese  (a).  Este  último  fué  el 
que  debió  borrarse;  pero  se  le  olvidó  á 
Cervantes  hacerlo. 

2.  El  Infante  D.  Fernando,  que  fué 
después  Rey  de  Aragón,  mientras  fué 
tutor  de  su  sobrino  el  Rey  D.  Juan 
el  11  de  Castilla,  ganó  de  los  moros  la 
ciudad  de  Antequera  el  año  de  1410,  y 
puso  por  Alcaide  en  el  casfillo  é  la  villa 
á  Rodrigo  de  NarL'üez,  su  doncel,  que 
había  criado  desde  niTw  en  su  cámara, 
¡I  era  caballero  mancebo  esforzado,  de 
buen  seso  é  buenas  costumbres  (a). 

3.  El  que  dirigii)  l,i  magnífica  edición 
del  Quijote  que  se  hizo  en  Londres  el  año 
de  1138,  creyendo  que  Abencerraje  era 
errata,  le  sustituyó  Abindarníez.  No  lo 
hiciera  si  hubiera  leído   la  relación  del 

(a)  Crónicade  D.Juan  II, 'díiO  10,cap.CXVlI. 

(«)  Dijese.  —  Atendiendo  al  verdadero  y  pri- 
mitivo sentido  de  preguntar,  no  sobra  nin'f;iino 
delosdns  verbos.  Lo  que  hay  es  que  ha  variado 
el  uso  desde  la  época  de  Cervantes  hasta  la 
fecha.  íM.  de  T.) 


suceso  en  la  Diana  de  Jorge  de  Monte- 
mayor,  donde  el  mismo  Abindarráez 
cuenta  que  era  de  la  familia  de  los 
Abencerrajes:  familia  de  lasmiis  ilustres 
entre  las  granadinas,  que,  perseguida 
por  el  Rey.Mohamad  el  Pequeño,  se  pasó 
á  Castilla  el  año  de  1428,  según  se  refiere 
en  la  crónica  del  Rey  D.  Juan  el  11  (a). 
Según  ella,  fueron  treinta  los  Abence- 
rrajes refugiados  que  se  presentaron  al 
Ty.e\  en  Illescas. 

La  substancia  del  suceso  de  que  aquí 
se  trata,  y  que  se  cuenta  en  la  Diana 
de  Jorge  de  Montemayor  (b),  se  reduce 
á  que  Abindarráez,  como  individuo  de 
una  familia  proscrita,  se  crió  de  orden 
del  Rey  fuera  de  Granada,  en  poder  del 
Alcaiile  de  Cártama,  y  en  compañía  de 
una  hija  de  éste,  llamada  Jarifa.  Enamo- 

(a)  Año  28,  cap.  CIX.  —  (6)  Lib.  IV. 

(?)  En  mi  pueblo  natal.  Leja,  patria  del 
general  Narváez,  se  conservaba  hasta  hace 
algunos  años  (ignoro  si  todavía  se  conserva) 
el  retrato  del  famoso  alcaide  de  Antequera, 
asc<jiidientc  del  duque  de  Valencia. 

(.M.  de  T.) 


00 


DON    01  IJOTí:    1)L    I.A    MANCHA 


á  Rodrigo  do  Narváoz,  del  misitio  modo  qm?  61  había  leído  la 
hisloria  en  la  Diana  de  Jorge  de  Monlemayor,  donde  se  escribe ; 
aprovechi'nidose  delhi  tan  de  propósito,  que  el  labrador  se  iba 
dando  al  diablo  de  oir  lanía  máquina  de  necedades  :  por  don<le 
conoció  (pie  su  vecino  eslaba  loco,  y  dábase  priesa  á  llegar  al 
pueblo  por  excusar  el  enfado  que  D.  Quijole  le  causaba  con  su 
larga  arenga.  Al  cabo  de  la  cual,  dijo  :  Sepa  vuestra  merced,  señor 
D.  Rodrigo  de  Narváez,  que  esta  hermosa  Jarifa  que  he  dicho,  es 
ahora  la  linda  Dulcinea  del  Toboso,  por  quien  yo  he  hecho,  hago 
y  haré  los  más  famosos  hechos  de  caballería  que  se  han  visto, 
vean  ni  verán  en  el  mundo'.  Á  esto  respondió  el  labrador  :  Miie 


ráronse  uno  de  olru,  y  habiendo  dis- 
puesto el  Rey  de  Granada  que  ci  Al- 
caide pas'se  á  serlo  de  Coin,  y  que 
Abindarráez  continuase  en  Cártania, 
qued('>  concertado  entre  ios  dos  amantes 
que  Jarifa  avisaría  cuando  hubiese  oca- 
siiui  de  ir  á  verla  y  celebrar  su  enlace. 
Húbola  dealli  aijíún  tiempo  porau.scn- 
cia  del  Alcaide,  (lue  habla  si(lo  llamado 
por  el  Rey  á  (irauada,  y  avisado  Abin- 
darráez, caminó  una  noche  de  verano  á 
Coin,  y  cayó  en  una  emboscada  que 
tenia  puesta  Roilrigo  de  Narváez.  iNoló 
éste  la  tristeza  y  suspiros  de  su  cautivo, 
y  preguntándole  la  causa,  supo  de  su 
boca  toda  la  historia.  Esta  es  la  pregunta 
y  respuesta  de  que  habla  el  texto  (í).  En 
ia  Duina  de  Montemayor  se  continúa 
la  relación  del  suceso,  según  la  cual  no 
ilev(')  Narváez  al  moro  á  su  Alcaidía, 
como  dice  Cervantes  con  su  inexactitud 
ordinaria  en  las  citas,  sino  que,  compa- 
decido de  la  aflicción  del  gallardo  moro, 
le  permitió  continuar  desde  el  mismo 
camino  su  viaje  á  Coin,  bajo  palabra 
de  presentársele  á  tercero  día,  y  asi  lo 
cumplió  Abindarráez  en  Alora,  acompa- 
ñado de  Jarifa,  (|ue  quiso  seguir  la 
suerte  de  su  amante.  Narvápz,  prendado 
de  la  noble  y  leal  conducta  del  moro, 
dio  generosamente  libertad  á  los  dos 
esposos,  haciéndoles  (r,;  escoltar  hasta 
que  llegaron  á  paraje  seguro. 

(ü)  El  señor  Corlejón,  fniiJarrtiise  en  que 
no  citan  «sla  avíMitura  ni  Hernanilo  riel  Pul- 
gar ni  Fprrant  Mexia,  pone  en  duda  la  auten- 
tifiíJad  do  está  levenda,  tan  popular  en  An- 
dalucía. ■  (M.  de  T.) 

(/•,)  Hnci^iiilolt'x  es  un  liarbarismo  censu- 
rado por  la  Academia  en  su  gramática.  Xm 
es  dativo  ó  complemento  indirecto.  Debe  de- 
cir :  liaciéiiilolos.  Algo  más  grave  es  esto  en 
un  académico  que  las  distracciones  de  Cer- 
vantes." (M.  de  T.) 


Esta  historia,  engalanada  conalgunas 
circunstancias  por  Jorge  de  Monte- 
mayor,  conviene  con  la  que  publicó 
Antonio  de  Villegas  en  la  colección  de 
sus  opúsculos,  que  con  titulo  de  Inven- 
tario publicó  en  .Medina  del  Campo  el 
año  de  1.^6.t.  El  fundo  del  suceso  fué 
cierto.  Asi  lo  te.«tifica  en  su  llintoria  de 
los  árabes  de  España  D.  José  Antonio 
Conde,  expresando  que  esta  aventura, 
el  amor  de  la  doncella  y  el  granadino, 
y  mds  aún  la  generosidad  del  Alcaide 
Narváez,  fué  ?//»//  celebrada  de  los 
buenos  caballeros  de  (Jranada,  y  can- 
tada en  los  versos  de  los  mejores  in- 
ijenios  de  entonces. 

También  se  cantó  el  suceso  en  Cas- 
tilla, como  se  ve  por  el  romance  que  se 
insertí'i  en  el  Romancero  yeneml  [aj,  y 
modernamente  en  el  de  Üepping,  im- 
preso en  Leipzic  el  año  (le  1817,  el 
cual  empieza  así  : 

Ya  llegaba  Abindarráez 
á  vista  de  la  muralla, 
donde  la  bella  Jarifa 
retirada  le  esperaba. 

Esta  uiisma  aventura  sirvió  después 
de  argumento  á  lacomediaque  escribió 
Lope  de  Vega  con  el  titulo  de  El  Remedio 
de  la  desdicha,  dedicándola  ;i  su  hija 
I)oña  Marcela  del  Carpió.  Se  halla  en  la 
parte  XII  de  las  comedias  de  Lope. 

1.  Para  que  estuviese  más  acorde  el 
periodo,  convino  poner:  los mÚJi  famosos 
hechos  de  caballería  que  se  han  visto, 
ven  y  verán  en  el  mundo.  La  partícula 
tii  supone  negación  anterior,  y  uo  la 
hay. 

(al  Parle  IX,  l'ol.  355. 


I'UIMEUA    i'AItTIi. 


CM'lTULü    V 


67 


vucsliji  merced,  sorior,  ¡  ()eeaü()r  de  mí  !  qUe  yo  no  soy  D.  Rodrigo 
de  Narvácz  ni  el  Martjiiés  de  Mantua,  síik^  l*edro  Alonso  su  vecino, 
ni  vuestra  nícired  es  lialdovinos  ni  Abindarráez,  sino  el  honrado 
hidalgo  del  señor  Quijada.  Yo  sé  quien  soy,  respondió  D.  Quijote, 
y  sé  que  puedo  ser  no  sólo  los  (jue  he  dicho,  sino  lodos  los  doce 
Pares  de  Francia  '   y  aun  todos  los  nueve  de  la   Fama  -,  pues  á 


1.  Kst.'is  piUahras  de  D.  Quijole  pa- 
recen suponer  que  Baldovinos  era  uno 
de  los  doce  Pares  de  Francia  :  y  con 
efecto,  en  el  citado  roniancedel  Marqués 
de  ¡Mantua,  dando  Baldoviaos  cuenta 
de  quién  era,  á  su  lio,  le  dice : 

A  mí  dicen  Baldoviaos 
que  el    Franco  solían  llamare. 
Hijo  soy  del  Rey  de  Üacia, 
hijo  soy  suyo  caVnale, 
uno  de  los  doce  Pares 
que  á  la  mesa  comen  pane. 

Los  doce  Pares,  como  dirá  en  adelante 
el  Canónigo  de  Toledo  en  el  capi- 
tulo XLIX,  fueron  caballeros  escor/ic/os 
por  lo.t  Rei/es  ele  Francia,  á  quien  lla- 
maron Pares  por  ser  todos  igi/ales  en 
valor,  en  calidad  y  en  valentía.  Otros 
dan  otro  origen  al  nombre  de  Pares.  La 
opinión  vulgar,  repetida  en  los  romances 
antiguos,  refiere  la  institución  de  los 
doce  Pares  de  Francia  al  Emperador 
Carlomagno ;  pero  los  criticos  la  ¡uzgan 
posterior  al  reinado  de  Hugo  Capeto. 
Sea  de  esto  lo  que  l'uere.  nuestros  ro- 
mances dan  á  entender  que  el  Colegio 
de  los  doce  Pares,  fundado  por  Carlo- 
magno, tenía  semejanza  con  el  de  los 
Caballeros  déla  .Mesa  ó  Tabla  redonda, 
fundado  por  el  Rey  Artús,  cuando  suelen 
designarlos  por  la  circunstancia  de  que 
comianpon  ú  una  mesa,  que  alguna  vez 
Uiman  redonda.  .\sí  sucede  en  el  ro- 
mance del  Marqués  de  Mantua,  y  en  los 
de  D.  üaiferos,  del  Conde  Dirlos,  del 
Conde  Claros  y  del  Palmero.  En  el  de 
la  embajada  d'^l  Marqués  de  Mantua  se 
dice  del  Conde  Dirlos  y  del  Duque 
Sansón,  que  eran  los  que  la  llevaban: 

Caballeros  son  d'estima, 
de  iírande  estado  y  linaje, 
de  los  doce  que  á  "la  mesa 
redonda  comían  pane. 

Lus  más  nombrados  de  los  doce  Pares 
fueron  Roldan,  Oliveros,  Güi  de  Bor- 
goña,  Ricarte  de  Normandia.  Reinaldos 
de  Montalbán  y  otros  cuyos   nombres 


son  difíciles  de  señalar  con  puntualidad, 
por  la  variedad  con  que  se  leen  en  las 
historias,  romances  y  libros  caballe- 
rescos. 

Acaso  tuvieron  algún  influjo  en  la 
designacii'm  que  se  nizo  en  tiempo  del 
Emperador  D.  Carlos  de  las  Doce  Casas 
de  Grandes  de  Españalas  ideas  vulgares 
sobre  los  doce  Pares  de  Carlomagno  ; 
ideas  que  eran  coiiujnes  desde  anti- 
guo en  Castilla;  pueslo  que  se  halla  ya 
mención  de  ellas  en  la  Gran  conquista 
de  Ultramar,  libro  escrito  de  orden  del 
Rey  D.  Alonsoel  Sabio  (a):  yaun  antes 
de  esto,  en  el  poema  del  Conde  Fernán 
González,  compuesto,  según  puede 
conjeturarse,  por  los  años  de  1200,  en 
que,  animando  el  Conde  á  sus  varones 
á  la  guerra  contra  los  Moros,  les  decía: 

Non  cuentan  de  Alejandro  las  noches  nín  los 

[días, 
Cuentan  sus  buenos  fechos  é  sus  caballerías: 
Cuentan  del  Reí  Davit  el  que  mató  á  Golías, 
De  Judas  Macabeo,  fijo  de  Matatías. 
Carlos,  Baldovinos.  Roldan  é  Don  Ogero, 
Terin  é  Galdabucí  é  Bernal  é  Olivero. 
Torpín  é  Don  Ribaldus  é  el  gascón  Angelero, 
Ercol  et  Salomón  é  el  otro  su  compañero, 
Estos  é  otros  muchos  que  non  vos  he  nom- 
brados. 
Sí  tan  buenos  non  fueran,  hoy  verníen  olvi- 

[dadoá. 

•2.  Fueron  tres  judíos,  Josué,  David 
V  Judas  Macabeo  :  tres  gentiles,  .ale- 
jandro, Héctor  V  Julio  César:  y  tres  cris- 
tianos, el  rey  Artús,  Carlomagno  y 
God.-fre  de  Bullón. 

Antonio  Rodríguez  Portugal,  Rey  de 
armas  del  Rey  don  Juan  el  III. tradujo 
del  francés,  dedicó  á  dicho  Principe  y 
publicó  en  Lisboa  el  año  de  1530  la 
Crónica  llamada  elTriun/'o  de  los  nueve 
miís  preciados  varones  de  la  Fama. 
Volvió  á  imprimirse  en  Alcalá  de  He- 
nares el  año  de  18.5.1.  dedicada  á  D.Juan 
Pacheco  Girón,  conde  de  la  Puebla  de 

{a¡  Lib.  I,  cap.  CXXVII. 


68 


DON    (¿riJO'lE    DK    LA    MANCHA 


todas  las  hazañas  que  ellos  todos  juntos  y  cada  uno  por  sí  hicieron, 
se  aventajarán  las  mías.  En  estas  pláticas  y  en  otras  semejantes 
llegaron  al  lu^nv  á  la  hora  que  anochecía ;  pero  el  labrador 
aguardó  á  que  fuese  algo  más  de  noche,  porque  no  viesen  al 
molido  hidalgo  tan  mal  caballero  ^  Llegada,  pues,  la  hora  que  le 
pareció,  enlró  en  el  pueblo  y  en  casa  de  D.  Quijote,  la  cual  halló 
toda  alborotada,  y  estaban  en  ella  el  Cura  y  el  Barbero  del  lugar, 
que  eran  grandes  amigos  de  D.  Quijote,  que  estaba  diciéndoles  su 
Ama  á  voces  ^  :  ¿  Qué  le  parece  á  vuestra  merced,  señor  licen- 
ciado Pero  Pérez  (que  así  se  llamaba  el  Cura)  de  la  desgracia  de 
mi  señor?  Seis  días  ha  que  no  parecen  él  ni  el  rocín  ^,  ni  la 
adarga,  ni  la  lanza,  ni  las  armas.  ¡Desventurada  de  mí!  Queme 


Montalbán.  Tiene  esta  edición  la  parti- 
cularidad de  que  la  censuró  y  retocó  su 
estilo  el  Maestro  Lope?  de  Hoyos,  que 
lo  fué  de  Miguel  de  Cervantes.  En  la 
censura  se  califica  Hoyos  de  capellán, 
y  tiene  la  fecha  de  9  de   Julio  de  1831. 

D.  Leandro  Moratín.en  los  Orígenes 
del  teatro  español.,  puso  en  la  lista  de 
los  libros  de  caballería  la  Crónica  de 
los  nueve  de  la  Fama.  Dificilinente 
pudiera ocurrirque  JosuéyDavid fueron 
caballeros  andantes. 

1.  Caballero  es  aquí  lo  mismo  que 
jinete  ó  persona  puesta  ;i  caballo.  Y 
en  efecto,  era  mal  visto  que  las  personas 
de  respeto  montasen  asnalmente,  y 
por  eso,  según  dice  el  Obispo  de  Burgos 
en  el  Doctrinal  de  caballeros  (a)  :  los 
antiguos  sabios  ordenaron  que  cuando 
hubiesen  de  cabalgar  por  villa,  que  no 
cabalgasen  sino  en  caballos,  quien  los 
pudiere  haber.  Haciéndose  cargo  de 
esto  D.  Quijote  en  el  capítulo  XV,  des- 
pués de  la  aventura  de  los  yangüeses, 
trata  de  excusar  con  ejemplos  antiguos 
su  conducción  y  transporte  en  el  Rucio 
de  Sancho  :  Xo  tendré',  dice,  á  deshonra 
la  tal  caballería,  porque  me  acuerdo 
haber  leído  que  aquel  buenvifjo  Sileno, 
ayo  y  pedagogo  del  alegre  dios  de  la 
risa,  cuando  entró  en  la  ciudad  de  las 
cien  puertas,  iba  muy  á  su  placer  ca- 
ballero sobre  un  muy  hermoso  asno.  No 
supo  más  D.  Quijote;  hubiera  podido 
citar  los  jueces  delsraei,Jairy  Abdón,y 
otros  ejemplos  y  razones  alegadas  en  el 
elosio  del  Asno  6)  que  el  cronista  Pedro 
Mejia  insertó  en  la  segunda  parle  de  su 

(a)  Lib.  I,  tit.  lil. 


Coloquio  del  Porfiado.  De  Jair  se  refiere 
que  sus  treinta  hijos,  que  eran  señores 
de  otras  tantas  ciudades,  cabalgaban  en 
sendos  pollinos  ;  y  de  Alidi'm,  que  tenia 
cuarenta  hijos  y  treinta  nietos,  que 
montaban  sobre  setenta  asnos.  Las  per- 
sonas principales  cabalgaban  entonces 
en  asnos  gordos  y  lucios,  como  se  lee  en 
el  cántico  de  Débora.  ElcélebreD.  Alonso 
de  Madrigal,  el  Tostado,  Obispo  ae 
Ávila,  en  su  Comento  ó  exposición  de 
las  crónicas  de  Ensebio  (a)  refutó  á  Jo- 
sefo,  que  dijo  que  los  hijos  de  Jair  y 
Abdón  montaban  en  caballos,  atri- 
buyéndolo á  que  Josefo  hubo  de  tener 
á  caso  de  menos  valer  que  los  Príncipes 
de  su  nación  montasen  en  burro. 

2.  Mejor  :  á  quienes  estaba  diciendo 
su  ama  á  i'oce.s..V.caso  diría  el  original : 
«  los  que  estaba,  etc. 

3.  Hay  contradiccii'm  entre  lo  que 
dice  el  Ama  y  los  lapitulos  anteriores. 
Segi'm éstos.  D.  Quijote  nohabia pasado 
más  que  una  noche  fuera  de  su  casa  : 
salió  de  ella  un  día  de  julio  por  la  ma- 
drugada, pasó  la  noche  siguiente  en  la 
venta,  partió  á  la  hora  del  alba,  á  corta 
distancia  dio  con  la  aventura  de  .\ndrés, 
á  las  dos  millas  se  encontró  con  los 
mercaderes,  cayó,  fué  ap.ileado.  le  re- 
cogió Pedro  .\lonso.  y  llegaron  al  lugar 
al  anochecer.  No  llega  todo  á  dos  dias. 

(a)  Parte  lU.  cap.  LXIII  y  LXXI. 

(0)  Hace  algunos  añns  leí  con  asombro  en 
el  Almanaque  de  la  Ilustración,  el  citndo  elo- 
gio del  asno,  casi  tal  como  lo  escribió  Mejía, 
pero  llevaba  ;U  pie  el  nombre  de  un  escritor 
y  profesor  que  gozaba  entonces  de  bastante 
popularidad.  (M.  de  T.) 


PniMERA    PARTE.    —   CAPÍTUr.O    V  69 

doy  :i  onhMulor,  y  así  es  olio  la  verdad  romo  nací  para  morir,  que 
eslos  malditos  libros  de  caballerías  que  él  tiene  y  suele  leer  tan  de 
oi'diiKuic),  le  lian  vuelto  el  juieio,  que  ahora  me  acuerdo  haberle 
oído  decir  muchas  veces  hablando  enlrcí  sí,  que  quería  hacerse 
caballero  andante  é  irse  á  buscar  las  aventuras  por  esos  mundos. 
Encomendados  sean  á  Satanás  y  á  Barrabás  tales  libros,  que  así 
han  echado  á  perder  el  más  delicado  entendimiento  que  había  en 
toda  la  Mancha.  La  Sobrina  decía  lo  mismo,  y  aun  decía  más  : 
Sepa,  señor  maese  Nicolás  (que  este  era  el  nombre  del  Barbero), 
(pie  muchas  veces  le  aconteció  á  mi  señor  tío  estarse  leyendo  en 
estos  desalmados  libros  de  desventuras  '  dos  días  con  sus  noches, 
al  cabo  de  los  cuales  arrojaba  el  libro  de  las  manos,  y  ponía  mano 
á  la  espada,  y  andaba  á  cuchilladas  con  las  paredes,  y  cuando 
estaba  muy  cansado,  decía  que  había  muerto  á  cuatro  gigantes 
como  cuatro  torres,  y  el  sudor  que  sudaba  del  cansancio  decía  que 
era  sangre  de  las  feridas  que  había  recibido  en  la  batalla,  y 
bebíase  luego  un  gran  jarro  de  agua  fría,  y  quedaba  sano  y  sose- 
gado, diciendo  que  aquella  agua  era  una  preciosísima  bebida  que 
le  había  traído  el  sabio  Esquife-,  un  grande  encantador  y  amigo 


1.  Apodo  con  que  la  Sobrina  moteja 
in<¡;eniosau]ente  los  libros  de  aventuras 
caballerescas.  Con  éstas  y  otras  expre- 
siones de  la  Sobrina  y  del  Ama,  va  Cer- 
vantes preparando  el  escrutinio  y  quema 
de  los  libros  de  D.  Quijote,  de  que  se 
trata  en  el  capítulo  siguiente. 

2.  La  Sobrina  equivocó  el  nombre 
de  Alquife  (t),  marido  de  ürganda  la 
desconocida,  sabio  i'i  encantador  célebre 
en  los  anales  andantescos,  y  nutor  que 
se  supone  ser  de  la  historia  de  Amadis 
de  Grecia,  por  otro  nombre  el  Caballero 
de  la  Ardiente  Espada. 

Encantador  es  lo  mismo  que  hechi- 
cero, mágico  ó  nigromántico  ;  y  las 
l)SL[a.hri\sencanlo, encantar, enca7itador, 
encantamento,  todas  vienen  de  canto, 
por  la  idea  que  tenían   los  antiguos  de 

(i.)  Alquife.  —  Este  trastueque  de  nombres 
se  observa  constantemente  en  el  vulgo  y  en 
muchos  ricos  improvisados.  Todo  el  mundo 
conoció  en  Madrid  al  famoso  marqués,  con- 
sejero del  Banco,  que  hablaba  de  la  luz 
genital,  y  al  general  famoso  de  la  lela  de  Pen- 
tecostés (por  telii  de  Penélope)}'  á otros  por  el 
estilo.  Hoy  mismo  hay  en  Madrid  un  editor 
y  no  de  los  menos  importantes,  á  quien  oí 
decir,  aquí  en  París,  que  había  editado  la 
célebre  novela  :  Las  Catatumbas. 

ÍM.  de  T.) 


que  los  mágicos  hacían  sus  prodigios 
cantando  coplas,  de  donde  llamaron 
también  carmina  á  los  encantos  y  ma- 
leficios. Y  asi  decía  UQ  mágico  en  Vir- 
gilio (a): 

Ducite  ab  urbe  domum,  mea  carmina,  diicite 

[Daplinim. 
Carmina  vel  co^lo  possunt  deducere  lunam; 
Carminibus  Circe  socios  mutavit  Ulyssei ; 
Frifiidus  in  pratis  cantando  rumpitur  anyuis. 

Ovidio,  en  el  libro  Vil  de  las. Ve^amo?'- 
fosis.  hablando  de  las  promesas  que 
hizo  Jasón  á  Medea  para  moverla  á  que 
con  sus  artes  le  librase  de  los  peligros 
que  le  amenazaban,  dice  : 

Creditus  acccpit  cantatas  pro tinus  herbas. 

He  aquí  las  hierbas  encantadas.  Y 
después  pondera  así  Medea  su  poder  : 

Stantia  concutio  cantu  freta,  nubila  pello 
Nubiluque  induco,  ventos  abigoque  vocoque ; 
Vipéreas  rumpo  et  verbis  et  carmine  fauces. 

Y  luego  dice  de  Medea  el  poeta  : 

Effúgit  illa  necem  nebulis  per  carmina  motis. 

Lo  mismo  se  ve  por  otros  escritores 
antiguos,  Tácito,  Juvenal,  PlinioyApu- 
kyo. 

(a)  Égloga  VIII. 


70 


DON    QUIJOTE    DE    L\    MANCHA 


suyo.  Mas  yo  rae  tengo  la  culjja  de  todo,  que  no  avisé  á  vuestras 
mercedes  de  Los  dispárales  de  mi  señor  tío,  para  que  lo  remediaran 
antes  de  lle<?ar  á  lo  que  ha  llegado,  y  quemaran  todos  estos  desco- 
mulg^ados  libros  (que  tiene  muchos),  que  bicni  merecen  ser  abra- 
sados como  si  luesen  de  herejes.  Esto  dif^o  yo  también,  dijo  el 
Cura,  y  á  le  que  no  se  {¡ase  el  día  de  mañana  sin  que  dellos  no  se 
llaga  auto  público',  y  sean  condenados  al  fueg-o,  pcjrípie  no  den 
ocasión  á  quien  los  leyere  de  hacer  lo  que  mi  buen  amigo  debe  de 
haber  hecho.  Todo  esto  estaban  oyendo  el  labrador  y  D.  Quijote, 
con  que  acabó  de  entender^  el  labrador  la  enfermedad  de  su 
vecino,  y  asi  comen/ó  á  decir  á  voces  :  Abran  vuestras  mercedes 
al  señor  Baldovinos  y  al  señor  Marqués  de  Mantua,  que  viene 
malferido-^,  y  al  señor  moro  Abindarráez,  que  trae  cautivo  el 
valeroso  Rodrigo'  de  Narváez,  Alcaide  de  Antequera.  A  estas 
voces  salieron  todos,  y  como  conocieron  los  unos  á  su  amigo,  las 
otras  á  su  amo  y  tío,  que  aun  no  se  habla  apeado  del  jumento 
porque  no  podía,  corrieron  á  abrazarle.  El  dijo  :  Ténganse  todos  ; 
vengo  malferido  por  la  culpa  de  mi  caballo  :  llévenme  á  mi  le,  ho. 
y  llámese  si  iuere  posible  á  la  sabia  Urggnda  que  cure  y  cate 
mis  feridas"'.  Mira,  en  hora  mala,  dijo  á  este  punto  el  Ama  ^,  si 


1.  Sin  que  dellos  se  haga  auto  pú- 
liUco,  es  como  debió  decirse  :  sobra  el 
710.  Las  ediciones  anteriores  ponen  acto 
público  :  en  ésta  se  ha  corregido  uvfo 
publico,  y  así  debió  ponerse,  aludiendo 
á  los  del  Santo  Uficio.  seiiiin  lo  indica 
claramente  la  pena  de  fuego  con  que 
en  las  siguientes  palabras  se  amenaza  á 
los  libros.  Conl\)rme  á  esto,  se  dice 
despiiésencl  capitulo  XXVllqueel  (>ura 
y  el  Barbero  hablan  hecho  escniliniu  // 
auto  f/pnerui  de  fus  libros  de  Ü.  Quijote. 

2.  Se  oniili('i  el  articulo  lo  :  con  lo 
que  acabó  de  entender,  etc.  Asi  solian 
hacerlo  nuestros  antiguos  escritores,  en 
los  cuales  se  encuentra  también  muchas 
veces  escrito  porque  enlugarde jDor  lo 
que. 

.3.  El  bueno  de  Pedro  Alonso  equi- 
vocaba la  historia  y  los  personajes, 
porque  el  mal  ferido  no  fué  el  .Mar(|ués, 
sino  su  sobrino.  Para  hablar  con  exac- 
titud, debiera  deiir  con  las  mismas 
palabras, pero  endistinto  orden  .abran 
vuestras  mercedes  al  sefior  Marqués  de 
Mantua  ;/  alseñur  Baldovinos.  que  viene 
malferidí). 

4.  Mejor  :  a  quien  trae  cautivo  el 
valeroso  Rodriyo  de  Narváez,  Alcaide 


de  Anlequera;  porque  como  está,  no  se 
sabe  si  el  moro  trae  preso  al  Alcaide,  ó 
el  Alcaide  al  moro. 

5.  Primero  es  catar  y  luego  curar: 
y  asi  debiera  haberse  escrito  :  que  cate 
y  cure  mis  fe>'idas.  D.  Quijote  implora 
los  auxilios  de  la  sabia  Lrganda  par  ■ 
que  lo  cure,  como  curi')  en  varias  oca- 
siones á  .Vmadis  de  (jaula  y  á  otras 
personas  de  su  familia.  Los  mismos 
oficios  hizo  la  sabia  Hclonia  con  Ama- 
dís  de  Grecia,  Ipermea  cnn  Olivante,  y 
la  lada  Morgaina  y  la  dueña  del  Fondo- 
valle  con  otros  caballeros,  según  se 
refiere  por  menor  en  sus  historias. 

6.  El  Ama  hablaba  con  muchos,  y 
así  no  pudo  decir  mira  en  singular. 
Debió  ponerse  miní.  con  acento  en  la 
últimíi,  segi'in  se  halla  en  las  ediciones 
primitivas.  Pellicer,  quehizo  oportuna- 
mente esta  observacii'tn,  añadiendo  que 
entonces  se  escribía  asi  la  segunda  per- 
sona de  plural  del  imperativo,  no  se 
atrevió,  sin  embargo,  á  corregirlo  en  su 
edición,  y  prefirió  poner  mirad,  como 
ahora  decimos;  Pero  debió  tener  pre- 
sente, no  sólo  que  ya  desde  muy  anti- 
guo solía  ponerse  tomó  por  tomad, 
come  por  comed,  segí'm  testifica  el  au- 


PUINFiUA    PArtTK. 


CAP  I  TI?. O    V 


71 


me  (locía  JÍ  mí  bien  mi  coinzón  fiel  pie  que  cojeaba  mi  señor.  Suba 
vuestra  merced  en  buenhoia,  í[ue  sin  que  venga  e§a  Ur^^ada  '  le 
sabremos  aquí  curar.  iMaUlitos,  dig^o,  sean  otra  vez  y  oirás  ciento 
estos  Hlíros  de  caballerías  que  tal  han  parado  á  vuestra  merced. 
Lleváronle  luego  á  la  cama,  y  catándole  las  feridas,  no  le  hallaron 
ninguna,  y  él  ilijo  que  todo  era  molimiento  por  haber  dado  uiui 
gran  caída  con  Rocinante  su  caballo,  combatiéndose  con  diez 
jayanes,  los  niás  desalorados  y  atrevidos  que  se  pudieran  fallar  en 
gran  parte  de  la  tierra.  Ta,  ta,  dijo  el  cura  :  ¿jayanes  hay  en  la 
danza?    Para  mi  santiguada-  que   yo  los   (jueme    mañana    antes 


Inr  del  Diálof/o  de  las  lenguas,  sino  que 
iiii  siempre  era  libre  de  liiicer  la  en- 
iiiiend;!,  que  él  hace  añadiendo  la  </, 
porque  niuclias  veces  no  lo  permite  el 
metro,  como  en  aquel  romance  del 
Cid  («)  : 

Elvira,  soltá  el  puñal, 
Doña  Sol,  tirailvos  fuera  (x) 
non  me  tengades  el  brazo, 
dejadme,  Doüa  Jiniena. 

Lo  propio  sucede  en  el  romance  mo- 
risco de  Azarque  [h]  : 

Azarque  dio  una  gran  voz, 
diciendo,  abrí  esas  ventanas  : 
los  que  me  lloráis,  oidme. 
Abrieron,  y  así  les  halila. 

Son  frecuentes  los  ejemplos  en  el 
Cancionero  r/eneraly  en  los  poetas  an- 
tiguos y  modernos,  de  los  que  se  toman 
pruebas  más  concluyenles  que  de  los 
autores  prosaicos,  porque  la  lectura  se 
afianza  en  la  medida  de  los  versos,  que 
de  otro  modo  no  constarían.  P^n  el 
tiempo  de  Cervantes  se  encuentra  repe- 
tido lo  mismo  á  cada  paso.  En  la 
Enemir/a.  favorable,  comedia  del  canó- 
nigo tarraga,  dice  el  Rey  á  la  Reina  : 

Venid,  Reina,  al  aposento, 
entretené  al  Duque  un  rato. 

(a)  Núm.  70  de  la  Colección  de  Juan  Esco- 
bar. —  (6)  Hoinancero  //eneral  de  Pedro  de 
J'lores,  parte  III,  fol.  81'. 

(x)  Mira.  —  Este  empleo  del  imperativo  era 
Renera)  en  España  y  todavía  lo  conserva 
el  pueblo  en  las  Repúblicas  hispanoameri- 
canas, especialmente  en  la  Ar-íentina,  Uru- 
guay, etc.,  corno  recuerdo  de  la  lengua  de 
los  primeros  colonizadores.         (M.  de  T.) 


Lope  de  Vega  hizo  lo  mismo  en  mu- 
chos pasajes  de  sus  compüsiciones 
dranicilicas.  Para  hablar  también  de 
libros  caballerescos,  en  Don  Policisne 
de  Boecia  es  muy  común  la  supresión 
de  la  d  ünal  del  imperativo,  como  e?i- 
frn,  lañé,  por  entrad,  lañed.  En  el 
Ef:pej()  (le  Principes  y  caballeros  (a)  se 
cuenta  que  la  Princesa  Briana  se  retiró 
á  parir  ocultamente,  siendo  sabidora  de 
ello  su  doncella  Clandestria  :  que  parió 
dos  gemelos,  que  fueron  el  Caballero 
del  Febo  y  Rosicler;  y  que  lamentán- 
dose Briana  de  haberlos  de  dar  á  criar 
fuera  de  su  vista.  le  dijo  Clandestria  : 
Miró,  señora,  que  agradecéis  muy  poco 
á  Dios  las  (¡r andes  mercedes  que  os  lia 
/techo.  He  aquí  el  7nirrí  del  Ama  de 
D.  Quijote. 

1.  En  las  ediciones  primitivas  del 
ano  1605  se  lee  Urrjada  y  no  Urrianda, 
como  pusieron  otras  posteriores,  sin 
advertir  que  la  equivocación  añadía 
gracia  al  discurso,  y  era  muy  verosímil 
en  boca  del  .\ma,  quien,  como  mujer 
ignorante,  no  fué  extraño  que  estro- 
pease los  nombres,  sustituyendo  en  esta 
ocasión  al  de  Urganda  otro  de  signifi- 
cación y  uso  común,  y  por  consiguiente 
más  n.itural  para  ella.  Lo  mismo  había 
hecho  antes  la  Sobrina  con  el  nombre 
de  Alquile,  y  lo  mismo  vuelve  á  hacer 
el  .Vma  en  el  capitulo  Vil,  llamando 
Fritan  ó  Muñatóti  al  sabio  Fristi'in. 

2.  Expresión  familiar  anticuada, 
fórmula  de  juramento  que  se  repite  en 
otros  pasnjes  del  Quijote,  y  que  se 
halla  ya  usada  en  el  acto  primero  de  la 
tragicomedia  de  Celestina.  Santiguada 
es  el  acto  de  santiguarse,  y  para  equi- 
vale á  por;  de  suerte  que  para  mi  san- 
ia) P:u-le  I.lib.I,  cap.  XII. 


7^2 


DON    QLIJOTK    DE    I..\    MANCHA 


que  llegue  la  noche.  Hiciéronle  á  D.  Quijote  mil  preguntas,  y  á 
ninguna  quiso  responder  otra  cosa  sino  que  le  diesen  de  comer  y 
le  dejasen  dormir,  que  era  lo  (pie  más  le  importaba.  Hízose  así, 
y  el  Cura  se  informó  muy  á  la  larga  del  labrador  del  modo  que 
había  hallado  á  D.  Quijote.  Él  se  lo  conl<3  todo  con  los  disparates 
que  al  hallarle  y  al  traerle  había  dicho,  que  fué  poner  más  deseo 
en  el  licenciado  de  hacer  lo  que  otro  día  hizo,  que  fué  llamar  á  su 
amigo  el  barbero  '  maese  Nicolás,  con  el  cual  se  vino  á  casa  de 
D.  Quijote. 


Hguo(la{\)  es  lo  mismo  que  ])nr  la  cruz 
con  que  7ne  snvtif/uo.  En  otro  tiempo 
solían  usarse  promiscuamente  las  par- 
tículas po)-  y  para.  En  la  citada  tragi- 
comeiliii  de  Celes/ina,  al  acto  séptimo, 
se  dice  :  para  la  muerte  que  a  Dios 
debo,  en  vez  de  por  la  viuerle  que  á 
Dios  debo.  En  la  carta  de  la  esclava  que 
copió  Guznián  de  Alfarache  en  su  parte 
segunda  («;,  se  lee  :  para  eata  cara  de 
muíala,  que  se  ha  de  acordar  de  lax 
lííc/rimas  que  me  ha.  hecho  verter.  En  la 
tercera  parte  de  D.  Floriselde  Niquea  (b) 
dice  D.  Florarían  :  para  Santa  María, 
que  aunque  la  vida  me  cueste,  he  de 
saber  esta  aventura.  Y  más  abajo  -.para 
Santa  María,  más  donosa  aventura 
minea  oí. 

En  los  ejemplos  citados  se  usa  el 
para  en  vez  de  por.  Otras  veces  se  usa 
en  nuestros  antiguos  libros,  y  en  el 
mismo  Qui.iOTE,  el  por  en  lugar  depara, 
como  se  observar.i  en  su  lugar.  En  el 
uso  actual,  para  denota  el  fin  ú  objeto  ; 
por,  la  causa  ó  motivo. 

1.  Algo  más  bizo  á  otro  día  el  Cura 
que  llamar  al  Barbero.  Cumplidamente 

la)  Lib.  III.  cap.  VII.  —  {b¡  Cap.  VIII. 

(V.)  El  seüor  Cortüjón  supone  que  el  oripen 
de  esta  expresión  se  encuentra  en  el  antiguo 
uso  (le  santif/uar  por  jwnr  y  cree  hallar  rastro 
de  ello  en  el  Poi'uxa  del  Cid.  En  Andalucía 
es  muy  corriente  entre  el  pueblo  testilicar,  ha- 
ciendo la  cruz  y  añadiendo  :  i/jor  estos  cruces 
de  Dios.'  ú  otra"  fórmula  análoga. 

(M.  de  T.) 


se  explicará  el  concepto  diciendo  :  lo 
que  otro  día  hizo  :  para  lo  cual,  lla- 
mando f!  su  amigo  el  barbero  maese 
Nicolás,  se  vino  con  él  á  casa  de  D.  Qui- 
jote. 

De  tres  sucesos  consta  la  primera 
salida  de  D.  Quijote  :  la  llegada  á  la 
venta,  donde  se  arma  de  caballero:  el 
hallazgo  de  Juan  llaldudo  y  su  mozo, 
y  el  encuentro  con  los  mercaderes  tole- 
danos. En  los  tres  domina  lo  burlesco, 
según  pide  la  naturaleza  de  la  fábula, 
cuyo  objeto  es  ridiculizar  la  profesión 
dei  héroe.  En  los  dos  primeros.  Don 
Quijote,  entonado  y  hueco  con  el  buen 
suceso,  se  confirma  más  y  más  en  su 
locura  y  propósito  :  en  eí  último,  no 
pudiendo  dejar  de  confesar  su  desgra- 
cia, se  consolaba,  á  estilo  andantesco, 
con  que  la  culpa  había  sido  de  su  ca- 
ballo. Esto  en  cuanto  á  D.  Quijote  :  el 
lector  se  halla  en  una  posición  dei 
todo  distinta,  y  para  él  es  materia  de 
risa  todo  cuanto  sucede  al  pobre  caba- 
llero, tanto  lo  próspero  como  lo  ad- 
verso. El  Lngenioso  Hidalgo,  segi'm  la 
observación  de  D.  Vicente  de  los  Ríos, 
ofrece  siempre  dos  aspectos  en  lo  que 
refiere,  uno  para  D.  Quijote  y  otro  para 
los  lectores,  á  la  manera  de  ciertos 
cuadros  dispuestos  de  tal  suerte,  que 
mirados  de  un  lado  presentan  distintas 
figuras  que  por  el  otro.  Y  este  contraste, 
que  es  perpetuo  en  la  fábula,  debe  mi- 
rarse como  una  de  las  principales 
fuentes  del  placer  que  causa  su  lectura. 


i 


CAPITULO  VI 

DKL    DONOSO    Y    GRANDE    ESCRUTINIO    QUE    EL    CURA    Y    EL    BARBERO 
HICIERON    EN    LA    LIBRERÍA    DE    NUESTRO    INGENIOSO    H1DAL(;0 


El  cual  aun  lodavía  dormía.  Pidió  las  llaves  á  la  Sobrina  del 
aposento  donde  estaban^  los  libros  autores  del  daño,  y  ella  se  las 
dio  de  muy  buena  gana.  Entraron  dentro  todos  y  la  Ama  con  ellos,  y 
hallaron  más  de  cien  cuerpos  de  libros  grandes-  muy  bien  encua- 
dernados y  otros  pequeños  ;  y  así  como  el  Ama  los  vio,  volvióse  á 
salir  del  aposento  con  gran  priesa,  y  tornó  luego  con  una  escudilla 
de  agua  bendita  y  un  hisopo,  y  dijo  :  Tome  vuestra  merced,  señor 
licenciado  ;  rocíe  este  aposento,  no  esté  aquí  algún  encantador  de 
los  muchos  que  tienen  estos  libros,  y  nos  encanten  en  pena  de  la 
que  les  queremos  dar,  echándolos  del  mundo.  Causó  risa  al  licen- 
ciado la  simplicidad  del  Ama,  y  mandó  al  Barbero  que  le  fuese 
dando  de  aquellos  libros  uno  á  uno,  para  ver  de  qué  trataban, 
pues  podía  ser  hallar  algunos  que  no  mereciesen  castigo  de  fuego. 
No,  dijo  la  Sobrina,  no  hay  para  qué  perdonar  á  ninguno,  porque 
todos  han  sido  los  dañadores  :  mejor  será  arrojarlos  por  las  ven- 
tanas al  patio,  y  hacer  un  rime-ro  dellos  y  pegarlos  (a)  fuego,  y  si  no 
llevarlos  al  corral,  y  allí  se  hará  la  hoguera  y  no   ofenderá   el 


1.  Quien  dormía  era  D.  Quijote;  de  trescientos  ühros  que  eran  el  regalo 
quien  pidió  fué  el  Cura,  yliubiera  con-  de  su  alma  y  el  enli-etenirnienío  de  su 
venido  expresarlo  así  para  la  claridad.  vida.  Pero  nótese  que  los  cien  cuerpos 
La  Academia  Española,  en  una  nota  eran  de  libros  grandes,  y  que  habia 
sobre  este  pasaje,  procura  excusarlo  otros  pequeños,  de  cuyo  escrutinio  se 
de  un  modo  ingenioso;  pero  pasaje  que  habla  después  con  separación,  dicién- 
necesita  excusa,  no  está  bien.  dose  que  eran  de  poesía  y  entreteni- 

En  vez  de  pidió  las  llares  d  la  Sobrina  miento,  y  empezándose  por  la  Diana  de 

del  aposento,  hubiera  sido  preferible  :  Jorge  de  Montemayor,  á  que  siguieron 

pidió  á  la  Sobrina  las  llaves  del  apo-  otros. 
sentó. 

2.  Cuerpos    de    libros    son   lo    que  ,  ,    „        ,                  ,     ,     • 

ahorallamamos  volúmenes.  Howle  creyó  («)  ,^%Z%  ^'/  ''/''  Í'^'^'"'""°'.t  ^L^'m 

,     ,.             i      I-      •  .           .           i     1  caso  (Véase />¡c.  ae  ía  Acarfewia,  ai't.  ie«).  El 

que  había  contradiccujn  entre  este  lu-  ge^^,}  Corteión  pone,  en  su  lugar,  peqarle  (se 

gar  y  el  del  capitulo  X\IV ,  donde  cuenta  entiende  :  al  rimero). 

D.  Quijote   que  en  su  aldea  tenía  mus  (M.  de  T.) 


74  DON  yciJOTí:  di;  i.\  mancjia 

humo  '.  Lo  mismo  dijo  el  Ama  :  tal  era  la  g-aua  (jue  las  dos  tenían 
de  la  muerte  de  aquellos  inoeentes ;  mas  el  í'ui-a  no  vino  en  ello 
sin  pi'imiíro  leei-  siijuiera  los  títulos.  Y  el  primero  que  raaese 
Nicolás  le  (lió  eu  las  manos,  fué  los  euatro  de  Ainadlx  de  Gaula  ^, 


1.  Decir  que  el  humo  ofendería  en  el 
palio  y  no  en  el  corral,  arüuye  que  ei 
.iposento  tenia  luces  al  patio,  y  no  al 
corral.  Pero  en  adelante  se  supone  lo 
contrario,  porque  se  arrojan  libros  al 
corral  desde  el  aposento,  como  señala- 
damente se  ve  por  el  de  I£splandi;'in, 
que  desde  la  ventana  fué  volando  al 
corral,  dando  prúicipio  al  montón  de 
la  hoc/nera. 

2.  Son  los  que  publicó  Garci  Ordoüez 
de  Montalvo,  regidor  de  ¡Medina  del 
Campo,  después  de  concluida  la  con- 
quista del  reino  de  Granada.  Por  consi- 
jíuiente,  no  pudo  decirse,  como  dijo 
Cervantes,  que  el  libro  de  Aina(Iií>  fué 
el  primero  de  caballerías  que  se  impri- 
mió en  España,  porque  el  de  Tirante  el 
Blanco  se  imprimió  en  iemosin  el 
año  1490  en  Valencia,  como  resulta  de 
las  noticias  que  reco^xió  el  P.  Móndez 
en  su  Tipof/rafia  es¡ia7iola.  (Cervantes, 
ó  no  tuvo  noticia  de  la  ediciim  valen- 
ciana de  Tirante,  ó  sólo  quiso  hablar  de 
los  libros  castellanos,  y  de  éstos  era 
verdad  lo  que  dijo,  pues  el  Tirante 
castellano  no  se  imprimió  hasta  el  año 
de  loli. 

Parece  indudable,  que  el  autor  de  la 
historia  de  Amadis  de  Gaula  fué  Vasco 
de  Lobeira  (a),  natural  de  Oporto,  uno 
de  los  que  D..iuan  1,  Rey  de  Portugal, 
armó  caballero  al  estar  para  darse  la 
célebre  batalla  de  Aljubarrota  el  año 
de  1385  (¡ij.  según  refieren  las  crónicas 


(a)  En  muy  ñxtensa  y  erudita  nota  trata 
el  señor  Cortejón  de  la 'lengua  en  que  se  es- 
cribió el  Amadis,  y  viene  á  adjudicar  la  pater- 
nidad iJe  esta  obra  á  los  portugueses.  Y  eso, 
después  de  hacer  notar  que  las  más  antiguas 
menciones  de  la  obra  se  encuentran  en  escri- 
tores españoles,  como  el  Canciller  López  de 
Ayala,  Micer  P'rancisco  Imperial.  Ferruz  y 
otros.  El  argumento  que  deduce  de  las  pala- 
bras de  Wolf  no  basta  á  debilitar  laopiniím 
de  los  que  sostienen  que  es  un  libro  caste- 
llano. La  época  de  Alfonso  el  Sabio,  gran  pro- 
tector de  literatos  y  poetas,  y  )iocla  y  lite- 
rato de  valía  él  mismo,  era  á "propósito  para 
engendrar  semejante  obra.  Y  si  tenemos  en 
cuenta  el  período,  Inninoso  pai'a  Kspaña.de 
los  últimos  años  del  reinado  de  .Vlfonso  X, 
cosa  que  está  muy  de  acuerdo  con  las  lamen- 


taciimes  del  autor  de  Amadis  acerca  de  las 
costumbres  públicas  (Véase  el  pasaje  citado 
por  Clemencín,  pag.  ")  se  deduce  que  pudo 
muy  bien  escribirse  el  Amadis  en  dichaéiioca. 
lo  cual  conlirma  la  mención  de  .\yala.  Nació 
éste  en  efecto  en  Vó.sl  y.  como  dice  (lue  leyó 
dicha  obra  eu  su  juventud,  debió  ser  esto 
por  los  años  de  WM  ó  poco  más.  El  señor 
Menéndez  Pelayo  (fíistoria  df  Ins  ideas  esté- 
ticas), no  decide  la  cuestión:  pero  aduce  en 
abono  de  la  paternidad  portuguesa  la  tradi- 
ción constante,  cosa  que  no  tiene  un  peso 
decisivo  en  nuestra  historia  liieraria,  como 
lo  prueban  \a.sCáutiya.<i,  utribuiJa»  á  D.Alonso 
el  Sabio.pl  Centón  del  famoso  KachillerCibda- 
Real,  y  otros  hecho»  análogos. 

Por  lo  que  hace  al  argumento  sacado  de 
los  versos  hallados  en  el  ('ancionefode\  Vati- 
cano y  en  el  de  Colocci-Brancutti  no  es  suli- 
ciente  par.i  inclinar  la  balanza  de  la  crítica 
en  favor  d.j  Portugal.  Tampoco  es  argumento 
más  sólido  el  que  los  portugueses  reclamen 
la  paternidad.  Todo  el  que  cree  tener  algún 
derecho  á  algo  que  repiesente  honra  ó  pro- 
vecho, lo  hace  valer  y  sonar.  En  esto  se  con- 
ducen de  igual  modo  pueblos  é  individuos. 
Recuérdese  á  propósito  de  Cervantes,  cuanto 
han  dado  que  hablar  y  que  imprimir  las  diver- 
sas poblaciones  que  se  disputaban  su  cuna. 
Téngase  además  en  cuenta  lo  ocurrido  con 
J'alynertn  dt;  Ingtatfna  (Véase  nota  H  pág.8!)). 

los  ciue,  sin  embargo,  siguen  empeñados 
en  que  han  de  ser  tijeretas,  es  decir  que  Ama- 
din  fué  escrito  en  Portugal,  podríamos  de- 
cirles, como  el  meicader  toledano  á  D.  Qui- 
jote :  "  Vuestra  merced  sea  servido  de  mos- 
trarnos algún  retrato  de  esa  señora,  siquiera 
sea  tamaño  como  un  grano  de  trigo. «  ¿  Qué 
autoridad  puede  tener  la  vaga  noticia  de  que 
existía  un  ejemplar  manuscrito,  en  el  último 
tercio  del  siglo  xvni,  en  una  biblioteca  por- 
tuguesa destruida  en  el  célebre  terremoto  de 
Lisboa?  El  terremoto  tiene  buenas  espaldas 
y  nos  recuerda  aquello  de  : 

El  mentir   de  las  estrellas. 

Quedamos,  pues,  en  que  la  duda  subsiste; 
en  que  no  hay  datos  ni  documento*  sufi- 
cientes para  dictar  un  fallo  detinitivo  como 
el  del  señor  Cortejón ;  en  ([ue  nunca  .se  ha 
conocido  otro  texto  que  el  castellano,  y  en  que 
los  españoles  solemos  mostrarnos  muy  incli- 
nados á  ser,  como  se  dice  en  .Vndahicia, /¿ía- 
cer  de  puerta  ajena.  (De  mi  libro  Manual  de 
Literatura  española  é  liispanoamericana.) 

(M.  de  T.) 

(3)  Lobeira  tenía  entonces  veinte  años,  y 
hacía  ya  más  de  treinta  que  era  conocido  el 
Amadis,  como  queda  indicad(j  en  la  nota 
anterior.  (M.  de  T.) 


IMHMKHA    I'AUIK. 


C.MTIl  i. O    \  I 


piirlii^uesiis.  Nuestro  l)ibliii^'r;iro  \). 
Nicolás  AiiUmio  lo  usiyin)  ('(|iiívii('.i(Im- 
nicnle  ni  siglo  xiii.  Vivii'i  tn  Vclvcs  l.i 
mayor  parle  lie  su  vida,  y  murió  el  año 
(le  l'iUlt.  A  esle  alritiuye  el  libro  de 
A)niidis  el  con^euliuiieulo  uM.íriiuie  de 
los  escritores  de  su  naciim,  testigos 
preícrentps  en  la  materia.  D.  Juan 
Antonio  I'cllicer,  en  el  discurso  que 
precede  ;i  su  cdiciim  del  Qi;ijotk.  dice 
(lue  el  I'.  Sarmiento,  doctisimo  bene- 
dictino, impugna  el  (U'igen  portugués 
de  Aiiiudis,  y  que  lo  atribuye  á  Don 
l'edro  Liipez  de  Ayala.  Canciller  mayor 
de  Castilla,  ó  á  D.  Alonso  de  Cartagena 
Ubispo  de  Hur;.'Os;  pero  esta  opiniím. 
sea  de  quien  fuere-  carece  de  funda- 
mento. El  mismo  López  de  Ayala  habla 
del  libro  de  Amadis  en  el  himado  de 
Palacio,  poema  moral  que  compuso 
ealandu  preso  en  Ituj/alerra,  como 
expresa  su  titulo,  después  de  la  batalla 
de  Nájera  que  perdií»  el  liey  de  Castilla 
J).  Enrique  II  contra  su  hermano  el 
Rey  D.  Pedro,  auxiliado  por  el  Principe 
de  Gales.  En  esta  batalla,  que  fué  el  año 
de  1  67,  D  Pedro  López,  llevaba  el  pen- 
dón de  la  orden  castellana  de  la  Banda, 
y  cayó  prisionero  en  poder  do  los 
ingleses.  El  poeta  se  confiesa  allí  me- 
nudamente de  las  culpas  de  su  vida 
pasada,  y  entre  otras  cosas  dice  (a)  : 

Plopome  otrosí  oir  muchas  vegadas 
Libros  de  flevaneo-;  é  mentiras  probadas, 
Aiiiadís  et  Lanzarote  é  burlas  á  sacadas, 
En  que  perdí  mi  tiempo  á  muy  malas  jorna- 

[das. 

Pero  si  se  acusa  de  haber  oído  ó 
leído  á  Amadis  ¿  cuánto  más  se  acu- 
saría de  haberlo  compuesto  ?  Lo  de  D. 
Alonso  de  Cartagena  es  todavía  más 
repugnante,  porque  nació  el  año  de  1396, 
algunos  después  de  escrito  el  Himado 
de  falacia  :  puesto  que  ü  Pedro  López, 
vuelto  ya  de  Inglat  rra,  se  halló  el 
año  138o  en  la  batalla  de  Aljubarrota. 
Lo  cual  solo  basta  para  conocer  la 
imposibilidad  de  que  fuese  el  autor  de 
Amadis,  aun  cuando  no  se  opusiese 
también  á  ello  el  carácter  y  profesión 
de  D.  Alonso,  tan  ajena  de  este  género 
de  letras,  la  severidad  conocida  de 
sus  costumbres,  incouq)atible  con  los 
pasajes  licenciosos  de  aquel  libro,  y  el 
no  hallarse  mencionado  en  el  catálogo 
de  los  que  compuso  este  Prelado  y 
refirió  su  familiar  Diego  Rodríguez  de 

(a)  Copla  10?. 


Abuela  en  el    Valerio  de  fas  liflnrias 
esroldslicas  y  de  Kspaña  (a). 

Tampoco  pudo  ser  la  composición 
de  Amadis  muy  anterior  á  la  época  de 
la  batalla  do  Nájera.  Por  de  contado, 
puedo  notarse  que  Petrarca  y  IJocacio, 
f|ue  llorecieron  á  mediados  del  siglo  xiv, 
al  hablar  de  los  libros  de  caballerías, 
el  primero  en  el  Triunfo  de  Amor  y  el 
segundo  en  el  Corbacho,  no  nombraron 
el  libro  de  Amadis  como  nombraron  á 
Laiizarote,  ;i  Tris/án  y  á  Flores  o  lilan- 
caflor.  Pero,  en  fin,  pudieron  no  cono- 
cerlo por  nuevo  ó  por  extranjero:  el 
mismo  libro  es  quien  nos  suministra 
un  indici(j  más  positivo  en  el  cap. 
LXXXlll.  donde  refiere  que.  habiendo 
llegado  la  Ilota  de  Amadis  á  la  ínsula 
Firme,  en  señal  de  alegría  fueron  L'ra- 
dos  muchos  tiros  de  lombardas.  La  pri- 
mera uiencií'in  del  uso  de  la  pólvora  en 
las  historias  esjiañolas  es  del  año  1342, 
en  que  la  emplearon  los  moros  para  de- 
fender la  ciudad  de  Algeciras,  sitiada 
á  la  sazón  por  el  Rey  de  Castilla  D. 
Alfonso  el  Xi,  lanzando,  dice  su  cróni- 
ca 'h  ,  muchas  ¡lellas  de  fierro  con  los 
truenos.  Según  los  datos  precedentes, 
el  libro  de  Amadis  hubo  de  escribirse 
desde  el  año  de  1342  al  de  1397.  y  pro- 
bablemente más  cerca  de  éste  que  del 
otro,  porque  la  invención  de  las  lom- 
bardas supone  ya  progresos  ulteriores 
en  el  arte  de  laTormentaria. 

Nada  hay,  pues,  que  destruya  la 
opinión  de  que  Vasco  Lobeira  fué  el 
verdadero  autor  del  Amadis.  Puede 
creerse  que  el  manuscrito  original  ven- 
dría á  poder  del  Infante  D.  .Mfonso  de 
Portugal,  hijo  del  Rey  D.  Juan  1,  el 
fundador  de  la  casa  de  Braganza  y 
tronco  de  la  actual  dinastía  portuguesa. 
Este  Infante,  que  nació  el  año  de  1370, 
fué  muy  aficionado  á  las  letras,  hizo 
colección  de  antigiíedades  y  objetos 
raros  que  adquirió)  en  sus  viajes,  y 
foru!Ó  biblioteca.  El  humor  galante  de 
este  Príncipe  dio  motivo  á  que  se  hiciese 
alguna  alteración  en  el  cap.  XL  de  la 
historia  de  Amadis.  Contábase  allí  la 
soltura  y  liviandad  con  fpie  Briolanja 
había  requerido  de  amores  al  Doncel 
del  mar  :  //  aunque  el  señor  Infante  D. 
Alfonso  de  Portugal,  continúa  el  mis- 
mo capítulo,  habiendo  piedad  de  esta 
herjnosa  doncella,  de  otra  guisa  lo 
mandase  poner,  en  esto  hizo  lo   que  su 

(a)  Lih.  VTTT.  tít.  VI.  cap.  IX.  —  f'/  Cap. 
CCLXXXI. 


Tfi 


nON    oí  I.IOTK    DK    r,A    MANCHA 


merced  fué,  mai  no  íiquello  (¡iie  en 
efecto  de  sus  amores  .ve  escribía.  l>o 
mismo  vuelve  á  indicarse  al  fin  del 
cap  XLIl. 

Sobre  este  incidente  del  libro  de 
Amadis  se  publicó  un  sondo  en  leufíua 
anticua  portu^iiesa  entre  los  Poemas 
lusitanos  del  Doctor  Antonio  Ferreirn, 
impresos  en  Lisboa  el  año  de  1598  {a}. 
Habla  el  Infante  D.  Alfonso  con  Vasco 
Lobeira,  y  dice  : 

Bon  Vasco  de  Lobeira  et  de  ¡íram  sem, 
De  prao  que  vos  aveiles  bem  contado 
O  feito  d'Aiiiadís  enamorado, 
Sem  quedar  ende  por  contar  irem. 

B  tanto  nos  aprougue  et  a  tambem 
Que  vos  sercdns  sempre  ende  loado, 
E  entre  os  homes  bos  (lor  bom  mentado, 
Que  vos  lerao  adeante  et  (¡ue  hora  lem. 

Mais  porque  vos  ficeste.s  á  fiemosa 
Briorauja  amar  ondoado  hu  uom  amaroni. 
Esto  cambade,  et  compra  sa  bontade. 

Ca  eu  hei  gra  do  de  av(>r  (jueisosa 
Por  sa  gram  l'reiuosura  el  sa  bontade 
E  er  porque  o  lim  amor  nom  Iho  pagarorn. 

En  una  nota  de  las  mencionadas 
poesías  lusitanas  de  Ferrcira,  se  afirma 
que  el  original  de  Amadis  estaba  en  el 
archivo  de  los  Duques  de  Aveiro.  Ksla 
noticia,  que  repitieron  D.  Nicolás  An- 
tonio en  la  Bibtioleca  española  y  Diego 
Barbosa  Machado  en  la  Biblioteca,  por- 
tuguesa, publicada  ;i  mitad  del  siglo 
último,  desde  1141  á  n5'2,  me  ha  esti- 
mulado ú  hacer  algunas  diligencias  para 
averiguar  el  paradero  de  este  singular 
manuscrito;  pero  han  sido  inútiles, 
y  sólo  han  producido  vehementes  sos- 
pechas de  que  hubo  de  perecer  en  el 
terremoto  del  día  1."  de  noviembre  del 
año  1"^;J5  con  las  demás  preciosidades 
del  palacio  de  los  Marqueses  de  Gouvea, 
donde  vivían  á  la  sazón  los  Duques  de 
Aveiro,  y  que  se  arruinó  totalmente  en 
dicho  día.  Caso  que  así  no  fuese,  el 
manuscrito  hubo  de  pasar  ni  fisco  con 
todos  los  bienes  del  último  Du<|ue  en  el 
año  de  dlSí),  á  consecuencia  de  aconte- 
cimientos bien  conocidos,  y  á  los  lite- 
ratos portusueses  toca  el  buscarlo. 

Al  Infante  Ü.  .Mfonso.  que  falleció 
ya  nonagenario  el  año  de  1461,  sucedió 
su  hijo  D.  Fernando,  no  menos  en  el 
estado  que  en  la  afición  á  los  libros  y 
asuntos  de  la  Caballería.  De  él  era  fama 
en  Portugal á  pi'incipios  del  siglo  xvique 
había  sido  el  autor  del  libro  de  Amadis 
de  GauZa.  Así  lo  atestigua  D.LuisZapata, 

(a)  Soneto  34. 


paje  de  la  Empernlriz  Doña  Isnhel.  hija 
dfl  Itey  de  Portugal  y  mujer  tlel  Empe- 
rador Carlos  V,  en  un  maruiscrito  de 
la  Hihliotcca  Heal  de  Madrid  que  cita 
Pellicer,  aunque  equivocándolo  con  su 
hijo  el  tercer  Du(}ue  de  Braganza,  que 
tuvo  su  mismo  nombre  y  murió  degul- 
lado  cnEborael  año  de  1483.  Acaso  dio 
origen  á  esta  voz  el  haber  existido  el 
original  en  la  biblioteca  ó  archivo  de 
los  Duques  de  Braganza,  y  haberse  sa- 
cado de  allí  las  copias. 

Después  íle  todo  lo  dicho,  preguntar 
en  qué  idioma  escribié)  Vasco  Lobeira 
la  novela  de  Amadis  de  Gaula,  seria 
lo  mismo  que  pregimtar  en  qué  lengua 
escribió  Homero  i'>  Cicerón:  la  pregunta 
y  la  duda  serían  ridiculas.  Sin  em- 
bargo, los  que  tratan  de  esto,  y  el 
mismo  Pellicer,  suiif)nen  siempre,  sin 
decir  el  fundamento,  que  fué  cas- 
tellano el  original  de  Amadis.  Es  cierto 
que  no  parece  el  texto  portugués,  y 
que  el  más  antiguo  que  conocemos  es 
el  castellano  :  pero  como  de  esas  veces 
se  ha  perdido  el  original  de  un  libro  y 
sólo  nos  han  quedado  las  traducciones, 
ejemplo  tenemos  en  lo  más  sagrado. 
Acaso  puede  explicarse  este  fenómeno 
por  la  popularinad  que  á  principios  del 
siglo  XVI  adquirii'i  generalmente  en 
Europa  el  idioma  caslellano.  lo  cual 
baria  que,  repitiéndose  las  ediciones  de 
la  traducción,  se  mirase  como  inútil 
multiplicar  copias  del  original. 

El  tiempo  en  que  se  hizo  la  versiiin 
castellana  de  Amadis  de  Gaula  no 
puede  señalarse  á  punto  fijo.  Garci 
Ordóñez  de  Montalvo  fué  el  piimero 
que  trató  de  imprimirla.  En  el  prólogo 
c(ue  escribió  para  su  edición,  habla  de 
la  conquista  del  reino  de  Granada  como 
concluida,  y  de  los  Reyes  Católicos 
como  todavia  vivos  :  y  dice  que  corrifjió 
los  tres  libros  de  Arnadís,9?/e  por  falta 
de  los  malos  escritores  ó  componedores. 
mu}i  corruptos  é  viciosos  se  leian  : 
añade  que  trasladó  >/  enmendó  el  libro 
cumio.  En  el  titulo  del  primer  libro 
expresa  que  lo  corriqió  de  los  antiguos 
originales,  que  estaban  corruptos  y 
mal  compuestos  en  antiguo  estilo  por 
falta  de  los  diferentes  y  malos  escri- 
tores, quitando  muchas  palabras  super- 
finas y  poniendo  otras  de  más  pálido  y 
elegante  estilo.  Estas  expresiones  dan 
claramente  á  entender  que  Montalvo 
corrigió,  limó  y  concluyó  trabajos  que 
ya  halló  hechos.  La  primera  edición 
hubo  de  hacerse  en  el  intermedio  del 


l'ltl.MLUA     I'AUIL. 


CAPITI  I.O    VI 


77 


año  (le  14!)2  al  ile  1505;  pero  de  cll.i  no 
se  conocií  cjoinplíir  ¡ilfíuno,  ni  ha  qnc- 
(lailo  niíis  mcinuri.'i  (iiic  el  priiltij,'i).  Se 
cita  una  inipresinn  |>tisleriur;í  la  muerte 
(le  la  Keina  Doña  l.saltel,  lieclia  en  Sala- 
manca el  año  (le  l.'ilO;  otras  se  liicie- 
rou  en  líH'J  y  li)21,  de  cuyo  año  hay  un 
ejemplar  en  la  nililioleca  líeal  de 
>ladrid,  y  después  se  repitieron  varias 
ediciones,  pero  siempre  con  el  mismo 
pnilofío. 

Montalvo  trabajaba  en  lacorreccii'm  de 
la  versit'm  castellana  de  A  mndis  muchos 
años  antes  de  tiatar  de  imprimirla,  por- 
(pie  en  varios  lugares  de  ella  se  anuncia 
el  tpiinto  libro,  ipie  se  añadi()  ;i  ios 
cuatro  primeros,  y  contiene  las  ha/aña,s 
de  Esplaudián;  y  éste,  como  después 
veremos,  se  escribía  en  los  principios 
de  la  guerra  contra  los  Moros  de  Gra- 
nada, quiere  decir,  por  los  años  de  US.j. 
Veinte  años  antes,  ó  cerca  de  ellos,  hubo 
de  hacerse  la  traducción  de  Amadia, 
como  se  deduce  de  aquel  pasaje  del 
cap.  CXXXlll,  donde,  contándose  las 
muestras  de  amor  que  dieron  sus  va- 
sallos al  Rey  Lisuarte.  se  dice  así: 
;0h  cómo  se  dehrian  tenerlos  Rei/es  por 
bienaventurados,  si  sus  vasallos  con 
tanto  amor  1/  tan  gran  dolor  se  sintieran  i 
de  sus  pérdidas  y  fatigas.'  ¡  Y  cuánto^ 
asimismo  lo  seria7i  los  subditos  que  con 
mucha  causa  lo  pudiesen  ij  debiesen 
facer,  seyendo  sits  Beyes  tales  para  ellos 
como  lo  era  este  noble  Hey  (Lisuarte) 
para  los  suyos!  Pera  /  mal  pecado  .'  los 
tiempos  de  agora  mucho  al  C07itrario 
son  de  los  pasados,  según  el  poco  amor 
y  menos  verdad  que  en  las  gentes  contra 
sus  Reyes  se  halla;  y  esio  debe  causar 
la  coslelación  del  ynundo  ser  tan  enve- 
jecida, que  perdida,  la  mayor  parle  de 
la  virtud,  no  puede  llevar  el  fruto  que 
debía,  así  como  la  cansada  tierra,  que 
ni  el  mucho  labrar  ni  la  escogida 
simiente  pueden  defender  los  cardos  y 
las  espinas  con  las  otras  hierbas  de 
poco  provecho  que  en  ella  nacen.  Pues 
roguemos  a  aquel  Señor  poderoso  que 
ponga  en  ello  remedio  :  c  si  á  nosotros, 
como  indignos,  oir  no  le  place,  que  aya 
aquellos  que  aun  drtifro  en  las  fraguas 
sin  deltas  haber  .salido  se  hallan,  que 
los  hagan  nacer  con  tanto  encendi- 
miento de  caridad,  y  amor  como  en 
aquestos  pasados  había;  y  á  los  Reyes, 
que  apartadas  sus  iras  y  S7is  pasiones, 
con  Justa  mano  é  piadosa  los  traten  y 
sostengan  Este  bello  yiasaje,  que  fuera 
tan  impropio   y  ajeno  del  tiempo  de 


orden,  de  justicia  y  de  Irampjilidad  en 
que  se  escribía  el  prolo^^Mi  de  Mcjiítalvo 
y  en  todo  el  reinado  de  I).  l''ernando  y 
iJoña  Isabel,  retrata  tan  al  vi\-o  la  época 
de  los  diez  últimos  años  del  reinado  de 
Ü.  línrifiue  IV,  que  no  parece  sino  que 
se  escribió  poi'  ella,  y  que  el  traductor, 
testigo  de  aquellos  tles<'>rdenes,  no  pu- 
do menos  de  insertar  al  paso  este  hon- 
rado desahogo  de  sus  alectos,  que  no 
conviene  á  ningún  otro  periodo  de  la 
historia  castellana  ni  portuguesa,  desde 
que  el  libro  de  .imadis  se  compuso. 

No  ha  faltado  quien  diga  que  Vasco 
Lobeira  tomó  ó  tradujo  su  Amadis  de 
otro  libro  escrito  anteriormente  en 
lengua  picuda  o  bretona,  de  que  hubo 
un  ejemplar  en  la  biblioteca  de  la  Reina 
Cristina  de  Suecia.  Sabido  es  que  las 
provincias  de  aquella  costa  occidental 
de  Francia  fueron  la  cuna  de  los  histo- 
riadores y  de  las  historias  caballe- 
rescas, y  aun,sisee.\amina  con  atención 
la  de  Amadis,  se  encontrarán  vestigios 
del  idioma  viejo  francés  en  los  nombres 
propios,  como  en  el  mismo  Amadis 
Aime-bieu,  Arcalaus  Are  a  l'eau,  Brio- 
lanja  Brío  l'nnye,  Bonamar  Bonne  Mere, 
Estravaus  [>es  travaux,  y  así  otros.  Del 
mismo  Amadis  cuenta  la  historia  que 
nació  en  la  Bretaña  francesa,  y  que 
fué  expuesto  al  nacer  en  la  corriente 
de  un  río  caudaloso,  que  por  las  señas 
pudo  ser  el  Loira.  Pero  todos  estos  in- 
dicios, sin  la  vista  y  examen  del  ma- 
nuscrito picardo,  y  sin  el  apoyo  de 
testimonios  coetáneos,  ó  por  lo  menos 
inmediatos,  sólo  prueban  que  el  fabu- 
lista fingió  en  esto  con  alguna  verosi- 
militud, (I  acaso  que  quiso  se  atribuyese 
su  historia  á  origen  más  remoto  y 
autorizado,  como  sucedió  en  otros 
muchos  libros  caballerescos  que  se 
supusieron  traídos  de  lejos  y  traducidos 
del  griego,  del  árabe  ó  del  inglés.  Si 
algo  prueban  estos  indicios,  es  contra 
la  procedencia  francesa  del  libro  de 
Amadis;  porque  según  la  oportuna 
observación  de  D  Nicolás  Antonio,  com- 
probada con  los  ejemplos  y  conducta 
de  los  autores  caballerescos,  éstos,  para 
hacer  más  verosímiles  y  creíbles  sus 
ficciones,  debieron  establecer  lejos  de 
su  propio  país  el  teatro  de  los  sucesos 
que  escribían. 

Lope  de  Vega  Carpió,  en  la  dedica- 
toria de  su  novela  intitulada  Las  For- 
tunas de  Diana,  atribuyó  el  libro  de 
Amadis  á  una  dama  portuguesa,  con- 
fundiéndolo al  parecer  con  el  de  Pal- 


78 


DON    OUIJOTI.    DE    LA    MANCHA 


y  dijo  el  Gura  :  Parece  cosa  de  misterio  (''sta,  porque,  según  he 
oído  decir,  este  libro  fué  el  primero  de  (•aiíallerías  que  se  imprimió 
en  España,  y  lodos  los  demás  han  lomado  principio  y  origen 
dt'sle,  V  asi  me  parece  que  como  á  dogmalizador  de  una  sela  lan 
mala  le  debemos  sin  excusa  alj^una  condenar  al  luego.  No  señor, 
dijo  el  Barbero,  que  lambién  he  oído  decir  que  es  el  mejor  de 
todos  los  libros  que  de  esle  género^  se  han  com|nieslo,  y  así  como 
á  único  en  su  arte  se  debe  perdonar.  Así  es  veriJad,  dijo  el  Cura, 
V  por  esa  razón  se  le  otorga  la  vida   por  ahora.  Veamos  esotro  (jue 


inerin  de  Oliva.  Su  lestimonio,  des- 
nudo absolutamente  de  pruebas,  no  es 
(¡e  peso  alguno. 

Los  extranjeros  escribieron  de  esta 
materia  con  una  ligereza  y  descon- 
cierto (|iie  admira.  Hubo  entre  ellos 
quien  altribuyi'i  la  composición  del 
Amadis  á  Sania  Teresa  de  .Jesús,  que 
nació  en  IjI.'í,  cuando  llevaba  ya  siglo 
y  medio  de  escrito  y  mucbos  años  de 
impreso.  U.  Juan  Antonio  Pellicer 
recogió  ésta  y  otras  inepcias  de  los 
autores  extranjeros  en  el  discurso 
preliminar  de  su  edición  del  Ql'uotb, 
donde  podrán  verlas  los  que  quieran 
perder  su  tiempo.   , 

1.  El  autor  del  Diálogo  de  las  len- 
fjuas,  que  tanto  se  cita  en  estas  notas, 
y  cuyo  voto  es  muy  respetable  en 
materia  de  lenguaje,  después  de  haber 
dicho  que  entre  los  libros  caballerescos 
comúnmente  se  daba  la  palma  del 
estilo  á  los  cuatro  libros  de  Amudisia), 
y  en  su  juicio  con  razón,  le  nota  varios 
Ilefectos,  á  pesar  de  los  cuales  con- 
cluye dicienflo  [h]  que  lieue  madui'i  y 
muij  buenas  cosas,  /y  que  es  diño  de  ser 
leído  de  los  que  quieren  aprender  la 
lengua.  Todavía  no  habían  ilustrado  y 
perfeccionado  nuestro  idioma  D.  Diego 
de  Mendoza,  Granada.  Mariana.  Solis, 
Saavedra  y  otros  maestros  de  la  lengua 
castellana,  y  el  libro  de  Amadis  go/.aba 
de  una  celebridad  que  le  mereció  ser 
trasladado  á  diferentes  lenguas.  Nico- 
lás (le  Herberay  lo  tradujo  al  francés 
en  1539,  y  llegó  ;t  ser  en  aijuel  reino 
libro  tan  común  y  tan  leido  como  en 
España.  Según  las  Doticias  recogidas 
por  Pellicer  (c),  el  Rey  de  Francia 
Enrique  111  lo  tenía  en  su  librería  entre 


(a)  Pág.  157.  - 
•ireí.,  pág.  XLIV. 


^6)  Páf.  Iü3.  —  (e)  Di$f. 


Platón  y  Aristóteles.  El  célebre  Marco 
Antonio  Mureto,  el  príncipe  de  los 
latinizantes  modernos,  elogió  con  entu- 
siasmo la  traducción  de  Herberay  en 
metro  vultiar,  del  que,  por  poco  cono- 
cido, copiare  el  siguiente  pasaje  : 

En  vainjadis  le  guerrier  inhumain 
EuHt  rué  bas,  en  sa  fureur  dépit, 
Loji  murs  Troiens  faits  de  divine  main 
Jíí  de  Priam  foudroyé  l'exercite  ; 

Piéce  de  xes  valeren»  fnits 

La  mcmoire  fvLst  achevée. 

Si  ilans  tes  poémen  pnrfaits 

Homero  ne  l'eust  eugrm^ei'... 
Et  qui  sauroit  d' Amadis  la  valeur. 
Les  í/raus   effors,  la  vertu  plus  ijuhumaine. 
Si  Herberai.  den  eloquens  la  fleur. 
A  le  louer  n'eusl  emplnié  sa  peine  ? 

Alais  puis  i]ue  VHamere  second, 

Premiére  gloire  de  la  Franee, 

Sur  son  siiie  dous  et  facond 

An-deistis  ríes  astres  le  lance, 

Tant  que  le  monde  demourra 

Le  los  d' Amadis  ne  mourra. 


D.  José  Rodríguez  de  Castro,  en  el 
tomo  I  tle  su  Bihlioleca  Española, 
donde  se  recogieron  noticias  suma- 
mente curiosas  é  importantes  para 
nuestra  literatura,  liabla  de  una  tra- 
ducción de  Amadis  de  Gauia  al  idioma 
hel)reo,  hecha  por  un  rabino  español 
anónimo,  la  cual  según  el  testimonio 
de  Vosio,  se  custodiaba  en  una  biblio- 
teca de  Alemania. 

Amadis  de  (jaula  dio  también  asunto 
ú  dos  comedias  ca-^tellanas,  una  de  Gil 
Vicente,  dramaturgo  portugués,  y  otra 
de  Andrés  Rey  de  Artieda,  soldado  va- 
liente y  buen"  poeta,  que  quiso  ser  co- 
nocido en  la  república  de  las  letras  por 
el  supuesto  nombre  de  Arlemidoro.  La 
primera  se  prohibió  en  el  índice 
de  lo83  ;  la  segunda  no  se  encuentra. 


I'UIMKHA    ¡'Allli;.    —    CAI'ífl  I.O    \I 


70 


cslá  junio  ;i  él.  Ks.  dijool  K;ii1>(M-o,  las  Sei\(jiin  de  Esplandi.án^ ,  liijO 
hígítiitio  «lo  Amíulis  Je  (iniilii.  Piuvs  cüi  vtüdad,  dijo  el  Cura,  que 
no  lo  ha  de  valor  al  hijo  la  bondad  del  padre  :  tomad,  señora  vVina, 
ahrid  esa  ventana  y  echalde  al  corral,  y  dé  principio  al  montón  de 
la    lioí];-uora  <jue  so  ha  <lo  hacer.  H izólo  así  el  Ama  con  mucho 


1.  Guití  OrdóTiez  de  Montalvo,  en  el 
pnilo^fo  lie  .'íwaí//s,  ofreció  publicar  el 
libro  de  las  Sergaa  <le  EspldndiíJn  su 
lujo  que  hasta  aijiii,  dice,  no  es  memoria 
(le  niii</uno  ser  visla,  <jiie  por  (¡van 
dicha  ¡laresfió  en  una  lumhu  de.  piedra 
(¡ue  debajo  de  la  tierra  en  una  ermita 
cerca  de  Constantinopla  fué  hallada,  y 
traído  por  un  húngaro  mercader  á  estas 
parles  de  KspaFia,  en  la  letra  //  parga- 
mino  tan  antiguo,  que  con  mucho  tra- 
bajo se  pudo  leer  por  aquellas  que  la 
lengua  sabían.  En  varios  parajes  de 
Amadís  se  anunc.i('>  la  ¡¡iiblicación  de 
las  Sergas  de  Esplandiún,  que,  con 
efecto,  llegaron  á  imprimirse,  afirmán- 
dose al  principio  de  la  obra  que  la 
había  escrito  en  griego  el  maestro 
lilisLibad,  que  vio  mucho  de  lo  que 
cuenta,  y  había  sido  nmy  afecto  á  su 
padre  Amadis  :  Las  cuales  Sergas  des- 
pués ú  tiempo  fueron  trasladadas  en  mu- 
chos lenguajes. 

De  este  modo  trató  Garci  Ordóñez  de 
Monfalvo  de  autorizar  la,  historia  de 
Esplandiiín,  dándole  origen  antiguo  y 
extranjero,  conforme  lo  hicieron  tam- 
bién otros  varios  escritores  de  caballe- 
rías Pero  así  como  el  asno  de  la 
fábula,  queriendo  disfrazarse  de  leTm 
ülvid('>  taparse  las  orejas,  asi  también 
á  Montalvo  se  le  escapó  la  mención  de 
la  .artillería,  invención  de  siglos  muy 
posteriores  al  que  se  supone  de  Esplan- 
(iián,  cuando  refirii'i  en  el  cap  CLIII  de 
las  StTiyrt.v  que,  tratando  el  gran  Soldán 
de  combatir  la  ciudad  de  Constanti- 
nopla, mimdr)  sacar  de  las  naves  muy 
muchas  y  grandes  lombardas  y  otros 
tiros  y  aparejos  de  muchas  suertes  para 
el  combale. 

El  raro  y  nunca  visto  nombre  de 
Sergas  fué  artificio  que  discurrió  Mon- 
talvo para  acreditar  el  origen  griego 
ele  la  historia  de  Esplandián.  Porque 
en  este  idioma  spva  significa  hechos, 
hazañas;  y  Montalvo,  que  probable- 
menle  no  sabría  mucho  de  griego,  en 
higar  de  escribir  las  Ergas  puso  la,s 
Sergas.  Así  se  indicó  en  el  cap.  XVI 1 1, 
donde  contándose  que  el  maestro  Eli- 


sabad  se  encargó  de  escribir  la  historia 
de  Esjilarídián  á  ruego  del  Hcy  Lisuarte, 
se  dice  :  Pues  asi  como  oís  fueron 
escritas  estas  Sergas  llamadas  de  Es- 
plandián, que  quiere  decir  las  proezas 
de  Esplandián.  Por  lo  cual  D.  Nicidás 
Antonio,  al  hablar  de  este  libro  en  su 
Biblioteca  antigua,  le  llam<'),  no  las 
Sergwi,  sino  las  Ergas  de  Esplandián. 
En  las  Partidas  se  llama  cantares  de 
gesta  á  los  que  trataban  de  las  hazañas 
de  los  guerreros  célebres.  Acostumbra- 
ban, se  lee  en  la  partida  II,  tit.  XXI, 
ley  XX,  los  caballeros  cuando  comían, 
que  les  leyesen  las  hestorias  de  los 
grandes  fechos  de  armas  que  los  otros 
federan...  é  aun  facien  más,  que  los 
juglares  non  dijesen  antellos  otros 
cantares  sinon  lie  gesta  ó  que  fablasen 
de  feclio  darmus.  Kn  la  misma  signifi- 
cación había  usado  la  palabra  gesta 
Gonzalo  de  Berceo  [a],  y  aun  antes  el 
Poema  del  Cid  : 

Aquí  empieza  la  gesta  de  Mío  Cid  el  de 
[Vivar  (6). 

Ei'(¡a  en  griego,  gesta  en  latín,  hechos 
en  castellano,  todo  es  una  misma  cosa. 
Montalvo  hubo  de  tardar  algunos 
años  en  dar  la  ultima  mano  á  las 
Sergas,  porque  en  el  cap.  XCIX  indica 
que  las  escribía  á  principios  de  la 
guerra  que  los  Reyes  Católicos  hicieron 
á  ios  moros  granadinos;  y  luego,  en 
una  exclamación  que  insertó  en  el 
cap.  Gil,  se  ve  que  estaba  ya  concluida 
aquella  guerra  y  se  había  expelido  de 
España  á  los  judíos.  No  retiñiendo, 
dice,  sus  trsoros,  echaron  del  otro  cabo 
de  los  nutres  aquellos  infieles  que  tantos 
aPios  el  reino  de  Granada,  tomado  y 
usurpado  contra  toda  ley  y  justicia, 
tuvieron  :  y  no  contentos  con  esto, 
limpiaron  de  aquella  sucia  lepra,  de 
aquella  malvada  herejía  que  en  sus  rei- 
nos sembrada  por  muchos  años  esta^>a. 
Ambos  acontecimientos  fueron  el  año 
de  1492. 


i)  Cüpla'í'il.  -  (/')  V.  lu'J3. 


80 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCFIA 


contento,  y  el  bueno  de  Esplandián  íxié  volando  al  corral,  espe- 
rando con  toda  paciencia  el  luego  que  le  amenazaba.  Adelante, 
dijo  el  Cura.  Este  que  viene,  dijo  el  Barbero,  es  Amadis  de 
Grecia  *,  y  aun  todos  los  dcste  lado,  á  lo  que  creo,  son  del  mismo 
linaje  de  Amadis^.  Pues  vayan  todos  al  corral,  dijo  el  Cura,  que 
á  trueco  de  quemar  á  la  Reina  Pintiquinestra  ^  y  al  pastor 
Darinel,  y  á  sus  églogas  '  y  á  las  endiabladas  y  revueltas  razones 


1.  Crónica  del  muu  valiente  y  esfor- 
zado Príncipe  y  caballero  de  la  Ar- 
diente Espada,  Amadis  de  Grecia,  hijo 
de  Ltsuuite  de  Grecia,  Emperador  de 
Coiislanlinoplu  y  de  Trapisonda  y  Rey 
de  liadas.  Asi  dice  el  titulo  de  la  edi- 
ción de  Lisboa  de  loüfi.  Otra  se  había 
hecho  en  Sevilli,  año  1542  :  tiene 
primera  y  segunda  parte. 

El  sabio  Alquife,  que  suena  ser  el 
cronista,  la  dedicó  á  Amadis,  Hey  de 
la  Gran  Bretaña  y  de  Gaula.  hijo"  del 
Rey  Periún  y  de  la  Heina  Elisena.  Se 
dice  que  el  original  estaba  en  griego, 
y  que  de  él  se  tradujo  en  latín  y  des- 
pués en  romance. 

2.  Aquí  se  comprendían  todos  los 
libros  cab  illerescos  de  la  casa  de 
Grecia,  Lisuarte,  Florisel,  Silvis  de  la 
Selva,  D.  Rogcl,  Esferamundi,  y,  en 
suma,  todas  las  historias  de  los  des- 
cendientes de  Amadis  de  Gaula,  de  que 
se  hablará  en  las  notas  al  cap.  XI II. 

3.  Yo  no  sé.  qué  es  lo  que  pudo  dar 
motivo  á  Pellicer  para  decir  en  su  nota 
sobre  este  lugar,  que  Pintiquinestra 
fué  una  yiyanla  de  espantosa  y  ridicula 
fiyura.  La  Reina  Pintiquinestra,  de 
quien  se  bace  mención  en  Amadis  de 
Grecia,  fué  Reina  de  Sobradisa,  mujer 
de  Perión.  hijo  de  Don  Galaor  y  so- 
brino de  Amadis  de  Gaula  (a).  De  ésta 
no  pudo  decirse  que  fué  giganta  de 
buena  ni  mala  figura.  Perión  se  ena- 
nioró  de  ella,  como  se  refiere  en 
Lisuarte  de  Grecia (/>);  y  de  este  matri- 
monio nació  el  doncel  Rravarte,  á 
quien  armó  caballero  su  tí(j  Amadis  de 
Gaula  (c).  De  otra  Reina  Pintiquinestra 
se  habla  en  Lisuarte,  que  era  Reina 
Amazona,  y  llamándose  señara  de  la 
gente  men^iuada  de  telas,  vino  con  seis 
mil  mujeres  archeras  en  auxilio  de  los 

(a)  Parte  1,  cap>.  XXI  y  XXIII.  —  (6) 
Cap.  XI.TX.  —  (c)  Amadis  de  Grecia,  parte  I, 
cap.  XXI. 


paganos  que  sitiaban  á  Constantino- 
pla  (a);  después  se  hizo  cristiana,  y  se 
pasó  al  bando  de  los  cercados.  Reíie- 
rense  de  ella  varias  hazañas  y  desafíos, 
y  hablándose  de  uno  de  ellos  se  dice 
que  era  muy  yrande  de  cuerpo  y  her- 
mosa y  muy  bien  parecida;  y  como 
Iraia  quitado  el  yelmo,  parecía  tan 
hermosa  como  dnyel  {!>).  Nada  de  esto 
es  giganta,  ni  espantosa  y  ridicula 
figura. 

4.  Darinel,  pastor  mancebo  y  gran 
luchador,  hijo  de  un  villano  neo  de 
Tirel,  lugar  en  tierra  de  Alejandría  de 
Egipto,  amaba  á  Silvia,  hija  de  la 
Princesa  Onoloria  ;  la  cual,  recién 
nacida,  había  sido  entregada  á  un 
escudero  y  á  su  mujer,  y  se  criaba  des- 
conocida, apacentando  el  ganado  de 
sus  supuestos  padres  en  una  floresta  á 
orillas  del  Nilo,  cerca  de  la  ciudad  de 
Babilonia  fasí  suele  llamarse  al  Cairo 
en  los  libros  é  historias  de  la  Edad 
Media).  En  la  segunda  parte  de  Amadis 
de  Grecia  (c)  se  refieren  los  largos 
discursos  del  enamorado  pastor,  unas 
veces  á  solas,  otras  con  su  pastora  por 
aquellos  valles  y  bosques,  ¡lacia  apos- 
trofes á  las  aves,  hablaba  con  las 
flores,  tocaba  la  flauta,  cantaba  y  repre- 
sentaba versos  :  he  aquí  las  églugas 
que  decía  el  Cura.  Finalmente,  D.  Flo- 
risel se  llevó  á  Silvia  y  á  Darinel  á 
Niquea  (d).  Del  estilo  de  Darinel  y  de 
sus  endiabladas  y  revueltas  razones, 
puede  ser  muestra  aquello  que  decia  A 
la  Infanta  Leonida  e'i  :  ;0h  mi  señora 
y  (dma  de  aquelbi  alma  por  avien  la 
mia  viviendo  muere!  ¡  Oh  qué  glorias  es 
á  mis  ojos  veros  y  ver  en  vos  como 
espejo  á  la  de  mi  Siluia!  De  sus  versos 
pastoriles  se  volverá  á  hablar  en  ade- 
lante. 

—  (a)  Caps.  XXXI  V  XXXVIII.  —  (fti  Cap. 
XLII.  —  íci  Caps."  C.K.KX  v  CXXXI.  — 
(d)  Cap.  C.XXXIII.  —  (e)  Parte  III  de  Flo- 
risel, cap.  LXXX\'I. 


i 


PniMKn.V    PARTR.     —    CAPÍTLI.O    VI  SI 

(le  su  aulor,  (|ueinara  coa  (íllos  al  padre  que  me  enj^^cudró,  si 
niiduviera  en  lif^ura  do  caballero  andante.  De  ese  parecer  soy  yo, 
dijo  el  Barbero  ;  Y  aun  yo,  añadi(>  la  Sobrina.  Pues  así  es,  dijo 
el  Ama,  vengan,  y  al  corral  i;on  ellos.  Diéronselos,  (jue  eran 
nuichos,  y  ella  ahorr(')  la  escalera,  y  dio  con  ellos  por  la  ventana 
abajo.  ¿Quién  es  ese  tonel?  Dijo  el  Cura.  Este  es,  respondió  el 
Barbero,  D.  Olivante  de  Laura  '.  El  autor  dése  libro,  dijo  el  Cura, 
fue  el  mismo  <|ue  compuso  á  Jardín  de  Flores,  y  en  verrlad  que  no 
sepa  delcrmiuar  cuál  de  los  dos  libros  es  más  verdadero,  ó  por 
decir  mejor,  menos  mentiroso  :  sólo  sé  decir,  que  éste  irá  al  corral 


1.  Historia  del  invencible  cahallero 
D.  Olivante  (te  Laura,  Principe  de 
Macedonia,  que  vino  á  ser  Empera- 
dor de  Conslantinoplo  :  Barcelona,  en 
casa  de  Claudio  Bornat,  impresor  y 
librero,  año  1564.  Consta  de  tres  li- 
bros, y  al  fin  del  tercero  se  ofrece  el 
cuarto.  El  impresor  dedicó  la  obra  al 
Rey  L>.  Felipe  il  ;  pero  el  autor  fué 
Antonio  de  Torquemada,  secretario 
del  Conde  de  Bcnavente,  que  escribió 
también  el  Jardín  de  flores  de  que 
aquí  hace  memoria  Cervantes,  y  los 
Coloquios  saíiricos,  que  se  imprimie- 
ron en  Mondoñedo  el  año  de  15.5.3.  No 
sé  por  qué  se  llama  tonel  al  libro  de 
Olivante,  que  sólo  tiene  506  páginas, 
cantidad  moderada  para  un  tomo  en 
folio. 

El  autor  cuenta  en  el  prólogo  una 
visión  ó  sueño  que  tuvo,  durante  el 
cual  la  sabia  Ipermea  le  entregó  el 
libro  de  Olivante  para  que  lo  publicase. 
Por  aquí  puede  formarse  alguna  idea 
de  lo  disparalado  del  libro,  á  que  se 
puede  agregar  la  descripcii')n  que  hace 
del  alcázar  ó  casa  de  la  Fortuna,  fa- 
bricada por  la  gran  sabidora  Leocasta, 
toda  labrada  de  diamantes,  rubíes, 
esmeraldas,  jacintos,  carbunclos,  topa- 
cios y  otras  infinitas  maneras  de  pie- 
dras preciosas.  Su  forma  era  redonda 
con  seis  esquinas,  y  en  cada  esquina 
una  torre  muy  alta,  y  en  inedio  otra 
torre  todavía  más  alta  que  ninguna  de 
las  otras  :  la  cobertura  de  la  torre, 
que  en  un  circulo  Irianr/ular  se  hacía, 
era  toda  íiecha  solamente  de  carbun- 
clos, los  cuales  así  resplandecían  como 
si  mucha.t  liachas  allí  encendidas  estu- 
vieran. La  roca  en  que  estaba  la  casa 
de  la  Fortuna  era  tan  escarpada,  que 
no  parecía  posible  subir  :  tenía  poco 


menos  de  una  legua  de  circuito,  y  de 
altura  casi  dos  lef/uas  {a). 

Menciona  aquí  el  cura  el  Jardín  de 
flores,  libro  de  argumento  singular  por 
las  patrañas,  cuentos  y  creencias  vul- 
gares qae  contiene.  Mal  año  para  el 
Ente  dilucidado  del  Padre  Fuentela- 
peña,  las  Conversaciones  instructivas, 
del  Padre  Arcos,  y  las  Ilusl raciones  va- 
rias deD.  .lu.m  Bernardiüo  Rojo  :  en  el 
Jardín  de  flores  se  ven  mujeres  de  rara 
y  estrafalaria  fecundidad:  unaque  parió 
enAlemnniadeunavez  ciento  cincuenta 
hijos  :  otra  en  Irlanda  trescientos  se- 
senta y  seis  (que  son  tantos  como  días 
tiene  el  año  bisiesto)  :  otra  que  dio  á 
luz  un  elefante  ;  otras  que  paren  ranas 
ó  sapos,  cosa  ordinaria,  dice,  en  Ña- 
póles ;  hombres  que  se  cubren  todo  el 
cuerpo  con  las  orejas  ;  hombres  con 
cola,  unos  de  pavo  real  y  otros  de 
zorro  :  la  hierba  con  que  Salomón  cu- 
raba los  endemoniados  ;  la  muela  de 
San  Cristób.il  en  Coria,  y  \n  quijada  en 
Astorga  ;  viejos  y  viejas  que  vuelven  á 
ser  jóvenes;  una" />/a6/oZo.9m completa, 
diablos  mayores  y  menores.  íncubos  y 
sncubos;  y  su  división  general  en  seis 
clases,  cuyos  diversos  otícios  y  ejerci- 
cios se  describen  con  separación  ; 
duendes,  bi-ujas.  saludadores  y  apari- 
ciones, que  es  un  juicio.  Cervantes,  cuya 
censura  r¡o  dejaba  escapar  impune 
ningi'm  abuso  cuando  se  presentaba 
oportunidad,  criticó  el  Jardín  de  flores 
de  una  plumada  tan  graciosa  en  sí, 
como  propia  del  intento  general  del 
QiiJOTE,  comparándolo  con  un  libro  de 
Caballerías,  y  diciendo  que  no  sabría 
determinar  si  era  más  verdadero  ó  me- 
nos mentiroso  que  el  de  Olivante. 

'a)  Lib.  II,  cr,n   TV. 


82 


nON    QUIJOTE    DE    I.A    MANflIA 


por  disparatado  y  arrogante.  Este  que  se  sigue  es  Florismarle  de 
Ilircan/d  \  dijo  el  Barbero.  ¿Ahí  está  el  señor  Florismarte  ? 
replicó  el  Cura;  pues  á  le  que  ha  de  parar  presto  en  el  corral,  á 
pesar  de  su  extraño  nacimiento  y  soñadas  aventuras,  que  no  da 
lugar  ó  otra  cosa  la  dureza  y  sequedad  de  su  estilo  :  al  corral  con 
él,  y  con  esotro,  señora  Ama.  Que  me  place,  señor  mío,  respondía 
ella,  y  con  mucha  alegría  ejecutaba  lo  que  le  era  mandado.  Este 
es  El  Caballero   Platir  2,  dijo  el  Barbero.  Antiguo  libro  es  ese. 


1.  Melchor  Ortega,  caballero  de 
ÍJbeda,  publicó  en  Vallailolid  el  aúoL^SO 
la  primera  parte  de  la  Hisloriadel  Prin- 
cipe Felixinarlede  llircaniUy  que  supuso 
traducida  del  toscano,  y  la  dedicó  á 
Juan  Vázquez  de  Molina,  secretario  del 
Keyydel  Consejo  de  Estado.  El  héroe 
se  llaun'i  primero  Florismarte  y  después 
Felixmarle,  como  en  otros  parajes  le 
llama  Cervantes  (a). 

Llámase  extrafio  su  nacimiento  porque 
su  ma  iré,  Marcelina,  le  parió  en  un 
monte  en  manos  de  una  mujer  salvaje; 
pero  no  se  ve  la  razón  de  hacer  mérito 
peculiar  de  ello  en  Florismarte,  siendo 
comunísimo  en  los  autores  caballerescos 
acompafiar  con  circunstancias  extraor- 
dinari;:s  y  maravillosas  el  nacimiento 
de  sus  héroes.  Al  nacer  Amadis  de 
Gaula,  e?.  metido  en  una  arquilla  y  ex- 
puesto en  las  aguas  de  un  caudaloso 
rio.de  Bretaña,  como  Moisés  en  l.is  del 
N'ilo, y  saliendo  al  mar,  es  recogido  por 
unos  navegantes  (6).  Tristán  de  Leonís 
nace  en  un  bosque,  yendo  su  madre  á 
buscar  á  su  esposo  Meliodes  :  pone  á  su 
hijo  el  nombre  de  Tristán  en  memoria 
de  la  tristeza  en  que  se  hallaba:  lo  besa 
y  expira  (c).  La  Reina  Rosianada  á  luz 
H  Olivante  en  una  floresta,  de  donde  1<> 
arrebata  una  doncella  y  lo  lleva  á  la 
sabia  Ijiermeaá  la  isla  de  Laura  [d¡. 
Flora m bel  de  Lucea  acaba  de  nacer:  el 
sabio  Adriacón,  señor  del  castillo  de 
Rocaferro,  pariente  del  toldan  de  .Ni- 
quea  y  grande  encantador,  entra  en  la 
cámara  de  su  madre  Bebulina  acompa- 
ñado de  un  león  furioso  :  arrebala  al 
recién  nacido,  y  lo  lleva  '-n  una  nube  .i 
Rocaferro  para  matarln -.  pero  compa- 
decido, muda  de  propósito,  y  lo  cria  y 


(a)  Cap.  XIII,  XXXU  y  XLIX  de  la  pri- 
mera parte,  y  I  do  la  segunda.  —  Ih)  Amidis 
de  Gaida,  ca}).  II.  —  (c)  Lib.  I,  cap.  X.XI.  — 
{(/)  Lili.  I.  cap.  V. 


educa  en  aquel  castillo  (a).  Cuando  nació 
el  Príncipe  Belflorán  en  el  castillo  de 
Medea,  lo  robóMerlin  para  criarlo  ;  des- 
aparecii'i  conél,y  lo  llevi'i  á  lejas  tierras, 
á  una  ermita,  donde  le  bautizó  el  ermi- 
taño (6).  También  fué  robado  al  nacer 
Leandro  el  Bel,  hijo  del  Caballero  de 
la  Cruz,  por  el  sabio  Artidoro,  que  se 
metió  con  él  en  una  nube  y  lo  condujo 
á  su  isla,  donde  haciéndolo  primero  sun- 
tuosamente bautizar,  lo  crii)  en  un  deli- 
cioso palacioencantado(c,.  En  Florando 
de  Castilla,  el  mago  Arca'm,  en  forma 
de  hipógrifo,  se  llevó  por  el  aire  á 
Leonido  cuando  acab  ;ba  de  parirlo  la 
Infanta  Safirina,  y  lo  puso  en  poder  del 
Sultán  de  Babilonia.  De  Angeloro,  hijo 
de  Medoro  y  Angélica  la  Bella,  cantó 
el  famoso  Lope : 

Así  como  nació  la  sabia  Argiva, 
que  el  casamiento  desigual  desama, 
porque  lieredero  de  Medor  no  viva, 
hurtóle  de  los  biazos  de  su  ama  ; 

y  metido  en  una  canastilla  de  mimbres 
lo  arrojó  al  mar,  donde  aportando  á  una 
isla,  le  dio  educación  Proserpido  el 
Sabio,  como  en  otro  tiempo  Quirón  á 
Aquilesen  la  isla  de  Esciros. 

2.  Crónica  del  muy  valiente  y  esfor- 
zado Caballero  Platir,  lujo  del  Empe- 
rador Primaleón  :  Valladolid,  1533.  El 
autor,  que  no  se  nombra,  dedicó  su 
obra  á  D.  Pedro  Ivarez  Osorio  y  Doña 
María  Pimentel,  Marqueses  de  Asforga. 
Platir,  nieto  de  Palmerín  de  Oliva  y 
el  mt-nor  de  los  cuatro  hijos  que  tuvo 
Primaleón,  Emperador  de  Constanti- 
nopla,  fué  Rey  de  Lacedemonia  y  casn 
conSideba,  hija  del  Rey  Tarnaes.  Hubo 
de  ser  Platir  caballero  de  poca  impor- 
tancia y  nombradla  entre  los  aventu- 


ia,  Lil».  I,  cap.  XX.  —  (ft)  Belianis  de  Gre- 
cia, llb.  III,  cap.  XXIV.  —  (c)  Caballero  de 
la  Cni:,  lib.  II,  cap.  X. 


PniMKHA    PARTK.    —    CAPITULO    VI 


83 


(lijo  el  Cura,  y  no  hallo  en  él  cosa  que  merezxa  venia;  acompañe 
í\  los  demás  sin  réplica,  y  así  (ué  hecho.  Abrióse  otro  libro,  y 
vieron  (juc:  tenía  por  lilulo  Í<J/  Caballero  de  la  Cruz*.  Por  nombre 
tan  sanio  como  este  bbro  lieue,  se  podía  píU'donar  su  ignorancia; 
mas  también  se  suele  decir  tras  la  cruz  está  el  diablo  :  vaya  al 
íuego.  Tomando  el  Barbero  otro  libro,  dijo  :  Este  es  Espejo  de 
caballerias'^.  Ya  conozco  á  su  merced,  dijo  el  Cura  :  Ahí  anda  el 


reros.  cuando  Cervantes,  ponderando 
lo  que  extrañaba  no  hallar  escrita  la 
historia  de  L).  (,)uijote,  dccia  {a)  (jue  no 
había  de  ser  tan  desdichado  tan  buen 
caballero  que  le  fallase  ú  él  lo  que  le 
sobró  á  Platir. 

1.  Fué  el  titulo  que  llevó  el  inven- 
cible caballero  Lepolemo,  hijo  del  Em- 
perador de  Alemania.  Divídese  su  his- 
toria en  dos  partes,  compuestas  por 
Pedro  de  Ltiján.  La  primera  trata  de 
Lepolemo,  y  en  su  dedicatoria,  dirigida 
al  Conde  de  Saldaña,  dice  el  autor  que 
la  tradujo  delariibigo,  en  que  la  escribió 
el  Moro  Xartón.  A  continuacii'm  de  esta 
dedicatoria  se  lee  la  del  autor  maho- 
metano al  Soldán  Zulema,  de  cuya 
orden  se  supone  escrita  la  historia. 
Xart(')n,  según  refiere  la  misma  histo- 
ria (6),  fué  nigromante  ;  pero  después, 
habiéndose  hecho  cristiano,  jamás  usó 
ya  de  las  artes  mágicas.  En  el  capí- 
tulo LXXXVIII  de  la  segunda  parte  se 
dice  que  el  original  arábigo  estaba 
traducido  en  alemán  y  en  griego.  Dicha 
segunda  parte  contiene  la  historia  de 
Leandro  el  Bel,  hijo  de  Lepolemo,  que 
se  finge  escrita  en  griego  por  el  sabio 
Rey  Artidoro.  Lujan  la  dedicó  al  Conde 
de  Niebla,  y  en  el  capítulo  XG  ofrece 
la  traducción  de  la  tercera. 

La  historia  del  Caballero  de  la  Cruz 
se  nombra  ya  en  el  Diálogo  de  las  len- 
guas. Bowle  cita  una  edición  hecha  en 
Sevilla  el  año  L^34  :  en  la  Biblioteca 
Real  de  Madrid  hay  otra  de  Toledo, 
año  de  1343,  y  después  se  repitieron 
otras. 

Entre  el  libro  del  Caballero  de  laCruz 
y  el  Quijote  hay  una  semejanza,  que  es 
la  del  origen  arábigo,  tan  verdadero  en 
el  uno  como  en  el  otro,  pero  acomo- 
dado á  la  opinión  de  los  que  creyeron 
que, esta  clase  de  libros  nos  vino  de 
los  Árabes.  Opinión  contradicha  no  sólo 


por  los  datos  de  la  historia,  sino  tam- 
bién por  la  comparacii'in  entre  las  cos- 
tumbres mahometanas  y  las  que  des- 
criben los  libros  caballerescos  ;  entre 
el  desprecio  esencial  que  los  musulma- 
nes hacen  de  las  mujeres,  y  la  especie 
de  idolatríaque  los  andantes  profesaban 
á  sus  damas  ;  entre  las  cadenas  y 
sujeción  del  harem,  y  la  desenvoltura 
y  vagancia  de  Angélica  y  demás  don- 
cellas andantes  (I  guerreras.  El  caballero 
andante  es  el  esclavo  de  la  que  ama  ; 
el  musulmán  es  su  tirano.  Ningún 
musulmán  llamó  jamás  mi  Dios  ni  tni 
Diosa  á  su  querida,  como  lo  hicieron 
los  caballeros  ;  ni  caballero  alguno 
puso  la  suya  bajo  la  custodia  y  férula 
de  un  eunuco.  Las  ideas  y  costumbres 
caballerescas  tienen  mucha  más  co- 
nexión con  las  de  los  puelilos  antiguos 
del  Norte,  que,  según  el  testimonio  de 
Tácito,  atribuían  al  bello  sexo  un  ca- 
rácter sagrado  que,  sin  llegar  á  divino, 
sobrepujaba  al  común  humano  (a). 

2.  D.  Juan  Antonio  Pellicer  confun- 
dió el  Espejo  de  caballerías  con  el 
Espejo  de  Príncipes  y  Caballeros,  que 
es  la  historia  del  Caballero  del  Febo  : 
de  cuyo  error  participó  también,  á  pesar 
de  su  erudición,  D.  Gregorio  Mayánsen 
el  número  81  de  la  l'ida  de  Cervantes. 
Pero  la  sucinta  noticia  que  el  cura  da 
aquí  del  Espejo  de  caballerías  bastaba 
para  el  deseníjaño,  pues  el  otro  Espejo 
no  hace  mención  de  Reinaldos  deMon- 
talbán,  ni  de  los  doce  Pares,  ni  del 
historiador  Turpín.ni  tiene  parte  de  la 
invención  de  Boyardo,  que  son  las 
señas  que  da  Cervantes  del  libro.  La 
calidad  de  ladrones  que  el  Cura  aplica 
á  Reinaldos  y  sus  compañeros,  indica 
que  el  Espejo  de  caballerías  es  lo  mis- 
mo que  la  historia  de  Reinaldos,  citada 
en  el  capítulo  primero  del  Qumote, 
según  el  cual,  en  ella  se    veía  salir  á 


(a)  En  el  cap.  IX.  —  (¿)  Lib.  II,  cap.  LXXX. 


(a)  Germán.,  cap.  VIII. 


8í 


DON    OriJOTE    ÜK    r.\    MWr.ílA 


señor  Reinaldos  de  Montalbán  con  sus  aniipfos  y  compañeros,  más 
ladrones  que  Caco,  y  los  doce  Pares  con  el  verdadero  historiador 
Tur|)ín  ',  y  en  vei'dad  ({ue  estoy  por  condenarlos  no  más  (pje  á 
destierro  perpetuo,  siquiera  porque  tienen  |)arte  de  la  invención 
del  famoso   Maleo  Boyardo  -,  de  donde   también  tejió  su   lela  el 


Reinaldos  de  su  castillo  //  robar  cuanlus 
topaba,  1/  cuando  en  Allende  robó  aquel 
Ídolo  (le  Mahü)na,  que  era  lodo  de  uro, 
ser/ún  dice  su  historia.  I.nis  Pnlci,  en  su 
Margante,  nombra  á  Arnaldo  Daniel, 
trovador  ó  poeta  provenzal  que  murió 
hacia  (ines  del  siglo  xiii,  como  aulorde 
una  historia  ó  novela  de  Reinaldos, 
donde  se  relieren  las  hazañas  de  éste  en 
Egipto,  lista  noticia  cuadra  con  li  del 
capitulo  primero  del  Qlijotk.  y  me  in- 
duce «í  sospechar  como  verosímil  que 
el  Espejo  de  cahallerias  es  en  el  fondo 
alguua  traduccii'tn  del  libro  de  Arnaldo. 
D.  Nicolás  Antonio  menciona  una 
obra  intitulada  Lilao  del  noble  y  esfor- 
zado caballero  Reinaldos  de  Montalbán, 
1/  de  las  (fnnides  proezas  y  extraños 
hechos  en  armas  que  él  y  Roldan,  y 
todos  lo";  doce  Pares  paladinos  hicieron  : 
Sevilla,  1525  ;  en  folio.  Menciona  asi- 
mismo otra  olira  con  el  título  de  Pri- 
mera, segunda  y  tercera  parle  de  Or- 
lando enamorarlo .  Espejo  de  caballeros, 
de  los  hechos  del  Conde  Roldiia,  Reinaldos 
de  Montalbán  y  otros,  por  Pedro  de 
Ueinosa,  toledano  :  Medina  del  Campo, 
\'i6v>.  Hablan  también  D.  Nicohís  An'Quio 
y  Don  Tomás  Tainayo  de  V'argas  de  la 
Primera,  seyunda  y  tercera  parte  de 
D.  Reinaldos  de  Monlalhán.  Emperador 
de  Trapisonda  :  traducción  del  italiano 
por  Luis  Domínguez,  que  se  imprimió 
en  Perpiñáupor  Sansón  Arbús,  año  1589. 
y  de  que  he  visto  citada  otra  edición 
hecha  en  Toledo,  año  de  l5-")8.  üowle 
nombró  una  impresi  m  del  Espejo  de 
caballerías  en  Medina  del  Cauípo, 
año  ioSf).  Esta  es  la  obra  cilada  en  el 
Escrutinio ;  pero  no  habiendo  logrado 
verla,  como  ni    tampoco  las    otras  de 

3ue  acaoa  de  hal)larse,  no  puedo  decir 
e  la  relacii'in   que  tengan  entre  si,  ni 
pasar  adelante  en  mis  conjeturas. 

1.  Turpin  ha  llegado  á  ser  el  verbi- 
gracia de  los  tinbusteros,  como  su  pai- 
sano y  contemporáneo  Galal.'in,  de  los 
tr;tidores  ;  y  acaso  no  hay  más  razón 
paralo  unonuf^para  lootro..li!nnTurn¡n 
ó  Tilpin  fué  un  .Vizobispo  de  Keims  que 


vivii'i  en  lieinpo  de  Carlomagno  (a);  y 
dos  siglos  despui's  se  escribió  bajo  su 
nombre  una  historia  de  los  hechos  de 
aquel  Príncipe  en  dos  libros,  llenos  de 
cuentos  y  mentiras.  Esla  obra,  que 
logró  crédito  á  Favor  de  la  ignorancia 
de  aquellos  tiempos,  y  se  nombró  con 
elogio  en  la  Biblioteca  del  abad  Juan 
Tritemio,  escrita  á  fines  del  siglo  xv, 
fué  uno  de  los  textos  de  que  so  valió 
Nicolás  de  Piamonte  para  la  Historia 
vulyar  del  Emperador  Carlomayno  y  de 
los  doce  Pares  de  Francia,  que  se  un- 
primió  en  Sevilla  el  año  de  1528.  y 
después  infinitas  veces.  Por  la  común 
reputación  de  embustero  llama  inmi- 
camente  Cervantes  á  Turpin  verdadero 
historiador,  imitando  en  esto  .i  Ar:osto, 
que,  con  la  misma  ironía,  le  llamó 
veraz  (u/.  .Mude  á  lo  mismo  P'rancisco 
Garrido  de  Villena,  que  en  el  libro 
primero  (ó)  de  su  poema  sobre  la  batalla 
de  Koncesvalles,  h  ibla  asi  de  Koldán  : 

Dice  Turpin  que  aquel  Conde  de  Brava 
Toda  su  vida  fué  viígi'n  y  casto  : 
Creed  lo  que  queráis  del  Paladino, 
Que  mucha.s  cosas  dice  asi  Turpino. 

Y  Villaviciosa.  en  su  poema  burlesco 
de  la  Mosquea  (c;  : 

Hoy  se  despiertan  las  verdades  pura.s 
D«»l  profundo  lelargn  y  duro  sueño 
De  las  prisiones  del  "Ivido  ol)scnras  : 
Hoy  á  la  luz  de  la  veid.ad  enseño 
I>a  historia  á  quien  diú  principio  y  fin 
La  pluma  arzobit-pal  de  1).  Turpin. 

2.  Conde  de  Escandiano  :  escribió 
el  poema  caballeresco  de  Orlando  en- 
amorado, que  continuó  despiiés  Ludo- 
vico    Ariosto    en    su    Orlando   furioso. 


(a)  C;into  XXX.  est.  40. 
—  (c)  Canto  I,  est.  7. 


(6  Canto  XXIV. 


(a)  El  señor  Gastón  Paris.  en  su  maijistra 
estudio  de  Pxeiido  Tur/uno,  i\euiOslró  que  esta 
célebre  crónica  es  una  superchería  históvi- 
coliteraria.  (M.  de  T.) 


PKIMI.IIA    l'AlCli:. 


CAPlTfl.O    VI 


8:í 


crisliaiK»  |io('l;i  IjkIovÍco  Arioslo  ^  ;  al  cual  si  a(|ui  l»>  hallo,  y  (|iio 
habla  ni  otra  lengua  que  la  suya,  iio  Ir  j^iiaivlaiv'-  respeto  al<<(iino; 
pero  si  halila  eii  su  iilioiiia,  le  poiidiv  soljie  mi  calx'za  Pues  yo 
le  Ionizo  en  ilaliaiio,  dijo  el  Haibei'o,  mas  no  le;  eiilieiido.  Ni  aun 
liicra  bien  que  vos  hí  eiileiKlií'rades  ^,  res[)ondió  ol  C-ura;  y  aquí 


Tradujo  á  Boyardo  Francisco  (íarrido 
de  Viileiia,  natural  do  Hac/a,  y  1^' 
imprimii')  el  año  de  \')'l,  dedicándolo 
á  O.  Pedro  Luis  (¡alcer.ín  de  Horia. 
Maestre  de  Monlesa.  Su  Iraduccii'm 
está  llena  de  ilalianisnios  insnlriblis  : 
suprimió  alfíunas  cosas  y  añadió  otras, 
como  é\  Miisino  advierte  en  su  pi'idouo 
donde,  u-ando  lic  una  e\jirc.si('iM  |)nro- 
cida  á  la  ile  Cervantes,  dice  que  se  mo- 
vió á  traducir  ei  Orlamlo  enatnonido 
pnj-  ver  puesto  en  nuestra  lengua  el 
Or'ando  Tnrioso.  el  cual  de  aquí  ha 
tomado  orii/en  é  inrención,  jior  ser  la 
trama  de  su  tela,  lodo  este  libro. 

D.  Nicolás  Antonio  cila  un  popmacn 
octava  rima  con  el  tilulo  de  Orlando 
enamorado,  impreso  en  Lériila  el  año 
de  iriliS  :  su  autor  D.  Martin  Abarca  de 
liolea,  y  repularmente  sería  traducción 
de  Boyardo. 

1.  Ludovico  .\riosto  nació  en  Ref.do, 
ciudad  del  estado  de  Módena,  el  año 
de  i4"4,  y  murii'»  en  Ferrara  el  de  1^>i3. 
Entre  svis  obras  poétiías.  la  más  cono- 
cida es  el  Orlando  furioso  en  46  can- 
tos, donde  continuó  el  argumento  de 
Boyardo.  Tuvo  d  poema  de  Ariosto 
muchos  aficionados  y  admiradores  en 
España,  uno  de  ellos  Miguel  de  Cer- 
vantes, que  lo  ala'tó  en  la  Galatea, 
donde  dice  la  Musa  Calione  {n)  :  Yo 
soy  laque  ai/ udó  d  tejer  a  I  divino  Ariosto 
la  variada  y  hermosa  tela,  que  compuso. 
En  este  elogio  va  envuelta  la  censura 
que  los  observadores  y  amantes  del 
arte  han  hecho  siempre  del  Orlando 
furioso,  en  el  cual,  en  medio  de  la  ver- 
sificación más  hermosa  y  feliz,  no  se 
encuentra  la  regular¡<lad  de  los  anti- 
guos, y  de  los  modernos  que  los  imi- 
taron, como  lo  hizo  el  Taso  entre  sus 
contemporáneos.  El  mismo  juicio  hizo 
en  su  fíepública  lileru,ria,  Don  Diego  de 
Saavedra.  Ludovico  Ariosto,  dice,  como 
de  ingenio  vario  y  fácil  en  la  invención, 
mmpió  las  reliyiosas  leyes  de  lo  épico 
en  la  unidad  de  las  fábulas  y  en  cele- 
brar á  un  héroe  s(do:  y  celebró  ú  yiiuchus 

''I    Lil).  VI. 


en  una  inqeniosa  y  variada  lela,  pero 
con  estambres  poco  pulidos  i,  cultos.  Y 
en  adelante,  rlespués  de  introducir  á 
Homero.  Virgilio,  el  Taso  y  Camoens 
imitando  con  (larines  de  plata  á  lo 
lieroico.y  á  Lucann  intentando  lo  mismo 
con  una  trompeta  de  bronce,  añade 
que  tocalia  Ariosto  una  cliiriuiia  de  va- 
rios uietules.  Con  electo :  su  poema  es 
una  obi-aen  (jue,  sin  orden  ni  trabazón, 
se  ensartan  los  sucesos  caf>r¡chosos  de 
muchos  caballeros  y  Principes  que  se 
supone  vivieron  en  tiempo  de  Carlo- 
magno,  los  paladines  í^oklán  y  Reinal- 
dos, los  Moros  liugero  y  Ferraiiús,  los 
Beyes  Agramante  y  Marsiiio,  los  mági- 
cos Atlante  y  Malgesí,  las  doncellas 
guerreras  Bradamanle  y  Marfisa.  Angé- 
lica la  andariega,  el  sutil  ladrón  Brúñelo, 
Sacripante  y  Rodaniírnte,  Astolfo  y 
Cervino,  y  otros  muchos  que  conqionen 
el  todo  eml)rolla''0  é  informe  pero 
compuesto  de  partes  bellisimas.  del 
Orlando. 

Mama  Cervantes  cristiano  poeta  á 
,4r¡osto,  5^  no  adivino  la  causa.  El  aire 
de  la  expresión  pui'iera  indicar  que  se 
le  apli'-aba  la  calidad  de  cristiano  por 
contraposicii'm  á  Boyardo:  pero  esteno 
fué  más  ni  menos  cristiano  que  .\riosto. 
Si  se  quiere  decir  que  lo  de  cristiano  es 
irónico,  como  lo  verdadero  que  acaba 
de  decirse  de  Turpín,  no  parece  que  en 
este  pasaje  tuvo  Cervantes  intención, 
de  satirizar  á  Ariosto,  sino  de  lo  con- 
trario. Pellicer  lo  explica  diciendo  que 
se  daba  el  dictado  de  cristiano  á  los 
que  se  ocupaban  en  eseribir  obras 
ejemplares,  y  no  licenciosas  ó  impías, 
como  otros  italianos  que  nombra  :  sobre 
lo  cual  pudiera  remitírsele  á  varios 
pasajes  en  que  Ariosto  no  dii'i  cierta- 
menie  i'jemplos  de  la  moral  más  reli- 
giosa y  severa.  Pellic  r  habla  en  esta 
materia  como  si  no  hubiera  leído  el 
original  del  Orlando,  y  sólo  lo  cono- 
ciera por  sus  traducciones  al  castellano, 
nue  era  lo  que  le  sucedí.i  a  Macse 
Nicolás. 

2.  .Vlúdese  probablemente  á  algunos 
pnsnJGs  y  expresiones  libres  de  Orlando 


86  DON    (JlIJOTE    DK    LA    MANCHA 

le  per(lon.''iramos  al  señor  Caj)ilán  '  que  no  le  Iiiibiera  traído  á 
Esj)afia  y  hecho  caslellaiio;  (jue  le  quitó  mucho  de  su  natural 
valor,  y  lo  mismo  harán  lodos  aquellos  que  los  libros  de  verso 
(juisiercn  volver  en    olra   lengua,   que    por  mucho   cuidado    que 


que  se  mitigaron  ó  se  suprimieron  en 
la  traducción  castellana  deque  habla  el 
Cura  en  el  presente  lugar.  La  ignor.m- 
cia  del  toscano  preservaba  de  escán- 
dalo al  Harbern. 

1.  Kste  Capitán  es  D.  Jerónimo  de 
Urrea,  cab.iliero  aragonís,  <  obernador 
de  la  provincia  de  Pulla,  en  el  reino  de 
Nánoles,  cuya  tra'lucción  métrica  del 
Orlando  de  Arioslo,  se  imprimió  en 
Lei'm  de  Francia  el  año  de  l.-)56,  según 
D.  Nicolás  Antonio.  Otra  edición  he 
visto  de  Amberes,  hecha  en  lüo8,  corre- 
f/i(/(i  xet/unda  vez  por  el  traductor.  La 
censura  que  aqui  hace  Cervantes  de 
esla  trailuccii'm  es  todavía  sobriula- 
rnentc  benigna :  puesto  que  atribuye 
sus  defectos  ií  las  rausns  generales  que 
diíícuilnn  las  traducciones  de  obras 
cuyos  originales  están  en  verso,  sin 
mencionar  otros  innumer,il)les  de  mala 
inteligencia,  mala  versificación  y  mal 
lenguaje  de  (jue  adolece  la  del  Oí-lando. 
Y  fuera  de  esto,  (unitii'i  ú  añadió  ürrea 
en  el  original  lo  que  quiso,  según  su 
antojo.  Veo  el  motivo  que  pudo  tener 
para  no  incluir  en  la  traducción  la 
estancia  80  del  canto  3.",  donde  se  habla 
de  la  donaciiin  de  Constantino,  y  las 
estancias  81  y  82  del  canto  14,  en  que 
se  zahiere  malignamente  á  los  frailes; 
pero  dejó  otras  varias  que  no  les  favo- 
recen :  deji'i  también  otras  libres  y 
licenciosas;  suprimió  la  profecía  de 
Merlin  en  la  gruta  de  Melisa,  que  ocupa 
la  mayor  parte  del  canto  3;  introdujo 
en  el  26  los  elogios  de  los  Reyes  D.  Fer- 
nando el  Católico  y  Carlos  V,  á  que 
añadió  los  del  Conde  D.  Gastón  de  la 
Cerda,  Duque  del  Infantado.  .Vlmirante, 
Marqués  de  Astorga,  Condes  de  Feria  y 
de  F'uentes.  Nada  de  esto  hay  en 
Ariosto.  Con  igual  infidelidad  insertó 
en  el  canto  4H,  entre  las  alabanzas  de 
otros  sabios  italianos  que  celebró  el 
Ariosto.  las  de  D.  Juan  de  íleredia, 
D.  Luis  Zapata,  Garcilaso.  Castillejo, 
Gálvez,  Pero  Mexía,  Gonzalo  Pérez  y 
otros,  de  que  no  se  acordó  el  poeta 
original. 

Don  Diego  Hurtado  de  Mendoza, 
arriba  citado,  en  la  contestación  que 


puso  en  boca  del  Capitán  Pedro  de 
Salazar  al  Bachiller  de  .Arcadia,  ridicu- 
lizó la  manera  Hoja  y  descuidada  vow 
que  Urrea  había  hecho  su  traducción 
de  Oriundo  furiosa;  á  pesar  de  lo  cual 
dice  alli  Salnzar,  que  con  ella  r/anó 
fama  de  noble  escritor,  y  aun,  según 
dicen,  muchos  dineros  (que  impoitan 
?niís). 

Todavía  trati'i  peor  que  Mendoza  la 
traducción  de  Urrea  I)  Hernando  de 
Acuña,  poeta  contemporáneo  de  ambos, 
en  la  Lira  de  Garcilaso  contrahecha. 
Dicele  en  ella  á  Urrea  : 

De  vuestra  tori)e  lira 
Ofoiule  tanto  ol  son.  que  en  un  momento 
Mueve  al  discreto  á  ira 

Y  á  descontentamiento : 

A  vo»  .Solo,  seíior.  os  dais  contento... 

;Ay  de  los  Capitanes 
En  la.s  sublimes  ruedas  colocados; 
Aunque  son  alemanes, 
Si  para  ser  loados 
Fueren  á  vuestra  nuisa  encomendados! 

Mas  ¡ay,  señor,  de  acjuella 
Cuya  beldad  de  vos  fuere  cantada! 
Que  vos  daréis  con  ella 
lJc>  verse  sepultada 
Tuviese  por  mejor  que  ser  loada... 

¡Triste  de  a(juel  cautivo 
Que  á  cscucliaros,  .Señor,  es  condenado 
Que  está  muriendo  vivo 
De  versos  enfadado, 

Y  á  decir  que  son  buenos  es  forzado  .. 

Mueran  luego  ñ  la  bora 
Las  públicas  estancias  y  secretas; 

Y  no  (¡ueráis  agora 
Que  vuestras  imperfetas 
Obras  y  rudo  estilo  á  los  poetas 

Deii  inmortal  materia 
Para  cantar  en  verso  lamentable 
lias  fallas  y  miseria 
he  estilo  tan  ciili)able, 
Digno  que  no  sin  risa  de  él  se  hable. 

Don  Nicolás  Antonio  hace  memoria 
de  dos  traducciones  prosaicas  del  Or- 
lando furioso,  hechas  por  dos  toleda- 
nos, P'ernando  de  Alcocer  y  Diego 
Vázquez  de  Contreras.  De  la  primera 
dice  que  se  imprimió  en  1510,  y  que  es 
demasiadamente  literal :  de  la  segunda, 
que  se  publicó  en  1585.  Ninguna  de  las 
dos  he  visto;  pero  la  fecha  de  la  de 
Alcocer  está  errada,  porqtie  el  original 


iMii.Mr.nA  i'AirrE. 


c.APnri.o  VI 


87 


pongnn  y  liabili<la(l  <|ii(í  inueslrcn,  jamás  llegarán  al  j)mil()  que 
i'llos  lioiu'u  cu  su  primer  uacimieiilo.  Digo,  en  erecto,  í|iie  este 
libro  y  totlos  los  (jue  se  hallaren  «jue  tratan  destas  cosas  <le 
l''i'an<ia  '  se  echen   y  (Irpositen  en  un  pozo  seco,   hasla   (pie  con 


italiano  se  iiiipriuiió  por  i»riinera  vez 
el  año  de  l.'ilS. 

Ni  en  I).  Nicolás  Antnuio  ni  en  otro 
pscrituí"  .ily^uno  cnciientri)  notici;i  ile 
l;i,  triulucciiin  del  Orlando  furioso,  he- 
dí i  en  octava  rima  por  (¡onzalo  de 
Oliva,  cuyo  origin.tl  he  visto  escrito  en 
folio  de  mano  del  mismo  Oliva,  con  sus 
enmiendas  interlineales,  y  firmado  en 
Lucena  á  2  de  Agosto  del  año  1604. 
Oliva  evitó  los  numerosos  defectos  de 
Urrea  :  tradujo  íielmente  ;  su  versifica- 
ción es  fácil  y  armoniosa,  y  su  libro, 
á  pesar  de  algunos  pequeños  lun;u-es, 
harto  más  digno  de  ver  la  luz  pública 
que  ios  de  otros  muchos  traductores 
de  su  tiempo. 

1.  En  dicha  clase  comprendió 
I).  Juan  Antonio  Pellicer  el  libro  de 
Amadis  de  Gaula,  contándolo  entre 
los  que  hablan  del  origen  de  los  Galos 
ñ  Gauleses,  y  de  las  historias  francesas, 
ú  que  tratan,  como  dice  Cervantes, 
destas  cosas  de  Francia  (a).  Para  un 
aserto  tan  positivo  no  tuvo,  según  se 
da  á  entender,  otro  fundamento  que  el 
di(;lado  de  Gaula,  y  su  semejanza  con 
el  de  Gallas  ó  Gaulas,  que  ha  solido 
darse  á  la  Francia  antigua.  Pero  el 
sobrenombre  de  Amadis  no  denota  la 
Galia,  como  se  supone  con  sobrada 
ligereza,  sino  el  país  de  Gales,  VVales 
ó  Guales  en  la  parte  occidental  de 
Inglaterra,  donde  reinó  Artús  y  pasa- 
ron los  amores  de  Ginel)ra  y  Lanza- 
rote,  y  donde  reinó  también  Perií'm  de 
Gaula.  padre  de  Amadis,  el  cual  heredi) 
este  apellido  de  su  padre,  y  no  lo 
tomó  de  la  circunstancia  de  haber 
nacido  por  casualidad  en  la  pequeña 
Bretaña  ó  coniinente  francés.  .V?i  se  ve 
por  el  contexto  de  la  historia,  aunque 
embrollada  en  esto  como  en  todo,  de 
Amadis,  sin  que  pueda  quedar  lugar  á 
la  duda.  En  ella  se  lee  qtie  desde  la 
ínsula  Firme  (que  era  parte  del  conti- 
nente) se  iba  por  mar  á  Gaula  (6)  y  se 
menciona  como  contiguo  á  ella  el 
país  de  Norgales  ú  Gales  septentrional, 

(a)    Discurso   preliminar,    párr.    V. 
(6)  C.  CXXI. 


el  mismo  de  quien  en  la  historia  de 
Tristán  se  dice  (a)  (pie  estaba  cercano 
á  Irlanda,  y  que  se  iba  á  él  desde  el 
reino  de  Artús  en  carruaje.  Lo  mismo 
(oníirma  la  historia,  de  Amadis.  refi- 
riendo (6)  que  su  padre  Perlón  jiidin 
au.xilio  á  Lisuarte,  Hey  de  la  Gran  Bre- 
taña, en  la  guerra  i\ue  le  haci;i  su 
vecino  Abies,  Uey  de  Irlanda.  Pero  no 
debemos  detenernos  en  cosa  tan  clara. 

Pellicer  alegó  como  prueba  de  lo  que 
decia  el  pasaje  presente  del  texto,  y 
no  advirtió  que  le  era  contrario.  En 
el  escrutinio  de  los  libros  de  D.  Qui- 
jote se  había  acabado  ya  de  hablar  de 
los  de  Amadis  y  sus  descendientes, 
todos  los  cuales,  fuera  del  primero,  al 
que  se  había  otorgado  interinamente 
la  vida,  habían  ido  al  corral  por  mano 
del  Ama.  Después  se  había  hablado  de 
otros  caballeros  que  no  eran  de),  linaje 
de  Amadis;  y  últimamente  se  trataba 
de  la  historia  de  los  Reinaldos,  del 
Arzobispo  Tiirpín,  y  de  los  poemas  del 
Boyardo  y  del  Ariosto,  con  su  tra- 
ductor ürrea.  Estas  son  las  cosas  de 
Francia,  de  que  evidentemente  habla 
Cervantes,  y  no  las  de  Amadis  y  su 
parentela;  y  así  también  lo  manifiesta 
lo  que  sigue  acerca  de  los  libros  de 
Bernardo  del  Carpió  y  de  la  batalla  de 
Roncesvalles,  que  no  tienen  que  ver 
con  .\madís  de  Gaula  ni  su  familia. 
Estos  dos  últimos  se  condenaban  sin 
remisión  al  fuego,  y  los  demás  á  en- 
cierro en  un  pozo  seco,  por  considera- 
ci(m  á  Ariosto  y  Boyardo,  á  quienes 
habían  suministrado  parte  de  su  argu- 
mento. 

A  consecuencia  de  su  equivocación, 
dividió  Pellicer  los  caballeros  andantes 
en  dos,  que  llama  sectas.  Una  de  los 
caballeros  de  la  Tabla  Redonda  en  que 
entran  Artús  y  Lanzarote,  y  otra  de 
los  que  á  su  juicio  indicó  Cervantes  en 
este  pasaje,  contando  entre  ellos  á 
Amadis  de  Gaula,  que  para  Pellicer  era 
lo  mismo  que  Amadis  de  Francia. 
Pero  según  resulta  de  lo  que  acaba 
de  decirse,    si  fuera  preciso  seguir  el 

(a)  Lib.  II,  c.  LXXXVIII.  -  (6)  Gap.  IV. 


88 


bON  orijori:  dl  i.a  mancha 


más  acuerdo  se  vea  lo  que  se  ha  de  harer  dellos,  esccf  uando  á  nn 
Bernardo  del  Carjao^  que  anda  por  ahí,  y  á  otro  llamado  Ron- 
cesva/les'^,  que  éstos,  en  llegando  á  mis  manos,  han  de  estar  en 
las  del  Ama,  y  dellas  en  las  del  fuego  sin  remisión  alguna.  Todo 
lo  contirmó  el  Barbero,  y  lo  tuvo  por  bien  y  por  cosa  muy  acer- 
tada, por  entender  que  era  el  Cura  tan  buen  cristiano  y  tan  amigo 
de  la  verdad,  que  n<t  diría  otra  cosa  por  todas  las  del  mundo.  Y 
abriendo  otro  libro  vio  que  era  Palmerín  de  Oliva  •*,  y  junto  á  él 


intento  de  Pellicer,  pudiera  hacerse  la 
división  en  tres  clases.  Primera  :  in- 
f/lesa  ó  hreloHiL,  eu  que  se  incluirían 
los  priiuilivos  libros  caballerescos, 
Artús,  la  Demanda  del  santo  ürial. 
Langarote  y  Tristán,  siguiendo  con 
Amadís  y  sus  descendientes,  que  em- 
parentaron en  la  persona  de  Esplun- 
dián  con  la  casa  imperial  de  Grecia,  y 
fueron  Emperadores  de  Constantino- 
pla;  á  éstos  pudieran  agregarse,  por 
razón  de  ingleses.  Tirante  el  Blanco, 
Florambel  líe  Lucea,  Palmerín  y  Flo- 
rando de  Inglaterra.  La  segunda  clase 
podría  llamarse  francesa,  y  se  com- 
pondría de  ios  libros  (¿ue  tratan  de  las 
cosas  de  Francia,  del  Emperador  Car- 
lomagno,  los  doce  Pares,  Angélica, 
iMorgante,  Bernardo  del  Carpió  y  batalla 
de  Koncesvalles.  Artús  y  Carfomagno 
fueron  como  los  fundadores,  aquél  de 
la  secta  inglesa  y  éste  de  la  francesa.  La 
tercera  clase  se  compondría  de  los 
libros  que,  por  no  pertenecer  ¿ninguna 
de  las  dos  anteriores,  forman  otra 
neutra  ó  indiferente,  como  Flores  y 
Blancaflor,  D.  Olivante  de  Laura, 
D.  Florindo  de  la  Extraña  aventura,  el 
Caballero  de  la  Cruz,  D.  Policisne  de 
Boecia  y  otros. 

1.  Hablase,  al  parecer,  del  poema 
que  con  el  título  de  Historia  de  ¿as 
hazañas  y  hechos  del  invencible  caba- 
llero Bernardo  del  Cai-pio,  escribió  en 
octavas  Agustín  Alonso,  vecino  de 
Salamanca,  y  se  imprimió  en  Toledo 
el  año  de  líiS.o  Libro  rarísimo  que  no 
he  visto,  y  de  que  Pellicer  sólo  conoció 
un  ejemplar.  No  pudo  ser  el  Bernardo 
del  Carpió  del  Obispo  Valbuena.  el 
cual  no  se  publicó  hasta  algunos  años 
después  de  la  muerte  de  Cervantes,  en 
el  de  1624. 

2.  Titulo  diminuto,  que  pudo  indi- 
car el  poema  intitulado  FA  verdadero 
suceso  de  la  batalla  de  Roncesvalles, 
compuesto  por  Francisco  Garrido  de 


Villena,  que  se  imprimió  en  Toledo  el 
año  de  1583;  obra  distinta,  como  se  ve, 
de  la  traducción  del  Orlando  enamo- 
rado de  Mateo  Boyardo.  También  pudo 
aludir  á  la  continu  ición  de  Ludovico 
Ariosto  por  Nicolás  de  Espinosa,  poeta 
valenciano  :  poema  en  35  cantos,  dedi- 
cado al  Conde  de  Oliva,  que  se  publicó 
el  año  de  1355  en  Zaragoza,  y  el  de  1557 
en  Amberes,  con  el  titulo  de  Seyunda 
parte  de  Orlando,  con  el  verdadero 
suceso  de  la  batalla  de  Roncesvalles, 
fin  y  muerte  de  los  doce  Pares  de 
Francia. 

3.  Libro  del  famoso  caballero  Pal- 
merín de  Oliva,  que  por  el  mundo 
grandes  hechos  de  armas  hizo,  sin  saber 
cuyo  hijo  fuese.  Toledo,  1580,  en  folio. 
Está  dedicado  á  D.  Luis  de  Córdoba, 
hijo  del  Conde  de  Cabra,  y  nieto  del 
que  el  año  de  1483  hizo  prisionero  al 
Rey  moro  de  Granada  en  la  batalla  de 
Lucena.  Consta  de  116  capítulos, 
después  de  los  cuales  se  dice  :  Aquí 
hace  fin  la  historia  del  Príncipe  Pal- 
merín de  Oliva,  Empei'ador  de  Cons- 
tantniopla,  etc. 

Tiene  esta  historia  continuación  con 
el  título  de  Libro  del  invencible  caballero 
Priinaleón,  hijo  de  Palmerin  de  Oliva, 
donde  se  tratan  los  sus  altos  hechos  de 
armas,  y  ios  de  Polendos  su  hermano, 
y  los  de  D.  Duardos,  Príncipe  de  Ingla- 
terra, y  de  otros  preciados  caballeros 
de  la  corte  del  Emperador  Palmerin. 
Consta  de  218  capítulos.  D.  Nicolás 
Antouio  cita  una  edición  del  año  151 C, 
y  después  se  repitieron  otras  dentro  y 
fuera  de  España. 

Una  mujer  'a)  fué  el  coronista  de 
Palmerin  de  Oliva.  Así  lo  dijo  expresa- 


(a)  Una  mujer.  —  El  erudito  Gayangos  se 
resiste  á  creer  (jas  fuese  escrito  por  mano 
de  mujer  un  libio  que,  por  la  cínica  libertad 
de  muchas  escenas,  parece  digno  antepasado 
del  moderno  naturalismo.  (M   de  T.) 


i'i.iMi:iiv  i'Auri:.  —  c.mmti  i.íj  vi 


89 


estaba  otro  que  se  llamaba  Palmerin  de  Inglaterra^  lo  cual,  visto 
por  el  licenciado,  dijo  :  Ksa  Oliva  se  haü^a  luego  rajas  y  sf  queme, 


inenle  .luiin  Auf(ur  de  Trasiiiiem, 
escrilor  que  vivia  A  principitis  del 
si^'lo  XVI,  en  un  cpiRrain.i  latino,  de 
que  copia  parte  D.  .Nicdl.is  Antonio  : 
fiviiñna  coinposuil.  Que  fué  portuguesa 
resulta  del  testimonio  de  los  escritores 
de  aquella  nación;  y  no  tiay  funda- 
mento que  convenza  lo  contrario.  Al 
fin  de  la  edición  de  Medina  del  ('ampo, 
año  1563,  hay  seis  coplas  de  arle  mayor 
en  elogio  de  la  obra,  y  la  quinta  dice 
así  : 

En  este  esmaltado  hay  rico  dechado, 
Van  esculjjidas  muy  beílas  labores 
De  paz  y  de  guerra  y  castos  amores 
l'or  maño  de  diieüaprudente  labrados. 
Está  por  ejemplo  de  todos  notado 
Que  lo  verosímil  veamos  en  flor  : 
Es  de  .•Vugustobrica  aquesta  labor 
Que  en  Medina  se  ha  agora  estampado. 

Pellicer,  que  copió  estos  versos,  dice 
que  .\ugustobrica  era  Burgos,  y  así  lo 
entendería  quizá  también  el  poeta  : 
pero  Burgos  es  ciudad  moderna,  y  no 
pudo  tener  nombre  tan  antiguo.  Así 
que  :  ó  el  nombre  de  Augustobrica  ía) 
indica  algún  pueblo  de  Portugal,  ó  el 
poeta  haÍ)ló,  no  de  la  autora,  sino  de 
la  traductora. 

Palmerin  de  Oliva,  según  su  historia, 
fué  nieto  y  heredero  del  octavo  Empe- 
rador de  Grecia  que  hubo  después  de 
Constantino  :  y  por  esta  ridicula  cuenta 
debió  ser  el  Emperador  Marciano,  ma- 
rido de  Santa  Pulquería.  El  Rey  Flo- 
rendnp  de  Macedonia  lo  hubo  á  hurto 
en  la  Infanta  Griana,  hija  del  Empe- 
rador, por  cuyo  mandado  un  doncel  lo 
sacó  recatadamente  de  Gonstantinopla, 
y  lo  dejó  sobre  un  árbol  en  una  mon- 
taña llamada  Oliva,  distante  una  jor- 
nada pequeña  de  la  corte.  Allí  lo 
encontró  el  rico  colmenero  Geraldo, 
//  porgúelo  falló  entre  las  palmas  y 
olivas,  púsole  nombre  Palmerin.  Crióle 
su  mujer  Marcela,  á  quien  se  acababa 
de  morir  un  hijo  recién  nacido  (o; ; 
y  Palmerin,  habiéndose  hecho  famoso 
por  sus  hazañas,  fué  reconocido  por  su 

(a)  Cap.  IX. 

(«)  Aui/uslóhrica.  —  Según  el  ya  citado, 
Cj^yungos,  Augwlóhrica,  citadapor  Toloineo. 
fue  más  tardé  Mirúbñga  ó  Ciudad  Rodrigo. 
(M.  de  T.) 


madre  Griana  (a),  y  después  de  la 
muerte  de  su  abuelo,  proclamado  Em- 
perador (6).  Palmerin  tuvo  dos  hijos  : 
l'olendos,  á  (jiiien,  estando  tomado  del 
vino  por  traición  de  la  Keina  de  Tai-sis, 
engendró  en  esta  Princesa  (c),  y  Pri- 
maleón,  á  quien  tuvo  de  su  mujer 
Pülinarda  (cL. 

.\cerca  de  la  edad  en  que  se  escribió 
la  historia  de  Palmerin  de  Oliva,  es 
indudable  que  precedió  á  la  de  Palme- 
rin de  Inglaterra,  la  cual,  desde  su 
mismo  principio  manifiesta  ser  conti- 
nuación de  la  otra.  Y  esto  coníiruja  la 
0[)inión  de  que  la  autora  fué  portu- 
guesa, porque  siéndolo  'nadie  lo  ha 
dudado)  la  novela  de  Palmerin  de 
Inglaterra,  parece  natural  (¡ue  lo  fuese 
también  su  primera  parte.  Pudiera 
oponerse  la  consideración  de  que 
siendo  portuguesa  la  dama  que  escri- 
bió el  Palmerin  de  Oliva,  lo  escribiría 
en  su  idioma  nativo,  y  sólo  lo  tene- 
mos en  castellano.  Pero  esto,  en  todo 
caso,  probaría  que  se  perdió  el  original, 
quedando  la  traducción,  que  es  lo 
mismo  que  sucedió  con  el  libro  de 
Amadis  de  Gaula.  I.n  la  nota  inmediata 
hablaremos  del  tiempo  que  puede 
señalarse  á  la  composición  de  Palmerin 
de  Inglaterra  :  y  de  todo  podrá  dedu- 
cirse con  alguna  verosimilitud,  que 
Palmerin  de  Oliva  se  escribió  decli- 
nando ya  hacia  su  fin  el  siglo  xv. 

1.  Todas  las  probabilidades  con- 
curren á  señalar  en  Portugal  la  cuna  de 
los  libros  caballerescos  españoles  (^). 
.411Í  nació  el  de  Amarlis  de  (iaula,  y 
allí  es  verosímil,  según  veremos  des- 
]Mjés,  que  naciese  el  de  Tirante  el 
Blanco,  que  son  sin  disputa  los  dos 
libros  españoles  más  antigims  de  este 
género.  De  Palmerin  de  Inglaterra  es 
fama,  como  aquí  se  dice,  que  le  com- 
puso un  discreto  Rey  de  Portugal  (v). 

(o)  Cap.  CVII.  -  (6)  Cap.  CLXV.  —  (c) 
Cap.  XCV.  —  {d,  Cap.  CLXV. 

(Sí'í  Veáse  la  nota,  pág.  74  y  la  nota  h  que  va 
á  continuación.  '        (M.  de  T.) 

(y)  Un  discreto  r^y  de  Portugal.  —  Es  tal  el 
abandono  y  la  indiferencia  que  siempre  han 
reinado  en  K:spaña  que,  ya  en  la  época  de 
Cervantes,  se  descoriocia  al  autor  de  tan  pon- 
de  radolii  10  y  se  atribuía  su  jiaternidad  á  los 


90 


DON    ori.lOTK    DE    I. A    MWCIIN 


que  aun  no  queden  clclla  las  cenizas;  y  esa   [)alnia  de  Ingalaterra 
se  guarde  y  se  conserve  como  á  cosa  única,  y  se  haga  para  ella 


No  le  nombró  Cervantes,  jicro  si  Manuel 
de  Karia  y  Sousa.  diciendo  (a)  que 
algunos  creyeron  (|iie  el  libro  «le  I'al- 
meriti  de  Inr/laterra  fué  obra  del  Rey 
D.  Juan  el  1Í.  Antes  y  después  de  este 
Principe,  que  vivió  desde  d455  liasta 
14ÍÍ5,  fué  común  en  Portugal  la  afición 
á  las  historias  de  Caballerías.  Ue  su 
lio  D.  Fernando,  Duque  de  Braganza, 
hubo  opinión  en  la  misma  Gasa  Real 
que  había  sido  el  autor  de  Aniadís  ;  y 
á  él  le  dedicó  Juan  Martoreli  la  tra- 
ducción lemosinade  Tirante  el  Blanco. 
El  Infante  D.  Alfonso,  padre  de  D.  Fer- 
nando, había  intervenido,  como  ya  se 
refirió  anteriormente,  en  la  composi- 
ción, ó  por  lo  menos  en  la  corrección 
del  Amadis  de  Gaula.  Una  dama  de 
aquella  nación  compuso  después  á 
Pabnerin  de  Oliva;  y,  finalmente,  en 
Portugal  se  escribió  el  Palmerin  de 
Inglaterra.,  que  es  continuación  del 
otro,  y  en  que  también  se  dijo  que 
hizo  algunas  adiciones  el  infante 
D.  Luis  de  Portugal,  hijo  del  Rey 
D.  Manuel  y  padre  deD.  Antonio,  Prior 
de  Ocrato,  que,  andando  el  tiempo, 
disputó  la  corona  de  Portugal  á  Fe- 
lipe II. 
Bien  sé  que  los  Portugueses  atribuyen 


(a)  Eiiropn  portuguesa,  tomo  III,  paite  IV, 
cap.  vm. 

portugueses.  Estos  no  tenían  más  que  dejarse 
querer  y  aplicar  nuestro  antiguo  refrán  : 
Cuando  pnsan  rabinos,  comprarlo.^.  Casi  hasta 
nuestios  días,  críticos,  bibliófilos  y  líferatos 
vinieron  .á  porfía  atribuyendo  el  Palmerin  á 
autor  portugués.  Afortunadamente,  en  1827, 
el  insigne  ernilito,  gramático  y  bibliófilo 
Salva  publicó  en  Londres,  en  el  lierpi'rtorio 
Americano,  un  excelente  trabajo,  procla- 
mando como  verdadero  autor  de  esta  obra  al 
es])añol  Luis  Hurlado,  gracias  á  haber  encon- 
trado un  ejemplar  de  la  I.*  edición  esiiañola 
hecha  en  Toledo,  on  ?,  tomos,  en  1  j47-f.i4S,  y 
á  unos  versos  acrósticos  que  hay  en  la  dedi- 
catoria y  cuyas  letras  iniciales  indican  á  las 
claras  la"  paternidad  de  Hurlado.  De  este  inge- 
nioso autor,  que  también  escribió  la  farsa  ti- 
tulada.'íiVitnna,  Las  Cortes  del  Casloamory  de 
la  muerte  (\\-<h'T)y  la  Tragedia  Policiana  (imita 
ción  de  la  Celestina)  y  que  tradujo  Las  Meta- 
morfosis de  Ovidio,  existen  muy  escasas  noti- 
cias, debidas  en  gran  parte  a  Nicolás  Anto- 
nio. (De  mi  libro  ;  MaJinal  de  Literatura  espa- 
ñola i  hispanoamericana.)  (M.  de  T.) 


comúnmente  la  composiciíjn  de  Pnl- 
merin  de  ¡lujlalerra  á  Francisco  de 
Moraes,  el  cual  lo  imprimii)  en  Ebora 
el  año  de  1567,  y  esta  opinión  siguió 
el  editor  que  lo  reimprimió  en  Lisboa 
el  año  de  1786  :  pero  el  mismo  editor 
dio  armas  contra  si,  citando  la  traduc- 
ción francesa  del  Palmerin  hecha  del 
castellano  por  Jaques  Vicent.  é  im- 
presa en  León  el  año  de  1.153.  Esto 
convence  sin  réplica  que  el  Palmerin 
impreso  en  1567  no  pudo  ser  el  original, 
puesto  que  no  sólo  existia  en  1553, 
sino  que  se  hallaba  ya  entonces  tradu- 
cido al  castellano.  Queda,  pues,  ase- 
gurado el  origen  portugués  de  Palme- 
rin de  Inglaterra,  y  Francisco  de  Mo- 
raes desposeído  del  mérito  de  autor 
original,  y  reducido  á  la  clase  de 
editor  con  sus  puntas  y  collar  de  pla- 
giario, sin  m;!S  parte  en  la  composi- 
ción del  libro  que  haber  intercalado 
algo  de  sus  amores  en  Francia,  sepi'in 
se  deduce  de  las  noticias  del  editor 
moderno  en  su  prólogo.  Punto  que  pu- 
diera apurarse  por  el  cotejo  de  la  tra- 
ducción de  Jaques  Vicent  con  la  edi- 
ción de  Francisco  de  Moraes. 

Es  circunstancia  notable  lade  haberse 
perdido  la  traducción  castellana  de 
Palmerin  de  Inglaterra.  De  que  existi''> 
no  hay  duda,  puesto  que  por  ella  se 
hizo,  como  arriba  se  dijo,  la  francesa. 
Castellano  sería  también  el  ejemplar 
de  la  librería  de  D.  Quijote,  sin  que  in- 
dique cosa  en  contrario  el  escrutinio: 
pero  nadie  Cque  yo  sepa'i  señala  el  pa- 
radero de  ejemplar  ninguno  en  nuestro 
ittíoma.  Fué  en  esto  diferente  y  aun 
opuesta  la  suerte  de  los  dos  Palmerines, 
el  de  Oliva  g  el  de  Inglaterra:  del  pri- 
mero se  perdió  el  oriííinal,  ynos  quedó 
la  traducción  ;  del  segundo  se  perdió 
la  traducción,  y  nos  quedó  el  original. 

Debe  advertirse  que  Palmerin  de  In- 
glaterra de  que  se  habla  en  toda  esta 
nota  es  sólo  la  primera  y  segunda  parte 
que  publicó  Moraes,  y  que  en  su  ter- 
cera edición  lleva  este  titulo  :  Chrónica 
do  famoso  é  muito  esforzado  cavaleiro 
Palmeirin  de  Inglaterra,  filho  del  Rei 
D.  Duardos  :  no  cual  se  contem  snas 
proezas  et  de  Floriano  do  Deserto  sen 
irmao,  et  (h)  Principe  Florendo-i,  filho 
de  Primaliaon.  Composla  por  Francisco 


PHiMiatA  i'vmK 


CAPlll  LO    VI 


•11 


otra  cnja  como  la  <iuc  lialló  Alejandro  en  los  despojos  de  Darío, 
que  la  diputó'  para  guardar  en  ella  las  obras  del  poeta  Homero^. 
Este  libro,  señor  compadre,  tiene  autoridad  por  dos  cosas  :  la  una, 
porque  él  por  sí  es  muy  bueno,  y  la  otra  porque  es  fama  que  le 
compuso  un  discrí^to  Rey  de  Portugal.  Todas  las  aventuras  del 
castillo  de  Miraguarda  ^  son  bonísimas  y  de  grande  artificio,  las 
razones  cortesanas  y  claras,  que  guardan  y  miran  el  decoro  del 
que  habla  con  mucha  propiedad  y  entendimiento.  Digo,  pues, 
salvo  vuestro  buen  j)areeer,  señor  maese  Nicolás,  que  éste  y 
Amadís  de  Gatda  queden  libres  del  í'uego,  y  todos  los  demás,  sin 


de  Maraes.  Em  Lisboa  por  Antonio  Al- 
vares, .ínno  de  MDLWXXll.  i'ulio . 

A  estas  dos  parles  siguieron  la  tercera 
y  cuarta,  escritas  por  Dief>:o  F"ern;ÍQdez, 
vecino  de  Lisboa,  que  contiinea  los 
hechos  de  varios  cahulleros  de  la  corle 
de  Paluierin  de  Inglaterra.  Asunto  que 
se  continúa  en  las  partes  quinta  y  sexta, 
escrit.'is  iior Baltasar  (ion/.;ii vez  Í-,obato, 
natural  ele  Tavira.  Todas  cuatro  partes 
estiin,  como  es  natural,  en  portu- 
gués. 

Según  la  costumbre  de  los  autores  de 
libros  de  Caballcrias,  se  dice  al  íin  de  la 
historia  de  Palmerin  [a)  que  se  sacó  de 
la  Crónica  general  de  Iní/laterra,  y  se 
citan  varios  cronistas  de  nombres  ridí- 
culos, entre  ellos  á  Tórnelo  Alteroso, 
escritor  macedónico,  que  para  cosas  de 
Inglaterra  es  buen  texto.  Allí  concluye 
la  historia,  quedando  el  cadáver  de 
Palmerin  depositado  en  la  Isla  de  los 
Sepulcros,  por  otro  nombre  la  ínsula 
Deleitosa,  de  que  era  señor  el  sabio 
üaliartc. 

1.  Diputó  está  usado  por  destinó  : 
acepción  que  se  le  dio  también  en  el 
capitulo  XXV  de  esta  primera  parte  ; 
pero  en  el  uso  común  diputar  se  dice 
sólo  de  las  personas,  así  como  destinar 
de  las  personas  y  de  las  cosas.  Sólo  las 
personas  se  diputan. 

2.  Alejandro  el  Grande,  rey  de  Mace- 
donia,  fué  tan  aficionado  á  la  Iliada  de 
Homero,  que,  según  cuenta  Plutarco  en 
la  vida  de  este  Príncipe,  solía  tenerla 
junto  con  su  espada  debajo  de  la  cabe- 
cera en  que  dormía.  Habiéndose  encon- 
trado, entre  los  despojos  del  ReyDarío, 
una  caja  riquísima  guarnecida  de  oro, 
perlas  y  otras  piedras  preciosas,  cuenta 

(a)  Parte  II,  cap.  CLXXII. 


también  Plutarco  que  Alejandróla  des- 
tinó para  guardar  en  eila  los  libros  de 
Hom.ro.  Lo  mismo  refiere  Plinio  (a). 

Cervantes  hizo  tan  notable  dilerencia 
entre  el  l'alnierin  de  Oliva  y  el  de  In- 
f/liiterra,  que  del  uno  no  quería  quedase 
ni  aun  la  ceniza,  y  el  otro  quería  que  se 
guardase  en  una  caja  preciosa.  Sin  em- 
bargo, el  autor  del  Diálogo  de  las  len- 
guas prefería  el  libro  de  Palmerin  de 
Oliva  ú  otros  muchos  de  caballerías  (6), 
poniéndolo  en  la  misma  línea  que  al 
deAmadisde  Gauln.En  mi  pobre  juicio, 
allá  se  van  los  dos  l'almerines. 

3.  Miraguarda  no  es  nombre  de 
lugar,  sino  de  persona.  La  Infanta  .Ma- 
riguarda  era  hija  deun  Conde  que  vivía 
en  la  corte  de  España,  y  por  ciertas 
razones  rogó  al  gigante  Almourol  que 
la  guardase  en  un  castillo  que  tenia  en 
el  Tajo,  hasta  que  fuese  tiempo  de 
casarla.  El  Caballero  Florendos,  á  quien 
una  recia  tormenta  había  echado  á  las 
costas  de  Portugal  junto  á  Altarroca, 
que  después  llamaron  Lisboa,  andaba 
buscando  aventuras  por  aquel  reino. 
Llegóse  á  la  puerta  del  castillo,  paróse 
á  mirarlo,  salió  á  caballo  el  gigante,  y 
se  combatió  con  Florendos.  La  Infanta, 
puesta  entre  las  almenas  con  sus  don- 
cellas, miraba  la  pelea,  y  viendo  (|ue 
iba  de  vencida  el  gigante,  bajó  y  pidió 
su  vida  á  Florendos,  quien,  prendado 
de  su  hermosura,  le  otorgólo  que  pedía. 
Este  es  el  castillo  de  Miraguarda,  que 
otras  veces  se  llama  de  .\lmourol,  del 
nombre  de  su  dueño.  Fácilmente  se 
adivina  que  Mariguarda  vino  última- 
mente á  casar  con  Florendos  (c). 


{a)  fíistoria  Natural,  lib.  VH.  cap.  XXIX. 
—  (6)  Pág.  \hl.  —  (c)  Palmerin  de  Inylaterra, 
parte  II,  cap.  Lili  y  CLI. 


!l'2 


l)ON    Ol  IJOri:    DK    I.A    MANCHA 


hacer  más  cala  y  cata,  perezcan  K  No,  seilor  compadre,  replicó 
el  Barbero,  que  este  que  aquí  tengo  es  el  alamado  D.  Belianís'^. 
Pues  ese,  replicó  el  Cuia,  con  la  segunda,  tercera  y  cuarta  parte 
tienen  necesidad  de  un  poco  de  ruii)arl)o  jtarji  purgar  la  demasiada 
cólera  suya,  y  es  menester  quitarles  todo  aipiello  del  castillo  de 
la  Fama^  y  otras  impertinencias  de  más  importancia,  para  lo  cual 


1.  Xo  concierta  csla  duray  treinenrla 
sentencia  con  la  más  benigna,  pronun- 
ciada hace  poco  por  el  mismo  Cura,  de 
que  el  Orlando  de  Urrea  y  todos  los 
libros  que  traían  de  las  cosas  i/e  Francia 
se  dejjositen  en  un  pozo  seco,  liasla  que 
se  vea  lo  que  se  ha  de  harer  dellos. 

2.  Historia  del  valeroso  é  invencible 
principe  D.  lieUanis  de  Grecia,  hijo  del 
Emperador  I).  Belanio  //  de  la  Empe- 
ratriz Clnrinda  Según  la  costumbre 
ordinaria  de  tales  libros,  se  supone  que 
el  sabio  Kristón  la  escribió  en  griego, 
de  donde  la  tradujo  un  lujo  del  virtuoso 
varón  Torihio  Fern.indez.  á  saber:  el 
licenciado  Jerónimo  Fernández,  abo- 
gado de  profesión,  vecino  de  Madrid  y 
natural,  al  parecer,  de  Burgos  Son 
cuatro  parles  en  dos  tomos.  Su  autor 
publicó  el  primero  en  el  reinado  de 
Carlos  V  {de  quien  se  dice  que  gustaba 
deoirsu  lectura),  y  lo  deilicóá  D.  Pedro 
Xuárez  de  Kigueroa  y  Velasco,  Arce- 
diano de  V'alpuesla,  en  la  iglesia  de 
Burgos.  He  visto  una  edición  del 
año  1.5n.  Kl  segundo  tomo  se  escribió 
reinando  todavía  Carlos  V,  puesto  que 
en  la  parte  tercera,  capitulo  XXVJII, 
ponderándose  lo  mudable  de  la  fortuna, 
sealegan  como  ejemplo  tantos  poderes 
por  el  valeroso  César  nuestro  conquis- 
tados :  pero  no  se  publicó  hasta  el  rei- 
nado de  Felipe  II.  por  el  hermano  del 
autor,  Andrés  Fernández,  vecino  de 
Burgos,  quien  lo  dedicó  al  licenciado 
Fucnmayor,  del  Consejo  y  Cámara  del 
Rey. 

De  la  demasiada  cólera  de  D.  Belianis 
da  testimonio  su  historia.  Léese  en  el 
caiiilulo  XII  del  libro  primero  :  Cmi 
sobrada  saña  D  Belianis  be  apartó  del 
caballero  á  una  parte,  y  la  Infanta 
Aurora  le  dijo:  Cuanto  más  la  persona, 
señor  caballero,  piensa  de  apartaros  de 
batallas,  tanto  más  vos  las  buscáis.  En 
el  capítulo  XVII :  No  se  vio  víbora  más 
emponzofiada  ni  le  n  más  bravo  (¡ne  n 
esta  flora  se  volvió  D.  lielianis.Y  en  el 
capitulo  XXV  :  El  Duque  fué  llevado  d 


la  prisióti,  quedando  D.  Belianis  tan 
sañudo,  que  f'ue¡/o  erhafja  por  la  visera 
delyelnio.  i^os  tres  pasajes  precedentes 
son  de  la  parte  primera,  la  cual,  según 
esto,  no  tenia  menos  necesidad  de  rui- 
barbo que  las  otras.  Pero  en  todas 
ellas  hay  muchos  pasajes  que  confir- 
man lo  mismo  :  y  á  pesar  de  todo,  es- 
cribe el  Arzobispo  de  Itosis,  citado  por 
el  sabio  Fiislón,  aulor  de  la  Crónica, 
en  el  capitulo  XXVI 1 1,  parte  tercera, 
que  no  se  halló  hasta  aquel  tiempo  otro 
caballero  de  igual  sanclidad  (á  la  de 
Belianis  ,  lantu.  que  en  ella  á  los  muy 
apartados  monjes  excedía. 

3.  El  castillo  de  la  Fama  que  aquí 
se  nombra,  era  una  invención  o  maquina 
que  sepresent<'>  en  un  torneo  celebrado 
en  Londres  [lor  el  Bey  de  Injilaterra. 
iJice  asi  la  flistoi  iade  U  lielianis  'a¡  : 
Andaban  las  cosas  en  estos  comedios, 
y  el  tornen  tan  ferido  com<<vos  buhemos 
dicho,  cuando  á  la  ¡dnza  llegó  una 
aventura  tan  hermosa  de  mirar  como 
otra  bosta  aquellos  tiempos  fuera  vi3la. 
Venia  un  tan  he-moso  cnstillo.  al  pa- 
recer tan  rico,  cuanto  otro  jamás  fuera 
visto:  era  tan  grande,  que  parescían 
poder  venir  dentro  dos  mil  caballeros. 
Era.  traído  por  cuarenta  elefantes  de 
grandeza  no  creída  :  los  guamimientos 
que  traía  eran  de  muy  fino  oro.  Venia 
sobre  un  grandísimo  número  de  ruedas, 
todas  las  cuales  se  mostraban  ser  de 
unamuy  fina  plata.  Por  todo  el  castillo, 
en  lo  que  de  fuera  se  podía  mostrar, 
estaban  muchas  aventuras  tan  bien 
puestas  como  si  fuera?!  viras...  En  cada 
elefante  venía  un  artificio  de  madera  y 
un  hombre  que  lo  guiaba.  Bien  se  páres- 
ela ser  encantado,  porque  lleijando  á 
la  plaza,  ñor  todos  los  costados  comenzó 
á  disparar  tanto  número  de  artillería, 
que  por  gran  pieza  no  se  pudieron  oír. 
Después  de  lo  cual  el  castillo  quedó 
cercado  de  una  ardiente  llama:  de  la 
mitad  a.  riba  pa ccia  que  el  cielo  qui- 

(u)  ]>ib.  III,  c;ip.  XIX. 


PRIMímA    PAllTK.    —    TAPÍTILO    VI 


93 


so  les  (l.i  liMiuiíu)  ultramarino,  y  como  se  enmendaren,  así  se 
usaiVi  con  ellos  ile  misericordia  ó  ile  jnslicia,  y  en  lanío  tenedlos 
vos,  coiii¡);i(lre,  en  vntíslra  casa,  mas  no  los  dejéis  leer  á  ninguno. 
Que  me  place,  respondió  el  linrhero,  y  sin  querer  cansarse  más 
en  leer  libros  de  caballerías,  mandó  al  Ama  que  lomase  todos  los 
grandes'  y  diese  con  ellos  en  el  corral.  No  se  dijo  á  tonta  ni  á 
sorda,  sino  á  quien  tenía  más  gana  de  quemallos  que  de  echar 
una  lela  por  grande  y  delgada  que  fuera,  y  asiendo  casi  ocho  de 
una  vez,  los  arrojó  por  la  ventana.  Por  lomar  muchos  juntos,  se 
le    cayó  uno  á  los  pies  del  Barbero,   que  le  tomó    gana  de    ver 


siese  abrasar,  según  sus  llamas  en  alto 
se  extendían.  Sonóse  lanío  número  de 
menestriles  de  diversas  maneras,  que  no 
liabia  la  nálad  en  lodo  el  campo:  des- 
pués de  lo  cual,  con  gran  ruido  se  toco 
á  señal  de  batalla.  Del  castillo  salieron 
núnieio  de  nueve  caballeros  lan  lucidos 
y  costosos,  que  alegría  era  mirarlos. 
Venían  todos  de  una  devisa  de  armas 
indias  (azules),  y  en  los  escudos  cada 
uno  de  ellos  traía  pintada  la  Fama,  con 
una  letra  que  decía  K;ima...  Luego  jior 
aquella  devisa  entendieron  que  aquellos 
fuesen  los  caballeros  de  la  Fama...  Del 
castillo  salió  un  padrón  de  inararillosa 
plata,  el  cual,  sin  ver  quién,  lo  traia,  se 
fiíé  hasta  el  medio  de  la  plaza.  En  este 
padrón  estaba  escrito  el  objeto  de  la 
aventura,  y  entre  los  nueve  caballeros 
se  contaban  el  Rej'de  Bretaña  Artús,  y 
los  anÜguos  troyanos  Héctor  y  Troilo. 
En  este  castillo  fué  arrebatauo  D.  Be- 
lianís  por  los  .lires,  y  continuó  en  él 
muclios  días,  hasta  que  desapareriú  con 
gran  ruido,  hall.índose  Belianís  solo 
con  su  escudero  Flerisaite,  que  le  traía 
un  hermoso  caballo  (a). 

Después  volvió  á  aparecerse  el  cas- 
tillo de  la  Fama  en  ocasión  que  D.  Be- 
lianís  estaba  peleando  y  en  gran  peligro 
por  los  encantamientos  del  mágico 
Oristenes  Con  la  aparicit'm  ceí^aron  los 
encantos,  y  metiéndose  D.  Belianís  en 
el  castillo,  volvió  éste  á  partir  con  el 
mismo  ruido  que  había  traído,  y  llegó 
á  la  orilla  del  mar,  donde  aguardaba  á 
Belianísuna  zabraenque  seembarcr)(/)"¡. 

Posteriormente,  hallándose  á  pie 
D.  Beliímís  con  varias  damas  y  caba- 
lleros en  un  ameno  y  florido  campo,  sin 
saber  cómo  harían   para  llegar  á  algún 

{a)  \Áh.  III,  cap.  XX  v  XXI.  —  (é)  Ib., 
cap.  XXVI. 


poblado,  vieron  venir  el  soberbio  castillo 
de  la  Fama  con  sus  acostumbradas 
seiiales:  entraron  todos  en  él,  y  el  cas- 
tillo no  paró  hasta  Troya,  combatida  á 
la  sazón  por  los  griegos.  El  castillo 
desapareció,  Troya  fué  ganada  con  el 
auxilio  de  los  recién  venidos,  y  Poli- 
cena,  restituida  al  trono,  casó  con 
D.  Lucidaner,  hijo  de  D.  Belanio  /í). 

1.  Bien  se  entiende  que  el  Cura,  y 
no  el  Barbero,  era  quien  mandó  que  se 
arrojasen  al  corral  los  libros :  mas  para 
evitar  toda  ambigüedad  convino  poner: 
que  me  place,  dijo  el  Barbero,  y  el  Cura, 
sin  querer  cansarse  más,  mandó  al  Ama 
que  tomase,  etc. 

En  leer  libros  de  caballerías:  esto  es, 
en  leer,  no  libros,  sino  rótulos  de  libros 
de  caballerías. 

Todos  los  grandes.  Eranlos  cien  cuer- 
pos de //6/-o.v  r/mní/es  de  que  se  habló 
al  principio  del  escrutinio  ;  y.  con 
electo,  los  libros  caballerescos  se  impri- 
mían ordinariamente  en  folio,  así  como 
los  libros  (pie  adelante,  en  este  mismo 
capítulo,  se  llaman  de  entretenimiento 
y  al  principio  se  habían  designado  con 
el  nombre  de  pequeños,  solían  impri- 
mirse en  tamaños  menores. 

Cervantes  indicaba  en  esto  que  había 
muchos  más  libros  caballerescos  que 
los  nombrados  en  el  escrutinio,  y  así 
era  la  verdad.  Sin  contar  los  que  anda- 
ban en  lenguas  exiranjeras.  eran  mu- 
chos los  que  se  escribieron  en  la  Penín- 
sula, como  se  verá  á  su  tiempo  por  la 
enumeración  que  se  hará  de  ellos  : 
ad virtiéndose  desde  at^ora  que  de 
algunos  no  ha  quedado  sino  la  memoria 
deque  los  hubo:  tal  y  tan  completo 
fué  el  triimfo  del  Qcuote  y  de  su  in- 
mortal autor. 

(a)  Ih.,  cap.  XXX  y  XXXII. 


94  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

de  quién   era  ',   y  vio  que  decía  :  Historia   de^  famoso   caballero 
Tirante  el  Blanco'^.  ¡  Válame  Dios,  dijo  el  Cura  dando  una  gran 


1.  Para  que  ruóse  rorreita  la  gramá- 
tica(aj,  debió  decir:  ¡'or  lomar  muchos 
(libros)  juntos,  se  le  caijó  lal  Amaj  uno 
(i  los  pies  del  Barbero  :  al  que  le  tomó 
gana,  etc.  La  oinisiún  del  articulo  al 
pudo  muy  bien  ser  culpa  de  la  im- 
prenta, y  no  hubiera  habido  grande 
inconveniente  en  corregirla. 

2.  Tirante  el  Blanco  se  llamó  así 
por  su  padre,  que  era  señor  de  la  Marca 
de  Tiranía,  y  por  su  madre  blanca, 
hija  del  duque  de  Bretaña.  En  el  titulo 
de  su  historia  castellana,  impresa  ea 
Valladolid  el  año  de  loU  i)or  Diego  de 
Gudiel,  se  le  llama  el  esforzado  é  in- 
vencible caballero  Tirante  el  lilanco  de 
Roca  Salada,  caballero  déla  Carrotera, 
el  cual  por  su  alia  caballería  alcalizó  á 
ser  Principe  y  César  del  Imperio  de 
Grecia. 

Anteriormente  se  había  impreso  la 
misma  historia  en  lengua  lemosina  en 
Valencia,  el  año  de  149ü,  y  de  ella  hay 
un  ejemplar,  único  que  se  conoce,  ea 
la  biblioteca  de  la  Sapiencia  de  Roma. 
Otra  edición  se  hizo  de  la  misma  his- 
toria en  Barcelona  el  año  de  14y"J,segi'm 
las  noticias  recogidas  por  el  P.  Méndez 
en  su  Tipuf/ra^ia  española.  Juan  Mar- 
torell,  caballero  valenciauo,  fué  el  autor 
del  Tirante  lemosín,  y  lo  deiiicó  ,i 
D.  Fernando  de  Portugal,  hijo  del  In- 
fante D.  Alfonso,  primer  Duque  de 
Braganza,  de  quien  se  ha  hablarlo  en 
las  notas  precedentes.  La  obra  se  em- 
pezii  en  el  mes  de  Enero  de  1460,  según 
se  expresa  en  la  dedicatoria.  En  ésta 
dice  Martorell  que  el  original  úeTiranle 
estaba  en  ingles,  y  que  él  lo  tradujo,  á 
ruego  de  aquel  Pr.ncipe,  al  portugués  y 
lueso  al  valenciano,  para  (}iie  sus  pai- 
sanos pudiesen  disfrutarlo.  Al  fin  de  la 
historia  hay  una  ñola,  según  la  cual, 
habiendo  muerto  Martorell  sin  Ir.adu- 
cir  más  que  las  tres  primeras  partes, 
había  traducido  la  cuarta  y  última 
Mosén  Martín  Juan  de  Galbá,á  instancia 
déla  noble  scñoraDoña  Isabel  de  Loriz  : 


(al  Pnrn  tjiLc  fuete  correcta  la  grnmiil'cn... 
Verdaderamente  el  corrector  uo  p.;ca  por  la 
elegancia  y  exactitud.  ¿  Puede  dar.se  nada 
más  impropio  que  la  palabra  ijramática  aquí 
empleada?  Para  un  académico  es  demasiado. 
(M.  de  T.) 


añ.idese  que  la  obra  se  acibó  de  impri- 
mir en  el  mes  de  Noviembre  de  1490. 

Si  el  libro  de  Tirante  fué  realmente 
inglés  en  su  origen,  y  vino  luego  por 
los  trámites  indicados  á  ser  valenciano, 
ó  si  fué    todo    invención  de   Martorell 

Sara  ilar  mayor  valor  y  estimación  á  su 
istoria  por  este  medio,  que  después 
repitieron  otros  varios  autores  caballe- 
rescos, es  asunto  imposible  de  averi- 
guarse. Tampoco  se  puede  saber  si  la 
traducción  de  la  cuarta  parte  se  hizo 
con  poco  ó  con  mucho  intervalo  desde 
la  de  las  primeras;  ni  del  7'íra?i/e  inglés 
ni  del  portugués  han  quedado  otras 
noticias  que  las  precedentes.  Como 
quiera,  considerando  la  semejanza  que 
hay  en  la  composición  y  estilo  de  la 
cuarta  parte  con  las  tres  primeras,  es 
rnuy  verosímil  que  todas  fueron  origi- 
nalmente de  una  misma  mano,  y  coino 
la  traducción  de  Galb;í  se  hizo,  según 
suena,  del  portugués,  puede  creerserpie 
el  Tirante  existió  integro  en  este  idioma. 
De  él  hubo  de  trasladarse,  se  ignora 
por  quién,  el  Tirante  castellano  que  se 
publicó  el  año  de  1511  en  Valladolid. 
D.  Juan  Antonio  Pellicer,  fundándose 
en  que  Martorell  llamó  traducción  á  su 
obra,  supuso  que  el  original  había  sido 
castellano,  como  si  no  pudiesen  hacerse 
traducciones  de  otro  idioma.  De  la  edi- 
ción castellana  lo  tradujo  al  italiano 
Lelio.Manfredi,  y  se  publicó  por  primera 
vez  en  Venecia,  el  año  de  1538  Co- 
rriendo este  siglo  último,  lo  vertió  del 
castellano  al  francés  el  conde  de  Cai- 
lús,  y  lo  publicó  el  año  de  1740  :  pero 
no  tuvo  noticia  de  la  edición  lemosina, 
y  supone  siempre  castellano  al  original, 
aunque  sospechó  que  el  autor  fué  va- 
lenciano, por  un  eloíiio  de  Valencia  y 
tres  profecías  relativas  á  aquella  ciudad 
que  se  insertan  en  la  obra. 

La  edicii>n  castellana  de  Tirante  era 
ya  rara  desde  antiguo.  Ni  D.  Nicolás 
Antonio  ni  su  ndicionador  D.  Francisco 
Bayer,  ni  aun  Pellicer  mismo,  según 
parece,  aunque  tan  diligentes  biblió- 
grafos, vieron  ningún  ejemplar  del  Ti- 
rante. Todavía  debió  ser  más  raro  en 
estos  últimos  tiempos,  y  aun  dudo  <iue 
haya  quedado  niníjuno  en  Esuaña  des- 
pués que  la  curiosidad  extranjera,  ó 
por  mejor  decir,   la  negligencia  espa- 


l'ItlMKRA    PAlili:.     —    CAPÍTIíl.O    VI  !J5 

slé  Tiiíuilc  el   Blanco!    Dádmelo  ac;i,  compadre, 


voz,  que   acjuí  (vs  ,    ^ , 

«jue  lui<í()  ciicnla  qm^  he  liallado  en  él  un  tesoro  de  contenió  y  una 
mina  de  pasatiempos.  Aípií  está  D.  Quiricleisón  de  Montalhán, 
valeroso  caballero,  y  su    hermano   Tomás'   de   Montalbán,    y   el 


ñola  nos  privi')  estos  afios  pasudos  de 
un  ejemplar,  que  ya  acaso  era  el  único 
que  queclabaen  España.  Yo  no  he  loi,'ra(lü 
verlo,  á  pesar  de  mis  diligencias,  y  sólo 
he  tenido  presente  la  versi(m  italiana 
de  la  primera  parte,  y  la  francesa  del 
conde  (le  Gailús  (a). 

Hablase  en  la  Historia  de  Tirante  del 
uso  dtila  artillería,  de  las  islas  Canarias, 
de  la  orden  de  la  Jarretera;  los  trajes, 
las  armas,  las  (icstas  y  las  costil lubres 
que  describe  pertenecen  ya  al  siglo  .\v: 
el  modo  con  que  habla  de  los  genoveses 
es  propio  de  un  subdito  de  la  corona 
de  Aragón  en  aquella  época;  y  además 
f  de  otros  personajes  fabulosos  como 
Artús,  Lanzarote,y  Flores  y  Blan(;atlor, 
menciona  también  á  Urganda  la  Desco- 
nocida, lo  cual  persuade  que  se  escribió 
después  que  el  Amadís  de  Gaula. 

Entregándonos  ;i  conjeturas  no  inve- 
rosímiles, Juan  Martorell  debió  de  ser 
algún  caballero  favorecido  de  Don  Fer- 
nando de  Portugal,  y  sabiendo  la  incli- 
nación de  este  Principe  á  las  historias 
caballerescas,  quiso  obsequiarle  con  la 
de  Tirante  el  Blanco,  escrita  quizá  á 
competencia  de  la  de  Amadís,  qáxxo  ori- 
ginal se  gu  irdaba  con  aprecio  en  la 
ca-sa  de  D.  Fernando.  Martorell,  en  la 
dedicatoria,  habla  de  su  estancia  du- 
rante algún  tiempo  en  Inglaterra  y  de 
las  adversidades  que  había  experimen- 
tado de  la  fortuna,  adversidades  que 
pudieron  ser  ocasi('in  del  favor  de  aquel 
generoso  Príncipe.  En  obsequio  suyo 
escribiríala  obra  en  portugués,  y  después 
quiso  su  autor  ponerla  también  en 
lemosin  para  que  la  disfrutasen  sus 
paisanos,  como  él  mismo  dice:  pergo 
que  lanado  don  yo  So  natural,  senpuxa 
ulef/rar  ;  y  no  habiendo  concluido  la 
versión  por  su  muerte,  la  continuó,  ó 
entonces  ó  aüos  después,  iMosén  Martín 
de  Galbá  Así  se  e.xplican  naturalmente 
la  predilección  que  muestra  el  autor  de 
Tirante  á  Valencia,  sus  relaciones  con 

(a)  Existe  afortunadamente  en  España  un 
ejemplar  de  esta  edición,  que  ha  podido 
consultar  á  sus  anchas  el  señor  Cortejón.  ijra- 
cias  á  la  benevolencia  de  su  actual  poseedor, 
el  egrefíio  cervantista  D.  Isidro  Bonsoms.  á 
c|uien  llama  con  justicia  «  el  Creso  de  los 
bibiiúlilos  cervantistas».  (M.  de  T.) 


el  Principe  D.  Fernando, y  el  motivo  de 
escribirse  y  traducirse  la  historia. 

De  todos  estos  antecedentes  se  deduce 
que,  asi  como  es  dudoso  que  existiese 
el  libro  de  Tiranteen  inglés,  así  también 
es  seguro  que  existió  en  portugués,  y 
que  se  escribió  en  esta  lengua  por  los 
años  de  1460;  pero  después  hubo  de 
perderse  absolutamente,  sin  que  h.iya 
quedado  noticia  alguna  de  su  paradero, 
l'^jemplar  que,  añadido  á  los  de  Amadís 
de  Gaula  y  Patmeria  de  Oliru,  de  que 
se  habló  anteriormente,  pudiera  fo- 
mentar la  conjetura  de  que  hechas  ya 
y  publicadas  las  traducciones  castella- 
nas, la  extensión  y  popularidad  europea 
(]ue  imestro  idioma  gozaba  en  el 
siglo  XVI  liizo  que  se  olvidasen  los  textos 
portugueses  y  dio  lugar  á  su  pérdida, 
sin  llegar  á  imprimirse  (3). 

El  cotejo  exacto  y  prolijo  de  las  dos 
ediciones,  leitiosina  y  castellana,  pres- 
taría probablemente  ocasión  para  hacer 
muchas  observaciones  y  extender  más 
esta  noticialiterariadel  libro  de  Tirante 
el  Blanco. 

1.  Este  nombre  de  Quirieleisón,  dado 
á  un  caballero  en  la  prituera  parle  de 
Tirante,  es  tan  ridiculo  como  el  de 
Melquisedec  que  se  da  en  la  cuarta  á  un 
rey  de  Tremecén.  Tirante  había  vencido 
y  muerto  en  batalla  á  cuatro  caballeros 
desconocidos  que,  segiin  se  supo  des- 
pués, eran  los  Keyesde  Frisay  Polonia, 
y  los  Duques  d«  Borgoña  y  Baviera.  En 
venganza  de  sus  muertes,  D.  Quirielei- 
són, vasallo  muy  favorecido  del  Hey  de 
Frisa,  á  f[uieu  por  su  talla  y  grandes 
fuerzas  se  tenía  por  nacido  de  raza  de 
gigantes,  envió  una  doncella  con  un 
rey  de  armas  á  Inglaterra  á  desafiar  á 
Tirante  ;  y  acudiendo  después  al  tiempo 
aplazado,  expiró  de  dolor  á  vista  del 
cadáver  de  su  Rey.  Tomás  de  Montal- 
bán tomó  la  demanda  de  su  hermano  y 
desafió  á  Tirante,  tachándole  de  traidor 
á  presencia  del  Rey  de  Inglaterra.  La 
gorra  de  Tomás  y  la  cadena  de  oro  de 
Tirante  fueron  los  gajes  de  batalla  que 
se  entregaron  á  los  jueces.  La  talla  de 

(i)  El  a.rgumento  no  tiene  gran  fuerza, 
porque  precisainenío  fué  también  aquella 
época  de  gloria  par;i  Portutral  y  sus  letras. 

(M.  de  T., 


96  DON    OriJOTE    DE    LA    MANCHA 

caballero  Fonseca',  con  la  batalla  que  el  valiente  de  Tirante^ 
hizo  con  el  alano,  y  las  agudezas  de  la  doncella  Placerdemivida, 
con  los  amorcís  y  euiliustes  dcí  la  viuda  Reposada  ^,  y  la  señora 
Emperatriz  enamorada  de  Hipólito  su  escudero  *.  Dígoos  ver- 
dad ■"',  señor  compadre,  que  por  su  estilo  es  éste  el  mejor  libro 
del  mundo''  :  a<[iü  comen  los  caballeros,  y  duermen,  y  mueren 


Tomás  era  tal,  que  apenas  le  alcanzaba 
su  rival  á  la  cintura ;  mas,  sin  embargo, 
fué  vencido,  obligado  á  desdecirse, 
echado  afrenlosanienle  del  campo  vuelto 
de  espaldas  y  conducido  cnlre  los  im- 
properios y  silbidos  del  populacho,!  una 
iglesia,  donde  se  le  declaró  embustero 
y  aleve.  Finalmente,  se  metió  fraile  de 
San  Francisco  (a). 

i.  El  traductor  francés  dice  que  en 
Tirante  no  se  halla  tal  nombre.  D.  Juan 
Bowle,  en  sus  Anotaciones,  copia  del 
capitulo  XIX  de  la  tercera  parte  de 
Tirante  las  siguientes  palabras  :  Salió 
la  bandera  del  Emperador,  que  traía 
un  caballero  que  se  llamaba  Fonseca. 
Se  conoce  que  Cailús  lela  más  de  prisa 
que  Bowle  (a). 

2.  Viniendo  a  las  fiestas  de  Londres 
el  Principe  de  Gales,  que  era  muy  afi- 
cionado á  la  caza,  bahía  traído  consigo 
algunns  alanos.  Era  labora  de  la  siesta 
cuando  uuo  de  ellos,  que  ern  de  tamaño 
extraordinario,  rouipió  su  cadenay  em- 
bistió á  Tirante,  que  pasaba  casual- 
mente á  caballo.  Tirante  se  apeó,  desen 
vainó  su  espada,  y  á  vista  de  ella 
retrocedió  el  alano  :  lo  que  advertido 
por  Tirante,  arrojó  la  espada,  porque 
nunca  se  pudiese  decir  que  peleaba  «on 
ventaja.  Animado  con  esto  el  alano, 
volvió  á  embestir  y  derribó  una  y  otra 
vez  á  su  adversario,  hiriéndole  mala- 
mente, hasta  que  al  cabo  de  media  hora 
de  pelea,  haciendo  un  esfuerzo  Tirante, 
mató  al  alano  de  un  bocado  en  el  pes- 
cuezo (6). 

Todas  las  ediciones  del  Qcuote  habían 
leído  el  valiente  Detriante,  hasta  que 
D.  Juan  Bowle  lo  corrigió  en  lasuj-a  el 
año  de  IISI,  poniendo,  como  siempre 
debió   ponerse,  el  valiente  de  Tirante. 

(a)  Tirante,  portel.  cap.XXVII  y  XXVUT. 
—  (b)  Tirante,  parte  I,  cap.  XXII. 

(a)  El  señor  Cortejen  cita  las  mi-snias  pala- 
bras del  capítulo  cxvii  de  la  edición  valen- 
ciana. (M.  de  T.) 


Pero  antes  de  Bowle  había  ya  advertido 
el  error  y  propuesto  la  corrección  el 
conde  de  Cailús  en  el  prólogo  de  su 
traducción.  I'ellicer  adoptó laenmienda, 
y  no  sé  por  qué  no  hizo  lo  mismo  la 
Academia  Española  en  su  erlición  del 
año  1819.  Las  impresiones  primitivas 
de  donde  se  tomó  el  error  eran  suma- 
mente incorrectas  :  de  lo  cual  ocurrirá 
hablar  l'recuenteuiente  en  estas  notas. 

3.  La  Emperatriz,  mujer  de  Fadrique, 
Emperador  de  Constantinopla,  y  su 
hija  la  Infanta  Carmesina,  tenían  ciento 
setenta  entre  dueñas  y  doncellas.  Una 
de  estas  era  Placerdemivida,  doncella 
de  mucho  ingenio  y  agudos  dichos, 
confidenta  de  Carmesina  en  sus  amores 
con  Tirante.  También  era  sabedora  de 
ellos  la  viuila  Reposada,  nodriza  que 
había  sido  de  Carmesina  ;  pero  ciega- 
mente enamorada  de  Tirante,  trata  de 
indisponerlo  con  Carmesina  y  á  Carme- 
sina con  él  por  medio  de  las  más  pér- 
fidas y  atroces  calumnias  ;  hasta  que 
viendo  ya  próxima  á  descubrirse  su 
maldad,  toma  un  veneno  y  muere. 

4.  Por  estas  palabras  parece  que 
Hipólito  era  escudero  de  la  Emperatriz, 
y  no  lo  era. sino  de  Tirante:  la  mención 
de  éste  queda  ya  á  bastante  distancia, 
lo  que  hace  más  fácil  la  equivocacicm. 
Hipólito,  después  de  la  muerte  de  Ti- 
rante y  del  Emperador,  casó  con  la 
Emperatriz,  y  de  esta  suerte  llegó  á  ser 
Emperador  de  Grecia. 

o.  Parece  que  debiera  leerse  :  digoos 
de  vrdad  ó  en  verdad. 

6.  Cervantes  habló  de  \n  Historia  de 
Tirante  de  un  modo  que  dejó  en  duda 
cuál  era  su  verdadera  opinión  acerca 
de  su  mérito.  Mas  prescindiendo  de 
esto,  bien  puede  decirse  que  Tirante  el 
blanco  es  el  libro  mejor  de  Caballerías 
que  se  conoce  entre  todos  los  demás 
deste  género.  Apenas  se  encuentran  en 
él  sucesos  descompasados  é  imposibles. 
Lejos  de  querer  atribuirlo  todoá  magos 
y  encantadores,  como  sucede  de  ordi- 
nario  en    las    crónicas   caballerescas. 


I^niMKMA    l'AItlK.    —    CAPÍTULO    VI 


í)7 


en  sus  camas,  y  hacen  lestainenlo  aiiles  de  su  muerle,  con  oLi'as 
cosas  lie  (|ue  loilos  los  demás  libros  desle  g'cnero  carecen.  Con 
todo  eso,  os  dii^o  (jue  merecía  el  (jue  lo  compuso,  pues  no  hizo 
lautas  necedades  de  industria,  que  le  echaran  á  galeras  por  todos 
los  ilías  de   su    vida  *.  Llevalde  á  casa  y  leelde,  y  verí'Ms  que  es 


(Icscrihiéniiose  un  palacio  maravilloso 
que  se  constriiyópaia  las  bodas  del  Rey 
QC  lu^'lalerra,  dice  Diofebo,  que  es  quien 
hace  la  relación  :  /  nonpensi  la  Signo- 
ria  vosti'íi  rfir  lultr  (¡iiesle  cose  fussevo 
falle  per  incanlnmenlo  ne  per  arte  di 
negromanlia.  nía  arli/icialuienle,  esto 
es.  á  fuerza  de  ingenio  (a).  Los  acon- 
tecimientos que  se  refieren  pudieron 
absolutamente  suceder  sin  salir  del 
curso  de  las  cosas  humanas  :se  presenta 
■variedad  de   caracteres,  y    éstos  cons- 

^ntes  y  sostenidos  ;  el  plan  de  la  his- 
ria  está  bien  dispuesto  ;  el  interés 
crece  progresivamente,  y  el  fin  patético 
y  doloroso,  pero  natural,  de  la  historia, 
no  puede  menos  de  conmover  y  afectar 
vivamente  álos  lectores.  Tirante  muere 
en  cama  y  hace  testamento,  como  aquí 
se  dice;  pero  ;,  cuándo?  cuando  vol- 
viendo vencedor  de  los  enemigos  del 
imperio,  lleno  de  triunfos  y  despojos,  y 
declarado  ya  César  (a),  se  acerca  á  coger 
el  suspirado  fruto  de  sus  ansias,  á  ser 
dueüo  de  la  mano  de  la  bella  Carme- 
sina.  En  el  hervor  de  la  esperanza  y 
del  alborozo,  una  violenta  dolencia  le 
sorprendre  en  el  camino  ;  fallece  de 
ella  casi  á  las  puertas  de  Constantinopta, 
y  Carmesina,  abrazada  con  el  cadáver 
de  su  esposo,  expira  de  dolor.  Tal  es 
por  mayor  el  fin  de  la  Historia  de  Ti- 
rante, y  á  no  ser  por  la  desagradable 
difusión  de  los  discursos  y  pormenores, 
por  las  imperfecciones  propias  del 
tiempo  poco  culto  en  que  se  compuso, 
y  por  las  expresiones  y  escenas  sobra- 
damentelibres  quede  cuando  encuando 
ofrece,  todavía  (¡uizá  pudiera  leerse  con 
gusto  entre  otros  libros  de  entreteni- 
inientoüde  nuestro  siglo. 

1.  Pasaje  el  m<is  obscuro  del  Quijote. 
Por  una  parte  parece  que  se  alaba  el 
libro  de  Tirante,  y  por  otra  se  declara 

[a]  Parte  I,  cap.  XVIII. 

('/)  Dpclnrado  tjn  César...  —  El  insigne  Ama- 
dor de  los  Ríos  supone  que  Martorell  quiso 
retratar  veladaineiite  en  este  libro  las  haza- 
ñas del  famoso  héroe  Roger  de  Flor. 

(M.  de  T.) 


merecedor  de  galeras  perpetuas  ;i  quien 
lo  compuso.  El  Conde  de  Caih'is  en  el 
pnilogo  de  su  traducción  intentó  expli- 
carlo, añadiendo  al  texto  un  no  que 
supone  omitido  por  el  injpresor,en  esta 
forma:  don  lorln  eso,  os  digo  que  no 
merecía  el  que  lo  compuso,  pues  no  hizo 
tantas  necedades  de  industria  {<¡i),que  le 
echasen  (i  galeras  por  todas  los  días  de 
su  vida.  Esto  es:  os  digo  que  el  que  lo 
compuso  no  inerecia  que  le  ec/iasen  ó 
galeras  por  todos  los  dias  de  su  vida, 
pues  dejó  de  hacer  de  industria  ó  de 
propósito  deliberado  tantas  necedades 
como  se  cometen  en  todos  los  libros 
desle  género.  Añade  el  traductor  para 
acabar  la  explicación,  que  tenía  idea  de 
haber  leído  (no  se  acordaba  dónde)  que 
el  autor  de  la  novela  de  Tirante  haloía 
muerto  estando  en  galeras.  El  expe- 
diente es  ingenioso  ;  pero  aun  con  la 
adición  del  no  y  la  noticia  déla  muerte 
del  autor  en  galeras,  el  pasaje  queda 
obscuro,  5'  puede  indicar  sin  violencia 
que  el  autor  no  merecía  tanta  pena 
como  la  de  galeras  perpetuas,  pues 
aunque  había  hecho  tantas  necedades, 
no  las  había  hecho  con  malicia,  que  eso 
quiere  decir  de  industria  en  el  capi- 
tulo IX,  cuando  se  acrimina  á  Gide 
Hamete,  porque  de  industria  pasa  en 
silencio  las  alabanzas  de  D.  Quijote.  En 
este  caso  los  elogios  que  aquí  se  dan  al 
libro  de  Tirante  pudieran  pasar  por 
irónicos,  como  lo  son  ciertamente  los 
(|ue  se  hacen  después  del  libro  de 
Lofraso.  De  uno  y  otro  habla  el  Cura 
en  términos  muy  semejantes.  En  Ti- 
rante liace  cuenta  que  ha  hallado  un 
tesoro  de  contento  y  una  minade  pasa- 
tiempos, añadiendo  que  por  su  estilo  es 
el  mejor  libro  del  mundo.  Del  de  Lo- 
fraso dice  que  no  se  ha  compuesto  tan 
gracioso  ni  tan  disparatado  libro,  y  que 
por  su  camino  es  el  mejor  de  cuantos 
deste   género    han  salido    a  la  luz  del 

(s)  El  señor  Menéndez  Pelayo  cree,  por 
el  contrario,  que  la  obscuridad  del  texto  nace 
de  haber  agregado  los  primeros  editores  un 
no  antes  de  fii:o.  Quitado  este  no.  el  sentido 
resulta  claro  y  comprensible.      (M.  de  T.) 


98 


DON    Ql  IJOTE    DE    LA    MANf:HA 


verdad  cuanlo  d(''l  os  he  dicho.  Así  será,  respondió  el  Barbero  ; 
pero  ¿qué  haremos  destos  pequeños  libros  que  quedan?  Estos, 
dijo  el  Cura,  no  deben  de  ser  de  caballería,  sino  de  poesía  :  y 
abriendo  uno,  vio  que  era  La  Diana  de  Jorge  de  Mon¿emai/or  *, 
y  dijo  (creyendo  que  todos  los  demás  eran  del  mismo  género)  : 
éstos  no  merecen  ser  quemados  como  los  demás,  porque  no  hacen 
ni  harán  el  daño  que  los  de  Caballerías  han  hecho,  que  son  libros 
de  entretenimiento'-'  sin  perjuicio  de  tercero.  ¡  Ay,  señor  I  dijo  la 


mundo.  Esta  semejanza  de  expresiones 
y  aquel  con  todo  que  da  principio  al 
periodo,  inclinan  á  interpretar  el  texto 
en  mala  parte,  y  ;í  creer  que  el  juicio 
que  Cervantes  formó  acerca  del  mérito 
de  Tirante  el  Blanco,  fué  menos  favo- 
rable de  lo  que  supuso  el  traductor 
francés. 

1.  Jorge  de  Montemayor,  llamado 
así  del  nombre  de  su  patria  en  Portugal, 
fué  mvisico,  soldado  y  poeta.  Escribió 
en  siete  libros  la  Diana,  novela  pasto- 
ral mezclada  de  prosa  y  verso,  en  que 
se  refieren,  aunque  disfrazadas,  diversas 
hislorias  de  casos  que  verdaderamenle 
han  sucedido,  como  se  dice  en  el  argu- 
mento de  la  novela,  la  cual  se  impri- 
mió en  el  año  de  154.5. 

S.  G.  Pavillón  la  tradujo  en  francés 
(no  fué  su  traducción  la  primera  que 
se  hizo  en  aquel  idioma),  y  la  imprimió 
en  París  el  año  de  1603  con  algunas 
notas;  en  ellas  dice  que  en  España  se 
creía  generalmente  haber  sido  la  inten- 
ción de  Jorge  de  Montemavor  escribir 
los  amores  del  Duque  de  Alba,  á  quien 
había  servido  por  largo  tiempo,  y  a 
quien  en  la  novela  se  daba  el  nombre 
de  Sireno.  Pero  más  natural  fué  que 
Montemayor  describiese  sus  propios 
amores,  revistiéndose  del  nombre, 
análogo  al  suyo,  de  Silvano,  amante 
también  de  Diana;  y  esta  fué  la  opi- 
nión común  en  España,  de  lo  que  por 
coetáneo  es  testigo  mejor  y  más  fule- 
digno  Lope  de  Vega,  que  en  su  Doro- 
tea [a)  dice  que  ¿f/  Diana  de  Montemayor 
fué  una  dama  natural  de  Valencia  de 
Don  Juan,  junto  d  León;  y  Ezla  su  rio, 
añade,  y  ella  serán  eternos  porsupluma. 
El  P.  Sepúlveda,  monje  del  Escorial, 
autor  contemporáneo,  en  sus  Apunta- 
mientos manuscritos  ib)  cuenta  que  los 
Reyes  D.  Felipe  111  y  Doña  Margarita 
estuvieron  el  año  de  1602  en   Valencia 


de  Don  Juan,  donde  aun  vivía  aquella 
dama,  aunque  anciana,  con  muchos 
restos  de  hermosa,  y  (juelos  Reyes  fue- 
ron á  verla  movidos  de  la  celebridad 
que  el  libro  de  Jorge  Montemayor  le 
había  granjeado.  M;muel  í'ariadeSousa, 
autor  también  de  aquel  tiempo,  dice 
que  fué  en  Valderas,  y  que  los  Reyes 
la  hicieron  venir  á  su  presencia  ;  esto 
es  lo  más  verosímil.  Ni  Lope  de  Vega 
ni  el  P.  Sepúlveda  expresaron  su  nombre. 
Paria  de  Sonsa  la  llamó  Ana,  lo  que, 
si  fué  así,  daría  ocasión  al  nombre  de 
Diana.  El  traductor  francés  se  inclinó, 
sin  mucho  fundamento,  á  que  la  dama 
verdadera  de  Montemayor  I  ué  la  Juana 
Ana  Catalana  que  secelebra, entreoirás 
damas  valencianas,  en  el  Canto  de  Or- 
feo  [a],  llevado  quizá  de  lo  que  allí  se 
dijo  en  elogio  suyo  : 

Aquella  hermosura  no  pensada 
Que  veis,  si  verla  cabe  en  vuestro  raso... 
Aquella  discreción  tan  levantada, 
Aquella  que  es  mi  Musa  y  mi  Parnaso, 
Juana  Ana  es  Catalana,  úñ  y  cabo 
De  lo  que  en  todas  por  extremo  alabo. 

No  fué  Jorge  de  Montemayor  el  único 
poeta  de  su  tiempo  que  celebró  con 
este  disfraz  á  su  dama.  Lope  de  Vega, 
en  el  lugar  citado,  alega  los  ejemplos 
de  Gálvez  de  Montalvo,  de  Cervantes, 
de  Garcilaso,  de  Camoens.de  Bernaldes, 
de  Figueroa,  de  Corterreal.  y  hubiera 
podido  añadir  también  el  suyo. 

D.  Nicolás  Antonio  dice  que  Jorge  de 
Montemayor  murió  antes  del  año 
de  1,562;  Pellicer  expresa  que  perdió  la 
vida  el  de  1561  en  el  Piamonte,  y  yo 
he  leído  en  un  autor  contemporáneo 
(cuyo  nombre  he  olvidado)  que  murió 
en  un  desafío. 

2.  Todas  las  ediciones  antiguas  de- 
cían libros  de  entendimiento.  El  error 
de  la  imprenta  era  claro,  y  el  mismo 
Cervantes  llama  á  esta  clase  de  libros 


(o)  Acto  II,  esc.  II.  —  (6)  T.  II,  cap.  XII. 


(a)  Lib.  IV. 


r>inMi:nA  pahik.   —  CMMTrr.o  vi 


í)0 


Solii'in.i,  l>i<'ii  los  |»ii(mI('  vnoslrn  iikm'í'cíI  miiiid.ir  (jiiomar  como  ¡'i 
los  (IciMMs;  poiíinc  no  scrí.i  miii(;1io  (|ii(í  luilticiido  síuiíkIo  mi  señor 
lío  ele  la  ('iilVrim'(la<l  caballeicsca,  líiyentlo  cslos  se;  l(;  anUjjase 
tle  hacerse  paslor'  y  amlarscí  pm'  los  bosques  y  j>ra(Jos  caiilando 
y  lañciulo,  y  lo  que  seiía  peor,  hacerse  poeta,  que  según  dicen  es 
enfermedad  incurable  y  pegadiza  ^.  Verdad  dice  esla  doncella, 
dijo  el  Cura,  y  será  bien  quitarle  A  nuestro  amigo  este  tropiezo  y 
ocasión  delante.  Y  pues  comenzamos  por  la  Diana  de  Monte- 
mayor,  soy  de  parecer  que  no  se  queme,  sino  que  se  le  quite  todo 
ncpiello  que  trata  de  la  sabia  Felicia  y  de  la  agua  encantada,  y 
casi    todos    los    versos    mayores  ^,    y   quédesele    enhorabuena    la 


de  entrelenimien/o  en  la  dedicatoria 
del  I'érsiles.  Peliicer  fué  el  primero  que 
propuso  enuiendarlo,  y  sustituir  á  en- 
lenilimienfo  enlrelenimienlo ;  pero  no 
se  íiecidió  ;i  liaccrlu.  La  Academia 
Española  atloptó  la  enmienda  en  su 
edición  del  año  1819;  y  ojal.i  hubiera 
hecho  1"  mismo  otras  veces,  en  que  la 
evidencia  del  error  y  el  justo  crédito  de 
que  goza  tan  distinguido  Cuerpo  lo  au- 
torizaban para  restiiuir  la  verdadera 
lección,  y  rectificar  el  texto  del  Quijote. 

1.  Ríos  dijo  (a)  que  en  este  pasaje 
se  previno  ya  la  ijraciosa  mania  de 
hacerse  pastor,  en  que  dio  D.  (Quijote 
después  de  vencido  en  Barcelona:  pero 
no  juzgo  yo  que  se  tratase  aquí  de  pre- 
parar para  en  adelante  el  proyecto  de 
la  pastoral  Arcadia;  más  bien  creyera 
que  el  proyecto  nació  de  lo  que  se 
había  dicho  aquí  ;  en  suma,  que  esto 
no  se  puso  por  aquello,  sino  aquello 
por  esto. 

2.  Esta  expresión,  y  aun  todo  este 
discurso,  no  es  verosímil  ni  asienta 
bien  en  boca  de  la  Sobrina,  muchacha 
sencilla  é  ignorante.  Por  lo  demás,  el 
pensamiento  es  antiguo,  y  la  mofa  de 
los  poetas  se  halla  repetida  frecuente- 
mente en  los  libros,  desde  el  otro  en 
que  se  pintó  al  melriUcador  furioso  á 
manera  de  bestia  feroz  que,  rompiendo 
la  jaula,  embiste  á  los  pasajeros  y  ase- 
sina con  la  lectura  de  sus  versos  á 
doctos  é  indoctos,  ó  como  sanguijuela 
que  no  suelta  á  su  oyente  hasta  que  le 
ha  chupado  toda  la  paciencia.  D.  Fran- 
cisco de  Quevedo  incluyó  en  su  Gran 
Tacaño  [h]  una  pragmática  contra  los 
poetas,  compuesta  por  uno  que  lo  fué 
y  se  recogió  á  buen  vivir,  donde  se  ¡es 

la)  Análisis,  lu'im.  98.  —  (6)  Cap.  X. 


declara  por  locos.  Cervantes  había  pre- 
cedido á  Quevedo  en  la  idea  de  ridicu- 
lizar los  vicios  de  los  poetas  en  tono 
y  forma  de  pragmática,  como  puede 
verse  en  las  Ordenanzas  de  Apoto,  in- 
sertas al  fin  del  \  kije  al  Parnaso. 

3.  La  censura  que  hace  Cervantes 
de  la  Diirna  de  Moutemayor  es  jü^ta, 
pero  más  severa  de  lo  que  corres- 
ponde á  la  indulgencia ordinariade  Cer- 
vantes. Jorge  Muntemayor,  imitando  á 
Jacobo  Sanazaro  en  su  Arcadia,  escri- 
bió su  Diana  novela  p.istoril  en  que 
todo  debió  ser  sencillo  y  natural,  como 
lo  es,  o  se  supone  ser.  el  carácter  ile 
los  pastores  ;  de  ella  debió  proscribirse 
todo  lo  maravilloso  y  magnifico.  Á 
pesar  de  esta  regla,  dictada  por  la  esen- 
cia de  su  argumento,  y  que  halh'»  ob- 
servada por  los  antiguos  buciilicos  j 
por  el  mismo  Sanazaro,  Montemayor, 
arrastrado  al  parecer  por  el  gusto  ge- 
neral de  su  tiempo,  introdujo  entre 
otros  incidentes  pastoriles  }•  propios 
de  su  fábula,  no  sólo  las  ficciones  y 
deioades  de  la  Mitología  griega,  sino 
también  los  palacios  y  encantos  de  la 
sabia  Felicia,  personaje  tomado  de  las 
aventuras  mágicas  de  los  libros  caba- 
llerescos, que  ocupa  gran  parte  de  la 
novela.  En  el  libro  V  de  la  Diana, 
sacando  Felicia  dos  vasos,  dio  á  beber 
del  uno  al  pastor  Sireno,  y  del  otro  á 
Silvano  y  Selvagia;  y  después  que 
durmieron  un  rato  profundamente.  Fe- 
licia les  tocó  la  cabeza  con  cierto  libro, 
y  despertaron,  Sireno  libre  de  los 
amores  de  Diana,  y  Silvano  y  Selvagia 
mutuamente  enamorados,  siendo  antes 
muy  distintas  sus  inclinaciones.  He 
aquí  el  agna  encantada  de  que  habla 
Cervantes. 

\o  anduvo  éste  menos  risruroso  con 


100 


DON    OCIJOTK    DK    LA    MANCHA 


prosa  Y  la  honra  de  ser  primero  en  semejantes  libros  ^  Este  que 
se  sig'ue,  dijo  el  Barbero,  es  La  Diana,  llamada  Segunda  del  Sal- 
mantino 2  ;  y  ésle,  otro  que  tiene  el  mismo  nombre,  cuyo  autor 


los  versos  que  llama  mayores  de  Jorge 
de  Montemayor,  entre  los  cuales  se  ven, 
con  efecto,  iniiohos  de  corto  mérito; 
mas  bien  puiliera  haberle  elogiado  por 
los  de  arte  menor  d  redondillas  y  co- 
plas castellanas,  en  que  soliresalió.  y  á 
veces  íué  Montemayor  inimitable.  Lin- 
dísimas son  las  de  Sireno,  q\ie  primero 
favorecido  y  después  olvidado  de  Diana, 
dirigía  los  siguientes  versos  á  unos 
cabellos  cogidos  con  un  cordón  de 
seda  verde,  memoria  de  los  pasados 
favores  de  su  pastora  : 

Cabellos,  ¡cuánta  mudanza 
he  visto  después  que  os  vi, 
V  cuan  mal  parece  ahí 
esa  color  de  esperanza!... 

i  Ay,  cabellos,  cuántos  días 
la  mí  Diana  miraba 
si  os  traía  ó  si  os  dejaba, 
y  otras  cien  mil  niñerías! 
¡  Y  cuántas  veces  llorando 
(¡  ay  lágrimas  engañosas!) 
pedía  celos  de  cosas 
de  que  yo  estaba  burlando ! 

l.os  OJOS  que  me  mataban, 
decid,  dorados  cabellos, 
¿qué  culpa  tuve  en  creellos, 
pues  ellos  me  aseguraban? 

¿  No  vistes  vos  que  algún  día 
mil  lágrimas  derramaba, 
hasta  que  yo  le  juraba 
que  sus  palabras  creía?... 

Sobre  el  arena  sentada 
de  aquel  río  la  vi  yo, 
do  con  el  dedo  escribió 
antes  muerta  que  mudada. 
Miren  amor  lo  que  ordena, 
que  un  hombre  llegue  á  creer 
cosas  dichas  por  mujer 
y  escritas  en  el  arena  (a). 

1.  Debe  entenderse  primero  en  Es- 
puü/i,  porque  el  inventor  moderno  del 
género  bucólico  mezclado  de  prosa  y 
verso  fué,  como  ya  se  insinuó,  .larobo 
Sanazaro,  célebre  poeta  napolitano, 
autor  de  la  Arcadia,  primera  novela 
pastoral  de  cta  clase.  Sanazaro  nació 
el  año  de  14.i8,  y  murió  el  de  1.532.  Su 
fábula  se  tradujo  en  castellano  por 
Diego  López  de  Ayala,  Canónigo  de 
Toledo,  quien  la  imprimi('i  en  lo47. 
Tanto  la  trnducción  como  el  original 
pudieron  inspirar  á  Montemayor  la  idea 

(rt)  Lib.  I, 


de  su  Diana.  Sanazaro  celebró  en  la 
Arcadia  á  Carmosina  Bonifacia  bajo  el 
supuesto  nombre  de  Amaranla  ó  de 
Fili.  que  hasta  en  esto  dio  en  qué 
imitar  á  Montemayor.  Cervantes,  que 
estuvo  en  Italia,  que  levó  y  amó  ;i  los 
poetas  clásicos  de  aquella  culta  región, 
que  visitó  la  patria  de  Sanazaro,  que 
pisó  sus  rúas  más  de  un  año  y  noiubn') 
las  égl(»gas  de  Sanazaro  al  fin  del  Qui- 
jote, no  pudo  decir  sin  alguna  limita- 
ción que  la  Diana  de  Montemayor  era 
el  primero  en  semejantes  libros.  Siguie- 
ron también  la  escuela  de  Sanazaro,  y 
escribieron  fábulas  pastoriles  mezcla- 
das de  prosa  y  verso,  después  de  Jorge 
Montemayor,  sus  continuadores  Alonso 
Pérez  y  Gil  Polo,  el  mismo  Cervantes 
en  su  (ialafea,  LuisGálvez  de  Montalvo 
en  su  Pastor  de  Filida,  Lope  de  Vega 
en  su  Arcadia,  Bernardo  de  Valbuena 
en  el  Siqlo  de  oro.  y  otros  autores  de 
menor  crédito  en  nuestra  literatura. 

Tanto  los  libros  caballerescos  como 
las  novelas  pastoriles  métricoprosaicas 
nacieron  fuera  de  Espai'ia  :  Portugal 
fué  la  primera  parte  de  la  península 
donde  se  naturalizaron.  Vasco  Lubeira 
y  Jorge  de  Montemayor  fueron  los  fun- 
dadores de  estos  dos  ramos  de  litera- 
tura que  ocuparon  por  mucho  tiempo 
las  plumas  y  las  prensas  españolas,  y 
que  ahora  yacen  poco  menos  que  olvi- 
dados en  los  estudios  de  los  curiosos 

2.  La  celebridad  de  la  Diana  de 
Jorge  de  Montemayor  produjo  el  em- 
peño de  proseguir  su  argumento,  y  el 
año  de  loBi  se  imprimieron  dos  diver- 
sas continuaciones.  Una  fué  la  de 
Alonso  Pérez,  médico  de  Salamanca, 
en  ocho  libros,  que  se  imprimió  en 
Alcalá  dicho  año.  D.  Juan  Antonio 
Mayáns.  en  el  prólogo  de  su  edición 
del  Pastor  de  Fitida,  dijo  que  Alonso 
Pérez  era  amigo  de  Montemayor  y  quf 
coinunicó  con  él  la  idea  de  su  obr.i  : 
pero  si  fué  así,  no  acertó  á  copiar  siil 
t)ellezas,  y  sólo  copió  sus  defectos  Ks 
palacio  encantado  de  la  sabia  Felicia 
sigue  siendo  el  teatro  de  una  f.íhula 
pastoril,  y  Felicia  ejerciendo  su  oficio 
de  profetisa.  Nótase  la  misma  mezcla 
de  costumbres  modernas  y  antiguas,  la 
intervención  de  ninfas  y  libaciones  gen- 


i'iiiMi:n.\   i'Aiiii:.  —  caimti  i.o  vi 


101 


(>s  Gil  Polo*.  I'iics  l;i  (Id  Snliiüintiiio,  respondi*'»  el  Cmim,  .•icoin- 
|)aM('  y  iicrerit'iil»'  el  iu'imkmo  de  los  coiideiunlo.s  al  cdrral  ;  y  la  de 
(lil  l*()l()  s(í  guarílc  coiiK)  si  fuera  del  mismo  Apolo  :  y  píise  ade- 
lante, señor  compadre,  y  démonos  priesa,  ([uc  se  va  haeicntJo 
larde,  lisie  libro  es,  dijo  el  Barbero  abriendo  olro,  Los  diez  libros 
de  Fortuna  de  amor,  compuestos  por  Antonio  de  Lofraso  ^,  poela 


lilicas  en  los  convites,  junto  nm  l;i 
nicni'ion  del  Condado  de  Santisteban. 
l>a  descripción  del  cayado  del  pastor 
Delicio  contiene  ni.ís  erudición  niiloli'i- 
fíica  (pie  la  de  las  puertas  del  templo 
(le  la  Sibila  en  Virgilio.  Kl  año  de  l.'jli 
se  repitió  en  Venecia  otra  edición  de  la 
Diana  del  Salmantino,  corregida  por 
Alonso  L'Uoa  (a). 

La  otra  continuación  fué  la  de  Gaspar 
Gil  Polo,  que,  con  el  titulo  de  Diana 
i'iiamorada,  la  imprimió  en  la  ciudad 
de  Valencia,  su  pitria,  dedicíindola  ;í 
Doña  Jerónimade  Castro,  que  acaso  es 
la  señora  de  este  nombre  celebrada  por 
.Monlemayor  entre  las  damas  aragonesas 
del  Canto  de  Offeo.  Después  se  repi- 
tieron varias  ediciones  dentro  y  fuera 
del  reino,  en  .\mberes,  París,  Bruselas 
y  Londres.  Don  Francisco  Cerda  la 
publicó  de  nuevo  en  Madrid  el  año  de 
n"8  con  eruditas  notas  al  Canto  del 
Furia,  destinado  á  celebrar  los  poetas 
valencianos,  que  Gil  Polo  insertó  en  el 
libro  tercero,  á  imitación  del  Canto  de 
Orfeo,  que  Montemayor  puso  eu  su 
libro  cuarto  en  elogio  de  las  damas 
españolas. 

Gil  Polo  no  está  totalmente  exento 
de  los  defectos  que  se  notan  en  Monte-, 
mayor;  pero  compile  con  él  en  las  co- 
plas de  arte  menor,  como  cuando  canta 
de  la  desdeñosa  Galatea,  que,  jugue- 
teando á  la  orilla  del  mar, 

Junto  al  agua  se  ponía, 

Y  las  ondas'aguardaba, 
y  en  verlas  llegar  huía; 
Pero  á  veces  no  podía, 

Y  el  blanco  pie  se  mojaba. 

Y  su  amante  Licio,  que  se  hallaba 
presente,  le  decia  : 

Mnfa  hermosa,  no  te  vea 
Jugar  con  el  mar  horrendo  ; 

(a)  La  Diii.na  ejerció  gran  influencia  en  la 
literatura  francesa  y  (lió  lugar  á  una  gran 
serie  de  novelas  pastoriles,  entre  las  que  me- 
rece especial  mención  la  Asfrea  de  Honorato 
de  Urfe.  {M.  de  T.j 


Y  anuípie  más  phicer  te  sea, 

Ulive  del  mar.  (ialatea, 

Gomo  estas  de  Licio  huyendo  (a). 

En  los  versos  mayores  excedió  Gil 
i'olo  á  .Montemayor  :  éste  os  muy  des- 
igual y  á  las  veces  cansa;  .\lonso  Pérez 
siempre  fastidia;  Gil  Polo  se  lee  con 
placer.  El  juicio  que  por  boca  del  Cura 
hizo  Cervantes,  es  justo  en  el  fondo  : 
sólo  pudiera  tacharse  de  algo  de  aspe- 
reza en  el  artículo  de  Montemayor,  y 
de  exageración  amistosa  en  el  de  Gil 
Polo. 

d.  La  falta  de  la  coñaa  que  sigue  á 
e'sle,  obscurece  y  deja  pendiente  el  sen- 
tido en  las  ediciones  anteriores.  Y  éste 
(decía  el  Barhero  mostrando  un  libro 
que  tenía  en  la  mano)  e.v  otro  libro  que 
tiene  el  mismo  nombre  y  cuyo  autor  es 
Gil  Polo. 

2.  Antonio  de  Lofraso  publicó  en 
Barcelona  el  año  de  lo'S  Los  diez  libros 
de  Fortuna  de  Amor,  que  dedicó  al 
Conde  de  Quirra  :  libro  mezclado,  como 
los  anteriores,  de  verso  y  prosa,  cuyo 
argumento  son  los  honestos  y  apacibles 
amores  del  pastor  Frexanoy  de  la  her- 
mosa pastora  Fortuna,  ocultiindose  al 
parecer  el  autor  bajo  el  nombre  de 
Frcrano  por  alusit')n  ;í  síi  apellido 
Lofraso,  que  en  el  dialecto  sardo  signi- 
fica el  fresno. 

Concluye  la  obra  con  una  composi- 
ción intitulada  Testamento  de  amor, 
que  consta  de  168  versos  en  56  tercetos, 
cuyas  iniciales  dicen  :  Antony  de  Lo- 
fraso sari  de  Lalyuer  me  feeyt  estanl 
en  Barselona  en  lany  myl  y  sinc.osenls 
setanla  y  dos  per  dar  fy  al  present 
lybre  de  Fortuna  de  Atnor  compost  per 
servysy  de  lylustre  y  my  señor  Cante 
de  Quirra. 

\  pesar  de  que  el  libro  se  califica 
aquí  expresamente  de  disparatado,}' áe 
que  los  elogios  del  Cura  son  evidente- 
mente irónicos,  movido  de  ellos  Pedro 
Pineda,  maestro  de   lengua  castellana 

(a)  Canción  de  Xcrea,  lib.  IH. 


102 


l)()N    Ol  I.KJTIi    DK    I. A    MANCHA 


sardo.  í*or  las  (hvIcmos  que  rccibi,  dijo  el  Cura,  que  desde  que 
Apolo  fur  Apolo  y  las  musas  musas,  y  los  poetas  poetas,  tan  gra- 
cioso ni  tan  disparatado  libro  como  ese  no  se  ha  compuesto,  y  que 
por  su  camino  es  el  mejor  y  el  más  único  de  cuantos  deste  género 
han  salido  á  la  luz  del  mundo,  y  el  que  no  le  ha  leído  puede  hacer 
cuenta  que  no  lia  leído  jamás  cosa  de  gusto.  Dádmele  acá,  compadre, 
que  precio  más  haberle  hallado  que  si  me  dieran  una  sotana  de  raja 
de  Florencia.  Púsole  aparte  con  grandísimo  gusto,  y  el  Barbero 
prosiguió  diciendo  :  éstos  que  se  siguen  son  El  Paalor  de  Iberia^, 


en  In^'Iaterra.  lo  reimprimió  en  I.omiies 
el  año  de  1140,  coiiio  proiliiccióii  apre- 
ciahle  por  su  hnii'lad,  elec/ancia  ij  arju- 
deza,  y  eiicomiadíi  por  el  águila  de  la 
leiií/ua  española  Miguel  de  Cervantes 
Saavedra. 

Volvii'i  Cervantes  á burlarse  del  nove- 
lista sardo  en  su  I  iaje  al  l'arnaso  Ui), 
donde  cuenta  que.  al  paso  entre  Escila 
y  Carihdis,  trat.indose  de  arrojar  de  la 
¿'alera  al";ún  [lasaj-ro,  con  el  que  ceba- 
dos aquellos  monstruos  dejasen  pasar 
el  bajel,  dijo  Mercurio  : 

Mire  si  pupde  en  la  galera  hallarse 
Alpúii  poeta  (iesdichado  acaso. 
Que  á  las  fieras  gargantas  pueda  darse. 

Buscáronle,  y  hallaron  á  I.ofraso, 
Poela  militar,  sardo,  que  estaba 
Desmayado  á  na  rincón,  niarchiloy  laso. 

QuH  á  sus  diez  libros  de  Fortuna  andaba 
Añadiendo  otros  diez... 

Gritó  la  chusma  toda:  al  mar  se  arroje, 
Vaya  Lofraso  ai  mar  sin  resistencia. 
Por  Píos,  dijo  Mercurio,  que  me  enoje. 

;.  Cómo?¿Y  no  sera  cargo  de  conciencia, 

Y  grande,  eijhar  al  mar  tanta  poesía  ?.  . 

Viva  Lofr.'isn  en  tanto  que  dé  al  (lia 
Apolo  luz,  y  en  tanto  (¡iie  los  hombres 
Tengan  discreta,  alegre. fantasía. 

Tocante  a  ti,  I.ofraso,  los  renombres 

Y  epítetos  de  aijudo  y  de  sincero, 

Y  gusto  que  mi  cómitre  te  nombres. 

Esto  dijo  Mercurio  al  caballero. 
El  cual  en  la  crujía  en  pie  se  ¡niso 
Con  un  reben()ue  despiadado  y  liero  : 

Creo  que  de  sus  versos  le  compuso. 

Después,  en  el  mismo  capítulo,  di- 
ciendo Lofraso  (pie  veia  á  las  musas 
solazarse  entre  unas  matas, 

.Si  tú  tal  ves.  dijo  Mercurio,  olí  sardo 
Poeta,  que  me  corten  las  orejas... 

Diiiie,  ¿por  que  algún  tanto  no  te  alejas 
De  la  ignorancia,  pobrctón.  y  adviertes 
Lo  que  cansan  tus  riini-:  oiitns  quejas? 


(rt)  Cap.  IlL 


Finalmente,  en  el  capitulo  VII,  se 
cuenta  que  al  empezar  el  combate  se  le 
desertaron  .i  Apolo  unos  cuantos  poetas, 
y  sigue  Cervantes  : 

Tú.  sardo  militar  Lofraso,  fuiste 
Uno  de  aquellos  bárbaros  coriientes. 
Que  del  contrario  el  número  creciste. 

Estos  pasajes  explican  suGciente- 
mente  la  naturaleza  ile  los  elogios  que 
se  dan  al  libro  de  Lofraso  en  el  escru- 
tinio, y  lo  que  hacia  que  el  Cura  lo  pre- 
firiese á  una  sotana  de  raja  de  Floren- 
cia, que,  era  tela  estimada  en  aquella 
época  A  la  cuenta,  al  Cura  le  sucetiia 
lo  mismo  que  á  un  gran  personaje  de 
estos  últimos  tiempos,  el  cual,  sabiendo 
que  le  motejaban  deque  asistía  alfjuna 
vez  ;i  las  funciones  de  cierta  compañía 
de  malísimos  representantes,  dijo  que 
tanto  le  divertían  las  comedias  extre- 
madamente malas  como  las  buenas. 
•  1.  El  Puntar  de  Iberia^  compuesto 
por  Bernardo  de  la  Vega,  gentilhombre 
andaluz,  y  diiigido  á  1).  Juan  Téllez 
Girón,  Duque  de  Osuna  y  Conde  de 
Ureña,  Sevilla,  1;)91  :  otra  novela  pas- 
toril en  verso  y  prosa,  que  consta  de 
cuatro  libros.  Pellicer.  siguiendo  á 
D.  Gregorio  .Mayáns  <a),  da  por  sentado 
lo  que  din  sólo  como  conjetura  D.  Ni- 
colás Antonio,  á  saber  :  que  Uernardo 
de  la  Vega  fué  natural  de  Madrid,  Cami- 
nigo  de  Tucumán  i'a\  y  autor  de  olra=- 
obras  mencionadas  en  la  liihlioleco 
Hispana  :  pero  no  convienen  las  patria*, 
y  lo  contradicen  también  los  indicios 

(«)   ViJa  de  Cenantes,  núm.  113. 

(a)  De  Tucumán.  —  Acerca  de  este  poeta  y 
de  sus  obras  da  interesantes  notici  is  Meu'-r."- 
dez  Felayo  en  su  Anloloyin  d'  pOf-fa»  hia/in- 
noaniericanos,  tomo  IV,  pág.  xcvii  v  si- 
guientes. (M.  de  ^.) 


I'KIMKKA     l-AIlTi:.    —    CAI'í'Il  I.O    VI 


i();{ 


Ninfas  de  Henares  *  y  Desengaño  de  celos  ^.  Pues  no  liav  más 
que  hacer,  dijo  el  Cura,  sino  entrop;arlos  al  brazo  sc^^lar  úcl 
Aína,  y  no  se  me  pregunte  el  por  (pié,  (pie  sería  nunea  acabar. 
Este  (pie  viene  es  El  Pnslor  de  FüUln'-K  No  es  ese  pastor,  dijo  el 


que  pueden  sacarse  del  presente  libro, 
mucho  más  si,  como  en  él  se  insimia, 
los  sucesos  son  verdarjeros. 

El  lenguaje  es  malo;  se  truecan  los 
tiempos  de  los  verbos,  y  se  encuentran 
solecismos.  La  invención  corresponde 
al  lenguaje.  El  pastor  Filardo,  que  hace 
el  primer  papel  en  la  novela,  es  perse- 
guido por  sospechas  de  asesinato  ;  le 
prende  el  algucil  de  la  aldea;  se  libra 
por  el  favor  de  dos  padrinos  que  tiene 
en  Sevilla;  se  embarca  en  Sanlúcar  ; 
vuélvenle  á  prender  en  Canarias ; 
vuelve  ií  librarle  otro  padrino.  La  pas- 
tora Marfisa,  amante  de  P'ilardo,  hace 
tantos  ó  más  versos  que  su  pastor,  y 
éste  los  hace  llenos  de  erudición  mito- 
hígica  é  histórica,  y  alegando  á  Pla- 
tón, á  Nebrija  y  al  Concilio  de  Trente. 
Entre  otras  lindezas  escribía  Filardo  á 
su  padrino  de  Canarias  : 

En  España  pase  vida  tranquila 
(rozando  con  quietud  mis  verdes  años, 
No  envidiando  á  Néstor  ni  á  la  Sibila. 

Con  razón,  pues,  contó  Cervantes  á 
Bernardo  de  la  Vega  entre  los  malos 
poetas  que  asaltaban  el  Parnaso  : 

Llegó  el  pastor  de  Iberia,  aunque  algo  tarde, 
Y  derribo  catorce  de  los  nuestros. 
Haciendo  de  su  ingenio  y  fuerza  alarde. 

Bien  hizo  el  Cura  en  entregarlo  al 
brazo  seglar  del  Ama. 

1.  No  he  visto  este  libro.  Pellicer 
dice  que  su  titulo  entero  es  :  Primeva 
parte  de  las  ninfas  y  pastores  de 
Henares.  Dividida  en  seis  libros.  Com- 
puesta por  Bernardo  González  de 
Bobadilla.  estudiante  en  la  insigne 
Universidad  de  Salaw.anca  :  Alcalá. 
1557.  Añade  Pellicer  que  el  autor  diré 
de  sí  en  el  pn'ilogo  que  era  nntural  de 
las  Islas  Canarias,  y  recuerda  la  recon- 
vención que  un  mal  poeta  dirigía  á 
Cervantes  por  la  presente  censura, 
allá  en  el  Parnaso,  (iiciéndole  desde  el 
borde  de  la  nave  donde  venia  : 

Fuiste  envidioso,  descuidado  y  tardo, 
Y  á  las  Ninfas  de  Henares  y  Pastores 
Como  á  enemigos  les  tiraste  un  dardu. 

2.  Desengaño  de  celos  :  novela  pas- 


toril en  prosa  y  verso,  en  seis  libros, 
por  Bartolomé  López  de  nciso,  natu- 
ral de  Tendilla,  quien  la  dedicó  á 
D.  Luis  Knrlquez,  Conde  de  Melgar.  En 
ella  se  propuso  su  autor  mostrar  los 
males  y  engaños  de  los  celos.  La 
escena  es  en  la  orilla  del  Tajo  y  la 
época  debió  ser  muy  antigua,  si  se 
atiende  al  uso  continuo  que  sus  in- 
terlocutores hacen  de  lus  ficciones  y 
personas  de  la  Mitología  griega.  Los 
pastores  hablan  á  cada  paso  de  Júpi- 
ter, Palas,  Venus  y  demás  deidades 
gentílicas  :  el  pastor  Laureno  cita  á 
Homero  y  Virgilio,  y  ponderando  la 
hermosura  de  su  pastora,  teme  no 
lleguen  á  verla  Júpiter,  Apolo  ó  Mer- 
curio ;  hácese  mención  de  las  historias 
de  Leandro  y  Ero,  de  Piramo  y  Tisbe, 
de  Céfalo  y  Procris,  de  Tereo  y  Progne, 
del  juicio  de  Paris,  de  la  muerte  de 
Adonis,  y  otras  muchas  de  la  misma 
clase  :  las  ninfas  del  Tajo  alternan  con 
las  pasturas,  pesar  de  tantos  indicios 
y  señales  de  antigüedad,  los  usos,  los 
trajes,  los  instrumentos  mi'isicos  son 
modernos;  y  porque  haya  de  todo,  se 
describe  también  un  palacio  fatídico, 
donde  entran  los  pastores  conducidos 
por  una  ninfa,  y  encuentran  las  esta- 
tuas de  Carlos  V,  Felipe  II,  D.  Juan  de 
Austria,  Felipe  III,  y  de  las  Infantas 
sus  hijas  y  hermanas;  y,  por  último, 
la  ninfa  introductora  anuncia  á  los 
pastores  que  vendrá  tiempo  en  que  los 
sucesores  de  aquellos  Príncipes  domi- 
narán la  mayor  parte  del  mundo,  y  en 
solos  ellos  se  sustentará  la  religiim 
cristiana.  Tal  es  la  pepitoria  que  con- 
tiene esta  fábula,  la  cual  acaba  ame- 
nazando con  segunda  parte. 

3.  Otra  de  las  composiciones  que 
produjo  en  España  la  imitación  de  la 
Arcadia  de  Sanazaro.  Imprimióse  la 
primera  vez  en  Madrid  el  año  de  1582, 
con  este  título  :  El  Pastor  de  Filida, 
compuesto  por  Luis  Gálvez  de  Montalvu. 
gentilhombre  cortesano  :  título  á  que 
aludió  sin  duda  el  Cura  cuando  dijo  : 
no  es  ese  pastor,  sino  muí/  discreto 
cortesano.  Después  se  repitieron  otras 
ediciones.   Fué    Montalvo   de   familia 


lOi 


DON    oriJOTK    I)K    I.A    .MA\<;ilA 


Cura,  sino  muy  disci'elo  corLesaiio  ;  guárdese  como  joya  preciosa. 
Este  í^i-ande  que  in[ui  viene  se  iulilula,  dijo  el  Barbero,  Tesoro  de 
varias  poesías  * .  Como  ellas  no  fueran  lanías,  dijo  el  Cura,  fueran 


aiulaluzu,  pero  nució,  según  indicji  la 
uiisnia  novela,  en  Guadalajara,  y  sir- 
vió) (le  {gentilhombre  en  casa  de  los 
Duques  del  Inlunlado.  La  proximidad 
de  Guadalajara  y  Alcací,  uatrias  de 
Monlalvo  y  Cervantes,  pueiie  explicar 
la  amistad  que  ambos  se  profesaron, 
elogiándose  mutuanieute  en  sus  escri- 
tos. II izólo  (Cervantes  aquí  y  en  su 
Galalen,  donde  celebró  ;i  su  amigo 
bajo  el  nombre  de  Siralho,  que  él 
mismo  había  tomado  para  si  en  el 
Pastor  de  Filida.  Montalvo  sobresalió 
en  las  composiciones  de  arte  menor, 
en  que  también  se  aventajaron,  como 
dijimos,  Jorge  de  Montemayor  y  Gil 
Polo. 

Según  indica  Lope  de  Vega  en  el 
prólogo  de  su  Isidro,  Luis  Gñívez  pasó 
los  últimos  años  de  su  vida  en  Italia. 
Don  Juan  Antonio  Maj'áns,  en  el  pr<'i- 
logo  á  la  edición  úel  Fuslor  de  Fitida 
que  hizo  en  Valencia  el  año  de  1192, 
conjeturó  que  su  muerte  fué  anterior 
al  año  de  1614,  puesto  que  Cervantes 
no  hizo  mención  de  él  en  el  Viaje  ilel 
Parnaso  publicado  en  dicho  año  ;  pero 
aun  puede  estrecharse  mucho  m;is, 
con  alguna  verosimilitud,  este  plazo. 
Lope  dijo  en  el  lugar  citado,  que  la 
muerte  de  Luis  Gálvez  fué  siibita,  y  en 
el  Laurel  de  Apolo,  que  murió  en  la 
Puente  de  ^'^cí7/a.  Esta  expresión  debii'i 
aludir  .i  algún  suceso  notable  de 
aquellos  tiempos,  y  se  ajusta  sin  difi- 
cultad al  que  refiere  Fray  Diego  de 
Haedo  en  la  dedicatoria  de  su  Topo- 
grafin  de  Arr/el.  Era  (dice,  por  los 
años  de  15D1)  Virrey  de  Sicilia  el  señor 
D.  Diego  Euriquez  de  Guznuín,  Conde 
de  Alba  de  Liste,  el  cual,  habiendo 
salido  de  Palermo  á  visitar  aquel  reino, 
ú  la  vuelta,  como  venia  en  galeras, 
hizo  la  ciudad  un  puente  desde  tierra 
que  se  alargaba  á  la  mar  jnns  de  cien 
pies  para  que  allí  abordase  la  popa  de 
la  galera  donde  venia  el  seTior  Virrey  g 
desembarcase,  y  como  Palermo  es  la 
corte  del  reino,  acudió  lo  más  granado 
ti  este  recibimiento...  y  con  la  mucha 
gente  que  cargó,  antes  que  abordase  la 
galera  dio  el  puente  á  la  banda,  de 
inanei'U  que  cayeron  en  el  mar  más  de 
quinientas  personas...  donde  se  anega- 


ron más  de  treinta  hombres.  lie  aquí 
designada  verosímilmente  la  Puente 
de  íSicilia,  de  la  que  hacia  el  año 
de  l.J'Jl  cayeron  al  mar  y  perecieron 
súbitamente  treinta  personas.  Una  de 
ellas  debió  de  ser  el  l'astor  de  Fitida. 

1.  Compuesto  por  Pedro  de  Padilla, 
dirigido  al  Ahnirante  D.  Luis  Enriquez, 
Duque  de  .Medina  y  Conde  de  Módica, 
é  impreso  en  Madrid,  año  de  1.j7o. 
Dicese  que  Pedro  de  Padilla  fué  natu- 
ral de  Linares  y  caballero  del  hábito  de 
Santiago;  que  ya  de  edad  madura  pro- 
fesó el  orden  ae  religiosos  carmel  i  las 
en  el  convento  de  .Madrid,  y  que  vivió 
á  lo  menos  hasta  el  año  de  1599.  Pero 
de  la  expresión  de  Cervantes  el  autor 
es  amigo  mío,  puede  inferirse  que  Pa- 
dilla vivía  aún  en  el  año  de  160.5, 
cuando  se  publicó  la  primera  parte  del 
QuuOTE.  El  juicio  que  aquí  formó  Cer- 
vantes del  Tesoro  de  varias  poesías  es 
el  que  casi  con  las  mismas  palabras 
expresó  después  D.  Nicolás  Antonio, 
el  cual  lo  juzgó  digno  de  elogio,  si 
deinas  pauca  quaedatn  humiliter  dicta. 
Esto  alude  á  varias  composiciones  del 
Tesoro,  en  que  se  remedan  con  sobrada 
naturalidad  las  escenas  y  el  lenguaje 
de  gente  rústica  y  tosca,  como  el 
romance  de  la  eleccit'tn  del  Alcalde  de 
Bamba;  las  bodas  pastoriles,  misce- 
lánea de  toda  clase  de  versos;  las 
estancias  sobre  el  casamiento  de 
Martin  Salado  con  Mari-García;  la 
ensaladilla  en  que  se  describe  un  ba- 
teo con  los  amores  de  un  sacristán  que 
baila  con  sotana  y  bonete,  y  otras 
composiciones  de  igual  (dase.  Cervantes 
insinuó  también  que  las  poesías  de 
esta  colección  eran  muchas,  y  por  eso 
menos  estimadas;  porque,  en  efecto, 
siendo  excesivo  el  número  de  poesías 
reunidas  en  un  mismo  género,  aunque 
sean  buenas,  el  lector  se  cansa  y  se 
duerme,  como  sucede  con  el  Tesoro  de 
Padilla.  Las  obras  heroicas  y  levanta- 
das que  aquí  se  citan  son  el  Jardín 
espiritual,  las  églogas  y  otras  que  por 
la  mayor  parle  escribió  Pedro  de  Pa- 
dilla siendo  ya  religioso,  y  cuyo  catá- 
logo puede  verse  en  la  Biblioteca  de 
D.  Nicolás  Antonio.  El  Marqués  de 
Valdeflores,    D.   José  Luis  Velázquez, 


iMUMKKA  i'.\r<ri:.    —  caimii  i.o  vi  10!) 

iiiíis  eslimadas  :  menester  es  (jue  esle  libro  se  escarde  y  limpie 
de  al<;uMas  hajo/.as  (|ue  entre  sus  grandezas  tiene  :  ííiiárdese, 
porque  su  autor  es  ainif^'^o  mío,  y  por  respeto  de  otras  más  lieroieas 
y  levantadas  ohras  (pui  lia  (íserito.  Esle  es,  si<(uió  el  l>ail)ero, 
El  CaiK-ioncro  de  López  Maldonado^ .  También  el  autor  dése  libro, 
i-eplicó  el  Cura,  es  grande  amigo  mío,  y  sus  versos  en  su  boca 
admiran  á  quien  los  oye,  y  tal  es  la  suavidad  de  la  voz  con  que 
los  cania,  que  encanta  :  algo  largo  es  en  las  églogas,  pero  nunca 
lo  bueno  fué  mucho  ;  guárdese  con  los  escogidos.  ¿  Pero  qué  libro 
es  ese  que  está  junio  á  él?  La  Galalea  de  Miguel  de  Cervantes^ 
(lijo  el  Barbero.  Muchos  años  ha  que  es  grande  amigo  mío  ese 
Cervantes,  y  sé  que  es  más  versado  en  desdichas  que  en  versos^. 


en  sus  Oricjenc.s  de  la  poesía  castellana^ 
dice  que  las  églogas  de  Padilla  son 
casi  tau  buenas  como  las  de  Garcilaso. 
ü.  Marlin  Fernández  de  Navarrete,  en 
la  Vida  de  Cervantes,  recogió  con  su 
acostumbrada  diligencia  los  documen- 
tos que  prueban  la  amistad,  que  según 
se  menciona  en  el  texto,  hubo  entre 
nuestro  autor  y  Padilla. 

1.  López  no  es  apellido,  como  lo  es 
ordinariauíente,  sino  nombre  propio, 
según  se  iníiere  del  modo  de  usarlo 
en  la  licencia  del  Rey  para  la  impre- 
sión de  su  Cancionero,  y  aun  en  alguna 
otra  epístola  que  le  dirigen  sus  ami- 
gos. Asi  sucede  también  en  los  nombres 
Gómez  y  García,  que  unas  veces  son 
propios  y  otras  patronímicos.  La  obra 
se  publicó  en  Madrid  año  de  1.5%,  con 
este  titulo  :  Cancioneio  de  Lope:  Mal- 
donado,  dirigido  ii  Doña  Tomasa  de 
Borja  y  Enriquez.  Señora  de  Grajar  y 
Valverde.  Se  divide  en  dos  libros,  de 
los  cuales  el  primero  contiene  las  com- 
posiciones ligeras  de  arte  menor,  y  el 
segundo  las  de  versos  endecasílabos, 
canciones,  elegías,  epístolas  y  églogas. 
Kstas,  que  son  dos,  se  tachan  de  algo 
largas,  aunque  entre  las  dos  apenas  lle- 
gan á  la  mitad  de  la  segunda  de  Garci- 
laso. Que  .Maldonado  fué  castellano  y 
aun  de  tierra  de  Toledo,  aparece  de  las 
redondillas  de  Miguel  de  Cervantes  que 
anteceden  al  Cancionero,  donde  se  le 
Uama,  fruto  de  la  castellaní  tierra, y 
de  la  epístola  al  Doctor  Campuzano, 
donde  Maldonado  llamó  patino  al  río 
Tajo(«).  Que  vivió  en  la  corte  lo  dice 
él  mismo   en  una  epístola  á  Luis  Gál- 

{(i)  Cancionero,  fol,   i,W. 


vez  de  Monlalvo(a).  Hubo  de  estar  en 
Valeni-ia  el  año  de  1591,  cuando  se 
instaló  allí  la  Academia  de  los  Noc- 
turnos, que  fundaron  algunas  perso- 
nas aficionadas  ;i  las  buenas  lelras, 
cuyo  catálogo  entre  los  nombres  del 
Canónigo  Tarraga,  D.  Guillen  de  Cas- 
tro, Gaspar  Esculano  y  Andrés  Rey  de 
Artieda,  contiene  el  de  López  Maldo- 
nado con  el  ni'ite  académico  de  Sin- 
cero, aunque  indicándose  que  después 
dejó  de  asistir  á  ella.  Residió  algún 
tiempo  á  orillas  del  Guadiana  y  proba- 
blemente en  Badajoz,  pues  en  la  citada 
carta  al  Doctor  Campuzauo,  después 
de  quejarse  del  calor  intenso  que  en 
aquel  país  se  padecía,  dice  : 

Del  encharcado  inmundo  Guadiana, 
¿  Qué  ninfa  invocaré  para  mi  intento, 
Si  no  es  alguna  convertida  en  rana? 

En  su  Cancionero  se  ven  las  pruebas 
de  la  amistad  y  comunicacii')nque  tuvo 
con  muchos  "poetas  célebres  de  su 
tiempo,  Vicente  Espinel,  l'edro  de 
Padilla,  el  Licenciado  Pedro  Sánchez 
de  Viana,  traductor  de  Ovidio,  los  men- 
cionados Campuzano  y  Gálvez  de 
Montah'o,  y,  finalmente,  el  autor  del 
Quijote.  Por  las  palabras  del  texto,  el 
autor  de  ese  lihro  es  también  ¡jrande 
amigo  mío,  y  sus  versos  admiran  á 
quién  los  oye,  puede  creerse  que  López 
Maldonado  vivía  aún  en  el  año  160,j. 
Ni  de  él  ni  de  Pedro  de  Padilla  se  hace 
mención  en  la  jornada  del  Parnaso, 
donde  la  hiciera  sin  duda  Cervantes 
como  de  amigos,  si  vivieran. 

2.  Juguete  de  mal  gusto,  fundado 
en  la  relación  material  délas  dos  pala- 

(a)  Id.,  fol.  118. 


lü(J  DON    yriJOlK    Dli    LA    MANCHA 

Su  libro  tiene  algo  de  buena  invención,  propone  algo,  y  no 
concluye  nada  :  es  menester  esperar  la  segunda  parte  que  i)ro- 
raete  ;  ({uizá  con  la  eiunicnda'  alcanzará  del  lodo  la  misericordia 
que  ahora  se  le  niega,  y  entretanto  que  esto  se  ve,  tenelde  recluso 
en  vuestra  posada,  señor  compadre.  Que  me  place,  respondió  el 
Barbero,  y  aquí  vienen  tres,  todos  juntos  :  La  Araucana  de 
D.  Alonso  (le  Ercilla  2,   La  Auslriada  de  Juan  Rufo  ^,  jurado  de 


bras  versados  y  versos.  El  libro  de 
que  se  trata  es  la  primera  parte  de  la 
Galalea,  novela  pastoril  en  verso  y 
prosa,  (¡riinera  prculucción  del  ingenio 
de  Cervantes,  inijircsa  en  el  año 
de  1584  y  escrita  durante  el  tiempo  de 
sus  obsequios  á  Doña  Cat;dina  Pala- 
cios, con  quien  cas(3  después,  y  á 
quien  se  designa  al  parecer  con  el 
nombre  de  (Jalatea,  como  á  Cervantes 
con  el  de  Elicio.  La  segunda  parte  no 
llegó  á  ver  ia  luz  pública.  Su  autor 
habla  aqui  de  su  obra  por  boca  del 
Cura  con  una  modestia  que  templa  y 
desarma  á  la  crítica.  Hizola  con  mucho 
juicio  y  discreción  Don  Martin  Fer- 
n.indez  de  Navarrete  en  la  Vida  de 
nuestro  autor,  y  de  ella  resulta  que  en 
la  Galaica  brilla  más  la  lozanía  y 
fecundidad  de  la  invencii'm  que  la 
corrección  y  prudente  sobriedad  que 
debe  acompañar  á  las  obras  de  in- 
genio. 

1.  El  Cura  habla  de  enmienda  en  la 
segunda  parte,  y  no  ha  hablado  de 
defectos  en  la  primera,  porque  no  lo 
es  proponer  y  no  concluir  en  ella. 
Sesn'in  la  dedicatoria  délos  Trabajos  de 
Pérsiles.  que  Cervantes  estando  para 
morir,  después  (a)  ya  de  recibida  la 
Extremaunción,  dirigió  al  Conde  de 
Lemos,  parece  que  tenía  concluida  ó 
casi  concluida  entonces  la  segunda 
parte  de  la  Galaica. 

2.  D.  Alonso  ile  Ercilla,  paje  de 
Felipe  II  en  sus  primeros  años,  y 
después  gentilhombre  del  Emperador 
Maximiliano,  ccribió  en  treinta  y  siete 
cantos  la  Araucana^  poema  en  que  se 
refieren  los  sucesos  de  la  guerra  de 
.\rauco  en  Chile  desde  el  año  l-i^i  hasta 
el  de  tñfi2,  y  que  no  se  imprimió  en- 
tero hasta  el  de  1590.  Ercilla  asistió  á 


{«)  DfüTtttés  ya  de...  T.a  gramáticn.  como 
diría  el  nii.sinn  Clemencin.  no  es  muy  armo- 
niosa qup  rugamos.  Habría  que  suprimir  el 
ya  ó  ponerlo  en  otro  sitio.  (M.  de  T.) 


aquella  guerra  como  valeroso  soldado 
y  como  diligente  escritor.  Solía  escri- 
bir de  noche  los  sucesos  del  dia,  en 
cuya  narración  protesta  una  y  otra  vez 
que  se  ajusta  á  la  rigurosa  verdad  :  y 
e^ta  sola  circunstancia,  sin  otras  con- 
sideraciones, aleja  á  la  Araucana  del 
concepto  de  epopeya,  que  sin  razón  se 
le  ha  atribuido.  Fuera  de  que  la  calidad 
de  testigo  presencial  de  los  aconteci- 
mientos excluye  la  de  poeta  épico,  el 
cual  debe  vivir  muy  distante  del  tiempo 
ó  del  lugar  de  la  acción  para  poder 
contarla  dignamente  con  la  trompa 
heroica.  La  invención  y  el  entusiasmo, 
prendas  esenciales  del  poela,  serían 
intolerables  en  un  testigo  :  del  testigo 
al  poeta  va  lo  que  del  candor  tranquilo 
al  entusiasmo  y  arrebato  de  la  fantasía. 
Por  este  contraste  resulta  más  la  ridi- 
culez del  episodio  déla  cueva  del  mago 
Fiti'in,  que  ocupa  una  parte  conside- 
rable de  la  Araucana,  donde  lo  intro- 
dujo Ercilla,  queriendo  compensar  con 
lo  maravilloso  de  este  incidente  la 
natural  aridez  de  un  poema  histórico, 
que  no  era  otra  cosa  el  suyo. 

La  Araucana  ha  sido  juzgada  unas 
veces  con  sobrada  indulgencia  y  otras 
con  excesiva  severidad,  dice  D.  Fran- 
cisco Martínez  de  la  Itosa  en  su  Apén- 
dice sobre  la  poesía  épica  española.  Allí 
pueden  ver  los  curiosos  la  critica  más 
racional  y  juiciosa  que  hasta  ahora  se 
ha  escrito  de  la  .Araucana.  Si  ésta 
merece  elogios,  no  es  como  epopeya. 

Ercilla  fué  amigo  de  Cervantes,  quien 
le  introdujo  en  su  lialnfea  bajo  el 
nombre  de  Larsileo,  como  lo  hizo  tam- 
bién bajo  nombres  supuestos  con  otros 
poetas  amigos  suyos. 

3.  Es  una  crónica  en  verso  de  D.  Juan 
de  Austria,  precedida  de  la  relación  del 
levantamiento  de  los  moriscos  de  Gra- 
nada, que  se  cuenta  en  los  cuatro  can- 
tos itrimeros.  En  el  quinto  se  señala  el 
día  del  nacimiento  del  señor  Don  .luán, 
que  fué  el  de  San  Matías,  en  que  tam- 


i'iii\u;nA  i'AitTi:.   —  cai'Íti.i.o  vi  107 

Cóviinlxi^  y  El  Monserratfí  <le  Crislóhnl  de  Viru(^s  ',  poela  valen- 
ciano. 'I'odos  estos  (i'cs  libios,  dijo  el  Cura,  son  los  riiejorois  que 
en  verso  heroico  en  lenj^ua  caslellana  (islán  escritos^,  y  pueden 
competir  con  los  más  famosos  de  Italia  :  guárdense  como  las  más 
ricas  prendas  de  poesía  que  tiene  España.  Cansóse  el  Cura  de  ver 
más  libros,  y  así  á  car;,'-a  cerrada  quiso  que  todos  los  demás  se 
quemasen;  pero  ya  tenía  abierto  uno  el  Barbero,  que  se  llamaba 
Lan  Látjrimas  de  AníjcUca'^.  Liorái'alas  yo,  dijo  el  Cura  en  oyendo 


bien  n.ició  el  Emperador,  sii  padre  :  se 
da  noticia  de  su  criíinza  en  Lef^anés 
bajo  la  (iii'occión  de  un  cleri^'o  obscuro, 
de  su  reconociniienlo  [)or  liijo  del  Ein- 

fierador,  ile  su  noiubr.umenlo  de  Caba- 
lero  del  Toisón  y  General  de  las  Gale- 
ras, y,  finalmente,  del  carjío  de  apaci- 
guar el  levantamiento  de  los  moriscos 
de  Granada.  Sígnense  refiriendo  los 
sucesos  de  esta  guerra,  y  concluida, 
empieza  desde  el  canto  l'.t  la  liisioria 
de  la  Li.a,  de  que  fué  Gun.ralisimo  el 
héroe  de  ¡m  Auslriada,  y  concluye  en 
el  canto  24  con  la  relación  de  la  victoria 
de  Lepanto 

.luán  !{ufo,  al  solicitar  la  licencia 
para  la  impresión,  que  obtuvo  en  1583, 
y  en  la  dedicatoria  á  la  Fnipt^ratriz, 
hermana  ilel  Rey  D.  Felipe  II.  que  tiene 
la  fecha  del  año  anterior,  dijo  que 
había  compuesto  este  poema  por  orden 
de  Don  Juan  de  Austria,  y  por  rela- 
ciones verdnderas  que  este  Príncipe  le 
había  proporcionado.  La  ciu  iad  de 
Córdoba  recomendó  el  autor  y  la  obra 
al  Rey  el  año  de  li78 ;  y  las  Gortes  del 
reino,  después  de  haber  hecho  exami- 
nar el  poema  por  altrunos  de  sus  pro- 
curadores, apoyaron  la  recomenilación. 
1.  El  Monserrate  del  Capitán  Cris- 
tóbal de  Virués.  publicado  por  la 
primera  vez  en  Madrid  el  año  de  1587, 
y  después  otras  ve'^es  dentro  y  fuera 
de  España,  ps  un  poema  en  20  cantos, 
que  desiribe  la  culpa  y  ppnitencia  de 
Garin  y  la  fundaciíjn  del  Santuario  de 
iVIonserrate  en  el  siglo  ix.  Este  poema, 
por  su  disposición,  es  de  los  que  en 
nuestra  lengua  se  acercan  más  á  la 
forma  épica,  y  en  cuanto  á  la  versifi- 
caci(')n,  uno  de  los  mejores  de  su 
tiemno:  pero  flaquea  en  la  invencii'm, 
ó  por  mejor  decir,  elección  de  asunto 
y  del  héroe,  que  está  uiuy  lejos  de  ser 
lo  que  pide  esta  clase  de  composiciones. 
Una  persona  de  baja   esfera  que  em- 


pieza por  ser  seductor  y  asesino  y 
concluye  por  venirse  á  cuatro  pies  desde 
Roma  á  .Ñlonserrate,  no  puede  ser  el 
protagonista  de  una  epopeya.  Cristóbal 
de  Virués  fué  valenciano,  y  admira  el 
número  de  naturales  de  aquella  ciudad 
y  provincia  cjue  por  entonces  sobresa- 
lieron en  la  poesía  castellana  de  todos 
géneros,  heroica,  lírica  y  dramática. 
También  cultivó  esta  última  Cristóbal 
de  Virués  en  aquellos  primeros  períodos 
en  que  el  arte  luchaba  todavía  con  las 
dificultades  propias  de  su  infancia, 
antes  de  que  floreciesen  Francisco 
Tarraga,  Gaspar  Agnilar  y  otros  paisa- 
nos suyo*,  que  después  escribieron 
comedias  con  reputación. 

2.  La  i)alabra  todos  está  demás,  y 
la  repetición  de  ¡a  partícula  en  alea  la 
expresión,  que  estaría  mejor  dicién- 
dose :  eslos  tres  libros  son  los  mejores 
de  verso  heroico  que  en  lengua  casle- 
llana esti'ni  escritos. 

Cervantes,  como  se  ve,  elogiaba  fácil- 
mente. Ya  lo  había  hecho  antes  con  los 
tres  poetas  Ercilla,  Rufo  y  Virués  en  el 
Carito  de  Caliope,  que  insertó  en  su 
Calatea,  y  en  qiie  la  Musa  celebra  los 
poetas  españoles  de  aquella  época.  Don 
.José  Munárriz,  en  su  traducción  de 
Blair  (a),  reprobó  el  fallo  de  Cervantes 
en  la  preferencia  que  en  el  presente  lu- 
gar da  á  estiis  tres  poemas  sobre  todos 
los  castellanos  heroicos  de  su  tiempo, 
porque  contienen,  dice,  bellezas  supe- 
riores e¿  Bernardo  rfe/  Obispo  Valbuena, 
y  la  Jerusalén  conquistada  de  Lope  de 
Ver/a.  Pero  Munárriz  no  echó  de  ver 
que  cuando  se  escribióla  primera  parte 
del  Qri.ioTE.  aun  no  se  habían  publi- 
cado ni  la  Jerusalén  ni  el  Bernardo. 

3.  No  es  ese  su  título,  sino  Primera 
parte  de  la  Anqélica.  poema  r^ue  escri- 
bió en  12  caníos  Luis  Barahona  de  So- 

(a)  Lección  XLII. 


108 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


el  nombre,  si  tal  libro  bubiera  mandado  quemar,  porque  su  autor 
fué  uno  de  h)s  lamosos  poetas  del  mundo,  no  sólo  de  España,  y 
fué  felicísimo  en  la  traducción  de  algunas  fábulas  de  Ovidio. 


A  (a),  natural  de  Lucena  y  médico  de 
orchiduna,  domle  murió  en  Noviembre 
de  159o.  i'"ué  ainigodeCervantes,  quien 
le  introdujo  en  l.i  Galatea  con  el  nombre 
de  Lausü.  Diósele  verosímilmente  al 
poema  el  nombre  de  Las  Ldffriinas  de 
Angélica,  porque  empieza  así  : 

Las  lágrimas  salidas  de.  los  ojos 

Más  beilos  (jue  en  su  mal  vio  amor  dolientes, 

Y  dij  los  que  siguiendo  sus  antojos 

Vafíarou  por  desiertos  diferentes. 

Entre  las  armas,  triunfos  y  despojos 

Gloriosos  cantaré  de  aquellas  gentes, 

Que  tras  su  error  por  sendas  mil  que  abrieron 

Del  tin  de  Europa  un  tiempo  al  Asia  fueron. 

Dicese  al  fin  del  capitulo,  que  el  autor 
de  Las  Lágrimas  de  Angélica  fué  feli- 
císimo en  la  traducción  de  algunas  ta- 
bulas de  Ovidio.  Por  esta  indicación 
creyó  D.  Gregorio  .Maynns  (ai  que  no 
se  bablaba  de  Luis  Uaraliona,  sino  del 
Capitán  Francisco  de  Aldana,  soldado 
poeta,  que  muñó  el  aiio  de  Uj"8  en  la 
batalla  de  Alcazarquivir,  peleando  al 
lado  del  Rey  de  Portugal  D.  S-bastián; 
porque,  según  su  hermano  Cosme  de 
Aldana,  tradujo  en  verso  suelto  las 
epístolas  de  Ovidio,  y  escribió  una 
obra  de  Angélica  y  Medoro  en  octavas. 
Pero  el  mismo  Mayáns  destruyó  su 
opinión,  expresando  que  las  dos  obras 
citadas  de  Francisco  de  .\l(lana  no  se 
imprimieron,  siendo  así  que  el  libro  de 
que  se  trata  era  uuo  de  los  impresos  de 
la  biblioteca  de  D.  Quijote.  Fuera  de 
que  á  las  epístolas  de  Ovidio  no  les 
asienta  bien  el  titulo  de  fábulas,  que 
convendría  más  bien  á  las  metatuorfo- 
sis,  y  Cerda  en  las  notas  al  canto  del 
Turia  en  la  Diana  de  Gil  Polo  dice  que 

(a)   Vida  de  Cervantes,  núm.  115. 

(a)  El  delicado  poeta  é  incansable  investi- 
gador de  las  glorias  de  España,  señor  Rodrí- 
guez Marín,  ha  publicado  en  incoüi|iarable 
edición  premiadaporla  Academia,  las  Obras 
de  Barahona.  (M-  de  T.) 


vio  manuscritas  unas  fábulas  que  escri- 
bió Luis  de  barahona  en  quintillas,  to- 
mando el  argumento  de  Ovidio. 

La  lectura  del  poema  de  Angélica  de 
Luis  barahona  muestra  claramente, 
que  ;i  pesar  de  algunas  dotes  apreciables 
en  su  versificacitiu,  Cervantes  anduvo 
aquí,  según  acostumbraba,  pródigo  de 
elogios  :  defecto  raro  en  poetas,  y  de 
que  él  mismo  se  acusó  en  el  Viaje  al 
Parnaso.  Las  composiciones  métricas 
castellanas  que  entre  nosotros  se  han 
querido  adscribir  al  género  épico, 
pecan  de  ordinario  por  falta  ó  por  sobra 
de  invención  :  ó  son  meras  relaciones 
eu  verso,  ó  partos  monstruo^íps  de  una 
imaginación  desenfrenada.  A  esta  úl- 
tima clase  pertenece  el  libro  de  Luis  de 
Barahona,  el  cual  dejó  correr  Ubre  su 
vena  sin  tiento  ni  arle,  como  dijo 
D.  Diego  de  Saavedra  en  su  República 
literaria. 

Lo  notable  que  iiay  eu  esta  parte  del 
escrutinio,  es  que  habiéndose  hablado 
con  tanto  elogio  de  Las  Lágrimas  de 
AngéAicn  de  Luis  Barahona  de  Soto,  no 
se  noríibrase  la  Hermosura  de  Angélica, 
poema  de  Lope  de  Vega,  que  ú  la  sazón 
se  hallaba  ya  publicado.  A  ello  incli- 
naba naturalmente  la  conexión  del 
argumento,  asi  como  la  mención  de  la 
Diana  de  .Montemayor  había  dado  mar- 
gen para  hablar  de  las  del  Salmantino 
y  Gil  Polo.  Cervantes  quiso  reparar 
esta  omisión  en  el  capitulo  I  de  la 
segunda  parte,  donde  hablando  de 
.\iigélica,  dice  que  un  famoso  poeta 
andaluz  lloró  y  cantó  sus  lágrimas  y 
otro  famoso  y  único  poeta  castellano 
cantó  su  hermosura.  El  motivo  de  esta 
diferencia  en  la  conducta  de  Cervantes 
hubo  de  ser  la  acusación  de  envidia  á 
Lope  de  Vega,  que  en  el  intermedio  de 
publicarse  la  primera  y  la  segunda 
parte  del  Qcjjote  le  hizo  .Monso  Fer- 
nández de  Avellaneda,  y  de  que  difícil- 
mente se  puede  absolver  del  todo  á 
Cervantes,  á  pesar  de  sus  esfuerzos 
pira  diluirla. 


CAPITULO  VII 


DE    LA    SEGUNDA    SAFJDA    DE    NUESTRO    RÚEN    CABALLERO 
D.    QUMOTE    DE    LA    MANCHA 

Estando  en  esto,  comenzó  á  dar  voces  D.  Quijote,  diciendo  : 
Aquí,  aquí,  valerosos  caballeros  ;  aquí  es  menester  mostrar  la 
fuerza  de  vuestros  valerosos  brazos,  que  los  cortesanos  llevan 
lo  mejor  del  torneo.  Por  acudir  á  este  ruido  y  estriiendo,  no  se 
pasó  adelante  '  con  el  escrutinio  de  los  demás  libros  que  quedaban, 
y  así  se  cree  que  fueron  al  fuego  sin  ser  vistos  ni  oídos  La  Carolea'^ 


i.  No  va  esto  enteramente  conforme 
con  lo  que  se  dijo  al  fin  del  capítulo 
anterior,  donde  se  dio  otro  motivo  para 
concluir  el  escrutinio  de  los  libros  de 
nuestro  hidalgo  :  Cansóse  el  Cura  de 
ver  más  libros,  y  asi,  á  carga  cerrada, 
quiso  que  todos  los  demás  se  quemasen. 

2.  Dos  obras  anteriores  al  Quijote  se 
conocen  con  este  titulo.  Una  de  Jeró- 
nimo Sempere,  poeta  valenciano,  que 
'rata  de  las  victorias  del  Evipei-ador  Car- 
los r,  Rey  de  España,  dedicada  á  su 
nieto  el  Principe  D.  Carlos.  Primera  y 
segunda  parte  :  Valencia,  1560.  Otra 
que  trata  de  la  vida  y  hechos  del  in- 
victísimo Emperador  D.  Carlos,  com- 
puesta por  Juan  Ochoa  de  la  Salde,  é 
impresa  en  Lisboa,  año  de  1585.  D.Gre- 
gorio Mayáns  ia)  se  inclina  á  que 
Cervantes  habli'i  de  esta  última,  sin 
advertir  que  Cervantes  habla  sólo  de 
libros  de  entretenimiento,  en  verso  y 
de  pequeño  tamaño,  circunstancias 
que  convienen  á  la  Curolea  de  Sem- 
pere, y  no  á  la  de  Ochoa,  que  es 
libro  histórico,  prosaico  y  en  folio. 

La  Carolea  de  Sempere  es  ima  rela- 
ción métrica  de  las  cosas  de  Carlos  V, 

(a)  Vida  de  Cervantes,  m'im.  115. 


empezando  por  su  rivalidad  con  el  Rey 
Francisco  de  Francia,  hasta  que  el  Gran 
Turco  Solimán  abandom'i  la  empresa  de 
Hungría;  y  no  contando  las  cosas  segui- 
damente á  manera  de  coronista,  sino 
por  fragmentos,  como  él  dice.  Las  dos 
partes  del  poema  comprenden  treinta 
cantos,  y  el  último  concluye  ofreciendo 
seguir  con  la   ornada  de  Túnez. 

Cervantes,  indulgente,  según  su  cos- 
tuüibre,  apuntó  un  juicio  favoi'able  á 
la  Carolea  de  Sempere.  Siguió  en  esto 
el  de  Gil  Polo  en  el  canto  del  Turia, 
donde  se  lee  : 

Semper  loando  el  ínclito  Imperante 
Carlos  gran  Rey,  tan  grave  canto  mueve. 
Que  aunque  la  fama  al  cielo  le  levante, 
Será  poco  á  lo  mucho  que  le  debe. 
Veréis  que  ha  de  pasar  tan  adelante 
Con  el  favor  de  las  hermanas  nueve, 
Que  hará  con  famosísimo  renombre 
Que  Hesiodo  en  sus  tiempos  no  se  nombre. 

La  afición  de  paisano  puede  servir  de 
alguna  excusa  á  las  exageraciones  de 
Gil  Polo;  excusa  que  no  alcanza  á  Cer- 
vantes. La  Carolea  es  libro  de  corto 
mérito,  y  D.  NicoLís  Antonio,  que  no 
era  ciertamente  riguroso  en  sus  fallos, 
dijo  de  él,  que  se  escribió  ñeque  pura 
ñeque  poética  dictione. 


lio 


DON    QUI.IOTK    DE    LA    MANCHA 


y  León  de  España^,  con  los  hechos  del  Emperador,  compuestos 
por  D.  Luis  de  Ávila-,  que  sin  duda  debían  de  estar  entre  los  que 
quedaban,  y  quiz;'»  si  el  Gura  los  viera,  no  pasaran  por  tan  rigu- 
rosa sentencia.  Cuando  llegaron  á  D.  Quijote,  ya  él  estaba  levan- 
tado de  la  cama,  y  ¡)roseguía  en  sus  voces  y  en  sus  desatinos, 
dando  cuchilladas  y  reveses  á  todas  partes,  estando  tan  despierto 
como  si  nunca  hubiera  dormido.  Abrazáronse  con  él,  y  por  Tuerza 
le  volvieron  al  lecho;   y  después  que  hubo  sosegado  un  poco. 


\.  Primera  ]j  segunda  parle  de  el  León 
de  España  por  Pedro  de  la  Vecillu 
Castetlonos.  üirir/ida  ú  la  Majestad  del 
Rey  D.  Felipe  nue.ifro  Señor.  Sala- 
manca, irj86.  Consta  el  poema  de  29  can- 
tos, en  dos  partes.  No  es  fácil  entender 
por  ese  titulo  su  argumento,  que  se 
reduce  ¡i  varios  sucesos  de  la  ciudad  de 
León,  desde  elimperio  de  Tr;ij;mo  hasta 
la  abolición  del  tributo  de  las  Cien  don- 
cellas y  victoria  del  Rey  L).  Ramiro  en 
Clavijo. 

Los  procuradores  de  Cortes,  nombra- 
dos por  aquella  ciudad,  á  imilación  de 
lo  que  habían  hecho  los  de  Córdoba 
con  la  Aiistriada  de  .luán  Rufo,  reco- 
mendaron también  a  Felipe  II  el  León 
de  España  de  Pedro  de  la  Vecilla,  y 
obtuvieron  la  licencia  para  su  impre- 
sión el  año  de  1584. 

2.  No  hay  obra  alguna  de  este  titulo 
en  castellano.  Ü.  Luis  de  Avila,  que  es 
el  autor  que  nombra  Cervantes,  com- 
puso, no  los  hechos  del  Emperador, 
titulo  que  anunciaría  una  historia 
computa  de  aquel  Principe,  sino  los 
comentarios  de  la  guerra  que  hizo 
contra  ios  pnilesrantes  de  Alemania, 
obra  seria  y  en  prosa,  de  que  no  era 
oportuno  hablaren  el  escrutini(t,  donde 
no  se  trataba  sino  de  libros  poéticos  de 
entretenimiento. 

El  Cario  famoso,  poema  escrito  en 
•50  cantos  por  D.  Luis  Zapata,  é  impreso 
en  Valencia  el  año  de  1.566,  reúne  las 
tres  circunstancias  de  tratar  de  los 
hechos  del  Emperailor,  de  ser  libro  de 
entretenimiento,  y  de  estar  en  verso. 
Este  fué  el  (jue  según  todas  las  apa- 
riencias indicó  Cervantes,  expresando 
el  argumento  y  no  el  titulo,  y  equivo- 
cando con  su  acostumbrada  negligencia 
el  apellido  del  autor.. 

Tanto  D.  Luis  de  .\vila  como  D.  Luis 
Zapata  asistieron  ;í  las  famosas  fiestas 
de  Rins,  que  la  Reina  de  Hungría  dio 
al  Emperador    Carlos    V  y  á  su  hijo 


D.  Felipe  el  año  de  1.549,  y  tuvieron 
parte  en  las  justas,  torneos  y  repre- 
sentaciones caballerescas  que  allí  se 
ejecutaron,  y  describió  menudamente 
Juan  Calvete  de  Estrella. 

El  Cario  famoso  es  un  conjunto  de 
historia  y  fábula,  todo  revuelto,  sin 
unidad,  plan  ni  artificio  alguno,  en  que 
se  cuentan  las  cosas  del  Emperador 
desde  el  año  de  1.522  hasta  el  de  1558, 
que  murió  en  Yusle.  El  canto  50  con- 
cluye con  la  relación  de  las  exequias 
que  celebró  su  hijo  el  Rey  IJ.  Felipe  en 
Bruselas,  cuando  recibió  la  noticia  del 
fallecimiento  de  su  padre.  Allí,  descri- 
hie-ndnse  la  procesión  funeral  (y  sirva 
de  muestra  para  juzgar  del  mérito  del 
poema)  se  dice  que  después  de  los 
frailes, 

Los  Clérigos  en  número  abundantes. 
Mas  que  en  otoño  tordos,  prosiguieron... 

Y  de  la  Real  casa  los  primeros 
Iban  los  oficiales,  bordadores, 
Sederos,  sastres  y  guarnicioneros, 
Cabal Icrizos  y  aposentadores  : 

Y  d'-  varias  estancias  los  porteros, 
Aniuitcctos.  fabristas  y  pintores, 
Mé<licos,  boticarios,  cirujanos, 

Y  alguaciles  de  corte  y  escribanos. 

Tal  es  este  poema,  en  que  Zapata 
trabajó  trece  años,  y  aspiró  á  imitar, 
según  dijo,  á  Virgifio.  Después  se  la- 
mentaba de  que  la  impresión  le  había 
costado  mucho  y  producido  poco  :  asi 
lo  hizo  en  su  Miscelónen.  que  existe 
entre  los  manuscritos  de  la  Biblioteca 
Real,  y  se  citó  anteriormente. 

No  ha  faltado  algún  erudito  que 
creyese  que  en  las  palabras  Carolea  v 
León  de  España  con  los  hechos  del  Em- 
perador se  designaba  una  sola  obra,  y 
que  ésta  era  el  Cario  famoso:  mas  la 
expresii'in  del  texto  fueron  al  furr/n 
sin  ser  vistos  ni  oídos,  manifiesta  qi:<' 
se  hablaba  de  libros  diferentes,  y  no  de 
uno  solo. 


PRIMERA    PARTR.    —    CAPITIT.O    Vil  I  1  I 

volvif^ndose  á  hablar  con  el  Cura,  le  dijo  :  Por  cierto,  señor 
Arzobispo  Turpín,  <|ue  es  gr;in  mciif^'-ua  de  los  ({ue  nos  llamamos 
doce  Pares  dejar  laii  sin  más  ni  más  llevar  la  viloria  desle  torneo 
á  los  caballeros  cortesanos ',  habiendo  nosotros,  los  aventureros, 
granado  el  prez  en  los  tres  días  antecedentes.  Calle  vuestra  merced, 
señor  compadre',  dijo  el  Cura,  que  Dios  será  servido  que  la 
suerte  se  mude,  y  que  lo  que  hoy  se  pierde  se  gane  mañana  ;  y 
atienda  vuestra  merced  á  su  salud  por  ahora,  que  me  parece  que 
debe  de  estar  demasiadamente  cansado,  si  ya  no  es  que  está 
níialferido.  P'erido  no,  dijo  D.  Quijote,  pero  molido  y  quebrantado 
no  hay  duda  en  ello,  porque  aquel  bastardo  de  D.  Roldan^  me  ha 


1.  D.  Quijote  opone  aquí  á  los  caba- 
lleros covlesanos  los  ucenlureros.  En  el 
torneo  de  Persépolis,  que  se  describe 
en  la  historia  de  D.  Belianís  (a),  y  en 
que  concurrieron  caballeros  aventure- 
ros capitaneados  por  el  Duque  AllVi- 
r«'>n,  y  caballeros  cortesanos  mandados 
por  el  Principe  D.  Gal.uiio,  llevaron  ifc 
mejor  parte  los  aventureros.  Al  revéb 
sucedió  en  los  torneos  de  Londres  con 
que  se  solemnizó  el  casamiento  del 
ReyAltiseo  con  la  Reina  Liserta,  ven- 
cieiido  los  cortesanos  por  el  esfuerzo 
de  Klorineo,  que  se  apellidaba  el  Caba- 
llero del  Salvaje  (6).  En  los  torneos  de 
Gonstantinopla,  celebrados  de  orden 
del  Emperador  Palmerin  de  Oliva  con 
motivo  de  nnas  solemnes  bodas,  se 
refiere  que  los  caballeros  extranjeros 
vencieron  el  primer  día,  y  que  el 
segundo  fueron  vencidos  por  los  cor- 
tesanos c).  En  la  relación  del  Paso 
honroso  de  Suero  de  Uuiñones,  los 
mantenedores  se  llaman  asimismo 
defensores^  y  los  aventureros  conquis- 
tadores. —  El  prez  es  palabra  deri- 
vada de  la  latina  pretiiun ,  y  se  en- 
cuentra usada  en  nuestros  poetas 
primitivos,  en  la  Vida  de  Sanio 
Domingo  por  Gonzalo  de  Berceo  (d),  en 
el  Poema  de  Alejandro  (e),  y  en  las 
obras  del  Arcipreste  de  Hita  (/).  Los 
jueces  de  los  torneos  eran  los  que 
adjudicaban  el  prez  á  los  vencedores, 
y  no  siempre  se  reducía  al  honor  y 
lauro  de  la  victoria.  Celebrando  el  Rev 


(o)  Lib.  I,  can.  XV,  XVI  y  XVII.  — 
{h)  Florambei  de  Lueea,  lib.  I,  cap.  XI  y  XII. 
—  (c)  Primaleón,  cap.  XXIV  y  XXV.  — 
id)  Copla  hb.  —  (e)  Copla  7  v  otras,  — 
(f)  P;i^'.  247  y  otras. 


Federico  de  Ñapóles  una  justa  en  obse- 
quio de  D.  Florindo  de  la  Extraña  ven- 
tura, nombró  á  éste  por  mantenedor 
con  el  Conde  de  Altarroca,  y  por 
aventureros  á  Alberto  Saxio  y  otros 
caballeros  de  alta  guisa.  Los  premios 
eran  :  al  que  sacase  la  mejor  letra  ó 
mote,  un  diamante  como  una  cereza; 
al  que  saliese  más  gahin  á  la  tela,  y  no 
fuese  casado,  una  dama  con  cien  mil 
escudos  de  dote;  al  que  justase  mejor, 
la  mano  de  .Madama  Tiberia,  hija  del 
Rey  Federico  («). 

Ü.  Quijote,  conformándose  con  el 
lenguaje  de  algunos  pasajes  de  los 
libros  caballerescos,  opone  aquí  la 
calidad  de  corlesano  á  la  de  aventu- 
rero: pero  realmente  no  es  exacto, 
porque  los  caballeros  cortesanos  po- 
dían ser  mantenedores  ó  aventureros, 
y  los  aventureros  podían  ser  forasteros 
ó  cortesanos. 

2.  Así  llama  el  Cura  á  D. Quijote  ;  más 
adelante,  en  este  mismo  capítulo,  se 
llaman  compadres  de  D.  Quijote  el 
Cura  y  el  Barbero,  y  estos  dos  se  dan 
mutuamente  el  mismo  nombre  en  el 
capítulo  anterior.  Es  visto  que  en  todos 
estos  pasajes  la  voz  compadre  se  toma 
en  el  sentido  amplio  de  camarada  ó 
amigo,  que  suele  dársele  en  el  estilo  y 
trato  familiar,  y  señaladamente  en 
Andalucía. 

3.  La  competencia  en  los  amores  de 
Angélica  hizo  enconados  enemigos  á 
los  dos  Paladines  Roldan  y  Reinaldos 
de  Montalbán,  que  antes  eran  amigos, 
y  sobre  ello  se  combatieron  cruda- 
mente á  vista  y  presencia  de  la  misma 
Angélica,  como  se  refiere  en  el   libro 

(a)  Florindo,  parte  II,  cap.  XIV. 


112  T)OS    oriJOTE    DE    I.A    MANCHA 

molido  ií  palos  con  el  tronco  de  una  encina,  y  todo  de  envidia, 
porque  ve  (¡ue  yo  solo  soy  el  opuesto  de  sus  valentías.  Mas  no  me 
llamaría  yo  Reinaldos  de  Monlalbán  si,  en  levantándome  deste 
lecho,  no  me  lo  pagare  á  pesar  de  todos  sus  encantamentos  :  y  por 
ahora  tráiganme  de  yantar,  que  sé  que  es  lo  que  más  me  hará  al 
caso,  y  quédese  lo  del  vengarme  á  mi  cargo.  Hiciéronlo  así  : 
diéronle  de  comer,  y  quedóse  otra  vez  dormido,  y  ellos  admirados 
de  su  locura.  Aquella  noche  quemó  y  abrasó  el  Ama  cuantos  libros 
había  en  el  corral  y  en  toda  la  casa,  y  tales  debieron  de  arder  que 
merecían  guardarse  en  perpetuos  archivos;  mas  no  lo  permitió  su 
suerte  y  la  i)oreza  del  escrutiñador;  y  así  se  cumplió  el  refrán  en 
ellos  de  que  pagan  á  las  veces  justos  por  pecadores'.  Uno  de  los 
remedios  que  el  Cura  y  el  Barbero  dieron  por  entonces  para  el 
mal  de  su  amigo,  fué  que  le  murasen  y  tapiasen  el  aposento  de 
los  libros,  porque,  cuando  se  levantase,  no  los  hallase  (quizá 
quitando  la  causa  cesaría  el  efecto),  y  que  dijesen  que  un  encan- 
tador se  los  hal)ía  llevado  y  el  aposento  y  todo,  y  así  fué  hecho 
con  mucha  presteza.  De  allí  á  dos  días  se  levantó  D.  Quijote,  y  lo 
primero  que  hizo  fué  ir  á  ver  sus  libros,  y  como  no  hallaba  el 
aposento  donde  le  había  dejado,  andaba  de  una  en  otra  parte 
buscándole.  Llegaba  adonde  solía  tener  la  puerta  y  tentábala  con 
las  manos  ■^,  y  volvía  y  revolvía  los  ojos  por  todo  sin  decir  palabra  ; 
pero  al  cabo  de  una  buena  pieza  preguntó  á  su  Ama  que  hacia  qué 
parte  estaba  el  aposento  de  sus  libros.   El  Ama.   que  ya   estaba 

primero  del  Orlando  de  Boyardo.   Ya  Entre  ellos  viene  Reinaldos 

habían    reñido    antes,     se^n    allí    se  c]  ^'^eüor  de  Montalbane. 

rpfipre    v  diinnle    h  nelf-a    deria    Reí-  *''  •^"'''  ^^^^  puesto  en  bandos 

renere,  >  uiir.  nie   la  peí  a   aecia   nei  ^^^  ^^  sobrino  Koldane. 

naldos     a    Orlando    en    la    desalmada 

traducción   de    Francisco    Garrido   de  Llámase    aquí   Reinaldos  el  opuesto 

Villena  :  de  las   valentías  de  Rold;in  :    el  régi- 
men  ordinario  pediría    que  se    dijese 

¿  De  qué  tienes  soberbia,  bastardazo?  opuesto  d  las  valentias. 

,-.  Porque  mataste  á  Ahnonte  en  la  fontana  l.  El    orden    de   palabras  sería  más 

En  brazos  del  Roy  Garlo,  puesto  al  lazo,  natural  diciéndose  :  y  asise  cumplió  en 

Y  alcanzaste  y  aun  traes  á  Durindana?  ¿^         ¿         .   ;„    ¿     •                         ¿   ¿^g 

;.Conio  ganada  bien.  di.  cobardazo^  .     ,    '  ^i     „      \t j„,i  „„ 

Bi.-n  eres  hijo  propio  de  putaña.  veces  mstos  por  pecadores.  Verdad  es 

Que  perdida  la  honra  tiene  el  daño  que  el  idioma  nada  pierde  en  esta  clase 

Menos  verpüenza  que  antes  del  engaño.  de  transposiciones  cuando  no  son  so- 
bradamente durns  ú  no  ofenden  mucho 

De   la    enemiga   y  contiendas  entre  al  oído,  al  uso  ó  á  la  claridad.  El  refrán 

Roldan  V  Heinaldos  se  hace   mención  es  antiguo,  y  está  ya  en  la  colección 

en  el  romance  viejo  del  Conde  Dirlos,  formada   á    mediados  del  siglo  xv  por 

y  en  el  de  la  embajada  que  el  Marqués  D.  Iñigo   López  de  Mendoza,  Marqués 

de  Mantua  envió  al  Emperador  Cario-  de  Santillana. 

magno  sobre  la  muerte  de  Baldovinos,  2.  Mal   podía  tentar  la  puerta  si  la 

donde,  dándose  cuenta  al  Emperador  de  habían  quitado.  Tentaría  el  sitio  donde 

que  el  Morques  venía    acompañado  de  estaba  anteriormente,  y  la  buscaría  con 

PUS  parientes  y  amigos,  se  dice  :  las  manos. 


PníMEHA    PAUTE.    —    C.APÍTL'I.O    Vil  i\',] 

bien  ndvertida  de  lo  (jiie  hnbía  de  responder,  le  dijo  :  ;, Oué  npo- 
senlo  ó  ({ué  nada  busca  vuestra  merced?  Ya  no  hay  aposenlo  ni 
bbros  en  esta  casa,  porque  todo  se  lo  llevó  el  mismo  diablo.  No 
era  diablo,  replicó  la  Sobrina,  sino  un  encantador  (jue  vino  sobre 
una  nube  una  noche  después  del  día  que  vuestra  merced  de  aquí 
se  parlií)  ',  y  ape;'iudose  de  nna  siei'pe  en  que  venía  caljallero, 
rntró  en  el  aposento  y  no  sé  lo  que  hizo  dentro,  que  jí  cabo  de 
poca  pieza  salió  volando  por  el  lejado,  y  dejó  la  casa  llena  de 
luimo-;  y  cuando  acordamos  á  mirar  loque  dejaba  hecho,  no 
vimos  libro  ni  aposento  alguno  :  sólo  se  nos  acuerda  muy  bien 
ii  mí  y  al  Ama,  que  al  tiempo  del  partirse  aquel  mal  viejo, 
dijo  en  alias  voces  que  por  enemistad  secreta  que  tenía  al  dueño 
de  aquellos  libros  y  aposento,  dejaba  hecho  el  daño  en  aquella 
casa  que  después  se  verla  :  dijo  también  que  se  llamaba  el  sabio 
Muñatón.  Krestón  diría,  dijo  D.  Quijote^.  No  sé,  respondió  el 
Ama,  si  se  llamaba  Frestón  ó  Fritón,  sólo  sé  que  acabó  en  ton 
su  nombre.  Así  es,  dijo  IJ.  Quijote,  que  ese  es  un  sabio  encan- 
tador, grande  enemigo  mío,  que  me  tiene  ojeriza  porque  sabe,  por 
sus  artes  y  letras,  que  tengo  de  venir,  andando  los  tiempos,  á 
pelear  en  singular  batalla  con  un  caballero  á  quien  él  favorece,  y 
le  tengo  de  vencer  sin  que  él  lo  pueda  estorbar,  y  por  esto  procura 
hacerme  todos  los  sinsabores  que  puede  :  y  mandóle  yo  que  mal 


1.  Entre  la  primera  salida  deD.  Qui-  de  haber  estado  algún  tiempo  en  tierra, 
jote  y  su  vuelta  no  medió  más  que  una  se  volvió  Urjíanda  en  el  batel  á  la  ser- 
noche,  que  fué  la  de  de  la  vela  de  las  piente  ;  y  luerjo  el  humo  fué  tan  negro, 
armas  y  batalla  con  los  arrieros  en  la  que  por  más  de  cuatro  días  nunca 
venta ;  y  así,  la  Sobrina  no  debió  decir  pudieron  ver  ninguna  cosa  de  lo  que 
una  noche,  como   si  hubieran  pasado  en  él  estaba{a). 

muchas,  sino  la  noche.  En   la    historia    de    D.   Belianís     se 

2.  Estando  Amadís  con  otros  Reyes  cuenta  que,  deshecho  el  encanto  de  la 
y  Reinas  á  orilla  del  mar  en  la  ínsula  Infanta  Gradafilea,  que  había  durado 
firme,  vieron  venir  un  humo  por  el  trece  años,  vieron  salir  al  león,  que  no 
agua,  el  más  negro  y  espantable  que  lo  vierunmdsen  la  cuadra,  y  en  todo  el 
nunca  vieran...  E  dende  á  poco  rato...  castillo  quedó  lanío  humo  y  tan  espeso, 
vieron  en  medio  del  una  serpiente  que  duró  gran  pieza;  que  poco  ni 
mucho  mayor  que  la  mayor  nao  ni  mucho  con  él  podían  ver.  La  maga 
fusta  del  mundo...  y  de  ralo  en  ralo  Cirlea,  hermana  del  Gran  Soldán  de 
echaba  portas  narices  aquel  muy  negro  Babilonia,  Reina  y  Señora  de  la  Ínsula 
humo,  que  hasta  el  cielo  subía...  Pues  de  Argines,  había  sido  la  autora  del 
estando  asi  todos  maravillados...   vie-  encanto  (6). 

ron  como  por  el  un  costado  de  la  ser-  3.  Frisfón  debió  decir,  un   sabio  en- 

piente  echaron  un  batel  y  una  dueña  cantador  que  residía   en   la  temerosa 

en  él...  Y  como  cerca  fué,  conoscieron  Selva  de  la  Muerte   (c),   y  hace   gran 

ser  la  dueña.  Urganda  la  desconocida,  papel   en    la   historia   de  D.    Belianís, 

que  ella  tuvo  por  bien  de  se  les  mos-  escrita,  según   allí   se  supone,   por  él 

Irar  en  su  propia  forma  (a).   Después  mismo. 

(a)  Ib.,  cíip.   CXXVI.  —  (b)  Cap.  XXVII 

la)  Amailis    de    Gaulu,    cap.    CXXIII.    —  y  XXIX.  —  (c)  /Jeiíams,  lih.  I,  en',!.  XXXY. 


114 


DON    OriJOlK    DE    I.\    M.\"N(;il\ 


podrá  él  conüadecir  ni  eviluí-  lo  que  por  el  cielo  eslá  ordenado. 
¿Quién  duda  de  eso?  dijo  la  Sobrina.  ¿Pero  quién  le  mete  á 
vuestra  merced,  señor  tío.  en  esas  pendencias?  ¿No  será  mejor 
estarse  pacifico  en  su  casa  y  no  irse  por  el  mundo  á  buscar  pan 
de  trastrigo,  sin  considerar  que  muchos  van  por  lana  y  vuelven 
tresquilados  '  ?  ¡Oh,  sobrina  mía,  resjjondió  D.  Quijote,  y  cuan 
mal  que  estás  en  la  cuenta!  Primero  (jue  á  mí  me  tresquilen, 
lendré  peladas  y  quitadas  las  barbas  á  cuantos  imaginaren  tocarme 
en  la  punta  de  un  solo  cabello.  No  quisieron  las  dos  replicarle 
más,  porque  vieron  que  se  le  encendía  la  cólera.  Es,  pues,  el  caso, 
(jue  él  estuvo  ({uince  días  en  casa  muy  sosegado  sin  dar  muestras 
de  querer  segundar  sus  primeros  devaneos  ^  ;  en  los  cuales  días 
pasó  graciosísimos  cuentos  ^  con  sus  dos  compadres  el  Cura  y 
el  Barbero,  sobre  que  él  decía  que  la  cosa  de  que  más  necesidad 
tenía  el  mundo  era  de  caballeros  andantes,  y  de  que  en  él  se 
resucitase  la  caballería  andantesca.  El  Gura  algunas  veces  le 
contradecía,  y  otras  concedía,  porque,  si  no  guardaba  este  artificio, 
no  había  poder  averiguarse  con  él.  En  este  tiempo  solicitó  Don 
Quijote  á  un  labrador  vecino  suyo,  hondero  de  bien  !si  es  que  este 
título  se  puede  dar  al  que  es  pobre),  pero  de  muy  poca  sal  en  la 
mollera.  En  resolución,  tanto  le  dijo,  lanto  le  persuadió  y  pro- 
metió, que  el  pobre  villano  se  determinó  de  salirse    con  él  ^  y 


1.  Refrán  anliquisimo  de  que  se 
hace  mención  ya  en  el  poema  del  Conde 
Fernán  González;  se  aplica  á  los  que 
pensando  sacar  de  algún  nejíocio  utili- 
daily  provecho,  en  lugar  de  ello  reciben 
daño  y  perjuicio.  Desde  el  tiempo  de 
los  visigoflos,  cortar  el  cabello  era  pena 
impuesta  por  afrenta  á  los  delincuentes, 
ó  señal  de  profesión  mon.istica,  que 
inhabilitaba  para  las  dignidades  civiles, 
inclusa  la  del  cetro,  como  se  vio  en  el 
caso  del  Rey  Wamba.  Cuando  era  por 
pena,  se  cortaba  el  pelo  sin  orden  ni 
regla,  cruzándose  las  tijeretadas  al 
modo  que  se  (rasí'uilan  las  ovejas, 
que  es  lo  que  el  cuarto  Concilio  de 
Toledo  llamó  íurpiter  decalvare;  el 
Fuero  Juzgo  esquilar  laidamienlre,  y 
Sancho  en  la  parte  segunda  (a)  tras- 
r/iiilar  lí  cruces.  Como  en  tiempo  de 
Cervantes  los  hombres  se  cortaban  el 
cabello  y  sólo  se  dejaban  crecer  las 
barbas,  Vi  éstas  refirió  D.  Quijote  el 
trasquilar  del  adagio,  según  se  ve  por 
la  respuesta  que    da    á    su    Sobrina  : 


Primero  que  d  mi  me  tresquilen,  tendré' 
peladas  y  quitadas  las  barbas  á  cuantos 
imarjinaren  tocarme  en  la  punta  de  un 
solo  cabello. 

2.  Segundar  por  repetir  es  verbo 
poco  usado:  ordinariamente  se  dice 
asegundar,  pero  sólo  de  los  golpes.  De 
ambos  modos  se  encuentra  en  la  Histo- 
ria de  [>.  tSelianis  [a).  En  los  Trabajos 
de  Pérsiles  y  Siyismunda  empleó  Cer- 
vantes el  verbo  segundar  como  verbo 
de  estado  en  la  acepción  de  seguir. 

3.  Pasó  por  íuoo  :  significación 
activa  poco  común  del  verbo  pasar, 
pero  que  se  encuentra  algunas  veces  en 
el  Quijote.  Otras  se  usa  como  neutro, 
que  es  su  acepción  más  counm,  como 
en  el  capitulo  XLVil,  donde  se  dice  : 
t'idos  estos  coloquios  pasaron  entre 
amo  y  criado.  —  Cuentos  es  lo  mismo 
que  disputas,  altercados.}-  en  este  sen- 
tido se  usa  en  la  expresión  tener  cuentos 
con  alguien,  quitarse  de  cuentos,  etc. 

4.  Ahora  diríamos  :  se  determinó  d 
salirse  ó  determinó  salirse  con  él-  En 


.;  Cap.  XXXII. 


[a,  Lib.  111,  caii.  XIX,  XXX  y  XXXII. 


PRIMEPA    PARTE. 


CAFÍTII.O    VII 


H5 


servirle  do  escudero.  Decíale  entre  otras  cosas  D.  Oiiijole  que  se 
dispusiese  á  ir  con  él  de  huena  gana,  porque  tai  vez  le  podía 
suceder  aventura  (|ue  ii^aiiase  en  quítame  allá  esas  pajas  alj^una 
ínsula,  y  le  dejase  A  él  por  g-obernador  della.  Con  estas  promesas 
y  otras  tales,  Sancho  Panza  (que  así  se  llamaba  el  labrador)  dejó 
su  mujer  é  hijos,  y  asentó  por  escudero  de  su  vecino.  Dio  luej^o 
D.  Ouijote  orden  en  buscar  dineros,  y  vendiendo  una  cosa  y 
enqK'ñando  otra,  y  malbaratándolas  todas,  llegó  una  razonable 
cantidad.  Acomodóse  asimismo  de  una  rodela  '  que  pidió  á  un 
su  amigo,  y  pertrechando  su  rota  celada  lo  mejor  que  pudo  -, 
avisó  á  su  escudero  Sancho  del  día  y  la  hora  (pie  pensaba  ponerse 
en  camino,  para  que  él  se  acomodase  de  lo  que  viese  que  más  le 
era  menester  :  sobre  todo  le  encargó  (jue  llevase  alforjas.  Él  dijo 
que  sí  llevaría,  y  que  ansímismo  pensaba  llevar  un  asno  que  tenía 
muy  bueno,  ponjue  él  no  estaba  duecho  '^  á  andar  mucho  á  pie. 
En  lo  del  asno  reparó  un  poco  D.  Quijote,  imaginando  si  se  le 
acordaba  si  algún  caballero  andante  había  traído  escudero  caba- 
llero asnalmente ;  pero  nunca  le  vino  alguno  á  la  memoria  ;  mas 
con  todo  eso,  determinó  que  le  llevase,  con  presupuesto  de  aco- 
modarle de  más  honrada  caballería  en  habiendo  ocasión  para  ello, 
quitándole  el  caballo  al  primer  descortés  caballero  que  topase'. 


tiempo  de  Cervantes  era  olra  cosa;  en 
el  ra/onamiento  que  puso  Mariana  en 
boca  de  D.  Pelayo,  animando  á  los 
asturianos  para  que  tomasen  las  armas 
contra  los  moros,  se  lee  :  Por  lo  que  o 
mi  toca,  estoy  determinado  con  vuestra 
ayuda  de  acometer  esta  empresa  (a). 
Otro  arcaísmo  ofrece  el  verbo  llegar  en 
el  sentido  en  que  se  usa  poco  ui.ís  abajo, 
donde  se  dice  que  D.  Qmiote,  vendiendo 
una  cosa  y  empeñando  otra,  y  malba- 
ratándolas todas,  llegó  una.  conside- 
rable cantidad  :  en  el  dia  dijéramos 
allegó. 

1.  D.  Quijote,  en  su  primera  salida, 
llevaba  adarga;  para  la  segunda  se 
acomodó  de  una  rodela.  No  se  dice  el 
motivo  de  la  mudanza,  que  debió  ser 
el  mal  estado  de  la  adarga,  de  cuya 
antigüedad  se  hizo  ya  men<'ión  en  el 
principio  de  la  f.íbula.  Se  diferenciaban 
la  adarga  y  la  rodela  en  que  la  primera 
era  de  cuero,  la  segunda  de  hierro  ó  de 
madera  guarnecida  de  hierro;  la  pri- 
mera tenía  por  dentro  dos  asas,  la 
segunda   una;    la   primera    era   arma 


propia  de  jinete,  la  segunda  de  infante. 
Esta  última  circunstancia  contribuía 
á  hacer  más  ridicula  la  armadura  de 
D.  Quijote,  que  ya  sin  esto  lo  era 
bastante. 

2.  Sin  embargo,  no  hubo  de  quedar 
muy  buena,  como  se  vio  después  en  el 
combate  con  el  vizcaíno. 

3.  Ahora  decimos  ducho,  voz  del 
lenguaje  familiar,  que  quiere  decir 
enseTuiílo,  diestro,  del  latino  doctus. 

4.  Habiendo  vencido  y  derribado 
Florambel  de  Lucea  á  íín  caballero 
descortés  que  le  había  escarnecido, 
porque  su  escudero  Lelicio  iba  ;i  pie 
cargado  con  un  laúd,  el  vencido  le  pidió 
merced  de  la  vida.  Florambel  se  la 
otorgó,  y  le  dijo  :  Señor  caballero,  otro 
día  tened  mejor  conoscimiento  para  con 
los  caballeros  andantes,  que  van  ci  buscar 
sus  aventuras  de  muchas  guisas  :  7nas 
porque  ya  sobre  esta  razón  no  tengáis 
más  con  quien  haber  contienda,  habéis 
de  prestar  paciencia,  porque  vuestro 
caballo  quiero  para  mi  escudero.  Y 
mandó  á  Lelicio  que  lo  tomase  {a). 


in)  Lib.  VII,  cap.  I. 


(a)  Florambel  de  Lucea,  lib.  IV,  cap.  I. 


MO 


DON    QUIJOTT-:    DI-:    I>A    MANCHA 


Proveyóse  de  camisas  y  de  las  demás  cosas  que  él  pudo,  conforme 
ni  consejo  que  el  ventero  le  había  dado.  Todo  lo  cual,  hecho  y 
cumplido'',  sin  despedirse  Panza  de  sus  hijos  y  mujei-,  ni  Don 
Quijote  de  su  Ama  y  Sobrina,  una  noche  se  salieron  del  lugar 
sin  que  persona  los  viese  ^,  en  la  cual  caminaron  lanto,  que  ai 
amanecer  se  tuvieron  por  seguros  de  que  no  los  hallarían  aunque 
los  buscasen.  Iba  Sancho  Panza  sobre  su  jumento  como  un  pa- 
triarca^, con  sus  alforjas  y  su  bola,  y  con  mucho  deseo  de  verse 
ya  gobernador  de  la    ínsula  '   que   su  amo   le   había  prometido. 


1.  Otra  (le  las  diUííenciasqiie  practicó 
D.  Quijote  antes  de  su  seguuda  salida,  y 
aquinu  se  expresa, fué  liacer  teslamento 
cerrado,  donde,  como  adelante  se  dice 
en  los  capítulos  XX  y  XIA'I,  dejó  seña- 
lado el  salario  de  Sancho.  Aquí  no  le 
ocurrió  al  fabulista.  Bien  pudiera  des- 
pués haberlo  suplido  ;  pero  Cervantes 
escribía  de  una  vez,  y  no  volvía  atrás 
á  releer  lo  que  llevaba  escrito. 

2.  Si  ahora  se  repitiese  esta  evpre- 
siim,  no  faltarla  quien  la  tachase  de 
galicismo.  Pero  no  fué  aquí  sólo  donde 
la  usó  Cervantes  :  hállase  también  en 
sus  novelas,  en  las  que  limó  y  acicaló 
el  lenguaje  más  que  en  el  Qümote. 
En  la  de  la  Ilwitre  Frer/ona  .se  lee 
Levantáronse  los  dos  (Carnazo  y  Aven- 
dañoj  y  cuando  ahrieron  no  hallaron 
persona.  Y  en  la  Fuerza  de  la  sanare  : 
Quedóse  sola  Leocadia,  quilóse  la  venda, 
reconoció  el  luf/ar  donde  la  dejaron, 
miró  d  todas  partes,  no  vio  á  persona. 
En  la  misma  significación  de  nadie 
usaron  la  p;i labra  per.^ona  otros  escri- 
tores de  aquel  tiempo.  Á  persona  no 
prer/vnté,  contaba  üuzmán  de  Alfa- 
rai'lie  (a),  que  no  me  socorriese  con 
una  puTiada  ó  bofetón.  Quevedo  en  el 
capítulo  IX  del  Gran  Tacaño  :  Con  esto 
caminé  más  de  una  legua,  que  no  topé 
persona.  Antes  de  éstos,  Juan  de  Timo- 
neda  en  su  Patrañuelo  {h)  había  dicho  ; 
Pereció  en  una  terrible  tormenta,  sin 
quedar  persona  d  vida.  Y  porque  no 
falte  la  autoridad  Je  libros  caballe- 
rescos, la  cnmica  de  .Vmadísde  Grecia, 
en  la  relación  de  una  batalla  entre  la 
escuadra  de  Amadis  de  Gaula  y  la  de 
Zair,  Soldán  de  Babilonia,  dice  :  que 
yendo  este  último  de  vencida,  su  her- 
mana Abra  huj'ó  en  una  fusta  pequeña 


(a)  Partp   1,  lib.   III, 
trafia  v.  lol.  :U. 


cai> 


(6)   Pa- 


muy  velera,  no  pensando  que  escaparía 
persona  de  todos  los  que  quedaban  en 
la.  batalla  [a).  Y  la  Historia  de  Amadis 
de  Gaula  cuenta  que  .Vmadís  y  Grasan- 
dor,  llegados  que  fueron  al  pie  de  la 
Peña  de  la  Doncella  encant.ulora,  halla- 
ron allí  un  barco  en  la  ribera  sin  per- 
sona que  lo  f/uardase  [b).  Los  que 
observan  y  estudian  los  orígenes,  for- 
mación y  progresos  de  los  dialectos 
nacidos  de  un  idioma  común,  como 
son  las  lenguas  castellana  y  francesa, 
no  aplican  con  ligereza  la  nota  fie 
extranjeras  á  algunas  palabras  que  pu- 
dieron ser  comunes  á  ambas  en  los 
principios,  aun  cuando  el  discurso  del 
tiempo  y  los  caprichos  del  uso  hayan 
introducido  posteriormente  algunas 
diferencias  (a). 

3.  Con  efecto,  el  jumento  fué  cabal- 
gadura usada  de  los  antiguos  patriar- 
cas, según  ya  se  dijo.  Cervantes  quizá 
tuvo  presente  esta  usanza,  sin  perjuicio 
de  dar  también  á  entender  que  Sancho 
iba  sobre  su  jumento  con  mucha  como- 
didad, que  es  lo  que  ordinariamente 
sitrnifica  la  e.xpresión  familiar  de  ir 
como  un  patriarca. 

4.  Empieza  ya  desfle  aquí  á  pintarse 
el  cará'-ter  de  Sancho  con  una  pincelada 
digna  de  Cervantes;  la  pintura  se  con- 
tinúa con  el  recuerdo  que  Sancho  hace 
después  á  su  amo  :  mire  vuestra  merced, 
que  no  se  le  olvide  lo  que  de  la  ínsula 
me  tiene  prometido,  y  con  el  gracio- 
sísimo diálogo  que  sigue  hasta  el  fin 
del  capitulo. 

la\  Parte  II,  cap.  XXXIV.  —  {),)  Capítulo 
LXXIII 

(a)  En  los  escritores  franci^ses  antiguos  se 
encuenlr.iii.  por  idr-ntica  ;azün,  palabras  que 
parecen  imitadas  ó  tomadas  del  espaüoi.  como 
soiiler  (soler)  cnldcre  (caldera)  y  otras  niu- 
ehas,  que  prueban  úaicamente  la  unidad  ¿e 
origen  de  ambas  lenguas.  (M.  ile  T.} 


I'HIMI  HA    I'AUIK.    —     CM'ÍTl.í.O     VII 


117 


Acfrlo  I).  Oiiijole  ;i  lüiiiar  la  misma  flcrrola  y  camino  que  el  que 
c\  lialiia  Idiiiailo  '  en  .su  primer  viajo,  (|iie  Tiié  p(jr  el  caiiqxj  (Je 
Moiiliel,  \)ov  el  cual  caminaba  con  menos  [x'sadumbic  <\\io  \i\  vez 
pasada,  porque  por  ser  la  hora  de  la  mañana  y  licrirl(!S  á 
soslayo  los  rayos  del  sol,  no  les  l'atif^aban  ^.  Dijo  en  esto  Sancho 
lianza  á  su  amo  Mire  vuestra  merced,  señor  caballero  andante, 
que  no  se  le  olvide  lo  que  de  la  ínsula  me  liene  prometido,  que  yo 
la  sabré  gobernar  por  grande  que  sea,  Á  lo  cual  le  respondió 
I).  Quijote  :  Has  de  saber,  amigo  Sancho  Panza,  que  fué  cos- 
tumbre muy  usada  de  los  caballeros  andantes  antiguos  hacer 
gobernadores  á  sus  escuderos  '  de  las  ín -ulas  ó  reinos  que  gana- 
ban, y  yo  tengo  determinado  de  que  por  mí  no  falte  tan  agradecida 
usanza;  ante^  pienso  aventajarme  en  ella,  porque  ellos  algunas 
veces,  y  quizá  las  más,  esperaban  á  que  sus  escuderos  fuesen 
viejos,  y  ya  después  de  hartos  de  servir  y  de  llevar  malos  días  y 
peores  noches,  les  daban  algún  título  de  Conde,  ó  por  lo  menos 
de  Marqués''  de  algún  valle  ó  provincia  de  poco  más  ó  menos; 


1.  ¡  Cuánto  más  desembarazado  hu- 
biera quedado  el  ienjjuaje,  suprimién- 
dose los  tres  monosílabos,  y  diciéndose: 
lit  misma  derrota  y  camino  que  había 
lomado  en  su  primer  viaje  ! 

2.  No  tuvo  razón  Cervantes  para 
decirlo.  Iguales  motivos  de  calor  y 
fatiga  habla  en  la  salida  segunda  que 
en  la  primera  ;  la  hora  era  la  misma, 
porque  era  muy  de  mañana;  los  rayos 
del  sol  herían  del  mismo  modo,  porque 
la  derrota  y  dirección  acertó  á  ser  igual, 
y  la  estación  er.T  casi  ln  misma,  porque 
sólo  mediaron  pocos  días. 

3.  Desde  luego  ocurre  el  ejemplo  de 
Ani.'idís  de  Gaiíla,  el  cual,  hecho  dueño 
de  la  ínsula  Firme,  dio  su  señorío  á 
Gandalín,  su  escudero,  en  pago  y  pre- 
mio de  sus  buenos  servicios  [ar,  y 
después,  siendo  ya  Rey,  le  dio  títuin 
de  Conde  h).  Otro  ejemplo  es  el  del 
C.iballero  de  la  Ardiente  Espada,  que 
habiendo  restituido  al  reino  de  la  ínsula 
Taprobana  á  la  Princesa  Lucida,  des- 
pués de  vencer  y  matar  al  usurpador, 
hizo  Duque  en  la  ínsula  á  su  escudero 
Ineril  íc).  El  misuio  Caballero  de  la 
Ardiente  Espada  hizo  merced  á  Ordán, 
otro  escudero  suyo,  de   un   castillo   y 


(a)  Amadis,  lil).  II,  cap.  XLV.  —  {h)  Scríjna 
'If  Esplnnd.,  cap,  GXL.  —  (c)  Amadis  de 
Grecia,  parte  II,  cap.   LXXXIV. 


ciertas  villas  de  su  jurisdicción  en  la 
isla  de  Argantadel,  con  nombre  de 
Duque  (a). 

4.  Según  esta  expresión,  D.  Quijote 
era  de  opinión  contraria  á  iSalazar  de 
Mendoza  y  á  los  Reyes  de  Castilla,  que 
en  sus  diplomas  y  provisiones  nombran 
primero  á  los  .Marqueses  y  después  á 
los  Comles.  inervantes,  al  parecer,  quiso 
añadir  este  rasgo  de  extravagancia 
á  nuestro  pobre  caballero.  Como  quiera, 
la  preferencia  que  la  opinión  común 
y  las  fórmulas  cancellerescas  (a) 
dan  á  la  dignidad  de  Marqués  sobre  la 
de  Conde,  no  se  apoya  en  fundamento 
leiial.  y  aun  tiene  contra  ~i  la  razón  de 
antigüedad,  que  favorece  más  á  la 
última.  El  título  de  Conde  es  originario 
del  iHtín;  viene  desde  los  tieuipos  del 
imperio,  y  se  menciona  ya  en  los  Códi- 
gos de  Justiniano  y  Teodosio  y  en  los 
monumentos  de  la  Jurisprudencia 
gótico-española.  Margues  es  voz  de  la 
Edad  Media,  comunicada  de  los  idiomas 
y  países  septentrionales.  La  dignidad 
hereditaria  de  Conde,  en  la  forma  que 

(a)  Ib.,  cap.  CXXI. 


{<■/.)  Canceller esca.  —  Se  usaron  en  lo  antiguo 
canceller,  cancellería  y  cancellern  ;  pero  no 
cnncelleresco.  La  Academia  sólo  tiene  cnnci- 
lleresco.  (M.  de  T.) 


118 


DON    OrilOTE    DE    LA    MANCHA 


pero  si  tú  vivos  y  yo  vivo,  bien  podría  s(M"  (|ii('  antes  fio  seis  días 
ganase  yo  tal  reino,  (jue  tuviese  oti-os  á  él  adlicrcntes  que  viniesen 
de  molde  jiara  coronarte  por  rey '  de  uno  dellos.  Y  no  lo  tenj^as 
ü  mucho,  que  cosas  y  casos  acontecen-  á  los  tales  caballeros  por 
modos  tan  nimca  vistos  ni  pensados,  que  con  facilidad  te  podría 
(lar  aún  más  de  lo  que  te  prometo.  Desa  manera,  respondió  Sancho 
Panza,  si  yo  fuese  rey  por  algún  milagro  de  los  que  vuestra 
merced  dice,  por  lo  menos  Juana  Gutiérrez  mi  oislo  •*  vendría  á 


ha  estado  después  en  Castilla,  empezó 
en  D.  Alvaro  Núñez  Osorio,  ;í  quien  el 
año  de  i;{28  hizo  Conde  de  Trastauíara 
el  Hey  D.  Alonso  XI.  con  las  ceremonias 
que  se  refieren  en  la  crí'inica  de  este 
Príncipe.  El  primer  nombramiento  de 
Mar(|ués  fué  el  de  Vülena,  que  el  lley 
D.  Enrique  el  Viejo,  ñ  de  las  Mercedes, 
hizo  en  D.  Alonso  de  Aragón  el  año  de 
1366  («).  Antes  era  desconocido  el  titulo 
de  Marqués  en  Castilla,  según  dice 
D.  Alonso  de  Cartagena  en  el  Doctrinal 
de  Caballeros  (6). 

1.  La  doncella  Finistea,  que  en  traje 
varonil  sirvió  algún  tiempo  de  escu- 
dero á  Amadís  de  Grecia,  recibió  en 
recompensa  el  reino  de  Tebas  íc).  Estas 
mercedes  solían  extenderse  también  á 
otras  personas.  Tiíante  hizo  Rey  de 
Fez  y  Bugia  á  uno  de  sus  caballeros,  á 
quien  casó  con  la  doncella  Placerde- 
mivida,  confidenta  de  sus  amores  con 
Carmesina  (d).  El  Caballero  de  Cupido, 
habiendo  ganado  con  sus  hazañas  el 
reino  de  Epiro.  lo  dio  al  Principe  Ar- 
ganteo,  que  lo  había  defendido  á  él  y  á 
la  Reina  de  Ircaniade  una  calumnia  e). 
Lisuarte  de  Grecia  dii'i  el  reino  de  Creta 
;í  la  Infanta  Gradaíilea  (/).  Lepolemo 
ganó  para  el  Soldán  de  Egipto  los 
reinos  de  Diirón  y  Medinn  :  dii)  .i  su 
amigo  Trasileón  el  de  Creta,  y  la  isla  de 
Estadía,  con  título  de  Reina,  ;i  una  hija 
de  Trasileón,  casándola  con  Trasilo, 
hijo  del  gigante  Morbón,  á  quien  Le- 
polemo había  vencido  y  herido  mor- 
tal mente  (.7). 

2.  Agudeza  fundada  en  que  cosas  es 

(a)  Crónica  del  rey  D.  Pedro,  año  XVII, 
cap.  VII.  —  (6)  Lib.  i.  tít.  V. 

(c)  FlorUcl,  parte  III,  cap.  LXXVIII.  — 
(d)  Tirante,  parte  IV.  —  (e''  Caballero  de  la 
Cruz.  lib.  II.  cap.  LXIT.  —  (f)  Amadis  de 
Grecia,  parte  II, cap.  CWll.  — (g)  Cabath^ro 
de  la  Cruz,  caí).  LX.XXVII,  CIII,  CVIII 
V  CXIIl. 


anagrama  de  casos.  El  libro  tercero  de 
los  Trabajos  de  Fe'rsiles  _»/  Sigistininda 
empieza  con  las  mismas  palabras :  Cosas 
y  casos  suceden  en  ei  mundo,  etc. 
Semejantemente  á  esto  contestaba  en 
cierta  ocasirm  una  dama  á  un  galán  que 
trataba  de  alucinarla  :  aunque  tonta, 
no  tanto. 

3.  Oislo,  voz  baja  y  apicarada,  para 
significar  una  mujer  á  quien  se  quiere 
ií  estilo  de  la  hampa,  y,  por  lo  mismo, 
forma  mayor  contraste  con  la  alta  cali- 
dad de  Reina  de  que  se  trata.  A  lo  propio 
contribuye  el  nombre  vulgarísimo  de 
Juana  Gutiérrez,  tan  propio  de  gente  de 
poca  importancia. 

.\si  como  se  dice  oislo  de  las  mujeres, 
se  dice  también  cuyo  de  los  hombres ; 
de  lo  que  igualmente  da  ejemplo  Cer- 
vantes en  la  novela  de  la  Ilustre 
fregona,  donde  se  cuenta  que  ¡a 
Arguello  (criada  de  un  mesón  en 
Toledo)  que  vio  atraillado  d  su  nuevo 
cuyo,  acudió  lueijo  ó  la  cárcel  á  lle- 
varle de  comer.  En  el  entremés  del 
Rufián  viudo,  impreso  entre  otros  de 
nuestro  autor,  decía  la  Mostrenca  : 

Poco  valgo  : 
Pero  en  fin.  como  y  bebo,  y  á  mi  cui/o 
Le  traigo  más  vestido  que  un  palmito. 

Y  en  la  misma  escena  la  Pizpita,  pre- 
tendiendo que  la  elija  por  mujer  el 
viudo  Trampagos,  alega  así  de  su  de- 
recho : 

Pcqupüa  soy,  Trampagos,  pero  grande 
Tengo  la  voluntad  para  servirte 
No  tengo  cuyo,  y  tengo  ochenta  cobas. 

Cuyo  es  cortejo,  y  cobas  son  reales 
en  jeringonza. 

Don  I..UÍS  de  Gi'mgora  dijo  de  Píramo 
en  SU  fábula  : 

Este,  pupí.  ora  el  vecino, 
el  amante  y  aun  p1  cuyo 


phimkra  PAitTi:. 


r.AP:Ti'i.o  VII 


11!» 


ser  reina  y  mis  hijos  inraiitcs.  ¿Piu's  qui(''n  lo  duda?  r(!spondi() 
D.  (Juijolc.  Yo  lo  dudo,  re|)l¡có  Sancho  Panza,  porque  len<j;o  paia 
mí,  (lue  auiupio  lloviese  Dios  reinos  sobre  la  tierra,  nin<^uno  asen- 
taría I)i(Mi  sobre  la  cabeza  de  Mari  (iutiérrez  *.  Sepa,  señor,  que 
no  vale  dos  maravedís  [lara  reina ;  condesa  le  caerá  mejor,  y  aun 
Dios  y  ayuda.  Encomiéndalo  tú  á  Dios,  Sancho,  respondió  Don 
Quijote,  que  él  le  dará  lo  que  más  le  convenga ;  pero  no  apoíjucs 
tu  ánimo  tanto,  que  te  vengas  á  contentar  con  menos  que  con 
ser  adelantado  ^.  No  haré,  señor  mío,  respondió  Sancho,  y  más 
teniendo  tan  principal  amo  en  vuestra  merced,  que  me  sabrá  dar 
todo  aquello  que  me  esté  bien  y  yo  pueda  llevar. 


do  la  tüitola  doncella, 
gemidora  á  lo  viudo. 

1.  Poco  antes  se  la  llama  Juana 
Gutierre/  :  y  en  el  capitulo  último  de 
la  primera  parte,  Juana  Panza,  gue  asi, 
dice,  se  llamaba  la  mitjer  de  Sa>ic/to, 
aunque  no  eran  parientes,  sino  porque 
se  usa  en  la  Mancha  tomar  las  mujeres 
el  apellido  de  sus  maridos.  En  la  se- 
gunda parte  se  le  da  el  nombre  de 
Teresa  Panza,  añadiéndose  que  el  ape- 
llido se  tomaba  del  marido,  pero  que 
su  padre  se  llamaba  Cascajo.  Como  si 
fueran  pocas  estas  inconsecuencias, 
av'in  añadió  Cervantes  otra,  reconvi- 
niendo en  el  capítulo  LIX  de  la  segunda 
parte  al  licenciado  Avellaneda,  porque 
más  consiguiente  y  acorde  en  esto  que 
Cervantes,  llamó  á  la  mujer  de  Sancho 
Mari  Gutiérrez,  según  se  la  habia  nom- 
brado en  el  presente  pasaje  del  texto. 

Elnornbrede  Mari  Gutiérrez  (a;,  por  la 
mutilación  de  la  voz  María,  es  aun  más 
vulgar    é    ignoble    que     el    de   Juana 

(o.)  No  h;in  faltado  críticos  que  dcmues- 
tfini  que  Cervantes  no  mereció  en  este  caso 
la  censura  de  Clemencín,  el  cual  entendió 
mal  el  texto.  Mari  Gutiérrez  se  encuentra  em- 
¡ileado  como  un  calificativo  vulgar  y  no  como 
un  mote.  De  esto  se  ven  constanles  ejemplos. 
(M.  de  T.; 


Gutiérrez.  También  se  llamó  Mari  San- 
cha á  la  hija  de  Sancho  en  el  coloquio 
de  sus  padres,  que  se  refiere  al  capi- 
tulo V  de  la  segunda  parte  :  y  así  se 
encuentra  usado  el  mismo  nombre  en 
los  refranes  y  e.xpresiones  proverbiales 
propias  del  estilo  familiar,  como  el 
¡/alo  de  Mari  Hamos,  la  hedía  de  Mari 
Moco,  el  escrúpulo  de  Mari  Gargajo  y 
otras  locuciones  semejantes. 

2.  Adelantado,  según  la  ley  de  Par- 
tida (((),  tanto  quiere  decir  como  hombre 
metido  adelantado  en  alguna  fecho 
señalado  por  mandado  del  Rey...  El 
oficio  deste  es  muy  grande  :  ca  es 
puesto  sobre  lodos  los  merinos,  tan  bien 
sobre  los  de  las  cámaras  é  de  las  alfoces 
como  sobre  los  otros  de  las  villas.  Su 
autoridad  era  la  superior  de  la  provin- 
cia, y  participaba  ele  gubernativa  y  de 
judicial :  para  el  despacho  de  lo  forense 
le  acompañaban  algunos  letrados.  A  él 
se  apelaba  de  los  merinos  ó  jueces  de 
partido,  y  de  él  al  Rey;  en  la  frontera 
mandaba  también  las  fuerzas  mili- 
tares. En  el  día  no  ha  quedado  de  esta 
dignidad  sino  el  titulo,  que  conservan 
entre  los  suyos  algimas  casas  de 
Grandes,  á  quienes  lo  concedieron  an- 
tiguamente los  Reyes. 

(«)  Partida  II,  tit.  IX,  ley  22. 


CAPITULO  VIII 


DEL  BUEN  SUCESO  QUE  EL  VALEltOSO  D.  (¿UIJOTE  TUVO  EN  LA  ESPAN- 
TAHLK  Y  JAMÁS  IMAGLNADA  AVENTURA  DE  LOS  MOLINOS  DE  VIENTO, 
CON    OTROS    SUCESOS    DIGNOS    DE    FELICE    RECORDACIÓN. 


En  esto  descubrieron  treinta  ó  cuarenta  molinos  de  viento  '  que 
hay  en  aquel  campo;  y  así  como  D.  Quijote  los  vio  dijo  á  su  escu- 
dero :    La  ventura  va  guiando  nuestras  cosas  mejor  de   lo  que 


1.  La  falla  de  ríos  en  la  Mancha, 
una  de  las  provincias  de  España  más 
escasas  de  agua,  produjo  la  necesidad 
de  usar  de  los  molinos  de  viento,  que 
son  tan  frecuentes  en  ella;  pero  su 
introducción  debió  preceder  poco 
tiempo  á  la  edad  de  Cervantes.  Ante- 
riormente la  mayor  parte  de  los  pueblos 
no  tenían  sino  molinos  hibernizos  en 
los  arroyos  que  corren  por  sus  términos 
durante  la  estcici(in  de  las  lluvias,  y  se 
secan  en  el  estío.  En  las  relaciones 
topográlicas  que  se  formaron  por  los 
años  de  1370  á  1375  de  orden  de 
Felipe  11,  y  de  que  existe  parte  entre 
los  manuscritos  del  Escorial,  se  encuen- 
tran noticias  circunslanciadas  de  la 
escasez  de  agua  que  padecían  los  man- 
chegos.  El  Zúncara, uno  de  los  arroyos 
ó  riachuelos  más  considerables  de  la 
provincia,  no  corrió  desde  el  año  lbü5 
hasta  el  de  1.543 (a).  Esta  penuria  les 
obligaba  á  acudir  á  los  molinos  de  los 
ríos  perennes  que  solían  estar  á  dis- 
tancias considerables.  Los  mejor  libra- 
dos eran  los  pueblos  cercanos  al  Gua- 
diana, aunque  distasen  tres  ó  cuatro 
leguas  :  á  él  iban  desde  seis  y  ocho  los 
habitantes  de  la  Solana  y  de  Manza- 
nares. Del  Provencio  iban  siete  leguas 
al  Júcar;  del  Quintanar  nueve  leguas  al 
Tajo;    del    Toboso,    donde    no"  había 

1     I  ¡{el.  (Ifi  Caiit'iu  ilti  l'ri¡it'in<i. 


ningún  molino  hibernizo,  iban  á  los 
ríos  Tajo,  Guadiana  y  Júcar,  que  esta- 
ban toaos  á  distancia  de  diez  leguas ;  y 
de  la  iMota  del  Cuervo,  donde  actual- 
mente se  ven  reunidos  en  una  loma 
inmediata  muchos  molinos  de  viento, 
ibaná  Guadiana,  que  está  nueve  leguas, 
ó  á  Júcar,  que  está  once. 

Esto  prueba  concluyentcmente  que 
entonces  no  se  habían  introducido  to- 
davía los  molinos  de  viento.  No  en- 
cuentro mención  de  ellos  más  que  en 
la  relación  del  Pedcrnoso,  y  aun  allí 
no  bastaban  para  sui'lir  de  harina  á  la 
población;  puesto  que  también  iban  á 
moler  al  río  Júcar,  que  está  á  distan- 
cia de  nueve  leguas.  Posteriormente  se 
multiplicaron,  prestando  á  la  fecunda 
fantasía  de  nuestro  autor  el  pensa- 
miento oportuno  y  feliz  de  convertirlos 
en  gigantes.  No  ha  faltado  quien  con- 
jeture que  la  fila  de  molinos  de  laAlota 
del  Cuervo  fueron  los  treintai)  cuarenta 
que  quiso  designar  Cervantes  en  la 
presente  aventura.  (,>pónese  á  ello  la 
distancia  que  media  desde  la  Mota  á  la 
.■Vrgamasilla,  de  donde  habla  salido 
D.  Quijote  el  mismo  día,  y  á  Puerto 
Lapice,  á  cuya  vista  llegó  á  la  mitad 
del  siguiente:  pero  esto  era  corto 
reparo  para  Cervantes.  El  itinerario 
grabado  por  la  Academia  Española 
soñala  este  sitio  entre  Argamasilla  y 
Villarta,  y  no  desdice  el  de  Pellicer. 


IMíIMKUA    PAHIK.    —    CAPÍTLI.O    \lll  121 

íicort.'iniino.s  á  desear;  [)or([ue  ves  allí,  aini^o  Sancho  l'anZa, 
donde  se  descubren  treinta  ó  pocos  más  desaforados  gifi^anles  con 
<|ii¡cu  pienso  hacer  batalla  y  quitarles  á  todos  las  vidas,  con  cuyos 
despojos  eouuMi/aremos  á  enriquecer  :  que  esta  es  buena  guerra, 
y  es  gran  servicio  de  Dios  (piilar  tan  mala  siuücnte  d(í  sobre  la 
l'aí  de  la  tierra.  ¿O^i^'  gigantes?  dijo  Sancho  Panza.  Aquellos  que 
allí  ves,  respondió  su  amo,  de  los  brazos  largos,  que  los  suelen 
tener  algunos  de  casi  dos  leguas  ^  Mire  vuestra  merced,  respondió 
Sancho,  que  aquellos  que  allí  se  parecen,  no  son  gigantes,  sino 
nu)linos  de  viento,  y  lo  (pie  en  ellos  parecen  brazos  son  las  aspas, 
([ue  volteadas  del  viento  hacen  andar  la  piedra  del  molino.  Bien 
parece,  respondió  D.  Quijote,  que  no  estás  cursado  en  esto  de  las 
aventuras  :  ellos  son  gigantes,  y  si  tienes  miedo,  quítate  de  ahí  y 
ponte  en  oración  en  el  espacio  que  yo  voy  á  entrar  con  ellos  en 
fiera  y  desigual  batalla.  Y  diciendo  esto,  dio  de  espuelas  á  su 
caballo  Rocinante,  sin  atender  á  las  voces  que  su  escudero  Sancho 
le  daba,  adviiliéndole  que  sin  duda  alguna  eran  molinos  de  viento 
y  no  gigantes  aquellos  que  iba  á  cometer.  Pero  él  iba  tan  puesto 
en  que  eran  gigantes,  que  ni  oía  las  voces  de  su  escudero  Sancho, 
ni  echaba  de  ver,  aunque  estaba  ya  bien  cerca,  lo  que  eran ;  antes 
iba  diciendo  en  voces  altas  :  Non  luyades,  cobardes  y  viles 
criaturas,  que  un  solo  caballero  es  el  que  os  acomete-.  Levantóse 
en  esto  un  poco  de  viento,  y  las  grandes  aspas  comenzaron  á 
moverse,  lo  cual,  visto  por  D.  Quijote,  dijo  :  Pues  aunque  mováis 
más  brazos  que  los  del  gigante  Briareo^,  me  lo  habéis  de  pagar. 
Y  en  diciendo  esto,  y  encomendándose  de  todo  corazón  á  su 
señora  Dulcinea,  pidiéndole  que  en  tal  trance  le  socorriese,  bien 


1.  Ponderación  desaforada  que  hace  doce  pares,  de  quien  lanías  hazañas  he 
reír.  El  lector,  al  llegar  aqui,  no  podrá  oido  I  ¿cómo  no  osáis  parecer  delanle 
menos  de  recordar  lo  que  se  dijo  en  otra  de  un  solo  caballero'/  De  igual  expre- 
nota acerca  del  Alcázar  de  la  Fortuna,  sión  se  valió  L>.  Quijote  en  la  batalla 
descrito  en  Olivante,  cuya  altura  era  de  las  ovejas,  cuando,  dirigiendo  la  voz 
de  casi  dos  leguas.  La  exageración  de  al  soberbio  Alifanlarón,  decía  (6)  :  Un 
L).  Quijote  perdería  toda  su  gracia  y  caballero  solo  soy,  que  desea  de  solo  á 
sería  una  insulsez  en  boca  de  otro  cual-  solo  probar  tus  fuerzas. 

quiera  :  en  la  de  un  loco  tiene  verosi-  3.  El  gigante  líriareo,   que  según  la 

militud  y  oportunidad.  Tal  es  el  arte  de  fábula,  tenia  cien   brazos  y   cincuenta 

Cervantes    en   saberse   aprovechar   de  vientres,    fué  uno  de  los   Titanes   que 

su  asunto,  de  los  caracteres  de  sus  per-  combatieron  contra  los  Dioses,   y  fué 

sonajes,  y   de   los   disparates   misuios  sepultado  con  sus  compañeros  debajo 

de    los    libros   que    intentaba    ridicu-  del  Monte  Etna,  cuyas  explosiones  se 

lizar.  creían  ser  los  gemidos  de  los  gigantes 

2.  Fierabrás    de     Alejandría,    desa-  que  allí  yacían, 
fiando  en  Mormionda  á  los  caballeros 

de  Carloniagno.  decía,  según  cuenta  su  [n)  Carlomfujno,  caj).  XI.  —  .'6)  Parte  I, 

liistoria  (a)  ;  ;0k   los  que  vos  llanuíis  cap.  XIX. 


122  DON    QriJOTK    DE    LA    MANCHA 

cubierto  do  su  rodóla,  con  la  lanza  en  el  rislro,  arromcliíí  á  lodo 
el  g'alope  de  Rocinante,  y  embistió  con  el  primero  molino  que 
estaba  delante,  y  dándole  una  lanzada  en  el  aspa,  la  volvió  el 
viento  con  tanta  furia  \  que  hizo  la  lanza  pedazos^,  llevándose 
tras  sí  al  caballo  y  al  caballero,  que  fué  rodando  muy  maltrecho 
por  el  camjío.  Acudió  Sancho  Panza  á  socorrerle  á  todo  el  correr 
de  su  asno,  y  cuantío  llegó,  halló  que  no  se  podía  menear;  tal  fué 
el  golpe  que  dio  con  él  Rocinante.  ¡Válame  Dios!  dijo  Sancho. 
¿No  le  dije  yo  á  vuestra  merced  que  mirase  bien  lo  que  hacía,  que 
no  eran  sino  molinos  de  viento,  y  no  lo  podía  ij^'^norar  sino  quien 
llevase  otros  tales  en  la  cabeza?  Calla,  amigo  Sancho,  respondió 
D.  Quijote,  que  las  cosas  de  la  guerra  más  que  otras  están  sujetas 
á  continua  mudanza  :  cuanto  más  (jue  yo  pienso,  y  es  asi  verdad, 
que  aquel  sabio  Frestón',  que  me  robó  el  aposento  y  los  libros, 
ha  vuelto  estos  gigantes  en  molinos  por  quitarme  la  gloria  de  su 
vencimiento;  tal  es  la  enemistad  que  me  tiene  :  más  al  cabo  han 
de  poder  poco  sus  malas  artes  contra  la  bondad  de  mi  espada. 
Dios  lo  haga  como  puede,  respondió  Sancho  Panza,  y  ayudándole 
á  levantar,  tornó  á  subir  sobre  Rocinante,  que  medio  despaldado 
estaba.  Y  hablando  en  la  pasada  aventura',  siguieron  el  camino 


\.  Ristre,  pieza  de  liierro  á  la  dere- 
cha del  peto,  que  se  ve  en  las  arma- 
duras antiguas  y  donde  se  lijaba  el 
cabo  de  la  manija  de  la  lanza  para 
aseiiurarla 

Ndtese,  que  no  llevando  sujeto  ex- 
preso el  gerundio  dando,  debiera  serlo 
en  buena  sintaxis  el  del  verbo  volvió  ; 
pero  quien  dio  fué  D.  Quijote,  y  quien 
volvió  fué  el  viento.  En  igual  incorrec- 
ción se  incurre  pocos  renglones  ade- 
lante, donde  se  dice  :  ayudándole  ú 
levantar,  lomó  ó  subir  sobre  rocinante. 
Quien  anudó  fué  Sancho,  quien  tornó 
á  subir  faé  1).  Quijote.  La  claridad 
pedia  que  en  el  primer  pasaje  se  dijese  : 
dándole  D.  Quijote  una  lanzada  en  el 
aspa,  la  volvió  el  viento ;  y  en  el  se- 
gundo, ayudándole  Suncho  á  levan- 
tar, tornó  á  subir  D.  Quijote  sobre 
Rocinante. 

2.  En  otro  gigante  hizo  también  pe- 
dazos su  lanza  la  Princesa  Dorobella, 
que  caminaba  en  traje  de  caballero 
andante  acompañada  del  enano  Es- 
bueso,  como  se  cuenta  en  el  poema 
caballeresco  de  Celidón  de  Iberia  (a). 

(a.  Cantil  2:>. 


Son  inaumeraliles  los  ejemplos  de  los 
libros  de  caballerías  en  que  se  rompen 
las  lanzas  y  vuelan  hechas  astillas ;  y 
aun  de  aquí  provendría  el  mismo 
nombre  de  astillas  que  se  aplica  en 
general  á  los  frasmentos  de  la  madera 
rota,  porque  astilla  es  asta  «J  lanza  pe- 
queña. Así  sucedía  y  debía  suceder 
especialmente  en  las  justas,  en  que  el 
trance  consistía  en  el  choque  encon- 
trado de  dos  caballeros  armados  de 
lanzas.  En  el  Paso  del  Orbigo.  cele- 
brado el  año  1434,  su  mantenedor, 
Suero  de  Quiñones,  caballero  leonés, 
se  propuso  pagar  el  rescate  de  la  pri- 
sión en  que  le  tenía  su  dama,  concer- 
tado en  nombre  del  apóstol  Santiago, 
según  alli  se  dice,  en  300  lanzas  con 
fierros  de  Milán  rompidas  por  el  asta, 
tres  con  cada  uno  de  los  aventureros 
que  concurriesen  al  Paso. 

3.  Vuelve  aquí  á  repetirse  Frestón 
por  Frislón,  y  es  en  boca  de  D.  Qui- 
jote. Si  no  fué  distracción  de  Cer- 
vantes, debió  ser  errata  de  im- 
prenta. 

4.  Modo  anticuado  de  hablar,  lo 
mismo  que  sobre  la  pasada  aventura, 
ó  de  la  pasada  aventura. 


PRIMERA    PAPTK 


CAPITUI  O    VIII 


123 


del  PiumIo  L;'i|)ic('',  porque  allí  decía  Ü.  (Juijole  que  no  era 
jiosible  (Irj;!!-  (le  hallarse  muchas  y  diversas  aventuras,  por  ser 
luííar  muy  |)asa¡('ro;  sino  que  iba  muy  pesaroso  [)or  haberle  faltado 
la  lan/.a,  y  diciéndosclo  ;í  su  escudero,  le  dijo  :  Yo  me  acuerdo 
haboi-  leído  (|Uo  un  caballero  español,  llamado  Diego  Pérez  de 
Vareas,  habiéndosele  en  una  batalla  roto  la  espada,  desgajó  de 
una  encina  un  pesado  ramo  ó  tronco,  y  con  él  hizo  tales  cosas 
aquel  día,  y  machacó  tantos  moros,  que  le  quedó  por  sobre 
nombre  Machuca,  y  así  él  como  sus  descendientes  se  llamaron 
desde  aquel  día  en  adelante  Vargas  y  Machuca'- .  Hete  dicho  esto, 
porque  de  la  primcia  encina  ó  roble  ([ue  se  me  depare,  pienso 
desgajar  otro  tronco^  tal  y  tan  bueno  como  aquél,  que  me  imagino 
y  pienso  hacer  con  él  tales  hazañas,  que  tú   te  tengas  por  bien 


1.  En  la  relación  que  de  orden  del 
Rej-  D.  Felipe  11  dieron  el  año  de  1376 
los'  vecinos  de  la  villa  de  Herencia,  en 
la  Mancha,  dijeron  que  á  dos  leguas 
del  pueLdo  se  lia«-¡a  un  puerto  llamado 
Puerto  Lapice,  dunde  había  una  venta 
por  la  que  ¡lasaba  el  camino  real 
desde  Villarta  á  Toledo.  Añaden  que 
el  camino  iba  entre  dos  colinas;  que 
la  cordillera  es  peñascosa,  y  que  hay 
cerros  fragosos  de  cantos,  de  donde  se 
llevaban  para  los  edificios.  Este  fué 
aparentemente  el  motivo  del  nombre 
de  Poilus  LapidiDii  ó  Puerto  Lapice. 
En  el  día  se  llama  Ventas  de  Puerto 
L.ipice  el  pueblecillo  que  allí  se  ha 
formado,  y  por  el  cual  pasa  el  camino 
real  que  va  de  Madrid  á  Andalucía, 
atravesando  la  Mancha.  En  lo  antiguo, 
según  la  relación  mencionada,  aquellas 
comarcas  estuvieron  pobladas  de  bos- 
ques, y,  por  consiguiente,  hubo  sufi- 
ciente motivo  para  que  D.  Quijote  las 
calificase  de  país  propio  para  teatro  de 
caballerías,  en  que  se  podían  meter 
las  manos  hasta  los  codos  en  esto  que 
llaman  aventuras. 

2.  Refiere  menudamente  el  suceso, 
Diego  Rodríguez  de  .Almela,  Canónigo 
de  Murcia,  escritor  del  siglo  xv,  en  su 
Valerio  de  las  Idstorius  escolásticas  y 
de  España  (a),  donde  habla  de  los 
caballeros  que  se  señalaron  en  la  ba- 
talla de  Jerez  contra  los  moros,  i'ei- 
nando  D.  Fernando  III  el  Santo  :  Pero 
entre  todos  fué  esmerado  Diego  Pérez 
de  Vargas.  Como  acaesciese  que  perdiese 


(a)  I.ib.  II,  tít.  II,  cap.  XIII. 


todas  las  armas  de  ferir,  conviene  ú 
saber,  la  lanza  y  espada  y  maza, 
cuando  rió  que  no  había  á  qué  se  tor- 
nar, fuese  ú  una  olivera  y  quebró  un 
ramo  que  tenía  bajo  un  cepillo  á  ma- 
nera de  porra,  y  con  tal  arma  se  metió 
en  la  mayor  priesa  de  la  batalla,  y 
comenzó  de  ferir  de  la  una  parte  y  de 
la  otra,  de  guisa  que  á  cualquier  que 
daba  una  palancada  no  había  más  me- 
nester ,■  é  fizo  con  aquel  cepo  tal  fazaña, 
que  setia  muclio  de  la  facer  con  todas 
las  armas  que  traer  pudiese  ;  y  el 
Conde  D.  Alvar  Pérez,  cuando  asi  lo 
vido,  con  gran  placer  que  dello  hovo,  y 
de  las  porradas  que  el  caballero  daba 
tanto  d  su  voluntad,  que  cada  vez  que 
le  oía  dar  el  golpe  decía  :  Asi,  Diego, 
machuca  así.  Y  este  nombre  hovieron 
después  todos  los  de  su  linaje  ;  y  en 
esto  paresció  que  era  hombre  de  gran 
corazón  y  digno  de  memoria.  Diego 
Pérez  de  Vargas  era  toledano,  como 
dice  la  Crónica  general  (a],  y  de  este 
suceso  se  hizo  un  romance  antiguo 
que  se  lee  en  las  colecciones  de  esta 
clase  de  poesías. 

Hubo  otro  Garci  Pérez  de  Vargas, 
que  se  distinguió  en  la  conquista  de 
Sevilla  por  el  Santo  Rey  D.  Fernando. 
De  él  se  hablará  al  capítulo  XLIX  de 
esta  primera  parte. 

3.  Desgajar  un  tronco  es  imposible, 
porque  ¿de  dónde  se  le  desgaja?  L'n 
tronco  puede  arrancarse,  pero  no  des- 
gajarse :  esto  sólo  conviene  al  ramo. 
Pocos  renglones  antes  se  ha  dicho  con 

(o)  Parte  IV. 


124  DON    QIIJOTK    DE    LA    JJANCIiA 

afortunado  de  haber  merecido  venir  ú  verlas,  y  á  ser  testigo  de 
cosas  que  apenas  podrán  ser  creídas.  Á  la  mano  de  Dios,  dijo 
Sancho,  yo  lo  creo  lodo  así  como  vuestra  merrcd  lo  dice;  pero 
enderécese  un  poco,  que  parece  que  va  de  medio  lado,  y  debe  de 
ser  del  moliniienlo  de  la  caída.  Asi  es  verdad,  respondió  Don 
Quijote;  y  si  no  me  (juejo  del  dolor,  es  porque  no  es  dado  á  los 
(caballeros  andantes  quejarse  de  herida  alguna  ',  aunque  se  le 
salgan  las  tripas  por  ella.  Si  eso  es  así,  no  tengo  yo  que  replicar, 
respondió  Sancho;  pero  sabe  Dios  si  yo  me  holgara  que  vuestra 
merced  se  quejara  cuando  alguna  cosa  le  dolieía.  De  mi  sé  decir, 
que  me  he  de  quejar  del  más  pequeño  dolor  que  tenga,  si  ya  no 
se  entiende  también  con  los  escuderos  de  los  caballeros  andantes 
eso  del  no  quejarse.  No  se  dejó  de  reir  D.  Quijote  de  la  simpli- 
cidad de  su  escudero,  y  asi  le  declaró  que  podía  muy  bien  quejarse 
como  y  cuando  quisiese,  sin  gana  ó  con  ella  que  hasta  entonces 
no  había  leído  cosa  en  contrario  en  la  orden  de  Caballei-ía.  Díjole 
Sancho  que  mirase  que  era  hora  de  comer.  Respondióle  su  amo 
que  por  entonces  no  le  hacía  menester,  que  comiese  él  cuando  se 


itriial  inexactitud  :  desgajó  (Diego  Pérez 
de  Vai'jL'as)  de  una  encina  un  pesado 
ramo  6  Ironco  (a).  No  era  lo  mismo 
tronco  que  rumo. 

1.  Asi  estaba  prescrito  á  los  caba- 
lleros de  la  Orden  de  la  Banda  por  sus 
estatuios.  Insertó  éstos  Ü.  Alonso  de 
Cartagena  en  su  Doctrinal  de  Cuballe- 
/•'Av, adunde  se  lee  (a) :  Otrosí  lodo  caba- 
llero fie  la  ¡tanda  nunca  debe  decir 
¡  a\' !  E  lo  máx  qxie  podiere,  excuse  de 
quejarse  poi  férula  que  ¡taya. 

El  Rey  Ü.  Alonso  el  XI,  estando  en 
Hurgos  el  año  de  1.130,  instiluyi)  la 
Orden  d'*  la  Hunda.  El  traje  que  diú  ;'i 
los  caballeros,  y  que  vistió  él  mismo, 
era    blanco    con   banda   negra.   El  los 

(a)  Lib.  III,  lít.  Vde  la  Devisa  de  la  Hunda. 

(a.)  Hamo  ó  tronco.  —  ¿  Quien  le  dijo  á  Clc- 
méncín  que  en  la  época  de  Cervantes  no  se 
usó  tronco  taiíibién  como  sinóiiiiiio  de  lania 
gruesa?  En  nuestra  lenj^ua  existen  las  |)a- 
laliras  tranca  y  trancazo  que  iraeii  su  origen 
del  truncus  latino.  Además  no  hay  que  Olvi- 
dar que  Cervantes  no  estudió  su  lengua  en 
el  Epilnni'-  de  la  Academia,  ni  en  ninjíún  otro 
texto  análo;,'(j;  pues  la  primera  giamática  en 
lengua  vulgar  la  publicó  Nebrija  en  i  .'.<2. 
El  conipntarista  demuestra,  con  su  meticu- 
losa intransigencia,  que  somos  topos  para 
nuestras  faltas  y  linces  para  las  ajenas. 

^M.  de  T.) 


primeros  paños,  dice  su  crónica  '«), 
que  fueron  fechos  ¡lara  esto,  eran  blan- 
cos é  la  banda  prieta...  El  era  la 
banda  tan  ancha  como  la  mano,  el  era 
jiuesta  en  las  pellotas  el  en  las  otras 
vestiduras  desde  el  hombro  ezquierdo 
fuista  la  falda. 

A  la  Orden  de  la  Banda  babía  prece- 
dido la  de  Santa  María  de  España, 
fundada  por  el  Hey  I).  Alonso  X  el 
babio,  que  el  año  de  I2"¡9  le  hizo  mer- 
ced del  castillo  y  villa  de  Medinasi- 
donia,  mudando  este  nombre  en  el  de 
Estrella,  para  que  alli  se  estableciese 
el  convento  mayor  de  la  f»rden.  Des- 
pués, en  el  año  de  1403,  el  Infante  de 
Castilla  Don  Fernando  iiisliluyó  en 
Medina  del  Campo  la  Orden  Militar  de 
la  Jarra,  que  hubo  de  durar  tan  poco 
tlem[)0  como  la  de  la  Escarna,  fundada 
pi'Sttriormente  por  su  sobrino  el  Rey 
D.  Juan  el  II.  Sólo  subsistieron  eñ 
Castilla  las  antiguas  Órdenes  Militares 
de  Calalrava,  Santiago  y  Alcántara, 
que  baldan  nacido  en  él  siglo  xu, 
siendo  de  notar  la  facilidad  con  que 
desaparecieron  Ordenes  instituidas  por 
tan  poderosos  Principes,  y  la  estabili- 
dad de  las  otras,  que  debieron  su  ori- 
gen á  fundadores  obscuros  y  humildes. 

(a)  Cap.  C. 


tntiMKHA  i'Ait'.i;.  —  c.M'Ítii.o  viii 


i2.n 


le  aniojasc.  Con  osla  licencia  so  acomodó  Suncho  lo  nicjor  ([iic 
pudo  sobn»  sn  jnnicnlo,  y  ¡cacando  de  las  alforjas  lo  que  en  ellas 
había  puesto,  iba  caminando  y  comiendo  delrás  íle  su  amo  muy 
despacio,  y  de  cuando  en  cuando  em|)iuaba  la  bola  con  tanto 
gusto,  cpu'  le  pudiera  envidiar  ol  más  refjfulado  bodegonero  de 
Málaga'.  Y  en  tanto  que  él  iba  de  aquella  manera  menudeando 
tragos,  no  se  le  acordaba  de  ninguna  promesa  '^  que  su  amo  le 
hubiese  hecho,  ni  tenía  por  ningún  trabajo,  sino  por  mucho 
descanso,  andar  buscándolas  aventvu'as.  j)or  peligrosas  (pie  fuesen. 
En  resolución,  aquella  noche  la  pasaron  entre  unos  árboles,  y  del 
uno  dellos  desgajó  D.  Quijote  un  ramo  seco  que  casi  le  podía 
servir  de  lanza,  y  puso  en  él  el  hierro  que  quitó  de  la  que  se  le 
había  quebrado.  Toda  aquella  noche  no  durmió  D.  Quijote  pen- 
sando en  su  señora  Dulcinea,  por  acomodarse  ú  lo  que  había  leído 
en  sus  libros  cuando  los  caballeros  pasaban  sin  dormir  muchas 
noches  en  las  florestas  y  despoblados,  entretenidos  con  las  memo- 
rias de  sus  señoras  ^.  No  la  pasó  así  Sancho  Panza,  que,  como 


1.  ¿  Por  qué  de  Múlagn  más  que  de 
otra  parte?  No  lo  entiendo,  y  tanto 
menos,  cuanto,  no  habiendo  lieclio 
mención  Cervantes  de  los  vinos  de 
Málaga  entre  los  célebres  de  Espafia 
que  nombra  en  algunos  parajes  de  sus 
obras,  dio  á  entender,  ó  que  entonces 
no  tenían  la  nombradla  que  ahora 
tienen,  ó  que  no  er;in  tan  de  su  gusto 
como  los  otros. 

2.  La  corrección  del  lenguaje  exi- 
giría que  se  suprimiese  el  le  ó  el  de,  y 
se  dijese  7io  se  acordaba  de  ninguna 
promesa,  ó  no  se  le  acordaba  ninguna 
promesa. 

3.  Nuestro  hidalgo  imitaba  los 
ejemplos  que  había  hallado  frecuente- 
mente en  los  anales  caballerescos.  Ha- 
biendo salido  Amadis  de  Gaula  á  caza 
de  montería,  se  perdió  en  la  espesura 
de  un  bosque  con  su  escudero  Gauda- 
lin.  Sobrevino  la  noche,  y  ya  sin  espe- 
ranza de  encontrar  albergue,  quitaron 
las  sillas  y  frenos  á  sus  caballos,  de- 
jándolos pacer  de  la  hierba  que  por 
allí  había.  El  caballero  de  la  Verde 
Espada,  mandando  ó  Gandalin  que  los 
guardase,  se  fué  junto  a  unos  grandes 
árboles  qne  cerca  de  allí  eran,  porque 
estando  solo,  mejor  pudiese  pensar  en 
su  hacienda  y  de  su  señora  (a).  Palme- 

(a)  Aiiiadis  de  Guuln,  cap.  LXXV. 


rhi  de  Oliva,  según  se  dice  en  un  lugar 
de  su  historia,  había  dormido  muy 
poco  aquella  noche  pensando  en  l'oli- 
narda  \a).  El  primer  día  que  Lisuarte 
de  Grecia  vio  á  la  Princesa  Onoloria, 
quedó  vencido  de  sus  amores.  En  toda 
aquella  noche  no  dormió  con  pensa- 
miento de  la  Princesa.,  y  sospirando 
decía  :  ¡Oh,  captivo  doncel!  ¿qué  será 
de  ti?...  Estas  razones  y  otras  muchas 
estuvo  diciendo  hasta  que  fué  dia 
claro  ib).  El  Príncipe  Agesilao,  disfra- 
zado de  doncella  con  el  nombre  de 
Daraida,  jjasó  la  noche  pensando  en  su 
señora  Diana  (c). 

Si  los  caballeros  solí-in  pasar  las 
noches  pensando  en  sus  damas,  tam- 
bién las  damas  solían  hacer  lo  mismo 
pensando  en  sus  caballeros.  El  de  la 
Espera  (Perlón  de  Gnula)  os  digo  que 
en  toda  la  noche  no  durmió  pensando 
en  su  señora,  y  ella  (Gricileria)  asi- 
mesrno  pensando  en  él  (rf).  Galercia, 
Reina  de  Gocia,  caminando  de  noche 
por  una  floresta,  se  sentó  en  una  peña 
apoyada  en  su  escudo ;  y  ansí  se  estaba 
holg/rndo  más  de  pensar  en  la  hermo- 
sura de  Plumedoro,  que  de  tomar  algiin 
sueño,  aunque  menester  le  hacia  (e). 

(a)  Cap.  XXXI.  —  (6)  Lisunrtp  de  Grpcin, 
cap.  VI.  — (c)/fío>-í.9e^, parte  III,  cap.  LXXXl. 
—  (d)  Lisuarte  de  Crecía,  cap.  LVIII.  —  (e)  Po- 
Ucisite  de  Boenia,  cap.  LXXXVI. 


126  DON  griJOTE  de  l.\  mancha 

tenía  el  estómago  lleno,  y  no  de  agua  de  chicoria,  de  un  sueño  se 
la  llevó  toda,  y  no  fueran  parlo  para  desperlale,  si  su  amo  no  le 
llamara,  los  rayos  del  sol  que  le  daban  <'n  el  rostro,  ni  el  canto  de 
las  aves  que  muchas  y  muy  regocijadamente  la  venida  del  nuevo 
día  saludaban'.  Al  levantarse  dio  un  tiento  á  la  bota,  y  hallóla 
algo  más  flaca  que  la  noche  antes,  y  afligióse  le  el  corazón  por 
parecerle  que  no  llevaban  camino  de  remediar  tan  presto  su  falta- 
No  quiso  desayunarse  1).  Ouijote,  porque,  como  está  dicho,  dio 
en  sustentarse  de  sabrosas  memorias.  Tornaron  ú  su  comenzado 
camino  del  Puerto  Lapice,  y  á  obra  de  las  tres  del  día  le  descu- 
brieron. Aquí,  dijo  en  viéndole  D.  Quijote,  podemos,  hermano 
Sancho  Panza,  meter  las  manos  hasta  los  codos  en  esto  que  llaman 
aventuras;  mas  advierte  que,  aunque  me  veas  en  los  mayores 
peligros  del  mundo,  no  has  de  poner  mano  á  tu  espada  para  defen- 
derme, si  ya  no  vieres  (¡ue  los  que  me  ofenden  es  canalla  y  gente 
baja,  que  en  tal  caso  bien  puedes  ayudarme ;  pero  si  fueren  caba- 
lleros, en  ninguna  manera  te  es  lícito  ni  concedido  por  las  leyes 
de  caballería-  que  me  ayudes,  hasta  que  seas  armado  Caballero. 
Por  cierto,  señor,  respondió  Sancho,  que  vuestra  merced  será 
muy  bien  obedecido  en  esto,  y  más  que  yo  de  mío  me  soy  pacífico 
y  enemigo  de  meterme  en  ruidos  ni  pendencias  :  bien  es  verdad 
cjue  en  lo  que  tocare  á  defender  mi  persona,  no  tendré  mucha 
cuenta  con  esas  leyes,  pues  las  divinas  y  humanas  permiten  que 
cada  uno  se  detienda  de  quien  quisiere  agraviarle.  No  digo  yo 
menos,  respondió  D.  Quijote;  pero  en  eslo  de  ayudarme  contra 
caballeros,  has  de  tener  á  raya  tus  naturales  ímpetus.  Digo  que 
asi  lo  haré,  respondió  Sancho,  y  que  guardaré  ese  preceto  tan 
bien  como  el  día  del  domingo.  Estando  en  estas  razones,  aso- 
maron por  el  camino  dos  frailes  de  la  orden  de  San  Benito,  caba- 
lleros sobre  dos  dromedarios  ^,  que  no  eran  más  pequeñas  dos 

1.  El  uso  del  adjetivo  muc/ias,  después  dice  Sancho,  opuesta  á  las 
como  está  aquí,  es  atrevido  en  prosa,  divinas  y  Immanas  las  cuales  permiten 
pero  oportuno ;  y  aun  convendría  que  que  cada  uno  se  defienda  de  quien 
se  generalizase  rn.is,  porque  realmente  quisiere  ayraviarle. 

da  vigor  y  hermosura  al  lenguaje.  Parece   por   las   palabras    del   texto, 

2.  Segiín  Fr.  .luán  Benito  Guardiola.  que  Sancho  llevaba  espada  :  circuns- 
raonje  de  Sahagun,  en  su  Tratado  de  tanciri  que  no  está  de  acuerdo  con  otros 
los  títulos  de  España,  impreso  el  pasajes  posteriores  de  la  iábula  como 
año  1591.  en   tiempo  nnlif/uo  se  tenia  se  advertirá  en  su  lugar. 

por  costumbre  inviolahle  que  los  escu-  3.  Alude  Cervantes  á  ios  pasajes  de 
deros,  tiasta  que  recibían  orden  de  los  libros  caballerescos  en  que  se  intro- 
caballeria,  jamás  por  cosa  del  mundo  ducen  personajes  cabalgando  en  esta  y 
no  pusieran  mano  contra  algún  cuba-  otras  especies  de  animales.  Prandalón 
llero,  aunque  por  ello  supieran  mo- 
rir {a\  Dura  ley  era  ésta,  y  como  poco  (o)  Fol.  71. 


IMU.Mi:i(A    l'AHIK.     —    CAl'írUI.O    \lll  127 

iiiiilas  en  ((iic  vciiian.  'rriiiaii  sus  ;uilojos  de  camino  '  y  sus  quila- 
soles.  Dcln'is  (Icllos  venía  un  coche  con  cuatro  ó  cinco  do  á  caballo 
(jue  le  acoin|)añal)an,  y  dos  mozos  de  muías  ii  pié.  Venía  en  el 
coche,  ((iino  después  se  supo,  una  señora  vizcaína  que  iba  á 
Sevilla,  donde  estalla  su  marido,  que  pasaba  ií  las  Indias  •*  con  un 


Ciclopes  (lliiiniido  así  porque  sólo  tenía 
un  OJO  en  la  frente)  era  lan  desemejado 
y  espantable,  <¡ue  en  sólo  miralle  ponía 
(p-ande  espanto.  Montaba  en  una  bestia 
niuij  (¡rande  ú  manera  de  dromedario, 
ponjue  según  su  grandeza,  no  pudiera 
haber  caballo  que  lo  sufriera.  Asi  peleó 
con  Aiiiadis  de  Grecia,  de  quien  fué 
vencido  y  uuierlo  («).  La  \i\;\>¿;i  Alman- 
droga  en  su  viaje  á  líoecia  cabalgaba 
en  un  camello,  y  llevaba  atado  á  las 
ancas  al  lleyMinandro,  á  quien  acaban 
de  prender  sus  gigantes  (ó).  La  Reina 
del  Cáucaso  Zahara,  yendo  á  Trapi- 
sonda á  combatirse  con  Lisuarte  de 
Grecia,  entro  en  la  ciudad  con  una  gran 
comitiva,  toda  de  umjeres.  Venían  de- 
lante veinte  y  cuatro  negras  tocando 
e.xtraños  y  dulces  instrumentos,  mon- 
tadas en  bestias  ;i  manera  de  dromeda- 
rios negros  como  si  fueran  de  azabache. 
Después  venían  (juinienlas  mujeres  en 
tres  cuadrillas  de  diferentes  colores, 
cada  cuadrilla  del  suyo:  y  todas  ellas, 
y  la  misma  Keina,  montadas  en  uni- 
cornios. La  batalla  se  verificó  peleaüdo 
en  su  unicornio  Zallara,  y  fué  vencida 
por  Lisuarte  (c). 

L;i  desbaratada  imaginación  de  aque- 
llos novelistas  llegó  á  tener  por  cabal- 
gaduras sobrado  vulgares  los  dromeda- 
rios y  los  camellos,  que  al  cabo  sirven 
de  esto  en  algunas  partes  del  mundo; 
y  les  agregó  los  unicornios,  hipógrifos, 
sierpes  y  otras  bestias  más  ó  menos 
disparatadas.  En  el  combate  del  Prin- 
cipe D.  Policisne  con  el  gigante  Mor- 
dadlo de  las  desemejadas  orejas,  el 
Príncipe  montaba  un  unicornio  y  el 
gigante  un  oso  [d].  Agesilao  y  Arlanges, 
cuando  llegaron  á  Constantmopla  bajo 
el  nombre  y  disfraz  de  las  doncellas 
Daraida  y  Garaya,  fueron  desde  el 
puerto  á  palacio  en  sendos  uni-ornios 
con  sillas,  gualdrapas   y  guarniciones 


(a)  Amadia  ríe  Grecia,  cap.  XXIV.  —  (b)  Poli- 
cinnp  de  Boecia.  cap.  XLIIL—  (c)  Amadis  de 
Grecia,  parte  II.  cap.  LH  y  LIV.  —  (d)  Poli- 
Cisne  de  Boecio,  can.  XLIli. 


correspondientes  á  sus  trajes  (a).  Y  la 
Reina  Sidonia,  durante  el  cerco  de  su 
capital,  Guiínjaya,  cabalgaba  en  un 
unicornio  ricamente  enjaezado  {b). 

Los  unicornios  eran  no  sólo  cabalga- 
duras de  rúa  y  de  pelea,  sino  también 
de  tiro.  Para  la  entrada  de  la  Princesa 
Diana  en  Gonslantinopla  se  había  dis- 
puesto un  carro  triunfal  tirado  por  doce 
vmicornios;  mas  Diana  prefirió  entrar 
;í  caballo  en  un  hermoso  unicornio, 
por  ir  en  compañía  de  otras  Princesas 
que  la  seguían  (c). 

1.  Debieron  ser  caretas  con  cris- 
tales ía)  para  precaverse  del  polvo.  Esta 
especie  de  máscara,  lo  negro,  largo  y 
anchuroso  del  ropaje,  el  tamaño  de  las 
muías  y  la  casualidad  de  venir  detrás  el 
coche,  todas  estas  circunstancias  reuni- 
das excitaron  en  el  cerebro  de  D.  Quijote 
la  idea  de  que  los  frailes  eran  encanta- 
dores que  llevaban  robada  alguna  Prin- 
cesa, como  las  que  él  había  leído  en  sus 
libros. 

2.  En  los  tiempos  que  siguieron  al 
descubrimiento  de  América,  Sevilla 
era  el  emporio  del  comercio  de  Ultra- 
mar, donde  se  hacían  los  acopios  y 
cargamentos  y  se  disponían  los  viajes 
para  aquellas  regiones.  Bien  informado 
de  ello  estaba  Cervantes,  que  residió 
en  Sevilla  algunos  años  y  estuvo  em- 
pleado en  el  ramo  de  provisiones  para 
las  armadas  y  flotas  de  Indias.  Tuvo 
también  el  proyecto  de  pasar  á  ellas,  y 
solicitó,  aunque  sin  fruto,  que  se  le 
confiriese  uno  de  los  cargos  que  había 
vacantes  en  las  provincias  de  Costa- 
firme  y  de  Guatemala.  ¿Quién  sabe  si 
Cervantes,  que  apuntó  en  el  Quijote 
tantos  sucesos  suyos  efectivos,  al  hablar 


{n)  Florinel  de  Niquea,  parte  III.  cap.  CXI 
v  CXn.  -  (b\  Ib.,  cap.  GXXIX.  —  (c)  Ib., 
cap.  CLXVIII. 


(a)  Caretas  con  cristales.  —  Como  se  ve,  los 
modernos  aiúomovilistas  no  han  inventado 
e^la  eii<ccie  dü  máscura.  (M.  de  T.) 


l2S  DON    OriJOTK    DE    I,A    MANCHA 

muy  honroso  cargo.  No  venían  los  frailes  con  ella,  aunque  iban  e! 
mismo  camino;  mas  apenas  los  divisó  I).  Quijote,  cuando  dijo  ú 
su  escudero  :  Ó  yo  me  engaño,  ó  esta  ha  de  ser  la  más  famosa 
aventura  que  se  haya  visto,  porque  aquellos  bultos  negros  que 
allí  parecen  deben  de  ser  y  son  sin  duda,  algunos  encantadores 
que  llevan  hurtada  alguna  Princesa  en  aquel  coche,  y  es  menester 
deshacer  esle  tuerto  A  todo  mi  poderío.  Peor  será  esto  que  los 
molinos  de  viento^  dijo  Sancho  :  Mire,  señor,  que  aquellos  son 
frailes  de  San  Benito,  y  el  coche  debo  ser  de  alguna  gente  pasa- 
jera ;  mire  que  digo  que  mire  bien  lo  que  hace,  no  sea  el  diablo 
que  le  engañe.  Ya  te  he  dicho,  Sancho,  respondió  D.  Quijote,  que 
sabes  poco  de  achaque  de  aventuras  :  lo  que  yo  digo  es  ver- 
dad, y  ahora  lo  verás.  Y  diciendo  esto  se  adelantó,  y  se  puso 
en  la  mitad  del  camino,  por  donde  los  frailes  venían,  y  en 
llegando  tan  cerca  que  á  él  le  pareció  que  le  podían  oir  lo  que 
dijese,  en  alta  voz  dijo  :  Gente  endiablada  y  descomunal  ;  dejad 
luego  al  punto  las  altas  Princesas  que  en  ese  coche  lleváis  forza- 
das * ;  si  no.  aparejaos  á  recibir  presta  muerte  por  justo  castigo  de 
vuestras  malas  obras.  Detuvieron  los  frailes  las  riendas  -,  y 
quedaron  admirados,  así  de  la  figura  de  D.  Quijote  como  de  sus 
razones,  á  las  cuales  respondieron  :  Señor  caballero,  nosotros  no 
somos  endiablados  ni  descomunales,  sino  dos  religiosos  de  San 
Benito  que  vamos  nuestro  camino  y  no  sabemos  si  en  este  coche 
vienen  ó  no  ningunas  forzadas  Princesas.  Para  conmigo  no  hay 
palabras  blandas,  que  ya  yo  os  conozco,  fementida  canalla  ',  dijo 
D.  Quijote  ;  y  sin  esperar  más  respuesta,  picó  á  Rocinante,  y  la 


aquí  de  una  seTiora  vizcaína  cuyo  ma-  ([ue  robadas  lleváis,  si  no  lodos  mori- 

rido  pasaba   n  las  indias  con   un  mu;/  réis  á  mis  manos  (a'. 

honroso  cargo,    quiso    aludir   á   algún  2.  Tener  las  riendas  es  como  se  dice 

rival  dichoso  en  quien  concnrriese  esta  para   expresar   la  acción  de    tirar    de 

circunstancia?  ellas    :    la    cabalgadura   es  la  que  se 

1.  El  gigante  Argomeno   el  Cruel   y  detiene.  I'ado  ser  error  de  la  imprenta 

otros  cuatro  gigantes  que  habían  des-  poner  detuvieron  en  vez  de  tuvieron. 

embarcado    junto      á   Constantinopla,  3.   No  ha  faltado    quien   haya    atri- 

sorprendieron  al  Emperador,  á  la  Éui-  buido  á  estas  palabras  un  sentido  muy 

peritriz  y  ala  í'rincesa  Cupidea,  que  ajeno  de  los  sentimientos  de  piedad  que 

iban  á  una  casa  de  placer  de  las  inaie-  mostró  Cervantes  en  todas  ocasiones, 

diaciones,  y  colocándolos  en  un  carro  Los  pasajes  de  sus  escritos  y  del  mismo 

se  volvían  á  la  orilla  del  mar.  donde  los  Quijote,  en  tpie  se  ofreció  hablar  de  la 

aguardaba   su    fusta.    Noticioso   de  la  profesit'm    religiosa,    manifiestan    sus 

desgracia  el  Infante  Floramor,  persiguió  verdaderas  ¡deas,    y   responden  atan 

acompañado  del  Caballero  de  Cupido  ;'i  maligna  cavilación, 
los  gigantes,  y  alcanzándolos,  les  griti' : 

Malditos  traidores,  dejadlas  doncellas  (n)  Caballero  de  la  Cruz,\\h.  II,  cap.  XXX. 


PIIIMRRA    PARTE.    —    CAPÍTUí.O    VIII 


129 


lanza  baja  aircmolií) '  contra  el  primero  IVaile^  con  lanía  Curia 
y  denuo<lo,  (jue  si  el  fraile  no  se  dejara  caer  de  la  niula,  «'d  le 
luciera  venir  al  suelo  nial  de  su  gi-a<Jo,  y  aun  malí'erido,  si  no 
cayera  niuerlo.  l']l  secundo  relii^ioso,  que  vio  del  modo  que  Ira- 
lahan  á  su  compañero-',  puso  piernas  al  castillo  de  su  buena 
mula\  y  comenzó  á  correr  j)or  aquella  campaña  más  ligero  que 
el  mismo  viento.  Sancho  Panza,  que  vio  en  el  suelo  al  fraile, 
apeándose  ligeramente  de  su  asno,  arremetió  á  él,  y  le  comenzó 
á  (juilar  los  hábitos.  Llegaron  en  esto  dos  mozos  de  los  frailes,  y 
pregunláronle  que  por  qué  le  de.íiiudaba.  Respondióles  Sancho 
que  aquello  le  tocaba  á  él  legítimamente,  como  despojos  de  la 
batalla  que  su  señor  D.  Quijote  había  ganado.  Los  mozos,  que  no 
sabían  de  burlas,  ni  entendían  aquello  de  despojos  ni  batallas, 
viendo  que  ya  D.  Quijote  estaba  desviado  de  allí  hablando  con 


1.  Cubrirse  con  el  escudo  y  bajar  la 
lanza  era  la  actitud  de  embestir  el 
jinete  á  su  contrario.  Píntala  bella- 
mente el  antiguo  poema  del  Cid,  cuando 
refiriendo  la  salida  de  sus  soldados 
contra  los  moros  que  los  sitiaban  en 
Alcocer,  dice  así  : 

Embrazan  losescurios  delant  los  corazones: 
Abajan  las  lanzas  apuestas  de  los  pendones, 
Encunaron  las  caras  desuso  los  arzones, 
Y  vánios  a  ferir  de  fuertes  corazones. 

D.  Quijote  al  embestir  con  los  moli- 
nos de  viento,  iba  bien  cubierto  de  su 
rodela  con  la  lanza  en  el  ristre,  según 
se  contó  al  principio  de  este  capítulo  : 
lo  mismo  se  lee  en  infinitos  pasajes  de 
los  libros  caballerescos.  .VI  acometer 
Palmerín  de  Oliva  la  aventura  del  cas- 
tillo de  los  diez  padrones,  .se  sa?i/if/uó 
I  res  veces...  Y  corno  eslo  hizo,  cubrióse 
(le  su  escudo  y  bajó  su  lanza,  y  pasó 
luego  el  padrón  (a).  Amadís  de  Caula, 
el  Emperador  de  Traj)isonda  y  la  Reina 
Calafia.  estaban  en  el  campo  prontos 
para  pelear  con  Ármalo,  Grifilante  y 
Pintiquinestra.  Á  es/a  sazón  las  troui- 
jielas  sonaroii  :  ellos,  ahajando  las 
lanzas,  cubriéndose  bien  de  sus  escu- 
dos, a  todo  el  correr  de  sus  caballos, 
con  lodo  el  poder  de  sus  fuerzas,  nin- 
guno erró  su  golpe;  las  lanzas  fueron 
todas  voladas  en  piezas  (b). 

2.  Todavía  en  tiempo  de  Cervantes 
el  uso  no  había  introducido  la  regla 
constante  de  suprimir  la  última  vocal 

(a)  Palmerín  de  Oliva,  cap.  CXXXII.  — 
<h)  Linuarte  de  Grecia,  cap.  XLII. 


de  pritnero  y  tercero,  cuando  preceden 
al  sustantivo.  En  la  aventura  de  los 
molinos  de  viento  se  refirió  ya  que 
nuestro  caballero  embistió  con  el  pri- 
mero molino  que  estaba  delante.  En  la 
relación  del  Cautivo,  que  se  verá  des- 
pués al  capítulo  XL  de  esta  primera 
parte,  hablándose  del  general  del  mar 
entre  los  turcos,  se  dice  que  es  el  ter- 
cero cargo  que  hay  en  aquel  Seüoi'io. 
Otras  veces  se  suprimía  la  o  final,  de 
lo  que  hay  ejemplos  en  el  mismo  Qui- 
jote :  pero  en  el  día  se  hace  siempre  en 
el  caso  indicado,  y  aun  muchas  veces 
con  la  vocal  última  de  primera  y  /e?-- 
cera.  Lo  mismo  sucede  en  los  adjeti- 
vos bueno  y  malo  :  decimos  buen  pan  y 
pan  bueno,  vino  mato  y  mal  vino.  Tam- 
bién suele  suprimirse  la  última  sílaba 
délos  adjetivos  santo  y  grande, cuanáo 
preceden  al  sustantivo  :  los  ejemplos 
son  obvios. 

3.  Manera  elegante  de  decir,  en  vez 
de  que  vio  el  modo  que  trataban  á  su 
compañero  :  ocurre  frecuentemente  en 
el  QuuoTE. 

4.  Así  se  dijo  por  el  gran  tamaño  de 
las  muías  de  ios  religiosos,  que  antes 
se  había  ponderado  diciendo  que  eran 
como  dromedarios.  D.  Juan  Bowle,  no 
entendiéndolo  bien,  corrigió  costilla, 
que  es  anagrama  de  castillo,  tan  seguro 
de  su  acierto,  que  haciéndose  cargo  de 
que  todas  las  ediciones  decían  castillo, 
añadió  corrige  meo  yjericulo.  Es  equi- 
vocación excusable  en  un  extranjero,  y 
un  extranjero  tan  benemérito,  por  otra 
parte,  de  la  literatura  española. 


130 


DON    yilJiíll.    1)1,    l.\    MANCHA 


las  que  en  el  coclic  venían,  arremetieron  con  Sancho  y  dieron 
con  él  en  el  suelo,  y  sin  dejarle  pelo  en  las  barbas  ^  le  molieron  á 
coces,  y  le  dejaron  tendido  en  el  suelo  sin  aliento  ni  sentido.  Y 
sin  detenerse  un  punió,  lorno  á  subir  el  fraile,  todo  temeroso  y 
acobardado  y  sin  color  en  el  rostro ;  y  cuando  se  vio  á  caballo 
picó  tras  s»i  compañero,  que  un  buen  esjjacio  de  allí  le  estaba 
aguardando  y  esperando  en  qué  paraba  aquel  sobresalto;  y  sin 
querer  aguardar  el  fin  de  todo  aquel  comenzado  suceso,  siguieron 
su  camino,  haciéndose  más  cruces^  que  si  llevaran  al  diablo  á  las 
espaldas.  D.  Quijote  estaba,  como  se  ha  dicho,  hablando  con  la 
señora  del  coche,  diciéndole  :  La  vuestra  fermosura,  señora  mía, 
puede  facer  de  su  persona  lo  que  más  le  viniere  en  talante,  porque 
ya  la  soberbia  de  vuestros  robadores  yace  por  el  suelo-'  derribada 
por  este  mi  fuerte  brazo.  Y  porque  no  penéis  por  saber  el  nombre 
de  vuestro  libertador,  sabed  que  yo  me  llamo  D.  Quijote  de  la 
Mancha,  caballero  andante  y  cautivo  de  la  sin  par  y  hermosa* 
Doña  Dulcinea  del  Toboso  :  y  en  pago  del  beneficio  que  de  mi 
habéis  recebido,  no  quiero  otra  cosa  sino  que  volváis  al  Toboso, 
y  que  de  mi  parte  os  presentéis  ante  esta  señora  ■"',  y  le  digáis  lo 


1.  Por  este  pasaje  se  ve  que  Sancho 
traía  barbas,  como  se  traían  general- 
mente en  tiempo  de  Cervantes,  y  como 
las  traía  también  D.  Quijote  :  circuns- 
tancia de  que  se  olvidaron  los  dibu- 
antes  y  grabadores  de  las  estampas 
que  suelen  acompañar  á  la  ediciones 
de  esta  fábula. 

2.  Las  cruces  que  se  hacían  los 
frailes  no  eran  de  admiración,  según 
entendió  Jíowle.  sino  de  uiiedo,  como 
indica  la  expresión  misma  :  Siguiero7i 
fiíi  camino,  haciéndose  más  cruces  que 
si  llevaran  al  diablo  ü  las  espaldas. 
Del  diablo  no  se  dice  que  es  admirable, 
sino  temible. 

3.  Poco  ha  se  refirió  el  caso  de 
haber  acudido  el  Caballero  de  las  Iton- 
cellas  y  el  de  Cupido  á  libertar  al  Em- 
perador y  Euiperatriz  de  Constantino- 
pla  y  á  la  Infanta  Cupidea,  a  quienes 
el  gigante  Argomeno  y  sus  compañeros 
llevaban  robadas  en  un  carro.  Venci- 
dos los  gigantes,  uno  de  los  caballeros 
se  llegó  al  carro,  y  dijo  al  Emperador  : 
Ya  los  fjiqanles  son  muertos  y  vuestra 
alteza  libre  (a). 

4.  Debiera     haberse    suprimido    la 

(a)  CahaUero  deln  Cruz.  lib.  II, cap.  .XXXI. 


conjunción?/  .■  en  cuyo  caso  (a)  se  signi- 
ficaría que  no  tenia  igual  la  hermosura 
de  Dulcinea.  La  conjunción  debilita  y 
desmaya  la  frase,  porque  nada  añade 
lo  lieririosa  después  de  haberse  dicho 
que  era  sin  par. 

5.  Imponía  aquí  D.  Quijoto  á  la 
señora  vizcaína  la  condición  que  allá 
en  el  capítulo  I  pensaba  imponer  al  gi- 
gante Caraculiambro :  y  en  ello  no 
hacia  más  que  seguir  el  ejemplo  de  su 
modelo  Amadis  de  Gaula,  el  cual, 
habiendo  dado  libertad  á  treinta  caba- 
lleros y  cuarenta  dueñas  y  doncellas 
que  teñía  presas  en  su  castillo  el  gi- 
gante Madarque,  les  encargó  qíie 
fuesen  á  presentarse  ante  la  Reina 
Brisena,  y  le  dijesen  que  las  enviaba 
el  su  caballero  de  la  ínsula  Firme  á 
ofrecérsele  de  su  parte  (a).  Esplandián, 
hijo  de  Amadis  de  Gaula,  habiendo 
libertado  á  veinte  dueñas  y  doncellas, 
que  con  otros  caballeros  y  escuderos 
estaban  aherrojadas  por  dos  gigantes 

(o)  Amadis  de  Gaula,  cap.  LXV. 

(a)  En  cuyo  caso.  —  Es  incorrección  censu- 
rada por  la  Academia.  Véanse  las  notas, 
pág.  XLH  \   1-2.  (M.  de  T.) 


rniMFnv  partf.  —  CAPÍTno  viii 


131 


(]no  por  Micsli-a  lilxM'lful  lie  locho.  Todo  esto  que  D.  Ouijole  decía, 
(^scuclinha  un  escudero  de  los  que  el  coche  ncompafinhíui,  que  era 
vi/.caíno;  el  cual,  viendo  (|ue  no  (¡nería  dejar  ¡)asar  el  coche  ade- 
lante, sino  (|ue  decía  qu(í  lueg'o  había  de  dar  la  vuelta  al  Tohoso, 
se  l'ué  para  D.  (^)uijote,  y  asiéndole  de  la  lanza,  le  dijo  en  mala 
lent(na  castellana  y  peor  vizxaína  desta  manera  :  Anda,  caballero, 
que  nial  andes;  por  el  Dios  ([ue  ciúóme,  que  si  no  dejas  coche, 
así  le  matas  como  estás  ahí  vizcaíno'.  Entendióle  muy  bien 
D.  Quijote,  y  con  mucho  sosiego  le  respondió  :  Si  fueras  caballero 
como  no  lo  eres,  ya  yo  hubiera  castigado  tu  sandez  y  atrevimiento, 
cautiva  criatura.  A  lo  cual  replicó  el  vizcaíno  :  ¿Yo  no  caballero? 
Juro  á  Dios  tan  mientes  como  cristiano  ;  si  lanza  arrojas  y  espada 
sacas,  el  agua  cuan  presto  verás  que  al  gato  llevas-  :   vizcaíno 


en  una  temerosa  cueva,  desbaratando 
la  íjuarda,  que  era  de  veinte  hombres 
de  hacha  y  capellina,  y  quitando  la 
vida  ;i  casi  lodos  ellos,  dijo  á  los  pre- 
sos :  Sf  por  irabajo  no  lo  tenéis,  iréis 
delante  del  Emperador  de  Conslanti- 
nnphi  los  tiombres  que  aquí  estáis,  y  las 
dueñas  t/  doncellas  ante  su  hija,  y  pre- 
sentadvos  ante  ellos  de  parte  de  un 
caballero  que  las  armas  de  las  Coronas 
trae  y  deci  les  de  vuestra  fortuna,  de- 
mandándoles merced  para  el  reparo 
delta  (a).  La  hija  del  Emperador  era  la 
Infanta  Leonorina,  señora  de  Esplan- 
dián. 

1.  S¿  quisieres  saber  vizcaíno,  decía 
D.  Francisco  de  Quevedo  en  el  Libro 
de  todas  las  cosas  y  otras  muchas 
más,  trueca  las  pjrimeras  personas  en 
seyundas  con  los  verbos,  y  cútate 
vizcaíno,  como  Juancho  quitas  leyuas, 
buenos  andas  vizcaíno.  Cervantes  re- 
medó más  á  la  larga  este  lenguaje  en 
la  comedia  La  Casa  de  los  celos  en 
boca  de  un  vizcaíno,  escudero  de  Ber- 
nardo del  Carpió,  que  decía  á  su  amo  : 

Bien  es  que  sepas  de  yo 
buenos  que  consejos  doy, 
que  por  Juangaicoa  soy 
vizcaíno,  burro  no. 

Los  vizcaínos  y  su  lenguaje  fueron 
repetidas  veces  el  objeto  del  festivo 
humor  de  Cervantes.  Asi  sucedió  tam- 
bién en  el  entremés  del  Vizcaíno  fin- 
gido, y  en  la  comedia  de  la  Gran  >w/- 
lana,  donde  se  lee  el  pasaje  burlesco 

(a)  Sergas,  p.  XLIII. 


del  cautivo  Madrigal,  que  por  escapar 
de  la  muerte  había  ofrecido  al  Cadí 
que  enseñaría  á  hablar  á  un  elefante, 
y  preguntado  en  qué  lengua  le  daba 
lecciones,  respondió  que  en  vizcaíno. 

Lope  de  V^^ga,  queriendo  ridiculizar 
la  culta  latiniparla  que  se  iba  intro- 
duciendo en  su  tiempo,  la  comparó 
con  el  castellano  de  Vizcaya  en  un 
soneto  donde  hablan  Boscán  y  Garci- 
laso  al  llegar  juntos  á  una  pu.-ada,  y 
dicen  : 

Boscán,  tarde  llegamos  — ¿.Hay posada?  — 
Llamad  descie  la  posta,  üarcilaso.  — 
¿Quién  es?—  Dos  caballeros  del  Parnaso.  — 
iSo  hay  dó  poder  estar,  palestra  armada.  — 

No  entiendo  lo  que  dice  la  criada. 
Madona  ¿qué  decís  ?  —  Que  afecten  paso, 
Que  obsleuta  limbos  el  mentido  ocaso, 
Y  el  sot  depinf,'e  la  jtorción  j  osada.  — 

¿  Estás  en  ti,  rnujtT?  —  Negóse  al  tino 
El  ambulante  huésped.  —  ;  Que  en  tan  poco 
Tiempo  tal  lengua  entre  cristianos  haya  ! 

Boscán.  peidido  habernos  el  camino: 
Preguntad  por  Castilla,  que  estoy  loco, 
6  no  habernos  salido  de  Vizcaya. 

Todo  esto  es  cosa  de  burlas.  Desde  el 
Obispo  de  Mondoñedo,  D.  Antonio  de 
Guevara,  hasta  D.  Félix  Samaniego,  las 
provincias  que  se  conocen  con  el  num- 
bre  común  de  Vizcaya  han  producido 
escritores  que  se  cuentan,  con  razón, 
entre  los  maestros  del  idioma  cas- 
tellano. 

2.  Llevar  el  yato  al  agua  es  hacer 
aljíuna  cosa  en  que  hay  dificultad  y 
peligro.  Pellicer.  citando  á  Rodrigo 
Caro  y  el  Tesoro  de  D.  Sebastián  de 
Covarrubias,    inquiere   qué  es  lo  que 


132 


DON    QIIJOTE    DE    LA    MANCHA 


por  Liona,  hidalgo  por  mar,  hidalgo  por  el  diablo,  y  mientes  que 
mira  si  otra  dices  cosa.  Ahora  lo  veredcs,  dijo  Agrages',  res- 
pondió D.  Quijote;  y  arrojando  la  lanza  en  el  suelo,  sacó  su 
espada,  y  embrazó  su  rodela,  y  arremetió  al  vizcaíno  con  determi- 
nación de  quitarle  la  vida.  El  vizcaíno,  que  así  le  vio  venir,  aunque 
quisiera  apearse  de  la  muía,  que  por  ser  de  las  malas  de  alquiler  ■' 
no  había  que  fiar  en  ella,  no  pudo  hacer  otra  cosa  sino  sacar  su 
espada;  pero  avínole  bien^  que  se  halló  junto  al  coche,  de  don- 
de j)udo  tomar  una  almohada  que  le  sirvió  de  escudo,  y  luego  se 
fueron  el  uno  para  el  otro,  como  si  fueran  dos  mortales  enemigos. 
La  demás  gente  quisiera  ponerlos  en  paz;  mas  no  pudo,  porque 


dio  ocasión  á  esla  expresión  prover- 
bial;  averiguaciim  tan  difícil  como  la 
del  oripen  de  la  mayor  parle  de  los 
refranes.  Cervantes  la  puso  en  boca  del 
vizcaíno,  estropeando  el  lenguaje  para 
hacer  reir  al  lector. 

1.  Fórmula  de  amenaza  (a),  que  era 
común  en  España  por  los  años  de  162ü, 
cuando  se  escribía  la  Visita  de  los  chistes 
de  Quevedo,  como  se  ve  por  ella. 
Agrajus  fué  sobrino  de  la  Reina  Eli- 
sena,  madre  de  Amadís  de  Gaula,  en 
cuya  historia  se  hace  repetida  y  larpa 
mención  de  sus  hazañas.  En  l>oca  de 
este  caballero  puso  el  proverbio  la  ex- 
presión lie  ahora  lo  leredes,  de  que 
usaban  comiinmente  el  mismo  Agrajes 
y  los  demás  andantes,  respondiendo  á 
las  provocaciones  de  sus  contrarios,  y 
remitiéndose  ii  las  manos.  Florambel  de 
Lucea  se  encontró  con  tres  caballeros, 
y  habiendo  tenido  palabras  con  uno  de 
ellos,  éste,  poniendo  mano  á  la  espada, 
arremetió  con  ira  Floramhel  dicienrlo  : 
Af/nra  lo  veréis,  Don  coltarde  cahu- 
llero  (a).  Al  llegar  Aniadis  de  Grecia 
á  un  castillo,  como  cerca  fué,  una 
(juarda  (¡ue  en  él  eslatja  tocó  muy  recio 
una  bocina,  al  son  de  la  cual  salió  un 
caballero  armado  de  todas  armas,  el 
cual  le  dijo  que  viniese  con  él  ti  prisión . . . 

(a)  Florambel  de  Lucea.  lili.  IV.  cap.  I. 

{a\De  amevaza.—  No  siempre  lo  es.  A  veces 
se  emplea  para  corroborar  lo  antes  dicho. 
Así.  dice  Vargas  Ponce,  en  su  J^'roclnma  del 
solterón  : 

¿  Pido  peras  al  olmou  al  sol  celajes  7 
Agora  lo  veredas,  dijo  Agrajes. 

(M.  de  T.) 


Ahora  lo  veréis,  dijo  Amadís,  y  aba- 
jando su  lanza,  se  vino  para  él  (a).  En 
Florisel  de  Niquea  usó  de  la  misma 
expresión  el  Principe  D.  Hogel  de  Grecia 
con  los  caballeros  que  se  oponían  á  su 
paso  para  probar  la  aventura  del  Alto 
roquedo  (b) :  la  usar(m  también  unos 
caballeros  que  iban  á  pelear  con  Daraida, 
y  la  propia  Üaraida  al  entrar  en  batalla 
con  el  jayán  Buzarte  c  .  Finalmente, 
usó  de  ella  Oliveros  con  Fierabrás,  y 
Fierabrás  con  Oliveros  en  la  cruda  y 
prolija  batalla  que  tuvieron  en  Mor- 
mionda,  y  se  refiere  en  la  historia  vulgar 
de  Carloinatrno. 

2.  La  muía  del  escudero  vizcaíno 
era  jnala  aun  entre  las  de  alquiler.  De 
las  tachas  y  malas  mañas  de  éstas 
habló  Cervantes  en  varias  partes,  y 
señaladamente  en  la  aventura  de  la 
Princesa  Micomicona,  cuando  subiendo 
el  Cura  á  la  silla  y  el  Barbero  á  las 
ancas  de  la  muía,  ésta,  que  era  de 
alquiler  (que  para  decir  que  era  7nala 
esto  basta),  alzó  un  poco  los  cuartos 
fi-aseros  y  dio  dos  coces  en  el  aire, 
echando  á  rodar  á  maesa  Nicolás  y 
dejándolo  sin  barbas. 

3.  Esto  es,  tuvo  la  felicidad  ó  la 
fortuna.  Al  contarse  en  la  historia  de 
Florisel  el  combate  de  üaraida  con  el 
monstruo  CavaliíJn.  se  dice :  Mas  avínole 
osi  bien,  que  Cavalión  al  gigante  (Ga- 
dalón)  que  delante  iba  (huyendo  de 
Daraida)  con  sus  fuertes  manos  de  hom- 
bre en  un  punto  lo  traba,  é  con  las  de 
león  lo  comienza  á  despedazar  [d  . 

(a)  Amndis  de  Grecia,  parte  II.  cap.  XLVIII. 
—  {b)  Florisel.  parle  III,  cap.  LXXXVII.  — 
(c)Ib.,  cap.  XC  y  XCII.  —  (rf)  Parte  III, 
cap.  LXXI. 


l'Hl.MliHA    l'Aini:.    —    CAl'lTi;i.O    Mil 


133 


decía  el  vizcaíno  en  sus  mal  trabadas  razones,  que  si  no  le  dejaban 
acabar  sn  batalla,  (pie  él  nusmo  había  de  malar  á  su  auia*  y  á 
toda  la  Ícenle  que  se  lo  estorbase.  La  señora  del  coche,  admirada 
y  ((íincrosa  de  lo  que  veía,  hizo  al  cochero  que  se  desviase  de 
allí  ali-ini  poco,  y  desde  lejos  se  puso  A  mirar  la  rigurosa  con- 
tienda, en  el  discurso  de  la  cual  di<>  el  vizcaíno  una  gran  cuchillada 
á  I).  Ouijote  encima  de  un  hombro  por  encima  de  la  rodela,  que, 
á  dársela  sin  defensa,  le  al)rieia  hasta  la  cintura.  D.  Quijote,  que 
sintió  la  pesadumbre  de  aquel  desaforado  golpe'-*,  dio  una  gran 
voz  diciendo  :  ¡  Oh,  señora  de  mi  alma  Dulcinea,  flor  de  la  fermo- 
sura,  secorred  á  este  vuestro  caballero,  que  por  satisfacer  á  la 
vuestra  mucha  bondad  en  este  riguroso  trance  se  halla !  El  decir 
esto  y  el  apretar  la  espada,  y  el  cubrirse  bien  de  su  rodela^  y  el 
arremeter  al  vizcaíno,  todo  fué  en  un  tiempo,  llevando  determi- 
nación de  aventurarlo  todo  ó  la  de  un  solo  golpe''.  El  vizcaíno, 
que  así  le  vio  venir  contra  él,  bien  entendió  por  su  denuedo  su 
coraje-',  y  determinó  de  hacer  lo  mismo  que  D.  Ouijote;  y  asi 
le  aguardó  bien  cubierto  de  su  almohada,  sin  poder  rodear  la 
muía  á  una  ni  ü  otra  parte,  que  ya  de  puro  cansada  y  no  hecha  á 


1.  Poco  antes  se  había  remedado  el 
lenguaje  embrollado  y  ridiculo  del 
escudero;  ahora  se  indica  el  carácter 
duro  y  tenaz  que  se  atribuye  á  los 
antiguos  vizcaínos,  y  de  que  aun  con- 
servan, según  dicen,  bastantes  reliquias 
sus  descendientes. 

'2.  I'esadumbre  es  la  gravedad  ú  el 
peso  material.  En  esta  significación 
puso  Cervantes  en  boca  de  Periandro, 
al  descubrir  la  ciudad  de  Toledo,  aquella 
exclamación  :  /  Oh.  peñascosa  pesa- 
dumbre, qloria  de  España  !  etc.  Y  en  el 
mismo  sentido,  Lupercio  Leonardo  de 
Argensola,  en  la  descripción  de  Aran- 
juez,  dijo  : 

Las  fuentes  cristalinas  quo.  subiendo 
Contra  su  curso  ó  natural  costumbre, 
Están  los  claros  aires  dividiendo, 

Rocían  de  los  árboles  la  cumbre, 
Y  bajan,  á  las  nubes  imitando, 
Forzadas  de  su  misma  prsadumhre. 

Kn  el  día  ha  quedado  reservada  para 
la  poesía  esta  acepción  de  la  voz  ;>e.sa- 
dumbre,  que  en  otra  más  común  signi- 
fica inoles/ia  del  ihihno. 

3.  Así  el  Alinirantf  Halan  en  su  gran 
batalla  con  el  ejército  del  Emperador 
Carlomagno  se  ciihr'n'i  del  escudo, apretó 
la  espada  en  el  puño,  ij  como  deses- 


perado se  melió  entre  los  cristianos  (a). 

4.  ¿  Con  quién  concierta  el  articulo? 
Bien  se  discurre  que  es  con  venluraijx), 
mas  esta  palabra  no  se  expresa,  y  sólo 
está  comprendida  como  parte  en  el 
verbo  aventurar  que  |)recede.  D.  Gre- 
gorio Garcés,  en  su  Fundamento  del 
viffor  de  la  lengua  castellana  (b),  cita 
este  pasaje  como  primor  de  nuestro 
idioma;  no  sé  si  en  él  enqiieza  ya  á 
sutilizarse  demasiado,  y  á  declinar  á  la 
ingeniosa  obscuridad  que  por  entonces 
iban  introduciendo,  y  al  cabo  lograron 
acreditar  Góngora  y  otros  en  el  lenguaje 
castellano.  En  éste  se  dice  aventurarlo 
lodo  al  trance  y  no  ú  la  ventura. 

5.  Aquí  está  bien  Mi;ircada  la  dife- 
rencia entre  las  pabibras  denuedo  y 
coraje,  que  alguno  quizá  tendría  por 
sinónimas.  El  denuedo  está  principal- 
mente en  la  actitud  y  el  gesto  ;  el  coraje 
es  la  resolucii'm  reunida  á  la  ira;  el 
denuedo  es  fiel  cuerpo,  el  coraje  del 
ánimo.  Coraje  tampoco  es  valor,  porque 
éste  es  tranquilo. 

(a)  Historia  de  Carlomat/no.  cap.  LI.  — 
(6)  Tomo  n,  ca]).  X. 

(«)  Ventura.  — Muy  discretamente  ajumtH 
el  señor  Gortejón  que /«  se  refiere  más  bien  á 
d'terminación.  (M.  de  T.) 


i;u 


DON    OLIJOTÜ    DE    LA    MA.NLIIA 


semejantes  niñerías  no  podía  dar  un  paso.  Venía,  pues,  como  se 
ha  dicho,  D.  Quijote  contra  el  cauto  vizcaíno  con  la  espada  en 
alto  con  determinación  de  abrirle  por  medio,  y  el  vizcaíno  le 
aguardaba  ansimismo  levantada  espada  y  aforrado  con  su  almo- 
hada, y  todos  los  circunstantes  estaban  temerosos  y  colgados  de 
lo  que  había  de  suceder  de  aquellos  tamaños  golpes'  con  que  se 
amenazaban ;  y  la  señora  del  coche  y  las  demás  criadas  suyas 
estaba  hacientlo  mil  votos  y  ofrecimientos  á  todas  las  imágenes  y 
casas  de  devoción  de  España  porque  Dios  librase  á  su  escudero 
y  á  ellas  de  aquel  tan  grande  peligro  en  que  se  hallaban.  Pero 
está  el  daño-  de  todo  esto,  (jiie  en  este  punto  y  t(''rmino  deja 
pendiente  el  autor  desta  historia  esta  batalla,  disculpándose  que 
no  halló  más  escrito  destas  hazafas  de  D.  Quijote  de  las  (¡ue  deja 
referidas.  Bien  es  verdad  que  el  segundo  autor  desta  obra^  no 
quiso  creer  que  tan  curiosa  historia  estuviese  entregada  á  las 
leyes  del  olvido,  ni  que  hubiesen  sido  tan  poco  curiosos  los  inge- 


1.  Suceder  por  resultar  ú  originarse: 
aoepriún  análoga  al  origea  latino  de 
suceder. 

2.  Obsérvese  la  repetición  excesiva 
del  pronombre  este  en  el  presente 
periodo  :  est  '■  el  daño,  se  dice,  de  todo 
esto  (jue  en  este  punto...  i'eja  pendiente 
el  autor  ilesta  historia  esta  ftaíalla, 
disculpándose  que  no  halló  más  escrito 
deslas  hizañas.  —  Cervantes,  suspen- 
diendo aquí  la  relación  lie  la  batalla  de 
D.  Quiíole  con  el  vi/.caino,  se  propuso 
sin  duda  excitar  la  curiosidad  y  el 
interés  de  sus  lectores.  Otros  escritores 
de  caballerías  haliian  hecho  lo  mismo, 
riarci  Ordóñez  de  Monlal  vo,  autor  de  las 
Sergas  de  Esplandiiin,  hH.bienúo  llegado 
al  capítulo  XCV'ill  de  la  historia  de  su 
héroe,  inlerrumpe  l.i  narración,  y  cuenla 
muy  menudamente  en  el  XGI.\  ciuiio 
halló  el  libro  del  maestro  Elisabad. 
quien  supone  ser  el  autor  primitivo. 
Del  mismo  mixlo  el  autor  de  la  historia 
de  Amadis  de  (ireria,  com'luida  la  pri- 
mera parte,  dice  que  ignoraba  el  para- 
dero de  la  segunda,  y  retiere  el  too  lo 
con  que  descubri(j  el  oriííinal  latino  de 
esta  última,  que  quiso,  dice.  Dios  depu- 
rarme para  que  con  el  trabajo  de  hasta 
aquí  la  pudiese  traducir  y  enmendar 
de  la  suerte  que  agora  veréis  /a). 

3.  Estas  palabras    y    las    anteriores 

(a)  .itmdis  de  Grecia,  Lamentación  entre 
la  primera  y  segunda  parte. 


indican  que  eran  dos  los  autores  de  la 
historiti  primitiva  de  Ü.  Oduote.  uno 
que  al  licgar  á  la  aventura  del  vi7.caino 
la  dejó  á  medio  contar  por  falta  de 
materiales,  y  otro  que  no  quiso  creer 
que  no  los  hubiese,  y  al  caho  los  en- 
conlró  en  la  forma  que  se  cuenta  en  el 
capitulo  siguiente.  Pertt  Cervantes  escri- 
bía tan  sin  plan  ni  preparaciim,  que  en 
el  capítulo  inmediato  dio  por  supuesto 
que  el  único  autor  habia  sido  Cide 
Hamete  Bcnengeli,  á  quien  sigue  tradu- 
ciendo desde  el  principio  de  su  segunda 
parte,  que  contiene  la  conclusii'm  del 
suceso  del  vizcaíno,  sin  explicar  por 
(huide  había  tenido  y  vuelto  al  caste- 
llano lo  precedente. 

En  otra  inconsecuencia  todavía  más 
reparable  incurrió  aquí  nuestro  autor. 
Habla  como  si  dudase  de  si  los  sucesos 
de  D  Quijote  se  hallarían  en  los  papeles 
antiíruos  de  los  archivos  y  escritorios 
de  la  Man<ha,  y  dos  capítulos  antes 
había  citado  como  existentes  entre  los 
de  la  .\rgamasilla,  libros  modernos 
publicados  durante  su  vida.  Ya  en  el 
capitukp  II  se  bahía  hablado  de  la  dife- 
rencia ríe  opiniones  entre  los  analistas 
de  la  .Mancha,  sobre  cuál  fué  la  primera 
aventura  que  avino  á  D.  Quijote  des- 
pués de  salir  de  su  casa:  lo  cual  en- 
vuelve la  mis'iia  contradiccii'm  con  la 
relación  del  escrutinio  y  de  varios 
sucesos  mencionadt)s  en  el  discurso  de 
la  fábula.    Pero    de  los    anacronismos 


IMllMKIIA    PAHI'K.   —  CAIMIUI.O    \  III 


135 


iiios  (le:  la  ¡Maiiclia,  (|iio  no  tuviesen  en  sus  archivos  ó  en  sus  escri- 
lorios  algunos  papeles  que  desle  famoso  caballero  tratasen  :  y  asi 
con  esta  imaginación  no  se  desesperó  de  hallar*  el  fin  desta 
apacible  historia,  el  cual,  siéndole  el  cielo  favorable,  le  halló  del 
modo  que  se  contará  en  la  segunda  parle  ^. 


del  Quijote  se  hablará  de  propósito  en 
olra  parte  (a). 

1.  Desesperarse  es  muy  distinto  de 
desesperar  :  el  primero  tiene  una  signi- 
ficación inoportuna  en  este  lugar,  y 
puede  presumirse  que  el  pronombre  se 
fué  adición  introducida  malamente  en 
el  texio  por  el  cajista,  y  no  advertida 
por  el  impresor. 

(a)  Muy  acertada  y  donosamente  vindica 
el  señor  Cnriejón  á  Cervantes  de  los  ataques 
de  Gleniencín,  y  dice  con  sobra  de  razón  : 
"  A  tan  ingenioso  como  festivo  autor  no  se  le 
han  de  hacer  reparos  monjiles,  ni  será  bien 
que  los  gramáticos,  por  agudos  y  sutilísimos 
que  se  juzguen,  ni  los  comentaristas  aunque 
presuman  de  estirados,  vayan  siguiendo  sus 
pasos  en  busca  de  contradicciones.  » 

(M.  de  T.) 


2.  Otra  prueba  de  la  negligencia  y 
falta  de  plan  con  que  se  escribió  el 
QuMOTE.  (Cervantes,  acaso  por  imitar  al 
libro  de  Amadis  de  (iaula,  como  conje- 
turó Bowle,  subdividió  el  suyo  en  cuatro 
partes,  pero  sin  interrumpir  la  serie  de 
los  capítulos;  y  asi  como  las  partes 
segunda,  tercera  y  cuarta  de  Amadis 
empiezan  en  los  capítulos  XLIV,  LXV 
y  LXXXII  de  aquella  historia,  las  del 
Ingenioso  Hiualc.o  empiezan  en  los  capí- 
tulos IX,  XV  y  XXVI II.  En  la  segunda 
parte  del  Quijote  abandonó  Cervantes 
la  anterior  divi.sión,  ó  porque  no  le 
pareció  bien,  ó  porque  no  tuvo  presente 
lo  que  hizo  en  la  primera.  No  pudo 
libro  alguno  hacerse  uienos  de  pen- 
sado. 


CAPITULO  IX 


DONDE    SE    COMCLUVE    Y    DA    I'IN    A     LA    ESTUPENDA    HATALLA    QUE    EL 
GALLAISDO    VIZCAÍNO    V    EL    VALIENTE    MANCHEGO    TUVIERON. 

Dejamos  en  la  primera  parle  desLa  historia  al  valeroso  vizcaíno 
y  al  famoso  D.  Quijote  con  las  espadas  altas'  y  desnudas  en  guisa 
de  descargar  dos  furibundos  fendientes-,  tales,  que  si  en  lleno  se 
acertaban,  por  lo  menos  se  dividirían  y  fenderían  de  arriba  abajo, 
y  abrirían  como  una  granada  :  y  en  aquel  punto  tan  dudoso  paró 
y  quedó  destroncada  tan  sabrosa  historia,  sin  que  nos  diese  noticia 
su  autor  dónde  se  podría  hallar  lo  que  della  faltaba.  Causóme  esto 
mucha  pesadumbre,  porque  el  gusto  de  haber  leído  tan  poco  se 
volvía  en  disgusto  de  pensar  el  mal  camino  que  .se  ofrecía  para 
hallar  lo  mucho  que  á  mi  parecer  faltaba  de  tan  sabroso  cuento. 
Parecióme  cosa  imposible  y  fuera  de  toda  buena  costumbre,  que  á  tan 
buen  caballero  le  hubiese  faltado  algún  sabio  que  tomara  á  cargo  ^ 


'1.  Dejó  el  ijniii  sabio  Lirr/andeiy  en  el 
último  capitulo  de  su  historia  d  los  dos 
raros  modelos  en  valor  y  f'ortuleza,  el 
rjran  siciliano  Biavorante  y  el  famoso 
africano  Drufaldoro,  dando  en  el  aire 
la  vuelta  con  sus  furiosos  caballos,  las 
espadas  en  alto  con  tan  fiero  denuedo, 
que  exayera  el  sal>io  que  al  verlos  se 
encogieron  de  temor  los  mas  animosos 
griegos  (a).  Á  los  puntos  de  semejanza 
que  ofrecen  ambos  pasajes  puede  aña- 
dirse tauíbión  que  en  ambos  hubo  igual- 
mente damas  espectadoras. 

2.  Fendienle.  golpe  dado  de  arriba 
abajo  con  el  filo  do  la  espada;  de  liendir. 
Voz  hermosa,  pero  reservada  en  el  uso 
actual  á  la  poesía.  La  distinción  entre 
los  tres  lances  de  la  esgrima  :  f en- 
diente, revés  y  tajo,  es  que  el  primero 
se  da  verticaímente,  el  segundo  de  la 
izquierda  á  la  ilerecha,  y  él  tercero  de 
la  derecha  á  la  izquierd.a. 

(a)  Espejo  de  Principrsy  Cahalleros.  parle  V, 
lib.  L.cap.  \. 


3.  En  otra  parte  hemos  nombrado 
ya  algunos  sabios  á  quienes  se  atri- 
buyen historias  de  Caballerías.  Pero  no 
siempre  se  atribuyen  .i  sabios  ó  encan- 
tadores y  nigrománticos,  porque  no 
deben  contarse  en  este  número  ni  el 
maestro  Elisabad,  que  buena  ser  el 
autor  de  las  Sergas  de  Esplandián,  ni 
Novarco,  que  escribió  la  historia  de 
D.  Cirongilio  de  Tracia.  ni  aun  á  Xartón, 
:\  quien  se  atribuyi'  la  de!  Caballero  de 
la  Cruz,  pues  se  supone  que  la  escribii'i 
des¡)ués  de  haber  renunciado  á  sus 
malas  artes  y  abrazado  el  cristianisnm. 
La  de  Florambel  de  Lucea  fué  escrita 
por  el  santo  ermitaño  y  sacerdote 
Cipriano,  á  quien  este  caballero  en- 
contró en  los  desiertos  de  Siria.  Tales 
padres  se  complacieron  en  asignar  á  los 
libros  caballerescos  sus  verdaderos 
autores  para  ronciliarles  autoridad  y 
crédito  con  los  lectores  ignorantes 
é  ilusos.  Uno  de  éstos  fué  Don  Qui- 
jote. 


PIIIMr.llA     l'AlilK.     —    CAPÍTLLO    IX  i'M 

el  escribir  sus  nunca  vistas  hazañas^;  <-osa  qiuí  no  fall(>  á 
ninguno  de  los  caballeros  andantes  de  los  que  dicen  las  gentes 
que  van  á  sus  aventuras,  porque  cada  uno  dellos  tenía  uno  ó  dos 
sabios  como  de  molde,  que  no  solamente  escribían  sus  hechos, 
sino  que  pintaban  sus  m;'is  mínimos  pensamientos  y  niñerías,  por 
más  escondidas  que  fuesen;  y  no  iiabía  de  ser  tan  desdichado  tan 
buen  caballero,  que  le  faltase  á  él  lo  que  sobró  á  Platir-  y  á  otros 
semejantes.  Y  así  no  podía  inclinarme  á  creer  que  tan  gallarda 
historia  hubiese  quedado  manca  y  estropeada,  y  echaba  la  culpa 
á  la  malignidad  del  tiempo  dcvorador  y  consumidor  de  todas  las 
cosas,  el  cual,  ó  la  tenía  oculta  ó  consumida.  Por  otra  parte,  me 
parecía  que  pues  entre  sus  libros  se  habían  hallado  tan  modernos 
como  Desengaño  de  celos  y  Ninfas  y  Pastores  de  Henares^  que 
también  su  historia  debía  de  ser  moderna,  y  que  ya  que  no  estu- 
viese escrita,  estaría  en  la  memoria  de  la  gente  de  su  aldea  y  de 
las  á  ella  circunvecinas.  Esta  imaginación  me  traía  confuso  y 
deseoso  de  saber  real  y  verdaderamente  toda  la  vida  y  milagros 
de  nuestro  famoso  español  D.  Quijote  de  la  Mancha,  luz  y  espejo 
de  la  caballería  manchega^,  y  el  primero  que  en  nuestra  edad  y 
en  estos  tan  calamitosos  tiempos  se  puso  al  trabajo  y  ejercicio  de 
las  andantes  armas',  val  de  desfacer  agravios,  socorrer  viudas, 
amparar  doncellas  de  aquellas  que  andaban  con  sus  azotes  y  pala- 
frenes •^.  y  con  toda  su  virginidad  á  cuestas  de  monte  en  monte  y 

1.  En  efecto:  nunca  fueron  í^isías  las  cosas.  Entre  estos  dos  extremos  titu- 
hazañas  de  Don  Quijote.  Chiste  irónico,  beaba  también  nuestro  autor,  y  re- 
muy  propio  del  genio  y  cuerda  de  flexionaba  que  la  historia  de  ü.  Quijote 
Cervantes,  en  que,  diciéndose  exacta-  debía  ser  moderna,  puesto  que  en  ella 
mente  la  verdad,  se  indica  con  gracioso  se  citaban  libros  modernos.  Todo  lo 
contraste  otra  cosa  muy  distmta.  tuvo   presente,   todo   lo  reflexionó,   y, 

2.  Galtenor  fué  el  nombre  del  que  sin  embargo,  incurrió  en  la  contra- 
recopiló  la  historia  del  Caballero  Platir  dicción. 

hijo   del  Emperador  Primaleón,  como  o.    Pudiera    dudarse    si    el   original 

se  dice  en  el  capítulo  I,  libro  I  de  la  diría  azotes   ó    azores:  el   cambio   es 

cuarta  parte  de  su  historia.  fácil.    En   los   libros  caballerescos    se 

3.  Es  evidente  que  Cervantes  tiró  á  hallan  muchos  ejemplos  de  doncellas 
ridiculizar  cierta  clase  de  hidalgos  de  y  dueñas  que  dan  del  azote  á  su  pala- 
la  Mancha;  y  esto  debió  ser  de  resultas  fren,  .¡si  como  otras  veces  hacen  men- 
de  las  ocurrencias  que  tuvo  en  aquel  ción  de  damas  de  alta  guisa  que  iban 
país,  y  dieron  origen  á  la  fábula  del  en  í^us  palafrenes  con  azores  il  cs.zsl  de 
Quijote  en  el  lugar  de  cuyo  nombre  no  cetrería.  En  la  segunda  parte  del  Qui- 
queria  acordarse.  Esta  es  la  caballería  .iote,  cuando  después  de  la  aventura 
manchega,  de  quien  era  luz  y  espejo  del  barco  encantado  encontr(')  nuestro 
nuestro  insigne  D.  Quijote.  hidalgo  á  la  Duquesa  (fl),  iba  ésta  sobre 

4.  En  estas  expresiones  se  da  Cer-  un  palafrén,  y  en  la  mano  izquierda 
vantes  por  contemporáneo  de  D.  Qui-  traía  un  azor.  Verdad  es  que  tratan- 
jote,  y  pocos  renglones  antes  achacaba  dose,  como  aquí,  de  largos  viajes,  hace 
la   pérdida  de   su   historia  al    tiempo 

il"vorador  y  consumidor  de  todas  las         (a)  Cap.  XXX. 


las 


UON    QIIJOTK    DE    LA    MANCHA 


de  valle  en  valle:  que  si  no  era  que  algún  follón  ó  algún  villano  de 
haciía  y  capellina  '  ó  alí,a'in  descomunal  gigante  las  forzaba,  don- 
cella hubo  en  los  pasados  tiempos  que,  al  cabo  de  ochenta  años,  que 
en  todos  ellos  no  durmió  un  día  debajo  de  tejado,  se  fué  tan 
entera  á  la  sepultura  como  la  madre  que  la  había  parido''*.  Digo, 
pues,  que  por  estos  y  otros  muchos  respetos  es  digno  nuestro 
gallardo  Quijote  de  continuas  y  memorables  alabanzas^,  y  aun  á 
raí  no  se  me  deben  negar  por  el  trabajo  y  diligencia  que  puse  en 
buscar  el  fin  desta  agradable  historia  '  :  aunque  bien  sé  que  si  el 


más  al  caso  el  azote  ó  l.ílij,'o  que  el 
azur'.  —  Palafrén  es  voz  muy  antif^ua, 
que  se  encuentra  usada  ya  en  el  Puema 
del  Cid,  libro  el  más  antiguo  que  se 
conoce  en  castellano. 

1.  Capellina  ó  capacete,  arma  defen- 
siva que  cubría  la  parte  superior  de  la 
cabeza,  de  donde  le  vino  el  nombre. 
Era  diferente  de  la  celada,  que  cubría 
toda  la  cabeza,  y  solía  tener  por  de- 
lante la  visera  ó  rejilla  para  defensa 
del  rostro,  sin  quitar  la  vista. 

Hac/ia  ¡I  capellina,  armas  con  las 
cuales,  como  vulííares  y  fáciles  de 
encontrar,  se  armaba  prontamente  la 
gente  de  pocas  obligaciones.  Así  se  ve 
con  frecuencia  en  los  libros  caballe- 
rescos :  Doce  villanos,  armados  de 
hachas  y  capellinas  guardaban  un  pos- 
tigo del  castillo  de  Belvista,  en  la 
ínsula  de  Artadefa  (a).  Saliendo  Amadís 
de  Grecia  de  un  castillo  donde  acahabn 
de  vencer  y  matar  á  un  caballero,  le 
acometieron  otros  ocho,  seguidos  de 
doce  peones  con  hachas  y  capellinas. 
Revolvió  Amadís  sobre  ellos,  derribi) 
á  dos  de  los  villanos  con  los  pechos  de 
su  caballo,  y,  apeándose  de  él,  á  dos 
villanos  qué  se  adelantaron,  de  dos 
golpes  las  capellinas  con  las  cabezos 
hendidas,  los  derrueca  muertos  (b). 

Villanos  armados  de  hachas  y  cape- 
llinas, como  circuiistan(  ia  propia  de 
historias  y  aventuras  caballerescas, 
asistieron  á  las  representaciones  de 
ellas  que  se  dieron  á  Carlos  V  en  las 
fiestas  de  Bins  el  año  de  1549  (c). 

2.  Están  tachidas  con  sal  irr>nica 
las  inverosimilituiles  de  los  libros  y 
poemas  caballerescos  en  esta  materia. 
Parece  que  Cervantes  tuvo   presentes 


(a)  P'lorUel.  parte  Til,  cap.  CXXU.  — 
(h\  Ib.,  cap.  XXIV.  —  (c)  Calcete  de  Estrella, 
lib.  111. 


los  versos  de  Ariosto,  cuando  refiere 
que  '«)  Angélica  cant<j  sus  sucesos  á 
Sacripante  : 

E  come  Orlando  la  guardó  sovente 
Da  morte.  da  disnor.  da  casi  rei, 
E  cfie'l  fior  viri/inal  cusí  ncwi  salvo 
Come  se  lo  portó  dal  inatern'  alvo. 

Y  sigue  Ariosto  : 

Forae  era  ver,  ma  non  pero  credibile 
A  chi  del  senso  suo  fosse  signare. 

Cervantes  contrahizo  y  desfigun")  con 
maligna  travesura  la  expresión  en  la 
forma  que  se  halla  en  el  texto,  y  la 
repitió  en  la  novela  del  Celoso  extre- 
meño, donde  decía  la  Dueña  á  Loaisa  : 
Todas  las  que  estamos  dentro  de  las 
puertas  desta  casa  somos  doncellas 
como  las  madres  que  nos  parieron. 
Como  quiera,  esta  malicia  de  Cer- 
vantes no  fué  original.  La  encontró  en 
la  historia  de  D.  Belianís  de  Grecia  (¿>); 
en  la  que.  contándose  la  romería  que 
la  Infanta  Dolisena  hizo  por  les  desier- 
tos de  frica  al  templo  de  Amón,  y  lo 
que  le  avino  durante  el  viaje,  se  dice 
que  volvíi)  á  su  casa  tan  entera  como 
la  madre  que  la  había  parido. 

3.  ¿Qué  son  alabanzas  memorables? 
Esta  calidad  no  tiene  conexión  con 
alabanzas. 

4.  No  anduvo  muj'  consÍOTÍente 
nuestro  autor  en  suponer  que  lo  que 
encontró  en  el  Alcaná  de  Toledo,  como 
va  á  contarse,  era  el  fin  de  la  historia 
de  su  héroe,  pues  sólo  fué  hasta  el  fin 
de  la  primera  parte,  en  cuj'o  cai)í- 
tulo  Lll  dice  :  que  á  pesar  de  haber 
buscado  con  curiosidad  y  diligencia 
los  hechos  de  U.  Quijote  en  su  tercera 
salida,  no  había  podido  hallar  noticia 
de  ellos,  á  excepción  de  la  fama  de 

(ni  Canto  I,  est.  5j.  -  (6)  Lib.  IV,  cap.  XVI, 
v  síL'uienles. 


iMiiMiiitA  PAinr:.  —  CAPÍni.n  i\ 


i'M) 


cielo,  el  caso  y  la  fortuna  no  me  ayudaran,  el  niuiulo  ([uedara 
falto  y  sin  el  pasatiempo  y  gusto  que  bien  casi  dos  horas '  podrá 
tener  el  que  con  atención  la  leyere.  Pasó,  pues,  el  hallarla  en  esta 
manera. 

Estando  yo  un  día  en  el  Alcaná  de  Toledo^,  llegó  un  muchacho 
á  vender  unos  cartapacios  y  papeles  viejos  á  un  sedero^;  y  como 


haber  ido  á  Zaragoza,  y  de  algunos 
versos  que  á  coiitimiiicicn  pone  sobre 
las  lia/añas  y  SL'|iulliira  de  nuestro  lii- 
(lalgü,  hermosura  de  Dulcinea,  figura 
de  Rocinante,  y  fidelidad  de  Sancho 
Panza. 

1.  Parece  indicar  Cervantes  por  estas 
palabras,  ó  que  la  historia  puede  leerse 
hasta  el  tin  en  dos  horas,  ó  que  el  pla- 
cer de  su  atenta  lectura  no  puede  pasar 
de  dos  horas.  Lo  primero  es  absurdo, 
lo  segundo  sobradamente  modesto  (a). 

2.  En  la  Vida  del  picaro  Guzmán  de 
Alfarache  so  lince  mención  del  Alcaná 
de  Toledo  como  de  lugar  de  tiendas,  y, 
con  efecto,  parece,  segvín  los  que  lo 
entienden,  que  Alcaná  es  voz  derivada 
del  hebreo,  y  que  significa  feria  ó 
mercado.  Del  .Mcaná  se  hace  ya  men- 
ción en  el  Arancel  antiguo  de  Toledo 
del  año  1355,  citado  por  Burriel  en  el 
Informe  sobre  ifjualación  de  petios  y 
medidas.  Quiénes  fuesen  sus  habi- 
tantes lo  dice  la  Crónica  del  Key 
D.  Pedro  de  Castilla  :  E  el  Conde  é  el 
Maestre  (hermanos  y  enemigos  del 
Rey)  desque  entraron  en  la  ciudad 
(Toledoj,  asosegaron  en  sus  posadas; 
pero  las  sus  compañas  empezaron  á 
robar  una  judería  que  dicen  el  Alcami, 
p  robáronla,  é  mataron  los  judíos  que 
fallaron  fasta  mil  é  decientas  personas, 
ornes  é  mujeres,  rp-andes  é  pequeños. 
Pero  la  judería  mayor  (que  estaba 
junto  á  la  puente  de  San  Martín)  non 
la  pudieron  tomar,  que  estaba  cercada 
é  había  mucha  yente  dentro  (a). 

El  Alcaná  estaba  en  las  inmedia- 
ciones lie  la  catedral:  pero  habiendo 
pere(-ido  en  un  incendio  la  mayor  parte 
de  sus  tiendas,  el  Arzobispo,  D.  Pedro 
Tenorio,  trató  de  fabricar  allí  un  claus- 

(a)  Crónica  del  Jley  U.  Pedro,  aüo  VI, 
cap.  VIÍ. 

(a)  Ninguna  dfi  las  suposiciones  parece 
exacta.  Iliiit/.enbiisnh,  en  la  nota  ih'l,  cree 
que  debe  faltar  algo  ea  el  texto. 

(M.  de  T.) 


tro,  y  compró  las  casas  llamadas  de 
Doña  Fátima  la  Mora,  las  cuales  se 
hicieron  tiendas  y  íorniaion  la  calle 
del  Alcaná.  Continuaron  éstas  habita- 
das por  israelitas,  y  fueron  también 
saqueadas  en  las  turbaciones  acaudi- 
lladas por  Pero  Sarmiento,  que  agita- 
ron ;í  aquella  ciudad  en  el  reinado  de 
D.  Juan  el  II,  año  de  1449.  Acaso  con 
este  motivo  se  cerró  la  calle  con 
puertas,  y  hubo  Alcaide  de  ellas  todavía 
en  el  año  1500.  Á  fines  del  siglo  si- 
guiente, XVI,  toda  la  calle  era  de  tien- 
das de  mcrceria  Por  los  libros  nnti- 
guos  de  la  capilla  de  San  Blas,  que 
fundó  el  memionado  .\rzobispo,  se 
viene  en  conocimiento  de  que  el  Al- 
caná ocupó  el  espacio  que  hoy  es  la 
calle  de  las  Cordonerías,  desde  la  Ro- 
pería hasta  la  encrucijada,  y  acaso 
también  lo  que  se  llama  calle  de  la  Sal. 

3.  Las  ediciones  primitivas  y  las 
siguientes  pusieron  escudero  en  vez  de 
sedero  :  la  de  Londres  de  1*38  fué  la 
primera  que  corrigió  este  pasaje.  La 
Academia  Española  adoptó  esta  en- 
mienda, y  con  razón,  pues  no  la  hay 
para  que  se  vendan  papeles  viejos  á 
un  escudero,  pero  sí  á  un  sedero,  que 
los  necesita  para  sus  envoltorios  y  pa- 
quetes. Y  á  lo  mismo  concurre  la  cir- 
cunstancia de  ser  cosa  pasada  en  el 
Alcaná,  donde  estaba  la  alcaicería  ó 
trato  y  mercado  de  sedas.  Nadie  ignora 
lo  floreciente  que  en  tiempos  antiguos 
estuvo  en  Toledo  el  ramo  de  sederías, 
conforme  á  lo  cual,  en  el  capítulo  IV 
se  hizo  mención  de  unos  mercaderes 
toledanos  que  iban  á  comprar  seda  á 
Murcia.  El  error  pudo  ser  de  la  im- 
prenta por  la  corta  diferencia  que  hay 
entre  .sedero,  como  diría  el  original,  y 
sendero,  segiin  solía  entonces  escribirse 
y  hubo  de  leer  el  impresor.  Cervantes,  á 
cuya  vista  se  hizo  la  tercera  edición  en 
el  año  1608,  no  corrigió  este  ni  otros 
defectos  de  las  dos  de  1605. 

La  cahdad  de  cartapacios  y  papeles 


140 


DON    QLIJOTK    DE    LA    MANCHA 


soy  aficionado  á  leer  aunque  sean  los  papeles  rolos  de  las  calles, 
llevado  desla  mi  naUíral  inclinación  tomé  un  cartapacio  de  los  que 
el  muchacho  vendía,  y  vile  con  caracteres  que  conocí  ser  arábigos, 
y  puesto  que  aunque  los  conocía  no  los  sabia  leer,  anduve  mi- 
rando si  parecía  por  allí  algún  morisco  aljamiado'  que  los  leyese; 
y  no  fué  muy  dilicultoso  hallar  intérprete  semejante,  pues  aunque 
le  buscara  de  otra  mejor  y  más  antigua  lengua,  le  hallara^.  En 
fin ;  la  suerte  me  deparó  uno,  que  diciéndole  mi  deseo  y  ponién- 
dole el  libro  en  las  manos,  le  abrió  por  medio,  y  leyendo  un  poco 
en  él,  se  comenzó  á  reir  :  pregúntele  que  de  qué  se  reía,  y  res- 
pondióme que  de  una  cosa  que  tenía  aquel  libro  escrita  en  el 
margen  por  anotación.  Díjele  que  me  la  dijese,  y  él,  sin  dejar  la 
risa,  dijo  ;  Está,  como  he  dicho-*,  aquí  en  el  margen  escrito  esto. 


viejos  que  se  da  á  los  papeles  que  con- 
teaiaii  la  historia  original  de  D.  Qui- 
jote, es  otro  de  los  indicios  de  que  se 
quiso  dar  carácter  de  antigua  .i  la  his- 
toria, sobre  lo  cual  se  habió  en  las 
notas  al  capitulo  anterior. 

1.  Esto  es,  algiin  morisco  que  se 
explicase  en  castellano  y  pudiese  ser- 
vir de  intérprete.  Aljamia  era  el  caste- 
llano que  hablaban  los  moros,  asi 
como  al(jarabia  era  el  arábigo  que 
hablaban  los  cristianos.  Unos  y  otros 
debían  hacerlo  con  muchos  defectos, 
tanto  en  la  propiedad  como  en  la  pro- 
nunciaciim.  De  aljamia  y  aUjaiabía 
nacieron  aljamiado  y  akjarubiado.  El 
Canónigo  Bernardo  de  Alderete,  en  las 
Anlifjiiedades  de  EspaTia  y  África  (a) 
cuenta  que  por  la  pronunciación  se 
conocía  ó  los  aljamiados  que  no  hahian 
desde  )iiños  aprendido  nuestra  lengua. 
D  Diego  de  Mendoza,  en  la  Historia  de 
la  (juerra  do  Granada,  eslafjan,  dice, 
nuestras  compañías  tan  llenas  de  moros 
aljamiados,  que  donde  quiera  se  man- 
tenían espías  (b).  La  Crónica  general 
de  España,  refiriendo  la  sorpresa  de 
Córdoba  por  los  cristianos  en  el  rei- 
nado de  San  Fernando,  refiere  [c]  que 
los  primeros  que  subieron  al  muro 
iban  disfrazados  en  traje  de  moros,  y 
eran  algarabiados.  En  el  romance  an- 
tiguo de  D.  Beltrán,  uno  de  los  que  se 
incluyeron  en  el  Cancionero  de  roman- 
ces de  .4mberes,  libro  rarísimo  impreso 
en  el  año  de  1.5o5,  se  lee  : 


í'i)  Lili.  1.   can.  XXXVUL 
caj).  XIX.  —  (c)  Paite  IV. 


{l>)  Lib.  III, 


Vido  en  esto  estar  nii  muro 
(¡ae  velaba  en  un  adarve. 
Hablóle  en  alíjaraliia. 
como  a(]iicl  (jue  bien  la  sabe  : 
por  Dios  te  niepo  el  moro 
me  digas  una  verdade. 

En  el  uso  actual  ya  no  se  oye  la  pa- 
labra aljamia;  y  algarabía  sólo  sub- 
siste para  denotar  el  habla  atrope- 
llada y  confusa,  como  debía  ser  la  de 
los  algarabiados(a). 

2.  Indica  Cervantes  la  multitud  que 
había  en  Toledo  de  familias  originarias 
de  judíos.  La  aljama  hebrea  de  Toledo 
había  sido  famosa  :  de  ella  salió  el 
célebre  Aben  Ezra.  que  según  las  noti- 
cias de  D.  José  iíodriguez,  en  su  Bihliu- 
leca  rahinica  española,  hubo  de  ser  el 
primero  ó  uno  de  los  primeros  traduc- 
tores castellanos  de  los  libros  sagrados. 
De  las  cosas  de  los  conversos  de  Toledo 
y  de  las  persecuciones  que  padecieron 
en  diferentes  épocas  pudiera  hacerse 
unalarga  historia  (¡í)  Los  apa>ioDadosá 
aquella  ciudad,  quieren  decir  que  los 
judíos  que  la  habitaban  en  tiempo  d 
Tiberio  desaprobaron  la  muerte  qut 
sus  hermanos  de  Jerusalén  procuraron 
á  Nuestro  Señor  Jesucristo. 

3.  Cuatro  veces  está  repetido  el 
verbo  decir  en  menos  de  renglón  y  me- 

(«)  Huy  se  aplica  la  palabra  aljamiado  ,i 
ciertas  obras  anticuas  de  nuestra  literfitura 
que  se  han  encontrado  escritas  en  caractenv 
arábigos.  Véase,  acerca  de  esto,  mi  libio 
Manual  de  Literatura  española  é  hispano- 
americana. (M.  de  T.) 

(,5)  Lanía  historia.  —  Ya  )a  escribió  el 
insigne  maestro  Amador  de  ¡os  Ríos. 

(M.  de  T.) 


PniMKMA    I'AUTK.    —    GAPITLT.O    IX 


141 


E,sla  Ihilcuwa  riel  Toboso^  ínulas  veces  en  esta  historia  referida^ 
dicen  que  tuno  la  mejor  mano  para  xalar  puercos  que  otra  mujer 
de  toda  In  Mancha^.  Cuando  yo  oí  decir  Dulcinea  del  Toboso, 
qued<^  alónilo  y  suspenso,  porcjue  luego  se  me  representó  que 
aquellos  earlapacios  contenían  la  historia  de  1).  Ouijote.  Con  esta 
imaginación  le  di  priesa  que  leyese  el  principio,  y  haciéndolo  así, 
volviendo  de  improviso  el  arábigo  en  castellano,  dijo  que  decía  : 
Historia  o'e  D.  Quijote  de  la  Mancha^  escrita  por  Cide  líamete 
Bent^ngeli,  historiador  arábigo-.   Mucha   discreción   fué  menester 


dio.  Y  á  poco  :  Dicen  que  tuvo  la  me- 
jor mano,  ele.  Citando  yo  oi  decir,  etc. 
Los  descuidos  de  esla  especie  son  muy 
frecuentes  en  el  Qumote.  Sin  salir  del 
presente  periodo  se  lee  :  Esttí...  aquí  en 
el  marqen  escrito  eslo  :  esta  Dulcinea, 
tantas  reces  en  esta  historia  relerida. 

1.  El  lenguaje  no  está  del  todo  bien. 
No  habría  que  reparar  diciéndose  : 
Tuvo  mejor  mano  para  salar  puercos 
que  otra  ninr/una  mujer  de  toda  la 
Mancha.  Por  lo  deniiís,  la  anotación 
marginal  sobre  la  habilidad  para  salar 
puercos  no  uie  parece  tan  íestiva  y 
risueña  como  pareció  al  morisco,  al 
cual,  por  otra  parte,  atendidas  las 
ideas  comunes  de  los  de  su  linaje  y 
profesión,  ni;ís  debió  serle  asunto  de 
asco  que  de  risa.  Si  la  persona  de  Dul- 
cinea no  fué  absolutamente  fingida  y 
tuvo  original  efectivo,  sobre  lo  cual  se 
discurrirá  en  su  lugar,  acaso  en  ella  y 
en  sus  circunstancias  individuales  es- 
taba la  explicación  de  este  enigma  y 
del  chiste  que  ahora  no  se  comprende. 

2.  Cervantes  puso  á  su  fábula  el 
título  de  El  Ingenioso  Hidalgo  Don 
QuMOTE  DE  LA  Mancha;  pero  algunas 
veces,  como  aquí,  la  llami'i  Historia  de 
Don  Quijote.  El  titulo  de  Vida  y  hechos 
de  Don  Quijote  que  se  puso  en  varias 
ediciones  antiguas,  es  ridículo  y  ajeno 
del  asunto  del  libro. 

Cide  es  tratamiento  de  honor,  como 
si  dijéramos  señor  :  Hamele  es  nombre 
común  entre  moros  :  Benen^jeli  (ai.  se- 
gún la  explicación  del  sabio  orientalista 
D.  José  Antonio  Conde,  quiere  decir  hijo 

('/)  Benengeli.  —  Según  mi  maestro  y  com- 
patriota D.  Leopoldo  Kgnílaz  y  Yangüas,  no 
tiene  fundamento  la  interpretación  que  da 
Clemencín  á  este  nombre.  Se  deriva  del  árabe 
b/'denchén,  berenjena,  y  significa  aherenje- 
nado  (y  no  abererir/enado,  como  escriben  mu- 
chos). (M.  de  T.) 


del  Ciervo,  Cerval  6  Cervanteño,  y  con 
él  se  designó  á  sí  mismo  Cervantes, 
que  habiendo  residido  en  Argel  cinco 
años,  no  pudo  menos  de  alcanzar  al- 
gún conocimiento  del  idioma  común 
del  país. 

Puesto  semejante  nombre  al  autor, 
fué  consiguiente  dar  por  arábiga  la 
obra.  Si  fuese  cierto  que  los  libros  de 
Caballerías  nos  vinieron  de  los  árabes 
(que  no  falló  algún  sabio  que  lo  dijese), 
pudiera  aludir  á  ello  el  origen  que  dio 
Cervantes  á  su  fábula ;  pero  es  más 
verosímil,  atendido  su  carácter  satí- 
rico y  poco  afecto  á  la  Mancha,  que  en 
esto  quiso  ridiculizar  á  los  manchegos, 
tild.indolos  de  moriscos,  tanto  más, 
que  alguna  vez  llamó  á  Cide  Hamete 
autor  arábigo  y  manchego  [a).  De  he- 
cho abundaban  los  moriscos  en  los 
pueblos  de  la  Mancha,  especialmente 
después  que  de  resultas  del  levanta- 
miento de  los  del  reino  de  Granada 
en  los  años  de  1568  y  15b9  se  les  obligó 
á  abandonar  sus  hogares,  y  á  avecin- 
darse en  las  provincias  internas  de  la 
Península.  Y,  sin  perjuicio  de  esto, 
tiró  al  mismo  tiempo  Cervantes  á  ridi- 
culizar, remediindola,  la  superchería 
de  los  escritores  de  Caballerías,  que, 
por  lo  común,  suponían  ser  sus  libros 
traducciones  de  idiomas  extranjeros, 
entre  ellos  el  arábigo,  según  se  dijo 
en  las  notas  anteriores  de  la  Historia 
del  Caballero  de  la  Cruz. 

En  el  capitulo  II  de  esta  primera 
parte  se  habló  de  varios  autores  que 
habían  tratado  de  las  cosas  de  Don 
Quijote :  y  aquí  se  supone  que  el  mundo 
quedara  mito  y  privado  de  su  historia, 
si  el  caso  y  la  fortuna  no  hubieran 
proporcionado  el  hallazgo  de  los  carta- 


(a)  Parte  I,  cap.  XXII. 


i42  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHV 

para  disimular  el  contento  que  recebí  cuando  llegó  á  mis  oídos 
el  título  del  libro,  y  salteándosele  al  sedero,  compré  al  mucliacho 
todos  los  papeles  y  cartapacios  por  medio  real  :  que  si  él  tuviera 
discreción  y  supiera  lo  que  yo  los  deseaba,  bien  se  pudiera  pro- 
meter y  llevar  más  de  seis  reales  de  la  compra.  Apárteme  luego 
con  el  morisco  por  el  claustro  de  la  iglesia  mayor,  y  roguéle  me 
volviese  aquellos  cartapacios,  todos  los  que  trataban  de  i).  Qui- 
jote en  lengua  castellana,  sin  quitarles  ni  añadirles  nada,  ofre- 
ciéndole la  paga  que  él  quisiese.  Contentóse  con  dos  arrobas  de 
pasas'  y  dos  fanegas  de  trigo,  y  prometió  de  traducirlos  bien  y 
fielmente  y  con  mucha  brevedad ;  pero  yo,  por  facilitar  más  el 
negocio,  y  por  no  dejar  de  la  mano  tan  buen  hallazgo,  le  truje  á 
mi  casa,  donde  en  poco  más  de  mes  y  medio  la  tradujo  toda-  del 
mismo  modo  que  aquí  se  refiere.  Estaba  en  el  primero  cartapacio 
pintada  muy  al  natural  la  batalla  de  D.  Quijote  con  el  vizcaíno^, 
puestos  en  la  misma  postura  que  la  histoiia  cuenta,  levantadas  las 
espadas,  el  uno  cubierto  de  su  rodela,  el  otro  de  la  almohada,  y  la 
muía  del  vizcaíno  tan  al  vivo,  que  estaba  mostrando  ser  de  alquiler 
á  tiro  de  ballesta  '.  Tenía  á  los  pies  escrito  el  vizcaíno  un  título 
que  decía  :  D.  Sancho  de  Azpeilia,  que  sin  duda  debía  de  ser  su 
nombre,  y  á  los  pies  de  Rocinante  estaba  otro  que  decía  :  Don 
Quijote.  Estaba  Rocinante  maravillosamente  pintado,  tan  largo 
y  tendido,  tan  atenuado  y  flaco,  con  tanto  esjjinazo,  tan  hético 
confirmado,  que  mostraba  bien  al  descubierto  con  cuánta  adver- 

Eacios  de  Benengeli,  como  si  éste  hu-  biera  ser  con  cartapacios,  diciéndose 

iese  sido  el  único  cronista  de  nuestro  leer :  Los  t  adujo  todos. 

hidalgo.    Es    clara   la    inconsecuencia  3.»  Olvidóse    aquí    la   propiedad   his- 

con  que  en  el  (Jlijote  se  suele  liablar  tórica  :  Cervantes,  que  vivió  entre  mo- 

de  este  asunto:  pero  como  hemos  di-  ros  algunos  aüos,  no  podía  ignorar  que 

cho.  y  como  tendremos  que  decir  otras  los    figuras    de    hombres    y   animales 

veces.  Cervantes  nunca  volvía  á  leer  lo  edtán   prohibidas   entre   ellos,   y   que, 

que  llevaba  escrito.  por  consiguiente,  son  impropias  en  sus 

1.  Comida  muy  usada  de  los  moros,  libros,  cual  lo  era  el  de  Cide  Hauíete. 
á  cuya  costumbre  alude  aquí  Cervantes,  4.  Esto  es,  á  larga  distancia.  Otras 
zahiriendo  delicadamente  al  morisco  veces  se  dice  á  tiro  de  escopeta^  como 
de  que  se  trata.  Como  la  ley  prohibe  en  la  novela  de  la  Ilustre  i  reyona  :  á 
el  uso  del  vino  á  los  musulmanes,  se  tiro  de  escopeta  en  mil  aeñales  descu- 
desquitan  consumiendo  muchas  uvas  bría  ^Carriazoj  ser  bien  nacido,  porque 
frescas  y  pasas.  Gahriel  Alonso  de  era  generoso  y  bien  partido  con  sus 
Herrera,  en  su  libro  de  Agricultura.  camaradas.  En  la  parte  segunda  del 
hace  mención  de  la  destreza  con  que  Ocijote,  capitulo  V  :  Llegó  Sancfi"  d  su 
las  conservaban  y  curaban  los  moros  casa  tan  regocijado  y  alegre,  que  su 
granadles  (a).      •  mujer  conoció  su  alegría  d  tiro  de  ba- 

2.  Toda  quiere  concertar  con  his-  tiesta.  En  esta  primera  parte,  capi- 
toria:  pero  esta  palabra  no  se  encuen-  tulo  XXI  :  Sí  uo  te  las  rapas  (fas 
tra  en   el  periodo,  y  el  concierto   de-  barbas)  «  nw  aja  cada  dos  días  por  lo 

menos,  rí  tiro  de  escopeta  te  echará  de 
<a]  Lib.II.cap.  XIX.  ver  lo  que  eres. 


PHIMKKA     PAUTE.    CAPÍTULO    TX  143 

liMicia  y  propiedad  se  le  había  puesto  el  nombre  de  Rocinante. 
Junto  i\  ♦'!  estaba  Sancho  Panza,  que  tenía  del  cabestro  á  su  asno, 
á  los  pies  del  cual  estaba  otro  rétulo  que  decía  :  Sancho  Zancas, 
y  debía  de  ser  que  tenía,  í\  lo  que  mostraba  la  pintura,  la  barriga 
grande,  el  talle  corto  y  las  zancas  largas,  y  por  esto  se  le  debió 
de  poner  nombre  de  Panza  y  de  Zancas,  que  con  estos  dos  sobre- 
nombres* le  llama  algunas  veces  la  historia.  Otras  algunas 
menudencias  había  que  advertir,  pero  todas  son  de  poca  impor- 
tancia y  que  no  hacen  al  caso  á  la  verdadera  relación  de  la  historia, 
que  ninguna  es  mala  como  sea  verdadera.  Si  á  ésta  se  le  puede 
poner  alguna  objeción-  cerca  de  su  verdad,  no  podrá  ser  otra 
sino  haber  sido  su  autor  arábigo,  siendo  muy  propio  de  los  de 


1.  No  es  así.  En  ninguna  otra  oca- 
sión fuera  de  ésta,  se  le  da  el  sobre- 
nombre de  Zancas  á  Sancho  :  ó  se 
supuso  burlescamente  que  asi  sucedía 
en  el  original  arábigo,  y  que  por  guar- 
dar consecuencia  no  quiso  ponerse  en 
la  traducción  castellana. 

2.  No  es  constante  el  juicio  que  en 
distintas  partes  del  Ingenioso  Hidalgo 
se  forma  de  Cide  Hamete.  General- 
mente se  le  elogia ;  aquí  se  le  vitupera. 
Todo  lo  que  sigue  en  este  pasaje  sobre 
el  grado  de  crédito  que  merece  su 
historia  es  poco  oportuno.  Concluyó 
Cervantes  llamándole  perro,  dicterio 
vulgar  con  que  solían  motejarse  mu- 
tuamente moros  y  cristianos  :  lo  cual 
no  es  del  caso  ni  concuerda  con  los 
elogios  que  de  Cide  Hamete  se  hacen 
en  otros  lugares,  llamándole  sabio, 
alentado,  prudenlisimo.  celebérrimo  y 
flor  de  los  historiadores. 

En  éste  y  otros  parajes  de  sus  obras 
habla  Cervantes  de  los  moros  en  los 
términos  que  en  sn  tiempo  se  hablaba 
generalmente  en  España.  La  época  de 
esta  aversión  especial  puede  señalarse 
en  la  fundación  del  reino  de  Argel  por 
los  hermanos  Barbarrojas,  á  principios 
del  reinado  de  Carlos  V.  Durante  la 
vida  de  estos  Reyes  piratas  y  de  los 
demás  que  les  sucedieron  en  todo 
aquel  siglo,  dominri  en  Argel  el  influjo 
de  los  renegados,  raza  compuesta  de 
la  hez  de  todas  las  naciones,  cuya 
ignorancia  brutal  y  cuyas  costumbres, 
tan  crueles  como  soeces,  junto  con  el 
horrible  tráfico  de  cautivos  y  los  repe- 
tidos saqueos  de  los  pueblos  de  nues- 
tras costas  del  Mediterráneo,  habían 
excitado  en' los  españoles  el  odio  mez- 


clado de  desprecio  que  se  deja  ver  en 
los  escritos  de  Cervantes  y  de  sus  con- 
temporáneos. A  pesar  de  la  guerra  per- 
petua, no  se  les  miraba  con  tanta 
ojeriza  en  los  siglos  anteriores  á  su 
expulsión  de  la  Península.  Hoy  mismo 
se  cree  que  los  moros  andaluces  fueron 
cultos,  instruidos  y  aun  amables  :  se 
ha  tratado  y  escrito  largamente  de  su 
civilización,  de  su  literatura,  de  sus 
poetas,  de  sus  diccionarios,  de  sus 
historias,  y  de  éstas  en  términos  muy 
distintos  que  Cervantes.  El  autor  de  la 
Pluralidad  de  los  mundos  los  pintaba 
como  un  pueblo  semejante  al  que  su- 
ponía habitar  en  el  planeta  de  las  gra- 
cias y  de  los  amores,  lleno  de  fuego, 
de  ingenio,  amante  de  la  música  y  de 
la  poesía,  inventor  perpetuo  de  fiestas, 
danzas  j' torneos  (a;.  En  ello  también, 
por  su  calidad  de  españoles,  se  ha 
mezclado  el  orgullo  nacional  en  estos 
últimos  tiempos  ;  se  les  ha  considerado 
como  bienhechores  de  la  ilustración 
europea,  y  se  ha  elogiado  su  época 
como  se  pudieran  las  de  Pericles  y 
Augusto.  Yo  dejo  á  los  peritos  de  la 
lengua,  historia  y  literatura  arábigas 
el  juzgar  de  esto,  y  señalar  hasta  qué 
punto  pudieron  combinarse  la  civiliza- 
ción y  las  luces  con  el  despotismo  y  el 
Alcorán  :  y  volviendo  á  Cervantes, 
digo  que  habló  de  los  moros  con  el 
desprecio  que  merecían  las  costum- 
bres y  modo  de  vivir  de  que  había 
sido  testigo  durante  su  cautiverio  en 
Argel  désele  el  año  de  1575  hasta  el 
de  1.580. 


'n)  Noche  IV. 


144 


DON    OUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


aquella  nación  ser  mentirosos,  aunque  por  ser  tan  nuestros  ene- 
migos*, antes  se  puede  entender  haber  quedado  falto  en  ella  que 
demasiado^;  y  así  me  parece  á  mí,  pues  cuando  pudiera  y  dehieía 
extender  la  pluma  en  las  alabanzas  d(í  lan  i)uen  cahalloro,  parece 
que  de  industiia  las  pasa  en  silencio^  :  cosa  mal  hecha  y  peor 
pensada,  habiendo  y  debiendo  ser  los  historiadores  puntuales, 
verdaderos  y  no  nada  apasionados,  y  que  ni  el  interés  ni  el  miedo  ', 
el  rancor  ni  la  afición  no  les  haga  torcer  del  camino  de  la  verdad, 
cuya  madre  es  la  historia,  émula  del  tiempo,  depósito  de  las 
acciones,  testigo  de  lo  pasado,  ejemplo  y  aviso  de  lo  presente, 
advertencia  de  lo  por  venir'.  En  ésta  sé  que  se  hallará  todo  lo 
que  se  acertare  á  desear  en  la  más  apacible;  y  si  algo  bueno  en 
ella  faltare,  para  mí  tengo  que  fué  por  culpa  del  galgo  de  su  autor  * 


1.  La  partícula  tan  debiera  acom- 
pañar á  enemigos,  diciéndose  :  por  se?" 
lan  enemigos  nuestros. 

2.  Quedar  falto  ó  corto  se  dice, 
pero  no  quedar  demasiado  ni  largo; 
quedar  y  demasiado  indican  ideas  con- 
tradictorias. 

3.  Esto  no  dice  bien  con  lo  que 
adelante  se  afirma  de  la  puntualidad 
de  Cide  Hamete  en  el  capitulo  XVI  de 
esta  primera  parte,  donde  se  lee  :  Cide 
Hamete  Benengeli  fué  historiador  muy 
curioso  y  muy  puntual  en  todas  las 
cosas;  y  éctiase  bien  de  ver,  pues  las 
que  quedan  referidas,  con  ser  tan  mí- 
nimas y  tan  rateras,  no  las  quiso  pasar 
en  silencio.  Y  el  capítulo  XL  de  la  se- 
gunda parte  empieza  así :  Real  y  verda- 
deramente todos  los  que  gusten  de  se- 
mejantes historias  como  ésta,  deben 
mostrarse  agradecidos  rí  Cide  Hamete. 
su  autor  primero,  por  la  curiosidad 
que  tuvo  en  contarnos  las  seminimas 
delta,  sin  dejar  cosa,  por  menuda  que 
fuese,  que  no  la  sacase  d  luz  distinta- 
mente. Como  de  estas  inconsecuencias 
hallaremos  en  el  Quijote. 

4.  El  orden  natural  es  al  revés :  mal 
pensada  y  peor  liecha,  porque  antes  es 
pensar  que  hacer. 

Cervantes  usó  generalmente  la  partí- 
cula de  con  el  verbo  deber  cuando  éste 
precedp  al  verbo  sustantivo  ser.  Aquí 
no  lo  hizo,  y  fué  precisamente  en  oca- 
sión que  convino  hacerlo  para  enlazar 
con  un  régimen  común  á  los  gerundios 
habiendo  y  debiendo  :  habiendo  y  de- 
hiendo  de  ser  los  liistoriadores  ptin- 
tuales.  Quizá  fué   omisión  de  la   im- 


prenta, á  cuya  causa  pueden  en  mi 
juicio  atribuirse  muchos  de  los  des- 
cuidos que  se  observan  en  el  lenguaje 
del  Quijote.  Lo  mismo  puede  discu- 
rrirse sobre  las  palabras  y  que  ni  el 
interés  ni  el  miedo,  etc.,  donde  falta 
algo  para  que  conste  la  gramática.  De- 
bió, al  parecer,  decirse  :  y  tales,  que 
niel  interés  ni  el  miedo  les  haga  torcer 
el  caniino  de  la  verdad. 

5.  Expresiones  que  recuerdan  las  de 
Cicerón  en  el  libro  II,  del  Orador  : 
Historia  testis  teniporum,  lux  veritatis, 
vita  memorise.  magistra  vitx,  nun'.ia 
vetustatis.  Cristóbal  Suárez  de  Figueroa, 
en  su  Pasajero  (a),  tradujo  así  las  pa- 
labras de  Cicerón  :  testimonio  de  los 
tiempos,  luz  de  la  verdad,  vida  de  la 
memoria,  maestra  de  la  vida  y  mensa- 
jera de  la  antigüedad.  El  pasaje  de 
Cervantes  comprende  el  mismo  con- 
cepto, y  añade  además  la  discreta  y 
profunda  idea  de  que  la  historia  de  lo 
pasado  envuelve  el  anuncio  de  lo 
luturo. 

6.  Es  tratarle  de  perro,  segi'm  la 
costumbre  de  que  se  hizo  mención 
arriba.  En  la  comedia  de  los  Parceles 
de  Murcia,  escrita  por  Lope  de  Vega, 
queriendo  unos  guardas  registrar  lo 
que  llevaba  en  una  canasta  la  esclava 
Beatriz,  le  decía  un©  de  ellos  : 

Suelta,  galpa. 

El  mismo  Cervantes,  en  el  Viaje  al  Par- 
naso, trató  también  de  galgo  al  Gran 
Turco ;  y  en  la  comedia  de  Los  Baños  de 

(a)  Alivio  11. 


•HIMKHA    P.VRTK. 


CAPITULO    IX 


ü:; 


;\nles  (|ti('   por  falla  del  siijclo.   Kii    íin ;   su   secunda  parle*,    si- 
oliendo  la  traducción,  comenzaba  desta  manera  : 

Pucslas  y  levantadas  en  alto  las  corladoras  espadas  de  los  dos 
valerosos  y  enojados  comhaiienles,  no  parcela  sino  que  estaban 
amena/ando  al  cielo,  á  la  tierra  y  al  abismo^  :  tal  era  el  denuedo 
y  continente  que  tenían.  Y  el  primei'O  que  fué  á  descarg-ai-  el 
golpe  fué  el  colérico  vizcaíno,  el  cual  fué  dado  con  tanta  fuerza  y 
tanta  furia,  que  á  no  volvérsele  la  espada  en  el  camino,  aquel  solo 
golpe  fuera  bastante  para  dar  iln  á  su  rigurosa  contienda''  y  á 
todas  las  aventuras  de  nuestro  caballero;  mas  la  buena  suerte, 
que  para  mayores  cosas  le  tenía  guardado,  torció  la  espada  de  su 
contrario,  de  modo  que  aunque  le  acertó  en  el  hombro  izquierdo, 
no  le  hizo  otro  daño  que  desarmarle  todo  aquel  lado,  llevándole 
de  camino  gran  parte  de  la  celada  con  la  mitad  de  la  oreja,  que 
todo  ello  con  espantosa  ruina  vino  al  suelo,  dejándole  muy  mal- 
trecho. ¡  Válame  Dios,  y  quién  será  aquel  que  buenamente 
pueda  contar  ahora  la  rabia  que  entró  en  el  corazón  de  nuestro 
manchego  viéndose  parar  de  a([uella  manera !  No  se  diga  más  sino 
(pie  fué  de  manera  que  se  alzó  de  nuevo  en  los  estribos,  y  apre- 
tando más  la  espada  en  las  dos  manos,  con  tal  furia  descargó  sobre 
el  vizcaíno,  acertándole  de  lleno  sobre  la  almohada  y  sobre  la 
cabeza,  que  sin  ser  parte  tan  buena  defensa,  como  si  cayera  sobre 


Argel,  un  Sncristán  llevado  cautivo  de 
España  á  Berbería,  decía  á  otro  cautivo, 
hablando  de  unos  morillos  : 

Déjeme,  pese  á  mí,  coa  estos  galgos. 

Y  luego,  volviéndose  á  ellos  : 

Escuchadme,  perritos, 
Venid,  tus,  tus,  oídme. 

[.  La  suspensión  de  la  aventura  del 
Vizcaíno,  la  pérdida  de  la  historia  y  su 
hallazgo  no  produce  el  efecto  que,  al 
parecer,  se  propuso  Cervantes.  Al  aca- 
bar la  primera  parte  de  las  cuatro  en 
que  dividió  su  libro,  quiso  probable- 
mente imitar  lo  que  suele  hacer  al  fin 
de  sus  cantos  el  Ariosto,  el  cual,  después 
de  haber  esforzado  todo  lo  posible  el 
interés,  corta  de  repente  la  narración, 
evidentemente  con  el  designio  de  irritar 
y  aumentar  la  curiosidad  de  los  lec- 
tores. El  asunto  del  Ariosto,  compuesto 
de  tantos  incidentes  inconexos  entre 
-i.  proporcionaba  frecuentes  ocasiones 


de  hacerlo,  siendo  de  todos  modos 
preciso  interrumpir  unos  asuntos  para 
pasar  á  otros;  pei'o  la  fábula  del  Qui- 
jote, como  tiene  unidad  de  argumento, 
lejos  de  dar  lugar  á  esta  clase  de  tran- 
siciones violentas,  debe  fluir  por  sí 
misma,  sin  despedazar  el  contexto  ni 
ofender  el  buen  gusto  de  los  lectores. 

2.  Bella  expresión  y  exageración 
graciosa  tratándose  de  los  combatientes 
que  acab;m  de  describirse:  el  uno  sobre 
un  flaco  y  extenuado  rocín,  cubierto 
con  una  rodela  prestada,  y  el  otro 
sobre  una  mala  muía  de  alquiler,  de 
tendiéndose  con  un  cojín  del  coche. 

3.  Mejor  :  ó  la  riqurosa  contienda, 
como  ya  se  dijo  en  otra  ocasión.  La  con- 
tienda no  era  ni  podía  ser  de  uno  solo  : 
era  de  ambos  (a). 


(«)  Atento  el  comentarista  á  ésta  y  otras 
menudencias,  no  para  mientes  en  la  belleza 
del  cuadro,  lleno  de  animación  y  vida,  que 
aquí  traza  Cervantes,  verdadero  "maestro  en 
el  arte  de  describir. 

(M.  de  T.) 


10 


litj  UU.N     yLlJOTli    Uli    LA    MANCHA 

él  una  uioiilafia,  comenzó  á  echar  sangre  por  las  narices  y  por  la 
boca  y  por  los  oídos,  y  á  dar  muestras  de  caer  de  la  muía  ahajo, 
de  donde  cayera  sin  duda  si  no  se  abrazara  con  el  cuello  :  pero 
con  todo  eso,  saco  los  pies  de  los  estribos,  y  luego  soltó  los  brazos, 
y  la  muía,  espantada  del  terrible  golpe,  dio  á  correr  por  el  campo, 
y  Á  pocos  corcovos  dio  con  su  dueño  en  tierra.  Estábaselo  con 
mucho  sosiego  mirando  D.  Quijote,  y  como  lo  vio  caer,  salló  de 
su  caballo,  y  con  mucha  ligereza  se  llegó  á  él,  y  poniéndole  la 
punta  de  la  espada  en  los  ojos ',  le  dijo  que  se  rindiese,  si  no  que 
le  cortaría  la  cabeza.  Estaba  el  vizcaíno  tan  turbado,  que  no  podía 
responder  palabra,  y  él  lo  pasara  mal  según  estaba  ciego  Don 
Quijote,  si  las  señoras  del  coche,  que  hasta  entonces  con  gran 
desmayo  habían  mirado  la  pendencia,  no  fueran  adonde  estaba,  y 
le  pidieran  con  mucho  encarecimiento  les  hiciese  tan  gran  merced 
y  favor  de  perdonar  la  vida-  á  aquel  su  escudero.  Á  lo  cual 
b.  Quijote  respondió  con  mucho  entono  y  gravedad  :  Por  cierto, 
fcrmosas  señoras,  yo  soy  muy  contento  de  hacer  lo  que  me  pedís  ; 
mas  ha  de  ser  con  una  condición,  y  concierto,  y  es  que  este  caba- 
llero me  ha  de  prometer  de  ir  al  lugar  del  Toboso^  y  presentarse 
de  mi  parte  ante  la  sin  par  Doña  Dulcinea,  para  que  ella  haga  del 
lo  que  más  fuere  de  su  voluntad.  Las  temerosas  y  desconsoladas 
señoras,    sin    entrar  en   cuenta    de   lo   que    D.    Quijote   pedía  y 


1.  Buwle  cita  ejemplos  tle  sucesos  y 
expresiones  semejantes,  tomados  de  las 
historias  de  Amadis  de  Gaula,  de  D.  Oli- 
vante de  Laura  y  de  l'ñmaleón.  En 
Palmerin  de  Inqlalerra  se  cuenta  que, 
cayemlo  Brauíarin  por  las  ancas  del 
caballo,  quedó  gran  pieza  sin  bullir  pie 
ni  mano.  Viéndole  tal  [*aluierin,  des- 
montó, y  quitándole  el  yelmo,  le  puso 
la  punta  de  la  espada  en  el  rostro, 
diciendo  :  Caballero,  rendios  en  mis 
enanos...,  si  no  muerto  sois  (a).  Fácil 
sería  arunuilar  ejemplos. 

2.  Tan  parece  errata  por  la.  En  los 
libros  de  Ciballeria  no  es  raro  haber 
dueñas  y  doncellas  espectadoras  de  los 
combates,  y  estorbar  que  pasen  ade- 
lante, ó  pedir  y  obtener  del  vencedor 
la  vida  del  vencido.  Asi  la  Reina  Iseo 
separó  á  Tristán  y  Palamedes,  que  se 
combatían  por  ella  (ó).  Flordespina  en 
Boyardo  despartió  en  medio  de  su  pelea 
á  Ferragús  y  Orlando  (c).  Yendo   Flo- 


(a)  Parte   II.    cap.    I.XIX.   —  (b)   Tristán, 
libro  I,  c;ip.  XLI.  —  (c)  Lib.  I,  canto  IV. 


rambel  de  Lucea  á  cortar  la  cabeza  á 
un  caballero  á  quien  había  derribado, 
no  lo  hizo  á  ruego  de  la  doncella  So- 
lercia, que  se  hallaba  presente  (a).  La 
Infanta  .Miraguarda  interpuso  también 
con  Palmerin  de  Inglaterra  sus  buenos 
oficios  á  favor  del  i^igante  Almourol, 
como  se  refirió  anteriormente. 

3.  Lo  mismo  había  exigido  D.  Qui- 
jote en  el  capitulo  anterior  de  la  dueña 
vizcaína  en  pago  de  haberla  librado 
del  poder  de  los  encantadores  y  nigro- 
mantes: la  ocurrencia  era  tan  graciosa 
como  propia  del  humor  de  nuestro  hi- 
dalgo. La  promesa  que  á  nombre  de  su 
escudero  hicieron  tas  temerosas  y  des- 
consoladas señoras,  sin  entrar  en  cuenta 
de  lo  que  D.  Quijote  pedia,  y  sin  pre- 
(/imtar  quién  Dulcinea  fuese,  ni  saber 
lo  que  prometían,  fué  la  que  debía  ser 
en  el  estado  de  aturdimiento  en  que  se 
hallaban  :  y  Cervantes  dio  fin  á  la 
aventura  de  un  modo  que  no  pudo  ser 
más  natural  ni  verosímil. 


(o)  Floramhel,  lib. 


cap.  XX. 


IMUMEPA    PARTli.    —    CAPÍTUI.O    IX  li7 

sin  pic^iiiiliir  (juit^n  Dulcinea  fuese,  le  prometieron  ([ue  el 
escudero  haría  lodo  aquídlo  que  de  su  parte  le  fuese  mandado. 
Pues  en  Ce  de  esa  |)a]al)ra',  }<>  no  le  liare  más  daño,  puesto  que 
me  lo  tenía  bien  merc<'ido. 


1.  Habla  aqui  D.  Quijote,  como  es  claro,  aunque  no  se  expresa. 


CAPÍTULO  X 


Dli    LOS    GRACIOSOS    RAZONAMIENTOS^    QUE    PASARON    ENTRE    D.    QUIJOTE 
Y   SANCHO    PANZA    SU    ESCUDERO. 


Ya  en  este  tiempo  se  había  levantado  Sancho  Panza  algo  mal- 
tratado de  los  mozos  de  los  frailes^,  y  había  estado  atento  á  la 
batalla  de  su  señor  D.  Quijote,  y  rogaba  á  Dios  en  su  corazón 
l'uese  servido  de  darle  vitoria,  y  que  en  ella  ganase  alguna  ínsula 
de  donde  le  hiciese  gobernador,  como  se  lo  había  prometido. 
Viendo,  pues,  ya  acabada  la  pendencia,  y  que  su  amo  volvía  á 
subir  sobre  Rocinante,  llegó  á  tenerle  el  estribo,  y  antes  que 
subiese  se  hincó  de  rodillas  delante  del,  y  asiéndole  de  la  mano, 
se  la  besó^  y  le  dijo  :  Sea  vuestra  merced  servido,  señor  Don 
Quijote  mío,  de  darme  el  gobierno  de  la  ínsula  que  en  esta  rigu- 
rosa pendencia  se  ha  ganado,  que  por  grande  que  sea,  yo  me 
siento  con  fuerzas  de  saberla  gobernar  '*  tal  y  tan  bien  como  otro 
que  haya   gobernado  ínsulas  en  el  mundo.  A  lo  cual  respondió 


1.  En  las  ediciones  primitivas  del 
Quijote  decía  el  epígrafe  de  este  capí- 
tulo :  De  lo  que  más  te  avino  d  D.  Qui- 
jote con  el  uizcaino,  y  del  pelif/ro  en 
que  se  vio  con  luia  turba  de  yangiieses; 
pero  la  aventura  del  vizcaíno  se  con- 
cluyó en  el  capitulo  anterior,  y  el  en- 
cuentro con  los  yangüeses  se  refiere 
después  en  el  capitulo  XV.  El  presente 
sólo  contiene  un  graciosísimo  coloquio 
entre  L).  Quijote  y  Sancho,  y  por  esta 
razón  la  AcadeniiaEspañola  corrigiendo 
tan  notoria  y  evidente  equivocación, 
suprimió  en  sus  ediciones  el  epígrafe 
antiguo  del  capitulo,  y  le  sustituyó  el 
que  ahora  lleva. 

2.  No  concuerda  mucho  la  blan- 
dura de  esta  expresión  con  el  capitulo 
pasado,  donde  se  contó  que  los  mozos 
dieron  con  Sancho  en  tierra,  y  sin  de- 
jarle pelo  en  las  barbas  le  molieron  á 
coces  y  le  dejaron  tendido  en  el  suelo 
sin  aliento  ni  sentido. 

3.  De  igual  á  igual,  ó  de  superior  á 


inferior  solía  darse  el  beso  de  paz  en  el 
rostro.  Hincar  la  rodilla  y  besar  la 
mano  era  demostración  de  inferioridad 
y  respeto,  de  que  hay  infinitos  ejemplos 
en  los  libros  de  Cahallerias,  señalada- 
mente en  ocasiones  de  pedir  mercedes, 
como  aquí  iba  á  hacer  Sancho.  Más 
abajo  se  cuenta  que  volvió  á  besarle  á 
su  amo  la  mano  y  la  falda  de  la  loriga. 
Esto  demostraba  mayor  respeto  y 
humildad  todavía,  como  lo  indicaba 
también  en  aquel  caballero  de  quien 
cuenta  la  historia  de  .Vmadís  de 
Gaula  [a)  que  besó  la  falda  del  arnés 
al  Doncel  del  mar,  que  le  había  ven- 
gado de  Galpano. 

4.  .Mejor  se  dijera  :  con  fuerzas  para 
ijobernarla.  mudando  el  régimen  y 
suprimiendo  el  saber,  porque  las  fuer- 
zas no  dicen  relación  al  saber,  sino  al 
gobernar. 


(a)  Cap.  VI. 


priiMKnA  p.\nTR.  —  íiapíti  i.o  x  Ií0 

D.  Quijote  :  Advertid,  heniiauo  Sancho',  que  esta  aventura  vías 
á  esta  seniejaulcs,  no  son  avenluras  de  ínsulas,  sino  de  enrruci- 
jadas,  en  las  cuales  no  se  gana  otra  cosa  que  sacar  rola  la  cabeza 
ó  una  oreja  menos  :  tened  paciencia,  que  aventuras  se  ofrecerán 
donde  no  solamente  os  pueda  hacer  gobernador,  sino  más  ade- 
lante. Agradecióselo  mucho  Sancho,  y  besándole  otra  vez  la 
mano  y  la  laida  de  la  loriga-,  le  ayudó  á  subir  sobre  Rocinante  ; 
y  él  subió  sobre  su  asno  y  comenzó  á  seguir  á  su  señor,  que  á 
paso  tirado,  sin  despedirse  ni  hablar  más  con  las  del  coche,  se 
entró  por  un  bosque  que  allí  junto  estaba.  Seguíale  Sancho  á  todo 
trote  de  su  jumento;  pero  caminaba  tanto  Rocinante,  que  viéndose 
quedar  atnis,  le  fué  forzoso  dar  voces  á  su  amo  (|ue  se  aguardase. 
ilízolo  así  D.  Quijote,  teniendo  las  riendas  á  Fiocinante  hasta  que 
llegase  su  cansado  escudero,  el  cual,  en  llegando,  le  dijo  :  Paré- 
cerne,  señor,  que  sería  acertado  irnos  á  retraer  á  alguna  iglesia, 
que  según  (juedó  maltrecho  aquel  con  quien  os  combatisteis,  no 
s<'rá  mucho  íjue  den  noticia  del  caso  á  la  santa  Hermandad  '^  y  nos 
prendan;  y  á  fe  que  si  lo  hacen,  que  primero  que  s¿dgamos  de  la 
cárcel  que   nos   ha  de   sudar  el  hopo  '.  Calla,  dijo   D.   Quijote. 


1.  D.  Oi'ijote,  todo  ufano  y  hueco 
con  el  triunfo  conseguido  sobre  D.  San- 
cho de  Azpeilia,  se  entona  aquí  y  habla 
á  lo  gran  señor. 

2.  En  ninguna  otra  parte  del  Qumote 
se  hace  mención  de  su  loriga.  Ésta  era 
armadura  interior,  sobre  la  cual  asen- 
taba el  peto  y  el  espaldar,  pendiendo 
la  falda  algún  tanto  por  fuera  <ie  la  del 
arnés.  La  loriga  era  de  hojuelas  de 
acero  sobrepuestas  unas  á  otras,  ó  de 
malla,  como  se  dice  expresamente  de 
la  del  gigante  Madarque  en  Amadís  de 
(Jaula  («I,  y  de  otros  muchos  caballeros 
en  todos  los  libros  andiintescos.  Algunas 
veces  se  armaba  también  con  lorigas  á 
los  caballos,  que  entonces  se  llamaban 
encubertados.  En  los  principios  dicen 
que  se  hicieron  de  cuero  ó  de  correas 
entretejidas,  y  que  de  aquí  se  llamaron 
lorigas,  fí  loris. 

Besar  la  falda  de  la  loriga  solía  ser 
demostración  de  respeto  mezclado  de 
cariño.  Después  de  hober  vencido  Flo- 
rambel  la  formidable  aventura  del 
Árbol  saludable,  su  escudero  Lelicio,  y 
Celesin,  escudero  de  D.  Lidiarte,  que 
estaba  allí  cerca  mal  herido,  se  vinieron 

(rt)  Cap.  LXV. 


para  Florambel  con  el  mayor  gozo  del 
mundo,  y  llorando  con  el  sobrado  pla- 
cer, se  fincaron  de  hinojos  aniel,  y  le 
besaron  la  falda  de  la  loriga  (a ¡.Cua.no o 
no  había  ó  no  se  veía  la  falda  de  la 
loriga,  se  besaba  la  del  arnés,  como  !o 
hizo  el  doncel  Durin  al  despedirse  de 
Amadís  de  Gaula  (b¡. 

3.  Tribunal  severísimo  establecido 
por  los  Keyes  católicos  D.  Fernando  y 
Doña  Isabel  el  año  de  1476  para  perse- 
guir, juzgar  y  castii;ar  los  delitos  come- 
tidos fuera  de  poblado,  y  que  subsistía, 
aunque  con  notables  variaciones,  en 
tiempo  de  Cervantes.  La  ocurrencia  de 
Sancho  sobre  tomar  iglesia,  ni  puede 
ser  más  natural  en  su  carácter  rústico 
y  medroso,  ni  más  graciosa  por  el  con- 
traste que  ofrece  con  las  fanlarronadas 
caballerescas  de  su  auio. 

4.  El  que  se  repite  cuatro  veces,  de 
las  cuales  pudieron  suprimirse  la  se- 
gunda y  la  cuarta,  y  quedaría  harto 
mejor  el  lenguaje. 

Hopo  es  nombre  que  se  da  en  especial 
á  la  peluda  y  larga  cola  de  la  zorra  : 
y  se  dice  que   le  suda    el  liopo  ai  que 

{a)  Florambel  de  Lucea,  lib.  III,  cap.  IX. 
—  (o)  Amadis  de  Gaula,  cap.  XLVI, 


150  DON    QUIJOTE    nE    I.A   MANCHA 

¿Y  dónde  lias  visio  lú  ó  leído  jamás  que  caballero  andante  haya 
yido  puesto  ante  la  justicia  ])or  más  homicidios  (pie  hubiese  come- 
tido? Yo  no  sé  nada  úe  omecillos,  respondió  Sancho,  ni  en  mi  vida 
le  calé  á  ninguno' ;  scilo  sé  ipn;  la  santa  Hermandad  tiene  que  ver 
•y.  con  los  que  pelean  en  el  campo,  y  en  esotro  no  me  entremeto.  Pues 
no  tengas  pena,  amigo,  respondió  D.  Quijote,  que  yo  te  sacaré  de 
las  manos  de  los  caldeos^,  cuanto  más  de  las  de  la  Hermandad. 
Pero  tlime  por  tu  vida,  ¿has  tú  visto  más  valeroso  caballero  que  yo 
en  todo  lo  descubierto  de  la  tierra?  ¿Has  leído  en  historias^  otro 
que  tenga  ni  haya  tenido  más  brío  en  acometer,  más  aliento  en  el 
perseverar,  más  destreza  en  el  herir,  ni  más  maña  en  el  derribar? 
La  verdad  sea,  respondió  Sancho,  que  yo  no  he  leído  ninguna 
historia  jamás,  porque  ni  sé  leer  ni  escribir;  mas  lo  que  osaré 
apostares  que  más  atrevido  amo  ([ue  vuestra  merced  yo  no  le  he 
servido  en  todos  los  días  de  mi  vida,  y  quiera  Dios  que  estos 
atrevimientos  no  se  paguen  donde  tengo  dicho.  Lo  que  le  ruego 
á  vuestra  merced  es  que  se  cure,  que  se  le  va  mucha  sangre  de 
esa  oreja,  que  aquí  traigo  hilas  y  un  poco  de  ungüento  blanco  en 
las  alforjas.  Todo  eso  fuera  bien  excusado,  resj)ondió  D.  Quijote, 
si  á  mí  se  me  acordara  de  hacer  una  redoma  del  bálsamo  de 
F'ierabrás '',  que  con  sola  una  gota  se  ahorraran  tiempo  y  medi- 


trabaja  con  afán  y  fatiga,  como  le 
sucede  á  este  animal  cuando  huye  con 
todo  su  esfuerzo  para  evitar  que  le  al- 
cancen los  perros. 

1.  Omeciilo  (a)  es  la  voz  homicidio  en 
boca  de  gente  rústica  é  ignorante,  que 
la  conservaba  todavía  entonces  desde 
que  se  introdujo  en  los  principios  del 
idioma  castellano,  set;ím  se  ve  por 
muchos  documentos  y  por  la  traduc- 
ción castellana  del  Fuero  juzgo,  orde- 
nada por  el  Rey  San  Fernando,  señala- 
damente en  el"  titulo  V  del  libro  VI, 
donde  se  halla  á  cada  paso.  —  L'na  de 
las  acepciones  del  verbo  calar  es  pro- 
curar, y  en  ésta  lo  usa  aquí  Sancho, 
manifestando  que  nunca  había  procu- 

(a)  Onecillo.  —  Supone  Hartzenbu.sch  que 
Sancho,  que  en  otro  pnsaje  del  texto,  huce 
ver  qiu"  conoce  p!  sentido  de  omeciilo  fniala 
voluntad  I  entendió  aquí,  en  vez  de  omecillos, 
gomecilloft  (liizaiillos.  guías  de  ciego)  pero 
esta  explicación  no  aclara  la  frase.  Faiece 
más  natural  la  interpretación  del  señor  Cal- 
derón (Véase  Cortejón,  tomo  I.  pág.  'Jlii)  el 
cual  tradnce  así  la  frase  :  »  Yo  no  sé  nada 
de  odio*  ni  en  mi  vida  le  he  tenido  ni  guar- 
dado á  ninguno.  »  (M.  de  T.) 


rado  á  nadie  la  muerte.  La  gente  nistica 
es  más  tenaz  de  sus  usos  y  lenguaje 
que  la  cortesana ;  y  pudieran  alegarse 
locuciones,  modismos  y  terminaciones 
usadas  en  otros  tiempos,  pero  anti- 
cuadas entre  las  personas  cultas,  que 
todavía  se  oyen  entre  los  aldeanos. 

2.  En  el  profeta  .leremias  son  fre- 
cuentes las  amenazas  de  que  Dios  entre- 
gará los  judíos  en  manos  de  los  cal- 
deos (a).  Á  esta  expresión  parece  que 
se  alude  en  el  presente  lugar. 

.3.  Nótese  la  belleza  y  redondez  de 
este  periodo,  la  exactitud  y  compasada 
gradación  de  sus  ideas,  y  la  arujonía  y 
perfección  de  su  lenguaje. 

4.  La  historia  de  este  bálsamo  se 
lee  en  la  vulgar  del  Emperador  Carlo- 
magno,  publicada  en  castellano  por 
Nicolás  de  Piamonte.  .No  puedes  nefjni\ 
decía  Fierabrás  á  Oliveros,  que  tu 
cuerpo  esté  llar/adn,  y  decirte  he  como 
sanaros  en  un  punto,  aunque  vids  lla- 
gas  tuvieses.  Llégate  á  mi   caballo  y 


(a)  Cap.  XXXII. 


fRIMKIlA    l'AItTi:. 


C.M'ITULO    X 


i:\\ 


cillas.  ¿HiH'  i'cdíMiía  y  qiK*  bálsamo  es  oso?  dijo  Suncho  Pan/a. 
Ks  \in  hiilsanio,  ros|)oii(li()  I).  (Juijolc,  de  quien  longo  la  rocela  on 
la  uKMnoria ',  con  ol  cual  no  hay  qiio  tener  temor  á  la  niutírle,  ni 
luiy  ([uo  pensar  morir  d(^  i'orida  alguna  :  y  así  cuando  yo  lo  haga 
y  le  lo  dé,  no  tienes  más  que  hacer  sino  que  cuando  vieres  que  on 
alguna  batalla  me  han  partido  por  medio  dol  cuerpo,  como  muchas 
veces   suele   acontecer-,    bonitamente    la   parte    del    cuerpo    qu(5 


fiallarás  i/os  barrilejos  alados  al  arzón 
de  la  silla,  llenos  de  bálsamo,  que  por 
fuerza  de  armas  c/ané  en  Jerusalén  :  de 
este  biUsauxo  fué  embalsamado  el  cuerpo 
de  tu  Dios  cuando  le  descendieron  de 
la  cruz  y  fué  puesto  en  el  sepulcro  :  y 
si  de  ello  bebes,  quedarás  luego  sano 
de  tus  heridas.  En  el  discurso  de  la 
batalla,  cortada  la  cadena  de  los  ba- 
rriles, cayeron  estos  al  suelo,  y  espan- 
tado con  el  ruido  el  caballo  de  Fiera- 
brás, tuvo  Oliveros  ocasión  de  apearse 
y  beber  del  bálsamo  á  su  placer,  y  luego 
se  sintió  sano,  ligero  y  dispuesto,  como 
si  nunca  hubiera  sido  herido.  Y  de  esto 
(lió  infinitas  gracias  á  Dios,  y  dijo  entre 
si  :  ningún  buen  caballero  debe  pelear 
con  esperanza  de  tales  brevajes;  y  to- 
mando entrambos  barriles,  los  echó  en 
un  caudaloso  rio  que  cerca  de  allí  pa- 
saha,  y  fueron  al  fondo  del  agua.  Y  he 
leído  en  un  libro  auténtico  de  lengua 
toscana  que  habla  de  este  Fierabrás  de 
Alejandria,  que  todos  los  días  de  San 
Juan  Evangelista  parecen  los  dos  ba- 
rriles encima  del  agua,  y  no  en  otro 
tiempo  (a).  D.  Quijote  hubo  de  averi- 
guar, no  se  sabe  por  donde,  la  receta 
del  prcioso  bálsamo,  y  siendo  menos 
escrupuloso  que  el  bueno  de  Oliveros, 
se  proponía  usarlo  cuando  le  convi- 
niese. 

La  delicadeza  de  Oliveros  recuerda  la 
de  Rugero,  que  avergonzado  de  la  vic- 
toria C[ue  había  conseguido  contra  tres 
caballeros  por  medio  de  un  escudo 
encantado,  que  á  semejonza  del  de 
Medusa  dejaba  aturdidos  á  cuantos 
fijaban  en  él  la  vista,  lo  att'i  á  una  peña 
y  lo  arrojó  á  un  pozo  (b). 

En  la  historia  de  Belianís  se  refiere 
que  el  Príncipe  Ariobárzano  llevaba 
ntado  al  arzón  de  la  silla  un  barril  pe- 
queño de  oro  de  un  preciosísimo  bál- 


(n)  Hisloria  lie  Carlomar/no.  cap.  XVII 
y  XIX.  —  (6)  Arioslo,  canto' XXII,  est.  XCI 
y  siguientes 


samo  que  curaba  de  las  heridas,  con  tal 
que  el  alma  de'  las  carnes  no  fuese 
apartada.  Bebiendo  de  este  bálsamo 
fueron  curados  de  heridas  peligrosas 
en  varias  ocasiones  Ariob.irzano,  Belia- 
nís, el  Príncipe  Perianeo,  llamado  el 
Caballero  de  las  dos  Espadas,  y  el  Em- 
perador de  Trapisonda  {a..  La  curación 
era  al  instante,  pero  alguna  vez  suce- 
dió que  los  caballeros  estaban  tan  des- 
fallecidos por  la  pérdida  de  sangre,  que 
les  convino  hacer  cama. 

Aunque  era  muy  apreciable  la  pro- 
piedad de  los  bííisamos  de  Fierabrás  y 
Ariobárzano,  todavía  lo  era  más  y  más 
cómoda  la  del  joyel  que  la  Princesa 
Policena  echó  al  cuello  á  D.  Belianís 
de  Grecia,  y  tenía  la  virtud  de  no  dejar 
desangrarse  á  quien  lo  llevaba  (6). 

1.  Mejor  dicho  estaría  :  es  un  bál- 
samo cuya  receta  tengo  en  la  memoria  ; 
porque  el  relativo  quien  se  dice  más 
comúnmente  de  las  personas  que  de 
las  cosas. 

2.  Hay,  con  efecto,  muchos  ejemplos 
de  estos  desaforados  golpes  en  los 
libros  de  Caballerías.  Amadís  de  Gre- 
cia, en  una  batalla  contra  el  Rey  de 
Francia,  hirió  de  toda  sn  fuerza  por 
cima  del  yelmo  á  un  caballero  :  y  el 
golpe  fué  tal,  que  él  y  la  cabeza  hasta, 
la  cinta  lo  hizo  en  dos  partes  (c).  El 
caballero  del  Febo,  ayudando  á  su 
hermano  Rosicler,  á  quien  habían  aco- 
metido dos  gigantes  hijos  de  Candra- 
niarte,  dio  á  uno  de  ellos  tal  revés  por 
encima  de  los  muslos,  que  dio  con  él 
hecho  dos  partes  á  los  pies  de  su  her- 
mano [d).  Reinaldos  de  Montalbán.  de 
un  revés  con  su  espada  Fusberta.  par- 
tía ;i  un  hombre  por  medio,  según  se 
refiere,  y  no  una  vez  sola,  en  la  histo- 
ria de  Morgante  (e).  De  Rugero  cantaba 

[a]  Lib.  II.  cap.  XXVII,  XXVIII,  XXXY  v 
XXXVII.  —  {Jn  flelianis,  lib.  II,  cap.  JX.  — 
(c)  Amadis  de  Crecía,  parto  I.  cap.  LXVIIT. 
—  [d)  Euppjo  de  PrinrAppfs,  parte  I.  lib.  I, 
cap.  XLIII.  —  (fi)  Lib.  I,  cap.  XIX  y  LXVI 


lo2  nON    QI'IJOTE    DE    LA    MANCHA 

hubiere  caído  en  el  suelo,  y  con  mucha  solileza  anles  que  la 
sangre  se  hiele,  la  j)on(Jrás  sobre  la  olra  inilad  ({ue  quedare  en  la 
silla  advirliendo  de  cncajalla  igualmente  y  al  justo'  :  luego  me. 
darí'ts  á  beber  solos  dos  tragos  del  bálsamo  que  he  dicho,  y 
verásme   quedar   más   sano   que  una  nianzana  -,  Si  eso  hay,  dijo 


Ariosto  (a)   que,   con  su   espada    Bali- 
sarda, 

Gil  elini  taf/liaba  e  le  corazze  f/rosse, 
E  (jli  unmini  feíidca  jin  sul  cavnllo ; 
E  qli  nuuiilava  in  ptn  te  ui/unle  al  prato 
Tniilü  Unir  un,  qwtnto  lUilV  allro  lulo. 

Otros  libros  que  no  son  de  Caballerías 
cuentan  casos  semejantes.  Plutarco,  en 
la  Vida  de  Pirro,  Rey  de  los  Epirotas, 
relieve  que  este  Principe,  provocado 
por  uno  del  ejército  de  los  INlamerlinos, 
de  grande  estatura  gigante  se  le  hu- 
biera llamado  en  las  crónicas  caballe- 
rescas], le  dividió  el  cuerpo  de  una 
cuchillada  desde  la  cabeza  abajo, 
cayendo  á  cada  lado  sn  parte. 

Lo  que  hizo  verticahiiente  Pirro,  lo 
hizo  horizontalmente  el  Cid  Kui  Díaz 
de  Vivar.  Cuenta  su  poema  que  en  la 
batalla  de  .\lcocer,  habiendo  los  moros 
muerto  el  caballo  fi  Alvar  F;íñez  (6), 

Violo  mío  Cid  Rui  Díaz  el  castellano  : 
Acostos'  á  un  alguacil,  que  tenie  buen  ca- 

[ballo  : 
Diol'  tal  espadada  con  el  so  diestro  brazo, 
Cortol'  por  la  cintura,  el  medio  echó  en  el 

[campo  : 
Á  Minaya  Alvar  Fánez  ibal'  dar  el  caballo. 

El  libro  de  la  Gran  conquista  de  Ul- 
tramar, traducido  de  la  historia  latina 
de  Guillermo,  Arzobispo  de  Tiro,  ha- 
blando del  cerco  de  Antioquía  por  los 
Cruzados  (c),  cuenta  que  Godolre  de 
Bullón  peleaba  en  una  puente  contra 
los  sitiados,  que  habían  hecho  una 
salida,  y  dio  tan  gran  golpe  ü  un 
inoro  que  le  aquejaba  más  que  todos 
los  olviis,  sobre  la  loriga  que  traía  ves- 
tida, one  le  travesó  por  la  cinta  bien 
cabe  los  arzones  de  la  silla ;  asi  que  la 
cabeza  con  los  brazos  é  los  pechos  hasta 
en  la  cinta  cayó  sobre  la  puente,  é  las 
piernas  con  muy  poco  de  lo  otro  que- 
daron sobre  la  silla.  Y  no  fué  esta  re- 
lación de  las  que  algunas  veces  anadia 
la  traducción  á  la  historia  original  del 


(a)  Canto  20,  estr.  21.  —  (¿)   Vers.  75G  y 
siguientes.  —  (c)  Lib.  II,  cap.  LVIII. 


Arzobispo  de  Tiro,  porque  éste,  refi- 
riendo el  mismo  suceso  (a,,  dice  de 
Godüfre  :  Unum  de  hostibus  protinus 
instanlem,  lorien  indulum,  per  médium 
divisil,  ila  ut  pars  ab  nmbilico  superior 
ad  terram  deciderel,  reliqua  parte  su- 
per  pquum,  cui  insedil,  intra  urhem 
introducía.  Obstupuil  populusvisa  facti 
novitate.  Después  de  esto,  no  debe 
parecer  mucho  lo  que  el  mismo  Giii- 
llerinf)  cuenta  de  Godofre.  ;í  saber  :  que 
cortaba  de  un  golpe  con  facilidad  (diga- 
mos como  si  fuera  de  alfeñique)  el 
cuello  de  un  camello  grandísimo,  con 
admiración  del  jeque  árabe  que  lo 
presenciaba  (/;).  Lo  mismo  hacia  en 
tiempos  posteriores  con  el  cuello  de 
un  toro  D.  Gómez  de  Figueroa,  caba- 
llero de  Córdoba,  señor  del  Encinar, 
de  quien  escribe  su  paisano  D.  Luis 
Bañuelos  que  así  lo  ejecutó,  y  no  una 
vez  sola,  en  los  festejos  celebrados  por 
la  ciudad  de  Sevilla  con  motivo  de  los 
casamientos  del  Rey  D.  Felipe  II  (c). 

1.  En  las  ediciones  anteriores  se 
leia  encajallo :  era  evidentemente  error 
de  la  imprenta.  —  Al  justo  (x)  me 
parece  italianismo,  y  no  será  el  único 
que  se  encuentre  en  el  Quijote.  Por  lo 
demás,  la  idea  no  puede  ser  más  fes- 
tiva, ni  mayor  la  gracia  con  que  se 
expresa. 

2  Comparación  de  uso  común,  á 
pesar  de  las  numerosas  excepciones 
que  suelen  ofrecer  las  manzanas. 


(a)  Lib.  V, 
cap.  XXII.  - 
nela. 


cap.    VI.     —    (6)     Lib.    IX. 
(c)  Lió.  manuscrito  de  la  Ji- 


(«)  Al  justo.  —  Si  es  italiano  (cosa  por  lo 
menos  dudosa,  pues  tenemos  en  castellano  : 
al  igual,  al  pronto,  etc.)  no  fué  Cervantes  el 
único  en  usarlo.  Uecuérdese  el  epigrama  de 
Lope  de  Vega  : 


Setenta  años  vi  el  sereno 
Cielo,  g-océlos  al  justo. 
Los  cuarenta   por  mi   g-u-sto, 
Los   Ir^'inla  por  el  ajeuo. 

(M.  de  T.j 


pniMKHA  r.\im;. 


f:Ai'íiui.o  X  l'V.l 

Pau/.ii,  u)  renuncio  desde  {i(|uí  el  gobierno  de  la  pronicüda  ínsula, 
y  no  (|uiero  otra  cosa  en  pago  de  mis  muchos  y  buenos  servicios*, 
sino  (|ue  vuestra  niercetl  me  ú{\  la  receta  de  ese  extremado  licor, 
(|ue  para  nii  lengc»  (pu'  valdrá  la  on/.a  adonde  quiera  más  de  á  dos 
reales,  y  no  he  menestei"  yo  nías  para  pasar  esta  vida  honrada  y 
descansadamente  ;  pero  es  de  saber  ahora  si  tiene  mucha  costa  el 
hacelle.  Con  menos  de  tres  reales  se  pueden  hacer  tres  azumbres, 
respondió  D.  Ouijote.  ¡  Pecador  de  mí^!  replicó  Sancho,  ^, pues 
á  ciué  aguarda  vuestra  merced  á  hacelle  y  á  enseñármele  ?  Calla, 
amigo,  respondi(')  D.  Ouijote,  que  mayores  secretos  pienso  ense- 
ñarte y  mayores  mercedes  liacerte  ;  y  por  ahora  curémonos,  que  la 
oreja  me  duele  más  de  lo  que  yo  quisiera. 

Sacó  Sancho  de  las  alforjas  hilas  y  ungüento  :  mas  cuando 
D.  Ouijote  llegó  ¿ver  rota  su  celada,  pensó  perder  el  juicio,  y 
puesta  la  mano  en  la  espada^  y  alzando  los  ojos  al  cielo,  dijo  :  Yo 
hago  juramento  al  Criador  de  todas  las  cosas  y  á  los  santos  cuatro 
evangelios,  donde  más  largamente  están  escritos'',  de  hacer  la 
vida  que  hizo  el  grande  marqués  de  Mantua  cuando  juró  de  vengar 
la  muerte  de  su  sobrino  Baldovinos,  que  fué  de  no  comer  pan  á 
manteles  "*,  ni  con  su  mujer  l'olgar,  y  otras  cosas  que,  aunque  de- 


1.  Tan  gracioso  es  y  tanto  divierte 
oir  á  Sancho  hablar  de  sus  muchos  y 
buenos  servicios  á  los  dos  días  no  ca- 
bales de  servir  á  su  amo,  coaio  á  éste 
de  sus  famosos  hechos  y  hazañas  el 
día  primero  de  su  carrera  caballeresca, 
según  se  reíiriú  en  el  capitulo  11. 

2.  Interjección  de  que  usó  en  el 
capítulo  V  Pedro  Alonso,  el  labrador 
vecino  de  I).  Quijote,  cuando  le  con- 
ducía á  su  casa  molido  de  los  palos 
que  le  dio  el  mozo  de  los  mercaderes. 
Denota  sentimientos  de  incomodidad  é 
impaciencia  en  quien  habla. 

3.  Actitud  enfática  de  juramento, 
como  ofreciendo  mantenerlo  con  la 
espada,  al  modo  que  otras  veces  se 
jura  llevando  la  mano  al  pecho,  en 
demostración  de  que  el  juramento  es 
de  corazón  y  sincero.  Otras  veces  jura- 
ban los  caballeros  por  su  espada,  ó  por 
la  cruz  de  su  espada,  y  en  esto  hay 
ejemplos  no  sólo  en  las  historias  caba- 
llerescas, sino  también  en  las  verda- 
deras. 

4.  Fórmula  de  hechura  forense, 
propia  de  quien  no  pudiendo  ó  no 
queriendo  detenerse  mucho,  se  refiere 
á  otro  documento,  donde  se  explica 
más  por  extenso  lo  que  indica. 


5.  Comer  sin  mantel  en  la  mesa  era 
señal  ^e  luto  y  de  duelo,  como  de 
quien  come  sin  buscar  el  placer  ni  el 
aseo,  sino  únicamente  por  la  necesi- 
dad de  mantener  la  vida.  Creo  que  de 
esta  costumbre  no  quede  resto  al;¿uno, 
sino  el  Viernes  Santo  entre  frailes  y 
monjas. 

El  romance  del  Marqués  de  Mantua, 
después  de  contar  que  éste  halló  en  la 
floresta  ;i  su  sobrino  Baldovinos,  he- 
rido alevosamente  por  D.  Carloto,  y 
que  lo  llevó  á  una  ermita  con  ayuda 
del  ermitaño  que  le  asistió  en  su 
muerte,  sigue  así  : 

De  que  allá  hubieron  llegado, 
van  el  cuerpo  desarmare  : 
quince  lanz:idas  tenía, 
cada  una  era  moríale, 
que  de  la  menor  de  todas 
ninguno  podría  escapare. 
Cuando  así  lo  vio  el  Marqués, 
traspasóse  de  pesare  : 
á  cabo  de  una  gran  pieza 
un  gran  sospiro  fué  á  daré. 
B;ntró  dentro  en  la  capilla, 
de  rodillas  se  fué  á  hincare; 
puso  la  mano  en  un  ara 
que  estaba  sobre  el  altare, 
á  los  pies  de  un  Crucifijo 
jurando  empezó  de  hablare: 
juro  por  Dios  poderoso, 


154 


nOX    Qtl.IOTE    DE    LA    MANCHA 


Has  no  me  acuonlojiís  doy  ac|uí  por  expresadas,  hasta  tomar  entera 
venganza  del  que  tal  desaguisado  me  tizo.  Oyendo  esto  Sancho,  le 


pul-  Snnta  Maií:i''su  madre, 
y  al  Santo  Sacniuiento 
(lue  aquí  siielen  celebrare, 
ae  nunca  peinar  mis  canas, 
ni  Jas  mis  barbas  tocare, 
de  no  vestir  otra»  ropas, 
ni  renovar  mi  calzare, 
de  no  entrar  en  ¡loblado, 
ni  las  armas  me  quitare 
sino  fuere  por  una  hora 
para  mi  cuerpo  alimpiare, 
de  no  comer  en  manteles 
ni  H  mesa  me  asentare, 
hasta  matar  á  Cailoto 
por  justicia,  ó  peleare, 
ó  morir  en  la  demanda 
manteniendo  la  verdade ; 
y  si  justicia  me  niegan 
sobre  esta  tan  gran  maldade, 
de  con  mi  estado  y  persona 
contra  Francia  guerreare, 
y  manteniendo  la  guerra 
inorir  ó  vencer  sin  pare. 
Y  por  este  juramento 
promelo  de  no  enterrare 
el  cuerpo  de  Baldovinos 
hasta  su  muerte  vengare. 
De  que  aquesto  hubo  jurado, 
mostró  lio  sentir  pesare. 

Lo  de  nbantlonar  el  cuidado  del  ca- 
bello en  los  grandes  pesares  es  cosa 
muy  antigua  en  el  mundo,  y  ya  lo  hizo 
Julio  César  en  una  derrola  de  los  suyos, 
dejándose  crecer  la  harba  y  el  cabello 
hasta  que  hubo  tomado  venganza  (a). 
Y  lo  mismo  cuenta  del  Cid  Campeador 
su  poema,  como  demostración  de  su 
sentimiento  por  haberle  desterrado  el 
Rey  D.  Alfonso  : 

Ya  le  crece  la  barba,  é  vale  allongando. 
Dijo  mío  Cid  de  la  su  boca  á  tanto  : 
Por  amor  del  Uey  Alfonso,  que  de  tierra  me 
[ha  echado, 
N'in  entrarle  en  ella  tijera,  ni  un  pelo  non 
[habríe  lirado  : 
E  que  fablasen  desto  moros  é  cristianos  (6). 

Otro  juramento  semejante  al  del  Mar- 
qués de  Mantua,  se  lee  en  un  romance 
viejo  de  Montesinos  : 

Oliveros  que  esto  oyera 
en  la  espada  puso  maño  : 
Montesinos  no  tiene  armas, 
descendióse  del  palacio; 
los  ojos  puestos  al  cielo, 
juramentos  iba  echando 
de  nunca  vestir  loriga 

(n)  Suetonio  en  su  vida,  cap.  l.XVII.  — 
6)  Vers.  1247  y  siguientes. 


ni  cabalgar  en  caballo, 
ni  comer  pan  en  manteles, 
ni  nunca  entrar  en  |)Oblado, 
y  de  no  rapar  sus  barbas 
iii  de  oir  misa  en  sagradlo: 
ni  llamarse  MontesÍDo.s, 
hijo  del  Conde  Grimallos, 
hasta  que  vengue  la  mengua 
(]ue  Oliveros  le  ha  dado. 

fichanse  menos,  en  el  romance  del  Mar- 
qués de  Mantua  algunas  de  las  muestras 
(le  luto  que.  según  D.  Quijote,  se  pii>- 
ponía  dar  el  .Marqués,  y  esto  nació  de 
que  Cervantes,  que  citaba  siempre  de 
memoria,  confundii'i  el  romance  del 
Marqués  de  .Mantua  con  otro  del  Cid, 
en  el  cual,  quejándose  de  él  Doña  .li- 
meña, decía  enojada  al  Rey  de  Castilla: 

Rey  que  non  face  justicia 
non  debiera  de  reinare, 
ni  cabalgar  en  caballo, 
ni  con  la  Reina  folgare, 
ni  comer  pan  á  manteles, 
ni  menos  armas  armare. 
El  Rey  cuando  aquesto  oyera. 
Comenzara  de  pensare. 

Así  se  lee  en  el  romancero  del  Cid  (a), 
y  con  alguna  variedad  en  el  Cancionero 
de  Amberes  del  año  l.oo.o.  Cervantes, 
con  su  distraccii')n  ordinaria,  confundió 
los  romances  del  Marqués  y  del  Cid,  y 
de  los  dos  hizo  imo. 

Algo  hay  parecido  á  esto  en  otro 
romance  del  Conde  Dirlos.  inserto  en 
el  citado  Cancionero  de  Amberes.  Dice 
en  él  Reinaldos  de  Montalbán  : 

;  Oh  esforzado  Conde  d'Irlos  ! 
vuestra  venida  me  j)lace  : 
aunque  agora  vuestros  pleitos 
mejor  se  jiodrán  librare, 
mas  si  yo  fuera  creído, 
antes  sé  habían  de  acabare; 
ó  no  me  hallárades  vivo 
ó  á  ese  paladín  Roklane. 
El  Conde  desque  e>to  oyera, 
grandes  mercedes  le  hace 
diciendo:  jura  be  hecho 
sobre  un  libro  niisale 
jamás  me  quitar  las  armas, 
ni  con  la  f^ondesa  holgare, 
hasta  que  haya  cumplido 
toda  la  mi  vdluntade. 

Fs  de  saber  que  los  estatutos  de  le 
orden  de  la  Banda,  entre  otras  preven- 
ciones hechas  al  que  fuere  individuo  da 

la)  Romance  Vil. 


PRIMERA    partí:. 


CAI'ITUrO    X 


ir.: 


(lijo  :  Advicrhi  vuestra  lucrci'tl,  señor  D.  Oiiijolo,  (|iio  .si  el  eahallero 
cuinplió  lo  (jiie  se  le  <l(*jó  onleiiado,  de  irse  á  presentar  ante  m¡ 
señora  Dulcinea  del  Toboso,  ya  habrá  cumplido  con  lo  que  debía, 
y  no  merece  otra  pena,  si  no  comete  nuevo  delito.  Ha.s  hablado  y 
apuntado  muy  bien,  respondió  D.  Ouijoto,  y  asi  anulo  el  jura- 
mento en  cuanto  lo  (pie  toca  á  tomar  (h'l  nueva  venganza  ;  pero 
llagóle  y  confirmóle  de  nuevo  de  hacer  la  vida  que  he  dicho,  hasta 
tanto  (pie  (¡uite  por  tuerza  otra  celada  tal  y  tan  buena  como  ésta  á 
algi'in  caballero.  Y  no  pienses,  Sancho,  que  así  á  humo  de  pajas  ' 
hai>,o  esto,  que  bien  tengo  á  quién  imitar  en  ello 2,  que  esto  mismo 
pasó  al  pie  de  la  letra  sobre  el  yelmo  de  Mambrino,  que  tan  caro  le 
costó  á  Sacripante  •^  Que  dé  al  diablo  vuestra  merced  tales  jura- 
mentos, señor  mío,  replicó  Sancho,  que  son  muy  en  daño  de  la 
salud  y  muy  en  perjuicio  de  la  conciencia  ;  si  no,  dígame  ahora  ;  si 
acaso  en  muchos  días  no  topamos  hombre  armado  con  celada 
¿  qué  hemos  de  hacer  ?¿  Hase  de  cumplir  el  juramento  á  despecho 


ella,  decían  :  otrosí  debe  guardarse  de 
non  comer  niiir/iuia  vianda  sin  man- 
teles, salvo  si  fuere  letuario  á  fruta, 
ó  andando  d  caza  ó  en  menester  de 
guerra  [a).  El  objeto  de  esta  preven- 
ción y  otras  que  contienen  aquellos 
estatutos,  era  que  los  caballeros  vivie- 
sen con  decoro,  evitando  las  maneras 
y  usanzas  plebeyas  y  de  gente  rústica. 

1.  A  humo  de  pajas  vale  con  lige- 
reza, sin  fundamento.  En  el  mismo 
sentido  se  dice  á  lumbre  de  pajas  en  la 
tragi-coniedia  de  la  Celestina  [b).  Lo  uno 
y  lo  otro  indica  con  propiedad  la  poca 
solidez  y  consistencia  de  una  cosa. 

2.  Dos  ejemplos  ofrece  el  Orlando 
Furioso  de  Ariosto.  El  primero  es  el  de 
Ferragús,  el  cual,  habiéndosele  caído 
el  yelmo  en  im  rio.  jur('i  no  llevar  otro 
hasta  que  quitase  ;í  Rold;ín  el  que  éste 
había  quitado  á  .\lmonte,  y  mantuvo 
su  juramento  hasta  que,  después  de 
haber  peleado  con  Roldan,  sobre  el 
yelmo,  lo  adquirió  por  la  casualidad 
que  se  refiere  en  el  canto  12.  El  segundo 
ejemplo  es  el  de  Mandricardo  :  llevaba 
éste  las  armas  que  en  lo  antiguo  fueron 
del  troyano  Héctor,  y  faltándole  sólo 
para  la  armadura  completa  la  espada 
Durindana,  que  tenía  en  su  poder 
Roldan,  decía  en  el  canto  23  (c)  : 

[a]  Doctrinal  de  Caballeros,  lib.  III,  lít.  V. 
—  {//)  Acto  XII.  —  íc)  Esl.  :.S. 


Ha  sacramento  di  non  cinger  spada 
Fin  cli  io  non  toU/o  Durindana  al  Conté. 

Y  consiguiente  á  este  juramento 
peleó  con  Roldan  sin  espada,  sólo  con 
la  lanza;  Roldan  no  quiso  pelear  con 
ventaja  y  colgó  su  espada  de  un  árbol : 
rotas  las  lanzas,  pelearon  con  sus  trozos 
á  garrotazos. 

3.  Empieza  aquí  A  prepararse  la 
aventura  de  la  vacía  (a)  del  barbero  que 
se  referirá  al  capitulo  XXI,  y  nos  ha  de 
proporcionar  eotonces  y  después  mu- 
chos ratos  de  gusto  y  de  risa.  Allí  se 
dará  noticia  circunstanciada  del  yelmo 
de  Mambrino,  que  hace  un  papel  im- 
portante en  el  Orlando:  pero  entretanto 
es  de  advertir  que,  ó  D.  Quijote  por 
loco,  ó  Cervantes  por  distraído,  atri- 
buyeron malamente  á  este  yelmo  la 
desgracia  de  Sacripante.  El  desgra- 
ciado, segi^m  cuenta  Ariosto  (a),  fué 
Dardinel  de  Almonte.  que  murió  pele- 
ando con  Reinaldos  de  .Montalbán,  á 
quien  había  dado  inútilmente  en  el 
yelmo  que  llevaba  y  había  ganado  al 
Rey  Mambrino. 

(a)  Cant.  18,  est.  1.31  y  siguientes. 


(a)  Varia.  —  No  tiene  nada  que  ver  con 
vaciar  ni  con  vacío.  Debe  escribirse  hacia, 
pues  viene  de  una  palabra  griega,  que  tam- 
iiién  debe  haber  dado  origen  á  batea. 

í.\I.  de  T.) 


lo6  noN  QiiJOTí:  de  l\  manci'a 

(le  laníos  inconvenientes  é  incomodidades  como  será  el  dormir  ves- 
tido y  el  no  dormir  en  poblado^  y  otras  mil  penitencias  que  con- 
tenía el  juramento  de  aquel  loco  viejo  del  marqu('s  de  Mantua,  que 
vuestra  merced  quiere  revalidar  ahora?  Mire  vuesti'a  merced  bien, 
que  por  todos  estos  caminos  no  andan  hombres  armados,  sino 
arrieros  y  carreteros,  que  no  sólo  no  traen  celadas,  pero  quizá  no 
las  han  oído  nombrar  en  todos  los  días  de  su  vida.  Engañaste  en 
eso,  dijo  D.  Quijote,  porque  no  habremos  estado  dos  horas  por 
estas  encrucijadas,  cuando  veamos  más  armados  que  los  que  vi- 
nieron sobre  Albraca  -  á  la  conquista  de   Angélica  la  bella.  Altn. 


1.  El  juramento  del  Marqués  de 
Mantua  decia  m;is.  que  era  :  7io  entrar 
en  pablado:  lo  cual  demoslraha  pena  y 
quebraiilü,  como  cuiudo  Leamlio  el 
lie!,  hijo  del  Kiiipeíador  Lepolciiio.  de 
resultas  de  ún  desden  de  su  señora 
Cupidea,  cauíinaba  huyendo  de  ir  á  la 
corte  deCünstantiuopla;/it  tnenus quería 
entrar  en  poblado,  porque  iba  ajeno 
de  toda  alegría  (a¡.  Por  lo  demás,  poca 
penitencia  era  para  D.  Quijote  no  pasar 
la  noche  en  pohlado,  puesto  que  lejos 
de  darle  pesadumbre,  le  servia  de  con- 
tento dormirla  al  cielo  descubierto  por 
parecerle  que  cada  vez  que  esto  le 
sucedía  era  prueba  y  acto  posesivo  de  su 
profesión,  como  se  dice  al  fin  del  capi- 
tulo. Esta  inclinaciún,  tan  natural  en  el 
carácter  de  D.  Quijote,  era  también 
cómoda  para  su  coronista,  porque 
andando  su  héroe  por  yermos,  bosques 
ó  ventas,  se  evitaban  las  dificultades 
que  hubiera  tenido  la  composición  de 
los  sucesos  en  las  poblaciones,  donde  la 
acción  de  la  autoridad  los  hubiera 
hechii  inverosímiles  ó  imposibles. 

De  un  juramento  semejante,  aunque 
con  ocasión  menos  triste,  se  da  noticia 
en  la  historia  de  Tirante  el  Blanco  l>). 
W  ir  á  dc^sembarcar  se  cayó  en  el  afíua 
por  una  burla  que  dispusieron  Carme- 
sina,  su  madre  la  Emperatriz  y  sus  da- 
mas :  saliendo  á  la  orilla  y  apercibién- 
dose de  la  burla  (a),  juró  "á  Dios  y  á  su 

(o)  Caballero  de  la  Cruz,  lib.  II,  cap.  XXXI. 
—  (¿)  Pan.  III. 

(a)  Apercibiéndose  de.  —  Este  grosero  gali- 
cismo, tan  contrario  á  la  ínclo.e  de  nuestra 
lengua,  en  boca  de  un  crítico,  individuo  de 
la  Academia  y  que  tan  á  lo  menudo  y  con 
tanto  rif?or  censura  los  descuidos  (á  veces 
supuestos)  de  Cervantes,  bien  merecía  la 
pena  de  aue  hablaba  el  cura. 
^  (M.  de  T.) 


señora  no  dormir  en  cama  ni  ponerse 
camisa  hasta  que  hubiese  muerto  ó 
cautivado  á  Key  ó  hijo  de  Rey.  Uno  de 
los  caballeros  de  su  comitiva  quiso 
imitarle,  y  prometit'i  á  Dios  no  volver 
á  su  patria  sin  ser  vencedor  en  batalla 
donde  hubiese  cuarenta  mil  infieles,  bii 
pnmo  Diol'ebo  hizo  voto  á  Dios  y  á  la 
dama  de  quien  era  esclavo,  de  llevar 
barba  y  no  comer  sentado  sin  haber 
ganado  antes  la  bandera  roja  del  soldán 
de  Babilonia.  Finalmente,  Hipólito, 
escudero  de  Tirante,  juró  no  probar  pan 
ni  sal,  no  comer  sino  de  rodillas  j^  no 
dormir  en  cama,  hasta  que  matase  por 
su  mano  treinta  paganos. 

2.  Albraca,  castillo  fortisimo  en  las 
partes  remotas  del  Asia,  en  el  imperio 
del  Cütai,  donde  mandaba  Galafrón, 
padre  de  AUfíflica  la  Bella.  La  relación 
de  esto  se  encuentra  en  el  libro  I  del 
Orlando  enamorado,  poema  escrito  por 
el  Conde  Mateo  Boyardo,  y  traducido, 
como  ya  se  dijo,  en  verso  castellano  por 
Francisco  Garrido  de  Villena.  El  aral- 
ilo  describe  allí  {a)  á  Astolfo  los  Reyes 
y  naciones  que  componían  el  ejército 
(le  Agricán,  lUy  de  Tartaria,  á  quien 
se  da  el  pomposo  titulo  de  Re;/  de 
Reyes,  y  la  ocasión  de  haberse  juntado, 
que  era  el  intento  de  apoderarse  de  la 
persona  de  Angélica.  Refiere  que  su 
padre  se  excusó  con  los  cpae  se  la 
pedían,  diciendo  que  su  hija  se  había 
encerrado  contra  su  mandado  en  la  roca 
de  Albraca.  En  el  canto  i.5  se  expresa 
que  el  ejército  ocupaba  un  espacio  de 
cuatro  leíTuas,  y  constaba  de  dos 
millones  de  soldados  :  en  el  canto  10  se 
había  dicho  que  eran  veinte  y  dos  cen- 
tenares de  anillares, que  son  más  toda- 

(a)  Cant.  10. 


pniMi;i{\  i'AUTK. 


capÍtli.o  \ 


VM 


ptios  ;  sen  íis<i,  (^lijo  Suncho;  y  á  Dios  prazga^  que  nos  succíhi  hicn, 
y  que  se  llegue  ya  el  tiempo  de  ganar  esa  ínsula  (jue  tan  cara  me 
cuesta  ^,  y  muérame  yo  luego.  Ya  te  he  dicho,  Sancho,  que  no  te 
iU"  eso  cuidado  alguno, que  cuando  faltare  ínsula,  ahí  está  el  reino 
tic  Dinamarca  ó  el  de  Sobradisa  •*,  (pie  te  vcndi'án  como  anillo  al 
dedo,  y  más  que,  por  ser  en  tierra  firme;,  te  debes  m;is  alegrar. 
Pero  dejemos  esto  para  su  tiempo,  y  mira  si  traes  algo  en  esas 
alforjas  (jue  comamos,  porque  vamos  luego  en  busca  de  algún  cas- 
tillo donde  alojemos  esta  noche,  y  hagamos  el  bálsamo  que  te  he 
dicho,  porque  yo  te  voto  á  Dios  que  me  va  doliendo  mucho  la  oreja. 
Atpii  (rayo  '  una  cebolla  y  un  poco  de  queso  y  no  sé  cuantos  men- 
drugos de  pan,  dijo  Sancho  ;  pero  no  son  manjares  que  pertenecen 
á  tan  valiente  caballero  ''  como  vuestra  merced.  ¡  Qué  mal  lo  en- 


vía. Calai  era  el  nombre  con  que  en  la 
Edad  Media  se  designaba  la  China, 
cuando  aun  no  se  tenían  en  Europa 
más  que  ideas  confusas  y  vagas  de 
aquella  región. 

1.  Asi  diría  en  tiempo  de  Cervantes 
la  gente  rústica  en  lugar  del  pler/a  á 
Dios,  que  usaba  y  usa  ía  gente  culta. 

2.  Dos  días  llevaba  Sancho  de  servir 
á  su  amo,  y  ya  ponderaba  lo  uiucho 
que  le  costaba  conseguir  el  premio  de 
sus  servicios.  Esta  impaciencia  de 
nuestro  escudero  pinta  al  vivo  su  co- 
dicia de  un  modo  propio  de  la  origi- 
nalidad festiva  del  fabulista. 

3.  Reinos  de  que  se  hace  mención 
varias  veces  en  la  historia  de  Amadís 
de  Gaula.  Su  hermano,  D.  Galaor,  llegó 
;i  ser  Rey  de  Sobradisa  por  su  casa- 
miento con  la  hermosa  tíriolanja.  El 
nombre  de  Sobradisa  tiene  un  aspecto 
de  burlesco,  y  viene  tan  al  propósito  de 
lo  que  intenta  persuadir  D.  Quijote,  que 
á  algunos  lectores  que  no  tenían  noticia 
anterior  de  él  por  la  lectura  del /lm«f/?s, 
les  ha  ocurrido  que  era  de  la  invención 
de  Cervantes.  Pero  si  no  tuvo  el  mé- 
rito de  la  invención,  no  puede  negár- 
sele el  de  la  oportunidad. 

4.  Por  traif/o,  como  ahora  decimos. 
Es  voz  antigua,  pero  rústica  en  la  actua- 
lidad, por  haberse  coriservndo,  como 
otras,  sólo  entre  los  aldennos.  El 
Obispo  D.  Jerónimo  manifestaba  al  Cid 
que  deseaba  salir  de  Valencia  á  pelear 
con  los  moros,  y  le  decía  : 

Por  eso  salí  de  mi  tierra,  é  vin  vos  buscar 
Por  saber  que  había  de  algún  moro  matar... 


Pendón  trayo  é  corzas  é  armas  de  señal. 
Si  pluguiese  á  Dios,  querríalas  ensayar  (a). 

La  verdad  es  que  la  formación  de 
¿rayo  de  su  raíz  traer,  es  más  regular 
que  la  de  traigo,  que  ha  preferido  el 
uso.  Y  lo  mismo  sucede  con  el  oigo, 
que  se  deriva  de  oir,  en  lugar  de  ogo, 
que  se  lee  en  el  acto  1  de  la  Celestina, 
donde  hablando  ésta  con  Parmeno,  le 
dice :  no  sólo  lo  que  veo,  oyó  y  conozco, 
mas  aún  lo  intrínseco  con  los  intelec- 
tuales ojos  conozco. 

5.  Sancho,  sin  saberlo,  hablaba  aquí 
conforme  á  la  máxima  que  se  lee  entre 
los  estatutos  de  la  orden  de  la  Banda, 
insertos  en  el  Doctrinal  de  Caballeros : 
El  caballero  de  la  Banda  non  debe 
comer  manjares  sucios.  Mucho  debe 
eslrañar,  prosigue,  todo  caballero  de 
¿a  Banda  de  non  comer  viandas  s-i¿cias, 
ca  de  las  buenas  hay  asaz  en  que  se 
pueda  bien  mantener.  É  otrosí  porque 
hay  algunas  f rucias  é  hortalizas  torpes 
é  sucias,  que  guarden  eso  mesmo  de 
non  las  comer,  tan  bien  de  los  manjares 
como  de  las  fructas  :  non  las  quisimos 
aquí  contar  por  inenudo,  porque  serian 
malas  de  contar.  Parece  indudable  que 
entre  estas  frutas  y  manjares  tan 
indecentes,  que  ni  aun  nombrar  se  que- 
rían, estaban  comprendidos  la  cebolla 
y  los  mendrugos  que  Sancho  traía  en 
las  alforjas  :  á  la  clase  de  alimentos 
sucios  pertenecían  también  los  ajos, 
cuyo  olor  dijo  D.  Quijote  en  la  segunda 
parte   que    le    había   encalabrinado  y 

{a)  Poema  del  Cid,  vers.  2381  y  siguientes. 


VÓH  DON    OLlJüTli    DE    LA    MANCHA 

tiendes  !  respondió  D.  (juijole  :  hágote  saber,  Sancho,  que  es 
honra  de  los  caballeros  mídanles  no  comer  en  un  mes,  y  ya  que 
coman,  sea  de  aijuello  (jue hallaren  másá  mano;  y  esto  se  te  hiciera 
cierto  si  hubieras  leído  tantas  historias  como  yo,  que  aunque  han 
sido  muchas,  en  todas  ellas  no  he  hallado  hecha  relación  de  que 
los  caballeros  andantes  comiesen,  si  no  era  acaso,  y  en  alg•un(J^ 
suntuosos  banquetes  que  les  hacían,  y  losdemás  días  se  los  pasaban 
en  llores'.  Y  aunque  se  deja  entender  que  no  podían  pasar  sin 
comer  y  sin  hacer  todos  los  otros  menesteres  naturales,  porque,  en 
electo,  eran  hombres  como  nosotros,  hase  de  entender  también 
que  andando  lo  más  del  tiempo  de  su  vida  por  las  florestas  y  despo- 
blados y  sin  cocinero,  que  su  más  ordinaria  comida  sería  de  viandas 
rústicas,  tales  como  las  que  tú  ahora  me  ofreces  ;  así  que,  Sancho 
amigo,  no  te  congoje  lo  que  á  mí  me  da  gusto,  ni  quiei-as  tú  hacer 
mundo  nuevo,  ni  sacar  la  caballería  andante  de  sus  quicios.  Per- 
dóneme vuestra  merced,  dijo  Sancho,  que  como  yo  no  sé  leer  ni 
escribir,  como  otra  vez  he  dicho,  no  sé,  ni  he  caído  en  las  reglas 
de  la  prolesión  caballeresca,  y  de  aquí  adelante  yo  proveeré  las 
alforjas  de  todo  género  de  fruta  seca  para  vuestra  merced,  que  es 
caballero,  y  para  mí  las  proveeré,  pues  no  lo  soy,  de  otras  cosas 
volátiles  ^  y  de  más  substancia.  No  digo  yo,  Sancho,  replicó 
D.  Quijote,  que  sea  forzoso  á  los  caballeros  andantes  no  comer 
otra  cosa  sino  esas  frutas  que  dices,  sino  que  su  más  ordinario 
sustento  debía  de  ser  dellas  y  de  algunas  hierbas  que  hallaban  por 
los  campos  ^,  que  ellos  conocían  y  yo  también  conozco.  Virtud  es, 

atosigado  el  alma,  y  que  ya  en  lo  anti-  3.  Este  sustento,   si  no  era  el  ordi- 

guo  el  poeta  Horacio  destinaba  á  ser  nario,  con..o  dice  1).  Quijote,  era  á  lo 

manjar  de  parricidas.  menos    frecuente.    Artús    de    Algarbe 

1.  Flores,  cosas  fútiles,  de  poca  anduvo  dos  meses  por  las  montañas, 
substancia  y  provecho,  por  oposición  valles  é  islas  de  Irlanda  sin  entrar  en 
á  frutos.  Moteja  ingeniosamente  Cer-  poblado,  que  no  comió  en  lodo  este 
yantes,  con  estas  ponderncionus  de  tiempo  sino  solas  hierbas  y  las  raices 
D.  Quijote,  lo  que  cualquier  lector  habrá  de  ellas  {a).  "Yendo  á  buscar  aventuras 
notado  en  los  libros  caballerescos,  á  Reinaldos,  üuslán  y  Oliveros,  el  mágico 
saber  :  que  sus  autores  se  olvidaron  Malgesí,  primo  de  Reinaldos,  que  se 
frecuentemente  de  que  sus  héroes  eran  les  apareció  en  el  camino,  les  enseñó 
hombres  como  ios  demás,  sin  que  se  dos  clases  de  hierbas,  una  que  satisfacía 
vea  cómo  pudieron,  andando  solos  y  el  hambre  y  otra  que  apagaba  la  sed, 
por  despoblados,  satisfacer  la  necesidad  de  lo  cual  se  aprovecharon  mientras 
diaria  é  inexcusable  del  alimento.  Más  anduvieron  en  la  floresta.  El  Principe 
veces  hablan  de  la  hierba  que  pacían  Perianeo,  rival  de  Belianís  en  lo? 
los  caballos,  que  del  pan  que  comiaii  amores  de  Florisbella,  habiendo  Cami- 
los jinetes.  nado  diez  ó  doce  días  por  un  monte  en 

2.  Volátiles  ó  de  vuelo  son  las  carnes  las  últimas  Indias  de  Asia,  acordó  de 
de  pollos,  pichones  y  demás  aves,  cier-  reposar  al  pie  de  unos  altos  robles, 
lamente  más  sustanciosas  que  las  junto  auna  luente, y  no  tuvo  otra  cent 
frutas  secas  que   Sancho   dejaba  para 

su  amo.  (a)  Oliveros  de  Castilla,  cajt.  LV. 


I'IUMKUA    l'AUTK.    —    CAl'llUI.Ü    \ 


lo'.) 


irspoiidió  Síiiirlio,  conocer  esas  hierbas,  que  según  yo  me  voy  inia- 
i-inando,  jil^-úii  día  ser;'i  menester  usar  de  ese  conocimienlo.  Y 
sacando  en  esto  lo  ([ue  dijo  que  traía,  comieron  los  dos  en  bufma 
paz  '  y  compaña.  Pero  deseosos  de  buscar  adonde  alojar  aquella 
noche,  acabaron  con  mucha  bi-evedad  su  pobre  y  seca  comida  ; 
subieron  luc^n>  á  caballo,  y  diéronse  priesa  por  llegar  á  poblado 
antes  que  anocheciese  ;  pero  faltóles  el  sol  y  la  esperanza  de  al- 
canzar lo  que  deseaban  junto  á  unas  chozas  de  unos  cabreros,  y 
así  determinaron  de  pasarla  allí-  ;  ([ue  cuanto  fué  de  pesadumbre 
para  Sancho  no  llegar  á  poblado,  fué  de  contento  para  su  amo 
dormirla  al  cielo  descubierto,  por  parecerle  que  cada  vez  que  esto 
le  sucedía  era  hacer  un  acto  posesivo-'  que  facilitaba  la  prueba  de 
su  caballería. 


que  lus  hierbas  del  campo.  En  seguida 
se  durmió,  y  (lo  que  era  natural  después 
de  tal  cena)  tuvo  sueños  tristes  y  con- 
gojosos, en  que  veía  que  le  quitaban  ¡i 
su  señora. 

1.  Aquel  mismo  día  á  las  tres  de  la 
tarde,  llegaron  á  la  vista  del  Puerto 
Lapice,  como  se  dijo  en  el  capítulo  VIII. 
Siguió  la  aventura  de  los  monjes  beni- 
tos, la  batalla  del  Vizcaíno,  y  el  pre- 
sente diálogo  sobre  distintos  asuntos 
entre  amo  y  mozo.  ¿Cómo  puede  lla- 


marse comida  la  que  fué  posterior  á 
todo  lo  referido  '? 

2.  Es  sin  duda  la  noche:  pero  ha 
mediado  tanto  desde  que  se  la  nombnj, 
y  se  h m  inlerpuesto  tantas  cosas,  que 
conviniera  haberse  repetido. 

3.  En  las  pruebas  de  nobleza  se 
llama  acto  posesivo  ó  positivo  el  ejer- 
cicio de  algi'm  cargo  ó  destino,  que 
según  las  ordenanzas  municipales,  exige 
la  calidad  de  noble  en  los  que  lo  ejer- 
cen. 


CAPITULO  XI 


DE    LO    QLE    LE    SUCEDIÓ    A    D.    QUIJOTE    CON    UNOS    CABREROS 


Fué  recogido  de  los  cabreros  con  buen  ánimo  *,  y  habiendo 
Sancho  lo  mejor  que  pudo  acomodado  á  Rocinante  y  ó  su  jumento, 
se  iué  tras  el  olor  que  despedían  de  sí  ciertos  tasajos  de  cabra  que 
hirviendo  al  fuego  en  un  caldero  estaban.  Y  aunque  él  quisiera  en 
aquel  mismo  punto  ver  si  estaban  en  sazón  de  trasladarlos  del  cal- 
dero al  estómago,  lo  dejó  de  hacer  porque  los  cabreros  los  quitaron 
del  luego,  y  tendiendo  por  el  suelo  unas  pieles  de  ovejas,  adereza- 
ron con  mucha  priesa  su  rústica  mesa,  y  convidaron  á  los  dos  con 
muestras  de  muy  buena  voluntad  con  lo  que  tenían.  Sentáronse  á 
la  redonda  de  las  pieles  seis  de  ellos,  que  eran  los  que  en  la  majada 
había,  habiendo  primero  con  groseras  ceremonias  rogado  á 
D.  Quijote  que  se  sentase  sobre  un  dornajo  que  vuelto  del  revés  le 
pusieron.  Sentóse  D.  Quijote,  y  quedábase  Sancho  en  pie  para  ser- 
virle la  copa,  que  era  hecha  de  cuerno.  Viéndole  en  pie  su  amo,  le 
dijo  :  Porque  veas,  Sancho,  el  bien  que  en  sí  encierra  la  andante 
caballería,  y  cuan  á  pique  están  los  que  en  cualquiera  ministerio 
della  se  ejercitan  de  venir  brevemente  á  ser  honrados  y  estimados 
del  mundo,  quiero  que  aquí  á  mi  lado  y  eii  compañía  desta  buena 
gente  te  sientes,  y  que  seas  una  misma  cosa  conmigo,  que  soy  tu 
amo  y  natural  señor,  que  comas  en  mi  plato  y  bebas  por  donde  yo 
bebiere,  porque  de  la  caballería  andante  se  puede  decir  lo  mismo 
que  del  amor  se  dice,  que  todas  las  cosas  iguala.  ¡  Gran  merced  I 
dijo  Sancho-;  pero  sé  decir  á  vuestra  merced, que  como  yo  tuviesi 

1.  Buen  ánimo,  en  castellano,  sicrni-  2.  Lo  era,  y  perdone  Sancho;  porque 

fica    ordinarianiente    animo    resuello,  la  partida  11,  titulo  XXI,  ley  XXlll,  ha- 

üZen/ado,  no  buen  talante  ó  a7?'ac/o,  que  blando  de   las  maneras  en  que  deben 

es  la  acepción  que  aquí  tiene.  Ea,  buen  ser  honrados  los  caballeros,  dice,  entre 

Sanc/ío,  dice   la   Duquesa  en   el   capi-  otras  prevenciones  propias  del  intento, 

tulo  XXXV  de  la  segunda  parte,  persua-  que  al  comer   no  debe    asenlarse   con 

diéndole  á  (|ue   aceptase  la  penitencia  ellos  escudero  nin  otro  ninguno,  sinon 

prescrita  por  Merlin  para  el  desencanto  caballero  6  home  que  lo  mereciese  por 

de   Dulcinea,  bueti  ánimo,  //  buena  co-  su  honra  ó  por  su  bondat. 
rrespondencia  al  pan  que  habéis  comido 
del  Sr.  D.  Quijote. 


l'IílMKKA    l'Aini-:.    —    CAPÍTII.O    XI  i&l 

bien  (le  comer,  tan  Lien  y  mejor  me  lo  eonKíiía  en  pie  y  á  mis  solas 
como  sentado  á  par  de  nn  Kmpeíador.  Y  auti  si  va  á  decir  verdad, 
mucho  mejor  me  sabe  lo  (|ue  como  en  mi  rincón  sin  melindres  ni 
respelos,  aiiiKpie  sea  pan  y  cebolla,  que  los  {gallipavos'  de  otras 
mesas  donde  me  sea  l'orzoso  mascar  despacio,  beber  poco,  limpiarme 
á  menudo,  no  estornudar  ni  toser  si  me  viene  gana,  ni  hacer  otras 
cosas  que  la  soledad  y  la  libertad  traen  consigo  '.  Así  que,  señor 
mío,  <'stas  honras  que  vuestra  merced  ([uiere  darme  por  ser  minis- 
tro y  adherenle  de  la  caballería  andanle  ^,  como  lo  soy  siendo  escu- 
dei'o  <le  vuestra  merced,  conviértalas  en  oti'as  cosas  que  me  sean  de 
más  cómodo  y  provecho  ;  que  éstas,  aunque  las  doy  por  bien  rece- 
bidas,  las  renuncio  para  desde  aquí  al  fin  del  mundo.  Con  todo  eso, 
le  has  de  sentar  ^,  porque  á  quien  se  humilla  Dios  le  ensalza  ;  y 
asiéndole  por  el  brazo,  le  forzó  á  que  junto  á  él  se  sentase.  No  en- 
tendían los  cabreros  aquella  jeringonza  de  escuderos  y  de  caba- 
lleros andantes,  y  no  hacían  otra  cosa  que  comer  y  callar  y  mirar  á 
sus  huéspedes,  que  con  mucho  donaire  y  gana  embaulaban  tasajo 
como  el  puño  ■'.  Acabado  el  servicio  de  carne,  tendieron  sobre  las 
zaleas  gran  cantidad  de  bellotas  avellanadas,  y  juntamente  pusieron 
un  medio  queso  más  duro  que  si  fuera  hecho  de  argamasa.  No 
estaba  en  esto  ocioso  el  cuerno,  porque  andaba  á  la  redonda  tan  á 
menudo,  ya  lleno,  ya  vacío,  como  arcaduz  de  noria,  que  con  faci- 
lidad vació  un  zaque  de  dos  que  estaban  de  manifiesto.  Después 
que  D.  Quijote  hubo  bien  satisfecho  su  estómago,  tomó  un  puño 
de  bellotas  •"'  en  la  mano,  y  mirándolas  atentamente,  soltó  la  voz  á 
semejantes  razones.  Dichosa  edad  "  y  siglos   dichosos  aquellos   á 

1.  Aves  domésticas  venidas  de  Amé-  o.  Expresión  metafórica,  sobrada- 
rica,  comida  de  las  más  regaladas.  Su  mente  familiar,  si  se  quiere,  pero 
nombre  se  compone  de  los  (los  de /)ai;o  valiente  y  expresiva  del  apetito  con 
y  gallina,  sin  duda  por  lo  que  partici-  que  los  huéspedes  comían.  La  pre- 
pan,  ó  en  su  figura  ó  en  su  sabor,  de  senté  aventura  de  los  cabreros  re- 
ambas  clases  :  ahora  se  les  llama /^ayo.s.  cuerda  la  de  Florambel  de  Lucea,  en 
Los  antiguos,  de  los  cuales  no  fueron  cuya  historia  se  cuenta  [a]  que,  cami- 
conocidos.  daban  este  nombre  á  las  nando  él  y  su  escudero  Lelicio  por  una 
aves,  más  hermosas  que  útiles,  llama-  floresta, ¿/e.9«?-o«  aun  hato  de  pastores, 
das  entre  nosotros /jaros  reales.  donde  comieron  de  lo  que  fallaron,  que 

2.  Modo  delicado  y  decente  de  expre-  harta  necesidad  tenían  dello. 

sar  cosas   que   no  lo   son,   en    lo   que  6.  Puño  por  puñado,  lo  que  contiene 

nuestro   autor  tuvo    ocurrencias   muy  por  lo  contenido  ;  lo  mismo  que  sucede 

felices.                                                       "  cuando  decimos  un  vaso  de  agua,  un 

3.  El  régimen  de  adherenle  es  á  y  no  plato  de  sopa. 

de,  cuando  se  usa  como  adjetivo;  pero  7.  En  la  descripción  que  sigue  de  la 

aquí  está  como  sustantivo,  y  goza  del  edad  dorada,  parece  que  Cervantes  tuvo 

régimen  de  tal.  presente  lo  que  de  ella  dijeron  Virgilio 

4.  E).  contexto  manifiesta  quién  y  Ovidio,  aquél  en  el  libro  I  de  las 
habla,  que  es  D.  Quijote,  aunque  nn  Geórgicas,  y  éste  en  el  I  de  la^  Mela- 
se  expresa.  Lo  mismo  sucede  al  lin  del 

capitulo  IX,  como  allí  se  noto.  (a)  Lib.  IV,  cap.  I. 

11 


102  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

quien  los  anli^nos  pusieron  nombre  de  dorados ;  y  no  porque  en 
ellos  el  oro,  que  en  esla  nuiíslra  edad  de  hierro  tanto  se  estima,  se 
alcanzase  en  aquella  venturosa  ^  sin  fatiga  alguna,  sino  porque  en- 
tonces los  que  en  ella  vivían,  ignoraban  estas  dos  palabras  de  tuyo 
y  mío.  Eran  en  aquella  santa  edad  todas  las  cosas  comunes  :  á 
nadie  le  era  necesario  para  alcanzar  su  ordinario  sustento  tomar 
otro  trabajo  (jue  alzar  la  mano, y  alcanzarle  de  las  robustas  encinas 
que  liberalmente  les  estaban  convidando  con  su  dulce  y  sazonado 
fruto.  Las  claras  fuentes  y  corrientes  ríos  en  magnífica  abundancia 
sabrosas  y  transparentes  aguas  les  ofrecían.  En  las  quiebras  de  las 
peñas  y  en  lo  hueco  de  los  árboles  formaban  su  república  las  solí- 
citas y  discretas  abejas,  ofreciendo  á  cualquiera  mano  sin  interés 
alguno  la  fértil  cosecha  -  de  su  dulcísimo  trabajo.  Los  valientes 
alcornoques  despedían  de  sí,sinotroartificioque  el  de  su  cortesía, 
sus  anchas  y  livianas  cortezas  con  que  se  comenzaron  á  cubrir  las 
casas,  sobre  rústicas  estacas  sustentadas,  no  más  que  para  defensa 
de  las  inclemencias  del  cielo.  Todo  era  paz  entonces,  todo  amistad, 
todo  concordia  :  aun  no  se  había  atrevido  la  pesada  reja  del  corvo 
arado  á  abrir  ni  visitar  las  entrañas  piadosas  de  nuestra  primera 
madre,  que  ella,  sin  ser  forzada,  ofrecía  por  todas  las  partes  de  su 
fértil  y  espacioso  seno  lo  que  pudiese  hartar,  sustentar  y  deleitar' 

morfosis.   Compárense   varios  pasajes  miel  y  colmenas.  Cosecha  se  dice  con 

del  texto  con  los  siguientes  :  jtropiedad  de   las  producciones   vege- 

AT  .ir     I  ■    i     t            1  tales  1)  que  se  cosren  de  la  tierra,  y  asi 

Nec  signare  quidemaut par tiri  limite  campum.  'f   i"'l>ca  la    misma   palabra  cosec/ia. 

Fas  erat  :  in  médium  (¡userebant,  ipsaijue  leUus  Tampoco  se  dice  de  ésta  que  es  fértil  ó 

Omnia  liberius.  nullo  poscente,  ferebat.  estéril.,  sino  escasa  ú  abundante. 

Áurea  prima  sala  vst  xtas,  qux  vindice  nullo  3.  No   estii  bien  guardada  la  grada- 

Sponte  suasiiie  Icye  fidem  rectumqut  coíebat  :  ción.  Debió  decir  :  sustentar,  deleitar  y 

Jpsa   qmque  tm.aums  rustroquc  '"'«cía  nec  ^^,.¿^,,^    añadiendo  siempre   á   lo   que 

.<;aucia  vomeribus  per  se  dabat  omnia  tellus...  precede,  y  caminando,  como  lo  exige  el 

Conieniique  cibis  nullo  cogente  creatis.  orden  de  las  ideas, de  lo menos  alomas. 

Arbuleos  fcelus  montanaque  fraga  legebant...  Á   pesar  de  los   defectos   que    acaban 

lit  qux cecidcraní patula Jovis arbore glandes...  de  notarse,  y  algún  Otro  de  menos  enti- 

1.  En  ellos  (los  siglos  dorados);  en  ¿ad,  D.  Antonio  de  Capmani  en  el 
aquella  venturosa  ( edad  de  oro) ;  sobra  teatro  de  la  Elocuencia  esLanula,  copia 
una  de  las  dos  cosas.  Y  lo  propio  sucede  '^"n  elogio  este  discurso  de  D.  Quijote, 
poco  después,  antes  de  acabarse  el  y  en  su  lutroducion  a  la  h>loso,mdr 
periodo,  con  entonces  y  en  ella.  Que-  ¿«  Elocuencia  recomienda  particular- 
daria  más  descargado  y  corriente  el  mente  el  trozo  que  precede,  como  una 
lenguaje,  diciéndose  :  siolos  dichosos  pintura  formada  de  colores  suaves  y 
aquellos  ú  quien  los  antiquos  pusieron  apacibles.  ^  tiene  razun.  ¿Que  podria- 
nombre  de  dorados,  y  no  porque  en  mos  en  esta  parle  envidiar  a  ninguna 
ellos  el  oro,  que  en  esta  nuestra  edad  otra  nación  de  las  modernas,  si  el  len- 
de  hierro  tanto  se  estima,  se  alcanzase  ?^^Í^  <Jel  Quijote  fuese  tan  correcto 
sin  fatiga  alguna,  sino  porque  los  que  como  el  de  Fascal  ó  Racine?(a) 

en  ella  vivían .  ignoraban  estas  dos  pa- 
labras de  tuyo  y  mió.  ,,/,  fíacine.  -  Véase  lo  que  digo  acerca  de 

2,  No    suena    bien,     hablándose    de      la  pío luuda  diferencia  de  la  educación  lite- 


PRIMERA    PARTK.    —    CAI'ÍTUr.O    Ni  16J 

á  los  hijoíí  que  (mloiices  la  ¡xiseían.  Entonces  si  que  andaban  las 
simples  y  hermosas  za^Mlejas  de  valle  en  valle  y  de  olero  en  otero, 
en  Iren/a  y  en  cabello  ',  sin  más  vestidos  de  aquellos  que  eran 
menester  para  cubrir  honestamente  lo  que  la  honestidad  quiere  y 
ha  (juerido  siem[)r(>  que  se  cid)ra  :  y  no  eran  sus  adornos  de  los  que 
ahora  se  usan,  á  cpiien  la  púrpura  de  Tiro  y  la  por  tantos  modos 
martirizada  seda  encarecen,  sino  de  algunas  hojas  de  verdes  lam- 
pazos y  hiedra  entretejidas,  con  lo  que  quizá  iban  tan  pomposas  y 
comjiuestas  como  van  ahora  nuestras  cortesanas  con  las  raras  y 
peregrinas  invenciones  que  la  curiosidad  ociosa  les  ha  mostrado. 
Entonces  se  decoraban  los  concetos  amorosos  del  alma  ^  simple  y 
sencillamente  del  mismo  modo  y  manera  que  ella  los  concebía,  sin 
buscar  artificioso  rodeo  de  palabras  para  encarecerlos.  No  había  la 
fraude^,  el  engaño  ni  la  malicia  mezcládose  con  la  verdad  y  lla- 
neza. La  justicia  se  estaba  en  sus  propios  términos,  sin  que  la  osa- 
sen turbar  ni  ofender  los  del  favor  y  los  del  interés,  que  tanto 
ahora  la  menoscaban,  turban  y  persiguen.  La  ley  del  encaje  ^  aun 
no  se  había  sentado  en  el  enlendimiento  del  juez,  porque  entonces 


1.  Otero,  collado,  eminencia  desde 
donde  se  otea  ó  descubre  el  campo. 
Oteen-  dicen  que  viene  del  griego  : 
otero  se  opone  á  vega  ó  valle.  En  trenza 
y  eii  cabello;  esto  es,  sin  adornos 
sobrepuestos,  sin  más  adornos  en  la 
cabeza  que  las  trenzas  de  sus  mismos 
cabellos, 

2.  Decorar,  unas  veces  es  tomar  de 
coro  ó  memoria,  y  otras  adornar.  Ni 
una  ni  otra  significación  son  del  caso 
en  el  presente  pasaje  :  acaso  diria  el 
original  declaraban. 

'■i.  Fraude,  entre  nuestros  mayores, 
era  vocablo  femenino;  y  así,  elprotono- 
tario  Luis  .Vlej  ¡a  en  el  .ipólof/o  de  la  ocio- 
sidad 1/  el  trabajo,  publicado  el  año 
de  1546  por  Francisco  Cervantes  de  Sa- 
lazar,  pone  en  boca  de  la  Señora  Fraude 
varios  consejos  y  reglas  que  da  álos 
ociosos.  Ahora  decimos  el  fraude,  ha- 
ciéndolo masculino  :  los  franceses  lo 
hacen  femenino,  la  fraude;  pero  ni  ios 
franceses  ni  nosotros  podemos  mudar 
la  naturaleza  de  las  cosas  ni  dar  sexo  á 
lo  que  no  lo  tiene  fa).  La  lengua  inglesa  es 
en  esta  parte  más  conforme  y  ajustada 
á  la  razón  :  en  ella  no  es  masculino  ni 

raria,  y  de  la  preparación  clásica,  entre 
España  v  Francia,  en  mis  libros  Arte  de 
escribir  en  veinte  lecciones  y  Por  la  c.dlura  y 
por  la  rasa.  (M.  de  T.) 


femenino  el  nombre  de  lo  que  no  tiene 
sexo.  Asi  que  en  las  lenguas  en  que  es 
arbitraria  la  designación  del  género,  el 
uso  puede  cambiar,  como  sucedió  en 
fraude,  el  género  de  los  nombres,  ó 
atribuirles  los  dos  géneros  á  un  mismo 
tiempo,  según  se  verifica  en  el  mar  y 
la  mar,  el  puente  y  la  puente  :  sin  que 
la  novedad  ocurrida  en  el  nombre 
fraude  puetia  servir  de  argumento  para 
acusar  al  texto  de  galicismo,  según  se 
hizo  en  unas  Observaciones  sobre  el 
Quijote,  impresas  en  Londres  á  fines 
del  siglo  pasado,  cuyo  autor,  que  quiso 
ocultar  su  nombre,  manifestó  su  corta 
instrucción  en  materias  de  nuestro 
idioma. 

4.  La  que  no  esta  escrita,  sino  que 
se  pone  al  juez  en  la  cabeza,  y,  sin 
haber  texto  ni  doctor  d  quien  arri- 
marse, la  ejecuta.  Asi  dice  Covarru- 
bias  en  el  articulo  encajar.  Según  esto, 
ley  del  encaje  es  lo  mismo  que  ley  de 
capricho,  pero  no  e.xcluye  la  buena  le. 

(a)  A  lo  que  no  lo  tiene.  —  Acerca  de  este 
punto  hay  muchoque  hablar.  Nueslrospadres, 
que  no  se  parecían  á  nosotros  en  el  descono- 
cimiento y  torpe  uso  de  la  lengua,  proce- 
dieron con  profunda  filosofía  en  atribuir  gé- 
nero ya  masculino  ya  femenino  á  objetos 
inaniuiaUos  de  igual  ó  parecida  forma, 
como  jarro,  jarra ;  cántaro,  cantara,  ele.  ele. 
(.M.  de  T.) 


164  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

no  liabía  que  juzgar  ni  quien  fuese  juzgado.  Las  doncellas  y  la 
honesliclad  andaban,  como  longo  dicho,  por  donde  quiera,  solas  y 
señeras  ^  sin  temor  que  la  ajena  desenvoltura  y  lascivo  intento 
las  menoscabasen,  y  su  perdición  nacía  de  su  guslo  y  propia  vo- 
luntad. Y  ahora  en  estos  nuestros  detestables  siglos  no  está  segura 
ninguna,  aunciue  la  oculte  y  cierre  otro  nuevo  laberinto  como  el  de 
Creta '^  ;  porque  allí,  por  los  resquicios  ó  por  el  aire  con  el  celo  de 
la  maldita  solicitud  se  les  entra  la  amorosa  pestilencia,  y  les  hace 
dar  con  lodo  su  recogimiento  al  traste.  Para  cuya  seguridad,  an- 
dando más  los  tiempos  y  creciendo  más  la  malicia,  se  instituyó  la 
orden  de  los  caballeros  andantes   para  defender  las   doncellas  ^, 


1.  En  las  ediciones,  tanto  antiguas 
como  modernas,  del  Quijote,  se  había 
leído  siempre  solas  y  señoras^  hasta 
que  lo  corrigió  con  mucho  acierto 
D.  Juan  Antonio  Pellicer,  poniendo  en 
la  suya  solas  ¡j  señeras.  Con  efecto, 
nada  significaba  aquí  señoras;  y  sefie- 
ras,  que  equivale  d  singulares,  de 
cuya  palabra  pudo  derivarse,  se  en- 
cuentra en  otras  obras  de  Cervantes, 
en  el  Pérsiles  y  en  la  novela  de  la  Gi- 
tanilla,  donde  se  refiere  que  el  gitano 
fingido  Andrés,  por  7nds  que  le  dijeron, 
quiso  ser  ladrón  solo  y  señero,  esto  es, 
solo  y  si)i  compañía.  En  la  misma  signi- 
ficación se  halla  señero  en  lus  docu- 
mentos más  antiguos  de  nuestra  len- 
gua, como  el  Poema  del  Cid,  y  en  las 
composiciones  del  Arcipreste  de  Hita. 
Gonzalo  de  Berceo,  en  el  Sacrificio  de 
la  Misa  {a),  dice  : 

Dicho  vos  lo  habernos  non  una  vez  seimera. 

Y  el  poema  de  Alejandro  (6)  : 

Cuando  cató  Darío  del  su  pueblo  plencro 
Vios  en  el  campo  fascas  solo  sennero. 

La  Academia  Española  adoptó  esta 
enmienda  en  su  edición  de  1819. 

2.  Hubo  en  la  antigüedad,  según 
cuentan,  cuatro  laberintos  famosos  : 
el  de  Egipto,  el  de  Creta,  el  de  Lem- 
nos  y  el  de  Etruria.  Dédalo  dicen  que 
construyó  el  de  Creta  á  imitación  del 
de  Egipto,  por  mandado  del  Rey  Minos, 
para  encerrar  al  Minotauro,  nionstruo 
nacido  de  un  toro  y  de  Pasifae,  mujer 
de  Minos.  Era  dicho  laberinto  un  edifi- 
cio en  que  la  multitud  de  calles  cruza- 


das, enredadas  y  envueltas  unas  en 
otras,  no  permitía  la  salida  al  que  una 
vez  entraba. 

IJic  crwleli-i  amor  lauri  .iUijpo.ilai/ue  furto 
Pasi/jlLT,  mictumque  gemís,  proli-sque  biforinis 
Minotauriis  inest,   Veneris  monumenla  nefan- 

[dx  : 
Hic  labor  illedomus  et  inextricaliilis  error  {a). 

Teseo  se  atrevió  ;i  entrar  para  matar 
al  Minotauro,  y  volvió  ,i  salir;  pero  fué 
auxiliado  del  hilo  que  le  habia  dado 
Ariadna,  hija  de  .Minos,  para  que,  fiján- 
dole enlaentrada,  pudiese  guiarle  á  la 
vuelta  :  así  la  fábula.  En  nuestros  jar- 
dines es  juguete  couuin  el  remedar  con 
calles  de  arbustos  las  vueltas,  revuel- 
tas, errores  y  dificultad  de  salir  de  los 
antiguos  laberintos,  y  metafóricamente 
se  llama  laberinto  cualquier  negocio 
de  ambigua  y  difícil  salida. 

.1.  Redunda  y  peca  el  lenguaje,  re- 
pitiendo dentro  de  una  misma  oración 
el  objeto  con  que  se  instituyó  la  caba- 
llería andante.  Por  lo  demás,  es  inge- 
nioso y  muy  oportuno  el  plan  del  dis- 
curso de  b.  Quijote,  que  empez<'> 
tomanilo  ocasión  de  las  bellotas  y  de 
la  edad  dorada  para  venir  después  á 
dar  cuenta  á  su  pastoril  auditorio  déla 
clase  de  profesión  que  ejercía. 

Que  lo  que  profesaban  los  caballeros 
andantes  era  proteger  y  amparar  la 
inocencia  débil  contra  el  poder  injusto, 
es  lo  que  se  ve  y  e.\presa  por  toila- 
partes  y  á  cada  paso  en  los  libros  ca- 
ballerescos. El  otro  sexo  era  el  princi- 
pal acreedor  á  los  auxilios  de  los 
andantes;  pues,  como  se  lee  en  la  his- 
toria   de   Amadis   de  Grecia(6),  para 


(o)  Copla  135.  —  (i)  Copla  259. 


(ü)  Eneida,  lib.  VI.  -  (i)  Parte  I,  cap.  XIV. 


PniMFRA    PAnTE.    —    CAPITIT.O    XI  IG") 

aniparjii-  las  viiidasy  socorrer  á  los  huórranos  y  á  ios  menesterosos. 
I)e  esla  orden  soy  yo,  hermanos  cahríM'os,  á  (jnien  agradcí/.eo  el  aga- 
sajo y  hnen   acogiinienlo   qne  hacéis  á  mí  y  á  mi  escndero  ;  que 
aunque  por  ley  natural  están  todos  los  que  viven  obligados  ú  lavo- 


def'ender  las  dueñas  y  doncellas  que 
tuerto  reciben,  principalmente  se  daba 
la  Orden  de  Caballería  ;  y  asi,  al  tiempo 
de  armar  caballero  el  Kiiiperador  de 
Constantinopia  ;i  Leandro  el  Hel,  le 
dijo  :  Hermoso  doncel,  ¿  queréis  ser 
caballero?  Si  quiero,  dijo  Leandro  el 
Bel.  ¿Juráis,  dijo  el  Emperador,  de  no 
negar  vuestra  ayuda  d  quien  hubiere 
menester,  y  de  defender  y  mamparar  á 
todas  las  dueñas  y  doncellas  '!  Sí  juro, 
dijo  Leandro.  Una  de  las  preguntas 
que  hizo  el  Rey  de  Inglaterra  á  Tirante 
ai  armarle  caballero  lué  :  ¿  Giurate  per 
il  sacramento  che  falto  acete,  che  con 
tutto  il  poter  vostro  mantinerete  el  de- 
fenderete  donne,  donzelle,  vedove, 
orfane,  disconsolate,et  abbandonate,el 
ancora  maritate,  se  socorso  vi  addi- 
manderanno,  et  ponerele  la  persona  ad 
ogni  pericolo  et  ad  intrare  in  campo  ú 
guerra  finita,  se  buona  ragion  have- 
ranno  queíla  ó  quelle  che  aiuto  viaddi- 
manderanno  [a]  ?  Esto  se  guardaba  con 
tal  rigor,  que  estando  D.  Relianís  muy 
malherido  en  una  batalla  que  tuvo  con 
otro  caballero  y  á  punto  de  matarle, 
una  doncella  le  pidió  su  vida,  y  se  la 
otorgó,  ;í  pesar  de  que  un  oráculo  le 
gritó  que  se  guardase  de  hacerlo, 
porque  después  le  pesaría  .Yo  dejaré, 
exclamó  el  galante  Belianís,  de  hacer, 
mientras  pudiere,  lo  que  por  doncella 
me  fuere  mandado  ih).  No  se  crea  que 
este  favor  dispensado  al  sexo  hermoso 
y  débil  era  cosa  e.Kchisiva  de  la  caba- 
llería andante,  y  sido  conocida  en  el 
mundo  de  las  fábulas  andantescas; 
entraba  en  el  espíritu  general  de  la  ca- 
ballería de  la  Edad  Media,  y  así  lo 
comprueban  los  documentos  auténticos 
de  la  historia.  En  los  estatutos,  ya  ci- 
tados otras  veces,  de  la  orden  de  la 
Banda,  se  lee  :  El  caballero  de  la 
Banda  debe  ayudar  á  las  dueñas  y  don- 
cellas fijasdahjo...  E  señaladamente 
nunca  diga  ningund  agravio  contra 
alguna  dueña  ni  doncella  fijadalgo, 
aunque  ella  sea  contra  él,  porque  hay 

(a)  T'irnnte,  parte  I,  cap.  XIX.  —  (6)  Be- 
lianis,  lib.  IIL  cap.  XXL 


algunas  deltas  d  las  veces  ariscas. 
Cuando  alguna  dueña  6  alguna  don- 
cella fijadalgo  viniere  tí  la  corte  del 
Rey  (i  querellar  algún  desaguisado  que 
le  hayan  fecho,  que  los  caballeros  de 
la  Banda,  ó  cualquier  dellos,  que  la 
pongan  delante  del  Bey  porque  pueda 
onostrar  su  derecho.  E  aun  si  cumpliere, 
que  razone  por  ella,  porque  haya  com- 
plimiento  de  derecho.  E  aun  además  de 
razonar,  que  faga  lo  que  el  Rey  mandare 
é  fallare  por  su  corte  que  debe  facer 
porque  ella  liaya  todo  su  derecho  (a). 

A  las  veces  se  extendía  el  favor  de  los 
caballeros  andantes  á  pueblos  enteros. 
Testigo  el  caso  que  se  refiere  en  la  his- 
toria de  Morgante  (6),  cuando  Reinal- 
dos, informado  de  los  agra^^os  que 
hacía  á  sus  vasallos  el  Rey  Vergante 
robándoles  sus  hijas  para  saciar  su  torpe 
apetito,  entró  en  Parma,  donde  tenía 
su  corte,  subió  á  su  palacio,  y  después 
de  reconvenirle  ásperamente  y  tratarle 
Ae  puerco  sin  vergüen-a  y  rufián,  arre- 
metió á  él,  le  quitó  la' corona  de  la 
cabeza,  le  rasgó  la  vestidura  real,  y  lo 
llevó  arrastrando  hasta  las  ventanas, 
por  donde  lo  echó  á  la  plaza,  y  así 
murió  mala  muerte.  Y  no  era  un  Rey 
de  poco  más  ó  menos,  porque  segi'm 
allí  mismo  se  cuenta,  podían  sacarse 
buenamente  de  sus  estados  cien  mil 
hombres  de  pelea.  En  seguida  Reinal- 
dos predicó  á  los  parmesanos  un  ser- 
món, con  que  los  convirtió  ,i  la  fe  de 
Jesucristo,  y  los  bautizó  en  los  días 
siguientes  por  su  mano,  ayudado  sin 
duda  por  dos  caballeros  que  le  acom- 
pañaban. 

Léese  al  principiar  el  capítulo  XXII 
del  libro  III  de  la  historia  de  D.  Belia- 
nís de  Grecia,  que  se  supone  escrita 
por  el  sabio  Fristrm  :  Da  causa  la  gran 
justicia  con  que  al  presente  somos  go- 
bernados (á  mediados  del  siglo  xvi),  á 
que  el  ejercicio  militar  de  los  caballe- 
ros andantes  Jio  sea  necesario ;  mas  no 
deje  de  ser  muy  loada  aquella  antigua 
edad,  en  la  cual  los  grandes  reinos  y 


(a)  Doctrinal  de  Caballeros,  iib.  III,  til.  V. 
—  {b)  Lih.  I,  cap.  L. 


166  DON    QUIJOTE    DE    L\    MANCHA 

reccr  á  los  caballeros  aiKJanlcs,  todavía  por  saber  que  sin  saber 
vosotros  esta  oblifíación,  me  acogistes  y  regalastes,  es  razón  que 
con  la  voluntad  á  mí  posible  os  agradezca  la  vuestra.  Toda  esta 
larga  aienga  (que  se  pudiera  muy  bien  excusar),  dijo  nuestro  caba- 
llero, porque  las  bellotas  (pie  le  dieron  le  Irujeron  á  la  memoria  la 
edad  dorada,  y  antojósele  hacer  aquel  inútil  razonamiento  á  los 
cabreros,  que,  sin  respondelle  palabra,  embobados  y  suspensos  le 
estuvieron  eseuchando.  Sancho  asimismo  callaba  y  comía  bellotas, 
y  visitaba  muy  á  menudo  el  segundo  zatjue,  que,  porque  se  enfriase 
el  vino,  le  tenían  colgado^  de  un  alcornoque.  Más  tardó  en  hablar 
D.  Quijote  que  en  acabiirse  la  cena,  al  fin  de  la  cual  uno  de  los 
cabreros  dijo  ^  :  Para  que  con  más  veras  pueda  vuestra  merced 
decir,  señor  caballero  andante,  que  le  agasajamos  con  pronta  y 
buena  voluntad,  queremos  darle  solaz  y  contento  con  hacer  que 
cante  un  compañero  nuestro  que  no  tardará  muclio  en  estar  a(juí, 
el  cuales  un  zagal  muy  entendido  y  muy  enamorado,  y  que  sobre 
todo  sabe  leer  y  escrebir,  y  es  músico  de  un  rabel,  que  no  hay  más 
que  desear.  Apenas  había  el  cabrero  acabado  de  decir  esto,  cuando 
llegó  á  sus  oídos  el  son  del  rabel,  y  de  allí  á  poco  llegó  el  que  le 
tañía,  que  era  un  mozo  de  hasta  veinte  y  dos  años,  de  muy  buena 
gracia.  Preguntáronle  sus  compañeros  si  había  cenado,  y  respon- 
diendo que  sí  ;  el  que  había  hecho  los  ofrecimientos  le  dijo  :  De  esa 
manera,  Antonio,  bien  podrás  hacernos  placer  de  cantar  un  poco, 
porque  vea  este  señor  huésped  que  tenemos,  que  también  por  los 
montes  y  selvas  hay  quien  sepa  de  música.  Hémosle  dicho  tus 
buenas  habilidades,  y  deseamos  que  las  muestres  y  nos  saques  ver- 


crescidos  estados  se  dejaban  por  sola  la  omisión  queda  bien  la  frase.  Este  pro- 
virtud,  que  en  enmendar  los  agrados  nombre  representa  al  nombre  zaque, 
se  adcfueria.  El  sabio  Fristón  es  uno  expresado  ya  en  la  misma  oración  por 
de  los  personajes  do  la  historia  caba-  el  pronombre  relativo  que. 
lleresca  i^ue  él  mismo  describe,  y  aqui,  2.  Esto  envuelve  contradicción,  pues 
sin  embargo,  se  habla  de  ela  como  de  si  la  arenga  de  D.  Quijote  duró  más 
cosa  anliiiua  ya  y  desusada.  El  modo  i^ue  lacena,  segiin  acaba  de  decirse,  do 
de  concertar  estas  medidas  y  de  conci-  pudo  hablar  al  fin  de  ella  el  cabrero 
liar  estas  conu-adicciones  lo  buscará  el  sin  interrumpir  á  D.  Quijote,  siendo 
lector,  si  gusta,  y  lo  hallará,  si  puede.  asi  (|ue  los  pastores,  sin  respondelle 
Pero  a  D.  Quijote  no  le  ocurrió  seme-  jiulahra.  embobados  y  suspensos  le  es- 
jante reUexión  cuando  leyó  la  historia  tuvieron  escuchando.  Enera  de  que  las 
de  Helianis,  ni  lo  alegado  por  su  autor  primeras  razones  que  siguen  del  ca- 
lo retraio  del  concepto  que  formó  de  la  brero  contestan  á  las  últimas  palabras 
necesidad  que  había  en  el  mundo  de  la  de  nuestro  hidalgo.  Xo  habría  tropiezo 
prolesión  de  caballero  andante  para  si  se  dijese  :  Más  tardó  en  hablar 
enderezar  tuertos,  deshacer  agravios  y  D.  Quijote  que  en  acabarse  la  cena  : 
socorrer  á  los  huérfanos  y  meneste-  después  de  la  cual  uno  de  los  cabre- 
rosos.  ros,  etc. 
i.  Sobra  el  pronombre  le,  con  cuya 


l'RIMKHA    PAnTK. 


CAPÍTULO    XI 


167 


(laderos  ;  y  «isí  le  ruego  por  lu  vida  que  le  sientes  y  cantes  el  ro- 
mance de  tus  amores  que  te  compuso  el  beneficiado  tu  tío,  que  en 
el  pueblo  lia  parecido  muy  bien.  Oue  me  [)lace,  respondió  el  mozo  ; 
y  sin  liac<'rse  más  de  i'og-ar,  se  sentó  <mi  el  tronco  de  una  desmo- 
cliada  encina,  y  lemj>Iando  su  rabel  ',  de  allí  á  poco  con  muy 
buena  gracia  comenzó  á  cantar,  diciendo  desla  manera  : 


ANTONIO 

Yo  sé,  Olalla,  que  me  adoras, 
puesto  que  no  me  lo  has  dicho 
ni  aun  con  los  ojos  siquiera, 
mudas  lenguas  de  amoríos. 

Porque  sé  que  eres  sabida, 
en  que  me  quieres  rne  afirmo, 
que  nunca  fué  desdichado 
amor  que  fué  conocido. 

Bien  es  verdad  que  tal  vez, 
Olalla,  me  has  dado  indicio 
que  tienes  de  bronce  el  alma, 
y  el  blanco  pecho  de  risco. 

Mas  allá  entre  tus  reproches  ~. 
y  honestísimos  desvíos, 


1.  Instrumento  músico  que  usaban 
los  pastores  en  tiempo  de  Cervantes,  y 
según  D.  Sebastián  de  Covarrubias  en 
su  Tesoro  de  la  lengua  castellana^  cons- 
taba de  tres  cuerdas  y  se  tañía  con  arqui- 
llo. Antes,  en  tiempo  de  los  Reyes  Ca- 
tólicos, se  usaba  también  entre  otros 
instrumentos  cortesanos.  Era  ya  cono- 
cido desde  principios  del  sifrloxiv, puesto 
que  se  nombra  entre  los  demás  con 
que  se  solemnizó  el  recibimiento  de 
D.  Amor,  que  describe  en  sus  poesías 
el  Arcipreste  de  Hita. 

2.  Reproche  y  reprochar,  voces  cuyo 
uso  parererá  barbarismo  á  quien  no 
tenga  noticia  de  que  las  conocieron  y 
emplearon  nuestros  antiguos  escritores 
desde  el  siglo  xv.  Usólas  el  Bachiller  (a) 
Fernán  Gómez  de  Cibdad  Real,  médico 
del  Rey  D.  .luán  el  II,  en  las  epísto- 
las 36  y  38  del  Centón  epistolar.  En  la 
relación  del  Paso  honroso  de  Suero  de 

(a)  Véase,  acerca  de  este  Bachiller,  !a 
nota  de  la  pág.  3.  (M.  de  T.) 


Quiñones,  que  se  celebró  en  el  mismo 
reinado,  se  expresa  que  los  diez  man- 
tenedores iban  todos  con  cotas  de  ar- 
mas si)i  reproche.  En  un  romance  de 
los  del  Cid  decía  el  Rey  D.  Alfonso  : 

Y  cuido  que  un  buen  guerrero, 
cuando  de  su  Rey  se  ausenta, 
reproctiado  de  su' corte 
se  lia  de  tener  en  la  ajena. 

Hablando  Calixto  de  Melibea,  dice  á 
Celestina  en  el  acto  sexto  de  la  tragi- 
comedia de  este  nombre  :  unos  ojos 
tiene  con  que  echa  saetas,  una  lengua 
de  reproches  y  desvíos.  Otras  veces 
se  encuentra  la  palabra  reproche  en  la 
Celestina,  libro  de  gran  autoridad 
para  el  lenguaje.  Finalmente.  Gaspar 
Gil  Polo  en  un  soneto  de  la  Diana  ena- 
morada : 

Mil  penas  con  un  gozo  se  descuentan 
Y  mil  reproches  ásperos  se  vengan 
Con  sólo  ver  la  angélica  hermosura. 

En  el  capítulo  XVII  de  esta  prim.era 


168 


DON    QUIJOTE    DE    I.A    MANCHA 

tal  vez  la  esperanza  mueslia 
la  orilla  de  su  vestido. 

Abalánzase  al  señuelo 
mi  fe,  que  nunca  ha  podido 
ni  menguar  por  no  llamado, 
ni  crecer  por  escogido  '. 

Si  el  amor  es  cortesía, 
de  la  que  tienes  colijo, 
que  el  fin  de  mis  esperanzas 
ha  de  ser  cual  imagino. 

Y  si  son  servicios  parte 
de  hacer  un  pecho  benigno, 
algunos  de  los  que  he  hecho 
fortalecen  mi  partido. 

Porque  si  has  mirado  en  ello, 
más  de  una  vez  habrás  visto 
que  me  he  vestido  en  los  lunes 
lo  que  me  honraba  el  domingo. 

Como  el  amor  y  la  gala 
andan  un  mismo  camino, 
en  todo  tiempo  á  tus  ojos 
quise  mostrarme  polido. 

Dejo  el  bailar  por  tu  causa, 
ni  las  músicas  te  pinto, 
que  has  escuchado  á  deshoras 
y  al  canto  del  gallo  primo  -. 


parte  se  usa  el  verbo  rept'ochar.  y  en 
el  111  (le  la  segunda,  Sancho  llama  al 
Bachiller  Sansón  Carrasco  reprocliador 
de  voquibles.  Reproche  es  tacha,  impro- 
perio :  reprochor,  tachar,  reprender, 
improperar.  Habría,  pues,  ligereza  en 
tildar  estas  palabras  de  galicismos, 
como  la  habría  también  respecto  de  la 
voz  hahillados  que  usó  la  crónica  del 
Rey  D.  Juan  el  II.  hablando  do  los  obse- 
quios que  hiüo  el  Rey  á  su  hermana  la 
Reina  de  Aragi'm  mientras  estuvo  en 
Soria  (a) :  y  lo  mismo  sucede  en  otros 
numerosos  ejemplos  que  pudieran  ale- 
garse de  nuestros  libros  primitivos. 
Las  lenguas  castellana  y  francesa,  «'onio 
nacidas  ambas  de  la  latina,  debieron 
tener  más  puntos  de  contacto  y  seme- 
janza entre  si  en  los  prinripios.  De  ello 
se  habla  en  otros  parajes  de  estas  notas. 
1.  ¿Con  quién  (.onciertan  llamado  y 
escof/ido  ?  Por  la  gramática  debiera  ser 

In)    Crónica    de     Junn     II.     íiño     XXXV, 
caj..  CGLXIII. 


con  fe,  rnas  por  el  concepto  es  con  el 
pastor  Antonio,  resultando  á  primera 
vista  un  solecismo  que  se  evitaría  di- 
ciéndose con  levísima  alteración  : 

Abfilánzase  al  señuelo 
mi  fe,  en  que  nunca  he  podido 
ni  menguar  por  no  llamado, 
ni  crecer  por  escofjido. 

Esta  alusión  á  los  llamados  y  esco- 
gidos del  Evangelio,  aunque  imperti- 
nente y  obscura,  no  era  extraña  siendo 
Beneficiado  el  poeta  En  las  dos  últimas 
estrofas  del  romance  vuelven  á  verse 
indicios  de  ser  su  compositor  clérigo 
de  aldea. 

2.  Esto  es,  al  primer  canto  del  gallo, 
que  es  pasada  la  media  noche.  Primo, 
que  ahora  decimos  primero,  es  adjetivo 
anticuado,  que  se  halla  en  el  Corbacho 
del  Arcipreste  de  Talavera,  Alfonso 
jMartínez,  Capellán  del  Rey  D.  Juan 
el  11.  y  en  otros  escritores  del  siglo 
siguiente.  Ahora  no  se  usa  sino  pocas 
veces,  y  si'ilo  en  la  terminación  feme- 
nina. 


PRIMERA    PARTE,    —    CAPITULO    XI 


1P)9 


No  cuento  las  alabanzas 
que  de  tu  I)elle7.u  he  dicho, 
que,  aunqui'  verdaderas,  liacen, 
ser  yo  ile  algunas  malquisto. 

Teresa  del  Berrocal, 
yo  alalia ndote,  me  dijo  : 
tal  piensa  que  adora  un  ángel, 
y  viene  á  adorar  ;'i  un  gitnio, 

merced  á  los  muchos  dijes 
y  á  los  cabellos  postizos, 
y  á  hiptkritas  hermosuras, 
que  engañan  al  amor  mismo. 

Desmentíla,  y  enojóse  ; 
volvió  por  ella  su  primo  : 
desafióme,  y  ya  sabes 
lo  que  yo  hice,  y  él  hizo. 

No  le  quiero  yo  á  montón, 
ni  te  pretendo  y  te  sirvo 
por  lo  de  barragania', 
que  más  bueno  es  mi  designio. 

Coyundas  tiene  la  Iglesia. 
que  son  lazadas  de  sirgo-; 
pon  tu  cuello  en  la  gamella, 
verás  como  pongo  el  mío. 

Donde  no,  desde  aquí  juro 
por  el  santo  más  bendito 
de  no  salir  destas  sierras 
sino  para  capuchino  3. 


La  costumbre  de  designar  las  horas 
(le  la  noche  por  el  canto  del  gallo  es 
antigua,  y  se  ve  ya  en  el  Poema  del  Cid 
y  en  nuestros  romances  viejos.  Antes 
lie  esto,  en  tiempos  de  Roma  y  en 
época  floreciente  para  las  buenas  letras, 
había  dicho  Horacio  : 

Ad  (jalli  cantum  consultor  i'.lii  osliapulsaí. 

1.  En  castellano  antiguo,  barragán 
es  mancebo,  y  barragana,  manceba ; 
pero  con  la  particularidad  de  que  los 
dos  primeros  nombres,  que  son  los 
masculinos,  se  toman  en  buena  parte, 
y  los  femeninos,  que  son  los  segundos, 
en  mala  :  aquéllos  significan  joven 
alentado  y  de  edad  floreciente;  éstos 
concubina,  y  dieron  origen  ;l  los  ver- 
bos abarraganarse  y  ainanreharse.  El 
Rey  D.  Alonso  habló  de  las  ban-aganns 
en  la  partida  IV,  titulo  XIV. 


La  expresada  diferencia  entre  barra- 
gan y  barragana  se  observa  en  el 
Poema  del  Cid,  donde  barragan  es  pa- 
labra de  elogio,  y  barragana  de  vitu- 
perio. 

Barragania  tiene  dos  acepciones  : 
una  mala,  como  en  el  presente  ro- 
mance de  Antonio  á  Olalla;  otra 
buena,  que  parece  fué  la  única  que 
tuvo  al  principio,  y  en  que  la  usan  el 
Poema  de  Alejandro  (a)  y  la  Gran  Con- 
quista de  Ultramar  (b),  donde  barraga- 
níaa  significa  valentías,  fuertes  hechos, 
hazañas. 

2.  Sirgo,  palabra  formada  del  latino 
sericum,  que  vulgarmente  se  cree  sig- 
nifica la  seda,  aunque  con  poco  fun- 
damento. 

3.  La  Orden  de  Capuchinos,  fundada 
por  Mateo  Baschi,   fraile   menor,   em- 

ía)  Copla  58.  -  (6)  Lib.  II,  cap.  CLX. 


170 


DON    QUIJOTE    DE   I,A    MANCHA 


Con  esto  dio  oí  cabrero  fin  á  su  canto,  y  aunque  D.  Quijote  lo 
rogó  (jue  algo  más  canlaso,  no  lo  consintió  Sancho  Pan/.a,  porque 
estaba  más  para  dorniir  que  para  oir  cancionf!S.  Y  así,  dijo  á  su 
amo  :  Bien  puede  vuestra  merced  acomodarse  desde  luego  adonde 
ha  de  posar  esta  noche,  que  el  trabajo  que  estos  buenos  hombres 
tienen  todo  el  día,  no  permite  que  pasen  las  noches  cantando.  Ya 
te  entiendo,  Sancho  ^  le  respondió  L).  Quijote,  que  bien  se  me  tras- 
luce que  las  visitas  del  zaque  piden  más  recompensa  de  sueño  que 
de  música.  Á  todos  nos  sabe  bien,  bendito  sea  Dios,  respondió 
Sancho.  No  lo  niego,  replicó  D.  Quijote,  pero  acomódate  tú  donde 
quisieres,  que  los  de  mi  profesión  mejor  parecen  velando  que  dur- 
miendo ;  pero  con  todo  eso  sería  bien,  Sancho,  que  me  vuelvas  á 
curar  ^  esta  oi'eja,  (|ue  me  va  doliendo  más  de  1<>  que  es  menester. 
Hizo  Sancho  lo  (pie  se  le  mandaba  ;  y  viendo  uno  de  los  cabreros 
la  herida,  le  dijo  que  no  tuviese  pena,  que  él  pondría  remedio  con 
que  fácilmente  se  sanase,  y  tomando  algunas  hojas  de  romero,  de 
mucho  que  por  allí  había,  las  mascó  y  las  mezcló  con  un  poco  de 
sal,  y  aplicándoselas  á  la  oreja,  se  la  vendó  muy  bien,  asegurándole 
que  no  había  menester  otra  medicina,  y  así  fué  la  verdad. 


pezú  en  el  año  de  1526,  y  fué  confir- 
mada pur  Clemente  Vil  en  el  de  1528. 
El  pastor  Antonio  proponía  darse  á 
Dios  y  á  la  penitencia  si  le  desechaba 
la  Olalla.  Son  repeti<ios  los  ejemplares 
de  enamorados  que.  de  resultas  de  esta 
clase  de  desengafios  Imn  abrazado  el 
estado  religioso.  Miilot,  en  la  llislotia 
de  los  Trovadores,  hace  mencirm  de 
vafios  de  ellos  que  murieron  monjes 
de  la  Cartuja  y  del  Cister.  De  los  poetas 
de  nuestro  Cancionero  general,  D.  Luis 
de  Torres  acabó  por  ser  fraile  menor,  y 
Juan  Rodríguez  del  Padrón,  por  ser 
fraile  dominico.  Un  Duque  de  Jo3'Osa, 
en  Francia,  después  de  haber  hecho 
gran  papel  en  las  revueltas  civiles  del 
siglo  XVI,  se  inclinó  ;i  \n  que  nuestro 
pastor  Antonio,  y  se  nietii'>  capuchino; 
pero  el  caso  m.ls  conocido  y  ruidoso 
en  la  materia  fué  el  del  Abad  Raneé, 
fundador  de  la  Trapa.  En  el  sexo  feme- 
nino, como  más  sensible  y  capaz  de 
mayor  exaltación  de  afectos,  han  sido 


mucho  más  frecuentes  los  ejemplos. 
Generalmente  hablando,  los  versos 
que  Cervantes  insertó  en  su  Quijote 
son  malos.  En  el  presente  romance  se 
quiso  imitar  la  sencillez,  y  se  copió  la 
tosquedad  de  los  pastores,  cosas  que 
son  muy  distintas.  Caben  muy  bien 
alectos  delicados  y  tiernos  en  pechos 
aldeanos;  bajo  expresiones  sencillas 
pueden  presentarse  Ideas  nobles,  imá- 
genes agradables  y  nun  sublimes;  pero 
¿  á  cuál  de  ellas  j)erlenece  aquello  to- 
mado de  ios  bueyes  al  uncirlos, 

Pon  tu  cuello  en  la  gamella 
Verás  cómo  pongo  el  mío? 

El  poeta,  como  el  pintor,  debe  copiar 
á  la  naturaleza,  pero  embelleciéndola. 

i.  Respuesta  oportuna  de  I).  Qui- 
jote, en  que  el  concepto  es  tan  discreto, 
couio  hermosas  y  galanas  las  palabras 
que  lo  expresan. 

2.  Que  me  volvlesex  debió  escribirse, 
como  pide  la  analog  a  gramatical. 


CAPITULO  XII 

OK    LO    QUE  CONT(')    UN    CAHUKHO   Á  LOS    QUE    ESTABAN    CON  DON    QUIJOTE 


Estando  en  eslo,  llegó  oLro  mozo  de  los  que  les  traían  del  aldea 
el  bastimento  ',  y  dijo  :  ¿  Sabéis  lo  que  pasa  en  el  lugar,  compañe- 
ros ?  ¿  Cómo  lo  podemos  saber  ?  respondió  uno  de  ellos.  Pues  sabed, 
prosiguió  el  mozo,  que  murió  esta  mañana  aquel  famoso  pastor 
estudiante  llamado  Grisóstomo,  y  se  murmura  que  ha  muerto  de 
amores  de  aquella  endiablada  moza  de  Marcela,  la  hija  de  Guillermo 
el  rico,  aquella  que  se  anda  en  hábito  de  pastora  por  esos  andu- 
rriales. Por  Marcela  dirás,  dijo  uno.  Por  esa  digo,  respondió  el  ca- 
brero ;  y  es  lo  bueno  que  mandó  en  su  testamento  que  le  enterra- 
sen en  el  campo  como  si  fuera  moro,  y  que  sea  al  pié  de  la  peña 
donde  está  la  fuente  del  alcornoque,  porque  según  es  fama  (y  él 
dicen  que  lo  dijoj  aquel  lugar  es  adonde  él  la  vio  la  vez  primera.  Y 
también  mandó  otras  cosas  tales,  que  los  abades  del  pueblo ^  dicen 
que  no  se  han  de  cumplir,  ni  es  bien  que  se  cumplan,  porque  pare- 
cen de  gentiles.  Á  todo  lo  cual  responde  aquel  gran  su  amigo 
Ambrosio  '^  el  estudiante,  que  también  se  vistió  de  pastor  con  él, 
que  se  ha  de  cumplir  todo  sin  faltar  nada  como  lo  dejó  mandado 
Grisóstomo,  y  sobre  esto  anda  el  pueblo  alborotado  ;  mas  á  lo  que 
se  dice,  en  fin,  se  hará  lo  que  Ambrosio  y  todos  los  pastores  sus 


1.  Es  voz  propiamente  militar  :  sig-  Jerusalén,  cuenta  que  los  Obispos  é  los 
nifica  las  provisiones  de  boca,  los  co-  Abades  é  la  otra  clercia  comenzaron 
7nfs/í7>/es  de  plazas,  ejércitos  y  armadas,  á  cantar  Veni  Crpator  Spiritus  (a).  Lo 
y  se  encuentra  á  cada  paso  en  nuestros  mismo  sucede  en  las  poesías  del  Arci- 
historiadores.  preste  de  Wúa',b\.  y  en  el  Corbacho  del 

2.  Desde  muy  anticuo  se  daba  el  Anipreste  de  Talavera  [c).  Covarrubias, 
nombre  de  Abades  h  los  Curas  En  la  en  su  Tesoro  de  la  lenr/aa  castellana, 
Grtni  Conquista  de  Ultramar,  refirién-  tes'ifica  que  el  nombre  de  Abad  solía 
dose  el  funeral  de  Galieno,  sobrino  del  darse  en  °;eneral  á  cualquier  sacerdote, 
Emperador  de  Alemania,  se  dice  :  E  los  y  en  el  día  lo  tienen  los  Curas  párrocos 
Obisgos  é  los  Abades  que  eran  en  de-  en  Galicia. 

rredor   de   aquella  tierra,  vinieron  ald  3.   No  es  así  el   orden,  sino  aquel  su 

todos  con  muí/  grandes  procesiones   a).  gran  amigo  Ambrosio. 
Y  describiendo  la  elección  de  Rey  de 

(a)  Lib.  III,  cap.  LV.  —  (6)  Copla  1200.  — 

(o)  Lib.  I,  cap.  CVI.  (c)  Parte  II,  cap.  IV. 


172 


nON    QL1.T0TE    DE    LA    MANCHA 


amibos  quieren,  y  mañana  le  vienen  á  enleiiar  con  gran  pompa 
adonde  tengo  dicho;  y  lengo  para  mí  que  ha  «le  ser  cosa  muy  d<> 
ver  ;  á  lo  menos  yo  no  <le¡ai'é  de  ir  á  verla,  si  supiese  no  volver 
mañana  al  lugar  ^  Todos  haremos  lo  mcsmo,  respondieron  los 
cabreros,  y  echaremos  suertes  á  quién  ha  de  (luedar  á  guardar  las 
cabras  de  todos.  Bien  dices,  Pedro,  dijo  uno  de  ellos  -,  aunque  no 
será  menester  usar  de  esa  diligencia,  que  yo  me  quedaré  por  todos ;  | 
y  no  lo  atribuyas  á  virtud  y  á  poca  curiosidad  raía,  sino  á  que  no 
me  deja  andar  el  garrancho  que  el  otro  día  me  pasó  este  j)¡e.  Con 
lodo  eso,  te  lo  agradecemos,  respondió  Pedro.  Y  D.  Quijote  rogó 
á  Pedro  le  dijese  qué  muerto  era  aquél,  y  qué  pastora  aquélla  ;  á 
lo  cual  Pedro  respondió  que  lo  que  sabía  era  que  el  muerto  era  un 
hijodalgo  rico,  vecino  de  un  lugar  que  estaba  en  a(|uellas  sierras, 
el  cual  había  sido  estudiante  muchos  años  en  Salamanca,  al  cabo 
de  los  cuales  había  vuelto  á  su  lugar  con  opinión  de  muy  sabio 
y   muy   leído  '^.    Principalmente  decían   que   sabía    la   ciencia  de 


1.  Si  supiese,  esto  es,  aunque  supiese. 
SigniOcaciún  y  fuerza  de  la  conjunción 
si,  de  que  se  hallan  muchos  ejemplos 
en  nuestros  buenos  escritores. 

2.  Las  palabras  uno  de  ellos  las 
añadió  la  Academia  Española  en  sus 
ediciones,  como  necesarias  para  que 
conste  el  sentido.  Su  omisión  hubo  de 
ser  desruido  del  impresor  en  las  edi- 
ciones primitivas,  como  otros  muchos 
que  en  ellas  se  notan. 

3.  Una  de  las  calidades  que  hacen  á 
la  lengua  latina  más  poética  que  las 
vivas  que  hablamos,  es  la  abundancia 
de  nombres  verbales  y  participios  que 
tiene,  no  sólo  en  la  voz  activa,  sino 
también  en  la  voz  pasiva,  de  que  care- 
cen los  verbos  castellanos.  Entre  los 
participios  latinos  los  hay  que  á  la 
terminación  pasiva  reúnen  la  signi- 
ficación activa,  como  bene  potus,  que, 
aplicado  á  las  personas,  significa  no 
lo  que  ha  sido  bebido,  como  indica  la 
terminación,  sino  al  que  ka  bebido. 
De  esta  Vütima  clase  hay  muchos  cu 
castellano,  y  á  ella  pertenece  el  verbal 
leído,  que  se  halla  en  el  pasaje  del 
texto,  y  denota,  no  lo  leído,  sino  al 
que  ha  leído.  Igualmente  cuando  se 
dice  de  una  persona  (lue  está  bien  co- 
mida y  bebida,  no  se  quiere  decir  que 
ha  sido  comida  y  bebida,  sino  que  ha 
comido  y  bebido.  Mujer  parida  es  la 
que  ha  parido  :  enlendido,  almorzado, 
desayunado,  cenado,  agradecido,    son 


verbales  de  la  misma  especie.  A  ella 
pertenece  también  heredado,  que  se 
encuentra  después  en  este  jtropio  capi- 
tulo en  significación  del  que  ha  here- 
dado. Algunos  de  nuestros  participios 
suelen  ir  modificados  con  los  adver 
bios  mal  y  bien,  como  bien  bebido,  mal 
comido  :  otros  hay  que  nunca  se  usan 
sin  ellos,  como  bien  ó  mal  hablado. 
Mal  hablado,  dice  Quevedo  en  el 
Cuento  de  cuentos,  llaman  al  que  habla 
mal,  habiéndole  de  llamar  mal  ¡tabla- 
do r. 

Los  verbales  castellanos  en  or  vie- 
nen á  ser  unos  participios  de  presente, 
como  vencedor,  el  que  vence;  conti- 
nuador, el  que  continúa;  otros  hay  en 
uble  y  en  ible.  que  denotan  derecho  á 
la  acción  del  verbo  ó  posibilidad  de 
ella,  como  admirable,  digno  de  admi-, 
raciiin;  factible,  posible  de  hacer; 
otros  hay,  finalmente,  que  acaban  en  " 
ero,  é  indican  facdidad,  como /¿ei'Of/ero, 
IVicil  de  llevar;  hacedero,  fácil  de  hacer. 
A  todos  éstos  se  niega  comúnmente 
(no  sé  si  con  razón)  el  nombre  de  par- 
ticipios, concediéndoles  sólo  el  titulo 
de  verbales  ó  derivados  de  verbo,  como 
si  no  participasen  del  oficio  y  fuerza 
del  verbo  bajo  la  forma  de  nombre,  ea 
lo  que  parece  está  y  consiste  la  esen- 
cia del  participio.  Los  verbales  que 
acaban  en  ante,  ente  y  ado  son  los 
únicos  que  reciben  del  uso  general  el 
nombre  de  participios,  y  pueden  divi- 


l>I<IMi:HA    l'AltTK.    —    CAPÍTULO    XII  17.*] 

las  estrellas,  y  de  lo  (|ue  posa  allá  en  el  cielo,  el  sol  y  la  luna, 
porque  puiil.ualmenl>e  nos  decía  el  cris  del  sol  y  de  la  luna*. 
Eclipse  se  llama,  anii^o,  (|u(^  no  cris,  el  escurecerse  esos  dos  lumi- 
nares mayores,  tlijo  D.  (JuijoLe.  Mas  Pedro,  no  reparando  en  niñe- 
rías, prosiguió  su  cuento  diciendo  :  asimesmo  adevinaba  cuándo 
había  de  ser  el  año  abundante,  ó  estil.  Estéril  queréis  decir,  amigo, 
dijo  D.  Quijote.  Estéril  ó  estil,  respondió  Pedro,  todo  se  sale  allá. 
Y  digo  ipie  con  esto  ([ue  decía  se  hicieron  su  padre  y  sus  amigos, 
que  le  daban  crétlito,  muy  ricos,  porque  hacían  lo  que  él  les  acon- 
sejaba, diciéndoles  :  Sembrad  este  año  cebada,  nó  trigo ;  en  éste 
podéis  sembrar  garbanzos,  y  no  cebada  ;  el  que  viene  será  de  guilla 
de  aceite  *^,  los  tres  siguientes  no  se  cogerá  gota.  Esa  ciencia  se 


dirse  en  tres  clases  :  1%  ile  presente, 
como  naciente^  participanLe ;  2.",  de 
pretérito,  como  amado, oído;  y. 3.%  par- 
ticipios que  pueden  llamarse  clepo- 
nentef!,  con  terminación  de  pretérito  y 
significado  de  presente,  como  leidu, 
entendido.  N(3tese  que  estos  últimos 
sólo  se  aplican  ;í  las  personas,  y  no  il 
las  cosas  (a). 

Kl  latín  se  aventaja  á  las  lenguas 
vivas  que  se  derivaron  de  ella(p)  en  el 
número  de  verbales  y  participios.  Los 
tiene  de  presente  y  futuro  en  la  voz 
activa,  y  en  la  pasiva  de  futuro  y  pre- 
térito. Los  tiene,  como  se  dijo  arriba, 
de  terminación  pasiva  y  de  significación 
activa  ;  todos  los  participios  de  preté- 
rito en  latín  son  pasivos;  en  griego 
los  hay  también  activos  de  pretérito. 

1.  Cris,  adevinaba,  estil.  desoluto, 
denantes  :  palabras  estropeadas  en 
boca  rústica  por  eclipse,  adivinaba, 
estéril,  absoluto,  antes.  Nuestro  autor, 
que  al  principio  sobrecargó  de  esta 
clase  de  palabras  el  lenguaje  del  pas- 
tor Pedro,  se  descuidó  á  poco,  olvidó  el 

(a)  Y  no  á  las  cosas.  —  Contra  esta  afir- 
mación de  Clemencín,  que  repite  el  señnr 
Cortejón,  protestan  los  siguientes  versos  de 
Quevedo  : 

Si  estudiara  medicina, 
Aunque  es  socorrida  ciencia, 
Porque  no  ganara  yo. 
No  hubiera  persona  enferma. 

El  mismo  señor  Cortejón  cita  la  frase  co- 
mún :  «  Recibí  su  favorecida  (carta) .» 

(M.  de  T.) 
{'i\  De  ella.  —  Debe  decir  de  i-í  pur  refe- 
rirse al  latía. 

(W.  de  T .) 


papel  que  éste  había  empezado  á  hacer, 
y  le  hizo  hablar  de  un  modo  corriente 
y  llano,  como  puede  lYicilmente  obser- 
varse. 

2.  En  la  novela  de  los  dos  perros 
Cipión  y  Berganza,  dice  este  último  : 
alegróse  mi  amo  viendo  que  la  cosecha 
iba  de  guilla.  Hablaba  de  un  charlatán, 
regocijado  de  la  mucha  gente  que  con- 
curría ;í  ver  sus  habilidades.  En  el, 
castellano  antiguo  «/lo  de  guilla  es 
según  Govarrubias,  año  de  muchos  fru- 
tos y  abundante  cosecha.  —  No  se 
entienda  que  en  tiempo  de  Cervantes 
los  pronósticos  y  creencias  que  aquí 
se  ponen  en  boca  de  un  pastor,  eran 
propios  exclusivamente  de  labriegos. 
Jerónimo  Cortés,  escritor  valenciano 
de  fines  del  siglo  xvi,  escribió  un  libro 
con  el  pomposo  titulo  de  Non  plus 
ultra  del  Lunario  //  pronóstico  perpe- 
tuo, donde  puso  una  tabla  de  años  que 
rige  desde  el  de  159Ü  hasta  el  fin  del 
mundo,  para  saber  de  cada  uno  en 
particular  cuándo  ha  de  haber  media- 
nía, abundancia  ó  carestía  de  mante- 
nimientos (a).  Y  no  contento  con  esto, 
añade  después  un  Secreto  muy  curioso 
y  cudicioso  para  los  labradores  para 
conocer  y  saber  de  un  año  para  otro 
de  cuál  ele  los  granos  ó  setnillas  habrá 
más  abundancia,  diciendo  que  asi  lo 
escribe  un  astrónomo  andaluz  (que  no 
deja  de  ser  texto  respetable).  Este 
libro  se  imprimió  por  la  primera  vez 
el  año  de  1598,  y  la  edición  de  1607, 
que  es  la  que  cito,  era  ya  la  sép- 
tima. 


(a)  Pág.  65. 


174 


DON    QUIJOTE    DE    La   mancha 


llama  Astrología,  dijo  D.  Quijote.  No  sé  yo  cómo  se  llama,  replicó 
Pedro,  mas  sé  que  Lodo  (isLo  sabía  y  aun  más.  Finalmente,  no  pa- 
saron muchos  meses  después  que  vino  de  Salamanca,  cuando  un 
día  remaneció  vestido  de  pastor  con  su  cayado  y  pellico  \  habién- 
dose quitado  los  hábitos  largos  que  como  escolar  traía,  y  junta- 
mente se  vistió  con  61  de  pastor  otro  su  grande  amigo  llamado 
Ambrosio,  que  había  sido  su  compañero  en  los  estudios.  Olvidába- 
seme  de  decir  cómo  Grisóstomo  el  dilunto  fué  grande  hombre  de 
componer  coplas,  tanto  que  él  hacía  los  villancicos  para  la  noche 
del  Nacimiento  del  Señor,  y  los  autos  para  el  día  de  Dios  ^,  que 
los  representaban  los  mozos  de  nuestro  pueblo,  y  todos  decían  que 
eran  por  el  cabo.  Cuando  los  del  lugar  vieron  tan  de  improviso 
vestidos  de  pastores  á  los  dos  escolares,  quedaron  admirados,  y  no 
podían  adivinar  la  causa  que  les  había  movido  á  hacer  aquella  tan 
extraña  mudanza.  Ya  en  este  tiempo  era  muerto  el  padre  de  nues- 
tro Grisóstomo,  y  él  quedó  heredado  en  mucha  cantidad  de  ha- 
cienda, ansí  en  muebles  como  en  raíces,  y  en  no  pequeña  cantidad 
de  ganado  mayor  y  menor,  y  en  gran  cantidad  de  dineros  ;  de  todo 
lo  cual  quedó  el  mozo  señor  desoluto;  y  en  verdad  que  lodo  lo 
merecía,  que  era  muy  buen  compañero  y  caritativo  y  amigo  de  los 
buenos,  y  tenía  una  cara  como  una  bendición.  Después  se  vino  á 


1.  Así  se  lee  en  una  de  las  ediciones 
del  año  de  1605.  La  otra  del  mismo 
año,  y  las  demás  hechas  en  España  en 
tiempo  de  Cervantes,  inclusa  la  que  él 
mismo  corrigi(3  en  1608,  dicen  (panudo 
en  lugar  de  cayado.  La  de  Londres, 
impresa  en  el  año  de  1738,  estableció 
el  texto  poniendo  caijudo  que  era, 
evidentemente  lo  que  debía  ponerse, 
pues  se  hablaba  del  truje  y  arreos 
pastoriles;  y  la  han  seguido,  como  era 
razón,  las  ediciones  de  la  Academia 
Española. 

2.  CopUi  se  dijo  del  latino  copula, 
porque  en  ella  se  ligan  y  acoplan  los 
versos,  enlazándolos  por  la  rima  y  su- 
jetándolos á  cierta  combinación  perió- 
dica. —  Villancico  se  deriva  de  villano, 
rústico,  campestre,  con  alusión  á  los 
festejos  de  los  pastores  de  Belén,  como 
quien  dice  canciones  pastoriles,  y  tales 
son,  con  efecto,  las  que  suelen  oirseen 
el  oficio  de  Noche  Buena.  —  Autos 
para  el  dia  de  Dios  son  los  que  co- 
múnmente se  llamaban  autos  sacra- 
mentales, que  eran  dramas  ó  represen- 
taciones sobre  asuntos  sagrados,  que 
se  hacían  para  solemnizar  la  festividad 


del  Corpus  Ckrisli  ó  día  de  Dios. 
D.Gaspar  de  Jovellanos,  en  su  Memo- 
ria sobre  diversiones  públicas,  citando 
este  pasaje  del  Quijote,  habla  de  la 
costumbre  de  representarse  autos  sa- 
cramentales en  el  día  del  Corpus,  y 
copia  lo  que  sobre  esto  dispusieron  las 
ordenanzas  municipales  de  la  villa  de 
Garrión  de  los  Condes,  hechas  en  el 
año  de  l"i68.  Estas  fiestas  teatrales  apli- 
cadas á  lo  sagrado  tuvieron  su  origen 
en  la  Edad  Media,  y  en  los  principios 
las  desempeñaban  los  mismos  clérigos 
y  sus  dependientes,  y  se  ejecutaban 
dentro  de  las  iglesia.s  para  excitar  la 
devoción  de  los  fieles  que  concurrían ; 
en  adelante  se  representaron  también 
por  las  calles  y  plazas.  Los  autos  se 
diversificaban  de  infinitas  maneras,  y 
muchos  eran  alegi'iricos,  como  puede 
verse  en  los  de  D.  Pedro  Calderón  dn 
la  Barca,  que  fué  el  autor  de  más  nom- 
bradia  en  tal  género  de  composiciones. 
Los  abusos  é  irreverencias  que  se 
introdujeron  en  los  autos  sacramen- 
tales y  en  su  representación,  dieron 
motivo  para  que  se  prohibiesen  en  el 
reinado  de  Carlos  111,  año  de  1763. 


l'lilMKüA    l'AKTL. 


CAPITI  l,()    MI 


m 


euLcndci-,  que  el  haberse  mudado  de  traje  no  liabía  .sido  por  otra 
cosa  que  por  andarse  por  estos  despoblados  en  pos  de  aquella  pas- 
tora Marcela  (pie  nuestro  zagal  nombró  (leñantes,  da  la  cual  se 
había  enamorado  el  pobi'c  difunto  de  Grisóstomo.  Y  qui(íroos 
decir  aiiora,  porque  es  bien  (jue  lo  sepiíis,  qui(^n  es  esta  rapaza  ; 
(¡uizá  y  aun  sm  quizá  no  habréis  oído  semejante  cosa  en  todos  los 
días  de  vuestra  vida,  aunque  viváis  más  años  que  Sarna.  Decid 
Sarra  ',  replicó  D.  Quijote,  no  pudiendo  sufrir  el  trocar  de  los 
vocablos  del  cabrero.  Harto  vive  la  sarna,  respondió  Pedro;  y  si 
es,  señor,  que  me  habíais  de  andar  zaheriendo  á  cada  paso  los  vo- 
cablos, no  acabaremos  en  un  año.  Perdonad,  amigo,  (Jijo  1).  Qui- 
jote, que  por  haber  tanta  diferencia  de  Sarna  á  Sarra  os  lo  dije  ; 
pero  vos  respondistes  muy  bien,  por([ue  vive  más  sarna  que  Sarra ^ ; 
y  proseguid  vuestra  historia,  que  no  os  replicaré  más  en  nada. 
Digo,  pues,  señor  mío  de  mi  alma,  dijo  el  cabrero,  que  en  nuestra 
aldea  hubo  un  labrador  aún  más  rico  que  el  padre  de  Grisóstomo, 
el  cual  se  llamaba  Guillermo,  y  al  cual  dio  Dios,  amén  de  las  mu- 
chas y  grandes  riquezas,  una  hija  de  cuyo  parto  murió  su  madre, 
que  fué  la  más  honrada  mujer  que  hubo  en  todos  estos  contornos  ; 
no  parece  sino  que  ahora  la  veo  '^   con  aquella  cara  que  del  un 


1.  El  pastor  llamaba  Sarna  á  la 
mujer  de  Abraham,  y  ü.  Quijote  le 
corregía  este  vocablo  como  ya  le 
había  corregido  otros.  Nosotros  deci- 
mos Sara,  pero  en  lo  antiguo  decían 
Sarra,  como  se  ve  por  el  comentario 
castellano  de  D.  Alonso  de  Madrigal, 
llamado  comúnmente  el  Toaíado,  aabre 
la  Crónica  de  Eusebio(«),  y  también 
por  el  Valerio  de  las  Idstorias  escolás- 
ticas ij  de  España,  compuesto  por  el 
Gancjnigo  Diego  Hodriguez  de  Almela, 
familiar  del  Obispo  de  Burgos  D.  Alonso 
de  Cartagena  (6).  Sarra  dijo  igualmente 
Diego  de  Sampedro  en  su  Cárcel  de 
Amor,  al  elogiar  á  algunas  mujeres 
notables  entre  las  judías  (c).  Lo 
mismo  el  autor  del /-ff^fl/íí/o  de  Manza- 
7?«?'es  (c/),  el  P.  Haedo  en  los  Diálogos 
de  la  caplividad.  que  siguen  á  la  To- 
pografía de  Argel  [e],  y  Cristóbal  Suá- 
rez  de  Figueroa  en  su  Pasajero  [f). 
Sara  vivió  ciento  diez  años,  y  fué 
madre  siendo  ya  muy  vieja;   de  aquí 

(u)  Part.  I,  cap.  LXIX.  —  (6)  Lih.  11, 
tit.  I.  cap.  II.  —  (c)  Folio  4(i,  edición  de 
Venecia  de  l5.'-3.  —  (</)  Cap.  Xil.  —  v.)  Diá- 
logo 1.  —  (/■)  Alivio  5. 


vino  la  frase  proverbial  para  ponde- 
rar la  vejez  de  una  mujer,  diciéndose 
ser  más  vieja  que  Sarra ;  frase  de  que 
hizo  mención  Covarrubias  en  su  Tesoro 
de  la  Lengua  castellana,  y  á  que  se 
refiere  aquella  expresión  del  canto 
epitalámico  del  pastor  Arsindo  que  Cer- 
vantes insertó  en  el  libro  III  de  la 
Galaica,  al  describir  la  boda  del  pastor 
Daranio  coa  Silveria  : 

Mas  años  que  Sarra  vivan 
Con  salud  tan  confirmada, 
Que  dello  pese  al  Dotor. 

La  gente  rústica,  así  como  decía  cris 
y  estil  por  eclipse  y  estéril,  decía  tam- 
bién Sarna  por  Sarra. 

2.  Así  es  la  verdad,  porque  Sara 
sólo  vivió  algo  más  de  un  siglo ;  pero 
la  sarna  ha  vivido,  vive  y  vivirá  mien- 
tras haya  sarnosos. 

3.  Elogio  rústico  de  la  difunta  mu- 
jer de  Guillermo,  que  hace  reir.  ¿Qué 
tal  cara  sería  la  que  del  un  cabo  tuviese 
el  sol  y  del  otro  la  luna  ?  Y  si  se  habla, 
como  parece,  de  los  ojos,  ¿qué  t.tl  pa- 
recería la  cara  que  tuviese  dos  ojos  tan 
diferentes  entre  si? 


176  DON    QUIJOTE    DE    LA   MANCHA 

cabo  tenía  el  sol  y  del  otro  la  luna,  y  sobre  todo  hacendosa  y 
amiga  de  los  pobres,  por  lo  que  creo  que  debe  de  estar  su  ánima 
á  la  hora  de  ahora  gozando  de  Dios  en  el  otro  mundo.  De  pesar  de 
la  muerte  de  tan  buena  mujer  murió  su  marido  Guillermo,  dejando 
á  su  hija  Marcela  muchacha  y  rica,  en  poder  de  un  lío  suyo  sacerdote 
y  beneficiado  en  nuestro  lugar.  Creció  la  niña  con  tanta  belleza 
que  nos  hacía  acordar  de  la  de  su  madre,  que  la  tuvo  muy  grande; 
y  con  todo  esto  se  juzgaba  que  le  había  de  pasar  la  de  la  hija  ;  y 
así  fué,  que  cuando  llegó  á  edad  de  catorce  á  quince  años,  nadie  la 
miraba  que  no  bendecía  á  Dios  que  tan  hermosa  la  había  criado,  y 
los  mas  quedaban  enamorados  y  perdidos  por  ella.  Guardábala  su 
tío  con  mucho  recalo  y  con  mucho  encerramiento  ;  pero  con  todo 
esto,  la  fama  de  su  mucha  hermosura  se  extendió  de  manera,  que 
así  por  ella  como  por  sus  muchas  riquezas,  no  solamente  de  los  de 
nuestro  pueblo, sino  de  los  de  muchas  leguasá  la  redonda,  y  de  lo- 
mejores  dellos,  era  rogado,  solicitado  é  importunado  su  tío  se  l;i 
diese  por  mujer.  Mas  él,  que  á  las  derechas  es  buen  cristiano, 
aunque  quisiera  casarla  luego,  así  como  la  vio  de  edad  ^  no  quiso 
hacerlo  sin  su  consentimiento,  sin  tener  ojo  á  la  ganancia  y  gran- 
jeria que  le  ofrecía  el  tener  la  hacienda  de  la  moza,  dilatando  su 
casamiento.  Y  á  f e  que  se  dijo  esto  en  más  de  un  corrillo  en  el 
pueblo  en  alabanza  del  buen  sacerdote.  Que  quiero  que  sepa,  señor 
andante,  que  en  estos  lugares  cortos  de  todo  se  trata  y  de  todo  sr 
murmura ;  y  tened  para  vos,  como  yo  tengo  para  mí,  que  debía 
de  ser  demasiadamente  bueno  el  clérigo  que  obliga  á  sus  feli- 
greses á  que  digan  bien  del,  especialmente  en  las  aldeas.  Así 
es  la  verdad,  dijo  D.  Quijote,  y  proseguid  adelante,  que  el 
cuento  es  muy  bueno,  y  vos,  buen  Pedro,  le  contáis  con  muy  buena 
gracia.  La  del  Señor  no  me  falte,  que  es  la  que  hace  al  caso.  Y  en 
lo  demás,  sabréis  que  aunque  el  tío  proponía  á  la  sobrina,  y  le 
decía  las  calidades  de  cada  uno  en  particular  de  los  muchos  que 
por  mujer  la  pedían,  rogándole  que  se  casase  y  escogiese  á  su 
gusto,  jamás  ella  respondió  otra  cosa  sino  que  por  entonces  no 
quería  casarse,  y  que  por  ser  tan  muchacha  no  se  sentía  hábil  para 
poder  llevar  la  carga  del  matrimonio.  Con  estas  que  daba  al  parecer 
justas  excusas^  dejaba  el  tío  de  importunarla,  y  esperaba  á  que 


1.  La  Academia  Española  conservó  opinión  del   mérito   tipográfico   de  las 

la  lección  de  via  por  liallaria  asi  en  Ins  ediciones  primitivas,  he    preferido   la 

primeras  ediciones,  y  porque,  absolii-  lección  vio.  que  sustituyó  muy  juicio- 

tamenle   hablando,  no  deja  de    hacer  sámente,  en  mi  concepto,  la  edición  de 

sentido,  según  expresa   en   una   noUi.  Londres  de  iTiJS. 

Sin  embargo,  yo,  que  tengo  muy  mala  2.  Transposición  dura.  Debiera  ser: 


pi!imi:r.\  ivvnrK.  —  capíiilo  xii  i77 

oiilraso  algo  más  en  ediul,  y  ella  .supiese  escoger  compañía  á  su 
guslo.  Porque  decía  é\,  y  decía  muy  bien, que  no  habían  de  dar  los 
padries  á  sus  hijos  estado  contra  su  voluntad.  Pero  hételo  aqui\ 
ctiando  no  me  cato,  que  remanece  un  día  la  melindrosa  Marcela 
hecha  pastora  ;  y  sin  ser  parte  su  tío  ni  todos  los  del  pueblo  que  se 
lo  desaconsejaban,  dio  en  irse  al  campo-  con  las  demás  zagalas 
del  lugar,  y  dio  en  guardar  su  mesmo  ganado.  Y  así  como  ella 
salió  en  público,  y  su  hermosura  se  vio  al  descubierto,  no  os  .sabré 
buenamentedecir  cuántos  ricos  mancebos,  hidalgos  y  labradores, 
han  tomado  el  traje  de  Grisóstomo,  y  la  andan  requebrando  por 
esos  campos.  Uno  de  lOs  cuales,  como  ya  está  dicho,  fué  nuéStrO 
difunto,  del  cual  decían  que  la  dejaba  de  querer,  y  la  adoraba.  Y 
no  se  piense  que  porque  Marcela  se  puso  en  aquella  libertad  y  vida 
tan  suelta  y  de  tan  poco  ó  ningún  recogimiento,  que  por  eso  ha 
dado  indicio  ni  por  semejas,  que  venga  en  menoscalDO  de  su  hones- 
tidad y  recato  ;  antes  es  talita  y  tal  la  vigilancia  con  que  mira  por 
Su  honra,  que  de  cuantos  la  sirven  y  solicitan  ninguno  se  ha  ala- 
bado, ni  con  verdad  se  podrá  alabar,  que  le  haya  dado  alguna 
pequeña  esperanza  de  alcanzar  su  deseo.  Que  puesto  que  no  huye 
ni  se  esquiva  de  la  compañía  y  conversación  de  los  pastores,  y  los 
trata  cortés  y  amigablemente,  en  llegando  á  descubrirle  su  intención 
cualquiera  dellos,  aunque  sea  tan  justa  y  santa  como  la  del  matri- 
monio, los  arroja  de  sí  como  con  un  trabuco^.  Y  con  esta  manera 
de  condición  hace  más  daño  en  esta  tierra  que  si  por  ella  entrara 
la  pestilencia,  porque  su  afabilidad  y  hermosura  atrae  los  corazones 
de  los  que  la  tratan  á  servirla  y  á  amarla  ;  pero  su  desdén  y  desen- 
gaño los  conduce  á  términos  de  desesperarse,  y  así-^no  saben  qué 
decirle,  sino  llamarla  á  voces  cruel  y  desagradecida,  con  otros 
títulos  á  éste  semejantes,  que  bien  la  calidad  de  su  condición  ma- 


rte s 
día. 


nifiestan;  y  si  aquí  estuviésedes,  señor,  algún  día,  veríades  resonar 


con  estas  excusas  que  daba,  al  parecer  siuo  una  máquina  militar  de  la  Edad 

justas ;  ú  con  estas  excusas,  al  parecer  Media,   con   que    se  lanzaban    piedras 

justas,  que  daba.  en  defensa  y  ofensa  de  las  fortalezas. 

1.  Sobra  evidentemente  el  lo,  que  Fernando  de  Pulgar,  refiriendo  en  la 
nada  significa,  y  se  introdujo  mala-  Crónica  de  los  Reyes  Católicos  el  cerco 
mente  en  el  texto.  de  Málaga,  donde  un  moro  quiso  matar 

2.  Cuando  se  dice  ser  parte,  es  me-  á  los  Reyes,  dice  que  fué  becho  pe- 
nester  expresar  para  qué.  Aquí  hubo  dazos  por  los  circunstantes  :  é  algunas 
de  decirse  :  y  sin  ser  parte  para  estor-  gentes  del  real  tomaron  los  pedazos  de 
bario  su  lio...  dio  en  irse  al  campo.  aquel  moro,  y  echáronlos  en  la  ciudad 

3.  Mejor    estaría    suprimiéndose    el  con  un  trabuco  (a). 
con.  Trabuco  no  significa  aquí  lo  que 

ahora  entendemos  por  esta  voz,  que  es 

una  escopeta  corta  de  mucho  calibre,         [a]  Parte  lir.  cap.  LXXXVii. 

12 


17S  DON    OU1.IOT1-:    l)K    I.A    MANCHA 

estas  siorras  y  cslos  valles  con  los  lamentos  de  los  dosengailados 
que  la  siguen  ^  No  está  muy  lejos  de  aíjuí  un  sitio  df)n(l(í  hay  casi 
dos  docenas  de  altas  hayas,  y  no  hay  ninguna  que  en  su  lisa  corteza 
no  tenga  grabado  y  escrito  el  nombre  de  Marcela,  y  encima  de  al- 
guna ^  una  corona  grabada  en  el  mesmo  árbol,  como  sí  más  clara- 
mente dijera  su  amante  que  Marcela  la  lleva  y  la  merece  de  toda 
la  hermosura  humana.  Aquí  suspira  un  pastor-*,  allí  se  queja  otro, 
acullá  se  oyen  amorosas  canciones,  at'á  desesperadas  endechas. 
Cuál  hay  que  pasa  todas  las  horas  de  la  noche  sentado  al  pie  de 
alguna  encina  ó  peñasco,  y  allí,  sin  plegar  los  llorosos  ojos,  embe- 
becido y  transportado  en  sus  pensamientos,  le  halló  el  sol  á  la 
mañana ;  y  cuál  hay  que  sin  dar  vado  ni  tregua  á  sus  suspiros,  en 
mitad  del  ardor  de  la  más  enfadosa  siesta  del  verano,  tendido 
sobre  la  ardiente  arena,  envía  sus  quejas  al  piadoso  cielo;  y  déste 
y  de  aquél  y  de  aquéllos  y  déstos,  libre  y  desenfadadamente  triunfa 
la  hermosa  Marcela.  Y  todos  los  que  la  conocemos  estamos  espe- 
rando en  qué  ha.  de  parar  su  altivez,  y  quién  ha  de  ser  el  dichoso 
que  lia  de  venir  á  domeñar  condición  tan  terrible,  y  gozar  de  her- 
mosura tan  extremada.  Por  ser  todo  lo  que  he  contado  tan  averi- 
guada verdad,  me  doy  á  entender  que  también  lo  es  lo  que  nuestro 
zagal  dijo  *  que  se  decía  de  la  causa  de  la  muerte  de  Grisóstomo. 
Y  asi  os  aconsejo,  señor,  que  no  dejéis  de  hallaros  mañana  á  su 
entierro,  que  será  muy  de  ver,  ponjue  Grisóstomo  tiene  muchu> 
amigos,  y  no  está  deste  lugar  á  aquel  donde  manda  enterrarse  media 
legua.  En  cuidado  me  lo  tengo,  dijo  D.  Quijote,  y  agradézcoos  el 


1.  Quizá  es  errata  por  desdeñados,  á  los  principios  del  presente  razonu- 
porque   mal    podían    llamarse    desen-  miento. 

(juñados  los  que  aun  tenían  esperanzas         4.  Este  zagal  es  el  que  trajo  de  la 

y    con   tanto    ahinco,  continuaban   en  aldea  el  bastimento  y  la  noticia  de  la 

su  amorosa  porfía.  Á   éstos  no   podía  muerte  de  Grisóstomo,  como  queda  con- 

llauííirseles  con  propiedad  desengaña-  lado    anteriormente.  —  En  la  edición 

dos.   Fué   fácil  poner  una  palabra  por  de  1608,  hecha    á   vista   de  Cervantes 

otra.  cuando  residía  ya  en  Madrid  lie  vuelta 

2.  Este  aliiiinano  se  sabe  con  quién  de  Valladolid,  donde  estaba  cuando  ^e 
concierta,  pues  si  es  con  corteza  ¡'i  hicieron  lusde  !60d,  se  lee  me  lo  doy 
haya,  como  al  pronto  parece,  no  hace  lí  entender.  \  pesar  de  que  esta  edición 
sentido.  Quedaría  menos  mal  si  dijese  fué  la  que  siguió  la  Academia  Española 
encima  de  alguno,  esto  es,  encima  en  la  suya  de  1819,  omitió  el  lo,  que 
de  algún  nombre  de  los  grabados  y  evidentemente  soIt.),  y  se  conforun» 
escritos  en  las  cortezas  de  las  hayas;  con  las  de  l(i05,  que  lo  omiten.  C'-r- 
y  aun  mejor  encima  alguna  vez.  Esto  vantes,  .lunque  vio  hacer  la  edición, 
último  diría  el  manuscrito  de  Cer-  no  cuidó  ó  cuidn  mal  de  ella  en  el  pre- 
vantes.  senté    pasaje,    dunde    se    añadió    este 

3.  El  discurso  se  ha  ido  haciendo  nuevo  defecto,  y  además  se  conserva- 
sobradamente  culto  y  aun  poético,  no  ron  las  palabras  la  que  nuestro  zagal 
pareciendo  posible  que  hable  asi  el  dijo,(\\ie  i\ehcn  str  lo  que  nuestro  zagal 
cabrero  del  cris  y  del  eatil,  como  decí.i  dijo. 


PRiMi;n.\  i>.\nTi:.  —  capíti'i.o  xii 


179 


^iisto  {]uv  MIC  habéis  (Indo  con  la  Tiarración  '  i\c  tan  sabroso  cuento. 
¡  Oh  !  rcphcí)  el  cablero,  aun  no  se  yo  hi  niilad  de  los  casos  suce- 
didos ú  los  amantes  de  Marcela  ;  mas  podría  ser  que  mañana  topá- 
semos en  el  camino  algún  pastor  que  nos  los  dijese  :  Y  por  ahora 
bien  será  que  os  vais  á  dormir  debajo  de  techado,  porque  el  sereno 
os  podría  dañar  la  herida,  puesto  (jue  es  tal  la  ruedicina  que  se  os 
ha  puesto,  (jue  no  hay  que  temer  de  contrario  accidente.  Sancho 
Pan/.a,  <pu'  ya  daba  al  diablo  el  tanto  hablar  del  cabrero,  solicitó 
j)or  su  parte  que  su  amo  se  entrase  á  dormir  en  la  choza  de  Pedro, 
llízolo  así,  y  todo  lo  más  de  la  noche  se  le  pasó  en  memorias  de  su 
señora  Dulcinea,  á  imitación  de  los  amantes  de  Marcela.  Sancho 
Panza  se  acomodó  entre  Rocinante  y  su  jumento,  y  durmió,  no 
como  enamorado  desfavorecido,  sino  como  hombre  molido  á 
coces  2. 


1.  En  cuidado  me  lo  tengo,  expre- 
sión rancia  y  castiza,  como  si  dijera  : 
ya  estol/  en  ello,  asi  lo  tengo  pensado  y 
resuelto.  —  El  agradecimiento  de  D.  Qui- 
jote recuerda  eí  del  Principe  Rosicler, 
que.  habiéndose  extraviado,  fué  á  parar 
á  una  majada  de  pastores,  los  cuales 
remediaron  su  hambre,  cenando  todos 
juntos,  y  le  explicaron  la  extraña  aven- 
tura del  sabio  Artidón,  muerto  de 
amores   de  Artidea  (como  Grisóstomo 


de  los  de  Marcela),  por  cuya  narración 
les  dio  Rosicler  muchas  gracias  (a). 

2.  Por  los  mozos  de  los  frailes,  que 
sin  dejarle  pelasen  las  barbas. le  molie- 
ron á  coces  y  le  dejaron  tendido  en  el 
suelo,  sin  aliento  ni  sentido,  como  se 
dijo  en  la  relación  de  aquella  aventura. 


(a)  Espejo  de  Principes  y  Caballeros,  part.  I, 
lib.  II,  caj).  IV. 


CAPITULO  XIII 

DONDE    SE    DA    FIN    AL    CUENTO    DE   LA    PASTORA    MAUCELA, 
CON    OTROS   SUCESOS 


Mas  apenas  comenzó  á  descubrirse  el  día  por  los  balcones  del 
oriente,  cuando  los  cinco  de  los  seis  cabreros  ^  se  levantaron  y 
fueron  á  despertar  á  D.  Quijote,  y  á  decille  si  estaba  todavía  con 
propósito  de  ir  á  ver  el  famoso  entierro  de  Grisóstomo,  y  que  ellos 
le  harían  compañía.  D.  Quijote,  que  otra  cosa  no  deseaba,  se  le- 
vantó y  mandó  á  Sancho  que  ensillase  y  enalbardase  al  inomento. 
lo  cual  él  hizo  con  mucha  diligencia,  y  con  la  misma  se  pusieron 
luego  todos  en  camino.  Y  no  hubieron  andado  un  cuarto  de  legua, 
cuando  al  cruzar  de  una  senda  vieron  venir  hacia  ellos  hasta  seis 
pastores  vestidos  con  pellicos  negros,  y  coronadas  las  cabezas  con 
guirnaldas  de  ciprés  y  de  amarga  adelfa.  Traía  cada  uno  un  grueso 
bastón  de  acebo  -  en  la  mano  ;  venían  con  ellos  asimismo  dos  gen- 


1.  Al  principio  del  capitulo  XI  se 
expresó  que  erau  seis  los  pastores  de 
la  majada.  Después  vino  otro  con  el 
bastiiiiento,  se;;ún  se  refirió  en  el  capí- 
tulo XII :  por  consiguiente,  no  eran  seis 
sino  siete. 

2.  Ciprés,  árbol  funesto  que  los  anti- 
guos consagraron  á  Pluti'in  y  calificaron 
de  funeral,  ó  porque  cortado  no  re- 
nace asi  como  los  muertos  no  resucitan, 
ó  porque  la  incorrupiibiiidad  de  su 
madei'a  denota  la  inmortalidad  de  las 
almas.  Dura  actualmente  la  misma  idea 
y  suelen  plantarse  jimto  á  los  sepulcros 
cipreses,  cuya  copa  piramidal,  diri- 
giéndose al  cielo,  indica  el  término  á 
que  deben  encaminarse  nuestros  de- 
seos y  esperanzas  para  después  de  la 
muerte. 

Adelfa,  arbusto  con  hojas  como  de 
laurel  y  flores  parecidas  á  rosas,  de 
donde  le  vino  el  nombre  que  tuvo  en 
griego  de  r/ioi/odendron.  Se  tiene  por 
planta  venenosa  para  algunas  especies 


de  animales.  Dificulto  que  el  país  de  Kx 
presente  aventura  lleve  ad«-llas,  las 
cuales  aman  a  lospaises  cálidos,  y  ere 
ciendo  espontáneamente  en  nuestras 
provinci  s  meridionales,  desaparecen 
en  las  interiores  de  la  península. 

Acebo,  árbol  de  maiUra  tan  pesada, 
que  se  hunde  en  el  agua,  los  bu.stoni  ^ 
de  acebo,  según  cu»^nta  Plinio.  atribuía 
cierto  autor  antiguo  una  virtud  mun  fjut 
liculur,  á  saber:  liarulutrt  exea  (arbor  • 
faclurn,  iii  <^uodris  animal  emissuni. 
eliain  si  citra  ceciileril  def'eclu  mitlen- 
lis,  ipsum  per  sese  recuhilu  proprius 
adlabi  (a).  Los  pastores  de  la  comitiva 
de  .\mbrosio,  que  no  habrían  leído  á 
Plinio,  tendrían,  sin  duda,  sus  razones 
para  preferir  los  garrotes  de  acebo  á 
otros  menos  pesados  é  incómodos. 

(a)  Nat.  hisl.,  lib.  XXIV,  cap.  XIII. 

í'/)   .Amnn,  —  El  galicismo  corre  ii.arejas 
con  el  apercihirsi'  de  marras,        (M.  de  T.j 


I 


PRIMERA    partí:.    —    CAlM'rUf.O    Xtlí  181 

t.ili'shoinbrcs  <Je  Ji  raballo,  muy  bien  adci-czados  úo  riimiiio,  con 
otros  Ices  mozos  de  á  pie  (|U('  los  acoinpíiñabaii.  I'^n  lK*!L;áiidos(*  á 
jimlar  se  saludaron  corLósmente,y  pregamlándose  los  unos  á  los 
otros  dónde  iban,  supieron  que  todos  se  encaminaban  al  lugar  del 
entierro,  y  así  comenzaron  á  caminar  todos  juntos.  Uno  de  los  de  á 
caballo,  hablando  cojí  su  compañero,  le  dijo  :  Paréceme,  señor  Vi- 
valdo,  (\\ic  habemos  de  dar  por  bien  empleada  la  tardanza  que  hi- 
ciéremos en  ver  este  famoso  entierro,  que  no  podrá  dejar  de  ser 
famoso  según  estos  pastores  nos  han  contado  extrañezas,  así  del 
muerto  pastor  como  de  la  pastora  homicida.  Así  me  lo  parece  á  mí, 
respondió  Vivaldo  ;  y  no  digo  yo  hacer  tardanza  de  un  día,  pero 
de  cuatro  la  hiciera  á  trueco  de  verle.  Preguntóles  D.  Ouijote  qué 
era  lo  que  habían  oído  de  Marcela  y  de  Grisóstomo.  El  caminante 
dijo  que  aquella  madrugada  habían  encontrtdo  con  aquellos  pas- 
tores '.  y  que  por  haberles  visto  en  aquel  tan  triste  traje,  les  habían 
preguntado  la  ocasión  por  qué  iban  de  aquella  manera  ;  que 
uno  de  ellos  se  la  contó,  contando  la  extrañeza  -  y  hermosura 
de  una  pastora  llamada  Marcela,  y  los  amores  de  muchos  que  la 
recuestaban,  con  la  muerte  de  aquel  Grisóstomo  á  cuyo  entierro 
iban.  Finalmente,  él  contó  todo  lo  que  Pedro  á  D.  Quijote  había 
contado.  Cesó  esta  plática,  y  comenzóse  otra,  preguntando  el 
que  se  llamaba  Vivaldo  á  D.  Quijote,  qué  era  la  ocasión  que  le 
movía  á  andar  armado  de  aquella  manera  por  tierra  tanpacídca.Á 
lo  cual  respondió  D.  Quijote:  La  profesión  de  mi  ejercicio^  no  con- 
siente ni  permite  que  yo  ande  de-^otra  manera  ;  el  buen  paso  '',  el 
regalo  y  el  reposo  allá  se  inventó  para  los  blandos  cortesanos  ;  mas 
el  trabajo,  la  inquietud  y  las  armas  sólo  se  inventaron  é  hicieron 
para  aquellos  que  el  mundo  llama  caballeros  andantes,  de  los 
cuales  yo,    aunque  indigno,   soy   el   menor  de  todos  '•.  Apenas  le 

1.  Sonaría  mejor  (a);  aquella  madru-  fesión  de  mi  profesión,  ó  el  ejercicio  de 
gada  se  habían  encontrado  con  aquellos  mi  ejercicio.  Mejor  dicho  estaría  la  pi'O- 
pastores,  ó  aquella  míidrugada  habían  fesión  de  mi  oficio,  ó  la  calidad  de  mi 
encontrado  aquellos  pastores.  Hubiera  /M'o/esío'/i,  (3  simplemente  mi  profesión. 
también  convenido  para  la  corrección  4.  Paso  no  es  aquí  lo  que  significa 
del  lenguaje  evitar  la  repetición  de  ordinariamente  :  el  buen  paso  es  la 
aquella  y  aquellos.  buena  vida,  la  vida  muelle  y  regalada, 

2.  Otra  repetición  todavía   más  d^s-  el  pasarlo  bien. 

aliñada  que  la  precedente.  Hasta  ahora  5.  Sobran  las  palabras  de  todos  :  ni 

se  leía  en  todas  las  ediciones  se  lo  hay  en  las  ideas  la  oposición  que  aquí 
contó  :  en  ésta  se    ha   corregido    por 

errata   clara,    poniendo    se    la    contó,  ,        .            „,           , 

porque  se  hablalia  de  la  ocasión,  con  (<')  'Y'^T-.r  ^'  '"«'J)'''^"^  <'^  I'"^'"  T^  I"" 

^  ,;„„    I    I  •  -                                «.                   í  supuesta    fa.ta.    Af/usl/os     pastores     exigen 

quien  debio    necesariamente  concertar  la 'preposición  á,  por  ser  complemento   de 

el  pronombre.  peisonu. 

3.  Viene  á  ser  lo  mismo  que  la  pro-  (M.  de  T.) 


182 


DON    QUIJOTE    DE   LA   MANCHA 


oyeron  esLo,  (-uando  lodos  le  tuvieron  por  loco  ;  y  por  averiguarlo 
más,  y  ver  qué  género  de  locura  era  el  suyo,  le  tornó  á  pregunlai* 
Vivaldo  (|ue  qué  quería  decir  caballeros  andantes  '.  ¿  No  han  vues- 
tras mercedes  leído,  respondió  D.  Quijote,  los  anales  é  histoiias 
de  Inglaterra,  donde  se  tratan  las  lamosas  la/.añas  del  Hey  Arturo, 
que  comúnmente  -  en  nuestro  romance  castellano  llamamos  el  Rey 
Artús  ^,  de  quien  es  tradición  antigua  y  común  en  todo  aquel 
reino  de  la  Gran  Bretaña  que  este  Rey  no  murió,  sino  que  por  ai'le 
de  encaníamento  se  convirtió  en  cuervo,  y  que  andando  los  tiem- 
pos ha  de  volver  á  reinar  y  á  cobrar  su  reino  '  y  cetro;  á  cuya 
causa  no  se  probará  que  desde  aquel  tiempo  á  éste  haya  ningún 
inglés  muerto  cuervo  alguno''?  Pues  en  tiempo  de  este  buen  Rey 


convenía.  Estuviern.  mejor  :  de  cuyo 
número  soi/,  aunque  indigno.  Indigno  y 
menor  se  aproximan  en  vez  fie  contra- 
decirse, como  debieran,  y  como  indica 
la  parí  ¡cilla  adversiiliva  aunque. 

1.  YA  que  triplicado  sin  interrupción 
ni  intermedio  produce  un  mal  sonido 
fpie  evitan  los  que  hablan  y  escriben 
con  corrcccii'in.  El  primer  que  no  hace 
falta  para  el  sentido,  y  el  tercero  pu- 
diera evitarse  muy  Diciimente  :  le  lomó 
i¡  pregunltir  qué  .'iiguificaba,  etc.  La 
facilidad  de  la  enmienda  indica  la 
negrligencia  del  escritor. 

2.  Las  ediciones  anteriores  decían 
conlinunmente:  pero  era  co¡>iuiimente, 
y  así  debió  correírirse.  El  primero  que 
lo  echii  de  ver  fue  D.  Juan  .\ntonio 
Peilicer,  y,  sin  embargo  de  t\ue  lo 
advirtii'i  en  una  nota,  no  se  atrevió  A 
correy;ir  el  texto.  Este  respeto  excesivo 
y  supersticioso  á  las  ediciones  primi- 
tivas, que  están  muy  lejos  de  merecerlo, 
ha  perjudicado  nríucho  á  las  poste- 
riores. 

3.  Aflús  fué  Príncipe  de  los  Siliires, 
nación  que  habitaba  la  parte  meri- 
dional del  país  de  Gales,  y  que  T.icito 
se  persuadit'i  habían  p.asado  de  España 
á  poblar  en  Inglaterra.  Su  abuelo  Vor- 
tigernes,  que  reinaba  en  la  tiran  Bre- 
taña á  mediados  del  siglo  v,  hostigado 
por  los  Escoceses,  llamó  en  su  soiorro 
;í  los  Sajones,  pueblo  del  Norte  de 
Alemania,  los  cuales,  después  de  varios 
sucesos,  volvieron  las  armas  contra  los 
Bretones  y  se  apoderaron  de  casi  toda 
la  Isla.  La  poca  harmonía  entre  los 
vencedores  produjo  su  divisi(')n  en 
siete  estados  ó  reino*.  Los  Bretones  se 
retiraron    á   los  montes  de    Gales,   y 


guiados  por  Artús.  á  quien  proclama- 
ron por  Rey,  obtuvieron  varias  venta- 
jas, y  mantuvieron  su  independencia. 
Allí  reinaron  los  descendientes  de 
Artús,  y  de  ellos  procedió,  según  dicen, 
la  familia  de  los  Estuardos,  que  an- 
dando el  tiempo  llegó  á  sentarse  en 
el  trono. 

Artús  fué  el  Relavo  de  los  Bretones, 
y  desde  sus  montañas  mantuvo,  como 
el  otro  desde  Covadonga,  la  indepen- 
dencia de  su  nación  contra  los  inva- 
sores. Los  libros  caballerescos  dicen 
que  Artús  extendió  su  dominación  á  la 
grande  y  á  la  pequeña  Bretaña.  Fué 
valentísimo  de  su  persona,  y  se  asegura 
que  en  diferentes  batallas  mató  por 
su  mano  cuatrocientos  sesenta  ene- 
migos. No  ha  faltado  quien  sueñe  (jue 
el  Rey  Artús  fué  suegro  de  nuestro  Rey 
visigodo  Recaredo  !a).  En  la  (Mida  de 
Principes  {b).  escrita  por  Boccaccio,  y 
traducida  por  el  Canciller  de  Castilla 
D.  Pedro  López  de  Ayala  y  D.  Alonso 
de  Cartagena,  se  había  deí  Rey  Artús 
y  de  su  hijo  Morderete.  Fernán  Pérez 
de  (íu/.mán,  señor  de  Batres.  en  su  Mar . 
de  historias,  trata  también  de  este  fun- 
dador de  orden  caballeresca. 

4.  Las  palabras  este  Re;/  descompo- 
nen la  oración,  y  debieran  haberse 
suprimido.  Ha  de  volver  á  reinar  y 
á  cobrar  su  reino  :  se  dice  una  misma 
cosa  dos  veces. 

ó.  De  la  creencia  común  del  vulgo 
inglés  acerca  de  haber  sido  convertido 
en  cuervo  el  Rey  Artús.  y  que  por 
esto  se  abstenían  de  matar  cuervos  los 


(n)  Rodrigo   Méndez    de   Silva,    Catálogo 
real,  fol.  20.  —  (6)  Lib.  VIII. 


i'i(iMi;n\   i'AHii;. 


cAi-nt  i.o  XIII 


183 


Cin'  iiisliliiída  aíjiK'lla  famosa  orden  de  caballei-ía  de;  los  caballeros 
de  la  Tabla  Redonda  ',  ,v  pasaron  sin  fallar  un  punió  los  amores 


Ingleses,  liiihl.i  Corv.itites  on  Ins  Traba- 
jos de  Prr.siles  //  Siiiistminda  (o),  diíüon- 
<lo  que  no  se  s;il)e  de  dónde  loma  prin- 
cipio esa  ftíhula  tan  creída  como  mal 
imaginada  Quien  encíintii  .i  Artiis  fué 
su  hcruiana  la  Fada  Morüaina,  la  eual 
conlalia  ;i  Floranibcl    de    l.ucea   en    el 

Salario  adonde  se  entraha  por  el  hueco 
el  Arhol  saludable,  que  lialiiendo  sido 
su  lieriiiano  Artiis  niurtalmente  herido 
en  la  cruda  batulla  en  /«v  campos  ile 
Salubre  con  los  fijos  del  traidor  de  Mor- 
derelesu  fijo,  ella  lo  salvó  en  un  batel, 
lo  encantó,  y  se  iba  con  él  de  unas 
partes  ;i  otras,  hasta  que  Dios  permita 
que  salga  otra  vez  día  luz  del  vn/ndo  (6). 
Consiguiente  á  esto,  Urganda  la  Desco- 
nocida  decía  al  autor  de  las  Sergas  de 
Esplandidn,  en  un  sueño  que  se  refiere 
en  el  capitulo  XCIX,  que  la  Fada  Mor- 
gaina  tiene  encantado  al  Rey  Artús,  su 
hermano,  y  de  fuerza  conviene  que  ha 
de  salir  á  reinar  otra  vez  en  la  Gran 
Bretaña.  De  aquí  hubo  de  nacer  la 
expresirm  de  esperanza  tirctona.  «¡ue 
según  refiere  Millot  (c),  era  común  eu 
tiempo  de  los  trovadores  para  burlarse 
de  los  Ingleses,  por  alusií'm  á  la  vana 
esperanza  de  volver  á  ver  al  Rey  Artús. 
Pellicer  copií'i  de  un  manuscrito  de 
la  Biblioteca  Real  este  epitafio,  que  se 
supone  haberse  grabado  en  el  sepulcro 
de  Artús  : 

Hic  iacel  Arhirus.  Bex  quondam,  Tlexquc  fn- 

[turiis. 

El  Doctor  Bowle  cita  un  pasaje  de  las 
antiguas  leyes  de  Gales,  código  formado 
por  un  Principe  de  aquel  país  en  el 
siglo  X.  que  indica  cuál  pudo  ser  el 
origen  de  esta  hablilla  y  preocupación 
del  vulgo  inglés.  Dichas  leyes  prohibían 
matar  tres  clases  de  aves  :  águilas, 
grullas  y  cuervos,  é  imponían  al  mata- 
dor una  multa  á  favor  del  dueño  de  la 
tierra  donde  se  cometiese  el  avicidio. 
Esta  ley  se  fundaría  en  que  son  ani- 
males inútiles  para  el  sustento  del 
hombre,  y  que  limpian  los  campos  de 
reptiles  y  carnes  infectas,  ó  en  otras 
razones  que  el  legislador  no  ha  tenido 


(a)  Lib.  I,  cap.  XVIII. 
Lucna.  lib.  III,  cap.   X.  - 
núm.  2. 


(¿)  Florambel  de 
(c)   Hist.  tomo  I, 


á    bien   comunicar   al   autor    de   estas 
notas. 

1.  «Según  escribe  Sigisberlo  Gálico 
y  Guillelmo  de  Nangis,  como  el  Rey 
Artús  era  valentísimo,  así  deseaba 
(jiie  los  suyos  lo  fuesen;  y  cuando 
|)odia  haber  alguno  que  fuese  tal. 
leiiíale  consigo  en  la  corte,  y  á  él  y  á 
los  otros  de  su  manera  asentábalos  á 
conun'  en  su  tabla  y  mesa  redonda, 
porque  cada  uno  fuese  primero  y  pos- 
trero, no  habiendo  en  la  mesa  principio 
ni  fin.  Cuando  el  líey  andaba  en  las 
guerras,  con  él  se  ejercitaban  sus  caba- 
lleros; y  cuando  guei-ras  no  había  por 
hacelles  excusar  toda  ociosidad)  ha- 
cíales experimentar  en  diversos  ejer- 
cii'ios,  por  donde  les  dieron  el  nombre 
de  caballeros  errantes.  Fueron  princi- 
pales entre  éstos  Tristán  de  Leonis, 
Lanzarole,  Galbán.  Troyano  y  Galerzo  : 
los  cuales,  como  fueron  excelentes  en 
las  armas,  así  fueron  amados  de  diver- 
sas señoras.  Lanzarote  ami'>  á  la  Reina 
Ginebra,  mujer  de  Artús,  Rey  de  Ingla- 
terra, y  Tristán  fué  amado  de  Iseo, 
mujer  del  Rey  Mares  de  Cornualla, 
siquier  Cornovia:  por  las  cuales,  el 
uno  y  el  otro  hicieron  maravillosas 
pruebas  y  hechos  de  armas.»  Esto  dice 
Antonio  de  Obregón  en  su  comentario 
al  capítulo  III  del  Triunfo  de  Amor  áe\ 
Petrarca,  donde  el  poeta  dice  : 

Ecco  qvei  rlii;  le  cnrte  empion  di  soifni 
Lancilotto,  Trisíano  é  yli  altri  erraníi. 
Onde  convien  clie'l  rolqo  errare  a(/0(/ni. 
Vedi  Gineura,  Isolla  e  V  altre  amanti... 

El  constructor  de  la  tabla  ú  mesa 
redonda,  según  se  cuenta  en  la  ííisforia 
de  Tristón,  fué  el  sabio  Meriín.  En  cada 
asiento  aparecía  escrito  el  nombre  del 
caballero  para  quien  era,  sin  cuya  cir- 
cunstancia nadie  podía  sentarse  ;  el 
sucesor  debía  aventajarse  en  valentía 
al  que  le  había  precedido.  Entre  los 
asientos  señaló  Meriín  uno  en  signifi- 
cación del  que  ocupó  Judas  entre  los 
Apóstoles,y  dejó  dispuesto  que  nadie  lo 
ocupase.  Ün  caballero  quiso  hacerlo, 
y  se  abrió  y  lo  tragó  la  tierra  :  dábanle 
el  nombre  de  Asiento  peligroso.  Per- 
ceval,  otro  caballero  que  posterior- 
mente quiso  repetir  la  experiencia,  á 
pesar  de  los  consejos  del  Rey  Artús, 


184 


DON    QUIJOTE    DK    LA    MANCHA 


que  allí  se  cuenlande  D.  Lanzarole  del  Lago  *  con  la  Reina  Ginebra, 
siendo  medianera  dcllos  y  sabidora  ^  aquella  tan  honrada  dueña 
Quintañona,  de  donde  nació  aquel  tan  sabido  romance,  y  tan  de- 
cantado ei^  nuestra  España  de 

Nunca  fuera  caballero  ^ 
de  damas  tan  bien  servido, 
como  fuera  Lanzarote 
cuando  de  Bretaña  vino, 

con  aquel  progreso  tan  dulce  y  tan  suave  de  sus  amorosos  y  fuertes 
fechos.  Pues  desde  entonces'  de  mano  en  mano  fué  aquella  orden 


llegó  á  sentarse,  et  tanlost  la  pierre 
fendit,  el  la  Ierre  bruyt  si  quil  sembla 
a  tous  quils  fondissent  en  abisme,  el  eul 
si  grand  fuinée,  quils  ne  senlrevirent 
de  graiit  piece  \a¡.  Ya  vimos  en  otra 
nota  que  los  romances  antiguos  cas- 
tellanos hicieron  mención  de  la  Tabla 
redonda,  aplicándola  á  los  doces  Pares 
de  Francia.  La  historia  de  la  Caballería 
inglesa  de  la  Tabla  redonda  era  también 
conocida  en  Castilla  á  mediados  del 
siglo  xm;  pues  en  la  Gran  Conquista 
de  Ultramar  {b),  se  describe  icn  juego 
que  usai'on  los  Franceses  antiguamente, 
que  llamaban  Tabla  redonda...  E porque 
aquellas  7nesas  son  así  puestas  en  derre- 
dor. Human  le  el  juego  de  la  Tabla  re- 
donda, qite  no  por  la  otra  que  fué  en 
tiempo  aelRey  Artüs.  Esto  debió  sugerir 
al  cronista  de  ü.  Belianis  de  Grecia 
la  idea  de  otra  Tabla  redonda  de  mayor 
tamaño  y  riqueza  que  refiere  se  vio  en 
los  torneos  de  Londres  que  celebró  el 
Rey  de  Inglaterra  Sabiano,  y  á  que 
asistió  D.  Belianis.  Estaba  destinada 
para  los  caballeros  de  mayor  nom- 
bradla que  concurriesen  á  las  fiestas,  y 
era  en  torno  de  quinientos  pies,  toda 
de  muy  finísima  plata.  Tenia  asimismo 
ciento  cincuenta  fuentes  de  la  tnisma 
plata,  todas  con  muy  riquísimos  caños 
de  oro...  sirviendo  cada  una  para  la 
silla  de  un  caballero.  El  agua  salla  por 
bocas  de  pequeños  leones  ú  otros  ani- 
males, ó  picos  de  aves  ;  salía  la  que  se 
quería  por  medio  de  ciertas  clavijas, 
y  al  salir  hacia  un  sonido  suavísimo. 
El  agua  venía  por  debajo  de  la  mesa  y  se 


repartía  convenientemente.  Las  ciento 
y  cincuenta  sillas  eran  de  marfil  con 
perlas  y  follajes  de  oro;  y  en  el  res- 
paldo, que  era  de  oro  de  martillo  con 
perlas  pendientes  de  valor  inestimable, 
tenia  cada  una  el  nombre  del  caballero 
para  quien  estaba  destinada  {a). 

1.  Arnaldo  Daniel,  poeta  provenzal, 
fué  el  autor  del  libro  de  Lanzarole, 
libro  de  que  j'a  había  noticia  en  Casti- 
lla en  el  siglo  xv, puesto  que  lo  nomljra 
en  su  Corbacho  el  Bachiller  Alfonso 
Martínez  de  Toledo,  Arcipreste  de  Tala- 
vera,  escritor  de  aquel  tiempo  ib). 

2.  Comúnmente  decimos  sabedora. 
En  sabidora  se  conservó  mayor  seme- 
janza con  sapiena,  raíz  latina  de  esta 
palabra,  y  así  la  usó  Cervantes  fre- 
cuentemente en  el  (jcijote. 

La  lengua  castellana,  como  otras, 
tiene  en  este  punto  raros  caprichos, 
sujetándose  unas  veces  á  la  etimología, 
y  abandonándola  otras  sin  razón 
aparente  ;  punto  de  que  habló  con  eru- 
diciíjn  y  acierto  el  Canónico  Bernardo 
Alderete  en  su  libro  del  Origen  de  la 
lengua  castellana,  donde  puede  verse 
con  más  extensión. 

3.  Nuestro  hidalgo  había  alegado  ya, 
y  aplicado  ;i  sí  el  mismo  romance,  en 
el  capítulo  11  de  esta  primera  parle. 

4.  D.  Quijote  procedió  con  equivo- 
cación en  suponer  á  Amadís  de  Caula 

Sostcrior  á  Artús.  Lo  contrario  dice  la 
istoria  del  primero,  expresando  en  su 
mismo  principio  que  los  sucesos  que 
refiere  pasaron  no  muchos  años  después 
de  la  pasión    de   nuestro  Redentor  y 


(o)  Tristdn.  lib.  II,  cap.  XLV. 
cap.  XLllI. 


(6)  Lib.  II, 


{a)  Belianis,  lib.  III,  cap.  IV.  —  (6)  V,  IV, 
cap.  VI. 


IMUMEHA    PAUTK.    —    CAVÍTV\.0    Xlll  18í) 

de  caballería  extiMidióndosi!  y  dilaLáiidoso  poi-  muchas  y  diversas 
parles  (I  el  inundo  ¡yeuellaíucrourauíüsosy  (conocidos  |)(>r  sus  Icr  líos 
el  valiente  Aniadís  Ao  Gaula  con   lodos  sus  jiijos  y  nietos'  hasta 


Salvador  Jesucriifo  ;y  Iucyo,enel  capi- 
tulo IV, hahhmdo  del  íley  Lisuarle, padre 
de  la  sin  par  Uriana,  y  do  los  apuros 
con  que  reinó  en  la.  Gran  Rrelaña,  dice 
asi  :  Fué  el  mejor  liey  que  ende  ovo  ni 
que  mejor  mantuoiese  lo  caballería  eii 
au  derecho  hasta  que  el  tiei/  Arlús 
reinó,  que  pasó  á  todos  ¿os  Heijes  en 
bondad  que  anle  del  fueron,  aunque 
muchos  reinaron  entre  el  uno  ¡j  el  otro. 
Lo  propio  se  deduce  también  de  la 
crónica  de  Lisuarte  de  Grecia,  nieto  de 
Amadís,  la  cual,  después  de  escrita, 
hubo  de  estar  oculta,  según  en  ella  se 
asejínra  (a),  por  más  de  uiü  trescien- 
tos años;  y  Artús  vivió  en  el  sjcrlo  vi  de 
la  era  cristiana. 

1.  Amadís  de  Gaula  fué  el  patriarca 
de  una  dilatada  i'amilia  de  caballeros 
andantes,  cuyas  historias  l'onuan  la 
continuación  de  la  suya  basta  comple- 
tar el  número  de  veinticuatro  partes  ó 
libros.  Amadís  vivió,  según  dichas 
historias,  más  de  doscientos  años  (6),  y 
representaba  mucha  menos  edad  ep 
virtud  de  una  confección  que  le  dio  la 
sabia  Urganda,  protei-tora  suya  y  de 
su  familia;  á  la  rnanera  que  en  otro 
tiempo,  según  la  fábula,  Medea  había 
rejuvenecido  con  hierbas  al  padre  de 
Jasón.  Ya  tenía  Amadís  más  de 
ochenta  años  cuando  venció  al  traidor 
Mauden,  y  sólo  mostraba  tener  cua- 
renta (c).  Así  que  el  Rey  Amadís  con- 
tinúa haciendo  figura  por  largos 
tiempos  entre  los  sucesos  de  sus  des- 
cendientes. Refiere  D.  Nicolás  Antonio 
que,  al  fin  de  un  libro  caballeresco  por- 
tugués, intitulado  Peualva,  se  contaba 
la  muerte  de  Amadís,  y  que  con  este 
motivo  decían  burlando  los  castellanos, 
que  sólo  á  manos  portuguesas  pudiera 
morir  un  héroe  como  Amadís.  Pero  lo 
que  se  refiere  en  la  historia  de  Esf'era- 
mundi  de  Grecia  (d)  es  que  Amadís, 
siendo  ya  viejo  decrépito,  murió  a 
manos  de  dos  gigantes  en  una  cruda  y 
sangrienta  batalla,  en  que  murieron 
tres  Emperadores,  varios   Reyes,  Prín- 


(«)  Cap.  LXXXVI.  —(Ij)  Amndis  de  Grecia, 
parte  II,  cap.  CXXIX. —  (c)  Ib.,  p.arte  I,  cap, 
Li:  —  (rf)  Parte  VI,  capítulo  CXXVI. 


cipes  y  gigantes,  y  cincuenta  y  cinco 
mil  caballeros  cristianos. 

Después  de  largos  y  penosos  amores, 
Amadis  casii  con  la  sin  par  Oriana, 
Princesa  de  Inglaterra,  (le  quien  le 
nacieron  Esplandián  y  Perión.  Esplan- 
diíiiituvo  por  señora  ;i  Leonorina,  hija 
del  Emperador  de  Grecia,  el  cual,  re- 
tirándose con  la  Emperatriz  su  mujer 
á  un  monasterio  que  habían  fundado, 
dejó  á  Esplandián  el  imperio  («). 

D.  G.ilaor,  hermano  de  -Vmadis  de 
Gaula,  fué  marido  de  la,  luida  Brio- 
lanja.  De  ella  tuvo  dos  hijos,  Perión  y 
Garinter,  que  fueron  armados  catjalle- 
ros  por  el  Emperador  Esplandián  (A). 
D.  Florestíín,  tercer  hermano  de 
Amadis,  y  D.  Galaor,  tuvo  también 
hijos,  de  cuyos  hechos  y  aventuras  se 
hace  riiención  en  los  libros  caballe- 
rescos; de  uno  de  ellos,  llamado  Flo- 
risando,  se  hizo  libro  aparte. 

Sucedió  á  Esplandián  su  hijo  Li- 
suarte; hijo  de  éste  fué  D.  Flores  de 
Grecia,  de  quien  se  escribió  en  francés 
una  historia  que  su  autor,  Nicolás  de 
Herberai,  dedicó  á  Enrique  II,  Rey  de 
Francia.  Lisuarte  fué  también  padre  de 
Amadís  de  Grecia,  el  Caballero  de  la 
Ardiente  Espada,  y  éste  de  D.  Florisel 
de  Niquea  y  de  U.  Silvis  de  la  Selva. 
Nieto  de  Amadís  fué  el  Príncipe  Esfe- 
ramundi  de  Grecia  (c),  y  de  la  misma 
casa  y  familia  imperial  fueron  D.  Rogel 
y  D.  Belianís  de  Grecia,  con  otros  ca- 
balleros que  dieron  largo  y  copioso 
asunto  á  los  escritores  caballerescos. 
Véase  aquí  la  razón  de  decir  D.  Qui- 
jote que  fueron  famosos  y  conocidos 
por  sus  fechos  el  valiente  Amadis  de 
Gaula  con  todos  sus  hijos  y  nietos, 
hasta  la.  quinta  generación. 

Otra  familia  de  caballeros  andantes 
principió  en  Palmerin  de  Oliva,  Empe- 
rador de  Constantinopla.  Polendos, 
Primaleón  y  la  Infanta  Flérida  fueron 
hijos  suyos  (rf) :  Primaleón  engendró  á 
Platir,  y  éste  á  Flotir.  Flérida  casó  con 


(a)  Esplandián,  capítulo  GLXXVII.  —  (A) 
Ib.,  capítulo  CLXXXII.  —  (c)  ¿"s/'emm.,  parte 
YJ,  cap.  últiiuo.  —  {d)  Primaleón,  üb.  1,  cap. 
CXCIV  V  CCIV. 


\Hi) 


DON    QLíJtíTK    DK    LA    MANCHA 


l¡i  quinta  g^eiicraciíjn,  y  el  valeroso  Fclixmarlf;  «le  Hircania,  y  el 
nunca  como  se  dehe  alabado  Tii-ante  el  Blanco,  y  casi  que  en  nues- 
tros (lías  vimos  ^  v  comunicamos  v  oímos  al  invencible  v  valeroso 


D.  Duardos,  hijo  mayor  de  Fadrique, 
Rey  de  Inglaterra  í/?);  y  por  este  enlace 
la  casa  injperial  de  Grecia,  que  se 
había  uniíjo  con  la  Ileal  de  Inglaterra 
en  Esplandián  y  Leonorina,  volvió  á 
enlazarse  con  la  misma  en  I).  Duardos 
y  Flérida.  Inglaterra  y  Grecia  sun  los 
estados  que  más  papel  hacen  en  las 
liistorias  de  que  tratamos,  y  como  los 
dos  polos  del  mundo  caballeresco  :  Ale- 
mania, Francia,  Italia  y  España  sue- 
nan menos.  Pero  basta  de  genealogías 
andan  tescas. 

1.  Dos  capítulos  antes,  en  el  ro- 
mance de  Olalla,  se  había  nímibrado  la 
orden  de  capuchinos,  fundada  en  el 
año  de  l.'i26.  Antes  todavía  había  citado 
Cervantes  en  el  escrutinio  varios  libros 
modernos  impresos  durante  su  vida  ;  y 
aun  en  los  primeros  renglones  de  su 
obra  e.xpresú  que  no  había  mucho 
tiempo  que  vivía  su  D.  Quijote.  Todo  el 
resto  de  la  fábula  es  consiguiente  á 
esto,  y  apenas  hay  en  ella  página  que 
no  ponga  á  la  %ista  las  costumbres  de 
la  era  en  que  viviii  Cervantes,  sin  con- 
tar los  infinitos  pasajes  en  que  se  men- 
cionan personas  y  sucesos  coetáneos  ó 
no  muy  anteriores,  y  aun  personas  que 
sobrevivieron  á  Cervantes,  como  Cris- 
tóbal Suárez  de  Figueroa.  que  murió 
en  el  año  de  1022,  Lope  de  Vega 
en  1635.  y  D.  Juan  deJáuregui  en  1640. 
Á  pesar  de  ello,  D.  Quijote,  inflamado 
del  estro  caballeresco,  y  excitado  por 
la  pregunta  de  Vivaldo.  dice  que  casi 
ha  conocido  y  tratado  á  D.  Belianís  de 
Grecia,  romo  si  sólo  hubiera  mediado 
nn  c«rto  intervalo  entre  ambos,  siendo 
así  que  D.  Helianís,  y  en  general  los 
caballeros  andantes,  tiubieron  de  flore- 
cer en  la  Edad  Media,  y  aun  muchí)S 
de  ellos  anteriormente,  si  se  ha  de  dar 
crédito  ii  sus   historias. 

D.  Gregorio  Mayáns,  literato  muy 
benemérito  de  Cervantes,  <uya  vida 
escribió  para  la  magnífica  edición  del 
Quijote  que  se  hizo  en  Londres  el  año 
de  1738.  se  valiti  de  In  presenta  expre- 
sión del  texto  para  probar  que  la  fábula 
está  llena  de  anacronismos;  y  lo  está 
con  efecto,  si  todos  los  sucesos  y  cir- 
io) Ib.,  lil).  I,  cap.  LXX. 


cunstancias  del  Quijote   se  comparan 
con  la  que  se  supone  edad  de  D.  belia- 
nis.  Pero  todos  sus  arguujentos  y  prue-     j 
bas  desaparecen  sólo  con  observar  que 
la  expresión  de  nuestro  hidalgo  era  de     j 
un  loco,  que  arrastrado  de  su  extrava-     \ 
gante  manía  creía  buenamente  ver  por     1 
sus  ojos  y  tocar  con  sus  manos  lo  que     ; 
no  existía  más  que  en  los  vacíos  apo- 
sentos de  su  cerebro.   Üescartailo   este 
reparo,  y  uno  ú  otro  relativo  al  orden 
de  las   estaciones  del  año,  en   que   S' 
descuidó     Cervantes,    los     principa',! 
anacronismos  del  Quijote  se  reducen  i 
los  dos  pasajes  del  hallazgo   de  la  his- 
toria deCide  líamete  en  los  cartapacios 
viejos  del  Alcaná  de  Toledo  (a),   y  del 
otro  hallazgo  de  la  caja  de  plomo  en 
las  ruinas    do   una  antigua  ermita  con 
los  pergaminos  y  versos  burlescos  con 
que  concluye  la  primera  parte  ''6).  Est(«s 
dos  pasajes,    en  que  evidentemente  se 
supone   ya  muy    pasada  la   época  del 
hidalgo  manchego,  son  los  que  verda- 
deramente están  en  contrailicción  con 
el   tenor  general  de  la  fábula,  que  es 
moderno. 

Por  lo  demás,  el  libro  mismo  di' 
Belianís  ofrece  pruebas  de  que  no  es 
tan  antiguo  el  héroe  como  se  supone. 
Su  ignorante  autor,  á  pesar  de  que  por 
un  lado  introduce  á  la  linda  Infanta 
Policena.  hija  de  Priamo,  líey  de 
Troya  y  hermaní  de  Héctor,  contando 
sus  desgracias  á  D.  [..ucidaner,  uno  de 
los  amigos  de  Belianís  Ce), en  otra  parte 
supone  invfntada  la  artillería  moderna, 
hablando  de  lúa  f/ruesos  y  pujantes 
tiros  de  pólvora  que  echaban  á  pique 
las  naos  y  galeras  en  la  batalla  de 
Babilonia ((/) ;  y  en  otra  menciona  l.i- 
conquistas  de  los  reinos  de  Granada  y 
.Navarra,  hechas  por  el  Rey  Católico 
D.  Fernando,  como  sucesos  no  muy 
recientes ''e). 

El  lector  no  habrá  sin  duda  reparado 
en  la  mención  de  la  batalla  naval  de 
Babilonia,  que  es  uno  de  los  innume- 
rables disparales  del  libro  de  Belianís. 
Pero  D.  Quijote,  que  no  reparaba  en 


(a)  Cap.  IX.  —  {h)  Cap.  Lir.  —  (<•)  fí»liauís, 
lib.  I,  cap.  LXIir.  —  (d)  Ib.,  Ub.  II.  cap. 
XLV.  —  (e)  Ib.,  lib.  IV,  capítulo  XVIII. 


PKIMKnA    l'AIilK. 


CAIMTLI.O    XIII 


187 


("aballcro  I),  [{clianis  de  (irocia.  Kslo,  ¡xies,  sííñoros,  <!s  ser  caba- 
llero andaiilc,  y  la  (|iie  Ikí  diclio  es  la  orden  de;  su  caballoría,  en  la 
cual,  como  otra  vez  he  diclio,  yo  aunque  pecador  he  iiecho  profe- 
sión, y  lo  mismo  que  profesaron  los  caballeros  referidos  profeso 
yo,  y  así  me  voy  por  eslas  soledades  y  despoblados  buscando  las 
aventuras  con  ánimo  delilx'rado  de  ofrecer  mi  brazo  y  mi  persona 
á  la  más  pelif^rosa  ({ue  la  suerte  me  de|)arare  en  ayuda  de  los  flacos 
y  menesterosos  ^  Por  estas  razones  que  dijo,  acabaron  de  ente- 
rarse los  caminantes  que  era  D.  Quijote  falto  de  juicio,  y  del  género 
d(^  locura  que  lo  señoreaba,  de  lo  cual  recibieron  la  misma  admi- 
ración que  recebínn  todos  a({uellos  que  de  nuevo  venían  en  cono- 
cimiento della.  Y  \'¡valdo,  que  era  persona  muy  discreta  y  de  alegre 
condición,  poi-  pasar  sin  pesadumbre  el  poco  camino  que  decían 
que  les  faltaba  á  llegar  á  la  sierra  -  del  entierro,  quiso  darle  oca- 
sión á  que  pasase  más  adelante  con  sus  disparates.  Y  así  le  dijo  : 
Parécemc,  señor  caballero  andante,  que  vuestra  merced  ha  profe- 
sado una  de  las  más  estreclias  profesiones  que  hay  en  la  tierra,  y 
tengo  para  mí  (}ue  aun  la  de  los  frailes  cartujos "'  no  es  tan  estre- 
cha. Tan  estrecha  bien  podía  ser,  respondió  nuestro  D.  Quijote, 
pero  tan  necesaria  en  el  mundo,  no  estoy  en  dos  dedos  de  ponello 
en  duda^.  Porque  si  va  á  decir  verdad,  no  hace  menos  el  soldado 


tanto,  tenia  de  él  un  alio  concepto,  se- 
gún se  lee  en  la  continuación  del  Qui- 
jote, escrita  por  el  licenciado  Alonso 
Fernández  de  Avellaneda.  Contando  el 
paje  del  caballero  que  alojó  á  D.  Qui- 
jote en  la  corte  que  tenia  en  su  apo- 
sento el  menliruíio  Hbn)  de  D.  Belianis 
de  Grecia.  /  Oh  poje  vil  ij  de  infame 
ralea!  dijo  D.  Quijolc;  ;;/  me7ifiroso 
llamas  a  uno  de  los  mejores  libros  que 
los  famosos  (j riegos  escribieron  Ui-)'.' 

1.  Una  de  las  cosas  á  que  según  el 
Doctrinal  de  Caballeros,  ya  citado 
otras  veces,  estaban  obligados  los  que 
recibían  Orden  de  Caballería,  era  que 
al  caballero  ó  dueña  que  viesen  cuita- 
dos de  pobreza  ó  por  tuerto  que  ttohie- 
sen  recebido,  de  que  non  pudiesen  haber 
derecho,  que  puj/nasen  con  todo  su  po- 
der en  ayudarlos  (b).  Los  libros  caba- 
llerescos representan  los  usos, máximas 
y  costumbres  de  la  Caballería,  que  re- 
fieren las  historias  veraces  de  la  Edad 
Media;  pero  exagerándolo  todo  sin  tino 
ni  concierto. 


(a)  Avellaneda,  cap.  XXX.   —  (6)   Lib.   I, 

tít.  ni. 


2.  Que  les  faltaba  para  llegar,  es 
coujo  ordinariamente  se  dice. 

S.  Los  fundó  San  Bruno  á  fines  del 
siglo  XI,  y  el  siguiente  se  erigió  el  pri- 
mer monasterio  que  tuvieron  en  Es- 
paña. Por  algunos  siglos  se  citnron 
como  los  más  austeros  y  mortificados 
entre  los  monjes  ;  hoy  se  citarían  los 
de  la  Trapa. 

4.  Sobra  la  partícula  en  que  des- 
compone el  sentido,  y  se  introdujo  por 
algún  descuido  en  el  texto.  Por  lo  que 
toca  á  la  estrechez  de  la  profesión  de 
la  Caballería,  el  ermitaño,  que  explicaba 
su  origen,  naturaleza  y  obligaciones  á 
Tirante  el  Blanco  ia),  onde  figiiuolo, 
concluía,  puoi  veder  quanto  é  dura 
cosa  a  ricevere  l'ordine  di  cavalleria. 
Ancora  sel  tenuto  a  fare  forti  cose,  che 
per  quato  ordine  sei  tenuto  di  manle- 
nere  pupilli,  vedove,  orfani  el  donne 
maritate,  se  alcuno  le  vuol  sforzare, 
molestare  o  torgli  i  loro  beni,  che  i 
cavallieri  sonó  obligati  diporre  le  per- 
sone a  ciascun  pericolo  di  morle,  se 
sonó  riclñesti  in  ajuto  o  defensione  da 

{")  Parte  I,  cap.  XV. 


488  DON    QUIJOTE    DE    LA   MAXCH\ 

que  pone  en  ejecución  lo  que  su  capÜíín  lo  maniJa,  que  el  mismo 
capitíin  que  se  lo  orrlcna.  Quiero  decir,  ({ue  los  relif^iosos  con  toda 
paz  y  sosiego  piden  al  cielo  el  bien  de  la  tierra  ;  pero  los  soldados 
y  caballeros  ponemos  en  ejecución  loque  ellos  piden, defendiéndola 
con  el  valor  de  nuestros  brazos  y  fdos  de  nuestras  espadas  ;  no 
debajo  de;  cubierta,  sino  al  cielo  abierto,  puestos'  por  blanco  de 
los  insul'ribles  rayos  del  sol  en  el  verano,  y  de  los  erizados  hielos 
del  invierno.  Así  ([ue  somos  ministros  de  Dios  en  la  tierra, y  brazos 
por  quien  se  ejecuta  en  ella  su  justicia.  Y  comí)  las  cosas  de  la 
guerra  y  las  á  ellas  tocantes  y  concernientes  no  se  pueden  poner  en 
ejecución  sino  sudando,  afanando  y  trabajando  excesivamente'', 
sigúese  que  a([ueIlos  que  la  profesan  tienen  sin  duda  mayor  tra- 
bajo que  a([uellos  que  en  sosegada  paz  y  reposo  estm  rogando  á 
Dios  favorezca  á  los  que  poco  pueden.  Ño  quiero  yo  decir,  ni  rae 
pasa  por  pensamiento,  que  es  tan  buen  estado  el  de  caballero  an- 
danlp  como  el  del  encerrado  redigioso  ;  sólo  qu:ero  inferir  por  lo 
que  yo  padezco,  que  sin  duda  es  rais  trabajoso  y  más  aporreado  y 
m^s  hambriento  y  sediento,  miser<ible,  roto  y  piojoso^,  porque  no 
hay,  sin  duda,  sino  que  los  cabilleros  andantes  pasado ?  pasaron 
mucha  mala  ventura  en  el  discurso  de  su  vida.  Y  si  algunos  subie- 
ron H  ser  emperadores  '  por  el  valor  de  su  brazo,  á  fe  que  les  costó 
buen  por  qué  de  su  sangre  ■'  y  de  su  sudor  ;  y  que  si  á  los  que  á 


alcuna  donna  di  lionore;  el  ogni  cava-  debilita  las  que  preceden,  sudando,  a  fa- 
lliere  il  (jiurno   cfii    ricere   iordine  di  nundo. 

cavalleria,  oiura  di  inantenir  con  tullo  'i.  Lo   último    hubiera    podido    oiiii- 

il  poter  suo  lutlo  guello  c/ie'  é  detto  di  tirse   por   bajo    y  disonante   «leí    louo 

sppra.    El  per  guesto  li  dico,   figliuol  noble  y  decente  que  reina  en  lo  demás 

mió,  che  gran  lavaglio  el  falica  é   a  del  discurso  ue  D   Quijote. 

esser  cavalüere,  perche  a   molle   cose  4.  Como  D.  Rogel  á   ser  Emperador 

é   oblígalo,    el   il   cavalliere    che   non  de    Persia,  Florisel,  de   Grecia,  Esfera- 

osserua  tullo  quello  che  dee  osservare,  uiundi  de  Trapisonda  ya).  Á   est'-  últi- 

l'aniíiiasuaall' inferno  condunna.  Tanto  mo  imperio   ascendió   también  por  el 

Vivaldo   como    D.   Quijote  eran   de  la  valor  de  su  brazo  U.  Reinaldos,  como  se 

ipi^ma  opinión  que  el  ermitaño.  cuenta  en  el  romance  de  su  prisión  y 

1.  No  sin  alguna  dilicultad  se  en-  destierro,  que  se  insertó  en  el  Cando- 
tiende  que  lo  que  se  defiende  es  la  ñero  de  Amberes  del  año  i.isr.  (6j. 
tierra.  —  Antes  de  filos  falta  el  articulo  o.  Buen  por  qué  es  gran  cantidad, 
los.  —  La  analogía  y  el  equilibrio  del  gran  porción,  y  en  este  sentido  se  en- 
periodo  pedía  que  se  dijese  :  de  los  cuentra  ya  en  el  Centón  Epistolario  AaX 
rayos  del  sol  en  el  verano  y  de  los  eri-  Bachiller  Fernán  Gi'unez  de  Cibdad  Heal. 
zados  hielos  del  \orle  en  el  inciern'i.  fisico  del  Key  de  Castilla  tí.  Juan  el  II: 
—  Ser  blanco  de  los  hielos,  tampoco  el  cual,  en  la  epístola  7'J  á  D.  Pedro  de 
me  suena  bien.  Stúüiga,  Conde  de  Ledesma,  dice  asi  : 

2.  Cervantes    añadió    en    la    edición  (irán  loa  seguiría  desto  ;  é  en  el  pecho 
de  1608  el  adverbio  excesiva:nente.  que  del  Hey.  que  piadoi^o  é  amoroso  es,  me- 
no  está  en  las  primitivas  de  Itiüo;  y  lo  teruules  un  buen  por  qué  de  amor  é  de 
añadió  con  ra/ón,  porque  sin  él  la  pa- 
labra trabajando,  lejos  de  añadir  nada,  [a)  L'-iferanundi,  parta  VL  —  (6)  Fol.  Hi. 


IMilMEIlA    PAini:. 


CAPÍTULO    ?ÍIII 


189 


tal  {>;ra(lo  siibiíTon  les  rallíii;iii  oncnnladores  y  sabios  que  los  ayu- 
daran ',  (jiic  ellos  (|iie(laraii  bien  delraudadiís  de  sus  deseos  y  bien 
engañados  de  sus  esperanzas.  De  ese  parecer  estoy  yo,  replicó  el 
caminante  ;  pero  una  cosa  entro  otras  muchas  me  parece  muy  mal 
de  los  caballeros  andantes,  y  es  que  cuando  se  ven  en  ocasión  de 
acometer  una  grande  y  peligrosa  aventura,  en  que  se  ve  manifiesto 
peligro  de  perder  la  vida,  nunca  en  aquel  instante  de  acometclla  s(; 
acuerdan  de  encomendarse  á  Dios,  como  cada  cristiano  está  obli- 


obligaciiin  para  itiás  ensalzamienlo 
vuestro  é  de  vuestros  hijos.  El  mismo 
Bachiller,  en  la  epístola  68  al  señor  de 
Valdecorneja,  (■ontiíiulole  que  Micer 
Lando  trajo  al  Rey  D.  Juan  la  rosa  de 
oro  de  parte  del  Papa,  escribía  :  El  Rey 
le  mandó  dar  una  ínula  fermosa  con 
todos  sus  (juarninúetitos  de  helarte  bru- 
ñiio  é  una  caja  de  piala  de  yantar,  é 
un.  buen  por  t\ué  pai-a  tornarse  á  Roma. 
—  Valióme  el  buen  suceso  un  buen  por 
qué.  decía  un  .tlcaliuele  en  el  Pasajero 
de  Crislóbal  Suárez  de  Fifíneroa,  autor 
contemporáneo  de  Cervantes  (a). 

1.  Llenos  están  los  anales  de  la  Ca 
baileria  andante  de  ejemplos  de  la  pro- 
tección que  encantadores  y  encanta- 
doras, sabios  y  sabias  dispensaban  á 
los  caballeros  sus  ahijados.  Urgandi  la 
Desconocida  y  su  marido  Alquile  fue- 
ron patronos  y  favorecedores  de  Ama- 
dis  de  Gaula  y  de  su  familia,  en  cuyo 
beneficio  hicieron  las  estupendas  mara- 
villas que  se  refieren  en  sus  historias. 
Esplandián,  hijo  de  Aiuadís,  empezó  á 
experimentarlo  desde  el  punto  que  fué 
armado  caballero,  en  el  que  se  halló 
encima  de  las  alas  de  la  Gran  Ser- 
piente al  pie  de  una  altísima  peña  :  la 
serpiente  era  la  fusta  de  la  sabia  Ur- 
f:and  .  El  sabio  Fristón  proteoria  al 
Príncipe  Perianeo  de  Persia,  llamado 
el  Caballero  de  la  Fortuna,  y  para  él 
hizo  unas  armas  á  las  cuales  ningún 
encantamento  bastaha  -b).  La  sabia  Be- 
lonia  favorecía  á  D.  Belianís  (c),  y 
el  sabio  Silfeno,  que  en  las  artes  mági- 
cas no  tenía  otro  superior  más  que  á 
Fristón,  favorecía  á  Aiidbárzano  {d).  La 
maga  Ipermea  patrociiiaba  á  D.  Oli- 
vante de  Laurd;  Lirgr;ndeo  al  GahaUero 

{n)  Alivio  VII.  —  {!,)  Beliavis,  lib.  I,  cap. 
XXXIII.  —  (c)  Ib.,  cap.  VI  y  XXXVÍI.  — 
[d)  Ib„  hb.  11,  cap.  XXXV. 


del  Febo  ;  Artemidoro  aí  Príncipe  Rosi- 
cler ;  Artidoro  al  Principe  Lepolemo  y 
á  su  hijo.  Ariosto  en  su  Orlando  furioso 
pinti  al  mágico  Atlante  como  amigo  y 
protector  de  Kugero,  y  á  la  sabia  Me- 
lisa como  patrona  de  Bradamante.  El 
sabio  Xartón,  amigo  y  cronista  del  Ca- 
ballero de  la  Cruz,  vino  á  la  corte  de 
Alemania  cuando  ya  su  ahijado  era 
Emperador,  y  se  hizo  cristiano  (a).  El 
sabio  Daliarle  del  Valle  Obscuro,  señor 
de  la  ínsula  del  Sepulcro,  por  otro 
nombi'e  Deleitosa,  fué  favorecedor  de 
su  hermano  Palmerin  de  Inglaterra; 
el  mago  Arcaón  lo  era  de  Florando  de 
Castilla  Ib)  ;  el  Principe  Lindadelo  llegó 
por  sus  hazañas,  y  con  la  ayuda  del  sa- 
bio Doroteo,  á  ser  Emperador  de  Trapi- 
sonda (C). 

No  siempre  hacían  los  encantadores 
el  papel  de  amigos  ;  alguna  vez  eran 
enemigos,  como  Arcálaus  lo  era  de 
Amadís  de  Gaula  y  su  parentela.  Solían 
serlo  también  de  los  Competidores  de 
sus  clientes,  y  alguna  vez  venían  á 
reñir  unos  magos  con  otros  en  formas 
y  figuras  extrañas;  de  lo  que  quizá  É'é 
alegará  algún  ejemplo  en  el  discurso 
de  estas  notas,  donde  no  dejará  de  pre- 
sentarse ocasión  de  ello.  Hubo  encan- 
tadores y  nigromantes  de  todas  clases  : 
moros, como  iMarpín  en  Carlomagno((/jy 
Xartón  en  Lepolemu  :  cristianos,  coitió 
Merlin  ;  hembras,  como  ürgahdá  y  Bo- 
lonia; Reyes,  comu  Aldeno  en  Gerardo 
de  Eufrates;  Reinas,  cómo  Girfefi  ; 
viejos,  como  .\tlante  y  Alquile  ;  gigáii- 
tes,  como  Arcálaus;  enanos,  como  él 
de  la  corte  del  Rey  de  Gornualla  en 
Tristán  ;^e). 

(ít)  Caballero  de  la  Cruz,   lib.  II,  cap.  IX. 

—  (6)  Florando,  cantos  V  y  XIII.  —  íc-)  Cris- 
talián,  lib.   1,    cap.    X.   —  (d)  (San.  XXXIII; 

-  (e)  Lib.  I,  cap.  XXIV. 


190 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


gado  á  hacer  en  peligros  semejantes  ;  antes  se  encomiendan  á  sus 
damas  con  tanta  gana  y  devoción  como  si  ellas  lucran  su  Dios  ; 
cosa  que  me  paiece  que  huele  algo  ó  gentilidad'.  Señor,  respon- 


1.  Vivaldo,  para  decir  esto,  pudo 
tener  presente  el  valor  que,  según  la 
historia,  tornaron  los  diablos  que  ani- 
maban al  monstruoso  Endriago,  cuando 
iba  á  acometerle  Aniadis  de  Gaula, 
como  viesen  que  ente  caballero  ponía 
más  esperanza  en  su  arnic/a  Oriana  que 
en  Dios  (a).  Y  después  de  la  Ijataíla, 
estando  Amadis  moribundo  de  las 
heridas,  decía  á  su  escudero  :  Yo  le 
ruego...  que  me  seas  bueno  en  la  muerte, 
como  en  In  vida  lo  fias  sido;  é  como  yo 
fuere  muerto,  tomes  mi  corazón,  y  lo 
lleves  á  mi  señora  Oriana,  é  ¡lile  que 
pues  siempre  fué  suyo...  que  consiyo  lo 
tenga  en  rememb¡-unza  de  aquel  cuyo 
fué,  aunaue  como  ajeno  lo  poseía.  ..E  no 
piído  liaolar  más.  Aun  fué  peor  lo  de 
Tirante  el  Blanco,  que  al  entrar  en 
combate  no  invocaba  á  Santo  alguno, 
sino  el  nombre  de  Carmesina  ;  y 
preguntándosele  por  qué  no  invocaba 
juntamente  el  de  otro  Santo,  respondía 
que  el  que  sirve  á  muchos,  no  sirve  á 
ninguno  (¿>). 

Pero  no  siempre  sucedía  lo  que  aquí 
supone  y  desaprueba  Vivaldo.  El  mismo 
Amadis  empezó  alguna  vez,  según 
cuenta  su  historia,  por  invocar  ;í  Üius 
antes  que  á  Oriana  (c).  D.  Olivante  de 
Laura,  al  ir  á  embestir  á  los  jayanes 
que  guardaban  la  entrada  de  la  casa  de 
la  Fortuna,  después  que  muy  de  corazón 
se  hubo  encomendado  d  Dios  nuestro 
Señor,  volviendo  los  pensainientos  á  la 
divina  Princesa  Lucencia,  comenzó  á 
decir  :  ¡ Ay  soberana  señora!...  dame 
favor  en  esta  batalla...  porque  si  el 
esfuerzo  de  tu  soberana  virtud  no  me 
viene  en  mi  ayuda,  yo  no  basto  para 
ninguna  pequeña  cosa  (d).  D.  Roserín, 
al  combartirse,  se  encomendaba  á  Dios, 
y  llamaba  á  su  señora  Florismena, 
como  se  refiere  en  la  historia  del  Caba- 
llero del  Febo  (e).  Cuando  Hosicler, 
llevado  por  engaño  á  la  ínsula  de  Can- 
dramarte,  conoció  que  allí  había  ar- 
mada traición  y  que  iba  á  ser  acome- 
tido por  los  gigantes,  levantó  los  ojos 

(a)  Amadis  de  Gaula,  cap.  LXXIII.  — 
(¿)  tirante,  parte  III,  cap.  XXVIII.  —  (c) 
Gap.  XLIV.  -  (d)  Olivante,  lih.  TI,  cap.  III. 
(«)  Parte  II,  cap.  XXVII. 


al  cielo,  diciendo  :  Tú,  Señor,  perdona 
al  ánima  y  ave  piedad  della,  pues  fué 
redimida  con  tan  caro  precio  ;  que  del 
cuerpo  no  tengo  por  qué  dolerme,  pues 
le  viene  la  muerte  en  tan  buen  tiempo  ; 
y  esto  último  lo  decía  por  el  estallo  de 
desesperación  en  que  lo  tenían  los  des- 
denes de  su  señora  la  Infanta  Olivia  (a). 

La  conducta  de  D.  Quijote  era  con- 
forme al  ejemplo  de  los  mejores,  según 
el  cual  debía  contarse  con  Üios  antes 
que  con  la  dama;  así.  refiriendo  en  el 
capitulo  XXXV  ;i  la  Princesa  Micomi- 
cona  su  victoria  sobre  los  cueros  de 
vino,  le  decía  que  la  había  conseguido 
C071  ayuda  del  alto  Dios  y  con  el  favor 
de  aquella  por  quien  vivía  y  respiraba. 
V  al  acometer  la  aventura  de  la  Cueva 
de  iMuntesinos,  empezó  por  encomen- 
darse á  Dios  y  luegu  á  Dulcinea.  Y  con- 
siguiente á  esta  doctrina,  al  describir 
en  el  capítulo  L.  la  aventura  del  Lago 
ferviente,  cuenta  que  el  caballero  se 
arroja  al  lago,  encomendándose  á  Dios 
y  á  su  señora.  Verdad  es  que  en  lle- 
gando la  ocasiiHi  solía  distraerse,  y 
sólo  se  acordaba  de  su  señora,  como 
en  la  batalla  con  el  vizcaíno,  y  en  las 
que  tuvo  con  los  arrieros  en  el  corral 
de  la  venta  la  noche  de  la  vela  de  las 
armas. 

En  esta  parte,  el  libro  que  da  mues- 
tras mayores  de  piedad  caballeresca  es 
el  de  Florindo  de  la  Extraña  aventura. 
Su  autor,  que  debía  ser  devoto  de  la 
Virgen  nuestra  Señora  y  de  San  Ber- 
nardo, comunicó  esta  calidad  á  sus  hé- 
roes. Florindo,  el  principal  de  ellos,  al 
acercarse  al  castillo  de  las  Siete  ventu- 
ras, halló  un  antiguo  oratorio  ú  ermita 
con  la  imagen  de  San  Bernardo  :  ?/  he- 
cha eu  él  su  oración,  y  quitándose  las 
armas  y  arrendado  á  un  árbol  su  pre- 
ciado jayán  (este  era  el  nombre  de  su 
caballo),  tomó  fresco  en  una  fresca  ar- 
boleda que  la  devota  ermita  cercaba. 
Encomendóse  á  San  Bernardo  y  á  la 
Virgen,  se  durmió  y  soñó  que  se  le 
había  aparecido  el  diablo,  á  quien  el 
Santo  asió  de  la  melena,  y  yendo  Flo- 
rindo á  herirle  con  el  estoque,  desapa- 


ia)  Ib.,  parte  I,  lib.  I,  cap.  XLIII. 


PniMEnA    PAOTE. 


CAPITII.O    XIIl 


\m 


dio  D.  (Juijolc,  (íso  no  puede  ser  menos  en  ninguna  muiieiJi,  y 
caería  en  mal  caso'  el  caballeroandante  que  otra  cosa  hiciese;  que 
ya  esU'i  en  uso  y  costumbre  en  la  caballería  andanlesca  que  el 
caballero  andante  que,  al    acometer   ali^ún    gran  loí^ho  de  armas 


recio  (íí).  Al  acoiiiefer  la  temerosa 
empresa  de  penetrar  en  el  castillo  men- 
cionado, hizu  la  señal  de  la  Crnz,  y 
paso  ei  bra/.o  de  rio  que  rodeaba  el 
castillo  (b).  Salióle  al  encuentro  Lucifer 
con  muy  espantable  figura  echando 
llamas;  Florindo  hizo  el  sí(/no  de  la 
Cruz,  diciendo  aquellas  terribles  pala- 
bras :  Verbuní  caro  l'actum  est,  con  las 
cuales  desapareció  el  diablo,  ;/  fué  des- 
encantada la  ventura  (c).  El  mismo 
Florindo  concurrió  ¡i  unas  justas  que 
se  celebraron  en  Ñapóles  en  el  día  y  en 
honor  de  la  Virgen  nuestra  Señora,  y 
sacó  por  divisa  un  cielo  puesto  sobre 
la  tierra  con  una  letra  que  decía  : 

En  él  ni  en  ella 

Tal  Virgen  ni  tal  doncella  (d) 

El  Duque  Floriseo,  otro  de  los  prin- 
cipales personajes  del  citado  libro,  al 
emprender  la  aventura  de  la  Rica  selva 
encantada,  se  encomendó  muchas  reces 
(i  nuestro  SeHor,  >/  rezando  los  versos 
de  San  Bernardo,  llegó  á  la  puerta.  Alli 

fieleó  con  un  gigante,  y  en  lo  fuerte  de 
a  batalla  oraba  á  nuestro  Señor  di- 
ciendo :  Domine,  fili  David.,  miserere 
mei  iíí).  El  mismo  Duque,  acercándose 
á  la  espantosa  torre  de  la  Isla  encan- 
tada, .ve  encomendó  á  nuestra  Señora  >/ 
á  su  Santo  deroto  (San  Bernardo),  y  no 
cesando  siis  devotas  oraciones...  entró 
por  la  puerta,  siempre  con  reclama- 
ción al  Verbo  divino,  suplicándole  le 
ayxidase  contra  toda  cosa  adversa.  Pa- 
sada la  primera  puerta  guardada  por 
dos  perros,  encontró  en  la  segunda  un 
canoso  animal  de  nef/ras  piinlas  pin- 
tado... El  Duque,  haciendo  el  signo  de 
la  Ci'uz.  entró  á  la  sala,  segunda,  en  la 
cual  cosa  ninguna  vio,  excepto  otra 
puerta,  donde  estaban  atadas  dos  espan- 
tables serpientes.  Volvi(')  á  encomen- 
darse (i  Dios  y  al  glorioso  San  Bernardo, 
y  entró  en  la  tercera  sala,  donde  vio  á 
un  Rey  coronado,  y  atado  junto  á  un 

(a)  Florindo.  pa.Ttem,  cap. XXVI.  —  (é)  Ib. 
—  (c)  Ib.  —  {(?;  Ib.,  parte  II,  cap.  XVIII. 
~  (di  Ib.,  parte  III,  cap.  I. 


Tuego  que  lo  estaba  abrasando.  Al  acer- 
carse Floriseo  le  embistieron  las  lla- 
mas, y  queriendo  vídverse  atrils,  le 
acometieron  las  serpientes.  Cuando  en 
tal  trance  se  vida,  comenzó  a  gran 
priesa  ú  rezar  los  versos  que  en  los  pe- 
ligros acoslumhraha,  é  cuando  llegó  al 
que  dice  In  manus  lúas.  Domine,  fué 
deshecho  en  aquel  instante  todo  el  en- 
cantamiento de  la  torre,  muriendo  las 
serpientes,  apagándose  el  fuego,  reven- 
tando el  animal,  matándose  los  canes, 
abriéndose  las  puertas,  rompida  la 
prisión,  siendo  fuera  el  prisionero.  Este 
era  el  Rey  Morfante  de  Persia,  á  quien 
las  sabias  dueñas  llerculana  y  Trotea 
habían  tenido  encantado  diez  años, 
diez  meses,  diez  días  y  diez  horas  («). 
Según  declaró  .Moríante  á  Floriseo,  las 
dos  serpientes  descendían  de  las  dos 
que  ahogí»  Hércules  estando  en  la 
cuna. 

Nótese  que  este  Duque  aventurero 
sabía  latín,  cosa  rara  atjuel  tiempo  en 
su  profesión  y  estado  ;  y  mírese  como 
muy  verosímil  que  el  autor  del  Florindo 
de  la  E.riraTia  ventura,  luese  algún 
monje  Bernardo,  ó  blanco,  como  anti- 
guamente decían,  ;í  distinción  de  los 
negros,  que  eran  los  Benedictinos. 

1.  Poniéndose  incurriría  en  mal 
caso,  se  evitara  el  pleona.smo  de  caer 
en  caso.  Mal  caso  era  el  que  producía 
infamia  ;  y  solía  también  llamarse 
caso  de  menor  valer,  porque,  como  se 
dice  en  la  partida  tercera  (6),  los  que 
incurren  en  él,  non  pueden  dende  ade- 
lante seer  pares  de  otro  en  lid,  nin  en 
facer  acusamiento,  nin  en  testimonio, 
nin  en  las  otras  lionras.  Incurría  en 
caso  de  menos  valer,  y.  por  consi- 
guiente, eninramia,el  fidalgo  que  faltaba 
al  pleito  homenaje,  y  el  que  se  desde- 
cía en  Juicio  ó  por  corte  de  la  cosa  que 
dijo,  según  se  expresa  en  la  misma  par- 
tida (c)  y  se  repite  en  el  Doctrinal  de 
Caballeros  (d). 


(a)  Florindo,  parte  III.  capítulo  V.  — 
(b)  Tit.  V.  l,.v  I.  —  fe)  Ib.,  lev  II.  — 
>/    I.üi.    IV,    ¡;t,     VIH.    ialiri(«'¡,-i   2. 


492 


DON    QUIJOTE    UL    LA    MANCHA 


tuviese  su  señora  delante,  vuelva  á  ella  los  ojos  blanda  y  amorosa- 
mente, como  que  le  pide  con  ellos  le  favorezca  y  ampare  en  el 
dudoso  trance  que  acomete  ;  y  aún  si  nadie  le  oye,  está  oblig^ado  á 
decir  algunas  palahi'as  entre  dientes,  en  que  de  lodo  corazón  se  le 
encomiende  ',  y  desto  tenemos  innumerables  ejemplosenlas  histo- 
rias. Y  no  se  ha  de  entender  por  esto,  que  han  de  dejar  de  enco- 
mendarse á  Dios  '^  que  tiempo  y  lugar  les  queda  para  hacello  en 


1.  Sobre  esta  costumbre  lie  nom- 
brar los  caballeros  á  sus  damas  en 
ocasiones  de  peligro,  dice  la  segunda 
partida  del  Key  Ü.  Alonso  [a,,  ha- 
blando de  lo  que  deben  guardar  los 
caballeros  en  dicho  el  en  fecho,  y  de 
lo  que  sobre  esto  pensaban  los  anti- 
guos :  E  aun  porque  se  esforzasen  mih, 
tenían  por  cosa  ayuisada  que  los  que 
toviesen  ainiyas,  que  las  inentusen  en 
las  lides,  porque  les  cresciesen  más  los 
corazones,  é  oviesen  rnaijor  reryüenza 
de  errar.  Y  si  sólo  la  mención  de  la 
dama  era  conveniente  para  producir 
este  efecto,  todavía  debía  producirlo 
más  cumplido  su  presencia  l'or  lo  cual 
la  doncella  Floreta,  confidenl  i  de  la 
Princesa  Cupidea  en  sus  amores  con 
Leandro,  aconsejaba  h  su  señora  que 
asistiese  al  duelo  eutre  él  y  el  gigante 
Fornafeo.  porque  con  su  hermosura  da- 
ría mucho  esfuerzo  á  su  caballero  en 
la  batalla  (6).  Y  desto,  como  dice  poco 
después  D.  Quijote,  hay  innumerables 
ejemplos  en  las  historias.  D.  Hogel  de 
Grecia  quiso  pelear  con  tres  caballeros, 
;i  pesar  de  que  se  hallaba  desarmado, 
y  sin  m.ís  que  escudo  y  espada.  La 
Inl'arita  Persea,  que  iba  en  su  com- 
pañía, trató  de  disuadirle  de  su  propó- 
sito, diciéndole  :  ;Ay  de  mí:  que  estáis 
sin  armas  y  ellos  son  tres.  Bóslamne, 
dijo  él,  las  de  estar  vos  preséntele). 
Habiendo  ido  muchos  Principes,  caba- 
lleros y  damas  ;i  ver  las  grandes  cosas 
que,  según  decían,  encerraba  la  Torre 
de  las  Maravillas,  hallaron  que  las 
puertas  eran  todas  de  hierro,  y  l-'Q 
grandes  y  pesadas,  y  guarnecidas  de 
tantos  candados  y  cerraduras,  que  no 
fué  posible  forzarlas,  iin  esto  vieron 
asomarse  d  una  alta  finiestra  que  en 
la  torre  estaba,  un  hombre  muy  grande 


(a)  Tit.  XXI,  ley  XXII. 

(¿i)  Caballero    dé    la   Cru:,    lib 
fulo,    XXIV.    —     (c)    Ftorisel 
part.  IV,  cap.  VII. 


II.    capí- 
de     Niquea, 


y  feo  con  una  yran  llave  en  la  mano,  el 
cual  con  una  voz  muy  espantable  y 
medrosa,  dijo  :  quien  tuviere  poder  de 
abrir  la  gran  puerta  con  esta  llave, 
con  f/ran  razón  podrá  ser  loado  en  el 
mundo.  Dicho  esto,  dejó  caer  la  llave, 
con  la  cual  algunos  probaron  á  abrir  y 
no  pudieron;  y  Florambel,  viendo  que 
ninguno  había  fecho  nada,  mirando 
primero  á  su  señora,  con  cuya  fermo- 
sura.  tomaba  muclio  favor  y  esfuerzo, 
lomó  la  llave,  y  yéndose  piara  la 
puerta,  la  abrió  tan  ligeramente  como 
.si  fuera  otra  cualquiera,  de  lo  cual 
lodos  fueron  muy  maravillados  y  ale- 
gres, en  especial  la  su  fermosa  se- 
ñora (a). 

2.  Esta  mezcla  de  piedad,  dureza  y 
galantería  fué  realmente  uno  de  los 
caracteres  de  la  caballería  de  la  Edad 
Media,  pero  se  exageró  en  los  caba- 
lleros andantes.  Añadiré  algunos  ejem- 
plos á  otros  alegados  anteriornieute. 
Yendo  Florambel  de  Lucea  en  demanda 
de  la  aventura  del  Árbol  saludable, 
hizo  noche  en  una  pobre  ermita,  en  la 
cual  falló  un  ermitaño  de  santa  vida, 
el  cual  le  dio  de  cenar  lo  que  tenía, 
que  era  pan  é  agua,  é  fruta.  Y  aca- 
oada  la  cena,  Florambel  acordó  que 
seria  bien  confesarse  y  comulgarse, 
pues  se  había  de  ver  en  tan  grand  pe- 
ligro, y  ansí  lo  dijo  al  ermitaño.  Hl  le 
oyó  esa  noche  de  penitencia,  y  le  dijo 
muchas  cosas  por  apartarle  de  aquel 
tan  peligroso  camino  que  llevaba  ilicién- 
dole  cómo  aquella  aventura  del  Árbol 
era  cosa  de  encantamento,  adonde  el 
diablo  tenía  siempre  mucha  parte...  mas 
nada  de  todo  cuanto  le  dijo  aproveclió 
para  quitar  á  Florambel  de  su  firme 
propósito...  E  viendo  el  ermitaño  que  no 
aprovechaba  nada,  después  que  lo  oro 
usuelto,  le  echó  su  bendición  y  lo  enco- 
tnendó  á  Dios  muy  de  corazón.  Esto  he- 
cho, los  dos  estuvieron  en  oración  muy 

(a)  Floramhel  de  Lucea.  lib.V,  cap.  XXXVI: 


PRIMEn\   PARTE.    —   CAPÍTULO   XIII  193 

ol  discurso  do  la  obi'a.  Con  lodo  eso,  replicó  el  caminante,  me 
fiucda  un  escrúpulo,  y  es  (pu^  muchas  veces  he  leído  que  se  traban 
palabras  eidrc  dos  andanics  caballeros,  y  de  una  en  otra  se  les 
viene j\  encender  la  cólera,  y  á  volver  los  caballos',  y  ;'i  lomar  una 
buena  pieza  del  campo  ;  y  luego,  sin  más  ni  más,  á  lodo  el  correr 
dellos  se  vuelven  á  encontrar,  y  en  mitad  de  la  corrida  se  enco- 
miendan á  sus  damas;  y  lo  cpie  suele  suceder  del  encuentro,  es 
qu(^  el  uno  cae  por  las  ancas  del  caballo  pasado  con  la  lanza  del 
contrario  de  parle  á  parte,  y  al  otro  le  aviene  también,  que  á  no 
tenerse  á  las  crines  del  suyo  no  pudiera  dejar  de  venir  al  suelo  *. 


rjmn  parte  de  la  noche ;  y  después  se  acos- 
taron sobre  /eno,  que  era  el  lecho  quel 
ermitaño  tenia  y  dormieron  fusta  elalba, 
que  lue¡/o  que  fué  de  día,  fueron  en  pie  : 
y  el  ermitaño  se  vistió  para  decir  misa, 
y  la  dijo  muy  devotamente ;  y  Floram- 
bel  la  oyó  con  mucha  devoción,  y  reci- 
bió el  cuerpo  de  Nuestro  Señor  Jesu- 
cristo con  amichas  lagrimas,  rogándole 
que  le  diese  Vitoria  en  aquel  peligro 
que  presente  esperaba  (a).  D.  Florisel 
de  Niquea  confesó  y  comulgó  para 
entrar  en  el  desafio  con  Drucerbo,  Rey 
de  Gaza,  sobre  vengar  el  agravio  de  la 
Reina  Sidonia  (b).  Tristán  de  Leonís, 
yendo  á  precipitarse  de  una  alta  torre 
al  mar,  lo  hace  se  recommandant  á 
l'amie  Iseull  et  a  son  doux  Hédempteur. 
Pero  donde  se  leen  incidentes  muy  sin- 
gulares en  esta  materia,  es  en  la  his- 
toria de  Tirante  el  Blanco.  Estando 
para  pelear  en  duelo  este  caballero  y 
Tomás  de  Montalbán,  vinieron  á  con- 
fesarlos dos  frailes  de  San  Francisco, 
y  no  pudiendo  comulgarlos  con  ¡lau 
consagrado,  lo  hicieron  con  pan  ben- 
dito. Diofebo,  primo  de  Tirante  y 
amante  de  Estefanía,  después  de 
grandes  dificultades  obtuvo  permiso 
para  besarla,  y  acercándose  á  ella  la 
besó  en  la  boca  tres  veces  á  honra  de 
la  Santísima  Trinidad ;  tales  se  pintan 
las  costumbres  é  ideas  de  aquellos 
siglos.  La  Princesa  Garmesina  se  en- 
comendaba á  la  Virgen  al  mismo 
tiempo  que  escondía  en  los  pliegues  de 
su  ropa  un  cuchillo  para  quitarse  la 
vida,  si  la  cautivaban  los  tui'cos.  La 
dueña  Reposada,  enamorada  de  Ti- 
rante,   le    solicitaba    del    modo    más 

(a)  Floramhid  de  Lacea,  lib.  III,    cap.  VII. 
—  (6)  Parí.  III  de  su  Crónica,  cap.  VI. 


impudente,  y  pnra  obtener  sus  últi- 
mos favores  le  alegaba  las  oraciones, 
limosnas,  maceraciones  y  ayunos  que 
liabía  practicado  para  conseguir  de 
Dios  su  salud  durante  una  enfermedad 
que  había  padecido. 

Los  libros,  aun  fingidos,  llevan  de 
ordinario  la  marca  del  siglo  á  que 
pertenecen  y  tan  lo  los  de  invención 
como  los  históricos  vienen  á  expresar 
con  más  ó  menos  expresión  los  mismos 
usos,  ideas  y  costumbres.  Beltrán  de 
Guesclín  ó  Claquín,  como  le  llaman 
nuestras  cnmicas,  se  desafió  con  Tomás 
de  Gantorberi,  un  caballero  inglés,  á 
presencia  del  Duque  de  Alencastre, 
durante  el  asedio  de  Dinán.  Tomás 
arroj(')  el  guante,  y  Beltrán  lo  recogió 
y  dijo  :  que  hasta  desempeñarlo  no 
comeri.i  más  que  tres  sopas  en  vino  á 
honra  y  en  nombre  de  la  Santísima 
Trinidau(«).  En  la  relación  del  Paso  hon- 
roso ((ue  mantuvo  Suero  de  Quiñones, 
se  lee  que  los  justadores  antes  de 
entrar  en  la  liza,  oían  misa  diariamente, 
á  pesar  de  que  los  religiosos  que  la 
decían,  y  entre  ellos  el  Maestro  Fray 
Antón  confesor  de  Suero  de  Quiñones, 
declararon  que  tales  ejercicios  non  se 
pueden  facer  sin  pecado  mortal,  y  que 
la  Iglesia,  conforme  á  lo  dispuesto  por 
el  derecho  canónico,  no  rogaba  por  los 
que  morían  en  ellos,  ni  les  concedía 
sepultura  en  sagrado  :  disposición  que 
se  observó  y  cumplió  con  un  caballero 
ar.agonés  que  murió  en  la  justa. 

1.  Falta  el  verbo  que  debe  antece- 
der ií  determinar,  como  dicen,  estos 
infinitivos,  y  está  manco  el  régimen. 

2.  Pudieran   citarse   casos   innume- 

[a]  Colección  de  ninmorias  pura  la  historia 
de  Francia,  tomo  III,  pag.  40í. 

13 


194 


DON    QUIJOTE    IJIí:    LA    MANCHA 


Y  no  í^é  yo  cómo  el  muerto  tuvo  lugar  para  encomendarse  á  Dios 
en  el  discurso  de  esta  tan  acelerada  obra  ;  mejor  fuera  que  las  pa- 
labras que  en  la  carrei-a  ^astó  encomendándose  á  su  dama,  las  gas- 
tara en  lo  que  debía  y  estaba  obligado  como  cristiano  ;  cuanto  más 
que  yo  tengo  para  mí,  que  no  todos  los  caballeros  andantes  tienen 
damas  á  <iuicn  encomendarse,  porque  no  todos  son  enamorados. 
Eso  no  puede  ser,  respondió  D.  Quijote  :  digo  que  no  puede  ser 
que  haya  caballero  andante  sin  dama,  porque  tan  propio  y  tan  na- 
tural les  es  á  los  tales  ser  enamorados  como  al  cielo  tener  estrellas, 
y  á  buen  seguro  que  no  se  haya  visto  historia  donde  se  halle  caba- 
llero andante  sin  amores  ',  y  por  el  mismo  caso  que  estuviese  sin 


rabies  de  los  que  aquí  dice  Vivaldo,  y 
casi  tantos  como  cómbales  se  cuentan  y 
describen  en  los  libros  caballerescos. 

Desafiados  Florainbel  de  Luceay  For- 
tidel  de  Mircaiidoya,  se  arredraron  el 
uno  del  otro  cuanto  un  tiro  de  arco,  y 
volviendo  los  caballos  contra  si,  sin 
hablar  palabra,  bajando  sus  lanzas  y 
cubriéndose  de  sus  escudos,  firierun  los 
caballos  de  las  espuelas  tan  fuerte- 
mente, que  á  todo  correr  los  ficieron  ir 
muy  ligeros  el  uno  contra  el  otro...  El 
valiente  Fortidel  vino  ñ  tierra  muy 
quebrantado  (a).  En  las  fiestas  que  se 
celebraron  en  la  corte  de  Lucea  para 
solemnizar  las  bodas  del  Rey  Florineo 
y  la  Infanta  Beladina,  justando  el  Rey 
Leónidas,  uno  de  los  mantenedores, 
con  un  caballero  novel,  cayó  en  el  en- 
cuentro por  sobre  las  ancas  del  caba- 
llo (b).  Galercia,  Reina  de  Gocia,  íjran 
justadora,  concurriendo  con  Alderino 
del  Lago,  lo  encontró  tan  poderosa- 
mente, que  lo  tumbó  por  las  ancas  del 
caballo  (c).  El  animoso  Tarso,  viendo 
que  aquella  era  la  primera  lanza  qtie 
corría  en  su  vida,  y  ser  delante  de  su 
bella  señora  (la  Infanta  Flora  de  Argen- 
taría), encomendándose  á  Mahoma  que 
le  ayudare,  encontró  al  fiero  pagano 
de  lal  golpe,  que  con  un  trozo  de  lanza 
en  los  pechos  le  hizo  venir  al  suelo,  sin 
menear  pie  7Ú  mano;  con  tanto  espanto 
de  los  presentes  que  se  olvidaban  del 
que  había  dado  el  belígero  griego  (el 
Principií  Rosicler),  que  como  .si  estuviera 
presente  .su  hermosa  OUcia,  encontró  el 
gigante  de  tan  poderoso  esfuerzo.,  que  le 


[a)  Florambfil,  lib.  IV,  cap.  IX.  —  (6)  Ib., 
lib.  V,  ca)).  X.  —  (c)  Polictsne  de  tíoccia, 
cap.  LXVII. 


hizo  venir  por  las  ancas  del  caballo 
atravesado  de  vanda  á  vanda  (aj.  El 
Caballero  de  las  armas  jaldes  justaba 
con  el  Principe  Florandino  de  Mace- 
donia,  el  cual  lo  encontró  de  tal  ma- 
nera, que  mal  que  le  pesó  dio  con  él  en 
el  suelo  por  las  ancas  del  caballo  Ib).  — 
Como  se  han  contado  cinco  casos,  pu- 
dieran contarse  cincuenta,  (a) 

1.  En  algunos  ejemplares  de  los 
estatutos  de  la  orden  de  la  Banda,  se 
lee  al  artículo  31  :  Que  ningún  caballero 
de  la  Banda  estuviese  en  la  corte  sin 
servir  á  alguna  dama :  no  para  deshon- 
rarla, sino  para  la  festejar  ó  casarse 
con  ella,  y  cuando  ella  saliese  fuera,  lo 
acompañase  á  pie  ó  á  caballo,  llevandn 
quitada  la  gorra  y  haciendo  su  mesura 
con  la  rodilla.  Y  conforme  á  esto,  aun 
mucho  tiempo  después,  en  la  corte  de 
los  Reyes  Católicos  D.  P'ernando  y  Doña 
Isabel,  testifica  en  sus  cartas  Andrés 
Navagero,  Embajador  de  la  Señoría  de 
Venecia,  en  Castilla,  que  no  había 
caballero  (pie  no  sirviese  á  alguna 
dama;  y  ciertamente  las  costumbres 
de  aquella  corte  no  eran  estragadas  ni 
corrompidas. 

Si  en  el  mundo  real  y  efectivo  estaba 
la  galantería  tan  autorizada,  ¿.  c<ímo 
podría  menos  de  estarlo  en  el  imagi- 
nario  de  la  caballería  ?   El    caballero 


{a)  Caballero  del  Febo,  parte  III,  lib.  I, 
caj).  V.  —  (h)  Caballero  de  la  Cruz,  lib.  II, 
cap.  XXXVI. 


('/.)  Valera  y  otros  críticos  han  censurado 
con  mticha  i-nzón  la  manía  {ílosadora  de  Cle- 
iiiencin  que,  con  el  menor  pretexto,  acumula 
tan  inútiles  como  pesados  comentarios. 

(M.  de  T.) 


IMtIMKHA    I'ARTK.    —    CAPITULO    XIII  195 

ellos,  no  sería  tenido  por  le^íliino  caballero,  sino  por  bastardo,  y 
(jiic  entró'  en  la  fortaleza  de  la  caballería  dicha,  no  por  la  puerta, 
sino  j)or  las  bardas,  como  salteador  y  ladrón.  Con  to(lo  eso,  dijo  el 
camin;mtt>,  me  parece,  si  mal  no  me  acuerdo,  haber  leído  (|ue 
D.  Galaor,  luM-maiio  del  valeroso  Amadís  d<í  Gaula,  nunca  tuvo 
dama  señalada '-' á  <[uien  pudiese;  encomendarse,  y  con  todo  estOi 


andante  sin  dama,  dice  D.  Quijote  en 
el  capitulo  XXXI 1  cíe  la  sef^unda  parte, 
es  como  el  árbol  ain  hojati,  el  edificio 
sin  cimiento  y  la  sombra  sin  cuerpo  de 
quieti  se  cause.  Y  según  otra  sentencia 
del  Rey  Ajíricán,  en  Boyardo,  que  antes 
se  alcfíii  en  su  idioma  original,  y  ahora 
se  pone  según  la  traducción  de  Garrido  : 

El  caballero  que  anda  sin  amores 
Si  vive,  está  sin  alma  y  sin  valores  (a). 

Asi  que  la  lista  de  los  caballeros 
andantes  es  lista  de  caballeros  enamo- 
rados. Amadis,  de  Oriana,  hija  del  Rey 
de  Inglaterra ;  Lisuarte,  de  Onoloria, 
Princesa  de  Trapisonda ;  Belianis,  de 
Florisbella,  hija  de  Marceliano,  Soldán 
de  Babilonia ;  Esl'eramundi,  de  la  Prin- 
cesa Ricarda;  Platir,  de  Florinda,  hija 
del  Rey  de  Lacedemonia;  Olivante,  de 
Lucenda;  Lepolemo,  por  otro  nombre 
el  Caballero  de  la  Cruz,  de  Andriana ; 
su  hijo  Floramor,  conocido  por  el  Caba- 
llero de  las  Doncellas,  de  la  Princesa  de 
Constantinopla  Cupidea;  Celidón  de 
Iberia,  de  Poisena,  hija  del  Sultán  del 
Cairo ;  Florando  de  Castilla,  de  la  Infanta 
Safirina  de  Uacin  ;  Florambel,  de  Grase- 
linda;  su  padre  Florineo,  de  Beladina ; 
Primaleón,  de  Gridonia;  D.  Duardos, 
de  Flérida;  Palmerin  de  Inglaterra,  de 
Polinarda.  Basta  y  sobra  de  ejemplos. 

1.  Falta  un  verbo  para  la  buena  gra- 
mática (a) :  //  se  juzgaría  que  entró...  no 
por  la  puerta,  sino  por  las  bardas. 

2.  D.  Galaor,  á  diferencia  de  su  her- 
mano Amadis,  que  fué  modelo  del  amor 
constante,  y  como  tal  dio  felice  cima 
á  la  aventura  del  Arco  de  los  leales 
amadores,  según  se  cuenta  en  su  his- 
toria (a)  ;  D.  Galaor,  digo,  obsequió  á 
A'arias  damas,  de  lo  que  en  dicha 
historia  hay  suficiente  noticia,  así 
como  de  que  prefirió  sobre  todas  á  la 

o)  Orlanrio  enamorado,  lib.  I.  canto  18.  — 
(a)  (Cap.   XLIV. 

('/.)  Gramáticn.  —Véanse  las  notas  pag.  94 
y  loG. 

(M.  de  T.) 


hermosa  Briolanja,  hija  y  heredera  de 
Tagailán,  Rey  de  Sobradisa.  Paf/óse 
tanto  della  (Galaor  de  Briolanja),  y  tan 
bien  le  paresciú,  que  aunque  muchas 
mujeres  había  visto  y  traclado,  como 
esta,  historia  lo  cuenta,  nunca  su  cora- 
zón fué  otorgado  en  amor  verdadero 
de  ninguna  sino  desta  muy  hermosa 
Reina  (a). 

Bowle  sobre  este  pasaje  del  Quijote 
quiso  probar  que  estaba  trascordado  Vi- 
valdo,  y  para  ello  alegó  uno  de  la 
historia  de  Amadís  de  Gaula,  donde  se 
mencionan  los  amores  de  D.  Galaor 
con  Briolanja  y  la  doncella  Aldeva,  y 
aun  otro  de  Amadís  de  Grecia,  donde  se 
habla  del  Rey  Galaor  y  su  amada  mujer. 
Pero  esto  no  destruye  lo  que  dijo  Vi- 
valdo,  y  antes  bien  la  mención  de 
Aldeva  lo  confirma.  De  la  inconstancia 
de  D.  Galaor  da  testimonio  la  misma 
historia  de  su  hermano  en  el  lugar  que 
se  ha  copiado,  y  lo  comprueba  la  de 
D.  Florisel  de  Niquea,  refiriendo  que  dos 
damas  hermanas  burladas  por  un  caba- 
llero desleal,  habiendo  conseguido 
adormecerlo,  lo  habían  atado  y  lo  esta- 
ban azotando  cruelmente,  y  que  el 
paciente  les  decía  :  Mejor  caballero  que 
yo  era  Amadis  de  Grecia  y  D.  Florisel, 
su  hijo;  m.as  por  eso  no  dejaron  de  ser 
desleales,  y  D.  Galaor,  su  tío,  no  les 
fué  en  zaga...  A  lo  cual  contestó  una 
de  ellas :  Si  como  á  vos  os  teneinos  los 
tuviéramos  aquí,  nosotras  dejáramos 
satisfechas  á  Lúcela  del  uno  y  á  Elena 
del  otro  :  y  á  esotro  Rey  D.  Galaor  no 
le  diéramos  pena  ninguna,  porque  la 
culpa  tenían  las  que  lo  querían,  porque 
él  no  engañaba  á  níjiguna,  pues  nunca 
se  preció  de  ser  leal  (b). 

Tal  era  la  pública  voz  y  fama  acerca 
de  la  inconstancia  y  condición  natu- 
ralmente fácil  de  D.  Galaor,  que  en  vano 
quiso  combatir  Bowle.  Pellicer  le  siguió 
en  la  equivocación  y  en  la  mala  defensa 
de  D.  Galaor. 

(a)  Ib.,  cap.  CXXI.— (i)  Florisel,  part.  III, 
cap.  LXIX. 


l96  bON  QUIJOTE  DE  LA  MANCHA 

no  fué  tenido  en  miónos,  y  fu(^  un  muy  valiente  y  famoso  caballero. 
Á  lo  cual  re.spon<li()  nuestro  D.  Quijote  :  S(!ñor,  una  golondrina 
sola  no  hace  verano,  cuanto  más  (|ue  yo  sé  ({ue  de  secreto  estaba 
ese  caballero  muy  bien  enamorado,  fuera  que  aquello  de  querer  á 
todas  bien  cuantas  bien  le  parecían  <  era  condición  natural,  á 
quien  no  podía  ir  á  la  mano.  Pero  en  resolución,  averiguado  está 
muy  bien  que  él  tenía  una  solaá  quien  él  había  hecho  señora  de  su 
voluntad,  á  la  cual  se  encomendaba  muy  á  menudo  y  muy  secreta- 
meuíe,  porque  se  preció  de  secreto  caballero-.  Luego  si  es  de 
esencia  que  todo  caballero  andante  haya  de  ser  enamorado,  dijo  el 
caminante,  bien  se  puede  creer  que  vuestra  merced  lo  es,  pues  es 
de  la  profesión  ;  y  si  es  que  vuestra  merced  no  se  precia  de  ser  tan 
secreto  como  D.  Galaor,  con  las  veras  que  puedo  le  suplico  en 
nombre  de  toda  esta  compañía  y  en  el  mío  nos  diga  el  nombre, 
patria,  calidad  y  hermosura  de  su  dama,  que  ella  .se  tendría  por 
dichosa  de  que  lodo  el  mundo  sepa  que  es  querida  y  servida  de  un 
tal  caballero  como  vuestra  merced  parece.  Aquí  dio  un  gran  .sus- 
piro D.  Quijote,  y  dijo  :  Yo  no  podré  afirmar  si  la  dulce  mi  ene- 
miga •'  gusta  ó  no  de  que  el  mundo  sepa  que  yo  la  sirvo  ;  sólo  sé 


1.  Son  dos  versos  octosílabos,  cosa 
que  suele  ocurrir  Irecuenteujeute  en  la 
prosa  castellan;i,  pero  que  evitan  los 
que  escriben  coa  corrección  y  delica- 
deza. Mejor  :  de  querer  bien  d  todas 
cuantas  bien  le  parecían. 

2.  Un  cierto  Andrés,  Capellán  de  la 
corte  de  Francia,  contemporáneo  del 
Rey  San  Luis,  escribió  una  obra  inti- 
tulada :  De  arle  amundí  et  de  repro- 
batione  anioris.  En  ella  insertó  un 
estatuto  de  amor,  que  da  idea  de  las 
reglas  y  espíritu  de  la  galantería  en 
aquella  época.  Uno  de  los  treinta  y  un 
artículos  de  que  consta,  es  :  Qui  non 
celat,  amare  non  polest,  y  conforme  á 
esta  regia,  en  los  Arrestos  de  A)nor, 
libro  escrito  en  francés  por  Marcial  de 
Auvernia  en  el  siglo  xv,  y  traducido  el 
siguiente  al  castellano  por  el  Secretario 
Diego  Gracián,  se  refiere  la  sentencia 
del  consejo  de  Cupido  contra  un  amante 
indiscreto  y  parlero,  á  quien  se  impone, 
linlre  otras  penas,  que  vuija  en  romería 
descalzo  ú  la  ermita  del  Amor  {a). 
Además  de  la  regla  que  prescribía  él 
secreto,  babia  otra  que  prohibía  la 
inconstancia :  nenio  duplici  potesf  amore 
lifjari ;  y  en  cuanto  a  esta  última,  ya 

{a)  Arreslo  1. 


se  ha  visto,  por  lo  que  acaba  de  notarse, 
que  D.  Galaor  no  la  observó  muy  escru- 
pulosamente, ü.  Quijote,  no  pudiendo 
defenderlo  de  la  nota  de  inconstante, 
quiso  defenderlo  de  la  de  hablador, 
diciendo  que  se  precii)  de  secreto  caba- 
llero; pero  no  se  baila  rastro  de  cosa 
semejante  en  la  historia  de  Amadís,  y 
no  fué  más  que  una  salida  que  ocurrió 
en  el  momento  á  nuestro  hidalgo,  tan 
propia  de  su  desvariada  fantasía  como 
de  la  agudeza  y  humor  festivo  de  Cer- 
vantes. Tachóla  con  discreción  y  deli- 
cadeza Viv, Ido  cuando  suplicó  á  D. Qui- 
jote dijese  el  nombre  de  su  señora,  si 
no  se  preciaba  de  ser  tan  secreto  como 
D.  Galaor. 

3  iN'o  puede  menos  de  ocurrirle  al 
lector  de  este  paso  '.quella  redondilla 
traducida  del  ilnliano,que  después  sal- 
drá á  colación  en  la  segunda  parte  del 
Quijote. 

De  la  dulce  mi  enemiga 
Nace  un  mal  que  el  alma  hiere, 
Y  por  mas  lorinenlo  quiere 
Que  se  sienta  y  iio  se  diga. 

Pero  esta  expresión  de  la  dulce  mi 
ene>nÍQa  es  mucho  más  antigua ;  hállase 
ya  en  la  primitiva  historia  francesa  de 
Tristón  de  Leoni.i.  quien  la  usó  en 
aquella  tierna  canción,  cuando  celoso  de 


PniMERA    PARTH.    —   CAPlTUrO    XIII  107 

decir,  rospondiciulo  á  lo  ([ue  con  tanto  comedimiento  se  me  pide, 
(jue  su  nc)nd)i('  os  Dulcinea,  su  patria  el  Toboso,  un  lu^ar  de  la 
Mancha,  su  calidad  ¡)or  lo  menos  ha  ser  (Je  Princesa,  pues  se  reina 
y  señora  mía,  su  hermosura  sobrehumana,  pues  en  ella  se  vienen  á 
hacer  verdaderos  lodos  los  imposibles  y  quiméricos  atributos  de 
belleza  (|ue  los  poetas  (Jan  á  sus  damas  ;  que  sus  cabellos  son  oro, 
su  írente  campos  elíseos,  sus  c(\jas  arcos  del  cielo,  sus  ojos  soles, 
sus  mi\j illas  rosas,  sus  labios  corahís,  perlas  sus  dientes,  alabastro 
su  cuello,  mármol  su  pecho,  maríil  sus  manos,  su  blancura  nieve, 
y  las  parles  que  á  la  vista  humana  encubrió  la  honestidad  son 
tales  <,  según  yo  pienso  y  entiendo,  que  sola  la  discreta  conside- 
ración puede  encarecerlas  y  no  compararlas.  El  linaje,  prosapia  y 
alcui'nia  querríamos  saber,  replic(')  Vivaldo.  Á  lo  cual  respondió 
D.  Quijote  :  No  es  de  los  antiguos  Curcios,  Cayos  '^  y  Cipiones 
romanos,  ni  de  los  modernos  Colonas  y  Ursinos  ',  ni  de  los  Mon- 


Iseo,  huyendo  de  su  presencia  y  priva- 
do de  esperanza  y  de  juicio,  decía  entre 
otras  cosas  : 

En  ma  derniére  accramie 
Vous  priant  ma  líouce  enneniic, 
Jseult,  qui  ia  me  fut  atnie, 
Qic'apres  ma  niort  ne  m'oublie. 

Probemos  á  decirlo  en  castellano  : 

A  la  dulce  mi  enemiga 
Pido  en  mi  angustia  postrera. 
Que  pues  me  fué  un  tiempo  amiga. 
No  me  olvide  cuando  muera. 

1.  Estas  expresiones  me  recuerdan 
las  del  libro  de  Tirante  el  Blanco,  donde 
se  dice  de  la  Reina  de  Inglaterra  : 
La  faccia  et  le  mani  se  dimoslravaiio 
de  inestimabile  candare  et  hellezza; 
egli  si  dee  contemplare  nello  aggrafiato 
gesto  feminile  che  mostrava,  che  tutte 
le  partí  aseóse  non  poleano  esser  se  ?ion 
di  maggior  estima  (a). 

2.  Gayo  se  cuenta  mal  entre  los 
apellidos  de  familias  ilustres  romanas, 
pues  no  era  apellido,  sino  prenombre 
vulgar  y  común  á  todas,  esclarecidas  y 
obscuras,  nobles  y  plebeyas. 

3.  Familias  nobilísimas  de  la  Roma 
moderna.  Olón  Colona  fué  elecLo  Papa 
el  año  de  1417  con  el  nombre  de  Mar- 
tino  V.  Su  familia  era  ya  ilustre  á  prin- 
cipios del  siglo  XIII,  y  dio  origen  á  va- 
rias casas  de  magnates  de  Italia.  Hubo 
de  ella  muchos  Cardenales  y  personas 


notables  de  uno  y  otro  sexo.  Próspero 
Colona  fué  discípulo  del  Gran  Capitán 
(Jonzalo  de  Córdoba,  y  después  General 
de  las  tropas  de  Carlos  V  en  las  guerras 
de  Italia.  Victoria  Colona,  mujer  del 
célebre  Marqués  de  Pescnra,  el  vence- 
dor de  la  jornada  de  Pavía,  se  distin- 
guió por  su  instrucción  en  las  letras  y 
por  sus  virtudes,  señaladamente  por  el 
amor  á  su  marido,  después  de  cuya 
muerte  se  retiró  á  un  monasterio  de 
Milán,  donde  murió  el  año  de  1541. 
Marco  Antonio  Colona,  Duque  de  Pa- 
liano.  mandaba  lo  escuadra  de  galeras 
pontificias  en  la  batalla  de  Lepanto,  y 
falleció  en  Medinaceli  el  año  de  1384, 
viniendo  á  la  corle  llamado  por  el  Rey 
D.  Felipe  II.  Cervantes  le  llamó  Sol  de 
la  milicia,  preciándose  de  haber  se- 
guido algunos  años  sus  vencedoras  ban- 
deras, en  la  dedicatoria  de  su  novela 
pastoril  la  Calatea,  dirigida  á  Ascanio 
Colona,  hijo  de  Marco  Antonio  y  Doña 
.luana  de  Aragón,  que  estudió  en  la 
universidad  de  Alcalá,  como  se  lee  en 
la  Dorotea  de  Lope  de  Vega  (a). 

Los  Colonas  y  Ursinos  fueron  fami- 
lias rivales.  Los  primeros  se  distin- 
guieron por  su  aóción  al  partido  de 
España  en  los  disturbios  de  Italia  du- 
rante el  reinado  de  Carlos  V.  Los  Ursi- 
nos no  cedían  ;í  los  Colonas  en  lo  anti- 
guo é  ilustre  de  su  prosapia  :  dieron  á 
la  Iglesia  más  de  treinta  Cardenales  y 


(o)  Part.  I,  cap.  XVII. 


(a)  Acto  V,  escena  IV. 


198 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


cadas  y  Requescnes  de  Cataluña ;  ni  menos  do  los  Rebellas  y  Villa- 
novas  de  Valencia  ;  Palafojes,  Nuzas,  Rocabertis,  Corellas,  Lunas, 
Alagones,  Urreas,  Foces  y  Gurreas  de  Aragón;  Cerdas,  Manriques, 
Mendozas  y  Guzmanes  de  Castilla  ;  Alencastres,  Pallas  y  Meneses 
de  Porlug-al ;  poro  os  de  los  del  Toboso  de  la  Mancha,  linaje  aunque 
moderno  tal,  que  puede  dar  generoso  principio  á  las  más  ilustres 
familias  de  los  venideros  siglos  ;  y  no  se  me  replique  en  esto,  si  no 
fuere  con  las  condiciones  que  puso  Cervino  '  al  pie  del  trofeo  de 
las  armas  de  Orlando,  que  decía  : 

Nadie  las  mueva 
Que  estar  no  pueda  con  Roldan  á  prueba. 

Aunque  el  mío  es  de  los  Cachopines  de  Laredo  -,  respondió  el 
caminante,  no  le  osaré  yo  poner  con  el  del  Toboso  de  la  Mancha, 
puesto  que  para  decir  verdad,  semejante  apellido  hasta  ahora  no  ha 


cinco  Papas,  desde  Nicolao  III,  que  fué 
electo  el  año  de  1217,  hasta  Bene- 
dicto XIII,  que  murió  en  el  de  1730.  De 
los  Ursinos  procedieron  grandes  se- 
ñores y  estados  en  el  reino  de  Ñapóles, 
y  personas  que  hicieron  papel  impor- 
tante en  el  mundo.  Es  notorio  el  que 
hizo  en  España  la  Princesa  de  los  Ur- 
sinos durante  el  reinado  de  Felipe  V. 

Después  de  las  familias  extranjeras, 
nombra  D.  Quijote  varias  de  las  más 
ilustres  españolas;  asunto  demasiado 
conocido  para  que  nos  detengamos  en 
ello. 

1.  Hijo  del  Rey  de  Escocia,  Capitán 
de  la  gente  de  guerra  que  su  padre  en- 
viaba al  socorro  de  París,  cerrado  por 
el  Rey  Agramante.  Orlando  lo  puso  en 
libertad  cuando  le  llevaba  preso  An- 
selmo de  Altarriba;  y  Cerbino.  agrade- 
cido á  su  libertador,  habiendo  encon- 
trado las  armas  de  éste,  las  recogió, 
hizo  de  ellas  un  trofeo,  y  escribió  al 
pie  : 

Armatura  d'Orlando  Paladino, 

y  sigue  Ariosto  : 

Come  volesse  dir,  nessun  la  mitova. 

Che  star  non  possa  con  Orlando  d  prova. 

Sobreviniendo,en  esto,  Mandricardo  qui- 
so llevarse  la  espada,  y  sobre  ello  se 
combatió  con  Cerbino.  el  cual,  mal  heri- 
do, expiró  en  bra/os  de  su  amante  Isabe- 
la, que  había  presenciado  el  combate  (a) . 


2.  Nómbranse  en  el  libro  II  de  la 
Diana  de  Jorge  Montemayor,  donde 
Fabio,  paje  de  D.  Fulix,  dice  á  Felis- 
mena,  que  á  la  sazón  se  hallaba  disfra- 
zada de  hombre  :  Y  os  prometo  á  fe  de 
hijodalgo,  por'que  lo  soy,  gue  mi  padre 
es  de  los  Cachopines  de  Laredo,  etc. 
Y  en  la  comedia  de  Cervantes  La 
Entretenida ,  una  fregona  linajuda 
decía : 

¿.No  soy  yo  de  los  Capoches 

De  Oviedo?  ¿Hay  más  que  mostrar? 

Cervantes  se  burlaba  tanto  de  los  Capo- 
ches  como  de  los  Cachopines,  y  siem- 
pre de  los  abolengos  y  alcurnias  de  los 
asturianos  y  montañeses.  En  las  pro- 
vincias del  Norte  de  la  península  ha 
sido  nmy  frecuente  que  personas  que 
han  pasado  á  las  Indias,  y  adquirido 
allá  cuantiosos  bienes,  hayan  vuelto  y 
fundado  en  su  país  casas  acomodadas. 
En  Nueva  España  se  daba  el  uombre  de 
Gachupines  ó  Cachupines  á  los  Espa- 
ñoles que  pasaban  de  Europa ;  y  este 
puede  creerse  que  es  el  origen  de  los 
Cachopines  de  Laredo.  especie  de  ape- 
llido proverbial  con  que  se  tildaba  á 
las  personas  nuevas  que,  habiendo  ad- 
quirido riquezas,  se  entonaban  y  pre- 
ciaban de  ilustre  prosapia. 

(o)  Ariosto,  Orlando  furioso,  canto  24. 


pitiMr.iiA  i'Autí:.  —  CAPÍTíir.o  \mi  1í)9 

ll(>jj!;^a(lo  ;'i  mis  oídos.  ¡(l('mio  oso  no  lioI)r.''t  IIcíí'íkIo!  roplicó  D.  Ou¡- 
jolc  CiOii  gran  aleiición  iban  escuchando  todos  los  demás  la  plálica 
de  los  dos,  y  aun  hasta  los  mismos  cabreros  y  paslores  conocieron 
la  demasiada  falta  de  juicio  de  nuestro  D.  Quijote.  Sólo  Sancho 
Panza  pensaba  (|ue  cuanto  su  amo  decía  era  verdad,  sabiendo  él 
quión  era,  y  habiéndole  conocido  desde  su  nacimiento  ;  y  en  lo  que 
(ludaba  ali^o,  era  en  creer  aquello  de  la  linda  Dulcinea  del  Toboso, 
porque  nunca  tal  nombre  ni  tal  Princesa  había  llegado  jamás  '  á 
su  noticia,  aunque  vivía  tan  cerca  del  Toboso.  En  estas  pláticas 
iban,  cuando  vieron  que  por  la  quiebra  que  dos  altas  montañas 
hacían,  bajaban  hasta  veinte  pastores,  lodos  con  pellicos  de  negra 
lana  vestidos  y  coronados  con  guirnaldas,  que  á  lo  que  después 
pareció,  eran,  cuál  de  tejo  y  cuál  de  ciprés  ^.  Entre  seis  dellos 
traían  unas  andas  cubiertas  de  mucha  diversidad  de  flores  y  de  ra- 
mos. Lo  cual,  visto  por  uno  de  los  cabreros,  dijo  :  Aquellos  que 
allí  vienen  son  los  que  traen  el  cuerpo  de  Grisóstomo,  y  el  pie  de 
aquella  montaña  es  el  lugar  donde  él  mandó  que  le  enterrasen.  Por 
esto  se  dieron  priesa  á  llegar,  y  l'ué  á  tiempo  que  ya  los  que  venían 
habían  puesto  las  andas  en  el  suelo,  y  cuatro  dellos  con  agudos 
picos  estaban  cavando  la  sepultura  á  un  lado  de  una  dura  peña. 
Recibiéronse  los  unos  y  los  otros  cortésm.ente,  y  luego  D.  Quijote 
y  los  que  con  el  venían  se  pusieron  á  mirar  las  andas,  y  en  ellas 
vieron  cubierto  de  flores  un  cuerpo  muerto  y  vestido  como  pastor, 
de  edad  al  parecer  de  treinta  años;  y  aunque  muerto,  mostraba  que 
vivo  había  sido  de  rostro  hermoso  y  de  disposición  gallarda.  Alre- 
dedor del  tenía  en  las  mismas  andas  algunos  libros  ^  y  muchos 
papeles  abiertos  y  cerrados  ;  y  así  los  que  esto  miraban  como  los 
que  abrían  la  sepultura,  y  todos  los  demás  que  allí  había,  guarda- 
ban un  maravilloso  silencio,  hasta  que  uno  de  los  que  al  muerto 
trujeron,  dijo  á  otro:  Mira  bien,  Ambrosio,  si  es  este  el  lugar  que 
Grisóstomo  dijo,  ya  que  queréis  '  que  tan  puntualmente  se  cum- 

1.  Está  recibido  el  juntar  los  dos  y  según  Plinio  (6)  fué  opinión  de  algu- 
adverbios  nunca  v  jamás,  que  valen  nos  que  de  laxos  se  dijo  tóxicum,  de 
lo  mismo,  para  esíorzar  así  su  signiü-  donde  el  castellano  tósigo.  Del  ciprés 
cación,  y  se  dice  nunca  jamás  haré  se  habló  en  otra  nota  de  este  capitulo. 
esto  ó  lo  otro;  pero  no  se  usan  separa-  3.  Debió  ponerse  :  alrededor  del  ha- 
dos por  otras  palabras  dentro  de  la  bia,  ó  alrededor  de  sí  tenía.  Y  de  esta 
misma  expresión,  como  aqui  sucede.  suerte  diría  probablemente  el  original 

2.  Tejo,     árbol     silvestre,    á    cuyas  de  Cervantes. 

-exhalaciones  y  ambiente  se  atribuyen  4.  Muchas     ediciones     han     puesto 

propiedades  malignas.  mira  bien,  Ambrosio;  lo  cual  eviden- 

,     .  .      ,  teraente   es   error,  porque    el  número 

Sic  tua  Cyrneas  fucjiunl  examina  laxos, 
le  decía  un  pastor  á  otro  en  Virgilio  (a);         (a)  Égloga  IX.  —  (6)  Lib.  XVI,  cap.  X. 


200  nON    QUIJOTE   DE    LA    MANCHA 

pía  lo  que  dejo  mandado  en  su  lestamenlo.  Esle  es,  respondió 
Andjrosio,  que  muchas  veces  en  61  me  conlo  mi  desdichado  amigo 
la  historia  de  su  dcsveulura.  Allí  me  dijo  ('-1  que  vio  la  vez  priuifua 
á  aquella  enemiga  niorlal  del  linaje  humano,  y  allí  fué  tamhit'n 
donde  la  primera  vez  le  declaró  su  pensamiento,  tan  honesto  como 
enamorado,  y  allí  fué  la  última  vez  donde  Marcela  le  acabó  de 
desengañar  y  desdeñar,  de  suei-te  que  puso  fin  á  la  tragedia  de  su 
miserable  vida  ;  y  ix(\\i\,  en  memoria  de  tantas  desdichas,  quiso  él 
que  le  depositasen  en  las  entrañas  del  eterno  olvido  K  Y  volvién- 
dose á  D.  Quijote  y  á  los  caminantes,  prosiguió  diciendo  :  Ese 
cuerpo,  señores  -,  que  con  piadosos  ojos  estáis  mirando,  fué  depo- 
sitario de  un  alma  en  quien  el  cielo  puso  infinita  parte  de  sus 
riquezas.  Ese  es  el  cuerpo  de  Grisóstomo,  que  fué  único  en  el 
ingenio,  solo  en  la  cortesía,  extremo  en  la  gentileza,  fénix  en  la 
amistad,  magnífico  sin  tasa, grave  sin  presunción, alegresin  bajeza, 
y,  finalmente,  primero  en  todo  lo  que  es  ser  bueno,  y  sin  segundo 
en  todo  lo  que  fué  ser  desdichado.  Quiso  bien,  fué  aborrecido  ; 
adoró,  fué  desdeñado  ;  rogó  á  una  fiera,  importunó  á  un  mármol, 
corrió  tras  el  viento,  dio  voces  á  la  soledad,  sirvió  á  la  ingratitud, 
de  quien  alcanzó  por  premio  ^  ser  desj)ojo  de  la  muerte  en  la 
mitad  de  la  carrera  de  su  vida,  á  la  cual  dio  fin  una  pastora  á  quien 
él  procuraba  eternizar  para  que  viviera  en  la  memoria  de  las 
gentes,  cual  lo  pudieran  mostrar  bien  esos  papeles  que  estáis  mi- 
debe  ser  igual  al  del  otro  verbo  queréis,  petable,  todavía  pueden  hacerse  algu- 
que  es  plural.  Y  así- debe  escribirse  ñas  ligeras  observaciones.  Ambrosio 
miró,  que  es  lo  mismo  que  mirad,  sólo  llama  á  Grisóslomo  Fénix  en  la  amis- 
que  se  suaviza  y  elide  la  d,  como  suele  iad,  y  no  es  muy  acertada  la  compara- 
hacerse  en  el  estilo  familiar.  Son  fre-  ción,  porque  siendo  el  Fénix  único  y 
cuentes  los  ejemplos  de  esto  en  núes-  singular,  no  puede  ser  tipo  de  la  amis- 
tros  libros  antiguos,  como  se  notó  ya  tad,  que  necesariamente  ha  de  ser 
en  el  capítulo  V.  "         entre  dos  :  Ambrosio,  con  esta  califi- 

1.  El  pensamiento  es  hermoso  y  caciún,  se  excluía  á  si  mismo  del  titulo 
dulcemente  melancólico;  sino  que  en  de  amigo  de  Grisóstomo.  —  Lo  de  pri- 
esto  de  la  memoria  y  del  olvido  hay  una  mero  en  ser  bueno  y  sin  segundo  en  ser 
cierta  afectación  de  ingenio,  y  aun  desdichado,  parece  expresión  dema- 
cierta  contradicción  de  ideas  que  per-  siado  sutil  y  no  de  buen  gusto  :  Ger- 
judica  al  efecto.  vantes  incurrió  alguna  vez  en  defectos 

2.  El  elogio  fúnebre  pronunciado  de  esta  ciase,  que  empezaban  á  hacerse 
por  Ambrosio  á  presencia  del  cadáver  comunes  entre  los  escritores  de  su 
de  su  amigo  mientras  abren  la  sepul-  tiempo,  y  al  cabo  llegaron  á  ser  la 
tura,  delante  de  espectadores  descono-  peste  del  lenguaje  castellano,  tanto 
cidos  de  varias  clases,  reunidos  allí  m(''trico  como  prosaico,  de  aquel  siglo, 
casualmente,  tiene  mucho  de  drama-  3.  De  quien  alcanzó...  á  lo  cual  dio 
tico,  y  está  bien  ideado  y  hablado.  fin...  ó  quien  él  procuraba...  cual  lo 
D.  Antonio  de  Capmani  lo  copió  con  pudieran  mostrar...  La  repetición  exce- 
elogio  entre  otros  del  Qlijotk  en  su  siva  del  relativo  dentro  de  un  mismo 
Teatro  de  la  elocuencia  española.  Sin  periodo,  hace  lánguido  y  arrastrado  el 
perjuicio  de  aprobación  y  voto  tan  res-      lenguaje. 


PniMERA    PARTE.    —    CAPITULO    XIIT  201 

ramio,  si  ('I  no  nic  hubiera  maiiíJado  quo  los  eiilicgara  ai  (iief^o  en 
habiojulo  (Miliri^ado  su  cuerpo  ;'i  la  Liei'i'a.  De  mayor  ri^or  y  eruel- 
díxd  usairis  vos  eon  ellos,  dijo  Vivaldo,  (jue  su  uiisino  dueño,  pues 
no  es  justo  \ñ  acertado  que  se  cumpla  la  voluntad  de  (¡uien  lo  que 
ordena  '  va  fuera  de  todo  razonable  discurso;  y  no  lo  tuviera  bueno 
Augusto  César  -,  si  consintiera  que  se  pusiera  en  ejecución  lo  que  el 
divino  Mantuano  dejó  en  su  leslamcnto  mandado.  Así  que,  señor 
Ambrosio,  ya  que  deis  el  cuerpo  de  vuestro  amigo  á  la  tierra,  no 
queráis  dar  sus  escritos  al  olvido,  que  si  él  ordenó  como  agraviado, 
no  es  bien  que  vos  cumpláis  (;omo  indiscreto,  antes  haced,  dando 
la  vida  á  estos  papeles,  que  la  tenga  siempre  la  crueldad  de  Mar- 
cela, para  que  sirva  de  ejemplo  en  los  tiempos  que  están  por  venir 
á  los  vivientes,  para  que  se  aparten  y  huyan  de  caer  en  semejantes 
despeñaderos;  que  ya  sé  yo  y  los  que  aquí  venimos  la  historia 
deste  vuestro  enamorado  y  desesperado  amigo,  y  sabemos  la  amis- 
tad vuestra,  y  la  ocasión  de  su  muerte,  y  lo  que  dejó  mandado  al 
acabar  de  la  vida  ;  de  la  cual  lamentable  historia  se  puede  sacar 
cuánta  haya  sido  la  crueldad  de  Marcela,  el  amor  de  Grisóstomo, 
la  fe  de  la  amistad  vuestra,  con  el  paradero  que  tienen  los  que  á 
rienda  suelta  corren  por  la  senda  que  el  desvariado  amor  delante 
de  los  ojos  les  pone.  Anoche  supimos  la  muerte  de  Grisóstomo,  y 
que  en  este  lugar  había  de  ser  enterrado,  y  así  de  curiosidad  y  de 
lástima  dejamos  nuestro  derecho  viaje,  y  acordamos  de  venir  á  ver 
con  los  ojos  lo  que  tanto  nos  había  lastimado  en  oíllo  ;  y  en  pago 
desta  lástima,  y  del  deseo  que  en  nosostros  nació  de  remedialla  si 
pudiéramos,  te  rogamos,  ¡  oh  discreto  Ambrosio  !  á  lo  menos  yo  te 
lo  suplico  de  mi  parte,  que  dejando  de  abrasar  estos  papeles,  me 
dejes  llevar  algunos  dellos.  Y  sin  aguardar  que  el  pastor  respon- 
diese, alargó  la  mano  y  lomó  algunos  de  los  que  más  cerca  esta- 
ban; viendo  lo  cual  Ambrosio,  dijo  :  Por  cortesía  consentn"é  que  os 

1.  Falta  la  gramática  y  se  remediara  sus  testamentarios   y    amigos  Tuca  y 

sólo  con  añadir  dos  letras  :  No  es  justo  Vario  no  lo  consintieron,  apoyados  en 

?ue  se  cumpla  la  voluntad  de  quien  en  la  voluntad  de  Augusto,  que  tampoco 

o  que  ordena  va  fuera  de  todo  razo-  quiso    se    cumpliese    una   disposición 

nable  discurso.  Fué  tanto  más  fácil  la  que  tan  funesta  y  lamentable  hubiera 

omisión  de  la  partícula  en,  cuanto  la  sido  para  las  letras.  A   lo  que  aluden 

palabra  anterior  quien   acaba  con  las  los  versos   siguientes,  que  se  leen  en 

mismas  letras.    La  fiierza.de    esto   la  todos  los  sumarios  déla  vida  de  Vir- 

comprenderán  los  que  tienen  práctica  gilio  : 
en  la  materia,  y  conocen  por  experien- 
cia lo  que  es  pelear  con  descuidos  de  ,  ,  ,  ,,.,,.         .      „ 

cajistas  de  las  imprentas.  ./«^.f '^^  ''f<^  '•«'^"^^  «^o^e"  carmina  flammis 

\     o    ,-.  ^      ,7.      ...  ,   ^ •„  \  irijilius,  phrygiwn  qua'  cecmere  ducem. 

■i.   Sabido   es    que   Virgilio,  al  morir,  ^ucca  vetat    Variusqae    simul  ;  tu,    máxime 
manuu  que  se  quemase  su  Eneida,  por-  [Ca'sar 

que  no  había  acabado  de  limarla  ;  pero  Ison  sini»  et  Latia-  consulis  historix. 


20!2  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

quedéis,  señor,  con  los  que  ya  habéis  tomado  ;  pero  pensar  que 
dejaré  de  quemar  los  que  quedan,  es  pensamiento  vano.  Vivaldo, 
que  deseaba  ver  lo  que  los  papeles  decían,  abrió  luego  el  uno 
dellos,  y  vio  que  tenía  por  título  :  Canción  desesperada.  Oyólo 
Ambrosio,  y  dijo:  Ese  es  el  último  papel  queescribióel desdichado  ; 
y  porque  veáis,  señor,  en  el  término  que  le  tenían  sus  desventuras, 
leelde  de  modo  que  seáis  oído,  que  bien  os  dará  lugar  á  ello  el  que 
se  tardare  <  en  abrir  la  sepultura.  Eso  haré  yo  de  muy  buena 
gana,  dijo  Vivaldo;  y  como  todos  los  circunstantes  tenían  el  mismo 
deseo,  se  le  pusieron  á  la  redonda,  y  él,  leyendo  en  voz  clara,  vio 
que  asi  decía. 

1.  Se  da   lugar,   pero  no    se    tarda      ello  el  que  se  tardare  en  abrir  la  sepul- 
lugar,  sino  tiempo.  No  habría  reparo      tU7'a. 
si  dijera  :  bien  os  dará   tiempo  para 


CAPITULO  XIV 


DONDE    SR    PONEN    LOS    VERSOS    DESESPEHADOS    DEL    DIFUNTO    PASTOR 
CON    OTROS    NO    ESPERADOS    SUCESOS  ^ 


CANCIÓN    DE    GRISÓSTOMO  = 

Ya  que  quieres,  cruel,  que  se  publique 
De  lengua  en  lengua  y  de  una  en  otra  gente 
Del  áspero  rigor  tuyo  la  fuerza, 
Haré  que  el  mismo  infierno  comunique 
Al  triste  pecho  mío  un  son  doliente, 
Con  que  el  uso  común  de  mi  voz  tuerza. 
Y  al  par  de  mi  deseo,  que  se  esfuerza 
Á  decir  mi  dolor  y  tus  hazañas. 
De  la  espantable  voz  irá  el  acento, 


1.  Desesperados  y  no  esperados  :  ju- 
guete de  palabras,  ú  acaso  mera  inad- 
vertencia de  Cervantes. 

2.  Esta  canción  se  había  impreso 
siempre  mal,  sin  hacer  la  conveniente 
división  de  las  estancias.  Pellicer  ad- 
virtió y  corrigió  en  su  edición  este  de- 
fecto. 

El  artificio  de  esta  canción  admirable 
y  sincjular,  dice  Pellicer,  consiste  en 
componerse  cada  estancia  de  diez  y 
seis  versos,  todos  endecasílabos,  que,  ri- 
mando entre  sí  de  un  modo  nuevo,  el 
penúltimo  consuena  co?i  el  hemistiquio 
del  liltimo.  Nótase  en  ella  alguna  er- 
presión  humilde  y  algún  verso  des- 
mayado; pero  puede,  sin  embargo,  com- 
petir con  lo  mejor  de  nuestros  mejores 
poetas...  La  misma  uniformidad  de 
versificación,  sin  alternar  los  versos 
cortos,  manifiesta  con  más  viveza  la 
pasión  de  este  pastor  furioso.  Puede 
reputarse  Cervantes  por  inventor  de 
este  género  de  canciones. 

Ni  en  lo  uno  ni  en  lo  otro  soy  del 
dictamen  de  Pellicer.  En  las  canciones 
castellanas  el  poeta  es  arbitro  de  fijar 
según  le  acomode  la  forma  de  las  es- 


tancias ó  estrofas,  y  el  orden  y  com- 
binación de  los  consonantes.  Asi  se  ve 
en  nuestras  canciones  antiguas  y  mo- 
dernas, inclusa  la  presente,  cuya  mayor 
novedad  es  que  el  penúltimo  verso  de 
la  estrofa  no  rima  como  los  demás, 
sino  que  tiene  su  consonancia  en  la 
cuarta  y  quinta  silaba  del  último.  El 
estrambote,  en  que  el  poeta  habla  con 
su  canción,  segím  se  usa  en  semejantes 
composiciones,  es  una  quintilla  de  la 
misma  hechura  que  las  últimas  de  las 
estancias.  En  suma,  no  hay  aquí  inven- 
ción de  género  nuevo ;  y  por  lo  demás, 
los  versos  me  parecen,  como  general- 
mente los  de  Cervantes,  mnl(a). 

(a)  Mal.  —  Clemencín,  al  juzgar  á  Cer- 
vantes como  poeta,  lo  hace,  como  vulgar- 
mente se  dice,  por  boca  de  (/ansa.  En  su  lar- 
guísimo, erudito,  á  veces  inútil,  y  á  veces 
soporífero  comentario,  no  se  echa  de  ver  una 
sola  prueba  de  refinado  gusto  literario 
en  materia  de  poesía.  No  se  olvide  que  el 
artista  siempre  marca  su  sello  en  cuanto 
escribe.  El  señorCortejón.  que  hace  mención, 
en  este  pasaje  del  texto,  del  curioso  hallazgo, 
por  el  señor  Asensio,  del  original  de  esta 
canción,  defiende  muy  discretamente  á  Cer- 
vantes como  poeta.    "  (M.  de  T.) 


204  DON    QUIJOTE    DE   I,A    MANCHA 

Y  en  él  mezclados  por  mayor  tormento 
Pedazos  de  las  míseras  entrañas. 
Escucha,  pues,  y  presta  atento  oído, 
No  al  concertado  son,  sino  al  ruido 
Que  de  lo  hondo  de  mi  amargo  pecho, 
Llevado  de  un  forzoso  desvarío, 
Por  gusto  mío  sale  y  tu  despecho. 
El  rugir  del  león,  del  lobo  fiero 
El  temeroso  aullido,  el  silbo  horrendo 
De  escamosa  serpiente,  el  espantable 
Baladro  de  algún  monstruo,  el  agorero  * 


i.  Las  dos  ediciones  primitivas  del 
año  1605  desfiguraron  este  nombre,  en 
lugar  del  cu.il  pusieron  halando  :  error 
que  corrigió  la  del  año  1608,  donde  se 
restituyó  la  verdadera  lección  baladro, 
que  significa  alarido  ó  grito  desento- 
nado y  espantoso.  Esta  palabra  se  halla 
usada  en  la  sesunda  parte  del  Quijote, 
donde,  hablando  Sancho  con  su  mujer 
Teresa,  le  encargaba  que  cuidase  del 
rucio  los  días  anteriores  á  la  tercera 
salida  de  su  amo,  porque  no  se  iba  á 
bodas,  sino  á  rodear  el  mundo  y  á  oir 
silbos,  rugidos,  bramidos  y  baladros. 
Es  palabra  común  en  los  libros  caba- 
llerescos, como  en  la  Historia  de  D.  Be- 
liaiiis,  donde  al  capítulo  XXIV  del  li- 
bro IV,  se  habla  de  ios  baladros  de  un 
vestiglo  ó  fiera  monstruosa  que  se  ha- 
llaba herida.  No  es  menos  frecuente  en 
la  Historia  de  D.  Florisel  de  Niquea, 
en  cuya  tercera  parte  se  dice  del  gi- 
gante Brosdolfo  :  dando  un  fuerte  bala- 
dro con  la  rabia  de  la  muerte,  sobre  él 
cae,  tomándole  debajo  (a).  La  jaya7ia 
Baralacta,  que  esto  oyó,  cuenta  en 
otro  lugar,  dando  un  gran  baladro, 
dijo  :  mataldo  (A).  Y  en  otro  :  El  jayán, 
dando  un  fuerte  baladro  quel  castillo 
hizo  tremer,  dijo:  ¡Oh  vil  y  cosa  as- 
trosa! aguarda  la  respuesta  de  tu 
sandez  (c).  En  la  Historia  del  Caballero 
del  Febo  se  refiere  que  andando  su 
hermano  Rosicler  por  las  montañas  de 
Fenicia  con  el  Rey  Sacridoro,  topó  con 
dos  grandes  salvajes  que  venían  caba- 
lleros sobre  sendos  leones.  >'  dando 
(los  salvajes)  U7ios  grandes  baladros 
que  se  oían  muy  lejos,  en  poco  rato  se 
juntaron  más  de   veinte  salvajes  como 


aquellos,  unos  caballeros  en  lobos  y 
otros  en  otras  fieras  bestias  (a).  Final- 
mente, El  Baladro  del  sabio  Merlín 
con  sus  profecías  es  el  titulo  de  un 
libro  que  se  imprimió  en  Burgos  el 
año  de  1498.  —  De  la  palabra  baladro 
se  derivó  probablemente  baladran,  que 
es  el  que  blasona  de  valiente  con  TOces 
descompuestas  y  amenazadoras. 

Agorero  :  los  antiguos  tuvieron  á  la 
corneja  (a)  por  pájaro  de  mal  agüero, 
como  lo  indica  aquel  verso  de  las  Bu- 
cólicas de  Virgilio  : 

S.rpe  sinistra  cavnpriedixil  ab  Hice  cornix. 

Y  como  dijo,  tomándolo  de  Virgilio, 
el  dulcísimo  üarcilaso  : 

Bien  claro  con  su  voz  me  lo  decía 
La  siniestra  corneja,  prediciendo 
La  desventura  mía  ib). 


(a)  Parte  I,  Hb.  II,  cap.  XIX.  — 
gal. 


(6)  É^ 


(n)  Cap.   XXIX. 
Cap.  LXXI. 


(b)  Cap.  LXIl.  —  (c) 


(«)  Corneja.  —  En  el  poema  El  Mío  Cid, 
versos  11  y  \l  (edición  del  señor  Menéndez 
Pidal),  se  lee  : 

.\  la  exida  de  vivar,  ovieron  la  comeia  diestra, 
E  enlraudo  á  Burgos  ovieron  la  sioieslra. 

En  un  libro  publicado  hace  poco  en  Sala- 
manca con  el  titulo  de  Selecta  literaria 
(que  está  muy  lejos  de  valer  lo  que  cuesta), 
el  autor  demuestra  tal  ignorancia  en  cues- 
tiones de  literatura,  que  en  el  rudimentario 
é  incompletísimo  vocabulario  que  hav  al  fin 
explica  la  ¡¡alabra  comeia  en  esta  forma  : 
comeia  :  cuerno,  lado.  Por  eso  no  tiene  nada 
lie  extraño  que  en  las  clases  de  literatura 
española,  en  París,  se  recomienden,  para  el 
estudio  de  ni^stra  literatura  anticua,  libros 
extranjeros  como  el  del  italiano  Gorra  :  Lin- 
gua  e  Letleratura  3/>ag¡tuola  delLe  oriyini. 
Milano,  1898.  (M.  de  T.) 


l'niMEIlA    l'AIlTE.    —    CAPITULO    XIV 


20t 


Graznar  de  la  corneja,  y  el  estruendo 
Del  viento  contraslado  en  mar  instable 
Del  ya  vencido  loro  el  implacalde 
Hraiiiido,  y  de  la  viuda  lortolilla 
El  sensible  arrullar-,  el  triste  canto 
Del  invidiado  buho  ',  con  el  llanto 
De  toda  la  infernal  negra  cuadrilla, 
Suíiían  con  la  dolieate  ánima  fuera  -, 
Mezclados  en  un  son  de  tal  manera. 
Que  se  confundan  los  sentidos  todos, 
Pues  la  pena  cruel  que  en  mí  se  halla, 
Para  contalla  pide  nuevos  modos  3. 


1.  El  invidiado  alude  sin  duda  al  uso 
que  se  hace  del  buho  en  la  (.'etrcría  ó 
caza  de  aves,  donde  se  observa  que 
los  pájaros  bajan  al  buho  colocado  en 
el  señuelo,  creyendo  el  vulgo  que  la 
envidia  los  mueve  ¡i  querer  sacarle  los 
ojos,  y  que  esto  es  ;i  lo  que  bajan.  En 
la  edición  de  Londres  de  1738  se  corrigió 
enviudado,  y  adoptaron  la  corrección 
otras  ediciones  posteriores,  hasta  que 
la  Academia  Española  restableció  la 
lección  verdadera. 

El  buho  era  también  mirado  como 
pájaro  funesto  y  aciago ;  de  donde 
aquello  de  Ovidio  en  el  V  de  las  Meta- 
morfosis : 

Jgnavus  buho,  dirum  mortalibus  ornen. 

La  misma  opinión  tenia  entre  los 
antiguos  castellanos.  Xuño  Salido,  ayo 
de  los  Siete  Infantes  de  J^ara,  les  decía 
cuando,  engañados  por  Rui  Velázquez, 
caminaban  hacia  el  campo  de  Arabiana, 
donde  perecieron  : 

No  pasemos  adelante  . 
Malos  agüeros  había. 
Un  buho  da  grandes  gritos, 
Un  águila  .se  carpia. 
Cuervos  muy  mal  la  aquejaban 
Yo  de  aquí  iio  pasaría. 

2.  El  pastor  Mireno,  en  el  libro  III  de 
la  Calatea  de  Cervantes,  afligido  de  la 
ingratitud  de  Silveria,  que  le  dejaba 
por  Daranio,  se  lamentaba  en  una  can- 
ción, cuya  primera  estancia  concluye 
así  : 

Que  mi  voz  lastimera 

Saldrá  con  la  doliente  ánima  fuera. 

En  los  Trabajos  de  Pérsiles  y  Sigis- 
munda  (a),    Policarpa,    hija    del    Rey 


Policarpo,  exhortando  á  sii  hermana 
Sinforosa  á  que  declarase  su  afición  a 
Periandro,  cantaba  al  son  del  arpa  : 

Salga  con  la  doliente  ánima  fuera 

La  enferma  voz,  que  es  fuerza  y  es  cordura 

Decir  la  lengua  lo  que  el  alma  "toca. 

En  uno  y  otro  lugar,  como  asimismo 
en  la  canción  de  Grisóstomo,  parece 
que  Cervantes  tuvo  presente  aquel  pa- 
saje de  la  Égloga  II  de  Garcilaso,  en  que 
el  desesperado  pastor  Albanio,  lamen- 
tándose de  los  desdenes  de  Camila, 
exclamaba  : 

i  Oh  dioses !  Si  allá  juntos  de  consuno 
De  los  amantes  el  cuifiado  os  toca... 
Recibid  las  palabras  que  la  boca 
Echa  con  la  doliente  anima  fuera. 

Las  situaciones  de  Mireno,  Grisósto- 
mo y  Sinforosa  eran  parecidas  entre 
sí,  y  lo  eran  también  á  la  de  Albanio. 
Cervantes,  tan  amante  de  Garcilaso  que 
alguna  vez  le  indica  llamándole  nuestro 
poeta  sin  otras  señas,  en  las  tres  oca- 
siones hubo  de  copiar  esta  reminiscen- 
cia. Realmente  el  asunto  de  Albanio 
desdeñado  por  Camila  era  el  misrno 
que  el  de  Grisóstomo  desdeñado  por 
Marcela;  y  la  canción  del  pastor  de 
Garcilaso  no  merecía  menos  el  nombre 
de  desesperada  que  la  del  pastor  de 
Cervantes. 

3.  El  régimen  está  defectuoso  :  se 
debiera  decir  pura  contarse ;  mas  la 
necesidad  de  rimar  con  el  final  halla 
del  verso  que  precede,  según  el  arti- 
ficio observado  en  la  presente  <'anción, 
exige  que  se  lea  para  contalla.  Este 
pasaje  está  mal  en  las  ediciones  primi- 

{n)  Lib.  II. 


20G  DON    QUIJOTE    ÜE    LA    MANCHA 

De  tanta  confusión,  no  las  arenas 
Del  padre  Tajo  oirán  los  tristes  ecos, 
Ni  del  famoso  IJelis  las  olivas: 
(Jue  allí  se  esf)arcirún  mis  duras  penas 
En  altos  riscos  y  en  profundos  huecos, 
Con  muerta  lengua  y  con  palabras  vivas  '  ; 
O  ya  en  oscuros  valles,  ó  en  esquivas 
Playas  desnudas  de  contrato  humano, 
O  adonde  el  sol  jamás  mostró  su  lumbre, 
Ó  entre  la  venenosa  muchedumbre 
De  fieras  que  alimenta  el  Libio  llano  - : 
Que  puesto  que  en  los  páramos  desiertos 
Los  ecos  roncos  de  mi  mal  inciertos 
Suenen  con  tu  rigor  tan  sin  segundo, 
Por  privilegio  de  mis  cortos  hados 
Serán  llevados  por  el  ancho  mundo. 

Mata  un  desdén,  atierra  la  paciencia  ^ 
Ó  verdadera  ó  falsa  una  sospecha ; 
Matan  los  celos  con  rigor  más  fuerte  ; 
Desconcierta  la  vida  larga  ausencia  ; 


tivas  del  Quijote  :  la  Academia  Espa- 
ñola, que  lo  había  corregido  en  otras 
ediciones  anteriores,  conservó  el  error 
en  la  de  1819. 

1.  Jerigonza  embrollada  que  no  se 
entiende.  En  un  romance  de  la  novena 
parte  del  Romancero  general  de  Flores 
se  lee  : 

Si  quieres  amar  de  burlas 
y  ser  de  veras  querida, 
vayan  tus  palabras  muertas 
donde  van  mis  obras  vivas. 

Pero  esto,  aunque  no  muj*  claro,  no 
es  tan  obscuro  como  lo  de  Cervantes. 
No  lo  es  menos  el  verso  que  se  ice  más 
abajo : 

Los  ecos  roncos  de  mi  mal  inciertos. 

Y  no  le  va  en  zaga  el  otro  que  viene 
después  : 

Y  en  el  olvido  en  quien  mi  fuego  avivo. 

En  éste  concurre  también  el  defecto 
de  la  asonancia  entre  olvido  y  avivo, 
que  lo  hace  todavía  más  desagradable. 

2.  Pasaje  viciado  en  todas  las  edi- 
ciones, desde  las  primeras  de  1605,  que 
leyeron  el  libre  L'atio,  y  la  de  1608,  que 
han  seguido  las  jiosteriores  poniendo 
el  Silo  llano.  Pero  ni  el  Nilo  es  llano 


más  que  los  otros  rios,  ni  se  sabe  lo 
que  significa  la  venosa  muchedumbre 
de  fieras  que  alimenta  el  Nilo :  las  fieras 
viven  en  los  desiertos  y  en  los  montes, 
no  en  los  ríos.  Por  esta  razón,  y 
siguiendo  lo  que  la  primera  lección 
indica,  se  ha  adoptado  como  más  vero- 
símil la  enmienda  el  Libio  llano.  De  la 
Libia  dijo  Horacio  que  era 

...  leonum  árida  matrix. 

Y  Altisidora.  en  la  segunda  parte, 
quejándose  de  la  esquivez  de  D.  Qui- 
jote : 

Dime,  valeroso  joven, 
que  Dios  prospere  tus  ansias, 
site  criaste  en  la  Libia... 
Si  sierpes  te  dieron  leche, 
si  acaso  fueron  tus  amas,  etc. 

3.  Atierra  es  del  verbo  aten-ar,  echar 
á  tierra,  derribar.  En  esta  acepciim 
admiten  algunos  de  sus  tiempos  una 
i  que  no  tiene  en  el  infinitivo,  y  lo 
mismo  sucede  en  otros  muchos  verbos 
de  todas  las  conjugaciones,  como 
alienta,  que  viene  de  alentar;  cierne, 
de  cerner ;  pervierte ,  de  pervertir. 
Cuando  aterrar  significa  infundir 
terror,  entonces  no  experimenta  esta 
irregularidad,  y  forma  aterra. 


PIUMKHA    PAHlIi. 


CAPÍTULO    XIV  207 


Contra  un  temor  do  olvido  no  aprovecha 
Firme  osperunzci'  d(;  dichosa  suerte. 
En  todo  hay  cierta  inevitahle  muerte; 
Mas  yo  ¡  milagro  nunca  visto  !  vivo 
Celoso,  ausente,  desdeñado,  y  cierto 
De  las  sospechas  que  me  tienen  muerto, 

Y  en  el  olvido  eu  quien  mi  fuego  avivo. 

Y  entre  tantos  tormentos,  nunca  alcanza 
Mi  vista  áver  en  sombra  la  esperanza, 

Ni  yo  desesperado  la  procuro  ; 

Antes  por  extremarme  en  mi  querella  '^, 

Estar  sin  ella  eternamente  juro. 

¿  Puédese  por  venlui'a  en  un  instante 
Esperar  y  temer,  ó  es  bien  hacello. 
Siendo  las  causas  del  temor  más  ciertas  ? 
¿  Tengo,  si  el  duro  celo  está  delante  2, 
De  cerrar  estos  ojos,  si  he  de  vello 
Por  mil  heridas  en  el  alma  abiertas  ? 
¿  Quién  no  abrirá  de  par  en  par  las  puertas 
Á  la  desconfianza,  cuando  mira  ^ 
Descubierto  el  desdén,  y  las  sospechas, 
¡  Oh  amarga  conversión  !  verdades  hechas, 

Y  la  limpia  verdad  vuelta  en  mentira  ? 

¡  Oh,  en  el  i-eino  de  amor  fieros  tiranos 
Celos  !  Ponedme  un  hierro  en  estas  manos  ; 
Dame,  desdén,  una  torcida  soga  : 
¡  Mas  ay  de  mí  !  que  con  cruel  victoria 
Vuesti'a  memoria  el  sufrimiento  ahoga. 

Yo  muero  en  fin  ;  y  porque  nunca  espere 
Buen  suceso  en  la  muerte  ni  en  la  vida, 
Pertinaz  estaré  en  mi  fantasía. 
Diré  que  va  acertado  el  que  bien  quiere. 

Y  que  es  más  libre  el  alma  más  rendida 

i.  Antes  se  tildaron  algunos   versos  signiGcación    en    singular    y    otra    en 

de  la  presente  canciún  por  obscuros  :  plural.  Aquí  está  mal  usado, 

éstos   contienen   un    desatino,   porque  4.  Este  verso  es  malo  del  todo  :  los 

lo  es  decir  que   la  esperanza  no   es   el  tres  siguientes  son  fluidos  y  hermosos, 

remedio  del  temor.  pero   enteramente  inoportunos   :   Mar- 

2.  Extremarse  es  lo  mismo  que  cela,  según  lo  que  se  habia  referido 
llegar  al  extremo,  al  cabo,  al  último  a.nterioraiente,  no  había  dado  ocasión 
punto  :  verbo  de  poco  uso,  pero  bien  para  que  se  la  motejase  de  falsa  ni  em- 
formado  y  expresivo.  bustera.  Lo  mismo  digo  de  los  celos  de 

3.  El  nombre  celo  ofrece  una  parti-  que  se  habla  después  sin  motivo  ni 
cularidad  notable.  Cuando  significa  la  fundamento  dado  por  parte  de  la 
pasión  amorosa  desconfiada,  como  suce-  pastora.  Cervantes  conoció  y  quiso 
de  en  el  pasaje  presente,  no  tiene  sin-  excusar  estos  defectos  de  su  canción 
guiar,  decimos  velos  :  cuando  significa  por  boca  de  Ambrosio,  como  se  verá 
cuidado,  solicitud,  no  tiene  plural.   De  poco  más  adelante. 

otro  modo  :  el  nombre  celo  tiene  una 


1 


208  DON    QUIJOTE    DE   LA   MANCHA 

Á  la  de  amor  antigua  tiranía. 
D¡r('í  que  la  cnfimi^a  siempre  mía 
Hermosa  el  alma  como  el  cuer¡)0  tiene, 

Y  que  su  olvido  de  mi  culpa  nace, 

Y  que  en  fe  de  los  males  que  nos  hace, 
Amor  su  imperio  en  justa  paz  mantiene  : 

Y  con  esta  opinión  y  un  duro  lazo  \ 
Acelerando  el  miserable  plazo 

Á  que  me  han  conducido  sus  desdenes, 
Ofreceré  á  los  vientos  cuerpo  y  alma 
Sin  lauro  ó  palma  de  futuros  bienes. 

Tú,  que  con  tantas  sinrazones '•^  muestras 
La  razini  que  me  fuerza  á  que  la  haga 
A  la  cansada  vida  que  aborrezco  ; 
Pues  ya  ves  que  te  da  notorias  muestras 
Esta  del  corazón  profunda  llaga  ^, 
De  cómo  alegre  á  tu  rigor  me  ofrezco. 
Si  por  dicha  conoces  que  merezco. 
Que  el  cielo  claro  de  tus  bellos  ojos 
En  mi  muerte  se  turbe,  no  lo  hagas. 
Que  no  quiero  que  en  nada  satisfagas 
Al  darte  de  mi  alma  los  despojos. 
Antes  con  risa  en  la  ocasión  funesta 
Descubre  que  el  fin  mío  fué  tu  fiesta. 
Mas  gran  simpleza  es  avisarte  desto. 
Pues  sé  que  esta  tu  gloria  conocida 
En  que  mi  vida  llegue  al  fin  tan  presto. 

Venga,  que  es  tiempo  ya,  del  hondo  abismo 
Tántalo  con  su  sed,  Sísifo  venga 
Con  el  peso  terrible  de  su  canto, 
Ticio  ''  traiga  su  buitre,  y  ansimismo 

i.    La  idea  de  ahorcarse,   indicada  3.  Transposición  muy  parecida  á  la 

ya  antes  por  la  soga  torcida,  y  ahora  que  ridiculiza  Lope  en  la  Gatomaquia : 
por  el  duro  lazo,  es  fea  y  baja,  y  no 

corresponde  ciertamente  en  un  género  En  una  de  fregar  cayó  caldera 

de  composición  donde  todo   debe   ser  (Transposic.on  se  llama  esla  f.gura). 

terrible   y    lúgubre,    pero    al    mismo  .  ,            ,      . 

tiempo  noble  v  sublime.  'i-  Reunense  aqm  los  malvados  mis 

2.  Olvidi.seléá  Cervantes  la  burla  que  famosos  que,   según    los   poetas,  eran 

él  mismo  habia  hecho  en  el  principio  atormentados  en  los  müernos. 
de  su  Quijote  de  aquellas  expresiones 

de  Feliciano  de  Silva  :  La  razón  de  la  Tántalo,  Rey  de  Frigia,  teniendo 
sinrazón  que  á  mi  razón  se  hace.  etc.  hospedados  en  su  casa  á  los  Dioses, 
Las  presentes  son  del  mismo  gusto  que  dudó  de  su  divinidad,  y  queriendo  expe- 
las de  Feliciano,  (a)  rimentar  si  era  cierta.  les  dió  á  comer  a 

su  hijo  Pélope  hecho  pedazos.  En  pena 

(a;  Feliciano.  —  En  la  presente  nota  y  la  ,]^  (an  horrible  delito  fué  arrojado   al 

siguiente  no  mueslra  Clemencin  ni  benevo-  tártaro,  donde,  atormentado    de  con- 

lencia  ni  justicia.  Í51  ap  loásemos  este  carta-  ,.          ,  '      ,         .  „   j    „  ,•  „„„   „i    „,„,o 

bón  tan  riguroso  a  nuestros  clasicos.  ;  bue-  VV"'',  hamhre  y  sed,  esta  con  el   agua 

nos  quedarían  I                           (M.  de  T.)  a  la  barba  sui  poder  beber  üe  ella,  ni 


PRIMERA    PAUTE,    —    CAPITULO    XIV 


2ü'J 


Con  su  rueda  Egiún  no  se  detenga, 
Ni  las  hermanas  que  trabajan  tanto. 

Y  todos  juntos  su  mortal  (luebranlo 
Trasladen  en  mi  pecho  y  en  voz  baja 
(Si  ya  á  un  desesperado  son  debidas) 
Canten  obsequias  tristes  \  doloridas 

Al  cuerpo,  íi  quien  se  niegue  aun  la  mortaja. 

Y  el  portero  infernal  de  los  tres  rostros 
Con  otras  mil  quimeras  y  mil  monstros  ^ 
Lleven  el  doloroso  contrapunto, 


comer  de  la  fruta  de  un  árbol  que  tiene 
delante. 

Sisifo,  ladnm  á  quien  mató  Teseo, 
estaba  condenado  á  subir  con  gran  tra- 
bajo hasta  la  cumbre  de  un  monte  un 
enorme  peñasco,  el  cual,  luego  que 
llegaba  arriba,  volvía  á  caerse, teniendo 
que  repetir  Sisifo  su  tarea  eternamente. 

Ticio,  gigante  de  tan  demesurada 
grandeza  que  su  cadáver  ocupaba  nueve 
yugadas  de  tierra,  yacía  en  el  infierno 
por  haber  querido  forzar  á  Latona,  y 
un  buitre  le  estaba  royendo  sin  cesar 
las  entrañas. 

Egiún  ó  Ixión,  admitido  á  la  mesa  de 
los  Dioses,  tuvo  la  osadía  de  recuestar 
á  Juno;  en  castigo  de  lo  cual  fué  atado 
en  los  infiernos  á  una  rueda  que  siempre 
está  dando  vueltas. 

Las  herynanas  que  trabajan  tanto  son 
las  cincuenta  hijas  de  Danao,  que 
habiendo  casado  con  otros  tanto  hijos 
de  su  tío  Egipto,  mataron  á  instigación 
de  su  padre,  todas  menos  una,  á  sus 
maridos  la  misma  noche  de  las  bodas. 
En  pena  de  ello  están  condenadas  en 
los  infiernos  á  henchir  de  agua  perpe- 
tuamente y  sin  descanso  una  cuba 
agujereada. 

Grisóstomo  hace  aquí  uso  de  la  mito- 
logía pagana,  como  si  la  creyese;  y  en 
verdad  que  la  situación  en  que  se  le 
supone  no  era  para  creer  ni  para  fingir 
que  se  creen  cuentos  ni  patrañas.  Si  su 
canción  fuese  toda  de  fuego,  esta  fría 
é  inoportuna  erudición  bastara  para 
apagarlo. 

En  el  conjuro  que  pronuncia  furiosa 
Medea  en  el  acto  IV  de  la  tragedia  que 
lleva  su  nombre  entre  las  de  Séneca, 
invoca  para  el  nuevo  suegro  de  su  ma- 
rido las  penas  infernales,  y  dice  : 

Rota  retistat  membra  lorquens^  tangat  Jxion 

[)¡ur>ium, 


Tantalus  securus  undas  hauriat  Pyrp.nidas... 
Lubricus  per  saxa  retro  Sist/phum  volvat  lapsi. 
Vos   quoque   urnis    quas  foratis  irritas  ludit 

[labor, 
Danaides,  coi  te. 

Véanse  aquí  los  mismos  cuatro  ejem- 
plos mencionados  por  Grisóstomo  : 
sólo  que  para  alegarlos  seriamente  era 
menester  creerlos,  y  esto  era  tan  pro- 
pio en  Medea  como  impropio  en  el  es- 
colar de  Salamanca. 

1.  Obsequias  significa  lo  mismo  que 
exequias,  y  una  y  otra  palabra  son  de 
origen  latino.  En  el  día  no  se  dice  ya 
obsequias:  pero  se  dijo  muy  desde  anti- 
guo, como  se  ve  en  el  Centón  epistolar 
del  Bachiller  Fernán  Gómez  de  Cibdad 
Real  (a),  y  en  el  acto  XX  de  la  Celes- 
tina. Encuéntrase  frecuentemente  en 
los  libros  caballerescos,  como  en  Flo- 
risei  [b],  en  Belianís  de  Grecia  le)  y  en 
todos  nuestros  antiguos  escritores.  En 
el  Cancionero  de  romances,  impreso  en 
Amberes  el  año  1355,  hay  uno  de  las 
Obsequias  de  Héctor.  En  tiempo  de 
Cervantes  fué  palabra  de  uso  común,  y 
el  mismo  Cervantes  la  empleó  en  otros 
parajes  del  Quijote  y  de  sus  demás 
obras. 

2.  Vuelve  Grisóstomo  á  las  fábulas- 
mitológicas.  El  portero  de  los  tres  ros- 
tros es  el  Cerbero,  perro  enorme  de 
tres  cabezas  que  suponían  guardaba  la 
puerta  del  reino  de  Pintón. 

La  ley  de  la  rima  pide  que  se  escriba 
monstros  en  lugar  demonslruos.  Aun  sin 
esta  precisión, dijo  Garcilaso  en  el  último 
verso  del  soneto  31  : 

Se  espanta  en  ver 
el  monstrü  que  ha  parido. 


(a)  Epíst.  XLV.  —  (b)  Parte  III,  cap.  CLX. 
—  (c)  Lib.  II,  cap.XLVII. 

14 


210  DON    QUIJOTK    DE    LA    MANCHA 

Que  otra  pompa  mejor  no  me  parece 
Que  la  merece  un  amador  difunto. 

Canción  desesperada,  no  te  quejes  ; 
Cuando  mi  triste  compañía  dejes  : 
Antes,  pues,  que  la  causa  do  naciste  ^ 
Con  mi  desdicha  aumenta  su  ventura, 
Aun  en  la  sepultura  no  estés  triste. 

Bien  les  pareció  á  los  que  escuchado  habían  la  canción  ^  de 
Grisóstomo,  puesto  que  el  que  la  leyó  dijo  que  no  le  parecía  que 
conformaba  con  la  relación  que  él  había  oído  del  recato  y  bondad 
de  Marcela,  porque  en  ella  se  quejaba  Grisóstomo  de  celos,  .sospe- 
chas y  de  ausencia,  todo  en  perjuicio  del  buen  crédito  y  buena 
fama  de  Marcela.  Á  lo  cual  respondió  Ambrosio,  como  aquel  que 
sabía  bien  los  más  escondidos  pensamientos  de  su  amigo  :  Para 
que,  señor,  os  satisfagáis  ^  desa  duda,  es  bien  que  sepáis  que 
cuando  este  desdichado  escribió  esta  canción,  estaba  ausente  de 
Marcela,  de  quien  se  había  ausentado  por  su  voluntad,  por  ver  si 
usaba  con  él  la  ausencia  de  sus  ordinarios  fueros  ;  y  como  al  ena- 
morado ausente  no  hay  cosa  que  no  le  fatigue  ni  temor  que  no  le 
dé  alcance,  así  le  fatigaban  á  Grisóstomo  los  celos  imaginados  y 
las  sospechas  temidas  como  si  fueran  verdaderas;  y  con  esto  queda 
en  su  punto  la  verdad  que  la  fama  pregona  de  la  bondad  de  Mar- 
cela ;  la  cual,  fuera  de  ser  cruel  ^  y  un  poco  arrogante  y  un  mucho 
desdeñosa,  la  misma  envidia  ni  debe  ni  puede  ponerle  falta  alguna. 
Así  es  la  verdad,  respondió  Vivaldo  ;  y  queriendo  leer  otro  papel 
de  los  que  había  reservado  del  fuego,  lo  estorbó  una  maravillosa 

1.  Hablase  de  la  pastora  Marcela,  que  se  lee  al  principio  de  su  Viaje  al 
causa  de  las  penas  de  Grisóstomo  ;  pero      Parnaso  : 

no    se   dice   que   el   efecto  nace  en  la 

causa,  sino  de  la  causa.  El  lenguaje  de  ^  Yo,  que  siempre  trabajo  y  me  desvelo 

esta  apostrofe  ó  despedida  del  poeta  á  Ea"gS"qTnV5roía?r  el  cielo, 

su  canción  no  esta  muy  claro.  El  in-  o          ^          h 

tentó  del  lastimado  pastor  es  sieniflcar  c- i  „     „  xi  «      >     •    i 

que,  supuesto  que  Marcela  se  goza  en  •  Sm  embargo  Navarrete  elogia  la  can- 
so ¿uerte,  él,  satisfecho  con  esto,  no  ''''"'Jl,  Grisóstomo    y  defiende  como 

quiere  que  su  canción  se  queje  ni  esté      P^v^fii^  h"  L^u^^'^k  t  "v"   1"^'- 
/  -gi      ^  ^     ■"  U.  Vicente  de  los  Ríos  había  hecho  lo 

2.  Acaso    no   les  parecerá  ahora  lo  mismo. v  „       -  *- 

mismo   á   los    lectores.   Navarrete,   en  ,    •^-  ^a  palabra   señor  no  est^   en   su 

sus  eruditas  Ilustraciones  d  la  vida  de  ^""S^^i,  ^'^.  Í'T'^*";  ''  ^/^^''  empeaado 

Cervantes  (a),  habla  de  su  escaso  ta-  P'"',^ H*'.  "  ^.^^"^*  '^^J^'^^  P^*  ^^«P"*^^ 

lento  poético,  y  cita  pasajes  en  que  así  ae  bansfaf/ais. 

lo  reconoce  v  confiesa  el  misnio  Cer-  *•  Deb'o  decirse  a  la  cual,  fuera  de 

vantes.  Ninguno  más  expreso  que  aquel      '^'^  ^'■"«^'  '«, ^«.«'««  ^'f^'^^^  ««  ''eóe  m 

°  i'         H        H  puede  ponerle  falla  alguna.  Acaso  fue 

omisión  y  descuido  del  impresor, 
(a)  Núii;.  1).'  y  tj'¿. 


pniMi:nA  partí:.   —  capitulo  xiv 


2H 


visión  (([ue  lal  parecía  ella)  que  improvisamente  se  les  ofreció  á  los 
ojos,  y  fué  que  por  cima  de  la  peña  donde  se  cavaba  la  sepultura, 
pareció  la  ])asl,ora  Marcela  ',  lau  hermosa,  que  pasaba  á  su  lama 
su  hermosura.  Los  {\\ut  hasta  entonces  ñola  habían  visto  la  miraban 
con  admiración  y  sihMicio,  y  los  que  ya  estaban  acostumbrados  á 
verla  no  (¡ucidaron  menos  suspensos  que  los  que  nunca  la  habían 
visto.  Mas  apenas  la  hubo  visto  Ambrosio,  cuando  con  muestras  de 
ánimo  indií^nado  le  dijo  :  ¿Vienes  á  ver  por  ventura,  ¡oh  fiero 
basilisco  destas  montañas  !  si  con  tu  presencia  vierten  sangre  las 
heridas  (lesl,(í  misei'able  á  (|uicn  tu  crueldad  quitó  la  vida,  ó  vienes 
á  ul'anarte  en  las  crueles  ha/.añas  de  tu  condición,  ó  á  ver  desde 
esa  altura,  como  otro  desapiadado  Ñero  el  incendio^  de  su  abrasada 
Roma,  ó  á  pisar  arrogante  este  desdichado  cadáver  como  la  ingrata 
hija  el  de  su  paíh'e  Tarquino  ?  Dinos  presto  á  lo  que  vienes,  ó  qué 
es  aquello  de  que  más  gustas,  que  por  saber  yo  que  los  pensa- 
mientos de  Grisóstomo  jamás  dejaron  de  obedecerte  en  vida,  haré 
que,  aun  él  muerto,  te  obedezcan  los  de  todos  aquellos  que  se  llama- 
ron sus  amigos.  No  vengo,   ¡  oh  Ambrosio  ^ !  á  ninguna  cosa  de 


1.  En  el  libro  VI  de   la   Calatea    se 

firesenta  también  sobre  una  peña  Ge- 
asia,  pastora  desaiu orada,  cruel  y  des- 
deñosa que  desde  allí  trata  de  justificar, 
como  Marcela,  su  condición  ante  los 
pastores  que  la  escuchan,  y  que,  final- 
mente, se  retira  y  desaparece,  dejando 
admirados  á  todos,  lo  mismo  que  hizo 
Marcela. 

2.  Al  verbo  vei'  le  falta  objeto.  ¿  Qué 
venía  á  ver  Marcela?  iNo  se  expresa.  .1 
ver  desde  esa  altura,  pudiera  haberse 
dicho,  Los  estragos  de  tu  crueldad, 
como  otro  desapiadado  Ñero  el  incen- 
dio, etc. 

Bien  sabido  es  que  Nerrjn  hizo  poner 
fuego  á  Roma,  y  que  mientras  miraba 
las  llamas  desde  la  torre  llamada  de 
Mecenas,  se  entretenía  en  cantar  á  la 
manera  de  los  histriones  el  incendio 
de  Troya ;  tomándose  de  esta  ruina 
pretexto  para  perseguir  cruelmente  á  los 
cristianos,  á  quienes  se  dio  por  autores 
del  daño.  Á  este  asunto  se  hizo  el  ro- 
mance que  empieza  : 

Mira  Ñero  de  Tarpeya 
a  Roma  cómo  se  ardía, 

y  se  encuentra  en  nuestras   antiguas 
colecciones  de  romances.  A  él  se  aludió 
aquí  y  en  otros  lugares  del  Quijote. 
Lo  que  se  añade  de  la  hija  de  Tar- 


quino está  equivocado  :  el  padre  no 
fué  Tarquino,  sino  Servio  TuUo.  Según 
la  relación  de  Tito  Livio  en  el  libro  I 
de  sus  historias,  Tulia,  hija  de  Servio 
Tulio,  Rey  de  Roma,  y  mujer  de  Tar- 
quino el  Soberbio,  hizo  que  su  coche 
ó  carrocín  pasase  por  encima  del  cadá- 
ver de  su  padre,  que  á  instigación  suya 
había  sido  asesinado  para  que  su  ma- 
rido reinase.  Valerio  Máximo  lo  pone 
en  primer  lugar  entre  los  delitos  atro- 
ces de  que  trata  en  el  titulo  XI  del 
libro  IX.  D.  Juan  Bowle,  en  sus  Anota- 
ciones sobre  el  presente  capítulo,  ad- 
virtió ya  esta  equivocación  de  Cer- 
vantes. 

Por  lo  demás,  la  reconvención  de 
Ambrosio  hecha  á  una  pastora,  y 
fundada  en  ejemplos  tomados  de  la 
historia  romana,  es  una  pedantería  in- 
soportable. 

3.  El  sermón  ''a)  de  Marcela  es  imperti- 
nente, afectado,  ridículo  y  todo  lo  que 
se  quiera.  La  aparición  de  la  pastora 
homicida  en  este  trance,  su  diserta- 
ción metafisico-polémico-crítico-apolo- 


(a)  El  sermón.  —  El  señor  Gortejón,  en  su 
ya  citada  edición  crítica  del  Quijote  (t.  I, 
pág.  291)  defiende  con  excelentes  razones 
este  pasaje  contra  el  atrabiliario  ataque  de 
Clemencin.  (M.  de  T.) 


212  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA. 

las  que  has  dicho,  respondió  Marcela,  sino  á  volver  por  mí  misma, 
y  á  dar  á  entender  cuan  fuera  de  razón  van  todos  aquellos  que  de 
sus  penas  y  de  la  muerte  de  Grisóslomo  me  culpan  ;  y  asi,  ruego  á 
todos  los  que  aquí  estáis,  estéis  atentos,  que  no  será  menester  mu- 
cho tiempo  ni  gastar  muchas  palabras  para  persuadir  una  verdad  á 
los  discretos'.  Hízome  el  cielo,  según  vosotros  decís,  hermosa,  y 
de  tal  manera,  que  sin  ser  poderosos  á  otra  cosa,  á  que  me  améis 
os  mueve  mi  hermosura,  y  por  el  amor  que  me  mostráis,  decís  y 
aun  queréis  que  esté  yo  obligada  á  amaros.  Yo  conozco  con  el  na- 
tural entendimiento  que  Dios  me  ha  dado,  que  todo  lo  hermoso  es 
amable  ;  mas  no  alcanzo  que  por  razón  de  ser  amado  esté  obligado 
lo  que  es  amado  por  hermoso,  á  amar  á  quien  le  ama  ;  y  más  que 
podría  acontecer  que  el  amador  de  lo  hermoso  fuese  feo,  y  siendo 
lo  feo  digno  de  ser  aborrecido,  cae  muy  mal  el  decir  :  Quiérote  por 
hermosa,  hasme  de  amar  aunque  sea  feo.  Pero  puesto  caso  que 
corran  igualmente  las  hermosuras,  no  por  eso  han  de  correr 
iguales  los  deseos,  que  no  todas  las  hermosuras  enamoran,  que 
algunas  alegran  la  vista  y  no  rinden  la  voluntad  ;  que  si  todas  las 
bellezas  enamorasen  y  rindiesen,  sería  un  andar  las  voluntades  con- 
fusas y  descaminadas,  sin  saber  en  cuál  habrían  de  parar ;  porque 
siendo  infinitos  los  sujetos  hermosos,  infinitos  habían  de  ser  los 
deseos  ;  y  según  yo  he  oído  decir,  el  verdadero  amor  no  se  divide 
y  ha  de  ser  voluntario,  y  no  forzoso.  Siendo  esto  así,  como  yo  creo 
que  lo  es,  ¿  por  qué  queréis  que  rinda  mi  voluntad  por  fuerza, 
obligada  no  más  de  que  decís  que  me  queréis  bien  ?  Si  no,  de- 
cidme :  ¿  Si  como  el  cielo  me  hizo  hermosa,  me  hiciera  fea,  fuera 
justo  que  me  quejara  de  vosotros  porque  no  me  amábades  ? 
Cuanto  más  que  habéis  de  considerar  que  yo  no  escogí  la  hermo- 
sura que  tengo,  que  tal  cual  es  el  cielo  me  la  dio  de  gracia,  sin  yo 
pedilla  ni  escogella  ;  y  así  como  la  víbora  no  merece  ser  culpada 
por  la  ponzoña  que  tiene,  puestoque  con  ella  mata  por  habérsela  dado 
naturaleza,  tampoco  yo  merezco  ser  reprendida  porser  hermosa ;  que 
la  hermosura  en  la  mujer  honesta  es  como  el  fuego  apartado  ó  como 
la  espada  aguda,  que  ni  él  quema  ni  ella  corta  á  quien  á  ellos  no  se 
acerca.  La  honra  y  las  virtudes  son  adornos  del  alma,  sin  los  cuales 
el  cuerpo,  aunque  lo  sea,  no  debe  de  parecer  hermoso :  pues  si  la 


gética,  su   descoco  y    desembarazo   y  en  morirse  por  una  hembra  tan  ladina 

sus  bachillerías  y  silogismos  quitan  á  y  habladora.                                                      ■ 

este  episodio  el  interés  que  pudieran  1.  Parece  que  falta  aquí  algo,  y  que       | 

darle  el  car.ícter  y  muerte  del   malo-  debió  decirse  :  Para  fc.-. /adir  una  ter' 

g:'.'.:!o  Grisóstomo,  á  quien  no   ¡.tiede  dad  l^aolaxa  á  loa  di$creiot. 
menos  de  mirarse  como  un  majadero 


PIIIMF.RA    PARTE.    —    CAPÍTULO    XIV  213 

honestidad  es  una  de  las  virtudes  que  al  cuerpo  y  alma  más  ador- 
nan y  luTmoscan,  ¿  por  qnó  la  lia  de  perder  la  que  es  amada  por 
hermosa,  por  corresponder  á  la  intención  de  aquél  (jue  por  sólo  su 
gusto,  con  todas  sus  Tuerzas  t';  industrias  procura  que  la  pierda? 
Yo  nací  libre,  y  para  poder  vivir  libre,  escogí  la  soledad  de  los 
campos  ;  los  árboles  destas  montañas  son  mi  compañía,  las  claras 
aguas  destos  arroyos  mis  espejos,  con  los  árboles  y  con  las  aguas 
comunico  mis  pensamientos  y  hermosura.  Fuego  soy  apartado,  y 
espada  puesta  lejos.  Álos  que  he  enamorado  con  la  vista,  he  desen- 
gañado con  las  palabras;  y  si  los  deseos  se  sustentan  con  espe- 
ranzas, no  habiendo  yo  dado  alguna  á  Grisóstomo,  ni  á  otro  alguno 
en  lin  de  ninguno  dcllos,  bien  se  puede  <  decir  que  antes  le  mató 
su  porfía  que  mi  crueldad  ;  y  si  se  me  hace  cargo  que  eran  hones- 
tos sus  pensamientos,  y  que  por  esto  estaba  obligada  á  correspon- 
der á  ellos,  digo  que  cuando  en  ese  mismo  lugar  donde  ahora  se 
cava  su  sepultura  me  descubrió  la  bondad  de  su  intención,  le  dije 
yo  que  la  mía  era  vivir  en  perpetua  soledad,  y  de  que  sola  la  tierra 
gozase  el  fruto  de  mi  recogimiento  y  los  despojos  de  mi  hermo- 
sura ;  y  si  él  con  todo  este  desengaño  quiso  porfiar  contra  la  espe- 
ranza y  navegar  contra  el  viento,  ¿  qué  mucho  que  se  anegase  en 
la  mitad  del  golfo  de  su  desatino  ?  Si  yo  le  entretuviera,  fuera 
falsa  ;  si  le  contentara,  hiciera  contra  mi  mejor  intención  y  prosu- 
puesto. Porfió  desengañado,  desesperó  sin  ser  aborrecido  ;  mirad 
ahora  si  será  razón  que  de  su  pena  se  me  dé  á  mí  la  culpa  ^.  Qué- 
jese el  engañado  ^,  desespérese  aquel  á  quien  le  faltaron  las  pro- 
metidas esperanzas,  confíese  el  que  yo  llamare,  ufánese  el  que  yo 
admitiere  ;  pero  no  me  llame  cruel  ni  homicida  aquel  á  quien  yo  no 
prometo,  engaño,  llamo  ni  admito.  El  cielo  aun  hasta  ahora  no  ha 
querido  que  yo  ame  por  destino  ;  y  el  pensar   que  tengo   de  amar 


1.  El  presente  pasaje,  que  en  las  3.  Todo  este  período,  y  aun  los  si- 
más  de  las  ediciones  es  ininteligible,  guientes,  son  de  un  artificio  tan  exage- 
queda  claro  con  esta  puntuación,  que  rado,  que  parecen  parte  de  una  com- 
es la  que  le  dio  D.  Juan  Antonio  Pelli-  posición  retórica  sumamente  estudiada 
cer,  y  casi  la  misma  que  tiene  la  edi-  y  relamida.  ¿Qué  cosa  puede  haber 
ción  de  Madrid  del  año  1608,  la  única  más  impropia  en  boca  de  una  pastora 
que  se  hizo  á  vista  de  Cervantes.  criada  con   el   recato   y  recogimiento 

2.  Pudiera  decirse  también  al  revés,  que  se  ponderó  en  el  capítulo  XII?  Lo 
que  de  su  culpa  se  me  dé  á  mi  la  pena  :  mismo  digo  de  la  metáfora  de  que  usó 
y  aun  así  estaría  más  natural  y  co-  poco  antes  Marcela  :  quiso  porfiar  con- 
rriente  la  relación  entre  culpa  y  pena,  Ira  la  esperanza  y  navegar  contra  el 
porque  entonces  significarían  delito  y  viento;  ¿que  mucho  que  se  anegase  en 
castigo;  pero  en  el  texto,  según  se  el  golfo  de  su  desatino?  No  parece 
halla,  pena  no  significa  castigo,  sino  sino  que  habla  un  orador  ó  un 
aflicción  6  pesadumbre,  que  es  la  otra  poeta. 

acepción  q«e  tieae- 


214  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

por  elección,  es  excusado.  Este  general  desenjíaño  sirva  á  cada 
uno  de  los  que  me  solicitan  de  su  particular  provecho  *  ;  y  entién- 
dase de  aquí  adelante,  que  si  alf^uno  por  mí  muriere,  no  muere  de 
celoso  ni  desdichado,  poríjue  quien  á  nadie  quiere  á  ninguno  debe 
dar  celos,  que  los  descnganos  no  se  han  de  tomar  en  cuenta  de 
desdenes.  El  que  me  llama  fiera  y  basilisco,  déjeme  como  cosa  per- 
judicial y  mala  ;  el  que  me  llama  ingrata,  no  me  sirva  ;  el  que  des- 
conocida, no  me  conozca  ;  quien  cruel,  no  me  siga ;  que  esta 
fiera,  este  basilisco,  esta  ingrata,  esta  cruel  y  esta  desconocida,  ni 
los  buscará,  servirá,  conocerá  ni  seguirá  en  ninguna  manera.  Que 
si  á  Grisóstomo  mató  su  impaciencia  y  arrojado  deseo,  ¿  por  qué  se 
ha  (le  culpar  mi  honesto  proceder  y  recato?  Si  yo  conservo  mi  lim- 
pieza con  la  compañía  de  los  árboles,  ¿  por  qué  ha  de  querer  que  la 
pierda  el  que  quiere  que  la  tenga  con  los  hombres?  Yo,  como  sabéis, 
tengo  riquezas  propias,  y  no  codicio  las  ajenas  ;  tengo  libre  condi- 
ción, y  no  gusto  de  sujetarme  ;  ni  quiero  ni  aborrezco  á  nadie  ;  no 
engaño  á  éste,  ni  solicito  á  aquél,  ni  burlo  con  uno,  ni  me  entre- 
tengo con  el  otro.  La  conversación  honesta  de  las  zagalas  destas 
aldeas  y  el  cuidado  de  mis  cabras  me  entretiene;  tienen  mis  deseos 
por  término  estas  montañas,  y  si  de  aquí  salen,  es  á  contemplar  la 
hermosura  del  cielo,  pasos  con  que  camina  el  alma  á  su  morada 
primera. Y  en  diciendo  esto,  sin  querer  oír  respuesta  alguna,  volvió 
las  espaldas  y  se  entró  por  lo  más  cerrado  de  un  monte  que  allí 
cerca  estaba,  dejando  admirados,  tanto  de  su  discreción  como  de 
su  hermosura  2,  á  todos  los  que  allí  estaban.  Y  algunos  dieron 
muestras  (de  aquellos  que  de  la  poderosa  flecha  de  los  rayos  de  sus 
bellos  ojos  estaban  heridos)  de  quererla  seguir,  sin  aprovecharse 
del  manifiesto  desengaño  que  habían  oído.  Lo  cual  visto  por 
D.  Quijote  ^,  pareciéndole  que  allí  venía  bien  usar  de  su  caballería 
socorriendo  á  las  doncellas  menestero.sas,  puesta  la  mano  en  el 


1.  De  en  vez  de  po7\  usado  á  mi  ver  Marcela  más  bien  parece  una  mujer  de 
con  elegancia  en  este  verbo,  con  cierto  mundo,  docta  en  materias  de  amor  y 
sabor  agradable  de  antigüedad.  D.  Va-  en  la  metafísica  de  las  pasiones,  que 
lentin  Foronda,  autor  de  las  Observa-  una  joven  tímida,  cantlorosa  y  sen- 
ciones  sobre  el  Quijote,  impresas  en  sibie.  ¿Cómo  puede  ser  que  interese? 
Londres  el  año  de  1807.  dice  que  no  3.  Esta  salida  de  nuestro  caballero, 
comprende  lo  que  significa  esta  frase  ;  tan  natural  y  tan  propia  de  su  profe- 
más  esto  sólo  prueba  que  el  autor,  aun-  siún  y  de  su  humor,  y  la  babilidad 
que  español,  no  poseía  grandes  cono-  con  que  Cervantes  supo  enlazar  con  el 
cimientos  en  materias  de  la  lengua  fondo  de  la  acción  el  episodio  de  Gri- 
castellana.  do  lo  que  dio  hartas  pruebas  sóstomo,  hacen  olvidar  los  defectos  de 
en  el  citado  opíisculo.  éste,  que  quizá  han   sido  examinados 

2.  Esta  clase  de  discreción  escolas-  con  sobrada  severidad  en  las  notas 
tica  sienta  muy  mal  á  una  doncellita.  precedentes. 


PniMKHA    PAUTK.    —    f:Al'ÍTL'I.(J    XIV  21f) 

pufto  de  su  espada,  en  alias  é  iiilelei,'¡bles  <  voees  dijo  :  Ninguna 
|)ers()na  de  cualíiuiei'a  eslado  y  coiulicitin  (|U(ísea  sealceva  á  sep^uir 
á  la  hermosa  Maniela,  sopiMia  de  caer  en  la  furiosa  iudit^naeión 
mía.  billa  lia  mostrado  con  claras  ra/.ones  la  poca  ó  ninguna  culpa 
tpie  ha  tenido  en  la  nuierLe  de  (jrisóstorao,  y  cuan  ajena  vive  de 
condescender  con  los  deseos  de  ninguno  de  sus  amantes,  ú  cuya 
cansa  es  justo  que  en  lugar  de  ser  seguida  y  perseguida,  sea  hon- 
rada y  estimada  de  todos  los  buenos  del  inundo,  pues  muestra  que 
en  él  ella  (vs  sola  la  que  con  tan  honesta  intención  vive  -.  Ó  ya  que 
fuese  por  las  amenazas  de  D.  Ouijote,  ó  porque  Ambrosio  les  dijo 
que  concluyesen  con  lo  que  á  su  buen  amigo  debían,  ninguno  de 
los  pastores  se  movió  ni  apartó  de  allí,  hasta  que  acabada  la  sepul- 
tura, y  abrasados  los  papeles  de  Grisóstomo,  pusieron  su  cuerpo  en 
ella,  no  sin  muchas  lágrimas  de  los  circunstantes.  Cerraron  la  se- 
pultura con  una  gruesa  peña  en  tanto  que  se  acababa  una  losa  que, 
según  Ambrosio  dijo,  pensaba  mandar  hacer  con  un  epitafio  que 
había  de  decir  desta  manera  : 


Yace  aquí  de  un  amador  ^ 
el  mísero  cuerpo  helado, 
que  fué  pastor  de  ganado, 
perdido  por  desamor. 

Murió  á  manos  del  rigor 
de  una  esquiva  hermosa  ingrata, 
con  quien  su  imperio  dilata 
la  tiranía  de  amor. 


Luego  esparcieron  por  cima  de  la  sepultura  muchas  flores  y 
ramos,  y  dando  todos  el  pésame  á  su  amigo  Ambrosio,  se  despi- 
dieron del.  Lo  mismo  hicieron  Vivaldo  y  su  compañero,  y  D.  Qui- 
jote se  despidió  de  sus  huéspedes  y  de  los  caminantes,  los  cuales  le 
rogaron  se  viniese  con  ellos  á  Sevilla,  por  ser  lugar  tan  acomodado 


1.  Por  inteligibles,  como  prescriben  3.  El  epitafio  de  Grisóstomo  es  de 
á  una  el  uso  actual  y  el  origen  de  esta  lo  más  malo  que  se  ha  escrito  en  ma- 
voz.  Puede  notarse  que  en  las  varié-  teria  de  epitafios.  En  él  se  amontonan 
dades  del  lenguaje  introducidas  por  el  los  adjetivos  :  el  chiste  de  ganado  y 
uso,  el  actual  es  generalmente  más  perdido  es  insulso,  y  el  final  se  forma 
conforme  á  la  etimología.  de  un  pegote   desmayado  y  ñ'ío.  Cer- 

2.  Dice  demasiado  D.  Quijote.  Nora-  vantes  no  supo  dónde  estaba  su  verda- 
buena,  Marcela  había  mostrado  que  dero  mérito ;  y  desconociendo  el  de  su 
vivía  con  buena  intención;  más  no  prosa,  aspiró  con  frecuencia,  y  casi 
que  era  la  única  que  vivía  con  ella  en  siempre  infructuosamente,  á  la  gloria 
el  mundo,  como  aquí  se  afirma.  de  poeta. 


216 


DON    QUIJOTE    DH    I-A    MANCHA 


á  hallar  aventuras  <,  que  en  cada  calle  y  tras  cada  esquina  se  ofre- 
cen más  que  en  otro  alguno.  Don  Quijote  les  agradeció  el  aviso  y 
el  ánimo  que  mostraban  de  hacerlo  merced,  y  dijo  que  por  entonces 
no  quería  ni  debía  ir  á  Sevilla,  hasta  que  hubiese  despojado  todas 
aquellas  sierras  de  ladrones  ^  malandrines,  de  quien  era  lama  que 
todas  estaban  llenas.  Viendo  su  buena  determinación,  no  quisieron 
los  caminantes  importunarle  más,  sino  tornándose  á  despedir  de 
nuevo,  le  dejaron  y  prosiguieron  su  camino,  en  el  cual  no  les 
falló  de  qué  tratar,  así  de  la  historia  de  Marcela  y  Grisóstomo, 
como  de  las  locuras  de  D.  Quijote,  el  cual  determinó  de  ir  á  buscar 
á  la  pastora  Marcela  y  ofrecerle  todo  loque  él  podía  en  su  servicio. 
Mas  no  le  avino  como  él  pensaba,  según  se  cuenta  en  el  discurso 
desta  verdadera  historia,  dando  aquí  fin  la  segunda  parte  '. 


i.  Hubo  de  decirse  irónicamente  y 
por  burlarse  de  D.  Quijote,  porque  no 
había  lugar  menos  acomodado  que 
Sevilla  para  hallar  las  aventuras  caba- 
llerescas que  buscaba  el  paladín  man- 
chego.  Los  despoblados,  las  florestas, 
las  cavernas  de  los  montes,  las  desier- 
tas y  solitarias  playas  del  mar,  eran 
los  lugares  propios  para  encontrarse 
con  vestiglos,  endriagos,  jayanes,  don- 
cellas errantes  ó  robadas,  barcas  o  cas- 
tillos encantados,  cosas  que  no  es  fácil 
se  presenten  en  ciudades  populosas 
como  Sevilla,  á  la  que  la  concurrencia 
y  tráfago  de  gentes  y  negocios  en 
tiempo  de  Cervantes  habían  adquirido 
el  nombre  de  Babilonia,  que  se  le  da 
en  los  romances  y  vocabulario  de  la 
gemianía.  Pero  los  caminantes,  uno 
de  los  cuales  era  Vivaldo,  persona  dis- 
creta y  de  alegre  condición,  habían 
determinado,  según  se  dijo  en  el  capí- 
tulo anterior,  divertirse  á  costa  del 
pobre  caballero. 

2.  Despojar  se  toma  siempre  en 
mala  parte  :  lleva  consigo  la  idea  de 
violencia  é  injusticia;  limpiar  hubiera 


sido  más  oportuno.  —  Sobra  el  último 
todas  que  se  había  expresado  antes. 

Esta  mala  fama  de  Sierramorena,  que 
según  aquí  se  indica,  era  ya  antigua, 
se  ha  perpetuado  hasta  nuestros  días, 
y  aun  se  ha  hecho  proverbial.  Las 
nuevas  poblaciones  construidas  en  el 
reinado  y  de  orden  de  Garlos  111,  han 
disminuido  la  soledad,  y  con  ella  la 
frecuencia  é  impunidad  de  los  latroci- 
nios. 

3.  Se  dijo  con  relación  ai  pensa- 
miento que  tuvo  nuestro  autor  de 
dividir  en  cuatro  la  primera  parte  del 
Quijote,  como  ya  se  notó  al  fin  del 
capítulo  VIII,  donde  acabó  la  primera 
sección.  La  segunda  sólo  contiene  seis 
capítulos,  y  en  ellos  el  fin  de  la  aven- 
tura del  Vizcaíno,  la  llegada  de  nuestro 
andante  á  las  chozas  de  los  pastores,  y 
el  episodio  de  Grisóstomo.  La  tercera 
consta  de  trece  capítulos,  y  acaba  en 
el  XXVII.  Finalmente,  la  cuarta  abraza 
veinticinco  capítulos  :  y  esta  desigual- 
dad de  tamaño  y  repartición  es  otra 
prueba  de  la  falta  de  plan  en  Cer- 
vantes. 


CAPITULO    XV 

DONDE     SE    CUENTA    LA.    DESGRACIADA   AVENTUfiA    QUE    SE  TOPO 
D.    QUIJOTE   EN    TOPAR  CON    UNOS    DESALMADOS    YANGÜESES 


Cuenta  el  sabio  Cide  Hamcte  Benengeli  que  así  como  D.  Qui- 
jote se  despidió  de  sus  huéspedes  y  de  iodos  los  que  se  hallaron  al 
entierro  del  pastor  Grisóslomo,  él  y  su  escudero  se  entraron  por  el 
mismo  bosque  donde  vieron  que  se  había  entrado  la  pastora  Mar- 
cela, y  habiendo  andado  más  de  dos  horas  por  él,  buscándola  por 
todas  partes  sin  poder  hallarla,  vinieron  á  parar  á  un  prado  lleno 
de  fresca  hierba,  junto  del  cual  corría  un  arroyo  apacible  y  fresco, 
tanto  que  convidó  y  forzó  á  pasar  allí  las  horas  de  la  siesta  \  que 
rigurosamente  comenzaba  ya  á  entrar.  Apeáronse  D.  Quijote  y 
Sancho  -,  y  dejando  al  jumento  y  á  Rocinante  á  sus  anchuras  pacer 


1.  La  expresión  convidó  y  forzó  en- 
vuelve cierta  contradicción  (a),  que  se 
evitarla  diciendo  convidó  y  aun  forzó 
La  expresión  de  convidó  y  forzó 
quiere  reunir  las  ideas  inconciliables  de 
libertad  y  fuerza;  este  inconveniente 
desaparece  con  la  adición  de  la  partí- 
cula aun,  que  indica  la  diversidad  de 
significación  de  ambos  verbos,  y  esta- 
blece un  como  puente  para  pasar  de 
uno  á  otro. 

2.  L'une  eV  altro  smontá  del  suo  cavallo, 
E  pascer  lo  lasció  per  la  foresta  (a). 

Son  muchos  los  pasajes  de  los  libros 
de  caballería  en  que  se  cuentaquelos  ca- 
ía) Ariosto,  canto  XLII,  est.  63. 


(«)  Forzó.  —  No  hay  contradicción,  como 
pretende  Clemencin,  sino  más  bien  una 
gradación.  Primero,  le  convidó,  y  luego  le 
forzó  ú  obligó.  (M.  de  T.) 


balleros(p)  desmontaban  y  dejaban  pa- 
cer á  sus  caballos :  al  paso  suele  alguna 
vez  referirse  que  comían  los  caballeros. 
Galercia,  Reina  de  Gocia,  caminaba  en 
busca  de  sus  aventuras  por  una  flo- 
resta lejos  de  poblado.  Obligada  del 
cansancio  y  de  la  obscuridad  de  la  noche 
se  apeó,  y  una  doncella  y  los  enanos 
que  la  acompañaban,  quitando  los 
frenos  á  sus  caballos  y  palafrenes,  los 
dejaron  pacer  las  hierbas  (a).  Habiendo 

(a)  Policisne  de  Boecia,  cap.  LXXXVI. 

(?)  Caballeros.  —  El  Sr.  CortejÓQ  censura 
con  justicia  el  afán  erudito  del  comentador 
para  ilustrar  este  y  otros  pasajes,  que  no  lo 
necesitan.  Desde  que  existe  el  mundo  y 
desde  que  hay  hombres  que  viajan  en  ca- 
balgadura, es  natural  que,  al  apearse  para 
descansar,  piensen  en  restaurar  las  fuerzas 
si  tienen  con  qué.  Pues  ¿  qué  decir  de  la 
nota  sobre  la  dehesa  de  Córdoba?  Sin  em- 
bargo se  olvida  de  mencionar  el  nombre  de 
fiemonta,  con  que  era  conocido  dicho  esta- 
blecimiento. (M.  de  T.) 


248  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA. 

de  la  mucha  hierba  que  allí  había,  dieron  saco  á  las  alforjas,  y  sin 
ceremonia  alguna  en  buena  paz  y  compañía,  amo  y  mozo  comieron 
lo  que  en  ellas  hallaron.  No  se  había  curado  Sancho  de  echar  suel- 
tas á  Rocinante,  seguro  de  que  le  conocía  por  tan  manso  y  tan  poco 
rijoso \  que  todas  las  yeguas  de  la  dehesa  de  Córdoba'"^  no  le  hicie- 
ran tomar  mal  siniestro.  Ordenó,  pues,  la  suerte  y  el  diablo,  que  no 
todas  veces  duerme,  que  andaban  por  aquel  valle ^  paciendo  una 


aportado  Olivante  y  Darisio,  su  escu- 
dero, á  una  isla,  no  hallaron  poblado, 
y  apeándose  en  un  verde  prado  junloá 
una  fuente,  Darisio  quitó  los  Tronos  á 
los  caballos  para  que  paciesen  de  la 
hierba,  y  ellos  comieron  de  lo  que  Da- 
risio del  barco  liabia  sacado  (a).  Bowle 
en  sus  Anotaciones  pone  otros  ejemplos, 
y  pudieran  aüadirse  otros  muchos, 
tanto  prosaicos  como  métricos. 

Ya  se  dijo  en  otro  lugar  que  los  lec- 
tores de  libros  caballerescos  pueden 
hacer  fácilmente  la  observación  de  que 
en  ellos  es  más  frecuente  hablar  de  la 
comida  de  los  caballos  que  de  los  ca- 
balleros. 

1.  Mejor  :  serjuro  de  que  era  tan 
manso  y  tan  poco  rijoso  :  ó  conocién- 
dole por  tan  manso   y  tan  poco  rijoso. 

2.  Hubo  en  Córdoba  desde  antiguo 
un  establecimiento  para  cría  de  caba- 
llos, que  en  su  origen  fué  de  la  casa  de 
los  Duques  de  Alba,  y  pasó  ala  Corona 
en  tiempo  de  Felipe  II.  De  él  habló 
Ambrosio  de  Morales  en  las  Antigüe- 
dades de  España,  y  ha  continuado 
hasta  pocos  años  ha.  Constaba  de  un 
magnífico  edificio  provisto  de  todas  las 
oficinas  y  dependencias  necesarias, 
con  varias   dehesas,    de    las   cuales  la 

Erincipal  (que  será  de  la  que  aquí  se 
abla)  está  á  dos  leguas  al  Oriente  de 
Córdoba,  entre  los  ríos  Guadalquivir  y 
Gualbarbo,  y  tiene  más  de  dos  mil 
fanegas  de  tierra.  En  ellas  se  mante- 
nían quinientas  yeguas  con  veinte  y 
cuatro  caballos  padres  y  los  potros  co- 
rrespondientes, que  solían  ser  ciento 
cincuenta;  también  se  mantenía  algún 
ganado  vacuno.  En  el  día  no  pertenece 
ya  al  Rey  el  establecimiento  ;  pero 
continúa  en  él  la  cría  de  caballos  con 

f'eguas  normandas,  y  la  de  muletas 
echares  que  se  llevan  de  Castilla  y  se 
mantienen  en  sus  dehesas. 


(a)  Olivante,  lib.  I,  cap.  XVIII. 


Los  caballos  cordobeses  eran  los 
más  célebres  y  estimados  de  España, 
y  de  Córdoba  hablaba  sin  duda  Cárde- 
nlo cuando  decía  (\ue  sti  ciudad  era 
madre  de  los  mejores  caballos  del  mun- 
do (a).  Los  naturales  eran  nombrados 
por  su  afición  á  los  caballos  y  su  peri- 
cia en  manejarlos:  por  eso  Sancho,  en 
la  segunda  parte  del  Quijote  (6), 
(lueriendo  ponderar  la  agilidad  con  que 
Dulcinea  montó  en  su  hacanea,  aijo 
que  podía  enseñar  ú  subir  d  la  jineta 
al  más  diestro  cordobés  6  mejicano  (a). 

3.  Según  la  recta  construcción  gra- 
matical correspondía  decir  ;  ordenó, 
pues,  la  suerte  que  anduviesen  por 
aquel  valle,  etc.  —  Hacas  galicianas  es 
lo  mismo  que  jacas  gallegas  :  las 
cuales  suelen  ser  de  poca  alzada,  pero 
de  muchas  fuerzas,  y,  por  consiguiente, 
muy  á  propósito  para  el  servicio  de  la 
arriería,  jirofesión  á  que  eran  dados 
los  naturales  del  pueblo  de  Yanguas, 
en  la  provincia  de  Segovia,  cuando 
vivía  Cervantes,  y  que  aún  ejercitan 
en  nuestro  tiempo.  Todavía  llevan 
también  el  sayo  de  cuero,  (pie  lleva- 
ba el  arriero  á  quien  se  lo  abrió  D.  Qui- 
jote de  una  cuchillada,  como  después  se 
cuenta. 


(n)  Cap.  XXIV  de  esla  primera  parte.  — 
(¿i)  Cap.  X. 


(a)  Mejicano.  —  Como  se  ve,  en  tiempo  de 
Cervantes  era  ya  proverbial  la  destreza  de 
los  mexicanos  t'n  lo  relativoála  equitación. 
No  tiene  esto  nada  df  extraño,  pues  en  el 
hermoso  poema  de  Balbuena,  La  grandeza 
mexicana,  publicado  en  México  en  1604,  esto 
es  un  año  antes  que  el  Quijote,  abundan  las 
descripciones  brillantes  de  caballos,  jinetes 
y  jaeces.  Según  hace  notar  un  eminente 
critico,  Balbuena  debió  ser  muy  aficionado  á 
caballos,  á  juzgar  por  •  el  alarde  de  precisión 
con  que  los  describe,  distinguiendo  sus  cas- 
tas y  cualidades  >. 

(M.  de  T.) 


i 


PIIIMERA    PAnTK.    —    CAPITULO    XV 


219 


manada  i\o  hacas  galicianas  de  unos  arriorros  yangüeses,  do  los 
(Míales  es  costuinbro  sestear  con  su  rc(;ua  en  liif^ares  y  sitios  de 
hierba  yai;;ua,  y  aciuel  donde  acertó  á  hallarse  Ü.  Ouijote  era  muy 
á  |)n)¡>(')siio  de  los  yanfji'üeses  *.  Sucedió,  pues,  que  á  Rocinante  le 
vino  en  deseo  de  refocilarse  con  las  señoras  lacas,  y  saliendo  así 
como  las  olió  de  su  natural  paso  y  costumbre,  sin  pedir  licencia  á 
su  dueño,  tomó  un  trotillo  ali^o  picadillo  2,  y  se  i'ué  á  comunicar  su 
necesidad  con  ellas;  maseUas,  cpie  á  lo  que  pareció  debían  de  tener 
más  ji^anade  pacer  qu(;  de  al  (a),  recibiéronle  con  las  herraduras  y  con 
los  dientes,  de  tal  manera,  que  á  poco  espacio  se  le  rompieron  las 
cinchas,  y  quedó  sin  silla  en  pelota  ;  pero  lo  que  él  debió  más  de 
sentir  iué,  que  viendo  los  arrieros  la  fuerza  que  á  sus  yeguas  se  les 
hacía,  acudieron  con  estacas,  y  tantos  palos  le  dieron,  que  le  derri- 
baron malparado  en  el  suelo.  Ya  en  esto  I).  Ouijote  y  Sancho,  que 
la  paliza  de  Rocinante  habían  visto,  llegaban  jadeando,  y  dijo 
D.  Ouijote  á  Sancho  :  Á  lo  que  yo  veo,  amigo  Sancho,  éstos  no  son 
caballeros,  sino  gente  soez  y  de  bajaralca  :  dígolo,  porque  bien  me 
puedes  ayudar  á  tomar  la  debida  venganza  del  agravio  que  delante 


1.  Mejor  :  muy  al  propósito  de  los 
yangüeses ;  ó  muy  á  propósito  para  los 
yangüeses.  Excusado  es  dar  Jas  razones 
de  esto ;  cualquiera  las  percibe.  En  lo 
primero,  propósito  es  nombre,  como  lo 
indica  el  artículo;  en  lo  segundo,  es 
parte  de  un  modo  adverbial. 

2.  Suena  mal  la  consonancia  de  tro- 
tillo  y  picadillo.  El  primero  de  estos 
dos  diminutivos  está  mal  formado  (p); 
de  trote  debió  salir  trotecillo,  como  de 
hombre  hombrecillo,  de  paje  pajecillo. 
Tai    es   la  regla  para   los  sustantivos 

(a)  Al.  —  En  la  edición  madrileña  de  1894 
se  lee  él  en  vez  de  al.  Sin  embargo  ai  es 
palabra  de  muy  antit.'uo  abolengo  en  nuestra 
lengua,  como  lo  prueban  los  siguientes 
refranes  que  figuran  en  el  Diccionario  de  la 
Academia  :  Al,  madrina,  que  eso  ya  me  lo 
sabia  ;  bueno  es  pan  con  miyas  de  al  ;  en  al 
está  el  engaño  ;  debajo  del  sayal  hay  al.  etc. 
(M.'de  T.) 

(2)  Trotillo.  —  Hace  notar  muy  cuerda- 
mente Cortejón  que  en  la  época  de  Cervantes 
no  estaba  aún  fijada  la  regla  para  los 
diminutiüos.  Aduce  ejemplos  de  Mendoza  y 
Moratin,  y  compara  trotillo  con  la  forma 
trotico,  de  la  que  tantos  ejemplos  se  en- 
cuentran en  Cervantes  y  que  tan  común  es 
entre  los  aragoneses.  (V'éase,  acerca  de  esta 
terminación,  el  curioso  estudio  de  Borao, 
en  su  Diccionario  de  voces  aragonesas,  pági- 
nas 126  y  siguientes.)  Sin  ir  tan  lejos  tenemos 


acabados  en  e  :  formar  el  diminutivo 
mudando  la  vocal  última  en  illo  es 
propio  de  los  nombres  que  acaban  en  o 
precedida  de  consonante,  y  así  de  libro 
se  forma  Utyrillo,  de  cepo  cepillo,  de 
asno  asnillo.  Para  otras  terminaciones 
hay  otras  reglas. 

entre  los  académicos  al  ilustre  autor  de 
Episodios  Nacionales,  que  emplea  en  sus  no- 
volas  la  forma  padrito  y  alguna  otra  aná- 
loga, corrientes  en  su  país  natal,  Canarias. 
Kn  Bolivia,  El  Salvador  y  otros  puntos  de 
América  se  emplean  pueb'lito,  cieguito  y  otros 
diminutivos  de  idéntica  forma.  En  el  ilus- 
tre ecuatoriano  Montalvo  encuentro  también 
el  diminutivo  ruidecillos ;  en  un  escritor 
colombiano  contemporáneo,  rnbiecita  ;  en 
Bolivia  y  en  la  región  del  Plata,  pancito, 
Juancito,' cic,  sin  contar  mamncita  y  papa- 
cito,  comunes  en  América.  Es  casi  indudable 
que  estas  formas  fueron  introducidas  en 
América  por  los  conqui.stadores  de  las  dife- 
rentes regiones  de  España,  como  también 
lo  es  que  todavía  está  por  formar  el  catálogo 
de  los  diminutivos  familiares  empleados  ea 
las  diversas  regiones  de  España.  En  prueba 
de  ello  aduciré  el  diminutivo  pueblenn  que 
leí  no  hace  mucho  en  El  Cantábrico  de  San- 
tander : 

Mi  querido    Director 
A  este  pueblerin  me  envía. 
José  Rooao. 

(M.  de  T. 


220  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

de  nuestros  ojos  se  le  ha  hecho  á  Rocinante.  ¿Qué  diablos  de  ven- 
ganza hemos  de  lomar,  respondió  Sancho,  si  éstos  son  más  de 
veinte,  y  nosotros  no  más  de  dos,  y  aun  quizá  nosotros  sino  uno  y 
medio  '  ?  Yo  valgo  por  ciento,  replicó  D.  Quijote,  y  sin  hacer  más 
discursos,  echó  mano  á  su  espada  y  arremetió  á  los  yangüeses,  y  lo 
mismo  hizo  Sancho  Panza  incitado  y  movido  del  ejemplo  de  su  amo; 
y  á  las  primeras  dio  D.  Quijote  una  cuchillada^  á  uno,  que  le  abrió 
un  sayo  de  cuero  de  que  venía  vestido,  con  gran  parte  de  la 
espalda.  Los  yangüeses,  que  se  vieron  maltratar  de  aquellos  dos 
hombres  solos,  siendo  ellos  tantos,  acudieron  á  sus  estacas,  y  co- 
giendo á  los  dos  en  medio,  comenzaron  á  menudear  sobre  ellos^ 
con  grande  ahinco  y  vehemencia.  Verdad  es  que  al  segundo  toque 
dieron  con  Sancho  en  el  suelo,  y  lo  mismo  le  avino  á  D.  Quijote, 
sin  que  le  valiese  su  destreza  y  buen  ánimo,  y  quiso  su  ventura 
que  viniese  á  caer  á  los  pies  de  Rocinante,  que  aun  no  se  había 
levantado ;  donde  se  echa  de  ver  la  furia  con  que  machacan  estacas 
puestas  en  manos  rústicas  y  enojadas.  Viendo,  pues,  los  yangüeses 
el  mal  recado  que  habían  hecho,  con  la  mayor  presteza  que  pudieron 
cargaron  su  recua  y  siguieron  su  camino,  dejando  á  los  dos  aven- 
tureros de  mala  traza  y  de  peor  talante.  El  primero  que  se  resintió  '' 
fué  Sancho  Panza,  y  hallándose  junto  á  su  señor,  con  voz  enferma 
y  lastimada  dijo  :  Señor  Don  Quijote,  ¡ah,  señor  Don  Quijote! 
¿Qué  quieres,  Sancho  hermano? respondió D.  Quijote  con  el  mismo 


1.  Falta  el  sentido,  y  puede  conjetu-  3.  El  frecuentativo  menudear  no 
rarse  que  nosotros  es  errala.  por  no  so-  viene  bien  con  caer  al  segundo  toque, 
mos  (a).  Asi  queda  claro  lo  que  Sancho  porque  dos  golpes  solos  no  arguyen 
dice  :  éstos  son  más  de  veinte,  y  nos-  frecuencia.  Los  palos  que  llevaron 
otros  no  más  de  dos,  y  auti  quizá  no  D.  Quijote  y  Sancho  fueron  muchos, 
somos  sino  uno  y  medio.  Sancho,  que  y  asi  se  vio  por  la  abundancia  üe  car- 
acoslumbra  á  hacer,  siempre  (jue  se  denaies  que  encontró  Maritornes  en  el 
ofrece,  profesión  de  su  cobardía,  se  da  cuerpo  de  nuestro  asendereado  caba- 
aqui  por  medio  hombre,  y  no  más.  llero  al  bizmarlo,  según  se  refiere   en 

2.  ¿Con  quién  concierta  primeras (p) .'  el  capitulo  siguiente;  abundancia  que 
Con  cuchiUadas,  como  si  dijera  :  á  las  Sancho  pretendió  explicar,  diciendo  que 
primeras  cuchilladas  dio  una,  etc.  nacía  de  los   muchos  golpes  recibidos 

en  los  picos  y  tropezones  de  una  peña, 

(a)  No  somos.  —  No  hay   en  esto  falta  de  de  donde  liabia  rodado, 

sentido,  sino    una  elegante  sileiisis.  que  da  ,     x- .,         ,        •      •/.       ..       ,  , 

mayor  energía  al  diálogo.          (M.  de  T.)  4.  xNutese  la  sigruficaciun  del  verbo 

(i)  Primeras.  —  Recuérdese  que  en  núes-  resentirse,  que  aquí  es  lo  mismo    que 

ira  lengua  se  usa  el  plural  femenino  pri-  empezar  a  dar  muestras  materiales  de 

meras   para  indicar    las  primeras   bazas  del  dolor.     En    el    dia    también    decimos 

juego.  También  son  muy  usadas  las  frases  resentirse  una  pared,  un  edificio,  cuan- 

^w^l    ""'f  ■  •°^*"^"«*  á  primeras  v  .1  la,  ^    j    señales  de  ruina,  aunque  no  in- 

primeras  de  camino,  que  significan  a  los  pn-  .•   .                                ,          ,    '           ,■ 

meros   pasos,   al  primer  encuentro.  Pudo  mediata;  pero  generalmente  resen/«?sr 

usarse  muy  bien  en  el  mismo  sentido  :  .4  las  pertenece  en  el  uso  común  al  afecto  in- 

primeras,  y  asi  parece  indicarlo  el  le.\.to.  tenor  del  animo. 
(M.  de  T.) 


PRIMEflA    PAniE.    —    C\PÍTL't,()    XV 


221 


tono  afeminado  y  doliente'  que  Sancho.  Querría,  si  fuese  posible, 
respondií)  Sauí^ho  Panza,  que  vuestra  merced  me  diese  dos  tragos 
de  aquella  bebida  dol  feo  Blas-,  si  es  que  la  tiene  vuestra  merced 
abí  á  mano;  quizá  será  de  provecho  para  los  quebrantamientos  de 
huesos  como  lo  es  para  las  feridas.  Pues  á  tenerla  yo  aquí,  desgra- 
ciado yo-',  ¿qué  nos  faltaba?  respondió  D.  Quijote;  mas  yo  te  juro, 
Sancho  Panza,  á  fo  de  caballero  andante,  que  antes  que  pasen  dos 
días,  si  la  fortuna  no  ordena  otra  cosa,  la  tengo  de  tener  en  mi  po- 
der, ó  mal  me  han  de  andar  las  manos.  ¿Pues  en  cuántos  le  parece 
á  vuestra  merced  que  podremos  mover  los  pies''?  replicó  Sancho 
Panza.  De  mí  sé  decir,  dijo  el  molido  caballero  D.  Quijote,  que  no 
sabré  poner  término  á  esos  días ;  mas  yo  me  tengo  la  culpa  de  todo, 
que  no  había  de  poner  mano  á  la  espada  contra  hombres  que  no 
fuesen  armados  caballeros  como  yo,  y  así  creo  que  en  pena  de 
haber  pasado  las  leyes  de  la  caballería'^,  ha  permitido  el  Dios  de 
ias  batallas  que  se  me  diese  este  castigo;  por  lo  cual,  hermano 
Sancho,  conviene  que  estés  advertido  en  esto  que  ahora  te  diré, 
porque  importa  mucho  á  la  salud  de  entrambos ;  y  es  que  cuando 
veas  que  semejante  canalla  nos  hace  algún  agravio,  no  aguardes 
á  que  yo  ponga  mano  á  la  espada  para  ellos,  porque  no  lo  haré  en 
ninguna  manera^,  sino  pon  tú  mano  á  tu  espada  y  castígalos  muy 


1.  Bella  y  oportuna  aplicación  de 
adjetivos  para  expresar  el  quebranta- 
miento y  languidez  del  tono  y  voz  de 
amo  y  mozo  :  estas  felices  combina- 
ciones de  las  partes  del  lenguaje  entre 
sí,  propias  de  eminentes  escritores, 
suelen  producir  ideas  nuevas  sin  que 
las  palabras  lo  sean,  y  tienen  real- 
mente el  mérito  de  la  invención. 

2.  Puede  sospecharse  con  alguna 
verosimilitud  que  el  original  diría  feo 
Eras.  La  gente  rústica  decía  entonces, 
y  aún  dice  ahora,  Bras  por  Blas,  y  así 
quedaba  también  más  fácil  y  corriente 
la  corrupción  de  la  palabra  Fierabrás 
en  boca  de  Sancho. 

3.  ¡Desgraciado  de  mí!  es  como  co- 
múnmente suele  decirse,  y  como  se 
halla  en  otros  pasajes  del  Quijote. 

4.  Graciosísimo  coloquio,  como  lo 
son  todos  los  de  D.  Quijote  y  Sancho. 
Acababa  de  decir  D.  Quijote  que  antes 
de  dos  dias  tendría  la  bebida  ó  bálsa- 
mo de  Fierabrás,  ó  mal  le  habían  de 
andar  las  manos;  y  en  contestación  le 
preguntó  Sancho  :  ¿  pues  en  cuántos  le 
parece  á  vuestra  merced  que  podramos 


mover  los  pies?  Está  dicho  con  una  faci- 
lidad y  naturalidad  que  encanta. 

5.  Salida  original,  sumamente  propia 
del  carácter  de  D.  Quijote,  y  feliz  ocu- 
rrencia de  Cervantes. 

6.  Teníase  efectivamente  á  caso  de 
menos  valer  que  un  caballero  pelease 
cuerpo  á  cuerpo  con  otro  que  no  lo 
fuese;  y,  con  arreglo  á  esto,  en  la  pre- 
vención octava  para  el  Paso  de  Suero 
de  Quiñones  junto  á  la  puente  del 
Órbigo,  al  mismo  tiempo  que  se  esta- 
blece que  los  caballeros  aventureros 
no  han  de  saber  con  quién  justan  de 
los  mantenedores,  se  les  asegura  que 
se  fallarán  con  caballero  ó  ¡jentilhome 
de  todas  armas  sin  reproche.  Regla 
que  se  observaba  con  tanta  puntualidad 
como  lo  indica  un  caso  que  se  refiere 
en  la  Historia  del  Caballero  de  la 
Cruz  (a),  del  doncel  Floramor  y  del 
caballero  Florandino.  Navegaban  los 
dos  á  la  par  en  dos  barcas,  y  habién- 
dose trabado  de  palabras,  dijo  el  se- 
gundo al  primero  :  que  si  no  fuera  por 

(o)  Lib.  II,  cap.  XIV. 


222 


DON    OUIJOTE    DE    LA.    MANCHA 


á  tu  sabor  \  que  si  en  su  ayuda  y  defensa  acudieren  caballeros,  yo 
te  sabré  defender  y  ofendellos  con  lodo  mi  poder,  que  ya  habrás 


poner  mano  en  doncel,  él  le  diera  res- 
puesta con  su  espada.  Floraiiior  le 
Eropuso  al  instante  que  le  armase  ca- 
allero.  Aceptó  la  propuesta  l'lorandi- 
no,  pasó  Fluramor  á  su  barca,  recibió 
la  orden  de  caballería,  y  luef^o  se 
rompieron  uno  á  otro  las  cabezas  muy 
á  su  sabor.  El  Rey  Federico  de  Ñapó- 
les derla  á  D.  Florindo  de  la  Extraña 
Ventura,  antes  de  armarle  caballero  : 
Eslú  declarado  quel  cahallero  que 
fuere  reptado  de  ¡wmbreque  unsi  como 
él  no  In  sea,  que  sin  perder  ningún 
punto  de  su  honra  se  puede  excusar  de 
entrar  con  él  en  el  campo  («).  Asi  que 
tenia  razón  D.  Quijote  en  establecer  ei 
principio  de  que  un  caballero  no  puede 
poner  mano  á  su  espada  contra  otro 
que  no  lo  sea:  bien  que  esto  no  debía 
entenderse  sino  de  los  combates  singu- 
lares de  hombre  á  hombre  y  fuera  de 
los  casos  de  necesidad  ó  defensa  pro- 
pia :  las  leyes  de  cuballeria,  dice  en 
otro  paraje  nuestro  hidalgo  (6),  no 
consienten  que  cahallero  ponga  mano 
contra  quien  no  lo  sea,  si  no  fuere  en 
defensa  de  su  propia  vida,  en  caso  de 
urgente  y  gran  necesidad :  y  en  la 
aventura  del  labrador  que  había  bur- 
lado á  la  hija  de  Doña  Rodrijíuez,  que 
se  referirá  en  la  segunda  parte  (c),  decía 
D.  Quijote  :  Por  esta  vez  renuncio  mi 
liidalguia,  y  me  allano  y  ajusto  con  la 
llaneza  del  dañador,  y  me  liago  igual 
con  él,  habilitándole  para  poder  com- 
batir conmigo.  La  práctica  eraconforme 
á  esta  excepción  ;  y  cuando  obligaba 
la  necesidad,  los  caballeros  no  repara- 
ban en  pelillos,  y  embestían  contra 
todo  viviente. En  el  capitulo  XXVlll  de 
Amadis  de  Gaula  se  cuenta  el  combate 
de  Baláis  de  Carsante  contra  cinco  la- 
drones para,  librar,  como  lo  consiguió, 
á  una  doncella.  El  mismo  Amadis  de 
Gaula  y  Amadis  de  Grecia  pelearon 
juntos,  defendiendo  sus  vidas  contra 
cuatro  villanos  armados  de  hachas  en 
el  castillo  de  la  ínsula  de  Argenes  {d). 
D.  Florisel  deNiquea.  hallándose  en  la 
ínsula  de  Caria,  se  vio  precisado  á  pe- 


(n)  F/ortitrfo,  parte  II.  cap.  XVII. —(6)Ca)). 
XVIII.  —  (c)  Cap.  LII.  —  (d)  Amadis  de 
Grecia,  parlu  I,  cap.  XXVIII. 


lear  con  (juince  ó  másvillanos  de  hacha 
y  capellina  que  halló  en  una  cueva  [a). 
Finalmente,  los  caballeros  andantes 
entraiían  en  las  batallas  que  se  daban 
entre  los  ejércitos,  y  se  combatían  con 
el  que  se  les  ponía  delante,  sin  pedirle 
el  titulo  de  caballero. 

1.  Á  este  modo,  caminando  Florineo 
con  su  escudero  helio,  y  sabiendo  que 
en  el  camino  había  seis  caballeros  que 
con  doce  villanos  robaban  y  mataban 
á  los  caminantes,  dijo  á  su  escudero  : 
Ttl  toma  de  las  armas  que  fallares,  y 
si  fuere  menester,  ayudarme  has  contra 
los  villanos.  Y  (insi  lo  fizo,  porque  él 
Iraia  espada,  y  allí  tomó  una  capelli- 
na (b).  Cuéntase  en  seguida  lo  que  Le- 
lio  nizo  en  el  combate,  ayudando  á  su 
señor  contra  los  villanos.  Por  este  y 
otros  pasajes  del  presente  capítulo  se 
ve  que  Sancho  llevaba  espada,  y  así 
era  uso  y  costumbre  de  los  escuderos 
de  los  caballeros  andantes,  como  se  ve 
frecuentemente  en  sus  historias.  En  la 
de  Amadis  de  Gaula  (c)  se  lee  que 
Gandalín,  su  escudero,  persiguió  y 
cortó  la  cabeza  á  la  giganta  .Vndandona, 
que  había  intentado  matar  á  traiciona 
su  amo;  y  de  éste  y  otros  escuderos 
refieren  lo  que  hicieron  peleando  en 
defensa  de  sus  amos  en  diversas  oca- 
siones, en  virtud  de  lo  cual  merecie- 
ron muchas  veces  ser  armados  caba- 
lleros, y  otras,  premios  y  mercedes. 
Pero  en  la  segunda  parte  de  la  fábula, 
en  el  coloquio  con  ei  escudero  del  Ca- 
ballero del  Bosque  [d),  Sancho,  excu- 
sándose de  pelear  con  él,  le  decía  : 
Hay  más,  que  me  imposibilita  el  reñir 
el  no  tener  espada,  pues  en  mi  vida  me 
la  puse.  Y  consiguiente  á  esto,  á  la 
vuelta  de  Barcelona,  habiendo  sido 
atropellados  amo  y  mozo  por  unapiara 
de  cerdos,  levantóse  Sancho  como  mejor 
picdo  y  pidió  d  su  amo  la  espada,  di- 
ciéndole  que  quería  malar  media  do- 
cena de  aquellos  señoi'es  y  descomedi- 
dos puercos  (e).  Esta  contradicción  con- 
firma lo  que  ya  otras  veces  se  ha  dicho 


(a)  Florisel,  parte  III,  cap.  XXVI.  —  (b) 
Florambel  de  Lucea,  lib.  I,  cap.  IV.  —  (c) 
Cap.  LXVin.  -  (d)  Cap.  XIV.  -  (e)  Cap. 
LXVIII. 


PRIMERA    PAHTK. 


CAPÍTULO    XV 


223 


visto  por  mil  sonnles  y  expcricnciaB  liaKtQ  dóiulo  se  extiende  el  va- 
lor d(í  (\sl(^  mi  riKM'tf  brnzo  :  tíil  <iued(>  do  arrobante  el  pohní  sefior 
con  el  vencimiento  (1(^1  valionh^  vizcaíno.  Mas  no  le  pareció  tan  bien 
A  Sancho  Panza  el  aviso  de  su  amo,  que  dejase  de  responder  di- 
ciendo ;  Señor,  yo  soy  hombre  pacílico,  manso,  sosefi^ado,  y  sé 
disimular  cualquiera  injuria,  porque  teu^o  mujer  y  hijos  que  sus- 
tenlar  y  criar  :  así,  que  séale  á  vuestra  merced  también  aviso,  pues 
no  puede  ser  mandato,  <pie  en  nin^íuna  manera  pondré  mano  á  la 
espada  ni  contra  villano  ni  contra  caballero,  y  que  desde  a(pu'  para 
adelante  de*Dios  perdono  cuantos  agravios  me  han  hecho  y  han  do 
hacer,  ora  me  los  haya  hecho  *  ó  haga  ó  haya  de  hacer  persona  alta 
ó  baja,  rico  ó  pobre,  hidalgo  ó  pechero,  sin  cccptar  estado  ni  con- 
dición alguna.  Lo  cual,  oído  por  su  amo,  le  respondió  :  Quisiera 
tener  aliento  para  poder  hablar  un  poco  descansado,  y  que  el  dolor 
que  tengo  en  esta  costilla  se  aplacara  tanto  cuanto,  para  darte  á  en- 
tender, Panza,  en  el  error  en  que  está»-.  Ven  acá,  pecador^  :  si  el 


acerca  de  la  negligencia  con  que  se  es- 
cribió el  Inokmoso  Hidalgo.  Por  lo  de- 
más, la  circunstancia  de  ceñir  espada 
no  venia  muy  bien  con  lo  demás  del 
equipaje  y  arreos  que  repetidas  veces 
se  describen  de  Sancho, con  las  alforjas, 
el  gabán  y  el  rucio,  porque  espada  y 
borrico  no  concuerdan.  Los  escuderos 
de  los  caballeros  andantes,  incluso 
Tomé  Cecial,  montaron  siempre  en 
caballos. 

1.  Ora  (a)  es  conjunción  que  nunca  se 
usa  sin  repetirse,  y  aquí  no  se  repite. 
En  el  encuentro  con  los  mercaderes 
toledanos  que  se  refirió  en  el  capítulo  V, 
les  decía  D.  Quijote  :  Ahora,  vengáis 
uno  á  uno,  como  pide  la  orden  de  ca- 
ballería, ora  todos  juntos,  como  es 
costumbre  y  usanza  de  lus  de  vuestra 
ralea,  aquí  os  aguardo,  etc. 

2.  Sobra  el  en  que  preceded  el  error, 
y  acaso  se  introdujo  en  el  texto  por  des- 
cuido de  la  imprenta.  Sensible  me  es 
hablar  tantas  veces  de  faltas  y  sobras 

(«I  Ora.  —  Es  contracción  de  la  conjun- 
ción ahora,  y  se  suele  usar  en  efecto  repe- 
tida como  la  usaron  Meléndez,  Krcilla  y 
otros.  El  primero  la  usó  en  su  clásica  oda 
Á  las  Artes.  Equivale,  repetida  á  ya...  ya... 
Sin  embargo  este  mismo  ya  lo  usó  Bretón 
de  los  Herreros  en  igual  sentido,  sin  repe- 
tirlo : 

Ta  nos  posea  el  júbilo  ó  la  murria 
A  todos  nos  ataca  esU  manía... 

(M.  de  T.) 


del  impresor;  pero  ¿cómo  es  posible 
dejar  de  hacerlo?  La  incuria  con  que 
estamparon  las  primeras  ediciones  del 
QuMOTE  fué  tal,  que  en  el  mismo  fron- 
tis se  llamó  Conde  de  Barcelona  por 
Conde  de  Benalcúzar  al  Mecenas  á 
quien  iba  dirigida  la  obra.  Las  dos  edi- 
ciones de  la  primera  parte  del  Quijote 
hechas  en  Madrid  el  año  de  1605,  míen- 
tras  Cervantes  se  hallaba  en  Valladolid, 
salieron  con  muchas  imperfecciones 
tipográficas,  de  las  cuales  no  se  corri- 
gieron  todas  en  la  tercera  edición,  que 
se  hizo  á  vista  del  autor  el  año  de  1608, 
y  aun  se  añadieron  algunas  nuevas,  de 
lo  cual  hay  ejemplo  en  la  página  equi- 
valente á  ésta,  donde  la  tercera  edición 
puso  aceptar  en  vez  de  eceplar,  con 
total  inversión  del  sentido.  Hubiera 
sido  de  apetecer  que  los  modernos  edi- 
tores, mirando,  según  era  justo,  las 
primeras  ediciones  como  copias  defec- 
tuosas, hubiesen  hecho  en  ellas  las 
correcciones  correspondientes,  al  modo 
que  lo  practicaron  los  literatos  que  en 
los  principios  de  la  imprenta,  y  aun 
después,  publicaron  los  libros  de  los 
clásicos  antiguos,  y  restituyeron  con 
discreta  libertad  muchos  desús  pasajes 
viciados,  no  sólo  sin  censura,  sino 
taiubién  con  aplauso  de  los  doctos.  En 
esto  hubiera  ganado  el  mérito  de  la 
obray  el  créditode  Cervantes (aj(p. 224). 
3.  Palabras  de  reconvención,  pero  de 
reconvención   bondadosa,    sin   ira  ni 


224  DON  QUIJOTE  DE  I.A  MANCHA 

viento  de  la  fortuna,  hasta  ahora  tan  contrario,  en  nuestro  favor  se 
vuelve,  llenándonos  las  velas  del  deseo  para  que  seguramente  y 
sin  contraste  alguno  tomemos  puerto  en  alguna  de  las  ínsulas  que  te 
tengo  prometida,  ¿qué  serla  de  ti,  si  ganándola  yo  le  hiciese  señor 
della,  pues  lo  vendrás  á  imposibilitar  por  no  ser  caballero  ni  que- 
rerlo ser,  ni  tener  valor  ni  intención  de  vengar  tus  injurias  y  defen- 
der tu  señorío?  Porque  has  de  saber  que  en  los  reinos  y  provincias 
nuevamente  conquistados  nunca  están  tan  quietos  los  ánimos  de 
sus  naturales,  ni  tan  de  parte  del  nuevo  señor,  que  no  se  tenga  te- 
mor de  que  han  de  hacer  alguna  novedad  para  alterar  de  nuevo 
las  cosas  \  y  volver,  como  dicen,  á  probar  ventura  ;  y  asi  es  me- 
nester que  el  nuevo  posesor  tenga  entendimiento  para  saberse 
gobernar,  y  valor  para  ofender  y  defenderse  en  cualquier  aconte- 
cimiento. En  este  que  ahora  nos  ha  acontecido,  respondió  Sancho, 
quisiera  yo  tener  ese  entendimiento  y  ese  valor  que  vuestra  merced 
dice;  mas  yo  le  juro  á  fe  de  pobre  hombre,  que  más  estoy  para 
bizmas  que  para  pláticas.  Mire  vuestra  merced  si  se  puede  levantar, 
y  ayudaremos  á  Rocinante,  aunque  no  lo  merece,  porque  él  fué  la 
causa  principal  de  todo  este  molimiento  :  jamás  tal  creí  de  Roci- 
nante, que  le  tenía  por  persona  casia  y  tan  pacífica  como  yo^.  En 
fin,  bien  dicen  que  es  menester  mucho  tiempo  para  venir  á  cono- 
cer las  personas,  y  que  no  hay  cosa  segura  en  esta  vida.  ¿  Quién 
dijera  que  tras  de  aquellas  tan  grandes  cuchilladas  como  vuestra 
merced  dio  á  aquel  desdichado  caballero  andante,  había  de  venir  por 

amargura.  En  el  estilo  familiar  es  im-  esmero  de  la  impresión  de  un  libro  tan  mal 

ponderable  la  riqueza  de  nuestro  idio-  pagado, tenía  que  atender  á  ganarse  la  vida, 

ma,  y  el  número  de  las  modificaciones  -°  Ja  indiferencia  con  que  han  solido  mirar 

nnra  P«fnr7ar,-,temnHr  las  idea^Pn  lina  en   todo  tiempo  los    escritores    españoles  la 

para  esiorzai  utempiai  las  laeasen  una  ortografía  ;  \,  como  ésta  forma  parte  de  la 

escala  y  progresión  casiiQünita.  higiene    literaria,    no  es  de   extrañar  que 

1.  Sobra  el  de  >¡uero,  porque  se  ha  atendiesen  poco  á  la  corrección  de  la  forma; 
dicho  novedad,  y  ésta  no  puede  ser  de  3.">  la  deficiencia  de  los  impresores  espa- 
vigjo  ñoles  de  aquella  época,  cosa  que  obligaba  á 

2.  Llama  Sancho  persona  á  Rocinante,  muchos  autores  ¿exponerse  á  los  riesgos  y 

.  ':  j  „  ■  A  A  ^  mo  estias  de  un  largo  viaje  para  imprimir 
le  compara  consigo,  y  de  aquí  deduce  g^^^  ^bias  en  el  extranjero,  como  le  sucedió 
gravemente  la  moralidad  de  que  es  ai  célebre  cronista  Gi.ribay  que  se  trasladó 
menester  mucho  tiempo  para  venir  á  á  Amberes  en  1570  para  atender  á  ia  ira- 
conocer  las  personas,  y  de  que  no  hay  presión  de  su  Crónica  general  de  tos  Beyes 
cosa  segura  en  esta  vida.  Nadie  supo  de  ^«paTia.  Estas  razones, sin  contar  otras  que 
como  Cervantes  el  arte  de  ridiculizar  o""'»»-  justifican  los  errores  que  horm,- 
j  ,.  ,  ■  .  guean  en  las  primeras  ediciones  del  Quijote. 
con  delicadeza  y  como  quien  no  hace  f„s  demás  libros  de  la  época  no  salían,  en 
íl&Qft'  general,  mejor  librados.  Y  cuando,  como  en 

este  caso,  el   libro  quedaba  entregado  a  la 

(«)  Cervantes.  —  La  nueva  edición  crítica  voluntad  y    arbitrio  de    los   correctores   de 

del  Sr.  Cortejón,  ya  citada  repetidas  veces,  oficio,  por  ausencia  ó  enfermedad  del  autor, 

Tiene  á  llenar  este  deseo  de  Clemencín.  En  la  cosa  había  de  pasar,  por  fuerza,  decastauo 

cuanto  á  las  muchas   incorrecciones  de  las  obscuro.  Aun    en    nuestros  días      cuántos 

primeras   ediciones    del    Quijote,   hay    que  casos  podría  citar  de  la   petulancia  y  arbi- 

tener  en  cuenta :  1.*  la  poco  desahogada  sitúa-  trariedad  de  cierto*   correctores', 
clon  del  autor,  que  antes  que  al  cuidado  j  (M>  de  T.) 


PHIMKHA    l'AUri;.     —    CAPÍTULO    XV  1225 

la  posta  y  enscguitriiciito  suyo  esla  tan  ^n'audo  Icmposíad  ,<le  palos 
que  lia  descai-gado  sol)re  nuestras  espaldas?  Aun  las  tuyas,  San- 
cho, replicó  D.  Quijote,  deben  de  estar  hechas  á  semejantes  nubla- 
dos ;  p(M-o  las  mías,  criadas  entre  sinabafas  y  holandas \  claro  está 
que  sentirán  más  el  dolor  dcsta  desgracia  :  y  si  no  fuese  porque 
imagino  ¿qué  digo  imagino?  sé  muy  cierto,  ({ue  todas  estas 
incomoilidades  son  muy  anejas  al  ejercicio  de  las  armas,  aquí 
me  dejaría  morir  de  puro  enojo.  Á  esto  replico  el  escudero:  Señor, 
ya  que  estas  desgracias  son  de  la  cosecha  de  la  caballería,  dígame 
vuestra  merced  si  suceden  muy  á  menudo,  ó  si  tienen  sus  tiempos 
limitados  en  que  acaecen  :  porque  me  parece  á  mí  que  á  dos  cose- 
chas quedaremos  inútiles  para  la  tercera,  si  Dios,  por  su  infinita 
misericordia,  no  nos  socorre.  Sábete,  amigo  Sancho,  respondió 
D.  Quijote,  que  la  vida  de  los  caballeros  andantes  está  sujeta  á  mil 
peligros  y  desventuras,  y  ni  más  n^  menos  está  en  potencia  propin- 
cua^ de  ser  los  caballeros  andantes  reyes  y  emperadores,  como  lo 
ha  mostrado  la  experiencia-'  en  muchos  y  diversos  caballeros  de 


1.  Sinahafa  era  una  telamuy  delgada 
según  D.  Sfibastián  Govarrubias.  Ho- 
landa es  todavía  en  el  uso  actual  nom- 
bre de  un  lienzo  muy  fino,  usado  para 
ropa  blanca  de  gentes  ricas  y  acomo- 
dadas. Y  así  lo  era  también  en  el  si- 
glo XV,  en  que  Fr.  Hernando  de  Tala- 
yera, primer  Arzobispo  de  Granada, 
confesor  de  la  Reina  Doña  Isabel,  en 
un  opúsculo  contra  la  demasía  de  ves- 
tir y  calzar,  hablaba  de  los  excesos  en 
las  holandas  é  finas  bretañas  é  otros 
lienzos  costosos  [a). 

2.  Mal  expresado,  porque  no  es  la 
vida  de  los  caballeros  andantes,  sino 
los  caballeros  los  que  están  en  potencia 
propincua  de  ser  Reyes  y  Empera- 
dores. 

La  palabra  propincua  es  latina.  Cer- 
vantes la  usi'i  algunas  otras  veces  den- 
tro y  fuera  del  Quliote,  como  en  la 
novela  de  la  Española  inglesa,  donde 
se  dice  :  Con  esto  se  despidió  Ricardo, 
contentísimo  con  la  espera/iza  propin- 
cua que  llevcdm  de  tener  en  su  poder  á 
Isabela.  La  misma  voz  se  halla  usada 
en  el  Coloquio  de  los  perros  Cipión  y 
Berganza.  Lope  de  Vega  quiso  ridicu- 
lizarla como  propia  de  la  culta  latini- 
parla, citando  á  un  poeta  manchego 
que  dijo  en  su  Zarambaina  (todo  es 
burlesco)  : 

(a)  Enlre  sus  opúsculo-^  ¡/íí^^rcíüs,  cap.  XIV. 


En  viendo  que  el  estío  está  propincuo. 
Por  mi  salud  las  damas  derelincuo. 

Pero  el  uso  de  la  voz  propincuo  en 
castellano  era  ya  muy  antiguo,  y  se  la 
encuentra  en  las  Partidas  y  en  el  Doc- 
trinal de  Caballeros,  obras  escritas, 
aquélla  en  el  siglo  xiii  y  ésta  en  el 
XV  (a). 

Esto  en  cuanto  á  las  palabras ;  en 
cuanto  á  la  sentencia,  la  del  texto  es 
la  misma  que  expresó  D.  Quijote  en  la 
comedia  de  su  nombre,  escrita  por 
IJ.  Guillen  de  Castro  (6),  hablando  del 
caballero  andante  : 

Pues  tal  vez  con  su  valor, 
¡lor  despojos  de  la  guerra, 
desde  el  polvo  de  la  tierra 
amanece  Emperador. 

3.  Para  ser  Rey  ó  Emperador  se  re- 
quería indispensablemente  ser  caba- 
llero. La  Partida  11,  hablando  de  las 
honras  y  privilegios  de  la  caballería, 
dice  asi  :  Et  aun  lia  otra  honra  el  que 
es  caballero,  que  después  que  lo  fuere, 
puede  llegar  á  honra  de  Emperador 
ó  de  Rey,  et  ante  non  lo  podrie  seer, 
bien  asi  como  non  podrie  seer  ningunt 
clérigo  Obispo,    si  primeramente    non 


(a)  Partida  VII,  tit.  III,  ley  VII.  —  Boc- 
Irinal,  lil).  III,  tít.  III,  ley  VIII.  —  (6j  Jor- 
nada tercera. 

lo 


226 


t)ON    QUIJOTE    DE    LA   MANCHA 


cuyas  historias  yo  tengo  entera  noticia;  y  pudiera  te  contar  ahora, 
si  el  dolor  me  diera  lugar,  de  algunos  que  sólo  por  el  valor  de  su 
brazo  han  subido  á  los  altos  grados  que  he  contado,  y  estos  mis- 
mos se  vieron  antes  y  después  en  diversas  calamidades  y  miserias ; 
porque  el  valeroso  Amadís  de  Gaula  se  vio  en  poder  de  su  mortal 
enemigo  Arcalaus  el  encantador,  de  quien  se  tiene  por  averiguado 
que  le  dio,  teniéndole  preso,  m:is  de  doscientos  azotes  con  las 
riendas  de  su  caballo,  atado  á  una  columna  de  un  patio ;  y  aun  hay 
un  autor  secreto  y  de  no  poco  crédito  que  dice,  que  habiendo  co- 
gido al  Caballero  del  Febo  con  una  cierta  trampa  que  se  le  hundió 
debajo  de  los  pies  *  en  un  cierto  castillo,  al  caer  se  halló  en  una 
honda  sima  debajo  de  tierra  atado  de  pies  y  manos,  y  allí  le  echaron 


fuese  ordenado  deprecie  inisacanla- 
no  (a).  Así  sucedió  coa  Godofre  de  Bu- 
llón y  otros  caballeros  del  occidentedc 
Europa  que  pasaroa  á  Ultramar  en  la 
era  de  las  Cruzadas  y  obtuvieron  los 
reinos  de  Jerusalén  y  de  Gliipre,  y  aun 
el  imperio  de  Constaiitinopla.  Estos 
ejemplos  que  presentan  los  libros  his- 
tóricos, touavía  debieron  ser  más  fre- 
cuentes en  los  caballerescos,  que  es  de 
los  que  hablaba  a(]uí  D.  Quij<íte.  En  la 
historia  del  Cahallero  del  Febo  se  hace 
memoria  de  dos  andantes  que  i)or  su 
valor  llegaron  á  sei'  Reyes,  el  uno  de 
Lidia  y  el  otro  de  Arcadia  {hj.  Pumpi- 
des,  hijo  del  Principe  D.  Duardos,  des- 
que acabó  (jrandes hechos  en  armas,  por 
la  su  alta  proeza  vino  á  ser  Hpy  de  Es- 
cocia (c).  D.  Lidiarte  de  Fondovalle  y 
su  nmjer  la  infanta  Diadema  fueron 
proclamados  y  jurados  Reyes  de  la 
Nueva  ínsula,  que  antes  de  desencan- 
tarse se  llamaba  la  Ínsula  Sumida  {d). 
Lo  mismo  les  sucedió  á  Amadis  de  Gre- 
cia y  á  la  Princesa Niquea  en  la  ínsula 
de  Argantadel,ilesi)ués  que  fueron  ven- 
cidos y  muertos  los  dos  gigantes  que 
la  usurpaban  (e).  D.  Galaor,  hermano 
de  Amadis  de  Gaula,  ascendió  á  ser 
Rey  de  áobradisa,  su  primo  Ai;rages 
de  Escocia,  Florestán  de  Gerdeña,  Gra- 
sandor  de  Bohemia,  Bernardo  del  Car- 
pió de  Irlanda.  Talanque  de  California. 
El  Caballero  del  Cisne  logró  ser  Duque 
goberano    de   Bullón  y  de  Lorena  (/■). 

(a)  Tít.  XXI,  ley  XXIII.  -(/,)  Parte  I,  lib. 
II,  c»i>.  XLlil.  —  íc) /^ríma/eoii,  cap.  CXLIV. 
—  id)  Fhwamlicl.  lib.  V,  cap.  XXXV.  —  (e) 
Amníiis  til'  Grecia,  parte  II,  cap.  GXXI.  — 
(f\  Crrnn  Conquista  de  Ultramar,  lib.  I,  cap. 
1.x  Vil. 


Tirante  el  Blanco  fué  proclamado  César 
del  imperio  de  Grecia;  y  su  escudero 
Hipólito,  habiendo  recibido  la  orden 
de  caballería  y  hecho  famoso  por  sus 
hazañas,  después  del  fallecimiento  de 
Tirante,  de  Carmesina  y  su  padi-e,  casó 
con  la  Emperatriz  viuda  y  fué  Empe- 
rador de  Gonstantinopla  [a).  El  Empe- 
rador de  Alemania  Marceliano,  no  te- 
niendo sucesión. junti)  Cortes  generales, 
en  que  adoptó  por  hijo  y  proclamó  here- 
dero á  Florambel  de  Lucea,  conocido 
ya  por  sus  muciías  y  grandes  proezas  (A,. 
Esplandián,  Reinaldos,  Palmerin  de 
Oliva,  1).  Roserín,  I).  Olivante  de  Laura 
no  nacieron  de  Emperadores,  y  por  sus 
hazañas  llegaron  .i  serlo.  Pero  a  todos 
excedió  la  fortuna  de  Florisán,  hijo  de 
D.  Florindo  de  la  Extraña  ventura  y  de 
Calarnida,  el  cual,  durante  la  vida  de 
su  p;idve,por  sus  altas  y  nombradas  ha- 
zañas llegó  á  ser  Emperador  de  Rusia 
y  Rey  de  Persia,  y  Preste  Juan  de  las 
Indias  y  Señor  de  los  Montes  claros  [c) 
{¿Risi¿m  tencas,  ainicc  lector '.'). 

\.  \  Lisuarte  de  Grecia  le  sucedió 
también  esto  de  hundirse  en  la  trampa 
de  un  castillo  donde  había  entrado  por 
engaño  df  unafal.'-a  doncella,  y  á  la  luz 
del  carbunciu  que  llevaba  en  el  pomo 
de  su  espada,  vio  que  estaba  en  una 
bóveda  tallada  en  la  peña.  Allí  salió  por 
una  puerta  levadiza  de  hierro  muy 
gruesa  una  espantable  sierpe  de  más 
de  cuarenta  pies  de  largo,  que  silbando 
horriblemente  y  haciendo  sonar  sus 
conchas  unas  con  otras,  le  embistió,  le 
cogió  entre  los  dientes  y  andaba  asi 

'.a)  Tirante  el  Blanco,  jiarte  IV.  —  (6)  Flo- 
rambel, lib.  V,  cap.  XXXVm.  —  (c)  Florindo, 
paite  III,  capítulo  últiuio. 


IMIÍMEUA    PAUTF,.    —    CAPITULO    XV 


227 


una  (lestas  que  llaman  mclecinas  de  af^ua  de  nievo  y  arena,  de  lo 
que  llof^()  muy  al  cabo;  y  si  no  l'ueía  socoirido  rn  a<|u<'lla  f^ran 
ciiila  dtí  un  sal)io  {grande  ami<^o  suyo,  lo  pasara  muy  mal  el  pobre 
caballero  '.  Así  que  bien  puedo  yo  pasar  entre  tanta  buena  gente, 


con  el  á  %ui  caito  y  otro  de  In  cueva. 
Ijisnarle,  (\\w  de  un  golpe  lo  liabia  (;i)r- 
tailo  umi  oreja  (las  loriia  do  brazada  y 
media  de  largo),  logró  darle  una  esto- 
cada por  v.\  oi<Io  que  li.ihia  (¡ueilado 
deseubierlu,  y  muerta  de  esb;  modo  la 
sierpe,  pudo  salir  cou  mucho  trabajo, 
y  se  halló  ea  v\  patio  del  castillo.  La 
calKiza  del  monstruo  fué  llevada  á 
Cous|,anliii()pla,y  (lesi)ués  áTra})isünda, 
donde  el  Euiiierador  hizo  colgarla  ante 
la  puerta  de  su  |)alacio(a).  Tarín,  es- 
cudero de  1).  Policisne  de  Boecia  recién 
armado  caballero  por  su  señor,  se  com- 
balió  con  otro  caballero  en  un  barco, 
donde  le  armaron  un  engaño  y  cayó 
en  una  trampa  que  volvió  ;i  cerrarse,  y 
preso  allí,  le  ataron  uno-',  enanos  [h). 

i.  No  hay  duda  en  que  según  nos 
refieren  los  libros  caballerescos,  y  se 
repite  después  en  la  segunda  parte 
del  Quijote,  el  encantador  Ai'calaus  era 
enemigo  mortal  de  Amadis  de  Gaula  y 
de  toda  su  parentela.  Pero  en  la  historia 
de  Amadis,  aunque  encuentro  la  noti- 
cia de  su  prisión,  no  hallo  la  de  su 
atadura  á  la  columna,  ni  la  de  los 
azotes  que  aquí  se  dicen.  De  su  escu- 
dero Gaudalín  sí  encuentro  que  .\rca- 
laus  lo  tuvo  atado  á  un  poste,  y  á  un 
enano  que  le  acompañaba  colgado  por 
la  pierna  de  una  viga,  y  debajo  de  él 
había  fuego  canconas  de  malos  olores  (c). 
De  lo  cual  se  quejaba  -el  enano  después 
que  lo  puso  en  libertad  Amadis,  di- 
ciendo que  tenia  las  narices  llenas  de 
piedra  azufre  (¡ue  debajo  me  puson, 
que  nunca  he  hecho  sino  estornudar,  y 
aun  otra  cosa  peor{d).  Amadis  debió  la 
libertad  ¡í  la  mujer  del  mismo  Arcalavis, 
que  era  tan  dada  á  la  virtud  como  su 
marido  á  la  maldad.  Lo  de  los  azotes 
hubo  de  inventarlo  D.  Quijote  arreba- 
tado del  estro  caballeresco,  y  sugirién- 
doselo su  locura  como  consuelo  en  la 
desgracia  que  padecía,  ó  acaso  confun- 
diéndolo con  lo  de  Gando  lin,  ó  equivo- 
cándolo con  lo  que  la  misma  histoiáa 

lii)  Lisuaríe,  cap.  LIV,  LV  y  LVIII.  —  (¿) 
Policisne.  cap.  LXXX.  —  (c)  Gap.  XVIII.  — 
id)  Gap.  XIX. 


de  Amadis  cuenta  del  Hey  .\rhán  de 
Norgales  y  Angi'iote  de  Estravaus,  los 
cuales,  habiendo  caído  en  jioder  de  la 
brava  giganta  Gromadaza,  ésta,  en 
venganza  de  la  muerte  dada  á  su  ma- 
rido Famongomadíln  y  á  su  hijo  Basa- 
gante,  los  tuvo  cruelmente  presos  en 
el  castillo  del  Lago  ferviente,  donde 
de  muchos  azoles  y  otros  (/randes  íor- 
menlos  cada  día  eran  atormentados, 
asi  que  las  carnes  de  muchas  llantas 
afligidas  continuamente  corrían  san- 
gre [a). 

La  misma  confusión  hay  en  lo  que 
sigue  acerca  del  Caballero  del  Feho.  Lo 
de  la  trampa  que  se  hundió  debajo  de 
los  pies  se  cuenta,  no  de  este  caballero, 
sino  de  Amadis,  á  quien  después  de  la 
prisión  anteriormente  referida  volvió  á 
coger  (6)  de  esta  suerte  .\rcalaus.  Lo 
que  se  añade  de  la  melecina,  es  eviden- 
temente festiva  invención  de  Cervantes. 
Este,  acomodándose  al  car.lcter  de 
D.  Quijote  y  al  estado  de  su  celebro, 
hubo  de  confundir  y  desordenar  de 
.propósito  los  sucesos,  y  los  puso  así  en 
boca  del  hidalgo  manchego. 

El  lenguaje  se  resiente  también  del 
trastorno  en  las  ideas  de  quien  habla. 
Se  dice  que  Arcalaus  azotií  á  Amadis 
con  las  riendas  de  su  caballo  <itado  á 
la  columpia  de  unpatio:  no  parece  sino 
que  el  caballo  era  el  atado  á  la  co- 
lumna. Dice,  continúa  el  texto,  que 
habiendo  cogido  (Arcalaus)  alCaballero 
del  Febo  con  una  cierta  trampa  que  se 
le  hundió  debajo  de  los  pies,  se  halló, 
etc. ;  pero  no  es  la  trampa  la  que  se 
hunde,  (a)  sino  quien  cae  en  ella.  Si  Cer- 
vantes, no  contento  con  pintar  la  con- 
fusión de  ¡deas  de  un  loco,  quiso  tam- 
bién representar  la  de  su  lenguaje, 
pudieran  mirarse  como  nuevo  primor 
estas  faltas. 

(a)  Cap.  LVII.  —  (6)  Cap.  LXIX. 

((/.)  Bunde.  —  Es  curiosa  la  manía  de  Cle- 
mencín  en  buscarle  pelos  al  huevo,  como  vul- 
garmenle  se  dice.  ;,  De  dónde  saca  que  la 
trampa  no  se  fiunde  ?  Si  no  se  hundiera  la 
trampa,  no  podría  hundirse  el  que  está  en- 
cima. (,M.  de  T.) 


228 


DON    OUIJOTE    DK    I.\    MANCHA 


que  mayores  afrentas  son  las  que  éstos  pasaron,  que  no  las  que 
ahora  nosotros  pasamos;  porque  quiero  hacerte  sabidor\  Sancho, 
que  no  afrentan  las  heridas  que  se  dan  con  los  instrumentos  que 
acaso  se  hallan  en  las  manos,  y  esto  está  en  la  ley  del  duelo  escrito 
por  palabras  expresas  :  que  si  el  zapatero  da  á  otro  con  la  horma 
que  tiene  en  la  mano,  puesto  que  verdaderamente  es  de  palo,  no 
por  eso  se  dirá  que  queda  apaleado  aquel  á  quien  dio  con  ella.  Di;^o 
esto,  porque  no  pienses  que  puesto  que  (¡uedamos  desta  pendencia 
molidf  },  quedamos  afrentados,  porque  las  armas  que  aquellos 
homl  ;s  traían,  con  que  nos  machacaron,  no  eran  otras  que  sus 
esta,  ;,  y  ninguno  dellos,  á  lo  que  se  me  acuerda,  tenía  esloque, 
espada  ni  puñal.  No  me  dieron  á  mí  lugar,  respondió  Sancho,  á 
que  mirase  en  tanto,  porque  apenas  puse  mano  á  mi  tizona^,  cuando 


1.  Es  inoportuno  el  uso  de  la  conjun- 
ción porque,  pues  lo  que  sigue  no  es  la 
razón  de  lo  que  antecede:  y  así  estuviera 
rnejor  dicho,  además  quiero  hacerte 
sabiiior,  Sancho,  etc. 

2.  Habla  aquí  Sancho  de  su  espada, 
á  la  que  llama  tizona  por  alusión  á  una 
de  las  del  Cid  Campeador  Rui  Díaz  de 
Vivar. 

El  'i,  según  su  poema,  ganó  dos 
espaads,  una  en  la  batalla  en  que  ven- 
ció á  D.  Ramón,  Conde  de  Barcelona  : 

Eiganó  á  Colada  que  más  vale  de  mili  marcos 
[de  plata  (a)  ; 

y  otra,  que  fué  laTizona  'a),  en  la  batalla 
contra  el  Rey  moro  Búcar.  Cuenta  el 
poema  que  habiéndole  alcanzado  el  Cid 
á  orilla  del  mar, 

Arriba  alzó  Colada,  un  grant  golpe  dadol'ha... 

CortoVel  yelmo,  é  librado  todo  lo  al, 

Fata  la  cintura  el  espada  legado  ha. 

Mató  á  Búcar.  el  Rey  de  alen  el  mar, 

E  ganó  d  Tizón,  que  mili  marcos  d'oro  val  (é). 

Según  la  misma  relación,  dio  el  Cid 
estas  espadas  á  sus  dos  yernos,  los  In- 

(a)  Versos  1.018.  -  (6)  Verso  2.4G6. 

(«)  Tizona.  —  Como  se  ve,  en  la  época  de 
CerYantes.  era  ya  común  el  dar  el  nombre 
de  tizona  á  cualquier  espada.  Mi  sabio  maes- 
tro y  paisano  Sr.  Eguíiaz  da  como  etiuiolo- 
gia  á  tizona,  íeuíono,  fundándose  muy  espe- 
cialmente en  las  notas  á  un  pasa'je  del 
capitulo  Vllde  las  A'íimo/ciiyia-?, de  sanl  sidoro, 
en  que  se  menciona  la  palabra  chuzones 
como  corrupción  de  teutonas  ó  teutones. 

(M.  de  T.) 


fantes  de  Carri<'in  D.  Diego  y  D.  Fer- 
nando; é  irritado  después  con  ellos, 
hizo  que  se  las  devolviesen  en  las 
Cortes  de  Toledo  celebradas  por  el  Rey 
D.  Alfonso,  y  las  dio  á  su  sobrino  Félix 
Muñoz  y  á  Martín  Antolinez,  el  Burga- 
tés  de  pro,  dos  de  los  guerreros  que  le 
habían  seguido  en  sus  peregrinaciones 
y  aventuras. 

Refiere  Francisco  de  Cáscales  en  los 
Discursos  históricos  de  Murcia  y  su 
reino,  que  Diego  Rodríguez  de  Almela, 
Canónigo  de  la  iglesia  de  Cartagena, 
presentó  al  Rey  Católico  D.  Fernando 
una  espada  que  se  creía  haber  sido  del 
Cid,  y  puede  ser  la  (jue  en  el  catálogo 
de  la  Real  Armería  de  Madrid,  publi- 
cado por  D.  Ignacio  Abadía,  está  seña- 
lada con  el  nombre  del  Cid,  y  el  nú- 
mero 42.  Será  la  Colada,  si  como  dice 
en  su  catálogo  Real  (a)  Rodrigo  Mén- 
dez de  Silva,  la  Tizona  se  guarda  vin- 
culada en  poder  de  los  Marqueses  de 
Falces;  pero  en  un  documento  del 
archivo  de  Simancas,  intitulado  de  al- 
f/unas  armas  notables  que  estaban  en 
la  Armería  de  los  Reyes  Católicos  en  el 
alcázar  de  Segovia,  se  mencionan  y 
describen  las  dos  espadas  Colada  y 
Tizona;  y  las  señas  que  da  de  la  última, 
convienen  en  gran  parte  con  las  de  la 
espada  que  se  muestra  en  la  Real 
Armería. 

Es  de  advertir  que  el  poema  llama 
Tizón,  con  mayor  propiedad  por  lo  re- 
lumbrante, á  la  espada  que  después  el 
uso  general  ha  llamado  Tizona,  como 

(a)  Folio  43. 


i'iii\ii:nA  rAinK    —  cmí  i  ii.o  xv  ¡22'J 

me  santiguaron  los  hombros  con  sus  pinos,  de  manera  que  me  qui- 
taron la  vista  de  los  ojos  y  la  fuerza  de  los  pies,  dando  conmigo 
adonde  ahora  yago,  y  adonde  no  me  da  pena  alguna  el  pensarsi  fué 
alrciula  ó  no  lo  de  los  estacazos,  como  me  la  da  el  dolor  de  los 
golpes,  que  me  han  de  ([uedar  tan  im[)resos  en  la  metnoria  como 
en  las  espaldas.  Con  todo  eso,  te  hago  saber,  hermano  Panza, 
replicó  D.  Quijote,  que  no  hay  memoria  á  quien  el  tiempo  no 
acabe,  ni  dolor  que  muerte  no  le  consuma.  ¿Pues  qué  mayor  des- 
dicha puede  ser\  replicó  Panza,  de  aquella  que  aguarda  a.  Mempo 
que  la  consuma,  y  á  la  muerte  que  la  acabe?  Si  esta  núes...  des- 
gracia fuera  de  aíjucilas  cjue  con  un  par  de  bizmas  se  curi<  .,*aun 
no  tan  malo;  pero  voy  viendo  (jue  no  han  de  bastar  todos  los  em- 
plastos de  un  hospital  para  ponerlas  en  buen  término  siquiera. 
Déjate  deso  y  saca  fuerzas  de  flaqueza,  Sancho,  respondió  D.  Qui- 
jote, que  así  haré  yo,  y  veamos  cómo  está  Rocinante,  que  á  lo  que 
me  parece  no  le  ha  cabido  al  pobre  la  menor  parte  desta  desgracia. 
No  hay  de  qué  maravillarse  deso^,  respondió  Sancho,  siendo  él 
también  caballero  andante ;  de  lo  que  yo  me  maravillo,  es  de 
que  mi  jumento  haya  quedado  libre  y  sin  costas,  donde  nosotros 
salimos  sin  costillas.  Siempre  deja  la  ventura  una  puerta  abierta 
en  las  desdichas  para  dar  remedio  á  ellas,  dijo  D.  Quijr^e  :  dí- 
golo,  porque  esa  bestezuela  podrá  suplir  ahora  la  falla  de*  Roci- 
nante, llevándome  á  mi  desde  aquí  á  algún  castillo,  donde  sea 
curado  de  mis  feridas^.  Y  más  que  no  tendré  á  deshonra  la  tal 

ya  se  llama  en  la  crónica  general   del  dada  con  el  juego  de  las  voces  costas  y 

Rey  D.  Alonso  el  Sabio,  en  la  parlicu-  cos/iíZos.Elhablador  de  Sancho,  á  pesar 

lar  del  Cid,  y  en  los  romances  que   se  del  dolor  de  los  palos  y  del  mal  estado 

formaron  de  las  crónicas.  de    sus     espaldas,    toda\ia  está  para 

1.  Las  palabras  de  este  período  est;ín  chistes. 

trastrocadas,  y  debieran  ordenarse  asi :  3.  Son  comunes  en   los  libros   caba- 

¿Qué    desdicha    puede  ser  mayor    de  llerescos    los    ejemplos    de    caballeros 

aquella  que  aguarda  á  que  la  consuma  que,  heridos  en  los  bosques  y  florestas, 

el  tiempo  y  ó  que  la  acabe  la  muerte  ?  fueron  llevados  á  curar  de  sus  heridas 

Loque   la  desdicha  aguarda  no  es   el  á  algún  castillo  inmediato.  Así  sucedió 

tiempo,  sino  su  fin  :  el  objeto  que  desea  á  D.  Belister  de  España  y  á  Florambel 

no  es  el  tiempo,  sino  el  fin  de  la  des-  de  Lucea,  que  pelearon  sin  conocerse 

dicha  traído  por  el  tiempo.  uno  á  otro,  hasta  que  ambos  estuvieron 

2.  Ó  sobra  el  de  ó  el  deso  (a).  —  Sigue  mal  heridos,  como  se  refiere  en  la  his- 
Sancho  diciendo  :  de  lo  que  me  mará-  toria  del  último  (a).  Fraudador  de  los 
tillo  es  de  que  mi  jumento  haya  que-  Ardides,  que  fué  un  encantador  astuto 
dado  libre  y  siii  costas,  donde  nosotros  y  burlón  de  quien  se  hace  larga  mcmo- 
salimos  sin  costillas.  Comparación  fes-  ria  en  la  historia  de  D.  Florisel  de 
tiva  entre  el  Rucio  y  las  personas,  ayu-  Niquea,    fingiéndose    herido,    decía    á 

D.  Brianges  de  Boecia  :  Os  ruefjo  que 
('/)  Deso.  —  Esta  repetición  de  la  preposi-      /">''  amor  de  Dios  se  dé  manera  como 
ción  que  viene  inmediatamente   es  un  caso      yo  sea  de  aquí  llevado  á    curar  ú  un 
de  alrncción  gramatical  <\\ie  se  halla  con  Ire- 
cuencia  en  Cervantes.  (M.  de  T.)  (a)  Cap.  XXIV. 


230 


nON    QUIJOTE    DE    I,A    MANCHA 


caballería,  porque  me  acuerdo  haber  leído  que  aquel  buen 
viejo  Sueno',  ayo  y  pedagogo  del  alegre  Dios  déla  risa,  cuan- 
do entró  en  la  ciudad  dt;  las  cien  puertas  iba  muy  ü  su  placer 
caballero  sobre  un  muy  hermoso  asno.  Verdad  será  que  ól 
debía  de  ir  caballero  como  vuestra  merced  dice,  respondió  Sancho; 
pero  hay  gran  diferencia  del  ir  caballero  al  ir  atravesado  como 
costal  de  basura.  Á  lo  cual  respondió  D.  Quijote  :  Las  feridas  que 


mi  caslillOy  que  cerca  de  aquí  está  (a). 
D.  Brian/.íes  cayó  en  el  lazo,  y  la  burla 
se  celebró  mucho. 

1.  Sileno,  segiin  la  fábula,  fué  ayo  ó 
pedagogo  de  Baro,  á  quien  se  llama  con 
propiedad  Dios  de  la  risa  : 

Adsit  Ixtitix  Bacchus  dator, 

decía  Dido  brindando  con  la  copa  llena 
en  la  mano,  iovantadas  las  mesas  des- 
pués del  convite  que  dio  á  Eneas  y  sus 
compañeros,  como  se  refiere  en  el 
libro  1  de  la  Eneida.  Y  volviendo  á  Si- 
leno, Ovidio,  al  principio  del  libro  IV 
de  las  Metamorfosis,  le  pinta  viejo, 
acompañando  á  su  alumno  en  el  viaje 
á  Oriente  sobre  un  asno,  y  cayéndose 
de  puro  borracho.  Dice  así  hablando 
con  Baco  : 

...  Tu  biigum  pictts  insignia  frants 
Colla premis  lyncum:  bacchx  salyrique  setjuun- 

:  Ittr. 
Quique  senex  férula  titubantes  ebrius  aríus 
Sustinet,  et  pando  non  fortiler  haeret  asello. 

En  la  mención  de  la  ciudad  de  las 
cien  puertas  fa),  Cervantes  equivocó  á 
Tebas  de  Beocia,  patria  de  Baco.  con 
Tebas  de  Egipto,  que  fué  la  ciudad  de 
las  cien  puertas  ó  HecatúmpiLos,  como 
la  llamaron  los  antiguos  por  esta  cir- 

(íi)  Floritel,  parte  IV.  cap.  II. 


(a)  Cien  puertas.  —  Esta  clase  de  descui- 
dos y  otros  de  mayor  cuantía  son  comunes 
en  m'uchos  escritores  contemporáneos  que 
escriben  de  memoria  y  prefieren  exponerse 
a  decir  un  disparate  a  tomarse  el  trabajo 
de  consultar  un  libro.  No  hace  mucho 
hablaba  un  escritor  del  Apolo  de  Belvedere, 
suponiendo  que  Belvedere  es  un  escultor; 
otro,  iipriodista  de  fama,  hablaba  de  la  zarza 
ardiente  del  Sinaí.  Otros  casos  he  citado 
en  mi  Arte  de  etcribir  en  20 lecciones  (ó'.»  edi- 
ción 19091. 

(M.  de  T.) 


cunstancia.  Había  precedido  á  Cervantes 
en  esta  equivocación  el  poeta  cordobés 
Juan  de  Mena  en  la  copla  38  de  la  Or- 
den I,  como  observi'i  su  comentador 
Fernán  iNúñez  de  Guzmán.  La  otra 
Tebas  tuvo  sólo  siete  puertas,  cuyos 
nombres  se  leen  en  la  Tebaida  de  Esta- 
cio  ('í)  :  y  la  expedición  de  Baco,  de 
que  hablaron  los  poetas,  fué  á  la  India 
y  ai  Ganges,  no  al  Egipto  ni  alNilo. — 
D.  Quijote  andaba  buscando  razones 
para  excusar  la  mala  figura  que  hace 
un  caballero  andante  sol>re  un  borrico. 
Pero  noel  ejemplo  de  Sileno, sino  la  dura 
ley  de  la  necesidad  era  quien  dispen- 
saba en  este  caso,  de  la  que  prohibía 
montar  asnalmente  á  los  caJialleros,  y 
de  la  que  se  habló  en  las  notas  al  capí- 
tulo V. 

El  cronista  Pedro  Mejía,  en  su  Colo- 
quio del  porfiado,  pone  un  elogio  del 
Asno  '3)  en  boca  del  Bachiller  Narváez. 
E/i  el  campo,  decía  éste,  yo  ando  en  un 
a.sno  que  tengo  negro  y  grande  el  de 
buen  talle,  y  muy  bien  aderezado :  y  no 
dejo  de  andar  en  él  por  Sevilla,  sino 
porque  parescena  cosa  nueva  y  por  no 
ser  muy  mirado  :  ave  por  lo  demás,  por 
tan  honrada  cahnlleria  la  tengo,  y  aún 
mus  que  la  de  un  caballo.  Y  oso  decir, 
y  si  me  dais  licencia  me  obligo  aprobar, 
que  el  asno  es  el  mejor  y  tnós  litil  ani- 
mal y  más  acomodado  á  todas  las  cosas 
necesarias  al  servicio  y  vida  del  hombre, 
de  todoscuantos  el  hombrese  sirve  y  usa: 
y  que  ni  es  vil  ni  abatido,  como  decís ; 
antes  tiene  más  virtudes  y  excelencias 
naturales  que  ninguna  de  las  otras 
bestias  ni  animales.  —  El  Bachiller 
Narváez  podía  hablar  así,  porque  no 
era  caballero  andante  ni  por  andar. 

(a)  Lib.  VIII. 

(i)  Elogio  del  asho.  —  Véase  acerca  de 
esto,  la  nota  página  68- 

(M.  de  T.) 


pniMKHA  PAUTE.  —  cAPÍrno  xv  231 

se  reciben  en  Ins  Inilallas,  antes  dan  honra  (|uo  la  quitan  ' ;  así  que, 
Panza  amigo,  no  mo  r('{)liques  más,  sino  como  ya  le  ho  dicho, 
levántale  \o  mejor  (juo  [)U(liiíres,  y  ponme  de  la  manera  que  más  le 
agradare  encima  de  tu  jumento,  y  vamos  do  aquí  antes  que  la 
noche  venga,  y  nos  salteo  en  este  despoblado.  Pues  yo  he  oído 
decir  á  vuestra  merced,  dijo  Panza,  que  es  muy  de  caballeros  an- 
dantes el  dormir  en  los  [)áramos  y  desiertos  lo  más  del  año,  y  que 
lo  tienen  á  mucha  ventura.  Eso  es,  dijo  D.  Quijote,  cuando  no 
pueden  más,  ó  cuando  están  enamorados,  y  es  tan  verdad  esto, 
que  ha  habido  caballero  que  se  ha  estado  sobre  una  peña  al  sol  y  á 
la  sombra  y  á  las  inclemencias  del  cielo  dos  años  sin  que  lo  supiese 
su  señora,  y  uno  déstos  fué  Amadís,  cuando,  llamándose  Beltenc- 
brós,  se  aloj(3  en  la  Peña  Pobre,  ni  sé  si  ocho  años  ó  ocho  meses-, 
que  no  estoy  muy  ]>ien  en  la  cuenta ;  basta  que  él  estuvo  allí  ha- 
ciendo penitencia  por  no  sé  qué  sinsabor  que  le  hizo  la  señora 
Oriana;  pero  dejemos  ya  esto,  Sancho,  y  acaba  antes  que  suceda 
otra  desgracia  al  jumento  como  á  Rocinante.  Aun  ahí  sería  el  dia- 
blo, dijo  Sancho;  y  despidiendo  treinta  ayes  y  sesenta  suspiros,  y 
ciento  y  veinte  pestes  y  reniegos  de  quien  allí  le  había  traído,  se 
levantó,  quedándose  agobiado  en  la  mitad  del  camino  como  arco 
turquesco,  sin  poder  acabar  de  enderezarse;  y  con  todo  este  tra- 
bajo aparejó  su  asno,  que  también  había  andado  algo  distraído  cor- 
la demasiada  libertad  de  aquel  día  :  levantó  luego  á  Rocinante,  el 
cual  si  tuviera  lengua  con  qué  quejarse,  á  buen  seguro  que  Sancho 
ni  su  amo  no  le  fueran  en  zaga.  En  resolución,  Sancho  acomodó  á 
D.  Quijote  sobre  el  asno,  y  puso  de  reata  á  Rocinante,  y  llevando 
al  asno  del  cabestro,  se  encaminó  poco  más  ó  menos  (a)  hacia  donde 
le  pareció  que  podía  estar  el  camino  real;  y  la  suerte  que  sus  cosas 
de  bien  en  mejor  iba  guiando'',  aun  no  hubo  andado  una  pequeña 


1.  Cervantes,  al  escribir  eslo,  aludía  según  se  observó  anteriormente.  De  la 
sin  duda  á  las  heridas  que  había  reci-  aventura  de  la  Peña  Pobre  se  hablará 
hido  en  la  batalla  naval  de  Lepanto,  y  con  extensión  en  adelante  al  capí- 
de  que  se  preció  con  mucha  razón  en  tule  {{i)  XXV. 

el   prólogo    de    la   segunda  parte    del  3.  Mejor  estuviera  de   mal  en   bien, 

Quijote.  porque   lo   que    había    precedido    era 

2.  Nadaexpresa  la  historia  de  Amadís  malo.  Igualmente  estaría  más  natural 
del  tiempo  que  duró  su  penitencia  en  la  el  orden  de  las  palabras  así  :  y  aun  no 
Peña  Pobre;  pero  D.  Quijote,  como  huboandadounapequeñaler/ua, o/ando 
loco,  lo  confunde  todo  y  habla  de  los  la  suerte,  que  sus  cosas  de  bien  en  me- 
sucesos  caballerescos  desfigurándolos,  jor  iba  guiando,  le  depuró  el  camino. 

('/)  Poco  más  6  menos.  —  En  algunas  cdi-  i/f)  Al  capitulo.  —  Para  quien  tan  minu- 

ciones  primitivas  y  otras  modernas,  como  la  ciosamente  espurga  el  estilo  de  Cervantes, 

de  Cortejón,  se  lee  :  poco  más  á  menos.  no  es  muv  elegante  ni  propio  este  régimen. 

(M.  de  T.)  ■                                       lAI-  de  T.) 


232  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

legua,  cuando  le  deparó  el  camino,  en  el  cual  descubrió  una  venia, 
que  á  pesar  suyo  y  gusto  de  D.  Quijote  había  de  ser  castillo.  Por- 
fiaba Sancho  que  era  venta,  y  su  amo  que  no,  sino  castillo,  y  tanto 
duró  la  porfía,  que  tuvieron  lugar  sin  acabarla  de  llegar  á  ella*,  en 
la  cual  Sancho  se  entró  sin  más  averiguación  con  toda  su  recua. 

1.  Acabarla  es  la  porfía  :  ella  es  la  la  porfía,  que  sin   acabarla   tuvieron 

venta.  Cesaría  la  obscuridad  diciéndose  :  lur/ar  de  llegar  tí  la  venta,  en  la  cual 

Porfiaba  Sandio   que  era    venta,  y  su  Sancho  se  entró  sin  más  averiguación, 
amo  que  no,  sino  castillo,  y  tanto  duró 


CAPITULO  XVI 

DE    LO     QUE     LE     SUCEDIÓ    AL     INGENIOSO    HIDALGO     EN     LA     VENTA 
QUE    ÉL    IMAGINABA    SER    CASTILLO 


El  ventero,  que  vio  á  D.  Quijote  atravesado  en  el  asno,  preguntó  á 
Sancho  qué  mal  traía.  Sancho  le  respondió  que  noera  nada,  sino  que 
había  dado  una  caída  de  una  peña  abajo,  y  que  venía  algo  brumadas 
las  costillas.  Tenía  el  ventero  por  mujer  á  una  no  de  la  condición  que 
suelen  tener  las  de  semejante  trato,  porque  naturalmente  era  cari- 
tativa y  se  dolía  de  las  calamidades  de  sus  prójimos;  y  asi  acudió 
luego  á  curar  á  D.  Quijote,  y  hizo  que  una  hija  suya  doncella,  mu- 
chacha y  de  muy  buen  parecer,  la  ayudase  á  curar  á  su  huésped. 
Servía  en  la  venta  asimismo  una  moza  asturiana,  ancha  de  cara, 
llana  de  cogote,  de  nariz  roma,  del  un  ojo  tuerta  y  del  otro  no  muy 
sana  :  verdad  es  que  la  gallardía  del  cuerpo  suplía  las  demás  faltas: 
no  tenía  siete  palmos  de  los  pies  á  la  cabeza,  y  las  espaldas,  que 
algún  tanto  le  cargaban,  la  hacían  mirar  al  suelo  más  de  lo  que 
ella  quisiera.  Esta  gentil  moza,  pues,  ayudó  á  la  doncella,  y  las 
dos  hicieron  una  muy  mala  cama  á  D.  Quijote  en  un  camaranchón, 
que  en  otros  tiempos  daba  manifiestos  indicios  que  había  servido 
de  pajar  muchos  años\  en  el  cual  también  alojaba  un  arriero  que 
tenía  su  cama  hecha  un  poco  más  allá  de  la  de  nuestro  D.  Quijote, 
y  aunque  era  de  las  enjalmas  y  mantas  de  sus  machos,  hacía  mucha 
ventaja  á  la  de  D.  Quijote,  que  sólo  contenía  cuatro  mal  lisas  tablas 
sobre  dos  no  muy  iguales  bancos,  y  un  colchón  que  en  lo  sutil  pa- 
recía colcha,  lleno  de  bodoques,  que  á  no  mostrar  que  eran  de  lana 
por  algunas  roturas,  al  tienlo  en  la  dureza  semejaban  de  guijarro, 
y  dos  sábanas  hechas  de  cuero  de  adarga  2,  y  una  frazada   cuyos 

1.  Sobra  una   de  las   dos  cosas:  si  2.  No  puede  ponderarse   más  la  tos- 
queda  en  o//'o.»h>m;jos,  debe  suprimirse  quedad  de  las  sábanas  ;  puesto  que  las"^ 
muchos  años.  Para  el  completo  régimen  adargas  se  hacían  de  las  pieles  más  ás- 
de  la  oración  falta  la  partícula  de  des-  peras  y  broncas,    como   de    búfalos  y 
pues  de  indicios  :  daba  manifiestos  indi-  otros  animales  semejantes. 
cios  de  que  había  servido  de  pajar  mu- 
chos años. 


234  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

hilos,  si  se  quisieran  contar,  no  se  perdiera  uno  solo  '  de  la  cuenta. 
En  esta  maldita  cama  se  acostó  D.  Quijote;  y  luep^ola  ventera  y  su 
hija  le  emplastariju  do  arriba  abajo,  alumbrándoles  Maritornes"'', 
que  así  se  llamaba  la  asturiana;  y  como  al  bizmalle  viese  la  ventera 
tan  acardenalado  á  partes  á  D.  Quijote,  dijo  que  aquello  más  pa- 
recían golpes  que  caída.  No  fueron  golpes,  dijo  Sancho,  sino  que 
la  peña  tenía  muchos  picos  y  tropezones,  y  que  cada  uno  había 
hecho  su  cardenal,  y  también  le  dijo:  Haga  vuestra  merced,  señora, 
de  manera  que  queden  algunas  estopas,  que  no  fallará  quien  las 
haya  menester,  que  también  me  duelen  á  mí  un  poco  los  lomos. 
¿Desa  manera,  respondió  la  ventera,  también  debistes  vos  de 
caer?  No  caí,  dijo  Sancho  Panza,  sino  que  del  sobresalto  que 
tomé  de  ver  caer  á  mi  amo,  de  tal  manera  me  duele  el  cuerpo, 
que  me  parece  que  me  han  dado  mil  palos.  Bien  podría  ser 
eso,  dijo  la  doncella,  que  á  mí  me  ha  acontecido  muchas  ve- 
ces soñar  que  caía  de  una  torre  abajo,  y  que  nunca  acababa 
de  llegar  al  suelo,  y  cuando  despertaba  del  sueño,  hallarme 
tan  molida  y  quebrantada  como  si  verdaderamente  hubiera 
caído.  Ahí  está  el  toque,  señora,  respondió  Sancho  Panza,  que 
yo  sin  soñar  nada,  sino  estando  más  despidió  que  ahora  estoy, 
me  hallo  con  pocos  menos  cardenales  que  mi  señor  D.  Quijote. 
¿Cómo  se  llama  este  caballero?,  preguntó  la  asturiana  Maritornes. 
D.  Quijote  de  la  Mancha,  respondió  Sancho  Panza,  y  es  caba- 
llero aventurero,  y  de  los  mejores  y  más  fuertes  que   de  luengos 


4.  Noestíibien  la  gramática  («).  Puede 
creerse  que  el  original  diría:  una  fra- 
zada, de  cuyos  liilos,  si  se  quisieran 
contar,  no  se  perdiera  uno  solo  en  la 
cuenta. 

2.  Tanto  Bowlecomo  Pellicer  quieren 
dar  origen  francés  ¡i  este  nombre  ;  pero 
no  tienen  razún,  cuando  es  lan  ciara  la 
furmuciún  caslcilana  de  Maritornes, 
como  la  de  Marir/utiérrez  y  Marisancka. 
que  también  se  liallan  en  el  Quuotk,  y 
se  forman  del  nombre  de  María  sinco- 
pado y  reunido  ai  apellido  ú  otro  nombre, 
segi'm  se  ve  también  en  Maricruz,  Ma- 
riniorenay  variosnombi'cs  semejantes, 
propios  del  estilo  familiar.  Lu  mismo 
sucedió  antiguamente  en  Castilla  con 
otros    nombres,    como    Garcisúnchez, 


(a)  GramiHien.  —  Es  de  notar  la  pesadez 
con  que  incurre  Cleniencín  en  la  incorrec- 
ción de  llamar  gramática  á  la  construcción. 
(M.  de  T.) 


Ruipérez,  Peransúrez,  Peñáaez,  Pedra- 
rias :  estos  y  otros  muchos  ejemplos  son 
prueba  de  que  no  debe  buscarse  fuera 
de  casa  la  etimología  de  Maritornes. 

Cervantes  piuló  á  .Maritornes  (pj  llana 
de  co/yo/e,  conforme á  ¡a  opinión  común 
de  su  tiempo,  que  expresó  tuuíbién  Go- 
varrubias  en  su  Tesoro  de  la  lengua 
castellana.  Descogotados  son,  dice  (a), 
los  que  no  tienen  cogote,  cómalos  astu- 
rianos. Después  acá  deben  haberlo  re- 
cobrado, porque  ahora  lo  tienen  ni  más 
ni  menos  como  los  demás  espeuQoIes  y 
como  los  demás  hombrea. 

(a)  Articulo  Cocote. 


(.a)  Jtfarilornes.  —  Esta  palalira  ha  en- 
trado a  formar  parte  del  caudal  de  nuestra 
lentrua.  como  lazarillo,  cflettma  y  otras,  no 
en  calidad  de  adjetivo,  sffiún  dice  un  cri- 
tico müderoo.siDO  como  substantivo  común. 
(M.  de  T.) 


PniMKRA    PAUTE.    —    CAPÍTULO    XVI  235 

tiempos  acá  se  lian  vislu  en  ol  muiihIo.  ¿Qué  es  cnl^nllero  aventu- 
rero?, replicó  la  moza.  ¿Van  nu<'va  sois  en  el  muncJo  (¡ue  no  lo 
sabt'is  vos?  ivspondió  Sancho  Pan/.u;  pues  sabed '  heiinana  mía, 
(|ue  caliallero  aventurero  es  una  cosa  que  en  dos  [)alahras-  se  ve 
apaleado  y  Emperador:  hoy  está  la  más  desdichada  criatura  del 
mundo  y  la  más  menesterosa,  y  mañana  tendrá  dos  ó  tres  coronas 
de  reinos  que  dar  á  su  escudero.  ;.  Pues  cómo  vos,  siéndolo  deste 
tan  buen  señor,  dijo  la  ventera,  no  leñéis  á  lo  que  parece  sicjuiera 
algún  condado?  Aun  es  temprano,  respondió  Sancho,  porque  no 
ha  sino  un  mes  ^  que  andamos  buscando  las  aventuras,  y  hasta  ahora 
no  hemos  topado  con  ninguna  que  lo  sea,  y  tal  vez  hay  que  se  busca 
una  cosa  y  se  halla  otra  :  verdad  es,  que  si  mi  señor  D.  Quijote 


1.  Es  para  reiv  el  modo  de  que  hahla 
ya  Sancho  y  el  U'astorno  que  en  su 
caletre  había  producido  el  contagio  de 
la  manía  cal)allci'esca.  Así  lo  echaron  de 
ver  también  el  Cura  y  el  Barbero,  como 
se  contará  en  el  ca[)itnlu  XXVI,  cuando 
encontraron  á  Sancho  que  iba  desde 
Sierra  Morena  á  llevar  la  embajada  de 
D.  Quijote  paia  Dulcinea,  y  al  oir  sus 
sandeces  y  dosynvioíiseachidrai'on.con- 
siderando  cnñn  vehemente  hnbin  ¡tido  fn 
locura  de  D.  Quijote,  pues  halna  He- 
lgado tras  si  el  juicio  de  aquel  pol)re 
hombre. 

2.  Pellicer  corrígió  dos  paletas  [a)  en 
vez  de  dos  palabras,  y  cita  otros  pasajes 


{'/.)  Paletas.  —  Esta  interfiretación  de  :  en 
dos  paletas,  ha  sido  comltatida  por  el  Sr. 
Maínez  y  otros  cervantistas.  K\  Sr.  Corte- 
jún,ieiir¡éndoseaIZJicc!onrt/'ío  ile Autoridades, 
da  esta  frase  como  de  uso  vulfrar  y  equiva- 
lente á  en  dos  palabras,  y  aduce  lüi  te.vto  de 
Polo  de  Medina.  Figúraseme  que  la  frase 
en  dos  paletas  está  tornada  del  antiguo  y 
popular  juego  de  la  argolla  que  hoy  ha 
vuelto  á  renacer  entre  la  ciase  aristocrática 
con  el  nomt>re  extranjero  de  croquet. 

En  una  de  sus  letrillas  dice  Góngora  : 

De  las  vidas,  hacea 
Cabes  de  á paleta. 

Y  Montalván.  dice  por  otra  parte,  en  la 
comedia  :  Cumplir  con  su  obligación. 

El  cabe  eslá  de  á  patela 
i  Tírale  !  ;  cuerpo  ae  Dios  ! 

Esto  nos  explica  fácilmente  oí  sentido  de  : 
en  dos  paletas. 

Á  esto  hay  que  agregar  que  nuestra  len- 
gua posee  un  riquisinio  arsenal  de  frases 
que  expresan  la  misrna  idea.  Me  contentaré 
con  citar  las  siguientes  : 


del  QuMorií  en  que  la  expi'esión  en  dos 
paletas  slünilica  brevemente  y  sin  tra-^ 
bajo.  Sin  embargo,  no  me  parece  ne- 
cesaria la  (  orrección,  y  me  inclino  más 
á  que  se  debe  con.servar  la  lección  en 
dos  palabras,  como  si  dijéramos  en 
poco  tiempo,  ctial  es  el  que  se  necesita 
para  pronunciai'  dos  palabras.  Asi  está 
usada  ia  misma  expresi.'m  en  el  capí- 
tulo XXI  do  esta  primera  parte,  donde 
describieniio  D.  Quijote  los  ¡lasos  por 
donde  un  caballero  llega  a  ser  Key,  dice : 
Muérese  el  padre,  hereda  la  Infanta, 
queda  Hei/  el  caballero  en  dos  palabras. 
—  En  orden  á  disponer  los  caballeros 
de  cetros  y  coronas,  y  convertir  en 
Reyes  á  sus  escuderos,  no  hizo  Sancho 
substancialmente  más  que  repetir  á 
M'iritornes  lo  que  había  oído  á  D.  Qui- 
jote en  el  capítulo  Vil,  al  salir  de  la 
Argamasilla. 

.'{.  Eran  sólo  tres  días  :  pero  Sancho 
estaba  poco  menos  infatuado  que  su 
amo,  y  continúa  hablando  con  la  exa- 
geración que  anteriormente  se  ha  no- 
tado. Al  paso  hace  de  discreto,  y  juega 
con  la  [lalabra  aventura,  diciendo  : 
Andamos  buscando  aventuras,  y  hasta 
ahora  no  liemos  topado  con  ninf/una  que 
lo  sea.  En  el  día  no  llamaríamos  aven- 
tura, sino  ventura,  á  lo  que  íuese  feli- 
cidad; y  aun  en  lo  antiguo  aventura  se 
turnaba  más  bien  en  mala  parte  :  poner 
en  aventura  alfjunacosaevíiarriesfjarla.^ 
ponerla  en  peU'jro. 


En  un  dos  por  tres;  en  un  periquete;  en  un 
abrir  y  cerrar  de  ojos;  en  menos  que  canta 
un  gallo;  en  un  decir  amOn;  en  un  vuelo; 
en  menos  que  se  persigna  un  cura  loco;  en  un 
verbo,  etc.  (M.  de  T.) 


236  DON    QUIJOTE    DE    L,V    MANCHA 

sana  de  esla  herida  ó  caída,  y  yo  no  quedo  contrecho  ^  della,  no 
trocaría  mis  esperanzas  con  el  mejor  título  de  España.  Todas  estas 
pláticas  estaba  escuchando  muy  atento  I).  Quijote,  y  sentándose 
en  el  lecho  como  pudo,  tomando  de  la  mano  á  la  ventera,  le  dijo  : 
Creedme,  fcrmosa  señora,  que  os  podéis  llamar  venturosa  por 
haber  alojado  en  este  vuestro  castillo  á  mi  persona,  que  es  tal,  que 
si  yo  no  la  alabo,  es  por  lo  que  suele  decirse  que  la  alabanza  pro- 
pia envilece;  pero  mi  escudero  os  dirá  quién  soy;  sólo  os  digo 
que  tendré  eternamente  escrito  en  mi  memoria  el  servicio  queme 
habedes  fecho,  para  agradecéroslo  mientras  la  vida  me  durare  :  y 
pluguiera  (a)á  los  altos  cielos  que  el  amor  no  me  tuviera  tan  rendido 
y  tan  sujeto  á  sus  leyes  y  los  ojos  de  aquella  hermosa  ingrata  ^  que 
digo  entre  mis  dientes,  que  los  desta  l'ermosa  doncella  fueran  se- 
ñores de  mi  libertad.  Confusas  estaban  la  ventera  y  su  hija  y  la 
buena  de  Maritornes  oyendo  las  razones  del  andante  caballero,  que 
así  las  entendían  como  si  hablara  en  griego,  auuíjue  bien  alcanza- 
ron que  todas  se  encaminaban  á  ofrecimientos  y  requiebros;  y 
como  no  usadas^  á  semejante  lenguaje,  mirábanle  y  admirábanse, 
y  parecíales  otro  hombre  de  los  que  se  usaban,  y  agradeciéndole 
con  venteriles  razones  sus  ofrecimientos,  le  dejaron,  y  la  asturiana 
Maritornes  curó  á  Sancho,  que  no  menos  lo  había  menester  que  su 
amo.  Había  el  arriero  concertado  con  ella  que  aquella  noche  se 
refocilarían  juntos,  y  ella  le  había  dado  su  palabra  de  que  en 
estando  sosegados  los  huéspedes  y  durmiendo  sus  amos,  le  iría  á 
buscar  y  satisfacerle  el  gusto  en  cuanto  le  mandase.  Y  cuéntase 
desta  buena  moza  que  jamás  dio  semejantes  palabras  que  no  las 
cumpliese,  aunque  las  diese  en  un  monte  y  sin  testigo  alguno, 


i.  Contrecho  lo  mismo  que  contrahe-  como  se  lee  en  la  f.íbula  del  Grajo  y 

cho,  estropeado  :  viene  del  latino  con-  el   Pavo   Real,    escrita  por   su   liberto 

traclus.  Maltrecho  es  voz  de  origen  se-  Fedro. 

mejante,  de  7>7a/e //-ac/iís,   latin   maca-  2.  Así  era  menester  llamará  Dulcinea 

rrónico  (^j  de  la  Edad  Media,  queeqiii-  para  imitar  el  lenguaje  de  los  libros  de 

valealmaZe  muíc/aíusdela  de  Augusto,  caballería,  aunque  la  pobre  señora  no 

pudo   ser   desagradecida,    puesto    que 
nunca  tuvo  noticia  de   la  voluntad  y 

(a)  Pluguiera.  —  Es  muy  elegante  el  em-  cariño  de    nuestro   hidalgo.  —  D.  Qui- 

pleo    de    este    imperfecto    de    subjuntivo.  jot^    eníireido  y  pomposo   con  lo    que 

Pero  de   todo    abusa  la  ignorancia   presu-  ^,.ah-,l.n  ,le  í. ir    i  su  escudero     se  deia 

mida.  Recientemente  he  leído  en  el  prólopo  a^aiMUa  de  (ir  .1  su  escuaero.  se  ueja 

de  un  librito  impreso  en  Cataluña,  el  imper-  arrebatar    del    humor   caballeresco,   y 

fecto  compluyuiera,  que  es  un  solemne  dis-  continúa  con  este  discurso,  tan  imper- 

parate.  Las  formas  plegué,  plugo,  pluguiera,  tinente  en  sí   como  conforme  al  estilo 

pluguiese  y  pluguiere,  no  se  h&nusnido  nunca  ,ie  l,is  aventuras  y  al  carácter  é  ideas 

en  los  compueslos  de  placer.      (M.  de  T.)  ¿^       ¡^jj  j,abla. 

^    Macarrónico.   —    No  corresponde  con  ..^  IJ^ndn-i    ó    aveTíidas  ñor   acottum- 

exactitud  el  calificativo  al  bajo  latín  de  la  ,  •'i.  vsaaas  o    a^e^aaas  por  acosium 

Edad  Media,  cuva  corrupción  dio  lugar  á  bradas    es    voz    común    en    nuestros 

las  lenguas  romances.               (M.  de  T.)  antiguos  escritores. 


FUIMKKA    l'AHTE.    CAPlTULíJ    XVI 


-237 


porque  presiiinía  muy  de  hid.-ilfía ',  y  no  Icnia  por  afrenla  oslaren 
acpud  ejercicio  deservir  <>u  la  venia;  porque  d(!c,í;i  «día  (|U(í  des- 
gracias y  n)alos  sucesos  la  habían  traído  á  aquel  estado.  Kl  duro, 
estrecho,  apocado  y  íeinentido  lecho  de  D.  Quijote*  estaba  primero 
en  mitad  de  aquel  estrellado  (a)  establo^,  y  luego  junto  á  él  hizo  el 
suyo  Sancho,  que  sólo  contenía  una  estci'a  de  enea''  y  una  manta 
(pie  antes  mostraba  ser  de  angeo  tundido"'  que  de  lana.  Sucedía  á 
estos  dos  lechos  el  del  arriero,  fabricado,  como  se  ha  dicho,  de  las 
enjalmas  (p)  y  de  todo  el  adorno  de  los  dos  mejores  mulos  que  traía, 
aunque  eran  doce,  lucios,  gordos  y  famosos,  porque  era  uno  de 
los  ricos  arrieros  de  Arévalo",  según  lo  dice  el  autor  desta  historia, 


1.  Del  canicter chancero  y  satírico  de 
Cervantes  puede  creerse  que  en  este 
lugar  quiso  zaiierir  la  presunción  de 
hiualguia,  tan  cumiin  en  la  provincia 
de  Maritornes  y  otras  confinantes,  aun 
en  personas  ocupadas  en  profesiones  y 
ejercicios  humildes. 

2.  No  puede  darse  panegírico  más 
completo  y  redondo  del  lecho.  Si  por 
el  regalo,  duro ;  si  por  lo  holgado, 
estrecho  ;  si  por  la  extensión,  apocado  ; 
si  por  la  solidez  y  firmeza,  falso  y  fe- 
mentido(y).  Este  último  epíteto  es  feliz 
y  festivísimo  :  Moratín  lo  aplicó  á  una 
mesa  de  posada  en  el  8/  délas  Nirias[a). 
—  La  consonancia  de  estrecho  y 
lecho  afea  algún  tanto  la  expresión. 

3.  Se  indica  con  estas  palabras  el 
camaranchón  que  en  otros  tiempos 
había  servido  de  pajar,  y  por  lo  rústico 
y  desaliñado  tenía  aire  de  establo,  como 
de  cielo  estrellado  portas  rendijas  del 
techo,  por  las  cuales  penetraba  la  luz 

(a)  Acto  II,  esc.  IX. 


(«)  Estrellado.  —  El  crítico  americano 
Sr.  Úrdaneta  combate  la  interpretación  de  Pe- 
llicer  que  entendía  por  estrellado,  destechado, 
descubierto.  AI  argumento  aducido  por  Cle- 
niencín,  añade  otro.s  en  confumación  del 
sentido  que  indica  el  comentador. 

(M.  deT.) 

(?)  Enjalmas.  —  Recuérdese  el  antiguo 
refrán  :  No  hay  mejor  cama  que  la  de  la 
enjalma.  (M.  de  T.) 

(■;)  Fementido.  —  Sinónimo  de  falso,  trai- 
dor; sólo  puede  aplicarse  á  cosas  inanimadas 
en  sentido  festivo,  como  aquí.  Seguramente 
le  pareció  de  perlas  á  Clemencín,  por  ha- 
berlo usado  Moratín  en  El  Si  de  las  niñas, 
con  menos  oportunidad  que  Cervantes, 
pues  lo  pone  en  boca  de  un  criado. 

(M.  de  T.) 


del  día,  y  acaso  podían  verse  las  estre- 
llas de  la  noche. 

En  la  novela  de  las  Dos  Doncellas, 
escrita  jior  nuestro  Cervantes,  se  lee  de 
un  caballero  que  se  había  acostado  ya 
tarde  :  apenas  vio  estrellado  el  aposento 
con  la  luz  del  día,  etcétera.  Antes 
había  diclio  que  el  día  dio  señal  de  su 
venida  con  la  luz  que  entraba  por  los 
muchos  lugares  y  entradas  que  tienen 
los  aposentos  de  los  mesones  y  ventas. 

4.  Las  esteras  de  hibierno  son  gene- 
ralmente de  esparto ;  pero  también 
suelen  hacerse  de  enea,  que  es  ima 
especie  de  espadaña  deque  se  fabrican 
los  asientos  de  las  sillas  comunes. 

5.  Angeo  erauna  tela  basta  y  grosera, 
muy  ancha,  hecha  de  esto])a  de  lino,  y 
llamada  así  porque  se  traía  de  la  pro- 
vincia de  Anjou  á  España,  á  semejanza 
de  otros  lienzos  y  telas  que  tomaron  el 
nombre  del  país  donde  se  fabrican  ó 
donde  se  traen,  como  angulema,  cani- 
brai,  colanza,  trué.,  bretaña  y  holanda. 
La  manta  de  Sancho  sin  duda  era  de 
lana  ;  pero  estaba  tan  raída  y  estaban 
tan  patentes  sus  hilos,  que  parecía  de 
angeo  tundido,  esto  es,  pelado  y  sin 
borra. 

6.  Por  lo  que  se  observa  en  varias 
]iartes  del  Qumote,  no  puede  dudarse 
que  Cervantes  aludió  frecuentemente  á 
stiresos  y  costumbres  de  su  era,  y  que 
sus  contemporáneos  hubieran  encon- 
trado con  facilidad  la  explicación  y  la 
clave,  digámoslo  así,  de  muchos  de  sus 
incidentes,  lo  que  ya  es  muy  difícil  ó 
imposible.  La  mención  de  un  arriero 
de  quien  quieren  decir  que  era  algo 
pariente  de  Cide  Hamete  Benengeli 
parece  que  se  refiere  a  lo  común  que 
era    la  profesión  de  arriero    entre  los 


^238 


bON    QUIJOTE    hK    I  A    MaNCHÁ 


qíie  dosle  arriero  haco  particular  mención,  porque  le  conocía  nnuy 
bien,  y  aun  quieren  decir  que  era  algo  pnricnlc  suyo  :  fuera  de 
que  Cide  Hamete  Benengeli  fué  hisloriador  muy  curioso  y  muy 
puntual   en  todas  las  cosas;  y  échase  bien  de   ver,  pues  las  que 


moriscos  (le  Es]iari;i.  Las  Coitesdc  1592 
representaban  á  Felipe  II  que  los  mo- 
riscos se  dedicaban  con  prefereacia  á 
los  ejercicios  propios  del  trajín  y 
comercio  menudo  de  subsistencias,  sin 
tratar  de  adquirir  bienes  raices  ;  y  pro- 
ponían que  se  les  obligase  al  cultivo 
de  las  tierras  y  á  que  sólo  vendiesen 
sus  propios  frutos,  y  cuando  más  que 
so  les  permitiesen  las  profesiones  de 
induslria  sedentaria  y  residencia  fija  en 
los  pueblos.  Eran  los  moriscos  tan 
dados  á  la  arriería,  que  según  el  autor 
coetáneo  de  unos  DLwursos  puliticos 
sohiv  la  prorisión  de  la  corte,  que 
existen  manuscritos  en  la  Biblioteca 
Real,  y  cita  Pellicer,  !a  falta  de  aii^unos 
millares  de  arrieros  que  produjo  la 
expulsión  á  principios  del  siglo  xvi, 
hizo  encarecer  extraoi\JinariauicQte  los 
portes.  En  especial  de  los  moriscos  de 
Hornachos,  pueblo  (a'  de  Exl remadura, 
distante  cinco  leguas  de  Llerena.  cuenta 
el  Doctor  Salazarde  .Mendoza,  canónigo 
de  Toledo,  ensu  libro  de  Yíí  Diq  nielad  es 
de  CastUla  (Vi),  que  muchos  eraa 
arrieros,  y  así  sabían  cuanto  pasaba  en 
España  y  aun  fuera,  pues  tenían  co- 
rrespoiKÍencia  con  turcos  y  moros:  y 
que  veniaa  á  Toledo  por  una  senda  que 
llamaban  moruna,  la  cua!  iba  por 
despoblólo  las  cuarentas  iesuas  que 
hay  d.sde  Hornachos.  Como  Cervantes 
habla  tanto  de  los  juoriscos  en  el  Qui- 
jote ;  como  estuvo  tan  informado  de 
las  cosas  de  Toledo,  seg'.'in  umestra 
en  muchos  lugares  de  sus  obras  ;  como 
fué  casado  y  vecino  en  Esquivias, 
donde  serían  comunes  estas  noticias, 
que  no  disminuiría  el  vulgo,  ocurre  sin 
violencia  la  sos]>echa  de  que  en  este 
enisodio  de  la  venta  aludió  á  los  mo- 
riscos de  HornaclK»s,  y  que  si  supuso  al 

(a)  Lib.  IV,  cap.  V,  par.  fi.". 


(«)  PuMo.  —  Kn  e.sl«  pasaje  hace  jusiicia 
el  Sv.  Ciii(eji'>u  á  la  vasta  eriHlición  hísiórica 
de  Clemencin,  digno  de  los  niayoves  elogios, 
si  no  fuuse  por  el  prurito  que  "le  suele  aco- 
meter de  corregir  la  plana  á  Cervantes. 
(M.  de  T.) 


suyo  de  Arévalo,  donde  no  se  sabe  que 
hubiese  moriscos,  seria  por  disinmlar 
su  intención  y  malicia.  EJ  autor  de  las 
Dignidades  de  Casulla  afirma  que  los 
habitantes  de  Hornachos  eran  todos 
moriscos  ;  y  asi  debió  ser  con  pocas 
excepciones,  puesto  que  según  el  Censo 
español  del  siglo  xvi,  dado  á  luz  por 
D. Tomás  Gi)n'/.ález(a), el  pueblo  constaba 
de  mil  sesenta  y  tres  vecinos,  y  los 
expulsos  del  mismo  pueblo,  según 
Salazar  de  Mendoza,  llegaroa  á  tres 
mil.  Tratábanse  como  república  aparte  : 
tenían  .sus  juntas  en  una  cueva  déla 
sieiTa,  y  allí  batían  moneda.  De  su 
inclinaciíjn  al  ramo  de  minería  y  bene- 
ficio de  la  jdata,  hay  noticia  en  la  de 
las  Minas  de  Guadalcanal,  publicada 
por  el  mismo  D.  Tomís  Goní.iiez, 
y  allí  se  ve  que  en'  Hornachos  solía 
fundirse  y  afinarse  el  material  que  se 
hurtaba  en  las  minas  del  Rey:  y  allí 
tanihií'n  se  hace  nicnciim  de  un  K:an- 
cisco  Blanco,  morisco  de  Hornachos, 
que  por  la  f.ima  y  crédito  de  su  habi- 
lidad fue  buscado  por  los  ministros 
reales,  y  trajo  cuarenta  hombres  de  su 
naci'in  con  los  cuales  hizo  grandes 
])!X3gresos  en  las  labores ;  siendo  de 
notar  que  á  ])esar  de  sus  conocimientos 
metalúrgicos,  se  ocupaba  en  el  oficio 
de  la  .arriería  antes  de  ser  empleado  en 
las  minas,  donde  lleffó  á  ser  capataz  y 
trabaj(')  por  espacio  de  veinte  años.  La 
conducta  de  los  moi-i.scos  de  Hornachos 
era  tal,  que  se  hizo  especial  mérito  de 
ella  en  los  decretos  de  la  exnulsión 
general  entre  los  motivos  que  la  oca- 
sionaban. Así  se  ve  en  el  de  9  de  Di- 
ciembre de  t*-j09,  donde  á  consecuencia 
de  esto  manda  el  rey  (jue  salgan  de 
sus  dominios  los  moriscos,  sin  exceptar 
ninguno,  que  vivan  en  los  reinos  de 
Granuda  y  Murcia,  Andalucía  y  la 
dicha  villa  de  Hornachos.  Todas  estas 
particularidades  reunid.is  hacen  creíble 
que  en  la  relación  de  los  sucesos  de  la 
venta,  Cervantes  tuvo  presentes  y 
quiso  indicar  á  los  arrieros  moriscos 
del  mencionado  pueblo. 

(o)  Pág.  62. 


IMUMKRA   PAKTE. 


CAPITULO  xvr 


M9 


(luoílanrolVi'idns,  con  ser  tan  niíniniiis  y  tan  rateras  (a),  no  lasquiso 
pasar  cu  silencio,  de  doiulc  podrán  lomar  ejemplo  los  historia- 
dores jjiraves,  que  nos  cucnlan  las  acciones  tan  corla  y  sucinla- 
menle  (pie  apenas  nos  llegan  A  los  labios,  dejándose  en  el  tintero, 
ya  por  descuido,  por  malicia  ó  ignorancia  lo  más  suslanciai  de 
la  ohi'a.  P>ien  haya  mil  veces  el  autor  de  Tablnnte  de  Rícamontc\ 
y  aipiel  del  otro  libro  donde  se  cuentan  los  hechos  del  Conde  To- 
inillas  *;  y  1  conque  puní  nulidad  lo  describen  todo !  Dij^o,  pues,  que 
después  de  haber  visitado  el  arriero  á  su  recua,  y  dádole  el  segundo 
pienso,  se  tendió  en  sus  enjalmas,  y  se  dio  á  esperar  á  su  puntualí- 
sima Maritornes.  Ya  estaba  Sancho  bizmado  y  acostado,  y  aunque 
procuraba  dormir  no  lo  consentía  el  dolor  de  sus  costillas,  y 
D.  Quijote,  con  el  dolor  de  las  suyas,  tenía  los  ojos  abiertos  como 
liebre^.  Toda  la  venta  estaba  en  silencio  y  en  toda  ella  no  había 


l.Es  una  historia  francesa  (p)  que  se 
publicó  en  castellano  con  este  titulo; 
La  Coránica  <le  los  notables  caballeros 
Tabtanle  de  Ricamonle  j/  Jofre,  hijo  del 
Conde  Nnsún.  Sacadas  de  las  Coránicas 
fra7wesas  por  Felipe  Cainús.  Este  uiisnio 
fué  el  traductor  de  la  historia  de  Fierres 
y  Marjalona  (y),  deque  he  visto  citadas 

(ot)  Rateras.  —  ClimKMicíti,  siguiendo  á 
Navarrete,  subsliluyó  raras,  en  vez  do 
rateras,  sin  aleiulnr  al  verdadero  sentido  de 
la  frase  que  signKica  :  cosas  mínimas  y  vul- 
gares ó  Ínfimas,  despi'ociables,  es  decir  lo 
contrario  de  7-aras.  Cervantes  conocía  á 
fondo  el  vocabiilaiio  y  sabía  emplear  las 
palabras  en  su  verdadera  acepción,  cosa  que 
ño  es  hoy  uiuy  común.  Así  por  ejmuplo 
Glemencín,  en  una  de  sus  notas  habla  del 
tamaño  del  argumento  de  una  epopeya;  otro 
crítico  cervantista  mucho  más  moderno 
habla  del  joijcl  de  las  comparaciones  y  me- 
táforas de  Cervantes-,  un  académico  que 
pasa  por  muy  castizo,  hablaba  en  una  de  sus 
crónicas  periodísticas  de  plácidos  servente- 
sios  (composiciones  quenada  suelen  tener  de 
plácidas),  etc.,  etc.  (M.  de  T.) 

^3^  Francesa.  —  Según  los  más  autorizados 
críticos,  no  ha  existido  nunca  en  francés 
semejante  obra,  que  más  bien  parece  de 
origen  ]>roveiizal.  Laá  palabras  de  Corvantes 
son  una  muy  delicada  ironía  acerca  de  lo 
desaliñado  y  difuso  de  la  citada  Crónica. 
(M.  de  T.) 

(y)  Mar/alona.  —  Recuerdo  haber  com- 
prado en  mis  primeros  años  á  los  ciegos 
vendedores  de  romances,  la  historia  de 
Pierres  de  Provenía  y  la  hermosa  Magalo:ia, 
que  con  otras  muchas  del  mismo  jaez,  for- 
maban las  delicias  de  los  muchachos  de  mi 
época.  (Véase  lo  que  digo  acerca  de  esto  en 
mi  libro  :  Por  la  cultura  y  por  la  rasa.) 

(M.  de  T.l 


dos  ediciones  de  los  años  1326  y  1533. 
La  de  Tablante  hubo  de  darse  á  luz 
hacia  el  mismo  tiempo. 

Tablante  de  Ricamonte  es  una  sola  per- 
sona, y  no  dos,  como  indica  la  pun- 
tuación de  algunas  ediciones.  En  el 
Homancero  general  de  Pedro  de  Flores  (a) 
se  nombra  á  Tablante  entre  los  galanes 
de  quienes  deben  guardarse  las  damas. 
No  habiendo  visto  el  libro,  no  puedo 
juzgar  si  tuvieron  razi'm  en  lo  que  dije- 
ron, tanto  el  autor  del  romance  como 
el  del  Quijote. 

2.  Tampoco  he  visto  este  libro.  En  el 
romance  antiguo  del  Conde  Grimaltos 
y  su  hijo  Montesinos,  que  empieza  : 

Cata  Francia,  Montesinos, 

cuenta  Grimaltos  que  el  Rey  le  mandó 
desterrar  por  la  lengua  maldiciente  de 
Tomillas;  y  á  consecuencia  el  hijo  pide 
permiso  al  padre  para  pasar  á  París  á 
ganar  sueldo  del  Rey,  si  ijuiere  diír- 
selo, 

por  vengarse  de  Tomillas, 

su  enemigo  mortal. 

En  otros  parajes  de  los  romances  de 
Montesinos  se  habla  de  D.  Tomillas,  y 
siempre  como  de  un  malvado. 

3.  Si  esta  expresión  alude,  como 
parece,  á  la  opinión  de  que  las  liebres 
duermen  con  los  ojos  abiertos,  no 
viene  muy  al  caso,  pues  D.  Quijote  no 
dormía,  y  nada  tiene  de  pai'ticular  estar 

(a)  Impreso  en  Madrid,  año  1614 


240 


DON    yüIJOTE    DE    LA    MA.NlillA 


olra  luz  que  la  quedaba  una  lámpara  que  colgada  en  medio  del 
portal  ardía.  Esta  maravillosa  quietud  y  los  pensamientos  que 
siempre  nuestro  caballero  traía  de  los  sucesos  que  á  cada  paso  se 
cuentan  en  los  libros  autores  de  su  desgracia,  le  trujo  á  la  imagina- 
ción *  una  de  las  extrañas  locuras  que  buenamenle  imaginarse  pue- 
den; y  fué  (jue  él  se  imaginó  haber  llegado  á  un  famoso  castillo^ 
(que  como  se  ha  dicho,  castillos  eraná  su  parecer  todas  las  ventas 
donde  alojaba],  y  que  la  hija  del  ventero  lo  era  del  señor  del  cas- 
tillo, la  cual,  vencida  de  su  gentileza,  se  había  enamorado  del,  y 
prometido  que  aquella  noche  á  furto  de  sus  padres  vendría^  á  yacer 
con  él  una  buena  pieza  :  y  teniendo  toda  esta  quimera  que  él  se 
había  fabricado  por  firme  y  valedera,  se  comenzó  á  acuitar  y  á  pen- 
sar en  el  peligroso  trance  en  que  su  honestidad  se  había  de  ver,  y 
propuso  en  su  corazón  de  no  cometer  alevosía  á  su  señora  Dulci- 
nea del  Toboso,  aunque  la  misma  Reina  Ginebra,  con  su  dueña 
Quintañona  '  se  le  pusiesen  delante.  Pensando,  pues,  en  estos  dis- 
parates, se  llegó  el  tiempo  y  la  hora  (que  para  él  fué  menguada)"' 


con    los   ojos   abiertos  cuando  no  se 
duerme. 

Que  las  liebres  duermen  con  los  ojos 
abiertos  lo  notaron  ya  los  antiguos,  y 
de  ello  habló  Plinio  :  palenlibusXocnVis) 
dormiunt  lepares^  dijo  en  el  libro  li, 
capítulo  XXXVII.  La  causa  es  que  los 
párpados  üe  las  liebres  son  pequeños, 
y  no  les  alcanzan  á  cubrir  del  todo  los 
ojos.  Los  cazadores  observan  frecuen- 
temente que  estos  animalejos,  estando 
quietos  en  sus  camas  con  los  ojos 
abiertos,  no  dan  muestras  de  ver,  ni 
huj'en  del  peligro  que  tienen  delante; 
lo  que  arguye  que  ei^VÁn  durmiendo. 

1.  Trujo  por  Lrujeron.  Debió  decirse  : 
£.s/a  murarillosa  quietud^  y  los  pensa- 
mientos qxie  siempre  nuestro  caballero 
traía...  le  trujeron  d  la  imaginación 
una  de  las  extrañas  locuras,  etc.  — 
Nótase  además  la  repetición  del  mismo 
verbo  traía  y  trujo. 

2.  La  imaginación  que  se  describe 
de  D.  Quijote  parece  cosa  hecha  á  la 
mano  para  preparar  la  aventura  que 
sigue :  y  sin  duda  hubiera  sido  mejor 
aguardar  a  que  Maritornes  tropezase  en 
la  obscuridad  con  D.  Quijote,  para 
fingir  que  á  éste  le  había  ocurrido  en 
aquel  instante  la  máquina  de  disparates 
y  extrañas  locuras  que  aquí  se  cuenta. 
De  esta  suerte  qucdoba  m;is  natural  y 
ocasionada  la  invencii'in,  la  cual,  según 
está,  parece  prematura  y  oficiosa. 


3.  Vencida  de  su  gentileza  y  enamo- 
rada de  él  todo  viene  á  ser  uno,  y  así, 
sobra  la  mitad  de  la  expresión,  que 
nada  añaile  á  la  otra  mitad. 

Hay  otro  defecto  en  el  régimen  del 
período,  porque  decimos  bien  se  habia 
enamorado,  pero  no  se  había  prometido, 
comoe.xpresa  el  texto,  haciendo  común 
el  verbo  auxiliar  se  habia  d  enamorado 
y  yiromelido  (a). 

4.  Las  ediciones  primitivas  pusieron 
con  su  dama  Quintañona  :  error  evi- 
dente de  la  imprenta,  no  siMo  porque 
en  otros  parajes  del  Quijote  se  dice  la 
dueña  Qui?ilaño7ia,  s\no  íainhién  porque 
Quintañona  no  podía  llamarse  ni  ser 
dama,  de  Ginebra.  Damas  lo  eran  de  los 
caballeros,  dueñas  y  doncellas  de  las 
reinas  y  princesas  :  dueñas,  si  eran 
mujeres  de  madura  edad  ó  viudas, 
como  Quintañona  y  Doña  Hodríguez  ; 
doncel/as.  si  eran  jóvenes  y  no  casadas, 
como  Mabilia  y  Altisidora.  Pellicer  fué 
el  autor  de  esta  juiciosa  corrección,  que 
adoptó  después  la  .Vcademia  Española. 

o.  Las  horas  cousideradas  como  la 
duodécima  parte  del  día  ó  de  la  noche, 
según  las  consideraban  los  antiguos, 
son  cortas  ó  menguadas  en  los  días  de 


(',.\  Prometido.  —  Parece  excesiva  la  ni 
mi.  ilafl  de  esle  reparo.  Bien  claro  <•(•  ve  que 
Cervantes  sobreentendió,  por  silepsi.s,  se 
txabia,  antes  áeprometido.  (M.  de  T.) 


PniMERA    PARTE.    —    CAPÍTULO   XVI  241 

(Je  la  venida  de  la  asturiana,  la  cual  en  camisa  y  descalza,  cogidos 
los  cabellos  en  una  alhancii^a  de  fuslán\  con  t/icilos  y  alentados 
pasos  ^  entro  en  el  a|)os(ínto  donde  los  tres  alojaban,  en  busca  del 
arriero;  poro  apenas  llegó  á  la  puerta  cuando  D.  Quijote  la  sintió, 
y  sentándose  en  la  cama  á  pesar  de  sus  bizmas  y  con  dolor  de  sus 
costillas,  lendió  los  brazos  para  recebir  á  su  iermosa  doncella  la 
asturiana,  que  toda  recogida  y  callando  iba  con  las  manos  dídante 
buscandíj  á  su  (juerido.  Topó  con  los  brazos  de  ÍJ.  Quijote,  el  cual 
la  asió  ruertemcnledc  una  muñeca,  y  tirándolahaciasí,  sin  que  ella 
osase  hablar  j)alal)ra^,  la  hizo  sentar  sobre  la  cama  :  tentóle  luego 
la  camisa,  y  aunque  ella  era  de  arpillera,  á  él  le  pareció  ser  de  finí- 
simo y  delgado  cendal.  Traía  en  las  muñecas  unas  cuentas  de 
vidrio,  pero  á  él  le  dieron  vislumbres  de  preciosas  perlas  orien- 
tales :  los  cabellos,  que  en  alguna  manera  tiraban  á  crines,  él  los 
marcó  por  hebras  de  lucidísimo  oro  de  Arabia,  cuyo  resplandor  al 
del  mismo  sol  escurecía  ',  y  el  aliento,  que  sin  duda  alguna  olía  á 


invierno  y  en  las  noches  de  verano. 
Aquí  y  en  el  uso  común  liora  menguada 
es  lü  mismo  que  infeliz  ó  desgraciada : 
el  fundamento  de  esto  se  tomnría  de  la 
vana  creencia  que  miraba  las  horas 
cortas  como  infaustas.  Haciendo  burla 
de  ello  D.  Francisco  de  Quevedo  en  el 
Libro  de  todas  las  cosas  y  airas  muchas 
más,  uno  de  sus  opúsculos  sueltos, 
dijo  :  Días  aciagos  y  horas  menguadas 
son  iodos  aquellos  y  aquellas  en  que 
topan  el  delincuente  al  alguacil,  el 
deudor  al  acreedor,  el  tahúr  al  fullero. 
el  principe  al  adulador,  y  el  mozo  rico 
á  la  ramera  astuta. 

i.  Albanega  (ai,  palabra  de  origen 
árabe,  es  cotia  ó  red  para  coger  el  pelo, 
que  también  solía  decirse  .9a?-/;í«, y  ahora 
llamamos  redecilla.  Paréceme  que  Cer- 
vantes en  este  pasaje  tuvo  intención  de 
hacer  un  remedo  burlesco  {parodia 
dirán  algunos)  del  paso  de  la  infanta 
Beladina  con  Floriseo,  denominado  el 
Caballero  del  Salvaje,  en  ei  castillo  del 
Deporte.  Píntase  en  aquella  ocasión  á 
Beladina  en  camisa,  encima  solamente 
una  aljuba  de  púrpura  forraila  de  armi- 
ños, y  en  la  cabeza  una  red  de  oro 
guarnecida  de  piedras  preciosas  que 
resplandecían,  y  por  la  cual  se  mostra- 


('/)  Albanega.  —  Fué  palabra  muy  usada 
en  tiempo  de  Cervantes,  según  lo  prueba  ei 
refrán  :  El  ajuar  de  la  tinosa  toilo  aibanegas 
y  tocas.  (.M.  deX!) 


han  sus  muy  famosos  cabellos.  En  este 
traje  se  llegó  á  la  puerta  de  la  cámara 
donde  dormía  Floriseo,  y  de  esta  aven- 
tura nació  Horambel  de  Lucea. 

2.  Alentados,  adjetivo  poco  conocido 
y  quizá  nuevo,  pero  hermoso  y  digno 
de  aumentar  el  candad  de  la  lengua 
castellana. 

3.  Estando  Florambel  malamente 
preso  en  el  castillo  de  Darestes,  recibía 
por  la  noche  el  alimento  de  una  mano 
desconocida ;  y  queriendo  saber  quién 
era,  luego  que  fué  de  noche  se  puso 
arrimado  á  las  rejas  allí  cerca  donde 
le  solían  poner  el  comer,  y  sin  facer 
ningún  ruido,  estuvo  muy  bien  quedo 
fasta  que  era  ya  bien  cerca  de  la  media 
noche,  que  la  fermosa  dueña  Feliciana 
vino,  como  lo  acostumbraba  facer  las 
otras  noches; y  aunque  venía  muy  paso, 
como  Florambel  estaba  con  tanta  aten- 
ción, no  pudo  ella  tan  paso  llegar  que  no 
fuese  sentida.  Y  el  Caballero  Lamen- 
table, cuando  sintió  que  ponían  aquellas 
cosas  por  entre  las  rejas...  echó  las 
manos...  y  topó  con  la  mano  de  la 
dueña  y  túvola  muy  recio.  Y  Feliciana, 
con  el  gran  pavor  que  ovo,  le  tomó  tan 
gran  desmayo,  que  no  tuvo  valor  para 
fablar  (a). 

4.  Mal  podía  haber  sol  á  media  noche. 
No  es  inverosímil  que  el  escurecía,  si 
así  se  hallaba  en  el  manuscrito  original, 


(a)  Florambel,  lib.  IV,  cap.  VI. 


16 


242  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

ensalada'  fiambre  y  trasnochada,  áél  le  pareció  que  arrojaba  de  su 
boca  un  olor  suave  y  aromático;  y,  finalmente,  él  la  pintó  en  su 
imaginación  de  la  misma  traza  y  modo  que  lo  había  leído  en  sus 
libros  de  la  otra  Princesa  que  vino  á  ver  al  malferido  caballero, 
vencida  de  sus  amores^,  con  todos  los  adornos  que  aquí  van  pues- 
tos. Y  era  tanta  la  ceguedad  del  pobre  hidalgo,  que  el  tacto  ni  el 
aliento  ni  otras  cosas  que  traía  en  sí  la  buena  doncella,  no  le  des- 
engañaban^, las  cuales  pudieran  hacer  vomitar  á  otro  que  no 
fuera  arriero ;  antes  le  parecía  que  tenía  entre  sus  brazos  á  la 
Diosa  de  la  hermosura  :  y  teniéndola  bien  asida,  con  voz  amorosa 
y  baja  le  comenzó  á  decir:  Quisiera  hallarme  en  términos^,  fer- 
mosa  y  alta  señora,  de  poder  pagar  tamaña  merced  como  laque  con 


fuese  abrevialiira  por  escureciera.  Don 
Quijote  niai'Cú  los  cabellos  de  Maritornes 
por  hebras  de  lucidísimo  oro  de  Arahia, 
acordándose  probablemente  de  las 
expresiones  de  Calixto,  que  en  el  acto  1 
de  la  Celestina  describe  la  hermosura 
de  Melibea,  y  dice  :  Comienzo  por  los 
cabellos.  ¿  Ves  tú  las  madejas  del  oro 
delgado  que  hilan  en  Arabia'.'  Más  lin- 
dos son,  y  no  resplandecen  menos. 

1.  Lo  de  ensalada  fiambre  y  trasno- 
chada recuerda  el  ius  heslernum  de  la 
casa  de  Taide  en  e\  Eunuco  Ae  Terencio. 
En  la  parte  restante  de  la  expresión  se 
dice  que  el  aliento  arrojaba  ile  su  boca 
un  olor  suave,  pero  el  aliento  no  tiene 
boca.  Quedarla  mejor  el  pasaje  borrando 
las  palabras  de  su  boca. 

2.  Estas  palabras  arguyen  que  se 
alude  aquí  á  algún  pasaje  de  los  libros 
caballerescos,  sea  el  de  Floriseo  y  la 
Infanta  Beladina,  citada  anteriormente, 
sea  el  de  la  Infanta  Espinela,  amante 
de  Leandro  el  Bel,  por  otro  nombre  el 
Caballero  de  Cupido  (a),  sea  el  de  la 
Doncella  del  Castillo,  qué  estando  Ama- 
dis  de  Grecia  en  la  cama  fué  á  buscarle 
en  camisa  (6),  sea  otro  de  los  de  esta 
clase  que  se  encuentran  en  los  libros 
caballerescos.  —  En  el  vencido  de  sus 
amores,  como  se  lia  leído  basta  abora, 
habla  evidentemente  errata  :  debe  ser 
vencida,  como  es  claro  por  el  contexto  : 
la  persona  que  da  muestras  y  pruebas 
de  estar  vencida  de  amores  es  la  que 
busca,  no  la  buscada.  Consiguiente- 
mente á  esto,  y  recordándose  el  presente 
pasaje  en  el  capítulo  XLlll,  se  dice  que 


(a)  Caballero  de    la    Cniz,    lili.    II.    —   (6) 
D.  h'lorisel,  parte  III,  cap.  XLIl. 


D.  Quijote,  llamado  desde  el  agujero 
del  pajar  por  la  hija  de  la  ventera,  se 
figuró  que  otra  vez  como  la  pasada  la 
doncella  fermosa,  hija  de  la  señora  de 
aquel  castillo,  vencida  de  su  amor, 
tornaba  ó.  solicitarle. 

3.  Falta  un  ni  y  sobra  el  no.  Que  ni 
el  tacto,  debió  decirse,  ni  el  aliento  ni 
otras  cosas  le  desengañaban. 

4.  No  faltan  en  los  libros  de  caballe- 
rías ejemplos  de  resistencia  á  la  seduc- 
ción de  los  atractivos  y  caricias  feme- 
niles. Tristán  de  Leonís  desecha  en  la 
corte  de  Faramundo  los  halagos  de  la 
Infanta  lielinda,  la  cual,  despechada 
como  la  gitana  de  Putifar,  le  calumnia; 
pero  á  poco  lo  confiesa  todo  á  su  padre 
Faramundo,  y  se  quita  la  vida.  .Vmadís 
de  Gaula  en  ocasiones  semejantes  fué 
ejemplo  de  lealtad  á  su  señora  Oriana, 
y  por  esto  concluyó  felizmente  la  aven- 
tura de  la  Verde  Espada  (a),  y  la  del  Arco 
Encantado  de  los  leales  amadores  (6). 
La  situación  y  las  expresiones  de 
D.  Quijote  recuerdan  las  de  D.  Belianis 
de  Grecia,  cuando  estando  en  su  lecho, 

f tasada  ya  la  media  noche,  fué  á  mani- 
estarle  su  amorosa  pasi(>n  la  I  inda  Prin- 
cesa Imperia  :  No  queráis,  contestó 
Belianis,  saber  otra  cosa  más  de  que  es 
señora  de  mi  corazón  una  Princesa, 
por  quien  no  pequeños  tormentos  mi 
corazón  padece...  por  donde  vos  testifico 
que  no  sólo  no  soy  parte  para  os  poder 
dar  algún  remedio,  jiero  aun  de  todo 
punto  no  soy  señor  de  cosa  que  posea, 
teniéndolo  todo  ¿ornado  y  secrestado  el 
temeroso  Cupido {c). 

la)  Amadis  de  Gaula,  cap.  LXVII.  —  (6)  Ib., 
cap.CVXV.— (c)  Belianis,  lib.  III,  cap.  XXIV, 


PRIMERA    PARTE.    —    CAPÍTULO    XVI  243 

la  vista  (lo  vuestra  gran  fermosura  '  me  hnhedos  fcclio;  pero  ha 
(|ii(MÍ(I()  la  forluna,  (¡no  no  se  cansa  de  perse^-iiir  ;í  los  buenos,  po- 
nerme en  este  lecho,  donde  yago  (a)  tan  molido  y  quebrantado,  que 
aunque  de  mi  voluntad  quisiera  satisfacer  á  la  vuestra,  fuera  impo- 
sibhí ;  y  más  que  se  añade  A  esta  imposibilidad  otra  mayor,  que  es 
la  prometida  fe  que  tengo  d;ida  -  A  la  sin  |)ar  Dulcinea  del  Toboso, 
única  señora  de  mis  más  escondidos  pensamientos;  que  si  esto  no 
hubiera  de  por  medio,  no  fuera  yo  tan  sandio  caballero  que  dejara 
pasar  en  blanco  la  venturosa  ocasión  en  que  vuestra  gran  bondad 
me  ha  puesto.  Maritornes  estaba  congojadísima  y  trasudando  de 
verse  tan  asida  de  D.  Quijote,  y  sin  entender  ni  estar  atenta  á  las 
razones''  que  le  decía,  procuraba  sin  hablar  palabra  desasirse. 

El  bueno  del  arriero,  á  (}uien  tenían  despierto  sus  malos  deseos, 
desde  el  punto  que  entró  su  coima  ^  por  la  puerta  la  sintió,  y  estuvo 
atentamente  escuchando-'*  todo  lo  que  D.  Quijote  decía,  y  celoso 
de  que  la  asturiana  le  hubiese  faltado  á  la  palabra  por  otro,  se  fué 
llegando  mí'is  al  lecho  de  D.  Quijote,  y  estúvose  quedo  hasta  ver 
en  qué  paraban  aquellas  razones  que  él  no  podía  entender;  pero 
como  vio  que  la  mozaforcejabapor  desasirse,  y  Ü.  Quijote  trabajaba 
por  tenerla,  pareciéndole  mal  la  burla,  enarboló  el  brazo  en  alto, 
y  descargó  tan  terrible  puñada  sobre  las  estrechas  quijadas  del 
enamorado  caballero,  que  le  bañó  toda  la  boca  en  sangre,  y  no  con- 
tento con  esto,  se  le  subió  encima  de  las  costillas,  y  con  los  pies 
más  que  de  trole  se  las  paseó  todas  de  cabo  á  cabo.  El  lecho,  que 
era  un  poco  endeble  y  de  no  firmes  fundamentos,  no  pudiendo 

1.  Estaban  á  oscuras,  según  resulta  glifjencia  (p)  con  que  Cervantes  escribía, 

de  toda  la  precedente  relación;  ni   en  pudiera   creerse,  sin  repugnancia,  que 

toda  la  venta  había  otra  luz  que  la  que  le  ocurrió  poner  lo  segundo  después  de 

daba  una  lámpara  que  ardía  colgada  en  escrito  lo  primero,  y  luego  se  le  olvidó 

medio   del   portal,   como   antes   se   ha  borrarlo. 

dicho.  Pero  im  loco   ve  cuanto  quiere,  4.  Voz  de  la  picaresca,  mujer  mun- 

aunque  sea  á  oscuras.  daña,  concubina;  forte  ú  coitu{Y¡. 

■2.  Verso  endecasílabo.  —  Prometida  .5.  En  las  ediciones    anteriores    este 

y  dada  son  palabras  que  aquí  significan  pasaje  no  hacia  sentido,  porque  faltaba 

lo  mismo  :  sobra  la  una.  la  conjunción  y,  que  hubo  de  omitir  el 

3.  Cambia   el  régimen,    que  debiera  impresor, 
ser  común,  de  los  verbos,  defecto  que 
evitan  los  que  escriben  correctamente  : 

sin  entender  las  razones,   ó    sin  estar  (?)  Según  era  la  negligencia.  —  Y  ¡  dale 

atenta  á   las  razones,  es    lo    que   sólo  con  la  negügonciade Cervantes!  Este  ligero 

,-.          -v,-         c   „.-,„  ^..„  I descuido,  común  hasta  en  buenos  escritores, 

correspondió  escribirse.  Según  era  lañe-  ^^  revela  negligencia.  Si  Cervantes  hubiera 

podido   volver  á  leer    y  corregir    reposada- 

(w.)  Yago.  —El  Sr.Oortejón  aduce,  en  este  mente  su  obra,  seguramente    liubieran  des- 
pasaje, multitud  do  citas  acerca  del  empleo  aparecido  éste  y  otros  lunares  análogos, 
de  yar-T  ;  fiero  olvida  los  conocidos  refinnes:  (M.  de  T.) 
Dw.niiK,  Juan,  y  pace,  qvp.   tu  amo  yace  ;  En  (■/)  Coima. —  INo  viene  del  latín  coilu.  como 
arca  de    avarienlu    el    diaOlo  yace  dentro.  (upone  Clemtíiicin,  sino  del  árabe  coinu:. 
(M.  de  T.)  (M.  de  T.) 


244 


DON    QUIJOTE    DE    LA.    MANCHA 


sufrir  la  añ;ulidnr<n  dol  an-ioro,  ílió  consip^o  oii  el  suelo,  ácnyo  gran 
ruido  despertó  el  venlero,  y  hieí^o  iina|^inó  que  debían  de  ser  pen- 
dencias de  Maritornes,  porque  iiabiéndola  llamado  á  voces,  no  res- 
pondía. Con  esta  sospecha  se  levantó,  y  encendiendo  un  candil,  se 
fué  hacia  donde  había  sentido  la  pelaza  '.  La  moza,  viendo  que  su 
amo  venía,  y  que  era  de  condición  terrible,  loda  inedrosica  y  albo- 
rotada, se  acogió  á  la  cama  de  Sancho  Panza,  que  av'm  dormía^  y 
allí  se  acurrucó  y  so  hizo  un  ovillo.  El  venlero  entró  diciendo  : 
;,  Adonde  estás,  pula^?  Á  buen  seguro  que  son  tus  cosas  éstas.  En 
esto  despertó  Sancho,  y  sintiendo  aquel  bulto  casi  encima  de  si, 
pensó  que  tenía  la  pesadilla',  y  comenzó  á  dar  puñadas  á  una  y 
otra  parte,  y  entre  otras  alcanzó  con  no  sé  cuántas  á  Maritornes, 
la  cual,  sentida  del  dolor,  echando  á  rodar  la  honestidad,  dio  el 
retorno  á  Sancho  con  tantas,  f(ue  á  su  ílespecho  le  quitó  el  sueño; 


i.  Por  rjuimrra  ó  riña.  Luis  Vélez  de 
Guovai'a  en  su  Diablo  cojuelo  'Oj  da 
este  mimbre  de  pcUiza  .i  l;i  iiuiíiiera  que 
en  una  venta  de  Sien-a  .Morena  hubo 
con  una  compañía  de  representantes  y 
un  alfíuacil  que  los  conducía  á  la  corte. 
Puede  traer  su  origen  de  pelear,  como 
lo  [rae pelamesa,  ([ue  significa  riña  en 
que  los  combatientes  se  mesan  y  arran- 
can el  pelo  ;  dicese  con  ])articularidad 
de  la  riña  en  que  intervienen  mujeres. 

2.  Hay  contradicción  con  lo  que  an- 
tecede, porque  se  había  dicho  que 
aunqtte  Hancho  procuraba  clminir,  no 
lo  consentía  el  dolor  de  sus  coslillas. 

3.  Expresión  sobradamente  propia  y 
natural.  Las  de  esta  clase  deben  evi- 
tarse en  el  discurso  de  un  libro,  por  la 
misma  razón  que  en  los  cuadros  no  se 
permite  pintar  ciertas  bascosidades,  á 
pesar  de  (jue  estnn  en  la  naturaleza.  A 
no  ser  que  se  diga  en  abono  de  Cer- 
vantes, que  intentó  remedar  y  de  esta 
suerte  criticar  algunos  pasajes  de  los 
libros  caballerescos  donde  se  incurre 
en  este  defecto,  como  cuando  decía 
Arcalaus  (6)  que  se  f/uarde  (Amadis) 
bien  de  mi,  que  yo  espero  presto  ven- 
garme del.  aunque  tenga  en  su  ayuda 
aquella  mala  puta  (aj  Urganda  la  Des- 
conocida. 


(a)  Tranco 
cap.  CXXX. 


—  (6)   Amadís  de   Gaula, 


(a'i  Puta.  —  El  Sr.   Cortejón  aduce  nume- 
rosos ejemplos  del  empleo  de  esta  palabra, 


4.  Pesadilla,  un  humor  melancólico 
que  aprieta  el  corazón  con  algún  sueño 
horrible,  como  que  se  carga  encima  un 
negro,  o  caemos  en  los  cuernos  de  un 
toro.  Así  define  esta  voz  Covarrubias 
en  su  Tesoro  de  la  lengua  castellana. 

Otras  veces  se  decía  lapesada,  como 
en  la  relacii'm  del  sueño  que  media 
entre  la  primera  y  segunda  parte  de 
Amadís  de  Grecia,  donde  se  lee  :  tan 
de  recio  me  apretó,  que  parecía  to- 
marme la  pesada  que  muchas  veces  en 
sueños  suele  venir.  Juan  de  .Mena  en  la 
primera  copla  de  las  veinticuatro  que 
añadió  á  las  Trescientas,  dijo  ; 

Como  adormido  con  la  pesada. 

Y  el  Comendador  Griego,  explicando 
este  verso,  expresa  que,  segi'mAvicena. 
la  pesada  es  una  dolencia  en  la  cual 
siente  el  hombre  al  tiempo  del  sueño 
cuasi  una  gran  fantasma  que  le  cae 
encima  y  que  le  aprieta  y  le  angustia  el 
espíritu...  Los  populares  piensan  que  es 
alguna  vieja  que  oprime  el  cuerpo 
cuando  duerme  el  hombre.  Esta  vulga- 
ridad viene  ya  del  tiempo  de  los  ro- 
manos. 


tanto  en  la  forma  femenina  como  en  la  m.is- 
culina;  pero  no  menciona  el  Diccionario  de 
la  Academia  que  la  cita  en  los  siguientes 
refrani'í  :  Ayer  puta»  y  hoy  comadres  ;  J'uta 
la  miidre.  puta  la  hija,  puta  la  manta  que 
las  cobija  ;  Ni  fie  malva  buen  vencejo,  ni  de 
estiércol  buen  olor,  ni  de  moto  buen  contejo, 
ni  de  puta  buen  amor.  (M.  de  T.) 


•niMiínA  PAHTt:.  —  cai'Ítuf.o  xvi 


24o 


ol  cual,  viéndosií  tratar'  do  aquella  manera  y  sin  saber  de  quién, 
nl/áud<)S(5  corno  ¡ludü,  se  abrazó  eon  Marilornes,  y  «•oinen/.arou 
tMilr(í  los  dos  la  más  rofiida  y  L^raciosa  escaramuza  del  mundo. 
Viendo,  |)ues,  el  arriero  á  la  luudjrcr  del  candil^  del  ventero 
cuíd  andaba  su  dama,  (bíjando  á  1).  Ouijole  acudió  á  dalle  el 
socorro  necesario  :  lo  mismo  hizo  el  ventero^,  [)ero  con  inten- 
ción diferente,  ponjue  fué  á  castigar  á  la  moza,  creyendo  sin 
duda  que  ella  sola  era  la  ocasión  de  toda  aquella  armonía ^ 
Y  así  como  suele  decirse  el  gato  al  rato,  el  ralo  á  la  cuerda,  la 
cuerda  id  palo,  daba  el  arriero  á  Sancho-',  Sancho  á  la  moza,  la 
moza  á  él,  el  ventero  á  la  moza,  y  todos  menudeaban  con  tanta 
priesa,  que  no  se  daban  punto  de  reposo  :  y  fué  lo  bueno  que  al 
ventero  se  le  apagó  el  candil,  y  como  quedaron  á  escuras,  dábanse 
tan  sin  compasión  todos  á  bullo,  que  á  do  quiera  que  ponían  la 
mano  no  dejaban  cosa  sana.  Alojaba  acaso  aquella  noche  en  la 
venta  un  cuadrillero  de  los  que  llaman  de  la  santa  Hermandad 
vieja  de  Toledo'',  el  cual,  oyendo  asimismo  el  extraño  estruendo 
de  la  pelea,  asió  de  su  media  vara  y  de  la  caja  de  lata  de  sus  títu- 


1.  Repetición  incorrecta  del  relativo 
cual  la),  especie  de  uvillojo  que  hace 
lánguido  y  arrastrado  el  períi)do,  y  de 
i[ue  hay  algunos  otros  ejemplos  en  el 
Quijote. 

2.  Con  más  propiedad  se  diría  d  la 
luz  del  candil.  Luz  y  lumbre  '^)  nos  on 
sinónimos  :  lumbre  es  la  causa,  luz  el 
efecto ;  lumbre  es  el  fuego,  luz  la  clari- 
dad; la  lumbre  quema,  la  luz  alum- 
bra. Puede  haber  mucha  luz  y  poca 
lumbre,  y  al  revés,  mucha  lumbre  y 
poca  luz. 

3.  No,  sino   todo  lo  contrario  (y).  El 


(a^  El  cual.  —  Püca,  como  siempre,  de 
nimio  Cleinencín.  No  hay  repetición,  pues 
antes  dijo  la  cual,  hablando  de  Maritornes. 
(M.  de  T.) 

(?)  Lumbre.  —  No  os  impropio,  hablando 
del  candil,  sobre  todo  en  aijuiílla  época, 
pues  eu  los  clásicos  se  encuentra  á  cada  paso 
lumbre  por  luz.  Aun  en  nuestros  tiempos 
ha  dicho  muy  bien  un  inspirado  poeta  : 

Muerta  la  lumbre  solar 
Iba  la  noche  llegando... 

de  igual  modo  que  antes  dijo  Ercilla  : 

Antes  dejará  el  sol  de   darnos  lumbre. 

(M.  de  T.) 
(•,-)  Lo  contrario.  —  Para  el  li'clor  no  preo- 
cupado con  la  manía  correctora  de  Clemen- 


anñero  acudió  á  favorecer  á  Maritornes, 
y  el  ventero  á  castigarla.  Cervantes  lo 
explica  en  las  palabras  que  siguen, 
pero  le  estuviera  mejor  haber  corregido 
las  que  preceden  :  tenía  repugnancia  á 
corregir  y  limar.  Pudiera  haberse  pues- 
to :  también  acudió  el  ventero,  y  con 
esto  quedaba  todo  bien. 

4.  Ironía  exagerada  y  graciosa  de  la 
confusión  y  trastorno  que  reinaba  en  el 
camaranchón  de  la  venta. 

o.  Falta  para  la  claridad  y  redondez  de 
la  oración  la  conjunción  correlativa  así 
/a;/í6/e'/i.  Convino  escribir  :  1'  asi,  como 
suele  decirse  el  gato  al  rato,  el  ralo 
á  la  cuerda,  la  cuerda  al  palo,  asitam- 
bie'n  daba  el  arriero  á  Sancho,  Sancho 
á  la  moza  {o,,  etc. 

6.  Así  se  llamaba  para  distinguirse 
de  la  nueva,  que  fué  la  que  fundaron 
los  Reyes  Católicos  á  fines  del  si- 
glo XV  :  la  otra  existia  ya  en  el  xni 
con  muchas  facultades  y  privilegios. 


cín,  no  hay  contradicción  sino  una  silepsis 
elegante  del  verbo  acudió.  (M.  de  T.) 

(«I  Sancho  á  la  moza,  etc.  —  Hasta  en  este 
lia.saje,  uno  de  los  más  graciosos,  vivos  y 
donosos,  que  se  encuentra  citado  como  mo- 
delo en  todos  los  libros  de  retórica,  halla 
reparos  la  desdichada  critica  de  Clemencín. 
(M.  de  T.) 


24G 


DON    QUIJOTE   DE   LA    MANCHA 


los\  y  entró  á  escuras^  en  el  aposento,  diciendo  :  Ténganse  á  la 
justicia,  ténganse  á  la  santa  Hermandad:  y  el  primero  con  quien 
topó  fué  con  el  apuñeatlo  de  Ü.  (Juijole,  que  estaba  en  su  derri- 
bado lecho  tendido  boca  arriba  sin  sentido  alguno,  y  echándole  á 
tiento  mano  á  las  barbas,  no  cesaba  de  decir  :  Favor  á  la  justicia  ; 
pero  viendo  ({ue  ol  (pie  tenía  asido  no  se  bullía  ni  meneaba,  se  dio 
á  entender  que  estaba  muerto,  y  que  los  que  allí  dentro  estaban 
eran  sus  matadores,  y  con  esta  sospecha  reforzó  la  voz  diciendo  : 
Ciérrese  la  puerta  de  la  venta,  miren  no  se  vaya  nadie,  que  han 
muerto  aquí  á  un  hombre.  Esta  voz  sobresaltó  á  todos,  y  cada  cual 
dejó  la  pendencia  en  el  grado  que  le  tomó  la  voz.  Retiróse  el  ven- 
tero á  su  aposento,  el  arriero  á  sus  enjalmas,  la  moza  á  su  rancho; 
solos  los  desventurados  D.  Quijote  y  Sancho  no  se  pudieron  mover 
de  donde  estaban.  Soltó  en  esto  el  cuadrillero  la  barba  de  D.  Qui- 
jote^, y  salió  á  buscar  luz  para  buscar  y  prender  los  delincuentes; 
mas  no  la  halló,  porque  el  ventero,   de  industria  había  muerto  la 


1.  Lata  es  lo  mismo  que  hoja  de  lata. 
Esta    materia    tan    útil    y   aun    tan 

necesaria  páralos  muebles  domésticos, 
se  traía  á  España  en  tiempo  de  Cer- 
vantes de  Milán  y  Alemania,  y  así  con- 
tinuó hasta  el  reinado  de  Felipe  V,  en 
el  cual  se  empezó  á  fabricar  entre 
nosotros.  Los  romeros  o  peregrinos,  y 
en  general  los  que  caminan  á  pie,  sue- 
len llevar  sus  licencias  (x),  títulos, 
pasaportes  y  demás  papeles  en  cañones 
ó  cajas  de  hoja  de  lata,  donde  van 
preservados  de  la  humedad  y  demás 
ocasiones  de  su  destrucción. 

2.  Así  se  dice  por  á  oscuras  en  el 
estilo  familiar,  que,  bien  mirado,  en  to- 
das lenguas,  pero  singularmente  en 
castellano,  forma  un  idioma  aparte  con 
distintas  frases,  distinto  gusto  y  aun 
distintas  palabras.  En  las  primeras  edi- 
ciones, hechas  en  Madrid  el  año  160.5, 
se  lee  asctiras,  que  es  más  familiar  to- 
davía, y  toca  ya  en  bajo. 

3.  Por  esta  relación  se  ve  que  D.  Qui- 
jote traía  barbas,  como  se  traían  co- 
múnmente en  vida  de  Cervantes,  y  con 
ellas  debiera  habérsele  representado  en 
las  estampas  que  se  han  grabado  para  di- 
ferentes ediciones. — Entre  los  antiguos 
hubo   variedad    acerca    de  la    barba. 


(a)  Licencias.  —  Todavía  la.s  usan  los 
soldados  cuiiiplidMS  que  vuelven  a  su  hogar 
llevando  colgado  del  cuello  el  canuto  de  la 
licencia.  (M.  de  T.) 


Á  los  judíos  prohibía  la  ley  el  raerla  (a) ; 
por  el  contrario,  los  griegos  y  romanos 
se  laquitaban,  conservándolasólo  entre 
los  primeros  algunos  filósofos  y  per- 
sonas que  afectaban  gravedad.  Cicerón 
habla  de  las  precauciones  de  Dionisio, 
el  tirano  de  Siracusa,  para  afeitarse  (6). 
Los  romanos  usaron  barbas  al  princi- 
pio, después  las  dejaron,  y  el  famoso 
Escipión  Africano  introdujo  la  cos- 
tumbre de  afeitarse  diariamente  (c). 

Entre  nosotros  se  traían  barbas  en  la 
Edad  Media,  según  se  ve  por  muchos 
parajes  del  poema  del  Cid,  escrito  en 
el  siglo  XII,  y  por  los  dibujos  de  códices 
del  XIII.  Mas  del  poema  citado  se  dedu- 
cen que  las  atusaban  y  componían  sin 
dejarlas  crecer  libremente.  En  Aragón 
se  usaba  también  llevarlas  en  el  si- 
glo XIV,  puesto  que  el  Rey  D.  Pedro  IV 
prohibió  las  postizas,  que  se  ponían  los 
atildados  y  petimetres  (í/).En  Castilla  se 
suprimieron  por  entonces  las  barbas, 
como  se  ve  por  los  bultos  de  los  sepul- 
cros y  otros  monumentos  de  aquel  siglo 
y  del  siguiente.  En  el  xvi,  el  Rey  de 
Francia  Francisco  1,  para  ocultar  una 
cicatriz  que  le  dejó  una  quemadura  en 
el  rostro,  se  dejó  crecer  la  barba.  Con 
esto  las  barbas  se  hicieron  de  moda ; 
dejábanselas  crecer  los  galanes,  y  las 


(a)  Levit,  cap.  XIX.  —  (6)  Cuest.  Tuscut., 
lib.  V,  cap.  XX.  —  (c)  Plinio,  lib.  VII,  cap. 
LIX.   —   [d)  Ducange,  artículo   Barba  faha. 


I'IIIMEHA   i'Aini:. 


cAimuí.o  XVI 


247 


lámpara  cuando  se  retiró  á  su  estancia,  y  fuóle  forzoso  acudir  á  la 
cliiin(Miea,  donde  con  mucho  trabajo  y  tiempo  encendió  el  cua- 
drillero '  otro  candil. 


pcrsoniis  serias  se  afoit¡iJ)nn  por  gra- 
vedad y,|)or  no  parcccM'se  á  los  pisa- 
verdes. A  |)rinci|)i()s  del  reinado  de 
Carlos  Ven  Kspaña  se  inirodiijo  la  mo- 
da de  las  barbas  largas  á  la  tudesca, 
cunndo  anles  andaban  rapadas á  la  ro- 
mana, como  marslran  los  relralos  del 
heii  Don  Fernando  V  (a).  Por  cnlonces 
floreció  un  pinlor  Danicnco  llamado 
Juan  de  la  liarlialonga,  porque  la  tenia 
de  vara  y  media  de  largo;  ile  él  hubo 
en  el  I'aiacio  del  Pai'do  ocho  cuíidros 
que  representaban  las  campañas  del 
Emperador  en  Alemania  (6). 

Fué  costumbi'e  general  llevar  barbas 
atusadas  en  ele  resto  del  siglo  xvi  y 
parte  del  siguiente,  en  ({ue  se  incluye 
la  época  de  Cervantes.  Muy  entrado  ya 
el  siglo  xvn,  las  barbas  se  redujeron 
al  bigote  y  perilla,  que  duraron  hasta 
el  xviii,  y  de  que  han  quedado  restos 
en  los  bigotes  de  los  soldados  y  en  las 
perillas  que  hasta  hace  poco  se  han 
llevado  en  algunas  congregaciones 
religiosas. 

Al    mismo    tiempo    que    volvían    á 

(a)  Cabrera,  historia  de  Felipe  II,  lib.  T, 
cap.  IX.  —  (6)  Argote,  discurso  sobre  el  libro 
de   la  Moníeria   del  Rey  Don  Alonso. 


dejarse  crecer  las  barbas  se  introdujo 
también  el  cortarse  la  cabellera,  que 
antes  traían  larga  los  seglares.  Carlos  V 
se  la  cortó  en  Barcelona  el  año  de  l.'J29 
para  curarse  de  los  dolores  de  cabeza 
que  padecía,  y  á  su  imitación  so  la  cor- 
taron lambiéu  sus  cortesanos  (a).  Los 
españoles  llevaron  cabellera  sin  barba 
hasta  Carlos  V ;  bai'bas  sin  cabellera 
hasta  Felipe  IV;  bigotes  y  perilla  con 
cabellera  hasla  Felipe  V.  La  Europa 
actual  ha  vuelto  á  los  usos  griegos  y 
romanos.  Pelo  y  bai'bas  á  un  tiempo 
fueran  intolerables,  sobre  todo  en 
países  y  estaciones  calientes  :  ahora 
nos  va  bien  sin  uno  ni  otro  (a). 

1.  Sobra  cuadrillero,  pues  de  él  se 
habla  sin  que  quepa  equivocación.  1 
era  quien  había  salido  á  buscar  luz 
para  prender  á  los  delincuentes,  como 
se  dice  al  principio  del  período,  y  él  y 
no  otro  fué  quien  tuvo  necesid  d  de 
acudir  á  la  chimenea  para  encenderla. 

(a)  Sandoval,  lib.  XVIII,  párrafo  1. 

(ct)  Sin  uno  ni  otro.  —  Debe  decir,  sin  uno 
ni  otras,  por  ri'frrirse  á  pelo  y  barbas.  ¡  Qué 
pronto  da  cabezadas  el  maestro  1 

(M.  de  T.) 


CAPITULO  XVII 

DONDE  SE  PROSIGUEN  LOS  INNUMERABLES  TRABAJOS  QUE  EL  BRAVO 
D.  QUIJOTE  Y  SU  BUEN  ESCUDERO  SANCHO  PANZA  PASARON  EN  LA 
VENTA,    QUE   POR    SU   MAL   PENSÓ    QUE   ERA   CASTILLO  ^ 


Había  ya  vuelto  en  este  tiempo  de  su  parasismo  D.  Quijote,  y 
con  el  mismo  tono  de  voz  con  que  el  día  antes  había  llamado  á 
su  escudero,  cuando  estaba  tendido  en  el  val  de  las  estacas^,  le 


1.  Está  desacordado  el  lenguaje, 
porque  lo  están  lus números  délos  ver- 
bos. Debiera  haberse  omitido  la  ora- 
ción que  por  su  mal  pensó  que  era  cas- 
tillo, ó  la  mención  de  Sancho,  si  di- 
cha oración  se  conservaba.  Así  :  Donde 
se  prosiguen  los  innujjierahles  trabajos 
que  el  bravo  D.  Quijote  y  su  buen  escu- 
dero Sancho  Panza  pasaron  en  la  ven- 
ta :  ó  donde  se  prosiguen  los  innume- 
rables trabajos  que  eí  bravo  D.  Quijote 
pasó  en  la  venia,  que  por  su  mal  pensó 
que  era  castillo.  ' 

2.  Modo  festivo  de  designar  el  sitio 
donde  amo  y  mozo  fueron  derribados  y 
molidos  por  las  estacas  de  los  yan- 
güeses.  Alúdese  en  ello  al  romance 
viejo  que  empezaba  : 

Por  el  val  de  las  estacas. 

La  antigüedad  de  las  canciones  po- 
pulares da  la  calidad  de  proverbiales  á 
sus  expresiones,  y  asi  debió  suceder 
con  las  de  este  romance,  uno  de  los 
antiguos  de  Castilla.  El  autor  de  otro 
moderno  que  se  incluyó  en  la  quinta 
parte  de  la  colección  de  Pedro  de  Flores, 
censurando  la  manía,  que  fué  tan  co- 
mún á  fines  del  siglo  xvi  y  principios 
del  siguiente,  de  componer  romances 
moriscos,  decía  : 

Tanto  Azarque  y  tanto  Adulce, 
tanto  Gazúl  y  Ábenhamar, 
lanío  alquicel  y  marlota... 
muera  yo,  si  n"u  me  cansan. 


Renegaron  de  su  ley 
los  romancistas  de  España, 
y  ofreciéronle  á  Mahoma 
las  primicias  de  sus  galas. 
Dejaron  los  graves  hechos 
de  su  vencedora  i>atria, 
y  mendigan  de  la  ajena 
invenciones  y  patrañas. 
Lo»  Ordoños,  lo»  Mermudos, 
los  Ramiros,  los  Mudarras, 
los  Alfonsos,  los  Euricos, 
los  Sanchos  y  lus  de  Lara, 
¿qués  dellos?  y  ¿qué.-;  del  Cid? 
i  Tanto  olvido  en  glorias  tantas ! 
Aficiónense  lus  niños 
á  cantar  proezas  altas, 
los  mancebos  á  hacellas, 
los  viejos  á  aconsejallas. 
Buen  Conde  Fernán  González, 
Por  el  val  de  las  estacas, 
Nuria  Yero,  Ñuño  Vero, 
viejos  son,  pero  no  cansan. 

De  los  tres  romances  viejos  que  aquí 
se  citan,  el  del  Conde  Fernán  González 
y  el  de  NuTio  Vero  están  en  la  colección 
publicada  en  Amberes  el  año  de  1555, 
donde  se  copiaron  varios  de  los  anti- 
guos romances  de  Castilla  que  no  se 
conservaban  escritos,  sino  únicamente 
en  la  memoria  de  los  que  los  cantaban. 
No  se  incluyó  el  del  Val  de  las  estacas, 
el  cual  se  ha  perdido  para  siempre, 
como  habrá  sucedido  á  otros.  —  Algu- 
nos de  su  clase  se  hallan  glosados  en 
el  Cancionero  general  castellano,  loque 
da  á  entender  que  ya  se  miraban  como 
antiguos  en  el  siglo  xv. 


PRIMERA    PARTE.    —   CAPITULO    XVIl  249 

comenzó  á  llamar  diciendo  :  ¿  Sancho  amigo,  duermes? ¿Duermes, 
am¡í»-o  Sancho?  ¿  Qué  teng'o  de  dormir,  pesia  á  mí?,  respondió 
Sancho  lleno  de  pesadumbre  y  de  despecho  ;  que  no  parece  sino 
que  todos  los  diablos  han  andado  conmigo  esta  noche.  Puédeslo 
creer  así  sin  duda,  respondió  D.  Quijote,  porque  ó  yo  sé  poco,  ó 
este  castillo  es  encantado  \  porque  has  de  saber...  mas  esto  que 
ahora  quiero  decirte,  hasme  de  jurar  que  lo  tendrás  secreto  hasta 
después  de  mi  muerte.  Sí  juro,  respondió  Sancho.  Dígolo,  replicó 
D.  Quijote,  porque  soy  enemigo  de  que  se  quite  la  honra  á  nadie. 
Digo  que  sí  juro,  tornó  á  decir  Sancho,  que  lo  callaré  hasta 
después  de  los  días  de  vuestra  merced,  y  plega  á  Dios  que  lo 
pueda  descubrir  mañana.  ¿  Tan  malas  obras  te  hago,  Sancho, 
respondió  D.  Quijote,  que  me  querrías  ver  muerto  con  tanta  bre- 
vedad? No  es  por  eso,  respondió  Sancho,  sino  porque  soy  enemigo 
de  guardar  mucho  las  cosas,  y  no  querría  que  se  me  pudriesen  de 
guardadas.  Sea  por  lo  que  fuere,  dijo  D.  Quijote,  que  más  fío  de 
tu  amor  y  de  tu  cortesía;  y  así  has  de  saber  que  esta  noche  me  ha 
sucedido  una  de  las  más  extrañas  aventuras  que  yo  sabré  encare- 
cer, y  por  contártela  en  breve,  sabrás  que  poco  ha  que  á  mí  vino  la 
hija  del  señor  de  este  castillo,  que  es  la  más  apuesta  y  fermosa 
doncella-  que  en  gran  parte  de  la  tierra  se  puede  hallar.  ¡  Qué  te 
podría  decir  del  adorno  de  su  persona !  ¡  Qué  de  su  gallardo  enten- 
dimiento! ¡  Qué  de  otras  cosas  ocultas,  que  por  guardar  la  fe  que 
debo  á  mi  señora-'  Dulcinea  del  Toboso,  dejaré  pasar  intactas  y  en 
silencio!  Sólo  te  quiero  decir  que,  envidioso  el  cielo  de  tanto  bien 

1.  Los  castillos  encantados  son  piezas  taba  preso  con  Gradaso,  Sacripante  y 

que  juegan  con  mucha  frecuencia  en.  otras  muchas  personas  (a). 

los   libros  caballerescus  .    Allí     suelen  2.  Dictados  que  se  hallan  con  frecuen- 

estar  encerrados  largos  años  paladines,  cia    en  los   libros  de    caballerías.    La 

dueñas  y  doncellas    :  llega  por  fin  el  Princesa  Floriabella,  se  lee  en  el  libro  1 

punto  en  que  se  cumplen  el  tiempo  ó  de  Belianís  (6)  tomando  por  la  mano  á 

las  condiciones  del  encierro  :  se   pre-  la  linda  Matarrosa  su  prima,  que  una 

senta  un  caballero  andante,  que  por  su  de  las  más  apuestas  y  graciosas  donce- 

denuedo  ó  por  el  favor  de  algún   sabio  lias  era  de  todo  el  señorío  de  su  padre, 

acaba  felizmente  la  aventura;  da   un  le  dijo,  etc. 

trueno  desemejable  y   espantoso,  des-  3.  La  fe  debida  á  la  sin  par  Dulcinea 
aparece  el  encanto,  y  quedan  libres  los  del  Toboso  pedia  que  no  se   hiciesen  ó 
encantados.  En   el  Orlando  furioso  se  dijesen  cosas  en  su  perjuicio,  pero  no 
describe  el  castillo  que  el  mago  Atlante  que  se  callasen  las  hechas  en  su  obse- 
había   construido    con  sus  artes  en  el  quio,  como  la  de   haber  despreciado  la 
Pirineo,  y  donde  encarcelaba  caballeros  hermosura  y  gracias  de  la  apuesta  y 
y  doncellas  :  allí  se  cuenta  ciuno  Bra-  fermosa  doncella  Maritornes.    Así  hu- 
damante,  con  el  auxilio  del  anillo,  ven-  biera  discurrido    una  persona  cuerda, 
ció   al  mago,  le  obligó  á   deshacer  la  pero  D.  Quijote  no  lo  ei"a. 
piedra  que  contenía  los  caracteres  del 
encanto,  y  desapareció  el  castillo,  que- 
dando libre  su  amante  Rugero,  que  es-  (a)  Canto  4.  —  (6)  Gap.  XLIL 


250 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


como  la  ventura  me  había  puesto  en  las  manos,  ó  quizá  (y  esto  es 
lo  más  cierto)  que  como  tengo  dicho,  es  encantado  este  castillo,  al 
tiempo  que  yo  estaba  con  ella  en  dulcísimos  y  amorosísimos  colo- 
quios ^ ,  sin  que  yo  la  viese  ni  supiese  por  dónde  venía, vino  una  mano 
pegada  á  algún  brazo  de  algún  descomunal  gigante  -,  y  asentóme  una 
puñada  en  las  quijadas,  tal,  que  las  tengo  todas  bañadas  en  sangre; 
y  después  me  molió  de  tal  suerte,  que  estoy  peor  que  ayer  cuando 
los  arrieros  por  demasías  de  Rocinante  nos  hicieron  el  agravio  que 
sabes:  por  donde  conjeturo  que  el  tesoro  de  la  fermosura  desta 
doncella  le  debe  de  guardaralgún  encantado  moro,  y  no  debe  de  ser 
para  mí.  jNi  para  mí  tampoco,  respondió  Sancho,  porque  más  de 
cuatrocientos  moros  me  han  aporreado,  de  manera  que  el  moli- 
miento de  las  estacas  fué  tortas  y  pan  pintado'.  Pero  dígame, 
señor,  ¿  cómo  llama  á  esta  buena  y  rara  aventura,  habiendo  que- 
dado della  cual  quedamos?  Aun  vuestra  merced  menos  mal,  pues 
tuvo  en  sus  manos  aquella  incomparable  fermosura  que  ha  dicho; 
pero  yo,  ¿qué  tuve  sino  los  mayores  porrazos  que  pienso  recibir 
en  toda  mi  vida?  ¡  Desdichado  de  mí  y  de  la  madre  que  me  parió, 
que  ni  soy  caballero  andante  ni  lo  pienso  ser  jamás,  y  de  todas  las 


1.  Hubiera  podido  aconsejarse  á  Cer- 
vantes que  suprimiese  la  escena  noc- 
turna de  Maritornes,  por  razim  de  las 
groseras  imágenes  que  presenta.  Pero 
los  que  hayan  leído  y  hojeado  mucho 
los  libros  de  caballerías,  y  recuerden 
los  frecuentes  pasajes  que  describen 
lances  de  esta  especie  entre  los  caba- 
lleros y  las  damas,  no  podrán  dejar  de 
celebrar  la  ingeniosa  burla  con  que 
nuestro  autor  tiró  á  ridiculizarlos,  sus- 
tituyendo á  las  Princesas  una  fregona, 
á  los  caballei'os  andantes  un  arriero,  á 
los  reales  palacios  y  jardines  el  cama- 
ranchón de  una  venta,  á  antorchas  odo- 
ríferas el  candil  del  ventero,  á  las  am- 
pollas de  precioso  bálsamo  la  alcuza,  á 
los  sabios  encantadores  un  cuadrillero, 
y  su  media  vara  y  la  caja  de  sus  títu- 
los á  la  varilla  y  libro  fatídico  de  los 
nigromantes. 

2.  Modo  original  y  gracioso  de  des- 
cribir la  tremenda  puñada  del  arriero 
que  se  refirió  en  el  capítulo  precedente. 
—  Hubiera  sido  más  correcto  decir  al 
brazo,  por  evitarla  repetición  de  algún 
brazo  de  algún. 

3.  E.xpresión  proverbial  que  se  aplica 
á  los  casos  en  que  los  males  compara- 
dos con  otros  mayores  pueden  conside- 


rarse como  bienes,  así  como  las  tortas 
y  pan  hecho  con  adornos  y  esmero 
pueden  mirarse  como  regalos  respecto 
del  pan  común  y  ordinario.  Llámase 
pintar  el  pan,  imprimir  en  él  antes  de 
cocerse  ciertas  figurillas  y  labores  con 
molde  (a). 

Usóse  ya  desde  antiguo  en  castellano 
la  metáfora  del  texto  :  el  Bachiller  Fer- 
nán Gómez  de  Cibdad  Real  (p).  médico 
de  Ü.  Juan  11  de  Castilla,  escribía  en  el 
año  de  1434  á  un  cortesano  :  el  Adelan- 
tado Diego  de  Ribera  fizo  aprisionar  en 
Sevilla  aUjunas  personas,  é  con  buena 
guarda  los  manda  al  Rey,  que  los  es- 
pera, si  yo  no  soy  mal  zahori,  no  para 
darles  tortas  y  pan  pintado  {a). 

(a)  Ep.  61. 

(a)  Molde.  —  El  molde  en  cuestión  se  llama 
pintadera,  especie  de  marca  que  lleva 
ciertas  labores  y  figuras  en  hueco.  No  hay 
necesidad  de  remontarse  á  mayores  investi- 
gaciones, como  hacen  algunos  críticos  parí 
sacar  de  quicio  una  cosa  tan  sencilU  como 
el  pan  pintado,  definido  en  el  Üic'ionario 
de  la  Academia.  (M-de  T.) 

(p)  Cibdad  Heal.  —  Véase  lo  dicio  acerca 
de  este  fantástico  Bachiller,  en 'as  notas 
pag.  IX,  n-  3  y  10.  y  pág.  3.         (M  de  T.) 


PRIMEHA    PAUTE.    —    GAPÍTUí.O    XVII  231 

malandanzas  me  cabe  la  mayor  parle !  ¿Luego  también  estás  túapo- 
rrcado?,  respondió  D.  Ouijote.  ¿  No  le  he  diclio  (pie  sí,  pese  á  mi 
linaje?  dijo  Sancho.  No  leni^^as  pena,  amigo,  dijo  D.  (Juijole,  que 
yo  haré  ahora  el  bálsamo  precioso  con  que  sanaremos  en  un  abrir 
y  cerrar  de  ojos.  Acabó  en  esto  de  encender  el  candil  el  cuadri- 
llero, y  entró  á  ver  el  que  pensaba  que  era  muerto,  y  así  como  le 
vio  entrar  Sancho,  viéndole  venir  en  camisa  y  con  su  paiio  de  ca- 
beza y  candil  en  la  mano,  y  con  una  muy  mala  cara,  preguntó  á  su 
amo  :  Señor,  ¿si  será  este  á  dicha  el  moro  encantado'  que  nos 
vuelve  á  castigar,  si  se  dejó  algo  en  el  tintero?  No  puede  ser  el 
moro,  respondió  D.  Quijote,  porque  los  encantados  no  se  dejan 
yer  de  nadie.  Si  no  se  dejan  ver,  déjanse  sentir,  dijo  Sancho  :  si  no, 
díganlo  mis  espaldas.  También  lo  podrían  decir  las  mías,  respon- 
dió D.  Ouijote;  pero  no  es  bastante  indicio  ese  para  creer  que  este 
que  se  ve  sea  el  encantado  moro.  Llegó  el  cuadrillero,  y  como  los 
halló  hablando  en  tan  sosegada  conversación,  quedó  suspenso. 
Bien  es  verdad  que  aun  D.  Ouijote  se  estaba  boca  arriba  sin  po- 
derse menear  de  puro  molido  y  emplastado.  Llegóse  á  él  el  cua- 
drillero y  díjole  :  Pues  ¿cómo  va,  buen  hombre  -  ?  Hablara  yo  más 
bien  criado,  respondió  D.  Quijote,  si  fuera  que  vos  :  ¿Usase  en 
esta  tierra  hablar  desa  suerte  á  los  caballeros  andantes,  majadero? 
El  cuadrillero,  que  se  vio  tratar  tan  mal  de  un  hombre  de  tan  mal 
parecer,  no  lo  pudo  sufrir,  y  alzando  el  candil  con  todo  su  aceite, 
dio  á  D.  Quijote  con  él  en  la  cabeza,  de  suerte  que  le  dejó  muy 
bien  descalabrado;  y  como  todo  quedó  á  escuras,  salióse  luego,  y 
Sancho  Panza  dijo  :  Sin  duda,  señor,  que  éste  es  el  moro  encan- 
tado, y  debe  de  guardar  el  tesoro  para  otros,  y  para  nosotros  sólo 
guarda  las  puñadas  y  los  candilazos.  Así  es,  respondió  D.  Quijote, 
y  no  hay  que  hacer  caso  destas  cosas  de  encantamento,  ni  hay  para 
qué  tomar  cólera  y  enojo  con  ellas,  que  como  son  invisibles  y  fan- 
tásticas, no  hallaremos  de  quién  vengarnos  aunque  más  lo  procu- 
remos. Levántate,  Sancho,  si  puedes,  y  llama  al  alcaide  desta  for- 
taleza, y  procura  que  se  me  dé  un  poco  de  aceite,  vino,  sal  y 
romero  para  hacer  el  salutífero  bálsamo,  que  en  verdad  que  creo 
que  lo  he  bien  menester  ahora,  porque  se  me  va  mucha  sangre  de 

1.  OcurrenciadeSanclio,  tan  graciosa  llero?  — Dicha  y  ventura  son  sinóni- 

como  natural  en  aquellas   circunstan-  mes,  como  lo  son  también  desdicha  y 

cias.  —  Á  dicha  es    lo  mismo  que  poi'  desventura. 

ventura,  por  dicha,  según  se  dice  des-  2.  Buen    hombre,    tratamiento    que 

pues  :  ¿por  dicha,  contestaba  Sancho  á  arguye  gran  superioridad  en  quien  lo 

su  amo  que  le  enseñaba  la  alcuza  del  usa,   respecto    de    aquel    á    quien  lo 

santísimo  ttálsamo,  hásele  olvidado  á  dirige.  Parece  bondad  y  es  desprecio. 
vuestra  merced  como  yo  no  soy  cuba- 


252  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

la  herida  que  esta  fantasma  rae  ha  dado.  Levantóse  Sancho  con 
harto  dolor  de  sus  huesos,  y  fué  ú  escuras  donde  estaba  el  ventero, 
y  encontrándose  con  el  cuadrillero,  que  estaba  escuchando  en  qué 
paraba  su  eneniiai'o,  le  <l¡jo  :  Señor,  quien  qiii(M'a  (j ue  seáis  \  haced- 
nos  merced  y  beneficio  de  darnos  un  poco  de  rcfinero,  aceite,  sal  y 
vino,  que  es  menester  para  curar  uno  de  los  mejores  caballeros 
andantes  que  hay  en  la  tierra,  el  cual  yace  en  aquella  cama  malfe- 
rido  por  las  manos  del  encantado  moro  que  está  en  esta  venia. 
Cuando  el  cuadrillero  tal  oyó,  túvole  por  hombre  falto  de  seso;  y 
porque  ya  comenzaba  á  amanecer,  abrió  la  puerta  de  la  venta,  y 
llamando  al  ventero,  le  dijo  lo  que  aquel  buen  hombre  quería.  El 
ventero  le  proveyó  de  cuanto  quiso,  y  Sancho  se  lo  llevó  á  D.  Qui- 
jote, que  estaba  con  las  manos  en  la  cabeza  quejándose  del  dolor 
del  candilazo,  que  no  le  había  hecho  más  mal  que  levantarle  dos 
chichones^  algo  crecidos,  y  lo  que  él  pensaba  que  era  sangre  no 
era  sino  sudor  que  sudaba  con  la  congoja  de  la  pasada  tormenta. 
En  resolución,  él  tomó  sus  simples,  de  los  cuales  hizo  un  compuesto 
mezclándolos  todos  y  cociéndolos  un  buen  espacio '  hasta  que  le 
pareció  que  estaban  en  su  punto.  Pidió  luego  alguna  redoma  para 
echallo,  y  como  no  la  hubo  en  la  venta,  se  resolvió  de  ponello  en 
una  alcuza  ó  aceitera  de  hoja  de  lata,  de  quien  el  ventero  le  hizo 
grata  donación  '■;  y  luego  dijo  sobre  la  alcuza  más  de  ochenta  pa- 
ter-nostres  y  otras  tantas  ave-marías,  salves  y  credos,  y  á  cada 
palabra  acompañaba  una  cruz  á  modo  de  bendición  :  á  todo  lo  cual 
se  hallaron  presentes  Sancho,  el  ventero  y  cuadrillero,  que  ya  el 
arriero  sosegadamente  andaba  entendiendo  en  el  beneficio  de  sus 
machos.  Hecho  esto,  quiso  él  mismo  hacer  luego  la  experiencia  do 

1.  Mil  sales  tiene  esta  plegaria  de  más  estando  tan  molido  y  aporreado 
Sancho,  que  puede  sacar  la  risa  del  en  la  cama,  aflunde  le  llevó  Sancho  los 
seno  de  la  misma  melancolía.  ingredientes.  En  adelante  se  echa  me- 

2.  Sin  embargo,  se  había  dicho  poco  nos  también  el  modo  con  que  después 
antes  que  el  candilazo  dejó  á  D.  Qui-  de  vomitarse  volvió  ala  cama;  trámite 
jote  muy  bien  descalabrado,  que  es  algo  que  se  supone  al  decir  que  mando  que 
más  qué  chichones  (a).  —  Dicese  poco  le  arropasen  y  le  dejasen  solo. 
después  :  se  resolvió  de  ponello  (el  4.  Quien  (¡i)  se  dice  ordinariamente 
bálsamo)  en  una  alcuza  ó  aceitera  de  de  las  pei'sonas  y  no  de  las  oseas.  Cer- 
hoja  de  lata:  ahora  diriamos  resolvió  vantes  solía  no  tener  cuenta  con  esto, 
ponello.  como   sucedió   aquí,   y   poco  después. 

3.  Se  echa  menos  en  esta  parte  de  la  donde  dice  :  La  estera  de  enea  sobre 
relaci(3n  la  del  modo  con  que  se  levantó  quien  .^e  había  vuelto  d  echar. 

D.  Quijote  á  hacer  su  menjurje,  mucho  Grata  donación.    Grata   equivale   á 

agradable;  mas  en  este  lugar  está  por 
gratuita  ó  graciosa. 
(a)  Aluy  bien  descalabrado  que  es  algo  más 
que.  chichones.  —La  gramática,  como  áiria,  el  (.3)  C'""""-  —  Kn  la  é|)Oca  de  Cervantes  no 

mismo  Clemencín,   no  es  muv  elegante.  estaba   fijado   ni   mucho  menos  el  uso  del 

(M.  de  T.)         pronombre  quien.  (M.  de  T.) 


PRIMEnA    PARIR.    —    CAPÍTULO    XVII  253 

la  viiiiul  (le  aíiiicl  precioso  hálsanio  (jiic  el  se  ¡mag'inaba,  y  así  se 
l)el)i(')  (le  lo  (|ne  no  pudo  caber  <mi  la  alcuza  y  (pje(lal)a  en  la  olla, 
donde  se  liahía  cocido  casi  m(ídia  azundjre,  y  apenas  lo  acabó  de 
beber  cuando  comenzó  á  vomitar  de  manera  que  no  le  quedó  cosa 
en  el  estómago,  y  con  las  ansias  y  agitación  del  vómito  le  dio  un 
sudor  copiosísimo,  por  lo  cual  mand(j  ({ue  le  arropasen  y  le  deja- 
sen solo.  Ilicií'ronlo  así  y  quedóse  dormido  más  d(;  tres  iioras,  al 
cabo  de  las  cuales  despertó  y  se  sintió  aliviadísimo  del  cuerpo,  y 
en  tal  manera  mejor  de  su  quebrantamiento,  que  se  tuvo  por  sano, 
y  verdaderamente  creyó  que  había  acertado  con  el  bálsamo  de 
K¡(^iabrás,  y  ([ue  con  aquel  remedio  podía  acometer  desde  allí  en 
adídaule  sin  temor  alguno  cualesquiera  ruinas,  batallas  y  penden- 
cias ',  por  peligrosas  que  fuesen.  Sancho  Panza,  que  también  tuvo 
á  milagro  la  mejoría  de  su  amo,  le  rogó  que  le  diese  á  ól  lo  que 
quedaba  en  la  olla,  que  no  era  poca  cantidad.  Goncedióselo  D.  Qui- 
jote, y  él,  tomándola  á  dos  manos,  con  buena  fe  y  mejor  talante  se 
la  echó  á  pechos,  y  envasó  bien  poco  menos  que  su  amo.  Es^  pues, 
el  caso,  que  el  estómago  del  pobre  Sancho  no  debía  de  ser  tan 
delicado  como  el  de  su  amo,  y  así  primero  que  vomitase  le  dieron 
tantas  ansias  y  bascas  con  tantos  trasudores  y  desmayos,  que  él 
pensó  bien  y  verdaderamente^  que  era  llegada  su  última  hora;  y 
viéndose  tan  afligido  y  congojado,  maldecía  el  bálsamo  y  al  ladrón 
que  se  lo  había  dado.  Viéndole  así  D.  Quijote,  le  dijo  :  Yo  creo, 
Sancho,  que  todo  este  mal  te  viene  de  no  ser  armado  caballero-*, 
porque  tengo  para  mí  que  este  licor  no  debe  de  aprovechar  á 
los  que  no  lo  son.  Si  eso  sabía  vuestra  merced,  replicó  Sancho, 
mal  haya  yo  y  toda  mi  parentela,  ¿para  qué  consintió  que  lo 
gustase?  En  esto  hizo  su  operación  el  brebaje,  y  comenzó  el 
pobre  escudero  á  desaguarse  por  entrambas  canales  con  tanta 
priesa,  que  la  estera  de  enea  sobre  quien  se  había  vuelto  á  echar, 
ni  la  manta'  de  angeo  con  que  se  cubría,  fueron  mas  de  prove- 

1.  De  las  6a/aZZas  está  bien  dicho  que  pensó,  sino  á  era  llegada.  El  orden 
se  acomelen,  pero  no  tanto  de  las  pen-  sería  :  Pensó  bien,  que  verdaderamente 
dentias,  y  menos  aun  de  las  ?'ííí/ias.  Es       era  llegada  su  última  hora. 

claro  que  en  vez  de  fuinas  debe  leerse  3.  Salida    sumamente    apropiada  al 

riñas  (a).  carácter  de  D.  Quijote  y  muy  análoga  á 

2.  El  adverbio  verdaderamente  está  loqueen  el  capitulo  XV discurría  haber 
dislocado  ([ij,  porque  no  cori'csponde  á  sido    la  causa  de    su  desgracia  en  la 

aventura  de  los  desalmados  yangüeses. 

(«)  RiTiat.  —  Así  lo  han  escrito  Pellicer  y  4.  Hace  falta  un  ni,    que   aparente- 

otros.                                          (M.  de  T.)  "  mente  omitió  por  descuido  el  impresor: 

(,3)  Dislocado.  —  No  hay  tal  dislocación.  Que  ni   la  estera,  ni  la  manta  fueron 

Verdaderamente  equivale  á  en  verdad,  á   la  tnás  de  Orovecho 

verdad,  que  no  son  incompatibles  con  pen-  ^ 
tar.                                                (M.  de  T.) 


254  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

cho :  sudaba  y  trasudaba  con  tales  parasismos  y  accidentes,  que 
no  solamente  él,  sino  todos  pensaron  que  se  le  acababa  la  vida. 
Duróle  esta  borrasca  y  malandanza  casi  dos  horas,  al  cabo  de 
las  cuales  no  quedó  como  su  amo,  sino  tan  molido  y  quebran- 
tado, que  no  se  podía  tener;  pero  D,  Quijote,  que  como  se  ha 
dicho,  se  sintió  aliviado  y  sano,  quiso  partirse  luego  á  buscar 
aventuras,  pareciéndole  que  todo  el  tiempo  que  allí  se  lardaba  era 
quitársele  al  mundo  y  á  los  en  él  menesterosos  de  su  favor  y  am- 
paro, y  más  con  la  seguridad  y  confianza  que  llevaba  en  su  bál- 
samo. Y  así,  forzado  deste  deseo,  él  mismo  ensilló  á  Rocinante  y 
enalbardó  al  jumento  ^  de  su  escudero,  á  quien  también  ayudó  á 
vestir  y  á  subir  en  el  asno  :  púsose  luego  á  caballo,  y  llegándose  á 
un  rincón  de  la  venta,  asió  de  un  lanzón^  que  allí  estaba  para  que  le 
sirviese  de  lanza.  Estábanle  mirando  todos  cuantos  había  en  la 
venta,  que  pasaban  de  más  de  veinte  personas^  :  mirábale  también 
la  hija  del  ventero,  y  él  también  no  quitaba  los  ojos  della  '*,  y  de 
cuando  en  cuando  arrojaba  un  suspiro  que  parecía  que  lo  arrancaba 
de  lo  profundo  de  sus  entrañas,  y  todos  pensaban  que  debía  de  ser 
de  dolor  que  sentía  en  las  costillas;  á  lómenos  pensábanlo  aquellos 
que  la  noche  antes  le  habían  visto  bizmar.  Ya  que  estuvieron  los 
dos  á  caballo,  puesto  á  la  puerta  de  la  venta  llamó  al  ventero,  y 
con  voz  muy  reposada  y  grave  le  dijo  :  Muchas  y  muy  grandes  son 
las  mercedes,  señor  alcaide,  que  en  este  vuestro  castillo  he  reci- 
bido •%  y  quedo  obligadísimo  á  agradecéroslas  todos  los  días  de  mi 

1.  Mejor  :  enalbardó  el  jumento.  Or-  el  pretexto  con  que  D.  Quijote  se  apro- 
dinariamente  Ja  preposición  á  se  usa  pió  el  lanzón,  sin  que  se  opusiese  su 
con  el  objeto,  cuando  éste  es  persona  dueño  el  ventero,  ni  lo  pusiese  en  la 
y  no  en  otros  casos.  Decimos  amar  á  cuenta  que  poco  después  le  hizo  de  su 
Pedro  ó  ú  Juan  y  amar  el  vino  ó  el  gasto  de  paja,  cebada,  cena  y  camas. 
juego.  3.  Sobra  el  de  más,  porque  no  podía 

2.  La  palabra  íanzdn,  (a)  á  pesar  de  su  decirse  que  pasaban  de  menos.  Eslá- 
terminaciún  aumentativa,  significa  una  banle  mirando,  debió  ponerse,  lodos 
cosa  menor  que  lanza,  á  la  manera  que  cuantos  había  en  la  ienta,que  pasaban 
ra<o'n significa  también  una  cosa  menor  de  veinte  personas. 

qwe  rata,  y  que  í'a6d«  indica  un  animal  4.  En  castellano  no  se  á\ce  también 

de  poco  rabo  ó  sin  rabo.   Son  vocablos  no,    sino  tampoco.  —  Que    D.   Quijote 

con  terminación  y  forma  de  aumenta-  mirase  á   la    hija  del    ventero,  ya  se 

tivos,  y  significado  y  fuerza  de  diminu-  explica  por   la  equivocación  con  que 

tivos.  imaginaba  que  era  la  que  había  estado 

Se  echa  de  menos  el  título,  ó  siquiera  la    noche  antes   en   el   camaranchón, 

pero  se  dice  que   ella  también  le  mi- 

(a)  Lanzan.  —  Según  la  Academia,  lantén  raba;  y¿  qué  motivo   particular  había 

es  aumentativo  de  lanza.  Eso  no  impide  que  para  expresar  que  miraba  á  D.  Quijote 

haya  en  nuestra  lengua  algunos  diminutivos  fa  hija  del  ventero,  cuando   apenas  se 

en  on  como  alón,  callejón,  carretón,  etc.  j^  ha  nombrado,  ni  ha  hecho  papel  al- 

fíabon,  lo  mismo  (lue  pelón,  no  son  dimi-  ,                                           *^  í     -j 

nutivos.  Respecte,  á  la  propiedad  del  lanzón.  ^u^^^  «n  los  sucesos  que  van  referidos 

el  toxto    no   está  bastante   ciaro,   pero   de  de  la  venta  . 

seguro  no  era  del  ventero.         (M.  de  T.)  5.  Olvidó  aquí  D.  Quijote   lo  de    la 


l'HIMERA    PAHIi:.    —    CAPÍTULO    XVII 


255 


vida.  Si  os  las  puodo  paf^ar  en  haceros  vengado  de  algún  soberbio 
que  os  haya  fecho  algún  agravio,  sabed  (pie  mi  oíi(-io  no  es  otro 
sino  vahir  á  h)S  que  poco  pueden  y  vengar  h  los  que  recijjen  tuer- 
tos, y  castigar  alevosías  :  recorred  vuestra  memoria,  y  si  halláis 
alguna  cosa  deste  jaez  que  encomendarme,  no  hay  sino  decilla,  que 
yo  os  prometo  por  la  orden  de  caballero  que  recebí,  de  faceros 
satisfecho  y  pagado  á  toda  vuestra  voluntad.  El  ventero  le  respon- 
dió con  el  mismo  sosiego  :  Señor  caballero,  yo  no  tengo  necesidad 
de  <í[ue  vuestra  merced  me  vengue  ningún  agravio,  porque  yo  sé 
tomar  la  venganza  (jue  me  parece  cuando  se  me  hacen  :  sólo  he 
menester  que  vuestra  merced  me  pague  el  gasto  que  esta  noche 
ha  hecho  en  la  venta,  así  de  la  paja  y  cebada  de  sus  dos  bestias 
como  de  la  cena  y  camas.  ¿Luego  venta  es  ésta?  replicó  D.  Qui- 
jote. Y  muy  honrada,  respondió  el  ventero.  Engañado  he  vivido 
hasta  aquí,  respondió  D.  Quijote,  que  en  verdad  que  pensé  que  era 
castillo,  y  no  malo  ;  pero  pues  es  así  que  no  es  castillo  sino  venta, 
lo  que  se  podrá  hacer  por  ahora,  es  que  perdonéis  por  la  paga  \ 
que  yo  no  puedo  contravenir  á  la  orden  de  los  caballeros  andantes, 
de  hós  cuales  sé  cierto  (sin  que  hasta  ahora  hnya  leído  cosa  en  con- 
trario)'- que  jamás  pagaron  posada  ni  otra  cosa  en  venta  donde 


mano  pegada  al  brazo  del  descomunal 
gigante,  el  moro  encantado,  las  quija- 
das bañadas  en  sangre,  las  costillas 
pateadas,  la  ruina  del  lecho,  y  final- 
mente, el  candilazo. 

1.  Por  la  paga,  quiere  decir  por  lo  to- 
cante (i  la  paga.  Esta  contestación  de 
D.  Quijote  no  es  la  que  se  espera;  pues 
acabándosede  decir  que  nuestro  hidalgo 
reconocía  su  engaño  y  que  no  era  cas- 
tillo, sino  venta,  parecía  natural  que 
olvidando  lo  generoso  y  gratuito  del 
alojamiento  propio  de  los  castillos,  se 
conformase  con  lo  interesado  y  paga- 
dero del  hospedaje  de  las  ventas.  Acaso 
quiso  reprender  esto  el  Licenciado 
Alonso  Fernández  de  Avellaneda  en  el 
capítulo  V  de  su  Quijote  contrahecho, 
donde  refiere  la  escena  que  pasó  al  salir 
amo  y  mozo  de  una  venta,  y  está  tomada 
en  substancia  de  la  presente.  Despidién- 
dose D.  Quijote,  dijo  al  ventero  y  á 
Jos  demás  huéspedes  que  allí  esta- 
ban : 

«  Castellano  y  caballeros,  mirad  si  de 
presente  se  os  ofrece  alguna  cosa  en 
que  yo  os  sea  de  provecho,  que  aquí 
estoy  pronto  y  aparejado  para  serviros. 
El  ventero  respondió  :  Señor  caballero, 


aquí  no  habemos  menester  cosa  alguna, 
salvo  que  vuesa  merced  ó  este  labrador 
que  consigo  trae,  me  paguen  la  cena, 
cama,  paja  y  cebada,  y  vayanse  tras 
esto  muy  enhorabuena.  Amigo,  dijo 
D.  Quijote,  yo  no  he  visto  en  libro  al- 
guno que  haya  leído,  que  cuando  algún 
castellano  ó  señor  de  fortaleza  merece 
por  su  buena  dicha  hospedar  en  su 
casa  algún  caballero  andante,  le  pida 
dinero  por  la  posada;  pero,  pues,  vos, 
dejando  el  honroso  nombre  de  cas- 
tellano, os  hacéis  ventero,  yo  soy  con- 
tento que  os  paguen ;  mirad  cuánto  es 
lo  que  os  debemos.  Dijo  el  ventero  que 
se  le  debían  catorce  reales  y  cuatro 
cuartos.  De  vos  hiciera  j'o  esos  por  la 
desvergüenza  de  la  cuenta,  replicó 
D.  Quijote,  si  me  estuviera  bien,  pero 
no  quiero  emplear  tan  mal  mi  valor ; 
y  volviéndose  á  Sancho,  le  mandó  se 
los  pagase.  »  He  copiado  más  á  la  larga 
este  pasaje  para  que  pueda  enterarse  el 
lector  de  la  manera  de  escribir  de  Ave- 
llaneda, y  compararla  con  la  de  Cer- 
vantes. 

2.  Bowle  sobre  este  lugar  prueba  que 
se  engañaba  D.  Quijote  con  el  ejemplo 
de  Orlando,  que  según  refiere  Pulci  en 


256 


DON    QUIJOTE    DE    lA    M\NCHA 


estuviesen,  porque  se  les  debe  de  fuero  y  de  derecho  cualquier 
buen  acogimiento  que  se  les  hiciere,  en  pago  del  insufrible  trabajo 
que  padoi-en  buscando  las  aventuras  de  noclio  y  de  día,  en  invierno 
V  en  verano,  á  pie  y  á  caballo,  con  sed  y  con  hambre,  con  calor  y 
con  frío,  sujetos  á  todas  las  inclemencias  del  cielo  y  á  todos  los 
incómodos  de  la  tierra.  Poco  tengo  yo  que  ver  en  eso,  respondió 
el  ventero ;  pagúeseme  lo  que  se  me  debe,  y  dejémonos  de  cuentos 
ni  de  caballerías,  que  yo  no  tengo  cuenta  con  oLra  cosa  que  con 
cobrar  mi  hacienda.  Vos  sois  un  sandio  y  mal  hoslalero\  respondió 
D.  Qui)ote,  y  poniendo  piernas  á  Rocinante  y  terciando  su  lanzón. 
se  salió  de  la  venta  sin  que  nadie  le  detuviese;  y  él,  sin  mirar  si  le 
seguía  su  escudero,  se  alongó  un  buen  trecho.  El  ventero,  que  le 
vio  ir  y  que  no  le  pagaba,  acudió  á  cobrar  de  Sancho ^  Panza,  el 


su  Morgante  mayor  («)  estaba  muy 
apurado  porque  no  tenia  dinero  para 
pagar  ai  dueíao  de  un  mesón,  el  cual 
quería  que  dejase  el  caballo  en  prendas. 
Y  añaile  que  cuando  le  faltaba  dinero  á 
Orlando,  pagaba  siempre  en  palos  á 
los  huéspedes.  Pudiera  acaso  respon- 
derse que  D.  Quijote  hablaba  sólo  de  lo 
que  había  leído  :  pero  no  tiene  lugar  la 
excusa,  porque  en  el  capitulo  1  de  la  parte 
primera  de  la  fábula  aparece  ya  que 
conocía  la  historia  de  Morgante,  y  al 
principio  de  la  segunda  dice  expresa- 
mente haber  leído  la  historia  donde  se 
hace  mención  particular  desús  liazañas. 

1.  Ya  se  ha  notado  alguna  vez  que 
los  dialectos  hijos  de  una  misma  lengua 
suelen  tener  más  relaciones  y  puntos 
comunes  entre  si  cuanto  menos  dis- 
tan de  su  origen.  Asi  sucede  con  las 
voces  hostal  y  hostalero,  nacidas  ori- 
ginalmente del  latino  hospitium,  que 
alguno  menos  instruido  en  los  orígenes 
y  progresos  de  los  idiomas  modernos 
quizá  miraría  como  extranjeras  en  el 
nuestro,  porque  pertenecen  también  al 
francés  y  al  italiano.  Hostal  es  abrevia- 
tura de  hospital,  y  hostalero  de  hospi- 
talero. 

Gonzalo  de  Berceo,  poeta  castellano 
de  principios  del  siglo  xiii,  dijo  ha- 
blando de  Santo  Domingo  de  Silos  en 
su  Vida  : 

El   confesor   precioso    de   los    fechos   cab- 

. dales...  (b) 

Mandóles  que  entrasen  dentro  á  los  ostales. 

(a)  Canto  21.  —  (6)  Habla  del  Santo,  coplas 
299  y  3ÜÜ. 


Mandó  á  los  oitaieros  de  los  omneg  pensar. 
Comieron  queque  era  cena  ó  almorzar. 

El  arcipreste  de  Hita,  que  fué  poste- 
rior á  lierceo,  usó  también  de  la  pala- 
bra hostal  (a),  y  de  hosl ataje  por  hos- 
pedaje enposadafb).  El  Obispo  Guevara, 
predicador  de  Carlos  V,  escritor  tan  au- 
torizado en  materias  de  lenguaje  como 
desautorizado  en  las  históricas,  en  su 
Aviso  de  privados  y  Doctrina  de  corte- 
sanos (c)  menciona  ciertas  palabras  que 
vio  escritas  en  un  hostal  de  Cataluña  i  *  j. 
En  el  día  usamos  de  la  palabra  hostería, 
que  tiene  el  mismo  origen  y  proceden- 
cia, y  que  en  tiempo  de  D.  Diego  Hur- 
tado de  Mendoza  era  reputada  italia- 
nismo,  como  se  ve  por  las  cartas  dsl 
Dachillerde  Arcadia.  Tales  son  las  vici- 
situiles  y  alternativas  de  las  lenguas, 
esclavas  siempre  de  la  inconstancia  y 
capriciios  del  uso. 

2,  Véase  un  ejemplo  de  que  los  ver- 
bos llamados  activos,  cual  es  cobrar, 
jiueden  usarse  también  como  neutros, 
esto  es,  sin  expresar  el  objeto  á  que  su 
acción  se  dirige,  puesto  que  aquí  no  se 
expresa  lo  que  había  de  cobrarse,  y  que 
en  la  página  anterior  decía  el  ventero 

la)  Copla  1.527.  —  (6)  Cantiga  terrana, 
pág.  106.  -(c)  Cap.  XV III, 

ía)  De  Cataluña.—  Precisamente  los  cata- 
lanes conservan  la  palabra  hostal.  Las  paln- 
bias  hostal,  lioatalifTtj  ú  hostelero  y  hostería  ya 
no  se  usan  en  castellano.  En  cambio,  por 
todas  ¡Kiries  se  ve  usada  la  palabra  francesa 
hotel  V  hasta  recuerdo  haber  visto  escrito 
hotelero.  iM-  de  T.) 


IMUMEHA    PAnTF..    —    CAF'ITUI.O    XVII 


257 


cual  (lijo  (juo  pues  su  soñor  no  liabí.-i  querido  pagar,  que  tampoco 
('•I  pagaría,  porque  siendo  el  escudero  de  caballero  andante  como 
era,  la  mesnia  réjala  y  razón  corría  por  él  como  por  su  amo  en  no 
pagar  cosa  alguna  en  los  mesones  y  venias.  Amohinóse  mucho 
deslo  el  ventero,  y  ainena/ólf!  (pie  si  no  le  pagaba,  que  lo  cobraría 
de  modo  ¡pie  le  pesase.  A  lo  cual  Sancho  respondió  que  por  la  ley 
de  caballería  ([ue  su  amo  había  recebido,  no  pagaría  un  solo  cor- 
nado '  aunque  le  costase  la  vida,  porque  no  había  de  perder  por  él 
la  buena  y  anligua  usanza  de  los  caballeros  andantes,  ni  se  habían 
de  quejar  dé!  los  escuderos  de  los  tales  que  estaban  por  venir  al 
mundo,  reprochiuuloie  el  quebrantamiento  de  tan  justo  fuero. 
Quiso  la  mala  suerte  del  desdichado  Sancho,  que  entre  la  gente  que 
estaba  en  la  venia  se  hallasen  cuatro  perailes  de  Segovia^,   tres 


que  sólo  tralalia  tic  cobrar  su  ha- 
cieiidiá.  Iiilinilos  ejt^niplos  pudieivan 
traerse  de  lo  mismo  tomadcs  del  Qui- 
jote y  demás  obras  de  Cervantes.  Otra 
calidad  ctumm  ;i  todos  los  verbos  acti- 
vos es  ])oder  usarse  como  recíprocos  y 
como  impersonales  ;  como  recípro- 
cos (a), cuando  toman  por  objeto  lospro- 
nombres  me,  te,  se :  como  imperso- 
nales, cuando  su  singular  no  tiene 
sujeto,  y  está  precedido  del  pronombre 
se.  Asi  que  son  defectuosas  las  divi- 
siones que  vulgarmente  dan  las  gramá- 
ticas de  estas  clases  de  verbos.  Activos 
son  los  que  admiten  objeto,  aunque  al- 
gunas veces  no  lo  lleven;  neutros  los 
que  en  ningún  caso  le  admiten  :  recí- 
procos los  que  nunca  se  usan  sin  alguno 
de  los  tres  pronombres  yu,  lú.  él,  como 
arrepenl,irse ;  estos  son  pocos  y  nunca 
pueden  usarse  ni  como  neutros,  ni 
como  impersonales.  Si  á  dichas  tres 
clases  se  añade  la  de  los  impersonales, 
como  llueve,  truena,  hiela,  y  otros 
que  significan  efectos  meteóricos,  los 
cuales  no  llevan  sujeto  ni  objeto,  se 
tendrá  una  división  que  comprende  to- 
das ías  clases  de  verbos,  sinciue  se  con- 
fundan unas  con  otras. 

1.  Palabra  sincopada  de  coronado;  sig- 
nifica una  moneda  castellana  que 
corrió  desde  el  siglo  xiii  hasta  el  xvi, 

(a)  Reciproco.  —  Glemencín  no  está  en  lo 
cierto  :  fífciproco  se  llam?.  e!  veibo  en  cuya 
acción  intervienen  dos  ú  más  personas, 
como  :  Ped'-o  y  Juan  se  cartean.  Por  lo  de- 
más, en  esto  de  la  clasificación  de  los  ver- 
bos y  del  empleo  de  muchos  de  ellos  como 
ri'flpxiuos,  liav  bastante  que  decir. 

(M.  de  T.) 


y  fué  ordinariamente  la  se.xta  parte  del 
maravedí  de  entonces.  Los  hubo  viejos 
y  nuevos;  según  las  noticias  recogidas 
por  el  P.  Sáez  (a),  los  primeros  valían 
cuatro  y  los  segundos  dos  maravedises 
y  medio  de  los  nuestros.  IJsase  aquí  en 
el  sentido  de  ser  moneda  de  valor  corto 
y  despreciable,  lo  mismo  que  al  fin  del 
capítulo  se  hace  con  ardite,  moneda 
pequeña  de  cobre  que  corrió  en  España 
en  el  siglo  xvi,  y  al  parecer  era  origina- 
ria de  Navarra,  dono'e  también  la  hubo 
de  plata  con  este  nombre.  —  Gelidón  de 
Iberia  se  hallaba  en  la  Casa  encantada 
con  una  ferocísima  sierpe  á  la  vista; 
pero 

Un  punto  no  se  turba  ni  se  altera. 

Que  á  semejantes  cosas  era  usado  ; 

El  escudo  y  la  espada  en  delantera. 

No  eslima  cuanto  venga  en  un  cornado  (6). 

2.  Perailes,  anagrama  de  pelaires, 
que  eran  ciertos  operarios  de  las  fábri- 
cas de  jiaños,  llamados  así  porque  tra- 
bajaban en  ellos  colgados  al  aire.  Estas 
fábricas  florecían  viviendo  Cervantes,  y 
señaladamente  en  Segovia,  donde  aun 
quedan  vestigios.  —  Afjujeros,  fabri- 
cantes ó  vendedores  de  agujas.  —  Potro 
de  Córdoba,  uno  de  los  parajes  de  Es- 
paña que  en  el  capítulo  111  de  esta  pri- 
mera parte  se  cuentan  entre  los  de 
mayor  concurso  de  gente  baladí  y  mal 
entretenida. — //e>'¿a(fí)(/ería)  de  Sevilla, 


(a)  Monedas  de  Enrique  IV. 
canto  34. 


(6)  Celidón, 


(fi)  IJeria..—  Aunque  es  común  entrp  mis 
paisanos  pronunciar  la  A  como  j,  como  lo 
prueba  el  dicho  :  Quien  no  diga  Jachu.,  jigo  y 

n 


238  nON    QlIJOTE    DE    LA    MANCHA 

agujeros  del  Potro  de  Córdoba  y  dos  vecinos  de  la  hería  de  Sevilla, 
gente  alegre,  bien  intencionada,  maleanlc  y  juguetona,  los  cuales, 
casi  como  instigados  y  movidos  de  un  mismo  espíritu,  se  llegaron 
á  Sancho,  y  aj)eándole  del  asno,  uno  dellos  entró  por  la  manta  de 
la  cama  del  huésped,  y  echándole  en  ella,  alzaron  los  ojos  y  vieron 
({uc  el  techo  era  algo  más  bajo  de  lo  que  habían  menester  para  su 
obra,  y  determinaron  salii-se  al  coiral,  que  tenía  por  límite  el  cielo, 
y  allí,  puesto  Sancho  en  mitad  de  la  manta,  comenzaron  á  levan- 
tarle en  alto,  y  á  holgarse  con  él  como  con  perro  por  carnestolen- 
das ^  Las  voces  que  el  mísero  manteado  daba  fueron  tantas,  que 
llegaron  á  los  oídos  de  su  amo,  el  cual,  deteniéndose  á  escuchar 
atentamente,  creyó  que  alguna  nueva  aventura  le  venía,  hasta  que 
claramente  conoció  ([ue  el  que  gritaba  era  su  escudero;  y  volviendo 
las  riendas,  con  un  penado  galope  =^  llegó  á  la  venta,  y  hallándola 
cerrada,  la  rodeó  por  ver  si  hallaba  por  dónde  entrar;  pero  no 
hubo  llegado  alas  paredes  del  corral,  que  no  eran  muy  altas,  cuando 
vio  el  mal  juego  que  se  Ic  hacía  á  su  escudero.  V^ióle  bajar  y  subir 
por  el  aire  con  tanta  gracia  y  presteza,  que  si  la  cólera  le  dejara, 
tengo  para  mí  que  se  riera.  Probó  á  subir  desde  el  caballo  á  las 
bardas,  pero  estaba  tan  molido  y  quebrantado,  que  aun  apearse  no 
pudo,  y  así  desde  encima  del  caballo  comenzó  á  decir  tantos  denues- 
tos y  baldónese  los  que  á  Sancho  manteaban,  que  no  es  posible  acer- 
tar á  escrebillos ;  mas  no  por  esto  cesaban  ellos  de  su  lúsa  y  de  su 
obra,  ni  el  volador  Sancho  dejaba  sus  quejas,  mezcladas,  ya  con 

pronunciación  propia  del  país  por  feria.  de  ellas  se  burlarían  de  él  manteándole, 
Se  celebraba  en  aquella  ciudad  todos 

los  jueves,  y  era  de  muebles  y  trastos,  -'''/«.f*  f^ou^.»»  "''»««  in  astro  sago.  » 

unos    nuevbs    y    otros    viejos^  Hácese  (l^ib.  I,  ep.gr.  1\  .  -  Nota  de  Pellicer.) 

mención  de  ella  en  la  novela  de  fiin-  De  la    costumbre    de    mantear   los 

conele  y  Cortadillo.  —  Gente  bien  tn-  p,;rros  por  carnestolendas  hacen  mcn- 


So- 


lencionada,  por  ironía.  ^ión  nuo.stros  antiguos  escritores.  ^.. 

1.  «Esta  burla  se  usaba  ya  en  la  anli-  i,an,  y  aun  ahora  .íuelen  también,  por 

giiedad  De  Otón  dice  Suctonio  (a)que,  el  misino  tiempo,  ¡.onerse  dos  mu.ha- 

rondando  de  noche  por  las   calles  de  ehos  con  una  cuerda  tendida  de  una  a 

Roma,  Si  encontraba  alí/ún  borracho  le  otra  parte  de  la  calle,  y  cntretencrsi- 

manteaba  tendiéndole  en  la  caj.a..   rfiV  ^^  ^^jt^.^^  á  los  perros  que  pasan.  \ 

teño  sagulo  tn  sublime  laclare    y  Mar-  ^^^^^  c.^stumbres  es  á  lo  que  alude  la 

cial  :  hablando  con  su  libro,  dice  que  e.xpresión  del  texto, 

no  se  fie  de  alabanzas,  porque  a  vuelta  I  Adjetivo  felizmente   aplicado  que 

expresa  bien  la  fatiga  que  producen  los 

(a)  Cap.  II.  esfuerzos  de  quien  puede  poco.  Penada 

y  penante  se  dice  de  las  vasijas  que  dan 

jiguera  no  es  de  mi  tierra,  no  he  oído  nunca  j^Zfí^'^'^l'r^;!;- '1^ "'  P  p^'  ^'"/  K""'  '' 

decir  jeria.  En  cuanto  á  decir  que  pemiles  ^""J*^  *í'^«  contienen.  Penante  bucara 

es  «Haz/rama  de />e¿ai>es,  es  algo  fuerte  para  llama    por    iroma    D.    Quijote    en   la 

un  grcimático  académico.   Es   una  simple  segunda    parte    á   un   artesoncillo    de 

metátesis.                                   (M.  de  T.)  agua  de  fregar. 


PniMEnA    l'AltlK.    —   í'.AI'ÍTI'l.ü    XVII  259 

amenazas,  ya  con  ruegos  ;  mas  lodo  aprovechaba  poco,  ni  aprove- 
chó hasla  (|uc  de  piu'o  cansados'  le  dejaron.  Trujéronle  allí  su 
asno,  y  subiéndole  encima  le  arroparon  con  su  gabán,  y  la  compa- 
siva de  Mariloi-nes  viéndole  tan  fatigado,  le  pareció  ser  bien  soco- 
rrelle  con  un  jarro  de  agua,  y  así  se  le  trujo  del  pozo  por  ser  mus 
fría.  Tomóle  Sancho,  y  llevándole  á  la  boca,  se  paró  á  las  voces 
que  su  amo  le  daba,  diciendo  :  Hijo  Sancho,  no  bebas  agua,  hijo, 
no  M  bebas,  que  te  matará  :  ves,  aquí  tengo  el  santísimo  bálsamo 
(y  enseñábale  la  alcuza  del  brebaje)  que  con  dos  gotas  que  del  bebas 
sanarás  sin  duda.  Á  estas  voces  volvió  Sancho  los  ojos  como  de 
través,  y  dijo  con  otras  mayores  :  ¿Por  dicha  básele  olvidado  á 
vuestra  merced  como  yo  no  soy  caballero,  ó  quiere  que  acabe  de 
vomitarlas  entrañas  que  me  quedaron  de  anoche?  Guárdese  su 
licor  con  todos  los  diablos,  y  déjeme  á  mí :  y  el  acabar  de  decir  esto 
y  el  comenzar  á  beber  todo  fué  uno  ;  mas  como  al  primer  trago  vio 
({ue  era  agua,  no  quiso  pasar  adelante,  y  rogó  á  Maritornes  que  se 
le  trújese  de  vino,  y  así  lo  hizo  ella  de  muy  buena  voluntad,  y  lo 
pagó  de  su  mismo  dinero,  porque  en  efecto  se  dice  della,  que 
aunque  estaba  en  aquel  trato,  tenía  unas  sombras  y  lejos  de  cris- 
tiana. Así  como  bebió  Sancho,  dio  de  los  caréanos  á  su  asno,  y 
abriéndole  la  puerta  de  la  venta  ^  de  par  en  par,  se  salió  della  muy 
contento  de  no  haber  pagado  nada  y  de  haber  salido  con  su  inten- 
ción, aunque  había  sido  á  costa  de  sus  acostumbrados  fiadores, 
que  eran  sus  espaldas.  Verdad  es  que  el  ventero  se  quedó  con  sus 
alforjas  en  pago  de  lo  que  se  le  debía,  mas  Sancho  no  las  echó 
menos  según  salió  turbado^.  Quiso  el  ventero  atrancar  bien  la 
puerta  así  como  le  vio  fuera,  mas  no  lo  consintieron  los  manlea- 
dores,  que  era  gente  que  aunque  D.  Quijote  fuera  verdaderamente 
de  los  caballeros  andantes  de  la  Tabla  Redonda,  no  le  estimaran  en 
dos  ardites. 

1.  Estaba    durmiendo   Primaleon,   y  rian   enf'orear,  y    qran    fueqo    debajo 

Risdeno,  su  fiel  enano,  velaba  guardan-  para  lo  quemar.  Primaleon  logró  librar 

dolé  el  sueño  (a).  Tres  malos  caballeros  á  su  enano,  como  se  cuenta  en  el  pro- 

que  acertaron  á  pasar  por  alli  hirieron  greso  de  la   historia   :   Sancho   no  fué 

á  Risdeno,  y  despertando  Primaleon  em-  tan  dichoso.  Verdad  es  que  el  caso  de 

bistió  en  venganza  de  ello,  y  derribó  á  Risdeno  era  más  serio  que  el  de  San- 

imo   muerto  de  una  lanzada.  Mientras  cho. 

perseguía  al  segundo,  el  otro  cogió  al  2.  No  se  dice  quién  la  abrió,   y   se 

enano   de  los  cabellos  y  lo  llevó  arras-  echa  de  menos  para  la   perfección   y 

trando  á  un  castillo  inmediato.  Prima-  complemento  del  sentido, 

león  acudió   á  socorrerle,  y  halló  que  3.  Acaba  de  decirse  que   salii'<  muy 

estaban   atando  al  enano,  que  lo  que-  coníerzío,  y  no  se  aviene  bienio  uno  con 

lo  otro.  —  Estuviera  mejor :  según  salió 

(a)  Primaleon,  cap.  LXXXV.  de  turbado. 


CAPITULO  XVIII 

DONDE    SE    CUENTAN     L\S    RAZONES    QUE    PASÓ      SANCHO      PANZA     CON    SU 
SEÑOR  D.  QUIJOTE,   CON  OTRAS  AVENTURAS  DIGNAS  pE  SpR  PQNT;VDAS 


Llegó  Sancho  á  su  amo  marchito  y  desmayado,  tanto,  que  no 
podía  arrear  á  su  jumento.  Cuando  así  le  vio  D.  Quijote,  le  dijo  : 
Ahora  acabo  de  creer,  Sancho  bueno,  que  aquel  castillo  ó  venta  es 
encantado  sin  duda;  porque  aquellos  que  tan  atrozmente  tomaron 
pasatiempo  contigo,  ¿quó  podían  ser  sino  fantasmas  y  gente  del 
otro  mundo?  Y  confirmo  esto  por  haber  vistp  que  cuando  estaba 
por  las  bardas  del  corral  mirando  los  qctos  de  tu  triste  tragedia, 
no  me  fué  posible  subir  por  ellas,  ni  menos  pude  apearme  de  Roci- 
nante, porque  me  debían  de  tener  encantado;  que  te  juro  por  la 
fe  de  quien  soy,  que  si  pudiera  subir  ó  apearme,  que  yo  te  hiciera 
vengado  de  manera  (jue  aquellos  follones  y  malandrines'  se  acor- 
daran de  la  burla  para  siempre,  aunque  en  ello  supiera  contravenir 
á  las  leyes  de  caballería,  que  como  ya  muchas  veces  te  he  dicho, 
no  consienten  que  caballero  ponga  mano  contra  quien  no  lo  sea, 
si  no  fuere  en  defensa  de  su  propia  vida  y  persona  en  caso  de  urgente 

1.  FoZAy/?  es  insensato,  vano,  hinchado  vanidad  6  arrogancií^.  Felón  es  voz  de 

á  manera  de  fuelle  dp  donde  se  derivó  la  baja  latinidad  que  adopl(3  el  idioma 

al   parecer.  En  este  senlido  lo  usó  el  tosrano:  alguna  vez  se  halla  en  nuestros 

Poema  del  Cid,  donde,  hablándose  del  poetas  primitivos  (si  no  es  errataj  en  la 

Conde  de  Barcelona,  se  dice  (a)  :  misma  significación  que  follón. 

Malnndrin  {%),  i)alabra  italiana,  equi- 

El  Conde  es  muy  folón  é  dijo  una  vanidad  :  yaig  ;j   ifidrpn.   salterulor  de   caminos. 

Gi andes  tuertos  me  tiene  mío  Cid  el  de  Vivar.  Usá,onla  también,  como  otras  tomadas 

Follón  no  es  lo  mismo  que  felón  -.  «^e  la  misma  lengua,  los  escritores  cas- 

esta  voz  significa  pérfido,  v  de  ella  se  ellanos,  y  occurre  freruentpmen|e  en 

derivó  fe.Uniu,  traición,  perfidia,  pala-  1^«  ''^ros  de  Caballerías, 

lira  distinta  de  follonía,  que  se  deriva  ,.,,,,.           »,        ..         ,.   j 

(ie  follón,  y  se  halla  aljama  vpz  en  núes-  «)  -'{a  ««drm.   -  No  esta  probado  que 

I.    .   .„»:,.            •             I                  --j,  esta  palabra  venga  del  italiano.  Parece  mas 

tíos  antiguos  poetas  en  la  acepcum  de  ^^^^  tomada  del  francés  malnndrin.  nombre 

dado  á  ciertos  bandidos    en  la  Edad  Media. 

{a¡  Verso  968.  (M.  de  T.) 


i'iMMKKA  i'Anri:.  —  uapítuí.o  xviii  201 

y  gran  necesidad.  Tiiiiibién  nib  vengara  yo'  si  pudiera,  fuera  ó  no 
fuera  orinado  caballero,  pero  no  pude;  aunque  tengo  para  nlí  que 
a(|ucllos  que  st*  holgaron  conmigo  no  eran  fantasmas  ni  hombres 
cncanlados,  como  vuestra  merced  dicei  sino  hombres  de  carne  y 
de  hueso  como  nosotros,  y  todos,  según  los  oí  nombrar  cuando  m6 
volteaban,  tenían  sus  nondjies,  que  el  uno  seiíamaba  Pedro  Mar- 
tínez, y  el  otro  Tenorio  Hernández,  y  el  ventero  oí  que  fee  llamaba 
Juan  Palomeque  el  Zurdo  :  así  que,  señor,  el  no  poder  saltar  las 
bardas  del  corral  ni  apearse  del  caballo,  en  al  estuvo  que  en  encan- 
tainentos  ;  y  lo  que  yo  saco  en  limpio  de  todo  esto  es,  que  estas 
aventuras  que  andamos  buscando,  al  cabo  al  cabo  nos  han  de 
traer  á  tantas  desventuras,  cjue  no  sepamos  cuál  es  nuestro  pie 
derecho;  y  lo  que  sería  mejor  y  más  acertado,  según  mi  poco 
entendimiento,  fuera  el  volvernos  á  nuestro  lugar  ahora  qué'  es 
tiempo  de  la  siega,  y  de  entender  en  la  hacienda,  dejándonos  de 
andar  de  ceca  en  moca  y  de  zoca  en  colodra-,  como  dicen.  ¡Qué 
poco  sabes,  Sancho,  respondió  D.  Quijote,  de  achaque  de  caballe- 
ría !  Calla  y  ten  paciencia,  que  día  vendrá  donde  veas  por  vista  de 
ojos  cuan  honrosa  cosa  es  andar  en  este  ejercicio;  si  no^  dime  : 
¿Qué  tnayor  conteilto  puede  haber  en  el  mundo,  ó  qué  gusto  puede 
igualarse  al  de  vencer  una  batalla,  y  al  de  triunfar  de  su  ene- 
tnigo?  Ninguno  sin  duda  alguna.  Así  debe  de  ser,  respondió  San- 
cho, puesto  que  yo  no  lo  sé;  sólo  sé  que  después  que  somos  caba- 
lleros andantes,  ó  vuestra  merced  lo  es  (que  yo  no  hay  para  que  me 
cuente  en  tan  honroso  núrnero)  jamás  hemos  vencido  batalla 
alguna,  si  no  fué  la  del  vizcaíno,  y   aun  de  aquélla  salió  vuestra 

i.  Habla  Sanchu,  como  se  deja  en-  otra  sin  objeto  preciso  y  determinado, 

tender  aunque  no  se  expresa.  De  ceca  era  fácil  el  paso  á  zoca,  j  de 

2.  Ceca  es  palabra  arábiga  que  signi-  zoca  á  colodra,  siendo  nombres  ambos 
fica  casa  de  moneda.  Los  moros  las  tu-  de  instioimentos  ó  utensilios  pastoriles. 
vieron  en  rarias  partes  de  España,  y  Zoca  6  zoco  es  lo  mismo  que  zueco, 
señaladamente  en  Córdoba  y  sus  inme-  calzado  de  madera,  como  también  lo  es 
diaciones.  Los  cristianos  de  la  Península  colodro.  Según  el  Comendador  Griego, 
dieron,  no  se  sabe  por  qué,  este  mismo  citado  por  Covarrubias  en  su  Tesoro  de 
nombre  ala  mezquita  grande  de  Córdoba  la  lengua  castellana,  andar  de  zocos 
que  era  uno  de  los  lugares  de  más  devo-  en  colodros  significa  salir  de  lin  peligro 
ción  para  los  mahometanos,  los  cuales  y  entrar  en  otro  mayor,  que  es  lo  de 
la  frecuentaban  con  sus  romerías  y  pe-  Escila  yCarihdis  puesto  en  rústico,  Ac- 
i^égrináciones.  Y  como  hnciari  lo  mismo  taalrnente  se  llama  colodra  fa)  el  vaso  o 
cpii  la  Meca,  de  esto,  de  la  casual  con-  vasija  que  foi-man  los  pastores  de  un 
sonancia  entre  Ceca  y  Meca,  y  de  lo  cuerno  de  buey  despuntado,  y  les  suele 
distantes  que  están  entre  sí  Meca  y  servir  para  ordeñar  en  el  campo. 
Córdoba,  de  todo  ello,  combinado  con- 
fusamente, hubo  de  resultar  en  el  uso  /  ^  /-„;  j  r  „  ;  j  i  „  i«  „..  „ 
,  . .  1-11  I  ''■<)  tolodru.  —  La  colodra  cnipleada  para 
coniun  la  expresión  proverbial  de  andar  ^^.j^^^  ^^  ^^^  ,..^,ij^  ^^.^^^^^  ^ue  también  se 

de  Ceca  en  Meca  para  denotar  la  vagan-  uama  herrada.  Recuérdese  el  refrán  :  La  más 
cia  de  los  que  se  andan  de  una  parte  á      ruin  oveja  se  ensucia  en  la  colodra.    (M.  de  T.) 


262 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


merced  con  media  oreja  y  media  celada  menos;  que  después  acá 
todo  ha  sido  palos  y  más  palos,  puñadas  y  más  puñadas,  llevando 
yo  de  ventaja  el  manteamiento,  y  haberme  sucedido  por  personas 
encantadas  de  quien  no  puedo  vengarme,  para  saber  hasta  dónde 
llega  el  gusto  del  vencimiento  del  enemigo,  como  vuestra  merced 
dice.  Esa  es  la  pena  que  yo  tengo  y  la  (jutí  tú  debes  tener,  Sancho, 
respondió  D,  Quijote ;  pero  de  aquí  adelante  yo  procuraré  haber  á 
las  manos  alguna  espada  hecha  por  tal  maestría,  que  al  que  la  tru- 
jere  consigo  no  le  puedan  hacer  ningún  género  de  encantamentos, 
y  aun  podría  ser  que  me  deparase  la  ventura  aquella  de  Amadís, 
cuando  se  llamaba  el  Caballero  de  la  Ardiente  Espada \  que  fué 
una  de  las  mejores  espadas  que  tuvo  caballero  en  el  mundo,  porque 
fuera  que  tenía  la  virtud  dicha,  cortaba  como  una  navaja,  y  no 
había  armadura  por  fuerte  y  encantada  que  fuese  que  se  le  parase 
delante'-.  Yo  soy  tan  venturoso,  dijo  Sancho,  que  cuando  eso  fuese 


1.  Por  esta  señal  se  ve  que  se  habla 
de  Amadis  de  Grecia,  y  no  del  de  Gaula. 

AmadisdcGrecia,biznietodeldeGaula 
é  hijo  de  Lisuarte  y  Onoloria,  nació 
ocultamente  en  un  raonasteriu  dos  le- 
guas de  Trapisonda,  y  la  doncella  Ga- 
rinda,  confidenta  de  los  amores  de 
Onoloria,  lo  bautizó  con  agua  del  mar. 
El  niño  vino  al  mundo  con  una  figura 
de  espada  bermeja  como  una  brasa, 
q\ie  le  cogía  desde  la  rodilla  izquierda 
hasla  irle  tí  dar  en  derecho  del  co- 
razón la  punía  :  en  ellaparescían  unas 
letras  blancas  muy  bien  talladas.  Aca- 
baba de  nacer,  cuando  Garinda,  so- 
bresaltada con  un  ruido  que  oyó,  aban- 
donó al  infante,  y  le  robaron  unos 
corsarios  que  le  pusieron  por  nombre 
el  Doncel  de  la  Ardiente  Espada  (a). 

He  aquí  el  origen  de  este  dictado, 
que  fué  propio  de  Amadís  de  Grecia. 
Pellicer,  suponiendo  equivocadamente 
que  se  hablaba  del  de  Gaula,  dijo  que 
aquí   se  había   equivocado  Cervantes, 

fmes  éste  se  llamó  el  Caballero,  no  de 
a,  Ardiente,  sino  de  la  Verde  Espada: 
pero  quien  se  equivocó  fué  Pellicer. 
Hubo  Ardiente  Espada  y  Verde  Es- 
pada :  ésta  fué  de  Amadis  de  Gaula,  y 
aquélla  de  Amadís  de  Grecia.  Una  y  otra 
dieron  nombre  á  sus  dueños  :  al  pri- 
mero de  Caballero  déla  Verde,  y  al  se- 
gundo de  Caballero  de  la  Ardiente  Es- 
pada, como  se  refiere  en  sus  respectivas 
historias. 

(a)  Limarte,  cap.  C  y  úUimo. 


La  Verde  Espada  se  dijo  por  el  color 
de  la  vaina,  que  era  verde,  hecha  de 
huesos  diáfanos  y  verdes  de  ciertas  ser- 
pientes, como  se  lee  en  el  libro  de 
Amadís  de  Gaula  (a)  :  la  Ardiente  Es- 
pada tomó  el  nombre  de  su  color,  que 
era  bermejo  como  una  brasa.  Este 
nombre  realmente  es  el  mismo  que  el 
de  la  espada  Tizón  del  Cid  :  tizón  y 
brasa  todo  viene  á  ser  uno. 

2.  Así  era  también  la  espada  de  Ru- 
gero,de  la  cual  cantó  el  Ariosto  : 

Ove  giunge  convien  clie  se  ne  vada 
L'incanto,  o  nulla  yiovi : 

Y  refiriendo  que  Marfisa  dióá  Rugero 
una  terrible  cuchillada,  dice  : 

Viela  I'  incauto  r.lie  lo  spezzi  o  fenda  (6). 

I)e  la  espada  con  que  se  armó  caba- 
llero .alejandro  Magno,  dijo  el  autor  de 
su  antiguo  poema  castellano  (c) : 

La  espada  era  rica  é  muy  bien  obrada. 
Fizóla  D.  Vulcán,  óvola  bien  temprada, 
Avie  grandes  virtudes,  ca  era  encantada; 
La  par  de  onde  ella  fuese,  non  sería  abajada. 

De  espadas  encantadas  se  hace  muy 
frecuente  mención  en  las  historias  ca- 
ballerescas. Que  lo  era  la  de  .\madís  de 
Grecia,  apellidado  el  Caballero  de  la 
Ardiente  Espada,  se  ve  por  el  capitulo  X 
de    la  segunda   parte    de  su    historia. 


(a)  Cap.  LVr.   —  (6)   Canto  XXXVI,  est. 
55.  —  (c)  Copla  83. 


IMUMKRA    partí:.    —    CAPÍTULO    XVIII 


2g;í 


y  vucstrn  nicrccd  viniese  á  hallar  espada  scmojaiilo,  sólo  vondría  ;'i 
S(írvir  y  aprovechará  los  armados  caballeros,  como  el  bálsamo,  y  á 
los   escuderos  que    se   los  papen  duelos'.  No  temas  eso,  Sancho, 


cuando  la  maga  Cirfca  oncanh'i  .i  l'i'- 
gaiida.  La  circuiislancia  de  \vi\vv  es- 
pada cncanlada  (¡arccía  píxiiJÍa  de.  la 
laruilia  di-  Aniadis  de  Gaula.  Do  éste 
fué  la  Venli'  Espada  de  que  se  habló 
poco  lia  :  su  cucaulo  consistía  en  que 
no  podía  sacarla  de  la  vaina  sino  el  ca- 
ballero qué  más  que  niiKjuno  en  el 
mundo  á  su  ainif/(i  amate.  Aiiiadís  la 
sacó  después  queolros  caballeros  lo  in- 
tentaron, y  no  lo  consiguieron  {a).  Su 
hijo  lisplandián  llevaba  la  es[)ada  en- 
cantada que  ganó  en  la  aventura  de  la 
Peña  tle  la  Doncella  encantadora,  que 
eia  hecha  por  lal  arle  (a),  que  ningún  en- 
canlamenlo  ni  cosa  emponzoñada  tenia 
fuerza  de  empecer  á  7iinc/uno  que  cabe 
ella  esturiese  (b).  Por  la  virtud  de  esta 
espada  libertó  Esplandián  á  la  sabia 
Urganda,  su  protectora,  de  las  ase- 
chanzas de  su  enemiga  la  Infanta Melia. 
vieja  de  edad  de  ciento  veinte  años  y 
grande  hechicera,  que  adormeció  coa 
sus  artes  á  Urganda  y  estuvo  para  ma- 
tarla (c).  Después  que  Es[dandián  llegó 
á  ser  Emperador,  le  quiír»  de  la  mano 
esta  espada  la  Don-^ella  encantaíkira,  y 
se  lanzó  con  ella  al  fondo  del  mar, 
como  se  refiere  en  las  Serr/as.  De  la  es- 
pada de  Lisuarte,  padre  de  Amadís  de 
Grecia,  se  lee  [d)  que  allende  de  ser  la 
mejor  del  mundo,  tiene  tal  virtud,  que 
ningún  encantamento,  trayendo  la  es- 
pada, puede  empescer,  como  aquella 
que  fué  obrada  por  mano  de  aquel  Em- 
perador y  sabio  Apolidón.  También  la 
espada  de  Belianís  de  Grecia  tuvo  virtud 
contra  los  encantamentos,  y  por  ella 
se  libró  Belianís  del  encierro  en  que 
le  había  puesto  el  sabio  Fristón,  su 
enemigo    (e).    Esta  espada,   según    se 

(a)  Amadis  de  Gaula,  cap.  LVI.  —  (6J 
Sergas  de  Esplandián,  cap.  LXXXIX.  —  \c¡ 
Ibid.,  cap.  ex  y  CXI.  —  (rf)  Amadis  de  Greda, 
uarte  II,  cap.  LXVII.  —  (e)  Belianís,  lib.  II, 
cap.  lí. 

(a)  La  espada  que  f/anó  en  la  aventura  de  la 
Peña  de  la  Doncella  encantadora,  que  era 
lieclia  por  lal  arte.  —  Con  mucha  frecuencia 
incurre  el  bueno  de  Clemencín  en  esta  clase 
de  descuidos,  lo  cual  no  es  obstáculo  para 
que  pretenda  aquilatar  el  estilo  de  CervantPs. 
(M.  de  T.) 


cuenta  («),  era  la  misma  que  había 
usado  aquel  valiente  Caballero  .hisón, 
la  cual  le  diera  su  aborrecida  Medea 
en  el  tiempo  que  de  sus  amores  goza- 
ron, hecha  por  tales  cursos  y  planetas, 
que  en  el  mundo  al  présenle  otra  seme- 
jante no  se  hallará. 

De  otras  es|)adas  fadadas  hay  me- 
moriaen  diferentes  parajes  de  la  misma 
historia  de  Belianís  y  en  otros  libros 
caballerescos,  como  la  de  Brabonel, 
señor  del  castillo  de  Hocafeiro,  en  la 
historia  de  Florambel  de  Lucea  (b)\ 
la  de  D.  Duardos,  padre  de  Paimerin 
de  Inglaterra  (c),  y  la  de  Celidón,  que 
tenía  la  virtud  de  deshacerlos  encantos 
que  tocaba  {d). 

La  repetición,  ya  fastidiosa,  de  tales 
espadas,  prueba  el  fondo  de  semejanza 
que  existe  en  los  libros  de  Caballerías, 
la  poca  originalidad  de  sus  autores  y  la 
verdadera  pobreza  de  invención  en 
medio  de  tan  aparente  abundancia  y  de 
tanta  hojarasca  de  sucesos  y  aventuras. 

Ariosto,  en  su  Orlando  furioso,  no 
desden  11  el  medio  de  espadas  y  armas 
encantadas  para  variar  y  engalanar  sus 
ficciones.  Tal  era  Balisarda,  la  espada 
de  Rugero  de  que  se  habló  arriba,  y 
con  la  que  peleó  Orlando  en  el  com- 
bate de  la  isla  Lipadusa  contra  Gradase : 

Orlando  un  tcmpo  Balisarda  abassa  : 
Non  vale  incanto  ov'elta  mette  il  taglio  (e). 

Tal  fué  también  la  lanza  de  oro  de 
Argalia,  que  derribaba  á  cuantos  to- 
caba (f) :  el  yelmo  y  demás  armas  en- 
cantadas de  Héctor  el  Troyano,  que  se 
mencionan  infinitas  veces  ;  y  hasta  un 
cuerno  que  una  maga  dio  á  Astolfo,  y, 
tocado,  ponía  en  fuga  á  cuantos  lo 
oían  ig). 

[.  Duelos  son  aflicciones,  pesadum- 
bres, trabajos, calamidades. Papa7'i^3;  es, 

!a)  Ib.,  lib.  I,  cap.  XXXIV.  —  (b)  Lib.  II, 
cap.  X.  —  (c)  Paimerin  de  Inglaterra,  lib.  I, 
cap.  II.  —  (d)  Celidón  de  Iberia,  canto 
XXXVII.  —  (e)  Orlando,  canto  XLI,  est.  m. 
—  (/)  Cantos  XVIII,  XXII,  XXXV,  XXXVI 
y  XLV.—  (g)  Canto  XV,  est.  14. 

(8)  Papar.  —  Papar  no  es  tragar,  engullir, 
sino  comer,  como  los  niños  que  carecen  de 
dientes,   algún   alimento  blando   como    la 


264  DON    QUIJOTE    DK    I,A    MANCHA 

dijo  D.  Quijote,  que  mejor  lo  hará  el  cielo  contiguo.  En  estos 
Coloquios  iban  D.  Quijote  y  su  escudero,  cuando  vio  D.  Quijote 
que  por  el  caminó  que  iban,  venía  hacia  ellos  una  grande  y  espesa 
polvareda,  y  en  viéndola  se  volvió  A  Sancho,  y  le  dijo  :  Este  es  el 
día  ¡  oh,  Sancho  !  en  el  cur.l  se  ha  de  ver  el  bien  que  me  tiene  guar- 
dado mi  suerte  :  este  es  el  día,  digo,  en  que  se  ha  de  mostrar  tanto 
como  en  otro  alguno  el  valor  de  mi  brazo,  y  en  el  que  tengo  de 
hacer  obras  que  queden  escritas  en  el  libro  de  la  fama  por  todos 
los  venideros  siglos.  ¿Ves  aquella  polvarefla  que  allí  se  levanta* 
Sancho?  Pues  toda  es  cuajada  de  un  copiosísimo  ejército  *  que  de 
diversas  é  innumerables  gentes  por  allí  viene  mnrchan<]o.  Á  esa 
cuenta  dos  deben  de  ser,  dijo  Sancho,  porque  desta  parte  contra- 
ria se  levanta  asimesmo  otra  semejante  polvareda.  Volvió  á  mirarlo 
D.  Quijote,  y  vio  que  asi  eia  la  verdad,  y  alegrándose  sobrema- 
nei"a,  pensó  sin  duda  alguna  que  eran  dos  ejércitos  que  venían  á 
embestirse  y  ú  encontrarse  en  mitad  de  aquella  espaciosa  llanurs^ 
porque  tenía  á  todas  horas  y  momentos  llena  la  fantasía  de  aque- 
llas batallas,  encantamentos,  sucesos,  desatinos,  amores,  desafíos, 
que  en  los  libros  de  caballerías  se  cuentan  ;  y  todo  cuanto  hablaba, 
pensaba  ó  hacía,  era  encaminado  á  cosas  semejantes  ;  y  la  polva- 
reda que  había  visto-  la  levantaban  dos  grandes  manadas  de  ove- 
jas y  carneros  que  por  aquel  mismo  camino  de  dos  diferentes 
partes  venían,  las  cuales,  con  el  polvo,  no  se  echaron  de  ver  hasta 
que  llegaron  cerca;  y  con  tanto  ahinco  afirmaba  D.  Quijote  que 
eran  ejércitos,  que  Sancho  lo  vino  á  creer,  y  á  decirle  :  Señor, 
¿pues  qtté  hemos  de  hacer  nosotros?  ¿Qué?  dijo  D.  Quijote,  favo- 
hablando  familiarmente,  tragar,  engu-  ta  por  causaf/a.  Se  habla  de  la  polvareda 
Ilir.  Que  se  loa  papen  duelos,  expresión  que  causaba,  no  cuajaba,  un  ejército 
de  los  qué  hacen  poco  caso  de  los  males  que  venía  marchando, 
ajenos.  2.    Sé    abusa  en  este  pasaje,  como 

1.  Cuajarfíi  (a)  parece  error  de  impren-      sucede  también  en   otros  del   Ouijotk 

de  la  conjunción  y.  repitiéndola  cun 
papilla.  También  .-íignifica  andar  conlaboca  exceso,  á  la  manera  que  nuestros  anti- 
abierta como  papando  aire;  y  de  aquí  la  guos  causídicos  repetían  pródigamente 
fvíLse  papar  »íü4cas.  El  verdadero  sentido  iJe  sus  iporques.  La  conjunción  y  sirve 
la  frase  :  (¡ue  .s«  los  papen  los  duelos  es  hoy  para  reunir  y  enlazar  cosas  que  tienen 
un  misterio.  La  inteipirlación  que  aquí  su  alguna  conexión  ó  relación  entre  sí,  y 
da  no  i>asa  de  conjetura.  Parece  tenor  la  frase  J'  j  in  hav  entre  lo  nue  la  orecede 
un  .«mentido  análogo  al  déla  Mguicnte,  piopia  ^H"'  "^  7  °^>  ^^^\^  '"  .-l"f  '*  preceue 
del  estilo  popular  :  A  ti  te  darán  todo  lo  >'  1»  ^ue  la  Sigue.  Lo  nn^mo  y  por  la 
bueno  ^  d  mi  ¡ que  me  parta  un  rayo !  misma    consideración,    puede    decirse 

(M.  de  T.)         del  '/  con  lanío  aldnco,  que  viene  poco 

(«)  Cuajada.   —  No    parece   enteramente      después, 
clara  la  lección  cuajada  k  pesar  de  los  esfuer- 
zos de  dialéctica  del  Sr.  Cortejón,  que  trata 

con  sobrado  ripor  á  Ilartzenbusch  y  Gle-  «  Tienen  (los  infieles)  los  fnares  cuajados  de 
mcncin  por  haber  interpretado  causarfn  por  sus  armadas»,  pues  cuajado  se  emplea 
cuajada.  La  cita  de  la  oda  de  Fray  Luis  aquí  ca  su  sentiao  corrieiite,  por  cubierto, 
nada  explica,  ni  tampoco  la  del  P.  MaJríaua:       lleno.  (M.  de  T.) 


iM(iMi:it.\   PArtri; 


CAPITI  i.o    X\III 


205 


rcciM'  Y  íiyudMi'  á  los  iiiciicslorosos  y  dcsviilidos  :  y  has  de  saber, 
Sancho,  (|ii('('sto  (jMo  viene;  |k)1'  mieslra  iVonle  le  (^oinhicey  f^uía  el 
^rítndc  lüiiiperadorAliranfarón',  señor  de  higralide  islaTrapobana; 
esle  otro  que  á  mis  espaldas  mdrcha  es  el  de  su  enemigo  el  Rey  de 
los  Garamahlas  ■^,  Pent.apólín  del  arremangado  brazo,  porque 
siempre  entra  en  las  batallas  con  el  brazo  derecho  desnudo,  ¿t^ues 
por  (jué  se  ([uierén  tan  nial  estos  dos  señolees?  preguntó  Sancho. 
Quiérenstí  mal,  rtíspondió  D.  Quijote,  porque  esle  Alifanfarón  es 
un  furibundo  pagano^,  y  está  enamorado  de  la  hija  de  Pentapolin, 
qUe  es  una  müyl'ermósa  y  ailemás  agraciada  señora,  y  es  cristiana, 
y  su  padre  no  se  la  quiere  entregar  al  Rey  pagano  si  no  deja  pri- 
mero  la    ley  do  su   í'also   profeta'    Mahomá,   y  se  vuelve    á    la 


1.  Gervantos  fué  feliz  (a)  en  laforina- 
ciórl  de  noiiibfes  ridiculos,  conio  éste,, el 
dclgiiranleCaraculiauíljroJa  insiilaMa- 
lindrania,  D.  !*aral¡pónionou  dé  las  Tres 
Estrellas,  y  otros  seiuejantes  de  inven- 
ción suya,  (jue  se  encuentran  en  el  dis- 
curso del  Quijote. 

2.  Los  aiUi^Mios  llainaroñ  Taprobdna, 
no  Trai)ol)ana  á  la  isla  de  Cciíán.  Ape- 
nas fué  conocida  hasta  los  tiempos  de 
Alejandro  ¡Magno,  en  que  se  supo  con 
cerieza  que  era  isla.  En  el  imperio  de 
Claudio  vinieron  de  ella  Embajadores 
á  Roina,  y  se  aumentaron  las  noticias 
sobre  aquella  región,  como  refiere 
Plinid  (cf). 

Gnramanías,  pueblos  de  lo  interior 
de  .4.frica.  La  enorme  distancia  entre 
este  país  y  la  India,  entre  los  habi- 
tantes de  lo  interior  del  Desierto  en  el 
continente  africano  y  los  que,  separa- 
dos por  vastos  mares,  vivían  en  las  re- 
motas islas  del  Asia,  y  la  consiguiente 
imposibilidad  de  contacto  ni  mutuas 
relaciones,  niconlo  amigos  ni  como  ene- 
migos, hacen  t'esaltar"  más  y  más  lo 
disparatado  y  absurdo  de  la  relación  de 
nuestro  éaballero. 

3.  Pagano  {{-i)  originariamente  signifi- 

(a)  Lib.  VI,  cap.  XXIL 

(a)  Fui-  feliz.  —  Esto  mismo  acierto  y 
gracia  del  insigne  escritor  en  la  fonuaeióu 
de  los  nombres  indica  la  falta  de  funda- 
mento de  los  críticos  que  quieren  ver  en 
dichos  nombres  anagramas  más  ó  menos 
transparentes  de  nombres  históricos. 

(M.  de  T.) 

(¡i)  Pagano.  —  La  población  rural,  en  to- 
dos los  países,  es  el  último  baluarte  de  las 
tradiciones  nacionales,  lo  mismo  en  cuanto 


caba  aldeaho,  morador  de  los  pagos  ó 
pCiblaciones  campestres.  En  el  siglo  iv 
se  daba  ya  este  nombre  á  los  gentiles  ó 
idólatras  por  contraposicióü  á  los  cris- 
tianos, que  abundaban  más  en  las  ciu- 
dades, y  después  se  extendió  en  general 
á  todos'los  infieles.  En  los  libros  de  Ca- 
ballet'ías  es  común  llamar  paganos  á 
los  mahometanos,  no  obstante  la  aver- 
sión de  éstos  á  la  idolatría,  que  es  el 
carácter  del  paganismo.  Pudo  nacer  el 
error  de  que  en  la  Edad  Media,  época 
de  las  Cruzadas  y  de  las  ideas  que  do- 
minan en  los  libros  caballerescos,  el 
mundo  conocido  de  los  europeos  se 
componía  sólo  de  discípulos  del  Alco- 
rán y  del  Evangelio  :  lo  que  junto  con 
la  rudeza  de  aquella  edad  y  las  noticias 
confusas  del  gentilismo  antiguo,  tiizo 
dar  el  nombre  de  paganos  á  todos  los 
falsos  creyentes,  y  aun  atribuir  el  uso 
y  culto  de  ídolos  á  los  mahometanos. 
Paganos  los  llamó  también  el  señor  de 
Joinville,  cronista  de  San  Luis,  Rey  de 
Francia,  á  quien  acompañó  en  su  expe- 
dición á  Ultramar.  —  Los  escritores  la- 
tinos, entre  ellos  Suetonio  y  Plinto, 
dijeron  paganos  por  oposición  á  inili- 
tares  :  lo  que  muestra  el  origen  y  eti- 
mología de  nuestra  voz  actual  paísrtno. 
4.  No  viene  bien  en  Cide  Hamete, 
autor  arábigo  y  filósofo  mahomético  {^), 
coiiio  se  le  llama  alguna  vez,  calificar 
de  falsa  la  ley  de  Mahoma.  Cervantes 
se  distraía  con  frecuencia. 


á  la  religión  que  en  cuanto  al  lenguaje  y  á 
las  costumbres.  Ya  dice  un  refrán  antiguo  : 
Costumbre  buena  ó  costumbre  mala  el  villano 
quiere  que  vala.  (M.  de  í.) 

(y)  Mahomético.  —  La  observación  no  puede 
ser   más  inopurtuha  é  incongruente.    Don 


26r)  DON    QUIJOTK    DE    LA    MANCHA 

suya'.  Para  mis  barbas,  dijo  Sancho,  si  no  hace  muy  bien  Pentapo- 


1.  La  poca  cultura  de  los  siglos  en 
que  se  supone  haber  florecido  la  caba- 
llería, iba  íiconipafiadade  la  sinceridad 
con  que  los  caballeros  profesaban  su 
creencia.  De  aquí  nacía  el  celo  religioso 
y  no  siempre  discreto,  que  manifiestan 
los  caballeros  andantes  en  sus  historias, 
donde  se  les  ve  promover  con  ardor  la 
propa.í,'ación  de  la  íe  y  ejercer  con  vehe- 
mencia el  oficio  de  misioneros.  Tirante 
el  Blanco  bautiza  por  su  mano  á  la 
Reina  Esmaragdina,  al  Uey  Escariano 

f'  á  muchos  millares  de    moros,  vasa- 
los  suyos  en  los  reinos  de  Etiopía  y  de 
Tremecen  (a).  Cuando   el  gigante  Ma- 
daripie,  señor  de  la  ínsula  Triste,  fue 
vencido  por  Amadís  de  Gaula,  le  pidi(3 
la     vida,    oTreciéndole     hacer   lo    que 
le  mandase  Amadís  le  dijo   :    Pues  lo 
que  yo  de  ti  quiero,  es  que  seas  ci'istia- 
710,  ij  manlengáis  tú  y  todos  los  tuyos 
esta  ley,  haciendo  en  este  señorío  igle- 
sias y  monesterios  (6).  Las  mujeres  no 
muestran  menos  celo  por  la  fe  que  los 
hombres.  (íai'zaraza,  Señora  y  Duquesa 
de  la  Ínsula  de  Gacén,  tenía  presa  en 
su  castillo  á  la  Emperatriz  Niquea  con 
otras  varias  rlamas  y  caballeros.  D.  Fa- 
langes y  D.  Rofjel  ganan  el  castillo,  y 
ponen  en  libertad  á  los   encarcelados ; 
la  Emperatriz  trata  de  convertir  á  la  fe 
á  la  señora  y  á  los  habitantes  de  la  ín- 
sula,   que    eran    paganos  ;  y  habiendo 
conseguido  su  intento  y  hécholos  bau- 
tizar, olvida  lo  pasado  y  hace  merced  á 
Garzaraza  del  señorío  de  la  ínsula,  de- 
jándola en  pacifica  posesión  de  ella  (c). 
En  otras  ocasiones  los  caballeros  con- 
vierten ;i  la  fe  á  los  que  vencen,  y  éstos 
se   hacen   particulares   amigos   suyos, 
como  siicedió  á  Oliveros  con  Fierabrás, 
y  á  Uoldán  con  Morganle.  Carlomagno 
ofrece  al  Almirante  Balan  la  vida  y  el 
reino,  si  quiere  abrazar  l.i  fe  cristiánala). 
En  Boyardo,  el  Rey  Agricán,  herido  de 
muerte  por  Orlando,  le  pide  el  bautismo, 

(a)  Su  historia,  parte  IV.  —  (6)  Amadís  de 
Gaula.  cap.  L.XV.  —  íc)  Florisel,  ])arte  III, 
cap.  XLVII  y  LXVIII.  -  (d)  Carlomagno, 
cap.  LIV.  '' 

Quijote  no  podía  hablar  de  otra  manera  de 
la  religión  de  .Mahíima.  Y,  á  propósito  de 
Mahonia,  el  adjetivo  mahomético  usado  por 
Cleinencin,  se  aplica  más  bien  á  cosas  que 
á  personas.  El  comentarista  se  distraía  con 
mas  frecuencia  que  Cervantes.    (M.  de  T.) 


y  lo  recibe  de  su  mano  (a).  Siglos  de.s- 

Sués  en  la  Vega  de  Granada,  el  Maestre 
eCalalrava  vence  y  bautiza  antes  de 
que  expirase  á  Albayaldos  (/;).  Tal  vez 
el  celo  degenera  en  ferocifjad  y  fanatis- 
mo, como  cuando  Florindo  y  sus  com- 
pañeros .isesiiiaron  de  noche  al  Gober- 
nador de  la  ciudad  de  Meca,  donde  se 
hallaban,  sin  comeler  en  ello  cuso  de 
fealdad,  pues  era  per.tona  que  ofensaha 
la  ley  divina,  por  cuyo  ensalzamiento 
Florindo  lialtia  prometido  de  morir... 
siendo  cerlificndo  de  si  mismo  y  de  sus 
compañeros  que  no  incurría  en  caso  de 
traición  aunque  de  aquella  manera 
matase  al  doliernador,  por  ser,  como 
era,   idólatra  le). 

Contrayéndonos  al  caso  presente  de 
Alifanfarnn  y  la  hija  de  Pentapolín, 
vemos  en  los  libros  caballerescos  que 
la  diversidad  de  religi('>n  sirve  frecuen- 
temente de  obstáculo  para  la  unión  de 
los  amantes,  y  la  conversión  de  la 
parte  infiel  de  medio  para  facilitarla. 
El  Soldán  del  Cairo  pretende  la  mano 
de  la  Princesa  Carmesina,  y  por  ser  ma- 
hometano se  la  niega  el  Emperador  de 
Constantinopla,  padre  de  la  Infanta  (d). 
Abencusque,  caballero  pagano,  pren- 
dado de  Amandria,  hija  del  Rey  de 
Esperte,  jiiensa  hacerse  cristiano  para 
casarse  con  ella  Ce).  Blancaflor,  en  el 
serrallo  del  Soldán  de  Egipto,  antes  de 
otorgarse  por  esposa  de  h  lores,  exige 
que  reciba  el  bautismo,  y  se  lo  admi- 
nistra eila  misma.  Florindo,  á  quien 
ofrecieron  á  un  mismo  tiempo  en  casa- 
miento el  Emperador  de  Rusia  su  hija 
Policinta,  el  Preste  Juan  á  su  sobrina 
Calaminda,  y  el  Rey  de  Persia  á  su  hija 
Casandra,  prefirió  la  segunda  porcris- 
tiann  (f).'Dos  fieros  gigantes.  Pasáronte 
y  Masáronte  habían  despojado  del  reino 
de  Irlanda  á  la  gentil  y  apuesta  jayana 
Trasilinda.  Floribelo,  otro  gigante  galán 
y  cortfís,  venció  á  losusurp.adores  y  les 
cortó  las  cabezas.  Restablecida  de  esta 
suerte  Trasilinda,  los  Estados  del  reino 
le  propusieron  que  se  casase  con  Flori- 
belo: pero  no  quiso  otorgarlo  hasta  que 
le  ofrecieron  ser  cristianos,  y  luego 
allí  de  presente  fueron  baptizados  todos 

(a)  Lib.  I,  cant.  19.  —  (i)  Guerras  civiles  de 
Granada,  cap.  X.  —  (c)  Florindo,  parle  I. 
cap.  V.  —  (h)  Tirante,  parte  III.  —  (c)  Prima- 
león,  cap.  LXI.  —  [d) Florindo,  parte  III,  capi- 
tulo último. 


PIUMKRA    PAUTE. 


CAIUTI'I.O    XVIII 


267 


lín  y  qiio  lo  üMipi'o  de  ayudar  en  cuanto  pudioreMín  eso  liaij'is  lo  (jue 
debes,  Sancho,  dijo  D.  (^)u¡j()le,  porque  para  entrar  en  batallas  se- 
mejantes no  se  requiere  ser  armado  caballero.  Bien  se  me  alcanza 


los  principales  por  mano  del  Inieti  l'lii- 
ribelo ;  y  él  fué  desjmsndo  con  la  her- 
mosa Tríisilindn,  y  jurado  por  lleij  de 
Irlanda  (</).  L;ilnfunla  Lindabrides,  |H»r 
medio  de  ima  dotuella  suya,  de  (juien 
mucho  se  fiaba,  envió  una  carta  muy 
apasionada  al  Cai)aliero  del  h'ebo,  ofre- 
ciéndole su  mano;  y  el  caballero  res- 
ponde :  Mi  leí/  lo  veda,  y  aun  en  la  luya 
no  se  permite  que  mujer  gentil  case 
con  cristiano  (/;).  La  Princesa  Fioris- 
bella,  hija  del  Soldiín  de  líabilonia,  se 
atlifíe  al  saber  que  el  caballero  desco- 
nocido en  cuyo  amor  ardia,  era  cris- 
tiano ;  Florisbella  delibera,  y  Belianis 
la  pei'suadc  y  la  bautiza  en  una  fuente 
antes  de  desposarse  ;  después  se  solem- 
nizan con  el  debido  aparato  sus  Bodas  (c) 
En  el  Orlando  furioso,  Bradamaute, 
agradecida  ;i  su  amante  Rugero,  que 
era  mahometano,  por  haberla  librado 
del  encanto  del  castillo  de  Atlante,  y 

disposía  di  far  tutli 
I  piaceri,  che  far  vergine  sagf/ia 
Debbia  ad  un  suo  amntor,  si  che  di  hilti, 
Seyíza  il  suo  onore  offendere,  il  sottrac/gia, 
Dice  á  Riiyíjier,  se  a  dar  gli  ultimi  fntlti 
Leí  non  vuol  sempre  ai'er  dura  é  selvaggia, 
La  l'accia  domandar  per  huoni  mezzi 
Al  padre  Amon  ;  ma  prima  si  batezzi  (d). 

Finalmente,  en  nuestra  historia 
leemos  el  casamiento  de  la  Infanta 
DoñaTeresa,  hermana  del  Rey  D.  Alonso 
de  León,  con  el  Rey  moro  de  Toledo 
Abdalla,  y  el  desenlace  de  este  suceso 
por  el  retiro  de  la  Infanta  á  un  monas- 
terio ;  suceso  que,  aunque  puesto  en 
duda  por  nuestros  críticos,  muestra 
siempre  las  ideas  y  costumbres  del 
siglo  en  que  pasó  ó  se  inventó,  y  la  re- 
pugnancia general  á  enlaces  entre  per- 
sonas de  diversa  creencia. 

1.  Para  mis  barbas,  fórmula  familiar 
de  juramento  en  que  se  atestigua  con 
las  barbas,  como  objeto  de  estimación 
y  aprecio.  Usase  en  ella  de  la  partícula 
para,  lo  mismo  que  en  la  otra  fórmula 

(a)  Caballero  de  la  Cruz,  lib.  II,  cap.  LXXV. 
—  (6)  Espejo  de  Priyicipes  y  Caballeros, 
parte  I,  lib.  III.  cap.  XXXIV.  —  (c)  Belianis, 
lib.  II,  cap.  XXXVIII  y  L.  —  {d)  Cant.  XXII, 
egt.  34. 


para  mi  santiguada,  de  que  se  habló  en 
las  i\olasal  capitulo  V.  Lo  más  común 
es  emplear  la  jiarticula  por,  como 
cuando  se  dice  por  nri  vida,  por  la  del 
Hey:  sólo  que  para  lleva  consigo  aquí 
y  en  los  casos  semejantes  algo  de  im- 
precación, si  no  se  cumple  ó  verifica 
lo  que  se  dice. 

También  juraron  por  sus  barbas, 
como  Srmcho,  el  Cid  Campeador  y  el 
Condestable  D.  Ivaro  de  Luna,  pres- 
tándonos un  ejemplo  del  uso  promiscuo 
de  las  partículas  por  y  para.  El  pri- 
mero, según  cuenta  su  poema,  cuando 
supo  que  los  Infantes  de  Carrión  habían 
maltratado  y  abandonado  á  sus  hijas. 

Una  grand  hora  pensó  é  comidió: 
Alzó  !a  su  mano,  á  la  barba  se  tomó... 
Por  aquesta  barba  que  nadi  non  mesó, 
rSon  la  lograran  los  Infantes  de  Carrión. 

Del  Condestable  cuenta  Mariana  (a) 
que  estando  ya  preso,  vio  desde  una 
ventana  á  D.  Alonso  de  Fonseca,  Obispo 
de  Avila,  que  iba  acompañando  al  Rey, 
y  puesta  la  ynano  en  la  barba,  dijo  : 
Para  éstas,  cleriguillo,  que  me  la  habéis 
de  pagar. 

A  las  barbas,  como  distintivo  del 
sexo  varonil  é  indicio  de  su  autoridad 
y  de  su  fuerza,  se  daba  un  carácter 
particular  de  importancia,  de  que  par- 
ticipaban eminentemente  los  bigotes, 
como  parte  superior  de  la  barba:  la 
misma  palabra  bigotes  en  el  uso  fami- 
liar significa  fortaleza  ;  A',  tiene  bigotes, 
suele  decirse  :  y  según  el  Brócense 
citado  por  Covarrubias,  la  palabra  ói^o/e 
envuelve  un  juramento,  y  viene  á  ser 
lo  mismo  que  pardiez\íov  Dios,  by  God. 
Quitar  á  otro  las  barbas,  y  aun  sólo 
manoseárselas,  se  miraba  como  injuria 
grave.  El  Rey  de  los  Ammonitas  las 
hizo  cortar  por  afrenta  a  los  embaja- 
dores de  David,  según  se  cuenta  en  el 
libro  11  de  los  Reyes. 

La  opinión  que  había  sobre  la  invio- 
labilidad de  las  barbas,  y  de  la  afrenta 
que  resultaba  de  su  profanación,  se  ve 
por  varios  pasajes  del  poema  ya  citado 
del  Cid.   Decía  el  héroe  húrgales  á  su 

(a)  Historia  de  España,  lib.  XXII,  cap.  XII. 


268 


DON    OUIJOTE    de    r..V    MANCHA 


eso,  respondió  Sahcho ;  ¿pero  dónde  pondremos  á  este  asno,  que 
estemos  ciertos  de  liallftrledespiu'-s  de  pasada  la  refriega?  Porque  el 
entrar  en  ella  en  semejante  caballería,  no  creo  que  está  en  uso 
hasta  ahora.  Asi  es  verdad,  dijo  D.  Quijote;  lo  que  puedes  hacei" 
del  es  dejarle  á  sus  aventuras,  ahora  se  pierda  ó  no,  porque  serán 
tantos  los  caballos  '  que  tendremos  después  que  salgamos  vence- 


eneininro  elCotiiie  D.  García,  á  presencia 
del  Rey  D.Alfonso  : 

¿Qué  habedes  vos,  Conde,  por  retraer  la  mi 

[barba?... 
Ca  non  me  priso  á  ella  fijo  de  niu^ier  nada, 
Ninibla  mesó  lijo  de  mora  nin  dé  cristiana. 
Como  yo  á  vos.  Conde,  en  el  castiello  de 

[Cabi'a, 
Cuando  pris'  á  Cabra,  é  á  vos  por  la  barba, 
Non   y  ovo   rapaz  que  non   mesó  su  pul- 

[gada  (a). 

En  estas  ideas,  comúrimente  reci- 
bidas, se  fundó  el  cuento  del  judío  que 
quiso  tomar  Ins  barbns  al  cadáver  del 
Cid  en  la  iglesia  dfe  San  Pedro  de  Cár- 
dena, y  de  la  dernostracit'ui  hecha  por 
el  cadáver,  de  que  se  habla  en  su  Ho- 
mancero  {b). 

Prueba  del  honor  que  por  aquel 
tiempo  se  daba  á  las  barbas  os  el  caso 
que  refiere  Guillermo,  Arzobispo  de 
Tiro,  escritor  del  siglo  xii,  en  su  his- 
toria de  la  Guerra  Sagrada  ó  de  las 
Cruzadas  (c),  y  que  de  alH  se  tradujo 
en  la  Gran  Conquisia  de  Ultramar  {¿1). 
Balduino,  Conde  de  Edesa,  contertipo- 
ráneo  del  Cid,  uno  de  los  Príncipes 
francos  que  fundaron  estados  en  los 
países  de  .\sia,  no  teniendo  con  qué 
pagar  el  sueldo  á  los  de  su  mesnada, 
ofreció  eñ  prenda  su  barba  para  que  se 
la  rayesen,  si  no  pagaba  al  plazo  seña- 
lado. Ca  era  costumbre,  dice  la  historia, 
en  tierra  de  Oriente,  mayormente  en 
tierra  de  los  griegos  é  de  tos  armenios, 
que  criaban  é  guardaban  >ws  barbas 
por  muy  firande  hónralo  más  qué  ellos 
podían;  é  tenia?»  por  muy  gran  des- 
honra si  les  rayesen  un  pelo.  Y  Gabriel, 
Príncipe  armenio,  suegro  de  Balduino, 
informado  dé  ello,  expresaba  que  ta>ilo 
valia  si  perdiese  la  barba,  co>no  si  se 
dejase  castrar.  Esta  expl'esióú  no  está 
en  el  original  latino  del  Arzobispo  ;  se 
añadió  en  la  tradüccióii  castellana. 

(a)  Versos  3.29,')  y  siguientes.  —  (¿)  Ro- 
mance 101.  —  (c)  Lib-  XI,  cap.  XI.  —  {d) 
Lib.  III,  fcapítulo  CXLl. 


1.  El  Poema  riel  Cid,  describiendrt 
una  de  sus  batallas,  dice  [a]  : 

Veriedes  tantas  lanzas  promer  y  alzar, 
Tanta  adarga  á  forádar  é  pasar. 
Tanta  loriga  falsa  desmanchar. 
Tantos  pendones  blancos  salir  bermejos  en 

;sangi(;, 
Tantos  buenos  caballos  sin  sos  dueños  andar. 

En  otra  batalla  se  veían  : 
Caballos  siti  dueños  salir  á  todas  partes  (b). 

En  el  poema,  todavía  inédito,  del 
Conde  Fernárí  González,  refiriéndose 
la  batalla  de  Hacinas,  se  dice  que 

Salía  mucho  caballo  vacio  con  mucha  silla. 

La  Crónica  de  Amadis  de  Giecia  (c), 
hablando  de  un  combate,  ambas  las 
batallas,  dice,  se  juntaron  con  tan 
grande  poder,  que  nirls  de  dos  mil  bue- 
ncíS  caballeros  cayeron  por  el  suielo... 
Vie'rades  salir  á  cientos  é  d  cincuentas 
caballos  sin  señores  de  la  priesa. 

En  líi  relación  de  la  batalla  del  Caba- 
llero del  Cisne  con  los  siete  Cundes  de 
Sajonia  á  orillas  del  Khin.  junto  á  la 
ciudad  de  Caulencia  ó  Coblenza,  dice 
la  Gran  Conquista  de  Ultramar  :  Allí 
podría  hombre  ver  caballos  andar  sin 
señores  por  el  campo  é  los  señores  de  la 
una  parte  é  de  la  otra  yacer  {d}.  E.'ilü 
es  natural  y  ordinario  :  en  cualquier  ba- 
talla no  lo  es  tanto  lo  que  la  misma  his- 
toria cuenta  de  los  despojos  que  gana- 
ron los  Cruzados  en  la  de  Alejandría. 
Holgaron,  dice,  los  cristianos  aquella 
noche  en  las  tiendas...  é  otro  día  eú  Id 
mañana  llegaron  todo  lo  que  hallaron 
por  las  plazas  do  la  hueste  estaba  sen- 
tada, é  por  el  campo  do  se  hizo  la  hala  Un; 
é  de  caballos  solos  hallaron  bien  hasta 
quinientos  mil  (e).  Allí  si  que  hubiera 
corrido  peligro  Rocinante  de  ser  tro- 
cado por  otro. 

(a)  Versos  734  v  siguientes.  —  (6)  Verso 
Í.416.  -  (c)  Parte  I,  cap.  LXVitl.  —  [d) 
Lib.  I,  cap.  CI.  —  (e)  Lib.  II,  cap.  CLXIV, 


HRIMEK/V    l^AHTK.    —    CAPÍTULO    XVIII  269 

(loi'íis,  (|uo  ;nin  corre  pnlif^ro  Rocinante  no  le  IriHMjiic  por  otro  : 
pero  csliiinc  .-líenlo  y  mira,  que  le  quiero  dar  rúenla  de  los  ralja- 
lleros  más  principales  que  en  (\slos  dos  ejércitos  vienen;  y  para 
<pie  mejor  los  veas  y  notes,  n^tirémonos  á  aqu(d  alliMo  (jue  allí  se 
iiace,  de  donde  se  deben  de  descubrir  los  dos  ejércitos,  iliciéronlo 
así,  y  pusiéronse  sobre  una  loma,  desde  la  cual  se  verían  bien  ia^ 
dos  manadas  que  á  I).  Quijote  se  le  hicieron  ejércitos,  si  las  nubes 
del  polvo  que  levantaban  no  les  turbara  y  cej^ara  la  vista';  pero 
con  lodo  esto,  viendo  en  su  imaginación  lo  que  no  veía  ni  había, 
con  voz  levantada  comenzó  á  decir.  Aquel  caballero  que  allí  ves  de 
las  armas  jaldes,  que  trae  en  el  escudo  un  león  coronado  rendido 
á  los  pies  de  una  doncella*,  es  el  valeroso  Laurcalco,  señor  déla 
Puente  de  plata  :  el  otro  de  las  armas  de  las  tlores  de  oro,  que  trae 
en  el  escudo  tres  coronas  de  plata  en  campo  azul,  es  el  temido  Mico- 
colembo,  Gran  Duque  de  Quiroci^  :  pl  otro  de  los  miembros  gi- 
ganteos que  está  A  su  derecha  mano,  es  el  nunca  medroso  Branda- 
barbarán  de  Boliche,  señor  de  las  tres  Arabias,  que  viene  armado 
de  aquel  cuero  de  serpiente  '',  y  tiene  por  escudo  una  puerta,  que. 


1.  Por  turbaran  y  cegaran,  que  es 
como  íiebió  haberse  puesto,  y  conao 
verosiuiilmente  pstuvo  en  el  original  de 
Cervantes. 

2.  Recuerdan  estas  armas  del  vale- 
roso Laurcalco,  las  que,  según  refiere 
Ariosto  (a),  llevaba  cnel  asalto  de  París 
Rodomenie,  Rey  de  Sarza,  que  eran 
una  doncella  de  qaiea  se  dejaba  enfre- 
nar un  león,  aquélla  imagen  de  tabella 
Doralice,  y  éste  de  Rodomonte.  —  Las 
armas  de  Laurcalco  eran  jaldes,  voz 
usada  por  nuestros  escritores  del 
siglo  XV,  y  que  sólo  ha  quedado  como 
técnica  de  la  Heráldica,  donde  significa 
amarillo,  como  f/M¿es  rojo,  sable  negro, 
indio  azul,  y  sinople  verde.  —  El  dic- 
tado ó  apellido  de  la  Puente  de  piala 
lo  tuvieron  Madancil,  uno  de  los  caba- 
lleros que  siguieron  ;i  AmadísdeGaula 
cuando  éste  se  despidió  del  Rej'  Li- 
suarteíi),  y  Listorán,  otro  caballero  de 
los  que  acompañaron  á  E.splandián  á 
Constantinopla  en  !a  fusta  de  la  Gran 
Serpiente,  construida  por  la  sabia  Ur- 
ganda  (c). 

3.  Vulgarmente  se  divide  la  Arabia 
en  tres  pétrea,  feliz  y  desierta. — Enlos 

(a)  Canto  XIV,  est.  114.  —  (6)  Amadis  de 
Gaula.  cap.  LXIII.  —  (c)  Seryaa  de  Esplan- 
d'tán,  cap.  GXVII.^ 


libros  caballerescos  son  muchos  los 
nombres  propios  de  caballeros  en  cuya 
composición  entra  la  palabra  italiana 
¿)/'/7/irfo  (espada),  comoBrandecel,  Bran- 
didonio,  Brandimardo,  Brandimarte, 
y  sobre  todo  en  nombres  de  gigantes, 
como  Brandafuriel ,  Brandagedeón, 
Brandasileo,  Brandafidel,  Brandalión, 
Brandambuí  y  otros,  á  quienes  Cer- 
vantes añadió  el  de  Brandabarbarán. 

4.  El  gigante  Galafre,  encargado  pqr 
el  almirante  Balan  de  la  guarda  del 
j)uente  de  Mantible,  defendía  el  paso  d 
Ricarte  de  Normandía  y  sus  compañe- 
ros. Hicarte  le  dio  un  gran  golpe  en  la 
cabeza  :  mas  tenia  en  ella  una  ca- 
lavera de  serpiente  7nds  dura  que  nin- 
gún acero...  Y  los  otros  asimismo  pro- 
curaron de  lo  herir  reciamente,  mas  no 
aprovechaba,  que  dar  en  el  era  duren 
una  peña,  que  sobre  las  armas  traía  el 
cuero  de  la  serpiente,  que  era  mucho 
más  duro  que  las  armas  [a). 

Ariosto,  describiendo  los  hechos  de 
Rodomonte  en  el  asalto  poco  ha  men- 
cionado de  París  (6j,  dice  que 

Armato  c>'(i  d'un  forte  é  duro  iisbergo 
Che  fu  di  drago  una  scagliosa  pelle. 


(a)  Carlomagno,  cap.    XLIX.  —  (é)  Cauto, 
XIV,  est.  US. 


270 


DON    OUMOTE    DE    I.A    MANCHA 


según  es  fama,  es  una  de  las  del  templo'  que  derribó  Sansón, 
cuando  con  su  muerte  se  ven^ó  de  sus  enemigos.  Pero  vuelve  los 
ojos  ú  estotra  i)arte,  y  verás  delante  y  en  la  frente  de  estotro  ejér- 
cito al  siempre  vencedior  y  jamás  vencido  Timonel  de  Carcajona, 
Príncipe  de  la  nueva  Vizcaya,  que  viene  armado  con  las  armas 
partidas  á  cuarteles,  azules,  verdes,  blancas  y  amarillas,  y  trae  en 
el  escudo  un  gato  de  oro  en  campo  leonado  con  una  letra  que  dice: 
Miu'^,  que  es  el  principio  del  nombre  de  su  dama,  que  según  se 
dice,  es  la  sin  par  Miulina,  hija  del  Duque  Alfeñiquen  del  Algarbe. 
El  otro  que  carga  y  oprime  los  lomos  de  aquella  jjoderosa  allana-, 
que  trae  las  armas  como  nieve  blancas,  y  el  escudo  blanco  y  sin  em- 
presa alguna,  es  un  caballero  novel,  de  nación  francés,  llamado 
Pierres  Papín-',  señor  délas  baronías  de  Ulrique.  El  otro  que  bate 


He  aquí  al  fiero  rfoiiomonlc  y  al  nunca 
medroso  Hranflaharbarán  de  tíoliclie 
cubiertos  con  pieles  de  serpientes,  .i  la 
manera  que  lo  estuvo  Hércules  con  la  del 
león  de  Nemea. 

1.  Es  fainri.  es  una  :  repeticitjn  des- 
aliñada que  se  reujudiara  con  sólo  bo- 
rrar el  primer  es.  Que  según  fama  es 
una  de  las  puertas,  etc. 

Adviértase  que  las  puertas  que  se 
mencionan  en  la  historia  de  Sansón, 
no  eran  del  edificio  que  derribi)  sobre 
los  filisteos,  sino  de  la  ciudad  de  Gaza, 
de  donde  escapó  arrancando  las  dos 
hojas  de  la  puerta,  echándoselas  á  los 
hombros  y  llevándolas  á  la  cima  de  un 
monte  vecino.  Ni  se  dice  que  fuese 
templo  el  edificio  que  derribó  desqui- 
ciando las  dos  colunmas  que  lo  soste- 
nían, sino  una  casa,  de  cuius  Ledo  nc 
salario  miraban  escarnecer  ;i  Sansón 
cerca  de  tres  mil  filisteos  de  ambos 
sexos,  entre  ellos  los  principales  de  la 
nacii'm  (a).  Nuevas  y  nuevas  pruebas  de 
la  falta  de  atención'de  Cervantes  (a),  y 
de  su  inexactitud  en  las  citas. 

2.  Clase  de  galantería  de  que  hay 
ejemplos  en  los  anales  caballerescos,  y 

(a)  Indicum,  cap.  XVI. 

(a)  De  la  falta  de  atención.  —  En  medio 
de  la  incomparable  descripción  en  que  luce 
todo  el  ingenio  de  Cervanles,  resulla  enfa- 
dosa la  pesadez  de  Clemencin  en  liaMar  do 
la  falta  de  atención  del  insigne  escritor.  ¡Y 
todo  para  liacergala  de  erudición  no  siempre 
oportuna!  Don  Quijote  no  hablaba  como 
historiador  sino  cou  arreglo  á  la  tradición 
popular.  {M.  de  T.) 


aun  en  las  historias  verdaderas.  El  día 
que  Lisuarle  de  Grecia  lidió  con  el  rey 
de  la  ín.sula  Gigantea,  Amadís  de  Gaula 
se  levantó  por  ver  la  halalla  cubrién- 
dose con  un  rico  manto  de  carmesí  con 
unas  oes  de  oro  (a).  Estas  oes  eran  la 
inicial  del  nombre  de  la  sin  i)ar  Uriana. 
2.  Nombre  que  se  daba  á  las  yeguas 
de  grandes  fuerzas  y  alzada.  Garrido  de 
Villena  en  la  traducción  del  Orlando 
enamorado,  hablando  del  rey  Gradaso  : 

No  espera  más  y  salta  sobre  Alfana, 
Que  era  una  yegua  muy    desmesurada  {b\. 

Del  mismo  Gradaso  cantó  en  el  original 
italiano  Ariosto  : 

GraJa.iso  haven  Valfana,  la  piu  bella 
E  la  miglior  che  mai  portasse  sella  (c). 

De  la  alfana  del  moro  Muzaraque.  que 
yace  encan lado  cerca  de  la  gran  Compiu- 
lo, se  hace  mención  en  el  cajMtulo  XXIX 
de  esta  priiücra  parte  del  Quijote. 

.'{.  Caballero  novel  era  el  recién  ar- 
mado caballero  que  no  se  había  ilus- 
trado aun  por  sus  hechos,  y  no  podía 
tr.ier  insignia  en  el  escudo  hasta  que  por 
su  esfuerzo  la  ganase,  como  se  dijo  en 
el  capítulo  l'.Pur  esto  se  expresa  que  (i 
escudo  era  blanco  y  sin  empresa  al- 
guna. En  otras  ediciones  anteriores  se 
leía  :  y  el  escudo  es  blanco.  La  Acade- 
mia Española  suprimió  el  es,  y  con 
razón,  pues  la  buena  composición  Ir 
excluía,  y  además  se  repetía  desagra- 
dablemente. 


(a)   Lisuarte,    cap.    XLV.    —    (¿)    Lib, 
cant.  IV.  —   (c)  Cant.   II,  est.  48. 


I, 


I'KIMKIIA    l'AHTK. 


CAPITULO    XVIII 


271 


las  ijadas  con  los  herrados  carcaños  á  aquella  piulada  y  ligera 
C(íbni '  y  I  rae  las  armas  de  los  veros  azules  -',  es  el  poderoso  Duque 
(le  Nerl>ia  Ivsparlalilardo  del  Bosque,  »jue  trae  j)or  (unpi'esa  en  el 
escudo  una  esparraguera  con  una  lelra  en  castellano,  que  dice 
así  :  Rastrea  mi  suerte.  Y  desta  manera  fué  nombrando  muchos  ca- 
balleros del  uno  y  del  otro  escuadrón,  que  él  se  imaginaba,  y  á 
todos  les  dio  sus  armas,  colores,  empresas  y  motes  de  improviso, 
llevado  de  la  imaginación  de  su  nunca  vista  locura  '.  Y  sin  parar 
prosiguió  diciendo  :  Á  este  escuadrón  frontero  forman  y  hacen 
gentes  de  diversas  naciones  :  aquí  están  los  que  beben  las  dulces 
aguas  del  famoso  Xanto  ',  los  montuosos  que  pisan  los  masílleos 


Enla  comedia  de  Cervantes  iatitulada 
El  Rufián  dichoso  {a),  se  liace  inoricióa 
de  un  francés  jorobado,  llamado 
Fierres  I'(ípin  (a),  que  tenia  tienda  en 
Sevilla  en  la  calle  delaSierpe.  Cervantes 
residió  en  Sevilla  por  espacio  do  mu- 
chos años,  y  acaso  encierra  el  texto 
alguna  alusión  ((ue  entonces  sería  fácil 
y  ahora  imposible  alcanzar. 

1.  Hermoso  animal  africano  del  ta- 
maño y  fi^'ura  de  una  muía,  rayado  de 
listas  anteadas  y  negras,  y  más  ligero 
que  el  caballo  :  uwa  se  ve  actualmente 
en  la  casa  de  lleras  del  Rea!  Sitio  del 
Retiro.  Hay  algún  fundamento  para  creer 
que  en  España  las  hubo,  así  como  tam- 
bién hubo  camellos  duranle  la  domina- 
ción de  los  árabes.  De  que  se  conside- 
raba á  este  animal  como  apto  para 
servir  en  la  guerra,  hay  testimonio  en 
aquel  romance  viejo  que  dice  : 

(a)  Jorn.  I. 

(a)  Papin.  —  Puede  que  el  comentarista 
tenga  razón ;  pero  [luede  ser  también  que 
Cervantes  se  contentara  con  echar  mano 
de  uu  nombre  que  le  vino  á  la  memoria. 
La  agitada  y  aventurera  vida  de  Cer- 
vantes, paje,  soldado,  cautivo,  empleado 
de  hacienda,  comisionado  de  apremios,  etc., 
le  puso  en  contacto  con  inSnidad  de  tipos 
de  todas  clases  y  condiciones,  y,  como  hace 
notar  el  Sr.  Vaiura,  puso  al  servicio  de  su 
prodigiosa  memoria  un  enorme  surtido  de 
tipos  y  de  nombres.  Lo  que  no  puede  admi- 
tirse seguramente  es  la  teoría  de  ciertos  crí- 
ticos que,  en  todo  personaje  citado  en  El 
Quijote,  pretenden  ver  la  representación  de 
un  personaje  histórico.  En  este  terreno  se 
llevo  1,1  palma  el  insigne  y  fervoroso  cervan- 
tista D.  Aureliano  Fernández  Guerra,  mucho 
más  afortunado  im  sus  esludios  sobre  el  fa- 
moso poeta  Ruiz  de  Alarcón  que  en  sus  di- 
vagaciones eruditas  sobre  los  personajes 
cervantinos.  (M.  du  T.) 


Por  las  sierras  de  Altamira 
huyendo  va  el  Kei  Marsín, 
caballero  en  una  cebra, 
no  ])or  mengua  de  rocín. 

Pellicer,  que  habla  de  esto  y  de  los 
documentos  antiguos  castellanos  donde 
se  menciona  la  cebra,  dice  que  en  todos 
se  leyó  ce6/'a  por  equivocación;  que  la 
cebra  que  se  nombra  en  el  Fuero  de 
Madrid  es  cabra,  y  cierva  la  que  se  cita 
en  el  P'uero  de  Plasencia.  Pero  la  del 
rey  Marsín  no  era  ni  cierva  ni  cabra. 

2.  I'ero.'?,  figuras  del  blasón  como  copas 
ó  vasos,  que  se  expresan  siempre  en  ios 
escudos  con  azul  y  plata,  estoes,  veros 
azules  en  campo  de  ¡liata  ó  veros  de  plata 
en  campo  azul.  El  texto  de  Cervantes 
va  conforme  á  esta  regla  :  no  es  así  el  de 
la  cr('inica  de  D.  Belianisde  Grecia,  que 
en  la  descripción  de  los  torneos  de 
Londres  hace  menciim  de  los  veros 
rojos  que  llevaba  en  el  escudo  D.  Cla- 
rineo,  uno  de  los  caballeros  concurrentes 
á  las  fiestas (c;. 

3.  No  es  la  locura,  sino  el  loco, 
quien  tiene  imaginación.  Quiso  decir  : 
Llevado  de  su  loca  imaginacidn. 

4.  Xanto.  rio  de  Troya,  celebrado  por 
Homero  y  Virgilio,  fluye  del  monte  Ida, 
yes  el  mismo  que  el  Escamandro.  — 
Termodonte,  río  de  Capadocia,  que  des- 
emboca en  el  Ponto  Euxino,  y  riega 
la  región  que  se  suponía  habitada  por 
las  Amazonas.  Tanto  por  esta  circuns- 
tancia como  por  la  mención  que  suele 
hacerse  de  aquellas  guerreras  en  los 
libros  caballerescos,  fué  mucho  que  no 
le  ocurrió  á  D.  Quijote  contarlas 
entre  las  tropas  que  seguíanal  furibundo 
Alifaufarón.  —   Pactólo,  rio  de  Lidia, 


(a)  Lib.  III,  cap.  XVI. 


Ti'i 


DON    yCIJOTE    DE    LA    MAíNCHA 


campos',  los  que  criban  el  finísimo  y  menudo  oro  en  la  lcli<( 
Arabia-,  los  que  gozan  las  famosas  y  frescas  riberas  del  clfiro  Tor- 
modonte,  los  que  sangran  por  muchas  y  diversas  vías  al  dorado 
Paciólo,  los  númidas  dudosos  en  sus  promesas^,  los  persas  en  arcos 
y  flechas  famosos,  los  partos,  los  mcdos  '•  que  pelean  huyendo,  los 
árabes  de  mudables  casas"',  los  citas  tan  crueles  como  blancos,  los 


que  nacía  en  las  inmediaciones  de  Sar- 
dis.  Llámasele  dorado,  porque  se  creía 
que  arrastraba  arenas  de  oro  desde  que 
se  lavó  en  él  Midas,  rey  de  Frif^ia,  á 
quien  según  la  fábula  concedieron  ios 
Dioses  que  cuanto  tocase  se  convirtiese 
en  aquel  precioso  metal.  Pliniofa^  enu- 
mera los  ríos  que,  según  la  común  opi- 
nión de  su  tiempo,  llevaban  raeduras 
de  oro  ;  y  son  Tajo  en  España,  l'ó  en 
Italia,  Ehro  en  Tracia,  Paciólo  en  Asia, 
y  Ganges  en  la  India. 

1.  Montuosos  se  dice  de  los  sitios,  no 
de  los  liabitantes  :  éstos  sonmonta- 
ñeses.  Y  los  que  habitan  los  campos  no 
son  monlañeses.  sino   campesinos. 

Los  77iásilos  eran  pueblos  de  África,  y 
darían  nombre  á  los  campos,  á  que 
D.  Quijote  dio  el  nombre  de  masilicos. 
D.  Juan  Bowle,  en  sus  Anotaciones,  in- 
dicó que  en  este  pasaje  se  hablaba  de 
los  masilienses  ó  habitantes  de  Marsella, 
en  las  Galias  ;  pero  Cervantes  puso 
exclusivamente  en  este  escuadrón 
geíites  asiáticas  y  africanas,  y  dejó 
para  el  opuesto  las  europeas. 

2.  Foresta  indicación  parece  que  se 
habla  del  oro  en  polvo  del  río  Tíbar, 
que  Cervantes  hubo  de  suponer  equi- 
vocadamente que  corre  por  la  Arabia 
feliz.  Y  á  lo  mismo  aludiría  lo  que  dijo 
en  el  capitulo  XVI  áe  lucidísimo  oro  ríe 
Arabia,  hablando  de  los  cabell9S  de 
Maritornes;  pero  Tíbar  es  río  de  África, 
que  va  á  parar  en  su  costa  occidental 
al  Océano  Atlántico. 

Los  antiguos  geógrafos  no  hablaron 
del  oro  de  Arabia.  Sólo  Plinio  men- 
cionó algunas  minas  de  oro  en  la  costa 
y  en  la  región  de  los  sábeos:  pero  en 
el  salmo  LXXl  de  los  de  David,  se 
hace  mención  especial  del  orode  Arabia. 

3.  Pudiera  ocurrir  que  aquí  tuvo  (a) 

(a)  Lib.  XXXIII,  cap.  IV. 

(a)  Pudiera  ocurrir  que  aquí  tuvo.  —  .V 
pesar  de  sus  distraccionei  y  desaliño,  Cer- 
vantes hubiera  dicho  :  Pudiera  ocurrir  que 
aqui  tuviera  ó  tuviese.  El  maestro    dormita. 

(M.  de  T.) 


presente  Cervantes  lo  de  Fide.s  púnica, 
que  pasij  como  proverbio  entre  los  ro- 
manos, confundiendo  á  los  númidas  con 
sus  vecinos  los  peños  ó  cartagineses  : 
cosa  que  puedecalificarsede  verosímil, 
atendida  la  negligencia  y  poca  atenciim 
con  (jue  Cervantes  escribía.  Pero  si 
consultamos  lo  poco  que  acerca  de  la 
historia  de  Numidia  nos  conservaron 
los  escritures  latinos,  hallaremos  que  en 
punto  á  mala  fe  y  desprecio  de  sus  pa- 
labras y  promesas,  los  númidas  no  se 
quedaban  en  zaga  á  los  cartagineses. 
4.  Cervantes  habló  confusamente  de 
estas  tres  naciones  vecinas,  con  algu- 
na excusa,  porque  unas  se  dominaron 
á  otras  en  diversos  tiempos  y  se  con- 
fundieron á  veces  en  una  sola:  pero 
realmente  lacahdadde  flecheros  y  la  de 
pelear  huyendo,  no  fueron  propias  de 
los  persas  ni  de  los  medos,  sino  de  los 
partos.  Catulo  los  llamó  sayitiferos  ó 
flecheros  (a):  Horacio  alabó  su  denuedo 
en  las  retiradas  ó  simuladas  fugas  : 

...   Versis  animosum  equis 
Parlhum  {b). 

Y  Ovidio,  hablando  de  la  misma  na- 
cii')n,  mencionó  las  flechas  (')  dardos  que 
arrojaban  hacia  atrás  desde  sus  caba- 
llos : 

Trluque  ab  averso  qus  iacil  hostis  equn  (c). 

Finalmente,  de  la  habilidad  y  destre- 
za de  su  caballería  en  pelear,  fuese  em- 
bistiendo ó  retirándose,  habló  Tácito  en 
el  libro  \'I  de  los  Anafes.  Bowle.  en  la 
llamada  para  la  nota  sobre  éste  pasaje, 
lej'ó  los  parios  que  pelean  liuyend»,  di- 
simulando así.  con  advertencia  ó  sin 
ella,  el  descuido  de  Cervantes. 

.'>.  Porque  viven  en  tiendas  que  se 
mudan  según  la  necesidad  ó  convenien- 
cia dé  sus  habitantes,  como  lo  practi- 
can todos  los  pueblos  nómades  ó  pasto- 
res. 


in)    Poetnatio    Xí.    —    (A)    Carm.,    lib.    1, 
oda  19.  —  (c)  Art.  amat.,  lib.  1. 


PRIMKHA    PAHIi;. 


(;aimtui,()  XVIII 


273 


etíopes'  (l(!  horadados  lid»ios,  y  otras  ¡nfinilas  naciónos  cuyos  ros- 
I  ros  conozc.oy  veo,  aunque  de  los  nombres  no  me  acuerdo.  Kn  estotro 
cscuadriMí  vienen  los  (|iie  helicii  las  corrientes  cristalinas  del  oli- 
viCero  Helis-,  los  que  tersan  y  |)ulen  sus  rostros  con  el  licor  del 
siempre  rico  y  dorado  Tajo,  los  (pie  gozan  las  provechosas  af^^uas 
del  divino  GeniP,  los  que  pisan  los  tartesios  campos''  de  pastos 
abundantes,  los  que  se  alegran  en  los  elíseos"'  jerezanos  prados,  los 
manchegos  ricos  y  coronados  de  rubias  espigas ",108  de  hierro  ves- 


1.  De  la  crueldad  de  los  escitaíf  habló 
Plinio  en  más  do  un  pai'aje  :  muchos 
do  sus  jiueblos  eran  antropófagos.  Lla- 
ma aqui  Corvantes  blancos  á  losescitas, 
y  lo  misino  hizo  Lope  de  Vega  en  el 
canto  IX  de  su  poema  El  Isidro;  pero 
los  tártaros,  sus  descendientes,  son  me- 
nos blancos  que  otros  pueblos  con  que 
confinan:  ni  podían  tener  muy  blanca 
la  tez  los  que  vivían  sin  casas,  expues- 
tos de  continuo  á  la  inclemencia  del 
sol  y  del  aire.  —  De  los  etiopes  no  sé  si 
acostumbran  á  horadarse  los  labios, 
como  otras  naciones  salvajes  se. hora- 
dan las  narices  para  llevar  pendientes 
sus  adornos,  y  como  los  europeos  se 
horadan  paralo  mismo  las  perillas  de 
las  orejas. 

2.  Se  llama  olivífero  al  Betis  ó  Gua- 
dalquivir, por  la  abundancia  de  olivos 
que  se  crían  en  sus  riberas  Del  mismo 
vocablo  usó  Marcial  hablando  de  este 
río,  y  pintándolo  con  corona  de  olivo  : 

Bxtis,  olivífera  crines  redimite  corona  (a). 

3.  ¿  Por  qué  se  atribuye  al  río  Genil 
la  calidad  de  divino'.'  No  es  fácil  discu- 
rrirlo. En  tiempo  de  Cervantes  hubo  opi- 
nión de  que  Genil  significabase/72ejau/e 
al  Silo,  como  se  ve  por  Govarrubias  en 
su  Tesoro,  y  al  Nilo  no  pudieron  negar 
la  calidad  de  divino  los  que,  según  Ci- 
cerón (6),  le  hicieron  padre  de  algvmos 
dioses.  ¿Pudo  por  razón  de  esta  seme- 
janza extenderse  también  al  Genil  (a)  la 


(a)  Lib.   XII,  epigrama  último. 
natura  Deorum. 


(b)   De 


(a)  Jenil.  —  Las  palabras  de  Cervantes  se 
refieren  acaso  al  delicicso  canto  i'YibiUa  del 
Jenil,  consagrado  á  este  río  por  el  poeta  an- 
tequtn'ano  Pedro  de  Espinosa,  autor  delacé- 
lebre  colección  Flores  de  poetas  ilustres  ( 1  bU.i). 
(M.  de  T.) 


calificación  de  divino'.'  Por  lo  demás,  el 
nombre  de  Genil  no  es  más  que  el  de 
Singiiis  que  dieron  á  este  río  los  anti- 
guos moradores  de  España,  y  después 
desfiguraron  los  moros  pronunciándolo 
á  su  manera,  sin  que  se  vea  la  razón  de 
llamarle  divino  más  que  ó  otro  cual- 
quier río. 

4.  Tarteso  fué  la  ciudad  antigua  de 
la  Bética  que,  según  unos,  estuvo  en  la 
ensenada  de  Gibraltar;  según  otros  en 
Tarifa,  según  otros  en  Cádiz.  Los  auto- 
res latinos  llamaron  Tnríesia  á  la  re- 
gión occidental  de  la  Bética,  y  en  el 
mismo  sentido  usa  Cervantes  de  esta 
voz. 

5.  El  epíteto  de  elíseos  no  conviene 
sino  á  campos  ;  pero  se  acaba  de 
decir  tartesios  campos,  y  quizá  por  huir 
de  la  repetición  no  se  puso  los  elíseos 
jerezanos  campos,  como  se  hubiera  po- 
dido decir,  con  tanta  más  propiedad, 
cuanto  que  en  sus  confines  corre  el 
Guadalete,  tocayo  al  parecer  del  río 
Leteo,  el  cual  ceñía  los  campos  Elíseos, 
donde  morábanlos  bienaventurados  de 
la  Eneida  : 

Lehtaeumque,   domos    placidas  qui   prxnatat 
[amnem  (a)  ; 

6.  Por  lo  abundante  que  era  la  cose- 
cha de  granos  en  la  Mancha:  en  el  día 
se  habla  más  de  la  de  sus  vinos  y  pu- 
dieran pintarse  sus  habitantes  corona- 
dos también  de  pámpanos.  En  vida  de 
Cervantes  tenían  ya  fama,  entre  otros 
de  España,  los  vinos  de  Ciudad  Real, 
recámara,  como  él  mismo  la  llamó  al- 
guna vez,  del  dios  déla  risa.  Valdepe- 
ñas la  ha  obscurecido  en  nuestros  tiem- 
pos, arrancando  la  palma  de  la  cele- 
bridad á  los  demás  vinos  déla  Mancha. 


(a)  Lib    VI. 


18 


274  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

Lidos  reliquias  anU-uas  de  la  sangre  goda\  los  que  en  Pisuerga 
se  bañan,  famoso  por  la  mansedumbre  de  su  currienLe,  los  que  su 
-añado  apacientan  en  las  extendidas  dehesas  deUorluoso  Gua- 
diana-', celebrado  por  su  escondido  curso,  los  que  tiemblan  con  el 
frío  del  silvoso  Pirineo  ^  y  con  los  blancos  copos  del  levantado 
Apenino  :  finalmente,  cuantos  toda  la  Europa  en  sí  contiene  y  en- 
cierra '.  i  Válame  Dios,  y  cuántas  provincias  dijo  ',  cuántas  nacio- 


1.  Indica  los  habitantes  de  la  costa 
septentrional  de  España,  á  quienes 
llama  vestidos  de  hierro  por  el  mucho 
que  labran,  y  reliquias  de  los  godus  por 
haberse  acogido  rstos  á  sus  niontaiias 
cuando  invadieron  los  moros  la  pen- 
ínsula en  el  siglo  vui.  Baja  de  allí  el 
discurso  de  D.  Quijote  á  las  llanuras  de 
Castilla  que  baña  el  Pisuerga,  y  des- 
pués, pasando  por  encima  de  la  vega 
del  Tajo, de  que  ha  hablado  anterior- 
mente, se  detiene  en  las  márgenes 
del  Guadiana. 

2.  La  calidad  de  tortuoso  no  parece 
posible  que  sea  muy  peculiar  del  Gua- 
diana, puesto  que  las  llanuras  por  donde 
pasa  pueden  darle  la  de  lento  y  pere- 
zoso, pero  no  obligarle  á  grandes  tor- 
nos ni  revueltas.  Sólo  al  declinar  ya  su 
curso,  la  sierras  de  Portugal,  oponién- 
dose á  la  dirección  que  traía  de  levante 
á  poniente,  le  fuerzan  á  torcer  hacia  el 
Sur,  buscando  por  donde  desaguar  en 
el  golfo  de  Cádiz.  , 

Lo  del  escondido  curso  alude  a  que 
el  Guadiana  á  poco  de  nacido  se  hunde 
y  desaparece,  nai-icndo  de  nuevo  en  lo 
que  llaman  Ojos  de  Guadiana,  de  lo 
que  volverá  á  hablarse  en  lugar  opor- 
tuno. ,     ... 

3.  Silvoso  se  dijo,  no  por  el  silbo  y 
ruido  de  los  árboles  movidos  en  las 
grandes  alturas  por  el  viento,  que  en 
todos  los  montes  es  lo  mismo,  .sino 
por  la  espesura  y  abundancia  de  las 
selvas  ó  bosques  que  visten  al  Piri- 
neo. Aplicó  la  misma  calidad  al  Ape- 
nino Ariosto,  hablando  del  ejército  del 
Rey  Agramante  contra  el  Emperador 
Carlos  : 

Del  silvoso  Appenin  luíte  le  piante. 

Y  Lope  de  Vega,  en  la  comedia  del 
Bastardo  Mudarra  (a),  á  un  valle 
poblado  de  hayas  : 

(o)  Acto  III.' 


Yace  en  la  falda  deste  monte  un  valle 
Selvoso    de    havas,   que   á   un    solar    dan 

[nombre. 

4.  D.  Antonio  de  Capmani.  en  su 
Teatro  de  la  elocuencia  española,  copia 
el  pasaje  anterior,  que  realmente  lo 
merece,  no  obstante  las  ligeras  obser- 
vaciones que  sobre  él  se  han  hecho. 
El  lenguaje  es  hermoso  y  suavísimo, 
adecuados  los  epítetos,  sonoros  y  bien 
escogidos  los  nombres  de  naciones  y 
ríos,"y  admirable  la  facilidad  y  rapidez 
con  que  se  deslizan  las  ideas,  el  con- 
torno de  los  períodos,  la  ostentación  y 
riqueza  de  la  descripción.  He  aquí  una 
muestra  de  la  prosa  poética,  de  que 
fué  gran  maestro  Cervantes,  y  en  que 
lucen  á  la  par  las  galas  del  idioma  y 
la  lozanía  del  ingenio. 

:;.  Ríos  y  Pellicer,  elogiando  esta 
descripción  de  los  ejércitos  hecha  por 
U.  Quijote,  la  compararon  con  la  enu- 
meración de  las  naves  y  capitanes 
griegos  que  fueron  á  la  guerra  de 
Troya,  hecha  en  el  libro  11  dela7/iada. 
y  dé  los  auxiliares  de  Turno  en  eM  11 
de  la  Eneida.  Homero  y  Virgilio  die- 
ron allí  muestras  de  su  invención  en 
un  largo  catálogo,  donde  supieron  evi- 
tar el  tedio  de  ía  uniformidad  con  una 
maravillosa  variación  de  accidentes 
que  hacen  sumamente  agradable  su  lec- 
tura. La  breve  descripción  de  Cervan- 
tes, en  que  sólo  se  nombran  tres  ca- 
balleros de  cada  uno  de  Ins  dos  ejércitos, 
carece  de  las  dificultades  cuyo  venci- 
miento constituye  el  mérito  de  los 
poetas  griego  y  latino  ;  y  sin  perjuicio 
(le  los  elogios  que  merece  este  bellí- 
simo pasaje  del  Quijote,  es  menester 
reconocer  que  no  cabe  comparación 
entre  las  grandes  máquinas  que  mane- 
jaron entonces  aquellos  padres  de  la 
poesía  en  la  lenta  y  aparatosa  prepara- 
ción de  importantes  sucesos  y  el  rapto 
esencialmente  breve  de  un  loco,  que 
mientras  se  prepara  para  embestir  al 


PRIMEnA    PAnTK.    —    CAPÍTULO    XVIII  275 

lies  nombró,  dándole  í'i  c.'uJa  uno  con  mnruvillo.s;i  jíicsleza  las  aíri- 
hiilos  que  le  pprlonerían,  lodo  absorto  y  empapado  en  lo  que 
babía  leído  en  sus  libros  mentirosos!  Estaba  Sandio  Panza  colgado 
de  sus  palabras  sin  bablar  ning^una,  y  de  cuando  en  cuando  volvía 
la  oabe/.a  á  ver  si  veía  los  caballeros  y  g'igantes  que  su  amo  nom- 
braba', y  como   no  descubría  á  ninguno,  le  dijo  :   Señor,   enco- 


enemipo,  y  casi  hincando  ya  al  caballo 
las  espuelas,  dirige  unas  corlas  i'azüucs 
á  su  escudero.  El  mismo  Cervantes 
manifiesta  que  no  trató  de  imitar  en 
esta  ocasión  á  los  antiguos  cuando 
dice  que  su  héroe  habló  lodo  absorto  y 
empapado  en  lo  fjue  había  leído  en  sus 
libros  7nenfirosos.  Estas  palabras  indi- 
can claramente  (jue  el  tipo  de  la  des- 
cripción hecha  por  I).  Quijote  debe  bus- 
carse, no  en  las  epopeyas  de  Virgilio 
y  Homero,  sino  en  los  libros  de  Gaba- 
llerias  (a). 

Describiéndose  en  la  historia  del  Ca- 
ballero del  Febo  el  ejército  con  que  el 
Emperador  pagano  Alicandro  iba  á 
guerrear  contra  Trcbacio,  Emperador 
de  Constantinopla,  se  dice  lo  siguiente: 
Queriendo  el  sabio  fArr/andeo  contar 
algunas  naciones  de  los  que  se  junta- 
ron en  este  poderoso  ejército...  puso  en 
esta  historia  algunas  dellas.  Y  dice  que 
venia  primeramente  el  Emperador  Ali- 
candro, Rey  y  señor  de  todos  ellos,  el 
cual  traía  cincuenta  mil  caballeros  de 
los  tártaros,  y  treinta  mil  de  tos  scitas... 
Venia  allí  el  muy  poderoso  jayán  Bra- 
damán  Campeón,  señor  de  las  ínsulas 
orientales,  y  traía  consigo  aquel  caien- 
tísimo  y  superbo  joven  flr amarante... 
Venia  el  Rey  de  los  Palibotos,  que  se- 
gún afirman  muchos  escritores,  cada 
dia  que  quiere  saca  al  campo  cien  mil 
hombres  de  pie  de  gueria...  Venia  el 
fuerte  Hadarán,  Rey  de  Arabia,  y  con 
él  la  Reina  Carmania,  con  cinco  mil 
caballeros  cada  uno.  Venía  el  Rey  de 
Media,el  Rey  de  los  Partos...  Venían 
todas   las    naciones  del  río    Ganges  y 


(«)  En  los  libros  de  cahaUerias.  —  Se  equi- 
voca el  comentarista  en  su  idea  fija  de  que 
Cervantes,  como  su  héroe,  tenía  llena  la 
cabeza  de  los  libros  de  caballerías  y  sólo 
pensaba  en  imitarlos.  El  príncipe  de  los 
escritores  españoles  se  propuso,  como  gran 
artista  del  estilo  y  de  la  lengua,  trazar  aquí 
una  descripción  admirable  para  regocijo 
de  sus  lectores  y  lo  consiguió  cumplida- 
mente. (M.  de  T.) 


del  monte  Tauro,  y  no  parando  en  esto, 
vinieron,  el  Rey  de  la  Taprohana,  y  el 
Rey  de  Egipto  y  el  de  Etiopia...  FivaL- 
mente,  viniero7i  estas  y  otras  muchas 
naciones  que  por  evitar  prolijidad  se 
dejan  de  contar  {ü). 

Al  referirse  en  la  crónica  de  Palme- 
rín  de  Inglaterra  (b)  una  gran  batalla 
que  hubo  entre  fieles  é  infieles,  se  eni- 
I)ieza  por  enumerar  los  cuerpos  de  que 
se  componía  el  ejército  cristiano  con 
expresi(')n  de  sus  capitanes,  y  después 
se  hace  lo  mismo  con  el  de  los  turcos. 
Finalmente,  se  da  noticia  de  las  armas, 
colores,  empresas  y  divisas  de  los  prin- 
cipales cabaJleros. 

Pudo  (Cervantes,  al  extender  el  pasaje 
del  texto,  tener  presente  estos  y  otros 
semejantes  de  los  libros  caballerescos; 
pero  el  que  ofrece  mayor  número  de 
recuerdos  y  puntos  de  semejanza  es  el 
que  se  lee  en  el  libro  IV  de  la  historia 
de  Amadis  de  Gaulá  (c),  donde  se  des- 
criben los  dos  ejércitos  enemigos,  el 
del  Emperador  de  Roma  y  el  del  Rey 
Perlón  de  Gaula.  Por  su  lectura  puede 
sospecharse  que  éste  fué  el  pasaje  que 
se  tuvo  más  á  la  vista  en  la  descripción 
de  D.  Quijote.  Emperador  soAe/6¿o  por 
una  parte,  y  Rey  cuerdo  y  esforzado  por 
otra :  Macián  de  la  Puente  de  plata, 
armas  azules,  blancas,  verdes,  amari- 
llas y  negras,  partidas  á  cuarterones  ; 
la  doncella  figurada  en  el  escudo  y  un 
caballero  hincado  de  rodillas  delante, 
que  páresela  que  le  demandaba  meiced  ; 
las  armas  coloradas  con  flores  de  oro; 
las  de  los  veros  azules ;  todas  estas  ex- 
presiones cotejadlas  con  las  del  texto 
del  QuMOTE,  inclinan  íi  creer  que  Cer- 
vantes no  tenía  olvidadas  las  del  libro 
de  Amadis  al  escribir  el  suyo. 

1.  Mingún  gigante  había  nombrado 
D.  Quijote,  y  sólo  había  hecho  men- 
ción de  un  caballero  de  miembros  gigan- 
teos.  Verdad  es  que  debía  ser  un  gi- 

(a)  Parte  I,  lib.  IH.  cap.  XVri.  —  {!>') 
Parte  II  desde  el  cap.  CLXV  al  CLXX.  — 
(c)  Cap.  CVII  V  CIX. 


276  noN  QUIJOTE  de  la  mancha 

miendo  al  diablo,  hombre  ni  gigante  ni  caballero  de  cuantos 
vuestra  merced  dice  parece  por  todo  esto  :  á  lo  menos  yo  no  los 
veo  ;  quizá  todo  debe  do  ser  encantamento,  como  las  fantasmas  de 
anoche.  ¿Cómo  dices  eso?  respondió  D.  Ouijote;  ¿no  oyes  el  re- 
linchar de  los  caballos,  el  tocar  de  los  clarines,  el  ruido  de  los 
atambores '  ?  No  oigo  olra  cosa,  respondió  Sancho,  sino  muchos 
balidos  de  ovejas  y  carneros;  y  así  era  la  verdad,  porque  ya  llega- 
ban cerca  los  dos  rebaños.  El  miedo  que  tienes,  dijo  D.  Quijote,  te 
hace,  Sancho,  que  ni  veas  ni  oyas  á  derechas  ■^,  porque  uno  de  los 
efectos  del  miedo  es  turbar  los  sentidos,  y  hacer  que  las  cosas  no 
parezcan  lo  que  íson;  y  si  es  que  tanto  temes,  retírate  á  una  parle 
y  déjame  solo,  que  solo  basto  ú  dar  la  victoria  á  la  parte  á  quien  yo 
diere  mi  ayuda  :  y  diciendo  esto  puso  las  espuelas  á  Rocinante,  y 
puesta  la  lanza  en  el  ristre  bajó  de  la  costezuela  como  un  rayo.  Dióle 
voces  Sancho  diciéndole  :  Vuélvase  vuestra  merced,  señor  D.  Qui- 
jote, que  voto  á  Dios  que  son  carneros  y  ovejas  las  que  va  á  embestir, 
vuélvase.  ¡  Desdichado  del  padre  que  me  engendró!  ¡  Qué  locura  es 
esta!  Mire  que  no  hay  gigante,  ni  caballero  alguno,  ni  gatos,  ni  armas, 
ni  escudos  partidos  ni  enteros,  ni  veros  azules  ni  endiablados; 
¿qué  es  lo  que  hace?  ¡  pecador  soy  yo  á  Dios !'.  Ni  por  esas  volvió 
D.  Quijote,  antes  en  altas  voces  iba  diciendo  :  Ea,  caballeros,  los 
que  seguís  y  militáis  debajo  de  las  banderas  del  valeroso  Empera- 
dor Penlapolín  del  arremangado  brazo,  seguidme  todos,  veréis 
cuan  fácilmente  le  doy  venganza  de  su  enemigo  Alifanfarón  de  la 
Trapobana.  Esto  diciendo,  se  entró  por  medio  del  escuadrón  de 
las  ovejas,  y  comenzó  de  alanceallas '  con  tanto  coraje  y  denuedo, 

gante  en  forma,  un  gigantazü  que  valiese  mentó  mezclado  con  algo  de  impacien- 

por  mui'hos,    puesto    que  llevaba  pur  c\a  :  Tan  cierto  como  gue  soy  pecador  y 

escudo  la  puerta  de  un  templo.  he  ofendido  á  Dios.  Sancho  vuelve  á 

1.  Así  solían  llamarse  on  tiempo  de  repetirlo  hablando  con  su  amo  en  el  ca- 
Cervantes  los  que  ahora  llamamos /a??2-  pítulo  XLVI  de  esta  primera  parte,  y 
bores,  instrumentos  militares  que  las  después,  siendo  Gobernador,  enla aven- 
naciones  cristianas  tomaron  de  los  sa-  turadel  asalto  de  la  ínsula,  capitulo  LUÍ 
rracenos,  como  lo  prueba  Ducange  en  de  la  segunda.  Usó  también  de  esta  ex- 
sus  notas  á  la  historia  de  San  Luis  por  ]iresión  el  lacayo  Vnllejo  en  la  comedia 
Joinville. —  Tambor  se  dijo  por  ono-  de  Lope  de  Rueda  intitulada  la  iíu/'em/a: 
matopeya,  y  entre  nosotros  es  nombre  ¿  No  ves  que  es  de  noche,  pecador  soy  á 
común  al  instrumento  y  al  que  le  toca.  Dios,  >j  ó  lo  escuro  todo  es  turbio  (a)'1 

í.   Estaría    mejor    suprimiéndose   el  4.  No  es  el  régimen  ordinario  de  ahora, 
pronombre  le.  —  Oyas  por  oigas,  como  segúnel  cual  se  diría:  Ycojnenzóá  oían- 
se dice  comúnmente.  —  Sancho,  lejos  ceallas.  Antiguamente  era  otra  cosa,  y 
de  temer  ni   manifestar  miedo,    decía  así  decía  un  romance  viejo  de  Reinal- 
que  sólo  eran  ovejas  y  carneros,  obje-  dos  de  Montalván  : 
tos  bien  poco  temibles.  D.  Quijote  Ha-  _      t>  •     u         ..■•        ,   .j 
maba  nüedo  de  Sancho  á  lo  que  era  lo-  ya'íomSa  de^ín?"  ""  '""  - 
cura  suya.                               f  ' 

3.  Especie    de   aseveración   ó    jura-  (a)  Acio  III,  escena  I. 


l'ItlMI  KA    PAUTi;. 


CAIMTLLO     XVín 


277 


como  si  (1(!  veras  alancísira  ;'i  sus  moríales  enemigos.  Los  pastores 
y  íJi'aiiadíM'Ds  (juc  con  In  manada  venían,  dáhanlo  voces  qne  no 
hiciese  aíjuello;  pero  viendo  qne  no  aprovechaban,  desciñ(;ronsc 
his  hondas  y  comenzaron  á  sahiihiUe  los  oídos  con  piedras  como 
el  iiiiMo.  I).  Quijole  no  se  cnraba  de  his  piedras,  antes  discuniendo 
á  todas  j)artes  decía  :  ¿  Adonde  estás',  soberbio  AHfanfar(')n?  Vente 
á  mí,  (jue  un  caíjailero  solo  soy'-^  que  desea  de  solo  á  solo  probar 
tus  tuerzas,  y  quitarte  la  vida  en  pena  de  la  que  das  al  valeroso 
Pentapolín  (iaramanta  ^.  Llegó  en  esto  una  peladilla  de  arroyo'*; 
y  ilándole  en  un  lado,  le  sepultó  dos  costillas  en  el  cuerpo.  Vién- 
dose lan  maltrecho,  creyó  sin  duda  que  estaba  muerto"'  ó  malfe- 
ridü,  y  acordándose  de  su  licor  sacó  su  alcuza,  y  púsosela  á  la 
boca,  y  comenzó  á  echar  licor  en  el  estómago ;  mas  antes  que 
acabase  de  envasar  lo  que  á  él  le  parecía  bastanl^e,  llegó  otra  almen- 
dra, y  dióle  en  la  mano  y  en  el  alcuza  tan  de  lleno,  que  se  la  hizo 
pedazos  llevándole  de  camino  tres  ó  cuatro  dientes  y  muelas  de  la 
boca,  y  machacándole  malamente  dos  dedos  de  la  mano.  Tal  fué  el 
golpe  primero  y  tal  el  segundo,  que  le  fué  forzoso  al  pobre  caba- 
llero dar  consigo  del  caballo  abajo.  Llegáronse  á  él  los  pastores,  y 
creyeron  que  le  habían  muerto  :  y  así  con  mucha  priesa  recogieron 
su  ganado,  y  cargaron  las  reses  muertas'',  que  pasaban  de  siete,  y 


1.  Cuando  Carlomagno  enlrú  en  las 
tierras  del  Almirante  Balan,  cuenta  su 
historia  que  le  salió  al  encuentro  el  Key 
Brulanle  con  cien  mil  paganos,  y  ade- 
lantándose gran  trecho  de  su  gente,  á 
grandes  voces  empezó  á  decir  :  Olí  noble 
Emperador  Carlomagno, ,;  donde  estfls? 
Apártate  tú  de  tu  gente,  como  yo  de  la 
mía,  y  empecemos  los  dos  viejos  esta  ba- 
talla (a).  Muerto  Hrulante,  el  Almi- 
rante Balan  entn'i  en  la  batalla,  lla- 
mando tí  grandes  voces  al  Emperador 
Carlomagno  :  ¡,  dónde  estás?  Fuesen  la 
Turquía  entraste  en  busca  mía,  ¿  por 
que'  huyes  ahora  de  mi  (6)  ? 

2.  Esto  cuenta  la  misma  historia  de 
Carlomagno  que  gritaba  Fierabrás  de 
Alejandria,  desafiando  al  Enijierador  y 
á  los  Doce  Pares,  que  estaban  en  Mor- 
mionda,  y  diciendo  una  y  otra  vez  que 
era  un  solo  caballero.  Expresión  seme- 
janlf  fué  la  que  Ü.  Quijote  dirigió  á  ios 
molinos  de  viento  en  el  capitulo  VIH  : 
Non  fuyades,  cobardes  y  viles  criaturas, 
que  un  solo  caballero  es  el  que  os  aconte  le. 


(a)  Cap.  LI.  -  (6)  Ib.,  cap.  LII. 


3.  En  la  designación  de  este  nombre 
pudo  tener  parte  alguna  reminiscencia 
de  Cervantes,  nacida  dé\la  lectura  del 
Laberinto  del  poeta  castellano  Juan  de 
Mena,  en  cuya  copla  oO  se  encuentran 
los  dos  nombres  de  Pentapolín  y  de 
Gai'amanta.  —  Poco  antes  llamó  D.  Qui- 
jote á  Pentapolín  Emperador  ;  al  prin- 
cipio le  había  llamado  Rey,  pero  no 
debe  buscarse  consecuencia  en  perso- 
nas como  D.  Quijote. 

i.  Modo  familiar  de  designar  un  gui- 
jai'ro:  pocos  renglones  después  le  llama 
almendra.  Con  efecto,  peladillas  es  el 
nombre  que  se  da  en  las  confiterías  á 
las  almendras  lisas,  bañadas  de  almi- 
dón y  azúcar  ;  y  á  los  guijarros  convie- 
nen las  dos  calidades,  de  ser  pelados  y 
de  arroyo. 

o.  Esto  de  creer  uno  de  sí  mismo 
que  está  muerto  tiene  gracia,  y  sólo 
cabe  en  un  celebro  tan  desarreglado 
como  el  de  D.  Quijole.  Es  de  advertir 
la  habilidad  con  que  Cervantes  saca 
partido  del  carácter  de  su  héroe  para 
esforzar  con  verosimilitud  lo  ridí- 
culo. 

6.  Hasta  ahora  se  había  leído  carga- 


V 


278 


DON    QUIJOTL    DE    LA   MANCHA 


sin  averiguar  olra  cosa  se  fueron'.  Estábase  todo  este  tiempo 
Sancho  sobre  la  cuesta  mirando  las  locuras  que  su  amo  hacía,  y 
arrancábase  las  barbas^,  maldiciendo  la  hora  y  el  punto  en  que  la 
fortuna  se  le  había  dado  á  conocer  :  viéndole,  pues,  caído  en  el 
suelo,  y  que  ya  los  pastores  se  habían  ido,  bajó  de  la  cuesta,  y  lle- 
góse á  él,  y  hallólo  de  muy  mal  arle,  aunque  no  había  perdido  el 
sentido,  y  díjole  :  ¿No  le  decía  yo,  señor  D.  Ouijote,  que  se  vol- 
viese, que  los  que  iba  á  acometer  no  eran  ejércitos,  sino  manadas 
de  carneros?  ¡  Cómo  eso  puede  desparecer  y  contrahacer  aquel 
ladrón  del  sabio  mi  enemigo^ !  Sábete,  Sancho,  que  es  muy  fácil 
cosa  á  los  tales  hacernos  parecer  lo  que  quieren,  y  este  maligno 
que  me  persigue,  envidioso  de  la  gloria  que  vio  que  yo  había  de 
alcanzar  desta  batalla,  ha  vuelto  los  escuadrones  de  enemigos  en 
manadas  de  ovejas.  Si  no,  haz  una  cosa,  Sancho,  por  mi  vida, 
porque  te  desengañes  y  veas  ser  verdad  lo  que  te  digo  :  sube  en 
tu  asno,  y  sigúelos  bonitamente,  y  verás  cómo,  en  alejándose  de 
aquí  algún  poco,  se  vuelven  en  su  ser  primero,  y  dejándose  de  ser 


ron  ía)  de  las  reses  muer  las,  como  si  no 
las  hiibiesea  cargado  todas  y  se  deja- 
ran algunas  ;  pero  es  indudable  que  la 
particula  de  se  introdujo  indebida- 
mente en  el  texto. 

1.  El  temor  de  los  pastores,  que  se 
retiran  creidos  de  que  hablan  muerto 
á  D.  Quijote,  é  interesados  por  consi- 
guiente en  que  el  asunto  no  tuviese 
otras  resullas  para  ellos,  da  salida  na- 
tural y  fácil  á  una  aveulura  que  no  pu- 
diera tenerla  de  otro  modo  verosímil 
en  un  país  civilizado.  Tanto  por  esta 
consideración, <'omo por  serla  aventura 
tan  apropiada  al  papel  de  D.  Quijote, 
por  su  disposición  y  por  el  modo  de 
referirla,  es  una  de  las  más  agradables 
de  la  fábula. 

2.  Antes  vimos  que  Sancho  juraba 
por  sus  barbas :  ahora  vemos  que  se  las 
arranca,  y  de  uno  y  otro  pasaje  inferi- 
remos que  las  traía.  Conforme  á  lo  que 
ya  se  dijo  anteriormente,  amo  y  mozo 
debieron  representarse  con  ellas  en  las 
estampas  que  acompañan  á  muchas 
ediciones  :  pero  cuando  se  grabaron  ya 
no  so  usaban  barbas,  y  los  grabadores 
los  dibujaron  inadvertidamente  como 
coetáneos  suyos. 


(a)  Carqaron.  —  El  Sr.  Cortejón  resta- 
blece la  lección  aiUiglia  :  cargaron  de  leu 
reses muertas.  (M.  de  T.) 


3.  Salida  graciosísima  (p).  La  explica- 
ción que  D.  Quijote  da  á  su  desgracia,  es 
digna  de  la  aventura  que  precede ;  con- 
siderándose caballero  ya  famoso  con 
todas  las  circunstancias  que  habían 
adornado  á  los  héroes  imaginarios  á 
quienes  imitaba,  persuadido  de  lo  in- 
vencible de  su  fuerte  brazo,  y  de  que 
un  solo  caballero  andante  puede  deshacer 
un  ejército  de  doscientos  mil  hombres, 
como  si  todos  fuesen  hechos  de  alfe- 
ñique (a),  no  sabe  cómo  explicar  su 
vencimiento,  sino  por  la  envidia  y  mala 
voluntad  de  algún  sabio  encantador 
perseguidor  suyo,  á  la  manera  que  lo 
fueron  Arcalaus  de  Amadis  de  Gaula  y 
Frislón  de  Belianís  de  Grecia.  De  Kristón 
dijo  ya  D.  Quijote  cnel  capítulo  Vilijue 
era  su  grande  enemigo,  equiparándose 
sin  duda  con  Belianís,  á  quien  durante 
mucho  tiempo  profes(')  grande  ojeriza 
aquel  mago,  hasta  que.  reconciliándose 
con  él,  fué  en  adelante  su  amigo  y  su 
coronisla. 

(a)  Parte  II,  cap.  I. 

(?)  Graciosísima.  —  El  Sr.  Pí  y  Molist,  en 
su  libro  Primores  del  Quijote,  hace  notar  en 
este  pasaJR  que  el  í;enio  de  Cervantes  le 
hizo  adivinar  y  expresar  de  un  modo  admi- 
rable el  proceso  de  la  locura  de  su  héroe 
conforme  á  las  leyes  ó  principios  de  la  psi- 
quiatría. (M.  de  T.) 


PUlMKriA    I'AUTK.    —     CAPÍTULO    XVlll  ^lV^ 

cai'iioros,  son  lioinI»r(\s  hechos  y  derechos  corno  yo  te  los  pinté 
priiiioro.  Pero  no  vayas  ahora,  (|U('  ho  monesler  tu  favor  y  ayuda  ; 
IU''{4alc  ;\  mí,  y  mii-a  cnánlas  inncíhisy  dientes  me  fallan,  que  me 
parece  que  no  me  ha  ([uedado  ninguno  en  la  boca.  Llegóse  Sancho 
tan  cerca  (¡ue  casi  le  metía  los  ojos  en  la  boca,  y  fué  {\  tiempo  que 
ya  había  obrado  ol  bálsamo  en  el  estómago  de  D.  Ouijole,  y  al 
tiempo  (pie  Sancho  lleg()  á  mii-arlc  la  boca,  arrojó  de  sí  más  recio 
<[U(>  una  escopeta  ctianto  dentro  tenía,  y  dio  con  lodo  ello  en  las 
barbas  del  compasivo  escudero  '.  ¡  Santa  María  !,  dijo  Sancho,  ¿  y 
qué  es  esto  que  me  ha  sucedido?  Sin  duda  este  f)ecador  está 
herido  de  muerte,  pues  vomita  sangre  por  la  boca;  pero  reparando 
un  poco  más  en  ello,  echo  de  ver  en  la  color,  sabor  y  olor  que  no 
era  sangre,  sino  el  bálsamo  de  la  alcuza  (|uc  él  le  había  visto  beber; 
y  fué  tanto  el  asco  que  tomó,  que  revolviéndosele  el  estómago, 
vomitó  las  tripas  sobre  su  mismo  señor,  y  quedaron  entrambos 
como  de  perlas.  Acudió  Sancho  á  su  asno  para  sacar  de  las  alfor- 
jas con  que  limpiarse  y  con  (|ué  curar  á  su  amo,  y  como  no  las 
halló-,  estuvo  á  punto  de  perder  el  juicio  :  maldíjose  de  nuevo,  y 
propuso  en  su  corazón  de  dejar  á  su  amo'',  y  volverse  á  su  tierra, 
aunque  perdiese  el  salario  de  lo  servido  y  las  esperanzas  del 
gobierno  de  la  prometida  ínsula.  Levantóse  en  esto  í).  Quijote,  y 
puesta  la  mano  izquierda  en  la  boca,  porque  no  se  le  acabasen  de 
salir  los  dientes,  asió  con  la  otra  las  riendas  de  Rocinante,  que 
nunca  se  había  movido  de  junto  á  su  amo  (tal  era  de  leal  y  bien 
acondicionado),  y  fuese  á  donde  su  escudero  estaba  de  pechos 
sobre  su  asno  con  la  mano  en  la  mejilla  en  guisa  de  hombre  pen- 
sativo además.  Y  viéndole  D.  Quijote  de  aquella  manera  con  mues- 


1.  D.  Francisco  de    QuevéHo,  descri-  censure  como  demasiado  natural  y  aun 

hiendo  el  convite  de  unos  borrachos  en  bajo  ;  pero  el  censor  se  reirá  al  leerlo, 

casa  de  Alonso   Ramplón,  verdugo   de  no  hay  duda. 

Segovia,  contaha  que  el  porquero   (uno  2.  Incidente  que  aumenta  y  esfuerza 

de  ellos)  vomitó  cuanto   había  comido  lo  cómico  de  la  escena,  y  que  viene  ya 

671  las  barims  del  de  la  demanda  (a).  preparado    desde    el    olvido   con    que 

Quevedo  pudo  tener  presente  este  pasaje  Sancho  se  dejó  las  alforjas  en  la  venta, 

de  Cervantes,  así  como  Cervantes  el  de  según  se  refirió  al  fin  del  capítulo  pre- 

Lazarillo  de  Tormes.  cuando  su  amo  el  cedente. 

ciego,  para  averiguar  sise  había  comido  3.  Ya  se  ha  hablado  antes  de  la  nin- 

la  longaniza,  le  metióla  nariz  hasta  el  guna  necesidad  de  emplear  la  partícula 

galillo,  revolviéndosele  el  estómago,  de  de  en  ocasiones  como  la  presente,  y  de 

suerte  que  la  nariz  y  la  negra  malinas-  lo  que  seria  de  apetecer  que  se  dismi- 

cada  longaniza  salieron  ú  un  tiempo  de  nuyese  su  uso.    Aquí  también  se    evi- 

la  boca.  taría  la  repetición  de  dejar.  —  En  tiem- 

¡  Qué  cuadro   el   que  ofrece  nuestro  po  de  Cervantes    fué   frecuente   y  aun 

texto  !  Habrá  quizá    quien   lo   tache  y  común    este  régimen   en   los  verbos  ; 

algunos  todavía  lo  conservan  tal  cual 

(a)  Gran  Tacaño,  cap.  II.  vez,  y  proponer  es  uno  de  ellos. 


280  DON    QüIJOTIi    DE   LA    MANCHA 

tras  de  tanla  tristeza,  le  dijo  :  Sábele,  Sancho,  que  no  es  un 
hombre  más  que  otro,  si  no  hace  más  que  otro  :  todas  estas  borras- 
cas que  nos  suceden,  son  señales  de  que  presto  ha  de  serenar  el 
tiempo,  y  han  de  sucedemos  bien  las  cosas,  porque  no  es  posible 
que  el  mal  ni  el  bien  sean  durables,  y  de  a(]ui  se  sigue  que 
habiendo  durado  mucho  el  mal,  el  bien  está  ya  cerca  :  asi  que  no 
debes  congojarte  por  las  desgracias  que  á  mí  me  suceden,  puesá  ti 
no  te  cabe  parle  dolías.  ¿Cómo  no?  respondió  Sancho;  ¿  por  ven- 
tura el  que  ayer  mantearon  era  otro  que  el  hijo  de  mi  padre?  ¿  Y 
las  alforjas  que  hoy  me  faltan  con  todas  mis  alhajas,  son  de  otro 
que  del  mismo  ?¿  Qué  te  fallan  las  alforjas,  Sancho?  dijo  D.  Qui- 
jote. Sí  que  me  faltan,  respondió  Sancho.  Dése  modo  no  tenemos 
qué  comer  hoy,  replicó  D.  Quijote.  Eso  fuera,  respondió  Sancho, 
cuando  faltaran  '  ])or  <;slos  prados  las  hierbas  que  vuestra  merced 
dice  que  conoce,  con  que  suelen  suplir  semejantes  fallas  los  tan 
mal  aventurados  caballeros  andantes  como  vuestra  merced  es.  Con 
todo  eso,  respondió  D.  Quijote,  tomara  yo  ahora  más  aina  un  cuar- 
tal de  pan^,  ó  una  hogaza  y  dos  cabezas  de  sardinas  arenques,  que 
cuantas  hierbas  describe  Dioscórides ,  aunque  fuera  el  ilustrado 
por  el  doctor  Laguna^ ;  mas  con  todo  esto  sube  en  tu  jumento, 
Sancho  el  bueno,  y  vente  tras  mí,  que  Dios,  que  es  proveedor  de 
todas  las  cosas,  no  nos  ha  de  faltar,  y  más  andando  tan  en  su  ser- 


1.  Reconvepción  irónica  de  Sancho,  3.  Andrés  Laguna,  natural  de  Segó  via 
tan  salada  como  oportuna  en  la  sitúa-  médico  del  Emperador  Garlos  V,  traduj , 
ción  en  que  se  hallaban  él  y  su  amo.  del  griego  é  ilustró  con  anotaciones  y 
Loquediómotivoála  maliciade  Sancho  figuras  el  tratado  de  Pedacio  Dioscó- 
fué  lo  que  se  refirió  en  el  capitulo  X,  rides  acerca  de  la  materia  medicinal  y 
donde  le  dice  I).  Quijote  que  el  sustento  de  los  venenos  mortíferos.  Se  imprimió 
ordinario  de  los  caballeros  andantes  en  Salamaca  el  año  de  lolO,  pero  el 
solía  ser  de  fintas  secas  y  de  alf/unas  privilegio  para  la  impresión  y  la  dedi- 
hierbas  que  hallulxmpor  los  campos,  y  catoria  á  D.  Felipe,  lieyde  Inglaterra  y 
ellos,  añade,  conocían.,  y  yo  también  Principe  heredero  de  España,  tienen  le 
conozco.  fecha  del  año  15.55.   En  el   anterior  de 

2.  ^¿?ia(a),  adverbio  anticuado,  signifi-  1554  se  hablan  dado  á  la  luz  pública  en 
csi  bien,  fácilmente, pronto. —  Cuartales  León  de  Francia  sus  anotaciones  en 
la  cuarta  parte. — //o^aza,  pan  común  latín.  Residió  Laguna  por  espacio  de 
y  ordinario,  alimento  de  trabajadores  mucho  tiempo  en  Alemania,  Flandes  é 
y  jornaleros.  —  Sardinas  arenques,  co-  lt;ilia.  La  traduccii'tn  de  Dioscórides 
mida  propia  délas  costas  de  mar,  donde  tiene  la  particularidad  de  haber  sido 
la  usa  la  gente  pobre,  y  aun  ésta  suele  hecha  en  el  mismo  sitio  en  que  estuvo 
-arrojar  las  cabezas,  que  ahora  apetecía  la  quinta  Tusculana,  donde  Cicerón  es- 
D.  Quijote,  cribió  varias  de  sus  obras  filosóficas.  Al 

fin  de  la  dedicatoria  propone  Laguna 

(a)  .4, na  -    El   sentido   más   general  de  que,  á  imitación   de  lo  que  hacían  Ips 

íf!J^'T  n'^n^      T'^'T']''   '^P'""'''^^  Prmcipes  y  Universidades  de   Italia,   .se 

el  refrán  :  Da  Dios    alas    a  la  liormiaa  para  '       •'    i                 „        -        ■       ■ 

morir  más  aina ;  pero  en  este  pasaje  parece  P/ovea  que   haya  en  España  siquiera  y 

indicar  :  de  más  buena  gana,  de  mejor  grado.  "  lo  menos  un  jardín  holumco  susten- 

(M.  de  T.)  tado  con  estipendios  Reales. 


IMllMi:i(A    l'AUTIC 


CAPITULO    XVIII 


281 


vicio  como  iiudainos,  pues  iK)  IíiIIji  ;i  los  iiios(|ii¡los  del  riirc,  ni  ú 
los  ^iisiiuillos  (l(í  li»  li(írra,  ni  á  los  renacuajos  del  a<;ua,  y  es  tan 
piadoso,  {[uv  \\i\cc  salir  su  sol  sobre  los  buenos  y  malos,  y  llueve 
sobre  los  injustos  y  justos'.  Más  bueno  era  vuestra  merced,  dijo 
Sandio,  para  predicador  que  para  caballero  andante.  D(;  todo 
sabían  y  han  de  saberlos  caballeros  andantes,  Sancho,  dijo  D.  Qui- 
jote, porqiKí  caballero  andante;  hubo  en  los  pasados  siglos  que  así 
separaba  á  hacer  un  sermón  ó  plálica  on  mitad  de  un  campo  reaP, 
como  si  l'uera  graduado  por  la  Universidad  de  París^;  de  donde 
se  iníiere  que  nunca  la  lanza  embotó  la  pluma,  ni  la  pluma  la 
lanza  '.  Ahora  bien,  sea  así  como  vuestra  merced  dice,  respondió 
Sancho,  vamos  ahora  de  aquí,  y  procuremos  dónde  alojar  esta 
noche'',  y  (juiera  Dios  que  sea  en  parle  donde  no  haya  mantas,  ni 
manteadores,  ni  fantasmas,  ni  moros  encantados,  que  si  los  hay, 


1.  Solem  siium  onri  facit  super  bonos 
et  malos,  et  pluilsuper  itislos  el  iniustos : 
asi  el  Evangelio  de  San  Mateo  («).  La 
traducción  de  (-ervantos  invirtió  el  orden 
debido  :  la  gradación  de  las  ideas  exigía 
que  se  dijese  al  revés,  sohve  ins  justos  é 
injustos,  como  está  en  el  Evangelio;  de 
otro  modo,  lejos  de  añadirse  nada  en  la 
segunda  parte  de  la  frase  y  de  esforzarse 
el  pensamiento,  éste  se  debilita  y  afloja. 
k  excei)ción  de  ello, el  presente  pasaje, 
con  las  expresiones  que  le  preceden, 
tiene  una  admirable  dulzura  y  armonia 
que  asienta  grandemente  sobre  las  ideas, 
las  cuales  son  asimismo  en  extremo 
suaves  y  tiernas,  como  correspondía  al 
asunto  de  que  se  trataba. 

2.  La  edición  de  Londres  de  1738  corrí- 
gió  en  mitad  de  un  camino  real{a.);  y  si 
bien  lo  reflexionamos,  es  menester  con- 
fesar que  la  corrección  es  plausible,  y 
que  suena  mejor  que  lo  que  se  halla  en 
las  demás  ediciones  ;  porque  ¿qué  quiere 
decir  campo  real  ? 

3.  No  es  impropia  de  este  lugar  la 
mención  de  la  Universidad  de  París, 
porque   en   aquellos  tiempos  fué  muy 

(a)  Cap.  V. 

(a)  Camino  real.  —  No  obstante  las  sutiles 
disquisiciones  del  Sr.  Calderón  que,  en  su 
Cervantes  vindicado,  toma  la  palabra  campo 
'pov  campamento,  no  parece  fuera  de  camino 
la  corrección  arriba  indicada,  tanto  más 
cuanto  que,  como  nota  el  Sr.  Corlejón  muy 
oportunamente,  dice  el  texto  :  se  paraba,  lo 
cual  es  más  propio  hablando  de  un  camino 
que  de  un  campamento.  (M.  de  'S .¡ 


frecuentada  de  los  españoles;  en  prueba 
de  lo  cual  pudieran  citarse  los  ejemplos 
de  Pedro  Ciruelo,  de  Andrés  Laguna,  de 
quien  se  habló  poco  hace,  del  Cardenal 
D.  Juan  Martínez  Silíceo,  que  después 
fué  Arzobispo  de  Toledo,  del  Padre  Juan 
de  Mariana,  y  de  otros  personajes  cé- 
lebres. 

4.  Como  sucedió  á  César  entre  los  ro- 
manos y  entre  nosotros  al  Rey  D.  Jaime 
el  Conquistador;  y  descendiendo  á  per- 
sonas menos  ilustres,  á  D.  Carlos  Co- 
loma y  á  los  Marqueses  de  Santa  Cruz  y 
de  la  Victoria.  Garcilaso  de  la  Vega  y 
D.  Alonso  de  Ercilla  ambos  fueron  ilus- 
tres poetas, y  al  mismo  tiempo  militares 
valientes.  Ercilla,  hablando  de  sus 
trabajos  en  la  defensa  del  fuerte  de 
Penco,  decía  : 

La  regalada  cama  en  que  dormía 
Era  la  húmida  tierra  empantanada, 
Armado  siempre  y  siempre  en  ordenanza. 
La  pluma  ora  en  la  mano,  ora  la  lanza  (a), 

y  Garcilaso  en  la  égogla  dirigida  á  la 
Condesa  de  Ureña : 

Entre  las  armas  del  sangriento  Marte... 
Hurté  de  tiempo  aquesta  breve  suma, 
Tomando  ora  la  espada,  ora  la  pluma. 

5.  Procuremos  por  busqueriios  á  no 
ser  que  se  omitiese  la  palabra  buscar  : 
y  procuremos  buscar  donde  alojar  esta 
noche.  Alojar  por  alojarse,  es  verbo 
usado  en  varias  partes  del  Quijote. 

(a)  Araucana,  parte  II,  canto  20. 


282  DON    QUIJOTE    DK   LA    MANCHA 

daré  al  diablo  el  hato  y  el  garabato.  Pídeselo  tú  á  Dios,  hijo,  dijo 
D.  Quijote,  y  guía  tú  por  donde  (¡uisiercs,  que  esta  vez  quiero  dejar 
á  tu  elección  el  alojarnos ;  pero  dame  acá  la  mano,  y  atiéntame 
con  el  dedo,  y  mira  bien  cuántos  dientes  y  muelas  me  fallan  deste 
lado  derecho  de  la  quijada  alta,  que  allí  siento  el  dolor.  Metió  San- 
cho los  dedos,  y  estándole  atentando  \  le  dijo  :¿  Cuántas  muelas 
solía  vuestra  merced  tener  en  esta  parte?  Cuatro,  respondió 
D.  Quijote,  fuera  de  la  cordal,  todas  enteras  y  muy  sanas.  Mire 
vuestra  merced  bien  lo  que  dice,  señor,  respondió  Sancho.  Digo 
cuatro,  si  no  eran  cinco^,  respondió  D.  Quijote,  porque  en  toda  mi 
vida  me  han  sacado  diente  ni  muela  de  la  boca,  ni  se  me  ha  caído, 
ni  comido  de  neguijón  ni  de  reuma  alguna.  Pues  en  esta  parte  de 
abajo,  dijo  Sancho,  no  tiene  vuestra  merced  más  de  dos  muelas  y 
media;  y  en  la  de  arriba  ni  media  ni  ninguna,  que  toda  está  rasa 
como  la  palma  déla  mano.  ¡Sin  ventura  yo!  dijo  D.  Quijote  oyendo 
las  tristes  nuevas  que  su  escudero  le  daba,  que  más  quisiera  que  me 
hubieran  derribado  un  brazo,  como  no  fuera  el  de  la  espada  ; 
porque  te  hago  saber,  Sancho,  que  la  boca  sin  muelas  es  como 
molino  sin  piedra,  y  en  mucho  más  se  ha  de  estimar  un  diente  que 
un  diamante ;  mas  á  todo  esto  estamos  sujetos  los  que  profesamos 
la  estrecha  orden  de  caballería  :  sube,  amigo,  y  guía,  que  yo  te 
seguiré  al  paso  que  quisieres.  Hízolo  así  Sancho,  y  encaminóse 
hacia  donde  le  pareció  que  podía  hallar  acogimiento  sin  salir  del 
camino  real,  que  por  allí  iba  muy  seguido'.  Yéndose,  pues,  poco  á 
poco,  porque  el  dolor  de  las  quijadas  de  D.  Quijote  no  le  dejaba 
sosegar  ni  atender  á  darse  priesa,  quiso  Sancho  entretenelle  y 
divertirle  diciéndole  alguna  cosa,  y  entre  otras  que  le  dijo,  fué  lo 
que  se  dirá  en  el  siguiente  capítulo. 

1.  Alentar  en  su  sigaiücación  común  ser,  porque  no  hay  tantas  en  cada  lado 
es  verbo  neutro,  y  quiere  decir  otra  de  la  quijada.  D.  Quijote  no  eslaba 
cosa.  Aquí  es  verbo  activo  y  está  por  bien  seguro  enla  cuenlade  sus  muelas. 
tentar.  No  me  acuerdo  haberlo  visto  —  Muela  co/-(/aZ  i'i  del  juicio,  la  que  ya 
usado  otra  vez  en  esta  acepción  ;  su  en  la  edad  varonil  nace  en  la  extremi- 
verbal  atentados  en  significación  de  dad  de  la  mandíbula. —  iVe^rui/o'/i,  carie 
inciertos  ó  dados  á  lientas,  se  usó  en  de  los  dientes,  que  los  ennegrece  y 
el  capítulo  XVI,  hablándose  de  los  lá-  corroe. 

ct^os  y  a¿e/i/«í/o.s  pasos  de  Maritornes.  3.  Quiere  decir  que  por    allí    iba  el 

2.  Cinco...fuera  de  la  cordalno  puede      camino  real  muy  derecho. 


CAPITULO    XIX 

DE  LAS  DISCRETAS  RA/.Ü.\ES  QUE  SANCHO  PASABA  CON  SU  AMO,  Y  DE 
LA  AVENTURA  QUE  LE  SUCEDIÓ  CON  UN  CUERPO  MUERTO,  CON  OTROS 
ACONTECIMIENTOS    FAMOSOS. 


Paréceme,  señor  mío,  que  todas  eslas  desventuras  que  estos  días 
nos  han  sucedido,  sin  duda  alguna  han  sido  pena  del  pecado  come- 
tido por  vuestra  merced  contra  la  orden  de  su  caballería,  no 
habiendo  cumplido  el  juramento^  que  hizo  de  no  comer  pan  á 
manteles  ni  con  la  Reina  folgar,  con  todo  aquello  que  á  esto  se 
sigue  y  vuestra  merced  juró  de  cumplir,  hasta  quitar  aquel  almete 
de  Malandrino  '^  ó  como  se  llama  el  moro,  que  no  me  acuerdo  bien. 
Tienes  mucha  razón,  Sancho,  dijo  D.  Quijote;  mas  para  decirte 
verdad,  ello  se  me  había  pasado  de  la  memoria,  y  también  puedes 
tener  por  cierto  que  por  la  culpa  de  no  habérmelo  tú  acordado  en 


1. Desde  queü. Quijote  hizo  eljuramen- 
to  (a)  de  que  se  trata,  que  fué  después 
de  la  batalla  con  el  vizcaíno  no  ha  conta- 
do la  historia  que  hiciese  cosaalgunaen 
que  lo  quebrantase.  No  se  ve  que  comiese 
más  que  cuaudo  centj  con  los  cabreros, 
y  eso  no  fué  á  la  mesa  ni  sobre  man- 
teles, sino  en  el  suelo,  sobre unaspieles 
de  oveja.  En  la  venta,  donde  había 
casado  la  noche,  no  se  lee  que  comiese 
á  manteles  ni  sin  ellos,  y  sólo  se  en- 
puentra  que  al    salir   de  ella  pidió  el 


(».)  Desde,  que  D.Qwjotehizo  el  juramento. 
—  La  cómica  seriedad  con  que  Clemen- 
cín  suele  tomar  muchos  pasajes  del  texto 
y  ([ue  le  hac(\  aquí  acnuuilar  pruebas  para 
demostrar  que  D.  Quijote  no  había  que- 
brantado su  voto,  ha  sido  objeto  de  muy 
oportunas  censuras  por  varios  críticos. 
Parece  que  cree  que  todo  ello  ha  sucedido, 
como  dicen  los  franceses. 

(M.  de  T.) 


ventero  se  le  pagase  el  gasto  de  cena 
y  camas.  No  se  peinó  las  barbas,  ni 
mudó  ropa,  ni  entró  en  poblado,  que 
eran  también  circunstancias  expresadas 
en  el  romance  del  Marqués  de  Mantua. 
Si  en  algo  faltó,  fué  en  quitarse  las 
armas  por  espacio  de  más  de  una  hora 
cuando  se  acostó  en  el  camaranchón, 
bizmado  y  emplastado,  como  se  refiere 
en  el  capítulo  XVI;  y  hubiera  sido  de- 
masiado rigor  no  hacerlo  en  el  caso  de 
necesidad  en  que  se  hallaba,  y  que  al 
parecer  no  pudo  estar  comprendido  en 
el  juramento. 

2.  Ó  yelmo  de  Membrillo,  según  el 
mismo  Sancho  dijo  en  el  Quiiote  de 
Avellaneda  (a).  Nuestro  escudero,  per- 
sona rústica  é  ignorante,  estropeaba  el 
nombre  de  Mambrino ;  Martirio  le  llama 
después  en  el  capitulo  XXI. 

(a)  Cap.  XXIX. 


284 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


tiempo,  le  sucedió  aquello  de  la  manía  ;  pero  yo  haré  la  enmienda, 
que  modos  hay  de  coiriposición  en  la  orden  de  la  Caballería  para 
todo '.  ¿Pues  juré  yo  algo  por  dicha?  respondió  Sancho.  No  im- 
porta que  no  hayas  jurado,  dijo  D.  Quijote;  :  basta,  que  yo  entiendo 
(pie  de  participantes  no  estás  muy  seguro,  y  por  sí  ó  por  no,  no  será 
malo  proveernos  de  remedio.  Pues  si  ello  es  así,  dijo  Sancho,  mire 
vuestra  merced  no  se  le  torne  á  olvidar  esto  como  lo  del  jura, 
mentó  ;  quizá  les  volverá  la  gana  á  las  fantasmas  de  solazarse  otra 
vez  conmigo,  y  aun  con  vuestra  merced,  si  le  ven  tan  pertinaz.  En 
estas  y  otras  pláticas  les  tomó  la  noche  en  mitad  del  camino,  sin 
tener  ni  descubrir  donde  aquella  noche  se  recogiesen,  y  lo  que  no 
había  de  bueno  en  ello,  era  que  perecían  de  hambre,  que  con  la 
falta  de  las  alforjas  les  faltó  toda  la  despensa  y  matalotaje  ^.  Y  para 
acabar  de  confirmar  esta  desgracia,  les  sucedió  una  aventura,  que 
sin  artificio  alguno  verdaderamente  lo  parecía,  y  fué  que  la  noche 
cerró   con  alguna  escuridad-*;   pero  con  todo  esto,    caminaban. 


1. Gomo  si  dijera  bulas  de  composición, 
aludiendo  á  las  que  suelen  obtenerse 
en  Roma  para  ciertos  casos ;  lo  que  con- 
firma la  mención  de  participantes  que 
hace  después  D.  Quijote,  l'urticipanles 
se  llamaban  los  que  comunican  con 
personas  descomulgadas,  y  contra  los 
cuales,  después  de  amonestados,  solía 
lanzarse  también  la  excomunión  que 
se  llamaba  de  participantes;  pero  á 
estos  tales  no  babia  obligación  de  evi- 
tarlos, si  no  estuviesen  noniinatini  des- 
comuUjados  y  denunciados,  como  dijo 
Fr.  Antonio  de  Córdoba  en  su  Tratado 
de  casos  de  conciencia,  impreso  en 
Alcalá  el  año  1589  (a).  Con  relación  á 
esto  en  la  VidadeGuzmánde  Atfaradie 
(ó)  se  dice  de  uno  que  estando  muy  co- 
lérico se  desenfrenaba  en  sus  expresiones 
como  excomunión  iba  Locando  ápnrlici- 
pantes.X  del  Licenciado  Cabra  contaba 
Quevedoen  su  Gran  Tacaño  [c):  repartió 
tí  cada  uno  tan  poco  carnero,  que  en  lo 
que  se  les  peyó  á  las  uñas  y  seles  quedó 
entre  los  dientes,  piensoque  se  consumió 
todo,  dejando  descomulgadas  las  tripas 
de  participantes. 

En  los  casos  de  duda,  las  personas 
timoratas  ó  tímidas,  para  calmar  su 
ansiedad,  pedirían  bulas  de  absolución 
ad  cautelam,  por  la  parte  que  pudiera 
tocarles  de  la  excomunión   :   y   á   esta 

{a)  Cuestión  179.  —  (6)  Parte  II,  lib.  I, 
cap.  VI.  —  {c)  Cap.  III. 


manera  quería  D.  Quijote  que  temiese 
Sancho  haber  participado  de  la  infrac- 
ción del  juramento,  por  su  omisií'm  en 
recordarlo. 

2.  Palabra  de  origen  francés ;  la  pro- 
visión que  en  los  viajes  de  mar  llevan 
los  marineros  y  demás  navegantes.  De- 
cía Mercurio  á  nuestro  autor,  convidán- 
dole á  que  entrase  en  su  galera  para 
hacer  el  viaje  al  Parnaso  : 

Conmigo  segurísimo  pasnje 
Tendrás,  sin  (¡ue  te  em¡)aches,  ni  procures 
Lo  que  suelen  llamar  niatalotage. 

3.  Cerrar  la  noche  con  alguna  obscu- 
ridad, ni  es  aventura  ni  lo  parece  ;  pero 
Cervantes,  que  descuidó  tantas  veces 
en  su  Quijote  la  correcióndel  lenguaje 
solía  descuidar  también  la  de  las 
ideas,  iba  á  referir  la  aventura,  mas 
lo  interruuipií'i  para  decir  la  causa  de  ca- 
minar D.  Quijote  y  Sancho  de  noche,  y 
no  se  detuvo  á  corregir  el  pasaje,  como 
le  hubiera  sido  umy  fácil  con  tachar 
51)10  los  tres  monosílabos  y  fué  que,  los 
cuales  indicaban  se  iba  á  empezar  la 
relación  del  suceso. 

D.  Martín  Fernández  de  Navarrete,  en 
la  Vida  que  contanta  erudición  escribió 
de  Cervantes,  conjetura  que  dio  origen 
y  ocasión  á  la  aventura  del  cuerpo 
muerto,  la  sigilosa  traslación  que  se 
hizo  el  año  de  1593  del  cadáver  de  Sun 
Juan  de  la  Cruz  desde  la  ciudad  de  Vbe- 


PniMF.RA    PAUTK.    —    CAPÍTULO    XIX  28;> 

creyendo  Sancho  (|iu!  |)iic.s  ;uincl  camino  era  real,  á  una  ó  dos  le- 
guas de  buena  ra/ón  liallaría  en  él  alguna  venia.  Yendo,  pues 
desla  manera,  la  noche  escura,  el  escudero  hamhrienLo  y  el  amo 
con  gana  de  comer,  vieron  que  por  el  mismo  camino  que  iban,  ve- 
nían hacia  ellos  gran  mulLilud  de  lumbres,  que  no  parecían  sino 
eslrellas  que  se  movían.  Pasmóse  Sancho  en  viéndolas,  y  D.  Oui- 
jole  no  las  tuvo  lodas  consigo  :  liró  el  uno  del  cabestro  á  su  asno, 
y  el  olio  de  las  riendas  á  su  rocino,  y  esluvi(íron  quedos  mirando 
alenlaniente  lo  que  podía  ser  aquello ;  y  vieron  que  las  lumbres  se 
iban  acercando  á  ellos,  y  mientras  más  se  llegaban  mayores  pare- 
cían ;  ú  cuya  vista  Sancho  comenzó  á  temblar  como  un  azogado  \  y 
los  cabellos  de  la  cabeza  se  le  erizaron  á  D.  Quijote,  el  cual,  ani- 
mándose un  poco,  dijo  :  Esta  sin  duda,  Sancho,  debe  de  ser  grandí- 
sima y  peligrosísima  aventura,  donde  será  necesario  que  yo 
muestre  todo  mi  valor  y  esCuerzo.  j  Desdichado  de  mí!  respondió 
Sancho;  si  acaso  esta  aventura  fuese  de  fantasmas,  como  me  lo  va 
pareciendo,  ¿  adonde  habrá  costillas  que  la  sufran  ?  Por  más  fan- 
tasmas que  sean,  dijo  D.  Quijote,  no  consentiré  yo  que  te  toquen 
el  pelo  de  la  ropa,  que  si  la  otra  vez  se  burlaron  contigo,  fué 
porque  no  pude  yo  saltar  las  paredes  del  corral ;  pero  ahora  esta- 
mos en  campo  raso,  donde  podré  yo  como  quisiere  esgrimir  mi 
espada.  Y  si  le  encantan  y  entomecen,  como  la  otra  vez  lo  hicie- 
ron, dijo  Sancho,  ¿  qué  aprovechará  estar  en  campo  abierto  ó  no? 
Con  todo  eso,  replicó  D.  Quijote,  te  ruego,  Sancho,  que  tengas 
buen  ánimo,  que  la  experiencia  te  dará  á  entender  el  que  yo  tengo. 
Sí  tendré,  si  á  Dios  place,  respondió  Sancho,  y  apartándose  los 
dos  á  un  lado  del  camino,  tornaron  á  mirar  atentamente  lo  que 
aquello  de  aquellas  lumbres  que  caminaban  podía  ser  ;  y  de  allí  á 
muy   poco   descubrieron   muchos  encamisados^,   cuya   temerosa 

da(a)  donde  se  hallaba  enterrado,  á  laacoiiLocimieato,  que  hizo     mucho  ruido 

deSe^ovia;  y  refiere  menudamente  todas  por  entonces. 

las  circunstancias  y  particularidades  del  i.  Dícesequeel  azogue  pone  trémulos 

suceso  verdadero,  que  pueden  dar  peso  á  los  que  lo  toman  y  aun  á  los  que  lo 

á  su   conjetura.    Sobre  lo   cual   recae  respiran(|3),  y  que  así  suele  suceder  álos 

oportunamente  la  expresión  de   que  el  operarios  que  trabajan  en  sus  minas.  Y 

encuentro  del  convoy  fúnebre,  aunque  de  aquí  vino  sin  duda  alguna  la  expre- 

natural-¡y  sin  artificio,  tenia  trazas   y  sión  ó  comparación  proverbial  /enzocar 

parecer  de  aventura.  Cervantes  se    ha-  como  un  azogado. 

Haba  á  las  sazón  en    Andalucía,  donde  o.  Llámase  encamisados  á.  los  que  se 

pasóialgunos  años  y  oiría  hablar  de  este  ponen  la  camisa  encima  de  la    ropa: 

('/)  Ubeda.  —   Acerca    de    la   relación  del  (3)  Lo  respiran.  —   Y    sobre   todo  y  muv 

presente  pasaje  con  la  traslación  subrepticia  especialmente   se   aplica  a  los  obreros   que 

del  cuerpo    de    San    Juan   de   la    Cruz,    se  trabajan  en  las  minas  de  azogue,  como  son 

extiende  largamente    en   su  comentario  el  las  de  Almadén.  De  aqui  tuvo  seguramente 

Sr.  Cortejou.  (M.  de  T.)  origen  la  frase.  (M.  de  T.) 


286 


DON    QUÍJOTE    DE    lA    MANCHA. 


visión  (le  lodo  punió  romalú  ol  ánimo  de  Sancho  Panza,  el  cual 
comenzó  ú  dar  dienle  con  diente  como  quien  liene  frío  de  cuar- 
tana, y  creció  más  el  batir  y  dentellear  cuando  distintamente  vie- 
ron lo  que  era,  porque  descubrieron  hasta  veinte  encamisados, 
lodos  á  caballo,  con  sus  hachas  encen<lidas  en  las  manos,  detrás 
de  los  cuales  venia  una  litera  cubierta  de  luto,  á  la  cual  *  seguían 
otros  seis  de  á  caballo  enlutados  hasta  los  pies  de  las  muías,  que 
bien  vieron  que  no  eran  caballos  en  el  sosiego  con  que  caminaban  : 
iban  los  encamisados  murmurando  entre  sí  con  una  voz  baja  y  com- 
pasiva. Esta  extraña  visión  á  tales  horas  y  en  tal  despoblado-,  bien 
bastaba  para  poner  miedo  en  el  corazón  de  Sancho  y  aun  en  el  de 
su  amo,  y  así  fuera  en  cuanto  á  D.  Quijote^,  que  ya  Sancho  había 
dado  al  través  con  todo  su  esfuerzo  :  lo  contrario  le  avino  á  su 
amo,  al  cual  en  aquel  punto  se  le  representó  en  su  imaginación  al 
vivo  que  aquella  era  una  de  las  aventuras  de  sus  libros''.  Figuró- 


artificio  de  que  usaban  los  militares  en 
las  sorpresas  nocturnas  para  conocerse 
unos  á  otros,  y  de  que  hay  muchos 
ejemplos  en  las  historias  de  los  tiempos 
de  Cervantes  :  por  cuya  razón  se  dio  el 
nombre  de  encamisadas  á  las  sorpre- ' 
sas  de  esta  clase.  En  el  capitulo  actual 
se  aplica  á  los  caminantes  el  nombre 
de  encamisados,  porque  lo  parecían, 
siendo  de  noche  y  viniendo  vestidos  de 
blanco. 

1.  Abuso  AeXrelativo  que  suele  obser- 
varse con  bastante  frecuencia  en  el 
Quijote,  para  enlazar  períodos  que  tal 
vez  no  lo  necesitan,  6  que  estuvieran 
mejor  separados  :  Cuija  visión  remató 
el  ánimo  de  Sancho,  el  cual  comenzó  á 
dar  diente  con  dienle...  detrás  de  los 
cuales  venía  una  litera,  á  la  cual  se- 
guían olidos,  ele. 

2.  La  palabra  tal  (a)  está  demás,  y  de- 
bió suprimirse,  porque  la  circunstancia 
agravante  era  la  de  pasar  la  cosa  cu 
despoblado,  y  no  en  aquel  despoblado 
más  hien  que  en  otro. 

3.  Expresión  inútil  y  aun  sin  sentido. 
Hay  en  todo  este  pasaje  mucha  incorrec- 
ción, y  pudiera  creerse  que  en  el  ori- 
ginal se  quedaron  sin  borrar  por  dis- 
tracción ó  por  olvido  algunas  palabras 
de  las  que  el  escritor  tuvo  intención  de 


(a)  Tal  despoblado.  —  A  pesar  de  la  ofus- 
cación Ue  Clemencín,  no  es  defectuoso  ; 
eauivale  á  :  sitio  tan  despoblado. 

(M.  de  T.) 


suprimir.  El  presente  capítulo  (/¡i)  es  uno 
délos  que  se  escribieron  con  mayor  ne- 
gligencia en  el  Qüuotb  :  testigo,  entre 
otras  cosas,  lo  de  las  dos  idas  del  Ba- 
chiller Alonso  López  que  en  él  se  cuen- 
tan, y  de  que  luego  hablaremos. 

4.  Caminando  Ámadis  de  Grecia  bajo 
el  nombre  de  Caballero  de  la  Muerte  en 
compañía  do  la  doncella  Finistea,  vio 
venir  á  él  unas  andas  que  cuatro  caba- 
llos llevaban  en  queiban  cuatro  enanos. 
Las  andas  iban  cubiertas  de  un  tape/e 
carmesí  avillotodo :  y  delante  de  las 
andas  dos  fuertes  jayanesibati  de  todas 
armas  armados,  y  detrás  dellos  doce 
caballeros  de  la  mesma  manera.  Las 
andas  condu(  ian  á  la  Princesa  Lúcela  y 
su  doncella  Anastasiana.  que  habían 
sido  robadas,  >  que  el  Duque  de  Hor- 
goña  había  entregado  al  gigante  Man- 
droco  para  que  las  guardase  ocultasen 
su  castillo  de  Aldarín.  como  se  refiere 
en  la  Crónica  de  D.  Florisel  [a). 

(a)  Parle  III,  cap.  XLIII. 

(?)  El  presente  capitulo.  —  ;  Quión  sahp  las 
miserias  y  apuros  con  que  tenía  que  luchar 
Corvante.*  mientras  escribía  este  capítulo  : 
Ya  dijo  Serra,  aludiendo  á  la  trabajosa  exis- 
tencia del  insigne  Manco  : 

Que    Cervantes   no   cenó 
Cuando  terminó  el  Quijote. 

Sólo  los  escritores  que  tienen  que  vivir  de 
su  pluma  en  España,  hostigados  por  la  ne- 


PIIIMF,n,\    PAUTK.    —    CAPÍTULO    XtX 


287 


sele  quo  la  IíIcmíi  cr.-m  nnclas  donde  debía  do  ir  alf^ún  malfcrido  ó 
miierlo  cjiballcro,  cuya  vcii^-aii/a  ¡i  ól  sólo  CKtaha  reservada;  y  sin 
liacer.olro  discurso,  enrislro  su  iauzón,  j)úsose  bien  cu  la  silla,  y 
con  ^(Milil  brío  y  conliuenle  se  puso  en  la  milad  del  camino  j)or 
donde  los  encamisados  forzosamenle  habían  dc-  pasar,  y  cuando 
los  vio  cerca,  alzó  la  voz  y  dijo:  Delencos,  caballci'os,  quienquiera 
([ue  seáis,  y  dadme  cuenta  de  (jniéu  sois,  de  dónde  venís,  adonde 
vais,  qué  es  lo  que  en  aquellas  andas  lleváis;  que  según  las  mues- 
tras, ó  vosotros  habéis  fecho,  ó  vos  han  fecho  algún  desaguisado, 
y  conviene  y  es  menester  que  yo  lo  sepa,  ó  bien  para  castigaros 
del  mal  que  fecistes,  ó  bien  para  vengaros  del  tuerto  que  vos  íicie- 
ron.  Vamos  de  priesa,  respondió  uno  de  los  encamisados,  que  está 
la  venta  lejos  y  no  nos  podemos  detener  á  dar  tanta  cuenta  como 
pedís;  y  picando  la  muía,  pasó  delante.  Sintióse  desta  respuesta 
grandemente  D.  Quijote,  y  trabando  del  freno,  dijo  :  Deteneos  y 
sed  más  bien  criado,  y  dadme  cuenta  de  lo  que  os  he  preguntado; 
si  no,  conmigo  sois  todos  en  batallad  Era  la  muía  asom- 
bradiza, y  al  tomarla  del  freno  se  espantó  de  manera  que,  alzán- 
dose en  los  pies,  dio  con  su  dueño  por  las  ancas  en  el  suelo.  Un 
mozo  que  iba  á  pie,  viendo  caer  el  encamisado,  comenzó  á  de- 
nostar^ á  D.  Quijote,  el  cual,  ya  encolerizado,  sin  esperar 
más,  enristrando  su  lanzón  arremetió  á  uno  de  los  enlutados,  y 
malferido  dio  con  él  en  tierra^,  y  revolviéndose  por  los  demás,  era 


1.  El  Caballero  de  Cupido,  enron- 
trándose  con  unos  gigantes  que  llevaban 
preso  á  su  padre  el  Emperador  Lepo- 
lemo  les  demandó  la  causa  de  seme- 
jante desafuero  :  y  deteniéndose  el  uno 
de  ellos,  mientras  los  otros  continua- 
ban su  camino,  el  caballero  le  dijo  : 
Óiganle,  dame  razón  ele  lo  que  te  he 
prequntadu  :  donde  no,  conmif/o  ere^en 
la  batalla.  Aguarda,  verás  dijo  el  gi- 
gante [a). 

2.  Denostar,  decir  denuestos.  Parece 


(a)  Cabtdlero  de  la  d 


lil).  II,  cap.  LIV 


cesidad  de  atendpr  á  su  familia  y  por  la 
mezquindad  de  lo.s  editores  i)ueden  coiu- 
prender  y  excusar  estos  lunares  en  obra  tan 
adiiiirable¿  Tuvo  Cervantes  tiempo  ni  humor 
ni  atm  posibilidad  de  releer  su  obra  cou 
todo  raposo  según  el  consejo  de  Horacio,  ni 
de  corrc^'ir  mas  tarde  .sus  pruebas '?  Conten- 
témonos con  admirar  la  fecundidad  de  su 
ingenio  y  rugocijémonos  con  su  inimitable 
prosa,  sin  andar  espurgando  implacable- 
mente sus  menores  defectos.       (M.  de  T.) 


derivado  y  abreviatura  de  dehonesfare, 
afrentar,  injuriar,  cargar  de  imprope- 
rios ;  y  de  aquí  también  la  palabra  de- 
nnes  ios. 

Usó  ya  de  este  verbo  el  Arcipreste  de 
Hita,  cuando  refiere  que  se  le  apareció 
una  noche  el  Amor  : 

Yo  le  pregunté  ¿  quién  eres  ?  Dijo  :  Amor  tu 

[vecino. 
Con  saña  que  tenía,  fin'lo  á  denostar  : 
Dijel  :  Si  Amor  eres,  non  puedes  aquí  estar  ; 
Eres  mentiroso,  falso  (a). 

3.  Había  en  el  acompariamiento  enca- 
misados y  enlutados  :  aquellos  prece- 
dían, y  éstos  seguían  á  la  litera:  aqué- 
llos vestían  de  Blanco  y  éstos  de  negro; 
aquéllos  eran  clérigos  con  sobrepelliz, 
éstos  seglares  con  luto.  No  se  vuelve  á 
bablar  más  en  lo  restante  de  la  aven- 
tiu'a  de  este  enlutado  que  fué  derribado 
por  D.  Quijote,  y  que,  estando  mal  he- 
rido y  en  tierra,  no  podía  al  parecer  le- 
la) Colección  de  Sánchez,  tomo  IV,  pág.  43. 


288 


DON    QUIJOTE    nK    I.A    MANCHA 


cosa  ílc  ver  con  la  presteza  (jue  los  acomolía  y  desbarataba  ^  que 
no  parecía  sino  que  en  aípiel  instante  ieliahían  nacido  alas  á  Roci- 
nante, según  andaba  de  liji^ero  y  orgulloso.  Todos  los  encamisados 
era  gente  medrosa  y  sin  armas 2,  y  así  con  facilidad  en  un  mo- 
mento dejaron  la  refriega  y  comenzaron  á  correr  por  aquel  campo 
con  las  hachas  encendidas,  que  no  parecían  sino  á  los  de  las  másca- 
ras que  en  noche  de  regocijo  y  fiesta  coii'en.  Los  enlutados  asi- 
mismo, revueltos  y  envueltos  en  sus  faldamentos  y  lobas,  no  se 
podían  mover  ;  así  que,  muy  á  su  salvo  D.  Quijote  los  apaleó  á 
todos,  y  les  hizo  dejar  el  sitio  mal  de  su  grado,  porque  todos  pen- 
saron que  aquél  no  era  hombre  sino  dijiljlo-*  del  infierno,  que  les 


yantarse  por  si  solo  y  Imir  sin  auxilio 
ajeno.  VA  de  la  muía  asombradiza  que, 
como  se  dii'á  después,  se  llamaba  el 
Bachiller  Alonso  López,  era  de  los  en- 
camisados y  no  de  los  enlutados,  y,  sin 
embargo  de  no  estar  heriilo,  no  juido 
levantarse  del  suelo  sin  que  le  ayudase 
Sancho. 

1.  Transposición  del  nombre,  que  se 
nota  frecuentemente  en  el  Quijote,  y 
es  propia  del  estilo  familiar.  En  el  ora- 
torio se  diría,  siguiendo  con  rigor  el  or- 
den, que  los  gramáticos  llaman  natu- 
ral, de  las  palabras  :  era  cosa  de  verla 
presteza  con  que  los  acometía. 

2.  Es  propiedadde  los  nombres  colec- 
tivos que  su  singular  pueda  regir  al 
verbo  en  i>lural,  como  e\  parsin  frusta 
secantáe  Virgilio.  Pero  aqui  se  observa 
otra  cosa  que  en  latín  no  se  sufriría,  á 
saber  :  que  yendo  el  verbo  sustantivo 
regido  de  plural,  está  en  singular  el 
verbo  :  los  encamisados  era.  —  Se  añade 
que  con  facilidad  en  un  momento  deja- 
ron lare friega,  donde  las  palabi'as  con 
facilidad  son  superfinas  :  á  la  cuenta 
Cervantes  quiso  al  pronto  poner  que 
con  facilidad  desbarató  Ü.  Quijote  la 
comitiva  de  los  encamisados,  y  mu- 
dando después  de  propósito  y  expre- 
sión, se  le  olvidó  borrarlas. 

3.  En  el  diccionario  de  la  lengua  an- 
dantesca,  diablo  no  siempre  es  voz  de 
oprobio,  sino  muchas  veces  de  elogio, 
con  que  se  ponderaban  las  hazañas 
extraordinarias  de  los  aventureros;  sin 
duda  por  la  idea,  que  suele  exagerar 
el  vulgo,  de  las  fuerzas  y  poder  del  de- 
monio. En  las  Sergas  decía  el  gigante 
Furión  á  Esplandián,  que  acababa  de 
vencer  á  dos  jayanes,  guardas  de  un 
castillo  :  Tú  algún  diablo  conarmas  de- 


semejadas debes  ser  que  asi  por  fuerza 
has  pasado  las  dos  puertas  (a).  El  autor 
del  libro  de  Amndis  de  Grecia  gustó 
mucho  de  este  vocablo,  y  lo  empleó  fre- 
cuciilemente  en  el  discurso  déla  histo- 
ria. En  ella  decía  el  Caballero  Negro 
{b)  :  ¡Sánela  María,  valme!  Este  diahlo 
es  que  me  quiere  destruir,  que  si  caba- 
llero fuese  no  podría  ser  durar  tanto  :  el 
Caballero  Negro  era  Esplandián,  y  el 
diablo  Amadis  de  Grecia.  En  otro  lugar 
(c),  el  jayán  que  en  el  castillo  de  la  ín- 
sula de  Liza  se  combatió  con  Amadis 
al  mismo  tiemi)0  que  éste  peleaba  con 
la  bestia  Serpentaria,  le  decía  :  )'«,  Don 
Caballero  diablo  {que  vos  no  podéis  ser 
otra  cosa,  según  lo  que  habéis  hecho), 
no  podréis  escapar  contra  mi.  Vencido 
y  muerto  el  jayán  después  del  más  obs^ 
tinado  combate,  la  jayana,  su  mujer, 
al  entregar  á  Amadis  unas  llaves,  le 
dice  :  Toma,  diablo,  figura  decaballero, 
que  tú  no  puedes  ser  otro  según  lo  que 
veo,  que  ni  fuertes  caballeros  ni  bestias 
bravas  te  pueden  durar.  En  una  justa,  á 
que  concurrió  de  incógnito  D.  Policisne 
de  Boecia,  /  Sania  María!  decían  los 
que  por  justar  quedaban  :  ó  éste  es  el 
diablo,  ó  nos  combatbnos  con  el  mejor 
caballero  del  mundo  (d).  Finalmente, 
Celidón  de  Iberia, 

Al  que  parece  que  era  más  ligero, 

Y  con  mayor  esfuerzo  y  más  ofende, 
Un  liravo  golpe  descargó  primero, 
Que  el  acerado  escudo  todo  hiende, 
otro  después  le  segundó  más  liero, 

Y  sobre  el  hombro  izquierdo  le  decieude  : 
Todo  el  cuarto  partido  desde  arriba 

(o)  Cnp.  VI.  —  {/))  Parte  I,  cap.  XVI.  - 
(c)  Parte  II,  cap.  XXVIll.  —  (,d\  Policisne  de 
Doecia,  cap.  LX. 


PniMERA    PAnTK.    —    CAPÍTULO    XIX 


289 


wilía  <i  ({uilar  ol  cuerpo  muerto  que  en  la  litera  llevaban.  Todo  lo 
niiral>;i  Sancho  admirado  del  ardimionlo  de  su  señor,  y  decía  ent.re 
sí  :  Sin  (luda  cisU'  mi  amo  es  l.iii  vállenle  y  esíor/.ado  »'omo  él  dice. 
Eslaha  una  hacha  judiendo  en  el  suelo  junio  al  prim<u-o  <|ue  derribó 
la  muía,  á  cuya  luz  le  pudo  ver  1).  (Juijole,  y  lleg-ándose  á  él  le 
puso  la  punta  del  lanzón  en  el  rostro',  diciéndole  queso  rindiese,  si 
no,  que  le  malaria.  Á  lo  cual  respondió  el  caído  :  Harto  rendido 
estoy,  pues  no  me  puedo  mover,  que  tengo  una  pierna  quebrada-  : 
suplico  ;'i  vuestra  merced,  si  es  caballero  cristiano,  que  no  me  mate^, 
que  cometerá  un  gran  sacrilegio,  que  soy  licenciado  y  tengo  las  pri- 
meras órdenes.  ¿Pues  quién  diablos  os  ha  traído  aquí,  dijol).  Qui- 
jote, siendo  hombre  de  iglesia?  ¿Quién  señor?  replicó  el  caído,  mi 
desventura.  Pues  otra  mayor  os  amenaza,  dijo  D.  Quijote,  si  no  me 
satisfacéis  á  todo  cuanto  primero  os  pregunté.  Con  facilidad  será 
vuestra  merced  satisfecho,  respondió  el  licenciado,  y  sabrá  vuestra 
merced  que,  aunque  donantes  dije  que  yo  era  licenciado,  no  soy 
sino  bachiller,  y  llamóme  Alonso  López,  soy  natural  de  Alcoben- 
das^  vengo  de  la   ciudad  de  Baeza  con  otros  once  sacerdotes'', 


Hasta  la  cinta  casi,  le  derriba. 

Aquel  que  queda,  piensa  queste  fuese 
Algv'ui  diablo,  y  huye  como  el  viento. 
Sif;ui(ilo  Celidnn,  y  aunque  iiuyese... 
Al  tin  lo  alcanzo,  y  cual  si  en  cera  diese, 
Le  hendió  hasta  eí  pecho  la  cabeza, 
Ni  duró  con  la  vida  mucha  pieza  («). 

1.  Otras  tres  situaciones  semejantes 
se  hallan  en  el  Quijote  :  la  del  Vizcaíno, 
la  del  Caballero  de  los  Espejos,  estas 
dos  favorables  á  nuestro  ixidalgo,  y  Ja 
adversa  de  Barcelona  con  el  Caballero 
de  la  Blanca  Luna.  En  los  libros  caba- 
llerescos se  encuentran  ú  cada  paso. 

2.  Era  ponderación  encaminada  á  exci- 
tar la  lástima  de  D.  Quijote,  y  de  esta 
suei'le  templar  su  enojo,  pues  á  poco 
vemos  que,  puesto  otra  vez  á  caballo  y 
con  su  hacha  en  la  mano,  siguió  la  de- 
rrota de  sus  compañeros,  cosa  del  todo 
imposible  ;l  tener  una  pierna  quebrada. 
Algo  adelante,  sólo  dijo  qus  la  muía  le 
tenia  tomada  una  pierna  entreel  estribo 
y  la  silla;  y  esto  debió  ser  io  cierto. 

3.  El  Principe  Leandro  el  Bel  había 
derribado  á  otro  del  caballo.  Yendo 
sobre  él ^  le  quitóel  yelmo  de  la  cabeza, 
y  queriéndosela  cortar,  el  caballero  le 
demandó  merced  de  la  vida  y  el  Caba- 
llero de  Cupido  se  la  otorgó  (6). 

[a]  Celidón,  canto  XII.  —  (Ij)  Caballero  de 
la  Cruz,  lib.  II,  cap.  XXVIIl. 


4.  ¿  Por  qué  se  le  señaló  aquí  por  pa- 
tria al  Bachiller  Alonso  López,  Alro- 
bendas  más  bien  que  otro  pueblo?  Quizá 
envolvió  alguna  alusión  de  las  que  ya 
se  ha  dicho  que  contendrá  probable- 
mente el  libro  de  Cervantes,  y  serían 
fáciles  de  explicar  en  su  tiempo. 

Repárese  la  especie  de  afectación  con 
que  las  personas,  al  dar  cuenta  de  sí  en 
el  Quijote,  empiezan  comúnmente  por 
expresar  el  lugar  de  sunacimiento,  que 
no  parece  sino  que  hablan  delante  de 
un  juez,  y  que  contestan  á  las  genera- 
les de  la  ley. 

5.  Esta  expresión  indica  que  el  que 
hablaba  era  también  sacerdote;  y  aun 
el  número  es  también  otro  indicio,  por 
que  el  de  doce  es  redondo,  y  conviene 
mejor  á  una  comitiva  que  se  escoge  que 
no  el  de  once,  que  parece  casual  y  vago. 
Esto  no  obstante,  el  Bachiller,  que  en 
la  situación  que  se  hallaba  no  debía 
disminuir  la  dignidad  de  su  estado,  ha- 
bía dicho  poco  antes  que  sólo  tenia  las 
primeras  órdenes. 

La  ciudad  de  Baeza  (a)  está  cerca  de  la 

a 

(«)  Daesa.  —  El  cervantista  Sr.  Benjume  . 
pretendió  probar  que  esta  aventura  se  refe 
na  á  la  traslación  de  los  restos  de  Do^ 
Juan  de  Austria  ;  pero  lo  indefendible  d^^ 
osla  suposición  queda  demostrado  con  decir 
que  dicho  Principe  murió  en  Flandes  y  no 
en  Andalucía.  (M.  de  T.) 

19 


290 


DON    QUIJOTE    DK    LA    MANCHA 


que  son  los  que  huyeron  con  las  hachas ;  vamos  á  la  ciudad  de  Se- 
govia  acompañando  un  cuerpo  muerlo  (pie  va  en  acjuella  ülcra, 
que  es  de  un  caballero  que  murió  en  Baeza,  donde  fué  depositado, 
y  ahora,  como  digo,  llevábamos  sus  huesos  á  su  sepultura,  que 
estí'i  en  Segovia,  de  donde  es  natural.  ¿Y  (juién  le  mató?  preguntó 
D.  Quijote.  Dios  por  medio  de  unas  calenturas  pestilentes  (jue 
le  dieron ',  respondió  el  bachiller.  Desa  suerte,  dijo  D.  Quijote, 
quitado  me  ha  nuestro  Señor  del  trabajo  que  había  de  tomar  en 
vengar  su  muerte 2,  si  otro  alguno  le  hubiera  muerto;  pero  habién- 
dole muerto  quien  le  mató,  no  hay  sino  callar  y  encoger  los  hom- 
bros^, poríjue  lo  mismo  hiciera  si  á  mi  mismo  rae  matara:  y  quiei'o 
que  sepa  vuestra  reverencia  (jue  yo  soy  un  caballero  de  la  Mancha, 
llamado  D.  Quijote,  y  es  mi  oficio  y  ejercicio  andar  por  el  mundo 
enderezando  tuertos  y  desfaciendo  agravios.  No  sé  cómo  pueda 
ser  eso  de  enderezar  tuertos,  dijo  el  bachiller,  pues  á  mi  de  dere- 
cho me  habéis  vuelto  tuerto  dejándome  una  pierna  quebrada,  la 
cual  no  se  verá  derecha  en  todos  los  días  de  su  vida;  y  el  agravio 
que  en  mí  habéis  deshecho,  ha  sido  dejarme  agraviado  de  ma- 
nera que  me  quedaré  agraviado  para  siempre,  y  harta  desventura 
ha  sido  topar  con  vos,  que  vais  buscando  aventuras^.  No  todas  las 
cosas,  respondió  D.  Quijote,  suceden  de  un  mismo  modo  :  el  daño 


de  Uboda,  donde  murió  y  al  pronto  se 
enterró  San  Juan  de  laCruz,  que  es  otra 
de  las  circunstancias  que  alega.  D.  Mar- 
tin Fernández  Navarrete  en  apoyo  de 
la  cunjctiii-a,  de  que  se  hizo  mención 
arriba,  solire  el  suceso  original  que  al 
parecer  se  copii)  en  el  presente  capí- 
tulo. 

1.  Dar  es  eneslaocasiim  verbo  neutro 
ó  de  espado,  y  lo  es  también  en  otras 
acepciones,  á  pesar  de  que  en  la  más 
común  es  activo.  Aquí  significa  sobreve- 
nir. 

2.  Este  era  uno  de  los  oíicios  propios 
del  caballero  andante,  destinado  por  su 
profesión  á  deshacer  tuertos  y  enmen- 
dar sinrazones.  Caminando  juntos  Flo- 
rián  del  Desierto,  su  hermano  Pahnerin 
y  Pompides,  vieron  venir  hacia  si  unas 
andas  cubiertas  con  un  tapete  negro  y 
tres  escuderos  que  hacían  gran  llanto 
por  lui  cuerpo  muerto  que  en  ellas  iba; 
y  KIorián,  sabiendo  por  uno  de  los  escu- 
deros que  el  difunto  era  un  caballero 
llamado  Sortibrán,  á  quien  otros  cuatro 
habían  asesinado  á  traición,  se  ofreció 
de  muy  buena  voluntad  á  vengar  su 
muerte  [a-]. 


Amadis  de  Gaula  estaba  cazando  á 
orilla  del  mar  en  la  ínsula  firme,  cuando 
Uegi'i  en  una  barca  una  dueña  que  traía 
el  cadáver  de  un  hijo  suyo,  muerto  á 
manos  del  gigante  Balan,  y  le  pidió  que  . 
como  caballero  vengase  su  muerte. 
Otorgólo  Amadis,  y  partió  desde  luego 
con  la  dueña  en  la  misma  barca  á  cum- 
plir su  promesa  (6). 

3.  Callar  y  encoger  los  hombros  es 
figura  y  actitud  propia  del  que  se  con- 
forma y  resigna  con  lo  que  no  puede  es- 
torbar. 

4.  Demasiadamente  ingenioso  se 
muestra  aqui  el  Bachiller  para  el  estado 
en  que  se  le  pinta,  siendo  de  todo  punto 
inverosímil  que  estuviese  entonces  para 
laníos  retruécanos  y  sutilezas  como  se 
cuentan,  sobre  tuerto  y  derecho,  des- 
agravio y  agravio,  desventura  y  aventu- 
ras. Continúa  .\lonso  López  del  mismo 
humor,  cuando  más  abajo  dice  :  Caba- 
llero andante,  que  tan  mala  andanza  me 
ha  dado. 

(a)  Palmcrin  de  Inylalerra,  parte  I,  Clfi. 
LXXVl  y  LXXVIL  —  {b)  Amadit  de  Gaula, 
cap.  CXXVII, 


PRIMFRA    PARTK. 


CAPÍTULO    XIX 


291 


estuvo,  spfior  bachilltM*  Alonso  López,  en  venir  como  veníades  de 
noche,  vestidos  con  aquellas  sobrepellices  con  las  hachas  encen- 
didas, rezando,  cubiertos  de  luto,  (jue  propiamente  semejábades 
cosa  mala  y  del  otro  mundo,  y  así  yo  no  pudcí  dejar  de  cumplir  con 
mi  ol)lii»aci(')n  acometiéndoos,  y  os  acometiera,  aunque  verdadera- 
meule  supiera  que  érades  los  mismos  satanases  del  infierno,  ([ue  por 
tales  os  juzpfuó  y  tuve  siempre '.  Ya  que  así  lo  ha  querido  mi  suerte, 
dijo  el  bachiller,  suplico  á  vuestra  merced,  señor  caballero  andante 
que  tan  nuila  andanza  me  ha  dado,  me  ayude  á  salir  de  debajo  desta 
muía,  (pie  me  tiene  tomada  una  pierna  entre  el  estribo  y  la  silla. 
Hablara  yo  para  mañana-,  dijo  D.  Quijote  ;  ¿y  hasta  cuándo  ag-uar- 
dábades  A  decirme  vuestro  alan?  Dio  luego  voces  á  Sancho  Panza 
que  viniese ;  pero  él  no  se  curó  de  venir,  porque  andaba  ocupado 
desbalijando  una  acémila  de  repuesto^  que  traían  aquellos  buenos 
señores,  bien  bastecida  de  cosas  de  comer.  Hizo  Sancho  costal  de 


1.  La  palabra  siempre  (a)  supone  uaj^ 
tracto  lar^o  y  sucesivo  de  incidentes  ;¡ ! 
circunstancia  que  aquí  no  hubo,  pues 
apenas  encontró  D.  Quijote  lacoinitiva 
del  difunto,  la  embisticj,  ia  deshizo,  la 
puso  en  fuga,  y  se  acabó  todo.  Bueno 
hubiera  sido  suprimir  el  siempre,  y  así 
hubiera qiuídado  más  acorde  la  relación 
con  el  suceso. 

2.  Modo  proverbial  con  que  se  recon- 
viene á  alguno  del  silencio  que  guardó 
sobre  lo  que  le  convenía,  mientras  es- 
tuvo hablando  de  otras  cosas.  D.  Sebas- 
tián de  Covarrubias,  en  su  Tesoro  <le  la 
lengua  castellana,  artículo  Hablar, 
cuenta  así  el  origen  que  vulgarmente  se 
señalaba  al  uso  de  esta  expresión  : 
«Hablara  yo  para  mañana  se  dice  del 
que,  viendo  que  se  trata  de  su  negocio, 
no  alega  de  su  justicia.  xVplican  este 
dicho  á  un  Gobernador  que  habiendo 
mandado  ahorcar  á  uno,  cuando  ya  te- 
nía la  soga  á  la  garganta,  le  llamó  al 
oído  en  secreto,  y  le  aseguró  cantidad 
de  coronas  (monedas  de  oro  de  este 
nombre)  que  tenia  que  darle.  Entonces 
el  Sr.  Gobernador  dijo  en  alta  voz  : 
«  Hablara  yo  para  mañana:  si  sois  de 
«  corona,  no  quiero  yo  quedar  desco- 
«mulgado.»  Y  volviéronlo  á  la  cárcel.  » 


Por  lo  demás,  la  reconvención  que 
hace  D.  Quijote  al  derribado  con  la  pre- 
gunta ¿hasta  cuándo  aguardábades  á 
decirme  vuestro  afán?  qs  inoportuna  é 
inverosímil.  El  Bachiller  no  tenía  que 
informar  de  su  estado  y  afán  á  Don 
Quijote,  pues  lo  estaba  viendo  ;  y  aun- 
que era  efe  noche  y  ésta  obscura,  como 
se  dijo  antes,  estaba  allí  ardiendo  el 
hacha  del  Bachiller,  y  á  su  luz  observó 
Sancho  la  triste  y  mala  figura  de  su 
amo. 

Afanes{^)es  anagrama  de /"aenos,  que 
significa  trabajos  penosos  y  urgentes. 
—  Faena  pudo  venir  del  latino  facien- 
da. 

3.  Acémila,  voz  de  origen  árabe,  muía 
ó  macho  de  carga  :  es  muy  antigua  en 
castellano,  y  se  halla  ya  usada  en  la 
Crónica  general  del  Reg  D.  Alonso  el 
Sabio.  —  Aquellos  buenos  seFwres  :  el 
adjetivo  trueno  puesto  antes  que  el  su- 
jeto de  quien  se  dice,  generalmente  es 
irónico  y  se  toma  en  mala  parte.  Aquí 
se  indicó  lo  que  se  dice  con  claridad  al 
fin  del  capítulo  ;  á  saber,  cpie  los  clérigos 
pocas  veces  se  dejan  mal  pasar.  —  Bas- 
tecida por  abastecida,  que  es  como 
ahora  decimos. 


(a)  Siempre.  —  Clemencín  y  los  que  imitan 

su  crítica,  no  acabando  convencerse  du  que 

D.  Quijote  es  loco  y  de  que  para  él  no  rigen 

las  nociones  corrieiitea  de  tiempo  y  cspucio. 

(M.  de  T.) 


(?)  Afanes.  —  Afanes  no  es  anagrama  de 
fa.ena  ni  quien  tal  vio.  La  palabra  afán  es 
céltica  y  sifínifica  combate.  Figura  además 
entre  los  apellidos  castellanos. 

(M.  de  T.) 


292  DON    QUIJOTE    DK   L\    MANCHA 

SU  gabán,  y  recogiendo  todo  lo  que  pudo  y  cupo  en  el  talego', 
cargó  su  jumento,  y  luego  acudió  á  las  voces  de  su  amo,  y  ayudó 
á  sacar  al  señor  bachiller  de  la  opresión  de  la  muía,  y  poniéndole 
encima  della,  le  dio  la  hacha,  y  D.  Quijote  le  dijo  que  siguiese  la 
derrota  de  sus  companeros,  á  quien  de  su  parle  pidiese  perdón  d(!l 
agravio,  que  no  había  sido  en  su  mano  dejar  de  haber  hecho.  iJíjoh? 
también  Sancho  :  Si  acaso  quisieren  saber  esos  señores  quién  ha 
sido  el  valeroso  que  tales  los  puso,  diráles  vuestra  merced  que  es 
el  famoso  D.  Quijote  de  la  Mancha,  que  por  otro  nombre  se  llama 
el  Caballero  de  la  Triste  figura'^.  Con  esto  se  fué  el  bachiller,  y 
D.  Quijote  preguntó  á  Sancho  que  qué  le  había  movido  á  llamarle 
el  Caballero  de  la  Triste  figura  más  entonces  que  nunra.  Yo  se  lo 
diré,  respondió  Sancho,  porque  le  he  estado  mirando  un  rato  á  la 
luz  de  aquella  hacha  que  lleva  aquel  malandante,  y  verdaderamente 
tiene  vuestra  merced  la  más  mala  figura  de  poco  acá  que  jamás  he 
visto  :  y  débelo  de  haber  causado,  ó  ya  el  cansancio  deste  combate 
ó  ya  la  falta  de  las  muelas  y  dientes.  No  es  eso,  respondió  D.  Qui- 
jote, si  no  que  al  sabio  á  cuyo  cargo  debe  de  eslar  el  escrebir  la 
historia  de  mis  hazañas,  le  habrá  parecido  que  será  bien  (|ue  yo 
tome  algún  nombre  apelativo,  como  lo  tomaban  todos  los  caballe- 
ros pasados  :  cuál  se  llamaba  el  de  la  Ardiente  Espada,  cuál  el  del 
Unicornio^,  aquél  de  las  Doncellas,  aqueste  el  del  Ave  Fénix,  el 

1.  Los  verbos  737/f/o  y  cupo  tienen  fiis-  3.  Ya  vimos  que  el  Caballero  de  la 
linio  régimen.  Quien  pudo  fué  Sancho,  Ardiente  Espada  fué  Amadisde  Grecia, 
lo  que  cupo  fué  la  provisiíjn:  lo  que  es  D.  Belianis  fué  el  del  Lnieoi-nio,  y  con 
objeto  para  pudo  y  sujeto  para  cupo.  este  nombre  ganó  el  prez  en  el  torneo 
Soltura  y  üexibilidad  del  lenguaje,  que  de  Londres,  como  se  refiere  en  su  histo- 
acaso  tildarán  como  incorrección  los  ria  (a).  Kl  mi.smo  nombre  de  Caballero 
jueces  severos  en  esta  materia,  y  que  del  L'nicornio  dio  Ariosto  en  su  Or/a/a/o 
otros  más   indulgentes  mirarán  como  furioso  á  Rugero  ibj. 

travesura  ingeniosa   y  no   sin  mérito.  ¡Je  las  iJoncellas.  El  Caballero  de  las 

Quizá  (liria  el  original :  lodo  ¿oque pudo  Doncellas  concurrió  á  la  justa  que  sos- 

caber  //  cupo.  tuvo  en  Conslantinopla  el  Principe  Flo- 

El  talego   debió   ser  algím  seno  del  randino  de  Macedonia;    bien  que  para 

gabán,  del  que  hizo  costal  según  acaba  aquella  ocasión   umdó  de  insignia,   y 

de  decirse;  pues  en   la  descripción  del  llevó  la  de  un  águila  (c). 

ajuar  tle  Sancho,  nunca  se  hace  men-  Del   Ave    Fénix.    Tuvo   este   nombre 

ción  de  lalegn  aparte.  D.  Florarían  de  Tracia,  porque  llevaba 

2.  D.  lielianis  de  Urecia.no  queriendo  en  el  escudo  la  figura  del  Fénix.  Sus 
darse  á  conocer  por  su  verdadero  nom-  hazañas  bajo  esta  denominación  se  leen 
bre,  tomó  el  de  Caballero  de  la  liica  en  la  historia  de  Ü.Floriselde  Niquea. 
fiqura.  Sal)ed.  dijo  al  Califa  ó  Soldán  La  gallarda  Marfisa,  disfrazada  de  ca- 
de Persia,  sabed,  mi  buen  señor,  que  yo  ballero,  llevaba  también  la  empresa  del 
me  llamo  el  Caballero  de  la  Rica  jiqura  Fénix,  como  cuenta  Ariosto  (d). 

por  esta  que  en  mi  escudo  traigo  {a).  Y 

bajo   el   nuevo  nombre    hizo   muchas         ,  ,  r  ¡k,^  tit    „„,,  vm    w  „  oí„,.í»„i„ 

nrnP7ní    v  ncnhó  aranHpí  avpntnin<;  "^  ^-"^^^^  ^"'   ^^^-  ^^^^'   ^^  7   Siguiente. 

proezas,  j  acaoo  granaes  aveniuias.  _  /¿^  q^^^^q  45  ggj  ,9  ^,  ,,5  _  ^^j  caballero 

do  la  Cruz.  iib.  II.  cap!  XXXVII.  —  (./)  Al 
(a)  Belianis,  Iib.  I,  cap.  XIII.  fm  del  canto  24  y  principios  del  siguiente. 


l'niMKHA    PARTK 


CAPÍTULO    XIX 


293 


otro  el  Caballero  del  Grifo,  estotro  el  de  la  Muerte^  y  por  esto.s 
Hombros  ó  ¡iisigiiias  eran  conocidos  por  toda  la  redondez  de  la 
licisra  ;  y  así  dij^o  (¡ne  v\  sahio  ya  dicho  te  lialji'ii  puesto  en  la 
Icii^iia  y  en  el  pensamiento  ahora  (pn;  me  llamases  el  Cafjallcro  de 
la  Triste  figura,  como  i)iens(>  llamarme  desde  hoy  en  adelante  ; 
y  para  ([ue  mejor  me  cuadre  tal  nombre,  determino  de  hacer  pin- 
tar, (uiando  haya  lug^ar,  en  mi  escudo,  una  muy  triste  figura.  No 
hay  para  que  í^aslar  lienipo  y  dineros  en  hacer  esa  figura,  dijo 
Sancho,  sino  lo  que  se  ha  de  hacer  es  que  vuestra  merced  descu- 
bra la  suya,  y  dé  rostro  á  los  que  le  miraren,  que  sin  más  ni  más, 
y  sin  otra  imagen  ni  escudo,  le  llamarán  el  de  la  Triste  figura;  y 
créame  que  le  digo  verdad,  porque  le  prometo  á  vuestra  merced, 
señor  (y  esto  sea  dicho  en  burlas;,  que  le  hace  tan  mala  cara  la 
hambrtí  y  la  falta  de  las  muelas,  ({ue  como  ya  tengo  dicho,  se  podrá 
muy  bien  excusar  la  triste  pintura.  Rióse  D.  Quijote  del  donaire 
de  Sancho ;  pero  con  todo,  propuso  de  llamarse  de  aquel  nombre 


Del  Grifo.  En  las  fiestas  de  Bins,  que 
la  Reina  Doña  María  dio  ;i  su  liennaao 
el  Emperador  y  á  su  sobrino  Felipe  II 
el  año  de  154!),  se  representaron  por  los 
caballeros  de  la  corle  varias  aventuras 
caballerescas.  Entre  otros  concurrii)  el 
Conde  de  Aremberg,  con  el  nombre  de 
Caballero  del  Grifo,  de  que  ya  habia 
ejemplo  en  los  más  antiguos  libros  de 
Caballería. 

De  la  Muerte.  Así  se  llamó  por  algún 
tiempo  Amadís  de  Grecia,  como  se  ve 
en  la  tercera  parte  de  D.  Florisel  [a¡. 

Son  innumerables  los  nombres  y  tí- 
tulos de  esta  clase  que  se  encuentran 
en  los  libros  de  Caballerías.  Tales  son 
en  las  historias  de  los  Pabnerines  el 
Caballero  Triste  y  los  del  Desierto,  de 
la  Rocaparlida. del  Can  y  délas  Flores; 
el  Solitario,  y  el  de  la  Esfera,  en 
Lisuartc;  el  Caballero  Selvnf/e  en  Belia- 
nís ;  los  del  Pavón,  del  Dragón  y  del 
Corazón  partido,  en  Olivante  de  Laura  ; 
el  del  Brazo,  en  Primalcón :  el  del  Le- 
trero, en  Amadís  de  Grecia;  el  de  la 
Tristeza,  en  Esferamundi ;  el  Negro  y 
el  Amargo,  en  Policisne  de  Boecia;  el 
Desesperado,  el  de  las  Dnngenes  y  el  de 
Cupido,  en  el  Espejo  de  Principes;  en 
Lepolemo  el  Caballero  de  las  Aes,  por 
las  que  llevaba  sembradas  en  sus  ar- 
mas: el  de  las  E/e-?,  por  igual  razón, 
en  Florambel  de    Lucea;   Araadis   de 

(a)  Cap.  XXIV. 


Gaula  se  llamó  también  el  Caballero 
Griego  y  déla  Verde  Espada:  Lisuarte 
fué  conocido  por  el  título  de  la  Vera- 
cruz;  Palmerín  de  Inglaterra  por  el  de 
la  Fortuna;  Belianís  por  el  de  los  Basi- 
liscos. Por  lo  común  se  tomaban  seme- 
jantes nombres  de  las  empresas  y  di- 
visas que  traían  los  caballeros  en  las 
armas,  y  señaladamente  en  los  escu- 
dos ;  pero  esto  no  sucedía  siempre, 
como  se  ve  en  muchos  ejemplos  de  los 
que  acaban  de  alegarse. 

El  Caballero  del  Cisne,  cuya  historia 
es  el  libro  castellano  de  Caballerías 
más  antiguo  que  se  conoce,  se  llamaba 
así  porque  le  acouipañaba  un  hermano 
suyo  convertido  en  cisne,  el  cual  tiraba 
de  un  batel  en  que  caminaba  el  caba- 
llero. Entraba  desde  el  mar  portas  bo- 
cas de  los  ríos,  y  de  esta  suerte  hacia 
sus  viajes;  cuando  se  descuidaba  y 
ronceaba  el  cisne,  tocaba  su  cuerno  el 
caballero,  y  el  cisne  lomaba  aliento  y 
caminaba  más  de  prisa  (a). 

En  las  fiestas  mencionadas  de  Bins 
concurrieron  varios  aventureros  con 
los  títulos  de  Caballeros  Tenebroso,  Pe- 
nado, Triste,  Sin  nombre.  Sin  esperanza, 
del  Escudo  verde, del  Escudo  asuZ,  déla 
Muerte,  délas  Estrellas,  de  la  Lw«a,del 
Basilisco,  del  Grifón  colorado  y  del 
Águila  negra. 


(a)  Gran    Conquista    de    Ultramar,   lib. 
cap.  LXVII  y  LXX. 


I, 


204 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


en  pudicndo  pintar  su  escudo  ó  rodela  ^  como  había  imaginado,  y 
díjole  :  Yo  entiendo,  Sancho,  que  quedo  descomulgado  por  haber 
puesto  las  manos  violentamente  en  cosa  sagrada  iuxla  illud  :  si 
quis  s nádente  diabolo^  etc.  ^,  aunque  sé  bien  (|uo  no  puse  las  manos, 
sino  este  lanzón  ;  cuanto  más,  que  yo  no  penseque  ofendía  A  sacer- 
dotes ni  á  cosas  de  la  iglesia,  á  quien  respeto  y  adoro  como  cató- 
lico y  fiel  cristiano  que  soy,  sino  á  fantasmas  y  á  vestiglos  del 
otro  mundo.  Y  cuando  eso  así  fuese,  en  la  memoria  tengo  lo  que  le 
pasó  al  Cid  Rui  Díaz,  cuandq  quebró  la  silla  del  embajador  de 
aquel  Roy  delante;  de  sn  Santidad  el  Papa^,  por  lo  cual  le  desco- 
mulgó, y  anduvo  aquel  día  el  buen  Rodrigo  de  Vivar  como  muy 
honrado  y  valiente  caballero.  En  oyendo  esto  el  Bachiller,  se  fué, 
como  queda  dicho'*,  sin  replicarle  palabra.  Quisiera  D.  Quijote 


1.  Los  hombres  de  armas  llevaban 
escudos  fuertes  y  grandes  de  liieiTO,  ó 
guarnecidos  de  hierro;  los  jinetes  adar- 
gas, y  los  infantes  rodelas  ó  broqueles. 
D.  Quijote  hizo  su  primera  salida  con 
adarga:  más  para  la  segunda  |)idió 
prestada  una  rodela  á  un  amigo  suyo, 
y  con  efecto,  tanto  en  la  aventura  de 
los  gigantes  convertidos  por  el  sabio 
Frisli'in  en  molinos  de  viento,  como  en 
la  del  Vizcaíno,  se  expresa  que  estaba 
bien  cubierto  de  su  rodela.  Usar  de  ro- 
dela á  caballo  aumentaba  lo  ridiculo 
de  la  figura  de  nuestro  paladín. 

2.  Cervantes  aludiría  al  decreto  que 
empieza  así  del  Concilio  de  Trento, 
cuyos  cánones  conocía,  puesto  que  cita 
en  la  segunda  parte  {a¡  el  que  prohibe 
los  desafíos.  Consiguiente  á  esto  de- 
biera decir,  no  cosa  sagrada,  sino  per- 
sona sagrada,  que  es  de  lo  que  habla  el 
Concilio.  Este  lo  tomó  del  Decreto  de 
Graciano,  y  Graciano  del  Concilio  de 
Reims  del  año  H31 ;  pero  las  noticias  de 
Cervantes  no  llegarían  á  tanto  [tx). 

3.  Segi'm  el  Romancero  del  Cid  (6)  la 
silla  era  la  del  Rey  de  P'rancia,  y  el 
lance  pasó  en  Roma  en  la  iglesia  de 

(a)  Cap.  LVI.  —  (6)  Número  21. 


(o.)  Las  noticias  de.  Cervantes  no  llegarían  á 
tanto.— TSi  hacía  falta. .Si  Cervantes  hubiera 
sido  un  erudito  m.ichacón  y  repleto, 
como_  algunos  de  sus  coiiientafistas ,  nos 
hiihióranios  visto  privados  setíurauíente  de 
esta  deliciosa  obra  maestra,  admirable  parto 
de  su  ingenio.  Para  su  época  y  profusión  era 
asombroso  su  saber.  "    (M.  de  T.) 


San  Pedro,   mas  no  delante  del  Papa. 
Dice  asi  : 

En  la  iglesia  de  San  Pedro 
Don  Rodrigo  se  había  entrado, 
á  do  vido  siete  sillas 
de  siete  Reyes  cristianos, 
y  vio  la  del"  Rey  de  Francia 
junto  á  la  del  Padre  Santo, 
y  la  del  Rey  su  señor 
ün  estado  líiás  abajo. 
Fuese  á  la  del  Rey  de  Francia, 
con  el  pie  la  ha  derribado  : 
la  silla  era  de  marfil, 
hecho  se  ha  cuatro  pedazos  ; 
y  tomó  la  de  su  Rey, 
y  subióla  en  lo  más  alto... 
Él  Papa,  cuando  lo  supo, 
al  Cid  ha  descomulgado. 
Sabiéndolo  el  de  Vivar, 
ante  el  Papa  se  ha  postrado: 
absolvednie,  dijo.  Papa, 
si  no,  seraos  mal  contado. 
El  Papa,  padre  piadoso, 
respondió  muy  mesurado  ; 
yo  le  absuelvo",  D.  Rui  Díaz, 
yo  te  absuelvo  de  buen  grado, 
con  que  seas  en  mi  corle 
muy  cortés  y  mesurado. 

La  Crónica  del  Cid  cuenta  el  suceso 
de  otra  manera,  suponiendo  (]ue  fué  en 
Toiosa  de  Francia,  con  otras  particula- 
ridades que  contradicen  las  del  romance. 
Pero  una  y  otra  relación  carecen  de 
fundamento,  como  mostró  concluyen- 
temente  el  Maestro  Fr.  Manuel  Hisco 
en  su  obra  intitulada  :  La  Castilla  y  el 
7nds  famoso  Castellano. 

4.  Esta  expresión  debió  borrarse  por 
entero.  Algunas  páginas  antes  se  dijo  : 
con  esto  se  fué  el  Bachiller;  siguió  des- 
pués un  largo  diálogo  entre  el  caballero 


PRIMr:R\    PARTE.    —    CAPITULO    XIX 


9() 


mirar  si  el  cuerpo  qiio  venía  en  la  litera  eran  iiiiesüs  ó  no,  pero  tío 
lo  consintió  Sancho,  diciéndolo  :  Señor,  vuestra  nif  roed  ha  aca- 
bado esta  pelif^rosa  aventura  lo  más  á  su  salvo  de  toflas  las  que  yo 
lie  visto  ;  esta  ^ente,  aunque  vencida  y  desbaratada,  podría  ser 
(pie  cayese  en  la  cuenta  de  quo  los  venció  sola  una  persona,  y  co- 
rridos y  avergonzados  deslo  volviesen  A  reliac(M'se  y  á  buscarnos,  y 
nos  diesen  muy  bien  en  qué  entender  :  el  jumento  está  como  con- 
viene, la  montaña  cerca,  la  hambre  carga;  no  hay  que  hacer  sino 
retirarnos  con  gentil  compás  de  pies,  y  como  dicen,  vayase  el 
muerto  á  la  sepulluray  el  vivo  á  la  hogaza*  ;  y  antecogiendo  su 
asno,  rogó  á  su  señor  que  le  siguiese,  el  cual  pareciéndole  que 
Sancho  tenía  razón,  sin  volverle  á  replicar,  le  siguió  ;  y  á  poco 
trecho  que  caminaban  por  entre  dos  montañuelas,  se  hallaron  en 
un  espacioso  y  escondido  valle,  donde  se  apearon,  y  Sancho  alivió 
el  jumento,  y  tendidos  sobre  la  verde  hierba,  con  la  salsa  de  su 
hambre  almorzaron,  comieron,  merendaron  y  cenaron  á  un  mismo 
punto,  satisfaciendo  sus  estómagos  con  más  de  una  fiambrera  que 
los  señores  clérigos  del  difunto   (que  pocas  veces  se  dejan  mal 


y  escudero,  que  no  fué  verosímil  pa- 
sase delante  de  Alonso  López,  como 
aquí  se  supone,  con  tanta  menos  excusa 
cuanto  se  expresa  quedar  dicho  que  se 
había  ido  antes  de  oírlo.  El  abate  D.  An- 
tonio Eximeno,  en  una  apología  que 
escribió  del  Quijote  y  se  imprimió  en 
Madrid  el  año  de  1806,  quiso  en  vano 
justificar  este  descuido  de  Cervantes, 
pretendiendo  que  fueron  dos  las  idas 
del  Bachiller,  la  primera  desde  el  sitio 
en  que  lo  derribó  la  muía  hasta  la  lite- 
ra del  difunto,  y  la  segunda  con  sus 
dermis  compañeros  en  continuación  de 
su  viaje;  pero  el  mismo  texto  manifies- 
ta que  la  ida  fué  sólo  una,  puesto  que 
hablando  de  la  que  Eximeno  entendió 
ser  la  segunda,  se  expresa  que  el  Bachi- 
ller se  fué  como  queda  dicho. 

1.  El  Comendador  Griego  incluye 
este  refrán  en  su  colección,  pero  con 
alguna  variedad  :  el  muerto  á  la  fosada 
y  el  vivo  á  la  hogaza.  Así  es  más  pro- 
pio :  los  que  tengan  observado  el  aire 
y  la  índole  de  las  expresiones  prover- 
biales, echarán  menos  en  la  del  texto 
del  Qur..í0TE  la  correspondencia  entre 
sepultara  y  hogaza.,  y  conocerán  que 
fosada  ó  huesa  viene  mejor  que  sepul- 
tura para  la  relaci^m,  asonancia  ó  son- 
sonete que  suele  haber  de  ordinario  en 
los  refranes. 


Este  es  el  primero  que  la  fábula  del 
QuMOTE  pone  en  boca  de  Sancho,  el 
eiial  los  usa  tanto  en  lo  sucesivo,  que 
ya  en  el  capitulo  XXV  le  reprende  su 
amo  por  la  multitud  de  adagios  inopor- 
tunos que  enhila.  En  la  segunda  parte 
continúa  Sancho  con  la  misma  profu- 
sión de  refranes,  que  dice  D.  Quijote  ser 
iv numerables  y  que  los  arrojaba  Sancho 
como  llovidos.  En  el  capítulo  XXXIV  le 
decía  delante  de  los  Duques  :  Maldito 
seas  de  Dios,  Sancho  maldito:  ¿cuándo 
será  el  día  donde  yo  te  vea  hablar  sin 
refranes  una  razón  corriente  y  concer- 
tada? Y  la  Duquesa,  excusando  á  San- 
cho, convenía,  sin  embargo,  en  que  sus 
refranes  eran  míis  que  los  del  Comen- 
dador Griego.  Vuelve  á  hablarse  de  ello 
en  el  capítulo  XLIII,  donde  dice  D.  Qui- 
jote que  Sancho  es  un  costal  de  refranes 
y  en  el  capítulo  siguiente, esíosre/'ra/ies, • 
le  dice,  te  han  de  llevar  un  día  á  la  hor- 
ca: y  le  amenaza  con  que  dirá  al  Duque 
que  su  personilla  (la  de  Sancho)  no  es 
otra  cosa  que  un  costal  lleno  de  refranes 
y  de  malicias.  De  todo  lo  cual  debe  dedu- 
cirse que  en  el  discurso  de  la  fábula 
Cervantes  alteró  el  carácter  de  Sancho, 
añadiendo  esta  circunstancia  más  al 
que  le  atribuye  desde  el  principio.  Ver- 
dad es  que  lo  que  perdió  de  unidad  lo 
ganó  de  gracia. 


^96  DON    QUIJOTE    DE   LA   MANCHA 

pasar)',  en  la  acémila  de  su  repuesto  traían.  Mas  sucedióles  otra 
desgracia,  que  Sancho  la  tuvo  por  la  peor  de  todas',  y  fué  que  no 
tenían  vino  que  beber,  ni  aun  agua  que  llegar  á  la  boca;  y  acosa- 
dos de  la  sed,  dijo  Sancho-',  viendo  que  el  prado  donde  estaban 
estaba  colmado  de  verde  y  menuda  hierba,  lo  que  se  dirá  en  el 
siguiente  capítulo. 


i.  Sobran  las  palabras  del  difunto. 
Coaservámlolas,  era  menester  repetir 
clérigos,  y  decir  que  pocas  veces  los  clé- 
rigos se  dejan  tnnl  pasar.  La  razón  es, 
que  esto  no  se  aplir,;»  en  particular  á  los 
clérigos  que  acompañaban  al  difunto, 
sino  á  los  clérigos  en  general.  —  El  dic- 
tado que  se  les  da  de  señores,  es  enfá- 
tico y  maligno.  —  De  esta  idea  vulgar 
de  la  regalonería  de  los  clérigos  nació 
probablemente  el  nombre  de  J>iacilron 
abalis,  que  el  .Vrcipreste  de  Hila  cuenta 
entre  las  confecciones  azucaradas  y 
conservas,  ó  como  allí  se  dice,  nobles  é 
extraños  letuarios  con  que  suelen  rega- 
lar las  monjas  (a).  Hácese  allí  ya  men- 
ción del  azúcar  rosado  y  de  los  dulces 
de    Valencia,    y   concluye   el   goloso, 

talante   y    al  parecer   experimentado 
rcipreste  : 

Quien  á  monjas  non  ama,  non  vale  un  ma- 

[ravedí. 

(a)  Colección  de  Sánc/iez,  t.  IV,  copla  t.3Ü',). 


2.  Debió  borrarse  el  pronombre  la, 
que  es  superfluo  estanao  representado 
el  nombre  por  el  otro  pronombre  rela- 
tivo :  7fias  sucedióles  otra  desgracia, 
que  Sancho  tuvo  por  la  peor  de  todas. 
—  Tratándose  de  desgracias,  y  en  gene- 
ral de  cosas  malas,  no  corresponde 
decir  la  peor,  sino  la  mayor;  aquí  lo 
peor  envuelve  pleonasmo,  porque  es 
ocioso  de  toda  ociosidad  expresar  que 
la  desgracia  es  mala,  y  sólo  hay  que 
hablar  de  la  cantidad,  según  se  observa 
en  otro  lugar. 

3.  Esta  palabra  acosados  («)  no  rige 
verbo,  y  por  consiguiente  no  hace  sen- 
tido. Lo  haría,  si  dijera  :  y  hallándose 
acusados  de  la  sed,  dijo  Sancho,  c\c.  En- 
tonces formaría  con  el  gerundio  el  ver- 
bo lo  que  en  la  sinta.\is  latina  se  llama 
ablativo  absoluto. 


(«)  Acosados  de  la  sed.  —  Es  un  verfladüro 
ahtalivo  absoluto  y  no  necesita  nada.  Facil- 
nícute  se  sobieeniiende  :    ambos. 

(M.  de  T.) 


CAPITULO  XX 

DE  LA  JAMÁS  VISTA  NI  OÍDA  AVENTURA,  QUE  CON  MAS  POCO  PELIGRO 
FUÉ  ACABADA  DE  FAMOSO  CABALLERO  EN  EL  MUNDO,  COMO  LA  QUE 
ACABÓ    EL    VALEROSO    D.    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA*. 


No  es  posible  señor  mío,  sino  que  estas  hierbas  dan  testimonio  2, 
de  que  por  aquí  cerca  debe  de  estar  alguna  fuente  ó  arroyo  que 
estas  hierbas  humedece,  y  así  será  bien  f[ue  vamos  un  poco  más 
adelante,  que  ya  toparemos  donde  podamos  mitigar  esta  terrible 
sed  que  nos  fatiga,  que  sin  duda  causa  mayor  pena  que  la  hambre. 
Parecióle  bien  el  consejo  á  D.  Quijote,  y  tomando  de  la  rienda  á 
Rocinante,  y  Sancho  del  cabestro  á  su  asno,  después  de  haber 
puesto  sobre  él  los  relieves  que  de  la  cena  quedaron,  comen- 
zaron á  caminar  por  el  prado  arriba  á  tiento,  porque  la  oscuridad 
de  la  noche  no  les  dejaba  ver  cosa  alguna;  mas  no  hubieron  andado 
doscientos  pasos  cuando  llegó  á  sus  oídos  un  grande  ruido  de  agua 
como  que  de  algunos  grandes  y  levantados  riscos  se  despeñaba. 
Alegróles  el  ruido  on  gran  manera,  y  parándose  á  escuchar  hacia 

1.  Titulo  incorrecto,  tanto  en  el  len-  2.  Sigue  el  desaliño  que  empezó  en  el 

guaje  como  en  las  ideas.  La  intención  epígrafe  del  capítulo.    Se    quiso   decir 

fué  decir  que  se  iba   á  tratar   de   una  que,  según  mostraba  la  abundancia  de 

aventura  jamás  vista  ni  oída,  y  que  á  hierbas,  no  era  posible  que  dejase  de 

pesar  de  esto  fué  acabada   sin  peligro  haber    en    las    inmediaciones    alguna 

por  D.  Quijote,  y  tan  sin  peligro,   que  fuente  ó  arroyo  que  las   humedeciese; 

no  lo  fué  con  menos  ninguna  otra  por  lo  cual  se  diría  con  claridad,  suprimién- 

famoso  caballero  andante  en  el  mundo;  dose  las  primeras  palabras  y  empezán- 

á  esto  corresponde  y  se  ajusta  perfecta-  dose  así  :  Estas  hierbas,  señor  mío,  sin 

mente  el  suceso.  —  Más  poco  (a)   por  ser  posible  otra   cosa,    dan  testimonio 

menos  no  se  sufre  en  castellano.  de  que  por   aquí  cerca  debe  de  estar 

alquna  fuente 6  arroyo  que  estas  hierbas 

(«)  M(ia  poco.  —  i  Qué  manía  la  de  aplicar  humedece.  —  Poco  después  se  dice  que 

constantemente  el  cartabón   de  la  moderna  D.  Quijote  y  Sancho  caminaban  por  el 

preceptiva  gramatical  á   la   época   en   que  prado  arriba  ú  tiento  :  ahora   decimos 

escribió  Cervantes  !  Hay  que  distinguir  de  ordinariamente  á  tientas. 
tiemposjr  tener   en  cuenta  que    hacia    muy 
pocos  anos    que  Nebrija  había  publicado  la 
primera  gramática  castellana.    (M.  de  T.) 


298  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

qué  parte  sonaba,  oyeron  á  deshora  otro  estruendo  que  les  aguó  el 
contento  del  agua',  especialmente  á  Sancho,  que  naturalmente  era 
medroso  y  de  poco  ánimo  :  digo  (¡ue  oyeron  que  daban  unos  golpes 
á  compás,  con  un  cierto  crujir  de  hierros  y  cadenas,  que  acom- 
pañados del  furioso  estruendo  del  agua,  pusieran  pavor  á  cualquier 
otro  corazón  que  no  fuera  el  de  D.  (Juijote.  Era  la  noche,  como 
se  ha  dicho,  escura,  y  ellos  acertaron  á  entrar  entre  unos  árboles^ 
altos,  cuyas  hojas,  movidas  del  blando  viento,  hacían  un  temeroso 
y  manso  ruido;  de  manera  que  la  soledad,  el  sitio,  la  escuridad, 
el  ruido  del  agua  con  el  susurro  de  las  hojas,  todo  causaba  horror 
y  espanto,  y  más  cuando  vieron  que  ni  los  golpes  cesaban,  ni  el 
viento  dormía,  ni  la  mañana  llegaba,  añadiéndose  á  todo  esto  el 
ignorar  el  lugar  donde  se  hallaban.  Pero  D.  Quijote,  acompañado 
de  su  intrépido  corazón,  saltó  sobre  Rocinante,  y  embrazando  su 
rodela  terció  su  lanzón  y  dijo  :  Sancho  amigo,  has  de  saber  que  yo 
nací  por  querer  del  cielo  en  esta  nuestra  edad  de  hierro  para  resu- 
citar en  ella  la  de  oro,  ó  la  dorada,  como  suele  llamarse  ;  yo  soy 
aquel  para  quien  están  guardados  los  peligros,  las  grandes  hazañas, 
los  valerosos  hechos  ;  yo  soy,  digo  otra  vez,  quien  ha  de  resucitar 
los  de  la  Tabla  Redonda,  los  doce  de  Francia,  y  los  nueve  de  la 
Fama^,  y  el  que  ha  de  poner  en  olvido  los  Platires  ^,  los  Tablantes, 

1.  Juguete  de  ingenio  en  que  secón-      evitará   también   la   cacofonía   entrar 
traponeh  aguar   y   agua.   El  contento      entre. 

que,  como  á  sedientos,  les  causó  el  3.  Ya  se  da  dado  anteriormente  noti- 
sonido  del  agua  cercana,  lo  aguó  el  cia  de  los  caballeros  de  la  Tabla  Re- 
pavoroso  estruendo  que  al  mismo  tiem-  donda,  de  los  Pares  de  Francia  y  de  los 
po  llegó  á  sus  oidos.  Aguar  (a)  es  dis-  nueve  de  la  Fama,  que  en  el  lenguaje 
rainuir  lo  bueno,  como  cuando  se  dice  común  eran  el  Non  plus  ultra  del  valor 
de  alguna  desgracia  imprevista,  que  y  bizarría.  En  el  romance  de  Garcilaso. 
aguó  la  función  ó  la  fiesta.  Tomóse  la  de  la  colección  de  Pedro  de  Flores  (a;, 
metáfora  ó  del  agua  <|ue  amortigua  y  se  lee  : 
apaga  el   fuego,  (>  más  bien  del   agua 

conque  los  taberneros  suelen  aumen-  La  Católica  Isabel 

tar  sus  provisiones  y  dísmmuir  el  buen  ^uÍL^.^o.^cuílt 

humor  de  sus  parroquianos.  je  aquesta  suerte  le  habló  : 

2.  Entrar  me  parece  errata  por  estar;  Vengáis  ¡¡or  cierto  en  buen  hora, 
el  original    diría   :   acertaron    ú  estar  nuevo  lucero  español. 

entre  unos  árboles ;  con  esta  enmienda  pues  hov  á  los  de  la  Kama 

se  expresará  mejor   el   concepto,  y  se  "^^J^  hXx^%  vuestro  valor. 

(«)  Aguar.  -  Es  verbo  muv  gráfico  v  muy  *".  P^'"^''  «"  «^  ,"?'^«  "«  ^S  aquí  olvidar, 

corriente   en   nuestra   literatura.   Qiievedo  según  lo  que  ordmanamente  significa, 

dice  :  sino  hacer  olvidar.  —  Tablantes,   Oli- 

Pues  mis  placeres  y   el  vino  vantes  y  Tirantes:  nuestro  autor  buscó 

Son  aguados  donde  quiera.  nombres  que  Consonasen,  cuya    aglo- 

V  „„  ,„  o«      ,.„,,.,.       .    ,  meración  esfuerza  el  ridiculo,  y   como 

Y  en  la  Comedia   El  Castigo  de  la  miseria       „    ^„.„  „,  „. „  '  •' 

dice  un  criado,  de  su  amo  :  ^^e  aumenta  el  numero. 

Él  inventó  aguar  el  agua. 

(M.  de  T.)  (o)  Parte  XIII,  fol.  4.54. 


PHiMrnA  PAr<TK. 


CAPÍTULO    XX 


299 


Olivaiiltís  y  Tiraiilos,  los  l*'(":l)Os  y  I'x'lianises,  con  loda  la  caLcrva 
(le  los  famosos  caballeros  andantes  del  pasado  tiempo,  haciendo  en 
esle^n  que  me  hallo  tales  i^Tanchi/as,  exirañezas  y  lechos  de  armas, 
cpio  escure/can  las  más  claras  (pie  (Ulos  ficieron.  Hien  notas,  escu- 
dero fiel  y  leí^al',  las  tinieblas  desta  noche,  su  extraño  silencio, 
el  sordo  y  confuso  estruendo  destos  árboles,  el  temeroso  ruido  de 
aquella  a^ua  en  cuya  busca  venimos,  que  parece  que  se  despeña  y 
derrumba  desde  los  altos  montes  de  la  Luna"^,  y  aquel  incesable 
golpear'*  que  nos  hiere  y  lastima  los  oídos;  las  cuales  cosas  todas 
juntas,  y  cada  una  por  sí,  son  bastantes  á  infundir  miedo,  temor  y 
espanto  en  el  pecho  del  mismo  Marte,  cuanto  más  en  aquel  que  no 
está  acostumbrado  á  semejantes  acontecimientosy  aventuras  :pues 
todo  esto  que  yo  te  pinto  son  incentivos  y  despertadores  de  mi 
ánimo,  que  ya  hace  que  el  corazón  me  reviente  en  el  pecho  con  el 
deseo  que  tiene  de  acometer  esta  aventura  por  más  dificultosa  que 
se  muestra.  Así  que,  aprieta  un  poco  las  cinchas  á  Rocinante  y  qué- 
date á  Dios,  y  espérame  aquí  hasta  tres  días  no  más  '',  en  los  cuales 


1.  En  la  novela  de  Cipión  y  Berganza 
dijo  Cervantes:  Muchos  y  muy  ?michos 
escribanos  hay  fíeles  y  legales  y  amigos 
de  hacer  placer  sin  daüo  de  tercero. 
Este  otro  pasaje  desvanece  la  duda  que 
pudiera  ocurrir  de  si  legal  era  errata 
por  leal.  Aunque  ambas  palabras  son 
originariamente  las  mismas,  tienen  en 
el  uso  significación  diferente.  Apfl/  equi- 
vale á  fiel,  legal  á  legilímu:  leal  se  dice 
por  lo  común  de  las  personas,  legal  de 
sus  oficios,  y  en  general  de  las   cosas. 

2.  «  Alusión  al  río  Nilo,  que  naciendo 
en  la  alta  Etiopía  en  el  monte  de  la 
Luna,  según  se  creía  antiguamente 
(Ptolomeo,  Geograph,  lib.  IV,  al  fin), 
se  precipita  con  estruendo  impetuoso 
por  dos  cataratas  ó  cascadas.  »  —  {Nota 
de  Pellicer.) 

3.  Incesable  por  incesante  ;  adjetivo 
poco  usado  en  el  día,  aunque  se  en- 
cuentra en  nuestros  buenos  escritores. 

4.  Guando  Amadís  de  Gaula,  saliendo 
con  Grasandor  de  la  ínsula  de  la  Torre 
Bermeja,  llegí)  al  pie  de  la  Peña  de  la 
Doncella  encantadora,  quiso  subir  á 
ver  si  eran  ciertas  las  maravillas  que 
de  ella  se  le  habían  contado,  y  dijo  así 
á  su  compañero  :  Mi  tuen  señor,  yo 
quiero  subir  en  esta  roca...  é  mucho  vos 
ruego,  aunque  alguna  congoja  sintáis, 
que  me  aguardéis  aquí  hasta  mañana 
en  la  noche,  que  yo  podré  venir,  ó  hace- 
ros señal  desde  arr'ibacómo  me  va;ési 


en  este  comedio  ó  al  tercero  din  no  tor- 
nare, podréis  creer  que  mi  hacienda  no 
va  bien,  é  tomaréis  el  acuerdo  que  vos 
más  agradare  (a). 

Después  de  encargar  D.  Quijole  á  su 
escudero  que  le  aguarde  tres  días,  añade 
que  si  no  volviere  en  ellos,  vaya  al 
Toboso  con  el  recado  que  le  dice  para 
su  señora  Dulcinea.  Otro  tanto  sucedió 
en  la  aventura  del  Endriago  al  acome- 
terla Amadís  de  Gaula.  El  Endriago  era 
una  bestia  fiera  y  desemejada,  que 
había  despoblado  una  isla,  la  cual  por 
esto  se  llamó  del  Diablo.  Amadís,  nave- 
gando en  compañía  del  Maestro  Elisa- 
bad  á  Constanlinopla,  aportó  á  ella,  y 
se  propuso  buscar  y  matar  al  monstruo. 
Da  üoces,  decía  á  su  escudero  Gandatín, 
porque  por  ellas  podría  ser  que  el  En- 
driago tí  Jiosofros  acudirá;  y  ruégate 
mucho  que  si  aquí  muriere,  procures  de 
llevar  á  mi  señora  Oriana  aquello  que 
es  suyo  enteramente,  que  será  mi  cora- 
zón; é  dile  que  se  lo  envío  por  no  dar 
cuenta  á  Dios  de  cómo  lo  ajeno  llevaba 
conmigo  (b). 

M.is  adelante,  en  este  mismo  capí- 
tulo, se  cuenta  que  D.  Quijote,  al 
despedirse  de  Sancho,  le  mandó  que 
allí  le  aguardase  tres  días  á  lo  más 
largo,  y  que  si  al  cabo  dellos  no  hubiese 

(a)  Amadis  de  Gaula,  cap.  CXXX.  —  (ó) 
Aimdls    de  Gaula,  cap.  LXXIII. 


300 


DON    QUIJOTE    DE    LA   MANCHA 


si  no  volvicre,  puedes  tú  volverle  á  nuestra  aldea,  y  desde  allí,  por 
hacerme  merced  y  buena  obra  \  irás  al  Toboso,  donde  dirás  á  la 
incomparable  señora  mía  Dulcinea,  que  su  cautivo  caballero  murió 
por  acometer  cosas  que  le  hiciesen  digno  de  poder  llamarse  suyo-. 
Cuando  Sancho  oyó  las  palabras  de  su  amo,  comenzó  á  llorar^  con 


vuelto,  tuviese  por-  cierto  que  Dios  hahía 
sido  servido  de  que  en  aquella pelifjrosa 
aventura  se  le  acabasen  sus  días.  Tor- 
nóle (i  referir  el  reatdo  y  embajada  que 
había  de  llevar  d  Dulcinea,  etc. 

Es  claro  que  L).  Quijote  se  [¡i-opuso 
imitar  en  esta  aventura  á  Aiiiadis  de 
Gaula,  el  norte,  et  lucero,  el  sol,  coujo 
dice  on  aliíiin  luiíar  nuestro  hidal^^'o,  de 
los  valientes  }i  enamorados  catialleros ; 
d  quien  debemos  de  imitar,  a-huác,  todos 
aquellos  que  debajo  de  la  bandera  de 
amor  ;/  de  la  caballería  militamos  (a). 

1.  Fórmula  usada  en  los  testamentos, 
que  aquí  está  en  su  lu^^ar,  puesto  que 
l3.  Quijote  hacía  á  Sancho  un  encargo 
para  después  de  su  muerte.  —  Su  cau- 
tivo caballera ;  los  caballeros  se  precia- 
ban de  ser  y  llamarse  esclavos  de  sus 
damas,  y  tomaban  los  nombres  y  cali- 
ficaciones que  lo  indicaban.  El  vencido 
de  Diana,  el  vencido  de  Sardenia  se 
llamaron  dos  caballeros  en  obsequio  de 
sus  damas,  según  la  tercera  parte  d'í 
D.  Florisel  de  Xiquea.  Suero  de  Quiño- 
nes (y  esto  no  es  cuento,  sino  ejemplo 
y  muestra  de  las  costumbres  de  aquella 
época)  llevaba  una  argolla  al  cuello  en 
señal  de  su  amoroso  cautiverio,  y  pre- 
sentándose con  ella  al  Rey  D.  Juan 
el  II  en  solicitud  de  su  licencia  para 
celebrar  el  Paso  honroso,  le  decía  ; 
Como  yo  sea  en  prisión  de  una  señora 
de  gran  tiempo  acá,  en  señal  de  la  cual 
lodos  los  jueves  traigo  á  mi  cuello  este 
fierro...  he  concertado  mi  rescate,  el 
cual  es  trescientas  lanzas  rompi- 
das, etc.  {h). 

De  cautivo  se  calificó  el  moro  Calaí- 
nos en  su  antiguo  romance,  hablando 
de  la  linda  infanta  Sevilla  : 

De  quien  triste  soy  cautivo, 
y  por  quien  pena  tenía, 
que  cierto  por  sus  amores 
creo  yo  perder  la  vida. 

2.  Es  muy  común  esta  idea  en  los 
libros  de  Caballería ;  se  excusan  ejem- 


(a)  Parte  I,  cap.  XXV. 
roso,  par.  IV. 


(¿>)  Paso  hon- 


plos  por  nf)  alargar  esta  nota.  La  locu- 
ción eslaría  más  despejada  diciendo  : 
Digno  de  llamarse  suyo  (a);  en  las  pala- 
bras digno  de  poder  llamarse  hay  una 
especie  de  jileonasmo,  no  de  palabi'as, 
sino  de  ideas,  que  debe  evitarse  no 
menos  que  el  otro. 

:í.  Al  salir  Amadis  de  Gaula  en  busca 
del  Endriago  de  que  se  habló  poco  ha, 
sus  compañeros  de  navegación  queda- 
ron todos  llorando:  /ñas  las  cosas  de 
llantos  y  amarguras  que  .irdidn  el  su 
enano  hacía,  esto  no  se  podría  decir, 
que  él  mesaba  sus  cabellos  y  fería  con 
sus  palmas  et  rostro,  y  daba  con  la  ca- 
beza á  las  paredes,  llamándose  captivo. 
Cuando  estuvo  pri'ixinio  ya  Amadis  á 
pelear  con  el  Endriago,  su  escudero 
Gandalín,  no  solamente  dio  voces,  mas 
mesando  sus  cabellos,  llorando  dio 
grandes  gritos,  deseando  su  muerte 
antes  que  ver  la  de  aquel  su  señor  que 
tanto  amaba  (a). 

Yendo  Florambel  en  un  barco  que  le 
envió  la  Dueña  del  Fondovalle,  llegó  á 
vista  de  la  ínsula  Sumida,  que  estaba 
envuelta  en  una  espesa  niebla,  de  donde 
salían  tantos  raj'os,  relámpagos,  come- 
tas y  figuras  desemejadas,  que  ponían 
espanto.  Florambel  daba  prisa  para 
llegar  á  ella,  y  su  escudero  Lelicio 
iba  tan  pavoroso  y  atemorizado  de 
las  cosas  espantables  que  veía,  que 
no  osaba  mirar  facía  la  ínsula,  y  con 
muchas  lágrimas  rogaba  muy  afin- 
cadamente á  su  señor  que  se  volviesen, 
y  que  no  .se  curase  de  se  probar  /•«  seme- 
jante aventara,  que  páresela  más  cosa 
infernal  que  no  del  mundo...  Estas  y 
otras  muchas  cosas  decía  el  I  uen  escu- 
dero Lelicio  ó  su  señor  por  le  apartar 
de  aquel  peligroso  propósito:  mascuanto 
mayores  temores  él  le  ponía,  tanto  más 

(a)  Amadis  de  Gaula,  cap.  LXXIII. 

(«)  Digno  de  poder  llamarse  suyo.  —  La 
frase  es  hermosa,  rotunda  y  llena  de  espíritu 
caballeresco ;  y  no  tienen  fundamento  los 
pedestres  reparos  del  comentador. 

(M.  de  T.) 


PniMEnA    PARTE.    —   CAPÍTUTO    XX  301 

la  mayor  Iciimra  (U;!  mundo,  y  á  decirle  :  Señor,  yo  no  sé  por  qué 
quiere  vuesira  merced  ncoineler  esta  lan  temerosa  aventura ;  ahora 
es  de  noche,  ai[uí  no  nos  ve  nadie',  l)icn  podetnos  loicer  el  camino 
y  desviainos  del  pelif^i'o,  anii(|iie  no  l)ebamos  <;n  trcsdias;  y  pues 
no  hay  quien  nos  vea,  menos  liahrá  quien  nos  note  de  cobardes, 
(Cuanto  más,  que  yo  he  oído  muchas  veces  (a)  predicar  al  Cura  de 
nuestro  lugar,  que  vuestra  merced  muy  bien  conoce,  f[uc  quien  busca 
el  peligro  perece  en  él  ;  así  que  no  es  bien  tentar  á  Dios  acome- 
tiendo lan  desaforado  hecho  donde  no  se  puede  escapar  sino  por 
milagro;  y  bastan  los  que  ha  hecho  el  cielo  con  vuestra  merced  en 
librarle  de  ser  manteado  como  yo  lo  fui,  y  en  sacarle  vencedor, 
libre  y  salvo  de  entre  tantos  enemigos  como  acompañaban  al  di- 
funto. Y  cuando  todo  esto  no  mueva  ni  ablande  ese  duro  corazón, 
muévale  el  pensar  y  creer  que  apenas  se  habrá  vuesira  merced 
apartado  de  aquí,  cuando  yo  de  miedo  dé  mi  ánima  á  quien  quisiere 
llevarla.  Yo  salí  de  mi  tierra  y  dejé  hijos  y  mujer  por  venir  á 
servir  á  vuestra  merced,  creyendo  valer  más  y  no  menos;  pero 
como  la  cudícia  rompe  el  saco,  á  mí  me  ha  rasgado  mis  espe- 
ranzas, pues  cuando  más  vivas  las  tenía  de  alcanzar  aquella  negra 
y  malhadada  ínsula  que  tantas  veces  vuesira  merced  me  ha  pro- 
metido, veo  que  en  pago  y  trueco  della  me  quiere  ahora  dejar 
en  un  lugar  tan  apartado  del  trato  humano.  Por  un  solo  Dios, 
señor  mío,  que  non  se  me  faga  tal  desaguisado  ^ ;  y  ya  que  del 
todo  no  quiera  vuestra  merced  desistir  de  acometer  este  fecho, 
dilátelo  á  lo  menos  hasta  la  mañana,  que  á  lo  que  á  mime  mues- 
tra la  ciencia  que  aprendí  cuando  era  pastor -^  no  debe  de  haber 


le  crecía  á  él  la  codicia  de  probar  el  El    uso    todavía  admile  el   derivado 

aventura  (a).  deaaguisado,  y  no  el   primitivo   agui- 

1.  La  presente  plegaria  que  dirige  á  sado,ó  guisado,  que  en  nuestros  anti- 
D.  Quijote  su  escudero,  tiene  particular  guos  libros  signilicó  aderezado,  orde- 
mérito  y  corresponde  admirablemente  nado,  bien  dispuesto.  Lo  mismo  sucede 
á  un  carácter  tímido  y  codicioso  con  en  imposibilitado,  desgraciado,  bienfia- 
Bus  puntas  de  bellaco,  cual  es  el  de  dado,  malhadado,  bienhechor,  laalhe- 
Sancho.  clior,  bienquisto,    malquisto,    y    otros 

2.  Expresión  copiada  de  los  libros  de  derivados  que  el  lector  hallará  fácil- 
Caballerias,  é  inverosímil  por  consi-  mente,  y  que  después  de  anticuadas 
guíente  en  boca  de  Sancho,  mucho  más  las  voces  de  que  se  formaron,  ha  cou- 
en  el  estado  de  susto  y  temor  en  que  servado  el  uso. 

se  hallaba  :  pero  hace  reir,  y  esta  fué  3.  Lo  fué,  con  efecto,  Sancho,  cuando 

la  razón  de  ponerla.  muchacho,  de  puercos,  y  después,  algo 

hombrecillo,  de  gansos,  como  él  mismo 

lo  refiere  en  el  capítulo  XLII  de  la  se- 

(o)  Florambel  de  Lucen,  líb.  IV,  cap.  XVIII.  gunda  parte :  pero  ninguno  de  estos  dos 

géneros  de  ganado  pasa  la  noche  en  el 

(a)  iVe  o!do  mMc/íos  recM.  —  Las  palabras :  campo,  donde   pueda  el   pastor  hacer 

muvfias  ««ees  sólo  figuran  en  la  H'  edición  de  ^as  observaciones  de  que  habla  nuestro 

Cuesta.                                        (M.  de  T.)  medroso  escudero. 


302 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


desde  aquí  al  alba  tres  horas,  porque  la  boca  de  la  bocina  eslá 
encima  de  la  cabeza  \  y  hace  la  media  noche  en  la  línea  del 
brazo  izquierdo.  ¿Cómo  puedes  tú,  Sancho,  dijo  D.  Quijote,  ver 
dónde  hace  esa  línea,  ni  dónde  está  esa  boca  ó  ese  colodrillo  que 
dices,  si  hace  la  noche  tan  escura  que  no  parece  en  todo  el  ci<do 
estrella  alguna?  Así  es,  dijo  Sancho ;  pero  tiene  el  miedo  muchos 
ojos,  y  ve  las  cosas  debajo  de  tierra,  cuanto  más  encima  en  el  ciclo, 
puesto  que  por  buen  discurso  bien  se  puede  entender  que  hay 
poco  de  aquí  al  día  ^.  Fállelo  que  fallare,  respondió  D.  (Juijole, 
que  no  se  ha  de  decir  por  mí  ahora  ni  en  ningún  tiempo  que  lágri- 
mas y  ruegos  me  apartaron  de  hacer  lo  que  debia  á  estilo  de 
caballero  ;  y  así  le  ruego,  Sancho,  que  calles,  que  Dios,  que  me 
ha  puesto  en  el  corazón  de  acometer  ahora  ésta  tan  no  vista  y  tan 
temerosa  aventura,  tendrá  cuidado  de  mirar  por  mi  salud  y  de 
consolar  tu  tristeza  ;  lo  que  has  de  hacer  es  apretar  bien  las  cin- 
chas á  Rocinante  y  quedarle  aquí,  que  yo  daré  la  vuelta  presto  ó 
vivo  ó  muerto^.  Viendo,  pues,  Sancho  la  última  resolución  de  su 
amo,  y  cuan  poco  valían  con  él  sus  lágrimas,  consejos  y  rue- 


1.  El  modo  de  conocer  la  hora  de  la 
noche  por  la  estrella  del  Norte  se 
explica  en  el  libro  1  do  la  ¡lidrogra/ia 
compuesto  por  el  Licenciado  Andrés 
de  Poza  {a),é  impreso  eu  Bilbao  el  año 
de  1583.  Én  aquel  tiempo  se  daba  el 
nombre  de  bocina  á  la  constelación  que 
comprende  la  estrella  polar  :  Osa  menor 
la  llaman  los  astrónomos,  y  Carro 
menor  el  ^■^llgo.  La  cabeza  que  dice 
Sancho,  es  la  del  que  mira.  El  método 
para  conocer  la  hora  de  la  media  noche 
que  aquí  se  indica,  es  figurarse  una 
cruz,  cuyos  dos  brazos  se  cruzan  en  la 
estrella  polar  formando  ángulos  rectos, 
y  siendo  uno  de  los  brazos  perpendicu- 
lar al  horizonte.  Desde  dicha  estrella, 
como  centro,  se  figura  un  circulo  que 
pase  por  la  estrella  horologial,  la  cual 
es  la  más  resplandeciente  de  las  dos 
que  forman  la  boca  de  la  bocina,  que- 
dando dividido  el  circulo  en  cuatro 
arcos  iguales.  Á  principios  de  Mayo  la 
estrella  horologial  hace  la  media  noche 
en  la  extremidad  superior  de  diámetro 
vertical,  y  á  principios  de  Noviembre 
en  la  extremidad  inferior  del  mismo.  A 
principios  de  Agosto  hace  la  media 
noche  en  la  línea  del  brazo  izquierdo^ 


(a)  Fol.  20. 


como  dice  Sancho,  y  en  su  extremidad 
opuesta  á  principios  de  Febrero.  En  los 
días  intermedios  la  estrella  horologial 
señala  la  medianoche  avanzando  cada 
mes  una  tercera  parte  del  cuadiante.  y 
á  este  respecto  se  sacan  las  demás 
horas.  Tal  es  el  pastoril  y  complicado 
método  de  que  se  habla  eu  este  pasaje. 
Según  el  plan  cronológico  de  la  fábula 
del  Quijote,  formado  por  D.  Vicente  de 
los  Hios,  esto  pasaba  en  la  noche  del 
24  al  2.3  de  Agosto,  en  que  la  estrella 
índice  debía  señalar  media  noche  casi 
un  tercio  del  cuadrante  más  abajo  de 
lo  que  aquí  se  expresa;  pero  Sancho 
nada  veía  ni  podía  ver,  estando  bajo 
unos  árboles  cuyas  copas  se  lo  impe- 
dían, según  después  se  refiere,  y  solo 
decía  los  disparales  que  le  sugería  su 
miedo. 

2.  No  era  tan  poco  el  espacio  de  tres 
horas  que  faltaba  hasta  el  alba,  según 
poco  antes  había  dicho  el  mismo  San- 
cho; mas  al  proposito  de  este  convenía 
pintnrlo  como  corto. 

3.  Expresii'm  que  hace  reir  al  lector. 
¿Cómo  hubiera  podido  nuestro  hidalgo 
volver  muerto '.'  Pero  era  loco,  y  á  los 
locos  no  se  pide  cuenta  de  lo  que  dicen. 
Cervantes,  como  ya  se  ha  notado,  sa- 
caba partido  de  las  cualidades  y  cir- 
cunstancias de  8U  protagonista. 


•HIMKIU    PAHTK. 


CAIMTLI.O    XX 


303 


ffos',  (lolonninóde  aprovecharse  do  su  industria,  y  hacerle  esperar 
liasla  c\  (lía  si  piidioso;  y  así,  cuando  aprclaJja  las  cinchas  al  caballo, 
bonilanicnlo  y  sin  ser  sentido  ató  con  ol  cabestro  de  su  asno  ambos 
pies  á  Rocinante''' ;  de  manera  que  cuando  D.  Quijote  se  quiso  par- 
tir, no  pudo,  porque  el  caballo  no  se  podía  mover  sino  á  saltos. 
Viendo  Sancho  Pan/.a  el  buen  suceso  de  su  embuste,  dijo  :  Ea, 
señor,  que  el  ciclo,  conmovido  de  mis  láf^rimas  y  plegarias,  ha 
ordenado  que  no  se  pueda  mover  Rocinante;  y  si  vos  queréis  por- 
fiar y  espolear  y  dalle,  será  enojar  á  la  fortuna  •*,  y  dar  coces,  como 
dicen,  contra  el  aguijón.  Desesperábase  con  esto  D.  Quijote,  y  por 
más  que  ponía  las  piernas  al  caballo  ',  menos  le  podía  mover,  y  sin 
caer  en  la  cuenta  de  la  ligadura,  tuvo  por  bien  de  sosegarse  y 
esperar,  ó  á  que  amaneciese,  ó  á  que  Rocinante  se  menease, 
creyendo,  sin  duda,  que  aquello  venía  de  otra  parte  que  de  la  in- 
dustria de  Sancho,  y  así  le  dijo :  Pues  así  es,  Sancho,  que  Rocinante 
no  puede  moverse,  yo  soy  contento  de  esperar  á  que  ría  el  alba, 
aunque  yo  llore'',  lo  que  ella  tardare  en  venir.  No  hay  que  llorar, 
respondió  Sancho,  que  yo  entretendré  á  vuestra  merced  contando 


1.  Estuviera  mejor  la  gradación,  si 
á'iieva.sus  consejos,  ruegos  y  lágrimasí  Oí), 
yendo,  como  se  debe,  de  menos  a 
más. 

2.  Debieron  ser  ambas  manos;  A  lo 
menos  asi  es  como  se  traban  ordina- 
riamente las  caballerías,  y  como  resulta 
que  no  se  puedan  mover  sino  á  saltos, 
que  fué  lo  que  sucedió  á  Rocinante, 
según  se  refiere  á  continuación,  y  se 
repite  después  en  adelante.  Verdad  es 
que  en  los  animales  también  se  com- 
prenden bajo  el  nombre  de  pies  los 
anteriores,  de  donde  les  vino  el  nombre 
de  cuadrúpedos. 

3.  Mejor  dijera  al  cielo,  para  ir  con- 
siguiente á  lo  que  acaba  de  decir,  á 
saber  :  que  el  cielo  había  ordenado 
que  no  se  pudiese  mover  Rocinante. 
Fortuna  no  es  lo  mismo  que  cielo : 
aquélla  se  loma  por  el  hado  ó  la  casua- 
lidad: ésta  significa  la  Providencia. 

4.  Para  la  debida  correspondencia 
entre  las  partes  de  esta  expresión, 
hubo  de  decirse  :  1'  cuanto  más  ponía 

['j.)  Ruegos  y  lágrimas.  —  ;  Pobre  Cervantes  ! 
;  Quién  le  había  de  decir  que,  después  de 
haber  hecho  la  delicia  de  sus  conleniporá- 
neos,  habían  de  caer  sobre  él  tantos  Tirlea- 
fueras  literarios  I  La  observación  de  Cle- 
mencín,  en  este  caso  como  en  otros  muchos, 
carece  de  fundamento.  (M.  de  T.) 


las  piernas  al  caballo,  menos  le  podía 
mover.  Ó  de  este  otro  modo  :  Y  por 
más  que  ponía  piernas  al  caballo,  no 
le  podía,  mover.  Gers-antes,  según  bue- 
namente puede  conjeturarse,  titubeó 
entre  ambas  maneras  al  escribir  este 
pasaje,  las  confundió,  y  no  volvió  á  leer 
lo  que  habia  escrito. 

5.  Contraposicii'm  quizá  demasiado 
ingeniosa  en  tal  ocasión  y  coyuntura, 
pero  bien  entendida,  y  tomada  de  la 
expresi<')n  castellana  de  reir  el  alba  por 
amanecer.  ¿Cómo  es  posible  traducirla 
en  otro  idioma? 

De  D.  Pedro  Calderón  de  la  Barca, 
célebre  autor  dramático,  se  cuenta  que 
solía  decir  misa  al  amanecer,  y  ecliando 
de  ver  una  vez  al  revestirse  que  el  alba 
estaba  rota  de  puro  vieja,  advertía  al 
sacristán  que  ya  reía  el  alba.  (3).  To- 
davía es  más  difícil  de  traducir  esto 
que  lo  anterior. 

(2)  Reia  el  alba.  —  El  Sr.  Sepúlveda  en  su 
curioso  libro  :  El  Coi-ral  de  la  Pacheca, 
cuenta  la  anécdota  de  un  modo  más  inge- 
nioso y  que  parece  más  próximo  á  la 
verdad  : 

Parece  que  Calderón  llegaba  siempre  tarde 
y  el  sacristán  gruñía.  Habiendo  roto  el  alba, 
al  pouérsola,  le  dijo  riendo  al  sacristúu  : 
/  Ya  ves  que  llego  al  romper  el  alba  ! 

(M.  deT.) 


304  DON    QUIJOTE    DE    LA   MANCHA 

cuentos  desde  aquí  al  día,  si  ya  no  es  que  se  quiere  apear  y  echarse 
á  dormir  un  poco  sobre  la  verde  liiorba,  A  uso  de  caballeros 
undantes,  para  hallarse  más  descansado  cuando  llegue  el  día  y 
punto  de  acometer  esta  tan  desemejable  aventura'  que  le  espera. 
¿  Á qué  llamas  apear,  óá  qué  dormir?  dijo  D.  Quijote.  ¿Soy  yo 
por  ventura  de  aquellos  caballeros  que  toman  reposo  en  los  peli- 
gros? Duerme  tú  que  naciste  para  dormir,  ó  haz  lo  que  quisieres, 
que  yo  haré  lo  que  viere  que  más  viene  con  mi  pretensión.  No  se 
enoje  vuestra  merced,  señor  mío,  respondió  Sancho,  que  no  lo 
dije  por  tanto ;  y  llegándose  á  él,  puso  la  una  mano  en  el  arzón 
delantero,  y  la  otra  en  el  otro,  de  modo  que  quedó  abrazado  con  el 
muslo  izquierdo  de  su  amo  sin  osarse  apartar  del  un  dedo  ;  tal 
era  el  miedo  que  tenía  á  los  golpes  que  todavía  alternativamente 
sonaban.  Díjole  D.  Ouijote  que  contase;  algún  cuento  para  entre- 
tenerle, como  se  lo  había  prometido  ;  á  lo  que  Sancho  dijo  que  si 
hiciera,  si  le  dejara  el  temor  de  lo  que  oía;  pero  con  todo  eso,  yo 
me  esforzaré-^  á  decir  una  historia,  que  si  la  acierto  á  contar  y  no 
me  van  á  la  mano,  es  la  mejor  de  las  historias,  y  estérae  vuestra 
merced  atento,  que  ya  comienzo.  Érase  que  se  era,  el  bien  que 
viniere  para  todos  sea,  y  el  mal  para  quien  lo  fuere  á  buscar^;  y 
advierta  vuestra  merced,  señor  mío,  que  el  principio  que  los  anti- 
guos dieron  á  sus  consejas  '  no  fué  así  como  quiera,  que  fué  una 

1.  Este  adjetivo,  que  es  pococomi'm,  3.  Dicen  las  empuñadoras  de  lascon- 
indica  la  calidad  de  no  tener  semejante,  sejas.y  el  mal  para  quien  le  fuere  ú 
que  viene  á  ser  en  el  fondo  lo  mismo  huacar,  y  para  Ja  manceba  del  Abad. 
que  incomparable,  sólo  que  éste  se  Asi  Quevedo,  hablando  de  los  cuentos 
dice  en  buena  y  el  otro  en  mala  parte.  de  niños  en  la  Visiía  de  los  chistes. 
Tal  es  la  abundancia  y  riqueza  en  Según  Rodrigo  Caro,  autor  sevillano 
nuestro  idioma  para  expresarlas  dife-  citado  porPellicer,  los  muchachos  y  la 
rencias  más  menudas  de  las  ideas.  —  gente  aldeana  de  su  tiempo  empezaban 
También  se  dice  desemejado  (a),  voz  los  cuentos  con  este  preámbulo  .- 
frecuenlemente  usada  en  los  libros  de  Érase  que  se  era,  el  mal  que  se  vaya,  el 
Caballerías,  y  de  origen  común  con  bien  que  se  venya,  elmal  para  los  mo- 
desemejable.  Significa  descomunal, des-  ros,  el  bien  para  nosotros.  Todavía 
aforado,  muy  extraordinario,  siempre  solía  ser  m;ís  largo  esta  especie  de 
en  cosas  de  horror  y  de  espanto.  prólogo    de    los   cuentos,    en    lo    que 

2.  Sancho,  que  eátaba  hablando  en  acaso  influían  las  ideas  y  clase  del  que 
tercera  persona,  pasa  de  repente  á  ha-  contaba  y  de  su  auditorio,  como  se 
blar  en  primera,  sin  que  el  autor  lo  ve  por  el  de  l<>s  gansos  que  refiere 
prevenga  :  modo  elegante, usado  alguna  Sancho  en  el  Quijote  de  Avellaneda  [a). 
otra  vez  en  el  Quijote,  y  que,  sin  per-  Siendo  niño  el  autor  de  estas  notas, 
judicar  á  la  claridad,  varia  la  contex-  todavía  se  empezaban  los  cuentos  con 
tura  de  los  diálogos,  y  los  hace    más  el   érase  que  se  era. 

rápidos  y  animados.  4.  Así  llamaron  los  anti^os  caste- 

llanos á  lo  que  después  se  llamó  cuen- 
(«)  Detemejado.   —   En  Andalucía  se  usa      los  ó   novelas.    Dióseles   este    nombre, 
vulgarmente  en  el  sentido  de  desmejorado, 
acejicion  que  no  figura  en  la  Acíidenila. 

(M.deT.)  (a)  Cap.  XXI. 


PltlMKnA    PAUTE.    —    CAPÍTULO    XX 


305 


sentencia  de  Calón  Zonzoriuo  ',  romano,  que  dice  :  y  el  mtxi  para 
quien  le  fuere  á  buscar,  que  viene  aquí  como  anillo  al-  dedo  2,  para 
que  vuestra  merced  se  oslé  (juodo,  y  no  vaya  á  buscar  el  mal  á 
nin<íuna  parle,  sino  que  nos  volvamos  por  olro  camino,  pues  nadie 
nos  i'uer/.a  á  (jue  sigamos  ésle  donde  lautos  miedos  nos  sobresal- 
tan. Sigue  tu  cuento,  Sancho,  dijo  D.  Quijote,  y  del  camino  que 
hemos  de  seguir  dt\jame  á  mí  el  cuidado.  Digo,  pues,  prosiguió 
Sancho  (|ue  en  un  lugar  de  Extremadura  había  un  pastor  cabrerizo, 
quiero  decir,  que  guardaba  cabras,  el  cual  pastor  ó  cabrerizo-', 
como  digo  de  mi  cuento,  se  llamaba  Lope  Ruiz,  y  este  Lope  Ruiz 
andaba  enamorado  de  una  pastora  que  se  llamaba  Torralva,  la  cual 
pastora  llamada  Torralva  era  hija  de  un  ganadero  rico,  y  éste  gana- 
dero rico...  Si  desa  manera  cuentas  tu  cuento,  Sancho,  dijo 
D.  Quijote,  repitiendo  dos  veces  lo  que  vas  diciendo,  no  acabarás 
en  dos  días-*;  dilo  seguidamente,   y  cuéntalo  como  hombre   de 


según  Covarrubias,  porque  eran  fic- 
ciones que  se  enderezaban  á  dar  algún 
buen  consejo.  También  se  llamaron 
palrañíis,  y  según  el  mismo  Covarru- 
bias se  dijo  tí,  pulrihus  (a),  porque  los 
padres  solian  contarlas  á  sus  hijos. 
Hacíase  esto  especialmente  en  las  lar- 
gas noches  de  invierno,  y  en  las  coci- 
nas :  de  donde  Fernando  de  Rojas,  uno 
de  los  autores  de  la  antigua  tragi- 
comedia de  la  Celestina,  por  otro 
nombre,  de  Calixto  y  Melibea,  las 
llama  en  su  prólogo  consejas  detrás 
del  fuego;  á  la  manera  que  el  Marqués 
deSantillana,enla  colección  que  formó 
de  refranes,  expresó  que  eran  los  que 
las  viejas  soliari  decir  tras  el  Inier/o. 

1.  Catón  el  Censor,  llamado  el  mayor 
para  distinguirlo  del  de  Utica,  se  señaló 
por  la  austeridad  de  sus  máximas  y 
costumbres,  como  lo  hicieron  también 
otros  de  su  familia ;  por  manera  que 
ya  en  tiempo  de  Séneca,  para  denotar 
un  varón  grave,  severo  y  constante,  se 
decía  :  es  un  Catón.  Por  esto  se  le  atri- 
buían los  preceptos  y  sentencias  que  se 
querían  autorizar  con  su  nombre,  como 
aquí  sucede  con  la  que  alega  Sancho, 
llamándole  á  lo  rústico  Zonzoñno.   — 


(a)  Patribus.  —  Más  bien  parece  derivado 
de  un  adjetivo  neutro  plural  patranen,  del 
mismo  modo  que  de  mirabilia  se  formó 
maravilla,  y  de  sirjnn.  seña.  En  cuanto  á  la 
terminación  recuérdese  que  cnsfa'm  viene 
de  castanea.  (M.  de  T.) 


Catón  el  mayor  fué  contemporáneo  y 
émulo  de  Escipión  el  Africano  :  escri- 
bió de  Historia,  de  Agricultura  y  de 
otras  materias.  Juan  de  Mena  hizo  men- 
ción de  los  dos  Catones,  el  mayor  y  el 
menor,  en  la  Orden  de  Júpiter  (a) : 

Están  los  Catones  encima  la  cumbre. 
El  buen  Uticense  con  el  Censorino. 

2.  Como  anillo  al  dedo  :  expresión  que 
para  denotar  la  conveniencia  de  una 
cosa  con  otra  se  usa  en  el  capí- 
tulo LXVII  de  la  segunda  parte.  — 
Dedo  y  quedo,  consonancia  que  ocurre 
dentro  de  este  período  :  se  mira  como 
defecto  en  la  prosa,  y  hubiera  podido 
evitarse  fácilmente. 

3.  Aquí  se  ve  usada  la  palabra  cabre- 
rizo en  dos  acepciones  diferentes  :  la 
primera  vez  como  adjetivo,  la  segunda 
como  sustantivo.  Hay  varios  ejemplos 
de  sustantivos  que  empezaron  por  ser 
adjetivos,  y  que  el  uso  trasladó  después 
á  aquella  clase,  como  inedias  (calzado  de 
las  piernas),  que  al  principio  fueron 
medias  calzas.  Lo  mismo  sucedió  con 
soldado,  comida,  y  otros  nombres 
seiTiejantes. 

4.  El  cuento  de  nunca  acabar,  expre- 
sión nuestra  proverbial,  que  pudo  apli- 
carse al  de  la  pastora  Torralva.  — 
Erase  que  se  era,  que  enhorabuena  sea. 
Érase  un  padre,  y  este  padre  tenia  un 


(a)  Copla  217. 


26 


306 


DON    QUIJOTE    Di;    LA   MANCHA 


entendimieiilo;  y  si  no,  no  digas  nada.  De  la  misma  manera  que 
yo  lo  cuento,  respondió  Sancho,  se  cuentan  en  mi  tierra  todas  las 
consejas,  y  yo  no  s6  contarlo  de  otra,  ni  es  bien  que  vuestra  mer- 
ced me  pida  (jue  liaü^u  usos  nuevos  (a).  Di  como  quisieres,  respondió 
D.  Quijote,  (juc  pues  la  suerte  q'iiere  que  no  pueda  dejar  de  escu- 
charte, prosigue'.  Así  que,  señor  mío  de  mi  ánima,  prosiguió 
Sancho,  que  como  ya  tengo  dicho,  este  pastor  andaba  enamorado 
de  Torra! va-  la  pastora,  que  era  una  moza  rolliza,  zahareña,  y 
tiraba  algo  á  hombruna,  porque  tenía  unos  pocos  bigotes,  que 
parece  que  ahora  la  veo-*.  ¿Luego  conocístela  tú?  dijo  D.  Quijote. 
No  la  conocí  yu,  respondió  Sancho;  pero  quien  me  contó  este 
cuento,  me  dijo  que  era  tan  cierto  y  verdadero,  que  podía  bien 
cuando  lo  contase  á  otro,  afirmar  y  jurar  que  lo  había  visto  todo  :  así 
que  yendo  días  y  viniendo  días,  el  diablo,  que  no  duerme,  y  que  todo 
lo  añasca,  hizo  de  manera  que  el  amor  que  el  pastor  tenía  á  la  pas- 


hijo,  y  este  hijo  era  médico,  y  este  médico 
era  un  asno.  Tal  es  el  principio  de  un 
cuento  que  se  lee  en  Lazarillo  de  Ma?i- 
zanares{<;ij,  libro  compuesto  [)ür  Juan 
Corles  de  Tolosa,  é  impreso  en  Madriil 
el  año  de  1620.  Allí  se  dice  que  este 
modo  de  contar  (que  es  el  mismo  que 
reprende  I).  Quijote,  y  según  Sancho 
el  ordinario  de  contar  las  consejas  en 
su  tierra)  es  propio  de  viejas  y  de  igno- 
rantes («);  pero  yo  digo  que  asi  se  liacia 
también  frecuentemente  en  libros  serios 
á  cuyos  autores  puede  no  atribuirse 
la  cualidad  de  ignorantes,  y  en  nues- 
tras crónicas  antiguas,  pudiendo  servir 
de  ejemplo  este  pasaje  <le  la  general 
de  España  del  Rey  D.  .\lonso  el  Sabio, 
que  es  el  primero  que  en  ella  se  me 
presenta  : 

«  E  los  mandaderos  (enviados  por  el 
Rey  para  traer  al  Conde  D.  Sancho 
Díaz)  fuero nse para  Saldaña  d  recab- 
dar  lo  por  que  iban.  E  después  que 
recabdaron  lo  por  que  fueran,  lornú- 

(ü)  Cap.  X. 


(a)  Usos  nuevos.  —  Acerca  del  apopo  del 
vulgo  á  los  utos  antiguos  véase  lo  liii-ho  en 
la  nota  ;  de  la  pá».  2(ió.  (M.  de  T.> 

(5)  Aíamanares.  —  Esta  curiosa  é  inlcrs- 
sañte  no\cla  ha  sido  reproducida  jior  «1 
erudito  académico  8r.  Cotai-f!lo,  en  .su  no- 
table Beiista  L's/xiiiola,  de  la  que  sólo  se 
¡lublicaioü  [2  números.  (M.  de  T  ) 


ronse  á  León  todos  de  consuno...  E 
luef/o  que  el  Rey  sopo  que  el  Conde 
Sandias  era  venido,  mandó  d  los  mon- 
teros que  estoviesen  bien  ¡juisados... 
E  después  que  todos  éstos  fueron  gui- 
sados... trovaron  lodos  del  fCondej,  é 
prendiéronlo  luego.  E el  Conde,  cuando 
se  cilio  preso,  dijo  al  liey,  etc.  »  La 
causa  de  semejante  desaliño  no  era  la 
ignorancia  particular  del  escritor,  sino 
la  general  del  tiempo  en  que  se  escri- 
bía. Kl  vulgo  la  conservó  por  más  tiempo, 
purque  los  progresos  de  la  civilización, 
que  fueron  limando  y  puliendo  el  len- 
guaje y  estilo  de  las  clases  superiores, 
lardaron  mns  en  llegar  al  vulgo. 

1.  Quedaría  mejor  el  lengu.ije  supri- 
miendo la  partícula  que,  ó  sustituyén- 
dole la  conjuncii'm  y,  «i  invirtiendo  el 
orden  y  leyendo  pues  que  en  lugar  de 
que  pues.  .\sí  :  Di  como  quisieres,  res- 
pondió 1)  Quijote,  pues  que  la  suerte 
quiere  que  no  pueda  dejar  de  escu- 
charle :  prosigue. 

2.  .\quí  deja  ya  Sancho  e!  método 
reiluplicativo  de  contar  su  conseja,  sin 
embargo  de  qiie  acaba  de  decir  que  no 
sabe  otro,  y  la  cuenta  como  quería  su 
amo.  El  lector  pudiera  con  fundamento 
reconvenir  á  Sancho  de  su  incunse- 
cuencia,  y  la  respuesta  tocaba  á  Cer- 
vantes. 

3.  Con  la  misma  expresión  habló  el 
pastor  Pedro  de  la  madre  de  Marcela 
en  el  capítulo  Xil  de  esta  primera 
pirte. 


IMüMKHA    l'AKlli. 


CAPITULO    XX 


301 


lora  so  volvióse  on  hoinocillo  y  mala  voliinl.ad',  y  la  cniísalii»',  so<^ún 
malas  loiijj¡uas,  una  ciorta  raiilidad  (1(;  colillos  (juo  olla  lo<lió,  talos, 
(]ii(*  pasaltan  i\r  la  raya  y  Ih-t^ahaii  A  lo  vedado;  y  fiu;  Laido  lo  (jiio 
ol  pastor  la  aborreció  de  allí  adelante,  que  por  iio  verla  se  quiso 
ausentar  do  aquella  tierra,  6  irse  donde  sus  ojos  no  la  viesen 
jamt\s;  la  Torralva,  que  se  vio  desdeñada  del  Lope,  luego  le  (juiso 
bien,  mi'is  ([uo  nunca  lo  había  ([uerido.  Esa  es  natural  Cíuidición 
do  nuijeres,  dijo  I).  Quijote,  desdeñará  quien  las  quiere  y  amar  á 
quien  las  aborrece  ;  pasa  adelante,  Sancho.  Sucedió,  dijo  Sancho, 
que  el  pastor  puso  por  obra  su  determinación,  y  antecogiendo  sus 
cabras  se  encaminó  por  los  campos  de  Extremadura  para  pasarse 
á  los  reinos  de  Portugal  ;  la  Torralva,  que  lo  supo,  se  fué  tras  él, 
y  seguíalo  á  pie  y  descalza  desdo  lejos  con  un  bordón  en  la  mano  y 
con  unas  alforjas  al  cuello,  donde  llevaba,  según  es  fama,  un  pedazo 
do  espejo  y  otro  de  un  peine,  y  no  sé  qué  botecillo  de  mudas  para 
la    cara  2;    mas   llevase    lo  que  llevase,    que   yo    no   me   quiero 


1.  Vese  por  aquí  que  la  voz  home- 
cillo,  que  valia  Itumicídio  en  el  Fuero 
juzgo  y  en  las  Partidas,  lomphíndose 
después  su  signiücación,  sólo  denotaba 
odio  ó  mala  voluntad.  Y  aun  asi  se 
iba  anticuando  en  tiempo  del  autur  del 
D¿dlor/o  de  /as  leiif/uas,  que  la  cuenta 
entre  otras  que  empezaban  entonces  íi 
desusarse;  laminen, dice,va)iios  dejando 
homecillo  por  enemistad  (a). 

2.  Muda.s,  ciertas  unturas  y  afeites 
con  tjue  las  mujeres  trataban  de  hermo- 
sear sus  rostros,  y  que  aun  se  usan  (a) 
comúnmente  en  algunas  provincias  de 
la  Penmsula.  El  deseo  de  agradar, 
innato  en  el  otro  sexo,  introdujo  desde 
antiguo  el  uso  de  los  cosméticos.  Ovidio 
escribió  un  opúsculo  sobre  las  mudas 
y  los  modos  de  hacex'las,  del  cual  nos 
queda  un  íragmento  que  empieza  así  : 

Discite  qux  fáclem  commendet  cum.,   puelíx, 
EL  (¡uo  sit  vobis  jornia  luenda  modu. 

{a)  Pág.  Iü8. 


('/)  Y  que  aun  se  vsan.  —  Y  se  usarán 
mientras  haya  mujeres  y  charlatanes  ex])lo- 
taciores  déla  vanidad  femenil.  Kl  bueno  do 
ClPinencíii  .se  quedaría  absorto  si  leyese  las 
páginas  de  anuncios  de  los  periódicos  de 
modas  y  la.s  descripciones  de  los  misterios 
del  tocador  de  las  elegantes  de  nuestros 
días.  A7  otro  scjsü,  como  él  dice,  siempre 
será  el  mismo.  (M.  de  T.) 


No  obstante,  la  naturaleza  del  argu- 
mento, el  autor,  á  vueltas  de  las  rece- 
tas para  hacer  blandurillas,  mezcla 
preceptos  de  pura  y  severa  moral  : 

Prima  sit  in  vobis  morum  tutela,  puellx, 

Ingenio  fncies  conciliante  placet. 
Ccrtus  amor  morum  est  :  f'ormam  populabitiir 

[xtas, 

Et  placitus  rugís  vultus  aratus  erit. 
Tempus  erit,  quo  vos  speculum  viiHsse  pigehit, 

Et  veniet  i-ngis  altera  causa  dolor. 
Suificit  et  longum  probitas  perdurat  in  srum, 

E'ertque  suos  annos  :  hinc  benc  pendet  amor. 

A  pesar  de  la  idea  común  que  hay  de 
la  austeridad  de  las  españolas  en  los 
pasados  siglos,  Agustín  de  Hojas,  en 
su  Viaje  e/ttrelenido,  describiendo  los 
muchos  untos,  blanduras,  sebillos, 
aguas  y  aceites  de  que  usaban  las 
mujeres  de  su  tiempo,  algunas,  dice, 
tienen  tunta  curiosidad,  en  esto,  que  hay 
más  boles  en  su  casa  que  redomas  en 
una  botica  (a).  Y  hablando  de  lo 
mismo,  dice  en  una  de  sus  sátiras 
Lupercio  Leonardo  de  Argensola  : 

¿Quién  podrá  numerarlas  garrafiUas 
Dedicadas  al  sucio  ministerio, 
Ungüentos,  botecillos  y  p.istillas  ?.. 

La  leche  con  jabón  veréis  cocida 
Y  de  varios  aceites  composturas, 
Que  no  sabré  nombrarlas  en  mi  vida. 

(a)   Viaje  entretenido,  lib.  I. 


308  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

meter  ahora  en  averiguallo,  sólo  diré,  que  dicen  que  el  pastor 
llegó  con  su  ganado  á  pasar  el  río'  Guadiana,  y  en  aquella  sa/.ón 
iba  crecido  y  casi  fuera  de  madre,  y  por  la  parte  que  llegó  no  había 
barca  ni  barco,  ni  quien  le  pasase  á  él  ni  á  su  ganado  de  la  olra 
parle,  de  lo  que  se  congojó  mucho,  porque  veía  que  la  Torralva 
venía  ya  muy  cerca,  y  le  habla  de  dar  mucha  pesadumbre  con  sus 
ruegos  y  lágrimas;  mas  tanto  anduvo  mirando,  que  vio  un  pescador 
que  tenía  junio  á  sí  un  barco -^  tan  pequeño,  que  solamente  podían 
caber  en  él  una  persona  y  una  cabra,  y  con  lodo  esto,  le  habló  y 
concertó  con  él,  que  le  pasase  á  él  y  á  trescientas  cabras  que  lle- 
vaba. Entró  el  pescador  en  el  barco  y  pasó  una  cabra,  volvió  y  pasó 
olra,  tornó  á  volver  y  tornó  á  pasar  otra;  tenga  vuestra  merced 
cuenta  con  las  cabras  que  el  pescador  va  pasando,  porque  si  se 
pierde  una  de  la  memoria,  se  acabará  el  cuento  y  no  será  posible 
contar  más  palabras  del.  Sigo,  pues  y  digo;  que  el  desembarcadero 
de  la  otra  parte  estaba  lleno  de  cieno  y  resbaloso,  y  lardaba  el 
pescador  mucho  tiempo  en  ir  y  volver ;  con  todo  esto,  volvió  por 
otra  cabra,  y  otra  y  otra.  Haz  cuenta  que  las  pasó  todas,  dijo 
D.  Quijote,  no  andes  yendo  y  viniendo  desa  manera,  que  no  aca- 
barás de  pasarlas  en  un  año.  ¿Cuántas  han  pasado  hasta  ahora? 
dijo  Sancho.  Yo  ¿qué  diablos  sé?  respondió  L).  Quijote.  He  ahí  lo 
que  yo  dije,  que  tuviese  buena  cuenta;  pues  por  Dios  que  se  ha 


Aceite  de  lagartos  y  rasuras  Madre   Celestina.  Puede  notarse  en  el 

De  ajonjolí,  jazmín  y  adormideras,  Jugar  presente  que  todos  ios  enseres  y 

De  almendras,  nata  y  huevo  mil  mixturas.  utensilios  ño  míe  sp  romnonia  pI    pnni- 

Aguas  de  mil  colores  v  maneras,  uiensmos  ue  que  se  componía  ei  equi- 

De  rábanos  v  azúcar,  de' simiente  P'^J^  ^^  ^'^  Torralva  pertenecían  a  su 

De  melón,  calabazas  y  de  peras.  tocador,    espejo,    peine,     botecillo   de 

mudas  :  si  tal  era    el    ajuar  de  una 

Aludiendo   á   la   palabra   mudas,   se  pastora,  ¿  cuál  sería  el  de  las  cortesa- 

dijo  de  una  dama  que  las  usaba  en  la  ñas?  Cervantes,  que  satirizó  este  vicio 

comedia  Las  ferias  de  Madrid,   com-  en  el  pasaje  presente  y  en  otros  de  sus 

puesta  por  Lope  de  Vega  :  obras,  no  hubiera  hallado  quizá  tanto 

,,.  .        .               ,^          ,            ,  que  reprender  en  la  leche  virginal,  el 

T  -í,  Hn-^n,PimL  ej^ba  enalmagradas  aceite  antiguo,    el   agua  de  Colonia  y 

Las  dos  mejillas  de  violeta  o  lino,  »„„„/••               "           u              •  i*' 

Ya  de  jazmín  v  rosa  matizadas  ?  ^^^^f  confecciones  que  nos  han  venido 

¡Cuánto  val  la'  mudanza  v  el  martirio!  modernamente  del  Norte. 

1.  Quiere   decir,  no  que  se   llegó  á 

El  blanquete  y  el  arrebol  eslán  indi-  verificar  el  jiaso.  sino  que  se  llegó  ala 

cados  en  el  jazmín  y  la  rosa.  No  había  orilla  del  rio  con   el   designio  de  pa- 

sido  nic'iior  la  afición  á  mudarse  el  ros-  saiio. 

tro  en  las  abuelas  de  las  españolas  de  2.  Cuatro  renglones    antes   se  había 

Cervantes  y  Lope,  en  orden  á  lo  cual  dicho  que  no  haf)ia   barca  ni  barco.  Si 

puede   el   lector   consultar  (si  á  tanto  sólo  se  hubiera  dicho  que  el  pastor  no 

llega  su    curiosidad)   las  noticias  que  lo    había    visto,    no    tendría    lugar    el 

sóbrelos  afeites  y  menjurjes  de  su  siglo  reparo:  absolutamente  hablando,  pudo 

nos   conservaron  el  Bachiller  .Vlfonso  haber  barco  y  no  verse :  pero  si  no  lo 

Martínez  de  Toledo  en  su  Corbacho,  y  había,  no  pudo  verse   por  muclio  que 

Rodrigo  Cota  en  la  tragicomedia  de  la  se  mirase. 


PniMEPA    PARTE, 


CAPITULO    XX 


309 


acaba<lo  el  cuonlo,  (\nc  no  hay  pasar  adelanto,  ¿(^ómo  puedf;  ser 
eso?  respondió  I).  Oiiijole;  ¿tan  de  esencia  de  la  historia  es  saber 
las- cabras  que  han  pasado  por  extenso,  que  si  se  yerra  una  del 
número,  no  puedes  seguir  adídante  con  la  historia?  No,  señor, 
en  ninj¿^una  manera,  respondi(')  Sancho,  porque  así  como  yo  pre- 
g^unlé  á  vuestra  merced  que  me  dijese  que  cuántas  cabras  habían 
pasado,  y  me  respondió  que  no  sabía,  en  aquel  mesmo  instante 
se  me  fu(^  á  mí  de  la  memoria  cnanto  me  quedaba  por  decir,  y  á 
fe  que  era  de  mucha  virtud  y  contento.  ¿De  modo,  dijo  D.  Quijote, 
que  ya  la  historia  es  acabada?  Tan  acabada  es  como  mi  madre, 
dijo  Sancho.  Dígote  de  verdad,  respondió  D.  Quijote,  que  tú  has 
contado  una  de  las  más  nuevas  consejas  S  cuento  ó  historia  que 


1.  En  verdad  que  no  era  nueva,  sino 
muy  vieja  en  el  mundo.  Ü.  Juan  Bowle, 
en  sus  Anotaciones,  observo  que  este 
cuento  se  leía  en  el  número  30  del 
libro  intitulado  Cento  novelle  aittiche, 
y  copió  parle  de  él  en  demostración  de 
que  habia  servido  de  original  á  Cer- 
vantes. Con  efecto,  Franscisco  Sanso- 
vino,  queriendo  al  parecer  imitar  el 
Decameron  de  Boccaccio, publicó  Cento 
novelle  scelte,  que  se  imprimieron  en 
Venecia  el  año  de  liJTá.  Al  fin  se  aña- 
dieron las  Cento  novelle  cmtiche,  y  en 
la  XXXI  se  lee  el  caso  que  cita  Bowle, 
y  que  en  el  fondo  y  substancia  es  muy 
semejante  al  de  la  pastora  Torralva. 
D.  Juan  Antonio  Pellicer  extendió  las 
noticias  de  Bowle,  traduciendo  el  cuen- 
to italiano  y  afirmando  que  Cervantes 
lo  varió  y  mejoró  tanto,  que  lo  hizo 
suyo.  En  esta  parte  no  estoy  de  acuer- 
do con  Pellicer  :  Cervantes  varió  el 
cuento,  mudó  los  nombres  y  escenas 
de  los  actores,  pero  le  quitó  ki  princi- 
pal, que  es  la  oportunidad  y  el  chiste, 
que  los  lectores  del  Ql'I'ote  buscan  en 
él  y  no  encuentran.  Según  el  texto  ita- 
liano, un  gran  señor  tenía  un  fabulista 
para  que  le  divirtiese  con  sus  cuentos 
las  noches  largas  de  invierno.  En  una 
ocasión  que  el  amo  le  pidió  un  cuento 
y  el  criado  tenía  muctia  gana  de  dor- 
mir, empezó  éste  á  contar  el  de  un 
aldeano  que  volviendo  de  la  feria  con 
el  ganado  que  había  comprado,  lo  iba 
pasando  al  otro  lado  de  un  río  muy 
ancho,  en  una  barquilla,  donde  sólo 
cabían  una  res  y  el  aldeano.  Como  se 
estaba  durmiendo,  contaba  despacio,  y 
el  señor,  impaciente,  le  decía  que  pa- 
sase adelante.  Dejemos,   contestó,  pa- 


sar el  ganado,  que  para  ello  necesita 
mucho  tiempo,  y  luego  proseguiré :  en- 
tretanto, podemos  dormir  á  nuestro 
placer.  He  aquí  el  motivo  y  oportuni- 
dad del. silencio  del  fabulista;  para  el 
de  Sancho  no  había  motivo  ni  ocasión. 
Y  ¿  se  acaba  aqui  la  antigüedad  del 
cuento  de  la  pastora  Torralva?  Respon- 
do que  no.  El  cuento  no  había  nacido 
en  Italia  :  existía  ya  tres  siglos  antes 
en  francés  antiguo  y  en  verso,  como  se 
lee  en  la  colección  de  las  composi- 
ciones de  esta  clase  que  imprimió 
Mr.  de  Barbazán  el  año  de  1736:  y  des- 
pués se  publicó  muy  aumentada  en  el 
de  1808.  El  lenguaje  manifiesta  la  edad 
en  c[ue  se  escribió  la  conseja. 

CONTÉ   DU   FABLEOR 

Un  Roí  un  Fahleor  avoit 
A  qui  deduire  se  souloit. 
fine  nuit  avoit  molt  conté 
Si  qui  tot  en  estoit  l.assé. 
Requist  le  Roí  quil  puist  dormir. 
Milis  li  Roí  ne  l'volt  pas  so/frir  : 
Cornmanda  li  que  plus  conlast, 
Et  d'un  gran  conté  s'aqiiistat, 
Et  puis  le  lairoít  reposer, 
Plus  ne  li  querroit  demander. 
Quant  el  ne  pot.  si  li  canta, 
Et  si  faitement  commenca. 
Uns  hom  estoit  qui  cent  sois  ot, 
Et  berbi:  achater  en  volt  : 
Deux  cens  berbiz  en  adieta, 
Chascune  six  deniers  coiita. 
Ses  berbiz  chaca  vers  maisojí ; 
Si  estoit  en  cele  saíson. 
Que  les  eves  sont  auques  lees 
Et  par  croíssance  desrivées ; 
Quant  íl  ne  pot  nul  pont  trover 
Ne  saít  jmr  oü  íl  puist  passer, 
Atant  trueve  une  nacelete 
Qui  molt  est  foible  et  petitete. 


310 


DON    QUIJOTE   DE    LA    MANCHA 


nadie  pudo  pensar  en  el  mundo,  y  que  lal  modo  de  contarla  ni 
dejarla,  jamás  se  podrá  ver  ni  hnbri'i  visto  en  toda  la  vida,  aunque 
no  espeiaba  yo  otra  cosa  de  lu  buen  discurso* ;  mas  no  me  mara- 
villo, pues  quizá  estos  golpes  que  no  cesan,  te  deben  de  tener  tur- 
bado el  entendimiento.  Todo  puede  ser.  respondió  Sancho  ;  mas  yo 
sé  que  en  lo  de  mi  cuento  no  hay  más  que  decir,  f[ue  allí  se  acaba 
do  comienza  el  yerro  de  la  cuenta  del  pasaje  de  las  caliras.  Acalje 
norabuena  donde  quisiere,  dijo  IJ.  Ouijote,  y  veamos  si  se  puede 
mover  Rocinante ;  tornóle  á  poner  las  piernas,  y  él  tornó  á  dar  sal- 
tos y  á  estarse  quedo;  tanto  estaba  de  bien  atado.  En  esto  parece 
ser,  ó  que  el  frío  de  la  mañana  que  ya  venía  ^,  ó  que  Sancho  hubiese 
cenado  algunas  cosas  lenitivas,  ó  que  fué  cosa  natural  {<pie  es  lo 
que  más  se  debe  creer),  á  él  le  vino  en  voluntad  y  deseo  de  hacer  lo 


Ne  pot  que  deux  herbiz  porter 

Et  celui  f/ui  les  dnt  passer. 

Li  vilcins  deus  berbiz  i  mist. 

Jl  rneisme  nn  qouve.rnal  sist 

Molt  savoet  s'en  vail  nagant. 

Li  Fnhlierres  se  tust  atant. 

Li  Itoi  l'ala  molt  semonant ; 

Quar  contrc  iost,  disl  il  avant  • 

Sire  dixt  il.  la  nacelete 

Est  molt  foihle  et  petilele. 

L'aire  esf  molí  qrant  cutre  d  patser, 

Bfirhiz  i  a  molt  á  porter ; 

Or  Ini.isons  Ifs  berbiz  pnsser. 

Et  puis  porrons  as.iez  conler. 

y  ¿se  acaba  aquí  la  anligüedod  del 
cuento  de  la  paslora  Toi-ralva?  Hespon- 
do  que  no.  El  poeta  Irancé.s  lo  li-adnjo 
del  latín  de  Pedro  Alfonso  (a),  judío  con- 
verso de  Huesca,  en  Aragón,  médico 
del  Rey  ü.  .\lonso,  que  lloreció  por  los 
años  de  ddOO,  y  escribió  una  obra 
con  el  titulo  de  Proverbiorum  seu  cleri- 
cnlis  (li.-icipUuse  lihri  Ires,  de  que  existe, 
según  1).  Francisco  Pérez  Hayer  In).  un 
ejeniidar  en  la  biblioteca  del  Escorial. 
En  ella  incluyó  los  consejos  que  un 
padre  daba  ñ  su  hijo  por  medio  de  fá- 
bulas y  cuentos,  y  entre  ellos  se  hnlla 
el  precedente  de  las  ovejas,   con  otros 


(a)  Notas  á  la  Biblioteca  de  D.  Nicolás  An- 
tonio. 


(a)  Pedro  Alfonso.  —  El  judío  Pedro 
Alfonso  de  Huesca  se  convirtió  en  llOti. 
siendo  su  padiino  el  rey  Alfonso  V  de 
Araiíóñ.  Sacó  su  libro  Di.icifjlina  ClericnUs 
de  la  obra  Kalila  y  Dimna.  versión  árabe  de 
la  obra  Panlcha  Tanti-a  (los  cinco  capítu- 
los; publicada  en  el  siglo  viii.    (M.  de  T.) 


que  tradujo  el  poeta  francés,  dando  á 
su  obra  el  título  de  Castigo  {chastuie- 
metit,  esto  es,  enseruinza}  ele  un  padre 
á  su  hijo.  Diciendo,  como  dice  Pedro 
Alfonso  en  su  pi'oeinio,  que  había  to- 
mado sus  cuentos  (ie  los  fabulistas 
árabes,  todavía  puede  afirmarse  que 
no  para  aquí  la  antigüedad  del  cuento 
de  la  pastora  Torralva,  y  que  su  origi- 
nal primitivo  y  verdadero  está  en  el 
océano,  para  nosotros  desconocido,  de 
la  literatura  oriental. 

1.  Expresión  irónica,  como  es  claro, 
y  como  lo  confirma  lo  que  sigue.  —  El 
fingido  Alonso  Fernández  de  Avella- 
neda, autor  de  la  segunda  parte  del  Qii- 
jOTE,  que  quiso  oponer  á  la  primera  de 
Cervantes,  trató  de  necia  y  fría  esta 
conseja  de  las  cabras,  y  puso  en  boca 
de  Sancho  un  cuento  semejante,  en  que 
eran  gansos  los  que  pasaban  el  rio. 
para  que  se  conozca,  dice  (a).  In  difi'.- 
rencia  que  hay  del  uno  al  otro  ;  pero 
hablanüo  con  imjiarcialidad,  no  hay 
gran  diferencia  de  gracia  entre  ambos. 

2.  El  lenguaje  de  este  período  es  in- 
correcto, y  por  de  contado  el  frío  no 
tiene  verbo  y  de  consiguiente  no  hace 
sentido.  Pudiera  haberse  dicho  con  cor- 
tísima alteración  :  En  esto  parece  ser 
c¡ue  ó  por  el  frió  de  In  mañana,  que  ya 
venia,  6  porque  Sancho  hubiese  cenado 
alc/unas  cosas  lenitivas,  ó  porque  fuese 
cosa  natural  {que  es  lo  que  más  se  dehe 
C7-eei'),  á  él  le  vÍ7io  en  voluntad,  etc.  El 
menor  grado  de  atención  hubiera  bas- 
tado para  la  enmienda. 

(a)  Cnp.  XXI. 


PHIMICRA    PARTE.    —    CAI'ÍTIT-0    XX  3H 

<|ut'  (tlio  no  pudiera  hacer  por  tM  :  mas  era  lanío  el  miedo  qne 
había  eidrado  en  su  corazón,  que  no  osaba  apartarse  un  negro 
th'  uña  de  su  amo.  Pues  pensar  de  no  hacer  lo  que  lenía  f^ana, 
lampo(;o  era  posililc,  y  así  lo  que  hizo  por  bien  de  paz'  fué 
soltar  la  mano  derecha  que  lenía  asida  al  arzón  trasero,  con 
la  cual  l)onilainenle,  y  sin  rumor  alii^uno,  se  soltó  la  lazada  co- 
rrediza con  (jue  los  calzones  se  soslenían  sin  ayuda  de  otra 
alguna,  y  en  (juilándosela  dieron  luego  abajo,  y  se  le  quedaron 
como  grillos;  tras  esto  alzó  la  camisa  lo  mejor  que  pudo,  y  echó 
al  aire  enli-ambas  posaderas,  (pie  no  eran  muy  pequeñas;  hecho 
esto  (que  él  pensó  cpie  era  lo  más  que  tenía  que  hacer  para  salir  de 
aquel  terrible  apiielo  y  angustia)  le  sobrevino  otra  mayor,  que  h\6 
que  le  pareció  que  no  podía  mudarse  sin  hacer  estrepito  y  ruido,  y 
comenzó  á  apretar  los  dientes  y  á  encoger  los  hombros,  recogiendo 
en  si  el  aliento  todo  cuanto  podía ;  pero  con  todas  estas  diligencias 
fué  tan  desdichado,  que  al  cabo  vino  á  hacer  un  poco  de  ruido, 
bien  diferente  de  acpiél  que  ó  él  le  ponía  tanto  miedo.  Oyólo 
D.  Quijote,  y  dijo  :  ¿Qué  rumores  ese,  Sancho?  No  sé,  señor, 
respondió  él ;  alguna  cosa  nueva  debe  de  ser,  que  las  aventuras 
y  desventuras  nunca  comienzan  por  poco"^  :  tornó  otra  vez  á 
probar  ventura,  y  sucedióle  tan  bien  ^,  que  sin  más  ruido  ni 
alboroto  que  el  posado,  se  halló  libre  de  la  carga  que  tanta 
pesadumbre  le  había  dado.  Mas  como  D.  Quijote  tenía  el  sen- 
tido del  olfato  tan  vivo  como  el  de  los  oídos,  y  Sancho  estaba  tan 
junto  y  cosido  con  él,  que  casi  por  línea  recta  subían  los  vapores 
hacia  arriba,  no  se  pudo  excusar  de  que  algunos  no  llegasen  á 
sus  narices;  y  apenas  hubieron  llegado,  cuando  él  fué  al  socorro 
apretándolas  entre  los  dos  dedos,  y  con  tono  algo  gangoso,  dijo  : 
Paréceme,  Sancho,  que  tienes  mucho  miedo.  Sí  tengo,  respondió 
Sancho ;  ¿  más  en  qué  lo  echa  de  ver  vuestra  merced  ahora  más 
que  nunca?  En  que  ahora  más  que  nunca  hueles,  y  no  á  ámbar, 

1.  Por  bien  de  pnz,  fi'nmula  con  que  las  dos  maneras  es  al  revés  de  lo  que 
se  designa  el  partido  medio  que  se  to-      dice  el  texto. 

ma  en   una  discordia,   cediéndose  por  '^.  Siendo  el  asunto  cual  es,  no  pudo 

amor  de  la  paz  el  derecho,  6  algo  del  explicarse  con  más  disimulo  y  decencia 

derecl.o  que  se  tiene,  para  que,  igua-  que    lo    hizo   Cervantes;   pero,  ,-.debió 

lándose  de  esta  suerte  el  agravio  ó  el  tener  lugar  en  la  fábula  un  incidente 

beneficio,  ambas  partes  queden  conten-  de  esta  naturaleza?...  Algún  otro  reparo 

tas   :    aqui   la   discordia  era    entre    la  pudiera  hacerse  sobre  los  pormenores  de 

necesidad  y  el  miedo  de  Sancho.  la  relaci<')n  ;mas,  como  oportunamente 

2.  O  esta  contestación  de  Sancho  no  dice  D.  Ouijote  poco  más  abajo,  jyeor 
significa  nada,  ó  debió  decirse  siempre  es  meneallu  :  refrán  que  se  tomó  del 
comienzan  por  poco,  ó  bien  nunca  ct>-  arroz  que  estando  al  fuego  se  pega,  y 
inienzan  por  mucho.  De  cualquiera  de  se  aplica  á   cualquier  materia  cuando 

por  tratarla  se  empeora. 


312  DON    QUIJOTE    DE   I.A    MANCHA 

respondió  D.  Quijote.  Bien  podría  ser,  dijo  Sancho;  mas  yo  no 
lensío  la  culpa,  sino  vuestra  merced  que  me  trae  ;í  deshoras  y  por 
estos  no  acostumbrados  pasos.  Retírate  tres  ó  cuatro  allá,  amigo, 
dijo  D.  Quijote  (todo  esto  sin  quitarse  los  dedos  de  las  narices),  y 
desde  aquí  adelante  ten  mas  cuenta  con  tu  persona,  y  con  lo  que 
debes  á  la  mía,  que  la  mucha  conversación  que  tengo  contigo  ha 
engendrado  este  menosprecio.  Apostaré,  replicó  Sancho,  que 
piensa  vuestra  merced  que  yo  he  hecho  de  mi  persona  alguna  cosa 
que  no  deba.  Peor  es  meneallo,  amigo  Sancho,  respondió  D.  Quijote. 
En  estos  coloquios  y  otros  semejantes  pasaron  la  noche  amo  y  mozo ; 
mas  viendo  Sancho  que  á  más  andar  se  venía  la  mañana,  con  mucho 
tiento  desligó  á  Rocinante,  y  se  aló  los  calzones,  (^omo  Rocinante 
se  vio  libre,  aunque  el  de  suyo  no  era  nada  brioso,  parece  que  se 
resintió',  y  comenzó  á  dar  manotadas,  porque  corvetas,  con  perdón 
suyo,  no  las  sabía  hacer  ^.  Viendo,  pues,  D.  Quijote  que  ya  Rocinante 
se  movía,  lo  tuvo  á  buena  señal  y  creyó  que  lo  era  de  que  acome- 
tiese aquella  temerosa  aventura.  Acabó  en  esto  de  descubrirse  el 
alba,  y  de  parecer  distintamente  las  cosas,  y  vio  D.  Quijote  que 
estaba  entre  unos  árboles  altos,  que  eran  castaños,  que  hacen  la 
sombra  muy  escura  :  sintió  también  que  el  golpear  no  cesaba  ;  pero 
no  vio  quien  lo  podía  causar,  y  así  sin  más  detenerse  hizo  sentir 
las  espuelas  á  Rocinante,  y  tornando  á  despedirse  de  Sancho,  le 
mandó  que  allí  le  aguardase"  tres  días  á  lo  más  largo,  como  ya 
olra  vez  se  lo  había  dicho,  y  que  si  al  cabo  doUos  no  hubiese  vuelto, 
tuviese  por  cierto  que  Dios  había  sido  servido  de  que  en  aquella 
peligrosa  aventura  se  le  acabasen  sus  días.  Tornóle  á  referir  el 
recado  y  embajada  que  había  de  llevar  de  su  parte  á  su  señora 


1.  Resenlirse  se  toma  aquí  en  buena  sos.  Acabó...  de  parecer...  las  cosas  : 
paite,  aunque  de  ordinario  se  toma  en  mala  gramática.  El  lenguaje  de  todo 
iiuila.  L»  mismo  sucedió  en  el  capí-  este  trozo  es  descuidado  é  inco- 
tulu  XV,  donde  se  reliere  que,  derriba-  rrecto. 

dos  ain»  y  mozo  en  el  suelo,  ámanos  -i.  Cuando  Esplandián  quiso  acometer 

de  los  y*ngüese3,  el  primero  que  des-  la  aventura  de  la  Peña  (le  la  Doncella 

pues  de  idos  éstos  se  resintió,  fué  Sari-  enamorada,  dijo  á  su  escudero  Sargil : 

f./iQ  Yo  le  ruefjo  mucho  que  en  esta  ermita 

2.  Corue^a  es  un  movimiento  que  se  me  esperes...  Sargil  le  dijo:  \o  me 
enseña  al  caballo,  obligándole  á  ir  quedaré  por  ninguna  manera,  ni  Dios 
sobre  los  pies  con  los  brazos  en  el  aire.  quiera  que  por  temor  de  la  muerte  en 
Está  es  la  postura  en  que  está  el  caballo  ningún  tiempo  os  desampare.  Ambos 
de  bnmce  que  sostiene  la  estatua  de  es.iuleros  eran  leales ;  pero  Sancho  era 
Felipe  IV  en  los  jardines  del  Buen  menos  valiente  y  más  astuto  que  Sar- 
Retiro  ;  y  exige  del  caballo  una  ins-  gil,  y  para  no  separarse  de  su  amóse 
trucción  y  un  vigor  de  que  ciertamente  valió  de  otros  medios  más  eficaces, 
carecía  Rocinante.  —  Poco  más  abajo  según  se  ha  visto,  (jue  las  protestas  de 
se  dice  :  Acabó  en  esto  de  descubrirse  el  Sargil,  el  cual  nada  consiguió  de  su 
alba  y  de  parecer  distintamente  las  co-  amo. 


pi«iMi;nA  PAnTE. 


CAPITUÍ.O    XX 


313 


Dulcinoa,  y  <jii('  cu  lo  (jiio  locab.a  á  la  |)aga  (I(í  sus  servicios  no  tu- 
viese pena,  ponjue  él  hai)¡a  chijado  hecho  su  Icstamenlo  antes  que 
salie^ra  de  su  lug^ar,  donde  se  hallaría  ^'-ratificado  '  de  todo  lo  tocante 
á  su  salario,  rala  por  cantidad  del  tiempo  que  hubiere  servido; 
pero  (jue  si  l)ios  le  sacaba  de  aquel  peliyi'o  sano  y  salvo  y  sin  í;au- 
tela,  se  podía  tener  por  muy  más  (|ue  cierta  la  piomelida  ínsula. 
De  nuevo  tornó  í'i  llorar  Sancho  oyendo  de  nuevo  las  lastimeras 
razones  de  su  buen  señor,  y  determinó  de  no  dejarle'^  hasta  el 
último  tránsito  y  fin  de  aquel  negocio.  (Deslas  lágrimas  y  deter- 
minación tan  honrada  de  Sancho  Panza  saca  el  aulor  desta 
historia,  que  debía  de  ser  bien  nacido  y  por  lo  menos  cristiano 
viejo)  ^.  Cuyo  sentimiento  enterneció  algo  á  su  amo;  pero  no  tanto 
que  mostrase  flaqueza  alguna,  antes  disimulando  lo  mejor  que 
pudo,  comenzó  á  caminar  hacia  la  parte  por  donde  le  pareció  que 
el  ruido  del  agua  y  del  golpear  venía.  Seguíale  Sancho  á  pie, 
llevando,  como  tenía  de  costumbre,  del  cabestro  á  su  jumento,  per- 
petuo compañero  de  sus  prósperas  y  adversas  fortunas ;  y  habiendo 
andado  una  buena  pieza  por  entre  aquellos  castaños  y  árboles 
sombríos,  dieron  en  un  pradecillo''  que  al  pie  de  unas  altas  peñas 


1.  Por  el  orden  que  tienen  las  pala- 
bras de  esta  expresión,  parece  que 
donde  recae  más  Jjien  sobre  lugar  que 
sobre  testamento.  Estuviera  mejor  : 
porque  él,  antes  que  saliera  de  su  luf/ar, 
habia  dejado  hecho  su  testa)¡ie7ito, donde 
se  hallaría  gratificado  rala  por  canti- 
dad del  tiempo  que  hubiese  servido.  — 
Rata  por  cantidad  es  modo  adverbial  : 
significa  lo  mismo  que  a  prorrata,  á 
proporción. 

2.  Así  lo  propuso  y  ejecut(5  Darisio, 
escudero  de  Olivante,  al  acometer  éste 
la  peligrosa  aventura  de  la  casa  de  la 
Fortuna  («),  S()lo  que  se  recató,  y  lo 
hizo  sin  que  lo  ecbase  de  ver  su  amo. 
De  esta  suerte  satisfizo  Darisio  á  todos 
los  deberes  escuderiles,  supliendo  con 
la  maña  de  Sancho  lo  que  le  faltó  al 
valor  de  Sargil.  Con  razón,  pues,  le 
decía  el  Emperador  Arquelao  (6).  En 
compañía  del  mejor  caballero  del  mun- 
do, razón  es  que  esté  el  mejor  escudero 
que  en  él  hay.  En  premio  de  su  fideli- 
dad y  valor  l'ué  Darisio  armado  caba- 
llero por  Olivante  en  el  castillo  de  As- 
picel,  con  las  solemnidades  acostum- 

(a)  Olivante  de  Laura,  lib.  II,  cap.  IV.  — 
(6)'  Ib.,  lib.  I,  cap.  XXXI. 


bradas,  recibiendo  la  espada  de  mano 
de  la  Iníanta  Briseida,  hija  del  Soldán 
de  Babilonia  (ffj.  Fué despuésmuy  buen 
caballero,  y  sus  hazañas  se  refieren  con 
e-xtensión  en  el  libro  de  Olivante. 

3.  En  cualquier  religiíjn  cabe  elogiar 
á  un  criado  por  su  honradez  y  por  la 
fidelidad  á  su  amo  ;  pero  recomendar  la 
calidad  de  cristiano  viejo  fué  impropio 
en  la  boca  de  un  escritor  mahometano, 
cual  se  supone  á  Cide  fíamete  Benen- 
geli.  Y  no  se  puede  decir  que  habla 
aquí  el  traductor  ni  otra  persona  :  no 
tiene  lugar  esta  excusa,  porque  la  sen- 
tencia se  atribuye  expresamente  al 
autor  de  la  historia.  Si  no  se  quiso  ha- 
cer reir  con  el  disparate,  ó  no  envuelve 
este  pasaje  alguna  alusión  á  personas 
ó  cosas  del  tiempo  de  Cervantes,  no  se 
comprende  su  intento,  y  pudiera  pare- 
cer inoportuno. 

4.  Debieradecirseprac?í//o(a)según  la 
regla  general,  conforme  á  la  que  los 

(a)  Ib.,  lib.  III,  cap.  XVI. 

(«)  Pradillo.  —  Esa  regla  general  la  han 
deducido  los  gramáticos  posteriores  á  Cer- 
vantes. Véase,  acerca  de  esto  la  nota  ?, 
pág.  219.  (M.  de  T.) 


314 


nON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


se  hacía,  de  las  cuales  se  precipitaba  un  fíranílísimo  golpe  de  agua  ; 
al  pie  de  las  peñas  estaban  unas  casas  m;il  hechas,  que  m;ís  pare- 
cían luinas  de  ediíicios  (jue  casas,  de  enire  las  cuales  advirtieron 
([ue  salía  el  ruido  y  estruendo  de  aquel  golpear,  que  aún  no  cesaba. 
Alborotóse  Rocinante  con  el  estruendo  del  agua  y  de  los  golpes, 
y  sosegándole  D.  Quijote,  se  fué  llegando  poco  á  poco  á  las  casas, 
encomendándose  de  todo  corazón  ú  su  señora,  suplicándole  que  en 
aquella  temerosa  jornada  y  empresa  le  favoreciese,  y  de  camino  se 
encomendaba  también  á  Dios^  que  no  le  olvidase.  No  se  le  quitaba 
Sancho  del  lado,  el  cual  alaigaba  cuanto  podía  el  cuello  y  la  vista 
por  entre  las  piernas  de  Rocinante,  por  ver  si  vería  ya  lo  que  tan 
suspenso  y  medroso  le  tenía.  Otros  cien  [)asos  serían  los  que  andu- 
vieron, cuando  al  doblar  de  una  punta  pareció  descubierta  y 
patente  la  misma  causa,  sin  que  pudiese  ser  otra,  de  acjuel  horrí- 
sono y  para  ellos  espantable  i-uido^,  que  tan  suspensos  y  medrosos 
toda  la  noche  los  había  tenido;  y  era  (si  no  lo  has,  ¡oh,  lector!  por 
pesadumbre^  y  enojo)  seis  mazos  de  batán,  que  con  sus  alternativos 
golpes  aquel  estruendo  formaban.  Cuando  D.  Quijote  vio  lo  que 
era,  enmudeció  y  pasmóse  de  arriba  abajo  '.  Miróle  Sancho,  y  vio 


nombres  acabados  en  o  precedida  de 
consonante  forman  el  diminutivo  mu- 
dando la  o  en  illo  ;  pero  en  elnuiJOTt;  .se 
dice  constantemente  prudecillo.  A  esta 
excepción  acompañan  otras  en  los  di- 
minutivos de  Inievo.  trueno  y  bueno, 
que  son  huevecillo,  Iruenecillo,  buene- 
cillo,  y  no  huevillo,  Irvfíni/lo  y  bue- 
nillo.  La  terminación  en  cilio  es  propia 
de  los  diminutivos  que  salen  de  los 
nombres  acabados  en  e,  en  r  ó  en  n, 
como  bolecillo  de  bote.,  canlnrcillo  de 
cantar,  capitancillo  de  capitán,  ?-uin- 
cilLo  de  ruin. 

La  riqueza  del  idioma  castellano  en 
punto  de  diminutivos  es  inmensa  :  los 
forma  de  muchos  modos  y  terminacio- 
nes ;  los  tiene  de  cariño,  de  desprecio 
me7.clado  con  ira.  tiene  diminutivos  de 
diminutivos  :  sería  larpo  poner  ejem- 
plos de  todo.  Nuestra  len^'ua  es  supe- 
rior en  esta  parte  á  la  italiana  y  á  la 
latina  :  la  francesa  no  conoce  diminu- 
tivos (a). 


(a)  No  conoce  diminutivos.  —  Está  en 
un  error  Cleincncín.  El  francos  tiene  dimi- 
nutivos, aunque  no  tan  alnindantps  romo 
el  esiiaüol.  Tahís  son  :  ¡illelíe,  niñila  ; 
tofurette,   liermanita  ;    Margot,    diminutivo 


1.  Mejor  estuviera  pprfíVi  en  lugar  de 
se  encomendaba,  que  no  se  enlaza  bien 
con  lo  que  sigue  de  la  oración  :  pedía 
también  ú  ÍJíd.s  aveno  le  olvidase. 

'¿.  Cürrespondia  que  hubiese  alguna 
especie  de  contradicción  ó  por  lo  me- 
nos notable  diversidad  entre  horrísono 
y  espantable :  y  no  siendo  así,  está  de- 
más el  para  ellos,  porque  también  para 
ellos  el  ruiílo  era  horrísono.  Pudiera 
haberse  antepuesto  á  ambos  adjetivos, 
diciendo  :  de  aquel  para  ellos  horríso- 
no y  respetable  ruido. 

.3.  Apostrofe  ó  conversión  salada  de 
Cervantes  á  su  lector,  y  oportunísima 
para  hacer  resaltar  más  y  más  lo  ridi- 
culo del  caso  y  del  espanto  anterior  de 
amo  y  mozo. 

4.  Pasmarse  se  refiere  al  estupor  que 
produce  la  repentina  presencia  de  un 
objeto  inesperado,  no  al  miedo  que 
inspira.  Se  pasma  el  que  se  admira  y 
suspende,  pero  esto  es  distinto  del 
miedo.  Lejos  de  concebirlo  D.  Quijote 
á  vista  de  los  batanes,  perdiera  el  que 
pudieron  antes  infundirle,  y  que  de 
hecho  infundieron  á  Sancho. 


de   Marprarita ;    Martlion, 
Marta,  etc. 


diminutivo    de 
(M.  de  T.) 


PmMKHA    P.MtTK.    —    f;.\l'ÍTII,0    xx  315 

(|U('  t(Mií;i  l;i  calxí/a  ¡iifliniuJa  soiir»;  el  jkmIio,  c<jii  iiiiieslras  de  oslar 
corrido.  Min')  taiMbitín  D.  Oiiijolc  á  Sancho,  y  violo  que  tenía  los 
<-ai-i-ill()s  hinchados,  y  la  boca  liona  de  risa  con  evidenlos  señales 
th'  (piórer  reventar  con  olla,  y  no  pudo  su  melancolía  tanto  con  61, 
(|iio  á  la  visla  do  Sancho  ¡)udiose  dejar  de  reírse;  y  como  vio  Sandio 
qu(^  su  amo  había  conKüi/ado,  soltó  la  presa  de  manera  (juo  tuvo 
necesidad  de  apretarse  las  ijadas  con  los  puños  por  no  reventar 
riendo.  (Cuatro  veces  soseg'ó,  y  otras  tantas'  volvió  á  su  risa  con 
el  mismo  ímpetu  que  primero,  de  lo  cual  ya  se  daba  al  diablo 
D.  Quijote,  y  más  cuando  le  oyó  decir  como  por  modo  de  fisga; 
has  do  saber,  ¡oh  Sancho  amigo!  (pie  yo  nací  por  querer  del  cielo 
en  esta  nuestra  edad  de  hierro  para  resucitar  en  ella  la  dorada  ó  de 
oro;  yo  soy  aquel  para  quien  están  guardados  los  peligros,  las  ha- 
zañas grandes,  los  valerosos  fechos ;  y  por  aquí  fué  repitiendo  todas 
ó  las  más  razones  que  D.  Quijote  dijo  la  vez  primera  que  oyeron 
los  temerosos  golpes.  Viendo,  pues,  D.  Quijote  que  Sancho  hacía 
burla  del,  se  corrió  y  enojó  en  tanta  manera,  que  alzó  el  lanzón  y 
le  asentó  dos  palos  tales,  (jue  si  como  los  recibió  en  las  espaldas^  los 
recibiera  en  la  cabeza,  quedara  libre  de  pagarle  el  salario,  si  no  fuera 
á  sus  herederos.  Viendo  Sancho  que  sacaba  tan  malas  veras  de  sus 
burlas,  con  temor  de  que  su  amo  no  pasase  adelante  en  ellas,  con 
mucha  humildad  le  dijo  :  Sosiégúese  vuestra  merced,  que  por  Dios 
que  me  burlo.  Pues  porque  os  burláis  no  me  burlo  yo,  respondió 
D.  Quijote.  Venid  acá,  señor  alegre.  ¿Pareceos  á  vos,  que  si  como 
éstos  fueron  mazos  de  batán  fueran  otra  peligrosa  aventura,  no 
había  yo  mostrado  el  ánimo  que  convenía  para  emprendella  y  aca- 
balla?  ¿Estoy  yo  obligado  á  dicha,  siendo  como  soy  caballero,  á 
conocer  y  distinguir  los  sones,  y  saber  cuáles  son  de  batanes  ó  no? 


i.  Todo  este  pasaje  es  sumamente 
cómico  y  cómodo  la  mano  de  Cervantes. 
Recuerda  y  contrahace  en  el  género 
ridículo  lo  que  en  el  sublime  y  paté- 
tico dijo  Virgilio  de  Dédalo,  al  querer 
éste  modelar  en  el  templo  de  Cumas  la 
caída  de  su  hijo  Icnro  : 

Bis  conaíus  erat  casus  effingere  in  auro ; 
Bis  patrim  cecidere  manus  la). 

De  esta  misma  figura  usó  Cervantes, 
cuando  al  referir  el  encuentro  de  San- 
cho con  el  Cura  y  el  Barbero,  yendo 
de  embajador  á  Dulcinea,  dice  tornóla 


á  decir  (la  carta)  Sancho  otras  tres 
veces,  y  otras  tantas  volvió  d  decir  otros 
tres  mil  disparates  (a) 

2.  Cambia  el  sujeto  de  los  verbos 
dentro  del  mismo  período,  de  lo  que 
necesariamente  debe  resultar  incorrec- 
ción y  ohscurióadOmen asentó  j  cjue- 
dara  fué  D.  Quijote;  quien  recibió  y 
recibiera  fué  Sancho.  Se  hubiera  corre- 
gido este  defecto  poniendo  dio  y  diera 
en  vez  de  recibió  y  recibiera :  así  :  // 
le  asentó  dos  palos  tales,  que  si  como 
los  dio  en  las  espaldas  los  diera  en  la 
cabeza,  quedara  libre  de  pagarle  el  sa- 
lario, no  siendo  á  sus  herederos. 


(a)  Eneid.,  1.6. 


(a)  Parte  I,  cap.  XXVI, 


310  DON  ql;.iote  de  i,.\  mancha 

Y  más  que  podría  ser,  como  es  verdad,  ([W  no  los  he  visto  en  mi 
vida,  como  vos  los  habréis  visto,  como  villano  ruin  que  sois\  criado 
y  nacido  entre  ellos.  Si  no,  haced  vos  que  estos  seis  mazos  se 
vuelvan  en  seis  jayanes,  y  echádmelos  á  las  barbas^  uno  á  uno,  ó 
todos  juntos,  y  cuando  yo  no  diere  con  todos  patas  arriba,  haced 
de  mí  la  burla  que  (juisirredos.  No  haya  más,  señor  mío,  replicó 
Sancho,  que  yo  confieso  que  he  andado  alg'o  risueño  en  demasía ; 
pero  díj^ame  vuestra  merced  ahora  que  estamos  en  paz,  así  Dios 
le  saque  de  todas  las  aventuras  que  le  sucedieren  tan  sano  y  salvo 
como  le  ha  sacado  desta,  ¿no  ha  sido  cosa  de  reir,  y  lo  es  de  con- 
tar el  gran  miedo  que  hemos  tenido?  Á  lo  menos  el  que  yo  tuve, 
que  de  vuestra  merced  ya  yo  sé  que  no  le  conoce,  ni  sabe  qué  es 
temor  ni  espanto.  No  niego  yo,  respondió  D.  Quijote,  que  lo  que 
nos  ha  sucedido  no  sea  cosa  digna  de  risa;  pero  no  es  digna  de 
contarse,  que  no  son  todas  las  personas  tan  discretas  que  sepan 
poner  en  su  punto  las  cosas.  Á  lo  menos,  respondió  Sancho,  supo 
vuestra  merced  poner  en  su  punto  el  lanzón,  apuntándome  á  la  ca- 
beza y  dándome  en  les  espaldas,  gracias  á  Dios  y  á  la  diligencia 
que  puse  en  ladearme;  pero  vaya  que  todo  saldrá  en  la  colada-', 
que  yo  he  oí(Jo  decir :  ese  te  quiere  bien  que  te  hace  llorar ;  y  más 
que  suelen  los  prmcipales  señores  tras  una  mala  palabra  que  dicen 
á  un  criado,  darle  luego  unas  calzas,  aunque  no  sé  lo  que  le  suelen 
dar  tras  haberle  dado  de  palos,  si  ya  no  es  que  los  caballeros  an- 
dantes dan  tras  palos  ínsulas  ó  reinos  en  tierra  firme.  Tal  podría 


1.  Tres  veces  se  repite    el  como  en  haber  vecino  que  no  los  conociese,  y 
breve  espacio,  causando  un  efecto  des-  más  D.  Quijote,  que  siendo  yran  ma- 
apacible    :    Corno  es  verdad  que  no  los  drugador  y  amir/o  de  la  caza  {a),  ten- 
he  visto  en  í«¿   vida,  como  vos  lo  habréis  dría  bien  registrados  los  alrededores  y 
visto,  como  villano  ruin  que  sois.  —  Y  el  término  del  pueblo, 
si  D.  Quijote  no  habla  visto  en  su  vida  2.  Gomo   si   dijera  :  ponédmelos  de- 
batanes, ¿cómo  los   conoció  al  galope,  larite,  haced  que  me  acometan, 
y  los  nombró  sin  que  nadie  le  informa-  S.Expresión  proverbial,  tomada. como 
se?  Y  ¿cómo,  sin  ser  conocidos, hubiera  las    más   de   ellas, del   estilo  familiar, 
podido   producir  súbitamente  su  vista  Uijose  por  la  operación  de  lavar  la  ropa 
en  D.  Quijote  el  corrimiento  que  acaba  blanca  con  lejía,  en  la  que  se  quitan 
de  describirse?  Fuera  de  que  nuestro  todas    las    manclias,   aunque   algunas 
hidalgo    no    podía   menos  de  tenerlos  no  se  hayan    visto   ni  reparado  antes  ; 
vistos  y  conocidos,  puesto  que  de  las  y  á  este   tenor  se  aplica  á  las  circuns- 
Relaciones  topográficas  dadas  por  los  tandas   que   eran   desconocidas    y   se 
pueblos  en    el    reinado   de   Felipe    II,  vienen  á  averiguar  al  paso  en  la  inves- 
consta  que  el  año  de  157íi  había  en  el  ligación  de  lo  principal;  y  á  las  partí- 
lugar   de    D.  Quijote  seis   batanes  co-  das  poco  importantes  ó  poco  atendidas, 
rrientes,  y  los  había  también  en  otros  que  al   cabo  salen  en  las    cuentas   al 
pueblos  de   los   contornos,  según  era  finiquitarlas, 
forzoso  que  sucediese  en  un  país  fabri- 
cante de   paños,  cual   era  entonces  la 
Mancha.    Por    consiguiente,  no  podía  (a)  Parte  I,  cap.  I. 


I'HIMEHA    PAUTK 


CAPÍTULO    XX 


317 


correr  el  dado,  dijo  D.  Quijote,  que  lodo  lo  que  dices  viniese  á  ser 
verdad;  y  perdona  lo  pasado,  pues  eres  discreto  y  sabes  (¡ue  los 
primeros  mov¡nii(Mitos  no  son  en  mano  del  hombre* ;  y  está  adver- 
tido de  a((uí  adelante  en  una  cosa,  para  que  le  abstengas  y  reportes 
en  el  iiablar  demasiado  conmigo,  (pie  ci\  cuantos  libros  de  Caba- 
llerías lie  leído,  (|ue  son  infinitos,  jamás  he  hallado  que  ningún 
escudero  hablase  tanto  con  su  señor  como  tú  con  el  tuyo,  y  en 
verdad  ([ue  lo  tengo  á  gran  i'alta  tuya  y  mía  :  tuya,  en  que  me  esti- 
mas en  poco;  mía,  en  que  no  me  dejo  eslimar  en  m.is^.  Sí  que 
Gandalín,  escudero  de  Amadís  de  fiaula,  Conde  í'ué  de  la  ínsula 
Firme-',  y  se  lee  del  que  siempre  hablaba  á  su  señor  con  la  gorra 


1.  El  autor  de  la  historia  del  Empe- 
rador (]arloniagno,  apostrofando  á 
aquel  Principe,  y  desaprobando  el  modo 
de  que  había  tratado  en  cierta  ocasión 
á  D.  Roldíin  por  haber  éste  rehusado 
obedecerle,  le  dice  :  Mirarás  también, 
sagaz  //  discrelo  viejo,  que  los  primevos 
movimientos  no  están  en  inanos  de  los 
hombres  (a). 

2.  Estaría  mejor  la  expresión  de  esta 
suerte  :  Y  en  cardad  que  lo  tengo  á  gran 
falta  tuga  y  mía;  tuya,  porque  me  es- 
timas en  poco  ;  mía,  porque  no  me  hago 
estimar  en  más.  El  régimen  porque  es 
preferible  al  del  texto;  y  el  verbo  dejo, 
no  parece  del  caso. 

3.  Darioleta,  doncella  de  la  Princesa 
Elisena,  por  evitar  el  deshonor  de  su 
ama,  puso  al  niño  Amadís  recién  na- 
cido en  un  arca,  y  la  echó  al  río,  de 
donde  salió  pronto  al  mar,  que  estaba 
inmediato.  Pasaba  á  la  sazón  desde  la 
Bretaña  menor  á  Escocia  un  caballero 
llamado  Gandales,consu  mujer,  recién 
parida  de  Gandalín.  Gandales  hizo  re- 
coger el  arca,  y  que  su  mujer  diese  el 
pecho  á  Amadís.  Criáronse  juntos  como 
hermanos  los  dos  niños,  y  andando  el 
tiempo,  Gandalín  sirvió  de  escudero  á 
Amadís,  quien  después  de  experimen- 
tarlo en  muchas  y  peligrosas  aventu- 
ras, le  dio  el  señorío  de  la  ínsula 
Firme  (6), y  lo  armó  caballero  (c).  Como 
tal  se  fué  á  buscar  aventuras,  y  en 
este  tiempo  se  combatieron  él  y  Ama- 
dís en  una  nao,  sin  conocerse,  sobre  la 
libertad  de  la  Princesa  Brisena  (d). 
Amadís,  siendo  ya  Key  de  la  Gran  Bre- 

(a)  Cap.  XIV.  —  (6)  Amadis  de  fíaula, 
cap.  XLV.  —  (c)  Ib.,  cap.  CIX.  —  (d)  Amadis 
de  Grecia,  parte  I,  cap.  LVI. 


laña,  casó  á  Gandalín  con  la  doncella 
de  Dinamarca,  y  les  di('i  título  de  Con- 
des con  los  castillos  y  tierra  que  ha- 
bían quedado  de  Arcalaus  el  Encanta- 
dor (a).  Finalmente,  Gandalín  murió 
de  una  lanzada  en  la  garganta,  peleando 
valerosamente  con  los  hijos  de.Vrcalaus 
en, su  castillo  de  Montaldido  (h). 

ínsula  y  firme  forman  un  titulo  ridí- 
culo y  aun  al  parecer  absurdo,  porque 
Ínsula  y  tierra  fir)ne  se  contradicen. 
Según  la  describe  el  libro  de  Amadís 
de  Gaula,  tenía  siete  leguas  de  largo  y 
cinco  de  ancho,  y  no  era  verdadera- 
mente isla,  porque  se  hallaba  unida  ai 
continente  por  una  lengua  de  tierra, 
que  tenía  de  ancho  un  tiro  de  saeta. 
En  ella  estaba  el  Arco  encantado  de  los 
Leales  amadores,  donde  ningún  hombre 
ni  mujer  entrar  puede, si  erró  á  aquella 
ó  á  aquel  que  primero  conenzó  á  amar. 
Amadís,  después  de  haber  acabado  fe- 
lizmente la  aventura  del  Arco  encan- 
tado, emprendió  y  acabó  también  la 
de  la  Cámara  defendida,  que  en  vano 
habían  acometido  sus  hermanos  Ga- 
laory  Florestán,  y  su  primo  Agrajes. 
A  consecuencia  de  eslo  y  de  lo  dispuesto 
cien  años  antes  por  el  sabio  Apolidón, 
autor  de  aquellos  encantos,  fué  recono- 
cido Amadís  por  señor  de  la  ínsula  En 
esta  coyuntura  recibió  una  carta  de  su 
señora  Oriana.  en  que  estando  celosa 
de  Briolanja,  le  mandaba  no  compare- 
cer en  su  presencia  ;  y  queriendo  Ama- 
dís ausentarse  á  ocultar  su  dolor  en 
tierras  desconocidas,  á  presencia  del 
Gobernador  Isanjo  y  de  otros  varios 
abrazó  llorando  á  Gandalín,  y  le  dijo  : 

(a)  Esplandián.  Sergas,  cap.  CXL.  —  (b) 
Crónica  francesa  de  D.  Flores  de  Grecia, 
lib.  I,  cap.  LXXXIX. 


318  bON    QUIJOTE    bE    LA    MANCHA 

en  la  mano,  inclinada  la  cabeza  y  doblado  el  cuerpo  more  turquesco ' . 
¿Pues  qué  diremos  de  Gasabal,  escudero  de  D.  Cíalaor,  que  fué 
tan  callado,  que  para  declararnos  la  excelencia  de  su  maravilloso 
silencio,  sola  una  vez  se  nombra  su  nombre  en  toda  aquella  tan 
grande  como  verdadera  historia-?  De  lodo  lo  que  he  dicho  has  de 
inferir,  Sancho,  que  es  menester  hacer  diferencia  de  amo  á  mozo, 
de  señor  á  criado  y  de  caballero  á  escudero;  así  que  desde  hoy  en 
adelante  nos  hemos  de  tratar  con  más  respeto,  sin  darnos  corde- 
lejo, porque  de  cualquiera  manera  que  yo  me  enoje  con  vos,  ha  de 
ser  mal  para  el  cántaro^;  las  mercedes  y  bencíicios  que  yo  os  he 


Mi  buen  amigo  :  yo  é  tú  fuimos  en  uno 
y  á  una  leche  criados,  y  nuestra  vida 
siempre  fué  de  consuno  :  é  yo  nunca  fui 
en  afán  ni  en  peligro  en  que  tú  no 
Oüieses  parle  ;  y  tu  padre  me  sacó  de  la 
mar  tan  pequeña  cosa  como  desa  noche 
nacido :  y  criáronme  como  Iiuen  padre 
y  madre  á  liijo  mucho  amado.  Y  tú,  mi 
leal  amigo,  nunca  pensaste  sino  en  me 
servir;  e  yo,  esperando  que  Dios  me  da- 
ría alguna  honra  con  que  algo  de  tu 
merecimiento  satisfacer  pudieae,  hume 
venido  esta  gran  desventura,  que  por 
más  cruel  que  la  propia  muerte  tengo, 
donde  condene  que  nos  partamos  ;  é  yo 
no  tengo  que  te  dejar  sino  solameíile 
esta  ínsula.  Y  mando  d  Isan/o  y  á  to- 
dos Los  oíros  por  el  homenaje  que  me 
tienen  hecho,  que  tanto  que  de  mi  muerte 
sepan,  le  lomen  por  seTior.  Y  como 
quiera  que  este  señorío  tuyo  sea,  mando 
que  lo  gocen  tu  padre  y  madre  en  sus 
¿lias,  y  después  ú  ti  libre  quede.  Esto 
por  cuanta  crianza  en  mi  ficieron,que 
mi  ventura  no  nie  dejó  llegar/!  tiempo 
de  les  satisfacer  lo  que  ellos  merecen  y 
lo  que  yo  deseaba  {a). 

No  fué  Gandalín  el  único  escudero 
que  tuvo  Aniadis.  Su  historia  hace 
mención  de  Eail,  primo  de  Gandaiin, 
que  desempeñó  el  mismo  oficio.  Tuvo 
también  Amadís  un  enano  llamado 
Ardián,  que  le  acompañaba  y  servia  en 
sus  A'iajes  y  aventuras. 

1.  El tnore  turquesco  recae  sobre  la 
inclinación  de  la  cabe/a  y  del  cuerpo, 
pero  no  sobre  lo  de  la  gorra  en  la  mano. 
Cervantes,  que  había  vivido  algunos 
años  en  Argel,  no  podia  ignorar  que 
entre  los  mahometanos,  el  descubrir  la 
cabeza  no  es    muestra,  sino   falta    de 

(a)  Amadis  de  Caula,  cap.  XLV. 


respeto.  En  sus  visitas  y  en  las  mez- 
quitas mismas  tienen  los  turbantes 
puestos:  en  cambio,  se  dejan  a  la 
puerta  los  zapatos ;  y  en  tiempo  de 
lodos,  es  costumbre  muy  loable  y  grata 
para  el  dueño  de  la  casa. 

Pero  no  debe  parar  aquí  esta  nota, 
sin  advertir  que  nada  de  esto  de  la 
gorra,  cabeza  ni  cuerpo  de  Gandaiin  se 
íee  en  la  historia  de  Amadis  de  Gaula. 
Inventi'do  D.  Quijote,  ;í  quien  le  venia 
á  pelo  para  su  intento,  y  como  loco, 
pudo  hacerlo  de  buena  fe,  arrastrado 
de  su  desvariada  imaginación,  según 
que  lo  hizo  en  ol  capitulo  XV  con  los 
azotes  del  mismo  Amadis  y  con  la  me- 
lecina  del  Caballero  del  Pebo. 

2.  La  historia  es  la  de  Amadís  de 
Gaula,  donde  con  efecto,  sólo  una  vez 
se  expresa  el  nombre  de  Gasabal,  que 
es  en  el  capitulo  LIX.  Pero  el  silencio 
de  los  escuderos  dista  mucho  de  ser  lo 
que  aquí  pondera  D.  Quijote  ;  los  libros 
de  Caballería  están  llenos  de  ios  discur- 
sos y  razonamientos  de  los  escuderos 
con  sus  amos,  según  que  en  ellos 
puede  verse.  —  En  vez  de  nombra  se 
puilo  poner  menciona,  y  hubiera  que- 
dado mejor,  evitándose  así  la  repetición 
de  nombra  y  nombre. 

3.  Sabidaes  la  fábula  del  cántaro  y 
el  caldero,  que  en  una  avenida  iban  en 
buena  conversación  rio  ahajo.  Entre  los 
refranes  del  Comendador  Griego  hay 
uno  que  dice  /  si  la  piedra  da  en  el  cán- 
taro, ¡nal  ]tara.  el  cántaro;  y  si  el  cán- 
taro da  en  la  piedra,  mal  para  el  cán- 
taro. En  la  fábula  el  caldero  es  el  fuerte, 
en  el  refrán  la  piedra,  y  el  cántaro 
siempre  el  endeble.  El  presente  pasaje 
alude  al  apólogo  ó  al  refrán,  ó  á  am- 
bos; é  indica  que  Sancho  es  el  cán- 
taro. 


llllMi;itA    TAUTE. 


CAPITULO    X\ 


319 


proinclido,  licuarán  á  su  Ucnipo,  y  si  no  llegaren,  el  salario,  á  lo 
iiuMios,  no  se  ha  de  perder,  como  ya  os  he  dicho.  Eslúbien  cuanto 
vuosl;-a  merced  dice,  dijo  Sandio;  pciro  (juerría  yo  saber  (por  si 
acaso  no  llegase  el  licMnpo  de  las  mercedes,  y  fuese  necesario  acu- 
dir al  de  los  salarios)  cuánto  ganaba  un  escudero  de  un  caballero 
andante  en  aquellos  tiempos,  y  si  se  concertaban  por  meses  ó  por 
días  como  peones  de  albañir'.  No  creo  yo,  respondió  D.  Quijote, 
que  jamás  los  tales  escuderos  estuvieron  á  salario,  sino  á  merced  ;  y 
si  yo  ahora  te  le  he  señalado  á  ti  en  el  testamento  cerrado  (jue  dejé 
en  mi  casa-,  fué  por  lo  (]ue  podría  suceder  (a), que  aún  no  sé  cómo 
l)rueba  en  estos  tan  calamitosos  tiempos  nuestros  la  Caballería,  y 
no  querría  que  por  pocas  cosas  penase  mi  ánima  en  el  otro  mundo  ; 
porque  quiero  que  sepas,  Sancho,  (|ue  en  él  no  hay  estado  más  peli- 
groso ([ue  el  de  los  aventureros-*.  Asi  es  verdad,  dijo  Sancho,  pues 
sólo  el  ruido  de  los  mazos  de  un  batán  pudo  alborotar  y  desasose- 
gar el  corazón  de  un  tan  valeroso  andante  aventurero  como  es  vues- 
tra merced ;  mas  bien  puede  estar  seguro  que  de  aquí  adelante  no 
despliegue  mis  labios  para  hacer  donaire  de  las  cosas  de  vuestra 
merced,  si  no  fuere  para  honrarle  como  á  mi  amo  y  señor  natural. 
Desta  manera,  replicó  D.  Quijote,  vivirás  sobre  la  haz  de  la  tierra  '', 
porque  después  (le  á  los  padres,  á  los  amos  se  ha  de  respetar  como 
si  lo  fuesen. 


1.  Así  solía  decirse  en  tiempo  de 
Cervantes,  y  así  está  en  el  Tesura  de  la 
lengua  caalellana  de  Gorvarrubias ; 
ahora  decimos  albañil.  Esta  cosUimbre 
de  trocar  la  /  y  la  /•  es  común  en  uiu- 
chas  partes  de  Andalucía :  en  el  mismo 
Quijote,  al  capitulo  XLVI  de  la  primera 
parte,  se  halla  almario  poy  armario.  — 
Nuestro  buen  escudero  manifiesta  en 
esta  ocasión,  como  en  otras  muchas, las 
inclinaciones  interesadas  y  codiciosas 
que  son  parte,  y  no  la  menos  principal, 
de  su  carácter. 

2.  Hubo  de  otorgarse  en  el  discurso 
de  los  quince  días  que.  segiin  se  contó 
en  el  capítulo  Vil,  mediaron  entre  la 
primera  y  la  segunda  salida  de  D.  Qui- 
jote, puesto  que  entonces  fué  cuando  se 
ajustó  Sancho  de  escudero,  y  cuando 
únicamente  pudo  hacerse. 

3.  íil  estado  ó  profesión  de  los  aven- 
tureros no  es  del  otro  mundo,  como 
supone  el  texto  según  est;i,  sino  del 
presente.  Debería  boi'rarse  «7  y  ponerse 
éste;   así  :  no  querría   que  por    pocas 

'/)  Podría  .luceder.  —  Kl  Sr.  Corti'juu  ifsla- 
bli'ce  la  lección  :  jjodia  suceder,  que  existe 
en  las  tres  ediciones  de  Cuesta.    (AI.  de  T.) 


cosas  penase  nú  ánima  en  el  otro 
mando ;  porque  quiero  que  sepas  que  en 
éste  no  hay  estado  más  peligroso  que  el 
de  los  aventureros. 

4.  Fin  y  remate  digno  de  la  gracio- 
sísima aventura  délos  batanes,  aunque 
por  descuido  del  autor  ó  del  impresor 
se  omitió  el  largo  tiempo  que  debió 
seguir  al  vivirás,  donde  hace  tanta 
falta,  que  }iarece  imposible  que  lo  omi- 
tiese Cervantes  en  el  manuscrito  origi- 
nal, siendo  clara  la  alusión  al  segundo 
precepto  del  Decálogo. 

La  aventura  referida  en  este  capítulo 
tiene  el  mérito  de  que  (^í;,  sin  ser  más  que 
un  incidente  común,  sencillo,  y  por  lo 
tanto  verosímil,  Cervantei»  supo  ves- 
tirlo y  adornarlo  de  suerte  que  le  dio 
un  aspecto  sorprendente,  un  carácter 
de  aventura  caballeresca,  que  junio  con 
su  desenlace  y  el  modo  de  contarlo, 
produce  el  efecto  más  agradable.  Es 
uno  de  los  mejores  trozos  de  la  primera 
parte  del  Quijote. 

(3)  El  mérito  de ¡Bonita  gramática  la  de 

este  frase;  Corre  parejas  con  la  de  la  nota  1 
de  la  página  317  (para  no  citar  más)  en  que 
habla  del  modo  de  que  había  tratado  en  cierta 
ocasión  á  D.  Roldan.  (M.  de  T.) 


CAPITULO    XXI 


QUE  TRATA  DE  LA  ALTA  AVENTURA  Y  RICA  GANANCIA  DEL  YELMO  DE 
MAMBRINO,  CON  OTRAS  COSAS  SUCEDIDAS  Á  NUESTRO  INVENCIBLE* 
CABALLERO. 


En  eslo  comenzó  á  llover  un  poco,  y  quisiera  Sancho  que  se 
entraran  en  el  molino  de  los  batanes ;  mas  habíales  cobrado  tal 
aborrecimiento  D.  Quijote  por  la  pasada  burla,  que  en  ninguna 
manera  quiso  entrar  dentro,  y  así,  torciendo  el  camino  á  la  derecha 
mano,  dieron  en  otro  como  el  que  habían  llevado  el  día  de  antes. 
De  allí  á  poco  descubrió  D.  Quijote  un  hombre  á  caballo,  que  traía 
en  la  cabeza  una  cosa  que  relumbraba  como  si  fuera  de  oro,  y  aun 
él  apenas  le  hubo  visto,  cuando-  se  volvió  á  Sancho  y  le  dijo  : 
Paréceme,   Sancho,  que  no  hay  refrán  que   no  sea    verdadero^, 


1.  Invencible,  titulo  ostentoso  que 
los  libros  de  caballería  suelen  dar  á  sus 
protagonistas,  como  se  ve,  por  ejemplo 
en  la  portada  de  la  bistoria  del  Caba- 
llero de  la  c>ur, donde  se  lee  :  Libro  del 
invencible  Caballero  Lepolemo.  hijo  del 
Emperador  de  Alemania,  y  de  los  hechos 
que  hizo  llamándose  el  Caballero  de  la 
Cruz. 

2.  Sobran  las  palabras  aun  él.  Des- 
pués de  escribirlas  Cervantes,  hubo  de 
mudar  de  propósito  para  la  continua- 
ción, y  luego  se  le  olvidó  borrarlas.  No 
fué  éste  el  único  caso  de  semejante 
olvido  en  el  Quijote. 

3.  Refrán  es  lo  mismo  que  adagio, 
palabra  latina  que  se  encuentra  ya  en 
Planto,  pero  no  en  el  Quijote,  á  pesar 
de  que  viviendo  Cervantes  estaba  ya 
usada  en  Castilla,  como  se  ve  por  el 
Tesoro  de  Covarrubiasy  otros  libros  de 
aquel  tiempo.  Los  refranes  castellanos 
son  tan  antiguos  como  la  lengua.  A 
principios  del  siglo  xiv,  el  Arcipreste 


de  Hita  los  designó  ya  con  el  nombre 
de  retraeres,  palabra  que  equivale, 
según  parece,  á  recuerdos,  y  va  entonces 
los  había  antiguos  : 

Verdad  es  lo  que  dicen  los  antiguos  retraeres, 
Quien  en  larenal  siembra  non  trilla  pegu- 

[ jares  (a). 

Otros  refranes  cita  el  Arcipreste  en 
varios  parajes  de  sus  poesías.  En  el  ca- 
pítulo XVI  del  Conde  Lucano r,  ohv&  óe 
ü.  Juan  Manuel,  que  fué  contempo- 
ráneo del  Arcipreste  de  Hita,  se  lee  : 
Dice  el  antiguo  proverbio :  murió  el 
ho¡nbre  y  murió  su  nombre.  Y  en  el 
capitulo  XXV:  Don  Joan  puso  hi  una 
palabra  que  dicen lasviejas en  Castilla, 
et  la  palabra  dice  asi :  quien  bien  se 
see,  non  se  Heve.  En  el  siglo  siguiente, 
Don  Iñigo  López  de  Mendoza,  Marqués 
de  SantiHana,  formó    una  colección  á 

(a)  Colección  de  Sánchez,  t.  IV,  pág.  33. 


l'MIMCHA    PAUIK 


-      r.MM  1  DIO     \\l 


321 


poríjue  lodos  son  scnlcncias  sacadas  de  la  misma  experiencia, 
madnMle  las  ciencias  todas,  cspccialraenfe  aquel  (picdice;  donde 
una  piierla  se  cieri'a,  oti'aseahi'c'.  Díf^olo,  |)orqnosi  n noche  nos  cerró 
lav<Miliira  la  pnei'la  de  la  quo,  i>us(%'il);im()s  (íiit,'^arián(ionf»s  con  los 
batanes,  ahora  nos  abre  de  par  en  par  otra  para  otra  mejor  y  más 
cierta  aventura,  ((ue  si  yo  no  acertare  á  entrar  f)or  ella,  mía  será  la 
culpa,  sin  que  la  pueda  dar  á  la  poca  noticia  de  batanes  ni  á  la  escu- 
ridad  de  la  noche  :  digo  esto,  porque  si  no  me  eng^afio,  hacia  nosotros 
viene  uno  (pie  trae  en  su  cabc/.a   {)ucsto  el  y(;lmo  de  Mambrino"'', 


que  puso  el  Ululo  de  Rcfntnes  que 
dicen  las  viejas  tras  el  liner/o.  En  el 
siglo  XVI  se  publicaron  los  Refranes 
fflosat/os  (le  Mos.  Diuias  Capellán  en 
Toledo,  año  de  lííiO.  Hernán  Núñez  de 
Guzmán  el  Pinciano,  llamado  el  Co- 
mendador grie^'o,  que  murió  en  1553, 
formó  una  copiosa  colección  de  re- 
franes, que  se  ha  impreso  repetidas 
veces;  y  en  1549  se  di(')  á  la  estampa 
en  Zaragoza  otra  colección  de  ellos  con 
el  título  de  lÁbm  de  refranes  cnpilado 
por  el  orden  del  A,  D,  C,  en  el  cual  se 
contienen  cuatro  mil  trescientos  re- 
franes ;  el  más  copioso  que  hasta  ho>/ 
ha  salido  impreso.  En  la  edición  no 
se  expresa  el  autor,  que,  según  Don 
Nicolás  Antonio,  fué  Pedro  Valles.  Juan 
de  Mallara,  escritor  sevillano,  publicó 
el  año  de  15(i8  su  Filoso  fia  vulf/ar  en 
refranes  :  Blasco  de  Caray.  Racionero 
de  Toledo,  sus  Cartas  en  refranes,  año 
de  1569  ;  y  Juan  Sorapán  de  Rieros  la 
iMedícina  española,  contenida,  en  pro- 
verbios viüqares  de  nuestra  lengua, 
en  1616.  D.  Gregorio  Mayáns,  en  los 
Orif/enes  de  la  lengua  castellana  (a), 
habla  de  otras  colecciones  de  refranes 
que  no  llegaron  á  imprimirse,  como 
tampoco  se  imprimir)  la  copiosísima 
que  tenía formadaD.  Juan  de  triarte  (a), 
según  se  lee  en  la  noticia  de  su  vida 
que  precede  á  la  edición  de  sus  obras 
sueltas. 

No  hay  lengua,  viva  ni  muerta,  que 
iguale  á  la  nuestra  en  la  copia  de 
refranes.    Muchos    de   ellos    están    en 

(a)  Núni.  207. 

(k)  Triarte.  —  Llogó  á  riuinir  linos  19000, 
de  todas  laií  comarcas  de  España.  Entre 
las  obras  impresas  acerca  de  ia  materia 
merece  cilarse  también  el  enrióse  Diccio- 
nario de  Sánchez  de  la  Ballesta. 

(M.  de  T.) 


metro,  comúnmente  de  arle  menor,  y 
suelen  constar  de  dos  versos,  unas 
veces  rimados,  otras  asonantados,  otras 
ni  uno  ni  otro.  El  erudito  benedictino 
Fr.  Martín  Sarmiento  hizo  sobre  esto 
observaciones  curiosas  en  sus  Memorias 
para  la  historia  de  la  poesía  y  poetas 
españoles. 

ÍjOs  refranes,  además  de  ser  uno  de 
los  adornos  del  estilo,  y  además  del 
uso  que  se  hace  de  ellos  por  el  sentido 
y  las  ideas  que  encierran,  sirven  tam- 
bién como  de  piedra  de  toque  para 
juzgar  de  la  pureza  del  idioma:  lo  más 
puro  castellano  que  tenemos  son  los  re- 
franes, decía  el  juicioso  autor  del  Did- 
lor/o  de  laslenguas. Losh&y  de  singular 
mérito  por  la  solidez  de  ia  sentencia, 
por  lo  discreto  del  concepto,  por  la 
gracia  de  la  expresión.  Pero  en  esto  de 
que  ninguno  hay  que  no  sea  verdadero, 
como  le  parece  á  D.  Quijote,  hay 
mucho  que  decir.  Es  regla  que  padece 
numerosas  excepf^iones  ;  autor  ha  ha- 
bido de  mucho  crédito,  que  ha  escrito 
de  propósito  sobre  la  falibilidad  de  los 
adagios,  y  formado  lista  de  los  que 
tenía  por  falsos.  Los  adagios  muchas 
veces  no  son  más  que  testigos  de  la 
antigüedad  de  los  errores. 

1.  Cuando  una  puerta  se  cierra,  otra 
suele  abrir  la  fortuna.  Trasicomedia 
de  Celestina,  ai'to  ó  escena  XV. 

i.  Yelmo  encantado,  que  ganó  Rei- 
nal i  los  de  Montalbán  matando  al  Rey 
Mambrino  que  lo  llevaba,  y  que  usó 
después  en  varios  combates,  como  los 
que  tuvo  con  Gradaso'al.con  Roldánf¿) 
y   con    Dardinel   (c).   En  este    último 

//  primo  cA*»  feri  fu  I  Saracino, 
Ma  piccliió  in  vano  su  l'elmo  di  Mambrino. 


(a)  Garrido  de  Villena,  Orlando  fvnmorado, 
lili.  I.  canto  4°.  —  (b)  Ib.,  canto  "¿'i.  —  (c) 
Ario^to,  canto  18. 


21 


322 


DON  oniori:  dk  la  mancha 


sobre  que  yo  hice  ol  jiiramenlo  (juc  sabes'.  Mire  vuestra  merced 
bien  lo  que  dice,  y  mejor  lo  que  hace,  dijo  Sancho,  que  no  que- 
rría que  fuesen  oíros  batanes  que  nos  acabasen  de  batanar^  y 
aporrear  el  sentido.  Válale  el  diablo  por  hombre,  rej)licó  D.  Oui- 
jote,  ¿qué  va  de  yelmo  á  batanes?  No  sé  nada,  respondió  Sancho, 
mas  á  fe  que  si  yo  pudiera  hablar  tanto  como  solía-',  que  quizá 
diera  tales  razones,  que  vuestra  merced  viera  que  se  engañaba  en 
lo  que  dice.  ¿  Cómo  Jiie  puedo  engañar  en  lo  que  digo,  traidor 
escrupuloso?  dijo  I).  Ouijote  ;  dime,  ¿no  ves  aquél  caballero  que 
hacia  nosotros  viene  sobre  un  caballo  rucio  rodado',  que  trae 
puesto  en  la  cabeza  un  yelmo  de  oro?  Lo  que  veo  y  columbro,  res- 
pondió Sancho,  no  es  sino  un  hombre  sobre  un  asno  pardo  como 
el  mío,  que  trae  sobre  la  cabeza  una  cosa  (jue  relumbra.  Pues  ése 
es  el  yelmo  de  Mambrino,  dijo  D.  Ouijolc  :  Apártate  á  una  parte 
y  déjame  con  él  á  solas,  verás  cuan  sin  hablar  palabra,  por  ahorrar 
del  tiempo,  concluyo  esta  aventura,  y  queda  por  mío  el  yelmo  que 
tanto  he  deseado.  Yo  me  tengo  en  cuidado  el  apartarme"',  replicó 


Al  describirse  en  Orlando  furioso  la 
comitiva  del  Emperador  Grirloiiiagno(a}, 
se  lee  que  llevaba  ei  yelmo  de  Mam- 
brino el  paladín  Oger  Danés,  que  por 
este  nombre  y  otras  seüas  pudiera  ser 
el  mismo  que  el  Marqués  de  Mantua,  de 
cuyo  romance  se  habló  al  capitulo  V  de 
esta  primera  parte. 

En  el  Orhmdu  enamorado  se  hace 
mención  de  otro  yelmo  del  Hey  .\gricán, 
de  fábrica  nigromántica,  y  segi'in  se 
dice  en  la  traducción  de  Garrido  (6). 

Hízolo  Salomón  con  su  cuaderno, 
Y  fué  forjado  al  fuego  del  infierno. 

1.  Fué  el  que  hizo  D.  Quijote  al  ver 
el  daño  que  había  padecido  su  celada 
en  la  batalla  con  el  vizcaíno,  repitiendo 
el  del  iMarqués  de  Mantua,  cuando  en- 
contró moribundo  á  su  sobrino  Baldo- 
vinos  en  la  Floresta  sin  i'enlura.  Se 
trató  de  este  juramento  en  las  notas  al 
capítulo  X. 

2-  Verbo  formado  del  nombre  halón, 
lo  mismo  que  abatanar,  que  significa 
golpear  los  mazos  el  paño  en  el 
batán.  En  el  presente  lugar  del  texto 
se  omitió  la  a :  pero  en  los  verbos  deri- 
vados   de  nombres  es    muy  frecuente 


(a)  Canto  38.  —  (¿)  Lib.  I,  canto  14. 


icipandola 
agarrar,  acuchillar,  anidar,  aovar, 
amasar,  apoyar,  acabar,  derivados  de 
f/arra,  cuchilla,  nido,  huevo,  masa, 
poyo  y  cabo.  El  propio  origen  que 
balannrüeiiG  el  frecuentativo  batanear, 
de  que  usa  poco  después  D.  Quijote,  y 
que  sólo  tiene  significación  met.ifi'irica, 
porque  nose  aplicanunca  ú  los  batanes, 
sino  solamente  á  las  personas  que  á 
manera  de  batanes  golpean  y  muelen, 
física  ó  moralmente,  al  prójimo. 

3.  IJecuerda  y  lamenta  Sancho  la 
prohibicii'ui  de  hablar  demasiado,  que 
enelcapituloanteriorlehabía  Impuesto 
su  amo.  —  Hubiera  convenido  que 
Cervantes  suprimiese  algunos  de  los 
muchos  quees,  que  afe  m  por  su  repe- 
tición el  presente  período.  A  fe  que... 
que  quizá...  que  vuestra  merced...  que 
se  engañaba  en  lo  que  dice. 

4.  kucio  es  mezclado  de  blanco  con 
rojo  ó  negro:  rodado  se  llama  el  ca- 
ballo que  tiene  ciertas  como  manchas 
ó  visos  circulares,;!  manera  de  ruedas, 
en  la  piel.  El  verbo  cidumbro,  de  que 
después  usa  Sancho,  viene  del  latino 
cidlimo  ó  collimare,  poner  la  mira, 
dirigir  la  vista. 

o.  Expresión  de  quien  procede  con 
atención,  y  sin  necesidad  de  que  se  lo 
ail viertan.  Tinelo  en  cuidado,  dice  el 
escudero  Marcos  de  Obregón  en  Espi- 


rniMKRA  PAmi:.  —  rAiMiuio  xxi  323 

Saiuího;  inas  (|iii('ra  I)i()s,   loi-no  á    decir,   (jiio  or/'gano  sea  y  no 
batanes'.  Ya  os  lie  dicho,  hermano,   que  no  me   mentéis  ni    por 
pienso  mas  eso  d<;  los  Galanes,   dijo  I).  (JuijoLc,  (jiu;  voto...  y  no 
difío  mus,  que  os  batanee  el  alma.  Calló  Sancho  con  temor  que  su 
amo  no  cumpliese  el  voto,  que  le  había  echado  redondo  como  una 
bola.  Es  pues  el  caso,  que  el  yelmo  y  el  caballo  y  caballero  que 
D.  Ouijote  veía  era  eslo  :  que  en  aquel  contorno  había  dos  lugares, 
el  uno  laa  pequeño  que  ni  tenía    botica  ni   barbero,  y  el  otro  que 
estaba  junto  á  él  sí,  y  así  el  barbero  del  mayor  servía  al  menor,  en 
el  cual  tuvo  necesidad  un  enfermo  de  sangrarse,  y  otro  de  hacerse 
la  barba,  para  lo  cual  venía  el  barbero,  y  traía  una  bacía  de  azófar  ; 
y  (|uiso  la  suerte,  que  al  tiempo  que  venía  comenzó  á  llover,  y  porque 
no  se  le  manchase  el  sombrero,  que  debía  de  ser  nuevo,  se  puso 
la  bacía  sobre  la  cabeza,  y  como  estaba  limpia,  desde  media  legua 
relumbraba.  Venía  sobre  un  asno  pardo,  como  Sancho  dijo,  y  esta 
fué  la  ocasión  que  á  D.  Quijote  le  pareció^  caballo  rucio  rodado,  y 
caballero  y  yelmo  de  oro  ;  que  todas  las  cosas  que  veía  con  mucha 
íacilidad  las  acomodaba á  sus  desvariadas  caballerías  y  malandantes 
pensamientos  ;  y  cuando  él  vio  que  el  pobre  caballero  llegaba  cerca, 
sin  ponerse  con  él  en  razones,  á  todo  correr  de  Rocinante  le  enris- 
tró con  el  lanzón  bajo,  llevando  intención  de  pasarle  de  parte  á 
parle  ;  mas  cuando  a  él  llegaba,  sin  detener  la  furia  de  su  carrera, 
le  dijo  :  Defiéndete,  cautiva  criatura^,  ó  entriégame  de  tu  volun- 
tad lo  que  con  tanta  razón  se  me  debe.   El  barbero,  que  tan  sin 

nel  (a)  para  manifestar  el  que  tenía  al      hallan  en  su  Quijote  ;  pero  no  es  así. 
hacer  lo  que  eslaba  haciendo.  Fué  palabra  usada  desde  los  primeros 

1.  .\liidcse  al  refrán  que  dice  :  rudimentos   de    nuestra   lengua,    y  ya 

empezaba      en     tiempo      de     nuestro 

A  Dios  plcíía  que  orégano  sea,  y  no  se  nos  autor  á  anticuarse.   En    la   Gran    Con- 

[vuelva  alcaravea.  quista    de  Ultramar    [a)   se  lee  :  Ida, 

su     Iiija,    que     lo     oyó...     comenzó    á 

Da  a  entender  Sancho   de  un  modo  ILorar    miuj    fieramente...    é    llamune 

maligno   y  picante,  que  su  amo  iba  á  mezquinaécaliva,é  que  en  fuerte  punto 

engañarse   en   lo  del   yelmo  como   se  fuera  nascida.  Hállase  usada  la  misma 

había  engañado  en  lo  de  los  batanes.  Y  palabra  por  el  Arcipreste  de  Hita  (6)  y 

p.  Quijote  le  contesta  :  Ya  os  he  dicho,  por  el  autor  del  poema  de  Alejandro  {c¡. 

/ier?M««o,  etc.;  palabras  de  nioderaciim  Uefiriéndose  en  el    Conde   Lucanor  In 

y  blandura  afectada,  indicio  de   enojo  fábula   del  gallo  v  el  raposo,  se  dice  : 

reprimido,  y  principio  de  amenaza.  El  cautivo  del  fjdllo  tomó  miedo  tí  sin- 

2.  Convino  ponerse  :  la  ocasión  de  razón...  y  el  raposo...  lo  tomó  et  lo 
que  á  D.  Quijote  le  pareció  caballo  comió.  Asi  que  no  es  extraño  que  se 
rucio  rodado.  De  otra  suerte  suena  que  halle  esta  voz  con  frecuencia  en  las 
La  ocasión  pareció  caballo .  crónicas   de    la   Gaballeria,    como    en 

3.  Cautiva  :  el  uso  de  esta  voz  por  efecto  se  halla  en  los  libros  de  los 
mezquina,  miserable,  vil,  pudiera  pa-  dos  Amadises,  el  de  Gaula  v  el  de 
recer  italianismo,   como  otros  que   se 

(a)  Lib.  I,  cap.  CXXVIII.  — (¿i  Copla  1.172. 
(a)  Relación  I,  desc.  21.  —  (c)  Copla  W'ju. 


324 


box  yriJOTR  DE  La  mancha 


pensarlo  ni  temerlo  vi(')  venir  aquella  fantasma  sobre  sí,  no  tuvo 
otro  remedio  para  poder  guardarse  del  golpe  déla  lanza\  sino  fué 
el  dejarse  caer  del  asno  abajo,  y  no  hubo  tocado  al  suelo,  cuando  se 
levantó  más  ligero  que  un  gamo,  y  comenzó  á  correr  por  aquel 
llano,  que  no  le  alcanzara  el  viento.  Dejóse  la  bacía  en  el  suelo,  con 
la  cual  se  contenió  D.  Quijote,  y  dijo  que  el  pagano  había  andado 
discreto,  y  que  había  imitado  al  castor^,  el  cual,  viéndose  acosado 
de  los  cazadores,  se  taraza  y  corta  con  los  dientes  aquello  por  lo 
que  él  por  distinto  natural  sabe  que  es  perseguido.  Mandó  á  San- 
cho que  alzase  el  yelmo,  el  cual,  tomándole  en  las  manos,  dijo  : 
Por  Dios  que  la  bacía  es  buena,  y  que  vale  un  real  de  á  ocho'*. 


Grecia,  en  los  de  Olivante  de  Laura,  de 
I).  Beiianís,  de  Lisuarte,  de  Floriseí  de 
Niquea,  y  en  el  Quijote,  que  los 
remedó  á  todos. 

1.  No  era  ps^ra.  poder  giiarclai-se,  sino 
para  guardarse  de  hecho  ;  sobra  poder. 
—  Del  mismo  medio  que  este  barbero 
se  valió  para  librarse  de  la  lanza  de 
D.  Quijote,  aquel  esf;ribano  de  ZnrHgoza 
de  quien  habla  Avellaneda, cuando, que- 
riendo nuestro  hidalgo  protegerá  un 
azotado  y  librarlo  de  his  manos  de  la 
justicia,  nrreinelu)  con  el  lanzan  para 
el  pobre  del  escribano,  de  suerte  que  si 
no  se  dejara  caer  por  las  ancas  del 
rocín,  sin  duda  le  escondiera  D.  Qui- 
jote en  el  eslómafjo  el  hierro  mohoso 
del  lanzan  (a). 

2.  Á  D.  Vicente  de  los  Ríos  lo  ocurrió 
hacer  compar-^ción  de  este  incidente 
del  yelmo  de  Mambrino  adijuirido  por 
D.  Quijote,  con  los  de  las  armas  entre- 
gadas Vi  Aquiles  por  su  madre  Tetis  en 
la  litada,  y  por  Venus  á  su  hijo  en  la 
Eneida ;  y  después  de  algunas  re- 
flexiones (6),  concluye  con  que  la  aven- 
tura de  Cervantes  es  semejante  á  la  de 
Homero,  y  más  natural  que  la  de  Vir- 
gilio. La  afición  desmedida  de  este 
escritor  al  Quijote  arrastró  hasta  tai 
punto  su  fantasía  ;  Cervantes,  al  forjar 
In  aventura  del  yelmo,  no  se  acoidó  ni 
de  la  litada  ni  de  la  Eneida,  sino  de 
Ariosto,  como  lo  prueba  el  ejemplo, 
que  añade  tomado  ác\Oi~lnndo  furioso 
En  este  poema  refería  Mandricardo, 
que  habiéndose  combatido  con  Roldan 
sobre  adquirir  la  espada  Dnrindana,  que 
traía   Roldan,  éste    se   fingió    loco,    y 

(a)  Cap.  VIII.  —  [b)  Análisis  fiel  Quijote, 
núni.  9f)  V  96. 


huyó   arrojando  la  espada,  que  era  el 
objeto  de  sus  deseos  : 

JS  dicea  ch'imilalo  avea  il  caslore, 
II  ijvMÍ  .ii  strajiya  i  f/enitali  sui 
Vediudosi  á  le  spalle  il  cacciatore. 
Che  sa  che  non  ricerca  allro  da  lui  (a¡. 

La  opinión  acerca  de  esta  propiedad 
del  castor  es  antigua,  y  se  halla  ya 
mencionadaen  Solino(6)  y  en  Plinio(c-), 
aunqueeste  últimodiceque  había  quien 
lo  negaba  {d).Vv.  Luis  de  Granada,  enel 
¡nimbólo  de  la  Fe  (e)  se  valió  de  la  com- 
paración del  castor,  diciendo  con  pala- 
bras muy  semejantes  á  las  de  nuestro 
te.xlo,  que  se  castra  con  sus  dientes 
cuando  se  ve  muy  acosado  y  perseguido 
de  los  cazadores,  dejando  en  tierra 
aquella  parle  de  su  cuerpo  que  ellos 
buscan,  porque  lo  dejen  de  perseguir. 
Kste  ejemplo  y  los  del  pelicano  que  se 
abre  ei  pecho,  de  la  víbora  que  muere 
al  parir,  del  fénix  que  renace  de  sus 
cenizas,  del  basilisco  que  mata  con  la 
vista, de  lasalamandra  que  no  se  quema 
en  el  fuego,  son  muy  buenos  en  la  reU'i- 
rica.  pero  no  exisl.-u  en  la  naturaleza. 

.1.  Moneda  de  piala,  llamada  asi 
porque  valia  ocho  reales  de  plata.  El 
valor  del  real  de  plata  fué  vario  antes 
de  les  Reyes  Católicos,  <|ue  lo  fijaron  en 
34  maravedises,  equivalentes  á  89  ma- 
ravedises de  los  actuales,  y  venía  á  ser 
como  el  real  de  plata  columnario.  Por 
esta  regla,  el  real  de  á  ocho  era  igual 
en  valor  á  nuestro  peso  duro.  Todavía 
suele  darse  en  algunas  partes  el  nombre 


(«)  Canto  27,  est.  f>7.  —  (6)  Polyhist., 
cap.  XXni.  -  (c)  Lib.  VIH,  cap.  XXX.  - 
((/  Lib.  XXXII,  cap.  III.  —  (e)  Part.  I, 
cap.  XVI.  [lar.  1.». 


l'KIMKRV    l'AltTi:.    —    CKVnVl.O    XXI 


:}25 


como  un  raanivodí;  y  tlinidosela  á  su  amo,  s(;  la  [)uko  Inogo  on  la 
cabeza',  rodeándola  á  una  paiU;  y  á  oLra,  busíáiidole  el  encaje,  y 
como  uo  se  le  hallaba,  dijo  :  Sin  duda  que  el  pagano  á  cuya 
medida  se  forjó  primero  esta  famosa  celada,  debía  de  tener  grandí- 
sima cabe/a,  y  lo  peor  dello  es  que  le  falla  la  ndlad.  Cuando  San- 
cho oyó  llamar  á  la  bacía  celada,  no  pudo  tener  la  risa,  más  víno- 
sele  Á  las  mientes  la  cólera  de  su  amo,  y  calló  en  la  mitad  della^. 
¿De  qué  te  ríes,  Sancho?  dijo  D.  (Juijole.  Rióme,  respondió  él,  de 
considerar  la  gran  cabeza  que  tenía  el  pagano  dueño  deste  almete^, 
que  no  semeja  sino  una  bacía  de  barbero  pintiparada.  ¿Sabes  qué 
imagino,  Sancho*?  Oue  esta  famosa  pieza  deste  encantado  yelmo 
por  algún  extraño  accidente  debió  de  venir  á  manos  de  quien  no 
supo  conocer  ni  eslimar  su  valor,  y  sin  saber  lo  que  hacía,  viéndola 
de  oro  purísimo,  debió  de  fundir  la  otra  mitad  '■'  para  aprovecharse 


de  real  de  á  ocho  al  peso  sencillo,  mo- 
neda imaginaria  que  vale  lü  leaies  de 
vellóa. 

1.  El  sujeto  de  dando  es  Sancho;  el 
de  puso  es  D  Quijote,  lo  que  produce 
cierta  obscuridad,  que  fuera  muy  íácil 
evitar  diciendo  :  y  dándosela  rí  su  amo, 
se  la  puso  ésle  en  La  cabeza. 

Adviértase  que  las  bacías  del  tiempo 
de  Cervantes,  en  que  se  llevaba  baiba 
larga,  debian  ser  de  hechura  m.ís  honda 
qué  las  de  ahora.  De  otro  modo,  no  era 
posible  que  una  hacia  se  encajase  y 
mantuviese  en  la  cabeza,  como  sucedía 
con  el  baciyelmo  de  nuestro  hidalgo. 
No  se  ha  tenido  presente  esta  conside- 
ración ai  grabar  las  estampus  de  las 
diferentes  ediciones  del  Oluotf.  En 
ellas  se  ha  representado  á  nuestro  ca- 
ballero con  una  bacía  ordinaria  de  las 
de  ahora,  cuya  figura  haría  inverosí- 
miles todos  los  sucesos  y  circunstan- 
cias de  la  fábula  que  tienen  conexión 
con  esto. 

2.  Ai  pronto  parece  que  della  se 
refiere  á  cólera,  que  está  más  cerca,  y 
no  es  sino  á  risa,  que  está  más  lejos. 
Se  hubiera  evitado  este  inconveniente 
poniendo  enojoú  otra  voz  masi-iilinaen 
lugar  de  cdZe/'a,  porque  entonces,  siendo 
diverso  el  género  de  los  nombres,  no 
cabía  equivocación.  —  Callar  aquí  no 
es  dejar  de  hablar,  sino  dejar  de  reír  : 
según  lo  cual  la  risa  de  Sancho  sería  á 
carcajadas,  porque  la  risa  sola  no  suena, 
y  el  callar  arguye  siempre  ce-dación  de 
si'inido. 

3.  Es  lo  mismo  en  forma  de  diminu- 


tivo que  yelmo,  uno  y  otro  del  antiguo 
francés  heauhne,  armadura  de  la  parte 
superior  de  la  cabeza,  y  por  esto  se 
llamaba  también ca/)«ce/e  y  capellina: 
cuando  la  cubría  del  todo  se  llamaba 
por  esta  razón  celada. 

4.  Es  evidente  que  habla  D.  Quijote. 
—  La  puntuación  que  ponen  en  este 
pasaje  muchas  ediciones  es  defectuosa, 
y  perjudica  al  buen  sentido.  La  Acade- 
mia Española  la  rectificó  con  mucha 
razón  en  sus  primeras  ediciones,  así  : 
¿  Sabes  qué  imagino,  Sancho'.'  Qw  esla 
famosa  pieza,  etc.  De  esta  suerte  queda 
todo  claro  y  sin  tropiezo. 

5.  No  hablo  de  la  incorrección  y  de<;- 
aliño  de  esta  clase  de  repeticiones, 
porciue  ya  se  ha  notado  en  general,  y 
seria  demasiadamente  largo  anotarlas 
todas.  —  Se  dice  en  el  texto  la  otra 
■mitad,  y  no  se  ba  nombrado  la  primera, 
ni  se  ha  hablado  antes  de  mitad:  sobra 
otra.  —  El  verbo  deber  IJeva  frecuente- 
mente el  régimen  de,  cuya  presencia 
indica,  como  sucede  aquí,  un  estado  de 
incertidumbrey  de  conjetura.  Lo  mismo 
puede  observarse  en  otros  pasajes  del 
Quijote.  Cuando  nuestro  hidalgo  decía 
á  los  caminantes,  al  llegar  éstos  á  la 
venta,  que  dentro  había  gente  que  había 
tenido  cetro  y  corona,  contestaba  uno 
de  ellos:  Será  que  debe  de  estar  dentro 
alguna  compañía  de  representantes  [a] : 
y  en  la  aventura  del  Barco  encantado  (6). 
D.  Quijote,  viendo    frustrados  sus  es- 

(a:  Pnrte  I.  cap.  XLIII.    —  ib)   Parle  II, 
cap.  XXIX. 


32(j 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


del  precio,  y  de  la  otra  mitad  hizo  esta  que  parece  bacía  de  bar- 
bero, como  lú  dices.  Pero  sea  lo  que  fuere,  que  para  mí  que  la 
conozco  no  hace  al  caso  su  transmutación,  que  yo  la  aderezare  en 
el  primer  lugar  donde  haya  herrero  \  y  de  suerte  que  no  le  haga 
ventaja  ni  aun  le  llegue  la  que  hizo  y  forjó  el  Dios  de  las  herrerías 
para  el  Dios  de  las  batallas-;  y  en  este  entretanto  la  traeré  como 
pudiere,  que  más  vale  algo  que  no  nada,  cuanto  más,  que  bien  será 
bastante  para  defenderme  de  alguna  pedrada^.  Eso  será,  dijo 
Sancho,  si  no  se  tira  con  honda,  como  se  tiraron  en  la  pelea  de  los 
dos  ejércitos,  cuando  le  santiguaron  á  vuestra  merced  las  muelas, 
y  le  rompieron  el  alcuza  donde  venía  aquel  benditísimo  brebaje  que 
me  hizo  vomitar  las  asaduras.  No  me  da  mucha  pena  el  haberle 
perdido,  que  ya  sabes  tú,  Sancho,  dijo  D.  Quijote,  que  yo  tengo  la 
receta  en  la  memoria.  También  la  tengo  yo,  respondió  Sancho; 
pero  si  yo  le  hiciere  ni  le  probare  más  en  mi  vida,  aquí  sea  mi 
hora ' ;  cuanto  más,  que  no  pienso  ponerme  en  ocasión  de  haberle 
menester,  porque  pienso  guardarme  con  todos  mis  cinco  sentidos 
de  ser  ferido  ni  de  ferir  á  nadie.  De  lo  del  ser  otra  vez  manteado 
no  digo  nada,  que  semejantes  desgracias  mal  se  pueden  prevenir,  y 
si  vienen,  no  hay  que  hacer  otra  cosa  sino  encoger  los  hombros, 
detener  el  aliento,  cerrar  los  ojos  y  dejarse  ir  por  donde  la  suerte 
y  la  manta  nos  llevare.  Mal  cristiano  eres,  Sancho,  dijo  oyendo 
esto  D.  Quijote,  porque  nunca  olvidas  la  injuria  que  una  vez  le  han 


fuerzos,  decía  :  En  esia  aventura  se 
deben  de  haber  encontrado  dos  valientes 
encantadores,  y  el  uno  estorba  lo  que  el 
otro  intenta.  Pero  en  los  casos  en  que 
el  verbo  deber  no  va  aconiiiañado  de  la 
partícula  de.  se  excluye  la  duda  y  la 
mcertidumbre  ;  y  asi  decía  á  D.  Fer- 
nando la  discreta  Dorotea,  recordándole 
sus  obligaciones  ;  Testigos  son  tus  pa- 
labras que  no...  deben  ser  mentirosas  [a) ; 
y  en  el  caso  del  hombre  que  iba  á 
pasar  la  puente,  de  que  se  habla  en  el 
capítulo  LI  de  la  segunda  parte,  se  lee : 
Si  (i  este  hombre  le  dejamos  pasar  libre- 
mente, mintió...  y  conforme  á  la  ley 
debe  morir:  y  si  le  ahorcamos...  habiendo 
jurado  verdad,  por  la  misma  ley  debe 
ser  litjre. 

1.  La  alhaja  era  de  oro  purísimo,  y 
la  había  de  componer  el  herrero.  Tal 
estaba  la  cabeza  del  pobre  hidalgo. 


2.  ü.  Quijote  habló  con  equivocación 
del  yelmo  que  suponía  hecho  y  forjado 
por  Vulcano  para  .Marte.  Las  armas 
fabricadas  por  el  dios  de  los  herreros 
que  menciona  la  fábula,  son  las  que  á 
ruego  de  sus  madres  hizo  para  .Memnón, 
hijo  de  la  Aurora,  para  Aquiles.  hijo 
de  Telis,  y  para  Eneas,  hijo  de 
Venus. 

Vulcano  no  fabricó  para  Marte  otra 
cosa  que  una  red  de  hierro  tan  sutil 
como  las  telarañas,  con  la  que  le  hizo 
la  pesa'la  burla  que  Demodococant  ó  al 
son  de  la  citara  en  la  Odisea  [a). 

3.  F'rialdad  que  tiene  su  chiste  cuando 
se  compara  con  la  importancia  que  los 
libros  caballerescos,  y  el  mismo  D.  Qui- 
jote que  va  hablando,  dieron  al  yelmo 
de  .Mambrino. 

4.  Esto  es,  la  de  mi  muerte:  expresión 
del  estilo  familiar. 


(a)  Parte  I,  cap.  XXXVl. 


(a)  Lib.  VIII. 


I'HIMlilJA    PAIIIK. 


uAI'ÍTLLü    XXI 


;{27 


Ikm-Iio;  piics  siihclc  fjuc  cs  (le  pedios  nobles  y  ^enc-i'osos  no  liíiccr 
raso  (lo  iiiAcrías.  ¿Oué  pie  sacasle  cojo?  ¿0*^^^  costilla  quebrada? 
¿Ohc  cabeza  rola,  para  ([ue  no  se  le  olvide  aquella  burla?  Oue  bien 
apurada  la  cosa,  burla  iué  y  pasatiempo,  que  á  no  entenderlo  yo 
así,  ya  yo  hubiera  viiello  all;í,  y  l)id)iera  hecho  en  tu  vong-anza  más 
daiio  que  el  (jue  hicieron  ios  í^i'Ící^os  por  la  robada  l'-lleiia  ;  la  cual, 
si  fuera  en  este  tiempo,  ó  mi  Dulcinea  fuera  en  aquéP,  pudiera 


I.  Hara,  inesperada  y  eslrambútica 
salida  do  D.  Quijote. que  pinla  .uliiiii'a- 
bleiiicntc  el  estado  de  su  razim,  ó  por 
UKijor  decir,  de  su  locura,  y  al  mismo 
tiempo  es  propia  y  natural  en  una  ¡¡er- 
sona  tan  empapada  en  las  malhadadas 
especies  de  los  libros  caballerescos. 
Porque  ha  de  saber  el  lector  que  en 
éstos  es  frecuentísima  la  mención  de 
los  sucesos  de  la  anticua  Troya  y  de 
los  personajes  (jue  intervinieron  en  su 
defensa  y  en  su  destrucción  ¿  Quién  ha 
leído  \ns07-lan(/os  enamoradoy  furioso, 
que  no  haya  visto  que  las  armas  encan- 
tadas que  prestaron  ocasión  á  tantas 
aventuras  y  combates  entre  los  aven- 
tureros, moros  unos  y  cristianos  otros, 
fueron,  según  se  supone,  las  mismas 
del  troyano  Héctor  ?  DeciaMandricardo, 
hablando  con  Roldan  de  su  yelmo  : 

I!  qual  con  tutte  Valtr'arme  ch'io  porto 
Era  d'Ettor  che  gia  mili'  anni  c  morto  (a). 

Las  armas  de  Héctor  habían  sido  de 
Aquiles,  á  cuyo  padre,  Peleo,  las  dieron 
los  dioses,  y  Aquiles  se  las  prestó  ;í 
Patroclo,  á  quien  venció  y  despojó 
Héctor.  Ariosto,  con  la  libertad  que 
gozan  los  poetas  de  fingir  cuanto  quie- 
ren, siqinso  que  Héctor  las  había  reci- 
bido de  Vulcano  : 

Che  gia  al  írojano  Etior  Vulcano  diede  (6), 

Estas  armas  dieron  materia  en  varias 
ocasiones  á  la  fecunda  vena  del  poeta 
italiano.  Muerto  Mandricardo  á  manos 
de  Rugero,  quedaron  las  armas  hectó- 
reas  para  el  vencedor  (c).  Con  ellas  peleó 
en  lo  sucesivo,  y  mató  ;iRodomonte(í/), 
que  es  por  donde  concluye  el  Orlando 
furioso,  como  la  Eneida  por  la  muerte 
de  Turno. 

(a)  Áriosto,  canto  XXIII,  est.  'S.  —  (é) 
Ariosto,  canto  XLV,  est.  73.  —  (c)  Ib.,  canto 
XXX,  est.  74.  —  (d)  Ib.,  canlo  XLVI.  est. 
109  y  siguientes. 


Hácese  mención  de  Héctor  en  la  his- 
toria de  Tiíanle  (a),  según  la  cual,  se 
leía  el  nombre  del  campeón  troyano  en 
una  de  las  banderas  de  las  naciones  que 
guerreaban  contra  el  imperio  de  Cons- 
tantinopla.  En  el  [)uerto  de  Ténedos  se 
reunió  la  armada  de  los  griegos  que 
cercaban  á  Troya,  y  allí,  según  la  his- 
toria del  Caballero  del  Felio  (6),  se 
reunió  la  del  Emperador  .Alicandro  para 
pasar  contra  Grecia.  En  Celidón  de 
iberia  (c)  se  repitió  la  descripción  de 
las  armas  de  Aquiles  que  hizo  Homero 
en  la  litada.  En  la  costa  de  Troya  des- 
embarcaron D.  Lucidaner  y  D.  Cla- 
rineo,  caballeros  cuyos  hechos  se  des- 
criben en  la  historia  de  Belianís,  y 
extraviándose  con  la  obscuridad  de  la 
noche,  bailaron  en  un  bosque  á  Poli- 
cena,  bija  de  Priamo  y  hermana  de 
Héctor  y  Paris.  la  cual  les  contó  que  la. 
había  encantado  Andrómaca.  mujer  de 
Héctor,  al  tiempo  que  se  perdió  Troya  id). 
La  misma  historia  de  Belianís  refiere 
también  el  desencantamiento  de  Aqui- 
les (e\  y  allí  y  en  otros  parajes  hace 
mencii'm  de  Troilo,  Deifobo,  Ayax, 
Memnón  y  Néstor,  personajes  todos  de 
la  guerra  de  Troya. 

Es  de  creer  que  el  autor  de  la  historia 
de  D.  Belianís  no  habría  leído  á  Homero, 
ni  acaso  á  Virgilio  ;  pero  en  su  tiempo 
era  común  la  Crónica  Iroy ana,  Vúiro  que 
escribió  en  latín  Guido  Cotona,  autor 
siciliano  de  fines  del  siglo  xrn,y  ([ue  se 
hallaba  ya  en  el  xv  traducido  al  caste- 
llano fa).  De  esta  fuente  bebería,  según 
trazas,  el  Licenciado  Fernández,  autor 
del  Belianís. 

(a)  Parte  II.  —  (h)  Parte  I,  hb.  III,  cap. 
XVII.  —  (c)  Canto  IV.  —  (tí)  Belianís,  lib.  I, 
cap.  LXIII.  —  [e)  Lib.  II,  cap.  XLIX. 

f'/.i  Y  en  gallego.  —  Recien teír ente  ha  pu- 
blicado una  hermosa  eáición  del  Códice 
gallego  de  la  Crónica  troyana  nuestro  eru- 
dito amigo  Sr.  Martínez  Salazar,  biblioteca- 
rio de  la  Corulla.  (M.  de  T.) 


328 


DON    QUIJOTE    DE    \.\    MANCHA 


estar  segura  que  no  tuviera  lauta  fama  tJc  licrmosa  como  tiene;  y 
aquí  dio  un  suspiro  y  le  puso  en  las  nubes.  Y  dijo  Sancho  :  Pase 
por  burlas*,  pues  la  venganza  no  puede  pasaren  veras;  pero  yo  sé 
de  qué  calidad  íueron  las  veras  y  las  burlas,  y  sé  también  que  no  se 
me  caerán  de  la  memoria,  como  nunca  se  quitarán  de  las  espaldas'^. 
Pero  dejando  esto  aparte,  dígame  vuestra  merced  qué  haremos 
deste  caballo  rucio  rodado,  que  parece  asno  pardo,  que  dejó  aquí 
desamparado  aquel  .Marlino  que  vuestra  merced  d(írr¡bó,  que  según 
él  puso  los  pies  en  polvorosa-'  y  cogió  las  de  Villadiego,  no  lleva 
pergenio  '  de  volver  por  él  jamás,  y  para  mis  barbas  si  no  es  bueno 


1.  La  palabra  pase  no  se  encuentra 
ea  las  primeras  ediciones,  ,i  yjesar  de  lo 
evidente  que  es  su  necesidad  para  for- 
mar sentido.  Aüadióse  en  la  edición  de 
Londres  del  año  1738,  cuyo  ejemplo 
siguieron  muchas  de  las  posteriores, 
inclusas  las  de  la  Academia  Espa- 
ñola. 

2.  Se  habla  del  manteamiento  de  la 
venta.  D.  Quijote  lo  calificaba  de  bur- 
las :  Sancho  decía  que  eran  veras^  y 
que  nunca  se  le  quitarían  de  las  espal- 
das. Y  esto  va  de  acuerdo  coa  lo  que 
se  dijo  al  lin  del  capítulo  XVII,  donde 
se  cuenta  que  Sancho  salió  de  la  venta 
}nvy  conlenli)  de  no  haber  pagado  nada, 
aunque  había  sido  á  costa  de  sus  espal- 
das. Una  y  otra  expresión  llevaran 
camino  si  se  tratase  ae  palos  ó  azotes, 
y  de  señales  que  hubiesen  dejailo  en  las 
espaldas ;  pero,  ¿  qué  conexión  tenían 
con  el  manteamiento  ?  Cervantes,  que 
no  se  detenía  á  combinar  ni  corregir 
nada,  trabucó  en  ambos  pasajes  el 
manteamiento  de  la  venta  con  los  palos 
de  los  yangüeses,  de  los  cuales  dijo 
Sancho  (y  de  éstos  con  razón)  en  el 
capitulo  XV,  que  le  habían  de  quedar 
tan  impresos  en  la  memoria  como  en  las 
espaldas. 

3.  Ya  se  ha  dicho  en  otra  parte  que 
polvorosa  en  germanía  es  la  calle,  y 
poner  pies  en  polvorosa  huir  ó  esca- 
parse. Lo  mismo  significa  coger  las  de 
Villadiego  ó  las  calzas  de  Villadiego; 
expresión  proverbial  de  origen  desco- 
nocido (como  lo  son  las  más  de  su 
clase),  que  se  encuentra  ya  en  la  Celes- 
tina, cuando,  tratando  de  huir  luego 
que  hubiese  peligro,  Sempronio  y  Par- 
meno,  que  acompañaban  y  escoltaban 
una  noche  á  su  amo  Calixto,  dice  el  pri- 
mero :  Apercíbete  d  la  primera  voz  que 


oyeres  á  tomar  calzas  de  Villadiego.  Y 
responde  el  otro  :  Leído  has  donde  yo  ; 
en  un  corazón  estamos  (a).  De  aqui 
parece  inferirse  que  el  cuento  de 
Villadiego,  de  rlomio  hubo  de  nacer  la 
expresión,  se  hallaba  en  algún  libro 
vulgar  de  aatesala  que  leían  los  criados 
en  aquel  tiempo,  pero  olvidado  ya  en  el  de 
Covarrubias,cl  cual  en  el  artículo  Calzas, 
dice  que  no  constaba  el  origen  de  la 
expresión.  Y  lo  mismo  confirma  t).  Fran- 
cisco de  Quevedo  en  su  Visita  de  los 
chistes,  refiriendo  que  Vargas  (aquel 
por  quien  se  dijo  averigüelo  Vargas 
para  mostrar  lo  obscuro  y  difícil  de 
algún  asunto)  topó  con  Villadiego,  y 
que  éste  le  dijo  :  Señor  Vargas,  pues 
vuestra  merced  lo  averigua  lodo, 
llágame  merced  de  averiguar  quién 
fueron  las  de  Villadiego,  que  todas  las 
toman;  porque  yo  soy  Villadiego,  y  en 
tantos  años  no  he  podido  saber,  ni  las 
echo  menos,  y  queri'ia  salir  de  este 
encanto.  Vargas,  que  á  la  cuenta  tam- 
bién lo  ignoraba,  se  excusó,  como  pru- 
dente, de  contestarle. 

4.  Significa  traza,  apariencia.  Ahora 
decimos  pergeño,  mudanza  conforme  á 
la  afinidad  que  en  nuestra  pronuncia- 
ción y  ortograiía  tiene  el  ni  seguido  de 
vocal  con  la  ñ,  sea  al  recibir  las  pala- 
bras de  otra  lengua,  sea  variando  las  ya 
recibidas  en  la  nuestra.  Le  a([ui  nace 
la  transmutación  de  arminio  en  armiño : 
de  ingenio  (máquina  de  guerra)  en 
engeño;  de  Minio  (rio)  en  .Miño;  de 
Lucronium  en  Logroño;  de  scrinium  en 
escriño ;  de  somnium  en  sueño.  Antonia 
se  dijo  alguna  vez  Anloña,  como  se  ve 
en  el  capítulo  I  del  Lazarillo  de 
Termes:  en  el  día  se   dice  Antonia  y 

(a)  Acto  Xn. 


i'iiiMF.nA  i'Arní:.  —  caimiii.o  n\i 


329 


el  rucio.  Nunca  yo  ucoslunibro,  dijo  \).  ^)uijole,  tle.spojar  ;i  los  que 
v(Mizu,  ni  CR  uso  (Je  ('.ahallen';»  (juilailes  los  caballos'  y  dejarlos  á 
j)ie ;  si  ya  no  iuosc  que  el  ven<edor  hubiese  perdido  en  la  j>«;ndencia 
el  suyo,  qnr  en  lal  caso,  lícito  es  lomar  el  del  vencido,  como  ^h- 
nado  en  líuerra  lícila;  así  que,  Sancho,  deja  ese  caballo  ó  asno  ó 
lo  (|ue  tú  (juisieies  (|ue  sea,  (|uc  como  su  dueño  nos  vea  alongados 
de  aquí,  volverá  por  el.  Dios  sabe  si  quisiera  llevarle,  re[>licó 
Sancho,  ó  por  lo  menos  trocalle  con  este  mío,  que  no  me  parece 
tan  bueno ;  verdaderamente  que  son  estrechas  las  leyes  de  Caballe- 
ría, pues  no  se  extienden  á  dejar  trocar  un  asno  [)or  otro,  y  í|ucrria 
sabei-  si  potlría  trocear  los  aparejos  siquiera.  En  eso  no  estoy  muy 
cierto,  respondió  D.  Quijote,  y  en  caso  de  duda,  hasta  estar  mejor 
informado,  digo  que  los  trueques,  si  es  que  tienes  dellos  necesidad 
extrema.  Tan  extrema  es,  respondió  Sancho,  que  si  fueran  para  mi 
mesma  {)ersona-  no  los  hubiera  menester  m;ís ;  y  luego,  habili- 
tado  con  aquella  licencia,   hizo  mutatio  capparum'"*,  y   puso  su 


A7itonio,  poro  se  ha  conservado  la  ñ  en 
los  diininulivos  AntoTñla,  AntoTdto. 
Por  esta  niisma  analoíria  se  formó 
España  de  Hispunin:  AlentaTia  de  Ale- 
mania; Drelaña  de  Britannia ;  Cala- 
luTia  de  Calalonia;  Cerdaña  de  Cerda- 
nia ;  Cerdeña  de  Sardijüa;  cir/üeTta 
de  cicoiiia:  Gascuña  de  Vasconia.  Babi- 
liiña  por  liabilunia  se  encuentra  en  el 
Centón  del  Bachiller  Fernán  Gómez  de 
Ciudad  Real,  que,  hablando  de  la  corte 
de  D.  Juan  el  II,  decía  al  Obispo  de 
Astorga  :  He  mandado  ú  vuestra  merced 
tres  epístolas,  en  que  relaté  todo  lo  que 
era  acontecido  en  esta  Bahiloña  (a). 

1.  Nunca  f/o  acoslumhro  despojar  á 
los  que  venzo,  acaba  de  decir  nuestro 
hidalgo,  como  si  hubiera  vencido  cien 
batallas,  todo  hueco  y  ufano  con  el 
vencimiento  del  barbero,  y  sin  acor- 
darse de  los  recientes  palos  de  los 
yangüeses.  —  En  orden  A  los  despojos, 
D.  Quijote  no  estabn  en  lo  cierto  :  era 
práctica  frecuente  despojar  del  caballo 
el  vencedor  al  vencido.  Así  lo  hizo  ISel- 
trán  Guesclín  ó  Clarpun,  Condestable  de 
Francia,  persona  bien  conocida  en 
Castilla  por  haber  servido  al  Rey 
D.  Enrique  11  en  la  jjuerra  contra  su  her- 
mano el  Rey  D.  Pedro,  y  uno  de  los 
preciados  caballeros  de  su  siglo,  cuando 
venció  en  singular  batalla  á  Guillermo 
Bramboc,  caballero  inglés,  junio  á  la 

(a)  Epístola  46. 


ciudad  de  Rennes  (a).  El  mismo  caso 
se  repite  muchas  veces  en  los  libros 
caballerescos. 

2.  Se  trataba  de  los  aparejos  de  un 
borrico.  Esta  chocarrería  de  Sancho 
hace  reir,  no  menos  que  la  gravedad  y 
aire  escolástico  con  que  D.  Quijote 
resuelve  los  casos  de  conciencia  que  le 
propone  Sancho. 

3.  En  el  Coloquio  de  losperros  Cipión  y 
Berr/anza.  una  de  las  más  discretas  no- 
velas de  Cervantes,  decía  un  compo- 
sitor de  comedias  :  Cuando  sucedió  el 
caso  que  cuenta  la  historia  de  mi  come- 
dia, era  tiempo  de  mutatio  capparum, 
en  el  cual  los  Cardenales  no  se  visten  de 
rojo,  sino  de  inorado...  Yo  no  he  podido 
errar  en  esto,  porque  he  leido  todo  el 
Ceremonial  romaiio  por  sólo  acertar  en 
estos  vestidos. 

Consultando  yo  ahora,  como  entonces 
el  compositor  de  comedias  el  Ceremo- 
nial romano,  encuentro  que  dice  así  (6) : 
In  vif/ilia  Pentecostés  Cardinales  el 
Prselali  Bomanae  Curise,  depositis  cappis 
et  capuciis  peUibus  subduplicatis,  acci- 
piunt  alias  cum  sérico  rubro  sive  creme- 
sino. Y  añade  :  Hasc  mutatio  capparum. 
fit  hodie  in  die  f'esto  Resurrectionis Do- 
minicse.  Antiguamente  se  mudaban  las 
capas  el  día  de  Resurrección ;  pero  en 

(a)  Colección  de  Memorias  para  la  historia 
de  Francia,  t.  111,  pág.  391.  —  (6)  Lib.  II, 

tít.  II,  cap.  II. 


330 


DON    OUMOTE    UK    I.A    MANCHA 


jumento  ó  las  mil  lindezas,  dejúndole  mejorado  en  tercio  y  quinto. 
Hecho  e.slo,  almorzaron  de  las  sobras  del  real  f[iie  del  acémila 
despojaron ' ;  bebieron  del  agua  del  arroyo  de  los  batanes  sin  volver 
la  cara  á  mirallos  (tal  era  el  aborrecimiento  que  les  tenían  por  el 
miedo  en  que  les  habían  puesto) ;  y  cortada  la  cólera^  fa),  y  aun  la 
maloncolía,  subieron  ú  caballo,  y  sin  tomar  determinado  camino 
(por  ser  muy  de  caballeros  andantes  el  no  lomar  ninguno  cierto  •*), 


el  siglo  XIV,  el  papa  Urbano  V,  que 
residía  con  su  corle  en  Avifujn,  trasladó 
esta  miid.inza  á  Pentecostés  por  razón 
del  mayor  frío  del  país.  Asi  se  observó 
por  espacio  de  siglo  y  medio,  hasta 
que  á  principios  del  xvi,  el  Papa  León  X 
restituyo  la  mudanza  á  su  época  ante- 
rior de  la  Resurrección. 

Visto  es  que  el  mutatio  cappavum  es 
el  alivio  de  tiaje  para  el  estío,  en  que 
se  sustituía  el  forro  de  seda  al  de  pieles 
que  se  usaba  durante  el  invierno  :  y 
conforme  á  esto,  solía  llamarse  tiempo 
de  7nM/ac¡dn  la  canícula.  SuárezdeFiírue- 
roa,  hablando  de  Roma  en  su  ¡'ano- 
jero  (a),  dice  :  La  entrada  por  7nu- 
taciones  {esto  es,  caniculares)  suele 
producir  muerte  casi  certísima.  Y  el 
mismo  Cervantes,  en  sus  novelas, 
cuenta  que  el  Licenciado  Vidriera,  por 
ser  tiempo  de  inulación.  malo  y  dañoso 
para  todos  los  que  en  él  entran  ó  salen 
de  Roma,  como  hayan  caminado  por 
tierra,  se  fué  por  mar  ú  Ñapóles.  Cer- 
vantes, que  había  residido  algún  tiempo 
en  Roma,  donde  sirvió  de  camarero  al 
cardenal  Aquaviva,  no  podía  ignorar, 
ni  la  temperatura  de  aquella  ciudad,  ni 
los  negocios  de  la  guardarropa  de  su 
amo.  Y  atendido  su  genio  y  humor,  no 
es  imposible  que  esta  n.utaciún  de 
capas,  aplicada  aquí  á  la  de  los  apai'ejos 
de  los  asnos,  envuelva  alguna  alusión 
maligna  á  personas  y  sucesos  de  aquel 
país  y  de  aquella  época. 

1.  Está  invertido  el  orden  de  las 
palabras,  el  cual  debiera  ser  :  de  las 
sobras  del  real  del  acémila  que  despoja- 
ron. —  Real  es  campamento  ó  campo 
militar,  castra;  y  se  da  este  nombre  á  la 

(a)  Alivio  I. 

(a)  Y,  cortada  la   cólera.  —  Cortejón,  si- 
guiendo las  ediciones  de  Cuesta,  suprime  el 
paréntesis,  iionc  punto  final  dfspués  depuesto, 
y  continúa  :  Cortada,  pues,  ta  cólera,  etc. 
(M.  de  T.) 


acémila  en  que  llevaban  el  repuesto  de 
sus  provisiones  losclérigos  que  acompa- 
ñaban al  cuerpo  muertodel  capítulo  XIX, 
y  que,  segiin  allí  se  dijo,  estaba  bien 
bastecida  de  cosas  de  comer.  Dice 
sobras,  porque  verdaderamente  lo  eran 
de  lo  que  amo  y  mozo  comieron  des- 
pués de  aquella  aventuia,  como  se 
refiere  al  íin  del  e.xpresado  capítulo. 
—  Despojos  se  dice  con  propiedad  de  lo 
que  el  vencedor  encuentra  y  coge  en  el 
campamento  enemigo  después  de  la 
victoria. 

2.  El  lenguaje  de  este  período,  que  no 
está  bien  concertado  en  las  denuís  edi- 
ciones, donde  se  dice  :  que  corlada  la 
cólera,  etc.,  queda  corriente  en  estacón 
la  levísima  alteración  de  poner  y  en 
lugar  de  que  :  asi  es  de  ci-eer  que  esta- 
ría en  el  manuscrito  original  de  Cer- 
vantes. 

3.  En  esto  creía  I).  Quijote  que  con- 
sistía la  fuerza  de  las  aventuras, 
siguiendo  la  opinión  y  el  ejemplo  de  los 
caballeros  andantes,  los  cuales  vagaban 
por  donde  los  guiaba  la  suerte.  Asi  lo 
hicieron  Amadis  de  Gaula  y  otros.  Del 
Caballero  de  Cupido  se  cuenta,  que 
después  de  haber  libertado  á  dos  don- 
cellas de  unos  caballeros  que  querían 
deshonrarlas,  tomó  la  primera  carrera 
que  vida,  sin  querer  llevar  camino 
cierto  ia).  El  Infante  Floramor,  al  salir 
del  castillo  de  Arcaico,  tomando  él  su 
carnino  sin  llevar  cabo  cierto,  se  fué  por 
do  la  ventura  lo  quisa  guiar  [b).  Esto 
no  ora  sólo  por  tierra,  sino  á  veces 
también  por  mar.  (Cuando  se  embarca- 
ron primero  el  Principe  D.  Falanges  y 
después  la  Princesa  .\lastrajarea  para 
buscar  á  su  hijo  Agesilao,  mandaron  á 
los  marineros  que  alzadas  las  velas 
dejasen  ir  las  naos  por  donde  las 
llevasen  las  corrientes  ó  el  viento  (c). 

ía)  Caballero  de  la  Cruz,  lib-  II,  capí- 
tulo XXVIII.  —  Ih,  Ib.  cap.,  XVII.  —  (c) 
Florisel,  part.  III,  cap.  LXIII. 


IMIIMKItA    PAUTK 


r.APÍTir.o  \\i 


331 


se  pusioron  á  caminar  por  dondo  la  voluntad  do  Rocinaiilo  ((uiso', 
que  so  liovaha  tras  sí  la  úc  su  amo  y  aini  la  dol  asno,  (|uo  siempre 
lo  sog'uía  por  donde  (piiora  que  g'uiaba  en  huon  amor  y  compañía; 
con  lodo  oslo,  volvieron  al  camino  real,  y  siguieron  por  él  á  la  ven- 
tura sin  otro  designio  alguno.  Yendo,  pues,  así  caminando^,  dijo 
Sancho  á  su  amo  :  Señor,  ¿(piiore  vuestra  merced  darme  licencia 
que  deparla  un  poco  con  él-'?  <pie  después  (pie  me  puso  aíjuel  ás- 
pero mandamiento  dol  silencio  se  me  han  podrido  más  de  cuatro 
cosas  en  el  estomago,  y  una  sola  que  ahora  tengo  en  el  pico  de  la 
lengua'*,  no  querría  que  se  malograse.  Dila,  dijo  D.  Quijote,  y  sé 


Los  tres  caballeros  Hosaldos,  Arlante  y 
Rüi-nfán  salieron  de  Constanlinoijla  en 
busca  del  t^mperador,  á  quien  liabia 
robado  con  sus  ailes  un  niiíroniante;  y 
para  ello  se  melierun  en  una  barca  con 
solus  dos  jnarineros,  danda  las  velas  al 
viento,  que  muí/  frío  lo  hacia,  sin  llevar 
camino  cierto  vuís  de  aquel  que  la  for- 
tuna ordenar  quisiere  {a).  El  Gnballero 
de  la  Ardiente  Espada  dejó  en  tierra  dor- 
mido á  su  corni)añero  Gradamaríe,  y 
entrando  en  su  liarca,  dijo  á  los  mari- 
neros que  la  soltasen  y  la  dejasen  ir 
donde  la  ventura  llevarlos  quisiere... 
Los  marineros  cumplieron  su  mandado, 
y  asi  fueron  por  la  mar,  no  haciendo 
otro  camino  más  de  aquello  que  la 
ventura  dellos  quería  hacer  (b). 

1.  La  voluntad  quiso,  pleonasmo  que 
se  evitar;í,  diciendo  :  Se  pusieron  á 
caminar  por  donde  fué  la  voluntad  de 
Rocinante,  ópor  donde  Rocinante  quiso. 
Un  caso  parecido  de  esta  deferencia  de 
los  caballeros  á  la  voluntad  de  sus  caba- 
llos, y  rel'eridú  con  la  misma  expresión 
que  acaba  de  tacharse,  se  lee  en 
el  Espejo  de  Principes  (c),  donde  se 
cuenta  que  el  Caballero  del  Febo  soltó 
la  rienda  á  su  caballo,  para  que  guiase 
á  la  parte  que  más  su  voluntad  quisiese. 
De  Palmerin  de  Oliva  se  cuenta  en  su 
historia,  que  en  cierta  ocasión  tomó  su 
camino  por  donde  el  caballo  lo  quiso 
llevar,  que  él  no  sabia  la  tierra  ni  á 
qué  parte  ir  (d).  En  el  romance  viejo 
del  Marqués  de  Mantua  : 

El  caballo  iba  cansado 
de  por  las  breüas  saltare... 


(o)  Caballero  de  la  Cruz,  lib.  II,  cap. 
LXXVII.  —  (6)  Amadis  de  Grecia,  part.  IV, 
cap.  LXII.  —  (c)  Parte  II,  lib.  1,  cap.  I. 
—  ((/)  Cap.  CXXV. 


El  Marqués  iiniy  enojado 
la  rienda  le  fué  á  soltare ; 
I)or  (lo  el  caballo  quería 
lo  dejaba  carainare. 

2.  El  diíilogo  que  sigue  entre  caba- 
llero y  escudero  es  un(j  de  los  más 
divertidos  del  Quijote.  Dio  para  él  oca- 
sión el  silencio  forzado  que  habia 
impuesto  á  Sancho  el  precepto  de 
su  amo.  Sancho,  que  naturahnente 
era  parlero,  llevaba  muy  á  mal  no 
poder  hablar  sin  medida  ni  tasa  todo  lo 
que  quisiera  ;  impaciencia  que  se  indica 
agudamente  con  las  palabras  aquel 
áspero  mandamiento  del  silencio,  como 
si  se  tratase  de  una  cosa  pasada  largos 
tiempos  atrás,  siendo  así  que  sólo 
habían  podido  transcurrir  pocas  horas 
desde  el  amanecer  de  aquella  mañana, 
en  que  con  motivo  del  chasco  de  los 
batanes  y  mofa  de  Sancho,  le  prohibió 
hablar  D.  Quijote,  hasta  el  punto  en 
que  se  hallaban,  que  era  acabado  de 
almorzar,  según  aquí  se  refiere,  y  por 
consiguiente,  no  muj'  entrado  el  día  ;  y 
ya  dice  Sancho,  que  se  le  han  podrido 
más  de  cuatro  cosas  en  el  estómago. 

3.  Departir  (a),  verbo  anticuado,  co- 
municar, hablar  uno  con  otro,  siendo 
dos  solos  los  interlocutores.  El  Arci- 
preste de  Hita  decía,  en  la  relación  de 
las  cosas  de  Doña  Endina  : 

¿Por  qué  quieres  departir 

Con  dueña  que  te  non  quiere  nin  escuchar 

[nin  oir? 

4.  La  punta  ó  extremidad  de  la  lengua 
se  llamó  pico  por  la  semejanza  con  el 

(a)  Departir.  —  En  el  sentido  de  conversar 
no  ps  hoy  anticuado,  y  parece  extraño  que 
lo  íuese  en  tiempo  de"  Clenieucín.  Además, 
lo  misino  departen  tres  ó  cuatro  personas 
que  dos.  (M.  de  T.) 


332  DON  yuiJOTE  de  la  mancha. 

breve  en  lus  razonamientos,  que  ninguno  hay  gustoso  si  es  largo. 
Digo,  pues,  señor,  respondió  Sancho,  (jue  de  algunos  días  á  esta 
parte  he  considerado  cuan  poco  se  gana  y  granjea  de  andar  bus- 
cando estas  aventuras  que  vuestra  merced  busca  por  estos  desier- 
tos y  encrucijadas  de  can)¡nos,  donde  ya  (pie  se  venzan  y  acaben  las 
más  peligrosas,  no  hay  quien  las  vea  ni  sepa,  y  así  se  han  de 
quedar  en  perpetuo  silencio  y  en  perjuicio  de  la  intención  de  vues- 
tra merced  y  de  lo  que  ellas  merecen.  Y  así  me  parece  que  sería 
mejor  (salvo  el  mejor  parecer  de  vuestra  merced)  que  nos  fuésemos 
á  servir  A  algún  Emperador,  ó  á  otro  Príncipe  grande  que  tenga 
alguna  guerra,  en  cuyo  servicio  vuestra  merced  muestre  el  valor  de 
su  persona,  sus  grandes  fuerzas  y  mayor  entendimiento;  que  visto 
esto  del  señor  á  quien  serviremos,  por  fuerza  nos  ha  de  remunerar 
á  cada  cual  según  sus  méritos;  y  allí  no  faltará  quien  ponga  en  es- 
crito las  hazañas  de  vuestra  merced  para  perpetua  memoria;  de 
las  mías  no  digo  nada,  pues  no  han  de  salir  de  los  límites  escude- 
riles; aunque  sé  decir,  que  si  se  usa  en  la  Caballería  escribir  hazañas 
de  escuderos,  que  no  pienso  que  se  han  de  quedar  las  nu'as  entre 
renglones ^  No  dices  mal,  Sancho^,  respondió  D.  Quijote;  mas 
antes  que  se  llegue  á  ese  término  es  menester  andar  por  el  mundo 
como  en  aprobación  buscando  las  aventuras,  para  que  acabando  al- 
gunas, se  cobre  nombre  y  fama  tal,  que  cuando  se  fuere  á  la  corte 
de  algún  gran  Monarca,  ya  sea  el  caballero  conocido  por  sus  obras, 
y  que  apenas  le  hayan  visto  entrar  los  muchachos  por  la  puerta  de 
la  ciudad,  cuando  todos  le  sigan  y  rodeen,  dando  voces,  diciendo  : 
Este  es  el  caballero  del  Sol  ó  de  la  Serpiente^,  ó  de  otra  insig- 

de  las  aves.  Pico  (a)  se  derivó  eviden-  antes  de  presentarse  á  algún  Enipera- 
temente  de  Reco,  palabra  provincial  doró  Monarca,  y  para  ello,  andar  por 
según  Suetonio  [a),  que  ya  entonces  el  mundo  como  en  aprobacii'.n,  bus- 
significaba  entre  los  galos  antiguos  lo  cando  las  aventuras.  Esta  es  Ja  misma 
mismo  que  ahora  entre  los  franceses  especie  de  noviciado  que  quería  hacer 
modernos.  Poicndos  antes  de  irá  servir  al  Empe- 

1.  Quiere  decir  olvidadas.  .Vlúdese  á  rador  su  padre,  y  así  se  lo  proponía  á 
la  costumbre  de  ponerse  entre  ios  ren-  su  madre  la  Reina  Griana,  corno  se 
glones  escritos  lo  que  se  olvidó  al  cuenta  enla  historia  de  Primaleón  (a), 
escribirlos.  El  Infante  P'loramor,  antes  de  presen- 

2.  Discurso  de  D.  Quijote  sobre  tuda  tarse  á  servir  al  Emperador  de  Cons- 
ponderación  gracioso,  que  declara  el  tíxnt\nop\a.,  anduvo  muchos  días  de  viios 
extremo  y  último  punto  adonde  pudo  cabos  en  otros,  deshaciendo  muchas 
llcírar  y  llegó  la  locura  de  nuestro  fuerzas  é  iitfinilus agravios,  venciendo 
hiilaigü,  y  el  inimitable  ingenio  de  fuertes  caballeros;  tanto,  i]ue  otra  cosa 
Cervantes.  —  Proponía  D.  Quijote  lo  ninguna  en  todo  el  imperio  no  se  ha- 
conveniente    que    sería   cobrar    fama  biaba  {b). 

3.  Títulos  de  aventureros  que  se  en- 
{«)  Vida  de  Vitelio,  cap.  XVIII. 

(a)  Pico.  —  Se  deriva  del  céltico  ^iiA-.  (n)  Cap.  vm.  —  (6)  Caballero  de  la  C»    - 

M.  de  T.  lib.  II,  cap.  XVII. 


I'|ii.mi;i;a   i-auii;. 


CAPlTtil.O    x\i 


333 


nia  alf^una',  debajo  de  la  cual  hubicro  acabado  grandes  hazafias; 
osle  es,  diríin,  el  que  venció  en  s¡n<j;ular  batalla  al  ^i^^^anla/.o  Broca- 
brmio.de  la  gran  luor/.a,  el  que  desenraiiló  al  gran  .Mameluco  de 
Pei'sia  -  tlel  largo  encantaniienlo  en  <|ue  había  estado  casi  novecien- 
tos aru)s-';   así  que  de   mano  en  mano   ii'án  pregonando  sus  he- 


cuentran  en  los  libros  de  Caballerías. 
—  Caballero  del  ¿10/  se  llamii  también 
el  <lel  Kebo,  porque  llevaba  un  sol  por 
divisa  [a).  Kn  la  historia  de  Palmerín 
de  Oliva  se  introduce  un  caballero  ape- 
llidado ilol  Sol,  por  el  que  Iraiaiigurado 
en  el  escudo  (/>). 

Eu  el  nombre  de  Caballero  de  la  Se?*- 
pienle  se  pudo  indicar  á  Esplandián, 
que  se  denomin(')  así,  según  se  ve  á 
cada  paso  eu  sus  Sevíjas:  yon  el  capi- 
tulo CLXV  se  le  apellida  el  Caballero  de 
liíGvan  Serpiente  ó  Serpe?itino. 

En  las  ediciones  primitivas  del  año 
1C()5,  en  lugar  de  Serpiente  se  había 
puesto  Sierpe  :  Cervantes  lo  mudó  en 
la  de  1608.  El  Caballero  de  la  Sierpe 
era  Palmerin  de  Oliva,  que  tomó  este 
nombre  por  la  que  mató  en  la  montaña 
Artifaria,  al  ir  á  buscar  el  agua  de  la 
fuente  que  guardaba  la  Sierpe,  y  con 
la  cual  debía  sanar  y  sanó  su  abuelo 
Primalcón,  Uey  de  Macedonia   c). 

1.  El  adjetivo  alguno,  pospuesto  al 
sustantivo,  suele  ser  negativo  y  equiva- 
ler á  ninguno.  En  el  caso  presente  de- 
bió anteponerse,  diciendo  :  este  es  el 
Caballero  del  Sol,  ó  de  la  Serpiente,  ó 
de  otra  alguna  insignia:  pudiera  tam- 
bién haberse  omitido,  que  quizá  fuera 
lo  mejor. 

2.  Decimos  Gran  Turco,  pero  no  Gra7i 
Mameluco :  ni  Mameluco  es  cosa  de 
Persia,  sino  de  Egipto ;  ni  Mameluco 
es  nombre  de  dignidad,  como  el  deSo¿- 
d<i}i,  i\ae  es  el  ipiese  da  .i  los  Príncipes 
mahometanos  que  dominaron  en  Per- 
sia y  Egipto  durante  la  Edad  .Media.  Por 
manera  que  las  tres  palabras  citadas 
de  D.  Quijote  incluyen  cuatro  dispara- 
tes; pero  los  locos  tienen  libertad,  to- 
davía más  amplia  que  los  pintores  y 
los  poetas  para  inventar  y  fingir  cuanto 
quieran.  Un  Soldán  de  Egipto  fué  el 
que  comprando  turcos  ó  circasos(a),  los 

{n¡  Espejo  ríe  Pr'mcipfs,  parte  I,  lib.  I, 
cap.  LIl.  -  (6)  Cap.  XLIII  y  Ll.  —  (c)  Pal- 
merin  de  Oliva,  cap.  XX. 

(«)  No  hav  tales  circasos,  sino  circasianos. 

(M.  de  T.) 


adestró  en  la  milicia,  y  les  fió  la  guar- 
dia de  su  persona,  corriendo  el  siglo  vxi 
déla  E'dra  xm  de  Jesucristo.  .V«me/ííco 
según  dicen,  en  árabe  significa  esclavo  y 
este  nombre  general  se  aplic<'i  en  parti- 
cular á  lus  mencionados  de  Egipto,  los 
cuales,  hechos  dueños  de  la  fuerza  pú- 
blica, á  poco  se  apoderaron  del  mando 
y  reinaron  hasta  el  siglo  xvi,  en  que 
los  sojuzgó  el  Gran  Turco  Selím. 

Del  desencanto  de  un  Soldán  de  Egipto 
se  hace  relación  en  la  historia  del  Ca- 
ballero de  la  Cruz  [a).  El  encantador 
había  sido  el  gigante  Trasilei'm,  que 
también  era  nigromántico,  y  habiendo 
preso  por  sus  artes  al  Soldán  junto  con 
su  mujer  y  su  bija,  los  tenía  encanta- 
dos en  la  isla  de  Creta.  Lepolemo  ven- 
cif)  al  gigante,  y  libertó  á  los  desgra- 
ciados. 

El  Príncipe  .\gesilao,  disfrazado  con 
traje  de  mujer  y  nombre  de  Daraya, 
después  de  matar  al  fiero  monstruo  Ca- 
ballón, deshizo  en  el  castillo  del  Ro- 
quedo el  encanto  de  los  Reyes  Rosafar 
y  Artifira;  al  deshacerse  el  artificio  má- 
gico, tan  gran  ruido  se  hizo,  que  más 
de  diez  leguas  alrededor  se  oyó  (6). 

Los  encantamentos  eran  parte  délos 
tuertos  que  tocaba  enderezar  á  los  ca- 
balleros andantes,  j^  las  relaciones  de 
los  desencantos  dieron  frecuente  asunto 
á  sus  coronistas.  Así  Rugero  deshizo  el 
encanto  del  castillo  de  Atlante,  dando 
libertad  á  los  caballeros  y  doncellas  que 
estaban  dentro,  segúnrefiere  Ariosto  (c) 
Ocioso  es  añndir  más  ejemplos. 

3.  No  fué  tan  largo  el  encantamiento 
del  Caballero  Garadán,  que  hacía  cerca 
de  cien  años  estaba  encantado  en  un  se- 
pulcro, cuando  lo  libertó  Flortir  {d); 
pero  no  le  iría  muy  lejos,  si  no  le  exce- 
dió, el  de  Policena  y  Aquiles,  de  que 
se  habló  poco  ha  en  una  nota  de  este 
mismo  capitulo,  y  había  durado  desde 
la  guerra  de  Troya  hasta  los  tiempos 
de  D.  Belianís.  De  Oger  Danés,  uno  de 

ú.'i  Lib,  I,  cao.  LXV.  —  (6)  Florisel  de 
l\'i(/uea,  parte  III,  cap.  LXXVI.  —  (c)  Canto 
2-2.  —  (d¡  Historia  de  Platir,  parte  I,  cap. 
LXXVI. 


334 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


dios',  y  luego  al  alljorolo  de  los  muchachos  y  de  la  dem.ls  gente  se  pa- 
rará á  las  fencstras  de  su  real  palacio  el  Rey  de  aquel  reino-;  y  así  como 
vea  al  caballero,  conociéndolo  por  las  armas  ó  por  la  empresa  del 
escudo-*,  forzosamenle  ha  de  decir  :  ca  sus,  salgan  mis  caballeros' 
cuantos  en  mi  corle  están,  ú  recebir  á  la  flor  de  la  caballería  que 
allí  viene"';  á  cuyo  mandamiento  saldrán  todos,  y  él  llegará  hasta 


los  Pares  de  Francia,  se  cuenta  que  la 
Fada  Morgaina  lo  tuvo  encantado  en 
la  ínsula  de  Avali'm  por  espacio  de  dos- 
cientos años  ;un  descuido  de  la  Fada  le 
permitió  gozar  por  un  año  de  su  liber- 
tad; y  pasado  este  plazo,  Morgaina  vol- 
vió á  encantarlo  para  siempre.  Igual 
operación  hizo  la  misma  Morgaina  con 
su  hermano  el  Rey  Artús,  f|ue  es  otro  de 
los  encantamentos  más  notables  y  di- 
latados que  se  mencionan  en  las  histo- 
rias caballerescas. 

1.  No,  sino  de  boca  en  boca,  cómese 
diría  con  más  propiedad. 

'I.  Fenenlra,  palabra  latina,  anticuada 
por  su  desuso  actual,  pero  frecuente  en 
nuestros  primeros  escritores,  como  se 
ve  por  los  poemas  del  Cid  (a)  5'  de  .Vle- 
jandro  (6),  por  el  Arcipreste  de  Hita  (c) 
y  porlaG/'«?2  Conquista  de  iVramar{d) 
El  autor  del  Ditlior/o  de  las  lenguas  la 
prefería  á  ventana  fe). 

Pararse  d  las  fenestras;  frase  tam- 
bién anticuada,  ponerse  tí  las  ventanas. 
En  la  historia  del  Caballero  del  Cisne, 
hablándose  de  Godofre  de  Bullón,  se 
dice  :  Por  las  finestras  se  paralmn  d 
verlo  las  dueñas  é  doncellas,  é cada  una 
deltas  lo  codiciaba  por  marido.  E  si 
ellas  bien  lo  conosciesen,  no  lo  harían, 
ca  este  fue'  hombre  d  quien  Dios  quiso 
guardar,  que  nunca  en  su  vida  ovo  vo- 
luntad de  mujer,  ni  fizo  pecado  mor- 
tal (/}.  En  la  crónica  de  1).  Belianís  de 
Grecia,  el  Emperador  de  Constantiiiopla 
y  el  Rey  de  Hungría  parándose  á  una 
finieslra  del  castillo,  vieron  venir  de 
hacia  laciudad  tanto  número  de  caballe- 
ros, que  pasaban  de  treinta  mil  (7).  Ya 
se  ha  hecho  en  otra  parte  la  observa- 
ción de  que  Cervantes,  para  ridiculizar 
los  libros  caballerescos,  suele  usar  de 
los  arcaísmos  que  en  ellos  son  tan  fre- 
cuentes. En   la  historia  de   Florisel  de 


(a)  Verso  17.  —  (h)  Copla  1.10.1.  —  (c) 
Copla  1.387.  —  (rf)  Lili.  L  cap.  CLIX.  —  (e) 
Pág.  135.  —  (/■)  Gran  Conquista  de  Ultramar, 
lib.  I,  cap.  CLIX.  —  ig)  Lib.  I.  cap.  IX. 


Siquea  y  otras,  hay  ejemplos  de  Reyes, 
Príncii)es  y  Princesas,  asomados  á  las 
finieslras  de  los  palacios  para  recibir  á 
caballeros  andantes  y  otros  jicrsonajes 
princip.ales.  —  ¡leal.  Bey.  Reino  :  repe- 
tición áspera,  de  sonido  desagradable. 

3.  Solíanlos  cabalIcrDS  llcvarpintada 
en  el  escudo  y  en  las  armas  alguna  in- 
signia de  donde  tomaban  nombre,  como 
ol  Cabfillero  del  Selvaje.  el  de  los  Basi- 
liscos, de  las  /''/o?'es  y  otros  semejantes. 
Á  imitación  de  éstos,  cuando  D.  Qui- 
jote acept(')  el  nombre  de  Caballero  de 
la  Triste  figura  que  le  puso  su  escudero 
Sancho,  determinó  de  hacer  pintar, 
cuando  hubiese  lugar,  en  suescudouna 
muij  triste  figura  {o). 

i.  Sus.  interjección  nacida  del  latino 
sursum,  arriba,  que  igualmente  se  usó 
en  el  francés  antiguo,  de  lo  que  hay 
ejemplos  en  la  historia  de  Tristán.  Del 
mismo  origen  vino  el  adverbio  caste- 
llano suso,  que  también  significa  arnia 
y  es  correlativo  de  aguso.  abajo.  Gon- 
zalo de  Rerceo,  en  los  Signos  del  jui- 
cio, hablando  de  los  cuerpos  de  los 
bienaventurados,  dice  {b)  : 

Volarán  suso  et  yuso  á  todo  su  taliento. 

Estas  dos  voces  se  hallan  ya  hace 
tiempo  anticuadas,  pero  se  conservaron 
alguna  vez,  cuando  dos  sitios  de  igual 
nombre,  estando  inmediatos,  nece.si- 
laban,  distinguirse  por  su  situación,  <(i- 
mo  sucedió  con  el  monasterio  de  San 
Millán  de  suso,  donde  se  crió  el  men- 
cionado Gonzalo  de  Rerceo,  y  se  llariii) 
así  para  distinguirse  del  monasterio  de 
San  Millán  de  hyusv. 

5.  En  los  torneos  de  Londres,  al  en- 
trar en  la  liza  D.  Belianís  con  la  divisa 
del  Licornio.  todos  ]iuaieron  en  él  sus 
ojos,  y  por  todo  el  campóse  levantó  una 
gran  voz  diciendo  :  ya  viene  la  flor  de 
loscaballeros  (c).Esta  especie  desaludo 

(a)  Parte  I,  cap.  XIX.  —  (//i  Copla  6."».  — 
(c)  Belianís,  lib.  III,  cap.  XVIII. 


IMUMKIIA    I'AHTi:.    —    CAPITULO    XXI 


335 


la  iiiilíul  (le  la  escalora,  y  lo  abrazará  cslrcchísimamciilc,  y  le  dará 
paz  besándole  oii  el  rostro ',  y  luego  le  llevará  por  la  mano  al  apo- 
senta do  la  señora  Reina,  adonde  el  caballero  la  hallará  con  la  In- 
i'anla  su  hija,  ipie  ha  de  ser  una  de  las  más  ferinosas  y  acubadas 
doncellas  cpio  en  ^^ran  parte  de  lo  descubierto  de  la  tierra  á  duras 
j)onas  se  puede  hallar.  Sucederá  tras  esto  lue^o  en  continenti;,  (juc 
ella  ponga  los  ojos  en  el  caballero,  y  él  en  los  della^,  y  cada  uno 
parezca  al  otro  cosa  más  divina  (|ue  humana,  y  sin  saber  cómo  ni 
cómo  no,  han  de  quedar  presos  y  enlazados  en  la  intricablc  red 
auu)rosa,  y  con  gran  cuita  en  sus  corazones  por  no  saber  cómo  se 
han  do  íablar  para  descubrir  sus  ansias  y  sentimientos.  Desde  allí 
le  llevanin  sin  dudaá  algún  cuarto  del  palacio  ricamente  aderezado, 
donde  habiéndole  (juitado  las  armas,  lo  traerán  lui  rico  manto  de 
escarlata-'  con  que  se  cubra  ;  y  si  bien  pareció  armado,  lan  bien  y  me- 
jor ha  do  parccoi-  en  íarseto  '.  Venida  la  noche,  cenará  con  el  Rey, 
Reina  ó  Infanta,  donde  nunca  (j[uitará  los  ojos  della,  mirándola  á  furto 


se  hizo  también  ;í  D.  Quijote,  cuando 
al  entrar  en  el  castillo  do  los  Duques, 
la  gente  de  los  corredores  decía  agran- 
des voces  :  Bien  aen  venido  la  flor'  y  la 
nata  de  los  caballeros  andantes  [a¡. 

1.  Modo  afectuoso  de  saludar,  á  que 
solía  llamarse  también  dar  paz  en  el 
rostro,  expresión  frecuente  en  nuestros 
libros  antiguos  de  todas  clases,  tanto 
profanos  como  espirituales  y  místicos. 

2.  Debió  decirse:  Sucederá  tras  esto... 
que  ella  ponr/a  los  ojos  en  el  caballero, 
y  él  los  suyos  en  ella.  Para  conservar 
la  última  parte  <le  la  expresii'm  como  se 
halla  en  el  texto,  la  anterior  debió  ser 
que  ellaponga  los  ojos  en  los  del  caba- 
llero; de  otra  suerte,  falta  la  debida 
correspondencia  entre  ambos  miembros 
de  la  frase.  En  la  historia  de  Palmerin 
de  Oliva  se  lee  ima  expresión  muy  se- 
mejante é  igualmente  deíectuf)sa  :  Pal- 
merínse  había  enamorado  de  Polinarda 
antes  de  verla;  la  vio,  finalmente,  en  el 
aposento  de  la  Emperatriz  su  madre;  y 
mientras  que  ésta  hablaba  con  Palnie- 
rin.  él  no  partía  los  ojos  de  Polinarda : 
ella  asimismo  á  él  (ó),  quedando  ambos 
presos  y  enlazados  en  la  intricablc  red 
amorosa,  como  sucede  en  el  i'aso  que 
describe  aquí  D.  Quijote.  Otro  tanto 
acaeció  en  el  de  Perlón  de  Gaula,  cuando 
Garinter,  Rey  de  la  Pequeña  Bretaña, 

(<')  Parte  II,  cap.  XXXI.  —  (6)  Palmerin 
de  Oliva,  cap.  X.XX. 


lo  presentó  á  la  Reina  su  mujer,  que 
estaba  con  la  Infanta  Elisena  su  hija  : 
como  aquel/a  Infanta  tan liermosa  fuese 
y  el  Rey  Perión  por  el  semejante  ..  en 
tal  punto  y  hora  se  miraron,  que...  no 
pudo  tanto  que  de  incurable  y  muy  r/ran 
amor  presa  no  fuese,  y  el  Rey  asimismo 
della  (a). 

3.  Manto,  ropa  talar  propia  de  gente 
principal;  era  obsequio  ponérselo  ;í  ios 
caballei'os  cuando  se  desarmaban.  Des- 
pués que  el  Rey  Amadís  de  Gaula,bajo 
el  nombre  de  Caballero  Bermejo,  hubo 
vencido  al  traidnr  Manden,  Fuhirtin, 
hijo  del  Rey  Magaden  du  Sabá.  por  hon- 
rarle, le  desarmó  por  sus  manos,  y  man- 
dóte traer  un  muy  rico  manto  con  que 
se  cubrió  [b). 

4.  Jubón  ó  justillo,  ropa  interior  que 
se  llevaba  debajo  de  las  armas.  Farseto 
es  palabra  italiaua.  nacida  primitiva- 
mente del  latín  farcl).  porque  el  farseto 
solía  ser  colchado.  Ariosto  cuenta  que 
en  cierta  ocasión  Marfisa,  para  armarse, 
se  quitó  el  traje  mujeril  y  salió  en  far- 
seto (c).  Y  en  otra  parte  {d)  dice  : 

Fu  Grifón  a  gran  vergoc/na  in  piazza 
Qiiando  piít  si  trovó  piena  di  gente. 
Gli  avean  lévate  felmo  e  la  corasza, 
E  lasciato  in  farsetto  assai  vilmente. 

(a)  Amadís  de  Caula,  en  la  introducción. 
—  (6)  Amadis  de  Grecia,  parte  I,  cap.  Lí.  — 
(c)  Orlando  furioso,  canto  2G.  est.  8U.  —  (d) 
Canto  17,  est.  131. 


336  DON    yULIOTE    DE    LA    MANCHA 

délos  circunstante^',  y  ella  harálomesmo^conla  mesma  sagacidad, 
ponjue  como  ten£,^o  dicho,  es  muy  discreta  doncella^.  Levantarse  han 
las  labias,  y  entrará  á  deshora  '  por  la  puerta  de  la  sala  un  leo  y  pe- 
(]ueño  enano "'  con  una  fermosa  dueña,  que  entre  dos  gigantes  detrás 


1.  A  luirlo  es  como  se  dice  común- 
mente; jiero  Cervantes  cmiile»'»  el  ar- 
caísmo /«í/o.para  remedar  el  lenguaje 
de  los  libros  caballerescos.  A  lo  mismo 
se  dii-i^eri  feneslrax  j)or  ventanas,  fer- 
mo.sas  por  Iiermosas,  labios  \)0v  mesas, 
talanle  por  voluntad,  palabras  que 
U.  Quijote  em¡)lca  también  en  su  dis- 
curso. 

2.  En  una  fiesta  que  el  Emperador 
Arquelao  daba  en  obsequio  de  D.  Oli- 
vante de  Laura,  hizo  venir  á  su  bija, 
la  Hrincesa  Lucenda,  acompafiada  de 
sus  doncellas.  Olivante. ;a»ias-  aun  ojos 
de  la  Princesa  apartaba,  la  cual  todas 
las  vecesque  tenia  lugar  hacia  lo  misino, 
alindóle  ti  entender  su  voluntad  con  tan 
amorosa  vista  ¡a). 

3.  No  lo  había  dicho, pero  asi  salo  dictó 
su  locura  en  aquel  momento.  El  eloiíio 
que  bahía  hecho  de  la  iaf;tn(a  se  redu- 
cía á  (pie  ei'a  una  de  las  m/vs  fermosas 
y  acabadas  doncellas  áe\  mundo,  y  aun 
lo  último  pudo  tener  algún  sentido  ma- 
lijErno,  propio  de  la  festiva  y  juguetona 
imagmacitm  de  Cervantes. 

Yendo  Florambel  de  Lucea  á  hacer 
reverencia  á  la  Reina  Liserta,  en  cuya 
compañía  se  hallaba  su  hija  Graselinda. 
Florambel  estaba  tan  fuera  de  si.  mi- 
rando la  sobrada  beldad  de  la  Infanta 
su  señora,  que  ni  sabia  si  estaba  en  cielo 
ni  en  tierra :  y  ella  también  estaba  tan 
turbada,  mirando  la  gran  apostura  del, 
que  si  en  ello  alnuno  parara  mientes, 
bien  pudiera  conocer  en  sus  ojos  el  de- 
masiailo  amor  que  sus  corazones  tenian. 
Mas  como  la  Infanta  fuese  de  lus  en- 
tendidas y  sabidas  doncelits  del  mundo, 
encubría  y  disimulaba  su  pasión  lo  me- 
jor que  podia  {!)). 

4.  Ks  comunísimo  en  los  libros  de  Ca- 
ballerías que  las  aventuras  lleeruen  á 
los  palacios,  levantadas  las  tablas,  y 
estando  los  Principes  de  sobremesa 
después  de  comer:  aquí  es  después  de 
cenar,  hora  poco  verosímil  en  este  pe- 
ñero de  sucesos;  aunque  no  falta  ejem- 
plo en  los  anales  caballerescos,   como 

(o)  Olivante,  lib.  III,  cap.  XXXII.  —  (*) 
Florambel,  lib.  III,  cap.  XVII. 


el  de  lo  ocurrido  en  la  ciudad  de  <iuin- 
daya,  donde  la  Reina  Sidonía  una  no- 
clie,  después  de  luiber  cenado,  estando 
en  f/ran  S(duz,  en  la  r/ran  sala  entibaron 
cuatro  desemejados  jayanes  ;  aventura 
dis|iuesta  por  el  nuevo  Rey  de  Kuxia, 
y  deshecha  por  la  sabia  Lrganda  y  su 
marido  Alf[uife  {a). 

5.  Los  enanos  hacen  mucho  papel  en 
las  historias  de  los  andantes,  ya  como 
adornos  en  las  pompas  solemnes,  ya 
servidores  de  los  caballeros  y  rompa- 
ñeros  de  sus  viajes  y  aventuras,  y  ya, 
íinalmente,  como  enviados  con  recaaos 
á  damas  ó  á  Reyes  y  Principes.  Regu- 
larmente se  suponían  de  fea  y  ridicula 
figura.  Venian  con  la  doncella,  se  lee 
en  Aniadis  de  Grecia,  dos  enatiot  tan 
feos  que  espanto  ponían  (¿).  En  la  his- 
toria de  Lisuarte  se  cuenta  que  la  In- 
fanta .Melia.  gran  mágica,  envió  una 
carta  al  Emperador,  amenazando  que 
destruiría  la  ciudad  de  Constautinopla  y 
toda  la  cristiandad  ;  un  enano,  el  más 
disforme  que  visto  habían,  entregó  al 
Emperador  la  carta  con  el  sello  de  Me- 
lia. y  de  él  pendían  sesenta  y  siete  se- 
llos de  plata  de  otros  tantos  Principes 
infieles,  que  apoyaban  las  amenazas  de. 
Melia  (c).  Cuando  se  bautizó  el  Pi"in'-ipe 
D.  Policisne  de  Boecia,  fué  llevado  íi  la 
iglesia  en  un  carro  triunfal  tirado  de 
ocho  caballos  montados  por  otros  tantos 
enanos  tañendo  unos  instrumentos  de 
nueva  arte  hechos,  que  muy  dulce  son 
hacían  Id).  La  historia  del  iuismo  Prin- 
cipe describe  una  extraña  aventura  que 
vino  por  mar  á  la  corte  del  Rey  .Minan- 
dro.  Salieron  de  la  nave  seis  enanos 
tañendo  sendas  arpas,  y  detrás  oíros 
seis  con  blamlones  negros,  los  bonetes 
quitados  y  puestos  en  la  boca.  En  pos 
de  ellos  venían  un  enano  de  grande 
edad  en  una  rica  silla,  que  otros 
cuatro  enanos  conducían  en  sus  hom- 
bros. A  sus  jiies  traía  una  corona 
de     oro    con    muchas     picdias     muy 


(«)  Florisel,  parle  III,  cap.  CLXVI.  —  (6) 
Parle  II,  cap.  H.VII.  —  (c)  Lisuarte  de 
Grecia,  cap.  VIH.  —  (d)  Policisne,  cai> 
XVI. 


PIUMKRA    l'AKTK.    —    CAIMTULO    XXI  337 

dt'l  enano  viene  con  ei(n"la  aveiilura  hecha  por  nn  anliquísinno  sabio, 


prcciaHas,  y  en  la  mano  una  Inrjía  vara 
de  oro.  Scfíuialc  un  deseiiiejiulo  jay;in 
que  traía  uu  cajón  en  sus  liiazus.  ]íl 
enano  viejo  rra  Coraiitc,  Ucy  de  l'ano- 
ria,  (\Utí  venia  ;í  jiedirsocorio  coiUra  un 
usuriuulorquele  tenia  oeupadusu reino; 
soetirro  que  habia  ya  scsenla  años  an- 
daba buscando,  sin  encontrarlo.  Acom- 
pañaban asimismo  á  Corante  otros  doce 
enanos  que  tañían  instrumentos  de 
cuerdas  y  otros  de  liueso  blanco  á  ma- 
nera lie  "dulzainas.  El  giL^ante  se  lla- 
maba Arganlón,  y  servia  de  guardia  á 
su  Majestad  Enana.  Kn  el  cajún  iba  la 
trompa  encantada,  que  trastornaba  el 
sentido  de  los  que  la  tocaban,  menos  el 
de  cfuien  liabiaileacubar  la  aventura  (a). 
—  Doce  enanos  trajeron  ,í  Constanti- 
nopla  el  cartel  de  desafio  que  en- 
viaban Bruzartes,  Hcy  de  Ruxia,  y  de- 
más Heyes  orientales  il  los  Señores  y 
Pi-incipcs  de  la  casa  Griega.  Notificado 
que  fué  el  cartel  en  la  sala  del  palacio, 
sin  más  respuesta  se  lomaron  á  salí?', 
y  en  sus  palafrenes  se  fueron  (b).  A 
veces  hacen  también  papel  las  enanas, 
como  aquellas  cuatro  que,  vestidas  de 
brocado,  venían  cabalgando  en  cuatro 
unicornios,  que  con  otros  veinte  ti- 
raban del  carro  triunfal  de  la  Empe- 
ratriz Archisidea,  según  se  refiere  en  la 
cuarta  parte  de  Florisel  (c).  En  Amndis 
de  Gaula  se  lee,  C[ue  cuando  Beltenebrós 
se  puso  en  camino  desde  la  Peña 
Pobre  para  ir  á  presentarse  á  Oriana, 
estando  descansando  junto  á  una 
fuente,  yió  venir  una  carreta,  que  doce 
palafrenes  tiraban,  y  dos  enanos  en- 
cima delln  que  la  guiaban  (d). 

Los  libros  de  Caballería,  donde  tanta 
mención  se  encuentra  de  enanos,  ape- 
nas hablaron  de  pigmeos,  y  eso  lo  hi- 
cieron estropeando  su  nombre.  En  la 
historia  de  D.  Policisne  de  Boecia  se 
cuenta  que  Panfirio,  hijo  del  Rey  de 
Escocia,  siendo  de  edad  de  catorce 
años,  armado  caballero  por  su  padre, 
salió  á  buscar  aventuras  y  llegó  á  una 
isla  habitada  por  los  pineos,  que  eran 
tan  pequeños  como  un  codo  :  monta- 
ban en  perros,  unas  conchas  les  ser- 
vían de  adargas,  y  las  lanzas  no  pa- 

(a)  Ib.,  cap.  XXIX  y  XXX.  —  (h)  Florisel, 
parte  III,  caj).  GLXX.  —  (c)  Cap.  XII.  —  (d) 
Cap.  LV. 


saban  de  tres  palmos.  El  Caballero 
Negro  (Panlirio)  alzaba  cuatro  de  ellos 
con  una  sola  mano.  Hoinaba  allí  el  sa- 
bio Síirfin,  ;i  (juien  le  pasaba  la  barba 
de  la  cinta,  y  le  daba  en  el  arzím  de  la 
silla.  Panfirio  supo  de  él  el  modo  de 
vencer  la  sierpe  encantada  que  guar- 
daba á  la  Infanta  Menardia,  convertida 
en  cierva  (aj. 

Volviendo  .i  los  enanos,  los  libros  de 
Caballería,  aunque  fingidos,  pintaban 
las  costumbres  generales  de  la  era  en 
que  se  suponían  escritos.  El  carro  car- 
gado de  lanzas  para  el  Paso  honroso 
que  Suero  de  Quiñones  celebró  á  ori- 
llas del  Orbigo,  y  se  ha  citado  ya  otras 
veces  en  estas  notas,  como  el  docu- 
mento que  contiene  más  pormenores 
acerca  de  los  usos  caballerescos  reales 
y  verdaderos  del  siglo  xv  en  Castilla, 
iba  tirado  de  dos  grandes  y  hermosos 
caballos,  y  encima  del  carro  un  enano 
que  lo  guiaba. 

En  aquel  tiempo  se  miraba  como  os- 
tentación propia  de  las  casas  de  los  po- 
derosos, tener  no  sólo  albardanes  ó  bu- 
fones, sino  también  enanos.  Esta  clase 
ridicula  de  adorno  no  fué  desconocida 
en  la  antigua  Roma.  Á  pesar  del  ca- 
rácter melancólico  y  sombrío  de  Ti- 
berio, hubo  entre  sus  juglares  un  enano 
que  solía  asistir  á  su  mesa,  como 
cuenta  Suetonio  {h).  Plinio  habla  de 
otras  enanas  que  habían  servido  de  di- 
versión en  ei  palacio  de  Augusto  (c). 
En  la  corte  de  nuestro  Felipe  II  vivió 
un  enano  llamado  Estanislao,  polaco 
de  nación,  gran  cazador  de  arcabuz,  en 
que  era  destrísimo.  Gonzalo  Argote  de 
Molina,  en  el  Discurso  de  la  Montería, 
refiere  la  pelea  que  tuvo  Estanislao  una 
vez  con  un  águila,  y  otra  con  una  gru- 
lla, después  de  herirlas  y  derribarías; 
murió  el  año  de  l.'jn  (d).  Es  notable  que 
entre  otras  cosas  que  en  tiempos  de 
Plinio  y  de  Juvenal  se  contaban  de  los 
pigmeos,  era  una  que  éstos  traían 
guerra  perpetua  con  las  grullas,  de  las 
que  solían  ser  vencidos  (e) :  pero  en- 
tonces no  había  arcabuces.  —  Simón 
Bonamí  fué  un  enano  de  quien  escribe 


(a)  Cap.  LXII  y  LXIII.  —  (6)  Cap.  LXI.  — 
(c)  Lil).  VII,  caji.  XVI.  —  (d)  Discurso  de 
la  Montfvitt,  canlo  29.  —  (e)  Plin.,  lib.  Vil, 
cap.  II.  —  Juvenal,  sát.  13. 


22 


338 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


que  el  <iue  la  acabnre'  serú  tenido  por  el  mejor  caballero  drl 
inundo;  mandará  lucido  el  Key  que  lodos  los  que  están  presentes 
la  prueben,  y  ninguno  le  dará  fin  y  cima,  sino  el  caballero  huésped, 


el  1'.  Ensebio  Nicreinberg  en  su  Curiosa 
Filosofía  [a]  :  Los  (uios  pasados  vimos 
en  esta  corle  ú  Honami :  asi  se  Llamaba 
U7i  hombrecillo  que  por  la  prodifjio- 
sidad  de  su  pequenez  fué  Iraido  á  la 
Majestad  de  Felipe  III  para  grandeza 
de  su  palacio,  ¡'ara  los  que  no  le  vie- 
ron, se  exagera  su  pequenez  y  delicadez 
con  lo  que  le  pasó  á  un  caballero  de 
esta  corte,  que  en  un  tapiz  le  dejó  col- 
gado con  un  alfiler,  que  aunque  fuese 
más  que  de  á  blanca,  es  harto  encare- 
cimiento. El  caso  pasó  asi,  y  sucedió 
en  palacio.  Suarez  de  Figueroa  en  el 
Pasajero  ib)  llama  á  Bonaiiii  átomo  de 
criatura,  visiumhre  de  niño,  principe 
de  eiiaiios,  pensamiento  visible,  burla 
del  sexo  viril,  melindrillo  de  natura- 
leza. Sin  embargo  de  tanta  pequenez, 
por  unas  décimas  de  D.  Luis  de  Gón- 
gora  que  se  leen  entre  sus  obras  [c],  pa- 
rece que  Bonamí  rompió  alguna  vez  su 
rejón  en  un  toro.  El  mismo  Góngora  y 
Lope  de  Vega  le  hicieron  epitafios  en 
su  muerte,  que  fué  anterior  al  año  de 
1611.  Hubo  asimismo  enanos  en  el  pala- 
cio de  Felipe  IV.  y  según  las  noticias 
recogidas  por  Peilicer  en  las  Memorias 
del  histrionismo,  aquel  Principe  asistía 
tal  vez  al  teatro  acompañado  de  un 
enano  {d).  Acaso  fué  éste  el  original 
que  retrató  registrando  un  libro  D.  Üiego 
Velázquéz.  y  e.viste  en  el  Real  Museo 
de  Pinturas.  Allí  está  también  el  célebre 
cuadro  del  mismo  Velázquéz  en  que 
pintó  á  la  Infanta  Doña  Margarita,  con 
los  retratos  de  otros  dos  enanos,  varón 
y  hembra,  que  se  ven  en  la  comitiva,  y 
segi'm  cuenta  Palomino,  se  llamaban 
Nicolasico  Pertusals  y  Mari  Barbóla  e). 
1.  Lenguaje  obscuro.  Hecha  significa 
lo  mismo  que  propuesta  ó  forjada.  — 
Después  de  la  palabra  sabio  convenia 
haber  puesto  declarando  ó  algo  equi- 
valente, para  que  hiciese  sentido.  — 
Aventura  se  llama  cualquier  suceso  de 
los  referidos  en  los  libros  de  Caballe- 
ría; pero  además  de  esta  significación 


general,  en  varias  ocasiones,  como  en 
la  presente,  vale  tanto  como  problema 
caballeresco.  Su  objeto  por  lo  común 
era  alguna  empresa  de  dificultad,  vulur 
y  peligro,  cuyo  desempeño  (que  era  la 
resolución  del  problema)  realzaba  la 
nombradia  y  el  mérito  üel  aventurero 
que  le  daba' felice  cima,  especialmente 
cuando  otros  la  habían  probado  sin 
acabarla.  Entre  las  más  conocidas  y 
famosas  se  cuentan  las  aventuras  del 
Arco  de  los  leales  amadores,  y  de  la 
Ciimara  defendida.  Apolidón,  tan  va- 
liente caballero  como  sabio  nigro- 
mante, señor  de  la  ínsula  Firme,  al 
dejar  este  señorío  por  el  imperio  de 
Grecia,  fabricó  un  arco  encantado,  por 
el  cuid  no  podía  entrar  hombre  ni 
mujer  que  hubiese  errado  á  quien  pri- 
mero  comenzaron  d  amar:  los  que  esta- 
ban en  este  caso  é  intentaban  pasar  por 
el  arco,  eran  repelidos  por  uua  fuerza 
invisible  é  irresistible.  Dejó  también 
encantada  la  cámara  en  que  había  vi- 
vido con  su  amiga  Grimanesa,  y  en 
ella  unas  letras  que  decían  :  Aquel  que 
me  pasare  en  bondad,  entrará  en  la 
rica  cámara,  y  será  señor  desla  ínsula. 
Con  esto  nombró  un  gobernador  que 
recogiese  las  rentas,  y  las  guardase 
para  el  que  acabase  la  aventura.  Pasa- 
ron cien  años  sin  que  lo  consiguiese 
ningimo  de  los  que  lo  intentaron, 
hasta  que  Amadís  de  Gaula  pasó  sin 
obstáculo  por  el  arco,  y  eniró  en  la 
cámara:  de  cuyas  resultas  fué  recono- 
cido por  señor  de  la  ínsula  (a^ 

Otras  aventuras  se  describen  en  la 
historia  áe  Amadís,  como  la  de  la  Verde 
Espada,  que  ganó  llamándose  Beltene- 
brós  (b);  en  el  libro  de  Olivante  la 
aventura  de  los  Donceles{c) ;  en  el  de 
Primale<')n  la  del  Espejo,  que  acabó  el 
Príncipe  D.  Duardos  {d)  ;  en  el  de  Belia- 
nís  la  aventura  de  la  Puente  desdi- 
chada (e),  y  otras  infinitas  de  qnc 
están  llenos  ios  libros  caballerescos 
desde  la  Demanda  del  Santo  Grial,  la 
más  antigua  de  todas. 


(a)  I.ili.  III,  cap.  XVI.  —  (6)  Alivio  II. 
—  (c)  Edición  de  lti54.  fol.  W.  —  (d)  T.  I, 
uRg.  I!'l .  •  (e)  Vidas  lie  los  pintores,  en  la  de 
V«'|;i7.i|iii'/.,  par.  ^'II. 


p.XLIV.  —  (b)  Ib., 


(a)  Amadís  de  Gaula,  cap.... ,-,  — , 

cap.  lA'I.  —  (c/  Lib.  I,  cap.  XXXIV.  —  [d) 
Cap.  CXXVII.  —  íe,  Lib.  I.  cap.  XI. 


pitiMRnA  i'AitTK.  —  (;\i'ÍTi;r.o  xxi 


33Í) 


on  mucho  |)r()  tío  su  lanía  ',  (N;  lo  cual  qucclai'á  coiitcntísitna  la  In- 
l'aula,  y  se  Icndríi  j)or  conlonln  y  pagada  además  por  haber  puesto 
y  tH)lo(;ado  sus  pousamienlos  en  lan  alia  parle.  Y  lo  bueno  es  (pjc 
osle  Rey  ó  Príncipe  ó  lo  i|ue  es,  liene  una  muy  reñida  jj^uerra  con 
otro  lan  poderoso  como  él,  y  el  caballero  huésped  le  pide  (al  cabo 
de  alf^íunos  días  <pie  ha  (íslado  en  su  corle)  licencia  para  ir  á  ser- 
virle en  atpiclla  guerra  dicha  ;  darásela  el  Rey  de  muy  buen  lalanle, 
y  (d  caballero  le  besará  corlésmcnle  las  manos  por  la  merced  que 
le  lace ;  y  aquella  noche  se  despedirá  de  su  señora  la  Infanla  por 
las  rejas  de  un  jardín  que  cae  en  el  aposenlo^^  donde  ella  duerme, 
por  las  cuales  ya  otras  muchas  veces  la  había  fablado,  siendo  media- 
nera y  sabidora  de  todo  una  doncella  de  quien  la  Infanta  mucho  se 
fía.  Suspirará  él,  desmayaráse  ella,  traerá  agua  la  doncella,  acuita- 
ráse  mucho  porque  viene  la  mañana,  y  no  querría  que  fuesen  des- 
cubiertos por  la  honra  de  su  señora;  finalmente,  la  Infanta  volverá 
en  sí,  y  dará  sus  blancas  manos  por  la  reja^  al  caballero,  el  cual  se 
las  besará  mil  y  mil  veces,  y  se  las  bañará  en  lágrimas;  quedará 


1.  Pro,  voz  antigua  que  significa 
utilidad  ó  provecho,  de  que  se  formó 
proeza,  liazaña,  y  que  entra  en  la  com- 
posición de  prohombre,  persona  princi- 
pal ó  de  importancia.  Prohombre  llamó 
á  Adán  nuestro  poeta  Gonzalo  de  Üer- 
ceo  en  el  siglo  xiii,  y  antes  el  autor 
del  Poema  del  Cid  había  usado  de  la 
palabra  pro,  unas  veces  como  sustan- 
tivo en  significación  de  provecho,  y 
otras  como  adjetivo  en  la  de  lionrado. 
Los  Infantes  de  Carrión  decían  á 
Alvar  Káñez,  cuando  éste  se  volvía  de 
la  corte  del  Rey  D.  Alonso  á  Valencia: 

En  todo  sodes  pro,  en  esto  así  lo  fagades 
Saludadnos  á  Mío  Cid  el  de  Bibar. 

Y  más  adelante  se  lee  : 

Varones  de  Saritestevan  á  guisa  de  niuv  pros 
Reciben  á  Minaya  é  á  todos  sus  varones. 

En  un  romance  del  Cid  : 

Non  es  de  sesudos  bornes 
ni  de  infanzones  de  ¡iro 
facer  denuesto  á  un  lidaigo 
que  es  tenudo  más  (¡ue  vos... 
Aquesto  al  Conde  Lozano 
dijo  el  buen  Cid  Campeador. 

Cervantes  en  el  texto  presente  usó 
del  nombre  pro  como  masculino  ;  el 
citado  Poema  del  Cid  le  usó  unas  veces 
como  masculino,  y  otras  como  feme- 


nino. Continuó  por  largo  tiempo  la 
variedad,  como  se  ve  por  muchos 
ejemplos  en  el  Conde  Lxicanor;  pero  al 
fin  prevaleció  el  génei'O  femenino,  y  así 
se  observa  ya  en  el  libro  de  la  Montería 
del  l{ey  D.  Alonso  el  XI  {a),  en  el  Doc- 
trinal de  Caballeros  [b)  y  en  el  Corba- 
cho del  Arcipreste  de  Talavera(c). 

Siguióse  la  misma  práctica  en  los 
libros  caballerescos.  La  noche  que  se 
desposó  el  Príncipe  Lepolemo  con  la 
Infanta  .Vndriana,  el  gigante  Trasileón, 
llegándose  al  Príncipe,  le  dijo  :  Señor, 
buena  pro  le  haga  tí  V.  A.  la  pérdida 
de  lo  libertad  [d).  Pidiendo  Policisne 
de  Boecia  á  la  vieja  Caruza  que  le 
dejase  ver  á  su  escudero  Tarín,  le  res- 
pondió :  eso  vos  temía  ú  vos  y  á  él 
poca  pro  (e).  Conforme  con  esto,  el 
uso  actual  ha  dado  la  preferencia  al 
género  femenino  en  la  expresión  de 
buena  pro  le  haga,  fórmula  del  remate 
en  las  subastas  judiciales,  y  única  oca- 
sión en  que  se  conserva  la  palabra/^ro. 

2.  Mejor  estuviera  que  cae  al  apo- 
sento, y  mejor  aun  al  que  cae  el  apo- 
sento, porque  el  aposento  es  el  que 
cae  al  jardín,  y  no  al  revés. 

3.  Las  aventuras  de  rejas  de  jardín, 

(o)  Lib.  I,  al  fin  del  cap.  XXXII.  —  (6) 
Lib.  I,  tit.  III.  —  (f)  Parte  I,  cap.  IV.  —  (d) 
Caballero  de  la  Cruz,  lib.  I,  cap.  CLI.  —  iv¡ 
Policixne,  cap.  VIII. 


3  40 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


concertado  entre  los  dos  del  modo  que  se  han  de  hacer  saber  sus  bue- 
nos ó  malos  sucesos,  y  rogarále  la  Princesa  que  se  detenga  lo  menos 
que  pudiere;  promcl-TscU»  ha  él  con  muchos  juramentos;  tórnale 


y  despedidas  de  los  aventureros  y  sus 
damas  por  ollas,  son  frecuentísimas  en 
los  lilii-ds  de  Calialk'i-ias. 

VA  de  Amadis  de  Gaula  refiere  menu- 
damente el  modo  de  que  en  el  princi- 
pio de  sus  amores  habló  con  su  señora 
uriana,  que  luc  por  una  fniieslra 
■pequeña  con  una  redecilla  de  hierro^ 
que  caía  al  jardín  desde  la  cámara  de  la 
Princesa,  presenciiiadolo  su  conQdenla 
la  doncella  Mabilia.  Gandulin,  que  la 
mañana  vido  llegar,  dijo:  Señor,  como 
quiera  que  vos  clello  non  plefja,  el  dia 
que  cerca  viene,  nos  coslriñe  á  partir  de 
aquí...  Oriana  dijo:  señor,  afjora  vos 
id...  Amadis,  lomándole  las  manos  que 
por  la  red  de  la  ventana  Oriana  fuera 
tenia  limpiándole  con  ellas  las  ld;/ri- 
mas  que  por  el  rostro  le  caían,  besán- 
doselas muchas  veces, se  partió  della  (a). 
Siendo  medianera  la  doncella  Alquifa, 
habip  Perii'm  de  noche  con  su  señora 
Gricileria  por  una  rejadesii  habitación, 
que  caía  al  jardín  de  su])a(li'e  el  Empe- 
rador de  Trapisonda,  y  al  despedirse, 
besándoselas  'las  manos) ?nuc/ias  veces, 
se  las  hinchió  de  lágrimas  (b).  Otro 
tanto  hizo  Palmerin  de  Oliva  con  su 
señora  por  una  reja  del  aposento  de  su 
doncella  Drioncla,  que  caíaá  un  corral 
donde  había  muchos  árboles.  Jamás 
quisiera  l'almcrin  que  amaJieciera : 
mas  como  vieron  que  era  hora  de  irse, 
convínoles  hacerlo  (c).  —  Palmerin  de 
Inglaterra,  después  de  hablar  largo 
rato  con  su  señora  por  la  reja  del  jar- 
din  de  Flérida,  lomándole  una  mano, 
la  besó  muchas  veces...  Y  porque  la 
mayor  parte  de  la  noche  era  pasada,  y 
comenzaba  tí  venir  la  mañana,  se  des- 
pidió id).  —  Florendos  vio  á  su  señora 
(¡riana  en  ima  huerta  qiie  estaba  cabe 
su  enmara,  que  era  el  lugar  más  apar- 
lado  de  los  palacios  del  Emperador, 
siendo  sabidora  y  medianera  la  don- 
cella Lerina.  Allí  Florendos  fué  á  fincar 
los  hinojos  delante  della.  y  tomóle  las 
manos  por  fuerza,  y  bésaselas  muchas 


(n)  Cari.  XIV.  —  ib)  Lisuarie.  cap.  LVIII. 
—  'e)  Palmerin  de  Oliva,  cap.  XXXV.  — 
{(i)    l'<ihm-ria  de  Inglaterra,  parte    11,    cap. 

cxxxv. 


veces  (a).  —  Estándose  hablando  por 
una  reja  Leandro  el  liel,  llamado  el 
Caballero  de  Cupido,  y  su  señora  la 
Princesa  Cupidea  á  presencia  de  la  don- 
cella Floreta,  se  dieron  palabra  de  ma- 
trimonio; y  Floreta,  tomándoles  á 
ambos  las  manos  derechas,  los  desposó 
con  aquellas  palabras  que  la  Iglesia 
ordeiia:  y  luego  los  hizo  dar  paz  no  sin 
mucha  vergüenza  de  la  Princesa  fb). 
En  esta  misma  reja,  delante  del  mismo 
Caballero  de  flupido  y  de  la  misma 
Floreta,  se  vieron,  hablaron  y  dieron 
j)alabra  de  matrimonio  el  Caballero 
Floramor  y  la  Infanta  Clavelinda  :  y 
luego  fueron  desposados  pjor  mano  del 
Caballero  de  Cupido  (cj.  —  Otro  despo- 
sorio semejante  celebró  la  doncella  R¡- 
candia;  estando  en  su  aposento  F!o- 
rambel  y  la  infanta  Graselinda,  les 
jiropuso  que  se  desposasen ;  (¡rase- 
Jinda  bajó  los  ojos,  y  Florambel  dijo 
que  por  su  parte  la  aceptaba  por  mujer. 
Preguntada  la  Infanta  si  era  contenta, 
respondió  que  si;  y  Hicandia,  que 
aquello  oyó,  é  vido  las  voluntades  con- 
formes, les  tomó  sus  fennosas  manos, 
y  los  desposó  ante  una  imagen  de  nues- 
tra Señora  que  ende  estaba  (d). 

Las  historias  de  Caballerías  hacen 
frecuente  mención  de  doncellas  media- 
neras, terceras  ó  confidentas  de  las 
Princesas  enamoradas.  Tal  fué  Estefa- 
nía en  los  amores  de  Tirante  v  Carme- 
sina ;  Elísea  en  los  de  Hipólito  y  la 
Emperatriz:  Brangiana  en  los  de  Tris- 
tán  é  Iseo;  Darioleta  en  lor.  de  Perión 
y  Elisena;  Floriana  en  los  de  Belianís 
y  Florisbella:  Fileria  en  los  de  Florinco 
y  Beladina,  con  otras  que  fuera  largo 
contar.  Alguna  vez  ejercieron  este  ofi- 
cio las  mismas  Princesas,  como  las 
Infantas  Matarrosa  y  Galercia  con  Flo- 
risbella y  Lucenda,  señoras  de  Belia- 
nís y  (Mivante:  y  no  siempre  fueron  , 
medianeras  de  amores  felices,  como 
suí'cdió  á  Lindorena,  confidenta  de  la 
Princesa  Claristea,  amante  no  corres- 
pondida de  Belianís. 

(n)  Palmerin  de  Oliva,  cap.  V.  —  (bi  Caba-  ! 

Itero    de    la    Cniz.    lib.  II.    c.'iu.  XLVII.  —  ' 

(c)  Ib.,  cap.  LXXIII.  —  (rf)  Florambel,  lib.  < 
V,  cap.  XXI. 


PniMFRA    PARTE.    —    CAPÍTULO    XXI  341 

á  besar  las  manos,  y  clcs|)í<les('-  con  lanío  scnliniienlo,  (\\ie  oslará 
poco  [)ov  a(;abar  la  vida'.  Vase  dosdc  allí  á  su  apc^senlo,  ('chasc 
sobr«í  su  l(M'ho,  no  puede  dorniii-  del  dolor  de  la  parlida,  madruga 
muy  de  mañana,  vase  á  despedir  del  Hcy  y  de  la  Reina  y  de  la  In- 
lanla;  dícenle,  habiéndose  despedido^  de  los  dos,  que  la  señora 
Inianla  esl;\  mal  dispuesta,  y  qu(í  no  puede  recebir  visita;  piensa 
el  caballero  (¡ue  es  de  pena  de  su  partida,  traspásasele  el  corazón,  y 
falla  poco  de  no  dar  indicio  maniíiesLo  de  su  pena.  Está  la  doncella 
medianera  delante,  halo  de  notar  todo,  váselo  á  decir  á  su  señora, 
la  cual  la  recibe  con  láo^rimas,  y  le  dice  que  una  de  las  mayores  pe- 
nas que  tiene  es  no  saber  quií'^n  sea  su  caballero^,  y  si  es  de  linaje 


1.  Está  viciado  el  texto,  y  no  hace 
sentido;  lo  haría  diciéndose  :  eslava  en 
poco  el  acabársele  la  vida:  ó  fallará 
poco  para  acabársele  la  vida.  Algo  más 
abajo  hay  otra  expresión  semejante, 
que  también  está  defectuosa  :  Y  falla 
poco  de  no  dar  indicio  manifieslo  de  su 
pena.  Debió  ser  :  Y  falla  poco  para  dar 
indicio,  etc.;  ó  esld  en  poco  el  no  dar 
indicio  manifiesto  de  su  pena.  —  Poco 
después  se  dice  :  madruga  muy  de  ma- 
Tiana:  es  pleonasmo  :  madruga  mucho, 
ó  se  levanta  muy  de  mañana,  es  como 
convenia  haberse  dicho. 

2.  En  la  edición  de  160S  se  lee  : 
Diciéndole,  habiéndose  despedido  de 
los  dos,  etc.  Las  primitivas  de  160o  pu- 
sieron dícenle,  y  asi  debió  ponerse  en 
todas,  porque  lo  piden  el  sentido  y  la 
analogía.  Fué  nueva  errata,  añadida  á 
las  délas  ediciones  anteriores. 

3.  Este  caso  de  dudas  de  las  Infantas 
y  Princesas  y  consuelos  de  sus  don- 
cellas acerca  de  la  alcurnia  de  los 
aventureros,  se  repite  muchas  veces  en 
los  libros  de  Caballerías.  La  Princesa  Lu- 
cend  a  manifestaba  á  su  confidenta  Galer- 
cia  la  inquietud  en  que  estaba  por  no  sa- 
ber la  calidad  de  Olivante  de  quien  estaba 
enamorada.  Y  tratando  de  averiguarla 
de  su  escudero  Darisio,  esteles  dijo  el 
motivo  que  había  para  creer  que  era 
hijo  de  uno  de  los  grandes  Principes  de 
la  cristiandad;  á  lo  que  añadió  Galer- 
cia  :  Cierto,  sus  obras  no  dejan  demos- 
trar ser  de  muy  clara  y  alta  sangre  su 
nacimiento  [a).  Al  cabo  vino  á  saberse 
que  Olivante  era  hijo  de  Aureliano, 
Rey  de  Macedonia(6). 

(a)  Olivante,  Hb.  I,  cap.  XXXI  y  XXXIL 
—  (6)  Ib.,  lib.  II,  cap.  XIV. 


Decía  la  Princesa  Florisbella  ;i  su 
prima  y  confidenta  la  Infanta  Catarro- 
sa, hablándole  del  Caballero  de  los 
Basiliscos,  bajo  cuyo  nombre  se  ocul- 
taba el  Príncipe  D.  Belianís  de  Grecia  : 
¡  Ay  querida  prima  ! ¿Cómo  queréis  que 
no  muera  en  desconsuelo...  pues  he 
dado  del  todo  las  riendas  de  mi  liber- 
tad á  U7i  caballero  que  no  sé  quién  es, 
vencida  y  sujetada  sólo  por  el  valor  y 
destreza  que  tiene  en  las  armas  junta- 
mente con  la  más  extremada  hermo- 
sura y  apostura  que  jamás  se  vio  ?  Y 
Matarrosa  le  contestaba:  ¿Cómo  podéis 
vos  pensar  que  un  caballero  dotado  de 
tales  virtudes  sea  de  bajo  estado  {a}? 

Antes  de  descubrirse  que  el  Caballero 
de  Cupido  era  hijo  del  Emperador  de 
Alemania,  su  amante,  la  Princesa  Cu- 
pidea,  desahogaba  con  su  doncella 
Floreta  la  pena  de  no  saber  la  calidad 
de  su  querido.  Floreta  la  animaba,  y, 
después  de  otras  razones,  le  decía  : 
Cuanto  más,  que  en  un  caballero  tan 
perfecto  y  acabado  en  todas  bondades 
no  faltará  la  alteza  de  linaje... No  creo 
yo  que  á  quien  Dios  dotó  de  alteza  de 
armas  y  hermosura,  dejase  sin  el  de 
linaje  (6). 

Igual  cuidado  y  solicitud  mostraba 
la  Infanta  Olivia  á  su  doncella  Fidelia 
en  la  historia  del  Caballero  del  Febo, 
antes  de  que  supiese  que  Rosicler  era 
hijo  de  la  Princesa  de  Hungría  (c).  Ha- 
blando la  Infanta  Flérida  con  la  don- 
cella Arlada  de  su  amor  al  Príncipe 
D.  Duardos,  quien  para  poder  hablarla 


(o)  Belianís,  lib.  II,  cap.  VII.  —  (b)  Ca- 
ballero de.  la  Cruz,  lib.  II,  cap.  XLVII. 
—  (c)  Parte  I,  lib.  I,  cap.  XXXVIII  y 
XLIII. 


342  DON    QUIJOTE   DE    LA    MANCHA 

de  Reyes  ó  no;  asegura  la  doncella  que  no  puede  caber  tanta  cor- 
tesía, gentileza  y  valentía  como  la  de  su  caballero  sino  en  sujeto 
Real  y  grave' ;  consuélase  con  esto  la  cuitada,  y  procura  consolarse'-, 
por  no  dar  mal  indicio  de  sí  A  sus  padres,  y  í\  cabo  de  dos  días  salr 
en  público.  Ya  se  es  ido  el  caballero;  pelea  en  la  guerra,  vence  al 
enemigo  del  Rey,  gana  muchas  ciudades-',  triunfa  de  muchas  bata- 
llas"*; vuelve  á  la  corte,  ve  á  su  señora  por  donde  suele,  conciértase 
que  la  pida  á  su  padre  por  mujer  en  pago  de  sus  servicios,  no  se  la 
quiere  dar  el  Rey,  porque  no  sabe  quién  es;  pero  con  todo  esto,  ó 
robada '',  ó  de  otra  cualquier  suerte  que  sea,  la  Infanta  viene  íi  ser 


se  había  presentado  con  disfraz  de  la- 
brador y  nombre  de  Julián,  le  mani- 
festaba su  cuidado  por  no  saber  si  era 
villano,  según  aparentaba,  ó  caballero, 
como  habiadicho.  y  Artada  le  contestó  : 
Él  es  lan  apuesto  y  de  tan  buenas  ma- 
neras, que  yo  no  puedo  creer  que  él 
sea  villano :  y  bien  puede  ser  (pues  él 
dijo  que  era  caballero)  que  sea  de  alia 
guisa  {a). 

Por  fin  estas  señoras  dudaban  antes 
de  casarse.  Más  apurado  fué  el  caso  de 
Beatriz,  hija  de  la  Duquesa  de  Bullón, 
la  cual  se  casó  con  el  Caballero  del 
Cisne  antes  de  saber  quién  fuese,  en 
premio  de  haber  defendido  á  ella  y  á  su 
madre  de  las  demasías  del  Duque  Rai- 
ner  deSajonia.  En  tal  estado  se  le  apa- 
reció un  ángel,  de  quien  quiso  infor- 
marse, y  le  dijo  :  Vos  pido  merced  que 
me  fagades  saber  desle  caballero  que 
conmigo  es  casado,  que  tan  famoso  es, 
de  lan  hienas  mañas  é  lan  buen  caba- 
llero de  armas,  si  es  de  gran  linnje,  6 
cómo  es  su  fecho...  liespondióle  el 
ángel...  De  su  linaje,  porque  prega u- 
tasle,  le  digo  que  es  tan  fidalgo.de  to- 
das las  partes  donde  él  viene,  que  el 
Emperador  de  .ílemaüa  no  lo  es  más 
de  allí  donde  él  más  vale,  é  deslo  sed 
bien  cierta  [b). 

1.  Grave  se  dice  de  las  personas  cir- 
cunspectas y  de  costumbres  severas,  y 
se  dice  del  carácter  personal,  no  del 
linaje,  que  es  de  lo  que  aquí  se  trata. 
Grave  se  llamará  á  un  Sacerdote,  á  un 
Magistrado,  pero  no  á  un  Príncipe  ni 
á  un  caballero  joven  y  gallardo.  Asi 
que  en  esta  ocasión  la  denominación 
de  grave  está  fuera  de  su  lugar,  ó  se 

ia)  Primaleón,  ca]).  CI.  —  (6)  Gran  Con- 
quista de  Ultramar,  lib.  I,  cap.  LXXXIII. 


quiso  poner  en  ridículo  á  quien  habla. 

•2.  Del  que  ya  está  consolado,  es  ino- 
portuno y  superfino  decir  que  procura 
consolarse.  Otra  cosa  sería,  y  cesara 
enteramente  el  reparo,  si  en  lugar  de 
consolarse  dijera  procura  componer  el 
semblante,  ó  alegrarse,  corao  puso  la 
edición  de  Londres  de  1738. 

'.i.  Semejantes  fueron  las  aventuras 
que  refiere  la  historia  de  Oliveros  de 
Castilla.  El  cual,  aplaudido  del  pueblo 
por  su  valor,  y  acompafi  ido  de  los  ca- 
balleros que  habían  salido  á  recibirle 
por  mandado  del  Rey  de  Inglaterra, 
lué  á  su  palacio,  donde  vio  á  la  her- 
mosa Infanta  Elena  :  y  prendado  y 
correspondido  de  ella,  sin  que  se  su- 
piese que  era  de  estirpe  real,  aunque 
sus  hechos  y  fisonomía  le  dabaii  ser  de 
gran  linaje,  pidió  ucencia  al  Rey  para 
servirle  en  la  guerra  que  le  habían  de- 
clarado los  Reyes  de  Irlanda. Obtenida 
esta  merced,  le  besó  la  mano  y  se  des- 
pidió del  Rey, y  asimismo  de  su  señora, 
no  sin  )null¿lud  de  lágrimas.  Sale  de 
la  corte,  pelea  con  los  enemigos,  los 
vence  en  varias  batallas,  gana  villas  y 
ciudades,  h  ice  prisioneros  á  los  Reyes 
de  Irlanda,  vuelve  con  gran  triunfo  á 
Londres,  presenta  los  presos,  y  en  pre- 
mio de  sus  servicios  recibe  por  mujer 
á  la  Infanta.  Después  se  supo  que  era 
liijo  del  Rey  de  Castilla. 

4.  Se  triunfa  del  enemigo,  pero  no 
de  las  batallas.  Debió  escribirse  triunfa 
en  amichas  batallas,  y  así  diría  acaso 
el  original. 

o.  El  Príncipe  D.  Duardos,  ciega- 
mente ennmorado  de  la  Infanta  Flérida, 
hija  de  Palmerin,  Emperador  de  Cons- 
tantinopla,  se  la  llevi>  robada. Después 
de  varios  sucesos,  el  Emperador,  noti- 
cioso de  las  proezas  de  D.  Duardos,  y 


PHIMEUA    PAKTK. 


CAIMILLO    XXI 


:u:i 


SU  osposn,  y  su  padic  lo  viiMio  ;'i  loníir  j'i  ^rau  veiiliiia,  {)orquc  se 
vino  á  averiguar  que  el  lal  caballero  es  hijo  de  un  valeroso  Rey  de 
no  ^'é  qué  reino,  porque  creo  (jue  no  debe  de  estar  en  el  mapa  ^ ; 
niuéi'ose  el  padre,  hereda  la  Inl'anla,  queda  Rey  el  caballero^  en 
dos  palabras.  A(pií  entra  lueí:;:o  el  ha<-er  mercedes  á  su  escudero  y  ;'« 
todos  a([uellos  <pie  le  ayudaron  á  subir  á  tan  alio  estado;  casa  «i  su 
escudero  con  una  doncella  de  la  Infanta,  que  será  sin  duda  la  que 
fué  tercera  en  sus  amores,  que  es  hija  de  un  duque  muy  princij)al  •'. 
Eso  pido,  y  barras  derechas,  dijo  Sancho ;  á  eso  me  atenazo,  porque 


que  era  hijo  del  Rey  de  Inglaterrii, 
perdonó  a  ambos,  y  los  hizo  venir  á  su 
corte,  (ioiule  se  solemnizaron  sus  bodas 
con  grandes  (iostas  y  alegrías  (a). 

El  texto  ofrece  en  este  periodo  una 
repetición desalifiada  :  la  ínffnilaw'ieAie. 
á  ser  su  espora,  >/  su  padre  ¿o  viene  ó 
tener  ú  qran  venlura,  porque  se  vino  á 
averiguar,  etc. 

1.  Se  ríe  aquí  Cervantes  de  la  extra- 
vagante nomenclatura  de  reinos  y  es- 
tados fingidos,  que  se  encuentran  ea 
las  historias  cabailere.scas.  Tales  son 
entre  otros  el  reino  de  Sobraclisa  en 
Ainadis  de  Gaula.  el  de  Lira  en  c\  Ca- 
ballero del  Febo,  el  de  Galdana  y  el  de 
Guindaba  en  Florisel,  y  el  de  Úrnian- 
dia  en  i'olicisne. 

2.  Narración  rápida,  sin  conjunrio- 
nes  que  la  entorpezcan,  y  digno  reñíale 
de  la  descripción  déla  imaginada  his- 
toria del  Caballero  del  Sol  ó  de  la  Ser- 
piente, que  precede.  En  toda  ella  se  ve 
el  rapto  de  una  desvariada  fantasía, 
que,  rotos  los  diifues  de  la  razi'm,  i-e 
derrama  cual  torrente  que  sale  de  ma- 
dre, y  camina  sin  obstáculos  que  la  de- 
tengan, ni  otros  limites  que  los  que 
ofrece  el  campu  de  la  caprichosa  his- 
toria caballeresca.  ¡Qué  bosquejo  tan 
animado  y  tan  consiguiente  al  efecto 
que  la  lectura  de  los  libros  de  Caba- 
llería debió  producir  en  el  cerebro  dei 
hidalgo  manchego!  ¡Qué  propio  del 
asunto  de  que  se  trata,  y  qué  propio 
del  carácter  de  quien  habla!  El  estilo 
corre  como  las  ideas;  las  expresiones 
son  como  inspiradas  y  proféticas;  las 
imágenes  se  encadenan  unas  con  otras, 
y  el  lector,  .irrastrado  por  la  corriente 
de  la  narración,  no  puede  detenerse. 


Nótese  el  artificio  (por  supuesto,  que 
no  pensaba  en  ello  Cervantes)  conque 
se  procede  en  este  razonamiento  de 
D.  Quijote.  Empiézase  en  él  con  verbos 
de  futuro  :  irán  pregonando,  saldrán 
Lodos,  cenará  el  caballero,  se  despedi- 
rá :  después,  acalorándose  progresiva- 
mente el  discurso,  se  habla  ya  de  pre- 
sente :  vosea  su  aposento,  c'c/í  ase  sobre 
su  lecho,  no  puede  dormir,  piensa  el 
caballero,  asegura  la  doncella:  y,  final- 
mente, se  concluye  con  pretéritos,  co- 
mo si  las  cosas  fuesen  ya  pasadas  y 
cumplidas  :  ya  se  es  ido  el  caballero, 
se  üino  á  averiguar.  Todo  contribuye 
á  precipitar  la  relación,  estrechando 
el  cuadro  en  cuanto  á  las  palabras,  y 
ensanchándolo  en  cuanto  á  las  ideas, 
al  tiempo  y  á  los  acontecimientos.  — 
Es  uno  de  los  trozos  en  que  inils  res- 
plandece la  inventiva  de  Cervantes,  y 
la  originalidad  y  mérito  do!  Qumote. 

3.  De  esta  clase  de  premio,  dispen- 
sado por  los  caballeros  andantes  á  sus 
escuderos,  hay  varios  ejemplos  en  sus 
historias.  Amadis  de  Gaula,  siendo  ya 
Rey,  casó  á  su  escudero  Gandalín  con 
la  doncella  de  Dinamarca,  que  había 
mediado  en  sus  amores  coa  la  sin  pai- 
Oriana  (a).  Tristán  premió  al  confidente 
de  sus  galanteos  con  la  mano  de  Bran- 
giana,  confidenta  de  su  querida  Iseo, 
dándole  además  el  gobierno  del  reino 
de  Leonís.  Tirante  el  Blanco  casó  á 
Diofebo,  que  había  intervenido  en  su 
correspondencia  amorosa,  con  la  con- 
fidenta de  Carmesina,  la  doncella  Este- 
fanía, que  era  hija  del  Duque  de  Mace- 
donia,  persona  muy  principal,  que 
ocupaba  una  de  las  primeras  dignida- 
des del  Imperio  [b). 


{n)    Privmleón ,    cap . 
CLXXXl  V  CXCIV. 


GLVII,    CI>XXX, 


(a)  Serr/as  de  Esplandián,  cap.  CXL- 
Tirante,  parte  I,  cap.  LXIII. 


(6) 


;j  i4 


DON    OLIJOTE    DE    LA    MANCHA 


todo  al  pie  de  la  letra  ha  de  suceder  por  vuestra  merced,  llamán- 
dose el  Caballero  de  la  Triste  Figura.  Ño  lo  dudes,  Sancho,  replico 
D.  Quijote,  porque  del  mismo  modo  y  por  los  mismos  pasos',  que 
esto  he  contado,  suben  y  han  subido  los  caballeros  andantes  ú  ser 
Reyes  y  Emperadores;  sólo  falta  ahora  mirar  qué  Rey  de  los  cris- 
tianos ó  de  los  paganos  tenga  guerra,  y  tenga  hija  hermosa ;  pero 
tiempo  habrá  para  pensar  esto,  pues  como  te  tengo  dicho,  priniero 
se  ha  de  cobrar  fama  por  otras  partes,  que  se  acuda  á  la  corte. 
También  me  falta  otra  cosa,  que  puesto  caso  que  se  halle  Rey  con 
guerra  y  con  hija  hermosa,  y  que  yo  haya  cobrado  fama  increíble'-^ 
por  todo  el  universo,  no  sé  yo  cómo  se  podía  hallar  que  yo  sea  de 
linaje  de  Reyes,  ó  por  lo  menos  primo  segundo  de  Emperador; 
porque  no  me  querrá  el  Rey  dar  á  su  hija  por  mujer,  si  no  está 
primero  muy  enterado  en  esto,  aunque  más  lo  merezcan  mis  famo- 


i.  Dos  son  los  casos  que  me  ocurren 
en  la  historia  caballeresca  más  pareci- 
dos á  la  del  Caballero  del  Sol,  dibujada 
por  D.  Quijote,  y  que  pudieron  sumi- 
nistrar á  Cervantes  más  alusiones  y 
semejanzas  :  el  de  Tirante  en  Constan- 
tinopla,  y  el  de  Lepolemo  en  la  corte 
de  Francia. 

Tirante  llega  precedido  de  la  fama  de 
sus  hazañas  á  Conslantinopla :  el  Em- 
perador envia  sus  caballeros  á  recibirle ; 
quiere  ver  la  entrada,  sale  á  su  encuen- 
tro, le  da  paz  besándole  en  el  rostro, 
le  toma  por  la  mano  y  lo  lleva  al  apo- 
sento ó  cámara  de  la  Emperatriz,  con 
quien  está  su  hija  la  Princesa  Carme- 
sina.  .\lli  se  miraron  el  Caballero  y  la 
Princesa,  y  quedaron  mutuamente 
enamorados.  Hubo  rico  mantón  reca- 
mado, doncella  confidenta,  guerra  con 
otro  Principe,  victorias  en  ella  de  Ti- 
rante (o)  ;  y  si  no  se  verificó  su  casa- 
miento con  la  Princesa,  fué  porque  lo 
estorbó  la  muerte,  que,  cuando  ya  vol- 
vía trivmfante.  lo  arrebató  casi  á  las 
puertas  de  Constantinopla. 

Lepolemo, conocido  ya  anteriormente 
por  sus  proezas,  había  vencido  al  gi- 
gante Trasiieón  y  desencantado  al  Sol- 
dán de  Egipto,  cuando  llegó  á  la  corte 
del  Rey  de  Francia.  Este  le  recibió  con 
magnificencia,  saliendo  de  París  á  su 
encuentro  muchos  caballeros  cortesa- 
nos. El  Rey  lo  presentí')  á  la  Reina  y  á 
la  Infanta  Anclriana,  la  cual,  aunque 

(a)  Tirante,  parte  I.  cap.  XL  y  siguientes. 


prendada  de  Lepolemo  como  él  de  ella, 
se  esforzó  Lo  que  pudo  por  dUiimular... 
N'o  se  hartaba  el  Caballero  de  la  Cruz 
de  mirar  á  la  Infanta,  y  ella  á  él.  aun- 
que con  disimulo  y  á  furto  por  evitar 
sospechas.  La  Infanta  se  lamentaba 
con  su  doncella  Germana  de  verse  cau- 
tiva de  un  hombre  que  no  sabía  si  era 
hijo  de  moro  ó  de  villano.  En  esto  se 
ofreció  una  »uerra,  donde  Lepolemo 
quiso  servir  al  Rey.  Obtenida  la  licen- 
cia, se  despidió  de  la  Reina  y  de  la 
Infanta,  la  cual  le  rogó  que  se  detu- 
viese lo  menos  posible,  y  así  prometió 
hacerlo  Lepolemo.  Vence  el  caballero 
en  la  guerra,  prende  al  jefe  rebelde  de 
los  contrarios,  vuelve  á  la  corte,  ve  á 
su  señora  por  la  reja  de  un  jardín  á 
que  caía  el  aposento  de  la  doncella,  y 
Andriana,  sabedora  ya  de  la  calidad  y 
estirpe  nobilísima  de  su  amante,  le  da 
allí  mismo  la  mano  de  esposa.  Última- 
mente el  Rey,  noticioso  de  que  Lepo- 
lemo era  hijo  de  Emperador,  consiente 
gustoso  en  su  casamiento  (a). 

2.  Esto  de  la /"ama  i/iccei6/e  de  D.  Qui- 
jote viene  á  ser  como  lo  de  las  inaudi- 
tas hazañas  del  Caballero  de  la  Blanca 
Luna  en  el  capitulo  LXIV  de  la  segunda 
parte:  anfibología  ingeniosa,  que  apa- 
renta una  cosa  y  realmente  significa 
otra,  porque,  en  efecto,  ni  las  hazuañs 
del  Bachiller  Carrasco  se  oyeron,  ni  li 
fama  de  D.  Quijote  yjudo  creerse. 

(a)  Caballero  de  la  Cruz,  lib.  I.  caps.  LXV, 
LXVI,CXXIV,CXVVII,CXXXIII,CXXXIV, 
CXXXVII,  CXLIV  Y  CLL 


PHIMKKA    PAHTE.    —    CAPITULO    \\I  343 

M)s  hechos;  así  (¡luí  por  osla  falla  Icino  perder  h>  (juc  rui  lirazo 
tiene:  bien  merecido.  Bien  es  verdad  (jue  yo  soy  hijodalgo  de  sohtr 
eoiiooido,  de  |íosesi(in  y  j)ropiedad,  y  de  deverifj;-ar  (luinientos  suel- 
dos '  ;  y  j)odría  ser  (jue  el  sabio  ipie  escribiese  mi  historia,  deslin- 
dase de  tal  manera  mi  parenlela  y  decendencia^,  que  me  hallase 
(plinto  ó  sexto  nieto  de  Rey-'.  Portjue  te  hago  .saber,  Sancho,  <¡uc 
hay  dos  maneras  de  linajes  en  el  mundo,  unos  que  traen  y  derivan 
su  deeendencia  de  Pr!ncii)es  y  Monarcas,  á  quien  poco  á  poco  el 
tiempo  ha  desecho,  y  han  acabado  en  punta  como  pirámides;  otros 
tuvieron  principio  de  gente  baja,  y  van  subiendo  de  grado  en  grado 
hasta  llegar  á  ser  grandes  señores;  de  manera,  que  está  la  diferen- 
cia en  que  unos  fueron  que  ya  no  son,  y  otros  son  que  ya  no  fueron, 
y  podría  ser  yo  destos  ',  (¡ue  después  de  averiguado  hubiese  sido 


1.  Las  leyes  del  Fuero  Juzgo,  que 
rigieron  en  España  desde  su  eslableci- 
mionto  en  el  periodo  de  la  dominaci(Jn 
goda  hasta  entrado  el  siglo  xiir,  y  se 
repitieron  en  Fueros  posteriores,  im- 
ponían 500  sueldos  de  pena  ;i  los  que 
hacían  perjuicio  ú  ofensa  grave  á  per- 
sonas nobles,  las  cuales  percibían  esta 
nnüta  en  indemnización  del  agravio. 
El  que  se  hacía  á  personas  de  inferior 
clase,  se  satisfacía  con  menores  penas 

Secuniarias  :  de  suerte,  que  la  cantidad 
e  la  multa  indicaba  la  calidad  del 
agraviado.  De  aquí  vino  la  denomina- 
ción de  hidalno  de  devengar  500  suel- 
dos, que  era  la  multa  mayor  señalada 
por  las  leyes,  y  que  alguna  vez  se  aplicó 
también  a  los  agravios  cometidos  con- 
tra los  ministros  de  justicia,  y  aun 
contra  los  canónigos  y  clérigos  de  cier- 
tas iglesias,  por  la  mayor  importancia 
de  sus  personas. 

2.  Mejor  diría  mi  parentela  y  ascen- 
dencia^ porque  descendencia  significa 
la  progenie  subsiguiente,  y  ésta  ni  da 
nobleza  al  progenitor,  ni  pudiera  des- 
lindarse antes  de  ser  conocida. 

."5.  El  Licenciado  Diego  Matute  de 
Peñafiei  Contreras,  natural  de  Granada, 
Catedrático  de  Teología  en  su  Univer- 
sidad y  Canónigo  de  Baza,  con  ocasión 
de  escribir  el  libro  intitulado  Prosapia 
de  Cristo,  escribió  también  el  árbol 
genealógico  del  Rey  Felipe  III  y  de  su 
privado  el  Duque  de  Lerma,  á  quien 
dedicó  laobra.  Empieza  en  Adány  Eva,  y 
lleva  la  descendencia  pasando  por  Hér- 
cules hasta  Tros,  Rey  de  Troya.  En  los 
dos  hijos  de  éste,  Illo  y  Asara  co  ,    (r 


laza  las  dos  familias  del  Rey  y  su 
valido  :  la  Real  en  Illo,  y  la  l)ucal  en 
Asáraco;  aquélla  compuesta  de  ciento 
diez  y  nueve  generaciones,  y  ésta  de 
ciento  ventidós,  todas  por  línea  recta 
de  varón  en  varón,  que  se  especifican 
y  nombran  sin  tropezar  en  barras. 
Entre  otras  particularidades  notables, 
contiene  este  libro  singular  la  de  que 
el  Rey  y  el  Duque  eran  descendientes 
de  la  Sibila  Eritrea,  nuera,  según  dice, 
de  Noé  y  mujer  del  Patriarca  Jafet.  En 
resolución,  el  libro  es  tal,  que  el  Duque 
de  Lerma,  que  no  debía  padecer  mucho 
de  escrúpulos,  lo  tuvo  de  que  saliese  á 
luz  junto  con  la  Prosapia  de  Cristo,  y 
lo  mandó  imprimir  aparte.  Así  lo  re- 
fiere el  mismo  autor,  atribuyéndolo  á 
la  insigne  piedad  de  que  Dios  dotó  al 
Duque. 

D.  Quijote  sólo  habló  de  cinco  ó  seis 
generaciones  :  hubo  de  creer  que  era 
difícil  (y  lo  es  con  efecto)  subir  más 
arriba.  Mas  esto  era  un  grano  de  anís 
para  el  genealogista  del  Duque  de 
Lerma. 

Si  se  atiende  al  genio  satírico  de 
Cervantes,  no  es  increíble  que  en  este 
pasaje  quiso  motejar  el  furor  común  de 
su  tiempo  (y  de  que  algunos  acusan  á 
los  paisanos  de  D.  Quijote)  de  apetecer, 
buscar  y  hallar  entronques  y  paren- 
tescos generosos  é  ilustres. 

4.  El  ya  está  dislocado,  y  las  palabras 
yo  destos  sobran;  y  lo  uno  y  lo  otro 
descompone  el  sentido,  que  estaría 
bien,  diciéndose :  otros  sori  ya  que  no 
fueron;  y  podría  ser  que  después  de 
averiguado  hubiese  sido  mi  principio 


346 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


mi  principio  grande  y  famoso,  con  lo  cual  se  debía  de  contentar  el 
Rey,  ini  suegro  \  <jue  huhiere  de  ser;  y  cuando  no,  la  Infanta  me 
ha  de  querer  de  manera,  que  á  pesar  de  su  padre,  aunque  clara- 
mente sepa  que  soy  hijo  de  un  a/acán  ^,  me  ha  de  admitir  por  señor 
y  por  esposo;  y  si  no,  aquí  entra  el  roballa  y  llevarla  donde  más 
gusto  me  diere,  que  el  tiempo  ó  la  muerte  ha  de  acabar  el  enojo  de 
sus  padres.  Ahí  entra  bien  también,  dijo  Sancho,  lo  que  algunos 
desalmados  dicen  :  No  pidas  de  grado  lo  que  puedes  tomar  por 
fuerza,  aunque  mejor  cuadra  decir  :  Más  vale  salto  de  mata-',  que 
ruego  de  hombres  buenos;  dígolo,  porque  si  el  señor  Rey,  suegro 
de  vuestra  merced,  no  se  quisiere  domeñar  á  entregarle  á  mi  se- 
ñora la  Infanta,  no  hay  sino,  como  vuestra  merced  dice,  roballa  y 
trasponella ;  pero  está  el  daño  que  en  tanto  que  se  hagan  las  paces 
y  se  goce  pacíficamente  del  reino,  el  pobre  escudero  se  podrá  estar 
á  diente^  en  esto  de  las  mercedes,  si  ya  no  es  que  la  doncella  ter- 


grande  y  famoso.  Otra  dislocación  se 
observa  en  las  palabras  que  siguen  : 
con  lo  cual  se  debía  de  conlentar  el 
Rey  mi  sueyro  que  hubiere  de  ser. 
Mejor  :  el  Rey  que  hubiere  de  ser  mi 
suegro. 

1.  ¿Y  qué  es  de  Dulcinea?  Con  tal 
vehemencia  presentaba  las  cosas  á 
D.  Quijote  su  exaltada  fantasía,  que  en 
aquellos  momentos  llegó  á  olvidarse  de 
la  que  en  otra  ocasión  llamó  señora  de 
su  alma.,  reina  de  sus  deseos,  día  de  su 
noche,  (¡loria  de  su  pena,  norle  de  sus 
caminos,  estrella  de  su  ventura  (a). 
Mas  no  fué  extraño  que  así  sucediera  á 
D.  Quijote  estando  loco,  cuando  su 
escudero,  sin  estarlo,  se  había  olvidado 
de  su  Teresa,  todo  engolosinado  con  la 
esperanza  de  ser  Conde,  y  pedía  á  toda 
prisa  casarse  con  la  doncella  imagi- 
naria, tercera  de  los  amores  de  su  amo 
con  la  futura  Infanta,  so  pido,  decía 
poco  ha,  '/  barras  derechas.  Verdad  es, 
que  algo  lo  enmienda  Sancho  en  ade- 
lanto, cuando  refiriendo  al  Cura  y  al 
Barbero  las  esperanzas  que  tenía  de  que 
su  amo  llegase  á  ser  Emperador  ó  por 
lo  menos  Monarca,  les  anadia,  que 
en  siéndolo,  le  había  de  casar  ú  él, 
porque  ya  sería  viudo  (que  no  podía  ser 
menos)  y  le  había  de  dar  por  tnujer  á 
una  doncella  de  la  Emperatriz,  here- 
dera de  un  rico  y  grande  estado  [b). 


2.  Voz  de  origen  arábigo,  que  signi- 
fica aguador :  se  usaba  no  sólo  en 
Toledo,  como  indica  D.  Sebastián  de 
Covarrubias  en  su  Tesoro  de  la  lengua 
castellana,  sino  generalmente  en  (bas- 
tilla, como  se  ve  por  este  ejemplo  de 
Cervantes,  y  por  los  de  Fr.  Luis  de 
Granada  y  otros  escritores  antiguos.— 
Suele  darse  también  el  mismo  nombre 
á  los  pellejos  grandes  que  sirven  para 
conducir  el  aceite. 

3.  Refrán  que  cita  Gonzalo  Fernán- 
dez de  Oviedo  en  sus  Quinciuigenas  {a), 
y  lo  prueba  con  el  ejemplo  del  Conde 
de  Salvatierra  :  Esto  probó  bien,  dice, 
el  mal  consejado  JJ.  Pedro  r/<?  Ayala, 
Conde  de  Salvatierra  é  Mariscal  deliem- 
pudia.  que  hahiendo  seido  comunero .  é 
fecho  notables  enojos  y  deservicios  al 
Emperador  Rey  nuestro  señor,  no  .se  yo 
sobre  qué  prenda  ó  jjalnhra  se  presentó 
en  la  cárcel  real:  pero  en  fin,  en  ella 
murió,  corno  imprudente  é  mal  conse- 
jado caballero.  E  de  aquella  torre  de  la 
pnierta  de  Sanl  Pablo  en  Burgos  ü  la 
hora  que  tañían  al  Ave  María,  le  saca- 
ron é  pusieron  en  unas  andas,  é  lo  lleva- 
ron á  enterrar  los  pies  defuera,  puestos 
unos  grillos,  año  de  lo24. 

i.  Exjiresión  familiar,  estar  sin  comer, 
no  haber  comido  :  y  metafóricamente 
se  aplica  á  los  que  carecen  ó  están  pri- 
vados de  alguna  cosa  que  desean. 


fa)  Parte  I,  cap.  XXV.  —  («)   ib.,   cap. 


(a)  Quincuag.  i,  est.  22. 


iMílMIÍIlA    l'Ali'li;.     —    C.Al'ÍTUI.O    XXI  ^Al 

cera  <]ii<',  lia  de  ser  su  miij(M",  so  sale  con  la  InlVinla,  y  él  pasa  ron 
ella  su  mala  ventura  liasla  <ju(í  el  rÁclo  ordene  otra  cosa;  poríjue 
bien  [lodrá,  creo  yo,  desde  Jueg'o  dársela  su  señor  por  legítima  es- 
posa. Kso  no  hay  quien  lo  ([uite,  dijo  D.  Quijote.  Pues  como  eso 
sea,  respondió  Sancho,  no  hay  sino  encomendarnos  á  Dios,  y  dejar 
correr  la  suerte  por  donde  mejor  lo  encaminare.  Hágalo  Dios,  res- 
pondió D.  Quijote,  como  yo  deseo,  y  tú,  Sancho,  has  menester,  y 
ruin  sea  quien  por  ruin  se  tiene.  Sea  por  Dios,  dijo  Sancho,  que  yo 
cristiano  viejo  soy,  y  para  ser  Conde  esto  me  basta.  Y  aun  te  sobra, 
dijo  D.  Quijote,  y  cuando  no  lo  fueras,  no  hacía  nada  al  caso, 
por(|ue  siendo  yo  el  Rey,  bien  te  puedo  dar  nobleza  sin  que  la  com- 
pres ni  me  sirvas  con  nada,  porque  en  haciéndote  Conde,  cátate  ahí 
caballero,  y  digan  lo  que  dijeren,  que  á  buena  fe  que  te  han  de 
llamar  señoría  mal  que  les  pese.  Y  ¡montas!,  que  no  sabría  yo  auto- 
rizar el  litado,  dijo  Sancho.  Dictado  has  de  decir,  que  no  litado, 
dijo  su  amo.  Sea  así,  respondió  Sancho  Panza ;  digo  que  le  sabría 
bien  acomodar,  porque  por  AÍda  mía  que  un  tiempo  fui  muñidor  de 
una  cofradía ',  y  que  me  asentaba  tan  bien  la  ropa  de  muñidor,  que 
decían  Lodos  que  tenía  presencia  para  poder  ser  prioste  de  la 
mesma  cofradía.  ¿Pues  qué  será  cuando  me  ponga  un  ropón  ducal  ^ 
á  cuestas,  ó  me  vista  de  oro  y  de  perlas  á  uso  de  Conde  extranjero? 
Para  mí  tengo  que  me  han  de  venir  á  ver  de  cien  leguas.  Bien  pa- 
recerás, dijo  D.  Quijote  ;  pero  será  menester  que  te  rapes  las  barbas 


1.  MuJiidor  viene  del  latino  monitor,  de  la  dominación  austríaca  hicieron 
el  criado  ú  oficial  de  la  cofradía  que  grandes  negocios  y  granjerias  alemanes 
tiene  el  cargo  de  avisar  á  los  hermanos  y  genoveses.  El  lujo  y  ostentación  de 
para  que  asistan  á  las  juntas  ó  fun-  sus  personas  contrastaríasingularmente 
clones  qne  se  celebran.  Él  de  la  coi'ra-  con  la  modestia  de  los  trajes  corlesa- 
día  de  que  lo  era  Sancho  debía  de  gas-  nos  de  Castilla,  conforme  á  las  pi-agmá- 
tar  traje  señalado,  como  ahora  los  ticas  promulgadas  por  los  Reyes  Cató- 
pertigueros  y  otros  dependientes.  —  lieos,  y  repetidas  por  sus  sucesores.  El 
Prioste,  lo  mismo  que  Prior,  cabeza  ó  coiorentre  nosotrosera  exclusivamente 
hermano  mayor  de  cofradía.  Sancho  el  negro,  en  especial  desde  fines  del 
había  sido  taujbién  Prioste  en  su  lugar,  siglo  xvi,  como  se  ve  por  los  monu- 
como  lo  cuenta  en  el  capítulo  XLIU  de  mentos  coetáneos,  y  con  arreglo  á  esto 
la  segunda  parte,  y  en  el  presente  en  la  comedia  Las  ferias  de  Madrid,  de 
pasaje  debiera  recordarlo;  pero  se  le  Lope  de  Vega,  decía  Lucrecio  á  Leandro, 
olvidó  á  Sancho,  ó  por  mejor  decir,  se  que  alababa  un  vestido  de  color  : 

le  olvidó  á   Cervantes,    según  su  eos-  colores  en  el  hombre  cortesano 

lumbre.  I^o  misino  son  que  en  el  soldado  el  negro; 

2.  Ropón  ducal  :  manto  forrado  de  e1  vestido  de  corte  es  negro  y  llano, 
armiños,  propio  de  la  dignidad  y  jerar- 
quía de  Duque.  —  Conde  extranjero  :  Las  noticias  contenidas  en  esta  ex- 
quizá  es  alusión  al  excesivo  adorno  presión  de  Sancho  parecen  superiores 
personal  de  algún  extranjero  conocido.  á  su  erudición,  á  no  ser  que  las  adqui- 
fuese  embajador  ó  más  bien  arbitrista  riese  durante  el  mes  que  estuvo  en  la 
de  los  que  venían  á  buscar  su  fortuna  corte,  de  que  se  habla  en  el  pasaje 
á  la  corte  de  España,  donde  en  tiempos  siguiente. 


348  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

á  menudo,  que  según  las  tienes  de  espesas,  aborrascadas  y  mal 
puestas,  si  no  te  las  rapas  á  navaja  cada  dos  días  por  lo  menos,  á 
tiro  de  escopeta  se  echará  de  ver  lo  que  eres.  ¿Qué  hay  más,  dijo 
Sancho,  sino  lomar  un  barbero,  y  tenerle  asalariado  en  casa  ?  y  aun 
si  fuere  menester  le  haré  (¡ue  ande  tras  mí  como  caballerizo  de 
Grande.  ¿Pues  cómo  saJjes  tú,  preguntó  D.  Quijote,  que  los 
Grandes  llevan  detrás  de  sí  á  sus  caballerizos?  Yo  se  lo  diré,  respon- 
dió Sancho  :  Los  años  pasados  estuve  un  mes  en  la  corte',  y  allí  vi 
que,  paseándose  un  señor  muy  petjueño,  que  decían  era  muy 
grande^,  un  hombre  le  seguía  á  caballo  á  todas  las  vueltas  que 
daba,  que  no  parecía  sino  (¡ue  era  su  rabo.  Pregunté  que  cómo 
aquel  hombre  no  se  juntaba  con  el  olro  hombre,  sino  (jue  siempre 
andaba  tras  del ;  respondiéionme  que  era  su  caballerizo,  y  que  era 
uso  de  Grandes  llevar  tras  sí  á  los  tales-* ;  desde  entonces  lo  sé  tan 
bien,  que  nunca  se  me  ha  olvidado.  Digo  que  tienes  razón,  dijo 
I).  Ouijote,  y  que  asi  puedes  tú  llevar  á  tu  barbero,  que  los  usos  no 
vinieron  todos  juntos  ni  se  inventaron  á  una,  y  puedes  ser  tú  el  pri- 
mero Conde  que  lleve  tras  si  su  barbero ;  y  aun  es  de  más  coníianza 
el  hacer  la  barba  que  ensillar  un  caballo.  Quédese  eso  del  barbero 
á  mi  cargo,  dijo  Sancho,  y  al  de  vuestra  merced  se  quede  el  procu- 
rar venir  á  ser  Rey  y  el  hacerme  Conde.  Asi  será,  respondió  D.  Qui- 
jote, y  alzando  los  ojos,  vio  lo  que  se  dirá  en  el  siguiente  capítulo ■•. 

1.  Es  reparable,  atendido  el  carácter  y  opulencia  de  su  cuna,  le  hacían  un 
parlero  de  Sancho,  que  en  ninguna  otra  seFior  mu;/  cjrande,  y  la  naturaleza  le 
ocasión  mencione  este  viaje  suyo  á  la  hizo  un  señor  muy  pequeño.  (Consta,  en 
corte,  ni  hable  de  lo  que  por  necesidad  efecto,  que  era  pequeño  de  cuerpo.  En 
hubo  de  ver  y  observar  en  ella.  conclusión,  dice  Domingo  Antonio  Pa- 

2.  «¿Quién  era  este  señor?  Por  las  rrino,  hablando  de  las  calidades  del 
señas  que  da  Sancho,  pudiera  conjetu-  Duque,  él  fué  uno  de  los  hombres 
rarse  que  era  D.  Pedro  Girón,  Duque  grandes  de  su  siglo,  que  de  pequeño  no 
de  Osuna,  Virrey  primero  de  Sicilia  y  lenta  otra  cosa  que  la  estatura:  di  pi- 
después  de  Ñapóles,  (frióse  en  las  ociólo  non  avea  allro  que  la  staluru.» 
guerras  de  Flandes,  donde  hizo  hazañas  Tealro  de  los  gobiernos  de  los  Virreyes 
valerosas,  porque  desde  niño  mani-  de  Ñapóles,  tomo  II,  página  119.»  — 
festó   su  ardimiento  militar  y  grande  {Nota  de  Pellicer.) 

ingenio,  como    se   ve   en  la  comedia  3.  «  Esta  era,  en  efecto,  la  costumbre 

intitulada  :  Las  niñeces  del  Duque  de  en  tiempo  de  Cervantes.  Cuando  salga 

Osuna.  El  gobierno  de  su  virreinato  de  el  señor  fuera  de  casa  d  pasear  ó  hacer 

Ñapóles,  donde  acreditó  su  prudencia  alguna  visita,  ha  de  ir  el  caballerizo 

civil,    su    valor    extraordinario   y    su  detrás  á  caballo,  decía  el  año  de  1614 

pericia   militar,   especialmente   contra  D.  Miguel  Yclgo  en  su  A'.s¿t7ry  c/p  seruñ- a 

los  turcos,  es  famoso  en  la  historia,  que  Principes,  folio  84. »  —  {Nota  del  mismo.) 

tampoco  olvida  la  parte  que  tuvo  en  él  4.  Con    iguales     palabras    concluye 

su  Secretario  1).  Francisco  de  Quevedo  también  el  capitulo  XIX   de  esta  pri- 

y  Villegas.  Estas  prendas,  y  la  nobleza  mera  parte. 


CAPITULO  XXII 

UF,    I.A    MURUTAn    QUE    DK)    D.    OUIJOTK    Á    MUCHOS    DFSniCIIADOS 
OUK    MAL    Dli    SU     GlUDO    LOS     LLEVABAN     DONDE    NO     QUISIERAN     IB 


r.uoiila  Cido  líamete  Benongoli,  autor  arábigo  y  manchego  *, 
en  (>sla  gravísima,  altisonanl(\  mínima,  dulce  c  imaginada  historia, 
que  después  que  enlre  el  lamoso  i).  Ouijolede  la  Mancha  y  Sancho 
Panza,  su  escudero,  pasaron  aquellas  razones  que  en  el  fin  del 
capítulo  XXI  quedan  referidas,  que  D.  Quijote  alzó  los  ojos,  y  vio 
que  por  el  camino  que  llevaba  venían  hasta  doce  hombres  á  pie, 
ensartados  como  cuentas  en  una  gran  cadena  de  hierro  por  los 
cuellos,  y  todos  con  esposas  á  las  manos.  Venían  asimismo  con 
ellos  dos  hombres  de  á  caballo  y  dos  de  á  pie  ;  los  de  á  caballo  con 
escopetas  de  rueda  ^,  y  los  de  á  pie  con  dardos  y  espadas,  y  así 
como  Sancho  Panza  los  vido,  dijo  :  Ésta  es  cadena  de  galeotes, 
gente  forzada  del  Rey,  que  va  á  las  galeras.  ¿Cómo  gente  forzada? 


1.  Es  la  única  vez  que  nuestro  Cer- 
vantes expresa  que  era  manchego  Cide 
Haaiete  Beneugeli  :  en  lo  cual  tuvo 
evidentemente  el  designio  de  zaherir  á 
los  de  la  provincia  de  la  Mancha, donde 
abundaban  los  moriscos  que  habían 
sido  expelidos  del  reino  de  Granada  á 
consecuencia  del  levantamiento  del 
año  1569.  De  resultas  de  esto,  la  pobla- 
ción del  Toboso  había  crecido  de  modo, 
que  en  el  año  de  IST.o  tenia  setecientas 
casas,  habiendo  contado  sólo  doscien- 
tas anteriormente,  y  los  vecinos  llega- 
ban á  nuevecientos.  Había  también, 
entre  las  nueve  cofradías  fundadas  en 
aquella  villa,  una  con  el  titulo  de 
Corpus  Chvisti,  compuesta  de  cfistia- 
nos  viejos:  lo  que  indica  que  abunda- 
ban los  nuevos,  de  quienes  querían  dis- 
tinguirse los  primeros.  Uno  y  otro 
consta  de  la  relacii'm  topográfica  hecba 
en  dicho  año  ,de  orden  del  Rey  Don 
Felipe  II.  —  Á  la  descripción  de  la 
historia  del  Caballero  del  Sol,  hecha 
en  el  capitulo  anterior  porD.  Quijote, 
sucede  en  éste  la  de  la  aventura  de  los 

faleotes.  Allí  todas  las  ideas  son  gran- 
iosas  y  magníficas  :  Reyes,  Princesas, 
aventuras  delicadas  y  tiernas,  funciones 
cortesanas,  victorias  y  triunfos  ;  aquí 
guardas,  galeotes,  grillos,  relación  de 
incidentes  bajos  y  groseros,  y,  final- 
mente, pedradas  y  fuga.  Esta  oposición 
en  la  naturaleza  y  fisonomía  de  los 


episodios,  ó  por  mejor  decir,  de  los 
sucesos  y  trámites  de  la  fábula,  hacen 
más  variada,  y  por  lo  tanto,  más  agra- 
dable su  lectura. 

■2.  No  sé  el  primer  autor  en  quien  se 
encuentre  la  voz  escopeta,  que  sucedió 
á  las  de  espingarda  y  arxahuz,  us  .das 
en  los  principios.  Parece  que  el  inven- 
tor de  esta  voz,  queriendo  formarla  del 
latín,  dijo  scopipeta,  que  equivale  á 
petens  vel  feriens  scopum,  como  cor- 
nupeta  significa  qui  cornu  pelit  aut 
ferit,  y  heredipeta,  qui  heredilatein  ad- 
petit.  —  Al  principio  los  arcabuces  ó 
espingardas  se  disparaban  con  mecha; 
luego  vinieron  las  escopetas  de  rueda, 
en  que  por  medio  de  una  rodaja  se 
montaba  la  llave  para  que  el  pedernal 
diese  lumbre  é  incendiase  el  cebo. 
Sucedieron  después  las  llaves  comu- 
nes, que  sin  más  agente  que  el  ligero 
movimiento  de  un  dedo  excitan  el  fuego 
y  la  explosión  por  medio  del  pedernal  : 
y  este  método,  por  su  sencillez  y  la 
facilidad  de  su  uso,  se  aplicó  también 
en  estos  últimos  tiempos  á  la  artillería. 
Ahora  ya  en  las  escopetas  y  armas 
cortas  de  fuego  se  van  sustituyendo 
con  mucha  ventaja  al  pedernal  y  cebo 
de  pólvora  los  pistones  ó  mechas  de 
pólvora  fulminante,  que  con  igual 
prontitud  y  menos  inconvenientes  pro- 
ducen el  mismo  efecto. 


:m) 


nON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


prej^unlú  D.  (Juijole  :  ¿Es  posible  que  el  Rey  liaga  fuerza  '  á  nin- 
guna gente?  No  digo  eso,  respondió  Sancho,  sino  que  es  gente  que 
por  sus  delitos  va  condenada  á  servir  al  Rey  en  las  galeras  de  por 
fuerza.  En  resolución,  replicó  D.  Quijote,  como  quiera  que  ello  sea, 
esta  gente,  aunque  los  llevan,  van  de  por  fuerza  y  no  de  su  volun- 
tad. Así  es,  dijo  Sancho.  Pues  desa  manera,  dijo  su  amo,  aquí 
encaja  la  ejecución  de  mi  oficio,  desfacer  fuerzas  y  socorren  y  acu- 
dir á  los  miserables.  Advierta  vuestra  merced,  dijo  Sancho,  que  la 
justicia,  que  es  el  mesmo  Rey,  no  hace  fuerza  ni  agravio  á  seme- 
jante gente,  sino  que  los  castiga  en  pena  de  sus  delitos.  Llegó  en 
esto  la  cadena  de  los  galeotes,  y  I).  Quijote,  con  muy  corteses 
razones,  pidió  á  los  que  iban  en  su  guarda  fuesen  servidos  de  infor- 
malle  y  decille  la  causa  ó  causas  por  qué  llevaban  aquella  gente  de 
aquella  manera.  Una  de  las  guardas  -  de  á  caballo  respondió  que 
eran  galeotes,  gente  de  su  Majestad,  que  iba  á  galeras,  y  que  no 
había  más  que  decir,  ni  él  tenía  más  que  saber.  Con  todo  eso, 
replicó  L).  Quijote, querría  saber  de  cada  uno  dellos  en  particular 
la  causa  de  su  desgracia  ;  añadió  á  estas  otras  tales  y  tan  comedidas 


i.  Forzados  del  Rey  eran  los  conde- 
nados por  sus  delitos  á  bogar  en  las 
galeras  de  por  fuerza,  coiuo  dice  el 
texto  :  y  asi  se  explica  lo  de  Quevedo 
en  el  romance  de  la  Méndez  á  tscarra- 
aián  : 

Qui^jaste  de  ser  forzado ; 
no  pudiera  decir  más 
Lucrecia  del  Hey  Tarquino, 
que  tú  de  su  Majestad. 

Hacer  fuerza,  además  de  su  signifi- 
cación material,  que  es  hacer  esfuerzos, 
esforzarse  físicamente,  tuvo  en  lo  an- 
tiguo otra  signilicacii'm  odiosa,  que  era 
hacer  violencia  u  agravio.  La  ley  de 
partida  define  asi  la  fuerza  :  cosa  que 
es  fecha  á  otro  torticeramente,  de  que 
se  non  puede  amparar  el  que  la  recibe. 
En  este  sentido  habla  aqui  D.  Quijote, 
y  guardando  el  respeto  debido  ;i  la 
autoridad  real,  mira  como  imposible 
que  el  Hey  hfif/a  fuerza  á  nadie.  En  el 
día  la  frase  hacer  fuerza  ha  mejorado 
de  condición ;  ceñido  el  mal  sentido 
anterior  .i  ciertos  casos  forenses,  se 
toma  frecuentemente  en  buena  parte, 
y  de  las  razones  y  argumentos  se  dice 
que  hacen  fuerza,  esto  es,  que  mueven 
e  inclinan  eficazmente  el  ánimo. 

2.  Guarda    es    nombre     femenino, 


cuando  significa  observancia,  como 
cuando  decimos  la  guarda  de  los  man- 
damientos; pero  cuando  significa  el 
guardador  ó  el  que  guarda,  el  uso 
actual  le  ha  señalado  el  género  mascu- 
lino, lo  misuio  que  á  otros  que  con  la 
terminación  en  u  revinenia  circunstan- 
cia de  pertenecer  al  sexo  viril.  El  uso 
antiguo  prefería  el  que  indica  la  ter- 
minación en  a,  y  hacia  femenino  á 
guarda  aun  en  la  acepción  de  guarda- 
dor. Luego  como  ú  la  puente  (del  cas- 
tillo de  la  Ínsula  de  Argenes)  llegaran, 
una  guajada  que  sobre  la  torre  estaba, 
sonó  una  trompa  muy  recio.  Asi  se  lee 
en  la  historia  de  Amadís  de  Grecia  (a), 
donde  se  repite  lo  mismo  muchas  veces. 
El  romance  viejo  del  Conde  Claros  : 

Ya  se  parte  el  Arzobispo 
y  á  las  cárceles  se  va ; 
cuando  las  guardas  lo  vieron, 
luego  le  dejan  entrar. 

Este  era  el  uso  general  en  tiempo  de 
Cervantes.  D.  José  de  Villaviciosa  en 
el  canto  segundo  de  la  Mosquea  : 

Por  entre  espesas  puntas  de  alabardas 
Entró  una  mosca  como  rayo  íiero. 
Sin  que  pudie.se  alguna  de  lox  guardas 
Su  paso  detener  con  el  acoro. 

(a)  Parte  I,  cap.  XXVIIL 


PRIMERA    PARTE.    —    CAPÍTULO    XXII 


351 


litzones  para  moverlos  ü  que  le  (Jíjc.s<mi  lo  <|iu;  dciseuba,  (^ue  la  olía 
{^unrtla  do  ¡i  ciiballo  lo  dijo:  Aunque  llcvunu)s  a(|uí  el  i-c^i^islro  y  la 
l'c.  de  lus  scnU'ucias  do  cada  uno  deslos  inalaveuLurados,  no  es 
licnqro  esLe  de  delenonios  á  sacarlas'  ni  á  leellas  ;  vuestra  merced 
llegue  y  se  lo  prcj:;;unle  á  ellos  mismos, que  ellos  lo  dirán  si  quisie- 
ren, que  sí  querríin,  poHjue  es  gente  que  recibe  gusto  de  hacer  y 
dócil"  bella(|U(U'ías.  Con  esta  licencia  que  D.  Quijote  se  tomara, 
aunque;  no  so  la  dieran,  se  llog*')  ;í  la  cadena,  y  al  primero  le  pre- 
guntó (jue  por  qué  pecados  iba  de  tan  mala  guisa.  Él  respondióque 
por  enamorado  (a).  ¿Por  eso  no  más?  replicó  D.  Quijote;  pues  si  por 
enamoiados  echan  á  galeras,  días  ha  que  pudiera  yo  estar  bogando 
en  ellas.  No  son  los  amores  como  los  que  vuestra  merced  piensa, 
dijo  el  galeote,  que  los  míos  fueron  que  quise  tanto  á  una  canasta 
de  colar  atestada  de  ropa  blanca,  que  la  abracé  conmigo  tan  fuerte- 
mente, que  á  no  quitármela  la  justicia  por  fuerza,  aun  hasta  ahora 
no  la  hubiera  dejado  de  mi  voluntad  ;  fué  en  fragante,  no  hubo 
lugar  de  tormento^,  concluyóse  la  causa,  acomodáronme  las  espal- 
das con  ciento^,  y  por  añadidura  tres  años  de  gurapas  ^,  y  acabóse 
la  obra.  ¿Qué  son  gurapas?  preguntó  D.  Quijote.  Gurapas  son  ga- 
leras, respondió  el  galeote,  el  cual  era  un  mozo  de  hasta   edad  de 


Usólo  también  como  femenino  Lope 
de  Vega  en  sus  piezas  teatrales  (cir- 
cunstancia que  prueba  especialmente 
el  uso),  y  señaiadameute  en  la  comedia 
del  Rústico  del  cielo,  donde  se  men- 
ciona la  mujer  de  la  guarda. 

En  el  mismo  caso  que  guarda  se 
hallan  camarada  y  centinela.  Los  tres 
se  usaron  como  femeninos  en  el  Qui- 
jote, y  los  tres  se  usan  en  el  día  como 
masculinos.  El  sexo  de  lo  significado 
ha  dado  ocasión  y  margen  para  la  no- 
vedad ;  pero  cuan'do  no  hay  este  mo- 
tivo, el  uso  es  absolutamente  capri- 
choso en  la  asignación  de  los  géneros 
de  los  nombres  acabados  en  a;  y  á 
pesar  de  la  tendencia  que  los  de  esta 
clase  tienen  al  género  femenino,  los 
hay  también  masculinos,  como  mapa, 
compaíriota^y  muchos  nombres  de  ríos, 
Guadiana,  Turia,  Segura,  Se?iu,  Mosa, 
Vístula,  Volga,  etc.  :  también  los  hay 
femeninos  acabados  en  o,  como  mano. 
Más  racional  es  el  proceder  de  los  idio- 
mas que  no  señalan  género,  ó,  lo  que 
es  lo  mismo,  señalan    el  neutro  á  los 

(cl)  Por  enamorado.  —  Eln  la  edición  del 
Sr.  Cortejón  se  lee  :  Él  le  respondió  que  por 
enamorado  iba  de  aquella  manera.  (M.  de  T.) 


nombres  cuyos  significados  no  tienen 
sexo. 

1.  Las  ediciones  antiguas  decían 
detenerles.  La  Academia  Española,  en 
su  edición  del  año  1819,  corrigió  dete- 
nernos, é  hizo  bien,  porque  lo  otro  era 
errata  clara  y  evidente  del  impresor. 

2.  Porque  el  tormento  ó  tortura  se 
dabrí  en  los  casos  de  semiplena  pro- 
banza, y  en  el  de  nuestro  galeote  la 
había  entera. 

3.  Dicho  se  está  que  es  con  cien 
azotes,  expresado  á  estilo  de  rufianes. 
Escarramán  decía  á  la  Méndez  en  su 
romance,  que  es  uno  de  los  germanes- 
cos  de  D.  Francisco  de  Quevedo  : 

Á  espaldas  vueltas  me  dieron 
el  usailo  centenar, 
que  sobre  los  recibidos 
son  ochocientos  y  mas. 

Lazarillo  de  Tormes  contaba  tam- 
bién [a]  que,  por  delitos  que  él  declaró 
como  niño,  impuso  la  justicia  á  su 
madre  cierta  pena  so6re  el  acostum- 
brado centenario. 

4.  Las  dos  primeras  ediciones  del 
año  1605  tienen  :  la  una  tres  precios,  y 

(a)  Cap.  I. 


352 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


veinte  y  cuatro  años,  y  dijo  que  era  natural  de  Piedrahila.  Lo 
mismo  preguntó  D.  (Juijote  al  segundo  \  el  cual  no  respondió  pa- 
labra, según  iba  de  triste  y  melancólico ;  mas  respondió  por  él  el 
primero,  dyijo  :  éste,  señor,  va  por  canario  -,  digo  que  por  músico 


a  otra  tres  precisos   de  gurnpas.    Cer- 
vantes lo  corrigió  en  la  de  1608. 

Gurapas  es  vuz  de  la  fíermania  (a),  es- 
pecie de  idioma  que  define  así  D.  Se- 
bastian Cüvarnibias  en  su  Tesoro  de  la 
lengua  castellana  (a)  :  Germania  es  el 
lenguaje  de  la  rufianesca;  dicho  asi,  ó 
porque  no  los  entendemos,  ó  por  la  ker- 
mandad  que  entre  sí  tienen.  Es  una 
especie  de  cifra,  formada,  segi'in  el 
misMio  autor,  de  un  cierto  lenguaje 
particular  de  que  usan  los  ciegos,  con 
que  se  entienden  entre  si.  Lo  mesmo 
tienen  los  gilunos,  y  también  forman 
lengua  los  rufianes  y  los  ladrones,  que 
llaman  germania.  De  ésta  publicó  un 
vocabulario  en  Barcelona  el  año  de  1609 
Juan  Ilidalpo,  autor  de  nombre  su- 
puesto ó  desconocido  en  nuestra  histo- 
ria literaria.  En  este  lenguaje  escribie- 
ron romances  D.  Francisco  de  Quevedo 
y  otros;  y  del  mismo  hizo  mucho  uso 
Cervantes  en  el  Quijote  y  demás  obras 
suyas,  pero  señaladamente  en  la  gra- 
ciosísima novela  de  Hinconete  y  Corta- 
dillo. Este  lenguaje  misterioso  consiste 
unas  veces  en  alterar  el  orden  de  las 
letras  de  las  voces,  poniendo  en  vez  de 
ellas  sus  anagramas,  como  demias  por 
medias,  toba  por  bota,  lepar  por  pelar, 
chepo  por  pecho,  tapio  por  plato,  atis- 
var  poravistar;  otras  en  emplearvoces 
extranjeras,  como  gorja,  formaje,  dupa, 
sage,  gamba  :  otras  enusarvoces  en  un 
sentido  metafórico,  como  enano,  ma- 
drastra, mastín,  nube,  capiscol,  por 
puñal,  cárcel,  corchete,  capa,  gallo. 
De  éstas  hay  algunas  que  tienen  cierta 
gracia  y  sabor  picaresco,  como  balanza. 

{a)  Artículo  Alemania. 


('/)  Germania.  —  La  lenguada  los  gitanos, 
se  llama  especialmente  caló.  También  se  ha 
extendido  mucho  una  moderna  jerga,  usada 
entre  toreros  y  gente  del  bronce,  llamada 
flamenco.  Gracias  á  la  boga  de  las  corridas 
de  toros  y  á  la  influencia  del  (¡enero  chico  en 
el  teatro,  se  ha  difundido  extraordinaria- 
mente esta  plaga  del  lenguaje.  En  América, 
especialmente  en  la  república  Argentina,  se 
lia  extendido  también  hasta  en  las  clases 
ilustradas.  (M.  de  T.) 


malvecino  y  racimo,  ])ot  horca,  verdugo 
y  ahorcado.  Otras  voces  hay  en  la  ger- 
mania que  parecen  de  invención  capri- 
chosa y  arbitraria,  como  gurapas, 
cáramo,  similirrate,  por  galeras,  vino, 
ladronzuelo. 

Por  las  expresiones  de  Covarrubias 
parece  que  eran  distintas  las  jerigon- 
zas que  usaban  los  ruüanes,  los  ciegos 
y  los  gitanos.  Según  las  noticias  que 
recogió  el  Doctor  Salazar  de  Mendoza, 
en  un  Memorial  á  Felipe  111,  pidiendo 
que  se  expeliese  cá  los  gitanos  de  los 
reinos  de  España,  existia  impreso  el 
vocabulario  de  su  lenguaje  oculto,  dis- 
tinto al  parecer  del  de  la  gemianía  de 
Juan  Hidalgo.  Personas  que  han  ob- 
servado las  costumbres  y  modo  de 
vivir  de  los  gitanos,  pretenden  que 
entre  ellos  no  había  un  solo  lenguaje 
enigmático,  y  que  tenían,  además  del 
general,  otro  particular  para  los  capa- 
taces y  jefes. 

1.  No  fué  esta  pregunta  repetición 
de  la  última  que  acababa  de  nacerse, 
como  pudieran  indicar  las  palabras 
lo  mismo,  sino  de  la  primera  de  las 
tres  que  antes  había  hecho  nuestro 
aventurero  al  otro  galeote,  á  saber  : 
que  por  qué  pecados  iba  de  tan  mala 
guisa. 

2.  Alusión  al  pájaro  de  este  nombre, 
y  á  que  el  galeote  cantó  ó  confesó  su 
delito  en  el  ar2.?!a,queescomose  llama 
germanescamente  á  la  tortura  ó  cues- 
lii'm  de  tormento ;  y  por  la  misma  ana- 
logía se  llama  cantor  al  que  en  fuerza 
de  ella  confiesa.  Como  el  nombre  que 
en  el  dialecto  propio  de  los  gitanos  se 
daba  al  agua  era  el  de  ansia,  parece 
que  cantar  en  el  ansia  se  debe  aplicar 
especialmente  á  la  confesión  hecha  en 
el  tormento  de  toca,  en  el  cual,  atado 
el  reo  al  potro,  se  le  introducía  en  la 
boca  una  tira  de  tocas  ó  gasa,  y  por 
medio  de  esta  tan  ingeniosa  como  cruel 
invención  se  le  forzaba  á  tragar  cier- 
ta cantidad  de  jarros  de  agua,  cuyo 
número  y  cabida  se  ponía  por  diligen- 
cia en  los  autos.  Hablan  de  ello  D.  Se- 
bastián de  Covarrubias  en  el  Tesoro  de 
la  lengua  castellana,  y  Pablo  García, 
Secretario  del  Consejo  de  la  Santa  ge- 


l'HIMKHA    partí:.    —    CAPÍTULO    XXII  353 

y  caiilor.  ¿Pues  c<5rno?  repitió  D.  Quijole,  ¿por  mi'isicos  y  cuiiLorcs 
van  también  á  galeras?  Sí,  señor,  respondió  el  galeote,  que  no  hay 
peor  cosa  (¡ne  eatifar  en  el  ansia.  Anles  he  oído  decir,  dijo  D.  Qui- 
jote, ('[uc  (piien  canta  sus  moles  (ispaiila.  Acá  es  al  revés,  dijo  el 
i;aleote,(pie  quien  caula  una  ve/.,  llora  toda  la  vida.  No  lo  entiísndo, 
tlijo  I).  (Juijote;  mas  una  de  las  guardas  le  dijo  :  Señor  caballero, 
cantar  en  el  ansia  se  dice  entre  esta  gente  non  sancta\  confesar  en 
el  tormento.  Á  este  pecador  le  dieron  tormento  y  confesó  su  delito, 
que  era  ser  cuatrero  ^,  que  es  ser  ladrón  de  bestias,  y  por  haber 
confesado  le  condenaron  por  seis  años  á  galeras,  amén  de  doscien- 
tos azotes  que  ya  lleva  en  las  espaldas ;  y  va  siempre  pensativo  y 
triste,  porque  los  demás  ladrones  que  allá  quedan  y  aquí  van,  le 
maltratan  y  aniquilan  y  escarnecen  y  tienen  en  poco,  porque  con- 
fesó, y  no  tuvo  ánimo  de  decir  nones  -^ ;  porque  dicen  ellos,  que 
tantas  letras  tiene  un  no  como  un  sí,  y  que  harta  ventura  tiene  un 
delincuente,  que  está  en  su  lengua  su  vida  ó  su  muerte*,  y  no  en 
la  de  los  testigos  y  probanzas;  y  para  mí  tengo  que  no  van  muy 
fuera  de  camino  ■'.  Y  yo  lo  entiendo  así,  respondió  D.  Quijote,  el 


neral  Inquisición,  en  cl  Orden  de  pro- 
cesar, que  se  imprimió  por  cuarta  vez 
en  Madrid  el  año  de  1622. 

1.  Palabras  del  salmo  XLU,  que  se 
reza  al  principio  de  la  misa. 

2.  Ya  se  dice  en  el  texto  que  es  ser 
ladrón  de  bestias  :  delito  á  que  se 
impuso  pena  de  muerte  en  la  Parti- 
da Vil  (a)si  se  cometía  por  costumbre, 
ó  si  era  de  diez  ovejas  ó  de  cuatro  vacas 
arriba. 

3.  Tener  ánimo  de  es  tener  intención 
ó  propósito  de  hacer  alguna  cosa:  tener 
ánimo  para  es  tener  valor  y  resolución 
para  ejecutarla.  Esto  último  es  lo  que 
quiso  decir  el  guarda.  El  uso  actual 
favorece  más  á  la  claridad  y  exactitud 
del  discurso  :  materia  que,  sin  perjuicio 
de  lo  mucho  que  floreció  el  habla  cas- 
tellana en  tiempo  de  Cervantes,  está 
más  aunada  en  el  día  que  lo  estuvo  en- 
tonces. 

4.  .1  nuestro  ánimo  no  le  tuercen  cor- 
deles, ni  le  menoscaban  garruchas,  ni 
le  ahogan  tocas,  ni  le  doman  potros. 
Del  sí  al  no  no  liacemos  diferencia 
cuando  nos  conviene.  Así  decía  el  elo- 
cuente y  viejo  gitano  de  la  novela  de 
la   Gitanilla,  primera  de  las  de    Cer- 

(a)  Tít.  XIV,  ley  XIX. 


vantes.  En  la  de  Rinconete  y  Cortadillo 
decía  este  último  á  Monipodio,  que  les 
preguntaba  si  tenían  ánimo  para  sufrir, 
siendo  menester,  media  docena  de  an- 
sias sin  desplegar  los  labios  :  Harta 
merced  le  hace  el  cielo  al  hombre...  que 
le  deja  en  su  lejiguasu  vida  ó  su  muerte 
como  si  tuviese  mes  letras  un  no  que 
un  sí.  Esta  expresión,  y  la  del  texto 
presente,  son  las  mismas,  y  ambas 
son  incorrectas.  Quedara  mejor  la  del 
texto  diciéndose  :  Harta  ventura  tiene 
un  delincuejile  en  cuya  lengua  está  su 
vida  ó  su  muerte.  —  Las  probanzas  tam- 
poco tienen  lengua,  como  parecen  so- 
nar las  palabras  de  este  pasaje.  Pudie- 
ra haberse  escrito  :  Y  no  en  la  de  los 
testigos  y  en  las  probanzas. 

5.  Lenguaje  impropio  en  un  ministro 
de  justicia,  y  mucho,  más  á  presencia 
de  ios  delincuentes.  Á  no  ser  que  diga- 
mos que  los  guardas  de  este  capítulo 
eran  de  la  misma  calaña  que  los  guar- 
dados, y  que  á  todos  pudiera  incluír- 
seles sin  escrúpulo  en  la  misma  cadena. 
Caso  que  no  debía  ser  raro  en  aquellos 
tiempos,  como  suelen  indii'ar  frecuen- 
temente las  relaciones  y  noticias  de 
nuestros  libros,  según  las  cuales,  el 
alguacil  merecía  muchas  veces  ser  al- 
guacilado. 

23 


35  i 


DON    QUIJOTK    DK    I.A    MANCHA 


cual,  pasando  al  tercero,  preguntó  lo  que  á  los  otros,  el  cual^  de 
l)re.sto  y  con  mucho  desenfado  respondió  y  dijo  :  Yo  voy  por  cinco 
a  líos  á  las  señoras  g-urapas  por  faUarniíí  diez  ducados.  Yo  daré 
veinte  de  muy  buena  gana,  dijo  D.  Quijote,  por  libraros  desa  pesa- 
dumbre. Eso  me  parece,  respondió  el  galeote,  como  quien  tiene 
dineros  en  mitad  del  golfo,  y  .se  está  muriendo  de  hambre,  sin 
lener  adonde  comprar  lo  que  ha  menester;  dígolo,  porque  si  á  su 
tiempo  tuviera  yo  esos  veinte  ducados  que  vuestra  merced  ahora 
me  ofrece,  hubiera  untado  con  ellos  la  péndola  («j  del  escribano  2,  y 
avivado  el  ingenio  del  procurador,  de  manera  que  hoy  me  viera  en 
mitad  de  la  plaza  de  Zocodover  ^  de  Toledo,  y  no  en  este   camino 


1.  Abuso  del  pronombre  relativo,  fre- 
cuente en  el  Quijote,  que,  como  se  lia 
observado  ya  alguna  vez,  aliila  los 
periodos  haciéndolos  interminables,  y 
quilándoles  el  coulorno  y  redondez  que 
les  conviene. 

2.  Untado  es  lo  mismo  que  compra- 
do ú  corrompido  con  dinero;  metáfora 
tomada  del  que  laila  con  aceite  ó  sebo 
la  rueda  para  que  corra  más  á  su  gusto. 
XV  esla  semejanza  facilita  el  dinero  las 
cosas,  por  lo  cual  suele  dársele  el 
nombre  de  nulo  de  Méjico. 

¡'éitdola,  voz  anticuada  por  7)Z7í/n(Tí,  de 
donde  scllamt'i  pendoUsla  al  esciibien  te ; 
el  uso  ha  conservado  el  derivado  y  olvi- 
dado el  primitivo,  como  ha  sucedido 
también  en  otros  casos.  £?npe/if/o/a/'  por 
emplumar  se  encuentra  en  las  poesias 
del  Arcipreste  de  Hita  (a). 

Dase  a  entender  en  ei  texto  la  mala 
opinión  que  se  tenia  ireneralmente  de 
los  escribanos  en  tiempo  de  Cervantes, 
el  cual  se  explici»  con  más  claridad  en 
los  Trabajos  de  Pérsiles  t/Sigiamunda, 
donde,  refiriendo  la  prisión  de  Perian- 
dro,  ocasionada  por  el  asesinato  de 
D.Diego  de  Párraces,dii-e  asi:  En  olien- 
do los  Sí!  I  rapas  de  la  pluma  que  tenían 
lana  los  peregrinos,  quisieron  trasqui- 
larlos, como  es  uso  y  costumbre,  Itnsla  los 
huesos[h).  .Nuestros  libros  de  entonces 
hablan  de  la  corrupción  y  venalidad  de 

(a)  Copla  261.  —  (6)  Lib.  III,  cap.  IV. 

(a)  Untarlo  con  ellos  la  péndola.  —  Es  cu- 
rioso el  paralelismo  que  se  observa  en  el 
lenguaje  de  l.i  gente  maleante  en  fiaiicés  y 
en  espaiiol.  El  francés  ilice  :  yratsser  lapalte 
por  untar  la  mano  ;  te  payer  la  tete  df  (juel- 
qu'un,  por  tomarle á  uno  el  pelo,  etc.,  etc. 
M.  de  T.) 


los  escribanos  como  de  cosa  ordinaria. 
Creyóse  alguna  vez  que  la  causa  del 
mal  era  sue.xeesivo  numero,  y  por  esla 
consideración  el  Reino,  junto  en  Cortes 
pidió  y  obtuvo  que  no  se  recibiese  de 
nuevo  ningún  escribano  en  seis  años  ; 
y  no  bastando  este  plazo,  se  extendió 
á  veinte  años  por  decreto  de  10  de  Fe- 
brero de  1623. 

Cristóbal  Suárez  de  Figueroa,  en  su 
Plaza  universal  (a),  hace  mención  de 
los  escribanos  de  más  nombre  que 
había  en  .Madrid  á  principios  del 
siglo  XVII,  que  era  cuando  se  publicaba 
el  QuijoTK. 

3.  Oi  decir  á  D.  José  Antonio  Conde 
que  Zocodover  equivale  á  mercado  ó 
plaza  pequeña.  Y  esto  coincide  con  la 
noticiade  Andrés  Naujero(íij,  embajador 
veneciano,  el  cual,  en  las  rela,ciones  de 
su  viaje  de  España  por  los  años  de  lü2S 
dice  que  la  ciudad  de  Toledo  no  tenía 
más  plaza  que  la  de  Zocodover,  che  é 
molió  piccola. 

Que  se  daba  el  nombre  de  zocor  (y)  á  la 
plaza  de  Argel,  lo  dice  el  Padre  Fr.  Die- 
go de  Haeducnla  ropoíírri/'ía  de  aquella 
ciudad.  t;on  lo  que  se  conforma  aquel 
pasaje  de  la  comedia  de  CervanU- 
intitulada  El  trato  de  Argel,  donde  Izui 
dice  á  Zara  : 

Viniendo  por  el  zoco,  me  fué  dicho 
Cómo  el  Rey  me  mandaba  que  llevase 
A  Silvia  y  á  Aurelio  á  su  presencia. 

(1)  Discurso  X. 

(3)  Naujero.  —  Andrés  Mavajero  he  visto' 
siempre  en  los  autores  de  entonces. 

Í.M.  de  T.) 

(v)  Zoeo.  —  Desde  la  guerra  de  Áfric^ 
todo  el  mundo  sabe  en  España  que  zom  sig- 
mñca,  plaza  ó  mercado.  (M.  deT.) 


l'ItlMKIU    PAlflK.    —    CAPÍTI'I.O    XXll  .']í>5 

.'ilraillado  como  i^al^o;  jioro  Dios  es  grarulíí,  ¡);ic¡(:iH'¡a  y  hasta. 
I*as(')  I).  Ollijolíí  al  (Miarlo,  (|ii(í  (ira  un  IioiuI)í'(í  (l(i  v(ím'ial)I(!  rosiro, 
con  una  harha  blanca  ((hc  lo  pasaba  del  j>(H'h(j,  el  cual,  oyc'TKJose 
pref^iinlar  la  causa  por  (pi(^  allí  venía,  comenz(i  jí  llorar,  y  no  res- 
pondic)  palabra  ;  nu'ís  el  (juinlo  condenado  le  sirvitj  de  lengua  *,  y 
dijo  :  Esle  honibi'e  lionraílo  va  por  cuatro  años  á  galeras,  haljiendo 
paseado  las  acosíuuibi-adas'-  vcstitlo  en  pompa  y  ü  caballo,  l'lso  es, 
dijo  Sancho  Panza,  á  lo  que  á  mí  me  parece,  haber  salido  á  la  ver- 
güenza. Así  es,  replicó  (;I  galeote,  y  la  culpa  por  que  le  dieron  esta 
pena,  es  por  haber  sido  corredor  de  oreja  ^  y  aun  de  todo  el 
cuerpo;  en  efecto,  quiero  decir  que  este  caballero  va  por  alcahuete, 
y  por  tener  asimesmo  esas  puntas  y  collar  de  hechicero''.  Á  no 
liaberle  añadido  esas  puntas  de  collar,  dijo  D.  Quijote,  por  sola- 
menlo  alcahuete  limpio  no  merecía  el  ir  ;í  bogar  en  las  galeras, 
sino  á  mandallas  y  á  ser  general  deltas  ■',  porque  no  es  así  como 


Siendo  eslo  así,  las  palabras  plaza 
de  /Jococíorer  envuelven  el  mismo  pleo- 
nasmo (|uc  puente  de  Alcántara,  rio 
Guadiana,  ciudad  de  Medina,  castillo 
de  Alcalá,  y  otros  ejemplos  semejantes 
en  nombres  que  nos  vienen  de  los 
.1  rabos. 

1.  Hábil')  por  él  ó  le  sirvió  de  intér- 
prete. Lenijua,  además  de  la  signilica- 
(;i(')n  |irimiliva,  tiene  otras,  entre  ellas 
la  de  espía,  en  la  que  usó  de  esta  voz 
D.  Diego  de  Mendoza  en  la  guerra  de  los 
moriscos  de  Granada;  pero  se  emplea 
más  frecuentemente  en  sentido  de  intér- 
prete, como  se  ve  en  la  Historia  gene- 
ral de  tai  Indias,  escrita  por  Antonio 
de  Herrera,  y  en  otros  libros  de  aquel 
tiempo. 

2.  Se  sobreentiende  calles,  y  se  alude 
á  la  fórmula  ordinaria  de  la  condena  á 
la  pena  de  azotes,  en  que  se  mandaba 
llevar  al  reo  por  las  calles  acostumbra- 
das. Así  se  expresa  en  la  aventura  de 
maese  Pedro,  referida  en  el  capí  tuto  XX  Vi 
de  la  segunda  parte,  d(mde  se  dice  que 
el  Rey  Marsilio  de  Sansueña  mandó 
que  azotasen  á  un  descomedido  moro, 
llevándole  por  las  calles  acostumljra- 
das. 

3.  Corredor  de  oreja  ó  de  cambios  es 
el  agente  comercial  que  busca  letras 
para  otras  plazas  y  ajusta  y  negocia 
los  intereses  del  cambio.  Aquí,  en  len- 
guaje picaresco,  se  aplica  el  mismo 
nombre  á  los  que  ajustan  y  conciertan 
negocios  de  otra  clase  menos  decente. 


por  lo  cual  se  dijo  corredor  de  oreja  y 
aun  de  lodo  el  cuerpo. 

4.  /"un/tfí  eran  guarniciones  de  randa 
ó  encaje,  que  solían  ponerse  unas  veces 
en  los  pañuelos,  como  el  que  sirvió  á 
Montesinos  para  limpiar  el  corazón  de 
Durandarte,  según  se  refiere  en  la  parte 
segunda  [a),  y  otras  en  las  valonas, 
como  en  las  de  los  diablos  que  Altisi- 
dora  dijo  haber  visto  jugando  á  la  pelo- 
ta á  la  puerta  del  infierno  [b\.  En  la 
misma  segunda  parte  (c)  cuenta  Teresa 
Panza  que  su  hija  Sanchica  ganaba 
cada  día  ocho  maravedís  horros  hacien- 
do puntas  de  randas  :  y  del  Gura  Pero 
Pérez  se  dice  también  que  tenía  sus 
puntas  y  collares  de  poeta  (d).  Por  con- 
siguiente, las  puntas  y  collar,  que  eran 
adornos  de  la  persona,  se  toman  iróni- 
camente en  el  texto  por  añadiduras  y 
desperdicios  de  hechicero. 

5.  Nada  más  salado  que  esta  salida  de 
D.  Quijote,  el  elogio  que  hace  del  ofi- 
cio y  profesión  de  la  tercería,  y  la  de- 
claración magistral  de  la  aptitud  y  mé- 
rito del  alcahuete  para  ser  general  de 
galeras,  y  al  mismo  tiempo  nada  más 
propio  de  una  cabeza  infatuada  con  la 
lectura  de  los  libros  caballerescos,  donde 
á  cada  paso  se  ve  ejercitado  semejante 
oficio  por  personas  de  la  primera  jerar- 
quía, y  aun  por  los  mismos  caballeros 
que  mandaron  galeras,  v.  gr.  Tirante  : 


(a)  Cap.  XXIII.  —  (6)  Cap.  LXX. 
Gap.  m.  —  (d)  Ib.,  cap.  LXVH. 


{'-■) 


356 


DON    QUIJOTE    DE    L.\    MANCHA 


quiera  el  oficio  de  alcahuete,  que  es  oficio  de  discretos,  y  necesa- 
rísimo en  la  república  bien  ordenada,  y  que  no  le  debía  ejercer 
sino  gente  muy  bien  nacida,  y  aun  había  de  haber  veedor  y  exa- 
minador de  los  tales,  como  le  hay  de  los  demás  oficios,  con  número 
deputado  y  conocido,  como  corredores  de  lonja.  Y  desta  manera  se 
excusarían  muchos  males  que  se  causan  por  andar  este  oficio  y 
ejercicio  entre  gente  idiota  y  de  poco  entendimiento,  como  son 
mujercillas  de  poco  más  ó  menos,  pajecillos  y  truhanes  de  pocos 
años  y  de  muy  poca  experiencia,  que  á  la  más  necesaria  ocasión,  y 
cuando  es  menester  dar  una  traza  que  importe,  se  les  hielan  las 
migas  entre  la  boca  y  la  mano  \  y  no  saben  cuál  es  su  mano  dere- 
cha. Quisiera  pasar  adelante,  y  dar  las  razones  por  qué  convenía 


el  Blanco,  el  cual  hizo  de  medianero 
en  los  amores  do  Felipe,  Príncipe  de 
Francia,  con  la  Infanta  de  Sicilia  Rico- 
mana  según  se  cuenta  en  la  primera 
parte  de  su  historia  ((/-.  También  es 
gracioso  ver  cómo  D.  Quijote,  después 
de  ponderar  la  importancia,  conve- 
niencia y  aun  necesidad  de  hacer  oficio 
especial  de  alcahuete  con  veedor,  exa- 
minador y  número  fijo  como  lo  tienen 
otros,  concluye  diciendo  gravemente  : 
No  es  este  lugar  acomodado  para  tra- 
tar de  la  materia  :  algiín  día  lo  diré  á 
quien  lo  pueda  proveer  y  remediar.  Cer- 
vantes esforzó  hasta  lo  último  la  sátira 
contra  el  infame  oficio  de  alcahuete, 
por  lo  mismo  que  lo  halló  recomendado 
y  autorizado  por  los  ejemplos  de  Prín- 
cipes y  Princesas  en  los  libros  de  Ca- 
ballería. En  esto  obró  conforme  al  in- 
tento general  de  su  fábula,  y  aprovechó 
esta  ocasión,  en  que  concurría  lo  feo 
del  vicio  con  la  oportunidad  y  gracia 
de  la  censura. 

1.  Hablaría  D.  Quijote  de  las  alca- 
huetas de  su  tiempo  ó  de  su  aldea, 
porque  en  las  historias  de  la  Caballería 
las  hallaba  que  podían  arder  en  un 
candil.  Tal  era  la  doncella  Carmela, 
por  cuya  industria  Esplandián,  metido 
en  la  tumba  que  había  ganado  en  la 
Peña  de  la  Doncella  encantada,  fué  in- 
troducido en  el  palacio  del  Emperador 
de  Constantinopla  y  en  la  cámara  de 
la  Infanta  Leonorina.  Asi  se  vieron 
la  noche  siguiente  esta  Princesa  y  su 
amante  Esplandián,  mediando  la  Reina 
Menoresa,  confidenta  de   Leonorina,  la 


cual,  á  instigación  suya,  consintió, que 
Esplandián  le  besase  las  manos.  Á  la 
madrugada,  Menoresa,  temiendo  que  de 
aquel  (¡runde  atrevimiento  alguna  des- 
ventura, siendo  sabido,  no  redundase, 
advirtió  á  Esplandián  que  era  tiempo 
de  irse.  Y  por  industria  y  disposición  de 
la  misma  doncella  Carmela,  volvió  Es- 
plandián á  salir  de  palacio  metido  en 
la  tumba  (a).  —  Menoresa  y  Carmela 
no  eran  mujercillas  de  poco  más  á 
menos,  ni  se  les  helaban  fas  migas  de 
las  manos  á  la  boca. 

El  Arcipreste  de  Hita  participó  algo 
de  las  ideas  que  manifiesta  aquí  D.  Qui- 
jote :  celebró  en  sus  versos  la  habilidad 
de  la  alcahueta  Urraca,  compuso  su 
elogio  fúnebre,  lloró  su  muerte,  j'  como 
á  persona  de  importancia  le  consagró 
este  epitafio  : 

Urraca  so  que  yago  so  esla  sepultura. 
En  cuanto  fui  al  mundo,  hove  vicio  c  sol 

[tura. 
Prendióme  sin  sospecha  la  muerte  en  sus 

[redes ; 
Parantes  et  amigos  ¿aquí  non  me  acorredes? 
Obrad  bien  en  la  vida,  á  Dios  non  lo  erredes, 
Que  bien  como  yo  morí,  así  todos  morredes. 

El  que  aquí  llegare,  si  Dios  le  bendiga... 
Que  por  raí  pecadora  un  Pater  noster  diga  ; 
Si  desir  non  lo  quisiere,  á  muerta  non  mal- 

[diga. 

Lo  de  helarse  las  migas  es  una  expre- 
sión proverbial  contra  los  negligentes 
y  descuidados  :  pero  Cervantes  la  estro- 
peó algún  tanto,  porque  no  se  dice 
helarse  las  migas  entre  la  boca  y  la  ma- 
no, sino  délas  manos  á  la  boca,  lo  cual 
explica  mejor  el  concepto. 


(a)  Cap.  XXXVI  y  XXXVIl. 


(a)  Sergas,  cap.  XLV,  XGVI  y  XCVU. 


PRIMERA    PARTE.    —   CAPÍTULO    XXII 


3r,7 


hacer  elección  de  los  quo  en  la  república  habían  de  tener  lan  nece- 
sario olicio,  |)ero  no  es  el  liij^'-ar  acomodado  para  olio  ;  algún  día  lo 
»lirc.¡i  (piien  lo  puí^da  proveer  y  remediar.  Sólo  digo  ahora,  (juc  la 
pena  que  me  ha  causado  ver  estas  blancas  canas  y  este  rostro  ve- 
nerable en  tanta  fatiga  por  alcahuete,  me  la  ha  quitado  el  adjunto 
de  ser  hechicero,  aunque  bien  se  que  no  hay  hechizos  en  el  mundo 
que  puedan  mover  y  forzar  la  voluntad,  como  algunos  simples 
piensan  ;  que  es  libre  nuestro  albedrío,  y  no  hay  hierba  ni  encanto 
que  le  fuerce.  Lo  que  suelen  hacer  algunas  mujercillas  simples  y 
algunos  embusteros  bellacos',  es  algunas  mixturas  y  venenos  con 


1.  Cervantes,  que  como  hombre  de 
claro  entendimiento  conocin.  los  errores, 
y  como  desgraciado  tenia  inclinación 
;i  la  sátira,  no  omite  ocasión  de  tildar 
y  ridiculizar  las  })reo(upaciones  co- 
munes de  su  tiempo.  Aquí  lo  hace  con 
las  que  el  vulgo  español,  y  aun  de  toda 
la  Europa,  tenia  entonces  sobre  los 
hechizos.  Estas  vanas  creencias,  que 
nacieron  en  la  miís  remota  antigüedad 
y  prevalecieron  aun   entre   los   cultos 

f:riegos,  hubieron  de  desacreditarse  con 
a  introducción  del  cristianismo ;  pero 
después  volvieron  á  sacar  la  cabeza  en 
tiempos  de  ignorancia,  y  en  el  siglo  xii 
aparecen  ya  en  el  Fuero  Juzgo  traducido 
al  castellano,  el  cual,  extendiéndose  á 
lo  que  no  decía  el  original  latino,  señala 
penas  á  los  proviceros,  ó  los  qve  facen 
caer  la  piedra  en  las  vinas  ó  en  las 
mieses,  ó  los  que  fablan  con  los  diablos, 
é  les  facen  torvar  las  voluntades  d  los 
omnes  é  á  las  muieres  (a).  Las  leyes  de 
Partida,  hablando  de  este  mismo  asunto, 
se  muestran  menos  crédulas,  pero  más 
severas,  y  en  las  penas  que  imponen  á 
los  que  facen  imagines  ó  otros  fechizos 
ó  dan  hierbas  para  enamoramiento  de 
los  homes  et  de  las  mujeres  (6),  mani- 
fiestan que  eran  frecuentes,  tanto  estos 
excesos  como  las  ideas  supersticiosas 
que  los  ocasionaban.  Hácese  mención 
de  lo  mismo  en  el  Corbacho  del  Arci- 
preste de  Talavera,  y  en  la  tragicome- 
dia de  la  Celestina,  donde  se  describen 
por  menor  los  ingredientes  de  que 
usaba  aquella  embaidora  en  sus  con- 
fecciones, entre  ellos  soga  de  ahorcado 
y  sangre  de  murciélago,  para  remediar 
amores  y  conciliar  voluntades,  y  con 
especialidad     los    que    empleó    en   el 


hechizo  dado  á  la  desgraciada  Melibea 
para  enamorarla  de  Calixto  [a].  Por  las 
disposiciones  contra  las  hechicerías, 
adevinanzas,  agüeros  y  otras  supersti- 
ciones prohibidas,  que  se  tomaron  en  la 
Nueva  Recopilación,  publicada  á  prin- 
cipios del  reinado  de  Felipe  11  ib),  se  ve 
que  continuaban  las  mismas  preocu- 
paciones y  los  excesos  á  que  daban 
lugar;  y  lo  mismo  muestran  las  actas 
de  las  Cortes  del  Reino  que  se  juntaron 
el  año  de  1592,  y  pidieron  (c)  que  se 
ejecutasen  con  rigor  las  expresadas  dis- 
posiciones, que  se  castigase  á  los  jueces 
remisos  en  cumplirlas,  y  que  se  tuviesen 
presentes  en  las  residencias  tomadas 
á  los  magistrados.  El  jesuíta  Martin 
del  Rio,  contemporáneo  de  nuestro 
Cervantes,  escribió  con  el  titulo  de  Dis- 
quisiciones mágicas,  un  libro  de  porten- 
tosa erudición  y  credulidad,  donde 
pueden  verse  reunidas  las  preocupa- 
ciones y  errores  del  género  humano 
en  este  asunto  y  otros  semejantes. 
Allí  se  recopilaron  muchas  noticias 
acerca  de  los  bebedizos  ó  filtros  ama- 
torios entre  los  antiguos  y  los  modernos, 
y  sobre  las  ridiculas  materias  de  que 
solían  componerse. 

Tales  son  los  errores  que  aquí  reprende 
Cervantes,  y  lo  mismo  hizo  en  la  novela 
de  la  Española  Inglesa,  donde  dice  que 
lo  que  llaman  hechizos,  no  son  sino 
embustes  y  disparates.  Y  en  la  novela 
del  Licenciado  Vidriera,  cuenta  que 
enamorada  y  desdeñada  de  él  una  dama, 
le  dio  por  consejo  de  una  morisca  en 
un  membrillo  toledano  uno  destos  que 
llaman  hechizos,  creyendo  que  le  daba 
cosa  que  le  forzase  la  voluntad  á  que- 
rerla, como  si  hubiese  en  el  mundo  hier- 


(a)Lib.VI,tít.  II,  ley  IV. 
tít.  XXIII,  ley  II  y  III. 


(6)  Parte  VII, 


(a)  Acto  III.  —  (6)  Lib.  VIH,  tít.  XIII,  ley 
VI.  —  (c)  Petición  69. 


358 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


que  vuelven  locos  á  los  hombres,  dando  á  entender  que  tienen 
fuerza  para  hacer  quer(ir  bien,  siendo,  como  digo,  cosa  imposible 
forzar  la  voluntad.  Asi  es,  dijo  el  buen  viejo;  y  en  verdad,  señor, 
que  en  lo  de  hechicero  que  no  tuve  culpa,  en  lo  de  alcahuete  no 
lo  pudo  negar ;  pero  nunca  pensé  que  ha(-ia  mal  en  ello,  que  toda 
mi  intención  era  que  lodo  el  mundo  se  holgase,  y  viviese  en  paz  y 
(juielud  sin  pendencias  ni  penas;  pero  no  me  aprovechó  nada  este 
buen  deseo  para  dejar  de  ir  adonde  no  espero  volver,  según  me 
cargan  los  años  y  un  mal  de  orina  que  llevo,  que  no  me  deja  repo- 
sar un  ralo  ;  y  aquí  tornó  á  su  llanto  como  de  primero,  y  túvole 
Sancho  lauta  compasión,  que  sacó  un  real  de  á  cuairo*  del  seno,  y 
se  le  dio  de  lismona.  Pasó  adelante  IJ.  Quijote,  y  preguntó  á  otro 
su  delito,  el  cual  respondió  con  no  menos,  sino  con  mucha  más 
gallardía  2  que  el  pasado;  yo  voy  aquí,  porque  me  burlé  demasia- 
damente con  dos  primas  hermanas  mías,  y  con  otras  dos  hermanas 
que  no  lo  eran  mías  ;  finalmente,  tanto  me  burlé  con  todas,  que 
resultó  de  la  Ijurla  crecer  la  parentela  tan  inli-icadamenle,  que  no 
hay  sumista  que  la  declare.  Probóseme  todo,  faltó  favor^,  no  tuve 


has,  encantos  7ii  palabras  suficientes  á 
forzar  el  libre  albedriu:  y  asi,  continúa, 
ias  que  dan  estas  bebidas  ó  comidas 
amatorias,  se  llaman  venéficas,  porque 
no  es  otra  cosa  lo  que  hacen  sino  dar 
veneno  á  quien  las  toma,  como  lo  tiene 
mostrado  la  experiencia  en  muchas  y 
diversas  ocasiones. 

En  estos  pasajes  mostró  Cervantes 
sus  propias  ideas;  pero  en  el  presente 
del  texto  ptldiera  haber  reflexionado, 
que  el  que  hablaba  era  D.  Quijote,  en 
el  cual  este  lenguaje  no  era  muy  con- 
forme con  las  noticias  que  le  suminis- 
traba la  biblioteca  caballeresc'  sobre 
la  eficacia  de  los  bebedizos,  por  ejemplo 
la  copa  hechizada  de  que  bebieron  Tris- 
tán  é  Iseo,  y  que  dio  ocasión  forzosa  é 
inevitable  á  sus  largos  y  desgraciados 
amores. 

i.  Mitad  del  real  de  á  ocho,  que  fué 
el  precio  que  Sancho  asignó  en  el  capí- 
tulo XXI  á  la  bacia,  condecorada  con 
el  titulo  de  Yelmo   de   Mambrino. 

2.  El  orden  no  está  bien.  Debiera 
decir  :  no  con  menos,  sino  con  mucha 
más  f/allardia.  La  partícula  .«tino  exige 
que  la  preceda  en  su  debido  lugar  otra 
á  quien  se  refiera:  y  tiene  tal  fuerza  esta 
colocación,  que  si  se  altera  cambia  y 
destruye  el  sentido,  como  sucede  en  la 
expresión  présenle,  la  cual  equivale  á 


esta  otra  :  respondió  con  ifjual  si  no  cnn 
mucha  más  gallardía,  donde  desaparece 
la  contrariedad  que  debe  haber  eniíe 
menos  y  mucha  uins.  La  negación  debe 
recaer,  no  sobre  el  menos,  sino  sobre 
el  con  menos. 

3.  Esto  y  lo  que  resta  del  periodo 
está  dicho  con  rapidez,  y  pudiera  servir 
de  modelo  perfecto  del  estilo  de  hablar 
cortado  por  miembros  sueltos,  á  iiu 
ser  por  la  consonancia  de  dineros  y  tra- 
gaderos, que  afea  el  pasaje,  y  hubiera 
podido  evitarse  muy  fácilmente.  — 
Perderlos  tragaderos  es  ser  ahorcado  : 
así  lo  indica  él  galeote  en  metáfora  pi- 
caresca. 

Por  este  y  otros  testimonios  de  los 
libros  de  Cervantes  y  de  infinitos  escri- 
tores coetáneos,  se  ve  que  la  adminis- 
tración de  justicia  en  aquella  época  es- 
taba muy  distante  de  ser  tan  recta  y 
justificacW  como  debiera:  que  especial- 
mente los  escribanos  y  los  alguaciles 
eran  por  lo  general  venales  y  corrom- 
pidos :  en  suma,  que  si  hemos  de  juzgar 
por  los  documentos  que  nos  quedan, 
bien  podemos  lisonjearnos  de  vivir  en 
mejor  edad  que  Cervantes  y  sus  con- 
temporáneos. Si  de  los  vicios  del  foro 
pasamos  á  otros  generales  de  la  socie- 
dad, los  que  andan  siempre  ponderando 
la  depravación  de  las  costumbres  ao- 


pniMiMiA  PArriE.  —  capítulo  xxii  339 

(liiKMos,  vimc  ;i  iiiipic  de  pcrdci-  los  tragaderos,  sentenciáronme  á 
i^alci-Ms  por  seis  anos,  coiiscnlí,  castigo  es  d<!  mi  culp;i,  mozo  soy, 
duro  la  vida,  (pu^  con  ella  todo  se  alcanza.  Si  vuestra  merced,  señor 
calJallero,  lleva  alguna  cosa  con  que  socorrer  á  estos  pobretes. 
Dios  se  lo  pagará  en  el  cielo,  y  nosotros  tendremos  en  la  tierra 
cuidado  de  rogar  á  Dios  en  nuestras  oraciones  por  la  vida  y  salud 
de  vuesira  merced,  que  sea  lan  larga  y  tan  buena  como  su  buena 
presencia  nuTcce.  Este  iba  en  hábito  de  estudiante,  y  dijo  una  de 
las  guardas  que  era  muy  grande  hablador  y  muy  gentil  latino  ^ 
Tras  lodos  estos  venía  un  hombre  de  muy  buen  parecer,  de  edad  de 
treinta  aflos,  sino  que  al  mirar  metía  el  un  ojo  en  el  otro  (a);  un  poco 
venía  diferentemente  atado  que  los  demás ^,  porque  traía  una  ca- 
dena al  pie  lan  grande,  que  se  la  liaba  por  todo  el  cuerpo,  y  dos 
argollas  á  la  garganta,  la  una  en  la  cadena,  y  la  otra  de  las  que 
llaman  guardaamigo  ó  pie  de  amigo,  de  la  cual  deccndían  dos 
hierros  que  llegaban  á  la  cintura,  en  los  cuales  se  asían  dos  esposas, 
donde  llevaba  las  manos  cerradas  con  un  grueso  candado,  de  ma- 
nera que  ni  con  las  manos  podía  llegar  á  la  boca,  ni  podía  bajarla 
cabeza  á  llegar  á  las  manos.  Preguntó  D.  Quijote,  que  como  iba 
aquel  hombre  con  tantas  prisiones  más  que  los  otros.  Respondióle 
la  guarda  ;  porque  tenía  aqUel  solo  más  delitos  que  todos  los  otros 
juntos,  y  que  era  tan  atrevido  y  tan  grande  bellaco,  que  aunque  le 
llevaban  de  acjuella  manera,  no  iban  seguros  del,  sino  que  temían 

tuales  y  la  inocencia  de  las  antiguas,  1.  Gentil,  vocablo  que  cuando  subs- 
pueden  consultar,  si  gustan,  los  escritos  tantivo,  es  de  vituperio  y  significa 
del  Arcipreste  de  Hita  por  lo  que  toca  pagano,  idólatra;  y  cuando  adjetivo, 
al  siglo  XIV,  el  Corbacho  del  Arcipreste  es  de  elogio,  y  significa  gallardo,  exce- 
de Talavera  para  el  xv,  la  Celestina,  /e?ííe.  En  la  primera  acepción  dio  origen 
la  Propaladla  de  Torres  Naharro,  el  á  gentilidady  gejitilisino;  en  \a.fíegunda. 
Lazarillo  de  formes,  los  Picaros  Guz-  A  genlileza,  que  vale  hermosura  y 
man  y  J?ís/¿na,  el  CoZo(/?íío  de  los  perros  gallardía.  Soa  arbitrariedades  y  capri- 
del  hospital  de  Valladolid,  la  novela  de  chos  del  uso. 

Rinconele  y  otros  héroes  de  Sevilla  2.  U/i  poco  son  palabras  que  sobran 
para  el  decantado  siglo  xvi,  el  Tacaño  absolutamente,  y  se  conoce  que  á  Car- 
de Quevedo.  y  el  Teatro  de  Lope  y  Gal-  vantes  se  le  olvidó  tacharlas  en  su  ma- 
derón  para  el  xvu.  Allí  y  en  otros  mu-  nuscrito.  Tanto  más,  que  á  continua- 
chos  libros,  pero  señaladamente  en  ción  se  describen  las  cadenas  y  pri- 
éstos,  verán  las  costumbres  de  los  tiem-  siones  que  traía  puestas,  y  no  era 
pos  á  que  respectivamente  pertenecen  :  ciertamente  ;;oca,  sino  mudta  la  dife- 
y  dudo  mucho  quf  si  proceden  de  rencia  con  que  el  galeote  de  quien  se 
buena  fe,  nos  repitan  sus  invectivas  trata  venía  atado  respecto  de  sus  cora- 
contra  lo  que  es,  y  sus  encomios  de  lo  pañeros.  Elguardaamigo  ó  pie  de  amigo 
que  fué.  '"ra  una  horquilla  que  se  ponía  debajo 

de   la  barba  á  los    reos,  para  que  no 

(a)  El  un  oía  en  el  otro  :  un  poco.  etc.  Se-  pudiesen  ocultar  el  rostro  cuando   lo^ 

ffún  el  Sr.  Cortejón  :  eluti  ojo  en  el  otro  un  sacaban  a  azotar,   o  a  la  vergüenza.  A 

poco.  Venia,  etc.  '^  cuenta,  se  temía  que  no  acabasen  de 

(M.  de  T.)  perderla  enteramente. 


360 


DON    QUIJOTE    DE    I.A    MANCHA 


que  se  les  había  de  huir.  ¿Qué  delitos  putnle  tener,  dijo  D.  Quijote, 
si  no  lian  merecido  más  pena  que  echarh;  á  las  galeras?  Va  por  diez 
años,  replicó  la  guarda,  que  es  como  muerte  civil •;  no  se  quiera 
saber  más  sino  que  este  buen  hombre  es  el  famoso  Ginésde  Pasa- 
monte,  que  por  otro  nombre  llaman  ríinesillo  de  Parapilla.  Señor 
Comisario,  dijo  entonces  el  galeote,  vayase  poco  á  poco,  y  no  an- 
demos ahora  á  deslindar  nombres  y  sobrenombres.  Ginés  me  llamo 
y  no  Ginesillo,  y  Pasamonte^  es  mi  alcurnia,  y  no  Parapilla,  como 
voacé  dice;  y  cada  uno  se  dé  una  vuelta  á  la  redonda,  y  no  hará 
poco.  Hable  con  menos  tono,  replicó  el  Comisario,  señor  ladrón 
de  más  de  la  marca  ^,  si  no  quiere  que  le  haga  callar  mal  que  le 
pese.  Bien  parece,  respondió  el  galeote,  que  va  el  hombre  como 
Dioses  servido  ;  pero  algún  día  sabrá  alguno  si  me  llamo  Gine- 
sillo de  Parapilla  ó  no.  ¿Pues  no  te  llaman  así,  embustero  ?  dijo  la 
guarda.  Sí  llaman,  respondió  Ginés;  más  yo  haré  que  no  me  lo  lla- 
men, ó  me  las  pelaría ''  donde  yo  digo  entre  mis  dientes.  Señor 
caballero,  si  tiene  algo  que  darnos,  dénoslo  ya,  y  vaya  con  Dios, 
que  ya  enfada  con  tanto  querer  saber  vidas  ajenas;  y  si  la  mía 
quiere  saber,  sepa  que  soy  Ginés  de  Pasamonte,  cuya  vida  está 
escrita  por  estos  pulgares'*.  Dice  verdad,  dijo  el  Comisario,  que 
él  mismo  ha  escrito  su  historia,  que  no  hay  más  que  desear  y  deja 


1.  Muerte  civil  se  llama  á  la  prisión 
ó  pena  perpetua,  porque  el  que  la  pa- 
dece ha  muerto  á  los  derechos  de  ciu- 
dadano. 

2.  Quiere  decir  que  Pasamonte  es  el 
apellido  de  su  familia.  —  Así  como  hay 
nombres  poéticos,  también  los  hay 
caballerescos.  Pasamontees  nombre  de 
un  gigante  en  Pulci,  y  equivale  tam- 
bién al  del  Rey  Percefuresl,  uno  de 
los  héroes  de  la  primitiva  caballería 
andante  de  la  Tabla  Redonda. 

Uno  de  los  que  firmaron  la  relación 
topográOcade  Tembleque  en  la  Mancha, 
dada  de  orden  de  Felipe  11  el  año 
de  lolu,  y  que   por  consiguiente  seria 

fiersona  notable  en  aquel  pueblo,  se 
lamaba  Alonso  Sánchez  de  Pasamonte. 
Hago  esta  observación,  porque  como 
yo  sospecho  que  nada  huelga  en  el 
Quijote,  y  que  éste  contiene  frecuen- 
temente alusiones  á  sucesos  del  tiempo 
y  de  la  vida  de  su  autor,  no  sería 
extraño  que  hubiese  dado  margen  á 
la  pintura  de  Ginés  alguna  de  las  aven- 
turas, ó  por  mejor  decir,  desventuras 
de  Cervantes  en  la  Mancha. 

3.  Marca  es   la   medida  establecida 


para  alguna  cosa,  como  para  la  alzada 
de  las  caballerías,  la  talla  de  las  per- 
sonas, el  tamaño  del  papel,  lo  largo  de 
las  espadas  y  otras  armas  ;  y  así  ladróii 
de  más  de  la  marca  es  ladrón  que 
excede  á  los  ladrones  ordinarios,  gran 
ladrón . 

4.  Se  entiende,  las  barbas.  Cuando 
se  usaba  llevarlas  crecidas,  era  señal  de 
sentimiento  y  duelo  raerse  las  propias, 
y  causaba  afrenta  cortar,  mesar  ó  pelar 
las  ajenas.  Por  el  contrario,  cuando  se 
raía  la  barba  por  costumbre,  era  de- 
mostración de  dolor  el  dejarla  crecer. 
En  un  romance  antiguo  de  que  se 
copió  un  trozo  en  las  notas  al  capí- 
tulo X,  Montesinos,  lleno  de  furor  y 
despecho, juraba  no  pelarse  las  barbas 
hasta  que  se  vengase,  y  aquí  Ginés  de 
Pasamonte  juraba  pelárselas  si  no  se 
vengaba  ;  uno  y  otro  indicaban  que  lo 
contrario  era  la  práctica  general  y 
común  de  su  siglo. 

5.  Expresión  de  la  tragicomedia  de 
Calixto  y  Melibea,  ó  la  Celestina,  en 
cuyo  acto  cuarto  se  dice,  hablando  de 
un  hilado  y  alabándolo:  hilado  todo 
por  estos  pulgares,  aspado  y  aderezado. 


pniMEHA  PArtri:. 


CAPÍTULO    XXII 


361 


empeñado  el  libro  en  la  cárcel  en  (loscientos  reales.  Y  le  pienso 
(|uiLar  ',  (lijo  (liiKÍs,  si  quedara  en  doscientos  ducados. ¿Tan  bueno 
es?  dijo  L).  Ouijole.  Es  tan  bueno,  respondió  (jinés,  que  mal  año 
para  La/arillo  de  Torinrs-,  y  para  lodos  cuanlos  de  a(ju(d  género 
se  lian  escrito  ó  escribieron;  lo  que  le  sé  decir  á  voacé,  es  que 
trata  verdades,  y  que  son  verdades  tan  lindas^y  tan  donosas,  que  no 
puede  haber  mentiras  que  se  le  igualen.  ¿Y  cómo  se  intitula  el 
libro?  preguntó  D.  Quijote.  La  vida  de  Ginés  de  Pasamonte,  res- 
pondió él  mismo.  ¿  Y  está  acabado?  preguntó  D.  Quijote.  ¿Cómo 
puede  estar  acabado,  respondió  él,  si  aun  no  está  acabada  mi 
vida  ?  Lo  (pie  está  escrito,  es  desde  mi  nacimiento  hasta  el  punto 
que  esta  última  voz  me  han  echado  en  galeras.  ¿Luego  otra  vez 
habéis  estado  en  ellas?  dijo  I).  Quijote.  Para  servir  á  Dios  val 


1.  Quitar  es  aquí  desempeñar^  según 
observa  Pellicer;  en  el  capitulo  \IX 
significa  dar  por  quito  ó  libre,  cuando 
el  Bdcliiller  Alonso  López  decía  ;í  Don 
Quijote,  que  Dios  por  medio  de  unas 
calenturas  pestilentes,  había  privado  de 
la  vida  al  diíunto  que  llevaban  á 
Segovia  :  desa  suerte,  dijo  D.  Quijote, 
quitado  (oí)  me  lia  nuestro  Señor  el  tra- 
bajo que  había  de  tomar  en  venr/ar 
su  muerte,  si  otro  alguno  le  hubiera 
muerto.  Fuera  de  estas  dus  acepciones  y 
la  primitiva  der/í/i/or,  que  es  arrebatar 
ó  tomar  por  fuerza,  todavía  tiene  la  de 
dejar  ó  abandonar,  que  alguno  quizá 
tomaría  á  galicismo,  pero  que  se  en- 
cuentra en  los  hermosos  versos  dellibro 
de  las  Querellas  '(B)  del  Rey  D.  Alonso 
el  Sabio,  que  se  copiaron  en  una  nota 
anterior  : 


Á  ti  que  quitaste  la  tierra  é  cabdal 
Por  las  mías  faciondas  en  Roma  é  Allende. 


2.  Mal  año,  expresión  con  que  se 
muestra  despreciar  una  cosa  en  com- 
paración de  otra.  Y  según  esto,  muy 
alto  concepto  debía  tener  Ginés  del 
libro  de  su  vida,  cuando  lo  prefería  á 
la  de  Lazarillo  de  'Formes,  y  sus  for- 
tunas y  adversidades,  obra  de  D.  Diego 


(a)  Quitado.  —  No  viene  á  cuento  la  cita 
del  cap.  XIX,  pues  quitar  está  empleado  en 
sentido  corriente  :  Me  quitó  un  peso  de  en- 
cima ;  me  quita  los  bocados  de  la  boca,  etc. 
(M.  de  T.) 

(:í)  Qtierellas.  —  Este  libro  es  una  super- 
chería de  Pellicer.  (M.  de  T.) 


Hurtado  de  Mendoza  (y),  uno  de  los 
insignes  escritores  castellanos  del  si- 
glo XVI.  No  faltó  quien  la  atribuyese  á 
Pr.  Juan  de  Ortega,  monje  Jerónimo  ; 
pero  la  opinión  general  y  el  estilo  del 
libro  deponen  á  favor  de  D.  Diego  de 
Mendoza.  A  poco  de  estampado  lo  pro- 
hibió la  Inquisición;  mas  hechas 
algunas  supresiones,  el  Consejo  Real 
permitió  su  publicación  el  año  de  1573, 
dos  antes  de  la  muerte  de  su  autor  ;  y 
desde  entonces  se  han  repetidomuchas 
ediciones  dentro  y  fuera  de  España,  en 
castellano,  en  italiano  y  en  francés. 

A  su  imitación  se  atrevió  Juan  Cortés 
de  Tolosa  á  escribir  el  Lazarillo  de 
Manzanares,  publicado  el  año  de  1620  ; 
empresa  tan  temeraria  como  la  de 
Alonso  Fernández  de  Avellaneda,  y  la 
del  otro  que  á  fines  del  siglo  último 
tuvo  la  osadía  de  publicar  el  Quijote 
de  la  Cantabria.  Semejantes  libros 
llevan  su  descrédito  en  el  mismo  título, 
por  la  imposibilidad  de  sostener  la 
comparación  que  excitan. 

Considerando  lo  apasionado  que  fué 
Cervantes  áD.  Diego  de  Mendoza,  como 
lo  mostró  celebrándolo  con  encare- 
cidos encomios  en  la  Galatea  bajo  el 
nombre  de  Meliso,  se  puede  sospechar 
que  no  es  sincera  la  preferencia  que 
da  sobre  el  Lazarillo  á  la  vida  de  Pasa- 
monte,  y  que  aquél  mal  año  es  irónico 
y  envuelve  algún  sentido  que  no  se 
explica.  Cuál  pudo  ser  éste,  se  dirá  en 
las  notas  siguientes. 


(t)  Ya  queda  dicho  que  El  Lazarillo  no  es 
de  Mendoza.  (M.  de  T.) 


36íi 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


Rey,  otra  vez  he  estado  cuatro  años,  y  ya  sé  á  qué  sabe  el  bizcocho 
y  el  corbacho*  respondió  Ginés,  y  no  me  pesa  mucho  de  ir  á  ellas, 
por(|ue  allí  tendré  luí^ar  de  acabar  mi  libro  ^,  que  me  (juedan  mu- 
chas cosas  que  decir,  y  en  las  ^(aleras  úc  España  hay  más  sosiego 
de  aquel  que  sería  menester,  aunque  no  es  menester  mucho  más 
para  lo  que  yo  tengo  de  escribir**,  porque  meló  sé  de  coro.  Ibíbil 
pareces,  dijo  D.  Quijote.  Y  desdichado,  respondió  Ginés,  porque 
siempre  las  desdichas  i)ersiguen  al  buen  ingenio.  Persiguen  á  los 


1.  Bizcocho  es  his  codas,  cocido  dos 
veces,  porque  lo  está  el  pan  que  se 
lleva  y  gasta  en  las  navefraciones, 
para  que  de  esta  suerte  se  conserve  sin 
enmohecerse.  La  ración  del  galeote 
eran  veinte  y  seis  onzas  de  bizcocho,  si 
no  mintió  el  Picaro  Guzmánen  la  rela- 
ción de  sus  aventuras  (a).  El  uso  de 
esta  especie  de  pan  era  ya  conocido  en 
la  Edad  Media,  según  se  ve  por  las 
crónicas  castellanas  de  aquel  tiempo, 
que  hacen  mención  del  bizcocho  de 
que  se  proveían  las  galeras,  como  lo 
hicieron  las  del  Conde  D.  Pero  Niño 
en  un  puerto  de  Picardía,  durante  su 
campaña  marítima  del  año  1406  (/j). 
Ahora  suele  dársele  el  nombre  de 
gállela.  El  de  bizcocho  se  da  también 
al  yeso  que  se  fabrica  de  yesones 
empleados  ya  anteriormente  en'los  edi- 
ficios y  vueltos  á  quemar  segunda  vez, 
porque  también  es  bis  coclnm.  Otras 
clases  hay  de  hizcochos,  masas  deli- 
cadas de  las  confiterías,  cuyo  nombre, 
si  se  atiende  á  la  etimología,  debe 
escribirse  vizcochos,  porque  se  deriva 
de  vix  cactus. 

Corbacho  o  rehenqxte.,  como  se  le 
llama  en  el  capitulo  LXlll  de  la  se- 
gunda parte,  era  el  azoto  con  que  el 
cómitro  de  la  galera  mosqueaba,  según 
allí  se  dice,  las  espaldas  de  la  chitsxia. 
Por  alusión  ;i  esto  se  di{'>  el  nombre  de 
Coi-hacho  á  dos  obras  satíricas  contra 
las  malas  mujeres,  una  italiana  del 
Boccaccio,  y  otra  castellana  escrita 
después  por  el  Arcipreste  de  Talavera. 
—  Corbacho  equivale  al  maslix  de  los 
griegos  y  latinos. 

2.  En  una  advertencia  que  precede  á 
la  \'ida  del  Picaro  Guzmñn  de  Alfa- 
rache,  publicada  pocos  años  antes  que 
la  primera  parte  del  Quijote,  su  autor, 


(a)  Parte  II,  lib..  III.  cap.  VIH. 
crónica,  parte  II,  cap.  XXXIX. 


ib)  Sa 


Mateo  Alemán,  dice:Jí7mis;«o(Guzmán) 
escribe  su  historia  desde  las  {/aleras, 
donde  queda  forzado  al  remo  por  de- 
litos que  citinetió,  liahiendo  sido  ladrón 
famosísimo.  Si  aplicatido  este  rasgo  de 
semejanza  á  la  vida  de  Ginés  de  Pasa- 
monte  quiso  Cervantes  indicar  por  ella 
la  del  Picaro  Guzmnn,  y  si  la  prefe- 
rencia que  poco  antes  se  le  da  á  la 
primera  sobre  el  libro  de  Lazarillo  de 
Toniies,  y  sobre  todos  cuantos  de  aquel 
género  se  han  escrito,  es  elogio  ó  más 
bien  censura  de  la  obra  de  Mateo 
.\lemán,  son  dudas  que  ocurren,  pero 
imposibles  ya  de  apurarse.  No  es  así 
lo  que  se  añade  de  que  en  las  galeras 
de  España  había  más  sosiego  de  aquel 
que  seria  menester :  expresi(in  enf.iüca, 
que  desde  luego  tiene  fisonomía  de  sa- 
tírica, y  que  en  un  hombre  que  había 
navegado  tanto  y  conocía  tanto  la  con- 
ducta de  moros  y  cristianos  como  Cer- 
vantes, no  puede  menos  de  dirigirse 
contra  la  flojedad  y  poco  celo  en  el 
corso,  cruceros  y  movimientos  de  la 
marina  real  de  aquel  tiempo.  El  Padre 
llaedo,  autor  de  laTopografia  deArgel, 
repite  sin  rebozo  ni  disimulo  esta  acu- 
sación alegando  en  varios  parajes  las 
pruebas  de  la  diligencia  y  actividad  de 
los  moros  en  las  operaciones  marí- 
timas, mientras  que  se  estaban  laa 
galeras  cristianas  trompeteando  en  los 
puertos,  y  mug  de  reposo  cociendo  la 
haba,  gastando  y  consumiendo  los  días 
y  las  noches  en  banquetes  en  jugar 
dados  y  naipes  'a). 

3.  Sobra  el  »iíí<í.  Acababa  de  decir  que 
en  las  galeras  había  más  sosiego  ¡fe 
aquel  que  sería  menester  :  y  añade 
aunque  no  es  menester  mucho  para  ¡o 
que  yo  tengo  de  escrifñr  porque  yne  lo 
sé  de  coro.  La  palabra  más  descom- 
pone el  sentido,  y  debió  borrarse. 

(a)  Diálofro  I. 


lMUMi:itA    l'ARTí;. 


cAi'írií.o  XXII  ,^63 

Itcll.iros,  (lijo  ol  Comisario.  Ya  le  lio  dirlio,  señor  C'omi.sario,  res- 
[M)ii(l¡()  Pasamonle,  que  se  vaya  poco  i\  poco,  que  aquellos  señores 
no  Iciliorou  esa  vara  para  que  mallralase  d  los  pobretes  fpie  arpif 
vamos,  sino  para  (\ur.  nos  g'uiase  y  llevase  adonde  su  Majcsiad 
manda  ;  si  no,  por  vida  de...  hasla,  (pie  podría  ser  (puí  saliesen 
ali^ún  día  en  la  colada  las  manchas  cpic  se  liiciei'on  en  la  venta',  y 
lodo  el  mundo  calle  y  viva  bien  y  hable  mejor,  y  caminemos,  que 
ya  es  mucho  i-eg-odeo  éste.  Alzó  la  vara  en  alto  el  Comisario  para 
dar  á  Pasamonle  en  respuesta  de  sus  amenazas;  mas  D.  Quijote  se 
puso  en  medio,  y  le  rogx)  (fue  no  le  mallratasc,  pues  no  era  mucho 
que  (pilen  llevaba  tan  aladas  las  manos,  tuviese  algún  lanío  suelta 
la  l(Mii,Hu\  ^.  Y  volvi(!Mi(lose  á  lodos  los  de  la  cadena,  dijo  :  De  todo 
cuanto  me  habéis  dicho,  hermanos  carísimos,  he  sacado  en  limpio 
que  aunque  os  han  castigado  por  vuestras  culpas,  las  penas  que 
vais  á  padecer  no  os  dan  mucho  gusto  y  ([ue  vais  á  ellas  muy  de 
mala  gana  y  muy  contra  vuestra  voluntad,  y  que  podría  ser  que  el 
poco  íínimo  que  atjuél  tuvo  en  el  tormento,  la  falta  de  dineros 
desle,  el  poco  favor  del  otro,  y  finalmente,  el  torcido  juicio  del  juez 
hubiese  sido  causa  de  vuestra  perdición,  y  de  no  haber  salido  con 
la  justicia  que  de  vuestra  parle  teníades;  todo  lo  cual  se  me  re- 
presenta á  mí  ahora  en  la  memoria,  de  manera  que  me  está  di- 
ciendo, persuadiendo  y  aun  forzando  que  muestre^  con  vosotros 
el  efecto  para  que  el  cielo  me  arrojó  al  mundo,  y  me  hizo  profesar 
en  él  la  orden  áe  caballería  que  profeso,  y  el  voto  que  en  ella  hice 
de  favorecerá  los  menesterosos''  y  opresos(a)  de  los  mayores.  Pero 


1.  Alusión  á  algún  incidente  ocurrido 
los  días  anteriores  durante  el  viaje  de 
los  galeotes  en  alguna  venta,  y  en  que 
era  culpable  el  Comisario  :  otro  rasgo 
de  semejanza  entre  Pnsamonte  y  el 
Picarón  (juzmán  de  Alfarache.  Durante 
el  viaje  de  éste  con  sus  dignísimos 
compañeros  ú  galeras,  paró  á  sestear 
la  cadena  en  una  venta,  donde  Guzmán 
hizo  un  hurto  de  que  se  aprovechó  el 
Comisario  (a).  He  aquí  manclios  hechas 
en  la  venia,   con  cuya  manifestación 

(a)  Parte  II,  lib.  III,  cap.  VIH. 

fa)  Ojiresos.  —  Opresn  es  siempre  adje- 
tivo y  no  puede  usarse  corno  participio  en 
los  tiempos  aiiTüiares.  Aun  su  uso,  como  ad- 
jetivo, es  hoy  casi  exclusivo  de  la  poesía. 
CTallego,  en  su  famosa  oda  Ai  JJot  de  mayo, 
dice : 

Por  la  apresa  metrópoli  tendiendo. 

(M.  de  T.) 


podía  amenazar  un  galeote  al  Comi- 
sario. La  concurrencia  de  estas  parti- 
cularidades no  tiene  trazas  de  casual  y 
puede  confirmar  la  conjetura  de  que 
en  la  persona  de  Ginés  de  Pasamonte 
quiso  señalar  Cervantes  la  de  Guzmán 
de  Alfarache,  y  las  aventuras  de  éste 
en  la  vida  de!  otro. 

2.  Bella  expresión,  no  menos  por  In 
contorneado  del  período  y  lo  perfecto 
del  lenguaje,  que  por  la  tienignidad  y 
noble  indulgencia  del  pensamiento. 

3.  La  gradación  está  bien,  porque 
decir  es  menos  que  persuadir,  y  per- 
suadí)' menos  que  forzar  :  pero  fuera 
de  apetecer  que  tos  tres  verbos  tuviesen 
un  régimen  común,  poniendo,  verbi- 
gracia, 'mandando  en  lugar  de  forzando. 
Se  dice  persuadir  que,  y  forzar  á  que. 

4.  El  lector,  que  desde  el  principio 
del  capítulo  vio  ya  áü.  Quijote  alarmado 
con  la  expresión  de   que   los  galeotes 


364  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

porque  sé  que  una  de  las  parles  de  la  prudencia  es,  que  lo  que  se 
puede  hacer  por  bien  no  se  haga  por  mal,  quiero  rogar  á  eslos 
señores  guardianes  y  Comisario  sean  servidos  de  desataros  y  deja- 
ros ir  en  paz,  que  no  ("altaríin  otros  que  sirvan  al  Rey  en  mejores 
ocasiones,  porque  me  parece  duro  caso  hacer  esclavos  á  los  que 
Dios  y  naturaleza  hizo  libres ' ;  cuanto  más,  señores  guardas,  añadió 
D.  Quijote,  que  estos  pobres  no  han  cometido  nada  contra  vos- 
otros ;  allá  se  lo  haya  cada  uno  con  su  pecado ;  Dios  hay  en  el  cielo 
que  no  se  descuida  de  castigar  al  malo,  ni  de  premiar  al  bueno,  y 
no  es  bien  que  los  hombres  honrados  sean  verdugos  de  los  otros 
hombres,  no  vendóles  nada  en  ello.  Pido  esto  con  esta  manse- 
dumbre y  sosiego,  porque  tenga,  si  lo  cumplís,  algo  que  agrade- 
ceros; y  cuando  de  grado  no  lo  hagáis,  esta  lanza  y  esta  espada, 
con  el  valor  de  mi  brazo,  harán  que  lo  hagáis  por  fuerza.  Donosa 
majadería,  respondió  el  Comisario;  bueno  está  el  donaire  con  que 
ha  salido  á  cabo  de  rato ;  los  forzados  del  Rey  quiere  que  le  dejemos, 
como  si  tuviéramos  autoridad  para  soltarlos,  ó  él  la  tuviera  para 
mandárnoslo.  Vayase  vuestra  merced,  señor,  norabuena  su  camino 
adelante,  y  enderécese  ese  bacín  ^  que  trae  en  la  cabeza,  y  no  ande 
buscando  tres  pies  al  gato.  Vos  sois  el  gato  y  el  rato  y  el  bellaco, 
respondió  D.  Quijote;  y  diciendo  y  haciendo,  arremetió  con  él  tan 
presto,  que  sin  que  tuviese  lugar  de  ponerse  en  defensa,  dio  con  él 
en  el  suelo  malherido  de  una  lanzada,  y  avínole  bien,  que  éste  era  el 
de  la  escopeta^.  Las  demás  guardas  quedaron  atónitas  y  suspensas 

padecían  fvierza,  y  decir   que   su  oficio  en  tiempo  de  Cervantes,  destinándola, 

era  deshacerlas  y  socorrer  á  los  mise-  á  significar  los   vasos  de   uso  preciso 

rabies,  está  preparado  para  esta  salida  para   la   limpieza  personal.   Cel■^■anles 

del  hidalgo  manchego.   —    El    favor  y  empleó   agudamente   esta  voz,  que   en 

amparo  délos  menesterosos á que  obli-  su  tiempo  era  aún  equivoca,  para  ridi- 

gaba  la  profesión  caballeresca,  no  estaba  culizar  más  el  yelmo  de   D.  Quijote. — 

limitado  á  las  dueñas  y  doncellas,  sino  Lo  mismo  que  á  bacín  sucedió  á  otras 

que  se  extendía  á  toda  clase  de  flacos  voces,  que  antiguamente  estuvieron  ad- 

y  necesitados  de  socorro.    El   príncipe  mitidas,  y  ahora  no  lo  están.  Las  per- 

Florandino,  al  armar  caballero  á  Flora-  sonas    de   buena  educación  quisieron 

mor,  le  preguntaba  :  D¿,  doncel ;  ¿  pro-  honestar  ciertas  cosas  puercas  y  asque- 

metes  de  dar  tu  a>/uda  tí  todos  aquellos  rosas,  designándolas  con  nombres  que 

que  de  ellahubiesen  necesidad  ?  Sí  juro,  entonces  eran  decentes,  y  lo  quesucedió 

dijo  él:  entonces  la  doncella  Armínda  fué,  que  las  cosas  comunicaron  su  feal- 

le  ciñó  la  espada,  y  el  principe  le  calzó  dad    á    los    nuevos   nombres,    y  éstos 

la  espuela.  Esto  pasaba  en  una  barca  á  quedaron  proscriptos  del  lenguaje  culto 

la  luz  de  la  luna  (a).  y  cortesano. 

1.  Hizo  por  hicieron.  3.  Al  principio    de   este   capítulo  se 

2.  Bacín,  palabra  que  en  lo  antiguo  dijo  que  eran  dos  los  de  á  pie,  y  otros 
significaba  bacía  ó  palancana,  y  que  dos  los  que  venían  á  caballo  y  con  es- 
el  uso  empezaba  ya  á  hacer  indecente  copetas.    En  la  presente  expresión,  se 

supone  que  no  la  llevaba  sino  uno  solo  : 

en  las  siguientes  se  indica  que  los  dea 

(a)  Caftaiíero  de /a  Cruz,  libro  II,  cap.  XIV.      caballo  no  tenían  más   armas  que  sus 


PRIMEIU    PAUTF..    —    CAPÍTULO    XXII  365 

(Jcl  no  esperado  aconlocim¡«Milo;  pero  volviendo  sobre  si,  pusieron 
mano  ;i  sus  esjjadas  los  de  á  caballo,  y  los  de  á  pie  á  sus  dardos,  y 
arremetieron  á  D.  Ouijote,  que  con  nuicbo  sosiego  los  aguardaba  ;  y 
sin  (luda  lo  pasaranial,  si  los  galeotes,  viendo  la  ocasión  que  seles 
ofrecía  de  alcanzar  libertad,  no  la  procuraran,  procurando  romper  la 
cadena  donde  venían  ensartados.  Fué  larevucltade  manera,  que  las 
guardas,  ya  por  acudirá  los  galeotes  que  se  desataban,  ya  por  aco- 
nuiter  á  D.  (J'^ii.io'-e  que  los  acometía', no  hicieron  cosa  quefuesede 
provecho.  Ayudó  Sancho  por  su  parte  á  la  soltura  de  Ginésde  Fasa- 
uionte,  (|ue  i'uéel  primero  que  saltó  en  la  campaña  libre  y  desem- 
barazado, y  arremetiendo  al  Comisario  caído,  le  quitó  la  espada  y 
la  escoi)eta,  con  la  cual,  apuntando  al  uno  y  señalando  al  otro  sin 
dispararla  jamás,  no  quedó  guarda  en  todo  el  campo,  porque  se 
fueron  huyendo,  así  de  la  escopeta  de  Pasamonte,  como  de  las 
muchas  pedradas  que  los  ya  sueltos  galeotes  les  tiraban.  Entris- 
tecióse mucho  Sancho  deste  suceso  -,  porque  se  le  representó  que 
los  que  iban  huyendo  habían  de  dar  noticia  del  caso  ala  Santa  Her- 
mandad, la  cual  á  campana  herida  ^  saldría  á  buscar  los  delin- 
cuentes, y  así  se  lo  dijo  á  su  amo,  y  le  rogó  que  luego  de  allí  se 
partiesen,  y  se  emboscasen  en  la  sierra  que  estaba  cerca.  Bien  está 
eso,  dijo  D.  Ouijote  ;  pero  yo  sé  lo  que  ahora  conviene  que  se 
haga  ;  y  llamaTido  á  todos  los  galeotes,  que  andaban  alborotados  y 
habían  despojado  al  Comisario  hasta  dejarle  en  cueros,  se  le  pu- 
sieron todos  á  la  redonda  para  ver  lo  que  les  mandaba,  y  así   les 

espadas;   y    finalmente,   añadiéndose  suceso,  se  dijera  que  concluido  el  suceso 

que  el  Comisario  derribado  ei-a  el  de  la  le  ocurrió   que    los    fugitivos     darían 

escopeta,  yquelosdeá  caballo  pusieron  cuenta  á  la   Santa   Hermandad,  y  que 

mano  á  sus  espadas,  resulta    que  eran  esto  le   dio  motivo  para  entrisleoers^e, 

tres  los  montados.  Tal  eia  la  distracción  se  evitaba  el  salto  de  las  ideas,  y  cesaba 

V  descuido  con  que  se  escribía  el  admi-  el  motivo  del  reparo, 
rabie  libro  del  Quijote.  3.  Así   lo  mandaban,  con  efecto,  las 

1.  Pocos  renglones  antes  se  había  ordenanzas  de  la  Hermandad.  Otro  si 
dicho  que  D  (^m]uÍQ,con  mucho  sosiego  úecvm,  los  cuadrilleros,  liief/o  que  el 
los  aguardaba;  aquardar  y  acometer  delito  les  fuere  denunciado  ó  lo  supieren 
se  contradicen.  Realmente,  hubiera  en  cualquier  manera,  de  su  oficio  sean 
convenido  borrar  las  nalabras  que  los  tenudos  de  seguir  é  mandar  que  sigan 
acometía,  que  para  nada  eran  necesa-  los  malhechores  fasta  cinco  leguas 
rias  •  con  lo  cual  se  evitara  al  mismo  dende,  faciendo  todavía  dar  apellido, 
tiempo  la  repetición  del  verbo  acometer.  é  repicando  las  campanas  en  todo  lugar 
—  Enel  período  anterior  se  había  dicho  donde  llegaren, porque  asimismo  salgan 
también  procuraran  procurando.  y  vagan  de   los  tales  lugares  en  prose- 

2.  No  dice  bien eslatristezadeSancho  cución  de  los  dichos  malhechores,  üie- 
con  la  actividad  y  diligencia  que  ¡ica-  ronse  dichas  ordenanzas  en  Córdoba,  a 
baba  demostrar,  ayudando  á  la  soltura  7  de  Julio  de  1486.  Este  método  de 
de  Pasamonte  sin  alguna  transición  ó  convocar  por  medio  de  las  campanas, 
estado  intermedio.  Si  en  lugar  de  decir  es  lo  que  se  llama  tocar  á  somaten  en 
á  secas  que  Sancho   se  entristeció  del      Cataluña,  y  a  rebato  en  Castilla. 


3G0 


DON    QUIJOTE   DE   L.\    MANCHA 


dijo  :  De  gentp  bien  nacida  es  agradecer*  los  beneficios  que  reci- 
ben, y  uno  de  los  pecados  que  rnás  ú  Dios  ofende,  es  la  ingralitu<i. 
Díi<olo,  porquera  liabéis  vislo,  señores,  con  manifiesta  experienci.i 
el  que  de  raí  habéis  r(;cebido  ;  en  {>ago  del  cual-  querría,  y  es  lui 
voluntad,  que  cargados  de  esa  cadena  que  quité  de  vuestros  cue- 
llos, luego  os  pongáis  en  camino  y  vais  ú  la  ciudad  del  Toboso,  \ 
allí  os  presentéis  ante  la  señora  Dulcinea  ^  del  Toboso,  y  le  digái- 


1.  Ocurrencia  y  arenga  lan  propia  de 
la  locura  (le  D.  Quijote,  como  delingenio 
de  Cervanteí;.  ¡  Qué  contraste  entre  la 
sandez  de  un  loco  honrado  y  sincero 
con  la  retlexiva  malignidad  de  unos 
pillos  que  caminaban  al  remo  (a)!  Este 
contraste  lleva  consigo  la  verisimilitud 
de  lo  que  va  á  suceder,  y  prepara  el 
éxito  que  debia  tener,  y  electivamente 
tuvo,  la  aventura  de  los  galeotes. 

2.  Se  refiere  á  beneficio  ;  pero  está 
ya  muy  trasmano,  yconvendriahaberlo 
repetido  ó  indicado  de  oli'o  modo:  Cer- 
vantes, que  solía  incurrir  tantas  veces 
en  repeticiones  no  necesarias  de  una 
misma  palabra,  aquí  pec(3  por  el  ex- 
tremo contrario. 

3.  He  aqui  al  Toboso  convertido  en 
ciudad  poj'  D.  Quijote,  como  si  se  tra- 
tase de  Londres,  de  París,  de  Coustan- 
tinopla,  de  Trapisonda»!  de  alguna  corte 
de  las  Princesas  que  había  leído  en  sus 
desalmados  libros.  .\lli  encontraba  los 
originales  que  quería  copiar  en  la  oca- 
sión presente,  enviando  los  agraciados 
á  su  sen  ora,  como  lo  había  hecho  tam- 
bién en  la  aventura  del  vizcaíno. 

Amadís  de  Gaula,  habiendo  vencido 
al  hraro  y  esquivo  gigante  Madarque, 
señor  de  la  Ínsula  Triste,  puso  en  li- 
bei'tad  .í  los  que  tenía  presos.  Eran 
ciento,  en  que  había  treinta  caballeros 
y  más  de  cuarenta  dueñas  y  doncellas : 
todos  llegaron  con  mucha  humildad  á 
besar  las  mano^  a  Amadís,  diciéndole 
que  les  mandase  lo  que  hiciesen.  El  les 
dijo  :  Amif/os,  lo  que  ó  mi  más  me  pla- 
cerá^ es  que  os  vais  á  la  reina  Brisena, 
y  le  digáis  cómo  osearía  el  su  Cafjallero 
de  la  ínsula  Firme...  y  besadle  las  ma- 

(cí)  Caminnhnn  al  remo  no   es   correcto.  Se 
dice  andar  al  remo  pero  en  otro  sentido  : 
;  Hola  !  ¿.  conque  bail»l)as 
Mientras  yo  andaba  al  remo? 

(Saíi.^nieoo.) 
M.  de  T.) 


nos  por  mi  (a).  Y  véase  en  este  pas'ii 
el  vais  sincopado  por  vayáis,  como 
está  tambif-nenel  texto  del  Olujoti:. 

(^on  palibras   iguales  alas  copiada- 
de  Araadís  de  Gaula,  envió  el  deGreí  ¡i 
al  vencido  gigante  Cinofal  á  presentarsr 
:''.  su  señora    Lui-ela.   princesa   de  Sici- 
lia (h).  Del  Caballlero  de  la  Cruz  cuent  > 
su  historia,   que   de  resultas   de  hab 
vencido  y  muerto  á  un  caballero  ingl. 
de    grande    estado    en    el   ducado    ib 
Guiana,  sele  rindieron  veintidós   casti- 
llos, (i    cuyos  alcaides  mandi'i  fuesen 
presentarse  ante  su    señora   la  infan' 
Andriana,   hija  del   rey  de  Francia  ¡t 
Kn  la  uiisma  historia  se  refiere  que  i  I 
infante  Floramor,  habiendo   puesto  en 
libertad  á   más  de  doscientos  caulivi.- 
y  cautivas,  que  estaban  presos   en    >  I 
castillodel  maligno  encantador  Arcalcí.. 
entre  ellos  á  un   caballero  llamado  Ar- 
mindo,  dio  á  éste  el  castillo,  y  le  encargo 
que  llevase  consigo  á  Constantinopla  ., 
sus  compañeros  de  prisión  y  al  misnid 
Arcaico,  y  s?'  presentase  con   lodos  i\r 
pai-le    del   Caballero   de   las   Doacelli- 
ante  la  princesa  Cupidea,  y  no  se  apar- 
tasen  de    ella   sin    .su    viduntad.    Con 
efecto,  se  presentó  Armindo  con  t.o(bv- 
los  libertados,  y  con  Arcaico  muy  bi>' 
ligado  detrás  de   lodos  ;  é  hincando  / 
hinojos    ante   ella,  le    besó  las  mam 
diciendo :    A    ti,    hermosa   y  soberai 
princesa,  venirnos  de  parte  del  más  lu 
moso  y    aventajado    Caballero    de    ¡' 
Doncellas...  el   cual  besa  tus  hermoí- 
manos  tnil  reces,  y  nos  mandó  que  ?^-^ 
metiésemos  en  tu   prisión,  para  que  de 
nosotros  hicieses  ü  tu  guisa,  como  aquel 
que  nos  libró  de    la    más  cruel  prisión 
del  mu7ido .  de  poder  de  Arcaleo  el  en- 
cantador,  que  es   éste    que   aqui  trae- . 
mos  {d). 

[a\  Amadis  df  Gaula,  cap.  LXV.  —  (b)í 
Amadis  de  Grecia,  parte  II,  cap.  XL.  —  le} 
Caballero  de  La  Cruz,  lib.  I,  cai>.  CXXI.  — 1 
(d)  Libro  II,  cap.  XVI. 


pniMliHA    PAUTE.    —    CAI'ITIII.O    X\II 


3G7 


que  su  caballero  el  de  la  Triste  Figura  se  le  envía  á  encomendar,  y 
le  conlris  puiiLo  por  punto  Lodos  los  (jue  ha  lenido  esta  lamosa 
aventura  hasta  poneros  en  la  deseada  libertad ;  y  hecho  esto,  os 
podiris  ir  donde  quisiórcdí's  ;'i  la  buena  ventura.  Respondió  por 
todos  ("linés  de  PasamouLe,  y  dijo  :  Lo  que  vuestra  mercednos 
manda,  señor  y  libertador  nuestro,  es  inqiosible  de  toda  imposibi- 
lidad cunq)lirlo,  porque  no  podemos  ir  juntos  por  los  caminos, 
sino  solos  y  divididos,  y  cada  uno  por  su  parte,  procurando  me- 
terse en  las  entrañas  de  la  tiei'ra,  poi-  no  ser  hallado  de  la  Santa 
Hermandad,  que  sin  duda  alguna  ha  de  salir  en  nuestra  busca.  Lo 
([ue  vuestra  mei'ced  puede  hacer,  y  es  justo  que  iiaga,  es  mudar  ese 
servicio  y  montazgo  <  de  la  señora  Dulcinea  del  Toboso  en  alguna 
cantidad  de  Avemarias  y  Credos,  que  nosotros  diremos  por  la  in- 
tención de  vuestra  merced,  y  ésta  es  cosa  que  se  podrá  cumj)lir  de 
noche  y  de  día,  huyendo  ó  reposando,  en  paz  ó  en  guerra;  pero 
pensar  que  hemos  de  volver  ahora  á  las  ollas  de  Egipto,  digo,  á 
Lomar  nuestra  cadena,  y  á  ponernos  en  camino  del  Toboso,  es 
pensar  que  es  ahora  de  noche,  que  aun  no  son  las  diez  del  día,  y 
es  pedirá  nosotros  eso  como  pedir  peras  al  olmo  ^.  Pues  voto  á 
taP,  dijo  D.  Quijote  (ya  puesto  en  cólera)  Don  hijo  de  la  puta  ^ 


1.  Nombres  de  contribucinnes  que  se 
pagaban  anligiiameníe  en  España,  (ion 
ellos  se  designa  aquí  el  liomenaje  y 
demostración  que  en  obsequio  de  Dul- 
cinea exigía  nuestro  caballero  de  sus 
clientes  los  galeotes.  El  quid  pro  rjuo  de 
Avemarias  y  Credos  que  se  proponía 
en  lugar  del  viaje,  era  muy  propio  y 
natural  en  la  clase  de  gentes  íi  que  per- 
tenecía el  orador  :  y  no  es  duoable  la 
eficacia  de  oraciones  emanadas  de 
bocas  tan  puras  y  manos  tan  ino- 
centes. 

2.  Pasamonte  en  su  discurso  salta  de 
lo  sagrado  ;i  lo  profano,  de  la  akisiim 
á  las  quejas  de  los  israelitas  peregri- 
nando por  el  desierto,  ñ  la  expresión 
proverbial  castellana  de  pedir  peras  al 
olmo,  con  que  suele  designarse  un  im- 
posible, cual  es  que  un  olmo  produzca 
peras. 

:í.  No  siempre  se  contenía  D.  Quijote 
valiéndose  del  comodín  tal  en  sus  votos 
y  juramentos,  como  lo  hizo  en  esta 
ocasión,  aunque  puesto  en  cólera.  En 
el  capitulo  XXIV  de  esta  primera  parte 
se  lee  :  Eso  no,  voto  á  tal,  respondió 
con  mucli.a  cólera  D.  Quijote  {y  arrojóle 
como  tenía  de  costvmí)re).  Peor,  por 
más  claro,  está  en  la  segunda  parte  en 


la  aventura  de  las  galeras  (a),  donde  se 
dice  de  D.  Quijote  que  volaba  á  Dios, 
que  si  alguno  lleyaba  á  asirle  para  vol- 
tearle, le  liabia  de  sacar  el  alma  ó 
puntillazos.  En  otro  lugar  se  significa 
lo  mismo,  diciendo  que  lo  arrojó  re- 
dondo como  ana  hola.  Si  esta  era  la 
costumbre  de  D.  Quijote,  según  se  dice 
en  uno  de  los  lugares  mencionados,  las 
reticencias  no  son  suyas,  sino  de  su 
coronista. 

4.  El  tratamiento  de  Don,  nacido  del 
latino  Dominas,  que  por  su  origen  y 
naturaleza  es  de  honor,  se  usa  aquí  al 
contrario,  contuerza  y  en  tono  de  vitu- 
perio :  y  lo  mismo  sucede  después  en 
el  caiHtulo  XLl\',  cuando  el  Barbero 
arremetió  á  Sancho,  diciendo  :  /  Ali. 
Don  ladrón,  que  aquí  os  tengo!  Venga 
mi  bada  y  mi  albarda  con  iodos  mis 
aparejos  que  me  robasles.  Del  mismo 
modo  en  el  capítulo  XVll  de  la  segunda 
parte,  amenazando  D.  Quijote  al  leo- 
nero, le  llam(')  Don  bellaco. 

Cervantes,  según  su  propósito,  tiró 
á  remedar  los  libros  caballerescos,  donde 
es  frecuente  este  uso  del  Don  irónico 
é  injurioso.  Peleando  el    Caballero  del 

(a)  Cap.  LXIII. 


368  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

Don  Ginosillo  de  Paiopillo,  ó  como  os  llamáis,  que  habéis  de  ir  vos 


Cisne  con  el  Duqu»j  Rainer  de  Sajonia, 
lo  hirió,  é  dijoleasi  muy  sañwJameiile  : 
Don  alevoso  probado,  en  mal  punió 
avistes  la  traición  conoscida^que  comen- 
zastes  contra  la  Dueña  de  Bullón  (o). 
Uno  de  los  cuatro  caballeros  que  se 
llevaban  por  fuerza  una  doncella,  res- 
pondió á  D.  Olivante  de  Laura,  que  los 
denostaba  :  Don  sandio  Caballero,  en 
mal  punto  queréis  aconsejar  a  quien 
consejo  de  vos  noquiere  receijir  (Jj).  Don 
Caballero  falso,  Don  Caballero  traidor, 
se  lee  en  la  historia  de  Primaleón  (c). 
En  la  del  Caballero  del  P'ebo  se  cuenta 

3ue  otro  caballero  le  quiso  asir  la  falda 
e  la  loriga,  diciendo:  \o  os  valdrán, 
Don  falsa  Caballero, vuestraa  burlas. queá 
vuestro  desgrado  habéis  de  ir  con  nos- 
ot7'os  preso :  lo  decía  por  él  y  la  Princesa 
Claridiana,  que  estaba  allí  disfrazada 
de  caballero  í//>  Ahora  quiero  yo  ver, 
Don  falso  enano,  cómo  sentís  la  pena 
que  á  las  doncellas  dais,  decía  el  Caba- 
llero Fineo  <i  un  enano  que  se  jactaba 
de  haber  dado  de  comer  á  sus  halcones 
de  la  carne  de  más  de  treinta  doncellas  : 
Y  así,  tomándolo  él  y  Camelio  (su  es- 
cudero), lo  colgaron  de  un  árbol  por  los 
cabellos  'e). 

Enlospasos anteriores,  el  tratamiento 
Don  se  junta  con  palabras  ofensivas  ; 
pero  aun  él  por  sí  sólo  solía  tener  un 
sentido  enfático  en  mala  parte,  de  lo 
que  hay  ejemplos  en  Palmerin  de 
Oliva  (/■),  y  en  las  Sergas  de  Esplan- 
dián  (g).  Iba  Lisuarte  de  Grecia  todo 
distraído  y  abismado  en  sus  pensamien- 
tos por  una  floresta,  y  un  caballero 
quiso  forzarle  á  detenerse  :  resistiéndose 
Lisuarte,  le  dijo  el  otro  :  ;.  Cómo,  Don 
Caballero,  no  hasta  que  seáis  loco,  sino 
necio  '!  Lisuarte  no  se  anduvo  en  chi- 
quitas: sacó  la  espada,  y  de  un  tajo  le 
derribó  un  brazo  al  descortés  caba- 
llero (/i). 

Este  uso  antifrástico  del  tratamiento 
de  Don  no  era  exclusivo  de  los  libros 
de  Caballería  :  hállase  ya  en  nuestros 
libros  antiguos  desde  los  principios  del 
idioma  castellano.  Gonzalo  de  Berceo, 


(a)  Gran  Conquista  de  Ultramar,  cap. 
LXXII.  —  (é)  Olivante,  lib.  1,  cap.  XVIIL 
—  (c)  Gap.  IV  y  XXIX.  —  (d)  Parte  I,  lib. 
III,  cap.  XXXI.  —  (e)  Policisne  de  Boecia, 
cip.  XXVI.  —  (/•)  Cip.  LXI.  —  {g)  Cap. 
XXVIII.  —  (A)  Lisuarte  de  Grecia,  cap.  Lili. 


uno  de  nuestros  poetas  primitivos, 
cuenta  en  la  Vida  de  Santo  Domingo(a) 
que,  irritado  contra  el  Santo  D.  García, 
Rey  de  Navarra, 

Don  Mon;,'e,  dice  ol  Rey,  muctio  de  mal  sa- 

tbedcs. 

y  en  los  Milagrosde  Nuestra  Señora  (6) 
refiere  la  contestación  que  el  Api'istol 
Santiago  tuvo  con  uno  de  los  diablos 
que  se  llevaban  el  alma  de  un  ro- 
mero: 

Díjoli  Santiago  :  Don  traidor  palabrero, 
Non  vos  puet  vuestra  parla  valer  un  mal 

[dinero. 

En  la  expedición  contra  Egipto,  el 
Rej'  de  Jerusalén  Juan  de  Rreña  ó 
Brienne,  estaba  mal  con  el  Legado  del 
Papa  Pclagio,  portugués  de  nacimiento, 
Cardenal  y  Obispo  Tusculano,  y  últi- 
mamente Papa  con  el  nombre  de 
Juan  XXI.  Después  de  la  toma  de  Da- 
mieta,  que  fué  en  el  año  de  12!!),  ha- 
llándose en  el  mayor  apuro  el  ejército 
cristiano  por  causa  de  una  inundación, 
y  con  los  moros  á  la  vista,  se  cuenta 
en  la  Gran  Conquista  de  Ultramar  (c) 
que  el  Legado  pedia  consejo  al  Rey,  y 
que  el  Rey,  airado,  le  respondió  :  Do7i 
Legado,  Don  Legado,  en  mala  hora  sa- 
listes  de  España,  que  vos  habéis  echado 
á  perder  esta  hueste,  é  agora  decís  que 
yo  dé  consejo.  En  el  cuento  de  un  moro 
recién  casado  que  se  insertó  en  el 
Conde  Lucanor  [d)  se  refiere  que,  eno- 
jado con  un  perrillo  faldero,  le  dijo  : 
¿  Cómo,  Don  falso  traidor,  no  viste  lo 
que  fice  al  alano'.'  É  irritado  después 
con  su  caballo,  le  dijo  :  ;.  Cómo.  Don 
Caballo,  cuidades  que  porque  non  he 
otro  caballo,  que  por  eso  vos  dejaré, 
si  non  ficiéredes  lo  que  vos  inundase? 

Aguardad,  Don  Asno,  decia  Marcelo  a 
Pajares  en  una  comedia  de  Lope  de 
Rueda  intitulada  Los  Engaños,  ame- 
nazándole con  que  le  obligaría  á  hacer 
lo  que  se  le  mandaba  \c). 

iNo  era  de  mejor  condición  el  Doña 
femenino  que  el  Don  masculino.  En  la 
Historia  de  Policisne  (f)  decia  el  Ca- 
ballero Fineo  á  la  mágica  Almandroga, 


(a)  Cop.  179.  -  (A)  Copla  202.  —  {O  Lib.  IV, 
cap.  CCXCV.  -  {d)  Cap.  XLV.  -  (e)  Acto  1, 
esc.  II.  —  (/■)  Cap.  XLIII. 


l'KIMERA    PAnTE.    —   CAPÍTULO    XXII 


'M')'.) 


solo,  rabo  c^nlre  piernas^,  con  toda  la  cadena  á  ciicstgs.  Pasamente, 
(|U(>  no  era  nada  bien  sufrido  (estando  ya  enterado  que  IJ.  Quijote 
no  era  muy  cucm'iIo,  ¡)ucs  tal  dispárale  había  cometido  como  el  de 
qnei'tM'  darles  libertad)  ■•^,  viéndose  Iralar  mal  y  de  a(|uella  manera, 
hizo  del  ojo  á  los  compañeros-',  y  a|)artándos(í  aparte,  comenzaron 
A  llover  tantas  y  tantas  piedras  sobre  D.  Quijote,  que  no  se  daba 
manos  á  cubrirse  con  la  rodela,  y  el  pobre  Rocinante  no  hacía  más 
caso  (lela  espuela  que  si  fuera  hecho  d(!  bronce.  Sancho  se  puso 
tras  su  asno,  y  con  él  se  defendía  d(!  la  nube  y  pedrisco  que  sobre 
entrambos  llovía.  No  se  pudo  escudar  tan  bien  D.  Quijote,  que  no 
le  acertasen  no  sé  cuantos  guijarros  en  el  cuerpo  con  tanta  fuerza, 
que  dieron  con  él  en  el  su(;lo  ;  y  apenas  hubo  caído,  cuando  fué 
sobre  él  el  estudiante,  y  le  quitó  la  bacía  de  la  cabeza,  y  dióle  con 
ella  tres  ó  cuatro  golpes  en  las  es[)aldas  y  otros  tantos  en  la  tierra, 
con  que  la  hizo  casi  pedazos^  (a);  quitáronle  una  ropilla'  que  traía 


que  iba  ;i  degollar  al  Rey  Minandro  : 
/i'«  mal  punto.  Doña  cruel  y  envanta- 
doru,  tuvisteis  tal  osadía. 

El  Arcipreste  de  Talavera,  en  su  Cor- 
hacho  (fl),  hablando  de  un  ermitaño  hi- 
pócrita de  Valencia  que  no  quería  abrir 
á  la  justicia,  cuenta  que  le  decía  desde 
afuera  el  Gobernador  :  Don  viejo  falso  é 
malo,  abriréis  mal  que  vos  pese ,  é  veré  qu<^ 
tenéis  aqui  ('entro  Y  en  otro  paraje  (6) 
pone  la  contienda  y  altercado  entre 
la  Fortuna  y  la  Pobreza  :  la  una  lla- 
maba á  la  otra  Doña  villana,  y  la  otra 
llamaba  á  la  una  Doña  loca  engrasada. 
Después  de  una  porfiada  lucha,  la  Po- 
breza echa  en  tierra  á  la  Fortuna,  y, 
poniéndole  el  pie  en  la  garganta,  le 
dice  :  Doña  traidora,  no  es  todo  deli- 
cados manjares  tragar. ..  Doña  falsa 
mala,  no  es  todo  en  cama  delicada  fol- 
qar :  conviene.  Doña  engañadora,  la 
pobreza  por  fuerza  probar. 

El  autor,  otras  veces  citado,  de  las 
Observaciones  sobre  algunos  puntos  del 
Quijote,  que,  ocultándoáe  bajo  las  ini- 
ciales T.  E.,  las  publicó  en  Londres  el 
aüo  de  1807,  reprendió  el  presente  pa- 
saje como  demasiadamente  grosero,  y 
aun  de   mal  ejemplo  para  la  juventud. 


(a)  Parte  IV,  cap.  IV.  -  (6)   Parte  IV, 
cap.  VI. 


('/.)  Casi  pedazos  :  quitáronle,  etc.,  —  En  el 
Sr.  Cortejón  se  lee  :  casi  pedrizos.  Quitá- 
ronle, etc.  (M.  de  T.) 


No  tuvo  presente  que  el  Quijote  no  se 
escribió  para  niños. 

1.  Gomo  los  perros  cuando  se  les 
castiga  ó  se  les  amenaza  y  tienen  miedo, 
de  donde  se  tomó  la  expresión. 

2.  Algo  m.is  fué  que  querer,  porque 
les  había  dado  libertad  efectivamente. 
Sobra  la  palabra  querer. 

3.  Hacer  del  ojo.  guiñar  ó  hacer  señas 
con  los  ojos,  regularmente  con  el  fin 
de  ponerse  de  acuerdo  para  algún 
objeto.  También  suele  decirse  metafó- 
ricamente hacerse  del  ojo  para  signi- 
ficar en  general  que  dos  o  más  personas 
convienen  ó  se  conciertan  en  una 
misma  cosa. 

4.  La  palabra  casi  falta  en  las  dos 
ediciones  de  ?»Iadr¡d  del  año  160o.  Cer- 
vantes la  añadió  en  la  de  1608  para 
salvar,  como  notó  la  Academia  Espa- 
ñola, la  inconsecuencia  en  que  incu- 
rría diciendo  después  en  el  capítulo  XXV 
que  el  desagradecido  galeote  quiso  y  no 
pudo  hacer  pedazos  el  yelmo  de  Mam- 
brino,  y  añadiendo  en  el  capítulo  XXX  VI I 
que  I).  Quijote  salió  con  el  yelmo, 
aunque  abollado,  en  la  cabeza.  Fué 
una  de  las  pocas  correcciones  que  Cer- 
vantes hizo  en  su  libro. 

5.  En  el  capítulo  XXX  de  esta  pri- 
mera parte  dice  D.  Quijote  que  Ginés 
de  Pasamente  le  llevó  su  espada;  pero 
aquí  no  se  cuenta  tal  cosa,  á  pesar  de 
ser  circunstancia  tan  notable,  y  la  es- 
pada pieza  tan  principal  entre  los  tre- 
bejos caballeresco.s. 

24 


370 


Don    OtJ'JOlE    DE    LA    MANCHA 


sobre  Irts  armas  y  las  medias  raizas  le  querían  ffuilor,  si  las  grebas^ 
nolo  eslorbarán.  Á  Sancho  le  quitaron  el  gabán,  y  dejándole  en 
pelóla,  repartiendo  entre  sí  ^  los  demás  despojos  de  la  batalla,  se 
fueron  cada  uno  i)or  su  parte,  con  más  <'.uidado  de  escaparse  de  la 
Hermandad,  que  temían,  íjue  de  (cargarse  de  la  cadena,  é  ir  á  pre- 
sentarse ante  la  señora  Dulcinea  del  Toboso.  Solos  quedaron 
jumento  y  Rocinante,  Sancho  y  L).  Quijote^,  el  jumento  cabizbajo 
y  pensativo,  sacudiendo  de  cuando  en  cuando  las  orejas,  pensando 
que  aun  no  había  cesatlo  la  borrasca  de  las  piedras  que  le  perse- 
guían los  oídos;  Rocinante  tendido  junto  á  su  amo,  que  también 
vino  al  suelo  de  otra  pedrada;  Sancho  en  pelota,  y  temeroso  de  la 
Santa  Hermandad;  D.  Ouijote  mohinísimo  de  verse  tan  malpaiado 
por  los  mismos  á  quien  lanto  biert  había  hecho. 


i.  Piezas  de  la  armadura  que  cubrían 
la  parle  auteiior  de  las  piernas,  desde 
el  empeine  del  pie  hasta  las  rodillas. 
Eran  como  parte  y  continuación  de  ios 
quijotes,  y  solía  llamárselas  también 
canilleras. 

El  Arcipreste  de  Hita,  tratando  de 
las  armas  para  vencer  al  diablo,  mundo 
y  carne,  dice : 

Quij<jtes  et  canilleras  de  sanio  sacramento... 
Así  contra  la  lujuria  habremos  vencimiento. 


En  la  armadura  hacían  de  calzones 
y  medias  los  quijotes  y  las  grebas  : 
éstas  cubrían  las  canillas,  y  aquéllos 
los  muslos. 

Las  grebas  de  D.  Quijote  no  se  habían 
mencionado  hasta  ahora,  ni  vuelven  á 


mencionarse  en   lo  restante  de  la  fá- 
bula. 

2.  La  conjunción  está  dislocada, 
aparentemente  por  descuido  de  la  im- 

C renta  en  las  primeras  ediciones,  y 
ien  se  pudiera  haberla  concertado  y 
vuelto  á  su  lugar  en  ias  siguientes,  de 
esta  forma  :  A  Sancho  le  quilaron  el 
ijaljíín,  dejándole  en  pelóla  ;  y  tepar- 
tiejidii  entre  sr  los  demás  despojos  de  la 
haldllu,  se  fueron  cada  uno  ]íor  su  parte. 
—  En  pelota  quiere  decir  únicamente 
con  la  ropa  interior,  y  no  en  carnes, 
que  es  la  significación  que  se  le  da 
comúnmente. 

3.  Pues  ¿  qué  sr-  hizo  del  Comisario 
que  estaba  en  el  suelo  mal  herido  y  en 
cueros  '?  En  tal  estado,  no  fué  fácil  que 
acompañase  á  los  fugitivos  y  desapa- 
reciese con  ellos. 


CAPITULO  XXIII 

I)K  LO  QUE  ACONTECIÓ  AL  FAMOSO  D.  QUIJOTE  EN  SIERRAMORENA  \  QUE 
hVÉ  UNA  DE  LAS  MÁS  HARÁS  AVENTURAS  QUE  EN  ESTA  VERDADERA 
HISTORIA-    SE    CUENTAN. 


Virndose  tan  malparado  D.  Quijote,  dijo  á  su  escudero  : 
Siempre,  Sancho,  lo  he  oído  decir,  que^  el  hacer  bien  á  villanos  es 
echar  agua  en  la  mar.  Si  yo  hubiera  creído  lo  que  me  dijiste,  yo 
hubiera  excusado  esta  pesadumbre; pero  Va  estií  hecho,  paciencia, 
y  escarmentar  para  desde  aquí  adelante.  Así  escarmentará  vuestra 
merced,  respondió  Sancho,  como  yo  soy  turco;  pero  pues  dice  que 
si  me  hubiera  creído  se  hubiera  excusado  este  daño,  créame  ahora, 
y  se  excusará  otro  mayor;  porque  le  hago  saber  que  con  la  Santa 
Hermandad  no  hay  usar  de  caballerías,  que  no  se  le  da  á  ella  por 
cuantos  caballeros  andantes  hay  dos  maravedís  ;  y  sepa  que  ya  me 
I)arece  que  sus  saetas  me   zumban   por  los  oídos  '*.  Naturalmente 


1.  Cordillera  bien  conocida  que  se- 
para la  Mancha  de  las  provincias  de 
Andalucía.  Los  romanos  la  llamaron 
Mons  mai'ianus,  de  donde  vino  el 
nombre  de  morena,  si  ya  no  se  lo  die- 
ron los  castellanos  de  la  Edad  Media, 
cuando  dividía  la  España  árabe  de  la 
cristiana,  asi  como  llamaron  nwretio 
al  color  ordinario  de  la  tez  de  los  mo- 
ros. Y  acaso  también  se  llamó  Sierra 
Morena  por  el  color  obscuro  que  pre- 
sentaba álos  manchegoseiiel  horizonte, 
por  una  razón  semejante  á  la  que  hubo 
páralos  nombres  de  Se/va  Nefjra  y  de 
Montea  Claros. 

2.  Fácilmente  se  entiende  la  ironía 
que  envuelve  la  palabra  verdadera  : 
pero  ;,  ú  qué  viene  ya  tanta  ironía  '? 

3.  Está  demás,  ó  el  pronombre  lo,  ó 
la  conjunción  que  :  la  supresión  de 
cualquiera  de  los  dos  monosílabos  de- 


jaría correcto  el  lenguaje.  Siempre, 
Sancho,  he  oído  decir  que  el  hacer 
bien,  etc.  :  ó  siempre,  Sancho,  lo  he 
oído  decir  :  el  hacer  hien  á  villanos  es 
echar  arpia  en  lámar.  —  La  expresión 
del  te.vto  contiene  dos  versos  octosí- 
labos : 

Que  el  hacer  bien  á  vilJaaos 
Es  echar  agua  en  la  mar, 

cosa  que  ocurre  frecuentemente,  aun 
sin  intentarla,  en  el  idioma  castellano, 
y  hace  á  los  versos  de  esta  medida  su- 
mamente á  propósito  para  el  diálogo 
dramático,  por  lo  parecidos  que  son  á 
la  prosa. 

4.  La  muerte  que  las  leyes  de  la 
Santa  liermaadad  imponían  á  los  mal- 
hechores era  de  saeta,  y  la  pena  se 
ejecutaba  en  «I  camjw,  dejando  aililos 


372  DON    OUI.IOTE    DE    I.A    MANCHA 

eres  cobarde,  Sancho,  dijo  D.  Quijote;  pero  porque  no  digas  que 
soy  contumaz,  y  qucí  jamás  haf^o  lo  que  me  aconsejas,  por  esta  ve/ 
quiero  tomar  tu  consejo,  y  apartarme  de  la  furia  que  tanto  temes; 
mas  ha  de  ser  con  una  condición,  que  jaintís  en  vida  ni  en  muerte 
has  de  decir*  á  nadie  que  yo  rae  retiré  y  aparté  deste  peligro  de 
miedo,  sino  por  complacer  á  tus  ruegos;  (jue  si  otra  cosa  dijeres, 
mentirás  en  ello,  y  desde  ahora  para  entonces,  y  desde  entonces 
para  ahora ^  te  desmiento,  y  digo  (pie  mientes  y  mentirás  todas  las 
veces  que  lo  pensares  ó  lo  dijeres.  Y  no  me  repliques  más,  que  en 
sólo  pensar  que  me  aparto  y  retirode  algún  peligro,  especialmente 
deste  que  parece  que  lleva  algún  es  no  es  ^  de  sombra  de  miedo, 
estoy  ya  para  quedarme  y  para  aguardar  aquí  solo,  no  solamente  la 
Santa  Hermandad  que  dices  y  temes,  sino  á  los  hermanos  de  los 
doce  (a)  tribus  '■  de  Israel,  y  á  los  siete  Mancebos  (fl)  "',  y  á  Castor  y 


cadáveres  alados  al  palo,  para  escar- 
miento de  los  que  quisiesen  imitarles. 
El  sonido  de  las  saetas  disparadas  era 
el  zumbido  que  á  Sancho  le  parecía  oír. 
La  Ueina  Católica  üoáa  Isabel  dispuso 
que  antes  de  asaeteará  los  reos  se  les 
diese  garrote  para  excusarles  la  pro- 
iongaciún  del  tormento.  Covarrubias, 
en  su  Tesoro,  airibuyú  esta  benigna 
disposición  al  Euijierador  Garlos  V  :  la 
conürmaría. 

1.  Extraño  y  singular  encargo  que 
prohibe  hablar  á  los  muertos,  muy 
propio  del  estado  en  que  se  hallaba  el 
cerebro  de  D.  Quijote. 

2.  Desde  ahora  para  entonces  va 
bien  :  es  un  menlis  anticipado  :  pero 
desde  entonces  para  ahora  envuelve  un 
absurdo  que  sólo  cabe  en  la  cabeza  de 
un  loco.  Cervantes  esforzó  lo  ridículo 
(le  la  idea,  dando  este  aire  de  fórmula 
forense  á  la  frase  que  la  expresa,  y  des- 
mintiendo además,  no  sólo  el  dicho, 
sino  hasta  el  pensamiento.  El  lector  se 
ríe  á  costa  del  pobre  D.  Quijote.  —  La 
expresión  de  mientes  y  mentirás  todas 
las  veces  que  lo  dijeres  es  copiada  li- 
teralmente de  la  respuesta  de  Tirante 
el  Blanco  á  la  carta  de  desafio  que  le 
envió   D.  Quirieleisón   de    Montalbán, 

(a)  Los  doce  trihus.  —  En  la  edición  del 
Sr.  Coitejon  :  las  doce  tribus.      (M.  de  T.) 

(i)  Mnnrehos.  —  I^a  primera  edición  de 
Cuesta,  que  Clemencín,  como  académici', 
tenía  tan  á  mano,  dice  Mucahi'os.  Por  lo 
tanto  el  autor  inglés  no  resolvió  nada,  sino 
que  se  conleutó  con  seguir  la  edición  pri- 
mera. Pero  Clemencín  necesitaba  divagar  y 
censurar  una  vez  más  á  Cervantes.  (M.  de  T.) 


según  se  refiere  en  su  historia  (L)  ;  y 
la  misma  se  encuentra  repetida  en  un 
documento  tan  autorizado  como  fué 
el  cartel  de  desalió  que  envió  el  año 
de  i.")28  el  Rey  Francisco  de  Francia  al 
Emperador  Carlos  V,  en  el  cual,  des- 
pués de  desmentir  lo  que  sobre  su  con- 
ducta había  dicho  el  Emperador,  añade: 
Y  tantas  cuantas  veces  lo  dijéredes, 
mentiréis.  Publicó  este  documento 
D.  Prudencio  de  Sandoval  en  la  Histo- 
ria de  Carlos  V  (a¡. 

3.  Solemos  decir  comúnmente  un  si 
es  no  es;  y  con  efecto,  el  uso  del  no 
pide,  por  una  analogía  racional,  que 
acompañe  el  del  si,  para  expresar  con 
e.sla  contraposición  el  estado  de  duda 
ó  incertidumbre  que  se  quiere  indicar. 
Es  frase  proverbial,  y  como  tal  la 
incluyó  D.  Francisco  de  Quevedo  en 
su  Cuento  de  cuentos. 

4.  Las  tribus  no  tenían  hermanos, 
sino  jefes  ó  patriarcas,  que  también 
fueron  doce  nermanos;  y  así  parece 
que  debiera  decirse  los  doce  hermanos, 
padres  ó  fundadores  de  las  doce  trilius. 
—  Nuestros  mayores  usaron  del 
nombre  tribu  en  género  masculino; 
nosotros  preferimos  el  femenino.  El 
Tostado  lo  usó  con  variedad,  unas 
veces  como  masculino  y  otras  como 
femenino,  según  puede  verse  en  la 
tercera  parte  de  su  Comentario  sobre 
las  Crónicas  de  Eusebio. 

5.  .Mancebos  se  dice  de  los  del  horno 


(a)  Parte  I,  cap.  XXVI.  —  (6)  Lib.  XVI, 
par. 2.;. 


PRIMERA    PARTE.    —    CAPÍTULO    XXIII  373 

ií  Póliix  ',  y  aun  ;'i  lodos  los  hermanos  y  hermandades  que  hay  en  el 

niuixio.  Scfior,  rospoiulió  Sancho,  (jiie  el  retirarse  no  os  huir^,  ni 
el  esperar  es  cordiiia.  cuando  v\  [)el¡i;ro  sohrcjiuja  ú  la  esperanza, 
y  de  sabios  es  ^-uardarsc  hoy  para  inafiana,  y  no  avenlnrurse  todo 
en  un  ilía  ;  y  sepa,  rpuí  auncjue  zafio  y  villano,  todavía  se  me  al- 
canza algo  deslo  que  llaman  buen  gobierno  ;  así  que  no  se  arre- 
pienta de  haber  lomado  mi  consejo,  sino  suba  en  Rocinante,  si 
puede,  ó  si  no  yole  ayudaré,  y  sígame,  que  el  caletre  me  dice  que 
liemos  inenesler  ahora  más  los  pies  que  las  manos.  Subió  D.  Qui- 
jote sin  replicarle  más  palabra,  y  guiando  Sancho  sobre  su  asno, 
se  entraron  por  una  parte  de  Sierramorena  que  allí  junto  estaba, 
llevando  Sancho  intención  de  atravesarla  toda,  é  ir  á  salir  al  Viso  ó 
á  Alinodóvar  del  Campo  •',  y  esconderse  algunos  días  por  aquellas 
asperezas  por  no  ser  hallados,  si  la  Hermandad  los  buscase.  Ani- 
móle á  esto  haber  visto  que  déla  refriega  de  los  galeotes  se  había 
escapado  libre  la  despensa  que  sobre  su  asno  venía ,  cosa  que  la 
juzgó  á  milagro  '',  según  fué  lo  que  llevaron  y  buscaron  los   ga- 


de  Babilonia,  pero  no  eran  hermanos, 
y  su  mención  no  viene  á  cuento ;  ni 
eran  siete,  sino  tres.  Pudiera  sospe- 
charse que  el  manuscrito  original 
diria  Mácateos,  que  era  lo  que  debió 
al  parecer  ponerse.  La  Sagrada  Escri- 
tura refiere  el  martirio  de  siete  herma- 
nos Mncabfos  que,  animados  por  su 
valerosa  madre,  se  negaron  a  abra- 
donar  su  religión  en  tiempo  de  las 
persecuciones  que  sufrieron  los  judíos 
de  parte  de  los  Reyes  de  Siria;  cir- 
cunstancias que  hacen  plausible  la 
sospecha  de  que  en  el  presente  pasaje 
del  texto  convino  leerse  Mácateos.  La 
edición  de  Londres  de  1738  cortó  el 
nudo  de  la  dificultad  y  puso  Mácateos; 
y  si  fuera  licito  mudar  el  te.\to  cuando 
hay  errores,  y  no  son  meramente 
tipográficos,  debiera  aplaudirse  la 
enmienda.  Pero  siendo  Cervantes  tan 
descuidado  como  lo  era  en  materia  de 
citas,  no  es  inverosímil  que  al  escribir 
rápidamente,  según  su  costumbre, 
este  pasaje,  confundiese  la  relación 
del  libro  de  los  Mácateos  con  la  de 
Dañieí,  y  que  éste  sea  el  verdadero  ori- 
gen de  la  equivocación. 

1.  Castor  y  Pólux,  hijos  de  Leda, 
Reina  de  Laconia,  de  cuyo  naci- 
miento y  hechos  habla  la  fábula.  Cas- 
tor era  mortal  como  hijo  del  Rey  Tín- 
daro,  y  Pólux  inmortal  como  hijo  delp 


dios  Júpiter ;  pero  Pólux,  buen  her- 
mano, consiguió  de  su  padre  que  se 
repartiese  entre  los  dos  la  inmortali- 
dad, y  vivían  alternativamente,  por 
días,  según  unos  y  por  semestres 
según  otros.  Finalmente,  fueron  trasla- 
dados al  cielo,  donde  forman  el  signo 
de  Géminis. 

2.  Las  ediciones  primitivas,  tanto  las 
de  1605  como  la  de  1608,  tienen  retirar. 
La  de  Londres  de  1738  corrigió  reti- 
rarse, y  la  Academia  Española  siguió 
su  ejeiñplo.  —  El  seque  aquí  se  echaba 
de  menos,  estaba  de  más  al  fin  del 
período,  donde  las  mismas  ediciones 
pusieron  :  ele  satios  es...  no  aventurarse 
todo  en  un  día. 

3.  Consultando  la  carta  del  país,  es 
difícil  comprender,  cómo  desde  el 
paraje  en  que  se  hallaba  D.  Quijote, 
que  era  en  la  Mancha,  á  la  entrada  de 
Sierra  Morena,  según  acaba  de  decirse 
dos  renglones  antes,  se  podía  salir, 
atravesando  toda  la  sierra,  á  Almodo- 
var  ó  al  Viso.  Cervantes  se  paraba 
poco  en  estas  cosas. 

4.  Si  en  el  original  de  Cervantes  se 
Ibia  juzfyó,  debió  í,ev  juzgó  valar/ro ;  si 
se  leía  o  milagro,  diría  probablemente 
tuvo  á  milagro:  este  es  el  régimen  que 
corresponded  ambos  verbos,  juzgar  y 
tener.,  y  que  aquí  está  trocado.  En  las 

iliuras    si     guientes   está  invertida  la 


374  DON    QUIJOTK    DE    I.A    MANCHA 

leotes.  Aquella  uocho  licitaron  .i  la  mitad  de  las  entrañas  de  Sierra- 
morena,  adonde  le  pareció  á  Sancho  pasar  aquella  noche  y  aun 
otros  algunos  días,  á  lo  menos  todos  aquellos  que  durase  el  mata- 
lotaje que  llevaba,  y  así  hiciei-on  noche  entre  dos  peñas  y  entre 
muchos  alcornoques.  Pero  la  suerte  fatal,  que  según  opinión  de  los 
qu(;  no  tienen  lumbre  de  la  verdadei'a  Ce,  todo  lo  guía,  guisa  y 
compone  á  su  modo,  ordenó  que  Ginés  de  Pasamonte,  el  famoso 
embuslero  y  ladrón,  que  de  la  cadena  por  virtud  y  locura  de 
D.  Quijote  se  había  escapado,  llevado  del  miedo  de  la  Santa  Her- 
mandad, de  quien  con  justa  razón  temía,  acordó  de  esconderse  en 
aquellas  montañas,  y  llevóle  su  suerte  y  su  miedo  á  la  misma 
parte  donde  había  llevado  á  D.  Quijote  y  Sancho  Panza,  á  hora  y 
tiempo  que  los  pudo  conocer,  y  á  punto  que  los  dejó  dormir,  y 
como  siempre  los  malos  son  desagradecidos,  y  la  necesidad  sea 
ocasión  de  acudir  á  lo  que  no  se  debe  ',  y  el  remedio  presente 
venza  á  lo  por  venir,  Ginés,  que  no  era  ni  agradecido  ni  bieninten- 
cionado, acordó  de  hurtar  el  asno  á  Sancho  Panza,  no  curándose 
de  Rocinante  por  ser  prenda  tan  mala  para  empeñada  como 
para  vendida.  Dormía  Sancho  Panza,  hurtóle  su  jumento-,  y  antes 
que  amaneciese,  se  halló  bien  lejos  de  poder  ser  hallado.  Salió  e! 
aurora  alegrando  la  tierra  y  entristeciendo  á  Sancho  Panza,  porque 
halló  menos  su  rucio;  el  cual  ^,  viéndose  sin  él,  comenzó  á  hacer 


gradación  :  el  orden  natural  pide  que  Sacripante,  hecho  por  Brúñelo  durante 

se  diga,  lo  que  buscaron  y  llevaron  los  el   cerro    de    Albraca.    segiin     refiere 

galeotes,   porque  primero  es  busca?-,  y  Uoyardo  en  su  Orlando  enamorado, 
después  llevar.  3.  Al  pronto  parece  que  e/ CMa¿desig- 

1.  En  todas  las  ediciones  del  Quijote  na  al  i  iicio,  y  que  éste  fué  el  que  se 
anteriores  ;i  la  última  de  la  Academia  vio  sin  el  otro,  é  hizo  el  triste  llanto 
Española,  se  lee  :  y  la  necesidad  sea  que  aquí  se  dice.  Si  en  lugar  del  pro- 
ocasión  de  acudir  á  lo  que  se  debe.  Está  nombre  relativo  se  hubiera  puesto  la 
dicho  al  revés,  porque  lo  que  conviene  conjunción  y,  estuviera  todo  claro  y 
y  se  intenta  expresar  es  que  la  necesi-  corriente  :  Sancho...  halló  menos  sil 
dad  daocasión  de  faltar  alo  quese  debe.  rucio,  y  riéndose  sin  él,  comenzó  á  hacer 
Pellicer,  que  advirtió  el  error  y   pro-  el  más  triste  llanto  del  mundo. 

puso  se  leyese  acudir  á  lo  que  no  se         Aquí    por  la  primera  vez   se  da  en 

debe,    no    se  atrevió    á   corregirlo.   La  el  Qcijotr   el  nombre  de  rucio  al  asno  . 

Academia  Española,  en  su  edición  de  de  Sancho.    Dariasele  por  ser  de  este 

1S19,  adoptó  la  enmienda  propuesta  por  color,  que  si  estamos  á  la  autoridad  de 

Pellicer.  la  Academia   Española,  viene  á  ser  lo 

2.  Parecía  natural  que  aquí  se  mismo  que  tordo,  mas  no  parece  que 
expresase  el  modo  con  que  Pasamonte  lo  entendía  así  Cervantes.  En  el  capí- 
hurtó  su  jumento  á  Sancho: pero  no  se  tulo  XXI  tiejaba  dicho  Sancho,  que  su 
hace.  Cuéntase  después  en  el  capí-  asno  era  pr; /y/o;  y  en  el  XXVII  se  dirá 
tulo  IV  de  la  sesjunda  parte,  donde  la  que  el  barbero  hizo  una  gran  barba 
analogía  de  los  caracteres  de  Pasa-  de  iina  cola  rucia  o  roja  de  buey.  Y 
monte  y  lírunelo  sugirió  á  Cervantes  la  luego  .se  añade  que  la  barba  era  entre 
idea  de  que  el  robo  del  rucio  fué  de  Iív  7-oja  y  blanca,  como  que  era  hecha  de 
misma  manera  que  el  del  caballo  de  la  cola  de  un  buey  barroso,  —  En  la 


PUI.MICHA    I'AUTK. 


<;\i'iii:i,o  xxiii 


:{7; 


'  el  más  Irislo  y  doloroso  ll.-inlo  <I<'I  inundo,  y  luó  <i>í  manera  i|ne 
D.  ^)u¡jolc  despertó  ú  las  voces,  y  oyó  que  en  ellas  decía ^  :  ]  Oh 
hijo  (le  mis  entrañas,  naí-ido  en  mi  mesma  casa,  hrinco  de  mis 
hijos  '^,  rej^alo  de  mi  mujer,  ejividin  d(^  mis  vecinos,  alivio  de  mis 
carcas, y  Ihiahuenhi  sustentador  de  la  mitad  de  mi  persona,  portjue 
con  veinte  y  seis  niaravcdís  (|ue  g-anabas  cada  día,  mediaba  yo  mi 
des|)ensa''  !  D.  Ouijotií,  que  vio  el  llanto  y  supo  la  causa,  consoló 
á  Sancho  con  las  mejores  razones  ([ue  pudo,  y  le  rogó  que  tuviese 
paciencia,  prometiéndole  de  darle  una  céflula  de  cambio,  para  que 
le  diesen  tres  en  su  casa  de  cinco  que  había  dejado  en  ella  ''.  Con- 


grave cuestión  que  se  agiln  de  pilo  nsi- 
nino,  el  lector  elegirá  la  opinum  que 
guste. 

1.  Es  la  única  vez  en  todo  el  discurso 
de  la  fábula,  que  D.  Quijote  despierta 
después  que  Sancho.  Éste  era  dormi- 
lón :  nunca  conoció  negando  sueño, 
porque  el  primero  le  duraba  toda  la 
noche  (<i),  y  tenia  por  costumbre  dor- 
mir cuatro  ó  cinco  horas  las  siestas 
del  verano  (6).  Duerme  tú,  le  decía  su 
amo  en  la  aventura  de  los  batanes, 
duerme  tú,  que  naciste  para  dormir  [c). 
D.  Quijote  era  de  poco  sueño:  y  a.sí 
debía  suceder,  siendo  loco.  Antes  de 
emprender  el  ejercicio  de  la  vida  caba- 
lleresca, se  le  pasaban  declaro  en  claro 
las  noches  leyendo  (d);  después  solía 
emplearlas  entreteniéndose  en  sabro- 
sas memorias  de  su  señora  (el ;  y 
cuando  dormía,  satisfacía  á  la  natura- 
leza con  el  primer  sueño,  sin  dar  lugar 
al  segundo  (/"). 

2.  JB/7/icos  se  llamaban  las  joyuelas  ó 
adornos  que  solían  llevar  pendientes 
mujeres  y  niños,  y  por  la  vibración  de 
sus  reflejos  parecían  brincar  al  mo- 
verse las  personas  que  los  llevaban.  En 
la  segunda  parte  (r/1  cuenta  la  Condesa 
Trifaldi,  que  D.  Clavijo  le  rindió  la 
voluntad  con  algunos  dijes  y  Ijrincos 
que  le  dio. 

Decía  Sancho  al  Bachiller  Sansón 
Carrasco  en  l.i  segunda  parte  (h), 
hablando  del  robo  de  su  asno  por  Ci- 
nes de  Pasamonte,  y  de  la  imperfección 
con  que  se  había  contado  el  suceso  en 
la  primera  :   Amaneció...    miré  jjor  el 


(n)  Parte  II,  cap.  LXYIII.  —  ih)  Ib.,  cap. 
XXXTI.  -  (c)  Parte  I,  cap.  XX.  -  (rf)  Ih., 
cap.  I.  --  (í)  Tb.,  cap.  XII,  et  aiibi  pnasiw. 
—  if)  Pnrtf!  II.  cap.  LXVIII.  —  (g)  Cap. 
XXXYUI.  -  (A)  Cap.  IV. 


jumento,  y  no  le  })i .'  acudiéronme  lágri- 
mas á  los  ojos,  y  hice  una  lamentación, 
'¡ue  si  no  la  puso  el  autor  de  nuestra 
historia,  puede  hacer  cuerda  que  no 
puso  cosa  buena.  He  aquí  calificada,  y 
justamente  calificada,  la  lamentación 
presente,  que  empieza  por  llamar  hijo 
al  asno,  y  es  capaz  de  arrancar  la  risa 
del  pecho  más  saturnino  y  melancólico. 
3.  Sancho  va  aquí  aposirofando  á  su 
rucio,  y  el  verbo  ganabas  debe  estar  en 
segunda  persona  y  no  en  torcera,  como 
ponen  todas  las  ediciones.  Los2'i  mara- 
vedís del  tiempo  de  Cervantes,  que 
ganaba  de  jornal  el  rucio,  venían  á 
ser  70  de  los  nuestros.  No  eran  mucho 
los  20  maravedís,  porque  el  asno  de 
Lazarillo  de  Tornies,  siendo  éste  aza- 
cán en  Toledo,  ganaba  30;  verdad  es, 
que  el  jornal  de  Toledo  debía  ser 
mayor  que  el  de  la  Argamasilla.  —  La 
acepción  que  en  este  pasaje  tiene  el 
verbo  mediar,  es  poco  usada;  ordina- 
riamente es  verbo  de  estado,  y  signi- 
fica estar  entre  dos  cosr/s.  Aquí  es  verbo 
de  acción,  y  designa  partir  por  medio 
ó  hacer  la  mitad.  —  Despensa  se  dice 
ordinariamente  del  sitio  donde  se 
guardan  las  provisiones  ó  comestibles 
de  la  casa;  pero  en  el  texto  equivale  á 
expensa  ó  gasto. 

Dícese  á  continuación  :  D.  Quijote, 
que  vio  el  llanto  y  supo  fu  causa,  con- 
soló d  Sancho.  Parece  más  natural  que 
el  original  pusiese  oyó  el  llanto :  pero 
fué  muy  fácil  que  el  irapre.sor  leyese 
vio  dontie  decía  oyó. 

4.  No  se  dice  de  qué  eran  los  ¿res  ni 
los  cinco.  Media  página  antes  se  había 
nombrado  al  rucio,  y  así  es  menester 
adivinar  que  se  habla  de  pollinos.  Es 
también  de  reparar  la  violenta  trans- 
posición para  que  le  diesen  tres  en  su 
casa  de  cinco,  en  vez  de  para  que  le 


37G 


DON    QUIJOTE    DE    I.A    MANCHA 


solóse  Sancho  con  esto,  y  limpió  sus  láí?rimas,  templó  sus  sollozos, 
y  ngrudeció  á  D.  Quijote  la  merced  quo  le  hacía;  al  cual,  como 
entró  por  aquellas  montañas,  se  le  alegró  el  corazón,  pareciéndolc 
a<iMellos  lugares  acomodados  para  las  aventuras  que  buscahü. 
Reduélansele  á  la  memoria  los  maravillosos  acaecimientos  ipie  en 
semejantes  soledades  y  asperezas  hablan  sucedido  á  caballeros  an- 
dantes ;  iba  pensando  en  estas  cosas  tan  embebecido  y  transpor- 
tado en  ellas,  que  de  ninguna  otra  se  acordaba,  ni  Sancho  llevaba 
otro  cuidado  (después  que  le  pareció  que  caminaba  por  parle 
segura)  sino  de  satisfacer  su  estómago  con  los  relieves  que  del 
despojo  clerical  habían  quedado',  y  asi  iba  tras  su  amo  cargado 
con  todo  aquello  que  había  de  llevar  el  rucio  ^,  sacando  de  un  costal 
y  embaulando  en  su  panza  ^;  y  no  se  le  diera  por  hallar  otra  aven- 


dicíií'n  en  su  cana  ¿res  de  cinco  ;  la  du- 
plicaciún  redundante  del  pronombre, 
prurneliéndo/e  de  darle,  e)  fastidioso 
monosílabo  de,  que  sin  necesidad  se 
interpone,  y  la  repetición  de  dur/e  y 
diesen,  todo  junto  desfigura  y  afea  el 
lenguaje  del  periodo.  Mejor  estuviera  : 
'prinneliendo  darle  una  cédula  de  cam- 
bio para  que  en  su  casa  le  enlref/asen 
tres  pollinos,  de  ciñen  que  había  dejado 
en  ella.  Tampoco  se  ve  la  verisimilitud 
de  que  hubiese  tantos  pollinos  en  la 
casa  de  nuestro  hidalgo,  atendiendo  á 
la  descripción  que  se  hace  déla  misma 
y  del  género  de  vida  de  su  dueño  en 
el  capitulo  1  de  la  fiíbula.  En  medio  de 
estos  reparos,  no  carece  de  gracia  la 
idea  de  una  cédula  ó  letra  de  cambio 
aplicada  á  la  libranza,  no  de  maravedís, 
sino  de  pollinos.  La  cédula  llegó  á 
darse,  con  efecto,  y  se  copia  en  eJ  ca- 
pitulo XXV  de  esta  primera  parte, 
donde  la  verá  el  curioso  lector. 

1.  No  habló  Cervantes  de  las  preven- 
ciones de  boca  de  los  clérigos  que 
acompañaban  al  difunto,  sin  ponde- 
rarlas. En  el  capitulo  XIX,  dijo  que 
había  más  de  una  fiambrera  en  la  acé- 
mila del  repuesto  de  los  señores  clé- 
rigos, y  que  éstos  pocas  veces  se  dejan 
mal  pasar.  En  el  capítulo  XXJ  exagera 
la  abundancia  de  dicho  repuesto,  lla- 
mándole el  lieal  de  la  acémila,  como  si 
se  tratase  de  las  provisiones  de  un 
ejército  ;  y  ahora  vuelve  á  hablar  de 
los  relieves  del  despojo  que  llama  cle- 
rical. Está  vista  la  propensión  de  Cer- 
vantes al  género  satírico. 

2.  Las  ediciones  del  año  1605  decían 


en  este  lugar  :  Iba  Iras  su  amosentado 
ú  la  miLJeriega  sobre  su  jumento.  Cer- 
vantes había  olvidado  que  acababa  de 
contar  el  hurto  del  rucio,  hecho  la 
noche  anterior  por  Ginés  de  Pasa- 
monte.  El  mismo  error  se  repite  en 
otros  pasajes,  donde  se  supone  pre- 
sente el  jumento  que  había  desapare- 
cido. Cervantes  lo  advirtió,  y  quiso 
corregirlo  en  la  tercera  edición  hecha 
á  su  vista  el  año  IfiOS,  pero  sólo  lo 
verificó  en  dos  pasajes  de  los  siete  en 
que  se  había  errado.  Á  vista  de  tal 
negligencia  en  un  punto  tan  material  y 
tan  ovio,  no  deben  parecer  temerarias 
las  sospechas  que  suelen  mostrarse 
frecuentemente  en  estas  notas  acerca 
de  las  incorrecciones  del  texto  en  las 
ediciones  primitivas.  Los  pasajes  erra- 
dos en  la  primera  edición  de  1605, 
están  en  los  folios  109  (allí  dos  veces), 
111,  H2,  12ü,  121  y  122.  Los  corregidos 
en  la  edición  de  1608  fueron,  uno  del 
folio  109   y  otro  del  112. 

3.  Otra  "inadvertencia  de  Cervantes. 
Este  costal  era  el  gabán  de  Sancho, 
según  el  capítulo  XIX,  donde  se 
refiere  que  Sancho,  para  recoger  todo 
le  que  pudo  de  las  abundantes  provi- 
siones de  los  clérigos,  hizo  costal  de 
su  f/abán:  y  en  el  capitulo  XXII  acaba 
de  contarse,  que  le  quitaron  el  gabán 
los  galeotes.' (■.  De  dónde  sale  este  nuevo 
costal  que  no  había  pocas  horas  antes? 
—  Reza  el  texto,  que  Sancho  sacaba  de 
un  costal  y  embaulaba  en  su  panza  ;  ya 
se  entiende  que  eran  los  relieves  del 
despojo  clerical,  de  que  se  habló  ante- 
riormente; pero  no  se  dice,  y  se  echa 


l'ItlMICIlA    PARTE.    —    CAPÍTULO    XXIII  377 

tura,  (Milrclanlo  (jiie  iba  do  a(|ii('lla  manera,  un  ardite.  En  esto  alzó 
los  ojos,  y  vio  que  su  auioeslaha  parado,  procurando  con  la  punta 
del  lunzón  alzar  no  sé  qué  bulto'  que  estaba  caído  en  el  suelo, por 
lo  cual  se  dio  priesa  á  llegar  á  ayudarlesi  fuese  menester;  y  cuando 
Il('i4(),  fué  á  tiíMiipo  (|ue  alzaba  con  la  punía  del  lanzón  un  cojín  y 
una  nudela  asida  á  él-,  medio  podridos,  ó  podridos  del  todo  y 
deshechos  ;  mas  pesaban  tanto,  que  fué  necesario  que  Sancho  se 
apease  á  tomarlos,  y  mandóle  su  amo  que  viese  lo  que  en  la  maleta 
venía.  IIízolo  con  mucha  presteza  Sancho ;  y  aunque  la  maleta 
venía  cerrada  con  una  cadcma  y  su  candado,  por  lo  roto  y  podrido 
della  vio  lo  ((ue  en  ella  habla,  que  eran  cuatro  camisas  de  delgada 
holanda,  y  otras  cosas  de  lienzo,  no  menos  curiosas  que  limpias  ^, 
y  en  un  pañizuclo  halló  un  buen  montoncillo  de  escudos  de  oro,  y 
así  como  los  vio,  dijo  :  ¡  Bendito  sea  todo  el  cielo,  que  nos  ha  depa- 
rado una  aventura  que  sea  de  provecho  !  Y  buscando  más  halló  un 
librillo  de  memoria  ricamente  guarnecido;  éste  le  pidió  D.  Quijote, 
y  mandóle  que  guardase  el  dinero,  y  lo  tomase  para  él.  Besóle  las 
manos  Sancho  por  la  merced,  y  desbalijando  á  la  balija  de  su  len- 
cería, la  puso  en  el  costal  de  la  despensa.  Todo  lo  cual,  visto  por 
D.  Quijote,  dijo  :  Paréceme,  Sancho  (y  no  es  posible  que  sea  otra 
cosa),  que  algún  caminante  descaminado  '  debió  de  pasar  por  esta 
sierra,  y  salteándole  malandrines  le  debieron  de  matar,  y  le  trujeron 


menos.  Panza  era  apellido  de  Sancho: 
por  consiguiente,  en  la  panzaáe  Panza 
se  guardaban  como  en  un  baúl  ios 
relieves. 

1.  Hablando  correctamente,  sólo  el 
que  alzaba  el  bulto,  ó  algún  espectador, 
que  al  propio  tiempo  fuese  relator  del 
suceso,  pudiera  usar  de  la  expresión 
nu  sé  qué,  la  cual  indica  cierto  estado 
de  duda  que  no  cabe  en  quien  no  está 
presente.  Alzar  un  bulto,  sin  otro  adi- 
tamento, seria  frase  que  no  ofreciera 
reparo. 

2.  M«/e/a(«),  palabra  que  D.  Sebastián 
de  Covarrubias  quiere  que  venga  del 
hebreo,  cuando  tenemos  tan  á  la  mano 
el  francés  mulle,  de  donde  derivarla.  Es 
voz  del  castellano  antiguo,  y  se  encuen- 
tra en  el  Poema  del  Conde  Fernán 
González,  y  en  la  historia  de  la  Gran 


(«)  Maleta.  —  Puede  muy  bien  haber  pa- 
sado á  nuestra  lengua  del  gótico,  sin  nece- 
sidad del  intermedio  francés.  Se  encuentra 
empleada  por  Berceo.  También  hoy  se  aplica 
á  lo3  malos  toreros.  (M.  de  T.) 


Conquista  de  Ultramar  (a).  En  la  ger- 
mania  se  da  este  nombre  á  las  rame- 
ras, y  les  viene  bien  por  lo  de  traídas  y 
llevadas,  que  se  dijo  en  el  capítulo  li. 

3.  Curiosas  y  limpias  no  son  pala- 
bras sinónimas.  Limpias  se  dice  por 
el  aseo  :  curiosas  por  el  primor  y  deli- 
cadeza. Lo  primoroso  puede  estar 
puerco,  y  lo  IÍ77ipio  puede  ser  basto  y 
ordinario  ;  pero  ni  lo  primoroso  puede 
ser  ordinario,  ni  lo  limpio  estar  des- 
aseado. 

4.  Oposición  de  vocablos  que,  usada 
con  sobriedad,  como  aquí,  puede  servir 
de  adorno  al  discurso,  así  como  prodi- 
gada inoportunamente  degenera  en 
abuso  pensado  é  intolerable.  Este  de- 
fecto llegó  á  ser  general  en  nuestra  li- 
teratura. En  él  incurrieron  D.  Francisco 
de  Quevedo,  D.  Luis  de  Góngora  y 
otros  escritores  coetáneos  y  posteriores 
que  procuraron  imitarlos,  tomando  por 
muestra  de  ingenio  lo  que  no  era  sino 
juguete  vano  y  pueril  de  palabras. 

(a)  Lib.  I,  cap.  LXXXVIII. 


378  DON    QUIJOTE    DK    LX    MANCHA 

<\  enterrar  en  esta  tan  escondida  parle.  No  puede  ser  eso,  respondió 
Sancho,  porque  si  fueran  ladrones,  no  se  dejaran  aquí  este  dinero. 
Verdad  dices,  dijo  D.  Quijote,  y  así  no  adivino  ni  doy  va\  ]o  que 
esto  pueda  ser  ;  mas  espérale,  veremos  si  en  este  librillo  de  me- 
moria hay  alguna  cosa  escrita,  por  dond»!  podamos  rastrear  y  venir 
en  conocimiento  de  lo  que  deseamos  '.  Abrióle,  y  lo  primero  qu( 
halló  en  el  escrito,  como  en  borvador,  aunque  de  muy  buena  letra, 
fué  un  soneto,  que  leyéndole  alto,  porque  Sancho  tapibién  lo  oyese  •*, 
vio  que  decía  desta  manera  : 

Ó  le  falta  al  amor  conocimiento, 
Ó  le  sobra  crueldad,  ó  no  es  mi  pena 
Igual  á  la  ocasión  que  me  condena 
Al  género  más  diu-o  de  tormento. 

Pero  si  amor  es  Dios,  es  argumento 
Que  nada  ignora,  y  es  razini  muy  buena 
Que  un  Dios  no  sea  cruel.  ¿Pues  quién  ordena 
El  terrible  dolor  que  adoro  y  siento? 

Si  digo  que  sois  vos,  Fili,  no  acierto, 
Que  tanto  mal  en  tanto  bien  no  cabe, 
Ni  me  viene  del  cielo  esta  ruina. 

Presto  habré  de  morir,  que  es  lo  más  cierto. 
Que  al  mal  de  quien  la  causa  no  se  sabe. 
Milagro  es  acertar  la  medicina. 

Por  esa  trova,  dijo  Sancho,  no  se  puede  saber  nada,  si  ya  no  as 
que  por  ese  hilo  que  está  ahí,  se  saque  el  ovillo  de  todo.  ¿  Qué  hilo 
está  aquí?  dijo  D.  Quijote.  Paréceme,  dijo  Sancho,  que  vuestra 

1.  Ofende  en  estos  dos  verbos  la  di-  Sancho  el  hien  que  en  si  encierra  la 
versidad  de  régimen  :  cosa  que  evitan  andnnle  caballería...  quiero  que  aquí 
los  que  escriben  con  corrección,  y  que  lí  ini  lado...  te  sientes. \  ei^otrn  ocasión 
nace  de  ser  un  verbo  activo  y  otro  de  insistiendo  Sancho  en  que  eran  mana- 
estado.  Fuera  preferdile  suprimir  uno  das  de  carneros  los  que  su  amo  creía 
de  ellos,  ó  poner  rastrear  y  satjer  lo  que  ser  ejércitos,  le  decía  éste  :  haz  una  cosa 
deseamos.  Poco  antes  hay  otro  descuido  Sirncho,  porque  le  desengañes ;  sube  en 
de  este  género  :  y  así  no  adivino  iri  doy  tu  asno,  etc.  y  verás  cómo  se  vuelven 
en  lo  que  esto  pueda  ser.  Igual  delecto  en  su  ser  primero.  Este  uso  promiscuo 
se  nota  en  otros  varios  pasajes  del  del  porque  fué  común  entre  nuestros 
Quijote.  antiguos  escritores  :  en  el  día  no  lo  es 

2.  Ejemplo  de  la  conjunción  porque  tanto.  Cuando  la  conjunción  es  final 
usada  como  final  y  no  como  causal:  el  verbo  siempre  va  en  subjuntivo  :  y 
equivale  á  decir  :  para  que  Sancho  esta  regla  puede  servir  para  discernir 
también  lo  oyese.  En  el  capítulo  II,  ha-  á  cuál  de  las  dos  clases  pertenece  en 
blando  D.  Quijote  con  «u  escudero,  le  cualquier  caso. 

dirigía  estas    palabra^  :  porque  veas. 


iM;iMi:it.\    i'MiiK. 


cAPirif.o  \\iii 


379 


tiKM'ccd  nonil)r(')  allí  hilo.  ?<(>  dije  sino  l-'ili,  icspoiidió  \).  (JiiijoLc,  y 
('sle  sin  (huía  es  el  nombre  de;  la  dama  de  (|mÍ(Mi  s<;  «|n(\ja  el  autor 
dcslc  sondo;  y  á  lo  «nic  dchc  de  ^i^v  razonable  poel.a  ',  ó  vo  sé  poco 
(l(d  ai'ic.  /Luego  también,  dijo  Sancho,  se  le  enliendíí  íx  vu(!.slra 
merced  tic  trovas?  Y  miis  de  lo  que  tú  piensas,  respondió  I).  Qui- 
jo! e,  y  veráslo  cuando  lleves  una  carta  escrita  en  verso  ^  de  arriba 
abajo  á  mi  señora  Dulcinea  del  Toboso  ;  porrpie  quiero  qu(!  sepas, 
Sancho,  (|ue  todos  ó  los  más  caballeros  andantes  de  la  edad  pasada 
eran  i^randes  trovadores  y  grandes  músicos^;  que  estas  dos  habi- 


1.  El  soneto  precedente  se  repite  por 
boca  fie  Uoinaklos  en  la  comedia  de 
Cervantes  intitulada  La  casa  de  los 
celos  sólo  con  la  diferencia,  como  ob- 
servó ya  Pellicer,  do  que  allí  se  habla 
con  AíKjélica,  y  af|ui  <'on  FU  i. 

Esta  repetición  indica  el  buen  con- 
cepto que  tenia  de  su  soneto  Cervantes 
y  lo  confirma  diciendo  en  el  presente 
pasaje,  que  suñuiordeljía  .seiru:una/>le 
poeta.  No  vale  ^ran  cosa  el  soneto, 
mas  como  dijo  en  otra  ocasión  el  mis- 
mo Cervantes,  na  Iiay  padreni madre  ü 
quien  sus  hijos  le  parezcan  feos,  y  en 
los  que  lo  son  del  enlendiinienlo  corre 
más  este  engaño  [a). 

2.  Al  decir  esto  D.  Quijote,  tendría 
presentes  las  cartas  de  D.  Tristán,  Lan- 
zarote  y  el  Uey  Arlús,  que  se  leen  en  la 
historia  del  primero  {b)  y  están  escritas 
en  verso  de  arrilni.  abajo.  Mas  no  cum- 
plió en  adelante  lo  que  aquí  ofrece 
porque  lacarta  que  escribió  á  Dulcinea 
para  que  la  llevase  Sancho  desde  Sierra 
Morena,  sepün  se  refiere  en  el  capítulo 
XXV  de  esta  primera  parte,  está  en 
prosa.  Verdades  que  también  escribió 
en  prosa  ú  la  señora  Oriana  el  buen 
Amadís  de  Gaula,  cuando  resolvió  re- 
tirarse á  hacer  penitencia  en  la  Peña 
Pobre;  y  tratando  nuestro  caballero  de 
imitarle  en  lo  substancial  de  aquella 
aventura  no  fué  extraño  que  le  imitase 
asimismo  en  esta  ci!-runstancia. 

3.  Trovado)-es  quiere  decir  inventores 
y  es  nombre  que  se  aplicó  y  aun  se 
aplica  á  los  poetas  pro  vénzales  que 
florecieron  en  la  Edad  Media.  D.  Qui- 
jote hablaba  como  práctico  en  la  bi- 
iDliofírafía  andantcsca.  porque  en  efec- 
to hubo  muchos  caballeros  aventureros 
que  fueron  también  uu'isicos  y  poetas. 


D.  Tristán  era  tañedor  de  arpa,  y  can- 
tando al  son  de  ella  infundi(')  en  el  pecho 
de  Iseo  el  amor  que  tan  funesto  fué  á 
ambos  (a^.  Como  Floramhel,  así  lo  cuenta 
su  historia  (/;),  se  vio  eii  parle  que  su 
señora  (la  Infanta  Graselinda)  le  podía 
oír,  comenzó  tí  facer  tales  cosas  con  el 
laúd  que  las  damas  muy  espantadas, 
se  pararon  por  ver  qué  cosa  aquella 
fuese.  Florambel,  poi-  dar  algún  alivio 
á  su  afligido  corazón,  cantando  con 
mucha  gracia  y  dolor,  entonó  una  la- 
mentación que  empieza. 

Las  pasiones  ajumadas 
de  cuantas  penas  tuvieron 
y  tormento, 

con  las  mías  comparadas, 
sombras  son  que  desparcieron 
como  el  viento... 

Y  el  auditorio  miraba,  tanto  la  gra- 
cia que  Florambel  tenia  en  el  tañer  y 
cantar,  como  el  alto  estilo  que  le  acom- 
pañaba en  el  trovar.  El  Princii)e  Don 
Duardos,  enamorado  de  la  Infanta 
Flérida,  se  había  disfrazado  de  horte- 
lano para  poder  hablarle  ;  y  un  día  que 
las  doncellas  de  Flérida  tañían  y  can- 
taban para  divertir  á  su  señora  tomó 
el  arpa  á  una  de  ellas;  y  cantó  esta 
letrilla  que  había  compuesto  (c). 

Amar  y  servir 
razón  lo  requiere ; 
virtud  es  sufrir 
dolor  que  así  fiere. 

Fiere  el  dolor 
y  aqueja  el  cuidado  ; 
mas  teligo  temor 
de  ser  apartado 
delante  de  aquella 
que  m'ha  lastimado. 


(/i)   Parte  II.   cap.  XVIII.  —   [i]  Lib. 
cap.  XXXIII  y  XXXIV, 


n, 


(o)  Tristón,  lib.  I,  cap.  LIX.  —  (¿)  Lib.  III, 
cap.  XXXIII.  —  (f)  JHrimaleón,  cap.  CI. 


380 


nON    QUIJOTE    DE    I,A    MANCHA 


Amalla  y  servilla 
razón  lo  requiere ; 
pueda  yo  sufrir 
dolor  que  así  fiere. 

D.  Olivante  pidió  el  arpa  ;i  una  don- 
cella que  acompañaba  á  la  Infanta  Cla- 
ristea  (a)  y  como  muy  bien  la  supiese 
laiier  y  la  extremada  voz  y  rjrucia  le  fa- 
voreciese, con  muy  gran  suavidad  y  me 
lodia  comenzó  á  decir  esta  canción  : 

Entre  la  muerte  y  vivir 
siento  una  batalla  "esquiva ; 
la  muerte  quiere  que  viva, 
la  vida  quiere  morir. 

El  m.ayor  pasatiempo  que  tenia  (el 
Caballero  de  Cupido)  ei'a  con  un  laúd 
y  con  su  anf/élica  voz,  que  cosa  era  de 
maraüillar  lo  que  hacia,  pues  rjue  nin- 
guno de  los  nacidos  se  le  igualnha,  irse 
debajo  de  las  ventanas  de  la  Princesa 
(Cupidea)  ó  pasear,  cantando  canciones 
conformes  á  su  dolor  (b;.  Allí,  acompa- 
ñándose con  su  laúd,  cantaba  una  no- 
che lo  siguiente  : 

El  Dios  Cupido 
su  arco  encorvado 
contra  mí  muy  fuerte 
lo  había  flechado. 
Tiróme  saeta 
de  casco  dorado, 
dejóme  herido, 
dejóme  llagado 
de  aquella  en  quien 
su  nombre  ha  dejado 
con  mayor  beldad 
que  en  él  ha  quedado  (c). 

Del  Príncipe  D.  Bclianis  de  Grecia 
refiere  su  historia  que  fué  e!  mayor 
músico  de  su  tiempo,  tanto  de  arpa 
como  de  laúd  [d).  En  una  ocasión  pidió 
el  arpa  á  su  escudero  Flerisalte,  y 
tomándola  en  /«•*  manos,  la  comenzó  d 
tañer  con  tanta  suavitlad  y  dulzura, 
que  los  corazones  de  todos  las  presentes 
se  suspendieron.  Al  son  de  ella  cantó  tin 
romance  que  estando  ausente  de  su 
señora...  compusiera ,  que  asi  decía  : 

Ya  mi  triste  corazón 
algún  descanso  sentía... 
y  en  el  mar  de  sus  congojas 
gran  bonanza  parecía... 
cuando  entre  tantos  placeres 
llegó  el  mal  de  que  temía. 


(a)  Oliv.  de  Laura,  lib.  1,  cap.  XXIV.  — 
(6)  Caballero  de  la  Cruz.  lib.  li,  cap.  XLIII. 
—  (c)  Caballero  de  la  Cruz,  cap.  XLIV.  — 
(d)  Lib.  I,  cap.  II,  y  lib.  II,  cap.  XXXVIII. 


l'ronuncia  el  amor  sentencia 
rnuy  cruel  en  rebeldía  ; 
mnñda  que  sea  desterrado, 
pues  subió  más  que  debía. 
No  le  manda  dar  la  muerte 
porque  pene  más  en  vida... 
La  muerte  ya  se  le  acerca, 
ya  se  le  parte  la  vida, 
cuando  aquel  gran  Dios  Cupido 
por  contento  se  tenía  ; 
pregona  su  libertad, 
restituyele  la  vida  ; 
pónele  en  tan  alto  grado 
cual  él  jamás  merecía  : 
pagos  son  que  da  el  amor 
al  que  lealmente  servia  (a). 

Por  esta  y  demús  muestras  que  pr  - 
ceden,  podemos  juzgar  de  lahabilid.ni 
métrica  de  los  poetas  andantes,  y  i 
que  no  nos  queda  documento  p'  i 
donde  juzgar  de  la  música.  Lo  mismo 
podemos  nacer  con  Amadís  de  Gauli 
de  quien  se  cuenta  que  entonaba  dui  • 
y  acordadamente  las  cantigas  que  >  I 
mismo  componía,  y  de  que  pone  algu- 
nas su  historia  (¿I.  De  oíros  caballeril^ 
se  dice  que  tañían  y  cantaban,  pero  sm 
referir  los  versos,  como  sucede  con 
Palmerín  de  Oliva  (c),  con  Rosabel. 
hijo  del  Príncipe  Rosicler  de  Grecia(f/  , 
con  Reinaldos  de  Montalbán  y  con 
otros. 

Los  autores  de  las  crónicas  cabal  1 
rescas,  por  ennoblecer  á   sus   héroi 
los    pintaron    trovadores    y    músici-, 
atribuyéndoles  una  cultura  incompa- 
tible con  la  dureza  general  de  los  siglos 
en  que  se  supone  haber  nacido  y  flore- 
cido   la  Caballería,    y   que  tuvo   miiv 
pocas  excepciones  en  los   inmediat' 
Por  aquellos  tiempos  los  legos,  inclu- 
ios grandes  señores,  generalmente   i 
conocían   las  letras,   de   manera   qup. 
para    escribir   sus  cartas,   tenían   qnu 
valerse  de  los  clérigos.  Del  mismo  C ii- 
lomagno,  señalado  fautor  de  la  ilustra- 
ción en  su  era,  se  duda  si  sabía  escri- 
bir cuando  ascendió  al  trono.  Algtnii  ~ 
de  los  Rej'es  Merovingios  que  le  pren- 
dieron,  firmaban    con    monograma 
rúbrica,  aparentemente  por   no  sal 
escribir  (e).  También  se  cuenta  entre 
fautores  de  las  letras  á  Teodorico.  I: 
de  los  ostrogodos,  que  no  sabia  ni  .i 
firmar.  El  famoso  Condestable  de  Frau- 


la)  Caballero  de  la  Cruz,  lib.  II,  cap.  XX.X ' 
—  (6)  Cap.  LI  V  LIV.  —  (c)  Palm,  de  0/ 
cap.    CXXXV.'—    id)    Caballero  del   l-'ii.u. 
parte  III,  lib.  I,  cap.   II.  —  (e)  Mabillón,  de 
he  diplom.,  lib.  II,  cap.  X,  núm.  10. 


PRIMEIRA    PAUTi:.     —    CAPÍTULO    XXllI 


381 


lidadcs,  ó  gracias  por  mejor  decir",  son  anejas  á  los  enamorados 
andantes;  verdad  es  que  ías  coplas  d(í  los  pasados  caballeros  tie- 
nen más  de  espíritu  ([ue  de  primor.  Lea  más  vuestra  merced,  dijo 
Sauelío,  que  ya  hallará  algo  que  nos  satisfaga.  Volvió  la  hoja  Don 
Ouijote,  y  dijo  :  esto  es  prosa,  y  parece  carta.  ¿Carta  misiva'', 
sH'ñor/pn-iíuntó  Sancho.  En  el  principio  no  parece  sino  de  amores, 
respondió!).  Ouijote.  Pues  lea  vuestra  merced  alto,  dijo  Sancho, 
que  gusto  mucho'destas  cosas  de  amores.  Que  me  place,  dijo  Don 
Ouijole,  y  leyéndola  alto,  como  Sancho  se  lo  había  rogado,  vió  que 

decía  desta  manera :  >  i      i 

Tu  falsa  promesa  ^  y  mi  derla  desventura  me  llevan  a  parte,  donde 


cia  Bollrán  Claquin,  quu  con  tanta 
elocuencia  perora  en  la  historia  de 
Mariana  («),  no  sabia  leer  ni  escribir  ; 
y  de  esta  ifíQorancia  hubo  de  nacer  en 
las  firmas  ó  suscriiiciones  de  ios  docu- 
luentus  el  uso  de  las  rúbricas,  que  no 
eran  más  que  un  i;arabato,  que  adopta- 
ban y  usaban  por  signo  los  que  no 
sabían  hacer  otra  cosa.  Alas  veces  sólo 
ponían  una  Cruz,  como  aquel  Rey  inglés 
que  decía :  £(/('  Withreilus,  Rex  Cantise, 
pi-opria  manu  sir/nwn  saiictse  crucis^ 
pro  ¿iinorantia  liílevarum  expressi.  Y 
el  otro  Conde  Palatino  :  Sif/mun  Heri- 
baldi  Comitis  sacri  palatii,  qui  ibi 
fui,  et  propler  irinoranliam  litterarum 
signuin  sanclae  crucis  j'eci  (b). 

'Los  trovadores  pro  vénzales  habían 
ya  hallado  favor  en  Castilla  desde  lines 
del  siglo  xa.  Los  hubo  en  la  corte  de 
San  Fernando,  y  el  Rey  gustaba  de 
ellos,  y  entendía  quién  lo  liada  bien 
y  quién  no,  como  cuenta  sü  hijo 
b.  Alonso  el  Sabio  (o).  Este  Monarca, 
su  nieto  D.  Juan  Manuel,  el  Canciller 
Pedro  López  de  Ayala,  el  Rey  D.  Dionís 
de  Portugal  y  D.  Pedro  IV  de  Aragón 
ofrecieron  ejemplos,  todavía  raros  en- 
tonces, de  caballeros  instruidos.  Cre- 
ciendo sucesivamente  la  cultura,  en  la 
declinación  del  siglo  xiv,  solían  ya 
mezclarse  los  duros  ejercicios  de  la 
caballería  con  otros  más  apacibles  y 
suaves,  como  se  ve  por  la  descripción 
que  hace  la  Crónica  de  D.  Pero  Niño. 
Conde  de  Buelna,  de  los  obsequios  que 
en  su  tiempo  acostumbraban  hacer  los 
caballeros    á    sus    damas ;    por    cuyo 

ía)  Hist.  de  España,  lib.  XVII,  cap.  Vil. 
—  (6)  Ducange,  Glosario,  art.  Ci'ux.  —  (c) 
Burriel,  Paleografía  española,  pág.  82. 


amor,  dice  (a)  :  facen  grandes  proezas 
é  caballerías...  é  se  ponen  á  grandes 
aventuras,  e'  büscanlas  por  su  amor,  é 
van  en  otros  reinos  con  sus  empresas 
deltas,  buscando  campos  é  lides,  loando 
e    ensalzando   cada    uno    su  amada  é 
señora.  E  aun    facen    dellas  é  por  su 
amor    graciosas   cantigas   é    favorosos^ 
decires,  é   notables  motes  é  baladas  é 
chazas  é  róndelas,  é  lais  é  virolais  é 
complainlas  é  figuras,  en  que  cada  itno 
aclara  por  palabras  é  loa  su  entencion 
e   propósito.  En  la  primera  mitad  del 
si<^lo  XV,  Castilla  presenta  ya  copia  de 
caballeros  en  quienes  se  reunía  el  cul- 
tivo de  las  letras  v  aun  de  la  poesía  con 
la  común  profesión  de  las  armas;  como 
el  Marqués  de  Santillana,  el  de  Villena, 
D   Jorge  Manrique  y  oíros  muchos.  El 
mismo  Rey  D.  Juan  el  II  dábase  mucho 
ü  leer  libros  de  filósofos  é  poetas  :  era 
buen  eclesiástico,  asaz  docto  en  la  len- 
gua latina...  Tenía  muchas  gracias  natu- 
'rales:  era  gran  músico,  tañía  é  cantaba 
é  trovaba  e  danzaba  mwj  bien.  Tal  es  el 
eloo;io  de  aquel  Príncipe,  con  que  acaba 
su  Crónica.  . 

1  Habla  de  la  música  y  de  la  poesía, 
Y  alude  al  dicho  común  de  Poeta  nasci- 
"tur,  suponiendo  que  es  don  gratuito  de 
la  naturaleza. 

2  Cartas  misivas  ó  mensajeras  se 
llaman  las  epístolas,  á  distinción  de  las 
diplomáticas  ó  documentos  de  los  pro- 
tocolos y  archivos,  que  también  se 
llamaban  cartas. 

3.  Estacarla  es  de  malísimo  gusto,  y 
pudiera  pasar  por  un  modelo  de  aquel 
estilo  exagerado,  empedrado  de  antí- 
tesis y  sutilezas,  que  llegó  á  ser  común 

(a)  Parte  I,  cap.  XV. 


á8^  t)üN    QUIJOTE    DK    L.\    MaÑCMA 

dvlté^  volverán  á  tus  oídos  las  nuevas  de  mi  muerte,  que  las  ra2ories  de 
mis  quejas.  Desechaste  me  ¡  oh  iúprata!  por  quien  tiene  más,  no  por 
quien  vale  más  que  yo ;  mas  si  la  virtud  fuera  riqueza  que  se  estimara , 
no  envidiara  yo  dichas  ajenas,  ni  llorara  desdichas  propias.  Lo  que 
levantó  tu  hermosura,  han  derribado  tus  obras  ;  2^or  ella  entendí  que 
eras  ángel,  y  por  ellas  conozco  que  eres  mujer.  Quédate  en  paz,  cau- 
sadora de  mi  guerra,  y  haga  el  cielo  que  los  engaTios  de  tu  esposo 
estén  siempre  encubiertos,  porque  tú  no  quedes  arrepentida  de  lo  que 
hiciste,  y  yo  no  tome  venganza,  de  lo  que  no  deseo. 

Acabando  de  leer  lacarladijo  D.  Quijote;  menos  por  ésta  que  por 
ios  verses  ^  se  puede  sacar  más  de  que  quien  la  escribió,  es  algún 
desdeñado  amante.  Y  hojeando  casi  todo  el  librillo,  halló  otros 
versos  y  cartas,  que  algunos  pudo  leer,  y  otros  no^;  pero  lo  que 
iodos  contenían  eran  quejas,  lamentos,  desconfianzas,  sabores  y 
sinsabores,  favores  y  desdenes,  solemni/ados  los  unos  y  llorados  los 
otros.  En  tanto  que  D.  Quijote  pasaba  el  libro,  pasaba  Sancho  la 
maleta,  sin  dejar  rincón  en  toda  ella  ni  en  el  cojín  que  no  buscase, 
escudriñase  é  inquiriese,  ni  costura  que  no  deshiciese,  ni  vedija  de 
lana  que  no  escarmenase,  porque  no  se  quedase  nada  por  diligencia 
ni  mal  recado  ;  tal  golosina  habían  desj)ertado  en  él  los  hallados 
escudos,  que  pasaban  de  ciento,  y  aunque  no  halló  más  de  lo  ha- 
llado, dio  por  bien  empleados  los  vuelos  de  la  manta  ^,  el  vomitar 
del  brebaje,  las  bendiciones  de  las  estacas  '',  las  puñadas  del  arriero, 
la  falta  de  las  alforjas,  el  robo  del  gabán,  y  toda  la  hambre,  sed  y 

en  España  en  el  mismo  siglo  de  Car-  que  ni  por  la  carta  ni  por  los  versos 

vantes.  Por  una  depravación  absoluta  se  podía  sacar  otra  cosa  sino  que  la 

de  lo  natural  se  atribuyen  á  una  per-  escribió  algún  auiante  desdeñado, 

sona  agitada  de  grandes  pasiones,  dis-  2.  Se  echa  menos  el  régimen:  délos 

cursos  estudiados,  relamidos,   concep-  que  alguaos  pudo  Leer  y  otros  no.  — 

tuosos  y  llenos  de  esta  claseile  agudezas  Cruentase  después  que  Sancho  registró 

y  adornos  que  son  de  todo  punto  iucom-  la  maleta  sin  dejar  rincón  en  toda  ella 

patibles  con  los  afectos  vehementes  del  ni  en  el  cojín,  porque  no  se  quedase 

ánimo.     La    misma    metafísica    sobre  nada  por  diligencia.   Debió  decirse  al 

cosas   del   amor,    aunque    á  veces    en  revés  :  por  falla  de  diUrjencia. 

estilo  menos  encrespado,  se  usa  en  las  3.  Se  pinta  aquí   una  de  las  princi- 

cartas     y    billetes    de    los    caballeros  pales  circunstancias    del    carácter    de 

andantes  á  sus  señoras,  y  en  las  con-  Sancho,  que  era  Ja   codicia;   y   están 

testaciones  de  éstas  que  suelen  brillarse  referidos     con    graciosa    concisión    y 

en  los   libros  de  caballerías,  como  en  rapidez  los   trabajos   y  desgracias  que 

las  del  Caballero  de  Cupido  y  Ja  Infanta  hasta  al!í  había  padecido. 

Cupidea,  y  otras  en  Belianis  de  Grecia  4.  Mudo  festivo  de  recordar  los  palos 

y  Florisel  de  Niquea.  Acaso  quiso  Cer-  recibidos  de  mano  de  los  desalmados 

vantes  remedar  aquel  estilo  en  la  carta  yangüeses  en  el    Val  de    las  estacas, 

de    Gardenio    á    Luícinda,    asi    como  Bendecir  con  ellas  es  expresión  seme- 

remedó  el  lenguaje  de  las  mismas  en  jante  á  la  de  santiguar  con  un  palo,  ó 

la  de    D.   Quijote   á   Dulcinea,  que  se  persignar  con  un  alfanje,  que  se  dice 

leerá  en  el  capítulo  XXV.  en  el  capítulo  XXVlIi   de   la  segunda 

1.  Pasaje  embrollado  :  quiere  decir,  parte. 


l'lilMKiíA    l'AKlK.    —    capítulo    XMII  383 

cansancio  que  había  iiasado  en  servicio  de  su  buen  señor,  parecién- 
(lolc  i\uv  csliiba  más  que  robit^ii  pairado  con  la  merced  recebida  de 
la  entrega  del  hallazgo.  Con  gran  deseo  quedó  el  Caballero  do  la 
Triste  Figura  de  saber  quién  fuese  el  dueño  de  la  maleta,  conjetu- 
rando por  el  soneto  y  carta,  por  el  dinero  en  oro,  y  por  las  tan 
buenas  camisas,  (jue  debía  de  ser  de  alg^ún  principal  enamorado,  á 
quien  desdenes  y  malos  tratamientos  de  su  dama  debían  de  haber 
conducido  A  algv'm  des(>sperado  término  ;  pero  como  por  aquel 
lugar  inhabitable  y  escabroso'  no  parecía  persona  alguna  de  quien 
poder  informarse,  no  se  cuió  de  más  que  de  pasar  adelante,  sin 
llevar  otro  camino  que  aquel  que  Rocinante  quería,  que  era  por 
donde  él  podía  caminar,  siempre  con  imaginación  que  no  podía 
fallar  por  aquellas  malezas  alguna  extraña  aventura.  Yendo,  pues, 
con  este  pensamiento,  vio  que  por  cima  de  una  montañucla  que 
delante  de  los  ojos  sé  le  ofrecía,  iba  saltando  un  hombre  de  risco 
en  risco  y  de  mata  en  mata  con  extraña  ligereza  ;  figurósele  que 
iba  desnudo,  la  barba  negra  y  espesa,  los  cabellos  muchos  y  rebul- 
tados, los  pies  descalzos,  y  las  piernas  sin  cosa  alguna;  los  muslos 
cubrían  unos  calzones  al  parecer  de  terciopelo  leonado,  mas  tan 
hechos  pedazos,  que  por  muchas  partes  se  le  descubrían  las  carnes  ; 
traía  la  cabeza  descubierta,  y  aunque  pasó  con  la  ligereza  que  se 
ha  dicho,  todas  estas  menudencias  miró  y  notó  el  Caballero  de  la 
Triste  Figura;  y  aunque  lo  procuró,  no  pudo  seguille,  porque  no 
era  dado  á  la  debilidad  de  Rocinante  andar  por  aquellas  asperezas, 
y  más  siendo  él  de  suyo  pasicorto  -  y  flemático.  Luego  imaginó 
D.  Quijote  que  aquel  era  el  dueño  del  cojín  y  de  la  maleta,  y  pro- 
puso en  sí  de  buscalle,  aunque  supiese  andar  un  año  por  aquellas 
montañas,  hasta  hallarle ;  y  así  mando  á  Sancho  que  se  apease  del 
asno  3,  y  atajase  por  la  una  parte  de  la  montaña,  que  él  iría  por  la 

1.  Mejor  aquel  lugar  escabroso  é  in-  debió  leerse  pasicorto,  voz  que  expresa 
/•a6¿/a¿¿e.  Asi  se  guardábala  gradación,  con  propiedad  lo  que  se  intenta,  y  de 
pasando  de  lo  menos  alomas:  porque  el  que  usó  Cervantes  en  el  Viaje  al  Par- 
sitio  pudiera  ser  escabroso,  sin  llegar  á  naso,  cuando  decía  á  Mercurio  que 
serinhabitable(a),  como  sucede  en  otras  tardaría  mucho  Quevedo  en  llegar,  por 
sierras,  donde  á  pesar  de  la  aspereza  ser  ;>osíco?'/o.  La  equivocación  consistió 
del  terreno  abundan  los  pueblos.  sólo   en    la   inversión    de    dos    letras, 

2.  Las  ediciones  primitivas  pusieron  porque  pisacorto  es  anagrama  de  pasi- 
plsncorío,  palabra  mal  formada  y  sin  corto.  —  Pellicer  lo  puso  bien  en  su 
sentido,    porque    la    acción    de    pisar  edición. 

puede  ser  ¡irme  n  floja,  pero  no   corta  .¿    Volvió  aquí   á  olvidársele  á  Cer- 

ó  larga  :  esto  pertenece   al  paso,  y  asi  yantes  el  robo  del  rucio;  y  para  mayor 

,  prueba  de  su  negligencia,  se  le  olvidó 

(a)  Inhabitable  y  escabroso.  -  ¡  rso  ,^^^7^ ".  ¡ambién  corregir  el  error  en  este  lugar 

gradación  mal  que  le  pese  a  C  emeucm,  a  edición  de  1608    aunaue  lo  corri- 

quiea  losdedos  se  le  figuran  huespedes!  a?  'a  eaicion  ue  idus,  aunque  lu  oum 

^                                                (M.  de  T.)  gio  en  oti'os  de  la  misma. 


384 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


otra,  y  podría  ser  que  topasen  con  esta  diligencia  con  aquel  hombre 
que  con  tanta  priesa  se  les  había  quitado  de  delante.  No  podré 
hacer  eso,  respondió  Sancho,  porque  en  apartándome  de  vuestra 
merced,  luego  es  conmigo  el  miedo,  que  me  asalta  con  mil  géneros 
de  sobresaltos  y  visiones;  y  sírvale  esto  que  digo  de  aviso,  para 
que  de  aquí  adelante  no  me  aparte  un  dedo  de  su  presencia.  Así 
será,  dijo  el  de  la  Triste  Figura,  y  yo  estoy  muy  contento  de  que  te 
(|uieras  valer  de  mi  ánimo,  el  cual  no  te  ha  de  faltar,  aunque  te 
falte  el  ánima  del  cuerpo ;  y  vente  ahora  tras  mí  poco  á  poco  ó 
como  pudieres,  y  haz  de  los  ojos  lanternas,  rodearemos  esta  se- 
rrezuela,  quizá  toparemos  con  aquel  hombre  que  vimos,  el  cual  sin 
duda  alguna  no  es  otro  que  el  dueño  (Je  nuestro  hallazgo.  A  lo  que 
Sancho  respondió  :  Harto  mejor  sería  no  buscarle',  porque  si  le 
hallamos,  y  acaso  fuese  el  dueño  del  dinero,  claro  está  que  lo 
tengo  de  restituir;  y  así  fuera  mejor,  sin  hacer  esta  inútil  diligen- 
cia, poseerlo  yo  con  buena  fe,  hasta  que  por  otra  vía  menos  curiosa 
y  diligente  pareciera  su  verdadero  señor,  y  quizá  fuera   á  tiempo 


D.  Vicente  de  los  Ríos,  apasionado 
admirador  del  Quijote,  después  de  decir 
en  su  Análisis  (a;,  que  Cervantes  com- 

Sonia  sus  obras  de  primera  mano,  sin 
etenerse  después  á  limarlas  y  pulirlas, 
añade  :  Defecto  propio  de  los  grandes 
ingenios,  que  encuentran  menos  difi- 
cullad  en  inventar,  dejando  correr  el 
raudal  de  su  imaginación,  que  en  per- 
feccionar sus  invenciones  sujetando  su 
talento  ó  examinar  despacio  >j  con  pre- 
cisión u?i  solo  objeto.  Pero  Ríos  sin 
duda  no  quiso  excluir  del  número  de 
\osgrandes  ingenios,  ni áVirgilio  (a),  que 
pasó  gran  p;irte  de  su  vida  corrigiendo 
la  Eneida,  y  mandó  en  su  muerte  que- 
marla por  no  estir  aun  bastante  llena 
de  borrones,  ni  á  Horacio,  cuando  dijo 
en  la  carta,  malamente  llamada  Arte 
poética  : 

Carmen  reprehendí  te,  quod  non 

Multa  dies  el  multa  liliira  cocrcuil,  ali/ue 
Prxlectum  decies  non  castigavit  ad  unguem. 


(«)  Número  318. 

(a)  Virgilio.  —  ¡Dichosos  los  escritores  que, 
como  Virgilio  y  Horacio,  podian  escribir  y 
limar  á  sus  anchas,  por  hallarse  libres  dé 
obligaciones  y  al  abrigo  de  las  necesidaiiesl 
Siempre  lia  tiabido  en  la  República  de  las 
letras  ricos  y  pobres :  pero  algunos  de  éstos, 
á  pesar  de  siis  olvidos  y  descuidos,  han  dado 


Seguramente  Ríos  en  sus  escritos 
observó  con  exactitud  el  precepto  de 
Horacio,  prefiriéndolo  al  ejemplo  de 
Cervantes :  pero  se  trataba  de  excusar 
á  éste,  ó  por  mejor  decir,  de  elogiarlo. 
Todavía  excedió  á  Ríos  otro  escritor 
más  moderno,  escritor  sumamente 
apreciable ,  de  cuyas  opiniones  en 
materias  de  buen  gusto  quisiera  yo  que 
nunca  se  diferenciaran  las  mías.  Llegó 
á  decir  en  subslancia  que  prefería  el 
Quijote  con  sus  defectos  al  Quijore  sin 
ellos  :  i  Tal  es  el  entusiasmo  que  pro- 
duce esta  admirable  fábula  en  los  lec- 
tores que  saben  sentir  y  saborear  sus 
bellezas  ! 

1.  Nueva  pincelada,  dada  con  la 
habilidad  ordinaria  de  Cervantes,  para 
continuar  el  retrato  del  carácter  codi- 
cioso de  nuestro  escudero,  bien  bos- 
quejado ya  en  los  pasajes  anteriores. 
El  miedo,  que  es  otra  de  sus  calidades 
características,  queda  trazado  al  vivo 
en  las  expresiones  que  pocos  renglones 
ha  dirigía  á  su  amo  :  en  apartándome 
de  vuestra  merced,  luego  es  conmigo 
el  miedo,  que  me  asalta  con  mil  gétie- 
ros  de  sobresaltos  y  visiones;  y  sírvale 
estoque  digo  de  aviso,  para  que  de  aquí 
adelante  no  me  aparte  un  dedo  de  su 
presencia. 

gloria  á  su  país  y  á  su  lengua,  como  Cer- 
vantes. (M.  de  T.) 


PRIMKUA    PAHTi:.    —    CAI'ÍTüI.O    XXIII  385 

que  lo  hubiera  ^astnclo,  y  entonces  el  Rey  me  hacía  íranco,  Enf^á- 
Aaste  on  «vso,  Sancho,  respondió  1).  Quijote,  que  ya  que  hennos 
caido'on  sospcM-Jia  (hí  quién  (ís  el  dueño,  ca.si  delante*,  estamos 
obligados  á  buscarle  y  volvéi-stdos  ;  y  cuando  no  le  buscásemos,  a 
veheintMitc  sos[)echü  que  tenemos  de  ((ue  él  lo  sea,  nos  pone  ya  en 
tanta  culpa  como  si  lo  luese  ;así  que,  Sancho  amigo,  no  te  dé  pena 
el  buscalle,  por  la  que  á  mi  se  me  quitará  si  le  hallo. 

Y  as!  picóá  Rocinante  y  siguióle,  Sancho  á  pie  y  cargado,  merced 
í\  Giuesillo  de  Pasamontc;  ;  y  habiendo  rodeado  parte  de  la  mon- 
taña, hallaron  en  un  arroyo  caída,  muerta  y  medio  comida  de  pe- 
rros y  picada  de  grajos,  una  mula^  ensillada  y  enfrenada;  todo  lo 
cual  conlirmó  en  ellos  más  la  sospecha  de  que  aquel  que  huía,  era 
el  dueño  de  la  muía  y  del  cojín.  Estándola  mirando,  oyeron  un  silbo 
como  de  pastor  que  guardaba  ganado,  y  á  deshora,  á  su  siniestra 
mano  parecieron  una  buena  cantidad  de  cabras,  y  tras  ellas  por 
cima  de  la  montaña  pareció  el  cabrero  que  las  guardaba,  que  era 
un  hombre  anciano.  Dióle  voces  D.  Quijote,  y  rogóle  que  bajase 
donde  estaban.  Él  respondió  á  gritos,  que  quién  les  había  traído 
por  aquel  lugar  pocas  ó  ningunas  veces  pisado  sino  de  pies  de 
cabras  ó  tie  lobos  y  otras  fieras  que  por  allí  andaban.  Respondióle 
Sancho  que  bajase,  que  de  todo  le  darían  buena  cuenta.  Bajó  el 
cabrero,  y  en  llegando  adonde  D.  Quijote  estaba,  dijo  :  Apostaré 
que  está  mirando  la  muía  de  alquiler  que  está  muerta  en  esa  hon- 
donada; pues  á  buena  fe  que  ha  ya  seis  meses  que  está  en  ese 
lugar;  díganme,  ¿han  topadoporahí  á  su  dueño?  Xo  hemos  topado 
á  nadie,  respondió  D.  Quijote,  sino  á  un  cojín  y  á  una  maletilla 
que  no  lejos  deste  lugar  hallamos.  También  la  hallé  yo,  respondió 

1.  Al  carácter  codicioso  y  mezquino  Las  palabras  casi  delante  (a)  que   se 

que  acaba   de  describirse   de  Sancbo,  hallan  en  el  texto,  están  dislocadas  y 

opone     Cervantes     el     honrado,     sin-  nada  significan,  ó  faltan  otras  para  que 

cero  y  desinteresado    de    D.    Quijote,  signifiquen  algo.  Puede  sospecharse  que 

que  se  cree  obligado  á    buscar  á  Car-  son  de  aquellas  que  se  escriben,  como 

denio  para  restituirle  sus  escudos.  La  suele  suceder,  en  el  calor  de  la  com- 

compasiún  que   causa  ver  malogradas  posición,  y  luego  se  borran,  y  que  á 

las  buenas  cualidades    de  D.    Quijote  Cervantes,  incorrecto  y  descuidado,  se 

por  el  estado  de  su  locura,  es  para  el  le    olvidó   el   hacerlo.    La    edición    de 

lector  un  nuevo  motivo  para  detestar  Londres  de  1738  omitió  estas  palabras, 

más  y  mas    la   lectura    de    los    libros  y  hubiera  convenido  seguir  su  ejemplo, 

caballerescos,    autores    del   daño.    Asi  '   2.  Diciéndose    que    estaba    muerta, 

supo    Cervantes    aprovecharse     de   la  bien     hubiera    podido    omitirse    que 

naturaleza  de  su  argumento,  y  de  los  estaba  caída. 
medios  que  éste  le  proporcionaba  para 

conseguii-  el  objeto  final    que    se  pro-  («)  Casi  delante.  —  Clemencín  se  imlina 

Doiiía  •  *  suprimir    estas    palabras.  Más  acenada- 

^           ■  uienle  el  académico  cervantista  Sr.  Cabrera 


propuso  la   siguiente    racional    enmienda 
luméndole  can  /leíanle.  i'>t. 


Lectoram  delectando  pnrilenjiic  mow^ndv.  luméndole  can  delon'e.  i'>t.  de  T.) 

2o 


38G  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

el  cabrero,  más  nunca  la  quise  alzar  ni  llegar  á  ella,  temeroso  de 
aljíún  desmán  y  de  (lue  no  me  la  [)idiescn  por  de  hurlo  ;  que  es  el 
diablo  solil,  y  debajo  de  los  jjies  se  levaida  allombre  cosa  donde 
Iropieze  y  caya,  sin  saber  cómo  ni  cómo  no.  Eso  mesmo  es  lo  que 
yo  digo,  respondió  Sancho \  que  también  la  hallé  yo,  y  no  quise 
llegar  á  ella  con  un  tiro  de  piedra  ;  allí  la  dejé,  y  allí  se  queda  como 
se  estaba,  (jue  no  (juiero  perro  con  cencerro^.  Decidme,  buen 
hombre,  dijo  D.  (Juijote,  ¿sabéis  vos  quién  sea  el  dueño  destas 
prendas?  Lo  que  sabré  yo  decir,  dijo  el  cabrero,  es  que  habrá  al 
pie  de  seis  meses,  poco  más  á  menos  ^,  que  llegó  á  una  majada  de 
pastores,  que  estará  como  tres  leguas  deste  lugar,  un  mancebo  de 
gentil  talle  y  apostura,  caballero  sobre  esa  mesma  muía  que  ahí 
está  muerta,  y  con  el  mesmo  cojín  y  maleta  (pu'  decís  que  hallastes 
y  no  tocastes;  preguntónos  que  cuál  parte  desta  sierra  era  la  más 
áspera  y  escondida;  dijímosie  que  era  ésta  donde  ahora  estamos; 
y  es  así  la  verdad,  porque  si  entráis  media  legua  más  adentro, 
quizá  no  acertaréis  á  salir,  y  estoy  maravillado  de  cómo  habéis 
podido  llegar  aquí,  poique  no  hay  camino  ni  senda  que  á  este 
lugar  encamine.  Digo,  pues,  que  en  oyendo  nuestra  respuesta  el 
mancebo,  volvió  las  riendas,  y  encaminó  hacia  el  lugar  donde  le 
señalamos,  dejándonos  á  todos  contentos  de  su  buen  talle,  y  ad- 
mirados de  su  demanda  y  de  la  priesa  con  que  le  veíamos  caminar 
y  volverse  hacia  la  sierra ;  y  desde  entonces  nunca  más  le  vimos, 
hasta  que  desde  allí  á  algunos  días  salió  al  camino  á  uno  de  nues- 
tros pastores,  y  sin  decille  nada  se  allegó  á  él  '•,  y  le  dio  muchas 
puñadas  y  coces,  y  luego  se  fué  á  la  borrica  del  hato,  y  le  quitó . 
cuanto  pan  y  queso  en  ella  traía,  y  con  extraña  ligereza,    hecho 


i.  Júntese  este  rasgo  de  bellaquería  dando  a  entender  que  no  queríala  ma- 
de  Sancho  con  los  otros  de  codicia  y  de  leta  con  gravamen  de  su  conciencia, 
miedo  que  notamos  arriba,  y  se  irá  3.  La  edición  inglesa  de  1738  pusd 
formando  idea  de!  carácter  (jue  dio  poco  más  ó  menos,  lo  que  es  más  con- 
Cervantes á  este  personaje,  en  quien  forme  á  nuestro  uso  actual,  y  aun  se 
reunió  los  deseos  urdinarios  del  pobre,  puede  decir  ([ue  á  la  razón,  porque  la 
las  preocupaciones  del  ignorante,  la  preposición  d  no  indica  como  la  con- 
cobardia  del  villano,  y  la  malicia  mal  junción  o  la  indiferencia  y  poca  impor- 
disimulada  de  la  aldea.  Si  se  agrega  el  tancia  de  que  el  tiempo  de  que  se  habla 
apetito  perpetuo  de  hablar,  y  de  ensar-  sea  puntualmente  de  seis  meses.  I'erc 
tar  refranes  más  ó  uienos  á  propósito,  en  fin,  así  se  hablaba  cuando  vivía  Cer- 
resultarii  el  Sancho  Panza  de  Cervantes.  vanles,  y  así  se  repite  en  otros  pasajes 

2.  Esto    es,   no     quiero     cosas    que  del  (Juliote. 

aunque     buenas    y    ventajosas    traen  4.  Ahora   diríamos    se    llegó   á   él   : 

consigo  otros  inconvenientes,  como  lo  entre  nosotros //errares  verbode  estado, 

seria  llevar  cencerro  un    perro  desti-  y  aller/ar   de  acción,   que   equivale   á 

nado   á    guardar    la    casa    contra    los  recoger  y  juntar  en  un  montón  lo  que 

ladrones,  ó  el  ganado  contra  los  lobos.  está  desparramado. 
—  Asi  hablaba  el  hipócrita  de  Sancho, 


PRIMERA    PAIITK.    —    CAPÍTULO    XXIII  .'{87 

esto,  sp  volvió  i\  mirar  on  la  sierra.  Como  esto  supimos  algunos 
cahroi'os,  le  anduvimos  ¡i  huscar  casi  dos  días  por  lo  más  cerrado 
d(>sla  sierra,  al  cabo  d<;  los  cuales  le  hallamos  molido  ea  el  liucco 
de  uh  grueso  y  valienlc  alcornoque.  Salió  á  nosotros  con  mucha 
mansedumbre,  ya  roto  el  vestido,  y  el  rostro  desíigurado  y  tostado 
del  sol,  de  tal  sueric  (¡ue  apenas  le  conocimos,  sino  que  los  vesti- 
dos, aunque  rotos,  con  la  noticia  ({ue  dellos  teníamos,  nos  dieron  á 
cnlender  (jue  era  el  que  buscábamos.  Saludónos  cortésmente ',  y 
en  pocas  y  muy  buenas  razones  nos  dijo  que  no  nos  maravillásemos 
de  verle  andar  de  aquella  suerte,  porque  asi  le  convenía  para  cum- 
plir cierta  penitencia  que  por  sus  muchos  pecados  le  había  sido 
impuesta.  Rogámosle  que  nos  dijese  quién  era  ;  mas  nunca  lo  pudi- 
mos acabar  con  61.  Pedímosle  también,  que  cuando  hubiese  me- 
nester el  sustento,  sin  el  cual  no  podía  pasar,  nos  dijese  dónde  le 
hallaríamos,  poríjue  con  mucho  amor  y  cuidado  se  lo  llevaríamos^; 
y  que  si  esto  tampoco  fuese  de  su  gusto,  que  á  lo  menos  saliese  á 
pedirlo  y  no  á  quitarlo  á  los  pastores.  Agradeció  nuestro  ofreci- 
miento, pidió  perd(')n  de  los  asaltos  pasados,  y  ofreció  de  pedillo  de 
allí  adelante  por  amor  de  Dios,  sin  dar  molestia  alguna  á  nadie.  En 
cuanto  lo  que  tocaba  á  la  estancia  de  su  habitación,  dijo  que 
no  tenía  otra  que  aquella  que  le  ofrecía  la  ocasión  donde  le 
tomaba  la  noche  ;  y  acabó  su  plática  con  un  tan  tierno  llanto,  que 
bien  fuéramos  de  piedra  los  que  escuchádole  habíamos,  si  en  él  no 
le  acompañáramos,  considerándole  cómo  le  habíamos  visto  la  vez 
primera,  y  cuál  le  víamos  entonces;  porque,  como  tengo  dicho, 
era  muy  gentil  y  agraciado  mancebo,  y  en  sus  corteses  y  concer- 
tadas razones  mostraba  ser  bien  nacido  y  muy  cortesana  persona. 
Que  puesto  que  éramos  rústicos  los  que  le  escuchábamos,  su  gen- 
tileza era  tanta,  que  bastaba  á  darse  á  conocer  á  la  mesma  rustici- 
dad; y  estando  en  lo  mejor  de  su  plática,  paró  y  enmudecióse,  clavó 
los  ojos  en  el  suelo  por  un  buen  espacio,  en  el  cual  todos  estuvi- 
mos quedos  y  suspensos,  esperando  en  qué  había  de  parar  aquel 


1.  El  presente  lenguaje  del   cabrero  entre   otras   :   que  puesto    que  éramos 

anciano  no  corresponde  al  que  se  puso  rústicos  los  que   le  escuchábamos,  su 

en  su  boca  al  principio  de  la  conversa-  gentileza    era    tanta,    que    bastaba  á 

ción  con  D.  Quijote  y  Sancho.   Es   el  darse  á  conocer  d  la  mes7na  rusticidad, 

diablo    sota,  decía,   y   debajo    de    los  2.  También    D.    Tristán    de   Leonís, 

pies   se  levanta   allombre   cosa    donde  cuando  estuvo  loco  por   celos  de  Iseo, 

tropiece  :  frases  propias  del  más  tosco  y  vivió  una  temporada  en  los  busques 

lenguaje    pastoril,     que    en    ellas    se  con  los  pastores,  les  pedia  y  recibía  de 

remedó   felizmente,   pero  que  no  ligan  ellos  pan  y  alimento  (a),  como  aquí  lo 

con   el   resto   de  la   relación   sobrada-  hacía  el  Caballero  Roto  de  la  sierra. 
mente   culta   del    pastor.  Nótese  para 

prueba  de  ello  la  siguiente   expresión  (a)  Tristán,  lib.  I,  cap.  LXXI. 


388  DON    QUIJOTE    DE    í^\    MANCHA 

embelesamiento,  con  no  poca  lástima  de  vciio  ;  porque  por  lo  qu»* 
hacia  de  abrir  los  ojos,  estar  fijo  mirando  al  suelo  sin  mover  pes- 
taña gran  rato,  y  otras  veces  cerrarlos  a[)retando  los  labios  y 
enarcando  las  cejas,  fácilmente  conocimos  que  algún  accidente  do 
locura  le  había  sobrevenido.  Mas  él  nos  dio  á  entender  presto  ser 
verdad  lo  que  pensábamos,  porque  se  levantó  con  gran  furia  del 
suelo  donde  se  había  echado,  y  arremetió  con  el  primero  que  halh» 
junto  á  sí,  con  tal  denuedo  y  rabia,  que  si  no  se  le  qniláramos,  le 
matara  á  puñadas  y  á  bocados,  y  todo  esto  hacía  diciendo:  ¡  Ah 
fementido  Fernando!  aquí,  aquí  me  pagarás  la  sinrazón  que  me 
hiciste;  estas  manos  te  sacarán  el  corazón  donde  albergan  y  tienen 
manida  todas  las  maldades  juntas,  principalmente  la  fraude  y  el 
engaño  ;  y  á  estas  añadía  otras  razones,  que  todas  se  encaminaban 
á  decir  mal  de  aquel  Fernando,  y  á  tacharle  de  traidor  y  fementido. 
Quitémossele,  pues,  con  no  poca  pesadumbre,  y  él,  sin  decir  más 
palabra,  se  apartó  de  nosotros,  y  se  emboscó  corriendo  por  entre 
estos  jarales  ^  y  malezas,  de  modo  que  nos  imposibilitó  el  se- 
guille;  por  esto  conjeturamos  que  la  locura  le  venía  á  tiempos,  y 
que  alguno  que  se  llamaba  Fernando  le  debía  de  haber  hecho 
alguna  mala  obra  tan  pesada,  cuanto  lo  mostraba  el  término  á  que 
le  había  conducido.  Todo  lo  cual  se  ha  confirmado  después  acá  con 
las  veces,  que  han  sido  muchas,  que  él  ha  salido  al  camino,  unas  á 
pedir  á  los  pastores  le  den  de  lo  que  llevan  para  comer,  y  otras  á 
quitárselo  por  fuerza  ;  porque  cuando  estacón  el  accidente  de  la  lo- 
cura, aunque  los  pastores  se  lo  ofrezcan  de  buen  grado,  no  lo  admite, 
sino  que  lo  toma  apuñadas;  y  cuando  está  en  su  seso,  lo  pide  por 
amor  de  Dios  cortés  y  comedidamente,  y  rinde  por  ello  muchas 

1.  Jarales,  terrenos  en  que  abundan  tiníida   únicamente    al     pasto    de    las 

las     jaras,     arbusto     comunísimo    en  cabras    y    consumo    de    las    cocinas, 

España,  que  cubre  gran  parte  de  núes-  Andrés  Saugero.  embajador  veneciano, 

tros  despoblados,  y  los  cubría  ya  hace  uno     de    los     literatos    célebres     del 

siglos,     como     lo     indican     nuestros  siglo  xvi,   escribiendo  desde  España  á 

romances  viejos.  El  de  Gaiferos  y  Meli-  un  amigo  suyo,  manifestaba  la  admi- 

sendra  :  raciim  que  le  había  causado  encontrar 

„        ,    ,         ,        .      •     .  en  la  Península    campos    enteros    de 

Con  el  placer  de  ambos  juntos  .„       „.-<,         .          .^,      "     , 

no  cesan  de  caminar,  jaras,    calificando  esta  planta  de  pre- 

dc  noche  por  los  caminos,  c»osa  por  el  ládano  que  produce,  y  que 

de  día  por  los  jarales.  entonces  traían  sus  compatriotas  de  la 

isla    de    Chipre     á    los    mercados   de 

Y  el  romance  de  D.  Beltrán  :  Europa.  El  ládano  entraba  en  la  com- 

Vuelve  riendas  al  caballo  posición   de    las  pastillas     aromáticas 

y  vuélveselo  á  buscar,  P'^'"'^   sahumar,  que    se  fabricaban  en 

de  noche  por  el  camino,  Sevilla  y  en  Cataluña  á  principios  del 

de  día  por  el  jaral.  siglo  xv,  y  se  mencionaron  por  el  Arci- 
preste de  Talavera  (a). 
Sin  embargo  del  poco  aprecio  que  se 

hace  entre  nosotros  de  esta  planta,  des-  (a)  Corbacho,  parte  I,  cap.  XXXV. 


pniMKrt.v  PAnTK. 


CAPÍTL'LO    XXIII 


3S0 


fíracias,  y  no  con  falln  de  l;íf(r¡mas.  Y  en  vordad  os  dip^o,  señores, 
l>rosií?uiü  o\  i'al)rero,  que  üvcr  dcüírminamos  yo  y  cuatro  zagales, 
U)s  dos  criados  v  los  dos  amigos  míos,  de  buscarle  hasta  tanto  que 
le  hallemos,  y  después  de  hallado,  ya  por  fuerza,  ya  por  grado  le 
hemos  de  llevar  á  la  villa  de  Almodóvar',  que  está  de  aquí  ocho 
Icííuas,  y  allí  le  curaremos,  si  es  que  su  mal  tiene  cura,  ó  sabremos 
quien  es  cuando  esté  en  su  seso,  y  si  tiene  parientes  á  quien  dar 
noticia  de  su  desgracia'-.  Esto  es,'senüres,  lo  que  sabré  deciros  de 
lo  que  me  habéis  preguntado ;  y  entended,  que  el  dueño  de  las 
prendas  que  hallastes,  es  el  mesmo  que  vistes  pasar  con  tanta 
ligereza  como  desnudez  (que  ya  le  había  dicho  D.  Quijote  como 
había  vis! o  pasar  aquel  hombre  saltando  por  la  sierra) ;  el  cual 
quedó  admirado^*  de  lo  que  al  cabrero  había  oído,  y  quedó  con  más 
deseo  de  saber  quien  era  el  desdichado  loco,  y  propuso  en  sí  lo 
mismo  que  ya  tenía  pensado  de  buscalle  por  toda  la  montaña,  sin 
dejar  rincón  ni  cueva  en  ella  que  no  mirase  hasta  hallarle.  Pero 
hízolo  mejor  la  suerte  de  lo  que  él  pensaba  ni  esperaba,  porque  en 
aquel  mismo  instante  pareció  por  entre  una  quebrada  de  una 
sierra  '',  que  salía  donde  ellos  estaban,  el  mancebo  que  buscaba,  el 
cual  venía  hablando  entre  sí  cosas  que  no  podían  ser  entendidas 
de  cerca,  cuanto  más  de  lejos  •'.  Su  traje  era  cual  se  ha  pintado, 


1.  Por  este  pasaje  puede  deducirse 
que  el  sitio  de  la  penitencia  de  nuestro 
D.  Quijote  fue  hacia  las  fuentes  de  los 
ríos  Guadalén  y  Guadaruiena,  en  las 
vertientes  ya  de  Sierra  Morena  para 
Andalucía.  Ambos  rios  mueren  en  el 
Guadalquivir  :  Guadalén  nace  no  lejos 
del  Jabalón,  que  lleva  sus  aguas  al 
Guadiana,  y,  por  consiguiente,  nacen 
los  dos  en  las  cumbres  de  Sierra  Mo- 
rena. En  las  mismas  expresiones  del 
texto  se  indica  también  lo  despoblado 
del  país,  y  lo  confirma  la  relación  que 
en  el  reinado  de  Felipe  II  dieron  los 
vecinos  de  la  villa  de  Almodóvar,  expre- 
s  indo  que  había  en  su  término  hasta 
veinte  ventas  :  indicio  de  lo  extenso  y 
de  lo  desierto  del  territorio.  Tenia  en- 
tonces la  villa  800  vecinos,  y  una  de 
sus  aldeas  era  Tirtcafuera.  De  ambos 
pueblos  se  hará  mencii'm  en  la  segunda 
parte. 

2.  Estos  pastores,  á  pesar  de  serlo  en 
Sierra  Morena,  y  de  lo  mal  que  suena 
este  nombre,  eran  más  semejantes  á 
los  de  Belén  que  los  que  ahora  se  usan. 
Ya  no  han  quedado  pastores  tiernos, 
compasivos   y  amigos    de  hacer  bien 


más  que  únicamente  en  las  novelas  y 
en  los  estantes  de  libros  de  las  ciudades 
y  cortes.  Me  presumo  (a;  mucho  que  lo 
mismo  sucedía  ya  en  tiempo  de  Cer- 
vantes. 

3.  El  cuales.  D.  Quijote,  como  se  co- 
lige por  el  contexto  ;  pero  convendría 
que  estuviese  más  claro,  porque  se 
pone  por  medio  el  hombre  que  pasaba 
saltando  por  la  sierra,  y  pudiera  signi- 
ficar ;i  éste  por  más  inmediato.  La  co- 
rreccii'm  fuera  facilísima. 

4.  Se  sobre  entiende  por  entre  los 
lados  de  una  quebrada.  En  rigor  entre 
y  una  son  palabras  que  se  contradicen, 
porque  entre  no  puede  ser  sino  entre 
dos  ó  más.  Mejor  estuviera  sin  duda  la 
expresii'm  si  se  dijese  :  pareció  por  la. 
quebrada  de  una  sierra,  evitándose  asi 
también  la  desaliñada  repetición  de 
una  y  una. 

5.  Véase  aquí  un  caso  en  que  puede 
usarse  indistintamente   del  más  ó  del 

(a)  ^Je  presumo.  —  E?te  verbo,  con  perdón 

de  Glemencín,  no  ha   sido    nunca    reflexivo 

ni  ha  figurado  corno  tal  en  el  Diccionario  de 

la  Academia.  Tal  vez  quiso  decir  :    me  punro. 

(M.  de  T.) 


390 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


sólo  que  llegando  cerca,  vio  D.  Quijote  que  un  coleto  hecho  pe- 
dazos que  sobre  sí  traía,  era  de  ámbar  \  por  donde  acabó  de  en- 
tender que  persona  que  tales  hábitos  traía,  no  debía  de  ser  de  ínfima 
calidad.  En  llegando  el  mancebo  á  ellos,  los  saludó  con  una  voz 
desentonada  y  bronca,  pero  con  mucha  cortesía.  D.  Quijote  le 
volvió  las  saludes  con  no  menos  comedimiento,  y  apeándose  de 
Rocinante,  con  f^entil  continente  y  donaire  le  fué  á  abrazar,  y  le 
tuvo  un  buen  espacio  estrechamente  entre  sus  brazos,  como  si  de 
luengos  tiempos  lo  hubiera  conocido.  El  otro,  á  quien  podemos 
llamar  el  Roto  de  la  mala  /¡gura,  como  á  D.  Quijote  el  de  la  Triste, 
después  de  haberse  dejado  abrazar,  le  apartó  un  poco  de  sí,  y 
puestas  sus  manos  en  los  hombros  de  D.  Quijote, le  estuvo  mirando 
como  que  quería  ver  si  le  conocía,  no  menos  admirado  quizá  de 
ver  la  figura,  talle  y  armas  de  I).  Quijote,  que  D.  Quijote  lo  estaba 
de  verle  á  él.  En  resolución,  el  primero  que  habló  después  del 
abrazamiento  fué  el  Roto,  y  dijo  lo  que  se  dirá  adelante. 


menos,  sin  cambiar  la  significacióQ  y 
sentido  de  la  frase.  I^a  inisina  idea  se 
expresaría  diciéndose  :  que  no  poilian 
ser  entendidas  de  cerca,  cuanto  menos 
de  lejos.  La  razón  de  esto  es  más  fácil 
de  comprenderse  que  de  explicarse,  y 
basta  con  insinuarla. 

1.  El  coleto  era  traje  interior  de  piel, 
ordinariamente  de  ante.  Se  le  llamaría 
de  ámbar  por  ser  de  los  que  se  hacían 


de  pieles  adobadas  con  ámbar,  subs- 
tancia olorosa  muy  usada  en  tiempo  de 
nuestro  autor,  con  la  que  también  so- 
lian  perfumarse  los  guantes.  Tomé  de 
IJurguillos  dijo  de  Zapaquilda  asustada 
en  su  Gatomaquia  : 

y  los  húmidos  polos  circunstantes 
Bañados  de  medio  ámbar  como  guantes. 


CAPÍTULO  XXIV 


DONDE    SE    PROSIGUE    LA    AVENTUnA    DE    LA    SIERRAMORENA. 


Dice  la  hisloria  (pie  era  grandísima  la  atención  con  que  D.  Qui- 
jote escuchaba  al  astroso  Caballero  de  la  Sierra^,  el  cual,  prosi- 
guiendo su  plática,  dijo  :  Por  cierto,  señor,  quienquiera  que  seáis 
(que  yo  no  os  conozco),  yo  os  agradezco  las  muestras  y  la  cortesía 
que  conmigo  habéis  usado,  y  quisiera  yo  hallarme  en  términos,  que  con 
más  ([ue  la  voluntad  pudiera  servir^  la  que  habéis  mostrado  tenerme 
en  el  buen  acogimiento  que  me  habéis  hecho ;  mas  no  quiere  mi 
suerte  darme  otra  cosa  con  que  corresponda  á  las  buenas  obras  que 
me  hacen,  que  buenos  deseos  de  satisfacerlas.  Los  que  yo  tengo,  res- 
pondió D.  Quijote,  son  de  serviros,  tanto  que  tenía  determinado  no 


1.  Nombre  burlesco  á  estilo  de  los 
que  se  dan  en  los  libros  de  Caballería, 
y  con  que  designó  aquí  Cervantes  al 
que  había  llamado  en  el  capítulo  an- 
terior el  Koto  de  la  mala  figura.  Algo 
más  adelante  se  trueca  este  nombre 
por  el  de  Caballero  del  Bosque,  que 
también  se  dio  á  Baldovinos  en  el  ca- 
pítulo V  de  la  primera  parte,  y  se  da  en 
el  XIII  de  la  segunda  .d  de  los  Espejos. 

Astroso  viene  de  astro,  como  viene 
asimismo  desastrado ;  y  aunque  el  uno 
parece  privativo  del  otro,  según  indica 
su  formación,  ambos  significan  mise- 
rable, infausto,  desgraciado.  En  este 
sentido  se  encuentra  usado  en  el  poema 
castellano  de  Alejandro  (a),  y  por  exten- 
sión significa  también  roto,  andrajoso 
y  sucio.  Enseñando  Rinconete  á  Corta- 
dillo los  naipes  que  traía  en  el  seno,  le 
decía  :  Aunque  vuestra  merced  los  ve 
tan  astrosos  y  malí ra fados, usan  de  una 
maravillosa  virtud  con  quien  los  en- 
tiende. En  uno  de  los  antiguos  roman- 
ces de  los  íiiete  Infantes  de  Lara  : 

(a)  Copla  149. 


No  hayáis  miedo,  mis  sobrinos, 
Rui  Velázquez  respondía, 
todos  son  moros  astrosos, 
moros  de  poca  valía. 

El  gigante  Gilooiarco  decía á  Floram- 
bel  deLucea  :  Dime,  cativo  é  astroso 
caballero  :  ¿  de  dónde  te  vino  tanta  lo- 
cura y  atrevimiento  que  armado  osases 
parescer  ante  mí?  Á  pesar  de  sus  bra- 
vatas, Florambel  lo  venció  y  mató,  li- 
bertando á  tres  caballeros  que  tenía 
presos,  á  los  cuales  envió  con  la  cabeza 
del  jayán  ;'i  la  Infanta  Graselinda  (a). 

2.  Servir  en  esta  acepción  activa  es  lo 
mismo  que  pagar.  No  sé  cómo  sirvamos 
á  Dios  esta  tari  gran  merced,  escribía  la 
Reina  Católica  Doña  Isabel  á  su  confe- 
sor D.  Fray  Hernando  de  Talavera, 
hablándole  de  la  curación  del  Rey  su 
marido,  que  había  sido  herido  á  trai- 
ción en  Barcelona.  —  ;Ay  Dios!  dijo 
Amadis  (al  recibir  un  anillo  que  le  en- 
viaba Oriana)  :  ¿cómo  serviré  yo  d  esta 
señora  la  gran  merced  que  me  hace  (ó)? 


(a)    Florambel,    lib.   III,   cap.    XX. 
Amadis  de  Gaula,  cap.  XIV. 


{'^] 


392 


DON    QUIJOTE    DE    LA   MANCHA 


salir  fiestas  sierras  hasla  hallaros  y  saber  de  vos,  si  al  dolor  que  en 
la  exlrnño/.a  d<'  vuoslra  vida  mostráis  lener,  se  podía  hallar  alí^ún 
género  de  remedio,  y  si  fuera  menester  buscarle,  buscarle  con  la 
dilii^encia  posible.  Y  cuando  vuestra  desventura  fuera  de  aquellas 
que  tienen  cerradas  las  puertas  á  todo  género  de  consuelo,  pensaba 
ayudaros  á  llorarla  y  á  plañiría  como  mejor  pudiera,  que  todavía  es 
consuelo  en  las  desgracias  hallar  quien  se  duela  dellas.  Y  si  es  que 
mi  buen  intento  merece  ser  agradecido  con  algún  género  de  cor- 
tesía, yo  os  suplico,  señor,  por  la  mucha  que  veo  que  en  vos  se  en- 
cierra, y  juntamente  os  conjuro  por  la  cosa  que  en  esta  vida  más 
habéis  amado  ó  amáis  \  que  me  digáis  quién  sois  y  la  causa  que 
os  ha  traído  á  vivir  y  á  morir  entre  estas  soledades  como  bruto  ani- 
mal^, pues  moráis  entre  ellos  tan  ajeno  de  vos  mismo  cual  lo 
muestra  vuestro  traje  y  persona  ;  y  juro,  añadió  D.  Quijote,  por  la 
orden  de  caballería^  que  recibí  aunque  indigno^  y  pecador,  y  por 


1.  Conjuro  .1  usanza  caballeresca.  El 
enano  Mordete,  á  quien  el  Caballero 
Finco  tenía  colgado  de  un  árbol  por 
los  cabellos  en  pena  de  sus  fechorías,  le 
pedia  misericonlia,  diciendo  :  Buen 
seüor,  por  la  fe  que  d  Dios  debéis  y  á 
la  cosa  del  mundo  que  mds  amáis,  que 
no  toméis  venqnnza  en  lan  cautiva 
cosa  como  yo,  y  miréis  que  al  no  pude 
hacer,  pues  mi  seTior  lo  mandaba  (ai. 
La  Reina  Galercia  decía  á  Overil,  el 
enano  de  Policisne  :  Yo  os  juro  por  la 
cosa  del  7nundo  que  más  amo,  que  si 
aqtcel  que  aquello  dijo  fuera  caballero 
como  es  enano...  que  yo  tomara  de 
buena  gana  la  batalla  (/>).  Tanibrino, 
vencido  por  D.  Olivante  de  Laura  al  ir 
éste  á  cortarle  la  cabeza,  le  pidió  la 
vida  por  la  cosas,  dijo,  que  en  este 
mundo  más  amáis:  y  Olivante  respon- 
dió :  Tú  me  has  conjurado  de  manera, 
que  yo  te  dejaré  cun  la  vida  [c). 

2.  Cuando  Claridiana  encontró  á  su 
amante,  el  Caballero  del  Febo.  haciendo 
penitencia,  magro,  desfigurado  y  exá- 
nime en  la  ínsula  Solitaria,  le  dijo 
antes  de  d.irsele  á  conocer  :  Doy  gra- 
cias á  Dios  que  aquí  me  ha  traído... 
para  rogaros é  importunara.^  que,  dejada 
esta  vida  solitaria,  que  es  de  ios  brutos 
animales,  salgáis  de  aquí  y  volváis  a 
usar  y  ejercitar  las  armas  id). 

(a)  Polici-ine  de  Boecio,  cap.  XXVI.  —  (/<) 
Ib.,  cap.  LXXIV.  —  (c)  Olivanle,  lib.  III, 
cap.  II.  —  (d)  /ixpejo  de  Príncipes  y  Caballeros, 
parto  I,  lib.  III,  cap.  XXVIII. 


3.  D.  Contumeliano  de  Fenicia  decía 
á  D.  Belianis  de  Grecia,  que  á  la  sazi'm 
estaba  disfrazado  de  doncella  :  >  o  vos 
juro  por  la  Orden  de  Cabullería  que 
recebi...  de prucurar  vuestro  remedio  ^a¡. 
Con  las  mismas  palabras  decia  el  Prín- 
cipe de  Persia  Perianeo  á  la  Duquesa 
de  Frisel,  mujer  de  Armindos  :  Yo  os 
prometo,  por  la  Urden  de  Caballería 
que  recebi,  de  con  todas  mis  fuerzas 
procurar  vuestro  remedio  [b). 

También  las  doncellas  andantes  ju- 
raban por  la  Orden  de  Caballería, como 
la  Reina  Galercia,  la  cual,  en  el  dis- 
curso de  sus  aventuras,  halló  una 
dueña  Aertiendo  mucha  sangre,  que 
estaba  lamiendo  rí  gran  priesa  un  muy 
fiero  lobo.  Y  como  la  Reina  tul  la  vio, 
echando  mano  á  la  espada  fué  á  herir 
en  el  lobo  diciendo  :  Por  la  fe  de  Ca- 
ballería que  yo,  dueña,  os  vengue  de  él, 
aue  no  es  razón  que  sangre  humana  de 
oestias  sea  comida  (c). 

De  la  fuerza  de  esta  fórmula  de  jura- 
mentos, y  de  lo  ligados  que  con  ella  se 
consideraban  los  caballeros,  se  habló 
en  una  nota  del  capitulo  IV. 

4.  Decía  Diofebo  al  ermitaño  en  la 
Historia  de  Tirante  (d).  Giuroper  quelto 
santo  Ordine  di  Cavalleria  ch'io  inde- 
gno  ricevetli. 


(a)  fíelianis,  lib.  I,  cap.  XXIH.  —  (6)  Be- 
lianis, lib.  II,  cap.  XXIX.  —  (c)  Policisne 
de  JJoecia,  cap.  LXXXVI.  —  (d)  Parte  I, 
cap.  XVUI. 


PRIMEnA    PAÍllK.    —    CAPÍTII.O    XX IV  39.'i 

la  profesión  rio  caballero  andante,  si  en  esto,  sefior,  me  complacéis, 

(Je  s(M'virt)s  con  las  veías  á  (jue  me  obliga  el  s(!r  quien  soy,  ora 
nMiietliando  vuestra  desgracia  si  licnc  renie<Jio,  ora  aviidjindoos  A 
llorarla,  como  os  lo  he  [)romel¡<lo.  El  (Caballero  del  Bo.síjuc,  que  de 
tal  manera  oyó  hablar  al  de  la  Triste  Fifjura,  no  hacía  sino  mirarle 
y  remirarle  y  tornarle  á  mirar  de  arriba  abajo,  y  después  que  le 
h\d)0  bien  mirado,  le  dijo.  Si  tienen  algo  que  darme  á  comer,  por 
amor  de  Dios  ([ue  me  lo  den,  que  después  de  haber  comido,  yo 
haré  todo  lo  í[ue  se  me  manda  en  agradecimiento  de  tan  buenos 
deseos  como  aquí  se  me  han  mostrado.  Luego  sacaron  Sancho  de 
su  costal  y  el  cabrero  de  su  zurrón  con  que  satisfizo  el  Roto  su 
hambre',  comiendo  lo  que  le  dieron  como  persona  atontada,  tan 
apriesa,  (¡ue  no  daba  espacio  de  un  bocado  al  otro,  pues  antes  los 
engullía  (jue  tragaba  ;  y  en  tanto  que  comía,  ni  él  ni  los  que  le 
miraban  hablaban  palabra.  Gomo  acabó  de  comer,  les  hizo  señas 
que  le  siguiesen,  como  lo  hicieron,  y  él  los  llevó  á  un  verde  prade- 
cillo,  que  á  la  vuelta  de  una  peña  poco  desviada  de  allí  estaba.  En 
llegando  á  él,  se  tendió  en  el  suelo  encima  de  la  hierba,  y  los 
demás  hicieron  lo  mismo,  y  todo  esto  sin  que  ninguno  hablase, 
hasta  que  el  Rolo,  después  de  haberse  acomodado  en  su  asiento, 
dijo  :  Si  gustáis,  señores,  que  os  diga  en  breves  razones  la  inmen- 
sidad de  mis  desventuras,  habéisme  de  prometer-  de  que  con  nin- 
guna pregunta  ni  otra  cosa  no  interromperéis  el  hilo  de  mi  triste 
histona,  porque  en  el  punto  que  lo  hagáis,  en  ese  se  quedará  lo  que 
fuere  contando.  Estas  razones  del  Rolo  trujeron  á  la  memoria  de 
D.  Quijote  el  cuento  que  le  había  contado  su  escudero,  cuando  no 
acertó  el  número  de  las  cabras  que  habían  pasado  el  río,  y  se  quedó 
la  historia  pendiente;  pero  volviendo  al  Roto,  prosiguió  diciendo  ; 
esta  prevención  que  hago,  es  porque  querría  pasar  brevemente  por 
el  cuento  de  mis  desgracias,  que  el  traerlas  á  la  memoria  no  me 
sirve  de  otra  cosa  que  añadir  otras  ^  de  nuevo,  y  mientras  menos 

1.  Elipsis  poco  usada,  pero  elegante,  demente.  Pero  el  intento  de  Cervantes 
de  la  palabra  cosas  ó  manjares,  y  que  tiubo  de  ser  preparar  algún  pretexto 
no  carece  de  analogía,  pues  se  dice  para  interrumpir  la  relación  de  Carde- 
corrientemento  sacar  con  qué  saüsfa-  nio,  dividiéndola  en  dos  trozos,  el  uno 
cer  el  hambre,  no  habiendo  aquí  otra  contado  aquí  á  D.  Quijote  y  á  Sancho, 
novedad  que  la  de  aplicar  al  pretérito  y  el  otro  al  Gura  y  al  Barbero  en  el  ca- 
lo que  ya  tiene  adoptado  el  uso   para  pítulo  XXVII. 

el  infinitivo.  3.  Sonaría  mejor  con  el  régimen  de, 

2.  Semejante  prevención  no  es  vero-  diciéndose  :  No  sirve  de  otra  cosa  que 
símil.  Si  Cárdenlo  estaba  loco,  parece  de  añadir  otras  ídesgracias)  de  nuevo. 
impropia  esta  advertencia,  la  cual  su-  Acaso  fué  omisión  de  la  imprenta.  — 
pone  previsión  y  juicio,  y  tanto  laad-  Tampoco  suena  bien  la  repetición  otra 
vertencia  como  la  razón  que  se  da  de  y  otras. 

ella,  no  asientan  bien  en  boca  de  un 


394  DON    yriJOTE    DE    I.A    MANCHA 

me  pregunláredcs,  más  presto  acabaró  yo  de  decillas,  puesto  que 
no  dejaré  por  contar  cosa  alguna  que  sea  de  importancia,  para 
satisfacer  del  todo  á  vuestro  deseo.  D.  Quijote  se  lo  prometió  en 
nombre  de  los  demás,  y  61,  con  este  seguro,  comenzó  desta  ma- 
nera: 

Mi  nombre  es  Cárdenlo,  mi  patria  una  ciudad  de  las  mejores  de 
esta  Andalucía',  mi  linaje  noble,  mis  padres  ricos,  mi  desventura 
tanta,  que  la  deben  de  haber  llorado  mis  padres,  y  sentido  mi 
linaje;  sin  podcila  aliviar  con  su  riqueza,  que  para  remediar  desdi- 
chas del  ciclo  poco  suelen  valer  los  bienes  de  fortuna.  Vivía  en 
esta  misma  tierra  un  cielo-,  donde  puso  el  amor  toda  la  gloria  que 
yo  acertara  á  desearme;  tal  es  la  hermosura  de  Luscinda,  doncella 
tan  noble  y  tan  rica  como  yo,  pero  de  más  ventura,  y  de  menos  firmeza 
de  la  que  á  mis  honrados  pensamientos  se  debía.  A  esta  Luscinda 
amé,  quise  y  adoré  desde  mis  tiernos  y  primeros  años,  y  ella  me 
quiso  á  mí  con  aquella  sencillez  y  buen  ánimo  que  su  poca  edad 
permitía. Sabían  nuestros  padres  nuestros  intentos,  y  no  les  pesaba  de 
ello,  porque  bien  veían  que  cuando  pasaran  adelante,  no  podían 
tener  otro  fin  que  el  de  casarnos,  cosa  que  casi  la  concertaba  la 
igualdad  de  nuestro  linaje  y  riquezas.  Creció  la  edad,  y  con  ella  el 
amor  de  entrambos,  que  al  padre  de  Luscinda  le  pareció '"'  que  por 
buenos  respetos  estaba  obligado  á  negarme  la  entrada  de  su  casa, 
casi  imitando  en  esto  á  los  padres  de  aquella  Tisbe  tan  decantada 
de  los  poetas,  y  fué  esta  negación  añadir  llama  á  llama  y  deseo  á 


1.  Dicese  de,  esta  Andalucía,  porque 
realmente  esta  era  la  provincia  en  que 
se  hallaban  los  interlocutores,  en  sitio 
desde  el  cual  corren  ya  las  aguas  al 
Guadalquivir,  como  se  dijo  en  las  no- 
tas anteriores,  y  se  confirma  por  el  so- 
neto del  Paniafíuado,  académico  de  la 
Argamasilla,  que  se  pone  al  fin  de  la 
primera  parte,  y  donde  se  expresa  que 
1).  Quijote  pisó  uno  y  otro  lado  de  la 
gran  selva  negra. 

La  ciudad  de  donde  era  Cárdenlo  na- 
tural, se  califica  de  una  de  las  mejores 
de  Andalucía,  y  en  el  discurso  de  la 
relación  se  dice  que  es  madre  de  los 
mejores  caballos  del  mundo  :  ambas  se- 
ñas indican  claramente  ;í  Córdoba. 

2.  La  repetición  descuidada  de  la  pa- 
labra cielo  es  el  menor  defecto  del  pre- 
sente pasaje,  cuyo  estilo  estudiado  y 
sentencioso  es  impropio  en  las  pasiones 
vehementes,  cual  era  la  de  Cárdenlo. 
El  lenguaje  de  su  relación  se  parece, 
como  era  natural,  al  de  la  carta  que  se 


encontró  en  la  maleta,  y  se  copió  en  el 
capitulo  precedente.  L»  del  cielo  que 
vivía  en  la  tierra  contiene  una  exagera- 
ción desmedida,  y  al  mismo  tiempo  un 
retruécano  :  Cardenio  era  ponderativo 
como  andaluz,  y  sobradamente  inge- 
nioso, como  su  paisano  G<'>ngora.  En  su 
historia  se  encuentran  diferentes  ejem- 
plos de  los  mismos  defectos,  junto  con 
otras  expresiones  felices  y  trozos  exce- 
lentes. 

S.  Falta  algo  para  completar  el  sen- 
tido :  de  tal  suerte,  que  al  padre  de  Lus- 
cinda pareció,  etc.  En  seguida  se  hace 
mención  de  Píramo  y  Tisbe,  cuyos 
amores  cantó  Ovidio  entre  los  antiguos 
y  varios  modernos  antes  y  después  de 
la  era  de  Cervantes.  La  comparación 
que  con  ellos  hace  Cardenio  de  los  su- 
yos, no  es  muy  exacta,  porque  en  los 
de  Cardenio,  como  él  mismo  añade, 
callaron  las  lenguas  y  hablaron  las  plu- 
mas, y  no  fué  asi  en  los  de  Píramo  y 
Tisbe. 


PRIMERA    PARTE.    —    CAPÍTULO    XXIV  395 

(Icsoo  ;  porciiic!  ;uiii<|ii<'  pusieron  silencio  ;í  las  lenpcuas,  no  le  pudie- 
ron poner  á  las  pliitnas,  las  cuales  con  niáslihcrlad  (pie  las  lenguas 
suelen  ilar  á  entender  ú  (|uien  quieren,  lo  que  en  el  alma  está  en- 
cerrado ;  que  muchas  veces  la  pi'csencia  de  la  cosa  amada  lurha  y 
enmudece  la  intención  más  determinada  y  la  lengua  más  atrevida. 
¡  Ay  cielos,  y  cuántos  billetes  la  escribí !  ¡  Cuan  regaladas  y  honestas 
resjíuestas  tuve!  ¡Cuántas  canciones  compuse',  y  cuántos  ena- 
morados versos,  donde  el  alma  declaraba  y  trasladaba  sus  senti- 
mientos, pintaba  sus  encendidos  deseos,  entretenía  sus  nKímorias, 
y  recreaba  su  voluntad  !  En  el'eclo,  viéndome  apurado,  'y  que  mi 
alma  se  consumía  con  el  deseo  de  verla,  determiné  poner  por  obra 
y  acabar  en  un  punto  lo  que  me  pareció  que  más  convenía  para 
salir  con  mi  deseado  y  merecido  premio,  y  fué  el  [)edírsela  á  su 
padre  por  legítima  esposa,  como  lo  hice ;  á  lo  que  él  me  respondió 
que  me  agradecía  la  voluntad  (jue  mostraba  de  honrarle,  y  de  que- 
rer honrarme  con  prendas  suyas  ;  pero  que  siendo  mi  padre  vivo, 
á  él  tocaba  de  justo  derecho  hacer  aquella  demanda,  porque  si  no 
fuese  con  mucha  voluntad  y  gusto  suyo,  no  era  Luscinda  mujer 
para  tomarse  ni  darse  á  hurto.  Yo  le  agradecí  su  buen  intento,  pa- 
reciéndome  que  llevaba  razón  en  lo  que  decía,  y  que  mi  padre  ven- 
dría en  ello,  como  yo  se  lo  dijese  ;  y  con  este  intento,  luego  en 
aquel  mismo  instante  fui  á  decirle  á  mi  padre  lo  que  deseaba ;  y  al 
tiempo  que  entré  en  un  aposento  donde  estaba,  le  hallé  con  una 
carta  abierta  en  la  mano,  la  cual,  antes  que  yo  le  dijese  palabra, 
me  la  dio,  y  me  dijo  :  Por  esa  carta  verás,  Cárdenlo,  la  voluntad 
que  el  Duque  Ricardo  tiene  de  hacerte  merced.  Este  Duque 
Ricardo,  como  ya  vosotros,  señores,  debéis  de  saber,  es  un  Grande 
de  España,  que  tiene  su  estado  en  lo  mejor  desta  Andalucía.  Tomé 
y  leí  la  carta,  la  cual  venía  tan  encarecida,  que  á  mí  mismo  me  pa- 
reció mal,  si  mi  padre  dejaba  de  cumplir  lo  que  en  ella  se  le  pedía, 
que  era  que  me  enviase  luego  donde  él  estaba'^,  que  quería  que 
fuese  compañero,  no  criado,  de  su  hijo  el  mayor,  y  que  él  tomaba 
á  cargo  el  ponerme  en  estado  que  correspondiese  á  la  estimación 
en  que  me  tenía.  Leí  la  carta  y  enmudecí  leyéndola,  y  más  cuando 
oí  que  mi  padre  me  decía:  De  aquí  á  dos  días  te  partirás.  Cárdenlo, 


1.  Cardenio  había  dicho  poco  antes  á  2.  Hubiera  convenido  para  la   clari- 

D.  Quiiole  que  querría  pasar  brevemente  dad  '^onev  donde  el  Duque  estaba.  Donde 

por  el  cuento  de  sus  desgracias;  pero  la  se  empleó  aquí  en  lugar  de  adonde,  se- 

vehemencia  y  agitación  de  sus  afectos  gúnlacostumbre  de  Cervantes.  Algunos 

no  se  lo  permitía,  y  entraba  en  parti-  renglones  después  se  repite  lo  mismo, 

cularidades  que  necesariamente   alar-  y  se  dice  :  Vine  en  fin  donde  el  Duque 

su  relación.  Ricardo  estaba. 


39G  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

á  hacer  la  voluntad  del  Duque  ;  y  da  gracias  ú  Dios  que  te  va 
abriendo  camino  por  donde  alcances  lo  que  yo  sé  que  mereces; 
añadió  á  oslas  otras  razones  de  padre  consejero.  Llegóse  el  término 
do  mi  partida,  hablé  una  noche  á  Luscinda,(líjeletodoloque  pasaba, 
y  lo  mismo  hice  á  su  padie,  suplicándole  se  entretuviese  algunos 
días,  y  dilatase  el  darla  estado  hasta  que  yo  viese  lo  que  Ricardo 
me  quería ' ;  él  me  lo  prometió,  y  ella  me  lo  confirmó  con  mil  jura- 
mentos y  mil  desmayos.  Vine  en  fin  donde  el  Duque  Ricardo  estaba, 
fui  del  tan  bien  recebido  y  tratado,  que  desde  luego  comenzó  la 
envidia  á  hacer  su  olicio,  teniéndomela  los  criados  antiguos,  pare- 
ciéndoles  que  las  muestras  que  el  Duque  daba  de  hacerme  merced, 
habían  de  ser  en  perjuicio  suyo;  [tero  el  «jue  más  se  holgó  con  mi 
ida- fué  un  hijo  segundo  del  Duque,  llamado  Fernando,  mozo 
gallardo,  gentil  hombre,  liberal  y  enamorado,  el  cual,  en  poco 
tiempo  quiso  que  fuese  lan  su  amigo,  que  daba  que  decir  á  todos  ; 
y  aunque  el  mayor  me  quería  bien  y  me  hacía  merced,  no  llegó  al 
extremo  con  que  D.  Fernando  me  quería  y  trataba.  Es,  pues,  el 
caso,  que  como  entre  los  amigos  no  hay  cosa  secreta  que  no  se  co- 
munique, y  la  privanza  que  yo  tenía  con  D.  Fernando,  dejaba  de 
serlo  por  ser  amistad,  todos  sus  pensamientos  me  declaraba,  espe- 
cialmente uno  enamorado  que  le  traía  con  un  poco  de  desaso- 
siego •*.  Quería  bien  á  una  labradora  vasalla  de  su  padre,  y  ella  los 
tenía  muy  ricos,  y  era  tan  hermosa,  recatada,  discreta  y  honesta, 
que  nadie  que  la  conocía  se  determinaba  en  cuál  de  estas  cosas 
tuviese  más  e.\celencia,  ni  más  aventajase.  Estas  tan  buenas  parte 
de  la  hermosa  labradora  redujeron  á  tal  término  los  deseos  dt- 
D.  Fernando,  que  se  determinó,  para  poder  alcanzarlo  y  con(juisíar 
la  entereza  de  la  labradora,  á  darle  palabra  de  ser  su  esposo,  porque 
de  otra  manera  era  procurar  lo  imposible.  Yo,  obligado  de  su 
amistad,  con  las  mejores  razones  que  supe,  y  con  los  más  vivo- 
ejemplos  que  pude,  procuré  estorbarle  y  apartarle  de  tal  propó- 

1.  En  esta  ocasión  quefernoes  amar,  lo  que  precede,  porque  cuando  no  hay 
como  en  otras  :  quererme  significa  de-  relación  entre  las  ideas,  no  debe  haberla 
sear  de  mi  ó  desear  que  yo  Jiiciese.  El  tampoco  enlre  la^>  palabras  que  las  re- 
relativo  lo  que,  y  no  el  pronombre  me,  presentan.  U  debiera  haberse  suprimido 
es  el  objeto  en  que  termina  la  acción  lo  de  la  envidia  de  los  criados,  que 
del  verbo.  Lo  contrario  sucedería  en  la  realmente  para  nada  hacía  falta,  ó  po- 
acepción  de  amar:  el  pronombre  per-  nerse  lo  del  cariño  de  Ü.  Fernando  de 
sonal  seria  el  objeto,  y  el  relativo  equi-  otro  modo  y  en  distinto  período,  como 
valdría  al  adverbio  cwa7i/o.  cosa  inconexa  con  lo  anterior. 

2.  Nada  tiene  que  ver  esto  con  lo  que  3.  No  debi('  de  ser  poco  cuando  según 
acaba  de  decirse  acerca  de  la  envidia  va  ;i  referirse,  redujo  rí  tal  término  los 
de  los  criados  antiguos  :  y  así  se  usa  deseos  de  U.  Fernundo,  que  se  determinó 
inoportunamente  la  conjunción  pero,  para  poder  alcanzarlo  ¡i  dsir  pnlahra.  de 
que  iadica  oposición  de  lo  que  sigue  con  esposo  á  ia  hermosa  labradora  Dorotea. 


riMMIlIt.V    P.\UTK.     —    CAIMI'tJI.f)    XXIV  397 

sito  '  ;  pero  viondoquc  no  aprovechaba,  determiné  de  decirle  el  caso 

ni  DiKiuc:  Ricardo,  su  j)a(lrc  ;  mas  D.  l'ornando,  como  astuto  y  dis- 
cfolo^  so  receló  y  temió  desto,  por  paiccerleqiie  estaba  yo  oblij^ado, 
en  vez  de  buen  criado  '^,  ;i  no  tenei"  encubierta  cosa  que  tan  en 
perjuicio  de  la  honra  de;  mi  señor  el  Ijuque  venia  ;  y  así,  jjor  diver- 
tirme y  encañarme  ^,  me  dijo  que  no  hallaba  otro  mejor  remedio 
para  poder  apartar  de  la  memoria  la  hermosura  que  tan  sujeto  le 
tenía,  que  el  ausentarse  por  alíennos  meses,  y  que  quería  (¡ue  el 
ausencia  fuese  que  los  dos  nos  viniésemos  en  casa  de  mi  padre  ■• 
con  ocasión  que  darían  al  Duque  que  venía  á  ver  y  á  feriar  unos 
muy  buenos  caballos  ^  que  en  mi  ciudad  había,  que  es  madre  de 
los  mejores  del  mundo.  Apenas  le  oí  yo  decir  esto,  cuando  movido 
de  mi  alicion",  aunque  su  determinación  no  fuera  tan  buena,  la 
aprobara  yo  poi-  uPia  de  las  más  acertadas  que  se  podían  imag-inar, 
por  ver  cuan  buena  ocasión  y  coyuntura  se  me  ofrecía  de  volver  á 
ver  á  mi  Luscinda.  Con  este  pensamiento  y  deseo,  aprobé  su  pare- 
cer y  esforcé  su  propósito,  diciéndole  que  lo  pusiese  por  obra  con 
la  brevedad  posible,  porque  en  efecto,  la  ausencia  hacía  su  oficio  á 
pesar  de  los  nías  firmes  pensamientos;  y  cuando  él  me  vinoá  decir 
esto,  según  después  se  supo  ".había  gozado  á  la  labradora  con  título 
de  esposo,  y  esperaba  ocasión  de  descubrirse  á  su  salvo,  temeroso 
délo  que  el  Duque,  su  padre,  haría  cuando  supiese  su  disparate. 
Sucedió,  pues,  que  como  el  amor  en  los  mozos  por  la  mayor  parte 

1.  Ejemplos  vivos  es  otra  cosa.  El  al  Duque  que  venía  d  ver  y  feriar  unos 
epíteto  DO  es  el  que  aquí  corresponde:  caballos.  La  expresión,  como  se  halla 
vendría  mejor  eficaces  ú  oportunos.  en  el  texto,  está  viciada,   y   no   se  en- 

2.  Parece  lo  contrario  de  lo  que  se  tiende  bien  :  darían  parece  errata  por 
quiere  decir  que  es  « letj  ó  ü  fuer  de  buen  daría  ó  más  bien  por  diría. —  Feriar  en 
criado.  El  modo  adverbial  e/i  vez  anun-  el  texto  es  comprar  en  la  feria  :  en  el 
cia  oposición  con  lo  que  acompaña;  y  uso  presente  es  regalar  en  tiempo  y  con 
decimos  en  vez  de  velar,  duerme  :  abo-  ocasión  de  la  feria. 

rrece  en  vez  de  amar,  en  vez  de  andar,  6.  Está  defectuoso  y  embrollado  el 

separa.  lenguaje.   El   sentido  queda  pendiente 

3.  Nótese  la  acepción  del  verbo  f/íDer-  en  las  palabras  mo^iVio  de  mi  afición, 
tir  por  extraviar,  hacer  perder  el  cami-  cuyo  verbo  no  se  encuentra;  pero  se 
no,  que  no  es  la  que  de  ordinario  tiene.  remediaría  todo  conunaalteración  muy 
La  presente  es  más  conforme  al  origen  ligera,  diciéndose:  apenas  le  oí  yo  de- 
latino.  cir  esto,  cuando  movido  de  mi  afición, 

4.  Este  régimen  suena  ahora  mal.  aprobé  su  determiiiación,  y  aunque  no 
y  en  su  lugar  diríamos  ó  casa  de  mi  fuera  tan  buena,  laaprobarayo por  una 
padre :  pero  en  tiempo  de  Cervantes  era  de  Las  más  acertadas. 

corriente  el  uso  de  la  preposición  en,  en  7.  No  va  esto  muy  de  acuerdo  con  lo 

muchas  ocasiones  en  que  actualmente  que  antes   se  contó  de  la    privanza  de 

ponemos  la  á.  Y  no  es   éste  el  único  Gardenio  con  D.  Fernando,  e/ cwaZ /c»6'os 

ejemplo  de   semejante   régimen  en   el  sus  pensamientos  le   declaraba.   Algu- 

OfiJOTF,  como  ya  tendremos  ocasión  de  nos  pasajes  de  esta  relación  se  reaien- 

observar.  ten  de  la  debilidad  de  cabeza  de  quien 

o.  Quiere  decir  :  dando  por  pretexto  la  hacía. 


398  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

no  lo  es,  sino  apetito,  el  cual  como  tiene  por  último  fin  el  deleite, 
en  llegando  á  alcanzarle  se  acaba,  y  ha  de  volver  atrás  aquello  que 
parecía  amor,  ponjue  no  puede  pasar  adelante  del  término  que  le 
puso  naturaleza,  el  cual  término  no  le  puso  á  lo  que  es  verdadero 
amor;  quiero  decir,  que^  así  como  D.  Fernando  gozó  á  labradora, 
se  le  aplacaron  sus  deseos  y  se  refriaron  sus  ahíncos,  y  si  primero 
fingía  (¡uererse  ausentar  por  remediarlos,  ahora  de  veras  procuraba 
irse  por  no  ponerlos  en  ejecución.  Dióle  el  Duque  licencia,  y  man- 
dóme que  le  acompañase;  venimos^  á  mi  ciudad,  recibióle  mi 
padre  como  quien  era,  vi  yo  luego  á  Luscinda,  tornaron  á  vivir 
(aunque  no  habían  estado  muertos  ni  amortiguados)  mis  deseos, 
de  los  cuales  di  cuenta  por  mi  mal  á  D.  Fernando,  por  parecerme 
que  en  la  ley  de  la  mucha  amistad  que  mostraba,  no  le  debía  encu- 
brir nada  ;  alábele  la  hermosura,  donaire  y  discreción  de  Luscinda, 
de  tal  manera,  que  mis  alabanzas  movieron  en  él  los  deseos  de 
querer  ver  doncella  de  tan  buenas  partes  adornada.  Cumplíselos  yo 
por  mi  corta  suerte,  enseñándosela  una  noche  á  la  luz  de  una  vela 
poruña  ventana  por  donde  los  dos  solíamos  hablarnos;  viola  en 
sayo  (a),  tal, que  todas  las  bellezas  hasta  entoncespor  él  vistas  las  puso 
en  olvido ;  enmudeció,  perdió  el  sentido,  quedó  absorto,  y  final- 
mente, tan  enamorado,  cual  lo  veréis  en  el  discurso  del  cuento  de 
mi  desventura  ;  y  para  encenderle  más  el  deseo  (que  ámíme  celaba, 
y  al  cielo  á  solas  descubría)  ^,  quiso  la  fortuna  que  hallase  un  día 

1,  Estas  palabras  interrumpen  la  3.  Está  dicho  con  impropiedad,  ha- 
buena  construcción  y  el  sentido,  que  blándose,  como  se  habla,  de  un  seduc- 
estaríacabalsi  se  suprimiesen.  —  Tam-  tor  de  la  inocencia  y  de  un  amigo  pér- 
poco  está  bien  lo  que  se  añade  :  si  pri-  fido.  Las  personas  virtuosas  son  lasque 
mero  fincjia  quererse  ausentar  por  reme-  comunican  sus  cuidados  y  penas  con  el 
diarlos  (sus  deseos),  ahora  de  veras  cielo  :  los  malvados  quisieran  ocui- 
procuraba  irse  por  no  ponerlos  ene jecu-  tarle,  si  fuese  posible,  sus  obras  y  sus 
ción;  porque  de  los  deseos  no  se  dice  deseos,  y  están  muy  distantes  de  acu- 
que se  í-emec/ioH,  sino  que  se  amor/zV/ímn  dir  á  él  á  desahogar  su  pecho  y  á  con- 
ó  se  desvanecen ;  m  \voá\aL  irse  por  ?¿o  solarse  en  sus  allicciones.  —  El  verbo 
ponerlos  en  ejecución,  porque  ya  los  celamo  se  usa  ya  en  el  día  sino  en  la 
habiapueslo,  como  acaba  de  relerirse.  significación  de  procurar  con  celo.  En 

2.  Añorase  dice  vinimosen  pretérito,  y  el  texto  se  toma  por  ocultar  ó  encubrir, 
re/iimo.s  ha  quedado  para  el  presente.  En  oponiéndolo  á  descubrir:  y  esta  accp- 
uno  y  otro  caso  el  uso  actuales  más  con-  ción,  que  es  la  misma  que  la  del  latino 
forme  alas  raices  yjne y  ren 70 .pero  aquí  celare,  de  donde  se  deriva,  es  la  que  le 
no  cabe  decir  venimos  ni  vinimos,  sino  dio  el  .\rcipreste  de  Hita  en  el  siglo  xiv  : 
fuimos,  porque  no  se  habla  en  Córdoba. 

Que  quien  amores  tiene,  non  los  puede  celar 
En  gestos  ó  en  sospiros  ó  en  color  ó  en  fa- 
{«)  Viola  en.  sayo,   lal.  —  Estas   palabras  [blar  (a). 

han  dado  mucho  que  escribir  á  los  cervan- 

ti.<las.  El  ya  citado  Sr.  Cabrera  projiuso  con      En  el  siglo  siguiente  escribía  el  bachi- 
excelente  acuerdo  y  no   falta  ^^^'■  ra2ón    la 
corrección  siguiente  :  Viola  en  sazón  tal. 

(M.  de  T.)  (a)  Copla  780. 


PRIMEIHA    FAItTE.    —    CAPITULO    XXIV 


399 


un  billclc  suyo  '  pidií'TKloino  que  la  pidiese  á  su  padre  por  esposa, 
tan  discrelü,  lan  honcslo  y  tan  enamorado,  que  en  leyéndolo  me 
dijo,(iue  en  sola  Luscinda  se  encerraban  todas  las  gracias  de  her- 
niosiíra  y  de  entendiinienlo  que  en  las  demás  mujeres  d(d  mundo 
estaban  repartidas.  iJien  es  verdad  (pie  quiero  conl'esar  ahora,  (|ue 
puesto  que  yo  veía  (;on  cuan  Justas  causas  D.  Fernando  á  Luscinda 
alababa,  me  pesaba  de  oír  aquellas  alabanzas  de  su  boca,  y  comencé 
ú  temer,  y  con  razón  á  recelarme  del,  porque  no  se  pasaba  momento 
donde  no  quisiese  que  tratásemos  de  Luscinda,  y  él  movía  la  plá- 
tica aunque  la  trújese  por  los  cabellos  ;  cosa  que  despertaba  en  mí 
un  no  sé  quede  celos,  no  porque  yo  temiese  revés  alguno  de  la  bon- 
dad y  de  la  i'e  de  Luscinda ;  pero  con  todo  eso  me  hacía  temer  mi 
suerte  lo  mismo  que  ella  me  aseguraba'-.  Procuraba  siempre 
D.  Fernando  leer  los  papeles  que  yoá  Luscinda  enviaba,  y  los  que 
ella  me  resj)oudía,á  título  que  de  la  discreción  de  los  dos  gustaba 
mucho.  Acaeció,  pues,  que  habiéndome  pedido  Luscinda  un  libro 
de  Caballerías  en  que  leer,  de  quien  era  ella  muy  aficionada,  que 
era  el  de  Amadís  deGaula...  No  hubo  bien  oído  D.   Quijote  nom- 


11er  Fermín  Gómez  de  Cibdad  Real  (a)  á 
Pedro  López  de  Ayala  («j  :  i/oso  y  debí- 
(lo)\  por  ser  batizculo  en  brazos  de  vues- 
tro padre,  á  non  celar  á  V.  M.,  lo  que 
sus  malquerienles  le  achacan.  —  Celar 
secreto,  dijo  también  el  Arcipreste  de 
Talaveraen  la  segunda  parle  de  su  Cor- 
bacho  (b).  Otro  ejemplo  ofrece  un  ro- 
mance viejo  que  dice  : 

Montesinos  y  Oliveros 
nial  se  quieren  en  celado. 

Y  el  del  Marqués  de  Mantua  : 

Quiérelo  disimular, 
mas  no  puede  ser  celado. 

La  historia  caballeresca  de  D.  Poli- 
cisme  de  Boecia  habla (c)  del  amor  que 
la  princesa  Lucerna  tenia  encelada- 
mente á  Lunatel,  y  cuenta  que  querién- 
dola casar  el  Rey  de  Calandria,  su 
padre,  con  el  hijo  de  un  Rey  comar- 
cano, en  el  acto  de  desposarlos  y  á  pre- 
sencia de  Lunatel,  se  pasó  el  pecho 
con  un  terciado  ó  daga.  Añade  que  Lu- 
cerna había  dejado  escrita  para  Lunatel 

(a)  Centón  epist.,  núni.  2!.  —  (¿)  Cap.  XII. 
—  (c)  Cap.  LVIII. 


(a)  Beal.  —  Véase  lo  ya  dicho  acerca,  de 
la  falsedad  del  Centón.  (M.  de  T.) 


una  carta,  en  la  cual  le  hacia  saber  la 
determinación  de  su  voluntad.  Estas 
dos  circunstancias  coinciden  con  las  que 
cuenta  Cárdenlo  :  y  no  es  el  libro  de 
Policisne  el  único  que  presenta  seme- 
janzas con  la  historia  del  Caballero 
Roto  :  algunos  de  los  caracteres  y  par- 
ticularidades de  ésta,  asi  como  el  éxito 
que  tuvo,  recuerdan  la  de  Policiano  y 
Laurelia,  que  se  insertí'^  en  la  crónica 
de  Florambel  de  Lucea  (a). 

1.  Fortuna  se  toma  comúnmente  en 
buena  parte,  y  significa  la  favorable. 
Aquí  viniera  mejor  decir   la  desgracia. 

2.  Expresión  obscura.  La  suerte  no 
puede  a  un  mismo  tiempo  asegurar  y 
hacer  temer,  infundir  confianza  y  des- 
confianza. Si  eZ/a  es  Luscinda  ^de  quien 
acaba  de  hablarse),  las  seguridades  que 
ella  diese  no  debían  ser  para  Cardenio 
ocasión  de  temor,  sino  de  aliento  y  so- 
siego. El  discurso  se  aclararía,  si  las 
palabras  lo  mismo  que,  se  convirtiesen 
en  estas  otras  :  lo  contrario  de  lo  que. 
Mas  no  sé  si  esto  sería  lo  que  quiso 
dar  á  entender  Cervantes  ;  ó  más  bien 
que  las  seguridades  que  Luscinda  le 
daba  eran  tantas,  que  ya  le  hacían  na- 
cer la  sospecha  de  que  existía  algún 
peligro. 

(o)  Lib.  III,  cap.  XXVI,  XXVII  y  XXX. 


400 


nON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


brar  libro  de  Caballerías,  cuando  dijo  :  Con  que  me  dijera  vuestra 
merced  al  principio  de  su  historia  que  su  merced  de  la  señora 
Luscinda  era  aíicionadíi  á  libros  de  Cabídlcrías,  no  fuera  menester 
otra  exageración  para  darme  á  entender  la  alteza  de  su  entendi- 
miento, porque  no  le  tuviera  tan  bueno  como  vos,  señor,  le  habéis 
pintado,  si  careciera  del  gusto  de  tan  sabrosa  leyenda ^  Así  que 
para  conmigo  no  es  menester  gastar  más  palabras  en  declararme 
su  hermosura,  valor  y  entendimiento,  que  consoló  haber  entendido 
suafifión,  la  confirmo  por  la  más  hermosa  y  más  discreta  mujer  del 
mundo  ^;  y  quisiera  yo,  señor,  que  vuestra  merced  le  hubiera  en- 
viado junto  con  Amadís  de  Caula  al  bueno  de  ÍJon  Hugelde  Grecia, 
que  yo  sé  que  gustara  la  señora  Luscinda  mucho  de  Daraiday  Ca- 
rayá', y  de  las  discreciones  del  pastor  Darinel,  y  de  aquellos  admi- 
rables versos  de  sus  bucólicas',  cantadas  y  representadas  por  él 


1.  La  palabra  r/ustotiene  dos  acepcio- 
nes, además  de  la  propia  y  primitiva, 
que  se  refiere  al  olicio  del  paladar  :  unas 
veces  significa  el  placer  y  otras  la  afi- 
ción. E¿la  última  es  la  que  tiene  en  el 
presente  lugar  del  texto.  En  el  uso  ac- 
tual distinguimos  ambas  acepciones  por 
medio  del  régimen  :  decimos  lox  giislos 
del  inundo,  los  (justos  del  ánimo,  cuan- 
do habíanlos  del  placer ;  y  cuando  indi- 
carnos la  afición,  solemos  decir  el  y  usía 
á  la  ca~a,  á  la  música.  Conforme  á 
esto,  en  Luscinda  el  gusto  no  era  tanto 
de  la  lectura,  cuanto  «'  la  lectura;  y 
nótese  al  paso,  que  (/usto  en  esta  pos- 
trera significación  no  tiene  plural,  lo 
mismo  que  sucede  á  otros  sustantivos 
en  nuestro  idioma. 

2.  Antes  habia  calificado  D.  Quijote 
de  discreta  á  Luscinda  por  su  afición  á 
la  sabrosa  leyenda  de  los  libros  de  Ca- 
ballerías; ahora,  calentándose  sucesi- 
vamente más  y  más  en  el  progreso  del 
discurso  su  desvariada  mollera,  con  sólo 
haber  entendido  su  afición,  no  se  con- 
tenta ya  con  calificarla  de  discreta, 
sino  también  de  hermosa. 

3.  Personajes  de  la  crónica  de  D.  Flo- 
risel  de  Niquea,  escrita  por  Feliciano 
de  Silva.  D.  Rugel  era  hijo  de  D.  Flori- 
sel  :  Daraida  era  el  Príncipe  Agesilao, 
hijo  de  D.  Falanges  y  Alastrarjarea,  y 
Garaya  D.  Arlanges,  Principe  de  España 
Agesilao  y  Arlanges,  enamorados  de  la 
Princesa  Diana  por  un  retrato  suyo  que 
vieron  en  Atenas,  donde  se  hallaban 
estudiando,  y  no  sabiendo  cómo  verla 
y  tratarla,  dicurrieron  vestirse  de  muje- 


res, para  poder  con  este  disfraz  servir 
en  calidad  de  doncellas  á  Diana  en  la 
ínsula  de  Guindaya,  donde  la  criaba 
con  sumo  recato  su  madre  la  Reina 
Sidonia  {a,.  Así  lo  consiguieron,  ayu- 
dándoles su  juventud  y  hermosura,  y 
resultando  los  extraños  y  nunca  vistos 
ni  imaginados  sucesos  que  se  refieren 
en  dicha  cninica. 

El  libro  de  Ü.  Rugel  de  Grecia,  que 
dijo  D.  Quijote,  es  la  tercera  parte  de 
D.  Florisel.  que  trata,  según  expresa  su 
título,  de  las  grandes  /lazüüus  de  los 
Excelentisimos  l^rincifies  D.  Rogel  de 
Grecia  y  el  segundo  Agesilao. 

4.  Para  hacer  juicio  de  la  ironía  que 
contienen  estas  palabras,  conviene  te- 
ner presente  lo  que  decia  el  Gura  en  el 
escrutinio  de  los  libros  de  D.  Quijote, 
hablando  de  la  historia  de  Amadis  de 
Grecia:  á  trueco  de  quemar...  al  pastor 
Darinel  y  ó  síis  églogas  y  á  las  endia- 
blada'' y  revueltas  razones  de  su  autor., 
quemara  con  ellos  al  padre  que  me  en- 
gendró. Hablóse  de  ello  en  las  notas  al 
capítulo  VI  de  esta  primera  parle. 

Darinel  tuvo  parte  también  en  los 
sucesos  que  se  refieren  en  la  crónica  de 
D.  Florisel.  En  la  primera  parte  se  lee 
la  siguiente  octava,  que  cantó  al  son 
de  su  churumbela,  y  puede  servir  do 
muestra  para  juzgar  de  su  habilidad  y 
prendas  poéticas  (6)  : 

¡  Ay  Silvia !  Pues  quien  conoce  t%\  gloria 
¿  Cómo  se  puede  quejar  de  tenella  ? 


(a)    Parte  III,  cap.    XIV. 
cap.  XV III. 


(¿)    Lib.   I, 


PRIMERA    PARTli.    —    CAPÍTULO    WIN 


4ül 


con  lütlo  donaire,  discreción  y  desenvoltura.  Pero  Vicmpo  podrá 
venir  en  que  se  enmiende  esa  falta  ;  y  iio  dura  tnás  en  hacerse  la 
ehnúxMída  *,  do  cuanto  (fuicra  vueslra  merced  ser  servido  devenirse 
conmigo  á  luialdíí;»,  ([uc  allilo  i)odré  dar  más  de  trescieuLos  libros^, 
(|uc  son  el  regalo  do  mi  alma  y  el  ontrolonimienlo  do  mi  vida; 
aumiuo  tongo  para  mí  quo  ya  no  tengo  ninguno,  merced  á  la  mali- 
cia de  malos  y  envidiosos  encantadores.  Y  perdóneme  vuestra  mer- 
ced ol  haber  contravenido  á  lo  que  prometimos  de  no  intorromper 
su  plática,  pues  en  oyendo  cosas  do  (Caballerías  y  de  caballeros  an- 
dantes, así  es  en  mi  mano  dejar  de  hablar  en  ellos,  como  lo  es  en  la 
de  los  rayos  del  Sol  dejar  de  calonlar,  ni  humedecer  en  los  de  la 
Luna^ ;  así  que,  perdón,  y  proseguir,  que  es  lo  que  ahora  hace  más 
al  caso.  En  tanto  quo  D.  Quijote  estaba  diciendo  lo  que  queda 
dicho,  se  le  había  caído  á  Cárdenlo  la  cabeza  sobre  el  pocho,  dando 
muestras  d(í  estar  profundamente  pensativo;  y  puesto  que  dos  veces 
le  dijo  ü.  Quijote  que  prosiguiese  su  historia,  ni  alzaba  la  cabeza 


Y  el  que  vencido  recibe  vitoria, 
No  quiera  llamarse  captivo  con  ella. 
¡  Oh  libertad  pcidida  eu  aquella 
Que  siendo  perdida  ganó  tal  tormento, 
Que  mal  no  recibo  ni  pérdida  siento, 
Estando  del  todo  perdido  por  ella  : 

Llámanse  bucólicas  en  dicha  crónica 
de  D.  Florisel  las  composiciones  pasto- 
riles ó  cantadas  por  pastores,  como 
son  las  de  Archileo  en  los  capítulos  XIV 
y  XVII  de  la  cuarta  parte. 

l.Du/'ar,  verbo  impersonal,  lo  mismo 
que  lardarse.  Otras  veces  se  usa 
como  de  estado,  en  significación  de 
perseverar.  Duró,  asi  empieza  Solis  su 
historiade  la  conquista  deMéjico,  duró 
algunos  días  en  nuestra  inclinación  el 
intento  de  continuar  la  historia  gene- 
ral de  las  Indias  occidentales,  etc. 

2.  En  el  capítulo  VI,  al  referirse  el 
escrutinio  que  el  Cura  y  el  Barbero 
hicieron  de  la  librería  de  D.  Quijote, 
sólo  se  dice  que  había  en  ella  más  de 
cien  cuerpos  de  liljros  grandes  muy 
bien  encuadernados,  y  otros  pequeños; 
y  de  estos  últimos  se  dice,  que  no  de- 
bían ser  de  Caballería  sino  de  poesía. 
Por  donde  parece  que  D.  Quijote  exa- 
geró aquí  demasiadamente  el  número 
de  sus  libros  caballerescos ;  pero  ¿quién 
pide  á  un   loco  cuenta  de  lo  que  dice? 

3.  Entre  las  vulgaridades  astrológi- 
cas que  corrían  en  tiempo  de  Cervantes 
(y  no  sólo  en  España),  una  era  calificar 


á  la  Luna  de  planeta  húmedo,  amigo  y 
generador  de  cuanto  es  acuátil. Espa- 
cioso el  modo  con  que  se  explica 
sobre  esta  materia  Jerónimo  Cortés,  es- 
critor valenciano,  en  su  Lunario  per- 
petuo, impreso  repetidas  veces  á  fines 
del  siglo  xvi  y  principios  del  siguiente. 
Este  planeta  (dice  en  el  capítulo  de  la 
calidad  y  efectos  de  la  Luna)  es  frío  y 
liúniedo,  acuático,  nocturno  y  feme- 
nino, al  cual  se  atribuyen  las  hume- 
dades y  la  producción  de  todos  los  vege- 
tales por  la  mucha  humedad  que  dicho 
planeta  influye  (a).  En  otra  parte  (6): 
la  Luna  tiene  dominio  sobre  todas  las 
cosas  húmedas  y  en  particular  sobre 
los  asnos,  bueyes  y  pescados,  aves  blan- 
cas y  marginas...  sobre  las  calabazas, 
pepinos,  cohombros  y  melones,  lechu- 
gas, verdolagas  y  endivias.  No  es  de 
extrañar  que  tanta  humedad  dé  sueño, 
y  así,  hablando  de  las  condiciones  y 
fisonomía  que  la  Luna  comunica  á  sus 
ahijados,  dice  Cortés  que  son  soñolien- 
tos y  dormilones :  pero  añade  (y  esto 
es  cosa  particular)  que  tienen  los  ojos 
medianos, y  el  uno  mayor queel  otro[c). 
El  lector,  si  gusta,  podrá  dedicarse  á 
hacer  las  observaciones  convenientes 
para  comprobar  la  veracidad  y  exacti- 
tud de  estos  fallos. 


(a)  Pág.  52  de  la  edición  de    1G07 
Pág.  212.  —  fe;  Pág.  5J. 


(6) 


402  DON    QUIJOTE   DE    LA   MANCHA 

ni  respondía  palabra  ;  pero  al  cabo  de  un  buen  espacio  la  levantó, 
y  dijo  :  No  se  me  puede  quitar  del  pensamiento  ni  habrá  quien  me 
lo  quite  en  el  mundo,  ni  quien  me  dé  á  entender  otra  cosa,  y  sería 
un  majadero  el  que  lo  contrario  entendiese  ó  creyese,  sino  que 
aqnol  bellaconazo  del  Maestro  Eiisabad  estaba  amancebado  con  la 
Reina  Madásima.  Eso  no,  voto  á  tal,  respondió  con  mucha  cólera 
D.  Quijote  (y  arrojólo,  como  tenía  de  costumbre*),  y  esa  es  una  muy 
gran  malicia,  ó  bellaquería  por  mejor  decir;  la  Reina  Madásima 
fué  muy  principal  señora,  y  no  se  ha  de  presumir  que  tan  alta  Prin- 
cesa se  había  de  amancebar  con  un  sacapotras  '^  ;  y  quien  lo  con- 
trario entendiere,  miente  como  muy  gran  bellaco,  y  yo  se  lo  daré  á 
enlender  á  pie  o  á  caballo,  armado  ó  desarmado,  de  noche  ó  de  día, 


1.  Indica  el  texto  que  I).  Quijote  pro- 
firió por  entero  la  fórmula  voto  á  Dios, 
que  lo  es  á  un  mismo  tiempo  de  jura- 
mento y  de  amenaza.  Nuestro  caba- 
llero, lleno  del  entusiasmo  de  su  pro- 
fesión, no  contento  con  defender  la 
honra  de  las  dueñas  vivientes,  exten- 
día su  patrocinio  ú  las  difuntas.  Que 
su  profesión  le  obligaba  á  socorrer  las 
necesidades  de  vivos  y  muertos,  lo 
dice  expresamente  en  el  capitulo  LV 
de  la  segunda  parte,  donde  se  cuenta 
que  hablando  Sancho  des  ¡e  una  sima, 
y  sospechando  su  amo  que  estaba  en 
el  purgatorio,  le  ofrecía  sacarlo  de 
allí  á  fuerza  de  sufragios. 

2.  De  tres  Madásimás  hacen  mención 
las  crónicas  caballerescas  que  tratan 
del  Maestro  Eiisabad :  una,  que  era  se- 
ñora del  castillo  de  Gantasi,  y  prendió 
á  traición  á  Araadis  de  Gaula  y  á  su 
hermano  D.  Galaor  ;  otra,  mujer  del 
gigante  Madanfabul,  señor  de  la  ínsula 
de  Torrebermeja;  y  otra  que  era  so- 
brina suya,  hija  de  su  hermana  Groma- 
daza  y  de  Famongomadán,  el  jayán 
del  Lago  ferviente,  señor  de  la  ínsula 
de  Mongaza  (a;.  —  Á  ninguna  de  las 
tres  Madásimás  se  le  da  el  título  de 
Reina,  y  ninguna  de  las  tres  tuvo  re- 
lación con  el  Maestro  Eiisabad.  Éste 
como  cuenta  la  historia  de  Amadis  de 
Gaula  'b],  era  hombre  de  letras  .y  de 
misa.  En  los  viajes  y  navegaciones 
que  hizo  en  compañía  de  .\madís,  le 
enseñó  el  griego,  el  alemán  y  otras 
lenguas, como  aquel  que  era  ¡jran  sabio 

;i)  .Iw-idi-i  de  Canlu,  cap.  CXXVIII.  —  Ib) 
Cap.  1>.\XIII. 


en  todas  las  artes  («).  Cuando  llegaron 
á  vista  de  la  isla  del  Diablo,  donde  ha- 
bitaba el  monstruoso  Endriago,  que- 
riendo Amadis  combatirse  con  él,  rogó 
á  Eiisabad  que  le  dijese  misa  á  otro 
dia  de  mañana.  El  alba  del  diavenida, 
el  Maestro  cantó  misa ;  y  el  Caballero 
de  la  Verde  Espada  La  oyó  con  mucha 
humildad,  rogando  á  Dios  le  ayudase 
en  aquel  peligro.  Durante  la  batalla, 
el  Maeslrii  Eiisabad  mandó  poner  un 
altar  con  las  reliquias  que  para  decir 
misa  tenia;  é  hizo  tomar  cirños  encen- 
didos tí  todos,  é  ¡lineados  de  rodillas 
rogaban  á  Dios  que  guardase  tí  aquel 
caballero  (b). 

Este  buen  sacerdote  era  al  mismo 
tiempo  cirujano  y  uno  de  los  mejores 
del  mundo  de  aquel  menester,  según  se 
afirma  en  la  historia  de  Amadis.  Aun 
dice  más  la  de  E.splandián  :  en  el  mun- 
do todo  no  había  quien  de  aquel  oficio 
fuese  su  igual  (c).  Con  efecto,  curó  á 
Amadis  de  las  terribles  heridas  que 
recibió  en  el  combate  con  el  Endriago, 
y  antes  le  había  curado  ya  de  otras 
que  había  recibido  en  Grecia  y  en  Ro- 
manía [d¡.  Otras  curaciones  notables, 
hechas  por  Eiisabad,  se  refieren  en  las 
historias  caballerescas  ie).  Y  así  tuvo 
razón  la  de  Amadis  en  decir  que  Eii- 
sabad había  hecho  cosas  maravillosas 
en  su  oficio,  dando  vida  á  muchos  de 
los  que  haber  no  la  pudieran  sino  por 


{a)  Ib.,  cap.  CXXX.  —  (6)  Ib.,  cap.  LXXIU. 
—  (c)  Cap.  XXVni.  —  (d)  Amadis  de  Caula. 
cap.  LXXII.  —  (e)  Serga»  de  Esplandim,, 
cap.  XXVIII  V  LI.  —  Amadí*  de  Grecia, 
parte  II,  cap.  ÚV  y  I,XII. 


PRIMEflA    I'AUIK.    —    CAPÍTULO    XXIV 


403 


ó  como  TTirts  gusto  lo  diere.  Esl;'ibalc  mirando  Cardenio  muy  ulen- 
lam(uit(\  al  (Miul  ya  liahía  venido  el  accidente  de  su  locui-a,  y  no 
estaba  [)ara  proseguir  su  lii.sloria,  ni  tampoco  D.  Oiiijote  se  la 
oyera,  scf^úii  le  había  disgustado  lo  (pie  de  Madásinia  le  habla  oído. 
¡ExtraAo  caso!  que  así  volvió  por  ella  como  si  verdaderam(!nte 
fuera  su  verdadera  y  natural  señora  ;  tal  le  tenían  sus  descomul- 
gados libros.  Digo,  pues,  que  como  ya  Cardenio  estaba  loco,  y  se 
oyó  tratar  de  mentís  y  de  bellaco,  con  otros  denuestos  semejantes, 
parecióle  mal  la  burla,  y  alzó  un  guijarro  que  halló  junto  á  sí,  y 
dio  con  él  en  los  pechos  tal  golpe  á  D.  Quijote,  que  le  hizo  caer  de 
espaldas.  Sancho  Panza,  que  de  tal  modo  vio  parar  á  su  señor, 
arremetió  al  loco  con  el  puño  cerrado,  y  el  Roto  le  recibió  de  tal 


Dios  é  por  él  {a).  Esta  fue  la  razón  del 
titulo  con  que  se  le  califica  de  Muestro, 
que,  como  se  dijo  ya  en  otra  nota  an- 
terior, se  daba  comúnmente  ;i  los  pro- 
fesoies  de  cirugía,  y  lo  que  prestó  oca- 
sión aquí  á  D.  Quijote  para  llamarle 
por  menosprecio  sacapotras. 

No  se  crea  que  en  la  reunión  de  los 
oficios  de  eclesiástico  y  cirujano  se 
quebranta  la  verisimilitud.  En  la  Edad 
Media  era  frecuente  que  los  eclesiás- 
ticos profesasen  la  medicina,  como  lo 
Erueba,  fuera  de  otros  documentos 
istóricos,  la  prohibición  establecida 
en  el  Concilio  de  Reims  del  año  H31, 
en  el  general  de  Letrán  de  1139,  y  en 
el  de  Tours  de  1163,  de  que  la  ejercie- 
sen los  canónigos  regulares,  y  los  mon- 
jes, en  lo  que  se  envolvía  el  permiso  ó 
tolerancia  de  que  lo  hiciesen  los  demás 
clérigos  seculares.  Es  de  creer  que  al 
principio  se  aplicaron  los  eclesiásticos 
;i  este  oficio  por  razones  de  caridad,  y 
por  la  suma  ignorancia  de  los  legos, 
que  generalmente  no  sabían  ni  aun 
leer;  después  hubieron  de  inlluir  en 
ello  otros  motivos  menos  desinteresa- 
dos, como  indicaron  dichos  concilios; 
lo  que  junto  con  los  progresos  ulterio- 
res de  las  luces,  que  hacían  ya  menos 
necesarios  los  auxilios  de  los  clérigos, 
ocasionaría  aquella  prohibición.  Aun 
no  eran  distintas  entonces,  como  lo 
fueron  después,  las  profesiones  de 
médico  y  cirujano,  según  se  ve  respecto 
del  siglo  XV  por  las  relaciones  que  hace 
en  sus  cartas  el  Bachiller  Fernán  Gó- 
mez de  Gibdad  Real,  médico  del  Rey 
D.  Juan  el  II;   y  tal  vez  contribuyeron 

(o)  Cap.  CXV. 


á  la  prohibición  los  motivos  de  leni- 
dad, con  la  que  no  se  avienen  bien  las 
operaciones,  muchas  veces  sangrientas, 
de  la  cirugía. 

Y  volviendo  á  nuestro  propósito,  del 
que  nos  han  apartado  algún  tanto  las 
conexiones  del  asunto,  las  historias 
caballerescas  no  presentan  la  relación 
que  pudo  tener  Elisabad  con  ninguna 
de  las  Madásiuias,  y  dar  algim  pretexto 
á  la  sospecha  de  Cárdenlo.  Con  quien 
tuvo  Elisabad  favor  y  valimiento,  fué 
con  la  Infanta  Grasinda,  sobrina  del 
Rey  Tafinor  de  Bohemia,  y  señora  de 
una  ciudad  marítima  llamada  Sadia- 
na  [a).  A  esta  señora  servía  de  conse- 
jero y  de  médico  Elisabad,  el  cual  viuy 
emparentado  é  muy  rico  en  aquella 
tierra  era  (b).  Por  mandado  de  Gra- 
sinda curó  Elisabad  y  acompañó  en 
sus  viajes  á  Amadís  de  Gaula,  como  en 
la  historia  de  éste  se  refiere,  y  desem- 
peñó varias  embajadas  y  comisiones 
de  confianza.  Es,  pues,  evidente  que 
tanto  Cardenio  como  I).  Quijote  equi- 
vocaron á  Grasinda  con  Madásima, 
trocando  sus  nombres.  No  fué  de  ex- 
trañar, porque  tanto  juicio  tenía  el 
uno  como  el  otro;  y  de  D.  Quijote  ya 
hemos  visto  en  otras  ocasiones  que 
solía  equivocar  los  sucesos  de  cosas 
que  citaba  de  los  libros  caballerescos. 

A  Elisabad  se  atribuyó  la  historia  de 
Esplandíán,  hijo  de  Amadís  de  Gaula, 
y  según  todas  las  noticias  que  prece- 
den, fué  clérigo,  cirujano,  consejero  y 
coronista. 


(a)  Amadís  de   Grecia,  cap.   LXXII.   —  ih) 
Ib.,  caí).  LXXV. 


404 


DON    QUIJOTE   DE    LA    MANCHA 


suerte,  que  con  una  puñada  dio  con  él  ú  sus  pies,  y  luego  se  subió 
sobre  él  y  le  brumo  las  costillas  ^  muy  á  su  sabor.  El  cabrero,  que 
le  quiso  defender,  corrió  el  mismo  peligro,  y  después  que  los  tuvo 
á  todos  rendidos  y  molidos,  los  dejó,  y  se  Fué  con  gentil  sosiego  á 
emboscarse  en  la  montaña.  Levantóse  Sancho,  y  con  la  rabia  que 
tenía  de  verse  apori'eado  tnn  sin  merecerlo,  acudió  á  tomar  la  ven- 
ganza del  cabrero,  diciéndole  que  él  tenía  la  culpa  de  no  haberles 
avisado  que  á  aquel  hombre  le  tomaba  á  tiempos  la  locura,  que  si 
esto  supieran,  hubieran  estado  sobre  aviso  para  poderse  guardar. 
Respondió  el  cabrero  que  ya  lo  había  dicho,  y  que  si  él  no  lo  había 
oído,  (¡ue  no  era  suya  la  culpa.  Replicó  Sancho  Panza,  y  tornó  á 
replicar  el  cabrero,  y  fué  el  fin  de  las  réplicas  asirse  de  las  barbas, 
y  darse  tales  puñadas, (jue  si  D.  Quijote  no  los  pusiera  en  paz,  se 
hicieran  pedazos.  Decía  Sancho  asido  con  él  cabrero  :  Déjeme 
vuestra  merced,  señor  Caballero  de  la  Triste  Figura,  que  en  ésle, 
que  es  villano  como  yo  y  no  está  armado  caballero''^,  bien  puedo  á 
mi  salvo  satisfacerme  del  agravio  que  me  ha  hecho,  peleando  con 
él  mano  á  mano  como  hombre  honrado.  Así  es,  dijo  D.  Quijote  ; 
pero  yo  sé  que  él  no  tiene  ninguna  culpa  de  lo  sucedido.  Con  esto 
los  apaciguó,  y  D.  Quijote  volvió  á  preguntar  al  cabrero  si  sería 
posible  hallar  á  Cárdenlo,  porque  quedaba  con  grandísimo  deseo 
de  saber  el  fin  de  su  historia.  Díjole  el  cabrero  lo  que  primero 
había  dicho,  que  era  no  saber  de  cierto  su  manida  ^  ;  pero  que  si 
anduviese  mucho  por  aquellos  contornos,  no  dejaría  de  hallarle,  ó 
cuerdo  ó  loco. 


i.  Brumar,  según  pretende  Covarru- 
bias  en  su  Tesoro  de  la  lengua  caste- 
llana, viene  de  broma,  que  significa  el 
material  con  que  se  rellenan  las  pare- 
des de  los  edificios.  Ya  dijimos  que  los 
verbos  derivados  de  nombres  suelen 
añadir  comVmmente  al  principio  la 
letra  a.  y  pusimos  ejemplos:  pero  otras 
veces  foruian  ?in  este  requisito,  espe- 
cialmente si  son  frecuentativos  ó  tienen 
forma  de  i¡i\e?,,Ci)Tao  pernear, manotear, 
pintear,  broncear,  gatear,  montear.  El 
uso  actual  se  inclina  más  á  lo  primero, 
no  siendo  frecuentativos  los  verbos; 
y  así  ya  no  decimos  brumar  sino 
abrumar,  ni  batanar,  como  se  lee  en 
el  capítulo  XXI  anterior,  sino  abatanar. 

2.  Estas  palabras,  puestas  con  opor- 


tunidad y  gracia  en  boca  de  Sancho, 
recuerdan  las  conversaciones  pasadas 
entre  él  y  su  amo  sobre  la  materia;  la 
del  capitulo  VIH  al  descubrir  el  puerto 
Lapice,  la  del  XV  después  de  la  aven- 
tura de  los  yangüeses,  y  las  del  XVI 11 
después  del  manteamiento  de  la  venta, 
y  antes  de  la  batalla  con  el  ejército 
de  ovejas. 

3.  Viene  del  latín  manare,  y  se  dice 
ordinariamente  del  sitio  donde  acos- 
tumbran á  recogerse  los  animab'S. 
Aquí  se  aplica  á  la  de  Cárdenlo,  que, 
con  efecto,  no  podía  ser  sino  semejante 
;í  la  de  las  fieras.  Tal  era  el  hueco  de 
un  alcornoque,  donde  le  encontraron 
los  pastores,  según  se  refiere  en  el 
capitulo  precedente. 


CAPITULO  XXV 


QLE  TRATA  DK  LAS  EXTRAÑAS  COSAS  QUE  EN  SIERRAMORENA  SUCE- 
DIERON AL  VALIENTE  CABALLERO  DE  LA  MANCHA,  Y  DE  LA  IMITACIÓN 
OUE    HIZO    Á    LA    penitencia'   DH    BELTENEBRÓS  ^. 


Despidióse  del  cabrero  D.  Quijote,  y  subiendo  otra  vez  sobre 
Rocinante,  mandó  á  Sancho  que  le  siguiese,  el  cual  lo  hizo  con  su 
jumento  de  muy  mala  gana.  Ibanse  poco  á  poco  entrando  en  lo 
más  áspero  de  la  montaña,  y  Sancho  iba  muerto  por  razonar  con  su 


1.  No  es  este  el  régimen  usual  y  co- 
rriente, porque  decimos  imitación  de  y 
no  imiLación  á.  Asi  sucede  por  lo  co- 
mún en  los  nombres  verbales  en  oti, 
derivados  de  verbos  activos,  como 
lección,  educación.  Otros  del  mismo 
final  y  clase  admiten  el  régimen  de  los 
verbos  á  que  pertenecen.  Decimos  la 
preparación/3a?'a  la  muerte,  la  atención 
á  los  negocios.  En  los  nombres  de  afec- 
tos, que  no  son  verbales,  se  observan 
las  variedades,  ó,  por  mejor  decir,  los 
caprichos  del  uso;  porque  se  dice  pro- 
miscuamente el  amor  de  la  vida  ó  el 
amor  ú  la  vida,  el  temor  de  la  muerte, 
ó  el  temor  á  la  muerte;  pero  sólo  se 
dice  el  cariño  d  la  vida,  el  deseo  de  la 
muerte. 

2.  El  retiro  y  penitencia  de  Amadís 
de  Gaula  en  l¿  Peña  Pobre,  es  uno  de 
los  incidentes  de  mayor  importancia  é 
interés  en  su  historia.  Creyendo  Oriana 
por  una  imprudencia  del  enano  Ardián 
que  Amadís  había  dejado  su  amor  por 
el  de  la  hermosa  Briolanja,  le  escribió 
una  carta  con  un  doncel  llamado  Durin, 
mandándole  que  no  pareciese  más  en 
su  presencia.  Durín  llevó  la  carta  á 
Sobradisa,  capital  del  reino  del  mismo 
nombre,  donde  contaba  hallar  á  Ama- 
dís; pero  éste,  después  de  haber  ven- 
cido y  muerto  en  batalla   á  Abiseos, 


usurpador  del  reino  de  Sobradisa,  y 
colocado  en  él  á  Briolanja,  hija  del  Rey 
legíLimo,  habia  salido  para  restituirse  á 
la  corte  del  Rey  Lisuarte,  padre  de 
Oriana.  En  el  camino,  pasando  junto  á 
la  ínsula  Firme,  tuvo  noticia  de  las 
grandes  maravillas  que  de  ella  se  con- 
taban. Un  sabio  encantador,  llamado 
Apolidón,  señor  de  la  ínsula,  había 
dispuesto  en  tiempos  antiguos  que 
nadie  pudiese  tener  dominio  de  ella  sin 
entrar  antes  en  una  cámara  encantada 
por  un  arco  también  encantado,  que 
había  construido  con  sus  artes.  No  era 
dado  pasar  por  bajo  el  arco  á  quien 
hubiese  sido  desleal  á  su  primer  amor, 
ni  llegar  á  la  Cámara  defendida  á  quien 
no  fuese  mejor  caballero  que  Apolidón. 
Amadís  se  atrevió  á  pasar  y  pasó  el 
arco,  entró  en  la  cámara,  y  á  conse- 
cuencia fué  reconocido  por  señor  de  la 
ínsula.  En  esta  sazón  llegó  Durín,  y  le 
entregó  la  carta  de  Oriana,  de  la  que 
quedó  tan  lastimado  Amadís,  que  re- 
nunciando al  señorío  de  la  ínsula  en  su 
escudero  Gandalín,  se  ausentó  solo  y 
desesperado.  La  suerte  lo  condujo  á  un 
paraje  solitario,  donde  encontró  á  un 
hombre  de  orden,  anciano  y  venerable 
ermitaño,  quien  lo  consoló,  confesó  y 
condujo  hasta  la  costa  del  Océano, 
desde  donde  lo  llevó  en  una  barca  á  su 


406 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


amo,  y  deseaba  que  él  comenzase  la  plática,  por  no  contravenir  á 
lo  que  le  tenía  mandado.  Mas  no  pudi'Mido  sufrir  tanto  silencio  lo 
dijo  :  Señor  D.  Ouijote,  vuestra  merced  me  eche  su  bendición  y 
me  dé  licencia,  que  desde  aquí  me  quiero  volver  á  mi  casa,  y  á  mi 
mujer,  y  á  mis  hijos,  con  los  cuales  por  lo  menos  hablaré  y  depar- 
tiré todo  lo  que  quisiere  ;  porque  querer  vuestra  merced  que  vaya 
con  él  por  estas  soledades  de  día  y  de  noche,  y  que  no  le  hable 
cuando  me  diere  ^usto,  es  enterrarme  en  vida.  Si  ya  quisiera  la 
suerte  que  los  animales  hablaran,  como  hablaban  en  tiempo  de 
Guisopete',  fuera  menos  mal,  porque  departiera  yo  con  mi  jumento 


ermita,  que  estaba  mar  adentro  en  una 
peña  alt.i  y  estrecha,  Uaramia  la  Peña 
Pobre.  Pidió  Amadis  al  ermitaño  que 
le  mudase  el  nombre  para  vivir  oculto 
el  poco  tiempo  que  consideraba  restarle 
de  vida;  y  el  ermitaño,  atendiendo  á 
su  belleza  y  al  estado  de  amargura  y 
tinieblas  en  que  se  hallaba,  le  puso 
Beltenehrós.  Allí  hacia  penitencia  Ama- 
dis ;  las  más  de  las  noches  las  pasaba 
debajo  de  unos  árboles  muy  espesos 
que  üabía  cerca  de  la  ermita  ;  y,  acor- 
dándosele la  ingratitud  de  su  señora, 
hizo  la  siguiente  canción: 

Pues  se  me  niega  victoria 
Do  justo  niV'ra  debida. 
Allí  do  muere  la  gloria 
Es  gloria  morir  la  vida. 

Y  con  esta  muerte  mía 
Morirán  todos  mis  daños, 
Mi  esperanza  y  mi  porfía, 
El  amor  y  sus"  eníriifios. 

Mas  quedará  en  mi  memoria 
I. a  stima  nunca  perdida. 
Que  por  me  matar  la  filoria 
Me  mataron  gloria  y  vida. 

Entretanto  Durín,  vuelto  á  la  corte 
de  Lisuarte,  dio  cuenta  de  todo  lo  ocu- 
rrido á  Oriana  :  la  cual,  cerlificada  de 
la  lealtad  de  Amadis  por  el  paso  del 
arco  encantado,  tuvo  gran  pesar  de  lo 
hecho,  y  envió  en  busca  de  su  caba- 
llero á  la  Doncella  de  Üenamarca,  her- 
mana de  Durín,  con  una  carta  muy 
humilde,  en  que  pedía  perdón  de  su 
yerro.  La  doncella  aportó  por  efecto  de 
una  tormenta  á  la  Peña  Pobre,  y 
habiendo  desembarcado  á  hacer  ora- 
ción y  oír  misa,  reconoció  á  Amadis, 
le  dio  la  carta  de  Oriana  y  lo  condujo 
en  su  embarcación  al  reino  de  Lisuarte, 
donde  su  señora  lo  aguardaba  en  el 
castillo  de  .Miraflores(a). 


Tal  es  la  aventura  que  se  propuso 
imitar  D.  Quijote,  llamando  á  .\madis 
norte,  lucero  7  sol  de  los  valientes  y 
enamorados  caballeros.  Fáciles  son  de 
encontrar  las  semejanzas  de  una  y  otra 
aventura.  En  la  de  Sierra  Morena  hubo 
desdenes,  si  no  reales,  imaginados  de 
Dulcinea,  hubo  penitencia,  hubo  can- 
ciones compuestas  por  el  penitente  ¡fín- 
tervino  en  sacar  de  allí  á  I).  Quijote, 
según  ya  observó  Pellicer,  la  discreta 
Dorotea,  así  como  en  lo  de  .\madís  la 
Doncella  de  Denamarca.  iNo  hay  con- 
fesión, ni  misa,  ni  cosas  sagradas, 
según  también  observó  Pellicer,  porque 
sin  duda  no  quiso  Cervantes  mezclar  lo 
sagrado  con  lo  profano,  tanto  más  que 
la  aventura  de  D.  Quijote  era  imila- 
ción burlesca  de  la  otra,  y  se  contenti'> 
con  decir  que  fatigaba  mucho  á  D.  Qui- 
jote no  hallar  por  allí  otro  ermitaño 
que  le  confesase  y  consolase. 

1.  Sancho,  como  rústico  y  prevarica- 
dor del  buen  lenr¡uaje.  segi'm  que  dijo 
alguna  vez  su  amo  (6),  llamó  así  al 
fabulista  Esopo.  hopele  [x]  le  nombró  el 
Arcipreste  de  Hita  c) ;  del  mismo  modo 
le  llaman  otros  libros  y  documentos 
anteriores  al  siglo  xvi;  y  el  vulgo  toda- 
vía le  llama  isopn.  —  Poco  después 
trocó  también  Sancho  el  nombre  de 
Madásima  en  Magimasa,  como  antes 
había  trocado  el  de  Mambrino  en  Mar- 
tino  y  Malandrino. 

(a)  Amadis  de  Caula,  cap.  XXI,  XL  y 
XLV.  —  (6)  Parte  II,  cap.  XIX.  —  (c) 
Copla  86. 

(a)  Isopete.  —  También  se  dio  este  nom- 
bre, en  la  Edad  Media,  á  la^  colecciones  de 
fábulas  entonces  conocidas.  De  ellas  habla 
extensamente  Menéudez  Pelayo  en  so  His- 
toria de  las  ideas  estéticas.  (M.  de  T.) 


PniMEn\    PARTK.    CAPÍTULO    XXV  407 

lo  ([ue  me  viniora  en  gana,  y  con  eslo  [)asara  mi  ma-Ia  ventura;  que 
es  recia  cosa,  y  que  no  se  puede  llevar  en  paciencia,  andar  bus- 
caiKlo  aventuras  toda  la  vida  y  no  hallar  sino  coces  y  manteamien- 
tos, ladrilla/os'  y  puñadas,  y  con  todo  eslo  nos  hemos  de  coser  la 
boca,  sin  osar  decir  lo  que  ol  hombre  tiene  en  su  corazón,  como 
si  l'uera  mudo.  Ya  le  entiendo.  Sandio,  respondió  D.  Quijote;  tú 
mueres  porque  te  alce  el  entredicho^  que  te  tengo  puesto  en  la 
lengua  ;  dale  por  alzado  y  di  lo  que  quisieres,  con  condición  que  no 
hade  durar  este  alzamiento  más  de  en  cuanto  anduviéremos  por 
estas  sierras.  Sea  así,  dijo  Sancho,  hable  yo  ahora,  que  después 
Dios  sabe  lo  que  será  ;  y  comenzando  á  gozar  de  ese  salvocon- 
ducto, digo  (jue  ¿  qué  le  iba  á  vuestra  merced  en  volver  tanto  por 
aquella  Reina  Magima.sa,  ó  como  se  llama?  ¿ó  qué  hacía  al  caso 
que  aquel  Abad  fuese  su  amigo  '  ó  no  ?  Que  si  vuestra  merced  pa- 
sara con  ello,  pues  no  era  su  juez,  bien  creo  yo  que  el  loco  pasara 
adelante  con  su  historia,  y  se  hubieran  ahorrado  el  golpe  del  gui- 
jarro y  las  coces,  y  aun  más  de  seis  torniscones.  Á  fe,  Sancho,  res- 
pondió D.  Quijote,  que  si  tú  supieras  como  yo  lo  sé,  cuan  honrada 
y  cuan  principal  señora  era  la  Reina  Madásima,  yo  sé  que  dijeras 
que  tuve  mucha  paciencia,  pues  no  quebré  la  boca  por  donde  tales 
blasfemias  salieron  ¡porque  es  muy  gran  blasfemia  decir  ni  pensar 
que  una  Reina  esté  amancebada  con  un  cirujano.  La  verdad  del 
cuento  es,  que  aquel  Maestro  Elisabad,  que  el  loco  dijo,  fué  un 
hombre  muy  prudente  y  de  muy  sanos  consejos,  y  sirvió  de  ayo  y 
de  médico  á  la  Reina  ;  pero  pensar  que  ella  era  su  amiga,  es  dispa- 
rate digno  de  muy  gran  castigo  ;  y  porque  veas  que  Cardenio  no 
supo  lo  que  dijo,  has  de  advertir  que  cuando  lo  dijo,  ya  estaba  sin 
juicio^.  Eso  digo  yo,  dijo  Sancho,  que  no  había  para  qué   hacer 

1.  De  ningún  ladrillazo  se  ha  hecho  3.  ^6ací  significaba  en  otro  tiempo,  \' 
mención  en  la  fábula,  como  se  ha  aun  significa  hoy  en  algunas  partes,  lo 
hecho  de  coces,  ynantecuniento  y  puna-  mismo  que  clérigo.  Xada  se  había 
das.  Puede  creerse  que  es  errata  en  vez  dicho  en  los  capítulos  anteriores  que 
de  canfZ¿Za;o.s,  por  el  que  recibió  D.  Qui-  diese  motivo  á  Sancho  para  llamar 
jote  en  la  venta  de  mano  del  Moro  en-  clérirto  á  Elisabad,  pues  sólo  se  le 
cantado,  alias  el  cuadrillero.  había  calificado  de  cirujano,  aunque  en 

2.  Morir  es  aquí  desearconintensión,  realidad  fué  uno  y  otro  según  las  histo- 
afectarse  con  vehemencia.  En  el  mismo  rias  caballerescas;  pero  Sancho  hubo 
sentido  se  dice  en  el  capítulo  XIX  de  la  de  hablar  así  por  la  terminación  del 
segunda  parte  que  los  que  habían  en-  nombre  de  Elisabad,  mutilándolo  y 
contrado  á  D.  Quijote  //2on'a?i  po7' saóer  desfigurándolo,  como  hizo  también 
qué  hombre  fuese  aquel  tan  fuera  del  con  otros  nombres  propios. 

uso  de  los  otros  hombres.  Y  en  el  capí-  4.  Esto  decía  D.  Quijote  de  Cardenio. 

tulo    XXIÍI    se    dice    de   Sancho   que.      Dijo  la    sartén  á    la  caldera;  quítale 
cuando  oyó  á  su  amo  contar  ias  cosas      allá,  culinegra. 
de  la  cueva  de  Montesinos,  pensó  per- 
der el  juicio  ó  morirse  de  risa. 


408 


DON    QUIJOTE    DE   LA    MANCHA 


cuenta  de  las  palabras  de  un  loco ;  porque  si  la  buena  suerte  no 
ayudara  á  vuestra  merced,  y  encaminara  el  guijarro  á  la  cabeza', 
como  le  encaminó  al  pecho,  buenos  qued;iramos  por  haber  vuelto 
por  aquella  mi  señora,  que  Dios  cohonda  ^  ;  pues  montas,  que 
no  se  librara  Cárdenlo  por  loco.  Contra  cuerdos  y  contra  locos 
está  oblifj^ado  cualquier  caballero  andante  á  volver  por  la  honra 
de  las  mujeres  cualesquiera  que  sean,  cuanto  más  por  las  Reinas 
de  tan  alta  ijuisa  y  pro^  como  fué  la  Reina  Madásima,  á  quien 
yo  tengo  particular  afición  por  sus  buenas  partes  ''  ;  porque  lucra 
de  haber  sido  fermosa,  además  fué  muy  prudente  y  muy  sufrida 
en  sus  calamidades,  que  las  tuvo  muchas,  y  los  consejos  y  com- 
pañía del  Maestro  Elisabad  le  fué  y  le  fueron  de  mucho  provecho 
y  alivio  para  poder  llevar  sus  trabajos  con  prudencia  y  paciencia, 
y  de  aquí  tomó  ocasión  el  vulg"o  ignorante  y  mal  intencionado 
de  decir  y  pensar  que  ella  era  su  manceba^;  y  mienten,  digo  otra 


\.  La  suer/e  que  hubiera  encaminado 
el  guijarro  de  Gtirdenio  á  la  cabeza  de 
Ü.  Quijote,  no  podía  ser  buena,  sino 
todo  lo  contrario.  La  suerte  de  que 
se  habla  en  esle  pasaje  fué  buena  en 
cuanto  ayudí)  á  U.  Quijote,  y  fuera 
mala  si  enc^iminara  el  guijarro  á  su 
cabeza.  Borrando  la  palabra  buena, 
todo  quedaba  corriente;  y  la  palabra 
suerte,  restituida  á  su  significación  ge- 
neral indeterminada,  denolaria  la  buena 
ó  la  mala,  según  conviniese  al  intento. 

2.  Especie  de  maldición  ;  culionda 
parece  equivalente  á  confunda,  mu- 
dada la  f  en  h,  como  es  frecuente  en 
castellano.  El  autor  del  Diáloyo  de  las 
lenguas  cuenta  entre  las  palabras  anti- 
cuadas á  cokonder  por  gastar  ó  corrom- 
pe r,  y  a.\ega.  ei  refrán:  Muchos  maestros 
eolio  II  den  {ai)  lanovia.  En  la  colección  del 
Marqués  de  Santillana  hay  otro  que 
dice :  Lo  que  la  vejez  cokonde,  no  liag 
maestro  que  lo  adobe.  Hern;ín  Mejía,  en 
unas  coplas  contra  las  mujeres,  inseí'- 
tas  en  el  Cancionero  general  de  Sevilla 
del  año  1534 (a)  : 

Ya  se  tocan  y  destocan, 
Ya  se  publican,  ya  esconden, 
Ya  se  dan,  ya  se  revocan, 
Ya  se  mandan,  ya  se  trocan. 
Ya  sadoban,  yacohonden. 

(o)  Fol.  9.J. 

(a.)  Co/ionden.  — El  Diccionario  de  la  Acade- 
mia trae  el  refrán  :  Antes  que  conozcas  ni 
alabes  ni  cohondas  (vituperes;.     (M.  de  T.) 


3.  De  ta7i  alia  guisa  está  bien;  pero 
al  nombre  sustantivo  pro  no  le  con- 
viene el  epiteto  ó  caiiaad  de  alto;  y  á 
no  suprimirse, conviniera  decir:  Cuanto 
mus  por  las  Reinas  de  tan  alta  guisa,  y 
de  tanto  pro,  como  fué  la  Reina  Madá- 
sima. , 

4.  A  pesar  del  buen  concepto  de 
D.  Quijote,  la  historia  de  Amadis 
presta  motivos  para  no  tenerlo  de 
alguna  de  las  de  este  nombre  de  Ma- 
dásima que  menciona.  Verdad  es  que 
D.  Quijote  nombró  á  Madásima  equi- 
vocándola con  Grasinda,  señora  da 
Sabiana;  y  ésta  merecía  elogios  por  su 
conducta  prudente,  por  su  hospitalidad 
respecto  de  Amadis,  y  por  su  deferen- 
cia á  los  buenos  consejos  de  Elisabad. 

3.  Manceba  y  mancebo  vienen  del 
latín  mancipium,  esclavo,  quasi  manu 
caplum,  y  en  la  primera  edad  de 
nuestra  lengua  se  aplicaba  á  los  hijos 
que  estaban  aún  bajo  la  patria  potes- 
tad, como  se  ve  por  las  leyes  del  tuero 
Juzgo,  traducido  al  castellano  en  el 
siglo  XIII  de  orden  del  Rey  San  Fer- 
nando. Después  ha  introducido  el  uso 
una  gran  diferencia  entre  ambos 
nombres.  Mancebo  es  el  joven  que  está 
en  la  ilor  de  la  edad;  manceba  se  toma 
en  mala  parte  por  concubina,  y  esto  e>s 
ya  por  lo  menos  desde  pnncipios 
del  siglo  XV,  porque  en  las  Cortes  de 
Madrid  del  año  1405  se  mandó  que  las 
mancebas  de  los  clérigos  trajesen  señal 
en  el  vestido  para  ser  conocidas.  — 
Mozo  y  moza  pueden  ser  también  abre- 


iMiiMrnA  i>.\nTr.  —  r.Aprn^.o  xxv 


400 


vez,  y  incnlirán  otras  doricnlas  lodos  los  que  tal  pensaron  y  'Jije- 
ren.  Ni  yo  lo  digo  ni  lo  pienso,  rcspondií»  Sandio;  allá  se  lo  hayan, 
eon  sil  pan  se  lo  coman  ;  si  fueron  aniancebados  ó  no,i'i  Dios  liahrán 
dado  la  cnenla;  de  mis  viñas  vengo,  no  sí;  nada  ;  no  soy  amigo  de 
saber  vidas  ajenas,  que  el  que  compra  y  miente,  en  su  bolsa  lo 
siente  ;  cuanto  masque  desnudo  nací,  desnudo  me  hallo,  ni  pierdo 
ni  gano;  mas  ipie  lo  fuesen,  ¿  (jué  me  va  á  mí?  y  muchos  piensan 
(jue  hay  tocinos,  y  no  hay  estacas',  ¿másqnién  puede  poner  puer- 
tas al  campo?  cuanto  más  que  de  Dios  dijeron  í «).  ¡  Válame  Dios,  dijo 
D.  Quijote,  y  qué  de  necedades  vas,  Sancho,  ensartando !  ¿  Qué  va 
de  lo  que  tratamos  á  los  refranes  que  enhilas-?  Por  tu  vida,  Sancho, 
que  calles,  y  de  aquí  adelante  entremétete  en  espolear  á  tu  asno,  y 
deja  de  hacello  en  lo  que  no  le  importa  ;  y  entiende  con  todos  tus 
cinco  sentidos-^,  que  lodo  cuanto  yo  he  hecho,  hago  é  hiciere,  va 
muy  puesto  en  razón  y  muy  conforme  á  las  reglas  de  caballería, 
que  las  sé  mejor  que  cuantos  caballeros  las  profesaron  en  el 
mundo.  Señor,  respondió  Sancho,  ¿y  es  buena  regla  de  Caballería 
que  andemos  perdidos  por  estas  montañas  sin  senda  ni  camino, 
buscando  á  un  loco,  al  cual  después  de  hallado  quizá  le  vendrá  en 
voluntad  de  acabar  lo  que  dejó  comenzado,  no  de  su  cuento,  sino 


viaturas  de  mancebo  y  manceba,  y 
participan  de  la  fuerza  de  este  origen, 
pues  la  acepción  de  mozo  es  iavorable, 
y  no  siempre  lo  es  la  de  moza  ví5;,  de  lo 
que  algo  se  ve  en  el  <jui,iote,  en  aquello 
fie  utozas  del  paríido  que  dice  el  capi- 
tulo 11. 

1.  Tocinos  llaman  á  las  hojas  de  la 
canal  del  cerdo,  que,  después  de  cu- 
radas con  sal,  suelea  colgarse  de  esta- 
cas en  las  despensas  de  los  lugares  y 
aldeas.  Kl  refrán  es  :  Donde  se  piensa 
.que  hay  tocinos,  no  ha>i  estacas.  Díjose 
de  los  que  pasan  por  ricos  sin  serlo,  y 
aquí  lo  aplicó  Sancho  á  los  que  son 
tenidos  por  malos  sin  serlo.  —  Poner 
puertas  al  campo :  ejemplo  de  cosa 
imposible,  que  ha  pasado  en  proverbio. 
Con  él  indica   Sancho   que   no    puede 

(a)  De  Dios  dijeron.  —  La  frase  prover- 
bial tal  como  hoy  se  usa,  es  ¡Digan,  que  de 
Uioit   dijeron  !  (M-  deT.) 

(?)  Moza.  —  La  palabra  moza,  coa  perdón 
de  CliMiicncín,  no  se  loma  en  mala  parte, 
como  lo  prueba  el  uso  de  los  diminulivos 
mocita,  mo:uela,  y  de  las  palabras  wuza  de 
cántaro,  buena  moza,  etc.  En  la  provincia 
de  Granada  se  usa  en  el  sentido  de  criada. 
(M.  de  T.) 


precavérsela  malediciencia,  añadiendo 
que  el  mismo  Dios  no  estuvo  libre  de 
ella. 

2.  Efectivamente,  acaba  Sancho  de 
acumular  una  porción  de  refranes  :  y  es 
el  primer  pasaje  de  la  fábula  en  que 
empieza  á  descubrir  esta  maña,  que  en 
lo  sucesivo  suministra  ocasión  de  tan- 
tos donaires  al  autor  y  de  tanto  placer 
;'i  sus  lectores.  Couio  quiera,  es  menes- 
ter reconocer  que  esta  novedad  intro- 
duce en  el  car.icter  de  Sancho  una  cir- 
cunstancia que  no  ha  tenido  hasta 
ahora,  y  que  ya  campea  singularmente 
en  el  resto  del  Qumote.  Hubiera  sido 
muy  fácil  volver  atrás  y  salpicar  de 
refranes  los  discursos  anteriores  de 
Sancho:  pero  Cervantes  (dígase  otra 
vez)  no  limaba  ni  repasaba  lo  que  iba 
escrito. 

3.  La  edición  de  1608  sólo  dice  todos 
cinco  sentidos.  Mejor  y  más  conforme 
al  uso  era  decir  con  lodos  tus  cinco  sen- 
tidos. Las  dos  ediciones  de  Madrid  del 
año  1603  ponen  co7i  todos  sus  cinco 
sentidos.  Pero  sus  es  evidente  errata  por 
lus,  voz  que  estarla  en  el  original,  y 
que  hubiera  convenido  poner  en  todas 
las  ediciones. 


410 


DON    QUIJOTE   DE   LA   MANCHA 


de  la  cabeza  de  vuestra  merced  y  de  mis  costillas,  acabándonoslas 
de  romper  de  lodo  punto?  Calla,  te  di^'^o  otra  vez,  Sancho,  dijo 
D.  Quijote  ;  porque  ie  haíjo  saber  que  no  S(')lo  me  trae  por  estas 
partes  el  deseo  de  hallar  al  loco,  cuanto  el  que  tengo  de  hacer  ^  en 
ellas  una  hazaña  con  que  he  de  ganar  perpetuo  nombre  y  fama  en 
todo  lo  descubierto  de  la  tierra;  y  será  tal  que  he  de  echar  con  ella 
el  sello -á  lodo  aquello  que  puede  hacer  perfecto  y  famoso  á  un 
andante  caballero.  ¿Y  es  de  muy  gran  peligro  esa  hazaña?  preguntó 
Sancho  Panza.  No,  respondió  el  de  la  Triste  Figura,  puesto  que  de 
tal  manera  podía  correr  el  dado^,  que  echásemos  azar''  en  lugar  de 


1.  Dos  modos  de  decir  esto  apuntó 
Cervantes.  Uno,  no  sólo  me  trae  el  deseo 
de  hallar  al  loco. siaolamhiénelque  len- 
go,  etc.  Otro,  notsmlome  trae  el  deseo  de 
hallar  al  loco  cuanto  el  que  tengo.,  etc.  De 
uno  ú  otro  modo  estaba  bien :  pero 
Cervantes,  con  su  distracción  ordinaria, 
mezcló  ambos,  y  lo  dejó  mal.  —  I).  Gre- 
gorio Garcés  (a),  en  su  Fundamento  del 
vigor  de  la  lengua  castellana  (a),  alega 
este  pasaje  como  muestra  del  uso  que 
puede  hacerse  déla  partícula  cuanto: 
pero,  preocupado  excesivamente  del 
respeto  á  la  autoridad  de  Cervantes, 
solía  mirar  como  ejemplos  dignos  de 
imitarse  defectos  contrarios  á  la  ana- 
logía y  al  uso  general  de  las  personas 
cultas,  cánones  supremos  del  lenguaje. 

El  Quijote,  según  la  expresión  de 
D.  Diego  d('  Saavedra  hablando  en  su 
República  literaria  de  la  Jerusalén  del 
Tasso,  es  un  ara  á  que  no  se  puede 
llegar  sin  mucho  respeto  y  reverencia; 
pero  esto  tiene  su  término,  y  no  es 
justo  convertir  las  incorrecciones  en 
reglas.  Á  este  propósito  decía  nuestro 
insigne  crítico  Quintiliano  :  ñeque  id 
stalim  persuasum  sil,  omnia  quas  magni 
anclares  dixerint,  utique  esse  perfecta. 
Nam  el  labuntur  aliquando,  el  oneri 
cedunt,  el  indulgent  ingeniorum  suo- 
rum  voluptati,  nec  semper  intendunl 
animum,    el    nonnunquam    faligatiir ; 

(o)  Tomo  I,  cap.  XVT,  art.  IV. 

(a)  Del  lenquaje.  —  Garcés  se  hallaba  aco- 
metido (le  ia  dolencia  contralla  á  la  de 
Clemencin.  Sólo  encontraba  en  Cervantes 
modelos  difjnos  de  imitación,  mientras  el 
Aristarco  niniciano  anda  por  el  texto  de 
Cervantes,  como  revendedor  de  yesca,  bus- 
cando descuidos  que  censurar.  En  caso  de 
escoger,  prefiero  á  Garcés.  (M.  de  T.) 


cum  Cicero?ii  dormitare  inlerim  De- 
musthenes,  Horatio  vero  etiam  Ilumerus 
ipse  videatur.  Summi  enim  sunl,  homi- 
nes  lamen  :  accidilque  iis,  qui  quidquid 
apud  illas  repererunl  dicendi  legem 
putanl,  ut  deteriora  imilentur {id  enima 
est  facilius),  ac  se  abunde  similes  jm- 
tent,  si  tilia  magnorum  consequan- 
tur  (a). 

2.  Echar  el  sello  ó  una  cosa  es  per- 
feccionarla y  concluirla,  tom;indose 
la  metáfora  de  los  instrumentos,  escri- 
turas y  diplomas,  en  que  la  última 
operación  es  sellarlas. 

.3.  Casi  todas  las  ediciones  ponen 
podía  acorrer  el  dado ;  pero  acorrer  es 
errata  por  correr,  ocasionada  quizá  por 
ser  a  la  letra  última  de  la  palabra  ante- 
rior. Así  se  ve  por  lo  que  decía  D.  Qui- 
jote á  Sancho  en  el  capitulo  XX  de  las 
mercedes  de  los  caballeros  andantes  á 
sus  escuderos  :  tal  jjodria  correr  el 
dado,  que  todo  lo  que  dices  viniese  tí  ser 
verdad.  Acorrer  es  lo  mismo  que  so- 
correr, y  esta  acepción  no  es  aquí  del 
caso. 

4.  Azar  y  encuentro  :  lances  del  juego 
de  los  dados,  de  donde  se  toma  la  seme- 
janza. Azar  es  el  lance  que  pierde,  y 
encuentro  el  que  gana.  Los  romanos 
tenían  también  en  los  dados  el  Venus 
y  el  Canis,  que  indicaban,  el  primero 
el  golpe  favorable  y  el  segundo  el 
adverso  en  el  mismo  juego:  pero  con 
la  diferencia  que  entre  ellos  lo  favorable 
era  que  todos  los  dados  presentasen 
número  distinto,  y  el  adverso  que  todas 
las  caras  ofreciesen  el  mismo  número  : 
acá  debe  ser  al  revés,  como  se  deduce 
del  nombre  encuentro,  que  so  da  .il 
punto  ganancioso. 

(a)  Intiitution.  oratoriar.,  lib.  X,  cap.  I. 


PniMERA    l'AItTi:.     —    CAPÍTULO    XXV  4H 

encuentro;  pero  lodo  lia  de  eslar  en  lu  diligencia.  ¿En  mi  dilig-cn- 
cia/dijo  Sancho.  Si,  dijo  U.  (JuijoLe,  poríjue  si  vuelves  presto  de 
adonde  pienso  enviarte,  presto  se  acabará  mi  pena,  y  presto  co- 
menzará mi  i.'loria;y  ponpic  noesbien  que  te  tcn^^a  más  suspenso, 
esperando  en  lo  que  lian  de  parar  mis  razones,  quiero,  Sancho,  que 
sepas  <pu>  el  lamoso  Amadís  de  (iaula  fué  uno  de  los  más  perfetos 
caballeros  andantes.  No  lu;  dicho  bien  fué  uno;  fué  el  solo,  el  pri- 
mero, el  único,  el  señor  de  todos  cuantos  hubo  en  su  tiempo  en  el 
mundo.  Mal  año  y  mal  mes  para  D.  Belianís  y  para  todos  aquellos 
(\ue  dijeren  que  se  le  igualó  en  algo,  porque  se  engañan,  juro  cierto. 
Digo  asimismo,  que  cuando  algún  pintor  quiere  salir  famoso  en  su 
arte,  procura  imitar  los  originales  de  los  más  únicos  pintores'  que 
sabe,  y  esta  misma  regla  corre  por  todos  los  más  oficios  ó  ejerci- 
cios de  cuenta,  que  sirven  para  adorno  de  las  repúblicas;  y  así  lo 
ha  de  hacer  y  hace  el  que  quisiere  alcanzar  nombre  de  prudente  y 
sufrido,  imitando  á  Ulises,  en  cuya  persona  y  trabajos  nos  pinta 
Homero  un  retrato  vivo  de  prudencia  y  de  sufrimiento,  como  tam- 
bién nos  mostró  Virgilio  ^  en  persona  de  Eneas  el  valor  de  un  hijo 
piadoso,  y  la  sagacidad  de  un  valiente  y  entendido  capitán,  no  pin- 
tándolos ni  describiéndolos  como  ellos  fueron,  sino  como  habían 
de  ser,  para  dejar  ejemplo  ^  á  los  venideros  hombres  de  sus  vir- 
tudes. Desla  misma  suerte  Amadís  fué  el  norte,  el  lucero,  el  sol  de 
los  valientes  y  enamorados  caballeros,  á  quien  debemos  de  imitar 
todos  aquellos  '*  que  debajo  de  la  bandera  de  amor  y  de  la  Caba- 


1.  Único  es  de  los  adjetivos  que  no  3.  Las  edicioaes  antiguas  tenían  : 
admiten  aumento  ni  diminución,  ni  descubriéndolos... paraquedar  ejemplo. 
comparativo  ni  superlativo,  porque  lo  Ambas  correcciones,  describiéndolos 
que  es  único,  no  puede  sermásnimenos  ^ov  descubriéndolos,  y  dejar  por  qr(e- 
único,  así  como  en  primero,  segundo,  dar,  son  felices  ;  la  primera  es  de  Pe- 
circular,  triangufnr  y  otros,  no  cabe  Ilicer,  que  la  propuso  en  sus  notas  ;  la 
tampoco  7níís  ni  menos.  El  uso  y  la  segunda  es  de  la  Academia  Espa- 
costumbre  \a.  en  esta  parte  de  acuerdo  ñola.  La  edición  de  Londres  de  1"38 
con  la  razón  ;  y  ni  con  una  ni  con  otra  había  puesto  para  dar  ejemplo;  y  esta 
se  conformó  Cervantes  en  esle  pasaje  lección  es  acaso  preferible  á  la  déla  Aca- 
y  en  el  del  capítulo  VI,  donde  dijo  que  demia.  —  La  última  parte  de  este 
el  libro  de  la  Fortuna  de  Amor  áeXnto-  pasaje  ofrece  un  ejemplo  de  las  fre- 
nio  de  Lofraso  era  el  mejor  y  el  más  cuentes  inversiones  de  palabras  que 
único  de  los  de  su  género.  presenta   el   Quijote  :  dice,  para  dejar 

2.  Gran  fuerza  le  harían  ciertamente  ejempjlo  ú  los  venideros  hombres  de  sus 
á  Sancho  las  razones  y  autoridades  del  virtudes;  y  fuera  más  natural  y  más 
discurso  que  le  dirigía  su  amo,  ale-  claro  decir  :  para  dejar  eje?nplo  de  sus 
gando  á  Homero  y  Virgilio.  Esta  diser-  virtudes  á  los  hombres  venideros. 
tación  académica  de  D.  Quijote,  pro-  4.  Bien  claro  es  por  este  pasaje,  aun 
nunciada  gravemente  ante  un  peltre  cuando  no  lo  mostraran  otros  de  la fá- 
aldeano  en  las  quebradas  y  derrumba-  bula,  el  propósito  que  tuvo  D.  Qui- 
deros  de  Sierra  Morena,  tiene  mucho  jote  de  imitar  á  Amadís  de  Gaula.  En 
de  cómico.  el  capítulo  XLIV  de  la  segunda  parte 


412 


DON    QUIJOTE    DE   LA   MANCHA 


Hería  militamos.  Siendo,  pues,  esto  así  como  lo  es,  hallo  yo,  Sancho 
amigo,  que  el  caballero  andante  que  más  le  imitare,  estará  más 
cerca  de  alcanzar  la  peí  lección  de  la  Caballería; y  una  de  las  cosas 
en  que  más  este  caballero  mostró  su  prudencia  <,  valor,  valentía, 
sufrimiento,  firmeza  y  amor,  fué  cuando  se  retiró,  desdeñado  de 
la  señora  uriana,  á  hacer  penitencia  en  la  Peña  Pobre  ^,  mudando 


se  dice,  que  tenía  .tipmpre  puesta  en  la 
imaginación  la  hondad  de  Ainadis,  fiar 
y  espejo  de  los  andantes  caballeros. 
Sea  jtoniue  Amailís  fué  como  el  tronco 
y  patriarca  de  quien  procediiUina  larga 
serle  de  insignes  y  celebrados  aven- 
tureros, sen  porque  se  creía  que  su  libro 
fué  el  primero  de  Caballerías  que  se 
imprimii)  en  España,  y  que  había  dado 
principio  y  origen  á  los  demás,  no  fué 
extraño  que  D.  Quijote  hablare  de  Ama- 
dís  con  tanto  aprecio,  y  que  le  conside- 
rase como  tipo  y  modeló  de  los  caballeros 
andantes.  Y  así  lo  confirma  la  frecuencia 
con  quealegasu  ejemplo  ú  recuerda  su 
memoria  aún  en  los  raptos  de  su  locu- 
ra, verbigracia  cuando  después  de  ha- 
ber andado  á  cuchilladas  con  las  paredes 
según  rcfiriú  su  sobrina  al  c.'.pilulo  V 
de  esta  primera  parte,  bebía  agua,  y 
decía  que  era  una  preciosísima  l)ebida 
que  le  había  traído  el  sabio  Esquife  un 
grande  encantador  y  amii/o  suyo  :  por- 
que este  Esquife  ó  Álquifeeraeí marido 
de  Urganda.  y  ambos  grandes  amigos 
y  protectores  de  .\madís  de  Gaula,  con- 
forme atestigua  su  historia.  Por  lo  que 
toca  á  Cervantes,  es  evidente  para  los 
que  le  leen  con  retlexiún,  que  la  histo- 
ria de  Amadís  fué  uno  de  los  libros 
caballeresíos  que  tuvo  más  presentes 
para  escribir  su  Quijote. 
i.  Cosas    me    parece    error    de    im- 

E renta  por  casos,  equivocación  tan 
icii  como  se  deja  ententler.  Casos  es 
más  propio  y  viene  más  á  cuento  que 
cosas. 

2.  Según  la  descripción  que  se  hace 
en  la  historia  de  Amadís  de  Gaula  (a), 
la  Peña  Pobre  era  un  islote  á  siete  le- 
guas de  la  costa  en  que  se  hallaba  la 
ínsula  Firme.  No  habín  en  dicho  islote 
sino  una  pobre  ermita,  donde  moraba 
hacía  treinta  años  un  santo  solitario. 
Amadís,  desdeñado  de  su  señora,  y  re- 
suelto á  pasar  en  la  obscuridad  volvi- 
do del  mundo  el  resto  de  sus  días,  se 


parte  ocultamente  de  la  ínsula  Firme, 
encuentra  en  la  costa  al  ermitaño,  se 
pone  bajo  su  dirección,  y  pasa  con  él 
en  su  barca  á  la  Peña  Pobre.  Al  cabo 
de  algún  tiempo,  noticioso  de  que  había 
mejorado  su  suerte,  se  despidió  de  su 
director,  rayándole  mucho  que  tomase 
cargo  de  le  reformar elmonesterio  que 
al  pie  de  la.  I'eñade  la  ínsula  Firme  pro- 
metiera de  hacer  :  y  por  él  otorgado,  se 
metió  en  el  mar  (a;,  dirigiéndose  á  In- 
glaterra.donde  le  aguardaba  la  ya  arre- 
pentida Oriana. 

Por  todo  el  contexto  de  la  historia  se 
ve,  que  la  costa  de  que  se  trata  es  la 
del  continente  europeo  enfrente  de  In- 
glaterra.y  por  consiguiente  la  de  las  pro- 
vincias francesas  de  Normandia  y  de 
Bretaña.  Estas  fueron  cabalmente  el 
país  donde  se  compusieron  los  primi- 
tivos libros  caballerescos,  que  celebra- 
ron las  hazañas  del  valiente  Artús  y  de 
los  caballeros  de  la  Tabla  redonda. 
Entre  una  y  otra  provincia  forma  el 
Océano  un  golfo,  que  termina  por  la 
parte  del  Sur  en  una  punta  ó  especie 
de  península,  donde  sehallan  San  Malo 
y  otros  pueblos.  .\  pocas  leguas  dentro 
del  mar,  antes  de  llegar  á  las  islas  de 
Jersey  y  Guernesey,  señalan  las  cartas 
el  banco  de  la  l'eña  Rica,  que  excita 
por  conlraposicjiín  la  memoria  del 
nombre  de  l'eña  Pobre.  En  el  fondo  del 
golfo  se  halla  en  la  marisma  el  célebre 
monte  de  San  Miguel,  roca  aislada  que 
hasta  la  época  de  la  Revolución  fran- 
cesa ha  sido  residencia  de  una  abadía 
monacal,  fundada  hace  más  de  ocho 
siglos, que  fué  por  muchotiempo  uno  de 
los  santuarios  más  nombrados  de  la 
cristiandad  y  visitado  frecuentemente 
de  Beyes  y  Príncij)es,  entre  ellos  de 
Luis  XI,  Rey  de  Francia,  el  cual  lo  hizo 
silla  y  cabeza  de  la  orden  que  fundó 
de  Caballeros  de  San  .Miguel.  En  los 
documentos  históricos  suele  darse  al 
monte  de    San  Miguel  el  nombre  de 


(a)  Cap.  XLVIII. 


(a)  Cap.  LII, 


I'HIMKRA.    I'AHTi;.     —    CAPITULO    XXV 


413 


su  nombro  en  o\  de  |{elU'nol)r()s'  ;  nombro  por  cierto  significativo 
y  propio  para  la  vida  (piO(''l  do  su  voluntad  había  escogido  ;  asique 


Mons  Tumbx,  Monte  dt;  la  Tiiinb.i,  |ior 
su  (iyiira,  á  Moiis  Saitcti  M'ic/iiivlis  in 
pericii/o  niaris  por  su  situacii.tn  pcñas- 
cüsa  y  el  cunlimiii  embale  de  liis  ma- 
reas. I, a  fama  de  este  santuario  nu  era 
deseonucida  en  España  ;  lii/.o  ya  men- 
ción (le  (1  Gonzalo  lie  Berceo,  poeta 
castellano  de  principios  del  sijílo  xiii, 
en  el  libro  de  los  Milagros  de  .\uestra 
Señora.  1-a  elevación  del  monte  de 
San  Miguel  y  la  circunstancia  de  estar 
aislado,  lo  exponen  á  los  peligros  y 
daños  de  las  tempestades  y  rayos,  y  de 
hecho  hay  memoria  de  varios  que  han 
caído  en  la  ifílesia,  entre  ellos  uno  que 
la  incendió  y  derritió  las  campanas  el 
año  (le  loUU  a).  De  este  incendio  habla 
Berceo  en  el  milagro  XIV.  donde  da 
algunas  señas  de  la  situación  del 
monte  ; 

S.  Miguel  de  la  Tumba  es  un  grand  mones- 

[terio  : 
El  mar  lo  cerca  lodo,  ellí  yace  en  medio  ; 
El  logar  [leiigroso,  do  sufren  gran  iacerio 
Los  monges  que  hl  viven  en  essi  cimitério. 

Y  en  el  milagro  XIX  : 

Cerca  una  marisma,  Tumba  era  clamada, 
Facíase  una  isla  cabo  la  orellada, 
Facie  la  mar  por  ella  essida  é  tornada 
Dos  veces  en  el  día  ó  tres  á  la  vegada. 
Bien  dentro  enna  isla  de  las  ondas  cenjuiella 
Dó  San  Miguel  era,  avie  una  capiella... 
Cuando  quería  el  mar  contra  fuera  essir, 
Issie  á  fiera  priesa,  non  se  sabie  sofrir  ; 
Orne  maguer  ligero,  no  li  podrie  foir ; 
Si  ante  non  issiese,  hi  haljrie  á  perir. 

De  los  peligros  del  mar  en  aquel  paraje 
nos  da  una  prueba  la  crónica  del  con(ie 
D.  Pero  Niño,  cuando  refiere  que  ¡as 
galeras  castellanas  mandadas  por  aquel 
capitán  durante  sus  campañas  navales 
contra  los  ingleses,  habiendo  anclado 
á  media  noche  en  la  costa  de  Bretaña, 
cerca  de  .Vo/í-S«íi-.Ví(7íe¿,  amanecieron 
sobre  los  roquedos,  y  estuvieron  para 
zozobrar '6). 

El  monte  de  San  Miguel  era  al  mismo 
tiempo  una  plaza  fuerte  por  su  situación 
y  por  las  mui'allas   y  reparos  que  le 

^a)  Mi'rmoires  de  la  Société  des  Antiquairi'S 
de  Normandie.  Années  ÍS27  et  ÍS2S.  — 
(b)  Parte  II,  cap.  XL. 


Iiabia  añadido  el  arte.  Como  tal,  fué 
siti.ida  diversas  veces  en  diferentes 
guerras,  y  presentaba  grandes  recuí;rdos 
muy  propios  paiva  exaltarla  fantasía  é 
inventiva  de  los  escritores.  Ileuriidas 
todas  estas  particularidades,  no  parece 
inverosímil  que  un  territorio  tan  cono- 
cido en  aquella  edad,  ilustre  por  tantos 
sucesos,  en  un  país  donde  había  nacido 
la  historia  caballeresca  y  el  mismo 
Amadis,  y  por  consiguiente  tan  ;í  pro- 
pósito para  ser  embellecido  con  ficcio- 
nes y  liibulas,  prestase  alicientes  á  la 
imaginacKin  pnra  colocar  en  él  el  epi- 
sodio más  not;ible  é  interesante  del  libro 
de  Amadis  de  (Jaula.  Según  estas  conje- 
turas, pudiera  creerse  sin  repugnancia, 
que  la  Peña  Pobre  estuvo  en  el  golfo 
que  media  entre  las  provincias  de  Bre- 
taña y  de  Xormandia  ;  que  por  allí 
debe  situarse  la  ínsula  Firme,  y  que 
quizá  quiso  aludii-se  al  monte  de  San 
Miguel  en  la  Peña  de  dicha  Ínsula  y  en 
el  monasterio  de  que  se  supuso  fun- 
dador á  Amadis.  —  Cuando  esto  se  es- 
cribe (a!,  se  hallan  haciendo  penitencia 
por  las  inmediaciones  de  la  Peña  Pobre 
algunos  desgraciados  aventureros,  des- 
deñados de  su  señora  :¿.  se  reconciliarán 
con  ella,  como  Amadis  con  Oriana  ? 

1.  Beltenebrós  se  compone  de  bello  y 
tenebroso,  conií^)  si  dijéramos  hermoso 
y  Irisle  ;  por  eso  le  llama  D.  Quijote 
nombre  significativo  y  propio  para  la 
vida  que  Amadis  había  escogido.  En  la 
historia  de  Tirante  el  Blanco  se  hace 
memoria  de  un  caballero  llamado  Te- 
nebroso, que  acompañó  á  Tirante  en  el 
socorro  de  Rodas,  sitiada  por  los  ma- 
melucos 'a,.  Bel,  palabra  anticuada  ;  se 
usó  mucho  antiguamente  por  bello  ú 
hermoso.  Un  bel  morir  toda  la  vida 
honra  era  el  mote  que  traía  en  su  di- 
visa el  condestable  de  Castilla,  como  se 
ve  por  la  carta  que  le  escribía  Fernando 
de  Pulgar  el    año  de  1479  (6).  Mucho 


va)   Parte   I,  cap.   XXX   v  XXXV.  —  (6) 
Letra  XIII. 


(a)  Escribe.  —  .\caso  aludiría  Clemencin 
á  los  emigrados  españoles  que  pudieron  vol- 
ver á  España  gracias  á  la  amnistía  dada  por 
la  Regente  Mana  Cristina  el  7  de  octubre  de 
183'2.  (M.  de  T.) 


414 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


me  es  á  mí  más  fácil  imitarle  en  esto,  que  no    en  hender  gigantes, 
descabezar  serpientes,  matar  endriagos  2,  desbaratar  ejércitos,  fra- 


antes  habían  usado  de  la. misma  pa- 
labra el  autor  del  Poema  de  Alejandro 
y  el  arcipreste  de  Hita  (a).  Del  Caba- 
llero andante  Leandro  el  Bel,  liijo  del 
Caballero  de  la  Cruz,  hay  historia  par- 
ticular. Omito  otr<js  ejemplos  de  las 
églofías  de  Juan  del  Encina  y  de  los  ro- 
mances antiguos  castellanos.  Luis  Ba- 
rahona  en  las  Lágrimas  de  Angélica  (6), 
dijo  : 

Atento  el  bel  Medoro  á  todo  estaba. 

Y  el  mismo  Cervantes,  hablando  del 
caballo  Pegaso  : 

Era  del  bel  trotón  todo  el  herraje 
De  durísima  plata  diamantina  (c). 

Del  origen  que  acaba  de  asignarse  al 
nuevo  nombre  que  tomó  Amadis,  se 
deduce  por  reglas  de  analogía  y  buen 
discurso,  que  debe  llevar  acento  en  su 
última  silaba,  y  pronunciarse  Dellene- 
brós.  Para  averiguar  cómo  se  pronun- 
ciaba en  lo  antiguo,  he  consultado  una 
relación  poética  compuesta  de  noventa 
octavas,  que  trata  de  la  penitencia  de 
Amadis,  y  se  insertó  en  el  Cancionero 
general  de  Amberes  de  l'.JlZ  [dj.  Alli  se 
encuentran  versos  que,  para  serlo,  exi- 
gen que  la  última  silabado  Beltenebrós 
sea  aguda.  Tales  son  : 

Viendo  Beltenebrós  tan  cuidadosa.. 

Que  aquel  Beltenebrós  de  quien  sabemos... 

Alguna  otra  vez  no  sucede  asi  ;  pudo 
ser  falta  del  poeta,  ó  que  variaba  la 
pronunciación. 

1.  El  asique  es  inoportuno  en  este 
lugar,  porque  lo  que  acaba  de  decirse 
no  es  de  donde  se  infiere  queseamásíócil 
imitar  á  Amadisensu  penitenciaqueen 
sus  hazañas  El  pensamiento  de  O.  Qui- 
jote se  reduela  á  que,  siendo  Amadis  el 
modelo  de  los  caballeros  andantes,  no 
quería  dejar  pasar  la  ocasión  que  aque- 
llas soledades  le  ofrecían  para  iniilarle 
en  su  penitencia,  que  fue  una  de  las 
cosas  en  que,  según  afirma  D.  Quijote, 
mostró  más  su  pmdencia,  valor  y  de- 


más virtudes.  Todo  lo  que  sale  de  esto, 
no  es  del  caso. 

2.  El  gigante  Bandaguido,  señor  de  la 
ínsula  que  después  se  llamó  del 
Diablo,  engendró  en  una  hija  suya  uu 
monstruo  que  tenia  el  cuerpo  y  el 
rostro  cvhierto  de  pelos,  y  encima  había 
concitas  subrepteeslas  U7ias  sobre  otras, 
tan  fuertes,  que  ninguna  arma  las  podía 
pasar;  y  las  piernas  é  pies  eran   muy 

?ruesos  //  recios;  y  encima  de  los  hom- 
ros  había  alas  tan  grandes  que  hasta 
los  pies  le  cubrían,  y  no  de  péndolas, 
mas  de  un  cuero  negro  como  la  pez, 
luciente,  belloso,  tan  fticrte,  que  ninqún 
arma  las  podía  empecer,  con  las  cuales 
se  cabría,  como  lo  hiciese  un  hombre 
con  un  escudo;  y  debajo  deltas  le  sa- 
lían brazos  muy  fuertes  así  como  de 
león,  todos  cubiertos  de  conchas  más 
menudas  que  las  del  cuerpo.  Y  las 
manos  había  de  fechara  de  águila  con 
cinco  dedos,  y  las  uñas  tan  fuertes  y  tan 
grandes,  que  en  el  mundo  podía  ser 
cosa  tan  fuerte  que  entre  ellas  entrase, 
que  luego  no  fuese  deshecha.  Dientes 
tenía  dos  en  cada  una  de  las  quijadas, 
tan  fuertes  y  tan  largos  que  de  la  boca 
un  codo  le  salían ;  y  los  ojos  grandes  y 
redolidos  muy  bermejos  como  brasas, 
asique  de  muy  lueñe,  siendo  de  noche, 
eraii  vistos,  y  todas  las  gentes  huían 
del.  Saltaba  y  corría  tan  ligero,  que  no 
había  venado  que  por  pies  se  le  pudiese 
escapar...  Toda  su  holganza  era  matar 
hombres  y  las  otras  animalias  vivas,  y 
cuando  hallaba  leones  y  osos  que  algo 
se  le  defendían,  tornaba  muy  sañudo,  y 
echaba  por  sus  narices  un  humo  tan 
espantable,  que  semejaba  llamas  de 
fuego,  y  daba  unas  voces  roncas  espan- 
tosas de  oír :  asique  todas  las  cosas 
vivas  huían  antél  corno  ante  la  muerte. 
Olía  tan  mal,  que  no  había,  cosa  que  no 
emponzoñase.  Era  tan  espantoso  cuando 
sacudía  las  conchas  unas  con  otras,  y 
hacía  crujir  los  dientes  y  las  alas,  que 
no  parescía  sino  que  la  tierra  hacía 
estremecer.  Tal  es  la  descripción  del 
Endriago  que  hace  la  historia  de 
Amadis  (a).  Esta  mala  y  endiablada 
bestia  despedazó  á  su  madre,  fué  oca- 


la)  Copla  977.  —  (6)  Canto  X.  —  (c)  Viaje  al 
Parnaso,  cap.  VIII.  —  (d)  Folio  301  vuelto. 


la)  Cap.  LXXIII. 


IMUMEnA    PARTE.    CAPITULO    XXV 


415 


casar  armadas  ',  y  tlesliacer  encantamentos  ;  y  pues  estos  lugares 
son  tan  aooinotlados  para  semejantes  efectos,  no  hay  para  qué  se 
d(íje  imsar  la  ocasión,  que  ahora  con  tanta  comodidad  me  ofrece 
sus  guedejas'-.  En  efecto,  dijo  Sancho,  ¿qué  es  loque  vuestra  mer- 
ced quiere  hacer  en  este  tan  remoto  lugar?  ¿  Ya^  no  te  he  dicho, 


sión  de  la  muerte  del  gigante  su 
padre,  y  emponzoñó  y  mató  ó  hizo 
huir  á  los  hal)itantes  de  la  Ínsula,  que 
de  esta  suerte  quedó  despoblada  ;  hasta 
que  navegando  á  vista  de  ella  Amadís, 
quiso  desembarcar  ;i  matar  al  Endriago, 
como  lo  consiguió,  aunque  á  costa  de 
muchas  y  peligrosas  heridas. 

1.  El  verbo  fracasar  se  encuentra 
en  otros  autores  castellanos  de  buena 
nota,  pero  como  neutro  ó  de  estado,  en 
significación  de  romperse,  hacerse  pe- 
dazos :  aquí  es  activo  y  significa  romper, 
despedazar.  —  Ya  se  ha  observado  en 
otra  ocasión  que  D.  Quijote  solía  no 
ser  muy  exacto  en  las  citas  de  los  li- 
bros caballerescos.  No  recuerdo  que  en 
la  historia  de  Amadís  de  Gaula  se 
cuente  que  hendiese  á  ninguno  de  los 
gigantes  que  venció,  como  se  cuenta 
frecuentes  veces  de  otros  caballeros, 
ni  que  descabezase  serpientes.  Mató, 
sí,  el  Endriago,  según  se  dijo  en  la 
nota  anterior,  desba'rató  el  ejército  del 
rey  Arábigo,  venció  y  desbarató  la 
ilota  de  los  romanos,  y  deshizo  el  en- 
cantamento de  la  Cámara  defendida  (a) 
y  el  ya  mencionado  del  Endriago  en  la 
Ínsula  del  Diablo. 

2.  Alude  á  la  ocasión  representada 
en  las  fábulas  de  Fedro  por  un  calvo 
con  copete  en  la  frente  : 

Quem  si  occüparis.  tencas ;  elapsitm  semel 
Non  ipse  possit  Júpiter  reprehenderé. 

3.  Lenguaje  defectuoso.  El  ya  está 
fuera  de  su  lugar.  Decimos  :  ,;  no  te  he 
dicho  ya  ?  etc.  El  aquí  debió  ser  tam- 
bién para  expresar  la  idea  de  que  se 
quería  reunir  la  imitación  de  la  sose- 
gada y  tierna  melancolía  de  Amadís 
con  la  encendida  y  tumultuosa  furia 
de  D.  Soldán.  ¿  No  te  he  dicho  ya,  que 
quiero  imitar  á  Amadis,  haciendo  tam- 
bién del...  furioso,  por  imitar  junta- 
mente d  D.  Roldan  ?  —  Haciendo  del 
furioso  :  elipsis  autorizada  por  el  uso 
en  la  frase  hacer  el  papel  del  furioso. 
El  adjetivo  furioso  es  propio  de  Roldan 

(a)  Cap.  GXVII,  LXXXI  y  XLIV. 


por  el  titulo  de  Orlando  furioso,  que 
Ariosto  dio  á  su  poema. 

Dijo  D.  Quijote  que  quería  imitar  á 
Amadís  en  su  penitencia ;  mas  no  fué 
solo  D.  Quijote  el  que  (luiso  imitarle 
en  ella.  Lisuarte  de  Grecia  recibió  una 
carta  en  que  su  señora  la  princesa 
Onoloria,  por  celos  mal  fundados  de  la 
infanta  Gradafilea,  le  mandaba  no  pa- 
recer más  ante  ella,  en  términos  tanto 
ó  más  duros  que  lo  mandó  Uriana  á 
Amadis.  Aquella  misma  noche  Lisuarte, 
triste  y  desesperado,  saliéndose  solo 
de  Constantinopla,  acordó  de  dejar  las 
armas  y  meterse  en  una  ermila  y  servir 
á  Dios  hasta  que  muriese:  pero  de- 
jando de  hacerlo  por  varias  visiones  y 
avisos  que  tuvo,  bajó  á  la  orilla  del 
mar,  y  se  metió  en  una  barca,  que  sin 
que  nadie  la  moviese  comenzó  de 
andar.  Asi  pasó  más  de  un  año,  hasta 
que  la  doncella  Alquifa  le  llevó  un 
recado  de  parte  de  Onoloria,  diciéndole 
que  estaba  desengañada  y  arrepentida; 
con  lo  cual  Lisuarte  se  puso  enca- 
mino, y  se  presentó  á  su  señora  (a). 

El  Caballero  del  Febo,  desdeñado  por 
celos  de  su  señora  Ciaridiana,  Princesa 
de  Trapisonda,  se  retiró  á  hacer  peni- 
tencia en  la  ínsula  Solitaria,  donde 
pasaba  ia  mus  áspera  vida  qxie  jamás 
hizo  hombre,  con  voluntad  de  acabar 
allí  sus  días.  Pero,  desengañada  Ciari- 
diana en  la  cueva  de  Artidón,  y  cierta 
de  la  fidelidad  de  su  caballero,  deter- 
minó buscarle  ;  aportó  con  tormenta 
á  la  ínsula  Solitaria,  le  pidió  perdón, 
y  quedaron  reconciliados.  Así  se  cuenta 
en  la  Historia  del  Caballero  del  Febo  (6). 

La  misma  historia  refiere  que,  eno- 
jada la  Infanta  Olivia,  despidió  á  su 
amante  y  amado  Rosicler,  y  que  luego 
lo  envió  á  buscar  con  su  doncella  Fi- 
delia  (c).  Florauíbel  de  Lucea,  tratado 
áspera  y  desabridamente  de  su  señora 
Graselinda,  que  estaba  celosa  de  Lau- 
relia,   como   Oriana    de    Briolanja,   se 

(a)  Limarte,  cap.  LII,  Lili,  LXIII  y 
LXXXLX.  —  (6)  Parte  I,  üb.  I.  cap.  XV 
y  XXVI.  —  (c)  Ib.,  lib.  II,  cap.  Lili. 


ilC 


DON    QUIJOTE   DE   LA    MANCHA 


respondió  D.  Quijote,  que  quiero  imitar  á  Amadis,  haciendo  aquí 
del  desesperado,  del  sandio  y  del  furioso,  por  imitar  juntamente  al 
valiente  D.  Roldan,  cuando  halló  en  una  fuente  las  señales  de  que 


partii'i  lleno  de  adicciim  de  la  corte  de 
Londres,  tomaudo  el  nombre  de  Caba- 
llero Lamenlable.  Una  carta  de  Grase- 
linda  pidii'^ndole  perdón  del  agravio  y 
que  viniese  á  verla,  puso  fin  á  sus 
penas.  La  conductora  de  la  carta  fué 
Solercia,  llamada  la  Doncella  Espa- 
ñola \U'¡. 

Estos  casos  ofrecen  muchos  puntos 
de  semejanza  con  el  de  Amadis  de 
(jaula,  y  muestran  lo  que  en  el  fondo 
de  los  sucesos  se  repiten  unos  á  otros 
los  libros  de  Caballerías.  El  mismo 
libro  de  .\madis  pudo  tomar  ocasión 
para  esta  aventura  de  otro  más  anti- 
^mo,  cual  es  el  de  D.  Tristán  de  Leo- 
nis,  donde  se  lee  que.  habiéndose  reti- 
rado Tristán  lleno  de  despecho  por  celos 
y  de  orden  de  su  señora  Iseo,  ésta, 
arrepentida,  lo  envió  después  á  buscar 
por  su  doncella  Brangiana  (6). 

Aquí  podrá  acaso  preguntarme  al- 
guno de  mis  lectores  ;  si  D.  Quijote 
remedó  á  Amadis  retirado  á  la  Peña 
Pobre,  (.  remedó  alguien  á  D.  Quijote 
retirado  á  Sierra  .Morena?  ¿Fué  la 
intención  de  Cervantes  hacer  un  re- 
cuerdo burlesco  del  retiro  de  Carlos  V 
en  sus  últimos  años  á  hacer  vida  reti- 
rada y  penitente  en  el  desierto  de 
Yuste  ?  Ü.  Quijote,  dudoso  entre  imi- 
tar los  furores  y  trastornos  de  Roldan 
ó  la  soledad  y  tristeza  de  Amadis, 
¿  pudo  envolver  alguna  maligna  alu- 
sión al  Emperador,  deliberando  entre 
el  proyecto  de  la  Monarquía  europea, 
y  el  de  esconderse  á  morir  en  un  mo- 
nasterio ?  He  aquí  una  cuestión  que  se 
ha  indicado  znás  bien  que  tratado  por 
algunos  escritores,  y  en  que  pudieran 
alegarse  como  motivos  para  la  afirma- 
tiva la  inclinación  personal  de  Carlos  V 
á  lo  extraordinario  y  maravilloso,  sus 
guerras  y  viajes,  sus  empresas  gigan- 
tescas, su  afición  á  los  libros  de  Ca- 
ballería, y,  finalmente,  las  indicaciones 
que  se  suponen  hechas  en  el  famoso 
y  nunca  visto  Buscupié  del  mismo  Cer- 
vantes, donde  se  apuntaba,  seííún  dicen, 
que    el  Quijote  era  una  sátira  paliada 

a)  Florambco,  lib.  III,  cap.  XXXIII :  lib. 
IV,  cap.  I;  lib.  V,  cap.  íll.  —  (6)  L,ib.  I, 
cap.  LX. 


del  Emperador  y  oíros  personajes.  Mas 
estos  indicios   son  demasiado   ligeros   - 
para  justificar  ni  aun  dar  colorido  d  la   '■ 
sospecha.  Cervantes  manifestó  en    to-   ' 
das  ocasiones  la  mayor  veneración  á   ; 
la  persona  del  Emperador;  y  sin  salir  5 
del  QcuoTE,  se  hallan  pruebas  de  que   ' 
participaba  del  entusiasmo  común  que 
mspiraban  á  los  españoles  desutiemi'o 
las  acciones  y  memoria  fie  aquel  Prin- 
cipe.  Por  otra  parte,  Cervantes  profe- 
saba un  sumo   respeto  á  la  autoridad 
pública,  á  sus   disposiciones,  y  á  sus   , 
principales   ministros   y  agentes  ;   así   ; 
lo  nmestran  los  elogios  prodigados  en 
la  presente  fábula  al  Rey  Felipe  III,  al 
Conde  de    Salazar,  á   la  expulsión  de 
los  moriscos,  en  suma,  al  Gobierno  y  á   ; 
cuanto  de  él  procedía    Estas   conside-   i 
raciones  alejan  la  idea  de  que  pudiese   ' 
caber  en  la  de  Cervantes  hacer  alusio-   : 
nes  menos  respetuosas  al  Emperador.   ' 
Si  fuese  dable  que  recayese   esta  sos-  ' 
pecha  sobre  alguno  de  nuestros  Prin- 
cipes, y  que  la  mención  de  Beltenebrós 
incluyese    la   censura  de    alguno    de 
ellos,  acaso  no  podría  señalarse  á  otro 
con  menos  inverosimilitud  que   á  Fe- 
lipe II.   Observo  que  Cervantes,  incli- 
nado generalmente  á  los  elogios  ajenos, . 
y  que,  como  se  dijo  arriba,  los  prodigó 
á  Carlos  V  y  á  Felipe  III,  anduvo  es- 
caso, y  no  sé  si  diga  ambiguo,  en  los  ' 
de  Felipe  II.   En  la  tragedia  de  la  Nu- 
mancia,  escrita  á  los  principios  de  su 
vida  literaria,  le  llamó  segundo  sin  se- 
f/iindo    (a) ;  después,  en  el  Quijote,   se 
contentó  con  llamarle  buen  Rey  [b).  La 
consideración    de   sus    servicios,    des- 
atendidos por  este  monarca,  y  el  mal 
é.\ito  de  las  solicitudes  que  le  dirigió 
para  mejorar  de  suerte,  eran  menos  á 
propósito  para  inspirar  amor  que  dis- 
gusto y  resentimiento.  Y  pudiera  aña- 
dirse que   Felipe    II,    siendo  Príncipe, 
asistió  á  las  fiestas  de  Bins,  en  Flaudes, 
el  año  de  1549,  en  las  cuales,  segim  la 
7iipnuda  relación  que  de  ellas  publicó 
Juan  Calvete  de  Estrella,  se  represen- 
taron  al  vivo   las   aventuras  caballe- 
rescas por  los  grandes  de  la  corte  dis- 

(a)  Profecía  del  Duero  ea  dicba  trageJia. 
—  (b)  Parte  I,  cap.  XXXIX. 


l'UIMKRA    PAinii. 


CAPÍTULO    XXV 


4n 


Ani;<'lica  la  Helia  había  coinetido  vileza  con  Medoro ',  decuya  pesa- 
diiiulne-  se  V()lvi(')  l(»co,  y  arrancó  \oh  árboles,  (;nturbió  las  agua.s 


fnizadus  bajo  noinhres  propios  de  ca- 
balleros anilniitos  ;  (|ue  una  <lo  ellas 
fué  la  (le  la  lispatla  encanladit,  y  olra 
la  de  la  Ciínnira  defendida,  asuntos 
ambos  lomados  del  lil)ro  de  Amadis  de 
Gttula  ;  y  que  á  la  primera  de  las  dos 
aveiiluras  dio  lelioe  Un  y  cima  el  Prin- 
cipe, c|ueenellabizo  id  papel  principal 
con  el  nombre  mismo  de  ÍScItene- 
brós.  Si  (]arlos  V  se  retiró  al  Monas- 
terio de  Yuste  y  allí  murió,  su  hijo 
también  se  retiraba  al  Monisterio  del 
Escorial,  yalli  murii'>.Esto,  á  la  verdad, 
no  pasa  de  una  mera  conjetura,  y  dista 
mucho  de  prestar  fundamento  suli- 
ciente  para  atribuir  de  positivo  tal 
¡atención  á  Cervantes.  —  El  lector  que 
ha¿,'a  la  pregimta  tiene  que  contentarse 
con  esta  respuesta,  porque  no  sé  otra. 
1.  Medoro  y  Cloridano  fueron  dos 
jóvenes  que  mutuamente  se  amaban,  y 
pasaron  de  África  á  Europa  con  Dar- 
diiiel  de  Almonte,  Rey  moro  de  Zu- 
mara,  el  cual  venia  con  otros  Príncipes 
á  guerrear  contra  el  Emperador  Car- 
lomagao.  Muerto  Dardinel  á  uianos  de 
Reinaldos  en  una  batalla,  Medoro,  do- 
liéndose, á  fuer  de  leal  y  ajíradecido, 
que  su  cadáver  quedase  sin  se;iultura, 
propuso  á  Cloridano  ir  á  buscarlo  du- 
rante la  noche  á  través  del  campo  ene- 
migo. Resueltos  á  ello,  entran  silenciu- 
sos  en  el  Real  de  los  cristianos,  hacen 
gran  matanza  en  los  que  dormían  des- 
cuidados, y,  finalmente,  encuentran  el 
cadáver  que  buscaban.  Al  volver  car- 
gados con  él,  sobreviene  una  escuadra 
de  escoceses,  auxiliares  de  los  crisüa- 
nos  :  Cloridano  huye  y  se  esconde  : 
Medoro  insiste  en  llevar  él  solo  el 
cadáver  de  Dardinel:  los  escoceses  le 
alcanzan  y  le  embisten,  y  Cloridano, 
por  defenderlo,  dispara  desde  donde 
está  escondido  una  Hecha  que  mata  á 
uno  de  los  enemigos.  Al  mismo  tiempo 
Medoro  es  herido,  cae  y  es  tenido  por 
muerto.  Cloridano  sale  á  la  vengaza,  y 
pierde  la  vida  junto  á  su  amigo.  Idos 
los  escoceses,  pasa  por  allí  Angélica  la 
Bella,  se  compadece  de  Medoro.  cura 
su  herida,  y,  con  ayuda  de  un  pastor, 
lo  lleva  á  su  cabana,  después  que,  á 
ruego  del  herido,  recibieron  sepultura 
Dardinel  y  Cloridano.  Aquí  sanó  Me- 
doro, y  de  aquí  resultaron  sus  amores 


con  Angélica,  que  dieron  ocasión  á  las 
locuras  de  Orlando,  descritas  por 
Ariosto. 

Es  claro  que  este  poeta  se  propuso 
imitar  el  episodio  de  Niso  y  Enríalo 
cuando  salieron  á  dar  un  aviso  á  Eneas, 
atrevesando  de  noche  el  campo  ene- 
migo :  y  aun  Ariosto  supo  dar  á  su 
Medoro  mayor  interés  que  Virgilio  á  su 
Eurialo,  porque  el  motivo  de  su  hazaña 
fué  más  noble  y  más  tierno.  La  supe- 
rioridad del  héroe  de  Ariosto  hubiera 
sido  completa  si  el  haber  sobrevivido 
al  suceso  y  sus  siguientes  felicidades 
no  disminuyeran  en  los  ánimos  de  los 
lectores  del  Orlaiido  los  afectos  de  com- 
pasión é  interés  prodiicidos  anterior- 
mente. 

2.  Cuenta  Ariosto  (a)  que  Orlando, 
fatigado  del  calor,  entró  en  una  gruta, 
donde  nacía  una  cinra  y  hermosa  fuente 
no  lejos  de  la  cabana  del  pastor  en  que 
habían  habitado  Angélica  y  Medoro,  y 
que  allí  encontró  un  letrero  en  arábigo, 
que,  traducido  al  italiano  por  Ariosto, 
y  después  por  Lope  de  Vega  al  caste- 
llano (en  la  comedia  de  Angélica  en  el 
Calai],  decía  así : 

Fuentes,  aguas  y  liierbas  de  este  solo, 
De  amor  testijíos,"  cueva  y  sombra  helada, 
Aqi'í  gozó  de  Angélica  Medoro  («)... 

Orlando,  enterado  de  su  desgracia 
por  esta  y  otras  señas,  se  volvió  loco, 
rompió  y  deshizo  las  peñas  déla  gruta, 
arrojando  sus  fragmentos  al  aire  C¿), 
enturbió  con  ramas,  troncos  y  piedras 
las  aguas  del  arroyo  á  que  daba  origen 
la  fuente;  tiró  las  armas, arroji'i  la  ropa 
quedando  desnudo  ;  arrancólos  árboles; 
mató  pastores,  aldeanos  y  animales  'c) : 
y  corriendo  así  muchos  países,  atrevesó 
ia  España  hasta  el  Estrecho  de  Gibral- 


(ft)  Canto  23,  est.  105  v  siguientes.  — 
{¿)  Canto  -23,  est.  130,  131',  133.  i;i4  v  135. 
—  (c)  Canto  24,  est.  5,  6,  7  v  10. 


i'j.)  Medoro.  —  Los  amores  de  Anqé.lica  y 
Mi  floro  han  dado  origen  á  uno  de    les  más 
bellos  romunce.-i  de  Góngora,  pique  empieza  : 
En  un  pastoral  albergiif; 
Que  la  guerra  entre  unos  robles... 

(M.  deT.) 

27 


418 


DON    QUIJOTE   DE    LA    MANCHA 


(le  las  claras  fuentes,  mató  pastores,  destruyó  ganados,  abrasó 
chozas,  derribó  casas,  arrastró  yeguas,  y  hizo  otras  cien  mil  inso- 
lencias dignas  de  eterno  nombre'  y  escritura?  Y  puesto  que  yo  no 
pienso  imitará  Rold^ui  ó  Orlando  ó  Rotolando  (que  todos  estos  tres 
nombres  tenia) -^  parte  por  parle  en  todas  las  locuras  que  hizo,  dijo 
y  j)ensü,  haré  el  bos(juejo  como  mejor  pudiere  en  lasíjue  me  pare- 
ciere ser  más  esenciales ;  y  podrá  ser  que  viniese  á  contentarme  con 
sola  la  imitación  de  Amadís,  que  sin  hacer  locuras  de  daño,  sino 
de  lloros  y  sentimientos,  alcanzó  tonta  fama  como  el  que  más. 
Paréceme  á  mi,  dijo  Sancho,  que  los  caballeros  que  lo  tal  ficieron, 
fueron  provocados  y  tuvieron  causa  para  hacer  esas  necedades  y 
penitencias  ;  pero  vuestra  merced  ¿qué  causa  tiene  para  volverse 
loco?  ¿Qué  dama  le  ha  desdeñado  ó  qué  señales  ha  hallado  que  le 
den  á  entender  que  la  señora  Dulcinea  del  Toboso  ha  hecho  alguna 
niñería  con  moro  ó  cristiano?  Alií  está  el  punto,  respondi(í  D.  Qui- 
jote, y  esa  es  la  fineza  de  mi  n:'gocio  :  que  volverse  loco  un  caba- 
llero andante  concausa,  ni  grado  ni  gracias^;  el  toque  está  en 


tar,  se  arrojó  al  agua,  y  pasó  nadando 
á  Ceuta  {a).  Arioslo  cantó  (h)  : 

Pazzia  sará,  se  le  pazzie  d'Orlando 
PromeLlo  raccunliu-oi  ad  una  ad  una. 


Duró  tres  meses  la  locura  del  Pala- 
dín (c)  ;  y  el  poeta  cuenta  el  modo  mi- 
lagroso con  que  recobró  el  juicio,  cu- 
rándose al  mismo  tiempo  de  los  amores 
de  Angélica  (rf). 

Antes  de  Orlando  había  hecho  lo 
mismo  Tristán.  Desdeñado  de  la  Reina 
Iseo,  según  refiere  su  historia  (e),  se 
ausenta,  pierde  el  juicio,  se  pone 
furioso,  corre  por  los  campos,  rasga 
sus  vestidos,  pierde  la  memoria  de 
todo,  brama  como  irracional,  come  la 
carne  cruda  de  las  fieras  que  coge  y 
despedaza,  mata  pastores,  destruye 
cuanto  se  opone  ;i  su  furor.  Su  amante 
Iseo  le  curó  del  extravio  de  su  razón. 
Ariosto,  al  describir  el  furor  de  Orlando, 
pudo  tener  presente  el  de  Tristán,  así 
como  para  pintar  el  desdc-n  de  Oriana 
pudo  el  cronista  de  Amadís  tener  pre- 
sente el  de  Iseo,  conforme  arriba  insi- 
nuamos. 


(«)  Canto  30,  csl.  10  y  1.0.  —  (b)  Canlo  ÍO, 
pc;t.  óO.  —  [c)  Canto  34,'est.  l¡(i.  —  (tf)  Canjes 


39. 
XXII. 


(e).-Lib.  I,  cap.   HX,  LXXI   v 


1.  Insolencia,  voz  admitida  después 
de  escrito  el  Diálogo  de  las  lenguas, 
cuyo  autor  deseabaque  se  introilujeseea 
la  nuestra.  Verdad  es  que  aquí  no  está 
en  la  acepción  en  que  la  usamos  de 
a'revimie/ilo,  descaro,  petulancia,  por- 
que nosotros  siempre  la  tomamos  en 
mala  parle,  sino  eñ  la  de  acción  insó- 
lila,  extraordinaria,  diírna,  como  dice 
el  texto,  de  eterno  nombre  y  escritura. 

1.  No  son  tres  nombres  diferentes, 
sino  uno  solo  pronunciado  de  diferenli-s 
maneras.  La  historia  latina  del  Arzo- 
bispo Turpin  le  llamó  Rolando,  que  os 
anagrama  de  Orlando  y  de  lioldann. 
sin  más  diferencia  que  la  variedad  en 
f!  orden  de  las  letras  de  que  se  compo- 
nen. —  En  el  capitulo  I  de  la  segunda 
pártese  dice  casi  con  las  mismas  pala- 
bras que  en  el  presente  lugar  :  Holdiln 
ó  Rotolando  ú  Orlando  [que  con  Lod<i^ 
estos  nomtires  le  nombran  las  historia^ 

2.  Discurso  semejante  al  del  ca] 
tulo  IV,  cuando,  hablando  D.  Quijoir 
con  los  mercaderes  toledanos  que  li- 
pedían  el  retrato  de  Dulcinea  antes  di 
confesar  que  era  la  más  hermosa  del 
mundo,  les  decía  :  Si  os  la  mostrara. 
;.qué  hariades  en  confesar  una  verdad 
tan  notoria '.'  La  importancia  está  en  (jw. 
sin  verla  lo  habéis  de  creer,  confesar, 
afirmar,  jurar  y  defender. 

Si  grado  ni  gracias  es  expresión  de 
que  usó  ya  en  su  CoréacAo  el  Arcipreste 


PniMKRA    PARTE.    CAPÍTULO    XXV 


419 


(losaünar  <  sin  ocasión,  y  dar  á  entender  á  mi  dama,  que  si  en  seco 
liag^o  eslo,  qué  hiciera  en  mojado.  Cuanto  mus,  que  harta  ocasión 
tcnjfo  en  la  larpn  ausonria  que  lie  hecho  de  la  siempre  señora  mía 
Dulciuí^a  del  Toboso;  ((ue  coino  ya  oíste  decir  á  níjucl  pastor  de 
marras  Ambrosio  ^,  (piicn  eslá  ausente  lodos  los  males  tiene  y 
lenie;  asique,  Sancho  anii^o,  no  gastes  tiempo  en  aconsejarme  que 
(l('j(í  tan  rara,  tan  felice  y  tan  no  vista  imitación.  Loco  soy,  loco  he 
de  ser  hasta  tanto  que  tú  vuelvas  con  la  respuesta  de  una  carta  que 
contigo  pienso  enviar  á  mi  señora  Dulcinea  ;  y  si  l'uere  tal  cual  á 
mi  fe  se  le  debe,  acabarse  ha  mi  sandez  y  mi  penitencia  ;  y  si  fuere 
al  contrario,  seré  loco  de  veras,  y  siéndolo,  no  sentiré  nada.  Asique, 
(le  cuahiuiera  manera  «[ue  responda,  saldré  del  conflicto  y  trabajo 
en  que  me  dejares,  gozando  el  bien  que  me  trujeres  por  cuerdo,  ó 


de  Talavera  (a).  Y  el  de  Hita  decía  un 
siglo  antes,  hablando  con  el  dueño  de 
su  libro  (6)  : 

...  Emprestadlo  de  grado, 
Non  le  dedes  por  dinero  vendido  ni  alquilado, 
Ca  non  ha  grado  nin  gracias  nin  buen  amor 
[comprado. 

Cuando  el  Cid,  á  propuesta  del  Rej' 
D.  .\lonso  otorgó  dar  sus  hijas  por  mu- 
jeres á  los  Infantes  de  C;trrión,  cuenta 
su  Poema  que  el  Rey  le  dijo  : 

Grado  é  gracias,  Cid,  como  tan  bueno,  é  pri- 
mero al  Criador, 
Que  me  dades  vuestras  hijas  para  los  In- 
[fantes  de  Garrión  (c). 

Grado  se  opone  á  fuerzaó  violencia, 
como  se  ve  en  la  expresión  proverbial 
de  f/rado  o  por  fuerza.  En  esta  acepción 
r//ríí¿o  viene  de  gratux,  y  no  de  gradus, 
de  quien  se  deriva  cuando  es  nombre  y 
raíz  de  graduación  y  gradería. 

Copió  la  substancia  y  aun  varias  fra- 
ses de  este  diálogo  D.  Guillen  de  Castro 
en  su  comedia  de  D.  Quijote  de  la  Man- 
cha. Había  dicho  éste  que  quería  imi- 
tar el  furor  de  Roldan  ó  la  penitencia 
de  Amadís,  y  repone  Sancho  [d)  : 

Ellos  ocasión  tuvieron 
De  celos  y  de  recelos ; 
Pero  á  ti  "¿  quién  te  da  celos, 
Ó  qué  desdenes  te  hicieion? 
¿Qué  te  sobresalta  el  pecho? 


(a)  Parte  II,  cap.  IV.  —  (A)  Copla  1604. 
(c)  Versos  21Ü5  y  -2106.  —  id)  Jornada  III. 


¿Quiere  tu  dama  á  Medoro, 

Á  algún  cristiano,  á  algún  moro? 

¿  Qué  niñerías  ha  hecho  ? 

Y  contesta  D.  Quijote  : 

Pues  en  eso  es  bien  que  vea 
Mi  señora  Dulcinea 
La  fineza  de  mi  amor. 
Que  pues  sin  haberme  dado 
Ocasión  el  juicio  trueco, 
Y  hago  estas  cosas  en  seco, 
¿Qué  hubiera  hecho  en  mojado? 

Esta  última  expresión,  que  Castro 
tomó  de  Cervantes,  recuerda  otra  muy 
parecida  del  Evangelio. 

1.  Faltaba  en  las  ediciones  preceden- 
tes la  partícula  en  :  El  loque,  decían, 
eslá  desatinar  xin  ocasión.  El  respeto 
excesivo  ;i  las  ediciones  primitivas,  con- 
sagró en  las  posteriores  los  descuidos 
del  impresor,  guardándosele  una  consi- 
deración que  no  merecía. 

2.  Con  efecto,  Ambrosio,  el  amigo  de 
Grisóstomo,  que  á  imitación  de  éste  se 
vistió  también  de  pastor  para  acompa- 
ñarle en  su  desventura,  había  dicho  en 
el  capítulo  XIV  :  Al  enamorado  ausente 
no  hay  cosa  que  no  le  fatigue,  ni  temor 
ijue  no  le  dé  alcance.  — Ahwras.  adver- 
bio de  tiempo,  propio  del  estilo  fami- 
liar, olim.  es  muy  antiguo  en  castellano, 
y  lo  usó  ya  nuestro  poeta  Gonzalo  de 
Berceo  en  la  Vida  de  San  Millán  (a) :  di- 
cen que  viene  del  árabe.  —  ii^n  las  pri- 
meras ediciones  del  Quijote  se  puso 
aquelpaslor  de  Marias  Ambrosio. 


(a)  Copla  206. 


420 


DON    QUIJOTE   DE    LA    MANCHA 


no  sintiendo  el  mal  que  me  aportares  *  por  loco.  Pero  (lime,  San- 
cho, ;,  traes  bien  guardado  el  yelmo  de  Mambrino?  que  ya  vi  que  le 
alzastedel  suelo,  cuandoaquel  desagradecido  le  quiso  hacer  pedazos ; 
pero  no  pudo,  donde  se  puede  echar  de  ver  la  fineza  de  su  temple. 
Á  lo  cual  respondió  Sancho  :  Vive  Dios,  señor  Caballoi'o  de  la 
Triste  Figura,  que  no  puedo  sufrir  ni  llevar  en  paciencia  algunas 
cosas  que  vuestra  uierced  dice,  y  que  por  ellas  vengo  á  imaginar 
que  todo  cuanto  me  dice  de  Caballerías,  y  de  alcanzar  reinos  é  im- 
perios, de  dar  ínsulas,  y  de  hacer  otras  mercedes  y  grandezas, 
como  es  uso  de  los  caballeros  andantes 2,  que  todo  <lebe  de  ser  cosa 
de  viento  y  mentira,  y  lodo  pastraña  ó  patraña  ^,  ó  como  lo  llamá- 
remos ;  porque  ([uien  oyere  decir  á  vuestra  merced  que  una  bacía 
de  barbero  es  el  yelmo  de  Mambrino,  y  que  no  salga  deste  error  en 
más  de  cuatro  días  *,  ¿  qué  ha  de  pensar  sino  que  quien  tal  dice  y 
afirma,  debe  de  tener  güero  el  juicio  ?  La  bacía  yo  la  llevo  en  el 
costal  toda  abollada,  y  llevóla  para  aderezarla  en  mi  casa,  y  ha- 
cerme la  barba  en  ella,  si  Dios  me  diere  tanta  gracia,  que  algún 
día  me  vea  con  mi  mujer  y  hijos.  Mira,  Sancho,  por  el  mismo  que 
denantes  juraste,  te  juro,  dijo  D.  Ouijote,  que  tienes  el  más  corto 


1.  Aportar  es  verbo  de  estado,  y  sig- 
nifica llegar 'i  puerto:  en  el  pasaje  pre- 
sente es  activo,  y  significa  traer,  en 
cuya  acepción  no  me  acuerdo  haberle 
visto  usado  otra  alguna  vez  por  nues- 
tros escritores.  Puede  ser  errata  por 
portarás,  en  cuyo  caso  lo  graduaremos 
de  italianismo,  y  no  será  el  único  que 
notemos  en  el  Quijote.  Cervantes  había 
estado  en  Italia  y  gustaba  de  la  lectura 
de  libros  italianos. 

2.  Así  lo  creía  de  buena  fe  D.  Quijote, 
por  la  relación  de  los  libros  caballeres- 
cos. 

Cuando  se  casó  el  Príncipe  Lepolemo, 
además  de  muchas  joyas  y  dinero,  dio 
á  su  ama  Platina  el  ducado  de  Gueldes, 
que  es  en  el  imperio  de  Alemana,  dispo- 
niendo que  después  de  sus  días  fuese  de 
su  hijo  Caristes,  que  bien  lo  había  ser- 
vido (a).  En  lamisnia  historiase  cuenta 
que  Lepolemo.  habiéndose  apoderado 
de  la  isla  de  Torino  el  Cruel,  hizo 
señor  de  ella,  con  título  de  Archiduque, 
al  sabio  Artidoro  (b).  Florambel  de  Lu- 
cea,  después  de  haber  deshecho  el  en- 
canto de  la  ínsula  Sumida,  dio  el  seño- 


río de  ella  á  su  amigo  D.  Lidiarte  (a).  Y 
así  oíros. 

3.  Ya  se  ha  dicho  en  otra  ocasión  que 
se  daba  el  nombre  de  patrañas  á  ios 
cuentos  ó  novelas,  cuales  son  las  que 
contiene  el  libro  intitulado  el  Palra- 
Tiuelo  de  Juan  de  Tiuioneda,  impreso  en 
Alcalá  de  llenares  el  año  de  l.o7tí.  Y  ol 
Arcipreste  de  Talavera  dijo  en  su  Cor- 
bacho, escrito  siglo  y  medio  antes  (/;). 
Para  vicios  y  virtudes  harto  abastan 
ejemplos  y  pláticas,  aunque  parezcan 
consejuelas  de  visjas  patrañas  é  roman- 
ces. Ahora  entre  nosotros  patraña  se 
toma  en  mala  parte  por  ficción  dispa- 
ratada y  mal  comiiuesta,  y  á  los  cuen- 
tos bien  ordenados  y  de  alguna  exten- 
sión y  artificio  se  da  el  nombre  de 
novelas. 

4.  Desde  la  adquisición  de  la  bacía  ó 
yelmo  de  Mambrino  no  habían  mediado 
aún  dos  días,  comoresultn  de  lamisma 
relación  délos  sucesos,  y,  sinenibargo, 
dice  Sancho  que  habían  pasado  más  de 
cuatro,  i  Tan  lejos  estaba  Cervantes  de 
ajustar  la  cuenta  del  liempo  y  de  dar 
importancia  áladuracióa  mayor  ó  me- 
nor de  la  fábula  ! 


(a)  Caballero  de  la  Cruz, 
-  (¿)  Ih.,  lib.  II.  cap.  VI. 


lib.  1,  cap.  GLI. 


ia^    Floramhl.   lib,  IV,  cap.  XXIII.    —  (5) 
Parte  II,  cap.  XIV. 


PniMER\    PARTE,    —    CAPÍTULO    XXV  A^\ 

eiilciidimionlo  que  tiene  ni  tuvo  escuelero  en  el  mun<lü  ;  ¿  qué,  es 
|)()sil)l<'  (jiie  (MI  cuanto  ha  que  andas  conniifío,  no  lias  cfliado  de 
ver  que  todas  las  cosas  de  los  caballeros  andantes  parecen  quime- 
ras, necedades  y  desaliños,  y  que  son  todas  hechas  al  revés?  Y  no 
poique  sea  ello  así,  sino  porque  andan  entre  nosotros  siempre  una 
caterva  de  encantadores,  quelodasnueslras  cosas  rnudany  truecan, 
y  las  vuelven  según  su  gusto,  y  segiui  tienen  la  gana  de  favorecer- 
nos ó  destruirnos;  y  así  eso  (|ue  á  ti  te  parece  bacía  de  barbero, 
nie  parece  í'i  mí  el  yelmo  de  Mambrino,  y  á  oli'o  le  parecerá  otra 
cosa.  Y  fué  rara  providencia  del  sabio  que  es  de  mi  parte,  hacer 
que  parezca  bacía  á  todos  lo  que  real  y  verdaderamente  es  yelmo 
de  Mambrino,  á  causa  que  siendo  él  de  tanta  estima,  todo  el  mundo 
me  perseguiría  por  quitármele;  pero  como  ven  que  no  es  más  de  un 
bacín  (a)  de  barbero,  no  se  curan  de  procuralle,  como  se  mostró  bien 
en  el  que  quiso  rompelle,  y  le  dejó  en  el  suelo  sin  llevarle,  que  á 
fe  que  si  le  conociera,  que  nunca  él  le  dejara.  Guárdale,  amigo,  que 
por  ahora  no  le  he  menester,  que  antes  me  tengo  de  quitar  todas 
estas  armas,  y  quedar  desimdo  como  cuando  nací,  si  es  que  me  da 
en  voluntad  de  seguir  en  mi  penitencia  más  á  Roldan  que  á  Amadís. 
Llegaron  en  estas  pláticas  al  pie  de  una  alta  montaña,  que  casi 
como  peñón  tajado  estaba  sola  entre  otras  muchas  que  la  rodeaban; 
corría  por  su  falda  un  manso  arroyuelo,  y  hacíase  por  toda  su  re- 
dondez un  prado '  tan  verde  y  vicioso,  que  daba  contento  á  los 
ojos  que  le  miiaban;  había  por  allí  muchos  árboles  sih estrés,  y 
algunas  plantas  y  flores  cjue  hacían  el  lugar  apacible.  Este  sitio 
escogió  el  Caballero  de  la  Triste  Figura  para  hacer  su  penitencia,  y 
así,  en  viéndole,  comenzó  á  decir  en  voz  alta,  como  si  estuviera  sin 
juicio  :  Este  es  el  lugar  ¡oh  cielos- !  que  diputo  y  escojo  para  llorar 
la  desventura  en  que  vosotros  mismos  me  habéis  puesto;  este  es  el 
sitio  donde  el  humor  de   mis  ojos  acrecentará  las  aguas  deste  pe- 

1.  Quiere  decir,  que  el  peñón  lajado  dos  memorables  batallas,  la  de  las 
de  que  se  trata,  estaba  ceñido  en  torno  Navas  en  el  año  de  1212  y  la  de  Bailen 
porunprado  verde  y  vicioso.  Redondez  en  el  de  1808.  El  retiro  y  penitencia  de 
es  aquí  circuiio.  nuestro  hidalgo  le  ha  dado  otro  señero 

2.  La  parte  de  Sierra  Morena  en  que      de  celebridad.   Ambas  batallas  se  die- 
se hallaba  D.    Quijote  es  conocida  en      ron  no  lejos  del  sitio  que  aquí  se  señala 
la  historia  por  haber  sido  el  teatro  de      como  diputado  y  escogido  por  D.  Qui- 
jote para  imitar  á  Amadis,  y  por  Cer- 
vantes para  ridiculizar  la  afición  a  ios 

(o.)  Bacín.  —  Emplea  aquí  Cervantes  la  libros  de  este  aventurero  y  demás  an- 

misma  palabra  que   antes  el    comisario,  el  dantes:   y   allí    fueron    vencidas    tres 

cual    no  la    empleo   por    mofa,  como    dijo  oranílpí!    notpnriaí      miP    ptx     HistintiQ 

Clemencín.  Era  entonces  de  uso  común  para  Rt^andes    potencias     que    en    distinjas 

indicar  una  bacía  ó   lavamanos.    Fiav  Luis  épocas    tuvieron    tiranizada  a  España  ; 

de  Granada  la  emplea,  al  hablar  del  lávate-  If  s  moros,  los  Iranceses  y  la  afición  a 

rio  del  Jueves  Sanio.                  (M.  deX.)  las  lecturas  caballerescas. 


422  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

queño  arroyo,  y  mis  continuos  y  profundos  suspiros  moverán  á  la 
continua  las  hojas  destos  montaraces  árboles,  en  testimonio  y  señal 
de  la  pena  que  mi  asendereado  corazón  padece.  ¡Oh,  vosotros, 
quienquiera  que  seáis,  rústicos  Dioses  \  que  en  este  inhabitable 
lugar  tenóis  vuestra  morada,  oíd  las  quejas  deste  desdichado 
amante,  á  quien  una  luenga  ausencia  y  unos  imaginados  celos  han 
traído  á  lamenlai'se  entre  estas  asperezas,  y  á  quejarse  de  la  dura 
condición  de  aquella  ingrata  y  bella,  término  y  fin  de  toda  humana 
hermosura!  ¡  Oh  vosotras,  Napeasy  Dríadas,  que  tenéis  por  cos- 
tumbre de  habitar  en  las  espesuras  de  los  montes,  así  los  ligeros  y 
lascivos  sátiros,  de  quien  sois  aunque  en  vano  amadas,  no  perturben 
jamás  vuestro  dulce  sosiego,  que  me  ayudéis  á  lamentar  mi  des- 
ventura, ó  á  lo  menos  no  os  canséis  de  oílla  !  ¡  Oh  Dulcinea  del 
Toboso,  día  de  mi  noche,  gloria  de  mi  pena,  norte  de  mis  caminos, 
estrella  de  mi  ventura,  así  el  cielo  te  la  dé  buena  en  cuanto  acer- 
tares á  pedirle,  que  consideres  el  lugar  y  el  estado  á  que  tu  ausen- 
cia me  ha  conducido,  y  que  con  buen  término  correspondas  al  que 
á  mi  fe  se  le  debe!  ¡  Oh  solitarios  árboles,  que  desde  hoy  en  ade- 
lante habéis  de  hacer  compañía  á  mi  soledad,  dad  indicio  con  el 
blando  movimiento  de  vuestras  ramas  que  no  os  desagrada  mi 
presencia  !  ¡  Oh  tú,  escudero  mío,  agradable  compañero  en  mis 
prósperos  y  adversos  sucesos,  toma  bien  en  la  memoria  lo  que  aquí 
me  verás  hacer,  para  que  lo  cuentes  y  recites  á  la  causa  total  de 
todo^  ello !  Y  diciendo  esto  se  apeó  de  Rocinante,  y  en  un  momento 
le  quitó  el  freno  y  la  silla  ;  y  dándole  una  palmada  en  las  ancas,  le 

1.  Invocación  de  D.  Quijote,  que  re-  de  orden  inferior,  que  suponían   presi- 

cuerda  la  de    Albanio   en   la    segunda  dir  á  ciertos  ramos  de  la  naturaleza, 

égloga  de  Garcilaso.  La  situación  d eses-  según  los  cuales  variaban  en  particular 

perada  que  allí  se  describe  del   pastor,  sus    nombres.  Xereidas    eran  las    del 

era    real,   y    fingida    e   imaginaria   la  mar,  Náyades   las  do    fuentes   y   ríos, 

del  caballero,  lo  cual  realza  más  lo  ridí-  Napeas,   dreades.  Dríadas  y  Hamadria- 

culo    de    las    afectadas    y    pomposas  das  las    de  los  bosques.   Todas  dieron, 

expresiones  de  esle  últimu.  Decía  .\lba-  dan  y   darán  asunto  al   numen  de   los 

nio  :  poetas.  —  Los  Sátiros  eran  seniidioscs, 

semihombres  y  semianimales  que  mo- 
¡  Oh  Dioses,  si  allá  junios  de  consuno  raban  en  los  bosques,  dunde,  según  fin- 
De  los  amantes  el  cuidado  os  toca!...  gieron  los  poetas,  se  entretenían  en  in- 
¡  Oh  Náyades,  de  a.juesta  mi  ribera  quietar  y  perseguir  á  las  Ninfas,  que  es 
Comentes  moradoras  I  ¡Oh  Naneas!  v  .  „„„„„., ,oI..h„  n  n„;;^to 
¡  Oh  hermosas  Oreades,  que  teniendo  ''  ^^  que  aquí  alude  D.  Quijote. 
El  gobierno  de  selvas  y  montañas,  2.  A  pesar  de  esta  y  alguna  otra  des- 
Á  caza  andáis  por  ellas  discurriendo!...  aliñada  repetición,  el  discurso  anterior 
¡  Oh  Dríadas,  de  amor  hermoso  nido,  de  nuestro  penitente  caballero  presenta 
Dulces  y  graciosísimas  doncellas:...  un  lenguaje  bellísimo,  de  coZor  es  6/anf/os 
Parad  mientes  un  rato  a  mis  querellas.  ^  poéticos,  que  mereció,  ron  razón,  ser 

puesto  por  D.  Antonio  de  Capmani  entre 

Los  antiguos  dieron  el  nombre  general  lus  ejemplos  de  la  invocación,  en  su  obra 

de  Ninfas  á  algunas  deidades  femeninas  intitulada  Filosofía  de  la  elocuencia. 


PRIMERA    PARTE.    —   CAPÍTUr,0    XXV  423 

(lijo  :  Lil)erlad  leda  el  i|ue  sin  ella  ([ueda',  ¡oh  caballo  tan  exlre- 
mkkJo  por  lus  obras  cuan  descuellado  por  tu  suerte!  Vete  por  do 
(juisieres,  (jue  en  la  frente  llevas  escrito  (jue  no  te  ij:,''ualó  en  lige- 
reza el  Ilipógril'o  de  AstoU'o-,  ni  el  nombrado  Frontino-'',  que  tan 
caro  le  costó  á  Bradamante.  Viendo  esto  Sancho,  dijo  :  Bien  haya 


1.  La  imaginación  de  D.  Quijote, 
llena  de  los  sucesos  que  había  leído  en 
lus  libros  caballerescos,  le  daba  conti- 
nuas ocasiones  de  remedarlos.  Esta 
alocución  suya  a  Rocinante  trae  á  la  me- 
moria la  del  Caballero  del  Febo,  cuando 
habiendo  aportado á  la  íosula  Solitaria, 
con  el  designio  de  hacer  allí  penitencia 
por  desdenos  de  su  señora  Claridiana, 
dio  libertad  á  su  caballo  Cornerino,  y 
le  hablaba,  y  le  alegaba  los  ejemplos 
de  Alejandro  Magno,  de  Julio  César  y 
de  Augusto,  contándole  las  finezas  que 
hicieron  con  sus  caballos  fa).  Así  tam- 
bién en  el  Orlando  furioso,  Rugero, 
despechado  por  haber  contribuido  con 
sus  propios  esfuerzos  á  la  victoria  de  su 
rival,  y  resuelto  á  morir  oculto  y  des- 
conocido, se  fué  por  donde  quiso  lle- 
varlo su  caballo  Frontino,  y  se  entró 
por  lo  más  espeso  de  un  bosque  : 

-Va  Frontín  prima  al  tu  tío  seiolto  messe 
Da  se  lontano.  e  liberta  gli  diede. 
f)  mió  Frontín  (ylí  disse)  se  a  me  slesse 
Jh  Daré  amertí  tuoi  derjna  mercede, 
Axesti  a  quel  desíríer  da  iavidiar  poco 
C/ie  voló  al  cielo,  e  fra  le  stelle  ha  loco. 

Cillaro,  so,  non  fu,  non  fu  Aríone 
Di  te  miíjlior  né  mérito  pin  lode, 
Né  alcum  allro  destrier,  di  cuí  menzione 
Fatta  da  Greci  o  da'Latini  s'ode  (6). 

2.  Monstruo,  hijo  de  grifo  y  yegua, 
que  ocupa  un  lugarnotabie  en  el  poema 
de  Ariosto  : 

Símili  al  padre  avea  le  plume  e  Vale 
Li  piedí  nnieriori,  il  capo  e  il  grifo  ; 
In  tutte  l'altre  membra  parca  guale 
Era  la  madre,  e  chiamasi  Ippogrifo  (c). 

De  este  monstruo  se  servía  el  mágico 
Atlante  para  sus  viajes  y  excursiones. 
Después  sirvió  á  Rugero  y  después  á 
Astolfo,  quien  lo  adquirió  cuando  des- 
hizo el  palacio  encantado  de  Atlante  (íZ). 
En  él  hizo  Astolfo  su  viaje  á  los  montes 


(a)  Espejo  de  Principes  y  Caballeros,  parte  I, 
lib.  111,  cap.  XV.  —  (6)  Canto  4o,  est.  92 
V  !)J.  —  (c)  Canto  4.*,  est.  18.  —  {d)  Canto  22, 
e  st.  24. 


de  la  Luna  [a]  y  al  Paraíso.  Allí  le  dijo 
San  Juan  Evangelista,  que  la  locura  de 
Orlando  dui-aría  s(Jlo  pocos  meses,  y  lo 
llevó  consigo  en  el  carro  de  Elias  al 
mundo  de  la  Luna,  donde  encontró  el 
juicio  de  Orlando  metido  en  una  botella. 
San  Juan  le  permitió  tomarla  [h),  y  lo 
condujo  otra  vez  en  el  mismo  carro  al 
Paraíso  (c).  De, aquí  volvió  Astolfo  en 
el  hipt'igrifo  á  África;  y  curado  Orlando 
de  su  locura,  montó  Astolfo  en  el  mons- 
truo, y  pasó  de  un  vuelo  á  Cerdeña,  de 
otro  á  Córcega,  y  de  otro,  finalmente, 
á  las  marismas  de  Provenza,  donde 
San  Juan  le  habia  mandado  que  le  diese 
libertad  (d). 

Ariosto  pondera  en  diferentes  parajes 
la  ligereza  del  hipógrifo,  comparándola 
con  la  del  ágiiila,  de  la  flecha  y  del 
raj^o.  D.  Quijote  declara  y  falla  que  ere 
superior  todavía  la  de  Rocinante,  y 
D.  Quijote  debía  saberlo.  Acordémonos 
que  se  trata  de  aquel  rocín  largo  y  ten- 
dido, atenuado  y  flaco  (e),  de  aquel  rocín 
pasicorto  y  flemático  (f),  de  quien  no  se 
lee  que  diese  jamás  carrera  tirada  (g), 
y  que  una  sola  vez  se  conoció  haber 
corrido  algo  {h).CeT\a.níes  mismo  debió 
soltar  la  pluma  para  reírse  al  escribir 
estas  líneas. 

3.  Caballo  granadino,  de  color  bayo 
con  cordón  blanco,  por  donde  al  prin- 
cipio se  llamó  Fronlalatte.  Era  de  Sa- 
cripante,á  quien  estando  sobre  Albraca 
se  lo  quitó  el  astuto  ladrón  Brúñelo, 
suspendien  dola  silla  en  cuatro  palos 
mientras  dormía  encima  su  dueño,  y 
sacando  en  pelo  al  caballo.  Brúñelo  lo 
dio  á  Rugero,  el  cual  le  mudó  el  nombre 
de  Frontalatte  en  el  de  Frontino,  y  des- 
pués de  salir  del  palacio  ó  castillo  en- 
cantado de  Atlante,  lo  dejó  por  subir 
en  el  hipógrifo.  Bradamante,  hermana 
de  Reinaldos,  doncella  guerrera  que 
amaba  á  Rugero,  recogió  su  caballo  y 


(üj  Canto  33,  est.  96.  —  (b)  Canto  .34, 
est.  48,  6(j,  fi'J,  83  y  86.  -  (c)  Canto  38, 
est.  23.  —  (d)  Canto  44.  est.  24  y  25.  —  (e) 
Parte  1,  cap.  IX.  —  (f)  Ib.,  cap.  XXITI.  - 
(g)  Ib.,  cap.  LlI.  —  [h)  Parle  II,  cap.  XIV. 


424 


DON    QUIJOTE   DE   LA   MANCHA 


quien  nos  quitó  ahora  del  trabajo  de  desenalbardar  al  rucio,  que  á 
te  (|ue  no  fallarán  palinadicas  que  dalle  ni  cosas  que  decille  en  su 
alabanza  ;  pero  si  ('■!  aquí  osluviera,  no  consintiera  yo  que  nadie  le 
desalbardara,  pues  no  habla  para  qué,  que  á  él  no  le  tocaban  las 
generales  de  enamorado  ni  de  desesperado',  pues  no  lo  estaba  su 
amo,  que  era  yo  cuando  Dios  quería- ;  y  en  verdad,  señor  Caballero 
de  la  Triste  Figura,  que  si  es  que  mi  partida  y  su  locura  de  vuestra 
merced  va  de  veras,  que  será  bien  tornar  á  ensillar  á  Rocinante 
para  que  supla  la  falta  del  rucio,  porque  será  ahorrar  tiempo  á  mi 
ida  y  vuelta,  que  si  la  hago  á  pie,  no  sé  cuándo  llegaré,  ni  cuándo 
volveré,  porque  en  resolución  soy  mal  caminante.  Digo,  Sancho, 
respondió  D.  Quijote,  que  sea  como  tú  quisieres,  que  no  me  parece 
mal  tu  designio;  y  digo  que  de  aquí  á  tres  días  te  partirás-', porque 
quiero  que  en  este  tiempo  veas  lo  que  por  ella  hago  y  digo,  para 


lo  tuvo  en  Montalbún,  de  donde  lo 
envió  después  magníficamente  enjae- 
zado ú  Rugero  con  su  doncella  ¡palca. 
Quitóselo  por  fuerza  en  el  cauíino  Ro- 
domonte.  Rey  de  Sarza,  y  usó  de  él  por 
largo  tiempo,  hasta  que  se  lo  ganó  en 
batalla  Bradamante.  be  ésta  lo  recibió 
al  fin  Rugero,  el  cual,  p  sando  con  él 
á  África,  experimentó  una  furiosa  tor- 
menta, y  abandonándola  embarcación, 
se  salvó  á  nado.  La  embarcación,  vacia 
de  gente  y  llevando  á  Frontino  á  bordo, 
aportó  ii  un  paraje,  donde  Orlando  en 
compafíia  de  Brandimarte  y  Oliveros 
aguardaba  el  día  aplazado  para  comba- 
tirse con  los  Reyes  Agramante,  Sobrino 
y  Gradaso.  Orlando  dio  el  caballo  Fron- 
tino á  Brandinjarte  para  la  batalla,  y 
después  de  ésta  lo  restituyó  ú  Rugero. 

Este  es  el  resumen  de  la  historia  del 
caballo  Frontino,  según  la  refieren 
Boyardo  y  el  Ariosto.  Cuando  dice  Don 
Quijote  que  Frontino  cosió  caro  d  Bra- 
da)nante,  parece  aludir  ;i  que  Brada- 
mante lo  adquirió  á  costa  de  la  ausen- 
cia de  su  amado  Rugero,  el  cual, 
abandonándolo  por  subir  en  el  hipógrifo, 
fué  arrebatado  á  la  isla  de  Alcina,  y  se 
empeñó  en  varias  aventuras,  qui'  lo 
tuvieron  por  largo  tiempo  separado  de 
Bradamante. 

La  expvesiim  rjue  tan  caro  le  cosió  ú 
Bradamante.  recuerda  la  del  capitulo  X, 
donde  hablando  ü.  Quijote  del  yelmo 
de  Mambrino,  usó  de  las  mismas  pala- 
bras, que  tan  caro  costó  d  Sacripante. 

i.  Términos  forenses.  Lh-imanse  f/e- 
nerales  de  la  ley  las    tachas    ó    excep- 


cionesquelas  leyes  ponenú  los  testigos, 
y  las  preguntas  de  estilo  que  á  éstosse 
hacen.  Aquí  se  apüca  este  nombre  á 
las  calidades  de  enamorado  y  desespe- 
rado, comunes  entre  los  caballeros 
andantes,  y  personales  entonces  de 
D.  Quijote.  Y  aunque  parece  lenguaje 
impropio  en  boca  de  Sancho,  no  deja  de 
hacer  gracia  la  aplicación  de  estas  cali- 
dades á  Rocinante  y  al  rucio  por  la 
participacií'in  de  la  de  sus  amos,  uno 
de  los  cuales  las  tenía  y  el  otro  no. 

2.  Expresión  de  quien  experimenta 
desgracias  después  de  la  prosperidad  ; 
se  encuentra  usada  en  este  sentido  por 
el  autor  de  la  tragi-comedia  de  la  Celes- 
tina (a).  Un  soneto  muy  conocido  de 
Garcilaso  empieza  : 

;  Oh  dulces  prendas  por  mi  mal  halladas, 
Dulces  y  alegres  cuando  Dios  quería: 

La  expresión  es  originalmente  de  Vir- 
gilio en  el  libro  IV  de  la  Eneida,  donde 
dice  Üido  al  ver  la  espada  del  ingrato 
Eneas : 

¡Dulcís  exuvi.v,  dum  futa  ¿Jcusque  tinebant! 

Cervantes  hace  reír  al  lector,  poniendo 
en  boca  del  labriego  de  la  Argamasilla 
el  lenguaje  de  Garcilaso  y  de  L)ido. 

3.  .No  fué  asi, porque  en  aquel  mismo 
día  emprendió  Sancho  su  viaje,  como 
se  ve  en  el  progreso  del  capítulo. 


(íi)  Acto  XII 


nUMKHA    l'AHTK.    —    (AIMTIILO    XXV  425 

qiie  se  lo  (l¡í?ns.  ¿  Pues  qué  más  tengo  de  ver,  dijo  Sancho,  que  lo 
(|Uo  be  visLo  ?  Hicn  oslasen  el  cuento,  respondió  1).  (Juijote;  ahora 
tne  Taita  rascar  las  vestiduras,  esparcirlas  armas,  y  dnritie  do  ca- 
labazadas' por  estas  penas,  con  otras  cosas  deste  jae/  que  le  han 
de  atlniirar.  Por  amor  de  Dios,  dijo  Sancho,  que  mire  vuestra  mer- 
ced cómo  se  da  esas  calabazadas,  ([ue  A  tal  p(!ña  podrá  llegar  y  en 
tal  punto,  que  con  la  primera  se  acabase  la  máipiina  desla  peni- 
tencia, y  sería  yo  de  parecer  que  ya  que  á  vuestra  merced  le 
parece  que  son  aquí  necesarias  calabazadas,  y  que  no  se  puede 
liacor  esta  obra  sin  ellas,  se  contentase,  pues  todo  esto  es  fingido 
y  cosa  contrahecha  y  de  burla,  se  contentase,  digo,  con  dárselas 
en  el  agua,  ó  en  alguna  cosa  blanda  como  algodón,  y  déjeme 
á  mí  el  cargo,  que  yo  diré  á  mi  señora  que  vuestra  merced  se  las 
daba  en  una  punta  de  peña  más  dura  que  la  de  un  diamante. 
Yo  agradezco  tu  buena  intención,  amigo  Sancho,  respondió 
D.  Quijote;  más  quiérote  hacer  sabidor  de  que  todas  estas  cosas 
que  hago  no  son  de  burlas,  sino  muy  de  veras,  porque  de  otra 
manera  sería  contravenir  á  las  órdenes  de  Caballería,  que  nos  man- 
dan que  no  digamos  mentira  alguna-,  pena  de  relasos^,  y  el  hacer 
vma  cosa  por  otra  lo  mismo  es  que  mentir;  asique  mis  calabazadas 
han  de  ser  verdaderas,  firmes  y  valederas,  sin  que  lleven  nada  del 
sofístico  ni  del  fantástico  ■*  ;  y  será  necesario  que  me  dejes  algunas 


1.  Nombre  que  se  atribuye  familiar-  como  ordinariamente  se  dice.  Mas  Ger- 
mente  á  los  golpes  que  se  dan  con  la  vantes  añadió  el  artículo,  que  es  inse- 
cabeza,  chocando  en  otro  cuerpo  duro,  parable  del  sustantivo  ó  del  adjetivo 
especialmente  si  suenan,  como  sucede  sustantivado,  y  en  este  último  caso  se 
con  las  calabazas.  usa  del  artículo  neutro  lo.  Ejemplo  de 

2.  Todo  caballero  de  la  Banda  se  ello  tenemos  dentro  del  mismo  Quijote 
debe  guardar  de  decir  uno  por  al,  ca  en  el  epígrafe  del  capítulo  LXI  de  la 
la  cosa  del  mundo  que  más  períenesce  segunda  parte  :  De  lo  que  sucedió  á 
al  caballero,  es  decir  verdad  {a).  Con  D.  Quijote  en  la  entrada  de  Barcelona, 
esta  obligación  de  decir  verdad  á  fuer  con  otras  cosas  que  tienen  más  de  lo 
de  caballero,  requería  Sancho  á  su  amo  verdadero  que  de  lo  discreto.  Y  en  la 
en  el  capitulo  XLVIII  de  esta  primera  comedia  La  Entretenida  (a)  dice  lam- 
parte, cuando  metido  en  la  jaula  iba  bien  Cervantes  : 

caminando  lentamente  á  su  aldea. 

3.  Relapsos  se  llamaba  á  los  que  des-  Esto  sí,  cuerpo  del  mundo, 
pues  de  castigados  remcidían  en  deli-  rt^^'icí'duícf  <le  ^niT 
tos   de    que  juzgaba   el  Santo  Oficio  ;  de  lo  agradable  y  lo  tierno, 
equivale  á  reincidentes,    cuya  pena  es 

y  debe  ser   mayor  que   la   de  los  que  Pero  en  el  pasaje  presente  del  texto 


delinquen  por  primera  vez.  hay  rnás  que  observar,  porque  no  sólo 

4.  Si  dijera  de  sofístico  ni  defa.nfrís-  se  añadió  articulo  al  adjetivo   sustan- 

lico,  nada  hubiera  que  reparar  ;  asi  es  tivado,  sino  que  se  le  añadió  el  artículo 

masculino,     cosa     que     no    sufre     el 

(a)  Kstatutos  de  la  Orden  de  la  Banda  en  ^^^"""^^  castellano.    En   la   novela    de 

el  Doctrinal  dn  Caliolteroa  de  D.  Alonso  de 

Cartagena,  lib.  III,  tít.  V.  (o)  Jornada  III, 


42G 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


hilas*  para  curarme,  pues  que  la  ventura  quiso  que  nos  faltase  el 
bálsamo  que  perdimos.  Más  fué  perder  el  asno,  respondió  Sancho, 
pues  se  perdieron  en  el  las  hilas  y  todo  ;  y  ruégole  á  vuestra  mer- 
ced que  no  se  acuerde  más  de  aquel  maldito  brebaje,  que  en  solo 
oírle  mentar  se  me  revuelve  el  alma,  cuanto  y  más  el  estómago.  Y 
más  le  ruego,  que  haga  cuenta  que  son  ya  pasados  los  tres  días  que 
me  ha  dado  de  término  para  ver  las  locuras  que  hace,  que  ya  las 
doy  por  vistas  y  por  pasadas  en  cosa  juzgada  *,  y  diré  maravillas  á 
mi  señora;  y  escriba  la  carta,  y  despácheme  luego,  porque  tengo 
gran  deseo  de  volver  á  sacar  á  vuestra  merced  deste  purgatorio 
donde  le  dejo.  ¿  Purgatorio  le  llamas,  Sancho?  dijo  D.  Quijote, 
mejor  hicieras  de  llamarle  infierno^,  y  aun  peor  si  hay  otra  cosa 
que  lo  sea.  Quien  ha  infierno,  respondió  Sancho,  nulla  es  relentio^, 


Cipión  y  Berr/finza  (y  obsérvese  que  el 
lenguaje  de  las  novelas  es  más  limado 
y  correcto  que  el  del  Quijotr)  repitió 
esto  mismo  Cervantes  :  Dos  ladrones 
hurlaron  un  cahallo...  y  para  venderlo 
sin  peligro,  usaron  de  un  ardid,  que  <i 
vii parecer  tiene  del  agudo  y  del  discreto. 

Este  modo  de  hablar  se  encuentra 
también  en  otros  dos  escritores  de  los 
más  beneméritos  de  nuestro  idioma.  El 
uno  es  Juan  Yaldés,  autor  del  Diálogo 
de  las  lenguas,  r|ue,  hablando  de  lo 
que  importa  conocer  el  orifíen  de  las 
palabras  para  pronunciarlas  y  escri- 
íjirlas  con  propiedad,  dice  ia)  :  Todas 
son  pronunciaciones  que  tienen  del 
arábigo.  Y  en  otro  lugar (6)  :  Arriscar 
como  apriscar...  creo  habernos  des- 
echado, porque  tienen  del  pastoril.  El 
otro  escritor  es  D.  Diego  Hurtado  de 
Mendoza,  que  en  la  carta  del  Bachiller 
de  Arcadia  al  Capitán  Salazar,  decía  : 
Esta  COI  te  ([{orna),  según  cr,'o  que  sa- 
béis, tiene  algo  del  satírico,  á  causa  de 
residir  en  ella  el  l'adre  Pasquín. 

Á  pesar  de  estas  autoridades  tan  res- 
petables, creo  que  este  modo  de  hablar 
no  es  puro  castellano,  y  que  no  puede 
excusarse  de  italianismo.  Cervantes, 
Valdés  y  Mendoza  estuvieron  en  Italia, 
y  tanto  la  residencia  en  nn  país  extran- 
jero como  la  lectura  de  sus  libros, 
pueden  ser  ocasión  de  incurrir  inad- 
vertidamante  en  esta  clase  de  defectos. 

1.  El  ventero  Juan  Paiomeque  el  Zur- 
do, que  confirió  la  Orden  de  Caballería  á 
D.  Quijote  en  su  venta,  contaba  las  hilas 

(a)  Pág.  37.  —  (b)  Pág.  88. 


en  el  número  de  las  cosas  de  que  debían 
ir  provistos  los  caballeros  andantes. 
D.  Quijote  hubo  de  seguir  su  consejo 
en  los  preparativos  para  su  segunda 
salida,  como  se  deduce  de  este  pasaje, 
j)ürque  mal  podía  pedir  hilas  á  su  escu- 
dero si  no  las  llevaba.  Dice  luego  .San- 
cho que  en  el  asno  se  perdieron  las 
hilas  y  lodo  :  mas  no  parece  que  fué 
así,  puesto  que  en  el  capítulo  XXII I  se 
dice  que  Sancho  iba  tras  su  amo  car- 
gado con  lodo  aquello  que  había  de 
llevar  el  rucio.  El  asno,  cuando  lo  robó 
Ginés  de  Pa?amonle,  debió  de  salir 
en  pelo  de  debajo  de  la  albarda. 

2.  Pasado  en  autoridad  de  cosa 
juzgada  se  dice  del  fallo  ó  sentencia 
judicial  que  causa  ejecutoria,  y  que 
por  consiguiente  es  irrevocable,  y  no 
necesita  ya  de  más  examen  ni  dili- 
gencias. 

3.  Segi'in  el  uso  actual  se  diría : 
mejor  hicieras  en  llamarle  infierno. 

4.  La  expresión  latina  (algo  macarró- 
nica á  la  verdad)  que  aquí  se  indica  y 
que  estropeaba  Sancho,  es  in  inferno 
nulla  esf  redemptio.  que  significa  que 
en  el  infierno  no  hay  medio  ni  espe- 
ranza de  salir  de  él.  Común  es  el 
cuento  de  Miguel  Angelo,  que  en  un 
cuadro  de  los  Novísimos  retrató  entre 
los  condenados  á  un  Cardenal  que  le 
molestaba,  y  quejándose  el  Cardenal 
de  ello  :  amigo,  le  dijo  el  Papa,  si  le 
pintara  en  el  purgatorio,  yo  te  sacaría  ú 
fuerza  de  sufragios; pero  en  el  infierno, 
nulla  est  redemptio. 

Ariosto  sabía  también  este  proverbio, 
y   lo  incluyó   en  su  Orlando,  cuando 


pniMRn.v  PArtTi;.  —  cai^íti'lo  \xv 


427 


sPí?ri!i  lio  oído  decir.  No  entiendo  qué  quiere  decir  retentio,  dijo 
D.  Oiiijole.  Uclentío  es,  respondió  Sancho,  que  quien  está  en  el 
iiilierno  nunca  salo  dól,  ni  puodo,  lo  cual  será  al  revés  en  vuestra 
niorocd,  ó  (\  mí  nio  andarán  nial  los  pies,  si  es  que  llevo  espuelas 
para  avivará  llocinanle  ;  y  pón^^ame  yo  una  por  una  en  el  Toboso, 
y  delante  de  mi  señora  Dulcinea,  que  yo  le  diré  tales  cosas  de  las 
necedades  y  locuras  (que  todo  es  uno)  que  vuestra  merced  ha 
lioclio  y  (|ueda  haciendo,  que  la  venga  á  poner  más  blanda  que  un 
guante,  auníjuo  la  halle  más  dura  que  un  alcornoque  ;  con  cuya 
respuesta  dulce  y  mcliíicada  *  volveré  por  los  aires  como  brujo,  y 
sacaré  á  vuestra  merced  deste  purgatorio,  que  parece  infierno  y  no 
lo  es,  pues  hay  esperanza  de  salir  del,  la  cual,  como  tengo  dicho 
no  la  tienen  de  salir  los  que  están  en  el  infierno,  ni  creo  que  vuestra 
merced  dirá  otra  cosa.  Así  es  la  verdad,  dijo  el  de  la  Triste  Figura  ; 
¿  pero  ([üé  haremos  para  escribir  la  carta?  Y  la  libranza  pollinesca 
también^,  añadió  Sancho.  Todo  irá  inserto^,  dijo  D.  Quijote;  y 
sería  bueno  ya  que  no  hay    papel  ■*,  que  la  escribiésemos,  como 


describiendo  los  tormentos  que  Lidia 

tiadecia  por  ingrata  en  el  Tártaro,  le 
jízo  decir  (a) : 

...   E  cosí  avró  in  eterno, 
Che  Hulla  redenzione  e  nell'  inferno. 

1.  Palabra  inventada  por  Cervantes 
(á  lo  menos  no  me  acuerdo  haberla 
visto  otra  vez  en  nuestros  antiguos) 
y  formada  por  analogía  condulcificada 
y  otras  semejantes  que  se  derivan  de 
los  verbos  dulcifica)-,  verificar,  falsi- 
ficar, mortificar,  vivificar,  edificar, 
clasificar.  Todas  son  voces  en  que  la 
terminación  común  ficar  indican  la 
ncciim  de  asimilar  á  las  raíces  castella- 
nas ó  latinas  de  que  se  forman,  á 
saber  ;  á  miel,  dulce,  vero,  falso, 
muerto,  vivo,  aedex.  clase. 

2.  Advertencia  y  recuerdo  propio  del 
carácter  codicioso  de  Sancho. 

3.  No  podía  ser,  porque  la  libranza  y 
la  carta  necesariamente  habían  de  ir 
separadas  ;  la  libranza  de  los  pollinos 
era  para  la  sobrina  de  D.  Quijote,  y  la 
carta  para  Dulcinea.  Sobra  la  palabra 
inserto,  la  cual  borrada,  todo  queda 
bien. 

4.  Menciona  aquí  ü.  Quijote  los  dife- 
rentes modos  (le  escribir  que  se  usaron 
éntrelos  antiguos.  Pliniodijoya(6)  que 


al  principio  se  escribió  en  hojas  de 
árboles,  y  después  en  las  cortezas  inte- 
riores, señaladamente  del  papiro  Y 
como  en  latín  foliuin  era  la  hoja  y 
líber  la  corteza,  de  aquí  hubieron  de 
derivarse  en  sus  dialectos  las  palabras 
folios  y  libros.  Posteriormente  se  escri- 
bió en  tablillas  cubiertas  de  cera,  para 
lo  que  se  usaba  del  estilo  ó  punzón,  en 
láminas  de  plomo,  en  rollos  ó  volú- 
menes de  lienzo,  y  eu  pieles  que  se 
llamaron  pergaminos,  por  ser  inven- 
ción de  un  rey  de  Pérgamo.  Los  árabes 
conocieron  el  uso  del  papel  en  el 
siglo  VIII,  según  afirma  Casiri  en  su 
Biblioteca  [a),  añadiendo  que  en  El 
Escorial  hay  manuscritos  árabes  de 
papel,  pertenecientes  á  los  principios 
del  siglo  XI.  Los  mahometanos  hubie- 
ron de  traer  la  invención  del  papel  á 
Europa  por  España,  y  ya  en  el  siglo  xn 
se  hacía  en  P' rancia  papel  de  trapos,  ex 
rasuris  verterum  pannorum.  En  el 
siglo  siguiente  era  ya  común  el  papel,  y 
las  lej'es  de  Partida  distinguen  ias  car- 
tas y  documentos  que  deben  escribirse 
en  pergamino  de  cuero  y  en  pergamino 
de  parto  (h),  siendo  ya  muchos  los 
documentos  de  aquel  tiempo  que  se 
escribían  en  papel,  fabricado  ordina- 
riamente de  algodón. 


(a)  Canto  34,  est.  43.  —  (¿>)  Lib.  Xlll,  cap. 


XI. 


(a)  Tomo  II,  pág.  9. 
XVIII,  ley  V. 


(b)  Partida  III,  tít. 


428  DON    QUIJOTE    DE   I.A    MANCHA 

hacían  los  antijEfuos,  en  hojas  de  árboles,  ó  en  unas  tablilas  de  cero, 
aunque  tan  dificultoso  será  hallarse  eso  ahora  como  el  papel.  Mas 
ya  me  ha  venido  á  la  memoria  dónde  sera  bien  y  aún  más  que  bien 
escribilla,  que  es  en  el  librillo  de  memoria  que  fué  de  Cárdenlo,  y 
lú  tendrás  cuidado  de  hacerla  trasladar  en  papel,  de  buena  letra, 
en  el  primer  lugar  que  hallares,  donde  haya  maestro  de  escuela  do 
muchachos,  ó  si  no  cualquiera  sacristán  te  la  trasladará  ;  y  no  se 
la  des  á  trasladar  á  ninüfún  escribano,  que  hacen  letra  procesada  ', 
que  no  la  entenderá  Satanás.  ¿  Pues  qué  se  ha  de  hacer  de  la  firma? 
dijo  Sancho.  Nunca  las  cartas  de  Amadís  se  firmaron,  ^  respondió 
D.  Quijote.  Está  bien,  respondió  Sancho;  pero  la  libranza  forzo- 
samente se  ha  de  firmar,  y  esa,  si  se  traslada,  dirán  que  la  firma 
es  falsa,  y  quedaréme  sin  pollinos'.  La  libranza  irá  en  el  mismo 
librillo  firmada,  que  en  viéndola  mi  sobrina  no  pondrá  dificultad 
en  cumplilla ;  y  en  lo  que  toca  á  la  carta  de  amores,  pondrás  por 
firma  :  Vuestro  hasta  la  muerte,  el  Caballero  de  la  Triste  Figura.  Y 
hará  poco  al  caso  que  vaya  de  mano  ajena,  porque,  á  lo  que  yo  me 
sé  acordar,  Dulcinea  no  sabe  escribir  ni  leer,  y  en  toda  su  vida  i;; 
visto  letra  mía  ni  caria  mía,  porque  misamoresy  los  suyoshan  sicl' 


1.  La  letra  procesada,  según  el  eru- 
dito padre  Audrés  Burriel,  autor  de  la 
Paleocp-afia  española,  era  una  co- 
rrupciiin  desreglada  de  la  letra  llamada 
corLesana  y  consistía  en  desfigurar 
la  traza  y  figura  de  todos  los 
caracteres  por  escribir  sin  división 
de  letras  ni  dicciones,  forman  fio  lineas 
enteras  en  una  encadenada  algarahia, 
sin  levantar  la  pluma  del  papel.  Este 
modo  de  escribir  desordenado  y  sin 
regla,  fue'  fácilmente  adoptado  por  los 
que  vivían  del  trabajo  de  pjlitma.  por- 
que con  pocas  palabras  se  llenaba  una 
plana  :  el  modo  de  escribir  era  fácil  y 
ligero,  de  suerte  que  con  pioco  trabajo 
crecía  mucho  la  paga  y  lo  escrito.  Des- 
pués de  la  muerte  de  la  Reina  íCatúlica 
Doña  Isabel)...  se  olvidó  la  observancia 
de  su  arancel,  y  por  tnás  de  cien  años 
prevaleció  esta  infame  letra  de  proce- 
sos (a). 

2.  Una  sola  carta  de  Amadís  se 
encuentra  en  su  historia,  que  es  la  cre- 
dencial á  favor  del  maestro  Elisabad 
para  el  emperador  de  Constanti- 
nopla(6),  y  con  efecto,  no  lleva  firma. 
Otras  varias  cartas  contiene  dicha  his- 


(a)  Pág.  34.  -    (6)  Cap.  LXXXVIll. 


toria,  á  saber,  las  dos  que  escribid 
Oriana  á  Amadís,  una  despidiéndole  de 
su  presencia,  y  otra  pidiéndole  perd<in 
de  su  yerro  :  la  que  la  misma  Oriana 
escribió  ;i  su  madre  Drisena;  la  de  Bri- 
sena  á  Amadís, y  las  deUrganda  yArbár 
de  Norgales  al  rey  Lisuarte (a).  Ningún- 
de  ellas  e.stá  firmada.  En  las  Sergas  r/,- 
Esplandián  se  leen  cuatro  cailas  de 
Amadís,  una  al  rey  Perión  y  tres  á  su 
hermano  D.  Gaiaor,  Gasquilán,  rey  de 
Suesa  y  D.  Bruneo,  rey  de  Arabia  16  : 
ninguna  lleva  firma.  Lo  mismo  sucfi: 
con  otras  cartas  de  diferentes  sujet 
que  se  copian  en  la  propia  historia  } 
con  otras  en  las  de  Florisel  íc)  y  Silvia 
de  la  Selva,  hijo  de  Amadís  de  Gre- 
cia [d).  —  D.  Quijote,  pues,  tenía  razón, 
y  no  la  hubo  para  la  corrección  que 
hizo  en  este  pasaje  la  edición  de 
Londres  del  año  173S,  leyendo  :  nunca 
las  cartas  de  amantes  se  firman. 

3.  Vuelve  á  asomar  la  codicia,  pio- 
pia  del  carácter  de  Sancho,  en  su  soli- 
cita y  repetida  inquietud  acerca  de  la 
libranza  pollinesca. 

(a)  Cap.  XLII.  LH,  XCV.  CXXXIII  v  LVII 
—  (é)  Cap.  CCCXIX,  CXXXVIII,  CXLII  v 
CXI. III.  —  (c)  Parte  IV.  lib.  I  y  II.  — 
(rf)  Cap.  XXXII  y  XXXIX. 


IMtIMERA    I'AUIF,.    —    CAPÍTULO    XXV 


ii9 


siempre  plalónieos.  sin  exlendorse  ;'»  m.ás  que  á  un  honesto  mirar, 
y  aun  oslo  l;in  de  eiiando  en  cuando,  que  osaré  jurar  con  verdad, 
íjue  en  doce  años  que  ha  que  la  quiei-o  más  que  á  la  lumbre  deslos 
ojos  que  ha  de  comer  la  tierra ',  no  la  he  visto  cuatro  veces^,  y  aun 
l)o(lrá  sor  que  deslas  cuatro  veces  no  hubiese  ella  echado  de  ver  la 
una  ([ue  la  miraba;  tal  es  el  recalo  y  encerramiento  con  que  sus 
padres  Lorenzo  Corcliuelo  y  su  madre  Aldon/.a  Nogales^  la  han 
criado.  Ta,  ta,  dijo  Sancho  *,  ¿que  la  hija  de  Lorenzo  Corchuelo  es 
la  señora  Dulcinea  del  Toboso,  llamada  por  otro  nombre  Aldonza 
Lorenzo^?  Esa  es,  dijo  D.  Quijote,  y  es  la  que  merece  ser  señora 
de  todo  el  universo,  liien  la  conozco,  dijo  Sancho,  y  sé  decir  que 
tira  tan  Ijion  una  barra  como  el  más  forzudo  zagal  de  todo  el 
pueblo;  vive  el  Dador**  (jue  es  moza  de  chapa,  hecha  y  derecha,  y 


1.  Que  hon  de  comer,  dicea  las  ante- 
riores ediciones,  como  si  los  ojos  hubie- 
sen de  comer  Á  la  tierra,  y  no  la  tierra 
¡ilos  ojos;  han  por  ha,  es  errata  que 
pudo  y  debió  corregirse.  —  Que  ha  de 
comer  la  tierra,  expresión  que  en  el 
estilo  familiar  suele  añadirse  muchas 
veces  para  esforzarla  aseveración  como 
una  especie  de  juramento,  cuando  se 
nombra  algún  miembro  del  que  habla. 
Equivale  á  lo  mismo  que  si  se  dijera  : 
es  tan  cierto  como  que  he  de  morir. 

2.  Las  frases  de  esle  periodo  envuel- 
ven alguna  contradicción.  Las  pala- 
bras mis  amores  y  los  suyos  arguyen 
que  eran  recíprocos  entre  D.  Quijote 
y  Dulcinea,  y  la  circunstancia  de  que 
no  pasaban  de  un  honesto  mirar,  indica 
que  se  solian  mirar  uno  á  otro ;  mas  á 
pesar  de  esto  añade  D.  Quijote,  que 
acaso  ni  una  sola  vez  había  reparado 
Dulcinea  que  él  la  miraba.  Todavía  es 
más  clara  la  contradicción  del  texto 
presente  con  lo  que  se  refiere  en  el 
capítulo  VIH  de  la  segunda  parte 
donde  se  afirma  que  D.  Quijote  no 
había  visto  en  su  vida  á  Dulcinea;  y 
en  el  capitulo  IX  siguiente, proponiendo 
Sancho  á  su  amo  en  el  Toboso,  que 
guiase  á  las  casas  de  Dulcinea,  á  quien 
debía  (dice  Sancho)  haber  visto  mi- 
llares de  veces,  D.  Quijote  le  contesta  : 
Tú  me  harás  desesperar  :  ven  acá, 
hereje;  ¿no  te  he  dic/io  mil  veces,  que 
en  todos  los  días  de  mi  vida  no  he  visto 
á  la  sin  par  Dulcinea,  y  que  sólo  estoy 
enamorado  de  oídas? 

Los  amores  platónicos,  que    se   han 
nombrado    antes,     son   los    honestos, 


decentes,  intelectuales,  exentos  de  la 
parte  grosera,  conformes  á  la  doctrina 
explicada  por  Platón  en  sus  Diálogos, 
de  que  habló  largamente  en  los  suyos 
del  Amor  León  Hebreo,  de  quien  se  dio 
noticia  en  las  notas  al  prólogo  de  esta 
primera  parte  del  Quijote. 

.3.  Hay  evidentemente  error;  ó  debe 
leerse  su  padre,  ó  borrarse  su  madre ; 
me  inclino  á  lo  primero.  Cervantes, 
queriendo  ridiculizar  más  y  más  á  su 
héroe,  dio  á  su  Princesa  y  á  los  padres 
de  su  Princesa  nombres  y  apellidos 
aldeanos  y  vulgares. 

4.  Parece  ser  la  misma  interjección, 
y  por  decontado  tiene  las  mismas 
letras  que  la  latina  Alat,  usada  varias 
veces  por  Plauto  y  Terencio.  Indica  la 
sorpresa  del  que  viene  á  caer  en  alguna 
cosa,  comprendiendo  la  que  no  enten- 
día antes.  En  este  propio  sentido 
empleó  la  interjección  ta,  ta  Lope  de 
Rueda  en  la  Farsa  de  la  Carátula. 
Encuéntrase  también  usada  repetida- 
mente en  la  tragicomedia  de  la  Celes- 
tina{a),  en  el  Picaro  Guzmán  de  Alfa- 
rache[h],  y  en  otros  libros  nuestros. 

■o.  Invierte  aquí  Sancho,  y  no  sin  chiste, 
el  orden  regular  de  los  nombres,  uno 
propio  y  otro  postizo,  porque  lo  na- 
tural era  decir  :  la  señora  Aldonza  Lo- 
renzo, por  otro  aotnbre  Dulcinea  del 
Toboso. 

6.  I'arfor,  atributo  eminentemente  de 
Dios,  autor  de  todos  los  dones.  En  el 
discurso  que  en  el  capítulo  LVIII  de  la 

(a)  Actos  Vil,  XI  y  XVII.  —  (6)  Parte  II, 
lib.  II,  cap.  III  y  IV. 


-^30  DON    QUIfOTE    DE    L.\   MANCHA 

de  pelo  en  pecho  <,  y  que  puede  sacar  la  barba  del  lodo  á  cual- 
quier caballero  andante  ó  por  andar  ^  que  la  tuviere  por  señora. 
¡  Oh  lii  de  pula,  que-  rejo  que  tiene,  y  qué  voz  !  Sé  decir,  que 
puso  un  día  encima  del  campanario  del  aldea  á  llamar  unos  zat^ab 
SUYOS  que  andaban  en  un  barbecho  de  su  padre,  y  aunque  estaban 
de  allí  más  de  media  legua  3,  así  la  oyeron  como  si  estuvieran  al  pie 
de  la  torre;  y  lo  mejor  que  tiene,  es  que  no  es  nada  melindrosa, 
porque  tiene  mucho  de  cortesana  •<;  con  todos  se  burla,  y  de  lodo 


segunda  parte  dirige  D.  Quijote,  cuando 
caminaba  p.ira  Barcelona,  á  los  que 
componían  la  nueva  y  pastoril  Arcadia, 
dice  entre  otras  cosas,  que  es  Dios  sobre 
lodos,  porque  es  Dador  sobre  todos.  Y 
en  la  novela  de  Rinconete  y  Cortadillo 
decía  el  liepolido  á  la  Cariharta  :  Vive 
el  Dador,  (jue  si  se  me  sube  ¡a  cólera 
al  camjtanario,  que  sea  peor  la  recaida 
que  /a  caída.  Ks  voz  usada  en  la  ger- 
mania  y  así  escribía  i).  Francisco  de 
Quevedo  en  el  romance  de  los  Valientes 
y  Tamnjones  : 

Vive  ol  Dador,  dicen  todos 
desde  que  el  mundo  nació. 

1.  Con  la  chapa  se  asegura  la  obra 
hecha,  y  así  moza  de  chapa  es  moza  de 
fundamento  é  importancia.  En  la  co- 
media Eufemia,  de  Lope  de  Rueda, 
decía  el  lacayo  Vallejo  á  su  amo,  al  ver 
unas  mujeres  de  noche  :  Voto  á  tal, 
que  la  delantera  parece  moza  de 
chapa;  desde  aquí  la  acoto  para  que 
coma  en  el  plato  que  come  el  hijo  de 
mi  padre  (a;. 

De  pelo  en  pedio  :  una  de  las  ala- 
banzas ridiculas  que  hace  Sancho  de 
Dulcinea  :  y  tanto  más  ridicula,  cuanto 
se  dice  de  los  hombres  bellosos  de 
pecho,  lo  que  vulgarmente  se  tiene  á 
señal  de  forzudo,  y  en  una  mujer  sería 
feo  y  eípantüso.'  Antes  había  dicho 
que  tiraba  lají  bien  una  barra  romo  el 
más  forzudo  zagal  de  todo  el  pueblo  : 
elogio  que  también  se  da  en  la  segunda 
parte  del  Quijote  al  zagal  Basilio, 
amante  de  Quiteria.  —  Sacar  la  barba 
del  lodo  :  frase  proverbial  tomada  de 
los  que  sacan  á  otro  del  atolladero  en 
que  se  halla,  y  significa  sacar  de 
apuros  ÍL  otra  persona.  Sacar  el  pie  del 
lodo  llamó  á  esto  mismo  Cervantes  en 
el  \iaje  al  Parnaso,  hablando  con  Mer- 
curio (6)  : 

{a¡  Acto  V,  esc.  V.  —  (b¡  Cap.  III. 


Muchos,  sefior,  en  la  galera  llevas. 
Que  te  podrán  sacar  el  ¡¡ie  del  lodo. 

Es  expresión  antigua,  que  se  encuen- 
tra ya  en  el  Corbacho  del  Arcipreste  de 
Talayera  (a). 

•2.  Juguete  de  palabras,  propio  del 
estilo  familiar  y  doméstico.  Aquí  el 
contraste  ú  oposición  es  entre  el  pre- 
sente andante  y  el  futuro  por  andar; 
ordinariamente  la  oposición  se  forma 
entre  el  pretérito  y  el  futuro,  andado  y 
pior  andar,  donde,  con  efecto,  la  oposi- 
ción es  mayor  y  más  marcada.  Pero  en 
el  presente  paraje,  tratándose  de  caba- 
llero, venía  al  caso  andante  y  no 
andado. 

3.  Ponderación  es ;  mas  no  tan  grande 
como  la  de  los  brazos  de  casi  dos  leguas, 
que  nuestro  hidalgo  atribuía  a  los 
gigantes  en  la  memorable  aventura  de 
los  molinos  de  viento.  Por  lo  demás, 
el  presente  elogio  le  cuadraba  más  á 
nn  pregonero  que  á  una  Princesa. 
Sancho  quiere  elogiar,  y  no  hace  sino 
ridiculizar  á  Dulcinea. 

4.  Sigue  el  panegírico  de  la  sin  par 
Emperatriz  de  la  Mancha.  En  el  cual, 
esto  de  cortesana  puede  ser  pulla  pol- 
la significación  ambigua  de  la  palabra, 
y  más  si  en  la  fiííurada  persona  de  Dul- 
cinea se  quiso  aludir  á  alguna  persona 
real  y  verdadera,  que  no  es  imposible.  En 
la  Mancha  se  conserva  la  tradicii'm,  que 
refiere  Navarrele  en  la  Vida  de  Cer- 
vantes, de  que  éste  fué  maltratado  y 
encarcelado  en  el  Toboso  por  haber 
dicho  á  una  mujer  un  chiste  picante,  de 
que  se  ofendieron  sus  parientes  é  inte- 
resados; y  de  aquí  la  sospecha  de  que 
tiró  á  desquitarse  haciendo  de  aquella 
mujer  el  tipo  de  Dulcinea,  y  de  aue  las 
expresiones  del  texto  y  los  riaículos 
í^ncomios  de  Sancho  envuelven  acaso 
incidencias    y     particularidades     que 

(o)  Parte  II,  cap.  I. 


lM<IMi;UA    PARTE.    —    CAPÍTULO    XXV  431 

hace  mueca  y  donaire.  Ahora  digo,  Señor  Caballero  de  la  Triste 
l'ignra,  que  no  solamente  puede  y  debe  vuestra  merced  hacer 
locunis  \H)V  ella,  sino  qutí  con  justo  título  ¡)uede  desesperarse  y 
ahorcarse,  que  nadie  hahr;i  (|ue  lo  sepa  (¡ue  no  diga  que  hizo 
demasiado  bien,  piieslo  que  le  lleve  el  diablo  ;  y  querría  ya 
verme  en  camino  sólo  por  vella,  que  ha  muchos  días  que  no  la  veo, 
y  debe  de  estar  ya  trocada,  porque  gasta  mucho  la  faz  dé  las  mu- 
jeres andar  siempre  al  campo,  al  sol  y  al  aire.  Y  conliesoá  vuestra 
merced  una  verdatl,  señor  L).  Ouijole,  que  hasta  aquí  he  estado  en 
una  grande  ignorancia,  que  pensaba l)ieny  tielmente  que  la  señora 
Dulcinea  debía  de  ser  alguna  í^rincesa  de  quien  vuesira  merced 
estaba  enamorado,  ó  alguna  persona  tal  que  mereciese  los  ricos 
presentes  (jue  vuestra  merced  le  ha  enviado,  así  el  del  vizcaíno 
como  el  de  los  galeotes,  y  otros  muchos  que  deben  ser,  según  deben 
de  ser  muchas  las  victorias  que  vuestra  merced  ha  ganado  y  ganó 
en  el  tiempo  que  yo  aun  no  era  su  escudero;  pero  bien  considerado, 
¿qué  se  le  ha  de  dar  á  la  señora  Aldonza  Lorenzo,  digo,  á  la  señora 
Dulcinea  del  Toboso,  de  que  se  le  vayan  á  hincar  de  rodillas  de- 
lante della  los  vencidos  que  vuestra  merced  envía  y  ha  de  enviar? 
Porque  podría  ser  que  al  tiempo  que  ellos  llegasen,  estuviese  ella 
rastrillando  lino  ó  trillando  en  las  eras,  y  ellos  se  corriesen  de  verla, 
y  ella  se  riese  y  enfadase  del  presente.  Ya  le  tengo  dicho  antes  de 
ahora  muchas  veces,  Sancho,  dijo  D.  Ouijole,  que  eres  muy  grande 
hablador,  y  que  aunque  de  ingenio  boto,  muchas  veces  despuntas 
de  agudo  '  ;  mas  para  que  veas  cuan  necio  eres  tú  y  cuan  discreto 
soy  yo,  quiero  que  me  oigas  un  breve  cuento.  Has  de  saber  que 
una  viuda  hermosa,  moza,  libre  y  rica,  y  sobre  todo  desenfadada,  se 
enamoró  de  un  mozo  motilón-,  rollizo  y  de  buen  tomo  ;  alcanzólo 

habría    entonces,    y   de    que     ya     no  no  hables  más...  no  te  asotiles  tanto,  qve 

tenemos  noticia.  —  Acerca  de  la  fami-  te  despuntarás.  —   l/só   de  la  misma 

lia    de  Dulcinea,   aventuraremos   á  su  expresión   l'rganda  la  Desconocida  en 

tiempo  algunas  conjeturas.  los  versos  cortados  que  dirigió  al  libro 

d.    Despuntar  de   agudo;    hacer  del  de  D.  Quijote, 

ingenioso.    Con    esta   expresión    da    á  2.  .VoíJZo'/i,  el  que  tifne  cortado  el  pelo 

entender  D.  Quijote  que  tiene  por  mali-  por  entero  y  de  raíz.  Solía  decirse  en  lo 

ciosos  y  satíricos  los  elogios  que  San-  antiguo  de  los  fraües  legos,  y   así  se 

cho   había   lieclio   de    Dulcinea.    Y   en  llama  alguna  vez,  según  Pellicer,  á  San 

prueba  de  que  le  entiende,  le  contesta  Diego  de  Alcalá  en  las  diligencias  para 

con   el    cuento    del    mozo    motilón   y  su  canonización   :   ahora  es  palabra  de 

rollizo  que  sigue.  desprecio,  y  se  aplica  ordinariamente  á 

Otras  veces  se  dice  despuntarse  de  los  tinosos  á  quienes  ha  sido  menester 

agudo  que  es  pasarse  de  ingenioso,  ser  cortar  el  pelo.  Viene  del  latino  mutilas. 

excesivamente     ingenioso ;     metáfora  de   donde   también   se   derivó    en    los 

tomada   de    los    instrumentos,    donde  tiempos  de  la  baja  latinidad  la  palabra 

suele  destruirse  la  punta  á  puro  querer  multo,    carnero    que    se    esquila,    que 

aguzarla.  Ea,  niña  (decía  la  gitana  vieja  luego  dijeron  mouton  los  franceses, 
á  Preciosa  en  la  novela  de  la  Gitanilla), 


432 


DON    QL'IJOTE    DE    LA    MANCHA 


á  saber  su  mayor  \  y  un  día  dijo  á  la  buena  viuda  por  vía  de  fra- 
ternal reprensión  ;  Maravillado  esloy,  señora,  y  no  sin  mucha 
causa,  de  que  una  mujer  lan  principal,  tan  hermosa  y  tan  rica 
como  vuestra  merced,  se  haya  enamorado  de  un  hombre  tan  soez, 
tan  bajo  y  tan  idiota  como  fulano,  habiendo  en  esta  casa  tantos 
maestros  -.  tantos  presentados  y  tantos  teólogos  en  quien  vuestra 
merced  pudiera  escoger  como  entre  peras,  y  decir  este  quiero, 
aqueste  no  quiero;  mas  ella  le  respondió  con  mucho  donaire  y  des- 
envoltura :  Vuestra  merced,  señor  mío,  está  muy  engañado,  y 
piensa  muy  á  lo  antiguo,  si  piensa  que  yo  lie  escogido  mal  en 
fulano^  por  idiota  que  le  parece,  pues  para  lo  que  yo  le  quiero, 
tanta  íilosofía  sabe  y  más  que  Aristóteles^;  asique,  Sancho,  por  lo 


1.  Mayor  es  lo  mismo  que  jefe  ó 
principal.  En  la  parte  11  del  Quijote, 
hablándose  de  los  bandoleros  de  Koqne 
Guinart,  se  dice  que  había  aUunos  de 
centinela  para  dar  aviso  á  su  mayor  de 
lo  que  pasaba.  En  los  Trabajos  de  Hér- 
siles  'a)  ^e  cuenta  fie  Antonio  el  padre 
que  li>s  peregrinos  que  habían  desem- 
barcado en  Portugal  le  obedecian  como 
á  su  mayor.  Y  en  la  novela  de  Hinco- 
nete  y  Cortadillo  decía  uno  de  los 
colegíales  de  Monipodio  :  En  cuatro 
años  que  ha  que  tiene  el  cargo  de  ser  él 
nuestro  mayor,  no  han  padecido  sino 
cuatro  en  el  finibusterre  (la  horca;  y 
obra  de  treinta  envesados  (azotados)  y 
de  sesenta  y  dos  en  gurupas  (galeras). 

El  mayo/- ó  jefe  deque  aquise  trata,  no 
era  el  superior  del  mozo  motilón,  como 
creyó  Pelücer,  sino  el  de  la  viuda,  de 
quien  seria  pariente  y  quiz;í  hermano 
mayor,  como  indica  lo  de  la  fraternal 
reprensión  que  á  continuación  se  dice. 

2.  Ni  en  casa  de  la  viuda  ni  en  la  de 
su  mayor  habría  ciertamente  muchos 
maestros  ni  teólogos;  puede  creerse 
que  la  palabra  casa  envuelve  algún 
error,  y  acaso  debió  ser  ciudad  en  el 
original. 

3.  Fulano,  mengano,  zutano,  especie 
de  pronombres  personales,  que  pode- 
mos llamar  indefinidos,  porque  denotan 
personas  inciertas  é  indefinida-^,  al 
revés  de  lo  que  sucede  con  yo,  tú.  él, 
de  los  cuales  el  primero  indica  deter- 
minadamente la  persona  que  habla,  el 
segundo  la  persona  con  quien  se  ha- 
bla, y  el  tercero  la  persona  de  que  se 
habla. 


El  autor  del  antiguo  poema  de  Ale- 
jandro, y  Gonzalo  de  iíerceo,  poetas 
castellanos  del  siglo  xiii.  usaron  ya  de 
la  palabra  fulano.  Dúdase  entre  los 
peritos  en  esta  materia  si  los  castella- 
nos la  tomaron  del  árabe  ó  del  hebreo 
porque  en  auibas  dicen  que  e.^isle.  Por 
el  uso  que  de  ella  hizo  tíerceo  en  los 
Milagros  de  Nuestra  Señora  (a),  puede 
conjeturarse  que  vino  del  hebreo, 
porque  allí  la  aplica  á  judíos. 

Puede  observarse  en  el  texto  que  el 
verbo  escoger,  que  es  activo,  se  usa  en 
él  como  neutro  ó  de  estado.  Pero  ya  se 
ha  notado  en  otro  lugar  que  es  propie- 
dad de  todo  verbo  activo  poderse  usar 
como  neutro  en  sentido  general  y  abs- 
tracto, según  se  ve  en  muchos  refranes, 
y  en  especial  del  mismo  verbo  escoger 
en  aquel  que  dice ;  o  guien  le  dan,  no 
escoge. 

4.  Expresión  semejante  á  la  de  Cris- 
tina en  el  entremés  de  la  Cueva  de  Sa- 
lamanca, escrito  por  Cervantes  :  Para 
lo  que  yo  he  menester  ó  »?¿  barbero,  • 
tanto  latín  sabe  y  aun  más  que  supo 
Antonio  de  Nehr:jn.  —  Mucho  se  ha 
escrito  Sdbre  el  mérito  y  fortuna  de 
Aristóteles  ;  por  la  expresión  del  cuento 
se  ve  que  en  la  opinión  común  del  país 
de  Corvantes  eraelwo^i  plus  ultra  de  la 
filosofía,  como  lo  era  todavía  en  gran 
parte  de  Europa,  á  pesar  de  los  anta- 
gonistas, que  ya  hubo  en  aquel  tiempo 
del  peripato.  —  Este  cuento  no  es 
menos  libre  y  desenfadado  que  la 
misma  viuda  de  quien  se  trata;  y  tiene 
unos  asomos  groseros,  no  muy  propios 
del  lenguaje,  siempre  limpio  y  decante, 


(a)  ¿ib.  III,  cap.  II. 


(<i)  Coplas  64'2  y  736. 


PRIMERA    PARTE. 


CAPÍTULO    XXV 


433 


(|ue  yo  quiero  á  Dulcinea  *  del  Toboso  tanto  vale  como  la  más  alta 
Princesa  de  la  tierra.  Sí,  que  no  todos  los  poetas  (jue  alaban  ^  damas 
debajo  de  un  nombre  que  idlos  á  su  albediío  les  ponen,  es  verdad 
(pie  las  tienen.  ¿Piensas  tú  que  las  Amarilis,  las  Filis,  las  Silvias,  las 
Dianas,  las  Calateas  •^  y  otras  tales  deque  los  libros,  los  romances, 


do  o.  Quijote.  Añado  que  en  boca  de 
D.  Quijote  indica  que  no  era  muy  sin- 
cero el  amor  que  profesaba;!  Dulcinea; 
lo  que  no  se  compadece  con  el  car;ícter 
de  veracidad  que  se  le  señala,  y  que 
manifiesta  constantemente  nuestro  hi- 
dalgo en  su  conducta. 

1.  Dentro  de  breve  espacio  se  ve  que 
nuestros  antiguos  solían  usar  indistin- 
tamente el  por  y  el  para,  /'ara  lo  que 
yo  le  quiero,  decía  del  mozo  motilón 
la  viuda :  por  lo  que  yo  quiero  á  Dulci- 
nea, decía  de  ésta  D.  Quijote.  Pudieran 
traerse  otros  ejemplos  de  nuestros 
buenos  escritores.  El  uso  actual  dis- 
tingue ambas  partículas,  denotando 
para  el  fin  íi  objeto,  y  por  tarazón  o 
causa.  En  ello  ha  ganado  la  claridad  y 
la  exactitud,  y,  por  consiguiente,  el 
idioma. 

2.  El  orden  de  las  partes  de  este  dis- 
curso es  violento ;  sería  más  natural 
decir  :  si,  que  no  es  verdad  que  tenffan 
damas  lodos  los  poetas  que  las  alaban 
debajo  de  un  nombre  que  ellos  a  su 
albedrio  les  ponen. 

D.  Quijote,  continuando  (contra  toda 
verisimilitud)  en  indicar  su  falta  de 
sinceridad,  y  diciendo  que  para  su 
intento  bastaba  figurarse  que  Dulcinea 
era  hermosa  y  honesta,  sin  curarse  de 
la  verdad  de  ello,  se  escuda  con  los 
ejemplos  de  los  poetas  que  fingieron 
sus  damas  por  darse  valor  y  conside- 
ración á  sí  propios,  y  suministar  asunto 
á  sus  versos.  Ya  dije  arriba  que  Cer- 
vantes en  esto  contradice  el  carácter 
sincero  de  su  protagonista,  y  dismi- 
nuye por  consiguiente  el  interés  que 
debe  inspirar  á  los  lectores.  Y  no  basta 
para  salvar  la  inconsecuencia  añadir, 
como  añade,  que  no  siempre  fueron 
fingidas  las  damas  celebradas  por  los 
poetas  ;  porque  lo  que  alega  en  su  favor 
D.  Quijote,  no  es  el  ejemplo  délos  poetas 
que  celebraron  damas  i'eales  y  verda- 
deras, sino  el  de  los  poetas  que  las  fin- 
gieron. 

3.  Entre  este  pasaje  de  Cervantes  y 
otro  de  Lope  de  Vega  en  su  Dom/ea, 
hay  una  apariencia  de   contradicción, 


que  no  sé  si  será  indicio  de  la  rivali- 
dad que  no  puede  dudarse  hubo  entre 
ambos,  y  quizá  fué  alguna  represalia. 
Dice  Lope  (a) :  La  Diana  de  Monlemayor 
fué  una  dama  natural  de  Valencia  de 
Don  Juan,  junto  ü  León;  y  Ezla,  su  7'ia. 
y  ella  serán  eternos  por  su  pluma.  Asi 
la  Filida  de  Montalvo  y  la  Oalatea  de 
Cervantes,  la  Camila  de  Garciluso,  la 
Violante  del  Camoens,  la  Silvia  de  Ber- 
naldes,  la  Filis  de  Figueroa,  la  Leonor 
deCorterreal.  Lope  asegura,  y  Cervantes 
niega,  que  las  damas  que  acostumbra- 
ron celebrar  los  poetas  fueron  verdade- 
ramente damas  de  carne  y  hueso,  y  de 
aquellos  que  las  celebraron. 

Acerca  de  la  dama  que  celebró  Jorge 
de  Montemayorbajo  el  nombre  de  Dia- 
na, se  habló  en  las  notas  al  capítulo  VI. 
Pudiera  ocurrir  que  el  nombre  de  .\ma- 
rilis  se  refiera  á  la  Constante  Amarili  de 
Cristóbal  Suárez  de  Figueroa  :  Años  ha, 
dice  este  autor  en  su  Pasajero  [b),  se 
me  apareció  cierto  personaje  tributario 
de  amor.  Traíale  cierto  impulso  deque 
se  celebrase  la  hermosura  y  constancia 
de  su  querida  en  algún  libro  serrano  ó 
pastoril,  como  el  de  Calatea  ó  Arcadia. 
Este  libro  serrano  ó  pastoril,  que,  como 
allí  se  dice,  se  escribió  de  prisa,  y  pagó 
con  escasez  el  que  lo  encargó,  es  la 
Constante  Amarili  del  mismo  Figueroa; 
y  no  pudo  indicarse  en  el  pasaje  pre- 
sente del  texto,  porque  se  imprimió  el 
año  de  1609,  cuatro  después  que  la  pri- 
mera parte  del  Quijote.  Pero  la  ocasión 
con  que  menciona  la  Galatea  y  la  Ar- 
cadia, obras  aquélla  de  Cervantes  y 
ésta  de  Lope,  prueba  (y  esto  es  lo  que 
hace  á  nuestro  propósito)  que  en  uno  y 
otro  libro  se  elogiaron  damas  reales  y 
verdaderas  de  carne  y  hueso.  De  hecho 
no  se  duda  que  la  Calatea  de  Cervantes, 
puesta  aquí  al  parecer  entre  las  fingi- 
das, fué  su  mujer  Doña  Catalina  Pala- 
cios de  Salazar;  respecto  de  Idi  Arcadia, 
puede  observarse  que  Belisa,  dama  que 
en  ella  celebra  Lope  de  Vega,  es  ana- 
grama del  nombre  de  su  primera  mu- 

(a)  Acto  II,  esc.  II.  —  (é)  Alivio  II. 
28 


434 


DON    QUIJOTE    DK    LA    MANCHA 


las  tiendas  de  los  barberos,  los  teatros  de  las  comedias  estáíi  llenos, 
fueron  verdaderárhenle  damas  de  caí-ne  y  hueso,  y  de  aquellos  que 
las  celebran  y  celebraron  ?  No  por  cierto,  sino  que  las  más  se  las 
fingen  por  dar  sujeto  íi  sus  versos,  y  porque  Ids  terig-an  por  ena- 
morados y  por  hombres  que  tienen  valor  para  serlo  ;  y  así  bástame 
á  mí  pensar  y  creer  que  la  buena  de  Aldonza  Lorenzo  es  hermosa 
y  honesta  ;  y  lo  del  linaje  importa  poco,  que  no  han  de  ir  á  harer 
lá  información  del  para  darle  algún  hábito,  y  yo  me  hago  cuenta 
que  es  la  más  alta  Princesa  del  mundo.  Porque  has  ae  saber, 
Sancho,  si  no  lo  sabes,  que  dos  cosas  solas  incitan  á  amar  más  que 
otras \  que  son  la  mucha  hermosura  y  la  buena  fama,  y  estas  dos 
cosas  se  hallan  consumadamente  en  Dulcinea,  porque  en  ser  her- 
mosa ninguna  le  iguala,  y  en  la  buena  fama  pocas  le  llegan  ;  y  para 
Concluir  con  todo,  yo  imagino  que  todo  lo  que  digo  es  así,  sin  que 
sobre  ni  falte  nada  ;  y  pintóla  en  mi  imaginación  como  la  deseo  así 
en  la  belleza  como  en  la  principalidad  ^;  y  ni  la  llega  Elena,  ni  la 
alcanza  Lucrecia  ^,  ni  otra  alguna  de  las  famosas  mujeres  de  las 


jer  Doña  Isabel  de  Urbina ;  y  que  los 
elogios  de  la  Arcadia  tuvieron  objeto 
real  y  no  fantástico  ni  fingido,  lo  indi- 
có el  mismo  Lope  en  la  dedicatoria  de 
la  segunda  parte  de  sus  Rimas  ú  Don 
Juan  de  Aryuijo. 

Ya  desde  muy  antiguo  fué  conocida 
y  practicada  la  galantería  de  celebrar 
los  poetas  á  sus  damas  bajo  nombres 
supuestos.  Lope  de  Vega  hizo  á  este 
propósito  un  soneto,  que  es  el  secundo 
entre  los  que  publicó  con  el  nombre 
de  Tome  de  Burguitlos,  y  dice  asi  : 

Celebró  de  Amarilis  la  hermosura 
Virgilio  en  su  Bucólica  divina. 
Propeicio  de  su  Cintia,  y  de  Coriua 
Ovidio  en  oru,  en  rosa,  en  nieve  pura. 

Catulo  de  su  Lesbia  la  escultura 
Á  la  inmortalidad  pórfido  inclina, 
Petrarca  por  el  mundo  peregrina 
Constituyó  de  Laura  la  figura. 

Yo,  [lues  amor  me  manda  que  presuma 
De  la  tiumilde  prisión  de  tus  cabellos, 
Poeta  montañés  con  ruda  pluma, 

Juana,  celebraré  tus  ojos  bellos, 
Que  vale  más  de  tu  jabón  la  espuma 
Que  todas  ellas  y  que  todos  ellos. 

Esta  costumbre  llegó  á  vulgarizarse 
con  e.xceso,  y  Cervantes  trató  de  ridi- 
culizarla enla7'ra^7nd¿ica  de  Apolo. que 
publicó  por  apéndiceá  su  Viaje  al  Par- 
rta.^so, donde,  entre  otrosprivüegios  con- 
cedidos á  los  poetas  españoles,  se  lee  : 


Jtem,  que  el  más  pobre  poeta  del  mun- 
do, como  no  sea  de  los  Adanes  y  Matu- 
salenes, pueda  decir  que  es  enamorado, 
aunque  no  lo  esté,  y  poner  el  nombre  á 
su  dama  como  más  le  viniere  d  cuento, 
llamándola  Amarili,  ora  Anarda,  ora 
Clori,  ora  Filis,  ora  Filida,  ó  ya  Juana 
Téllez  ó  como  más  gustare,  sin  que  deslo 
se  le  pueda  j/edir  ni  pida  razón  alquna. 
Se  ve  que  Cervantes,  cuando  escribió 
la  Pragmática  de  Apolo,  no  tenia  olvi- 
dado el  asunto  del  presente  pasaje  de 

su  QUUOTE. 

1.  Sobra  la  palabra  soíos,  que  debilita 
y  obscurece  el  sentido.  Ó  se  le  olvidó 
suprimirla  á  Cervantes  en  su  original, 
ó  se  introdujo  malamente  al  impri- 
mirlo. 

2.  Palabra  de  la  clase  de  las  fácil- 
mente formables,  pero  que  no  ha  obte- 
nido la  aceptación  suficiente  en  el 
tribunal  del  uso  para  pasar  al  leíiguaje 
común.  Significa  la  calidad  de  la  per- 
sona que  es  de  linaje  principal,  como  si 
dijéramos  nobleza,  ilustre  prosapia. 

3.  Elena  fué  mujer  de  Menelao,  l\ey 
de  Lacedemonia,  y  célebre  por  su  lier- 
moí^ura.  Páris,  hijo  de  Príamo,  estando 
hospedado  en  casa  de  Menelao,  la  robó 
y  condujo  á  Troya,  donde  reinaba 
su  padre.  De  este  agravio  hecho  á 
Menelao  formaron  queja  común  los 
Reyes  griegos,  y  se  confederaron  para 


PniMEHA    r'AKTIi.    —    CAPÍTULO    XXV  435 

edades  pretéritas  jariega,  bárbara  ó  latina  \-  y  diga  cada  uno  lo 
(juo  quisiere,  que  si  por  esto  fuere  reprendido  de  los  ignorantes, 
no  seré  castigado  de  los  rigurosos.  Digo  que  en  todo  liene  vuestra 
merced  i'a/ón,  n^sponilió  Sandio,  y  <|ue  soy  un  asno.  Mas  no  sé  yo 
para  (¡ué  nombro  asnoen  mi  boca, pues  no  se  hade  nionlar  la  soga 
en  casa  del  ahorcado  ;  pero  venga  la  carta,  y  ú  Dios,  que  me  raudo  ^. 
Sacó  el  libro  de  memoria  D.  Quijote,  y  apartándose  á  una  parte, 
con  mucho  sosiego  cornenzó  á  escribir  la  carta,  y  en  acabándola 
llanu)  á  Sancho, y  le  dijo  que  se  la  quería  leer  porque  la  tomase  de 
memoi'ia,  si  acaso  se  le  perdiese  por  el  camino  ^,  porque  de  su  des-, 
dicha  todo  se  podía  temer.  Á  lo  cual  respondió  Sancho:  Escríbala 
vuestra  merced  dos  ó  tres  Veces  ahí  en  el  libro  ',  y  démele,  qué  yo 
le  llevaré  bien  guardado,  porque  pensar  que  yo  la  he  de  tomar  en 
la  memoria,  es  disparate,  que  la  tengo  tan  mala  que  muchas  veces 
se  me  olvida  cómo  me  llamo  ;pero  con  todo  eso:  dígamela,  que  me 
holgaré  mucho  de  oílla-\  que  debe  de  ir  como  de  molde  *.  Escucha, 
que  así  dice,  dijo  D.  Quijote  : 


vengarlo,  como  lo  consiguieroa  con  la 
ruina  de  Troya. 

Otro  nial  huésped,  Sexto  Tarquinio, 
hijo  del  Hey  de  Roma,  violó  la  castidad 
de  Lucrecia,  niatrona  romana,  mujer  de 
Cülalino.  Lucrecia  se  dio  la  muerte  ¿pre- 
sencia de  su  padre  y  de  su  marido,  des- 
pués de  haberles  exigido  la  promesa  de 
vengarla,  que  se  cumplió  con  el  des- 
tronamiento y  expulsión  de  la  familia 
de  los  Tarquinios. 

i.  L  'S  edades  no  son  gricEras,  ni  lati- 
nas, ni  bárbaras  ;  tales  epitetos  no  son 
de  edades,  sino  de  naciones.  Acaso  diría 
el  original  gr/er/ati,  bárbaras  ó  latinas, 
concertando  con  mujeres  y  no  con 
edades.  —  Paréceme  que  en  esta  expre- 
sión tuvo  presente  Cervantes  la  de  Bo- 
cado al  fin  de  su  tratado  de  las  Ilustres 
mujeres  traducido  por  el  Canciller 
D.  Pedro  López  de  Ayala,  donde  se  lee  : 
En  el  principio  a^az  protesté  de  no 
querer  escribir  de  todas  las  excelentes 
é  claras  mujeres  que  ovo  en  el  mundo, 
porque  el  libro  fuera  muy  prolijo...  Be 
las  qeníiles,  griegas,  lalinasé  bárbaras, 
habernos  escripia  lo  que  nos  haparecido 
más  digno  de  memoria. 

2.  Expresión  familiar  picaresca,  pro- 
pia de  quien  se  despide  para  irse  á  otra 
parte,  que  esto  es  mudarse,  hablándose 
de  la  casa  en  que  se  habita. 

'i.  Debiera  ser  por  si  acaso.  Quedaría 
más  correcto   el  pasaje  poniéndose   : 


Se  la  quería  leer  (la  carta)  para  que  la 
tomase  de  memoria,  por  si  acaso  se  le 
perdiese  en  el  camino. 

4.  Sandez  que  hace  reír  al  lector.  En 
vez  deque  se  le  leyese  dos  ó  tres  veces 
ia  carta  para  tomarla  de  memoria,  pro- 
ponía Sancho,  como  cosa  equivalente, 
que  se  escribiese  dos  ó  tres  veces  en 
el  librillo. 

o.  En  la  edición  de  160S,  que  siguió  en 
su  última  la  Academia  Española,  se 
omitió  el  vuestra  merced  que  se  había 
expresado  en  la  de  160o,  donde  «e  lee  : 
Dígamela,  vuestra  merced :  y  así  era  más 
propio  del  respeto  y  cortesía  con  que 
Sancho  solía  y  debía  tratar  á  su  amo. 
Yo  no  sé  de  dónde  nació  la  persuasión 
de  que  era  forzoso  seguir  exclusiva- 
mente en  las  ediciones  modernas  del 
Quijote  alguna  determinada  de  las 
antiguas.  Éstas  pudieron  y  debieron 
mirarse  como  otros  tantos  códices  ó 
copias,  entre  cuyas  lecciones,  cuando 
varían,  debió  escogerse  la  más  verosí- 
mil :  y  la  presunción  está  á  favor  de  la 
mejor. 

6.  Como  de  molde  no  significa  aquí 
como  conviene,  como  piden  las  cir- 
cunstancias, que  es  lo  que  significa 
muchas  veces,  sino  como  si  fuese  de 
letra  de  molde,  aludiéndose  á  la  per- 
fección y  autoridad  que  el  vulgo  igno- 
rante atribuye  á  todo  lo  que  ve  im- 
preso. 


436 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


CARTA    DE    D.    OUIJOTE    A    DULCINEA    DEL    TOBOSO 


SORKKA.NA    Y   ALTA    SEN'OHA 


El  ferido  de  punta  de  ausencia,  y  el  llagado  de  las  telas  del  corazón^ 
dulcísima  Dulcinea  del  Toboso,  te  envía  la  salud  que  él  no  tiene.  Si 
tu  fertnosura  me  desprecia,  si  tu  valor  no  es  en  mi  pro,  si  tus  des- 
denes son  en  mi  a/incamiento,  magíier  que  yo  sea  asaz  de  sufrido, 


1.  Puede  repararse  que  la  caria  ;i 
Dulcinea  está  en  prosa,  cuando  en  el 
capitulo  XXlll  había  dicho  nuestro 
caballero  que  seria  en  verso  de  arriba 
abajo.  En  ella  se  afecta  el  lenguaje 
anticuado  y  el  estilo  conceptuoso  de  los 
libros  caballerescos.  Florisel,  después 
de  vencer  y  perdon-r  la  vida  al  arro- 
gante Brucerbo,  Rey  de  Gaza,  que 
habia  ofrecido  ;i  Sidonia,  Reina  de 
Guindaya,  llevarle  la  cabeza  de  Flo- 
risel, le  envi(')  á  Sidonia  con  una 
carta  que  :  Soberana  y  hermosa  Reina  : 
D.  Florisel  de  Ni(jiiea,  etc.  La  salud 
que  quitarme  querías,  te  enrío  con 
dalla  al  que  me  la  quería  quitar, 
para  acrecenlatla  mus  en  La  obligación 
de  tu  servicio  (a).  Cuando  Oriana 
dirigió  á  Aniadis  la  carta  en  que  le 
mandaba  no  parecer  más  ante  ella, 
ni  en  parte  donde  ella  estuviese, 
que  fué  la  ocasión  de  retirarse  el 
desdeñado  caballero  A  la  Peña  Pobre, 
puso  lo  siguiente  en  el  sobrescrislo  : 
Yo  soy  la  doncella  ferida  de  punta 
de  espada  por  el  corazón,  y  vos  sois 
el  que  me  ferisles  (b).  En  la  Histo- 
ria del  Caballero  de  la  Cruz  (c)  se  lee 
la  siguiente  carta  de  Leandro  el  Bel  á 
su  señora  :  El  Caballero  de  Cupido  á  la 
sin  par  Princesa  Cupidea  da  salud.  — 
Si  alguna  me  queda,  quedando  privado 
del  resplandor  de  tu  divina  vista,  con... 
verme  agora  ansí  como  alanzado  de 
tan  divino  favor,  no  sé  que  me  hacer, 
salvo  dar  fin  á  esta  mísera  vida  para 
acabar  de  pasar  tantos  males  como  con- 
tinuo padezco  ;  y  si  en  esto  no  piensa 
vuestra  merced...  mándeme  enviar  la 
muerte,  porque  será  muy  bien  venida. 
En   la    Historia   de  D.  Olivante  {d)  se 

(a)  Florisel,  part.  III,  cap.  XIII.  —  (6) 
Amadis  de  Gnula,  cap.  XLIV.  —  (c)  LÍb. 
II,  ca;).  LXXIII.  -  (rf)  Lib.  III,  cap.  X. 


copia  una  carta  que  le  escribió  su 
señora,  y  empieza  así  :  La  Princesa 
Lucenda,  á  quien  la  ventura  en  su 
mayor  alegría  le  mostró  la  más  crecida 
tristeza,  al  descuidado  Pi'íncipe  de 
Macedonia  la  salud  que  con  su  ausen- 
cia le  falta,  con  tuda  voluntad  envía. 
La  Reina  Arsace,  escribiendo  á 
Medoro,  de  quien  estaba  enamorada, 
le  decía  : 

...  Al  bello  Rey  del  mundo  amado 
La  Heina  de  lo  i'nás  que  el  sol  rodea 
Le  envía  la  salud  que  se  desea  {a]. 

Hallándose  Tirante  el  Blanco  ausente 
y  enfermo,  envió  ú  su  escudero  Hipólito 
con  una  carta  piíraCarmesina  en  que  con- 
cluía pidiendo  á  su  señora  que  le  dijera  si 
quería  que  viviese  ó  muriese,  pues  en 
ambos  casos  estaba  dispuesto  á  obede- 
cerle (6).  El  principio  de  la  carta  de 
Fausto  á  Gardenia  en  la  Diana  del 
Salmantino  (c),  es  así  :  Salud  te  envía 
el  que  para  si  ni  la  tiene  ni  la  quiere,  si 
ya  de  tu  sola  mano  no  le  viniese.  Este 
pensamiento  y  casi  con  las  mismas 
palabras  puso  Cervantes  en  la  carta  de 
Timbrio  á  Nísida  en  el  libro  III  de  la 
Calatea  : 

Salud  te  envía  aquel  que  no  la  tiene, 
Nisida,  ni  la  espera  en  tiempo  al{?uno 
Si  por  tus  misiñas  manos  no  le  viene. 

Otra  carta  de  D.  Diego  Hurtado  de 
Mendoza,  que  también  hubo  de  tener 
presente  Cervantes,  empieza  : 

Á  Marfisa  Damón  salud  envía. 
Si  la  i)uede  enviar  quien  ac  la  tiene. 
Ni  la  es¡)era  tener  por  otra  vía. 


(a)  Barahona.  Angélica,  canto  11.  —{b)  Ti- 
rante, pai'te  III.  —  (cj  Lib.  11. 


PniMEUA    PARTK.    —    CAPÍTULO    XXV 


437 


mal  po(/rc  .snstcnenne  en  esta  cutía,  que  además  de  ser  fuerte  es 
muí/  duradera.  Mi  buen  escudera  Sancho  te  dará  entera  relación 
i  oh  bella  iiifjrata,  amada  onenñ¡/a  mía!  del  modo  que  por  tu  causa 
quedo  ;  si  (justares  de  acorrerme,  tuyo  soy,  y  si  no  haz  lo  que  te 
viniere  en  gusto,  que  con  acabar  mi  vida  habré  sa1is.fecl'0  á  tu 
crueldad  y  á  mi  deseo. 

Tuy(t  hasta  la  miif;rto, 

El  Caballero  de  la  Triste  Fiyura. 

Por  vida  de  mi  padre,  dijo  Sancho  en  oyendo  la  caria,  que  es  lá 
más  alta  cosa  que  jamás  he  oído  ;  pesia  á  mí,  y  cómo  que  le  dice 
vuestra  merced  ahí  Lodo  cuanto  quiere,  y  qué  bien  que  encaja  en 
la  firma  FA.  Caballero  de  la  Triste  Figura.  Digo  de  verdad,  que  es 
vuestra  merced  el  mcsmo  diablo,  y  que  no  hay  cosa  que  no  sepa. 
Todo  es  menester,  respondió  D.  Quijote,  para  el  oficio  que  yo 
traií^O-  Ea  pues,  dijo  Sancho,  ponga  vuestra  merced  en  esotra 
vuelta  la  cédula  de  los  tres  pollinos,  y  fírmela  con  mucha  claridad  \ 
p()r(iue  la  cono/xan  en  viéndola.  Oue  me  place,  dijo  D.  Quijote,  y 
habiéndola  escrito  se  la  leyó,  que  decía  así : 

Mandará  vuestra  merced  por  esta  primera  de  poUÍ7>os^,  señora 
Sobrina,  dar  á  Sancho  Panza  mi  escudero,  tres  de  los  cinco  que 
dejé  en  casa,  y  están  á  cargo  de  vuestra  merced  :  los  cuales  tres 
pollinos  se  los  mando  librar  y  pagar  por  otros  tantos  aquí  recibidos 
de  contado  que  con  esta  y  con  su  carta  de  pago  serán  bien  dados. 
Fecha  en  las  entrañas  de  Sierramorena,  á  veinte  y  dos  de  Agosto"^ 
deste  presente  año. 


1.  Sale  aquí,  como  siempre  que  se 
habla  de  este  asunto,  el  carácter  inte- 
resado de  Sancho,  que  recelaba  perder 
la  manda  de  los  tres  pollinos. 

2.  Festiva  imitarii'm  de  las  fórmulas 
acostumbradas  en  las  letras  de  cambio 
y  documentos  semejantes  de  comercio, 
aplicadas  á  una  libranza  asnal.  Tam- 
bién hace  reír  la  entrega  de  tres  polli- 
nos que  se  supone  hecha  de  contado 
en  las  entrañas  de  Sierra  Morena  á 
D.  Quijote, y  el  recibo  que  éste  da  de  los 
pollinos,  como  si  fueran  maravedís. 

3.  Este  día  sf3ñalaron  las  dos  edicio- 
nes de  la  primera  parte  del  Quijote. 
hechas  en  el  año  de  IGO.0,  sin  que  se 
alcance  el  motivo  de  haberse  puesto 
veinte  y  siete  en  la  edición  de  1608,  he- 
cha á  vista  de  Cervantes.  D.  Vicente 
de  los  Ríos  tomó  la  fecha  de  las  prime- 


ras ediciones  por  fundamento  de  su 
plan  cronológico  del  Quijote;  y  por  la 
cuenta  que  después  hace,  conforme  en 
todo  con  la  narración  de  Cervantes, 
saca  que  el  día  veintidós  de  Agosto  era 
el  veintiséis  de  la  acción  de  la  fábula, 
deduciendo  de  aquí  que  la  salida  de 
nuestro  hidalgo  fué  el  veintiocho  de 
Julio.  Pero  la  novedad  del  veintisiete 
de  Agosto  trastorna  enteramente  la 
cronología,  pues  entonces  debía  seña- 
larse la  salida  dentro  del  mismo  mes 
de  Agosto,  siendo  así  que  el  capítulo  II 
en  que  se  refiere,  expresa  que  era  vno 
de  los  días  calurosos  del  77ies  de  Julio. 
Estando  á  raciocinios  y  consecuencias, 
debe  considerarse  como  error  la  nueva 
fecha  que  se  estampó  en  la  edición  de 
1608,  y  hacerse  cargo  deélá  Cervantes, 


438  DON    QIUOTF.    DE    I,A    MANCHA 

Buena  está,  dijo  Sancho  ;  fírmela  vuestra  merced.  No  es  menes- 
ter íirmarla,  dijo  D.  Quijote,  sino  solamente  poner  mi  rúbrica, 
que  es  lo  mismo  que  firma',  y  para  tres  asnos  y  aún  para  trescientos 
fuera  bastante.  Yo  meconfiodc  vuestra  merced, respondió  Sancho; 
déjeme,  iré  á  ensillar  á  Rocinante,  y  aparéjese  á  echarme  su  bendi- 
ción, que  luego  pienso  partirme  sin  ver  las  sandeces  que  vuestra 
merced  ha  de  hacer,  que  yo  diré  que  le  vi  hacer  tantas,  que  no 
quiera  más.  Por  lo  menos  quiero,  Sancho,  y  porque  es  menester 
asi,  quiero,  digo,  que  me  veas  en  cueros  y  hacer  una  ó  dos  doce- 
nas de  locuras,  que  las  haré  en  menos  de  media  hora,  porque  ha- 
biéndolas tú  visto  por  tus  ojos,  puedas  jurar  á  tu  salvo  en  las 
demás  que  quisieres  añadir;  y  aseguróte  que  no  dirás  tú  tantas 
cuantas  jo  pienso  hacer.  Por  amor  de  Dios,  señor  mío,  que  no  vea 
yo  en  cueros  á  vuestra  merced,  que  me  dará  mucha  lástima,  y  no 
podré  dejar  de  llorar,,  y  tengo  tal  la  cabeza  del  llanto  que  anoche 
hice  por  el  ru("io^  que  no  estoy  para  meterme  en  nuevos  lloros;  y 
si  es  que  vuestra  merced  gusta  de  que  yo  vea  algunas  locuras, 
hágalas  vestido,  breves,  y  las  que  le  vinieren  más  á  cuento.  Cuanto 
más,  que  para  mí  no  era  menester  nada  deso,  y  como  ya  tengo 
dicho,  fuera  ahorrar  el  camino  de  mi  vuelta,  que  ha  de  ser  con  las 
nuevas  que  vuestra  merced  desea  y  merece ;  y  si  no,  aparéjese  la 
señora  Dulcinea,  que  si  no  responde  como  es  razón,  voto  hago 
solene  á  quien  puedo,  que  le  tengo  de  sacar  la  buena  respuesta  del 
estómago  á  coces  y  á  bofetones.  Porque  ¿  dónde  se  ha  de  sufrir 
que  un  caballero  andante  tan  famoso  como  vuestra  merced  se 
vuelva  loco  sin  qué  ni  para  qué  por  una  ?...  no  me  lo  haga  decir 
la  señora,  porque  por  Dios  que  despotrique  y  lo  eche  todo  á  doce, 
aunque  nunca  se  venda  ^ ;  bonico  soy  yo  para  eso ;  mal  me  conoce, 

1.  La  firma  es  el  nombre  escrito  de  daba  ocasión  á  multiplicar  las  firmas, 

mano  propia;  la  rúbrica  es  el  signo  ó  solía  ponerse  sólo  la  rúbrica.  D.  Ch'ijole 

figura  caprichosa  que  se  añade  al  nom-  daba  aquí  importancia  y  autoridad  á 

bre,  y  es  una  especie  de  marca,  como  la   suya,  diciendo    que   equivalía   á  la 

lo  era  el  sello  del  anillo  entre  los  anti-  firma,  y  que  la  excusaba, 

guos,  ó   más   bien   un  jeroglífico  que  2.  No  fué  el  llanto  de  noche,  según 

indica,  no    el  nombre    de  la  persona,  se  expresa  en   este  lugar,  sino   por  la 

como  la  firma,  sino  la  persona  misma.  mañana  del  día   anterior,  después   de 

Dijose  firma  del  latino  firmare  y  rú-  amanecer,  como   se   dijo  en  el  capítu- 

brica  de  roborare:  uno  y  otro  vienen  á  lo  XXI 11  :  mlió  el  aurora  alegrando  la 

significar  lo   mismo.  Como  la  rúbrica  tierra,  y  entristeciendo  á  Sandio,  por- 

ftarece  más  difícil  de  contrahacer  que  que  halló  menos  su  rucio:  elcual,vién- 

as  letras,  se  creyó  que  añadía  mayor  dase  sin    él.  comenzó   rí  hacer  el  más 

fuerza  á   la  firma:   y  como  la  de  los  triste  y  doloroso  llanto  del  mundo. 

grandes  señores  debe  ser  más  conocida,  3.  Echémoslo  á  doce,  siquiera  nunca 

por  esto  ó  por  no  saber  firmar  de  otro  se    venda  :  refrán  antiguo   castellano, 

modo,  ó  por  evitar  la  molestia  cuando  que  se  encuentra   ya  en  la  colección 

la  multitud  de  los  negocios  y  despachos  que  á  ruego  del  Rey  D.  Juaa  el  II  formó 


IMtIMFIU    PAKTr;.    —   CAIM'tIÍ.O   XXV  439 

piu'S  á  foque  si  nio  conociese,  que  nio  ayunase'.  Á  f e  Sancho^, 
ilijo  IJ.  Quijote,  queá  lo  que  parece  no  estás  tú  miís  cuerdo  que 
yo.  No  estoy  tan  loco,  responclió  Sancho,  tnns  (ísloy  más  coIí'tíco; 
perodcjanilo  esto  a})arlo,  ¿(jué  (!s  lo  i\uc  ha  <lc  comer  vu(!slra  mcr- 
cetl  en  lauto  (|uc  yo  vuelvo  ?  /,  lia  do  salir  al  cainino  como  Oardcuio 
á  quitárselo  á  los  pastores  ?  No  te  do  pena  ese  cuidado,  respondió 
D.  Quijote,  porque  aun{[ue  tuviera,  no  comiera  otra  cosa  que  las 
hierbas^  y  frutos  que  este  prado  y  estos  árboles  me  dieren,  que  la 
fineza  de  mi  negocio  está  en  no  comer  y  en  hacer  otras  asperezas. 
Á  esto  dijo  Sancho  :  ¿Sabe  vuestra  merced  qué  temo?  Oue  no 
tengo  de  accMlar  á  volver  á  este  lugar  donde  ahora  le  dejo,  según 
está  escondido. Toma  bienlas señas,  que  yo  procuraren©  apartarme 
destos  contornos, dijo  D.  Quijote, y  aun  tendré  cuidado  de  subirme 
por  estos  más  altos  riscos,  por  ver  si  te  descubro  cuando  vuelvas  ; 
cuanto  niás,  que  lo  más  acertado  será,  para  que  no  me  yerres  y  te 
pierdas,  que  corles  algunas  retamas  de  las  muchas  que  por  aquí 
hay,  y  las  vayas  poniendo  de  trecho  á  trecho  hasta  salir  á  lo  raso, 
las  cuales  te  sprvirán  de   mojones  y  señales  para  que  me  halles 


el  Marqués  {Je  Santillana,  y  en  otras 
colecciones  posteriores.  Úsase  en  oca- 
siones de  enojo  y  despecho,  cuando  se 
quiere  atropellarlo  todo  y  meterlo  á 
barato.  Uno  de  los  espadachines  de  la 
cofradía  de  AÍonipodio  decía  á  su  que- 
rida en  la  novela  de  lUiicnnete  y  Corta- 
dillo :  Por  Dios-,  que  voy  oliendo,  que 
lo  tengo  de  echar  lodo  á  doce,  aunque 
nunca  se  venda. 

1.  Expresión  familiar,  tener  miedo, 
tratar  con  siinw  i  espelo:  se  toma  del 
ayuno  que  precede  á  ciertas  festivida- 
des eclesiásticas,  en  demostración  es- 
pecial de  culto  y  veneración  á  algún 
Santo. 

2.  Procurando  Gandalín,  escudero 
de  Araadís  de Gaula,  consolar  á su  amo, 
cuando  estuvo  desdeñado  de  su  señora, 
con  algunas  razones  que  manifestaban 
poco  aprecio  de  Oriana  (ni  más  ni  me- 
nos como  aquí  lo  hacía  Sancho  con 
Dulcinea),  le  contestó  con  ceño  Amadis 
en  estos  términos  :  si  yo  no  entendiese 
que  por  me  conhortar  lo  has  dicho,  yo 
te  tajaría  la  cabeza  :  y  sábete  me  has 
hecho  muy  r/ran  enojo,  y  de  aquí  ade- 
lante no  seas  osado  de  me  decir  lo 
semejante  (a).  D.  Quijote  anduvo  en  la 
presente  ocasión  más  blando  y  sufrido 


con  su  escudero  que  Aniadís  con  ei 
suyo.  En  otro  pasaje  de  la  segunda 
parte,  en  que  Sancho  despotricó  tam- 
bién contra  Dulcinea,  su  amo  se  con- 
tentó con  decirle  con  voz  no  muy  des- 
mayada ;  calla,  y  no  digas  blasfemias 
contra  aquella  encantada  señora  {a). 
Y  antes  de  esto,  la  noche  que  entraron 
en  el  Toboso,  maldiciendo  Sancho  el 
alcázar  de  Dulcinea,  le  decía  D.  Qui- 
jote (b) :  habla  con  respeto.  Sancho,  de 
las  cosas  de  mi  señora,  y  tengamos  la 
fiesta  en  paz,  y  no  arrojemos  la  soga 
Iras  el  caldero.  El  furor  de  nuestro  hi- 
dalgo no  pasó  entonces  de  amenazas 
de  refrán :  pero  no  fué  así  siempre, 
como  puede  leerse  en  el  capítulo  XXX 
de  esta  primera  parte. 

El  licenciado  Avellaneda,  autor  del 
espurio  l>.  Quijote,  quiso  en  su  capi- 
tulo  II  imitar  el  enojo  y  lenguaje,  algo 
tosco  á  la  verdad,  de  Sancho  en  la 
ocasión  presente  contra  Dulcinea;  pero 
no  hizo  más  que  sobrecargarlo  de  un 
modo  grosero  é  indecente. 

3.  Como  ya  dijo  D.  Quijote  en  el  ca- 
pítulo X  qué  solían  hacerlos  caballeros 
andantes,  y  como  recelaba  allí  mismo 
Sancho  que  tendría  que  hacerlo  su 
amo  algún  día. 


(a)  Amadis  de  Gaula-  cap.  XLVIII. 


{a)  Cap.  XT.  -  (6)  Ib.,  cap.  IX 


440  DON    QUIJOTE    DE   LA    MANCHA 

cuando  vuelvas  \  á  imilacióii  del  hilo  del  laherinLo  de  Perseo-. 
Así  lo  haré,  respondió  Sancho  Panza,  y  corlando  algunas,  pidió  la 
bendición  á  su  señor,  y  no  sin  muchas  lágrimas  de  entrambos  se 
despidió  del;  y  subiendo  sobre  Rocinante,  á  quien  D.  Quijote 
encomendó  mucho',  y  que  mirase  por  él  como  por  su  propia  per- 
sona*, se  puso  en  camino  del  llano  ^,  esparciendo  de  trecho  á  trecho 


i.  En  el  romance  viejo  del  Marqués 
de  Mantua  se  leflere,  que  yendo  .i  ca/.a 
apartado  de  ios  suyos  y  exliviviado  tn 
la  Floresla  sin  ventura,  oyó  los  lamen- 
tos y  plegarias  de  su  sobrino  Baldo- 
vinos  : 

Cuando  aquesto  oyó  el  Marqués, 
Luego  se  fuera  á  apartare  ; 
Revolvióse  el  manto  al  brazo, 
La  espada  fuera  a  sacare. 
Apartado  del  camino 
Por  el  monte  fuera  a  entrare ; 
Hacia  do  sintió  la  voz 
Empieza  de  caminare ; 
I-,as  rarnas  iba  cortando 
Para  la  vuelta  acertare. 

2.  La  semejanza  de  los  dos  nombres 
de  Perseo  y  Teseo  ocasionó  el  error  con 
que  Cervantes  puso  uno  por  otro.  No 
fué  Perseo,  sino  Teseo,  el  que  acabó 
la  aventura  del  laberinto  de  Creta  con 
el  au.xilio  del  hilo  que  le  dio  Ariadna. 
El  Doctor  Bowle,  que  no  pudo  menos 
de  advertir  el  error,  quiso  al  parecer 
paliarlo,  diciendo  que  Cervantes  aludió 
á  cierto  pasaje  de  las  Metamorfosis  de 
Ovidio  (a),  en  que  Perseo  cuenta  que 
penetró  por  lugares  extraviados  y  ho- 
rrorosos hasta  la  morada  de  las  Gorgó- 
nidas,  donde  cortó  la  cabeza  á  Medusa, 
que  se  hallaba  dormida ;  pero  en  lo 
de  Perseo  no  hubo  hilo  ni  laberinto, 
cuya  mención  no  puede  dejar  duda  de 
que  se  habla  aqui  del  suceso  de  Teseo. 
Y  que  fué,  no  ignorancia  sino  descuido 
de  Cervantes,  se  ve  por  la  expresión 
del  capitulo  XLVIII  de  esta  primera 
parte,  en  que  el  mismo  D.  Quijote,  que 
aquí  habla  del  laberinto  de  Perseo,  le 
dice  á  Sancho  que  los  encantadores 
habrían  tomado  ciertas  formas  para 
ponerte,  le  dice,  en  un  laberinto  de  ima- 
ginaciones, que  no  aciertes  á  salir  del 
aunque  tuvieses  la  soga  de  Teseo. 

La  edición  de  Londres  de  1138  corri- 
gió  el  error,  y  puso  Teseo.  Pellicer  imitó 
á  los  editores  de  Londres,  y  la  Acade- 


mia siguió  á  Pellicer  en  su  última  edi- 
ción del  año  1819.  No  sé  si  la  correc- 
ción estuvo  bien  hecha  ;  porque  el 
defecto  no  era,  como  otros,  de  im- 
prenta, sino  del  autor  ;  y  asi  como  los 
de  la  primera  clase  pudieron  y  debie- 
ron corregirse,  así  también  los  de  la 
segunda  debieron  conservarse,  al  modo 
que  con  mucha  razón  se  conser\'ó  el 
error  cometido  en  el  prólogo  de  la  pri- 
mera parte,  donde  se  puso  Calón  por 
Nasón,  y  el  del  capitulo  VII,  donde  se 
puso  D.  Luis  de  Avila  por  D.  Luis  Za- 
pata. En  tales  casos  parece  que  los 
editores  deben  dejar  el  error,  y  conten- 
tarse con  advertirlo. 

3.  Falta  el  pronombre  :  á  quien  Don 
Quijote  le  encomendó  mucho  :  de  otra 
suerte  parece  que  Rocinante  era  á  quien 
se  hacia  el  encargo.  —  Nótese  al  pro- 
pio tiempo  en  este  pasaje  el  uso  del 
relativo  quien,  que  es  propio  de  perso- 
nas, y  aquí  se  aplica  á  un  animal. 

4.  Esle  ridículo  encarecimiento  del). 
Quijote  recuerda  el  encargo  que  el  pri- 
mer dia  de  su  salida  hizo  al  ventero, 
diciéndole  que  tuviese  mucho  cuidado 
de  su  caballo,  porque  era  la  mejor 
pieza  que  comía  pan  en  el  mundo  (a). 
El  aprecio  y  amor  de  su  caballo  era 
prenda  propia  de  caballero  andante,  y 
de  ello  dio  ejemplo  Reinaldos  de  Mon- 
talbán,  que,  habiéndosele  escapado  su 
caballo  Rayarte  por  el  accidente  que 
cuenta  Ariosto  en  el  canto  33,  deter- 
minó ir  á  buscarlo  desde  Francia  nada 
menos  que  hasta  á  la  India,  donde 
creía  encontrarlo  (b).  Los  disturbios, 
contiendas,  combates  y  varios  aconte- 
cimientos que  sobre  la  posesión  de  los 
caballos  Bay.irte  y  Frontino  ocurrieron 
entre  caballeros  y  paladines,  se  men- 
cionan con  extensión  en  varios  pasajes 
de  los  poemas  de  Boyardo  y  Ariosto. 

5.  Del  llano  ó  llanuras  déla  Mancha, 
por  contraposición  á  las  cumbres  de 
Sierra  Morena,  donde  se  hallaban. 


(a)  Lib.  IV,  al  fin. 


(a)  Cap.  II.  -  (i)  Canto  42. 


IMIIMERA    PAinií.    —   CAPITULO    XXV 


441 


los  ramos  do  la  relama,  como  su  amo  se  lo  había  aconsejado ;  y  así 
se  luti  aunque  todavía  le  importunaba  D.  Quijote  que  le  viese 
siquiera  hacer  dos  locuras.  Mas  no  huboandado  cien  pasos,  cuando 
volvió  y  dijo  :  Digo,  señor,  (|U(?  vuestra  merced  ha  dicho  muy  bii'n\ 
que  para  (¡ue  pueda  jurar  sin  cargo  de  conciencia  <jue  le  he  visto 
hacer  locuras,  será  bien  que  vea  siquiera  una,  aunque  bien  grande 
la  he  visto  en  la  quedada  de  vuestra  merced.  ¿No  te  lo  decía  yo? 
dijo  D.  Quijote;  Espérate,  Sancho,  que  en  un  credo  las  haré^;  y 
desnudándose  con  toda  priesa  los  calzones, quedó  en  carnes-'  y  en 
pañales,  y  luego  sin  más  ni  más  dio  dos  zapatetas  en  el  aire,  y  dos 
turabas  la  cabeza  abajo  y  los  pies  en  alto,  descubriendo  cosas  que 
por  no  verlas  otra  vez,  volvió  Sancho  la  rienda  á  Rocinante,  y  se 
dio  por  contento  y  satisfecho  de  que  podía  jurar  que  su  amo  que- 
daba loco.  Y  así  le  dejaremos  ir  su  camino  hasta  la  vuelta,  que  fué 
breve. 


1.  Repetición  viciosa  del  verbo  decir. 
Ya  se  han  visto  ejemplos  de  repeticio- 
nes de  esta  clase  en  los  capítulos  pre- 
cedentes, y  se  verán  otras  muchas  en 
los  sucesivos.  No  parece  sino  que  Cer- 
vantes, en  cuya  pluma  era  tan  rico  y 
variado  el  idioma,  no  tenía  recursos 
para  explicar  las  cosas  sin  repetir  las 
mismas  palabras,  i  Tan  poca  era  la 
atención  con  que  escribía  su  inimitable 
Quijote  ! 

2.  Credo  es  lo  que  dura  rezar  un 
credo  ;  expresión  familiar  para  denotar 
un  brevísimo  espacio  de  tiempo.  Lo 
mismo  se  significa  con  otras  expresio- 
nes, en  un  avemaria,  en  un  santiamén, 
quiere  decir,  en  el  tiempo  que  se  tarda 
en  decir  la  oración  del  Ave  María,  ó  en 
hacer  la  señal  de  la  cruz  con  la  oración 
que  suele  acompañarla. 

3.  La  expresión    de  desnudarse   los 


calzones  por  desnudarse  de  los  calzones 
viene  á  ser  de  la  misma  naturaleza  que 
cubrirse  el  herreruelo  por  cubrirse  con 
el  herreruelo,  que  se  usa  en  el  capitulo 
XXVII  de  la  primera  parte,  hablándose 
del  Gura,  y  en  el  XVIII  de  la  segunda, 
hablándose  de  D.  Quijote.  En  uno  y 
otro  caso  se  suprime  el  régimen  del 
nombre,  esto  es,  la  relación  del  nom- 
bre con  el  verbo,  á  la  manera  de  los 
helenismos  que  se  permiten  en  la  poe- 
sía latina,  suprimiéndose  las  partículas 
que  enlazan  los  nombres  con  los  ver- 
bos ó  entre  sí  :  lo  cual  es  bastante  fre- 
cuente en  Virgilio,  como  el  Os  hume- 
rosque  Deo  sÍ7nilis  que  se  dijo  de 
Eneas,  ó  el  castera  Graius  de  Aquemé- 
nides,  ó  el  tunsae  pectora  palmis  de  las 
Troyanas  (a). 

(a)  Lib.  I  y  III  de  la  Eneida. 


capítulo   XXVI 

DONDE    SE    PROSIGUEN    LAS    FINEZAS    QUE    DE    ENAMORADO    HIZO 
D.    QUIJOTE    EN    SIERRAMORENA 


Y  volviendo  á  contar  lo  que  hizo  el  de  la  Triste  Fig-ura  despuí^s 
que  se  vio  solo,  dice  la  historia,  que  así  como  D.  Quijote  acabó  de 
dar  las  tumbas  ó  vueltas  de  medio  abajo  desnudo  y  de  medio  arriba 
vestido,  y  que  vio  que  Sancho  se  había  ido  sin  querer  aguardar  á 
ver  más  sandeces,  se  subió  sobre  una  punta  de  una  alta  peña,  y 
allí  tornó  á  pensar  lo  que  otras  muchas  veces  había  pensado,  sin 
haberse  jamás  resuelto  en  ello,  y  era,  que  cuál  sería  mejor  y  le 
estaría  más  á  cuento,  imitar  á  Roldan  en  las  locuras  desaforadas 
que  hizo,  ó  á  Amadís  ^  en  las  malencónicas ;  y  hablando  entre  sí 
mismo,  decía  :  Si  Roldan  fué  tan  buen  caballero  y  tan  valiente 
como  todos  dicen,  qué  maravilla,  pues  al  fin  era  encantado,  y  no  le 
podía  matar  nadie  si  no  era  metiéndole  un  alfiler  de  á  blanca^  por 


1.  Mejor  :  las  finezas  de  enamorado 
que  hizo,  ó  las  finezas  que  hizo  de  ena- 
morado. 

2.  El  relativo  cual  está  aquí  usado 
como  neutro,  cosa  que  ordinariamente 
no  sucede  en  castellano  á  los  adjetivos 
sin  que  les  preceda  el  articulo  lo.  Bo- 
rrándose el  cual,  y  añadiéndose  un  si, 
el  que  anterior  á  cual  sería  relativo,  y 
quedaría  todo  llano  de  esta  suerte  : 
Y  era  qué  sería  mejor  y  le  estaría  más 
a  cuento,  si  imitar  á  Roldan  en  las 
locuras  desaforadas  que  hizo,  ó  ó  Ama- 
dís en  las  malencónicas. 

3.  Un  alfiler  gordo,  como  si  ahora 
dijéramos  Jtn  alfiler  de  rí  cuarto. 
Cuentan  que  Roldan  no  podía  ser 
herido  sino  por  las  plantas  de  los  pies  : 
ficcif'in  que  se  tomú  de  lo  que  la 
fábula  refiere  de  Aquiles,  á  quien  su 
madre  Tetis  hizo  invulnerable,  bañán- 


dole recién  nacido  tres  veces  en  la 
laguna  Estigia.  y  sólo  podía  ser  herido 
por  el  talón  del  pie  de  donde  le  sostuvo 
su   madre    para   meterle   en   el    agua. 

Todas  las  ediciones  dicen  que  nadie 
podía  matar  á  Roldan  sino  por  la 
punta  del  pie:  pero  es  errata  evidente 
por  la  planta  del  pie.  Y  lo  coafirma  el 
capítulo  XXXII  de  la  segunda  parte, 
donde  el  mismo  Ü.  Quijote,  hablando 
de  D.  Roldan,  dice  :  De  quien  se 
cuenta  que  no  podía  ser  ferido  sino  por 
la  planta  del  pie  izquierdo,  >/  que  esto 
había  de  ser  con  la  punta  de  un  alfiler 
gordo,  y  no  con  otra  suerte  de  arma 
alguna.  —  Esto  del  alfiler  gordo  de  ó 
blanca  fue  añadidura  festiva  de  Cer- 
vantes. 

Del  gigante  Ferragús  cuenta  la  his- 
toria de  Carlomagno  que  tenía  la 
fuerza  de  cuarenta  hombres;  que  ves- 


iTtiMKnA  i'Aini;.  —  cai-íti  i.o  xxvi  443 

la  itlanla  (l<'l  j)¡e,  y  él  traía  siempre  los  zapatos  con  siete  suelas  de 
hierro  ',  auiKpie  no  le  valieron  tretas  con  Bernardo  del  Carpió 2,  que 
se  las  (Milendió,  y  le  alionó  entre  los  brazos  en  Roncesvalles.  Pero 
dejando  en  él  lo  de  la  valentía  á  una  parte,  vcingamos  .-i  lo  de  per- 
der el  juicio,  ([ue  es  cierto  qu(í  le  perdió  por  las  señales  que  halló 
en  la  fuente-',  y  por  las  nuevas  (jue  le  el  dio  pastor  ^  de  que  Angé- 


tin  dos  arneses  uno  sobre  otro,  y  que 
no  podia  ser  herido  sino  por  el  om- 
bligit,  por  donde  con  efecto  Ío  hirió  con 
su  ¡>ufial  D.  Holdiin  (a). 

i.  D.  Quijote  confundió  aquí  lo  que 
Ariosto  cuenta  de  dos  distinguidos 
personajes,  Ferragús  y  Orlando.  Lo 
de  las  planchas  de  hierro  es  del  primero, 
y  del  segundo  el  no  poder  ser  herido 
sino  por  la  planta  del  pie.  Oigamos  al 
mismo  Ariosto  : 

Che  abbiote,  sii/nor  mió,  (¡ia  iníeso  ulimo 
Che  Ferrait  j»'r  tut/o  era  fatuto 
Fuer  che  Id  done  /'alimento  primo 
Piglia  il  bnmbin  ne!  vcntrr  ancor  serrato ; 
E  fin  che  del  sepolcro  il  tetro  limo 
La  faccia  li  coperse,  il  hioqo  ármalo 
Ihit  portar,  douera  il  dubhio,  sempre 
D)  settc  piastre  fattf  a  huone  tempre. 

Era  uguatmente  il  Principe  d'Anglante 
Tutto  fatalo,  fuor  che  in  una  parte, 
Feritn  esser  patea  sollo  le  piante. 
Ma  le  guardo  con  or/ni  sticiio  ed  arte. 
Duro  era  il  resto  lor  piti  che  diamante 
{Se  la  fama  dal  ver  no  si  diparte)  (6). 

Las  siete  planchas  qne  dice  Ariosto 
eran  para  defender  el  ombligo  de  Fe- 
rragús,  y  no  la  planta  del  pie  de  Or- 
lando, como  dijo  D.  Quijote.  No  fué 
extraño  que  éste  lo  equivocase  por  un 
efecto  del  desorden  de  su  fantasía,  así 
como  equivocó  y  desfiguró  otros  pa- 
sajes de  los  libros  caballerescos,  según 
ya  se  ha  observado  en  algunos  casos. 

2.  Gufrrero  antiguo  leonés,  de  quien 
ya  se  habló  en  el  capitulo  I,  y  que  unos 
hicieron  contemporáneo  del  Rey  D.Alon- 
so II  el  Casto,  yotros  de  D.  .VIonso  III  el 
Magno.  Nuestros  historiadores  no  ha- 
blaron de  él  hasta  el  siglo  xtii.  y  el 
Doctor  Perreras  neg('i  absolutamente  su 
existencia  :  por  lo  menos,  parece  cierto 
que  Bernardo  no  asistió  á  la  muerte  de 
Roldan  en  la  rota  de  Roncesvalles,  ni 
intervino  en  otros  sucesos  referidos 
por  los  romances  antiguos.  En  la  Cró- 
nica general  de  España  del  Rey  D.  Alon- 


so X  el  Sabio  se  mencionan  ya  los 
Cantares  de  yesta  y  los  juglares  que 
cantaban  las  hazañas  de  Beinardo, 
como  entre  los  griegos  se  cantaban  las 
de  Hércules,  y  el  siglo  pas;ido  entre 
nosotros  las  de  los  contrabandistas 
más  célebres.  Cervantes  repitió  aquí 
las  tradiciones  del  vulgo  castellano  de 
su  tiempo  en  orden  á  la  muerte  de 
Roldan,  sostenidas  por  los  romances 
viejos  que  se  habían  recogido  y  publi- 
cado en  Amberes  á  mediados  del  si- 
glo XVI ;  pero  bien  manifestó  su  juicio 
acerca  de  estas  creencias  populares 
cuando  dijo  por  boca  del  Canónigo  de 
Toledo  (o)  :  En  lo  de  que  Iiubo  Cid  no 
Jiaij  duda.,  ni  menos  Bernardo  del  Car- 
pió;  pero  de  que  hicieron  las  hazaTia- 
que  dicen,  creo  que  la  haij  rniiy  grande. 

3.  Esto  es,  en  la  gruta  donde  nacía 
la  fuente,  como  se  dijo  en  las  notas  al 
capítulo  anlerior.  —  Las  tres  primeras 
ediciones  del  Quijote,  hechas  en  el  año 
de  1603,  dos  en  Madrid  y  una  en  Va- 
lencia, pusieron  :  por  las  señales  que 
halló  en  la  fortuna.  Lo  mismo  hicieron 
las  siguientes  ;  pero  era  conocidamente 
error  de  la  imprenta,  y  como  tal  se 
corrigió  en  la  edición  de  Londres 
de  1738,  sustituyéndose  fuente  á  for- 
tuna. La  Academia  Española  adoptó  la 
enmienda  en  las  suyas.  Hubiera  sido  de 
desear,  como  ya  creo  haber  dicho 
alguna  vez,  que,  avista  de  estay  otras 
pi'uebas  del  sumo  descuido  con  que  se 
hicieron  las  primitivas  ediciones  del 
QiijOTE,  la  Academia  hubiera  empleado 
con  más  libertad  el  crédito,  de  que  tan 
justamente  goza,  para  corregir  los 
defectos  tipográficos,  que  disminuyen 
la  belleza  de  esta  admirable  fábula  y 
el  placer  y  provecho  de  sus  lectores. 

4.  Orlando,  acongojado  por  los  letre- 
ros que  había  leído  en  la  gruta  donde 
nacía  la  fuente,  montó  en  Brilladoro, 
y,  guiado  del  ladrido  de  los  perros, 
llegó  á  la  choza  ó  albergue  del  pastor 


(tt)  Cap.  LXVl.  —  (¿)  Canto  12,  est.  48  y  49.  (a)  Parte  I,  cap.  XLIX. 


444 


DON    OUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


lica  había  dormido  más  de  dos  siestas  con  Medoro,  un  morillo  de 
cabellos  enrizados  '  y  paje  de  Agramante^  ;  y  si  él  entendió  que 
esto  era  verdad,  y  que  su  dama  le  habla  cometido  desaguisado,  no 
hizo  mucho  en  volverse  loco  ;  pero  yo  ¿  cómo  puedo  imitalle  en  las 
locuras,  si  no  le  imito  en  la  ocasión  dellas^?  Porque  mi  Dulcinea 
del  Toboso  osaré  yo  jurar  que  no  ha  visto  en  todos  los  días  de  su 
vida  moro  alguno  así  como  él  es  en  su  mismo  traje  '',  y  que  se  está 
hoy  como  la  madre  que  la  parió ^ ;  y  haríale  agravio  manifiesto,  si 


que  había  hospedado  á  Medoro  y 
Angélica.  El  pastor,  continúa  Ariosto, 
le  contó : 

Com'i'sso  a°  prier/hi  d'Artgelica  bella 
Pórtalo  avea  Medoro  alia  sua  ritla, 
Ch'era  ferito  yraremcnte,  e  ch'ella 
Curó  la  pidf/a  e  in  pochi  di  guarilla  ; 

Ma  che  nel  cor  d'una  maggior  di  quclla 
Lei  ferl  amore  ;  e  di  poca  scintilla 
L'accesse  tanto  e  si  cácenle  foco. 
Che  n'ardea  tuda  e  non  trovava  loco. 

E  sema  aver  rispelto  ch'ella  fitsse 
Fií/lia  del  mayr/ior  He  ch'abbin  il  Levante, 
Da  troppo  amor  costretla  si  condusse 
A  fai-si  mogiie  d'un  povero  fante  (o). 

1.  Ariosto  hace  mención  de  estos 
cabellos  enrizados  en  el  canto  XVI II  de 
su  Orlando  (6),  donde  describe  asi  la 
figura  de  Medoro  : 

Medoro  avea  la  gjwncia  colorita 
E  bianca  e  grata  nell'eld  novella  ; 
E  fra  la  gente  a  qaella  impresa  uscita 
No7i  era  faccia  piú  gioconda  e  bella. 
Ochi  avea  tieri  e  chioma  crespa  doro, 
Ángel  parea  di  quei  del  sotnmo  coro. 

Por  este  pasaje  llamó  Cervantes  á 
Ariosto  qran  cantor  de  la  belleza  de 
Medoro  en  el  capitulo  I  de  la  segunda 
parte. 

2.  No  fué  Medoro  paje  de  Agramante, 
sino  de  Dardinel  de  Almonte,  uno  de 
los  Principes  que  vinieron  de  África 
contra  el  Emperador  Carlomagno  ; 
murió  á  manos  de  Reinaldos  de  Mon- 
talbán  (c).  Ü.  Quijote,  cuando  citaba  ó 
aludía  á  sus  libros  ó  historias,  lo  hacía 
casi  siempre  con  equivocación. 

3.  Éste  es  el  mismo  argumento  que 
alegaba  Sancho  en  el  capítulo  prece- 
dente, y  que  entonces  hizo  poca  fuerza 
á  su  arrio.  Éste  ahora  le  da  gran  valor  ; 
cosas  de  loco. 


(o)   Canto  XXIII,  est.  119   v  120.   —  (6) 
E8t.  166.  —  (c)  Ariosto,  canto  XVIII. 


4.  No  puede  dudarse  que  este  es  ras- 
go mordaz  y  satírico  contra  los  veci- 
nos del  Toboso.  Su  población  contaba 
un  gran  número  de  moriscos,  los 
cuales  generalmente  eran  moros  de 
corazón,  aunque  no  lo  eran  en  el  traje; 
por  esto  se  dice  que  Dulcinea  no  habia 
visto  moro  alguno  asi  como  él  es,  en  su 
mismo  traje,  indicando  que  los  habia 
visto  en  traje  diverso.  Conforme  á  las 
respuestas  que  los  peritos  nombrados 
por  el  pueblo  dieron  á  las  preguntas  que 
se  les  hicieron  de  orden  del  Rey  D.  Fe- 
lipe II  el  año  de  1-575,  y  á  otrasnoticias 
recogidas  por  Pellicer,  el  lugar  del  To- 
boso, que  en  el  año  de  1468  tenia  sólo 
ciento  cuarenta  vecinos,  contaba  ya 
novecientos  en  el  año  de  IS'/.Ojy  á  fines 
del  siglo  subían  á  mil  y  doscientos.  La 
causa  principal  del  aumento  fué  la 
afluencia  de  los  moriscos,  que,  obliga- 
dos á  salir  del  reino  (!e  Granada  de  re- 
sultas de  su  levantamiento  en  el  año 
de  1M69,  y  á  internarse  en  Castilla,  se 
habían  avecindado  en  el  Toboso,  cuya 
población,  según  el  testimonio  de  los 
mencionados  peritos,  antes  se  compo- 
nía sólo  de  cri-stianos  viejos. 

.0.  Me  parece  imposible  que  no  esté 
viciado  el  texto.  Como  se  halla,  es  una 
chocarrería  contra  el  honor  de  Dulcinea 
en  materia  grave,  incapaz  de  salir  de 
la  boca  de  D.  Quijote,  y  absolutamente 
incomiiatible  con  su  carácter  serio  y 
sincero.  Cervantes  habia  usado  de  la 
misma  expresión  en  el  capitulo  IX  de 
esta  primera  parte ;  pero  allí  tiene 
oportunidad  y  gracia,  y  aquí  ni  uno  ni 
otro.  Es  forzoso  creer  que  en  la  imprenta 
se  trastrocó  el  original,  y  que  éste  diría 
que  se  está  hoy  comosumadre  la  parió. 
La  alteración  de  pocas  letras  vicia  ó 
corrige  el  texto,  produciendo  sentidos 
contradictorios:  y  por  lo  mismo  es  más 
verisímil  que  fué  cosa  del  impresor,  y 
que  la  lección  verdadera  es  conforme 


PRIMERA    l'ARTE.    —    CAPÍTULO    XXVI  445 

imaginando  oira  cosa  della,  me  volviese  loco  de  aquel  faenero  de 
locura  ác  Uolclán  el  furioso.  Por  otra  parlo,  veo  que  Amadís  de 
(¡aula,  sin  perder  el  juicio  y  sin  hacer  locuras,  alcanzó  lanía  fama 
de  enamorado  como  el  que  más;  porque  lo  que  hizo,  según  su  his- 
loi'ia,  no  fué  más  de  que  [)or  verse  desdeñado  de  su  señora  Oriana, 
que  le  había  mandado  (jue  no  pareciese  ante  su  presencia  hasta 
que  fuese  su  voluntad  ',  se  relu'i')  á  la  Peña  Pobre  en  compañía  de 
un  ermitaño,  y  allí  se  hartó  de  llorar  hasta  que  el  cielo  le  acorrió 
en  medio  de  su  mayor  cuita  y  necesidad.  Y  si  esto  es  verdad,  como 
lo  es,  ¿para  qué  quiero  yo  tomar  trabajo  ahora  de  desnudarme  del 
todo,  ni  dar  pesadumbre  á  estos  árboles,  que  no  me  han  hecho  mal 
alguno,  ni  tengo  para  qué  enturbiar  el  agua  ^  clara  destos  arroyos, 
los  cuales  me  han  de  dar  de  beber  cuando  tenga  gana  ?  Viva  la 
memoria  de  Amadís,  y  sea  imitado  de  D.  Quijote  de  la  Mancha  en 
iodo  lo  que  pudiere  ;  del  cual  se  dirá  lo  que  del  otro  se  dijo^,  que 
si  no  acabó  grandes  cosas,  murió  por  acometellas ;  y  si  yo  no  soy 
desechado  ni  desdeñado  de  mi  Dulcinea,  bástame,  como  ya  he 
dicho  ',  estar  ausente  della.  Ea  pues,  manos  á  la  obra ;  venid  á  mi 
memoria  cosas  de  Amadís,  y  enseñadme  por  dónde  tengo  de 
comenzar  á  imitaros ;  más  ya  sé  que  lo  más  que  él  hizo  fué  rezar, 
^y  asi  lo  haré  yo  ;  y  sirviéronle  de  rosario  unas  agallas  grandes  de 
*;!jim  alcornoque,  que  ensartó,  de  que  hizo  un  diez  ^,  y  lo  que  le  fati- 

á  la  expresión  del  romance  viejo  de  D.  obscuridad-,  de  suerte  que  no  es  fácil 
Galbán,  donde  la  Infanta,  reconvenida  adivinarlo.  Pellicer  creyó  que  se  alude 
por  la  Reina  su  madre,  le  decía  así  :  al  epitafio  que,  según  refiere  Ovidio  en 

sus  Metamorfosis  (a)  pusieron  á  Faetonte 

Taa  virgen  estoy,  un  madre,  i^g  jv¡ ¿vades  del  Pó,  donde  vino   á  caer 

como  el  día  que  fui  nacida.  ^q^^^  temerario  mancebo,  desde  el  carro 

-        .  1     1      -1-      1    T.  1,        del  Sol,  su  padre  : 

Lo  mismo  aseguraba  Angélica  la  Bella 

en  Ariosto,   según  se  dijo  en    las   notas  Hicsitusest  PhaLHon,carrus  auriga patemit 

al  capítulo  IX.  fluem    si   non    tenuit,    maynis    tamen    excidi, 

1.  No  tuvo  semejante  limitación  el  [ausü. 
precepto  de  Oriana  ;   la   despedida  fué 

para  siempre.  iYo/)are;cá/s,  decía  en  su  4.  Se   lo  había  dicho,    con  efecto,  á 

c&vtix  í  Aamáis,  ante  mi  en  parte  donde  Sancho  en  el   capítulo   anterior,  XXV, 

yo  sea...   Sin  vos  ver  plañiré  con   mis  explicándole  los    motivos  de  su  peni- 

lúgrímas  mi  desastrada  aventura.,  y  con  tencia  :  Cuanto  más.,  le  decía,  que  harta 

ellas  daré  fin  ú  mi  vida,  acabando  mi  ocasión  tengo  en  la  larga  ausencia  que 

triste  planto  (a).  he  /tecko  de  la  siempre  señora  mia  Dul- 

2.  La  bueaa  conformación  y  sentido  cinea...  Asi  que,  Sancho  amigo,  no 
del  período  exigía  que  se  suprimiesen  gastes  tiempo  en  aconsejarme  que  deje 
las  palabras  tengo  para  qué,  las  cuales  tan  rara,  tan  felice  y  tan  no  vista  imi- 
lo  interrumpen  y  descomponen.  tación. 

3.  Cervantes  indicó  aquí  algún  dicho  5.  Es  lo  que  llamamos  camándula.  Y 
ó  sentencia  de  autor  conocido,  pero  con  está  visto  que  en  esta  salida  D.  Quijote 

(a)  Amadís  de  Gaula,  cap.  XLIV.  (a)  Lib.  IL 


446 


DON    yUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


gaba  mucho  era  no  hallar  |)or  allí  otro  ermitaño  que  le  confesase  *. 
y  con  quien  consolarse ;  y  así  se  entretenía  paseándose  por  el  pra- 


no  llevaba  rosario,  puostó  que  loélKic- 
ron  de  él  unas  agallas  ensartadas.  Lle- 
vóle después  en  su  tercera  salida,  se- 
gún lo  muestra  el  capítulo  XLVI  de  la 
segunda  parte,  donde  se  menciona  un 
grmí  rosario  c/ue  consif/o  conlino  I  raid ; 
y  en  el  capitulo  LXXI  ofrecía  á  Sancho 
llevar  por  su  rosario  la  cuenta  de  los 
azotes  que  se  diese.  Debió  Ü.  Quijote 
proveerse  de  él  ni  emprender  su  última 
salida,  para  la  cual  amo  y  mozo  se  aco- 
modaron de  lo  que  les  pareció  conve- 
nirles, sejíún  se  refiere  en  el  capitulo  Vil. 
En  algunos  romances  viejos  se  habla 
de  las  cuentas  por  que  solían  rezar  los 
caballeros  :  lo  que  puede  indicar  que 
los  romaiices  se  compusieron  antes  de 
que  se  inventase  ó  se  hiciese  común  el 
nombre  de  rosario.  Dice  uno  de  ellos  (a) : 

Pa.seábase  el  buen  Conde 
todo  lleno  de  pesar, 
cuentas  negras  en  sus  manos, 
do  suele  siempre  rezar. 

Del  Conde  Dirlos  refiere  su  romance 
que,  después  de  haber  ganado  muchas 
tierras  y  despojos  allende  el  mar. 

Con  todos  sus  caballeros 
parte  por  iguales  partes  : 
tan  grande  parte  da  ai  ctijco, 
tanto  l(í  da  como  al  grande. 
Sólo  él  se  retraía 
sin  querer  algo  tornare, 
armado  de  armas  blancas 
y  cuentas  para  rezare, 
y  tan  triste  vida  hacia 
que  no  se  puede  contare. 

No  eran  sólo  los  caballeros,  sino  tam- 
bién las  dueñas  y  doncellas  las  que  se 
valían  de  este  auxilio  para  sus  oracio- 
nes. La  crónica  del  Conde  D.  Pero  Niño, 
refiriendo  el  método  de  vida  que  llevaba 
la  Almiranla  de  Francia,  en  Girafontai- 
na,  dice  que,  al  levantarse  por  la  ma- 
ñana, iba  con  sus  damiselas  d  unhosr¡uc 
(jue  era  cerca  den  de  (de  su  palacio  ;i 
orillas  del  Sena)  é  cada  una  su  libro 
de  horas  c  sus  cítenlas,  é  srnliíba^ise 
apartadas  é  rezaban  sus  horas  [h),  que 
no  fabldban  mote  mientra  que  rezaban. 

Créese    comúnmente    que    Pedro    el 


(a)  Flori -lia  de  Don  Juan  Oohl,  ni'im.   !4'2. 
-  (6)  Part"ll,  cnp.  XXXI. 


Ermitaño,  prumolor  de  la  primera  cru- 
zada á  Tierra  Santa,  fué  el  que  intro- 
dujo el  uso  de  rezar  por  cuentas,  loque 
al  principio  se  llamó  Salterio  de  la  Vir- 
gen, y  después  Hosario.  Pudo  concebir 
la  idea  de  este  devoción  en  sus  viajes  á 
Oriente,  dondeyaseacostumbrabaayu- 
dar  así  la  memoria  para  rezar  un  deter- 
minado número  de  oraciones  ;  pora 
rezar  ahina,  según  dijo  el  Arcipreste 
de  Hita  describiendo  el  traje  en  que 
peregrinaba  DoñaCuaresmanl  retirarse 
después  de  su  pelea  con  D.  Carnal  ia) : 

El    viernes   de   indulgencias    vistió   nueva 

[esclavina, 

Gran  sombrero  i-edondo  con  mucha  concha 

[marina, 
Bordón  lleno  de  imágenes,  en  él  la  palma 

[fina, 
Esportilla  é  cuentas  para  rezar  ahina. 

Esta  práctica,  como  otras  del  cristia- 
nismo, imitaron  también  á  su  modo 
los  niahometauos  para  recitar  los 
nombres  de  los  noventa  y  nueve  atri- 
butos que  da  ;i  Dios  el  islamismo,  por 
una  sarta  de  otras  tantas  cuentas  que 
llevan  los  seglares  en  la  faltriquera  y 
los  derviches  ó  santones  pendiente  de 
la  cintura  (//. 

1.  El  ermitaño  de  la  Peña  Pobre, 
según  cuenta  la  historia  de  Amadis  de 
Gaula,  se  llamaba  Andalod,  clérigo  asaz 
entendido,  que  después  de  pasar  ¡a //¡a/i- 
cebia  en  muchas  vanidades,  se  retrajo  á 
aquel  lugar  solitario,  donde  había  m;is 
de  treinta  años  que  moraba.  Al  cabo  de 
este  tiempo,  vino  al  continente  al  ente- 
rramiento de  una  su  hermana,  y  al  vol- 
verse le  encontró  Amadis,  el  cual,  ha- 
biendo sabido  que  era  de  misa,  le  pidió 
que  lo  oyese  en  penitencia,  que  mucho 
lo  había  menester.  Así  se  hizo.  En 
seguida  el  hombre  bueno  le  dio  la  ben- 
dición. 1/  luef/o  dijo  vísperas.  Al  día 
siguiente  navegaron  á  la  Peña  Pobre, 
adonde  quiso  .\madis  retirarse  á  hacer 
penitencia  ;  bien  que  el  historiador  dice 
que  lo  hacía  no  por  devoción,  mas  por 
gnin  desesperación  (c). 

Otras  veces  se  confesaban  los  caba- 


(íi)  Copia  1.179.  —  ¡b)  Mouradgea  d'Oh?soD, 
Tobleau  de  VEmpire  Otfioman  Cñd.  relig., 
lib.  II,  cap.  XV.  -  (e)  Cap.  XLVIII. 


IMUMICUA    PAUTE.     —    CAPÍTULO    XXVI  447 

decillo,  escribiendo  y  grahnlido  por  las  eorlbzas  de  los  árboles  y 
por  lá  menuda  arena  muchos  versos  \  todos  acomodados  á  su  tris- 
lezji,  y  algunos  (MI  alabanza  d(;  Dulciiuu».  Mas  los  (pie  se  pudi(!ron 
hallar  culeros,  y  (pu'  se  j)udiesen  leei'  despu(3S  que  á  c\  allí  le  halla- 
ron, no  íueron  más  (pie  estos  que  aquí  se  siguen  : 

Árboles,  hierbas  y  plantas 
que  en  aqueste  sitio  estáis, 
tan  altos,  verdes  y  tantas, 
si  de  mi  mal  no  os  holgáis, 
escuchad  mis  quejas  santas. 

Mi  dolor  no  os  alborote, 
aunque  más  terrible  sea  ; 
pues  por  pagaros  escote, 
aquí  lloró  D.  Quijote 
ausencias  de  Dulcinea 
del  Toboso. 

Es  aquí  el  lugar  adonde 
el  amador  más  leal 
de  su  señora  se  esconde, 
y  ha  venido  á  tanto  mal 
sin  saber  cómo  ó  por  dónde. 

Tráele  amoral  estricote-, 
que  es  de  muy  mala  ralea ; 
y  así  hasta  henchir  un  pipote  •^, 

liaros  antes    de  acometer  algún   gran  1.  Á  imitación  de  lo  que  había  hecho 

peligro,  si  seles  presentaba  ocasión  de  Amadís,  como  vimos  en  las  notas  del 

ermitaño  ó  sacerdote  que  los  confesase.  capítulo  precedente. 

Así   lo     hizo   D.    Galaor,    hermano   de  2.  Al  estricote,  lo  mismo  que   al   re- 

Amadís  de  Gaula.  cuando   caminaba  á  tortero,  á   mal  traer,  con  violencia.  Es 

pelear   con    el    gigante   Albad;ín,    que  locución  que  usó  también  Cervantes  en 

había  usurpado  la  Peña  de  Gallares.  Á  su  comedia  de  Pedro  de  Urdemalas  (a), 

dos  leguas  de  ésta  le  anocheció   en  una  y  antiguamente   el  Arcipreste  de  Hita, 

casa    de  un  ermilaño;  //,  sabiendo  que  cuando  le  decía  la  vieja  Trotaconven- 

era  de  orden,  se  confesó  con  él  (a).  Del  tos  (¿)  : 

Caballero  D.   Floriudo   de  la  Extraña  ,     .                 .                      .  ..  ^     , 

Ventura  refiere  su  crónica  que  era  muy  ^'"'g^'  ^^S"^'^  '=''^°'  P^»'  °"  ''^^''''tnor'te" 

devoto  de  San  Bernardo,  y  que,  deseando  por  mí  verná  la  dueña  andar  al  estficote- 

tener  con  quién  confesarse    antes    de  Ai  as  yo  de  vos  non  tengo  sinon  este  pellote, 

entrar  en  el  castillo  de  las   Siete  Ven-  si   buen  manjar  queredes,  pagad  bien  el 

turas,  se  le  apareció  un  fraile  revestido  [escote, 
como  para  celebrar,  le  oyó  de  confesión 

(que  fué  general),  le   dijo  misa,  le  dio  3.  Pipa,   cubeta,    barril  pequeño   de 

la  comunión,  y  desapareció  al /¿e,?«¿ssa  madera.  En  el  Diálogo  de  las  lenguas 

esf.  Florindo  tuvo  por  cierto  que  había  se  lee  la  siguiente  copla  : 

sido  su  patrono  San  Bernardo  (6).  O  .j¡^^  ^^^.^^^  ^^^,.^^ 

De  un  pipote  que  ahora  llega. 
In)  Amadi»  de  Gauln,  cap.  XI.  —  (h)  Parte 

III,  cap.  XXVI.  (a)  Jornada  1.^  —  {b)  Copla  TSÍ). 


448 


DON   QUIJOTE    DE    LA   MANCHA 

aquí  lloró  D.  Quijote 
ausencias  de  Dulcinea 

del  ToboKo. 
Buscando  las  aventuras 
por  entre  las  duras  peñas, 
maldiciendo  entrañas  duras, 
que  entre  riscos  y  entre  breñas 
halla  el  triste  desventuras, 

Hirióle  amor  con  su  azote, 
no  con  su  blanda  correa, 
y  en  tocándole  al  cogote', 
aquí  lloró  D.  Quijote 
ausencias  de  Dulcinea 

del  Tobo?o. 


No  causó  poca  risa  en  los  que  hallaron  los  versos  referidos  el 
añadidura  del  Toboso  al  nombre  de  Dulcinea,  porque  imaginaron 
que  debió  de  imaginar  D.  Quijote-,  que  si  en  nombrando  á  Dul- 
cinea no  decía  también  el  Toboso,  no  se  podría  entender  la  copla  ; 
y  así  fué  la  verdad,  como  él  después  confesó.  Otros  muchos  escribió, 
pero  como  se  ha  dicho,  no  se  pudieron  sacar  en  limpio  ni  enteros 
más  destas  tres  coplas.  En  esto  y  en  suspirar,  y  en  llamar  á  los 
Faunos  y  Silvanos-^  de  aquellos  bosques,  á  las  Ninfas  de  los  ríos,  á 


Pero  pensara  el  de  Vega 
Que  son  para  consagrar. 

Lagraciay  oportunidad  de  esta  copla, 
hecha  por  los  años  de  loOO,  se  explica 
en  el  mencionado  Diálogo.  —  Todavía 
duraeluso  délos  pipotes  para  conducir 
ostras  y  mariscos. 

1.  Es  claro  que  Cervantes  quiso  hacer 
una  composición  ridicula,  como  lo 
muestran  este  y  otros  versos  de  la  pre- 
sente :  y  asi,  no  hay  por  qué  censurarla. 
D.  Quijote  creía  de  si  que  era  algún 
tanto  poeta,  como  lo  dice  en  la  segunda 
parte  (a),  cuando  vencido  por  el  Caba- 
llero de  la  Blanca  Luna  y  obligado  á 
dejar  la  profesión  caballeresca,  trataba 
de  abrazar  la  pastoril ;  he  aquí  la  muestra 
de  lo  que  sabia  hacer. 

2.  Debió  de  imaginar  no  es  lo  mismo 
que  debió  imaginar.  Esto  significa  que 
tuvo  obligación  de  imaginar  ;  lo  otro 
equivale  á  hubo  de  imaginarles  regular 
que  imaginase.  Lapartícnlarfecomunica 
este  én/abis  á  la  frase.  Lo  mismo  hace 

(a)  Cap.  LXVII. 


en  otros  casos  del  estilo  familiar,  en  que 
es  singularmente  rico  el  idioma  cas- 
tellano, como  cuando  Cervantes  dice  el 
valiente  de  Tirante,  el  honrado  liidalgo 
del  Señor  Quijada,  el  pobre  difunto  de 
Grisóstomo  [a).  Frecuentemente  se  usa 
con  malignidad  y  se  toma  en  mala 
parte.  Villaviciosa  enla. Mosquea {b)á\io 
del  Rey  Matacaballo  : 

Era  el  diablo  del  tábano  discreto ; 

y  D.  Diego  Hurtado  de  Mendoza  en  el 
Lazarillo:  dióme  una  gran  calabazada 
en  el  diablo  del  toro  (c).  En  el  mismo 
libro  se  lee  el  pecador  del  ciego,  el 
bueno  del  ciego,  el  misero  de  mi  amo, 
el  triste  de  mi  padre.  Asi  también  dijo 
Cervantes  :  este  pecador  de  Sancho,  el 
socarrón  deSancho  (d).  Ordinariamente 
decimos  el  picaro  de  fulano,  el  bribón 
de  mengano. 

3.  Faunos  y  Silvanos,  divinidades 
rústicas,  de  inferior  orden  entre  otras 

(a,  Parte  I,  cap.  V.  VI  v  XII.  —  (6) 
Canto  X  est.  li?.  —  (c)  Cap.  II.'—  (d)  Parte  I, 
cap.  XLVI ;  parte  II,  cap.  X. 


l'Ul^¡I;lí.\   i'AitTii. 


(:aimtl'i.o  XXVI 


449 


la  ilülorosa  y  húmida  Eco,  que  li;  respondiesen,  consolasen  y  escu- 
chasí'n  ',  se  enlrelonía,  y  en  buscar  algunas  hierbas  con  que  sus- 
Icnlarseon  InnU)  que  Saiiclio  volvía  ;  <juc  si  corno  lardó  (res  días^, 
lardara  Iros  semanas,  el  (Caballero  de  la  Triste  I-'ig-ura  (juedara  tan 
desli^au-ado^,  ([ue  no  lo  conociera  la  madre  que  lo  parió.  Y  será 
bien  dejalhí  envuello  entre  sus  suspiros  y  versos,  por  contar  lo  que 
le  avino  á  Sancho  Panza  en  su  mandadería ' ;  y  fué  que  en  saliendo 
al  camino  real,  se  puso  en  busca  del  Toboso,  y  otro  día  lle^ó  á 
la  venta  donde  le  había  sucedido  la  desgracia  de  la  manía  ;  y  no  la 
hubo  bien  visto  •',  cuando  le  pareció  (jne  otra  vez  andaba  en  los 
aires,  y  no  quiso  entrar  dentro,  aunque  llegó  á  hora  que  lo  pudiera 
y  debiera  hacer  por  ser  la  del  comer,  y  llevar  en  deseo  de  gustar 
algo  caliente'"',  que  había  grandes  días^  que  todo   era  fiambre. 


de  la  gentilidad,  que  presidían,  aquéllos 
á  los  campos  y  heredades,  y  éstos  á  las 
selvas.  —  Ll.iinase  húmida  á  la  ninfa 
Eco  por  sus  muchas  lágrimas ;  enamo- 
rada y  no  correspondida  de  Narciso, 
según  fulgieron  los  poetas,  su  dolor  y 
llanto  la  fueron  consumiendo  hastaque 
no  le  quedó  más  que  la  voz: 

Attenuant  vigiles  corpiis  miserabiles  curse 

Adducitque  cutem  macies ;  et  in  a!-ra  succus 

Corporis  omnis  abit,  vox  tanlum  atque  ossa 

[supersuní. 

Vox  manet ;  ossa  fcrunt  lapidis  fraxi.ise  figu- 

[ram  (a). 

1.  Antes  era  que  le  escuchasen,  que 
no  el  que  le  respondiesen  y  consolasen. 
—  Falta  también  algo  para  que  conste 
el  sentido  :  en  llamar  á  los  Faunos... 
para  ó  pidiéndoles  que  les  respondie- 
sen., etc. 

2.  Según  In  cuenta  de  D.  Vicente  de 
los  Ríos,  en  el  plan  cronológico  del 
QurjOTE,  no  fueron  tres,  sino  dos,  los 
días  que  Sancho  gastó  en  sus  viaje, 
pues  habiendo  dejado  á  su  amo  el 
veintidós  de  Agosto,  volvió  el  veinti- 
cuatro á  encontrarlo.  La  cuenta  de  Ríos 
está  ajustada  fielmente  á  la  narración, 
y  así  el  error  es  de  quien  cuenta. 

3.  Juega  Cervantes  oportunamente 
con  la  fif/ura  y  el  des fi;^ tirado.  —  El 
Caballero  del  Febo  tenía  más  vigor  y 
resistencia  que  D.  Quijote.  Según 
refiere  su  historia,  en  los  dos  años  que 
estuvo  haciendo  penitencia  en  la  ínsula 
Solitaria  por  desdenes  de  su  señora 
Olaridiana,  ninguna  otra  cosa  había  co- 

(a)  Ovidio,  Metamorfosis,  lib.  III. 


mido  sino  de  aquellas  silvestres  frutas 
que  había  en  la  ínsula  y  de  algunas 
raices  de  hierbas,  con  que  ó  grande  afán 
podía  sustentar  la  vida.  Y' así  por  esto, 
como  por  el  gran  dolor  y  tristeza  que 
en  el  corazón  tenia,  ya  estaba  muy  flaco 
y  amarillo,  de  manera  que  el  que  le 
viera,  no  le  conociera  por  el  de  antes... 
y  ya  estaba  tan  al  cabo,  que  no  pudiera 
durar  mucho,  sielremediose  lardara  [a). 

4.  Es  lo  mismo  que  embajada,  y  man- 
dadero lo  mismo  que  embajador,  en 
cuyo  sentido  se  halla  ya  usada  esta 
voz  en  la  traducción  del  Fuero  Juzgo 
hecha  de  orden  del  Rey  San  Fernando, 
en  la  Crónica  general  de  su  hijo  D.  Alonso 
el  Sabio,  y  en  los  libros  más  antiguos 
castellanos,  cuando  hablan  de  las  em- 
bajadas y  embajadores  que  se  enviaban 
unos  Principes  á  otros.  —  Hoy  en  día 
este  nombre  ha  quedado  so"^lamente 
para  los  mandideros  de  monjas. 

5.  Decimos  ordinariamente  y  no  bien 
la  liubo  visto.  Las  dos  palabras  no  y 
Iñen  forman  juntas  una  especie  de  par- 
tícula que  vale  tanto  como  apenas.  Este 
es  el  senLido  que  aquí  tienen  ;  y  hubiera 
convenido  reunirías,  porque  separadas 
no  significan  lo  mismo. 

6.  Sobra  una  de  las  dos  partículas  en 
ó  de.  Con  cualquiera  de  ellas  que  se  su- 
prima, queda  buena  y  corriente  la  frase. 

7.  Grandes  días  por  muclios  días  : 
una  de  las  locuciones  antiguas  de  que 
se  valió  Cervantes  para  remedar  el  len- 
guaje de  los  libros  caballerescos.  tJsá- 
ronla  ya  la  Crónica  general   del  Rey 

(a)  Espejo  de  Príncipes,  parte  I,  lib    III 
cap.  XXVIII. 


29 


430 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


Esta  necesidad  le  forzó  á  que  llegase  junio  á  la  venta,  todavía 
dudoso  .si  entraría  ó  no ;  y  estando  en  esto,  salieron  de  la  venta  dos 
personas,  que  luego  le  conocieron,  y  dijo  el  uno  al  otro  :  Dígame, 
señor  Licenciado,  ¿,  luiuél  del  caballo  no  es  Sancho  Panza,  el  que 
dijo  el  ama  de  nuestro  aventurero  que  había  salido  con  su  señor  por 
escudero  '?  Sí  es,  dijo  el  Licenciado,  y  aquél  es  el  caballo  de 
nuestro  D.  Quijote ;  y  conociéronle  lan  bien  como  aquellos  que 
eran  el  Cura  y  el  Barbero  -  de  su  mismo  lugar,  y  los  que  hicieron 
el  escrutinio  y  auto  general  de  los  libros^  ;  los  cuales,  así  como 
acabaron  de  conocer  á  Sancho  Panza  y  á  Rocinante,  deseosos  de 
saber  de  D.  Quijoie  se  fueron  á  él,  y  el  Cura  le  llamóporsu  nombre 
diciéndole :  Amigo  Sancho  Panza,  ¿  adonde  queda  vuestro  amo? 
Conociólos  luego  Sancho  Panza,  y  determinó  de  encubrir  el  lugar 
y  la  suerte  dónde  y  cómo  su  amo  quedaba ;  y  así  les  respondió  que 
su  amo  ([uedaba  ocupado  en  cierta  parte  y  en  cierta  cosa  que 
le  era  de  mucha  importancia,  la  cual  él  no  podía  descubrir  por  lo-^ 
ojos  que  en  la  cara  tenía  '*.  No,  no,  dijo  el  Barbero,  Sancho  Panza, 


D.  Alonso  (a),  y  la  Gra7i  Conquista  de 
Ultramar  (b).  Húllase  después  en  el 
acto  I  de  la  Celestina,  y  en  la  historia 
deD.  Florisel  de  Mquea,  donde  hablán- 
dose de  una  dueña  vieja  y  de  una  don- 
cella moza,  que  se  habían  peleado  y 
arañado  por  un  caballero  á  quien  que- 
rían ambas,  se  dice  que,  desgreñadas 
como  estaban,  se  fueron  á  un  castillo, 
y  que  de  coi-vidas  no  osaron  decir  su 
cuita,  más  de  qiie  habían  caído  de  sus 
palafrenes ;  y  que  les  duró  grandes  días 
el  corrimiento  (cj.  En  el  libro  de  Amadis 
se  cuenta,  que  el  Emperador  de  Cons- 
tantinopla  muclio  fué  maravillado  que 
el  Caballero  de  la  Verde  Espada  fuese 
Amadis  de  Gaula,  ú  quien  grandes  días 
mucho  había  deseado  conoscer  (d). 

Un  roamnce  de  los  de  Bernardo  del 
Carpió  empieza  así  : 

En  l.uiia  está  i»reso  el  Conde 
muy  grandes  días  había  ; 
Bernardo.  (|ue  era  su  hijo, 
de  su  prisión  no  sabía; 
halo  defendido  el  Key 
que  ninguno  se  lo  diga. 

1.  Consonancias  dentro  de  un  mismo 
período  que  suelen  hallarse  en  el  Qui- 
jote, y  que  evitan  en  prosa  los  que  la 
escriben  con  corrección  y  lima  (a). 

(a)  Año  n  de  Alfonso  el  Católico.  —  (6) 
Lib.  III,  cap.  CLXIV.  —  (c)  Parte  III,  cap. 
Y.  —  (ilj  Cap.  XCIX. 


2.  No  se  indica  aquí  ni  en  ninguna 
otra  parte  el  verdadero  motivo  del 
viaje  del  Cura  y  del  Barbero.  Después 
contaron  que  iban  á  Sevilla  ií  recoger 
una  gran  cantidad  de  dinero  (a) ;  mas 
aun  cuando  esto  hubiese  sido  cierto  y 
no  traza  del  Cura  para  deslumhrar  <t 
D.  Quijote,  no  parece  verosímil  que 
interrumpiesen  su  viaje  únicamente 
por  llevar  á  nuestro  hidalgo  á  su  casa; 
y  caso  de  interrumpirlo,  que  no  vol- 
viesen á  emprenderlo  después  de  con- 
seguir su  intento;  de  lo  que  tampoco 
se  hace  mención  ni  se  da  indicio  en  el 
progreso  de  la  fábula. 

3.  Habla  de  la  quema  de  los  libros  de 
D.  Quijote  que  se  refirió  en  los  capítu- 
los VI  y  vil  de  esta  primera  parte, 
aludiendo  á  los  autos  celebrados  por 
el  Santo  Oficio  de  la  Inquisición,  en 
que  solían  quemarse  los  feos.  Quemán- 
dose los  libros,  se  quemaban  como  en 
estatua  ^us  autores,  que  eran  los  ver- 
daderos delincuentes. 

4.  Estas  últimas  palabras  pueden 
ser  una  especie  de  aseveración  ó  jura- 
mento, cofí\o  por  la  vida  de  mis  padres. 
ó  por  otras  cosas  que  se  aprecian 
mucho.  También  pueden  significar  que 

(o)  Cap.  XXIX. 

(a)  También  evitan  el  martilleo  :  con  co- 
n-ección,  v  el  empleo  de  sinónimos  inúti!e.<. 
(M.deT.) 


IMUMKnA    l'AHTE.    —    CAPÍTULO    XXVI  451 

si  VOS  110  nos  deiis  donde  queda,  iinuginareinos,  como  ya  imagi- 
namos, que  vos  le  habéis  muerto  y  robado,  pues  venís  encima  de 
su  caballo  ;  en  verdad  (jue  nos  habéis  de  dar  el  dueño  del  rocín,  ó 
sobre  eso  morena  '.  No  hay  |)ara  (jué  conmigo  amenazas-,  que  yo 
no  soy  hombre  (|ue  robo  ni  malo  á  nadie  ;  á  cada  nno  male  su  ven- 
tura ó  Dios  qu(í  le  lii/o ;  mi  amo  queda  haciendo  penitencia  en  la 
mitad  desta  montaña  muy  á  su  sabor;  y  luego,  de  corrida  y  sin 
parar,  les  contó  de  la  suerte  que  quedaba,  las  aventuras  que  le 
habían  sucedido,  y  cómo  llevaba  la  carta  á  la  señora  Dulcinea  del 
Toboso,  ([ue  era  la  hija  de  Lorenzo  Corchuelo,  de  quien  estaba 
enamorado  hasta  los  hígados.  Quedaron  admirados  los  dos  de  lo 
que  Sancho  Panza  les  contaba;  y  aunque  ya  sabían  la  locura  de 
D.  Quijote,  y  el  género  della,  siempre  que  la  oían  se  admiraban 
de  nuevo  ;  pidiéronle  á  Sancho  Panza  que  les  enseñase  la  carta  que 
llevaba  á  la  señora  Dulcinea  del  Toboso.  Él  dijo  que  iba  escrita  en 
un  libro  de  memoria,  y  que  era  orden  de  su  señor  que  la  hiciese 
trasladaren  papel  en  el  primer  lugar  que  llegase  ;  á  lo  cual  le  dijo 
el  Cura  que  se  la  mostrase,  que  él  la  trasladaría  de  muy  buena 
letra.  Metióla  mano  en  el  seno'*  Sancho  Panza  buscando  el  librillo  ; 
pero  no  le  halló,  ni  le  podía  hallar, sile  buscara  hasta  ahora,  porque 
se  había  quedado  D.  Quijote  con  él,  y  no  se  le  había  dado,  ni  á  él 
se  le  acordó  de  pedírsele  ■•.  Cuando  Sancho  vio  que  no  hallaba  el 

el  secreto  era  de  tal  importancia,  que  La  relación  (jue  sigue  del  coloquio  de 

no  ¡íodia   Sancho  descubrirlo,  aunque  Sancho  con  el  Barbero  y  el  Cura,  está 

en  ello  le  fueran   los  ojos  de    la  cara.  llena   de   aquellas   gracias   que  hacen 

Este  segundo  sentido  es  el  más  natural.  tan  donoso  y  festivo  el  papel  de  nuestro 

1.  Expresión  proverbial,  que  envuelve  escudero. 

amenaza    de    averiguación    y    litigio  :J.    En     el    poema    caballeresco    de 

mayor.  Marimorena,  hablándose  íami-  Celidón  de   Iberia,  escrito  por  Gonzalo 

liarmente,  significa /■¿/7a  ó 'pendencia  ;  Gómez   de  Luque,   se  cuenta  («)    que 

hay  quien  a,tribuye  el  origen  de  esta  Darindelio    encontró    á  una    doncella 

voz  á  las  quimeras  que  antiguamente  llamada  Finea,   á  quien  llevando  una 

excitó  una  María  Moreno,  tabernera  de  carta  de  la  Sabia  Linigobra  á  Poisena, 

Madrid,  y  dieron  ocasión   á   ruidosos  hija  del  Soldán  del  Cairo,  robij  un  mal 

procesos  jvidiciales,  que  se  guardaban,  caballero.   Darindelio  puso  en  libertad 

según  se  dice,  en  el  archivo  de  la  Sala  á   Finea,   y  ésta,   agradecida,   le    dijo 

de  Alcaldes  de  Casa  y  Corte.  Morena  quién  era,  á  qué  iba,  y  quiso  mostrarle 

puede  ser  abreviatura  de  marimorena.  la  carta : 

2.  Esto  es,    no  hay    para  qué   usar  Diciendo  así,  llegó  la  mano  al  seno, 
conmigo  amenazas.    Semejantes    omi-  Queriéndola  sacar,  mas  no  la  halla; 
siones  ó  reticencias   del  verbo   suelen  Quedóse  tan  turbada  y  de  tal  suerte, 
dar    fuerza  á   la  expresión,    y  son  co-  Q"»^  ventura  sera  escapar  de  muerte. 

muñes  en  el  estilo  familiar  \  asi  se  ve  p,í'.5f']f  *  t^^ní^f,'  ^t^'.^i^Jy^^  '"^'''''^ ' 

.   ,  ,  ,  o  Jrercli  la  cosa  mas  encomendada... 

especialmente   en  los    refranes,   como  ¿  Qué  cuenta  habré  de  dar  de  mí  entretanto  ? 

Al  buen  entendedor  pocas  palabras ;  A  Esto  diciendo,  acrecentaba  el  llanto. 

gente  ruin  campana  de  palo;  Del  mal  /     üi         i  ,  .■  i 

" j  i       V  ■'   ,  .  4.    El  verbo   acordarse    esta    usado 

el  menos;  A  mas  moros  inas  ganancia; 

Comida  hecha  y  compañía  deshecha. —         («)  Canto  7.» 


432  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

libro,  fuésele  parando  morlalmente  el  rostro,  y  toinándose  á  tentar 
todo  el  cuerpo  muy  apriesa',  tornó  á  echar  de  ver  que  no  le  hallaba, 
y  sin  más  ni  más  se  echó  entraml)Os  puños  alas  barbas, ysearrancó 
la  mitad  dellas,  y  luego  aj)riesa  y  sin  cesar  se  dio  media  docena 
de  puñadas  en  el  rostro  y  en  las  narices,  que  se  las  bañó  todas  en 
sangre.  Visto  lo  cual  por  el  Cura  y  e!  Barbero,  le  dijeron  que  qué 
le  había  sucedido  que  tan  mal  se  paraba.  ¿  Qué  me  ha  de  suceder, 
respondió  Sancho,  sino  el  haber  perdido  de  una  mano  á  otra  en  un 
instante  tres  pollinos,  fpie  cada  uno  era  como  un  castillo'^  ?¿ Cómo 
es  eso?  replicó  el  Baibcro.  He  perdido  el  libro  de  memoria,  res- 
pondió Sancho,  donde  venia  la  carta  para  Dulcinea,  y  una  cédula 
firmada  de  mi  .señor,  por  la  cual  mandaba  que  su  sobrina  me  diese 
tres  pollinos  de  cuatro  ó  cinco  que  estaban  en  casa,  y  con  esto  les 
contó  la  perdida  del  rucio.  Consolóle  el  Cura,  y  dijole  que  en  ha- 
llando á  su  señor,  él  le  haría  revalidar  la  manda,  y  que  tornase  á 
hacer  la  libranza  (!n  papel,  como  era  uso  y  costumbre,  porque  las 
que  se  hacían  en  libros  de  memoria  jamás  se  acetaban  ni  cumplían. 
Con  esto  se  consoló  Sancho,  y  dijo  que  como  aquello  fuese  así, 
que  no  le  daba  mucha  pena  la  pérdida  de  la  carta  de  Dulcinea, 
porque  ella  sabía  casi  de  memoria,  de  la  cual  se  podría  trasladar 
donde  y  cuando  quisiesen.  Decidla,  Sancho,  pues,  dijo  el  Barbero, 
que  después  la  trasladaremos.  Paróse  Sancho  Panza  á  rascar  la 
cabeza  ^  para  traer  á  la  memoria  la  carta,  y  ya  se  ponía  sobre  un 
pie  y  ya  sobre  otro;  unas  veces  miraba  al  suelo,  otras  al  cielo,  y 
al  cabo  de  haberse  roído  la  mitad  de  la  yema  de  un  dedo,  teniendo 
suspensos  á  los  que  esperaban  que  ya  la    dijese,  dijo  al  cabo  de 

aquí  en    el    texto    como    impersonal,  todo  la  idea  de  los  castillos.  — Bowle, 

pero  en  la  misma  acepción  que  cuando  sobre    este   lugar  del   texto,    entendió 

es  reciproco;  y    lo  propio   sucede  en  que  Sancho  queria  ensalzar  el  valor  de 

algún  otro  pasaje  del  Quijote.  Según  los  pollinos,  como  cuando  se  dice  que 

el  uso  más  común  de  nuestro  tiempo,  alguna  cosa  vale  una  ciudad,  expresión 

se  diría  :  Ni  él  se  acordó  de  pedírsele.  usada  en  los  romances  antiguos  y   en 

1.  La  pintura  que  se  hace  de  Sancho  el  mismo  Quijote  :  como  extranjero, 
en  la  situación  presente,  de  su  sobre-  no  alcanzó  la  fuerza  del  idioma,  cosa 
salto,  de  su  priesa,  de  su  registro,  de  siempre  difícil,  y  á  veces  imposible, 
su  despecho,  de  sus  puúadas  y  demás  Aqui  no  se  trata  del  precio,  sino  del 
demostraciones  que  se  cuentan,  es  tamaño  de  los  pollinos.  Sancho  no  los 
bcUisima,  y  muy  apropiada  al  carácter  había  visto,  pero  su  codicia  se  los 
que  se  le  señala  en  la  fábula.  pintaba   medrados    y    crecidos    como 

2.  Nótese    la  jocosa  comparación  de  castillos. 

los  pollinos  con  castillos.  En  otro  3.  Otra  pintura  muy  feliz  de  la  situa- 
pasaje  se  había  hedióla  misma  compa-  ción,  figura  y  gesticulaciones  de  San- 
ración  con  la  muía  de  un  fraile;  pero  cho,  queriendo  y  no  pudiendo  acor- 
aquí  es  tanto  más  festiva,  cuanto  más  darse  de  la  carta  de  su  amo  para 
excede  una  muía  á  un  pollino.  Por  lo  Dulcinea.  No  parece  sino  que  se  le 
demás,  no  es  extraiio  que  en  un  libro  está  viendo, 
de  Caballerías  ocurra  en  todo  y  para 


I'UIMRUA    P.\nTK.    —    CAPÍTULO    XXVI  453 

j'iaiidisiino  ralo  :  Por  Dios,  sefior  Liceiuiado,  quo  los  diablos 
llcvÍMi  la  cosa  quo  do  la  caria  se  me  acuerda,  aiiiKiiic  oii  el  |»rincipio 
decía  :  Alta  ij  sobajada  neFiara.  No  dirá, dijo  el  liarbero,  sobajada, 
sino  sobrehumana  ó  soberana  señora.  Asi  es,  dijo  Sancho  ;  bief^o, 
si  mal  no  me  acuerdo,  proseguía,  si  mal  no  me  acuerdo  \  el  lla- 
gado y  fallo  de  sueño,  y  el  ferido  besa  á  vuestra  merced  las  manos, 
ingrata  y  muy  desconocida  hermosa;  y  no  sé  qué  decía  de  salud  y 
de  enrermedad  ([ue  le  enviaba,  y  por  aquí  iba  escurriendo^  hasla 
que  acababa  en  :  Vuestro  hasla  la  muerte  el  Caballero  de  la  Triste 
Figura.  No  poco  gustaron  los  dos  de  ver  la  buena  memoria  de 
Sancho  Panza, y  alabáronsela  mucho',  y  le  pidieron  que  dijese  la 
carta  otras  dos  veces,  para  que  ellos  ansimismo  la  tomasen  de 
memoria  para  trasladalla  á  su  liempo.  Tornóla  á  decir  otras  tres 
veces,  y  otras  tantas  volvió  ú  decir  otros  tres  mil  disparates.  Tras 
esto  contó  asimismo  las  cosas  de  su  amo;  pero  no  habló  palabra 
acerca  del  manteamiento  que  le  había  sucedido  en  aquella  venta, 
en  la  cual  rehusaba  entrar.  Dijo  también  como  su  señor,  en 
trayendo  que  le  trújese  buen  despacho  de  la  señora  Dulcinea 
del  Toboso,  se  había  de  poner  en  camino  á  procurar  como  ser 
Emperador  ó  por  lo  menos  Monarca,  que  así  lo  tenían  concertado 
entre  los  dos,  y  era  cosa  muy  fácil  venir  á  serlo  según  era  el 
valor  de  su  persona  y  la  fuerza  de  su  brazo ;  y  que  en  siéndolo, 
le  había  de  casar  á  él,  porque  ya  sería  viudo,  que  no  podía  ser 
menos,  y  le  había  de  dar  por  mujer  á  una  doncella  de  la  Empe- 
ratriz, heredera  de  un  rico  y  grande  estado  de  tierra  firme,  sin 
ínsulos  ni  ínsulas,  que  ya  no  las  quería.  Decía  esto  Sancho  con 
tanto  reposo,  limpiándose  de  cuando  en  cuando  las  narices,  y  con 
tan  poco  juicio,  que  los  dos  se  admiraron  de  nuevo,  considerando 
cuan  vehemente  había  sido  la  locura  de  D.  Quijote,  pues  había 
llevado  tras  sí  el  juicio  de  aquel  pobre  hombre.  No  quisieron  can- 
sarse en  sacarle  del  error  en  que  estaba,  pareciéndoles  que  pues 
que  no  le  dañaba  nada  la  conciencia,  mejor  era  dejarle  en  él,  y  á 
ellos  les  sería  de  más  gusto  oír  sus  necedades:  y  así  le  dijeron  que 
rogase  á  Dios  por  la  salud  de  su  señor,  que  cosa  contingente  y  muy 


1.  Repetición  muy  natural  en  el  zafio,  y  otras,  que  son  las  más,  como 
estado  de  ambiíjüedad  c  incertidumbre  persona  culta. 

en  que  se  hallaba  Sancho.  3.  Ejemplo  graciosísimo  de  ironía  es 

2.  Por  discurriendo,  dicho  ;í  lo  rus-  el  que  ofrece  en  la  presente  expresión 
tico.  En  esta  parte  del  lenguaje  no  este  período;  como  lo  ofrece  también 
está  seguido  con  mucha  constancia  el  de   la  figura  que  llaman  los  retóricos 

apel   de    Sancho,   porque  unas  veces  repetición    el   tornóla  Sancho  á  decir 

y  son  las  menos)  habla  como  aldeano  otras  tres  veces,  y  otras  tantas  volvió  ó 


I 


decir  otros  tres  mil  disparates. 


4;)4  DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

agible  '  era  venir  con  ol  discurso  del  tiempo  á  ser  Emperador, 
como  rl  decía,  ó  por  lo  menos  Arzobispo  ó  otra  dignidad  equiva- 
lente. Á  lo  cual  respondió  Sancho  :  Señores,  si  la  Ibrliina  rodease 
las  cosas  de  manera  que  á  mi  amo  le  viniese  en  voluntad  de  no  ser 
Emperador  ^,  sino  de  ser  Arzobispo,  querría  yo  saber  ahora  qué 
suelen  dar  los  Arzobispos  andantes^  á  sus  escuderos.  Suélenles  dar, 
respondió  el  Cura,  algún  beneficio  simple  ó  curado,  ó  alguna  sa- 
cristanía, que  les  vale  muclio  de  renta  renlada  ',  amén  del  pie  de 
altar,  que  se  suele  estimar  en  otro  tanto.  Para  esto  será  menester, 
replicó  Sancho,  que  el  escudero  no  sea  casado,  y  que  sepa  ayudará 
misa  por  lo  menos;  y  si  esto  esasí  ¡  desdichado  yo'',  que  soy  casado, 
no  se  la  primera  letra  del  A,  B,  G*^!  ¿Qué  será  de  mí,  si  á  mi  amo 
le  da  antojo  de  ser  Arzobispo  y  no  Emperador,  como  es  uso  y  cos- 
tumbre de  los  caballeros  andantes? No  tengáis  pena,Sanchoamigo, 
dijo  el  Barbero,  que  aquí  rogaremos  á  vuestro  amo,  y  se  lo  aconse- 
jaremos, y  aún  se  lo  pondremos  en  caso  de  conciencia,  que  sea 
Emperador  y  no  Arzobispo,  ¡xtrque  le  será  más  fácil  á  causa  de  que 
él  es  más  vallen  le  que  estudiante.  Así  me  ha  parecido  á  mí,  res- 
pondió Sancho,  aunque  sé  decir  que  para  todo  tiene  habilidad  ';  lo 


1.  Agible  por  factible  :  es  palabra 
nueva,  y  dudo  que  entre  los  escritores 
castellanos  tenga  otra  autoridad  que 
la  de  este  pasaje. 

2.  Para  la  perfección  de  la  sintaxis 
sería  menester  suprimir  la  partícula 
en  ;  6  dejándola,  suprimir  la  de.  Así  : 
le  viniese  voluntad  de  no  ser,  etc. :  ó 
le  viniese  en  voluntad  no  ser  Empera- 
dor, sino  ser  Arzobispo.  De  cualquiera 
de  los  dos  modos  quedaría  corriente  la 
frase. 

3.  Pellicer  cita  al  Arzobispo  Turpin 
como  ejemplo  de  Arzobispos  andantes 
en  los  tiempos  antiguos,  y  en  los  mo- 
dernos al  Arzobispo  de  Burdeos, general 
de  una  escuadra  francesa  en  el  reinado 
de  Luis  XIII.  Pero  tratándose  de  ejem- 
plos de  esta  clase  y  de  Arzobispos  que 
liubiesen  asistido  á  la  guerra,  no  tenía 
necesidad  de  salir  de  casa  y  podía  ale- 
gar muchos  ejemplos  desde  D.  Opas, 
que,  según  se  dice,  peleó  en  la  bata- 
lla de  Covadonga,  siguiendo  por  el  .\r- 
zobispo  de  Toledo,  D.  Rodrigo,  que  se 
halló  en  la  batalla  de  las  Navas,  y  su 
sucesor  D.  Sancho,  que  murió  en  la  de 
Martes,  hasta  el  Cardenal  D.  Francisco 
Jiménez  de  Cisneros.  General  de  la 
expedición  contra  Oran  y  Mazalquivir 


el  año  de  lo09.  La  verdad  es  que  no 
debió  darse  esta  explicación  á  las  pa- 
labras de  Sancho,  porque  no  se  hablaba 
como  quiera  de  .Arzobispos  guerreros, 
sino  de  Arzobispos  andantes,  esto  es, 
que  anduviesen  en  bu.sca  de  aventuras 
acompañados  de  sus  escuderos;  lo  pri- 
mero podrá  ser  ajeno  del  oficio  de  los 
Arzobispos,  pero  no  presenta  la  idea 
ridicula  de  lo  segundo,  que  es  con  lo 
que  Cervantes  trataba  de  divertir  á  sus 
lectores. 

4.  Como  si  dijéramos  renta  fija,  co- 
nocida., amén  de  lo  eventual  ó  dere- 
chos del  oficio  de  sacristán,  que  son 
proporcionados  al  trabajo  y  á  las  cir- 
cunstancias, como  sucede  en  las  cam- 
panas de  los  entierros,  que,  según  dijo 
un  discreto,  tanlum  valent,  quantum 
sonant. 

5.  ¡Desdichado  de  yol  decíanlas  edi- 
ciones anteriores,  pero  es  errata :  Des- 
dichado yo  ó  desdichado  de  mi.  es 
como  debió  decirse.  La  partícula  de  es 
incompatible  con  el  nominativo  yo. 

6.  Sin  embargo,  por  aquí  se  muestra 
que  sabía  tres. 

~i.  El  mismo  Sancho  decía  á  su  amo 
en  el  capítulo  XVIII  de  esta  primera 
parte  :  Más  bueno  era  vuestra  merced 


PRIMKH.V    PAUTK.    —    CAPÍTULO    XXVI  455 

(jue  yo  pienso  hacei-  de  mi  parle,  es  rogaile  á  luieslro  Señor  que  le 
echeá  atpiellas  i)arles  donde  él  más  se  sirva  y  adonde  á  mí  más 
mercedes  me  haga.  Vos  lo  d(H-ís  como  discreto,  dijo  el  Cura,  y  lo 
haréis  como  hiuMi  cristiano ;  mas  lo  que  ahora  se  ha  «h;  hacer,  es 
dar  orden  como  sacar  á  vuestro  amo  de  aquella  inútil  penitencia 
que  decís  (pu^  (pieda  haciendo  ;  y  para  pensar  el  modo  que  hemos 
de  tener,  y  para  comer,  que  ya  es  hora,  será  bien  nos  entremos  en 
esta  venta.  Sancho  dijo  que  entrasen  ellos,  que  él  esperaría  allí 
fuera,  y  que  después  les  diría  la  causa  por  qué  no  entraba  ni  le 
convenía  entrar  en  ella;  mas  que  les  rogaba  que  le  sacasen  allí 
algo  de  comer,  que  fuese  cosa  caliente,  y  asimesmo  cebada  para 
Rocinante.  Ellos  se  entraron  y  le  dejaron,  y  de  allí  á  poco  el  Bar- 
bero le  sacó  de  comer.  Después,  habiendo  bien  pensado  entre  los 
dos  '  el  modo  que  tendrían  para  conseguir  lo  que  deseaban,  vino 
el  Cura  en  un  pensamiento  muy  acomodado  al  gusto  deD.  Quijote, 
y  para  loque  ellos  querían;  y  fué  que  dijo  al  Barbero  que  lo  que 
había  pensado  era  que  él  se  vestiría  en  hábito  de  doncella  andante, 
y  que  él  procurase  ponerse  lo  mejor  que  pudiese  como  escuder'o,  y 
que  así  irían  adonde  D.  Quijote  estaba,  fingiendo  ser  ella  una  don- 
cella afligida  y  menesterosa;  y  le  pediría  un  don,  el  cual  él  no 
podría  dejársele  de  otorgar  como  valeroso  caballero  andante;  y 
que  el  don  que  le  pensaba  pedir,  era  que  se  viniese  con  ella  donde 
ella  le  llevase,  á  desfacelle  un  agravio  que  un  mal  caballero  le 
tenía  fecho;  y  que  le  suplicaba  ansimesmo  que  no  la  mandase  qui- 
tar su  antifaz,  ni  la  demandase  cosa  de  su  facienda  ^  fasta  que  la 
hubiese  fecho  derecho  de  aquel  mal  caballero  ;  y  que  creyese  sin 

para  predicador  que  para  caballero  guir  lo  que  deseaban, convinieron  en  un 
andante.  De  todo  sabían  y  han  de  saber  pensamiento  que  ocurrió  al  Cura,  muy 
los  caballeros  andantes,  Sandio,  dijo  acomodado  al  gusto  de  D.  Quijote  y  ú 
D.  Quijote,  porque  caballero  andante  loqueellos  querían;  y  fué  que  el  Cura 
hubo  en  los  pasados  siglos  que  asi  se  se  vistiera  en  hábito  de  doncella  an- 
paraba  á  hacer  un  sermón  ó  plática  en  dante,  y  el  Barbero  procurase  ponerse 
mitad  de  un  campo  real,  como  si  fuera  de  escudero  como  mejor  pudiese, 
graduado  por  la  Universidad  de  París.  2.  Lenguaje  anticuado,  muy  propio 
Conforme  á  esto,  la  sobrina  de  D.  Qui-  cuando  se  trataba  de  remedar  los  pa- 
jote le  dice  en  la  segunda  parte  (a)  que  sajes  y  aventuras  de  los  antiguos  libros 
sabía  tanto,  que  si  fuese  menester  en  de  Caballerías.  Quiere  decir  que  la  con- 
una  necesidad  podría  subir  en  un  pul-  trahecha  y  enmascarada  doncella  había 
pito,  é  irse  d  predicar  por  esas  calles.  de  pedir   á  D.  Quijote   que  no  le  man- 

1.  El  período  está  desaliñado  y   re-  dase  descubrir  el  rostro,  ni  le  pregun- 

dundante.  Suprimiendo   algunas  pala-  tase  nada  de   sus  negocios  hasta  des- 

bras,  y  con  leve  alteración  en  las  que  pues  de  concluida  la  aventura,  conten- 

restan,  quedaría  mucho  mejor  :  Des-  tándose  con  lo  que  al  pronto  se  le  hu- 

pués,  habiendo  bien  pensado  entre  los  biese  querido  decir.  Este  plan  padeció 

dos  el  modo  que  tendrían  para  conse-  después  grandes  alteraciones  al  tiempo 

de  ejecutarse,  pero  realmente  era  muy 

(rt)  Cap.  VI.  acomodado   al  estilo  de  las  historias 


4o6 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


duda,  que  D.  Quijote  vendría  en  lodo  cuanto  le  pidiese  por  este 
término,  y  que  desta  manera  le  sacarían  de  allí,  y  le  llevarían  á  su 
lugar,  donde  procurarían  ver  si  tenía  algún  remedio  su  extraña 
locura. 


caballerescas.  Sólo  que  el  plazo  que  se 
señalaba  para  quitarse  el  .'ulifaz  y  dar 
cuenta  de  .su  facienda,  era  demasiado 
largo,  y  sólo  debiera  ser  hasta  que  es- 


tuviese otorfinda  la  demanda.  Al  cubo 
ésta  se  liizo  sin  antifaz,  porque  no  fué 
menester  ocultar  el  rostro  para  liacer 
el  papel  de  doncella. 


FIN    DEL    TOMO    PRIMERO 


índice 


Pág^ina». 

Pkefacio    de   la   PHESESTE    EUICIÓX B 

Crítica  del  comentario  que  puso  al  «Quijote»  D.  Diego  Glemencín,  por 

D.  Alberto  Lista i 

Prólogo  del  comentario  por  D.  Diego  Clemencíx xii 

Al  Duque  de  Béjar xn 

Prólogo xliii 

Al  Libro  de  D.  Quijote  de  La  Mancha liii 


PRIMERA  PARTE 


CAPÍTULO  PRIMERO.  —  Qué  trata  de  la  condición  j-  ejercicio  del  famoso 
hidalgo  D.  Quijote  de  la  Mancha 1 

CAPÍTULO  II.  —  Que  trata  de  la  primera  salida  que  de  su  tierra  hizo  el 
ingenioso  D.  Quijote 17 

CAPÍTULO  III.  —  Donde  se  cuenta  la  graciosa  manera  que  tuvo  D.  Quijote 
en  armase  caballero 30 

CAPÍTULO  IV.  —  De  lo  que  sucedió  á  nuestro  caballero  cuando  salió  de  la 
venta 4S 

CAPÍTULO  V.  —  Donde  se  prosigue  la  narración  de  la  desgracia  de  nuestro 

caballero 62 

CAPÍTULO  VI.  —  Del  donoso  y  grande  escrutinio  que  el  Cura  y  el  Barbero 
hicieron  en  la  librería  de  nuestro  ingenioso  hidalgo 73 

CAPÍTULO  VII.  —  De  la  segunda  salida  de  nuestro  buen  caballero  D.  Qui- 
jote de  la  Mancha 1 09 


458  ÍNDICE 

capítulo  Vlll.  —  Del  buen  suceso  que  el  valeroso  D.  Quijote  tuvo  en  la 
espantable  y  janaás  imaginada  aventura  de  los  molinos  de  viento,  con 
otros  sucesos  dignos  de  felice  recordación 1 20 

CAPÍTULO  IX.  —  Donde  se  concluye  y  da  fin  á  la  estupenda  batalla  que  el 
gallardo  vizcaíno  y  el  valiente  manchego  tuvieron 136 

CAPÍTULO  X.  —  De  los  graciosos  razonamientos  que  pasaron  entre  ]).  Qui- 
jote y  Sancho  Panza  su  escudero 148 

CAPÍTULO  XI.  —  De  lo  que  le  sucedió  á  D.  Quijote  con  unos  cabreros 160 

CAPÍTULO  Xll.  —  De  lo  que  contó  un  cabrero  á  los  que  estaban  con  D.  Qui- 
jote        111 

CAPÍTULO  XIII.  —  Donde  se  da  fin  al  cuento  de  la  pastora  Marcela,  con 
otros  sucesos 1 80 

CAPÍTULO  XIV.  —  Donde  se  ponen  los  versos  desesperados  del  difunto 
pastor  con  otros  no  esperados  sucesos 203 

CAPÍTULO  XV.  —  Donde  se  cuenta  la  desgraciada  aventura  que  se  topó 
D.  Quijote  en  topar  con  unos  desalmados  yangüeses 211 

CAPÍTULO  XVI.  —  Délo  que  le  sucedió  al  ingenioso  hidalg  >  en  la  venta 
que  él  imaginaba  .ser  castillo 23J 

CAPÍTULO  XVII.  —  Donde  se  prosiguen  los  innumerables  trabajos  que  el 
bravo  D.  Quijote  y  su  buen  escudero  Sancho  Panza  pasaron  en  la  venta, 
que  por  su  mal  pensó  que  era  castillo 248 

CAPÍTULO  XVllI.  —  Donde  se  cuentan  las  razones  que  pasó  Sancho  Panza 
con  su  señor  D.  Quijote  con  otras  aventuras  dignas  de  ser  contadas 260 

CAPÍTULO  XIX.  —  De  las  discretas  razones  que  Sancho  pasaba  con  su  amo, 
y  de  la  aventura  que  le  sucedió  con  un  cuerpo  muerto,  con  otros  aconte- 
cimientos famosos 2S3 

CAPÍTULO  XX.  —  Déla  jamás  vista  ni  oída  aventura,  que  con  más  poco 
peligro  fué  acabada  de  famoso  caballero  en  el  mundo,  como  la  que  acabó 
el  valeroso  D.  Quijote  de  la  Mancha 297 

CAPÍTULO  XXI.  —  Que  trata  de  la  alta  aventura  y  rica  ganancia  del  yelmo 
de  Mambrino,  con  otras  cosas  sucedidas  á  nuestro  invencible  caballero.       320 

CAPÍTULO  XXII.  —  De  la  libertad  que  dio  D.  Quijote  á  muchos  desdichados 
que  mal  de  su  grado  los  llevaban  donde  no  quisieran  ir 349 

CAPÍTULO  XXIII.  —  De  lo  que  aconteció  al  famoso  D.  Quijote  en  Sierra- 
morena,  que  fué  una  de  las  más  raras  aventuras  que  en  esta  verdadera 
historia  se  cuentan 371 

CAPÍTULO  XXIV.  —  Donde  se  prosigue  la  aventura  de  la  Sierramorena. . .      391 


ÍNDICi;  i:')\) 

Piginas. 
CAPÍTULO  XXV.  —  Que  trata  de  liis  extrafias  cosas  que  en  Sieiramorena 
sucotlicron  al  valiente  caballero  de  la  Mancha,  y  de  la  imitación  que  hizo 
;i  la  penitencia  de  Beltenebrós ii)4 

CAPÍTULO  XXVI.  —  Donde  se  prosiguen  las   finezas  que  de  enamorado 
hizo  D.  Quijote  en  Sierramorena 442 

Índick 457 


TOURS.  —  IMP.  DESÚS  HERMANOS,  6,  RUÉ  GAMBETTA. 

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