PRESENTED TO
THE LIBRARY
BY
PROFESSOR MILTON A. BUCHANAN
OF THE
DEPARTMENT OF ITALIAX AND SPANISH
1906-1946
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEORA
líL ÍNGENIOSO HIDALGO
iN OlllJOTE DE LA MANCHA
LO\irNl\D.J i'iiK
D. DIEGO CLEMENCÍN
NUEVA EDICIÓN ANOTADA
POR j:? / "ZL^
MIGUEL DE TORO GÓMEZ
TOMO PRIMERO
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ArtrnA^ni? TrrííCIONES LITERARIAS Y ARTÍSTICA
Librería Paul Ollendorff
sÉE ü'antin, 5u
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EL INGENIOSO HIDALGO
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
/
ES PROPIEDAD DE LOS EDITORES. — DERECHOS RESERVADOS
-II
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University of Toronto
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L5
C^isdCtejjiQUEL OE CERVANTES SAAVEDRA
EL INGENIOSO HIDALGO
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
COMENTADO POR
D. DIEGO CLEMENCÍN
NUEVA EDICIÓN ANOTADA
POR
MIGUEL DE TORO GÓMEZ
TOMO I
lo\ t 491022
W- "o. 4-9
parís
SOCIEDAD DE EDICIONES LITERARIAS Y ARTÍSTICAS
Librería Paul Ollendorff
50, CHAUSSÉE d'aNTIN, 50
igio
PREFACIO DE Li PRESENTE EDICIÓN
Cuando la Sociedad de- Ediciones Literarias y Artísticas soli-
citó mi concurso i^ara anotar una nueva edición del Quijote
vacilé en aceptar á causa de lo arduo de la empresa; pero
cuando supe que se trataba de reproducir la famosa edición
comentada por Clemencin^ desaparecieron mis vacilaciones y
acepté con el mayor gusto. Dos razones principales influyeron
en mi aceptación.
1/ La de que, al reproducir en Madrid hace unos catorce
años la imnortal novela de Cervantes con el ya citado comenta-
rio., no se tuvo en cuenta que habían pasado dos tercios de siglo
desde la primera publicación de la obra y que, en ese lapso de
tiempo, fecundo para nuestras letras, se había creado en
España y en los países de lengua española una riquísima lite-
ratura cervantina, y se había desarrollado la afición á todo lo re-
lativo á Cerva?ites, gracias á la activa y entusiasta propaganda
de una pléyade de distinguidos cervantistas, entre los que
figuran en primera linea Benjumea, Asensio, Urdaneta, Thebus-
setn, Segovia, Cortejan, Cejador, el malagrodo Pérez Pastor,
I rematur amenté arrancado á nuestra admiración y aplauso, y
otros muchos que sería largo enumerar , sin contar los distin-
guidos cervantistas extranjeros que han consagrado, en los
últimos lustros del siglo XIX, su erudición y sus vigilias al prín-
t ¡pe de los ingenios espmñoles. Esto, que causaría asombro en
I nalquier país de Europa, no llamó la atención en España, y
hasta recuerdo que la prensa tributó elogios á una edición tan
pobre y atrasada en este punto de la obra. Verdad es que,
£omo he dicho en mi reciente libro Por la cultura y por la
i; don quijote de la mancha
raza, con honrosas excepciones [qve afortunadamente empiezan
á ser más frecuentes) los editores suelen desconocer el verda-
dero arte de hacer libros y tienen en muy poco la colaboración
intelectual de los autores. Recuerdo, á este propósito^ haber
oído contar á mi distinguido y admirado amigo el ilustre filó-
logo colombiano D. Rufino José Cuervo un caso sumamente
curioso. Habiendo llegado á sus noticias que una importante
casa editorial de España preparaba la reproducción de una obra
literaria antigua, cuyo titulo no recuerdo en este momento,
escribió al editor ofreciéndole su colaboración gratuita y el
aporte de su valiosa erudición ; pero el editor, dando pruebas
de su ig7iorancia^ y mal gusto, ni aun le dio las gracias por su
ofrecimiento. Compárese seine jante conducta con la de los edi-
tores ingleses, franceses, etc., cuando se trato de esta clase de
obras. En este punto, casi nos dejan atrás hasta los portugueses.
La segunda razón que me ha movido á asociar mi nombre á
esta edición, es mi deseo de poner algún convectivo á los excesos
del comentarista con 7'especto á Cervantes. Seguramente el
Sr. Clemencin era hombre muy erudito, muy versado en libros
de caballería y muy capaz de referimos al dedillo las cuitas y
aventuras del más humilde caballero andante, las veces que
tropezó el caballo de Amadis, el número de suspiros y jacula-
torias amorosas que lanzó cada uno de los enamorados pala-
dines á quienes se proponía imitar Don Quijote, y óticos detalles
no menos interesantes ; era además profundamente versado en
arqueología, indumeyítaria, armas, bibliografía y literatura [en
todos estos conocimientos son sus notas un verdadero tesoro);
pero desgraciadamente dejaba mucho que desear como escritor
castizo y correcto, aunque él otra cosa se figurase ; y se empeñó
no obstante en hallar faltas de lenguaje y descuidos en el
Quijote, y en deslucir la parle meritoria de su obra erudita con
sus intemperancias de dómine pedante y su constante afán de
sacudir á cada instante rudos disciplinazos al gran maestro de
la prosa castellana.
Un hombre que, á pesar de su condición de académico y de
haber compuesto una gramática [asi sería ella) empleaba el
galicismo apercibirse de y ott'os que quedan consignados en las
PHEFACIO ni; LA PnESENTE EDICIÓN C
noías, f/ fjiic faltülia á las Iri/es de la sintaxis y á la propiedad
del lenguaje, no era el llamado á criticar el lenguaje de Cer-
vantes. Si Intlñera tenido en cuenta el ne sulor ultra crepidaní,
es decir, si kuhiera concretado su labor de comentarista á
lo (jue constituía su dominio propio, esto es, á la erudición litera-
ria, histórica tj bibliogrcifica, sólo hubiera merecido elogios,
aunque á veces peca de nimio y gasta la pólvora en salvas ;
pero la vanidad le hizo perder la cabeza y quiso echárselas de
lingüista y de gramático. Cuando le vemos hablar á cada paso
con aire doctoral de los descuidos y negligencias de Cervantes^
de su desconocimiento de la lengua y de otras cosas análogas,
se me figura ver á un gorrión que pretende enseñar á volar á
un águila.
Varios escritores, en particular el Sr. Cortejón en su magni-
fica edición critica del Quijote, aun no terminada, han hecho
notar la injusticia y pesadez de Clemencin en esta materia;
pero lo han hecho de paso y refiriéndose cil comentario del
mismo en determinados pasajes, que sólo pueden consultar
algunos curiosos eruditos ; mientras que, por tratarse aquí dé
una edición casi popular y al alcance de todos, convenía que
el correctivo á las intemperancias del comentarista fuese al pie
de las mismas notas del comentario. Para no alargar demasiado
las nuevas notas que, sin embargo, pasan de mil, no he querido
señalar sino las incorrecciones y galicismos de más bulto que
se notan en el comentario.
A fin de facilitar la consulta, he puesto las nuevas notas al
pie de las primeras, en carácter más pequeño, y las he seña-
lado con las letras del alfabeto griego.
He aquí explicados brevemente el motivo de mi colaboración
y el espíritu que me ha. guiado en ella.
Creo haber curnpjlido un deber patriótico con el más ilustre
de los escritores- españoles y estoy casi seguro de obtener bené-
vola acogida entre los admiradores, españoles y sudamericanos,
de aquel insigne manco que logró imponer su nombre, como
timbre de gloria, á nuestra hermosa lengua.
Miguel de Toro Gómez.
CRÍTICA
Uei COMENTAKIO QIE PliSO AL <( OIIJOIK » D. UIE60 CLFJEKCiltl
non
D. ALBERTO LISTA («)
La amistad que me unía al señor Clemencín, uno de los mas sabios hu-
manistas y más insignes filólogos de nuestra nación ; amistad cimentada
por la identidad de aficiones y de estudios, por su carácter amabilísimo y
por la circunstancia de ser compañeros en las Academias de la Lengua y
de la Historia, hizo que me apresurase á dar cuenta en la Gaceta de
Madrid del primer tomo de su edición del Quijote comentado por él, y
del segundo y tercero, publicados ambos no con mucho intervalo de
tiempo. Arrebatado este ilustre literato y excelente patriota por una muerte
prematura á su familia, á sus amigos y á la república de las letras, sus
hijos, cumpliendo á un mismo tiempo el deber de la piedad filial y la
obligación de no dejar sepultado en el olvido el resto del Comentario,
quizá la mejor obra de Filología que tenemos en nuestra lengua, conti-
nuaron con suma laboriosidad la publicación de los tres últimos tomos.
Pero como al mismo tiempo que fueron herederos de la ilustración y de
las virtudes de su difunto padre, lo fueron también de la amistad y bene-
volencia con que me honró, quisieron que yo fuese quien anunciase al
público en el ya citado periódico los tomos que sucesivamente salieron á
luz. Yo cumplí este encargo lo mejor que me fué posible, y con todo el
celo que exigía de un amigo el nombre respetable del autor.
Sus hijos han querido que mis anuncios, esparcidos en varios números,
apareciesen en este último tomo, destinado á completar cuanto sea inte-
resante al público acerca del Comentario y del comentador. Yo no me
podía negar á una solicitud que me halagaba : porque ¿. quién no asociará
su nombre con sumo placer á los de Cervantes y de Clemencín? Pero
habiéndome parecido más conveniente reunir en un discurso, con cierto
orden, los juicios que hice en los anuncios ya citados, que imprimirlos
seguidos y sin conexión, he emprendido este trabajo, no para aumentar la
gloria de mi perdido amigo, sino para probar á mis contemporáneos cuánto
me complazco en la que tan justamente ha adquirido.
(a) La critica del insigne Lista á la obra ciasáia reproducción de la obra de Clemen-
de Cleniencin había permanecido inédita, cín por la casa Hernando, de Madrid.
hasta que se hizo del dominio público gra- (M. de T.)
II DON yL'IJOTE DE LA MANCHA
Faltaba en nuestra literatura el homenaje debido ¡1 la inmortal olira
del (Jumóte, el de ser comentada, siendo así que se había tributado á los de-
lirios de (lúiiííoraí.'j). I.as eruditas notas de Pellicer no merecen el nombre
de comentario, porque no siguen ceñidamente al original ; y las de Bowle,
aunque muy apreciabir-s jiur ser de un extranjero, se limitan á evacuar
las citas del lexo y á aclarar algunas locuciones exóticas para sus com-
patriotas.
Un escritor conocida ya en la literatura española por su vasta erudición,
lina crítica y sana filosofía, ha emprendido á comentar la más célebre de
nuestras producciones, el primer libro de nuestro idioma, y se somete
con entera docilidad alas leyes severas del Comentario. El señor Clemencín
no abandona un punto á su autor. Examina la fábula y los caracteres;
nota los descuidos y anacronismos que la precipitación con que trabajaba <
hizo cometer á Cervantes; manifiesta el mérito de la invención, la maes- j
tría del pincel más rico y variado que ha conocido el Parnaso, las gracia-
del estilo, la perfecciim del plan, la habilidad de la ejecución, la coordi
nación oportuna de lo.s incidentes, y, en fin, el objeto constante que se
propuso en su obra, de desterrar del mundo los libros de caballería.
Otras notas se dirigen á probar con numerosas citas, tomadas de estos
libros, cuan justa es la sátira que de ellos hace el autor del Quijote. El se-
ñor Clemencín multiplica las citas de los libros de caballería, con el objeto j
de satisfacer la curiosidad que promueve el Ingenioso Hidalgo en los que
lo leen, acerca de las historias y personajes caballerescos, tanto mayor
cuando siendo antes muy comunes los libros en que están escritas sus
aventuras, se encuentran ahora con mucha dificultad y costa (y). El mismo
Quijote, que sepultó en el olvido, cuando se publicó, esta clase de obras,
excita en los lectores de nuestros tiempos el deseo de conocerlas, mucho
más cuando Cervantes ha parodiado en su libro gran número de las fábulas
que en ellas se refieren. ¿ Quién no desea eji el día conocer á los Ama-
dises, Febos y Urianas, modelos de D. Quijote y de Dulcinea? Además,
es imposible á veces entender los delirios del héroe de la Mancha, sin
previo conocimiento del lenguaje é invención desatinada de aquellos
libros.
Otras notas pertenecen á la crítica y filosofía de las humanidades. En
ellas se señalan las imitaciones de los poetas clásicos de la antigüedad
y de la Edad Moderna que hizo el inmortal autor del Quijote; se examinan
las bellezas de su estilo, los defectos de sus versos (en los cuales, como
nadie ignora, fué infelicísiinoi, y, en fin, se analizan los juicios de este
célebre escritor, que, á semejanza de Homero, vertió en su libro todo lo
que sabía acerca de los autores y obras que cita, señaladamente en el
(i) Meiiéndez Pelayo, en su Historia ríe clásicos. La Biblioteca Universal de autores
las ideas estéticas, lomo II, pág. :i'i'¿ y si- españoles (qae ya. publicó un tomo de Libros
guíenles, da curiosas noticias acerca de Éapí- de Caballerías ordenado por Gayan^-osj conti-
nosa, García Coronel y otroi comentadores nuada hoy, bajo la dirección 'de Meaéndez
de Góngora. " iM. de T.) Pelayo, ha publicado otros tres volúmenes
''-') La moderna crítica literaria está reme- de Libros de Caballerías, ilustrados por el
diaudo, eu lo posible, esta penuria de libros señor Bonilla de Sau Martin. (M. de T.)
cnmcA in
famoso escrutinio de la librcri.i, y acerca de las vaiias cuestiones que
toca en materia de poesía, ret(')rica y moral.
I,as notas pertenecientes al lenguaje han merecido un cuidado parti-
cular al comentador ; corrige ó advierle las locuciones viciosas de las
anteriores ediciones; explica los pasajes absurdos ; da noticia de las alu-
siones á usos y costumbres poco conocidos ya, y que es preciso saber
para la inteligencia del texio ; y, en fin, señala las incorreccienes y defec-
tos en que á veces incurre Cervantes (o), y que parecen en su obra como
nubes imperceptibles en el cielo claro y despejado de un hermoso día.
Por lo mismo que el autor del Ingenioso Hidalgo es uno de los modelos
más clásicos de elocución castellana, por lo mismo es más conveniente
notar estas pequefias advertencias para que las eviten los imitadores, más
dispuestos en general, porque así lo quiere la debilidad del entendimiento
humano, á imitar los yíjrros que las bellezas.
El señor Clemencín atribuyelas incorrecciones del lenguaje de Cervantes
á la precipitación con que escribió, que le hizo además cometer antilogías
y anacronismos en el cuerpo mismo de la fábula; y también á la impe-
ricia de los que hicieron las primeras ediciones y dejaron en ellas yerros
que se han repetido en las siguientes, hasta nuestros días. Nosotros tene-
mos por verdaderas ambas causas; pero también creemos que muchas de
las que hoy son tenidas justamente por incorrecciones, y deben tenerse
como tales, no lo eran en tiempo de Cervantes.
Este inimitable escritor halló el idioma formado ya en cuanto á sus
principales construcciones, mas no estaba aún enteramente fijado. Por
la naturaleza de los asuntos graves á que se hablan dedicado los más
célebres de los escritores que le precedieron, faltaban á la lengua, ya
sonora y majestuosa, aquella fluidez y gracia, aquella abundancia festiva,
aquella flexibilidad admirable para tratar todas las materias y géneros
que él le comunicó, recorriéndolos todos en su Quijote con igual feli-
cidad. Esto no pudo hacerlo sin que su imaginación viva y lozana le sugi-
riese nuevas voces y giros, nuevos modos y formas de decir, ya para hacer
más sonoros los períodos, ya para acelerar su movimiento, ya para retar-
darlo ó interrumpirlo, ya, en fin, para dar á las imágenes el conveniente
colorido. Cervantes no se limitó á ser un buen hablista del idioma patrio ;
creó también en materia de elocuci('jt), como había creado en la invención
y disposición de la fábula, y si algunas de sus innovaciones no han sido
admitidas en el uso común, y por consiguiente no pertenecen á la lengua,
es imposible negar que otras muchas, y en mayor número, han sido
adoptadas con gratitud ; han enriquecido el idioma y contribuido á lijar
su índole, haciéndole más flexible de lo que antes era para expresar
convenientemente toda clase de ideas.
(S) No hay que olvidar que los escritores Manco, taloneado por la necesidad y sin
españoles, en general, por falta de disci- tiempo sobrado para la corrección de las
plina.se han mostrado en todo tiempo re- pruebas. Por otra parte, Clemencín le buscó
beldes á los preceptos de la gramática y poco á veces pelos al huevo. Él señor Cortejón ha
respetuosos con las reglas de la ortografía. defendido muy bien á Cmvanles de la nota
Ténganse además en cuenta las condiciones de desaliño y "descuido. (M- de T.)
en que debió escribir sus obras el iusigne
IV DON QUIJOTE DE lA MANCHA
Al texto y á las notas antecede el prólogo del comentador, en que
forma un cuadro excelonte dul origen y progresos de la caballería, de las
causas de su decadencia, de la literatura á que dio lugar y de los delirios
que se introdujeron en esta misma literatura, para recaer después en el
objeto moral que Cervantes se propuso en su obra. Este prólogo es modelo
de los trozos mejor esciitos de la historia filosófica, y está lleno de selecta
y bien manejada erudición.
En cuanto al inmenso número de notas que forman el Comentario,
bastará decir que todos los pasajes del Quijote que merecen ilustración,
ya histórica ó mitológica, ya de literatura caballeresca, ya relativa á la
fábula, ya al lenguaje, la tienen copiosa y bien escrita. Acaso no serán
siempre todos los lectores déla opinión del comentador; pero á lómenos
siempre hallarán cuantos datos se necesitan para resolver con acierto
esta clase de cuestiones, que es todo lo que razonablemente puede exi-
girse de un Comentario.
Sólo nos resta ya que designemos, en confirmación de nuestra opinión
sobre la obra, aquellas notas más dignas de observarse, ya por la impor-
tancia de la materia que contienen, ya por la erudición no común de
que están llenas; y para hacerlo con algún orden, pues ninguno era
posible en el Comentario, las distribuiremos en diferentes clases.
DE USOS Y COSTUMBRES
Parte I, capítulo XVI, nota 16. — Contiene una disertación muy curiosa
sobre la profesión de la arriería, preferida á otras por los moriscos de
España; tanto, que las Cortes del reino se quejaron á Felipe l\ de la espe-
cie de monopolio que ejercían en este ramo; y cuí^ndo fixeron expelidos,
se encarecieron los portes por falta de arrieros.
Parte I, capítulo XVI, nota 50. — Habla de las vicisitudes que ha tenido
la costumbre de dejar crecer la barba y los cabellos.
Parte I, capítulo XXI, pota 39. — Explica muy á la larga el papel fabu-
loso que hicieron los enanos en las historias caballerescas y la verdadera
introducción de estos monstruos en los palacios de los reyes y grandes.
Parte I, capítulo XXII, nota 57. — Cita muchos pasajes de nuestros anti-
guos escritores y libros de caballería, que demuestran el usoantifrásticodela
palabra don, que, siendo por su naturaleza voz de honor y respeto, se hace
frecuentemente de vituperio é ignominia, como en Don traidor, Don hijo
de p...
Parte I, capítuloXXX, notas 51 y52. — Trata muy circunstanciadamente
del traje y lengua de los gitanos, casta singular que aun no ha llegado
entre nosotros á incorporarse con la masa común de la sociedad.
Parle II, capítulo XI, notas 9, 10, 11, 12, 13, 14y 15.— Con motivo de la
aventura del carro de la muerte, da el señor Cleniencín noticias relativas á
los cómicos más célebres de los siglos xvi y xvii ; al origen y progresos
de las composiciones dramáticas, llamadas autos sacramentales; á las
CRITICA V
diferentes especies de compañías de actores que entonces se usaban y ai
l'.ivor no siempre merecido de que gozaban ios cómicos por la grande
.ilición de los espafioles á los espectáculos teatrales.
Parte II, capítulo XVII, nota d(5. — Da noticia de las espadas y famosos
es|)aderos de Toledo. En general, tiene gran cuidado de no omitir nada
relativo !l los trajes y armas usados en tiempo de Cervantes, y aun en los
siglóis anteriores.
Parte II, capituló XVII, notas 28 y 30. — Hay dos notas muy interesantes,
relativas, la primera á las fifestas de toros y la segunda ;'i las de las justas
y torneos. Antiguamente, la suerte principal de la tauromaquia era la lan-
zada, y los lidiatlores de toros eran caballeros ; distinguióse entre ellos
por suerte y destreza D. Pedro Ponce de León, hermano del duque de
Arcos. El mismo emperador Carlos V, hallándose en una fiesta de toros
en Patencia, quebró su lanza en uno de ellos, que le hirió el caballo; y
otra vez en Valladolid quiso hacer la misma suerte, pero no le entró ei
toro (e).
En aquellos tiempos, si se hadecreer á D. Luis Zapata en su Miscelánea,
el peligro de estas funciones era muy poco; pero cuando las lanzas se
convirtieron en garrochas, se multiplicaron las desgracias, por confesión
del mismo autor, hasta tal punto, que el padre Pedro de Guzmán, jesuíta,
en su obra titulada Bienes del honesto trabajo, aseguraba que en un año
con otro morían en esta clase de funciones de doscientas á trescientas
personas. La nobleza abandonó ei coso en el siglo xvli ; pero esta diver-
sión fué siempre popular en España, señaladamente en las funciones de
los santos patronos de los pueblos, y se introdujo la superstición, dice el
padre Guzmán, de creer que las carnes de toro muerto en e>.tas fiestas de
santo, guardadas como reliquias, son contra calenturas y otras enfermedades,
y remedio contra los nublados. Los de sus entendimientos, añade, remedie
el Sa)ito por su clemencia.
Parte II, capítulo XXIV, nota 7. — La ridicula consecuencia que el primo
de Basilio sacó de las palabras de Durandarte, paciencia y barajar, damotivo
al señor Clemeucín para entraren la discusión acerca del juego de naipes,
cuya invención atribuyó Juan de la Cuesta, en su poema De los inventores
de las cosas, á un barcelonés llamado Vilhan, de cuyo nombre fornió Cer-
vantes el adjetivo vilhanesca en la novela Rinconete y Cortadillo, en la
cual llama también /toreo de villano (desfigurando el nombre) á las trampas
en el juego. Después de estas citas y otras, indaga el origen, á la verdad
bastante probable, que pudo tener esta diversión en la de los dados, cono-
cida de los antiguos (iT).
Parte II, capítulo XXVI, nota 4. — No es menos sabia y erudita la nota
acerca del ajedrez y de las tablas. Ei señor Clemencín prueba que esté
último juego fué el que hoy se conoce con el nombre de chaquete.
(í) Moratin, padre, escribió una muy eru- (Q Recientemente ha publicado en Fran-
dila é interesante carta sobre ei Origen y cia el esoitur señor Alleniagne una niiiy
Progresos íÍk Ins fiestas de toros en España, notable obra, en dos voiúnieues profusa-
que se encuentra al tinal de sus poesías. mente iluatrados, acerca de los naipes v su
(M. de T.) historia. yU. de T.)
VI nON QUIJOTE DE I,A MANCHA
Parle II, capítulo XXXIII, nota 20. — Traenolicias muy curiosas acerca
del .juego de los (Indoa.
Parte II, capitulo XXXVI, nota 40. — La notaacerrade los coches, mani-
fiesta el espíritu de los españoles en el siglo xvi y á principios del xvu.
Este ramo de comodidad y de lujo, introducido en el reinado de Carlos V,
halló grande oposición en la opinión pública, ya porque encarecía el
precio de las muías, ya porque afeminaba á los hombres y los desacos-
tumbraba del uso del caballo, tan necesario para la guerra. Klsefior Cle-
niencín cita las peticiones di' varias Cortes para restringir su uso, y las
pragmáticas expedidas al mismo efecto bástala Real cédula de 1019, última
que se publicó con el mismo espíritu.
En el reinado de Felipe IV cesi') la persecución, excepto en el teatro,
donde Calder('»n y otros poelas motejaron frecuentemente el ansia de las
mujeres por andar en coche.
Parte II, capítulo XI., nota ü6, y capítulo XEV, nota 16. — Las notas sobre
los tratamientos de Vos y de Don contienen noticias, casi olvidadas ya,
acerca de nuestras costumbres domésticas (r¡).
Parte II, capitulo XLI, nota 13. — Refiere las costumbres de los romeros
^palmeros en la Edad Media, y aun en los tiempos posteriores.
Parte II, capítuloXLVI, nota 17. — Demuestra que fué real y verdadero
en la Edad Media el uso de que las damas asistiesen y curasen á los caba-
lleros heridos.
Parte II, capítulo XLVII, nota32. — Con motivo de estas palabras del
texto : ac leer y escribir y soy vizcaíno, cita todos los secretarios naturales de
Vizcaya que tuvieron los monarcas de la dinastía austríaca.
Parte II, capítulo XLIX, nota 3~; cap. L, nota 12; cap. L. nota 44. —
Acerca de los trajes, así de hombres como de mujeres, no desaprovecha
el comentador ninguna oportunidad que le ofrezcan los pasajes de Cer-
vantes en que se hace mencitJn de los vestidos. Es muy notable la nota 37
del capítulo XLIX, porque en ella se ve el lujo en el vestir propio del
siglo XVI, comparado con la sencillez y llam-za de los tiempos anteriores.
En la nota 44, capítulo L, y en otras, cita las varias precauciones que en
diversas épocas tomó la ley en España para contener el lujo y aun la
indecencia en el vestir. Sin embargo, la misma ley que prohibía á las
mujeres el uso de los verdugados, sin llevar chapín de cinco dedos de
alto, permitía el castigo indecente de cortar las faldas á las rameras : de
cuya costumbre se encuentran vestigios entre los antiguos españoles, los
italianos y aun los pueblos de la tierra de Canaán, como puede verse en
la nota 12 del capítulo L.
Parte II, capítulo Lli, notas 10 y I;!; cap. LVI, nota 21 ; cap. LVIII,
notaGl. — Contiene muy á la larga la historia de los desafíos en España y
la explicación de las principales ceremonias que en ellos se observaban.
Entre los famosos duelos de la más remota antigüedad castellana, cita
(r,) El erudito Doctor Thebiis^em ( señor pág. 121, consagra un largo v ameno artí-
Pardo de Figueroa) en su curioso é inte- culo á los tratamientos Don, Vos, etc.
resante libro frimera ración de artículos, (M. de T.)
cnÍTic.v vil
el señor Clcmencín el lelo de Zamora por Dieíjo Ordófiez de l.ara, y el
de los Infantes de Carri(')n por el Cid, y pasa en silencio el que algunos
documentos 6 historiadons catalanes, citados por el señor liofarull en
su ol)ra Los Condes <le liarcclona, relieren á la misma «'poca, á sal»(!r : del
conde D. Rerensíuel, por sobrenombre el fratricida, que fué vencido en
el desafío.
Kste duelo merecía, sin embargo, particular mencit'm, tanto porque
recaía sobre un juicio, como porque siendo juez el mismo rey de Castilla
Alonso VI, era muy glorioso para él y para la nación que el soberano de
un pueblo extranjero, y poco antes enemigo suyo, se sometiese á su
tribunal. El erudito y laborioso Clemencín, qué tantas pruebas tiene
dadas de su vasta lectura, no halló, pues, en nuestras memorias, vestigios
de semejante desafío ; y este silencio es un argumento muy fuerte contra
la realidad del hecho que no hubieran omitido los cronistas coetá-
neos, tanto por la atrocidad del crimen como por la celebridad del tri-
bunal.
En las citadas notas explica la costumbre de dejar un guante por prenda
del desafío, la de partir el sol y medir las armas á los combatientes, y
otras varias. Recuerda también los libros y pasajes caballerescos en que
se mencionan semejantes duelos, y principalmente la historia de los
pasos honrosos que se han celebrado en Castilla. El señor Clemencín
juzga esta galantería del siglo xv con toda la severidad filosófica del xix,
en lo cual, ciertamente, no le imitaremos. Una nación belicosa, por nece-
sidad debió, aun en sus diversiones, manejar el acero. Algo más honrosos,
algo más útiles eran á Castilla aquellos pasos que los que desgraciada-
mente sostiene nuestra juventud entre los desfiladeros que forman los
naipes en el juego del monte.
Parte H, capítulo LIX, nota b8. — La nota sobre las justas y torneos de
Zaragoza, y sobre la Cofradía de San Jorge, que tenía á su cargo cele-
brarlos, es muy interesante, ya se considere históricamente, ya como
relativa á las costumbres antiguas de Aragón. En ella se ve claramente
el carácter de las instituciones, á un mismo tiempo políticas, religiosas y
militares, de un pueblo que debió su existencia como nación indepen-
diente á su lanza y á su creencia. Es verdad que estas instituciones no
son propias del siglo ni de la civilización actual ; mas no puede negarse
que satisfacían completamente las necesidades sociales de aquellos siglos,
y ridiculizarlas ahora sería un anacronismo tan pedantesco, como pre-
sentar á la irrisión pública el censo y las lustraciones de Roma, ó la salsa
negra de los espartanos, ^'ada de lo que ha contribuido á inspirar á los
hombres sentimientos dt; honor y de virtud es despreciable ni indigno de
la consideracii'm del filósofo.
Parte II, capítulo LX, notas "24 y íiO. — No podemos decir otro tanto de los
bandos, comunes en Cataluña y en otras provincias y ciudades de España
entre las familias nobles, y de las cuales se habla en las notas citadas.
Esta costumbre bárbara de abanderizarse trajo quizá su origen de los
güelfos y gibelinos, facciones que de Alemania pasaron á Italia, y bien
que en las ciudades de Castilla pueden atribuirse con más razón á la
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
anibiciüu de los nobles que solicitaban los oficios municipales, cuando
éstos empezaron á dar influencia en el poder.
Parte II, capítulo LXII, nota 2. Contiene muy buena y escogida erudi-
ción acerca de las fiestas que todas las naciones hacen en la noche y
mañana de San Juan, tan celebradas en nuestros libros caballerescos,
rouiances y comedias. Refiere también las funciones que se hicieron en
los jardines del Prado de .Madrid en obsequio del rey Felipe IV, la noche
de San Juan del año 1631.
MORAL
Parte I, capítulo XVIII, nota 13. — Trata del cfelo religioso que los
autores de libros de caballería atribuyeron á sus héroes, y cita numerosos
pasajes que lo demuestran.
Parte II, Prólogo, nota 6. — Habla en ella Cervantes de la ocupación
continua y virtuoaa de Lope de Vega, que, en sentir del comentador, era
la de escribir para el teatro. Con este motivo observa que los más célebres
dramaturgos y los fundadores del teatro español pertenecen al clero
secular ó regular, Juan de la Encina, Torres Naharro, Bermúdez, Lope
de Vega, Miguel Sánchez, llamado el Divino, Mirademescua, Calderón,
Solís y otros de menos nombi'adía que cita, fueron sacerdotes. Añade á
estas noticias la de las discusiones frecuentes sobre los vicios del teatro,
y de las disposiciones gubernativas para corregirlos, concluyendo con las
reflexiones del elocuente Jovellanos sobre esta materia.
Parte II, capítulo LVIII, notas 24 y siguientes. — Habla de los agüeros
y copia un hermoso pasaje de la Crónica de D. Pedro ]\iño, lleno de
reflexiones juiciosas y filosóficas, superiores á las luces del siglo en que
se escribieron. A la misma clase pertenece la superstición de las varillas
de virtudes, mencionadas en la nota 30 del capítulo LXII. Estas varillas han
sido muy célebres desde la de Circe, ó por mejor decir, desde la de Mer-
curio, que parece haber sido el tipo de las demás. Ya en la nota 13 del
capítulo LXII había dado noticia de los que eran tenidos en tiempo del
autor del Quijote por grandes mágicos y nigromantes.
Parte II, capítulo LXIX, nota 9. — Con motivo de la fingida muerte de
Altisidora, cita un gran número de personas de uno y otro sexo muertas
sin violencia ni suicidio, por la misma fuerza de la pasión amorosa. Cita
también á Quevedo, que vio junto al trono de la muerte á muchos que
estaban ya paraacahar de amor... y á puros milagros de interés resucitaban.
LITERATURA
Parte I, capítulo XX, nota 39. — Se explica el origen del cuento de la
pastora Torralba. Las investigaciones del señor Clemencín lo hacen subir
á la literatura oriental. La primera vez que apareció en la europea esta
I
r.uíiicv IX
conseja, fué en un;i obra latina iiililulada l'roreibioihm scu clericalis
(iiscipliiix libii tres, su autor Pedro Allbnso, judío converso de Hliesca (0).
Parte I, capítulo XXI, nota 3. — Hahla de las colecciones de refranes
caálellanos. 1.a más conocida es la de llernán Nuñez Pinciano, llamado
el Cumcndador yricijo, (\\ie murió en l.')i)3(i).
Parte 1, capítulo XXIII, nota 32. — Cilade los héroes andantescos, los que
se celebran en sus historias como buenos poetas y músicos; y maniüestd.
cuánto aprecio tuvieron entrambas profesiones en la corte de Castilla
desde San Fernando, que gustaba de los trovadores, y entendía quién lo
hacia bien y quién no, como dice su hijo Ü. Alonso el Sabio.
Parte I, capítulo XXVÍII, nota 29. — Enumera los libros de invención y
entretenimiento que precedieron en España al Quijotk.
Parte II, ca[)ítulo III, nota 10. — Es bien conocida en nuestra historia
literaria la tradición del Biiscnpié, papel que se supone escrito por Cer-
vantes para excitar la malignidad del público y buscar compradores del
Quijote, diciéndoleque los personajes de e^ta novela no efan imaginarios,
sino verdaderos é históricos, con nombres fingidos, y que en ella se sati-
rizaban las empresas y galanterías del emperador Carlos V y de otros
hombres célebres de su época. El señor Clemencín, en la nota citada,
desmiente la hablilla del Buscapié, por la falsedad de la causa que se le
atribuye, que es el mal despacho del Quliote en sus principios ; pues sólo
en el primer año de la publicaci<')n de la primera parte se hicieron cuatro
ediciones de ella, y el mismo Cervantes dice en la segunda que su libro
había salido al mundo con unixicrsal aplauso de las gentes [■/.).
Parte II, capitulo XVIII, nota 3:3. — Dase noticia dé las Academias poé-
ticas privadas más célebres que hubo en España después del renacimiento
de las letras ; y fueron la Imitatoria, fundada en Madrid en 1586, de la
cual fué individuo, con el título de Bárbaro, el famoso poeta aragonés
Lupercio Leonardo de Argensola; la Se/i'a^'e, también déla corte, en 1612,
á que perteneció Lope de Vega : la de los Nocturnos, fundada en Valencia
en 1591, y la délos Anhelantes de Zaragoza.
Parte II, capítulo XXIII, nota 48. — Es una nota de crítica literaria muy
apreciable. El Comendador hace elogios merecidos del episodio de la
Cueva de Montesinos. En esta parte de la fábula quiso imitar Cervantes el
descendimiento al Averno de Clises y de Eneas, y las aventuras caballe-
rescas de castillos y personas encantadas ; pero no teniendo á su disposi-
ción ni los dioses de Grecia y tloma, ni ios nigrománticos de la Edad
(6) El libro Disciplina clericalis se publicó dio mucho que hablar la superchería del
en el siglo xii (su autor se convirtió en llUtí) escritor gaditano señor Castro que dio, como
Esta inspirado en gran parte en Kalila y hallazgo curioso de bibliófilo, un Buscapié
iJimna, veisión árabe del libro Pantcha Tan- de su invención, atribuido al inimitable au-
tra (los cinco capítulos), publicada en el tor del Quijote. A pesar del ingenio del Sr.
siglo VIII y traducida en castellano en el Castro, no engañó á los buenos cervantistas
siglo XIII. (M. de T.) y dio lugar a muy acaloradas polémicas.
(:) Existe una colección moderna de re- Los esi)aíioles han sido dados siempre á esta
franes : l¿l Refranero español, obra premiada clase de sujíerchorías, como lo prueban El
en concurso público y debida al erudito Centón epistolariu. Los Falsos Cronicones,
pareiniólogo señor Sbarbi. (M. de T.) el fragmento de Petronio, fingido i>or Mar-
(x) En la segunda rnitad del pasado siglo chena, etc., etc. (M. de T.)
X DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Media, se vali<j del sueño de un loco para hacer verosímil la narración,
más poética, más copiosa en imágenes de toda clase, más rica en elocución
que se halla enloda su admirable obra. « Se aprovechó (dice el señor Cle-
mencín) de las antiguas hallullas, creídas en el país de su héroe ; las
amalgamó con las noticias de los romances, también antiguos, que anda-
ban en boca de lodos, sobre Montesinos, sobre Durandarte, y los amores
de éste con Belerina ; combimí estas circunstancias del errory delcapricho
con las reales y físicas del nacimiento del Guadiana, de las lagunas en
donde nace, de su desaparición y de su segundo nacimiento, de la calidad
de sus aguas y pesca ; añadió de la f(''rtil y florida vena de su ingenio la
existencia, no mencionada en los romances y consejas populares, del
escudero (Guadiana, de la dueña Ruidera,de sus sobrinas é hijas; la trans-
formaci('in de aquel en río y de éstas en lagunas ; hizo intervenir en estos
sucesos á Merlín, reputado padre de la magia en la opinión del mundo
europeo, y de todos estos elementos, aglomerando lo natural, lo alegórico,
lo ridículo y lo caballeresco, formó la aventura más feliz y más poética
del QuMOTE. ))
Parte II, capitulo XXV, nota 28. — Trata de los errores populares, no
sólo en España, sino también en el resto de Europa, acerca de la astrología
judiciaria.
Parte II, capiluloXXIX, nota tl.~ Cita las palabras de AbrahamOrtelio,
que dieron algiín crt'>dito á la fábula vulgar de que todos los insectos que
se alimentan del cuerpo humano, perecen al pasar el meridiano de las
Azores; bien que el autor del Quijote, que i[u¡so ridiculizar esta necedad,
colocó en el Ecuador el término de la vida de estos insectos.
Parte II, capítulo LXII, ñola 7o. — Es muy singular y apreciable esta nota.
Hablase en ella de una adicic'm manuscrita, hecha en Alemania, del Qui-
jote, con el título de Capituloa de mi Don Quijote de la Mancha, no podidoa
publicar en España ; palabras que ya por sí maniUestan el poco conocimiento
de su autor en el idioma castellano. El señor Clemencín se abstuvo de
calificar esta falsiíicación, y se contentó con indicar las aventuras conte-
nidas en dichos capítulos ; pero basta tan leve noticia para convencernos
de cuan disparatada empresa ha sido y será en todos tiempos tocar á la
péñola que dejó Cervantes colgada en la espetera (a).
Parle II, capítulo LIX, notas 36, 37, .38 et 56. — No se contentó tan fácil-
menle nuestro sabio comentador en las notas relativas al rival de Cer-
vantes, que tan ridiculamente celebró Avellaneda. Censura el mal len-
guaje, el pésimo gusto, la falta de urbanidad, de gracia y de decencia en
el ])Si'udo-conlinuador del Quijote, y se admira, como nosotros, del elogio
que hace de él, en la aprobaciiui de la moderna ediciiui suya, D. Agustín
Monliano y Luyando, que llegó hasta decir : no es frío y sin (gracejo, como
Cervantes. Esto decía el que creyó haber regenerado el teatro español
(■/.) Hasta los más notables ingenios han en su libro: Capítulos que se le olvidaron ni
fracasado en tan ardua empresa, como lo autor del Quijote, que no es de lo mejor que
demostró, en época muy reciente, el castizo y produjo su pluma. (M. efe T.)
elegante escritor ecuatoriano Juan Montalvó
CRÍTICA XI
con sus dos traíjodias Ataúlfo y Vtrginin. Tales son ellas. En las bellas
letras lodo está enlazado, y no era posible que hiciese buenas tragedias el
(|uo tan depravado gusto tenía.
Parte II, capitulo LXXIlI,nota 15. — También es interesante la enumera-
ción de niiestros poetas, por la mayor [)arte bucólicos, que celebraron á
sus amadas bajo nombres fingidos. La especie de desdén con que se mira
en la actualidad la poesía pastoral, tan cultivada por nuestros mejores
poetas y novelistas, es una moda de Francia introducida en la literatura
española. Pero los franceses tienen justo motivo para desacreditar un
género en que nada sobresaliente han ¡iroducido ; nosotros, imitándolo
ridiculamente, condenamos al olvido y al desprecio unagran parte délas
riquezas de nuestro Parnaso. Otrotantose liizo ámediados del siglo pasado,
y también por seguir la moda francesa, con nuestro tesoro dramático del
siglo XVH (¡i.).
Hemos reservado para el (in de este artículo las notas relativas á la
célebre conversación entre el cura y el canónigo, y del canónigo con
D. Quijote, que recayeron en parte sobre la literatura novelesca y en
parte sobre la teatral. En cuanto al juicio de los libros de caballería, el
señor Clemencín cita al pie de los discursos de los dos cuerdos y delloco,
todos los desatinos á que se refieren, compulsando para ello la literatura
andantesca, tan común en tiempo de Cervantes y tan rara en el nuestro,
que el laborioso esmero del señor Clemencín en sus notas es de absoluta
necesidad; pues sin ellas parecería mayor la locura de Cervantes en im-
pugnar desvarios desconocidos ya de nosotros, que la de su héroe en aco-
meter los molinos de viento.
En cuanto á la literatura dramática, confesamos con el señor Clemencín
que las reflexiones de Cervantes sobre los defectos de las comedias de su
tiempo son todas juiciosas y prueban su buen gusto y extenso conoci-
miento de los modelos de la antigüedad; nos admiramos también con el
mismo docto comentador y con otros eruditos que le precedieron, de que
un hombre tan instruido como el autor del Quijote hubiese escrito, contra
su misma doctrina, dramas tan monstruosos, y lo que es peor, tan insí-
pidos, como los que produjo al teatro.
No es tan cierto que en la crítica que hizo tuviese por principal objeto
satirizará Lope de Vega, á quien tanto elogia, á pesar de sus defectos ; y
mucho menosque la emulación ó el despecho hubiesen dirigido su pluma.
En la censura que hace, ni es irónico ni cáustico, contra su estilo natural.
Ni se hallan sólo en las comedias de Lope los defectos que critica. Eran
generales en todos los dramáticos de su siglo. Para encontrarlos, bastá-
bale á Cervantes leer sus pi'opias comediiis. Si estaba instruido en las
reglas del arte y las despreci(3 cuando componía, hizo lo mismo que
(y.) Lo mismo sucedió con nuestros incom- algunos eruditos alemanes, como Bohl de
paiables romanceros, que nmchos literatos Faber, padrede nuestra sin par novelistai^er-
españoles imbuidos en las estrechas doctri- nán Caballero, tenían que defender nuestros
ñas del clasicismo francés (entre otros Her- tesoros literarios contra los mismos espa-
mosilla) consideraban poco menos que ñoles.
como las coplas de Calaínos, mientras que (M. de T.)
XII DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Lope, que encerraba los preceptos con seis //aies, sojuzgados uno y otro por
el gusto del público.
Debe hacerse otra roíbíxiím. Lope no debió su celebridad d suá fcome-
dias históricas, ni á las divinas, eU las cuales se notan la mayor jiarte de
los desatinos censurados ]jor Cervantes; sino á las que entonces se lla-
maron de capa !j espada, como La Esclava de su galán. La Moza de cántaro,
De Corsario á corsario, y otras mil de este género, de las cuales unas han
sido imitadas por los dramáticos franceses (v) de más nota, y otras Se re-
presentan aun en nuestros leatros con aplausos no desmentidos.
La verdad es que ni Cervantes, ni el mismo Lope conocieron él ritiévd
sendero de Kl poesía dramática que abrió este felicísirtio ingenio, guiado
solamente por su instinto y por el del público para quien componía. Nó
es aquí oportuno tratar una cuestión tan larga y delicada ; baste decir
que casi á un mismo tiempo crearon Lope de Vega y Shakespeare los tea-
tros de sus naciones, y dieron cada uno al suyo un carácter propio y original.
Citaremos aquí otras notas de literatura teatral que se hallan en el
tomo IV, Una de ellas es sobre los bobos y graciosos de nuestras comedias;
Los primeros divertían al público con sus patochadas y necedades, riiuy
semejantes á las de los arlequines italianos, de que hubo un teatro en
tiempo de Felipe 11. Este príncipe gustaba mucho de sus gracias. En la
nota 24 del capítulo VII, parte 11, se hace memoria de Trasíu/o, personaje
de dicho teatro italiano, establecido en la corte de España. El gracioso,
llamado al principio donaire, fué introducido por Lope do Vega en su co-
media la Francesilla ; en este papel empleaban los autores dramáticos
todas las sales de la elocución festiva y familiar y de la sátira picaresca.
Últimamente, en la nota 22 del capítulo XXI, parte II, recuérdalas dife-
rentes composiciones dramáticas en que se ha introducido el personaje
de D. Quijote, siendo la primera que se cita Las Bodas de Camacho el rico,
de Meléndez Valdés, y observa que ninguna de las que se conocen, y lo
mismo se puede inferir probablemente de las que se han perdido, es tole-
rable. Luchar con Cervantes no es dado ni álos prosistas ni á los poetas.
HISTORIA Y ANTIGÜEDADES
Parte I, capítulo XXX, nota 51. — Es un compendio de la historia de los
gitanos ; casta extraordinaria y errante, que no aparece en nuestra histo-
ria hasta fines del siglo xv.
(v) En mi traducción de la Historia de ríales de España. Linguet, uno de los me-
la Literatura francesa, de Leo Claretie, pu- jores traductores de nuestros clásicos eu el
blicada recientemente (1908) por la librería siglo xviii, atirma que, en riquezas dramá-
P. Ollendoríf, pongo la siguiente nota, al ha- ticas, Francia debe más á Es|iaña que á to-
blar del poeta Quinaull (tomo I, páj;. tj3s) : das las demás naciones del mundo. Merecen
« Quinault, como sus contemporáneos y consultarse acerca de este punto Le Tkéatre
antecesores, mcrmicó ampliamente en la espuynol por tíassier; La Comedir pspaynote
dramática española. Sería tarea intermí- en Fmnce y Moliere et ie TItéátre espaynoi^
nable indicar todos los arreglos y plagios. del seuor Éruesto Wartinenche. »
Según ciassier, desde lüuo hasta 1'ií:í'), todo* (M. de T.)
los dramáticos franceses tomaron sus mate-
f:H rn CA \ui
Parte I, capítulo XXXIX. — Todas las notas que se relieieu á la historia
ilel Cautivo son de la mayor importancia. l£n ellas se da amplia noticia
de los sucesos y hazañas de los españoles contra los turcos y hnrhoriscos;
de las aventuras did mismo Orvanl.es, consifínadas hasta cierto punto en
aquella novela liist(')rica ; de las costumbres de los moros y de la crueldad
conque trataban á los cristianos que caían en su pod<!r; en lin.de cuanto
pl mismo autor del Quijote quiso que fuese conocido é inmortalizado en
aquel episodio, que, aun(|ue deslif^ado del asunto principal de la obra,
interesaba nuicho á la nación para quien se escribía.
Parte H, capítulo XL,nota4. — Es muy digna de observación la nota sobre
las reflexiones del Cautivo acerca de la Goleta, cuya conservación traía á
España más gasto que provecho. El señor Clemencín cita un monumento
muy curioso, y es una carta de I). Diego Hurtado de Mendoza al rey
Felipe II, en la cual coincide el juicio de aquel célebre estadista con el
de Cervantes. Añade el comentador que este mismo dictamen fué seguido
en tiempos posteriores por otros que aconsejaron abandonar los demás
presidios de la costa de África. Habla después de la conquista de Argel por
los franceses, hecha en nuestros días ; del sistema de colonización de
aquella regencia y de las dificultades que encontrara, con mucho tino y
solidez.
Nosotros creemos que uno de los grandes males que produjo á España
la dinastía austríaca, fué haber separado el espíritu belicoso de nuestra
nación de la dirección que di(') á sus conquistas Fernando el Católico.
África era entonces el teatro natural de lagloria española; áél, y no á Ale-
mania ni á Flandes, nos llamaba la justa venganza, el entusiasmo reli-
gioso, la defensa de nuestras costas contra los piratas berberiscos, y, en
fin, los intereses generales de la civilización. Mientras ganábamos la
batalla de Mulberg en el Elba y la de San Quintín en el Soma, á costa de
nuestra sangre y tesoros, eran afligidas las plazas de la Península por los
corsarios de Berbería, é innumerables españoles gemían en las mazmorras
de aquellos bárbaros. Añádase á esto que las costas del Mediterráneo eran
el punto natural de nuestro engrandecimiento terrestre y marítimo; pues
tocando este mar por una parte á la Penínsulay por otraá nuestras con-
quistas en Italia, la posesión de Berbería hubiera hecho invulnerable la
nación en el centro de su poder. De este plan sensato y útilísimo de
engrandecimiento nos separaron los intereses de la casa de Austria, y
empleamos nuestras fuerzas en guerras de más gloria que provecho con-
tra pueblos cuyos nombres apenas conocíamos (?).
Parte I, capítulo XLIII, nota 8. — El señor Clemencín habla muy á la
larga, y á la verdad con sobrada razón, del problema político que se
resolvió en tiempo de Felipe III sobre cuál debía ser la residencia de la
(;) Tenía mucha razón el insigne Lista. <á la mayor decadencia y casi estuvimos á
Por abandonar la política de Isabel la Cató- punto dé perder uuestra'nacionalidad. Esto
lipa y de Cisneros, volviendo la espalda al nos ha traído el desquiciamiento completo
Mediterráneo é internámlonos en el conti- de nuestra vida política y económica, la per-
néate europeo, salimos, si con alguna glo- dida de todo poderío naval y militar y otras
ria, con las manos en la cabeza ; llegamos muchas cosas más. " (M. de T.)
XIV DON (jUIJOTIi DE LA MANCHA
corte de España. La disputa entre Madrid y Valencia, dice con donaire el
comentador, era más bien una quimera entre dos viejas que una cuestión
de interés general. Lamenta justísimamente que no se hubiese preferido
á Lisboa; la suerte de la monarquía estaba ligada á aquella discusión, sin
saberlo los mismos que la entablaron y decidieron.
Parle II, capítulo I, nota 42. — St> da noticia de hombres cuya estatura
era desmesurada. D. Pedro de Portugal, hijo bastardo del rey D. Dionis,
y autor del primer nobiliario de nuestra bibliografía, tenía once palmos
y medio de largo. D. José Pellicer de Salas, comentador del Polifemo, de
Góngora, vio y midió en Sevilla un hombre que, tendido en el suelo,
tenía cuatro varas y dos tercias de largo. El mismo Pellicer cita un ala-
bardero de Felipe II cuyo retrato estaba pintado en el Pardo, y á cuyo
pecho no llegaba un hombre de mediana estatura. Bernardo Gilli, natu-
ral de Verona, tenía once pies de altura; y Antonio Cano, de Nueva Gra-
nada, que murió en 1804, ocho pies menos una pulgada.
Parte II, capítulo II, nota 14. — Explícase la distinción entre hidalgos,
caballeros y ricos-hombres. Los primeros, como indica su mismo nombre,
eran los que heredaban de sus familias bienes con que mantenerse. Los
caballeros podían, además, servir en la guerra á caballo, y formaban un
orden semejante al ecuestre de los romanos. Los ricos-hombres sobresa-
lían entre los caballeros, no sólo por sus riquezas, sino también por
el favor del príncipe, por sus dignidades en el palacio y en el gobierno,
y por su influencia en el Estado. Estos tres grados de nobleza se reco-
nocían en España; el Don afectó primero sólo á los ricos-hombres; se
extendió después á los caballeros, y en tiempo de Cervantes se quejaban
éstos de que los moros hidalgos empezaban á usui'parlo.
Parte II, capítulo XIV, notas 5 y siguientes. — Las notas que ilustran
las antigüedades de España son muy curiosas é interesantes. La relativa ala
Giralda de Sevilla, citada por el bachiller Sansón Carrasco, alias el caba-
llero de los Espejos, contiene el origen de aquel nombre, dado primero á
la estatua de la Fe, que corona la torre, y después á todo el edificio. Con
este motivo se cita la descripción que de él hace la Crónica general de
España. Inmediatamente después describe los toros de Guisando y otros
monumentos de la misma especie que se encuentran en varias partes de
España; también habla de los esfuerzos inútiles de nuestros arqueólogos
para descubrir el objeto de aquellas antiguallas.
Trátase después de la sima de Cabra, y se cita el hecho curioso del
hombre que baja á ella pendiente de cuerdas, por disposición oficial,
para buscar un cadáver que los asesinos habían arrojado allí. Con este
motivo habla también del pozo Ayrón de Granada, que está en el Albayzín,
y de otro que hay con el mismo nombre en el castillo de Garci-Muñoz, en
la provincia de Cuenca.
Parte II, capítulo XVIII, nota 23. — Se habladelpeje Nicolás, hombre
extraordinario que vivía la mayor parte del tiempo en el mar, atravesaba
á nado con frecuencia el estrecho de Sicilia y llevaba noticias y recados
de la isla al continente, y al contrario. Estos hechos parecerían increíbles
si su posibilidad no se hallasj comprobada con el del hombre de Liér-
CIÚTICA XV
yanes, contemporáneo del Padrii Feijoo, que fué cogido en una red en la
bahía de Cádiz.
Parte lI,cupítuloXIX, nota 20. — Da noticiadelasobras escritas acerca de
la esgrima por el comendador Jerónimo de Carranza, i)or D. Luis Pacheco
de Narváez, maestro de esgrima de Felipe IV, y por el manjués de las
Torres de Rada, que floreció á principios del siglo xviii.
Parte II, capítulo XXIIF, nota 43. — E.x^plícase el origen de laexpresión pro-
verbial española es un Fúcar, para denotar á un hombre muy rico. I.a
familia de los Fúcares, cuyo verdadero nombre es Fugger, originaria de
Suiza y establecida en Ausburgo al principio del siglo xv, debió al comer-
cio, como la de los Médicis, sus riquezas y su engrandecimiento. El señor
Clemencín reíiere todas las noticias y memorias que han quedado de ella
señaladamente en España, donde tuvo á su cargo por muchos años y con
grandes fueros y privilegios las minas de plata de Hornachos y de Gua-
dalcanal, y la de azogue del Almadén. Las Cortes de Valladolid de 1552
reclamaron contra el arrendamiento que habían hecho los Fúcares de las
dehesas de los maestrazgos de Santiago y de Alcántara. Un ladrón, fin-
giéndose alguacil de la Inquisición, robó la casa del administrador de los
Fúcares en Almagro, de cuyo hecho lomó el autor del Gil Blas uno de los
episodios de su novela. En fin, subsiste en la corte un testimonio de la
influencia y consideración que esta familia tuvo en aquellos tiempos en el
nombre del Fúcar dado á una de las calles du Madrid.
Parle II, capítulo XXIV, nota 30. — Dice el texto : «Yase va dando orden
para que se entretengan los soldados viejos y estropeados. » El señor
Clemencín sospecha que esto lo dijo Cervantes irónicamente; porque no
ha hallado en ninguna de las memorias de aquel tiempo vestigios de
disposiciones legislativas sobre esta materia, á pesar de los escritos del
doctor Herrera, proto-médico de las galeras de España, acerca de la nece-
sidad de socorrer los soldados inválidos. El señor Clemencín cita y ana-
liza estos escritos, que son de fines del siglo xvi, con el tino que acos-
tumbra.
Parte II, capítulo XXXII, nota 38. — Estanotaesapreciable, porque mues-
tra la laboriosidad del comentador en buscar todo lo que pudiese ilustrar
el texto. Prueba por una información que Felipe II mandó hacer en 1376,
que en Toboso no había nobles, caballeros ni hijosdalgo, y que el único
que gozaba entonces de las libertades de los hijosdalgo era el doctor
Esteban Zarco de Morales, por haberse graduado en el colegio de los
españoles de Bolonia. Una hermana de este doctor, llamada Ana, fué
probablemente, según Clemencín, la que inmortalizó Cervantes con el
nombre de Dulcinea. Esta noticia le sirve también para demostrar que la
expresión del texto : Dulcinea es principal y bien nacida y de los hidalgos
linajes que hay en el Toboso, es maligna é irónica.
Parte II, capítulo L, nota 7. — Es relativa á Aranjuez, y contiene
muchos pasajes de nuestros escritores, así prosistas como poetas, que
prueban cuan célebre fué en aquella época este real sitio, mandado for-
mar por Felipe II.
Parte II, capitulo LIV, notas 31 y 3-*. — Hablase de la expulsión de los
XVI nON QUIJOTK I)R I, A MANCHA
moriscos, ordenada por Felipe III. Ambas notas, y señaladamente la
segunda, son de los trozos más filosóficos y al mismo tiempo más elocuen-
tes que han salido de la pluma del señor Clemencín. Atribuye, con mucha
razón, al ilotismo político y civil á que se sometió á los moros converti-
dos al cristianismo, y á las leyes opresivas é inicuas que contra ellos se
pidieron y dictaron en las Cortes de Castilla, el odio atroz é inextinguible
que ardía en sus pechos contra una nación que los aborrecía y vilipen-
diaba, y contra un gobierno que los atormentaba de todos modos. De
aquí procedió la imposibilidad de incorporarse y confundirse con los
españoles; de aquí sus comunicaciones secretas con los turcos y piratas
de África; de aquí las esperanzas de salvación que tenían fundadas en las
victorias de los musulmanes; de aquí, en fin, la necesidad de la expul-
sión. No podían ya vivir en la misma patria con los cristianos viejos ; así
la injusticia sólo puedo producir maldad y desventura (o).
Parte II, capítulo LV, nota 23. — Esta nota es curiosa y menos triste. En
ella se refieren todas las fábulas de las historias andantescas acerca de
los pa/rtc¿os de Galiana, cuyas ruinas existen en Toledo.
DE LOS LIBROS DE CABALLERÍA
La noticia de las fábulas y libros caballerescos, como ya hemos dicho,
es más importante en el día, así para los lectores nacionales como para
los extranjeros, que en el tiempo mismo en que se escribió el Quijote.
Entonces eran conocidas y vulgares dichas obras, y nadie podía desco-
nocer el espíritu del libro que acabó con ellas. Así apenas se encuentran
sino en la biblioteca de algún curioso; y como son muy pocas las que
merecen el honor de la reimpresión, es verosímil que desaparezcan ente-
ramente, en cuyo caso no sería muy fácil formar idea del monstruo que
aterró Cervantes, á no conservarse tantas señales y circunstancias de él
en las notas de su erudito comentador. En ellas se da un completo cono-
cimiento de la literatura calialleresca; se manifiesta el genio satírico del
autor del Quijote, que transformó en sucesos triviales y visibles los
portentos de aquellos libros, y se compone el trofeo de la vicloria de
Cervantes, contando los enemigos que venció.
Parte I, capítulo XXV, nota 24. — Las demás notas del señor Clemencín
probaron la vasta lecturay exquisito discernimiento de este sabio escritor;
pero ésta, publicada en Noviembre de 18.33, y que trata de la Peña Pobre
en que hizo penitencia Amadís de Gaula, prueba la bondad de su alma y
la generosidad de sus sentimientos. Después de haber mostrado, á favor
(o) Acabo de leer en La Jieme (n» del 15 sas, á pesar de los siglos transcurridos y de
de marzo de i'MH) un iñleiesante articulo los progresos de la civilización. Para dictar
sobre la: vida social en Constantinopla y en tin fallo dptiniíivo acerca de ciertos hechos
él hace notar el autor el iníranqiipable históricos haci.- falta tener en cuenta el espí-
abisnio que establece entre turcos y cris- ritu de la época. (M. de T.)
tianos la diferencia de sus creencias religio-
CRÍTICA XVII
de conjeturas muy felices, que la Peña Pobre de Rellonebros estaba
situada en Francia en la playa del mar, hacia los confines de Bretaña y
Normandia, añado : « Cuando esto so escribe se hallan haciendo penitencia
por las inmediaciones de la Peña Pobre algunos desgraciados aventureros,
desdeñados de su señora : ¿se conciliarán con ella, como Amadis con Uriana? »
Parte ií, capitulo XXV, nota 22. — Se hace menci(')n de las gigantas y
jayanas (¡ue tiguran en la mitología andantesca.
Parte II, capítulo XXVI, nota .<. — Se refiere la historia de D. Gaiferos
y Melisendra, representada en el retablo de Maese Pedro. El señor Cle-
mencín contiesa con ingenuidad que no puede satisfacer la curiosidad de
los lectores (curiosidad que también he tenido yo, aunque inútilmente)
acerca del origen del nombre Sansiteña, con que se designa á Zaragoza en
este pasaje del Quijote, y se contenta con hacer una observación muy
oportuna, y es que los libros de caballería, aunque suponen que Sansueña
estaba en tierra de moros, no traen seña alguna de la cual se deduzca
que esta ciudad fué la misma que Zaragoza. ¿Sería quizá Sangüesa, con
cuyo nombre tiene más analogía que con el de la capital de Aragón?
Parte II, capítulo XXVI, nota 7. — Con ocasión del mismo retablo hace
la historia de la famosa espada de Roldan, llamada Durindana; de la
Joyosa de Garlo-Magno, y de otras muchas célebres en los libros de caba-
llería.
Parte II, capítulo XXIX, notas 2 y .3. — Refiérese en gran número de
fábulas andantescas, en las cuales reciben los caballeros auxilios en sus
cuitas, socorriéndolos otro caballero arrebatado en una nube ó llevado
en un buque. Ambas notas son relativas á la aventura del barco encan-
tado.
Parte II, captíulo XXIX, nota 22. — En el final de dicha aventura, con
motivo de la teoría de D. Quijote acerca de la pugna y encuentro de los
encantadores, refiere el comentador varios pasajes de estos certámenes
nigrománticos.
Parte II, capítulo XXX, nota 18, y capítulo XXXVIII, nota 22. — Expli-
can las fórmulas y pormenores de la urbanidad entre los caballeros
andantes, los príncipes y las damas, descritos con suma pesadez en los
libros de caballería, y que Cervantes ridiculiza imitándolos festivamente.
Parte II, capítulo XXX, nota 23; capítulo XXXII, nota 55; capítulo
XXXIV, notas 35 y 38; capítulo XL, nota 28; capítulo XLI, nota 38;
capítulo XLV, nota 7, y capítulo XLVI, nota 17. — Desde que D. Quijote
entró en el castillo del Duque, establecida la hipótesis de que este
magnate y su esposa quisieron divertirse á costa del loco remedando las
escenas de los caballeros andantes, es indudable que pudieron imitarlas,
merced á su opulencia, con la verosimilitud necesaria para que las
creyese ciertas un loco. El comentador explica estas imitaciones por
pasajes semejantes de la andante caballería. Así quedan completamente
ilustradas la aventura del bosque después de la caza, la del caballo
Clavileño, la de las ínsulas citadas en la geografía caballeresca. El señor
Clemencín habla del empeño de muchos eruditos en fijar el lugar donde
estuvo la Barataría; empeño que prueba el grande interés que inspira el
XVIII DON QUIJOTE DE LA MANCHA
libro del Ingenioso Hidalgo, pues se ha querido averiguar hasta el sitio
que señaló por escena á sus* ficciones, y en que quizá no pensó el misiuo
autor.
DEL LENGUAJE
El señor Clemencín, comparando la lengua castellana como se halla en
el día, con lo que era en tiempo de Cervantes, hace observaciones muy
útiles y señala todas las locuciones del Quijotk que ya no admite el
idioma. Este trabajo me parece muy importante y de sumo mérito; pero
ha de tenerse presente que no f¡e puede ni debe juzgar á Cenantes en mate-
ria de elocución como se juzgaría á un escritor de nuestro siglo, cuando está
ya la lengua completamente formada.
En efecto; las observaciones del comentador, lo más que prueban es
que ciertas locuciones del autor del Quijote no pueden usarse en el día;
mas no que Cervantes hizo mal en usarlas en su tiempo (;:). Es un privilegio
del genio enriquecer el idioma que le sirve de instrumento para sus pro-
ducciones, y Cervantes usó ampliamente de este fuero. Pocos escritores
han dado más giros y locuciones nuevas á su lengua, y él fué quien la dotó
del carácter de flexibilidad que la distingue.
De las frases inventadas por Cervantes en una época en que era lícito
hacerlo, por no haberse aún fijado filosóficamente las reglas ni los límites
de la sintaxis figurada, muchas han sido recibidas en el tesoro de la len-
gua; otras no. Y el uso, que es la suprema ley de los idiomas, ha hecho
que estas últimas no se puedan ya introducir. Pero el mismo uso pudo ya
haberlas introducido, y en este caso fueran en la actualidad castizas. Bajo
este aspecto deben considerarse los modismos que se hallan en el Quijote
y que la lengua no ha querido conservar.
Parte I, capitulo XXXIII. nota .31. — Habla del género neutro, y prueba
su existencia en nuestro idioma con numerosos ejemplos.
Parte I, capítulo XLIII, nota 3. — Explica la naturaleza del asonante,
cadencia exclusiva de nuestra poesía, y sus diferentes especies, según
intervienen en las últimas sílabas vocales simples, esdrújulas ó diptongos.
Parte II, capítulo XXXI, nota 11. — El gracioso diálogo entre Sancho Panza
y la dueña Doña Rodríguez proporciona al señor Clemencín oportuna
ocasión de explicar lo que nuestros antepasados entendían por dar una
higa; resto de la antigua superstición del falo egipcio, que se miraba como
preservativo contra el aojo.
Parte II, capítulo XXXVIII, nota 48. — Trata de la redondilla, de la décima,
de las glosas y de otras composiciones en verso de ocho sílabas, que era
el más general entre nuestros poetas antes de la introducción del ende-
(t.) Esta libertad y este privilegio, que que no eran dignos de desatar al ilustre
ciertos severos aristarcos han querido negar Manco la correa de su zapato. V hasta hay
al inmortal ingenio que ha logrado imponer quienes se vanaglorian de no haberle leído,
su nombre á nuestra hermosa lengua, los (M. de T.)
fjprcen hoy sin trabas muchos escritores
CRÍTICA XIX
cnsílabo y eptasílabo italianos. Toca tnmbión, aunque de paso, la cOlebre
disputa entre los defonsoies y los enemigos del metro toscano, y la decide
como en nuestro entender debe decidirse; pues el verso de odio sílabas
ni tiene lu cesura ni el movimiento, ya rápido, ya majestuoso, del ende-
casílaiio para las composiciones graves y sublimes.
Parte II, capítulo XIJV,nota 47. — Estañóla sobre el romance es una de
las más eruditas y bien trabajadas. Dejando indecisa la cuestión acerca
del origen del romance español, aunque parece que se inclinaá la opinión
de los señores Conde y Moratín, que miraron el verso castellano de ocho
sílabas como hijo del hemistiquio árabe, pasa el señor Clemencín á exa-
minar la época en que se escribieron los más antiguos que hoy conoce-
mos, y la tija con suma sagacidad, deduciéndola ya del lenguaje y estilo
con que están escritos, ya de los sucesos á que en ellos se hace alusión.
Esta parte de la nota es en la que campea más la crítica y erudición del
comentador.
En esta misma parte hay dos frases de Cervantes (capítulo XXIV, párrafos.»),
palabras y razones le dijo Sancho que merecían molerle á palos, y doy por
bien empleadisima la jornada, que prueban lo que ya hemos dicho acerca
de los giros inventados por el autor del Quijote. La lengua ha rechazado
estas dos locuciones, la primera por sobradamente elíptica y la segunda
porque el grado superlativo recae sobre el epíteto y no sobre el adverbio ;
mas si hubiesen sido admitidas, como pudo suceder, porque las ¡deas
están muy claramente expresadas, no hay duda que no nos atreveríamoshoy
á censurarlas.
Parte II, capítulo LVIII, nota 37. — Trata déla declinación del pronombre
personal castellano de tercera persona él, ella, (?//o.El señor Clemencín cita
ejemplos de los padres de la lengua, en los cuales se encuentran anoma-
lías más raras que la duplicidad del acusativo masculino le, lo, y la del
dativo femenino la, le, las, les, pues se encuentra el por lo, lo por la y lo
por el en nominativo; los por les en dativo, /e por lo en acusativo. Aunque
estas irregularidades van desapareciendo, quedan todavía las primeras; y
sólo se puede señalar como uso de los mejores escritores el pronombre
lo en acusativo masculino cuando se trata de cosas inanimadas, y el
empleo promiscuo del le y del lo cuando se trata de animadas. En cosas
relativas al uso, mientras éste no se fije, es imposible establecer una ley,
como han emprendido algunos, si bien con más presunción que buen
éxito (p).
Parte II, capítulo LIX, nota 3. — Establece el principio de que, en nuestro
idioma, dos negaciones, en lugar de afirmar, confirman la negación ; y lo
prueban con numerosos ejemplos de Cervantes y de otros escritores y con
la autoridad del autor del Diálogo de las lenfjuas. Mas no por eso deja de
(?) La Academia indica, en su Gramática, torizar ciertos solecismos. Lo más gracioso
que se reserve el le para el acusativo de per- es tjue muchos abominan de la Academia
sona y el lo para el de cosa. Sin embargo por lo que tiene de autoridad, y siguen á cie-
reina.en este asunto de los pronombres, ver- gas al primer cabecilla literario que se pre-
dadera anarquía, y hasta algunos acadé- senta. (M. de T.)
micos contribuyen "con su mal ejemplo á au-
XX nON QUIJOTE DE I,A MANCHA
citar ejemplos en contrario, y hacer curiosas observaciones sobre el uso
de las partículas negativas. Muchas veces las usa Cervantes en frases afir-
mativas como t'ístas : más locoa fueran que no él ; con el miedo de no ser ha-
Hados ; falló poco para no salirmc por las calles. En fin, otras veces omite la
negación de las frases negativas : en toda su vida ha visto letra mía (;).
Partell, capítulo LXII. notas GO y siguientes. — Censura el poco aprecio
que manifiesta Cervantes á las traducciones hechas de idiomas f.iciles,
coutra'liciéndolo los elogios que él mismo da . i la traducción de la Aminta
y del l'astor Fido, por Jáuregui y Suárez de Figueroa. Todas las notas
relativas á esta materia contienen muy escogida erudición, y prueban el
gusto correcto del señor Clemencín en literatura.
Parte II, capítulo LXIX, nota20. — Se enumeran las transposiciones que
hay en el Quijote, y que ya no admite el uso común de la lengua.
Muchas notas he citado del Comentario, pero se engañaría mucho el
que creyese que he podido comprender en este breve escrito todas las que
merecen particular atención; porque para esto hubiera sido necesario
citar quizá el Comentario entero. Me he contentado, pues, con recordar
las que, ofreciendo mayor interés, ó histórico ó literario, ó de curiosidad,
me han parecido más á propósito para que se forme idea exacta de la
inmensa y bien digerida erudición, de la crítica y del buen gusto del
comentador del Qcijote.
Me atrevo á decir que así como Cervantes procuró ingerir en su novela
satírica cuanto sabía en moral y literatura, así el señor Clemencín en su
comentario ha hecho alarde, y siempre oportunamente, á imitación del
autor que comenta, del inmenso tesoro filológico que poseía, distribuyén-
dolo en sus notas con filosofía y en excelente lenguaje; concluiré, pues,
asegurando que, en mi entender, el Comentario del Quijote no sólo es
una obra escogida de erudición y de literatura, sino el mejor monumento
que ha podido erigirse á la gloria inmortal de Cervantes.
{;) Lope dijo también en su célebre so- Un soneto me manda hacer Violante,
neto : Y en mi vida me he visto en tal aprieto.
(M. de T.)
PROLO&O DEL COIVIENTARIO
La relación de las aventuras de D. Quijote de la Mancha, escrita por
Miguel de Cervantes Saavedra, en la que no ven los lectores vulgares más
que un asunto de entrelenimiento y de risa, es un libro moral de los
más notables que ha producido el ingenio humano. En él, bajo el velo
de una ficción alegre y festiva, se propuso su autor ridiculizar y co-
rregir, entre otros defectos comunes, la desmedida y perjudicial aíición
á la lectura de libros caballerescos, que en su tiempo era general en
España (a).
La época en que se supone que florecieron los caballeros andantes, y
cuyas costumbres se pintan en sus historias, fué la que medió entre la
extinción y la restauración de las letras ; y para juzgar rectamente de la
naturaleza de este argumento, conviene transportarse a aquellos siglos
de obscuridad y barbarie, en que, olvidada la civilización antigua y gene-
ralizada en Europa la dominación de los pueblos del Norte, apenas se dis-
frutaba la seguridad y el sosiego, que son el objeto primario déla sociedad
humana. Introducida con el régimen feudal la anarquía, quedó la auto-
ridad pública sin centro ni fuerza ; los particulares y vasallos más pode-
rosos se encastillaban en sus rocas y fortalezas, se miraban como inde-
pendientes de los príncipes, y no reconociendo más derecho que el de la
fuerza ni más ley que la de su espada, se hacían la guerra unos á otros,
oprimían á los habitantes de los contornos, exigían contribuciones y ser-
vicios arbitrarios de los pasajeros, y todo era violencias, ruinas y crímenes.
Después de un largo período de confusión, fué menester al fin que la
autoridad eclesiástica acudiese al socorro de la civil, y tomase á su cargo
conservar los escasos restos de la civilización que iba á extinguirse en
Europa. Entrado ya el siglo xi, los obispos reunidos en los Concilios pro-
mulgaron la que se llamó Tregua de Dios para poner algún freno á los
excesos y fuerzas que por todas partes perturbaban la tranquilidad y el
orden. En los principios, no pudiendo lisonjearse de conseguirla enmienda
total de una vez, se contentaron con prohibir las violencias en los domingos,
(a) Fundándose en que, en la época de nos transcendentales, en que de seguro ne
Cervantes, iban ya muy de capa caída los pensó el autor, el cual no ha dejado indicios
libros de caballería y eñ que aquel moro, ya bastantes para poder rastrear el objeto que
harto decaído y moribundo, no necesitaija se propuso. Como escritor se propuso de se-
tan i/1-an lanzada, muchos admiradores de guro encantar á sus lectores v lo consiguió.
Cervantes han desechado esta suposición, ' (M. de T.)
y se han lanzado a imaginar fines más ó me-
XXII DON yUIJOTE DK LA MANCHA
después extendieron la prohibición á otros días de la semana, y progresi-
vamente, con la experiencia del buen resultado, se fué estableciendo la
Tregua de Dios en ciertos períodos del año por vaiios Concilios, hasta el
general de Letrún, celebrado el año de 1179, que confirmó los decretos de
otros anteriores. En el trastorno general de las cosas se creyó que no se
hacía poco en regularizar y poner límites al desorden, admitiendo el
derecho, entre otras pruebas legales más ó menos ridiculas, la del duelo
en que la fuerza ola ventura del campeón decidía el fallo de los jueces.
Así se examinó en Toledo, corriendo el siglo xi, la cuestión sobre la
preferencia entre los ritos romano y muzárabe ^ Estas ideas, tan poco
conformes á los rectos principios de la justicia, se fueron modificando
después sucesivamente á proporción de los progresos que hacían las
luces: y las famosas Partidas del rey D. Alfonso el Sabio, compuestas en
la declinación del siglo xui, reprobaron ya y excluyeron la prueba
del duelo. Las Cruzadas contribuyeron también á la disminución
de los males, dando ocupación lejos de sus hogares á una nobleza
inquieta y belicosa, y reuniendo contra los infieles las fuerzas que
los cristianos empleaban antes en destruirse mutuamente. Entretanto,
los principios de cultura que á su vuelta traían las expediciones de Ultra-
mar, la formación de fueros y cuerpos municipales, la fundación de uni-
versidades y otras escuelas, la invención del papel, de la pólvora, de la
brújula y de la imprenta produjeron efectos favorables en las costumbres,
facilitáronla multiplicación de las relaciones y vínculos sociales, y alla-
naron el camino para la consolidación de la autoridad pública y el esta-
blecimiento de la actual civilización europea.
Fijando, pues, nuestra consideración en aquella época primitiva, en
que la inocencia y la debilidad, privadas de la protección del Gobierno,
no podían recibirla sino de los particulares, presenta sin duda una ima-
gen halagüeña y recomendable la persona que, impelida de su generosi-
dad, se consagi'a sin limitación al socorro y amparo de los oprimidos;
una persona que, embrazando su escudo y empuñando su lanza, se dedica
á correr el mundo buscando ocasiones en que ofrecer su esfuerzo y su
sangre en defensa del menesteroso y del débil. Tal es el fundamento del
interés de que es capaz el género de los libros caballerescos ; fundamento
sólido, porque se apoya en sentimientos virtuosos, que son los únicos
que pueden inspirar interés duradero y constante. El sexo hermoso debía
experimentar más los beneficios de la protección caballeresca por más
débil, y, de consiguiente, más expuesto á la injuria, á que se añadía el
mayor aprecio y consideración que se le profesaba generalmente en la
Edad Media, y que los pueblos descendientes del Norte habían heredado
de los antiguos germanos, cuales los pintó Tácito. Si el éxito corona los
esfuerzos y noble intento del caballero; si vence y destruye á los malan-
drines que infestan los caminos, á los gigantes que tiranizan desde las
fortalezas, á los vestiglos que hacen peligrosos los campos ó atemorizan
1. El arzobispo D. Rodrigo, Üe Rebus Hispanise, lib. VI, cap. XXV.
PHÓLOGO DLL COMLNTAKIO XXIM
en las cavernas; si liberta del deshonor á las doncellas, del suplicio no
merecido al inocente, de las cadenas al mísero cautivo; si restituye .i sus
tronos las princesas y príncipes despojados injustamente; si castiga á
los usurpadores y llena el orhe de la fama de sus proezas, entonces la
reunión de la lelicidati y de la valentía contribuye á realzar más y más la
importancia del preciado caballero. Añádanse al valor y fortuna del cam-
peón las demás virtudes, el celo ardiente de la justicia, la generosidad, el
desinterés; agregúense á estas prendas del ánimo la gallardía, lobustez y
belleza del cuerpo; únanseles la sensibilidad y ternura de corazón, la
lealtad á su dama, el amor de la gloria, el desprecio de la muerte, y se
tendrá el bello ideal, del caballero andante que debiera haber servido de
tipo á los cronistas.
Pero el desempeño de este argumento, que no era ciertamente inacce-
sible á la hermosura y adornos de la invención y del estilo, se resintió
del mal gusto de los tiempos y de la ignorancia de los autores. Pudieran
haber aprovechado los datos que les suministraba la historia de la real y
verdadera caballería en la Edad Media; pudieran haber puesto en sus
héroes las prendas de los caballeros sin pavor ni tacha, los rasgos de
valor, magnanimidad, desinterés y ternura que se vieron en aquel tiempo;
pudieran haber ajustado á él sus composiciones en la descripción de las
tiestas, armas, trajes y costumbres; matizar la pintura délas virtudes con
la de los vicios ásperos y groseros que dominaban entonces, y ahora
repugnan á nuestra cultura; fundir y hermosear las ideas que los arrestos
y las cortes de amor, la profesión y ejercicio de los trovadores, las em-
presas de valor y galantería, las peregrinaciones religiosas ó guerreras
á Tierra Santa, los climas antes poco conocidos del Oriente, prestaban á
la imaginación é inventiva de los escritores. Pero nada de esto supieron
hacer : tampoco supieron ceñir convenientemente la duración de sus fábulas,
ni subordinar á una acción los sucesos, ni variarlos agradablemente, ni
siquiera dar á sus relaciones los atractivos propios del curso tranquilo y
apacible déla historia. Lanzadas y más lanzadas, cuchilladas y más cuchi-
lladas, descripciones repetidas hasta el fastidio de unos mismos torneos,
justas, batallas y aventuras con diferentes nombres; errores groseros en
la historia, en la geografía, en las costumbres de las naciones y edades
respectivas; golpes desaforados, hazañas increíbles, sucesos no prepara-
dos, inconexos, inverosímiles; ternura á un mismo tiempo y ferocidad,
dureza y molicie, inmoralidad y superstición ; tal es la confusa mezcla, el
caos que ofrecen los libros caballerescos, escritos casi todos en los
siglos XV y XVI, época ya en que los adelantamientos de la civilización y
los beneficios de la autoridad pública, sólidamente establecida por todas
partes, presentaban más claramente con su contraste lo inverosímil y lo
ridículo de la profesión de los caballeros andantes. Los autores de sus
historias no alcanzaron esta verdad, siquiera para asignar los sucesos á
tiempos en que fueran posibles ; por mejor decir, escribieron unas histo-
rias imposibles en todos tiempos. Agitados los más de ellos de un furor
insensato, no contentos con lo extraordinario, echaron también mano de
lo portentoso, y amontonaron encantamentos y encantadores, rivalidades
V .IV DON QUIJOTE DE LA MANCHA
y guerras de nigromantes, aventuras y empresas absurdas, prodigando
lo maravilloso de suerte que llegaron á hacerlo insípido, á la manera que
hí uso excesivo de los manjares y sabores fuertes llega á entorpecer el
I' iladar y á embotarlo. De aquí nacía que la juventud, acostumbiada á
i.is lecturas caballerescas, concebía un tedio insuperable al importante
■ itudio de la historia, donde el orden y tenor ordinario de las cosas
humanas no presentaba estímulos suíicientes á su estragada curiosidad.
Llenábase al mismo tiempo su fantasía de los ejemplos é ideas que en-
contraba en aquellas inmorales novelas; amores adúlteros, competencias
de mozuelos que trastornaban el mundo, obediencia ciega á caprichos
femeniles, venganzas atroces de pequeñas injurias, desprecio del orden
social, máximas de violencia, fiestas de un lujo desbaratado y loco, pinturas
y descripciones de escenas lúbricas ; y los libros de caballerías llegaron á
ser tan perjudiciales á las costumbres, como insufribles á la razón y al
buen gusto.
Estas consideraciones excitaron el celo y las quejas de varones sensa-
tos y piadosos. Luis Vives', Alejo Vanegas-, Diego Gracián-*, Melchor
Cano '', Fray Luis de Granada"^ y Benito Arias Montano ", entre otros
sabios de menor nombre, declamaron contra los males que la lectura de
tales libros producía, lamentándose alguno de ellos de que en España
abundaba más esta peste que en otros reinos. El emperador D. Carlos, en
una ley del año 1343, mandaba á los virreyes. Audiencias y gobernadores
de Indias que no los consintiesen imprimir, vender, tener ni llevar á sus
distritos, proveyendo que ningún español ni indio los leyese en aquellos
dominios^. Igual prohibición reclamaban para la Península las Cortes
del reino celebradas en Valladolid el año de 1555, ponderando los daños
que su lectura ocasionaba, especialmente en la juventud de ambos sexos,
y pidiendo que no sólo se prohibiese imprimirlos en adelante, sino tam-
bién que se recogiesen los impresos hasta entonces y se quemasen 8.
i. Lih. II De cor rup lis discipli7tis. por su ociosidad principalmente se
2. Ortografía, parte II, cap. III. ocupan en aquello, desvanécense y afició-
3. Prólogo de la traducción de Jeno- nanse en cierta manera á los casos que
fonte. leen en aquellos libros haber aconte-
4. L'ih. XI De locis theologicis, cap. \l. cido, ansí de amores como de armas y
5. Símbolo de la Fe, parte II, otras vanidades; y aficionados, cuando
cap. XVII. se ofrece algún caso semejante, danse
6. H/ietoric, lib. III, párr. 43. á él más á rienda suelta que si no lo
7. Hecopilación de Leyes de Indias, oviesen leído ; y muchas veces la
lib. I,tít. XXIV, ley IV. madre deja encerrada la hija en casa,
8. Petición 107 : « Otrosí decimos creyendo la deja recogida, y queda
que está muy notorio el daño que en leyendo en estos semejantes libros, que
estos reinos ha hecho y hace á hom- valdría más la llevase consigo : y esto
bres mozos y doncellas é á otros gene- no solamente redunda en daño y afrenta
ros de gentes leer libros de mentiras y en las personas, pero en gran detri-
vanidades, como son Amadis y todos mentó de las conciencias, porque
los libros que después del se han fin- cuanto más se aficionan á estas vani-
gido de su calidad y lotura, y coplas y dades, tanto más se apartan y desgus-
farsas de amores y otras vanidades ; tan de la doctrina sancta. verdadera y
porque como los mancebos y doncellas cristiana, y quedan embelesados en
PKÓLOGO Di;i, COMENTARIO XXV
Mas á pesar de las declamaciones de los sabios, de los deseos solemne-
mente declarados de las Coites y de las disposiciones de las leyes, con-
tinuaba siendo general la afición á los libros caballerescos. Un historiógrafo
de Santa Teresa de Jesús nos ha conservado la noticia de que escribió uno
de ellos esta insigne mujer durante su primera juventud, en que gustó
mucho de semejante clase de lecturas y devaneos. Las hazañas que ilus-
traron la vida de 1). Fernando de Avalos, marqués de Pescara, célebre
capitán del reinado de Garlos V, se atribuían, bien ó mal, al noble ardor
y estímulos de la gloria que había criado en su pecho la lección frecuente
de historias de caballerías en sus juveniles años^ Las dedicatorias de
muchos libros castellanos de esta clase nos ensenan que el gusto y la pro-
tección de aquellas composiciones se extendía no sólo á proceres y
grandes, no sólo á personas constituidas en altas dignidades eclesiásticasy
en los puestos supremos de la Magistratura, sino también al palacio y á la
familia de los reyes. Por una contradicción, que no es rara entre los
preceptos y la conducta de los que mandan, el emperador D. Carlos pro-
hibía, como se dijo arriba, ¿i sus vasallos la lectura de historias caballe-
rescas, y se deleitaba en la de D. Bclianis de Grecia, una de las más dispa-
ratadas y monstruosas de la fantástica biblioteca ([:). Queriendo obsequiarle
en Flandes su hermana la reina de Hungría, no halló medio más adecuado
para ello que darle en las famosas tiestas de Bins, celebradas el año
de 1549-, el espectáculo de las aventuras andantescas, representadas al
vivo por los principales caballeros de la corte. El grave y austero Felipe II,
bien que entonces joven todavía, no se desdeñó de concurrir personal-
mente aellas, de vestir el traje y hacer el papel de caballero andante.
Esta conduela del Emperador y de su hijo daba pretextos á la sátira, y
acaso prestó apoyo á la opinión, que hubo entre algunos, de que Cervantes
quiso ridiculizarla en su Quijote.
aquellas maneras de hablar, é aficio- seate en los Estados de Flandes. La
nados, como dicho es, a aquellos casos. respuesta á la referida petición 107 fué
Y para el remedio de lo susodicho, la siguiente :
suplicamos á V. M. mande que uingúQ « A esto vos respondemos que tene-
libro destos ni otros semejantes se lea mos fecha ley y pragmática aueva-
ni imprima, sobre graves penas ; y los mente, por la cual se pone remedio
que agora hay los mande recoger y cerca de lo contenido en esta petición
quemar, y que de aquí adelante nin- y otras cosas que convienen al servi-
guno pueda imprimir libro ninguno, ció de nuestro Señor, la cual se publi-
ni copla ni farsas sin c|ue primero sean cara brevemente. »
vistos y examinados por los de vuestro 1. D. Nicolás Antonio, prólogo de la
Real Consejo de Justicia ; porque en Biblioteca moderna española.
hacer esto ansí V. M. har;i gran servi- 2. De ellas escribió Juan Calvete de
ció á Dios, quitando las gentes destas Estrella una relaciim muy circunstan-
lecciones de libros de vanidades, é redu- ciada, que se imprimió el año de 1S52.
ciéndolas á leer libros religiosos y que
edifiquen las ánimas y relormen los (?) Aun en tiempos más cercanos á nuestra
cuerpos, y á estos reinos gran bien y época no han faltado hombres notables que
merced ». se deleitasen con la lectura de esta clase de
El emperador no conteste") á las peti- V'^''°s- Según Ticknor {Historia de la litera-
í-innps flp psta<! Portpt; • hí-/nln p1 nñn '"'"" ^^P^'^^'"-- ^0'"^ L Pag- -'o2) el celebre
, ?^.?o , cortes , ni/oio el ano escritor inglés Johnson pasó un verano en-
de I008 la pnncesa Dona Juana, a noai- tero saboreando la lectura de FAixma>-te. de
bre del rey D. Felipe, que estaba au- üircania. (M. de T.)
XXVI nON QUIJOTK DE I.A MANCHA
Así que no fué extraño que la afición á leer y componer libros de caba-
llerías se mantuviese en España á la sombra de tan ilustres y, por consi-
guiente, tan contagiosos ejemplos. Su publicacióü y lectura continua-
ban libres y exentas de nota, mientras que la censura trataba con rigor y
tildaba las producciones de Fray Luis de Granada y otras igualmente piado-
sas. Ni se ceñía sólo á escritores frivolos y proletarios la manía de escribir
las licciones' caballerescas, sino que alcanzaba también á personas de
carácter y profesión grave, y de la más elevada jerarquía. Jerónimo de
Huerta, traductor de la Historia natural de IMinio y médico de los reyes,
había escrito su poema andantesco de Florando de Castilla; y D. Juan de
Silva y Toledo, señor de Cañadahermosa, imprimía el año de i 602 la
Crónica del principe D. Policisne de Boecía, cuyos disparates pueden com-
petir con los de cualquiera de las de su clase que le habían precedido.
¿ Qué más? El contagio de las ideas vulgares había cundido y penetrado
hasta los claustros. Fray Gabriel de Mata, fraile observante, publicó en los
años de 1587 y 1589 la primera y segunda parte del Poema de San Francisco
y otros Santos de su Orden; y para realzar su mérito, discurrió darle el
título andantesco de Caballero Asisio, y puso al frente la imagen del Santo
puesto á caballo y armado de todas armas, á semejanza délas que se ven en
los más de los libros de este género, el caballo encubertado y con magnifico
plumaje, en la cimera del yelmo una cruz con los clavos y corona de
espinas, grabadas en el escudo las cinco llagas, y en el pendón de la lanza
pintada la Fe con la cruz y el cáliz, y una letra que dice : En esta no fal-
taré. Imprimióse libro tan singular en Bilbao y en Logroño, dedicado al
Condestable de Castilla, y con muchos elogios y aprobaciones, entre ellas
la de D. Alonso de Ercillo, autor de La Araucana.
Tal era el estado de las cosas, cuando Miguel de Cervantes concibió el
proyecto de desterrar la lectura de los libros caballerescos. Un hombre
obscuro y desvalido, sin más medios ni auxilios que su ingenio y su pluma,
se atrevió á acometer una empresa á que no habían podido dar cabo los
esfuerzos de los sabios ni de las leyes. Pero no debemos disimular las
circunstancias que favorecían el buen éxito del arduo designio.
Desde la mitad ó antes del siglo xvi, la ocupación de los lectores ociosos
había empezado á dividirse entre las obras prosaicas y métricas de caba-
llería. Las guerras y viajes de los españoles en Italia les había comunicado
el gusto y aprecio de la literatura de aquella culta península, y hecho cono-
cer las producciones de la épica caballeresca, que fundaron y acreditaron
Pulci, Boyardo y el Ariosto. Especialmente el Orlando furioso de este
último se trasladó una y otra vez á nuestro idioma en prosa y en verso, y
á, su imitación intentaron algunos escritores aplicar los atractivos de la
poesía á las historias de los aventureros andantes, procurando engalanar
así y hacer tolerables las absurdas relaciones de los sucesos. Esto produjo
los poemas del Satreyano, del Celidón de Iberia y del Florando de Castilla.
Oíros poetas, manifestando más á las claras lo que daba ocasión á sus
composiciones, cíjntiuuaron el argumento del Ariosto, como Nicolás de
Espinosa en su Orlando, Luis Barahona en Las Lágrimas, y Lope de Vega
en La Hermosura de Angélica. Unos y otros aspiraron á emular la gloria
pnÓLOGo i)i:l ccímentahIo xxvil
del poeta ferrares; pero, como suele sucedet* en casos semejantes, copia-
ron los defectos y no las bellezas de su maestro, y todos, aunque en muy
diferentes grados, quedaron inferiores á su original. Andando el tiempo,
las musas castellanas, fastidiadas de tanto cantar al paladín francés, for-
jaron linahnente en la varia y festiva imaginación de Ü. Francisco de
Quevedo el Orlando burlesco, (\ne se estampí'» entre sus numerosas obras.
Pero antes de esto había precedido en Italia otra novedad todavía rtirás
adversa al crédito de las crónicas de los caballeros andantes. Cuando
depuesta la rusticidad y aspereza de la Edad Media y restablecidas las
letras, fueron visibles los progresos de la cultura, las personas delicadas
empezaron á disgustarse de las duras y sangrientas escenas de los libros
de caballerías, y á preferir lecturas más apacibles y más acomodadas á
las nuevas costumbres. Cansadas de batallas y acontecimientos esti-epito-
sos y sangrientos, quisieron pasar de los emperadores y reyes á los aldea-
nos, del arnés al pellico, de las justas y torneos á las danzas y fiestas
pastoriles, de los palacios y castillos encantados á las cabanas y á las
chozas. A las descripciones de tormentas, ruinas y destrozos prefirieron
las pinturas risueñas de la vida y ejercicios campestres; á las cuevas de
hadas y nigromantes las márgenes umbrosas de los ríos, los floridos pra-
dos, las frescas fuentes, ordinarios descansos y mansión de los pastores.
Los. escritores de libros de entretenimiento, sin salir de los asuntos
del ailior, pasión la más general de los mortales, la que presta más
variedad á la pluma y más interés al corazón, y ayudándose con las
galas de la poesía, que se había restaurado también con los demás
ramos de las letras humanas, se dedicaron á describir los amores ino-
centes y candorosos, las tiernas y sencillas aventuras de los habitantes
del campo y de las selvas. Véase aquí el origen de los libros bucólicos,
mezclados de prosa y verso, que aparecieron á principios del siglo s:vi
en el teatro de la literatura europea. Jacobo Sanazaro dio ejemplo en su
Arcadia á los italianos. Imitóle después en España Jorge de Montemayor,
escribiendo su Diana, en que, sin abandonar del todo la relación de
encantamentos y episodios guerreros, introdujo, aunque portugués, este
gusto en Castilla. Continuaron el argumento de la Diana Alonso Pérez y
Gaspar Gil Polo; por igual estilo escribió Miguel de Cervantes la Galaica,
Luis Gálvez de Montalvo el Pastor de Filida, Suárez de Figueroa la Cons-
tante Amarili, Valbuena el Siglo de Oro, Lope de Vega su Arcadia, en cuyO
mismo título, igual al del libro de Sanazaro, indicó el origen italiano de
este linaje de composiciones.
Empezaba también por entonces á acreditarse otra especie de libros de
invención y de ingenio, en que no tenían parte ni los pastores ni las armas ;
género de literatura á que dio impulso en la voluptuosa Italia el Decame-
rón de Boccaccio, colección de cuentos y novelas que, traducida ya desde
antiguo al castellano, había sido quizá el (y) que había dado ocasión en
España á otras composiciones de apacible entretenimiento que se escribie-
(v) Indudablemente debe leerseaquí:/ai'/u<', Quandoque bonus dormitat Bonierus.
pues se refiere á colección y no á genero. (M. de T.)
XXVIll DON yUlJOTE DE LA MANCHA
ron en el siglo xvi, unas amorosas, como el Patrañuelo de Juan de Timo-
neda y la Selva de aventuras de Jerónimo de Contreras, otras alegres y
picarescas, como el Lazarillo deTormesy Giizmán de A//'aroc/tc. Varios escri-
tores, entre ellos el mismo Corvantes, iban dando forma á las novelas
castellanas (o) ; algunas traducciones de igual clase, hechas del toscano
y aun del latín y del griego, como la del Amo de Oro y de los Amores de
Teágenes y Cariclca, ocupaban también las horas ociosas de los españoles,
y todos eran otros tantos portillos hechos en la cerca que defendía la
envejecida allción á los libros de caballerías.
Para acelerar y consumar la empresa de derrocarla enteramente, Cer-
vantes tomó un camino muy distinto del que habían tomado los moralis-
tas ylas leyes, y se valió de un arma más eficaz que las prohibiciones y los
raciocinios. Pintó en D. Quijote de la Mancha lo ridículo del caballero
andante, y en su escudero Sancho lo ridículo délos queapreciaban y daban
valor á las monstruosidades caballerescas. Presentó á uno y otro en varias
situaciones en que, siendo el objeto de laburlayrisa de los lectores, la refle-
jan sóbrelos paladines aventurerosy los apreciadores de sus historias. El
lector olvida lo que pudo haber de benéfico, generoso y recomendable en
la institución primitiva de la caballería andante, y sólo ve sus imperti-
nentes exageraciones de amor y de valentía, lo repugnante y los inconve-
nientes de su ejercicio, su incompatibilidad con la civilización y el orden.
Con esta disposición le ofenden más los desaforados desatinos de sus rela-
ciones, lo absurdo de sus transformaciones y milagros, la fealdad de sus
errores históricos, cronológicos y geográficos, la cansada repetición de
aventuras, encantos y torneos; y acabará por despreciar los libros caba-
llerescos, cobrarles hastío y abandonar su lectura. Tal fué en general el
plan de Cervantes. El tiempo ha puesto de manifiesto sus resultados; y
aun no ha faltado quien diga que lo fuerte del remedio produjo ya el
exceso contrario, y que la irrisión que hizo nuestro autor de los libros
comunes de la caballería andante contribuyó á debilitar las ideas y máxi-
mas del antiguo pundonor castellano.
Como quiera, el triunfo del Quijote fué el máscompleto que cabe en la
materia. La historia caballeresca de D. Policisne de Boecia, impresa en
el año de 1602, fué el último libro de su clase que se compuso en España.
El Ingenioso Hidalgo se imprimió el año de 1605, y después de esta época
no se publicó de nuevo libro alguno de caballerías, y dejaron de reimpri-
mirse los anteriores. Todos ellos se han hecho alhajas raras en las
bibliotecas de los curiosos; de algunos no queda más que la memoria, y
quizá se ha perdido absolutamente la de otros.
Mas á pesar del singular mérito del libro que obró este prodigio, no se
eximió de las alternativas de la varia fortuna. En sus principios fué mirado
con desdén por algunos literatos, que, no alcanzando sus primores,
(S) El erudito escritor y académico señor se encuentran muy interesantes noticias en
Cotareio y Mori, á quien tanto debe ya núes- el muy notable libro consagrado á Las No-
tra literatura, lia empezado á ¡lubiicar en velas ejemplares de Cervantes por el meji-
Madrid ediciones criticas de las novelas espa- cano señur Icaza, y pieniiado por el Alteneo
ñola» deaquella época. A cerca délas mismas de Madrid. ' (M. de T.)
PRÓLOGO DEI- COMENTARIO XXIX
aunque lestipos de su popuUuidad y de la aceptación universal, calificaban
á su autor de iní,'enio lego y plebeyo. Repetíanse sin cesar las ediciones
del QuMoiE, no había español que no lo leyese y volviese á leerlo ; pero
no excitaba su particular entusiasmo ni sus elogios. Gozaba España del
placer que le proporcionaba la lectura de esta admirable fábula, como los
campos gozan de las benétícas inlluencias del sol, sin dar muestras de
agradecerlas. Las señalesextraordinarias con que las naciones extranjeras,
y señaladamente la inglesa, entrado ya el siglo xviii, manifestaron el
aprecio que hacían del Quijote (e), sacaron por fin á los españoles de su
indiferencia, y á ésta sucedió una exagerada admiración que ya rayaba en
idolatría. D. Vicente de los liíos, escritor cultísimo, se mostró jefe y
cabeza de esta escuela de adoradores del Quuotií, en el Análisis que dis-
puso para que se publicase al frente de la ediciim hecha por la Academia
Española el año de 1780. Lo vehemente y apasionado de sus elogios ha
dado motivo á críticas y disputas más ó menos acaloradas, y en esta diver-
sidad y contradicción de opiniones es menester mucho pulso y cuidado
para caminar con pie firme, y seguir lo justo sin declinar á uno ni otro
extremo.
¡ Desgraciado de aquel á quien no suspendan y arrebaten las gracias y
bellezas admirables, originales, únicas del Quijote! Mas sin embargo de
este testimonio de aprecio y veneración, homenaje debido de justicia al
inmortal Cervantes, no puede menosde reconocerse que escribió su fábula
con una negligencia y desaliño que parece inexplicable iX,). La escribió
dejando correr la vena de su ingenio, sin seguir regla ni imponerse
sujeción alguna; y así como su héroe erraba por llanos y por montes
sin llevar camino cierto, en busca de las aventuras que la casualidad le
deparase, del propio modo el pintor de sus hazañas iba copiando al
acaso y sin premeditación lo que le dictaba su lozana y regocijada fan-
tasía. La misma fábula ofrece repetidas pruebas de que su autor no.volvía
á leer lo que había escrito. Cervantes ignoraba el precio y valor del
Quijote, y daba al parecer la preferencia á su novela de los Trabajos de
Pérsiles y Sigismunda. Así se compuso un libro de tanto mérito, y que,
no obstante sus defectos, ocupará siempre un lugar distinguido entre las
producciones magistrales del entendimiento humano.
Cervantes, ai escribir su Quijote, entraba en una carrera enteramente
nueva y desconocida. Halló el molde de su héroe en la naturaleza hermo-
seada por su fecunda y feliz imaginación; creó un nuevo género de com-
posición para el que no había reglas establecidas, y no siguió otras que
las que le sugería naturalmente y sin esfuerzo su propio discurso. De
(«) Es digno de notarse que los españoles que le admiraran los extranjeros para que
hemos sido coa frecuencia despreciadores reconociésemos su mérito. (M. de T.i
del méritu de nuestros propios genios, cuando (;; Kespecto á este punto veáse ia nota S,
estos no se recomendaban por lo encum- liág- IH- l.^o extraño es que, en estas mismas
brado de su fortuna o de bU posición. Kl palabras, en que el autor extrema su censura
mismo Kamon y Cajal, mientras luchó tita- comete una ¡alta de sintaxis. Puesto que ha-
nicarnente con la obscuridad y la pobreza, bla de negiicjuncia y desatirió, debía, agregar :
se vió desconocido eu su patria. Fue preciso que parecen inexplicables. (M. iie i.)
:!ÍXX DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Cervantes puede decirse lo mismo que Veleyo Fatérculo dijo de Homero:
ni iuvo^ntcs á quien copiar, ni después ha tenido quien le copi^ ; y ^í^te es
pl úpico paralplo que cabe entrp el poeta griego y el fabulista (tj) caste-
llano.
Los que con más aparato de reflexiones y arguinenlos han elogiado el
QuijOTB de Cervantes, han solido empeñarse en rnostrar que eq tal ó tal
punió imitó ó superó á los antiguos; pero en ello estrecharon demasia-
dan^enle la esfera de su asunto y el camino que debieran seguir en sus
especulaciones. Olvidaron, al parecer, que las obras de ingenio más
célebres de la antigüedad precedieron al arte; que los preceptos de Aris-
tóteles fueron posteriores á Homero, y las instituciones dp Qviintiliano á
Cicerón. Los h()mbres instruidos á quienes embelesaba la lectura de los
modelos primitivos, se detuvieron en los pasajes que cautivaron más sy
atenci()n y les produjeron impresiones más profundas de interésy placer;
examinaron lo que para ello habían hecho sus autores, lo redujeron á
máximas generales, y he aquí las reglas. Esta consideración persuade que
las coinposicion*'s de gánero nuevo más deben juzgarse porel efecto que
produce su lectura que por su comparación con otras de géneros ante-
riores, cuyas reglas no son enteramente aplicables al nuevo. Enhorabuena
que el juicio formado por las primeras impresiones se traiga después al
exa^nen circunspecto y severo déla filosofía; que se ascienda á conside-
raciones sóbrelas fuentes de lo bello en las artes de imitación ; que se
esplique la doctrina de las unida^ps ; q\|e se traigan á colación los ejem-
plos de antiguos y modernos ; el resultado será siempre el mismo, y los
fallos del lector atento y juicioso, tanto sobre las bellezas como sobre
los defectos de la obra, se hallarán constantemente conformes con la
razón.
En todas las composiciones de invención y de ingenio hay un principio
general é invariable ; el intento debe ser uno para no debilitar la aten-
ción y el interés; pero en los diversos géneros son también diversos los
medios, y, por consiguiente, las reglas para conseguir el intento. Una
composición lírica presenta el arrebato de una imaginación fogosa y agi-
tada, que abandonándose al estro que le inspira, se desahoga en expre-
siones sublimes y ofrece en un cuadro reducido ideas exageradas y fuerte?;
esta situación, como violenta, no puede ser larga, y, por lo tanto, la oda
debe ser breve ; corno apasionada, po puede ser serena; ha de presentar
tipias de ohscuridad y desorden, envolver el enlace dp las ideas, preci-
pitarlas, dar á entender tqdavía más de lo que dice. El género bucólico
describe las fuentes, los prados, los bosques, y las pasiones y afecl-os 4?
sus habitantes; el estilo y las imágenes han de corresponder á su objeto :
el lenguaje sea sencillo como la naturaleza, llano é ingenuo como los
pastores, tierno y sentido como las zagalas. El drama ofrece á los espec-
tadores un suceso que los enseña ó los escarmienta, y para ello trata de
hacerla imitación completa en lo posible ; de aquí la necesidad de que
(r.) 14ás propio sería : noveliatn. (M. de T.
PROLOGO DEI. COMENTARIO XXXI
no se canibie de sitio, ni la duración se extienda á más de lo quelavero-
siinilitud permito. La r'pica pinta una acciim noble y extraordinaria, ador-
nada con tuda la pompa y atavíos que prestan la historia, la fábula, las
tradiciones populares y la inventiva del poeta ; la iinidad del lugar, que
es necesaria en el drama, sería absurda en la epopeya; su duración debe
ser proporcionada al tamaño y naturaleza dd argumento ; pero concen-
trándose en el espacio conveniente como los rayos del sol en un foco, para
que sea más vivo el caloré interesen el ánimo de los lectores.
Supuestos estos principios, que no pueden menos de reconocerse como
ciertos, ¿cuáles deberán ser las reglas que rijan en un argumento de la
naturaleza del Quijote? ¿ Cuáles son lo? canopes de la fábula satírico-fes-
tiva que, para el entretenimiento y enseñanza de quien la lee, dicta la
esencia de su objeto? Desde luego se ve que no exige ni la sublimidad
de laura, ni la ilusión teatral del drama, ni la maravillosa ostentación
de la epopeya ; tampoco le conviene el sesgo tenor de la historia, el cual
la privaría de muchas ventajas y la reduciría á la condición de una
novela ordinaria, masó menos recomendable. Es cierto que cuando lasno-
velas son breves y sus asuntos sencillos, apenas admiten otro artificio ni
otros adornos que el orden, la claridad, la pureza del lenguaje
y la conveniencia del estilo ; pero también es indudable que cuando
tienen mayor extensión y abrazan mayor círculo de sucesos, pueden
recibir grandes mejoras de su disposición, ciñéndose aun cuadro de pro-
porcionada magnitud en que los incidentes de menor bulto se subordinen
á una acción principal, y reforzando su importancia, mantengan la curio-
sidad y el placer. Por falta de esto suelen fatigar las novelas largas, como
El Gil Blas de Saiitillatia, El Escudero Marcos de Obregón, Los Picaros Guz-
mán y Justina, k pesar del mérito de sus pormenores y de su lenguaje.
En ellas no domina ni campea una acción principal ; todos son aconteci-
mientos é incidentes ensartados unos tras otros, sin unidad ni término
conocido ; y como la atención y el interés del lector caminan á la par
en estas materias, cuando el camino es largo y no se presiente su fin, la
atención se cansa y el interés se pierde. El prudente escritor de compo-
siciones de esta clase tratará con mucho cuidado de evitar semejante
escollo. Si escoge un objeto primario á que se dirijan las partes subal-
ternas de su obra; si limita la duración por medio de una exposición
oportuna que excuse largos preámbulos; si esfuerza y realza el intento
principal con los episodios, y si después de excitar el interés hasta donde
permita la naturaleza del asunto sabe poner fin verosímil y oportuno á la
acción, este tal ha llenado todos los números, y merece un puesto de
honor entre los fabulistas.
Así lo pi'acticó Cervantes en su Quijote. Estoy muy lejos de creer que
su conducta fué efecto de largas y profundas meditaciones ; antes al
contrario, todo muestra que no procedió con sujeción á plan alguno for-
mado de antemano, y que el Quijote se fundió como por sí mismo en la
oficina de un feliz y bien organizado entendimiento. Cervantes óbremenos
por reflexión que por instinto; apenas daba importancia y atención á lo
XXXII DON QUIJOTE DE I.A MANCHA
que escribía ; que sólo así puede explicarse la reunión de tantas bellezas
con tanta incorrección y tantas distracciones (0).
El argumento de la fábula es la empresa de un hidalgo manchego que,
infatuado con la lectura de los libros caballerescos, se propone renovar
el ejercicio y profesión de la caballería andante, como necesaria para el
bien y felicidad del mundo. La acción empieza en el [¡unto en que se
exíilta y llega á su colmo la locura del hidalgo; y éste es el principio que
convino á la fábula para abreviar su duración y reducirl.i á menor espacio.
El desenlace hubo de ser el fin de la locura, que se verificí'i poco antes
de la muerte del héroe. Cervantes llenó el intermedio con incidentes y
episodios variados y divertidos, que empeñaban más y más en su loco
propósito al protagonista ; entretejió con los sucesos los inimitables
diálogos del amo y el escudero ; á las dificultades y trámites de las em-
presas en la épica sustituyó los trabajos y los palos de D. Quijote, y el
manteamiento y azotes de Sancho; remedó y ridiculizó lo maravilloso de
la historia caballeresca en el encantamiento de D. Quijote y su encierro
en la jaula, en el viaje de Clavileño, en la resurrección de Altisidora, en la
cueva de Montesinos, en el encanto y desencanto de Dulcinea; y ofre-
ciendo así tantos motivos de placer á sus lectores, consiguió el objeto
moral de su libro, que era hacer despreciables y desterrar los de la caba-
llería andante.
Si á la sencillez del argumento hubiera acompañado más estudio y
esmero en los pormenores relativos á la disposición de la fábula, y mayor
corrección y lima en el lenguaje, el Quijote sin duda hubiera alcanzado
mayores quilates de perfección. Hubiera debido preferirse que fuese una
sola la salida de D. Quijote en lugar de las tres que hizo, y que pudieran
parecer tres acciones diferentes. Échase de menos la trabazón y enlace
que sería de desear entre las dos partes en que se divide la fábula ; todos
los incidentes de la primera quedan concluidos con ella, nada queda pen-
diente que excite la curiosidad y el deseo de la continuación. Estos son
dos de los más notables defectos del Quijote. Entre los episodios hay algu-
nos que no tienen la conexión conveniente con la acción principal ; lacen-
sura pública obligó á nuestro autor á corregirse de este lujo de invención
en la segunda parte, que imprimió diez años después de la primera; pero
las mismas excusas que alega en su defensa, manifiestan que no tenía
ideas científicas del arte de escribir, ni había meditado mucho sobre el
asunto '^ij. El ingenio de Cervantes, á semejanza de un prado sin cultivo y
abandonado á sí mismo, producía las flores que la bondad y feracidad
del terreno llevaba espontáneamente, sin estudio ni esfuerzo alguno.
(6) La atenta lectura del Quijote hace ver, como la descripción de la edad de oro. el dis-
al contrario, que fué obra profundamente curso de las armas y las letras y otros mi
estudiada. Por lo que hace a las distrac- no se escriben á vuela pluma. Kl mismo Cle-
ciones, no son tantas ni tan extraordinarias mencin.que escribía con el mayor reposo y
como pretende Glemencin, tratan<lose de sin las preocupaciones que asediaron a Ccr-
obra tan extensa. Por lo que se refiere á in- vantes. presenta con frecuencia incorrec-
correcciones, cualquiera de los contempó- ciones y descuidos de lenguaje. (M. de T.)
ráneos de Cervantes las presenta en mayor (;) Glemencin se hace eco, en estas lineas
número. Trozos tan admirables y melodiosos y en las siguientes, de todas las criticas ram-
PROLOGO OEL COMENTARIO XXXIÍI
Igual negligencia se advierte en el cómputo del tiempo.; Cuánto no
hubiera sorprendido á Cervantes, cuando escribía el Ingenioso Hidalgo, la
noticia de que llegaría un tiempo en que con el calendario en la mano se
seguiría paso á paso la serie de los de su héroe para lijarlo que había du-
rado el período de su locura, y que habría quien lo ciñese al espacio nimás
ni menos de ciento sesenta y cinco días! ¡ Cuan lejos estuvo de pensar en
esto Cervantes! Bien que, según puede observarse en su abono, el tiempo
necesario para los sucesos que se cuentan no excede del término que
convi(Mie para evitar la languidez de la narración, y evitar el fastidio de
los que la escuchan ó leen.
Pero son inexcusables las faltas que se observan en el Quijote contra la
cronología (x).Un libro que refiere como coetáneos sucesos de los reinados de
los dos Felipes II y 111 ; que menciona la expulsión de los moriscos verifi-
cada en 1610, y la publicación del Quijote de Avellaneda, que fué en 1614,
este mismo libro se asegura que es traducción de un original arábigo, con-
tenido en cartapacios y papeles viejos que ya se consideraban aniquilados
á manos del tiempo, dcvoradory consumidor de todas las cosas; y se supone
que se sacó de memorias y tradiciones populares, y de pergaminos encon-
trados en una caja de plomo descubierta entre las ruinas de antiguos edi-
licios. Los anacronismos destruyen la verdad en ¡as historias y la verosi-
militud en las fábulas; donde, como discretamente dijo el mismo
Cervantes, tanto la mentira es mejor, cuanto más parece verdadera, siendo
imposible que admire y agrade el escritor de obras de ingenio que huyere
de la verosimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfección de lo que
se escribe[K). Cervantes se juzgó y condenó en este pasaje. Sólo la verdad es
hermosa, y la verdad en los libros de invención no es más que la verosi-
militud.
En defensa de los anacronismos de Cervantes se ha alegado el de Dido
en la Eneida, como si los del Quijote fuesen uno solo, como si tuvieran
con el fondo y esencia de la fábula la relación que el de Dido con la fun-
dación de Roma y su rivalidad con Cartago, como si la inversión del
tiempo en épocas remotas é ignoradas pudiese ofender al lector tanto
pionas y de bajo vuelo dirigidas en todas las ria? Por lo que hace al cargo fundado en las
épocas por los pedantes y los dómines á las palabras de Cervantes acerca de los nianus-
obras del genio. Estos graves y pedestres cri tos de que sacó su histuria, no puede darse
aristarcos pretenden acomodar el impetuoso nada más candido y falto de substancia,
vuelo del águila al lento y desgarbado andar " (M. de T.)
de una palniípeda. Lo qiie más debe mará- (/.) Estas palabras no hacen mucho honor
villarlos es (jue. con tanta ignorancia y tantos al criterio estético de Clemencín. La
defectos, haya loi,'rado el inmortal Manco admiración de todas las generaciones y de
dar eterna vida á nuestro idioma. todas los países, los variados esfuerzos de
Nocedal, en su discurso de Recepción en la los artistas más afamados por reproducir,
Academia, dice de nuestra lengua, que : es con toda la vida que su autor les comunicó,
imperecedeía " pues cuenta con inmortal se- las grandes figuras de la inmortal historia
gura desde que se titula lengu.\ i»e Cer- (D. Quijote. Sancho, el ventero, bulcinea, etc.)
VANTEs». ÍM. de T.) y la verdad que respiran las admirables
(x)¿Qué culpa tiene Cervantes de que descripciones en que abunda el (/«íjoíe, son
haya en el mundo tantos chiflados ¡¡areci- la mejor prueba de que Cervantes llegó
doíí á su héroe, que crean en doncellas y adonde muy pocos han llegado en punto a
castillos encantados y sometan una obra de verosimilitud é imitación, (M. de T.j
pura imaginación á'los cánones de la histo-
i
XXXIV nON QTI.TOTE DE I..\ MANCHA
como on otras cercanas y conocidas. No son los anacronismos de Ctr-
vantes de la naturaleza del de Virgilio.
Más indulgencia merece el Quijote en la parte geográfica. Los reparos
que pudieran oponérsele en este punto son de corta importancia, y des-
aparecen entre los resplandores de mayores bellezas.
l>os caracteres de las personas subalternas de la fábula están trazados
magistralmente. I.a bellaquería del ventero que armó á D. Quijote, la
discreción de Dorotea, la conducta villana de los galeotes, el despejo
apicarado de Ginés de Pasamonte, la ingenuidad pueril de Doña Clara, la
indulgencia é instrucción del Canónigo de Toledo, el lenguaje rústico y
zabareño de las labradoras del Toboso, el reposado aseo de la casa de
Ü. Diego de Miranda, la atolondrada afición de los duques á divertirse,
las sandeces deDoña Uodríguez, la burlesca prosopopeya del Doctor Pedro
Recio, la saladísima escena del labrador, pintor y socarrón de Migueltu-
rra, sin entrar en cuenta las personas del Cura, del Barbero ydel BaclüUer,
suministran una porción de cuadros tan agradables por su variedad, como
por la destreza con que están delineados.
Si hablamos de los dos personajes principales, el carácter deD. Quijote
se conserva con igualdad desde el principio hasta el fin ; honrado, bon-
dadoso, desinteresado, discreto y juicioso, si no en el punto de la caba-
llería; en éste, exaltado y loco. Si divierte y hace reir por los extravíos
de su cerebro, interesa al mismo tiempo por las inclinaciones y bondad
de su corazi3n. Cervantes reunió hábilmente las dos circunstancias en su
protagonista. Un héroe solamente ridículo hubiera podido divertir, pero
no interesar; Cervantes logró uno y otro, juntando en un mismo sujeto
las extravagancias del caballero de la Trifste Figura con las honradas y vir-
tuosas prendas de Alonso Quijano el Bueno; se ríen las ocurrencias del
primero, y no se puede menos de amar al segundo. El carácter de Sancho
vacila algún tanto; pero el lector, embelesado con las inimitables
gracias y sales de este personaje, no eiha de ver la inconstancia, ó la
perdona fácilmente.
La invención es admirable, tan original en sí como oportuna en su
aplicaci(3n y proporcionada á su objeto: el estilo variado conveniente-
mente y acomodado á las circunstancias de tiempo, lugar y personas; el
lenguaje á veces descuidado(a), pero con pocas excepciones puro y castizo.
Las ideas no siempre están bien coordinadas entre sí ; hay olvidos, dis-
tracciones, inconsecuencias. La moral, buena en lo general, aunque con
algunas sombras, raras á la v(;rilad, de una ú otra imagen ó expresión
menos decente ; en el tiempo que se escribió el Quijote, pudo su autor
pasar por austero. Sátira delicada de vicios y errores comunes, gracejo
frecuentemente urbanísimo, pero que alguna vez declina á vulgar ; jui-
cio recto y desenfadado ; mas no exento enteramente y en todas ocasiones
de las preocupaciones 'le su siglo.
(•^) Además de lo ya armntado acerca de moral y económica de Cervantes al escribii'
sete punto en notas anteriores, es muy digno y publicar Jil fjuijote. en las primeras líneas
de leerse el conciso v valiente cuadro que déla Advertencia á su edición de las 1633 no-
traza Hartzenbusch de la situación física tas á la edición de Fabra. (M. de T.)
PRÓLOr.O DEL COMENTARIO XXXV
De estos indicados elementos de tantas prendas recoinendaljles mez-
cladas con algunas imperfecciones y muchos descuidos, se compone un
lodo que el lector no sabe dejar de las manos ; un libro que ha sido, es
y será siempre el encanto y embeleso de los españoles, y aun de los
extranjeros, á pesar de que el menor conocimiento de nuestros usos y
costumbres, de nuestro lenguaje familiar, de nuestras tradiciones y
cuentos populares les esconde gran parte de sus primores. ¡ Cuánto debe
ser el exceso de éstos sobre los defectos! Autorcillos obscuros y poco
estimables se atrevieron en estos últimos tiempos á despr(;ciar lo que no
merecían entender ; imprimieron dentro y fuera del reino observa-
ciones y críticas contra el Quijote; pero la opiniíín y consentimiento
universal los ha reducido al silencio y sepultado en el olvido, y el Quijote
ha quedado en posesión del crédito y aceptación que le corresponde
como al libro más original que ha producido la moderna literatura.
Bueno será examinarlo menudamente, y hacer, digámoslo así, anato-
mía de obra tan singular; reducirá su debido valorías hipérboles y ciega
admiración de los unos, y las acriminaciones y censuras de los otros.
Esto es lo que se ha procurado hacer en el presente Comentario, notando
con imparcialidad los rasgos admirables y las imperfecciones, el artificio
de la fábula y las negligencias del autor, las bellezas y los defectos que
suele ofrecer mezclados el Ingenioso Hidalgo. Acaso se me tildará de ni-
miamente severo en lo que me parece reprensible; acaso los amantes
indiscretos de la gloria nacional, en que tiene tanta parte la de Cervantes,
me acusarán de indiferente y aun de contrario á ella; pero serán injus-
tos. La verdad sincera y serena debe distribuir los elogios y las censu-
ras. El Quijote tiene lunares, y tratándose de un libro que anda en manos
de todos, y que es uno de los que principalmente se proponen para mo-
delos del gusto y del idioma, conviene por lo mismo indicar con más
particularidad y especificación sus defectos; á la manera que en las car-
tas de marear se deben señalar con cuidado mayor los escollos en que
pueden peligrar los navegantes.
A este examen crítico del Ingenioso Hidalgo acompañarán las observa-
ciones á que den lugar sus indicaciones, sus noticias históricas, sus alu-
siones á las crónicas de los caballeros andantes. Libro de tanto valor y
reputación como el Quijote, es sin duda acreedor á que se le comente é
ilustre como lo lograron libros de mediano mérito entre los antiguos, y
entre los nuestros las obras do Juan de Mena, de D. Luis de Góngora y
otras de menor importancia. Es verdad que el mismo Cervantes, al
principio de la segunda parte parece que se anticipa á desaprobar el
intento de comentar la historia del héroe manchego : es tan clara, dice,
que no hay cosa que dificultar en ella : los niños la manosean, los hombres la
entienden, y los viejos la celebran. Cervantes, suponiendo con demasiada
facilidad que sus lectores sabían lo que él, y que tenían preséntelo que
él al escribir su libro, creyó que no necesitaba de comento ; mas, no se
juzgó del mismo modo en el inundo literario. El célebre benedictino F.Mar-
tín Sarmiento, en las Noticias de la verdadera patria de Miguel de Cervantes,
esforzaba con gran copia, de razones la necesidad de comentar el Quijote
XXXVI DON Ol.IJOTE DE I.A MANCHA
para entenderlo y leerlo con fruto. Anteriormente ü. Gregorio Mayans
había ilustrado, aunque con más erudición que crítica, varios puntos re-
lativos al I.NGKNioso Hidal(jO níi la vida que escribió de Cervantes para
ponerla al frente de la magnífica t;dición de I.ondres de 1738. Años des-
pués, D Vicente de los Hios escribió el análisis que la Academia Española
publicó con la suya, no menos magnífica, del año 1780; pero bajo el
nombre de análisis, era más ijien un elogio i). Juan IJowle, distinguido
literato inglés, imprimió el año 1781 una nueva edición del Quijote con
un tomo de índices y otro de anotaciones, en queseñab'i las referencias,
á los autores latinos, italianos y caballerescos, y procuró explicar las
voces que podían ser obscuras para sus compatriotas. Su trabajo, fruto,
como él mismo cuenta, de catorce años de lecturas y aplicación, es muy
digno de alabanza, y muy de admirar en un extranjero el conocimiento
de libros castellanos con que enriquece y autoi iza sus notas (v). Pero éstas
no alcanzan á auxiliar á los españoles en los puntos peculiares de sus cos-
tumbres y del idioma familiar, cuya perfecta inteligencia en todas len-
guas, y singularmente en la castellana, es imposible que adquieran los
extraños ; y por otra parte, entusiasta ciego de Cervantes, á quien llama
honor y gloria no solamente fie su patria, pero de todo el género humano, no
trató jamás de hacer ninguna observación crítica ni de juzgar del mérito
ni demérito de la fábula. Sus anotaciones presentan el aspecto de una
erudición laboriosa, pero seca y descarnada ; son como un almacén donde
se hallan bacinadas mercancías de todas clases, unas de mayor y otras de
menor precio...; mas no se trate de relevar (;) los defectos de un extran-
jero (|ue ya experimentó los tiros de la crítica en su país, y que sólo debe
hallar estimación y gratitud en el nuestro, D. Juan Antonio Pellicer pu-
blicó en Madrid el año 1797 una nueva edición del Quijote ; hizo é
indicó algunas correcciones felices en el texto, y añadií) notas en que á
veces disfrutó más de lo justo el trabajo de Bowle, sin nombrarle : en
otras, según su genio y la especie que cultivó de literatura, insertó noti-
cias menudas y sueltas, no todas igualmente apreciables. Sus observa-
ciones son como apuntamientos aislados sin conexión ni plan conocido, y
están muy lejos de merecer el nombre de Comentario ; en ellas no se
examina ni lo bueno ni lo malo de la fábula ; de todo suele hablarse
menos del Quijote. Mayans, no obstante los elogios que daba al Lncenioso
Hidalgo, lo posponía á los Trabajos de Pérdlcs y Sigismundo. Pellicer
salió por otro registro, todavía, si cabe, más extravagante, y se persuadió á
que Cervantes se propuso imitar á Apuleyo. Ambos literatos, aunque
amantes y beneméritos del Quijote, manifestaron que no le entendían.
No conozco las obras de algunos otros autores extranjeros que escribie-
(v) Es muy de notar que log extranjeros y otros; de los franceses Merimée.Morel F»-
han sido v siguen siendo más celosos culti- tio, Fouctié DelLosch, Latour, Maitínenche,
vadores de nuestra herniosa lit'>ratura que Tannenberg : y de los italianos üorra,
los espaiinles misinos. Basta recordar los Mooaci, D'Ovidio, etc. {M. de T.)
nombres de los americanos Ticknor y Hun- {,-) p:i galicismo relevar es algo fuerte,
tington, de los austríacos y alemanes Woif, tratándose de un académico que jiretendía
FáLer, Grimm. Schack. ' Keller, Fanste- ajustar tan estrechas cuentas á Cervantes eu
rath, etc.; de lus ingleses Fitzinaiuice- Hume materia de incorrecciüiies. ÍM. de T.)
PRÓr.OCO DEL COMENTARIO XXXVIl
ron notas ú observaciones sobre el Ingenioso Hidalgo ; pero mo inclino
mucho á creer (lUc no conlribuiíán líian cosa ásu ilustración é intelii:en-
cia. La Academia Kspafiola, en su última e{iici(')n del año 1819, afiadiú al
fin de los tomos algunas notas propias de su exquisito juicio y sabiduría;
pero tan cortas en número y extensión, que no hacen sino irritar la
curiosidad y aumentar el deseo de mayores y más extensas explica-
ciones.
En resolución, el I.ngknioso Hidalgo D. Quijotk dk la Mancha carece
hasta ahora de un Comentario seguido y completo, como lo reclama
su calidad de libro clásico, reconocido como tal en la república de las
letras, apreciado por todas las naciones cultas, y traducido en todos
sus idiomas.
Yo me he propuesto llenar este vacío de nuestra literatura ; empresa
difícil, que he acometido quizá con sobrada temeridad, y en que no sé si
saldré como D. Quijote en la suya. El presente prólogo es ya el prin-
cipio del Comentario ; las notas que acompañan al texto deben ser
las pruebas de lo que se dice en el prólogo. Figúrese el lector del Inge-
nioso Hidalgo que le acompaño en su tarea, y que le voy diciendo lo que
me ocurrió cuando yo lo leía. Si le sirvo de algún provecho para enten-
derlo mejor; para dirigir y fijar su juicio acerca de las perfecciones é
imperfecciones de la fábula ; para satisfacer su curiosidad sobre los pun-
tos históricos y literarios que se tocan, ó los pasajes caballerescos á que
se alude; para hacer las advertencias que ocasione el tenor del discurso,
tanto sobre la gramática y filosofía del idioma, como sobre los usos, cos-
tumbres é ideas de la época de la caballería y la de Cervantes, el lector
debe estarme agradecido, y yo debo estar contento. Encontrará tal vez
repeticiones, porque se repetirán las ocasiones de hacerlas; hallará cosas
que otros han dicho, porque las hay que se ofrecen naturalmente á todos,
y es forzoso decirlas ; echará quizá de menos observaciones que á él le ocu-
rran, y no le ocurrieron al comentador (esto es muy fácil) ; según su
humor, inclinaciones y estudios, unas notas le parecerán superficiales y
demasiado breves, otras demasiado largas y minuciosas. Todo esto podrá
suceder; pero en lo que otros hayan pensado ó adelantado, el comenta-
dor los hará justicia, y no los defraudará de la loa que merezcan ; y en
lo demás, así como él será justo con otros, así también tiene derecho á
que los otros sean con él indulgentes.
Tales son las consideraciones que me ha parecido anticipar como pre-
liminares convenientes en la materia. — Una cárcel dio nacimiento al
Quijote (o), y un retiro forzadu, efecto de trastornos y de infortunios, lo
ha dado á su Comentario. En ésta, como en otras ocasiones, se ha verificado
lo que un antiguo dijo de las leti'as ; que sirven de adorno en la prospe-
(o) La moderna crítica ha demostrado, durante su permanencia en Sevilla. Por su
que Cervantes no escribió su obra en la su- parteel cervantista señorCortejón,autordela
puesta|irisiónde Arganiasilla. Según elseñor muy notiibie edición critica del Quijote, en
Carrillo de Albornoz, autor del Romancero curso de publicación, cree que Cervantes con-
diil Quijote (tomo I, pág. 473) el ilustre cuanto cibió el plan de su obra y la empezó á escri-
desdichado Manco debió escribir la 1» Parte bir en la cárcel de ¡Sevilla. (M. de T.)
XXXVIU DON OUIJOTK DE I-A MANCHA
ridad, y de refugio y consuelo en la desgracia. Si el presente trabajo
no corresponde dignamente á su objeto y al mérito y celebridad de
Cervantes, por lo menos ha proporcionado á su autor muchos ratos de
ocupacif'm grata y muchos motivos de distracción en medio de pesares no
merecidos.
EL INGENIOSO HIDALGO
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
AL DUQUE DE BÉJAR'
MARQUÉS DK GIBRALEÓN, CONDE DK BENALCAZAR Y BANARIÍS, VIZCONDE DE
LA PUEBLA DE ALCOCER, SEÍSni>, DE LAS VILLAS DE CAl'ILLA, CURIEL Y
BURGUILL03.
En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia á toda
suerte de libros como principe tan inclinado á favorecer las buenas artes,
mayormente las que por su nobleza no se abalen al servicio y tjranjerias del
vulgo '^, he determinado de sacar á luz El Ingenioso Hidalgo D. Quijo ie de
LA Mancha 3 al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, á quien,
1. D. Alonso Diego López de Zi'iñiga,
séptimo duque de Béjar, lo fué desde
el año de 601 (a), en que heredó á su
padre D. Francisco, hasta el de 1619,
en que falleció.
Sobresalió en Miguel de Cervantes la
prenda de agradecido, de lo que dio
pruehas hasta en el punto de su muerte,
como se ve por la dedicatoria de los
Trabajos de Pérsiles y Sígismundu, que
dirigió á su protector el conde de
Lemos, después de haber recibido la
Extrema-Unción. Supuesto lo cual, es
muy notable que siendo el duque de
Béjar tan amante de las letras comn
aquí se pondera, y habiéndose recibido
la primera parte del Quijote con tanta
aceptación y aplauso del público, que
en un año se hicieron tres ediciones,
dosenMadridyuaaen Vaiencia,es muy
notable, digo, que Cervantes no le de-
dicase también la segunda parte, ni le
volviese á nombrar en sus obras.
2. Pudiera creerse que estas palabras
aludían tí la tradición de que habló
D. Vicente de los Ríos, sobre la dedi-
catoria de la primera parte del Quijote.
Dícese que el duque de Béjar, solicitado
por Cervantes é informado del asunto
(a) Muy eruditos cervantistas, entre ellofs
el doctor Thebussem, suponen que el desvío
del duque fué debido á la influencia de un
capellán de su casa, y ven como un reflejo de
ello en la disputa que tuvo Don Quijote con
el capellán de los duques en la '?.» parte del
Quijote. (M. de T.)
del libro, no quiso al pronto que se le
dedicase; pero que habiendo ceñido
Cervantes su solicitud ú que oyese leer
un capitulo, fué tanto lo que le agradó
su lectura, que depuso su preocupa-
ción, colmó de elogios al autor y admi-
tió gustoso la dedicatoria. Dado que la
tradición fuese cierta, me parece muy
aventurada la conjetura de Ríos sobre
que el motivo de la repugnancia del
duque sería el temor de exponer su
reputación, si permitía que se leyese
su nombre al frente de un libro que
sonaba ser de caballerías. Más verosí-
mil fué que el duque, noticioso del
objeto del Quijote, no quisiese mos-
trarse fautor de la empresa de desterrar
la lectura de las historias caballeres-
cas, cuya aüción era entonces tan
común entre los grandes señores, como
se ve por repelidos ejemplos, incluso
el de la misma casa de los duques de
Béjar.
3. Se ha dudado de la propiedad y
conveniencia de este titulo que Cer-
vantes puso á su obra. Entre sus con-
temporáneos no faltó quien lo tachase
de abultado y hueco. D. Juan Antonio
Pellicer opinó que la calidad de Í7ic/e-
nioso se aplicaba, no á la persona del
hidalgo, sino á la obra, para denotar
el ingenio con que estaba escrita ; pero
el mismo Cervantes refutó esta opinión
en el epígrafe del capitulo II, que trata
de la primera salida que de su tierra
hizo el ingenioso D. Quijote. Lo mismo
XLII
DON QlIJOTE DE I.A MANCHA
con el acatamiento que debo á tanta (¡landeza, suplico le reciba agrada-
blemente en su protección, para (¡ue á su sombra, aunque desnudo de aquel
precioso ornamento de elcijancia y erudición de que suelen andar i^estidas las
obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer
seguramente en el juicio de algunos, que no conteniéndose en los limites de su
ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos
ajenos ; que poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen
deseo, fio que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.
Miguel de Ck-hvantes Saavedra.
se repite en el título del capitulo XVI ;
y al concluirse la segunda parte, des-
pués de contar el fallecimiento de
D. Quijote, se dice : este fin tuvo el
Inyenioso iiidahjo de la Mancha. Pfir
cuyos (p) pasajes es claro que Cervantes
calificó de ingenioso, no ;i su libro, sino
á su héroe. Más plausible que la opi-
nión de Pellicer pudiera parecer la de
que se llamó ingenioso al Quijotk por
pertenecer á la clase de libros de in-
venci('in y de ingenio, al modo que
diríamos el Incietúoso Lazarillo, de
D. Diego de Mendoza, la Ingeniosa
República literaria, de Ü. Diego de
Saavedra; pero no deja esle arbitrio
(?) Este empleo del posesivo cuyos es con-
trario a lo preceptuado por la Academia.
Esto demuestra el poco respeto que han
guardado en todo tiempo los mismos acadé-
micos á las reglas de la Academia, lo cual
explica á su vez, los desacatos del resto del
público con la misma. (M. de T.)
Cervantes, aplicando exclusivamente,
como acaba de verse, la calidad de in-
genioso a la persona de su Hidalgo.
Así que todas las explicaciones ofrecen
inconvenientes. Si lo ingenioso se dice
por la persona, recae mal sobre un
loco : si por el ingenio con que está
escrito el libro, es vanidad y jactancia
del autor; si por ser la obra de la clase
de las de ingenio y entretenimiento, el
mismo Cervantes lo contradice. Lo que
no admite duda, como resulta de todo
lo precedenle, es que el título de Inge-
nioso Hidalgo es obscuro y, por consi-
guiente, poco feliz (y).
(v) El epíteto ingenioso, aplicado por Cer-
vantes á su héroe, me parece, al revés, muy
claro y altamente adecuado. Respecto á s"i
un loco puede ser ingenioso, sólo puede du-
darlo en España el que no haya saboreado
la deliciosa historia del Licenciado Vidriera,
obra del mismo Cervantes. Precisamente si
de algo pecan lo.s españoles es de sobra de
ingenio. (M. de T.)
PROLOGO
Desocupado lector; sin juramento me podrás creer que quisiera que este
libro, ^omo liijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más ga-
llardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo con-
travenir la orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su seme-
jante. Y así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío,
sino la historia de un hijo seco, avellanado i, antojadizo, y lleno de pen-
samientos varios y nunca imaginados de otro alguno; bien como quien
se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y
donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible,
la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de
las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas
más estériles se muestren f(;cundas, y ofrezcan partos al mundo que le
colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo
y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los
ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas,
y las cuenta á sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que aunque
parezco padre, soy padrastro de D. Quijote, no quiero irme con la corriente
del uso, ni suplicarte casi con lágrimas en los ojos, como otros hacen,
lector carísimo, que perdones ó disimules las faltas que en este mi hijo
vieres, pues ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu
cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde
eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que conmún-
raente se dice, que debajo de mi manto al rey mato. Todo lo cual te
exenta y hace libre de todo respeto y obligación, y así puedes decir de
la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por
el mal ni te premien por el bien que dijeres della.
1. Siguiendo el hilo de la metálora flrmú el que con el nombre supuesto de
debió decirse : ¿ qué podía engencb-ar Alonso Fernández de Avellaneda escri-
el estéril y mal cullivado itigenio mío bi('i la continuación del Quijote que se
sino un hijo seco, avellanado, antoja- imprinii(j en Tarragona el año de 1614.
dizo... bien como quien se enge7idró en Tildando en su próloo;o á Cervantes,
tina cárcel. Diciéndose la historia del ilice que disculpa los i/erros de su pri-
hijo, y más llamándose á éste seco y mera parte el haberse escrito entre los
avellanado, ocurre que el hijo esD.Qui- de una cárcel, y asi no pudo dejar de
JOTE, y lo engendrado en la cárcel no salir tiznada de ellos, ni salir menos
fué D. Quijote, sino su historia. qrie quejosa, murmuradora, impaciente
La especie de que Cervantes ideó el y colérica, cual lo están los encarce-
plan del Quijote estando preso, la coa- lados.
XLIV DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo ni de
la innumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas
y elogios * que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé
decir que, aunque me costó algún trabajo componoila, ninguno tuve por
mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la
pluma para escribilla, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría;
y estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el
codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró á
deshora ^ un amigo mío gracioso y bien entendido, el cual, viéndome
tan imaginativo, me preguntó la causa, y no encubriéndosela yo, le dije
que pensaba en el prólogo que había de hacer á la historia de D. Quijote,
y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar á luz las
hazañas de tan noble caballero. Porque ¿ cómo queréis vos que no me
tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo, cuando vea
que al cabo de tantos años como baque duermo en el silencio del olvido 3,
salgo ahora con todos mis años acuestas con una leyenda seca como un
esparto, ajena de invención '', menguada de estilo, pobre de conceptos y
falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin
anotaciones en el lindel libro, como veo que están otros libros aunque sean
fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón
1. La vanidad de los escritores del
tiempo de Cervantes hacia preceder de
ordinario en las impresiones de sus
libros los elogios que mendigaban de
sus aficionados. Estos elogios eran por
lo regular composiciones poéticas
breves, como sonetos, redondillas y
epigramas, según aquí se dice. Lo sin-
gular es que Cervantes, que moteja y
ridiculiza este abuso, habia incurrido
en él en su Galntea, y contribuyó tam-
biu-n muchas veces con sus composi-
ciones á elogiar varios libros impresos
de sus conocidos y amigos, según lo
muestran las noticias que se leen en
su I'¿í/o, escrita con suma erudición y
diligemia por D. Martin Fernández de
Navarrete. Así lo tiizo en la Aiistriada
de Juan l-luío, en el Romancero y otras
obras de Pedro de Padilla, en el Ccm-
cionevo de López baldonado, en la
Filosofía cortesana de Alonso de Ba-
rros, etc.
2. Significa comúnmente lo mismo
que á horas desusadas y extraordina-
rias, indicando las más avanzadas de
la noche : aqui equivale á inespera-
damente, cuando no se ar/iiarda.
3. Cervantes publicó su Galafea en el
a.io de 1584, y desde entonces no había
dado á luz cosa alguna hasta el de 160o,
en que se imprimió la primera parte
del QuuoTE. Eran veintiún años los
que habia estado durmiendo para el
público en el f-ilencio del olvido. —
Esta expresión, usando de rigor, pu-
diera tildarse, porque el olvido ni calla
ni habla ; y acaso en el original se diría
que había dormido en el silencio ij el
olvido, callando Cervantes y olvidando
el público (a).
4. Moderación que por excesiva pu-
diera parecer afectada. La inventiva
fué la prenda en que sobresalió emi-
nentemente Cervantes, y de que él
mismo hizo gala en el Viaje al l'ar-
naso, donde le dice Mercurio (o) :
Y sé que aquel instinto sobrehumano
Que de raro inventor lu pecho encierra,
No te le ha dado el padre Apolo en vano...
Pasa, raro inventor, pasa adelante
Con tu sotil disinio, y prusta avuda
.. Apolo, que la tuya" es iniporlanle.
(a) Cap. 1.
(a) La crítica de Cleniencín no puede ser
más pueril y además es impropia de un
escritor, cada paso hablan poetas y escri-
tores del silencio de la iioc/ie, del silencio de
In tinnhn, etc. Kn este pa-:aje cila el señor
Cortüjón una crítica muy acertada del vene-
zolano señor Urdaneta a la observación de
Clcmcncin. (M. de T.)
PRÓLOGO
XLV
y de toda la caterva de filósofos, que admiran ú los leyentes y tienen á sus
autores por hoinhres leiMos, eruditos y elocuentes' ? ¡ l'u<;s qué, cuando
citan la Divina liscritur.i ! No dinin sino que son unos Santos Tomases y
otros doctores de la li;lesia, guardando en esto un decoro tan ingenioso,
que en un renglón lian pintado un enamorado distraído, y en otro hacen
un sernioncico cristiano, que es un contento y un regalo oirle ó leelle. De
todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo que acotar en el margen,
ni quéanotar en el fin, ni menos só quó autores sigo en él, para ponerlos
al princi[)io, como hachen todos, por las letras del ABC, comenzando en
Aristót^es y acabando en Xenol'onte y en Zoilo ó Zeuxis, aunque fué mal-
diciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos
al principio, á lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, mar-
queses ■•', condes, obispos, damas ó poetas celebérrimos. Aunque si yo
1. Según el régimen, parece que los
libros son los que tienen á sus autores
por hombres leídos, eruditos y elo-
cuentes, á no ser que deba leerse los
leyentes que tienen á sus autores. El
Quijote se imprimió con tanta negli-
gencia, que hay fundado motivo para
sospechar que muchos de sus delectes
son de la imprenta, más bien que del
original.
Leyentes., elocuentes: cacofonía que
se hubiera evitado con sólo poner lec-
tores en vez de leyentes.
2. Se habló antes de la costumbre
de poner en las obras sonetos y otras
composiciones poéticas en su elogio.
Los libros , especialmente siendo de
entretenimiento, se imprimían por lo
común con esta circunstancia, que
también suele encontrarse en obras de
otro carácter, como la Biblioteca Espa-
ñola de D. Nicolás Antonio, á la que, á
estilo de su siglo, preceden veintiuna
composiciones laudatorias en caste-
llano, italiano, latín y griego En la
Mosquea de D. José de Viliaviciosa. se
leen once composiciones que la elogian
en latín, italiano y castellano : ocho en
líi Angélica de Luis Barahona ; seis en La
Araucana de Ü.Alonso de Ercilla: doce
en el Cancionero de López Maldonado ;
ocho en el Tesoro de varias poesías de
Pedro de Padilla; y diez y seis en el
poema de Los Amantes de Teruel por
Juan Yagiíe. En el Viaje entretenido
de Agustín de Rojas se hallan veinti-
cuatro elogios compuestos por autores
de todas clases, entre ellos damas,
doctores, caballeros del hábito, un
marqués y un alguacil. Pudieran ale-
garse infinitos ejemplos; pero sólo se
añadirá, por ser más del caso, el de las
obras del famoso Lope de Vega, las
cuales se publicaban siempre coa nu-
merosos encomios, como sucedió en el
Peref/rino, el Isidro y La A rcadia ; pero
señaladamente en Las liimas, que se
imprimieron en Barcelona en 16ü4,año
inmediatamente anterior al de la publi-
cación de la primera parte del Quijote,
y salieron acompañadas nada menos
que de veintiocho composiciones mé-
tricas en loor suyo ; entre sus autores
se cuentan el príncipe de Fez, el duque
de Osuna, el marqués de la Adrada, los
condes de Villamor y Adacuaz, el co-
mendador mayor de Alontesa, tres poe-
tisas y varios poetas conocidos de aquel
tiempo, entre ellos el mismo Cervantes.
Si esta demostración de amistad por
parte de nuestro autor no fué muy
espontánea, y si la exigieron con algún
rigor las circunstancias, esto quizá
acabó de mover su bilis en el presente
pasaje de su prólogo, donde tantas
señas hay de que están indicados los
escritos de Lope. Sospechas que se
confirman con el cargo que hace á Cer-
vantes Alonso Fernández de Avella-
neda en el prólogo de su Quijote con-
trahecho, porque reprendiendo el uso
de poner sonetos en alabanza de los
libros, bajan los suyos en los principios
de los libros del autor de quien murmura.
En general no puede dudarse de que á
Cervantes le mortificaba la celebridad
de Lope de Vega, y que no fueron del
todo sinceras las protestas con que en
el prólogo de la segunda parte del
Quijote procuró satisfacer á la recon-
vención de Avellaneda.
XLVI
nON QLUOTK DK LA MANCHA
los pidiese á dos A tres oliciales amigos, yo sé que me los darían, y tales,
que DO les igualasen los <le a<iuollos que t¡<'nen más nombre en nuestra
España.
En fin, señor y amigo mío, proseguí, yo determino que el señor Don
Quijote se quede seiiullado en sus archivos en la Mancha, hasta (jue el
cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo
me hallo incajia/ de remediarlas * por mi insuliciencia y pocas letras, y
porque, naturalmente, soy poltrón y perezoso de andarme buscando au-
tores que digan lo auc yo me sé decir sin ellos. De aíjuí nace la suspen-
sión y elevamiento en que me liallastes; bastante causa para ponerme
en ella - la que de mí habéis oído. Oyendo lo cual mi amigo, dándose una
palmada en la trente y disparando en una larga risa (¡3), me dijo : Por Dios,
hermano, que ahora me acabo de desengañar de un engaño en que he
estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre
os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones. Pero
ahora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra.
¿ Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de
remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar •* uu ingenio
tan maduro como el vuestro, y tan hecho á romper y atropcllar por otras
dificultades mayores ? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de
sobra de pereza y penuria de discurso. ¿ Queréis ver si es verdad lo que
digo ? Pues estadme atento, y veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos
confundo todas vuestras dificultades, y remedio todas las faltas que
decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar á la luz del
mundo la historia de vuestro famoso D. Quijote, luz y espejo de toda
la caballería andante. « Decid, le repliqué yo, oyendo lo que me decía:
i. No se dice remediar las cosas que
faltan, sino remediar la falla de las
cosas. Las faltas y no las cosas son las
que se remedian. En el progreso del
pn'Aogo se dice con mayor corrección :
pues estadme atento, y veréis como...
remedio todas las faltas cj^ue decís.
2. Expresión algo runíusa, que deja-
ría de serlo si se expresase el verbo
sustantivo : Denqui nace la suspensión
en que me hallaslcs : siendo balitante
causa para ponerme en ella la que de
mi habéis oído.
3. Ahora diríamos para siispender ;j
absortar: pero asi se habl.iba y escri-
bía en tiempo de nuestros mayores,
usando á veces de la partícula de en
vez de pura. Poderoso es Dios de hacer
de los corazones empedei'nidos hijos
C7'«ye/i/es, dijo Alejo Venegas^a). Yon la
Gatatea decía Silerio, el amigo de Tirn-
brio : ó tantas fuerzas juntas no fué
(a) Agonía del tránsito de la muerte,
punto 2, cap. VIII.
poderosa la sola mía de resistirlas {a}.
— Absortar es palabra nueva que no me
acuerdo haber visto en otros escritores.
Cervantes introdujo ésta y otras en su
Quijote, y no siempre con felicidad,
por no liaberlas adoptado todas el uso
común (■;').
(n) Lil) II.
(3) Contra la lección propuesta por Har-
tzenbusch : disparando C(.n una carga de risa,
aduce el señor Cortejóii varios pasajes de
Cervantes que demuestran la legitimidad de
la frase : disparar en una larga i-isa.
(M. de T.)
{■;) Aunque no se haya seguido usando el
verbo atjsortar, está pei'fectaniente formado
V no lo usó únicamente Cervantes, como
pretende Clemencín. Recuerdo, entre otros,
el siguiente pasaje de Jacinto Polo de Me-
dina :
¿ .\ quién no admira y absorta
Ver un piélago de dii-nas... '.'
^M. de T.)
IMíOr.OGO
XLVII
/, Deque modo pensáis llenar el vacío de mi temor, y reducii' .'i eliiridad
el caos do mi confusión ? » A lo cual él dijo : <( l,o primero en que repa-
ráis de los sonetos, epigramas ó elogios que os faltan para el principio, y
que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos
mismo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar
y poner el nombre ([ue quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las
Indias ('» al emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que
fueron famosos potólas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos
pedantes ' y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren de
esta verdad, no se os dé dos maravedís, porque ya que os averigüen la
mentira, no os han de corlar la mano con que lo escribistes.
En lo de citar en las márgenes los libros y autores 2 de donde sacá-
redes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay
más sino hacer de manera que vengan á pelo algunas sentencias ó latines
que vos sepáis de memoria, ó á lo menos que os cuesten poco trabajo el
buscallos 3, como será poner, tratando de libertad y cautiverio :
Non bene pro loto libertas venditur auro ■*.
1. Voz de origen griego, usada ya
de los italianos viviendo el autor oel
Diálogo (le las li ngiias, quien deseaba
se introdujese en el idioma castellano.
Cumplióse este deseo en el tiem|)0 que
medió hasta Cervantes, haciéndose co-
nuin entre nuestros escritores. D. Se-
bastián de Covarrubias la inserti'i en
su Tesoro ele la lengua castellana, im-
preso en 1611.
2. Otro indicio de que Cervantes
quiso motejar (y en esto con mucha
razón) á Lope de Vega, quien en su
poema El Isidro, publicado por pri-
mera vez el año de 1590, incurrió en la
redundante y fastidiosa erudición que
aqui se nota, atestando las m.írgenes
de citas y acotaciones, tomadas indis-
tintamente de lo sagrado y de lo pro-
fano, mezclando lo humano con lo
divino, todo revuelto, con el desorden
que ya se dijo y censuró anteriormente.
Se encuentran citas del Apocalipsis y
de Arislóteles, del Breviario Toledano
y de los Bracmanes, de la Crónica del
Cid y del Cántico de los Cánticos, de
Merlin y de bis Trenos de Jeremías.
'A. Que y los son pronombres de un
mismo nombre, y por consiguiente hay
repetición viciosa. Pudiera también
excusarse, sin perjuicio de la claridad,
el artículo.
Cuesten está mal en plural, porque
el huscallos, que es el sujeto ó supuesto
de la oración, está en singular. Queda-
ría remediado todo con poner latines
que os cuesten poco trabajo de buscar ;
ó latines que os cueste poco trabajo
buscar.
4. No fué Horacio quien lo dijo,
sino el autor ammimo de las fábulas
llamadas Esópicas, libro III, fábula 14
del Can y el Lobo, donde se lee :
Non bene pro toto libertas venditur auro ;
Uoc caleste bonum pr,vterit orbis opes.
Juan Ruiz. Arcipreste de Hita, poeta
castellano que vivió á principios del
siglo XIV, tradujo esta sentencia en la
fábula de las lianas pidiendo rey :
Libertad é soltura non es
por oro com-
[prado (a).
Y dos siglos después. D. Diego López
de Haro concluía así uno de sus ro-
mances :
El bien de la libertad
Por ningún oro es comprado (6).
De Horacio son los versos que siguen
en el pnMogo :
Paluda raors, etc. (c).
(a) Colt'cción de poetas anteriores al si-
glo XV. t. IV, pág. 39. — (6) Romancero de
Leipsic del año 1S17, pág. 194. — (c) Carm.,
lib. L od. 4.
XLVm DON QUIJOTE DE LA MANCHA
T luego en el margen citar á Horacio, ó á quien lo dijo (o). Si tratáredes
del poder de la muerte, acudir luego con :
Fallida mors xquo pulsat pede pauperiim tabernas,
Refiumqnc turres.
Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo,
entraos ^ luego al punto por la Escritura divina, que lo podéis
hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras por lo menos del
mismo Dios: Eijo atitem dico vobis : dilifjete inimicos vestros. Si tratáredes
de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeiint cogita-
tiones malx '^. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón 3 que
os dará su dístico :
Doñee eris felix, mullos nvmerabis amicos,
Témpora si fuerint nubila, sohts eris.
Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático,
que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy. En lo que
toca al poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer
de esta manera. Si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacedle que
sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis
una grande anotación, pues podéis poner : El gigante Golias ó Goliat fué
un filisteo á quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle de
Terebinto'', según se cuenta en el libro de los Reyes, en el capitulo que vos
halláredes que se escribe.
1. Entraros dicen las ediciones an-
teriores; flescuiílo de que no fué capa/.
Cervantes, y que debió atribuirse al
impresor, y enmendarse (s).
2. Son palabras de San Mateo al ca-
pítulo XV. y no de San Marcos, A quien
las atribuye Howle, aunque repite
substancialmente la misma sentencia
al capítulo Vil : ah iníus de carde ho-
minum mals> cof/ilaliones prucedunl.
Lo de Dilif/ite inimicos veslros es
también de San .Mateo, capítulo V.
3. Cervantes fué desgraciado en
citas; apenas hace alguna con puntua-
lidad. El presente dístico Doñee eris
felix, etc.. es de Ovidio en el libro 1 de
los Tristes, elegía 6. Cervantes, que
escribía con negligencia, lo hubo de
(í) Entraos. — El señor Cortejón, en su
hermosa edición critica, restituye : entraros.
Hav que advertir que este uso del infiuilivo
por el imperativo se halla muy arraifiado
entre nosotros. Uno de los más elocuentes
oradores contemporáneos decía no hace mu-
cho : « ¡ Fijaruii, sefíores diputados! También
io acabo de leer en un manualito de orto^rra-
fia dado á luz recientemente por un maestro
(le las escuelas de Madrid. (M. de T.)
equivocar con los Dísticos llamados de
Catón, ú quien vulgar y malamente su
atribuyeron ; obra muy posterior a
Catón, dividida en cuatro lioros en que
se dan reglas y máximas de moral,
comprendida cada una en un distico.
Era libro nmy conocido y común en
tiempo de Cervantes ; lo había comen-
tado el célebre Erasmo y traducido al
castellano Martín García de Loaisa,
canónigo de Zaragoza.
4. Los libros de los Reyes son cua-
tro, y el suceso de Goliat se cuenta eti
el primero, al capítulo XVII. — En vez
de valle de Terebinto {:^},dehiú decirse
(S) Para el caso presente no tiene impor-
tancia la crítica de Clemencin ; pues Cer-
vantes sólo pensó en fustigar con su incom-
parable donaire á los que pretendían pasar
por doctos acumulando citas. (M. de T.)
(;) Valle de Terebinto. — Clemencin co-
rrige del Terebinto; pero algún crítico in-
dica que tal vez alude Cervantes irónica-
mente al famoso poeta canario, Cairasco de
Kigueroa. que tenía la pretensión de haber
iniroducido en nuestra poesía el endeca-
nilabo esdrújulo v que dijo Val de Terebinto.
(M. de T.)
i'H()i,or.o xi.ix
Tras esto, para mostrarus lioinhiíí erudito en l(;lias humanas y cosmcj-
i;rafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y
veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo : El rio Tajo fué asi
dicho por un Rct/ de laa Eí^pnñas ; tiene su nacimiento en tal lugar ^ y mucre
en el mar Océano bemndo loa muros de la famom ciudad de Lisboa, y es opi-
nión que tiene las arenas de oro, etc. Si tratáredes de ladrones, yo os
daré la historia de Caco, que la sé de coro ; si de mujeres rameras, ahí
está el obispo de Mondoñedo ^ : que os prestará á Lamia, Laida y Flora,
cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará á
Medea '^; si de encantadoras y hechiceras, Homero tiene á Calipso y
Virgilio á Circe •* ; si de capitanes valerosos, el mismo Julio César os
prestará á sí mismo en sus comentarios, y Plutarco os dará mil Alejan-
dros ''. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua
valle del Terebinto, porque Terebinto
no es nombre ile lugar, sino de un
ñrbol propio de países meridionales.
1. D. Antonio de Guevara, fraile me-
nor, obispo de Mondoñedo, predicador
y cronista del emperador Carlos V,
fué uno de los escritores castellanos de
mayor reputacicjn dentro y fuera de
España ; sus cartas se tradujeron al
latín, y se imprimieron en Colonia el
año de 1614. Pero tuvo la extravagante
manía de fingir ó alterar los hechos
históricos de la antigüedad, revistién-
dolos con circunstancias de su inven-
ción que daba por verdaderas. Así lo
hizo en una carta dirigida á D. Enrique
Enríque'z, refiriendo con muchas aña-
diduras forjadas á su antojo las histo-
rias de tres célebres rameras antiguas.
Lamia, Laida y Flora, amadas, la pri-
mera del rey Demetrio, hijo de
Antigono, y laVütima del Gran Pom-
peyo, y citando para ello autores que
no han existido. El sabio D. Antonio
Agustín, arzobispo de Tarragona, en
sus Diálogos de las Medallas, reprendió
vehementemente esta conducta, tan
ajena de la profesión de Guevara. Cer-
vantes la tachó aquí también por su
estilo, diciendo en tono irónico, que el
citarlo daría gran crédito á quien lo
hiciese.
2. Medea, insigne hechicera segiin
la fábula, fué hija de Etas, rey de
Coicos, y ejemplo de mujeres crueles.
Enamorada de Jasón, huyó con él de la
casa paterna, y perseguida por su padre,
en la fuga, mató y despedazó á su her-
mano Absirto, sembrando sus miem-
bros sangrientos por el camino, para
que la vista de tan horrible objeto
retardase la velocidad de Etns. Celosa
después de Jasón por los amores de
Creusa, hija de Creonte, rey de Co-
rinto, abrasó vivos á su competidora
y á su padre, y á vista de JasiJn mató
los dos hijos que había tenido de él,
le arrojó sus cuerpos de lo alto de una
torre, y valiéndose de sus artes, huyó
por los aires en un carro tirado de dra-
gones.
Tal es la descripción de la crueldad
de Medea, que en la tragedia que lleva
su nombre hace Séneca, ó quien quiera
que fuese su autor. Ovidio, en el
libro Vil de las Metamorfosis, habla
largamente de Medea; pero no exclusi-
vamente de su crueldad, como Séneca;
y por consiguiente, parece m;is natural
que éste sea el que aquí cita Cervantes.
No sería extraño que habiendo puesto
poco antes ;í Catón por Ovidio, pusiese
ahora á Ovidio por Séneca.
3. Calipso no fué encantadora ni
hechicera {-i]), que es de lo que aquí se
trata. Virgilio habló de Circe, pero sólo
de paso, en el libro VII de la Eneida.
Homero lo hizo á la larga en el X de
la Odisea.
4. Plutarco, escritor griego, contem-
poráneo, según se cree, de Trajano,
escribió varías obras, siendo la más
voluminosa é importante las Vidas pa-
(o) Con mucha razón censura el señor Cor-
tejón la intransigente y menuda crítica de
Clernencín, y cita los "pasajes de la Jliada
en que se aplica á Calipso él calificativo de
hechicera. Si no hacía conjuros ni realizaba
ceremonias mágicas, sabía encadenar á los
hombres con sus encantos.
(M. de T.)
d
L DON QUIJOTE DE LA MANCHA
toscana toparéis con León Hebreo ', (|ue os hincha las medidas ; y si no
queréis andaros por fierras extrafias, en vuestra casa tenéis á Fonseca
Del amor de Dioa-, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso
acertare ;'i d<'sear en tal materia. En resolución, no hay más sino que
vos procuréis nombrar estos nombres, ó tocar estas historias en la vuestra
que aquí he dicho, y dejadme á mí el cargo de poner las anotaciones y
acotaciones, que yo os voló á tal de llenaros los márgenes y de gastar
cuatro pliegos en el íin del libro.
Vengamos ahora á la citacii'tn de los autores que los otros libros tienen,
que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque
no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos,
desde la A hasta la Z 3, como vos decís. Pues ese mismo abecedario
pondréis vos en vuestro libro ; que puesto que á la clara se vea la mentira,
por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos de ellos, no
importa nada : y quizá alguno habrá tan simple que crea que de todos os
habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra. Y cuando no
sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores 4
dar de improviso autoridad al libro '. Y más, que no habrá quien se
mielas de personas ilustres griegas y
romanas, entre ellas las de muchos afa-
mados capitanes de la antigüedad, que
es lo que aqui se indica.
1. León Hebreo, judio natural de
Lisboa, vivía en Castilla el afio de 1492,
en que la expulsión de los judíos, hecha
por orden de los Reyes Católicos, le
obligó á volverá su patria. L)e allí pasó
á Ñapóles y después á Genova, donde
vivió ejerciendo la medicina. Escribió
los Diálogos de amoi\ de que según
D. José Rodríguez de Castro en su
Biblioteca de Habinos espaaolefi. se
hicieron tres versiones al castellano,
una por Guedella Jahia, impresa en
Véncela, año de 1568, otra por Garcilaso
Inga de la Vega en Madrid el de to90,
y otra por Micer Carlos Montesa, que
se publicó en Zaragoza, año de 1584;
las dos primeras se dedicaion al rey
D. Felipe 11. D. Nicolás Antonio, en su
Bibliuteca Española, cita otra versión
hecha por Juan Costa, aragonés lü;.
2. Fr. Cristóbal de Fonseca, del
orden de San Agustín, escribió un tra-
tado del Amor de Dios, dividido en dos
(»') El señor Menéndez Pelayo.en su nota-
bilísimo libro tíixtoria de las idea-i esUHicas
en España (tomo II. cap. vi) dedica un e.\ce-
lentc estudio á León Hebreo, cunocido tam-
bién por el nombre de Judas Abarbanel.
(M. de T.)
partes, que se imprimió en Barcelona,
año de 1594, repitiéndose después otras
ediciones.
3. Nuevo indicio de que en el pre-
sente prólogo Cervantes había tomado
por su cuenta censurar á Lope de Vega.
Este, en su libro intitulado El Pere-
grino, puso una tabla por el orden del
A li Ca, de los autores citados en su
obra, que llegan á ciento cincuenta y
cinco: y lo mismo hizo en El Isidro,
poema nombrado también en las notas
precedentes, donde la tabla alfabética
de autores llega á doscientos sesenta
y siete. Esta afectada muestra de eru-
dición se encuentra en varios libros de
aquel tiempo y aun del siguiente, en
que se repitió, á pesar del rasgo satí-
rico de Cervantes. Dio ejemplo singu-
lar lie ello D. José Pellicer de Salas en
sus Lecciones solemnes ó las obras de
D. Luis de Góniíora, poniendo al prin-
cipio el índice (le los autores que cita
en ellas, divididos en sesenta y cuatro
clases, que comprenden alfabéticamente
dos mil ciento sesenta y cinco artícu-
los. Imprimiéronse las Lecciones el
año de 1G30.
4. .VI verbo servir en la acepción
que aquí tiene, no le corresponde el
régimen i¡, sino pr óde, como está
al principio de la cláusula ; Y cuando
no sirva de otra cosa, por lo meios
servirá, etc.
i
k
iMlÓLOnO 1,1
ponga h averiguar si los sopuistes 6 no los seguisles (i), no yéndole Dada
en ello. (Cuanto más, (jue si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no
tiene nt-cesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le faltan,
porque todo (H es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien
nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cice-
rón' : ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos dis[)arates las
puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la Astrología, ni
le son de importancia las medidas geométricas; ni la confutación de
los argumentos de quien se sirve la Retórica; ni tiene para qué predicar
á ninguno, mezclando lo bumano con lo divino, que es un género de
mezcla de quien no se lia de vestir ningún cristiano entendimiento.
Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo,
que cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y
pues esta vuestra escritura no mira á más que á deshacer la autoridad y
cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no
hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la
Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de
santos, sino procurar que á la llana {■/.), con palabras significantes, hones-
tas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pin-
tando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando
á entender vuestros conceptos, sin intrincarlos y escurecerlos. Procurad
también que leyendo vuestra historia el melancólico se mueva á risa, el
risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la
invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En
efecto ; llevad la mira puesta á derribar la máquina mal fundada de estos
caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más(X);
que si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.
Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y
de tal manera se imprimieron en mí sus razones, que sin ponerlas en dis-
puta, las aprobé por buenas, y de ellas mismas quise hacer este prólogo ;
en el cual verás, lector suave, la discreciétn de mi amigo, la buena ven-
tura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo
en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso D. Qui-
1. Otro indicio de que la intención de escribir, sobretodo tratándose de obras
de Cervantes era lealmente tüdar á de pura imaginación. (M. de T.)
Lope de Vega; porque Aristóteles, San (■A)Yabe hablado en la nota. «pág. xxide la
Basilio y Marco Tulio son tres de los finalidad del Quijote. Si sólo hubiera servido
autores que se citan en el catálogo de pai'a « deshacer la autoridad y cabida que
ellos que está ai fin del Isidro de Lope, ^n el mundo y en el vulgo tienen los libros
.i- ' j„ „ . j... ,r j -1 „i de caballerías 11 hubiera seguido la suerte
puhhcado segua dijimos, en \iadrid, el ^^^^^^ ¿^ ,^^^.^. libros de igual índole, según
auo ae l.oJ9. ■ observa el señor Cortejón. Pero ha llegado á
adquirir fama inmortal y á formar parte del
(t) Seguistes. — Al^nnoñ corrigen spfjuifitfii.'s. patrimonio intelectual de todos los pueblos
pero es corrección inútil. En aquella época por la admirable síntesis de idealismo y de
era común el uso de esta forma de plural, realidad que nos ofrecen sus páginas. Desde
como se ve en el P. Granada y en otros escri- los primeros albores del progreso la huma-
tores. Aun hoy mismo dice el pueblo : nidad ha asistido constantemente á la eterna
amns/es, ríiji.ili'.f:, etc. (M. de T.) lucha éntrelos paladinesdel ideal, los soña-
(z) En estas breves líneas consigna Cer- dores, y los representantes de la vulgaridad
Yantes el fundamento y la esencia del arte y del interés prosaico. (M. de T.)
LII DON QUIJOTE DE LA MANCHA
jote de la Mancha, de qui en hay opinión por todos los habitadores del dis-
trito del campo de Montiel. que fué el más casto enamorado y el más
valiente caballero que de muchos años á esta parte se vio en aquellos
contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte á
conocer tan notable y tan honrado caballero ; pero quiero que me agradez-
cas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza su escudero,
en quien á mi parecer te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en
la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con esto,
Dios te dé salud, y á mi no olvide. Vale.
AL LIBRO DE D. QULTOTE DE LÁ MANCHA
URGANDA ' I. A DKSGONOCIDA
S de llegarte á los bue-^
libro, fueres con letu-"'
no le dirá el boijuirru-
que no pones bien los de-
Mas si el pan no se te cue-
por ir á manos de idio-
verás de manos á bo-
aun no dar una en el cla-
si bien se comen las lua-
por mostrar que son curio-
Y pues la experiencia ense-
que el que á buen árbol se arri-
buena sombra le cobi-
en Béj.ar tu buena estre-
Un árbol real te ofre- *
que dapríncipes por fru-
en el cual florece un Du-
que es nuevo Alejandro Ma-
1. La encantadora Urganda fué sin-
gularmente amiga de Amadis de (Jaula.
El motivo de llamarse desconocida se
explica en el capitulo XI del libro de
Amadis, donde el gigante Gandaiac, que
había educado á Galaor y le llevaba á
armarse caballero, le dijo, hablando
de Urganda, que se llamaba la desco-
nocida porque mxichas veces se ti'ans-
formaha y desconocía. Y en el discurso
de la historia se refieren los disfraces
que tomó en diferentes ocasiones, apa-
reciendo y ocultándose según quería,
como cuando después de la junta de
Reyes y caballeros que tuvo en la
ínsula firme se metió en una fusta (>
nave que tenía hechura de una gran
serpiente ; y luego el huyno fue tan
negro, rjue por más de cuatro días
nunca pudieron ver ninguna cosa de lo
gue en él estaba ; mas en cabo de ellos
se quitó, y vieron la serpiente como de
antes; de Urganda no supieron qué se
hizo (a).
2. iPcllicer afirma que Cervantes fué
el inventor de estos versos cortados en
los finales (a), y que le imitó después
el autor de la Pícara Justina. Publi-
cóse este libro en Bruselas el auo 1608,
tres años después que la primera parte
del Qliiote, bajo el nombre de Fran-
cisco de Ubeda; pero su verdadero au-
tor fué Fr. Andrés Pérez, religioso
dominico, natural de Lei'm. En el
(a) Amadis de Caula, cap. CXXVÍ.
í'j) La invención de los versos cortados
al final, ó de cabo roto se debe. según Fernán-
dez Guerra, al picaresco coplero sevillano
Alonzo Alvarez de Soria. (M. de T.)
libro IT, número 3.° del capítulo último,
se leen los versos siguientes :
Yo soy Due-
Que todas las aguas be-
Soy la Rain de Picardi-
Mas que la rud conoci-
Más fanio que Doña Oli-
Qiie Don Quijo y Lazari-
Que Alfarach y Celesti-
Si no me conoces, cue-
Yo soy Due-
Que todas las aguas be-
Lope de Vega puso en su entremés
del Poeta un soneto en versos cortados,
que empieza así :
Hermosa cara, no os vendáis barat-
Ni vuestra linda estrella lo perniit-
Ni recibáis de balde la visit-
Mi os troquéis, nina, de oro en plat-
Góngora hizo también versos de
esta clase, que sean de quien fueren,
no son m.ís que un juguete sin belleza
ni mérito particular.
3. Ir con letura üigniñca. ir con inten-
ción ó propósito : expresión del len-
guaje bajo y vulgar, como lo dijo el
mismo (Cervantes al principio de su
Viaje al Parnaso.
Vayan pues los leyentes con letura.
Cual dice el vulgo nial limado y bronco,
Que yo soy un poeta de esta hechura.
4. Alude al origen de la Casa Real
de Navarra, que se atribuían los Zúfii-
gas, segi'm Fernán Pérez de Guzmán en
las Generaciones y Semblanzas, y á la
dedicatoria de esta primera parte del
Quijote, dirigida á ü. Alonso Diego
Li'ipez de Zúñiga, duque de Béjar, á
quien se trata de obsequiar en estos
versos.
LIV
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Llega á su sombra, que á osa-
favorece lafortu-'
De un noble hidalfío manche-
contarás las aventu- ^
á quien ociosas letu-
Irastornaion la cabe-
Damas, armas, caballe-
le provocaron de mo-
que cual Orlando furio-"
templado á lo enamora —
alcanzó á fuerza de bra-*
;'i Dulcinea del Tobo-
No indiscretos hierogli-''
estampes en el escu-
que, cuando es todo figu-
con ruines puntos se embi-
Si en la direccii'm te humi-
no dirá mofante algu-
\. Audenles fortuna juval, dijo Vir-
"ilio en el libro X de la Eneida^ y Ce-
lestina lo citó en el acto primero de su
tragicomedia : mas di, como Marón,
que la fortuna ayuda ú los oaados. Fué
uno de los versos que Virgilio se dejó
sin acabar en su poema ; después se
concluyó, añadiéndole el hemistiquio
timidosque repellit.
2. Un libro prosaico fque es á quien
se dirige esta composición de Urganda
la Descunocidaj más bien cuenta que
canta, y asi juzgo preferible la lección
contarás que pusieron las dos ediciones
primitivas del año Í6Ü5, á la de crm-
Larás qne. puso la de lü08. — En el verso
siguiente han leído ociosa todas las
ediciones anteriores ; pero era conoci-
damente errata por ociosas, según lo
demuestra el verbo plural Iraslornaron.
3. El célebre poema del Orlando
furioso, escrito por Ludovico Ariosto,
empieza asi :
Le dotine, i cavalier, l'arme, glí aniori,
Le corlesie, laudad imprese io canto.
Y repitiendo algunas de estas palabras,
decía ürganda de D. Quijote ;
Damas, armas, caballe-
Le provocaron de mo-
Que cual Orlando furio- etc. (?)
Por la repeticiim de dichas palabras
y la mención expresa de Orlando fu-
rioso, es claro que en estos versos de
ürganda indica Cervantes lo que la
lectura del Ariosto iniluyó en la (le-
ía) Recuérdese también el principio de
la Araucana, inspirado igualnieute en el
mismo poema :
Nu las damas, amor, no freolili^zas
Ve cüballeros canto enamoradus, etc.
(M. de T.)
mencia del hidalgo manchego. No lo
tenia menos leído el de Alcalá, como
se ve por las frecuentes alusiones del
Quijote : el Orlando furioso y el libro
de Amadís de Gaula fueron dos de los
principales textos de Cervantes.
4. No llegó á verificarse : D. Quijote
se murió sin ver desencantada á Dulci-
nea, y la maga Lrganda, á pesar de su
mucho saber y de su don de profecía,
anduvo desalumbrada en este pasaje.
— El verso
á Dulcinea del Tobo-
es largo, á nO Ser que se pronuncie
Dulcinea, acabando en diptongo.
o. Intenta Pellicer aclarar la obscu-
ridad de la presente estrofa por las
figuras de D. Quijote, Dulcinea, San-
cho y otras, y la alusión que, según
supone, envuelve esto á las figuras en
el juego de la Primera, muy usado en
tiempo de Cervantes ; y cree que Ür-
ganda aconseja al libro que escar-
miente en los ejemplos que alega de
personajes ilustres que fueron desgra-
ciados. Para mí la estrofa es ininteli-
gible, y la explicación de Pellicer ente-
ramente arbitraria, sin fundamento ni
apoyo en el texto. Por lo demás, son
bien conocidas las historias del Condes-
table D. Alvaro de Luna, privado del
rey D. Juan el 11, que. después de haber
nmndado mucho años el reino, muri(>
degollado en Valladolid el 2 de Junio
del año 14.52; de Aníbal, capitán car-
taginés, vencedor muchas veces de los
romanos, á quien últimamente sus
desgracias llevaron al punto de tomar
un veneno y m;ttarse en Bitinia, no en
Italia, como Pellicer dice; v del rey
Francisco 1 de Francia, que, hecho pri-
sionero eu la batalla de Pavía el
año 1535, estuvo detenido en Madrid
AI, I.IBItO DE D. OUIJOTI': DE LA MANCHA
LV
f|ue I). Alvaro de l.u- (y)
qiid Aníbal el de Carta-
que el Uey Fraru-isco en Espa-
se qiu'jii de la forlii-
Pues al cielo no le j>lu-
que salieses tan l;uii-
coiiio el ne^'ro Juan Lati- '
liablar latines rehu-
No me despuntes de a^'U--
ni me alejíues con filo-
porque torciendo la bo-
dirá el que entiende la le-
ño un palmo de las ore-
Para qué conmigo tlo-
No te metas en düm-
ni en saber vidas aje-
que en lo que no va ni vie-
pasar de laríío es cordu-
Qne suelen en íajicru-
darles á los que f;rai ce-
nias til qn{':niale las ce-
sólo en cobrar buena Ta-
que el ijue imprime neceda-
dalas ;i censo perpe-
Advierte que es desati-
siendo de vidrio el teja-
tomar piedras en la ma-
para tirar al veci-
Deja que el hombre de jui-
en las obras, que compo-
se vaya con pies de plo-
que el que saca ;í luz pape-
para entretener donce-
escribe á tontas y á lo- 3
hasta que concertó los pactos de su
libertad con el emperador Garlos V (■;).
1. D. Francisco Bermúdez de Pe-
draza, en la Anlic/üedad y excelencias
de Granada («), cuenta que el ne^ro
Juan Latino « fué traído siendo niño
cautivo con su madre á España, donde
se crió en casa de la duquesa de Terra-
nova, viuda del Gran Capitán, con la
doctrina de su nieto el duque de Sesa,
al cual servía de llevar los libros al
estudio... Siendo ya hombre, se casó
por amores con Doña Ana Carlevai,
hija del Licenciado Gurleval, gober-
nador del Estado del duque ; porque
dando lección ;i esta dama, la aficionó
de tal suerte con sus donaires y gra-
ciosos dichos, que le dii'i palabra de
casamiento ; y pedida ante el juez
eclesiástico, se ratificó en ello, y caso
con él. Estudió artes, y fué maestro ea
ellas... Se aplicó á leer gramática, y
tuvo la cátedra desta ciudad [Granada '
más de sesenta años. Fué tan esti-
mado de los duques de Sesa, arzobis-
pos y gente principal, que todos le
daban su mesa y silla, porque demás
(a) Lib. III, cap. XXXIII.
{■() Elseñor. Gortejón, con razones muy aten-
dibles, escribe este y los tres versos si-
guientes en este forma :
¡ Qué D. Alvaro de Lu —
Qué Aníbal el de i!;arta
Qué rey Francisco en Espa —
Se queja de la fortu — .
Supone ([ue éstos son una sátira contra las
lamentaciones de Lope en la dedicatoria del
Peregrino, (M. de T.)
de ser gran retórico y poeta latino, era
gracioso decidor y buen músico de
vihuela. Vivió noventa años, dejando
hijas y nietos que boy viven. Cegó á la
vejez, y no obstaiite esto, leía en las
escuelas y poi' l.is calles andando. Est.i
enterrado en la iglesia de Señora Santa
Ana desta ciudad ».
Ambrosio de Salazar. en el libro que
imprimió en Rúan el año 1636 con el
título de Espejo f/eneral de la gramá-
tica, dice que conoció á Juan Latino y
á cuatro de sus hijas, y que puso
escuela de rniísica, latín y griego.
Añade otras particularidades, ea que
no siempre va de acuerdo con Pedraza.
Juan Latino recibió la libertad ríe
mano del duque de Sesa, con quien se
había educado ; fué muy favorecido dé
D. Pedro Guerrero, arzobispo de Gra-
nada, y tuvo el apellido de Latino por
su conocimiento en la lengua romana,
en la que escribió é imprimió algunas
poesías.
2. Parece errata por No te despuntes
de agu-
3. No ha faltado quien diga que en
esta composición, puesta í nombre de
Urganda, quiso Cervantes motejar al
duque de Lerma, ministro favorecido
del rey D. Felipe III. Pero nada hay
en ella que lo indique. No ha faltado
tampoco quien la alabe de discreta; á
mi, con perdón de Cervantes, no me lo
parece. Tampoco encuentro la seme-
janza (|ue dice Pellicer con la carta
que dirigió Horacio á su libro, ni la
ocasión de poner en boca de Urganda
esta alocución al Quijote; ni entiendo
LVI
DON OLlIOTí: DK LA MANCHA
AMADÍS J)i; (iAlI.A * Á I). OUIJOTE Di: LA MANCHA
SONETO
Tú, que imitaste la llorosa vida
que luve ausente y des(iei"iado sobre(í)
el gran ribazo de la Peña Pobre,
de alegre ú penitencia reducida.
Tú, á quien los ojos dieron la bebida
de abundante licor, aunque salobre,
y alzándote la plata, estaño y cobre,
te diú la tierra en tierra la comida.
Vive seguro de que eternamente,
en tanto al menos que en la cuarta esfera
sus caballos aguije el rubio Apolo,
Tendrás claro renombre de valiente,
tu patria será en todas la primera,
tu sabio autor al mundo único y sólo -*.
D. BELL\NÍS DE GRECL\ \ D. QUIJOTE DE LA MANCHA
80XET0
Rompí, corté, abollé, y dije, y hice
más que en el orbe caballero andante ;
fui diestro, fui valiente y (í) arrogante ;
mil agravios vengué, cien mil deshice.
Hazañas di á la fama que eternice ;
sus pensamientos, ni hallo otra cosa
en ella que obscuridad, confusión y
tinieblas (cj.
1. No hay que extrañar que Amadis
de Gaula compusiese el presente so-
neto, puesto que, según su historia (a),
era poeta, y según la de su nieto
Lisuarte de Grecia (h) sabia bien el cas-
tellano. Y nótese, á propósito de esto
(a) Cap. LL — (6) Cap. LXVÍIL
(e) Conioseve,lanuevaescuela modernista
tuvo de quien aprender el arte de construir
versos descoyuntados. Kn una composición
muy elof^iada del Góngora de dicha escuela,
Ruiíén Darío, se lee :
r.oo las piedra» que en la costa
Recog-í,
Cazaba uguílas al vuelo
Lobos y
En la guerra iba á la guerra
Contra mil.
(;) Y arroyante. — El señor. Cortejón trae:
Fu! diestro, fui valiente, fui arrogante.
(M. de T.)
Último, que Amadis, según su historia,
vivió muchos años antes que hubiese
Castilla, y aun hubo de ser contempo-
ráneo de'Poncio Pilatos, puesto que su
tercero ó cuarto nieto, el principe
Anaxartes, nació el año il5 de Jesu-
cristo, según la historia de D. Florisel
de Niqueaía).
2. Alabanza que se da á sí mismo
Cervantes ; especie de candor que
suele verse en los grandes ingenios, en
quienes más bien que como arrogan-
cia puede pasar como ingenuidad y
como conciencia del propio mérito.
(íi) Lil). I, cap. L
(S) No tiene la culpa Cervantes de que
haya críticos que quieran ver en todo obscu-
ridad y tinieblas. Según confiesa el mismo
Cleiiie'ncín.en otras notas del prólogo, el au-
tor se propuso seguramente censurar con su
habitual donaire ciertos prólogos de Lope de
Vega V otros autores contemporáneos suvos.
(M. de f.)
Al. I.lllHO DK I). QinJOTK DIO f.A MANCHA
fui comedido y regalado amante;
fuó enano para mi todo gigante,
y al duelo en cualijuier punto satisfice.
Tuve ;i mis pií^s [jostrada la fortuna,
y trajo del copete mi cordura
á la calva uciisión al estricote.
Mas aunque sobre el cuerno de la luna
siempre se vio encumbrada mi ventura,
tus proezas envidio, i oh gran Quijote !
LYII
LA SEÑORA ORIANA A DULCINEA DEL TOBOSO
¡Oh quién tuviera, hermosa Dulcinea,
por más comodidad y más reposo,
á Miratlores ' puesto en el Toboso,
y trocara su Londres 2 con tu aldea !
¡ Oh, quién de tus deseos y librea
alma y cuerpo adornara, y del famoso
caballero que hiciste venturoso,
mirara alguna desigual pelea !
¡ Oh, quién tan castamente se escapara
del señor Amadís, como tú heciste
del comedido hidalgo D. Quijote!
Que así envidiada fuera, y no envidiara,
y fuera alegre el tiempo que fué triste,
y gozara los gustos sin escote 3,
1. Era un castillo ó casa de placer,
donde solía residir la sin par Oriana,
hija del rey Lisuarte y de la reina
Brisena, señora de Amadís de Gaula y
archiprincesa de las princesas caballe-
rescas. « Este castillo de Miraflores es-
taba á dos leguas de Londres y era
pequeño; mas la más sabrosa morada
era que en toda aquella tierra había ;
que su asiento era en una floresta á un
cabo de la montaña, y cercada de huer-
tas que muchas frutas llevaban, y de
otras grandes arboledas, en las cuales
había hierbas y flores de muchas gui-
sas. Y era muy bien labrado á maravilla ;
y dentro había salas, y cámaras de
rica labor, y en los patios muchas
fuentes de agua muy sabrosa, cubiertas
de árboles que todo el año traían flores
yfrutas. E un día fué allí el rey á cazar,
y llevó consigo á la reina é á su hija ;
é porque vio que su hija mucho se pa-
gaba de aquel castillo por ser tan fer-
moso, di(3selo por suyo. E ante la
puerta del había, un trecho de ballesta,
un monasterio de monjas, que Oriana
mandó hacer después que suyo fué, en
que había mujeres de buena vida {a). »
2. Las primeras ediciones dicen sus
Londres. La Academia Española lo co-
rrigió poniendo su Londres, como forzo-
samente diría el original.
3. Los afectos de Amadís no fueron
tan puros y platónicos como los de
D. Quijote. Alúdese en el fin del soneto
á los pasos, no muy decentes, del ga-
lanteo de Amadís, á la soledad y en-
cierro que de resultas de ellos y para
salvar su honor tuvo que guardar
Oriana, y á la necesidad en que se vio
de poner en un cajón y echar al Táme-
sis al niño Esplandián, fruto de sus
amores.
la) Amadís de Gaula, cap. Lili.
LVIII
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
GANDAMN, ESCUDEflO DE AMADIS DE GALLA
Á SANCHO TANZA, ESCL'DEHO l>t, D. QUIJOTE
80SET0
Salvé, varón famoso, á quien fortuna,
cuando en el trato escuderil te puso,
tan blanda y cuerdamente lo dispuso,
que lo pasaste sin desgracia alguna.
Ya la azada ó la hoz poco repuna
al andante ejercicio, ya está en uso
la llaneza escudera con que acuso '
al soberbio que intenta hollar la luna.
Envidio á tu jumento y á tu nombre,
y á tus alforjas igualmente envidio,
que mostraron tu cuerda providencia.
Salve otra vez, ¡ oh Sancho, tan buen hombre,
que á solo tú nuestro español Ovidio ^
con buzcorona te hace reverencia^
i. La voz escudera está usada como
adjetivo, y no lo es. Hubiera podido
decirse :
La escuderil llaneza con que acuso.
2. A solo tú, combinacitJh intole-
rable, porque lo es el régimen d tú: y
tanto más, cuanto más fácil era ha-
berlo evitado, diciendo :
Que solo áti nuestro Cipañol Ovidio.
Cervantes se dio á sí mismo el nombre
de Ovidio español, porque á la manera
que el latino describió las transforma-
ciones de los héroes y personajes de la
fábula, él describió las que se forjaron
en la desvariada imaginación de D. Qui-
jote, como las de ventas y aceñas en cas-
tillos, de molinos de viento en gigantes
y de rebaños en ejércitos. Este pen-
samiento es de Pellicer; y el mismo
Cervantes introduce en la segunda parte
del Quijote un escritor (pie estaba
componiendo un libro con el titulo de
Metamorfoseos ú Ovidio español, porque
en él, imitando á Ovidio á lo burlesco,
se pintaba quién habla sido la Giralda
de Sevilla, el Ángel de la Magilalena,
la fuente de la Priora y del Piojo,
dando origen elevado y misterioso á
objetos vulgares, (r,)
3. Dice D. Sebastián de Covarrubias
ea su Tesoro de la lengua castellana.,
que el Buz es el beso de reverencia y
reconocimiento que da uno á otro, y
e7itre otras monerías que la mona hace
es el buz. lomando la mano y besándola
con mucho tiento... y luego poniéndola
sobre la cabeza.
//ííce>-e¿ />«í equivale á obsequiar ó
festejar, y asi decia un andaluz a una
dama en el Romancero general de
Pedro de Flores (a) :
Adiós, que es pran molimiento
Vivir haciéndole el buz.
En una composición de D. Antonio de
Solís dice la Luna á Apolo, disputando
sobre el patronazgo délos poetas :
Aquellos rayos, señor.
Con que me hacías el buz.
Ya no son rayos de luz.
Sino rayos de dolor.
Y Villaviciosa, en el prólogo de la
Mosquea, hablando con el lector, le
dice:
Y bien sé que el día de hoy
Es grave y pesada cruz
Hacerte, íector, el buz.
(a) Parte 5.', fol. 12Í.
(t|) Esla frraciosa burla de Cervantes puede
aplicarse a ciertos fervorosos cervautistri»
que, como el seüorBenju mea y otros ciento. han
querido hallar en las páginas del Quijote toda
clase de símbolos y misteriosas representa-
ciones. (M. de T.)
M, I.llUH) HK I), lUnJOTK DK I..\ MANCHA
LIX
DliL donoso', rOICTA KNTREVEHADO^
A SAriCllO PANZA Y IKICINANTE
Soy Sancho Panza escude-
dc.l Manrlicgo Don Quijo-
puse pies en polvoro-
por vivir á lo discre-
Que el Tácito Villiidie-
toda su razón de csta-
cifró en una retira-
según siente Celesti-
libro en mi opiniíui divi- 2
si encubriera tnás lo huma- '*
Pero señalndaniente el buz se aplica á
las monas, como se ve en la cotnedia
del Hufián dichoso (de Cervantes),
donde encarda Fr. Antonio ;i uno (¡ue
partía de Méjico para España que salu-
dase a cierta persona :
Encájele un besapiés
De mi pai'te y otros diis
Buces, á modo de mona.
En la Gran Conquista de Ultramar ia)
sé ciienta que junto á la corte del rey
Gorval.ín, un lobo se llevó atravesado
eti la boca á un infante, sobrino dfel
rey, y huyó por montes y barrancos.
Perseguíale el conde Ilarpín á caballo :
pero ho pudiera quitalde el niño, ni
aun alcanzarlo, si no hubiera salido de
través un jjimio muy grande y viejo,
que, agradado del niño, se lo quitó) al
lobo. E desque tovo al niño, dice la
historia, pzo del buz al lobo por eacar-
7iio, como el gimió sabe facer, é fuese
huyendo por el monte uniy alegre.
Siendo esto así, no es de extrañar que
el buz lleve también alguna mezcla de
burla, como indica Onndalín en su
soneto. La añadidura de corona al buz,
puede tener conexión con lo que dice
Covarrubias de tomar las monas la
riaano, besarla y ponerla sobre la co-
rona ó coronilla de la cabeza. Por esta
adición sfibrentendida de corona se con-
vertiría el buz ma'^culiho en btiz feme-
nino, cuando despidiéndose Estebanillo
González de una daifa, le decía (b) :
(a) Lib. 2, cap. CCLV. — (6) Parte 2.',
cap. IV,
1. Si fueron obscuros los vtei*sos de
Urganda, no lo son menos los del
Donoso. Se da á entender, según pa-
rece, que Sancho, siguiendo la autori-
dad del gran político Villadiego y de la
madre Celestina, se retiró discreta-
mente del servicio de D. Quijote; pero
no fué así (0). Lejos de abandonarle eu
vida, al tiempo de su muerte le exhor-
taba á salir al campo, ofreciéndole su
compañía para la vida pastoril que
había proyectado. Prescindo de la im-
propiedad con que se pone eü boca de
Sancho la mención de Tácito, la opi-
nión que había formado de la Celestina
y la raz'jn en que la fundaba.
Dice Sancho que puso pies eh polvo-
rosa, que es lá calle en el idioma ger-
manesco de los rufianes. Poner pies
en polvorosa equivale á escapar, huir,
y se hall'i ya en la colección anónima
de refranes que se imprimió en Zara-
goza el año de 1.^)49. Én la misma se
halla también lo de coger \a.'^ calzas de
Villadiego, y aun antes, en la antigua
tragicomedia de la Celestina. A esto
aluden los versos del Donoso.
Sólo estoy arrepentido
be que te íiice la buz.
(0) Clemencín no tuvo presente que entre
la publicación de la I'' y '2' parte del Quijoie
mediaron muchos años y que casj sfes:úra-
ramente debió cambiai- Cervantes de idea en
Olíanlo al desenlace de la obra. A esto ?e
agrega que otros críticos interpretan de dis-
tinto modo los citados versos.
(M. de T.)
LX
DON QUIJOTE DE I,A MANCHA
2. La Celestina ó Tragicomedia de
Calixto y Melibea es un iJrauí.i pro-
saico (t) escrito en el siglo xv, cuyo ar-
gumento es ia seducción de Melibea por
Calixto, auxiliado por la vieja hechi-
cera y alcahueta Celestina, que finaliza
en que Melibea se arroja despechada de
una lorre .i vista de su padre. El prin-
cipio del drama se atribuye á Rodrigo
Cota, toledano, y lo siguiente lo escri-
bió Fernando de Hojas, natural de la
Puebla de Montalván. El autor del Diá-
logo de las lenguas, critico sabio que
üoreció en el reinado de Carlos V;
dijo de la Celestina, que ningún liljro
había escrito en castellano, donde la
lengtia estuviese más nal lira I, mus propia
nimás elegante. Se imprimió por prime-
ra vez en Salamanca el año de 1500 (x), y
en todo el siglo xvi y principios del xvii
se reimprimió muchas veces dentro y
fuera de España. D. Leandro Moratiu
en sus Orígenes del teatro espanol da
noticia de ventiuna ediciones hechas
en aquel tiempo, y probablemente no
las conoció todas. En la misma centu-
ria XVI se hicieron tres traducciones
francesas de la Celestina: una de ellas,
que es anónima y se imprimió en
París el año 1527, se hizo, no del texto
español, sino de otra traducción ita-
liana. D. Pedro Manuel de L'rrea, hijo
de los condes de Aramia, su pariente
D. Jerónimo Jiménez de Urrea y Juan
Sedeño, la pusieron en verso, y Feli-
ciano de Silva escribió la Segunda
Celestina ó la Resurrección de Celes-
tina, impresa, según Pellicer(a), en
Venecia el año de 1536. D. Tomás Ta-
mayo de Vargas, en su Biblioteca espa-
ñola (manuscrito que existe en la
Biblioteca Real de Madrid) citó la ter-
cera parte de la tragicomedia de la
Ce/es/íHa,compuest;i por Caspnr Gómez
de Toledo é impresa en esta ciudad el
año de 1339. La lectura de la Celestina
(a) Bistrionismo, t. I.
(i) Tragedia prosaica es impropio. Debió
decir Traifedia en prosa. Clemencín tan quis-
quilloso en materia de lengua para censurar
a Cervantes, no suele ser muy esmerado en
la elección de sus términos. ' (M. de T.)
(x) Según las eruditas investigaciones de
Menéndez Pelayo y otros críticos, 1 1 edición
príncipe (de la "que no exi.ste ningún ejem-
plar) fué anterior á esta fecha y debió impri-
mirse en Toledo. Kn cuanto a sus autores,
sólo consta de un modo cierto la paternidad
de Rojas para la 2.* parte de la olira.
(M. de T.)
era entonces tan general, como lo fué
después la del QtuoTK del que puede
decirse que le sucedió en el principado
de la popularidad; puesto que después
de su publicación apenas se imprimió
una ú otra muy rara vez la Celestina.
3. El objeto moral de la tragicome-
dia Ae Celestina es precaver á la juven-
tud de los artificios y engaños de las
malas mujeres. El mismo objeto se
había propuesto el Hachiller Alfonso
Martínez, arcipreste de Talavera y
capellán del rey D. Ju.in el I! de Cas-
tilla, en su obra intitulada Tratado
contraías mujeres, á la que se dio pos-
teriormente el nombre de Corbachcpor
la semejanza de su asunto con otra
anterior del célebre italiano Juan Boca-
cio, que lleva este titulo. De la del
arcipreste se hicieron tres ediciones,
una en Burgos el año de 149'J, otra en
Toledo el de 1518, y otra en Sevilla el
de 1547.
Dice Cervantes que la tragicomedia
de \ii Celestina seria, un libro divino si
encubriera más lo humano, esto es,
si no pusiera á la vista y tan á las cla-
ras las escenas que realmente pasan en
el mundo; pero cuya pintura, siendo
tan viva y desnuda, puede perjudicar á
las costumbres de los lectores. AUi se
ven los extravíos de la juventud y los
medios de corromper la inocencia con
el auxilio de una mala vieja, que em-
plea toda clase de artificios, inclusos los
supersticiosos de la hechicería, para
conseguir su depravado intento, por lo
que, no sin oportunidad y gracia, el
maestro Alejo Vanegas. lamentando
los males que producía semejante lec-
tura, en vez de Celestina la llama Sce-
lestina \a). Quedaron en proverbio los
Pairos de la Muiré Celestina (aJ. y se
profanó el respetable y dulce nombre de
Madre, que se dio en adelante á las
alcahuetas, como la .Wat/re Labrusca en
el Gran Tacaño de Quevedo (6), donde
también se citan como famosas la
Madre Guía en .Madrid, la Vidaña en
Alcalá y la Planosaen Burgos. Quevedo,
con su chocarrería ordinaria, decía que
hay madres de putas como hay padres
de locos.
(a) Tratado de ortog., parí 2.', cap. III.
(6) Cap. XV.
().) La popularidad de esta obra ha sido
tal que la palabra celestina figura hoy en el
Diccionario de la Academia como sinónimo
de alca/iuela. (M. de T.)
AL LIBRO DK I). QII.IOIE DE LA MANCHA LXI
Á KOCINANTE
Soy Rocinante el famo-
biznielo del gran Habie-
por pecados dn llaqiie-
fui á poder de Don Quijo-
Parejas corrí á lo lio-
rnas por uña de caba-
no se me escapó ceba-
que esto saqué á Lazari-
cuando para hurtar el vi-
al ciego le di la pa- ^
ORLANDO FURIOSO Á D. OUJJOTE DE LA MANCHA
Si no eres Par, tampoco le has tenido, 2
que Par pudieras ser entre mil Pares,
ni puede haberle donde tú te hallares,
invicto vencedor, jamás vencido.
Orlando soj'. Quijote, que perdido
por Angélica vi remotos mares,
ofreciendo á la fama en sus altares
aquel valor que respetó el olvido.
No puedo ser tu igual, que este decoro
se debe á tus proezas y ú tu fama,
puesto que, como yo, perdiste el seso.
Mas serlo has mío, si al soberbio Moro
y Cita fiero domas, que hoy nos llama
iguales en amor con mal suceso.
EL CABALLERO DEL FEBO Á D. QUIJOTE DE LA MANCHA
SONETO
A vuestra espada no igualó la mía,
Febo español, curioso cortesano,
ni á la alta gloria de valor mi mano,
que rayo fué do nace y muere el día.
1. Alusión al pasaje del Lazarillo de amo el ciego que tenía nsido el jarro,
Tormes (fx), cuando hurtó di vino á su chupándolo por medio de una paja lar-
ga.Por lo dem.is, esta redondilla es tan
(n) Estos versos demuestran la gran po- obscura y tan mal compaginada como
pularidad que gozaban las Are/iíi/raíde¿¿a;a- la anterior. Parece que liocinante se
rillo de Tormes. cn^B. primera edición se hizo jacta de que tomo para si la cebada y
en Burgos por Juan Junta en l.w.. El eru- fiejó para otros la paja. Es menester
ditohispanofiloseuorMoielFatio.en su libro confesar míe el nnpta pntrpvprndn nn
Et>ides nur rEspanne (ISüü;, consagra intere- coniesar que ei poeta enireveraao no
sanies estudios a esta novela, atribuida á sobresalía por el don de la claridad.
Hurtado de Mendoza. De este trabajo sol se 2. Juega con el doble sentido de la
deduce que el libro en cuestión debió ser palabra Pai\ que unas veces significa
escrito por alguno de los escritores que mili- iqual, otras se da á los Pares de Fran-
taron en el campo de los hermanos Valdes. ¿^^ _ £1 soneto es inintelieible y malo
La palabra ¿ararií/o se ha incorporado, como Hp vpras
celestina, al caudal de nuestra lengua. "'^ veid&.
(Al. de T.)
LXIl
noN QIMJOTK DK I. A MANCHA
Imperios despreció, y la iponarquia
(|iie me ofreció el Oriente rojo en vano,
dejé, por ver el rostro soberano
de Claridiana '. aurora liermosa mía.
Amela por niilaj^ro único y raro,
y ausente en su desgracia, el propio infierno
temió mi brazo, que domo su rabia.
Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro,
por Dulcinea sois al mundo eterno,
y ella por vos famosa, honesta y sabia.
I)E SOLISDAN - A D. QUIJOTE DE LA MANCHA
SONETO
Maguer, señor Quijote, que sandeces
vos tengan el cerbelo derrumbado,
nunca seréis de alguno reprochado
por hombre de obras viles y soeces.
Serán vuesas l'azañas los jueces,
pues tuertos desfaciendo habéis andado,
siendo vegadas mil apaleado
por follones cautivos y raheces.
Y si la vuesa Uncía Dulcinea
desaguisado contra vos comete,
ni á vuesas cuitas iDuestra buen talante,
en tal desmán vueso conorte sea
que Sancho Panza fué mal alcahuete,
necio él, dura ella, y vos no auiante.
l.La princesa Claridiana, hija del em-
perador de Trapisonda y de la reina de
las Amazonas, personaje principal de
la historia del Caballero del Febo.
2. No encuentro semejante nombre
en los libros caballerescos (v), y asi lo
(v) Mas afortunado que Clemencín y que
todos los cervantistas y cervantótilos liábidos
hasta el día, ha resuelto este difícil pro-
blema el señor Pablo Groussac, hombre de
profundo entendimiento y vasto saber, a
quien los azares de la vida llevaron en su
mocedad, desde su país natal Francia, á la
República Argentina, donde es muy estimado
y donde desempeña el carjio de jefe de la
Biblioteca nacional. Después de estudiar en
8U trabajo Un Énigni't íiíít'í-a/rf el paralelismo
que existe entre ios personajes que tirman
las composiciones laudatorias aquí insertas,
deduce que Solisdán es siuiplemente .ana-
grama de Lassindo, escudero de Bruneo de
Bonamar. (M. de T.)
considero invención de Cervantes, que
quiso poner en su boca este soueto de
lenguaje viejo y anticuado. La palabra
ratieces que en él se encuentra, se usa
en el Fuero juzgo y otros libros anti-
guos, y significa despreciables, de poco
valor. Caliíicación que puede aplicarse
á las composiciones poéticas puestas al
principio del Qlijotk, las cuales, por
lo cautivan y raheces pudieran sugerir,
no sin algún fundamento, la sospecha
de que Cervantes quiso remedar en
ellas al vivo los elogios métricos de los
amigos del autor impresos con los
libros, como arriba se dijo, indicando
que generalmente eran exagorados,
obscuros y malos. — A ío mismo pa-
rece que se dirige el siguiente diálogo
entre Babieca y Rocinante; no pudo
ridiculizarse más la manía de poner al
frente de los libros esl^ clase de elogios,
que suponiendo bestias á sus autores.
At. I, limo di: d. oii.khI': i>i: i. a maní. ha
I)lAt,()GO ENTHi: B.MílKCA Y HOCINANTK
n. ;.C¡('imo osláis, Rocinante, tan delfíado?
/(. Porque nunca so come y se trabaja.
/}. ¿Pues qué es de la cebada y de la puja?
/{. Ño me deja mi amo ni un bocado.
Ji. Anda, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno ai amo ultraja.
H. .\sno sé (p) es de la cuna á la mortaja.
/.Queróislo ver? jMiradio enamorado.
¡i. ;,Es necedad amar? — /í. No es gran prudencia.
li. Metaiísico estáis. — /í. Es ([ue no como.
H. Quejaos de) escudero. — /í. No es bastante.
¿ Cómo me be de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero ó mayordomo,
son tan rocines como Rocinante?
(o) Es un error acentuar, como lo hace Debe escribirse ■i'- es. del mismo modo que
Clemencín siguiendo á la Academia, el pro- se escribe, se cuenta, se uive, etc.
nombre se, como si fuera persona de saber. (M. de T.)
PRIMERA PARTE
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
CAPITULO PRIMERO
QUE TRATA DE LA CONDICIÓN Y EJERCICIO DEL FAMOSO HIDALGO
D. OUUOTE DE LA MANCHA
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre ^ no quiero acor-
darme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza
1. Cervantes no nombró este lugar
pero no se duda que es Argamasilla de
Alba, pueblo del priorato de San Juan,
en la Mancha, cuatro leguas á poniente
de Manzanares. Asi lo prueban la cons-
tante creencia del país, el testimonio
de Alonso Fernández de Avellaneda,
émulo de Cervantes, autor de la su-
puesta continuación del Quijote, y los
versos burlescos con que al fin de la
primera parte se ridiculizó, bajo nom-
bres fingidos, á los académicos de Ar-
gamasilla. Según las tradiciones popu-
lares, de que hacen mención D. Juan
Antonio Pellicer y D. Martín Fernández
Navarrete en las vidas que escribieron
de nuestro autor, éste pasó comisio-
nado judicialmente para ciertas cobran-
zas á Argamasilla, y la justicia, lejos
de auxiliarle para el cumplimiento de
su encargo, lo puso en la cárcel pú-
blica (a), donde concibió la idea de su
libro. Véase por lo que no quería Cer-
vantes acordarse del nombre del lugar,
y por lo que dijo en el prólogo que
su Quijote se había engendrado en una
cárcel; cuya ociosidad, junto con el
despecho producido por este y otros
maloc tratamientos que experimentó
Cervantes de parte de los manchegos,
hubo de sugerirle la ingeniosa venganza
á que se debe la inmortal fábula del
QUUOTK.
Había y hay otra Argamasilla, ape-
(a) Ya queda dicho en la nota que la
leyenda de Argamasilla no tiene funda-
mento. Sólo añadiré que en dicho pueblo
no hubo cárcel en vida de Cervantes. Como
dijo el señor Asensio. la biografía de Cer-
vantes e.itn por escribir; pues la crítica va
reconstruyendo las nebulosas etapas de su
agitada existencia. (M. de T.j
1
2 DON QUI.IOTE DE I.\ MANCHA
en astillero', adarga antigua, rocín ílcico y galgo corredor-.
Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches,
duelos y quebrantos los sábados 3, lentejas los viernes, algún
palomino de añadidura los domingos consumían las tres partes de
su hacienda''. El resto della concluían sayo de belarte, calzas de
nidada de Calatrava. La de Alba se
llamó así, porque la fundó, por los
años de 1530 D. Diego de Toledo, Gran
Prior de San Juan, de la familia y casa
de los Duques de Alba, quien trasladó
la población á aquel sitio por la insa-
lubridad del que antes tenia. Sin em-
bargo, continuaron haciéndola enfer-
miza las inundaciones del Guadiana,
que pasa por su término, y los vapores
de un caz lomado del río, que atrave-
saba el pueblo.
Argamasilla de Alba y el Toboso
fueron las patrias de los principales
personajes de la fábula, y los objetos
del festivo humor de Cervantes. A su
tiempo diremos los motivos que pu-
dieron influir en la elección del To-
boso, asi como aqui se han indicado
los relativos á la de Argamasilla.
1. Ya desde tiempo de los Reyes Ca-
tólicos reinábala máxima de que abun-
dasen por todas partes las armas ; y
esto de tenerlas á la vista y en los por-
tales de las casas debió ser usanza
común, puesto que el obispo de Mondo-
ñedo, D. Antonio de Guevara, cro-
nista y predicador de Carlos V, en su
libro del Menosprecio ele la Cor-te (a),
describiendo el ajuar de un hidalgo de
aldea, cuenta una lanza tras de la
puerta, un rocín en el establo y una
adarga en la cámara. Las tres cir-
cunstancias que se verificaban en Don
Quijote.
Astillero viene del latino hasta o
lanza, porque era una armazón ó per-
cha de madera en que se colocaban las
lanzas, y solía servir de adorno y au-
toridad en los portales de las casas.
Ahora se usa para colocar los fusiles
en las casas donde asisten soldados de
guardia.
2. Los llanos de la Mancha propor-
cionan á sus naturales la diversión de
correr liebres, género de caza á (lue son
muy inclinados, y en que el rocín y el
galgo son requisitos esenciales. Dicen
que los latinos llamaron á los galgos
(«) Cap. VII.
perros gálicos ó de las Gallas, y de
aquí les vino, al parecer, el nombre de
galgos.
3. Nota Cervantes la mezquindad
con que los hidalgos manchegos, apro-
vechando los restos de la carne de la
comida, los convertían en salpicón para
la cena. Salpicón se dijo, como carne
picada con sal. Asimismo, cuando se
morían ó desgraciaban por cualquier
accidente las ovejas, acecinaban la
carne para los usos domésticos, y
aprovechaban las extremidades y aun
los huesos quebrantados, de lo cual
hacían olla, llamándola, segi'm Pellicer,
duelos y quebrantos ; duelos, por el que
indicaban del dueño del ganado, y que-
brantos, por el de los huesos de las
reses(fi).
Esta clase de olla, como menos sus-
tanciosa y agradable, se permitía comer
ios sábados en España, donde con mo-
tivo de la victoria de las Navas, ganada
por el Rey Don Alonso el VIH contra los
moros el año de 1212, se instituyó la
fiesta del Triunfo de la Santa Cruz, y
se hizo voto de abstinencia de carnes
los sábados. Así lo refiere Diego Ro-
dríguez de .\lmela, capellán de los
Reyes Católicos, en el Valerio de las
/listorias escolásticas (a;. Duró esta
costumbre hasta mediados del si-
glo XVIII, en que la abolió el Papa Bene-
dicto XIV.
4. Son las tres cuartas partes, aun-
que familiarmente suele no expre-
sarse.
(a)Lib.I, tit. iv.cap. VII.
(3) Mucho se ha escrito acerca de los fa-
mosos (luidos y t/uebrantos ; pero á pesar de
ias ingeniosas suposiciones de Pellicer,
aceptadas por la Academia y Clemencin,
venimos á parar en que
de lo dicho no bay nada.
El señor Corlejón, que estudia el asunto
en erudita nota, dice en resumen : « Queda,
pues, sub.'istente la duda de lo que deba
entenderse por duelos y ¡¡uebranloi. »
M. de T.)
i-iiiMi:n\ i'Airn:. — caimtiií^o pniMF.no é(
belludo pnrn las lioslns ron sus pantuflos (1<; lo mismo, y los días
(le caire s(Miiana se hoiu-aha con su belloií ' de lo más (¡no. 'i'enía
en su casa una ama tío pasaba de los cuarenta, y una sobrina
que no llegaba á los veinte, y un mozo de campo y plaza -,
que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la
edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años : era de com-
ple.viÓD recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador
y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre
de Quijada ó Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los
autores que dcste caso escriben)-', aunque por conjeturas vero-
símiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto im-
porta poco á nuestro cuento : basta que en la narración del no
se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber que este sobre-
dicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del
año), .se daba á leer libros de caballería con tanta afición y gusto,
que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la
administración de su hacienda ; y llegó á tanto su curiosidad y de-
satino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembra-
1. El sayo de D. Quijote era del
mismo paño que usaba en sus sobre-
todos el condestable D. xilvarode Luna.
El bachiller Fernán Gómez de Cibdad
Ueal escribía al Rey tí. Juan el 11, que
estando tí. Alvaro sobre Alburquerque,
dio á un mensajero que le trajo una noti-
cia agradable, el snbrecapote que tenía,
que era de fino helarle con seis tiras
de belludo pardo (a). En otros pasajes
de las cartas del mismo bachiller (y)
se hace mención, entre otras telas, del
medio belludo y del helarle morisco.
Andando el tiempo, las mujeres usaban
todavía de helarte para bus mantos á
principios del reinado de Felipe 11, se-
s.\in Luis Cabrera en la historia de este
ÍP*ríncipe (6) ; pero ya en los días de
Cervantes, después de introducidos los
limistes y veintecuatrenos de Segovia,
estaba reducido el helarte al uso de
los hidalgos de pueblos cortos.
(a) Centón epistolar, epístola XXXVII. —
(6) Lib. I, cap. IX.
(r) Desgraciadamente para los eruditos
que hacían gran caudal del Centón episto-
lario, el ilustre colombiano don Rufino José
Cuervo, en el prólogo de su monumental
lliccionario de construcción y ré(/imen y el
erudito acadóniico señor Cotarelo y Morí han
demostrado que no existió tal BachílliM- y
que el tal Centón es una superchería.
(M. do T.'i
Las calzas eran lo que ahora llama-
mos calzón largo ó pantalones, como
llamamos también medias á las medias
calzas, las cuales cubríanlas piernas sin
el muslo : las calzas hacían el olido de
calzones y medias. El nombre de bellu-
do se daJja al terciopelo y á la felpa,
aparentemente, por el vello que tienen
estas telas. Pantuflos, calzado hol-
gado, propio de gente anciana y grave,
dice D. Sebastián de Covarrubias en su
Tesoro de la lengua castellana. El be-
llori era paño entrefino de color de la
lana, pero de calidad inferior á la del
helarte.
2. Nunca vuelve á mencionarse este
mozo, y, por consiguiente, es un ver-
dadero ripio en la fábula, como lo sería
entre los personajes de la comedia el
que ningún papel hiciese en ella.
3. Empieza Cervantes á dar afectada
antigüedad á las cosas de D Quijote,
hablando de ellas como si el progreso
de los tiempos y la variedad de los
escritores hubieran podido dar lugar
á dudas y opiniones diversas. Mas esto
no viene bien con los sucesos modernos
y aun coetáneos de Cervantes, de que
se hace mención en el Ixcknioso Hi-
dalgo; punto que dará materia á otras
observaciones en el discurso de estas
notas.
4 DON QUIJOTE DE I.A MANCHA
dura para comprar libros de caballerías que leer, y así llevó á su
casa todos cuantos pudo haber dellos : y de todos ningunos le pa-
recían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de
Silva ; porque la claridad de su prosa y aquellas intrincadas ra-
zones suyas le parecían de perlas : y más cuando llegaba á leer
aquellos requiebros y cartas de desafíos donde en muchas partes
hallaba escrito : la razón de la sinrazón que á mi razón se hace ',
1. El célebre Don Die^'O Hurtado de
Mendoza, autor de la Guerra de loa mo-
riscos de Granada, había precedido á
Cervantes en la censura clel estilo de
Feliciano de Silva. En las cartas del
bachiller de Arcadia, papel que anda
manuscrito en manos de los curiosos,
« ¿ Pareceos, amigo, dice, hablando con
Pedro de Sala/ar, autor de una Historia
de la guerra que el Emperador Carlos V
hizo á los protestantes de Alemania;
pareceos, amigo, que sadré yo hacer un
medio libro de D. Florisel de Niquea, y
que sabría ir por aquel estilo de alfor-
jas que parece, este es el gato que mató
al rato, y que sabría decir : la razón de
la razón que es sinrazón, que por razón
de ser vuestro, tengo para alabar vues-
tro libro ? ^Wía /"e, hermano Salazar, todo
está en ventura... ¿ Veis ahí ú Feliciano
de Silva, que en toda su vida salió más
lejos que de Ciudad-Rodrigo rí Valla-
dolid, y ha andado siempre entre Da-
raya y Garaya metido, é la Torre del
Universo, donde tuvo encantado, se-
gún dice .s!¿ libro, diez y siete años á
Dios Padre '! Con lodo eso tuvo de comer
y aun de cenar : y vos que habéis an-
dado, visto y peleado, servido, escripia
y hablado más que todo el ejército junto
que envii'i el Emperador á esa guerra,
no tenéis ni aun de almorzar. »
Keliciano de Silva, natural de Ciudad-
Rodrigo, escribii» la Crónica de lostnuy
valientes caballeros D. Florisel de
Siquea y el fuerte Anaxartes, que, según
se deduce de las expresiones de D. Diego
de Mendoza, hubo de producir .1 su
autor utilidades de consideración, ;í
pesar de sus disparates. Cervantes en
el presente pasaje aludió á varios de
la tercera parte de la Crónica de D. Flo-
risel, como el del capítulo 1 1, donde
dice la Reina Sidonia, hablando con su
rival Elena : .' Oh amor! ¿para qué me
quejo de tus sinrazones, pues más fuerza
en ti la sinrazón tiene que la razón ?...
; 0/í Elena! ¿ y qué fué la razón que
gozases tú de mi gloria sino la poca que
en amores hay ? ¡ Oh ! que quiero dar
fin á mis razones por la sinrazón que
hago de que jarme .En el capítulo VI, decía
la Princesa Elena á la Emperatriz Ni-
quea : por la misma razón .ñntiera la
vuestra grandeza la sinr&zón qite de 7ni
parte no conocéis. Y más abajo: Jio se
hable más de esto, dijo el Emperador,
pues que en la razón de amor, las sinra-
zones.se toman por más razón(í). En otro
lugar, congratulándose Amadísde Gre-
cia por la vista de Niquea, á quien juz-
gaba nuierta, contesta Niquea entre
otras lindezas: / Oh mi señor! ¿ Cómo
demandáis respuesta á vuestras razones,
pues la razón con que ellas salen, os dan
la razi'm de quien las dice C«)?
Este ovillejo de razón y sinrazón, que
ridiculizaron Mendoza y Cervantes, es
un ejemplo de los infinitos que ofrece
del mismo género la Crónica de D. Flo-
risel.— / Ay ! que veo tanto, que con lo
mucho que veo no me veo: asi decía Da-
raidahablando con la Princesa Diana (6).
¿ Estáis cansado? dijo ella. De pensar
como no canso, dijo él ; mas no hay can-
sancio, que con el cansancio de tal
pensamiento notóme descanso (c). Y en
otro lugnr Id] : el fuego de Lúcela me
abrasa, templando su fuerza con la
fuerza de mayor fuerza que lo muerte
de mi Xiquea me hace. ¡ Oh muerte !
decía otra vez Daraida [e). ;, y para qué
me tornas la vida '! ¡ Oh vula ! ;. por
qué me niegas la muerte! ¡ Oh amor!
;, por qué usas de desa mor ? ¡Oh desamor !
¿por qué te llamas amor"!... ¡ Ay de
mi ! que cosa no quiero, que no me la
niegue el quererlo : cosa no quiero, que
el querer no me la otorgue. .Mofándose
Fraudador de los Ardides íun encan-
(o) Cap. LXXVIII. — (6) Cap. XX. —
(c) Cap. XXVII. — (rf) Cap. XLIII. —
(e) Cap. CVII.
(S) Eslo trae á la memoria la hermosa y
conocida frase de Pascal : • Le canir a de»
raisons que la raison ne connutt pos ».
(M. do T.)
I>HlMKn\ l'ARTE. CAPITULO PRIMERO 5
de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me qvt'jo de la
vuestra fi'rniosnrn. \ laiiil)i(''ii cujiucIü k'í;i : los altos cielos que de
vuestra dioinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os
hacen merecedora del merecitniento que merce la vuestra grandeza.
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase
por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni
las entendiera el mismo Arist(')teles, si resucitara [)ara sólo ello. No
estaba muy bien con las licridas que D. lielianís daba y i-ecibía.
porque se imag^inaba (jue por grandes maestros que le hubiesen
curado ^ no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de
tador) de dos doncellas que por ení,'año
suyo quedaron atolladas al pasar un
rio, les decía (aV- d la frescura de la ri-
bera podéis cherriar cuando venga la
7nañana... E si non quisierdes seriir de
aves de campo, serviréis de aves de río,
y tan de rio, que me rio.
Estos juguetes de mal gusto no eran
sólo de Keliciano de Silva, sino también
de otros autores de su tiempo, y espe-
cialm> nte de los poetas. En la comyío-
sición de Francisco de la Fuente, que
se incluyó en el Cancionero general de
Sevilla del año 1540 (1)., se lee:
/■.4¡ que no hai amor sin ai.'
¡Ai que el ai tanto me duele,
que muero por ver si hai
algún (ti que mi ahi encele !
En un romance morisco de la Colec-
ción de Pedro de Flores (c) :
A un balcón de un chapitel
el más alto de su torre...
estaban dos damas moras
en suma beldad conformes :
suma que es suma en quien suma
mil sumas (le corazones.
Muestra es de lo mismo el pasaje del
moro Arbolan enlapropiaCoZecc¿07i(d) :
Busca el gallardo Arbolan
su bella mora Guahala.
mora que en su pecho mora,
mora que enamora y mata.
Viola con su mora Álcida
de pedios á una ventana,
pedios á quien paga pecho
el que los pec/io.s abrasa.
Conoce eii ella de lejos
Serena frente y bonanza.
friiiile que puertas enfrente
no es mucho afrente mil almas.
El moro se regocija
con vista tan dulce y grata,
vista que vista condena
en vista y revista el alma, (e)
ín) Cap. LXXXIX. - (h) Fol. 103. — (c)
Parte III, f. ü4. — [d] Parte II, f. 57.
Es circunstancia reparable que Feli-
ciano de Silva dedici'i su Crónico de
L>. Florisel iX) al Duque de Bcjar. bisa-
buelo del otro Duque de Béjar, á quir-n
Cervantes dedicó su Qluoie.
1. Tanto en los libros de caballerías
como en nuestras antiguas crónicas, es
frecuente dar el nombre de maestros á
los cirujanos y médicos, en cuya sig-
nificación usó de esta palabra Juan
Lorenzo, autor del antiguo Poema de Ale-
jandro, escrito, según conjeturas vero-
símiles, á mediados del siíílo xiu '(i\.
Lo mismo significaba maestro en la
lengua antigua francesa 'b^. En la
relación t'jl Paso honroso de Suero de
Quiñones, función cn_balleresca que se
celebró á orillas del Úrbigoel año 1434,
(a) Copla leot. — {b) Ducangc, art. Magister.
(t) En las notas de mi traducción de la
Historia de la literatura frnncexa de Clare-
tie, publicada por la casa OUendorf (tomo I,
pág. 270). digo acerca de esto :
« También en España reinó por largo
tiempo esta plaga poética que tantos estra-
gos produjo en el gusto literario. Para con-
vencerse de ello basta echar una ojeada al
Arte poética española de Diaz Rengifo. publi-
cada con fenomenales aumentos, á principios
del siglo xvni, por el catalán Jo~eph Vicens
y mencionada por Menéndez Pelayo en su
'Historia de las irleas estéticas. En dicha obra,
" se discurre sobre los romances en ecos, los
anagramas, los sonetos en tres lenr/uas, los
acrósticos, las ensaladas, los laberintos, que
se leen de cincuenta maneras, el poema mwio,
el poema cúhico y otras composiciones rarcLs
y dificultosas, pero de mucho contento». Cn
escritor contemporáneo, el señor Carbonero
y Sol. ha publicado hace pocos años un cu-
rioso libro en que se hallan recopilados todos
estos esfuerzos del ingenio. » (M. de T.)
{;) El lib:o á que se refiere Clemencin es
la tercera parte de la Crónica de don Florisel,
impresa en Salamanca v Sevilla en el año
de 1.^.51. ■ (M. de T.)
') DON yriJOTí; de la mancha
cicatrices y señales^. Pero con todo, alababa en su autor aquel
acabar su libro "■'con la promesa de aquella inacabable aventura,
y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin^^al pie
de la letra,") como allí se promete : y sin duda alguna lo hiciera y
aun saliera con ello, si oíros mayores y continuos pensamientos no
se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de
su lugar (que era hombre docto, graduado en Sigüenza) ^, sobre
se dice que asistieron allí de cirujanos
el Maestre Al funsoéel Maestre lioíírigo,
vecinos de León é el Maestre Manuel,
vecino de Acuitar ; et de físico en Medi-
cina saliiilor el Maestre Salomón Seteni,
nied'Cu de los jxid'-es de Suero, el capitán
de las Justas (r/;. Ejcuiplos de li> mismo
se encuentran á cada paseen las histo-
rias de los calialleros andantes.
1. D. Heliauis ni ora encantado, y
por lo tanto invulnerable conio Orlando,
ni tenía armas encantadas, como otros
caballeros andantes; lo que, jimtocon
su car.ícter, sobremanera fojíoso y pen-
denciero, produjo aquel número ex-
traordinario de heridas que recibió,
scfrún cuenta su histuria. Sólo en los
dos primeros libros, de los cuatro de
que consta, se cuentnn ciento y una
heriilas graves, y probablemente son
m.ís las (le los dos libros que si^fuen :
pero no me ha alcanzado la paciencia
para contarlas, y no ha sido menester
poca pai'a hacerlo en los dos primeros.
2. Jerónimo Fernández, autor de la
HistoriaXiie BeUanis de Grecia, dice al
concluirá, que bien quisiera referir los
sucesos que dejaba pendientes: mas el
saliio Prisión autor del original, según
se supone), pasr/nr/oí^/e Grecia en \uljia..
juró liabia perdido la historia, y asi la
tornó ü buscar. Ko, continúa Feniiández,
le he esperarlo, y no viene: y suplir yo
con finf/imientos á historia tan esti-
mada, seiia af/rario : y así la dejaré en
esta parte, dando licencia o cualquiera
á cuyo poder viniere la otra parte, la
ponya junio con ésta, porque yo quedo
con haría, pena y deseo de verla. Esta
indicación eqiñvalia á ima verdadera
promesa de continuar la historia que
quedaba pendiente.
3. El cura del lugar de D. Quijote se
llamaba F^ero Pérez, y su grado era el
de Licenciado, como se expresa des-
pués en el capitulo V. La parroquia sería
(»i) Veáse cuan anticuo .abolengo (iene la
costumbre de que asistan á los duelos médi-
cos y cirujanos. (M. de T.)
la de San Juan, única que había en
Arcamasilla. según las relaciones topo-
gráficas liechas en tiempo y de orden
de Felipe 11, donde se dice que el
curato valía 30U ducados. Cervantes
tuvo aquí, al parecer, intención de_
ridiculizar al cura de .\rgamasilla (0],'
como alumno de una de las Universi-
dades que llamaban menores, y solían
ser el objeto del humor chistoso y
oleante de nuestros escritores. Cervantes
lo hizo aquí con la de Sigüenza. y en la
segundaparte lorepitiócon lade Osuna,
donde se graduó el Dr. Pedro Kecio de
Tirteafuera, médico insulano y goher-
nadoresco. Graduado soy en artes por
Siyüenza, decía el estudiantón que,
según reQere Quevedo en el Gran
Tacaño (a), iba en Madrid á la sopa
del convento de San Jerónimo ; y Lojie
de Vega, disfrazado bajo el nombre de
Tomé de Rurguillí)S. en los tercetos
burlescos presentados en la iusta poé-
tica para las fiestas de la - ai.C'^azación
de San Isidro, se calificaba de
Maestro por Oüate graduado.
El mismo sello de mofa lleva el nombre
vulgarísimo é ignoble de l'er-o Pérez;
y uno y otro indica bastantemente que
lo de homtire docto es irónico. Sin em-
bargo, en todo el discurso de la fábula
el cura se muestra constantemente
instruido y docto de veras, corno en el
escrutinio de la librería de D O'iijote,
en la conversación con el canónigo de
Toledo, y en otras ocasiones en que.
según las muestras de su discreción,
ninguna escuela debió afrentarse de ha-
berle producido.
(a) Cap. XV.
(0) Cervantes, que no se graduó en uni-
versidad alguna mayor ni menor y que, por
no llevar la rftarnp<¡la univarxitarin. fué
victima dp la malevolencia y el desdén do
mucho- de sus conlempoiánpos. no tuvo in-
tención de burlarse, en este pasaje ni en lo"
demás en que interviene el cura, el cuni
aparece siempre como una de las figuras
más simpáticas de la obra. (M. de T.)
piüMiíiiA p.MiTi:. — CAPrrií.o phimero /
('u{\\ había sido mejor caballero, Palmcrín de Ingalalorra, ó Ama-
dís do Gaula ' : mas maoso Nicolás 2, barbero del mismo pueblo,
decía que niñísimo llegaba al Caballero del Febo^, y que si alguno
se le podía comparar era D. (ialaor, hermano de Amadís de Gaula ',
porque lenía muy acomododa condición para todo ; que no era
caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo
de la valentía no le iba en zaga. En resolución, él se enfrascó tanto
en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en
claro, y los días de turbio en turbio : y asi del poco dormir y del
mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino á perder el
juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros,
así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafios, heri-
' das, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles. Y asen-
lósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella
máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no
había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Rui
Díaz^ había sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver
1. Con razón se escogieron estos dos
ejemplos entre la numerosa caterva de
caballeros andantes, por ser sus libros
de los más antiguos y que más se leían
en España. La Academia Española
advirtió que en las tres primeras edi-
ciones hechas en vida de Cervantes se
puso Infjalaierra : supuesto lo cual, no
se ve la razón de haber enmendado y
puesto Inglaterra, que es como ahora
decimos. Ingalaterra se decía y escri-
bía comúnmente entonces, como se ve
á cada paso en nuestros escritores.
Siguióse la costumbre gereral en el
Quijote, y debió seguirse en las edi-
ciones posteriores, no habiendo arbi-
trio para dejar de hacerlo en aquel verso
del romance de Altisidora que se inserta
en el capitulo LVII de la segunda parte :
De Londres á Ingalaterra.
2. También se llama Maese Nicolás
el barbero que introduce Cervantes en
el entremés de la Cueva, de Salamanca.
Tendría quizá alusión á persona deter-
minada.
3. Llamabas" Alfebo: era hijo del
Emperador de Constantinopla Trebacio,
y su historia, obra y producción de
varios ingenios, es una de las más
pesadas y fastidiosas entre las caballe-
rescas.
4. .\mbos eran hijos de Perión, Rey
de Gaula, y de Elisena, bija de Garinter,
Rey de Bretaña. Siendo Galaor niño de
dos años y medio, le robó el gigante
Gondalac, y lo dio á criar á un ermi-
taño de santa vida. Su hermano Amadís.
que era el mayor, le armó caballero sin
«conocerle. Después hizo grandes haza-
ñas, unas veces junto con su hermano
y otras sin él. Se parecían tanto, que
solíanequivocarse, salvo que Don Galaor
era algo más alto y menos grueso.
Finalmente fué Rey de Sobradisa. por
su matrimonio con la hermosa Brio-
lanja, hija del Rey Tagadán, y heredera
de aquel estado.' — EÍ Barbero tachaba
á Amadís de llorón (>.) : los apasionados
de Amadís pudieran responderle que
también lo fué Eneas.
5. Famoso caballero castellano que
floreció á fines del siglo xi. Habiendo
perdido lagraciadel Rey Don Alonso VI,
salió desterrado de sus dominios con
una considerable comitiva de parientes
y allegados, y pasó su vida haciendo
ia guerra á los moros. Las hazañas del
Cid andan mezcladas con exageraciones
([) El señor Cortejón. en su magnífica edi-
ción del Quijote, ya citada (tomo I, pág. 57)
aduce varios pasajes del Amadis para confir-
mar la justicia con que Maese Xicolás adju-
dicaba á dicho héroe la nota de Uoi-ón. Di-
chos pasajes se hallan : en el libro I, cap. xii
V xvH ; en el libro II, cap. ni, y en el li-
bro IV, cap. xxvni. (M. de T.)
8
DON yLlJOTK DK r,.\ MANCHA
con el Caballero de la Ardiente Espada ^ que de solo un revés
había partido por medio dos íieros y descomunales gigantes. Mejor
estaba con Bernardo del Carpió -, porque en Roncesvalles había
muerto á Roldan el encantado^, valiéndose de la industria de
y rumores populares; pero consta que
llegó á conijuistar á Valencia, cuyo
seüorío mantuvo hasta su muerte.
Después de ésta, evacuaron la ciudail
los cristianos y se retiraron á Castilla,
llevándose las riquezas, mujer, hijas y
cadáver del Cid.
1. Asi se llamaba Amadís de Grecia,
según refiere su historia, porque tenia
estampada en el pecho una espada
bermeja á manera de brasa, y como tal
quemaba, hasta que el sabio Alquile le
curó de esta incomodidad. Su coronista
le hace unas veces nieto y otras bi /.nielo
de Amadís de Caula. No encuentro en
la historia de Amadís de Grecia pasaje
donde se cuente haber partido por
medio de un solo revf'x dos fieros y
descomunales gif/unl es ; pero D. Quijote
solía leer en su acalorada fantasía lo
que no había en sus libros : así lo hizo
más de una vez. como lo veremos en
el discurso de estas notas.
2. Bernardo del Carpió es uno de los
héroes m.is celebrados en nuestras
crónicas y romances, á pesar de que
no ha faltado crítico que ponga en duda
su existencia. De sus hazaiJas hizo y
publicó un poema Agustín Alonso en
Tnledo, el año de 1.58.'5. Se cuenta que
Bernardo fué hijo de D. Sancho Díaz,
Conde de Saldaña, quien lo hubo á
hurto en Doña .limeña, hermana del
Rey D. Alonso el Casto. A Bernardo se
atribuye en los antiguos cantares cas-
tellanos el honor y prez de la victoria
de Uoncesvalles, donde al paso de los
Pirineos fué desbaratado el ejército del
Emperador Carlomagno.
3. En el romance viejo de Gaiferos,
decía el Rey moro de Sansueña, vién-
dole desde lejos pelear con singular
denuedo :
Del)e ser el encnnlado
Ese paladín Roldan :
tal era la fama y nombradía de Roldan,
Rotolando ú Orlando, uno de los doce
Pares, que dio con sus proezas, verda-
deras ó supuesta.'^, tanta materia á los
poetas y fabulistas. Sus hazañas eran
conocidas va muv de antisuo en Cas-
tilla, puesto que Gonzalo de Berceo,
•pie floreció á principios del siglo xiii,
hablando de D. Ramiro, Rey de León,
en la vida de S. Millán (a), dice :
El Rey D. Ramiro, un noble caballero.
Que no) venzrien de esfuerzo Roldan ni 01:
'vero
Murió, finalmente. Roldan, según se
refiere á manos de Bernardo del ('arpio,
en Roncesvalles : y no pudienilo ser
herido, porque era encantado, murió
como cuenta la fábula que muri<'> á
manos de Hércules el gigante Anteón,
hijo de la Tierra. Cuantas veces era
derribado Anteón, recibía nuevas fuerzas
y vigor de su madre; y echándolo de
ver Alcides, tomó el medio de sofocarlo
entre los brazos, teniéndolo suspendido
en el aire.
Nicolás de Espinosa, poeta castellano,
que se atrevió á continuar el Orlando
furioso de Ariosto. describe así la
muerte de Roldan al fin del canto 35 :
Bernaldo aprieta el cuerpo valeroso
Con la furia mayor que allí ha podido,
Faltando l'espiritu congojoso
De los moi-lales golpes que ha sufrido.
Desmaya el brazo que fué sanguinoso,
Sobrado del del Carpió fué vencido,
L alma del gran Orlando sube al cielo,
Que tan temido fué por todo el suelo.
Espinosa quiso remedar á Ariosto, é
hizo lo que la rana ion el buey de la
fábula. Su obra se imprimió en Amberes
el año de 15.%. y después se reimpri-
mió en Alcalá de Henares (x).
[fi) Copla 412.
(y.) Influido sin duda por la pedestre é
implacable critica de Ilermosilla contra Jil
fíernardo, de nuestro poeta Balbuena, no lo
menciona Clemencín en este pasaje, y sin
embargo bien merecía ser mencionado. Como
dice uno de sus biógrafos. » la crítica más
exigente no i)'idrá menos de celebrar las mu-
chas y gi'andes bellezas en él derramadas,
viéndose obligada á reciUTir al fíernardo,
siempre f|ue haya que presentar modelos de
magníficas y fastuosas descripciones donde
resalte el tono elevado y majestuoso de la
trompa épica ». ' (M. de T.)
l'l(lMi:i(\ l'AlilK.
CAI>m I.O IMIIMKIIO
9
Hércules cuando ahogó á Anteo (>), el hijo de la Tierra, entre los
brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante', porque con ser
de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y desco-
medidos^, él solo era afalile y bien criado. Pero sobre lodos estaba
bien con Reinaldos de Monialbán •', y más cuando le veía salir de
1. Morgante, Pasamonte y Alabastro,
tres ñeros ^'¡gantes ó jayanes que hacían
cruda guerra ;l los monjes de una aba-
día situada en los contines de país de
paganos. Iloldí'ui mató á los dos últi-
mos, y convirti(') á la fe de Cristo al
primero : el cual, de allí en adelante,
lué compañero de Roldan en sus aven-
turas, como más largamente cantó
Ludovico l'uKiensu historia. Jerónimo
Auner, valenciano, tradujo por man-
dado de una dama, según él mismo
refiere en su prólogo, el libro de Mor-
gante, y lo publicó en Valencia el año
de 1.J.15. Caso semejante al de Morgante
y Roldan (uéel de Fierabrás y Oliveros
en la historia de Carlomagno, y el de
Matroco y Esplandián en las Sergas.
Los vencidos se convirtieron, y abraza-
ron la fe de sus vencedores.
2. Tales los pintan, con pocas excep-
ciones, los libros caballerescos, como
se ve por infinitos pasajes, y la misma
ideadlo de ellos la mitología gentílica,
empezando por los Titanes. Amadís de
Grecia, hablando con el eigante Man-
droco, le manifiesta su afecto, po?- la
cortesía, dice, que tu hermano y tú
conmigo habéis usado, lo que muy pocas
veces en los de vuestro linnje acaescio :
así se cuenta en la tercera parte de
D. Florisel de Niquea. En la Historia
del Caballero de la Cruz (a), el Caba-
llero de Cupido responde .1 un gigante
que le preguntaba si era él quien mató
á su cormano Argofeo : gigante, y o soy
el que mató á ese gigante Argofeo, mas
no á traición, como tú dices : antes tú
y los de tu generación sois traidores.
informando un caballero á Amadís de
Gaula acerca de las calidades del gi-
gante Balan, señor de la ínsula de
Torrebermeja, le decía : su condición y
manera... es mny dioersa y contrai-ia
rí la de otros gigantes, que de natura
son soberbios ]i follones, y éste no lo es,
antes muy sosegado é inuy verdadero
en todas sus cosas, tanto, que es mara-
villa que hombre que de tal linaje
¡a) Lib. II, caí). XXXI.
venga, pueda ser tan apartado de la
co7idición de los otros (a). Morgante y
.Matroco, arriba nombrados, se aparta-
ron también de la regla general, mas
no fueron solos. El gigante Trasilcón,
después de haber peleado con el Caba-
llero de la Cruz, fué su grande y fiel
amigo, como se ve por su historia (A).
Puede agregárseles asimismo el gigante
Argamonte, señor de la ínsula de la
Hojablanca, que vencido por Cuadra-
gante, señor de Sansueña. se preseutó
al Emperador de Constantinopla con su
mujer Almatrafa y su nieto Arrladil
Canileo, convertidos ya todos á la fe de
Cristo, y le sirvió en la defensa de su
capital contra el Rey Armato [c). Mas
á pesar de estas excepciones, la raza de
los gigantes hace generalmente mala
figura en las crónicas caballerescas, y
conforme á éstas, dice después Dox
Quijote en el capítulo VIH, que era gran
servicio de Dios quitar tan mala si-
miente de soljre ¡a haz de la tierra.
:5. Uno de los doce Pares de Francia,
rival de D. Rold;in, que hace uno de
los principales papeles en Ariosto, en
ios romances y en otros libros de en-
tretenimiento, y que, sin embargo de
ésto, ni siquiera se nombra en la his-
toria vulgar de Carlomagno, publicada
por Nicolás de Piamonte. que todos
hemos leído en nuestra niñez.
(n) Amadís de Gaula, cap. CXXVIII. —
ib) Caps. LXXXVIII y LXXXIX. — ¡c] Li-
siiarte de Grecia, cap. XII, XXI y XXII.
(>.) Con excelente acuerdo restablece el se-
ñor Cortejen el nombre de Anten, que, á no
dudar, empleó Cervantes, y lamenta el error
en que incurrieron los primeros editores al
poner Acteón, personaje mitológico, conver-
tido en ciervo por haber sorprendido invo-
luntariamente á Diana en el baño, y despe-
dazaiio por sus mismos perros. Lo más triste
es que Clemencín repite una y otra vez el
error en su comentario. El mismo Cervantes,
en la parte II del Quijote, cap. lviii, alude
al indicado suceso, y allí también ponen los
editores Acteón; peí o Clemencín lo rectifica.
.(.VL de T.)
10
DON QLlJüTK ni: :.A MANCHA
SU castillo, y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel
Ídolo de Mahoma \ que cvn lodo de oro, según dice su historia.
Diera él, por dar una mano do coces al traidor de rialalón'-^, al ama
que tenía y aun á su sobrina de añadidura. En efecto ; rematado
ya su juicio, vino á dar en el más extraño pensamiento que jamás
dio loco en el mundo, y fué que le pareció convenible y necesario,
asi para el aumento de su honra como para el servicio de su repú-
blica, iiacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus
armas y caballo á buscar las aventuras, y á ejercitarse en todo
aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercita-
ban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones
y peligros, donde acabándolos cobrase eterno nombre y fama. Ima-
ginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo
menos del imperio de Trapisonda^; y así, con estos tan agradables
1. Allende, en nuestros libros anti-
guos, es equivalente de Ultramar ó de
allende el mar, como se dice otras
veces. El Hey D. Alonso el Sabio, diri-
giendo el libro de las Querellas ;í un
vasallo y amigo suyo, le decía :
A ti, Diego Prrez Sarmiento, leal
Coiinano éamif,") é firme vasallo.
Lo que á míos homes de mita les callo.
Entiendo decir, plaiumdo mi mal.
A ti. que quitaste la tierra é cabdal
Por las mis faciendas en Roma é Allende,
Mi péndola vuela, escóchala dende,
Ca p-ita doliente con fabla mortal (;i).
ídolo de Malioma. Entre los maho-
metanos no hay ídolos, antes al con-
trario, está prohibida toda clase de
iiu.igenes, como li.» estaba á los hebreos
por la ley de Moisés : y ios pocos
Califas que acuñaron moneda con sus
bustos, están reputados por hetero-
doxos entre los musulmanes. Sin em-
bargo, en los libros de caballerías suele
mencionarse el uso de id oíos de Mahoma.
En una batalla que refiere la lUs/oria
de Tirante el ñlanco (a), el Rey de
Túnez llevaba un Mahoma de oro sobre
su almete. La Ilislorin de Carlomagno,
describiendo la habitación de Floripes,
dice (6), que en el sobrado de la cámara
(;i; I.a crítica moderna ha puesto en claro
que el libro de Ijih Qxierellas fué una ficción
de Pellicer y que los versos aquí citados son
una superchería del mismo Pellicer. inven-
tada con un fin interesado. Así se desprende
de los trabajos del seiJor Cotarelo. va citado.
(M". de T.)
{o) Parle IV. — (A) Cap. XXVII.
estaba pintado el cielo de mano de un
muy gran maestro con los planetas ij
signos : y en medio estaba la imagen de
Mahomet, maciza, de oro fino, tan
grande como un hombre. Los que a^
escribieron fie los mahometanos, no
los conocían Con igual ignorancia so-
lían nuestros romancistas y otros es-
critores llamar paganos á los moros, si
pac/ano equivale ;i idólatra, como se
deduce de varios documentos históri-
cos, ün es'Titor respetable observa que
del clero latino esparcido en el Oriente
durante los dos siglos de las Cruzadas,
no hubo « casi nadie que se aplicase á
estudiar las lenguas orientales, tan ne-
cesarias para conocer la religión, leyes
é historia de los musulmanes, y para
no incurrir en errores groseros, diciendo,
como hicieron algunos de ellos, que
adoraban ;l Mahoma y tenían ídolos
suyos » (a).
2. El Conde Galalón de Maganza,
por cuya traición se refiere que murie-
ron en Houcesvalles los doce Pares de
Francia. Se hace larga memoria de él
en muchos libros de caballerías, y
señaladamente en las historias de Gar-
lomagno y Morgante.
3. Trapisonda, ciudad situada en la
costa meridional del Mar Negro, y
capital del imperio de este nombre, que
fué una de las cuatro partes en que se
dividió el imperio griego por los años
de 1220. á saber : Constantinopla, Tesa-
lónica, Trapisonda y Nicea. La familia
[n] Fleurn, disc. V sobre la Hist. Ecl. n. •"■.
IMtlMKIi.V PAUIK. — CAPÍTl r.d IMllMKliO H
|)(íns;uiiienlos, lloviitio del exlraño gusto (\ue en ellos sentía, se dio
piicsa ú poner en electo lo (|ii(> deseaba. \ lo priiiKM-o que hizo fué
l¡ni|)iai- unas ai mas (|n(í habían sido de sus bisabuelos', que torna-
das de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban
puestas y olvidabas en un rincón Limpiólas y aderezólas lo mejor
que pudo; pero vio (jue tenían una gran falta, y era que no tenían
celada de encaje, sino morrión simple: masa esto suplió su industria,
porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada
con el morrión, hacía una apariencia de celada entera. Es verdad
que para probar si era fuerte, y podía estar al riesgo de una cuchi-
llada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un
punto deshizo- lo que había hecho en una semana : y no dejó de
de los Coninenos fué la que reinó en
Trapisonda hasta el año de 14G1, en
que se entregó á Mahomet 11. el mismo
que ya había tomado á Constanlinopla
el de 1453. Estuvieron de paso en Tra-
pisonda los enihajaiiores (pie el Rey de
.Castilla D. Enrique el Enfermo envió
con regalos ;í Tamerkin el año de t4ü;i,
según el Ilinerario de fíui (r¡mzález de
Clavija, uno de ellos, donde se refieren
los obsequios que les hicieron el Em-
perador y su hijo, cuyos nombres,
aunque desfigurados en el Itinerario,
parece que fueron Basilio 1 y Alejo II.
(Jomo los más de los libros caballeres-
cos se refieren á los siglos de la Edad
Media, no es extraño que pn ellos se
haga tan frecuente mención del imperio
de Trapisonda. Según la Historia de
D. Belianis, su Emperador concurrió
en ayuda del Gran Tártaro al asedio de
Babilonia : Amadís de Grecia fué Em-
perador de Trapisonda ; hija de Teo-
doro, Emperador de Trapisonda, fué la
princesa Claridiana. con (juien vino á
casar el Caballero del Febo. Así que
tampoco fué extraño que D. Quijote,
infatuado conln lectura de tales libros,
se figurase coronado Emperador de
Trapisonda. En la Historia de los Tro-
vadores se refiere que Pedro Vid-d, que
lo fué en el siglo xii, hnbiendo pasado
á Palestina, se llenó la cabeza de fan-
tasmas de caballerías y grandezas, y
perdió el juicio. Mis enemir/os. decía en
una de sus composiciones, liemlilan al
oir mi nombre como la codorniz ante
el milano... (.a tierra tiembla cuando
me ri<:fo el nrncs y ciño la espada, (lasó
en Chipre coa una griega, de quien se
le hizo creer que era sobrina del Em-
perador de Oriente : tomó el título de
Emperador, hizo tomar á su mujer el
de Emperatriz, se revistió de U<s orna-
mentos de esta dignidad, hacía llevar
un trono delante de sí, y ahorraba
cuanto podía para conquista reí imperio
que miraba t:omo herencia propia.
Murió el año de 1229. De otro loco por
este estilo, llamado .Menécrates, hay
memoria en la historia de la antigua
Grecia: y ambos pertenecieron á la
misma cofradía qup D. Quijote.
1. En las actas ilel capítulo que ce-
lebró la orden de Calatrava en Madrid
el año de 1532, se acordó que la Orden
mantuviese 300 lanzas, y que las armas
fuesen celada horaoTiona. (jola, coraza
con .fu ristre y escarelas laryas, bra-
zales, fjuardabrazos y gttari teleles y
lanza de armas con hierro de punta de
diamante. La coraza comprendía peto
y espaldar ; la celada borgoñona dejaba
descubierto el rostro: la visera le de-
fendía, pero sin impedir la vista: el
morrión, yelmo c) almete cubría lo res-
tante de "la cabeza: el morrión conla
babera ó encaje formaba la celada en-
tera, cuya parte inferior faltaba á la de
D. Quijote. Por lo que sigue á la aven-
tura del vizcaíno, se ve que llevaba
loriffa: y grevas v) por lo que se refiere
en la de los galeotes.
2. Si con el primer golpe deshizo lo
hecho, ,: dónde dio el segundo ? Pero
Cervantes no pensaba mucho en estas
cosas.
(v) La Academia escribe grcba, aunque le
asigna etimología equivocada, pues es indu-
dable que viene del francés grere, que tiene
origen germánico. (M. de T.)
12
DON QL'IJOTF. DL I.A MANCHA
parecerle mal la facilidad con que la bahía hecho pedazos', y por
asegurarse desle peligro, la tornó á hacer de nuevo poniéndole unas
barras de hierro por de denlro, de tal manera, que ól quedó satis-
fecho de su fortaleza, y sin querer hacer nueva experiencia della, la
diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fué luego á ver á su
rocín, y aunque tenia más cuartos que un reaP, y más tachas que
el caballo de Gonela, (|ue lantum pellis el ossa fnit, le pareció que
ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igua-
laban^. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pon-
dría; porque ísegún se decía él á sí mismo) no era razón que caballo
de caballero tan famoso '', y tan bueno él por sí, estuviese sin nom-
1. Todo lo contrario; no dejó de pa-
recerle bien. Para conservar la palahra
7uaZ, era menester decir : y no le pare-
ció malla facilidad, etc. Por lo demás,
la idea es graciosa y oportuna.
2. Citarlos significa una moneda de
corto valor, de que en algún tiempo,
según indica el mismo nombre, hubie-
ron de entrar cuatro yahoraentranorbo
y medio en un real : y también significa
una enfermedad larga é impertinente
que las caballerías suelen padecer en los
cascos de pies y manos. De esta doble
significación nace el equívoco y lagracia
del presente pasaje. Pedro Gonela fué
aibardánó bu ton de un marqués ó duque
de Ferrara en el siglo xv. cuyo caba-
llo (í), por su flaqueza y extenuación,
dio motivo (i chistes, que se lefieren en
la colección de los de aquel juglar, im-
presa el año de lo68, y de que hacen
mención D. Juan Bowle y D. Juan Anto-
nio Pellicer. El primero observó ya que
el pellis ef ossa. que se aplicó al caballo
de Gonela, viene de Plauto, que en su
comedia /1í<^m/'í/-ící usó de esta e-xpresión
para ponderar lo flaco que estabaun cor-
dero, y aun añadió que se le clareaba
la piel y se le veían las tripas. El ca-
ballo de Gonela es un quid pro quo de
la jaca de Velasquillo, otro truhán
español, posterior á Cervantes, cuya
jaca quedó también en proverbio Go-
nela. á pesar de su profesión de buen
bunior. murió de pasión de ánimo, sin
herida ni calentura.
3. A la mención de las jacas de
Gonela y de Velasquillo sucede la délos
(;) Ctnjo caballo se refiere al duque y no á
Goneln.El niaestm incurre ácnda momonto
en estos (.ieslices de sintaxis. (M. de T.)
bridones de .AJejandro Magno y del Cid
El de Alejandro se llamó Bucéfalo, que
significa Cabeza de Bue>/, ó porque ósta
era su marca, propia de una de las razas
más apreciadas de Tesalia, ó por la an-
chura de su frente, semejante en esto
á la de un toro, .\seguran que sólo se
dejaba montar de Alejandro. Matáron-
selo en la batalla contra Poro, y Ale-
jandro edificó en su honor una ciudad,
ü que puso el nombre de Bucefalia,
como dice Plutarco.
Del Babieca se cuenta que, siendo
potro, lo eligi('iel Cidá pesar de súmala
tra/a ; que en adelante se hizo famoso
y sirvióásu dueño enlodas sus guerras,
y que después del fallecimiento de Rui
Díaz, condujo su cadáver desde ^^■^lcncia
á Cárdena. El Poema anlirjno del Cid
refiere de otro modo los principios de
Baliieca : dice que lo ganó de los moros
el Campeador estando en Valencia ; que
lo probó el día que salió de aquella
ciudadárecibirásu mujer Doña Jimena,
que venía de Castilla a buscarle; que
en estas pruebas quedaron todos mara-
villados de su bondad, y que
Des' día se preció Babieca en cuant grant
[fué España (a).
Según la primera relación. Babieca
fué castellano : según la segunda, an-
daluz, ó acaso árabe.
4. Esta anticipación de la fama futura
en la mollera del pobre D. Quijote es
pincelada magistral en el retrato del
héroe, y pertenece á aquel ridiculo, de-
licado y exquisito que tanto resplandece
en infinitos pasajes del Ingenioso Hi-
dalgo.
'a) v. LV.in.
IMtlMKHA PAUTE.
cAPÍTír.n pniMERO
13
hre conocido, y íisí ftrociiiviha acomodársele de manera que d(;cla-
rase «juií'n liabía sido antes (|ue fuese del caballero andante, y lo
(jue era entonces : pues estaba mny puesto en razón que mudando
su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso
y de estruendo, como convenía á la nueva orden y al nuevo ejer-
cicio que ya [)rofesaba * : y así, después de muchos nombres que
formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó á hacer en su memo-
ria é imaginación, al fin le vino á llamar Rocinante^ nombre á su
parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fué
rocín (»), antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos
los rocines del mundo -. Puesto nombre y tan á su gusto á su ca-
ballo, quiso ponérsele así mismo, y en este pensamiento duró otros
ocho días ^, y al cabo se vino á llamar D, Quijote (o) : de donde, como
queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera his-
toria, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada'', como
otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís no
sólo se había contentado con llamar-e Amadis á secas, sino que
añadió el nombre de su reino y patria por hacerla famosa, y se
llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al
suyo el nombre de la suya, y llamarse Z). Quijote de la Mancha'^,
1. Adviértase que aquí se habla de
Rocinante ; y la profesión de la Orden
de Caballería, aplicada al rocín de Don
Quijote, participa también eminente-
mente del ridículo general de la fábula
y del humor festivo de su autor.
2. Quiere decir que el nombre de
RocÍ7iante, puesto por D. Quijote á su
caballo, indicaba que había sido rocín
antes, y que continuaba siendo el ante-
rocín ó primero y mayor rocín de todos
los rocines del mundo. Ya se sabe que
la palabra rocín significa comúnmente
un caballo ñaco, de mala figura y poco
valor.
3. El verbo durar se dice ordinaria-
mente de lascosas,yno délas personas.
De éíítas se dice que perseveran ; voz
más general que se aplica también á
las cosas.
4. Falta algo : tomnron ocasión de
afirmar los autores, etcétera, y pudo ser
omisión de la imprenta. Lo mejor hu-
biera sido suprimir todo este período,
que ni es necesario ni está en armonía
con lo que se dijo sobre este punto al
principio del capítulo.
5. Quijote es la parte de la armadura
que cubría el muslo, y pudo venir del
francés cuisse. Cervantes escogió con
oportunidad el nombre de su protago-
nista entre los de las piezas propias de
la profesión caballeresca ; y entre éstos
dio la preferencia al de la terminación
en ote, que en castellano se aplica ordi-
(=) Cuando fué rocín. — La frase está en-
maiañada, aunque el sentido se comprende.
El señor Cortejen cree darle mayor claridad
con po'ner punto y coma después del primer
antes, en esta forma : « nombre d su parecer
alto, sonoro y siíjmficalivo de lo que había
sido cuando fué rocín antes; de lo que ahora
era, etc. ». Me parece el remedio peor que
la enfermedad, como vulgarmente se dice.
(M. de T.)
(o) Quijote. — Hace notar el señor Cortejón
que no solamente ha entrado esta palabra en
el caudal de nuestra lengua sino que ha
dado lugar á los derivados : quijotada, qui-
joleria, quijote-ico y quijotismo; y hasta pro-
pone, con la autoridad del cervantista señor
Pi y Molist. la adoiición del verbo quijotear.
Las" ideas encarnadas por los nombres de
l3. Quijote y Sancho son ya del dominio ge-
neral. Cuando yo estudiaba retórica recuerdo
que mi excelente maestro el sabio Escolapio
P. Pedro Al varez decía, hablando de los hom-
bres de nuestra generación, que eran :
Unos Sanchos en el alma
Y Quijotes en el cuerpo.
(M. de T.)
li
DON QUIJOTE DE \.\ MANCHA
con que á su parecer declaraba muy al vivo su linaje y potria, y
la honraba con tornar el sobrenombre della. Limpias, pues, sus
armas, hecho del morrión celada, puesto nombre á su rocín y con-
firmádose (p) á si mismo \ se dio á entender que no le faltaba otra
cosa sino buscar una dama de quien enamorarse ; porque el caballero
andante sin amores^ era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin
alma. Decíase él : si yo por malos de mis pecados, ó por mi buena
suerte^ me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordi-
üario les acohtece á los caballeros andantes, y le derribo de un en-
cuentro, ó le parto por mitad del cuerpo ', ó íinalmenle le venzo y
le rindo, ¿ no será bien tener á quien enviarle presentado, y que
entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz
humilde y rendida : Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, se-
nariamente á cosas ridiculas y despre-
ciables, como libróle, moniyote, muza-
cole.
En lo de tomar el apellido del nombre
de algún país, procedió Don Quijote muy
confíiruie á la práctica comúnmente
observada en los libros de caballerías,
donde además de los ejemplos de
Aujadis oe Gaula, Belianís de «jrecia y
otros más conocidos, halló lusdel). Po-
licisne de Boecia, Gelidón de Iberia,
Florando de Castilla, D. Fénix deCorinto,
D. Frisel de Arcadia, D. Lucidán de
Nuinidia. Braborante de Escitia, Poli-
dolfo de Croacia, Brufaldoro de Mauri-
tania, Astorildo de Galidunia, ü. Con-
tumeliano de Fenicia, D. Artibel de
Mesopotamia, y otros de ifíual calaña.
Pero no es cierto que Amadís añadió el
nombre de su reino ]/ patria por hacerla
famosa y se llamó Amadis de Gaula,
porque Gaula fué su reino, mas no su
patria (í^), como se ve por su historia.
Amadís nació en Francia y reinó en
Inglaterra.
1. El confirmarse por mudar de
nombre y ponerse otro nuevo, es alu-
sivo á la costumbre (auuque poco fre-
cuente) de hacerlo al recibir el Sacra-
mento de la Confirmación.
2. Perdí oyni cavalier ch'e senza amare,
Sen vista é vivo, é vivo senza cor».
Asi lo dijo el Conde Mateo Boyardo
(5) Filé su reino. — Hav en e«to una con-
liauicción ó un simiile descuido, pues debe
decir : « fué su patria, mas no su reino «.
en su Orlando Innamoralo, y lo copió
Bowle sobre el presente pasaje. De este
asunto se tratará con extensión en el
capítulo XIII.
á. Por vtalus de mis pecados : modo
adverbial de rara construcción, como
otros que en el estilo familiar tiene el
idioma castellano, sin que sea fácil se-
ñalar su origen. En el capitulo 111 del
Lazarillo de 'formes, obra de D. Diego
Hurtado de .Mendoza (t),o<;o dia. se dice,
fuirne á un luriar que llaman Muqueda,
adonde me toparon mis pecados con un
clérigo, etc. La frase de D. Quijote en-
vuelve, con algún énfasis irímico, el
mismo sentido que por mi desgracia, y
así lo indican las palabras siguientes :
ó por mi buena suerte; y todH.la.ex^resi6ñ
viene á ser como si se dijera por mi
mala 6 por 7ni buena suerte.
i. Esta y las siguientes expresiones
manifiestan bieu á las claras el descon-
cierto del cerebro de nuestro hidalgo,
que llega á punto de figurarse un
gigante partido por el medio, que entra
y se arrodilla y dice : dulce señora, tra-
tamiento oportuno hablándose de Dul-
cinea. Los nombres del gigante y déla
Ínsula son caballerescos y forjados con
propiedad en la oficina risueña de Cer-
vantes.
(f) Conflirmádose. — El señor Cortejón res-
tablece, según el te.xto antiguo : confirmán-
dose. (M. de T.)
(t) Obra de D. Dieno Hurlado de JJendora.
— F« un orrnr. segiui i)Uede verse en la no-
ta, \yd-¿. LX!, (M. de T.)
I'RIMIMIA PAItlIC, — r.M'lTI I.O IMIIMKRO
I.S
ñor do la ínsula Malindiania, A (jnicn venció o.n sin^'nlar batalla el
jamás como se dohe alaba<lo caballero D. (Juijol.e d(í la Mancha, el
cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced para que
la vuestra grandeza disponga de mí á su talante^ ? ¡ Oh, cómo se
holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este disQurso, y
más cuando halb) á quien dar nombre de su dama ! Y l'ué, á lo que
se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora
de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado,
aunque según se entiende, ella jamás lo supo ni se dio cata dello.
Llamábase Aldonza Lorenzo-, y á ésta le pareció ser bien darle
título de señora de sus pensamientos : y buscándole nombre que
no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de
Princesa y gran señora, vino á llamarla Dulcinea del Toboso,
porque era natural del Toboso : nombre á su parecer músico y
peregrino y significativo, como todos los demás que á él y á sus
cosas había puesto ^.
1. Á su talante, esto es, á su volun-
tad. De estas presentaciones de los
vencidos á las señoras de los vence-
dores hay infinitos ejemplos en la
historia andantesca. El gigante Cinofal,
llamado asi porque tenía cabeza de
perro, vencido por Aniadís de Grecia y
enviado á la Princesa Lúcela, fincando
los fino jos ante ella, le dijo : Soberana
Princesa de Galaor, aquel caballero de
la Ardiente Espada quepar en el mundo
no tiene, me envía á la tu merced para
gue hagas de miaquelloque tu voluntad
fuere : yo me pongo en tu poder como
se lo prometí [a).
2. La fórmula á lo que se cree indica
que no hay certidumbre ni seguridad
de lo que se cuenta: y aquí no sucede
así, pues en repetidos parajes de la
fábula se expresa que esta moza labra-
dora, adornada de mil gracias en la
exaltada fantasía de D. Quijote, era la
verdadera dama á quien creía servir
bajo el nombre de Dulcinea. No es
muy exacto decir que el lugar de la
dama estaba cerca del de nuestro hi-
dalgo, puesto que Argamasilla de Alba
dista de ocho á diez leguas del Toboso.
Aldonza 6 Dulce es nombre de mujer,
común antiguamente en Castilla, del
cual formó i). Quijote el de Dulcinea.
El apellido Lorenzo es patronímico, y
tiene la misma formación que Alfonso,
Iri) Ainadi» d<t Grecia, parte II, cap. LT
Galindo y otros de su clase. Significa
hija de Lorenzo, y Dulcinea lo era con
efecto de Lorenzo Gorchuelo, como se
expresa en el capítulo XXV de esta pri-
mera parte. Oyese con frecuencia este
apellido en España, y á no ser por
ciertas malicias que se expondrán á su
tiempo, los que lo llevan pudieran coa
algún fundamento aspirar al honor de
ser y nombrarse parientes de nuestra
heroína.
No ha faltado quien diga que la pri-
sión donde nuestro autor concibió el
plan de su obra fué en el Toboso. Pero
este nombre suena infinitas veces en el
Quijote, y de consiguiente, no fué el
pueblo de cuyo nombre no quiso acor-
darse Cervantes, como se dijo expre-
samente al principio.
El Toboso es villa antigua de la
¡Mancha, de la Orden de Santiago,
situada entre las de Miguel Esteban y
Mota del Cuervo. En una relación que
sus vecinos dieron el año de 1577 de
orden del Rey D. Felipe II, dijeron que
el nombre le venía de las muchas tobas
ó piedras ligeras y como esponjosas
que se encuentran en su territorio. Su
principal industria era entonces, y aún
continúa siéndolo, la de hacer tinajas,
y de esto se hará mérito oportuna-
mente en el Quijote.
3. Parece que se habla de otra per-
sona distinta diciéndose ú él, en vez de
decir ásr, que es como debiera ponerse.
16
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
La opinión común ha confirmado el
concepto de significativos, que aqui se
da á los nombres puestos por nuestro
hidalgo, y que con el uso han adquirido
la calidad de proverbiales : Quijote
para denotar un liouibrc infatuado y
vano : Dulcinea una nmjer amada me-
losa y almibaradamente (v) : liocinaiile
un caballo magro y largo, prllis lam-
tum et ossa.
{•)) Amada melosa 1/ almibaradamente. — Son
dos adverl)ios calific.ilivos tan cur»i» y rani-
¡)lones como inútil'ts, pues no suele nadie
amar avitiai/radatiii-nlr. a no ser el diablo. ísin
duda por eso se ha dicho : Tanto quiso el
diablo (i su hijo i/ue le xalló uu ojo. Por lo
demás, es admirable el fíeniode Cervantes al
dar nombre á sui persi majes tan signiüca-
tivos, propios y armoniosos que no es po-
sible creer, corno supusieron La liarrera,
Benjuniea y otros críticos, que son simples
anagramas de personajes históricos.
(M. de T.)
CAPITULO II
OUK TRATA DE LA PRIMERA SALIDA QUE DE SU TIERRA HIZO
EL INGENIOSO D. QUIJOTE
Hechas, pues, estas prevenciones', no quiso aguardar más
tiempo á poner en efecto su pensamiento, apretándole á ello la
falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza-, según
eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar^,
sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar'', y deudas que
1. Aquí es donde empieza la acción
de la fábula. El capítulo primero con-
tiene sólo su exposición : presenta las
circunstancias y carácter del personaje
principal ; anuncia su proyecto de resu-
citar el ejercicio de la andante caballe-
ria, y bosqueja con pinceladas ligeras
Í fáciles algunos de los personajes que
an de ocupar el segundo término del
cuadro. La relación de las causas que
produjeron el extravio de la razón de
D. Quijote y de los trámites por donde
vino á consumarse su locura, está
hecha con propiedad y gracia. El lector
se entera de todo sin fatiga, y al fin
del capítulo se encuentra con cuanto
necesita para pasar á la accii'ia. No trató
Cervantes de referir desde sus princi-
pios la historia de D. Quijote, según se
acostumbra en los libros caballerescos,
y según indica el título de Vida y
hechos de U. Quijote, que editores vul-
gares é indoctos dieron al IxoExMOSO
Hidalgo; sino que, con arreglo á lo que
se debe en toda obra de invención,
anticipó sólo lo preciso para que, co-
nocido suficientemente el héroe, se
pasase á describir una acción suya, la
cual, por única, concentrase la atención
y el interés del lector, que por su pro-
porcionada duración no le fatigase, y
que por la variedad de sus incidentes y
episodios alimentase su placer y lo
mantuviese hasta el desenlace ó fin de
la fábula.
2. Se dijo al revés. Lo que D. Quijote
pensaba que hacía falta en el mundo,
era su pronta presencia, no su tardanza.
Otro defecto de esta clase se notó en
el capítulo anterior : empieza á dormi-
tar Cervantes (a).
3. Tuerto se opone á derecho en su
significación primitiva, en la cual uno
y otro son adjetivos. De aquí nació su
acepción moral, en la que pasaron á
ser sustantivos, significando derecho,,
justicia; y tuerto, agravio. Y de aquí
vino también la expresión de enderezar
tuertos por deshacer agravios, porque
el remedio de lo torcido es enderezarlo.
La palabra tuerto es la misma que el
tort francés.
4. Sobra la conjunción. Los abusos
no se mejoran, sino que se corrigen :
los que se mejoran son los usos.
(«) Empieza á dormitar Cervantes. — Quien
da grandes cabezadas es el comentarista, en
su afán de buscarle pelos al huevo, ó de
therc/ier lapelite béte, como dicen los fran-
ceses. El señor Cortejón, ateniéndose al uso de
la época de Cervantes, demuestra que hacer
falta la tardanza está bien, pues hacer falta
es lo mismo que causar, producir falta, y lo
confirma con otro pasaje del texto v con la
autoridad de Urdaneta. Y condenando la
correción de Clemencín, añade : « ; Malha-
dada la férula empeñada en substituir la
ingenuidad y dulce abandono por la mono-
tonía V mezquindad. ! »
(M. de T.)
2
18
DON Oll.KJTK DE I.A MANCHA
salislaccr. Y asi, sin (Jar parle á persona alguna de su intención, y
sin que nadie le viese, una mañana antes del dia (que era uno de
los calurosos del mes de Julio) ', se armó de todas sus armas, subió
sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su
adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral ^ salió al
campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta faci-
lidad había dado principio á su buen deseo. Mas apenas se vio en
el campo cuiíndo le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por
poco le hiciera dejar la comenzada empresa, y fué que le vino á la
memoria que no era armado caballero, y que conforme á ley de
caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero : y
puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas ^ como novel
caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la
ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito ;
mas pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de
hacerse armar caballero del primero que topase, á imitación de
otros muchos que asilo hicieron'', según él había leído en los
1. Si la cronología de una fábula
fuese digna de un examen tan severo
como la de un diploma ó documento
histórico, debieran tenerse presentes
las circunstancias de pertenecer este
dia al mes de Julio, de ser viernes,
como se dice adelante en este mismo
capítulo, y de cerrar la noche con toda
la claridad déla kiua, según se expresa
en el siguiente, para fijar de un modo
puntual y seguro el principio de la
carrera caballeresca de D. Quijote. Pero
Cervantes no se curó de esto más que
de las nubes de antaño: y D. Vicente
de los Ríos empleó en balde las fuerzas
de su florido ingenio, cuando se pro-
puso formar un plan cronológico de
una obra llena de anacronismos. Hartas
pruebas ocurrirán de ello en el pro-
greso de estas notas.
2. El corral seria el de la casa de
D. Quijote, y en tal caso está mal dicho
un corral. Acaso es errata, y debió
leerse del corral, ó de su corral : esto
es lo más verosímil. Puerta falsa se
dice por oposición á otra que no lo es. y
en un corral no suele haber dos puer-
tas. Puerta falsa de una casa se dice
con alusión á la pi'incipal y pública.
Parece que el nombre de puerta falsa
lleva consigo la idea de que es pequeña
disimulada, que apenas se eche de ver:
y D. Quijote salió por ella armado y
puesto á caballo. Seria forzosamente la
única de su corral, la que en los lu-
gares, y singularmente en los de la
Mancha, es anchurosa, como que por
ella entran y salen los carros.
3. Eran, según aquí se indica, las que
no llevaban empresa ni insigniaalguna;
y se daban á los que se armaban de
caballeros, llamados por esta razón
caballeros noveles, hasta tanto que
hacían alguna proeza notable, que
solían indicar en la empresa y adornos
del escudo, tomando de ellos el nombre.
A su imitaciim, Ü. Quijote se puso el de
Caballero de la Triste Fic/ura primero,
y después, de tos Leones.
4. Tal fué D. Galaor, que habiéndose
encontrado casualmente con su her-
mano Amadís de Gaula. recibió de él
la orden de caballería, sin que se cono-
ciese uno á otro, como se cuenta en el
capítulo 11 de su liistoria Esta necesi-
dad de recibir la calidad de caballero
de manos de otro caballero, se fundaba
nada menos que en el principio esco-
lástico Semo daf quodnon hahet, según.
se lee en las Partidas : Fechos non
pueden seer los caballeros por mano de
home que cuballero non sea, ca los
sabios antiguos... non tovieron que era
cosa con guisa, nin que podiese seer con
derecho, dar un home á otro lo que non
hoviese (a). Lo mismo al pie de la letra
(n) Partida 11. lít. 21. lev 11.
i'i(iMi:ii.\ i'Mtri;.
CAi'ii ri.f) II
19
libros f[U(^ lal le lf>ui;ui. liln lo de las armas blancas, píMisaba lim-
piarlas (1(! manera ' en leniendo lug'ar, (pie lo fuesen más que un
armiño : y con esto se quietó y j)rosijj;uió su camino, sin llevar
otro (pie aquel que su caballo quería 2, creyendo que en aquello
tonsisLía la fuerza de las aventuras. Yendo, pues, caminando
nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mismo y
diciendo: ¿quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando
salg'a á luz la víírdadera historia de mis famosos hechos, que el
sabio que ios escribiere, no ponga, cuando llegue á {;ontar esta mi
primera salida tan de mañana, desta manera? Apenas había el
rubicundo Apolo-' tendido por la faz de la ancha y espaciosa fierra
repitió el Doctrinal de Caballeros, reco-
pilado por el célebre Obispo de Burgos
D. Alonso (le Cartagena [a). Nota el
mismo Doctrinal que de esta regla
exceptuaba la costumbre á los Rej'es
de España, que podían hacer caballeros
sin serlo. Extendióse alguna ve/ el
mismo privilegio en obsequio del bello
sexo, .1 las Princesas de sangre real,
armando las damas á caballeros, como
lo hizo Cecilia, hija de P'elipe 1, Rey do
Francia, y viuda de Tancredo, Principe
de Antioquía, con algún otro ejemplo
que reüere Ducange en la diserta-
ción XXII sóbrela historia de San Luis.
Hubo tauíbién gigante descomedido y
soberbio que rehusó someterse á la ley
general, á título de que no había en el
mundo caballero digno de ponerle las
armas. Así lo refiere del gigante Bravo-
rante la historia del Caballero del
Febo (/)).
1. Las armas de los caballeros no-
veles, como acabadiis de estrenar,
estaban tersas y bruñidas. Cervantes
jugó con la equívoca significación de
blancas: y D. Quijote, como loco, se
aquietó con lo que á los demás no podía
producir otro efecto que el de la risa.
2. Cosa que sucedía frecuentemente
ú los caballeros andantes, según refieren
sus historias, y de que volverá á ha-
blarse en otros lugares de la nuestra.
3. Pellicer dice sobre este pasaje
que en él quiso Cervantes ridiculizar
las afectadas y pomposas descripciones
que se leen frecuentemente en los libros
de caballerías. Capmani le propone
como un modelo en su Teatro de la
elocuencia española. ¿ A cuál de los
dos creeremos?... Pellicer tenía razón :
eso era visiblemente el propósito de
Cervantes, y eso persuade también la
semejanza que se halla entre esta des-
cripción y otras de los libros caballe-
rescos. Con expresiones muy poco di-
ferentes se pinta el amanecer en el
libro 11 de D. Belianís (a). Cuando tí la
asomada de Oriente el lúcido Febo su
cara nosrnuestra. y los músicos pajari tos
las muy frescas arboledas suavemente
cantando festejan, mostrando la muy
gran diversidad y dulzura y suavidad
de sus tan arpadas lenguas, etc. A esta
descripción del amanecer puede jun-
tarse la del anochecer en el mismo
Belianís {h) : Venidas eran las tinieblas
de la noche, y las nocturnas dehesas se
regocijaban con la ausencia del flamí-
gero Apolo : las brutas animalias co-
menzaban á gozar de alguna trancjuiH-
dad, ü los más racionales negada, pues
es justo que en ningún tiempo nadiegoce
del descanso en este miserable mundo
prohibido, como en venta puesta en el
camino de la eternal morada, en la
cual no puede haber descanso sin zozo-
bra, ni placer sin angustia, ni, final-
mente, cosa deseada que no sea mayor
pérdida; cuando el Principe D. Belianís
de Grecia salió de Colonia, etc. Los
libros caballerescos suministran abun-
dantes muestras de otras pinturas,
igualmente pedantescas y fastidiosas.
Mas este propósito de Cervantes no
excluye el mérito mayor ó menor de su
descripción en orden á la armonía y
belleza del lenguaje, y de esta suerte
(a) Lib. I, tít. 3. — (h) Parte IV, lib. T,
cap. I.
(«) Cap. XXXXIII.
cap. X.
(é) Libro III,
i^O 1>0N QLlJOTí: DE lA MANCHA
las doradas hebras de sus hermosos Qabellos, y apenas los peque-
ños y pintados |)aiarillos con sus arpadas lenguas habían saludado
con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que
dejando la blanda cama del celoso marido', por las puertas y
balcones del mancliego horizonte á los mortales se mostraba,
cuando el famoso caballero Ü. Quijote de la Mancha, dejando las
ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y
comenzó á caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel ^
(y era la verdad que por él caminaba^; y añadió diciendo : dichosa
edad y siglo dichoso aquel á donde saldrán á luz las famosas
hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en már-
moles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio
encantador^, quien quiera que seas, á quien ha de tocar el ser
coronista desta peregrina historia, ruégote que no le olvides de mi
pudieron tener razún Pellicer y Cap-
mani (é).
1. Titi'm ó Titono, marido de la
Aurora, obtuvo por mediación de su
líiujer el don de la inmorlali'lad,
según refiere la fábula; pero no ha-
biendo recibido el de la juvenlucí,
llegó á tan extrema y molesta vejez,
que recibió como un favor del cielo
el ser convertido en cigarra. Desde
entonces hubieron de ser los viejos
habladores per[)etuos y gárrulos. No
encuentro en los poetas (jue llamasen
celoso á Tití'm á pesar de que los descui-
dos de la Aurora con Céfalo y el gigante
Astreo le dieron sobrado motivo para
serlo. Pero así lo llamó aqui Cervantes,
y también su contemporáneo y amigo
López Maldonado en la égloga 2.^ de
su Cancionero, donde dice el pastor
Ersilio :
Ya veis que queda en el usado lecho
El celoso Titón, y que la aurora
Alumbra el celestial doiado techo.
A la cuenta le llamarían celoso por
marido viejo de mujer joren, como en
(6) Parece en efecto burlarse Cervantes
de ciertas descripciones análogas de los li-
bros de caballería; pero ¡ qué diferencia entre
las pongorinas y enrevesadas frases de di-
chos libros y el 'armonioso, rico y brillante
estilo de nuestro insijjne novelista! No tiene
nada de extraño que Gapmany. Lista y otros
se hallan equivocado en ocasiones sobre el
verdadero sentido de ciertas descripciones.
En mi libro A7 Arte de escribir cito ejemplos
de esto (lección XVín, pág. 246). (M. de T.)
las Novelas se lo llamó Cervantes á
Felipe de Cañizares.
2. Distrito de la Mancha que com-
prendía muchos pueblos. Su capital,
Montiel, está sobre el río Jabalón, que
va á morir al Guadiana. Allí sucedió
la muerte del Rey Don Pedro de Castilla
á manos do su hermano D. Enrique, el
año de 1369.
3. Es común en los libros caballe-
rescos que los caballeros tengan encan-
tadores por amigos y coronistas. Los
sabios Artemidoro y Lirgandeolo fueron
del Caballero del Kebo y de su hermano
Rosicler la); Alquife, de Amadís de
Grecia; Fristón, de D. lielianís ; el
sabio Licanor el Temeroso escribió en
griego la historia del príncipe D. Contu-
meliano de Fenicia (b). No siempre
desempeñaron este oficio los encanta-
dores : alguna vez lo hicieron también
las encantadoras, como Cirfea, Kcina
de Argines, gran má:.'ica, que escribió
la crónica de D. Florisel de Niquea.
Continuando el estro caballeresco
que inspiraba á Don Quijote tiiienlras
caminaba por el campo de Montiel,
anuncia proféticamente el dichoso siglo
en que han de salir á luz sus futuras
hazañas, y aun llega su delirio á hablar
de ellas como de cosas ya pasadas, y
•¿ UaLma.r peregrina la historia que aun
no existía, como ni tampoco Iof hechos
que en ella habían de referirse.
(a) Espejo de Principes, parte I, lib. II,
cap. XX. — (6) Beliauis, lib. II. cap. LI.
PniMERA PAUTE. — f.APlTtí.O II
21
buen Rocinante ', compañero eterno mío en todos mis caminos y
carreras. Lne^o volvía diciendo, como si verdadecnmcnte fuera
enamorado: ¡01) j)rinc('sa Dulcinea, señora deste cautivo corazón!
nuiclio a^n-avio me habedes iVclio en despedirme y rej)r()cliarme
con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la
vuestra l'ermosura". Plegaos, señora, de niembraros deste vuestro
sujeto cora/.ón, que tantas cuitas por vuestro amor padece. Con estos
iba eusarlaiido oíros disparates, todos al modo de los que sus
libros le lialtían (Misoñado, imitando en cuanto podía su leng-uaje :
y con esto caminaba tan de es|)acio, y el sol entraba tan apriesa
y con tanto ardor, que fuera bastante á derretirle los sesos (7),
si algunos tuviera '^ Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa
que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera
topar luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerle brazo.
Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fué la
del puerto Lapice '', otros dicen que la de los molinos de viento;
pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado
escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día,
y al anochecer su rocín y él se hallaron cansados y muertos de
hambre ' ; y que mirando á todas partes por ver si descubriría
algún castillo ó alguna majada de pastores donde recogerse, y
adonde pudiese remediar su mucha necesidad, vio no lejos del
1. Caída inesperada, y tanto más
graciosa, cuanto mayor ha sido el apa-
rato y grandilocuencia de las expre-
siones que preceden.
2. Prosipue D. Quijote hablando de
cosas que se imagina como ya sucedi-
das, y se considera en el mismo caso
que Áiuadís de Gaula cuando su señora
Oriana le mandó no parecer más en su
presencia, que es uno de los incidentes
principales de su historia.
3. E.xpresióri jocosa y propia del
estilo familiar, que Cervantes manejó
con suma maestría.
4. Las dos aventuras que aquí se
mencionan como pertenecientes á la
primera salida de D. Quijote, á saber,
la de los molinos de viento y la del
vizcaíno, que es la de Puerto Lapice,
se refieren después en el capítulo VIH,
y pertenecen sin duda á la segunda
salida. Es inexcusable la distracción con
que Cervantes confunde los sucesos de
ambas.
5. Frialdad que no carece de gracia;
y nótese, como ya se observó en el ca-
pítulo pasado, la manía que tuvo de dar
antigüedad á los sucesos de su hidalgo,
quizá con la intención de remedar en
esto á los escritores andantescos, pero
incurriendo en frecuentes anacronismos
por la mención de otros sucesos re-
cientes ó coetáneos.
(•[) Derretirle los sesos, si algunos tuviera ;
gracioso equívoco ó juego de palabras. Sesos,
en plural, designa generalmente la masa en-
cefálica; asi se dice romperle á uno tos sesos.
Recuérdense además las expiesiones co-
munes : sesos de ternera, sesos (ó -lesada) de
camero, etc. En singular, seso es sinónimo de
juicio. En El Examen de los maridos de Alar-
cón, dice Beltrán, hablando de un aspirante
á la mano de Inés :
Maduro en seso y en años.
Y responde Inés :
Apruebo el seso maduro,
Maduros años no apruebo.
Sin embargo se usa el plural, en sentido
metafórico, en las frases : Devanarse '.os se-
sos; tentr los sesos en los calcañales, y tenerle
á uno sorbidos los sesos (ó sorbido el seso¡.
(M. de T.)
22
DON QUIJOTF. DE LA MANCHA
camino por donde ibn una venta, que fué como si viera una estrella
que á los portales, si no á los alcázares, de su redencicm le enca-
minaba * . Dióse priesa á caminar, y llegó á ella á tiempo que anoche-
cía. Estaban acaso á la puerta dos mujeres mozas, destas que
llaman del parli'/o-, las cuales iban á Sevilla con unos arrieros
que en la venta aquella noche acertaron á hacer jornada : y como á
nuestro aventurero todo cuanto pensalia, veía ó imaginaba le pare-
cía ser hecho, y pasar al modo de lo ipie había leído, luego que vii)
la venta, se le representó que era un castillo con sus cuatro torres
y chapiteles de luciente plata', sin faltarle su puente levadiza y
honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos
se pintan. Fuese llegando á la venia (que á él le parecía castillo),
y á poco trecho della detuvo las riendas á Bocinante, esperando
que algún enano se pusiese entre las almenas á dar señal con alguna
trom{>eta de que llegaba caballero al castillo'*. Pero como vio que
1. Alusión ú la estrella que guió los
Reyes Magos al portal de ÍJeléii. Falta
al parecer la partícula ;?'>, y debiera
decir: que no á los paríales, sino á los
alcázares de su redención le encami-
naha{o).
2. Este nombre dio ya ;i las mujeres
ftúblicas el arcipreste de Talavera Al-
onso Martínez de Toledo, capellán del
Rey D. Juan el II en un libro que es-
cribió contra los engaños de las malas
mujeres. Con el mismo dictado del
partido se denotan estas escorias de la
sociedad en muchos documentos anti-
guos castellanos.
3. Los castillos que se mencionan en
el libro 111 de D. Belianís de Greciana)
tenían lautas torres y dorados cliapi-
leles. que ilaljan qran sabor á quien los
miraba. El castillo del mago Atlante, en
el Pirineo, que describe Ariosto (6), no
era tan rico como se le figuró á D. Qui-
jote la venta, porque sólo era de acero.
De las puentes levadizas, cavas y otros
adberentespropios de los castillos, hay
contiima mencit'm en las historias de la
Caballería andante.
4. Con trompeta, cuerno ó campana,
que de todo hay en los anales de la
(a) Cap. Vni. - (6 Cant. IV.
(S) Siguiendo el parecer del notable cer-
vantista y «raniático ü..Juan Calderón, el se-
ñor Cortéjón pone una r.oma después de nlcd-
care.s, para evitar confusión en el texto. No
tiene razón ninguna la interpielación de
Clemencín. (M. de T.)
Caballería. Habiendo aportado á la ín-
sula Silanchia Amadís de Grecia en
couipañía del Rey de Sicilia, vieron un
fuerte castillo con dos cercas... Como
allí salieron, vieron encima del castillo
sonar vn cuerno por una guarda, <¡ue
en él pmesta estaba para que viendo al-
guna gente extraña hiciese alguna
señal (o). Al presentarse Lisuarte de
Grecia con sus compañeros á vista del
gran castillo de la Hoja hlanrH., oyeron
.sonar un cuerno no mng reciamente por
una guarda que estaba encima de la
torre, que los gigantes tenían para que
así lo hiciese viendo caballeros armados
extraños 'b). En la isla de Cardería se
entraba por una puente guardada por
tres torres: en una de ellas había de
continuo un enano muy feo para ver
los que venían, y cuando el caballero
que defendía la entrada era malandante,
el enano tocaba im cuerno, y cobraba
alientos el caballero (c). En la historia
de D. Policisne de Boecia se lee de seis
enanos que, colocados de noche con
sendas antorchas, avisaban con sus
cornetas de la llegada de los caballeros
(jueseprcsentahan 'd). Para solenmizar
la coronación de Florineo y su boda con
la Infanta Heladina. se celebró en Es-
cocia, en la corte de Lucea, un paso
defendido por cuatro Reyes : cada uno
de éstos guardaba un arco, y encima de
(a) Amadis de Grecia, cap. XIV. (6) Zi*uar/e,
cap. IV. — (c) Primaleón, cap. V. — {d)
Cap. LHI.
iMUMV.nA i'Miii;. cspínu.o II 2.'{
se lardabiin, y (|tie noriiinnUí si^ daba priesa por llegar ;í la caha-
lleri/a ', se llegó á l;i puerta de la venta, y vio á las dos distiaidas
ino/as (jue allí eslahan, (pie á ('I 1(\ parecieron dos liei-niosas don-
cellas (') dos graciosas damas, (pie delanUí de la |)iierla del castillo
s(i estallan sola/ando-. Kn esto sucedió acaso que un ponjuero ^\^n'
andaba i'ecogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que
sin perdón así se llaman)-' tocó un cuerno, á cuya señal ellos se
recogen, y al inslante se le re|)resenló á D. Quijote lo que deseaba,
que era tpie algún enano hacia señal de su venida. Y así con extraño
contento lleg(') á la venta y á las damas ''; las cuales, como vieron
venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga,
llenas de miedo se iban á entrar en la venta; pero D. Quijote, coli-
giendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón, y
descidíriendo su seco y polvoroso rostro"', con gentil talante y voz
reposada les dijo : Non fuyan las vuestras mercedes'', nin teman
desaguisado alguno", ca á la orden de caballería que profeso non
cada arco hahía mía campana y ti»
enano para la. tocar cuando alunn ca-
ballera aventurero viniese («).
1. Graciosa oposición y couti'asle
entre la expectación y pausa del jinete
y la priesa del caballo, entre las ideas
hinchadas y pomposas de castillos,
torres y cha'^piteles de plata, y la nntu-
ralisinia del hambre de un caballo (pie
no había comido en todo el dia.
2. Solazavfie, palabra noble y her-
mosa, hija del latino solatium, de que
un uso iujusío ha privado á jmestro
idioma, ó desterrándola entre las anti-
cuadas, ó envileciéndola (lo que es aun
peor) con una significación baja y pi-
caresca.
3. La gente de poca cultura suele
pedir pei'dón cuandoticneque nombrar
este clase de animales, que con una
expresión judaica ó mahomética llama-
mos inmundos. Cervantes se mofa aqvu'
de semejnnte costumbre, asi como la
remeda en la segunda parle (I/), donde
dice el ganadero : J'^sla mañana salía
deste lugar de vender {am perdón sea
dicho) cuatro puercos.
4. Algunos renglones antes había
dichoya, que nuestro caballero se llegó
(i la puerta de la venta y rió o las dos
distraídas mozas que allí estatúan. De
estos descuidos son muchos los que se
hallan en el Quijote (?).
(a) Floriwo de Lucen, lil
(6) Cap. XLV.
V, cap. VI.
V). No viene bien con lo que poco des-
pués se refiere : mirábanle las mozas (á
D. Quijote) y andaban con los ojos bus-
cándole el rostro que la mala visera le
encubría. Si ya habían visto antes el
rostro ¿ cómo ni para qué lo buscaban
ahora?
6. lisa D. Quijote de un idioma an-
ticuado, lleno de las frases que había
leído en los libros que tal le tenían,
imitando cuanto podía su lenguaje,
como antes se dijo. El estilo de nuestro
hidalgo es por lo común llano y co-
rriente; pero en las ocasiones en que se
exaltaba especialmente su fantasía, era
natural que se presentasen á su memoria
con más viveza las expresiones de sus
modelos en casos semejantes. Asi se
explica, esta diferencia de estilos en el
héroe de la fábula ; diferencia que sería
viciosa en otro caso, y que aquí es na-
tural, y un nuevo manantial de donaires
y chistes.
7. Diego de San Pedro, escritor del
siglo XV,' entre las quince razones que
alega en su Cárcel de amor para que
no se hable mal de las mujeres, pone
(í) El afán de abultar su comentario lleva
á CJeniencíu á hallar descuidos y lunares en
todo, hasta tal punto que Ion' dedo.^ se le
fiquran liuéspedes, ó descuidos. Entre los innu-
n'ierable-s lectores que ha tenido el Quijote,
Clcmencín pertenece al escaso número de
los que se hallaron en la imposibilidad de
fíustar todo el deleite que procur;in sus ini-
mitables páginas. (M- de T.)
C>í
DON QUIJOTE DE I.A MANCHA
toca ni atañe facerle á ninpfuno, cuanto más á tan altas doncellas
como vuestras presencias demuestran. ¡Mirábanle las mozas, y anda-
ban con los ojos buscándole el rostro que la mala visera le encu-
bría : mas como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su
profesión', no pudieron tener la risa, y fué de manera que D. Qui-
jote vmo á correrse, y á decirles : bien parece la mesura en las fer-
mosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa pro-
cede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal
talante, que el mío non es de al que de serviros 2. El lenguaje no
entendido de las señoras y el mal talle de nuestro caballero acre-
centaban en ellas la risa y en él el enojo-'', y pasara muy adelante,
si á aquel punto no saliera el ventero, hombre que por ser muy
la siguionle : la séptima es porque
cuando se eslableció lo caballería, entre
las otras cosas que era tenido rí (juardar
el que se armaba caballero^ era una que
á fas mujeres guardase toda reverencia
y honestidad.
1. Expresión decente para significar
lo que no lo es, como sucede aquí y en
otros diferentes pasajes del Quijote.
Antiguamente la palabra /Jí'o/'es/oVí sig-
nificaba sólo la relif/iosa.í^cgúne\ autor
del Diáloqo de las lenguas, quien decía
con gracia («), que íc habían alzado
con ella los frailes : y ileseaba se admi-
tiese también en la ácepciíjn general de
oficio ú ejercicio, como lo usa, dice, el
latín ji el toscano. Los deseos del autor
del Dio logo se cumplieron en el tiempo
que medió hasta Cervantes, según se
vé por el Tesoro de la lengua castellana
de D. Sebastián de Covarrubias, exten-
diéndose el sentido de la voz profesióri
desde la de las monjas hasta la de las
rameras {t¡).
2. Al es el aliud latino, y se en-
cuentra ya usado en los monumentos
más antiguos del lenguaje castellano
desde el Fuero Juzgo. En el Conde Lu-
cflwo/', obra del Infante D. Juan Manuel,
que murió el año de 13+7, se leealcapí-
(a) Pág. 126.
(r,) Tan fuera de su profesión. — Ninguno
de nuestros escritores antiguos ó modernos
puede com[)etir con Cervantes en la origi-
nalidad, abundancia y gracia inimitable de
estas que los franceses llaman trouvailles
(hallazgos) y que esmaltan á cada paso su
regocijada historia. Puede decirse con toda
justicia que es el rev de los ingenios espa-
ñoles. * (M. de T.)
tulo XIII: Al Deán pesó mucho conestas
nuevas, lo uno por la dolencia de su tío,
lo al por rezelo que habrían ü dejar su
estudio El autor mencionado poco ha
del Diálogo de las lenguas cita aquel
adagio contra los hipócritas so el sayal
hni al. En las cédulas y órdenes <le ios
Reyes llegó á ser fórmula ordinaria con-
cluir diciendoálosquese encaminaban:
et non faredes ende al. Esta palabra
ocurre una ú otra vez en el Quijotk, y
es lástima que se haya anticuado como
el ende y el hi, especie de abreviaturas
sumamente útiles y significativas, usa-
das de nuestros primitivos escritores,
(]ue hemos arrinconado como trastos
viejos, y que los franceses, con más
juicio (i quién lo dijera ?) (6) que noso-
tros, han conservado.
3. El lenguaje y talle de D. Quijote
no era lo que acrecentaba en él el enojo,
como dice malamente el texto : la risa
de las seúoras era la (jue producía este
efecto. Debió escribirse: el lenguaje y
talle aumentaban en ellas la risa, y
ésta en él el enojo. Así diría probable-
mente el original: la omisión de la pa-
labra ésta hubo de ser descuido del
impresor.
(0) ,; Quién lo dijera '.' Causa verdadero
asombro la admiración de Cleraencín. pues
los franceses, no obstante su fama de lige-
reza y veisatilidad, han mostrado siemjjre
más juicio que nosotros en conservar sus tra-
diciones literarias y su amor al orden y á la
disciplina en las cosas del esyn'rilu. Por eso
resulta a veces que un furibundo radical
francés como Anatole France, aparece como
esencialmente tradicionalista en materias
literarias. Léase en prueba de ello su último
y hermoso libro Historia de Juana de Arco
y su Vie Litléraire. (M. de T.)
l-IUMKriA PAIMC. CAPITULO II
2.S
gordo (M'íi muy pacíüco, el cunl, viendo aquella figura conlralifcha,
armada de armas lan desiguales como eran la brida, lanza, adarga
y coselete', no estuvo en nada en acompafiar- á las doncellas en
las muestras de su contenió. Mas en efeclo, temiendo la máquina
de tantos |)ertreclios, determliKi de hablarlo comedidamente, y así
le dijo : Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén
del lecho ^ (porque en esta venta no hay ninguno), todo lo demás
se hallará en ella en mucha abundancia. Viendo D. Quijote la humil-
dad del alcaide de la fortaleza (que tal le pareció á él el ventero y
la venta), respondió : Para mi, señor castellano, cualquiera cosa
basta, porque mis arreos son las armas ', mi descanso el pelear, etc.
Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por
haberle parecido de los sanos de Castilla ■^ aunque él era andaluz
y de los de la playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni
1. Armas desiguales se llaman las
que pertenecen á dilerenles géneros de
armadura. La brida era manera de
montar propiadelos hombres de armas
ó caballería pesada, á diferencia de la
jineta, que era propia de la caballería
ligera, y muy usada por los moros. En
la brida, se llevaban los estribos largos
y las piernas tendidas : el jinete pare-
cía estar en pie, las camas del freno
eran largas. En la jineta, los frenos
eran recogidos, los estribos cortos : el
caballero parecía ir sentado, y sus
piernas no bajaban de la barriga del
caballo. Coselete era armadura ligera.
Los caballeros andantes montaban á la
brida, como los hombres de armas,
según se ve por sus historias en la des-
cripción de combales, justas y torneos.
Usaban de escudos fuertes de hierro,
(¡ue llevaban sus escuderos. Brida y
adarga se contradicen. La adarga era
hecha de cuero, y arma propia de los
que jiiontaban á la jineta. Las más pre-
ciadas se fabricaban en Fez, y por eso
decía el gallardo moro al salir á pelear
con el valiente castellano :
Ensillenme el potro rucio
Del alcaide de los Vélez,
Denme la adarga de Fez
Y la jacerina fuerte (a).
2. Régimen defectuoso. La frase no
estuvo en nada no pudo estar regida
por el ventero. Sustituyase en su lugar
(a) Guerra civil de Granada, cap. VIII.
esta otra : no estuvo en nada que acom-
pañase.
3 Es lo contrario : quiso decir fuera
ó á excepción del lecho (v).
4. D. Quijote tomaba la palabra á
aquel caballero que, hablando con su
señora, decía en un antiguo romance
que se insertó en el Romancero de Am-
heres de 1555 la) :
Mis arreos son las armas,
Mi descanso el pelear.
Mi cama las duras peñas.
Mi dormir siempre velar.
La contestación del ventero á D. Qui-
jote manifiesta que él también sabía el
romance.
3. Huésped viene del latino hospes,
que significaba tanto al hospedado
como al que hospedaba. Así la usaron
también nuestros antiguos libros, el de
Amadís de Gaula y otros. La primera
acepción es la más común en el uso
actual, en el cual se llama asimismo
huésped al mesonero ó ventero que
hospeda á otros por interés.
Castellano significa el natural de
Castilla, y tamtiién el alcaide ó gober-
nador del castillo. Mas para entender
el texto, es menester saber que en el
idioma de la Germanía, según el Voca-
bulario de Juan Hidalgo, sano de Cas-
tilla significa ladrón disimulado.
[a] Fol. 2Ü7
(v) Amén significó tambipn, en lo antigno,
fuera de, excepto. (M. de T).
26
DON ÍXIJOTF, nr, I.A MANCHA
menos maleanlc que estudiante ó paje'. Y así, le respondió:
Según eso, las camas de vuestra merced serón duras peñas, y su
dormir siempre velar : y siendo así, bien se puede apear con segu-
ridad de hallar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir
en todo un año, cuanto más en una noche. Y diciendo esto fué á
tener del estribo á D. Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad
y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había desayu-
nado. Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su
caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo-.
Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como D. Quijote decía,
ni aun la mitad : y acomodándole en la caballeriza, volvió á ver lo
que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas
(que ya se habían reconciliado con él), las cuales, aunque le habían
quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desen-
cajarle la gola, ni quitarle la contrahecha celada^, que traía atada
con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse
quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera;
y así se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la
más graciosa y extraña figura que se pudiera pensar : y al desar-
1. Playa de Sanlúcar : uno de los
parajes de España que en tiempo de
Cervantes eran más concurridos de va-
gabundos y gente perdida, como se ve
por la reración que de estos parajes
hace el mismo ventero en el capítulo
siguiente.
Caco, hijo de Vulcano, segi'in la fábula,
infestabaconsus robos el iLacio, cuando
Hércules volvió de España con sus
ganados. Caco le robó sus vacas, lle-
vándolas á su cueva por las colas para
que no las encontrasen por el rastro;
pero sus bramidos las descubrieron, y
Caco murió á uianosde Hércules. Caco
en griego signiGca malo, perverso {■/.).
Maleante, voz de la Germania, que
significa burlador, cliaaqueador matifj-
no, y que puede derivarse del latín male
ar/ens (a). Solían serio con frecuencia
(x) Caco es hoy palabra del vocabulario
usual y designa aun ratero diestro en el arte
de robar. Suele emplearse la frase : más la-
drón que Caco. También trae la Academia
esta palabra con el sentido de hornhre timido,
cobarde, aunque se dice más un aalliim, ó
un cagón.
(M. de T.)
(a) Male agena. — La palabra mnluante es
participio de mulear, y se aplicó en el spntiilo
de : persona que ne malea o se hace picara. Kn
los pajes por su carácter juvenil y
alegre ; y de sus travesuras y burlas,
tanto entre sí como con los truhanes
que asistían antiguamente en las casas
de los magnates, se refieren y celebran
cuentos y pasos graciosos. Lo mismo
solía suceder entre los esludianíes,
según se pinta en el raca^TodeQuevedo
y en nuestras florestas y colecciones de
chistes ; y aun han liega<io vestigios de
esta costumbre hasta nuestros días.
"■1. Se hablaba de un mal rocín
calidad que junto con la de comer pan,
como los racionales, que se le atribuyo
excita la risa del lector, y acaba de
exaltarla el aire de sinceridad que da á
la expresión el estado delentendimiento
de D. Quijote.
3. Piezas todas del arnés, cuyos
nombres indican las partes que defen-
dían, menos la última, que por encu-
brir lo principal, que es la cabeza, se
llnmaba así por excelencia, de celar
por cii/irir.
tiempos de Clenicncín corría todavía el fa-
moso sistema de etimologías que hacía deri-
varse cadáver de las tres palabras latinas :
caro data vermibus, y admitía Otros esper-
pentos por el estilo.
(M. de T.)
PRiMRnA PAnrr.. — capítiti.o it
27
mnrlo, como él se ¡inaginuba que aijucllas traídas y llevadas' que
le dosarmal)an eran algunas principales señoras y damas de aquel
castillo, les dijo con mucho donaire :
Nunca fuera caballero^
de damas t;iii bien servido,
como fuera 1). Quijote
cuando de su aldea vino ;
doncellas curaban dél,
princesas de su rocino,
ó Rocinante, que este es el nombre, señoras mías, de mi caballo,
y D. Quijote de la Mancha el mío: que puesto que no quisiera
descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro
me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este
romance viejo de Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre
antes de toda sazón : pero tiempo vendrá en que las vuestras seño-
rías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra oí
deseo que tengo de serviros. Las mozas, que no estaban hechas á
oir semejantes retóricas, no respondían palabra ; sólo le pregunta-
ron si quería comer alguna cosa, (kialquiera yantaría yo^, respon-
dió D. Quijote, porque á lo que entiendo me haría mucho al caso.
Á dicha acertó á ser viernes aquel día^, y no había en toda la venta
sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo.
\. En la novela de Rinconete y Cor-
tadillo dijo Cervantes de unos alpar-
gates viejos que estaban tan traídos
corno llevados : y lo mismo suele de-
cirse en sfiueral de ropas que están ya
deslucidas y deterioradas por el uso.
Cervantes lo aplicó con propiedad a
objetos manoseados y puercos, en
quienes concurría además la circuns-
tancia de traídos y llevados por los
arrieros ú Sevilla, como antes se dijo.
La riqueza y opulencia de aquella ciu-
dad, mayor en aquella época que en
otra alguna, ocasionaba la afluencia de
este género de podridas y pestíferas
mercancías.
2. Contrahizo aquí nuestro bidalgo
y aplicó á su persona el romance an-
tiguo de Lanzarote, que dice :
Nunca fuera caballero
De damas tan bien servido,
Como fuera Lanzarote
Cuando de Bietuña vino:
Que dueñas cuidaban dél.
Doncellas de su rocino (a).
(«) íiomancero de Anibercs do 1.-)55,fol. 24?.
3. Yantar es comer; y al mismo
tiempo es nombre, y significa con es-
pecialidad cierta contribución que an-
tiguamente se pagaba á los Reyes por
razón de provisiones para sus viajes.
Como verbo y como nombre ocurre con
frecuencia en nuestras crónicas, códigos
y poesías primitivas. Propiamente sig-
nificaba desayuno, ientaculum, como
dice Covarrubias : y aquí bien podía
usarlo con oportunidad D. Quijote,
como aquel que en iodo el día no se
había desayiinado (¡j,).
4. D. Vicente de los Ríos, arneno y
culto escritor del Análisis del Quijote
que se publicó en las ediciones de la
Academia Española, fijó con arreglo ;i
((i) Yantar. — Según su etimología signi-
fica desayuno. Con abundantes citas clásicas
demuestra el señor Cortejón que el yantar era
la comida del medio día y no el almuerzo.
Pudo citar el refrán : Quien es/jera á mano
ajena, mal yanta y peor cena. Sin endiargo el
verbo yantar se usaba en el sentido general
de comer, como lo demuestran los refranes :
El ahad de lo que canta yanta; y. con la mala
yanta, y con la buena ten baraja. (M. de T.)
28 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras
truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced tru-
chuela, que no había otro pescado que darle á comer. Como haya
muchas truchuelas, res[)ondió D. Quijote, podrán servir de una
trucha ; porque eso se me da que me den ocho reales sencillos, que
una pieza de á ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas
truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito
(pie el cabrón. Pero sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo
y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.
Pusiéronle la mesa á la puerta de la venta por el fresco, y trujóle
el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao,
y un pan tan negro y mugriento como sus armas ; pero era mate-
ria de grande risa verle comer*, porque como tenía puesta la
celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus
manos, si otro no se lo daba y ponía, y así una de aquellas señoras
servía deste menester. Mas el darle de beber no fué posible, ni lo
fuera, si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en
la boca, por el otro le iba echando el vino : y todo esto lo recebía
en paciencia á trueco de no romper las cintas de la celada ^.
Estando en esto, llegó acaso á la venta un castrador de puercos, y
así como llegó, sonó su silbato de cañas ^ cuatro ó cinco veces :
sus cálculos el día de la saudade D.Qui- cuándo ni cómo sequilaron estas cin-
jote en 24 de .lulio de 1604 ; pero ese tas; sólo se dice antes, que toda aquella
día fué miércoles, según lo cual, la noche estuvo L). Quijote con la celada
salida, si fué en U;04 y en viernes, hubo puesta. Según esta expresión, no 3e
de ser el 2, 9, 16, 23 ó 3ü de Julio; }■ si desataron ó cortaron las cintas hasta
fué en 28 de Julio, hubo de ser el año otro día al salir de la venta, que fué á
de 1600, en que el 2b de aquel mes fué la hora del alba, como se contará en el
viernes, ó el año de 1SJ95 ó el de 1389 ú capítulo IV.
otro anterior en que concurriese igual 3. Llámase este instrumento castra-
circunstancia. ¡ Cuánto no se reiría puercos ó pito de capador (v). Se com-
Cervantes si leyese esta nota! pone de varios cañutos unidos, cuyas
1. Se usa inoportunamente la con- bocas están en línea, y que suenan
junción pero, purque ninguna contra- sucesivamente, cumo la flautilla con
posición hay entre lo que sigue y lo que suele pintarse al Dios Pan, su in-
que antecede. Y disuena tanto uiás, ventor :
cuanto el período siguiente empieza
con otra conjunciim de igual signifi- Pan primus calamos cera coniungere plures
cación y fuerza : mas el darle de beber Instituit («).
no fué posible. Las ediciones anteriores
del Quijote decían al darle : era errata ün pito de capador solemnizó la
clara, y fué poquedad dé ánimo no comida de D. Quijote, como un cuerno
corregirla. de porquero había solemnizado su He-
2. A trueco de miraros, f?'^'*^ ^^ '^«^^'l'^-
Aunque me aborrezcáis, tengo de „,.,,„
[amaros. (a) Vtrgilw, égloga ?.'.
Así Pedro Padilla en el Tesoro de (.,) £„ Francia esta c\ise de pitos sólo los
varias poesías : huy se dice á Irjieqiie. usan los cahreros de tos Pirineos.
No se ve en el progreso de la relación (M. de T.)
PRIMKItA PAini:. — r.M'ílTI.O II 20
con lo cual acabó de confirmar D. Quijote que estaba en algún
famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo
eran truchas, el pan candeal, y las rameras damas, y el ventero
castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su deter-
minación y salida. Mas lo que más le fatigaba era el no verse
armado caballero, por ()arecerle que no se podría poner legítima-
mente en aventura alguna sin recibir la orden de caballería.
CAPITULO III
DONDE SE CUENTA LA GRACIOSA MANERA QUE TUVO D. QUIJOTE
EN ARMARSE CABALLERO.
Y así latigado deste pensamiento abrevió su venteril y limitada
cena, la cual acabada, llamó al ventero, y encerrándose con él en
la caballeriza', se hincó de rodillas ante éP, diciéndole : No me
levantaré-^ jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la
vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual
redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano. El
ventero, que vio á su huésped á sus pies, y oyó semejantes razones,
estaba confuso mirándole, sin saber qué hacerse ni decirle, y por-
fiaba con él que se levantase, y jamás quiso, hasta que le hubo de
decir que él le otorgaba el don^ que le pedía. No esperaba yo
1. La elección de sitio para la pre-
sente escena realza en gran manera su
argumento, y muestra hasta qué punto
puseíaCervantcsel instinto del ridículo.
iQué constraste entre el lenguaje cam-
panudo y grandioso de D. Quijote, y
una caballeriza!
2. La misma petición y en la misma
postura hizo Enil á Amadís de Gaula,
encubierto ;i la sazón bajo el nombre
deBeltenebrós.Apartóleporti?iajjuerta,
é hincando los hinojos ante él, le dijo :
Como quiera cpte yo, señor, no os haya
servido, atrevinidome d vuestra gran
virtud, quiero demandaros merced : y
ruéqovos por Dios que me lo otorguéis.
Beltenehrús lo levantó suso, é dijo :
demanda lo que quisieres, que yo hacer
pueda. Enil le quiso besar las manos;
mas él no quiso, ¿dijo : Señor, demán-
dovos que me hagáis caballero [a).
3. Perión de Gaula, uno de los hijos
de Amadís, después de desembarcar
en una costa con otros donceles, vio
venir una barca, que dos grandes jimios
con cuatro remos traían. De la barca
salió una doncella, y llegada á ellos, y
(a) Amadis de Caula, cap. LVIII.
/tincando las rodillas en tierra ante
Per ion, dijo : Buen doncel, de aquí no
me levantaré hasta que me otorguéis un
don. Él le respondió, viéndola tan
apuesta y hermosa : Doncella, pedid lo
que quisiéredes. que yo os lo otorgo.
Ella, levantándose, le dijo... Loque me
habéis prometido, señor, es qut vais
conmigo donde yo os llevare en esta
barca, luego sin ninguna dilación, vos
solosÍ7i otra compañía. Perlón, obligado
por su promesa, se entró en la barca
con la doncella, y remando fuertemente
los jimios, se perdieron de vista (a). La
doncella era AlquiTa, hija del sabio
Alquife, marido de Urganda la Desco-
nocida, de quien se hace algunas veces
mención en el Qumote. Lus expresiones
de Alquila á Perlón son muy semejantes
á las de D. Quijote al ventero.
4. La buena gramática pediría que
los verbos porfiaba, quiso y hubo.
correspondiesen á una misma persona
ó sujeto. No sucede así, y resulta al-
guna obscuridad, que se hubiera corre-
gido poniendo, en vez de jainás quiso,
jamás lo consiguió.
(a) Liíuarte de Grecia, cap. i.
l'HIMi;ii.\ l'AHIK.
(.Al'llLLO III
:í\
inonos ' (le la <íraii iiiaf^uiíicencia vuestra, señor mío, respondió
D. Quijote ; y así os di^o que el don que os he pedido y de vuestra
liberalidad me ha sido otorgado '^ es que mañana, en aquel día ^, me
\. El Einper.idoi' Arquelao üloi'fíó
cierta merced al Duque de Calés, y
éste besó las manos al Km/ierador, di-
ciendo : No se esperaba menos de lan
crecida virtud romo la que en Vuestra
Majestad resplandece {a). Habiendo la
doncella Gradalilea pedido un don á la
Princesa Onoloria, y otorgádolo ésta,
la doncella le besó las manos, aunque
no quiso, y le dijo : No esperaba yo de
vos menos (b).
2. Cervantes salpicó todos estos pa-
rajes de expresiones tomadas del voca-
bulario caballeresco.
En ocasión que Perianeo, Príncipe de
Persia, había desafiado al Emperador
D. Belanio, un caballero desconocido,
entrando por la sala, llegó hasLa hincar
las rodillas ante el Emperador, y dijo :
Alto y muy poderoso señor : yo soy un
caballero venido de lejas tierras á te
servir... Por ende te suplico que... ten-
f)as por lúen de me otorgar un don, de
que ningún daño ñ ti ni á tu corte ven-
drá. Yo os lo otorgo, respondió el Em-
perador... Pues el don que me hahéis
otorgado, dijo el caballero, es de me
dejar hacer la batalla con ese tan
arrogante caballero... Mucho me pesa,
respondió el Emperador, de lo qiie vos
he otorgado...: mas púa asi es, yo no
lo puedo excusar (c).
Él Príncipe Aí^esilao, disfrazado con
el nombre de üaraida, dijo á Sidonia,
Keina de (lUindaya : Mi señora., supli-
cóos un don me otorguéis... ¡Ay Da-
raidal dijo la Reina, piide lo que qui-
sieres, que 1/0 lelo otorgo... Y ella dijo:
Sabed, mi señora Sidonia, que me
habéis otorgado que mañana, recibiendo
la Orden de Caballería por mano del
Caballero del Fénix... haga yo la
batalla en lugar del tercero {d). El
Caballero del Fénix era D. Florarían
de Tracia.
Allí mismo (e) se cuenta que la don-
cella Galtacira pidió que le otorgase un
don la Reina Sidonia. Otorgado el don
por la Reina, le dijo Galtacira : Pues
mi señora, el don que me habéis otor-
(a) Olivante de Laura, lib. I, cap. XXXIV.
— (A) Lisuarte de Grecia, cap. Vil. — (c) Bo-
lianis, lib. II, cap. XXX. — (d) Florisd,
parte III, cap. L. — («) Gap. Lili.
gado es que mandéis á la. vuestra Daraida
que luego mañana se pana conmigo á
remediar mi necesidad. De esto pesó á
la Reina.
Semejante especie de compromisos,
obtenidos artificiosamente por medio
de promesas anticipadas, venía ya de
los libros primitivos de Caballería. El
Rey Artús había pedido un don á
Tristán, y otorgado por éste á instancia
de la Reina Ginebra y «le Lanzarote,
declaró Artús que el don otorgado era
ser para siempre Caballero de su corte
y de la Tabla redonda.
.3. Yendo Urbín el Lozano con su
escudero Carpín, á petición de la dueña
Ardenia, á libertar una doncella, hija
suya, que el gigante Llaro había robado
y tenía en una torre, le dijeron desde
las almenas : Esa loca dueña que aquí
te envía, su hija mañana verá en aquel
día lo que con los caballeros andantes
tan locos como tú ha ganado (a).
Esta añadidura, en aquel día para
expresar el de mañana, no es exclusi-
vamente de los libros de Caballería;
es también de otros desde la fecha
m;ís antigua de nuestro idioma. En el
Poema del Cid, escrito en la declinación
del siglo XII, por el mismo tiempo ó
poco después que los primitivos libros
bretones de Caballería, se refiere que
estando el Cid cerrado por los moros
en el castillo de Alcocer, Alvar Fúñez,
uno de sus capitanes, proponía que se
hiciese una salida contra los sitiadores,
y decía :
Víivamos lüó ferir en aquel día de oras (¿).
En el romance viejo de la Infantina (c)
se lee :
Hija soy yo del buen Rey
Y la Reina de Castilla
Hoy se cumplen los siete años
O mañana, en aquel día
Esperéisme vos, señora,
Hasta mañana aquel día.
En el romance del conde Alarcbs, dice
á éste el Rey :
Cijnvidaros quiero, Conde,
Por mañana, en aquel día,
(n) Polici.ine de Boecia. cap. XXITI. —
{bi Romancero de Amberes de 1Ó.55, fol. 203.
— (c) Verso b84.
32
DON QUIJOTE DE I.A MANCHA
habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla desle vuestro
castillo velaré las armase y mafiana, como tengo dicho, se cum-
plirá lo que tanto deseo, para poder como se debe ir por todas las
cuatro partes del mundo buscando las aventuras en pro de los
menesterosos, como está á cargo de la caballería y de los caba-
lleros andantes como yo soy, cuyo deseo á semejantes fazaflas es
inclinado. El ventero, que como está dicho ei'a un poco socarrón
y ya tenía algunos barruntos de la íalta de juicio de su huésped,
acabó de creerlo cuando acabó de oír semejantes razones, y por
tener que reir aquella noche, determinó de seguirle el humor; y
así le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba, y que tal
prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales
como él parecía y como su gallarda presencia mostraba ; y que él
Que queráis comer conmigo
Por me tener cumpaüia.
Usando de este modismo antiguo, cuenta
Cervantes en la segunda parle del Qui-
jote (a) que decía el Duque á Sancho :
Advertid que mañana^ en ese mismo
día, habéis de ir al (jobierno de la ín-
sula (a).
1. Conforme al espíritu general del
tiempo y de los países en que ílureciú
la caballería, su profesión estaba ligada
intimamente con la del Cristianismo.
Por su ley y por su dama em la divisa
del caballero. Üe aquí, junto con la
ignorancia y poca cultura de dicha
época, nacía aquella mezcla de magna-
nimidad y de venganza, de violencia y
de ternura, de devoción y de amoríos,
cuya reunicm tiene también su color
poético y es capaz de recibir los ador-
nos de la imaginación y del estilo. Este
carácter se exageró en las historias de
los caballeros andantes, donde ;i cada
paso se encuentran las pr.icticas reli-
giosas mezcladas con otras de ferocidad
grosera, contradicciones entre ¡acreen-
cia y la conducta, profesión sincera de
la fe y violación perpetua de las máxi-
mas del Evangelio. Los estatutos de la
Orden de la Banda, fundada por el
Rey D. Alfonso el XI de Castilla, pres-
cribían que todo Caballero déla Banda
faf/a ynue/io por oir misa en la mañana,
pudiéndola haber, porque lo ayude
Dios en su caballería {b}. Pues he
'a) Cap. XLII. — (6) Doctrinal de Cabal-
leros, lib. III, tit. V.
fa) En confirmación de este uso aduce el
señor Cortejen pasajes de Berceo, Calderón
y Alarcón. {^l. de T.)
aquí que esta costumbre era ordinaria
también en los caballeros andantes,
como se cuenta, v. gr., del caballero
del Febo y del Rey Liseo en el Espejo
de Príncipes {a). Estándose para dar
una gran batalla entre el Emperador de
Roma y el Rey de Gaula, refiere la his-
toria de Amadís [b] que venida el alba
las trompetas sonaron, y tan claro se
oían los unos á los otros como si juntos
estuvieran. La yente se comenzó á ar-
mar é ú ensillar sus caballos, é por las
tiendas ú oir misas é cabalyar todos é
se ir para sus señas. Cuando Godofre <^)
de Bullón lidió con Guí de .Montefalcón
en desagravio de una doncella despo-
seída de su estado por este último,
después de armados oyeron amos ú dos
misa en la mayor iglesia de la ciudad ;
y luego cabalgaron, y se fueron á rom-
per las cabezas. La noche anterior al
día en que habían de pelear el caba-
llero del Cisne y el duque Rainer de
Sajonia, tovieron amos los cab Uleros
vegilia en la mayor iglesia de la villa,
el uno al altar de Sant Ramiro, é el
otro al de Sant Pedro. E otro día oyeron
misa, é ofrecieron amos sus ofrendas
muy grandes é muy ricas. É después
(a) Parte I, lib. 11, cap. XLIV.
(h) Cap. CIX.
(>) Godofre. — Ni esta palabra ni Guí
son formas castellanas. Se dice Go'lofredo y
Guido. También tenemos la forma Vito, muy
usada eu la frase : baile de San Vito, y como
designación de un baile andaluz.
(M. de T.)
i'HiMi;ti.\ i'akh;.
uniidrinise tnjii/ /lieii, é salieron en .sus
calta I los, (' fueron al campo do liabiaii
li lií/iar (u). Kl Infante Kloraiiior y
Lenndro el Uel, aninritcs amitos áe lii
Princesa Ciipidua, se; dusafiaroii sin
saber que eran hermanos. Llegado el
plazo de la batalla, la noche antes se
confesaron de sus pecados... // venida
la mañana, recibieron el San/isimo
Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo : el
caballero de Cupido (Leandro) e?i la
capilla del Emperador, y el de las
Doucellas (Floraínor) en un tnoneslerio.
Veriliciise después la batalla, que duró
con el mayor encarnizamiento hasta la
noche !/;). La víspera de la batalla de
Lisuarte con Ainadis de (¡recia, tuvo
vigilia en la capilla de la Emperatriz...
Antes que amaneciese, fué confesado de
todos sus pecados é con f/ran devoción
tomó el cuerpo de nuestro Redentor (c;.
Lo mismo hizo Amadis de (jaula antes
de combatirse con Ardan Calineo (r/) : y
lo mismo hicieron el Emperador D. Bela-
nio y sus tres hijos Belianis, Clarineo
y Lucidaner para enlrar en el desafío
con los Príncipes troyanos (e).
Consiguiente á estas máximas y cos-
tumbres, fué que en el acto de armarse
los caballeros interviniesen también
ceremonias reliíiiosas, y que D. Quijote
tratase de seguir puntnnlmenie los
ejemplos que le daban. Amadis de Gaula,
cuando quiso armarse caballero por
mano del Rey Perión, su padre, hizo
llevar porlanoche sus armas á la capilla
de la Reina, donde armado de todas
armas, salvo lacabeza y las manos, h?zo
la oración ante el altar, rogando d Dios
que así en las armas como en aquellos
mortales deseos que por su señora tenía,
le diese victoria. Venido el Rej' Perión
;'í la mañana, le dijo Oriana : Yo vos
quiero pedirun don. De grado, dijo el
Rey. lo haré. Pues fiacedme esemi doncel
caballero ; y tnoslr úselo, que de rodillas
anteelallar estaba. El Rey vióeldoncel
tan hermoso, que muclio fué maravi-
llado, y llegándose ú el, dijo : ? Queréis
recibir orden de caballería '.' Quiero, dijo
él. En el nombre de Dios: y él mande
que tan bien empleada en vos sea y tan
crecida en honra, como él os crescio en
hermosura; y poniéndole la espuela
diestra, le dijo: agora sois caballero, y
(a) fíistorin del Ccbnllero del Cisne, Ub. I,
caps. LXXVIII V CLVII. — Ib) Caballero de
la Cruz, lib. lí, caps. XXV y XXVI. —
(c) Amadis de Grecia, parte II, cap. LXI. —
(d) Cap. LXI. — {e) Belianis, lib. II, cap. LII.
— CAI'ITI I.O Jll 33
la espada pjodéis tomar. El Rey la tomó
é diósela,y el doncel la ciñó muy apues-
lumcnte (a). Fl Rey Minandro decía á
la doncella que le pedía armase caba-
llero á Policisne : Ninguno puede por ley
de caballería ser armado, sin antes velar
en una iglesia sus armas (b). La noche
que Florambel de Lucea veló sus armas
para recibirse caballero á otro día, se
confesó con el santo sacerdote Ci-
priano (c). Cuando Lisuarte se armó
caballero en Gonstantinopla, tuvo vi-
gilia la noche antes, y se confesó con
un Obispo de lodos sus pecados [d).
Leandro el Bel y cinco donceles que
le acompañaban, recibieron la orden
de caballería de mano del Emperador
de Constantinopla, y la noche antes,
que era la de San Juan, la pasaron en
oración en la capilla imperial, rogando
d Dios los hiciese tales que pudiesen
adelantar sus lionras y ensalzar su
santa fe: despuésde confesados, oyeron
misa solemne y comulgaron los seis
donceles. Semejante fué el caso de
Florineo,, hijo de Aquilano. Rey de
Esiocia. Él y otros cincuenta y dos ca-
balleros, después de media noche se
confesaron de todos sus pecados y
recibieron el cuerpo del Señor, rogán-
dole les diese gracia que le pudiesen
seriñr en aquella orden que recibían...
Y el alba venida, vino el Rey á la iglesia,
adonde el arzobispo de Lucea dijo con
gran solemnidad la misa, y después el
Rey armó caballero á Florineo : y ciñén-
dule una muy buena espada que fuera
del Rey Guidelo, su abuelo, le dio paz
en el rostro, y le dijo: Dios le haga tal,
cual lodo el mundo piensa (e).
Esta intervención religiosa en la re-
cepción del orden de caballería no fué
invención de los fabulistas caballeres-
cos, ni era solamente práctica de ca-
balleros particulares, sino también de
Reyes y Príncipes. Caminando Don
Juan el II, Rey de Castilla, para hacer
la guerra á los moros, pasó por Toledo,
y allí veló las armas en la iglesia cate-
dral toda una noche, como refiere su
crónica (f). Los escritores de libros de
caballería copiaron en esta parte las
costumbres y usanza general de su
tiempo, descrita ya menudamente en el
(a) Amadix de Gaula. cap. IV. — (b) Poli-
cisne de Beoda, cap. XXXVIll. — (c) Flo-
rambel de Lucea, lib. II. cap. XVI. — (d)
Lisuarte de Grecia, cap, XXVI. — (c) Flo-
rnnibel de Lucea, lib. I. cap. IV. — (') Cap.
CCI.
34
DON Ol IJOIT-: DK LA MANCHA
ansimisrno en los años de su mocedad se había dado á aquel hon-
roso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando
sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málag^a \
Código fie las Purlidas, obra del Hcy
Don Alonso el Sabio, en el siglo xm {a¡.
Los mistaos usos duraban en el siglo xv.
como se ve por el ejemplu mencionado
del Rey D. Juan, y por el Doctrinal cíe
Cahalleros dirigido al Conde de Castro
por el Obispo de Buryos, donde se
msertaron literalmente las disposi-
ciones de las Partidas. Describiéndose
allí la forma en que debe armarse el
caballero, se manda que la noihe anles
vele en la iglesia, haciendo oración ;
venido el día oiga misa, y armado de
todas armas, menos la cabe/.a, que
tenga descubierta, proteste ante el que
leba de armar, que quiere reci!)ir orden
de caballería, y que la mantendrá como
se debe mantener. El que le armaba ú
otro caballero por su mandado, le cal-
zaba las espuelas, y luei/o le ceñía la
espada. Sacábala el' novel caballero, y
con ella en la mano juraba morir, si
menester fuese, por su ley, por su señor
y por su tierra. Hecho esto, el que lo
armaba laclaba la pescozada porque no
se le olvidase su juramento, y lo besaba
en señal de paz. Los estatutos hechos
posteriormente para las órdenes mili-
tares de España confirmaron estas dis-
posiciones, y expresaron la de que
comulgase el caballero.
Los pormenores de estas ceremonias
se encuentran observados unos en una
parte, otros en otra, en innumerables
pasajes de los libros caballerescos. Cer-
vantes,en la armadura (y) de D. Quijote
remedo las que hacían buenamente á
su intento: omitió las religiosas, cuya
intervención, ni ira verosímil ni podía
verificarse sin profanarlas : halló el
medio de indicarlas por no faltar á la
verosimilitud, y de omitirlas por no
faltar al respeto. Pero ya que de esta
suerte se puso á cubierto Cervantes de
la nota de irreligiosidad, no eviti) por
otro lado la censura de algunos que
creyeron que en este lugar de su Quijote
(a) Part. II, tit. XXI.
(y) A¡tnadura no es el término propio: en
este caso sería mejor emplear la palabra :
armazón, qué precisaineute usa más adelante
el mismo Corvantes en este sentido.
(M. de T.)
contribuyó á la rlccadencia de cierto
pundonor caballeresco que antes era
común entre los Españoles, y cuyo es-
píritu se hallaba expresado en las cere-
monias de larccepcum de la caballería.
Cervantes, remedándolas del modo que
aquí se ve en el discurso de la relación
presente, haciendo del corral capilla,
de la pila del pozo, altar, del libro de
paja y cebada, manual, del ventero,
maestre, de las rameras, i^aballeros asis-
tentes y de las bestias de los arrieros,
capítulo, imprimii) á todo un sello de
ridiculez que, sin duda alguna, estuvo
muy lejos de su intención.
1. Especie de mapa picaresco de Es-
paña, donde se marcan los principales
parajes á que solía concurrir la gente
perdida y vagabunda.
Perc/i'fies de Malaya. Islas de Riaráii.
— A principio.s del siglo xv, el Hey
D. Enrique el Enfermo envió una em-
bajada al famoso Tamerlán, que había
extendido sus conquistas por las re-
giones interiores del Oriente, y llenado
el mundo de su renombre. Ruy González
de Clavijo, uno de los enviados, en el
itinerario que escribió de la embajada,
hablando de Málaga, di<e : entre elmnr
if la cerca de la rilla esldn unas pocas
de casas que son lonjas de mercaderes.
Este sitio le ocupaba un grande arrabal
en que había muchas huertas y casas
caídas, cuando sitiaron á Málaga los
Reyes Católicos aw los cuales, después
de tomada aquella ciudad, heredaron
en aquel arrabal á Garci Lóipez de
Arriarán, caballero vizcaíno, capitán
de la Arniada. que concurrii'> á la em-
presa, de donde tomó la manzana de
casas que le formaban el nombre de
Isla de Hiaron. Después déla conquista,
por razones de salubridad y de aseo se
estableció allí, como en paraje aislado,
el adobo, salazón y tráfico d« los pes-
cados, y por l.is perchas en que se col-
gaban á orear los ceciales, dicen que se
aló al barrio el nombre de los Per-
cheles. Eii este período fué cuando
adquirió el crédito que le dié) tan hon-
rado tugaren la relación del ventero, y
{a) Crónicade Pulgar, parte III, Cap. T..XXV.
fniMKItA l'AUl't;. — C.APÍTI I.O III
mK
en qiio,;! semejanza tlentras pesqucrirts
de las costas ile I^spiíñii, servia de es-
cuela y palestra <i los vusíos (|iie
citncurriaii (l(! todas i)iirLes ;i ejei'i'itar
sus lualas mañas. La circunst.iiicia <l(!
ser par.ije separado de la ciudad, hizo
que se le destinase ;i lazareto en la i)este
(¡ue atlifíii) a(iuella costa el año IriSá,
seiriui las noticias recogidas y |)ul)licadas
pcu- Pellicer ; y alii se ediliiMi después
la aduana, entrailo ya el síí;1o xviii. De
los bravos de los l'rrc/ieles se liace
uienciúii en la historia de Kstehanillo
González, truhán de mediados del
siglo XVII (fi); pero esta fama era ya
antigua, ponjue el lacayo espadachín
Vallejo,enla comedia ViV/emíí/, de Lope
de Itneda, decía á su amo : }' coi'lé el
brazo á Vicente Arenoso riñenr/o con él
de Inieno á bueno en los Percheles de
Mr'dar/a [b).
Compás de Sevilla. — Cervantes, en
el \'iaje al Parnaso, describiendo la
tormenta que corría un buque cargado
de malos poetas, dice :
T sé yo bien que la fatal cuadrilla
Antes que allí, holgara de hallaise
En el Couipás famoso de Sevilla.
Dióse el nombre de Cow//7i'/'.s-á un barrio
de aquella ciudad que está al entrar por
la puerta del Arenal, á laizijuierda á lo
largo de la muralla, donde estuvo anti-
guamente la mancebía con otras casas
de vecindad, habitadas de gentedemal
vivir. Hubo en él una laguna, de donde
recibii'i el nombre una calle que ahora
lo tiene. A este barrio hubo de perte-
necer la casa de Monipodio, que tan
saladamente describir) Cervantes en la
novela de Rinconete y Cortadillo.
Azoquejo de Segoria. — Plazuela del
arrabal de Segovia, por donde pasa el
famoso acueducto romano de aquella
ciudad, que en ella es donde tiene su
mayor elevación. Azoguejo es duninu-
tivo de azogue, palabra anticuada de
origen árabe, que significa plaza. Pa-
réceme que azogue era equivalente de
ioco, que significa lo mismo : Zocodover
es diminutivo de zoco, y según esto,
sftn sinónimos Azoguejo y Zocodover,
plazuelas, aquélla de Segovia y ésta de
Toledo. Cuando Segovia era Segovia, y
sus fábricas y riquezas atraían y ali-
mentaban una población numerosa, el
-Vzoguejo era el sitio donde solía con-
currir la gente apicarada que aquí se
indica, y (jue frecuentarían los pelaires
de aquella ciudad, de quienes se habla
después en el capítulo XVII como de
gente aleare, nialeanle y juguelona.
Olivera de Valencia. — Hace medio
siglo que junlíj á la parrorpiia de San
Miguel de Valencia había un olivo an-
tiguo enunsilio despejado yespacioso,
que hoy ocupan algunas casas y la
plazuela de la Olivereta Los callejones
tortuosos de alrededor, entre ellos el
llamado del Hoch.i ó del Verdugo y el
de Malcuinal ó Malguisado, eran al-
bergue de mala gente y lupanares que
frecuentemente daban que hacer á la
justicia. Según las noticias que D. Ca-
siano Pellicer recogió en la parte II del
liis/rionismo, parece que hubo en la
Olivera corral de comedias á mediados
del siglo XVII. Míicese mención del mismo
sitio en la comedia El bobo del Colegio,
escrita por Lope de Vega, donde el
lacayo de Garcerán, que había venido
con su amo de Valencia á Salamanca,
dice :
¡ Ay Valencia de mis ojos!
¡Ay jilaza de la Olivera !
; Quién pm- el aire te viera
Para templar ?us enojos 1
Uondilla de Granada. — Xo ha que-
dado vestigio en esta ciudad del sitio
designado en el presente- pasaje. Pre-
guntadas personas ancianas, alguna
de ellas casi centenaria, no se acuerdan
de haber oído semejante nombre, que
taiüpuco se encuentra en las memorias
históricas del país.
Plaga de Sanlúcar. — Estahabíasido
la escuela del honrado ventero, según
lo ([ue se dijo en el capítulo anterior; y
era digna de serlo por la clase de gente
que la frecuentaba con motivo del co-
mercio marítimo de Sevilla, que se
hacía por Sanlúcar, y por la concurren-
cia de las Ilotas de Indias.
Potro de Córdoba. — D. Antonio de
Guevara, obispo de Mondoñedo, que
lloreciú á principios de Carlos V, pin-
tando un baladrón, que cuenta á sus
vecinos en la aldea sus campañas y las
batallas en que se ha hallado, dicefft) :
// si á mano viene, en todos aquellos
tiempos se estaba él en Zocodover de
Toledo, ó en el Potro de Córdoba. En
una comedia de Lope de Rueda intitu-
lada Los Engaños, contestando Julieta
á lo que creía eran burlas de Fabricio,
(a) Gap. IV. — (6) Acto III, esc. I.
(ü) Menosprecio de la corle, cap. XIV.
36
DON QWJOTt: DE LA MANCHA
le decía: para mi, que, como dicen, soij
de Cárdoha i/nasci en el Potro. Esto de
nacer en cU'olro causaba al parecer eje-
cutoria, según aquella letrilla del Ho-
niancer o general de Pedro de Flores (a),
cuyo estribillo es :
Busquen otro,
Que soy nacido en el Potro.
Todo indica la clase de reputación que
gozaba aquel b.irriu. y manifiesta con
cuánta oportiiniílad invocábalas ninfas
de su fuente D. Diego Hurtado de .Men-
doza en la composición poética que
intituló la Vida del Picaro :
Ninfas de Esgiieva y del famoso Potro
]>e Córdoba la llana, "que gradúa
Con borla picaril y no con otro.
El barrio del Potro era y es la parte de la
ciudad que está más al .Mediodía, for-
mando de Oriente á Poniente la calle
que llaman del Potro, desde el puente
hasta la puerta de Haeza. Hay en dicha
calle una plaza y en medio de ella una
fuente de cuatro caños, en cuyo centro
se ve sobre un globo un potro de piedra
de 4 á o pies de largo, descansando
sólo en los dos pies de atrás, en actitud
de saltar. De aquí les vino el nombre
á la fuente, á la calle y al barrio. Debió
haber en él fábricas de agujas, como se
indica después en el capítulo XVU,
donde se mencionan los agujeros del
Potro de Córdoba, como individuos de
la Congregación picaresca. Continuaba
la misma fama del Potro de Ci'irdoba
después de los tiempos de Cervantes,
cuando á mediados del siglo xvii es-
cribía Estebanillo González ib) : Llegué
á Córdoba á confirmarme por angélico
de ¡a calle de la feria >/ ó re finarme en
el agua de su Poiro : porque después de
Itaher sido estudiante, paje y soldado,
sólo este grado y caravana me faltaba
para doctorarme en tas leyes que pro-
feso.
Venidlas de Toledo. — Debieron ser
las que había fuera de la población, en
sus inmediaciones. En la comedia de
Lope de Vega intitulada La Doncella
Teodor, se cuentan las ventillas entre
los parajes adonde solían salir las
gentes de Toledo á pasear y divertirse,
puesel gracioso, suponiendo que Teodor
había llegado á aquellaciudad, dice (c) :
(o) Parte XII, fol. 4-29. — (6) Cap. V. —
(c) Acto II.
Pero ella debe de estar
En la Vepa o las ventillas.
En la liuerta ó las Vistillas
Tratando de merendar.
Y que á ellas solía concurrir gente
devota de Baco y pendenciera, lo cuenta
Cervantes en la comedia del Rufián
dichoso, donde, hablando de éste y de
sus valentías, dice Fr. Antonio, alias
Lagartija :
En Toledo, en las ventillas,
Con siete tercio|)eleros,
VA hecho zaque, ellos cueros,
L(í vide hacer maravillas.
En las mismas ventillas ó figones
aprendió á jugar al rentoi Carriazü,uno
de los principales personajes de la no-
vela la Ilustre Fregona. El concurso
seria mnyor en los tiempos de la
opulencia y florecientes i.ibricas de
Toledo, y, por consiguiente, mayor la
ocasión de campar en ellas la gente
viciosa y baladi (,o).
El sitio donde empieza la novela Los
Cigarrales de Toledo, escrita por el
maestro Tirso de Molina, fué en el ca-
mino que viene de Madrid al emparejar
con sus conocidas ventas y descubrir la
dorada pifia de sus casas. La primera
de aquellas ventas, según allí se ex-
presa, se llamaba de las Patas. Estas
fueron verosímilmente las designadas
en el pasaje presente del Quijotk.
Y otras diversas partes. — .Agustín
de Rojas, en la alocución al vulgo con
íiue concluye su Viaje entretenido,
dando cuenta de su patria, padres y
oficios, habla asi : no digo que nací en
ei Potro de Córdoba, ni me crié en el
Zocodover de Toledo, ni aprendí en el
coitíUo de Valladolid, ni me refiné en
el Azoguejo de Segovia. Cervantes
nombra también, entre los parajes de
esta clase, las Rnrharanas de Sevilla ;
pero entre todas estas dignísimas es-
cuelas y gimnasios, daba la preferencia
y la palma á las nbnadrabas de Zafia-
?a (i). Hablando en ln Ilustre Fregona
de D. Diego Carriazo, joven prófugo de
(S) Baladi, se dice en eeneral de las cosas
y asuntos de poca monta. No anduvo Cle-
inencíu muy acertado en aplicar el caliti-
cativo á individuos que eran más bien paja-
ro.^ de cuenta. (M. de T.)
(í) Almadrabas deZahara. — El doctor The-
bussem, en su curioso libro Ser/unda nación
de artrculos da interesantes y amplias noti-
cias acerca de dichas almadrabas.
(M. de T.)
PRIMERA partí:. — CAPH t I.O III .i i
Islíis de HiiUí'm, Comp.is de Sevilla, Azof^uejo de Segovia, la Oli-
vera de Valencia, liondilla de íiranada, playa de Sanlúcar, r*otro
de (líu-doha y las venlillas de Toledo, y otras diversas parles, donde
liahía ejercitado la ligereza de sus pies y sutileza de sus manos,
haciendo muchos tuertos', recuestando muchas viudas, desha-
ciendo algunas doncellas y engañando á algunos pupilos, y, final-
mente, díhidose á conocer por cuantas audiencias y tribunales hay
casi en toda España; y que á lo último se había venido á recogerá
aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas,
recogiendo en élá todos los caballeros andant(;s de cualquiera cali-
dad y condiciíSn que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenia,
y porque partiesen con él de sus haberes en pago de su buen deseo,
üíjole también (pie en aquel su castillo no había capilla alguna
donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla
de nuevo; pero (¡ue en caso de necesidad él sabía que se podían
velar donde quiera, y que aquella noche las podría velar en un patio
del castillo; que á la mañana, siendo Dios servido, se harían las
debidas ceremonias, de manera que él quedase armado caballero,
y tan caballero que no pudiese ser más en el mundo. Preguntóle si
traía dineros : respondió D. Quijote que no traía blanca, porque
él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes
que ninguno los hubiese traído ^. A esto dijo el ventero que
la casa paterna, dice que pasó por
todos los grados de picaro hasta que se
graduó de maestro en las almadrahus
de Zallara, donde es el finibusterre de
la picaresca. ¡ Oh picaros, continúa,
/ oh picaros de cocina, sticios, gordos y
lucios; pobres fingidos, tullidos falsos,
cicateruelos de Zocúdover, de la plaza
de Madrid, vistosos oracioneros, espor-
tilleros de Sevilla, tnandilejos de la
hampa, con toda la caterva innume-
rable que se encierra debajo deste
nombre ¡ PICARO I bajad el toldo,
amainad el brío, no os llaméis picaros
si no habéis cursado dos cursos en la
academia de la pesca de los alunes!
1. ¡Qué bien delineado está el ca-
rácter socarrón y taimado del ven-
tero ! El oficio de los caballeros an-
dantes era deshacer tuertos y amparar
las viudas, doncellas, pupilos, y, en
general, á los que por sí solos no po-
dían defenderse de las violencias de
los demás. El ventero hace aquí una
reseña de todo lo contrario, que era lo
que él había practicado antes de reti-
rarse á su venta ó castillo, donde
vivía de lo suyo y de lo ajeno, parti-
cipando, en cuanto le era dable, de
los haberes de los pasajeros. La úl-
tima expresión del ventero recuerda
lo que se refiere en la historia de Don
Olivante de Laura (a) de un caballero
llamado Arlistar, señor de un cas-
tillo, el cual, aunque muy buen caba-
llero fuese, como no tuviese otra cosa
que este castillo de que mantenerse,
empleaba su bondad en aprovecharse de
los caballeros y otras personas que
por estos caminos pasaban, haciendo
que partiesen co7i él de lo que tenían.
Olivante lo venció y mató, poniendo
en libertad á muchos caballeros y escu-
deros que tenía presos en el castillo.
2. D. Quijote, diciendo que no
había leído en las historias de los
caballeros andantes que ninguno de
ellos hubiese traído dineros, no estaba
en lo cierto ó lo había olvidado.
Cuando Amadis de Gaula, á quien el
mismo Don Quijote calificó de uno de
los más perfectos caballeros andantes,
(a) Lib. II, cap. II.
:{.s
DON OIIJOIK DK I.A MANCHA
se engañaba, que puesto caso que en las historias no se escri-
bía, por haberles pareciólo á los autores dellas que no era me-
nester escribir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse,
como eran dineros y camisas limpias', no por eso se había de
creer que no los Irujeron ; y así tuviese por cierto y averiguado
(|uc todos los caballeros andantes (de que tantos libros están llenos
y atestados) llevaban bien herradas las bolsas^ por lo que pudiese
sucederles; y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pe-
queña llena de ungüentos para curar las heridas que recebían, por-
que no todas veces en los campos y desiertos donde se combatían
y salían heridos había quien los curase, si ya no era que tenían
algún sabio encantador por amigo, que luego los socorría trayendo
por el aire en alguna nube alguna doncella ó enano con alguna
redoma de agua de tal virtud, que en gustando alguna gota della,
luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal
alguno no hubiesen tenido^ : masque en tanto que esto no hubiese.
añadiendo que fué el norte, el lucero,
el sol de los valienlen y enanioraduH
caballeros, á quien debían iniUar lodos
aquellos que debajo de la bandera de
amor ;/ de la caballería mili f aban (a) ;
cuando Amadís, di^o, volvió de ia
Peñaijobre, después de su Penitencia á
Miraflores, se proveyó del dinero que
para armas >/ caballo é cosas de vestir
necesario era [b,. Otro ejemplo de lo
mismo suministra la historia de Oli-
veros de Castilla, que al salirse ocul-
tamente de la corte del Hey su padre,
puso una barjuleta con tres mil doblas
de oro en el arzc'm de la silla de su
caballo [c). En el progreso de estas
notas habrá ocasiones repelidas de
advertir que D. Quijote, en fuerza del
desarreglo de su cerebro, olvidaba lal
vez ó equivocaría y confundía las es-
pecies que había leído en los libros
caballerescos.
1. Los dineros y las camisas limpias
no se escriben. :í). Quedara corriente
(í) ; Qup manía de corregir y qué estre-
chez de criterio '. Escribir se ve claramente
que está empleado [>or mencionar, consignax.
Calderón, en su inmortal drama La Vida es
sueño, dice
Lo quf está determinado
Del cielo, y en azul tabla
Dios cou el dedo escribió.
(a) Cap. XXV de la primera parte.
Amádis, cap. LII. — (c) Gap. XH.
{¿)
el discurso si se suprimiesen las pala-
bras y lan necesaria de traerse, como
eran dineros y camisas limpias.
2. Bien herradas es tiien provistas de
dinero, no de hierro, como suena la ex-
presi<')ü, acaso por los candados y cerra-
duras que suelen acompañar á las arcas,
sacos 1) bolsas donde se lleva la moneda.
Asi lo muestra el reirán del Comenda-
dor griego la hortelana trae la bolsa
herrada, y el otro de Juan de iMalara
herradas llevan las bolsas los que de
Sevilla salen. D. Juan Bowle citó am-
bos refranes en sus anotaciones sobre
este lugar del Quuotk.
3. La. Historia de D. ¡ielianis abunda
de curaciones prodiiiiosas de esta clase.
Aquel Principe y su primo y compa-
ñero Aríileo estaban malaujente he-
ridos en el Bosque peligroso. A deshora
se vio venir por ei aire un carro de
cristal tirado de s'.is grifos, en el cual
venían dos pequeños enanos enviados
pnr la sabia Belonia, señora de las
Montañas desiertas, para llevarse, como
lo hicieron, los dos heridos caballeros
á los palacios de Belonia, donde fueron
Por su parte, dice Rodrigo Caro, en la
oda : A la* ruinas de Itálica, dice :
¡ Casas, palacios, Césares murieron,
Y auD las piedras que de ellos se escribieron.
(M. de T.)
nuMiiHA i'AHri:. — cM'írrr.o iii '>,'.)
luvicroii los pasados cahalloros por cosa acorladj» (pic sus escu-
deros l'ucsen proveídos úo. dineros y do otras rosas necesarias,
ionio eran hilas v ungiu'nlos para curarse : y cuando sucedía que
los tales caballeros no tenían escuderos (que eran pocas y raras
\eces), ellos mismos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles,
(pie casi no se parecían, á las ancas del caballo, como que era otra
cosa de más im|i(>rtancia ' : porque no siendo por ocasión seme-
ciirados de sus heridas (a). VA Empe-
rador n. Uclaiiin había quedado nior-
Ifilmente herido en la batalla ron el
Principe Y), (ialanio de Antioquía, y
:'staba ya á puuto de expirar, cunndo
■!C presentó en forma de doncella la
;abia Helonia : la cual, sacando una
vedomica que dentro una caja traía,
sacó della una confección tan ohrosa,
que el Emperador // cvanlos uUi liubia
fueron miiy conhortados: y tomándola
de la mano, sin ningún recelo la fjebió
toda, y á la hora se sintió tan sano
como si mal ni herida alguna hubiese
tenido [b). Habiéndose combatido sin
conocerse D. Belianis y su padre, por
artificio y dolo del aiago Fristón, y
herido gravemente uno á otro, se les
apareció la sabia Belonia acompasada
de cuatro gigantes, y comiendo de lo
que ésta les di<'>, quedaron lan sanos
como si mal alguno por ellos no hu-
biera pasado (c).
Añadiré otros posajes semejantes to-
mados de diferentes libros caballe-
rescos.
Del de Amadis de Grecia. — Urganda
lo trabó de su brazo, diciendo ¡ ay
Amadis .' no ofend"s más al señor que
te engendró, que tu padre es ese que
tienes delante de ti .. Covw esto ella
acabó de decir, súpita)nenfe Amadis de
Grecia, de la espada que en los pechos
tenia figurada sintió tal calor, quepa-
recia quemarle en vivas llamas : 7nas
luego se hizo una nube que los cubrió
á todos tres (Urganda, Amadis y Li-
suarte. á quien iba á matar Amadis),
la cual en un punto fué deshecha, y
quedaron cercados de veinticuatro don-
cellas, todas con arpas y otros instru-
mentos, y en medio deltas aquel hon-
rado viejo Alquife, el cual en la mano
traía una redoma de agua, y dando
(a) Lib. I, cap. vm. — (6) Ih., cap. IX.
- lr^ Ih., cnp. XXXVII.
con ella en el yelmo de Amadis de
Greda, fue quebrada y el agua por él
derramada, que luego le quitó el ardor
de tu espada : el cual ÍAmadis)... se
hincó de hinojos, llorando de placer
ante Lisuarte [a\.
Üe la Historia de D. Olivante de
Laura. — El Bey. con el Príncipe Oli-
vante y todos los altos hombres y ca-
bitlleros, con el ungüento que la sabia
Ipermea les habia jmesto, se hallaron
tan .lanos como si ninguna herida hu~
liieran tenido (6).
De Florambel de Lucea. — La fada
Morgaina puso en la boca de Flo-
rambel, mortalmente herido y ya con
las ansias de la muerte, la fruta del
Árbol saludable. Él, aunque apenas
podía abrir la boca, esforzóse cuanto
pudo: y con el deseo de guarescer...
comió ya cuanto pudo della, y en aca-
llándola de tragar, fué tan sano como
si nunca fuese ferido (c).
Del Caballei-o de la Cruz. — Es-
tando el caballero Floramor muy lla-
gado, se sentó cnuna peña á orilla del
}nar, y vio venir un gran delfín cuyas
escamas parecían de fino oro. Sobre él
venía una hermosa doncella, cantando
dulcemente y accomppñándose con su
laú<l. Llegarla al caballero, le saludí»
cortésmente. y sacó de la manga un
barrilete de oro con cierto licor que le
enviaba el sabio Artidoro, el cual be-
bido, se halló tan bueno y sano como
si jamás hulñese tenido mal alguno {d}.
1. Parecía natural decir de menos
importancia ; y en todo caso, hubiera
sido mejor suprimir la expresión. No
le ocurrii') al ventero que todo podría
llevarse en ima maleta, que seria más
decente que las alforjas : á no ser que
Cervantes quisiese hacer resa'tar lo
ífñ Paite II. cap. LXI. — f¿>) Lib. II. cap.
XIV. — (f) Lib. III, cap. IX. ~ (t/) Lib. II.
cap, J.XIV.
¥) DON ni I.IOTK I)K I. A MANf.HA
jante, esto de llevar alforjas no fué muy admitido entre los caba-
lleros andantes, y por esto le daba por consejo 'pues aun se lo podía
mandar como á su ahijado «pjc tan jjresto lo había de ser) * que
no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones
referidas^, y que vería cuan bien se hallaba con ellas, cuando
menos se pensase. Prometióle D. Quijote de hacer lo que se
le aconsejaba con toda puntualidad ; y así se dio luego orden
como velase las armas en un corral grande que á un lado
de la venta estaba, y recogiéndolas D. Ouijote todas ^, las puso
sobre una pila que junto á un pozo estaba, y embrazando su
adarga asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó á
ridículo (le las alforjas en un caballero
andante, como se indica en las pala-
bras inmediatas. En el capitulo VI se
repiten otra vez las palabras ile más
importancia en ocasión que también
debiera, al parecer, decir de únenos
importancia : y quede dicho de ahora
para entonces (r,).
1. De las obligaciones de los que se
armaban caballeros para con sus pa-
drinos habla con e.xtensión el Doc-
trinal de Caballeros, en el libro I,
capítulo 111. Ahijado, dice, relación á
padrino, cuyo nombre se daba al que
conferia la orden de caballería, según
se ve por aquel romance antiguo :
El hijo fie Arias Gonzalo,
el uiaiicebito Pedrarias,
para responder á un reto
velando estaba sus armas.
Era su padre el padrino,
la madrina Doña Urraca,
y el Obispo de Zamora
es el que la misa canta...
Al armarle caballero,
sacó el padrino la espada ;
dándole con ella un ko'P^i
le dice aque.^tas palabras :
Caballero eres, mi hijo,
hidalgo y de noble casta...
Á Zamora te encomiendo
contra D. Dietjo de Lara...
Y en el libro de la misa
le tomó jura y palabra.
Pedrarias dice : Sí otorgo
por aquestas letras santas.
Pero la denominación de padrino no
se ceñía sólo al que armaba al ca-
ballero novel, sino también á los que
(f.) .Se parecían (por se veían ó se notaian)
es expresión muy castiza. Los señores Cal-
Los señores Cal
aeron y uoriejon aan un palmetazo mere
á Clpniencín con motivo de este reparo.
lU. de T
es expresión muy casiiza. Liüs suui
derón y Corlejón dan un palmetazo merecido
(M. de T.)
concurrían á la ceremonia, como se
muestra por las leyes 15 y 16 del
til. X.Xl de la partida 2". La última
dice : bebdo lian los caballeros noveles
non tan so lamiente con aquellos que
los facen, mas aun con los padrinos
que les ciñen las espadas : ca bien asi
como son tenudos de obedescer et de
fionrar á los que les dan la orden de
caballería, otrosí lo sun n los padrinos
que son confirmadores della.
2. Hecebidas se puso en la edición
primitia del Qlmote, hecha en el año
de 16Ü.J (0) ; pero fué evidentemente
error de imprenta por referidas, que es
como se puso en otra edición del mismo
año de ItíuS. Sin embargo, el error se
repitió en la de 1608, y la Academia
Española, que lo advirtió asi en una
nota, conservó el pasaje viciado por
una nimia escrupulosidad en seguir el
texto que se había propuesto para
su última ediciiin del año 1819.
:i. Se entiende ú excepción de la
celada, pues como se dijo en el capí-
tulo precedente, se quedó con ella
puesta toda la noche, por no cortarlas
cintas verdes con que la traía atada.
Es de notar la excesiva repetición de
la partícula y en el presente período :
Y así se dio luef/o orden como velase las
armas... y recoyiéndolas D. Quijote
todas, las puso sobre vna pila... y em-
brazando su adarya asió de su lanza,
y con gentil continente se comenzó d
pasear... y cuando comenzó el paseo,
comenzaba á cerrar la noche. Tanta
repetición hace lánguido y pesado el
discurso.
(9) Es un error, pues la 1.' edición de
Cuesta, de KXij, tiene referidas, según con-
signa el señor Cortejón. (.\d. de T.;
I'KIMKIIA l'AllTi;,
flAPITiri.O III
41
j);isonr dclaiilc de I;i pila ; y ciiando cmiicii/íí rl pasco, comenzaba
á cerrar la noche. Coníó el ventero á lodos cuanlos estaban en la
venia la locura de su huésped, la vela de las arnuis y la armazón
de caballería ' que esperaba. Admirándose de tan extraño género
de locura, fuéronselo á mirar desde lejos, y vieron que con sose-
«íado ailemán unas veces se paseaba, otras arrimado á su lanza
|)onía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio de
ellas. Acabó de cerrar la noche ^ con tanta claridad de la luna,
que podía competir con el que se la prestaba,) de manera (pae
cuanto el novel caballero hacía era bien viste de todos. Antojósele
en esto á uno de los arrieros f|ue estaban en la venta ir A dar agua
á su recua, y fué menester quitar las armas de D. Quijote, que
estaban sobre la pila, el cual viéndole llegar, en voz alta le dijo :
Oh tú, (piien (juiera que seas, atrevido caballero, que llegas á tocar
las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada,
mira lo (¡ue haces, y no las toques si no quieres dejar la vida en
pago de tu atrevimiento. No se curó el arriero de estas razones (y
fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud ^) ;
antes trabando de las correas las arrojó gran trecho de sí. Lo cual
visto por D. Quijote, alzó los ojos al cielo, y puesto el pensamiento
(á lo que pareció) en su señora Dulcinea ', dijo : Acorredme,
señora mía, en esta primera afrenta que á este vuestro a\-asallado
l.Esel acto de armarse caballero, á
que se din el nombre de armazón para
ridiculizarlo. Armazón (i) significa el
conjunto de piezas de madera ú otra ma-
teria sobre que se arma ó forja alguna
cosa, como las costillas del navio ó las
vigas del tejado.
2. Cuando llegó D. Quijote á la venta,
era á tiempo que anochecía, como se
expreso en el capitulo anterior. Pasó
después la conversacir'm con las dos
mozas, otra luego con el ventero, en
seguida se desaiimi con gran dificultad,
ceñó con mucho trabajo, siguió el se-
gundo coloquio con el huésped en la
caballeriza, se di(i orden para la vela
de las armas, iba ya un buen espacio
(i) Armazón significa además el acto de
armar, según consta en la i'.',." edición de la
Academia y en la 7.'' que pudo consultar Cle-
mencín, y en la S.' (de 1837) en cuya prepa-
ración debió tomar parte. Pero entonces,
como ahora, con raras excepciones, los aca-
démicos eran los primeros en transgredir ó
desdeñar los preceptos de la Academia. Véase
además la nota (v. ¡)ag. ;¡4). {M. de T.j
de ella : y ahora se dice que acabó de
cerrar la noche. ¡ Qué poco tiempo para
tantas cosas !
3. Nótese el uso del verbo curarse
en sus dos distintas acepciones. Cer-
vantes usó ordinariamente de esta
clase de equívocos con oportunidad y
discreción, sin el abuso que otros inge-
nios inmediatos á su tiempo hicieron
de este medio de amenizar el discurso.
4. El paréntesis es impertinente,
porque ¿cuáles fueron las señales que
hubo para que así pareciese? Fuera de
que no las necesitan los sabios encan-
tadores, coronistas de los caballeros
andantes, porque á los tales no se les
encubre nada de lo que quieren escri-
bir. Así decía D. Quijote á Sancho en
el capítulo II de la segunda parte,
cuando Sancho se espantaba de que en
la primera se contasen cosas que habían
pasado entre ellos á solas.
Sobre la costumbre de invocar los
caballeros á sus damas en ocasiones
de peligro, habrá lugar de hablar exten-
samente en adelante.
-42
DON orijor;: di-: i. a mancha
pecho se le ofrece : no me desfallezca en este primero trance
vuestro favor v amparo : y diciendo estas y otras semejantes
razones, soltando la adarga alzó la lanza á dos manos, y dio con
ella tan j^ran golpe al arj-iero en la cabeza, que le derribó en el
suelo tan mal Ireelio, (pie si segundara con olro, no tuviera n(!ce-
sidad (le maestro que le cui-ara *. Hecho esto, recogió sus armas
y tornó á pasearse con el mismo reposo que primero. Desde alÜ
á poco, sin saberse lo que había pasado fporque aun estaba
aturdido el arriero), llegó otro con la misma intención de dar agua
á sus mulos, y llegando á quitar las armas para desembarazar la
pila, sin hablar D. Quijote palabra, y sin pedir favor á nadie,
soltó otra vez la adarga, y alzó otra vez la lanza, y sin hacerla
pedazos, hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se
la abrió por cuatro -. Al ruido acudió toda la gente de la venia, y
entre ellos el ventero. Viendo esto D. Quijote, embrazó su adarga,
y puesta mano á su espada, dijo : Oh señora de la fermosiu'a,
esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío, ahora es tiempo que
vuelvas los ojos de tu grandeza á este tu cauiivo caballero, que
tamaña aventura está atendiendo^. Con esto cobró á su parecer
tanto ánimo ', que si le acometieran todos los a neros del mundo
1. Maestro significa cirujano, y los
muertos ya no lo necesitan. El uso ile
esta expreslñn es frecuente para deno-
tar la muerte de los heridos en las his-
torias caballerescas. El Caballero del
Cisne, derribado del caballo, .se levunló
luego i'f pie, é metió mano á la espada,
é comenzó d se defender muy fiera-
mente, é dábales tamañas feridas, que
al que alcanzaba bien no hatña me-
nester maestro [a). Pahnerin de Oliva,
encontrándose con un falso y traidor
caballero, alzó la espada é díale tal
herida encima de la cabeza, que no
hubo m"nester maestro (/;,. Priraaleón,
acometido de tres caballeros, hiric') tan
fioderosamente á uno de ellos con la
anza, que no hubo menester 7naestro,
Y dio con él muerto en tierra (cj. Pe-
leando Lisuarte de Grecia con los hom-
bres de un castillo, los hería con su
espada de tan crueles palpes, que al
que derecho alcanzaba nn habia me-
nester maeslrii id). El Caballero de la
extraña Barca (asi se llamaba entonces
Leandro el Bel) peleó en la isla Verde
con seis caballeros, y al que encontró,
(o) Lib. I. cap. CXIV. — (6) Cap. I.XV.
— (c) Cap. LXXXV. - ((/) Cap. LIV.
no hubomenester maestro que lo curase,
que muerto cayó en el suelo (a). Omito
otros ejemplos.
2. Las palabras y sin hacerla pe-
dazos inílican al parecer que ante-
riormente se ha hablado de al^'ima otra
cosa semejante hedía pedazos {•/.) : pero
no es asi. ni hay mención de ello en lo
que precede. Añádese que Don Quijote
le abrió al arriero la cabeza /)<»• cuatro,
y no se dice qué cuatro; debió ser
parles.
3. Atender, verbo usado frecuente-
mente por nuestro.s antiguos escritores
en la significaciiin de esperar, délo que
pudieran traerse muchos ejemplos, aun
sin salir del (Quijote.
4. Yendo Lisuarte de Grecia ú pelean
con un caballero encantado, decía entre
si :;0/í mi señora.' Vos me dad esfuerzo
(a) Caballero de la Cruz, Hb. II, cap. LXXIX.
íx) Pedazos. — La frase es clara y correcta y
no lia á entender lo que pietendt; Clenieiicía.
cuyo afán de criticar sin medida trae á la
me'inoria ei conocido epigrama del español :
Que se murió estando bueoo
Por querer estar mejor.
(leT.)
i'Hi\ii:ii\ í'Aini-:
CAIMII I.O III
4a
no volviorn el pie atnís. Los compañeros de los heridos, que tales
los vieron, comenzaron desde lejos á llover piedras sobre 1). Oui-
jole, el cual lo mejor (jue podía se reparaba con su adarf^a, y no
se osaba aparlar de la pila ¡lor no desamparar las armas. I']l ventero
daba voces (¡ue b; diíjasen, porque ya les había dicho como era
loco ', y (jue por loco se libraría aunque los matase á todos.
También Ü. Quijote las daba mayores - llamándolos de alevosos
y traidores, y que el señor del castillo era un follón y mal nacido
caballero, pues de tal manera consentía (jue se tratasen los
andantes caballeros •', y que si él hubicia recebi<lo la orden de
caballería, (pie él le diera á entender su alevosía; pero de vosotros,
soez y baja canalla '', no hago caso alguno : tirad, llegad, venid,
y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago
que lleváis de vuestra sandez y demasía. Decía esto con tanto brío
y denuedo, que inrundi() un terrible temor en los que le aco-
metían •' : y así por esto como por las persuasiones del ventero le
dejaron de tirar, y él dejó retirar á los heridos, y tornó á la vela
de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero. No le
parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó
abreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes que
y poder para acabar eslo, que con vues-
tra aijucía tiinf/unacosa temo. Diciendo
estas palabras crecióle tanto el corazón^
que le pareció romper los pechos («i.
Amatlis de Gaula, ea el tiempo que se
llamaba Beltenebros, ai ir á combatirse
con el gigante Famongomadán, dirigic'>
la vista hacia donde caía Miraflores, é
dijo : ¡Oh mi señor-a Oriatia.' minea
comencé yo cjran hecho en mi esfuerzo
donde quiera que me /tallase, sino en
el vuestro : y agora, mi buena señoi^a,
me acorred, pws que me es tanto me-
nester. Con esto le paresció que le vino
tan gran esfuerzo, que perder le hizo
todo pavor (hj. Cervantes tenía sin duda
presente este pasaje de Amadís, cuyas
palabras copió en parte.
1. Ejemplo de la partícula como usada
en vez de que, según se acostumbra en
el estilo familiar.
2. No hay armonía entre también y
mayores : uno ú otro hubo de su-
firimirse para que quedase bien el
enguaje. También indica igualdad;
mayores aumento, y se contradicen.
3. Falta un verbo : y decía que el
Sr. del cusidlo, etcétera. La expresión
(o) Cap. LXXIX. - [h] Cap. LV.
que se tratasen [\) los caballeros an-
dantes tampoco está bien : sería mejor
que se tratase á los caballeros an-
dantes.
4. Hasta aquí hablaba y refería ei
fabulista: mas ahora toma de repente
la palabra D. Quijote, y continúa ha-
blando en propia persona, y apostro-
fando á la soez y baja chusma de la
venta, que le apedreaba desde lejos.
Este tránsito es rápido y elegante :
indica el furor que en aquel momento
agitaba al héroe manchego.
r\. Tenihle temor {p.) es como gozo
alegre, terremoto de tierra, manejo de
mano, y otros pleonasmos de este jaez.
Se hubiera evitado IVirilmente escri-
biendo grande ó indecilile temor.
{'i.) Se tratasen, por fvesen tratados, e=tá
perfectamente, según la doctrina acailéniica.
(M. de T.)
(¡i) Terrible temor. — El comentarista des-
conoce ei valor de las palabras. Cervantes no
dice terror, sino temor, y éste, la mayor parte
de las veces, no tiene nada de terrible, como
el temor de no hacer bien algo, de llei/ar tarde,
y 'd temor que abrigo de molestar al lector
multiplicando estas notas, sin embargo de
que no pongo todas las que exigiría el co-
mentario. (M. de T.)
44 DON OUI.IOTE DK lA MANCHA
otra desgracia sucediese : y así llegándose á él, se desculpó de la
insolencia ^ que aquella gente baja con él había usado, sin que
él supiese cosa alguna ; pero que bien castigados quedaban '■* de
su atrevimiento. Dijole, como ya le había dicho, que en aquel
castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco
era necesaria : que todo el toque de quedar armado caballero
consistía en la pescozada y en el espaldarazo ^, según él tenía
noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un
campo se podía hacer; y que ya había cumplido con lo que tocaba
al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía *,
cuanto más que él había estado más de cuatro. Todo se lo creyó
D. Quijote, y dijo que él estaba allí pronto para obedecerle, y que
concluyese con la mayor brevedad que pudiese ; porque si fuese
otra vez acometido, y se viese armado caballero, no pensaba dejar
persona viva en el castillo, eceto aquellas que él le mandase, a
quien por su respeto dejaría. Advertido y medroso desto el caste-
llano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada "' que
daba á los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho,
y con las dos ya dichas doncellas se vino adonde D. Quijote
estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y leyendo en su manual
como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda
alzó la mano, y dióle sobre el cuello un gran golpe, y tras él con
1. Ahora decimos disculpó. La par- misma puerta de la liza, sin otra diii-
tícula des ó dis es privativa, y sólo se gencia más que darle con la expada
usa en composición, lo mismo que la desnuda subre el almete, diciéndole :
negativa in. El uso varia entre des y Dios te faga buen caballero, et te deje
dis, diciéndose unas veces desfif/urar, complir las buenas condiciones que
deshacer, desdecir, deco)npouer,y oItixs todo buen caballero debe tener. Con lo
(que sonlñs menos) discjustar, dis/'aror, cual quedó armado caballero, ¡^ entró
disparidad, disforme. Suele también al punto en la liza contra Ped7-ü de los
suprimirse la s de ambas partículas, Ríos, defensor del fionrasu Paso (a).
como en degollar, degradar, difamar, 4. De la misma opinión que el ven-
difícil. tero era en esle punto D. Olivante de
2. Falta lo que llaman verbo deler- Laura, como se cuenta en su histo-
minante; pero añadió que bien castiga- ria (6). expresando que asi era de dere-
dos quedaban, etc. Otra falta igual se cho, aunque la costumbre solía estar en
notó poco ha. contrario.
3. Asi el Emperador Carlos V, du- 5. No se le escapó á Cervantes cir-
rante la ceremonia de su coronaci.m cunstancia alguna que pudiese realzarlo
en Aquisgrán el año de 1521, armó ridiculo de esta primera aventura de
varios caballeros, sin más que darles su fábula. Al libro de paja y cebada lo
tres golpes enlos hombros con la espada llarai'i poco después Manual, palabra
de Carlomagno (a). En el si"lo anterior que entre otras acepciones tiene lam-
Suero de Quiñones, sostenedor del paso bien la de libro de preces ó ritual, y
honroso á orillas del Orbigo. armó ca- esta alusión esfuerza todavía más lo
ballero á Vasco de Barrionuevo en la burlesco de la presente escena.
(a) Sandoval, historia del Emperador en (a) Relación del Paso, núm. ?6. — (¿) Lib.
diclioaño. I. cap. IX.
PRIMERA PARTE. — CAPITULO III íí»
SU iiiisina espada un gentil espaldarazo ^ siíimprc iminiiuiando
entre dientes como que rezaba. Hecho esto, mandó á una de
aquellas tlamas (|ut; le ciñese la espada ^, la cual lo hizo con
mucha desenvoltura y discreción, porque no fué menester poca
para no reventar de risa (\ cada punto de las ceremonias; pero las
proezas que ya habían visto del novel caballero les tenían la risa
á raya. Al ceñirle la espada dijo la buena señora : Dios haga
á vuestra merced muy venturoso caballero ■* y le dé ventura
en lides. D. Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque
él supiese de allí adelante á quién quedaba obligado por la merced
recebida, porque pensaba darle alguna parte de la honra que
alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondió con mucha
humildad, que se llamaba laTolosa, y que era hija de un remendón
natural de 'J'oledo, que vivía á las tendillas de Sancho Bienaya ^,
y que donde quiera que ella estuviese, le serviría y le tendría por
1. Gentil es gallardo, brioso. El
golpe dado con la espada sobre la
cabeza inclinada, espalda i'i hombro
del caballero novel, es lo que se llamaba
la pescozuda ó esijaldarazo. La imposi-
ción de la espada sobre la cabeza y
hombros del nuevo caballero, que se
conserva entre las ceremonias de la
armadura solemne en nuestras Ordenes
militares, es una imagen y recuerdo de
lo antiguo.
2. Aludióse en este pasaje ;i muchos
de los que se refieren en los libros
caballerescos. Cuando AmadisdeGaula,
Rey ya de la Gran Bretaña, hizo caba-
lleros en la villa de Fenusa á los
tres principes Olorius, Adariol y Eli-
nio, hijos de los Reyes de España, de
Ñapóles y de la Montaña defendida, el
primero recibió la espada de mano de
la Reina Oriana ; el segundo de la In-
fanta Brisena, y el tercero de la Empe-
ratriz de Roma («). Uriana fué también
la que puso la espada á Bravarte, so-
brino del mismo Amadís, cuando le
armó su tio. La infanta Lucencia ladii'i
al doncel Lucencio al armarle el Empe-
rador Esplandiáa (6). Al tiempo de
conferir el Emperador D. Belanio la
orden de Caballería á su hijo Belianis,
le ciñó la espada la Infanta Aurora (c) :
y cuando el mismo D. Belanio armó
á su nieto Belflorán, hijo de Belianis,
(a) Lisuarte de Grecia, cap. LXIX. — (6)
Amadia de Grecia, parte I, cap. XIV. — [c)
Belianis, lib. 1, cap. V.
se la ciñó la Infanta Belianisa (a).
Ciñi'isela en igual ocasirm la Princesa
Cupidea á Leandro el Bel (6), y la her-
mosa Infanta Polinarda á Palmerín de
Inglaterra (c).
3. Al armarse caballero Perlón de
Gaula, le ciñó la espádala Infanta Gri-
cileria, diciendo : Mi caballero, plegué
ú Dios de os hacer con ella bienaventu-
¡vdo : y Perlón le besó las manos á
pesar de su resistencia (d). En el ro-
mance antes citado de Pedrarias, hijo
de Arias Gonzalo el de Zamora, le dice
el padrino al darle el espaldarazo :
Hágate Dios tal, que seas
como yo deseo que salgas :
en los trabajos sufrido,
esforzado en las batallas,
espanto de tus contrarios,
venturoso con la espada.
4. Según el doctor Pisa en su Histo-
ria de Toledo, hubo en aquella ciudad
una plaza muy antigua de tiendas, que
se nombraba de Sancho Minaya ó Bie-
naya. Es sumamente verosímil que este
apellido es el patronímico ;íraÍ3e Ben-
haya ó Ben Yahia, hijo de Yahia, que
pudo conservarse entre los muzárabes;
y con efecto, el doctor Salazar de Men-
doza, en su libro del Origen de las
dignidades de Castilla, hace mención
(a) Belianis. lib. IV, cap. XXVII. — (6) Caba-
llero de la Cruz, lib. IV, cap. XXII. — (d Pal-
merin de Inglaterra, lib. I, cap. II. — {d) Li-
suarte de Grecia, cap. II.
\(\
l><>\ Ol IJOTF, DE LA MANCtiA
üeñor. D. QuijoLe le replicó que por su amor le hiciese merced que
de allí adelante se |)us¡e5e Don, y se llamase Doña Tolosa. Ella se
lo prometió, y la otra le calzó la espuela, con la cual le ])a8Ó casi
el mismo coloquio que con la de la espada *. Preguntóle su
nombre, y dijo que se llamaba la Molinera y que era hija de un
honrado molinero de Antequera : á la cual tum!>ién rogó Don
Quijote que se pusiese Don, y se llamase Doña Molinera -, ofre-
de la faiiiilia de los Bcnhayas de To-
ledo (a). Pellicer discurre que acaso dló
nombre á aquella plazuela Saucho
Renhaya, que, coa otros toledanos,
sirvió de testigo en un privilegio des-
pachado en Madrid por el Rey Don
Alonso VIII el año il\i'A, á favor de
diferentes vecinos de Juuiella.
1. No parece sino que el coloquio
pasó con la espuela : hubiera sido de
<lesear que se evitase esta especie de
anfibología.
Solían las damas de alta guisa con-
currir al acto de armarse los caballeros,
y tomar parte en las ceremonias.
La Reina Doña Berenguela asistii'> á
la ceremonia de armarse caballero en
el Monasterio de las Huelgas, cerca de
Burgos, su hijo San Fernando, y le
desciñó el cintiirón de la espala, como
refiere el arzobispo 0. Rodriijo (/'). De
lo mismo da testimonio un romance
antiguo, entre otros del Cid, en que
reconviniéndole la Inf.inta doña Urraca
desde el adarve de Zamora, le dice :
Afuera, afuera Rodrigo,
el soberbio castellano :
acordársete debiera
de aquel tiein()0 ya pasado,
cuaivio fuiste caballero
en el altar de Santiago,
cu:ini]o el rey foé tu pidriuo
y tú, Rodrigo, el aiiljado.
>Ii padre te dio las armas,
lili madre te dio el caballo,
yo te calcé las espuelas,
|)orque fueses más honrado.
De la asistencia de la misma Doña
Urraca á la armadura del doncel Pedra-
das, hace memoria su romance :
£1 padrino le dio paz
y eí fuerte escudo le embraza,
y Doña Urraca le ciñe
al lado izquierdo la espada.
(a) Lib. II, cap. IX. — {b¡ De rebus Hispan.,
lib. IX, cap. X.
Iguales usos se encuentran en Iob
libros caballerescos. Urganda, í«olisa
y Julianda asistieron ú Esplandián en
la ceremonia de armarse caballero, y
le pusieron la loriga, el yelmo y el
escudo, según se refiere al <in del libro
de Amadís de Gaula. En el mismo libro
se cuenta (a) que el Rey Lisuarte, al
hacer caballero al hermoso doncel No-
randel, que después conoció ser su
hijo, mandó á Uriana que le diese la
espada, y asi fué cumplida enleramenle
szi caballería. En la solemnidad de
armarse el Infante Plumedoro le calzi'>
la espuela la Reina de Gocia, que de
oculto era su amante [h). Fué singuhir
la ceremonia con que Tirante el Blanco
recibió la Orden de Caballería. Después
de prestar los juramentos de costumbre,
el Rey de Inglaterra, poniéndole la
espada sobre la cabeza, le dijo : Dios >j
nuestro seTior San Jorr/e le ka[¡an buen
caballero: besiMe después en la boca ;
ciñéronle la espada siete doncellas, que
representaban los siete gozos de la
Virgen, y le calzaron las espuelas cuatro
caballeros que representaban los cuatro
Evangelistas [c).
2. « Vuelve Cervantes á reprender
en estas dos mujeres comunes el abuso
del Don. El P. Guardiola, contempo-
ráneo de nuestro autor írf), dice que
este abuso empezó en tiempo de En-
rique IV, y que continuó en el de los
Reyes Católicos. Añade que ios jndios
eran los que más afectaban el Don. '/
que en su tiempo le usaba la fjenle baja,
y h'ista las rameras públicas, especial-
mente en .Andalucía, y no se ha corre-
gido en el siglo xviii. Al fin de la novela
de Virgilio Cordato, intitulada El Hijo
de Málaga, impresa en Orihuela el
año 163Í), se dice : Estas dos tenderas
que están pesando en esta puerta del
in) Cap. LXVI. — {h\ Polieisne de Bofima,
cap. LXXIV. — (c) Tirante, paite I, cap.
XIX. — {'ij Tratado de JVobkza, p. 110.
iMtIMKIIA l'Aíili;. — ■ (Mm'tLI.O III 47
ciéndolc nuevos servicios y incrcrdes ^ Hechas, pues, (1<; ^mIoj»! y
n|)riesa las hasta allí nunca vistas ceremonias '', no vio la hora
Don Ouijotc (lo verse á caballo y salir liuscando las aventuras ; y
ensillando luc^jfo á Rocinante, subió en él, y abrazando ¿i su
huésped le dijo cosas tan oxIraAas, agradeciéndole la inerctMÍ de
lial)erle armado caballero, que no es posible acertar á referirlas.
El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas,
aunque con más breves palabras, respondió á las suyas, y sin
pedirle la costa de la posada, le dejó ir á la buena hora"*.
mar fruta >/ ¡nonrlongo, los días pasa-
líoü se lirahan las infamias como las
pesas, y se arañaban las honras como
las caras, y dijo una : ¿ Pues tú con-
miyo. Doña Teudosia, snlnendo que yo
soy conocida en Malaya, y que soy
hija de ¡Joña Briyida de tal, y del me-
sonero de tal parte, que fué ventero
veintiún años y medio ? (Nota de Pe-
llicer.)
1. Hay alguna coatradicción eatre
estas dos expresiones. O/'/'ece*' se/7' Jc¿oA',
es propio de persona inferior ; ofrecer
mercedes, de superior. Quien ofrece
servicios no puede ofrecer mercedes ;
quien ofrece mercedes no está en el
caso de ofrecer servicios.
2. Quien tenga curiosidad de saber
el ceremonial con que antiguamente se
armaban los caballeros, puede leerlo
en las Partidas del Rey D. Alfonso el
Sabio [a), de donde se copio en el
lib. I, tít. 3." del Doctrinal de Caballe-
ros, escrito en el siglo xv, reinando
D. Juan el II de Castilla. No siempre se
observaban puntualmente todas aque-
llas formaliaades : la necesidad ó la
urgencia, VI otras circunstancias dispen-
saban frecuentemente de muchas de
ellas, de lo que hay ejemplo en las
historias. Lo mismo se ve practicado
también en los libros caballerescos.
Cuando Amadis de Gaula armó ca-
ballero á D. Galaor, todo el ceremonial
se redujo á calzarle la espuela diestra,
besarle y ceñirle la espada (b) ; pues
baltiéndóse hablado de la vigilia, que
debía anteceder en la iglesia, dijo
Galaor : Ya lioy he oido misa, y vi el
(aj Parle II, tít. XXI. — (¿) Cap. II.
verdadero cuerpo de Dios. Esto basta,
dijo el de los Leones (Amadis).
En la armadura (i) de Don Quijote,
Cervantes tomi) y deji'i, según le vino á
cuento, salvo la pescozada y espalda-
razo, en que, como el ventero declaró
magistral y legislativamente, consistía
todo el toque de quedar armado ca-
ballero. Pero las circunstancias de
tiempo, lugar y personas dieron á las
ceremonias toda la originalidad nece-
saria para que se las pudiese calificar
de nunca vistas^
Francisco de .Vvila, natural de Madrid,
remedó los pasajes de la venta y arma-
dura de D. Quijote en un entremés
intitulado Los Invencddes Hechos de
D. Quijote de laMancha. Se imprimió al
fin déla octava parte de las comedias
de Lope de Vega, en Barcelona, el
año de 1617.
3. Este primer suceso ói aventura
del QuuoTE, comprendido en los capítu-
los 11 y 111, donde se refiere el modo con
(|ue se armó caballero nuestro hidalgo,
está en su lugar, y era necesariamente
el primero de la fábula. ,-, Qué cosa más
natural que empezar por armarse ca-
ballero el que sin esta circunstancia no
podía ejercitar la caballería ? En la
relación estuvo felicísimo Cervantes.
La transformación de la venta en capí-
tulo, la pintura de las damas y del
ventero, el coloquio y escena de la
caballeriza, la batalla de los arrieros;
en suma, todos los incidentes contri-
buyen á hacer esta aventura una de las
más agradables y divertidas del Inge-
•MOSO Hlü.\LG0.
(;) Armadura. —Véanse las notas, pág. o4
V 41. (M. de T.)
CAPITULO IV
DE LO QUE SUCEDIÓ Á NUESTRO CABALLERO CUANDO SALIÓ
^^ DE LA VENTA
La del alba sería ^ cuando D. Quijote salió de la venta tan con-
tento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero,
que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo ^. Mas vinién-
dole á la memoria los consejos de su huésped cerca de las preven-
ciones tan necesarias que habla de llevar consigo, en especial la
de los dineros y camisas ^, determinó volverá su casa y acomo-
darse de todo y de un escudero, haciendo cuenta de recebir '' á un
1. Si el capitulo no tuviera epigrafe.
sería más claro que se habla de la
hora del alha, porque la última palabra
del capitulo anterior es fiora. El capi-
tulo VI empieza de una manera seme-
jante á ésta, y allí, como aquí, el titulo
del capitulo interrumpe y obscurece el
sentido.
2. ¡ Terrible ponderación ! Gomo si (a)
el gozo fuese tal y tan grande que rebo-
sando del jinete liinchase también al
caballo y se le saliese por donde le
apretaban las cinchas.
3. Cerca en el uso actual tiene otra
siguificación distinta que acerca : abora
diriamos acerca de las prevenciones.
Cerca es adverbio, j- acerca preposi-
ción; cerca sigue al verbo, y acerca
precede al nombre ó al verbo sustan-
tivado.
Las ediciones anteriores decían sólo
especial {&) la de los dineros y camisas;
(a) ... Las cinchas del caballo. — Dado el
caráct^er festivo del relato, nada tiene de
extraña esta ponderación, tan propia, por
otra parte, del carácter meridional.
(M. de T.)
(s) Especial. — Garcés no andaba desacer-
tado, y i)udo citar otras varias autoridades,
que aduce, además de la citada, el señor Gor-
tejón. (M. de T.)
y D. Gregorio Garcés en su obra sobre
el Orinen de la elegancia de la lenqua
castellana, alegó el presente pasaje
para probar la existencia del adverbio
es/3ec¿aZ. Entiendo que no tuvo razón, y
que el impresor omitió por descuido la
partícula en, que debió preceder, dicién-
dose en especial, y formándose un modo
adverbial, como lo es en particular. Este
equivale á particularmente, y el otro
á especialmente.
4. Ahora decimos recibir, y así es
más conforme al recipere latino de
donde viene. De esta mutación de la i
(le las voces latinas en la e de sus deri-
vados castellanos, trae varios ejemplos
el canónigo Bernardo Aldrete en su
Origen de la leiiqna castellana (a). La
misma sustitución de i por e y al con-
trario se verifica entre las voces cas-
tellanas antiguas y modernas; pero,
generalmente hablando, el uso actual
en este y en otros puntos es más arre-
glado á la etimología. Quien quiera
ejemplos de todo, puede buscarlos en
los glosarios del Fuero Juzgo, de las An-
tigüedades de Berganza, de las Poesías
castellanas anteriores al siglo xv, y
otros.
(a) Lib. II, cap. X.
rniMRRA PARTE. — cvi'i.i I.O IV 10
labrador vecino suyo que era pobre y con liijos, pero inuy á pro-
j)ósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensa-
iai(Milo guió ú Rocinante liacia .su aldea, el cual, casi conociendo
la {[ucrcncia ', con lauta gana ccnienzó á caminar, que parecía
que no |>onía los pies en el suelo. No había andado mucho cuando
le pareció que á su diestra mano, de la espesura de un bosque que
allí estaba, salían unas voces delicadas como de pefsona que se
cpiejaba, y apenas las hubo oído, cuando dijo : Gracias doy al
cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone oca-
siones delante donde yo pueda cum[)lir con lo que debo á mi
profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos :
estas voces sin duda son de algún menesteroso ó menestorosa que
ha menester mi favor y ayuda : y volviendo las riendas, encaminó
•A Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían ^. Y á
pocos pasos que entró por el bosque, vio atada una yegua á una
encina, y atado en otra un muchacho^ desnudo de medio cuerpo
arriba, hasta de edad de quince años, que era el que las voces
daba, y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina
muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompa-
ñaba con una reprensión y consejo, porque decía : La lengua
queda, y los ojos listos. Y el muchacho respondía : No lo haré otra
vez, señor mío ; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y
yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato. Y
viendo D. Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo : Descortés
caballero, mal parece lomaros con quien defender no se puede :
subid sobre vuestro caballo, y tomad vuestra lanza (que también
tenía una lanza arrimada á la encina ^ adonde estaba arrendada la
1. Querencia es el paraje adonde de las partes del discurso pide que se
acostumbra y gusta acogerse un ani- diga y atado d otra un muchacho.
mal. Es voz que ocurre frecuentemente 4. Ál que ignore las costumbres del
en los libros castellanos de caza, desde país y del tiempo de que se trata, podrá
el de la Montería del Bey D. Alfonao parecer inverosímil que Juan Haldudo
el XI, publicado por Gonzalo Argote de anduviese en el campo con lanza, y
Molina, donde se halla al capitulo XVllI quizá le ocurrirá que fué circunstancia
del libro 1. inventada únicamente para que juzgán-
2. El Emperador D. Belanio, hallan- dolé D. Quijoie caballero andante,
dose en una floresta, oyó grandes c/ri- hubiese ocasión y fundamento para el
tos... pareciendo ser de personas que desafío. Pero estas eran las costumbres
en gran necesidad estuviesen... Y to- de entonces, y el mismo Cervantes, en
mando la lanza, se metió por el bosque la novela del Coloqrdo de los perros
adelante en siguimiento de las voces Cipión y Berganza, hace mención de
que oía (a). un hacendado que iba por e! campo á
3. Aunque no lo exija precisamente ver sus ovejas solare una yegua tí la
el régimen, la correspondencia mutua jineta con lanza y adarga q^ie más pa-
recía atajador de la costa que señor de
la) neliaiiis de fír»nu, lib. I. cap. IV. ganado. Más adelante, en el capí-
50
DON QUI.IOTI: DE I.A MANCHA
yegua '), que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis
haciendo. El labrador, (|ue vio sobre sí aquella figura llena de
armas, blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y
con buenas palabras respondió : Señor caballero, este muchacho
que estoy castigando es un mi criado que me sirve de guardar
una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es
tan descuidado que cada día me falta una, y porque castigo su
descuido ó bellaquería, dice que lo hago de miserable por no
pagalle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que
miente. ¿Miente delante de mí, ruin villano^? dijo D. Quijote.
Por el sol que nos alumbra que estoy por pasaros de parte á parte
con esta lanza : pagadle luego sin más réplica ; si no, por el Dios
que nos rige que os concluya y aniquile en este punto : desatadlo
luego. El labrador bajó la cabeza, y sin responder palabra
desató á su criado, al cual preguntó D. Quijote que cuánto le
debía su amo. Él dijo que nueve meses á siete reales cada mes.
Hizo la cuenta D. Quijote, y halló que montaba sesenta y tres
tulo XXXVI de esta primera parte,
veremos cuatro caminantes que iban
tí caballo d la jineta con tanzas y
adargas; y luego en el capítulo XLIll
otros cuatro caminantes á caballo con
sus escopetas sofjre los arzones : modo
de caminar que después se ha hecho
general y ordinario, no siendo extraño
que desde antiguo se llevasen a¡'mas
en despoblado, cuando se llevaban de
ordinario aun dentro de los pueblos.
En tiempo de los Heves Católicos fo-
mentaron las disposiciones del go-
bierno la afición á las armas. A peti-
ción de las Cortes de Palencia de 1523,
se peruiitii'i que toda clase de personas
puniese traer espada : usanza que lleg<')
á ser tan general, que sin salir de las
obras de Cervantes, donde ciertamente
se describieron las costumbres de su
siglo, Carriazo y .Vvendario, cuando
iban á estudiar ¡i la universidad, lle-
vaban espadas, como se cutnt a en la
novela de la Ilustre Fregona : la llevaba
también Rinconete en su viaje á Se-
villa, á pesar de su traje roto y andra-
joso : la llevaba, finalmente, como
parte del traje usual y dentro de casa
el rufián .Monipodio. Hasta hace pocos
años ha, la hemos visto llevar común-
mente á visita, á los bailes y aun á la
iglesia.
1. Arrendada es ntn'lit por la
rienda : significado muy diverso del
que comúnmente tiene la palabra
arrendar^ que es dar á renta alguna
finca. En el primero se usó ya en el
antiquísimo poema del Cid (a), y en el
romance de N'uño Vero, uno de los
más rancios que se conocen en nuestro
idioma :
Nuüo Vero, Ñuño Vero,
buen caballero probado,
hínquedes la lanza en tierra,
y arrendedes el caballo.
Después, en el romance del moro
Abindarráez, se conti'i que yendo á ver
á su Jarifa,
Dio tres golpes á la puerta,
que es la seüal concertada :
en ella arrendó el caballo,
y ya sube por la escala.
2. D. Quijote, lleno de la impor-
tancia y dignidad de su profesión, mira
como desacato el que se desmienta á
otro en su presencia. D. Quijote trata
ahora ;i Juan Haldudo de ruin villano.
y poco antes le desafiaba como ;i ca-
ballero; y aun más abajo le e.\ige jura-
mento por lii ley de caballería que
había recibido (el Haldudo). Inconse-
cuencias de un loco, ó distracciones de
Cervantes : más bien lo primero.
"n V. -2789.
PIUMEnA PARTE. — CAPITULO IV
51
reales, y «lijóle al labrador que al momento los desembolsase, si
no (|ii(M-ia morir por ello. Respondió el medroso villano que por el
paso en (pie (oslaba y juramento que había hecho (y aun no había
jurado nada') (pie no eran lautos; poríjue se le habían d(í des-
contar y recebir en cuenta tres pares de zapatos (pie le había dado,
y un real de dos sangrías que le habían hecho estando enfermo.
Bien está todo eso, replicó D. Quijote; pero quédense los zapatos
y las sangrías por los azotes que sin culpa le habéis dado, que si
él rompió el cuero de los zapatos que vos pagastes, vos le habéis
rom[)ido el de su cuerpo; y si le sacó el barbero sangre estando
enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado : así que por esta
parte no os debe nada. El daño está, señor caballero, en que no
tengo aquí dineros : véngase Andrés conmigo á mi casa, que yo
se ios pagaré un real sobre otro. ¿ Irme yo con él, dijo el muchacho,
más? ¡Mal año^! No, señor, ni por pienso; porque en viéndose
solo, me desollará^ como á un San Bartolomé. No hará tal, replicó
D. Quijote; basta que yo se lo mande para que me tenga respeto ',
y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recebido"*,
le dejaré ir libre y aseguraré la paga. Mire vuestra merced, señor,
lo que dice, dijo el muchacho, que éste mi amo no es caballero ni
1. Pincelada como de Cervantes,
para pintar la turbación del medroso
villano.
2. Interjección enfática, especie de
imprecación contra quien haga ó diga
lo que se desaprueba. Aquí la dirigía
Andrés contra sí mismo, maldiciéndose
si volvía á ir con su amo (y).
3. Hay al parecer errata en el texto.
El original diría : viéndome solo ó vién-
dose solo conmigo : lo último es lo
más verosímil.
4. Quiso decir : hasta que yo se lo
mande para que lo haga por mi respeto.
Este es el concepto.
5. Juramento muy usado entre ca-
balleros, y uno de los que se entendía
que ligaban más fuertemente, como se
ve, no sólo por las historias caballe-
rescas, sino también por las verdaderas.
En aquéllas decía D. Belianís de Grecia
á la princesa Florishella (a) : Desde
aquí vos prometo por la Orden de Ca-
[a] Lib. II, cap. XXXVIII.
{■;) ¡ Malaíío.'es expresión elíptica, equiva-
lente á / mal año haya ! ¡ mal año para m .'etc
(M. (le T.)
ballería que recibí, de en pago det
enojo que os di, jamás parecer donde
gentes algunas me puedan ver. — Oli-
veros le respondió (á Fierabrás) : Pa-
gano, 710 le cures de tanta platica y
dilación, que si no te levantas, haga
juramento tí la Orden de Caballería
que, aunque me sea feo, he de herirte
y hacer levantar mal de tu grado (a).
U. Quijote, imitando estos y otros
muchos ejemplos, jura por la Orden
de Caballería que recibió de servir y
ayudar á Cárdenlo en el capítulo XXIY.
Y al fin del XLIY, hablando del baci-
yelmo de Mambrino, dice : Y juro por
la Orden de Caballería que profeso que
este yelmo es el mismo que yo le quité,
sin haber añadido ni quitado en él
cosa alguna.
En el pasaje presente, nuestro hi-
dalgo suponía que el labrador había
recibido la Orden de Caballería, porque
viendo la yegua y la lanza, y lleno de
la lectura de sus libros, cualquier indi-
cio le bastaba para creer que era caso
de Caballería andante.
{a) Carlomagno, cap. XVII.
52 DON QUIJOTE DE I, A MANC.IIV
ha recebido orden de caballería alguna, (jiie es Juan llaldudo el
rico, el vecino drl ÍJiiintanar '. Importa poco eso, respondió
D. Quijote, que Haldudos pu<;de haber caballeros, cuanto más que
cada uno es hijo de sus obras ^. Así es verdad, dijo Andrés; pero
este mi amo, ¿deque obras es hijo, pues me niega mi soldada y
mi sudor y trabajo? No niego, hermano Andrés, respondió el
labrador, y hacednie placer de veniros conmigo, que yo juro por
todas las Órdenes que de caballerías hay en el mundo ^, de
pagaros como tengo dicho un real sobre otro, y aun sahumados.
Del sahumerio os hago gracia', dijo D. Quijote; dádselos en
reales ', que con eso me contonto ; y mirad que lo cumpláis como
lo habéis jurado; si no, por el mismo juramento os juro de volver
á buscaros * y á castigaros, y os tengo de hallar, aunque os
escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os
manda esto, para quedar con más veras obligado á cumplirlo,
sabed que yo soy el valeroso D. Quijote' de la .vlancha, el desfa-
cedor de agravios y sinrazones; y á Dios quedad, y no se os parla
de las mientes lo prometido y jurado, sopeña de la pena pronun-
1. Esto pudiera argüir que el suceso
pasaba en el término del Quintinar,
tanto más que, exhortando Juan llal-
dudo á su criado Andrés á que fuese á
su casa por la soldada, se da á enten-
der que la casa estaba cerca. Mas para
esto se tropieza con la dificultad que
nace de la distancia de Quintaaar á la
Argamasilla, de donde el teatro de la
aventura distaba menos de una jor-
nada.
2. Refrán antiguo castellano. En
Europa los hijos reciben de sus padres
la nobleza : en la China dicen que los
padres la adquieren por las hazañas y
virtudes de sus hijos. La con lucta de
los chinos es más conforme al refrán
que la de los europeos.
3. Más natur.il y más claro seria :
por todas las Ordenes de Caballería
que hay en el mundo.
4. Contando Guzmán de Alfarache
su vida picaresca de mendigo en com-
[)añía de otros como él, y hablando de
as prendas y efectos que les daban
de limosna y después vendían, dice (a) :
temarnos marchantes para cada cosa
que nos ponían la moneda sobre la
labia, sahumada y lavada con agua de
úngeles. Sahumada quiere decir perfu-
mada, en demostración de que se daba
cm a!e''r¡a y buena volunl;id. En la
novela de Rinconele y Corladillo, ha-
biendo éste salteado la bolsa de un
sacristán, le consolaba diciendo que
con el tiempo podría ser que el ladrón
se arrepintiese, y se la volviese sahu-
mada. El sahumerio le perdonaríamos,
respondió el esludianle.
5. Esto es, en buena moneda, y no
en chanflones, tarjas ú otra uioneda
menuda en que pudiera haber que-
branto.
tj. Amenaza muy parecida á la que
dirigía D. Olivante <1e Laura á Tain-
brino, cuando le enviaba con el mons-
truo Buialón á Gonslantinopla á pre-
sentarse á la Princesa Lucenda. Y no
dejes, le decía, de cumplir lodo esto
que le mundo, porque cuando supiere
que no lo haces, en ninguna parte del
mundo estarás tan escondido que yo
no ptieda hallarte para acabar de qui-
tarte la vida [u).
1. Arrogante declaración ó intima-
ción, de que hay inrmuierables ejem-
plos en los libros de Caballería. D. Qui-
jote la repitió en la aventura del
Vizcaíno, al capitulo VIH de esta pri-
mera parte.
ía) Parte I, ¡ib. 111, cnp. 111.
[a) Olivanie. lib. Til, cap. III
PHIMKIIA PAIITK. — CAPITUÍ.O IV
3;í
ciada. Y (MI ili(!Í('iulo cslo, picó i^ su Hocinanlc, y cu breve espacio
se apartó dellos. Siguióle oí labrador con los ojos ', y cuando vio
que había traspuesto del bosípie y que ya no parecía, volvióse á su
criado Audrcs, y díjole : Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar
\o (pie os debo, como aípiel deshacedor de agravios me dejó man-
dado. ICso juro yo, dijo Andr(''s, y como que andará vuestra merced
acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero,
que milanos viva, que según es de valeroso y de buen juez, vive
Hocpie, que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo"^.
1. Fuera mejor dejar asi la aven-
tura, corlaiulo la relación en este
punto y reservando el íiu de ella para
el capitulo XXXI, en que el muchacho
Andi'ós, eiu;ontr;'uidosc casualmente
con ü. (Juijt)te, relirió en presencia de
otras varias personas el resultado que
tuvo tau desgraciado pura él, como
vergonzoso para nuestro hidalgo. No se
hubiera contado una misma cosa dos
veces, como ahora sucede; y entonces
el éxito del suceso hiciera mayor y más
agradable electo en el ánimo del lec-
tor, no hallándole prevenido de ante-
mano con la prematui'a relación y
noticia del presente capitulo.
2. Hay en castellano (oj. y lo mismo en
los demás dialectos de la lengua latina,
dos monosílabos que ocurren á cada
paso : fjue y de. No se puede abrir un
libro, no se pueden poner los ojos en
nada escrito, sin que se presenten estas
dos palabras, que son como dos mule-
tas necesarias para que camine el dis-
curso, ú como goznes sin los cuales no
pueden combinar su movimiento y
enlazarse las demás partes de la oración.
Xi rumiarse las lenguas modernas, se
perdió la flexibilidad y concisión de la
(5) Bien podía aplicársele á Clemencín el
nunc non eral hic iocii.i de Horacio. Dice en
efecto muy excelentes cosas á propósilo del
enipit'O de qiíe y ile, con uiolivo de la excla-
mación de AndVesillo, / Vire noque! que. etc.
Cuando más puede censurarse una alitera-
eión inevitable. Kl ./we. no puede suprimirse
en estas exclamaciones porque da mayor
energía a la frase. Kl misino Cervantes en
el famoso soneto al túmulo de Felipe !I dice:
; Vive Uios! que me espanta esta griiudeza, etc.
A sil vez. dice Baltasar de Alcázar :
Si es ó lio inveiii'ióii riiodenia
; Vive Dios ! que iio lo sé...
(M. de T.)
romana. Perdióse el uso de casi todos
sus participios, y éstos hubieron de
explicarse con rodeos, guiados por el
relativo '^in' como por un lazarillo.
Dijose.por rtm«/iíri/.f,elquc hade amar;
por amundas, el que ha de ser amado.
Perdii'ise también el uso de la voz pa-
siva y de los tiempos del iníiniíivo, y
las más veces hubo de suplirse la falta
á fuerza de circunloquios amasados,
digámoslo así, de verbales, verbos auxi-
liares y la molesta particular/e. Kl sub-
juntivo apenas se pudo usar ya sin
que le precediese el que., y este mono-
silabo, unas veces como relativo y
otras como conjunción, se hizo un hués-
ped perpetuo y por lo tanto, impor-
tuno. El otro monosílabo de entró en
el lenguaje con el mismo oücio y si-
gnificación que tenia en la lengua
primordial, y en esto nada se perdía;
pero se extendió también á significar
posesii'in y á suplir varios casos que los
nombres tenían en la lengua tuadre y no
en las hijas, y se multiplicó prodigio-
samente su uso. Esto, y el empleo de
otras partículas para suplir los demás
casos y el uso excesivo de los artícu-
los, convirtió nuestro idioma en un
agregado de palabras menudas, en
(jue tropieza y se embaraza de conti-
nuo el discurso sin poder andar á pasos
largos, cual sucede á los que caminan
por un terreno formado de grava y
piedrezuelas. Los participios de las
lenguas antiguas eran usos verbales,
(jue, reiinieuao la fuerza y acción del
verbo á las flexibles, formas de los
nombres, encerraban en una palabra
una frase. Lo que junto con las varia-
ciones del significado, producidas en
los nombres por una leve mudán/.a en
su terminación, y en los verbos por el
mayor número de sus tiempos, ayu-
54 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
También lo juro yo, dijo el labrador; pero por lo mucho que os
quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga. Y
asiéndole del brazo, le tornó á alar á la encina, donde le dio
tantos azotes que le dejó p(jr muerto. Llamad, Sr. Andrés, ahora,
decía el labrador, al desl'accdor de agravios ; veréis como no
deslace aíjueste, aunque creo que no está acabado de hacer,
porque me viene gana de desollaros vivo, como vos lemíades :
pero al fin le desató, y le dio licencia que fuese á buscar á su
juez, para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se
partió algo mohino, jurando de ir á buscar al valeroso D. Quijote
de la Mancha y contarle punto por punto lo (jue bahía pasado, y
que se lo había de pagar con las setenas * ; pero con todo esto, él
dado todo con la libertad de la trans-
posición, hacía singularmente rápido y
valiente el lenguaje. En ios idiomas
modernos es menester suplir estas
ventnjas multiplicando las palabras y
haí'iendo, por consiguiente, lánguido
y flojo el discurso. La conslrucciñn de
la lengua entre los romanos era como
la de sus edificios : sus participios,
sus verbos, sus nombres, eran si-
liares grandiosos, en cuya comparaciún
nuestras partículas y monosílabos
Sun fragmentos mezquinos é irregu-
lan.'s, con los ((ue sólo se puede cons-
truir á fuerza de tiempo y de mortero.
Pero, en fin, la constitución ([ue las
lenguas han recibido deluso no puede
variarse, y es preciso contar con estos
defectos como necesarios : lo peor
es que voluntariamente se haga mayor
el daño, y que se empleen el fjue y el
de aun cuando la necesidad y la clari-
dad no lo exigen. El autor del Diá-
lof/o de ¡as len()uas. reprendiendo este
abuso, que ya era muy común en su
tiempo, ponderaba que muchos ponían
un que superDuo tan continuamente,
quede doce hojas pudiera quitarse una
de rjuees superfinos. Notaba también
que se usaíja en demasía y con inopor-
tunidad de la partícula de, diciéndose
esperando de enviar, por esperando
enviar : prefiere el último modo de
e.xplicarse, y concluye : Creedme que
estas siijterfluida <es no proceden sino
del mucho descuido que tenemos en el
escribir en romance.
Este descuido venía ya muy desde
atrás, como se ve en nuestras rr<')nicas
y demás libros primitivos, como por
ejemplo en el del Conde de Lucanor,
uno de los más limados y mejor escri-
tos para el tiempo en que se escribió,
que fué el siglo xiv, donde ocurre el
que á cada momento. Diéronle, se
dice en el capitulo Xill, una carta que
le enviaba el Arzobispo su lio, en qne
le facía saber que estaba muif mal do-
liente, et que le ettviaba á roc/ar que, si
le quería ver vivo, que se fuese lueyo
para él. Por cualquier parle que se
abra el libro sucede lo mismo. Los
demás escritos de aquellos tiempos
ofrecen continuos ejemplos de estas
superfluidades en que incurrii'i tam-
bién Cervantes, como los demás escri-
tores coetáneos suyos. El presente
pasaje del texto es uno de ellos. En
menos de un renglc'm. y sin contar la
repeticit'm desagradable del Roque que ,
se halla este monosílabo tres veces :
la penúltima sobra evidentemente para
el sentido de la oración. En este mismo
capítulo hay ejemplos del de super-
fino : juro de volver d buscaros, dice
D. Onijote : .Andrés se furúñ juranífo
de ir i¡ buscar á su protector. En el
capitulo precedente se dice del ventero
(jue determinó de sequir el humor á
D. Quijote, y de Don Quijote (¡ue pro-
metió de hacer lo que se le aconsejaba.
En todi» el discurso del Qiijote hay
innumerables ejemplos de la misma
clase, tanto respecto al que como al
de; pero seria molesto repetir la adver-
tencia cada y cuando ocurra el mismo
caso, y bastará recordarla alguna ve/..
1. La voz setena no ignifica séptima
parte, sino al revés, el siete tantos. Es
voz propia de nuestra Jurisprudencia,
donde á veces se condena al qne hizo
el daño ñ la restitución del valor del
daño multiplicado por siete. Esta pena
se encuentra ya aplicada en las leyes
l'lllMi;i!.\ l'AniK. — CAPITULO IV
So
se p;irl¡<'t IIoimihIo, v su ¡uno s(í quedó riendo : y dosla manera
dcslii/o (>1 agravio el valeroso D. Quijote. El cual, conlrulísiino
(l(^ lo sucedido, pareciéudole íjuíí había dado lelicnsiino y alio
principio á sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo iba
caminando hacia su aldea, diciendo á media voz : Bien te puedes
llamar dichosa * sobre cuantas hoy viven sobre (C) la tierra, ó sobre
las l)ellas bella Dulcinea del Toboso, pues t(^ cupo en suerte tener
sujeto y i'endido á loda tu voluntad é talante á un tan valiente y
laii nombrado caballero como lo es y será D. Quijote de la Mancha,
el cual, como todo el mundo sabe, ayer recibió la orden de caba-
llería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto^ y agravio que formó
la sinrazón y cometió la crueldad : hoy quitó el látigo de la mano
á aquel desapiadado enemigo, que tan sin ocasión vapulaba á
aquel delicado infante. En esto llegó á un camino que en cuatro
se dividía-', y luego se le vino á la imaginación las encruci-
del Fuero Juzfjo, donde suele dársele el
nombre de siete duplo, que eíiuivale .1,
séptuplo. Pagar con las setenas aquí y
en el uso común es expresión metafó-
rica tomada de lo judicial, y significa
pagar superabundantemente el perjuicio
ó agravio que se hizo.
1. Gracioso soliloquio, en que Cer-
vantes esfuerza, al parecer excesiva-
mente, el ridículo con aquella expre-
si(')n como todo el mundo sabe, cuando
la cosa acaba de suceder, y en un
desierto : bien que puede excusarse
por el estado de locura de quien habla,
y considerado así, mirarse como nueva
y mayor belleza. Por la misma razi'm,
y por la calidad de afectado y retum-
bante, que, con arreglo al intento con-
venía dar aquí al estilo de D. Quijote,
puede defenderse la palabra vapula-
ba (y)), que dudo mucho tenga carta de
naturaleza en Castilla, y que no corres-
ponde al origen que trae de la lengua
latina, donde signilJca todo lo contra-
rio, y se dice no del que da, sino de
quien recibe los azotes.
2. No fué asi : ambas cosas suce-
dieron en un mismo día. D. Quijote
había recibido la Orden de Caballería
por la madrugada, según se refirii» en
'/,) Vapulaba. — Lo que no hubiera tenido
defensa en nuestra lengua hubiera sido el
emplear el verbo vapular con el sentido la-
tino. Aunque no hubiera otras autoridades
en apoyo de este exprpsivrt verbo, la de Cer-
vantes "es más que suficiente. Hoy se dice <le
preferencia ; vapulear. (M. de T.)
el capítulo precedente; salió de la
venta á la hora del alba, y no había
andado muclto cuando encontró la aven-
tura de Andrés, y deshizo en la manera
que acaba de verse el tuerto y agravio
que se hacía .i aquel delicado infante.
3. El presente capítulo contiene dos
aventuras : la primera es la da Andrés
azotado por Juan Haldudo y prote-
gido por D. Quijote, la cual recuerda,
entre otras, la de Amadís de Grecia
cuando libertri al enano Busendo del
poder de un caballero que hacía azo-
tarle crudamente, como se refiere en
su crónica {a\. La segunda es el en-
cuentro de D. Quijote con los merca-
deres toledanos. En ambas mostró
D. Quijote el extremo de su locura;
pero el éxito de la primera fué sólo
ridículo ; el de la segunda fué algo peor
que ridículo, y molido á palos el pobre
caballero por manos villanas, hubo
que llevarlo á su rasa atravesado, como
costal de basura, en un burro.
(a) Parte II, cap. XXII.
(í) Sobre. — El señor Cortejon restablece
pn, en lugar de soéí-e, pero deja el resto de la
frase tal comn está aquí, ó peor. i)ue5 pone
una coma después de bellas. Sin embargo pa-
rece, á todas luces, gue la o no es preposi-
ción sino exclamación, la cual antes se so-
lía escribir sin /i. La frase pues quedará
completamente clara en la forma siguiente,
que fué, de seguro, la empleada por Cer-
vantes ; cn'intas lioy viven en la tierra, ; olí
sobre las bellas bella, Dulcinea del Toboso .'
En todo caso la o interjección nunca lleva
acento. (M. de T.)
56 DON Qi;i.íOTK DE LA MANCHA
jadas * donde los caballeros andantes se ponían á pensar cuál camino
de aquellos tomarían : y por imitarlos estuvo un rato quedo ; y al
cabo de haberlo muy bien pensado, soltó la rienda á Rocinante,
dejando á la voluntad del rocín la suya, el cual siguió ^ su primer
intento, que fué el irse camino de su caballeriza'*. Y habiendo
andado como dos millas, descubrió D. Quijote un grande tropel
de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes tole-
danos que iban á comprar seda á Murcia^. Eran seis, y venían
con sus quitasoles, con otros cuatro criados á caballo, y tres
mozos de muías á pie. Apenas los divisó D. Quijote, cuando se
imaginó ser cosa de nueva aventura, y por imitar en todo cuanto
á él le parecía posible los pasos que había leído en sus libros, le
pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer "^ : y así con
1. Vino poT vÍ7iiero7i. — Encrucijada
se llama el sitio donde se cortan dos
caminos y se dividen en cuatro rama-
les : llámase asi porque hacen cruz, y
se dice también por la misma seme-
janza de las calles que se cruzan de las
poblaciones.
La situación de D. Quijote en la en-
cinicijada es verdaderamente caballe-
resca, propia de quien sin propi'isito
cierto y determinado busca las aven-
turas que le depare la suerte, y muy
parecida ó igual á la de muchos caba-
lleros andantes, según se refiere en
sus historias. Bowle ciUy los ejemplos
de D. Galaor y Roldan, y algún otro
que no era |an del caso : pudieran
agregarse varios.
2. .\lejor fuera poner : dejando la
elección i¡ la voluntad del rocín. i'> en
caso de conservar la misma frase,
corregir el orden de las palabras y
decir : dejando su voluntad ó la del
rocin, el cual sifjuió, etc.
3. Asi se dice elegantemente en vez
de seguir el camino de su caballeriza.
La palabra (Yí»/í¿7io tiene aquí fuerza de
preposiciim, como si se dijera : /lacia
su caballeriza.
4. Aquel como después se supo, es
an ripio que debiera omitirse, porque
no hacia falta para la claridad ni para
la verosimilitud ; y no sólo por esto,
sino tnmbién porque en la fábula no
debieron quedar cabos sueltos, ni de-
cirse, como después 6e supo, sin refe-
rirse (/esp//tí'A- el modo como se supo.
El licenciado Francisco de Cáscales,
contemporáneo de Cervantes, en los
Diicursos hislÓ7-icos de Murcia y su
reino (a), dice : Murcia da y repart
seda á los más cudiciosos y más opu-
lentos mercaderes de Toledo, Córdoba,
Serilla y Paslrana y de otros lugares
que tratan desla materia... Toda la
huerta de Murcia tiene hoy (año 1621)
:{5o.ü00 moreras, lo cual consta por los
libros de los diezmos de lias. Con la hoja
destas moreras se crian poco más ó
menos en la huerta de Murcia cada
año 40.000 onzas de simiente. Será la
cosecha destas orizas, considerando un
año con otro, 210.000 libras de seda
joyante y redonda... Para la compra
de la seda que en Murcia se cria, entra
cada año en ella más de un millón,
que es el esquilmo mayor que en el
mundo se sabe. En nuestro tiempo este
ramo se halla en decadencia : y á pesar
de lo que se ha perfeccionado el arte
de fabricar la seda y de aprovechar el
capullo, el año de (830 no ha llegado
la cosecha de la huerla de Murcia á
120.000 libras de seda, según noticias
fidedignas.
.j. Éstáu trastrocados los verbos
parecer y pensar. Debi(') decirse : por
imitar los pasos que había leído en su;-
libros, pensó hacer uno que le pareció
venir allí de molde. Xo parece que
viene bien un paso porque se quiere
imitiirlo. sino que se quiere imitarlo
porque parece que viene bien (6).
[a) Disc. XVI, cap. I.
(0) El señor Calderón justifica la frase de
Cervantes diciendo que la locura de Don
Quijote « le hacia ver que venía bien todo
aquello que quería Imitar, porque lo quería
imilar ». (M. de T.)
IMIIMKH-V l'AHIK.
CAPITin.O IV
g(Mil¡l t(»iiliiu'iil(' y cleiiuodo se afirmó bien en los estribos ^
ai>rel('> la lan/.a, llegó la adaii^a al pecho, y puesto en la niilad del
camino, estuvo espin'ando (pie aípiellos caballeros andantes llegasen
(que ya ól por tales los tenía y juzgaba); y cuando llegaron á
trecho qtie se pudieron ver y oir, levantó D. Quijote la voz, y con
ademán arrogante dijo : Todo el mundo se tenga, si todo el mundo
nocontiesa^ nue no hay en el mundo todo doncella más hermosa
que la Emperatriz (!<' la Mancha, la sin par Dulcinea-' del Toboso.
Parái-onse los mercaderes al son de estas razones, y á verla extraña
figura del que las decía ; y por la figura y por ellas luego echaron
de ver la locura de su dueño : mas quisieron ver despacio en qué
paraba aquella confesión que se les pedía ; y uno de ellos, que era
un poco burlón y muy muclio discreto, le dijo : Señor caballero,
nosotros no conocemos quién es esa buena señora que decís ;
mostrádnosla, que si ella fuere de tanta hermosura como signi-
ficáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad
que por parte vuestra nos es pedida. Si os la mostrara, replicó
D. (Juijote».¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan
notoria ? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer,
confesar, afirmar, jurar y defender ' : donde no, conmigo sois en
batalla, gente descomunal y soberbia ' ; que ahora vengáis uno á
Venir de molde, expresión totnada
de la fundición de los metales, que se
aplica ;i las cosas que se ajustan y
acomodan perfectamente entre si, ;i la
manera que el metal derretido llena
los huecos y toma la figura del molde
en que se infunde. Molde parece ser la
mistua palaijra que modelo, y una y
otra .vienen de modulas, que tienen la
misma significación.
Fasos no son aquí pasajes ói sucesos,
sino las justas ó funciones solemnes
de caballería, de que con este nombre
se hace mención en las crónicas é his-
torias, tanto verdaderas como fabulo-
sas. Volverá ¡i hablarse de este punto
á su tiempo.
1. Bella descripción de los movi-
mientos y actitud de D. Quijote, que
no parece sino que se le está viendo.
tí. Estas repeticiones son propias
del lenguaje arrogante y fanfarniu que
convenía aquí á D. Quijote, y usadas
oportunamente añaden gracia y orna-
mento al estilo.
3. Sin par es dictado que dab:m
frecuentemente á sus damas los ca-
balleros andantes en sus hislo:'ius.
líízose con particularidad en la de
Amadis de Gaula, donde se dice que
el Rey Lisuar/e traía consigo á Brisena
su mujer y una hija que en ella hobo,
cuando en Denamarca inoraba, que
Oriana había nombre, la más hermosa
criatura que nunca se vio; tanto, que
ésta fué la que sin par se llamó,
porque e« su tiempo ninguna hobo que
igual le fuese (a). Los demás autores
caballerescos imitaron al del libro de
Amadis, y Cervantes remedó á todos.
4. Gradación feliz y perfecta de las
ideas del valeroso paladín de la Man-
cha, y de lo que exigía de los merca-
deres. Se empieza por creer: se puede
después confesar, aunque sea de mala
gana : afirmar ya es acto positivo y
espontáneo : jura el que afirma con
calor y energía : defender es querer
que los demás crean y confiesen, y lo
último que puede hacerse en la materia
de que se trata.
5. Por estas palabras y las si-
guientes, en que se trata á ios merca-
deres viajeros de gente de mala ralea,
la) Cap. IV.
o8
nON 01-I.I0TK HE I. A MANCHA
uno, como pide la orden de caljallería, ora todos juntos, como es
costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo
y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo. Señor
caballero, replicó el mercader, suplico á vuestra merced en
nombre de todos estos Principes que aquí estamos*, que porque
no encarguemos nuestras conciencias'"* confesando una cosa por
nosotros jamás visla^ ni oída, y más siendo tan en perjuicio de
las Emperatrices y Reinas del Alcarria ' y Extremadura, que
vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa
señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo, (jue por el
hilo se sacará el ovillo', y quedaremos con esto satisfechos y
seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado. Y aun creo
parece que D. Quijute los consideraba
como gigantes ó malandrines, más bien
que como caballeros andantes, que es lo
que anteriormente le habían parecido.
De esta inconsecuencia no puede ha-
cerse cargo ;i Cervantes. (|uien siempre
tiene á la mano la disculpa del des-
concierto del juicio (le su héroe.
1. Alusinn satírica ;í los pasajes de
los libros caballerescos en quefrecuentí-
simamente se hallan por los campos y
yermos reuniones y juntas de Reyes,
Emperadores y Príncipes, como llo-
vidos.
2. Mejor : porque no carguemos
nuestras conciencias. Carf/ar l/i con-
ciencia es cosa distinta que encargarla.
La carc/a el delincuente que la grava y
oprime con el peso del delito y de los
remordimientos : la encarga el que al
decir á otro lo que debe ejecutar, le
advierte que asi debe proceder por mo-
tivos de conciencia, y lo hace respon-
sable. El mercader representa aquí
muy bien el papel de burlón discreto,
que le asigm'i Cervantes.
3. El Caballero de la Cruz, habiendo
llegado desde Egipto á Calés, al ir á
pasar por un puente que había en el
camino real, se encontri'> con im caba-
llero bien .-irmado; su nombre el
Fuerte BorgoFión, que le dijo : Caba-
llero, tornaos por donde vefíistes. si
no olorijríis que la más lierinosa dama
del mundo es la que yo sirvo. Dijo el
Caballero de la C7-uz : '.Yo lo puedo yo
otorgar eso, porque no la conozco : y
puesto que la hubiese visto, yo no he
visto todas las otras del mundo para
juzgar que ella sea la más hermosa.
Basta, dijo el Caballero de la Puente,
que os conviene de otorgarlo asi, ó
dejar una señal vuestra por vencido, ó
sois en la batalla (a). El mercader
toledano adolecía de la misma clase de
escrúpulos, y era tan concienzudo
como el Gabailero de la Cruz.
4. Sigue el mercader desempeñando
su carácter burlón y dis reto. D. Qui-
jote, sosteniendo la primacía de la
iiermosura de Dulcinea, la había apelli-
dado Emperatriz de la Mancha; el
mercader contrapone el agravio que en
esto podría hacerse á las PLmperatrices
de la .\icarria. En la elecciim de esta
provincia hay también algo de festivo
y oportuno, porque tanto la Mancha
como la Alcarria son provinci.is ima-
ginarias, como las monedas de este
nombre, y en calidad de tales, más
apropiadas para figurar en la región de
bis fábulas caballerescas. La Alcarria
es nn distrito de Castilla la Nueva,
cuyos límites no son fáciles de definir
con exactitud, pero que está situado á
la izquierda del rio Henares. La Hioja
y otros partidos menos importantes
son también divisiones de territorio
conocidas en el uso é idioma común, y
desconocidas en el orden eslcablecido
por la niitoridad.
o. Expresión proverbial. Da á en-
tender que por los indicios, muestras
y principios se viene al descubrimiento
de las cosas, así como, siguiendo el
hilo, se llega al ovillo de donde pro-
cede. Ovillo es el diminutivo de huevo.
por la semejanza cpie con él tiene el
de hilo.
(a) Caballero de la Cruz, lib. I, cap
cxv.
PRIMERA PARTE.
TAPITULO IV
59
que eslniíios ya tan de su parlo, quo aimqiio su retrato nos muestre
que es ttUM'ta de un ojo, y que (l(;l otro le mana bermellón y piedra
a/ulVe, con lodo eso, por complacer á vuestra merced diremos en
su l'avor lodo lo que quisiere. No le mana, canalla infame, res-
pondió I). Ouijote encendido on cólera, no le mana, digo, (¡so que
decís, sino ámbar y alíi;alia^ entre algodones, y no es tuerta
ni corcovada, sino más derecha (jue un huso de Guadarrama^;
pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho
contra tamaña beldad como es la de mi señora. Y en diciendo
esto, ariemelió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con
tanla furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la
mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasaia mal el
atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fué rodando su amo una
buena pieza ^ por el campo; y queriéndose levantar, jamás pudo :
1. Substancias de que en tiempo de
Cervantes se confeccionaban las po-
madas y perfumes. El ámbar es una
especie de betún transparente que
suele arrojar el mar, y que, destilado
ó desleído, servía en las confecciones
olorosas. También se usaba para ado-
bar las pieles, como el coleto de rlmhcir
de Cardenio. que se menciona en el
capitulo XXllI de esta primera parte, y
la bolsa del sacristán de Sevilla que
hurtó Cortadillo, y mostraba bnber
sido de ámbar en los pasados tiempos.
La alf/alia es un ungüento odorífero
que cria, en una bolsita situada entre
las dos vías, la civeta ó gato de algalia,
animal que habita las regiones cálidas
de Asia y África Ambas substancias
se contaban ya desde antiguo entre
las aromáticas agradables, como se ve
por la historia inserta en el Conde Lu-
canov{a) de un Rey moro, que teniendo
su mujer !a Reina Romaquia el nntojo
de hacer adobes, mando henclúv de
agua de rosas aquella albuhera de
Córdoba en htgar de agua, et en lugar
de lodo fizóla henchir de azúcar y de
caiiela, et de agengibre etes par, é
alambor el algalia... Et desque destas
cosas fué llena la alberca, el de tal
lodo cual podedes entender... dijo el
¡ieg á la Romaquia que se descalzase é
hollase aquel lodo, et ficie.se adobes del
cuanto quisiese.
2. Ilácense comúnmente los husos (t)
de madera de haya, árbol que se cría
(a) Cap. XIV.
en las sierras de Guadarrama, de donde
suelen traerse á la corte, como sucedía
también, según esta expresión, en
tiempo de Cervantes. De la misma ma-
dera se hacen molinillos de chocolate,
hormas, cucharas y otros semejantes
utensilios, labor ordinaiüa de los ha-
bitantes de las sierras donde se crían
maderas á prop/)sito para ella.
3. Pieza viene de spntiiim, como (■/.)
su correspondiente castellano espacio, y
se dice tanto del lugar como del tiempo.
Aqui es de lugar; de tiempo es en el ca-
pítulo VII de esta primera parte, donde
se dice del Mago que se suponía haber-
se llevado los libros de D. Quijote : á
{•.) Mucho han dado que hablar, ó mejor
dicho quü escribir, á. Bowle, Asensio, Corte-
jóii, Clemencín y otros los husos del Guada-
riiima. Asensio supone, con más ingenio que
fundamento, que estos husos son las ar/tijas
ijiie -11' forman en los picos del Guadarrama .
en la época del dea/iielo. La explicación de
Clemencín se acerca más á la verdad. 1.a cos-
tumbre, madre de la tradición, hace que en
todas las poldaciones de Es|iaña haya nom-
bres especiales y consagrados para ciertos
objetos ó iiroductos de determinadas comar-
cas. Así se dice : miel de Alcarria, melindres
de Yepes, polvorones de Secilln, chorizos de
Candelario, pucheros de Alcorcón, velones de
Suena, etc., etc. (M. de T. )
(x) Pieza no viene de spaHum. Según Diez
se deriva del giiego peza. Otros, como Stap-
pers. la derivan del bajn latín petinm. con-
tracción de petnlium (de dmide se formó /¡e-
dazo).Petuiltnn hace en \>\\n-,\\peiatia. Ahora
bien, del plural contraído petia se formó
pieza, de igual modo que, del plural mira-
hi¡fa<a,\\Ó maravilla. (M. de T.)
60
noN on.jOTí: de la mancha
tal embarazo le cnusaban la lanza, adarga, espuelas y relacJa con
el peso de las anüguas armas. Y entre tanto que pugnaba por
levantarse y no podía, estaba diciendo: Non luyáis, gente cobarde,
gente cautiva; atended', que no por culpa mía, sino de mi
caballo^ estoy aquí tendido^JUn mozo de muías de los que allí
venían, que no debía de ser muy bien intenciona<lo, oyendo decir
al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle
la respuesta en las costillas, Y llegándose á él, tomó la lanza, y
después de haberla hecho pedazos, con uno dcllos comenzó á dar
¿nuestro D. Quijote tantos palos, que á despecho y pesar de sus
armas le molió como cibera^. Dábanle voces sus amos que no
le diese tanto, y que le dejase ; pero estaba ya el mozo picado, y
no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera ;
y acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de des-
hacer sobre el miserable caído, que con toda aquella tempestad
Cdho de poca pieza ¡tníió volando por el
l.cjddo. Kn lii iiiistiiíi significación lo
US ■> el antiguo ronitince del marqués
de Mantua :
Al cabo de una sjran pieza,
en pie se fué á levantar.
1. Ya se notó en el capítulo II la pro-
pieddil con que se pone en boca de
ú Quijote este lenguaje sembrado de
arcaismos. Al paso se aprovecha Cer-
vantes de esta circunstancia para
poner en ridiculo, conforme al propó-
sito general de su obra, ios libros de
caballcria, los cuales, unos, por ser
realmente antiguos, usaban dellenguaje
del siglo en que se escribieron, y otros
afectaban imitarlos. Ya lo había til-
dado 1). Diego de Mendoza, cuando en
boca del capitán Salazar decía al r>a-
chiller de Arcadia: Vos. señor Bachiller,
debéis de ser muy ami[/o de lihros de
caballerías, que usan de vocablos inwj
viejos.
i. D. Quijote disculpaba su caída
atribuyéndola á su caballo, al modo
que angélica '-'.) en Ariosto disculpaba la
de Sacripante derribado por un caba-
llero desconocido :
(>■) Es lástima que Cleniencín tiaya em-
pleado tanta erudición en comentar pasajes
como el presente, que no nucesilan comen-
tario. Como esta nota hay muchísimas, en
que el comentarista gastó, como vulgarmente
se dice, la pólvora en salvas. (M. de T.)
En el capitulo siguiente repite D. Qui-
jote la misma excusa: Téti(/anse todos,
decía, que veiif/o mal ferido por la
culpa de mi caballo. liowie, en sus
anotaciones, trae ejemplos de caba-
lleros derribados que alegaban haberlo
sido por culpa de sus caballos y alfa-
nas : y con efecto, en los lances de
caballería solía entrar en cuenta la
consideración de si la culpa hahia sido
del caballo más bien que del caballero.
Y asi. entre las reglas que da para las
justas el Doctrinal de Caballeros, se
encuentra lo siguiente : Si un cafjullcro
derribase ú otro é rí su calta lio; si ésle
que cayó derribare al otro »i« su
caballo, decimos que haya mejoría el
caballero que ayo el caballo con él:
porque parece que fué la culpa del ca-
ballo é non del ctiballero [a].
3. Se deriva del latín cihus. y signi-
fica propiamente las granzas ú restos
gruesos que quedan después de uioli-
dos los granus que se destinan á ali-
mento : también significa el trigo que
pasa de la tolva á la rueda del molino
para convertirse en harina.
Dell, disse rlln, Su/iior. non i'i rincresca.
Che del cnder non e la c^ípa roslra.
Ha del caballo, a cui ri¡io.io ed esca
ilcglio ni convrnia che nova giostra{b).
(Vi) I.ili. III. til. V.
(6j Canto I, est. ()7
'KIMKIU l'AKIK.
CAIMTUI.O IV
f)l
de palos (\\ic sobre ól Uovia', no cerraba la l)Oca, amenazando al
cielo y í'i la lierra y á los malandrines, qno tal le [)arecían.
Cansóse el mozo, y los mercadísres si{j;uieron su camino, llevan-
do (|né contar en todo ¿I del pobre apaleado, el cual, después
(jue se vio solo, tornó á probar si podía levantarse; pero si no lo
pudo hacer cuando sano y bueno, ¿cómo lo haría molido y casi
deshecho? Y aun se tenía j)or dichoso, pareciéndole que aquella
era ])i'0[)ia desgracia de caballeros andantes-, y toda la atribuía
A la falta de su caballo; y no era posible levantarse, según tenía
brumado todo el cuerpo-*.
1. Las primeras ediciones dicen :
toda uquellu teinpeslad de palos que
sob7'e él vía La. de Loudres de 1738 lo
corrifíió con verosimilitud, y á mi
entender coa acierto, poniendo Hacia
en vez de via.
•2. Mejor : era desgracia propia de
caballeros andantes. Kn las lenguas
modernas el orden de las palabras no
es tan libre como en otras antiguas, é
influye á veces esencialmente en la
significación.
'i. Estas palabras ni ligan bien con
lo que las ntec-ede, ni hacen otra cosa
que repc-tir lo que se dijo pocos ren-
glones antes : lomó (D. Quijote) á
probar si podía levantarse ; pero si no
Lo piulo hacer cuando sano y bueno,
(\ cómo lo haría molido y casi deshecho '.'
Lo mismo vuelve á decirse en las pri-
meras palabras del siguiente capitulo;
de suerte que no seria temeridad sos-
pechar que la presente expresión fué
'ñadida al texto por el imperito im-
presor, como lo hicieron también
alguna vez los copiantes, intercalando
palabras y expresiones suyas, ó halla-
das en las m.írgenes de los manuscritos
que trasladaban, de lo que no faltan
ejemplos en los libros clásicos de la
antigüedad.
CAPITULO V
DONDE SE PROSIGUE LA NARRAf.IOX DE T.A DESGRACIA
DE NUESTRO CABALLERO.
Viendo, pues, que en efecto no podía menearse, acordó de
acogerse á su ordinario remedio', que era pensar en algún paso
de sus libros, y trujóle su locura á la memoria 'aquel de Baldo-
vinos y del Marqués de Mantua-, cuando Cariólo le dejó herido en
lamonliña^ : historia sabida de los niños \ no ignorada de los
1. Los antiguos hubieron de creer
que la memoria residía en el corazim,
y de aquí el verbo decorar y la expre-
sión lomar de coro, común á las lenguas
francesa y castellana, y los verbos
recordar y acordarse, este último reci-
proco, que significa renovar la memoria
pe alguna cosa. Cuando no es reci-
droco, como sucede en el presente pa-
saje del texto, es lo mismo que resolver,
y en este sentido se usa ordinariamente
cuando la resolucii'm es de muchos.
2. Es el antiguo romance del Marqués
de Mantua, que contiene la relacií'm de
la traidora muerte que dio á Baldo-
vinos el Infante Carloto, hijo del Em-
perador Carlon)agno, de la acusación
que contra él hi/o el Marqués de
Mantua, tío de Baldovinos,y del castigo
de Carloto. Baldovinos es lo mismo que
Balduino, nombre común en la Edad
Media, con la terminación en os. que
en los principios de la lengua castellana
se daba á los nombres latinos acabados
en t(s. .\s¡ se foruiaron los nombres de
Oliveros, Gaiferos y Montesinos, héroes
de nuestros romances primitivos; Ale-
jos, .\lbertos, Troilos, Pablos, Mateos,
fueron nombres de personas usados en
Castilla, y todavía conservan en el uso
común la misma terminación los nom-
bres de .Marcos, Carlos. Pilatos y Lon-
ginos. El origen del romance del
Marqués de Mantua, como el de otros
romances viejos castellanos, es difícil. >'>
por mejor decir imposible, de averiguar.
En la Crónica general de España (a),
escrita en el siglo xiii, se citan ya los
cantares de las hazañas de Bernardo
del Carpió, y en la Gran conquista de
Ultramar, escTúii por el mismo tiempo,
se cita y aun se extracta una historia
de Carlos Mainete ó Carlomagno que
no ha llegado á nosotros (a). En la'des-
cripción que allí se hace de dicha
historia, hay algún indicio de que so
tomó (le ella el asunto del romance
de Baldovinos.
3. Así decían las primeras ediciones:
las posteriores corrigieron malamente
monfaña. El romance ('• historia del
Marqués de .Mantua, que es la que aquí
se cita, no dice ni uno ni otro, sino
monte y bosque y floresta: pero, tratán-
dose de romanices antiguos, no fué
extraño que Cervantes usase de la
palabra montiña, que en ellos suena
en la misma significación que montaña .-
fuese porque se equivocó citando de
memoria, como solía, sin consultar ej
original; fuese y esto es lo más vero-
símil) porque prefirió la palabra anti-
(a) Lib. II, cap. XLIII.
(a) Crónica general de Espaiia. — La notable
Biblioteca fundada por Rivadeueira y conti-
nuada al presente bajo la dirección del señor
Menéndez Pelayo, ha juiblicado reciente-
mente una edición de esta obra.
(M. de T.)
piii.MKiiA p\r<Ti:.
CAPITULO V
03
mozos, celebrada y aun citúda de los viejos, y con todo esto no
más vcrdadíM-a que los milagros dcMahoma. Esta, pues, le pareció
á él que le venía de molde para el paso en que se hallaba ; y así
con muestras de grande sentimiento se comenzó á volcar por la
tierra ', y i\ decir con debilitado aliento lo mismo que dicen decía
el herido caballei'o d(d bosque :
¿Dónde estás, señora mía 2,
que no te duele mi mal?
ó no lo sabes, señora,
ó eres falsa y desleal.
cuada como propia y peculiar de ellos,
uno del Conde Claros (a) empieza así :
A caza va el Kmperante
á Sant Juan do la Montiña;
con él iba el Ccinde Claros
por le tenei conipañía.
Es evidente que la ley del ason;i,nle
excluía á ynonlaria y exigía que se leyese
montiña. Lo mismo se ve en el otro
romance antiguo de la Infantin;. {!>) :
Sieste fadas me fadaron
en brazos de un ama mía
que ándase los siete años
sola en aquesta montiña.
Hoy se cumplían los años
desde aquel amargo día :
por Dios ruego, caballero,
llévesme en tu compañía...
1 se va á tomar consejo.
y ella queda en la montiña...
Cuando volvió el caballero
no la hallara en la montiña.
4. Excusado era decir que los muzos
no ignoraban una cosa que ya sabían
desde niños y que los viejos la creían,
después de haber dicho que la celebra-
ban. La exactitud y la gradación pedían
con mejor derecho que se dijese, yendo
de lo menos á lo más : no ignorada de
los niños, sabida de los mozos, creída y
aun celebrada de los viejos. Todavía
parece mayor la inadvertencia de
Cervantes en desmentir los milagros
de Mahoma (a), sin acordarse de que el
autor original del Int.enioso Hidalgo se
suponía ser mahometano. Pero pre-
gunto yo : cuando Cervantes escribía
el capítulo V de su fábula, ¿ tenía pen-
sado ya hacer autor de ella á Cide
(a) Cancionero de romances de Amberes,
15:0. fol. 2'.)l. — (Ij) ídem, fol. 2U3.
Hamete ? La primera mención que se
hace de éste es en el capítulo IX : pro-
bablemente entonces fué cuando le
ocurrió por piümera vez ;í Cervantes
dar origen arábigo á su obra ; y como
no leía lo que anteriormente llevaba
escrito, no tropezó con la inconse-
cuencia, ni pensó en corregirla. Así se
escribió uno de los libros de mayor mé-
rito de la literatura moderna.
1. Volcarse por revolcarse. Haj' gran
diferencia entre ambos vocablos. Volcar
se dice de las cosas inanimadas ; revol-
carse sólo puede decirse de los vi-
vientes : el primero es caer en tierra lo
que se mueve., el segundo es volverse
repetidas veces el caído de un lado á
otro; el primero es verbo de estado y
á las veces también activo ; el segundo
no es uno ni otro, sino recíproco. Acaso
la supresión de la partícula re fué error
de imprenta, como en éste y en otros
c sos semejantes puede sospecharse.
2. El romance del Marqués de Mantua,
impreso entre otros del Cancionero de
Amberes, del año 1555, dice [a] :
i Dónde estás, señora mía,
que no te pena mi male ?
De mis pequeñas heridas
compasión solías tomare;
agora de las mortales
no tienes ningún pesare.
(a) Fo!. 32.
(a) Causa pesadumbre el ver el apasiona-
miento y la inconsistencia de muchas de las
críticas de Clemencín. ; Y se las echaba
de amigo y admirador de Cervantes ! Estas
admiraci'ines traen á la memoria la ingeniosa
jaculaton:i de Voltaire./5e/7o)/ ¡libradme de
mis amigo-i ! Respecto á la popularidad de los
romances en nuestra época, véase lo que digo
en mi reciente liliro : Por In cultura y por la
raza. pág. lOíl. ÍM. de T.)
04
DON QL'I.JÜTE 1)K LA MANCHA
Y desta manera fué prosiguiendo el romance hasta aquellos versos
que dicen :
¡ Oh noble Marques de Mantua,
Hii lío y se ñor carnal 1
Y quiso la sueiie que, cuando llegó i\ este verso, acertó á pasar por
allí un labrador de su mismo lugar y vecino suyo, (|ue venía de
llevar una carga de trigo al molino ' ; el cual, viendo aíiuel hombre
allí tendido, se llegó á él y le preguntó que quién era, y qué mal
sentía que tan tristemente se quejaba. D. Quijote creyó sin duda
que aquel era el Marqués de Mantua su tío, y asi no le respondió
otra cosa sino fué proseguir en su romance, donde le daba cuenta
de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante con su
esposa, todo de la misma manei-a que el romance lo canta. El
labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates ; y quitándole
la visera, que ya eftaba hecha pedazos de los palos, le limpió el
rostro, que lo tenía lleno de polvo : y apenas le hubo limpiado-,
En el Romancero general, enmendado
y añadido por Pedro de Flores, é im-
preso el año l6iü, encuentro un romance
(le Tirsi, contrahecho sobre el del
Marques de Mantua, en que lamentán-
dose Tirsi de su señora, le dirigía estas
quejas (a) :
¿ Dónde estás, señora mía,
que no te duele mi mal ?
/ no lo sabes, señora,
ó eres falsa y desleal.
De este romance, que ciertamente es
anterior á la edición de Pedro de Flores,
tomó Cervantes los cuatro versos, y
como citaba de memoria y sin consultar
los originales, según ya notamos, con-
fundió las especies y atribuyó los
versos al romance del Marqués (le Man-
tua. Consiguiente á esta equivocación,
dice Cervantes que D. Quijote pro-
siguió el romance hasta aquellas pala-
bras :
¡ Oh noble Marqués de Mantua,
mi tío y señor carnal !
palabras que no se hallan ni pueden
hallarse en el romance de Tirsi, que no
pasa de treinta y dos versos, siendo asi
que median ochenta y seis entre los
dos pasajes del verdadero romance del
Marqués de Mantua.
Es de admirar que un erudito como
D. Juan Antonio Pellicer diga en sus
(a) Fol. 34.
notas al presente capítulo del Quijote,
que el autor de este romance fué Jeró-
nimo Treviño y que se imprimió en
.\lcal.í. año de l."i98. El estilo y expre-
siones del rouiance, sin otros indicios,
demuestran mayor antigüedad; y por
de contado se ve que Pellicer no tuvo
presente que había sido incluido en el
Cancionero de Amberes. La fecha de
dicho romance, segi'm arguye su len-
guaje, no puede ser posterior al
siglo XIV ; pero el examen de esto nos
llevaría muy lejos del Quijote.
1. Luego el molino no estaba lejos
del pueblo : y con efecto, por las rela-
ciones topogr.íGcas hechas de orden de
Felipe II, que se citaron anteriormente.
se ve que la villa de Argamasilla de
.VIba tenía varios mrdínos con once
piedras en el Guadiana, que pasa por
su inmediación. Por las mismas rela-
ciones consta que la otra Argamasilla
de Calatrava no tenia molino alguno:
nueva prueba de que la Argamasilla de
Alba y no la de Calatrava era la patria
de i). Quijote.
2. Lo mismo cuenta el romance que
hizo el .Marqués de Mantua con Baldo-
vinos .
Con un paño que traía
la cara le fué á limpiare:
desque lo hubo limpiado,
luego conocido lo hae.
Cervantes copiaba sus reminiscen-
cias.
l'HIMKHA l\MiTi:. — CAIMTUI.O V
i\n
ciiiindo le conoció y le dijo : Señor ()uijada (que así se debía de
llairKir cuando el lenia juicio y no había f)asado de hidalj^o sose-
t^ailo ;í cal)allej'() andanle), ¿quií'm ha puesto á vuestra merced
desta suerte? Pero él seguía con su romance á cuanto le pregun-
taba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el
peto y espaldar para ver si tenía alguna herida, pero no vio sangre
ni señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con [)oco tra-
]>ajo le subió sobre su jumento, por parecerle caballería más
sosegada. Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liólas
sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda y del cabestro al asno,
y se encaminó hacia su pueblo, bien pensativo de oir los disparates
que D. Quijote decía; y no menos iba D. Quijote, que de puro
molido y quebrantado no se podía tener sobre el borrico, y de
cuando en cuando daba unos suspiros que los ponía en el cielo,
de modo tpie de nuevo obligó á que el labrador le preguntase le
dijese que mal sentía ^ : y no parece sino que el diablo le traía á
la memoria los cuentos acomodados á sus sucesos, porque en aquel
punto, olvidándose de Baldovinos, se acordó del moro Abindarráez,
cuando el Alcaide de Antequera (,ñ), Rodrigo de Narváez -, le prendió
y llevó preso á su alcaidía. De suerte que, cuando el labrador le
volvió á preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las
mismas palabras y razones que el cautivo Abencerraje ^ respondía
{. Sobra uno délos dos verbos pre-
yuntase ó dijese (a). Este último fué el
que debió borrarse; pero se le olvidó á
Cervantes hacerlo.
2. El Infante D. Fernando, que fué
después Rey de Aragón, mientras fué
tutor de su sobrino el Rey D. Juan
el 11 de Castilla, ganó de los moros la
ciudad de Antequera el año de 1410, y
puso por Alcaide en el casfillo é la villa
á Rodrigo de NarL'üez, su doncel, que
había criado desde niTw en su cámara,
¡I era caballero mancebo esforzado, de
buen seso é buenas costumbres (a).
3. El que dirigii) l,i magnífica edición
del Quijote que se hizo en Londres el año
de 1138, creyendo que Abencerraje era
errata, le sustituyó Abindarníez. No lo
hiciera si hubiera leído la relación del
(a) Crónicade D.Juan II, 'díiO 10,cap.CXVlI.
(«) Dijese. — Atendiendo al verdadero y pri-
mitivo sentido de preguntar, no sobra nin'f;iino
delosdns verbos. Lo que hay es que ha variado
el uso desde la época de Cervantes hasta la
fecha. íM. de T.)
suceso en la Diana de Jorge de Monte-
mayor, donde el mismo Abindarráez
cuenta que era de la familia de los
Abencerrajes: familia de lasmiis ilustres
entre las granadinas, que, perseguida
por el Rey.Mohamad el Pequeño, se pasó
á Castilla el año de 1428, según se refiere
en la crónica del Rey D. Juan el 11 (a).
Según ella, fueron treinta los Abence-
rrajes refugiados que se presentaron al
Ty.e\ en Illescas.
La substancia del suceso de que aquí
se trata, y que se cuenta en la Diana
de Jorge de Montemayor (b), se reduce
á que Abindarráez, como individuo de
una familia proscrita, se crió de orden
del Rey fuera de Granada, en poder del
Alcaiile de Cártama, y en compañía de
una hija de éste, llamada Jarifa. Enamo-
(a) Año 28, cap. CIX. — (6) Lib. IV.
(?) En mi pueblo natal. Leja, patria del
general Narváez, se conservaba hasta hace
algunos años (ignoro si todavía se conserva)
el retrato del famoso alcaide de Antequera,
asc<jiidientc del duque de Valencia.
(.M. de T.)
00
DON 01 IJOTí: 1)L I.A MANCHA
á Rodrigo do Narváoz, del misitio modo qm? 61 había leído la
hisloria en la Diana de Jorge de Monlemayor, donde se escribe ;
aprovechi'nidose delhi tan de propósito, que el labrador se iba
dando al diablo de oir lanía máquina de necedades : por don<le
conoció (pie su vecino eslaba loco, y dábase priesa á llegar al
pueblo por excusar el enfado que D. Quijole le causaba con su
larga arenga. Al cabo de la cual, dijo : Sepa vuestra merced, señor
D. Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa que he dicho, es
ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago
y haré los más famosos hechos de caballería que se han visto,
vean ni verán en el mundo'. Á esto respondió el labrador : Miie
ráronse uno de olru, y habiendo dis-
puesto el Rey de Granada que ci Al-
caide pas'se á serlo de Coin, y que
Abindarráez continuase en Cártania,
qued('> concertado entre ios dos amantes
que Jarifa avisaría cuando hubiese oca-
siiui de ir á verla y celebrar su enlace.
Húbola dealli aijíún tiempo porau.scn-
cia del Alcaide, (lue habla si(lo llamado
por el Rey á (irauada, y avisado Abin-
darráez, caminó una noche de verano á
Coin, y cayó en una emboscada que
tenia puesta Roilrigo de Narváez. iNoló
éste la tristeza y suspiros de su cautivo,
y preguntándole la causa, supo de su
boca toda la historia. Esta es la pregunta
y respuesta de que habla el texto (í). En
ia Duina de Montemayor se continúa
la relación del suceso, según la cual no
ilev(') Narváez al moro á su Alcaidía,
como dice Cervantes con su inexactitud
ordinaria en las citas, sino que, compa-
decido de la aflicción del gallardo moro,
le permitió continuar desde el mismo
camino su viaje á Coin, bajo palabra
de presentársele á tercero día, y asi lo
cumplió Abindarráez en Alora, acompa-
ñado de Jarifa, (|ue quiso seguir la
suerte de su amante. Narvápz, prendado
de la noble y leal conducta del moro,
dio generosamente libertad á los dos
esposos, haciéndoles (r,; escoltar hasta
que llegaron á paraje seguro.
(ü) El señor Corlejón, fniiJarrtiise en que
no citan «sla avíMitura ni Hernanilo riel Pul-
gar ni Fprrant Mexia, pone en duda la auten-
tifiíJad do está levenda, tan popular en An-
dalucía. ■ (M. de T.)
(/•,) Hnci^iiilolt'x es un liarbarismo censu-
rado por la Academia en su gramática. Xm
es dativo ó complemento indirecto. Debe de-
cir : liaciéiiilolos. Algo más grave es esto en
un académico que las distracciones de Cer-
vantes." (M. de T.)
Esta historia, engalanada conalgunas
circunstancias por Jorge de Monte-
mayor, conviene con la que publicó
Antonio de Villegas en la colección de
sus opúsculos, que con titulo de Inven-
tario publicó en .Medina del Campo el
año de 1.^6.t. El fundo del suceso fué
cierto. Asi lo te.«tifica en su llintoria de
los árabes de España D. José Antonio
Conde, expresando que esta aventura,
el amor de la doncella y el granadino,
y mds aún la generosidad del Alcaide
Narváez, fué ?//»// celebrada de los
buenos caballeros de (Jranada, y can-
tada en los versos de los mejores in-
ijenios de entonces.
También se cantó el suceso en Cas-
tilla, como se ve por el romance que se
insertí'i en el Romancero yeneml [aj, y
modernamente en el de Üepping, im-
preso en Leipzic el año (le 1817, el
cual empieza así :
Ya llegaba Abindarráez
á vista de la muralla,
donde la bella Jarifa
retirada le esperaba.
Esta uiisma aventura sirvió después
de argumento á lacomediaque escribió
Lope de Vega con el titulo de El Remedio
de la desdicha, dedicándola ;i su hija
I)oña Marcela del Carpió. Se halla en la
parte XII de las comedias de Lope.
1. Para que estuviese más acorde el
periodo, convino poner: los mÚJi famosos
hechos de caballería que se han visto,
ven y verán en el mundo. La partícula
tii supone negación anterior, y uo la
hay.
(al Parle IX, l'ol. 355.
I'UIMEUA i'AItTIi.
CM'lTULü V
67
vucsliji merced, sorior, ¡ ()eeaü()r de mí ! qUe yo no soy D. Rodrigo
de Narvácz ni el Martjiiés de Mantua, síik^ l*edro Alonso su vecino,
ni vuestra nícired es lialdovinos ni Abindarráez, sino el honrado
hidalgo del señor Quijada. Yo sé quien soy, respondió D. Quijote,
y sé que puedo ser no sólo los (jue he dicho, sino lodos los doce
Pares de Francia ' y aun todos los nueve de la Fama -, pues á
1. Kst.'is piUahras de D. Quijole pa-
recen suponer que Baldovinos era uno
de los doce Pares de Francia : y con
efecto, en el citado roniancedel Marqués
de ¡Mantua, dando Baldoviaos cuenta
de quién era, á su lio, le dice :
A mí dicen Baldoviaos
que el Franco solían llamare.
Hijo soy del Rey de Üacia,
hijo soy suyo caVnale,
uno de los doce Pares
que á la mesa comen pane.
Los doce Pares, como dirá en adelante
el Canónigo de Toledo en el capi-
tulo XLIX, fueron caballeros escor/ic/os
por lo.t Rei/es ele Francia, á quien lla-
maron Pares por ser todos igi/ales en
valor, en calidad y en valentía. Otros
dan otro origen al nombre de Pares. La
opinión vulgar, repetida en los romances
antiguos, refiere la institución de los
doce Pares de Francia al Emperador
Carlomagno ; pero los criticos la ¡uzgan
posterior al reinado de Hugo Capeto.
Sea de esto lo que l'uere. nuestros ro-
mances dan á entender que el Colegio
de los doce Pares, fundado por Carlo-
magno, tenía semejanza con el de los
Caballeros déla .Mesa ó Tabla redonda,
fundado por el Rey Artús, cuando suelen
designarlos por la circunstancia de que
comianpon ú una mesa, que alguna vez
Uiman redonda. .\sí sucede en el ro-
mance del Marqués de Mantua, y en los
de D. üaiferos, del Conde Dirlos, del
Conde Claros y del Palmero. En el de
la embajada d'^l Marqués de Mantua se
dice del Conde Dirlos y del Duque
Sansón, que eran los que la llevaban:
Caballeros son d'estima,
de iírande estado y linaje,
de los doce que á "la mesa
redonda comían pane.
Lus más nombrados de los doce Pares
fueron Roldan, Oliveros, Güi de Bor-
goña, Ricarte de Normandia. Reinaldos
de Montalbán y otros cuyos nombres
son difíciles de señalar con puntualidad,
por la variedad con que se leen en las
historias, romances y libros caballe-
rescos.
Acaso tuvieron algún influjo en la
designacii'm que se nizo en tiempo del
Emperador D. Carlos de las Doce Casas
de Grandes de Españalas ideas vulgares
sobre los doce Pares de Carlomagno ;
ideas que eran coiiujnes desde anti-
guo en Castilla; pueslo que se halla ya
mención de ellas en la Gran conquista
de Ultramar, libro escrito de orden del
Rey D. Alonsoel Sabio (a): yaun antes
de esto, en el poema del Conde Fernán
González, compuesto, según puede
conjeturarse, por los años de 1200, en
que, animando el Conde á sus varones
á la guerra contra los Moros, les decía:
Non cuentan de Alejandro las noches nín los
[días,
Cuentan sus buenos fechos é sus caballerías:
Cuentan del Reí Davit el que mató á Golías,
De Judas Macabeo, fijo de Matatías.
Carlos, Baldovinos. Roldan é Don Ogero,
Terin é Galdabucí é Bernal é Olivero.
Torpín é Don Ribaldus é el gascón Angelero,
Ercol et Salomón é el otro su compañero,
Estos é otros muchos que non vos he nom-
brados.
Sí tan buenos non fueran, hoy verníen olvi-
[dadoá.
•2. Fueron tres judíos, Josué, David
V Judas Macabeo : tres gentiles, .ale-
jandro, Héctor V Julio César: y tres cris-
tianos, el rey Artús, Carlomagno y
God.-fre de Bullón.
Antonio Rodríguez Portugal, Rey de
armas del Rey don Juan el III. tradujo
del francés, dedicó á dicho Principe y
publicó en Lisboa el año de 1530 la
Crónica llamada elTriun/'o de los nueve
miís preciados varones de la Fama.
Volvió á imprimirse en Alcalá de He-
nares el año de 18.5.1. dedicada á D.Juan
Pacheco Girón, conde de la Puebla de
{a¡ Lib. I, cap. CXXVII.
68
DON (¿riJO'lE DK LA MANCHA
todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron,
se aventajarán las mías. En estas pláticas y en otras semejantes
llegaron al lu^nv á la hora que anochecía ; pero el labrador
aguardó á que fuese algo más de noche, porque no viesen al
molido hidalgo tan mal caballero ^ Llegada, pues, la hora que le
pareció, enlró en el pueblo y en casa de D. Quijote, la cual halló
toda alborotada, y estaban en ella el Cura y el Barbero del lugar,
que eran grandes amigos de D. Quijote, que estaba diciéndoles su
Ama á voces ^ : ¿ Qué le parece á vuestra merced, señor licen-
ciado Pero Pérez (que así se llamaba el Cura) de la desgracia de
mi señor? Seis días ha que no parecen él ni el rocín ^, ni la
adarga, ni la lanza, ni las armas. ¡Desventurada de mí! Queme
Montalbán. Tiene esta edición la parti-
cularidad de que la censuró y retocó su
estilo el Maestro Lope? de Hoyos, que
lo fué de Miguel de Cervantes. En la
censura se califica Hoyos de capellán,
y tiene la fecha de 9 de Julio de 1831.
D. Leandro Moratín.en los Orígenes
del teatro español., puso en la lista de
los libros de caballería la Crónica de
los nueve de la Fama. Dificilinente
pudiera ocurrirque JosuéyDavid fueron
caballeros andantes.
1. Caballero es aquí lo mismo que
jinete ó persona puesta ;i caballo. Y
en efecto, era mal visto que las personas
de respeto montasen asnalmente, y
por eso, según dice el Obispo de Burgos
en el Doctrinal de caballeros (a) : los
antiguos sabios ordenaron que cuando
hubiesen de cabalgar por villa, que no
cabalgasen sino en caballos, quien los
pudiere haber. Haciéndose cargo de
esto D. Quijote en el capítulo XV, des-
pués de la aventura de los yangüeses,
trata de excusar con ejemplos antiguos
su conducción y transporte en el Rucio
de Sancho : Xo tendré', dice, á deshonra
la tal caballería, porque me acuerdo
haber leído que aquel buenvifjo Sileno,
ayo y pedagogo del alegre dios de la
risa, cuando entró en la ciudad de las
cien puertas, iba muy á su placer ca-
ballero sobre un muy hermoso asno. No
supo más D. Quijote; hubiera podido
citar los jueces delsraei,Jairy Abdón,y
otros ejemplos y razones alegadas en el
elosio del Asno 6) que el cronista Pedro
Mejia insertó en la segunda parle de su
(a) Lib. I, tit. lil.
Coloquio del Porfiado. De Jair se refiere
que sus treinta hijos, que eran señores
de otras tantas ciudades, cabalgaban en
sendos pollinos ; y de Alidi'm, que tenia
cuarenta hijos y treinta nietos, que
montaban sobre setenta asnos. Las per-
sonas principales cabalgaban entonces
en asnos gordos y lucios, como se lee en
el cántico de Débora. ElcélebreD. Alonso
de Madrigal, el Tostado, Obispo ae
Ávila, en su Comento ó exposición de
las crónicas de Ensebio (a) refutó á Jo-
sefo, que dijo que los hijos de Jair y
Abdón montaban en caballos, atri-
buyéndolo á que Josefo hubo de tener
á caso de menos valer que los Príncipes
de su nación montasen en burro.
2. Mejor : á quienes estaba diciendo
su ama á i'oce.s..V.caso diría el original :
« los que estaba, etc.
3. Hay contradiccii'm entre lo que
dice el Ama y los lapitulos anteriores.
Segi'm éstos. D. Quijote nohabia pasado
más que una noche fuera de su casa :
salió de ella un día de julio por la ma-
drugada, pasó la noche siguiente en la
venta, partió á la hora del alba, á corta
distancia dio con la aventura de .\ndrés,
á las dos millas se encontró con los
mercaderes, cayó, fué ap.ileado. le re-
cogió Pedro .\lonso. y llegaron al lugar
al anochecer. No llega todo á dos dias.
(a) Parte lU. cap. LXIII y LXXI.
(0) Hace algunos añns leí con asombro en
el Almanaque de la Ilustración, el citndo elo-
gio del asno, casi tal como lo escribió Mejía,
pero llevaba ;U pie el nombre de un escritor
y profesor que gozaba entonces de bastante
popularidad. (M. de T.)
PniMERA PARTE. — CAPÍTUr.O V 69
doy :i onhMulor, y así es olio la verdad romo nací para morir, que
eslos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de
oi'diiKuic), le lian vuelto el juieio, que ahora me acuerdo haberle
oído decir muchas veces hablando enlrcí sí, que quería hacerse
caballero andante é irse á buscar las aventuras por esos mundos.
Encomendados sean á Satanás y á Barrabás tales libros, que así
han echado á perder el más delicado entendimiento que había en
toda la Mancha. La Sobrina decía lo mismo, y aun decía más :
Sepa, señor maese Nicolás (que este era el nombre del Barbero),
(pie muchas veces le aconteció á mi señor tío estarse leyendo en
estos desalmados libros de desventuras ' dos días con sus noches,
al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos, y ponía mano
á la espada, y andaba á cuchilladas con las paredes, y cuando
estaba muy cansado, decía que había muerto á cuatro gigantes
como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que
era sangre de las feridas que había recibido en la batalla, y
bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sose-
gado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que
le había traído el sabio Esquife-, un grande encantador y amigo
1. Apodo con que la Sobrina moteja
in<¡;eniosau]ente los libros de aventuras
caballerescas. Con éstas y otras expre-
siones de la Sobrina y del Ama, va Cer-
vantes preparando el escrutinio y quema
de los libros de D. Quijote, de que se
trata en el capítulo siguiente.
2. La Sobrina equivocó el nombre
de Alquife (t), marido de ürganda la
desconocida, sabio i'i encantador célebre
en los anales andantescos, y nutor que
se supone ser de la historia de Amadis
de Grecia, por otro nombre el Caballero
de la Ardiente Espada.
Encantador es lo mismo que hechi-
cero, mágico ó nigromántico ; y las
l)SL[a.hri\sencanlo, encantar, enca7itador,
encantamento, todas vienen de canto,
por la idea que tenían los antiguos de
(i.) Alquife. — Este trastueque de nombres
se observa constantemente en el vulgo y en
muchos ricos improvisados. Todo el mundo
conoció en Madrid al famoso marqués, con-
sejero del Banco, que hablaba de la luz
genital, y al general famoso de la lela de Pen-
tecostés (por telii de Penélope)}' á otros por el
estilo. Hoy mismo hay en Madrid un editor
y no de los menos importantes, á quien oí
decir, aquí en París, que había editado la
célebre novela : Las Catatumbas.
ÍM. de T.)
que los mágicos hacían sus prodigios
cantando coplas, de donde llamaron
también carmina á los encantos y ma-
leficios. Y asi decía UQ mágico en Vir-
gilio (a):
Ducite ab urbe domum, mea carmina, diicite
[Daplinim.
Carmina vel co^lo possunt deducere lunam;
Carminibus Circe socios mutavit Ulyssei ;
Frifiidus in pratis cantando rumpitur anyuis.
Ovidio, en el libro Vil de las. Ve^amo?'-
fosis. hablando de las promesas que
hizo Jasón á Medea para moverla á que
con sus artes le librase de los peligros
que le amenazaban, dice :
Creditus acccpit cantatas pro tinus herbas.
He aquí las hierbas encantadas. Y
después pondera así Medea su poder :
Stantia concutio cantu freta, nubila pello
Nubiluque induco, ventos abigoque vocoque ;
Vipéreas rumpo et verbis et carmine fauces.
Y luego dice de Medea el poeta :
Effúgit illa necem nebulis per carmina motis.
Lo mismo se ve por otros escritores
antiguos, Tácito, Juvenal, PlinioyApu-
kyo.
(a) Égloga VIII.
70
DON QUIJOTE DE L\ MANCHA
suyo. Mas yo rae tengo la culjja de todo, que no avisé á vuestras
mercedes de Los dispárales de mi señor tío, para que lo remediaran
antes de lle<?ar á lo que ha llegado, y quemaran todos estos desco-
mulg^ados libros (que tiene muchos), que bicni merecen ser abra-
sados como si luesen de herejes. Esto dif^o yo también, dijo el
Cura, y á le que no se {¡ase el día de mañana sin que dellos no se
llaga auto público', y sean condenados al fueg-o, pcjrípie no den
ocasión á quien los leyere de hacer lo que mi buen amigo debe de
haber hecho. Todo esto estaban oyendo el labrador y D. Quijote,
con que acabó de entender^ el labrador la enfermedad de su
vecino, y asi comen/ó á decir á voces : Abran vuestras mercedes
al señor Baldovinos y al señor Marqués de Mantua, que viene
malferido-^, y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo el
valeroso Rodrigo' de Narváez, Alcaide de Antequera. A estas
voces salieron todos, y como conocieron los unos á su amigo, las
otras á su amo y tío, que aun no se habla apeado del jumento
porque no podía, corrieron á abrazarle. El dijo : Ténganse todos ;
vengo malferido por la culpa de mi caballo : llévenme á mi le, ho.
y llámese si iuere posible á la sabia Urggnda que cure y cate
mis feridas"'. Mira, en hora mala, dijo á este punto el Ama ^, si
1. Sin que dellos se haga auto pú-
liUco, es como debió decirse : sobra el
710. Las ediciones anteriores ponen acto
público : en ésta se ha corregido uvfo
publico, y así debió ponerse, aludiendo
á los del Santo Uficio. seiiiin lo indica
claramente la pena de fuego con que
en las siguientes palabras se amenaza á
los libros. Conl\)rme á esto, se dice
despiiésencl capitulo XXVllqueel (>ura
y el Barbero hablan hecho escniliniu //
auto f/pnerui de fus libros de Ü. Quijote.
2. Se oniili('i el articulo lo : con lo
que acabó de entender, etc. Asi solian
hacerlo nuestros antiguos escritores, en
los cuales se encuentra también muchas
veces escrito porque enlugarde jDor lo
que.
.3. El bueno de Pedro Alonso equi-
vocaba la historia y los personajes,
porque el mal ferido no fué el .Mar(|ués,
sino su sobrino. Para hablar con exac-
titud, debiera deiir con las mismas
palabras, pero endistinto orden .abran
vuestras mercedes al sefior Marqués de
Mantua ;/ alseñur Baldovinos. que viene
malferidí).
4. Mejor : a quien trae cautivo el
valeroso Rodriyo de Narváez, Alcaide
de Anlequera; porque como está, no se
sabe si el moro trae preso al Alcaide, ó
el Alcaide al moro.
5. Primero es catar y luego curar:
y asi debiera haberse escrito : que cate
y cure mis fe>'idas. D. Quijote implora
los auxilios de la sabia Lrganda par ■
que lo cure, como curi') en varias oca-
siones á .Vmadis de (jaula y á otras
personas de su familia. Los mismos
oficios hizo la sabia Hclonia con Ama-
dís de Grecia, Ipermea cnn Olivante, y
la lada Morgaina y la dueña del Fondo-
valle con otros caballeros, según se
refiere por menor en sus historias.
6. El Ama hablaba con muchos, y
así no pudo decir mira en singular.
Debió ponerse miní. con acento en la
últimíi, segi'in se halla en las ediciones
primitivas. Pellicer, quehizo oportuna-
mente esta observacii'tn, añadiendo que
entonces se escribía asi la segunda per-
sona de plural del imperativo, no se
atrevió, sin embargo, á corregirlo en su
edición, y prefirió poner mirad, como
ahora decimos; Pero debió tener pre-
sente, no sólo que ya desde muy anti-
guo solía ponerse tomó por tomad,
come por comed, segí'm testifica el au-
PUINFiUA PArtTK.
CAP I TI?. O V
71
me (locía JÍ mí bien mi coinzón fiel pie que cojeaba mi señor. Suba
vuestra merced en buenhoia, í[ue sin que venga e§a Ur^^ada ' le
sabremos aquí curar. iMaUlitos, dig^o, sean otra vez y oirás ciento
estos Hlíros de caballerías que tal han parado á vuestra merced.
Lleváronle luego á la cama, y catándole las feridas, no le hallaron
ninguna, y él ilijo que todo era molimiento por haber dado uiui
gran caída con Rocinante su caballo, combatiéndose con diez
jayanes, los niás desalorados y atrevidos que se pudieran fallar en
gran parte de la tierra. Ta, ta, dijo el cura : ¿jayanes hay en la
danza? Para mi santiguada- que yo los (jueme mañana antes
Inr del Diálof/o de las lenguas, sino que
iiii siempre era libre de liiicer la en-
iiiiend;!, que él hace añadiendo la </,
porque niuclias veces no lo permite el
metro, como en aquel romance del
Cid («) :
Elvira, soltá el puñal,
Doña Sol, tirailvos fuera (x)
non me tengades el brazo,
dejadme, Doüa Jiniena.
Lo propio sucede en el romance mo-
risco de Azarque [h] :
Azarque dio una gran voz,
diciendo, abrí esas ventanas :
los que me lloráis, oidme.
Abrieron, y así les halila.
Son frecuentes los ejemplos en el
Cancionero r/eneraly en los poetas an-
tiguos y modernos, de los que se toman
pruebas más concluyenles que de los
autores prosaicos, porque la lectura se
afianza en la medida de los versos, que
de otro modo no constarían. P^n el
tiempo de Cervantes se encuentra repe-
tido lo mismo á cada paso. En la
Enemir/a. favorable, comedia del canó-
nigo tarraga, dice el Rey á la Reina :
Venid, Reina, al aposento,
entretené al Duque un rato.
(a) Núm. 70 de la Colección de Juan Esco-
bar. — (6) Hoinancero //eneral de Pedro de
J'lores, parte III, fol. 81'.
(x) Mira. — Este empleo del imperativo era
Renera) en España y todavía lo conserva
el pueblo en las Repúblicas hispanoameri-
canas, especialmente en la Ar-íentina, Uru-
guay, etc., corno recuerdo de la lengua de
los primeros colonizadores. (M. de T.)
Lope de Vega hizo lo mismo en mu-
chos pasajes de sus compüsiciones
dranicilicas. Para hablar también de
libros caballerescos, en Don Policisne
de Boecia es muy común la supresión
de la d ünal del imperativo, como e?i-
frn, lañé, por entrad, lañed. En el
Ef:pej() (le Principes y caballeros (a) se
cuenta que la Princesa Briana se retiró
á parir ocultamente, siendo sabidora de
ello su doncella Clandestria : que parió
dos gemelos, que fueron el Caballero
del Febo y Rosicler; y que lamentán-
dose Briana de haberlos de dar á criar
fuera de su vista. le dijo Clandestria :
Miró, señora, que agradecéis muy poco
á Dios las (¡r andes mercedes que os lia
/techo. He aquí el 7nirrí del Ama de
D. Quijote.
1. En las ediciones primitivas del
ano 1605 se lee Urrjada y no Urrianda,
como pusieron otras posteriores, sin
advertir que la equivocación añadía
gracia al discurso, y era muy verosímil
en boca del .\ma, quien, como mujer
ignorante, no fué extraño que estro-
pease los nombres, sustituyendo en esta
ocasión al de Urganda otro de signifi-
cación y uso común, y por consiguiente
más n.itural para ella. Lo mismo había
hecho antes la Sobrina con el nombre
de Alquile, y lo mismo vuelve á hacer
el .Vma en el capitulo Vil, llamando
Fritan ó Muñatóti al sabio Fristi'in.
2. Expresión familiar anticuada,
fórmula de juramento que se repite en
otros pasnjes del Quijote, y que se
halla ya usada en el acto primero de la
tragicomedia de Celestina. Santiguada
es el acto de santiguarse, y para equi-
vale á por; de suerte que para mi san-
ia) P:u-le I.lib.I, cap. XII.
7^2
DON QLIJOTK DE I..\ MANCHA
que llegue la noche. Hiciéronle á D. Quijote mil preguntas, y á
ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y
le dejasen dormir, que era lo (pie más le importaba. Hízose así,
y el Cura se informó muy á la larga del labrador del modo que
había hallado á D. Quijote. Él se lo conl<3 todo con los disparates
que al hallarle y al traerle había dicho, que fué poner más deseo
en el licenciado de hacer lo que otro día hizo, que fué llamar á su
amigo el barbero ' maese Nicolás, con el cual se vino á casa de
D. Quijote.
Hguo(la{\) es lo mismo que ])nr la cruz
con que 7ne snvtif/uo. En otro tiempo
solían usarse promiscuamente las par-
tículas po)- y para. En la citada tragi-
comeiliii de Celes/ina, al acto séptimo,
se dice : para la muerte que a Dios
debo, en vez de por la viuerle que á
Dios debo. En la carta de la esclava que
copió Guznián de Alfarache en su parte
segunda («;, se lee : para eata cara de
muíala, que se ha de acordar de lax
lííc/rimas que me ha. hecho verter. En la
tercera parte de D. Floriselde Niquea (b)
dice D. Florarían : para Santa María,
que aunque la vida me cueste, he de
saber esta aventura. Y más abajo -.para
Santa María, más donosa aventura
minea oí.
En los ejemplos citados se usa el
para en vez de por. Otras veces se usa
en nuestros antiguos libros, y en el
mismo Qui.iOTE, el por en lugar depara,
como se observar.i en su lugar. En el
uso actual, para denota el fin ú objeto ;
por, la causa ó motivo.
1. Algo más bizo á otro día el Cura
que llamar al Barbero. Cumplidamente
la) Lib. III. cap. VII. — {b¡ Cap. VIII.
(V.) El seüor Cortüjón supone que el oripen
de esta expresión se encuentra en el antiguo
uso (le santif/uar por jwnr y cree hallar rastro
de ello en el Poi'uxa del Cid. En Andalucía
es muy corriente entre el pueblo testilicar, ha-
ciendo la cruz y añadiendo : i/jor estos cruces
de Dios.' ú otra" fórmula análoga.
(M. de T.)
se explicará el concepto diciendo : lo
que otro día hizo : para lo cual, lla-
mando f! su amigo el barbero maese
Nicolás, se vino con él á casa de D. Qui-
jote.
De tres sucesos consta la primera
salida de D. Quijote : la llegada á la
venta, donde se arma de caballero: el
hallazgo de Juan llaldudo y su mozo,
y el encuentro con los mercaderes tole-
danos. En los tres domina lo burlesco,
según pide la naturaleza de la fábula,
cuyo objeto es ridiculizar la profesión
dei héroe. En los dos primeros. Don
Quijote, entonado y hueco con el buen
suceso, se confirma más y más en su
locura y propósito : en eí último, no
pudiendo dejar de confesar su desgra-
cia, se consolaba, á estilo andantesco,
con que la culpa había sido de su ca-
ballo. Esto en cuanto á D. Quijote : el
lector se halla en una posición dei
todo distinta, y para él es materia de
risa todo cuanto sucede al pobre caba-
llero, tanto lo próspero como lo ad-
verso. El Lngenioso Hidalgo, segi'm la
observación de D. Vicente de los Ríos,
ofrece siempre dos aspectos en lo que
refiere, uno para D. Quijote y otro para
los lectores, á la manera de ciertos
cuadros dispuestos de tal suerte, que
mirados de un lado presentan distintas
figuras que por el otro. Y este contraste,
que es perpetuo en la fábula, debe mi-
rarse como una de las principales
fuentes del placer que causa su lectura.
i
CAPITULO VI
DKL DONOSO Y GRANDE ESCRUTINIO QUE EL CURA Y EL BARBERO
HICIERON EN LA LIBRERÍA DE NUESTRO INGENIOSO H1DAL(;0
El cual aun lodavía dormía. Pidió las llaves á la Sobrina del
aposento donde estaban^ los libros autores del daño, y ella se las
dio de muy buena gana. Entraron dentro todos y la Ama con ellos, y
hallaron más de cien cuerpos de libros grandes- muy bien encua-
dernados y otros pequeños ; y así como el Ama los vio, volvióse á
salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla
de agua bendita y un hisopo, y dijo : Tome vuestra merced, señor
licenciado ; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de
los muchos que tienen estos libros, y nos encanten en pena de la
que les queremos dar, echándolos del mundo. Causó risa al licen-
ciado la simplicidad del Ama, y mandó al Barbero que le fuese
dando de aquellos libros uno á uno, para ver de qué trataban,
pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.
No, dijo la Sobrina, no hay para qué perdonar á ninguno, porque
todos han sido los dañadores : mejor será arrojarlos por las ven-
tanas al patio, y hacer un rime-ro dellos y pegarlos (a) fuego, y si no
llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera y no ofenderá el
1. Quien dormía era D. Quijote; de trescientos ühros que eran el regalo
quien pidió fué el Cura, yliubiera con- de su alma y el enli-etenirnienío de su
venido expresarlo así para la claridad. vida. Pero nótese que los cien cuerpos
La Academia Española, en una nota eran de libros grandes, y que habia
sobre este pasaje, procura excusarlo otros pequeños, de cuyo escrutinio se
de un modo ingenioso; pero pasaje que habla después con separación, dicién-
necesita excusa, no está bien. dose que eran de poesía y entreteni-
En vez de pidió las llares d la Sobrina miento, y empezándose por la Diana de
del aposento, hubiera sido preferible : Jorge de Montemayor, á que siguieron
pidió á la Sobrina las llaves del apo- otros.
sentó.
2. Cuerpos de libros son lo que , , „ , , , •
ahorallamamos volúmenes. Howle creyó («) ,^%Z% ^'/ ''/'' Í'^'^'"'""°'.t ^L^'m
, ,. i I- • . . i 1 caso (Véase />¡c. ae ía Acarfewia, ai't. ie«). El
que había contradiccujn entre este lu- ge^^,} Corteión pone, en su lugar, peqarle (se
gar y el del capitulo X\IV , donde cuenta entiende : al rimero).
D. Quijote que en su aldea tenía mus (M. de T.)
74 DON yciJOTí: di; i.\ mancjia
humo '. Lo mismo dijo el Ama : tal era la g-aua (jue las dos tenían
de la muerte de aquellos inoeentes ; mas el í'ui-a no vino en ello
sin pi'imiíro leei- siijuiera los títulos. Y el primero que raaese
Nicolás le (lió eu las manos, fué los euatro de Ainadlx de Gaula ^,
1. Decir que el humo ofendería en el
palio y no en el corral, arüuye que ei
.iposento tenia luces al patio, y no al
corral. Pero en adelante se supone lo
contrario, porque se arrojan libros al
corral desde el aposento, como señala-
damente se ve por el de I£splandi;'in,
que desde la ventana fué volando al
corral, dando prúicipio al montón de
la hoc/nera.
2. Son los que publicó Garci Ordoüez
de Montalvo, regidor de ¡Medina del
Campo, después de concluida la con-
quista del reino de Granada. Por consi-
jíuiente, no pudo decirse, como dijo
Cervantes, que el libro de Aina(Iií> fué
el primero de caballerías que se impri-
mió en España, porque el de Tirante el
Blanco se imprimió en iemosin el
año 1490 en Valencia, como resulta de
las noticias que reco^xió el P. Móndez
en su Tipof/rafia es¡ia7iola. (Cervantes,
ó no tuvo noticia de la ediciim valen-
ciana de Tirante, ó sólo quiso hablar de
los libros castellanos, y de éstos era
verdad lo que dijo, pues el Tirante
castellano no se imprimió hasta el año
de loli.
Parece indudable, que el autor de la
historia de Amadis de Gaula fué Vasco
de Lobeira (a), natural de Oporto, uno
de los que D..iuan 1, Rey de Portugal,
armó caballero al estar para darse la
célebre batalla de Aljubarrota el año
de 1385 (¡ij. según refieren las crónicas
(a) En muy ñxtensa y erudita nota trata
el señor Cortejón de la 'lengua en que se es-
cribió el Amadis, y viene á adjudicar la pater-
nidad iJe esta obra á los portugueses. Y eso,
después de hacer notar que las más antiguas
menciones de la obra se encuentran en escri-
tores españoles, como el Canciller López de
Ayala, Micer P'rancisco Imperial. Ferruz y
otros. El argumento que deduce de las pala-
bras de Wolf no basta á debilitar laopiniím
de los que sostienen que es un libro caste-
llano. La época de Alfonso el Sabio, gran pro-
tector de literatos y poetas, y )iocla y lite-
rato de valía él mismo, era á "propósito para
engendrar semejante obra. Y si tenemos en
cuenta el período, Inninoso pai'a Kspaña.de
los últimos años del reinado de .Vlfonso X,
cosa que está muy de acuerdo con las lamen-
taciimes del autor de Amadis acerca de las
costumbres públicas (Véase el pasaje citado
por Clemencín, pag. ") se deduce que pudo
muy bien escribirse el Amadis en dichaéiioca.
lo cual conlirma la mención de .\yala. Nació
éste en efecto en Vó.sl y. como dice (lue leyó
dicha obra eu su juventud, debió ser esto
por los años de WM ó poco más. El señor
Menéndez Pelayo (fíistoria df Ins ideas esté-
ticas), no decide la cuestión: pero aduce en
abono de la paternidad portuguesa la tradi-
ción constante, cosa que no tiene un peso
decisivo en nuestra historia liieraria, como
lo prueban \a.sCáutiya.<i, utribuiJa» á D.Alonso
el Sabio.pl Centón del famoso KachillerCibda-
Real, y otros hecho» análogos.
Por lo que hace al argumento sacado de
los versos hallados en el ('ancionefode\ Vati-
cano y en el de Colocci-Brancutti no es suli-
ciente par.i inclinar la balanza de la crítica
en favor d.j Portugal. Tampoco es argumento
más sólido el que los portugueses reclamen
la paternidad. Todo el que cree tener algún
derecho á algo que repiesente honra ó pro-
vecho, lo hace valer y sonar. En esto se con-
ducen de igual modo pueblos é individuos.
Recuérdese á propósito de Cervantes, cuanto
han dado que hablar y que imprimir las diver-
sas poblaciones que se disputaban su cuna.
Téngase además en cuenta lo ocurrido con
J'alynertn dt; Ingtatfna (Véase nota H pág.8!)).
los ciue, sin embargo, siguen empeñados
en que han de ser tijeretas, es decir que Ama-
din fué escrito en Portugal, podríamos de-
cirles, como el meicader toledano á D. Qui-
jote : " Vuestra merced sea servido de mos-
trarnos algún retrato de esa señora, siquiera
sea tamaño como un grano de trigo. « ¿ Qué
autoridad puede tener la vaga noticia de que
existía un ejemplar manuscrito, en el último
tercio del siglo xvni, en una biblioteca por-
tuguesa destruida en el célebre terremoto de
Lisboa? El terremoto tiene buenas espaldas
y nos recuerda aquello de :
El mentir de las estrellas.
Quedamos, pues, en que la duda subsiste;
en que no hay datos ni documento* sufi-
cientes para dictar un fallo detinitivo como
el del señor Cortejón ; en ([ue nunca .se ha
conocido otro texto que el castellano, y en que
los españoles solemos mostrarnos muy incli-
nados á ser, como se dice en .Vndahicia, /¿ía-
cer de puerta ajena. (De mi libro Manual de
Literatura española é liispanoamericana.)
(M. de T.)
(3) Lobeira tenía entonces veinte años, y
hacía ya más de treinta que era conocido el
Amadis, como queda indicad(j en la nota
anterior. (M. de T.)
IMHMKHA I'AUIK.
C.MTIl i. O \ I
piirlii^uesiis. Nuestro l)ibliii^'r;iro \).
Nicolás AiiUmio lo usiyin) ('(|iiívii('.i(Im-
nicnle ni siglo xiii. Vivii'i tn Vclvcs l.i
mayor parle lie su vida, y murió el año
(le l'iUlt. A esle alritiuye el libro de
A)niidis el con^euliuiieulo uM.íriiuie de
los escritores de su naciim, testigos
preícrentps en la materia. D. Juan
Antonio I'cllicer, en el discurso que
precede ;i su cdiciim del Qi;ijotk. dice
(lue el I'. Sarmiento, doctisimo bene-
dictino, impugna el (U'igen portugués
de Aiiiudis, y que lo atribuye á Don
l'edro Liipez de Ayala. Canciller mayor
de Castilla, ó á D. Alonso de Cartagena
Ubispo de Hur;.'Os; pero esta opiniím.
sea de quien fuere- carece de funda-
mento. El mismo López de Ayala habla
del libro de Amadis en el himado de
Palacio, poema moral que compuso
ealandu preso en Ituj/alerra, como
expresa su titulo, después de la batalla
de Nájera que perdií» el liey de Castilla
J). Enrique II contra su hermano el
Rey D. Pedro, auxiliado por el Principe
de Gales. En esta batalla, que fué el año
de 1 67, D Pedro López, llevaba el pen-
dón de la orden castellana de la Banda,
y cayó prisionero en poder do los
ingleses. El poeta se confiesa allí me-
nudamente de las culpas de su vida
pasada, y entre otras cosas dice (a) :
Plopome otrosí oir muchas vegadas
Libros de flevaneo-; é mentiras probadas,
Aiiiadís et Lanzarote é burlas á sacadas,
En que perdí mi tiempo á muy malas jorna-
[das.
Pero si se acusa de haber oído ó
leído á Amadis ¿ cuánto más se acu-
saría de haberlo compuesto ? Lo de D.
Alonso de Cartagena es todavía más
repugnante, porque nació el año de 1396,
algunos después de escrito el Himado
de falacia : puesto que ü Pedro López,
vuelto ya de Inglat rra, se halló el
año 138o en la batalla de Aljubarrota.
Lo cual solo basta para conocer la
imposibilidad de que fuese el autor de
Amadis, aun cuando no se opusiese
también á ello el carácter y profesión
de D. Alonso, tan ajena de este género
de letras, la severidad conocida de
sus costumbres, incouq)atible con los
pasajes licenciosos de aquel libro, y el
no hallarse mencionado en el catálogo
de los que compuso este Prelado y
refirió su familiar Diego Rodríguez de
(a) Copla 10?.
Abuela en el Valerio de fas liflnrias
esroldslicas y de Kspaña (a).
Tampoco pudo ser la composición
de Amadis muy anterior á la época de
la batalla do Nájera. Por de contado,
puedo notarse que Petrarca y IJocacio,
f|ue llorecieron á mediados del siglo xiv,
al hablar de los libros de caballerías,
el primero en el Triunfo de Amor y el
segundo en el Corbacho, no nombraron
el libro de Amadis como nombraron á
Laiizarote, ;i Tris/án y á Flores o lilan-
caflor. Pero, en fin, pudieron no cono-
cerlo por nuevo ó por extranjero: el
mismo libro es quien nos suministra
un indici(j más positivo en el cap.
LXXXlll. donde refiere que. habiendo
llegado la Ilota de Amadis á la ínsula
Firme, en señal de alegría fueron L'ra-
dos muchos tiros de lombardas. La pri-
mera uiencií'in del uso de la pólvora en
las historias esjiañolas es del año 1342,
en que la emplearon los moros para de-
fender la ciudad de Algeciras, sitiada
á la sazón por el Rey de Castilla D.
Alfonso el Xi, lanzando, dice su cróni-
ca 'h , muchas ¡lellas de fierro con los
truenos. Según los datos precedentes,
el libro de Amadis hubo de escribirse
desde el año de 1342 al de 1397. y pro-
bablemente más cerca de éste que del
otro, porque la invención de las lom-
bardas supone ya progresos ulteriores
en el arte de laTormentaria.
Nada hay, pues, que destruya la
opinión de que Vasco Lobeira fué el
verdadero autor del Amadis. Puede
creerse que el manuscrito original ven-
dría á poder del Infante D. .Mfonso de
Portugal, hijo del Rey D. Juan 1, el
fundador de la casa de Braganza y
tronco de la actual dinastía portuguesa.
Este Infante, que nació el año de 1370,
fué muy aficionado á las letras, hizo
colección de antigiíedades y objetos
raros que adquirió) en sus viajes, y
foru!Ó biblioteca. El humor galante de
este Príncipe dio motivo á que se hiciese
alguna alteración en el cap. XL de la
historia de Amadis. Contábase allí la
soltura y liviandad con fpie Briolanja
había requerido de amores al Doncel
del mar : // aunque el señor Infante D.
Alfonso de Portugal, continúa el mis-
mo capítulo, habiendo piedad de esta
herjnosa doncella, de otra guisa lo
mandase poner, en esto hizo lo que su
(a) Lih. VTTT. tít. VI. cap. IX. — f'/ Cap.
CCLXXXI.
Tfi
nON oí I.IOTK DK r,A MANCHA
merced fué, mai no íiquello (¡iie en
efecto de sus amores .ve escribía. l>o
mismo vuelve á indicarse al fin del
cap XLIl.
Sobre este incidente del libro de
Amadis se publicó un sondo en leufíua
anticua portu^iiesa entre los Poemas
lusitanos del Doctor Antonio Ferreirn,
impresos en Lisboa el año de 1598 {a}.
Habla el Infante D. Alfonso con Vasco
Lobeira, y dice :
Bon Vasco de Lobeira et de ¡íram sem,
De prao que vos aveiles bem contado
O feito d'Aiiiadís enamorado,
Sem quedar ende por contar irem.
B tanto nos aprougue et a tambem
Que vos sercdns sempre ende loado,
E entre os homes bos (lor bom mentado,
Que vos lerao adeante et (¡ue hora lem.
Mais porque vos ficeste.s á fiemosa
Briorauja amar ondoado hu uom amaroni.
Esto cambade, et compra sa bontade.
Ca eu hei gra do de av(>r (jueisosa
Por sa gram l'reiuosura el sa bontade
E er porque o lim amor nom Iho pagarorn.
En una nota de las mencionadas
poesías lusitanas de Ferrcira, se afirma
que el original de Amadis estaba en el
archivo de los Duques de Aveiro. Ksla
noticia, que repitieron D. Nicolás An-
tonio en la Bibtioleca española y Diego
Barbosa Machado en la Biblioteca, por-
tuguesa, publicada ;i mitad del siglo
último, desde 1141 á n5'2, me ha esti-
mulado ú hacer algunas diligencias para
averiguar el paradero de este singular
manuscrito; pero han sido inútiles,
y sólo han producido vehementes sos-
pechas de que hubo de perecer en el
terremoto del día 1." de noviembre del
año 1"^;J5 con las demás preciosidades
del palacio de los Marqueses de Gouvea,
donde vivían á la sazón los Duques de
Aveiro, y que se arruinó totalmente en
dicho día. Caso que así no fuese, el
manuscrito hubo de pasar ni fisco con
todos los bienes del último Du<|ue en el
año de dlSí), á consecuencia de aconte-
cimientos bien conocidos, y á los lite-
ratos portusueses toca el buscarlo.
Al Infante Ü. .Mfonso. que falleció
ya nonagenario el año de 1461, sucedió
su hijo D. Fernando, no menos en el
estado que en la afición á los libros y
asuntos de la Caballería. De él era fama
en Portugal á pi'incipios del siglo xvique
había sido el autor del libro de Amadis
de GauZa. Así lo atestigua D.LuisZapata,
(a) Soneto 34.
paje de la Empernlriz Doña Isnhel. hija
dfl Itey de Portugal y mujer tlel Empe-
rador Carlos V, en un maruiscrito de
la Hihliotcca Heal de Madrid que cita
Pellicer, aunque equivocándolo con su
hijo el tercer Du(}ue de Braganza, que
tuvo su mismo nombre y murió degul-
lado cnEborael año de 1483. Acaso dio
origen á esta voz el haber existido el
original en la biblioteca ó archivo de
los Duques de Braganza, y haberse sa-
cado de allí las copias.
Después íle todo lo dicho, preguntar
en qué idioma escribié) Vasco Lobeira
la novela de Amadis de Gaula, seria
lo mismo que pregimtar en qué lengua
escribió Homero i'> Cicerón: la pregunta
y la duda serían ridiculas. Sin em-
bargo, los que tratan de esto, y el
mismo Pellicer, suiif)nen siempre, sin
decir el fundamento, que fué cas-
tellano el original de Amadis. Es cierto
que no parece el texto portugués, y
que el más antiguo que conocemos es
el castellano : pero como de esas veces
se ha perdido el original de un libro y
sólo nos han quedado las traducciones,
ejemplo tenemos en lo más sagrado.
Acaso puede explicarse este fenómeno
por la popularinad que á principios del
siglo XVI adquirii'i generalmente en
Europa el idioma caslellano. lo cual
baria que, repitiéndose las ediciones de
la traducción, se mirase como inútil
multiplicar copias del original.
El tiempo en que se hizo la versiiin
castellana de Amadis de Gaula no
puede señalarse á punto fijo. Garci
Ordóñez de Montalvo fué el piimero
que trató de imprimirla. En el prólogo
c(ue escribió para su edición, habla de
la conquista del reino de Granada como
concluida, y de los Reyes Católicos
como todavia vivos : y dice que corrifjió
los tres libros de Arnadís,9?/e por falta
de los malos escritores ó componedores.
mu}i corruptos é viciosos se leian :
añade que trasladó >/ enmendó el libro
cumio. En el titulo del primer libro
expresa que lo corriqió de los antiguos
originales, que estaban corruptos y
mal compuestos en antiguo estilo por
falta de los diferentes y malos escri-
tores, quitando muchas palabras super-
finas y poniendo otras de más pálido y
elegante estilo. Estas expresiones dan
claramente á entender que Montalvo
corrigió, limó y concluyó trabajos que
ya halló hechos. La primera edición
hubo de hacerse en el intermedio del
l'ltl.MLUA I'AUIL.
CAPITI I.O VI
77
año (le 14!)2 al ile 1505; pero de cll.i no
se conocií cjoinplíir ¡ilfíuno, ni ha qnc-
(lailo niíis mcinuri.'i (iiic el priiltij,'i). Se
cita una inipresinn |>tisleriur;í la muerte
(le la Keina Doña l.saltel, lieclia en Sala-
manca el año (le l.'ilO; otras se liicie-
rou en líH'J y li)21, de cuyo año hay un
ejemplar en la nililioleca líeal de
>ladrid, y después se repitieron varias
ediciones, pero siempre con el mismo
pnilofío.
Montalvo trabajaba en lacorreccii'm de
la versit'm castellana de A mndis muchos
años antes de tiatar de imprimirla, por-
(pie en varios lugares de ella se anuncia
el tpiinto libro, ipie se añadi() ;i ios
cuatro primeros, y contiene las ha/aña,s
de Esplaudián; y éste, como después
veremos, se escribía en los principios
de la guerra contra los Moros de Gra-
nada, quiere decir, por los años de US.j.
Veinte años antes, ó cerca de ellos, hubo
de hacerse la traducción de Amadia,
como se deduce de aquel pasaje del
cap. CXXXlll, donde, contándose las
muestras de amor que dieron sus va-
sallos al Rey Lisuarte. se dice así:
;0h cómo se dehrian tenerlos Rei/es por
bienaventurados, si sus vasallos con
tanto amor 1/ tan gran dolor se sintieran i
de sus pérdidas y fatigas.' ¡ Y cuánto^
asimismo lo seria7i los subditos que con
mucha causa lo pudiesen ij debiesen
facer, seyendo sits Beyes tales para ellos
como lo era este noble Hey (Lisuarte)
para los suyos! Pera / mal pecado .' los
tiempos de agora mucho al C07itrario
son de los pasados, según el poco amor
y menos verdad que en las gentes contra
sus Reyes se halla; y esio debe causar
la coslelación del ynundo ser tan enve-
jecida, que perdida, la mayor parle de
la virtud, no puede llevar el fruto que
debía, así como la cansada tierra, que
ni el mucho labrar ni la escogida
simiente pueden defender los cardos y
las espinas con las otras hierbas de
poco provecho que en ella nacen. Pues
roguemos a aquel Señor poderoso que
ponga en ello remedio : c si á nosotros,
como indignos, oir no le place, que aya
aquellos que aun drtifro en las fraguas
sin deltas haber .salido se hallan, que
los hagan nacer con tanto encendi-
miento de caridad, y amor como en
aquestos pasados había; y á los Reyes,
que apartadas sus iras y S7is pasiones,
con Justa mano é piadosa los traten y
sostengan Este bello yiasaje, que fuera
tan impropio y ajeno del tiempo de
orden, de justicia y de Irampjilidad en
que se escribía el prolo^^Mi de Mcjiítalvo
y en todo el reinado de I). l''ernando y
iJoña Isabel, retrata tan al vi\-o la época
de los diez últimos años del reinado de
Ü. línrifiue IV, que no parece sino que
se escribió poi' ella, y que el traductor,
testigo de aquellos tles<'>rdenes, no pu-
do menos de insertar al paso este hon-
rado desahogo de sus alectos, que no
conviene á ningún otro periodo de la
historia castellana ni portuguesa, desde
que el libro de .imadis se compuso.
No ha faltado quien diga que Vasco
Lobeira tomó ó tradujo su Amadis de
otro libro escrito anteriormente en
lengua picuda o bretona, de que hubo
un ejemplar en la biblioteca de la Reina
Cristina de Suecia. Sabido es que las
provincias de aquella costa occidental
de Francia fueron la cuna de los histo-
riadores y de las historias caballe-
rescas, y aun,sisee.\amina con atención
la de Amadis, se encontrarán vestigios
del idioma viejo francés en los nombres
propios, como en el mismo Amadis
Aime-bieu, Arcalaus Are a l'eau, Brio-
lanja Brío l'nnye, Bonamar Bonne Mere,
Estravaus [>es travaux, y así otros. Del
mismo Amadis cuenta la historia que
nació en la Bretaña francesa, y que
fué expuesto al nacer en la corriente
de un río caudaloso, que por las señas
pudo ser el Loira. Pero todos estos in-
dicios, sin la vista y examen del ma-
nuscrito picardo, y sin el apoyo de
testimonios coetáneos, ó por lo menos
inmediatos, sólo prueban que el fabu-
lista fingió en esto con alguna verosi-
militud, (I acaso que quiso se atribuyese
su historia á origen más remoto y
autorizado, como sucedió en otros
muchos libros caballerescos que se
supusieron traídos de lejos y traducidos
del griego, del árabe ó del inglés. Si
algo prueban estos indicios, es contra
la procedencia francesa del libro de
Amadis; porque según la oportuna
observación de D Nicolás Antonio, com-
probada con los ejemplos y conducta
de los autores caballerescos, éstos, para
hacer más verosímiles y creíbles sus
ficciones, debieron establecer lejos de
su propio país el teatro de los sucesos
que escribían.
Lope de Vega Carpió, en la dedica-
toria de su novela intitulada Las For-
tunas de Diana, atribuyó el libro de
Amadis á una dama portuguesa, con-
fundiéndolo al parecer con el de Pal-
78
DON OUIJOTI. DE LA MANCHA
y dijo el Gura : Parece cosa de misterio (''sta, porque, según he
oído decir, este libro fué el primero de (•aiíallerías que se imprimió
en España, y lodos los demás han lomado principio y origen
dt'sle, V asi me parece que como á dogmalizador de una sela lan
mala le debemos sin excusa alj^una condenar al luego. No señor,
dijo el Barbero, que lambién he oído decir que es el mejor de
todos los libros que de esle género^ se han com|nieslo, y así como
á único en su arte se debe perdonar. Así es veriJad, dijo el Cura,
V por esa razón se le otorga la vida por ahora. Veamos esotro (jue
inerin de Oliva. Su lestimonio, des-
nudo absolutamente de pruebas, no es
(¡e peso alguno.
Los extranjeros escribieron de esta
materia con una ligereza y descon-
cierto (|iie admira. Hubo entre ellos
quien altribuyi'i la composición del
Amadis á Sania Teresa de .Jesús, que
nació en IjI.'í, cuando llevaba ya siglo
y medio de escrito y mucbos años de
impreso. U. Juan Antonio Pellicer
recogió ésta y otras inepcias de los
autores extranjeros en el discurso
preliminar de su edición del Ql'uotb,
donde podrán verlas los que quieran
perder su tiempo. ,
1. El autor del Diálogo de las len-
fjuas, que tanto se cita en estas notas,
y cuyo voto es muy respetable en
materia de lenguaje, después de haber
dicho que entre los libros caballerescos
comúnmente se daba la palma del
estilo á los cuatro libros de Amudisia),
y en su juicio con razón, le nota varios
Ilefectos, á pesar de los cuales con-
cluye dicienflo [h] que lieue madui'i y
muij buenas cosas, /y que es diño de ser
leído de los que quieren aprender la
lengua. Todavía no habían ilustrado y
perfeccionado nuestro idioma D. Diego
de Mendoza, Granada. Mariana. Solis,
Saavedra y otros maestros de la lengua
castellana, y el libro de Amadis go/.aba
de una celebridad que le mereció ser
trasladado á diferentes lenguas. Nico-
lás (le Herberay lo tradujo al francés
en 1539, y llegó ;t ser en aijuel reino
libro tan común y tan leido como en
España. Según las Doticias recogidas
por Pellicer (c), el Rey de Francia
Enrique 111 lo tenía en su librería entre
(a) Pág. 157. -
•ireí., pág. XLIV.
^6) Páf. Iü3. — (e) Di$f.
Platón y Aristóteles. El célebre Marco
Antonio Mureto, el príncipe de los
latinizantes modernos, elogió con entu-
siasmo la traducción de Herberay en
metro vultiar, del que, por poco cono-
cido, copiare el siguiente pasaje :
En vainjadis le guerrier inhumain
EuHt rué bas, en sa fureur dépit,
Loji murs Troiens faits de divine main
Jíí de Priam foudroyé l'exercite ;
Piéce de xes valeren» fnits
La mcmoire fvLst achevée.
Si ilans tes poémen pnrfaits
Homero ne l'eust eugrm^ei'...
Et qui sauroit d' Amadis la valeur.
Les í/raus effors, la vertu plus ijuhumaine.
Si Herberai. den eloquens la fleur.
A le louer n'eusl emplnié sa peine ?
Alais puis i]ue VHamere second,
Premiére gloire de la Franee,
Sur son siiie dous et facond
An-deistis ríes astres le lance,
Tant que le monde demourra
Le los d' Amadis ne mourra.
D. José Rodríguez de Castro, en el
tomo I tle su Bihlioleca Española,
donde se recogieron noticias suma-
mente curiosas é importantes para
nuestra literatura, liabla de una tra-
ducción de Amadis de Gauia al idioma
hel)reo, hecha por un rabino español
anónimo, la cual según el testimonio
de Vosio, se custodiaba en una biblio-
teca de Alemania.
Amadis de (jaula dio también asunto
ú dos comedias ca-^tellanas, una de Gil
Vicente, dramaturgo portugués, y otra
de Andrés Rey de Artieda, soldado va-
liente y buen" poeta, que quiso ser co-
nocido en la república de las letras por
el supuesto nombre de Arlemidoro. La
primera se prohibió en el índice
de lo83 ; la segunda no se encuentra.
I'UIMKHA ¡'Allli;. — CAI'ífl I.O \I
70
cslá junio ;i él. Ks. dijool K;ii1>(M-o, las Sei\(jiin de Esplandi.án^ , liijO
hígítiitio «lo Amíulis Je (iniilii. Piuvs cüi vtüdad, dijo el Cura, que
no lo ha de valor al hijo la bondad del padre : tomad, señora vVina,
ahrid esa ventana y echalde al corral, y dé principio al montón de
la lioí];-uora <jue so ha <lo hacer. H izólo así el Ama con mucho
1. Guití OrdóTiez de Montalvo, en el
pnilo^fo lie .'íwaí//s, ofreció publicar el
libro de las Sergaa <le EspldndiíJn su
lujo que hasta aijiii, dice, no es memoria
(le niii</uno ser visla, <jiie por (¡van
dicha ¡laresfió en una lumhu de. piedra
(¡ue debajo de la tierra en una ermita
cerca de Constantinopla fué hallada, y
traído por un húngaro mercader á estas
parles de KspaFia, en la letra // parga-
mino tan antiguo, que con mucho tra-
bajo se pudo leer por aquellas que la
lengua sabían. En varios parajes de
Amadís se anunc.i('> la ¡¡iiblicación de
las Sergas de Esplandiún, que, con
efecto, llegaron á imprimirse, afirmán-
dose al principio de la obra que la
había escrito en griego el maestro
lilisLibad, que vio mucho de lo que
cuenta, y había sido nmy afecto á su
padre Amadis : Las cuales Sergas des-
pués ú tiempo fueron trasladadas en mu-
chos lenguajes.
De este modo trató Garci Ordóñez de
Monfalvo de autorizar la, historia de
Esplandiiín, dándole origen antiguo y
extranjero, conforme lo hicieron tam-
bién otros varios escritores de caballe-
rías Pero así como el asno de la
fábula, queriendo disfrazarse de leTm
ülvid('> taparse las orejas, asi también
á Montalvo se le escapó la mención de
la .artillería, invención de siglos muy
posteriores al que se supone de Esplan-
(iián, cuando refirii'i en el cap CLIII de
las StTiyrt.v que, tratando el gran Soldán
de combatir la ciudad de Constanti-
nopla, mimdr) sacar de las naves muy
muchas y grandes lombardas y otros
tiros y aparejos de muchas suertes para
el combale.
El raro y nunca visto nombre de
Sergas fué artificio que discurrió Mon-
talvo para acreditar el origen griego
ele la historia de Esplandián. Porque
en este idioma spva significa hechos,
hazañas; y Montalvo, que probable-
menle no sabría mucho de griego, en
higar de escribir las Ergas puso la,s
Sergas. Así se indicó en el cap. XVI 1 1,
donde contándose que el maestro Eli-
sabad se encargó de escribir la historia
de Esjilarídián á ruego del Hcy Lisuarte,
se dice : Pues asi como oís fueron
escritas estas Sergas llamadas de Es-
plandián, que quiere decir las proezas
de Esplandián. Por lo cual D. Nicidás
Antonio, al hablar de este libro en su
Biblioteca antigua, le llam<'), no las
Sergwi, sino las Ergas de Esplandián.
En las Partidas se llama cantares de
gesta á los que trataban de las hazañas
de los guerreros célebres. Acostumbra-
ban, se lee en la partida II, tit. XXI,
ley XX, los caballeros cuando comían,
que les leyesen las hestorias de los
grandes fechos de armas que los otros
federan... é aun facien más, que los
juglares non dijesen antellos otros
cantares sinon lie gesta ó que fablasen
de feclio darmus. Kn la misma signifi-
cación había usado la palabra gesta
Gonzalo de Berceo [a], y aun antes el
Poema del Cid :
Aquí empieza la gesta de Mío Cid el de
[Vivar (6).
Ei'(¡a en griego, gesta en latín, hechos
en castellano, todo es una misma cosa.
Montalvo hubo de tardar algunos
años en dar la ultima mano á las
Sergas, porque en el cap. XCIX indica
que las escribía á principios de la
guerra que los Reyes Católicos hicieron
á ios moros granadinos; y luego, en
una exclamación que insertó en el
cap. Gil, se ve que estaba ya concluida
aquella guerra y se había expelido de
España á los judíos. No retiñiendo,
dice, sus trsoros, echaron del otro cabo
de los nutres aquellos infieles que tantos
aPios el reino de Granada, tomado y
usurpado contra toda ley y justicia,
tuvieron : y no contentos con esto,
limpiaron de aquella sucia lepra, de
aquella malvada herejía que en sus rei-
nos sembrada por muchos años esta^>a.
Ambos acontecimientos fueron el año
de 1492.
i) Cüpla'í'il. - (/') V. lu'J3.
80
DON QUIJOTE DE LA MANCFIA
contento, y el bueno de Esplandián íxié volando al corral, espe-
rando con toda paciencia el luego que le amenazaba. Adelante,
dijo el Cura. Este que viene, dijo el Barbero, es Amadis de
Grecia *, y aun todos los dcste lado, á lo que creo, son del mismo
linaje de Amadis^. Pues vayan todos al corral, dijo el Cura, que
á trueco de quemar á la Reina Pintiquinestra ^ y al pastor
Darinel, y á sus églogas ' y á las endiabladas y revueltas razones
1. Crónica del muu valiente y esfor-
zado Príncipe y caballero de la Ar-
diente Espada, Amadis de Grecia, hijo
de Ltsuuite de Grecia, Emperador de
Coiislanlinoplu y de Trapisonda y Rey
de liadas. Asi dice el titulo de la edi-
ción de Lisboa de loüfi. Otra se había
hecho en Sevilli, año 1542 : tiene
primera y segunda parte.
El sabio Alquife, que suena ser el
cronista, la dedicó á Amadis, Hey de
la Gran Bretaña y de Gaula. hijo" del
Rey Periún y de la Heina Elisena. Se
dice que el original estaba en griego,
y que de él se tradujo en latín y des-
pués en romance.
2. Aquí se comprendían todos los
libros cab illerescos de la casa de
Grecia, Lisuarte, Florisel, Silvis de la
Selva, D. Rogcl, Esferamundi, y, en
suma, todas las historias de los des-
cendientes de Amadis de Gaula, de que
se hablará en las notas al cap. XI II.
3. Yo no sé. qué es lo que pudo dar
motivo á Pellicer para decir en su nota
sobre este lugar, que Pintiquinestra
fué una yiyanla de espantosa y ridicula
fiyura. La Reina Pintiquinestra, de
quien se bace mención en Amadis de
Grecia, fué Reina de Sobradisa, mujer
de Perión. hijo de Don Galaor y so-
brino de Amadis de Gaula (a). De ésta
no pudo decirse que fué giganta de
buena ni mala figura. Perión se ena-
nioró de ella, como se refiere en
Lisuarte de Grecia (/>); y de este matri-
monio nació el doncel Rravarte, á
quien armó caballero su tí(j Amadis de
Gaula (c). De otra Reina Pintiquinestra
se habla en Lisuarte, que era Reina
Amazona, y llamándose señara de la
gente men^iuada de telas, vino con seis
mil mujeres archeras en auxilio de los
(a) Parte 1, cap>. XXI y XXIII. — (6)
Cap. XI.TX. — (c) Amadis de Grecia, parte I,
cap. XXI.
paganos que sitiaban á Constantino-
pla (a); después se hizo cristiana, y se
pasó al bando de los cercados. Reíie-
rense de ella varias hazañas y desafíos,
y hablándose de uno de ellos se dice
que era muy yrande de cuerpo y her-
mosa y muy bien parecida; y como
Iraia quitado el yelmo, parecía tan
hermosa como dnyel {!>). Nada de esto
es giganta, ni espantosa y ridicula
figura.
4. Darinel, pastor mancebo y gran
luchador, hijo de un villano neo de
Tirel, lugar en tierra de Alejandría de
Egipto, amaba á Silvia, hija de la
Princesa Onoloria ; la cual, recién
nacida, había sido entregada á un
escudero y á su mujer, y se criaba des-
conocida, apacentando el ganado de
sus supuestos padres en una floresta á
orillas del Nilo, cerca de la ciudad de
Babilonia fasí suele llamarse al Cairo
en los libros é historias de la Edad
Media). En la segunda parte de Amadis
de Grecia (c) se refieren los largos
discursos del enamorado pastor, unas
veces á solas, otras con su pastora por
aquellos valles y bosques, ¡lacia apos-
trofes á las aves, hablaba con las
flores, tocaba la flauta, cantaba y repre-
sentaba versos : he aquí las églugas
que decía el Cura. Finalmente, D. Flo-
risel se llevó á Silvia y á Darinel á
Niquea (d). Del estilo de Darinel y de
sus endiabladas y revueltas razones,
puede ser muestra aquello que decia A
la Infanta Leonida e'i : ;0h mi señora
y (dma de aquelbi alma por avien la
mia viviendo muere! ¡ Oh qué glorias es
á mis ojos veros y ver en vos como
espejo á la de mi Siluia! De sus versos
pastoriles se volverá á hablar en ade-
lante.
— (a) Caps. XXXI V XXXVIII. — (fti Cap.
XLII. — íci Caps." C.K.KX v CXXXI. —
(d) Cap. C.XXXIII. — (e) Parte III de Flo-
risel, cap. LXXX\'I.
i
PniMKn.V PARTR. — CAPÍTLI.O VI SI
(le su aulor, (|ueinara coa (íllos al padre que me enj^^cudró, si
niiduviera en lif^ura do caballero andante. De ese parecer soy yo,
dijo el Barbero ; Y aun yo, añadi(> la Sobrina. Pues así es, dijo
el Ama, vengan, y al corral i;on ellos. Diéronselos, (jue eran
nuichos, y ella ahorr(') la escalera, y dio con ellos por la ventana
abajo. ¿Quién es ese tonel? Dijo el Cura. Este es, respondió el
Barbero, D. Olivante de Laura '. El autor dése libro, dijo el Cura,
fue el mismo <|ue compuso á Jardín de Flores, y en verrlad que no
sepa delcrmiuar cuál de los dos libros es más verdadero, ó por
decir mejor, menos mentiroso : sólo sé decir, que éste irá al corral
1. Historia del invencible cahallero
D. Olivante (te Laura, Principe de
Macedonia, que vino á ser Empera-
dor de Conslantinoplo : Barcelona, en
casa de Claudio Bornat, impresor y
librero, año 1564. Consta de tres li-
bros, y al fin del tercero se ofrece el
cuarto. El impresor dedicó la obra al
Rey L>. Felipe il ; pero el autor fué
Antonio de Torquemada, secretario
del Conde de Bcnavente, que escribió
también el Jardín de flores de que
aquí hace memoria Cervantes, y los
Coloquios saíiricos, que se imprimie-
ron en Mondoñedo el año de 15.5.3. No
sé por qué se llama tonel al libro de
Olivante, que sólo tiene 506 páginas,
cantidad moderada para un tomo en
folio.
El autor cuenta en el prólogo una
visión ó sueño que tuvo, durante el
cual la sabia Ipermea le entregó el
libro de Olivante para que lo publicase.
Por aquí puede formarse alguna idea
de lo disparalado del libro, á que se
puede agregar la descripcii')n que hace
del alcázar ó casa de la Fortuna, fa-
bricada por la gran sabidora Leocasta,
toda labrada de diamantes, rubíes,
esmeraldas, jacintos, carbunclos, topa-
cios y otras infinitas maneras de pie-
dras preciosas. Su forma era redonda
con seis esquinas, y en cada esquina
una torre muy alta, y en inedio otra
torre todavía más alta que ninguna de
las otras : la cobertura de la torre,
que en un circulo Irianr/ular se hacía,
era toda íiecha solamente de carbun-
clos, los cuales así resplandecían como
si mucha.t liachas allí encendidas estu-
vieran. La roca en que estaba la casa
de la Fortuna era tan escarpada, que
no parecía posible subir : tenía poco
menos de una legua de circuito, y de
altura casi dos lef/uas {a).
Menciona aquí el cura el Jardín de
flores, libro de argumento singular por
las patrañas, cuentos y creencias vul-
gares qae contiene. Mal año para el
Ente dilucidado del Padre Fuentela-
peña, las Conversaciones instructivas,
del Padre Arcos, y las Ilusl raciones va-
rias deD. .lu.m Bernardiüo Rojo : en el
Jardín de flores se ven mujeres de rara
y estrafalaria fecundidad: unaque parió
enAlemnniadeunavez ciento cincuenta
hijos : otra en Irlanda trescientos se-
senta y seis (que son tantos como días
tiene el año bisiesto) : otra que dio á
luz un elefante ; otras que paren ranas
ó sapos, cosa ordinaria, dice, en Ña-
póles ; hombres que se cubren todo el
cuerpo con las orejas ; hombres con
cola, unos de pavo real y otros de
zorro : la hierba con que Salomón cu-
raba los endemoniados ; la muela de
San Cristób.il en Coria, y \n quijada en
Astorga ; viejos y viejas que vuelven á
ser jóvenes; una" />/a6/oZo.9m completa,
diablos mayores y menores. íncubos y
sncubos; y su división general en seis
clases, cuyos diversos otícios y ejerci-
cios se describen con separación ;
duendes, bi-ujas. saludadores y apari-
ciones, que es un juicio. Cervantes, cuya
censura r¡o dejaba escapar impune
ningi'm abuso cuando se presentaba
oportunidad, criticó el Jardín de flores
de una plumada tan graciosa en sí,
como propia del intento general del
QiiJOTE, comparándolo con un libro de
Caballerías, y diciendo que no sabría
determinar si era más verdadero ó me-
nos mentiroso que el de Olivante.
'a) Lib. II, cr,n TV.
82
nON QUIJOTE DE I.A MANflIA
por disparatado y arrogante. Este que se sigue es Florismarle de
Ilircan/d \ dijo el Barbero. ¿Ahí está el señor Florismarte ?
replicó el Cura; pues á le que ha de parar presto en el corral, á
pesar de su extraño nacimiento y soñadas aventuras, que no da
lugar ó otra cosa la dureza y sequedad de su estilo : al corral con
él, y con esotro, señora Ama. Que me place, señor mío, respondía
ella, y con mucha alegría ejecutaba lo que le era mandado. Este
es El Caballero Platir 2, dijo el Barbero. Antiguo libro es ese.
1. Melchor Ortega, caballero de
ÍJbeda, publicó en Vallailolid el aúoL^SO
la primera parte de la Hisloriadel Prin-
cipe Felixinarlede llircaniUy que supuso
traducida del toscano, y la dedicó á
Juan Vázquez de Molina, secretario del
Keyydel Consejo de Estado. El héroe
se llaun'i primero Florismarte y después
Felixmarle, como en otros parajes le
llama Cervantes (a).
Llámase extrafio su nacimiento porque
su ma iré, Marcelina, le parió en un
monte en manos de una mujer salvaje;
pero no se ve la razón de hacer mérito
peculiar de ello en Florismarte, siendo
comunísimo en los autores caballerescos
acompafiar con circunstancias extraor-
dinari;:s y maravillosas el nacimiento
de sus héroes. Al nacer Amadis de
Gaula, e?. metido en una arquilla y ex-
puesto en las aguas de un caudaloso
rio.de Bretaña, como Moisés en l.is del
N'ilo, y saliendo al mar, es recogido por
unos navegantes (6). Tristán de Leonís
nace en un bosque, yendo su madre á
buscar á su esposo Meliodes : pone á su
hijo el nombre de Tristán en memoria
de la tristeza en que se hallaba: lo besa
y expira (c). La Reina Rosianada á luz
H Olivante en una floresta, de donde 1<>
arrebata una doncella y lo lleva á la
sabia Ijiermeaá la isla de Laura [d¡.
Flora m bel de Lucea acaba de nacer: el
sabio Adriacón, señor del castillo de
Rocaferro, pariente del toldan de .Ni-
quea y grande encantador, entra en la
cámara de su madre Bebulina acompa-
ñado de un león furioso : arrebala al
recién nacido, y lo lleva '-n una nube .i
Rocaferro para matarln -. pero compa-
decido, muda de propósito, y lo cria y
(a) Cap. XIII, XXXU y XLIX de la pri-
mera parte, y I do la segunda. — Ih) Amidis
de Gaida, ca}). II. — (c) Lib. I, cap. X.XI. —
{(/) Lili. I. cap. V.
educa en aquel castillo (a). Cuando nació
el Príncipe Belflorán en el castillo de
Medea, lo robóMerlin para criarlo ; des-
aparecii'i conél,y lo llevi'i á lejas tierras,
á una ermita, donde le bautizó el ermi-
taño (6). También fué robado al nacer
Leandro el Bel, hijo del Caballero de
la Cruz, por el sabio Artidoro, que se
metió con él en una nube y lo condujo
á su isla, donde haciéndolo primero sun-
tuosamente bautizar, lo crii) en un deli-
cioso palacioencantado(c,. En Florando
de Castilla, el mago Arca'm, en forma
de hipógrifo, se llevó por el aire á
Leonido cuando acab ;ba de parirlo la
Infanta Safirina, y lo puso en poder del
Sultán de Babilonia. De Angeloro, hijo
de Medoro y Angélica la Bella, cantó
el famoso Lope :
Así como nació la sabia Argiva,
que el casamiento desigual desama,
porque lieredero de Medor no viva,
hurtóle de los biazos de su ama ;
y metido en una canastilla de mimbres
lo arrojó al mar, donde aportando á una
isla, le dio educación Proserpido el
Sabio, como en otro tiempo Quirón á
Aquilesen la isla de Esciros.
2. Crónica del muy valiente y esfor-
zado Caballero Platir, lujo del Empe-
rador Primaleón : Valladolid, 1533. El
autor, que no se nombra, dedicó su
obra á D. Pedro Ivarez Osorio y Doña
María Pimentel, Marqueses de Asforga.
Platir, nieto de Palmerín de Oliva y
el mt-nor de los cuatro hijos que tuvo
Primaleón, Emperador de Constanti-
nopla, fué Rey de Lacedemonia y casn
conSideba, hija del Rey Tarnaes. Hubo
de ser Platir caballero de poca impor-
tancia y nombradla entre los aventu-
ia, Lil». I, cap. XX. — (ft) Belianis de Gre-
cia, llb. III, cap. XXIV. — (c) Caballero de
la Cni:, lib. II, cap. X.
PniMKHA PARTK. — CAPITULO VI
83
(lijo el Cura, y no hallo en él cosa que merezxa venia; acompañe
í\ los demás sin réplica, y así (ué hecho. Abrióse otro libro, y
vieron (juc: tenía por lilulo Í<J/ Caballero de la Cruz*. Por nombre
tan sanio como este bbro lieue, se podía píU'donar su ignorancia;
mas también se suele decir tras la cruz está el diablo : vaya al
íuego. Tomando el Barbero otro libro, dijo : Este es Espejo de
caballerias'^. Ya conozco á su merced, dijo el Cura : Ahí anda el
reros. cuando Cervantes, ponderando
lo que extrañaba no hallar escrita la
historia de L). (,)uijote, dccia {a) (jue no
había de ser tan desdichado tan buen
caballero que le fallase ú él lo que le
sobró á Platir.
1. Fué el titulo que llevó el inven-
cible caballero Lepolemo, hijo del Em-
perador de Alemania. Divídese su his-
toria en dos partes, compuestas por
Pedro de Ltiján. La primera trata de
Lepolemo, y en su dedicatoria, dirigida
al Conde de Saldaña, dice el autor que
la tradujo delariibigo, en que la escribió
el Moro Xartón. A continuacii'm de esta
dedicatoria se lee la del autor maho-
metano al Soldán Zulema, de cuya
orden se supone escrita la historia.
Xart(')n, según refiere la misma histo-
ria (6), fué nigromante ; pero después,
habiéndose hecho cristiano, jamás usó
ya de las artes mágicas. En el capí-
tulo LXXXVIII de la segunda parte se
dice que el original arábigo estaba
traducido en alemán y en griego. Dicha
segunda parte contiene la historia de
Leandro el Bel, hijo de Lepolemo, que
se finge escrita en griego por el sabio
Rey Artidoro. Lujan la dedicó al Conde
de Niebla, y en el capítulo XG ofrece
la traducción de la tercera.
La historia del Caballero de la Cruz
se nombra ya en el Diálogo de las len-
guas. Bowle cita una edición hecha en
Sevilla el año L^34 : en la Biblioteca
Real de Madrid hay otra de Toledo,
año de 1343, y después se repitieron
otras.
Entre el libro del Caballero de laCruz
y el Quijote hay una semejanza, que es
la del origen arábigo, tan verdadero en
el uno como en el otro, pero acomo-
dado á la opinión de los que creyeron
que, esta clase de libros nos vino de
los Árabes. Opinión contradicha no sólo
por los datos de la historia, sino tam-
bién por la comparacii'in entre las cos-
tumbres mahometanas y las que des-
criben los libros caballerescos ; entre
el desprecio esencial que los musulma-
nes hacen de las mujeres, y la especie
de idolatríaque los andantes profesaban
á sus damas ; entre las cadenas y
sujeción del harem, y la desenvoltura
y vagancia de Angélica y demás don-
cellas andantes (I guerreras. El caballero
andante es el esclavo de la que ama ;
el musulmán es su tirano. Ningún
musulmán llamó jamás mi Dios ni tni
Diosa á su querida, como lo hicieron
los caballeros ; ni caballero alguno
puso la suya bajo la custodia y férula
de un eunuco. Las ideas y costumbres
caballerescas tienen mucha más co-
nexión con las de los puelilos antiguos
del Norte, que, según el testimonio de
Tácito, atribuían al bello sexo un ca-
rácter sagrado que, sin llegar á divino,
sobrepujaba al común humano (a).
2. D. Juan Antonio Pellicer confun-
dió el Espejo de caballerías con el
Espejo de Príncipes y Caballeros, que
es la historia del Caballero del Febo :
de cuyo error participó también, á pesar
de su erudición, D. Gregorio Mayánsen
el número 81 de la l'ida de Cervantes.
Pero la sucinta noticia que el cura da
aquí del Espejo de caballerías bastaba
para el deseníjaño, pues el otro Espejo
no hace mención de Reinaldos deMon-
talbán, ni de los doce Pares, ni del
historiador Turpín.ni tiene parte de la
invención de Boyardo, que son las
señas que da Cervantes del libro. La
calidad de ladrones que el Cura aplica
á Reinaldos y sus compañeros, indica
que el Espejo de caballerías es lo mis-
mo que la historia de Reinaldos, citada
en el capítulo primero del Qumote,
según el cual, en ella se veía salir á
(a) En el cap. IX. — (¿) Lib. II, cap. LXXX.
(a) Germán., cap. VIII.
8í
DON OriJOTE ÜK r.\ MWr.ílA
señor Reinaldos de Montalbán con sus aniipfos y compañeros, más
ladrones que Caco, y los doce Pares con el verdadero historiador
Tur|)ín ', y en vei'dad ({ue estoy por condenarlos no más (pje á
destierro perpetuo, siquiera porque tienen |)arte de la invención
del famoso Maleo Boyardo -, de donde también tejió su lela el
Reinaldos de su castillo // robar cuanlus
topaba, 1/ cuando en Allende robó aquel
Ídolo (le Mahü)na, que era lodo de uro,
ser/ún dice su historia. I.nis Pnlci, en su
Margante, nombra á Arnaldo Daniel,
trovador ó poeta provenzal que murió
hacia (ines del siglo xiii, como aulorde
una historia ó novela de Reinaldos,
donde se relieren las hazañas de éste en
Egipto, lista noticia cuadra con li del
capitulo primero del Qlijotk. y me in-
duce «í sospechar como verosímil que
el Espejo de cahallerias es en el fondo
alguua traduccii'tn del libro de Arnaldo.
D. Nicolás Antonio menciona una
obra intitulada Lilao del noble y esfor-
zado caballero Reinaldos de Montalbán,
1/ de las (fnnides proezas y extraños
hechos en armas que él y Roldan, y
todos lo"; doce Pares paladinos hicieron :
Sevilla, 1525 ; en folio. Menciona asi-
mismo otra olira con el título de Pri-
mera, segunda y tercera parle de Or-
lando enamorarlo . Espejo de caballeros,
de los hechos del Conde Roldiia, Reinaldos
de Montalbán y otros, por Pedro de
Ueinosa, toledano : Medina del Campo,
\'i6v>. Hablan también D. Nicohís An'Quio
y Don Tomás Tainayo de V'argas de la
Primera, seyunda y tercera parte de
D. Reinaldos de Monlalhán. Emperador
de Trapisonda : traducción del italiano
por Luis Domínguez, que se imprimió
en Perpiñáupor Sansón Arbús, año 1589.
y de que he visto citada otra edición
hecha en Toledo, año de l5-")8. üowle
nombró una impresi m del Espejo de
caballerías en Medina del Cauípo,
año ioSf). Esta es la obra cilada en el
Escrutinio ; pero no habiendo logrado
verla, como ni tampoco las otras de
3ue acaoa de hal)larse, no puedo decir
e la relacii'in que tengan entre si, ni
pasar adelante en mis conjeturas.
1. Turpin ha llegado á ser el verbi-
gracia de los tinbusteros, como su pai-
sano y contemporáneo Galal.'in, de los
tr;tidores ; y acaso no hay más razón
paralo unonuf^para lootro..li!nnTurn¡n
ó Tilpin fué un .Vizobispo de Keims que
vivii'i en lieinpo de Carlomagno (a); y
dos siglos despui's se escribió bajo su
nombre una historia de los hechos de
aquel Príncipe en dos libros, llenos de
cuentos y mentiras. Esla obra, que
logró crédito á Favor de la ignorancia
de aquellos tiempos, y se nombró con
elogio en la Biblioteca del abad Juan
Tritemio, escrita á fines del siglo xv,
fué uno de los textos de que so valió
Nicolás de Piamonte para la Historia
vulyar del Emperador Carlomayno y de
los doce Pares de Francia, que se un-
primió en Sevilla el año de 1528. y
después infinitas veces. Por la común
reputación de embustero llama inmi-
camente Cervantes á Turpin verdadero
historiador, imitando en esto .i Ar:osto,
que, con la misma ironía, le llamó
veraz (u/. .Mude á lo mismo P'rancisco
Garrido de Villena, que en el libro
primero (ó) de su poema sobre la batalla
de Koncesvalles, h ibla asi de Koldán :
Dice Turpin que aquel Conde de Brava
Toda su vida fué viígi'n y casto :
Creed lo que queráis del Paladino,
Que mucha.s cosas dice asi Turpino.
Y Villaviciosa. en su poema burlesco
de la Mosquea (c; :
Hoy se despiertan las verdades pura.s
D«»l profundo lelargn y duro sueño
De las prisiones del "Ivido ol)scnras :
Hoy á la luz de la veid.ad enseño
I>a historia á quien diú principio y fin
La pluma arzobit-pal de 1). Turpin.
2. Conde de Escandiano : escribió
el poema caballeresco de Orlando en-
amorado, que continuó despiiés Ludo-
vico Ariosto en su Orlando furioso.
(a) C;into XXX. est. 40.
— (c) Canto I, est. 7.
(6 Canto XXIV.
(a) El señor Gastón Paris. en su maijistra
estudio de Pxeiido Tur/uno, i\euiOslró que esta
célebre crónica es una superchería históvi-
coliteraria. (M. de T.)
PKIMI.IIA l'AlCli:.
CAPlTfl.O VI
8:í
crisliaiK» |io('l;i IjkIovÍco Arioslo ^ ; al cual si a(|ui l»> hallo, y (|iio
habla ni otra lengua que la suya, iio Ir j^iiaivlaiv'- respeto al<<(iino;
pero si halila eii su iilioiiia, le poiidiv soljie mi calx'za Pues yo
le Ionizo en ilaliaiio, dijo el Haibei'o, mas no le; eiilieiido. Ni aun
liicra bien que vos hí eiileiKlií'rades ^, res[)ondió ol C-ura; y aquí
Tradujo á Boyardo Francisco (íarrido
de Viileiia, natural do Hac/a, y 1^'
imprimii') el año de \')'l, dedicándolo
á O. Pedro Luis (¡alcer.ín de Horia.
Maestre de Monlesa. Su Iraduccii'm
está llena de ilalianisnios insnlriblis :
suprimió alfíunas cosas y añadió otras,
como é\ Miisino advierte en su pi'idouo
donde, u-ando lic una e\jirc.si('iM |)nro-
cida á la ile Cervantes, dice que se mo-
vió á traducir ei Orlamlo enatnonido
pnj- ver puesto en nuestra lengua el
Or'ando Tnrioso. el cual de aquí ha
tomado orii/en é inrención, jior ser la
trama de su tela, lodo este libro.
D. Nicolás Antonio cila un popmacn
octava rima con el tilulo de Orlando
enamorado, impreso en Lériila el año
de iriliS : su autor D. Martin Abarca de
liolea, y repularmente sería traducción
de Boyardo.
1. Ludovico .\riosto nació en Ref.do,
ciudad del estado de Módena, el año
de i4"4, y murii'» en Ferrara el de 1^>i3.
Entre svis obras poétiías. la más cono-
cida es el Orlando furioso en 46 can-
tos, donde continuó el argumento de
Boyardo. Tuvo d poema de Ariosto
muchos aficionados y admiradores en
España, uno de ellos Miguel de Cer-
vantes, que lo ala'tó en la Galatea,
donde dice la Musa Calione {n) : Yo
soy laque ai/ udó d tejer a I divino Ariosto
la variada y hermosa tela, que compuso.
En este elogio va envuelta la censura
que los observadores y amantes del
arte han hecho siempre del Orlando
furioso, en el cual, en medio de la ver-
sificación más hermosa y feliz, no se
encuentra la regular¡<lad de los anti-
guos, y de los modernos que los imi-
taron, como lo hizo el Taso entre sus
contemporáneos. El mismo juicio hizo
en su fíepública lileru,ria, Don Diego de
Saavedra. Ludovico Ariosto, dice, como
de ingenio vario y fácil en la invención,
mmpió las reliyiosas leyes de lo épico
en la unidad de las fábulas y en cele-
brar á un héroe s(do: y celebró ú yiiuchus
''I Lil). VI.
en una inqeniosa y variada lela, pero
con estambres poco pulidos i, cultos. Y
en adelante, rlespués de introducir á
Homero. Virgilio, el Taso y Camoens
imitando con (larines de plata á lo
lieroico.y á Lucann intentando lo mismo
con una trompeta de bronce, añade
que tocalia Ariosto una cliiriuiia de va-
rios uietules. Con electo : su poema es
una obi-aen (jue, sin orden ni trabazón,
se ensartan los sucesos caf>r¡chosos de
muchos caballeros y Principes que se
supone vivieron en tiempo de Carlo-
magno, los paladines í^oklán y Reinal-
dos, los Moros liugero y Ferraiiús, los
Beyes Agramante y Marsiiio, los mági-
cos Atlante y Malgesí, las doncellas
guerreras Bradamanle y Marfisa. Angé-
lica la andariega, el sutil ladrón Brúñelo,
Sacripante y Rodaniírnte, Astolfo y
Cervino, y otros muchos que conqionen
el todo eml)rolla''0 é informe pero
compuesto de partes bellisimas. del
Orlando.
Mama Cervantes cristiano poeta á
,4r¡osto, 5^ no adivino la causa. El aire
de la expresión pui'iera indicar que se
le apli'-aba la calidad de cristiano por
contraposicii'm á Boyardo: pero esteno
fué más ni menos cristiano que .\riosto.
Si se quiere decir que lo de cristiano es
irónico, como lo verdadero que acaba
de decirse de Turpín, no parece que en
este pasaje tuvo Cervantes intención,
de satirizar á Ariosto, sino de lo con-
trario. Pellicer lo explica diciendo que
se daba el dictado de cristiano á los
que se ocupaban en eseribir obras
ejemplares, y no licenciosas ó impías,
como otros italianos que nombra : sobre
lo cual pudiera remitírsele á varios
pasajes en que Ariosto no dii'i cierta-
menie i'jemplos de la moral más reli-
giosa y severa. Pellic r habla en esta
materia como si no hubiera leído el
original del Orlando, y sólo lo cono-
ciera por sus traducciones al castellano,
nue era lo que le sucedí.i a Macse
Nicolás.
2. .Vlúdese probablemente á algunos
pnsnJGs y expresiones libres de Orlando
86 DON (JlIJOTE DK LA MANCHA
le per(lon.''iramos al señor Caj)ilán ' que no le Iiiibiera traído á
Esj)afia y hecho caslellaiio; (jue le quitó mucho de su natural
valor, y lo mismo harán lodos aquellos que los libros de verso
(juisiercn volver en olra lengua, que por mucho cuidado que
que se mitigaron ó se suprimieron en
la traducción castellana deque habla el
Cura en el presente lugar. La ignor.m-
cia del toscano preservaba de escán-
dalo al Harbern.
1. Kste Capitán es D. Jerónimo de
Urrea, cab.iliero aragonís, < obernador
de la provincia de Pulla, en el reino de
Nánoles, cuya tra'lucción métrica del
Orlando de Arioslo, se imprimió en
Lei'm de Francia el año de l.-)56, según
D. Nicolás Antonio. Otra edición he
visto de Amberes, hecha en lüo8, corre-
f/i(/(i xet/unda vez por el traductor. La
censura que aqui hace Cervantes de
esla trailuccii'm es todavía sobriula-
rnentc benigna : puesto que atribuye
sus defectos ií las rausns generales que
diíícuilnn las traducciones de obras
cuyos originales están en verso, sin
mencionar otros innumer,il)les de mala
inteligencia, mala versificación y mal
lenguaje de (jue adolece la del Oí-lando.
Y fuera de esto, (unitii'i ú añadió ürrea
en el original lo que quiso, según su
antojo. Veo el motivo que pudo tener
para no incluir en la traducción la
estancia 80 del canto 3.", donde se habla
de la donaciiin de Constantino, y las
estancias 81 y 82 del canto 14, en que
se zahiere malignamente á los frailes;
pero dejó otras varias que no les favo-
recen : deji'i también otras libres y
licenciosas; suprimió la profecía de
Merlin en la gruta de Melisa, que ocupa
la mayor parte del canto 3; introdujo
en el 26 los elogios de los Reyes D. Fer-
nando el Católico y Carlos V, á que
añadió los del Conde D. Gastón de la
Cerda, Duque del Infantado. .Vlmirante,
Marqués de Astorga, Condes de Feria y
de F'uentes. Nada de esto hay en
Ariosto. Con igual infidelidad insertó
en el canto 4H, entre las alabanzas de
otros sabios italianos que celebró el
Ariosto. las de D. Juan de íleredia,
D. Luis Zapata, Garcilaso. Castillejo,
Gálvez, Pero Mexía, Gonzalo Pérez y
otros, de que no se acordó el poeta
original.
Don Diego Hurtado de Mendoza,
arriba citado, en la contestación que
puso en boca del Capitán Pedro de
Salazar al Bachiller de .Arcadia, ridicu-
lizó la manera Hoja y descuidada vow
que Urrea había hecho su traducción
de Oriundo furiosa; á pesar de lo cual
dice alli Salnzar, que con ella r/anó
fama de noble escritor, y aun, según
dicen, muchos dineros (que impoitan
?niís).
Todavía trati'i peor que Mendoza la
traducción de Urrea I) Hernando de
Acuña, poeta contemporáneo de ambos,
en la Lira de Garcilaso contrahecha.
Dicele en ella á Urrea :
De vuestra tori)e lira
Ofoiule tanto ol son. que en un momento
Mueve al discreto á ira
Y á descontentamiento :
A vo» .Solo, seíior. os dais contento...
;Ay de los Capitanes
En la.s sublimes ruedas colocados;
Aunque son alemanes,
Si para ser loados
Fueren á vuestra nuisa encomendados!
Mas ¡ay, señor, de acjuella
Cuya beldad de vos fuere cantada!
Que vos daréis con ella
lJc> verse sepultada
Tuviese por mejor que ser loada...
¡Triste de a(juel cautivo
Que á cscucliaros, .Señor, es condenado
Que está muriendo vivo
De versos enfadado,
Y á decir que son buenos es forzado ..
Mueran luego ñ la bora
Las públicas estancias y secretas;
Y no (¡ueráis agora
Que vuestras imperfetas
Obras y rudo estilo á los poetas
Deii inmortal materia
Para cantar en verso lamentable
lias fallas y miseria
he estilo tan ciili)able,
Digno que no sin risa de él se hable.
Don Nicolás Antonio hace memoria
de dos traducciones prosaicas del Or-
lando furioso, hechas por dos toleda-
nos, P'ernando de Alcocer y Diego
Vázquez de Contreras. De la primera
dice que se imprimió en 1510, y que es
demasiadamente literal : de la segunda,
que se publicó en 1585. Ninguna de las
dos he visto; pero la fecha de la de
Alcocer está errada, porqtie el original
iMii.Mr.nA i'AirrE.
c.APnri.o VI
87
pongnn y liabili<la(l <|ii(í inueslrcn, jamás llegarán al j)mil() que
i'llos lioiu'u cu su primer uacimieiilo. Digo, en erecto, í|iie este
libro y totlos los (jue se hallaren «jue tratan destas cosas <le
l''i'an<ia ' se echen y (Irpositen en un pozo seco, hasla (pie con
italiano se iiiipriuiió por i»riinera vez
el año de l.'ilS.
Ni en I). Nicolás Antnuio ni en otro
pscrituí" .ily^uno cnciientri) notici;i ile
l;i, triulucciiin del Orlando furioso, he-
dí i en octava rima por (¡onzalo de
Oliva, cuyo origin.tl he visto escrito en
folio de mano del mismo Oliva, con sus
enmiendas interlineales, y firmado en
Lucena á 2 de Agosto del año 1604.
Oliva evitó los numerosos defectos de
Urrea : tradujo íielmente ; su versifica-
ción es fácil y armoniosa, y su libro,
á pesar de algunos pequeños lun;u-es,
harto más digno de ver la luz pública
que ios de otros muchos traductores
de su tiempo.
1. En dicha clase comprendió
I). Juan Antonio Pellicer el libro de
Amadis de Gaula, contándolo entre
los que hablan del origen de los Galos
ñ Gauleses, y de las historias francesas,
ú que tratan, como dice Cervantes,
destas cosas de Francia (a). Para un
aserto tan positivo no tuvo, según se
da á entender, otro fundamento que el
di(;lado de Gaula, y su semejanza con
el de Gallas ó Gaulas, que ha solido
darse á la Francia antigua. Pero el
sobrenombre de Amadis no denota la
Galia, como se supone con sobrada
ligereza, sino el país de Gales, VVales
ó Guales en la parte occidental de
Inglaterra, donde reinó Artús y pasa-
ron los amores de Ginel)ra y Lanza-
rote, y donde reinó también Perií'm de
Gaula. padre de Amadis, el cual heredi)
este apellido de su padre, y no lo
tomó de la circunstancia de haber
nacido por casualidad en la pequeña
Bretaña ó coniinente francés. .V?i se ve
por el contexto de la historia, aunque
embrollada en esto como en todo, de
Amadis, sin que pueda quedar lugar á
la duda. En ella se lee qtie desde la
ínsula Firme (que era parte del conti-
nente) se iba por mar á Gaula (6) y se
menciona como contiguo á ella el
país de Norgales ú Gales septentrional,
(a) Discurso preliminar, párr. V.
(6) C. CXXI.
el mismo de quien en la historia de
Tristán se dice (a) (pie estaba cercano
á Irlanda, y que se iba á él desde el
reino de Artús en carruaje. Lo mismo
(oníirma la historia, de Amadis. refi-
riendo (6) que su padre Perlón jiidin
au.xilio á Lisuarte, Hey de la Gran Bre-
taña, en la guerra i\ue le haci;i su
vecino Abies, Uey de Irlanda. Pero no
debemos detenernos en cosa tan clara.
Pellicer alegó como prueba de lo que
decia el pasaje presente del texto, y
no advirtió que le era contrario. En
el escrutinio de los libros de D. Qui-
jote se había acabado ya de hablar de
los de Amadis y sus descendientes,
todos los cuales, fuera del primero, al
que se había otorgado interinamente
la vida, habían ido al corral por mano
del Ama. Después se había hablado de
otros caballeros que no eran de), linaje
de Amadis; y últimamente se trataba
de la historia de los Reinaldos, del
Arzobispo Tiirpín, y de los poemas del
Boyardo y del Ariosto, con su tra-
ductor ürrea. Estas son las cosas de
Francia, de que evidentemente habla
Cervantes, y no las de Amadis y su
parentela; y así también lo manifiesta
lo que sigue acerca de los libros de
Bernardo del Carpió y de la batalla de
Roncesvalles, que no tienen que ver
con .\madís de Gaula ni su familia.
Estos dos últimos se condenaban sin
remisión al fuego, y los demás á en-
cierro en un pozo seco, por considera-
ci(m á Ariosto y Boyardo, á quienes
habían suministrado parte de su argu-
mento.
A consecuencia de su equivocación,
dividió Pellicer los caballeros andantes
en dos, que llama sectas. Una de los
caballeros de la Tabla Redonda en que
entran Artús y Lanzarote, y otra de
los que á su juicio indicó Cervantes en
este pasaje, contando entre ellos á
Amadis de Gaula, que para Pellicer era
lo mismo que Amadis de Francia.
Pero según resulta de lo que acaba
de decirse, si fuera preciso seguir el
(a) Lib. II, c. LXXXVIII. - (6) Gap. IV.
88
bON orijori: dl i.a mancha
más acuerdo se vea lo que se ha de harer dellos, esccf uando á nn
Bernardo del Carjao^ que anda por ahí, y á otro llamado Ron-
cesva/les'^, que éstos, en llegando á mis manos, han de estar en
las del Ama, y dellas en las del fuego sin remisión alguna. Todo
lo contirmó el Barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acer-
tada, por entender que era el Cura tan buen cristiano y tan amigo
de la verdad, que n<t diría otra cosa por todas las del mundo. Y
abriendo otro libro vio que era Palmerín de Oliva •*, y junto á él
intento de Pellicer, pudiera hacerse la
división en tres clases. Primera : in-
f/lesa ó hreloHiL, eu que se incluirían
los priiuilivos libros caballerescos,
Artús, la Demanda del santo ürial.
Langarote y Tristán, siguiendo con
Amadís y sus descendientes, que em-
parentaron en la persona de Esplun-
dián con la casa imperial de Grecia, y
fueron Emperadores de Constantino-
pla; á éstos pudieran agregarse, por
razón de ingleses. Tirante el Blanco,
Florambel líe Lucea, Palmerín y Flo-
rando de Inglaterra. La segunda clase
podría llamarse francesa, y se com-
pondría de ios libros (¿ue tratan de las
cosas de Francia, del Emperador Car-
lomagno, los doce Pares, Angélica,
iMorgante, Bernardo del Carpió y batalla
de Koncesvalles. Artús y Carfomagno
fueron como los fundadores, aquél de
la secta inglesa y éste de la francesa. La
tercera clase se compondría de los
libros que, por no pertenecer ¿ninguna
de las dos anteriores, forman otra
neutra ó indiferente, como Flores y
Blancaflor, D. Olivante de Laura,
D. Florindo de la Extraña aventura, el
Caballero de la Cruz, D. Policisne de
Boecia y otros.
1. Hablase, al parecer, del poema
que con el título de Historia de ¿as
hazañas y hechos del invencible caba-
llero Bernardo del Cai-pio, escribió en
octavas Agustín Alonso, vecino de
Salamanca, y se imprimió en Toledo
el año de líiS.o Libro rarísimo que no
he visto, y de que Pellicer sólo conoció
un ejemplar. No pudo ser el Bernardo
del Carpió del Obispo Valbuena. el
cual no se publicó hasta algunos años
después de la muerte de Cervantes, en
el de 1624.
2. Titulo diminuto, que pudo indi-
car el poema intitulado FA verdadero
suceso de la batalla de Roncesvalles,
compuesto por Francisco Garrido de
Villena, que se imprimió en Toledo el
año de 1583; obra distinta, como se ve,
de la traducción del Orlando enamo-
rado de Mateo Boyardo. También pudo
aludir á la continu ición de Ludovico
Ariosto por Nicolás de Espinosa, poeta
valenciano : poema en 35 cantos, dedi-
cado al Conde de Oliva, que se publicó
el año de 1355 en Zaragoza, y el de 1557
en Amberes, con el titulo de Seyunda
parte de Orlando, con el verdadero
suceso de la batalla de Roncesvalles,
fin y muerte de los doce Pares de
Francia.
3. Libro del famoso caballero Pal-
merín de Oliva, que por el mundo
grandes hechos de armas hizo, sin saber
cuyo hijo fuese. Toledo, 1580, en folio.
Está dedicado á D. Luis de Córdoba,
hijo del Conde de Cabra, y nieto del
que el año de 1483 hizo prisionero al
Rey moro de Granada en la batalla de
Lucena. Consta de 116 capítulos,
después de los cuales se dice : Aquí
hace fin la historia del Príncipe Pal-
merín de Oliva, Empei'ador de Cons-
tantniopla, etc.
Tiene esta historia continuación con
el título de Libro del invencible caballero
Priinaleón, hijo de Palmerin de Oliva,
donde se tratan los sus altos hechos de
armas, y ios de Polendos su hermano,
y los de D. Duardos, Príncipe de Ingla-
terra, y de otros preciados caballeros
de la corte del Emperador Palmerin.
Consta de 218 capítulos. D. Nicolás
Antouio cita una edición del año 151 C,
y después se repitieron otras dentro y
fuera de España.
Una mujer 'a) fué el coronista de
Palmerin de Oliva. Así lo dijo expresa-
(a) Una mujer. — El erudito Gayangos se
resiste á creer (jas fuese escrito por mano
de mujer un libio que, por la cínica libertad
de muchas escenas, parece digno antepasado
del moderno naturalismo. (M de T.)
i'i.iMi:iiv i'Auri:. — c.mmti i.íj vi
89
estaba otro que se llamaba Palmerin de Inglaterra^ lo cual, visto
por el licenciado, dijo : Ksa Oliva se haü^a luego rajas y sf queme,
inenle .luiin Auf(ur de Trasiiiiem,
escrilor que vivia A principitis del
si^'lo XVI, en un cpiRrain.i latino, de
que copia parte D. .Nicdl.is Antonio :
fiviiñna coinposuil. Que fué portuguesa
resulta del testimonio de los escritores
de aquella nación; y no tiay funda-
mento que convenza lo contrario. Al
fin de la edición de Medina del ('ampo,
año 1563, hay seis coplas de arle mayor
en elogio de la obra, y la quinta dice
así :
En este esmaltado hay rico dechado,
Van esculjjidas muy beílas labores
De paz y de guerra y castos amores
l'or maño de diieüaprudente labrados.
Está por ejemplo de todos notado
Que lo verosímil veamos en flor :
Es de .•Vugustobrica aquesta labor
Que en Medina se ha agora estampado.
Pellicer, que copió estos versos, dice
que .\ugustobrica era Burgos, y así lo
entendería quizá también el poeta :
pero Burgos es ciudad moderna, y no
pudo tener nombre tan antiguo. Así
que : ó el nombre de Augustobrica ía)
indica algún pueblo de Portugal, ó el
poeta haÍ)ló, no de la autora, sino de
la traductora.
Palmerin de Oliva, según su historia,
fué nieto y heredero del octavo Empe-
rador de Grecia que hubo después de
Constantino : y por esta ridicula cuenta
debió ser el Emperador Marciano, ma-
rido de Santa Pulquería. El Rey Flo-
rendnp de Macedonia lo hubo á hurto
en la Infanta Griana, hija del Empe-
rador, por cuyo mandado un doncel lo
sacó recatadamente de Gonstantinopla,
y lo dejó sobre un árbol en una mon-
taña llamada Oliva, distante una jor-
nada pequeña de la corte. Allí lo
encontró el rico colmenero Geraldo,
// porgúelo falló entre las palmas y
olivas, púsole nombre Palmerin. Crióle
su mujer Marcela, á quien se acababa
de morir un hijo recién nacido (o; ;
y Palmerin, habiéndose hecho famoso
por sus hazañas, fué reconocido por su
(a) Cap. IX.
(«) Aui/uslóhrica. — Según el ya citado,
Cj^yungos, Augwlóhrica, citadapor Toloineo.
fue más tardé Mirúbñga ó Ciudad Rodrigo.
(M. de T.)
madre Griana (a), y después de la
muerte de su abuelo, proclamado Em-
perador (6). Palmerin tuvo dos hijos :
l'olendos, á (jiiien, estando tomado del
vino por traición de la Keina de Tai-sis,
engendró en esta Princesa (c), y Pri-
maleón, á quien tuvo de su mujer
Pülinarda (cL.
.\cerca de la edad en que se escribió
la historia de Palmerin de Oliva, es
indudable que precedió á la de Palme-
rin de Inglaterra, la cual, desde su
mismo principio manifiesta ser conti-
nuación de la otra. Y esto coníiruja la
0[)inión de que la autora fué portu-
guesa, porque siéndolo 'nadie lo ha
dudado) la novela de Palmerin de
Inglaterra, parece natural (¡ue lo fuese
también su primera parte. Pudiera
oponerse la consideración de que
siendo portuguesa la dama que escri-
bió el Palmerin de Oliva, lo escribiría
en su idioma nativo, y sólo lo tene-
mos en castellano. Pero esto, en todo
caso, probaría que se perdió el original,
quedando la traducción, que es lo
mismo que sucedió con el libro de
Amadis de Gaula. I.n la nota inmediata
hablaremos del tiempo que puede
señalarse á la composición de Palmerin
de Inglaterra : y de todo podrá dedu-
cirse con alguna verosimilitud, que
Palmerin de Oliva se escribió decli-
nando ya hacia su fin el siglo xv.
1. Todas las probabilidades con-
curren á señalar en Portugal la cuna de
los libros caballerescos españoles (^).
.411Í nació el de Amarlis de (iaula, y
allí es verosímil, según veremos des-
]Mjés, que naciese el de Tirante el
Blanco, que son sin disputa los dos
libros españoles más antigims de este
género. De Palmerin de Inglaterra es
fama, como aquí se dice, que le com-
puso un discreto Rey de Portugal (v).
(o) Cap. CVII. - (6) Cap. CLXV. — (c)
Cap. XCV. — {d, Cap. CLXV.
(Sí'í Veáse la nota, pág. 74 y la nota h que va
á continuación. ' (M. de T.)
(y) Un discreto r^y de Portugal. — Es tal el
abandono y la indiferencia que siempre han
reinado en K:spaña que, ya en la época de
Cervantes, se descoriocia al autor de tan pon-
de radolii 10 y se atribuía su jiaternidad á los
90
DON ori.lOTK DE I. A MWCIIN
que aun no queden clclla las cenizas; y esa [)alnia de Ingalaterra
se guarde y se conserve como á cosa única, y se haga para ella
No le nombró Cervantes, jicro si Manuel
de Karia y Sousa. diciendo (a) que
algunos creyeron (|iie el libro «le I'al-
meriti de Inr/laterra fué obra del Rey
D. Juan el 1Í. Antes y después de este
Principe, que vivió desde d455 liasta
14ÍÍ5, fué común en Portugal la afición
á las historias de Caballerías. Ue su
lio D. Fernando, Duque de Braganza,
hubo opinión en la misma Gasa Real
que había sido el autor de Aniadís ; y
á él le dedicó Juan Martoreli la tra-
ducción lemosinade Tirante el Blanco.
El Infante D. Alfonso, padre de D. Fer-
nando, había intervenido, como ya se
refirió anteriormente, en la composi-
ción, ó por lo menos en la corrección
del Amadis de Gaula. Una dama de
aquella nación compuso después á
Pabnerin de Oliva; y, finalmente, en
Portugal se escribió el Palmerin de
Inglaterra., que es continuación del
otro, y en que también se dijo que
hizo algunas adiciones el infante
D. Luis de Portugal, hijo del Rey
D. Manuel y padre deD. Antonio, Prior
de Ocrato, que, andando el tiempo,
disputó la corona de Portugal á Fe-
lipe II.
Bien sé que los Portugueses atribuyen
(a) Eiiropn portuguesa, tomo III, paite IV,
cap. vm.
portugueses. Estos no tenían más que dejarse
querer y aplicar nuestro antiguo refrán :
Cuando pnsan rabinos, comprarlo.^. Casi hasta
nuestios días, críticos, bibliófilos y líferatos
vinieron .á porfía atribuyendo el Palmerin á
autor portugués. Afortunadamente, en 1827,
el insigne ernilito, gramático y bibliófilo
Salva publicó en Londres, en el lierpi'rtorio
Americano, un excelente trabajo, procla-
mando como verdadero autor de esta obra al
es])añol Luis Hurlado, gracias á haber encon-
trado un ejemplar de la I.* edición esiiañola
hecha en Toledo, on ?, tomos, en 1 j47-f.i4S, y
á unos versos acrósticos que hay en la dedi-
catoria y cuyas letras iniciales indican á las
claras la" paternidad de Hurlado. De este inge-
nioso autor, que también escribió la farsa ti-
tulada.'íiVitnna, Las Cortes del Casloamory de
la muerte (\\-<h'T)y la Tragedia Policiana (imita
ción de la Celestina) y que tradujo Las Meta-
morfosis de Ovidio, existen muy escasas noti-
cias, debidas en gran parte a Nicolás Anto-
nio. (De mi libro ; MaJinal de Literatura espa-
ñola i hispanoamericana.) (M. de T.)
comúnmente la composiciíjn de Pnl-
merin de ¡lujlalerra á Francisco de
Moraes, el cual lo imprimii) en Ebora
el año de 1567, y esta opinión siguió
el editor que lo reimprimió en Lisboa
el año de 1786 : pero el mismo editor
dio armas contra si, citando la traduc-
ción francesa del Palmerin hecha del
castellano por Jaques Vicent. é im-
presa en León el año de 1.153. Esto
convence sin réplica que el Palmerin
impreso en 1567 no pudo ser el original,
puesto que no sólo existia en 1553,
sino que se hallaba ya entonces tradu-
cido al castellano. Queda, pues, ase-
gurado el origen portugués de Palme-
rin de Inglaterra, y Francisco de Mo-
raes desposeído del mérito de autor
original, y reducido á la clase de
editor con sus puntas y collar de pla-
giario, sin m;!S parte en la composi-
ción del libro que haber intercalado
algo de sus amores en Francia, sepi'in
se deduce de las noticias del editor
moderno en su prólogo. Punto que pu-
diera apurarse por el cotejo de la tra-
ducción de Jaques Vicent con la edi-
ción de Francisco de Moraes.
Es circunstancia notable lade haberse
perdido la traducción castellana de
Palmerin de Inglaterra. De que existi''>
no hay duda, puesto que por ella se
hizo, como arriba se dijo, la francesa.
Castellano sería también el ejemplar
de la librería de D. Quijote, sin que in-
dique cosa en contrario el escrutinio:
pero nadie Cque yo sepa'i señala el pa-
radero de ejemplar ninguno en nuestro
ittíoma. Fué en esto diferente y aun
opuesta la suerte de los dos Palmerines,
el de Oliva g el de Inglaterra: del pri-
mero se perdió el oriííinal, ynos quedó
la traducción ; del segundo se perdió
la traducción, y nos quedó el original.
Debe advertirse que Palmerin de In-
glaterra de que se habla en toda esta
nota es sólo la primera y segunda parte
que publicó Moraes, y que en su ter-
cera edición lleva este titulo : Chrónica
do famoso é muito esforzado cavaleiro
Palmeirin de Inglaterra, filho del Rei
D. Duardos : no cual se contem snas
proezas et de Floriano do Deserto sen
irmao, et (h) Principe Florendo-i, filho
de Primaliaon. Composla por Francisco
PHiMiatA i'vmK
CAPlll LO VI
•11
otra cnja como la <iuc lialló Alejandro en los despojos de Darío,
que la diputó' para guardar en ella las obras del poeta Homero^.
Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas : la una,
porque él por sí es muy bueno, y la otra porque es fama que le
compuso un discrí^to Rey de Portugal. Todas las aventuras del
castillo de Miraguarda ^ son bonísimas y de grande artificio, las
razones cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del
que habla con mucha propiedad y entendimiento. Digo, pues,
salvo vuestro buen j)areeer, señor maese Nicolás, que éste y
Amadís de Gatda queden libres del í'uego, y todos los demás, sin
de Maraes. Em Lisboa por Antonio Al-
vares, .ínno de MDLWXXll. i'ulio .
A estas dos parles siguieron la tercera
y cuarta, escritas por Dief>:o F"ern;ÍQdez,
vecino de Lisboa, que contiinea los
hechos de varios cahulleros de la corle
de Paluierin de Inglaterra. Asunto que
se continúa en las partes quinta y sexta,
escrit.'is iior Baltasar (ion/.;ii vez Í-,obato,
natural ele Tavira. Todas cuatro partes
estiin, como es natural, en portu-
gués.
Según la costumbre de los autores de
libros de Caballcrias, se dice al íin de la
historia de Palmerin [a) que se sacó de
la Crónica general de Iní/laterra, y se
citan varios cronistas de nombres ridí-
culos, entre ellos á Tórnelo Alteroso,
escritor macedónico, que para cosas de
Inglaterra es buen texto. Allí concluye
la historia, quedando el cadáver de
Palmerin depositado en la Isla de los
Sepulcros, por otro nombre la ínsula
Deleitosa, de que era señor el sabio
üaliartc.
1. Diputó está usado por destinó :
acepción que se le dio también en el
capitulo XXV de esta primera parte ;
pero en el uso común diputar se dice
sólo de las personas, así como destinar
de las personas y de las cosas. Sólo las
personas se diputan.
2. Alejandro el Grande, rey de Mace-
donia, fué tan aficionado á la Iliada de
Homero, que, según cuenta Plutarco en
la vida de este Príncipe, solía tenerla
junto con su espada debajo de la cabe-
cera en que dormía. Habiéndose encon-
trado, entre los despojos del ReyDarío,
una caja riquísima guarnecida de oro,
perlas y otras piedras preciosas, cuenta
(a) Parte II, cap. CLXXII.
también Plutarco que Alejandróla des-
tinó para guardar en eila los libros de
Hom.ro. Lo mismo refiere Plinio (a).
Cervantes hizo tan notable dilerencia
entre el l'alnierin de Oliva y el de In-
f/liiterra, que del uno no quería quedase
ni aun la ceniza, y el otro quería que se
guardase en una caja preciosa. Sin em-
bargo, el autor del Diálogo de las len-
guas prefería el libro de Palmerin de
Oliva ú otros muchos de caballerías (6),
poniéndolo en la misma línea que al
deAmadisde Gauln.En mi pobre juicio,
allá se van los dos l'almerines.
3. Miraguarda no es nombre de
lugar, sino de persona. La Infanta .Ma-
riguarda era hija deun Conde que vivía
en la corte de España, y por ciertas
razones rogó al gigante Almourol que
la guardase en un castillo que tenia en
el Tajo, hasta que fuese tiempo de
casarla. El Caballero Florendos, á quien
una recia tormenta había echado á las
costas de Portugal junto á Altarroca,
que después llamaron Lisboa, andaba
buscando aventuras por aquel reino.
Llegóse á la puerta del castillo, paróse
á mirarlo, salió á caballo el gigante, y
se combatió con Florendos. La Infanta,
puesta entre las almenas con sus don-
cellas, miraba la pelea, y viendo (|ue
iba de vencida el gigante, bajó y pidió
su vida á Florendos, quien, prendado
de su hermosura, le otorgólo que pedía.
Este es el castillo de Miraguarda, que
otras veces se llama de .\lmourol, del
nombre de su dueño. Fácilmente se
adivina que Mariguarda vino última-
mente á casar con Florendos (c).
{a) fíistoria Natural, lib. VH. cap. XXIX.
— (6) Pág. \hl. — (c) Palmerin de Inylaterra,
parte II, cap. Lili y CLI.
!l'2
l)ON Ol IJOri: DK I.A MANCHA
hacer más cala y cata, perezcan K No, seilor compadre, replicó
el Barbero, que este que aquí tengo es el alamado D. Belianís'^.
Pues ese, replicó el Cuia, con la segunda, tercera y cuarta parte
tienen necesidad de un poco de ruii)arl)o jtarji purgar la demasiada
cólera suya, y es menester quitarles todo aipiello del castillo de
la Fama^ y otras impertinencias de más importancia, para lo cual
1. Xo concierta csla duray treinenrla
sentencia con la más benigna, pronun-
ciada hace poco por el mismo Cura, de
que el Orlando de Urrea y todos los
libros que traían de las cosas i/e Francia
se dejjositen en un pozo seco, liasla que
se vea lo que se ha de harer dellos.
2. Historia del valeroso é invencible
principe D. lieUanis de Grecia, hijo del
Emperador I). Belanio // de la Empe-
ratriz Clnrinda Según la costumbre
ordinaria de tales libros, se supone que
el sabio Kristón la escribió en griego,
de donde la tradujo un lujo del virtuoso
varón Torihio Fern.indez. á saber: el
licenciado Jerónimo Fernández, abo-
gado de profesión, vecino de Madrid y
natural, al parecer, de Burgos Son
cuatro parles en dos tomos. Su autor
publicó el primero en el reinado de
Carlos V {de quien se dice que gustaba
deoirsu lectura), y lo deilicóá D. Pedro
Xuárez de Kigueroa y Velasco, Arce-
diano de V'alpuesla, en la iglesia de
Burgos. He visto una edición del
año 1.5n. Kl segundo tomo se escribió
reinando todavía Carlos V, puesto que
en la parte tercera, capitulo XXVJII,
ponderándose lo mudable de la fortuna,
sealegan como ejemplo tantos poderes
por el valeroso César nuestro conquis-
tados : pero no se publicó hasta el rei-
nado de Felipe II. por el hermano del
autor, Andrés Fernández, vecino de
Burgos, quien lo dedicó al licenciado
Fucnmayor, del Consejo y Cámara del
Rey.
De la demasiada cólera de D. Belianis
da testimonio su historia. Léese en el
caiiilulo XII del libro primero : Cmi
sobrada saña D Belianis be apartó del
caballero á una parte, y la Infanta
Aurora le dijo: Cuanto más la persona,
señor caballero, piensa de apartaros de
batallas, tanto más vos las buscáis. En
el capítulo XVII : No se vio víbora más
emponzofiada ni le n más bravo (¡ne n
esta flora se volvió D. lielianis.Y en el
capitulo XXV : El Duque fué llevado d
la prisióti, quedando D. Belianis tan
sañudo, que f'ue¡/o erhafja por la visera
delyelnio. i^os tres pasajes precedentes
son de la parte primera, la cual, según
esto, no tenia menos necesidad de rui-
barbo que las otras. Pero en todas
ellas hay muchos pasajes que confir-
man lo mismo : y á pesar de todo, es-
cribe el Arzobispo de Itosis, citado por
el sabio Fiislón, aulor de la Crónica,
en el capitulo XXVI 1 1, parte tercera,
que no se halló hasta aquel tiempo otro
caballero de igual sanclidad (á la de
Belianis , lantu. que en ella á los muy
apartados monjes excedía.
3. El castillo de la Fama que aquí
se nombra, era una invención o maquina
que sepresent<'> en un torneo celebrado
en Londres [lor el Bey de Injilaterra.
iJice asi la flistoi iade U lielianis 'a¡ :
Andaban las cosas en estos comedios,
y el tornen tan ferido com<<vos buhemos
dicho, cuando á la ¡dnza llegó una
aventura tan hermosa de mirar como
otra bosta aquellos tiempos fuera vi3la.
Venia un tan he-moso cnstillo. al pa-
recer tan rico, cuanto otro jamás fuera
visto: era tan grande, que parescían
poder venir dentro dos mil caballeros.
Era. traído por cuarenta elefantes de
grandeza no creída : los guamimientos
que traía eran de muy fino oro. Venia
sobre un grandísimo número de ruedas,
todas las cuales se mostraban ser de
unamuy fina plata. Por todo el castillo,
en lo que de fuera se podía mostrar,
estaban muchas aventuras tan bien
puestas como si fuera?! viras... En cada
elefante venía un artificio de madera y
un hombre que lo guiaba. Bien se páres-
ela ser encantado, porque lleijando á
la plaza, ñor todos los costados comenzó
á disparar tanto número de artillería,
que por gran pieza no se pudieron oír.
Después de lo cual el castillo quedó
cercado de una ardiente llama: de la
mitad a. riba pa ccia que el cielo qui-
(u) ]>ib. III, c;ip. XIX.
PRIMímA PAllTK. — TAPÍTILO VI
93
so les (l.i liMiuiíu) ultramarino, y como se enmendaren, así se
usaiVi con ellos ile misericordia ó ile jnslicia, y en lanío tenedlos
vos, coiii¡);i(lre, en vntíslra casa, mas no los dejéis leer á ninguno.
Que me place, respondió el linrhero, y sin querer cansarse más
en leer libros de caballerías, mandó al Ama que lomase todos los
grandes' y diese con ellos en el corral. No se dijo á tonta ni á
sorda, sino á quien tenía más gana de quemallos que de echar
una lela por grande y delgada que fuera, y asiendo casi ocho de
una vez, los arrojó por la ventana. Por lomar muchos juntos, se
le cayó uno á los pies del Barbero, que le tomó gana de ver
siese abrasar, según sus llamas en alto
se extendían. Sonóse lanío número de
menestriles de diversas maneras, que no
liabia la nálad en lodo el campo: des-
pués de lo cual, con gran ruido se toco
á señal de batalla. Del castillo salieron
núnieio de nueve caballeros lan lucidos
y costosos, que alegría era mirarlos.
Venían todos de una devisa de armas
indias (azules), y en los escudos cada
uno de ellos traía pintada la Fama, con
una letra que decía K;ima... Luego jior
aquella devisa entendieron que aquellos
fuesen los caballeros de la Fama... Del
castillo salió un padrón de inararillosa
plata, el cual, sin ver quién, lo traia, se
fiíé hasta el medio de la plaza. En este
padrón estaba escrito el objeto de la
aventura, y entre los nueve caballeros
se contaban el Rej'de Bretaña Artús, y
los anÜguos troyanos Héctor y Troilo.
En este castillo fué arrebatauo D. Be-
lianís por los .lires, y continuó en él
muclios días, hasta que desapareriú con
gran ruido, hall.índose Belianís solo
con su escudero Flerisaite, que le traía
un hermoso caballo (a).
Después volvió á aparecerse el cas-
tillo de la Fama en ocasión que D. Be-
lianís estaba peleando y en gran peligro
por los encantamientos del mágico
Oristenes Con la aparicit'm ceí^aron los
encantos, y metiéndose D. Belianís en
el castillo, volvió éste á partir con el
mismo ruido que había traído, y llegó
á la orilla del mar, donde aguardaba á
Belianísuna zabraenque seembarcr)(/)"¡.
Posteriormente, hallándose á pie
D. Beliímís con varias damas y caba-
lleros en un ameno y florido campo, sin
saber cómo harían para llegar á algún
{a) \Áh. III, cap. XX v XXI. — (é) Ib.,
cap. XXVI.
poblado, vieron venir el soberbio castillo
de la Fama con sus acostumbradas
seiiales: entraron todos en él, y el cas-
tillo no paró hasta Troya, combatida á
la sazón por los griegos. El castillo
desapareció, Troya fué ganada con el
auxilio de los recién venidos, y Poli-
cena, restituida al trono, casó con
D. Lucidaner, hijo de D. Belanio /í).
1. Bien se entiende que el Cura, y
no el Barbero, era quien mandó que se
arrojasen al corral los libros : mas para
evitar toda ambigüedad convino poner:
que me place, dijo el Barbero, y el Cura,
sin querer cansarse más, mandó al Ama
que tomase, etc.
En leer libros de caballerías: esto es,
en leer, no libros, sino rótulos de libros
de caballerías.
Todos los grandes. Eranlos cien cuer-
pos de //6/-o.v r/mní/es de que se habló
al principio del escrutinio ; y. con
electo, los libros caballerescos se impri-
mían ordinariamente en folio, así como
los libros (pie adelante, en este mismo
capítulo, se llaman de entretenimiento
y al principio se habían designado con
el nombre de pequeños, solían impri-
mirse en tamaños menores.
Cervantes indicaba en esto que había
muchos más libros caballerescos que
los nombrados en el escrutinio, y así
era la verdad. Sin contar los que anda-
ban en lenguas exiranjeras. eran mu-
chos los que se escribieron en la Penín-
sula, como se verá á su tiempo por la
enumeración que se hará de ellos :
ad virtiéndose desde at^ora que de
algunos no ha quedado sino la memoria
deque los hubo: tal y tan completo
fué el triimfo del Qcuote y de su in-
mortal autor.
(a) Ih., cap. XXX y XXXII.
94 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
de quién era ', y vio que decía : Historia de^ famoso caballero
Tirante el Blanco'^. ¡ Válame Dios, dijo el Cura dando una gran
1. Para que ruóse rorreita la gramá-
tica(aj, debió decir: ¡'or lomar muchos
(libros) juntos, se le caijó lal Amaj uno
(i los pies del Barbero : al que le tomó
gana, etc. La oinisiún del articulo al
pudo muy bien ser culpa de la im-
prenta, y no hubiera habido grande
inconveniente en corregirla.
2. Tirante el Blanco se llamó así
por su padre, que era señor de la Marca
de Tiranía, y por su madre blanca,
hija del duque de Bretaña. En el titulo
de su historia castellana, impresa ea
Valladolid el año de loU i)or Diego de
Gudiel, se le llama el esforzado é in-
vencible caballero Tirante el lilanco de
Roca Salada, caballero déla Carrotera,
el cual por su alia caballería alcalizó á
ser Principe y César del Imperio de
Grecia.
Anteriormente se había impreso la
misma historia en lengua lemosina en
Valencia, el año de 149ü, y de ella hay
un ejemplar, único que se conoce, ea
la biblioteca de la Sapiencia de Roma.
Otra edición se hizo de la misma his-
toria en Barcelona el año de 14y"J,segi'm
las noticias recogidas por el P. Méndez
en su Tipuf/ra^ia española. Juan Mar-
torell, caballero valenciauo, fué el autor
del Tirante lemosín, y lo deiiicó ,i
D. Fernando de Portugal, hijo del In-
fante D. Alfonso, primer Duque de
Braganza, de quien se ha hablarlo en
las notas precedentes. La obra se em-
pezii en el mes de Enero de 1460, según
se expresa en la dedicatoria. En ésta
dice Martorell que el original úeTiranle
estaba en ingles, y que él lo tradujo, á
ruego de aquel Pr.ncipe, al portugués y
lueso al valenciano, para (}iie sus pai-
sanos pudiesen disfrutarlo. Al fin de la
historia hay una ñola, según la cual,
habiendo muerto Martorell sin Ir.adu-
cir más que las tres primeras partes,
había traducido la cuarta y última
Mosén Martín Juan de Galbá,á instancia
déla noble scñoraDoña Isabel de Loriz :
(al Pnrn tjiLc fuete correcta la grnmiil'cn...
Verdaderamente el corrector uo p.;ca por la
elegancia y exactitud. ¿ Puede dar.se nada
más impropio que la palabra ijramática aquí
empleada? Para un académico es demasiado.
(M. de T.)
añ.idese que la obra se acibó de impri-
mir en el mes de Noviembre de 1490.
Si el libro de Tirante fué realmente
inglés en su origen, y vino luego por
los trámites indicados á ser valenciano,
ó si fué todo invención de Martorell
Sara ilar mayor valor y estimación á su
istoria por este medio, que después
repitieron otros varios autores caballe-
rescos, es asunto imposible de averi-
guarse. Tampoco se puede saber si la
traducción de la cuarta parte se hizo
con poco ó con mucho intervalo desde
la de las primeras; ni del 7'íra?i/e inglés
ni del portugués han quedado otras
noticias que las precedentes. Como
quiera, considerando la semejanza que
hay en la composición y estilo de la
cuarta parte con las tres primeras, es
rnuy verosímil que todas fueron origi-
nalmente de una misma mano, y coino
la traducción de Galb;í se hizo, según
suena, del portugués, puede creerserpie
el Tirante existió integro en este idioma.
De él hubo de trasladarse, se ignora
por quién, el Tirante castellano que se
publicó el año de 1511 en Valladolid.
D. Juan Antonio Pellicer, fundándose
en que Martorell llamó traducción á su
obra, supuso que el original había sido
castellano, como si no pudiesen hacerse
traducciones de otro idioma. De la edi-
ción castellana lo tradujo al italiano
Lelio.Manfredi, y se publicó por primera
vez en Venecia, el año de 1538 Co-
rriendo este siglo último, lo vertió del
castellano al francés el conde de Cai-
lús, y lo publicó el año de 1740 : pero
no tuvo noticia de la edición lemosina,
y supone siempre castellano al original,
aunque sospechó que el autor fué va-
lenciano, por un eloíiio de Valencia y
tres profecías relativas á aquella ciudad
que se insertan en la obra.
La edicii>n castellana de Tirante era
ya rara desde antiguo. Ni D. Nicolás
Antonio ni su ndicionador D. Francisco
Bayer, ni aun Pellicer mismo, según
parece, aunque tan diligentes biblió-
grafos, vieron ningún ejemplar del Ti-
rante. Todavía debió ser más raro en
estos últimos tiempos, y aun dudo <iue
haya quedado niníjuno en Esuaña des-
pués que la curiosidad extranjera, ó
por mejor decir, la negligencia espa-
l'ItlMKRA PAlili:. — CAPÍTIíl.O VI !J5
slé Tiiíuilc el Blanco! Dádmelo ac;i, compadre,
voz, que acjuí (vs , ^ ,
«jue lui<í() ciicnla qm^ he liallado en él un tesoro de contenió y una
mina de pasatiempos. Aípií está D. Quiricleisón de Montalhán,
valeroso caballero, y su hermano Tomás' de Montalbán, y el
ñola nos privi') estos afios pasudos de
un ejemplar, que ya acaso era el único
que queclabaen España. Yo no he loi,'ra(lü
verlo, á pesar de mis diligencias, y sólo
he tenido presente la versi(m italiana
de la primera parte, y la francesa del
conde (le Gailús (a).
Hablase en la Historia de Tirante del
uso dtila artillería, de las islas Canarias,
de la orden de la Jarretera; los trajes,
las armas, las (icstas y las costil lubres
que describe pertenecen ya al siglo .\v:
el modo con que habla de los genoveses
es propio de un subdito de la corona
de Aragón en aquella época; y además
f de otros personajes fabulosos como
Artús, Lanzarote,y Flores y Blan(;atlor,
menciona también á Urganda la Desco-
nocida, lo cual persuade que se escribió
después que el Amadís de Gaula.
Entregándonos ;i conjeturas no inve-
rosímiles, Juan Martorell debió de ser
algún caballero favorecido de Don Fer-
nando de Portugal, y sabiendo la incli-
nación de este Principe á las historias
caballerescas, quiso obsequiarle con la
de Tirante el Blanco, escrita quizá á
competencia de la de Amadís, qáxxo ori-
ginal se gu irdaba con aprecio en la
ca-sa de D. Fernando. Martorell, en la
dedicatoria, habla de su estancia du-
rante algún tiempo en Inglaterra y de
las adversidades que había experimen-
tado de la fortuna, adversidades que
pudieron ser ocasi('in del favor de aquel
generoso Príncipe. En obsequio suyo
escribiríala obra en portugués, y después
quiso su autor ponerla también en
lemosin para que la disfrutasen sus
paisanos, como él mismo dice: pergo
que lanado don yo So natural, senpuxa
ulef/rar ; y no habiendo concluido la
versión por su muerte, la continuó, ó
entonces ó aüos después, iMosén Martín
de Galbá Así se e.xplican naturalmente
la predilección que muestra el autor de
Tirante á Valencia, sus relaciones con
(a) Existe afortunadamente en España un
ejemplar de esta edición, que ha podido
consultar á sus anchas el señor Cortejón. ijra-
cias á la benevolencia de su actual poseedor,
el egrefíio cervantista D. Isidro Bonsoms. á
c|uien llama con justicia « el Creso de los
bibiiúlilos cervantistas». (M. de T.)
el Principe D. Fernando, y el motivo de
escribirse y traducirse la historia.
De todos estos antecedentes se deduce
que, asi como es dudoso que existiese
el libro de Tiranteen inglés, así también
es seguro que existió en portugués, y
que se escribió en esta lengua por los
años de 1460; pero después hubo de
perderse absolutamente, sin que h.iya
quedado noticia alguna de su paradero,
l'^jemplar que, añadido á los de Amadís
de Gaula y Patmeria de Oliru, de que
se habló anteriormente, pudiera fo-
mentar la conjetura de que hechas ya
y publicadas las traducciones castella-
nas, la extensión y popularidad europea
(]ue imestro idioma gozaba en el
siglo XVI liizo que se olvidasen los textos
portugueses y dio lugar á su pérdida,
sin llegar á imprimirse (3).
El cotejo exacto y prolijo de las dos
ediciones, leitiosina y castellana, pres-
taría probablemente ocasión para hacer
muchas observaciones y extender más
esta noticialiterariadel libro de Tirante
el Blanco.
1. Este nombre de Quirieleisón, dado
á un caballero en la prituera parle de
Tirante, es tan ridiculo como el de
Melquisedec que se da en la cuarta á un
rey de Tremecén. Tirante había vencido
y muerto en batalla á cuatro caballeros
desconocidos que, segiin se supo des-
pués, eran los Keyesde Frisay Polonia,
y los Duques d« Borgoña y Baviera. En
venganza de sus muertes, D. Quirielei-
són, vasallo muy favorecido del Hey de
Frisa, á f[uieu por su talla y grandes
fuerzas se tenía por nacido de raza de
gigantes, envió una doncella con un
rey de armas á Inglaterra á desafiar á
Tirante ; y acudiendo después al tiempo
aplazado, expiró de dolor á vista del
cadáver de su Rey. Tomás de Montal-
bán tomó la demanda de su hermano y
desafió á Tirante, tachándole de traidor
á presencia del Rey de Inglaterra. La
gorra de Tomás y la cadena de oro de
Tirante fueron los gajes de batalla que
se entregaron á los jueces. La talla de
(i) El a.rgumento no tiene gran fuerza,
porque precisainenío fué también aquella
época de gloria par;i Portutral y sus letras.
(M. de T.,
96 DON OriJOTE DE LA MANCHA
caballero Fonseca', con la batalla que el valiente de Tirante^
hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida,
con los amorcís y euiliustes dcí la viuda Reposada ^, y la señora
Emperatriz enamorada de Hipólito su escudero *. Dígoos ver-
dad ■"', señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro
del mundo'' : a<[iü comen los caballeros, y duermen, y mueren
Tomás era tal, que apenas le alcanzaba
su rival á la cintura ; mas, sin embargo,
fué vencido, obligado á desdecirse,
echado afrenlosanienle del campo vuelto
de espaldas y conducido cnlre los im-
properios y silbidos del populacho,! una
iglesia, donde se le declaró embustero
y aleve. Finalmente, se metió fraile de
San Francisco (a).
i. El traductor francés dice que en
Tirante no se halla tal nombre. D. Juan
Bowle, en sus Anotaciones, copia del
capitulo XIX de la tercera parte de
Tirante las siguientes palabras : Salió
la bandera del Emperador, que traía
un caballero que se llamaba Fonseca.
Se conoce que Cailús lela más de prisa
que Bowle (a).
2. Viniendo a las fiestas de Londres
el Principe de Gales, que era muy afi-
cionado á la caza, bahía traído consigo
algunns alanos. Era labora de la siesta
cuando uuo de ellos, que ern de tamaño
extraordinario, rouipió su cadenay em-
bistió á Tirante, que pasaba casual-
mente á caballo. Tirante se apeó, desen
vainó su espada, y á vista de ella
retrocedió el alano : lo que advertido
por Tirante, arrojó la espada, porque
nunca se pudiese decir que peleaba «on
ventaja. Animado con esto el alano,
volvió á embestir y derribó una y otra
vez á su adversario, hiriéndole mala-
mente, hasta que al cabo de media hora
de pelea, haciendo un esfuerzo Tirante,
mató al alano de un bocado en el pes-
cuezo (6).
Todas las ediciones del Qcuote habían
leído el valiente Detriante, hasta que
D. Juan Bowle lo corrigió en lasuj-a el
año de IISI, poniendo, como siempre
debió ponerse, el valiente de Tirante.
(a) Tirante, portel. cap.XXVII y XXVUT.
— (b) Tirante, parte I, cap. XXII.
(a) El señor Cortejen cita las mi-snias pala-
bras del capítulo cxvii de la edición valen-
ciana. (M. de T.)
Pero antes de Bowle había ya advertido
el error y propuesto la corrección el
conde de Cailús en el prólogo de su
traducción. I'ellicer adoptó laenmienda,
y no sé por qué no hizo lo mismo la
Academia Española en su erlición del
año 1819. Las impresiones primitivas
de donde se tomó el error eran suma-
mente incorrectas : de lo cual ocurrirá
hablar l'recuenteuiente en estas notas.
3. La Emperatriz, mujer de Fadrique,
Emperador de Constantinopla, y su
hija la Infanta Carmesina, tenían ciento
setenta entre dueñas y doncellas. Una
de estas era Placerdemivida, doncella
de mucho ingenio y agudos dichos,
confidenta de Carmesina en sus amores
con Tirante. También era sabedora de
ellos la viuila Reposada, nodriza que
había sido de Carmesina ; pero ciega-
mente enamorada de Tirante, trata de
indisponerlo con Carmesina y á Carme-
sina con él por medio de las más pér-
fidas y atroces calumnias ; hasta que
viendo ya próxima á descubrirse su
maldad, toma un veneno y muere.
4. Por estas palabras parece que
Hipólito era escudero de la Emperatriz,
y no lo era. sino de Tirante: la mención
de éste queda ya á bastante distancia,
lo que hace más fácil la equivocacicm.
Hipólito, después de la muerte de Ti-
rante y del Emperador, casó con la
Emperatriz, y de esta suerte llegó á ser
Emperador de Grecia.
o. Parece que debiera leerse : digoos
de vrdad ó en verdad.
6. Cervantes habló de \n Historia de
Tirante de un modo que dejó en duda
cuál era su verdadera opinión acerca
de su mérito. Mas prescindiendo de
esto, bien puede decirse que Tirante el
blanco es el libro mejor de Caballerías
que se conoce entre todos los demás
deste género. Apenas se encuentran en
él sucesos descompasados é imposibles.
Lejos de querer atribuirlo todoá magos
y encantadores, como sucede de ordi-
nario en las crónicas caballerescas.
I^niMKMA l'AItlK. — CAPÍTULO VI
í)7
en sus camas, y hacen lestainenlo aiiles de su muerle, con oLi'as
cosas lie (|ue loilos los demás libros desle g'cnero carecen. Con
todo eso, os dii^o (jue merecía el (jue lo compuso, pues no hizo
lautas necedades de industria, que le echaran á galeras por todos
los ilías de su vida *. Llevalde á casa y leelde, y verí'Ms que es
(Icscrihiéniiose un palacio maravilloso
que se constriiyópaia las bodas del Rey
QC lu^'lalerra, dice Diofebo, que es quien
hace la relación : / nonpensi la Signo-
ria vosti'íi rfir lultr (¡iiesle cose fussevo
falle per incanlnmenlo ne per arte di
negromanlia. nía arli/icialuienle, esto
es. á fuerza de ingenio (a). Los acon-
tecimientos que se refieren pudieron
absolutamente suceder sin salir del
curso de las cosas humanas :se presenta
■variedad de caracteres, y éstos cons-
^ntes y sostenidos ; el plan de la his-
ria está bien dispuesto ; el interés
crece progresivamente, y el fin patético
y doloroso, pero natural, de la historia,
no puede menos de conmover y afectar
vivamente álos lectores. Tirante muere
en cama y hace testamento, como aquí
se dice; pero ;, cuándo? cuando vol-
viendo vencedor de los enemigos del
imperio, lleno de triunfos y despojos, y
declarado ya César (a), se acerca á coger
el suspirado fruto de sus ansias, á ser
dueüo de la mano de la bella Carme-
sina. En el hervor de la esperanza y
del alborozo, una violenta dolencia le
sorprendre en el camino ; fallece de
ella casi á las puertas de Constantinopta,
y Carmesina, abrazada con el cadáver
de su esposo, expira de dolor. Tal es
por mayor el fin de la Historia de Ti-
rante, y á no ser por la desagradable
difusión de los discursos y pormenores,
por las imperfecciones propias del
tiempo poco culto en que se compuso,
y por las expresiones y escenas sobra-
damentelibres quede cuando encuando
ofrece, todavía (¡uizá pudiera leerse con
gusto entre otros libros de entreteni-
inientoüde nuestro siglo.
1. Pasaje el m<is obscuro del Quijote.
Por una parte parece que se alaba el
libro de Tirante, y por otra se declara
[a] Parte I, cap. XVIII.
('/) Dpclnrado tjn César... — El insigne Ama-
dor de los Ríos supone que Martorell quiso
retratar veladaineiite en este libro las haza-
ñas del famoso héroe Roger de Flor.
(M. de T.)
merecedor de galeras perpetuas ;i quien
lo compuso. El Conde de Caih'is en el
pnilogo de su traducción intentó expli-
carlo, añadiendo al texto un no que
supone omitido por el injpresor,en esta
forma: don lorln eso, os digo que no
merecía el que lo compuso, pues no hizo
tantas necedades de industria {<¡i),que le
echasen (i galeras por todas los días de
su vida. Esto es: os digo que el que lo
compuso no inerecia que le ec/iasen ó
galeras por todos los dias de su vida,
pues dejó de hacer de industria ó de
propósito deliberado tantas necedades
como se cometen en todos los libros
desle género. Añade el traductor para
acabar la explicación, que tenía idea de
haber leído (no se acordaba dónde) que
el autor de la novela de Tirante haloía
muerto estando en galeras. El expe-
diente es ingenioso ; pero aun con la
adición del no y la noticia déla muerte
del autor en galeras, el pasaje queda
obscuro, 5' puede indicar sin violencia
que el autor no merecía tanta pena
como la de galeras perpetuas, pues
aunque había hecho tantas necedades,
no las había hecho con malicia, que eso
quiere decir de industria en el capi-
tulo IX, cuando se acrimina á Gide
Hamete, porque de industria pasa en
silencio las alabanzas de D. Quijote. En
este caso los elogios que aquí se dan al
libro de Tirante pudieran pasar por
irónicos, como lo son ciertamente los
(|ue se hacen después del libro de
Lofraso. De uno y otro habla el Cura
en términos muy semejantes. En Ti-
rante liace cuenta que ha hallado un
tesoro de contento y una minade pasa-
tiempos, añadiendo que por su estilo es
el mejor libro del mundo. Del de Lo-
fraso dice que no se ha compuesto tan
gracioso ni tan disparatado libro, y que
por su camino es el mejor de cuantos
deste género han salido a la luz del
(s) El señor Menéndez Pelayo cree, por
el contrario, que la obscuridad del texto nace
de haber agregado los primeros editores un
no antes de fii:o. Quitado este no. el sentido
resulta claro y comprensible. (M. de T.)
98
DON Ql IJOTE DE LA MANf:HA
verdad cuanlo d(''l os he dicho. Así será, respondió el Barbero ;
pero ¿qué haremos destos pequeños libros que quedan? Estos,
dijo el Cura, no deben de ser de caballería, sino de poesía : y
abriendo uno, vio que era La Diana de Jorge de Mon¿emai/or *,
y dijo (creyendo que todos los demás eran del mismo género) :
éstos no merecen ser quemados como los demás, porque no hacen
ni harán el daño que los de Caballerías han hecho, que son libros
de entretenimiento'-' sin perjuicio de tercero. ¡ Ay, señor I dijo la
mundo. Esta semejanza de expresiones
y aquel con todo que da principio al
periodo, inclinan á interpretar el texto
en mala parte, y ;í creer que el juicio
que Cervantes formó acerca del mérito
de Tirante el Blanco, fué menos favo-
rable de lo que supuso el traductor
francés.
1. Jorge de Montemayor, llamado
así del nombre de su patria en Portugal,
fué mvisico, soldado y poeta. Escribió
en siete libros la Diana, novela pasto-
ral mezclada de prosa y verso, en que
se refieren, aunque disfrazadas, diversas
hislorias de casos que verdaderamenle
han sucedido, como se dice en el argu-
mento de la novela, la cual se impri-
mió en el año de 154.5.
S. G. Pavillón la tradujo en francés
(no fué su traducción la primera que
se hizo en aquel idioma), y la imprimió
en París el año de 1603 con algunas
notas; en ellas dice que en España se
creía generalmente haber sido la inten-
ción de Jorge de Montemavor escribir
los amores del Duque de Alba, á quien
había servido por largo tiempo, y a
quien en la novela se daba el nombre
de Sireno. Pero más natural fué que
Montemayor describiese sus propios
amores, revistiéndose del nombre,
análogo al suyo, de Silvano, amante
también de Diana; y esta fué la opi-
nión común en España, de lo que por
coetáneo es testigo mejor y más fule-
digno Lope de Vega, que en su Doro-
tea [a) dice que ¿f/ Diana de Montemayor
fué una dama natural de Valencia de
Don Juan, junto d León; y Ezla su rio,
añade, y ella serán eternos porsupluma.
El P. Sepúlveda, monje del Escorial,
autor contemporáneo, en sus Apunta-
mientos manuscritos ib) cuenta que los
Reyes D. Felipe 111 y Doña Margarita
estuvieron el año de 1602 en Valencia
de Don Juan, donde aun vivía aquella
dama, aunque anciana, con muchos
restos de hermosa, y (juelos Reyes fue-
ron á verla movidos de la celebridad
que el libro de Jorge Montemayor le
había granjeado. M;muel í'ariadeSousa,
autor también de aquel tiempo, dice
que fué en Valderas, y que los Reyes
la hicieron venir á su presencia ; esto
es lo más verosímil. Ni Lope de Vega
ni el P. Sepúlveda expresaron su nombre.
Paria de Sonsa la llamó Ana, lo que,
si fué así, daría ocasión al nombre de
Diana. El traductor francés se inclinó,
sin mucho fundamento, á que la dama
verdadera de Montemayor I ué la Juana
Ana Catalana que secelebra, entreoirás
damas valencianas, en el Canto de Or-
feo [a], llevado quizá de lo que allí se
dijo en elogio suyo :
Aquella hermosura no pensada
Que veis, si verla cabe en vuestro raso...
Aquella discreción tan levantada,
Aquella que es mi Musa y mi Parnaso,
Juana Ana es Catalana, úñ y cabo
De lo que en todas por extremo alabo.
No fué Jorge de Montemayor el único
poeta de su tiempo que celebró con
este disfraz á su dama. Lope de Vega,
en el lugar citado, alega los ejemplos
de Gálvez de Montalvo, de Cervantes,
de Garcilaso, de Camoens.de Bernaldes,
de Figueroa, de Corterreal. y hubiera
podido añadir también el suyo.
D. Nicolás Antonio dice que Jorge de
Montemayor murió antes del año
de 1,562; Pellicer expresa que perdió la
vida el de 1561 en el Piamonte, y yo
he leído en un autor contemporáneo
(cuyo nombre he olvidado) que murió
en un desafío.
2. Todas las ediciones antiguas de-
cían libros de entendimiento. El error
de la imprenta era claro, y el mismo
Cervantes llama á esta clase de libros
(o) Acto II, esc. II. — (6) T. II, cap. XII.
(a) Lib. IV.
r>inMi:nA pahik. — CMMTrr.o vi
í)0
Solii'in.i, l>i<'ii los |»ii(mI(' vnoslrn iikm'í'cíI miiiid.ir (jiiomar como ¡'i
los (IciMMs; poiíinc no scrí.i miii(;1io (|ii(í luilticiido síuiíkIo mi señor
lío ele la ('iilVrim'(la<l caballeicsca, líiyentlo cslos se; l(; anUjjase
tle hacerse paslor' y amlarscí pm' los bosques y j>ra(Jos caiilando
y lañciulo, y lo que seiía peor, hacerse poeta, que según dicen es
enfermedad incurable y pegadiza ^. Verdad dice esla doncella,
dijo el Cura, y será bien quitarle A nuestro amigo este tropiezo y
ocasión delante. Y pues comenzamos por la Diana de Monte-
mayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo
ncpiello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y
casi todos los versos mayores ^, y quédesele enhorabuena la
de entrelenimien/o en la dedicatoria
del I'érsiles. Peliicer fué el primero que
propuso enuiendarlo, y sustituir á en-
lenilimienfo enlrelenimienlo ; pero no
se íiecidió ;i liaccrlu. La Academia
Española atloptó la enmienda en su
edición del año 1819; y ojal.i hubiera
hecho 1" mismo otras veces, en que la
evidencia del error y el justo crédito de
que goza tan distinguido Cuerpo lo au-
torizaban para restiiuir la verdadera
lección, y rectificar el texto del Quijote.
1. Ríos dijo (a) que en este pasaje
se previno ya la ijraciosa mania de
hacerse pastor, en que dio D. (Quijote
después de vencido en Barcelona: pero
no juzgo yo que se tratase aquí de pre-
parar para en adelante el proyecto de
la pastoral Arcadia; más bien creyera
que el proyecto nació de lo que se
había dicho aquí ; en suma, que esto
no se puso por aquello, sino aquello
por esto.
2. Esta expresión, y aun todo este
discurso, no es verosímil ni asienta
bien en boca de la Sobrina, muchacha
sencilla é ignorante. Por lo demás, el
pensamiento es antiguo, y la mofa de
los poetas se halla repetida frecuente-
mente en los libros, desde el otro en
que se pintó al melriUcador furioso á
manera de bestia feroz que, rompiendo
la jaula, embiste á los pasajeros y ase-
sina con la lectura de sus versos á
doctos é indoctos, ó como sanguijuela
que no suelta á su oyente hasta que le
ha chupado toda la paciencia. D. Fran-
cisco de Quevedo incluyó en su Gran
Tacaño [h] una pragmática contra los
poetas, compuesta por uno que lo fué
y se recogió á buen vivir, donde se ¡es
la) Análisis, lu'im. 98. — (6) Cap. X.
declara por locos. Cervantes había pre-
cedido á Quevedo en la idea de ridicu-
lizar los vicios de los poetas en tono
y forma de pragmática, como puede
verse en las Ordenanzas de Apoto, in-
sertas al fin del \ kije al Parnaso.
3. La censura que hace Cervantes
de la Diirna de Moutemayor es jü^ta,
pero más severa de lo que corres-
ponde á la indulgencia ordinariade Cer-
vantes. Jorge Muntemayor, imitando á
Jacobo Sanazaro en su Arcadia, escri-
bió su Diana novela p.istoril en que
todo debió ser sencillo y natural, como
lo es, o se supone ser. el carácter ile
los pastores ; de ella debió proscribirse
todo lo maravilloso y magnifico. Á
pesar de esta regla, dictada por la esen-
cia de su argumento, y que halh'» ob-
servada por los antiguos buciilicos j
por el mismo Sanazaro, Montemayor,
arrastrado al parecer por el gusto ge-
neral de su tiempo, introdujo entre
otros incidentes pastoriles }• propios
de su fábula, no sólo las ficciones y
deioades de la Mitología griega, sino
también los palacios y encantos de la
sabia Felicia, personaje tomado de las
aventuras mágicas de los libros caba-
llerescos, que ocupa gran parte de la
novela. En el libro V de la Diana,
sacando Felicia dos vasos, dio á beber
del uno al pastor Sireno, y del otro á
Silvano y Selvagia; y después que
durmieron un rato profundamente. Fe-
licia les tocó la cabeza con cierto libro,
y despertaron, Sireno libre de los
amores de Diana, y Silvano y Selvagia
mutuamente enamorados, siendo antes
muy distintas sus inclinaciones. He
aquí el agna encantada de que habla
Cervantes.
\o anduvo éste menos risruroso con
100
DON OCIJOTK DK LA MANCHA
prosa Y la honra de ser primero en semejantes libros ^ Este que
se sig'ue, dijo el Barbero, es La Diana, llamada Segunda del Sal-
mantino 2 ; y ésle, otro que tiene el mismo nombre, cuyo autor
los versos que llama mayores de Jorge
de Montemayor, entre los cuales se ven,
con efecto, iniiohos de corto mérito;
mas bien puiliera haberle elogiado por
los de arte menor d redondillas y co-
plas castellanas, en que soliresalió. y á
veces íué Montemayor inimitable. Lin-
dísimas son las de Sireno, q\ie primero
favorecido y después olvidado de Diana,
dirigía los siguientes versos á unos
cabellos cogidos con un cordón de
seda verde, memoria de los pasados
favores de su pastora :
Cabellos, ¡cuánta mudanza
he visto después que os vi,
V cuan mal parece ahí
esa color de esperanza!...
i Ay, cabellos, cuántos días
la mí Diana miraba
si os traía ó si os dejaba,
y otras cien mil niñerías!
¡ Y cuántas veces llorando
(¡ ay lágrimas engañosas!)
pedía celos de cosas
de que yo estaba burlando !
l.os OJOS que me mataban,
decid, dorados cabellos,
¿qué culpa tuve en creellos,
pues ellos me aseguraban?
¿ No vistes vos que algún día
mil lágrimas derramaba,
hasta que yo le juraba
que sus palabras creía?...
Sobre el arena sentada
de aquel río la vi yo,
do con el dedo escribió
antes muerta que mudada.
Miren amor lo que ordena,
que un hombre llegue á creer
cosas dichas por mujer
y escritas en el arena (a).
1. Debe entenderse primero en Es-
puü/i, porque el inventor moderno del
género bucólico mezclado de prosa y
verso fué, como ya se insinuó, .larobo
Sanazaro, célebre poeta napolitano,
autor de la Arcadia, primera novela
pastoral de cta clase. Sanazaro nació
el año de 14.i8, y murió el de 1.532. Su
fábula se tradujo en castellano por
Diego López de Ayala, Canónigo de
Toledo, quien la imprimi('i en lo47.
Tanto la trnducción como el original
pudieron inspirar á Montemayor la idea
(rt) Lib. I,
de su Diana. Sanazaro celebró en la
Arcadia á Carmosina Bonifacia bajo el
supuesto nombre de Amaranla ó de
Fili. que hasta en esto dio en qué
imitar á Montemayor. Cervantes, que
estuvo en Italia, que levó y amó ;i los
poetas clásicos de aquella culta región,
que visitó la patria de Sanazaro, que
pisó sus rúas más de un año y noiubn')
las égl(»gas de Sanazaro al fin del Qui-
jote, no pudo decir sin alguna limita-
ción que la Diana de Montemayor era
el primero en semejantes libros. Siguie-
ron también la escuela de Sanazaro, y
escribieron fábulas pastoriles mezcla-
das de prosa y verso, después de Jorge
Montemayor, sus continuadores Alonso
Pérez y Gil Polo, el mismo Cervantes
en su (ialafea, LuisGálvez de Montalvo
en su Pastor de Filida, Lope de Vega
en su Arcadia, Bernardo de Valbuena
en el Siqlo de oro. y otros autores de
menor crédito en nuestra literatura.
Tanto los libros caballerescos como
las novelas pastoriles métricoprosaicas
nacieron fuera de Espai'ia : Portugal
fué la primera parte de la península
donde se naturalizaron. Vasco Lubeira
y Jorge de Montemayor fueron los fun-
dadores de estos dos ramos de litera-
tura que ocuparon por mucho tiempo
las plumas y las prensas españolas, y
que ahora yacen poco menos que olvi-
dados en los estudios de los curiosos
2. La celebridad de la Diana de
Jorge de Montemayor produjo el em-
peño de proseguir su argumento, y el
año de loBi se imprimieron dos diver-
sas continuaciones. Una fué la de
Alonso Pérez, médico de Salamanca,
en ocho libros, que se imprimió en
Alcalá dicho año. D. Juan Antonio
Mayáns. en el prólogo de su edición
del Pastor de Fitida, dijo que Alonso
Pérez era amigo de Montemayor y quf
coinunicó con él la idea de su obr.i :
pero si fué así, no acertó á copiar siil
t)ellezas, y sólo copió sus defectos Ks
palacio encantado de la sabia Felicia
sigue siendo el teatro de una f.íhula
pastoril, y Felicia ejerciendo su oficio
de profetisa. Nótase la misma mezcla
de costumbres modernas y antiguas, la
intervención de ninfas y libaciones gen-
i'iiiMi:n.\ i'Aiiii:. — caimti i.o vi
101
(>s Gil Polo*. I'iics l;i (Id Snliiüintiiio, respondi*'» el Cmim, .•icoin-
|)aM(' y iicrerit'iil»' el iu'imkmo de los coiideiunlo.s al cdrral ; y la de
(lil l*()l() s(í guarílc coiiK) si fuera del mismo Apolo : y píise ade-
lante, señor compadre, y démonos priesa, ([uc se va haeicntJo
larde, lisie libro es, dijo el Barbero abriendo olro, Los diez libros
de Fortuna de amor, compuestos por Antonio de Lofraso ^, poela
lilicas en los convites, junto nm l;i
nicni'ion del Condado de Santisteban.
l>a descripción del cayado del pastor
Delicio contiene ni.ís erudición niiloli'i-
fíica (pie la de las puertas del templo
(le la Sibila en Virgilio. Kl año de l.'jli
se repitió en Venecia otra edición de la
Diana del Salmantino, corregida por
Alonso L'Uoa (a).
La otra continuación fué la de Gaspar
Gil Polo, que, con el titulo de Diana
i'iiamorada, la imprimió en la ciudad
de Valencia, su pitria, dedicíindola ;í
Doña Jerónimade Castro, que acaso es
la señora de este nombre celebrada por
.Monlemayor entre las damas aragonesas
del Canto de Offeo. Después se repi-
tieron varias ediciones dentro y fuera
del reino, en .\mberes, París, Bruselas
y Londres. Don Francisco Cerda la
publicó de nuevo en Madrid el año de
n"8 con eruditas notas al Canto del
Furia, destinado á celebrar los poetas
valencianos, que Gil Polo insertó en el
libro tercero, á imitación del Canto de
Orfeo, que Montemayor puso eu su
libro cuarto en elogio de las damas
españolas.
Gil Polo no está totalmente exento
de los defectos que se notan en Monte-,
mayor; pero compile con él en las co-
plas de arte menor, como cuando canta
de la desdeñosa Galatea, que, jugue-
teando á la orilla del mar,
Junto al agua se ponía,
Y las ondas'aguardaba,
y en verlas llegar huía;
Pero á veces no podía,
Y el blanco pie se mojaba.
Y su amante Licio, que se hallaba
presente, le decia :
Mnfa hermosa, no te vea
Jugar con el mar horrendo ;
(a) La Diii.na ejerció gran influencia en la
literatura francesa y (lió lugar á una gran
serie de novelas pastoriles, entre las que me-
rece especial mención la Asfrea de Honorato
de Urfe. {M. de T.j
Y anuípie más phicer te sea,
Ulive del mar. (ialatea,
Gomo estas de Licio huyendo (a).
En los versos mayores excedió Gil
i'olo á .Montemayor : éste os muy des-
igual y á las veces cansa; .\lonso Pérez
siempre fastidia; Gil Polo se lee con
placer. El juicio que por boca del Cura
hizo Cervantes, es justo en el fondo :
sólo pudiera tacharse de algo de aspe-
reza en el artículo de Montemayor, y
de exageración amistosa en el de Gil
Polo.
d. La falta de la coñaa que sigue á
e'sle, obscurece y deja pendiente el sen-
tido en las ediciones anteriores. Y éste
(decía el Barhero mostrando un libro
que tenía en la mano) e.v otro libro que
tiene el mismo nombre y cuyo autor es
Gil Polo.
2. Antonio de Lofraso publicó en
Barcelona el año de lo'S Los diez libros
de Fortuna de Amor, que dedicó al
Conde de Quirra : libro mezclado, como
los anteriores, de verso y prosa, cuyo
argumento son los honestos y apacibles
amores del pastor Frexanoy de la her-
mosa pastora Fortuna, ocultiindose al
parecer el autor bajo el nombre de
Frcrano por alusit')n ;í síi apellido
Lofraso, que en el dialecto sardo signi-
fica el fresno.
Concluye la obra con una composi-
ción intitulada Testamento de amor,
que consta de 168 versos en 56 tercetos,
cuyas iniciales dicen : Antony de Lo-
fraso sari de Lalyuer me feeyt estanl
en Barselona en lany myl y sinc.osenls
setanla y dos per dar fy al present
lybre de Fortuna de Atnor compost per
servysy de lylustre y my señor Cante
de Quirra.
\ pesar de que el libro se califica
aquí expresamente de disparatado,}' áe
que los elogios del Cura son evidente-
mente irónicos, movido de ellos Pedro
Pineda, maestro de lengua castellana
(a) Canción de Xcrea, lib. IH.
102
l)()N Ol I.KJTIi DK I. A MANCHA
sardo. í*or las (hvIcmos que rccibi, dijo el Cura, que desde que
Apolo fur Apolo y las musas musas, y los poetas poetas, tan gra-
cioso ni tan disparatado libro como ese no se ha compuesto, y que
por su camino es el mejor y el más único de cuantos deste género
han salido á la luz del mundo, y el que no le ha leído puede hacer
cuenta que no lia leído jamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre,
que precio más haberle hallado que si me dieran una sotana de raja
de Florencia. Púsole aparte con grandísimo gusto, y el Barbero
prosiguió diciendo : éstos que se siguen son El Paalor de Iberia^,
en In^'Iaterra. lo reimprimió en I.omiies
el año de 1140, coiiio proiliiccióii apre-
ciahle por su hnii'lad, elec/ancia ij arju-
deza, y eiicomiadíi por el águila de la
leiií/ua española Miguel de Cervantes
Saavedra.
Volvii'i Cervantes á burlarse del nove-
lista sardo en su I iaje al l'arnaso Ui),
donde cuenta que. al paso entre Escila
y Carihdis, trat.indose de arrojar de la
¿'alera al";ún [lasaj-ro, con el que ceba-
dos aquellos monstruos dejasen pasar
el bajel, dijo Mercurio :
Mire si pupde en la galera hallarse
Alpúii poeta (iesdichado acaso.
Que á las fieras gargantas pueda darse.
Buscáronle, y hallaron á I.ofraso,
Poela militar, sardo, que estaba
Desmayado á na rincón, niarchiloy laso.
QuH á sus diez libros de Fortuna andaba
Añadiendo otros diez...
Gritó la chusma toda: al mar se arroje,
Vaya Lofraso ai mar sin resistencia.
Por Píos, dijo Mercurio, que me enoje.
;. Cómo?¿Y no sera cargo de conciencia,
Y grande, eijhar al mar tanta poesía ?. .
Viva Lofr.'isn en tanto que dé al (lia
Apolo luz, y en tanto (¡iie los hombres
Tengan discreta, alegre. fantasía.
Tocante a ti, I.ofraso, los renombres
Y epítetos de aijudo y de sincero,
Y gusto que mi cómitre te nombres.
Esto dijo Mercurio al caballero.
El cual en la crujía en pie se ¡niso
Con un reben()ue despiadado y liero :
Creo que de sus versos le compuso.
Después, en el mismo capítulo, di-
ciendo Lofraso (pie veia á las musas
solazarse entre unas matas,
.Si tú tal ves. dijo Mercurio, olí sardo
Poeta, que me corten las orejas...
Diiiie, ¿por que algún tanto no te alejas
De la ignorancia, pobrctón. y adviertes
Lo que cansan tus riini-: oiitns quejas?
(rt) Cap. IlL
Finalmente, en el capitulo VII, se
cuenta que al empezar el combate se le
desertaron .i Apolo unos cuantos poetas,
y sigue Cervantes :
Tú. sardo militar Lofraso, fuiste
Uno de aquellos bárbaros coriientes.
Que del contrario el número creciste.
Estos pasajes explican suGciente-
mente la naturaleza ile los elogios que
se dan al libro de Lofraso en el escru-
tinio, y lo que hacia que el Cura lo pre-
firiese á una sotana de raja de Floren-
cia, que, era tela estimada en aquella
época A la cuenta, al Cura le sucetiia
lo mismo que á un gran personaje de
estos últimos tiempos, el cual, sabiendo
que le motejaban deque asistía alfjuna
vez ;i las funciones de cierta compañía
de malísimos representantes, dijo que
tanto le divertían las comedias extre-
madamente malas como las buenas.
• 1. El Puntar de Iberia^ compuesto
por Bernardo de la Vega, gentilhombre
andaluz, y diiigido á 1). Juan Téllez
Girón, Duque de Osuna y Conde de
Ureña, Sevilla, 1;)91 : otra novela pas-
toril en verso y prosa, que consta de
cuatro libros. Pellicer. siguiendo á
D. Gregorio .Mayáns <a), da por sentado
lo que din sólo como conjetura D. Ni-
colás Antonio, á saber : que Uernardo
de la Vega fué natural de Madrid, Cami-
nigo de Tucumán i'a\ y autor de olra=-
obras mencionadas en la liihlioleco
Hispana : pero no convienen las patria*,
y lo contradicen también los indicios
(«) ViJa de Cenantes, núm. 113.
(a) De Tucumán. — Acerca de este poeta y
de sus obras da interesantes notici is Meu'-r."-
dez Felayo en su Anloloyin d' pOf-fa» hia/in-
noaniericanos, tomo IV, pág. xcvii v si-
guientes. (M. de ^.)
I'KIMKKA l-AIlTi:. — CAI'í'Il I.O VI
i();{
Ninfas de Henares * y Desengaño de celos ^. Pues no liav más
que hacer, dijo el Cura, sino entrop;arlos al brazo sc^^lar úcl
Aína, y no se me pregunte el por (pié, (pie sería nunea acabar.
Este (pie viene es El Pnslor de FüUln'-K No es ese pastor, dijo el
que pueden sacarse del presente libro,
mucho más si, como en él se insimia,
los sucesos son verdarjeros.
El lenguaje es malo; se truecan los
tiempos de los verbos, y se encuentran
solecismos. La invención corresponde
al lenguaje. El pastor Filardo, que hace
el primer papel en la novela, es perse-
guido por sospechas de asesinato ; le
prende el algucil de la aldea; se libra
por el favor de dos padrinos que tiene
en Sevilla; se embarca en Sanlúcar ;
vuélvenle á prender en Canarias ;
vuelve ií librarle otro padrino. La pas-
tora Marfisa, amante de P'ilardo, hace
tantos ó más versos que su pastor, y
éste los hace llenos de erudición mito-
hígica é histórica, y alegando á Pla-
tón, á Nebrija y al Concilio de Trente.
Entre otras lindezas escribía Filardo á
su padrino de Canarias :
En España pase vida tranquila
(rozando con quietud mis verdes años,
No envidiando á Néstor ni á la Sibila.
Con razón, pues, contó Cervantes á
Bernardo de la Vega entre los malos
poetas que asaltaban el Parnaso :
Llegó el pastor de Iberia, aunque algo tarde,
Y derribo catorce de los nuestros.
Haciendo de su ingenio y fuerza alarde.
Bien hizo el Cura en entregarlo al
brazo seglar del Ama.
1. No he visto este libro. Pellicer
dice que su titulo entero es : Primeva
parte de las ninfas y pastores de
Henares. Dividida en seis libros. Com-
puesta por Bernardo González de
Bobadilla. estudiante en la insigne
Universidad de Salaw.anca : Alcalá.
1557. Añade Pellicer que el autor diré
de sí en el pn'ilogo que era nntural de
las Islas Canarias, y recuerda la recon-
vención que un mal poeta dirigía á
Cervantes por la presente censura,
allá en el Parnaso, (iiciéndole desde el
borde de la nave donde venia :
Fuiste envidioso, descuidado y tardo,
Y á las Ninfas de Henares y Pastores
Como á enemigos les tiraste un dardu.
2. Desengaño de celos : novela pas-
toril en prosa y verso, en seis libros,
por Bartolomé López de nciso, natu-
ral de Tendilla, quien la dedicó á
D. Luis Knrlquez, Conde de Melgar. En
ella se propuso su autor mostrar los
males y engaños de los celos. La
escena es en la orilla del Tajo y la
época debió ser muy antigua, si se
atiende al uso continuo que sus in-
terlocutores hacen de lus ficciones y
personas de la Mitología griega. Los
pastores hablan á cada paso de Júpi-
ter, Palas, Venus y demás deidades
gentílicas : el pastor Laureno cita á
Homero y Virgilio, y ponderando la
hermosura de su pastora, teme no
lleguen á verla Júpiter, Apolo ó Mer-
curio ; hácese mención de las historias
de Leandro y Ero, de Piramo y Tisbe,
de Céfalo y Procris, de Tereo y Progne,
del juicio de Paris, de la muerte de
Adonis, y otras muchas de la misma
clase : las ninfas del Tajo alternan con
las pasturas, pesar de tantos indicios
y señales de antigüedad, los usos, los
trajes, los instrumentos mi'isicos son
modernos; y porque haya de todo, se
describe también un palacio fatídico,
donde entran los pastores conducidos
por una ninfa, y encuentran las esta-
tuas de Carlos V, Felipe II, D. Juan de
Austria, Felipe III, y de las Infantas
sus hijas y hermanas; y, por último,
la ninfa introductora anuncia á los
pastores que vendrá tiempo en que los
sucesores de aquellos Príncipes domi-
narán la mayor parte del mundo, y en
solos ellos se sustentará la religiim
cristiana. Tal es la pepitoria que con-
tiene esta fábula, la cual acaba ame-
nazando con segunda parte.
3. Otra de las composiciones que
produjo en España la imitación de la
Arcadia de Sanazaro. Imprimióse la
primera vez en Madrid el año de 1582,
con este título : El Pastor de Filida,
compuesto por Luis Gálvez de Montalvu.
gentilhombre cortesano : título á que
aludió sin duda el Cura cuando dijo :
no es ese pastor, sino muí/ discreto
cortesano. Después se repitieron otras
ediciones. Fué Montalvo de familia
lOi
DON oriJOTK I)K I.A .MA\<;ilA
Cura, sino muy disci'elo corLesaiio ; guárdese como joya preciosa.
Este í^i-ande que in[ui viene se iulilula, dijo el Barbero, Tesoro de
varias poesías * . Como ellas no fueran lanías, dijo el Cura, fueran
aiulaluzu, pero nució, según indicji la
uiisnia novela, en Guadalajara, y sir-
vió) (le {gentilhombre en casa de los
Duques del Inlunlado. La proximidad
de Guadalajara y Alcací, uatrias de
Monlalvo y Cervantes, pueiie explicar
la amistad que ambos se profesaron,
elogiándose mutuanieute en sus escri-
tos. II izólo (Cervantes aquí y en su
Galalen, donde celebró ;i su amigo
bajo el nombre de Siralho, que él
mismo había tomado para si en el
Pastor de Filida. Montalvo sobresalió
en las composiciones de arte menor,
en que también se aventajaron, como
dijimos, Jorge de Montemayor y Gil
Polo.
Según indica Lope de Vega en el
prólogo de su Isidro, Luis Gñívez pasó
los últimos años de su vida en Italia.
Don Juan Antonio Maj'áns, en el pr<'i-
logo á la edición úel Fuslor de Fitida
que hizo en Valencia el año de 1192,
conjeturó que su muerte fué anterior
al año de 1614, puesto que Cervantes
no hizo mención de él en el Viaje ilel
Parnaso publicado en dicho año ; pero
aun puede estrecharse mucho m;is,
con alguna verosimilitud, este plazo.
Lope dijo en el lugar citado, que la
muerte de Luis Gálvez fué siibita, y en
el Laurel de Apolo, que murió en la
Puente de ^'^cí7/a. Esta expresión debii'i
aludir .i algún suceso notable de
aquellos tiempos, y se ajusta sin difi-
cultad al que refiere Fray Diego de
Haedo en la dedicatoria de su Topo-
grafin de Arr/el. Era (dice, por los
años de 15D1) Virrey de Sicilia el señor
D. Diego Euriquez de Guznuín, Conde
de Alba de Liste, el cual, habiendo
salido de Palermo á visitar aquel reino,
ú la vuelta, como venia en galeras,
hizo la ciudad un puente desde tierra
que se alargaba á la mar jnns de cien
pies para que allí abordase la popa de
la galera donde venia el seTior Virrey g
desembarcase, y como Palermo es la
corte del reino, acudió lo más granado
ti este recibimiento... y con la mucha
gente que cargó, antes que abordase la
galera dio el puente á la banda, de
inanei'U que cayeron en el mar más de
quinientas personas... donde se anega-
ron más de treinta hombres. lie aquí
designada verosímilmente la Puente
de íSicilia, de la que hacia el año
de l.J'Jl cayeron al mar y perecieron
súbitamente treinta personas. Una de
ellas debió de ser el l'astor de Fitida.
1. Compuesto por Pedro de Padilla,
dirigido al Ahnirante D. Luis Enriquez,
Duque de .Medina y Conde de Módica,
é impreso en Madrid, año de 1.j7o.
Dicese que Pedro de Padilla fué natu-
ral de Linares y caballero del hábito de
Santiago; que ya de edad madura pro-
fesó el orden ae religiosos carmel i las
en el convento de .Madrid, y que vivió
á lo menos hasta el año de 1599. Pero
de la expresión de Cervantes el autor
es amigo mío, puede inferirse que Pa-
dilla vivía aún en el año de 160.5,
cuando se publicó la primera parte del
QuuOTE. El juicio que aquí formó Cer-
vantes del Tesoro de varias poesías es
el que casi con las mismas palabras
expresó después D. Nicolás Antonio,
el cual lo juzgó digno de elogio, si
deinas pauca quaedatn humiliter dicta.
Esto alude á varias composiciones del
Tesoro, en que se remedan con sobrada
naturalidad las escenas y el lenguaje
de gente rústica y tosca, como el
romance de la eleccit'tn del Alcalde de
Bamba; las bodas pastoriles, misce-
lánea de toda clase de versos; las
estancias sobre el casamiento de
Martin Salado con Mari-García; la
ensaladilla en que se describe un ba-
teo con los amores de un sacristán que
baila con sotana y bonete, y otras
composiciones de igual (dase. Cervantes
insinuó también que las poesías de
esta colección eran muchas, y por eso
menos estimadas; porque, en efecto,
siendo excesivo el número de poesías
reunidas en un mismo género, aunque
sean buenas, el lector se cansa y se
duerme, como sucede con el Tesoro de
Padilla. Las obras heroicas y levanta-
das que aquí se citan son el Jardín
espiritual, las églogas y otras que por
la mayor parle escribió Pedro de Pa-
dilla siendo ya religioso, y cuyo catá-
logo puede verse en la Biblioteca de
D. Nicolás Antonio. El Marqués de
Valdeflores, D. José Luis Velázquez,
iMUMKKA i'.\r<ri:. — caimii i.o vi 10!)
iiiíis eslimadas : menester es (jue esle libro se escarde y limpie
de al<;uMas hajo/.as (|ue entre sus grandezas tiene : ííiiárdese,
porque su autor es ainif^'^o mío, y por respeto de otras más lieroieas
y levantadas ohras (pui lia (íserito. Esle es, si<(uió el l>ail)ero,
El CaiK-ioncro de López Maldonado^ . También el autor dése libro,
i-eplicó el Cura, es grande amigo mío, y sus versos en su boca
admiran á quien los oye, y tal es la suavidad de la voz con que
los cania, que encanta : algo largo es en las églogas, pero nunca
lo bueno fué mucho ; guárdese con los escogidos. ¿ Pero qué libro
es ese que está junio á él? La Galalea de Miguel de Cervantes^
(lijo el Barbero. Muchos años ha que es grande amigo mío ese
Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos^.
en sus Oricjenc.s de la poesía castellana^
dice que las églogas de Padilla son
casi tau buenas como las de Garcilaso.
ü. Marlin Fernández de Navarrete, en
la Vida de Cervantes, recogió con su
acostumbrada diligencia los documen-
tos que prueban la amistad, que según
se menciona en el texto, hubo entre
nuestro autor y Padilla.
1. López no es apellido, como lo es
ordinariauíente, sino nombre propio,
según se iníiere del modo de usarlo
en la licencia del Rey para la impre-
sión de su Cancionero, y aun en alguna
otra epístola que le dirigen sus ami-
gos. Asi sucede también en los nombres
Gómez y García, que unas veces son
propios y otras patronímicos. La obra
se publicó en Madrid año de 1.5%, con
este titulo : Cancioneio de Lope: Mal-
donado, dirigido ii Doña Tomasa de
Borja y Enriquez. Señora de Grajar y
Valverde. Se divide en dos libros, de
los cuales el primero contiene las com-
posiciones ligeras de arte menor, y el
segundo las de versos endecasílabos,
canciones, elegías, epístolas y églogas.
Kstas, que son dos, se tachan de algo
largas, aunque entre las dos apenas lle-
gan á la mitad de la segunda de Garci-
laso. Que .Maldonado fué castellano y
aun de tierra de Toledo, aparece de las
redondillas de Miguel de Cervantes que
anteceden al Cancionero, donde se le
Uama, fruto de la castellaní tierra, y
de la epístola al Doctor Campuzano,
donde Maldonado llamó patino al río
Tajo(«). Que vivió en la corte lo dice
él mismo en una epístola á Luis Gál-
{(i) Cancionero, fol, i,W.
vez de Monlalvo(a). Hubo de estar en
Valeni-ia el año de 1591, cuando se
instaló allí la Academia de los Noc-
turnos, que fundaron algunas perso-
nas aficionadas ;i las buenas lelras,
cuyo catálogo entre los nombres del
Canónigo Tarraga, D. Guillen de Cas-
tro, Gaspar Esculano y Andrés Rey de
Artieda, contiene el de López Maldo-
nado con el ni'ite académico de Sin-
cero, aunque indicándose que después
dejó de asistir á ella. Residió algún
tiempo á orillas del Guadiana y proba-
blemente en Badajoz, pues en la citada
carta al Doctor Campuzauo, después
de quejarse del calor intenso que en
aquel país se padecía, dice :
Del encharcado inmundo Guadiana,
¿ Qué ninfa invocaré para mi intento,
Si no es alguna convertida en rana?
En su Cancionero se ven las pruebas
de la amistad y comunicacii')nque tuvo
con muchos "poetas célebres de su
tiempo, Vicente Espinel, l'edro de
Padilla, el Licenciado Pedro Sánchez
de Viana, traductor de Ovidio, los men-
cionados Campuzano y Gálvez de
Montah'o, y, finalmente, el autor del
Quijote. Por las palabras del texto, el
autor de ese lihro es también ¡jrande
amigo mío, y sus versos admiran á
quién los oye, puede creerse que López
Maldonado vivía aún en el año 160,j.
Ni de él ni de Pedro de Padilla se hace
mención en la jornada del Parnaso,
donde la hiciera sin duda Cervantes
como de amigos, si vivieran.
2. Juguete de mal gusto, fundado
en la relación material délas dos pala-
(a) Id., fol. 118.
lü(J DON yriJOlK Dli LA MANCHA
Su libro tiene algo de buena invención, propone algo, y no
concluye nada : es menester esperar la segunda parte que i)ro-
raete ; ({uizá con la eiunicnda' alcanzará del lodo la misericordia
que ahora se le niega, y entretanto que esto se ve, tenelde recluso
en vuestra posada, señor compadre. Que me place, respondió el
Barbero, y aquí vienen tres, todos juntos : La Araucana de
D. Alonso (le Ercilla 2, La Auslriada de Juan Rufo ^, jurado de
bras versados y versos. El libro de
que se trata es la primera parte de la
Galalea, novela pastoril en verso y
prosa, (¡riinera prculucción del ingenio
de Cervantes, inijircsa en el año
de 1584 y escrita durante el tiempo de
sus obsequios á Doña Cat;dina Pala-
cios, con quien cas(3 después, y á
quien se designa al parecer con el
nombre de (Jalatea, como á Cervantes
con el de Elicio. La segunda parte no
llegó á ver ia luz pública. Su autor
habla aqui de su obra por boca del
Cura con una modestia que templa y
desarma á la crítica. Hizola con mucho
juicio y discreción Don Martin Fer-
n.indez de Navarrete en la Vida de
nuestro autor, y de ella resulta que en
la Galaica brilla más la lozanía y
fecundidad de la invencii'm que la
corrección y prudente sobriedad que
debe acompañar á las obras de in-
genio.
1. El Cura habla de enmienda en la
segunda parte, y no ha hablado de
defectos en la primera, porque no lo
es proponer y no concluir en ella.
Sesn'in la dedicatoria délos Trabajos de
Pérsiles. que Cervantes estando para
morir, después (a) ya de recibida la
Extremaunción, dirigió al Conde de
Lemos, parece que tenía concluida ó
casi concluida entonces la segunda
parte de la Galaica.
2. D. Alonso ile Ercilla, paje de
Felipe II en sus primeros años, y
después gentilhombre del Emperador
Maximiliano, ccribió en treinta y siete
cantos la Araucana^ poema en que se
refieren los sucesos de la guerra de
.\rauco en Chile desde el año l-i^i hasta
el de tñfi2, y que no se imprimió en-
tero hasta el de 1590. Ercilla asistió á
{«) DfüTtttés ya de... T.a gramáticn. como
diría el nii.sinn Clemencin. no es muy armo-
niosa qup rugamos. Habría que suprimir el
ya ó ponerlo en otro sitio. (M. de T.)
aquella guerra como valeroso soldado
y como diligente escritor. Solía escri-
bir de noche los sucesos del dia, en
cuya narración protesta una y otra vez
que se ajusta á la rigurosa verdad : y
e^ta sola circunstancia, sin otras con-
sideraciones, aleja á la Araucana del
concepto de epopeya, que sin razón se
le ha atribuido. Fuera de que la calidad
de testigo presencial de los aconteci-
mientos excluye la de poeta épico, el
cual debe vivir muy distante del tiempo
ó del lugar de la acción para poder
contarla dignamente con la trompa
heroica. La invención y el entusiasmo,
prendas esenciales del poela, serían
intolerables en un testigo : del testigo
al poeta va lo que del candor tranquilo
al entusiasmo y arrebato de la fantasía.
Por este contraste resulta más la ridi-
culez del episodio déla cueva del mago
Fiti'in, que ocupa una parte conside-
rable de la Araucana, donde lo intro-
dujo Ercilla, queriendo compensar con
lo maravilloso de este incidente la
natural aridez de un poema histórico,
que no era otra cosa el suyo.
La Araucana ha sido juzgada unas
veces con sobrada indulgencia y otras
con excesiva severidad, dice D. Fran-
cisco Martínez de la Itosa en su Apén-
dice sobre la poesía épica española. Allí
pueden ver los curiosos la critica más
racional y juiciosa que hasta ahora se
ha escrito de la .Araucana. Si ésta
merece elogios, no es como epopeya.
Ercilla fué amigo de Cervantes, quien
le introdujo en su lialnfea bajo el
nombre de Larsileo, como lo hizo tam-
bién bajo nombres supuestos con otros
poetas amigos suyos.
3. Es una crónica en verso de D. Juan
de Austria, precedida de la relación del
levantamiento de los moriscos de Gra-
nada, que se cuenta en los cuatro can-
tos itrimeros. En el quinto se señala el
día del nacimiento del señor Don .luán,
que fué el de San Matías, en que tam-
i'iii\u;nA i'AitTi:. — cai'Íti.i.o vi 107
Cóviinlxi^ y El Monserratfí <le Crislóhnl de Viru(^s ', poela valen-
ciano. 'I'odos estos (i'cs libios, dijo el Cura, son los riiejorois que
en verso heroico en lenj^ua caslellana (islán escritos^, y pueden
competir con los más famosos de Italia : guárdense como las más
ricas prendas de poesía que tiene España. Cansóse el Cura de ver
más libros, y así á car;,'-a cerrada quiso que todos los demás se
quemasen; pero ya tenía abierto uno el Barbero, que se llamaba
Lan Látjrimas de AníjcUca'^. Liorái'alas yo, dijo el Cura en oyendo
bien n.ició el Emperador, sii padre : se
da noticia de su criíinza en Lef^anés
bajo la (iii'occión de un cleri^'o obscuro,
de su reconociniienlo [)or liijo del Ein-
fierador, ile su noiubr.umenlo de Caba-
lero del Toisón y General de las Gale-
ras, y, finalmente, del carjío de apaci-
guar el levantamiento de los moriscos
de Granada. Sígnense refiriendo los
sucesos de esta guerra, y concluida,
empieza desde el canto l'.t la liisioria
de la Li.a, de que fué Gun.ralisimo el
héroe de ¡m Auslriada, y concluye en
el canto 24 con la relación de la victoria
de Lepanto
.luán !{ufo, al solicitar la licencia
para la impresión, que obtuvo en 1583,
y en la dedicatoria á la Fnipt^ratriz,
hermana ilel Rey D. Felipe II. que tiene
la fecha del año anterior, dijo que
había compuesto este poema por orden
de Don Juan de Austria, y por rela-
ciones verdnderas que este Príncipe le
había proporcionado. La ciu iad de
Córdoba recomendó el autor y la obra
al Rey el año de li78 ; y las Gortes del
reino, después de haber hecho exami-
nar el poema por altrunos de sus pro-
curadores, apoyaron la recomenilación.
1. El Monserrate del Capitán Cris-
tóbal de Virués. publicado por la
primera vez en Madrid el año de 1587,
y después otras ve'^es dentro y fuera
de España, ps un poema en 20 cantos,
que desiribe la culpa y ppnitencia de
Garin y la fundaciíjn del Santuario de
iVIonserrate en el siglo ix. Este poema,
por su disposición, es de los que en
nuestra lengua se acercan más á la
forma épica, y en cuanto á la versifi-
caci(')n, uno de los mejores de su
tiemno: pero flaquea en la invencii'm,
ó por mejor decir, elección de asunto
y del héroe, que está uiuy lejos de ser
lo que pide esta clase de composiciones.
Una persona de baja esfera que em-
pieza por ser seductor y asesino y
concluye por venirse á cuatro pies desde
Roma á .Ñlonserrate, no puede ser el
protagonista de una epopeya. Cristóbal
de Virués fué valenciano, y admira el
número de naturales de aquella ciudad
y provincia cjue por entonces sobresa-
lieron en la poesía castellana de todos
géneros, heroica, lírica y dramática.
También cultivó esta última Cristóbal
de Virués en aquellos primeros períodos
en que el arte luchaba todavía con las
dificultades propias de su infancia,
antes de que floreciesen Francisco
Tarraga, Gaspar Agnilar y otros paisa-
nos suyo*, que después escribieron
comedias con reputación.
2. La i)alabra todos está demás, y
la repetición de ¡a partícula en alea la
expresión, que estaría mejor dicién-
dose : eslos tres libros son los mejores
de verso heroico que en lengua casle-
llana esti'ni escritos.
Cervantes, como se ve, elogiaba fácil-
mente. Ya lo había hecho antes con los
tres poetas Ercilla, Rufo y Virués en el
Carito de Caliope, que insertó en su
Calatea, y en qiie la Musa celebra los
poetas españoles de aquella época. Don
.José Munárriz, en su traducción de
Blair (a), reprobó el fallo de Cervantes
en la preferencia que en el presente lu-
gar da á estiis tres poemas sobre todos
los castellanos heroicos de su tiempo,
porque contienen, dice, bellezas supe-
riores e¿ Bernardo rfe/ Obispo Valbuena,
y la Jerusalén conquistada de Lope de
Ver/a. Pero Munárriz no echó de ver
que cuando se escribióla primera parte
del Qri.ioTE. aun no se habían publi-
cado ni la Jerusalén ni el Bernardo.
3. No es ese su título, sino Primera
parte de la Anqélica. poema r^ue escri-
bió en 12 caníos Luis Barahona de So-
(a) Lección XLII.
108
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
el nombre, si tal libro bubiera mandado quemar, porque su autor
fué uno de h)s lamosos poetas del mundo, no sólo de España, y
fué felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio.
A (a), natural de Lucena y médico de
orchiduna, domle murió en Noviembre
de 159o. i'"ué ainigodeCervantes, quien
le introdujo en l.i Galatea con el nombre
de Lausü. Diósele verosímilmente al
poema el nombre de Las Ldffriinas de
Angélica, porque empieza así :
Las lágrimas salidas de. los ojos
Más beilos (jue en su mal vio amor dolientes,
Y dij los que siguiendo sus antojos
Vafíarou por desiertos diferentes.
Entre las armas, triunfos y despojos
Gloriosos cantaré de aquellas gentes,
Que tras su error por sendas mil que abrieron
Del tin de Europa un tiempo al Asia fueron.
Dicese al fin del capitulo, que el autor
de Las Lágrimas de Angélica fué feli-
císimo en la traducción de algunas ta-
bulas de Ovidio. Por esta indicación
creyó D. Gregorio .Maynns (ai que no
se bablaba de Luis Uaraliona, sino del
Capitán Francisco de Aldana, soldado
poeta, que muñó el aiio de Uj"8 en la
batalla de Alcazarquivir, peleando al
lado del Rey de Portugal D. S-bastián;
porque, según su hermano Cosme de
Aldana, tradujo en verso suelto las
epístolas de Ovidio, y escribió una
obra de Angélica y Medoro en octavas.
Pero el mismo Mayáns destruyó su
opinión, expresando que las dos obras
citadas de Francisco de .\l(lana no se
imprimieron, siendo así que el libro de
que se trata era uuo de los impresos de
la biblioteca de D. Quijote. Fuera de
que á las epístolas de Ovidio no les
asienta bien el titulo de fábulas, que
convendría más bien á las metatuorfo-
sis, y Cerda en las notas al canto del
Turia en la Diana de Gil Polo dice que
(a) Vida de Cervantes, núm. 115.
(a) El delicado poeta é incansable investi-
gador de las glorias de España, señor Rodrí-
guez Marín, ha publicado en incoüi|iarable
edición premiadaporla Academia, las Obras
de Barahona. (M- de T.)
vio manuscritas unas fábulas que escri-
bió Luis de barahona en quintillas, to-
mando el argumento de Ovidio.
La lectura del poema de Angélica de
Luis barahona muestra claramente,
que ;i pesar de algunas dotes apreciables
en su versificacitiu, Cervantes anduvo
aquí, según acostumbraba, pródigo de
elogios : defecto raro en poetas, y de
que él mismo se acusó en el Viaje al
Parnaso. Las composiciones métricas
castellanas que entre nosotros se han
querido adscribir al género épico,
pecan de ordinario por falta ó por sobra
de invención : ó son meras relaciones
eu verso, ó partos monstruo^íps de una
imaginación desenfrenada. A esta úl-
tima clase pertenece el libro de Luis de
Barahona, el cual dejó correr Ubre su
vena sin tiento ni arle, como dijo
D. Diego de Saavedra en su República
literaria.
Lo notable que iiay eu esta parte del
escrutinio, es que habiéndose hablado
con tanto elogio de Las Lágrimas de
AngéAicn de Luis Barahona de Soto, no
se noríibrase la Hermosura de Angélica,
poema de Lope de Vega, que ú la sazón
se hallaba ya publicado. A ello incli-
naba naturalmente la conexión del
argumento, asi como la mención de la
Diana de .Montemayor había dado mar-
gen para hablar de las del Salmantino
y Gil Polo. Cervantes quiso reparar
esta omisión en el capitulo I de la
segunda parte, donde hablando de
.\iigélica, dice que un famoso poeta
andaluz lloró y cantó sus lágrimas y
otro famoso y único poeta castellano
cantó su hermosura. El motivo de esta
diferencia en la conducta de Cervantes
hubo de ser la acusación de envidia á
Lope de Vega, que en el intermedio de
publicarse la primera y la segunda
parte del Qcjjote le hizo .Monso Fer-
nández de Avellaneda, y de que difícil-
mente se puede absolver del todo á
Cervantes, á pesar de sus esfuerzos
pira diluirla.
CAPITULO VII
DE LA SEGUNDA SAFJDA DE NUESTRO RÚEN CABALLERO
D. QUMOTE DE LA MANCHA
Estando en esto, comenzó á dar voces D. Quijote, diciendo :
Aquí, aquí, valerosos caballeros ; aquí es menester mostrar la
fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan
lo mejor del torneo. Por acudir á este ruido y estriiendo, no se
pasó adelante ' con el escrutinio de los demás libros que quedaban,
y así se cree que fueron al fuego sin ser vistos ni oídos La Carolea'^
i. No va esto enteramente conforme
con lo que se dijo al fin del capítulo
anterior, donde se dio otro motivo para
concluir el escrutinio de los libros de
nuestro hidalgo : Cansóse el Cura de
ver más libros, y asi, á carga cerrada,
quiso que todos los demás se quemasen.
2. Dos obras anteriores al Quijote se
conocen con este titulo. Una de Jeró-
nimo Sempere, poeta valenciano, que
'rata de las victorias del Evipei-ador Car-
los r, Rey de España, dedicada á su
nieto el Principe D. Carlos. Primera y
segunda parte : Valencia, 1560. Otra
que trata de la vida y hechos del in-
victísimo Emperador D. Carlos, com-
puesta por Juan Ochoa de la Salde, é
impresa en Lisboa, año de 1585. D.Gre-
gorio Mayáns ia) se inclina á que
Cervantes habli'i de esta última, sin
advertir que Cervantes habla sólo de
libros de entretenimiento, en verso y
de pequeño tamaño, circunstancias
que convienen á la Curolea de Sem-
pere, y no á la de Ochoa, que es
libro histórico, prosaico y en folio.
La Carolea de Sempere es ima rela-
ción métrica de las cosas de Carlos V,
(a) Vida de Cervantes, m'im. 115.
empezando por su rivalidad con el Rey
Francisco de Francia, hasta que el Gran
Turco Solimán abandom'i la empresa de
Hungría; y no contando las cosas segui-
damente á manera de coronista, sino
por fragmentos, como él dice. Las dos
partes del poema comprenden treinta
cantos, y el último concluye ofreciendo
seguir con la ornada de Túnez.
Cervantes, indulgente, según su cos-
tuüibre, apuntó un juicio favoi'able á
la Carolea de Sempere. Siguió en esto
el de Gil Polo en el canto del Turia,
donde se lee :
Semper loando el ínclito Imperante
Carlos gran Rey, tan grave canto mueve.
Que aunque la fama al cielo le levante,
Será poco á lo mucho que le debe.
Veréis que ha de pasar tan adelante
Con el favor de las hermanas nueve,
Que hará con famosísimo renombre
Que Hesiodo en sus tiempos no se nombre.
La afición de paisano puede servir de
alguna excusa á las exageraciones de
Gil Polo; excusa que no alcanza á Cer-
vantes. La Carolea es libro de corto
mérito, y D. NicoLís Antonio, que no
era ciertamente riguroso en sus fallos,
dijo de él, que se escribió ñeque pura
ñeque poética dictione.
lio
DON QUI.IOTK DE LA MANCHA
y León de España^, con los hechos del Emperador, compuestos
por D. Luis de Ávila-, que sin duda debían de estar entre los que
quedaban, y quiz;'» si el Gura los viera, no pasaran por tan rigu-
rosa sentencia. Cuando llegaron á D. Quijote, ya él estaba levan-
tado de la cama, y ¡)roseguía en sus voces y en sus desatinos,
dando cuchilladas y reveses á todas partes, estando tan despierto
como si nunca hubiera dormido. Abrazáronse con él, y por Tuerza
le volvieron al lecho; y después que hubo sosegado un poco.
\. Primera ]j segunda parle de el León
de España por Pedro de la Vecillu
Castetlonos. üirir/ida ú la Majestad del
Rey D. Felipe nue.ifro Señor. Sala-
manca, irj86. Consta el poema de 29 can-
tos, en dos partes. No es fácil entender
por ese titulo su argumento, que se
reduce ¡i varios sucesos de la ciudad de
León, desde elimperio de Tr;ij;mo hasta
la abolición del tributo de las Cien don-
cellas y victoria del Rey L). Ramiro en
Clavijo.
Los procuradores de Cortes, nombra-
dos por aquella ciudad, á imilación de
lo que habían hecho los de Córdoba
con la Aiistriada de .luán Rufo, reco-
mendaron también a Felipe II el León
de España de Pedro de la Vecilla, y
obtuvieron la licencia para su impre-
sión el año de 1584.
2. No hay obra alguna de este titulo
en castellano. Ü. Luis de Avila, que es
el autor que nombra Cervantes, com-
puso, no los hechos del Emperador,
titulo que anunciaría una historia
computa de aquel Principe, sino los
comentarios de la guerra que hizo
contra ios pnilesrantes de Alemania,
obra seria y en prosa, de que no era
oportuno hablaren el escrutini(t, donde
no se trataba sino de libros poéticos de
entretenimiento.
El Cario famoso, poema escrito en
•50 cantos por D. Luis Zapata, é impreso
en Valencia el año de 1.566, reúne las
tres circunstancias de tratar de los
hechos del Emperailor, de ser libro de
entretenimiento, y de estar en verso.
Este fué el (jue según todas las apa-
riencias indicó Cervantes, expresando
el argumento y no el titulo, y equivo-
cando con su acostumbrada negligencia
el apellido del autor..
Tanto D. Luis de .\vila como D. Luis
Zapata asistieron ;í las famosas fiestas
de Rins, que la Reina de Hungría dio
al Emperador Carlos V y á su hijo
D. Felipe el año de 1.549, y tuvieron
parte en las justas, torneos y repre-
sentaciones caballerescas que allí se
ejecutaron, y describió menudamente
Juan Calvete de Estrella.
El Cario famoso es un conjunto de
historia y fábula, todo revuelto, sin
unidad, plan ni artificio alguno, en que
se cuentan las cosas del Emperador
desde el año de 1.522 hasta el de 1558,
que murió en Yusle. El canto 50 con-
cluye con la relación de las exequias
que celebró su hijo el Rey IJ. Felipe en
Bruselas, cuando recibió la noticia del
fallecimiento de su padre. Allí, descri-
hie-ndnse la procesión funeral (y sirva
de muestra para juzgar del mérito del
poema) se dice que después de los
frailes,
Los Clérigos en número abundantes.
Mas que en otoño tordos, prosiguieron...
Y de la Real casa los primeros
Iban los oficiales, bordadores,
Sederos, sastres y guarnicioneros,
Cabal Icrizos y aposentadores :
Y d'- varias estancias los porteros,
Aniuitcctos. fabristas y pintores,
Mé<licos, boticarios, cirujanos,
Y alguaciles de corte y escribanos.
Tal es este poema, en que Zapata
trabajó trece años, y aspiró á imitar,
según dijo, á Virgifio. Después se la-
mentaba de que la impresión le había
costado mucho y producido poco : asi
lo hizo en su Miscelónen. que existe
entre los manuscritos de la Biblioteca
Real, y se citó anteriormente.
No ha faltado algún erudito que
creyese que en las palabras Carolea v
León de España con los hechos del Em-
perador se designaba una sola obra, y
que ésta era el Cario famoso: mas la
expresii'in del texto fueron al furr/n
sin ser vistos ni oídos, manifiesta qi:<'
se hablaba de libros diferentes, y no de
uno solo.
PRIMERA PARTR. — CAPITIT.O Vil I 1 I
volvif^ndose á hablar con el Cura, le dijo : Por cierto, señor
Arzobispo Turpín, <|ue es gr;in mciif^'-ua de los ({ue nos llamamos
doce Pares dejar laii sin más ni más llevar la viloria desle torneo
á los caballeros cortesanos ', habiendo nosotros, los aventureros,
granado el prez en los tres días antecedentes. Calle vuestra merced,
señor compadre', dijo el Cura, que Dios será servido que la
suerte se mude, y que lo que hoy se pierde se gane mañana ; y
atienda vuestra merced á su salud por ahora, que me parece que
debe de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está
níialferido. P'erido no, dijo D. Quijote, pero molido y quebrantado
no hay duda en ello, porque aquel bastardo de D. Roldan^ me ha
1. D. Quijote opone aquí á los caba-
lleros covlesanos los ucenlureros. En el
torneo de Persépolis, que se describe
en la historia de D. Belianís (a), y en
que concurrieron caballeros aventure-
ros capitaneados por el Duque AllVi-
r«'>n, y caballeros cortesanos mandados
por el Principe D. Gal.uiio, llevaron ifc
mejor parte los aventureros. Al revéb
sucedió en los torneos de Londres con
que se solemnizó el casamiento del
ReyAltiseo con la Reina Liserta, ven-
cieiido los cortesanos por el esfuerzo
de Klorineo, que se apellidaba el Caba-
llero del Salvaje (6). En los torneos de
Gonstantinopla, celebrados de orden
del Emperador Palmerin de Oliva con
motivo de nnas solemnes bodas, se
refiere que los caballeros extranjeros
vencieron el primer día, y que el
segundo fueron vencidos por los cor-
tesanos c). En la relación del Paso
honroso de Suero de Uuiñones, los
mantenedores se llaman asimismo
defensores^ y los aventureros conquis-
tadores. — El prez es palabra deri-
vada de la latina pretiiun , y se en-
cuentra usada en nuestros poetas
primitivos, en la Vida de Sanio
Domingo por Gonzalo de Berceo (d), en
el Poema de Alejandro (e), y en las
obras del Arcipreste de Hita (/). Los
jueces de los torneos eran los que
adjudicaban el prez á los vencedores,
y no siempre se reducía al honor y
lauro de la victoria. Celebrando el Rev
(o) Lib. I, can. XV, XVI y XVII. —
{h) Florambei de Lueea, lib. I, cap. XI y XII.
— (c) Primaleón, cap. XXIV y XXV. —
id) Copla hb. — (e) Copla 7 v otras, —
(f) P;i^'. 247 y otras.
Federico de Ñapóles una justa en obse-
quio de D. Florindo de la Extraña ven-
tura, nombró á éste por mantenedor
con el Conde de Altarroca, y por
aventureros á Alberto Saxio y otros
caballeros de alta guisa. Los premios
eran : al que sacase la mejor letra ó
mote, un diamante como una cereza;
al que saliese más gahin á la tela, y no
fuese casado, una dama con cien mil
escudos de dote; al que justase mejor,
la mano de .Madama Tiberia, hija del
Rey Federico («).
Ü. Quijote, conformándose con el
lenguaje de algunos pasajes de los
libros caballerescos, opone aquí la
calidad de corlesano á la de aventu-
rero: pero realmente no es exacto,
porque los caballeros cortesanos po-
dían ser mantenedores ó aventureros,
y los aventureros podían ser forasteros
ó cortesanos.
2. Así llama el Cura á D. Quijote ; más
adelante, en este mismo capítulo, se
llaman compadres de D. Quijote el
Cura y el Barbero, y estos dos se dan
mutuamente el mismo nombre en el
capítulo anterior. Es visto que en todos
estos pasajes la voz compadre se toma
en el sentido amplio de camarada ó
amigo, que suele dársele en el estilo y
trato familiar, y señaladamente en
Andalucía.
3. La competencia en los amores de
Angélica hizo enconados enemigos á
los dos Paladines Roldan y Reinaldos
de Montalbán, que antes eran amigos,
y sobre ello se combatieron cruda-
mente á vista y presencia de la misma
Angélica, como se refiere en el libro
(a) Florindo, parte II, cap. XIV.
112 T)OS oriJOTE DE I.A MANCHA
molido ií palos con el tronco de una encina, y todo de envidia,
porque ve (¡ue yo solo soy el opuesto de sus valentías. Mas no me
llamaría yo Reinaldos de Monlalbán si, en levantándome deste
lecho, no me lo pagare á pesar de todos sus encantamentos : y por
ahora tráiganme de yantar, que sé que es lo que más me hará al
caso, y quédese lo del vengarme á mi cargo. Hiciéronlo así :
diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y ellos admirados
de su locura. Aquella noche quemó y abrasó el Ama cuantos libros
había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que
merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su
suerte y la i)oreza del escrutiñador; y así se cumplió el refrán en
ellos de que pagan á las veces justos por pecadores'. Uno de los
remedios que el Cura y el Barbero dieron por entonces para el
mal de su amigo, fué que le murasen y tapiasen el aposento de
los libros, porque, cuando se levantase, no los hallase (quizá
quitando la causa cesaría el efecto), y que dijesen que un encan-
tador se los hal)ía llevado y el aposento y todo, y así fué hecho
con mucha presteza. De allí á dos días se levantó D. Quijote, y lo
primero que hizo fué ir á ver sus libros, y como no hallaba el
aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte
buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta y tentábala con
las manos ■^, y volvía y revolvía los ojos por todo sin decir palabra ;
pero al cabo de una buena pieza preguntó á su Ama que hacia qué
parte estaba el aposento de sus libros. El Ama. que ya estaba
primero del Orlando de Boyardo. Ya Entre ellos viene Reinaldos
habían reñido antes, se^n allí se c] ^'^eüor de Montalbane.
rpfipre v diinnle h nelf-a deria Reí- *'' •^"''' ^^^^ puesto en bandos
renere, > uiir. nie la peí a aecia nei ^^^ ^^ sobrino Koldane.
naldos a Orlando en la desalmada
traducción de Francisco Garrido de Llámase aquí Reinaldos el opuesto
Villena : de las valentías de Rold;in : el régi-
men ordinario pediría que se dijese
¿ De qué tienes soberbia, bastardazo? opuesto d las valentias.
,-. Porque mataste á Ahnonte en la fontana l. El orden de palabras sería más
En brazos del Roy Garlo, puesto al lazo, natural diciéndose : y asise cumplió en
Y alcanzaste y aun traes á Durindana? ¿^ ¿ . ;„ ¿ • ¿ ¿^g
;.Conio ganada bien. di. cobardazo^ . , ' ^i „ \t j„,i „„
Bi.-n eres hijo propio de putaña. veces mstos por pecadores. Verdad es
Que perdida la honra tiene el daño que el idioma nada pierde en esta clase
Menos verpüenza que antes del engaño. de transposiciones cuando no son so-
bradamente durns ú no ofenden mucho
De la enemiga y contiendas entre al oído, al uso ó á la claridad. El refrán
Roldan V Heinaldos se hace mención es antiguo, y está ya en la colección
en el romance viejo del Conde Dirlos, formada á mediados del siglo xv por
y en el de la embajada que el Marqués D. Iñigo López de Mendoza, Marqués
de Mantua envió al Emperador Cario- de Santillana.
magno sobre la muerte de Baldovinos, 2. Mal podía tentar la puerta si la
donde, dándose cuenta al Emperador de habían quitado. Tentaría el sitio donde
que el Morques venía acompañado de estaba anteriormente, y la buscaría con
PUS parientes y amigos, se dice : las manos.
PníMEHA PAUTE. — C.APÍTL'I.O Vil i\',]
bien ndvertida de lo (jiie hnbía de responder, le dijo : ;, Oué npo-
senlo ó ({ué nada busca vuestra merced? Ya no hay aposenlo ni
bbros en esta casa, porque todo se lo llevó el mismo diablo. No
era diablo, replicó la Sobrina, sino un encantador (jue vino sobre
una nube una noche después del día que vuestra merced de aquí
se parlií) ', y ape;'iudose de nna siei'pe en que venía caljallero,
rntró en el aposento y no sé lo que hizo dentro, que jí cabo de
poca pieza salió volando por el lejado, y dejó la casa llena de
luimo-; y cuando acordamos á mirar loque dejaba hecho, no
vimos libro ni aposento alguno : sólo se nos acuerda muy bien
ii mí y al Ama, que al tiempo del partirse aquel mal viejo,
dijo en alias voces que por enemistad secreta que tenía al dueño
de aquellos libros y aposento, dejaba hecho el daño en aquella
casa que después se verla : dijo también que se llamaba el sabio
Muñatón. Krestón diría, dijo D. Quijote^. No sé, respondió el
Ama, si se llamaba Frestón ó Fritón, sólo sé que acabó en ton
su nombre. Así es, dijo IJ. Quijote, que ese es un sabio encan-
tador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza porque sabe, por
sus artes y letras, que tengo de venir, andando los tiempos, á
pelear en singular batalla con un caballero á quien él favorece, y
le tengo de vencer sin que él lo pueda estorbar, y por esto procura
hacerme todos los sinsabores que puede : y mandóle yo que mal
1. Entre la primera salida deD. Qui- de haber estado algún tiempo en tierra,
jote y su vuelta no medió más que una se volvió Urjíanda en el batel á la ser-
noche, que fué la de de la vela de las piente ; y luerjo el humo fué tan negro,
armas y batalla con los arrieros en la que por más de cuatro días nunca
venta ; y así, la Sobrina no debió decir pudieron ver ninguna cosa de lo que
una noche, como si hubieran pasado en él estaba{a).
muchas, sino la noche. En la historia de D. Belianís se
2. Estando Amadís con otros Reyes cuenta que, deshecho el encanto de la
y Reinas á orilla del mar en la ínsula Infanta Gradafilea, que había durado
firme, vieron venir un humo por el trece años, vieron salir al león, que no
agua, el más negro y espantable que lo vierunmdsen la cuadra, y en todo el
nunca vieran... E dende á poco rato... castillo quedó lanío humo y tan espeso,
vieron en medio del una serpiente que duró gran pieza; que poco ni
mucho mayor que la mayor nao ni mucho con él podían ver. La maga
fusta del mundo... y de ralo en ralo Cirlea, hermana del Gran Soldán de
echaba portas narices aquel muy negro Babilonia, Reina y Señora de la Ínsula
humo, que hasta el cielo subía... Pues de Argines, había sido la autora del
estando asi todos maravillados... vie- encanto (6).
ron como por el un costado de la ser- 3. Frisfón debió decir, un sabio en-
piente echaron un batel y una dueña cantador que residía en la temerosa
en él... Y como cerca fué, conoscieron Selva de la Muerte (c), y hace gran
ser la dueña. Urganda la desconocida, papel en la historia de D. Belianís,
que ella tuvo por bien de se les mos- escrita, según allí se supone, por él
Irar en su propia forma (a). Después mismo.
(a) Ib., cíip. CXXVI. — (b) Cap. XXVII
la) Amailis de Gaulu, cap. CXXIII. — y XXIX. — (c) /Jeiíams, lih. I, en',!. XXXY.
114
DON OriJOlK DE I.\ M.\"N(;il\
podrá él conüadecir ni eviluí- lo que por el cielo eslá ordenado.
¿Quién duda de eso? dijo la Sobrina. ¿Pero quién le mete á
vuestra merced, señor tío. en esas pendencias? ¿No será mejor
estarse pacifico en su casa y no irse por el mundo á buscar pan
de trastrigo, sin considerar que muchos van por lana y vuelven
tresquilados ' ? ¡Oh, sobrina mía, resjjondió D. Quijote, y cuan
mal que estás en la cuenta! Primero (jue á mí me tresquilen,
lendré peladas y quitadas las barbas á cuantos imaginaren tocarme
en la punta de un solo cabello. No quisieron las dos replicarle
más, porque vieron que se le encendía la cólera. Es, pues, el caso,
(jue él estuvo ({uince días en casa muy sosegado sin dar muestras
de querer segundar sus primeros devaneos ^ ; en los cuales días
pasó graciosísimos cuentos ^ con sus dos compadres el Cura y
el Barbero, sobre que él decía que la cosa de que más necesidad
tenía el mundo era de caballeros andantes, y de que en él se
resucitase la caballería andantesca. El Gura algunas veces le
contradecía, y otras concedía, porque, si no guardaba este artificio,
no había poder averiguarse con él. En este tiempo solicitó Don
Quijote á un labrador vecino suyo, hondero de bien !si es que este
título se puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal en la
mollera. En resolución, tanto le dijo, lanto le persuadió y pro-
metió, que el pobre villano se determinó de salirse con él ^ y
1. Refrán anliquisimo de que se
hace mención ya en el poema del Conde
Fernán González; se aplica á los que
pensando sacar de algún nejíocio utili-
daily provecho, en lugar de ello reciben
daño y perjuicio. Desde el tiempo de
los visigoflos, cortar el cabello era pena
impuesta por afrenta á los delincuentes,
ó señal de profesión mon.istica, que
inhabilitaba para las dignidades civiles,
inclusa la del cetro, como se vio en el
caso del Rey Wamba. Cuando era por
pena, se cortaba el pelo sin orden ni
regla, cruzándose las tijeretadas al
modo que se (rasí'uilan las ovejas,
que es lo que el cuarto Concilio de
Toledo llamó íurpiter decalvare; el
Fuero Juzgo esquilar laidamienlre, y
Sancho en la parte segunda (a) tras-
r/iiilar lí cruces. Como en tiempo de
Cervantes los hombres se cortaban el
cabello y sólo se dejaban crecer las
barbas, Vi éstas refirió D. Quijote el
trasquilar del adagio, según se ve por
la respuesta que da á su Sobrina :
Primero que d mi me tresquilen, tendré'
peladas y quitadas las barbas á cuantos
imarjinaren tocarme en la punta de un
solo cabello.
2. Segundar por repetir es verbo
poco usado: ordinariamente se dice
asegundar, pero sólo de los golpes. De
ambos modos se encuentra en la Histo-
ria de [>. tSelianis [a). En los Trabajos
de Pérsiles y Siyismunda empleó Cer-
vantes el verbo segundar como verbo
de estado en la acepción de seguir.
3. Pasó por íuoo : significación
activa poco común del verbo pasar,
pero que se encuentra algunas veces en
el Quijote. Otras se usa como neutro,
que es su acepción más counm, como
en el capitulo XLVil, donde se dice :
t'idos estos coloquios pasaron entre
amo y criado. — Cuentos es lo mismo
que disputas, altercados.}- en este sen-
tido se usa en la expresión tener cuentos
con alguien, quitarse de cuentos, etc.
4. Ahora diríamos : se determinó d
salirse ó determinó salirse con él- En
.; Cap. XXXII.
[a, Lib. 111, caii. XIX, XXX y XXXII.
PRIMEPA PARTE.
CAFÍTII.O VII
H5
servirle do escudero. Decíale entre otras cosas D. Oiiijole que se
dispusiese á ir con él de huena gana, porque tai vez le podía
suceder aventura (|ue ii^aiiase en quítame allá esas pajas alj^una
ínsula, y le dejase A él por g-obernador della. Con estas promesas
y otras tales, Sancho Panza (que así se llamaba el labrador) dejó
su mujer é hijos, y asentó por escudero de su vecino. Dio luej^o
D. Ouijote orden en buscar dineros, y vendiendo una cosa y
enqK'ñando otra, y malbaratándolas todas, llegó una razonable
cantidad. Acomodóse asimismo de una rodela ' que pidió á un
su amigo, y pertrechando su rota celada lo mejor que pudo -,
avisó á su escudero Sancho del día y la hora (pie pensaba ponerse
en camino, para que él se acomodase de lo que viese que más le
era menester : sobre todo le encargó (jue llevase alforjas. Él dijo
que sí llevaría, y que ansímismo pensaba llevar un asno que tenía
muy bueno, ponjue él no estaba duecho '^ á andar mucho á pie.
En lo del asno reparó un poco D. Quijote, imaginando si se le
acordaba si algún caballero andante había traído escudero caba-
llero asnalmente ; pero nunca le vino alguno á la memoria ; mas
con todo eso, determinó que le llevase, con presupuesto de aco-
modarle de más honrada caballería en habiendo ocasión para ello,
quitándole el caballo al primer descortés caballero que topase'.
tiempo de Cervantes era olra cosa; en
el ra/onamiento que puso Mariana en
boca de D. Pelayo, animando á los
asturianos para que tomasen las armas
contra los moros, se lee : Por lo que o
mi toca, estoy determinado con vuestra
ayuda de acometer esta empresa (a).
Otro arcaísmo ofrece el verbo llegar en
el sentido en que se usa poco ui.ís abajo,
donde se dice que D. Qmiote, vendiendo
una cosa y empeñando otra, y malba-
ratándolas todas, llegó una. conside-
rable cantidad : en el dia dijéramos
allegó.
1. D. Quijote, en su primera salida,
llevaba adarga; para la segunda se
acomodó de una rodela. No se dice el
motivo de la mudanza, que debió ser
el mal estado de la adarga, de cuya
antigüedad se hizo ya men<'ión en el
principio de la f.íbula. Se diferenciaban
la adarga y la rodela en que la primera
era de cuero, la segunda de hierro ó de
madera guarnecida de hierro; la pri-
mera tenía por dentro dos asas, la
segunda una; la primera era arma
propia de jinete, la segunda de infante.
Esta última circunstancia contribuía
á hacer más ridicula la armadura de
D. Quijote, que ya sin esto lo era
bastante.
2. Sin embargo, no hubo de quedar
muy buena, como se vio después en el
combate con el vizcaíno.
3. Ahora decimos ducho, voz del
lenguaje familiar, que quiere decir
enseTuiílo, diestro, del latino doctus.
4. Habiendo vencido y derribado
Florambel de Lucea á íín caballero
descortés que le había escarnecido,
porque su escudero Lelicio iba ;i pie
cargado con un laúd, el vencido le pidió
merced de la vida. Florambel se la
otorgó, y le dijo : Señor caballero, otro
día tened mejor conoscimiento para con
los caballeros andantes, que van ci buscar
sus aventuras de muchas guisas : 7nas
porque ya sobre esta razón no tengáis
más con quien haber contienda, habéis
de prestar paciencia, porque vuestro
caballo quiero para mi escudero. Y
mandó á Lelicio que lo tomase {a).
in) Lib. VII, cap. I.
(a) Florambel de Lucea, lib. IV, cap. I.
MO
DON QUIJOTT-: DI-: I>A MANCHA
Proveyóse de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme
ni consejo que el ventero le había dado. Todo lo cual, hecho y
cumplido'', sin despedirse Panza de sus hijos y mujei-, ni Don
Quijote de su Ama y Sobrina, una noche se salieron del lugar
sin que persona los viese ^, en la cual caminaron lanto, que ai
amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque
los buscasen. Iba Sancho Panza sobre su jumento como un pa-
triarca^, con sus alforjas y su bola, y con mucho deseo de verse
ya gobernador de la ínsula ' que su amo le había prometido.
1. Otra (le las diUííenciasqiie practicó
D. Quijote antes de su seguuda salida, y
aquinu se expresa, fué liacer teslamento
cerrado, donde, como adelante se dice
en los capítulos XX y XIA'I, dejó seña-
lado el salario de Sancho. Aquí no le
ocurrió al fabulista. Bien pudiera des-
pués haberlo suplido ; pero Cervantes
escribía de una vez, y no volvía atrás
á releer lo que llevaba escrito.
2. Si ahora se repitiese esta evpre-
siim, no faltarla quien la tachase de
galicismo. Pero no fué aquí sólo donde
la usó Cervantes : hállase también en
sus novelas, en las que limó y acicaló
el lenguaje más que en el Qümote.
En la de la Ilwitre Frer/ona .se lee
Levantáronse los dos (Carnazo y Aven-
dañoj y cuando ahrieron no hallaron
persona. Y en la Fuerza de la sanare :
Quedóse sola Leocadia, quilóse la venda,
reconoció el luf/ar donde la dejaron,
miró d todas partes, no vio á persona.
En la misma significación de nadie
usaron la p;i labra per.^ona otros escri-
tores de aquel tiempo. Á persona no
prer/vnté, contaba üuzmán de Alfa-
rai'lie (a), que no me socorriese con
una puTiada ó bofetón. Quevedo en el
capítulo IX del Gran Tacaño : Con esto
caminé más de una legua, que no topé
persona. Antes de éstos, Juan de Timo-
neda en su Patrañuelo {h) había dicho ;
Pereció en una terrible tormenta, sin
quedar persona d vida. Y porque no
falte la autoridad Je libros caballe-
rescos, la cnmica de .Vmadísde Grecia,
en la relación de una batalla entre la
escuadra de Amadis de Gaula y la de
Zair, Soldán de Babilonia, dice : que
yendo este último de vencida, su her-
mana Abra huj'ó en una fusta pequeña
(a) Partp 1, lib. III,
trafia v. lol. :U.
cai>
(6) Pa-
muy velera, no pensando que escaparía
persona de todos los que quedaban en
la. batalla [a). Y la Historia de Amadis
de Gaula cuenta que .Vmadís y Grasan-
dor, llegados que fueron al pie de la
Peña de la Doncella encant.ulora, halla-
ron allí un barco en la ribera sin per-
sona que lo f/uardase [b). Los que
observan y estudian los orígenes, for-
mación y progresos de los dialectos
nacidos de un idioma común, como
son las lenguas castellana y francesa,
no aplican con ligereza la nota fie
extranjeras á algunas palabras que pu-
dieron ser comunes á ambas en los
principios, aun cuando el discurso del
tiempo y los caprichos del uso hayan
introducido posteriormente algunas
diferencias (a).
3. Con efecto, el jumento fué cabal-
gadura usada de los antiguos patriar-
cas, según ya se dijo. Cervantes quizá
tuvo presente esta usanza, sin perjuicio
de dar también á entender que Sancho
iba sobre su jumento con mucha como-
didad, que es lo que ordinariamente
sitrnifica la e.xpresión familiar de ir
como un patriarca.
4. Empieza ya desfle aquí á pintarse
el cará'-ter de Sancho con una pincelada
digna de Cervantes; la pintura se con-
tinúa con el recuerdo que Sancho hace
después á su amo : mire vuestra merced,
que no se le olvide lo que de la ínsula
me tiene prometido, y con el gracio-
sísimo diálogo que sigue hasta el fin
del capitulo.
la\ Parte II, cap. XXXIV. — {),) Capítulo
LXXIII
(a) En los escritores franci^ses antiguos se
encuenlr.iii. por idr-ntica ;azün, palabras que
parecen imitadas ó tomadas del espaüoi. como
soiiler (soler) cnldcre (caldera) y otras niu-
ehas, que prueban úaicamente la unidad ¿e
origen de ambas lenguas. (M. ile T.}
I'HIMI HA I'AUIK. — CM'ÍTl.í.O VII
117
Acfrlo I). Oiiijole ;i lüiiiar la misma flcrrola y camino que el que
c\ lialiia Idiiiailo ' en .su primer viajo, (|iie Tiié p(jr el caiiqxj (Je
Moiiliel, \)ov el cual caminaba con menos [x'sadumbic <\\io \i\ vez
pasada, porque por ser la hora de la mañana y licrirl(!S á
soslayo los rayos del sol, no les l'atif^aban ^. Dijo en esto Sancho
lianza á su amo Mire vuestra merced, señor caballero andante,
que no se le olvide lo que de la ínsula me liene prometido, que yo
la sabré gobernar por grande que sea, Á lo cual le respondió
I). Quijote : Has de saber, amigo Sancho Panza, que fué cos-
tumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos hacer
gobernadores á sus escuderos ' de las ín -ulas ó reinos que gana-
ban, y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida
usanza; ante^ pienso aventajarme en ella, porque ellos algunas
veces, y quizá las más, esperaban á que sus escuderos fuesen
viejos, y ya después de hartos de servir y de llevar malos días y
peores noches, les daban algún título de Conde, ó por lo menos
de Marqués'' de algún valle ó provincia de poco más ó menos;
1. ¡ Cuánto más desembarazado hu-
biera quedado el ienjjuaje, suprimién-
dose los tres monosílabos, y diciéndose:
lit misma derrota y camino que había
lomado en su primer viaje !
2. No tuvo razón Cervantes para
decirlo. Iguales motivos de calor y
fatiga habla en la salida segunda que
en la primera ; la hora era la misma,
porque era muy de mañana; los rayos
del sol herían del mismo modo, porque
la derrota y dirección acertó á ser igual,
y la estación er.T casi ln misma, porque
sólo mediaron pocos días.
3. Desde luego ocurre el ejemplo de
Ani.'idís de Gaiíla, el cual, hecho dueño
de la ínsula Firme, dio su señorío á
Gandalín, su escudero, en pago y pre-
mio de sus buenos servicios [ar, y
después, siendo ya Rey, le dio títuin
de Conde h). Otro ejemplo es el del
C.iballero de la Ardiente Espada, que
habiendo restituido al reino de la ínsula
Taprobana á la Princesa Lucida, des-
pués de vencer y matar al usurpador,
hizo Duque en la ínsula á su escudero
Ineril íc). El misuio Caballero de la
Ardiente Espada hizo merced á Ordán,
otro escudero suyo, de un castillo y
(a) Amadis, lil). II, cap. XLV. — {h) Scríjna
'If Esplnnd., cap, GXL. — (c) Amadis de
Grecia, parte II, cap. LXXXIV.
ciertas villas de su jurisdicción en la
isla de Argantadel, con nombre de
Duque (a).
4. Según esta expresión, D. Quijote
era de opinión contraria á iSalazar de
Mendoza y á los Reyes de Castilla, que
en sus diplomas y provisiones nombran
primero á los .Marqueses y después á
los Comles. inervantes, al parecer, quiso
añadir este rasgo de extravagancia
á nuestro pobre caballero. Como quiera,
la preferencia que la opinión común
y las fórmulas cancellerescas (a)
dan á la dignidad de Marqués sobre la
de Conde, no se apoya en fundamento
leiial. y aun tiene contra ~i la razón de
antigüedad, que favorece más á la
última. El título de Conde es originario
del iHtín; viene desde los tieuipos del
imperio, y se menciona ya en los Códi-
gos de Justiniano y Teodosio y en los
monumentos de la Jurisprudencia
gótico-española. Margues es voz de la
Edad Media, comunicada de los idiomas
y países septentrionales. La dignidad
hereditaria de Conde, en la forma que
(a) Ib., cap. CXXI.
{<■/.) Canceller esca. — Se usaron en lo antiguo
canceller, cancellería y cancellern ; pero no
cnncelleresco. La Academia sólo tiene cnnci-
lleresco. (M. de T.)
118
DON OrilOTE DE LA MANCHA
pero si tú vivos y yo vivo, bien podría s(M" (|ii(' antes fio seis días
ganase yo tal reino, (jue tuviese oti-os á él adlicrcntes que viniesen
de molde jiara coronarte por rey ' de uno dellos. Y no lo tenj^as
ü mucho, que cosas y casos acontecen- á los tales caballeros por
modos tan nimca vistos ni pensados, que con facilidad te podría
(lar aún más de lo que te prometo. Desa manera, respondió Sancho
Panza, si yo fuese rey por algún milagro de los que vuestra
merced dice, por lo menos Juana Gutiérrez mi oislo •* vendría á
ha estado después en Castilla, empezó
en D. Alvaro Núñez Osorio, ;í quien el
año de i;{28 hizo Conde de Trastauíara
el Hey D. Alonso XI. con las ceremonias
que se refieren en la crí'inica de este
Príncipe. El primer nombramiento de
Mar(|ués fué el de Vülena, que el lley
D. Enrique el Viejo, ñ de las Mercedes,
hizo en D. Alonso de Aragón el año de
1366 («). Antes era desconocido el titulo
de Marqués en Castilla, según dice
D. Alonso de Cartagena en el Doctrinal
de Caballeros (6).
1. La doncella Finistea, que en traje
varonil sirvió algún tiempo de escu-
dero á Amadís de Grecia, recibió en
recompensa el reino de Tebas íc). Estas
mercedes solían extenderse también á
otras personas. Tiíante hizo Rey de
Fez y Bugia á uno de sus caballeros, á
quien casó con la doncella Placerde-
mivida, confidenta de sus amores con
Carmesina (d). El Caballero de Cupido,
habiendo ganado con sus hazañas el
reino de Epiro. lo dio al Principe Ar-
ganteo, que lo había defendido á él y á
la Reina de Ircaniade una calumnia e).
Lisuarte de Grecia dii'i el reino de Creta
;í la Infanta Gradaíilea (/). Lepolemo
ganó para el Soldán de Egipto los
reinos de Diirón y Medinn : dii) .i su
amigo Trasileón el de Creta, y la isla de
Estadía, con título de Reina, ;i una hija
de Trasileón, casándola con Trasilo,
hijo del gigante Morbón, á quien Le-
polemo había vencido y herido mor-
tal mente (.7).
2. Agudeza fundada en que cosas es
(a) Crónica del rey D. Pedro, año XVII,
cap. VII. — (6) Lib. i. tít. V.
(c) FlorUcl, parte III, cap. LXXVIII. —
(d) Tirante, parte IV. — (e'' Caballero de la
Cruz. lib. II. cap. LXIT. — (f) Amadis de
Grecia, parte II, cap. CWll. — (g) Cabath^ro
de la Cruz, caí). LX.XXVII, CIII, CVIII
V CXIIl.
anagrama de casos. El libro tercero de
los Trabajos de Fe'rsiles _»/ Sigistininda
empieza con las mismas palabras : Cosas
y casos suceden en ei mundo, etc.
Semejantemente á esto contestaba en
cierta ocasirm una dama á un galán que
trataba de alucinarla : aunque tonta,
no tanto.
3. Oislo, voz baja y apicarada, para
significar una mujer á quien se quiere
ií estilo de la hampa, y, por lo mismo,
forma mayor contraste con la alta cali-
dad de Reina de que se trata. A lo propio
contribuye el nombre vulgarísimo de
Juana Gutiérrez, tan propio de gente de
poca importancia.
.\si como se dice oislo de las mujeres,
se dice también cuyo de los hombres ;
de lo que igualmente da ejemplo Cer-
vantes en la novela de la Ilustre
fregona, donde se cuenta que ¡a
Arguello (criada de un mesón en
Toledo) que vio atraillado d su nuevo
cuyo, acudió lueijo ó la cárcel á lle-
varle de comer. En el entremés del
Rufián viudo, impreso entre otros de
nuestro autor, decía la Mostrenca :
Poco valgo :
Pero en fin. como y bebo, y á mi cui/o
Le traigo más vestido que un palmito.
Y en la misma escena la Pizpita, pre-
tendiendo que la elija por mujer el
viudo Trampagos, alega así de su de-
recho :
Pcqupüa soy, Trampagos, pero grande
Tengo la voluntad para servirte
No tengo cuyo, y tengo ochenta cobas.
Cuyo es cortejo, y cobas son reales
en jeringonza.
Don I..UÍS de Gi'mgora dijo de Píramo
en SU fábula :
Este, pupí. ora el vecino,
el amante y aun p1 cuyo
phimkra PAitTi:.
r.AP:Ti'i.o VII
11!»
ser reina y mis hijos inraiitcs. ¿Piu's qui(''n lo duda? r(!spondi()
D. (Juijolc. Yo lo dudo, re|)l¡có Sancho Panza, porque len<j;o paia
mí, (lue auiupio lloviese Dios reinos sobre la tierra, nin<^uno asen-
taría I)i(Mi sobre la cabeza de Mari (iutiérrez *. Sepa, señor, que
no vale dos maravedís [lara reina ; condesa le caerá mejor, y aun
Dios y ayuda. Encomiéndalo tú á Dios, Sancho, respondió Don
Quijote, que él le dará lo que más le convenga ; pero no apoíjucs
tu ánimo tanto, que te vengas á contentar con menos que con
ser adelantado ^. No haré, señor mío, respondió Sancho, y más
teniendo tan principal amo en vuestra merced, que me sabrá dar
todo aquello que me esté bien y yo pueda llevar.
do la tüitola doncella,
gemidora á lo viudo.
1. Poco antes se la llama Juana
Gutierre/ : y en el capitulo último de
la primera parte, Juana Panza, gue asi,
dice, se llamaba la mitjer de Sa>ic/to,
aunque no eran parientes, sino porque
se usa en la Mancha tomar las mujeres
el apellido de sus maridos. En la se-
gunda parte se le da el nombre de
Teresa Panza, añadiéndose que el ape-
llido se tomaba del marido, pero que
su padre se llamaba Cascajo. Como si
fueran pocas estas inconsecuencias,
av'in añadió Cervantes otra, reconvi-
niendo en el capítulo LIX de la segunda
parte al licenciado Avellaneda, porque
más consiguiente y acorde en esto que
Cervantes, llamó á la mujer de Sancho
Mari Gutiérrez, según se la habia nom-
brado en el presente pasaje del texto.
Elnornbrede Mari Gutiérrez (a;, por la
mutilación de la voz María, es aun más
vulgar é ignoble que el de Juana
(o.) No h;in faltado críticos que dcmues-
tfini que Cervantes no mereció en este caso
la censura de Clemencín, el cual entendió
mal el texto. Mari Gutiérrez se encuentra em-
¡ileado como un calificativo vulgar y no como
un mote. De esto se ven constanles ejemplos.
(M. de T.;
Gutiérrez. También se llamó Mari San-
cha á la hija de Sancho en el coloquio
de sus padres, que se refiere al capi-
tulo V de la segunda parte : y así se
encuentra usado el mismo nombre en
los refranes y e.xpresiones proverbiales
propias del estilo familiar, como el
¡/alo de Mari Hamos, la hedía de Mari
Moco, el escrúpulo de Mari Gargajo y
otras locuciones semejantes.
2. Adelantado, según la ley de Par-
tida (((), tanto quiere decir como hombre
metido adelantado en alguna fecho
señalado por mandado del Rey... El
oficio deste es muy grande : ca es
puesto sobre lodos los merinos, tan bien
sobre los de las cámaras é de las alfoces
como sobre los otros de las villas. Su
autoridad era la superior de la provin-
cia, y participaba ele gubernativa y de
judicial : para el despacho de lo forense
le acompañaban algunos letrados. A él
se apelaba de los merinos ó jueces de
partido, y de él al Rey; en la frontera
mandaba también las fuerzas mili-
tares. En el día no ha quedado de esta
dignidad sino el titulo, que conservan
entre los suyos algimas casas de
Grandes, á quienes lo concedieron an-
tiguamente los Reyes.
(«) Partida II, tit. IX, ley 22.
CAPITULO VIII
DEL BUEN SUCESO QUE EL VALEltOSO D. (¿UIJOTE TUVO EN LA ESPAN-
TAHLK Y JAMÁS IMAGLNADA AVENTURA DE LOS MOLINOS DE VIENTO,
CON OTROS SUCESOS DIGNOS DE FELICE RECORDACIÓN.
En esto descubrieron treinta ó cuarenta molinos de viento ' que
hay en aquel campo; y así como D. Quijote los vio dijo á su escu-
dero : La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que
1. La falla de ríos en la Mancha,
una de las provincias de España más
escasas de agua, produjo la necesidad
de usar de los molinos de viento, que
son tan frecuentes en ella; pero su
introducción debió preceder poco
tiempo á la edad de Cervantes. Ante-
riormente la mayor parte de los pueblos
no tenían sino molinos hibernizos en
los arroyos que corren por sus términos
durante la estcici(in de las lluvias, y se
secan en el estío. En las relaciones
topográlicas que se formaron por los
años de 1370 á 1375 de orden de
Felipe 11, y de que existe parte entre
los manuscritos del Escorial, se encuen-
tran noticias circunslanciadas de la
escasez de agua que padecían los man-
chegos. El Zúncara, uno de los arroyos
ó riachuelos más considerables de la
provincia, no corrió desde el año lbü5
hasta el de 1.543 (a). Esta penuria les
obligaba á acudir á los molinos de los
ríos perennes que solían estar á dis-
tancias considerables. Los mejor libra-
dos eran los pueblos cercanos al Gua-
diana, aunque distasen tres ó cuatro
leguas : á él iban desde seis y ocho los
habitantes de la Solana y de Manza-
nares. Del Provencio iban siete leguas
al Júcar; del Quintanar nueve leguas al
Tajo; del Toboso, donde no" había
1 I ¡{el. (Ifi Caiit'iu ilti l'ri¡it'in<i.
ningún molino hibernizo, iban á los
ríos Tajo, Guadiana y Júcar, que esta-
ban toaos á distancia de diez leguas ; y
de la iMota del Cuervo, donde actual-
mente se ven reunidos en una loma
inmediata muchos molinos de viento,
ibaná Guadiana, que está nueve leguas,
ó á Júcar, que está once.
Esto prueba concluyentcmente que
entonces no se habían introducido to-
davía los molinos de viento. No en-
cuentro mención de ellos más que en
la relación del Pedcrnoso, y aun allí
no bastaban para sui'lir de harina á la
población; puesto que también iban á
moler al río Júcar, que está á distan-
cia de nueve leguas. Posteriormente se
multiplicaron, prestando á la fecunda
fantasía de nuestro autor el pensa-
miento oportuno y feliz de convertirlos
en gigantes. No ha faltado quien con-
jeture que la fila de molinos de laAlota
del Cuervo fueron los treintai) cuarenta
que quiso designar Cervantes en la
presente aventura. (,>pónese á ello la
distancia que media desde la Mota á la
.■Vrgamasilla, de donde habla salido
D. Quijote el mismo día, y á Puerto
Lapice, á cuya vista llegó á la mitad
del siguiente: pero esto era corto
reparo para Cervantes. El itinerario
grabado por la Academia Española
soñala este sitio entre Argamasilla y
Villarta, y no desdice el de Pellicer.
IMíIMKUA PAHIK. — CAPÍTLI.O \lll 121
íicort.'iniino.s á desear; [)or([ue ves allí, aini^o Sancho l'anZa,
donde se descubren treinta ó pocos más desaforados gifi^anles con
<|ii¡cu pienso hacer batalla y quitarles á todos las vidas, con cuyos
despojos eouuMi/aremos á enriquecer : que esta es buena guerra,
y es gran servicio de Dios (piilar tan mala siuücnte d(í sobre la
l'aí de la tierra. ¿O^i^' gigantes? dijo Sancho Panza. Aquellos que
allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen
tener algunos de casi dos leguas ^ Mire vuestra merced, respondió
Sancho, que aquellos que allí se parecen, no son gigantes, sino
nu)linos de viento, y lo (pie en ellos parecen brazos son las aspas,
([ue volteadas del viento hacen andar la piedra del molino. Bien
parece, respondió D. Quijote, que no estás cursado en esto de las
aventuras : ellos son gigantes, y si tienes miedo, quítate de ahí y
ponte en oración en el espacio que yo voy á entrar con ellos en
fiera y desigual batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas á su
caballo Rocinante, sin atender á las voces que su escudero Sancho
le daba, adviiliéndole que sin duda alguna eran molinos de viento
y no gigantes aquellos que iba á cometer. Pero él iba tan puesto
en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho,
ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran ; antes
iba diciendo en voces altas : Non luyades, cobardes y viles
criaturas, que un solo caballero es el que os acomete-. Levantóse
en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron á
moverse, lo cual, visto por D. Quijote, dijo : Pues aunque mováis
más brazos que los del gigante Briareo^, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón á su
señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien
1. Ponderación desaforada que hace doce pares, de quien lanías hazañas he
reír. El lector, al llegar aqui, no podrá oido I ¿cómo no osáis parecer delanle
menos de recordar lo que se dijo en otra de un solo caballero'/ De igual expre-
nota acerca del Alcázar de la Fortuna, sión se valió L>. Quijote en la batalla
descrito en Olivante, cuya altura era de las ovejas, cuando, dirigiendo la voz
de casi dos leguas. La exageración de al soberbio Alifanlarón, decía (6) : Un
L). Quijote perdería toda su gracia y caballero solo soy, que desea de solo á
sería una insulsez en boca de otro cual- solo probar tus fuerzas.
quiera : en la de un loco tiene verosi- 3. El gigante líriareo, que según la
militud y oportunidad. Tal es el arte de fábula, tenia cien brazos y cincuenta
Cervantes en saberse aprovechar de vientres, fué uno de los Titanes que
su asunto, de los caracteres de sus per- combatieron contra los Dioses, y fué
sonajes, y de los disparates misuios sepultado con sus compañeros debajo
de los libros que intentaba ridicu- del Monte Etna, cuyas explosiones se
lizar. creían ser los gemidos de los gigantes
2. Fierabrás de Alejandría, desa- que allí yacían,
fiando en Mormionda á los caballeros
de Carloniagno. decía, según cuenta su [n) Carlomfujno, caj). XI. — .'6) Parte I,
liistoria (a) ; ;0k los que vos llanuíis cap. XIX.
122 DON QriJOTK DE LA MANCHA
cubierto do su rodóla, con la lanza en el rislro, arromcliíí á lodo
el g'alope de Rocinante, y embistió con el primero molino que
estaba delante, y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el
viento con tanta furia \ que hizo la lanza pedazos^, llevándose
tras sí al caballo y al caballero, que fué rodando muy maltrecho
por el camjío. Acudió Sancho Panza á socorrerle á todo el correr
de su asno, y cuantío llegó, halló que no se podía menear; tal fué
el golpe que dio con él Rocinante. ¡Válame Dios! dijo Sancho.
¿No le dije yo á vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que
no eran sino molinos de viento, y no lo podía ij^'^norar sino quien
llevase otros tales en la cabeza? Calla, amigo Sancho, respondió
D. Quijote, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas
á continua mudanza : cuanto más (jue yo pienso, y es asi verdad,
que aquel sabio Frestón', que me robó el aposento y los libros,
ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su
vencimiento; tal es la enemistad que me tiene : más al cabo han
de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
Dios lo haga como puede, respondió Sancho Panza, y ayudándole
á levantar, tornó á subir sobre Rocinante, que medio despaldado
estaba. Y hablando en la pasada aventura', siguieron el camino
\. Ristre, pieza de liierro á la dere-
cha del peto, que se ve en las arma-
duras antiguas y donde se lijaba el
cabo de la manija de la lanza para
aseiiurarla
Ndtese, que no llevando sujeto ex-
preso el gerundio dando, debiera serlo
en buena sintaxis el del verbo volvió ;
pero quien dio fué D. Quijote, y quien
volvió fué el viento. En igual incorrec-
ción se incurre pocos renglones ade-
lante, donde se dice : ayudándole ú
levantar, lomó ó subir sobre rocinante.
Quien anudó fué Sancho, quien tornó
á subir faé 1). Quijote. La claridad
pedia que en el primer pasaje se dijese :
dándole D. Quijote una lanzada en el
aspa, la volvió el viento ; y en el se-
gundo, ayudándole Suncho á levan-
tar, tornó á subir D. Quijote sobre
Rocinante.
2. En otro gigante hizo también pe-
dazos su lanza la Princesa Dorobella,
que caminaba en traje de caballero
andante acompañada del enano Es-
bueso, como se cuenta en el poema
caballeresco de Celidón de Iberia (a).
(a. Cantil 2:>.
Son inaumeraliles los ejemplos de los
libros de caballerías en que se rompen
las lanzas y vuelan hechas astillas ; y
aun de aquí provendría el mismo
nombre de astillas que se aplica en
general á los frasmentos de la madera
rota, porque astilla es asta «J lanza pe-
queña. Así sucedía y debía suceder
especialmente en las justas, en que el
trance consistía en el choque encon-
trado de dos caballeros armados de
lanzas. En el Paso del Orbigo. cele-
brado el año 1434, su mantenedor,
Suero de Quiñones, caballero leonés,
se propuso pagar el rescate de la pri-
sión en que le tenía su dama, concer-
tado en nombre del apóstol Santiago,
según alli se dice, en 300 lanzas con
fierros de Milán rompidas por el asta,
tres con cada uno de los aventureros
que concurriesen al Paso.
3. Vuelve aquí á repetirse Frestón
por Frislón, y es en boca de D. Qui-
jote. Si no fué distracción de Cer-
vantes, debió ser errata de im-
prenta.
4. Modo anticuado de hablar, lo
mismo que sobre la pasada aventura,
ó de la pasada aventura.
PRIMERA PAPTK
CAPITUI O VIII
123
del PiumIo L;'i|)ic('', porque allí decía Ü. (Juijole que no era
jiosible (Irj;!!- (le hallarse muchas y diversas aventuras, por ser
luííar muy |)asa¡('ro; sino que iba muy pesaroso [)or haberle faltado
la lan/.a, y diciéndosclo ;í su escudero, le dijo : Yo me acuerdo
haboi- leído (|Uo un caballero español, llamado Diego Pérez de
Vareas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de
una encina un pesado ramo ó tronco, y con él hizo tales cosas
aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobre
nombre Machuca, y así él como sus descendientes se llamaron
desde aquel día en adelante Vargas y Machuca'- . Hete dicho esto,
porque de la primcia encina ó roble ([ue se me depare, pienso
desgajar otro tronco^ tal y tan bueno como aquél, que me imagino
y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien
1. En la relación que de orden del
Rej- D. Felipe 11 dieron el año de 1376
los' vecinos de la villa de Herencia, en
la Mancha, dijeron que á dos leguas
del pueLdo se lia«-¡a un puerto llamado
Puerto Lapice, dunde había una venta
por la que ¡lasaba el camino real
desde Villarta á Toledo. Añaden que
el camino iba entre dos colinas; que
la cordillera es peñascosa, y que hay
cerros fragosos de cantos, de donde se
llevaban para los edificios. Este fué
aparentemente el motivo del nombre
de Poilus LapidiDii ó Puerto Lapice.
En el día se llama Ventas de Puerto
L.ipice el pueblecillo que allí se ha
formado, y por el cual pasa el camino
real que va de Madrid á Andalucía,
atravesando la Mancha. En lo antiguo,
según la relación mencionada, aquellas
comarcas estuvieron pobladas de bos-
ques, y, por consiguiente, hubo sufi-
ciente motivo para que D. Quijote las
calificase de país propio para teatro de
caballerías, en que se podían meter
las manos hasta los codos en esto que
llaman aventuras.
2. Refiere menudamente el suceso,
Diego Rodríguez de .Almela, Canónigo
de Murcia, escritor del siglo xv, en su
Valerio de las Idstorius escolásticas y
de España (a), donde habla de los
caballeros que se señalaron en la ba-
talla de Jerez contra los moros, i'ei-
nando D. Fernando III el Santo : Pero
entre todos fué esmerado Diego Pérez
de Vargas. Como acaesciese que perdiese
(a) I.ib. II, tít. II, cap. XIII.
todas las armas de ferir, conviene ú
saber, la lanza y espada y maza,
cuando rió que no había á qué se tor-
nar, fuese ú una olivera y quebró un
ramo que tenía bajo un cepillo á ma-
nera de porra, y con tal arma se metió
en la mayor priesa de la batalla, y
comenzó de ferir de la una parte y de
la otra, de guisa que á cualquier que
daba una palancada no había más me-
nester ,■ é fizo con aquel cepo tal fazaña,
que setia muclio de la facer con todas
las armas que traer pudiese ; y el
Conde D. Alvar Pérez, cuando asi lo
vido, con gran placer que dello hovo, y
de las porradas que el caballero daba
tanto d su voluntad, que cada vez que
le oía dar el golpe decía : Asi, Diego,
machuca así. Y este nombre hovieron
después todos los de su linaje ; y en
esto paresció que era hombre de gran
corazón y digno de memoria. Diego
Pérez de Vargas era toledano, como
dice la Crónica general (a], y de este
suceso se hizo un romance antiguo
que se lee en las colecciones de esta
clase de poesías.
Hubo otro Garci Pérez de Vargas,
que se distinguió en la conquista de
Sevilla por el Santo Rey D. Fernando.
De él se hablará al capítulo XLIX de
esta primera parte.
3. Desgajar un tronco es imposible,
porque ¿de dónde se le desgaja? L'n
tronco puede arrancarse, pero no des-
gajarse : esto sólo conviene al ramo.
Pocos renglones antes se ha dicho con
(o) Parte IV.
124 DON QIIJOTK DE LA JJANCIiA
afortunado de haber merecido venir ú verlas, y á ser testigo de
cosas que apenas podrán ser creídas. Á la mano de Dios, dijo
Sancho, yo lo creo lodo así como vuestra merrcd lo dice; pero
enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de
ser del moliniienlo de la caída. Asi es verdad, respondió Don
Quijote; y si no me (juejo del dolor, es porque no es dado á los
(caballeros andantes quejarse de herida alguna ', aunque se le
salgan las tripas por ella. Si eso es así, no tengo yo que replicar,
respondió Sancho; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra
merced se quejara cuando alguna cosa le dolieía. De mi sé decir,
que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no
se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes
eso del no quejarse. No se dejó de reir D. Quijote de la simpli-
cidad de su escudero, y asi le declaró que podía muy bien quejarse
como y cuando quisiese, sin gana ó con ella que hasta entonces
no había leído cosa en contrario en la orden de Caballei-ía. Díjole
Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su amo
que por entonces no le hacía menester, que comiese él cuando se
itriial inexactitud : desgajó (Diego Pérez
de Vai'jL'as) de una encina un pesado
ramo 6 Ironco (a). No era lo mismo
tronco que rumo.
1. Asi estaba prescrito á los caba-
lleros de la Orden de la Banda por sus
estatuios. Insertó éstos Ü. Alonso de
Cartagena en su Doctrinal de Cuballe-
/•'Av, adunde se lee (a) : Otrosí lodo caba-
llero fie la ¡tanda nunca debe decir
¡ a\' ! E lo máx qxie podiere, excuse de
quejarse poi férula que ¡taya.
El Rey Ü. Alonso el XI, estando en
Hurgos el año de 1.130, instiluyi) la
Orden d'* la Hunda. El traje que diú ;'i
los caballeros, y que vistió él mismo,
era blanco con banda negra. El los
(a) Lib. III, lít. Vde la Devisa de la Hunda.
(a.) Hamo ó tronco. — ¿ Quien le dijo á Clc-
méncín que en la época de Cervantes no se
usó tronco taiíibién como sinóiiiiiio de lania
gruesa? En nuestra lenj^ua existen las |)a-
laliras tranca y trancazo que iraeii su origen
del truncus latino. Además no hay que Olvi-
dar que Cervantes no estudió su lengua en
el Epilnni'- de la Academia, ni en ninjíún otro
texto análo;,'(j; pues la primera giamática en
lengua vulgar la publicó Nebrija en i .'.<2.
El conipntarista demuestra, con su meticu-
losa intransigencia, que somos topos para
nuestras faltas y linces para las ajenas.
^M. de T.)
primeros paños, dice su crónica '«),
que fueron fechos ¡lara esto, eran blan-
cos é la banda prieta... El era la
banda tan ancha como la mano, el era
jiuesta en las pellotas el en las otras
vestiduras desde el hombro ezquierdo
fuista la falda.
A la Orden de la Banda babía prece-
dido la de Santa María de España,
fundada por el Hey I). Alonso X el
babio, que el año de I2"¡9 le hizo mer-
ced del castillo y villa de Medinasi-
donia, mudando este nombre en el de
Estrella, para que alli se estableciese
el convento mayor de la f»rden. Des-
pués, en el año de 1403, el Infante de
Castilla Don Fernando iiisliluyó en
Medina del Campo la Orden Militar de
la Jarra, que hubo de durar tan poco
tlem[)0 como la de la Escarna, fundada
pi'Sttriormente por su sobrino el Rey
D. Juan el II. Sólo subsistieron eñ
Castilla las antiguas Órdenes Militares
de Calalrava, Santiago y Alcántara,
que baldan nacido en él siglo xu,
siendo de notar la facilidad con que
desaparecieron Ordenes instituidas por
tan poderosos Principes, y la estabili-
dad de las otras, que debieron su ori-
gen á fundadores obscuros y humildes.
(a) Cap. C.
tntiMKHA i'Ait'.i;. — c.M'Ítii.o viii
i2.n
le aniojasc. Con osla licencia so acomodó Suncho lo nicjor ([iic
pudo sobn» sn jnnicnlo, y ¡cacando de las alforjas lo que en ellas
había puesto, iba caminando y comiendo delrás íle su amo muy
despacio, y de cuando en cuando em|)iuaba la bola con tanto
gusto, cpu' le pudiera envidiar ol más refjfulado bodegonero de
Málaga'. Y en tanto que él iba de aquella manera menudeando
tragos, no se le acordaba de ninguna promesa '^ que su amo le
hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho
descanso, andar buscándolas aventvu'as. j)or peligrosas (pie fuesen.
En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del
uno dellos desgajó D. Quijote un ramo seco que casi le podía
servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le
había quebrado. Toda aquella noche no durmió D. Quijote pen-
sando en su señora Dulcinea, por acomodarse ú lo que había leído
en sus libros cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas
noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memo-
rias de sus señoras ^. No la pasó así Sancho Panza, que, como
1. ¿ Por qué de Múlagn más que de
otra parte? No lo entiendo, y tanto
menos, cuanto, no habiendo lieclio
mención Cervantes de los vinos de
Málaga entre los célebres de Espafia
que nombra en algunos parajes de sus
obras, dio á entender, ó que entonces
no tenían la nombradla que ahora
tienen, ó que no er;in tan de su gusto
como los otros.
2. La corrección del lenguaje exi-
giría que se suprimiese el le ó el de, y
se dijese 7io se acordaba de ninguna
promesa, ó no se le acordaba ninguna
promesa.
3. Nuestro hidalgo imitaba los
ejemplos que había hallado frecuente-
mente en los anales caballerescos. Ha-
biendo salido Amadis de Gaula á caza
de montería, se perdió en la espesura
de un bosque con su escudero Gauda-
lin. Sobrevino la noche, y ya sin espe-
ranza de encontrar albergue, quitaron
las sillas y frenos á sus caballos, de-
jándolos pacer de la hierba que por
allí había. El caballero de la Verde
Espada, mandando ó Gandalin que los
guardase, se fué junto a unos grandes
árboles qne cerca de allí eran, porque
estando solo, mejor pudiese pensar en
su hacienda y de su señora (a). Palme-
(a) Aiiiadis de Guuln, cap. LXXV.
rhi de Oliva, según se dice en un lugar
de su historia, había dormido muy
poco aquella noche pensando en l'oli-
narda \a). El primer día que Lisuarte
de Grecia vio á la Princesa Onoloria,
quedó vencido de sus amores. En toda
aquella noche no dormió con pensa-
miento de la Princesa., y sospirando
decía : ¡Oh, captivo doncel! ¿qué será
de ti?... Estas razones y otras muchas
estuvo diciendo hasta que fué dia
claro ib). El Príncipe Agesilao, disfra-
zado de doncella con el nombre de
Daraida, jjasó la noche pensando en su
señora Diana (c).
Si los caballeros solí-in pasar las
noches pensando en sus damas, tam-
bién las damas solían hacer lo mismo
pensando en sus caballeros. El de la
Espera (Perlón de Gnula) os digo que
en toda la noche no durmió pensando
en su señora, y ella (Gricileria) asi-
mesrno pensando en él (rf). Galercia,
Reina de Gocia, caminando de noche
por una floresta, se sentó en una peña
apoyada en su escudo ; y ansí se estaba
holg/rndo más de pensar en la hermo-
sura de Plumedoro, que de tomar algiin
sueño, aunque menester le hacia (e).
(a) Cap. XXXI. — (6) Lisunrtp de Grpcin,
cap. VI. — (c)/fío>-í.9e^, parte III, cap. LXXXl.
— (d) Lisuarte de Crecía, cap. LVIII. — (e) Po-
Ucisite de Boenia, cap. LXXXVI.
126 DON griJOTE de l.\ mancha
tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se
la llevó toda, y no fueran parlo para desperlale, si su amo no le
llamara, los rayos del sol que le daban <'n el rostro, ni el canto de
las aves que muchas y muy regocijadamente la venida del nuevo
día saludaban'. Al levantarse dio un tiento á la bota, y hallóla
algo más flaca que la noche antes, y afligióse le el corazón por
parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta-
No quiso desayunarse 1). Ouijote, porque, como está dicho, dio
en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron ú su comenzado
camino del Puerto Lapice, y á obra de las tres del día le descu-
brieron. Aquí, dijo en viéndole D. Quijote, podemos, hermano
Sancho Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman
aventuras; mas advierte que, aunque me veas en los mayores
peligros del mundo, no has de poner mano á tu espada para defen-
derme, si ya no vieres (¡ue los que me ofenden es canalla y gente
baja, que en tal caso bien puedes ayudarme ; pero si fueren caba-
lleros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes
de caballería- que me ayudes, hasta que seas armado Caballero.
Por cierto, señor, respondió Sancho, que vuestra merced será
muy bien obedecido en esto, y más que yo de mío me soy pacífico
y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias : bien es verdad
cjue en lo que tocare á defender mi persona, no tendré mucha
cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que
cada uno se detienda de quien quisiere agraviarle. No digo yo
menos, respondió D. Quijote; pero en eslo de ayudarme contra
caballeros, has de tener á raya tus naturales ímpetus. Digo que
asi lo haré, respondió Sancho, y que guardaré ese preceto tan
bien como el día del domingo. Estando en estas razones, aso-
maron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caba-
lleros sobre dos dromedarios ^, que no eran más pequeñas dos
1. El uso del adjetivo muc/ias, después dice Sancho, opuesta á las
como está aquí, es atrevido en prosa, divinas y Immanas las cuales permiten
pero oportuno ; y aun convendría que que cada uno se defienda de quien
se generalizase rn.is, porque realmente quisiere ayraviarle.
da vigor y hermosura al lenguaje. Parece por las palabras del texto,
2. Segiín Fr. .luán Benito Guardiola. que Sancho llevaba espada : circuns-
raonje de Sahagun, en su Tratado de tanciri que no está de acuerdo con otros
los títulos de España, impreso el pasajes posteriores de la iábula como
año 1591. en tiempo nnlif/uo se tenia se advertirá en su lugar.
por costumbre inviolahle que los escu- 3. Alude Cervantes á ios pasajes de
deros, tiasta que recibían orden de los libros caballerescos en que se intro-
caballeria, jamás por cosa del mundo ducen personajes cabalgando en esta y
no pusieran mano contra algún cuba- otras especies de animales. Prandalón
llero, aunque por ello supieran mo-
rir {a\ Dura ley era ésta, y como poco (o) Fol. 71.
IMU.Mi:i(A l'AHIK. — CAl'írUI.O \lll 127
iiiiilas en ((iic vciiian. 'rriiiaii sus ;uilojos de camino ' y sus quila-
soles. Dcln'is (Icllos venía un coche con cuatro ó cinco do á caballo
(jue le acoin|)añal)an, y dos mozos de muías ii pié. Venía en el
coche, ((iino después se supo, una señora vizcaína que iba á
Sevilla, donde estalla su marido, que pasaba ií las Indias •* con un
Ciclopes (lliiiniido así porque sólo tenía
un OJO en la frente) era lan desemejado
y espantable, <¡ue en sólo miralle ponía
(p-ande espanto. Montaba en una bestia
niuij (¡rande ú manera de dromedario,
ponjue según su grandeza, no pudiera
haber caballo que lo sufriera. Asi peleó
con Aiiiadis de Grecia, de quien fué
vencido y uuierlo («). La \i\;\>¿;i Alman-
droga en su viaje á líoecia cabalgaba
en un camello, y llevaba atado á las
ancas al lleyMinandro, á quien acaban
de prender sus gigantes (ó). La Reina
del Cáucaso Zahara, yendo á Trapi-
sonda á combatirse con Lisuarte de
Grecia, entro en la ciudad con una gran
comitiva, toda de umjeres. Venían de-
lante veinte y cuatro negras tocando
e.xtraños y dulces instrumentos, mon-
tadas en bestias ;i manera de dromeda-
rios negros como si fueran de azabache.
Después venían (juinienlas mujeres en
tres cuadrillas de diferentes colores,
cada cuadrilla del suyo: y todas ellas,
y la misma Keina, montadas en uni-
cornios. La batalla se verificó peleaüdo
en su unicornio Zallara, y fué vencida
por Lisuarte (c).
L;i desbaratada imaginación de aque-
llos novelistas llegó á tener por cabal-
gaduras sobrado vulgares los dromeda-
rios y los camellos, que al cabo sirven
de esto en algunas partes del mundo;
y les agregó los unicornios, hipógrifos,
sierpes y otras bestias más ó menos
disparatadas. En el combate del Prin-
cipe D. Policisne con el gigante Mor-
dadlo de las desemejadas orejas, el
Príncipe montaba un unicornio y el
gigante un oso [d]. Agesilao y Arlanges,
cuando llegaron á Constantmopla bajo
el nombre y disfraz de las doncellas
Daraida y Garaya, fueron desde el
puerto á palacio en sendos uni-ornios
con sillas, gualdrapas y guarniciones
(a) Amadia ríe Grecia, cap. XXIV. — (b) Poli-
cinnp de Boecia. cap. XLIIL— (c) Amadis de
Grecia, parte II. cap. LH y LIV. — (d) Poli-
Cisne de Boecio, can. XLIli.
correspondientes á sus trajes (a). Y la
Reina Sidonia, durante el cerco de su
capital, Guiínjaya, cabalgaba en un
unicornio ricamente enjaezado {b).
Los unicornios eran no sólo cabalga-
duras de rúa y de pelea, sino también
de tiro. Para la entrada de la Princesa
Diana en Gonslantinopla se había dis-
puesto un carro triunfal tirado por doce
vmicornios; mas Diana prefirió entrar
;í caballo en un hermoso unicornio,
por ir en compañía de otras Princesas
que la seguían (c).
1. Debieron ser caretas con cris-
tales ía) para precaverse del polvo. Esta
especie de máscara, lo negro, largo y
anchuroso del ropaje, el tamaño de las
muías y la casualidad de venir detrás el
coche, todas estas circunstancias reuni-
das excitaron en el cerebro de D. Quijote
la idea de que los frailes eran encanta-
dores que llevaban robada alguna Prin-
cesa, como las que él había leído en sus
libros.
2. En los tiempos que siguieron al
descubrimiento de América, Sevilla
era el emporio del comercio de Ultra-
mar, donde se hacían los acopios y
cargamentos y se disponían los viajes
para aquellas regiones. Bien informado
de ello estaba Cervantes, que residió
en Sevilla algunos años y estuvo em-
pleado en el ramo de provisiones para
las armadas y flotas de Indias. Tuvo
también el proyecto de pasar á ellas, y
solicitó, aunque sin fruto, que se le
confiriese uno de los cargos que había
vacantes en las provincias de Costa-
firme y de Guatemala. ¿Quién sabe si
Cervantes, que apuntó en el Quijote
tantos sucesos suyos efectivos, al hablar
{n) Florinel de Niquea, parte III. cap. CXI
v CXn. - (b\ Ib., cap. GXXIX. — (c) Ib.,
cap. CLXVIII.
(a) Caretas con cristales. — Como se ve, los
modernos aiúomovilistas no han inventado
e^la eii<ccie dü máscura. (M. de T.)
l2S DON OriJOTK DE I,A MANCHA
muy honroso cargo. No venían los frailes con ella, aunque iban e!
mismo camino; mas apenas los divisó I). Quijote, cuando dijo ú
su escudero : Ó yo me engaño, ó esta ha de ser la más famosa
aventura que se haya visto, porque aquellos bultos negros que
allí parecen deben de ser y son sin duda, algunos encantadores
que llevan hurtada alguna Princesa en aquel coche, y es menester
deshacer esle tuerto A todo mi poderío. Peor será esto que los
molinos de viento^ dijo Sancho : Mire, señor, que aquellos son
frailes de San Benito, y el coche debo ser de alguna gente pasa-
jera ; mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo
que le engañe. Ya te he dicho, Sancho, respondió D. Quijote, que
sabes poco de achaque de aventuras : lo que yo digo es ver-
dad, y ahora lo verás. Y diciendo esto se adelantó, y se puso
en la mitad del camino, por donde los frailes venían, y en
llegando tan cerca que á él le pareció que le podían oir lo que
dijese, en alta voz dijo : Gente endiablada y descomunal ; dejad
luego al punto las altas Princesas que en ese coche lleváis forza-
das * ; si no. aparejaos á recibir presta muerte por justo castigo de
vuestras malas obras. Detuvieron los frailes las riendas -, y
quedaron admirados, así de la figura de D. Quijote como de sus
razones, á las cuales respondieron : Señor caballero, nosotros no
somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San
Benito que vamos nuestro camino y no sabemos si en este coche
vienen ó no ningunas forzadas Princesas. Para conmigo no hay
palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla ', dijo
D. Quijote ; y sin esperar más respuesta, picó á Rocinante, y la
aquí de una seTiora vizcaína cuyo ma- ([ue robadas lleváis, si no lodos mori-
rido pasaba n las indias con un mu;/ réis á mis manos (a'.
honroso cargo, quiso aludir á algún 2. Tener las riendas es como se dice
rival dichoso en quien concnrriese esta para expresar la acción de tirar de
circunstancia? ellas : la cabalgadura es la que se
1. El gigante Argomeno el Cruel y detiene. I'ado ser error de la imprenta
otros cuatro gigantes que habían des- poner detuvieron en vez de tuvieron.
embarcado junto á Constantinopla, 3. No ha faltado quien haya atri-
sorprendieron al Emperador, á la Éui- buido á estas palabras un sentido muy
peritriz y ala í'rincesa Cupidea, que ajeno de los sentimientos de piedad que
iban á una casa de placer de las inaie- mostró Cervantes en todas ocasiones,
diaciones, y colocándolos en un carro Los pasajes de sus escritos y del mismo
se volvían á la orilla del mar. donde los Quijote, en tpie se ofreció hablar de la
aguardaba su fusta. Noticioso de la profesit'm religiosa, manifiestan sus
desgracia el Infante Floramor, persiguió verdaderas ¡deas, y responden atan
acompañado del Caballero de Cupido ;'i maligna cavilación,
los gigantes, y alcanzándolos, les griti' :
Malditos traidores, dejadlas doncellas (n) Caballero de la Cruz,\\h. II, cap. XXX.
PIIIMRRA PARTE. — CAPÍTUí.O VIII
129
lanza baja aircmolií) ' contra el primero IVaile^ con lanía Curia
y denuo<lo, (jue si el fraile no se dejara caer de la niula, «'d le
luciera venir al suelo nial de su gi-a<Jo, y aun malí'erido, si no
cayera niuerlo. l']l secundo relii^ioso, que vio del modo que Ira-
lahan á su compañero-', puso piernas al castillo de su buena
mula\ y comenzó á correr j)or aquella campaña más ligero que
el mismo viento. Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile,
apeándose ligeramente de su asno, arremetió á él, y le comenzó
á (juilar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes, y
pregunláronle que por qué le de.íiiudaba. Respondióles Sancho
que aquello le tocaba á él legítimamente, como despojos de la
batalla que su señor D. Quijote había ganado. Los mozos, que no
sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas,
viendo que ya D. Quijote estaba desviado de allí hablando con
1. Cubrirse con el escudo y bajar la
lanza era la actitud de embestir el
jinete á su contrario. Píntala bella-
mente el antiguo poema del Cid, cuando
refiriendo la salida de sus soldados
contra los moros que los sitiaban en
Alcocer, dice así :
Embrazan losescurios delant los corazones:
Abajan las lanzas apuestas de los pendones,
Encunaron las caras desuso los arzones,
Y vánios a ferir de fuertes corazones.
D. Quijote al embestir con los moli-
nos de viento, iba bien cubierto de su
rodela con la lanza en el ristre, según
se contó al principio de este capítulo :
lo mismo se lee en infinitos pasajes de
los libros caballerescos. .VI acometer
Palmerín de Oliva la aventura del cas-
tillo de los diez padrones, .se sa?i/if/uó
I res veces... Y corno eslo hizo, cubrióse
(le su escudo y bajó su lanza, y pasó
luego el padrón (a). Amadís de Caula,
el Emperador de Traj)isonda y la Reina
Calafia. estaban en el campo prontos
para pelear con Ármalo, Grifilante y
Pintiquinestra. Á es/a sazón las troui-
jielas sonaroii : ellos, ahajando las
lanzas, cubriéndose bien de sus escu-
dos, a todo el correr de sus caballos,
con lodo el poder de sus fuerzas, nin-
guno erró su golpe; las lanzas fueron
todas voladas en piezas (b).
2. Todavía en tiempo de Cervantes
el uso no había introducido la regla
constante de suprimir la última vocal
(a) Palmerín de Oliva, cap. CXXXII. —
<h) Linuarte de Grecia, cap. XLII.
de pritnero y tercero, cuando preceden
al sustantivo. En la aventura de los
molinos de viento se refirió ya que
nuestro caballero embistió con el pri-
mero molino que estaba delante. En la
relación del Cautivo, que se verá des-
pués al capítulo XL de esta primera
parte, hablándose del general del mar
entre los turcos, se dice que es el ter-
cero cargo que hay en aquel Seüoi'io.
Otras veces se suprimía la o final, de
lo que hay ejemplos en el mismo Qui-
jote : pero en el día se hace siempre en
el caso indicado, y aun muchas veces
con la vocal última de primera y /e?--
cera. Lo mismo sucede en los adjeti-
vos bueno y malo : decimos buen pan y
pan bueno, vino mato y mal vino. Tam-
bién suele suprimirse la última sílaba
délos adjetivos santo y grande, cuanáo
preceden al sustantivo : los ejemplos
son obvios.
3. Manera elegante de decir, en vez
de que vio el modo que trataban á su
compañero : ocurre frecuentemente en
el QuuoTE.
4. Así se dijo por el gran tamaño de
las muías de ios religiosos, que antes
se había ponderado diciendo que eran
como dromedarios. D. Juan Bowle, no
entendiéndolo bien, corrigió costilla,
que es anagrama de castillo, tan seguro
de su acierto, que haciéndose cargo de
que todas las ediciones decían castillo,
añadió corrige meo yjericulo. Es equi-
vocación excusable en un extranjero, y
un extranjero tan benemérito, por otra
parte, de la literatura española.
130
DON yilJiíll. 1)1, l.\ MANCHA
las que en el coclic venían, arremetieron con Sancho y dieron
con él en el suelo, y sin dejarle pelo en las barbas ^ le molieron á
coces, y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido. Y
sin detenerse un punió, lorno á subir el fraile, todo temeroso y
acobardado y sin color en el rostro ; y cuando se vio á caballo
picó tras s»i compañero, que un buen esjjacio de allí le estaba
aguardando y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y sin
querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron
su camino, haciéndose más cruces^ que si llevaran al diablo á las
espaldas. D. Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la
señora del coche, diciéndole : La vuestra fermosura, señora mía,
puede facer de su persona lo que más le viniere en talante, porque
ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo-' derribada
por este mi fuerte brazo. Y porque no penéis por saber el nombre
de vuestro libertador, sabed que yo me llamo D. Quijote de la
Mancha, caballero andante y cautivo de la sin par y hermosa*
Doña Dulcinea del Toboso : y en pago del beneficio que de mi
habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso,
y que de mi parte os presentéis ante esta señora ■"', y le digáis lo
1. Por este pasaje se ve que Sancho
traía barbas, como se traían general-
mente en tiempo de Cervantes, y como
las traía también D. Quijote : circuns-
tancia de que se olvidaron los dibu-
antes y grabadores de las estampas
que suelen acompañar á la ediciones
de esta fábula.
2. Las cruces que se hacían los
frailes no eran de admiración, según
entendió Jíowle. sino de uiiedo, como
indica la expresión misma : Siguiero7i
fiíi camino, haciéndose más cruces que
si llevaran al diablo ü las espaldas.
Del diablo no se dice que es admirable,
sino temible.
3. Poco ha se refirió el caso de
haber acudido el Caballero de las Iton-
cellas y el de Cupido á libertar al Em-
perador y Euiperatriz de Constantino-
pla y á la Infanta Cupidea, a quienes
el gigante Argomeno y sus compañeros
llevaban robadas en un carro. Venci-
dos los gigantes, uno de los caballeros
se llegó al carro, y dijo al Emperador :
Ya los fjiqanles son muertos y vuestra
alteza libre (a).
4. Debiera haberse suprimido la
(a) CahaUero deln Cruz. lib. II, cap. .XXXI.
conjunción?/ .■ en cuyo caso (a) se signi-
ficaría que no tenia igual la hermosura
de Dulcinea. La conjunción debilita y
desmaya la frase, porque nada añade
lo lieririosa después de haberse dicho
que era sin par.
5. Imponía aquí D. Quijoto á la
señora vizcaína la condición que allá
en el capítulo I pensaba imponer al gi-
gante Caraculiambro : y en ello no
hacia más que seguir el ejemplo de su
modelo Amadis de Gaula, el cual,
habiendo dado libertad á treinta caba-
lleros y cuarenta dueñas y doncellas
que teñía presas en su castillo el gi-
gante Madarque, les encargó qíie
fuesen á presentarse ante la Reina
Brisena, y le dijesen que las enviaba
el su caballero de la ínsula Firme á
ofrecérsele de su parte (a). Esplandián,
hijo de Amadis de Gaula, habiendo
libertado á veinte dueñas y doncellas,
que con otros caballeros y escuderos
estaban aherrojadas por dos gigantes
(o) Amadis de Gaula, cap. LXV.
(a) En cuyo caso. — Es incorrección censu-
rada por la Academia. Véanse las notas,
pág. XLH \ 1-2. (M. de T.)
rniMFnv partf. — CAPÍTno viii
131
(]no por Micsli-a lilxM'lful lie locho. Todo esto que D. Ouijole decía,
(^scuclinha un escudero de los que el coche ncompafinhíui, que era
vi/.caíno; el cual, viendo (|ue no (¡nería dejar ¡)asar el coche ade-
lante, sino (|ue decía qu(í lueg'o había de dar la vuelta al Tohoso,
se l'ué para D. (^)uijote, y asiéndole de la lanza, le dijo en mala
lent(na castellana y peor vizxaína desta manera : Anda, caballero,
que nial andes; por el Dios ([ue ciúóme, que si no dejas coche,
así le matas como estás ahí vizcaíno'. Entendióle muy bien
D. Quijote, y con mucho sosiego le respondió : Si fueras caballero
como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento,
cautiva criatura. A lo cual replicó el vizcaíno : ¿Yo no caballero?
Juro á Dios tan mientes como cristiano ; si lanza arrojas y espada
sacas, el agua cuan presto verás que al gato llevas- : vizcaíno
en una temerosa cueva, desbaratando
la íjuarda, que era de veinte hombres
de hacha y capellina, y quitando la
vida ;i casi lodos ellos, dijo á los pre-
sos : Sf por irabajo no lo tenéis, iréis
delante del Emperador de Conslanti-
nnphi los tiombres que aquí estáis, y las
dueñas t/ doncellas ante su hija, y pre-
sentadvos ante ellos de parte de un
caballero que las armas de las Coronas
trae y deci les de vuestra fortuna, de-
mandándoles merced para el reparo
delta (a). La hija del Emperador era la
Infanta Leonorina, señora de Esplan-
dián.
1. S¿ quisieres saber vizcaíno, decía
D. Francisco de Quevedo en el Libro
de todas las cosas y otras muchas
más, trueca las pjrimeras personas en
seyundas con los verbos, y cútate
vizcaíno, como Juancho quitas leyuas,
buenos andas vizcaíno. Cervantes re-
medó más á la larga este lenguaje en
la comedia La Casa de los celos en
boca de un vizcaíno, escudero de Ber-
nardo del Carpió, que decía á su amo :
Bien es que sepas de yo
buenos que consejos doy,
que por Juangaicoa soy
vizcaíno, burro no.
Los vizcaínos y su lenguaje fueron
repetidas veces el objeto del festivo
humor de Cervantes. Asi sucedió tam-
bién en el entremés del Vizcaíno fin-
gido, y en la comedia de la Gran >w/-
lana, donde se lee el pasaje burlesco
(a) Sergas, p. XLIII.
del cautivo Madrigal, que por escapar
de la muerte había ofrecido al Cadí
que enseñaría á hablar á un elefante,
y preguntado en qué lengua le daba
lecciones, respondió que en vizcaíno.
Lope de V^^ga, queriendo ridiculizar
la culta latiniparla que se iba intro-
duciendo en su tiempo, la comparó
con el castellano de Vizcaya en un
soneto donde hablan Boscán y Garci-
laso al llegar juntos á una pu.-ada, y
dicen :
Boscán, tarde llegamos — ¿.Hay posada? —
Llamad descie la posta, üarcilaso. —
¿Quién es?— Dos caballeros del Parnaso. —
iSo hay dó poder estar, palestra armada. —
No entiendo lo que dice la criada.
Madona ¿qué decís ? — Que afecten paso,
Que obsleuta limbos el mentido ocaso,
Y el sot depinf,'e la jtorción j osada. —
¿ Estás en ti, rnujtT? — Negóse al tino
El ambulante huésped. — ; Que en tan poco
Tiempo tal lengua entre cristianos haya !
Boscán. peidido habernos el camino:
Preguntad por Castilla, que estoy loco,
6 no habernos salido de Vizcaya.
Todo esto es cosa de burlas. Desde el
Obispo de Mondoñedo, D. Antonio de
Guevara, hasta D. Félix Samaniego, las
provincias que se conocen con el num-
bre común de Vizcaya han producido
escritores que se cuentan, con razón,
entre los maestros del idioma cas-
tellano.
2. Llevar el yato al agua es hacer
aljíuna cosa en que hay dificultad y
peligro. Pellicer. citando á Rodrigo
Caro y el Tesoro de D. Sebastián de
Covarrubias, inquiere qué es lo que
132
DON QIIJOTE DE LA MANCHA
por Liona, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que
mira si otra dices cosa. Ahora lo veredcs, dijo Agrages', res-
pondió D. Quijote; y arrojando la lanza en el suelo, sacó su
espada, y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno con determi-
nación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque
quisiera apearse de la muía, que por ser de las malas de alquiler ■'
no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su
espada; pero avínole bien^ que se halló junto al coche, de don-
de j)udo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se
fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos.
La demás gente quisiera ponerlos en paz; mas no pudo, porque
dio ocasión á esla expresión prover-
bial; averiguaciim tan difícil como la
del oripen de la mayor parle de los
refranes. Cervantes la puso en boca del
vizcaíno, estropeando el lenguaje para
hacer reir al lector.
1. Fórmula de amenaza (a), que era
común en España por los años de 162ü,
cuando se escribía la Visita de los chistes
de Quevedo, como se ve por ella.
Agrajus fué sobrino de la Reina Eli-
sena, madre de Amadís de Gaula, en
cuya historia se hace repetida y larpa
mención de sus hazañas. En l>oca de
este caballero puso el proverbio la ex-
presión lie ahora lo leredes, de que
usaban comiinmente el mismo Agrajes
y los demás andantes, respondiendo á
las provocaciones de sus contrarios, y
remitiéndose ii las manos. Florambel de
Lucea se encontró con tres caballeros,
y habiendo tenido palabras con uno de
ellos, éste, poniendo mano á la espada,
arremetió con ira Floramhel dicienrlo :
Af/nra lo veréis, Don coltarde cahu-
llero (a). Al llegar Aniadis de Grecia
á un castillo, como cerca fué, una
(juarda (¡ue en él eslatja tocó muy recio
una bocina, al son de la cual salió un
caballero armado de todas armas, el
cual le dijo que viniese con él ti prisión . . .
(a) Florambel de Lucea. lili. IV. cap. I.
{a\De amevaza.— No siempre lo es. A veces
se emplea para corroborar lo antes dicho.
Así. dice Vargas Ponce, en su J^'roclnma del
solterón :
¿ Pido peras al olmou al sol celajes 7
Agora lo veredas, dijo Agrajes.
(M. de T.)
Ahora lo veréis, dijo Amadís, y aba-
jando su lanza, se vino para él (a). En
Florisel de Niquea usó de la misma
expresión el Principe D. Hogel de Grecia
con los caballeros que se oponían á su
paso para probar la aventura del Alto
roquedo (b) : la usar(m también unos
caballeros que iban á pelear con Daraida,
y la propia Üaraida al entrar en batalla
con el jayán Buzarte c . Finalmente,
usó de ella Oliveros con Fierabrás, y
Fierabrás con Oliveros en la cruda y
prolija batalla que tuvieron en Mor-
mionda, y se refiere en la historia vulgar
de Carloinatrno.
2. La muía del escudero vizcaíno
era jnala aun entre las de alquiler. De
las tachas y malas mañas de éstas
habló Cervantes en varias partes, y
señaladamente en la aventura de la
Princesa Micomicona, cuando subiendo
el Cura á la silla y el Barbero á las
ancas de la muía, ésta, que era de
alquiler (que para decir que era 7nala
esto basta), alzó un poco los cuartos
fi-aseros y dio dos coces en el aire,
echando á rodar á maesa Nicolás y
dejándolo sin barbas.
3. Esto es, tuvo la felicidad ó la
fortuna. Al contarse en la historia de
Florisel el combate de üaraida con el
monstruo CavaliíJn. se dice : Mas avínole
osi bien, que Cavalión al gigante (Ga-
dalón) que delante iba (huyendo de
Daraida) con sus fuertes manos de hom-
bre en un punto lo traba, é con las de
león lo comienza á despedazar [d .
(a) Amndis de Grecia, parte II. cap. XLVIII.
— {b) Florisel. parle III, cap. LXXXVII. —
(c)Ib., cap. XC y XCII. — (rf) Parte III,
cap. LXXI.
l'Hl.MliHA l'Aini:. — CAl'lTi;i.O Mil
133
decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones, que si no le dejaban
acabar sn batalla, (pie él nusmo había de malar á su auia* y á
toda la Ícenle que se lo estorbase. La señora del coche, admirada
y ((íincrosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de
allí ali-ini poco, y desde lejos se puso A mirar la rigurosa con-
tienda, en el discurso de la cual di<> el vizcaíno una gran cuchillada
á I). Ouijote encima de un hombro por encima de la rodela, que,
á dársela sin defensa, le al)rieia hasta la cintura. D. Quijote, que
sintió la pesadumbre de aquel desaforado golpe'-*, dio una gran
voz diciendo : ¡ Oh, señora de mi alma Dulcinea, flor de la fermo-
sura, secorred á este vuestro caballero, que por satisfacer á la
vuestra mucha bondad en este riguroso trance se halla ! El decir
esto y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela^ y el
arremeter al vizcaíno, todo fué en un tiempo, llevando determi-
nación de aventurarlo todo ó la de un solo golpe''. El vizcaíno,
que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo su
coraje-', y determinó de hacer lo mismo que D. Ouijote; y asi
le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la
muía á una ni ü otra parte, que ya de puro cansada y no hecha á
1. Poco antes se había remedado el
lenguaje embrollado y ridiculo del
escudero; ahora se indica el carácter
duro y tenaz que se atribuye á los
antiguos vizcaínos, y de que aun con-
servan, según dicen, bastantes reliquias
sus descendientes.
'2. I'esadumbre es la gravedad ú el
peso material. En esta significación
puso Cervantes en boca de Periandro,
al descubrir la ciudad de Toledo, aquella
exclamación : / Oh. peñascosa pesa-
dumbre, qloria de España ! etc. Y en el
mismo sentido, Lupercio Leonardo de
Argensola, en la descripción de Aran-
juez, dijo :
Las fuentes cristalinas quo. subiendo
Contra su curso ó natural costumbre,
Están los claros aires dividiendo,
Rocían de los árboles la cumbre,
Y bajan, á las nubes imitando,
Forzadas de su misma prsadumhre.
Kn el día ha quedado reservada para
la poesía esta acepción de la voz ;>e.sa-
dumbre, que en otra más común signi-
fica inoles/ia del ihihno.
3. Así el Alinirantf Halan en su gran
batalla con el ejército del Emperador
Carlomagno se ciihr'n'i del escudo, apretó
la espada en el puño, ij como deses-
perado se melió entre los cristianos (a).
4. ¿ Con quién concierta el articulo?
Bien se discurre que es con venluraijx),
mas esta palabra no se expresa, y sólo
está comprendida como parte en el
verbo aventurar que |)recede. D. Gre-
gorio Garcés, en su Fundamento del
viffor de la lengua castellana (b), cita
este pasaje como primor de nuestro
idioma; no sé si en él enqiieza ya á
sutilizarse demasiado, y á declinar á la
ingeniosa obscuridad que por entonces
iban introduciendo, y al cabo lograron
acreditar Góngora y otros en el lenguaje
castellano. En éste se dice aventurarlo
lodo al trance y no ú la ventura.
5. Aquí está bien Mi;ircada la dife-
rencia entre las pabibras denuedo y
coraje, que alguno quizá tendría por
sinónimas. El denuedo está principal-
mente en la actitud y el gesto ; el coraje
es la resolucii'm reunida á la ira; el
denuedo es fiel cuerpo, el coraje del
ánimo. Coraje tampoco es valor, porque
éste es tranquilo.
(a) Historia de Carlomat/no. cap. LI. —
(6) Tomo n, ca]). X.
(«) Ventura. — Muy discretamente ajumtH
el señor Gortejón que /« se refiere más bien á
d'terminación. (M. de T.)
i;u
DON OLIJOTÜ DE LA MA.NLIIA
semejantes niñerías no podía dar un paso. Venía, pues, como se
ha dicho, D. Quijote contra el cauto vizcaíno con la espada en
alto con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le
aguardaba ansimismo levantada espada y aforrado con su almo-
hada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de
lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes' con que se
amenazaban ; y la señora del coche y las demás criadas suyas
estaba hacientlo mil votos y ofrecimientos á todas las imágenes y
casas de devoción de España porque Dios librase á su escudero
y á ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban. Pero
está el daño- de todo esto, (jiie en este punto y t(''rmino deja
pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que
no halló más escrito destas hazafas de D. Quijote de las (¡ue deja
referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra^ no
quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada á las
leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los inge-
1. Suceder por resultar ú originarse:
aoepriún análoga al origea latino de
suceder.
2. Obsérvese la repetición excesiva
del pronombre este en el presente
periodo : est '■ el daño, se dice, de todo
esto (jue en este punto... i'eja pendiente
el autor ilesta historia esta ftaíalla,
disculpándose que no halló más escrito
deslas hizañas. — Cervantes, suspen-
diendo aquí la relación lie la batalla de
D. Quiíole con el vi/.caino, se propuso
sin duda excitar la curiosidad y el
interés de sus lectores. Otros escritores
de caballerías haliian hecho lo mismo,
riarci Ordóñez de Monlal vo, autor de las
Sergas de Esplandiiin, hH.bienúo llegado
al capítulo XCV'ill de la historia de su
héroe, inlerrumpe l.i narración, y cuenla
muy menudamente en el XGI.\ ciuiio
halló el libro del maestro Elisabad.
quien supone ser el autor primitivo.
Del mismo mixlo el autor de la historia
de Amadis de (ireria, com'luida la pri-
mera parte, dice que ignoraba el para-
dero de la segunda, y retiere el too lo
con que descubri(j el oriííinal latino de
esta última, que quiso, dice. Dios depu-
rarme para que con el trabajo de hasta
aquí la pudiese traducir y enmendar
de la suerte que agora veréis /a).
3. Estas palabras y las anteriores
(a) .itmdis de Grecia, Lamentación entre
la primera y segunda parte.
indican que eran dos los autores de la
historiti primitiva de Ü. Oduote. uno
que al licgar á la aventura del vi7.caino
la dejó á medio contar por falta de
materiales, y otro que no quiso creer
que no los hubiese, y al caho los en-
conlró en la forma que se cuenta en el
capitulo siguiente. Pertt Cervantes escri-
bía tan sin plan ni preparaciim, que en
el capítulo inmediato dio por supuesto
que el único autor habia sido Cide
Hamete Bcnengeli, á quien sigue tradu-
ciendo desde el principio de su segunda
parte, que contiene la conclusii'm del
suceso del vizcaíno, sin explicar por
(huide había tenido y vuelto al caste-
llano lo precedente.
En otra inconsecuencia todavía más
reparable incurrió aquí nuestro autor.
Habla como si dudase de si los sucesos
de D Quijote se hallarían en los papeles
antiíruos de los archivos y escritorios
de la Man<ha, y dos capítulos antes
había citado como existentes entre los
de la .\rgamasilla, libros modernos
publicados durante su vida. Ya en el
capitukp II se bahía hablado de la dife-
rencia ríe opiniones entre los analistas
de la .Mancha, sobre cuál fué la primera
aventura que avino á D. Quijote des-
pués de salir de su casa: lo cual en-
vuelve la mis'iia contradiccii'm con la
relación del escrutinio y de varios
sucesos mencionadt)s en el discurso de
la fábula. Pero de los anacronismos
IMllMKIIA PAHI'K. — CAIMIUI.O \ III
135
iiios (le: la ¡Maiiclia, (|iio no tuviesen en sus archivos ó en sus escri-
lorios algunos papeles que desle famoso caballero tratasen : y asi
con esta imaginación no se desesperó de hallar* el fin desta
apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del
modo que se contará en la segunda parle ^.
del Quijote se hablará de propósito en
olra parte (a).
1. Desesperarse es muy distinto de
desesperar : el primero tiene una signi-
ficación inoportuna en este lugar, y
puede presumirse que el pronombre se
fué adición introducida malamente en
el texio por el cajista, y no advertida
por el impresor.
(a) Muy acertada y donosamente vindica
el señor Cnriejón á Cervantes de los ataques
de Gleniencín, y dice con sobra de razón :
" A tan ingenioso como festivo autor no se le
han de hacer reparos monjiles, ni será bien
que los gramáticos, por agudos y sutilísimos
que se juzguen, ni los comentaristas aunque
presuman de estirados, vayan siguiendo sus
pasos en busca de contradicciones. »
(M. de T.)
2. Otra prueba de la negligencia y
falta de plan con que se escribió el
QuMOTE. (Cervantes, acaso por imitar al
libro de Amadis de (iaula, como conje-
turó Bowle, subdividió el suyo en cuatro
partes, pero sin interrumpir la serie de
los capítulos; y asi como las partes
segunda, tercera y cuarta de Amadis
empiezan en los capítulos XLIV, LXV
y LXXXII de aquella historia, las del
Ingenioso Hiualc.o empiezan en los capí-
tulos IX, XV y XXVI II. En la segunda
parte del Quijote abandonó Cervantes
la anterior divi.sión, ó porque no le
pareció bien, ó porque no tuvo presente
lo que hizo en la primera. No pudo
libro alguno hacerse uienos de pen-
sado.
CAPITULO IX
DONDE SE COMCLUVE Y DA I'IN A LA ESTUPENDA HATALLA QUE EL
GALLAISDO VIZCAÍNO V EL VALIENTE MANCHEGO TUVIERON.
Dejamos en la primera parle desLa historia al valeroso vizcaíno
y al famoso D. Quijote con las espadas altas' y desnudas en guisa
de descargar dos furibundos fendientes-, tales, que si en lleno se
acertaban, por lo menos se dividirían y fenderían de arriba abajo,
y abrirían como una granada : y en aquel punto tan dudoso paró
y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia
su autor dónde se podría hallar lo que della faltaba. Causóme esto
mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leído tan poco se
volvía en disgusto de pensar el mal camino que .se ofrecía para
hallar lo mucho que á mi parecer faltaba de tan sabroso cuento.
Parecióme cosa imposible y fuera de toda buena costumbre, que á tan
buen caballero le hubiese faltado algún sabio que tomara á cargo ^
'1. Dejó el ijniii sabio Lirr/andeiy en el
último capitulo de su historia d los dos
raros modelos en valor y f'ortuleza, el
rjran siciliano Biavorante y el famoso
africano Drufaldoro, dando en el aire
la vuelta con sus furiosos caballos, las
espadas en alto con tan fiero denuedo,
que exayera el sal>io que al verlos se
encogieron de temor los mas animosos
griegos (a). Á los puntos de semejanza
que ofrecen ambos pasajes puede aña-
dirse tauíbión que en ambos hubo igual-
mente damas espectadoras.
2. Fendienle. golpe dado de arriba
abajo con el filo do la espada; de liendir.
Voz hermosa, pero reservada en el uso
actual á la poesía. La distinción entre
los tres lances de la esgrima : f en-
diente, revés y tajo, es que el primero
se da verticaímente, el segundo de la
izquierda á la ilerecha, y él tercero de
la derecha á la izquierd.a.
(a) Espejo de Principrsy Cahalleros. parle V,
lib. L.cap. \.
3. En otra parte hemos nombrado
ya algunos sabios á quienes se atri-
buyen historias de Caballerías. Pero no
siempre se atribuyen .i sabios ó encan-
tadores y nigrománticos, porque no
deben contarse en este número ni el
maestro Elisabad, que buena ser el
autor de las Sergas de Esplandián, ni
Novarco, que escribió la historia de
D. Cirongilio de Tracia. ni aun á Xartón,
:\ quien se atribuyi' la de! Caballero de
la Cruz, pues se supone que la escribii'i
des¡)ués de haber renunciado á sus
malas artes y abrazado el cristianisnm.
La de Florambel de Lucea fué escrita
por el santo ermitaño y sacerdote
Cipriano, á quien este caballero en-
contró en los desiertos de Siria. Tales
padres se complacieron en asignar á los
libros caballerescos sus verdaderos
autores para ronciliarles autoridad y
crédito con los lectores ignorantes
é ilusos. Uno de éstos fué Don Qui-
jote.
PIIIMr.llA l'AlilK. — CAPÍTLLO IX i'M
el escribir sus nunca vistas hazañas^; <-osa qiuí no fall(> á
ninguno de los caballeros andantes de los que dicen las gentes
que van á sus aventuras, porque cada uno dellos tenía uno ó dos
sabios como de molde, que no solamente escribían sus hechos,
sino que pintaban sus m;'is mínimos pensamientos y niñerías, por
más escondidas que fuesen; y no iiabía de ser tan desdichado tan
buen caballero, que le faltase á él lo que sobró á Platir- y á otros
semejantes. Y así no podía inclinarme á creer que tan gallarda
historia hubiese quedado manca y estropeada, y echaba la culpa
á la malignidad del tiempo dcvorador y consumidor de todas las
cosas, el cual, ó la tenía oculta ó consumida. Por otra parte, me
parecía que pues entre sus libros se habían hallado tan modernos
como Desengaño de celos y Ninfas y Pastores de Henares^ que
también su historia debía de ser moderna, y que ya que no estu-
viese escrita, estaría en la memoria de la gente de su aldea y de
las á ella circunvecinas. Esta imaginación me traía confuso y
deseoso de saber real y verdaderamente toda la vida y milagros
de nuestro famoso español D. Quijote de la Mancha, luz y espejo
de la caballería manchega^, y el primero que en nuestra edad y
en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de
las andantes armas', val de desfacer agravios, socorrer viudas,
amparar doncellas de aquellas que andaban con sus azotes y pala-
frenes •^. y con toda su virginidad á cuestas de monte en monte y
1. En efecto: nunca fueron í^isías las cosas. Entre estos dos extremos titu-
hazañas de Don Quijote. Chiste irónico, beaba también nuestro autor, y re-
muy propio del genio y cuerda de flexionaba que la historia de ü. Quijote
Cervantes, en que, diciéndose exacta- debía ser moderna, puesto que en ella
mente la verdad, se indica con gracioso se citaban libros modernos. Todo lo
contraste otra cosa muy distmta. tuvo presente, todo lo reflexionó, y,
2. Galtenor fué el nombre del que sin embargo, incurrió en la contra-
recopiló la historia del Caballero Platir dicción.
hijo del Emperador Primaleón, como o. Pudiera dudarse si el original
se dice en el capítulo I, libro I de la diría azotes ó azores: el cambio es
cuarta parte de su historia. fácil. En los libros caballerescos se
3. Es evidente que Cervantes tiró á hallan muchos ejemplos de doncellas
ridiculizar cierta clase de hidalgos de y dueñas que dan del azote á su pala-
la Mancha; y esto debió ser de resultas fren, .¡si como otras veces hacen men-
de las ocurrencias que tuvo en aquel ción de damas de alta guisa que iban
país, y dieron origen á la fábula del en í^us palafrenes con azores il cs.zsl de
Quijote en el lugar de cuyo nombre no cetrería. En la segunda parte del Qui-
queria acordarse. Esta es la caballería .iote, cuando después de la aventura
manchega, de quien era luz y espejo del barco encantado encontr(') nuestro
nuestro insigne D. Quijote. hidalgo á la Duquesa (fl), iba ésta sobre
4. En estas expresiones se da Cer- un palafrén, y en la mano izquierda
vantes por contemporáneo de D. Qui- traía un azor. Verdad es que tratan-
jote, y pocos renglones antes achacaba dose, como aquí, de largos viajes, hace
la pérdida de su historia al tiempo
il"vorador y consumidor de todas las (a) Cap. XXX.
las
UON QIIJOTK DE LA MANCHA
de valle en valle: que si no era que algún follón ó algún villano de
haciía y capellina ' ó alí,a'in descomunal gigante las forzaba, don-
cella hubo en los pasados tiempos que, al cabo de ochenta años, que
en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, se fué tan
entera á la sepultura como la madre que la había parido''*. Digo,
pues, que por estos y otros muchos respetos es digno nuestro
gallardo Quijote de continuas y memorables alabanzas^, y aun á
raí no se me deben negar por el trabajo y diligencia que puse en
buscar el fin desta agradable historia ' : aunque bien sé que si el
más al caso el azote ó l.ílij,'o que el
azur'. — Palafrén es voz muy antif^ua,
que se encuentra usada ya en el Puema
del Cid, libro el más antiguo que se
conoce en castellano.
1. Capellina ó capacete, arma defen-
siva que cubría la parte superior de la
cabeza, de donde le vino el nombre.
Era diferente de la celada, que cubría
toda la cabeza, y solía tener por de-
lante la visera ó rejilla para defensa
del rostro, sin quitar la vista.
Hac/ia ¡I capellina, armas con las
cuales, como vulííares y fáciles de
encontrar, se armaba prontamente la
gente de pocas obligaciones. Así se ve
con frecuencia en los libros caballe-
rescos : Doce villanos, armados de
hachas y capellinas guardaban un pos-
tigo del castillo de Belvista, en la
ínsula de Artadefa (a). Saliendo Amadís
de Grecia de un castillo donde acahabn
de vencer y matar á un caballero, le
acometieron otros ocho, seguidos de
doce peones con hachas y capellinas.
Revolvió Amadís sobre ellos, derribi)
á dos de los villanos con los pechos de
su caballo, y, apeándose de él, á dos
villanos qué se adelantaron, de dos
golpes las capellinas con las cabezos
hendidas, los derrueca muertos (b).
Villanos armados de hachas y cape-
llinas, como circuiistan( ia propia de
historias y aventuras caballerescas,
asistieron á las representaciones de
ellas que se dieron á Carlos V en las
fiestas de Bins el año de 1549 (c).
2. Están tachidas con sal irr>nica
las inverosimilituiles de los libros y
poemas caballerescos en esta materia.
Parece que Cervantes tuvo presentes
(a) P'lorUel. parte Til, cap. CXXU. —
(h\ Ib., cap. XXIV. — (c) Calcete de Estrella,
lib. 111.
los versos de Ariosto, cuando refiere
que '«) Angélica cant<j sus sucesos á
Sacripante :
E come Orlando la guardó sovente
Da morte. da disnor. da casi rei,
E cfie'l fior viri/inal cusí ncwi salvo
Come se lo portó dal inatern' alvo.
Y sigue Ariosto :
Forae era ver, ma non pero credibile
A chi del senso suo fosse signare.
Cervantes contrahizo y desfigun") con
maligna travesura la expresión en la
forma que se halla en el texto, y la
repitió en la novela del Celoso extre-
meño, donde decía la Dueña á Loaisa :
Todas las que estamos dentro de las
puertas desta casa somos doncellas
como las madres que nos parieron.
Como quiera, esta malicia de Cer-
vantes no fué original. La encontró en
la historia de D. Belianís de Grecia (¿>);
en la que. contándose la romería que
la Infanta Dolisena hizo por les desier-
tos de frica al templo de Amón, y lo
que le avino durante el viaje, se dice
que volvíi) á su casa tan entera como
la madre que la había parido.
3. ¿Qué son alabanzas memorables?
Esta calidad no tiene conexión con
alabanzas.
4. No anduvo muj' consÍOTÍente
nuestro autor en suponer que lo que
encontró en el Alcaná de Toledo, como
va á contarse, era el fin de la historia
de su héroe, pues sólo fué hasta el fin
de la primera parte, en cuj'o cai)í-
tulo Lll dice : que á pesar de haber
buscado con curiosidad y diligencia
los hechos de U. Quijote en su tercera
salida, no había podido hallar noticia
de ellos, á excepción de la fama de
(ni Canto I, est. 5j. - (6) Lib. IV, cap. XVI,
v síL'uienles.
iMiiMiiitA PAinr:. — CAPÍni.n i\
i'M)
cielo, el caso y la fortuna no me ayudaran, el niuiulo ([uedara
falto y sin el pasatiempo y gusto que bien casi dos horas ' podrá
tener el que con atención la leyere. Pasó, pues, el hallarla en esta
manera.
Estando yo un día en el Alcaná de Toledo^, llegó un muchacho
á vender unos cartapacios y papeles viejos á un sedero^; y como
haber ido á Zaragoza, y de algunos
versos que á coiitimiiicicn pone sobre
las lia/añas y SL'|iulliira de nuestro lii-
(lalgü, hermosura de Dulcinea, figura
de Rocinante, y fidelidad de Sancho
Panza.
1. Parece indicar Cervantes por estas
palabras, ó que la historia puede leerse
hasta el tin en dos horas, ó que el pla-
cer de su atenta lectura no puede pasar
de dos horas. Lo primero es absurdo,
lo segundo sobradamente modesto (a).
2. En la Vida del picaro Guzmán de
Alfarache so lince mención del Alcaná
de Toledo como de lugar de tiendas, y,
con efecto, parece, segvín los que lo
entienden, que Alcaná es voz derivada
del hebreo, y que significa feria ó
mercado. Del .Mcaná se hace ya men-
ción en el Arancel antiguo de Toledo
del año 1355, citado por Burriel en el
Informe sobre ifjualación de petios y
medidas. Quiénes fuesen sus habi-
tantes lo dice la Crónica del Key
D. Pedro de Castilla : E el Conde é el
Maestre (hermanos y enemigos del
Rey) desque entraron en la ciudad
(Toledoj, asosegaron en sus posadas;
pero las sus compañas empezaron á
robar una judería que dicen el Alcami,
p robáronla, é mataron los judíos que
fallaron fasta mil é decientas personas,
ornes é mujeres, rp-andes é pequeños.
Pero la judería mayor (que estaba
junto á la puente de San Martín) non
la pudieron tomar, que estaba cercada
é había mucha yente dentro (a).
El Alcaná estaba en las inmedia-
ciones lie la catedral: pero habiendo
pere(-ido en un incendio la mayor parte
de sus tiendas, el Arzobispo, D. Pedro
Tenorio, trató de fabricar allí un claus-
(a) Crónica del Jley U. Pedro, aüo VI,
cap. VIÍ.
(a) Ninguna dfi las suposiciones parece
exacta. Iliiit/.enbiisnh, en la nota ih'l, cree
que debe faltar algo ea el texto.
(M. de T.)
tro, y compró las casas llamadas de
Doña Fátima la Mora, las cuales se
hicieron tiendas y íorniaion la calle
del Alcaná. Continuaron éstas habita-
das por israelitas, y fueron también
saqueadas en las turbaciones acaudi-
lladas por Pero Sarmiento, que agita-
ron ;í aquella ciudad en el reinado de
D. Juan el II, año de 1449. Acaso con
este motivo se cerró la calle con
puertas, y hubo Alcaide de ellas todavía
en el año 1500. Á fines del siglo si-
guiente, XVI, toda la calle era de tien-
das de mcrceria Por los libros nnti-
guos de la capilla de San Blas, que
fundó el memionado .\rzobispo, se
viene en conocimiento de que el Al-
caná ocupó el espacio que hoy es la
calle de las Cordonerías, desde la Ro-
pería hasta la encrucijada, y acaso
también lo que se llama calle de la Sal.
3. Las ediciones primitivas y las
siguientes pusieron escudero en vez de
sedero : la de Londres de 1*38 fué la
primera que corrigió este pasaje. La
Academia Española adoptó esta en-
mienda, y con razón, pues no la hay
para que se vendan papeles viejos á
un escudero, pero sí á un sedero, que
los necesita para sus envoltorios y pa-
quetes. Y á lo mismo concurre la cir-
cunstancia de ser cosa pasada en el
Alcaná, donde estaba la alcaicería ó
trato y mercado de sedas. Nadie ignora
lo floreciente que en tiempos antiguos
estuvo en Toledo el ramo de sederías,
conforme á lo cual, en el capítulo IV
se hizo mención de unos mercaderes
toledanos que iban á comprar seda á
Murcia. El error pudo ser de la im-
prenta por la corta diferencia que hay
entre .sedero, como diría el original, y
sendero, segiin solía entonces escribirse
y hubo de leer el impresor. Cervantes, á
cuya vista se hizo la tercera edición en
el año 1608, no corrigió este ni otros
defectos de las dos de 1605.
La cahdad de cartapacios y papeles
140
DON QLIJOTK DE LA MANCHA
soy aficionado á leer aunque sean los papeles rolos de las calles,
llevado desla mi naUíral inclinación tomé un cartapacio de los que
el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos,
y puesto que aunque los conocía no los sabia leer, anduve mi-
rando si parecía por allí algún morisco aljamiado' que los leyese;
y no fué muy dilicultoso hallar intérprete semejante, pues aunque
le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara^. En
fin ; la suerte me deparó uno, que diciéndole mi deseo y ponién-
dole el libro en las manos, le abrió por medio, y leyendo un poco
en él, se comenzó á reir : pregúntele que de qué se reía, y res-
pondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el
margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la
risa, dijo ; Está, como he dicho-*, aquí en el margen escrito esto.
viejos que se da á los papeles que con-
teaiaii la historia original de D. Qui-
jote, es otro de los indicios de que se
quiso dar carácter de antigua .i la his-
toria, sobre lo cual se habió en las
notas al capitulo anterior.
1. Esto es, algiin morisco que se
explicase en castellano y pudiese ser-
vir de intérprete. Aljamia era el caste-
llano que hablaban los moros, asi
como al(jarabia era el arábigo que
hablaban los cristianos. Unos y otros
debían hacerlo con muchos defectos,
tanto en la propiedad como en la pro-
nunciaciim. De aljamia y aUjaiabía
nacieron aljamiado y akjarubiado. El
Canónigo Bernardo de Alderete, en las
Anlifjiiedades de EspaTia y África (a)
cuenta que por la pronunciación se
conocía ó los aljamiados que no hahian
desde )iiños aprendido nuestra lengua.
D Diego de Mendoza, en la Historia de
la (juerra do Granada, eslafjan, dice,
nuestras compañías tan llenas de moros
aljamiados, que donde quiera se man-
tenían espías (b). La Crónica general
de España, refiriendo la sorpresa de
Córdoba por los cristianos en el rei-
nado de San Fernando, refiere [c] que
los primeros que subieron al muro
iban disfrazados en traje de moros, y
eran algarabiados. En el romance an-
tiguo de D. Beltrán, uno de los que se
incluyeron en el Cancionero de roman-
ces de .4mberes, libro rarísimo impreso
en el año de 1.5o5, se lee :
í'i) Lili. 1. can. XXXVUL
caj). XIX. — (c) Paite IV.
{l>) Lib. III,
Vido en esto estar nii muro
(¡ae velaba en un adarve.
Hablóle en alíjaraliia.
como a(]iicl (jue bien la sabe :
por Dios te niepo el moro
me digas una verdade.
En el uso actual ya no se oye la pa-
labra aljamia; y algarabía sólo sub-
siste para denotar el habla atrope-
llada y confusa, como debía ser la de
los algarabiados(a).
2. Indica Cervantes la multitud que
había en Toledo de familias originarias
de judíos. La aljama hebrea de Toledo
había sido famosa : de ella salió el
célebre Aben Ezra. que según las noti-
cias de D. José iíodriguez, en su Bihliu-
leca rahinica española, hubo de ser el
primero ó uno de los primeros traduc-
tores castellanos de los libros sagrados.
De las cosas de los conversos de Toledo
y de las persecuciones que padecieron
en diferentes épocas pudiera hacerse
unalarga historia (¡í) Los apa>ioDadosá
aquella ciudad, quieren decir que los
judíos que la habitaban en tiempo d
Tiberio desaprobaron la muerte qut
sus hermanos de Jerusalén procuraron
á Nuestro Señor Jesucristo.
3. Cuatro veces está repetido el
verbo decir en menos de renglón y me-
(«) Huy se aplica la palabra aljamiado ,i
ciertas obras anticuas de nuestra literfitura
que se han encontrado escritas en caractenv
arábigos. Véase, acerca de esto, mi libio
Manual de Literatura española é hispano-
americana. (M. de T.)
(,5) Lanía historia. — Ya )a escribió el
insigne maestro Amador de ¡os Ríos.
(M. de T.)
PniMKMA I'AUTK. — GAPITLT.O IX
141
E,sla Ihilcuwa riel Toboso^ ínulas veces en esta historia referida^
dicen que tuno la mejor mano para xalar puercos que otra mujer
de toda In Mancha^. Cuando yo oí decir Dulcinea del Toboso,
qued<^ alónilo y suspenso, porcjue luego se me representó que
aquellos earlapacios contenían la historia de 1). Ouijote. Con esta
imaginación le di priesa que leyese el principio, y haciéndolo así,
volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía :
Historia o'e D. Quijote de la Mancha^ escrita por Cide líamete
Bent^ngeli, historiador arábigo-. Mucha discreción fué menester
dio. Y á poco : Dicen que tuvo la me-
jor mano, ele. Citando yo oi decir, etc.
Los descuidos de esla especie son muy
frecuentes en el Qumote. Sin salir del
presente periodo se lee : Esttí... aquí en
el marqen escrito eslo : esta Dulcinea,
tantas reces en esta historia relerida.
1. El lenguaje no está del todo bien.
No habría que reparar diciéndose :
Tuvo mejor mano para salar puercos
que otra ninr/una mujer de toda la
Mancha. Por lo deniiís, la anotación
marginal sobre la habilidad para salar
puercos no uie parece tan íestiva y
risueña como pareció al morisco, al
cual, por otra parte, atendidas las
ideas comunes de los de su linaje y
profesión, ni;ís debió serle asunto de
asco que de risa. Si la persona de Dul-
cinea no fué absolutamente fingida y
tuvo original efectivo, sobre lo cual se
discurrirá en su lugar, acaso en ella y
en sus circunstancias individuales es-
taba la explicación de este enigma y
del chiste que ahora no se comprende.
2. Cervantes puso á su fábula el
título de El Ingenioso Hidalgo Don
QuMOTE DE LA Mancha; pero algunas
veces, como aquí, la llami'i Historia de
Don Quijote. El titulo de Vida y hechos
de Don Quijote que se puso en varias
ediciones antiguas, es ridículo y ajeno
del asunto del libro.
Cide es tratamiento de honor, como
si dijéramos señor : Hamele es nombre
común entre moros : Benen^jeli (ai. se-
gún la explicación del sabio orientalista
D. José Antonio Conde, quiere decir hijo
('/) Benengeli. — Según mi maestro y com-
patriota D. Leopoldo Kgnílaz y Yangüas, no
tiene fundamento la interpretación que da
Clemencín á este nombre. Se deriva del árabe
b/'denchén, berenjena, y significa aherenje-
nado (y no abererir/enado, como escriben mu-
chos). (M. de T.)
del Ciervo, Cerval 6 Cervanteño, y con
él se designó á sí mismo Cervantes,
que habiendo residido en Argel cinco
años, no pudo menos de alcanzar al-
gún conocimiento del idioma común
del país.
Puesto semejante nombre al autor,
fué consiguiente dar por arábiga la
obra. Si fuese cierto que los libros de
Caballerías nos vinieron de los árabes
(que no falló algún sabio que lo dijese),
pudiera aludir á ello el origen que dio
Cervantes á su fábula ; pero es más
verosímil, atendido su carácter satí-
rico y poco afecto á la Mancha, que en
esto quiso ridiculizar á los manchegos,
tild.indolos de moriscos, tanto más,
que alguna vez llamó á Cide Hamete
autor arábigo y manchego [a). De he-
cho abundaban los moriscos en los
pueblos de la Mancha, especialmente
después que de resultas del levanta-
miento de los del reino de Granada
en los años de 1568 y 15b9 se les obligó
á abandonar sus hogares, y á avecin-
darse en las provincias internas de la
Península. Y, sin perjuicio de esto,
tiró al mismo tiempo Cervantes á ridi-
culizar, remediindola, la superchería
de los escritores de Caballerías, que,
por lo común, suponían ser sus libros
traducciones de idiomas extranjeros,
entre ellos el arábigo, según se dijo
en las notas anteriores de la Historia
del Caballero de la Cruz.
En el capitulo II de esta primera
parte se habló de varios autores que
habían tratado de las cosas de Don
Quijote : y aquí se supone que el mundo
quedara mito y privado de su historia,
si el caso y la fortuna no hubieran
proporcionado el hallazgo de los carta-
(a) Parte I, cap. XXII.
i42 DON QUIJOTE DE LA MANCHV
para disimular el contento que recebí cuando llegó á mis oídos
el título del libro, y salteándosele al sedero, compré al mucliacho
todos los papeles y cartapacios por medio real : que si él tuviera
discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera pro-
meter y llevar más de seis reales de la compra. Apárteme luego
con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me
volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de i). Qui-
jote en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofre-
ciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de
pasas' y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y
fielmente y con mucha brevedad ; pero yo, por facilitar más el
negocio, y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje á
mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda- del
mismo modo que aquí se refiere. Estaba en el primero cartapacio
pintada muy al natural la batalla de D. Quijote con el vizcaíno^,
puestos en la misma postura que la histoiia cuenta, levantadas las
espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada, y la
muía del vizcaíno tan al vivo, que estaba mostrando ser de alquiler
á tiro de ballesta '. Tenía á los pies escrito el vizcaíno un título
que decía : D. Sancho de Azpeilia, que sin duda debía de ser su
nombre, y á los pies de Rocinante estaba otro que decía : Don
Quijote. Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo
y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto esjjinazo, tan hético
confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta adver-
Eacios de Benengeli, como si éste hu- biera ser con cartapacios, diciéndose
iese sido el único cronista de nuestro leer : Los t adujo todos.
hidalgo. Es clara la inconsecuencia 3.» Olvidóse aquí la propiedad his-
con que en el (Jlijote se suele liablar tórica : Cervantes, que vivió entre mo-
de este asunto: pero como hemos di- ros algunos aüos, no podía ignorar que
cho. y como tendremos que decir otras los figuras de hombres y animales
veces. Cervantes nunca volvía á leer lo edtán prohibidas entre ellos, y que,
que llevaba escrito. por consiguiente, son impropias en sus
1. Comida muy usada de los moros, libros, cual lo era el de Cide Hauíete.
á cuya costumbre alude aquí Cervantes, 4. Esto es, á larga distancia. Otras
zahiriendo delicadamente al morisco veces se dice á tiro de escopeta^ como
de que se trata. Como la ley prohibe en la novela de la Ilustre i reyona : á
el uso del vino á los musulmanes, se tiro de escopeta en mil aeñales descu-
desquitan consumiendo muchas uvas bría ^Carriazoj ser bien nacido, porque
frescas y pasas. Gahriel Alonso de era generoso y bien partido con sus
Herrera, en su libro de Agricultura. camaradas. En la parte segunda del
hace mención de la destreza con que Ocijote, capitulo V : Llegó Sancfi" d su
las conservaban y curaban los moros casa tan regocijado y alegre, que su
granadles (a). • mujer conoció su alegría d tiro de ba-
2. Toda quiere concertar con his- tiesta. En esta primera parte, capi-
toria: pero esta palabra no se encuen- tulo XXI : Sí uo te las rapas (fas
tra en el periodo, y el concierto de- barbas) « nw aja cada dos días por lo
menos, rí tiro de escopeta te echará de
<a] Lib.II.cap. XIX. ver lo que eres.
PHIMKKA PAUTE. CAPÍTULO TX 143
liMicia y propiedad se le había puesto el nombre de Rocinante.
Junto i\ ♦'! estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro á su asno,
á los pies del cual estaba otro rétulo que decía : Sancho Zancas,
y debía de ser que tenía, í\ lo que mostraba la pintura, la barriga
grande, el talle corto y las zancas largas, y por esto se le debió
de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos sobre-
nombres* le llama algunas veces la historia. Otras algunas
menudencias había que advertir, pero todas son de poca impor-
tancia y que no hacen al caso á la verdadera relación de la historia,
que ninguna es mala como sea verdadera. Si á ésta se le puede
poner alguna objeción- cerca de su verdad, no podrá ser otra
sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de
1. No es así. En ninguna otra oca-
sión fuera de ésta, se le da el sobre-
nombre de Zancas á Sancho : ó se
supuso burlescamente que asi sucedía
en el original arábigo, y que por guar-
dar consecuencia no quiso ponerse en
la traducción castellana.
2. No es constante el juicio que en
distintas partes del Ingenioso Hidalgo
se forma de Cide Hamete. General-
mente se le elogia ; aquí se le vitupera.
Todo lo que sigue en este pasaje sobre
el grado de crédito que merece su
historia es poco oportuno. Concluyó
Cervantes llamándole perro, dicterio
vulgar con que solían motejarse mu-
tuamente moros y cristianos : lo cual
no es del caso ni concuerda con los
elogios que de Cide Hamete se hacen
en otros lugares, llamándole sabio,
alentado, prudenlisimo. celebérrimo y
flor de los historiadores.
En éste y otros parajes de sus obras
habla Cervantes de los moros en los
términos que en sn tiempo se hablaba
generalmente en España. La época de
esta aversión especial puede señalarse
en la fundación del reino de Argel por
los hermanos Barbarrojas, á principios
del reinado de Carlos V. Durante la
vida de estos Reyes piratas y de los
demás que les sucedieron en todo
aquel siglo, dominri en Argel el influjo
de los renegados, raza compuesta de
la hez de todas las naciones, cuya
ignorancia brutal y cuyas costumbres,
tan crueles como soeces, junto con el
horrible tráfico de cautivos y los repe-
tidos saqueos de los pueblos de nues-
tras costas del Mediterráneo, habían
excitado en' los españoles el odio mez-
clado de desprecio que se deja ver en
los escritos de Cervantes y de sus con-
temporáneos. A pesar de la guerra per-
petua, no se les miraba con tanta
ojeriza en los siglos anteriores á su
expulsión de la Península. Hoy mismo
se cree que los moros andaluces fueron
cultos, instruidos y aun amables : se
ha tratado y escrito largamente de su
civilización, de su literatura, de sus
poetas, de sus diccionarios, de sus
historias, y de éstas en términos muy
distintos que Cervantes. El autor de la
Pluralidad de los mundos los pintaba
como un pueblo semejante al que su-
ponía habitar en el planeta de las gra-
cias y de los amores, lleno de fuego,
de ingenio, amante de la música y de
la poesía, inventor perpetuo de fiestas,
danzas j' torneos (a;. En ello también,
por su calidad de españoles, se ha
mezclado el orgullo nacional en estos
últimos tiempos ; se les ha considerado
como bienhechores de la ilustración
europea, y se ha elogiado su época
como se pudieran las de Pericles y
Augusto. Yo dejo á los peritos de la
lengua, historia y literatura arábigas
el juzgar de esto, y señalar hasta qué
punto pudieron combinarse la civiliza-
ción y las luces con el despotismo y el
Alcorán : y volviendo á Cervantes,
digo que habló de los moros con el
desprecio que merecían las costum-
bres y modo de vivir de que había
sido testigo durante su cautiverio en
Argel désele el año de 1575 hasta el
de 1.580.
'n) Noche IV.
144
DON OUIJOTE DE LA MANCHA
aquella nación ser mentirosos, aunque por ser tan nuestros ene-
migos*, antes se puede entender haber quedado falto en ella que
demasiado^; y así me parece á mí, pues cuando pudiera y dehieía
extender la pluma en las alabanzas d(í lan i)uen cahalloro, parece
que de industiia las pasa en silencio^ : cosa mal hecha y peor
pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales,
verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo ',
el rancor ni la afición no les haga torcer del camino de la verdad,
cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las
acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente,
advertencia de lo por venir'. En ésta sé que se hallará todo lo
que se acertare á desear en la más apacible; y si algo bueno en
ella faltare, para mí tengo que fué por culpa del galgo de su autor *
1. La partícula tan debiera acom-
pañar á enemigos, diciéndose : por se?"
lan enemigos nuestros.
2. Quedar falto ó corto se dice,
pero no quedar demasiado ni largo;
quedar y demasiado indican ideas con-
tradictorias.
3. Esto no dice bien con lo que
adelante se afirma de la puntualidad
de Cide Hamete en el capitulo XVI de
esta primera parte, donde se lee : Cide
Hamete Benengeli fué historiador muy
curioso y muy puntual en todas las
cosas; y éctiase bien de ver, pues las
que quedan referidas, con ser tan mí-
nimas y tan rateras, no las quiso pasar
en silencio. Y el capítulo XL de la se-
gunda parte empieza así : Real y verda-
deramente todos los que gusten de se-
mejantes historias como ésta, deben
mostrarse agradecidos rí Cide Hamete.
su autor primero, por la curiosidad
que tuvo en contarnos las seminimas
delta, sin dejar cosa, por menuda que
fuese, que no la sacase d luz distinta-
mente. Como de estas inconsecuencias
hallaremos en el Quijote.
4. El orden natural es al revés : mal
pensada y peor liecha, porque antes es
pensar que hacer.
Cervantes usó generalmente la partí-
cula de con el verbo deber cuando éste
precedp al verbo sustantivo ser. Aquí
no lo hizo, y fué precisamente en oca-
sión que convino hacerlo para enlazar
con un régimen común á los gerundios
habiendo y debiendo : habiendo y de-
hiendo de ser los liistoriadores ptin-
tuales. Quizá fué omisión de la im-
prenta, á cuya causa pueden en mi
juicio atribuirse muchos de los des-
cuidos que se observan en el lenguaje
del Quijote. Lo mismo puede discu-
rrirse sobre las palabras y que ni el
interés ni el miedo, etc., donde falta
algo para que conste la gramática. De-
bió, al parecer, decirse : y tales, que
niel interés ni el miedo les haga torcer
el caniino de la verdad.
5. Expresiones que recuerdan las de
Cicerón en el libro II, del Orador :
Historia testis teniporum, lux veritatis,
vita memorise. magistra vitx, nun'.ia
vetustatis. Cristóbal Suárez de Figueroa,
en su Pasajero (a), tradujo así las pa-
labras de Cicerón : testimonio de los
tiempos, luz de la verdad, vida de la
memoria, maestra de la vida y mensa-
jera de la antigüedad. El pasaje de
Cervantes comprende el mismo con-
cepto, y añade además la discreta y
profunda idea de que la historia de lo
pasado envuelve el anuncio de lo
luturo.
6. Es tratarle de perro, segi'm la
costumbre de que se hizo mención
arriba. En la comedia de los Parceles
de Murcia, escrita por Lope de Vega,
queriendo unos guardas registrar lo
que llevaba en una canasta la esclava
Beatriz, le decía un© de ellos :
Suelta, galpa.
El mismo Cervantes, en el Viaje al Par-
naso, trató también de galgo al Gran
Turco ; y en la comedia de Los Baños de
(a) Alivio 11.
•HIMKHA P.VRTK.
CAPITULO IX
ü:;
;\nles (|ti(' por falla del siijclo. Kii íin ; su secunda parle*, si-
oliendo la traducción, comenzaba desta manera :
Pucslas y levantadas en alto las corladoras espadas de los dos
valerosos y enojados comhaiienles, no parcela sino que estaban
amena/ando al cielo, á la tierra y al abismo^ : tal era el denuedo
y continente que tenían. Y el primei'O que fué á descarg-ai- el
golpe fué el colérico vizcaíno, el cual fué dado con tanta fuerza y
tanta furia, que á no volvérsele la espada en el camino, aquel solo
golpe fuera bastante para dar iln á su rigurosa contienda'' y á
todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte,
que para mayores cosas le tenía guardado, torció la espada de su
contrario, de modo que aunque le acertó en el hombro izquierdo,
no le hizo otro daño que desarmarle todo aquel lado, llevándole
de camino gran parte de la celada con la mitad de la oreja, que
todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy mal-
trecho. ¡ Válame Dios, y quién será aquel que buenamente
pueda contar ahora la rabia que entró en el corazón de nuestro
manchego viéndose parar de a([uella manera ! No se diga más sino
(pie fué de manera que se alzó de nuevo en los estribos, y apre-
tando más la espada en las dos manos, con tal furia descargó sobre
el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la
cabeza, que sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre
Argel, un Sncristán llevado cautivo de
España á Berbería, decía á otro cautivo,
hablando de unos morillos :
Déjeme, pese á mí, coa estos galgos.
Y luego, volviéndose á ellos :
Escuchadme, perritos,
Venid, tus, tus, oídme.
[. La suspensión de la aventura del
Vizcaíno, la pérdida de la historia y su
hallazgo no produce el efecto que, al
parecer, se propuso Cervantes. Al aca-
bar la primera parte de las cuatro en
que dividió su libro, quiso probable-
mente imitar lo que suele hacer al fin
de sus cantos el Ariosto, el cual, después
de haber esforzado todo lo posible el
interés, corta de repente la narración,
evidentemente con el designio de irritar
y aumentar la curiosidad de los lec-
tores. El asunto del Ariosto, compuesto
de tantos incidentes inconexos entre
-i. proporcionaba frecuentes ocasiones
de hacerlo, siendo de todos modos
preciso interrumpir unos asuntos para
pasar á otros; pei'o la fábula del Qui-
jote, como tiene unidad de argumento,
lejos de dar lugar á esta clase de tran-
siciones violentas, debe fluir por sí
misma, sin despedazar el contexto ni
ofender el buen gusto de los lectores.
2. Bella expresión y exageración
graciosa tratándose de los combatientes
que acab;m de describirse: el uno sobre
un flaco y extenuado rocín, cubierto
con una rodela prestada, y el otro
sobre una mala muía de alquiler, de
tendiéndose con un cojín del coche.
3. Mejor : ó la riqurosa contienda,
como ya se dijo en otra ocasión. La con-
tienda no era ni podía ser de uno solo :
era de ambos (a).
(«) Atento el comentarista á ésta y otras
menudencias, no para mientes en la belleza
del cuadro, lleno de animación y vida, que
aquí traza Cervantes, verdadero "maestro en
el arte de describir.
(M. de T.)
10
litj UU.N yLlJOTli Uli LA MANCHA
él una uioiilafia, comenzó á echar sangre por las narices y por la
boca y por los oídos, y á dar muestras de caer de la muía ahajo,
de donde cayera sin duda si no se abrazara con el cuello : pero
con todo eso, saco los pies de los estribos, y luego soltó los brazos,
y la muía, espantada del terrible golpe, dio á correr por el campo,
y Á pocos corcovos dio con su dueño en tierra. Estábaselo con
mucho sosiego mirando D. Quijote, y como lo vio caer, salló de
su caballo, y con mucha ligereza se llegó á él, y poniéndole la
punta de la espada en los ojos ', le dijo que se rindiese, si no que
le cortaría la cabeza. Estaba el vizcaíno tan turbado, que no podía
responder palabra, y él lo pasara mal según estaba ciego Don
Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con gran
desmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba, y
le pidieran con mucho encarecimiento les hiciese tan gran merced
y favor de perdonar la vida- á aquel su escudero. Á lo cual
b. Quijote respondió con mucho entono y gravedad : Por cierto,
fcrmosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís ;
mas ha de ser con una condición, y concierto, y es que este caba-
llero me ha de prometer de ir al lugar del Toboso^ y presentarse
de mi parte ante la sin par Doña Dulcinea, para que ella haga del
lo que más fuere de su voluntad. Las temerosas y desconsoladas
señoras, sin entrar en cuenta de lo que D. Quijote pedía y
1. Buwle cita ejemplos tle sucesos y
expresiones semejantes, tomados de las
historias de Amadis de Gaula, de D. Oli-
vante de Laura y de l'ñmaleón. En
Palmerin de Inqlalerra se cuenta que,
cayemlo Brauíarin por las ancas del
caballo, quedó gran pieza sin bullir pie
ni mano. Viéndole tal [*aluierin, des-
montó, y quitándole el yelmo, le puso
la punta de la espada en el rostro,
diciendo : Caballero, rendios en mis
enanos..., si no muerto sois (a). Fácil
sería arunuilar ejemplos.
2. Tan parece errata por la. En los
libros de Ciballeria no es raro haber
dueñas y doncellas espectadoras de los
combates, y estorbar que pasen ade-
lante, ó pedir y obtener del vencedor
la vida del vencido. Asi la Reina Iseo
separó á Tristán y Palamedes, que se
combatían por ella (ó). Flordespina en
Boyardo despartió en medio de su pelea
á Ferragús y Orlando (c). Yendo Flo-
(a) Parte II. cap. I.XIX. — (b) Tristán,
libro I, c;ip. XLI. — (c) Lib. I, canto IV.
rambel de Lucea á cortar la cabeza á
un caballero á quien había derribado,
no lo hizo á ruego de la doncella So-
lercia, que se hallaba presente (a). La
Infanta .Miraguarda interpuso también
con Palmerin de Inglaterra sus buenos
oficios á favor del i^igante Almourol,
como se refirió anteriormente.
3. Lo mismo había exigido D. Qui-
jote en el capitulo anterior de la dueña
vizcaína en pago de haberla librado
del poder de los encantadores y nigro-
mantes: la ocurrencia era tan graciosa
como propia del humor de nuestro hi-
dalgo. La promesa que á nombre de su
escudero hicieron tas temerosas y des-
consoladas señoras, sin entrar en cuenta
de lo que D. Quijote pedia, y sin pre-
(/imtar quién Dulcinea fuese, ni saber
lo que prometían, fué la que debía ser
en el estado de aturdimiento en que se
hallaban : y Cervantes dio fin á la
aventura de un modo que no pudo ser
más natural ni verosímil.
(o) Floramhel, lib.
cap. XX.
IMUMEPA PARTli. — CAPÍTUI.O IX li7
sin pic^iiiiliir (juit^n Dulcinea fuese, le prometieron ([ue el
escudero haría lodo aquídlo que de su parte le fuese mandado.
Pues en Ce de esa |)a]al)ra', }<> no le liare más daño, puesto que
me lo tenía bien merc<'ido.
1. Habla aqui D. Quijote, como es claro, aunque no se expresa.
CAPÍTULO X
Dli LOS GRACIOSOS RAZONAMIENTOS^ QUE PASARON ENTRE D. QUIJOTE
Y SANCHO PANZA SU ESCUDERO.
Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza algo mal-
tratado de los mozos de los frailes^, y había estado atento á la
batalla de su señor D. Quijote, y rogaba á Dios en su corazón
l'uese servido de darle vitoria, y que en ella ganase alguna ínsula
de donde le hiciese gobernador, como se lo había prometido.
Viendo, pues, ya acabada la pendencia, y que su amo volvía á
subir sobre Rocinante, llegó á tenerle el estribo, y antes que
subiese se hincó de rodillas delante del, y asiéndole de la mano,
se la besó^ y le dijo : Sea vuestra merced servido, señor Don
Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigu-
rosa pendencia se ha ganado, que por grande que sea, yo me
siento con fuerzas de saberla gobernar '* tal y tan bien como otro
que haya gobernado ínsulas en el mundo. A lo cual respondió
1. En las ediciones primitivas del
Quijote decía el epígrafe de este capí-
tulo : De lo que más te avino d D. Qui-
jote con el uizcaino, y del pelif/ro en
que se vio con luia turba de yangiieses;
pero la aventura del vizcaíno se con-
cluyó en el capitulo anterior, y el en-
cuentro con los yangüeses se refiere
después en el capitulo XV. El presente
sólo contiene un graciosísimo coloquio
entre L). Quijote y Sancho, y por esta
razón la AcadeniiaEspañola corrigiendo
tan notoria y evidente equivocación,
suprimió en sus ediciones el epígrafe
antiguo del capitulo, y le sustituyó el
que ahora lleva.
2. No concuerda mucho la blan-
dura de esta expresión con el capitulo
pasado, donde se contó que los mozos
dieron con Sancho en tierra, y sin de-
jarle pelo en las barbas le molieron á
coces y le dejaron tendido en el suelo
sin aliento ni sentido.
3. De igual á igual, ó de superior á
inferior solía darse el beso de paz en el
rostro. Hincar la rodilla y besar la
mano era demostración de inferioridad
y respeto, de que hay infinitos ejemplos
en los libros de Cahallerias, señalada-
mente en ocasiones de pedir mercedes,
como aquí iba á hacer Sancho. Más
abajo se cuenta que volvió á besarle á
su amo la mano y la falda de la loriga.
Esto demostraba mayor respeto y
humildad todavía, como lo indicaba
también en aquel caballero de quien
cuenta la historia de .Vmadís de
Gaula [a) que besó la falda del arnés
al Doncel del mar, que le había ven-
gado de Galpano.
4. .Mejor se dijera : con fuerzas para
ijobernarla. mudando el régimen y
suprimiendo el saber, porque las fuer-
zas no dicen relación al saber, sino al
gobernar.
(a) Cap. VI.
priiMKnA p.\nTR. — íiapíti i.o x Ií0
D. Quijote : Advertid, heniiauo Sancho', que esta aventura vías
á esta seniejaulcs, no son avenluras de ínsulas, sino de enrruci-
jadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rola la cabeza
ó una oreja menos : tened paciencia, que aventuras se ofrecerán
donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más ade-
lante. Agradecióselo mucho Sancho, y besándole otra vez la
mano y la laida de la loriga-, le ayudó á subir sobre Rocinante ;
y él subió sobre su asno y comenzó á seguir á su señor, que á
paso tirado, sin despedirse ni hablar más con las del coche, se
entró por un bosque que allí junto estaba. Seguíale Sancho á todo
trote de su jumento; pero caminaba tanto Rocinante, que viéndose
quedar atnis, le fué forzoso dar voces á su amo (|ue se aguardase.
ilízolo así D. Quijote, teniendo las riendas á Fiocinante hasta que
llegase su cansado escudero, el cual, en llegando, le dijo : Paré-
cerne, señor, que sería acertado irnos á retraer á alguna iglesia,
que según (juedó maltrecho aquel con quien os combatisteis, no
s<'rá mucho íjue den noticia del caso á la santa Hermandad '^ y nos
prendan; y á fe que si lo hacen, que primero que s¿dgamos de la
cárcel que nos ha de sudar el hopo '. Calla, dijo D. Quijote.
1. D. Oi'ijote, todo ufano y hueco
con el triunfo conseguido sobre D. San-
cho de Azpeilia, se entona aquí y habla
á lo gran señor.
2. En ninguna otra parte del Qumote
se hace mención de su loriga. Ésta era
armadura interior, sobre la cual asen-
taba el peto y el espaldar, pendiendo
la falda algún tanto por fuera <ie la del
arnés. La loriga era de hojuelas de
acero sobrepuestas unas á otras, ó de
malla, como se dice expresamente de
la del gigante Madarque en Amadís de
(Jaula («I, y de otros muchos caballeros
en todos los libros andiintescos. Algunas
veces se armaba también con lorigas á
los caballos, que entonces se llamaban
encubertados. En los principios dicen
que se hicieron de cuero ó de correas
entretejidas, y que de aquí se llamaron
lorigas, fí loris.
Besar la falda de la loriga solía ser
demostración de respeto mezclado de
cariño. Después de hober vencido Flo-
rambel la formidable aventura del
Árbol saludable, su escudero Lelicio, y
Celesin, escudero de D. Lidiarte, que
estaba allí cerca mal herido, se vinieron
(rt) Cap. LXV.
para Florambel con el mayor gozo del
mundo, y llorando con el sobrado pla-
cer, se fincaron de hinojos aniel, y le
besaron la falda de la loriga (a ¡.Cua.no o
no había ó no se veía la falda de la
loriga, se besaba la del arnés, como !o
hizo el doncel Durin al despedirse de
Amadís de Gaula (b¡.
3. Tribunal severísimo establecido
por los Keyes católicos D. Fernando y
Doña Isabel el año de 1476 para perse-
guir, juzgar y castii;ar los delitos come-
tidos fuera de poblado, y que subsistía,
aunque con notables variaciones, en
tiempo de Cervantes. La ocurrencia de
Sancho sobre tomar iglesia, ni puede
ser más natural en su carácter rústico
y medroso, ni más graciosa por el con-
traste que ofrece con las fanlarronadas
caballerescas de su auio.
4. El que se repite cuatro veces, de
las cuales pudieron suprimirse la se-
gunda y la cuarta, y quedaría harto
mejor el lenguaje.
Hopo es nombre que se da en especial
á la peluda y larga cola de la zorra :
y se dice que le suda el liopo ai que
{a) Florambel de Lucea, lib. III, cap. IX.
— (o) Amadis de Gaula, cap. XLVI,
150 DON QUIJOTE nE I.A MANCHA
¿Y dónde lias visio lú ó leído jamás que caballero andante haya
yido puesto ante la justicia ])or más homicidios (pie hubiese come-
tido? Yo no sé nada úe omecillos, respondió Sancho, ni en mi vida
le calé á ninguno' ; scilo sé ipn; la santa Hermandad tiene que ver
•y. con los que pelean en el campo, y en esotro no me entremeto. Pues
no tengas pena, amigo, respondió D. Quijote, que yo te sacaré de
las manos de los caldeos^, cuanto más de las de la Hermandad.
Pero tlime por tu vida, ¿has tú visto más valeroso caballero que yo
en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leído en historias^ otro
que tenga ni haya tenido más brío en acometer, más aliento en el
perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar?
La verdad sea, respondió Sancho, que yo no he leído ninguna
historia jamás, porque ni sé leer ni escribir; mas lo que osaré
apostares que más atrevido amo ([ue vuestra merced yo no le he
servido en todos los días de mi vida, y quiera Dios que estos
atrevimientos no se paguen donde tengo dicho. Lo que le ruego
á vuestra merced es que se cure, que se le va mucha sangre de
esa oreja, que aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco en
las alforjas. Todo eso fuera bien excusado, resj)ondió D. Quijote,
si á mí se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de
F'ierabrás '', que con sola una gota se ahorraran tiempo y medi-
trabaja con afán y fatiga, como le
sucede á este animal cuando huye con
todo su esfuerzo para evitar que le al-
cancen los perros.
1. Omeciilo (a) es la voz homicidio en
boca de gente rústica é ignorante, que
la conservaba todavía entonces desde
que se introdujo en los principios del
idioma castellano, set;ím se ve por
muchos documentos y por la traduc-
ción castellana del Fuero juzgo, orde-
nada por el Rey San Fernando, señala-
damente en el" titulo V del libro VI,
donde se halla á cada paso. — L'na de
las acepciones del verbo calar es pro-
curar, y en ésta lo usa aquí Sancho,
manifestando que nunca había procu-
(a) Onecillo. — Supone Hartzenbu.sch que
Sancho, que en otro pnsaje del texto, huce
ver qiu" conoce p! sentido de omeciilo fniala
voluntad I entendió aquí, en vez de omecillos,
gomecilloft (liizaiillos. guías de ciego) pero
esta explicación no aclara la frase. Faiece
más natural la interpretación del señor Cal-
derón (Véase Cortejón, tomo I. pág. 'Jlii) el
cual tradnce así la frase : » Yo no sé nada
de odio* ni en mi vida le he tenido ni guar-
dado á ninguno. » (M. de T.)
rado á nadie la muerte. La gente nistica
es más tenaz de sus usos y lenguaje
que la cortesana ; y pudieran alegarse
locuciones, modismos y terminaciones
usadas en otros tiempos, pero anti-
cuadas entre las personas cultas, que
todavía se oyen entre los aldeanos.
2. En el profeta .leremias son fre-
cuentes las amenazas de que Dios entre-
gará los judíos en manos de los cal-
deos (a). Á esta expresión parece que
se alude en el presente lugar.
.3. Nótese la belleza y redondez de
este periodo, la exactitud y compasada
gradación de sus ideas, y la arujonía y
perfección de su lenguaje.
4. La historia de este bálsamo se
lee en la vulgar del Emperador Carlo-
magno, publicada en castellano por
Nicolás de Piamonte. .No puedes nefjni\
decía Fierabrás á Oliveros, que tu
cuerpo esté llar/adn, y decirte he como
sanaros en un punto, aunque vids lla-
gas tuvieses. Llégate á mi caballo y
(a) Cap. XXXII.
fRIMKIlA l'AItTi:.
C.M'ITULO X
i:\\
cillas. ¿HiH' i'cdíMiía y qiK* bálsamo es oso? dijo Suncho Pan/a.
Ks \in hiilsanio, ros|)oii(li() I). (Juijolc, de quien longo la rocela on
la uKMnoria ', con ol cual no hay qiio tener temor á la niutírle, ni
luiy ([uo pensar morir d(^ i'orida alguna : y así cuando yo lo haga
y le lo dé, no tienes más que hacer sino que cuando vieres que on
alguna batalla me han partido por medio dol cuerpo, como muchas
veces suele acontecer-, bonitamente la parte del cuerpo qu(5
fiallarás i/os barrilejos alados al arzón
de la silla, llenos de bálsamo, que por
fuerza de armas c/ané en Jerusalén : de
este biUsauxo fué embalsamado el cuerpo
de tu Dios cuando le descendieron de
la cruz y fué puesto en el sepulcro : y
si de ello bebes, quedarás luego sano
de tus heridas. En el discurso de la
batalla, cortada la cadena de los ba-
rriles, cayeron estos al suelo, y espan-
tado con el ruido el caballo de Fiera-
brás, tuvo Oliveros ocasión de apearse
y beber del bálsamo á su placer, y luego
se sintió sano, ligero y dispuesto, como
si nunca hubiera sido herido. Y de esto
(lió infinitas gracias á Dios, y dijo entre
si : ningún buen caballero debe pelear
con esperanza de tales brevajes; y to-
mando entrambos barriles, los echó en
un caudaloso rio que cerca de allí pa-
saha, y fueron al fondo del agua. Y he
leído en un libro auténtico de lengua
toscana que habla de este Fierabrás de
Alejandria, que todos los días de San
Juan Evangelista parecen los dos ba-
rriles encima del agua, y no en otro
tiempo (a). D. Quijote hubo de averi-
guar, no se sabe por donde, la receta
del prcioso bálsamo, y siendo menos
escrupuloso que el bueno de Oliveros,
se proponía usarlo cuando le convi-
niese.
La delicadeza de Oliveros recuerda la
de Rugero, que avergonzado de la vic-
toria C[ue había conseguido contra tres
caballeros por medio de un escudo
encantado, que á semejonza del de
Medusa dejaba aturdidos á cuantos
fijaban en él la vista, lo att'i á una peña
y lo arrojó á un pozo (b).
En la historia de Belianís se refiere
que el Príncipe Ariobárzano llevaba
ntado al arzón de la silla un barril pe-
queño de oro de un preciosísimo bál-
(n) Hisloria lie Carlomar/no. cap. XVII
y XIX. — (6) Arioslo, canto' XXII, est. XCI
y siguientes
samo que curaba de las heridas, con tal
que el alma de' las carnes no fuese
apartada. Bebiendo de este bálsamo
fueron curados de heridas peligrosas
en varias ocasiones Ariob.irzano, Belia-
nís, el Príncipe Perianeo, llamado el
Caballero de las dos Espadas, y el Em-
perador de Trapisonda {a.. La curación
era al instante, pero alguna vez suce-
dió que los caballeros estaban tan des-
fallecidos por la pérdida de sangre, que
les convino hacer cama.
Aunque era muy apreciable la pro-
piedad de los bííisamos de Fierabrás y
Ariobárzano, todavía lo era más y más
cómoda la del joyel que la Princesa
Policena echó al cuello á D. Belianís
de Grecia, y tenía la virtud de no dejar
desangrarse á quien lo llevaba (6).
1. Mejor dicho estaría : es un bál-
samo cuya receta tengo en la memoria ;
porque el relativo quien se dice más
comúnmente de las personas que de
las cosas.
2. Hay, con efecto, muchos ejemplos
de estos desaforados golpes en los
libros de Caballerías. Amadís de Gre-
cia, en una batalla contra el Rey de
Francia, hirió de toda sn fuerza por
cima del yelmo á un caballero : y el
golpe fué tal, que él y la cabeza hasta,
la cinta lo hizo en dos partes (c). El
caballero del Febo, ayudando á su
hermano Rosicler, á quien habían aco-
metido dos gigantes hijos de Candra-
niarte, dio á uno de ellos tal revés por
encima de los muslos, que dio con él
hecho dos partes á los pies de su her-
mano [d). Reinaldos de Montalbán. de
un revés con su espada Fusberta. par-
tía ;i un hombre por medio, según se
refiere, y no una vez sola, en la histo-
ria de Morgante (e). De Rugero cantaba
[a] Lib. II. cap. XXVII, XXVIII, XXXY v
XXXVII. — {Jn flelianis, lib. II, cap. JX. —
(c) Amadis de Crecía, parto I. cap. LXVIIT.
— [d) Euppjo de PrinrAppfs, parte I. lib. I,
cap. XLIII. — (fi) Lib. I, cap. XIX y LXVI
lo2 nON QI'IJOTE DE LA MANCHA
hubiere caído en el suelo, y con mucha solileza anles que la
sangre se hiele, la j)on(Jrás sobre la olra inilad ({ue quedare en la
silla advirliendo de cncajalla igualmente y al justo' : luego me.
darí'ts á beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y
verásme quedar más sano que una nianzana -, Si eso hay, dijo
Ariosto (a) que, con su espada Bali-
sarda,
Gil elini taf/liaba e le corazze f/rosse,
E (jli unmini feíidca jin sul cavnllo ;
E qli nuuiilava in ptn te ui/unle al prato
Tniilü Unir un, qwtnto lUilV allro lulo.
Otros libros que no son de Caballerías
cuentan casos semejantes. Plutarco, en
la Vida de Pirro, Rey de los Epirotas,
relieve que este Principe, provocado
por uno del ejército de los INlamerlinos,
de grande estatura gigante se le hu-
biera llamado en las crónicas caballe-
rescas], le dividió el cuerpo de una
cuchillada desde la cabeza abajo,
cayendo á cada lado sn parte.
Lo que hizo verticahiiente Pirro, lo
hizo horizontalmente el Cid Kui Díaz
de Vivar. Cuenta su poema que en la
batalla de .\lcocer, habiendo los moros
muerto el caballo fi Alvar F;íñez (6),
Violo mío Cid Rui Díaz el castellano :
Acostos' á un alguacil, que tenie buen ca-
[ballo :
Diol' tal espadada con el so diestro brazo,
Cortol' por la cintura, el medio echó en el
[campo :
Á Minaya Alvar Fánez ibal' dar el caballo.
El libro de la Gran conquista de Ul-
tramar, traducido de la historia latina
de Guillermo, Arzobispo de Tiro, ha-
blando del cerco de Antioquía por los
Cruzados (c), cuenta que Godolre de
Bullón peleaba en una puente contra
los sitiados, que habían hecho una
salida, y dio tan gran golpe ü un
inoro que le aquejaba más que todos
los olviis, sobre la loriga que traía ves-
tida, one le travesó por la cinta bien
cabe los arzones de la silla ; asi que la
cabeza con los brazos é los pechos hasta
en la cinta cayó sobre la puente, é las
piernas con muy poco de lo otro que-
daron sobre la silla. Y no fué esta re-
lación de las que algunas veces anadia
la traducción á la historia original del
(a) Canto 20, estr. 21. — (¿) Vers. 75G y
siguientes. — (c) Lib. II, cap. LVIII.
Arzobispo de Tiro, porque éste, refi-
riendo el mismo suceso (a,, dice de
Godüfre : Unum de hostibus protinus
instanlem, lorien indulum, per médium
divisil, ila ut pars ab nmbilico superior
ad terram deciderel, reliqua parte su-
per pquum, cui insedil, intra urhem
introducía. Obstupuil populusvisa facti
novitate. Después de esto, no debe
parecer mucho lo que el mismo Giii-
llerinf) cuenta de Godofre. ;í saber : que
cortaba de un golpe con facilidad (diga-
mos como si fuera de alfeñique) el
cuello de un camello grandísimo, con
admiración del jeque árabe que lo
presenciaba (/;). Lo mismo hacia en
tiempos posteriores con el cuello de
un toro D. Gómez de Figueroa, caba-
llero de Córdoba, señor del Encinar,
de quien escribe su paisano D. Luis
Bañuelos que así lo ejecutó, y no una
vez sola, en los festejos celebrados por
la ciudad de Sevilla con motivo de los
casamientos del Rey D. Felipe II (c).
1. En las ediciones anteriores se
leia encajallo : era evidentemente error
de la imprenta. — Al justo (x) me
parece italianismo, y no será el único
que se encuentre en el Quijote. Por lo
demás, la idea no puede ser más fes-
tiva, ni mayor la gracia con que se
expresa.
2 Comparación de uso común, á
pesar de las numerosas excepciones
que suelen ofrecer las manzanas.
(a) Lib. V,
cap. XXII. -
nela.
cap. VI. — (6) Lib. IX.
(c) Lió. manuscrito de la Ji-
(«) Al justo. — Si es italiano (cosa por lo
menos dudosa, pues tenemos en castellano :
al igual, al pronto, etc.) no fué Cervantes el
único en usarlo. Uecuérdese el epigrama de
Lope de Vega :
Setenta años vi el sereno
Cielo, g-océlos al justo.
Los cuarenta por mi g-u-sto,
Los Ir^'inla por el ajeuo.
(M. de T.j
pniMKHA r.\im;.
f:Ai'íiui.o X l'V.l
Pau/.ii, u) renuncio desde {i(|uí el gobierno de la pronicüda ínsula,
y no (|uiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios*,
sino (|ue vuestra niercetl me ú{\ la receta de ese extremado licor,
(|ue para nii lengc» (pu' valdrá la on/.a adonde quiera más de á dos
reales, y no he menestei" yo nías para pasar esta vida honrada y
descansadamente ; pero es de saber ahora si tiene mucha costa el
hacelle. Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres,
respondió D. Ouijote. ¡ Pecador de mí^! replicó Sancho, ^, pues
á ciué aguarda vuestra merced á hacelle y á enseñármele ? Calla,
amigo, respondi(') D. Ouijote, que mayores secretos pienso ense-
ñarte y mayores mercedes liacerte ; y por ahora curémonos, que la
oreja me duele más de lo que yo quisiera.
Sacó Sancho de las alforjas hilas y ungüento : mas cuando
D. Ouijote llegó ¿ver rota su celada, pensó perder el juicio, y
puesta la mano en la espada^ y alzando los ojos al cielo, dijo : Yo
hago juramento al Criador de todas las cosas y á los santos cuatro
evangelios, donde más largamente están escritos'', de hacer la
vida que hizo el grande marqués de Mantua cuando juró de vengar
la muerte de su sobrino Baldovinos, que fué de no comer pan á
manteles "*, ni con su mujer l'olgar, y otras cosas que, aunque de-
1. Tan gracioso es y tanto divierte
oir á Sancho hablar de sus muchos y
buenos servicios á los dos días no ca-
bales de servir á su amo, coaio á éste
de sus famosos hechos y hazañas el
día primero de su carrera caballeresca,
según se reíiriú en el capitulo 11.
2. Interjección de que usó en el
capítulo V Pedro Alonso, el labrador
vecino de I). Quijote, cuando le con-
ducía á su casa molido de los palos
que le dio el mozo de los mercaderes.
Denota sentimientos de incomodidad é
impaciencia en quien habla.
3. Actitud enfática de juramento,
como ofreciendo mantenerlo con la
espada, al modo que otras veces se
jura llevando la mano al pecho, en
demostración de que el juramento es
de corazón y sincero. Otras veces jura-
ban los caballeros por su espada, ó por
la cruz de su espada, y en esto hay
ejemplos no sólo en las historias caba-
llerescas, sino también en las verda-
deras.
4. Fórmula de hechura forense,
propia de quien no pudiendo ó no
queriendo detenerse mucho, se refiere
á otro documento, donde se explica
más por extenso lo que indica.
5. Comer sin mantel en la mesa era
señal ^e luto y de duelo, como de
quien come sin buscar el placer ni el
aseo, sino únicamente por la necesi-
dad de mantener la vida. Creo que de
esta costumbre no quede resto al;¿uno,
sino el Viernes Santo entre frailes y
monjas.
El romance del Marqués de Mantua,
después de contar que éste halló en la
floresta ;i su sobrino Baldovinos, he-
rido alevosamente por D. Carloto, y
que lo llevó á una ermita con ayuda
del ermitaño que le asistió en su
muerte, sigue así :
De que allá hubieron llegado,
van el cuerpo desarmare :
quince lanz:idas tenía,
cada una era moríale,
que de la menor de todas
ninguno podría escapare.
Cuando así lo vio el Marqués,
traspasóse de pesare :
á cabo de una gran pieza
un gran sospiro fué á daré.
B;ntró dentro en la capilla,
de rodillas se fué á hincare;
puso la mano en un ara
que estaba sobre el altare,
á los pies de un Crucifijo
jurando empezó de hablare:
juro por Dios poderoso,
154
nOX Qtl.IOTE DE LA MANCHA
Has no me acuonlojiís doy ac|uí por expresadas, hasta tomar entera
venganza del que tal desaguisado me tizo. Oyendo esto Sancho, le
pul- Snnta Maií:i''su madre,
y al Santo Sacniuiento
(lue aquí siielen celebrare,
ae nunca peinar mis canas,
ni Jas mis barbas tocare,
de no vestir otra» ropas,
ni renovar mi calzare,
de no entrar en ¡loblado,
ni las armas me quitare
sino fuere por una hora
para mi cuerpo alimpiare,
de no comer en manteles
ni H mesa me asentare,
hasta matar á Cailoto
por justicia, ó peleare,
ó morir en la demanda
manteniendo la verdade ;
y si justicia me niegan
sobre esta tan gran maldade,
de con mi estado y persona
contra Francia guerreare,
y manteniendo la guerra
inorir ó vencer sin pare.
Y por este juramento
promelo de no enterrare
el cuerpo de Baldovinos
hasta su muerte vengare.
De que aquesto hubo jurado,
mostró lio sentir pesare.
Lo de nbantlonar el cuidado del ca-
bello en los grandes pesares es cosa
muy antigua en el mundo, y ya lo hizo
Julio César en una derrola de los suyos,
dejándose crecer la harba y el cabello
hasta que hubo tomado venganza (a).
Y lo mismo cuenta del Cid Campeador
su poema, como demostración de su
sentimiento por haberle desterrado el
Rey D. Alfonso :
Ya le crece la barba, é vale allongando.
Dijo mío Cid de la su boca á tanto :
Por amor del Uey Alfonso, que de tierra me
[ha echado,
N'in entrarle en ella tijera, ni un pelo non
[habríe lirado :
E que fablasen desto moros é cristianos (6).
Otro juramento semejante al del Mar-
qués de Mantua, se lee en un romance
viejo de Montesinos :
Oliveros que esto oyera
en la espada puso maño :
Montesinos no tiene armas,
descendióse del palacio;
los ojos puestos al cielo,
juramentos iba echando
de nunca vestir loriga
(n) Suetonio en su vida, cap. l.XVII. —
6) Vers. 1247 y siguientes.
ni cabalgar en caballo,
ni comer pan en manteles,
ni nunca entrar en |)Oblado,
y de no rapar sus barbas
iii de oir misa en sagradlo:
ni llamarse MontesÍDo.s,
hijo del Conde Grimallos,
hasta que vengue la mengua
(]ue Oliveros le ha dado.
fichanse menos, en el romance del Mar-
qués de Mantua algunas de las muestras
(le luto que. según D. Quijote, se pii>-
ponía dar el .Marqués, y esto nació de
que Cervantes, que citaba siempre de
memoria, confundii'i el romance del
Marqués de .Mantua con otro del Cid,
en el cual, quejándose de él Doña .li-
meña, decía enojada al Rey de Castilla:
Rey que non face justicia
non debiera de reinare,
ni cabalgar en caballo,
ni con la Reina folgare,
ni comer pan á manteles,
ni menos armas armare.
El Rey cuando aquesto oyera.
Comenzara de pensare.
Así se lee en el romancero del Cid (a),
y con alguna variedad en el Cancionero
de Amberes del año l.oo.o. Cervantes,
con su distraccii')n ordinaria, confundió
los romances del Marqués y del Cid, y
de los dos hizo imo.
Algo hay parecido á esto en otro
romance del Conde Dirlos. inserto en
el citado Cancionero de Amberes. Dice
en él Reinaldos de Montalbán :
; Oh esforzado Conde d'Irlos !
vuestra venida me j)lace :
aunque agora vuestros pleitos
mejor se jiodrán librare,
mas si yo fuera creído,
antes sé habían de acabare;
ó no me hallárades vivo
ó á ese paladín Roklane.
El Conde desque e>to oyera,
grandes mercedes le hace
diciendo: jura be hecho
sobre un libro niisale
jamás me quitar las armas,
ni con la f^ondesa holgare,
hasta que haya cumplido
toda la mi vdluntade.
Fs de saber que los estatutos de le
orden de la Banda, entre otras preven-
ciones hechas al que fuere individuo da
la) Romance Vil.
PRIMERA partí:.
CAI'ITUrO X
ir.:
(lijo : Advicrhi vuestra lucrci'tl, señor D. Oiiijolo, (|iio .si el eahallero
cuinplió lo (jiie se le <l(*jó onleiiado, de irse á presentar ante m¡
señora Dulcinea del Toboso, ya habrá cumplido con lo que debía,
y no merece otra pena, si no comete nuevo delito. Ha.s hablado y
apuntado muy bien, respondió D. Ouijoto, y asi anulo el jura-
mento en cuanto lo (pie toca á tomar (h'l nueva venganza ; pero
llagóle y confirmóle de nuevo de hacer la vida que he dicho, hasta
tanto (pie (¡uite por tuerza otra celada tal y tan buena como ésta á
algi'in caballero. Y no pienses, Sancho, que así á humo de pajas '
hai>,o esto, que bien tengo á quién imitar en ello 2, que esto mismo
pasó al pie de la letra sobre el yelmo de Mambrino, que tan caro le
costó á Sacripante •^ Que dé al diablo vuestra merced tales jura-
mentos, señor mío, replicó Sancho, que son muy en daño de la
salud y muy en perjuicio de la conciencia ; si no, dígame ahora ; si
acaso en muchos días no topamos hombre armado con celada
¿ qué hemos de hacer ?¿ Hase de cumplir el juramento á despecho
ella, decían : otrosí debe guardarse de
non comer niiir/iuia vianda sin man-
teles, salvo si fuere letuario á fruta,
ó andando d caza ó en menester de
guerra [a). El objeto de esta preven-
ción y otras que contienen aquellos
estatutos, era que los caballeros vivie-
sen con decoro, evitando las maneras
y usanzas plebeyas y de gente rústica.
1. A humo de pajas vale con lige-
reza, sin fundamento. En el mismo
sentido se dice á lumbre de pajas en la
tragi-coniedia de la Celestina [b). Lo uno
y lo otro indica con propiedad la poca
solidez y consistencia de una cosa.
2. Dos ejemplos ofrece el Orlando
Furioso de Ariosto. El primero es el de
Ferragús, el cual, habiéndosele caído
el yelmo en im rio. jur('i no llevar otro
hasta que quitase ;í Rold;ín el que éste
había quitado á .\lmonte, y mantuvo
su juramento hasta que, después de
haber peleado con Roldan, sobre el
yelmo, lo adquirió por la casualidad
que se refiere en el canto 12. El segundo
ejemplo es el de Mandricardo : llevaba
éste las armas que en lo antiguo fueron
del troyano Héctor, y faltándole sólo
para la armadura completa la espada
Durindana, que tenía en su poder
Roldan, decía en el canto 23 (c) :
[a] Doctrinal de Caballeros, lib. III, lít. V.
— {//) Acto XII. — íc) Esl. :.S.
Ha sacramento di non cinger spada
Fin cli io non toU/o Durindana al Conté.
Y consiguiente á este juramento
peleó con Roldan sin espada, sólo con
la lanza; Roldan no quiso pelear con
ventaja y colgó su espada de un árbol :
rotas las lanzas, pelearon con sus trozos
á garrotazos.
3. Empieza aquí A prepararse la
aventura de la vacía (a) del barbero que
se referirá al capitulo XXI, y nos ha de
proporcionar eotonces y después mu-
chos ratos de gusto y de risa. Allí se
dará noticia circunstanciada del yelmo
de Mambrino, que hace un papel im-
portante en el Orlando: pero entretanto
es de advertir que, ó D. Quijote por
loco, ó Cervantes por distraído, atri-
buyeron malamente á este yelmo la
desgracia de Sacripante. El desgra-
ciado, segi^m cuenta Ariosto (a), fué
Dardinel de Almonte. que murió pele-
ando con Reinaldos de .Montalbán, á
quien había dado inútilmente en el
yelmo que llevaba y había ganado al
Rey Mambrino.
(a) Cant. 18, est. 1.31 y siguientes.
(a) Varia. — No tiene nada que ver con
vaciar ni con vacío. Debe escribirse hacia,
pues viene de una palabra griega, que tam-
iiién debe haber dado origen á batea.
í.\I. de T.)
lo6 noN QiiJOTí: de l\ manci'a
(le laníos inconvenientes é incomodidades como será el dormir ves-
tido y el no dormir en poblado^ y otras mil penitencias que con-
tenía el juramento de aquel loco viejo del marqu('s de Mantua, que
vuestra merced quiere revalidar ahora? Mire vuesti'a merced bien,
que por todos estos caminos no andan hombres armados, sino
arrieros y carreteros, que no sólo no traen celadas, pero quizá no
las han oído nombrar en todos los días de su vida. Engañaste en
eso, dijo D. Quijote, porque no habremos estado dos horas por
estas encrucijadas, cuando veamos más armados que los que vi-
nieron sobre Albraca - á la conquista de Angélica la bella. Altn.
1. El juramento del Marqués de
Mantua decia m;is. que era : 7io entrar
en pablado: lo cual demoslraha pena y
quebraiilü, como cuiudo Leamlio el
lie!, hijo del Kiiipeíador Lepolciiio. de
resultas de ún desden de su señora
Cupidea, cauíinaba huyendo de ir á la
corte deCünstantiuopla;/it tnenus quería
entrar en poblado, porque iba ajeno
de toda alegría (a¡. Por lo demás, poca
penitencia era para D. Quijote no pasar
la noche en pohlado, puesto que lejos
de darle pesadumbre, le servia de con-
tento dormirla al cielo descubierto por
parecerle que cada vez que esto le
sucedía era prueba y acto posesivo de su
profesión, como se dice al fin del capi-
tulo. Esta inclinaciún, tan natural en el
carácter de D. Quijote, era también
cómoda para su coronista, porque
andando su héroe por yermos, bosques
ó ventas, se evitaban las dificultades
que hubiera tenido la composición de
los sucesos en las poblaciones, donde la
acción de la autoridad los hubiera
hechii inverosímiles ó imposibles.
De un juramento semejante, aunque
con ocasión menos triste, se da noticia
en la historia de Tirante el Blanco l>).
W ir á dc^sembarcar se cayó en el afíua
por una burla que dispusieron Carme-
sina, su madre la Emperatriz y sus da-
mas : saliendo á la orilla y apercibién-
dose de la burla (a), juró "á Dios y á su
(o) Caballero de la Cruz, lib. II, cap. XXXI.
— (¿) Pan. III.
(a) Apercibiéndose de. — Este grosero gali-
cismo, tan contrario á la ínclo.e de nuestra
lengua, en boca de un crítico, individuo de
la Academia y que tan á lo menudo y con
tanto rif?or censura los descuidos (á veces
supuestos) de Cervantes, bien merecía la
pena de aue hablaba el cura.
^ (M. de T.)
señora no dormir en cama ni ponerse
camisa hasta que hubiese muerto ó
cautivado á Key ó hijo de Rey. Uno de
los caballeros de su comitiva quiso
imitarle, y prometit'i á Dios no volver
á su patria sin ser vencedor en batalla
donde hubiese cuarenta mil infieles, bii
pnmo Diol'ebo hizo voto á Dios y á la
dama de quien era esclavo, de llevar
barba y no comer sentado sin haber
ganado antes la bandera roja del soldán
de Babilonia. Finalmente, Hipólito,
escudero de Tirante, juró no probar pan
ni sal, no comer sino de rodillas j^ no
dormir en cama, hasta que matase por
su mano treinta paganos.
2. Albraca, castillo fortisimo en las
partes remotas del Asia, en el imperio
del Cütai, donde mandaba Galafrón,
padre de AUfíflica la Bella. La relación
de esto se encuentra en el libro I del
Orlando enamorado, poema escrito por
el Conde Mateo Boyardo, y traducido,
como ya se dijo, en verso castellano por
Francisco Garrido de Villena. El aral-
ilo describe allí {a) á Astolfo los Reyes
y naciones que componían el ejército
(le Agricán, lUy de Tartaria, á quien
se da el pomposo titulo de Re;/ de
Reyes, y la ocasión de haberse juntado,
que era el intento de apoderarse de la
persona de Angélica. Refiere que su
padre se excusó con los cpae se la
pedían, diciendo que su hija se había
encerrado contra su mandado en la roca
de Albraca. En el canto i.5 se expresa
que el ejército ocupaba un espacio de
cuatro leíTuas, y constaba de dos
millones de soldados : en el canto 10 se
había dicho que eran veinte y dos cen-
tenares de anillares, que son más toda-
(a) Cant. 10.
pniMi;i{\ i'AUTK.
capÍtli.o \
VM
ptios ; sen íis<i, (^lijo Suncho; y á Dios prazga^ que nos succíhi hicn,
y que se llegue ya el tiempo de ganar esa ínsula (jue tan cara me
cuesta ^, y muérame yo luego. Ya te he dicho, Sancho, que no te
iU" eso cuidado alguno, que cuando faltare ínsula, ahí está el reino
tic Dinamarca ó el de Sobradisa •*, (pie te vcndi'án como anillo al
dedo, y más que, por ser en tierra firme;, te debes m;is alegrar.
Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas
alforjas (jue comamos, porque vamos luego en busca de algún cas-
tillo donde alojemos esta noche, y hagamos el bálsamo que te he
dicho, porque yo te voto á Dios que me va doliendo mucho la oreja.
Atpii (rayo ' una cebolla y un poco de queso y no sé cuantos men-
drugos de pan, dijo Sancho ; pero no son manjares que pertenecen
á tan valiente caballero '' como vuestra merced. ¡ Qué mal lo en-
vía. Calai era el nombre con que en la
Edad Media se designaba la China,
cuando aun no se tenían en Europa
más que ideas confusas y vagas de
aquella región.
1. Asi diría en tiempo de Cervantes
la gente rústica en lugar del pler/a á
Dios, que usaba y usa ía gente culta.
2. Dos días llevaba Sancho de servir
á su amo, y ya ponderaba lo uiucho
que le costaba conseguir el premio de
sus servicios. Esta impaciencia de
nuestro escudero pinta al vivo su co-
dicia de un modo propio de la origi-
nalidad festiva del fabulista.
3. Reinos de que se hace mención
varias veces en la historia de Amadís
de Gaula. Su hermano, D. Galaor, llegó
;i ser Rey de Sobradisa por su casa-
miento con la hermosa tíriolanja. El
nombre de Sobradisa tiene un aspecto
de burlesco, y viene tan al propósito de
lo que intenta persuadir D. Quijote, que
á algunos lectores que no tenían noticia
anterior de él por la lectura del /lm«f/?s,
les ha ocurrido que era de la invención
de Cervantes. Pero si no tuvo el mé-
rito de la invención, no puede negár-
sele el de la oportunidad.
4. Por traif/o, como ahora decimos.
Es voz antigua, pero rústica en la actua-
lidad, por haberse coriservndo, como
otras, sólo entre los aldennos. El
Obispo D. Jerónimo manifestaba al Cid
que deseaba salir de Valencia á pelear
con los moros, y le decía :
Por eso salí de mi tierra, é vin vos buscar
Por saber que había de algún moro matar...
Pendón trayo é corzas é armas de señal.
Si pluguiese á Dios, querríalas ensayar (a).
La verdad es que la formación de
¿rayo de su raíz traer, es más regular
que la de traigo, que ha preferido el
uso. Y lo mismo sucede con el oigo,
que se deriva de oir, en lugar de ogo,
que se lee en el acto 1 de la Celestina,
donde hablando ésta con Parmeno, le
dice : no sólo lo que veo, oyó y conozco,
mas aún lo intrínseco con los intelec-
tuales ojos conozco.
5. Sancho, sin saberlo, hablaba aquí
conforme á la máxima que se lee entre
los estatutos de la orden de la Banda,
insertos en el Doctrinal de Caballeros :
El caballero de la Banda non debe
comer manjares sucios. Mucho debe
eslrañar, prosigue, todo caballero de
¿a Banda de non comer viandas s-i¿cias,
ca de las buenas hay asaz en que se
pueda bien mantener. É otrosí porque
hay algunas f rucias é hortalizas torpes
é sucias, que guarden eso mesmo de
non las comer, tan bien de los manjares
como de las fructas : non las quisimos
aquí contar por inenudo, porque serian
malas de contar. Parece indudable que
entre estas frutas y manjares tan
indecentes, que ni aun nombrar se que-
rían, estaban comprendidos la cebolla
y los mendrugos que Sancho traía en
las alforjas : á la clase de alimentos
sucios pertenecían también los ajos,
cuyo olor dijo D. Quijote en la segunda
parte que le había encalabrinado y
{a) Poema del Cid, vers. 2381 y siguientes.
VÓH DON OLlJüTli DE LA MANCHA
tiendes ! respondió D. (juijole : hágote saber, Sancho, que es
honra de los caballeros mídanles no comer en un mes, y ya que
coman, sea de aijuello (jue hallaren másá mano; y esto se te hiciera
cierto si hubieras leído tantas historias como yo, que aunque han
sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relación de que
los caballeros andantes comiesen, si no era acaso, y en alg•un(J^
suntuosos banquetes que les hacían, y losdemás días se los pasaban
en llores'. Y aunque se deja entender que no podían pasar sin
comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque, en
electo, eran hombres como nosotros, hase de entender también
que andando lo más del tiempo de su vida por las florestas y despo-
blados y sin cocinero, que su más ordinaria comida sería de viandas
rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces ; así que, Sancho
amigo, no te congoje lo que á mí me da gusto, ni quiei-as tú hacer
mundo nuevo, ni sacar la caballería andante de sus quicios. Per-
dóneme vuestra merced, dijo Sancho, que como yo no sé leer ni
escribir, como otra vez he dicho, no sé, ni he caído en las reglas
de la prolesión caballeresca, y de aquí adelante yo proveeré las
alforjas de todo género de fruta seca para vuestra merced, que es
caballero, y para mí las proveeré, pues no lo soy, de otras cosas
volátiles ^ y de más substancia. No digo yo, Sancho, replicó
D. Quijote, que sea forzoso á los caballeros andantes no comer
otra cosa sino esas frutas que dices, sino que su más ordinario
sustento debía de ser dellas y de algunas hierbas que hallaban por
los campos ^, que ellos conocían y yo también conozco. Virtud es,
atosigado el alma, y que ya en lo anti- 3. Este sustento, si no era el ordi-
guo el poeta Horacio destinaba á ser nario, con..o dice 1). Quijote, era á lo
manjar de parricidas. menos frecuente. Artús de Algarbe
1. Flores, cosas fútiles, de poca anduvo dos meses por las montañas,
substancia y provecho, por oposición valles é islas de Irlanda sin entrar en
á frutos. Moteja ingeniosamente Cer- poblado, que no comió en lodo este
yantes, con estas ponderncionus de tiempo sino solas hierbas y las raices
D. Quijote, lo que cualquier lector habrá de ellas {a). "Yendo á buscar aventuras
notado en los libros caballerescos, á Reinaldos, üuslán y Oliveros, el mágico
saber : que sus autores se olvidaron Malgesí, primo de Reinaldos, que se
frecuentemente de que sus héroes eran les apareció en el camino, les enseñó
hombres como ios demás, sin que se dos clases de hierbas, una que satisfacía
vea cómo pudieron, andando solos y el hambre y otra que apagaba la sed,
por despoblados, satisfacer la necesidad de lo cual se aprovecharon mientras
diaria é inexcusable del alimento. Más anduvieron en la floresta. El Principe
veces hablan de la hierba que pacían Perianeo, rival de Belianís en lo?
los caballos, que del pan que comiaii amores de Florisbella, habiendo Cami-
los jinetes. nado diez ó doce días por un monte en
2. Volátiles ó de vuelo son las carnes las últimas Indias de Asia, acordó de
de pollos, pichones y demás aves, cier- reposar al pie de unos altos robles,
lamente más sustanciosas que las junto auna luente, y no tuvo otra cent
frutas secas que Sancho dejaba para
su amo. (a) Oliveros de Castilla, cajt. LV.
I'IUMKUA l'AUTK. — CAl'llUI.Ü \
lo'.)
irspoiidió Síiiirlio, conocer esas hierbas, que según yo me voy inia-
i-inando, jil^-úii día ser;'i menester usar de ese conocimienlo. Y
sacando en esto lo ([ue dijo que traía, comieron los dos en bufma
paz ' y compaña. Pero deseosos de buscar adonde alojar aquella
noche, acabaron con mucha bi-evedad su pobre y seca comida ;
subieron luc^n> á caballo, y diéronse priesa por llegar á poblado
antes que anocheciese ; pero faltóles el sol y la esperanza de al-
canzar lo que deseaban junto á unas chozas de unos cabreros, y
así determinaron de pasarla allí- ; ([ue cuanto fué de pesadumbre
para Sancho no llegar á poblado, fué de contento para su amo
dormirla al cielo descubierto, por parecerle que cada vez que esto
le sucedía era hacer un acto posesivo-' que facilitaba la prueba de
su caballería.
que lus hierbas del campo. En seguida
se durmió, y (lo que era natural después
de tal cena) tuvo sueños tristes y con-
gojosos, en que veía que le quitaban ¡i
su señora.
1. Aquel mismo día á las tres de la
tarde, llegaron á la vista del Puerto
Lapice, como se dijo en el capítulo VIII.
Siguió la aventura de los monjes beni-
tos, la batalla del Vizcaíno, y el pre-
sente diálogo sobre distintos asuntos
entre amo y mozo. ¿Cómo puede lla-
marse comida la que fué posterior á
todo lo referido '?
2. Es sin duda la noche: pero ha
mediado tanto desde que se la nombnj,
y se h m inlerpuesto tantas cosas, que
conviniera haberse repetido.
3. En las pruebas de nobleza se
llama acto posesivo ó positivo el ejer-
cicio de algi'm cargo ó destino, que
según las ordenanzas municipales, exige
la calidad de noble en los que lo ejer-
cen.
CAPITULO XI
DE LO QLE LE SUCEDIÓ A D. QUIJOTE CON UNOS CABREROS
Fué recogido de los cabreros con buen ánimo *, y habiendo
Sancho lo mejor que pudo acomodado á Rocinante y ó su jumento,
se iué tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que
hirviendo al fuego en un caldero estaban. Y aunque él quisiera en
aquel mismo punto ver si estaban en sazón de trasladarlos del cal-
dero al estómago, lo dejó de hacer porque los cabreros los quitaron
del luego, y tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, adereza-
ron con mucha priesa su rústica mesa, y convidaron á los dos con
muestras de muy buena voluntad con lo que tenían. Sentáronse á
la redonda de las pieles seis de ellos, que eran los que en la majada
había, habiendo primero con groseras ceremonias rogado á
D. Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto del revés le
pusieron. Sentóse D. Quijote, y quedábase Sancho en pie para ser-
virle la copa, que era hecha de cuerno. Viéndole en pie su amo, le
dijo : Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante
caballería, y cuan á pique están los que en cualquiera ministerio
della se ejercitan de venir brevemente á ser honrados y estimados
del mundo, quiero que aquí á mi lado y eii compañía desta buena
gente te sientes, y que seas una misma cosa conmigo, que soy tu
amo y natural señor, que comas en mi plato y bebas por donde yo
bebiere, porque de la caballería andante se puede decir lo mismo
que del amor se dice, que todas las cosas iguala. ¡ Gran merced I
dijo Sancho-; pero sé decir á vuestra merced, que como yo tuviesi
1. Buen ánimo, en castellano, sicrni- 2. Lo era, y perdone Sancho; porque
fica ordinarianiente animo resuello, la partida 11, titulo XXI, ley XXlll, ha-
üZen/ado, no buen talante ó a7?'ac/o, que blando de las maneras en que deben
es la acepción que aquí tiene. Ea, buen ser honrados los caballeros, dice, entre
Sanc/ío, dice la Duquesa en el capi- otras prevenciones propias del intento,
tulo XXXV de la segunda parte, persua- que al comer no debe asenlarse con
diéndole á (|ue aceptase la penitencia ellos escudero nin otro ninguno, sinon
prescrita por Merlin para el desencanto caballero 6 home que lo mereciese por
de Dulcinea, bueti ánimo, // buena co- su honra ó por su bondat.
rrespondencia al pan que habéis comido
del Sr. D. Quijote.
l'IílMKKA l'Aini-:. — CAPÍTII.O XI i&l
bien (le comer, tan Lien y mejor me lo eonKíiía en pie y á mis solas
como sentado á par de nn Kmpeíador. Y auti si va á decir verdad,
mucho mejor me sabe lo (|ue como en mi rincón sin melindres ni
respelos, aiiiKpie sea pan y cebolla, que los {gallipavos' de otras
mesas donde me sea l'orzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme
á menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras
cosas que la soledad y la libertad traen consigo '. Así que, señor
mío, <'stas honras que vuestra merced ([uiere darme por ser minis-
tro y adherenle de la caballería andanle ^, como lo soy siendo escu-
dei'o <le vuestra merced, conviértalas en oti'as cosas que me sean de
más cómodo y provecho ; que éstas, aunque las doy por bien rece-
bidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo. Con todo eso,
le has de sentar ^, porque á quien se humilla Dios le ensalza ; y
asiéndole por el brazo, le forzó á que junto á él se sentase. No en-
tendían los cabreros aquella jeringonza de escuderos y de caba-
lleros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar y mirar á
sus huéspedes, que con mucho donaire y gana embaulaban tasajo
como el puño ■'. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las
zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron
un medio queso más duro que si fuera hecho de argamasa. No
estaba en esto ocioso el cuerno, porque andaba á la redonda tan á
menudo, ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria, que con faci-
lidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto. Después
que D. Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño
de bellotas •"' en la mano, y mirándolas atentamente, soltó la voz á
semejantes razones. Dichosa edad " y siglos dichosos aquellos á
1. Aves domésticas venidas de Amé- o. Expresión metafórica, sobrada-
rica, comida de las más regaladas. Su mente familiar, si se quiere, pero
nombre se compone de los (los de /)ai;o valiente y expresiva del apetito con
y gallina, sin duda por lo que partici- que los huéspedes comían. La pre-
pan, ó en su figura ó en su sabor, de senté aventura de los cabreros re-
ambas clases : ahora se les llama /^ayo.s. cuerda la de Florambel de Lucea, en
Los antiguos, de los cuales no fueron cuya historia se cuenta [a] que, cami-
conocidos. daban este nombre á las nando él y su escudero Lelicio por una
aves, más hermosas que útiles, llama- floresta, ¿/e.9«?-o« aun hato de pastores,
das entre nosotros /jaros reales. donde comieron de lo que fallaron, que
2. Modo delicado y decente de expre- harta necesidad tenían dello.
sar cosas que no lo son, en lo que 6. Puño por puñado, lo que contiene
nuestro autor tuvo ocurrencias muy por lo contenido ; lo mismo que sucede
felices. " cuando decimos un vaso de agua, un
3. El régimen de adherenle es á y no plato de sopa.
de, cuando se usa como adjetivo; pero 7. En la descripción que sigue de la
aquí está como sustantivo, y goza del edad dorada, parece que Cervantes tuvo
régimen de tal. presente lo que de ella dijeron Virgilio
4. E). contexto manifiesta quién y Ovidio, aquél en el libro I de las
habla, que es D. Quijote, aunque nn Geórgicas, y éste en el I de la^ Mela-
se expresa. Lo mismo sucede al lin del
capitulo IX, como allí se noto. (a) Lib. IV, cap. I.
11
102 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
quien los anli^nos pusieron nombre de dorados ; y no porque en
ellos el oro, que en esla nuiíslra edad de hierro tanto se estima, se
alcanzase en aquella venturosa ^ sin fatiga alguna, sino porque en-
tonces los que en ella vivían, ignoraban estas dos palabras de tuyo
y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes : á
nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar
otro trabajo (jue alzar la mano, y alcanzarle de las robustas encinas
que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado
fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos en magnífica abundancia
sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las
peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solí-
citas y discretas abejas, ofreciendo á cualquiera mano sin interés
alguno la fértil cosecha - de su dulcísimo trabajo. Los valientes
alcornoques despedían de sí,sinotroartificioque el de su cortesía,
sus anchas y livianas cortezas con que se comenzaron á cubrir las
casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa
de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad,
todo concordia : aun no se había atrevido la pesada reja del corvo
arado á abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera
madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía por todas las partes de su
fértil y espacioso seno lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar'
morfosis. Compárense varios pasajes miel y colmenas. Cosecha se dice con
del texto con los siguientes : jtropiedad de las producciones vege-
AT .ir I ■ i t 1 tales 1) que se cosren de la tierra, y asi
Nec signare quidemaut par tiri limite campum. 'f i"'l>ca la misma palabra cosec/ia.
Fas erat : in médium (¡userebant, ipsaijue leUus Tampoco se dice de ésta que es fértil ó
Omnia liberius. nullo poscente, ferebat. estéril., sino escasa ú abundante.
Áurea prima sala vst xtas, qux vindice nullo 3. No estii bien guardada la grada-
Sponte suasiiie Icye fidem rectumqut coíebat : ción. Debió decir : sustentar, deleitar y
Jpsa qmque tm.aums rustroquc '"'«cía nec ^^,.¿^,,^ añadiendo siempre á lo que
.<;aucia vomeribus per se dabat omnia tellus... precede, y caminando, como lo exige el
Conieniique cibis nullo cogente creatis. orden de las ideas, de lo menos alomas.
Arbuleos fcelus montanaque fraga legebant... Á pesar de los defectos que acaban
lit qux cecidcraní patula Jovis arbore glandes... de notarse, y algún Otro de menos enti-
1. En ellos (los siglos dorados); en ¿ad, D. Antonio de Capmani en el
aquella venturosa ( edad de oro) ; sobra teatro de la Elocuencia esLanula, copia
una de las dos cosas. Y lo propio sucede '^"n elogio este discurso de D. Quijote,
poco después, antes de acabarse el y en su lutroducion a la h>loso,mdr
periodo, con entonces y en ella. Que- ¿« Elocuencia recomienda particular-
daria más descargado y corriente el mente el trozo que precede, como una
lenguaje, diciéndose : siolos dichosos pintura formada de colores suaves y
aquellos ú quien los antiquos pusieron apacibles. ^ tiene razun. ¿Que podria-
nombre de dorados, y no porque en mos en esta parle envidiar a ninguna
ellos el oro, que en esta nuestra edad otra nación de las modernas, si el len-
de hierro tanto se estima, se alcanzase ?^^Í^ <Jel Quijote fuese tan correcto
sin fatiga alguna, sino porque los que como el de Fascal ó Racine?(a)
en ella vivían . ignoraban estas dos pa-
labras de tuyo y mió. ,,/, fíacine. - Véase lo que digo acerca de
2, No suena bien, hablándose de la pío luuda diferencia de la educación lite-
PRIMERA PARTK. — CAI'ÍTUr.O Ni 16J
á los hijoíí que (mloiices la ¡xiseían. Entonces si que andaban las
simples y hermosas za^Mlejas de valle en valle y de olero en otero,
en Iren/a y en cabello ', sin más vestidos de aquellos que eran
menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y
ha (juerido siem[)r(> que se cid)ra : y no eran sus adornos de los que
ahora se usan, á cpiien la púrpura de Tiro y la por tantos modos
martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas de verdes lam-
pazos y hiedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y
comjiuestas como van ahora nuestras cortesanas con las raras y
peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado.
Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma ^ simple y
sencillamente del mismo modo y manera que ella los concebía, sin
buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la
fraude^, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y lla-
neza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osa-
sen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto
ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje ^ aun
no se había sentado en el enlendimiento del juez, porque entonces
1. Otero, collado, eminencia desde
donde se otea ó descubre el campo.
Oteen- dicen que viene del griego :
otero se opone á vega ó valle. En trenza
y eii cabello; esto es, sin adornos
sobrepuestos, sin más adornos en la
cabeza que las trenzas de sus mismos
cabellos,
2. Decorar, unas veces es tomar de
coro ó memoria, y otras adornar. Ni
una ni otra significación son del caso
en el presente pasaje : acaso diria el
original declaraban.
'■i. Fraude, entre nuestros mayores,
era vocablo femenino; y así, elprotono-
tario Luis .Vlej ¡a en el .ipólof/o de la ocio-
sidad 1/ el trabajo, publicado el año
de 1546 por Francisco Cervantes de Sa-
lazar, pone en boca de la Señora Fraude
varios consejos y reglas que da álos
ociosos. Ahora decimos el fraude, ha-
ciéndolo masculino : los franceses lo
hacen femenino, la fraude; pero ni ios
franceses ni nosotros podemos mudar
la naturaleza de las cosas ni dar sexo á
lo que no lo tiene fa). La lengua inglesa es
en esta parte más conforme y ajustada
á la razón : en ella no es masculino ni
raria, y de la preparación clásica, entre
España v Francia, en mis libros Arte de
escribir en veinte lecciones y Por la c.dlura y
por la rasa. (M. de T.)
femenino el nombre de lo que no tiene
sexo. Asi que en las lenguas en que es
arbitraria la designación del género, el
uso puede cambiar, como sucedió en
fraude, el género de los nombres, ó
atribuirles los dos géneros á un mismo
tiempo, según se verifica en el mar y
la mar, el puente y la puente : sin que
la novedad ocurrida en el nombre
fraude puetia servir de argumento para
acusar al texto de galicismo, según se
hizo en unas Observaciones sobre el
Quijote, impresas en Londres á fines
del siglo pasado, cuyo autor, que quiso
ocultar su nombre, manifestó su corta
instrucción en materias de nuestro
idioma.
4. La que no esta escrita, sino que
se pone al juez en la cabeza, y, sin
haber texto ni doctor d quien arri-
marse, la ejecuta. Asi dice Covarru-
bias en el articulo encajar. Según esto,
ley del encaje es lo mismo que ley de
capricho, pero no e.xcluye la buena le.
(a) A lo que no lo tiene. — Acerca de este
punto hay muchoque hablar. Nueslrospadres,
que no se parecían á nosotros en el descono-
cimiento y torpe uso de la lengua, proce-
dieron con profunda filosofía en atribuir gé-
nero ya masculino ya femenino á objetos
inaniuiaUos de igual ó parecida forma,
como jarro, jarra ; cántaro, cantara, ele. ele.
(.M. de T.)
164 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
no liabía que juzgar ni quien fuese juzgado. Las doncellas y la
honesliclad andaban, como longo dicho, por donde quiera, solas y
señeras ^ sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento
las menoscabasen, y su perdición nacía de su guslo y propia vo-
luntad. Y ahora en estos nuestros detestables siglos no está segura
ninguna, aunciue la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de
Creta '^ ; porque allí, por los resquicios ó por el aire con el celo de
la maldita solicitud se les entra la amorosa pestilencia, y les hace
dar con lodo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, an-
dando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la
orden de los caballeros andantes para defender las doncellas ^,
1. En las ediciones, tanto antiguas
como modernas, del Quijote, se había
leído siempre solas y señoras^ hasta
que lo corrigió con mucho acierto
D. Juan Antonio Pellicer, poniendo en
la suya solas ¡j señeras. Con efecto,
nada significaba aquí señoras; y sefie-
ras, que equivale d singulares, de
cuya palabra pudo derivarse, se en-
cuentra en otras obras de Cervantes,
en el Pérsiles y en la novela de la Gi-
tanilla, donde se refiere que el gitano
fingido Andrés, por 7nds que le dijeron,
quiso ser ladrón solo y señero, esto es,
solo y si)i compañía. En la misma signi-
ficación se halla señero en lus docu-
mentos más antiguos de nuestra len-
gua, como el Poema del Cid, y en las
composiciones del Arcipreste de Hita.
Gonzalo de Berceo, en el Sacrificio de
la Misa {a), dice :
Dicho vos lo habernos non una vez seimera.
Y el poema de Alejandro (6) :
Cuando cató Darío del su pueblo plencro
Vios en el campo fascas solo sennero.
La Academia Española adoptó esta
enmienda en su edición de 1819.
2. Hubo en la antigüedad, según
cuentan, cuatro laberintos famosos :
el de Egipto, el de Creta, el de Lem-
nos y el de Etruria. Dédalo dicen que
construyó el de Creta á imitación del
de Egipto, por mandado del Rey Minos,
para encerrar al Minotauro, nionstruo
nacido de un toro y de Pasifae, mujer
de Minos. Era dicho laberinto un edifi-
cio en que la multitud de calles cruza-
das, enredadas y envueltas unas en
otras, no permitía la salida al que una
vez entraba.
IJic crwleli-i amor lauri .iUijpo.ilai/ue furto
Pasi/jlLT, mictumque gemís, proli-sque biforinis
Minotauriis inest, Veneris monumenla nefan-
[dx :
Hic labor illedomus et inextricaliilis error {a).
Teseo se atrevió ;i entrar para matar
al Minotauro, y volvió ,i salir; pero fué
auxiliado del hilo que le habia dado
Ariadna, hija de .Minos, para que, fiján-
dole enlaentrada, pudiese guiarle á la
vuelta : así la fábula. En nuestros jar-
dines es juguete couuin el remedar con
calles de arbustos las vueltas, revuel-
tas, errores y dificultad de salir de los
antiguos laberintos, y metafóricamente
se llama laberinto cualquier negocio
de ambigua y difícil salida.
.1. Redunda y peca el lenguaje, re-
pitiendo dentro de una misma oración
el objeto con que se instituyó la caba-
llería andante. Por lo demás, es inge-
nioso y muy oportuno el plan del dis-
curso de b. Quijote, que empez<'>
tomanilo ocasión de las bellotas y de
la edad dorada para venir después á
dar cuenta á su pastoril auditorio déla
clase de profesión que ejercía.
Que lo que profesaban los caballeros
andantes era proteger y amparar la
inocencia débil contra el poder injusto,
es lo que se ve y e.\presa por toila-
partes y á cada paso en los libros ca-
ballerescos. El otro sexo era el princi-
pal acreedor á los auxilios de los
andantes; pues, como se lee en la his-
toria de Amadis de Grecia(6), para
(o) Copla 135. — (i) Copla 259.
(ü) Eneida, lib. VI. - (i) Parte I, cap. XIV.
PniMFRA PAnTE. — CAPITIT.O XI IG")
aniparjii- las viiidasy socorrer á los huórranos y á ios menesterosos.
I)e esla orden soy yo, hermanos cahríM'os, á (jnien agradcí/.eo el aga-
sajo y hnen acogiinienlo qne hacéis á mí y á mi escndero ; que
aunque por ley natural están todos los que viven obligados ú lavo-
def'ender las dueñas y doncellas que
tuerto reciben, principalmente se daba
la Orden de Caballería ; y asi, al tiempo
de armar caballero el Kiiiperador de
Constantinopia ;i Leandro el Hel, le
dijo : Hermoso doncel, ¿ queréis ser
caballero? Si quiero, dijo Leandro el
Bel. ¿Juráis, dijo el Emperador, de no
negar vuestra ayuda d quien hubiere
menester, y de defender y mamparar á
todas las dueñas y doncellas '! Sí juro,
dijo Leandro. Una de las preguntas
que hizo el Rey de Inglaterra á Tirante
ai armarle caballero lué : ¿ Giurate per
il sacramento che falto acete, che con
tutto il poter vostro mantinerete el de-
fenderete donne, donzelle, vedove,
orfane, disconsolate,et abbandonate,el
ancora maritate, se socorso vi addi-
manderanno, et ponerele la persona ad
ogni pericolo et ad intrare in campo ú
guerra finita, se buona ragion have-
ranno queíla ó quelle che aiuto viaddi-
manderanno [a] ? Esto se guardaba con
tal rigor, que estando D. Relianís muy
malherido en una batalla que tuvo con
otro caballero y á punto de matarle,
una doncella le pidió su vida, y se la
otorgó, ;í pesar de que un oráculo le
gritó que se guardase de hacerlo,
porque después le pesaría .Yo dejaré,
exclamó el galante Belianís, de hacer,
mientras pudiere, lo que por doncella
me fuere mandado ih). No se crea que
este favor dispensado al sexo hermoso
y débil era cosa e.Kchisiva de la caba-
llería andante, y sido conocida en el
mundo de las fábulas andantescas;
entraba en el espíritu general de la ca-
ballería de la Edad Media, y así lo
comprueban los documentos auténticos
de la historia. En los estatutos, ya ci-
tados otras veces, de la orden de la
Banda, se lee : El caballero de la
Banda debe ayudar á las dueñas y don-
cellas fijasdahjo... E señaladamente
nunca diga ningund agravio contra
alguna dueña ni doncella fijadalgo,
aunque ella sea contra él, porque hay
(a) T'irnnte, parte I, cap. XIX. — (6) Be-
lianis, lib. IIL cap. XXL
algunas deltas d las veces ariscas.
Cuando alguna dueña 6 alguna don-
cella fijadalgo viniere tí la corte del
Rey (i querellar algún desaguisado que
le hayan fecho, que los caballeros de
la Banda, ó cualquier dellos, que la
pongan delante del Bey porque pueda
onostrar su derecho. E aun si cumpliere,
que razone por ella, porque haya com-
plimiento de derecho. E aun además de
razonar, que faga lo que el Rey mandare
é fallare por su corte que debe facer
porque ella liaya todo su derecho (a).
A las veces se extendía el favor de los
caballeros andantes á pueblos enteros.
Testigo el caso que se refiere en la his-
toria de Morgante (6), cuando Reinal-
dos, informado de los agra^^os que
hacía á sus vasallos el Rey Vergante
robándoles sus hijas para saciar su torpe
apetito, entró en Parma, donde tenía
su corte, subió á su palacio, y después
de reconvenirle ásperamente y tratarle
Ae puerco sin vergüen-a y rufián, arre-
metió á él, le quitó la' corona de la
cabeza, le rasgó la vestidura real, y lo
llevó arrastrando hasta las ventanas,
por donde lo echó á la plaza, y así
murió mala muerte. Y no era un Rey
de poco más ó menos, porque segi'm
allí mismo se cuenta, podían sacarse
buenamente de sus estados cien mil
hombres de pelea. En seguida Reinal-
dos predicó á los parmesanos un ser-
món, con que los convirtió ,i la fe de
Jesucristo, y los bautizó en los días
siguientes por su mano, ayudado sin
duda por dos caballeros que le acom-
pañaban.
Léese al principiar el capítulo XXII
del libro III de la historia de D. Belia-
nís de Grecia, que se supone escrita
por el sabio Fristrm : Da causa la gran
justicia con que al presente somos go-
bernados (á mediados del siglo xvi), á
que el ejercicio militar de los caballe-
ros andantes Jio sea necesario ; mas no
deje de ser muy loada aquella antigua
edad, en la cual los grandes reinos y
(a) Doctrinal de Caballeros, iib. III, til. V.
— {b) Lih. I, cap. L.
166 DON QUIJOTE DE L\ MANCHA
reccr á los caballeros aiKJanlcs, todavía por saber que sin saber
vosotros esta oblifíación, me acogistes y regalastes, es razón que
con la voluntad á mí posible os agradezca la vuestra. Toda esta
larga aienga (que se pudiera muy bien excusar), dijo nuestro caba-
llero, porque las bellotas (pie le dieron le Irujeron á la memoria la
edad dorada, y antojósele hacer aquel inútil razonamiento á los
cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos le
estuvieron eseuchando. Sancho asimismo callaba y comía bellotas,
y visitaba muy á menudo el segundo zatjue, que, porque se enfriase
el vino, le tenían colgado^ de un alcornoque. Más tardó en hablar
D. Quijote que en acabiirse la cena, al fin de la cual uno de los
cabreros dijo ^ : Para que con más veras pueda vuestra merced
decir, señor caballero andante, que le agasajamos con pronta y
buena voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer que
cante un compañero nuestro que no tardará muclio en estar a(juí,
el cuales un zagal muy entendido y muy enamorado, y que sobre
todo sabe leer y escrebir, y es músico de un rabel, que no hay más
que desear. Apenas había el cabrero acabado de decir esto, cuando
llegó á sus oídos el son del rabel, y de allí á poco llegó el que le
tañía, que era un mozo de hasta veinte y dos años, de muy buena
gracia. Preguntáronle sus compañeros si había cenado, y respon-
diendo que sí ; el que había hecho los ofrecimientos le dijo : De esa
manera, Antonio, bien podrás hacernos placer de cantar un poco,
porque vea este señor huésped que tenemos, que también por los
montes y selvas hay quien sepa de música. Hémosle dicho tus
buenas habilidades, y deseamos que las muestres y nos saques ver-
crescidos estados se dejaban por sola la omisión queda bien la frase. Este pro-
virtud, que en enmendar los agrados nombre representa al nombre zaque,
se adcfueria. El sabio Fristón es uno expresado ya en la misma oración por
de los personajes do la historia caba- el pronombre relativo que.
lleresca i^ue él mismo describe, y aqui, 2. Esto envuelve contradicción, pues
sin embargo, se habla de ela como de si la arenga de D. Quijote duró más
cosa anliiiua ya y desusada. El modo i^ue lacena, segiin acaba de decirse, do
de concertar estas medidas y de conci- pudo hablar al fin de ella el cabrero
liar estas conu-adicciones lo buscará el sin interrumpir á D. Quijote, siendo
lector, si gusta, y lo hallará, si puede. asi (|ue los pastores, sin respondelle
Pero a D. Quijote no le ocurrió seme- jiulahra. embobados y suspensos le es-
jante reUexión cuando leyó la historia tuvieron escuchando. Enera de que las
de Helianis, ni lo alegado por su autor primeras razones que siguen del ca-
lo retraio del concepto que formó de la brero contestan á las últimas palabras
necesidad que había en el mundo de la de nuestro hidalgo. Xo habría tropiezo
prolesión de caballero andante para si se dijese : Más tardó en hablar
enderezar tuertos, deshacer agravios y D. Quijote que en acabarse la cena :
socorrer á los huérfanos y meneste- después de la cual uno de los cabre-
rosos. ros, etc.
i. Sobra el pronombre le, con cuya
l'RIMKHA PAnTK.
CAPÍTULO XI
167
(laderos ; y «isí le ruego por lu vida que le sientes y cantes el ro-
mance de tus amores que te compuso el beneficiado tu tío, que en
el pueblo lia parecido muy bien. Oue me [)lace, respondió el mozo ;
y sin liac<'rse más de i'og-ar, se sentó <mi el tronco de una desmo-
cliada encina, y lemj>Iando su rabel ', de allí á poco con muy
buena gracia comenzó á cantar, diciendo desla manera :
ANTONIO
Yo sé, Olalla, que me adoras,
puesto que no me lo has dicho
ni aun con los ojos siquiera,
mudas lenguas de amoríos.
Porque sé que eres sabida,
en que me quieres rne afirmo,
que nunca fué desdichado
amor que fué conocido.
Bien es verdad que tal vez,
Olalla, me has dado indicio
que tienes de bronce el alma,
y el blanco pecho de risco.
Mas allá entre tus reproches ~.
y honestísimos desvíos,
1. Instrumento músico que usaban
los pastores en tiempo de Cervantes, y
según D. Sebastián de Covarrubias en
su Tesoro de la lengua castellana^ cons-
taba de tres cuerdas y se tañía con arqui-
llo. Antes, en tiempo de los Reyes Ca-
tólicos, se usaba también entre otros
instrumentos cortesanos. Era ya cono-
cido desde principios del sifrloxiv, puesto
que se nombra entre los demás con
que se solemnizó el recibimiento de
D. Amor, que describe en sus poesías
el Arcipreste de Hita.
2. Reproche y reprochar, voces cuyo
uso parererá barbarismo á quien no
tenga noticia de que las conocieron y
emplearon nuestros antiguos escritores
desde el siglo xv. Usólas el Bachiller (a)
Fernán Gómez de Cibdad Real, médico
del Rey D. .luán el II, en las epísto-
las 36 y 38 del Centón epistolar. En la
relación del Paso honroso de Suero de
(a) Véase, acerca de este Bachiller, !a
nota de la pág. 3. (M. de T.)
Quiñones, que se celebró en el mismo
reinado, se expresa que los diez man-
tenedores iban todos con cotas de ar-
mas si)i reproche. En un romance de
los del Cid decía el Rey D. Alfonso :
Y cuido que un buen guerrero,
cuando de su Rey se ausenta,
reproctiado de su' corte
se lia de tener en la ajena.
Hablando Calixto de Melibea, dice á
Celestina en el acto sexto de la tragi-
comedia de este nombre : unos ojos
tiene con que echa saetas, una lengua
de reproches y desvíos. Otras veces
se encuentra la palabra reproche en la
Celestina, libro de gran autoridad
para el lenguaje. Finalmente. Gaspar
Gil Polo en un soneto de la Diana ena-
morada :
Mil penas con un gozo se descuentan
Y mil reproches ásperos se vengan
Con sólo ver la angélica hermosura.
En el capítulo XVII de esta prim.era
168
DON QUIJOTE DE I.A MANCHA
tal vez la esperanza mueslia
la orilla de su vestido.
Abalánzase al señuelo
mi fe, que nunca ha podido
ni menguar por no llamado,
ni crecer por escogido '.
Si el amor es cortesía,
de la que tienes colijo,
que el fin de mis esperanzas
ha de ser cual imagino.
Y si son servicios parte
de hacer un pecho benigno,
algunos de los que he hecho
fortalecen mi partido.
Porque si has mirado en ello,
más de una vez habrás visto
que me he vestido en los lunes
lo que me honraba el domingo.
Como el amor y la gala
andan un mismo camino,
en todo tiempo á tus ojos
quise mostrarme polido.
Dejo el bailar por tu causa,
ni las músicas te pinto,
que has escuchado á deshoras
y al canto del gallo primo -.
parte se usa el verbo rept'ochar. y en
el 111 (le la segunda, Sancho llama al
Bachiller Sansón Carrasco reprocliador
de voquibles. Reproche es tacha, impro-
perio : reprochor, tachar, reprender,
improperar. Habría, pues, ligereza en
tildar estas palabras de galicismos,
como la habría también respecto de la
voz hahillados que usó la crónica del
Rey D. Juan el II. hablando do los obse-
quios que hiüo el Rey á su hermana la
Reina de Aragi'm mientras estuvo en
Soria (a) : y lo mismo sucede en otros
numerosos ejemplos que pudieran ale-
garse de nuestros libros primitivos.
Las lenguas castellana y francesa, «'onio
nacidas ambas de la latina, debieron
tener más puntos de contacto y seme-
janza entre si en los prinripios. De ello
se habla en otros parajes de estas notas.
1. ¿Con quién (.onciertan llamado y
escof/ido ? Por la gramática debiera ser
In) Crónica de Junn II. íiño XXXV,
caj.. CGLXIII.
con fe, rnas por el concepto es con el
pastor Antonio, resultando á primera
vista un solecismo que se evitaría di-
ciéndose con levísima alteración :
Abfilánzase al señuelo
mi fe, en que nunca he podido
ni menguar por no llamado,
ni crecer por escofjido.
Esta alusión á los llamados y esco-
gidos del Evangelio, aunque imperti-
nente y obscura, no era extraña siendo
Beneficiado el poeta En las dos últimas
estrofas del romance vuelven á verse
indicios de ser su compositor clérigo
de aldea.
2. Esto es, al primer canto del gallo,
que es pasada la media noche. Primo,
que ahora decimos primero, es adjetivo
anticuado, que se halla en el Corbacho
del Arcipreste de Talavera, Alfonso
jMartínez, Capellán del Rey D. Juan
el 11. y en otros escritores del siglo
siguiente. Ahora no se usa sino pocas
veces, y si'ilo en la terminación feme-
nina.
PRIMERA PARTE, — CAPITULO XI
1P)9
No cuento las alabanzas
que de tu I)elle7.u he dicho,
que, aunqui' verdaderas, liacen,
ser yo ile algunas malquisto.
Teresa del Berrocal,
yo alalia ndote, me dijo :
tal piensa que adora un ángel,
y viene á adorar ;'i un gitnio,
merced á los muchos dijes
y á los cabellos postizos,
y á hiptkritas hermosuras,
que engañan al amor mismo.
Desmentíla, y enojóse ;
volvió por ella su primo :
desafióme, y ya sabes
lo que yo hice, y él hizo.
No le quiero yo á montón,
ni te pretendo y te sirvo
por lo de barragania',
que más bueno es mi designio.
Coyundas tiene la Iglesia.
que son lazadas de sirgo-;
pon tu cuello en la gamella,
verás como pongo el mío.
Donde no, desde aquí juro
por el santo más bendito
de no salir destas sierras
sino para capuchino 3.
La costumbre de designar las horas
(le la noche por el canto del gallo es
antigua, y se ve ya en el Poema del Cid
y en nuestros romances viejos. Antes
lie esto, en tiempos de Roma y en
época floreciente para las buenas letras,
había dicho Horacio :
Ad (jalli cantum consultor i'.lii osliapulsaí.
1. En castellano antiguo, barragán
es mancebo, y barragana, manceba ;
pero con la particularidad de que los
dos primeros nombres, que son los
masculinos, se toman en buena parte,
y los femeninos, que son los segundos,
en mala : aquéllos significan joven
alentado y de edad floreciente; éstos
concubina, y dieron origen ;l los ver-
bos abarraganarse y ainanreharse. El
Rey D. Alonso habló de las ban-aganns
en la partida IV, titulo XIV.
La expresada diferencia entre barra-
gan y barragana se observa en el
Poema del Cid, donde barragan es pa-
labra de elogio, y barragana de vitu-
perio.
Barragania tiene dos acepciones :
una mala, como en el presente ro-
mance de Antonio á Olalla; otra
buena, que parece fué la única que
tuvo al principio, y en que la usan el
Poema de Alejandro (a) y la Gran Con-
quista de Ultramar (b), donde barraga-
níaa significa valentías, fuertes hechos,
hazañas.
2. Sirgo, palabra formada del latino
sericum, que vulgarmente se cree sig-
nifica la seda, aunque con poco fun-
damento.
3. La Orden de Capuchinos, fundada
por Mateo Baschi, fraile menor, em-
ía) Copla 58. - (6) Lib. II, cap. CLX.
170
DON QUIJOTE DE I,A MANCHA
Con esto dio oí cabrero fin á su canto, y aunque D. Quijote lo
rogó (jue algo más canlaso, no lo consintió Sancho Pan/.a, porque
estaba más para dorniir que para oir cancionf!S. Y así, dijo á su
amo : Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde
ha de posar esta noche, que el trabajo que estos buenos hombres
tienen todo el día, no permite que pasen las noches cantando. Ya
te entiendo, Sancho ^ le respondió L). Quijote, que bien se me tras-
luce que las visitas del zaque piden más recompensa de sueño que
de música. Á todos nos sabe bien, bendito sea Dios, respondió
Sancho. No lo niego, replicó D. Quijote, pero acomódate tú donde
quisieres, que los de mi profesión mejor parecen velando que dur-
miendo ; pero con todo eso sería bien, Sancho, que me vuelvas á
curar ^ esta oi'eja, (|ue me va doliendo más de 1<> que es menester.
Hizo Sancho lo (pie se le mandaba ; y viendo uno de los cabreros
la herida, le dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con
que fácilmente se sanase, y tomando algunas hojas de romero, de
mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de
sal, y aplicándoselas á la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole
que no había menester otra medicina, y así fué la verdad.
pezú en el año de 1526, y fué confir-
mada pur Clemente Vil en el de 1528.
El pastor Antonio proponía darse á
Dios y á la penitencia si le desechaba
la Olalla. Son repeti<ios los ejemplares
de enamorados que. de resultas de esta
clase de desengafios Imn abrazado el
estado religioso. Miilot, en la llislotia
de los Trovadores, hace mencirm de
vafios de ellos que murieron monjes
de la Cartuja y del Cister. De los poetas
de nuestro Cancionero general, D. Luis
de Torres acabó por ser fraile menor, y
Juan Rodríguez del Padrón, por ser
fraile dominico. Un Duque de Jo3'Osa,
en Francia, después de haber hecho
gran papel en las revueltas civiles del
siglo XVI, se inclinó ;i \n que nuestro
pastor Antonio, y se nietii'> capuchino;
pero el caso m.ls conocido y ruidoso
en la materia fué el del Abad Raneé,
fundador de la Trapa. En el sexo feme-
nino, como más sensible y capaz de
mayor exaltación de afectos, han sido
mucho más frecuentes los ejemplos.
Generalmente hablando, los versos
que Cervantes insertó en su Quijote
son malos. En el presente romance se
quiso imitar la sencillez, y se copió la
tosquedad de los pastores, cosas que
son muy distintas. Caben muy bien
alectos delicados y tiernos en pechos
aldeanos; bajo expresiones sencillas
pueden presentarse Ideas nobles, imá-
genes agradables y nun sublimes; pero
¿ á cuál de ellas j)erlenece aquello to-
mado de ios bueyes al uncirlos,
Pon tu cuello en la gamella
Verás cómo pongo el mío?
El poeta, como el pintor, debe copiar
á la naturaleza, pero embelleciéndola.
i. Respuesta oportuna de I). Qui-
jote, en que el concepto es tan discreto,
couio hermosas y galanas las palabras
que lo expresan.
2. Que me volvlesex debió escribirse,
como pide la analog a gramatical.
CAPITULO XII
OK LO QUE CONT(') UN CAHUKHO Á LOS QUE ESTABAN CON DON QUIJOTE
Estando en eslo, llegó oLro mozo de los que les traían del aldea
el bastimento ', y dijo : ¿ Sabéis lo que pasa en el lugar, compañe-
ros ? ¿ Cómo lo podemos saber ? respondió uno de ellos. Pues sabed,
prosiguió el mozo, que murió esta mañana aquel famoso pastor
estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de
amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo
el rico, aquella que se anda en hábito de pastora por esos andu-
rriales. Por Marcela dirás, dijo uno. Por esa digo, respondió el ca-
brero ; y es lo bueno que mandó en su testamento que le enterra-
sen en el campo como si fuera moro, y que sea al pié de la peña
donde está la fuente del alcornoque, porque según es fama (y él
dicen que lo dijoj aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y
también mandó otras cosas tales, que los abades del pueblo ^ dicen
que no se han de cumplir, ni es bien que se cumplan, porque pare-
cen de gentiles. Á todo lo cual responde aquel gran su amigo
Ambrosio '^ el estudiante, que también se vistió de pastor con él,
que se ha de cumplir todo sin faltar nada como lo dejó mandado
Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado ; mas á lo que
se dice, en fin, se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus
1. Es voz propiamente militar : sig- Jerusalén, cuenta que los Obispos é los
nifica las provisiones de boca, los co- Abades é la otra clercia comenzaron
7nfs/í7>/es de plazas, ejércitos y armadas, á cantar Veni Crpator Spiritus (a). Lo
y se encuentra á cada paso en nuestros mismo sucede en las poesías del Arci-
historiadores. preste de Wúa',b\. y en el Corbacho del
2. Desde muy anticuo se daba el Anipreste de Talavera [c). Covarrubias,
nombre de Abades h los Curas En la en su Tesoro de la lenr/aa castellana,
Grtni Conquista de Ultramar, refirién- tes'ifica que el nombre de Abad solía
dose el funeral de Galieno, sobrino del darse en °;eneral á cualquier sacerdote,
Emperador de Alemania, se dice : E los y en el día lo tienen los Curas párrocos
Obisgos é los Abades que eran en de- en Galicia.
rredor de aquella tierra, vinieron ald 3. No es así el orden, sino aquel su
todos con muí/ grandes procesiones a). gran amigo Ambrosio.
Y describiendo la elección de Rey de
(a) Lib. III, cap. LV. — (6) Copla 1200. —
(o) Lib. I, cap. CVI. (c) Parte II, cap. IV.
172
nON QL1.T0TE DE LA MANCHA
amibos quieren, y mañana le vienen á enleiiar con gran pompa
adonde tengo dicho; y lengo para mí que ha «le ser cosa muy d<>
ver ; á lo menos yo no <le¡ai'é de ir á verla, si supiese no volver
mañana al lugar ^ Todos haremos lo mcsmo, respondieron los
cabreros, y echaremos suertes á quién ha de (luedar á guardar las
cabras de todos. Bien dices, Pedro, dijo uno de ellos -, aunque no
será menester usar de esa diligencia, que yo me quedaré por todos ; |
y no lo atribuyas á virtud y á poca curiosidad raía, sino á que no
me deja andar el garrancho que el otro día me pasó este j)¡e. Con
lodo eso, te lo agradecemos, respondió Pedro. Y D. Quijote rogó
á Pedro le dijese qué muerto era aquél, y qué pastora aquélla ; á
lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era un
hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en a(|uellas sierras,
el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo
de los cuales había vuelto á su lugar con opinión de muy sabio
y muy leído '^. Principalmente decían que sabía la ciencia de
1. Si supiese, esto es, aunque supiese.
SigniOcaciún y fuerza de la conjunción
si, de que se hallan muchos ejemplos
en nuestros buenos escritores.
2. Las palabras uno de ellos las
añadió la Academia Española en sus
ediciones, como necesarias para que
conste el sentido. Su omisión hubo de
ser desruido del impresor en las edi-
ciones primitivas, como otros muchos
que en ellas se notan.
3. Una de las calidades que hacen á
la lengua latina más poética que las
vivas que hablamos, es la abundancia
de nombres verbales y participios que
tiene, no sólo en la voz activa, sino
también en la voz pasiva, de que care-
cen los verbos castellanos. Entre los
participios latinos los hay que á la
terminación pasiva reúnen la signi-
ficación activa, como bene potus, que,
aplicado á las personas, significa no
lo que ha sido bebido, como indica la
terminación, sino al que ka bebido.
De esta Vütima clase hay muchos cu
castellano, y á ella pertenece el verbal
leído, que se halla en el pasaje del
texto, y denota, no lo leído, sino al
que ha leído. Igualmente cuando se
dice de una persona (lue está bien co-
mida y bebida, no se quiere decir que
ha sido comida y bebida, sino que ha
comido y bebido. Mujer parida es la
que ha parido : enlendido, almorzado,
desayunado, cenado, agradecido, son
verbales de la misma especie. A ella
pertenece también heredado, que se
encuentra después en este jtropio capi-
tulo en significación del que ha here-
dado. Algunos de nuestros participios
suelen ir modificados con los adver
bios mal y bien, como bien bebido, mal
comido : otros hay que nunca se usan
sin ellos, como bien ó mal hablado.
Mal hablado, dice Quevedo en el
Cuento de cuentos, llaman al que habla
mal, habiéndole de llamar mal ¡tabla-
do r.
Los verbales castellanos en or vie-
nen á ser unos participios de presente,
como vencedor, el que vence; conti-
nuador, el que continúa; otros hay en
uble y en ible. que denotan derecho á
la acción del verbo ó posibilidad de
ella, como admirable, digno de admi-,
raciiin; factible, posible de hacer;
otros hay, finalmente, que acaban en "
ero, é indican facdidad, como /¿ei'Of/ero,
IVicil de llevar; hacedero, fácil de hacer.
A todos éstos se niega comúnmente
(no sé si con razón) el nombre de par-
ticipios, concediéndoles sólo el titulo
de verbales ó derivados de verbo, como
si no participasen del oficio y fuerza
del verbo bajo la forma de nombre, ea
lo que parece está y consiste la esen-
cia del participio. Los verbales que
acaban en ante, ente y ado son los
únicos que reciben del uso general el
nombre de participios, y pueden divi-
l>I<IMi:HA l'AltTK. — CAPÍTULO XII 17.*]
las estrellas, y de lo (|ue posa allá en el cielo, el sol y la luna,
porque puiil.ualmenl>e nos decía el cris del sol y de la luna*.
Eclipse se llama, anii^o, (|u(^ no cris, el escurecerse esos dos lumi-
nares mayores, tlijo D. (JuijoLe. Mas Pedro, no reparando en niñe-
rías, prosiguió su cuento diciendo : asimesmo adevinaba cuándo
había de ser el año abundante, ó estil. Estéril queréis decir, amigo,
dijo D. Quijote. Estéril ó estil, respondió Pedro, todo se sale allá.
Y digo ipie con esto ([ue decía se hicieron su padre y sus amigos,
que le daban crétlito, muy ricos, porque hacían lo que él les acon-
sejaba, diciéndoles : Sembrad este año cebada, nó trigo ; en éste
podéis sembrar garbanzos, y no cebada ; el que viene será de guilla
de aceite *^, los tres siguientes no se cogerá gota. Esa ciencia se
dirse en tres clases : 1% ile presente,
como naciente^ participanLe ; 2.", de
pretérito, como amado, oído; y. 3.% par-
ticipios que pueden llamarse clepo-
nentef!, con terminación de pretérito y
significado de presente, como leidu,
entendido. N(3tese que estos últimos
sólo se aplican ;í las personas, y no il
las cosas (a).
Kl latín se aventaja á las lenguas
vivas que se derivaron de ella(p) en el
número de verbales y participios. Los
tiene de presente y futuro en la voz
activa, y en la pasiva de futuro y pre-
térito. Los tiene, como se dijo arriba,
de terminación pasiva y de significación
activa ; todos los participios de preté-
rito en latín son pasivos; en griego
los hay también activos de pretérito.
1. Cris, adevinaba, estil. desoluto,
denantes : palabras estropeadas en
boca rústica por eclipse, adivinaba,
estéril, absoluto, antes. Nuestro autor,
que al principio sobrecargó de esta
clase de palabras el lenguaje del pas-
tor Pedro, se descuidó á poco, olvidó el
(a) Y no á las cosas. — Contra esta afir-
mación de Clemencín, que repite el señnr
Cortejón, protestan los siguientes versos de
Quevedo :
Si estudiara medicina,
Aunque es socorrida ciencia,
Porque no ganara yo.
No hubiera persona enferma.
El mismo señor Cortejón cita la frase co-
mún : « Recibí su favorecida (carta) .»
(M. de T.)
{'i\ De ella. — Debe decir de i-í pur refe-
rirse al latía.
(W. de T .)
papel que éste había empezado á hacer,
y le hizo hablar de un modo corriente
y llano, como puede lYicilmente obser-
varse.
2. En la novela de los dos perros
Cipión y Berganza, dice este último :
alegróse mi amo viendo que la cosecha
iba de guilla. Hablaba de un charlatán,
regocijado de la mucha gente que con-
curría ;í ver sus habilidades. En el,
castellano antiguo «/lo de guilla es
según Govarrubias, año de muchos fru-
tos y abundante cosecha. — No se
entienda que en tiempo de Cervantes
los pronósticos y creencias que aquí
se ponen en boca de un pastor, eran
propios exclusivamente de labriegos.
Jerónimo Cortés, escritor valenciano
de fines del siglo xvi, escribió un libro
con el pomposo titulo de Non plus
ultra del Lunario // pronóstico perpe-
tuo, donde puso una tabla de años que
rige desde el de 159Ü hasta el fin del
mundo, para saber de cada uno en
particular cuándo ha de haber media-
nía, abundancia ó carestía de mante-
nimientos (a). Y no contento con esto,
añade después un Secreto muy curioso
y cudicioso para los labradores para
conocer y saber de un año para otro
de cuál ele los granos ó setnillas habrá
más abundancia, diciendo que asi lo
escribe un astrónomo andaluz (que no
deja de ser texto respetable). Este
libro se imprimió por la primera vez
el año de 1598, y la edición de 1607,
que es la que cito, era ya la sép-
tima.
(a) Pág. 65.
174
DON QUIJOTE DE La mancha
llama Astrología, dijo D. Quijote. No sé yo cómo se llama, replicó
Pedro, mas sé que Lodo (isLo sabía y aun más. Finalmente, no pa-
saron muchos meses después que vino de Salamanca, cuando un
día remaneció vestido de pastor con su cayado y pellico \ habién-
dose quitado los hábitos largos que como escolar traía, y junta-
mente se vistió con 61 de pastor otro su grande amigo llamado
Ambrosio, que había sido su compañero en los estudios. Olvidába-
seme de decir cómo Grisóstomo el dilunto fué grande hombre de
componer coplas, tanto que él hacía los villancicos para la noche
del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios ^, que
los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que
eran por el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso
vestidos de pastores á los dos escolares, quedaron admirados, y no
podían adivinar la causa que les había movido á hacer aquella tan
extraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nues-
tro Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de ha-
cienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad
de ganado mayor y menor, y en gran cantidad de dineros ; de todo
lo cual quedó el mozo señor desoluto; y en verdad que lodo lo
merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los
buenos, y tenía una cara como una bendición. Después se vino á
1. Así se lee en una de las ediciones
del año de 1605. La otra del mismo
año, y las demás hechas en España en
tiempo de Cervantes, inclusa la que él
mismo corrigi(3 en 1608, dicen (panudo
en lugar de cayado. La de Londres,
impresa en el año de 1738, estableció
el texto poniendo caijudo que era,
evidentemente lo que debía ponerse,
pues se hablaba del truje y arreos
pastoriles; y la han seguido, como era
razón, las ediciones de la Academia
Española.
2. CopUi se dijo del latino copula,
porque en ella se ligan y acoplan los
versos, enlazándolos por la rima y su-
jetándolos á cierta combinación perió-
dica. — Villancico se deriva de villano,
rústico, campestre, con alusión á los
festejos de los pastores de Belén, como
quien dice canciones pastoriles, y tales
son, con efecto, las que suelen oirseen
el oficio de Noche Buena. — Autos
para el dia de Dios son los que co-
múnmente se llamaban autos sacra-
mentales, que eran dramas ó represen-
taciones sobre asuntos sagrados, que
se hacían para solemnizar la festividad
del Corpus Ckrisli ó día de Dios.
D.Gaspar de Jovellanos, en su Memo-
ria sobre diversiones públicas, citando
este pasaje del Quijote, habla de la
costumbre de representarse autos sa-
cramentales en el día del Corpus, y
copia lo que sobre esto dispusieron las
ordenanzas municipales de la villa de
Garrión de los Condes, hechas en el
año de l"i68. Estas fiestas teatrales apli-
cadas á lo sagrado tuvieron su origen
en la Edad Media, y en los principios
las desempeñaban los mismos clérigos
y sus dependientes, y se ejecutaban
dentro de las iglesia.s para excitar la
devoción de los fieles que concurrían ;
en adelante se representaron también
por las calles y plazas. Los autos se
diversificaban de infinitas maneras, y
muchos eran alegi'iricos, como puede
verse en los de D. Pedro Calderón dn
la Barca, que fué el autor de más nom-
bradia en tal género de composiciones.
Los abusos é irreverencias que se
introdujeron en los autos sacramen-
tales y en su representación, dieron
motivo para que se prohibiesen en el
reinado de Carlos 111, año de 1763.
l'lilMKüA l'AKTL.
CAPITI l,() MI
m
euLcndci-, que el haberse mudado de traje no liabía .sido por otra
cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pas-
tora Marcela (pie nuestro zagal nombró (leñantes, da la cual se
había enamorado el pobi'c difunto de Grisóstomo. Y qui(íroos
decir aiiora, porque es bien (jue lo sepiíis, qui(^n es esta rapaza ;
(¡uizá y aun sm quizá no habréis oído semejante cosa en todos los
días de vuestra vida, aunque viváis más años que Sarna. Decid
Sarra ', replicó D. Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los
vocablos del cabrero. Harto vive la sarna, respondió Pedro; y si
es, señor, que me habíais de andar zaheriendo á cada paso los vo-
cablos, no acabaremos en un año. Perdonad, amigo, (Jijo 1). Qui-
jote, que por haber tanta diferencia de Sarna á Sarra os lo dije ;
pero vos respondistes muy bien, por([ue vive más sarna que Sarra ^ ;
y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada.
Digo, pues, señor mío de mi alma, dijo el cabrero, que en nuestra
aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo,
el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las mu-
chas y grandes riquezas, una hija de cuyo parto murió su madre,
que fué la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos ;
no parece sino que ahora la veo '^ con aquella cara que del un
1. El pastor llamaba Sarna á la
mujer de Abraham, y ü. Quijote le
corregía este vocablo como ya le
había corregido otros. Nosotros deci-
mos Sara, pero en lo antiguo decían
Sarra, como se ve por el comentario
castellano de D. Alonso de Madrigal,
llamado comúnmente el Toaíado, aabre
la Crónica de Eusebio(«), y también
por el Valerio de las Idstorias escolás-
ticas ij de España, compuesto por el
Gancjnigo Diego Hodriguez de Almela,
familiar del Obispo de Burgos D. Alonso
de Cartagena (6). Sarra dijo igualmente
Diego de Sampedro en su Cárcel de
Amor, al elogiar á algunas mujeres
notables entre las judías (c). Lo
mismo el autor del /-ff^fl/íí/o de Manza-
7?«?'es (c/), el P. Haedo en los Diálogos
de la caplividad. que siguen á la To-
pografía de Argel [e], y Cristóbal Suá-
rez de Figueroa en su Pasajero [f).
Sara vivió ciento diez años, y fué
madre siendo ya muy vieja; de aquí
(u) Part. I, cap. LXIX. — (6) Lih. 11,
tit. I. cap. II. — (c) Folio 4(i, edición de
Venecia de l5.'-3. — (</) Cap. Xil. — v.) Diá-
logo 1. — (/■) Alivio 5.
vino la frase proverbial para ponde-
rar la vejez de una mujer, diciéndose
ser más vieja que Sarra ; frase de que
hizo mención Covarrubias en su Tesoro
de la Lengua castellana, y á que se
refiere aquella expresión del canto
epitalámico del pastor Arsindo que Cer-
vantes insertó en el libro III de la
Galaica, al describir la boda del pastor
Daranio coa Silveria :
Mas años que Sarra vivan
Con salud tan confirmada,
Que dello pese al Dotor.
La gente rústica, así como decía cris
y estil por eclipse y estéril, decía tam-
bién Sarna por Sarra.
2. Así es la verdad, porque Sara
sólo vivió algo más de un siglo ; pero
la sarna ha vivido, vive y vivirá mien-
tras haya sarnosos.
3. Elogio rústico de la difunta mu-
jer de Guillermo, que hace reir. ¿Qué
tal cara sería la que del un cabo tuviese
el sol y del otro la luna ? Y si se habla,
como parece, de los ojos, ¿qué t.tl pa-
recería la cara que tuviese dos ojos tan
diferentes entre si?
176 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
cabo tenía el sol y del otro la luna, y sobre todo hacendosa y
amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su ánima
á la hora de ahora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de
la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando
á su hija Marcela muchacha y rica, en poder de un lío suyo sacerdote
y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza
que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande;
y con todo esto se juzgaba que le había de pasar la de la hija ; y
así fué, que cuando llegó á edad de catorce á quince años, nadie la
miraba que no bendecía á Dios que tan hermosa la había criado, y
los mas quedaban enamorados y perdidos por ella. Guardábala su
tío con mucho recalo y con mucho encerramiento ; pero con todo
esto, la fama de su mucha hermosura se extendió de manera, que
así por ella como por sus muchas riquezas, no solamente de los de
nuestro pueblo, sino de los de muchas leguasá la redonda, y de lo-
mejores dellos, era rogado, solicitado é importunado su tío se l;i
diese por mujer. Mas él, que á las derechas es buen cristiano,
aunque quisiera casarla luego, así como la vio de edad ^ no quiso
hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo á la ganancia y gran-
jeria que le ofrecía el tener la hacienda de la moza, dilatando su
casamiento. Y á f e que se dijo esto en más de un corrillo en el
pueblo en alabanza del buen sacerdote. Que quiero que sepa, señor
andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo sr
murmura ; y tened para vos, como yo tengo para mí, que debía
de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga á sus feli-
greses á que digan bien del, especialmente en las aldeas. Así
es la verdad, dijo D. Quijote, y proseguid adelante, que el
cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena
gracia. La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. Y en
lo demás, sabréis que aunque el tío proponía á la sobrina, y le
decía las calidades de cada uno en particular de los muchos que
por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese á su
gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no
quería casarse, y que por ser tan muchacha no se sentía hábil para
poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba al parecer
justas excusas^ dejaba el tío de importunarla, y esperaba á que
1. La Academia Española conservó opinión del mérito tipográfico de las
la lección de via por liallaria asi en Ins ediciones primitivas, he preferido la
primeras ediciones, y porque, absolii- lección vio. que sustituyó muy juicio-
tamenle hablando, no deja de hacer sámente, en mi concepto, la edición de
sentido, según expresa en una noUi. Londres de iTiJS.
Sin embargo, yo, que tengo muy mala 2. Transposición dura. Debiera ser:
pi!imi:r.\ ivvnrK. — capíiilo xii i77
oiilraso algo más en ediul, y ella .supiese escoger compañía á su
guslo. Porque decía é\, y decía muy bien, que no habían de dar los
padries á sus hijos estado contra su voluntad. Pero hételo aqui\
ctiando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela
hecha pastora ; y sin ser parte su tío ni todos los del pueblo que se
lo desaconsejaban, dio en irse al campo- con las demás zagalas
del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y así como ella
salió en público, y su hermosura se vio al descubierto, no os .sabré
buenamentedecir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores,
han tomado el traje de Grisóstomo, y la andan requebrando por
esos campos. Uno de lOs cuales, como ya está dicho, fué nuéStrO
difunto, del cual decían que la dejaba de querer, y la adoraba. Y
no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida
tan suelta y de tan poco ó ningún recogimiento, que por eso ha
dado indicio ni por semejas, que venga en menoscalDO de su hones-
tidad y recato ; antes es talita y tal la vigilancia con que mira por
Su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha ala-
bado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado alguna
pequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que puesto que no huye
ni se esquiva de la compañía y conversación de los pastores, y los
trata cortés y amigablemente, en llegando á descubrirle su intención
cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matri-
monio, los arroja de sí como con un trabuco^. Y con esta manera
de condición hace más daño en esta tierra que si por ella entrara
la pestilencia, porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones
de los que la tratan á servirla y á amarla ; pero su desdén y desen-
gaño los conduce á términos de desesperarse, y así-^no saben qué
decirle, sino llamarla á voces cruel y desagradecida, con otros
títulos á éste semejantes, que bien la calidad de su condición ma-
rte s
día.
nifiestan; y si aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar
con estas excusas que daba, al parecer siuo una máquina militar de la Edad
justas ; ú con estas excusas, al parecer Media, con que se lanzaban piedras
justas, que daba. en defensa y ofensa de las fortalezas.
1. Sobra evidentemente el lo, que Fernando de Pulgar, refiriendo en la
nada significa, y se introdujo mala- Crónica de los Reyes Católicos el cerco
mente en el texto. de Málaga, donde un moro quiso matar
2. Cuando se dice ser parte, es me- á los Reyes, dice que fué becho pe-
nester expresar para qué. Aquí hubo dazos por los circunstantes : é algunas
de decirse : y sin ser parte para estor- gentes del real tomaron los pedazos de
bario su lio... dio en irse al campo. aquel moro, y echáronlos en la ciudad
3. Mejor estaría suprimiéndose el con un trabuco (a).
con. Trabuco no significa aquí lo que
ahora entendemos por esta voz, que es
una escopeta corta de mucho calibre, [a] Parte lir. cap. LXXXVii.
12
17S DON OU1.IOT1-: l)K I.A MANCHA
estas siorras y cslos valles con los lamentos de los dosengailados
que la siguen ^ No está muy lejos de aíjuí un sitio df)n(l(í hay casi
dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza
no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela, y encima de al-
guna ^ una corona grabada en el mesmo árbol, como sí más clara-
mente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda
la hermosura humana. Aquí suspira un pastor-*, allí se queja otro,
acullá se oyen amorosas canciones, at'á desesperadas endechas.
Cuál hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de
alguna encina ó peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embe-
becido y transportado en sus pensamientos, le halló el sol á la
mañana ; y cuál hay que sin dar vado ni tregua á sus suspiros, en
mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano, tendido
sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo; y déste
y de aquél y de aquéllos y déstos, libre y desenfadadamente triunfa
la hermosa Marcela. Y todos los que la conocemos estamos espe-
rando en qué ha. de parar su altivez, y quién ha de ser el dichoso
que lia de venir á domeñar condición tan terrible, y gozar de her-
mosura tan extremada. Por ser todo lo que he contado tan averi-
guada verdad, me doy á entender que también lo es lo que nuestro
zagal dijo * que se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo.
Y asi os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana á su
entierro, que será muy de ver, ponjue Grisóstomo tiene muchu>
amigos, y no está deste lugar á aquel donde manda enterrarse media
legua. En cuidado me lo tengo, dijo D. Quijote, y agradézcoos el
1. Quizá es errata por desdeñados, á los principios del presente razonu-
porque mal podían llamarse desen- miento.
(juñados los que aun tenían esperanzas 4. Este zagal es el que trajo de la
y con tanto ahinco, continuaban en aldea el bastimento y la noticia de la
su amorosa porfía. Á éstos no podía muerte de Grisóstomo, como queda con-
llauííirseles con propiedad desengaña- lado anteriormente. — En la edición
dos. Fué fácil poner una palabra por de 1608, hecha á vista de Cervantes
otra. cuando residía ya en Madrid lie vuelta
2. Este aliiiinano se sabe con quién de Valladolid, donde estaba cuando ^e
concierta, pues si es con corteza ¡'i hicieron lusde !60d, se lee me lo doy
haya, como al pronto parece, no hace lí entender. \ pesar de que esta edición
sentido. Quedaría menos mal si dijese fué la que siguió la Academia Española
encima de alguno, esto es, encima en la suya de 1819, omitió el lo, que
de algún nombre de los grabados y evidentemente soIt.), y se conforun»
escritos en las cortezas de las hayas; con las de l(i05, que lo omiten. C'-r-
y aun mejor encima alguna vez. Esto vantes, .lunque vio hacer la edición,
último diría el manuscrito de Cer- no cuidó ó cuidn mal de ella en el pre-
vantes. senté pasaje, dunde se añadió este
3. El discurso se ha ido haciendo nuevo defecto, y además se conserva-
sobradamente culto y aun poético, no ron las palabras la que nuestro zagal
pareciendo posible que hable asi el dijo,(\\ie i\ehcn str lo que nuestro zagal
cabrero del cris y del eatil, como decí.i dijo.
PRiMi;n.\ i>.\nTi:. — capíti'i.o xii
179
^iisto {]uv MIC habéis (Indo con la Tiarración ' i\c tan sabroso cuento.
¡ Oh ! rcphcí) el cablero, aun no se yo hi niilad de los casos suce-
didos ú los amantes de Marcela ; mas podría ser que mañana topá-
semos en el camino algún pastor que nos los dijese : Y por ahora
bien será que os vais á dormir debajo de techado, porque el sereno
os podría dañar la herida, puesto (jue es tal la ruedicina que se os
ha puesto, (jue no hay que temer de contrario accidente. Sancho
Pan/.a, <pu' ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó
j)or su parte que su amo se entrase á dormir en la choza de Pedro,
llízolo así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de su
señora Dulcinea, á imitación de los amantes de Marcela. Sancho
Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no
como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido á
coces 2.
1. En cuidado me lo tengo, expre-
sión rancia y castiza, como si dijera :
ya estol/ en ello, asi lo tengo pensado y
resuelto. — El agradecimiento de D. Qui-
jote recuerda eí del Principe Rosicler,
que. habiéndose extraviado, fué á parar
á una majada de pastores, los cuales
remediaron su hambre, cenando todos
juntos, y le explicaron la extraña aven-
tura del sabio Artidón, muerto de
amores de Artidea (como Grisóstomo
de los de Marcela), por cuya narración
les dio Rosicler muchas gracias (a).
2. Por los mozos de los frailes, que
sin dejarle pelasen las barbas. le molie-
ron á coces y le dejaron tendido en el
suelo, sin aliento ni sentido, como se
dijo en la relación de aquella aventura.
(a) Espejo de Principes y Caballeros, part. I,
lib. II, caj). IV.
CAPITULO XIII
DONDE SE DA FIN AL CUENTO DE LA PASTORA MAUCELA,
CON OTROS SUCESOS
Mas apenas comenzó á descubrirse el día por los balcones del
oriente, cuando los cinco de los seis cabreros ^ se levantaron y
fueron á despertar á D. Quijote, y á decille si estaba todavía con
propósito de ir á ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos
le harían compañía. D. Quijote, que otra cosa no deseaba, se le-
vantó y mandó á Sancho que ensillase y enalbardase al inomento.
lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la misma se pusieron
luego todos en camino. Y no hubieron andado un cuarto de legua,
cuando al cruzar de una senda vieron venir hacia ellos hasta seis
pastores vestidos con pellicos negros, y coronadas las cabezas con
guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso
bastón de acebo - en la mano ; venían con ellos asimismo dos gen-
1. Al principio del capitulo XI se
expresó que erau seis los pastores de
la majada. Después vino otro con el
bastiiiiento, se;;ún se refirió en el capí-
tulo XII : por consiguiente, no eran seis
sino siete.
2. Ciprés, árbol funesto que los anti-
guos consagraron á Pluti'in y calificaron
de funeral, ó porque cortado no re-
nace asi como los muertos no resucitan,
ó porque la incorrupiibiiidad de su
madei'a denota la inmortalidad de las
almas. Dura actualmente la misma idea
y suelen plantarse jimto á los sepulcros
cipreses, cuya copa piramidal, diri-
giéndose al cielo, indica el término á
que deben encaminarse nuestros de-
seos y esperanzas para después de la
muerte.
Adelfa, arbusto con hojas como de
laurel y flores parecidas á rosas, de
donde le vino el nombre que tuvo en
griego de r/ioi/odendron. Se tiene por
planta venenosa para algunas especies
de animales. Dificulto que el país de Kx
presente aventura lleve ad«-llas, las
cuales aman a lospaises cálidos, y ere
ciendo espontáneamente en nuestras
provinci s meridionales, desaparecen
en las interiores de la península.
Acebo, árbol de maiUra tan pesada,
que se hunde en el agua, los bu.stoni ^
de acebo, según cu»^nta Plinio. atribuía
cierto autor antiguo una virtud mun fjut
liculur, á saber: liarulutrt exea (arbor •
faclurn, iii <^uodris animal emissuni.
eliain si citra ceciileril def'eclu mitlen-
lis, ipsum per sese recuhilu proprius
adlabi (a). Los pastores de la comitiva
de .\mbrosio, que no habrían leído á
Plinio, tendrían, sin duda, sus razones
para preferir los garrotes de acebo á
otros menos pesados é incómodos.
(a) Nat. hisl., lib. XXIV, cap. XIII.
í'/) .Amnn, — El galicismo corre ii.arejas
con el apercihirsi' de marras, (M. de T.j
I
PRIMERA partí:. — CAlM'rUf.O Xtlí 181
t.ili'shoinbrcs <Je Ji raballo, muy bien adci-czados úo riimiiio, con
otros Ices mozos de á pie (|U(' los acoinpíiñabaii. I'^n lK*!L;áiidos(* á
jimlar se saludaron corLósmente,y pregamlándose los unos á los
otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del
entierro, y así comenzaron á caminar todos juntos. Uno de los de á
caballo, hablando cojí su compañero, le dijo : Paréceme, señor Vi-
valdo, (\\ic habemos de dar por bien empleada la tardanza que hi-
ciéremos en ver este famoso entierro, que no podrá dejar de ser
famoso según estos pastores nos han contado extrañezas, así del
muerto pastor como de la pastora homicida. Así me lo parece á mí,
respondió Vivaldo ; y no digo yo hacer tardanza de un día, pero
de cuatro la hiciera á trueco de verle. Preguntóles D. Ouijote qué
era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo. El caminante
dijo que aquella madrugada habían encontrtdo con aquellos pas-
tores '. y que por haberles visto en aquel tan triste traje, les habían
preguntado la ocasión por qué iban de aquella manera ; que
uno de ellos se la contó, contando la extrañeza - y hermosura
de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la
recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo á cuyo entierro
iban. Finalmente, él contó todo lo que Pedro á D. Quijote había
contado. Cesó esta plática, y comenzóse otra, preguntando el
que se llamaba Vivaldo á D. Quijote, qué era la ocasión que le
movía á andar armado de aquella manera por tierra tanpacídca.Á
lo cual respondió D. Quijote: La profesión de mi ejercicio^ no con-
siente ni permite que yo ande de-^otra manera ; el buen paso '', el
regalo y el reposo allá se inventó para los blandos cortesanos ; mas
el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron é hicieron
para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los
cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos '•. Apenas le
1. Sonaría mejor (a); aquella madru- fesión de mi profesión, ó el ejercicio de
gada se habían encontrado con aquellos mi ejercicio. Mejor dicho estaría la pi'O-
pastores, ó aquella míidrugada habían fesión de mi oficio, ó la calidad de mi
encontrado aquellos pastores. Hubiera /M'o/esío'/i, (3 simplemente mi profesión.
también convenido para la corrección 4. Paso no es aquí lo que significa
del lenguaje evitar la repetición de ordinariamente : el buen paso es la
aquella y aquellos. buena vida, la vida muelle y regalada,
2. Otra repetición todavía más d^s- el pasarlo bien.
aliñada que la precedente. Hasta ahora 5. Sobran las palabras de todos : ni
se leía en todas las ediciones se lo hay en las ideas la oposición que aquí
contó : en ésta se ha corregido por
errata clara, poniendo se la contó, , . „, ,
porque se hablalia de la ocasión, con (<') 'Y'^T-.r ^' '"«'J)'''^"^ <'^ I'"^'" T^ I""
^ ,;„„ I I • - «. í supuesta fa.ta. Af/usl/os pastores exigen
quien debio necesariamente concertar la 'preposición á, por ser complemento de
el pronombre. peisonu.
3. Viene á ser lo mismo que la pro- (M. de T.)
182
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
oyeron esLo, (-uando lodos le tuvieron por loco ; y por averiguarlo
más, y ver qué género de locura era el suyo, le tornó á pregunlai*
Vivaldo (|ue qué quería decir caballeros andantes '. ¿ No han vues-
tras mercedes leído, respondió D. Quijote, los anales é histoiias
de Inglaterra, donde se tratan las lamosas la/.añas del Hey Arturo,
que comúnmente - en nuestro romance castellano llamamos el Rey
Artús ^, de quien es tradición antigua y común en todo aquel
reino de la Gran Bretaña que este Rey no murió, sino que por ai'le
de encaníamento se convirtió en cuervo, y que andando los tiem-
pos ha de volver á reinar y á cobrar su reino ' y cetro; á cuya
causa no se probará que desde aquel tiempo á éste haya ningún
inglés muerto cuervo alguno''? Pues en tiempo de este buen Rey
convenía. Estuviern. mejor : de cuyo
número soi/, aunque indigno. Indigno y
menor se aproximan en vez fie contra-
decirse, como debieran, y como indica
la parí ¡cilla adversiiliva aunque.
1. YA que triplicado sin interrupción
ni intermedio produce un mal sonido
fpie evitan los que hablan y escriben
con corrcccii'in. El primer que no hace
falta para el sentido, y el tercero pu-
diera evitarse muy Diciimente : le lomó
i¡ pregunltir qué .'iiguificaba, etc. La
facilidad de la enmienda indica la
negrligencia del escritor.
2. Las ediciones anteriores decían
conlinunmente: pero era co¡>iuiimente,
y así debió correírirse. El primero que
lo echii de ver fue D. Juan .\ntonio
Peilicer, y, sin embargo de t\ue lo
advirtii'i en una nota, no se atrevió A
correy;ir el texto. Este respeto excesivo
y supersticioso á las ediciones primi-
tivas, que están muy lejos de merecerlo,
ha perjudicado nríucho á las poste-
riores.
3. Aflús fué Príncipe de los Siliires,
nación que habitaba la parte meri-
dional del país de Gales, y que T.icito
se persuadit'i habían p.asado de España
á poblar en Inglaterra. Su abuelo Vor-
tigernes, que reinaba en la tiran Bre-
taña á mediados del siglo v, hostigado
por los Escoceses, llamó en su soiorro
;í los Sajones, pueblo del Norte de
Alemania, los cuales, después de varios
sucesos, volvieron las armas contra los
Bretones y se apoderaron de casi toda
la Isla. La poca harmonía entre los
vencedores produjo su divisi(')n en
siete estados ó reino*. Los Bretones se
retiraron á los montes de Gales, y
guiados por Artús. á quien proclama-
ron por Rey, obtuvieron varias venta-
jas, y mantuvieron su independencia.
Allí reinaron los descendientes de
Artús, y de ellos procedió, según dicen,
la familia de los Estuardos, que an-
dando el tiempo llegó á sentarse en
el trono.
Artús fué el Relavo de los Bretones,
y desde sus montañas mantuvo, como
el otro desde Covadonga, la indepen-
dencia de su nación contra los inva-
sores. Los libros caballerescos dicen
que Artús extendió su dominación á la
grande y á la pequeña Bretaña. Fué
valentísimo de su persona, y se asegura
que en diferentes batallas mató por
su mano cuatrocientos sesenta ene-
migos. No ha faltado quien sueñe (jue
el Rey Artús fué suegro de nuestro Rey
visigodo Recaredo !a). En la (Mida de
Principes {b). escrita por Boccaccio, y
traducida por el Canciller de Castilla
D. Pedro López de Ayala y D. Alonso
de Cartagena, se había deí Rey Artús
y de su hijo Morderete. Fernán Pérez
de (íu/.mán, señor de Batres. en su Mar .
de historias, trata también de este fun-
dador de orden caballeresca.
4. Las palabras este Re;/ descompo-
nen la oración, y debieran haberse
suprimido. Ha de volver á reinar y
á cobrar su reino : se dice una misma
cosa dos veces.
ó. De la creencia común del vulgo
inglés acerca de haber sido convertido
en cuervo el Rey Artús. y que por
esto se abstenían de matar cuervos los
(n) Rodrigo Méndez de Silva, Catálogo
real, fol. 20. — (6) Lib. VIII.
i'i(iMi;n\ i'AHii;.
cAi-nt i.o XIII
183
Cin' iiisliliiída aíjiK'lla famosa orden de caballei-ía de; los caballeros
de la Tabla Redonda ', ,v pasaron sin fallar un punió los amores
Ingleses, liiihl.i Corv.itites on Ins Traba-
jos de Prr.siles // Siiiistminda (o), diíüon-
<lo que no se s;il)e de dónde loma prin-
cipio esa ftíhula tan creída como mal
imaginada Quien encíintii .i Artiis fué
su hcruiana la Fada Morüaina, la eual
conlalia ;i Floranibcl de l.ucea en el
Salario adonde se entraha por el hueco
el Arhol saludable, que lialiiendo sido
su lieriiiano Artiis niurtalmente herido
en la cruda batulla en /«v campos ile
Salubre con los fijos del traidor de Mor-
derelesu fijo, ella lo salvó en un batel,
lo encantó, y se iba con él de unas
partes ;i otras, hasta que Dios permita
que salga otra vez día luz del vn/ndo (6).
Consiguiente á esto, Urganda la Desco-
nocida decía al autor de las Sergas de
Esplandidn, en un sueño que se refiere
en el capitulo XCIX, que la Fada Mor-
gaina tiene encantado al Rey Artús, su
hermano, y de fuerza conviene que ha
de salir á reinar otra vez en la Gran
Bretaña. De aquí hubo de nacer la
expresirm de esperanza tirctona. «¡ue
según refiere Millot (c), era común eu
tiempo de los trovadores para burlarse
de los Ingleses, por alusií'm á la vana
esperanza de volver á ver al Rey Artús.
Pellicer copií'i de un manuscrito de
la Biblioteca Real este epitafio, que se
supone haberse grabado en el sepulcro
de Artús :
Hic iacel Arhirus. Bex quondam, Tlexquc fn-
[turiis.
El Doctor Bowle cita un pasaje de las
antiguas leyes de Gales, código formado
por un Principe de aquel país en el
siglo X. que indica cuál pudo ser el
origen de esta hablilla y preocupación
del vulgo inglés. Dichas leyes prohibían
matar tres clases de aves : águilas,
grullas y cuervos, é imponían al mata-
dor una multa á favor del dueño de la
tierra donde se cometiese el avicidio.
Esta ley se fundaría en que son ani-
males inútiles para el sustento del
hombre, y que limpian los campos de
reptiles y carnes infectas, ó en otras
razones que el legislador no ha tenido
(a) Lib. I, cap. XVIII.
Lucna. lib. III, cap. X. -
núm. 2.
(¿) Florambel de
(c) Hist. tomo I,
á bien comunicar al autor de estas
notas.
1. «Según escribe Sigisberlo Gálico
y Guillelmo de Nangis, como el Rey
Artús era valentísimo, así deseaba
(jiie los suyos lo fuesen; y cuando
|)odia haber alguno que fuese tal.
leiiíale consigo en la corte, y á él y á
los otros de su manera asentábalos á
conun' en su tabla y mesa redonda,
porque cada uno fuese primero y pos-
trero, no habiendo en la mesa principio
ni fin. Cuando el líey andaba en las
guerras, con él se ejercitaban sus caba-
lleros; y cuando guei-ras no había por
hacelles excusar toda ociosidad) ha-
cíales experimentar en diversos ejer-
cii'ios, por donde les dieron el nombre
de caballeros errantes. Fueron princi-
pales entre éstos Tristán de Leonis,
Lanzarole, Galbán. Troyano y Galerzo :
los cuales, como fueron excelentes en
las armas, así fueron amados de diver-
sas señoras. Lanzarote ami'> á la Reina
Ginebra, mujer de Artús, Rey de Ingla-
terra, y Tristán fué amado de Iseo,
mujer del Rey Mares de Cornualla,
siquier Cornovia: por las cuales, el
uno y el otro hicieron maravillosas
pruebas y hechos de armas.» Esto dice
Antonio de Obregón en su comentario
al capítulo III del Triunfo de Amor áe\
Petrarca, donde el poeta dice :
Ecco qvei rlii; le cnrte empion di soifni
Lancilotto, Trisíano é yli altri erraníi.
Onde convien clie'l rolqo errare a(/0(/ni.
Vedi Gineura, Isolla e V altre amanti...
El constructor de la tabla ú mesa
redonda, según se cuenta en la ííisforia
de Tristón, fué el sabio Meriín. En cada
asiento aparecía escrito el nombre del
caballero para quien era, sin cuya cir-
cunstancia nadie podía sentarse ; el
sucesor debía aventajarse en valentía
al que le había precedido. Entre los
asientos señaló Meriín uno en signifi-
cación del que ocupó Judas entre los
Apóstoles,y dejó dispuesto que nadie lo
ocupase. Ün caballero quiso hacerlo,
y se abrió y lo tragó la tierra : dábanle
el nombre de Asiento peligroso. Per-
ceval, otro caballero que posterior-
mente quiso repetir la experiencia, á
pesar de los consejos del Rey Artús,
184
DON QUIJOTE DK LA MANCHA
que allí se cuenlande D. Lanzarole del Lago * con la Reina Ginebra,
siendo medianera dcllos y sabidora ^ aquella tan honrada dueña
Quintañona, de donde nació aquel tan sabido romance, y tan de-
cantado ei^ nuestra España de
Nunca fuera caballero ^
de damas tan bien servido,
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino,
con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes
fechos. Pues desde entonces' de mano en mano fué aquella orden
llegó á sentarse, et tanlost la pierre
fendit, el la Ierre bruyt si quil sembla
a tous quils fondissent en abisme, el eul
si grand fuinée, quils ne senlrevirent
de graiit piece \a¡. Ya vimos en otra
nota que los romances antiguos cas-
tellanos hicieron mención de la Tabla
redonda, aplicándola á los doces Pares
de Francia. La historia de la Caballería
inglesa de la Tabla redonda era también
conocida en Castilla á mediados del
siglo xm; pues en la Gran Conquista
de Ultramar {b), se describe icn juego
que usai'on los Franceses antiguamente,
que llamaban Tabla redonda... E porque
aquellas 7nesas son así puestas en derre-
dor. Human le el juego de la Tabla re-
donda, qite no por la otra que fué en
tiempo aelRey Artüs. Esto debió sugerir
al cronista de ü. Belianis de Grecia
la idea de otra Tabla redonda de mayor
tamaño y riqueza que refiere se vio en
los torneos de Londres que celebró el
Rey de Inglaterra Sabiano, y á que
asistió D. Belianis. Estaba destinada
para los caballeros de mayor nom-
bradla que concurriesen á las fiestas, y
era en torno de quinientos pies, toda
de muy finísima plata. Tenia asimismo
ciento cincuenta fuentes de la tnisma
plata, todas con muy riquísimos caños
de oro... sirviendo cada una para la
silla de un caballero. El agua salla por
bocas de pequeños leones ú otros ani-
males, ó picos de aves ; salía la que se
quería por medio de ciertas clavijas,
y al salir hacia un sonido suavísimo.
El agua venía por debajo de la mesa y se
repartía convenientemente. Las ciento
y cincuenta sillas eran de marfil con
perlas y follajes de oro; y en el res-
paldo, que era de oro de martillo con
perlas pendientes de valor inestimable,
tenia cada una el nombre del caballero
para quien estaba destinada {a).
1. Arnaldo Daniel, poeta provenzal,
fué el autor del libro de Lanzarole,
libro de que j'a había noticia en Casti-
lla en el siglo xv, puesto que lo nomljra
en su Corbacho el Bachiller Alfonso
Martínez de Toledo, Arcipreste de Tala-
vera, escritor de aquel tiempo ib).
2. Comúnmente decimos sabedora.
En sabidora se conservó mayor seme-
janza con sapiena, raíz latina de esta
palabra, y así la usó Cervantes fre-
cuentemente en el (jcijote.
La lengua castellana, como otras,
tiene en este punto raros caprichos,
sujetándose unas veces á la etimología,
y abandonándola otras sin razón
aparente ; punto de que habló con eru-
diciíjn y acierto el Canónico Bernardo
Alderete en su libro del Origen de la
lengua castellana, donde puede verse
con más extensión.
3. Nuestro hidalgo había alegado ya,
y aplicado ;i sí el mismo romance, en
el capítulo 11 de esta primera parle.
4. D. Quijote procedió con equivo-
cación en suponer á Amadís de Caula
Sostcrior á Artús. Lo contrario dice la
istoria del primero, expresando en su
mismo principio que los sucesos que
refiere pasaron no muchos años después
de la pasión de nuestro Redentor y
(o) Tristdn. lib. II, cap. XLV.
cap. XLllI.
(6) Lib. II,
{a) Belianis, lib. III, cap. IV. — (6) V, IV,
cap. VI.
IMUMEHA PAUTK. — CAVÍTV\.0 Xlll 18í)
de caballería extiMidióndosi! y dilaLáiidoso poi- muchas y diversas
parles (I el inundo ¡yeuellaíucrourauíüsosy (conocidos |)(>r sus Icr líos
el valiente Aniadís Ao Gaula con lodos sus jiijos y nietos' hasta
Salvador Jesucriifo ;y Iucyo,enel capi-
tulo IV, hahhmdo del íley Lisuarle, padre
de la sin par Uriana, y do los apuros
con que reinó en la. Gran Rrelaña, dice
asi : Fué el mejor liey que ende ovo ni
que mejor mantuoiese lo caballería eii
au derecho hasta que el tiei/ Arlús
reinó, que pasó á todos ¿os Heijes en
bondad que anle del fueron, aunque
muchos reinaron entre el uno ¡j el otro.
Lo propio se deduce también de la
crónica de Lisuarte de Grecia, nieto de
Amadís, la cual, después de escrita,
hubo de estar oculta, según en ella se
asejínra (a), por más de uiü trescien-
tos años; y Artús vivió en el sjcrlo vi de
la era cristiana.
1. Amadís de Gaula fué el patriarca
de una dilatada i'amilia de caballeros
andantes, cuyas historias l'onuan la
continuación de la suya basta comple-
tar el número de veinticuatro partes ó
libros. Amadís vivió, según dichas
historias, más de doscientos años (6), y
representaba mucha menos edad ep
virtud de una confección que le dio la
sabia Urganda, protei-tora suya y de
su familia; á la rnanera que en otro
tiempo, según la fábula, Medea había
rejuvenecido con hierbas al padre de
Jasón. Ya tenía Amadís más de
ochenta años cuando venció al traidor
Mauden, y sólo mostraba tener cua-
renta (c). Así que el Rey Amadís con-
tinúa haciendo figura por largos
tiempos entre los sucesos de sus des-
cendientes. Refiere D. Nicolás Antonio
que, al fin de un libro caballeresco por-
tugués, intitulado Peualva, se contaba
la muerte de Amadís, y que con este
motivo decían burlando los castellanos,
que sólo á manos portuguesas pudiera
morir un héroe como Amadís. Pero lo
que se refiere en la historia de Esf'era-
mundi de Grecia (d) es que Amadís,
siendo ya viejo decrépito, murió a
manos de dos gigantes en una cruda y
sangrienta batalla, en que murieron
tres Emperadores, varios Reyes, Prín-
(«) Cap. LXXXVI. —(Ij) Amndis de Grecia,
parte II, cap. CXXIX. — (c) Ib., p.arte I, cap,
Li: — (rf) Parte VI, capítulo CXXVI.
cipes y gigantes, y cincuenta y cinco
mil caballeros cristianos.
Después de largos y penosos amores,
Amadis casii con la sin par Oriana,
Princesa de Inglaterra, (le quien le
nacieron Esplandián y Perión. Esplan-
diíiiituvo por señora ;i Leonorina, hija
del Emperador de Grecia, el cual, re-
tirándose con la Emperatriz su mujer
á un monasterio que habían fundado,
dejó á Esplandián el imperio («).
D. G.ilaor, hermano de -Vmadis de
Gaula, fué marido de la, luida Brio-
lanja. De ella tuvo dos hijos, Perión y
Garinter, que fueron armados catjalle-
ros por el Emperador Esplandián (A).
D. Florestíín, tercer hermano de
Amadis, y D. Galaor, tuvo también
hijos, de cuyos hechos y aventuras se
hace riiención en los libros caballe-
rescos; de uno de ellos, llamado Flo-
risando, se hizo libro aparte.
Sucedió á Esplandián su hijo Li-
suarte; hijo de éste fué D. Flores de
Grecia, de quien se escribió en francés
una historia que su autor, Nicolás de
Herberai, dedicó á Enrique II, Rey de
Francia. Lisuarte fué también padre de
Amadís de Grecia, el Caballero de la
Ardiente Espada, y éste de D. Florisel
de Niquea y de U. Silvis de la Selva.
Nieto de Amadís fué el Príncipe Esfe-
ramundi de Grecia (c), y de la misma
casa y familia imperial fueron D. Rogel
y D. Belianís de Grecia, con otros ca-
balleros que dieron largo y copioso
asunto á los escritores caballerescos.
Véase aquí la razón de decir D. Qui-
jote que fueron famosos y conocidos
por sus fechos el valiente Amadis de
Gaula con todos sus hijos y nietos,
hasta la. quinta generación.
Otra familia de caballeros andantes
principió en Palmerin de Oliva, Empe-
rador de Constantinopla. Polendos,
Primaleón y la Infanta Flérida fueron
hijos suyos (rf) : Primaleón engendró á
Platir, y éste á Flotir. Flérida casó con
(a) Esplandián, capítulo GLXXVII. — (A)
Ib., capítulo CLXXXII. — (c) ¿"s/'emm., parte
YJ, cap. últiiuo. — {d) Primaleón, üb. 1, cap.
CXCIV V CCIV.
\Hi)
DON QLíJtíTK DK LA MANCHA
l¡i quinta g^eiicraciíjn, y el valeroso Fclixmarlf; «le Hircania, y el
nunca como se dehe alabado Tii-ante el Blanco, y casi que en nues-
tros (lías vimos ^ v comunicamos v oímos al invencible v valeroso
D. Duardos, hijo mayor de Fadrique,
Rey de Inglaterra í/?); y por este enlace
la casa injperial de Grecia, que se
había uniíjo con la Ileal de Inglaterra
en Esplandián y Leonorina, volvió á
enlazarse con la misma en I). Duardos
y Flérida. Inglaterra y Grecia sun los
estados que más papel hacen en las
liistorias de que tratamos, y como los
dos polos del mundo caballeresco : Ale-
mania, Francia, Italia y España sue-
nan menos. Pero basta de genealogías
andan tescas.
1. Dos capítulos antes, en el ro-
mance de Olalla, se había nímibrado la
orden de capuchinos, fundada en el
año de l.'i26. Antes todavía había citado
Cervantes en el escrutinio varios libros
modernos impresos durante su vida ; y
aun en los primeros renglones de su
obra e.xpresú que no había mucho
tiempo que vivía su D. Quijote. Todo el
resto de la fábula es consiguiente á
esto, y apenas hay en ella página que
no ponga á la %ista las costumbres de
la era en que viviii Cervantes, sin con-
tar los infinitos pasajes en que se men-
cionan personas y sucesos coetáneos ó
no muy anteriores, y aun personas que
sobrevivieron á Cervantes, como Cris-
tóbal Suárez de Figueroa. que murió
en el año de 1022, Lope de Vega
en 1635. y D. Juan deJáuregui en 1640.
Á pesar de ello, D. Quijote, inflamado
del estro caballeresco, y excitado por
la pregunta de Vivaldo. dice que casi
ha conocido y tratado á D. Belianís de
Grecia, romo si sólo hubiera mediado
nn c«rto intervalo entre ambos, siendo
así que D. Helianís, y en general los
caballeros andantes, tiubieron de flore-
cer en la Edad Media, y aun muchí)S
de ellos anteriormente, si se ha de dar
crédito ii sus historias.
D. Gregorio Mayáns, literato muy
benemérito de Cervantes, <uya vida
escribió para la magnífica edición del
Quijote que se hizo en Londres el año
de 1738. se valiti de In presenta expre-
sión del texto para probar que la fábula
está llena de anacronismos; y lo está
con efecto, si todos los sucesos y cir-
io) Ib., lil). I, cap. LXX.
cunstancias del Quijote se comparan
con la que se supone edad de D. belia-
nis. Pero todos sus arguujentos y prue- j
bas desaparecen sólo con observar que
la expresión de nuestro hidalgo era de j
un loco, que arrastrado de su extrava- \
gante manía creía buenamente ver por 1
sus ojos y tocar con sus manos lo que ;
no existía más que en los vacíos apo-
sentos de su cerebro. Üescartailo este
reparo, y uno ú otro relativo al orden
de las estaciones del año, en que S'
descuidó Cervantes, los principa',!
anacronismos del Quijote se reducen i
los dos pasajes del hallazgo de la his-
toria deCide líamete en los cartapacios
viejos del Alcaná de Toledo (a), y del
otro hallazgo de la caja de plomo en
las ruinas do una antigua ermita con
los pergaminos y versos burlescos con
que concluye la primera parte ''6). Est(«s
dos pasajes, en que evidentemente se
supone ya muy pasada la época del
hidalgo manchego, son los que verda-
deramente están en contrailicción con
el tenor general de la fábula, que es
moderno.
Por lo demás, el libro mismo di'
Belianís ofrece pruebas de que no es
tan antiguo el héroe como se supone.
Su ignorante autor, á pesar de que por
un lado introduce á la linda Infanta
Policena. hija de Priamo, líey de
Troya y hermaní de Héctor, contando
sus desgracias á D. [..ucidaner, uno de
los amigos de Belianís Ce), en otra parte
supone invfntada la artillería moderna,
hablando de lúa f/ruesos y pujantes
tiros de pólvora que echaban á pique
las naos y galeras en la batalla de
Babilonia ((/) ; y en otra menciona l.i-
conquistas de los reinos de Granada y
.Navarra, hechas por el Rey Católico
D. Fernando, como sucesos no muy
recientes ''e).
El lector no habrá sin duda reparado
en la mención de la batalla naval de
Babilonia, que es uno de los innume-
rables disparales del libro de Belianís.
Pero D. Quijote, que no reparaba en
(a) Cap. IX. — {h) Cap. Lir. — (<•) fí»liauís,
lib. I, cap. LXIir. — (d) Ib., Ub. II. cap.
XLV. — (e) Ib., lib. IV, capítulo XVIII.
PKIMKnA l'AIilK.
CAIMTLI.O XIII
187
("aballcro I), [{clianis de (irocia. Kslo, ¡xies, sííñoros, <!s ser caba-
llero andaiilc, y la (|iie Ikí diclio es la orden de; su caballoría, en la
cual, como otra vez he diclio, yo aunque pecador he iiecho profe-
sión, y lo mismo que profesaron los caballeros referidos profeso
yo, y así me voy por eslas soledades y despoblados buscando las
aventuras con ánimo delilx'rado de ofrecer mi brazo y mi persona
á la más pelif^rosa ({ue la suerte me de|)arare en ayuda de los flacos
y menesterosos ^ Por estas razones que dijo, acabaron de ente-
rarse los caminantes que era D. Quijote falto de juicio, y del género
d(^ locura que lo señoreaba, de lo cual recibieron la misma admi-
ración que recebínn todos a({uellos que de nuevo venían en cono-
cimiento della. Y \'¡valdo, que era persona muy discreta y de alegre
condición, poi- pasar sin pesadumbre el poco camino que decían
que les faltaba á llegar á la sierra - del entierro, quiso darle oca-
sión á que pasase más adelante con sus disparates. Y así le dijo :
Parécemc, señor caballero andante, que vuestra merced ha profe-
sado una de las más estreclias profesiones que hay en la tierra, y
tengo para mí (}ue aun la de los frailes cartujos "' no es tan estre-
cha. Tan estrecha bien podía ser, respondió nuestro D. Quijote,
pero tan necesaria en el mundo, no estoy en dos dedos de ponello
en duda^. Porque si va á decir verdad, no hace menos el soldado
tanto, tenia de él un alio concepto, se-
gún se lee en la continuación del Qui-
jote, escrita por el licenciado Alonso
Fernández de Avellaneda. Contando el
paje del caballero que alojó á D. Qui-
jote en la corte que tenia en su apo-
sento el menliruíio Hbn) de D. Belianis
de Grecia. / Oh poje vil ij de infame
ralea! dijo D. Quijolc; ;;/ me7ifiroso
llamas a uno de los mejores libros que
los famosos (j riegos escribieron Ui-)'.'
1. Una de las cosas á que según el
Doctrinal de Caballeros, ya citado
otras veces, estaban obligados los que
recibían Orden de Caballería, era que
al caballero ó dueña que viesen cuita-
dos de pobreza ó por tuerto que ttohie-
sen recebido, de que non pudiesen haber
derecho, que puj/nasen con todo su po-
der en ayudarlos (b). Los libros caba-
llerescos representan los usos, máximas
y costumbres de la Caballería, que re-
fieren las historias veraces de la Edad
Media; pero exagerándolo todo sin tino
ni concierto.
(a) Avellaneda, cap. XXX. — (6) Lib. I,
tít. ni.
2. Que les faltaba para llegar, es
coujo ordinariamente se dice.
S. Los fundó San Bruno á fines del
siglo XI, y el siguiente se erigió el pri-
mer monasterio que tuvieron en Es-
paña. Por algunos siglos se citnron
como los más austeros y mortificados
entre los monjes ; hoy se citarían los
de la Trapa.
4. Sobra la partícula en que des-
compone el sentido, y se introdujo por
algún descuido en el texto. Por lo que
toca á la estrechez de la profesión de
la Caballería, el ermitaño, que explicaba
su origen, naturaleza y obligaciones á
Tirante el Blanco ia), onde figiiuolo,
concluía, puoi veder quanto é dura
cosa a ricevere l'ordine di cavalleria.
Ancora sel tenuto a fare forti cose, che
per quato ordine sei tenuto di manle-
nere pupilli, vedove, orfani el donne
maritate, se alcuno le vuol sforzare,
molestare o torgli i loro beni, che i
cavallieri sonó obligati diporre le per-
sone a ciascun pericolo di morle, se
sonó riclñesti in ajuto o defensione da
{") Parte I, cap. XV.
488 DON QUIJOTE DE LA MAXCH\
que pone en ejecución lo que su capÜíín lo maniJa, que el mismo
capitíin que se lo orrlcna. Quiero decir, ({ue los relif^iosos con toda
paz y sosiego piden al cielo el bien de la tierra ; pero los soldados
y caballeros ponemos en ejecución loque ellos piden, defendiéndola
con el valor de nuestros brazos y fdos de nuestras espadas ; no
debajo de; cubierta, sino al cielo abierto, puestos' por blanco de
los insul'ribles rayos del sol en el verano, y de los erizados hielos
del invierno. Así ([ue somos ministros de Dios en la tierra, y brazos
por quien se ejecuta en ella su justicia. Y comí) las cosas de la
guerra y las á ellas tocantes y concernientes no se pueden poner en
ejecución sino sudando, afanando y trabajando excesivamente'',
sigúese que a([ueIlos que la profesan tienen sin duda mayor tra-
bajo que a([uellos que en sosegada paz y reposo estm rogando á
Dios favorezca á los que poco pueden. Ño quiero yo decir, ni rae
pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero an-
danlp como el del encerrado redigioso ; sólo qu:ero inferir por lo
que yo padezco, que sin duda es rais trabajoso y más aporreado y
m^s hambriento y sediento, miser<ible, roto y piojoso^, porque no
hay, sin duda, sino que los cabilleros andantes pasado ? pasaron
mucha mala ventura en el discurso de su vida. Y si algunos subie-
ron H ser emperadores ' por el valor de su brazo, á fe que les costó
buen por qué de su sangre ■' y de su sudor ; y que si á los que á
alcuna donna di lionore; el ogni cava- debilita las que preceden, sudando, a fa-
lliere il (jiurno cfii ricere iordine di nundo.
cavalleria, oiura di inantenir con tullo 'i. Lo último hubiera podido oiiii-
il poter suo lutlo guello c/ie' é detto di tirse por bajo y disonante «leí louo
sppra. El per guesto li dico, figliuol noble y decente que reina en lo demás
mió, che gran lavaglio el falica é a del discurso ue D Quijote.
esser cavalüere, perche a molle cose 4. Como D. Rogel á ser Emperador
é oblígalo, el il cavalliere che non de Persia, Florisel, de Grecia, Esfera-
osserua tullo quello che dee osservare, uiundi de Trapisonda ya). Á est'- últi-
l'aniíiiasuaall' inferno condunna. Tanto mo imperio ascendió también por el
Vivaldo como D. Quijote eran de la valor de su brazo U. Reinaldos, como se
ipi^ma opinión que el ermitaño. cuenta en el romance de su prisión y
1. No sin alguna dilicultad se en- destierro, que se insertó en el Cando-
tiende que lo que se defiende es la ñero de Amberes del año i.isr. (6j.
tierra. — Antes de filos falta el articulo o. Buen por qué es gran cantidad,
los. — La analogía y el equilibrio del gran porción, y en este sentido se en-
periodo pedía que se dijese : de los cuentra ya en el Centón Epistolario AaX
rayos del sol en el verano y de los eri- Bachiller Fernán Gi'unez de Cibdad Heal.
zados hielos del \orle en el inciern'i. fisico del Key de Castilla tí. Juan el II:
— Ser blanco de los hielos, tampoco el cual, en la epístola 7'J á D. Pedro de
me suena bien. Stúüiga, Conde de Ledesma, dice asi :
2. Cervantes añadió en la edición (irán loa seguiría desto ; é en el pecho
de 1608 el adverbio excesiva:nente. que del Hey. que piadoi^o é amoroso es, me-
no está en las primitivas de Itiüo; y lo teruules un buen por qué de amor é de
añadió con ra/ón, porque sin él la pa-
labra trabajando, lejos de añadir nada, [a) L'-iferanundi, parta VL — (6) Fol. Hi.
IMilMEIlA PAini:.
CAPÍTULO ?ÍIII
189
tal {>;ra(lo siibiíTon les rallíii;iii oncnnladores y sabios que los ayu-
daran ', (jiic ellos (|iie(laraii bien delraudadiís de sus deseos y bien
engañados de sus esperanzas. De ese parecer estoy yo, replicó el
caminante ; pero una cosa entro otras muchas me parece muy mal
de los caballeros andantes, y es que cuando se ven en ocasión de
acometer una grande y peligrosa aventura, en que se ve manifiesto
peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de acometclla s(;
acuerdan de encomendarse á Dios, como cada cristiano está obli-
obligaciiin para itiás ensalzamienlo
vuestro é de vuestros hijos. El mismo
Bachiller, en la epístola 68 al señor de
Valdecorneja, (■ontiíiulole que Micer
Lando trajo al Rey D. Juan la rosa de
oro de parte del Papa, escribía : El Rey
le mandó dar una ínula fermosa con
todos sus (juarninúetitos de helarte bru-
ñiio é una caja de piala de yantar, é
un. buen por t\ué pai-a tornarse á Roma.
— Valióme el buen suceso un buen por
qué. decía un .tlcaliuele en el Pasajero
de Crislóbal Suárez de Fifíneroa, autor
contemporáneo de Cervantes (a).
1. Llenos están los anales de la Ca
baileria andante de ejemplos de la pro-
tección que encantadores y encanta-
doras, sabios y sabias dispensaban á
los caballeros sus ahijados. Urgandi la
Desconocida y su marido Alquile fue-
ron patronos y favorecedores de Ama-
dis de Gaula y de su familia, en cuyo
beneficio hicieron las estupendas mara-
villas que se refieren en sus historias.
Esplandián, hijo de Aiuadís, empezó á
experimentarlo desde el punto que fué
armado caballero, en el que se halló
encima de las alas de la Gran Ser-
piente al pie de una altísima peña : la
serpiente era la fusta de la sabia Ur-
f:and . El sabio Fristón proteoria al
Príncipe Perianeo de Persia, llamado
el Caballero de la Fortuna, y para él
hizo unas armas á las cuales ningún
encantamento bastaha -b). La sabia Be-
lonia favorecía á D. Belianís (c), y
el sabio Silfeno, que en las artes mági-
cas no tenía otro superior más que á
Fristón, favorecía á Aiidbárzano {d). La
maga Ipermea patrociiiaba á D. Oli-
vante de Laurd; Lirgr;ndeo al GahaUero
{n) Alivio VII. — {!,) Beliavis, lib. I, cap.
XXXIII. — (c) Ib., cap. VI y XXXVÍI. —
[d) Ib„ hb. 11, cap. XXXV.
del Febo ; Artemidoro aí Príncipe Rosi-
cler ; Artidoro al Principe Lepolemo y
á su hijo. Ariosto en su Orlando furioso
pinti al mágico Atlante como amigo y
protector de Kugero, y á la sabia Me-
lisa como patrona de Bradamante. El
sabio Xartón, amigo y cronista del Ca-
ballero de la Cruz, vino á la corte de
Alemania cuando ya su ahijado era
Emperador, y se hizo cristiano (a). El
sabio Daliarle del Valle Obscuro, señor
de la ínsula del Sepulcro, por otro
nombi'e Deleitosa, fué favorecedor de
su hermano Palmerin de Inglaterra;
el mago Arcaón lo era de Florando de
Castilla Ib) ; el Principe Lindadelo llegó
por sus hazañas, y con la ayuda del sa-
bio Doroteo, á ser Emperador de Trapi-
sonda (C).
No siempre hacían los encantadores
el papel de amigos ; alguna vez eran
enemigos, como Arcálaus lo era de
Amadís de Gaula y su parentela. Solían
serlo también de los Competidores de
sus clientes, y alguna vez venían á
reñir unos magos con otros en formas
y figuras extrañas; de lo que quizá É'é
alegará algún ejemplo en el discurso
de estas notas, donde no dejará de pre-
sentarse ocasión de ello. Hubo encan-
tadores y nigromantes de todas clases :
moros, como iMarpín en Carlomagno((/jy
Xartón en Lepolemu : cristianos, coitió
Merlin ; hembras, como ürgahdá y Bo-
lonia; Reyes, comu Aldeno en Gerardo
de Eufrates; Reinas, cómo Girfefi ;
viejos, como .\tlante y Alquile ; gigáii-
tes, como Arcálaus; enanos, como él
de la corte del Rey de Gornualla en
Tristán ;^e).
(ít) Caballero de la Cruz, lib. II, cap. IX.
— (6) Florando, cantos V y XIII. — íc-) Cris-
talián, lib. 1, cap. X. — (d) (San. XXXIII;
- (e) Lib. I, cap. XXIV.
190
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
gado á hacer en peligros semejantes ; antes se encomiendan á sus
damas con tanta gana y devoción como si ellas lucran su Dios ;
cosa que me paiece que huele algo ó gentilidad'. Señor, respon-
1. Vivaldo, para decir esto, pudo
tener presente el valor que, según la
historia, tornaron los diablos que ani-
maban al monstruoso Endriago, cuando
iba á acometerle Aniadis de Gaula,
como viesen que ente caballero ponía
más esperanza en su arnic/a Oriana que
en Dios (a). Y después de la Ijataíla,
estando Amadis moribundo de las
heridas, decía á su escudero : Yo le
ruego... que me seas bueno en la muerte,
como en In vida lo fias sido; é como yo
fuere muerto, tomes mi corazón, y lo
lleves á mi señora Oriana, é ¡lile que
pues siempre fué suyo... que consiyo lo
tenga en rememb¡-unza de aquel cuyo
fué, aunaue como ajeno lo poseía. ..E no
piído liaolar más. Aun fué peor lo de
Tirante el Blanco, que al entrar en
combate no invocaba á Santo alguno,
sino el nombre de Carmesina ; y
preguntándosele por qué no invocaba
juntamente el de otro Santo, respondía
que el que sirve á muchos, no sirve á
ninguno (¿>).
Pero no siempre sucedía lo que aquí
supone y desaprueba Vivaldo. El mismo
Amadis empezó alguna vez, según
cuenta su historia, por invocar ;í Üius
antes que á Oriana (c). D. Olivante de
Laura, al ir á embestir á los jayanes
que guardaban la entrada de la casa de
la Fortuna, después que muy de corazón
se hubo encomendado d Dios nuestro
Señor, volviendo los pensainientos á la
divina Princesa Lucencia, comenzó á
decir : ¡ Ay soberana señora!... dame
favor en esta batalla... porque si el
esfuerzo de tu soberana virtud no me
viene en mi ayuda, yo no basto para
ninguna pequeña cosa (d). D. Roserín,
al combartirse, se encomendaba á Dios,
y llamaba á su señora Florismena,
como se refiere en la historia del Caba-
llero del Febo (e). Cuando Hosicler,
llevado por engaño á la ínsula de Can-
dramarte, conoció que allí había ar-
mada traición y que iba á ser acome-
tido por los gigantes, levantó los ojos
(a) Amadis de Gaula, cap. LXXIII. —
(¿) tirante, parte III, cap. XXVIII. — (c)
Gap. XLIV. - (d) Olivante, lih. TI, cap. III.
(«) Parte II, cap. XXVII.
al cielo, diciendo : Tú, Señor, perdona
al ánima y ave piedad della, pues fué
redimida con tan caro precio ; que del
cuerpo no tengo por qué dolerme, pues
le viene la muerte en tan buen tiempo ;
y esto último lo decía por el estallo de
desesperación en que lo tenían los des-
denes de su señora la Infanta Olivia (a).
La conducta de D. Quijote era con-
forme al ejemplo de los mejores, según
el cual debía contarse con Üios antes
que con la dama; así. refiriendo en el
capitulo XXXV ;i la Princesa Micomi-
cona su victoria sobre los cueros de
vino, le decía que la había conseguido
C071 ayuda del alto Dios y con el favor
de aquella por quien vivía y respiraba.
V al acometer la aventura de la Cueva
de iMuntesinos, empezó por encomen-
darse á Dios y luegu á Dulcinea. Y con-
siguiente á esta doctrina, al describir
en el capítulo L. la aventura del Lago
ferviente, cuenta que el caballero se
arroja al lago, encomendándose á Dios
y á su señora. Verdad es que en lle-
gando la ocasiiHi solía distraerse, y
sólo se acordaba de su señora, como
en la batalla con el vizcaíno, y en las
que tuvo con los arrieros en el corral
de la venta la noche de la vela de las
armas.
En esta parte, el libro que da mues-
tras mayores de piedad caballeresca es
el de Florindo de la Extraña aventura.
Su autor, que debía ser devoto de la
Virgen nuestra Señora y de San Ber-
nardo, comunicó esta calidad á sus hé-
roes. Florindo, el principal de ellos, al
acercarse al castillo de las Siete ventu-
ras, halló un antiguo oratorio ú ermita
con la imagen de San Bernardo : ?/ he-
cha eu él su oración, y quitándose las
armas y arrendado á un árbol su pre-
ciado jayán (este era el nombre de su
caballo), tomó fresco en una fresca ar-
boleda que la devota ermita cercaba.
Encomendóse á San Bernardo y á la
Virgen, se durmió y soñó que se le
había aparecido el diablo, á quien el
Santo asió de la melena, y yendo Flo-
rindo á herirle con el estoque, desapa-
ia) Ib., parte I, lib. I, cap. XLIII.
PniMEnA PAOTE.
CAPITII.O XIIl
\m
dio D. (Juijolc, (íso no puede ser menos en ninguna muiieiJi, y
caería en mal caso' el caballeroandante que otra cosa hiciese; que
ya esU'i en uso y costumbre en la caballería andanlesca que el
caballero andante que, al acometer ali^ún gran loí^ho de armas
recio (íí). Al acoiiiefer la temerosa
empresa de penetrar en el castillo men-
cionado, hizu la señal de la Crnz, y
paso ei bra/.o de rio que rodeaba el
castillo (b). Salióle al encuentro Lucifer
con muy espantable figura echando
llamas; Florindo hizo el sí(/no de la
Cruz, diciendo aquellas terribles pala-
bras : Verbuní caro l'actum est, con las
cuales desapareció el diablo, ;/ fué des-
encantada la ventura (c). El mismo
Florindo concurrió ¡i unas justas que
se celebraron en Ñapóles en el día y en
honor de la Virgen nuestra Señora, y
sacó por divisa un cielo puesto sobre
la tierra con una letra que decía :
En él ni en ella
Tal Virgen ni tal doncella (d)
El Duque Floriseo, otro de los prin-
cipales personajes del citado libro, al
emprender la aventura de la Rica selva
encantada, se encomendó muchas reces
(i nuestro SeHor, >/ rezando los versos
de San Bernardo, llegó á la puerta. Alli
fieleó con un gigante, y en lo fuerte de
a batalla oraba á nuestro Señor di-
ciendo : Domine, fili David., miserere
mei iíí). El mismo Duque, acercándose
á la espantosa torre de la Isla encan-
tada, .ve encomendó á nuestra Señora >/
á su Santo deroto (San Bernardo), y no
cesando siis devotas oraciones... entró
por la puerta, siempre con reclama-
ción al Verbo divino, suplicándole le
ayxidase contra toda cosa adversa. Pa-
sada la primera puerta guardada por
dos perros, encontró en la segunda un
canoso animal de nef/ras piinlas pin-
tado... El Duque, haciendo el signo de
la Ci'uz. entró á la sala, segunda, en la
cual cosa ninguna vio, excepto otra
puerta, donde estaban atadas dos espan-
tables serpientes. Volvi(') á encomen-
darse (i Dios y al glorioso San Bernardo,
y entró en la tercera sala, donde vio á
un Rey coronado, y atado junto á un
(a) Florindo. pa.Ttem, cap. XXVI. — (é) Ib.
— (c) Ib. — {(?; Ib., parte II, cap. XVIII.
~ (di Ib., parte III, cap. I.
Tuego que lo estaba abrasando. Al acer-
carse Floriseo le embistieron las lla-
mas, y queriendo vídverse atrils, le
acometieron las serpientes. Cuando en
tal trance se vida, comenzó a gran
priesa ú rezar los versos que en los pe-
ligros acoslumhraha, é cuando llegó al
que dice In manus lúas. Domine, fué
deshecho en aquel instante todo el en-
cantamiento de la torre, muriendo las
serpientes, apagándose el fuego, reven-
tando el animal, matándose los canes,
abriéndose las puertas, rompida la
prisión, siendo fuera el prisionero. Este
era el Rey Morfante de Persia, á quien
las sabias dueñas llerculana y Trotea
habían tenido encantado diez años,
diez meses, diez días y diez horas («).
Según declaró .Moríante á Floriseo, las
dos serpientes descendían de las dos
que ahogí» Hércules estando en la
cuna.
Nótese que este Duque aventurero
sabía latín, cosa rara atjuel tiempo en
su profesión y estado ; y mírese como
muy verosímil que el autor del Florindo
de la E.riraTia ventura, luese algún
monje Bernardo, ó blanco, como anti-
guamente decían, ;í distinción de los
negros, que eran los Benedictinos.
1. Poniéndose incurriría en mal
caso, se evitara el pleona.smo de caer
en caso. Mal caso era el que producía
infamia ; y solía también llamarse
caso de menor valer, porque, como se
dice en la partida tercera (6), los que
incurren en él, non pueden dende ade-
lante seer pares de otro en lid, nin en
facer acusamiento, nin en testimonio,
nin en las otras lionras. Incurría en
caso de menos valer, y. por consi-
guiente, eninramia,el fidalgo que faltaba
al pleito homenaje, y el que se desde-
cía en Juicio ó por corte de la cosa que
dijo, según se expresa en la misma par-
tida (c) y se repite en el Doctrinal de
Caballeros (d).
(a) Florindo, parte III. capítulo V. —
(b) Tit. V. l,.v I. — fe) Ib., lev II. —
>/ I.üi. IV, ¡;t, VIH. ialiri(«'¡,-i 2.
492
DON QUIJOTE UL LA MANCHA
tuviese su señora delante, vuelva á ella los ojos blanda y amorosa-
mente, como que le pide con ellos le favorezca y ampare en el
dudoso trance que acomete ; y aún si nadie le oye, está oblig^ado á
decir algunas palahi'as entre dientes, en que de lodo corazón se le
encomiende ', y desto tenemos innumerables ejemplosenlas histo-
rias. Y no se ha de entender por esto, que han de dejar de enco-
mendarse á Dios '^ que tiempo y lugar les queda para hacello en
1. Sobre esta costumbre lie nom-
brar los caballeros á sus damas en
ocasiones de peligro, dice la segunda
partida del Key Ü. Alonso [a,, ha-
blando de lo que deben guardar los
caballeros en dicho el en fecho, y de
lo que sobre esto pensaban los anti-
guos : E aun porque se esforzasen mih,
tenían por cosa ayuisada que los que
toviesen ainiyas, que las inentusen en
las lides, porque les cresciesen más los
corazones, é oviesen rnaijor reryüenza
de errar. Y si sólo la mención de la
dama era conveniente para producir
este efecto, todavía debía producirlo
más cumplido su presencia l'or lo cual
la doncella Floreta, confidenl i de la
Princesa Cupidea en sus amores con
Leandro, aconsejaba h su señora que
asistiese al duelo eutre él y el gigante
Fornafeo. porque con su hermosura da-
ría mucho esfuerzo á su caballero en
la batalla (6). Y desto, como dice poco
después D. Quijote, hay innumerables
ejemplos en las historias. D. Hogel de
Grecia quiso pelear con tres caballeros,
;i pesar de que se hallaba desarmado,
y sin m.ís que escudo y espada. La
Inl'arita Persea, que iba en su com-
pañía, trató de disuadirle de su propó-
sito, diciéndole : ;Ay de mí: que estáis
sin armas y ellos son tres. Bóslamne,
dijo él, las de estar vos preséntele).
Habiendo ido muchos Principes, caba-
lleros y damas ;i ver las grandes cosas
que, según decían, encerraba la Torre
de las Maravillas, hallaron que las
puertas eran todas de hierro, y l-'Q
grandes y pesadas, y guarnecidas de
tantos candados y cerraduras, que no
fué posible forzarlas, iin esto vieron
asomarse d una alta finiestra que en
la torre estaba, un hombre muy grande
(a) Tit. XXI, ley XXII.
(¿i) Caballero dé la Cru:, lib
fulo, XXIV. — (c) Ftorisel
part. IV, cap. VII.
II. capí-
de Niquea,
y feo con una yran llave en la mano, el
cual con una voz muy espantable y
medrosa, dijo : quien tuviere poder de
abrir la gran puerta con esta llave,
con f/ran razón podrá ser loado en el
mundo. Dicho esto, dejó caer la llave,
con la cual algunos probaron á abrir y
no pudieron; y Florambel, viendo que
ninguno había fecho nada, mirando
primero á su señora, con cuya fermo-
sura. tomaba muclio favor y esfuerzo,
lomó la llave, y yéndose piara la
puerta, la abrió tan ligeramente como
.si fuera otra cualquiera, de lo cual
lodos fueron muy maravillados y ale-
gres, en especial la su fermosa se-
ñora (a).
2. Esta mezcla de piedad, dureza y
galantería fué realmente uno de los
caracteres de la caballería de la Edad
Media, pero se exageró en los caba-
lleros andantes. Añadiré algunos ejem-
plos á otros alegados anteriornieute.
Yendo Florambel de Lucea en demanda
de la aventura del Árbol saludable,
hizo noche en una pobre ermita, en la
cual falló un ermitaño de santa vida,
el cual le dio de cenar lo que tenía,
que era pan é agua, é fruta. Y aca-
oada la cena, Florambel acordó que
seria bien confesarse y comulgarse,
pues se había de ver en tan grand pe-
ligro, y ansí lo dijo al ermitaño. Hl le
oyó esa noche de penitencia, y le dijo
muchas cosas por apartarle de aquel
tan peligroso camino que llevaba ilicién-
dole cómo aquella aventura del Árbol
era cosa de encantamento, adonde el
diablo tenía siempre mucha parte... mas
nada de todo cuanto le dijo aproveclió
para quitar á Florambel de su firme
propósito... E viendo el ermitaño que no
aprovechaba nada, después que lo oro
usuelto, le echó su bendición y lo enco-
tnendó á Dios muy de corazón. Esto he-
cho, los dos estuvieron en oración muy
(a) Floramhel de Lucea. lib.V, cap. XXXVI:
PRIMEn\ PARTE. — CAPÍTULO XIII 193
ol discurso do la obi'a. Con lodo eso, replicó el caminante, me
fiucda un escrúpulo, y es (pu^ muchas veces he leído que se traban
palabras eidrc dos andanics caballeros, y de una en otra se les
viene j\ encender la cólera, y á volver los caballos', y ;'i lomar una
buena pieza del campo ; y luego, sin más ni más, á lodo el correr
dellos se vuelven á encontrar, y en mitad de la corrida se enco-
miendan á sus damas; y lo cpie suele suceder del encuentro, es
qu(^ el uno cae por las ancas del caballo pasado con la lanza del
contrario de parle á parte, y al otro le aviene también, que á no
tenerse á las crines del suyo no pudiera dejar de venir al suelo *.
rjmn parte de la noche ; y después se acos-
taron sobre /eno, que era el lecho quel
ermitaño tenia y dormieron fusta elalba,
que lue¡/o que fué de día, fueron en pie :
y el ermitaño se vistió para decir misa,
y la dijo muy devotamente ; y Floram-
bel la oyó con mucha devoción, y reci-
bió el cuerpo de Nuestro Señor Jesu-
cristo con amichas lagrimas, rogándole
que le diese Vitoria en aquel peligro
que presente esperaba (a). D. Florisel
de Niquea confesó y comulgó para
entrar en el desafio con Drucerbo, Rey
de Gaza, sobre vengar el agravio de la
Reina Sidonia (b). Tristán de Leonís,
yendo á precipitarse de una alta torre
al mar, lo hace se recommandant á
l'amie Iseull et a son doux Hédempteur.
Pero donde se leen incidentes muy sin-
gulares en esta materia, es en la his-
toria de Tirante el Blanco. Estando
para pelear en duelo este caballero y
Tomás de Montalbán, vinieron á con-
fesarlos dos frailes de San Francisco,
y no pudiendo comulgarlos con ¡lau
consagrado, lo hicieron con pan ben-
dito. Diofebo, primo de Tirante y
amante de Estefanía, después de
grandes dificultades obtuvo permiso
para besarla, y acercándose á ella la
besó en la boca tres veces á honra de
la Santísima Trinidad ; tales se pintan
las costumbres é ideas de aquellos
siglos. La Princesa Garmesina se en-
comendaba á la Virgen al mismo
tiempo que escondía en los pliegues de
su ropa un cuchillo para quitarse la
vida, si la cautivaban los tui'cos. La
dueña Reposada, enamorada de Ti-
rante, le solicitaba del modo más
(a) Floramhid de Lacea, lib. III, cap. VII.
— (6) Parí. III de su Crónica, cap. VI.
impudente, y pnra obtener sus últi-
mos favores le alegaba las oraciones,
limosnas, maceraciones y ayunos que
liabía practicado para conseguir de
Dios su salud durante una enfermedad
que había padecido.
Los libros, aun fingidos, llevan de
ordinario la marca del siglo á que
pertenecen y tan lo los de invención
como los históricos vienen á expresar
con más ó menos expresión los mismos
usos, ideas y costumbres. Beltrán de
Guesclín ó Claquín, como le llaman
nuestras cnmicas, se desafió con Tomás
de Gantorberi, un caballero inglés, á
presencia del Duque de Alencastre,
durante el asedio de Dinán. Tomás
arroj(') el guante, y Beltrán lo recogió
y dijo : que hasta desempeñarlo no
comeri.i más que tres sopas en vino á
honra y en nombre de la Santísima
Trinidau(«). En la relación del Paso hon-
roso ((ue mantuvo Suero de Quiñones,
se lee que los justadores antes de
entrar en la liza, oían misa diariamente,
á pesar de que los religiosos que la
decían, y entre ellos el Maestro Fray
Antón confesor de Suero de Quiñones,
declararon que tales ejercicios non se
pueden facer sin pecado mortal, y que
la Iglesia, conforme á lo dispuesto por
el derecho canónico, no rogaba por los
que morían en ellos, ni les concedía
sepultura en sagrado : disposición que
se observó y cumplió con un caballero
ar.agonés que murió en la justa.
1. Falta el verbo que debe antece-
der ií determinar, como dicen, estos
infinitivos, y está manco el régimen.
2. Pudieran citarse casos innume-
[a] Colección de ninmorias pura la historia
de Francia, tomo III, pag. 40í.
13
194
DON QUIJOTE IJIí: LA MANCHA
Y no í^é yo cómo el muerto tuvo lugar para encomendarse á Dios
en el discurso de esta tan acelerada obra ; mejor fuera que las pa-
labras que en la carrei-a ^astó encomendándose á su dama, las gas-
tara en lo que debía y estaba obligado como cristiano ; cuanto más
que yo tengo para mí, que no todos los caballeros andantes tienen
damas á <iuicn encomendarse, porque no todos son enamorados.
Eso no puede ser, respondió D. Quijote : digo que no puede ser
que haya caballero andante sin dama, porque tan propio y tan na-
tural les es á los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas,
y á buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caba-
llero andante sin amores ', y por el mismo caso que estuviese sin
rabies de los que aquí dice Vivaldo, y
casi tantos como cómbales se cuentan y
describen en los libros caballerescos.
Desafiados Florainbel de Luceay For-
tidel de Mircaiidoya, se arredraron el
uno del otro cuanto un tiro de arco, y
volviendo los caballos contra si, sin
hablar palabra, bajando sus lanzas y
cubriéndose de sus escudos, firierun los
caballos de las espuelas tan fuerte-
mente, que á todo correr los ficieron ir
muy ligeros el uno contra el otro... El
valiente Fortidel vino ñ tierra muy
quebrantado (a). En las fiestas que se
celebraron en la corte de Lucea para
solemnizar las bodas del Rey Florineo
y la Infanta Beladina, justando el Rey
Leónidas, uno de los mantenedores,
con un caballero novel, cayó en el en-
cuentro por sobre las ancas del caba-
llo (b). Galercia, Reina de Gocia, íjran
justadora, concurriendo con Alderino
del Lago, lo encontró tan poderosa-
mente, que lo tumbó por las ancas del
caballo (c). El animoso Tarso, viendo
que aquella era la primera lanza qtie
corría en su vida, y ser delante de su
bella señora (la Infanta Flora de Argen-
taría), encomendándose á Mahoma que
le ayudare, encontró al fiero pagano
de lal golpe, que con un trozo de lanza
en los pechos le hizo venir al suelo, sin
menear pie 7Ú mano; con tanto espanto
de los presentes que se olvidaban del
que había dado el belígero griego (el
Principií Rosicler), que como .si estuviera
presente .su hermosa OUcia, encontró el
gigante de tan poderoso esfuerzo., que le
[a) Florambfil, lib. IV, cap. IX. — (6) Ib.,
lib. V, ca)). X. — (c) Polictsne de tíoccia,
cap. LXVII.
hizo venir por las ancas del caballo
atravesado de vanda á vanda (aj. El
Caballero de las armas jaldes justaba
con el Principe Florandino de Mace-
donia, el cual lo encontró de tal ma-
nera, que mal que le pesó dio con él en
el suelo por las ancas del caballo Ib). —
Como se han contado cinco casos, pu-
dieran contarse cincuenta, (a)
1. En algunos ejemplares de los
estatutos de la orden de la Banda, se
lee al artículo 31 : Que ningún caballero
de la Banda estuviese en la corte sin
servir á alguna dama : no para deshon-
rarla, sino para la festejar ó casarse
con ella, y cuando ella saliese fuera, lo
acompañase á pie ó á caballo, llevandn
quitada la gorra y haciendo su mesura
con la rodilla. Y conforme á esto, aun
mucho tiempo después, en la corte de
los Reyes Católicos D. P'ernando y Doña
Isabel, testifica en sus cartas Andrés
Navagero, Embajador de la Señoría de
Venecia, en Castilla, que no había
caballero (pie no sirviese á alguna
dama; y ciertamente las costumbres
de aquella corte no eran estragadas ni
corrompidas.
Si en el mundo real y efectivo estaba
la galantería tan autorizada, ¿. c<ímo
podría menos de estarlo en el imagi-
nario de la caballería ? El caballero
{a) Caballero del Febo, parte III, lib. I,
caj). V. — (h) Caballero de la Cruz, lib. II,
cap. XXXVI.
('/.) Valera y otros críticos han censurado
con mticha i-nzón la manía {ílosadora de Cle-
iiiencin que, con el menor pretexto, acumula
tan inútiles como pesados comentarios.
(M. de T.)
IMtIMKHA I'ARTK. — CAPITULO XIII 195
ellos, no sería tenido por le^íliino caballero, sino por bastardo, y
(jiic entró' en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta,
sino j)or las bardas, como salteador y ladrón. Con to(lo eso, dijo el
camin;mtt>, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído (|ue
D. Galaor, luM-maiio del valeroso Amadís d<í Gaula, nunca tuvo
dama señalada '-' á <[uien pudiese; encomendarse, y con todo estOi
andante sin dama, dice D. Quijote en
el capitulo XXXI 1 cíe la sef^unda parte,
es como el árbol ain hojati, el edificio
sin cimiento y la sombra sin cuerpo de
quieti se cause. Y según otra sentencia
del Rey Ajíricán, en Boyardo, que antes
se alcfíii en su idioma original, y ahora
se pone según la traducción de Garrido :
El caballero que anda sin amores
Si vive, está sin alma y sin valores (a).
Asi que la lista de los caballeros
andantes es lista de caballeros enamo-
rados. Amadis, de Oriana, hija del Rey
de Inglaterra ; Lisuarte, de Onoloria,
Princesa de Trapisonda ; Belianis, de
Florisbella, hija de Marceliano, Soldán
de Babilonia ; Esl'eramundi, de la Prin-
cesa Ricarda; Platir, de Florinda, hija
del Rey de Lacedemonia; Olivante, de
Lucenda; Lepolemo, por otro nombre
el Caballero de la Cruz, de Andriana ;
su hijo Floramor, conocido por el Caba-
llero de las Doncellas, de la Princesa de
Constantinopla Cupidea; Celidón de
Iberia, de Poisena, hija del Sultán del
Cairo ; Florando de Castilla, de la Infanta
Safirina de Uacin ; Florambel, de Grase-
linda; su padre Florineo, de Beladina ;
Primaleón, de Gridonia; D. Duardos,
de Flérida; Palmerin de Inglaterra, de
Polinarda. Basta y sobra de ejemplos.
1. Falta un verbo para la buena gra-
mática (a) : // se juzgaría que entró... no
por la puerta, sino por las bardas.
2. D. Galaor, á diferencia de su her-
mano Amadis, que fué modelo del amor
constante, y como tal dio felice cima
á la aventura del Arco de los leales
amadores, según se cuenta en su his-
toria (a) ; D. Galaor, digo, obsequió á
A'arias damas, de lo que en dicha
historia hay suficiente noticia, así
como de que prefirió sobre todas á la
o) Orlanrio enamorado, lib. I. canto 18. —
(a) (Cap. XLIV.
('/.) Gramáticn. —Véanse las notas pag. 94
y loG.
(M. de T.)
hermosa Briolanja, hija y heredera de
Tagailán, Rey de Sobradisa. Paf/óse
tanto della (Galaor de Briolanja), y tan
bien le paresciú, que aunque muchas
mujeres había visto y traclado, como
esta, historia lo cuenta, nunca su cora-
zón fué otorgado en amor verdadero
de ninguna sino desta muy hermosa
Reina (a).
Bowle sobre este pasaje del Quijote
quiso probar que estaba trascordado Vi-
valdo, y para ello alegó uno de la
historia de Amadís de Gaula, donde se
mencionan los amores de D. Galaor
con Briolanja y la doncella Aldeva, y
aun otro de Amadís de Grecia, donde se
habla del Rey Galaor y su amada mujer.
Pero esto no destruye lo que dijo Vi-
valdo, y antes bien la mención de
Aldeva lo confirma. De la inconstancia
de D. Galaor da testimonio la misma
historia de su hermano en el lugar que
se ha copiado, y lo comprueba la de
D. Florisel de Niquea, refiriendo que dos
damas hermanas burladas por un caba-
llero desleal, habiendo conseguido
adormecerlo, lo habían atado y lo esta-
ban azotando cruelmente, y que el
paciente les decía : Mejor caballero que
yo era Amadis de Grecia y D. Florisel,
su hijo; m.as por eso no dejaron de ser
desleales, y D. Galaor, su tío, no les
fué en zaga... A lo cual contestó una
de ellas : Si como á vos os teneinos los
tuviéramos aquí, nosotras dejáramos
satisfechas á Lúcela del uno y á Elena
del otro : y á esotro Rey D. Galaor no
le diéramos pena ninguna, porque la
culpa tenían las que lo querían, porque
él no engañaba á níjiguna, pues nunca
se preció de ser leal (b).
Tal era la pública voz y fama acerca
de la inconstancia y condición natu-
ralmente fácil de D. Galaor, que en vano
quiso combatir Bowle. Pellicer le siguió
en la equivocación y en la mala defensa
de D. Galaor.
(a) Ib., cap. CXXI.— (i) Florisel, part. III,
cap. LXIX.
l96 bON QUIJOTE DE LA MANCHA
no fué tenido en miónos, y fu(^ un muy valiente y famoso caballero.
Á lo cual re.spon<li() nuestro D. Quijote : S(!ñor, una golondrina
sola no hace verano, cuanto más (|ue yo sé ({ue de secreto estaba
ese caballero muy bien enamorado, fuera que aquello de querer á
todas bien cuantas bien le parecían < era condición natural, á
quien no podía ir á la mano. Pero en resolución, averiguado está
muy bien que él tenía una solaá quien él había hecho señora de su
voluntad, á la cual se encomendaba muy á menudo y muy secreta-
meuíe, porque se preció de secreto caballero-. Luego si es de
esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado, dijo el
caminante, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es
de la profesión ; y si es que vuestra merced no se precia de ser tan
secreto como D. Galaor, con las veras que puedo le suplico en
nombre de toda esta compañía y en el mío nos diga el nombre,
patria, calidad y hermosura de su dama, que ella .se tendría por
dichosa de que lodo el mundo sepa que es querida y servida de un
tal caballero como vuestra merced parece. Aquí dio un gran .sus-
piro D. Quijote, y dijo : Yo no podré afirmar si la dulce mi ene-
miga •' gusta ó no de que el mundo sepa que yo la sirvo ; sólo sé
1. Son dos versos octosílabos, cosa
que suele ocurrir Irecuenteujeute en la
prosa castellan;i, pero que evitan los
que escriben coa corrección y delica-
deza. Mejor : de querer bien d todas
cuantas bien le parecían.
2. Un cierto Andrés, Capellán de la
corte de Francia, contemporáneo del
Rey San Luis, escribió una obra inti-
tulada : De arle amundí et de repro-
batione anioris. En ella insertó un
estatuto de amor, que da idea de las
reglas y espíritu de la galantería en
aquella época. Uno de los treinta y un
artículos de que consta, es : Qui non
celat, amare non polest, y conforme á
esta regia, en los Arrestos de A)nor,
libro escrito en francés por Marcial de
Auvernia en el siglo xv, y traducido el
siguiente al castellano por el Secretario
Diego Gracián, se refiere la sentencia
del consejo de Cupido contra un amante
indiscreto y parlero, á quien se impone,
linlre otras penas, que vuija en romería
descalzo ú la ermita del Amor {a).
Además de la regla que prescribía él
secreto, babia otra que prohibía la
inconstancia : nenio duplici potesf amore
lifjari ; y en cuanto a esta última, ya
{a) Arreslo 1.
se ha visto, por lo que acaba de notarse,
que D. Galaor no la observó muy escru-
pulosamente, ü. Quijote, no pudiendo
defenderlo de la nota de inconstante,
quiso defenderlo de la de hablador,
diciendo que se precii) de secreto caba-
llero; pero no se baila rastro de cosa
semejante en la historia de Amadís, y
no fué más que una salida que ocurrió
en el momento á nuestro hidalgo, tan
propia de su desvariada fantasía como
de la agudeza y humor festivo de Cer-
vantes. Tachóla con discreción y deli-
cadeza Viv, Ido cuando suplicó á D. Qui-
jote dijese el nombre de su señora, si
no se preciaba de ser tan secreto como
D. Galaor.
3 iN'o puede menos de ocurrirle al
lector de este paso '.quella redondilla
traducida del ilnliano,que después sal-
drá á colación en la segunda parte del
Quijote.
De la dulce mi enemiga
Nace un mal que el alma hiere,
Y por mas lorinenlo quiere
Que se sienta y iio se diga.
Pero esta expresión de la dulce mi
ene>nÍQa es mucho más antigua ; hállase
ya en la primitiva historia francesa de
Tristón de Leoni.i. quien la usó en
aquella tierna canción, cuando celoso de
PniMERA PARTH. — CAPlTUrO XIII 107
decir, rospondiciulo á lo ([ue con tanto comedimiento se me pide,
(jue su nc)nd)i(' os Dulcinea, su patria el Toboso, un lu^ar de la
Mancha, su calidad ¡)or lo menos ha ser (Je Princesa, pues se reina
y señora mía, su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen á
hacer verdaderos lodos los imposibles y quiméricos atributos de
belleza (|ue los poetas (Jan á sus damas ; que sus cabellos son oro,
su írente campos elíseos, sus c(\jas arcos del cielo, sus ojos soles,
sus mi\j illas rosas, sus labios corahís, perlas sus dientes, alabastro
su cuello, mármol su pecho, maríil sus manos, su blancura nieve,
y las parles que á la vista humana encubrió la honestidad son
tales <, según yo pienso y entiendo, que sola la discreta conside-
ración puede encarecerlas y no compararlas. El linaje, prosapia y
alcui'nia querríamos saber, replic(') Vivaldo. Á lo cual respondió
D. Quijote : No es de los antiguos Curcios, Cayos '^ y Cipiones
romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos ', ni de los Mon-
Iseo, huyendo de su presencia y priva-
do de esperanza y de juicio, decía entre
otras cosas :
En ma derniére accramie
Vous priant ma líouce enneniic,
Jseult, qui ia me fut atnie,
Qic'apres ma niort ne m'oublie.
Probemos á decirlo en castellano :
A la dulce mi enemiga
Pido en mi angustia postrera.
Que pues me fué un tiempo amiga.
No me olvide cuando muera.
1. Estas expresiones me recuerdan
las del libro de Tirante el Blanco, donde
se dice de la Reina de Inglaterra :
La faccia et le mani se dimoslravaiio
de inestimabile candare et hellezza;
egli si dee contemplare nello aggrafiato
gesto feminile che mostrava, che tutte
le partí aseóse non poleano esser se ?ion
di maggior estima (a).
2. Gayo se cuenta mal entre los
apellidos de familias ilustres romanas,
pues no era apellido, sino prenombre
vulgar y común á todas, esclarecidas y
obscuras, nobles y plebeyas.
3. Familias nobilísimas de la Roma
moderna. Olón Colona fué elecLo Papa
el año de 1417 con el nombre de Mar-
tino V. Su familia era ya ilustre á prin-
cipios del siglo XIII, y dio origen á va-
rias casas de magnates de Italia. Hubo
de ella muchos Cardenales y personas
notables de uno y otro sexo. Próspero
Colona fué discípulo del Gran Capitán
(Jonzalo de Córdoba, y después General
de las tropas de Carlos V en las guerras
de Italia. Victoria Colona, mujer del
célebre Marqués de Pescnra, el vence-
dor de la jornada de Pavía, se distin-
guió por su instrucción en las letras y
por sus virtudes, señaladamente por el
amor á su marido, después de cuya
muerte se retiró á un monasterio de
Milán, donde murió el año de 1541.
Marco Antonio Colona, Duque de Pa-
liano. mandaba lo escuadra de galeras
pontificias en la batalla de Lepanto, y
falleció en Medinaceli el año de 1384,
viniendo á la corle llamado por el Rey
D. Felipe II. Cervantes le llamó Sol de
la milicia, preciándose de haber se-
guido algunos años sus vencedoras ban-
deras, en la dedicatoria de su novela
pastoril la Calatea, dirigida á Ascanio
Colona, hijo de Marco Antonio y Doña
.luana de Aragón, que estudió en la
universidad de Alcalá, como se lee en
la Dorotea de Lope de Vega (a).
Los Colonas y Ursinos fueron fami-
lias rivales. Los primeros se distin-
guieron por su aóción al partido de
España en los disturbios de Italia du-
rante el reinado de Carlos V. Los Ursi-
nos no cedían ;í los Colonas en lo anti-
guo é ilustre de su prosapia : dieron á
la Iglesia más de treinta Cardenales y
(o) Part. I, cap. XVII.
(a) Acto V, escena IV.
198
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
cadas y Requescnes de Cataluña ; ni menos do los Rebellas y Villa-
novas de Valencia ; Palafojes, Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas,
Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón; Cerdas, Manriques,
Mendozas y Guzmanes de Castilla ; Alencastres, Pallas y Meneses
de Porlug-al ; poro os de los del Toboso de la Mancha, linaje aunque
moderno tal, que puede dar generoso principio á las más ilustres
familias de los venideros siglos ; y no se me replique en esto, si no
fuere con las condiciones que puso Cervino ' al pie del trofeo de
las armas de Orlando, que decía :
Nadie las mueva
Que estar no pueda con Roldan á prueba.
Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo -, respondió el
caminante, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha,
puesto que para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha
cinco Papas, desde Nicolao III, que fué
electo el año de 1217, hasta Bene-
dicto XIII, que murió en el de 1730. De
los Ursinos procedieron grandes se-
ñores y estados en el reino de Ñapóles,
y personas que hicieron papel impor-
tante en el mundo. Es notorio el que
hizo en España la Princesa de los Ur-
sinos durante el reinado de Felipe V.
Después de las familias extranjeras,
nombra D. Quijote varias de las más
ilustres españolas; asunto demasiado
conocido para que nos detengamos en
ello.
1. Hijo del Rey de Escocia, Capitán
de la gente de guerra que su padre en-
viaba al socorro de París, cerrado por
el Rey Agramante. Orlando lo puso en
libertad cuando le llevaba preso An-
selmo de Altarriba; y Cerbino. agrade-
cido á su libertador, habiendo encon-
trado las armas de éste, las recogió,
hizo de ellas un trofeo, y escribió al
pie :
Armatura d'Orlando Paladino,
y sigue Ariosto :
Come volesse dir, nessun la mitova.
Che star non possa con Orlando d prova.
Sobreviniendo,en esto, Mandricardo qui-
so llevarse la espada, y sobre ello se
combatió con Cerbino. el cual, mal heri-
do, expiró en bra/os de su amante Isabe-
la, que había presenciado el combate (a) .
2. Nómbranse en el libro II de la
Diana de Jorge Montemayor, donde
Fabio, paje de D. Fulix, dice á Felis-
mena, que á la sazón se hallaba disfra-
zada de hombre : Y os prometo á fe de
hijodalgo, por'que lo soy, gue mi padre
es de los Cachopines de Laredo, etc.
Y en la comedia de Cervantes La
Entretenida , una fregona linajuda
decía :
¿.No soy yo de los Capoches
De Oviedo? ¿Hay más que mostrar?
Cervantes se burlaba tanto de los Capo-
ches como de los Cachopines, y siem-
pre de los abolengos y alcurnias de los
asturianos y montañeses. En las pro-
vincias del Norte de la península ha
sido nmy frecuente que personas que
han pasado á las Indias, y adquirido
allá cuantiosos bienes, hayan vuelto y
fundado en su país casas acomodadas.
En Nueva España se daba el uombre de
Gachupines ó Cachupines á los Espa-
ñoles que pasaban de Europa ; y este
puede creerse que es el origen de los
Cachopines de Laredo. especie de ape-
llido proverbial con que se tildaba á
las personas nuevas que, habiendo ad-
quirido riquezas, se entonaban y pre-
ciaban de ilustre prosapia.
(o) Ariosto, Orlando furioso, canto 24.
pitiMr.iiA i'Autí:. — CAPÍTíir.o \mi 1í)9
ll(>jj!;^a(lo ;'i mis oídos. ¡(l('mio oso no lioI)r.''t IIcíí'íkIo! roplicó D. Ou¡-
jolc CiOii gran aleiición iban escuchando todos los demás la plálica
de los dos, y aun hasta los mismos cabreros y paslores conocieron
la demasiada falta de juicio de nuestro D. Quijote. Sólo Sancho
Panza pensaba (|ue cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él
quión era, y habiéndole conocido desde su nacimiento ; y en lo que
(ludaba ali^o, era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso,
porque nunca tal nombre ni tal Princesa había llegado jamás ' á
su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso. En estas pláticas
iban, cuando vieron que por la quiebra que dos altas montañas
hacían, bajaban hasta veinte pastores, lodos con pellicos de negra
lana vestidos y coronados con guirnaldas, que á lo que después
pareció, eran, cuál de tejo y cuál de ciprés ^. Entre seis dellos
traían unas andas cubiertas de mucha diversidad de flores y de ra-
mos. Lo cual, visto por uno de los cabreros, dijo : Aquellos que
allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de
aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen. Por
esto se dieron priesa á llegar, y l'ué á tiempo que ya los que venían
habían puesto las andas en el suelo, y cuatro dellos con agudos
picos estaban cavando la sepultura á un lado de una dura peña.
Recibiéronse los unos y los otros cortésm.ente, y luego D. Quijote
y los que con el venían se pusieron á mirar las andas, y en ellas
vieron cubierto de flores un cuerpo muerto y vestido como pastor,
de edad al parecer de treinta años; y aunque muerto, mostraba que
vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. Alre-
dedor del tenía en las mismas andas algunos libros ^ y muchos
papeles abiertos y cerrados ; y así los que esto miraban como los
que abrían la sepultura, y todos los demás que allí había, guarda-
ban un maravilloso silencio, hasta que uno de los que al muerto
trujeron, dijo á otro: Mira bien, Ambrosio, si es este el lugar que
Grisóstomo dijo, ya que queréis ' que tan puntualmente se cum-
1. Está recibido el juntar los dos y según Plinio (6) fué opinión de algu-
adverbios nunca v jamás, que valen nos que de laxos se dijo tóxicum, de
lo mismo, para esíorzar así su signiü- donde el castellano tósigo. Del ciprés
cación, y se dice nunca jamás haré se habló en otra nota de este capitulo.
esto ó lo otro; pero no se usan separa- 3. Debió ponerse : alrededor del ha-
dos por otras palabras dentro de la bia, ó alrededor de sí tenía. Y de esta
misma expresión, como aqui sucede. suerte diría probablemente el original
2. Tejo, árbol silvestre, á cuyas de Cervantes.
-exhalaciones y ambiente se atribuyen 4. Muchas ediciones han puesto
propiedades malignas. mira bien, Ambrosio; lo cual eviden-
, . . , teraente es error, porque el número
Sic tua Cyrneas fucjiunl examina laxos,
le decía un pastor á otro en Virgilio (a); (a) Égloga IX. — (6) Lib. XVI, cap. X.
200 nON QUIJOTE DE LA MANCHA
pía lo que dejo mandado en su lestamenlo. Esle es, respondió
Andjrosio, que muchas veces en 61 me conlo mi desdichado amigo
la historia de su dcsveulura. Allí me dijo ('-1 que vio la vez priuifua
á aquella enemiga niorlal del linaje humano, y allí fué tamhit'n
donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto como
enamorado, y allí fué la última vez donde Marcela le acabó de
desengañar y desdeñar, de suei-te que puso fin á la tragedia de su
miserable vida ; y ix(\\i\, en memoria de tantas desdichas, quiso él
que le depositasen en las entrañas del eterno olvido K Y volvién-
dose á D. Quijote y á los caminantes, prosiguió diciendo : Ese
cuerpo, señores -, que con piadosos ojos estáis mirando, fué depo-
sitario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus
riquezas. Ese es el cuerpo de Grisóstomo, que fué único en el
ingenio, solo en la cortesía, extremo en la gentileza, fénix en la
amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegresin bajeza,
y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo
en todo lo que fué ser desdichado. Quiso bien, fué aborrecido ;
adoró, fué desdeñado ; rogó á una fiera, importunó á un mármol,
corrió tras el viento, dio voces á la soledad, sirvió á la ingratitud,
de quien alcanzó por premio ^ ser desj)ojo de la muerte en la
mitad de la carrera de su vida, á la cual dio fin una pastora á quien
él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las
gentes, cual lo pudieran mostrar bien esos papeles que estáis mi-
debe ser igual al del otro verbo queréis, petable, todavía pueden hacerse algu-
que es plural. Y así- debe escribirse ñas ligeras observaciones. Ambrosio
miró, que es lo mismo que mirad, sólo llama á Grisóslomo Fénix en la amis-
que se suaviza y elide la d, como suele iad, y no es muy acertada la compara-
hacerse en el estilo familiar. Son fre- ción, porque siendo el Fénix único y
cuentes los ejemplos de esto en núes- singular, no puede ser tipo de la amis-
tros libros antiguos, como se notó ya tad, que necesariamente ha de ser
en el capítulo V. " entre dos : Ambrosio, con esta califi-
1. El pensamiento es hermoso y caciún, se excluía á si mismo del titulo
dulcemente melancólico; sino que en de amigo de Grisóstomo. — Lo de pri-
esto de la memoria y del olvido hay una mero en ser bueno y sin segundo en ser
cierta afectación de ingenio, y aun desdichado, parece expresión dema-
cierta contradicción de ideas que per- siado sutil y no de buen gusto : Ger-
judica al efecto. vantes incurrió alguna vez en defectos
2. El elogio fúnebre pronunciado de esta ciase, que empezaban á hacerse
por Ambrosio á presencia del cadáver comunes entre los escritores de su
de su amigo mientras abren la sepul- tiempo, y al cabo llegaron á ser la
tura, delante de espectadores descono- peste del lenguaje castellano, tanto
cidos de varias clases, reunidos allí m(''trico como prosaico, de aquel siglo,
casualmente, tiene mucho de drama- 3. De quien alcanzó... á lo cual dio
tico, y está bien ideado y hablado. fin... ó quien él procuraba... cual lo
D. Antonio de Capmani lo copió con pudieran mostrar... La repetición exce-
elogio entre otros del Qlijotk en su siva del relativo dentro de un mismo
Teatro de la elocuencia española. Sin periodo, hace lánguido y arrastrado el
perjuicio de aprobación y voto tan res- lenguaje.
PniMERA PARTE. — CAPITULO XIIT 201
ramio, si ('I no nic hubiera maiiíJado quo los eiilicgara ai (iief^o en
habiojulo (Miliri^ado su cuerpo ;'i la Liei'i'a. De mayor ri^or y eruel-
díxd usairis vos eon ellos, dijo Vivaldo, (jue su uiisino dueño, pues
no es justo \ñ acertado que se cumpla la voluntad de (¡uien lo que
ordena ' va fuera de todo razonable discurso; y no lo tuviera bueno
Augusto César -, si consintiera que se pusiera en ejecución lo que el
divino Mantuano dejó en su leslamcnto mandado. Así que, señor
Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo á la tierra, no
queráis dar sus escritos al olvido, que si él ordenó como agraviado,
no es bien que vos cumpláis (;omo indiscreto, antes haced, dando
la vida á estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Mar-
cela, para que sirva de ejemplo en los tiempos que están por venir
á los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes
despeñaderos; que ya sé yo y los que aquí venimos la historia
deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amis-
tad vuestra, y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al
acabar de la vida ; de la cual lamentable historia se puede sacar
cuánta haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo,
la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que á
rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante
de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte de Grisóstomo, y
que en este lugar había de ser enterrado, y así de curiosidad y de
lástima dejamos nuestro derecho viaje, y acordamos de venir á ver
con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo ; y en pago
desta lástima, y del deseo que en nosostros nació de remedialla si
pudiéramos, te rogamos, ¡ oh discreto Ambrosio ! á lo menos yo te
lo suplico de mi parte, que dejando de abrasar estos papeles, me
dejes llevar algunos dellos. Y sin aguardar que el pastor respon-
diese, alargó la mano y lomó algunos de los que más cerca esta-
ban; viendo lo cual Ambrosio, dijo : Por cortesía consentn"é que os
1. Falta la gramática y se remediara sus testamentarios y amigos Tuca y
sólo con añadir dos letras : No es justo Vario no lo consintieron, apoyados en
?ue se cumpla la voluntad de quien en la voluntad de Augusto, que tampoco
o que ordena va fuera de todo razo- quiso se cumpliese una disposición
nable discurso. Fué tanto más fácil la que tan funesta y lamentable hubiera
omisión de la partícula en, cuanto la sido para las letras. A lo que aluden
palabra anterior quien acaba con las los versos siguientes, que se leen en
mismas letras. La fiierza.de esto la todos los sumarios déla vida de Vir-
comprenderán los que tienen práctica gilio :
en la materia, y conocen por experien-
cia lo que es pelear con descuidos de , , , ,,.,,. . „
cajistas de las imprentas. ./«^.f '^^ ''f<^ '•«'^"^^ «^o^e" carmina flammis
\ o ,-. ^ ,7. ... , ^ •„ \ irijilius, phrygiwn qua' cecmere ducem.
■i. Sabido es que Virgilio, al morir, ^ucca vetat Variusqae simul ; tu, máxime
manuu que se quemase su Eneida, por- [Ca'sar
que no había acabado de limarla ; pero Ison sini» et Latia- consulis historix.
20!2 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
quedéis, señor, con los que ya habéis tomado ; pero pensar que
dejaré de quemar los que quedan, es pensamiento vano. Vivaldo,
que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno
dellos, y vio que tenía por título : Canción desesperada. Oyólo
Ambrosio, y dijo: Ese es el último papel queescribióel desdichado ;
y porque veáis, señor, en el término que le tenían sus desventuras,
leelde de modo que seáis oído, que bien os dará lugar á ello el que
se tardare < en abrir la sepultura. Eso haré yo de muy buena
gana, dijo Vivaldo; y como todos los circunstantes tenían el mismo
deseo, se le pusieron á la redonda, y él, leyendo en voz clara, vio
que asi decía.
1. Se da lugar, pero no se tarda ello el que se tardare en abrir la sepul-
lugar, sino tiempo. No habría reparo tU7'a.
si dijera : bien os dará tiempo para
CAPITULO XIV
DONDE SR PONEN LOS VERSOS DESESPEHADOS DEL DIFUNTO PASTOR
CON OTROS NO ESPERADOS SUCESOS ^
CANCIÓN DE GRISÓSTOMO =
Ya que quieres, cruel, que se publique
De lengua en lengua y de una en otra gente
Del áspero rigor tuyo la fuerza,
Haré que el mismo infierno comunique
Al triste pecho mío un son doliente,
Con que el uso común de mi voz tuerza.
Y al par de mi deseo, que se esfuerza
Á decir mi dolor y tus hazañas.
De la espantable voz irá el acento,
1. Desesperados y no esperados : ju-
guete de palabras, ú acaso mera inad-
vertencia de Cervantes.
2. Esta canción se había impreso
siempre mal, sin hacer la conveniente
división de las estancias. Pellicer ad-
virtió y corrigió en su edición este de-
fecto.
El artificio de esta canción admirable
y sincjular, dice Pellicer, consiste en
componerse cada estancia de diez y
seis versos, todos endecasílabos, que, ri-
mando entre sí de un modo nuevo, el
penúltimo consuena co?i el hemistiquio
del liltimo. Nótase en ella alguna er-
presión humilde y algún verso des-
mayado; pero puede, sin embargo, com-
petir con lo mejor de nuestros mejores
poetas... La misma uniformidad de
versificación, sin alternar los versos
cortos, manifiesta con más viveza la
pasión de este pastor furioso. Puede
reputarse Cervantes por inventor de
este género de canciones.
Ni en lo uno ni en lo otro soy del
dictamen de Pellicer. En las canciones
castellanas el poeta es arbitro de fijar
según le acomode la forma de las es-
tancias ó estrofas, y el orden y com-
binación de los consonantes. Asi se ve
en nuestras canciones antiguas y mo-
dernas, inclusa la presente, cuya mayor
novedad es que el penúltimo verso de
la estrofa no rima como los demás,
sino que tiene su consonancia en la
cuarta y quinta silaba del último. El
estrambote, en que el poeta habla con
su canción, segím se usa en semejantes
composiciones, es una quintilla de la
misma hechura que las últimas de las
estancias. En suma, no hay aquí inven-
ción de género nuevo ; y por lo demás,
los versos me parecen, como general-
mente los de Cervantes, mnl(a).
(a) Mal. — Clemencín, al juzgar á Cer-
vantes como poeta, lo hace, como vulgar-
mente se dice, por boca de (/ansa. En su lar-
guísimo, erudito, á veces inútil, y á veces
soporífero comentario, no se echa de ver una
sola prueba de refinado gusto literario
en materia de poesía. No se olvide que el
artista siempre marca su sello en cuanto
escribe. El señorCortejón. que hace mención,
en este pasaje del texto, del curioso hallazgo,
por el señor Asensio, del original de esta
canción, defiende muy discretamente á Cer-
vantes como poeta. " (M. de T.)
204 DON QUIJOTE DE I,A MANCHA
Y en él mezclados por mayor tormento
Pedazos de las míseras entrañas.
Escucha, pues, y presta atento oído,
No al concertado son, sino al ruido
Que de lo hondo de mi amargo pecho,
Llevado de un forzoso desvarío,
Por gusto mío sale y tu despecho.
El rugir del león, del lobo fiero
El temeroso aullido, el silbo horrendo
De escamosa serpiente, el espantable
Baladro de algún monstruo, el agorero *
i. Las dos ediciones primitivas del
año 1605 desfiguraron este nombre, en
lugar del cu.il pusieron halando : error
que corrigió la del año 1608, donde se
restituyó la verdadera lección baladro,
que significa alarido ó grito desento-
nado y espantoso. Esta palabra se halla
usada en la sesunda parte del Quijote,
donde, hablando Sancho con su mujer
Teresa, le encargaba que cuidase del
rucio los días anteriores á la tercera
salida de su amo, porque no se iba á
bodas, sino á rodear el mundo y á oir
silbos, rugidos, bramidos y baladros.
Es palabra común en los libros caba-
llerescos, como en la Historia de D. Be-
liaiiis, donde al capítulo XXIV del li-
bro IV, se habla de ios baladros de un
vestiglo ó fiera monstruosa que se ha-
llaba herida. No es menos frecuente en
la Historia de D. Florisel de Niquea,
en cuya tercera parte se dice del gi-
gante Brosdolfo : dando un fuerte bala-
dro con la rabia de la muerte, sobre él
cae, tomándole debajo (a). La jaya7ia
Baralacta, que esto oyó, cuenta en
otro lugar, dando un gran baladro,
dijo : mataldo (A). Y en otro : El jayán,
dando un fuerte baladro quel castillo
hizo tremer, dijo: ¡Oh vil y cosa as-
trosa! aguarda la respuesta de tu
sandez (c). En la Historia del Caballero
del Febo se refiere que andando su
hermano Rosicler por las montañas de
Fenicia con el Rey Sacridoro, topó con
dos grandes salvajes que venían caba-
lleros sobre sendos leones. >' dando
(los salvajes) U7ios grandes baladros
que se oían muy lejos, en poco rato se
juntaron más de veinte salvajes como
aquellos, unos caballeros en lobos y
otros en otras fieras bestias (a). Final-
mente, El Baladro del sabio Merlín
con sus profecías es el titulo de un
libro que se imprimió en Burgos el
año de 1498. — De la palabra baladro
se derivó probablemente baladran, que
es el que blasona de valiente con TOces
descompuestas y amenazadoras.
Agorero : los antiguos tuvieron á la
corneja (a) por pájaro de mal agüero,
como lo indica aquel verso de las Bu-
cólicas de Virgilio :
S.rpe sinistra cavnpriedixil ab Hice cornix.
Y como dijo, tomándolo de Virgilio,
el dulcísimo üarcilaso :
Bien claro con su voz me lo decía
La siniestra corneja, prediciendo
La desventura mía ib).
(a) Parte I, Hb. II, cap. XIX. —
gal.
(6) É^
(n) Cap. XXIX.
Cap. LXXI.
(b) Cap. LXIl. — (c)
(«) Corneja. — En el poema El Mío Cid,
versos 11 y \l (edición del señor Menéndez
Pidal), se lee :
.\ la exida de vivar, ovieron la comeia diestra,
E enlraudo á Burgos ovieron la sioieslra.
En un libro publicado hace poco en Sala-
manca con el titulo de Selecta literaria
(que está muy lejos de valer lo que cuesta),
el autor demuestra tal ignorancia en cues-
tiones de literatura, que en el rudimentario
é incompletísimo vocabulario que hav al fin
explica la ¡¡alabra comeia en esta forma :
comeia : cuerno, lado. Por eso no tiene nada
lie extraño que en las clases de literatura
española, en París, se recomienden, para el
estudio de ni^stra literatura anticua, libros
extranjeros como el del italiano Gorra : Lin-
gua e Letleratura 3/>ag¡tuola delLe oriyini.
Milano, 1898. (M. de T.)
l'niMEIlA l'AIlTE. — CAPITULO XIV
20t
Graznar de la corneja, y el estruendo
Del viento contraslado en mar instable
Del ya vencido loro el implacalde
Hraiiiido, y de la viuda lortolilla
El sensible arrullar-, el triste canto
Del invidiado buho ', con el llanto
De toda la infernal negra cuadrilla,
Suíiían con la dolieate ánima fuera -,
Mezclados en un son de tal manera.
Que se confundan los sentidos todos,
Pues la pena cruel que en mí se halla,
Para contalla pide nuevos modos 3.
1. El invidiado alude sin duda al uso
que se hace del buho en la (.'etrcría ó
caza de aves, donde se observa que
los pájaros bajan al buho colocado en
el señuelo, creyendo el vulgo que la
envidia los mueve ¡i querer sacarle los
ojos, y que esto es ;i lo que bajan. En
la edición de Londres de 1738 se corrigió
enviudado, y adoptaron la corrección
otras ediciones posteriores, hasta que
la Academia Española restableció la
lección verdadera.
El buho era también mirado como
pájaro funesto y aciago ; de donde
aquello de Ovidio en el V de las Meta-
morfosis :
Jgnavus buho, dirum mortalibus ornen.
La misma opinión tenia entre los
antiguos castellanos. Xuño Salido, ayo
de los Siete Infantes de J^ara, les decía
cuando, engañados por Rui Velázquez,
caminaban hacia el campo de Arabiana,
donde perecieron :
No pasemos adelante .
Malos agüeros había.
Un buho da grandes gritos,
Un águila .se carpia.
Cuervos muy mal la aquejaban
Yo de aquí iio pasaría.
2. El pastor Mireno, en el libro III de
la Calatea de Cervantes, afligido de la
ingratitud de Silveria, que le dejaba
por Daranio, se lamentaba en una can-
ción, cuya primera estancia concluye
así :
Que mi voz lastimera
Saldrá con la doliente ánima fuera.
En los Trabajos de Pérsiles y Sigis-
munda (a), Policarpa, hija del Rey
Policarpo, exhortando á sii hermana
Sinforosa á que declarase su afición a
Periandro, cantaba al son del arpa :
Salga con la doliente ánima fuera
La enferma voz, que es fuerza y es cordura
Decir la lengua lo que el alma "toca.
En uno y otro lugar, como asimismo
en la canción de Grisóstomo, parece
que Cervantes tuvo presente aquel pa-
saje de la Égloga II de Garcilaso, en que
el desesperado pastor Albanio, lamen-
tándose de los desdenes de Camila,
exclamaba :
i Oh dioses ! Si allá juntos de consuno
De los amantes el cuifiado os toca...
Recibid las palabras que la boca
Echa con la doliente anima fuera.
Las situaciones de Mireno, Grisósto-
mo y Sinforosa eran parecidas entre
sí, y lo eran también á la de Albanio.
Cervantes, tan amante de Garcilaso que
alguna vez le indica llamándole nuestro
poeta sin otras señas, en las tres oca-
siones hubo de copiar esta reminiscen-
cia. Realmente el asunto de Albanio
desdeñado por Camila era el misrno
que el de Grisóstomo desdeñado por
Marcela; y la canción del pastor de
Garcilaso no merecía menos el nombre
de desesperada que la del pastor de
Cervantes.
3. El régimen está defectuoso : se
debiera decir pura contarse ; mas la
necesidad de rimar con el final halla
del verso que precede, según el arti-
ficio observado en la presente <'anción,
exige que se lea para contalla. Este
pasaje está mal en las ediciones primi-
{n) Lib. II.
20G DON QUIJOTE ÜE LA MANCHA
De tanta confusión, no las arenas
Del padre Tajo oirán los tristes ecos,
Ni del famoso IJelis las olivas:
(Jue allí se esf)arcirún mis duras penas
En altos riscos y en profundos huecos,
Con muerta lengua y con palabras vivas ' ;
O ya en oscuros valles, ó en esquivas
Playas desnudas de contrato humano,
O adonde el sol jamás mostró su lumbre,
Ó entre la venenosa muchedumbre
De fieras que alimenta el Libio llano - :
Que puesto que en los páramos desiertos
Los ecos roncos de mi mal inciertos
Suenen con tu rigor tan sin segundo,
Por privilegio de mis cortos hados
Serán llevados por el ancho mundo.
Mata un desdén, atierra la paciencia ^
Ó verdadera ó falsa una sospecha ;
Matan los celos con rigor más fuerte ;
Desconcierta la vida larga ausencia ;
tivas del Quijote : la Academia Espa-
ñola, que lo había corregido en otras
ediciones anteriores, conservó el error
en la de 1819.
1. Jerigonza embrollada que no se
entiende. En un romance de la novena
parte del Romancero general de Flores
se lee :
Si quieres amar de burlas
y ser de veras querida,
vayan tus palabras muertas
donde van mis obras vivas.
Pero esto, aunque no muj* claro, no
es tan obscuro como lo de Cervantes.
No lo es menos el verso que se ice más
abajo :
Los ecos roncos de mi mal inciertos.
Y no le va en zaga el otro que viene
después :
Y en el olvido en quien mi fuego avivo.
En éste concurre también el defecto
de la asonancia entre olvido y avivo,
que lo hace todavía más desagradable.
2. Pasaje viciado en todas las edi-
ciones, desde las primeras de 1605, que
leyeron el libre L'atio, y la de 1608, que
han seguido las jiosteriores poniendo
el Silo llano. Pero ni el Nilo es llano
más que los otros rios, ni se sabe lo
que significa la venosa muchedumbre
de fieras que alimenta el Nilo : las fieras
viven en los desiertos y en los montes,
no en los ríos. Por esta razón, y
siguiendo lo que la primera lección
indica, se ha adoptado como más vero-
símil la enmienda el Libio llano. De la
Libia dijo Horacio que era
... leonum árida matrix.
Y Altisidora. en la segunda parte,
quejándose de la esquivez de D. Qui-
jote :
Dime, valeroso joven,
que Dios prospere tus ansias,
site criaste en la Libia...
Si sierpes te dieron leche,
si acaso fueron tus amas, etc.
3. Atierra es del verbo aten-ar, echar
á tierra, derribar. En esta acepciim
admiten algunos de sus tiempos una
i que no tiene en el infinitivo, y lo
mismo sucede en otros muchos verbos
de todas las conjugaciones, como
alienta, que viene de alentar; cierne,
de cerner ; pervierte , de pervertir.
Cuando aterrar significa infundir
terror, entonces no experimenta esta
irregularidad, y forma aterra.
PIUMKHA PAHlIi.
CAPÍTULO XIV 207
Contra un temor do olvido no aprovecha
Firme osperunzci' d(; dichosa suerte.
En todo hay cierta inevitahle muerte;
Mas yo ¡ milagro nunca visto ! vivo
Celoso, ausente, desdeñado, y cierto
De las sospechas que me tienen muerto,
Y en el olvido eu quien mi fuego avivo.
Y entre tantos tormentos, nunca alcanza
Mi vista áver en sombra la esperanza,
Ni yo desesperado la procuro ;
Antes por extremarme en mi querella '^,
Estar sin ella eternamente juro.
¿ Puédese por venlui'a en un instante
Esperar y temer, ó es bien hacello.
Siendo las causas del temor más ciertas ?
¿ Tengo, si el duro celo está delante 2,
De cerrar estos ojos, si he de vello
Por mil heridas en el alma abiertas ?
¿ Quién no abrirá de par en par las puertas
Á la desconfianza, cuando mira ^
Descubierto el desdén, y las sospechas,
¡ Oh amarga conversión ! verdades hechas,
Y la limpia verdad vuelta en mentira ?
¡ Oh, en el i-eino de amor fieros tiranos
Celos ! Ponedme un hierro en estas manos ;
Dame, desdén, una torcida soga :
¡ Mas ay de mí ! que con cruel victoria
Vuesti'a memoria el sufrimiento ahoga.
Yo muero en fin ; y porque nunca espere
Buen suceso en la muerte ni en la vida,
Pertinaz estaré en mi fantasía.
Diré que va acertado el que bien quiere.
Y que es más libre el alma más rendida
i. Antes se tildaron algunos versos signiGcación en singular y otra en
de la presente canciún por obscuros : plural. Aquí está mal usado,
éstos contienen un desatino, porque 4. Este verso es malo del todo : los
lo es decir que la esperanza no es el tres siguientes son fluidos y hermosos,
remedio del temor. pero enteramente inoportunos : Mar-
2. Extremarse es lo mismo que cela, según lo que se habia referido
llegar al extremo, al cabo, al último a.nterioraiente, no había dado ocasión
punto : verbo de poco uso, pero bien para que se la motejase de falsa ni em-
formado y expresivo. bustera. Lo mismo digo de los celos de
3. El nombre celo ofrece una parti- que se habla después sin motivo ni
cularidad notable. Cuando significa la fundamento dado por parte de la
pasión amorosa desconfiada, como suce- pastora. Cervantes conoció y quiso
de en el pasaje presente, no tiene sin- excusar estos defectos de su canción
guiar, decimos velos : cuando significa por boca de Ambrosio, como se verá
cuidado, solicitud, no tiene plural. De poco más adelante.
otro modo : el nombre celo tiene una
1
208 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Á la de amor antigua tiranía.
D¡r('í que la cnfimi^a siempre mía
Hermosa el alma como el cuer¡)0 tiene,
Y que su olvido de mi culpa nace,
Y que en fe de los males que nos hace,
Amor su imperio en justa paz mantiene :
Y con esta opinión y un duro lazo \
Acelerando el miserable plazo
Á que me han conducido sus desdenes,
Ofreceré á los vientos cuerpo y alma
Sin lauro ó palma de futuros bienes.
Tú, que con tantas sinrazones '•^ muestras
La razini que me fuerza á que la haga
A la cansada vida que aborrezco ;
Pues ya ves que te da notorias muestras
Esta del corazón profunda llaga ^,
De cómo alegre á tu rigor me ofrezco.
Si por dicha conoces que merezco.
Que el cielo claro de tus bellos ojos
En mi muerte se turbe, no lo hagas.
Que no quiero que en nada satisfagas
Al darte de mi alma los despojos.
Antes con risa en la ocasión funesta
Descubre que el fin mío fué tu fiesta.
Mas gran simpleza es avisarte desto.
Pues sé que esta tu gloria conocida
En que mi vida llegue al fin tan presto.
Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo
Tántalo con su sed, Sísifo venga
Con el peso terrible de su canto,
Ticio '' traiga su buitre, y ansimismo
i. La idea de ahorcarse, indicada 3. Transposición muy parecida á la
ya antes por la soga torcida, y ahora que ridiculiza Lope en la Gatomaquia :
por el duro lazo, es fea y baja, y no
corresponde ciertamente en un género En una de fregar cayó caldera
de composición donde todo debe ser (Transposic.on se llama esla f.gura).
terrible y lúgubre, pero al mismo . , , .
tiempo noble v sublime. 'i- Reunense aqm los malvados mis
2. Olvidi.seléá Cervantes la burla que famosos que, según los poetas, eran
él mismo habia hecho en el principio atormentados en los müernos.
de su Quijote de aquellas expresiones
de Feliciano de Silva : La razón de la Tántalo, Rey de Frigia, teniendo
sinrazón que á mi razón se hace. etc. hospedados en su casa á los Dioses,
Las presentes son del mismo gusto que dudó de su divinidad, y queriendo expe-
las de Feliciano, (a) rimentar si era cierta. les dió á comer a
su hijo Pélope hecho pedazos. En pena
(a; Feliciano. — En la presente nota y la ,]^ (an horrible delito fué arrojado al
siguiente no mueslra Clemencin ni benevo- tártaro, donde, atormentado de con-
lencia ni justicia. Í51 ap loásemos este carta- ,. , ' , . „ j „ ,• „„„ „i „,„,o
bón tan riguroso a nuestros clasicos. ; bue- VV"'', hamhre y sed, esta con el agua
nos quedarían I (M. de T.) a la barba sui poder beber üe ella, ni
PRIMERA PAUTE, — CAPITULO XIV
2ü'J
Con su rueda Egiún no se detenga,
Ni las hermanas que trabajan tanto.
Y todos juntos su mortal (luebranlo
Trasladen en mi pecho y en voz baja
(Si ya á un desesperado son debidas)
Canten obsequias tristes \ doloridas
Al cuerpo, íi quien se niegue aun la mortaja.
Y el portero infernal de los tres rostros
Con otras mil quimeras y mil monstros ^
Lleven el doloroso contrapunto,
comer de la fruta de un árbol que tiene
delante.
Sisifo, ladnm á quien mató Teseo,
estaba condenado á subir con gran tra-
bajo hasta la cumbre de un monte un
enorme peñasco, el cual, luego que
llegaba arriba, volvía á caerse, teniendo
que repetir Sisifo su tarea eternamente.
Ticio, gigante de tan demesurada
grandeza que su cadáver ocupaba nueve
yugadas de tierra, yacía en el infierno
por haber querido forzar á Latona, y
un buitre le estaba royendo sin cesar
las entrañas.
Egiún ó Ixión, admitido á la mesa de
los Dioses, tuvo la osadía de recuestar
á Juno; en castigo de lo cual fué atado
en los infiernos á una rueda que siempre
está dando vueltas.
Las herynanas que trabajan tanto son
las cincuenta hijas de Danao, que
habiendo casado con otros tanto hijos
de su tío Egipto, mataron á instigación
de su padre, todas menos una, á sus
maridos la misma noche de las bodas.
En pena de ello están condenadas en
los infiernos á henchir de agua perpe-
tuamente y sin descanso una cuba
agujereada.
Grisóstomo hace aquí uso de la mito-
logía pagana, como si la creyese; y en
verdad que la situación en que se le
supone no era para creer ni para fingir
que se creen cuentos ni patrañas. Si su
canción fuese toda de fuego, esta fría
é inoportuna erudición bastara para
apagarlo.
En el conjuro que pronuncia furiosa
Medea en el acto IV de la tragedia que
lleva su nombre entre las de Séneca,
invoca para el nuevo suegro de su ma-
rido las penas infernales, y dice :
Rota retistat membra lorquens^ tangat Jxion
[)¡ur>ium,
Tantalus securus undas hauriat Pyrp.nidas...
Lubricus per saxa retro Sist/phum volvat lapsi.
Vos quoque urnis quas foratis irritas ludit
[labor,
Danaides, coi te.
Véanse aquí los mismos cuatro ejem-
plos mencionados por Grisóstomo :
sólo que para alegarlos seriamente era
menester creerlos, y esto era tan pro-
pio en Medea como impropio en el es-
colar de Salamanca.
1. Obsequias significa lo mismo que
exequias, y una y otra palabra son de
origen latino. En el día no se dice ya
obsequias: pero se dijo muy desde anti-
guo, como se ve en el Centón epistolar
del Bachiller Fernán Gómez de Cibdad
Real (a), y en el acto XX de la Celes-
tina. Encuéntrase frecuentemente en
los libros caballerescos, como en Flo-
risei [b], en Belianís de Grecia le) y en
todos nuestros antiguos escritores. En
el Cancionero de romances, impreso en
Amberes el año 1355, hay uno de las
Obsequias de Héctor. En tiempo de
Cervantes fué palabra de uso común, y
el mismo Cervantes la empleó en otros
parajes del Quijote y de sus demás
obras.
2. Vuelve Grisóstomo á las fábulas-
mitológicas. El portero de los tres ros-
tros es el Cerbero, perro enorme de
tres cabezas que suponían guardaba la
puerta del reino de Pintón.
La ley de la rima pide que se escriba
monstros en lugar demonslruos. Aun sin
esta precisión, dijo Garcilaso en el último
verso del soneto 31 :
Se espanta en ver
el monstrü que ha parido.
(a) Epíst. XLV. — (b) Parte III, cap. CLX.
— (c) Lib. II, cap.XLVII.
14
210 DON QUIJOTK DE LA MANCHA
Que otra pompa mejor no me parece
Que la merece un amador difunto.
Canción desesperada, no te quejes ;
Cuando mi triste compañía dejes :
Antes, pues, que la causa do naciste ^
Con mi desdicha aumenta su ventura,
Aun en la sepultura no estés triste.
Bien les pareció á los que escuchado habían la canción ^ de
Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que
conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad
de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, .sospe-
chas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena
fama de Marcela. Á lo cual respondió Ambrosio, como aquel que
sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo : Para
que, señor, os satisfagáis ^ desa duda, es bien que sepáis que
cuando este desdichado escribió esta canción, estaba ausente de
Marcela, de quien se había ausentado por su voluntad, por ver si
usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros ; y como al ena-
morado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le
dé alcance, así le fatigaban á Grisóstomo los celos imaginados y
las sospechas temidas como si fueran verdaderas; y con esto queda
en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Mar-
cela ; la cual, fuera de ser cruel ^ y un poco arrogante y un mucho
desdeñosa, la misma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna.
Así es la verdad, respondió Vivaldo ; y queriendo leer otro papel
de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa
1. Hablase de la pastora Marcela, que se lee al principio de su Viaje al
causa de las penas de Grisóstomo ; pero Parnaso :
no se dice que el efecto nace en la
causa, sino de la causa. El lenguaje de ^ Yo, que siempre trabajo y me desvelo
esta apostrofe ó despedida del poeta á Ea"gS"qTnV5roía?r el cielo,
su canción no esta muy claro. El in- o ^ h
tentó del lastimado pastor es sieniflcar c- i „ „ xi « > • i
que, supuesto que Marcela se goza en • Sm embargo Navarrete elogia la can-
so ¿uerte, él, satisfecho con esto, no ''''"'Jl, Grisóstomo y defiende como
quiere que su canción se queje ni esté P^v^fii^ h" L^u^^'^k t "v" 1"^'-
/ -gi ^ ^ ■" U. Vicente de los Ríos había hecho lo
2. Acaso no les parecerá ahora lo mismo. v „ - *-
mismo á los lectores. Navarrete, en , •^- ^a palabra señor no est^ en su
sus eruditas Ilustraciones d la vida de ^""S^^i, ^'^. Í'T'^*"; '' ^/^^'' empeaado
Cervantes (a), habla de su escaso ta- P'"',^ H*'. " ^.^^"^* '^^J^'^^ P^* ^^«P"*^^
lento poético, y cita pasajes en que así ae bansfaf/ais.
lo reconoce v confiesa el misnio Cer- *• Deb'o decirse a la cual, fuera de
vantes. Ninguno más expreso que aquel '^'^ ^'■"«^' '«, ^«.«'«« ^'f^'^^^ «« ''eóe m
° i' H H puede ponerle falla alguna. Acaso fue
omisión y descuido del impresor,
(a) Núii;. 1).' y tj'¿.
pniMi:nA partí:. — capitulo xiv
2H
visión (([ue lal parecía ella) que improvisamente se les ofreció á los
ojos, y fué que por cima de la peña donde se cavaba la sepultura,
pareció la ])asl,ora Marcela ', lau hermosa, que pasaba á su lama
su hermosura. Los {\\ut hasta entonces ñola habían visto la miraban
con admiración y sihMicio, y los que ya estaban acostumbrados á
verla no (¡ucidaron menos suspensos que los que nunca la habían
visto. Mas apenas la hubo visto Ambrosio, cuando con muestras de
ánimo indií^nado le dijo : ¿Vienes á ver por ventura, ¡oh fiero
basilisco destas montañas ! si con tu presencia vierten sangre las
heridas (lesl,(í misei'able á (|uicn tu crueldad quitó la vida, ó vienes
á ul'anarte en las crueles ha/.añas de tu condición, ó á ver desde
esa altura, como otro desapiadado Ñero el incendio^ de su abrasada
Roma, ó á pisar arrogante este desdichado cadáver como la ingrata
hija el de su paíh'e Tarquino ? Dinos presto á lo que vienes, ó qué
es aquello de que más gustas, que por saber yo que los pensa-
mientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré
que, aun él muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llama-
ron sus amigos. No vengo, ¡ oh Ambrosio ^ ! á ninguna cosa de
1. En el libro VI de la Calatea se
firesenta también sobre una peña Ge-
asia, pastora desaiu orada, cruel y des-
deñosa que desde allí trata de justificar,
como Marcela, su condición ante los
pastores que la escuchan, y que, final-
mente, se retira y desaparece, dejando
admirados á todos, lo mismo que hizo
Marcela.
2. Al verbo vei' le falta objeto. ¿ Qué
venía á ver Marcela? iNo se expresa. .1
ver desde esa altura, pudiera haberse
dicho, Los estragos de tu crueldad,
como otro desapiadado Ñero el incen-
dio, etc.
Bien sabido es que Nerrjn hizo poner
fuego á Roma, y que mientras miraba
las llamas desde la torre llamada de
Mecenas, se entretenía en cantar á la
manera de los histriones el incendio
de Troya ; tomándose de esta ruina
pretexto para perseguir cruelmente á los
cristianos, á quienes se dio por autores
del daño. Á este asunto se hizo el ro-
mance que empieza :
Mira Ñero de Tarpeya
a Roma cómo se ardía,
y se encuentra en nuestras antiguas
colecciones de romances. A él se aludió
aquí y en otros lugares del Quijote.
Lo que se añade de la hija de Tar-
quino está equivocado : el padre no
fué Tarquino, sino Servio TuUo. Según
la relación de Tito Livio en el libro I
de sus historias, Tulia, hija de Servio
Tulio, Rey de Roma, y mujer de Tar-
quino el Soberbio, hizo que su coche
ó carrocín pasase por encima del cadá-
ver de su padre, que á instigación suya
había sido asesinado para que su ma-
rido reinase. Valerio Máximo lo pone
en primer lugar entre los delitos atro-
ces de que trata en el titulo XI del
libro IX. D. Juan Bowle, en sus Anota-
ciones sobre el presente capítulo, ad-
virtió ya esta equivocación de Cer-
vantes.
Por lo demás, la reconvención de
Ambrosio hecha á una pastora, y
fundada en ejemplos tomados de la
historia romana, es una pedantería in-
soportable.
3. El sermón ''a) de Marcela es imperti-
nente, afectado, ridículo y todo lo que
se quiera. La aparición de la pastora
homicida en este trance, su diserta-
ción metafisico-polémico-crítico-apolo-
(a) El sermón. — El señor Gortejón, en su
ya citada edición crítica del Quijote (t. I,
pág. 291) defiende con excelentes razones
este pasaje contra el atrabiliario ataque de
Clemencin. (M. de T.)
212 DON QUIJOTE DE LA MANCHA.
las que has dicho, respondió Marcela, sino á volver por mí misma,
y á dar á entender cuan fuera de razón van todos aquellos que de
sus penas y de la muerte de Grisóslomo me culpan ; y asi, ruego á
todos los que aquí estáis, estéis atentos, que no será menester mu-
cho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad á
los discretos'. Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y
de tal manera, que sin ser poderosos á otra cosa, á que me améis
os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis, decís y
aun queréis que esté yo obligada á amaros. Yo conozco con el na-
tural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es
amable ; mas no alcanzo que por razón de ser amado esté obligado
lo que es amado por hermoso, á amar á quien le ama ; y más que
podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo
lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir : Quiérote por
hermosa, hasme de amar aunque sea feo. Pero puesto caso que
corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr
iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran, que
algunas alegran la vista y no rinden la voluntad ; que si todas las
bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades con-
fusas y descaminadas, sin saber en cuál habrían de parar ; porque
siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los
deseos ; y según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide
y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo
que lo es, ¿ por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza,
obligada no más de que decís que me queréis bien ? Si no, de-
cidme : ¿ Si como el cielo me hizo hermosa, me hiciera fea, fuera
justo que me quejara de vosotros porque no me amábades ?
Cuanto más que habéis de considerar que yo no escogí la hermo-
sura que tengo, que tal cual es el cielo me la dio de gracia, sin yo
pedilla ni escogella ; y así como la víbora no merece ser culpada
por la ponzoña que tiene, puestoque con ella mata por habérsela dado
naturaleza, tampoco yo merezco ser reprendida porser hermosa ; que
la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado ó como
la espada aguda, que ni él quema ni ella corta á quien á ellos no se
acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin los cuales
el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso : pues si la
gética, su descoco y desembarazo y en morirse por una hembra tan ladina
sus bachillerías y silogismos quitan á y habladora. ■
este episodio el interés que pudieran 1. Parece que falta aquí algo, y que |
darle el car.ícter y muerte del malo- debió decirse : Para fc.-. /adir una ter'
g:'.'.:!o Grisóstomo, á quien no ¡.tiede dad l^aolaxa á loa di$creiot.
menos de mirarse como un majadero
PIIIMF.RA PARTE. — CAPÍTULO XIV 213
honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y alma más ador-
nan y luTmoscan, ¿ por qnó la lia de perder la que es amada por
hermosa, por corresponder á la intención de aquél (jue por sólo su
gusto, con todas sus Tuerzas t'; industrias procura que la pierda?
Yo nací libre, y para poder vivir libre, escogí la soledad de los
campos ; los árboles destas montañas son mi compañía, las claras
aguas destos arroyos mis espejos, con los árboles y con las aguas
comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado, y
espada puesta lejos. Álos que he enamorado con la vista, he desen-
gañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con espe-
ranzas, no habiendo yo dado alguna á Grisóstomo, ni á otro alguno
en lin de ninguno dcllos, bien se puede < decir que antes le mató
su porfía que mi crueldad ; y si se me hace cargo que eran hones-
tos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada á correspon-
der á ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se
cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije
yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra
gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermo-
sura ; y si él con todo este desengaño quiso porfiar contra la espe-
ranza y navegar contra el viento, ¿ qué mucho que se anegase en
la mitad del golfo de su desatino ? Si yo le entretuviera, fuera
falsa ; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosu-
puesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido ; mirad
ahora si será razón que de su pena se me dé á mí la culpa ^. Qué-
jese el engañado ^, desespérese aquel á quien le faltaron las pro-
metidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo
admitiere ; pero no me llame cruel ni homicida aquel á quien yo no
prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo aun hasta ahora no ha
querido que yo ame por destino ; y el pensar que tengo de amar
1. El presente pasaje, que en las 3. Todo este período, y aun los si-
más de las ediciones es ininteligible, guientes, son de un artificio tan exage-
queda claro con esta puntuación, que rado, que parecen parte de una com-
es la que le dio D. Juan Antonio Pelli- posición retórica sumamente estudiada
cer, y casi la misma que tiene la edi- y relamida. ¿Qué cosa puede haber
ción de Madrid del año 1608, la única más impropia en boca de una pastora
que se hizo á vista de Cervantes. criada con el recato y recogimiento
2. Pudiera decirse también al revés, que se ponderó en el capítulo XII? Lo
que de su culpa se me dé á mi la pena : mismo digo de la metáfora de que usó
y aun así estaría más natural y co- poco antes Marcela : quiso porfiar con-
rriente la relación entre culpa y pena, Ira la esperanza y navegar contra el
porque entonces significarían delito y viento; ¿que mucho que se anegase en
castigo; pero en el texto, según se el golfo de su desatino? No parece
halla, pena no significa castigo, sino sino que habla un orador ó un
aflicción 6 pesadumbre, que es la otra poeta.
acepción q«e tieae-
214 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
por elección, es excusado. Este general desenjíaño sirva á cada
uno de los que me solicitan de su particular provecho * ; y entién-
dase de aquí adelante, que si alf^uno por mí muriere, no muere de
celoso ni desdichado, poríjue quien á nadie quiere á ninguno debe
dar celos, que los descnganos no se han de tomar en cuenta de
desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa per-
judicial y mala ; el que me llama ingrata, no me sirva ; el que des-
conocida, no me conozca ; quien cruel, no me siga ; que esta
fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni
los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que
si á Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿ por qué se
ha (le culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi lim-
pieza con la compañía de los árboles, ¿ por qué ha de querer que la
pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis,
tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas ; tengo libre condi-
ción, y no gusto de sujetarme ; ni quiero ni aborrezco á nadie ; no
engaño á éste, ni solicito á aquél, ni burlo con uno, ni me entre-
tengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas
aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene; tienen mis deseos
por término estas montañas, y si de aquí salen, es á contemplar la
hermosura del cielo, pasos con que camina el alma á su morada
primera. Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió
las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí
cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de
su hermosura 2, á todos los que allí estaban. Y algunos dieron
muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus
bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin aprovecharse
del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por
D. Quijote ^, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería
socorriendo á las doncellas menestero.sas, puesta la mano en el
1. De en vez de po7\ usado á mi ver Marcela más bien parece una mujer de
con elegancia en este verbo, con cierto mundo, docta en materias de amor y
sabor agradable de antigüedad. D. Va- en la metafísica de las pasiones, que
lentin Foronda, autor de las Observa- una joven tímida, cantlorosa y sen-
ciones sobre el Quijote, impresas en sibie. ¿Cómo puede ser que interese?
Londres el año de 1807. dice que no 3. Esta salida de nuestro caballero,
comprende lo que significa esta frase ; tan natural y tan propia de su profe-
más esto sólo prueba que el autor, aun- siún y de su humor, y la babilidad
que español, no poseía grandes cono- con que Cervantes supo enlazar con el
cimientos en materias de la lengua fondo de la acción el episodio de Gri-
castellana. do lo que dio hartas pruebas sóstomo, hacen olvidar los defectos de
en el citado opíisculo. éste, que quizá han sido examinados
2. Esta clase de discreción escolas- con sobrada severidad en las notas
tica sienta muy mal á una doncellita. precedentes.
PniMKHA PAUTK. — f:Al'ÍTL'I.(J XIV 21f)
pufto de su espada, en alias é iiilelei,'¡bles < voees dijo : Ninguna
|)ers()na de cualíiuiei'a eslado y coiulicitin (|U(ísea sealceva á sep^uir
á la hermosa Maniela, sopiMia de caer en la furiosa iudit^naeión
mía. billa lia mostrado con claras ra/.ones la poca ó ninguna culpa
tpie ha tenido en la nuierLe de (jrisóstorao, y cuan ajena vive de
condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, ú cuya
cansa es justo que en lugar de ser seguida y perseguida, sea hon-
rada y estimada de todos los buenos del inundo, pues muestra que
en él ella (vs sola la que con tan honesta intención vive -. Ó ya que
fuese por las amenazas de D. Ouijote, ó porque Ambrosio les dijo
que concluyesen con lo que á su buen amigo debían, ninguno de
los pastores se movió ni apartó de allí, hasta que acabada la sepul-
tura, y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en
ella, no sin muchas lágrimas de los circunstantes. Cerraron la se-
pultura con una gruesa peña en tanto que se acababa una losa que,
según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer con un epitafio que
había de decir desta manera :
Yace aquí de un amador ^
el mísero cuerpo helado,
que fué pastor de ganado,
perdido por desamor.
Murió á manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata,
con quien su imperio dilata
la tiranía de amor.
Luego esparcieron por cima de la sepultura muchas flores y
ramos, y dando todos el pésame á su amigo Ambrosio, se despi-
dieron del. Lo mismo hicieron Vivaldo y su compañero, y D. Qui-
jote se despidió de sus huéspedes y de los caminantes, los cuales le
rogaron se viniese con ellos á Sevilla, por ser lugar tan acomodado
1. Por inteligibles, como prescriben 3. El epitafio de Grisóstomo es de
á una el uso actual y el origen de esta lo más malo que se ha escrito en ma-
voz. Puede notarse que en las varié- teria de epitafios. En él se amontonan
dades del lenguaje introducidas por el los adjetivos : el chiste de ganado y
uso, el actual es generalmente más perdido es insulso, y el final se forma
conforme á la etimología. de un pegote desmayado y ñ'ío. Cer-
2. Dice demasiado D. Quijote. Nora- vantes no supo dónde estaba su verda-
buena, Marcela había mostrado que dero mérito ; y desconociendo el de su
vivía con buena intención; más no prosa, aspiró con frecuencia, y casi
que era la única que vivía con ella en siempre infructuosamente, á la gloria
el mundo, como aquí se afirma. de poeta.
216
DON QUIJOTE DH I-A MANCHA
á hallar aventuras <, que en cada calle y tras cada esquina se ofre-
cen más que en otro alguno. Don Quijote les agradeció el aviso y
el ánimo que mostraban de hacerlo merced, y dijo que por entonces
no quería ni debía ir á Sevilla, hasta que hubiese despojado todas
aquellas sierras de ladrones ^ malandrines, de quien era lama que
todas estaban llenas. Viendo su buena determinación, no quisieron
los caminantes importunarle más, sino tornándose á despedir de
nuevo, le dejaron y prosiguieron su camino, en el cual no les
falló de qué tratar, así de la historia de Marcela y Grisóstomo,
como de las locuras de D. Quijote, el cual determinó de ir á buscar
á la pastora Marcela y ofrecerle todo loque él podía en su servicio.
Mas no le avino como él pensaba, según se cuenta en el discurso
desta verdadera historia, dando aquí fin la segunda parte '.
i. Hubo de decirse irónicamente y
por burlarse de D. Quijote, porque no
había lugar menos acomodado que
Sevilla para hallar las aventuras caba-
llerescas que buscaba el paladín man-
chego. Los despoblados, las florestas,
las cavernas de los montes, las desier-
tas y solitarias playas del mar, eran
los lugares propios para encontrarse
con vestiglos, endriagos, jayanes, don-
cellas errantes ó robadas, barcas o cas-
tillos encantados, cosas que no es fácil
se presenten en ciudades populosas
como Sevilla, á la que la concurrencia
y tráfago de gentes y negocios en
tiempo de Cervantes habían adquirido
el nombre de Babilonia, que se le da
en los romances y vocabulario de la
gemianía. Pero los caminantes, uno
de los cuales era Vivaldo, persona dis-
creta y de alegre condición, habían
determinado, según se dijo en el capí-
tulo anterior, divertirse á costa del
pobre caballero.
2. Despojar se toma siempre en
mala parte : lleva consigo la idea de
violencia é injusticia; limpiar hubiera
sido más oportuno. — Sobra el último
todas que se había expresado antes.
Esta mala fama de Sierramorena, que
según aquí se indica, era ya antigua,
se ha perpetuado hasta nuestros días,
y aun se ha hecho proverbial. Las
nuevas poblaciones construidas en el
reinado y de orden de Garlos 111, han
disminuido la soledad, y con ella la
frecuencia é impunidad de los latroci-
nios.
3. Se dijo con relación ai pensa-
miento que tuvo nuestro autor de
dividir en cuatro la primera parte del
Quijote, como ya se notó al fin del
capítulo VIII, donde acabó la primera
sección. La segunda sólo contiene seis
capítulos, y en ellos el fin de la aven-
tura del Vizcaíno, la llegada de nuestro
andante á las chozas de los pastores, y
el episodio de Grisóstomo. La tercera
consta de trece capítulos, y acaba en
el XXVII. Finalmente, la cuarta abraza
veinticinco capítulos : y esta desigual-
dad de tamaño y repartición es otra
prueba de la falta de plan en Cer-
vantes.
CAPITULO XV
DONDE SE CUENTA LA. DESGRACIADA AVENTUfiA QUE SE TOPO
D. QUIJOTE EN TOPAR CON UNOS DESALMADOS YANGÜESES
Cuenta el sabio Cide Hamcte Benengeli que así como D. Qui-
jote se despidió de sus huéspedes y de iodos los que se hallaron al
entierro del pastor Grisóslomo, él y su escudero se entraron por el
mismo bosque donde vieron que se había entrado la pastora Mar-
cela, y habiendo andado más de dos horas por él, buscándola por
todas partes sin poder hallarla, vinieron á parar á un prado lleno
de fresca hierba, junto del cual corría un arroyo apacible y fresco,
tanto que convidó y forzó á pasar allí las horas de la siesta \ que
rigurosamente comenzaba ya á entrar. Apeáronse D. Quijote y
Sancho -, y dejando al jumento y á Rocinante á sus anchuras pacer
1. La expresión convidó y forzó en-
vuelve cierta contradicción (a), que se
evitarla diciendo convidó y aun forzó
La expresión de convidó y forzó
quiere reunir las ideas inconciliables de
libertad y fuerza; este inconveniente
desaparece con la adición de la partí-
cula aun, que indica la diversidad de
significación de ambos verbos, y esta-
blece un como puente para pasar de
uno á otro.
2. L'une eV altro smontá del suo cavallo,
E pascer lo lasció per la foresta (a).
Son muchos los pasajes de los libros
de caballería en que se cuentaquelos ca-
ía) Ariosto, canto XLII, est. 63.
(«) Forzó. — No hay contradicción, como
pretende Clemencin, sino más bien una
gradación. Primero, le convidó, y luego le
forzó ú obligó. (M. de T.)
balleros(p) desmontaban y dejaban pa-
cer á sus caballos : al paso suele alguna
vez referirse que comían los caballeros.
Galercia, Reina de Gocia, caminaba en
busca de sus aventuras por una flo-
resta lejos de poblado. Obligada del
cansancio y de la obscuridad de la noche
se apeó, y una doncella y los enanos
que la acompañaban, quitando los
frenos á sus caballos y palafrenes, los
dejaron pacer las hierbas (a). Habiendo
(a) Policisne de Boecia, cap. LXXXVI.
(?) Caballeros. — El Sr. CortejÓQ censura
con justicia el afán erudito del comentador
para ilustrar este y otros pasajes, que no lo
necesitan. Desde que existe el mundo y
desde que hay hombres que viajan en ca-
balgadura, es natural que, al apearse para
descansar, piensen en restaurar las fuerzas
si tienen con qué. Pues ¿ qué decir de la
nota sobre la dehesa de Córdoba? Sin em-
bargo se olvida de mencionar el nombre de
fiemonta, con que era conocido dicho esta-
blecimiento. (M. de T.)
248 DON QUIJOTE DE LA MANCHA.
de la mucha hierba que allí había, dieron saco á las alforjas, y sin
ceremonia alguna en buena paz y compañía, amo y mozo comieron
lo que en ellas hallaron. No se había curado Sancho de echar suel-
tas á Rocinante, seguro de que le conocía por tan manso y tan poco
rijoso \ que todas las yeguas de la dehesa de Córdoba'"^ no le hicie-
ran tomar mal siniestro. Ordenó, pues, la suerte y el diablo, que no
todas veces duerme, que andaban por aquel valle ^ paciendo una
aportado Olivante y Darisio, su escu-
dero, á una isla, no hallaron poblado,
y apeándose en un verde prado junloá
una fuente, Darisio quitó los Tronos á
los caballos para que paciesen de la
hierba, y ellos comieron de lo que Da-
risio del barco liabia sacado (a). Bowle
en sus Anotaciones pone otros ejemplos,
y pudieran aüadirse otros muchos,
tanto prosaicos como métricos.
Ya se dijo en otro lugar que los lec-
tores de libros caballerescos pueden
hacer fácilmente la observación de que
en ellos es más frecuente hablar de la
comida de los caballos que de los ca-
balleros.
1. Mejor : serjuro de que era tan
manso y tan poco rijoso : ó conocién-
dole por tan manso y tan poco rijoso.
2. Hubo en Córdoba desde antiguo
un establecimiento para cría de caba-
llos, que en su origen fué de la casa de
los Duques de Alba, y pasó ala Corona
en tiempo de Felipe II. De él habló
Ambrosio de Morales en las Antigüe-
dades de España, y ha continuado
hasta pocos años ha. Constaba de un
magnífico edificio provisto de todas las
oficinas y dependencias necesarias,
con varias dehesas, de las cuales la
Erincipal (que será de la que aquí se
abla) está á dos leguas al Oriente de
Córdoba, entre los ríos Guadalquivir y
Gualbarbo, y tiene más de dos mil
fanegas de tierra. En ellas se mante-
nían quinientas yeguas con veinte y
cuatro caballos padres y los potros co-
rrespondientes, que solían ser ciento
cincuenta; también se mantenía algún
ganado vacuno. En el día no pertenece
ya al Rey el establecimiento ; pero
continúa en él la cría de caballos con
f'eguas normandas, y la de muletas
echares que se llevan de Castilla y se
mantienen en sus dehesas.
(a) Olivante, lib. I, cap. XVIII.
Los caballos cordobeses eran los
más célebres y estimados de España,
y de Córdoba hablaba sin duda Cárde-
nlo cuando decía (\ue sti ciudad era
madre de los mejores caballos del mun-
do (a). Los naturales eran nombrados
por su afición á los caballos y su peri-
cia en manejarlos: por eso Sancho, en
la segunda parte del Quijote (6),
(lueriendo ponderar la agilidad con que
Dulcinea montó en su hacanea, aijo
que podía enseñar ú subir d la jineta
al más diestro cordobés 6 mejicano (a).
3. Según la recta construcción gra-
matical correspondía decir ; ordenó,
pues, la suerte que anduviesen por
aquel valle, etc. — Hacas galicianas es
lo mismo que jacas gallegas : las
cuales suelen ser de poca alzada, pero
de muchas fuerzas, y, por consiguiente,
muy á propósito para el servicio de la
arriería, jirofesión á que eran dados
los naturales del pueblo de Yanguas,
en la provincia de Segovia, cuando
vivía Cervantes, y que aún ejercitan
en nuestro tiempo. Todavía llevan
también el sayo de cuero, (pie lleva-
ba el arriero á quien se lo abrió D. Qui-
jote de una cuchillada, como después se
cuenta.
(n) Cap. XXIV de esla primera parte. —
(¿i) Cap. X.
(a) Mejicano. — Como se ve, en tiempo de
Cervantes era ya proverbial la destreza de
los mexicanos t'n lo relativoála equitación.
No tiene esto nada df extraño, pues en el
hermoso poema de Balbuena, La grandeza
mexicana, publicado en México en 1604, esto
es un año antes que el Quijote, abundan las
descripciones brillantes de caballos, jinetes
y jaeces. Según hace notar un eminente
critico, Balbuena debió ser muy aficionado á
caballos, á juzgar por • el alarde de precisión
con que los describe, distinguiendo sus cas-
tas y cualidades >.
(M. de T.)
i
PIIIMERA PAnTK. — CAPITULO XV
219
manada i\o hacas galicianas de unos arriorros yangüeses, do los
(Míales es costuinbro sestear con su rc(;ua en liif^ares y sitios de
hierba yai;;ua, y aciuel donde acertó á hallarse Ü. Ouijote era muy
á |)n)¡>(')siio de los yanfji'üeses *. Sucedió, pues, que á Rocinante le
vino en deseo de refocilarse con las señoras lacas, y saliendo así
como las olió de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia á
su dueño, tomó un trotillo ali^o picadillo 2, y se i'ué á comunicar su
necesidad con ellas; maseUas, cpie á lo que pareció debían de tener
más ji^anade pacer qu(; de al (a), recibiéronle con las herraduras y con
los dientes, de tal manera, que á poco espacio se le rompieron las
cinchas, y quedó sin silla en pelota ; pero lo que él debió más de
sentir iué, que viendo los arrieros la fuerza que á sus yeguas se les
hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron, que le derri-
baron malparado en el suelo. Ya en esto I). Ouijote y Sancho, que
la paliza de Rocinante habían visto, llegaban jadeando, y dijo
D. Ouijote á Sancho : Á lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son
caballeros, sino gente soez y de bajaralca : dígolo, porque bien me
puedes ayudar á tomar la debida venganza del agravio que delante
1. Mejor : muy al propósito de los
yangüeses ; ó muy á propósito para los
yangüeses. Excusado es dar Jas razones
de esto ; cualquiera las percibe. En lo
primero, propósito es nombre, como lo
indica el artículo; en lo segundo, es
parte de un modo adverbial.
2. Suena mal la consonancia de tro-
tillo y picadillo. El primero de estos
dos diminutivos está mal formado (p);
de trote debió salir trotecillo, como de
hombre hombrecillo, de paje pajecillo.
Tai es la regla para los sustantivos
(a) Al. — En la edición madrileña de 1894
se lee él en vez de al. Sin embargo ai es
palabra de muy antit.'uo abolengo en nuestra
lengua, como lo prueban los siguientes
refranes que figuran en el Diccionario de la
Academia : Al, madrina, que eso ya me lo
sabia ; bueno es pan con miyas de al ; en al
está el engaño ; debajo del sayal hay al. etc.
(M.'de T.)
(2) Trotillo. — Hace notar muy cuerda-
mente Cortejón que en la época de Cervantes
no estaba aún fijada la regla para los
diminutiüos. Aduce ejemplos de Mendoza y
Moratin, y compara trotillo con la forma
trotico, de la que tantos ejemplos se en-
cuentran en Cervantes y que tan común es
entre los aragoneses. (V'éase, acerca de esta
terminación, el curioso estudio de Borao,
en su Diccionario de voces aragonesas, pági-
nas 126 y siguientes.) Sin ir tan lejos tenemos
acabados en e : formar el diminutivo
mudando la vocal última en illo es
propio de los nombres que acaban en o
precedida de consonante, y así de libro
se forma Utyrillo, de cepo cepillo, de
asno asnillo. Para otras terminaciones
hay otras reglas.
entre los académicos al ilustre autor de
Episodios Nacionales, que emplea en sus no-
volas la forma padrito y alguna otra aná-
loga, corrientes en su país natal, Canarias.
Kn Bolivia, El Salvador y otros puntos de
América se emplean pueb'lito, cieguito y otros
diminutivos de idéntica forma. En el ilus-
tre ecuatoriano Montalvo encuentro también
el diminutivo ruidecillos ; en un escritor
colombiano contemporáneo, rnbiecita ; en
Bolivia y en la región del Plata, pancito,
Juancito,' cic, sin contar mamncita y papa-
cito, comunes en América. Es casi indudable
que estas formas fueron introducidas en
América por los conqui.stadores de las dife-
rentes regiones de España, como también
lo es que todavía está por formar el catálogo
de los diminutivos familiares empleados ea
las diversas regiones de España. En prueba
de ello aduciré el diminutivo pueblenn que
leí no hace mucho en El Cantábrico de San-
tander :
Mi querido Director
A este pueblerin me envía.
José Rooao.
(M. de T.
220 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
de nuestros ojos se le ha hecho á Rocinante. ¿Qué diablos de ven-
ganza hemos de lomar, respondió Sancho, si éstos son más de
veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizá nosotros sino uno y
medio ' ? Yo valgo por ciento, replicó D. Quijote, y sin hacer más
discursos, echó mano á su espada y arremetió á los yangüeses, y lo
mismo hizo Sancho Panza incitado y movido del ejemplo de su amo;
y á las primeras dio D. Quijote una cuchillada^ á uno, que le abrió
un sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la
espalda. Los yangüeses, que se vieron maltratar de aquellos dos
hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron á sus estacas, y co-
giendo á los dos en medio, comenzaron á menudear sobre ellos^
con grande ahinco y vehemencia. Verdad es que al segundo toque
dieron con Sancho en el suelo, y lo mismo le avino á D. Quijote,
sin que le valiese su destreza y buen ánimo, y quiso su ventura
que viniese á caer á los pies de Rocinante, que aun no se había
levantado ; donde se echa de ver la furia con que machacan estacas
puestas en manos rústicas y enojadas. Viendo, pues, los yangüeses
el mal recado que habían hecho, con la mayor presteza que pudieron
cargaron su recua y siguieron su camino, dejando á los dos aven-
tureros de mala traza y de peor talante. El primero que se resintió ''
fué Sancho Panza, y hallándose junto á su señor, con voz enferma
y lastimada dijo : Señor Don Quijote, ¡ah, señor Don Quijote!
¿Qué quieres, Sancho hermano? respondió D. Quijote con el mismo
1. Falta el sentido, y puede conjetu- 3. El frecuentativo menudear no
rarse que nosotros es errala. por no so- viene bien con caer al segundo toque,
mos (a). Asi queda claro lo que Sancho porque dos golpes solos no arguyen
dice : éstos son más de veinte, y nos- frecuencia. Los palos que llevaron
otros no más de dos, y auti quizá no D. Quijote y Sancho fueron muchos,
somos sino uno y medio. Sancho, que y asi se vio por la abundancia üe car-
acoslumbra á hacer, siempre (jue se denaies que encontró Maritornes en el
ofrece, profesión de su cobardía, se da cuerpo de nuestro asendereado caba-
aqui por medio hombre, y no más. llero al bizmarlo, según se refiere en
2. ¿Con quién concierta primeras (p) .' el capitulo siguiente; abundancia que
Con cuchiUadas, como si dijera : á las Sancho pretendió explicar, diciendo que
primeras cuchilladas dio una, etc. nacía de los muchos golpes recibidos
en los picos y tropezones de una peña,
(a) No somos. — No hay en esto falta de de donde liabia rodado,
sentido, sino una elegante sileiisis. que da , x- ., , • •/. .. , ,
mayor energía al diálogo. (M. de T.) 4. xNutese la sigruficaciun del verbo
(i) Primeras. — Recuérdese que en núes- resentirse, que aquí es lo mismo que
ira lengua se usa el plural femenino pri- empezar a dar muestras materiales de
meras para indicar las primeras bazas del dolor. En el dia también decimos
juego. También son muy usadas las frases resentirse una pared, un edificio, cuan-
^w^l ""'f ■ •°^*"^"«* á primeras v .1 la, ^ j señales de ruina, aunque no in-
primeras de camino, que significan a los pn- .• . , , ' ,■
meros pasos, al primer encuentro. Pudo mediata; pero generalmente resen/«?sr
usarse muy bien en el mismo sentido : .4 las pertenece en el uso común al afecto in-
primeras, y asi parece indicarlo el le.\.to. tenor del animo.
(M. de T.)
PRIMEflA PAniE. — C\PÍTL't,() XV
221
tono afeminado y doliente' que Sancho. Querría, si fuese posible,
respondií) Sauí^ho Panza, que vuestra merced me diese dos tragos
de aquella bebida dol feo Blas-, si es que la tiene vuestra merced
abí á mano; quizá será de provecho para los quebrantamientos de
huesos como lo es para las feridas. Pues á tenerla yo aquí, desgra-
ciado yo-', ¿qué nos faltaba? respondió D. Quijote; mas yo te juro,
Sancho Panza, á fo de caballero andante, que antes que pasen dos
días, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de tener en mi po-
der, ó mal me han de andar las manos. ¿Pues en cuántos le parece
á vuestra merced que podremos mover los pies''? replicó Sancho
Panza. De mí sé decir, dijo el molido caballero D. Quijote, que no
sabré poner término á esos días ; mas yo me tengo la culpa de todo,
que no había de poner mano á la espada contra hombres que no
fuesen armados caballeros como yo, y así creo que en pena de
haber pasado las leyes de la caballería'^, ha permitido el Dios de
ias batallas que se me diese este castigo; por lo cual, hermano
Sancho, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré,
porque importa mucho á la salud de entrambos ; y es que cuando
veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes
á que yo ponga mano á la espada para ellos, porque no lo haré en
ninguna manera^, sino pon tú mano á tu espada y castígalos muy
1. Bella y oportuna aplicación de
adjetivos para expresar el quebranta-
miento y languidez del tono y voz de
amo y mozo : estas felices combina-
ciones de las partes del lenguaje entre
sí, propias de eminentes escritores,
suelen producir ideas nuevas sin que
las palabras lo sean, y tienen real-
mente el mérito de la invención.
2. Puede sospecharse con alguna
verosimilitud que el original diría feo
Eras. La gente rústica decía entonces,
y aún dice ahora, Bras por Blas, y así
quedaba también más fácil y corriente
la corrupción de la palabra Fierabrás
en boca de Sancho.
3. ¡Desgraciado de mí! es como co-
múnmente suele decirse, y como se
halla en otros pasajes del Quijote.
4. Graciosísimo coloquio, como lo
son todos los de D. Quijote y Sancho.
Acababa de decir D. Quijote que antes
de dos dias tendría la bebida ó bálsa-
mo de Fierabrás, ó mal le habían de
andar las manos; y en contestación le
preguntó Sancho : ¿ pues en cuántos le
parece á vuestra merced que podramos
mover los pies? Está dicho con una faci-
lidad y naturalidad que encanta.
5. Salida original, sumamente propia
del carácter de D. Quijote, y feliz ocu-
rrencia de Cervantes.
6. Teníase efectivamente á caso de
menos valer que un caballero pelease
cuerpo á cuerpo con otro que no lo
fuese; y, con arreglo á esto, en la pre-
vención octava para el Paso de Suero
de Quiñones junto á la puente del
Órbigo, al mismo tiempo que se esta-
blece que los caballeros aventureros
no han de saber con quién justan de
los mantenedores, se les asegura que
se fallarán con caballero ó ¡jentilhome
de todas armas sin reproche. Regla
que se observaba con tanta puntualidad
como lo indica un caso que se refiere
en la Historia del Caballero de la
Cruz (a), del doncel Floramor y del
caballero Florandino. Navegaban los
dos á la par en dos barcas, y habién-
dose trabado de palabras, dijo el se-
gundo al primero : que si no fuera por
(o) Lib. II, cap. XIV.
222
DON OUIJOTE DE LA. MANCHA
á tu sabor \ que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo
te sabré defender y ofendellos con lodo mi poder, que ya habrás
poner mano en doncel, él le diera res-
puesta con su espada. Floraiiior le
Eropuso al instante que le armase ca-
allero. Aceptó la propuesta l'lorandi-
no, pasó Fluramor á su barca, recibió
la orden de caballería, y luef^o se
rompieron uno á otro las cabezas muy
á su sabor. El Rey Federico de Ñapó-
les derla á D. Florindo de la Extraña
Ventura, antes de armarle caballero :
Eslú declarado quel cahallero que
fuere reptado de ¡wmbreque unsi como
él no In sea, que sin perder ningún
punto de su honra se puede excusar de
entrar con él en el campo («). Asi que
tenia razón D. Quijote en establecer ei
principio de que un caballero no puede
poner mano á su espada contra otro
que no lo sea: bien que esto no debía
entenderse sino de los combates singu-
lares de hombre á hombre y fuera de
los casos de necesidad ó defensa pro-
pia : las leyes de cuballeria, dice en
otro paraje nuestro hidalgo (6), no
consienten que cahallero ponga mano
contra quien no lo sea, si no fuere en
defensa de su propia vida, en caso de
urgente y gran necesidad : y en la
aventura del labrador que había bur-
lado á la hija de Doña Rodrijíuez, que
se referirá en la segunda parte (c), decía
D. Quijote : Por esta vez renuncio mi
liidalguia, y me allano y ajusto con la
llaneza del dañador, y me liago igual
con él, habilitándole para poder com-
batir conmigo. La práctica eraconforme
á esta excepción ; y cuando obligaba
la necesidad, los caballeros no repara-
ban en pelillos, y embestían contra
todo viviente. En el capitulo XXVlll de
Amadis de Gaula se cuenta el combate
de Baláis de Carsante contra cinco la-
drones para, librar, como lo consiguió,
á una doncella. El mismo Amadis de
Gaula y Amadis de Grecia pelearon
juntos, defendiendo sus vidas contra
cuatro villanos armados de hachas en
el castillo de la ínsula de Argenes {d).
D. Florisel deNiquea. hallándose en la
ínsula de Caria, se vio precisado á pe-
(n) F/ortitrfo, parte II. cap. XVII. —(6)Ca)).
XVIII. — (c) Cap. LII. — (d) Amadis de
Grecia, parlu I, cap. XXVIII.
lear con (juince ó másvillanos de hacha
y capellina que halló en una cueva [a).
Finalmente, los caballeros andantes
entraiían en las batallas que se daban
entre los ejércitos, y se combatían con
el que se les ponía delante, sin pedirle
el titulo de caballero.
1. Á este modo, caminando Florineo
con su escudero helio, y sabiendo que
en el camino había seis caballeros que
con doce villanos robaban y mataban
á los caminantes, dijo á su escudero :
Ttl toma de las armas que fallares, y
si fuere menester, ayudarme has contra
los villanos. Y (insi lo fizo, porque él
Iraia espada, y allí tomó una capelli-
na (b). Cuéntase en seguida lo que Le-
lio nizo en el combate, ayudando á su
señor contra los villanos. Por este y
otros pasajes del presente capítulo se
ve que Sancho llevaba espada, y así
era uso y costumbre de los escuderos
de los caballeros andantes, como se ve
frecuentemente en sus historias. En la
de Amadis de Gaula (c) se lee que
Gandalín, su escudero, persiguió y
cortó la cabeza á la giganta .Vndandona,
que había intentado matar á traiciona
su amo; y de éste y otros escuderos
refieren lo que hicieron peleando en
defensa de sus amos en diversas oca-
siones, en virtud de lo cual merecie-
ron muchas veces ser armados caba-
lleros, y otras, premios y mercedes.
Pero en la segunda parte de la fábula,
en el coloquio con ei escudero del Ca-
ballero del Bosque [d), Sancho, excu-
sándose de pelear con él, le decía :
Hay más, que me imposibilita el reñir
el no tener espada, pues en mi vida me
la puse. Y consiguiente á esto, á la
vuelta de Barcelona, habiendo sido
atropellados amo y mozo por unapiara
de cerdos, levantóse Sancho como mejor
picdo y pidió d su amo la espada, di-
ciéndole que quería malar media do-
cena de aquellos señoi'es y descomedi-
dos puercos (e). Esta contradicción con-
firma lo que ya otras veces se ha dicho
(a) Florisel, parte III, cap. XXVI. — (b)
Florambel de Lucea, lib. I, cap. IV. — (c)
Cap. LXVin. - (d) Cap. XIV. - (e) Cap.
LXVIII.
PRIMERA PAHTK.
CAPÍTULO XV
223
visto por mil sonnles y expcricnciaB liaKtQ dóiulo se extiende el va-
lor d(í (\sl(^ mi riKM'tf brnzo : tíil <iued(> do arrobante el pohní sefior
con el vencimiento (1(^1 valionh^ vizcaíno. Mas no le pareció tan bien
A Sancho Panza el aviso de su amo, que dejase de responder di-
ciendo ; Señor, yo soy hombre pacílico, manso, sosefi^ado, y sé
disimular cualquiera injuria, porque teu^o mujer y hijos que sus-
tenlar y criar : así, que séale á vuestra merced también aviso, pues
no puede ser mandato, <pie en nin^íuna manera pondré mano á la
espada ni contra villano ni contra caballero, y que desde a(pu' para
adelante de*Dios perdono cuantos agravios me han hecho y han do
hacer, ora me los haya hecho * ó haga ó haya de hacer persona alta
ó baja, rico ó pobre, hidalgo ó pechero, sin cccptar estado ni con-
dición alguna. Lo cual, oído por su amo, le respondió : Quisiera
tener aliento para poder hablar un poco descansado, y que el dolor
que tengo en esta costilla se aplacara tanto cuanto, para darte á en-
tender, Panza, en el error en que está»-. Ven acá, pecador^ : si el
acerca de la negligencia con que se es-
cribió el Inokmoso Hidalgo. Por lo de-
más, la circunstancia de ceñir espada
no venia muy bien con lo demás del
equipaje y arreos que repetidas veces
se describen de Sancho, con las alforjas,
el gabán y el rucio, porque espada y
borrico no concuerdan. Los escuderos
de los caballeros andantes, incluso
Tomé Cecial, montaron siempre en
caballos.
1. Ora (a) es conjunción que nunca se
usa sin repetirse, y aquí no se repite.
En el encuentro con los mercaderes
toledanos que se refirió en el capítulo V,
les decía D. Quijote : Ahora, vengáis
uno á uno, como pide la orden de ca-
ballería, ora todos juntos, como es
costumbre y usanza de lus de vuestra
ralea, aquí os aguardo, etc.
2. Sobra el en que preceded el error,
y acaso se introdujo en el texto por des-
cuido de la imprenta. Sensible me es
hablar tantas veces de faltas y sobras
(«I Ora. — Es contracción de la conjun-
ción ahora, y se suele usar en efecto repe-
tida como la usaron Meléndez, Krcilla y
otros. El primero la usó en su clásica oda
Á las Artes. Equivale, repetida á ya... ya...
Sin embargo este mismo ya lo usó Bretón
de los Herreros en igual sentido, sin repe-
tirlo :
Ta nos posea el júbilo ó la murria
A todos nos ataca esU manía...
(M. de T.)
del impresor; pero ¿cómo es posible
dejar de hacerlo? La incuria con que
estamparon las primeras ediciones del
QuMOTE fué tal, que en el mismo fron-
tis se llamó Conde de Barcelona por
Conde de Benalcúzar al Mecenas á
quien iba dirigida la obra. Las dos edi-
ciones de la primera parte del Quijote
hechas en Madrid el año de 1605, míen-
tras Cervantes se hallaba en Valladolid,
salieron con muchas imperfecciones
tipográficas, de las cuales no se corri-
gieron todas en la tercera edición, que
se hizo á vista del autor el año de 1608,
y aun se añadieron algunas nuevas, de
lo cual hay ejemplo en la página equi-
valente á ésta, donde la tercera edición
puso aceptar en vez de eceplar, con
total inversión del sentido. Hubiera
sido de apetecer que los modernos edi-
tores, mirando, según era justo, las
primeras ediciones como copias defec-
tuosas, hubiesen hecho en ellas las
correcciones correspondientes, al modo
que lo practicaron los literatos que en
los principios de la imprenta, y aun
después, publicaron los libros de los
clásicos antiguos, y restituyeron con
discreta libertad muchos desús pasajes
viciados, no sólo sin censura, sino
taiubién con aplauso de los doctos. En
esto hubiera ganado el mérito de la
obray el créditode Cervantes (aj(p. 224).
3. Palabras de reconvención, pero de
reconvención bondadosa, sin ira ni
224 DON QUIJOTE DE I.A MANCHA
viento de la fortuna, hasta ahora tan contrario, en nuestro favor se
vuelve, llenándonos las velas del deseo para que seguramente y
sin contraste alguno tomemos puerto en alguna de las ínsulas que te
tengo prometida, ¿qué serla de ti, si ganándola yo le hiciese señor
della, pues lo vendrás á imposibilitar por no ser caballero ni que-
rerlo ser, ni tener valor ni intención de vengar tus injurias y defen-
der tu señorío? Porque has de saber que en los reinos y provincias
nuevamente conquistados nunca están tan quietos los ánimos de
sus naturales, ni tan de parte del nuevo señor, que no se tenga te-
mor de que han de hacer alguna novedad para alterar de nuevo
las cosas \ y volver, como dicen, á probar ventura ; y asi es me-
nester que el nuevo posesor tenga entendimiento para saberse
gobernar, y valor para ofender y defenderse en cualquier aconte-
cimiento. En este que ahora nos ha acontecido, respondió Sancho,
quisiera yo tener ese entendimiento y ese valor que vuestra merced
dice; mas yo le juro á fe de pobre hombre, que más estoy para
bizmas que para pláticas. Mire vuestra merced si se puede levantar,
y ayudaremos á Rocinante, aunque no lo merece, porque él fué la
causa principal de todo este molimiento : jamás tal creí de Roci-
nante, que le tenía por persona casia y tan pacífica como yo^. En
fin, bien dicen que es menester mucho tiempo para venir á cono-
cer las personas, y que no hay cosa segura en esta vida. ¿ Quién
dijera que tras de aquellas tan grandes cuchilladas como vuestra
merced dio á aquel desdichado caballero andante, había de venir por
amargura. En el estilo familiar es im- esmero de la impresión de un libro tan mal
ponderable la riqueza de nuestro idio- pagado, tenía que atender á ganarse la vida,
ma, y el número de las modificaciones -° Ja indiferencia con que han solido mirar
nnra P«fnr7ar,-,temnHr las idea^Pn lina en todo tiempo los escritores españoles la
para esiorzai utempiai las laeasen una ortografía ; \, como ésta forma parte de la
escala y progresión casiiQünita. higiene literaria, no es de extrañar que
1. Sobra el de >¡uero, porque se ha atendiesen poco á la corrección de la forma;
dicho novedad, y ésta no puede ser de 3."> la deficiencia de los impresores espa-
vigjo ñoles de aquella época, cosa que obligaba á
2. Llama Sancho persona á Rocinante, muchos autores ¿exponerse á los riesgos y
. ': j „ ■ A A ^ mo estias de un largo viaje para imprimir
le compara consigo, y de aquí deduce g^^^ ^bias en el extranjero, como le sucedió
gravemente la moralidad de que es ai célebre cronista Gi.ribay que se trasladó
menester mucho tiempo para venir á á Amberes en 1570 para atender á ia ira-
conocer las personas, y de que no hay presión de su Crónica general de tos Beyes
cosa segura en esta vida. Nadie supo de ^«paTia. Estas razones, sin contar otras que
como Cervantes el arte de ridiculizar o""'»»- justifican los errores que horm,-
j ,. , ■ . guean en las primeras ediciones del Quijote.
con delicadeza y como quien no hace f„s demás libros de la época no salían, en
íl&Qft' general, mejor librados. Y cuando, como en
este caso, el libro quedaba entregado a la
(«) Cervantes. — La nueva edición crítica voluntad y arbitrio de los correctores de
del Sr. Cortejón, ya citada repetidas veces, oficio, por ausencia ó enfermedad del autor,
Tiene á llenar este deseo de Clemencín. En la cosa había de pasar, por fuerza, decastauo
cuanto á las muchas incorrecciones de las obscuro. Aun en nuestros días cuántos
primeras ediciones del Quijote, hay que casos podría citar de la petulancia y arbi-
tener en cuenta : 1.* la poco desahogada sitúa- trariedad de cierto* correctores',
clon del autor, que antes que al cuidado j (M> de T.)
PHIMKHA l'AUri;. — CAPÍTULO XV 1225
la posta y enscguitriiciito suyo esla tan ^n'audo Icmposíad ,<le palos
que lia descai-gado sol)re nuestras espaldas? Aun las tuyas, San-
cho, replicó D. Quijote, deben de estar hechas á semejantes nubla-
dos ; p(M-o las mías, criadas entre sinabafas y holandas \ claro está
que sentirán más el dolor dcsta desgracia : y si no fuese porque
imagino ¿qué digo imagino? sé muy cierto, ({ue todas estas
incomoilidades son muy anejas al ejercicio de las armas, aquí
me dejaría morir de puro enojo. Á esto replico el escudero: Señor,
ya que estas desgracias son de la cosecha de la caballería, dígame
vuestra merced si suceden muy á menudo, ó si tienen sus tiempos
limitados en que acaecen : porque me parece á mí que á dos cose-
chas quedaremos inútiles para la tercera, si Dios, por su infinita
misericordia, no nos socorre. Sábete, amigo Sancho, respondió
D. Quijote, que la vida de los caballeros andantes está sujeta á mil
peligros y desventuras, y ni más n^ menos está en potencia propin-
cua^ de ser los caballeros andantes reyes y emperadores, como lo
ha mostrado la experiencia-' en muchos y diversos caballeros de
1. Sinahafa era una telamuy delgada
según D. Sfibastián Govarrubias. Ho-
landa es todavía en el uso actual nom-
bre de un lienzo muy fino, usado para
ropa blanca de gentes ricas y acomo-
dadas. Y así lo era también en el si-
glo XV, en que Fr. Hernando de Tala-
yera, primer Arzobispo de Granada,
confesor de la Reina Doña Isabel, en
un opúsculo contra la demasía de ves-
tir y calzar, hablaba de los excesos en
las holandas é finas bretañas é otros
lienzos costosos [a).
2. Mal expresado, porque no es la
vida de los caballeros andantes, sino
los caballeros los que están en potencia
propincua de ser Reyes y Empera-
dores.
La palabra propincua es latina. Cer-
vantes la usi'i algunas otras veces den-
tro y fuera del Quliote, como en la
novela de la Española inglesa, donde
se dice : Con esto se despidió Ricardo,
contentísimo con la espera/iza propin-
cua que llevcdm de tener en su poder á
Isabela. La misma voz se halla usada
en el Coloquio de los perros Cipión y
Berganza. Lope de Vega quiso ridicu-
lizarla como propia de la culta latini-
parla, citando á un poeta manchego
que dijo en su Zarambaina (todo es
burlesco) :
(a) Enlre sus opúsculo-^ ¡/íí^^rcíüs, cap. XIV.
En viendo que el estío está propincuo.
Por mi salud las damas derelincuo.
Pero el uso de la voz propincuo en
castellano era ya muy antiguo, y se la
encuentra en las Partidas y en el Doc-
trinal de Caballeros, obras escritas,
aquélla en el siglo xiii y ésta en el
XV (a).
Esto en cuanto á las palabras ; en
cuanto á la sentencia, la del texto es
la misma que expresó D. Quijote en la
comedia de su nombre, escrita por
IJ. Guillen de Castro (6), hablando del
caballero andante :
Pues tal vez con su valor,
¡lor despojos de la guerra,
desde el polvo de la tierra
amanece Emperador.
3. Para ser Rey ó Emperador se re-
quería indispensablemente ser caba-
llero. La Partida 11, hablando de las
honras y privilegios de la caballería,
dice asi : Et aun lia otra honra el que
es caballero, que después que lo fuere,
puede llegar á honra de Emperador
ó de Rey, et ante non lo podrie seer,
bien asi como non podrie seer ningunt
clérigo Obispo, si primeramente non
(a) Partida VII, tit. III, ley VII. — Boc-
Irinal, lil). III, tít. III, ley VIII. — (6j Jor-
nada tercera.
lo
226
t)ON QUIJOTE DE LA MANCHA
cuyas historias yo tengo entera noticia; y pudiera te contar ahora,
si el dolor me diera lugar, de algunos que sólo por el valor de su
brazo han subido á los altos grados que he contado, y estos mis-
mos se vieron antes y después en diversas calamidades y miserias ;
porque el valeroso Amadís de Gaula se vio en poder de su mortal
enemigo Arcalaus el encantador, de quien se tiene por averiguado
que le dio, teniéndole preso, m:is de doscientos azotes con las
riendas de su caballo, atado á una columna de un patio ; y aun hay
un autor secreto y de no poco crédito que dice, que habiendo co-
gido al Caballero del Febo con una cierta trampa que se le hundió
debajo de los pies * en un cierto castillo, al caer se halló en una
honda sima debajo de tierra atado de pies y manos, y allí le echaron
fuese ordenado deprecie inisacanla-
no (a). Así sucedió coa Godofre de Bu-
llón y otros caballeros del occidentedc
Europa que pasaroa á Ultramar en la
era de las Cruzadas y obtuvieron los
reinos de Jerusalén y de Gliipre, y aun
el imperio de Constaiitinopla. Estos
ejemplos que presentan los libros his-
tóricos, touavía debieron ser más fre-
cuentes en los caballerescos, que es de
los que hablaba a(]uí D. Quij<íte. En la
historia del Cahallero del Febo se hace
memoria de dos andantes que i)or su
valor llegaron á sei' Reyes, el uno de
Lidia y el otro de Arcadia {hj. Pumpi-
des, hijo del Principe D. Duardos, des-
que acabó (jrandes hechos en armas, por
la su alta proeza vino á ser Hpy de Es-
cocia (c). D. Lidiarte de Fondovalle y
su nmjer la infanta Diadema fueron
proclamados y jurados Reyes de la
Nueva ínsula, que antes de desencan-
tarse se llamaba la Ínsula Sumida {d).
Lo mismo les sucedió á Amadis de Gre-
cia y á la Princesa Niquea en la ínsula
de Argantadel,ilesi)ués que fueron ven-
cidos y muertos los dos gigantes que
la usurpaban (e). D. Galaor, hermano
de Amadis de Gaula, ascendió á ser
Rey de áobradisa, su primo Ai;rages
de Escocia, Florestán de Gerdeña, Gra-
sandor de Bohemia, Bernardo del Car-
pió de Irlanda. Talanque de California.
El Caballero del Cisne logró ser Duque
goberano de Bullón y de Lorena (/■).
(a) Tít. XXI, ley XXIII. -(/,) Parte I, lib.
II, c»i>. XLlil. — íc) /^ríma/eoii, cap. CXLIV.
— id) Fhwamlicl. lib. V, cap. XXXV. — (e)
Amníiis til' Grecia, parte II, cap. GXXI. —
(f\ Crrnn Conquista de Ultramar, lib. I, cap.
1.x Vil.
Tirante el Blanco fué proclamado César
del imperio de Grecia; y su escudero
Hipólito, habiendo recibido la orden
de caballería y hecho famoso por sus
hazañas, después del fallecimiento de
Tirante, de Carmesina y su padi-e, casó
con la Emperatriz viuda y fué Empe-
rador de Gonstantinopla [a). El Empe-
rador de Alemania Marceliano, no te-
niendo sucesión. junti) Cortes generales,
en que adoptó por hijo y proclamó here-
dero á Florambel de Lucea, conocido
ya por sus muciías y grandes proezas (A,.
Esplandián, Reinaldos, Palmerin de
Oliva, 1). Roserín, I). Olivante de Laura
no nacieron de Emperadores, y por sus
hazañas llegaron .i serlo. Pero a todos
excedió la fortuna de Florisán, hijo de
D. Florindo de la Extraña ventura y de
Calarnida, el cual, durante la vida de
su p;idve,por sus altas y nombradas ha-
zañas llegó á ser Emperador de Rusia
y Rey de Persia, y Preste Juan de las
Indias y Señor de los Montes claros [c)
{¿Risi¿m tencas, ainicc lector '.').
\. \ Lisuarte de Grecia le sucedió
también esto de hundirse en la trampa
de un castillo donde había entrado por
engaño df unafal.'-a doncella, y á la luz
del carbunciu que llevaba en el pomo
de su espada, vio que estaba en una
bóveda tallada en la peña. Allí salió por
una puerta levadiza de hierro muy
gruesa una espantable sierpe de más
de cuarenta pies de largo, que silbando
horriblemente y haciendo sonar sus
conchas unas con otras, le embistió, le
cogió entre los dientes y andaba asi
'.a) Tirante el Blanco, jiarte IV. — (6) Flo-
rambel, lib. V, cap. XXXVm. — (c) Florindo,
paite III, capítulo últiuio.
IMIÍMEUA PAUTF,. — CAPITULO XV
227
una (lestas que llaman mclecinas de af^ua de nievo y arena, de lo
que llof^() muy al cabo; y si no l'ueía socoirido rn a<|u<'lla f^ran
ciiila dtí un sal)io {grande ami<^o suyo, lo pasara muy mal el pobre
caballero '. Así que bien puedo yo pasar entre tanta buena gente,
con el á %ui caito y otro de In cueva.
Ijisnarle, (\\w de un golpe lo liabia (;i)r-
tailo umi oreja (las loriia do brazada y
media de largo), logró darle una esto-
cada por v.\ oi<Io que li.ihia (¡ueilado
deseubierlu, y muerta de esb; modo la
sierpe, pudo salir cou mucho trabajo,
y se halló ea v\ patio del castillo. La
calKiza del monstruo fué llevada á
Cous|,anliii()pla,y (lesi)ués áTra})isünda,
donde el Euiiierador hizo colgarla ante
la puerta de su |)alacio(a). Tarín, es-
cudero de 1). Policisne de Boecia recién
armado caballero por su señor, se com-
balió con otro caballero en un barco,
donde le armaron un engaño y cayó
en una trampa que volvió ;i cerrarse, y
preso allí, le ataron uno-', enanos [h).
i. No hay duda en que según nos
refieren los libros caballerescos, y se
repite después en la segunda parte
del Quijote, el encantador Ai'calaus era
enemigo mortal de Amadis de Gaula y
de toda su parentela. Pero en la historia
de Amadis, aunque encuentro la noti-
cia de su prisión, no hallo la de su
atadura á la columna, ni la de los
azotes que aquí se dicen. De su escu-
dero Gaudalín sí encuentro que .\rca-
laus lo tuvo atado á un poste, y á un
enano que le acompañaba colgado por
la pierna de una viga, y debajo de él
había fuego canconas de malos olores (c).
De lo cual se quejaba -el enano después
que lo puso en libertad Amadis, di-
ciendo que tenia las narices llenas de
piedra azufre (¡ue debajo me puson,
que nunca he hecho sino estornudar, y
aun otra cosa peor{d). Amadis debió la
libertad ¡í la mujer del mismo Arcalavis,
que era tan dada á la virtud como su
marido á la maldad. Lo de los azotes
hubo de inventarlo D. Quijote arreba-
tado del estro caballeresco, y sugirién-
doselo su locura como consuelo en la
desgracia que padecía, ó acaso confun-
diéndolo con lo de Gando lin, ó equivo-
cándolo con lo que la misma histoiáa
lii) Lisuaríe, cap. LIV, LV y LVIII. — (¿)
Policisne. cap. LXXX. — (c) Gap. XVIII. —
id) Gap. XIX.
de Amadis cuenta del Hey .\rhán de
Norgales y Angi'iote de Estravaus, los
cuales, habiendo caído en jioder de la
brava giganta Gromadaza, ésta, en
venganza de la muerte dada á su ma-
rido Famongomadíln y á su hijo Basa-
gante, los tuvo cruelmente presos en
el castillo del Lago ferviente, donde
de muchos azoles y otros (/randes íor-
menlos cada día eran atormentados,
asi que las carnes de muchas llantas
afligidas continuamente corrían san-
gre [a).
La misma confusión hay en lo que
sigue acerca del Caballero del Feho. Lo
de la trampa que se hundió debajo de
los pies se cuenta, no de este caballero,
sino de Amadis, á quien después de la
prisión anteriormente referida volvió á
coger (6) de esta suerte .\rcalaus. Lo
que se añade de la melecina, es eviden-
temente festiva invención de Cervantes.
Este, acomodándose al car.lcter de
D. Quijote y al estado de su celebro,
hubo de confundir y desordenar de
.propósito los sucesos, y los puso así en
boca del hidalgo manchego.
El lenguaje se resiente también del
trastorno en las ideas de quien habla.
Se dice que Arcalaus azotií á Amadis
con las riendas de su caballo <itado á
la columpia de unpatio: no parece sino
que el caballo era el atado á la co-
lumna. Dice, continúa el texto, que
habiendo cogido (Arcalaus) alCaballero
del Febo con una cierta trampa que se
le hundió debajo de los pies, se halló,
etc. ; pero no es la trampa la que se
hunde, (a) sino quien cae en ella. Si Cer-
vantes, no contento con pintar la con-
fusión de ¡deas de un loco, quiso tam-
bién representar la de su lenguaje,
pudieran mirarse como nuevo primor
estas faltas.
(a) Cap. LVII. — (6) Cap. LXIX.
((/.) Bunde. — Es curiosa la manía de Cle-
mencín en buscarle pelos al huevo, como vul-
garmenle se dice. ;, De dónde saca que la
trampa no se fiunde ? Si no se hundiera la
trampa, no podría hundirse el que está en-
cima. (,M. de T.)
228
DON OUIJOTE DK I.\ MANCHA
que mayores afrentas son las que éstos pasaron, que no las que
ahora nosotros pasamos; porque quiero hacerte sabidor\ Sancho,
que no afrentan las heridas que se dan con los instrumentos que
acaso se hallan en las manos, y esto está en la ley del duelo escrito
por palabras expresas : que si el zapatero da á otro con la horma
que tiene en la mano, puesto que verdaderamente es de palo, no
por eso se dirá que queda apaleado aquel á quien dio con ella. Di;^o
esto, porque no pienses que puesto que (¡uedamos desta pendencia
molidf }, quedamos afrentados, porque las armas que aquellos
homl ;s traían, con que nos machacaron, no eran otras que sus
esta, ;, y ninguno dellos, á lo que se me acuerda, tenía esloque,
espada ni puñal. No me dieron á mí lugar, respondió Sancho, á
que mirase en tanto, porque apenas puse mano á mi tizona^, cuando
1. Es inoportuno el uso de la conjun-
ción porque, pues lo que sigue no es la
razón de lo que antecede: y así estuviera
rnejor dicho, además quiero hacerte
sabiiior, Sancho, etc.
2. Habla aquí Sancho de su espada,
á la que llama tizona por alusión á una
de las del Cid Campeador Rui Díaz de
Vivar.
El 'i, según su poema, ganó dos
espaads, una en la batalla en que ven-
ció á D. Ramón, Conde de Barcelona :
Eiganó á Colada que más vale de mili marcos
[de plata (a) ;
y otra, que fué laTizona 'a), en la batalla
contra el Rey moro Búcar. Cuenta el
poema que habiéndole alcanzado el Cid
á orilla del mar,
Arriba alzó Colada, un grant golpe dadol'ha...
CortoVel yelmo, é librado todo lo al,
Fata la cintura el espada legado ha.
Mató á Búcar. el Rey de alen el mar,
E ganó d Tizón, que mili marcos d'oro val (é).
Según la misma relación, dio el Cid
estas espadas á sus dos yernos, los In-
(a) Versos 1.018. - (6) Verso 2.4G6.
(«) Tizona. — Como se ve, en la época de
CerYantes. era ya común el dar el nombre
de tizona á cualquier espada. Mi sabio maes-
tro y paisano Sr. Eguíiaz da como etiuiolo-
gia á tizona, íeuíono, fundándose muy espe-
cialmente en las notas á un pasa'je del
capitulo Vllde las A'íimo/ciiyia-?, de sanl sidoro,
en que se menciona la palabra chuzones
como corrupción de teutonas ó teutones.
(M. de T.)
fantes de Carri<'in D. Diego y D. Fer-
nando; é irritado después con ellos,
hizo que se las devolviesen en las
Cortes de Toledo celebradas por el Rey
D. Alfonso, y las dio á su sobrino Félix
Muñoz y á Martín Antolinez, el Burga-
tés de pro, dos de los guerreros que le
habían seguido en sus peregrinaciones
y aventuras.
Refiere Francisco de Cáscales en los
Discursos históricos de Murcia y su
reino, que Diego Rodríguez de Almela,
Canónigo de la iglesia de Cartagena,
presentó al Rey Católico D. Fernando
una espada que se creía haber sido del
Cid, y puede ser la (jue en el catálogo
de la Real Armería de Madrid, publi-
cado por D. Ignacio Abadía, está seña-
lada con el nombre del Cid, y el nú-
mero 42. Será la Colada, si como dice
en su catálogo Real (a) Rodrigo Mén-
dez de Silva, la Tizona se guarda vin-
culada en poder de los Marqueses de
Falces; pero en un documento del
archivo de Simancas, intitulado de al-
f/unas armas notables que estaban en
la Armería de los Reyes Católicos en el
alcázar de Segovia, se mencionan y
describen las dos espadas Colada y
Tizona; y las señas que da de la última,
convienen en gran parte con las de la
espada que se muestra en la Real
Armería.
Es de advertir que el poema llama
Tizón, con mayor propiedad por lo re-
lumbrante, á la espada que después el
uso general ha llamado Tizona, como
(a) Folio 43.
i'iii\ii:nA rAinK — cmí i ii.o xv ¡22'J
me santiguaron los hombros con sus pinos, de manera que me qui-
taron la vista de los ojos y la fuerza de los pies, dando conmigo
adonde ahora yago, y adonde no me da pena alguna el pensarsi fué
alrciula ó no lo de los estacazos, como me la da el dolor de los
golpes, que me han de ([uedar tan im[)resos en la metnoria como
en las espaldas. Con todo eso, te hago saber, hermano Panza,
replicó D. Quijote, que no hay memoria á quien el tiempo no
acabe, ni dolor que muerte no le consuma. ¿Pues qué mayor des-
dicha puede ser\ replicó Panza, de aquella que aguarda a. Mempo
que la consuma, y á la muerte que la acabe? Si esta núes... des-
gracia fuera de aíjucilas cjue con un par de bizmas se curi< .,*aun
no tan malo; pero voy viendo (jue no han de bastar todos los em-
plastos de un hospital para ponerlas en buen término siquiera.
Déjate deso y saca fuerzas de flaqueza, Sancho, respondió D. Qui-
jote, que así haré yo, y veamos cómo está Rocinante, que á lo que
me parece no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia.
No hay de qué maravillarse deso^, respondió Sancho, siendo él
también caballero andante ; de lo que yo me maravillo, es de
que mi jumento haya quedado libre y sin costas, donde nosotros
salimos sin costillas. Siempre deja la ventura una puerta abierta
en las desdichas para dar remedio á ellas, dijo D. Quijr^e : dí-
golo, porque esa bestezuela podrá suplir ahora la falla de* Roci-
nante, llevándome á mi desde aquí á algún castillo, donde sea
curado de mis feridas^. Y más que no tendré á deshonra la tal
ya se llama en la crónica general del dada con el juego de las voces costas y
Rey D. Alonso el Sabio, en la parlicu- cos/iíZos.Elhablador de Sancho, á pesar
lar del Cid, y en los romances que se del dolor de los palos y del mal estado
formaron de las crónicas. de sus espaldas, toda\ia está para
1. Las palabras de este período est;ín chistes.
trastrocadas, y debieran ordenarse asi : 3. Son comunes en los libros caba-
¿Qué desdicha puede ser mayor de llerescos los ejemplos de caballeros
aquella que aguarda á que la consuma que, heridos en los bosques y florestas,
el tiempo y ó que la acabe la muerte ? fueron llevados á curar de sus heridas
Loque la desdicha aguarda no es el á algún castillo inmediato. Así sucedió
tiempo, sino su fin : el objeto que desea á D. Belister de España y á Florambel
no es el tiempo, sino el fin de la des- de Lucea, que pelearon sin conocerse
dicha traído por el tiempo. uno á otro, hasta que ambos estuvieron
2. Ó sobra el de ó el deso (a). — Sigue mal heridos, como se refiere en la his-
Sancho diciendo : de lo que me mará- toria del último (a). Fraudador de los
tillo es de que mi jumento haya que- Ardides, que fué un encantador astuto
dado libre y siii costas, donde nosotros y burlón de quien se hace larga mcmo-
salimos sin costillas. Comparación fes- ria en la historia de D. Florisel de
tiva entre el Rucio y las personas, ayu- Niquea, fingiéndose herido, decía á
D. Brianges de Boecia : Os ruefjo que
('/) Deso. — Esta repetición de la preposi- /">'' amor de Dios se dé manera como
ción que viene inmediatamente es un caso yo sea de aquí llevado á curar ú un
de alrncción gramatical <\\ie se halla con Ire-
cuencia en Cervantes. (M. de T.) (a) Cap. XXIV.
230
nON QUIJOTE DE I,A MANCHA
caballería, porque me acuerdo haber leído que aquel buen
viejo Sueno', ayo y pedagogo del alegre Dios déla risa, cuan-
do entró en la ciudad dt; las cien puertas iba muy ü su placer
caballero sobre un muy hermoso asno. Verdad será que ól
debía de ir caballero como vuestra merced dice, respondió Sancho;
pero hay gran diferencia del ir caballero al ir atravesado como
costal de basura. Á lo cual respondió D. Quijote : Las feridas que
mi caslillOy que cerca de aquí está (a).
D. Brian/.íes cayó en el lazo, y la burla
se celebró mucho.
1. Sileno, segiin la fábula, fué ayo ó
pedagogo de Baro, á quien se llama con
propiedad Dios de la risa :
Adsit Ixtitix Bacchus dator,
decía Dido brindando con la copa llena
en la mano, iovantadas las mesas des-
pués del convite que dio á Eneas y sus
compañeros, como se refiere en el
libro 1 de la Eneida. Y volviendo á Si-
leno, Ovidio, al principio del libro IV
de las Metamorfosis, le pinta viejo,
acompañando á su alumno en el viaje
á Oriente sobre un asno, y cayéndose
de puro borracho. Dice así hablando
con Baco :
... Tu biigum pictts insignia frants
Colla premis lyncum: bacchx salyrique setjuun-
: Ittr.
Quique senex férula titubantes ebrius aríus
Sustinet, et pando non fortiler haeret asello.
En la mención de la ciudad de las
cien puertas fa), Cervantes equivocó á
Tebas de Beocia, patria de Baco. con
Tebas de Egipto, que fué la ciudad de
las cien puertas ó HecatúmpiLos, como
la llamaron los antiguos por esta cir-
(íi) Floritel, parte IV. cap. II.
(a) Cien puertas. — Esta clase de descui-
dos y otros de mayor cuantía son comunes
en m'uchos escritores contemporáneos que
escriben de memoria y prefieren exponerse
a decir un disparate a tomarse el trabajo
de consultar un libro. No hace mucho
hablaba un escritor del Apolo de Belvedere,
suponiendo que Belvedere es un escultor;
otro, iipriodista de fama, hablaba de la zarza
ardiente del Sinaí. Otros casos he citado
en mi Arte de etcribir en 20 lecciones (ó'.» edi-
ción 19091.
(M. de T.)
cunstancia. Había precedido á Cervantes
en esta equivocación el poeta cordobés
Juan de Mena en la copla 38 de la Or-
den I, como observi'i su comentador
Fernán iNúñez de Guzmán. La otra
Tebas tuvo sólo siete puertas, cuyos
nombres se leen en la Tebaida de Esta-
cio ('í) : y la expedición de Baco, de
que hablaron los poetas, fué á la India
y ai Ganges, no al Egipto ni alNilo. —
D. Quijote andaba buscando razones
para excusar la mala figura que hace
un caballero andante sol>re un borrico.
Pero noel ejemplo de Sileno, sino la dura
ley de la necesidad era quien dispen-
saba en este caso, de la que prohibía
montar asnalmente á los caJialleros, y
de la que se habló en las notas al capí-
tulo V.
El cronista Pedro Mejía, en su Colo-
quio del porfiado, pone un elogio del
Asno '3) en boca del Bachiller Narváez.
E/i el campo, decía éste, yo ando en un
a.sno que tengo negro y grande el de
buen talle, y muy bien aderezado : y no
dejo de andar en él por Sevilla, sino
porque parescena cosa nueva y por no
ser muy mirado : ave por lo demás, por
tan honrada cahnlleria la tengo, y aún
mus que la de un caballo. Y oso decir,
y si me dais licencia me obligo aprobar,
que el asno es el mejor y tnós litil ani-
mal y más acomodado á todas las cosas
necesarias al servicio y vida del hombre,
de todoscuantos el hombrese sirve y usa:
y que ni es vil ni abatido, como decís ;
antes tiene más virtudes y excelencias
naturales que ninguna de las otras
bestias ni animales. — El Bachiller
Narváez podía hablar así, porque no
era caballero andante ni por andar.
(a) Lib. VIII.
(i) Elogio del asho. — Véase acerca de
esto, la nota página 68-
(M. de T.)
pniMKHA PAUTE. — cAPÍrno xv 231
se reciben en Ins Inilallas, antes dan honra (|uo la quitan ' ; así que,
Panza amigo, no mo r('{)liques más, sino como ya le ho dicho,
levántale \o mejor (juo [)U(liiíres, y ponme de la manera que más le
agradare encima de tu jumento, y vamos do aquí antes que la
noche venga, y nos salteo en este despoblado. Pues yo he oído
decir á vuestra merced, dijo Panza, que es muy de caballeros an-
dantes el dormir en los [)áramos y desiertos lo más del año, y que
lo tienen á mucha ventura. Eso es, dijo D. Quijote, cuando no
pueden más, ó cuando están enamorados, y es tan verdad esto,
que ha habido caballero que se ha estado sobre una peña al sol y á
la sombra y á las inclemencias del cielo dos años sin que lo supiese
su señora, y uno déstos fué Amadís, cuando, llamándose Beltenc-
brós, se aloj(3 en la Peña Pobre, ni sé si ocho años ó ocho meses-,
que no estoy muy ]>ien en la cuenta ; basta que él estuvo allí ha-
ciendo penitencia por no sé qué sinsabor que le hizo la señora
Oriana; pero dejemos ya esto, Sancho, y acaba antes que suceda
otra desgracia al jumento como á Rocinante. Aun ahí sería el dia-
blo, dijo Sancho; y despidiendo treinta ayes y sesenta suspiros, y
ciento y veinte pestes y reniegos de quien allí le había traído, se
levantó, quedándose agobiado en la mitad del camino como arco
turquesco, sin poder acabar de enderezarse; y con todo este tra-
bajo aparejó su asno, que también había andado algo distraído cor-
la demasiada libertad de aquel día : levantó luego á Rocinante, el
cual si tuviera lengua con qué quejarse, á buen seguro que Sancho
ni su amo no le fueran en zaga. En resolución, Sancho acomodó á
D. Quijote sobre el asno, y puso de reata á Rocinante, y llevando
al asno del cabestro, se encaminó poco más ó menos (a) hacia donde
le pareció que podía estar el camino real; y la suerte que sus cosas
de bien en mejor iba guiando'', aun no hubo andado una pequeña
1. Cervantes, al escribir eslo, aludía según se observó anteriormente. De la
sin duda á las heridas que había reci- aventura de la Peña Pobre se hablará
hido en la batalla naval de Lepanto, y con extensión en adelante al capí-
de que se preció con mucha razón en tule {{i) XXV.
el prólogo de la segunda parte del 3. Mejor estuviera de mal en bien,
Quijote. porque lo que había precedido era
2. Nadaexpresa la historia de Amadís malo. Igualmente estaría más natural
del tiempo que duró su penitencia en la el orden de las palabras así : y aun no
Peña Pobre; pero D. Quijote, como huboandadounapequeñaler/ua, o/ando
loco, lo confunde todo y habla de los la suerte, que sus cosas de bien en me-
sucesos caballerescos desfigurándolos, jor iba guiando, le depuró el camino.
('/) Poco más 6 menos. — En algunas cdi- i/f) Al capitulo. — Para quien tan minu-
ciones primitivas y otras modernas, como la ciosamente espurga el estilo de Cervantes,
de Cortejón, se lee : poco más á menos. no es muv elegante ni propio este régimen.
(M. de T.) ■ lAI- de T.)
232 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
legua, cuando le deparó el camino, en el cual descubrió una venia,
que á pesar suyo y gusto de D. Quijote había de ser castillo. Por-
fiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo, y tanto
duró la porfía, que tuvieron lugar sin acabarla de llegar á ella*, en
la cual Sancho se entró sin más averiguación con toda su recua.
1. Acabarla es la porfía : ella es la la porfía, que sin acabarla tuvieron
venta. Cesaría la obscuridad diciéndose : lur/ar de llegar tí la venta, en la cual
Porfiaba Sandio que era venta, y su Sancho se entró sin más averiguación,
amo que no, sino castillo, y tanto duró
CAPITULO XVI
DE LO QUE LE SUCEDIÓ AL INGENIOSO HIDALGO EN LA VENTA
QUE ÉL IMAGINABA SER CASTILLO
El ventero, que vio á D. Quijote atravesado en el asno, preguntó á
Sancho qué mal traía. Sancho le respondió que noera nada, sino que
había dado una caída de una peña abajo, y que venía algo brumadas
las costillas. Tenía el ventero por mujer á una no de la condición que
suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era cari-
tativa y se dolía de las calamidades de sus prójimos; y asi acudió
luego á curar á D. Quijote, y hizo que una hija suya doncella, mu-
chacha y de muy buen parecer, la ayudase á curar á su huésped.
Servía en la venta asimismo una moza asturiana, ancha de cara,
llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy
sana : verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas:
no tenía siete palmos de los pies á la cabeza, y las espaldas, que
algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que
ella quisiera. Esta gentil moza, pues, ayudó á la doncella, y las
dos hicieron una muy mala cama á D. Quijote en un camaranchón,
que en otros tiempos daba manifiestos indicios que había servido
de pajar muchos años\ en el cual también alojaba un arriero que
tenía su cama hecha un poco más allá de la de nuestro D. Quijote,
y aunque era de las enjalmas y mantas de sus machos, hacía mucha
ventaja á la de D. Quijote, que sólo contenía cuatro mal lisas tablas
sobre dos no muy iguales bancos, y un colchón que en lo sutil pa-
recía colcha, lleno de bodoques, que á no mostrar que eran de lana
por algunas roturas, al tienlo en la dureza semejaban de guijarro,
y dos sábanas hechas de cuero de adarga 2, y una frazada cuyos
1. Sobra una de las dos cosas: si 2. No puede ponderarse más la tos-
queda en o//'o.»h>m;jos, debe suprimirse quedad de las sábanas ; puesto que las"^
muchos años. Para el completo régimen adargas se hacían de las pieles más ás-
de la oración falta la partícula de des- peras y broncas, como de búfalos y
pues de indicios : daba manifiestos indi- otros animales semejantes.
cios de que había servido de pajar mu-
chos años.
234 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo ' de la cuenta.
En esta maldita cama se acostó D. Quijote; y luep^ola ventera y su
hija le emplastariju do arriba abajo, alumbrándoles Maritornes"'',
que así se llamaba la asturiana; y como al bizmalle viese la ventera
tan acardenalado á partes á D. Quijote, dijo que aquello más pa-
recían golpes que caída. No fueron golpes, dijo Sancho, sino que
la peña tenía muchos picos y tropezones, y que cada uno había
hecho su cardenal, y también le dijo: Haga vuestra merced, señora,
de manera que queden algunas estopas, que no fallará quien las
haya menester, que también me duelen á mí un poco los lomos.
¿Desa manera, respondió la ventera, también debistes vos de
caer? No caí, dijo Sancho Panza, sino que del sobresalto que
tomé de ver caer á mi amo, de tal manera me duele el cuerpo,
que me parece que me han dado mil palos. Bien podría ser
eso, dijo la doncella, que á mí me ha acontecido muchas ve-
ces soñar que caía de una torre abajo, y que nunca acababa
de llegar al suelo, y cuando despertaba del sueño, hallarme
tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera
caído. Ahí está el toque, señora, respondió Sancho Panza, que
yo sin soñar nada, sino estando más despidió que ahora estoy,
me hallo con pocos menos cardenales que mi señor D. Quijote.
¿Cómo se llama este caballero?, preguntó la asturiana Maritornes.
D. Quijote de la Mancha, respondió Sancho Panza, y es caba-
llero aventurero, y de los mejores y más fuertes que de luengos
4. Noestíibien la gramática («). Puede
creerse que el original diría: una fra-
zada, de cuyos liilos, si se quisieran
contar, no se perdiera uno solo en la
cuenta.
2. Tanto Bowlecomo Pellicer quieren
dar origen francés ¡i este nombre ; pero
no tienen razún, cuando es lan ciara la
furmuciún caslcilana de Maritornes,
como la de Marir/utiérrez y Marisancka.
que también se liallan en el Quuotk, y
se forman del nombre de María sinco-
pado y reunido ai apellido ú otro nombre,
segi'm se ve también en Maricruz, Ma-
riniorenay variosnombi'cs semejantes,
propios del estilo familiar. Lu mismo
sucedió antiguamente en Castilla con
otros nombres, como Garcisúnchez,
(a) GramiHien. — Es de notar la pesadez
con que incurre Cleniencín en la incorrec-
ción de llamar gramática á la construcción.
(M. de T.)
Ruipérez, Peransúrez, Peñáaez, Pedra-
rias : estos y otros muchos ejemplos son
prueba de que no debe buscarse fuera
de casa la etimología de Maritornes.
Cervantes piuló á .Maritornes (pj llana
de co/yo/e, conforme á ¡a opinión común
de su tiempo, que expresó tuuíbién Go-
varrubias en su Tesoro de la lengua
castellana. Descogotados son, dice (a),
los que no tienen cogote, cómalos astu-
rianos. Después acá deben haberlo re-
cobrado, porque ahora lo tienen ni más
ni menos como los demás espeuQoIes y
como los demás hombrea.
(a) Articulo Cocote.
(.a) Jtfarilornes. — Esta palalira ha en-
trado a formar parte del caudal de nuestra
lentrua. como lazarillo, cflettma y otras, no
en calidad de adjetivo, sffiún dice un cri-
tico müderoo.siDO como substantivo común.
(M. de T.)
PniMKRA PAUTE. — CAPÍTULO XVI 235
tiempos acá se lian vislu en ol muiihIo. ¿Qué es cnl^nllero aventu-
rero?, replicó la moza. ¿Van nu<'va sois en el muncJo (¡ue no lo
sabt'is vos? ivspondió Sancho Pan/.u; pues sabed ' heiinana mía,
(|ue caliallero aventurero es una cosa que en dos [)alahras- se ve
apaleado y Emperador: hoy está la más desdichada criatura del
mundo y la más menesterosa, y mañana tendrá dos ó tres coronas
de reinos que dar á su escudero. ;. Pues cómo vos, siéndolo deste
tan buen señor, dijo la ventera, no leñéis á lo que parece sicjuiera
algún condado? Aun es temprano, respondió Sancho, porque no
ha sino un mes ^ que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora
no hemos topado con ninguna que lo sea, y tal vez hay que se busca
una cosa y se halla otra : verdad es, que si mi señor D. Quijote
1. Es para reiv el modo de que hahla
ya Sancho y el U'astorno que en su
caletre había producido el contagio de
la manía cal)allci'esca. Así lo echaron de
ver también el Cura y el Barbero, como
se contará en el ca[)itnlu XXVI, cuando
encontraron á Sancho que iba desde
Sierra Morena á llevar la embajada de
D. Quijote paia Dulcinea, y al oir sus
sandeces y dosynvioíiseachidrai'on.con-
siderando cnñn vehemente hnbin ¡tido fn
locura de D. Quijote, pues halna He-
lgado tras si el juicio de aquel pol)re
hombre.
2. Pellicer corrígió dos paletas [a) en
vez de dos palabras, y cita otros pasajes
{'/.) Paletas. — Esta interfiretación de : en
dos paletas, ha sido comltatida por el Sr.
Maínez y otros cervantistas. K\ Sr. Corte-
jún,ieiir¡éndoseaIZJicc!onrt/'ío ile Autoridades,
da esta frase como de uso vulfrar y equiva-
lente á en dos palabras, y aduce lüi te.vto de
Polo de Medina. Figúraseme que la frase
en dos paletas está tornada del antiguo y
popular juego de la argolla que hoy ha
vuelto á renacer entre la ciase aristocrática
con el nomt>re extranjero de croquet.
En una de sus letrillas dice Góngora :
De las vidas, hacea
Cabes de á paleta.
Y Montalván. dice por otra parte, en la
comedia : Cumplir con su obligación.
El cabe eslá de á patela
i Tírale ! ; cuerpo ae Dios !
Esto nos explica fácilmente oí sentido de :
en dos paletas.
Á esto hay que agregar que nuestra len-
gua posee un riquisinio arsenal de frases
que expresan la misrna idea. Me contentaré
con citar las siguientes :
del QuMorií en que la expi'esión en dos
paletas slünilica brevemente y sin tra-^
bajo. Sin embargo, no me parece ne-
cesaria la ( orrección, y me inclino más
á que se debe con.servar la lección en
dos palabras, como si dijéramos en
poco tiempo, ctial es el que se necesita
para pronunciai' dos palabras. Asi está
usada ia misma expresi.'m en el capí-
tulo XXI do esta primera parte, donde
describieniio D. Quijote los ¡lasos por
donde un caballero llega a ser Key, dice :
Muérese el padre, hereda la Infanta,
queda Hei/ el caballero en dos palabras.
— En orden á disponer los caballeros
de cetros y coronas, y convertir en
Reyes á sus escuderos, no hizo Sancho
substancialmente más que repetir á
M'iritornes lo que había oído á D. Qui-
jote en el capítulo Vil, al salir de la
Argamasilla.
.'{. Eran sólo tres días : pero Sancho
estaba poco menos infatuado que su
amo, y continúa hablando con la exa-
geración que anteriormente se ha no-
tado. Al paso hace de discreto, y juega
con la [lalabra aventura, diciendo :
Andamos buscando aventuras, y hasta
ahora no liemos topado con ninf/una que
lo sea. En el día no llamaríamos aven-
tura, sino ventura, á lo que íuese feli-
cidad; y aun en lo antiguo aventura se
turnaba más bien en mala parte : poner
en aventura alfjunacosaevíiarriesfjarla.^
ponerla en peU'jro.
En un dos por tres; en un periquete; en un
abrir y cerrar de ojos; en menos que canta
un gallo; en un decir amOn; en un vuelo;
en menos que se persigna un cura loco; en un
verbo, etc. (M. de T.)
236 DON QUIJOTE DE L,V MANCHA
sana de esla herida ó caída, y yo no quedo contrecho ^ della, no
trocaría mis esperanzas con el mejor título de España. Todas estas
pláticas estaba escuchando muy atento I). Quijote, y sentándose
en el lecho como pudo, tomando de la mano á la ventera, le dijo :
Creedme, fcrmosa señora, que os podéis llamar venturosa por
haber alojado en este vuestro castillo á mi persona, que es tal, que
si yo no la alabo, es por lo que suele decirse que la alabanza pro-
pia envilece; pero mi escudero os dirá quién soy; sólo os digo
que tendré eternamente escrito en mi memoria el servicio queme
habedes fecho, para agradecéroslo mientras la vida me durare : y
pluguiera (a)á los altos cielos que el amor no me tuviera tan rendido
y tan sujeto á sus leyes y los ojos de aquella hermosa ingrata ^ que
digo entre mis dientes, que los desta l'ermosa doncella fueran se-
ñores de mi libertad. Confusas estaban la ventera y su hija y la
buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que
así las entendían como si hablara en griego, auuíjue bien alcanza-
ron que todas se encaminaban á ofrecimientos y requiebros; y
como no usadas^ á semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse,
y parecíales otro hombre de los que se usaban, y agradeciéndole
con venteriles razones sus ofrecimientos, le dejaron, y la asturiana
Maritornes curó á Sancho, que no menos lo había menester que su
amo. Había el arriero concertado con ella que aquella noche se
refocilarían juntos, y ella le había dado su palabra de que en
estando sosegados los huéspedes y durmiendo sus amos, le iría á
buscar y satisfacerle el gusto en cuanto le mandase. Y cuéntase
desta buena moza que jamás dio semejantes palabras que no las
cumpliese, aunque las diese en un monte y sin testigo alguno,
i. Contrecho lo mismo que contrahe- como se lee en la f.íbula del Grajo y
cho, estropeado : viene del latino con- el Pavo Real, escrita por su liberto
traclus. Maltrecho es voz de origen se- Fedro.
mejante, de 7>7a/e //-ac/iís, latin maca- 2. Así era menester llamará Dulcinea
rrónico (^j de la Edad Media, queeqiii- para imitar el lenguaje de los libros de
valealmaZe muíc/aíusdela de Augusto, caballería, aunque la pobre señora no
pudo ser desagradecida, puesto que
nunca tuvo noticia de la voluntad y
(a) Pluguiera. — Es muy elegante el em- cariño de nuestro hidalgo. — D. Qui-
pleo de este imperfecto de subjuntivo. jot^ eníireido y pomposo con lo que
Pero de todo abusa la ignorancia presu- ^,.ah-,l.n ,le í. ir i su escudero se deia
mida. Recientemente he leído en el prólopo a^aiMUa de (ir .1 su escuaero. se ueja
de un librito impreso en Cataluña, el imper- arrebatar del humor caballeresco, y
fecto compluyuiera, que es un solemne dis- continúa con este discurso, tan imper-
parate. Las formas plegué, plugo, pluguiera, tinente en sí como conforme al estilo
pluguiese y pluguiere, no se h&nusnido nunca ,ie l,is aventuras y al carácter é ideas
en los compueslos de placer. (M. de T.) ¿^ ¡^jj j,abla.
^ Macarrónico. — No corresponde con ..^ IJ^ndn-i ó aveTíidas ñor acottum-
exactitud el calificativo al bajo latín de la , •'i. vsaaas o a^e^aaas por acosium
Edad Media, cuva corrupción dio lugar á bradas es voz común en nuestros
las lenguas romances. (M. de T.) antiguos escritores.
FUIMKKA l'AHTE. CAPlTULíJ XVI
-237
porque presiiinía muy de hid.-ilfía ', y no Icnia por afrenla oslaren
acpud ejercicio deservir <>u la venia; porque d(!c,í;i «día (|U(í des-
gracias y n)alos sucesos la habían traído á aquel estado. Kl duro,
estrecho, apocado y íeinentido lecho de D. Quijote* estaba primero
en mitad de aquel estrellado (a) establo^, y luego junto á él hizo el
suyo Sancho, que sólo contenía una estci'a de enea'' y una manta
(pie antes mostraba ser de angeo tundido"' que de lana. Sucedía á
estos dos lechos el del arriero, fabricado, como se ha dicho, de las
enjalmas (p) y de todo el adorno de los dos mejores mulos que traía,
aunque eran doce, lucios, gordos y famosos, porque era uno de
los ricos arrieros de Arévalo", según lo dice el autor desta historia,
1. Del canicter chancero y satírico de
Cervantes puede creerse que en este
lugar quiso zaiierir la presunción de
hiualguia, tan cumiin en la provincia
de Maritornes y otras confinantes, aun
en personas ocupadas en profesiones y
ejercicios humildes.
2. No puede darse panegírico más
completo y redondo del lecho. Si por
el regalo, duro ; si por lo holgado,
estrecho ; si por la extensión, apocado ;
si por la solidez y firmeza, falso y fe-
mentido(y). Este último epíteto es feliz
y festivísimo : Moratín lo aplicó á una
mesa de posada en el 8/ délas Nirias[a).
— La consonancia de estrecho y
lecho afea algún tanto la expresión.
3. Se indica con estas palabras el
camaranchón que en otros tiempos
había servido de pajar, y por lo rústico
y desaliñado tenía aire de establo, como
de cielo estrellado portas rendijas del
techo, por las cuales penetraba la luz
(a) Acto II, esc. IX.
(«) Estrellado. — El crítico americano
Sr. Úrdaneta combate la interpretación de Pe-
llicer que entendía por estrellado, destechado,
descubierto. AI argumento aducido por Cle-
niencín, añade otro.s en confumación del
sentido que indica el comentador.
(M. deT.)
(?) Enjalmas. — Recuérdese el antiguo
refrán : No hay mejor cama que la de la
enjalma. (M. de T.)
(■;) Fementido. — Sinónimo de falso, trai-
dor; sólo puede aplicarse á cosas inanimadas
en sentido festivo, como aquí. Seguramente
le pareció de perlas á Clemencín, por ha-
berlo usado Moratín en El Si de las niñas,
con menos oportunidad que Cervantes,
pues lo pone en boca de un criado.
(M. de T.)
del día, y acaso podían verse las estre-
llas de la noche.
En la novela de las Dos Doncellas,
escrita jior nuestro Cervantes, se lee de
un caballero que se había acostado ya
tarde : apenas vio estrellado el aposento
con la luz del día, etcétera. Antes
había diclio que el día dio señal de su
venida con la luz que entraba por los
muchos lugares y entradas que tienen
los aposentos de los mesones y ventas.
4. Las esteras de hibierno son gene-
ralmente de esparto ; pero también
suelen hacerse de enea, que es ima
especie de espadaña deque se fabrican
los asientos de las sillas comunes.
5. Angeo erauna tela basta y grosera,
muy ancha, hecha de esto])a de lino, y
llamada así porque se traía de la pro-
vincia de Anjou á España, á semejanza
de otros lienzos y telas que tomaron el
nombre del país donde se fabrican ó
donde se traen, como angulema, cani-
brai, colanza, trué., bretaña y holanda.
La manta de Sancho sin duda era de
lana ; pero estaba tan raída y estaban
tan patentes sus hilos, que parecía de
angeo tundido, esto es, pelado y sin
borra.
6. Por lo que se observa en varias
]iartes del Qumote, no puede dudarse
que Cervantes aludió frecuentemente á
stiresos y costumbres de su era, y que
sus contemporáneos hubieran encon-
trado con facilidad la explicación y la
clave, digámoslo así, de muchos de sus
incidentes, lo que ya es muy difícil ó
imposible. La mención de un arriero
de quien quieren decir que era algo
pariente de Cide Hamete Benengeli
parece que se refiere a lo común que
era la profesión de arriero entre los
^238
bON QUIJOTE hK I A MaNCHÁ
qíie dosle arriero haco particular mención, porque le conocía nnuy
bien, y aun quieren decir que era algo pnricnlc suyo : fuera de
que Cide Hamete Benengeli fué hisloriador muy curioso y muy
puntual en todas las cosas; y échase bien de ver, pues las que
moriscos (le Es]iari;i. Las Coitesdc 1592
representaban á Felipe II que los mo-
riscos se dedicaban con prefereacia á
los ejercicios propios del trajín y
comercio menudo de subsistencias, sin
tratar de adquirir bienes raices ; y pro-
ponían que se les obligase al cultivo
de las tierras y á que sólo vendiesen
sus propios frutos, y cuando más que
so les permitiesen las profesiones de
induslria sedentaria y residencia fija en
los pueblos. Eran los moriscos tan
dados á la arriería, que según el autor
coetáneo de unos DLwursos puliticos
sohiv la prorisión de la corte, que
existen manuscritos en la Biblioteca
Real, y cita Pellicer, !a falta de aii^unos
millares de arrieros que produjo la
expulsión á principios del siglo xvi,
hizo encarecer extraoi\JinariauicQte los
portes. En especial de los moriscos de
Hornachos, pueblo (a' de Exl remadura,
distante cinco leguas de Llerena. cuenta
el Doctor Salazarde .Mendoza, canónigo
de Toledo, ensu libro de Yíí Diq nielad es
de CastUla (Vi), que muchos eraa
arrieros, y así sabían cuanto pasaba en
España y aun fuera, pues tenían co-
rrespoiKÍencia con turcos y moros: y
que veniaa á Toledo por una senda que
llamaban moruna, la cua! iba por
despoblólo las cuarentas iesuas que
hay d.sde Hornachos. Como Cervantes
habla tanto de los juoriscos en el Qui-
jote ; como estuvo tan informado de
las cosas de Toledo, seg'.'in umestra
en muchos lugares de sus obras ; como
fué casado y vecino en Esquivias,
donde serían comunes estas noticias,
que no disminuiría el vulgo, ocurre sin
violencia la sos]>echa de que en este
enisodio de la venta aludió á los mo-
riscos de HornaclK»s, y que si supuso al
(a) Lib. IV, cap. V, par. fi.".
(«) PuMo. — Kn e.sl« pasaje hace jusiicia
el Sv. Ciii(eji'>u á la vasta eriHlición hísiórica
de Clemencin, digno de los niayoves elogios,
si no fuuse por el prurito que "le suele aco-
meter de corregir la plana á Cervantes.
(M. de T.)
suyo de Arévalo, donde no se sabe que
hubiese moriscos, seria por disinmlar
su intención y malicia. EJ autor de las
Dignidades de Casulla afirma que los
habitantes de Hornachos eran todos
moriscos ; y asi debió ser con pocas
excepciones, puesto que según el Censo
español del siglo xvi, dado á luz por
D. Tomás Gi)n'/.ález(a), el pueblo constaba
de mil sesenta y tres vecinos, y los
expulsos del mismo pueblo, según
Salazar de Mendoza, llegaroa á tres
mil. Tratábanse como república aparte :
tenían .sus juntas en una cueva déla
sieiTa, y allí batían moneda. De su
inclinaciíjn al ramo de minería y bene-
ficio de la jdata, hay noticia en la de
las Minas de Guadalcanal, publicada
por el mismo D. Tomís Goní.iiez,
y allí se ve que en' Hornachos solía
fundirse y afinarse el material que se
hurtaba en las minas del Rey: y allí
tanihií'n se hace nicnciim de un K:an-
cisco Blanco, morisco de Hornachos,
que por la f.ima y crédito de su habi-
lidad fue buscado por los ministros
reales, y trajo cuarenta hombres de su
naci'in con los cuales hizo grandes
])!X3gresos en las labores ; siendo de
notar que á ])esar de sus conocimientos
metalúrgicos, se ocupaba en el oficio
de la .arriería antes de ser empleado en
las minas, donde lleffó á ser capataz y
trabaj(') por espacio de veinte años. La
conducta de los moi-i.scos de Hornachos
era tal, que se hizo especial mérito de
ella en los decretos de la exnulsión
general entre los motivos que la oca-
sionaban. Así se ve en el de 9 de Di-
ciembre de t*-j09, donde á consecuencia
de esto manda el rey (jue salgan de
sus dominios los moriscos, sin exceptar
ninguno, que vivan en los reinos de
Granuda y Murcia, Andalucía y la
dicha villa de Hornachos. Todas estas
particularidades reunid.is hacen creíble
que en la relación de los sucesos de la
venta, Cervantes tuvo presentes y
quiso indicar á los arrieros moriscos
del mencionado pueblo.
(o) Pág. 62.
IMUMKRA PAKTE.
CAPITULO xvr
M9
(luoílanrolVi'idns, con ser tan niíniniiis y tan rateras (a), no lasquiso
pasar cu silencio, de doiulc podrán lomar ejemplo los historia-
dores jjiraves, que nos cucnlan las acciones tan corla y sucinla-
menle (pie apenas nos llegan A los labios, dejándose en el tintero,
ya por descuido, por malicia ó ignorancia lo más suslanciai de
la ohi'a. P>ien haya mil veces el autor de Tablnnte de Rícamontc\
y aipiel del otro libro donde se cuentan los hechos del Conde To-
inillas *; y 1 conque puní nulidad lo describen todo ! Dij^o, pues, que
después de haber visitado el arriero á su recua, y dádole el segundo
pienso, se tendió en sus enjalmas, y se dio á esperar á su puntualí-
sima Maritornes. Ya estaba Sancho bizmado y acostado, y aunque
procuraba dormir no lo consentía el dolor de sus costillas, y
D. Quijote, con el dolor de las suyas, tenía los ojos abiertos como
liebre^. Toda la venta estaba en silencio y en toda ella no había
l.Es una historia francesa (p) que se
publicó en castellano con este titulo;
La Coránica <le los notables caballeros
Tabtanle de Ricamonle j/ Jofre, hijo del
Conde Nnsún. Sacadas de las Coránicas
fra7wesas por Felipe Cainús. Este uiisnio
fué el traductor de la historia de Fierres
y Marjalona (y), deque he visto citadas
(ot) Rateras. — ClimKMicíti, siguiendo á
Navarrete, subsliluyó raras, en vez do
rateras, sin aleiulnr al verdadero sentido de
la frase que signKica : cosas mínimas y vul-
gares ó Ínfimas, despi'ociables, es decir lo
contrario de 7-aras. Cervantes conocía á
fondo el vocabiilaiio y sabía emplear las
palabras en su verdadera acepción, cosa que
ño es hoy uiuy común. Así por ejmuplo
Glemencín, en una de sus notas habla del
tamaño del argumento de una epopeya; otro
crítico cervantista mucho más moderno
habla del joijcl de las comparaciones y me-
táforas de Cervantes-, un académico que
pasa por muy castizo, hablaba en una de sus
crónicas periodísticas de plácidos servente-
sios (composiciones quenada suelen tener de
plácidas), etc., etc. (M. de T.)
^3^ Francesa. — Según los más autorizados
críticos, no ha existido nunca en francés
semejante obra, que más bien parece de
origen ]>roveiizal. Laá palabras de Corvantes
son una muy delicada ironía acerca de lo
desaliñado y difuso de la citada Crónica.
(M. de T.)
(y) Mar/alona. — Recuerdo haber com-
prado en mis primeros años á los ciegos
vendedores de romances, la historia de
Pierres de Provenía y la hermosa Magalo:ia,
que con otras muchas del mismo jaez, for-
maban las delicias de los muchachos de mi
época. (Véase lo que digo acerca de esto en
mi libro : Por la cultura y por la rasa.)
(M. de T.l
dos ediciones de los años 1326 y 1533.
La de Tablante hubo de darse á luz
hacia el mismo tiempo.
Tablante de Ricamonte es una sola per-
sona, y no dos, como indica la pun-
tuación de algunas ediciones. En el
Homancero general de Pedro de Flores (a)
se nombra á Tablante entre los galanes
de quienes deben guardarse las damas.
No habiendo visto el libro, no puedo
juzgar si tuvieron razi'm en lo que dije-
ron, tanto el autor del romance como
el del Quijote.
2. Tampoco he visto este libro. En el
romance antiguo del Conde Grimaltos
y su hijo Montesinos, que empieza :
Cata Francia, Montesinos,
cuenta Grimaltos que el Rey le mandó
desterrar por la lengua maldiciente de
Tomillas; y á consecuencia el hijo pide
permiso al padre para pasar á París á
ganar sueldo del Rey, si ijuiere diír-
selo,
por vengarse de Tomillas,
su enemigo mortal.
En otros parajes de los romances de
Montesinos se habla de D. Tomillas, y
siempre como de un malvado.
3. Si esta expresión alude, como
parece, á la opinión de que las liebres
duermen con los ojos abiertos, no
viene muy al caso, pues D. Quijote no
dormía, y nada tiene de pai'ticular estar
(a) Impreso en Madrid, año 1614
240
DON yüIJOTE DE LA MA.NlillA
olra luz que la quedaba una lámpara que colgada en medio del
portal ardía. Esta maravillosa quietud y los pensamientos que
siempre nuestro caballero traía de los sucesos que á cada paso se
cuentan en los libros autores de su desgracia, le trujo á la imagina-
ción * una de las extrañas locuras que buenamenle imaginarse pue-
den; y fué (jue él se imaginó haber llegado á un famoso castillo^
(que como se ha dicho, castillos eraná su parecer todas las ventas
donde alojaba], y que la hija del ventero lo era del señor del cas-
tillo, la cual, vencida de su gentileza, se había enamorado del, y
prometido que aquella noche á furto de sus padres vendría^ á yacer
con él una buena pieza : y teniendo toda esta quimera que él se
había fabricado por firme y valedera, se comenzó á acuitar y á pen-
sar en el peligroso trance en que su honestidad se había de ver, y
propuso en su corazón de no cometer alevosía á su señora Dulci-
nea del Toboso, aunque la misma Reina Ginebra, con su dueña
Quintañona ' se le pusiesen delante. Pensando, pues, en estos dis-
parates, se llegó el tiempo y la hora (que para él fué menguada)"'
con los ojos abiertos cuando no se
duerme.
Que las liebres duermen con los ojos
abiertos lo notaron ya los antiguos, y
de ello habló Plinio : palenlibusXocnVis)
dormiunt lepares^ dijo en el libro li,
capítulo XXXVII. La causa es que los
párpados üe las liebres son pequeños,
y no les alcanzan á cubrir del todo los
ojos. Los cazadores observan frecuen-
temente que estos animalejos, estando
quietos en sus camas con los ojos
abiertos, no dan muestras de ver, ni
huj'en del peligro que tienen delante;
lo que arguye que ei^VÁn durmiendo.
1. Trujo por Lrujeron. Debió decirse :
£.s/a murarillosa quietud^ y los pensa-
mientos qxie siempre nuestro caballero
traía... le trujeron d la imaginación
una de las extrañas locuras, etc. —
Nótase además la repetición del mismo
verbo traía y trujo.
2. La imaginación que se describe
de D. Quijote parece cosa hecha á la
mano para preparar la aventura que
sigue : y sin duda hubiera sido mejor
aguardar a que Maritornes tropezase en
la obscuridad con D. Quijote, para
fingir que á éste le había ocurrido en
aquel instante la máquina de disparates
y extrañas locuras que aquí se cuenta.
De esta suerte qucdoba m;is natural y
ocasionada la invencii'in, la cual, según
está, parece prematura y oficiosa.
3. Vencida de su gentileza y enamo-
rada de él todo viene á ser uno, y así,
sobra la mitad de la expresión, que
nada añaile á la otra mitad.
Hay otro defecto en el régimen del
período, porque decimos bien se habia
enamorado, pero no se había prometido,
comoe.xpresa el texto, haciendo común
el verbo auxiliar se habia d enamorado
y yiromelido (a).
4. Las ediciones primitivas pusieron
con su dama Quintañona : error evi-
dente de la imprenta, no siMo porque
en otros parajes del Quijote se dice la
dueña Qui?ilaño7ia, s\no íainhién porque
Quintañona no podía llamarse ni ser
dama, de Ginebra. Damas lo eran de los
caballeros, dueñas y doncellas de las
reinas y princesas : dueñas, si eran
mujeres de madura edad ó viudas,
como Quintañona y Doña Hodríguez ;
doncel/as. si eran jóvenes y no casadas,
como Mabilia y Altisidora. Pellicer fué
el autor de esta juiciosa corrección, que
adoptó después la .Vcademia Española.
o. Las horas cousideradas como la
duodécima parte del día ó de la noche,
según las consideraban los antiguos,
son cortas ó menguadas en los días de
(',.\ Prometido. — Parece excesiva la ni
mi. ilafl de esle reparo. Bien claro <•(• ve que
Cervantes sobreentendió, por silepsi.s, se
txabia, antes áeprometido. (M. de T.)
PniMERA PARTE. — CAPÍTULO XVI 241
(Je la venida de la asturiana, la cual en camisa y descalza, cogidos
los cabellos en una alhancii^a de fuslán\ con t/icilos y alentados
pasos ^ entro en el a|)os(ínto donde los tres alojaban, en busca del
arriero; poro apenas llegó á la puerta cuando D. Quijote la sintió,
y sentándose en la cama á pesar de sus bizmas y con dolor de sus
costillas, lendió los brazos para recebir á su iermosa doncella la
asturiana, que toda recogida y callando iba con las manos dídante
buscandíj á su (juerido. Topó con los brazos de ÍJ. Quijote, el cual
la asió ruertemcnledc una muñeca, y tirándolahaciasí, sin que ella
osase hablar j)alal)ra^, la hizo sentar sobre la cama : tentóle luego
la camisa, y aunque ella era de arpillera, á él le pareció ser de finí-
simo y delgado cendal. Traía en las muñecas unas cuentas de
vidrio, pero á él le dieron vislumbres de preciosas perlas orien-
tales : los cabellos, que en alguna manera tiraban á crines, él los
marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al
del mismo sol escurecía ', y el aliento, que sin duda alguna olía á
invierno y en las noches de verano.
Aquí y en el uso común liora menguada
es lü mismo que infeliz ó desgraciada :
el fundamento de esto se tomnría de la
vana creencia que miraba las horas
cortas como infaustas. Haciendo burla
de ello D. Francisco de Quevedo en el
Libro de todas las cosas y airas muchas
más, uno de sus opúsculos sueltos,
dijo : Días aciagos y horas menguadas
son iodos aquellos y aquellas en que
topan el delincuente al alguacil, el
deudor al acreedor, el tahúr al fullero.
el principe al adulador, y el mozo rico
á la ramera astuta.
i. Albanega (ai, palabra de origen
árabe, es cotia ó red para coger el pelo,
que también solía decirse .9a?-/;í«, y ahora
llamamos redecilla. Paréceme que Cer-
vantes en este pasaje tuvo intención de
hacer un remedo burlesco {parodia
dirán algunos) del paso de la infanta
Beladina con Floriseo, denominado el
Caballero del Salvaje, en ei castillo del
Deporte. Píntase en aquella ocasión á
Beladina en camisa, encima solamente
una aljuba de púrpura forraila de armi-
ños, y en la cabeza una red de oro
guarnecida de piedras preciosas que
resplandecían, y por la cual se mostra-
('/) Albanega. — Fué palabra muy usada
en tiempo de Cervantes, según lo prueba ei
refrán : El ajuar de la tinosa toilo aibanegas
y tocas. (.M. deX!)
han sus muy famosos cabellos. En este
traje se llegó á la puerta de la cámara
donde dormía Floriseo, y de esta aven-
tura nació Horambel de Lucea.
2. Alentados, adjetivo poco conocido
y quizá nuevo, pero hermoso y digno
de aumentar el candad de la lengua
castellana.
3. Estando Florambel malamente
preso en el castillo de Darestes, recibía
por la noche el alimento de una mano
desconocida ; y queriendo saber quién
era, luego que fué de noche se puso
arrimado á las rejas allí cerca donde
le solían poner el comer, y sin facer
ningún ruido, estuvo muy bien quedo
fasta que era ya bien cerca de la media
noche, que la fermosa dueña Feliciana
vino, como lo acostumbraba facer las
otras noches; y aunque venía muy paso,
como Florambel estaba con tanta aten-
ción, no pudo ella tan paso llegar que no
fuese sentida. Y el Caballero Lamen-
table, cuando sintió que ponían aquellas
cosas por entre las rejas... echó las
manos... y topó con la mano de la
dueña y túvola muy recio. Y Feliciana,
con el gran pavor que ovo, le tomó tan
gran desmayo, que no tuvo valor para
fablar (a).
4. Mal podía haber sol á media noche.
No es inverosímil que el escurecía, si
así se hallaba en el manuscrito original,
(a) Florambel, lib. IV, cap. VI.
16
242 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
ensalada' fiambre y trasnochada, áél le pareció que arrojaba de su
boca un olor suave y aromático; y, finalmente, él la pintó en su
imaginación de la misma traza y modo que lo había leído en sus
libros de la otra Princesa que vino á ver al malferido caballero,
vencida de sus amores^, con todos los adornos que aquí van pues-
tos. Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto ni el
aliento ni otras cosas que traía en sí la buena doncella, no le des-
engañaban^, las cuales pudieran hacer vomitar á otro que no
fuera arriero ; antes le parecía que tenía entre sus brazos á la
Diosa de la hermosura : y teniéndola bien asida, con voz amorosa
y baja le comenzó á decir: Quisiera hallarme en términos^, fer-
mosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como laque con
fuese abrevialiira por escureciera. Don
Quijote niai'Cú los cabellos de Maritornes
por hebras de lucidísimo oro de Arahia,
acordándose probablemente de las
expresiones de Calixto, que en el acto 1
de la Celestina describe la hermosura
de Melibea, y dice : Comienzo por los
cabellos. ¿ Ves tú las madejas del oro
delgado que hilan en Arabia'.' Más lin-
dos son, y no resplandecen menos.
1. Lo de ensalada fiambre y trasno-
chada recuerda el ius heslernum de la
casa de Taide en e\ Eunuco Ae Terencio.
En la parte restante de la expresión se
dice que el aliento arrojaba ile su boca
un olor suave, pero el aliento no tiene
boca. Quedarla mejor el pasaje borrando
las palabras de su boca.
2. Estas palabras arguyen que se
alude aquí á algún pasaje de los libros
caballerescos, sea el de Floriseo y la
Infanta Beladina, citada anteriormente,
sea el de la Infanta Espinela, amante
de Leandro el Bel, por otro nombre el
Caballero de Cupido (a), sea el de la
Doncella del Castillo, qué estando Ama-
dis de Grecia en la cama fué á buscarle
en camisa (6), sea otro de los de esta
clase que se encuentran en los libros
caballerescos. — En el vencido de sus
amores, como se lia leído basta abora,
habla evidentemente errata : debe ser
vencida, como es claro por el contexto :
la persona que da muestras y pruebas
de estar vencida de amores es la que
busca, no la buscada. Consiguiente-
mente á esto, y recordándose el presente
pasaje en el capítulo XLlll, se dice que
(a) Caballero de la Cniz, lili. II. — (6)
D. h'lorisel, parte III, cap. XLIl.
D. Quijote, llamado desde el agujero
del pajar por la hija de la ventera, se
figuró que otra vez como la pasada la
doncella fermosa, hija de la señora de
aquel castillo, vencida de su amor,
tornaba ó. solicitarle.
3. Falta un ni y sobra el no. Que ni
el tacto, debió decirse, ni el aliento ni
otras cosas le desengañaban.
4. No faltan en los libros de caballe-
rías ejemplos de resistencia á la seduc-
ción de los atractivos y caricias feme-
niles. Tristán de Leonís desecha en la
corte de Faramundo los halagos de la
Infanta lielinda, la cual, despechada
como la gitana de Putifar, le calumnia;
pero á poco lo confiesa todo á su padre
Faramundo, y se quita la vida. .Vmadís
de Gaula en ocasiones semejantes fué
ejemplo de lealtad á su señora Oriana,
y por esto concluyó felizmente la aven-
tura de la Verde Espada (a), y la del Arco
Encantado de los leales amadores (6).
La situación y las expresiones de
D. Quijote recuerdan las de D. Belianis
de Grecia, cuando estando en su lecho,
f tasada ya la media noche, fué á mani-
estarle su amorosa pasi(>n la I inda Prin-
cesa Imperia : No queráis, contestó
Belianis, saber otra cosa más de que es
señora de mi corazón una Princesa,
por quien no pequeños tormentos mi
corazón padece... por donde vos testifico
que no sólo no soy parte para os poder
dar algún remedio, jiero aun de todo
punto no soy señor de cosa que posea,
teniéndolo todo ¿ornado y secrestado el
temeroso Cupido {c).
la) Amadis de Gaula, cap. LXVII. — (6) Ib.,
cap.CVXV.— (c) Belianis, lib. III, cap. XXIV,
PRIMERA PARTE. — CAPÍTULO XVI 243
la vista (lo vuestra gran fermosura ' me hnhedos fcclio; pero ha
(|ii(MÍ(I() la forluna, (¡no no se cansa de perse^-iiir ;í los buenos, po-
nerme en este lecho, donde yago (a) tan molido y quebrantado, que
aunque de mi voluntad quisiera satisfacer á la vuestra, fuera impo-
sibhí ; y más que se añade A esta imposibilidad otra mayor, que es
la prometida fe que tengo d;ida - A la sin |)ar Dulcinea del Toboso,
única señora de mis más escondidos pensamientos; que si esto no
hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero que dejara
pasar en blanco la venturosa ocasión en que vuestra gran bondad
me ha puesto. Maritornes estaba congojadísima y trasudando de
verse tan asida de D. Quijote, y sin entender ni estar atenta á las
razones'' que le decía, procuraba sin hablar palabra desasirse.
El bueno del arriero, á (}uien tenían despierto sus malos deseos,
desde el punto que entró su coima ^ por la puerta la sintió, y estuvo
atentamente escuchando-'* todo lo que D. Quijote decía, y celoso
de que la asturiana le hubiese faltado á la palabra por otro, se fué
llegando mí'is al lecho de D. Quijote, y estúvose quedo hasta ver
en qué paraban aquellas razones que él no podía entender; pero
como vio que la mozaforcejabapor desasirse, y Ü. Quijote trabajaba
por tenerla, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto,
y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del
enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre, y no con-
tento con esto, se le subió encima de las costillas, y con los pies
más que de trole se las paseó todas de cabo á cabo. El lecho, que
era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo
1. Estaban á oscuras, según resulta glifjencia (p) con que Cervantes escribía,
de toda la precedente relación; ni en pudiera creerse, sin repugnancia, que
toda la venta había otra luz que la que le ocurrió poner lo segundo después de
daba una lámpara que ardía colgada en escrito lo primero, y luego se le olvidó
medio del portal, como antes se ha borrarlo.
dicho. Pero im loco ve cuanto quiere, 4. Voz de la picaresca, mujer mun-
aunque sea á oscuras. daña, concubina; forte ú coitu{Y¡.
■2. Verso endecasílabo. — Prometida .5. En las ediciones anteriores este
y dada son palabras que aquí significan pasaje no hacia sentido, porque faltaba
lo mismo : sobra la una. la conjunción y, que hubo de omitir el
3. Cambia el régimen, que debiera impresor,
ser común, de los verbos, defecto que
evitan los que escriben correctamente :
sin entender las razones, ó sin estar (?) Según era la negligencia. — Y ¡ dale
atenta á las razones, es lo que sólo con la negügonciade Cervantes! Este ligero
,-. -v,- c „.-,„ ^..„ I descuido, común hasta en buenos escritores,
correspondió escribirse. Según era lañe- ^^ revela negligencia. Si Cervantes hubiera
podido volver á leer y corregir reposada-
(w.) Yago. —El Sr.Oortejón aduce, en este mente su obra, seguramente liubieran des-
pasaje, multitud do citas acerca del empleo aparecido éste y otros lunares análogos,
de yar-T ; fiero olvida los conocidos refinnes: (M. de T.)
Dw.niiK, Juan, y pace, qvp. tu amo yace ; En (■/) Coima. — INo viene del latín coilu. como
arca de avarienlu el diaOlo yace dentro. (upone Clemtíiicin, sino del árabe coinu:.
(M. de T.) (M. de T.)
244
DON QUIJOTE DE LA. MANCHA
sufrir la añ;ulidnr<n dol an-ioro, ílió consip^o oii el suelo, ácnyo gran
ruido despertó el venlero, y hieí^o iina|^inó que debían de ser pen-
dencias de Maritornes, porque iiabiéndola llamado á voces, no res-
pondía. Con esta sospecha se levantó, y encendiendo un candil, se
fué hacia donde había sentido la pelaza '. La moza, viendo que su
amo venía, y que era de condición terrible, loda inedrosica y albo-
rotada, se acogió á la cama de Sancho Panza, que av'm dormía^ y
allí se acurrucó y so hizo un ovillo. El venlero entró diciendo :
;, Adonde estás, pula^? Á buen seguro que son tus cosas éstas. En
esto despertó Sancho, y sintiendo aquel bulto casi encima de si,
pensó que tenía la pesadilla', y comenzó á dar puñadas á una y
otra parte, y entre otras alcanzó con no sé cuántas á Maritornes,
la cual, sentida del dolor, echando á rodar la honestidad, dio el
retorno á Sancho con tantas, f(ue á su ílespecho le quitó el sueño;
i. Por rjuimrra ó riña. Luis Vélez de
Guovai'a en su Diablo cojuelo 'Oj da
este mimbre de pcUiza .i l;i iiuiíiiera que
en una venta de Sien-a .Morena hubo
con una compañía de representantes y
un alfíuacil que los conducía á la corte.
Puede traer su origen de pelear, como
lo [rae pelamesa, ([ue significa riña en
que los combatientes se mesan y arran-
can el pelo ; dicese con ])articularidad
de la riña en que intervienen mujeres.
2. Hay contradicción con lo que an-
tecede, porque se había dicho que
aunqtte Hancho procuraba clminir, no
lo consentía el dolor de sus coslillas.
3. Expresión sobradamente propia y
natural. Las de esta clase deben evi-
tarse en el discurso de un libro, por la
misma razón que en los cuadros no se
permite pintar ciertas bascosidades, á
pesar de (jue estnn en la naturaleza. A
no ser que se diga en abono de Cer-
vantes, que intentó remedar y de esta
suerte criticar algunos pasajes de los
libros caballerescos donde se incurre
en este defecto, como cuando decía
Arcalaus (6) que se f/uarde (Amadis)
bien de mi, que yo espero presto ven-
garme del. aunque tenga en su ayuda
aquella mala puta (aj Urganda la Des-
conocida.
(a) Tranco
cap. CXXX.
— (6) Amadís de Gaula,
(a'i Puta. — El Sr. Cortejón aduce nume-
rosos ejemplos del empleo de esta palabra,
4. Pesadilla, un humor melancólico
que aprieta el corazón con algún sueño
horrible, como que se carga encima un
negro, o caemos en los cuernos de un
toro. Así define esta voz Covarrubias
en su Tesoro de la lengua castellana.
Otras veces se decía lapesada, como
en la relacii'm del sueño que media
entre la primera y segunda parte de
Amadís de Grecia, donde se lee : tan
de recio me apretó, que parecía to-
marme la pesada que muchas veces en
sueños suele venir. Juan de .Mena en la
primera copla de las veinticuatro que
añadió á las Trescientas, dijo ;
Como adormido con la pesada.
Y el Comendador Griego, explicando
este verso, expresa que, segi'mAvicena.
la pesada es una dolencia en la cual
siente el hombre al tiempo del sueño
cuasi una gran fantasma que le cae
encima y que le aprieta y le angustia el
espíritu... Los populares piensan que es
alguna vieja que oprime el cuerpo
cuando duerme el hombre. Esta vulga-
ridad viene ya del tiempo de los ro-
manos.
tanto en la forma femenina como en la m.is-
culina; pero no menciona el Diccionario de
la Academia que la cita en los siguientes
refrani'í : Ayer puta» y hoy comadres ; J'uta
la miidre. puta la hija, puta la manta que
las cobija ; Ni fie malva buen vencejo, ni de
estiércol buen olor, ni de moto buen contejo,
ni de puta buen amor. (M. de T.)
•niMiínA PAHTt:. — cai'Ítuf.o xvi
24o
ol cual, viéndosií tratar' do aquella manera y sin saber de quién,
nl/áud<)S(5 corno ¡ludü, se abrazó eon Marilornes, y «•oinen/.arou
tMilr(í los dos la más rofiida y L^raciosa escaramuza del mundo.
Viendo, |)ues, el arriero á la luudjrcr del candil^ del ventero
cuíd andaba su dama, (bíjando á 1). Ouijole acudió á dalle el
socorro necesario : lo mismo hizo el ventero^, [)ero con inten-
ción diferente, ponjue fué á castigar á la moza, creyendo sin
duda que ella sola era la ocasión de toda aquella armonía ^
Y así como suele decirse el gato al rato, el ralo á la cuerda, la
cuerda id palo, daba el arriero á Sancho-', Sancho á la moza, la
moza á él, el ventero á la moza, y todos menudeaban con tanta
priesa, que no se daban punto de reposo : y fué lo bueno que al
ventero se le apagó el candil, y como quedaron á escuras, dábanse
tan sin compasión todos á bullo, que á do quiera que ponían la
mano no dejaban cosa sana. Alojaba acaso aquella noche en la
venta un cuadrillero de los que llaman de la santa Hermandad
vieja de Toledo'', el cual, oyendo asimismo el extraño estruendo
de la pelea, asió de su media vara y de la caja de lata de sus títu-
1. Repetición incorrecta del relativo
cual la), especie de uvillojo que hace
lánguido y arrastrado el períi)do, y de
i[ue hay algunos otros ejemplos en el
Quijote.
2. Con más propiedad se diría d la
luz del candil. Luz y lumbre '^) nos on
sinónimos : lumbre es la causa, luz el
efecto ; lumbre es el fuego, luz la clari-
dad; la lumbre quema, la luz alum-
bra. Puede haber mucha luz y poca
lumbre, y al revés, mucha lumbre y
poca luz.
3. No, sino todo lo contrario (y). El
(a^ El cual. — Püca, como siempre, de
nimio Cleinencín. No hay repetición, pues
antes dijo la cual, hablando de Maritornes.
(M. de T.)
(?) Lumbre. — No os impropio, hablando
del candil, sobre todo en aijuiílla época,
pues eu los clásicos se encuentra á cada paso
lumbre por luz. Aun en nuestros tiempos
ha dicho muy bien un inspirado poeta :
Muerta la lumbre solar
Iba la noche llegando...
de igual modo que antes dijo Ercilla :
Antes dejará el sol de darnos lumbre.
(M. de T.)
(•,-) Lo contrario. — Para el li'clor no preo-
cupado con la manía correctora de Clemen-
anñero acudió á favorecer á Maritornes,
y el ventero á castigarla. Cervantes lo
explica en las palabras que siguen,
pero le estuviera mejor haber corregido
las que preceden : tenía repugnancia á
corregir y limar. Pudiera haberse pues-
to : también acudió el ventero, y con
esto quedaba todo bien.
4. Ironía exagerada y graciosa de la
confusión y trastorno que reinaba en el
camaranchón de la venta.
o. Falta para la claridad y redondez de
la oración la conjunción correlativa así
/a;/í6/e'/i. Convino escribir : 1' asi, como
suele decirse el gato al rato, el ralo
á la cuerda, la cuerda al palo, asitam-
bie'n daba el arriero á Sancho, Sancho
á la moza {o,, etc.
6. Así se llamaba para distinguirse
de la nueva, que fué la que fundaron
los Reyes Católicos á fines del si-
glo XV : la otra existia ya en el xni
con muchas facultades y privilegios.
cín, no hay contradicción sino una silepsis
elegante del verbo acudió. (M. de T.)
(«I Sancho á la moza, etc. — Hasta en este
lia.saje, uno de los más graciosos, vivos y
donosos, que se encuentra citado como mo-
delo en todos los libros de retórica, halla
reparos la desdichada critica de Clemencín.
(M. de T.)
24G
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
los\ y entró á escuras^ en el aposento, diciendo : Ténganse á la
justicia, ténganse á la santa Hermandad: y el primero con quien
topó fué con el apuñeatlo de Ü. (Juijole, que estaba en su derri-
bado lecho tendido boca arriba sin sentido alguno, y echándole á
tiento mano á las barbas, no cesaba de decir : Favor á la justicia ;
pero viendo ({ue ol (pie tenía asido no se bullía ni meneaba, se dio
á entender que estaba muerto, y que los que allí dentro estaban
eran sus matadores, y con esta sospecha reforzó la voz diciendo :
Ciérrese la puerta de la venta, miren no se vaya nadie, que han
muerto aquí á un hombre. Esta voz sobresaltó á todos, y cada cual
dejó la pendencia en el grado que le tomó la voz. Retiróse el ven-
tero á su aposento, el arriero á sus enjalmas, la moza á su rancho;
solos los desventurados D. Quijote y Sancho no se pudieron mover
de donde estaban. Soltó en esto el cuadrillero la barba de D. Qui-
jote^, y salió á buscar luz para buscar y prender los delincuentes;
mas no la halló, porque el ventero, de industria había muerto la
1. Lata es lo mismo que hoja de lata.
Esta materia tan útil y aun tan
necesaria páralos muebles domésticos,
se traía á España en tiempo de Cer-
vantes de Milán y Alemania, y así con-
tinuó hasta el reinado de Felipe V, en
el cual se empezó á fabricar entre
nosotros. Los romeros o peregrinos, y
en general los que caminan á pie, sue-
len llevar sus licencias (x), títulos,
pasaportes y demás papeles en cañones
ó cajas de hoja de lata, donde van
preservados de la humedad y demás
ocasiones de su destrucción.
2. Así se dice por á oscuras en el
estilo familiar, que, bien mirado, en to-
das lenguas, pero singularmente en
castellano, forma un idioma aparte con
distintas frases, distinto gusto y aun
distintas palabras. En las primeras edi-
ciones, hechas en Madrid el año 160.5,
se lee asctiras, que es más familiar to-
davía, y toca ya en bajo.
3. Por esta relación se ve que D. Qui-
jote traía barbas, como se traían co-
múnmente en vida de Cervantes, y con
ellas debiera habérsele representado en
las estampas que se han grabado para di-
ferentes ediciones. — Entre los antiguos
hubo variedad acerca de la barba.
(a) Licencias. — Todavía la.s usan los
soldados cuiiiplidMS que vuelven a su hogar
llevando colgado del cuello el canuto de la
licencia. (M. de T.)
Á los judíos prohibía la ley el raerla (a) ;
por el contrario, los griegos y romanos
se laquitaban, conservándolasólo entre
los primeros algunos filósofos y per-
sonas que afectaban gravedad. Cicerón
habla de las precauciones de Dionisio,
el tirano de Siracusa, para afeitarse (6).
Los romanos usaron barbas al princi-
pio, después las dejaron, y el famoso
Escipión Africano introdujo la cos-
tumbre de afeitarse diariamente (c).
Entre nosotros se traían barbas en la
Edad Media, según se ve por muchos
parajes del poema del Cid, escrito en
el siglo XII, y por los dibujos de códices
del XIII. Mas del poema citado se dedu-
cen que las atusaban y componían sin
dejarlas crecer libremente. En Aragón
se usaba también llevarlas en el si-
glo XIV, puesto que el Rey D. Pedro IV
prohibió las postizas, que se ponían los
atildados y petimetres (í/).En Castilla se
suprimieron por entonces las barbas,
como se ve por los bultos de los sepul-
cros y otros monumentos de aquel siglo
y del siguiente. En el xvi, el Rey de
Francia Francisco 1, para ocultar una
cicatriz que le dejó una quemadura en
el rostro, se dejó crecer la barba. Con
esto las barbas se hicieron de moda ;
dejábanselas crecer los galanes, y las
(a) Levit, cap. XIX. — (6) Cuest. Tuscut.,
lib. V, cap. XX. — (c) Plinio, lib. VII, cap.
LIX. — [d) Ducange, artículo Barba faha.
I'IIIMEHA i'Aini:.
cAimuí.o XVI
247
lámpara cuando se retiró á su estancia, y fuóle forzoso acudir á la
cliiin(Miea, donde con mucho trabajo y tiempo encendió el cua-
drillero ' otro candil.
pcrsoniis serias se afoit¡iJ)nn por gra-
vedad y,|)or no parcccM'se á los pisa-
verdes. A |)rinci|)i()s del reinado de
Carlos Ven Kspaña se inirodiijo la mo-
da de las barbas largas á la tudesca,
cunndo anles andaban rapadas á la ro-
mana, como marslran los relralos del
heii Don Fernando V (a). Por cnlonces
floreció un pinlor Danicnco llamado
Juan de la liarlialonga, porque la tenia
de vara y media de largo; ile él hubo
en el I'aiacio del Pai'do ocho cuíidros
que representaban las campañas del
Emperador en Alemania (6).
Fué costumbi'e general llevar barbas
atusadas en ele resto del siglo xvi y
parte del siguiente, en ({ue se incluye
la época de Cervantes. Muy entrado ya
el siglo xvn, las barbas se redujeron
al bigote y perilla, que duraron hasta
el xviii, y de que han quedado restos
en los bigotes de los soldados y en las
perillas que hasta hace poco se han
llevado en algunas congregaciones
religiosas.
Al mismo tiempo que volvían á
(a) Cabrera, historia de Felipe II, lib. T,
cap. IX. — (6) Argote, discurso sobre el libro
de la Moníeria del Rey Don Alonso.
dejarse crecer las barbas se introdujo
también el cortarse la cabellera, que
antes traían larga los seglares. Carlos V
se la cortó en Barcelona el año de l.'J29
para curarse de los dolores de cabeza
que padecía, y á su imitación so la cor-
taron lambiéu sus cortesanos (a). Los
españoles llevaron cabellera sin barba
hasta Carlos V ; bai'bas sin cabellera
hasta Felipe IV; bigotes y perilla con
cabellera hasla Felipe V. La Europa
actual ha vuelto á los usos griegos y
romanos. Pelo y bai'bas á un tiempo
fueran intolerables, sobre todo en
países y estaciones calientes : ahora
nos va bien sin uno ni otro (a).
1. Sobra cuadrillero, pues de él se
habla sin que quepa equivocación. 1
era quien había salido á buscar luz
para prender á los delincuentes, como
se dice al principio del período, y él y
no otro fué quien tuvo necesid d de
acudir á la chimenea para encenderla.
(a) Sandoval, lib. XVIII, párrafo 1.
(ct) Sin uno ni otro. — Debe decir, sin uno
ni otras, por ri'frrirse á pelo y barbas. ¡ Qué
pronto da cabezadas el maestro 1
(M. de T.)
CAPITULO XVII
DONDE SE PROSIGUEN LOS INNUMERABLES TRABAJOS QUE EL BRAVO
D. QUIJOTE Y SU BUEN ESCUDERO SANCHO PANZA PASARON EN LA
VENTA, QUE POR SU MAL PENSÓ QUE ERA CASTILLO ^
Había ya vuelto en este tiempo de su parasismo D. Quijote, y
con el mismo tono de voz con que el día antes había llamado á
su escudero, cuando estaba tendido en el val de las estacas^, le
1. Está desacordado el lenguaje,
porque lo están lus números délos ver-
bos. Debiera haberse omitido la ora-
ción que por su mal pensó que era cas-
tillo, ó la mención de Sancho, si di-
cha oración se conservaba. Así : Donde
se prosiguen los innujjierahles trabajos
que el bravo D. Quijote y su buen escu-
dero Sancho Panza pasaron en la ven-
ta : ó donde se prosiguen los innume-
rables trabajos que eí bravo D. Quijote
pasó en la venia, que por su mal pensó
que era castillo. '
2. Modo festivo de designar el sitio
donde amo y mozo fueron derribados y
molidos por las estacas de los yan-
güeses. Alúdese en ello al romance
viejo que empezaba :
Por el val de las estacas.
La antigüedad de las canciones po-
pulares da la calidad de proverbiales á
sus expresiones, y asi debió suceder
con las de este romance, uno de los
antiguos de Castilla. El autor de otro
moderno que se incluyó en la quinta
parte de la colección de Pedro de Flores,
censurando la manía, que fué tan co-
mún á fines del siglo xvi y principios
del siguiente, de componer romances
moriscos, decía :
Tanto Azarque y tanto Adulce,
tanto Gazúl y Ábenhamar,
lanío alquicel y marlota...
muera yo, si n"u me cansan.
Renegaron de su ley
los romancistas de España,
y ofreciéronle á Mahoma
las primicias de sus galas.
Dejaron los graves hechos
de su vencedora i>atria,
y mendigan de la ajena
invenciones y patrañas.
Lo» Ordoños, lo» Mermudos,
los Ramiros, los Mudarras,
los Alfonsos, los Euricos,
los Sanchos y lus de Lara,
¿qués dellos? y ¿qué.-; del Cid?
i Tanto olvido en glorias tantas !
Aficiónense lus niños
á cantar proezas altas,
los mancebos á hacellas,
los viejos á aconsejallas.
Buen Conde Fernán González,
Por el val de las estacas,
Nuria Yero, Ñuño Vero,
viejos son, pero no cansan.
De los tres romances viejos que aquí
se citan, el del Conde Fernán González
y el de NuTio Vero están en la colección
publicada en Amberes el año de 1555,
donde se copiaron varios de los anti-
guos romances de Castilla que no se
conservaban escritos, sino únicamente
en la memoria de los que los cantaban.
No se incluyó el del Val de las estacas,
el cual se ha perdido para siempre,
como habrá sucedido á otros. — Algu-
nos de su clase se hallan glosados en
el Cancionero general castellano, loque
da á entender que ya se miraban como
antiguos en el siglo xv.
PRIMERA PARTE. — CAPITULO XVIl 249
comenzó á llamar diciendo : ¿ Sancho amigo, duermes? ¿Duermes,
am¡í»-o Sancho? ¿ Qué teng'o de dormir, pesia á mí?, respondió
Sancho lleno de pesadumbre y de despecho ; que no parece sino
que todos los diablos han andado conmigo esta noche. Puédeslo
creer así sin duda, respondió D. Quijote, porque ó yo sé poco, ó
este castillo es encantado \ porque has de saber... mas esto que
ahora quiero decirte, hasme de jurar que lo tendrás secreto hasta
después de mi muerte. Sí juro, respondió Sancho. Dígolo, replicó
D. Quijote, porque soy enemigo de que se quite la honra á nadie.
Digo que sí juro, tornó á decir Sancho, que lo callaré hasta
después de los días de vuestra merced, y plega á Dios que lo
pueda descubrir mañana. ¿ Tan malas obras te hago, Sancho,
respondió D. Quijote, que me querrías ver muerto con tanta bre-
vedad? No es por eso, respondió Sancho, sino porque soy enemigo
de guardar mucho las cosas, y no querría que se me pudriesen de
guardadas. Sea por lo que fuere, dijo D. Quijote, que más fío de
tu amor y de tu cortesía; y así has de saber que esta noche me ha
sucedido una de las más extrañas aventuras que yo sabré encare-
cer, y por contártela en breve, sabrás que poco ha que á mí vino la
hija del señor de este castillo, que es la más apuesta y fermosa
doncella- que en gran parte de la tierra se puede hallar. ¡ Qué te
podría decir del adorno de su persona ! ¡ Qué de su gallardo enten-
dimiento! ¡ Qué de otras cosas ocultas, que por guardar la fe que
debo á mi señora-' Dulcinea del Toboso, dejaré pasar intactas y en
silencio! Sólo te quiero decir que, envidioso el cielo de tanto bien
1. Los castillos encantados son piezas taba preso con Gradaso, Sacripante y
que juegan con mucha frecuencia en. otras muchas personas (a).
los libros caballerescus . Allí suelen 2. Dictados que se hallan con frecuen-
estar encerrados largos años paladines, cia en los libros de caballerías. La
dueñas y doncellas : llega por fin el Princesa Floriabella, se lee en el libro 1
punto en que se cumplen el tiempo ó de Belianís (6) tomando por la mano á
las condiciones del encierro : se pre- la linda Matarrosa su prima, que una
senta un caballero andante, que por su de las más apuestas y graciosas donce-
denuedo ó por el favor de algún sabio lias era de todo el señorío de su padre,
acaba felizmente la aventura; da un le dijo, etc.
trueno desemejable y espantoso, des- 3. La fe debida á la sin par Dulcinea
aparece el encanto, y quedan libres los del Toboso pedia que no se hiciesen ó
encantados. En el Orlando furioso se dijesen cosas en su perjuicio, pero no
describe el castillo que el mago Atlante que se callasen las hechas en su obse-
había construido con sus artes en el quio, como la de haber despreciado la
Pirineo, y donde encarcelaba caballeros hermosura y gracias de la apuesta y
y doncellas : allí se cuenta ciuno Bra- fermosa doncella Maritornes. Así hu-
damante, con el auxilio del anillo, ven- biera discurrido una persona cuerda,
ció al mago, le obligó á deshacer la pero D. Quijote no lo ei"a.
piedra que contenía los caracteres del
encanto, y desapareció el castillo, que-
dando libre su amante Rugero, que es- (a) Canto 4. — (6) Gap. XLIL
250
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
como la ventura me había puesto en las manos, ó quizá (y esto es
lo más cierto) que como tengo dicho, es encantado este castillo, al
tiempo que yo estaba con ella en dulcísimos y amorosísimos colo-
quios ^ , sin que yo la viese ni supiese por dónde venía, vino una mano
pegada á algún brazo de algún descomunal gigante -, y asentóme una
puñada en las quijadas, tal, que las tengo todas bañadas en sangre;
y después me molió de tal suerte, que estoy peor que ayer cuando
los arrieros por demasías de Rocinante nos hicieron el agravio que
sabes: por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta
doncella le debe de guardaralgún encantado moro, y no debe de ser
para mí. jNi para mí tampoco, respondió Sancho, porque más de
cuatrocientos moros me han aporreado, de manera que el moli-
miento de las estacas fué tortas y pan pintado'. Pero dígame,
señor, ¿ cómo llama á esta buena y rara aventura, habiendo que-
dado della cual quedamos? Aun vuestra merced menos mal, pues
tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho;
pero yo, ¿qué tuve sino los mayores porrazos que pienso recibir
en toda mi vida? ¡ Desdichado de mí y de la madre que me parió,
que ni soy caballero andante ni lo pienso ser jamás, y de todas las
1. Hubiera podido aconsejarse á Cer-
vantes que suprimiese la escena noc-
turna de Maritornes, por razim de las
groseras imágenes que presenta. Pero
los que hayan leído y hojeado mucho
los libros de caballerías, y recuerden
los frecuentes pasajes que describen
lances de esta especie entre los caba-
lleros y las damas, no podrán dejar de
celebrar la ingeniosa burla con que
nuestro autor tiró á ridiculizarlos, sus-
tituyendo á las Princesas una fregona,
á los caballei'os andantes un arriero, á
los reales palacios y jardines el cama-
ranchón de una venta, á antorchas odo-
ríferas el candil del ventero, á las am-
pollas de precioso bálsamo la alcuza, á
los sabios encantadores un cuadrillero,
y su media vara y la caja de sus títu-
los á la varilla y libro fatídico de los
nigromantes.
2. Modo original y gracioso de des-
cribir la tremenda puñada del arriero
que se refirió en el capítulo precedente.
— Hubiera sido más correcto decir al
brazo, por evitarla repetición de algún
brazo de algún.
3. E.xpresión proverbial que se aplica
á los casos en que los males compara-
dos con otros mayores pueden conside-
rarse como bienes, así como las tortas
y pan hecho con adornos y esmero
pueden mirarse como regalos respecto
del pan común y ordinario. Llámase
pintar el pan, imprimir en él antes de
cocerse ciertas figurillas y labores con
molde (a).
Usóse ya desde antiguo en castellano
la metáfora del texto : el Bachiller Fer-
nán Gómez de Cibdad Real (p). médico
de Ü. Juan 11 de Castilla, escribía en el
año de 1434 á un cortesano : el Adelan-
tado Diego de Ribera fizo aprisionar en
Sevilla aUjunas personas, é con buena
guarda los manda al Rey, que los es-
pera, si yo no soy mal zahori, no para
darles tortas y pan pintado {a).
(a) Ep. 61.
(a) Molde. — El molde en cuestión se llama
pintadera, especie de marca que lleva
ciertas labores y figuras en hueco. No hay
necesidad de remontarse á mayores investi-
gaciones, como hacen algunos críticos parí
sacar de quicio una cosa tan sencilU como
el pan pintado, definido en el Üic'ionario
de la Academia. (M-de T.)
(p) Cibdad Heal. — Véase lo dicio acerca
de este fantástico Bachiller, en 'as notas
pag. IX, n- 3 y 10. y pág. 3. (M de T.)
PRIMEHA PAUTE. — GAPÍTUí.O XVII 231
malandanzas me cabe la mayor parle ! ¿Luego también estás túapo-
rrcado?, respondió D. Ouijote. ¿ No le he diclio (pie sí, pese á mi
linaje? dijo Sancho. No leni^^as pena, amigo, dijo D. (Juijole, que
yo haré ahora el bálsamo precioso con que sanaremos en un abrir
y cerrar de ojos. Acabó en esto de encender el candil el cuadri-
llero, y entró á ver el que pensaba que era muerto, y así como le
vio entrar Sancho, viéndole venir en camisa y con su paiio de ca-
beza y candil en la mano, y con una muy mala cara, preguntó á su
amo : Señor, ¿si será este á dicha el moro encantado' que nos
vuelve á castigar, si se dejó algo en el tintero? No puede ser el
moro, respondió D. Quijote, porque los encantados no se dejan
yer de nadie. Si no se dejan ver, déjanse sentir, dijo Sancho : si no,
díganlo mis espaldas. También lo podrían decir las mías, respon-
dió D. Ouijote; pero no es bastante indicio ese para creer que este
que se ve sea el encantado moro. Llegó el cuadrillero, y como los
halló hablando en tan sosegada conversación, quedó suspenso.
Bien es verdad que aun D. Ouijote se estaba boca arriba sin po-
derse menear de puro molido y emplastado. Llegóse á él el cua-
drillero y díjole : Pues ¿cómo va, buen hombre - ? Hablara yo más
bien criado, respondió D. Quijote, si fuera que vos : ¿Usase en
esta tierra hablar desa suerte á los caballeros andantes, majadero?
El cuadrillero, que se vio tratar tan mal de un hombre de tan mal
parecer, no lo pudo sufrir, y alzando el candil con todo su aceite,
dio á D. Quijote con él en la cabeza, de suerte que le dejó muy
bien descalabrado; y como todo quedó á escuras, salióse luego, y
Sancho Panza dijo : Sin duda, señor, que éste es el moro encan-
tado, y debe de guardar el tesoro para otros, y para nosotros sólo
guarda las puñadas y los candilazos. Así es, respondió D. Quijote,
y no hay que hacer caso destas cosas de encantamento, ni hay para
qué tomar cólera y enojo con ellas, que como son invisibles y fan-
tásticas, no hallaremos de quién vengarnos aunque más lo procu-
remos. Levántate, Sancho, si puedes, y llama al alcaide desta for-
taleza, y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y
romero para hacer el salutífero bálsamo, que en verdad que creo
que lo he bien menester ahora, porque se me va mucha sangre de
1. OcurrenciadeSanclio, tan graciosa llero? — Dicha y ventura son sinóni-
como natural en aquellas circunstan- mes, como lo son también desdicha y
cias. — Á dicha es lo mismo que poi' desventura.
ventura, por dicha, según se dice des- 2. Buen hombre, tratamiento que
pues : ¿por dicha, contestaba Sancho á arguye gran superioridad en quien lo
su amo que le enseñaba la alcuza del usa, respecto de aquel á quien lo
santísimo ttálsamo, hásele olvidado á dirige. Parece bondad y es desprecio.
vuestra merced como yo no soy cuba-
252 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
la herida que esta fantasma rae ha dado. Levantóse Sancho con
harto dolor de sus huesos, y fué ú escuras donde estaba el ventero,
y encontrándose con el cuadrillero, que estaba escuchando en qué
paraba su eneniiai'o, le <l¡jo : Señor, quien qiii(M'a (j ue seáis \ haced-
nos merced y beneficio de darnos un poco de rcfinero, aceite, sal y
vino, que es menester para curar uno de los mejores caballeros
andantes que hay en la tierra, el cual yace en aquella cama malfe-
rido por las manos del encantado moro que está en esta venia.
Cuando el cuadrillero tal oyó, túvole por hombre falto de seso; y
porque ya comenzaba á amanecer, abrió la puerta de la venta, y
llamando al ventero, le dijo lo que aquel buen hombre quería. El
ventero le proveyó de cuanto quiso, y Sancho se lo llevó á D. Qui-
jote, que estaba con las manos en la cabeza quejándose del dolor
del candilazo, que no le había hecho más mal que levantarle dos
chichones^ algo crecidos, y lo que él pensaba que era sangre no
era sino sudor que sudaba con la congoja de la pasada tormenta.
En resolución, él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto
mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio ' hasta que le
pareció que estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para
echallo, y como no la hubo en la venta, se resolvió de ponello en
una alcuza ó aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo
grata donación '■; y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta pa-
ter-nostres y otras tantas ave-marías, salves y credos, y á cada
palabra acompañaba una cruz á modo de bendición : á todo lo cual
se hallaron presentes Sancho, el ventero y cuadrillero, que ya el
arriero sosegadamente andaba entendiendo en el beneficio de sus
machos. Hecho esto, quiso él mismo hacer luego la experiencia do
1. Mil sales tiene esta plegaria de más estando tan molido y aporreado
Sancho, que puede sacar la risa del en la cama, aflunde le llevó Sancho los
seno de la misma melancolía. ingredientes. En adelante se echa me-
2. Sin embargo, se había dicho poco nos también el modo con que después
antes que el candilazo dejó á D. Qui- de vomitarse volvió ala cama; trámite
jote muy bien descalabrado, que es algo que se supone al decir que mando que
más qué chichones (a). — Dicese poco le arropasen y le dejasen solo.
después : se resolvió de ponello (el 4. Quien (¡i) se dice ordinariamente
bálsamo) en una alcuza ó aceitera de de las pei'sonas y no de las oseas. Cer-
hoja de lata: ahora diriamos resolvió vantes solía no tener cuenta con esto,
ponello. como sucedió aquí, y poco después.
3. Se echa menos en esta parte de la donde dice : La estera de enea sobre
relaci(3n la del modo con que se levantó quien .^e había vuelto d echar.
D. Quijote á hacer su menjurje, mucho Grata donación. Grata equivale á
agradable; mas en este lugar está por
gratuita ó graciosa.
(a) Aluy bien descalabrado que es algo más
que. chichones. —La gramática, como áiria, el (.3) C'""""- — Kn la é|)Oca de Cervantes no
mismo Clemencín, no es muv elegante. estaba fijado ni mucho menos el uso del
(M. de T.) pronombre quien. (M. de T.)
PRIMEnA PARIR. — CAPÍTULO XVII 253
la viiiiul (le aíiiicl precioso hálsanio (jiic el se ¡mag'inaba, y así se
l)el)i(') (le lo (|ne no pudo caber <mi la alcuza y (pje(lal)a en la olla,
donde se liahía cocido casi m(ídia azundjre, y apenas lo acabó de
beber cuando comenzó á vomitar de manera que no le quedó cosa
en el estómago, y con las ansias y agitación del vómito le dio un
sudor copiosísimo, por lo cual mand(j ({ue le arropasen y le deja-
sen solo. Ilicií'ronlo así y quedóse dormido más d(; tres iioras, al
cabo de las cuales despertó y se sintió aliviadísimo del cuerpo, y
en tal manera mejor de su quebrantamiento, que se tuvo por sano,
y verdaderamente creyó que había acertado con el bálsamo de
K¡(^iabrás, y ([ue con aquel remedio podía acometer desde allí en
adídaule sin temor alguno cualesquiera ruinas, batallas y penden-
cias ', por peligrosas que fuesen. Sancho Panza, que también tuvo
á milagro la mejoría de su amo, le rogó que le diese á ól lo que
quedaba en la olla, que no era poca cantidad. Goncedióselo D. Qui-
jote, y él, tomándola á dos manos, con buena fe y mejor talante se
la echó á pechos, y envasó bien poco menos que su amo. Es^ pues,
el caso, que el estómago del pobre Sancho no debía de ser tan
delicado como el de su amo, y así primero que vomitase le dieron
tantas ansias y bascas con tantos trasudores y desmayos, que él
pensó bien y verdaderamente^ que era llegada su última hora; y
viéndose tan afligido y congojado, maldecía el bálsamo y al ladrón
que se lo había dado. Viéndole así D. Quijote, le dijo : Yo creo,
Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero-*,
porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar á
los que no lo son. Si eso sabía vuestra merced, replicó Sancho,
mal haya yo y toda mi parentela, ¿para qué consintió que lo
gustase? En esto hizo su operación el brebaje, y comenzó el
pobre escudero á desaguarse por entrambas canales con tanta
priesa, que la estera de enea sobre quien se había vuelto á echar,
ni la manta' de angeo con que se cubría, fueron mas de prove-
1. De las 6a/aZZas está bien dicho que pensó, sino á era llegada. El orden
se acomelen, pero no tanto de las pen- sería : Pensó bien, que verdaderamente
dentias, y menos aun de las ?'ííí/ias. Es era llegada su última hora.
claro que en vez de fuinas debe leerse 3. Salida sumamente apropiada al
riñas (a). carácter de D. Quijote y muy análoga á
2. El adverbio verdaderamente está loqueen el capitulo XV discurría haber
dislocado ([ij, porque no cori'csponde á sido la causa de su desgracia en la
aventura de los desalmados yangüeses.
(«) RiTiat. — Así lo han escrito Pellicer y 4. Hace falta un ni, que aparente-
otros. (M. de T.) " mente omitió por descuido el impresor:
(,3) Dislocado. — No hay tal dislocación. Que ni la estera, ni la manta fueron
Verdaderamente equivale á en verdad, á la tnás de Orovecho
verdad, que no son incompatibles con pen- ^
tar. (M. de T.)
254 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
cho : sudaba y trasudaba con tales parasismos y accidentes, que
no solamente él, sino todos pensaron que se le acababa la vida.
Duróle esta borrasca y malandanza casi dos horas, al cabo de
las cuales no quedó como su amo, sino tan molido y quebran-
tado, que no se podía tener; pero D, Quijote, que como se ha
dicho, se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego á buscar
aventuras, pareciéndole que todo el tiempo que allí se lardaba era
quitársele al mundo y á los en él menesterosos de su favor y am-
paro, y más con la seguridad y confianza que llevaba en su bál-
samo. Y así, forzado deste deseo, él mismo ensilló á Rocinante y
enalbardó al jumento ^ de su escudero, á quien también ayudó á
vestir y á subir en el asno : púsose luego á caballo, y llegándose á
un rincón de la venta, asió de un lanzón^ que allí estaba para que le
sirviese de lanza. Estábanle mirando todos cuantos había en la
venta, que pasaban de más de veinte personas^ : mirábale también
la hija del ventero, y él también no quitaba los ojos della '*, y de
cuando en cuando arrojaba un suspiro que parecía que lo arrancaba
de lo profundo de sus entrañas, y todos pensaban que debía de ser
de dolor que sentía en las costillas; á lómenos pensábanlo aquellos
que la noche antes le habían visto bizmar. Ya que estuvieron los
dos á caballo, puesto á la puerta de la venta llamó al ventero, y
con voz muy reposada y grave le dijo : Muchas y muy grandes son
las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he reci-
bido •% y quedo obligadísimo á agradecéroslas todos los días de mi
1. Mejor : enalbardó el jumento. Or- el pretexto con que D. Quijote se apro-
dinariamente Ja preposición á se usa pió el lanzón, sin que se opusiese su
con el objeto, cuando éste es persona dueño el ventero, ni lo pusiese en la
y no en otros casos. Decimos amar á cuenta que poco después le hizo de su
Pedro ó ú Juan y amar el vino ó el gasto de paja, cebada, cena y camas.
juego. 3. Sobra el de más, porque no podía
2. La palabra íanzdn, (a) á pesar de su decirse que pasaban de menos. Eslá-
terminaciún aumentativa, significa una banle mirando, debió ponerse, lodos
cosa menor que lanza, á la manera que cuantos había en la ienta,que pasaban
ra<o'n significa también una cosa menor de veinte personas.
qwe rata, y que í'a6d« indica un animal 4. En castellano no se á\ce también
de poco rabo ó sin rabo. Son vocablos no, sino tampoco. — Que D. Quijote
con terminación y forma de aumenta- mirase á la hija del ventero, ya se
tivos, y significado y fuerza de diminu- explica por la equivocación con que
tivos. imaginaba que era la que había estado
Se echa de menos el título, ó siquiera la noche antes en el camaranchón,
pero se dice que ella también le mi-
(a) Lanzan. — Según la Academia, lantén raba; y¿ qué motivo particular había
es aumentativo de lanza. Eso no impide que para expresar que miraba á D. Quijote
haya en nuestra lengua algunos diminutivos fa hija del ventero, cuando apenas se
en on como alón, callejón, carretón, etc. j^ ha nombrado, ni ha hecho papel al-
fíabon, lo mismo (lue pelón, no son dimi- , *^ í -j
nutivos. Respecte, á la propiedad del lanzón. ^u^^^ «n los sucesos que van referidos
el toxto no está bastante ciaro, pero de de la venta .
seguro no era del ventero. (M. de T.) 5. Olvidó aquí D. Quijote lo de la
l'HIMERA PAHIi:. — CAPÍTULO XVII
255
vida. Si os las puodo paf^ar en haceros vengado de algún soberbio
que os haya fecho algún agravio, sabed (pie mi oíi(-io no es otro
sino vahir á h)S que poco pueden y vengar h los que recijjen tuer-
tos, y castigar alevosías : recorred vuestra memoria, y si halláis
alguna cosa deste jaez que encomendarme, no hay sino decilla, que
yo os prometo por la orden de caballero que recebí, de faceros
satisfecho y pagado á toda vuestra voluntad. El ventero le respon-
dió con el mismo sosiego : Señor caballero, yo no tengo necesidad
de <í[ue vuestra merced me vengue ningún agravio, porque yo sé
tomar la venganza (jue me parece cuando se me hacen : sólo he
menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche
ha hecho en la venta, así de la paja y cebada de sus dos bestias
como de la cena y camas. ¿Luego venta es ésta? replicó D. Qui-
jote. Y muy honrada, respondió el ventero. Engañado he vivido
hasta aquí, respondió D. Quijote, que en verdad que pensé que era
castillo, y no malo ; pero pues es así que no es castillo sino venta,
lo que se podrá hacer por ahora, es que perdonéis por la paga \
que yo no puedo contravenir á la orden de los caballeros andantes,
de hós cuales sé cierto (sin que hasta ahora hnya leído cosa en con-
trario)'- que jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde
mano pegada al brazo del descomunal
gigante, el moro encantado, las quija-
das bañadas en sangre, las costillas
pateadas, la ruina del lecho, y final-
mente, el candilazo.
1. Por la paga, quiere decir por lo to-
cante (i la paga. Esta contestación de
D. Quijote no es la que se espera; pues
acabándosede decir que nuestro hidalgo
reconocía su engaño y que no era cas-
tillo, sino venta, parecía natural que
olvidando lo generoso y gratuito del
alojamiento propio de los castillos, se
conformase con lo interesado y paga-
dero del hospedaje de las ventas. Acaso
quiso reprender esto el Licenciado
Alonso Fernández de Avellaneda en el
capítulo V de su Quijote contrahecho,
donde refiere la escena que pasó al salir
amo y mozo de una venta, y está tomada
en substancia de la presente. Despidién-
dose D. Quijote, dijo al ventero y á
Jos demás huéspedes que allí esta-
ban :
« Castellano y caballeros, mirad si de
presente se os ofrece alguna cosa en
que yo os sea de provecho, que aquí
estoy pronto y aparejado para serviros.
El ventero respondió : Señor caballero,
aquí no habemos menester cosa alguna,
salvo que vuesa merced ó este labrador
que consigo trae, me paguen la cena,
cama, paja y cebada, y vayanse tras
esto muy enhorabuena. Amigo, dijo
D. Quijote, yo no he visto en libro al-
guno que haya leído, que cuando algún
castellano ó señor de fortaleza merece
por su buena dicha hospedar en su
casa algún caballero andante, le pida
dinero por la posada; pero, pues, vos,
dejando el honroso nombre de cas-
tellano, os hacéis ventero, yo soy con-
tento que os paguen ; mirad cuánto es
lo que os debemos. Dijo el ventero que
se le debían catorce reales y cuatro
cuartos. De vos hiciera j'o esos por la
desvergüenza de la cuenta, replicó
D. Quijote, si me estuviera bien, pero
no quiero emplear tan mal mi valor ;
y volviéndose á Sancho, le mandó se
los pagase. » He copiado más á la larga
este pasaje para que pueda enterarse el
lector de la manera de escribir de Ave-
llaneda, y compararla con la de Cer-
vantes.
2. Bowle sobre este lugar prueba que
se engañaba D. Quijote con el ejemplo
de Orlando, que según refiere Pulci en
256
DON QUIJOTE DE lA M\NCHA
estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier
buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo
que padoi-en buscando las aventuras de noclio y de día, en invierno
V en verano, á pie y á caballo, con sed y con hambre, con calor y
con frío, sujetos á todas las inclemencias del cielo y á todos los
incómodos de la tierra. Poco tengo yo que ver en eso, respondió
el ventero ; pagúeseme lo que se me debe, y dejémonos de cuentos
ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con oLra cosa que con
cobrar mi hacienda. Vos sois un sandio y mal hoslalero\ respondió
D. Qui)ote, y poniendo piernas á Rocinante y terciando su lanzón.
se salió de la venta sin que nadie le detuviese; y él, sin mirar si le
seguía su escudero, se alongó un buen trecho. El ventero, que le
vio ir y que no le pagaba, acudió á cobrar de Sancho ^ Panza, el
su Morgante mayor («) estaba muy
apurado porque no tenia dinero para
pagar ai dueíao de un mesón, el cual
quería que dejase el caballo en prendas.
Y añaile que cuando le faltaba dinero á
Orlando, pagaba siempre en palos á
los huéspedes. Pudiera acaso respon-
derse que D. Quijote hablaba sólo de lo
que había leído : pero no tiene lugar la
excusa, porque en el capitulo 1 de la parte
primera de la fábula aparece ya que
conocía la historia de Morgante, y al
principio de la segunda dice expresa-
mente haber leído la historia donde se
hace mención particular desús liazañas.
1. Ya se ha notado alguna vez que
los dialectos hijos de una misma lengua
suelen tener más relaciones y puntos
comunes entre si cuanto menos dis-
tan de su origen. Asi sucede con las
voces hostal y hostalero, nacidas ori-
ginalmente del latino hospitium, que
alguno menos instruido en los orígenes
y progresos de los idiomas modernos
quizá miraría como extranjeras en el
nuestro, porque pertenecen también al
francés y al italiano. Hostal es abrevia-
tura de hospital, y hostalero de hospi-
talero.
Gonzalo de Berceo, poeta castellano
de principios del siglo xiii, dijo ha-
blando de Santo Domingo de Silos en
su Vida :
El confesor precioso de los fechos cab-
. dales... (b)
Mandóles que entrasen dentro á los ostales.
(a) Canto 21. — (6) Habla del Santo, coplas
299 y 3ÜÜ.
Mandó á los oitaieros de los omneg pensar.
Comieron queque era cena ó almorzar.
El arcipreste de Hita, que fué poste-
rior á lierceo, usó también de la pala-
bra hostal (a), y de hosl ataje por hos-
pedaje enposadafb). El Obispo Guevara,
predicador de Carlos V, escritor tan au-
torizado en materias de lenguaje como
desautorizado en las históricas, en su
Aviso de privados y Doctrina de corte-
sanos (c) menciona ciertas palabras que
vio escritas en un hostal de Cataluña i * j.
En el día usamos de la palabra hostería,
que tiene el mismo origen y proceden-
cia, y que en tiempo de D. Diego Hur-
tado de Mendoza era reputada italia-
nismo, como se ve por las cartas dsl
Dachillerde Arcadia. Tales son las vici-
situiles y alternativas de las lenguas,
esclavas siempre de la inconstancia y
capriciios del uso.
2, Véase un ejemplo de que los ver-
bos llamados activos, cual es cobrar,
jiueden usarse también como neutros,
esto es, sin expresar el objeto á que su
acción se dirige, puesto que aquí no se
expresa lo que había de cobrarse, y que
en la página anterior decía el ventero
la) Copla 1.527. — (6) Cantiga terrana,
pág. 106. -(c) Cap. XV III,
ía) De Cataluña.— Precisamente los cata-
lanes conservan la palabra hostal. Las paln-
bias hostal, lioatalifTtj ú hostelero y hostería ya
no se usan en castellano. En cambio, por
todas ¡Kiries se ve usada la palabra francesa
hotel V hasta recuerdo haber visto escrito
hotelero. iM- de T.)
IMUMEHA PAnTF.. — CAF'ITUI.O XVII
257
cual (lijo (juo pues su soñor no liabí.-i querido pagar, que tampoco
('•I pagaría, porque siendo el escudero de caballero andante como
era, la mesnia réjala y razón corría por él como por su amo en no
pagar cosa alguna en los mesones y venias. Amohinóse mucho
deslo el ventero, y ainena/ólf! (pie si no le pagaba, que lo cobraría
de modo ¡pie le pesase. A lo cual Sancho respondió que por la ley
de caballería ([ue su amo había recebido, no pagaría un solo cor-
nado ' aunque le costase la vida, porque no había de perder por él
la buena y anligua usanza de los caballeros andantes, ni se habían
de quejar dé! los escuderos de los tales que estaban por venir al
mundo, reprochiuuloie el quebrantamiento de tan justo fuero.
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho, que entre la gente que
estaba en la venia se hallasen cuatro perailes de Segovia^, tres
que sólo tralalia tic cobrar su ha-
cieiidiá. Iiilinilos ejt^niplos pudieivan
traerse de lo mismo tomadcs del Qui-
jote y demás obras de Cervantes. Otra
calidad ctumm ;i todos los verbos acti-
vos es ])oder usarse como recíprocos y
como impersonales ; como recípro-
cos (a), cuando toman por objeto lospro-
nombres me, te, se : como imperso-
nales, cuando su singular no tiene
sujeto, y está precedido del pronombre
se. Asi que son defectuosas las divi-
siones que vulgarmente dan las gramá-
ticas de estas clases de verbos. Activos
son los que admiten objeto, aunque al-
gunas veces no lo lleven; neutros los
que en ningún caso le admiten : recí-
procos los que nunca se usan sin alguno
de los tres pronombres yu, lú. él, como
arrepenl,irse ; estos son pocos y nunca
pueden usarse ni como neutros, ni
como impersonales. Si á dichas tres
clases se añade la de los impersonales,
como llueve, truena, hiela, y otros
que significan efectos meteóricos, los
cuales no llevan sujeto ni objeto, se
tendrá una división que comprende to-
das ías clases de verbos, sinciue se con-
fundan unas con otras.
1. Palabra sincopada de coronado; sig-
nifica una moneda castellana que
corrió desde el siglo xiii hasta el xvi,
(a) Reciproco. — Glemencín no está en lo
cierto : fífciproco se llam?. e! veibo en cuya
acción intervienen dos ú más personas,
como : Ped'-o y Juan se cartean. Por lo de-
más, en esto de la clasificación de los ver-
bos y del empleo de muchos de ellos como
ri'flpxiuos, liav bastante que decir.
(M. de T.)
y fué ordinariamente la se.xta parte del
maravedí de entonces. Los hubo viejos
y nuevos; según las noticias recogidas
por el P. Sáez (a), los primeros valían
cuatro y los segundos dos maravedises
y medio de los nuestros. IJsase aquí en
el sentido de ser moneda de valor corto
y despreciable, lo mismo que al fin del
capítulo se hace con ardite, moneda
pequeña de cobre que corrió en España
en el siglo xvi, y al parecer era origina-
ria de Navarra, dono'e también la hubo
de plata con este nombre. — Gelidón de
Iberia se hallaba en la Casa encantada
con una ferocísima sierpe á la vista;
pero
Un punto no se turba ni se altera.
Que á semejantes cosas era usado ;
El escudo y la espada en delantera.
No eslima cuanto venga en un cornado (6).
2. Perailes, anagrama de pelaires,
que eran ciertos operarios de las fábri-
cas de jiaños, llamados así porque tra-
bajaban en ellos colgados al aire. Estas
fábricas florecían viviendo Cervantes, y
señaladamente en Segovia, donde aun
quedan vestigios. — Afjujeros, fabri-
cantes ó vendedores de agujas. — Potro
de Córdoba, uno de los parajes de Es-
paña que en el capítulo 111 de esta pri-
mera parte se cuentan entre los de
mayor concurso de gente baladí y mal
entretenida. — //e>'¿a(fí)(/ería) de Sevilla,
(a) Monedas de Enrique IV.
canto 34.
(6) Celidón,
(fi) IJeria..— Aunque es común entrp mis
paisanos pronunciar la A como j, como lo
prueba el dicho : Quien no diga Jachu., jigo y
n
238 nON QlIJOTE DE LA MANCHA
agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la hería de Sevilla,
gente alegre, bien intencionada, maleanlc y juguetona, los cuales,
casi como instigados y movidos de un mismo espíritu, se llegaron
á Sancho, y aj)eándole del asno, uno dellos entró por la manta de
la cama del huésped, y echándole en ella, alzaron los ojos y vieron
({uc el techo era algo más bajo de lo que habían menester para su
obra, y determinaron salii-se al coiral, que tenía por límite el cielo,
y allí, puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron á levan-
tarle en alto, y á holgarse con él como con perro por carnestolen-
das ^ Las voces que el mísero manteado daba fueron tantas, que
llegaron á los oídos de su amo, el cual, deteniéndose á escuchar
atentamente, creyó que alguna nueva aventura le venía, hasta que
claramente conoció ([ue el que gritaba era su escudero; y volviendo
las riendas, con un penado galope =^ llegó á la venta, y hallándola
cerrada, la rodeó por ver si hallaba por dónde entrar; pero no
hubo llegado alas paredes del corral, que no eran muy altas, cuando
vio el mal juego que se Ic hacía á su escudero. V^ióle bajar y subir
por el aire con tanta gracia y presteza, que si la cólera le dejara,
tengo para mí que se riera. Probó á subir desde el caballo á las
bardas, pero estaba tan molido y quebrantado, que aun apearse no
pudo, y así desde encima del caballo comenzó á decir tantos denues-
tos y baldónese los que á Sancho manteaban, que no es posible acer-
tar á escrebillos ; mas no por esto cesaban ellos de su lúsa y de su
obra, ni el volador Sancho dejaba sus quejas, mezcladas, ya con
pronunciación propia del país por feria. de ellas se burlarían de él manteándole,
Se celebraba en aquella ciudad todos
los jueves, y era de muebles y trastos, -'''/«.f* f^ou^.»» "''»«« in astro sago. »
unos nuevbs y otros viejos^ Hácese (l^ib. I, ep.gr. 1\ . - Nota de Pellicer.)
mención de ella en la novela de fiin- De la costumbre de mantear los
conele y Cortadillo. — Gente bien tn- p,;rros por carnestolendas hacen mcn-
So-
lencionada, por ironía. ^ión nuo.stros antiguos escritores. ^..
1. «Esta burla se usaba ya en la anli- i,an, y aun ahora .íuelen también, por
giiedad De Otón dice Suctonio (a)que, el misino tiempo, ¡.onerse dos mu.ha-
rondando de noche por las calles de ehos con una cuerda tendida de una a
Roma, Si encontraba alí/ún borracho le otra parte de la calle, y cntretencrsi-
manteaba tendiéndole en la caj.a.. rfiV ^^ ^^jt^.^^ á los perros que pasan. \
teño sagulo tn sublime laclare y Mar- ^^^^^ c.^stumbres es á lo que alude la
cial : hablando con su libro, dice que e.xpresión del texto,
no se fie de alabanzas, porque a vuelta I Adjetivo felizmente aplicado que
expresa bien la fatiga que producen los
(a) Cap. II. esfuerzos de quien puede poco. Penada
y penante se dice de las vasijas que dan
jiguera no es de mi tierra, no he oído nunca j^Zfí^'^'^l'r^;!;- '1^ "' P p^' ^'"/ K""' ''
decir jeria. En cuanto á decir que pemiles ^""J*^ *í'^« contienen. Penante bucara
es «Haz/rama de />e¿ai>es, es algo fuerte para llama por iroma D. Quijote en la
un grcimático académico. Es una simple segunda parte á un artesoncillo de
metátesis. (M. de T.) agua de fregar.
PniMEnA l'AltlK. — í'.AI'ÍTI'l.ü XVII 259
amenazas, ya con ruegos ; mas lodo aprovechaba poco, ni aprove-
chó hasla (|uc de piu'o cansados' le dejaron. Trujéronle allí su
asno, y subiéndole encima le arroparon con su gabán, y la compa-
siva de Mariloi-nes viéndole tan fatigado, le pareció ser bien soco-
rrelle con un jarro de agua, y así se le trujo del pozo por ser mus
fría. Tomóle Sancho, y llevándole á la boca, se paró á las voces
que su amo le daba, diciendo : Hijo Sancho, no bebas agua, hijo,
no M bebas, que te matará : ves, aquí tengo el santísimo bálsamo
(y enseñábale la alcuza del brebaje) que con dos gotas que del bebas
sanarás sin duda. Á estas voces volvió Sancho los ojos como de
través, y dijo con otras mayores : ¿Por dicha básele olvidado á
vuestra merced como yo no soy caballero, ó quiere que acabe de
vomitarlas entrañas que me quedaron de anoche? Guárdese su
licor con todos los diablos, y déjeme á mí : y el acabar de decir esto
y el comenzar á beber todo fué uno ; mas como al primer trago vio
({ue era agua, no quiso pasar adelante, y rogó á Maritornes que se
le trújese de vino, y así lo hizo ella de muy buena voluntad, y lo
pagó de su mismo dinero, porque en efecto se dice della, que
aunque estaba en aquel trato, tenía unas sombras y lejos de cris-
tiana. Así como bebió Sancho, dio de los caréanos á su asno, y
abriéndole la puerta de la venta ^ de par en par, se salió della muy
contento de no haber pagado nada y de haber salido con su inten-
ción, aunque había sido á costa de sus acostumbrados fiadores,
que eran sus espaldas. Verdad es que el ventero se quedó con sus
alforjas en pago de lo que se le debía, mas Sancho no las echó
menos según salió turbado^. Quiso el ventero atrancar bien la
puerta así como le vio fuera, mas no lo consintieron los manlea-
dores, que era gente que aunque D. Quijote fuera verdaderamente
de los caballeros andantes de la Tabla Redonda, no le estimaran en
dos ardites.
1. Estaba durmiendo Primaleon, y rian enf'orear, y qran fueqo debajo
Risdeno, su fiel enano, velaba guardan- para lo quemar. Primaleon logró librar
dolé el sueño (a). Tres malos caballeros á su enano, como se cuenta en el pro-
que acertaron á pasar por alli hirieron greso de la historia : Sancho no fué
á Risdeno, y despertando Primaleon em- tan dichoso. Verdad es que el caso de
bistió en venganza de ello, y derribó á Risdeno era más serio que el de San-
imo muerto de una lanzada. Mientras cho.
perseguía al segundo, el otro cogió al 2. No se dice quién la abrió, y se
enano de los cabellos y lo llevó arras- echa de menos para la perfección y
trando á un castillo inmediato. Prima- complemento del sentido,
león acudió á socorrerle, y halló que 3. Acaba de decirse que salii'< muy
estaban atando al enano, que lo que- coníerzío, y no se aviene bienio uno con
lo otro. — Estuviera mejor : según salió
(a) Primaleon, cap. LXXXV. de turbado.
CAPITULO XVIII
DONDE SE CUENTAN L\S RAZONES QUE PASÓ SANCHO PANZA CON SU
SEÑOR D. QUIJOTE, CON OTRAS AVENTURAS DIGNAS pE SpR PQNT;VDAS
Llegó Sancho á su amo marchito y desmayado, tanto, que no
podía arrear á su jumento. Cuando así le vio D. Quijote, le dijo :
Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo ó venta es
encantado sin duda; porque aquellos que tan atrozmente tomaron
pasatiempo contigo, ¿quó podían ser sino fantasmas y gente del
otro mundo? Y confirmo esto por haber vistp que cuando estaba
por las bardas del corral mirando los qctos de tu triste tragedia,
no me fué posible subir por ellas, ni menos pude apearme de Roci-
nante, porque me debían de tener encantado; que te juro por la
fe de quien soy, que si pudiera subir ó apearme, que yo te hiciera
vengado de manera (jue aquellos follones y malandrines' se acor-
daran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir
á las leyes de caballería, que como ya muchas veces te he dicho,
no consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea,
si no fuere en defensa de su propia vida y persona en caso de urgente
1. FoZAy/? es insensato, vano, hinchado vanidad 6 arrogancií^. Felón es voz de
á manera de fuelle dp donde se derivó la baja latinidad que adopl(3 el idioma
al parecer. En este senlido lo usó el tosrano: alguna vez se halla en nuestros
Poema del Cid, donde, hablándose del poetas primitivos (si no es errataj en la
Conde de Barcelona, se dice (a) : misma significación que follón.
Malnndrin {%), i)alabra italiana, equi-
El Conde es muy folón é dijo una vanidad : yaig ;j ifidrpn. salterulor de caminos.
Gi andes tuertos me tiene mío Cid el de Vivar. Usá,onla también, como otras tomadas
Follón no es lo mismo que felón -. «^e la misma lengua, los escritores cas-
esta voz significa pérfido, v de ella se ellanos, y occurre freruentpmen|e en
derivó fe.Uniu, traición, perfidia, pala- 1^« ''^ros de Caballerías,
lira distinta de follonía, que se deriva ,.,,,,. », .. ,. j
(ie follón, y se halla aljama vpz en núes- «) -'{a ««drm. - No esta probado que
I. . .„»:,. • I --j, esta palabra venga del italiano. Parece mas
tíos antiguos poetas en la acepcum de ^^^^ tomada del francés malnndrin. nombre
dado á ciertos bandidos en la Edad Media.
{a¡ Verso 968. (M. de T.)
i'iMMKKA i'Anri:. — uapítuí.o xviii 201
y gran necesidad. Tiiiiibién nib vengara yo' si pudiera, fuera ó no
fuera orinado caballero, pero no pude; aunque tengo para nlí que
a(|ucllos que st* holgaron conmigo no eran fantasmas ni hombres
cncanlados, como vuestra merced dicei sino hombres de carne y
de hueso como nosotros, y todos, según los oí nombrar cuando m6
volteaban, tenían sus nondjies, que el uno seiíamaba Pedro Mar-
tínez, y el otro Tenorio Hernández, y el ventero oí que fee llamaba
Juan Palomeque el Zurdo : así que, señor, el no poder saltar las
bardas del corral ni apearse del caballo, en al estuvo que en encan-
tainentos ; y lo que yo saco en limpio de todo esto es, que estas
aventuras que andamos buscando, al cabo al cabo nos han de
traer á tantas desventuras, cjue no sepamos cuál es nuestro pie
derecho; y lo que sería mejor y más acertado, según mi poco
entendimiento, fuera el volvernos á nuestro lugar ahora qué' es
tiempo de la siega, y de entender en la hacienda, dejándonos de
andar de ceca en moca y de zoca en colodra-, como dicen. ¡Qué
poco sabes, Sancho, respondió D. Quijote, de achaque de caballe-
ría ! Calla y ten paciencia, que día vendrá donde veas por vista de
ojos cuan honrosa cosa es andar en este ejercicio; si no^ dime :
¿Qué tnayor conteilto puede haber en el mundo, ó qué gusto puede
igualarse al de vencer una batalla, y al de triunfar de su ene-
tnigo? Ninguno sin duda alguna. Así debe de ser, respondió San-
cho, puesto que yo no lo sé; sólo sé que después que somos caba-
lleros andantes, ó vuestra merced lo es (que yo no hay para que me
cuente en tan honroso núrnero) jamás hemos vencido batalla
alguna, si no fué la del vizcaíno, y aun de aquélla salió vuestra
i. Habla Sanchu, como se deja en- otra sin objeto preciso y determinado,
tender aunque no se expresa. De ceca era fácil el paso á zoca, j de
2. Ceca es palabra arábiga que signi- zoca á colodra, siendo nombres ambos
fica casa de moneda. Los moros las tu- de instioimentos ó utensilios pastoriles.
vieron en rarias partes de España, y Zoca 6 zoco es lo mismo que zueco,
señaladamente en Córdoba y sus inme- calzado de madera, como también lo es
diaciones. Los cristianos de la Península colodro. Según el Comendador Griego,
dieron, no se sabe por qué, este mismo citado por Covarrubias en su Tesoro de
nombre ala mezquita grande de Córdoba la lengua castellana, andar de zocos
que era uno de los lugares de más devo- en colodros significa salir de lin peligro
ción para los mahometanos, los cuales y entrar en otro mayor, que es lo de
la frecuentaban con sus romerías y pe- Escila yCarihdis puesto en rústico, Ac-
i^égrináciones. Y como hnciari lo mismo taalrnente se llama colodra fa) el vaso o
cpii la Meca, de esto, de la casual con- vasija que foi-man los pastores de un
sonancia entre Ceca y Meca, y de lo cuerno de buey despuntado, y les suele
distantes que están entre sí Meca y servir para ordeñar en el campo.
Córdoba, de todo ello, combinado con-
fusamente, hubo de resultar en el uso / ^ /-„; j r „ ; j i „ i« „.. „
, . . 1-11 I ''■<) tolodru. — La colodra cnipleada para
coniun la expresión proverbial de andar ^^.j^^^ ^^ ^^^ ,..^,ij^ ^^.^^^^^ ^ue también se
de Ceca en Meca para denotar la vagan- uama herrada. Recuérdese el refrán : La más
cia de los que se andan de una parte á ruin oveja se ensucia en la colodra. (M. de T.)
262
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
merced con media oreja y media celada menos; que después acá
todo ha sido palos y más palos, puñadas y más puñadas, llevando
yo de ventaja el manteamiento, y haberme sucedido por personas
encantadas de quien no puedo vengarme, para saber hasta dónde
llega el gusto del vencimiento del enemigo, como vuestra merced
dice. Esa es la pena que yo tengo y la (jutí tú debes tener, Sancho,
respondió D, Quijote ; pero de aquí adelante yo procuraré haber á
las manos alguna espada hecha por tal maestría, que al que la tru-
jere consigo no le puedan hacer ningún género de encantamentos,
y aun podría ser que me deparase la ventura aquella de Amadís,
cuando se llamaba el Caballero de la Ardiente Espada \ que fué
una de las mejores espadas que tuvo caballero en el mundo, porque
fuera que tenía la virtud dicha, cortaba como una navaja, y no
había armadura por fuerte y encantada que fuese que se le parase
delante'-. Yo soy tan venturoso, dijo Sancho, que cuando eso fuese
1. Por esta señal se ve que se habla
de Amadis de Grecia, y no del de Gaula.
AmadisdcGrecia,biznietodeldeGaula
é hijo de Lisuarte y Onoloria, nació
ocultamente en un raonasteriu dos le-
guas de Trapisonda, y la doncella Ga-
rinda, confidenta de los amores de
Onoloria, lo bautizó con agua del mar.
El niño vino al mundo con una figura
de espada bermeja como una brasa,
q\ie le cogía desde la rodilla izquierda
hasla irle tí dar en derecho del co-
razón la punía : en ellaparescían unas
letras blancas muy bien talladas. Aca-
baba de nacer, cuando Garinda, so-
bresaltada con un ruido que oyó, aban-
donó al infante, y le robaron unos
corsarios que le pusieron por nombre
el Doncel de la Ardiente Espada (a).
He aquí el origen de este dictado,
que fué propio de Amadís de Grecia.
Pellicer, suponiendo equivocadamente
que se hablaba del de Gaula, dijo que
aquí se había equivocado Cervantes,
fmes éste se llamó el Caballero, no de
a, Ardiente, sino de la Verde Espada:
pero quien se equivocó fué Pellicer.
Hubo Ardiente Espada y Verde Es-
pada : ésta fué de Amadis de Gaula, y
aquélla de Amadís de Grecia. Una y otra
dieron nombre á sus dueños : al pri-
mero de Caballero déla Verde, y al se-
gundo de Caballero de la Ardiente Es-
pada, como se refiere en sus respectivas
historias.
(a) Limarte, cap. C y úUimo.
La Verde Espada se dijo por el color
de la vaina, que era verde, hecha de
huesos diáfanos y verdes de ciertas ser-
pientes, como se lee en el libro de
Amadís de Gaula (a) : la Ardiente Es-
pada tomó el nombre de su color, que
era bermejo como una brasa. Este
nombre realmente es el mismo que el
de la espada Tizón del Cid : tizón y
brasa todo viene á ser uno.
2. Así era también la espada de Ru-
gero,de la cual cantó el Ariosto :
Ove giunge convien clie se ne vada
L'incanto, o nulla yiovi :
Y refiriendo que Marfisa dióá Rugero
una terrible cuchillada, dice :
Viela I' incauto r.lie lo spezzi o fenda (6).
I)e la espada con que se armó caba-
llero .alejandro Magno, dijo el autor de
su antiguo poema castellano (c) :
La espada era rica é muy bien obrada.
Fizóla D. Vulcán, óvola bien temprada,
Avie grandes virtudes, ca era encantada;
La par de onde ella fuese, non sería abajada.
De espadas encantadas se hace muy
frecuente mención en las historias ca-
ballerescas. Que lo era la de .\madís de
Grecia, apellidado el Caballero de la
Ardiente Espada, se ve por el capitulo X
de la segunda parte de su historia.
(a) Cap. LVr. — (6) Canto XXXVI, est.
55. — (c) Copla 83.
IMUMKRA partí:. — CAPÍTULO XVIII
2g;í
y vucstrn nicrccd viniese á hallar espada scmojaiilo, sólo vondría ;'i
S(írvir y aprovechará los armados caballeros, como el bálsamo, y á
los escuderos que se los papen duelos'. No temas eso, Sancho,
cuando la maga Cirfca oncanh'i .i l'i'-
gaiida. La circuiislancia de \vi\vv es-
pada cncanlada (¡arccía píxiiJÍa de. la
laruilia di- Aniadis de Gaula. Do éste
fué la Venli' Espada de que se habló
poco lia : su cucaulo consistía en que
no podía sacarla de la vaina sino el ca-
ballero qué más que niiKjuno en el
mundo á su ainif/(i amate. Aiiiadís la
sacó después queolros caballeros lo in-
tentaron, y no lo consiguieron {a). Su
hijo lisplandián llevaba la es[)ada en-
cantada que ganó en la aventura de la
Peña tle la Doncella encantadora, que
eia hecha por lal arle (a), que ningún en-
canlamenlo ni cosa emponzoñada tenia
fuerza de empecer á 7iinc/uno que cabe
ella esturiese (b). Por la virtud de esta
espada libertó Esplandián á la sabia
Urganda, su protectora, de las ase-
chanzas de su enemiga la Infanta Melia.
vieja de edad de ciento veinte años y
grande hechicera, que adormeció coa
sus artes á Urganda y estuvo para ma-
tarla (c). Después que Es[dandián llegó
á ser Emperador, le quiír» de la mano
esta espada la Don-^ella encantaíkira, y
se lanzó con ella al fondo del mar,
como se refiere en las Serr/as. De la es-
pada de Lisuarte, padre de Amadís de
Grecia, se lee [d) que allende de ser la
mejor del mundo, tiene tal virtud, que
ningún encantamento, trayendo la es-
pada, puede empescer, como aquella
que fué obrada por mano de aquel Em-
perador y sabio Apolidón. También la
espada de Belianís de Grecia tuvo virtud
contra los encantamentos, y por ella
se libró Belianís del encierro en que
le había puesto el sabio Fristón, su
enemigo (e). Esta espada, según se
(a) Amadis de Gaula, cap. LVI. — (6J
Sergas de Esplandián, cap. LXXXIX. — \c¡
Ibid., cap. ex y CXI. — (rf) Amadis de Greda,
uarte II, cap. LXVII. — (e) Belianís, lib. II,
cap. lí.
(a) La espada que f/anó en la aventura de la
Peña de la Doncella encantadora, que era
lieclia por lal arte. — Con mucha frecuencia
incurre el bueno de Clemencín en esta clase
de descuidos, lo cual no es obstáculo para
que pretenda aquilatar el estilo de CervantPs.
(M. de T.)
cuenta («), era la misma que había
usado aquel valiente Caballero .hisón,
la cual le diera su aborrecida Medea
en el tiempo que de sus amores goza-
ron, hecha por tales cursos y planetas,
que en el mundo al présenle otra seme-
jante no se hallará.
De otras es|)adas fadadas hay me-
moriaen diferentes parajes de la misma
historia de Belianís y en otros libros
caballerescos, como la de Brabonel,
señor del castillo de Hocafeiro, en la
historia de Florambel de Lucea (b)\
la de D. Duardos, padre de Paimerin
de Inglaterra (c), y la de Celidón, que
tenía la virtud de deshacerlos encantos
que tocaba {d).
La repetición, ya fastidiosa, de tales
espadas, prueba el fondo de semejanza
que existe en los libros de Caballerías,
la poca originalidad de sus autores y la
verdadera pobreza de invención en
medio de tan aparente abundancia y de
tanta hojarasca de sucesos y aventuras.
Ariosto, en su Orlando furioso, no
desden 11 el medio de espadas y armas
encantadas para variar y engalanar sus
ficciones. Tal era Balisarda, la espada
de Rugero de que se habló arriba, y
con la que peleó Orlando en el com-
bate de la isla Lipadusa contra Gradase :
Orlando un tcmpo Balisarda abassa :
Non vale incanto ov'elta mette il taglio (e).
Tal fué también la lanza de oro de
Argalia, que derribaba á cuantos to-
caba (f) : el yelmo y demás armas en-
cantadas de Héctor el Troyano, que se
mencionan infinitas veces ; y hasta un
cuerno que una maga dio á Astolfo, y,
tocado, ponía en fuga á cuantos lo
oían ig).
[. Duelos son aflicciones, pesadum-
bres, trabajos, calamidades. Papa7'i^3; es,
!a) Ib., lib. I, cap. XXXIV. — (b) Lib. II,
cap. X. — (c) Paimerin de Inglaterra, lib. I,
cap. II. — (d) Celidón de Iberia, canto
XXXVII. — (e) Orlando, canto XLI, est. m.
— (/) Cantos XVIII, XXII, XXXV, XXXVI
y XLV.— (g) Canto XV, est. 14.
(8) Papar. — Papar no es tragar, engullir,
sino comer, como los niños que carecen de
dientes, algún alimento blando como la
264 DON QUIJOTE DK I,A MANCHA
dijo D. Quijote, que mejor lo hará el cielo contiguo. En estos
Coloquios iban D. Quijote y su escudero, cuando vio D. Quijote
que por el caminó que iban, venía hacia ellos una grande y espesa
polvareda, y en viéndola se volvió A Sancho, y le dijo : Este es el
día ¡ oh, Sancho ! en el cur.l se ha de ver el bien que me tiene guar-
dado mi suerte : este es el día, digo, en que se ha de mostrar tanto
como en otro alguno el valor de mi brazo, y en el que tengo de
hacer obras que queden escritas en el libro de la fama por todos
los venideros siglos. ¿Ves aquella polvarefla que allí se levanta*
Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército * que de
diversas é innumerables gentes por allí viene mnrchan<]o. Á esa
cuenta dos deben de ser, dijo Sancho, porque desta parte contra-
ria se levanta asimesmo otra semejante polvareda. Volvió á mirarlo
D. Quijote, y vio que asi eia la verdad, y alegrándose sobrema-
nei"a, pensó sin duda alguna que eran dos ejércitos que venían á
embestirse y ú encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanurs^
porque tenía á todas horas y momentos llena la fantasía de aque-
llas batallas, encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos,
que en los libros de caballerías se cuentan ; y todo cuanto hablaba,
pensaba ó hacía, era encaminado á cosas semejantes ; y la polva-
reda que había visto- la levantaban dos grandes manadas de ove-
jas y carneros que por aquel mismo camino de dos diferentes
partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta
que llegaron cerca; y con tanto ahinco afirmaba D. Quijote que
eran ejércitos, que Sancho lo vino á creer, y á decirle : Señor,
¿pues qtté hemos de hacer nosotros? ¿Qué? dijo D. Quijote, favo-
hablando familiarmente, tragar, engu- ta por causaf/a. Se habla de la polvareda
Ilir. Que se loa papen duelos, expresión que causaba, no cuajaba, un ejército
de los qué hacen poco caso de los males que venía marchando,
ajenos. 2. Sé abusa en este pasaje, como
1. Cuajarfíi (a) parece error de impren- sucede también en otros del Ouijotk
de la conjunción y. repitiéndola cun
papilla. También .-íignifica andar conlaboca exceso, á la manera que nuestros anti-
abierta como papando aire; y de aquí la guos causídicos repetían pródigamente
fvíLse papar »íü4cas. El verdadero sentido iJe sus iporques. La conjunción y sirve
la frase : (¡ue .s« los papen los duelos es hoy para reunir y enlazar cosas que tienen
un misterio. La inteipirlación que aquí su alguna conexión ó relación entre sí, y
da no i>asa de conjetura. Parece tenor la frase J' j in hav entre lo nue la orecede
un .«mentido análogo al déla Mguicnte, piopia ^H"' "^ 7 °^> ^^^\^ '" .-l"f '* preceue
del estilo popular : A ti te darán todo lo >' 1» ^ue la Sigue. Lo nn^mo y por la
bueno ^ d mi ¡ que me parta un rayo ! misma consideración, puede decirse
(M. de T.) del '/ con lanío aldnco, que viene poco
(«) Cuajada. — No parece enteramente después,
clara la lección cuajada k pesar de los esfuer-
zos de dialéctica del Sr. Cortejón, que trata
con sobrado ripor á Ilartzenbusch y Gle- « Tienen (los infieles) los fnares cuajados de
mcncin por haber interpretado causarfn por sus armadas», pues cuajado se emplea
cuajada. La cita de la oda de Fray Luis aquí ca su sentiao corrieiite, por cubierto,
nada explica, ni tampoco la del P. MaJríaua: lleno. (M. de T.)
iM(iMi:it.\ PArtri;
CAPITI i.o X\III
205
rcciM' Y íiyudMi' á los iiiciicslorosos y dcsviilidos : y has de saber,
Sancho, (|ii('('sto (jMo viene; |k)1' mieslra iVonle le (^oinhicey f^uía el
^rítndc lüiiiperadorAliranfarón', señor de higralide islaTrapobana;
esle otro que á mis espaldas mdrcha es el de su enemigo el Rey de
los Garamahlas ■^, Pent.apólín del arremangado brazo, porque
siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo, ¿t^ues
por (jué se ([uierén tan nial estos dos señolees? preguntó Sancho.
Quiérenstí mal, rtíspondió D. Quijote, porque esle Alifanfarón es
un furibundo pagano^, y está enamorado de la hija de Pentapolin,
qUe es una müyl'ermósa y ailemás agraciada señora, y es cristiana,
y su padre no se la quiere entregar al Rey pagano si no deja pri-
mero la ley do su í'also profeta' Mahomá, y se vuelve á la
1. Gervantos fué feliz (a) en laforina-
ciórl de noiiibfes ridiculos, conio éste,, el
dclgiiranleCaraculiauíljroJa insiilaMa-
lindrania, D. !*aral¡pónionou dé las Tres
Estrellas, y otros seiuejantes de inven-
ción suya, (jue se encuentran en el dis-
curso del Quijote.
2. Los aiUi^Mios llainaroñ Taprobdna,
no Trai)ol)ana á la isla de Cciíán. Ape-
nas fué conocida hasta los tiempos de
Alejandro ¡Magno, en que se supo con
cerieza que era isla. En el imperio de
Claudio vinieron de ella Embajadores
á Roina, y se aumentaron las noticias
sobre aquella región, como refiere
Plinid (cf).
Gnramanías, pueblos de lo interior
de .4.frica. La enorme distancia entre
este país y la India, entre los habi-
tantes de lo interior del Desierto en el
continente africano y los que, separa-
dos por vastos mares, vivían en las re-
motas islas del Asia, y la consiguiente
imposibilidad de contacto ni mutuas
relaciones, niconlo amigos ni como ene-
migos, hacen t'esaltar" más y más lo
disparatado y absurdo de la relación de
nuestro éaballero.
3. Pagano {{-i) originariamente signifi-
(a) Lib. VI, cap. XXIL
(a) Fui- feliz. — Esto mismo acierto y
gracia del insigne escritor en la fonuaeióu
de los nombres indica la falta de funda-
mento de los críticos que quieren ver en
dichos nombres anagramas más ó menos
transparentes de nombres históricos.
(M. de T.)
(¡i) Pagano. — La población rural, en to-
dos los países, es el último baluarte de las
tradiciones nacionales, lo mismo en cuanto
caba aldeaho, morador de los pagos ó
pCiblaciones campestres. En el siglo iv
se daba ya este nombre á los gentiles ó
idólatras por contraposicióü á los cris-
tianos, que abundaban más en las ciu-
dades, y después se extendió en general
á todos'los infieles. En los libros de Ca-
ballet'ías es común llamar paganos á
los mahometanos, no obstante la aver-
sión de éstos á la idolatría, que es el
carácter del paganismo. Pudo nacer el
error de que en la Edad Media, época
de las Cruzadas y de las ideas que do-
minan en los libros caballerescos, el
mundo conocido de los europeos se
componía sólo de discípulos del Alco-
rán y del Evangelio : lo que junto con
la rudeza de aquella edad y las noticias
confusas del gentilismo antiguo, tiizo
dar el nombre de paganos á todos los
falsos creyentes, y aun atribuir el uso
y culto de ídolos á los mahometanos.
Paganos los llamó también el señor de
Joinville, cronista de San Luis, Rey de
Francia, á quien acompañó en su expe-
dición á Ultramar. — Los escritores la-
tinos, entre ellos Suetonio y Plinto,
dijeron paganos por oposición á inili-
tares : lo que muestra el origen y eti-
mología de nuestra voz actual paísrtno.
4. No viene bien en Cide Hamete,
autor arábigo y filósofo mahomético {^),
coiiio se le llama alguna vez, calificar
de falsa la ley de Mahoma. Cervantes
se distraía con frecuencia.
á la religión que en cuanto al lenguaje y á
las costumbres. Ya dice un refrán antiguo :
Costumbre buena ó costumbre mala el villano
quiere que vala. (M. de í.)
(y) Mahomético. — La observación no puede
ser más inopurtuha é incongruente. Don
26r) DON QUIJOTK DE LA MANCHA
suya'. Para mis barbas, dijo Sancho, si no hace muy bien Pentapo-
1. La poca cultura de los siglos en
que se supone haber florecido la caba-
llería, iba íiconipafiadade la sinceridad
con que los caballeros profesaban su
creencia. De aquí nacía el celo religioso
y no siempre discreto, que manifiestan
los caballeros andantes en sus historias,
donde se les ve promover con ardor la
propa.í,'ación de la íe y ejercer con vehe-
mencia el oficio de misioneros. Tirante
el Blanco bautiza por su mano á la
Reina Esmaragdina, al Uey Escariano
f' á muchos millares de moros, vasa-
los suyos en los reinos de Etiopía y de
Tremecen (a). Cuando el gigante Ma-
daripie, señor de la ínsula Triste, fue
vencido por Amadís de Gaula, le pidi(3
la vida, oTreciéndole hacer lo que
le mandase Amadís le dijo : Pues lo
que yo de ti quiero, es que seas ci'istia-
710, ij manlengáis tú y todos los tuyos
esta ley, haciendo en este señorío igle-
sias y monesterios (6). Las mujeres no
muestran menos celo por la fe que los
hombres. (íai'zaraza, Señora y Duquesa
de la Ínsula de Gacén, tenía presa en
su castillo á la Emperatriz Niquea con
otras varias rlamas y caballeros. D. Fa-
langes y D. Rofjel ganan el castillo, y
ponen en libertad á los encarcelados ;
la Emperatriz trata de convertir á la fe
á la señora y á los habitantes de la ín-
sula, que eran paganos ; y habiendo
conseguido su intento y hécholos bau-
tizar, olvida lo pasado y hace merced á
Garzaraza del señorío de la ínsula, de-
jándola en pacifica posesión de ella (c).
En otras ocasiones los caballeros con-
vierten ;i la fe á los que vencen, y éstos
se hacen particulares amigos suyos,
como siicedió á Oliveros con Fierabrás,
y á Uoldán con Morganle. Carlomagno
ofrece al Almirante Balan la vida y el
reino, si quiere abrazar l.i fe cristiánala).
En Boyardo, el Rey Agricán, herido de
muerte por Orlando, le pide el bautismo,
(a) Su historia, parte IV. — (6) Amadís de
Gaula. cap. L.XV. — íc) Florisel, ])arte III,
cap. XLVII y LXVIII. - (d) Carlomagno,
cap. LIV. ''
Quijote no podía hablar de otra manera de
la religión de .Mahíima. Y, á propósito de
Mahonia, el adjetivo mahomético usado por
Cleinencin, se aplica más bien á cosas que
á personas. El comentarista se distraía con
mas frecuencia que Cervantes. (M. de T.)
y lo recibe de su mano (a). Siglos de.s-
Sués en la Vega de Granada, el Maestre
eCalalrava vence y bautiza antes de
que expirase á Albayaldos (/;). Tal vez
el celo degenera en ferocifjad y fanatis-
mo, como cuando Florindo y sus com-
pañeros .isesiiiaron de noche al Gober-
nador de la ciudad de Meca, donde se
hallaban, sin comeler en ello cuso de
fealdad, pues era per.tona que ofensaha
la ley divina, por cuyo ensalzamiento
Florindo lialtia prometido de morir...
siendo cerlificndo de si mismo y de sus
compañeros que no incurría en caso de
traición aunque de aquella manera
matase al doliernador, por ser, como
era, idólatra le).
Contrayéndonos al caso presente de
Alifanfarnn y la hija de Pentapolín,
vemos en los libros caballerescos que
la diversidad de religi('>n sirve frecuen-
temente de obstáculo para la unión de
los amantes, y la conversión de la
parte infiel de medio para facilitarla.
El Soldán del Cairo pretende la mano
de la Princesa Carmesina, y por ser ma-
hometano se la niega el Emperador de
Constantinopla, padre de la Infanta (d).
Abencusque, caballero pagano, pren-
dado de Amandria, hija del Rey de
Esperte, jiiensa hacerse cristiano para
casarse con ella Ce). Blancaflor, en el
serrallo del Soldán de Egipto, antes de
otorgarse por esposa de h lores, exige
que reciba el bautismo, y se lo admi-
nistra eila misma. Florindo, á quien
ofrecieron á un mismo tiempo en casa-
miento el Emperador de Rusia su hija
Policinta, el Preste Juan á su sobrina
Calaminda, y el Rey de Persia á su hija
Casandra, prefirió la segunda porcris-
tiann (f).'Dos fieros gigantes. Pasáronte
y Masáronte habían despojado del reino
de Irlanda á la gentil y apuesta jayana
Trasilinda. Floribelo, otro gigante galán
y cortfís, venció á losusurp.adores y les
cortó las cabezas. Restablecida de esta
suerte Trasilinda, los Estados del reino
le propusieron que se casase con Flori-
belo: pero no quiso otorgarlo hasta que
le ofrecieron ser cristianos, y luego
allí de presente fueron baptizados todos
(a) Lib. I, cant. 19. — (i) Guerras civiles de
Granada, cap. X. — (c) Florindo, parle I.
cap. V. — (h) Tirante, parte III. — (c) Prima-
león, cap. LXI. — [d) Florindo, parte III, capi-
tulo último.
PIUMKRA PAUTE.
CAIUTI'I.O XVIII
267
lín y qiio lo üMipi'o de ayudar en cuanto pudioreMín eso liaij'is lo (jue
debes, Sancho, dijo D. (^)u¡j()le, porque para entrar en batallas se-
mejantes no se requiere ser armado caballero. Bien se me alcanza
los principales por mano del Inieti l'lii-
ribelo ; y él fué desjmsndo con la her-
mosa Tríisilindn, y jurado por lleij de
Irlanda (</). L;ilnfunla Lindabrides, |H»r
medio de ima dotuella suya, de (juien
mucho se fiaba, envió una carta muy
apasionada al Cai)aliero del h'ebo, ofre-
ciéndole su mano; y el caballero res-
ponde : Mi leí/ lo veda, y aun en la luya
no se permite que mujer gentil case
con cristiano (/;). La Princesa Fioris-
bella, hija del Soldiín de líabilonia, se
atlifíe al saber que el caballero desco-
nocido en cuyo amor ardia, era cris-
tiano ; Florisbella delibera, y Belianis
la pei'suadc y la bautiza en una fuente
antes de desposarse ; después se solem-
nizan con el debido aparato sus Bodas (c)
En el Orlando furioso, Bradamaute,
agradecida ;i su amante Rugero, que
era mahometano, por haberla librado
del encanto del castillo de Atlante, y
disposía di far tutli
I piaceri, che far vergine sagf/ia
Debbia ad un suo amntor, si che di hilti,
Seyíza il suo onore offendere, il sottrac/gia,
Dice á Riiyíjier, se a dar gli ultimi fntlti
Leí non vuol sempre ai'er dura é selvaggia,
La l'accia domandar per huoni mezzi
Al padre Amon ; ma prima si batezzi (d).
Finalmente, en nuestra historia
leemos el casamiento de la Infanta
DoñaTeresa, hermana del Rey D. Alonso
de León, con el Rey moro de Toledo
Abdalla, y el desenlace de este suceso
por el retiro de la Infanta á un monas-
terio ; suceso que, aunque puesto en
duda por nuestros críticos, muestra
siempre las ideas y costumbres del
siglo en que pasó ó se inventó, y la re-
pugnancia general á enlaces entre per-
sonas de diversa creencia.
1. Para mis barbas, fórmula familiar
de juramento en que se atestigua con
las barbas, como objeto de estimación
y aprecio. Usase en ella de la partícula
para, lo mismo que en la otra fórmula
(a) Caballero de la Cruz, lib. II, cap. LXXV.
— (6) Espejo de Priyicipes y Caballeros,
parte I, lib. III. cap. XXXIV. — (c) Belianis,
lib. II, cap. XXXVIII y L. — {d) Cant. XXII,
egt. 34.
para mi santiguada, de que se habló en
las i\olasal capitulo V. Lo más común
es emplear la jiarticula por, como
cuando se dice por nri vida, por la del
Hey: sólo que para lleva consigo aquí
y en los casos semejantes algo de im-
precación, si no se cumple ó verifica
lo que se dice.
También juraron por sus barbas,
como Srmcho, el Cid Campeador y el
Condestable D. Ivaro de Luna, pres-
tándonos un ejemplo del uso promiscuo
de las partículas por y para. El pri-
mero, según cuenta su poema, cuando
supo que los Infantes de Carrión habían
maltratado y abandonado á sus hijas.
Una grand hora pensó é comidió:
Alzó !a su mano, á la barba se tomó...
Por aquesta barba que nadi non mesó,
rSon la lograran los Infantes de Carrión.
Del Condestable cuenta Mariana (a)
que estando ya preso, vio desde una
ventana á D. Alonso de Fonseca, Obispo
de Avila, que iba acompañando al Rey,
y puesta la ynano en la barba, dijo :
Para éstas, cleriguillo, que me la habéis
de pagar.
A las barbas, como distintivo del
sexo varonil é indicio de su autoridad
y de su fuerza, se daba un carácter
particular de importancia, de que par-
ticipaban eminentemente los bigotes,
como parte superior de la barba: la
misma palabra bigotes en el uso fami-
liar significa fortaleza ; A', tiene bigotes,
suele decirse : y según el Brócense
citado por Covarrubias, la palabra ói^o/e
envuelve un juramento, y viene á ser
lo mismo que pardiez\íov Dios, by God.
Quitar á otro las barbas, y aun sólo
manoseárselas, se miraba como injuria
grave. El Rey de los Ammonitas las
hizo cortar por afrenta a los embaja-
dores de David, según se cuenta en el
libro 11 de los Reyes.
La opinión que había sobre la invio-
labilidad de las barbas, y de la afrenta
que resultaba de su profanación, se ve
por varios pasajes del poema ya citado
del Cid. Decía el héroe húrgales á su
(a) Historia de España, lib. XXII, cap. XII.
268
DON OUIJOTE de r..V MANCHA
eso, respondió Sahcho ; ¿pero dónde pondremos á este asno, que
estemos ciertos de liallftrledespiu'-s de pasada la refriega? Porque el
entrar en ella en semejante caballería, no creo que está en uso
hasta ahora. Asi es verdad, dijo D. Quijote; lo que puedes hacei"
del es dejarle á sus aventuras, ahora se pierda ó no, porque serán
tantos los caballos ' que tendremos después que salgamos vence-
eneininro elCotiiie D. García, á presencia
del Rey D.Alfonso :
¿Qué habedes vos, Conde, por retraer la mi
[barba?...
Ca non me priso á ella fijo de niu^ier nada,
Ninibla mesó lijo de mora nin dé cristiana.
Como yo á vos. Conde, en el castiello de
[Cabi'a,
Cuando pris' á Cabra, é á vos por la barba,
Non y ovo rapaz que non mesó su pul-
[gada (a).
En estas ideas, comúrimente reci-
bidas, se fundó el cuento del judío que
quiso tomar Ins barbns al cadáver del
Cid en la iglesia dfe San Pedro de Cár-
dena, y de la dernostracit'ui hecha por
el cadáver, de que se habla en su Ho-
mancero {b).
Prueba del honor que por aquel
tiempo se daba á las barbas os el caso
que refiere Guillermo, Arzobispo de
Tiro, escritor del siglo xii, en su his-
toria de la Guerra Sagrada ó de las
Cruzadas (c), y que de alH se tradujo
en la Gran Conquisia de Ultramar {¿1).
Balduino, Conde de Edesa, contertipo-
ráneo del Cid, uno de los Príncipes
francos que fundaron estados en los
países de .\sia, no teniendo con qué
pagar el sueldo á los de su mesnada,
ofreció eñ prenda su barba para que se
la rayesen, si no pagaba al plazo seña-
lado. Ca era costumbre, dice la historia,
en tierra de Oriente, mayormente en
tierra de los griegos é de tos armenios,
que criaban é guardaban >ws barbas
por muy firande hónralo más qué ellos
podían; é tenia?» por muy gran des-
honra si les rayesen un pelo. Y Gabriel,
Príncipe armenio, suegro de Balduino,
informado dé ello, expresaba que ta>ilo
valia si perdiese la barba, co>no si se
dejase castrar. Esta expl'esióú no está
en el original latino del Arzobispo ; se
añadió en la tradüccióii castellana.
(a) Versos 3.29,') y siguientes. — (¿) Ro-
mance 101. — (c) Lib- XI, cap. XI. — {d)
Lib. III, fcapítulo CXLl.
1. El Poema riel Cid, describiendrt
una de sus batallas, dice [a] :
Veriedes tantas lanzas promer y alzar,
Tanta adarga á forádar é pasar.
Tanta loriga falsa desmanchar.
Tantos pendones blancos salir bermejos en
;sangi(;,
Tantos buenos caballos sin sos dueños andar.
En otra batalla se veían :
Caballos siti dueños salir á todas partes (b).
En el poema, todavía inédito, del
Conde Fernárí González, refiriéndose
la batalla de Hacinas, se dice que
Salía mucho caballo vacio con mucha silla.
La Crónica de Amadis de Giecia (c),
hablando de un combate, ambas las
batallas, dice, se juntaron con tan
grande poder, que nirls de dos mil bue-
ncíS caballeros cayeron por el suielo...
Vie'rades salir á cientos é d cincuentas
caballos sin señores de la priesa.
En líi relación de la batalla del Caba-
llero del Cisne con los siete Cundes de
Sajonia á orillas del Khin. junto á la
ciudad de Caulencia ó Coblenza, dice
la Gran Conquista de Ultramar : Allí
podría hombre ver caballos andar sin
señores por el campo é los señores de la
una parte é de la otra yacer {d}. E.'ilü
es natural y ordinario : en cualquier ba-
talla no lo es tanto lo que la misma his-
toria cuenta de los despojos que gana-
ron los Cruzados en la de Alejandría.
Holgaron, dice, los cristianos aquella
noche en las tiendas... é otro día eú Id
mañana llegaron todo lo que hallaron
por las plazas do la hueste estaba sen-
tada, é por el campo do se hizo la hala Un;
é de caballos solos hallaron bien hasta
quinientos mil (e). Allí si que hubiera
corrido peligro Rocinante de ser tro-
cado por otro.
(a) Versos 734 v siguientes. — (6) Verso
Í.416. - (c) Parte I, cap. LXVitl. — [d)
Lib. I, cap. CI. — (e) Lib. II, cap. CLXIV,
HRIMEK/V l^AHTK. — CAPÍTULO XVIII 269
(loi'íis, (|uo ;nin corre pnlif^ro Rocinante no le IriHMjiic por otro :
pero csliiinc .-líenlo y mira, que le quiero dar rúenla de los ralja-
lleros más principales que en (\slos dos ejércitos vienen; y para
<pie mejor los veas y notes, n^tirémonos á aqu(d alliMo (jue allí se
iiace, de donde se deben de descubrir los dos ejércitos, iliciéronlo
así, y pusiéronse sobre una loma, desde la cual se verían bien ia^
dos manadas que á I). Quijote se le hicieron ejércitos, si las nubes
del polvo que levantaban no les turbara y cej^ara la vista'; pero
con lodo esto, viendo en su imaginación lo que no veía ni había,
con voz levantada comenzó á decir. Aquel caballero que allí ves de
las armas jaldes, que trae en el escudo un león coronado rendido
á los pies de una doncella*, es el valeroso Laurcalco, señor déla
Puente de plata : el otro de las armas de las tlores de oro, que trae
en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el temido Mico-
colembo, Gran Duque de Quiroci^ : pl otro de los miembros gi-
ganteos que está A su derecha mano, es el nunca medroso Branda-
barbarán de Boliche, señor de las tres Arabias, que viene armado
de aquel cuero de serpiente '', y tiene por escudo una puerta, que.
1. Por turbaran y cegaran, que es
como íiebió haberse puesto, y conao
verosiuiilmente pstuvo en el original de
Cervantes.
2. Recuerdan estas armas del vale-
roso Laurcalco, las que, según refiere
Ariosto (a), llevaba cnel asalto de París
Rodomenie, Rey de Sarza, que eran
una doncella de qaiea se dejaba enfre-
nar un león, aquélla imagen de tabella
Doralice, y éste de Rodomonte. — Las
armas de Laurcalco eran jaldes, voz
usada por nuestros escritores del
siglo XV, y que sólo ha quedado como
técnica de la Heráldica, donde significa
amarillo, como f/M¿es rojo, sable negro,
indio azul, y sinople verde. — El dic-
tado ó apellido de la Puente de piala
lo tuvieron Madancil, uno de los caba-
lleros que siguieron ;i AmadísdeGaula
cuando éste se despidió del Rej' Li-
suarteíi), y Listorán, otro caballero de
los que acompañaron á E.splandián á
Constantinopla en !a fusta de la Gran
Serpiente, construida por la sabia Ur-
ganda (c).
3. Vulgarmente se divide la Arabia
en tres pétrea, feliz y desierta. — Enlos
(a) Canto XIV, est. 114. — (6) Amadis de
Gaula. cap. LXIII. — (c) Seryaa de Esplan-
d'tán, cap. GXVII.^
libros caballerescos son muchos los
nombres propios de caballeros en cuya
composición entra la palabra italiana
¿)/'/7/irfo (espada), comoBrandecel, Bran-
didonio, Brandimardo, Brandimarte,
y sobre todo en nombres de gigantes,
como Brandafuriel , Brandagedeón,
Brandasileo, Brandafidel, Brandalión,
Brandambuí y otros, á quienes Cer-
vantes añadió el de Brandabarbarán.
4. El gigante Galafre, encargado pqr
el almirante Balan de la guarda del
j)uente de Mantible, defendía el paso d
Ricarte de Normandía y sus compañe-
ros. Hicarte le dio un gran golpe en la
cabeza : mas tenia en ella una ca-
lavera de serpiente 7nds dura que nin-
gún acero... Y los otros asimismo pro-
curaron de lo herir reciamente, mas no
aprovechaba, que dar en el era duren
una peña, que sobre las armas traía el
cuero de la serpiente, que era mucho
más duro que las armas [a).
Ariosto, describiendo los hechos de
Rodomonte en el asalto poco ha men-
cionado de París (6j, dice que
Armato c>'(i d'un forte é duro iisbergo
Che fu di drago una scagliosa pelle.
(a) Carlomagno, cap. XLIX. — (é) Cauto,
XIV, est. US.
270
DON OUMOTE DE I.A MANCHA
según es fama, es una de las del templo' que derribó Sansón,
cuando con su muerte se ven^ó de sus enemigos. Pero vuelve los
ojos ú estotra i)arte, y verás delante y en la frente de estotro ejér-
cito al siempre vencedior y jamás vencido Timonel de Carcajona,
Príncipe de la nueva Vizcaya, que viene armado con las armas
partidas á cuarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en
el escudo un gato de oro en campo leonado con una letra que dice:
Miu'^, que es el principio del nombre de su dama, que según se
dice, es la sin par Miulina, hija del Duque Alfeñiquen del Algarbe.
El otro que carga y oprime los lomos de aquella jjoderosa allana-,
que trae las armas como nieve blancas, y el escudo blanco y sin em-
presa alguna, es un caballero novel, de nación francés, llamado
Pierres Papín-', señor délas baronías de Ulrique. El otro que bate
He aquí al fiero rfoiiomonlc y al nunca
medroso Hranflaharbarán de tíoliclie
cubiertos con pieles de serpientes, .i la
manera que lo estuvo Hércules con la del
león de Nemea.
1. Es fainri. es una : repeticitjn des-
aliñada que se reujudiara con sólo bo-
rrar el primer es. Que según fama es
una de las puertas, etc.
Adviértase que las puertas que se
mencionan en la historia de Sansón,
no eran del edificio que derribi) sobre
los filisteos, sino de la ciudad de Gaza,
de donde escapó arrancando las dos
hojas de la puerta, echándoselas á los
hombros y llevándolas á la cima de un
monte vecino. Ni se dice que fuese
templo el edificio que derribó desqui-
ciando las dos colunmas que lo soste-
nían, sino una casa, de cuius Ledo nc
salario miraban escarnecer ;i Sansón
cerca de tres mil filisteos de ambos
sexos, entre ellos los principales de la
nacii'm (a). Nuevas y nuevas pruebas de
la falta de atención'de Cervantes (a), y
de su inexactitud en las citas.
2. Clase de galantería de que hay
ejemplos en los anales caballerescos, y
(a) Indicum, cap. XVI.
(a) De la falta de atención. — En medio
de la incomparable descripción en que luce
todo el ingenio de Cervanles, resulla enfa-
dosa la pesadez de Clemencin en liaMar do
la falta de atención del insigne escritor. ¡Y
todo para liacergala de erudición no siempre
oportuna! Don Quijote no hablaba como
historiador sino cou arreglo á la tradición
popular. {M. de T.)
aun en las historias verdaderas. El día
que Lisuarle de Grecia lidió con el rey
de la ín.sula Gigantea, Amadís de Gaula
se levantó por ver la halalla cubrién-
dose con un rico manto de carmesí con
unas oes de oro (a). Estas oes eran la
inicial del nombre de la sin i)ar Uriana.
2. Nombre que se daba á las yeguas
de grandes fuerzas y alzada. Garrido de
Villena en la traducción del Orlando
enamorado, hablando del rey Gradaso :
No espera más y salta sobre Alfana,
Que era una yegua muy desmesurada {b\.
Del mismo Gradaso cantó en el original
italiano Ariosto :
GraJa.iso haven Valfana, la piu bella
E la miglior che mai portasse sella (c).
De la alfana del moro Muzaraque. que
yace encan lado cerca de la gran Compiu-
lo, se hace mención en el cajMtulo XXIX
de esta priiücra parte del Quijote.
.'{. Caballero novel era el recién ar-
mado caballero que no se había ilus-
trado aun por sus hechos, y no podía
tr.ier insignia en el escudo hasta que por
su esfuerzo la ganase, como se dijo en
el capítulo l'.Pur esto se expresa que (i
escudo era blanco y sin empresa al-
guna. En otras ediciones anteriores se
leía : y el escudo es blanco. La Acade-
mia Española suprimió el es, y con
razón, pues la buena composición Ir
excluía, y además se repetía desagra-
dablemente.
(a) Lisuarte, cap. XLV. — (¿) Lib,
cant. IV. — (c) Cant. II, est. 48.
I,
I'KIMKIIA l'AHTK.
CAPITULO XVIII
271
las ijadas con los herrados carcaños á aquella piulada y ligera
C(íbni ' y I rae las armas de los veros azules -', es el poderoso Duque
(le Nerl>ia Ivsparlalilardo del Bosque, »jue trae j)or (unpi'esa en el
escudo una esparraguera con una lelra en castellano, que dice
así : Rastrea mi suerte. Y desta manera fué nombrando muchos ca-
balleros del uno y del otro escuadrón, que él se imaginaba, y á
todos les dio sus armas, colores, empresas y motes de improviso,
llevado de la imaginación de su nunca vista locura '. Y sin parar
prosiguió diciendo : Á este escuadrón frontero forman y hacen
gentes de diversas naciones : aquí están los que beben las dulces
aguas del famoso Xanto ', los montuosos que pisan los masílleos
Enla comedia de Cervantes iatitulada
El Rufián dichoso {a), se liace inoricióa
de un francés jorobado, llamado
Fierres I'(ípin (a), que tenia tienda en
Sevilla en la calle delaSierpe. Cervantes
residió en Sevilla por espacio do mu-
chos años, y acaso encierra el texto
alguna alusión ((ue entonces sería fácil
y ahora imposible alcanzar.
1. Hermoso animal africano del ta-
maño y fi^'ura de una muía, rayado de
listas anteadas y negras, y más ligero
que el caballo : uwa se ve actualmente
en la casa de lleras del Rea! Sitio del
Retiro. Hay algún fundamento para creer
que en España las hubo, así como tam-
bién hubo camellos duranle la domina-
ción de los árabes. De que se conside-
raba á este animal como apto para
servir en la guerra, hay testimonio en
aquel romance viejo que dice :
(a) Jorn. I.
(a) Papin. — Puede que el comentarista
tenga razón ; pero [luede ser también que
Cervantes se contentara con echar mano
de uu nombre que le vino á la memoria.
La agitada y aventurera vida de Cer-
vantes, paje, soldado, cautivo, empleado
de hacienda, comisionado de apremios, etc.,
le puso en contacto con inSnidad de tipos
de todas clases y condiciones, y, como hace
notar el Sr. Vaiura, puso al servicio de su
prodigiosa memoria un enorme surtido de
tipos y de nombres. Lo que no puede admi-
tirse seguramente es la teoría de ciertos crí-
ticos que, en todo personaje citado en El
Quijote, pretenden ver la representación de
un personaje histórico. En este terreno se
llevo 1,1 palma el insigne y fervoroso cervan-
tista D. Aureliano Fernández Guerra, mucho
más afortunado im sus esludios sobre el fa-
moso poeta Ruiz de Alarcón que en sus di-
vagaciones eruditas sobre los personajes
cervantinos. (M. du T.)
Por las sierras de Altamira
huyendo va el Kei Marsín,
caballero en una cebra,
no ])or mengua de rocín.
Pellicer, que habla de esto y de los
documentos antiguos castellanos donde
se menciona la cebra, dice que en todos
se leyó ce6/'a por equivocación; que la
cebra que se nombra en el Fuero de
Madrid es cabra, y cierva la que se cita
en el P'uero de Plasencia. Pero la del
rey Marsín no era ni cierva ni cabra.
2. I'ero.'?, figuras del blasón como copas
ó vasos, que se expresan siempre en ios
escudos con azul y plata, estoes, veros
azules en campo de ¡liata ó veros de plata
en campo azul. El texto de Cervantes
va conforme á esta regla : no es así el de
la cr('inica de D. Belianisde Grecia, que
en la descripción de los torneos de
Londres hace menciim de los veros
rojos que llevaba en el escudo D. Cla-
rineo, uno de los caballeros concurrentes
á las fiestas (c;.
3. No es la locura, sino el loco,
quien tiene imaginación. Quiso decir :
Llevado de su loca imaginacidn.
4. Xanto. rio de Troya, celebrado por
Homero y Virgilio, fluye del monte Ida,
yes el mismo que el Escamandro. —
Termodonte, río de Capadocia, que des-
emboca en el Ponto Euxino, y riega
la región que se suponía habitada por
las Amazonas. Tanto por esta circuns-
tancia como por la mención que suele
hacerse de aquellas guerreras en los
libros caballerescos, fué mucho que no
le ocurrió á D. Quijote contarlas
entre las tropas que seguíanal furibundo
Alifaufarón. — Pactólo, rio de Lidia,
(a) Lib. III, cap. XVI.
Ti'i
DON yCIJOTE DE LA MAíNCHA
campos', los que criban el finísimo y menudo oro en la lcli<(
Arabia-, los que gozan las famosas y frescas riberas del clfiro Tor-
modonte, los que sangran por muchas y diversas vías al dorado
Paciólo, los númidas dudosos en sus promesas^, los persas en arcos
y flechas famosos, los partos, los mcdos '• que pelean huyendo, los
árabes de mudables casas"', los citas tan crueles como blancos, los
que nacía en las inmediaciones de Sar-
dis. Llámasele dorado, porque se creía
que arrastraba arenas de oro desde que
se lavó en él Midas, rey de Frif^ia, á
quien según la fábula concedieron ios
Dioses que cuanto tocase se convirtiese
en aquel precioso metal. Pliniofa^ enu-
mera los ríos que, según la común opi-
nión de su tiempo, llevaban raeduras
de oro ; y son Tajo en España, l'ó en
Italia, Ehro en Tracia, Paciólo en Asia,
y Ganges en la India.
1. Montuosos se dice de los sitios, no
de los liabitantes : éstos sonmonta-
ñeses. Y los que habitan los campos no
son monlañeses. sino campesinos.
Los 77iásilos eran pueblos de África, y
darían nombre á los campos, á que
D. Quijote dio el nombre de masilicos.
D. Juan Bowle, en sus Anotaciones, in-
dicó que en este pasaje se hablaba de
los masilienses ó habitantes de Marsella,
en las Galias ; pero Cervantes puso
exclusivamente en este escuadrón
geíites asiáticas y africanas, y dejó
para el opuesto las europeas.
2. Foresta indicación parece que se
habla del oro en polvo del río Tíbar,
que Cervantes hubo de suponer equi-
vocadamente que corre por la Arabia
feliz. Y á lo mismo aludiría lo que dijo
en el capitulo XVI áe lucidísimo oro ríe
Arabia, hablando de los cabell9S de
Maritornes; pero Tíbar es río de África,
que va á parar en su costa occidental
al Océano Atlántico.
Los antiguos geógrafos no hablaron
del oro de Arabia. Sólo Plinio men-
cionó algunas minas de oro en la costa
y en la región de los sábeos: pero en
el salmo LXXl de los de David, se
hace mención especial del orode Arabia.
3. Pudiera ocurrir que aquí tuvo (a)
(a) Lib. XXXIII, cap. IV.
(a) Pudiera ocurrir que aquí tuvo. — .V
pesar de sus distraccionei y desaliño, Cer-
vantes hubiera dicho : Pudiera ocurrir que
aqui tuviera ó tuviese. El maestro dormita.
(M. de T.)
presente Cervantes lo de Fide.s púnica,
que pasij como proverbio entre los ro-
manos, confundiendo á los númidas con
sus vecinos los peños ó cartagineses :
cosa que puedecalificarsede verosímil,
atendida la negligencia y poca atenciim
con (jue Cervantes escribía. Pero si
consultamos lo poco que acerca de la
historia de Numidia nos conservaron
los escritures latinos, hallaremos que en
punto á mala fe y desprecio de sus pa-
labras y promesas, los númidas no se
quedaban en zaga á los cartagineses.
4. Cervantes habló confusamente de
estas tres naciones vecinas, con algu-
na excusa, porque unas se dominaron
á otras en diversos tiempos y se con-
fundieron á veces en una sola: pero
realmente lacahdadde flecheros y la de
pelear huyendo, no fueron propias de
los persas ni de los medos, sino de los
partos. Catulo los llamó sayitiferos ó
flecheros (a): Horacio alabó su denuedo
en las retiradas ó simuladas fugas :
... Versis animosum equis
Parlhum {b).
Y Ovidio, hablando de la misma na-
cii')n, mencionó las flechas (') dardos que
arrojaban hacia atrás desde sus caba-
llos :
Trluque ab averso qus iacil hostis equn (c).
Finalmente, de la habilidad y destre-
za de su caballería en pelear, fuese em-
bistiendo ó retirándose, habló Tácito en
el libro \'I de los Anafes. Bowle. en la
llamada para la nota sobre éste pasaje,
lej'ó los parios que pelean liuyend», di-
simulando así. con advertencia ó sin
ella, el descuido de Cervantes.
.'>. Porque viven en tiendas que se
mudan según la necesidad ó convenien-
cia dé sus habitantes, como lo practi-
can todos los pueblos nómades ó pasto-
res.
in) Poetnatio Xí. — (A) Carm., lib. 1,
oda 19. — (c) Art. amat., lib. 1.
PRIMKHA PAHIi;.
(;aimtui,() XVIII
273
etíopes' (l(! horadados lid»ios, y otras ¡nfinilas naciónos cuyos ros-
I ros conozc.oy veo, aunque de los nombres no me acuerdo. Kn estotro
cscuadriMí vienen los (|iie helicii las corrientes cristalinas del oli-
viCero Helis-, los que tersan y |)ulen sus rostros con el licor del
siempre rico y dorado Tajo, los (pie gozan las provechosas af^^uas
del divino GeniP, los que pisan los tartesios campos'' de pastos
abundantes, los que se alegran en los elíseos"' jerezanos prados, los
manchegos ricos y coronados de rubias espigas ",108 de hierro ves-
1. De la crueldad de los escitaíf habló
Plinio en más do un pai'aje : muchos
do sus jiueblos eran antropófagos. Lla-
ma aqui Corvantes blancos á losescitas,
y lo misino hizo Lope de Vega en el
canto IX de su poema El Isidro; pero
los tártaros, sus descendientes, son me-
nos blancos que otros pueblos con que
confinan: ni podían tener muy blanca
la tez los que vivían sin casas, expues-
tos de continuo á la inclemencia del
sol y del aire. — De los etiopes no sé si
acostumbran á horadarse los labios,
como otras naciones salvajes se. hora-
dan las narices para llevar pendientes
sus adornos, y como los europeos se
horadan paralo mismo las perillas de
las orejas.
2. Se llama olivífero al Betis ó Gua-
dalquivir, por la abundancia de olivos
que se crían en sus riberas Del mismo
vocablo usó Marcial hablando de este
río, y pintándolo con corona de olivo :
Bxtis, olivífera crines redimite corona (a).
3. ¿ Por qué se atribuye al río Genil
la calidad de divino'.' No es fácil discu-
rrirlo. En tiempo de Cervantes hubo opi-
nión de que Genil significabase/72ejau/e
al Silo, como se ve por Govarrubias en
su Tesoro, y al Nilo no pudieron negar
la calidad de divino los que, según Ci-
cerón (6), le hicieron padre de algvmos
dioses. ¿Pudo por razón de esta seme-
janza extenderse también al Genil (a) la
(a) Lib. XII, epigrama último.
natura Deorum.
(b) De
(a) Jenil. — Las palabras de Cervantes se
refieren acaso al delicicso canto i'YibiUa del
Jenil, consagrado á este río por el poeta an-
tequtn'ano Pedro de Espinosa, autor delacé-
lebre colección Flores de poetas ilustres ( 1 bU.i).
(M. de T.)
calificación de divino'.' Por lo demás, el
nombre de Genil no es más que el de
Singiiis que dieron á este río los anti-
guos moradores de España, y después
desfiguraron los moros pronunciándolo
á su manera, sin que se vea la razón de
llamarle divino más que ó otro cual-
quier río.
4. Tarteso fué la ciudad antigua de
la Bética que, según unos, estuvo en la
ensenada de Gibraltar; según otros en
Tarifa, según otros en Cádiz. Los auto-
res latinos llamaron Tnríesia á la re-
gión occidental de la Bética, y en el
mismo sentido usa Cervantes de esta
voz.
5. El epíteto de elíseos no conviene
sino á campos ; pero se acaba de
decir tartesios campos, y quizá por huir
de la repetición no se puso los elíseos
jerezanos campos, como se hubiera po-
dido decir, con tanta más propiedad,
cuanto que en sus confines corre el
Guadalete, tocayo al parecer del río
Leteo, el cual ceñía los campos Elíseos,
donde morábanlos bienaventurados de
la Eneida :
Lehtaeumque, domos placidas qui prxnatat
[amnem (a) ;
6. Por lo abundante que era la cose-
cha de granos en la Mancha: en el día
se habla más de la de sus vinos y pu-
dieran pintarse sus habitantes corona-
dos también de pámpanos. En vida de
Cervantes tenían ya fama, entre otros
de España, los vinos de Ciudad Real,
recámara, como él mismo la llamó al-
guna vez, del dios déla risa. Valdepe-
ñas la ha obscurecido en nuestros tiem-
pos, arrancando la palma de la cele-
bridad á los demás vinos déla Mancha.
(a) Lib VI.
18
274 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Lidos reliquias anU-uas de la sangre goda\ los que en Pisuerga
se bañan, famoso por la mansedumbre de su currienLe, los que su
-añado apacientan en las extendidas dehesas deUorluoso Gua-
diana-', celebrado por su escondido curso, los que tiemblan con el
frío del silvoso Pirineo ^ y con los blancos copos del levantado
Apenino : finalmente, cuantos toda la Europa en sí contiene y en-
cierra '. i Válame Dios, y cuántas provincias dijo ', cuántas nacio-
1. Indica los habitantes de la costa
septentrional de España, á quienes
llama vestidos de hierro por el mucho
que labran, y reliquias de los godus por
haberse acogido rstos á sus niontaiias
cuando invadieron los moros la pen-
ínsula en el siglo vui. Baja de allí el
discurso de D. Quijote á las llanuras de
Castilla que baña el Pisuerga, y des-
pués, pasando por encima de la vega
del Tajo, de que ha hablado anterior-
mente, se detiene en las márgenes
del Guadiana.
2. La calidad de tortuoso no parece
posible que sea muy peculiar del Gua-
diana, puesto que las llanuras por donde
pasa pueden darle la de lento y pere-
zoso, pero no obligarle á grandes tor-
nos ni revueltas. Sólo al declinar ya su
curso, la sierras de Portugal, oponién-
dose á la dirección que traía de levante
á poniente, le fuerzan á torcer hacia el
Sur, buscando por donde desaguar en
el golfo de Cádiz. ,
Lo del escondido curso alude a que
el Guadiana á poco de nacido se hunde
y desaparece, nai-icndo de nuevo en lo
que llaman Ojos de Guadiana, de lo
que volverá á hablarse en lugar opor-
tuno. , ...
3. Silvoso se dijo, no por el silbo y
ruido de los árboles movidos en las
grandes alturas por el viento, que en
todos los montes es lo mismo, .sino
por la espesura y abundancia de las
selvas ó bosques que visten al Piri-
neo. Aplicó la misma calidad al Ape-
nino Ariosto, hablando del ejército del
Rey Agramante contra el Emperador
Carlos :
Del silvoso Appenin luíte le piante.
Y Lope de Vega, en la comedia del
Bastardo Mudarra (a), á un valle
poblado de hayas :
(o) Acto III.'
Yace en la falda deste monte un valle
Selvoso de havas, que á un solar dan
[nombre.
4. D. Antonio de Capmani. en su
Teatro de la elocuencia española, copia
el pasaje anterior, que realmente lo
merece, no obstante las ligeras obser-
vaciones que sobre él se han hecho.
El lenguaje es hermoso y suavísimo,
adecuados los epítetos, sonoros y bien
escogidos los nombres de naciones y
ríos,"y admirable la facilidad y rapidez
con que se deslizan las ideas, el con-
torno de los períodos, la ostentación y
riqueza de la descripción. He aquí una
muestra de la prosa poética, de que
fué gran maestro Cervantes, y en que
lucen á la par las galas del idioma y
la lozanía del ingenio.
:;. Ríos y Pellicer, elogiando esta
descripción de los ejércitos hecha por
U. Quijote, la compararon con la enu-
meración de las naves y capitanes
griegos que fueron á la guerra de
Troya, hecha en el libro 11 dela7/iada.
y dé los auxiliares de Turno en eM 11
de la Eneida. Homero y Virgilio die-
ron allí muestras de su invención en
un largo catálogo, donde supieron evi-
tar el tedio de ía uniformidad con una
maravillosa variación de accidentes
que hacen sumamente agradable su lec-
tura. La breve descripción de Cervan-
tes, en que sólo se nombran tres ca-
balleros de cada uno de Ins dos ejércitos,
carece de las dificultades cuyo venci-
miento constituye el mérito de los
poetas griego y latino ; y sin perjuicio
(le los elogios que merece este bellí-
simo pasaje del Quijote, es menester
reconocer que no cabe comparación
entre las grandes máquinas que mane-
jaron entonces aquellos padres de la
poesía en la lenta y aparatosa prepara-
ción de importantes sucesos y el rapto
esencialmente breve de un loco, que
mientras se prepara para embestir al
PRIMEnA PAnTK. — CAPÍTULO XVIII 275
lies nombró, dándole í'i c.'uJa uno con mnruvillo.s;i jíicsleza las aíri-
hiilos que le pprlonerían, lodo absorto y empapado en lo que
babía leído en sus libros mentirosos! Estaba Sandio Panza colgado
de sus palabras sin bablar ning^una, y de cuando en cuando volvía
la oabe/.a á ver si veía los caballeros y g'igantes que su amo nom-
braba', y como no descubría á ninguno, le dijo : Señor, enco-
enemipo, y casi hincando ya al caballo
las espuelas, dirige unas corlas i'azüucs
á su escudero. El mismo Cervantes
manifiesta que no trató de imitar en
esta ocasión á los antiguos cuando
dice que su héroe habló lodo absorto y
empapado en lo fjue había leído en sus
libros 7nenfirosos. Estas palabras indi-
can claramente (jue el tipo de la des-
cripción hecha por I). Quijote debe bus-
carse, no en las epopeyas de Virgilio
y Homero, sino en los libros de Gaba-
llerias (a).
Describiéndose en la historia del Ca-
ballero del Febo el ejército con que el
Emperador pagano Alicandro iba á
guerrear contra Trcbacio, Emperador
de Constantinopla, se dice lo siguiente:
Queriendo el sabio fArr/andeo contar
algunas naciones de los que se junta-
ron en este poderoso ejército... puso en
esta historia algunas dellas. Y dice que
venia primeramente el Emperador Ali-
candro, Rey y señor de todos ellos, el
cual traía cincuenta mil caballeros de
los tártaros, y treinta mil de tos scitas...
Venia allí el muy poderoso jayán Bra-
damán Campeón, señor de las ínsulas
orientales, y traía consigo aquel caien-
tísimo y superbo joven flr amarante...
Venia el Rey de los Palibotos, que se-
gún afirman muchos escritores, cada
dia que quiere saca al campo cien mil
hombres de pie de gueria... Venia el
fuerte Hadarán, Rey de Arabia, y con
él la Reina Carmania, con cinco mil
caballeros cada uno. Venía el Rey de
Media,el Rey de los Partos... Venían
todas las naciones del río Ganges y
(«) En los libros de cahaUerias. — Se equi-
voca el comentarista en su idea fija de que
Cervantes, como su héroe, tenía llena la
cabeza de los libros de caballerías y sólo
pensaba en imitarlos. El príncipe de los
escritores españoles se propuso, como gran
artista del estilo y de la lengua, trazar aquí
una descripción admirable para regocijo
de sus lectores y lo consiguió cumplida-
mente. (M. de T.)
del monte Tauro, y no parando en esto,
vinieron, el Rey de la Taprohana, y el
Rey de Egipto y el de Etiopia... FivaL-
mente, viniero7i estas y otras muchas
naciones que por evitar prolijidad se
dejan de contar {ü).
Al referirse en la crónica de Palme-
rín de Inglaterra (b) una gran batalla
que hubo entre fieles é infieles, se eni-
I)ieza por enumerar los cuerpos de que
se componía el ejército cristiano con
expresi(')n de sus capitanes, y después
se hace lo mismo con el de los turcos.
Finalmente, se da noticia de las armas,
colores, empresas y divisas de los prin-
cipales cabaJleros.
Pudo (Cervantes, al extender el pasaje
del texto, tener presente estos y otros
semejantes de los libros caballerescos;
pero el que ofrece mayor número de
recuerdos y puntos de semejanza es el
que se lee en el libro IV de la historia
de Amadis de Gaulá (c), donde se des-
criben los dos ejércitos enemigos, el
del Emperador de Roma y el del Rey
Perlón de Gaula. Por su lectura puede
sospecharse que éste fué el pasaje que
se tuvo más á la vista en la descripción
de D. Quijote. Emperador soAe/6¿o por
una parte, y Rey cuerdo y esforzado por
otra : Macián de la Puente de plata,
armas azules, blancas, verdes, amari-
llas y negras, partidas á cuarterones ;
la doncella figurada en el escudo y un
caballero hincado de rodillas delante,
que páresela que le demandaba meiced ;
las armas coloradas con flores de oro;
las de los veros azules ; todas estas ex-
presiones cotejadlas con las del texto
del QuMOTE, inclinan íi creer que Cer-
vantes no tenía olvidadas las del libro
de Amadis al escribir el suyo.
1. Mingún gigante había nombrado
D. Quijote, y sólo había hecho men-
ción de un caballero de miembros gigan-
teos. Verdad es que debía ser un gi-
(a) Parte I, lib. IH. cap. XVri. — {!>')
Parte II desde el cap. CLXV al CLXX. —
(c) Cap. CVII V CIX.
276 noN QUIJOTE de la mancha
miendo al diablo, hombre ni gigante ni caballero de cuantos
vuestra merced dice parece por todo esto : á lo menos yo no los
veo ; quizá todo debe do ser encantamento, como las fantasmas de
anoche. ¿Cómo dices eso? respondió D. Ouijote; ¿no oyes el re-
linchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los
atambores ' ? No oigo olra cosa, respondió Sancho, sino muchos
balidos de ovejas y carneros; y así era la verdad, porque ya llega-
ban cerca los dos rebaños. El miedo que tienes, dijo D. Quijote, te
hace, Sancho, que ni veas ni oyas á derechas ■^, porque uno de los
efectos del miedo es turbar los sentidos, y hacer que las cosas no
parezcan lo que íson; y si es que tanto temes, retírate á una parle
y déjame solo, que solo basto ú dar la victoria á la parte á quien yo
diere mi ayuda : y diciendo esto puso las espuelas á Rocinante, y
puesta la lanza en el ristre bajó de la costezuela como un rayo. Dióle
voces Sancho diciéndole : Vuélvase vuestra merced, señor D. Qui-
jote, que voto á Dios que son carneros y ovejas las que va á embestir,
vuélvase. ¡ Desdichado del padre que me engendró! ¡ Qué locura es
esta! Mire que no hay gigante, ni caballero alguno, ni gatos, ni armas,
ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados;
¿qué es lo que hace? ¡ pecador soy yo á Dios !'. Ni por esas volvió
D. Quijote, antes en altas voces iba diciendo : Ea, caballeros, los
que seguís y militáis debajo de las banderas del valeroso Empera-
dor Penlapolín del arremangado brazo, seguidme todos, veréis
cuan fácilmente le doy venganza de su enemigo Alifanfarón de la
Trapobana. Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de
las ovejas, y comenzó de alanceallas ' con tanto coraje y denuedo,
gante en forma, un gigantazü que valiese mentó mezclado con algo de impacien-
por mui'hos, puesto que llevaba pur c\a : Tan cierto como gue soy pecador y
escudo la puerta de un templo. he ofendido á Dios. Sancho vuelve á
1. Así solían llamarse on tiempo de repetirlo hablando con su amo en el ca-
Cervantes los que ahora llamamos /a??2- pítulo XLVI de esta primera parte, y
bores, instrumentos militares que las después, siendo Gobernador, enla aven-
naciones cristianas tomaron de los sa- turadel asalto de la ínsula, capitulo LUÍ
rracenos, como lo prueba Ducange en de la segunda. Usó también de esta ex-
sus notas á la historia de San Luis por ]iresión el lacayo Vnllejo en la comedia
Joinville. — Tambor se dijo por ono- de Lope de Rueda intitulada la iíu/'em/a:
matopeya, y entre nosotros es nombre ¿ No ves que es de noche, pecador soy á
común al instrumento y al que le toca. Dios, >j ó lo escuro todo es turbio (a)'1
í. Estaría mejor suprimiéndose el 4. No es el régimen ordinario de ahora,
pronombre le. — Oyas por oigas, como segúnel cual se diría: Ycojnenzóá oían-
se dice comúnmente. — Sancho, lejos ceallas. Antiguamente era otra cosa, y
de temer ni manifestar miedo, decía así decía un romance viejo de Reinal-
que sólo eran ovejas y carneros, obje- dos de Montalván :
tos bien poco temibles. D. Quijote Ha- _ t> • u ..■• , .j
maba nüedo de Sancho á lo que era lo- ya'íomSa de^ín?" "" '"" -
cura suya. f '
3. Especie de aseveración ó jura- (a) Acio III, escena I.
l'ItlMI KA PAUTi;.
CAIMTLLO XVín
277
como si (1(! veras alancísira ;'i sus moríales enemigos. Los pastores
y íJi'aiiadíM'Ds (juc con In manada venían, dáhanlo voces qne no
hiciese aíjuello; pero viendo qne no aprovechaban, desciñ(;ronsc
his hondas y comenzaron á sahiihiUe los oídos con piedras como
el iiiiMo. I). Quijole no se cnraba de his piedras, antes discuniendo
á todas j)artes decía : ¿ Adonde estás', soberbio AHfanfar(')n? Vente
á mí, (jue un caíjailero solo soy'-^ que desea de solo á solo probar
tus tuerzas, y quitarte la vida en pena de la que das al valeroso
Pentapolín (iaramanta ^. Llegó en esto una peladilla de arroyo'*;
y ilándole en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Vién-
dose lan maltrecho, creyó sin duda que estaba muerto"' ó malfe-
ridü, y acordándose de su licor sacó su alcuza, y púsosela á la
boca, y comenzó á echar licor en el estómago ; mas antes que
acabase de envasar lo que á él le parecía bastanl^e, llegó otra almen-
dra, y dióle en la mano y en el alcuza tan de lleno, que se la hizo
pedazos llevándole de camino tres ó cuatro dientes y muelas de la
boca, y machacándole malamente dos dedos de la mano. Tal fué el
golpe primero y tal el segundo, que le fué forzoso al pobre caba-
llero dar consigo del caballo abajo. Llegáronse á él los pastores, y
creyeron que le habían muerto : y así con mucha priesa recogieron
su ganado, y cargaron las reses muertas'', que pasaban de siete, y
1. Cuando Carlomagno enlrú en las
tierras del Almirante Balan, cuenta su
historia que le salió al encuentro el Key
Brulanle con cien mil paganos, y ade-
lantándose gran trecho de su gente, á
grandes voces empezó á decir : Olí noble
Emperador Carlomagno, ,; donde estfls?
Apártate tú de tu gente, como yo de la
mía, y empecemos los dos viejos esta ba-
talla (a). Muerto Hrulante, el Almi-
rante Balan entn'i en la batalla, lla-
mando tí grandes voces al Emperador
Carlomagno : ¡, dónde estás? Fuesen la
Turquía entraste en busca mía, ¿ por
que' huyes ahora de mi (6) ?
2. Esto cuenta la misma historia de
Carlomagno que gritaba Fierabrás de
Alejandria, desafiando al Enijierador y
á los Doce Pares, que estaban en Mor-
mionda, y diciendo una y otra vez que
era un solo caballero. Expresión seme-
janlf fué la que Ü. Quijote dirigió á ios
molinos de viento en el capitulo VIH :
Non fuyades, cobardes y viles criaturas,
que un solo caballero es el que os aconte le.
(a) Cap. LI. - (6) Ib., cap. LII.
3. En la designación de este nombre
pudo tener parte alguna reminiscencia
de Cervantes, nacida dé\la lectura del
Laberinto del poeta castellano Juan de
Mena, en cuya copla oO se encuentran
los dos nombres de Pentapolín y de
Gai'amanta. — Poco antes llamó D. Qui-
jote á Pentapolín Emperador ; al prin-
cipio le había llamado Rey, pero no
debe buscarse consecuencia en perso-
nas como D. Quijote.
i. Modo familiar de designar un gui-
jai'ro: pocos renglones después le llama
almendra. Con efecto, peladillas es el
nombre que se da en las confiterías á
las almendras lisas, bañadas de almi-
dón y azúcar ; y á los guijarros convie-
nen las dos calidades, de ser pelados y
de arroyo.
o. Esto de creer uno de sí mismo
que está muerto tiene gracia, y sólo
cabe en un celebro tan desarreglado
como el de D. Quijole. Es de advertir
la habilidad con que Cervantes saca
partido del carácter de su héroe para
esforzar con verosimilitud lo ridí-
culo.
6. Hasta ahora se había leído carga-
V
278
DON QUIJOTL DE LA MANCHA
sin averiguar olra cosa se fueron'. Estábase todo este tiempo
Sancho sobre la cuesta mirando las locuras que su amo hacía, y
arrancábase las barbas^, maldiciendo la hora y el punto en que la
fortuna se le había dado á conocer : viéndole, pues, caído en el
suelo, y que ya los pastores se habían ido, bajó de la cuesta, y lle-
góse á él, y hallólo de muy mal arle, aunque no había perdido el
sentido, y díjole : ¿No le decía yo, señor D. Ouijote, que se vol-
viese, que los que iba á acometer no eran ejércitos, sino manadas
de carneros? ¡ Cómo eso puede desparecer y contrahacer aquel
ladrón del sabio mi enemigo^ ! Sábete, Sancho, que es muy fácil
cosa á los tales hacernos parecer lo que quieren, y este maligno
que me persigue, envidioso de la gloria que vio que yo había de
alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos en
manadas de ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, por mi vida,
porque te desengañes y veas ser verdad lo que te digo : sube en
tu asno, y sigúelos bonitamente, y verás cómo, en alejándose de
aquí algún poco, se vuelven en su ser primero, y dejándose de ser
ron ía) de las reses muer las, como si no
las hiibiesea cargado todas y se deja-
ran algunas ; pero es indudable que la
particula de se introdujo indebida-
mente en el texto.
1. El temor de los pastores, que se
retiran creidos de que hablan muerto
á D. Quijote, é interesados por consi-
guiente en que el asunto no tuviese
otras resullas para ellos, da salida na-
tural y fácil á una aveulura que no pu-
diera tenerla de otro modo verosímil
en un país civilizado. Tanto por esta
consideración, <'omo por serla aventura
tan apropiada al papel de D. Quijote,
por su disposición y por el modo de
referirla, es una de las más agradables
de la fábula.
2. Antes vimos que Sancho juraba
por sus barbas : ahora vemos que se las
arranca, y de uno y otro pasaje inferi-
remos que las traía. Conforme á lo que
ya se dijo anteriormente, amo y mozo
debieron representarse con ellas en las
estampas que acompañan á muchas
ediciones : pero cuando se grabaron ya
no so usaban barbas, y los grabadores
los dibujaron inadvertidamente como
coetáneos suyos.
(a) Carqaron. — El Sr. Cortejón resta-
blece la lección aiUiglia : cargaron de leu
reses muertas. (M. de T.)
3. Salida graciosísima (p). La explica-
ción que D. Quijote da á su desgracia, es
digna de la aventura que precede ; con-
siderándose caballero ya famoso con
todas las circunstancias que habían
adornado á los héroes imaginarios á
quienes imitaba, persuadido de lo in-
vencible de su fuerte brazo, y de que
un solo caballero andante puede deshacer
un ejército de doscientos mil hombres,
como si todos fuesen hechos de alfe-
ñique (a), no sabe cómo explicar su
vencimiento, sino por la envidia y mala
voluntad de algún sabio encantador
perseguidor suyo, á la manera que lo
fueron Arcalaus de Amadis de Gaula y
Frislón de Belianís de Grecia. De Kristón
dijo ya D. Quijote cnel capítulo Vilijue
era su grande enemigo, equiparándose
sin duda con Belianís, á quien durante
mucho tiempo profes(') grande ojeriza
aquel mago, hasta que. reconciliándose
con él, fué en adelante su amigo y su
coronisla.
(a) Parte II, cap. I.
(?) Graciosísima. — El Sr. Pí y Molist, en
su libro Primores del Quijote, hace notar en
este pasaJR que el í;enio de Cervantes le
hizo adivinar y expresar de un modo admi-
rable el proceso de la locura de su héroe
conforme á las leyes ó principios de la psi-
quiatría. (M. de T.)
PUlMKriA I'AUTK. — CAPÍTULO XVlll ^lV^
cai'iioros, son lioinI»r(\s hechos y derechos corno yo te los pinté
priiiioro. Pero no vayas ahora, (|U(' ho monesler tu favor y ayuda ;
IU''{4alc ;\ mí, y mii-a cnánlas inncíhisy dientes me fallan, que me
parece que no me ha ([uedado ninguno en la boca. Llegóse Sancho
tan cerca (¡ue casi le metía los ojos en la boca, y fué {\ tiempo que
ya había obrado ol bálsamo en el estómago de D. Ouijole, y al
tiempo (pie Sancho lleg() á mii-arlc la boca, arrojó de sí más recio
<[U(> una escopeta ctianto dentro tenía, y dio con lodo ello en las
barbas del compasivo escudero '. ¡ Santa María !, dijo Sancho, ¿ y
qué es esto que me ha sucedido? Sin duda este f)ecador está
herido de muerte, pues vomita sangre por la boca; pero reparando
un poco más en ello, echo de ver en la color, sabor y olor que no
era sangre, sino el bálsamo de la alcuza (|uc él le había visto beber;
y fué tanto el asco que tomó, que revolviéndosele el estómago,
vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos
como de perlas. Acudió Sancho á su asno para sacar de las alfor-
jas con que limpiarse y con (|ué curar á su amo, y como no las
halló-, estuvo á punto de perder el juicio : maldíjose de nuevo, y
propuso en su corazón de dejar á su amo'', y volverse á su tierra,
aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del
gobierno de la prometida ínsula. Levantóse en esto í). Quijote, y
puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de
salir los dientes, asió con la otra las riendas de Rocinante, que
nunca se había movido de junto á su amo (tal era de leal y bien
acondicionado), y fuese á donde su escudero estaba de pechos
sobre su asno con la mano en la mejilla en guisa de hombre pen-
sativo además. Y viéndole D. Quijote de aquella manera con mues-
1. D. Francisco de QuevéHo, descri- censure como demasiado natural y aun
hiendo el convite de unos borrachos en bajo ; pero el censor se reirá al leerlo,
casa de Alonso Ramplón, verdugo de no hay duda.
Segovia, contaha que el porquero (uno 2. Incidente que aumenta y esfuerza
de ellos) vomitó cuanto había comido lo cómico de la escena, y que viene ya
671 las barims del de la demanda (a). preparado desde el olvido con que
Quevedo pudo tener presente este pasaje Sancho se dejó las alforjas en la venta,
de Cervantes, así como Cervantes el de según se refirió al fin del capítulo pre-
Lazarillo de Tormes. cuando su amo el cedente.
ciego, para averiguar sise había comido 3. Ya se ha hablado antes de la nin-
la longaniza, le metióla nariz hasta el guna necesidad de emplear la partícula
galillo, revolviéndosele el estómago, de de en ocasiones como la presente, y de
suerte que la nariz y la negra malinas- lo que seria de apetecer que se dismi-
cada longaniza salieron ú un tiempo de nuyese su uso. Aquí también se evi-
la boca. taría la repetición de dejar. — En tiem-
¡ Qué cuadro el que ofrece nuestro po de Cervantes fué frecuente y aun
texto ! Habrá quizá quien lo tache y común este régimen en los verbos ;
algunos todavía lo conservan tal cual
(a) Gran Tacaño, cap. II. vez, y proponer es uno de ellos.
280 DON QüIJOTIi DE LA MANCHA
tras de tanla tristeza, le dijo : Sábele, Sancho, que no es un
hombre más que otro, si no hace más que otro : todas estas borras-
cas que nos suceden, son señales de que presto ha de serenar el
tiempo, y han de sucedemos bien las cosas, porque no es posible
que el mal ni el bien sean durables, y de a(]ui se sigue que
habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca : asi que no
debes congojarte por las desgracias que á mí me suceden, puesá ti
no te cabe parle dolías. ¿Cómo no? respondió Sancho; ¿ por ven-
tura el que ayer mantearon era otro que el hijo de mi padre? ¿ Y
las alforjas que hoy me faltan con todas mis alhajas, son de otro
que del mismo ?¿ Qué te fallan las alforjas, Sancho? dijo D. Qui-
jote. Sí que me faltan, respondió Sancho. Dése modo no tenemos
qué comer hoy, replicó D. Quijote. Eso fuera, respondió Sancho,
cuando faltaran ' ])or <;slos prados las hierbas que vuestra merced
dice que conoce, con que suelen suplir semejantes fallas los tan
mal aventurados caballeros andantes como vuestra merced es. Con
todo eso, respondió D. Quijote, tomara yo ahora más aina un cuar-
tal de pan^, ó una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que
cuantas hierbas describe Dioscórides , aunque fuera el ilustrado
por el doctor Laguna^ ; mas con todo esto sube en tu jumento,
Sancho el bueno, y vente tras mí, que Dios, que es proveedor de
todas las cosas, no nos ha de faltar, y más andando tan en su ser-
1. Reconvepción irónica de Sancho, 3. Andrés Laguna, natural de Segó via
tan salada como oportuna en la sitúa- médico del Emperador Garlos V, traduj ,
ción en que se hallaban él y su amo. del griego é ilustró con anotaciones y
Loquediómotivoála maliciade Sancho figuras el tratado de Pedacio Dioscó-
fué lo que se refirió en el capitulo X, rides acerca de la materia medicinal y
donde le dice I). Quijote que el sustento de los venenos mortíferos. Se imprimió
ordinario de los caballeros andantes en Salamaca el año de lolO, pero el
solía ser de fintas secas y de alf/unas privilegio para la impresión y la dedi-
hierbas que hallulxmpor los campos, y catoria á D. Felipe, lieyde Inglaterra y
ellos, añade, conocían., y yo también Principe heredero de España, tienen le
conozco. fecha del año 15.55. En el anterior de
2. ^¿?ia(a), adverbio anticuado, signifi- 1554 se hablan dado á la luz pública en
csi bien, fácilmente, pronto. — Cuartales León de Francia sus anotaciones en
la cuarta parte. — //o^aza, pan común latín. Residió Laguna por espacio de
y ordinario, alimento de trabajadores mucho tiempo en Alemania, Flandes é
y jornaleros. — Sardinas arenques, co- lt;ilia. La traduccii'tn de Dioscórides
mida propia délas costas de mar, donde tiene la particularidad de haber sido
la usa la gente pobre, y aun ésta suele hecha en el mismo sitio en que estuvo
-arrojar las cabezas, que ahora apetecía la quinta Tusculana, donde Cicerón es-
D. Quijote, cribió varias de sus obras filosóficas. Al
fin de la dedicatoria propone Laguna
(a) .4, na - El sentido más general de que, á imitación de lo que hacían Ips
íf!J^'T n'^n^ T'^'T']'' '^P'""'''^^ Prmcipes y Universidades de Italia, .se
el refrán : Da Dios alas a la liormiaa para ' •' i „ - ■ ■
morir más aina ; pero en este pasaje parece P/ovea que haya en España siquiera y
indicar : de más buena gana, de mejor grado. " lo menos un jardín holumco susten-
(M. de T.) tado con estipendios Reales.
IMllMi:i(A l'AUTIC
CAPITULO XVIII
281
vicio como iiudainos, pues iK) IíiIIji ;i los iiios(|ii¡los del riirc, ni ú
los ^iisiiuillos (l(í li» li(írra, ni á los renacuajos del a<;ua, y es tan
piadoso, {[uv \\i\cc salir su sol sobre los buenos y malos, y llueve
sobre los injustos y justos'. Más bueno era vuestra merced, dijo
Sandio, para predicador que para caballero andante. D(; todo
sabían y han de saberlos caballeros andantes, Sancho, dijo D. Qui-
jote, porqiKí caballero andante; hubo en los pasados siglos que así
separaba á hacer un sermón ó plálica on mitad de un campo reaP,
como si l'uera graduado por la Universidad de París^; de donde
se iníiere que nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la
lanza '. Ahora bien, sea así como vuestra merced dice, respondió
Sancho, vamos ahora de aquí, y procuremos dónde alojar esta
noche'', y (juiera Dios que sea en parle donde no haya mantas, ni
manteadores, ni fantasmas, ni moros encantados, que si los hay,
1. Solem siium onri facit super bonos
et malos, et pluilsuper itislos el iniustos :
asi el Evangelio de San Mateo («). La
traducción de (-ervantos invirtió el orden
debido : la gradación de las ideas exigía
que se dijese al revés, sohve ins justos é
injustos, como está en el Evangelio; de
otro modo, lejos de añadirse nada en la
segunda parte de la frase y de esforzarse
el pensamiento, éste se debilita y afloja.
k excei)ción de ello, el presente pasaje,
con las expresiones que le preceden,
tiene una admirable dulzura y armonia
que asienta grandemente sobre las ideas,
las cuales son asimismo en extremo
suaves y tiernas, como correspondía al
asunto de que se trataba.
2. La edición de Londres de 1738 corrí-
gió en mitad de un camino real{a.); y si
bien lo reflexionamos, es menester con-
fesar que la corrección es plausible, y
que suena mejor que lo que se halla en
las demás ediciones ; porque ¿qué quiere
decir campo real ?
3. No es impropia de este lugar la
mención de la Universidad de París,
porque en aquellos tiempos fué muy
(a) Cap. V.
(a) Camino real. — No obstante las sutiles
disquisiciones del Sr. Calderón que, en su
Cervantes vindicado, toma la palabra campo
'pov campamento, no parece fuera de camino
la corrección arriba indicada, tanto más
cuanto que, como nota el Sr. Corlejón muy
oportunamente, dice el texto : se paraba, lo
cual es más propio hablando de un camino
que de un campamento. (M. de 'S .¡
frecuentada de los españoles; en prueba
de lo cual pudieran citarse los ejemplos
de Pedro Ciruelo, de Andrés Laguna, de
quien se habló poco hace, del Cardenal
D. Juan Martínez Silíceo, que después
fué Arzobispo de Toledo, del Padre Juan
de Mariana, y de otros personajes cé-
lebres.
4. Como sucedió á César entre los ro-
manos y entre nosotros al Rey D. Jaime
el Conquistador; y descendiendo á per-
sonas menos ilustres, á D. Carlos Co-
loma y á los Marqueses de Santa Cruz y
de la Victoria. Garcilaso de la Vega y
D. Alonso de Ercilla ambos fueron ilus-
tres poetas, y al mismo tiempo militares
valientes. Ercilla, hablando de sus
trabajos en la defensa del fuerte de
Penco, decía :
La regalada cama en que dormía
Era la húmida tierra empantanada,
Armado siempre y siempre en ordenanza.
La pluma ora en la mano, ora la lanza (a),
y Garcilaso en la égogla dirigida á la
Condesa de Ureña :
Entre las armas del sangriento Marte...
Hurté de tiempo aquesta breve suma,
Tomando ora la espada, ora la pluma.
5. Procuremos por busqueriios á no
ser que se omitiese la palabra buscar :
y procuremos buscar donde alojar esta
noche. Alojar por alojarse, es verbo
usado en varias partes del Quijote.
(a) Araucana, parte II, canto 20.
282 DON QUIJOTE DK LA MANCHA
daré al diablo el hato y el garabato. Pídeselo tú á Dios, hijo, dijo
D. Quijote, y guía tú por donde (¡uisiercs, que esta vez quiero dejar
á tu elección el alojarnos ; pero dame acá la mano, y atiéntame
con el dedo, y mira bien cuántos dientes y muelas me fallan deste
lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor. Metió San-
cho los dedos, y estándole atentando \ le dijo :¿ Cuántas muelas
solía vuestra merced tener en esta parte? Cuatro, respondió
D. Quijote, fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas. Mire
vuestra merced bien lo que dice, señor, respondió Sancho. Digo
cuatro, si no eran cinco^, respondió D. Quijote, porque en toda mi
vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído,
ni comido de neguijón ni de reuma alguna. Pues en esta parte de
abajo, dijo Sancho, no tiene vuestra merced más de dos muelas y
media; y en la de arriba ni media ni ninguna, que toda está rasa
como la palma déla mano. ¡Sin ventura yo! dijo D. Quijote oyendo
las tristes nuevas que su escudero le daba, que más quisiera que me
hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada ;
porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como
molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que
un diamante ; mas á todo esto estamos sujetos los que profesamos
la estrecha orden de caballería : sube, amigo, y guía, que yo te
seguiré al paso que quisieres. Hízolo así Sancho, y encaminóse
hacia donde le pareció que podía hallar acogimiento sin salir del
camino real, que por allí iba muy seguido'. Yéndose, pues, poco á
poco, porque el dolor de las quijadas de D. Quijote no le dejaba
sosegar ni atender á darse priesa, quiso Sancho entretenelle y
divertirle diciéndole alguna cosa, y entre otras que le dijo, fué lo
que se dirá en el siguiente capítulo.
1. Alentar en su sigaiücación común ser, porque no hay tantas en cada lado
es verbo neutro, y quiere decir otra de la quijada. D. Quijote no eslaba
cosa. Aquí es verbo activo y está por bien seguro enla cuenlade sus muelas.
tentar. No me acuerdo haberlo visto — Muela co/-(/aZ i'i del juicio, la que ya
usado otra vez en esta acepción ; su en la edad varonil nace en la extremi-
verbal atentados en significación de dad de la mandíbula. — iVe^rui/o'/i, carie
inciertos ó dados á lientas, se usó en de los dientes, que los ennegrece y
el capítulo XVI, hablándose de los lá- corroe.
ct^os y a¿e/i/«í/o.s pasos de Maritornes. 3. Quiere decir que por allí iba el
2. Cinco...fuera de la cordalno puede camino real muy derecho.
CAPITULO XIX
DE LAS DISCRETAS RA/.Ü.\ES QUE SANCHO PASABA CON SU AMO, Y DE
LA AVENTURA QUE LE SUCEDIÓ CON UN CUERPO MUERTO, CON OTROS
ACONTECIMIENTOS FAMOSOS.
Paréceme, señor mío, que todas eslas desventuras que estos días
nos han sucedido, sin duda alguna han sido pena del pecado come-
tido por vuestra merced contra la orden de su caballería, no
habiendo cumplido el juramento^ que hizo de no comer pan á
manteles ni con la Reina folgar, con todo aquello que á esto se
sigue y vuestra merced juró de cumplir, hasta quitar aquel almete
de Malandrino '^ ó como se llama el moro, que no me acuerdo bien.
Tienes mucha razón, Sancho, dijo D. Quijote; mas para decirte
verdad, ello se me había pasado de la memoria, y también puedes
tener por cierto que por la culpa de no habérmelo tú acordado en
1. Desde queü. Quijote hizo eljuramen-
to (a) de que se trata, que fué después
de la batalla con el vizcaíno no ha conta-
do la historia que hiciese cosaalgunaen
que lo quebrantase. No se ve que comiese
más que cuaudo centj con los cabreros,
y eso no fué á la mesa ni sobre man-
teles, sino en el suelo, sobre unaspieles
de oveja. En la venta, donde había
casado la noche, no se lee que comiese
á manteles ni sin ellos, y sólo se en-
puentra que al salir de ella pidió el
(».) Desde, que D.Qwjotehizo el juramento.
— La cómica seriedad con que Clemen-
cín suele tomar muchos pasajes del texto
y ([ue le hac(\ aquí acnuuilar pruebas para
demostrar que D. Quijote no había que-
brantado su voto, ha sido objeto de muy
oportunas censuras por varios críticos.
Parece que cree que todo ello ha sucedido,
como dicen los franceses.
(M. de T.)
ventero se le pagase el gasto de cena
y camas. No se peinó las barbas, ni
mudó ropa, ni entró en poblado, que
eran también circunstancias expresadas
en el romance del Marqués de Mantua.
Si en algo faltó, fué en quitarse las
armas por espacio de más de una hora
cuando se acostó en el camaranchón,
bizmado y emplastado, como se refiere
en el capítulo XVI; y hubiera sido de-
masiado rigor no hacerlo en el caso de
necesidad en que se hallaba, y que al
parecer no pudo estar comprendido en
el juramento.
2. Ó yelmo de Membrillo, según el
mismo Sancho dijo en el Quiiote de
Avellaneda (a). Nuestro escudero, per-
sona rústica é ignorante, estropeaba el
nombre de Mambrino ; Martirio le llama
después en el capitulo XXI.
(a) Cap. XXIX.
284
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
tiempo, le sucedió aquello de la manía ; pero yo haré la enmienda,
que modos hay de coiriposición en la orden de la Caballería para
todo '. ¿Pues juré yo algo por dicha? respondió Sancho. No im-
porta que no hayas jurado, dijo D. Quijote; : basta, que yo entiendo
(pie de participantes no estás muy seguro, y por sí ó por no, no será
malo proveernos de remedio. Pues si ello es así, dijo Sancho, mire
vuestra merced no se le torne á olvidar esto como lo del jura,
mentó ; quizá les volverá la gana á las fantasmas de solazarse otra
vez conmigo, y aun con vuestra merced, si le ven tan pertinaz. En
estas y otras pláticas les tomó la noche en mitad del camino, sin
tener ni descubrir donde aquella noche se recogiesen, y lo que no
había de bueno en ello, era que perecían de hambre, que con la
falta de las alforjas les faltó toda la despensa y matalotaje ^. Y para
acabar de confirmar esta desgracia, les sucedió una aventura, que
sin artificio alguno verdaderamente lo parecía, y fué que la noche
cerró con alguna escuridad-*; pero con todo esto, caminaban.
1. Gomo si dijera bulas de composición,
aludiendo á las que suelen obtenerse
en Roma para ciertos casos ; lo que con-
firma la mención de participantes que
hace después D. Quijote, l'urticipanles
se llamaban los que comunican con
personas descomulgadas, y contra los
cuales, después de amonestados, solía
lanzarse también la excomunión que
se llamaba de participantes; pero á
estos tales no babia obligación de evi-
tarlos, si no estuviesen noniinatini des-
comuUjados y denunciados, como dijo
Fr. Antonio de Córdoba en su Tratado
de casos de conciencia, impreso en
Alcalá el año 1589 (a). Con relación á
esto en la VidadeGuzmánde Atfaradie
(ó) se dice de uno que estando muy co-
lérico se desenfrenaba en sus expresiones
como excomunión iba Locando ápnrlici-
pantes.X del Licenciado Cabra contaba
Quevedoen su Gran Tacaño [c): repartió
tí cada uno tan poco carnero, que en lo
que se les peyó á las uñas y seles quedó
entre los dientes, piensoque se consumió
todo, dejando descomulgadas las tripas
de participantes.
En los casos de duda, las personas
timoratas ó tímidas, para calmar su
ansiedad, pedirían bulas de absolución
ad cautelam, por la parte que pudiera
tocarles de la excomunión : y á esta
{a) Cuestión 179. — (6) Parte II, lib. I,
cap. VI. — {c) Cap. III.
manera quería D. Quijote que temiese
Sancho haber participado de la infrac-
ción del juramento, por su omisií'm en
recordarlo.
2. Palabra de origen francés ; la pro-
visión que en los viajes de mar llevan
los marineros y demás navegantes. De-
cía Mercurio á nuestro autor, convidán-
dole á que entrase en su galera para
hacer el viaje al Parnaso :
Conmigo segurísimo pasnje
Tendrás, sin (¡ue te em¡)aches, ni procures
Lo que suelen llamar niatalotage.
3. Cerrar la noche con alguna obscu-
ridad, ni es aventura ni lo parece ; pero
Cervantes, que descuidó tantas veces
en su Quijote la correcióndel lenguaje
solía descuidar también la de las
ideas, iba á referir la aventura, mas
lo interruuipií'i para decir la causa de ca-
minar D. Quijote y Sancho de noche, y
no se detuvo á corregir el pasaje, como
le hubiera sido umy fácil con tachar
51)10 los tres monosílabos y fué que, los
cuales indicaban se iba á empezar la
relación del suceso.
D. Martín Fernández de Navarrete, en
la Vida que contanta erudición escribió
de Cervantes, conjetura que dio origen
y ocasión á la aventura del cuerpo
muerto, la sigilosa traslación que se
hizo el año de 1593 del cadáver de Sun
Juan de la Cruz desde la ciudad de Vbe-
PniMF.RA PAUTK. — CAPÍTULO XIX 28;>
creyendo Sancho (|iu! |)iic.s ;uincl camino era real, á una ó dos le-
guas de buena ra/ón liallaría en él alguna venia. Yendo, pues
desla manera, la noche escura, el escudero hamhrienLo y el amo
con gana de comer, vieron que por el mismo camino que iban, ve-
nían hacia ellos gran mulLilud de lumbres, que no parecían sino
eslrellas que se movían. Pasmóse Sancho en viéndolas, y D. Oui-
jole no las tuvo lodas consigo : liró el uno del cabestro á su asno,
y el olio de las riendas á su rocino, y esluvi(íron quedos mirando
alenlaniente lo que podía ser aquello ; y vieron que las lumbres se
iban acercando á ellos, y mientras más se llegaban mayores pare-
cían ; ú cuya vista Sancho comenzó á temblar como un azogado \ y
los cabellos de la cabeza se le erizaron á D. Quijote, el cual, ani-
mándose un poco, dijo : Esta sin duda, Sancho, debe de ser grandí-
sima y peligrosísima aventura, donde será necesario que yo
muestre todo mi valor y esCuerzo. j Desdichado de mí! respondió
Sancho; si acaso esta aventura fuese de fantasmas, como me lo va
pareciendo, ¿ adonde habrá costillas que la sufran ? Por más fan-
tasmas que sean, dijo D. Quijote, no consentiré yo que te toquen
el pelo de la ropa, que si la otra vez se burlaron contigo, fué
porque no pude yo saltar las paredes del corral ; pero ahora esta-
mos en campo raso, donde podré yo como quisiere esgrimir mi
espada. Y si le encantan y entomecen, como la otra vez lo hicie-
ron, dijo Sancho, ¿ qué aprovechará estar en campo abierto ó no?
Con todo eso, replicó D. Quijote, te ruego, Sancho, que tengas
buen ánimo, que la experiencia te dará á entender el que yo tengo.
Sí tendré, si á Dios place, respondió Sancho, y apartándose los
dos á un lado del camino, tornaron á mirar atentamente lo que
aquello de aquellas lumbres que caminaban podía ser ; y de allí á
muy poco descubrieron muchos encamisados^, cuya temerosa
da(a) donde se hallaba enterrado, á laacoiiLocimieato, que hizo mucho ruido
deSe^ovia; y refiere menudamente todas por entonces.
las circunstancias y particularidades del i. Dícesequeel azogue pone trémulos
suceso verdadero, que pueden dar peso á los que lo toman y aun á los que lo
á su conjetura. Sobre lo cual recae respiran(|3), y que así suele suceder álos
oportunamente la expresión de que el operarios que trabajan en sus minas. Y
encuentro del convoy fúnebre, aunque de aquí vino sin duda alguna la expre-
natural-¡y sin artificio, tenia trazas y sión ó comparación proverbial /enzocar
parecer de aventura. Cervantes se ha- como un azogado.
Haba á las sazón en Andalucía, donde o. Llámase encamisados á. los que se
pasóialgunos años y oiría hablar de este ponen la camisa encima de la ropa:
('/) Ubeda. — Acerca de la relación del (3) Lo respiran. — Y sobre todo y muv
presente pasaje con la traslación subrepticia especialmente se aplica a los obreros que
del cuerpo de San Juan de la Cruz, se trabajan en las minas de azogue, como son
extiende largamente en su comentario el las de Almadén. De aqui tuvo seguramente
Sr. Cortejou. (M. de T.) origen la frase. (M. de T.)
286
DON QUÍJOTE DE lA MANCHA.
visión (le lodo punió romalú ol ánimo de Sancho Panza, el cual
comenzó ú dar dienle con diente como quien liene frío de cuar-
tana, y creció más el batir y dentellear cuando distintamente vie-
ron lo que era, porque descubrieron hasta veinte encamisados,
lodos á caballo, con sus hachas encen<lidas en las manos, detrás
de los cuales venia una litera cubierta de luto, á la cual * seguían
otros seis de á caballo enlutados hasta los pies de las muías, que
bien vieron que no eran caballos en el sosiego con que caminaban :
iban los encamisados murmurando entre sí con una voz baja y com-
pasiva. Esta extraña visión á tales horas y en tal despoblado-, bien
bastaba para poner miedo en el corazón de Sancho y aun en el de
su amo, y así fuera en cuanto á D. Quijote^, que ya Sancho había
dado al través con todo su esfuerzo : lo contrario le avino á su
amo, al cual en aquel punto se le representó en su imaginación al
vivo que aquella era una de las aventuras de sus libros''. Figuró-
artificio de que usaban los militares en
las sorpresas nocturnas para conocerse
unos á otros, y de que hay muchos
ejemplos en las historias de los tiempos
de Cervantes : por cuya razón se dio el
nombre de encamisadas á las sorpre- '
sas de esta clase. En el capitulo actual
se aplica á los caminantes el nombre
de encamisados, porque lo parecían,
siendo de noche y viniendo vestidos de
blanco.
1. Abuso AeXrelativo que suele obser-
varse con bastante frecuencia en el
Quijote, para enlazar períodos que tal
vez no lo necesitan, 6 que estuvieran
mejor separados : Cuija visión remató
el ánimo de Sancho, el cual comenzó á
dar diente con dienle... detrás de los
cuales venía una litera, á la cual se-
guían olidos, ele.
2. La palabra tal (a) está demás, y de-
bió suprimirse, porque la circunstancia
agravante era la de pasar la cosa cu
despoblado, y no en aquel despoblado
más hien que en otro.
3. Expresión inútil y aun sin sentido.
Hay en todo este pasaje mucha incorrec-
ción, y pudiera creerse que en el ori-
ginal se quedaron sin borrar por dis-
tracción ó por olvido algunas palabras
de las que el escritor tuvo intención de
(a) Tal despoblado. — A pesar de la ofus-
cación Ue Clemencín, no es defectuoso ;
eauivale á : sitio tan despoblado.
(M. de T.)
suprimir. El presente capítulo (/¡i) es uno
délos que se escribieron con mayor ne-
gligencia en el Qüuotb : testigo, entre
otras cosas, lo de las dos idas del Ba-
chiller Alonso López que en él se cuen-
tan, y de que luego hablaremos.
4. Caminando Ámadis de Grecia bajo
el nombre de Caballero de la Muerte en
compañía do la doncella Finistea, vio
venir á él unas andas que cuatro caba-
llos llevaban en queiban cuatro enanos.
Las andas iban cubiertas de un tape/e
carmesí avillotodo : y delante de las
andas dos fuertes jayanesibati de todas
armas armados, y detrás dellos doce
caballeros de la mesma manera. Las
andas condu( ian á la Princesa Lúcela y
su doncella Anastasiana. que habían
sido robadas, > que el Duque de Hor-
goña había entregado al gigante Man-
droco para que las guardase ocultasen
su castillo de Aldarín. como se refiere
en la Crónica de D. Florisel [a).
(a) Parle III, cap. XLIII.
(?) El presente capitulo. — ; Quión sahp las
miserias y apuros con que tenía que luchar
Corvante.* mientras escribía este capítulo :
Ya dijo Serra, aludiendo á la trabajosa exis-
tencia del insigne Manco :
Que Cervantes no cenó
Cuando terminó el Quijote.
Sólo los escritores que tienen que vivir de
su pluma en España, hostigados por la ne-
PIIIMF,n,\ PAUTK. — CAPÍTULO XtX
287
sele quo la IíIcmíi cr.-m nnclas donde debía do ir alf^ún malfcrido ó
miierlo cjiballcro, cuya vcii^-aii/a ¡i ól sólo CKtaha reservada; y sin
liacer.olro discurso, enrislro su iauzón, j)úsose bien cu la silla, y
con ^(Milil brío y conliuenle se puso en la milad del camino j)or
donde los encamisados forzosamenle habían dc- pasar, y cuando
los vio cerca, alzó la voz y dijo: Delencos, caballci'os, quienquiera
([ue seáis, y dadme cuenta de (jniéu sois, de dónde venís, adonde
vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis; que según las mues-
tras, ó vosotros habéis fecho, ó vos han fecho algún desaguisado,
y conviene y es menester que yo lo sepa, ó bien para castigaros
del mal que fecistes, ó bien para vengaros del tuerto que vos íicie-
ron. Vamos de priesa, respondió uno de los encamisados, que está
la venta lejos y no nos podemos detener á dar tanta cuenta como
pedís; y picando la muía, pasó delante. Sintióse desta respuesta
grandemente D. Quijote, y trabando del freno, dijo : Deteneos y
sed más bien criado, y dadme cuenta de lo que os he preguntado;
si no, conmigo sois todos en batallad Era la muía asom-
bradiza, y al tomarla del freno se espantó de manera que, alzán-
dose en los pies, dio con su dueño por las ancas en el suelo. Un
mozo que iba á pie, viendo caer el encamisado, comenzó á de-
nostar^ á D. Quijote, el cual, ya encolerizado, sin esperar
más, enristrando su lanzón arremetió á uno de los enlutados, y
malferido dio con él en tierra^, y revolviéndose por los demás, era
1. El Caballero de Cupido, enron-
trándose con unos gigantes que llevaban
preso á su padre el Emperador Lepo-
lemo les demandó la causa de seme-
jante desafuero : y deteniéndose el uno
de ellos, mientras los otros continua-
ban su camino, el caballero le dijo :
Óiganle, dame razón ele lo que te he
prequntadu : donde no, conmif/o ere^en
la batalla. Aguarda, verás dijo el gi-
gante [a).
2. Denostar, decir denuestos. Parece
(a) Cabtdlero de la d
lil). II, cap. LIV
cesidad de atendpr á su familia y por la
mezquindad de lo.s editores i)ueden coiu-
prender y excusar estos lunares en obra tan
adiiiirable¿ Tuvo Cervantes tiempo ni humor
ni atm posibilidad de releer su obra cou
todo raposo según el consejo de Horacio, ni
de corrc^'ir mas tarde .sus pruebas '? Conten-
témonos con admirar la fecundidad de su
ingenio y rugocijémonos con su inimitable
prosa, sin andar espurgando implacable-
mente sus menores defectos. (M. de T.)
derivado y abreviatura de dehonesfare,
afrentar, injuriar, cargar de imprope-
rios ; y de aquí también la palabra de-
nnes ios.
Usó ya de este verbo el Arcipreste de
Hita, cuando refiere que se le apareció
una noche el Amor :
Yo le pregunté ¿ quién eres ? Dijo : Amor tu
[vecino.
Con saña que tenía, fin'lo á denostar :
Dijel : Si Amor eres, non puedes aquí estar ;
Eres mentiroso, falso (a).
3. Había en el acompariamiento enca-
misados y enlutados : aquellos prece-
dían, y éstos seguían á la litera: aqué-
llos vestían de Blanco y éstos de negro;
aquéllos eran clérigos con sobrepelliz,
éstos seglares con luto. No se vuelve á
bablar más en lo restante de la aven-
tiu'a de este enlutado que fué derribado
por D. Quijote, y que, estando mal he-
rido y en tierra, no podía al parecer le-
la) Colección de Sánchez, tomo IV, pág. 43.
288
DON QUIJOTE nK I.A MANCHA
cosa ílc ver con la presteza (jue los acomolía y desbarataba ^ que
no parecía sino que en aípiel instante ieliahían nacido alas á Roci-
nante, según andaba de liji^ero y orgulloso. Todos los encamisados
era gente medrosa y sin armas 2, y así con facilidad en un mo-
mento dejaron la refriega y comenzaron á correr por aquel campo
con las hachas encendidas, que no parecían sino á los de las másca-
ras que en noche de regocijo y fiesta coii'en. Los enlutados asi-
mismo, revueltos y envueltos en sus faldamentos y lobas, no se
podían mover ; así que, muy á su salvo D. Quijote los apaleó á
todos, y les hizo dejar el sitio mal de su grado, porque todos pen-
saron que aquél no era hombre sino dijiljlo-* del infierno, que les
yantarse por si solo y Imir sin auxilio
ajeno. VA de la muía asombradiza que,
como se dii'á después, se llamaba el
Bachiller Alonso López, era de los en-
camisados y no de los enlutados, y, sin
embargo de no estar heriilo, no juido
levantarse del suelo sin que le ayudase
Sancho.
1. Transposición del nombre, que se
nota frecuentemente en el Quijote, y
es propia del estilo familiar. En el ora-
torio se diría, siguiendo con rigor el or-
den, que los gramáticos llaman natu-
ral, de las palabras : era cosa de verla
presteza con que los acometía.
2. Es propiedadde los nombres colec-
tivos que su singular pueda regir al
verbo en i>lural, como e\ parsin frusta
secantáe Virgilio. Pero aqui se observa
otra cosa que en latín no se sufriría, á
saber : que yendo el verbo sustantivo
regido de plural, está en singular el
verbo : los encamisados era. — Se añade
que con facilidad en un momento deja-
ron lare friega, donde las palabi'as con
facilidad son superfinas : á la cuenta
Cervantes quiso al pronto poner que
con facilidad desbarató Ü. Quijote la
comitiva de los encamisados, y mu-
dando después de propósito y expre-
sión, se le olvidó borrarlas.
3. En el diccionario de la lengua an-
dantesca, diablo no siempre es voz de
oprobio, sino muchas veces de elogio,
con que se ponderaban las hazañas
extraordinarias de los aventureros; sin
duda por la idea, que suele exagerar
el vulgo, de las fuerzas y poder del de-
monio. En las Sergas decía el gigante
Furión á Esplandián, que acababa de
vencer á dos jayanes, guardas de un
castillo : Tú algún diablo conarmas de-
semejadas debes ser que asi por fuerza
has pasado las dos puertas (a). El autor
del libro de Amndis de Grecia gustó
mucho de este vocablo, y lo empleó fre-
cuciilemente en el discurso déla histo-
ria. En ella decía el Caballero Negro
{b) : ¡Sánela María, valme! Este diahlo
es que me quiere destruir, que si caba-
llero fuese no podría ser durar tanto : el
Caballero Negro era Esplandián, y el
diablo Amadis de Grecia. En otro lugar
(c), el jayán que en el castillo de la ín-
sula de Liza se combatió con Amadis
al mismo tiemi)0 que éste peleaba con
la bestia Serpentaria, le decía : )'«, Don
Caballero diablo {que vos no podéis ser
otra cosa, según lo que habéis hecho),
no podréis escapar contra mi. Vencido
y muerto el jayán después del más obs^
tinado combate, la jayana, su mujer,
al entregar á Amadis unas llaves, le
dice : Toma, diablo, figura decaballero,
que tú no puedes ser otro según lo que
veo, que ni fuertes caballeros ni bestias
bravas te pueden durar. En una justa, á
que concurrió de incógnito D. Policisne
de Boecia, / Sania María! decían los
que por justar quedaban : ó éste es el
diablo, ó nos combatbnos con el mejor
caballero del mundo (d). Finalmente,
Celidón de Iberia,
Al que parece que era más ligero,
Y con mayor esfuerzo y más ofende,
Un liravo golpe descargó primero,
Que el acerado escudo todo hiende,
otro después le segundó más liero,
Y sobre el hombro izquierdo le decieude :
Todo el cuarto partido desde arriba
(o) Cnp. VI. — {/)) Parte I, cap. XVI. -
(c) Parte II, cap. XXVIll. — (,d\ Policisne de
Doecia, cap. LX.
PniMERA PAnTK. — CAPÍTULO XIX
289
wilía <i ({uilar ol cuerpo muerto que en la litera llevaban. Todo lo
niiral>;i Sancho admirado del ardimionlo de su señor, y decía ent.re
sí : Sin (luda cisU' mi amo es l.iii vállenle y esíor/.ado »'omo él dice.
Eslaha una hacha judiendo en el suelo junio al prim<u-o <|ue derribó
la muía, á cuya luz le pudo ver 1). (Juijole, y lleg-ándose á él le
puso la punta del lanzón en el rostro', diciéndole queso rindiese, si
no, que le malaria. Á lo cual respondió el caído : Harto rendido
estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna quebrada- :
suplico ;'i vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me mate^,
que cometerá un gran sacrilegio, que soy licenciado y tengo las pri-
meras órdenes. ¿Pues quién diablos os ha traído aquí, dijol). Qui-
jote, siendo hombre de iglesia? ¿Quién señor? replicó el caído, mi
desventura. Pues otra mayor os amenaza, dijo D. Quijote, si no me
satisfacéis á todo cuanto primero os pregunté. Con facilidad será
vuestra merced satisfecho, respondió el licenciado, y sabrá vuestra
merced que, aunque donantes dije que yo era licenciado, no soy
sino bachiller, y llamóme Alonso López, soy natural de Alcoben-
das^ vengo de la ciudad de Baeza con otros once sacerdotes'',
Hasta la cinta casi, le derriba.
Aquel que queda, piensa queste fuese
Algv'ui diablo, y huye como el viento.
Sif;ui(ilo Celidnn, y aunque iiuyese...
Al tin lo alcanzo, y cual si en cera diese,
Le hendió hasta eí pecho la cabeza,
Ni duró con la vida mucha pieza («).
1. Otras tres situaciones semejantes
se hallan en el Quijote : la del Vizcaíno,
la del Caballero de los Espejos, estas
dos favorables á nuestro ixidalgo, y Ja
adversa de Barcelona con el Caballero
de la Blanca Luna. En los libros caba-
llerescos se encuentran ú cada paso.
2. Era ponderación encaminada á exci-
tar la lástima de D. Quijote, y de esta
suei'le templar su enojo, pues á poco
vemos que, puesto otra vez á caballo y
con su hacha en la mano, siguió la de-
rrota de sus compañeros, cosa del todo
imposible ;l tener una pierna quebrada.
Algo adelante, sólo dijo qus la muía le
tenia tomada una pierna entreel estribo
y la silla; y esto debió ser io cierto.
3. El Principe Leandro el Bel había
derribado á otro del caballo. Yendo
sobre él ^ le quitóel yelmo de la cabeza,
y queriéndosela cortar, el caballero le
demandó merced de la vida y el Caba-
llero de Cupido se la otorgó (6).
[a] Celidón, canto XII. — (Ij) Caballero de
la Cruz, lib. II, cap. XXVIIl.
4. ¿ Por qué se le señaló aquí por pa-
tria al Bachiller Alonso López, Alro-
bendas más bien que otro pueblo? Quizá
envolvió alguna alusión de las que ya
se ha dicho que contendrá probable-
mente el libro de Cervantes, y serían
fáciles de explicar en su tiempo.
Repárese la especie de afectación con
que las personas, al dar cuenta de sí en
el Quijote, empiezan comúnmente por
expresar el lugar de sunacimiento, que
no parece sino que hablan delante de
un juez, y que contestan á las genera-
les de la ley.
5. Esta expresión indica que el que
hablaba era también sacerdote; y aun
el número es también otro indicio, por
que el de doce es redondo, y conviene
mejor á una comitiva que se escoge que
no el de once, que parece casual y vago.
Esto no obstante, el Bachiller, que en
la situación que se hallaba no debía
disminuir la dignidad de su estado, ha-
bía dicho poco antes que sólo tenia las
primeras órdenes.
La ciudad de Baeza (a) está cerca de la
a
(«) Daesa. — El cervantista Sr. Benjume .
pretendió probar que esta aventura se refe
na á la traslación de los restos de Do^
Juan de Austria ; pero lo indefendible d^^
osla suposición queda demostrado con decir
que dicho Principe murió en Flandes y no
en Andalucía. (M. de T.)
19
290
DON QUIJOTE DK LA MANCHA
que son los que huyeron con las hachas ; vamos á la ciudad de Se-
govia acompañando un cuerpo muerlo (pie va en acjuella ülcra,
que es de un caballero que murió en Baeza, donde fué depositado,
y ahora, como digo, llevábamos sus huesos á su sepultura, que
estí'i en Segovia, de donde es natural. ¿Y (juién le mató? preguntó
D. Quijote. Dios por medio de unas calenturas pestilentes (jue
le dieron ', respondió el bachiller. Desa suerte, dijo D. Quijote,
quitado me ha nuestro Señor del trabajo que había de tomar en
vengar su muerte 2, si otro alguno le hubiera muerto; pero habién-
dole muerto quien le mató, no hay sino callar y encoger los hom-
bros^, poríjue lo mismo hiciera si á mi mismo rae matara: y quiei'o
que sepa vuestra reverencia (jue yo soy un caballero de la Mancha,
llamado D. Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo
enderezando tuertos y desfaciendo agravios. No sé cómo pueda
ser eso de enderezar tuertos, dijo el bachiller, pues á mi de dere-
cho me habéis vuelto tuerto dejándome una pierna quebrada, la
cual no se verá derecha en todos los días de su vida; y el agravio
que en mí habéis deshecho, ha sido dejarme agraviado de ma-
nera que me quedaré agraviado para siempre, y harta desventura
ha sido topar con vos, que vais buscando aventuras^. No todas las
cosas, respondió D. Quijote, suceden de un mismo modo : el daño
de Uboda, donde murió y al pronto se
enterró San Juan de laCruz, que es otra
de las circunstancias que alega. D. Mar-
tin Fernández Navarrete en apoyo de
la cunjctiii-a, de que se hizo mención
arriba, solire el suceso original que al
parecer se copii) en el presente capí-
tulo.
1. Dar es eneslaocasiim verbo neutro
ó de espado, y lo es también en otras
acepciones, á pesar de que en la más
común es activo. Aquí significa sobreve-
nir.
2. Este era uno de los oíicios propios
del caballero andante, destinado por su
profesión á deshacer tuertos y enmen-
dar sinrazones. Caminando juntos Flo-
rián del Desierto, su hermano Pahnerin
y Pompides, vieron venir hacia si unas
andas cubiertas con un tapete negro y
tres escuderos que hacían gran llanto
por lui cuerpo muerto que en ellas iba;
y KIorián, sabiendo por uno de los escu-
deros que el difunto era un caballero
llamado Sortibrán, á quien otros cuatro
habían asesinado á traición, se ofreció
de muy buena voluntad á vengar su
muerte [a-].
Amadis de Gaula estaba cazando á
orilla del mar en la ínsula firme, cuando
Uegi'i en una barca una dueña que traía
el cadáver de un hijo suyo, muerto á
manos del gigante Balan, y le pidió que .
como caballero vengase su muerte.
Otorgólo Amadis, y partió desde luego
con la dueña en la misma barca á cum-
plir su promesa (6).
3. Callar y encoger los hombros es
figura y actitud propia del que se con-
forma y resigna con lo que no puede es-
torbar.
4. Demasiadamente ingenioso se
muestra aqui el Bachiller para el estado
en que se le pinta, siendo de todo punto
inverosímil que estuviese entonces para
laníos retruécanos y sutilezas como se
cuentan, sobre tuerto y derecho, des-
agravio y agravio, desventura y aventu-
ras. Continúa .\lonso López del mismo
humor, cuando más abajo dice : Caba-
llero andante, que tan mala andanza me
ha dado.
(a) Palmcrin de Inylalerra, parte I, Clfi.
LXXVl y LXXVIL — {b) Amadit de Gaula,
cap. CXXVII,
PRIMFRA PARTK.
CAPÍTULO XIX
291
estuvo, spfior bachilltM* Alonso López, en venir como veníades de
noche, vestidos con aquellas sobrepellices con las hachas encen-
didas, rezando, cubiertos de luto, (jue propiamente semejábades
cosa mala y del otro mundo, y así yo no pudcí dejar de cumplir con
mi ol)lii»aci(')n acometiéndoos, y os acometiera, aunque verdadera-
meule supiera que érades los mismos satanases del infierno, ([ue por
tales os juzpfuó y tuve siempre '. Ya que así lo ha querido mi suerte,
dijo el bachiller, suplico á vuestra merced, señor caballero andante
que tan nuila andanza me ha dado, me ayude á salir de debajo desta
muía, (pie me tiene tomada una pierna entre el estribo y la silla.
Hablara yo para mañana-, dijo D. Quijote ; ¿y hasta cuándo ag-uar-
dábades A decirme vuestro alan? Dio luego voces á Sancho Panza
que viniese ; pero él no se curó de venir, porque andaba ocupado
desbalijando una acémila de repuesto^ que traían aquellos buenos
señores, bien bastecida de cosas de comer. Hizo Sancho costal de
1. La palabra siempre (a) supone uaj^
tracto lar^o y sucesivo de incidentes ;¡ !
circunstancia que aquí no hubo, pues
apenas encontró D. Quijote lacoinitiva
del difunto, la embisticj, ia deshizo, la
puso en fuga, y se acabó todo. Bueno
hubiera sido suprimir el siempre, y así
hubiera qiuídado más acorde la relación
con el suceso.
2. Modo proverbial con que se recon-
viene á alguno del silencio que guardó
sobre lo que le convenía, mientras es-
tuvo hablando de otras cosas. D. Sebas-
tián de Covarrubias, en su Tesoro <le la
lengua castellana, artículo Hablar,
cuenta así el origen que vulgarmente se
señalaba al uso de esta expresión :
«Hablara yo para mañana se dice del
que, viendo que se trata de su negocio,
no alega de su justicia. xVplican este
dicho á un Gobernador que habiendo
mandado ahorcar á uno, cuando ya te-
nía la soga á la garganta, le llamó al
oído en secreto, y le aseguró cantidad
de coronas (monedas de oro de este
nombre) que tenia que darle. Entonces
el Sr. Gobernador dijo en alta voz :
« Hablara yo para mañana: si sois de
« corona, no quiero yo quedar desco-
«mulgado.» Y volviéronlo á la cárcel. »
Por lo demás, la reconvención que
hace D. Quijote al derribado con la pre-
gunta ¿hasta cuándo aguardábades á
decirme vuestro afán? qs inoportuna é
inverosímil. El Bachiller no tenía que
informar de su estado y afán á Don
Quijote, pues lo estaba viendo ; y aun-
que era efe noche y ésta obscura, como
se dijo antes, estaba allí ardiendo el
hacha del Bachiller, y á su luz observó
Sancho la triste y mala figura de su
amo.
Afanes{^)es anagrama de /"aenos, que
significa trabajos penosos y urgentes.
— Faena pudo venir del latino facien-
da.
3. Acémila, voz de origen árabe, muía
ó macho de carga : es muy antigua en
castellano, y se halla ya usada en la
Crónica general del Reg D. Alonso el
Sabio. — Aquellos buenos seFwres : el
adjetivo trueno puesto antes que el su-
jeto de quien se dice, generalmente es
irónico y se toma en mala parte. Aquí
se indicó lo que se dice con claridad al
fin del capítulo ; á saber, cpie los clérigos
pocas veces se dejan mal pasar. — Bas-
tecida por abastecida, que es como
ahora decimos.
(a) Siempre. — Clemencín y los que imitan
su crítica, no acabando convencerse du que
D. Quijote es loco y de que para él no rigen
las nociones corrieiitea de tiempo y cspucio.
(M. de T.)
(?) Afanes. — Afanes no es anagrama de
fa.ena ni quien tal vio. La palabra afán es
céltica y sifínifica combate. Figura además
entre los apellidos castellanos.
(M. de T.)
292 DON QUIJOTE DK L\ MANCHA
SU gabán, y recogiendo todo lo que pudo y cupo en el talego',
cargó su jumento, y luego acudió á las voces de su amo, y ayudó
á sacar al señor bachiller de la opresión de la muía, y poniéndole
encima della, le dio la hacha, y D. Quijote le dijo que siguiese la
derrota de sus companeros, á quien de su parle pidiese perdón d(!l
agravio, que no había sido en su mano dejar de haber hecho. iJíjoh?
también Sancho : Si acaso quisieren saber esos señores quién ha
sido el valeroso que tales los puso, diráles vuestra merced que es
el famoso D. Quijote de la Mancha, que por otro nombre se llama
el Caballero de la Triste figura'^. Con esto se fué el bachiller, y
D. Quijote preguntó á Sancho que qué le había movido á llamarle
el Caballero de la Triste figura más entonces que nunra. Yo se lo
diré, respondió Sancho, porque le he estado mirando un rato á la
luz de aquella hacha que lleva aquel malandante, y verdaderamente
tiene vuestra merced la más mala figura de poco acá que jamás he
visto : y débelo de haber causado, ó ya el cansancio deste combate
ó ya la falta de las muelas y dientes. No es eso, respondió D. Qui-
jote, si no que al sabio á cuyo cargo debe de eslar el escrebir la
historia de mis hazañas, le habrá parecido que será bien (|ue yo
tome algún nombre apelativo, como lo tomaban todos los caballe-
ros pasados : cuál se llamaba el de la Ardiente Espada, cuál el del
Unicornio^, aquél de las Doncellas, aqueste el del Ave Fénix, el
1. Los verbos 737/f/o y cupo tienen fiis- 3. Ya vimos que el Caballero de la
linio régimen. Quien pudo fué Sancho, Ardiente Espada fué Amadisde Grecia,
lo que cupo fué la provisiíjn: lo que es D. Belianis fué el del Lnieoi-nio, y con
objeto para pudo y sujeto para cupo. este nombre ganó el prez en el torneo
Soltura y üexibilidad del lenguaje, que de Londres, como se refiere en su histo-
acaso tildarán como incorrección los ria (a). Kl mi.smo nombre de Caballero
jueces severos en esta materia, y que del L'nicornio dio Ariosto en su Or/a/a/o
otros más indulgentes mirarán como furioso á Rugero ibj.
travesura ingeniosa y no sin mérito. ¡Je las iJoncellas. El Caballero de las
Quizá (liria el original : lodo ¿oque pudo Doncellas concurrió á la justa que sos-
caber // cupo. tuvo en Conslantinopla el Principe Flo-
El talego debió ser algím seno del randino de Macedonia; bien que para
gabán, del que hizo costal según acaba aquella ocasión umdó de insignia, y
de decirse; pues en la descripción del llevó la de un águila (c).
ajuar tle Sancho, nunca se hace men- Del Ave Fénix. Tuvo este nombre
ción de lalegn aparte. D. Florarían de Tracia, porque llevaba
2. D. lielianis de Urecia.no queriendo en el escudo la figura del Fénix. Sus
darse á conocer por su verdadero nom- hazañas bajo esta denominación se leen
bre, tomó el de Caballero de la liica en la historia de Ü.Floriselde Niquea.
fiqura. Sal)ed. dijo al Califa ó Soldán La gallarda Marfisa, disfrazada de ca-
de Persia, sabed, mi buen señor, que yo ballero, llevaba también la empresa del
me llamo el Caballero de la Rica jiqura Fénix, como cuenta Ariosto (d).
por esta que en mi escudo traigo {a). Y
bajo el nuevo nombre hizo muchas , , r ¡k,^ tit „„,, vm w „ oí„,.í»„i„
nrnP7ní v ncnhó aranHpí avpntnin<; "^ ^-"^^^^ ^"' ^^^- ^^^^' ^^ 7 Siguiente.
proezas, j acaoo granaes aveniuias. _ /¿^ q^^^^q 45 ggj ,9 ^, ,,5 _ ^^j caballero
do la Cruz. iib. II. cap! XXXVII. — (./) Al
(a) Belianis, Iib. I, cap. XIII. fm del canto 24 y principios del siguiente.
l'niMKHA PARTK
CAPÍTULO XIX
293
otro el Caballero del Grifo, estotro el de la Muerte^ y por esto.s
Hombros ó ¡iisigiiias eran conocidos por toda la redondez de la
licisra ; y así dij^o (¡ne v\ sahio ya dicho te lialji'ii puesto en la
Icii^iia y en el pensamiento ahora (pn; me llamases el Cafjallcro de
la Triste figura, como i)iens(> llamarme desde hoy en adelante ;
y para ([ue mejor me cuadre tal nombre, determino de hacer pin-
tar, (uiando haya lug^ar, en mi escudo, una muy triste figura. No
hay para que í^aslar lienipo y dineros en hacer esa figura, dijo
Sancho, sino lo que se ha de hacer es que vuestra merced descu-
bra la suya, y dé rostro á los que le miraren, que sin más ni más,
y sin otra imagen ni escudo, le llamarán el de la Triste figura; y
créame que le digo verdad, porque le prometo á vuestra merced,
señor (y esto sea dicho en burlas;, que le hace tan mala cara la
hambrtí y la falta de las muelas, ({ue como ya tengo dicho, se podrá
muy bien excusar la triste pintura. Rióse D. Quijote del donaire
de Sancho ; pero con todo, propuso de llamarse de aquel nombre
Del Grifo. En las fiestas de Bins, que
la Reina Doña María dio ;i su liennaao
el Emperador y á su sobrino Felipe II
el año de 154!), se representaron por los
caballeros de la corle varias aventuras
caballerescas. Entre otros concurrii) el
Conde de Aremberg, con el nombre de
Caballero del Grifo, de que ya habia
ejemplo en los más antiguos libros de
Caballería.
De la Muerte. Así se llamó por algún
tiempo Amadís de Grecia, como se ve
en la tercera parte de D. Florisel [a¡.
Son innumerables los nombres y tí-
tulos de esta clase que se encuentran
en los libros de Caballerías. Tales son
en las historias de los Pabnerines el
Caballero Triste y los del Desierto, de
la Rocaparlida. del Can y délas Flores;
el Solitario, y el de la Esfera, en
Lisuartc; el Caballero Selvnf/e en Belia-
nís ; los del Pavón, del Dragón y del
Corazón partido, en Olivante de Laura ;
el del Brazo, en Primalcón : el del Le-
trero, en Amadís de Grecia; el de la
Tristeza, en Esferamundi ; el Negro y
el Amargo, en Policisne de Boecia; el
Desesperado, el de las Dnngenes y el de
Cupido, en el Espejo de Principes; en
Lepolemo el Caballero de las Aes, por
las que llevaba sembradas en sus ar-
mas: el de las E/e-?, por igual razón,
en Florambel de Lucea; Araadis de
(a) Cap. XXIV.
Gaula se llamó también el Caballero
Griego y déla Verde Espada: Lisuarte
fué conocido por el título de la Vera-
cruz; Palmerín de Inglaterra por el de
la Fortuna; Belianís por el de los Basi-
liscos. Por lo común se tomaban seme-
jantes nombres de las empresas y di-
visas que traían los caballeros en las
armas, y señaladamente en los escu-
dos ; pero esto no sucedía siempre,
como se ve en muchos ejemplos de los
que acaban de alegarse.
El Caballero del Cisne, cuya historia
es el libro castellano de Caballerías
más antiguo que se conoce, se llamaba
así porque le acouipañaba un hermano
suyo convertido en cisne, el cual tiraba
de un batel en que caminaba el caba-
llero. Entraba desde el mar portas bo-
cas de los ríos, y de esta suerte hacia
sus viajes; cuando se descuidaba y
ronceaba el cisne, tocaba su cuerno el
caballero, y el cisne lomaba aliento y
caminaba más de prisa (a).
En las fiestas mencionadas de Bins
concurrieron varios aventureros con
los títulos de Caballeros Tenebroso, Pe-
nado, Triste, Sin nombre. Sin esperanza,
del Escudo verde, del Escudo asuZ, déla
Muerte, délas Estrellas, de la Lw«a,del
Basilisco, del Grifón colorado y del
Águila negra.
(a) Gran Conquista de Ultramar, lib.
cap. LXVII y LXX.
I,
204
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
en pudicndo pintar su escudo ó rodela ^ como había imaginado, y
díjole : Yo entiendo, Sancho, que quedo descomulgado por haber
puesto las manos violentamente en cosa sagrada iuxla illud : si
quis s nádente diabolo^ etc. ^, aunque sé bien (|uo no puse las manos,
sino este lanzón ; cuanto más, que yo no penseque ofendía A sacer-
dotes ni á cosas de la iglesia, á quien respeto y adoro como cató-
lico y fiel cristiano que soy, sino á fantasmas y á vestiglos del
otro mundo. Y cuando eso así fuese, en la memoria tengo lo que le
pasó al Cid Rui Díaz, cuandq quebró la silla del embajador de
aquel Roy delante; de sn Santidad el Papa^, por lo cual le desco-
mulgó, y anduvo aquel día el buen Rodrigo de Vivar como muy
honrado y valiente caballero. En oyendo esto el Bachiller, se fué,
como queda dicho'*, sin replicarle palabra. Quisiera D. Quijote
1. Los hombres de armas llevaban
escudos fuertes y grandes de liieiTO, ó
guarnecidos de hierro; los jinetes adar-
gas, y los infantes rodelas ó broqueles.
D. Quijote hizo su primera salida con
adarga: más para la segunda |)idió
prestada una rodela á un amigo suyo,
y con efecto, tanto en la aventura de
los gigantes convertidos por el sabio
Frisli'in en molinos de viento, como en
la del Vizcaíno, se expresa que estaba
bien cubierto de su rodela. Usar de ro-
dela á caballo aumentaba lo ridiculo
de la figura de nuestro paladín.
2. Cervantes aludiría al decreto que
empieza así del Concilio de Trento,
cuyos cánones conocía, puesto que cita
en la segunda parte {a¡ el que prohibe
los desafíos. Consiguiente á esto de-
biera decir, no cosa sagrada, sino per-
sona sagrada, que es de lo que habla el
Concilio. Este lo tomó del Decreto de
Graciano, y Graciano del Concilio de
Reims del año H31 ; pero las noticias de
Cervantes no llegarían á tanto [tx).
3. Segi'm el Romancero del Cid (6) la
silla era la del Rey de P'rancia, y el
lance pasó en Roma en la iglesia de
(a) Cap. LVI. — (6) Número 21.
(o.) Las noticias de. Cervantes no llegarían á
tanto.— TSi hacía falta. .Si Cervantes hubiera
sido un erudito m.ichacón y repleto,
como_ algunos de sus coiiientafistas , nos
hiihióranios visto privados setíurauíente de
esta deliciosa obra maestra, admirable parto
de su ingenio. Para su época y profusión era
asombroso su saber. " (M. de T.)
San Pedro, mas no delante del Papa.
Dice asi :
En la iglesia de San Pedro
Don Rodrigo se había entrado,
á do vido siete sillas
de siete Reyes cristianos,
y vio la del" Rey de Francia
junto á la del Padre Santo,
y la del Rey su señor
ün estado líiás abajo.
Fuese á la del Rey de Francia,
con el pie la ha derribado :
la silla era de marfil,
hecho se ha cuatro pedazos ;
y tomó la de su Rey,
y subióla en lo más alto...
Él Papa, cuando lo supo,
al Cid ha descomulgado.
Sabiéndolo el de Vivar,
ante el Papa se ha postrado:
absolvednie, dijo. Papa,
si no, seraos mal contado.
El Papa, padre piadoso,
respondió muy mesurado ;
yo le absuelvo", D. Rui Díaz,
yo te absuelvo de buen grado,
con que seas en mi corle
muy cortés y mesurado.
La Crónica del Cid cuenta el suceso
de otra manera, suponiendo (]ue fué en
Toiosa de Francia, con otras particula-
ridades que contradicen las del romance.
Pero una y otra relación carecen de
fundamento, como mostró concluyen-
temente el Maestro Fr. Manuel Hisco
en su obra intitulada : La Castilla y el
7nds famoso Castellano.
4. Esta expresión debió borrarse por
entero. Algunas páginas antes se dijo :
con esto se fué el Bachiller; siguió des-
pués un largo diálogo entre el caballero
PRIMr:R\ PARTE. — CAPITULO XIX
9()
mirar si el cuerpo qiio venía en la litera eran iiiiesüs ó no, pero tío
lo consintió Sancho, diciéndolo : Señor, vuestra nif roed ha aca-
bado esta pelif^rosa aventura lo más á su salvo de toflas las que yo
lie visto ; esta ^ente, aunque vencida y desbaratada, podría ser
(pie cayese en la cuenta de quo los venció sola una persona, y co-
rridos y avergonzados deslo volviesen A reliac(M'se y á buscarnos, y
nos diesen muy bien en qué entender : el jumento está como con-
viene, la montaña cerca, la hambre carga; no hay que hacer sino
retirarnos con gentil compás de pies, y como dicen, vayase el
muerto á la sepulluray el vivo á la hogaza* ; y antecogiendo su
asno, rogó á su señor que le siguiese, el cual pareciéndole que
Sancho tenía razón, sin volverle á replicar, le siguió ; y á poco
trecho que caminaban por entre dos montañuelas, se hallaron en
un espacioso y escondido valle, donde se apearon, y Sancho alivió
el jumento, y tendidos sobre la verde hierba, con la salsa de su
hambre almorzaron, comieron, merendaron y cenaron á un mismo
punto, satisfaciendo sus estómagos con más de una fiambrera que
los señores clérigos del difunto (que pocas veces se dejan mal
y escudero, que no fué verosímil pa-
sase delante de Alonso López, como
aquí se supone, con tanta menos excusa
cuanto se expresa quedar dicho que se
había ido antes de oírlo. El abate D. An-
tonio Eximeno, en una apología que
escribió del Quijote y se imprimió en
Madrid el año de 1806, quiso en vano
justificar este descuido de Cervantes,
pretendiendo que fueron dos las idas
del Bachiller, la primera desde el sitio
en que lo derribó la muía hasta la lite-
ra del difunto, y la segunda con sus
dermis compañeros en continuación de
su viaje; pero el mismo texto manifies-
ta que la ida fué sólo una, puesto que
hablando de la que Eximeno entendió
ser la segunda, se expresa que el Bachi-
ller se fué como queda dicho.
1. El Comendador Griego incluye
este refrán en su colección, pero con
alguna variedad : el muerto á la fosada
y el vivo á la hogaza. Así es más pro-
pio : los que tengan observado el aire
y la índole de las expresiones prover-
biales, echarán menos en la del texto
del Qur..í0TE la correspondencia entre
sepultara y hogaza., y conocerán que
fosada ó huesa viene mejor que sepul-
tura para la relaci^m, asonancia ó son-
sonete que suele haber de ordinario en
los refranes.
Este es el primero que la fábula del
QuMOTE pone en boca de Sancho, el
eiial los usa tanto en lo sucesivo, que
ya en el capitulo XXV le reprende su
amo por la multitud de adagios inopor-
tunos que enhila. En la segunda parte
continúa Sancho con la misma profu-
sión de refranes, que dice D. Quijote ser
iv numerables y que los arrojaba Sancho
como llovidos. En el capítulo XXXIV le
decía delante de los Duques : Maldito
seas de Dios, Sancho maldito: ¿cuándo
será el día donde yo te vea hablar sin
refranes una razón corriente y concer-
tada? Y la Duquesa, excusando á San-
cho, convenía, sin embargo, en que sus
refranes eran míis que los del Comen-
dador Griego. Vuelve á hablarse de ello
en el capítulo XLIII, donde dice D. Qui-
jote que Sancho es un costal de refranes
y en el capítulo siguiente, esíosre/'ra/ies, •
le dice, te han de llevar un día á la hor-
ca: y le amenaza con que dirá al Duque
que su personilla (la de Sancho) no es
otra cosa que un costal lleno de refranes
y de malicias. De todo lo cual debe dedu-
cirse que en el discurso de la fábula
Cervantes alteró el carácter de Sancho,
añadiendo esta circunstancia más al
que le atribuye desde el principio. Ver-
dad es que lo que perdió de unidad lo
ganó de gracia.
^96 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
pasar)', en la acémila de su repuesto traían. Mas sucedióles otra
desgracia, que Sancho la tuvo por la peor de todas', y fué que no
tenían vino que beber, ni aun agua que llegar á la boca; y acosa-
dos de la sed, dijo Sancho-', viendo que el prado donde estaban
estaba colmado de verde y menuda hierba, lo que se dirá en el
siguiente capítulo.
i. Sobran las palabras del difunto.
Coaservámlolas, era menester repetir
clérigos, y decir que pocas veces los clé-
rigos se dejan tnnl pasar. La razón es,
que esto no se aplir,;» en particular á los
clérigos que acompañaban al difunto,
sino á los clérigos en general. — El dic-
tado que se les da de señores, es enfá-
tico y maligno. — De esta idea vulgar
de la regalonería de los clérigos nació
probablemente el nombre de J>iacilron
abalis, que el .Vrcipreste de Hila cuenta
entre las confecciones azucaradas y
conservas, ó como allí se dice, nobles é
extraños letuarios con que suelen rega-
lar las monjas (a). Hácese allí ya men-
ción del azúcar rosado y de los dulces
de Valencia, y concluye el goloso,
talante y al parecer experimentado
rcipreste :
Quien á monjas non ama, non vale un ma-
[ravedí.
(a) Colección de Sánc/iez, t. IV, copla t.3Ü',).
2. Debió borrarse el pronombre la,
que es superfluo estanao representado
el nombre por el otro pronombre rela-
tivo : 7fias sucedióles otra desgracia,
que Sancho tuvo por la peor de todas.
— Tratándose de desgracias, y en gene-
ral de cosas malas, no corresponde
decir la peor, sino la mayor; aquí lo
peor envuelve pleonasmo, porque es
ocioso de toda ociosidad expresar que
la desgracia es mala, y sólo hay que
hablar de la cantidad, según se observa
en otro lugar.
3. Esta palabra acosados («) no rige
verbo, y por consiguiente no hace sen-
tido. Lo haría, si dijera : y hallándose
acusados de la sed, dijo Sancho, c\c. En-
tonces formaría con el gerundio el ver-
bo lo que en la sinta.\is latina se llama
ablativo absoluto.
(«) Acosados de la sed. — Es un verfladüro
ahtalivo absoluto y no necesita nada. Facil-
nícute se sobieeniiende : ambos.
(M. de T.)
CAPITULO XX
DE LA JAMÁS VISTA NI OÍDA AVENTURA, QUE CON MAS POCO PELIGRO
FUÉ ACABADA DE FAMOSO CABALLERO EN EL MUNDO, COMO LA QUE
ACABÓ EL VALEROSO D. QUIJOTE DE LA MANCHA*.
No es posible señor mío, sino que estas hierbas dan testimonio 2,
de que por aquí cerca debe de estar alguna fuente ó arroyo que
estas hierbas humedece, y así será bien f[ue vamos un poco más
adelante, que ya toparemos donde podamos mitigar esta terrible
sed que nos fatiga, que sin duda causa mayor pena que la hambre.
Parecióle bien el consejo á D. Quijote, y tomando de la rienda á
Rocinante, y Sancho del cabestro á su asno, después de haber
puesto sobre él los relieves que de la cena quedaron, comen-
zaron á caminar por el prado arriba á tiento, porque la oscuridad
de la noche no les dejaba ver cosa alguna; mas no hubieron andado
doscientos pasos cuando llegó á sus oídos un grande ruido de agua
como que de algunos grandes y levantados riscos se despeñaba.
Alegróles el ruido on gran manera, y parándose á escuchar hacia
1. Titulo incorrecto, tanto en el len- 2. Sigue el desaliño que empezó en el
guaje como en las ideas. La intención epígrafe del capítulo. Se quiso decir
fué decir que se iba á tratar de una que, según mostraba la abundancia de
aventura jamás vista ni oída, y que á hierbas, no era posible que dejase de
pesar de esto fué acabada sin peligro haber en las inmediaciones alguna
por D. Quijote, y tan sin peligro, que fuente ó arroyo que las humedeciese;
no lo fué con menos ninguna otra por lo cual se diría con claridad, suprimién-
famoso caballero andante en el mundo; dose las primeras palabras y empezán-
á esto corresponde y se ajusta perfecta- dose así : Estas hierbas, señor mío, sin
mente el suceso. — Más poco (a) por ser posible otra cosa, dan testimonio
menos no se sufre en castellano. de que por aquí cerca debe de estar
alquna fuente 6 arroyo que estas hierbas
(«) M(ia poco. — i Qué manía la de aplicar humedece. — Poco después se dice que
constantemente el cartabón de la moderna D. Quijote y Sancho caminaban por el
preceptiva gramatical á la época en que prado arriba ú tiento : ahora decimos
escribió Cervantes ! Hay que distinguir de ordinariamente á tientas.
tiemposjr tener en cuenta que hacia muy
pocos anos que Nebrija había publicado la
primera gramática castellana. (M. de T.)
298 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
qué parte sonaba, oyeron á deshora otro estruendo que les aguó el
contento del agua', especialmente á Sancho, que naturalmente era
medroso y de poco ánimo : digo (¡ue oyeron que daban unos golpes
á compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas, que acom-
pañados del furioso estruendo del agua, pusieran pavor á cualquier
otro corazón que no fuera el de D. (Juijote. Era la noche, como
se ha dicho, escura, y ellos acertaron á entrar entre unos árboles^
altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso
y manso ruido; de manera que la soledad, el sitio, la escuridad,
el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror
y espanto, y más cuando vieron que ni los golpes cesaban, ni el
viento dormía, ni la mañana llegaba, añadiéndose á todo esto el
ignorar el lugar donde se hallaban. Pero D. Quijote, acompañado
de su intrépido corazón, saltó sobre Rocinante, y embrazando su
rodela terció su lanzón y dijo : Sancho amigo, has de saber que yo
nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resu-
citar en ella la de oro, ó la dorada, como suele llamarse ; yo soy
aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas,
los valerosos hechos ; yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar
los de la Tabla Redonda, los doce de Francia, y los nueve de la
Fama^, y el que ha de poner en olvido los Platires ^, los Tablantes,
1. Juguete de ingenio en que secón- evitará también la cacofonía entrar
traponeh aguar y agua. El contento entre.
que, como á sedientos, les causó el 3. Ya se da dado anteriormente noti-
sonido del agua cercana, lo aguó el cia de los caballeros de la Tabla Re-
pavoroso estruendo que al mismo tiem- donda, de los Pares de Francia y de los
po llegó á sus oidos. Aguar (a) es dis- nueve de la Fama, que en el lenguaje
rainuir lo bueno, como cuando se dice común eran el Non plus ultra del valor
de alguna desgracia imprevista, que y bizarría. En el romance de Garcilaso.
aguó la función ó la fiesta. Tomóse la de la colección de Pedro de Flores (a;,
metáfora ó del agua <|ue amortigua y se lee :
apaga el fuego, (> más bien del agua
conque los taberneros suelen aumen- La Católica Isabel
tar sus provisiones y dísmmuir el buen ^uÍL^.^o.^cuílt
humor de sus parroquianos. je aquesta suerte le habló :
2. Entrar me parece errata por estar; Vengáis ¡¡or cierto en buen hora,
el original diría : acertaron ú estar nuevo lucero español.
entre unos árboles ; con esta enmienda pues hov á los de la Kama
se expresará mejor el concepto, y se "^^J^ hXx^% vuestro valor.
(«) Aguar. - Es verbo muv gráfico v muy *". P^'"^'' «" «^ ,"?'^« "« ^S aquí olvidar,
corriente en nuestra literatura. Qiievedo según lo que ordmanamente significa,
dice : sino hacer olvidar. — Tablantes, Oli-
Pues mis placeres y el vino vantes y Tirantes: nuestro autor buscó
Son aguados donde quiera. nombres que Consonasen, cuya aglo-
V „„ ,„ o« ,.„,,.,. . , meración esfuerza el ridiculo, y como
Y en la Comedia El Castigo de la miseria „ ^„.„ „, „. „ ' •'
dice un criado, de su amo : ^^e aumenta el numero.
Él inventó aguar el agua.
(M. de T.) (o) Parte XIII, fol. 4.54.
PHiMrnA PAr<TK.
CAPÍTULO XX
299
Olivaiiltís y Tiraiilos, los l*'(":l)Os y I'x'lianises, con loda la caLcrva
(le los famosos caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en
esle^n que me hallo tales i^Tanchi/as, exirañezas y lechos de armas,
cpio escure/can las más claras (pie (Ulos ficieron. Hien notas, escu-
dero fiel y leí^al', las tinieblas desta noche, su extraño silencio,
el sordo y confuso estruendo destos árboles, el temeroso ruido de
aquella a^ua en cuya busca venimos, que parece que se despeña y
derrumba desde los altos montes de la Luna"^, y aquel incesable
golpear'* que nos hiere y lastima los oídos; las cuales cosas todas
juntas, y cada una por sí, son bastantes á infundir miedo, temor y
espanto en el pecho del mismo Marte, cuanto más en aquel que no
está acostumbrado á semejantes acontecimientosy aventuras :pues
todo esto que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi
ánimo, que ya hace que el corazón me reviente en el pecho con el
deseo que tiene de acometer esta aventura por más dificultosa que
se muestra. Así que, aprieta un poco las cinchas á Rocinante y qué-
date á Dios, y espérame aquí hasta tres días no más '', en los cuales
1. En la novela de Cipión y Berganza
dijo Cervantes: Muchos y muy ?michos
escribanos hay fíeles y legales y amigos
de hacer placer sin daüo de tercero.
Este otro pasaje desvanece la duda que
pudiera ocurrir de si legal era errata
por leal. Aunque ambas palabras son
originariamente las mismas, tienen en
el uso significación diferente. Apfl/ equi-
vale á fiel, legal á legilímu: leal se dice
por lo común de las personas, legal de
sus oficios, y en general de las cosas.
2. « Alusión al río Nilo, que naciendo
en la alta Etiopía en el monte de la
Luna, según se creía antiguamente
(Ptolomeo, Geograph, lib. IV, al fin),
se precipita con estruendo impetuoso
por dos cataratas ó cascadas. » — {Nota
de Pellicer.)
3. Incesable por incesante ; adjetivo
poco usado en el día, aunque se en-
cuentra en nuestros buenos escritores.
4. Guando Amadís de Gaula, saliendo
con Grasandor de la ínsula de la Torre
Bermeja, llegí) al pie de la Peña de la
Doncella encantadora, quiso subir á
ver si eran ciertas las maravillas que
de ella se le habían contado, y dijo así
á su compañero : Mi tuen señor, yo
quiero subir en esta roca... é mucho vos
ruego, aunque alguna congoja sintáis,
que me aguardéis aquí hasta mañana
en la noche, que yo podré venir, ó hace-
ros señal desde arr'ibacómo me va;ési
en este comedio ó al tercero din no tor-
nare, podréis creer que mi hacienda no
va bien, é tomaréis el acuerdo que vos
más agradare (a).
Después de encargar D. Quijole á su
escudero que le aguarde tres días, añade
que si no volviere en ellos, vaya al
Toboso con el recado que le dice para
su señora Dulcinea. Otro tanto sucedió
en la aventura del Endriago al acome-
terla Amadís de Gaula. El Endriago era
una bestia fiera y desemejada, que
había despoblado una isla, la cual por
esto se llamó del Diablo. Amadís, nave-
gando en compañía del Maestro Elisa-
bad á Constanlinopla, aportó á ella, y
se propuso buscar y matar al monstruo.
Da üoces, decía á su escudero Gandatín,
porque por ellas podría ser que el En-
driago tí Jiosofros acudirá; y ruégate
mucho que si aquí muriere, procures de
llevar á mi señora Oriana aquello que
es suyo enteramente, que será mi cora-
zón; é dile que se lo envío por no dar
cuenta á Dios de cómo lo ajeno llevaba
conmigo (b).
M.is adelante, en este mismo capí-
tulo, se cuenta que D. Quijote, al
despedirse de Sancho, le mandó que
allí le aguardase tres días á lo más
largo, y que si al cabo dellos no hubiese
(a) Amadis de Gaula, cap. CXXX. — (ó)
Aimdls de Gaula, cap. LXXIII.
300
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
si no volvicre, puedes tú volverle á nuestra aldea, y desde allí, por
hacerme merced y buena obra \ irás al Toboso, donde dirás á la
incomparable señora mía Dulcinea, que su cautivo caballero murió
por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo-.
Cuando Sancho oyó las palabras de su amo, comenzó á llorar^ con
vuelto, tuviese por- cierto que Dios hahía
sido servido de que en aquella pelifjrosa
aventura se le acabasen sus días. Tor-
nóle (i referir el reatdo y embajada que
había de llevar d Dulcinea, etc.
Es claro que L). Quijote se [¡i-opuso
imitar en esta aventura á Aiiiadis de
Gaula, el norte, et lucero, el sol, coujo
dice on aliíiin luiíar nuestro hidal^^'o, de
los valientes }i enamorados catialleros ;
d quien debemos de imitar, a-huác, todos
aquellos que debajo de la bandera de
amor ;/ de la caballería militamos (a).
1. Fórmula usada en los testamentos,
que aquí está en su lu^^ar, puesto que
l3. Quijote hacía á Sancho un encargo
para después de su muerte. — Su cau-
tivo caballera ; los caballeros se precia-
ban de ser y llamarse esclavos de sus
damas, y tomaban los nombres y cali-
ficaciones que lo indicaban. El vencido
de Diana, el vencido de Sardenia se
llamaron dos caballeros en obsequio de
sus damas, según la tercera parte d'í
D. Florisel de Xiquea. Suero de Quiño-
nes (y esto no es cuento, sino ejemplo
y muestra de las costumbres de aquella
época) llevaba una argolla al cuello en
señal de su amoroso cautiverio, y pre-
sentándose con ella al Rey D. Juan
el II en solicitud de su licencia para
celebrar el Paso honroso, le decía ;
Como yo sea en prisión de una señora
de gran tiempo acá, en señal de la cual
lodos los jueves traigo á mi cuello este
fierro... he concertado mi rescate, el
cual es trescientas lanzas rompi-
das, etc. {h).
De cautivo se calificó el moro Calaí-
nos en su antiguo romance, hablando
de la linda infanta Sevilla :
De quien triste soy cautivo,
y por quien pena tenía,
que cierto por sus amores
creo yo perder la vida.
2. Es muy común esta idea en los
libros de Caballería ; se excusan ejem-
(a) Parte I, cap. XXV.
roso, par. IV.
(¿>) Paso hon-
plos por nf) alargar esta nota. La locu-
ción eslaría más despejada diciendo :
Digno de llamarse suyo (a); en las pala-
bras digno de poder llamarse hay una
especie de jileonasmo, no de palabi'as,
sino de ideas, que debe evitarse no
menos que el otro.
:í. Al salir Amadis de Gaula en busca
del Endriago de que se habló poco ha,
sus compañeros de navegación queda-
ron todos llorando: /ñas las cosas de
llantos y amarguras que .irdidn el su
enano hacía, esto no se podría decir,
que él mesaba sus cabellos y fería con
sus palmas et rostro, y daba con la ca-
beza á las paredes, llamándose captivo.
Cuando estuvo pri'ixinio ya Amadis á
pelear con el Endriago, su escudero
Gandalín, no solamente dio voces, mas
mesando sus cabellos, llorando dio
grandes gritos, deseando su muerte
antes que ver la de aquel su señor que
tanto amaba (a).
Yendo Florambel en un barco que le
envió la Dueña del Fondovalle, llegó á
vista de la ínsula Sumida, que estaba
envuelta en una espesa niebla, de donde
salían tantos raj'os, relámpagos, come-
tas y figuras desemejadas, que ponían
espanto. Florambel daba prisa para
llegar á ella, y su escudero Lelicio
iba tan pavoroso y atemorizado de
las cosas espantables que veía, que
no osaba mirar facía la ínsula, y con
muchas lágrimas rogaba muy afin-
cadamente á su señor que se volviesen,
y que no .se curase de se probar /•« seme-
jante aventara, que páresela más cosa
infernal que no del mundo... Estas y
otras muchas cosas decía el I uen escu-
dero Lelicio ó su señor por le apartar
de aquel peligroso propósito: mascuanto
mayores temores él le ponía, tanto más
(a) Amadis de Gaula, cap. LXXIII.
(«) Digno de poder llamarse suyo. — La
frase es hermosa, rotunda y llena de espíritu
caballeresco ; y no tienen fundamento los
pedestres reparos del comentador.
(M. de T.)
PniMEnA PARTE. — CAPÍTUTO XX 301
la mayor Iciimra (U;! mundo, y á decirle : Señor, yo no sé por qué
quiere vuesira merced ncoineler esta lan temerosa aventura ; ahora
es de noche, ai[uí no nos ve nadie', l)icn podetnos loicer el camino
y desviainos del pelif^i'o, anii(|iie no l)ebamos <;n trcsdias; y pues
no hay quien nos vea, menos liahrá quien nos note de cobardes,
(Cuanto más, que yo he oído muchas veces (a) predicar al Cura de
nuestro lugar, que vuestra merced muy bien conoce, f[uc quien busca
el peligro perece en él ; así que no es bien tentar á Dios acome-
tiendo lan desaforado hecho donde no se puede escapar sino por
milagro; y bastan los que ha hecho el cielo con vuestra merced en
librarle de ser manteado como yo lo fui, y en sacarle vencedor,
libre y salvo de entre tantos enemigos como acompañaban al di-
funto. Y cuando todo esto no mueva ni ablande ese duro corazón,
muévale el pensar y creer que apenas se habrá vuesira merced
apartado de aquí, cuando yo de miedo dé mi ánima á quien quisiere
llevarla. Yo salí de mi tierra y dejé hijos y mujer por venir á
servir á vuestra merced, creyendo valer más y no menos; pero
como la cudícia rompe el saco, á mí me ha rasgado mis espe-
ranzas, pues cuando más vivas las tenía de alcanzar aquella negra
y malhadada ínsula que tantas veces vuesira merced me ha pro-
metido, veo que en pago y trueco della me quiere ahora dejar
en un lugar tan apartado del trato humano. Por un solo Dios,
señor mío, que non se me faga tal desaguisado ^ ; y ya que del
todo no quiera vuestra merced desistir de acometer este fecho,
dilátelo á lo menos hasta la mañana, que á lo que á mime mues-
tra la ciencia que aprendí cuando era pastor -^ no debe de haber
le crecía á él la codicia de probar el El uso todavía admile el derivado
aventura (a). deaaguisado, y no el primitivo agui-
1. La presente plegaria que dirige á sado,ó guisado, que en nuestros anti-
D. Quijote su escudero, tiene particular guos libros signilicó aderezado, orde-
mérito y corresponde admirablemente nado, bien dispuesto. Lo mismo sucede
á un carácter tímido y codicioso con en imposibilitado, desgraciado, bienfia-
Bus puntas de bellaco, cual es el de dado, malhadado, bienhechor, laalhe-
Sancho. clior, bienquisto, malquisto, y otros
2. Expresión copiada de los libros de derivados que el lector hallará fácil-
Caballerias, é inverosímil por consi- mente, y que después de anticuadas
guíente en boca de Sancho, mucho más las voces de que se formaron, ha cou-
en el estado de susto y temor en que servado el uso.
se hallaba : pero hace reir, y esta fué 3. Lo fué, con efecto, Sancho, cuando
la razón de ponerla. muchacho, de puercos, y después, algo
hombrecillo, de gansos, como él mismo
lo refiere en el capítulo XLII de la se-
(o) Florambel de Lucen, líb. IV, cap. XVIII. gunda parte : pero ninguno de estos dos
géneros de ganado pasa la noche en el
(a) iVe o!do mMc/íos recM. — Las palabras : campo, donde pueda el pastor hacer
muvfias ««ees sólo figuran en la H' edición de ^as observaciones de que habla nuestro
Cuesta. (M. de T.) medroso escudero.
302
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
desde aquí al alba tres horas, porque la boca de la bocina eslá
encima de la cabeza \ y hace la media noche en la línea del
brazo izquierdo. ¿Cómo puedes tú, Sancho, dijo D. Quijote, ver
dónde hace esa línea, ni dónde está esa boca ó ese colodrillo que
dices, si hace la noche tan escura que no parece en todo el ci<do
estrella alguna? Así es, dijo Sancho ; pero tiene el miedo muchos
ojos, y ve las cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el ciclo,
puesto que por buen discurso bien se puede entender que hay
poco de aquí al día ^. Fállelo que fallare, respondió D. (Juijole,
que no se ha de decir por mí ahora ni en ningún tiempo que lágri-
mas y ruegos me apartaron de hacer lo que debia á estilo de
caballero ; y así le ruego, Sancho, que calles, que Dios, que me
ha puesto en el corazón de acometer ahora ésta tan no vista y tan
temerosa aventura, tendrá cuidado de mirar por mi salud y de
consolar tu tristeza ; lo que has de hacer es apretar bien las cin-
chas á Rocinante y quedarle aquí, que yo daré la vuelta presto ó
vivo ó muerto^. Viendo, pues, Sancho la última resolución de su
amo, y cuan poco valían con él sus lágrimas, consejos y rue-
1. El modo de conocer la hora de la
noche por la estrella del Norte se
explica en el libro 1 do la ¡lidrogra/ia
compuesto por el Licenciado Andrés
de Poza {a),é impreso eu Bilbao el año
de 1583. Én aquel tiempo se daba el
nombre de bocina á la constelación que
comprende la estrella polar : Osa menor
la llaman los astrónomos, y Carro
menor el ^■^llgo. La cabeza que dice
Sancho, es la del que mira. El método
para conocer la hora de la media noche
que aquí se indica, es figurarse una
cruz, cuyos dos brazos se cruzan en la
estrella polar formando ángulos rectos,
y siendo uno de los brazos perpendicu-
lar al horizonte. Desde dicha estrella,
como centro, se figura un circulo que
pase por la estrella horologial, la cual
es la más resplandeciente de las dos
que forman la boca de la bocina, que-
dando dividido el circulo en cuatro
arcos iguales. Á principios de Mayo la
estrella horologial hace la media noche
en la extremidad superior de diámetro
vertical, y á principios de Noviembre
en la extremidad inferior del mismo. A
principios de Agosto hace la media
noche en la línea del brazo izquierdo^
(a) Fol. 20.
como dice Sancho, y en su extremidad
opuesta á principios de Febrero. En los
días intermedios la estrella horologial
señala la medianoche avanzando cada
mes una tercera parte del cuadiante. y
á este respecto se sacan las demás
horas. Tal es el pastoril y complicado
método de que se habla eu este pasaje.
Según el plan cronológico de la fábula
del Quijote, formado por D. Vicente de
los Hios, esto pasaba en la noche del
24 al 2.3 de Agosto, en que la estrella
índice debía señalar media noche casi
un tercio del cuadrante más abajo de
lo que aquí se expresa; pero Sancho
nada veía ni podía ver, estando bajo
unos árboles cuyas copas se lo impe-
dían, según después se refiere, y solo
decía los disparales que le sugería su
miedo.
2. No era tan poco el espacio de tres
horas que faltaba hasta el alba, según
poco antes había dicho el mismo San-
cho; mas al proposito de este convenía
pintnrlo como corto.
3. Expresii'm que hace reir al lector.
¿Cómo hubiera podido nuestro hidalgo
volver muerto '.' Pero era loco, y á los
locos no se pide cuenta de lo que dicen.
Cervantes, como ya se ha notado, sa-
caba partido de las cualidades y cir-
cunstancias de 8U protagonista.
•HIMKIU PAHTK.
CAIMTLI.O XX
303
ffos', (lolonninóde aprovecharse do su industria, y hacerle esperar
liasla c\ (lía si piidioso; y así, cuando aprclaJja las cinchas al caballo,
bonilanicnlo y sin ser sentido ató con ol cabestro de su asno ambos
pies á Rocinante''' ; de manera que cuando D. Quijote se quiso par-
tir, no pudo, porque el caballo no se podía mover sino á saltos.
Viendo Sancho Pan/.a el buen suceso de su embuste, dijo : Ea,
señor, que el ciclo, conmovido de mis láf^rimas y plegarias, ha
ordenado que no se pueda mover Rocinante; y si vos queréis por-
fiar y espolear y dalle, será enojar á la fortuna •*, y dar coces, como
dicen, contra el aguijón. Desesperábase con esto D. Quijote, y por
más que ponía las piernas al caballo ', menos le podía mover, y sin
caer en la cuenta de la ligadura, tuvo por bien de sosegarse y
esperar, ó á que amaneciese, ó á que Rocinante se menease,
creyendo, sin duda, que aquello venía de otra parte que de la in-
dustria de Sancho, y así le dijo : Pues así es, Sancho, que Rocinante
no puede moverse, yo soy contento de esperar á que ría el alba,
aunque yo llore'', lo que ella tardare en venir. No hay que llorar,
respondió Sancho, que yo entretendré á vuestra merced contando
1. Estuviera mejor la gradación, si
á'iieva.sus consejos, ruegos y lágrimasí Oí),
yendo, como se debe, de menos a
más.
2. Debieron ser ambas manos; A lo
menos asi es como se traban ordina-
riamente las caballerías, y como resulta
que no se puedan mover sino á saltos,
que fué lo que sucedió á Rocinante,
según se refiere á continuación, y se
repite después en adelante. Verdad es
que en los animales también se com-
prenden bajo el nombre de pies los
anteriores, de donde les vino el nombre
de cuadrúpedos.
3. Mejor dijera al cielo, para ir con-
siguiente á lo que acaba de decir, á
saber : que el cielo había ordenado
que no se pudiese mover Rocinante.
Fortuna no es lo mismo que cielo :
aquélla se loma por el hado ó la casua-
lidad: ésta significa la Providencia.
4. Para la debida correspondencia
entre las partes de esta expresión,
hubo de decirse : 1' cuanto más ponía
['j.) Ruegos y lágrimas. — ; Pobre Cervantes !
; Quién le había de decir que, después de
haber hecho la delicia de sus conleniporá-
neos, habían de caer sobre él tantos Tirlea-
fueras literarios I La observación de Cle-
mencín, en este caso como en otros muchos,
carece de fundamento. (M. de T.)
las piernas al caballo, menos le podía
mover. Ó de este otro modo : Y por
más que ponía piernas al caballo, no
le podía, mover. Gers-antes, según bue-
namente puede conjeturarse, titubeó
entre ambas maneras al escribir este
pasaje, las confundió, y no volvió á leer
lo que habia escrito.
5. Contraposicii'm quizá demasiado
ingeniosa en tal ocasión y coyuntura,
pero bien entendida, y tomada de la
expresi<')n castellana de reir el alba por
amanecer. ¿Cómo es posible traducirla
en otro idioma?
De D. Pedro Calderón de la Barca,
célebre autor dramático, se cuenta que
solía decir misa al amanecer, y ecliando
de ver una vez al revestirse que el alba
estaba rota de puro vieja, advertía al
sacristán que ya reía el alba. (3). To-
davía es más difícil de traducir esto
que lo anterior.
(2) Reia el alba. — El Sr. Sepúlveda en su
curioso libro : El Coi-ral de la Pacheca,
cuenta la anécdota de un modo más inge-
nioso y que parece más próximo á la
verdad :
Parece que Calderón llegaba siempre tarde
y el sacristán gruñía. Habiendo roto el alba,
al pouérsola, le dijo riendo al sacristúu :
/ Ya ves que llego al romper el alba !
(M. deT.)
304 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
cuentos desde aquí al día, si ya no es que se quiere apear y echarse
á dormir un poco sobre la verde liiorba, A uso de caballeros
undantes, para hallarse más descansado cuando llegue el día y
punto de acometer esta tan desemejable aventura' que le espera.
¿ Á qué llamas apear, óá qué dormir? dijo D. Quijote. ¿Soy yo
por ventura de aquellos caballeros que toman reposo en los peli-
gros? Duerme tú que naciste para dormir, ó haz lo que quisieres,
que yo haré lo que viere que más viene con mi pretensión. No se
enoje vuestra merced, señor mío, respondió Sancho, que no lo
dije por tanto ; y llegándose á él, puso la una mano en el arzón
delantero, y la otra en el otro, de modo que quedó abrazado con el
muslo izquierdo de su amo sin osarse apartar del un dedo ; tal
era el miedo que tenía á los golpes que todavía alternativamente
sonaban. Díjole D. Ouijote que contase; algún cuento para entre-
tenerle, como se lo había prometido ; á lo que Sancho dijo que si
hiciera, si le dejara el temor de lo que oía; pero con todo eso, yo
me esforzaré-^ á decir una historia, que si la acierto á contar y no
me van á la mano, es la mejor de las historias, y estérae vuestra
merced atento, que ya comienzo. Érase que se era, el bien que
viniere para todos sea, y el mal para quien lo fuere á buscar^; y
advierta vuestra merced, señor mío, que el principio que los anti-
guos dieron á sus consejas ' no fué así como quiera, que fué una
1. Este adjetivo, que es pococomi'm, 3. Dicen las empuñadoras de lascon-
indica la calidad de no tener semejante, sejas.y el mal para quien le fuere ú
que viene á ser en el fondo lo mismo huacar, y para Ja manceba del Abad.
que incomparable, sólo que éste se Asi Quevedo, hablando de los cuentos
dice en buena y el otro en mala parte. de niños en la Visiía de los chistes.
Tal es la abundancia y riqueza en Según Rodrigo Caro, autor sevillano
nuestro idioma para expresarlas dife- citado porPellicer, los muchachos y la
rencias más menudas de las ideas. — gente aldeana de su tiempo empezaban
También se dice desemejado (a), voz los cuentos con este preámbulo .-
frecuenlemente usada en los libros de Érase que se era, el mal que se vaya, el
Caballerías, y de origen común con bien que se venya, elmal para los mo-
desemejable. Significa descomunal, des- ros, el bien para nosotros. Todavía
aforado, muy extraordinario, siempre solía ser m;ís largo esta especie de
en cosas de horror y de espanto. prólogo de los cuentos, en lo que
2. Sancho, que eátaba hablando en acaso influían las ideas y clase del que
tercera persona, pasa de repente á ha- contaba y de su auditorio, como se
blar en primera, sin que el autor lo ve por el de l<>s gansos que refiere
prevenga : modo elegante, usado alguna Sancho en el Quijote de Avellaneda [a).
otra vez en el Quijote, y que, sin per- Siendo niño el autor de estas notas,
judicar á la claridad, varia la contex- todavía se empezaban los cuentos con
tura de los diálogos, y los hace más el érase que se era.
rápidos y animados. 4. Así llamaron los anti^os caste-
llanos á lo que después se llamó cuen-
(«) Detemejado. — En Andalucía se usa los ó novelas. Dióseles este nombre,
vulgarmente en el sentido de desmejorado,
acejicion que no figura en la Acíidenila.
(M.deT.) (a) Cap. XXI.
PltlMKnA PAUTE. — CAPÍTULO XX
305
sentencia de Calón Zonzoriuo ', romano, que dice : y el mtxi para
quien le fuere á buscar, que viene aquí como anillo al- dedo 2, para
que vuestra merced se oslé (juodo, y no vaya á buscar el mal á
nin<íuna parle, sino que nos volvamos por olro camino, pues nadie
nos i'uer/.a á (jue sigamos ésle donde lautos miedos nos sobresal-
tan. Sigue tu cuento, Sancho, dijo D. Quijote, y del camino que
hemos de seguir dt\jame á mí el cuidado. Digo, pues, prosiguió
Sancho (|ue en un lugar de Extremadura había un pastor cabrerizo,
quiero decir, que guardaba cabras, el cual pastor ó cabrerizo-',
como digo de mi cuento, se llamaba Lope Ruiz, y este Lope Ruiz
andaba enamorado de una pastora que se llamaba Torralva, la cual
pastora llamada Torralva era hija de un ganadero rico, y éste gana-
dero rico... Si desa manera cuentas tu cuento, Sancho, dijo
D. Quijote, repitiendo dos veces lo que vas diciendo, no acabarás
en dos días-*; dilo seguidamente, y cuéntalo como hombre de
según Covarrubias, porque eran fic-
ciones que se enderezaban á dar algún
buen consejo. También se llamaron
palrañíis, y según el mismo Covarru-
bias se dijo tí, pulrihus (a), porque los
padres solian contarlas á sus hijos.
Hacíase esto especialmente en las lar-
gas noches de invierno, y en las coci-
nas : de donde Fernando de Rojas, uno
de los autores de la antigua tragi-
comedia de la Celestina, por otro
nombre, de Calixto y Melibea, las
llama en su prólogo consejas detrás
del fuego; á la manera que el Marqués
deSantillana,enla colección que formó
de refranes, expresó que eran los que
las viejas soliari decir tras el Inier/o.
1. Catón el Censor, llamado el mayor
para distinguirlo del de Utica, se señaló
por la austeridad de sus máximas y
costumbres, como lo hicieron también
otros de su familia ; por manera que
ya en tiempo de Séneca, para denotar
un varón grave, severo y constante, se
decía : es un Catón. Por esto se le atri-
buían los preceptos y sentencias que se
querían autorizar con su nombre, como
aquí sucede con la que alega Sancho,
llamándole á lo rústico Zonzoñno. —
(a) Patribus. — Más bien parece derivado
de un adjetivo neutro plural patranen, del
mismo modo que de mirabilia se formó
maravilla, y de sirjnn. seña. En cuanto á la
terminación recuérdese que cnsfa'm viene
de castanea. (M. de T.)
Catón el mayor fué contemporáneo y
émulo de Escipión el Africano : escri-
bió de Historia, de Agricultura y de
otras materias. Juan de Mena hizo men-
ción de los dos Catones, el mayor y el
menor, en la Orden de Júpiter (a) :
Están los Catones encima la cumbre.
El buen Uticense con el Censorino.
2. Como anillo al dedo : expresión que
para denotar la conveniencia de una
cosa con otra se usa en el capí-
tulo LXVII de la segunda parte. —
Dedo y quedo, consonancia que ocurre
dentro de este período : se mira como
defecto en la prosa, y hubiera podido
evitarse fácilmente.
3. Aquí se ve usada la palabra cabre-
rizo en dos acepciones diferentes : la
primera vez como adjetivo, la segunda
como sustantivo. Hay varios ejemplos
de sustantivos que empezaron por ser
adjetivos, y que el uso trasladó después
á aquella clase, como inedias (calzado de
las piernas), que al principio fueron
medias calzas. Lo mismo sucedió con
soldado, comida, y otros nombres
seiTiejantes.
4. El cuento de nunca acabar, expre-
sión nuestra proverbial, que pudo apli-
carse al de la pastora Torralva. —
Erase que se era, que enhorabuena sea.
Érase un padre, y este padre tenia un
(a) Copla 217.
26
306
DON QUIJOTE Di; LA MANCHA
entendimieiilo; y si no, no digas nada. De la misma manera que
yo lo cuento, respondió Sancho, se cuentan en mi tierra todas las
consejas, y yo no s6 contarlo de otra, ni es bien que vuestra mer-
ced me pida (jue liaü^u usos nuevos (a). Di como quisieres, respondió
D. Quijote, (juc pues la suerte q'iiere que no pueda dejar de escu-
charte, prosigue'. Así que, señor mío de mi ánima, prosiguió
Sancho, que como ya tengo dicho, este pastor andaba enamorado
de Torra! va- la pastora, que era una moza rolliza, zahareña, y
tiraba algo á hombruna, porque tenía unos pocos bigotes, que
parece que ahora la veo-*. ¿Luego conocístela tú? dijo D. Quijote.
No la conocí yu, respondió Sancho; pero quien me contó este
cuento, me dijo que era tan cierto y verdadero, que podía bien
cuando lo contase á otro, afirmar y jurar que lo había visto todo : así
que yendo días y viniendo días, el diablo, que no duerme, y que todo
lo añasca, hizo de manera que el amor que el pastor tenía á la pas-
hijo, y este hijo era médico, y este médico
era un asno. Tal es el principio de un
cuento que se lee en Lazarillo de Ma?i-
zanares{<;ij, libro compuesto [)ür Juan
Corles de Tolosa, é impreso en Madriil
el año de 1620. Allí se dice que este
modo de contar (que es el mismo que
reprende I). Quijote, y según Sancho
el ordinario de contar las consejas en
su tierra) es propio de viejas y de igno-
rantes («); pero yo digo que asi se liacia
también frecuentemente en libros serios
á cuyos autores puede no atribuirse
la cualidad de ignorantes, y en nues-
tras crónicas antiguas, pudiendo servir
de ejemplo este pasaje <le la general
de España del Rey D. .\lonso el Sabio,
que es el primero que en ella se me
presenta :
« E los mandaderos (enviados por el
Rey para traer al Conde D. Sancho
Díaz) fuero nse para Saldaña d recab-
dar lo por que iban. E después que
recabdaron lo por que fueran, lornú-
(ü) Cap. X.
(a) Usos nuevos. — Acerca del apopo del
vulgo á los utos antiguos véase lo liii-ho en
la nota ; de la pá». 2(ió. (M. de T.>
(5) Aíamanares. — Esta curiosa é inlcrs-
sañte no\cla ha sido reproducida jior «1
erudito académico 8r. Cotai-f!lo, en .su no-
table Beiista L's/xiiiola, de la que sólo se
¡lublicaioü [2 números. (M. de T )
ronse á León todos de consuno... E
luef/o que el Rey sopo que el Conde
Sandias era venido, mandó d los mon-
teros que estoviesen bien ¡juisados...
E después que todos éstos fueron gui-
sados... trovaron lodos del fCondej, é
prendiéronlo luego. E el Conde, cuando
se cilio preso, dijo al liey, etc. » La
causa de semejante desaliño no era la
ignorancia particular del escritor, sino
la general del tiempo en que se escri-
bía. Kl vulgo la conservó por más tiempo,
purque los progresos de la civilización,
que fueron limando y puliendo el len-
guaje y estilo de las clases superiores,
lardaron mns en llegar al vulgo.
1. Quedaría mejor el lengu.ije supri-
miendo la partícula que, ó sustituyén-
dole la conjuncii'm y, «i invirtiendo el
orden y leyendo pues que en lugar de
que pues. .\sí : Di como quisieres, res-
pondió 1) Quijote, pues que la suerte
quiere que no pueda dejar de escu-
charle : prosigue.
2. .\quí deja ya Sancho e! método
reiluplicativo de contar su conseja, sin
embargo de qiie acaba de decir que no
sabe otro, y la cuenta como quería su
amo. El lector pudiera con fundamento
reconvenir á Sancho de su incunse-
cuencia, y la respuesta tocaba á Cer-
vantes.
3. Con la misma expresión habló el
pastor Pedro de la madre de Marcela
en el capítulo Xil de esta primera
pirte.
IMüMKHA l'AKlli.
CAPITULO XX
301
lora so volvióse on hoinocillo y mala voliinl.ad', y la cniísalii»', so<^ún
malas loiijj¡uas, una ciorta raiilidad (1(; colillos (juo olla lo<lió, talos,
(]ii(* pasaltan i\r la raya y Ih-t^ahaii A lo vedado; y fiu; Laido lo (jiio
ol pastor la aborreció de allí adelante, que por iio verla se quiso
ausentar do aquella tierra, 6 irse donde sus ojos no la viesen
jamt\s; la Torralva, que se vio desdeñada del Lope, luego le (juiso
bien, mi'is ([uo nunca lo había ([uerido. Esa es natural Cíuidición
do nuijeres, dijo I). Quijote, desdeñará quien las quiere y amar á
quien las aborrece ; pasa adelante, Sancho. Sucedió, dijo Sancho,
que el pastor puso por obra su determinación, y antecogiendo sus
cabras se encaminó por los campos de Extremadura para pasarse
á los reinos de Portugal ; la Torralva, que lo supo, se fué tras él,
y seguíalo á pie y descalza desdo lejos con un bordón en la mano y
con unas alforjas al cuello, donde llevaba, según es fama, un pedazo
do espejo y otro de un peine, y no sé qué botecillo de mudas para
la cara 2; mas llevase lo que llevase, que yo no me quiero
1. Vese por aquí que la voz home-
cillo, que valia Itumicídio en el Fuero
juzgo y en las Partidas, lomphíndose
después su signiücación, sólo denotaba
odio ó mala voluntad. Y aun asi se
iba anticuando en tiempo del autur del
D¿dlor/o de /as leiif/uas, que la cuenta
entre otras que empezaban entonces íi
desusarse; laminen, dice,va)iios dejando
homecillo por enemistad (a).
2. Muda.s, ciertas unturas y afeites
con tjue las mujeres trataban de hermo-
sear sus rostros, y que aun se usan (a)
comúnmente en algunas provincias de
la Penmsula. El deseo de agradar,
innato en el otro sexo, introdujo desde
antiguo el uso de los cosméticos. Ovidio
escribió un opúsculo sobre las mudas
y los modos de hacex'las, del cual nos
queda un íragmento que empieza así :
Discite qux fáclem commendet cum., puelíx,
EL (¡uo sit vobis jornia luenda modu.
{a) Pág. Iü8.
('/) Y que aun se vsan. — Y se usarán
mientras haya mujeres y charlatanes ex])lo-
taciores déla vanidad femenil. Kl bueno do
ClPinencíii .se quedaría absorto si leyese las
páginas de anuncios de los periódicos de
modas y la.s descripciones de los misterios
del tocador de las elegantes de nuestros
días. A7 otro scjsü, como él dice, siempre
será el mismo. (M. de T.)
No obstante, la naturaleza del argu-
mento, el autor, á vueltas de las rece-
tas para hacer blandurillas, mezcla
preceptos de pura y severa moral :
Prima sit in vobis morum tutela, puellx,
Ingenio fncies conciliante placet.
Ccrtus amor morum est : f'ormam populabitiir
[xtas,
Et placitus rugís vultus aratus erit.
Tempus erit, quo vos speculum viiHsse pigehit,
Et veniet i-ngis altera causa dolor.
Suificit et longum probitas perdurat in srum,
E'ertque suos annos : hinc benc pendet amor.
A pesar de la idea común que hay de
la austeridad de las españolas en los
pasados siglos, Agustín de Hojas, en
su Viaje e/ttrelenido, describiendo los
muchos untos, blanduras, sebillos,
aguas y aceites de que usaban las
mujeres de su tiempo, algunas, dice,
tienen tunta curiosidad, en esto, que hay
más boles en su casa que redomas en
una botica (a). Y hablando de lo
mismo, dice en una de sus sátiras
Lupercio Leonardo de Argensola :
¿Quién podrá numerarlas garrafiUas
Dedicadas al sucio ministerio,
Ungüentos, botecillos y p.istillas ?..
La leche con jabón veréis cocida
Y de varios aceites composturas,
Que no sabré nombrarlas en mi vida.
(a) Viaje entretenido, lib. I.
308 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
meter ahora en averiguallo, sólo diré, que dicen que el pastor
llegó con su ganado á pasar el río' Guadiana, y en aquella sa/.ón
iba crecido y casi fuera de madre, y por la parte que llegó no había
barca ni barco, ni quien le pasase á él ni á su ganado de la olra
parle, de lo que se congojó mucho, porque veía que la Torralva
venía ya muy cerca, y le habla de dar mucha pesadumbre con sus
ruegos y lágrimas; mas tanto anduvo mirando, que vio un pescador
que tenía junio á sí un barco -^ tan pequeño, que solamente podían
caber en él una persona y una cabra, y con lodo esto, le habló y
concertó con él, que le pasase á él y á trescientas cabras que lle-
vaba. Entró el pescador en el barco y pasó una cabra, volvió y pasó
olra, tornó á volver y tornó á pasar otra; tenga vuestra merced
cuenta con las cabras que el pescador va pasando, porque si se
pierde una de la memoria, se acabará el cuento y no será posible
contar más palabras del. Sigo, pues y digo; que el desembarcadero
de la otra parte estaba lleno de cieno y resbaloso, y lardaba el
pescador mucho tiempo en ir y volver ; con todo esto, volvió por
otra cabra, y otra y otra. Haz cuenta que las pasó todas, dijo
D. Quijote, no andes yendo y viniendo desa manera, que no aca-
barás de pasarlas en un año. ¿Cuántas han pasado hasta ahora?
dijo Sancho. Yo ¿qué diablos sé? respondió L). Quijote. He ahí lo
que yo dije, que tuviese buena cuenta; pues por Dios que se ha
Aceite de lagartos y rasuras Madre Celestina. Puede notarse en el
De ajonjolí, jazmín y adormideras, Jugar presente que todos ios enseres y
De almendras, nata y huevo mil mixturas. utensilios ño míe sp romnonia pI pnni-
Aguas de mil colores v maneras, uiensmos ue que se componía ei equi-
De rábanos v azúcar, de' simiente P'^J^ ^^ ^'^ Torralva pertenecían a su
De melón, calabazas y de peras. tocador, espejo, peine, botecillo de
mudas : si tal era el ajuar de una
Aludiendo á la palabra mudas, se pastora, ¿ cuál sería el de las cortesa-
dijo de una dama que las usaba en la ñas? Cervantes, que satirizó este vicio
comedia Las ferias de Madrid, com- en el pasaje presente y en otros de sus
puesta por Lope de Vega : obras, no hubiera hallado quizá tanto
,,. . . ,^ , , que reprender en la leche virginal, el
T -í, Hn-^n,PimL ej^ba enalmagradas aceite antiguo, el agua de Colonia y
Las dos mejillas de violeta o lino, »„„„/•• " u • i*'
Ya de jazmín v rosa matizadas ? ^^^^f confecciones que nos han venido
¡Cuánto val la' mudanza v el martirio! modernamente del Norte.
1. Quiere decir, no que se llegó á
El blanquete y el arrebol eslán indi- verificar el jiaso. sino que se llegó ala
cados en el jazmín y la rosa. No había orilla del rio con el designio de pa-
sido nic'iior la afición á mudarse el ros- saiio.
tro en las abuelas de las españolas de 2. Cuatro renglones antes se había
Cervantes y Lope, en orden á lo cual dicho que no haf)ia barca ni barco. Si
puede el lector consultar (si á tanto sólo se hubiera dicho que el pastor no
llega su curiosidad) las noticias que lo había visto, no tendría lugar el
sóbrelos afeites y menjurjes de su siglo reparo: absolutamente hablando, pudo
nos conservaron el Bachiller .Vlfonso haber barco y no verse : pero si no lo
Martínez de Toledo en su Corbacho, y había, no pudo verse por muclio que
Rodrigo Cota en la tragicomedia de la se mirase.
PniMEPA PARTE,
CAPITULO XX
309
acaba<lo el cuonlo, (\nc no hay pasar adelanto, ¿(^ómo puedf; ser
eso? respondió I). Oiiijole; ¿tan de esencia de la historia es saber
las- cabras que han pasado por extenso, que si se yerra una del
número, no puedes seguir adídante con la historia? No, señor,
en ninj¿^una manera, respondi(') Sancho, porque así como yo pre-
g^unlé á vuestra merced que me dijese que cuántas cabras habían
pasado, y me respondió que no sabía, en aquel mesmo instante
se me fu(^ á mí de la memoria cnanto me quedaba por decir, y á
fe que era de mucha virtud y contento. ¿De modo, dijo D. Quijote,
que ya la historia es acabada? Tan acabada es como mi madre,
dijo Sancho. Dígote de verdad, respondió D. Quijote, que tú has
contado una de las más nuevas consejas S cuento ó historia que
1. En verdad que no era nueva, sino
muy vieja en el mundo. Ü. Juan Bowle,
en sus Anotaciones, observo que este
cuento se leía en el número 30 del
libro intitulado Cento novelle aittiche,
y copió parle de él en demostración de
que habia servido de original á Cer-
vantes. Con efecto, Franscisco Sanso-
vino, queriendo al parecer imitar el
Decameron de Boccaccio, publicó Cento
novelle scelte, que se imprimieron en
Venecia el año de liJTá. Al fin se aña-
dieron las Cento novelle cmtiche, y en
la XXXI se lee el caso que cita Bowle,
y que en el fondo y substancia es muy
semejante al de la pastora Torralva.
D. Juan Antonio Pellicer extendió las
noticias de Bowle, traduciendo el cuen-
to italiano y afirmando que Cervantes
lo varió y mejoró tanto, que lo hizo
suyo. En esta parte no estoy de acuer-
do con Pellicer : Cervantes varió el
cuento, mudó los nombres y escenas
de los actores, pero le quitó ki princi-
pal, que es la oportunidad y el chiste,
que los lectores del Ql'I'ote buscan en
él y no encuentran. Según el texto ita-
liano, un gran señor tenía un fabulista
para que le divirtiese con sus cuentos
las noches largas de invierno. En una
ocasión que el amo le pidió un cuento
y el criado tenía muctia gana de dor-
mir, empezó éste á contar el de un
aldeano que volviendo de la feria con
el ganado que había comprado, lo iba
pasando al otro lado de un río muy
ancho, en una barquilla, donde sólo
cabían una res y el aldeano. Como se
estaba durmiendo, contaba despacio, y
el señor, impaciente, le decía que pa-
sase adelante. Dejemos, contestó, pa-
sar el ganado, que para ello necesita
mucho tiempo, y luego proseguiré : en-
tretanto, podemos dormir á nuestro
placer. He aquí el motivo y oportuni-
dad del. silencio del fabulista; para el
de Sancho no había motivo ni ocasión.
Y ¿ se acaba aqui la antigüedad del
cuento de la pastora Torralva? Respon-
do que no. El cuento no había nacido
en Italia : existía ya tres siglos antes
en francés antiguo y en verso, como se
lee en la colección de las composi-
ciones de esta clase que imprimió
Mr. de Barbazán el año de 1736: y des-
pués se publicó muy aumentada en el
de 1808. El lenguaje manifiesta la edad
en c[ue se escribió la conseja.
CONTÉ DU FABLEOR
Un Roí un Fahleor avoit
A qui deduire se souloit.
fine nuit avoit molt conté
Si qui tot en estoit l.assé.
Requist le Roí quil puist dormir.
Milis li Roí ne l'volt pas so/frir :
Cornmanda li que plus conlast,
Et d'un gran conté s'aqiiistat,
Et puis le lairoít reposer,
Plus ne li querroit demander.
Quant el ne pot. si li canta,
Et si faitement commenca.
Uns hom estoit qui cent sois ot,
Et berbi: achater en volt :
Deux cens berbiz en adieta,
Chascune six deniers coiita.
Ses berbiz chaca vers maisojí ;
Si estoit en cele saíson.
Que les eves sont auques lees
Et par croíssance desrivées ;
Quant íl ne pot nul pont trover
Ne saít jmr oü íl puist passer,
Atant trueve une nacelete
Qui molt est foible et petitete.
310
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
nadie pudo pensar en el mundo, y que lal modo de contarla ni
dejarla, jamás se podrá ver ni hnbri'i visto en toda la vida, aunque
no espeiaba yo otra cosa de lu buen discurso* ; mas no me mara-
villo, pues quizá estos golpes que no cesan, te deben de tener tur-
bado el entendimiento. Todo puede ser. respondió Sancho ; mas yo
sé que en lo de mi cuento no hay más que decir, f[ue allí se acaba
do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las caliras. Acalje
norabuena donde quisiere, dijo IJ. Ouijote, y veamos si se puede
mover Rocinante ; tornóle á poner las piernas, y él tornó á dar sal-
tos y á estarse quedo; tanto estaba de bien atado. En esto parece
ser, ó que el frío de la mañana que ya venía ^, ó que Sancho hubiese
cenado algunas cosas lenitivas, ó que fué cosa natural {<pie es lo
que más se debe creer), á él le vino en voluntad y deseo de hacer lo
Ne pot que deux herbiz porter
Et celui f/ui les dnt passer.
Li vilcins deus berbiz i mist.
Jl rneisme nn qouve.rnal sist
Molt savoet s'en vail nagant.
Li Fnhlierres se tust atant.
Li Itoi l'ala molt semonant ;
Quar contrc iost, disl il avant •
Sire dixt il. la nacelete
Est molt foihle et petilele.
L'aire esf molí qrant cutre d patser,
Bfirhiz i a molt á porter ;
Or Ini.isons Ifs berbiz pnsser.
Et puis porrons as.iez conler.
y ¿se acaba aquí la anligüedod del
cuento de la paslora Toi-ralva? Hespon-
do que no. El poeta Irancé.s lo li-adnjo
del latín de Pedro Alfonso (a), judío con-
verso de Huesca, en Aragón, médico
del Rey ü. .\lonso, que lloreció por los
años de ddOO, y escribió una obra
con el titulo de Proverbiorum seu cleri-
cnlis (li.-icipUuse lihri Ires, de que existe,
según 1). Francisco Pérez Hayer In). un
ejeniidar en la biblioteca del Escorial.
En ella incluyó los consejos que un
padre daba ñ su hijo por medio de fá-
bulas y cuentos, y entre ellos se hnlla
el precedente de las ovejas, con otros
(a) Notas á la Biblioteca de D. Nicolás An-
tonio.
(a) Pedro Alfonso. — El judío Pedro
Alfonso de Huesca se convirtió en llOti.
siendo su padiino el rey Alfonso V de
Araiíóñ. Sacó su libro Di.icifjlina ClericnUs
de la obra Kalila y Dimna. versión árabe de
la obra Panlcha Tanti-a (los cinco capítu-
los; publicada en el siglo viii. (M. de T.)
que tradujo el poeta francés, dando á
su obra el título de Castigo {chastuie-
metit, esto es, enseruinza} ele un padre
á su hijo. Diciendo, como dice Pedro
Alfonso en su pi'oeinio, que había to-
mado sus cuentos (ie los fabulistas
árabes, todavía puede afirmarse que
no para aquí la antigüedad del cuento
de la pastora Torralva, y que su origi-
nal primitivo y verdadero está en el
océano, para nosotros desconocido, de
la literatura oriental.
1. Expresión irónica, como es claro,
y como lo confirma lo que sigue. — El
fingido Alonso Fernández de Avella-
neda, autor de la segunda parte del Qii-
jOTE, que quiso oponer á la primera de
Cervantes, trató de necia y fría esta
conseja de las cabras, y puso en boca
de Sancho un cuento semejante, en que
eran gansos los que pasaban el rio.
para que se conozca, dice (a). In difi'.-
rencia que hay del uno al otro ; pero
hablanüo con imjiarcialidad, no hay
gran diferencia de gracia entre ambos.
2. El lenguaje de este período es in-
correcto, y por de contado el frío no
tiene verbo y de consiguiente no hace
sentido. Pudiera haberse dicho con cor-
tísima alteración : En esto parece ser
c¡ue ó por el frió de In mañana, que ya
venia, 6 porque Sancho hubiese cenado
alc/unas cosas lenitivas, ó porque fuese
cosa natural {que es lo que más se dehe
C7-eei'), á él le vÍ7io en voluntad, etc. El
menor grado de atención hubiera bas-
tado para la enmienda.
(a) Cnp. XXI.
PHIMICRA PARTE. — CAI'ÍTIT-0 XX 3H
<|ut' (tlio no pudiera hacer por tM : mas era lanío el miedo qne
había eidrado en su corazón, que no osaba apartarse un negro
th' uña de su amo. Pues pensar de no hacer lo que lenía f^ana,
lampo(;o era posililc, y así lo que hizo por bien de paz' fué
soltar la mano derecha que lenía asida al arzón trasero, con
la cual l)onilainenle, y sin rumor alii^uno, se soltó la lazada co-
rrediza con (jue los calzones se soslenían sin ayuda de otra
alguna, y en (juilándosela dieron luego abajo, y se le quedaron
como grillos; tras esto alzó la camisa lo mejor que pudo, y echó
al aire enli-ambas posaderas, (pie no eran muy pequeñas; hecho
esto (que él pensó cpie era lo más que tenía que hacer para salir de
aquel terrible apiielo y angustia) le sobrevino otra mayor, que h\6
que le pareció que no podía mudarse sin hacer estrepito y ruido, y
comenzó á apretar los dientes y á encoger los hombros, recogiendo
en si el aliento todo cuanto podía ; pero con todas estas diligencias
fué tan desdichado, que al cabo vino á hacer un poco de ruido,
bien diferente de acpiél que ó él le ponía tanto miedo. Oyólo
D. Quijote, y dijo : ¿Qué rumores ese, Sancho? No sé, señor,
respondió él ; alguna cosa nueva debe de ser, que las aventuras
y desventuras nunca comienzan por poco"^ : tornó otra vez á
probar ventura, y sucedióle tan bien ^, que sin más ruido ni
alboroto que el posado, se halló libre de la carga que tanta
pesadumbre le había dado. Mas como D. Quijote tenía el sen-
tido del olfato tan vivo como el de los oídos, y Sancho estaba tan
junto y cosido con él, que casi por línea recta subían los vapores
hacia arriba, no se pudo excusar de que algunos no llegasen á
sus narices; y apenas hubieron llegado, cuando él fué al socorro
apretándolas entre los dos dedos, y con tono algo gangoso, dijo :
Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo. Sí tengo, respondió
Sancho ; ¿ más en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más
que nunca? En que ahora más que nunca hueles, y no á ámbar,
1. Por bien de pnz, fi'nmula con que las dos maneras es al revés de lo que
se designa el partido medio que se to- dice el texto.
ma en una discordia, cediéndose por '^. Siendo el asunto cual es, no pudo
amor de la paz el derecho, 6 algo del explicarse con más disimulo y decencia
derecl.o que se tiene, para que, igua- que lo hizo Cervantes; pero, ,-.debió
lándose de esta suerte el agravio ó el tener lugar en la fábula un incidente
beneficio, ambas partes queden conten- de esta naturaleza?... Algún otro reparo
tas : aqui la discordia era entre la pudiera hacerse sobre los pormenores de
necesidad y el miedo de Sancho. la relaci<')n ;mas, como oportunamente
2. O esta contestación de Sancho no dice D. Ouijote poco más abajo, jyeor
significa nada, ó debió decirse siempre es meneallu : refrán que se tomó del
comienzan por poco, ó bien nunca ct>- arroz que estando al fuego se pega, y
inienzan por mucho. De cualquiera de se aplica á cualquier materia cuando
por tratarla se empeora.
312 DON QUIJOTE DE I.A MANCHA
respondió D. Quijote. Bien podría ser, dijo Sancho; mas yo no
lensío la culpa, sino vuestra merced que me trae ;í deshoras y por
estos no acostumbrados pasos. Retírate tres ó cuatro allá, amigo,
dijo D. Quijote (todo esto sin quitarse los dedos de las narices), y
desde aquí adelante ten mas cuenta con tu persona, y con lo que
debes á la mía, que la mucha conversación que tengo contigo ha
engendrado este menosprecio. Apostaré, replicó Sancho, que
piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa
que no deba. Peor es meneallo, amigo Sancho, respondió D. Quijote.
En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo ;
mas viendo Sancho que á más andar se venía la mañana, con mucho
tiento desligó á Rocinante, y se aló los calzones, (^omo Rocinante
se vio libre, aunque el de suyo no era nada brioso, parece que se
resintió', y comenzó á dar manotadas, porque corvetas, con perdón
suyo, no las sabía hacer ^. Viendo, pues, D. Quijote que ya Rocinante
se movía, lo tuvo á buena señal y creyó que lo era de que acome-
tiese aquella temerosa aventura. Acabó en esto de descubrirse el
alba, y de parecer distintamente las cosas, y vio D. Quijote que
estaba entre unos árboles altos, que eran castaños, que hacen la
sombra muy escura : sintió también que el golpear no cesaba ; pero
no vio quien lo podía causar, y así sin más detenerse hizo sentir
las espuelas á Rocinante, y tornando á despedirse de Sancho, le
mandó que allí le aguardase" tres días á lo más largo, como ya
olra vez se lo había dicho, y que si al cabo doUos no hubiese vuelto,
tuviese por cierto que Dios había sido servido de que en aquella
peligrosa aventura se le acabasen sus días. Tornóle á referir el
recado y embajada que había de llevar de su parte á su señora
1. Resenlirse se toma aquí en buena sos. Acabó... de parecer... las cosas :
paite, aunque de ordinario se toma en mala gramática. El lenguaje de todo
iiuila. L» mismo sucedió en el capí- este trozo es descuidado é inco-
tulu XV, donde se reliere que, derriba- rrecto.
dos ain» y mozo en el suelo, ámanos -i. Cuando Esplandián quiso acometer
de los y*ngüese3, el primero que des- la aventura de la Peña (le la Doncella
pues de idos éstos se resintió, fué Sari- enamorada, dijo á su escudero Sargil :
f./iQ Yo le ruefjo mucho que en esta ermita
2. Corue^a es un movimiento que se me esperes... Sargil le dijo: \o me
enseña al caballo, obligándole á ir quedaré por ninguna manera, ni Dios
sobre los pies con los brazos en el aire. quiera que por temor de la muerte en
Está es la postura en que está el caballo ningún tiempo os desampare. Ambos
de bnmce que sostiene la estatua de es.iuleros eran leales ; pero Sancho era
Felipe IV en los jardines del Buen menos valiente y más astuto que Sar-
Retiro ; y exige del caballo una ins- gil, y para no separarse de su amóse
trucción y un vigor de que ciertamente valió de otros medios más eficaces,
carecía Rocinante. — Poco más abajo según se ha visto, (jue las protestas de
se dice : Acabó en esto de descubrirse el Sargil, el cual nada consiguió de su
alba y de parecer distintamente las co- amo.
pi«iMi;nA PAnTE.
CAPITUÍ.O XX
313
Dulcinoa, y <jii(' cu lo (jiio locab.a á la |)aga (I(í sus servicios no tu-
viese pena, ponjue él hai)¡a chijado hecho su Icstamenlo antes que
salie^ra de su lug^ar, donde se hallaría ^'-ratificado ' de todo lo tocante
á su salario, rala por cantidad del tiempo que hubiere servido;
pero (jue si l)ios le sacaba de aquel peliyi'o sano y salvo y sin í;au-
tela, se podía tener por muy más (|ue cierta la piomelida ínsula.
De nuevo tornó í'i llorar Sancho oyendo de nuevo las lastimeras
razones de su buen señor, y determinó de no dejarle'^ hasta el
último tránsito y fin de aquel negocio. (Deslas lágrimas y deter-
minación tan honrada de Sancho Panza saca el aulor desta
historia, que debía de ser bien nacido y por lo menos cristiano
viejo) ^. Cuyo sentimiento enterneció algo á su amo; pero no tanto
que mostrase flaqueza alguna, antes disimulando lo mejor que
pudo, comenzó á caminar hacia la parte por donde le pareció que
el ruido del agua y del golpear venía. Seguíale Sancho á pie,
llevando, como tenía de costumbre, del cabestro á su jumento, per-
petuo compañero de sus prósperas y adversas fortunas ; y habiendo
andado una buena pieza por entre aquellos castaños y árboles
sombríos, dieron en un pradecillo'' que al pie de unas altas peñas
1. Por el orden que tienen las pala-
bras de esta expresión, parece que
donde recae más Jjien sobre lugar que
sobre testamento. Estuviera mejor :
porque él, antes que saliera de su luf/ar,
habia dejado hecho su testa)¡ie7ito, donde
se hallaría gratificado rala por canti-
dad del tiempo que hubiese servido. —
Rata por cantidad es modo adverbial :
significa lo mismo que a prorrata, á
proporción.
2. Así lo propuso y ejecut(5 Darisio,
escudero de Olivante, al acometer éste
la peligrosa aventura de la casa de la
Fortuna («), S()lo que se recató, y lo
hizo sin que lo ecbase de ver su amo.
De esta suerte satisfizo Darisio á todos
los deberes escuderiles, supliendo con
la maña de Sancho lo que le faltó al
valor de Sargil. Con razón, pues, le
decía el Emperador Arquelao (6). En
compañía del mejor caballero del mun-
do, razón es que esté el mejor escudero
que en él hay. En premio de su fideli-
dad y valor l'ué Darisio armado caba-
llero por Olivante en el castillo de As-
picel, con las solemnidades acostum-
(a) Olivante de Laura, lib. II, cap. IV. —
(6)' Ib., lib. I, cap. XXXI.
bradas, recibiendo la espada de mano
de la Iníanta Briseida, hija del Soldán
de Babilonia (ffj. Fué despuésmuy buen
caballero, y sus hazañas se refieren con
e-xtensión en el libro de Olivante.
3. En cualquier religiíjn cabe elogiar
á un criado por su honradez y por la
fidelidad á su amo ; pero recomendar la
calidad de cristiano viejo fué impropio
en la boca de un escritor mahometano,
cual se supone á Cide fíamete Benen-
geli. Y no se puede decir que habla
aquí el traductor ni otra persona : no
tiene lugar esta excusa, porque la sen-
tencia se atribuye expresamente al
autor de la historia. Si no se quiso ha-
cer reir con el disparate, ó no envuelve
este pasaje alguna alusión á personas
ó cosas del tiempo de Cervantes, no se
comprende su intento, y pudiera pare-
cer inoportuno.
4. Debieradecirseprac?í//o(a)según la
regla general, conforme á la que los
(a) Ib., lib. III, cap. XVI.
(«) Pradillo. — Esa regla general la han
deducido los gramáticos posteriores á Cer-
vantes. Véase, acerca de esto la nota ?,
pág. 219. (M. de T.)
314
nON QUIJOTE DE LA MANCHA
se hacía, de las cuales se precipitaba un fíranílísimo golpe de agua ;
al pie de las peñas estaban unas casas m;il hechas, que m;ís pare-
cían luinas de ediíicios (jue casas, de enire las cuales advirtieron
([ue salía el ruido y estruendo de aquel golpear, que aún no cesaba.
Alborotóse Rocinante con el estruendo del agua y de los golpes,
y sosegándole D. Quijote, se fué llegando poco á poco á las casas,
encomendándose de todo corazón ú su señora, suplicándole que en
aquella temerosa jornada y empresa le favoreciese, y de camino se
encomendaba también á Dios^ que no le olvidase. No se le quitaba
Sancho del lado, el cual alaigaba cuanto podía el cuello y la vista
por entre las piernas de Rocinante, por ver si vería ya lo que tan
suspenso y medroso le tenía. Otros cien [)asos serían los que andu-
vieron, cuando al doblar de una punta pareció descubierta y
patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de acjuel horrí-
sono y para ellos espantable i-uido^, que tan suspensos y medrosos
toda la noche los había tenido; y era (si no lo has, ¡oh, lector! por
pesadumbre^ y enojo) seis mazos de batán, que con sus alternativos
golpes aquel estruendo formaban. Cuando D. Quijote vio lo que
era, enmudeció y pasmóse de arriba abajo '. Miróle Sancho, y vio
nombres acabados en o precedida de
consonante forman el diminutivo mu-
dando la o en illo ; pero en elnuiJOTt; .se
dice constantemente prudecillo. A esta
excepción acompañan otras en los di-
minutivos de Inievo. trueno y bueno,
que son huevecillo, Iruenecillo, buene-
cillo, y no huevillo, Irvfíni/lo y bue-
nillo. La terminación en cilio es propia
de los diminutivos que salen de los
nombres acabados en e, en r ó en n,
como bolecillo de bote., canlnrcillo de
cantar, capitancillo de capitán, ?-uin-
cilLo de ruin.
La riqueza del idioma castellano en
punto de diminutivos es inmensa : los
forma de muchos modos y terminacio-
nes ; los tiene de cariño, de desprecio
me7.clado con ira. tiene diminutivos de
diminutivos : sería larpo poner ejem-
plos de todo. Nuestra len^'ua es supe-
rior en esta parte á la italiana y á la
latina : la francesa no conoce diminu-
tivos (a).
(a) No conoce diminutivos. — Está en
un error Cleincncín. El francos tiene dimi-
nutivos, aunque no tan alnindantps romo
el esiiaüol. Tahís son : ¡illelíe, niñila ;
tofurette, liermanita ; Margot, diminutivo
1. Mejor estuviera pprfíVi en lugar de
se encomendaba, que no se enlaza bien
con lo que sigue de la oración : pedía
también ú ÍJíd.s aveno le olvidase.
'¿. Cürrespondia que hubiese alguna
especie de contradicción ó por lo me-
nos notable diversidad entre horrísono
y espantable : y no siendo así, está de-
más el para ellos, porque también para
ellos el ruiílo era horrísono. Pudiera
haberse antepuesto á ambos adjetivos,
diciendo : de aquel para ellos horríso-
no y respetable ruido.
.3. Apostrofe ó conversión salada de
Cervantes á su lector, y oportunísima
para hacer resaltar más y más lo ridi-
culo del caso y del espanto anterior de
amo y mozo.
4. Pasmarse se refiere al estupor que
produce la repentina presencia de un
objeto inesperado, no al miedo que
inspira. Se pasma el que se admira y
suspende, pero esto es distinto del
miedo. Lejos de concebirlo D. Quijote
á vista de los batanes, perdiera el que
pudieron antes infundirle, y que de
hecho infundieron á Sancho.
de Marprarita ; Martlion,
Marta, etc.
diminutivo de
(M. de T.)
PmMKHA P.MtTK. — f;.\l'ÍTII,0 xx 315
(|U(' t(Mií;i l;i calxí/a ¡iifliniuJa soiir»; el jkmIio, c<jii iiiiieslras de oslar
corrido. Min') taiMbitín D. Oiiijolc á Sancho, y violo que tenía los
<-ai-i-ill()s hinchados, y la boca liona de risa con evidenlos señales
th' (piórer reventar con olla, y no pudo su melancolía tanto con 61,
(|iio á la visla do Sancho ¡)udiose dejar de reírse; y como vio Sandio
qu(^ su amo había conKüi/ado, soltó la presa de manera (juo tuvo
necesidad de apretarse las ijadas con los puños por no reventar
riendo. (Cuatro veces soseg'ó, y otras tantas' volvió á su risa con
el mismo ímpetu que primero, de lo cual ya se daba al diablo
D. Quijote, y más cuando le oyó decir como por modo de fisga;
has do saber, ¡oh Sancho amigo! (pie yo nací por querer del cielo
en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la dorada ó de
oro; yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las ha-
zañas grandes, los valerosos fechos ; y por aquí fué repitiendo todas
ó las más razones que D. Quijote dijo la vez primera que oyeron
los temerosos golpes. Viendo, pues, D. Quijote que Sancho hacía
burla del, se corrió y enojó en tanta manera, que alzó el lanzón y
le asentó dos palos tales, (jue si como los recibió en las espaldas^ los
recibiera en la cabeza, quedara libre de pagarle el salario, si no fuera
á sus herederos. Viendo Sancho que sacaba tan malas veras de sus
burlas, con temor de que su amo no pasase adelante en ellas, con
mucha humildad le dijo : Sosiégúese vuestra merced, que por Dios
que me burlo. Pues porque os burláis no me burlo yo, respondió
D. Quijote. Venid acá, señor alegre. ¿Pareceos á vos, que si como
éstos fueron mazos de batán fueran otra peligrosa aventura, no
había yo mostrado el ánimo que convenía para emprendella y aca-
balla? ¿Estoy yo obligado á dicha, siendo como soy caballero, á
conocer y distinguir los sones, y saber cuáles son de batanes ó no?
i. Todo este pasaje es sumamente
cómico y cómodo la mano de Cervantes.
Recuerda y contrahace en el género
ridículo lo que en el sublime y paté-
tico dijo Virgilio de Dédalo, al querer
éste modelar en el templo de Cumas la
caída de su hijo Icnro :
Bis conaíus erat casus effingere in auro ;
Bis patrim cecidere manus la).
De esta misma figura usó Cervantes,
cuando al referir el encuentro de San-
cho con el Cura y el Barbero, yendo
de embajador á Dulcinea, dice tornóla
á decir (la carta) Sancho otras tres
veces, y otras tantas volvió d decir otros
tres mil disparates (a)
2. Cambia el sujeto de los verbos
dentro del mismo período, de lo que
necesariamente debe resultar incorrec-
ción y ohscurióadOmen asentó j cjue-
dara fué D. Quijote; quien recibió y
recibiera fué Sancho. Se hubiera corre-
gido este defecto poniendo dio y diera
en vez de recibió y recibiera : así : //
le asentó dos palos tales, que si como
los dio en las espaldas los diera en la
cabeza, quedara libre de pagarle el sa-
lario, no siendo á sus herederos.
(a) Eneid., 1.6.
(a) Parte I, cap. XXVI,
310 DON ql;.iote de i,.\ mancha
Y más que podría ser, como es verdad, ([W no los he visto en mi
vida, como vos los habréis visto, como villano ruin que sois\ criado
y nacido entre ellos. Si no, haced vos que estos seis mazos se
vuelvan en seis jayanes, y echádmelos á las barbas^ uno á uno, ó
todos juntos, y cuando yo no diere con todos patas arriba, haced
de mí la burla que (juisirredos. No haya más, señor mío, replicó
Sancho, que yo confieso que he andado alg'o risueño en demasía ;
pero díj^ame vuestra merced ahora que estamos en paz, así Dios
le saque de todas las aventuras que le sucedieren tan sano y salvo
como le ha sacado desta, ¿no ha sido cosa de reir, y lo es de con-
tar el gran miedo que hemos tenido? Á lo menos el que yo tuve,
que de vuestra merced ya yo sé que no le conoce, ni sabe qué es
temor ni espanto. No niego yo, respondió D. Quijote, que lo que
nos ha sucedido no sea cosa digna de risa; pero no es digna de
contarse, que no son todas las personas tan discretas que sepan
poner en su punto las cosas. Á lo menos, respondió Sancho, supo
vuestra merced poner en su punto el lanzón, apuntándome á la ca-
beza y dándome en les espaldas, gracias á Dios y á la diligencia
que puse en ladearme; pero vaya que todo saldrá en la colada-',
que yo he oí(Jo decir : ese te quiere bien que te hace llorar ; y más
que suelen los prmcipales señores tras una mala palabra que dicen
á un criado, darle luego unas calzas, aunque no sé lo que le suelen
dar tras haberle dado de palos, si ya no es que los caballeros an-
dantes dan tras palos ínsulas ó reinos en tierra firme. Tal podría
1. Tres veces se repite el como en haber vecino que no los conociese, y
breve espacio, causando un efecto des- más D. Quijote, que siendo yran ma-
apacible : Corno es verdad que no los drugador y amir/o de la caza {a), ten-
he visto en í«¿ vida, como vos lo habréis dría bien registrados los alrededores y
visto, como villano ruin que sois. — Y el término del pueblo,
si D. Quijote no habla visto en su vida 2. Gomo si dijera : ponédmelos de-
batanes, ¿cómo los conoció al galope, larite, haced que me acometan,
y los nombró sin que nadie le informa- S.Expresión proverbial, tomada. como
se? Y ¿cómo, sin ser conocidos, hubiera las más de ellas, del estilo familiar,
podido producir súbitamente su vista Uijose por la operación de lavar la ropa
en D. Quijote el corrimiento que acaba blanca con lejía, en la que se quitan
de describirse? Fuera de que nuestro todas las manclias, aunque algunas
hidalgo no podía menos de tenerlos no se hayan visto ni reparado antes ;
vistos y conocidos, puesto que de las y á este tenor se aplica á las circuns-
Relaciones topográficas dadas por los tandas que eran desconocidas y se
pueblos en el reinado de Felipe II, vienen á averiguar al paso en la inves-
consta que el año de 157íi había en el ligación de lo principal; y á las partí-
lugar de D. Quijote seis batanes co- das poco importantes ó poco atendidas,
rrientes, y los había también en otros que al cabo salen en las cuentas al
pueblos de los contornos, según era finiquitarlas,
forzoso que sucediese en un país fabri-
cante de paños, cual era entonces la
Mancha. Por consiguiente, no podía (a) Parte I, cap. I.
I'HIMEHA PAUTK
CAPÍTULO XX
317
correr el dado, dijo D. Quijote, que lodo lo que dices viniese á ser
verdad; y perdona lo pasado, pues eres discreto y sabes (¡ue los
primeros mov¡nii(Mitos no son en mano del hombre* ; y está adver-
tido de a((uí adelante en una cosa, para que le abstengas y reportes
en el iiablar demasiado conmigo, (pie ci\ cuantos libros de Caba-
llerías lie leído, (|ue son infinitos, jamás he hallado que ningún
escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo, y en
verdad ([ue lo tengo á gran i'alta tuya y mía : tuya, en que me esti-
mas en poco; mía, en que no me dejo eslimar en m.is^. Sí que
Gandalín, escudero de Amadís de fiaula, Conde í'ué de la ínsula
Firme-', y se lee del que siempre hablaba á su señor con la gorra
1. El autor de la historia del Empe-
rador (]arloniagno, apostrofando á
aquel Principe, y desaprobando el modo
de que había tratado en cierta ocasión
á D. Roldíin por haber éste rehusado
obedecerle, le dice : Mirarás también,
sagaz // discrelo viejo, que los primevos
movimientos no están en inanos de los
hombres (a).
2. Estaría mejor la expresión de esta
suerte : Y en cardad que lo tengo á gran
falta tuga y mía; tuya, porque me es-
timas en poco ; mía, porque no me hago
estimar en más. El régimen porque es
preferible al del texto; y el verbo dejo,
no parece del caso.
3. Darioleta, doncella de la Princesa
Elisena, por evitar el deshonor de su
ama, puso al niño Amadís recién na-
cido en un arca, y la echó al río, de
donde salió pronto al mar, que estaba
inmediato. Pasaba á la sazón desde la
Bretaña menor á Escocia un caballero
llamado Gandales,consu mujer, recién
parida de Gandalín. Gandales hizo re-
coger el arca, y que su mujer diese el
pecho á Amadís. Criáronse juntos como
hermanos los dos niños, y andando el
tiempo, Gandalín sirvió de escudero á
Amadís, quien después de experimen-
tarlo en muchas y peligrosas aventu-
ras, le dio el señorío de la ínsula
Firme (6), y lo armó caballero (c). Como
tal se fué á buscar aventuras, y en
este tiempo se combatieron él y Ama-
dís en una nao, sin conocerse, sobre la
libertad de la Princesa Brisena (d).
Amadís, siendo ya Key de la Gran Bre-
(a) Cap. XIV. — (6) Amadis de fíaula,
cap. XLV. — (c) Ib., cap. CIX. — (d) Amadis
de Grecia, parte I, cap. LVI.
laña, casó á Gandalín con la doncella
de Dinamarca, y les di('i título de Con-
des con los castillos y tierra que ha-
bían quedado de Arcalaus el Encanta-
dor (a). Finalmente, Gandalín murió
de una lanzada en la garganta, peleando
valerosamente con los hijos de.Vrcalaus
en, su castillo de Montaldido (h).
ínsula y firme forman un titulo ridí-
culo y aun al parecer absurdo, porque
Ínsula y tierra fir)ne se contradicen.
Según la describe el libro de Amadís
de Gaula, tenía siete leguas de largo y
cinco de ancho, y no era verdadera-
mente isla, porque se hallaba unida ai
continente por una lengua de tierra,
que tenía de ancho un tiro de saeta.
En ella estaba el Arco encantado de los
Leales amadores, donde ningún hombre
ni mujer entrar puede, si erró á aquella
ó á aquel que primero conenzó á amar.
Amadís, después de haber acabado fe-
lizmente la aventura del Arco encan-
tado, emprendió y acabó también la
de la Cámara defendida, que en vano
habían acometido sus hermanos Ga-
laory Florestán, y su primo Agrajes.
A consecuencia de eslo y de lo dispuesto
cien años antes por el sabio Apolidón,
autor de aquellos encantos, fué recono-
cido Amadís por señor de la ínsula En
esta coyuntura recibió una carta de su
señora Oriana. en que estando celosa
de Briolanja, le mandaba no compare-
cer en su presencia ; y queriendo Ama-
dís ausentarse á ocultar su dolor en
tierras desconocidas, á presencia del
Gobernador Isanjo y de otros varios
abrazó llorando á Gandalín, y le dijo :
(a) Esplandián. Sergas, cap. CXL. — (b)
Crónica francesa de D. Flores de Grecia,
lib. I, cap. LXXXIX.
318 bON QUIJOTE bE LA MANCHA
en la mano, inclinada la cabeza y doblado el cuerpo more turquesco ' .
¿Pues qué diremos de Gasabal, escudero de D. Cíalaor, que fué
tan callado, que para declararnos la excelencia de su maravilloso
silencio, sola una vez se nombra su nombre en toda aquella tan
grande como verdadera historia-? De lodo lo que he dicho has de
inferir, Sancho, que es menester hacer diferencia de amo á mozo,
de señor á criado y de caballero á escudero; así que desde hoy en
adelante nos hemos de tratar con más respeto, sin darnos corde-
lejo, porque de cualquiera manera que yo me enoje con vos, ha de
ser mal para el cántaro^; las mercedes y bencíicios que yo os he
Mi buen amigo : yo é tú fuimos en uno
y á una leche criados, y nuestra vida
siempre fué de consuno : é yo nunca fui
en afán ni en peligro en que tú no
Oüieses parle ; y tu padre me sacó de la
mar tan pequeña cosa como desa noche
nacido : y criáronme como Iiuen padre
y madre á liijo mucho amado. Y tú, mi
leal amigo, nunca pensaste sino en me
servir; e yo, esperando que Dios me da-
ría alguna honra con que algo de tu
merecimiento satisfacer pudieae, hume
venido esta gran desventura, que por
más cruel que la propia muerte tengo,
donde condene que nos partamos ; é yo
no tengo que te dejar sino solameíile
esta ínsula. Y mando d Isan/o y á to-
dos Los oíros por el homenaje que me
tienen hecho, que tanto que de mi muerte
sepan, le lomen por seTior. Y como
quiera que este señorío tuyo sea, mando
que lo gocen tu padre y madre en sus
¿lias, y después ú ti libre quede. Esto
por cuanta crianza en mi ficieron,que
mi ventura no nie dejó llegar/! tiempo
de les satisfacer lo que ellos merecen y
lo que yo deseaba {a).
No fué Gandalín el único escudero
que tuvo Aniadis. Su historia hace
mención de Eail, primo de Gandaiin,
que desempeñó el mismo oficio. Tuvo
también Amadís un enano llamado
Ardián, que le acompañaba y servia en
sus A'iajes y aventuras.
1. El tnore turquesco recae sobre la
inclinación de la cabe/a y del cuerpo,
pero no sobre lo de la gorra en la mano.
Cervantes, que había vivido algunos
años en Argel, no podia ignorar que
entre los mahometanos, el descubrir la
cabeza no es muestra, sino falta de
(a) Amadis de Caula, cap. XLV.
respeto. En sus visitas y en las mez-
quitas mismas tienen los turbantes
puestos: en cambio, se dejan a la
puerta los zapatos ; y en tiempo de
lodos, es costumbre muy loable y grata
para el dueño de la casa.
Pero no debe parar aquí esta nota,
sin advertir que nada de esto de la
gorra, cabeza ni cuerpo de Gandaiin se
íee en la historia de Amadis de Gaula.
Inventi'do D. Quijote, ;í quien le venia
á pelo para su intento, y como loco,
pudo hacerlo de buena fe, arrastrado
de su desvariada imaginación, según
que lo hizo en ol capitulo XV con los
azotes del mismo Amadis y con la me-
lecina del Caballero del Pebo.
2. La historia es la de Amadís de
Gaula, donde con efecto, sólo una vez
se expresa el nombre de Gasabal, que
es en el capitulo LIX. Pero el silencio
de los escuderos dista mucho de ser lo
que aquí pondera D. Quijote ; los libros
de Caballería están llenos de ios discur-
sos y razonamientos de los escuderos
con sus amos, según que en ellos
puede verse. — En vez de nombra se
puilo poner menciona, y hubiera que-
dado mejor, evitándose así la repetición
de nombra y nombre.
3. Sabidaes la fábula del cántaro y
el caldero, que en una avenida iban en
buena conversación rio ahajo. Entre los
refranes del Comendador Griego hay
uno que dice / si la piedra da en el cán-
taro, ¡nal ]tara. el cántaro; y si el cán-
taro da en la piedra, mal para el cán-
taro. En la fábula el caldero es el fuerte,
en el refrán la piedra, y el cántaro
siempre el endeble. El presente pasaje
alude al apólogo ó al refrán, ó á am-
bos; é indica que Sancho es el cán-
taro.
llllMi;itA TAUTE.
CAPITULO X\
319
proinclido, licuarán á su Ucnipo, y si no llegaren, el salario, á lo
iiuMios, no se ha de perder, como ya os he dicho. Eslúbien cuanto
vuosl;-a merced dice, dijo Sandio; pciro (juerría yo saber (por si
acaso no llegase el licMnpo de las mercedes, y fuese necesario acu-
dir al de los salarios) cuánto ganaba un escudero de un caballero
andante en aquellos tiempos, y si se concertaban por meses ó por
días como peones de albañir'. No creo yo, respondió D. Quijote,
que jamás los tales escuderos estuvieron á salario, sino á merced ; y
si yo ahora te le he señalado á ti en el testamento cerrado (jue dejé
en mi casa-, fué por lo (]ue podría suceder (a), que aún no sé cómo
l)rueba en estos tan calamitosos tiempos nuestros la Caballería, y
no querría que por pocas cosas penase mi ánima en el otro mundo ;
porque quiero que sepas, Sancho, (|ue en él no hay estado más peli-
groso ([ue el de los aventureros-*. Asi es verdad, dijo Sancho, pues
sólo el ruido de los mazos de un batán pudo alborotar y desasose-
gar el corazón de un tan valeroso andante aventurero como es vues-
tra merced ; mas bien puede estar seguro que de aquí adelante no
despliegue mis labios para hacer donaire de las cosas de vuestra
merced, si no fuere para honrarle como á mi amo y señor natural.
Desta manera, replicó D. Quijote, vivirás sobre la haz de la tierra '',
porque después (le á los padres, á los amos se ha de respetar como
si lo fuesen.
1. Así solía decirse en tiempo de
Cervantes, y así está en el Tesura de la
lengua caalellana de Gorvarrubias ;
ahora decimos albañil. Esta cosUimbre
de trocar la / y la /• es común en uiu-
chas partes de Andalucía : en el mismo
Quijote, al capitulo XLVI de la primera
parte, se halla almario poy armario. —
Nuestro buen escudero manifiesta en
esta ocasión, como en otras muchas, las
inclinaciones interesadas y codiciosas
que son parte, y no la menos principal,
de su carácter.
2. Hubo de otorgarse en el discurso
de los quince días que. segiin se contó
en el capítulo Vil, mediaron entre la
primera y la segunda salida de D. Qui-
jote, puesto que entonces fué cuando se
ajustó Sancho de escudero, y cuando
únicamente pudo hacerse.
3. íil estado ó profesión de los aven-
tureros no es del otro mundo, como
supone el texto según est;i, sino del
presente. Debería boi'rarse «7 y ponerse
éste; así : no querría que por pocas
'/) Podría .luceder. — Kl Sr. Corti'juu ifsla-
bli'ce la lección : jjodia suceder, que existe
en las tres ediciones de Cuesta. (AI. de T.)
cosas penase nú ánima en el otro
mando ; porque quiero que sepas que en
éste no hay estado más peligroso que el
de los aventureros.
4. Fin y remate digno de la gracio-
sísima aventura délos batanes, aunque
por descuido del autor ó del impresor
se omitió el largo tiempo que debió
seguir al vivirás, donde hace tanta
falta, que }iarece imposible que lo omi-
tiese Cervantes en el manuscrito origi-
nal, siendo clara la alusión al segundo
precepto del Decálogo.
La aventura referida en este capítulo
tiene el mérito de que (^í;, sin ser más que
un incidente común, sencillo, y por lo
tanto verosímil, Cervantei» supo ves-
tirlo y adornarlo de suerte que le dio
un aspecto sorprendente, un carácter
de aventura caballeresca, que junio con
su desenlace y el modo de contarlo,
produce el efecto más agradable. Es
uno de los mejores trozos de la primera
parte del Quijote.
(3) El mérito de ¡Bonita gramática la de
este frase; Corre parejas con la de la nota 1
de la página 317 (para no citar más) en que
habla del modo de que había tratado en cierta
ocasión á D. Roldan. (M. de T.)
CAPITULO XXI
QUE TRATA DE LA ALTA AVENTURA Y RICA GANANCIA DEL YELMO DE
MAMBRINO, CON OTRAS COSAS SUCEDIDAS Á NUESTRO INVENCIBLE*
CABALLERO.
En eslo comenzó á llover un poco, y quisiera Sancho que se
entraran en el molino de los batanes ; mas habíales cobrado tal
aborrecimiento D. Quijote por la pasada burla, que en ninguna
manera quiso entrar dentro, y así, torciendo el camino á la derecha
mano, dieron en otro como el que habían llevado el día de antes.
De allí á poco descubrió D. Quijote un hombre á caballo, que traía
en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y aun
él apenas le hubo visto, cuando- se volvió á Sancho y le dijo :
Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero^,
1. Invencible, titulo ostentoso que
los libros de caballería suelen dar á sus
protagonistas, como se ve, por ejemplo
en la portada de la bistoria del Caba-
llero de la c>ur, donde se lee : Libro del
invencible Caballero Lepolemo. hijo del
Emperador de Alemania, y de los hechos
que hizo llamándose el Caballero de la
Cruz.
2. Sobran las palabras aun él. Des-
pués de escribirlas Cervantes, hubo de
mudar de propósito para la continua-
ción, y luego se le olvidó borrarlas. No
fué éste el único caso de semejante
olvido en el Quijote.
3. Refrán es lo mismo que adagio,
palabra latina que se encuentra ya en
Planto, pero no en el Quijote, á pesar
de que viviendo Cervantes estaba ya
usada en Castilla, como se ve por el
Tesoro de Covarrubiasy otros libros de
aquel tiempo. Los refranes castellanos
son tan antiguos como la lengua. A
principios del siglo xiv, el Arcipreste
de Hita los designó ya con el nombre
de retraeres, palabra que equivale,
según parece, á recuerdos, y va entonces
los había antiguos :
Verdad es lo que dicen los antiguos retraeres,
Quien en larenal siembra non trilla pegu-
[ jares (a).
Otros refranes cita el Arcipreste en
varios parajes de sus poesías. En el ca-
pítulo XVI del Conde Lucano r, ohv& óe
ü. Juan Manuel, que fué contempo-
ráneo del Arcipreste de Hita, se lee :
Dice el antiguo proverbio : murió el
ho¡nbre y murió su nombre. Y en el
capitulo XXV: Don Joan puso hi una
palabra que dicen lasviejas en Castilla,
et la palabra dice asi : quien bien se
see, non se Heve. En el siglo siguiente,
Don Iñigo López de Mendoza, Marqués
de SantiHana, formó una colección á
(a) Colección de Sánchez, t. IV, pág. 33.
l'MIMCHA PAUIK
- r.MM 1 DIO \\l
321
poríjue lodos son scnlcncias sacadas de la misma experiencia,
madnMle las ciencias todas, cspccialraenfe aquel (picdice; donde
una piierla se cieri'a, oti'aseahi'c'. Díf^olo, |)orqnosi n noche nos cerró
lav<Miliira la pnei'la de la quo, i>us(%'il);im()s (íiit,'^arián(ionf»s con los
batanes, ahora nos abre de par en par otra para otra mejor y más
cierta aventura, ((ue si yo no acertare á entrar f)or ella, mía será la
culpa, sin que la pueda dar á la poca noticia de batanes ni á la escu-
ridad de la noche : digo esto, porque si no me eng^afio, hacia nosotros
viene uno (pie trae en su cabc/.a {)ucsto el y(;lmo de Mambrino"'',
que puso el Ululo de Rcfntnes que
dicen las viejas tras el liner/o. En el
siglo XVI se publicaron los Refranes
fflosat/os (le Mos. Diuias Capellán en
Toledo, año de lííiO. Hernán Núñez de
Guzmán el Pinciano, llamado el Co-
mendador grie^'o, que murió en 1553,
formó una copiosa colección de re-
franes, que se ha impreso repetidas
veces; y en 1549 se di(') á la estampa
en Zaragoza otra colección de ellos con
el título de lÁbm de refranes cnpilado
por el orden del A, D, C, en el cual se
contienen cuatro mil trescientos re-
franes ; el más copioso que hasta ho>/
ha salido impreso. En la edición no
se expresa el autor, que, según Don
Nicolás Antonio, fué Pedro Valles. Juan
de Mallara, escritor sevillano, publicó
el año de 15(i8 su Filoso fia vulf/ar en
refranes : Blasco de Caray. Racionero
de Toledo, sus Cartas en refranes, año
de 1569 ; y Juan Sorapán de Rieros la
iMedícina española, contenida, en pro-
verbios viüqares de nuestra lengua,
en 1616. D. Gregorio Mayáns, en los
Orif/enes de la lengua castellana (a),
habla de otras colecciones de refranes
que no llegaron á imprimirse, como
tampoco se imprimir) la copiosísima
que tenía formadaD. Juan de triarte (a),
según se lee en la noticia de su vida
que precede á la edición de sus obras
sueltas.
No hay lengua, viva ni muerta, que
iguale á la nuestra en la copia de
refranes. Muchos de ellos están en
(a) Núni. 207.
(k) Triarte. — Llogó á riuinir linos 19000,
de todas laií comarcas de España. Entre
las obras impresas acerca de ia materia
merece cilarse también el enrióse Diccio-
nario de Sánchez de la Ballesta.
(M. de T.)
metro, comúnmente de arle menor, y
suelen constar de dos versos, unas
veces rimados, otras asonantados, otras
ni uno ni otro. El erudito benedictino
Fr. Martín Sarmiento hizo sobre esto
observaciones curiosas en sus Memorias
para la historia de la poesía y poetas
españoles.
ÍjOs refranes, además de ser uno de
los adornos del estilo, y además del
uso que se hace de ellos por el sentido
y las ideas que encierran, sirven tam-
bién como de piedra de toque para
juzgar de la pureza del idioma: lo más
puro castellano que tenemos son los re-
franes, decía el juicioso autor del Did-
lor/o de laslenguas. Losh&y de singular
mérito por la solidez de ia sentencia,
por lo discreto del concepto, por la
gracia de la expresión. Pero en esto de
que ninguno hay que no sea verdadero,
como le parece á D. Quijote, hay
mucho que decir. Es regla que padece
numerosas excepf^iones ; autor ha ha-
bido de mucho crédito, que ha escrito
de propósito sobre la falibilidad de los
adagios, y formado lista de los que
tenía por falsos. Los adagios muchas
veces no son más que testigos de la
antigüedad de los errores.
1. Cuando una puerta se cierra, otra
suele abrir la fortuna. Trasicomedia
de Celestina, ai'to ó escena XV.
i. Yelmo encantado, que ganó Rei-
nal i los de Montalbán matando al Rey
Mambrino que lo llevaba, y que usó
después en varios combates, como los
que tuvo con Gradaso'al.con Roldánf¿)
y con Dardinel (c). En este último
// primo cA*» feri fu I Saracino,
Ma piccliió in vano su l'elmo di Mambrino.
(a) Garrido de Villena, Orlando fvnmorado,
lili. I. canto 4°. — (b) Ib., canto "¿'i. — (c)
Ario^to, canto 18.
21
322
DON oniori: dk la mancha
sobre que yo hice ol jiiramenlo (juc sabes'. Mire vuestra merced
bien lo que dice, y mejor lo que hace, dijo Sancho, que no que-
rría que fuesen oíros batanes que nos acabasen de batanar^ y
aporrear el sentido. Válale el diablo por hombre, rej)licó D. Oui-
jote, ¿qué va de yelmo á batanes? No sé nada, respondió Sancho,
mas á fe que si yo pudiera hablar tanto como solía-', que quizá
diera tales razones, que vuestra merced viera que se engañaba en
lo que dice. ¿ Cómo Jiie puedo engañar en lo que digo, traidor
escrupuloso? dijo I). Ouijote ; dime, ¿no ves aquél caballero que
hacia nosotros viene sobre un caballo rucio rodado', que trae
puesto en la cabeza un yelmo de oro? Lo que veo y columbro, res-
pondió Sancho, no es sino un hombre sobre un asno pardo como
el mío, que trae sobre la cabeza una cosa (jue relumbra. Pues ése
es el yelmo de Mambrino, dijo D. Ouijolc : Apártate á una parte
y déjame con él á solas, verás cuan sin hablar palabra, por ahorrar
del tiempo, concluyo esta aventura, y queda por mío el yelmo que
tanto he deseado. Yo me tengo en cuidado el apartarme"', replicó
Al describirse en Orlando furioso la
comitiva del Emperador Grirloiiiagno(a},
se lee que llevaba ei yelmo de Mam-
brino el paladín Oger Danés, que por
este nombre y otras seüas pudiera ser
el mismo que el Marqués de Mantua, de
cuyo romance se habló al capitulo V de
esta primera parte.
En el Orhmdu enamorado se hace
mención de otro yelmo del Hey .\gricán,
de fábrica nigromántica, y segi'in se
dice en la traducción de Garrido (6).
Hízolo Salomón con su cuaderno,
Y fué forjado al fuego del infierno.
1. Fué el que hizo D. Quijote al ver
el daño que había padecido su celada
en la batalla con el vizcaíno, repitiendo
el del iMarqués de Mantua, cuando en-
contró moribundo á su sobrino Baldo-
vinos en la Floresta sin i'enlura. Se
trató de este juramento en las notas al
capítulo X.
2- Verbo formado del nombre halón,
lo mismo que abatanar, que significa
golpear los mazos el paño en el
batán. En el presente lugar del texto
se omitió la a : pero en los verbos deri-
vados de nombres es muy frecuente
(a) Canto 38. — (¿) Lib. I, canto 14.
icipandola
agarrar, acuchillar, anidar, aovar,
amasar, apoyar, acabar, derivados de
f/arra, cuchilla, nido, huevo, masa,
poyo y cabo. El propio origen que
balannrüeiiG el frecuentativo batanear,
de que usa poco después D. Quijote, y
que sólo tiene significación met.ifi'irica,
porque nose aplicanunca ú los batanes,
sino solamente á las personas que á
manera de batanes golpean y muelen,
física ó moralmente, al prójimo.
3. IJecuerda y lamenta Sancho la
prohibicii'ui de hablar demasiado, que
enelcapituloanteriorlehabía Impuesto
su amo. — Hubiera convenido que
Cervantes suprimiese algunos de los
muchos quees, que afe m por su repe-
tición el presente período. A fe que...
que quizá... que vuestra merced... que
se engañaba en lo que dice.
4. kucio es mezclado de blanco con
rojo ó negro: rodado se llama el ca-
ballo que tiene ciertas como manchas
ó visos circulares,;! manera de ruedas,
en la piel. El verbo cidumbro, de que
después usa Sancho, viene del latino
cidlimo ó collimare, poner la mira,
dirigir la vista.
o. Expresión de quien procede con
atención, y sin necesidad de que se lo
ail viertan. Tinelo en cuidado, dice el
escudero Marcos de Obregón en Espi-
rniMKRA PAmi:. — rAiMiuio xxi 323
Saiuího; inas (|iii('ra I)i()s, loi-no á decir, (jiio or/'gano sea y no
batanes'. Ya os lie dicho, hermano, que no me mentéis ni por
pienso mas eso d<; los Galanes, dijo I). (JuijoLc, (jiu; voto... y no
difío mus, que os batanee el alma. Calló Sancho con temor que su
amo no cumpliese el voto, que le había echado redondo como una
bola. Es pues el caso, que el yelmo y el caballo y caballero que
D. Ouijote veía era eslo : que en aquel contorno había dos lugares,
el uno laa pequeño que ni tenía botica ni barbero, y el otro que
estaba junto á él sí, y así el barbero del mayor servía al menor, en
el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse
la barba, para lo cual venía el barbero, y traía una bacía de azófar ;
y (|uiso la suerte, que al tiempo que venía comenzó á llover, y porque
no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso
la bacía sobre la cabeza, y como estaba limpia, desde media legua
relumbraba. Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y esta
fué la ocasión que á D. Quijote le pareció^ caballo rucio rodado, y
caballero y yelmo de oro ; que todas las cosas que veía con mucha
íacilidad las acomodaba á sus desvariadas caballerías y malandantes
pensamientos ; y cuando él vio que el pobre caballero llegaba cerca,
sin ponerse con él en razones, á todo correr de Rocinante le enris-
tró con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte á
parle ; mas cuando a él llegaba, sin detener la furia de su carrera,
le dijo : Defiéndete, cautiva criatura^, ó entriégame de tu volun-
tad lo que con tanta razón se me debe. El barbero, que tan sin
nel (a) para manifestar el que tenía al hallan en su Quijote ; pero no es así.
hacer lo que eslaba haciendo. Fué palabra usada desde los primeros
1. .\liidcse al refrán que dice : rudimentos de nuestra lengua, y ya
empezaba en tiempo de nuestro
A Dios plcíía que orégano sea, y no se nos autor á anticuarse. En la Gran Con-
[vuelva alcaravea. quista de Ultramar [a) se lee : Ida,
su Iiija, que lo oyó... comenzó á
Da a entender Sancho de un modo ILorar miuj fieramente... é llamune
maligno y picante, que su amo iba á mezquinaécaliva,é que en fuerte punto
engañarse en lo del yelmo como se fuera nascida. Hállase usada la misma
había engañado en lo de los batanes. Y palabra por el Arcipreste de Hita (6) y
p. Quijote le contesta : Ya os he dicho, por el autor del poema de Alejandro {c¡.
/ier?M««o, etc.; palabras de nioderaciim Uefiriéndose en el Conde Lucanor In
y blandura afectada, indicio de enojo fábula del gallo v el raposo, se dice :
reprimido, y principio de amenaza. El cautivo del fjdllo tomó miedo tí sin-
2. Convino ponerse : la ocasión de razón... y el raposo... lo tomó et lo
que á D. Quijote le pareció caballo comió. Asi que no es extraño que se
rucio rodado. De otra suerte suena que halle esta voz con frecuencia en las
La ocasión pareció caballo . crónicas de la Gaballeria, como en
3. Cautiva : el uso de esta voz por efecto se halla en los libros de los
mezquina, miserable, vil, pudiera pa- dos Amadises, el de Gaula v el de
recer italianismo, como otros que se
(a) Lib. I, cap. CXXVIII. — (¿i Copla 1.172.
(a) Relación I, desc. 21. — (c) Copla W'ju.
324
box yriJOTR DE La mancha
pensarlo ni temerlo vi(') venir aquella fantasma sobre sí, no tuvo
otro remedio para poder guardarse del golpe déla lanza\ sino fué
el dejarse caer del asno abajo, y no hubo tocado al suelo, cuando se
levantó más ligero que un gamo, y comenzó á correr por aquel
llano, que no le alcanzara el viento. Dejóse la bacía en el suelo, con
la cual se contenió D. Quijote, y dijo que el pagano había andado
discreto, y que había imitado al castor^, el cual, viéndose acosado
de los cazadores, se taraza y corta con los dientes aquello por lo
que él por distinto natural sabe que es perseguido. Mandó á San-
cho que alzase el yelmo, el cual, tomándole en las manos, dijo :
Por Dios que la bacía es buena, y que vale un real de á ocho'*.
Grecia, en los de Olivante de Laura, de
I). Beiianís, de Lisuarte, de Floriseí de
Niquea, y en el Quijote, que los
remedó á todos.
1. No era ps^ra. poder giiarclai-se, sino
para guardarse de hecho ; sobra poder.
— Del mismo medio que este barbero
se valió para librarse de la lanza de
D. Quijote, aquel esf;ribano de ZnrHgoza
de quien habla Avellaneda, cuando, que-
riendo nuestro hidalgo protegerá un
azotado y librarlo de his manos de la
justicia, nrreinelu) con el lanzan para
el pobre del escribano, de suerte que si
no se dejara caer por las ancas del
rocín, sin duda le escondiera D. Qui-
jote en el eslómafjo el hierro mohoso
del lanzan (a).
2. Á D. Vicente de los Ríos lo ocurrió
hacer compar-^ción de este incidente
del yelmo de Mambrino adijuirido por
D. Quijote, con los de las armas entre-
gadas Vi Aquiles por su madre Tetis en
la litada, y por Venus á su hijo en la
Eneida ; y después de algunas re-
flexiones (6), concluye con que la aven-
tura de Cervantes es semejante á la de
Homero, y más natural que la de Vir-
gilio. La afición desmedida de este
escritor al Quijote arrastró hasta tai
punto su fantasía ; Cervantes, al forjar
In aventura del yelmo, no se acoidó ni
de la litada ni de la Eneida, sino de
Ariosto, como lo prueba el ejemplo,
que añade tomado ác\Oi~lnndo furioso
En este poema refería Mandricardo,
que habiéndose combatido con Roldan
sobre adquirir la espada Dnrindana, que
traía Roldan, éste se fingió loco, y
(a) Cap. VIII. — [b) Análisis fiel Quijote,
núni. 9f) V 96.
huyó arrojando la espada, que era el
objeto de sus deseos :
JS dicea ch'imilalo avea il caslore,
II ijvMÍ .ii strajiya i f/enitali sui
Vediudosi á le spalle il cacciatore.
Che sa che non ricerca allro da lui (a¡.
La opinión acerca de esta propiedad
del castor es antigua, y se halla ya
mencionadaen Solino(6) y en Plinio(c-),
aunqueeste últimodiceque había quien
lo negaba {d).Vv. Luis de Granada, enel
¡nimbólo de la Fe (e) se valió de la com-
paración del castor, diciendo con pala-
bras muy semejantes á las de nuestro
te.xlo, que se castra con sus dientes
cuando se ve muy acosado y perseguido
de los cazadores, dejando en tierra
aquella parle de su cuerpo que ellos
buscan, porque lo dejen de perseguir.
Kste ejemplo y los del pelicano que se
abre ei pecho, de la víbora que muere
al parir, del fénix que renace de sus
cenizas, del basilisco que mata con la
vista, de lasalamandra que no se quema
en el fuego, son muy buenos en la reU'i-
rica. pero no exisl.-u en la naturaleza.
.1. Moneda de piala, llamada asi
porque valia ocho reales de plata. El
valor del real de plata fué vario antes
de les Reyes Católicos, <|ue lo fijaron en
34 maravedises, equivalentes á 89 ma-
ravedises de los actuales, y venía á ser
como el real de plata columnario. Por
esta regla, el real de á ocho era igual
en valor á nuestro peso duro. Todavía
suele darse en algunas partes el nombre
(«) Canto 27, est. f>7. — (6) Polyhist.,
cap. XXni. - (c) Lib. VIH, cap. XXX. -
((/ Lib. XXXII, cap. III. — (e) Part. I,
cap. XVI. [lar. 1.».
l'KIMKRV l'AltTi:. — CKVnVl.O XXI
:}25
como un raanivodí; y tlinidosela á su amo, s(; la [)uko Inogo on la
cabeza', rodeándola á una paiU; y á oLra, busíáiidole el encaje, y
como uo se le hallaba, dijo : Sin duda que el pagano á cuya
medida se forjó primero esta famosa celada, debía de tener grandí-
sima cabe/a, y lo peor dello es que le falla la ndlad. Cuando San-
cho oyó llamar á la bacía celada, no pudo tener la risa, más víno-
sele Á las mientes la cólera de su amo, y calló en la mitad della^.
¿De qué te ríes, Sancho? dijo D. (Juijole. Rióme, respondió él, de
considerar la gran cabeza que tenía el pagano dueño deste almete^,
que no semeja sino una bacía de barbero pintiparada. ¿Sabes qué
imagino, Sancho*? Oue esta famosa pieza deste encantado yelmo
por algún extraño accidente debió de venir á manos de quien no
supo conocer ni eslimar su valor, y sin saber lo que hacía, viéndola
de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad '■' para aprovecharse
de real de á ocho al peso sencillo, mo-
neda imaginaria que vale lü leaies de
vellóa.
1. El sujeto de dando es Sancho; el
de puso es D Quijote, lo que produce
cierta obscuridad, que fuera muy íácil
evitar diciendo : y dándosela rí su amo,
se la puso ésle en La cabeza.
Adviértase que las bacías del tiempo
de Cervantes, en que se llevaba baiba
larga, debian ser de hechura m.ís honda
qué las de ahora. De otro modo, no era
posible que una hacia se encajase y
mantuviese en la cabeza, como sucedía
con el baciyelmo de nuestro hidalgo.
No se ha tenido presente esta conside-
ración ai grabar las estampus de las
diferentes ediciones del Oluotf. En
ellas se ha representado á nuestro ca-
ballero con una bacía ordinaria de las
de ahora, cuya figura haría inverosí-
miles todos los sucesos y circunstan-
cias de la fábula que tienen conexión
con esto.
2. Ai pronto parece que della se
refiere á cólera, que está más cerca, y
no es sino á risa, que está más lejos.
Se hubiera evitado este inconveniente
poniendo enojoú otra voz masi-iilinaen
lugar de cdZe/'a, porque entonces, siendo
diverso el género de los nombres, no
cabía equivocación. — Callar aquí no
es dejar de hablar, sino dejar de reír :
según lo cual la risa de Sancho sería á
carcajadas, porque la risa sola no suena,
y el callar arguye siempre ce-dación de
si'inido.
3. Es lo mismo en forma de diminu-
tivo que yelmo, uno y otro del antiguo
francés heauhne, armadura de la parte
superior de la cabeza, y por esto se
llamaba también ca/)«ce/e y capellina:
cuando la cubría del todo se llamaba
por esta razón celada.
4. Es evidente que habla D. Quijote.
— La puntuación que ponen en este
pasaje muchas ediciones es defectuosa,
y perjudica al buen sentido. La Acade-
mia Española la rectificó con mucha
razón en sus primeras ediciones, así :
¿ Sabes qué imagino, Sancho'.' Qw esla
famosa pieza, etc. De esta suerte queda
todo claro y sin tropiezo.
5. No hablo de la incorrección y de<;-
aliño de esta clase de repeticiones,
porciue ya se ha notado en general, y
seria demasiadamente largo anotarlas
todas. — Se dice en el texto la otra
■mitad, y no se ba nombrado la primera,
ni se ha hablado antes de mitad: sobra
otra. — El verbo deber IJeva frecuente-
mente el régimen de, cuya presencia
indica, como sucede aquí, un estado de
incertidumbrey de conjetura. Lo mismo
puede observarse en otros pasajes del
Quijote. Cuando nuestro hidalgo decía
á los caminantes, al llegar éstos á la
venta, que dentro había gente que había
tenido cetro y corona, contestaba uno
de ellos: Será que debe de estar dentro
alguna compañía de representantes [a] :
y en la aventura del Barco encantado (6).
D. Quijote, viendo frustrados sus es-
(a: Pnrte I. cap. XLIII. — ib) Parle II,
cap. XXIX.
32(j
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
del precio, y de la otra mitad hizo esta que parece bacía de bar-
bero, como lú dices. Pero sea lo que fuere, que para mí que la
conozco no hace al caso su transmutación, que yo la aderezare en
el primer lugar donde haya herrero \ y de suerte que no le haga
ventaja ni aun le llegue la que hizo y forjó el Dios de las herrerías
para el Dios de las batallas-; y en este entretanto la traeré como
pudiere, que más vale algo que no nada, cuanto más, que bien será
bastante para defenderme de alguna pedrada^. Eso será, dijo
Sancho, si no se tira con honda, como se tiraron en la pelea de los
dos ejércitos, cuando le santiguaron á vuestra merced las muelas,
y le rompieron el alcuza donde venía aquel benditísimo brebaje que
me hizo vomitar las asaduras. No me da mucha pena el haberle
perdido, que ya sabes tú, Sancho, dijo D. Quijote, que yo tengo la
receta en la memoria. También la tengo yo, respondió Sancho;
pero si yo le hiciere ni le probare más en mi vida, aquí sea mi
hora ' ; cuanto más, que no pienso ponerme en ocasión de haberle
menester, porque pienso guardarme con todos mis cinco sentidos
de ser ferido ni de ferir á nadie. De lo del ser otra vez manteado
no digo nada, que semejantes desgracias mal se pueden prevenir, y
si vienen, no hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros,
detener el aliento, cerrar los ojos y dejarse ir por donde la suerte
y la manta nos llevare. Mal cristiano eres, Sancho, dijo oyendo
esto D. Quijote, porque nunca olvidas la injuria que una vez le han
fuerzos, decía : En esia aventura se
deben de haber encontrado dos valientes
encantadores, y el uno estorba lo que el
otro intenta. Pero en los casos en que
el verbo deber no va aconiiiañado de la
partícula de. se excluye la duda y la
mcertidumbre ; y asi decía á D. Fer-
nando la discreta Dorotea, recordándole
sus obligaciones ; Testigos son tus pa-
labras que no... deben ser mentirosas [a) ;
y en el caso del hombre que iba á
pasar la puente, de que se habla en el
capítulo LI de la segunda parte, se lee :
Si (i este hombre le dejamos pasar libre-
mente, mintió... y conforme á la ley
debe morir: y si le ahorcamos... habiendo
jurado verdad, por la misma ley debe
ser litjre.
1. La alhaja era de oro purísimo, y
la había de componer el herrero. Tal
estaba la cabeza del pobre hidalgo.
2. ü. Quijote habló con equivocación
del yelmo que suponía hecho y forjado
por Vulcano para .Marte. Las armas
fabricadas por el dios de los herreros
que menciona la fábula, son las que á
ruego de sus madres hizo para .Memnón,
hijo de la Aurora, para Aquiles. hijo
de Telis, y para Eneas, hijo de
Venus.
Vulcano no fabricó para Marte otra
cosa que una red de hierro tan sutil
como las telarañas, con la que le hizo
la pesa'la burla que Demodococant ó al
son de la citara en la Odisea [a).
3. F'rialdad que tiene su chiste cuando
se compara con la importancia que los
libros caballerescos, y el mismo D. Qui-
jote que va hablando, dieron al yelmo
de .Mambrino.
4. Esto es, la de mi muerte: expresión
del estilo familiar.
(a) Parte I, cap. XXXVl.
(a) Lib. VIII.
I'HIMlilJA PAIIIK.
uAI'ÍTLLü XXI
;{27
Ikm-Iio; piics siihclc fjuc cs (le pedios nobles y ^enc-i'osos no liíiccr
raso (lo iiiAcrías. ¿Oué pie sacasle cojo? ¿0*^^^ costilla quebrada?
¿Ohc cabeza rola, para ([ue no se le olvide aquella burla? Oue bien
apurada la cosa, burla iué y pasatiempo, que á no entenderlo yo
así, ya yo hubiera viiello all;í, y l)id)iera hecho en tu vong-anza más
daiio que el (jue hicieron ios í^i'Ící^os por la robada l'-lleiia ; la cual,
si fuera en este tiempo, ó mi Dulcinea fuera en aquéP, pudiera
I. Hara, inesperada y eslrambútica
salida do D. Quijote. que pinla .uliiiii'a-
bleiiicntc el estado de su razim, ó por
UKijor decir, de su locura, y al mismo
tiempo es propia y natural en una ¡¡er-
sona tan empapada en las malhadadas
especies de los libros caballerescos.
Porque ha de saber el lector que en
éstos es frecuentísima la mención de
los sucesos de la anticua Troya y de
los personajes (jue intervinieron en su
defensa y en su destrucción ¿ Quién ha
leído \ns07-lan(/os enamoradoy furioso,
que no haya visto que las armas encan-
tadas que prestaron ocasión á tantas
aventuras y combates entre los aven-
tureros, moros unos y cristianos otros,
fueron, según se supone, las mismas
del troyano Héctor ? DeciaMandricardo,
hablando con Roldan de su yelmo :
I! qual con tutte Valtr'arme ch'io porto
Era d'Ettor che gia mili' anni c morto (a).
Las armas de Héctor habían sido de
Aquiles, á cuyo padre, Peleo, las dieron
los dioses, y Aquiles se las prestó ;í
Patroclo, á quien venció y despojó
Héctor. Ariosto, con la libertad que
gozan los poetas de fingir cuanto quie-
ren, siqinso que Héctor las había reci-
bido de Vulcano :
Che gia al írojano Etior Vulcano diede (6),
Estas armas dieron materia en varias
ocasiones á la fecunda vena del poeta
italiano. Muerto Mandricardo á manos
de Rugero, quedaron las armas hectó-
reas para el vencedor (c). Con ellas peleó
en lo sucesivo, y mató ;iRodomonte(í/),
que es por donde concluye el Orlando
furioso, como la Eneida por la muerte
de Turno.
(a) Áriosto, canto XXIII, est. 'S. — (é)
Ariosto, canto XLV, est. 73. — (c) Ib., canto
XXX, est. 74. — (d) Ib., canlo XLVI. est.
109 y siguientes.
Hácese mención de Héctor en la his-
toria de Tiíanle (a), según la cual, se
leía el nombre del campeón troyano en
una de las banderas de las naciones que
guerreaban contra el imperio de Cons-
tantinopla. En el [)uerto de Ténedos se
reunió la armada de los griegos que
cercaban á Troya, y allí, según la his-
toria del Caballero del Felio (6), se
reunió la del Emperador .Alicandro para
pasar contra Grecia. En Celidón de
iberia (c) se repitió la descripción de
las armas de Aquiles que hizo Homero
en la litada. En la costa de Troya des-
embarcaron D. Lucidaner y D. Cla-
rineo, caballeros cuyos hechos se des-
criben en la historia de Belianís, y
extraviándose con la obscuridad de la
noche, bailaron en un bosque á Poli-
cena, bija de Priamo y hermana de
Héctor y Paris. la cual les contó que la.
había encantado Andrómaca. mujer de
Héctor, al tiempo que se perdió Troya id).
La misma historia de Belianís refiere
también el desencantamiento de Aqui-
les (e\ y allí y en otros parajes hace
mencii'm de Troilo, Deifobo, Ayax,
Memnón y Néstor, personajes todos de
la guerra de Troya.
Es de creer que el autor de la historia
de D. Belianís no habría leído á Homero,
ni acaso á Virgilio ; pero en su tiempo
era común la Crónica Iroy ana, Vúiro que
escribió en latín Guido Cotona, autor
siciliano de fines del siglo xrn,y ([ue se
hallaba ya en el xv traducido al caste-
llano fa). De esta fuente bebería, según
trazas, el Licenciado Fernández, autor
del Belianís.
(a) Parte II. — (h) Parte I, hb. III, cap.
XVII. — (c) Canto IV. — (tí) Belianís, lib. I,
cap. LXIII. — [e) Lib. II, cap. XLIX.
f'/.i Y en gallego. — Recien teír ente ha pu-
blicado una hermosa eáición del Códice
gallego de la Crónica troyana nuestro eru-
dito amigo Sr. Martínez Salazar, biblioteca-
rio de la Corulla. (M. de T.)
328
DON QUIJOTE DE \.\ MANCHA
estar segura que no tuviera lauta fama tJc licrmosa como tiene; y
aquí dio un suspiro y le puso en las nubes. Y dijo Sancho : Pase
por burlas*, pues la venganza no puede pasaren veras; pero yo sé
de qué calidad íueron las veras y las burlas, y sé también que no se
me caerán de la memoria, como nunca se quitarán de las espaldas'^.
Pero dejando esto aparte, dígame vuestra merced qué haremos
deste caballo rucio rodado, que parece asno pardo, que dejó aquí
desamparado aquel .Marlino que vuestra merced d(írr¡bó, que según
él puso los pies en polvorosa-' y cogió las de Villadiego, no lleva
pergenio ' de volver por él jamás, y para mis barbas si no es bueno
1. La palabra pase no se encuentra
ea las primeras ediciones, ,i yjesar de lo
evidente que es su necesidad para for-
mar sentido. Aüadióse en la edición de
Londres del año 1738, cuyo ejemplo
siguieron muchas de las posteriores,
inclusas las de la Academia Espa-
ñola.
2. Se habla del manteamiento de la
venta. D. Quijote lo calificaba de bur-
las : Sancho decía que eran veras^ y
que nunca se le quitarían de las espal-
das. Y esto va de acuerdo coa lo que
se dijo al lin del capítulo XVII, donde
se cuenta que Sancho salió de la venta
}nvy conlenli) de no haber pagado nada,
aunque había sido á costa de sus espal-
das. Una y otra expresión llevaran
camino si se tratase ae palos ó azotes,
y de señales que hubiesen dejailo en las
espaldas ; pero, ¿ qué conexión tenían
con el manteamiento ? Cervantes, que
no se detenía á combinar ni corregir
nada, trabucó en ambos pasajes el
manteamiento de la venta con los palos
de los yangüeses, de los cuales dijo
Sancho (y de éstos con razón) en el
capitulo XV, que le habían de quedar
tan impresos en la memoria como en las
espaldas.
3. Ya se ha dicho en otra parte que
polvorosa en germanía es la calle, y
poner pies en polvorosa huir ó esca-
parse. Lo mismo significa coger las de
Villadiego ó las calzas de Villadiego;
expresión proverbial de origen desco-
nocido (como lo son las más de su
clase), que se encuentra ya en la Celes-
tina, cuando, tratando de huir luego
que hubiese peligro, Sempronio y Par-
meno, que acompañaban y escoltaban
una noche á su amo Calixto, dice el pri-
mero : Apercíbete d la primera voz que
oyeres á tomar calzas de Villadiego. Y
responde el otro : Leído has donde yo ;
en un corazón estamos (a). De aqui
parece inferirse que el cuento de
Villadiego, de rlomio hubo de nacer la
expresión, se hallaba en algún libro
vulgar de aatesala que leían los criados
en aquel tiempo, pero olvidado ya en el de
Covarrubias,cl cual en el artículo Calzas,
dice que no constaba el origen de la
expresión. Y lo mismo confirma t). Fran-
cisco de Quevedo en su Visita de los
chistes, refiriendo que Vargas (aquel
por quien se dijo averigüelo Vargas
para mostrar lo obscuro y difícil de
algún asunto) topó con Villadiego, y
que éste le dijo : Señor Vargas, pues
vuestra merced lo averigua lodo,
llágame merced de averiguar quién
fueron las de Villadiego, que todas las
toman; porque yo soy Villadiego, y en
tantos años no he podido saber, ni las
echo menos, y queri'ia salir de este
encanto. Vargas, que á la cuenta tam-
bién lo ignoraba, se excusó, como pru-
dente, de contestarle.
4. Significa traza, apariencia. Ahora
decimos pergeño, mudanza conforme á
la afinidad que en nuestra pronuncia-
ción y ortograiía tiene el ni seguido de
vocal con la ñ, sea al recibir las pala-
bras de otra lengua, sea variando las ya
recibidas en la nuestra. Le a([ui nace
la transmutación de arminio en armiño :
de ingenio (máquina de guerra) en
engeño; de Minio (rio) en .Miño; de
Lucronium en Logroño; de scrinium en
escriño ; de somnium en sueño. Antonia
se dijo alguna vez Anloña, como se ve
en el capítulo I del Lazarillo de
Termes: en el día se dice Antonia y
(a) Acto Xn.
i'iiiMF.nA i'Arní:. — caimiii.o n\i
329
el rucio. Nunca yo ucoslunibro, dijo \). ^)uijole, tle.spojar ;i los que
v(Mizu, ni CR uso (Je ('.ahallen';» (juilailes los caballos' y dejarlos á
j)ie ; si ya no iuosc que el ven<edor hubiese perdido en la j>«;ndencia
el suyo, qnr en lal caso, lícito es lomar el del vencido, como ^h-
nado en líuerra lícila; así que, Sancho, deja ese caballo ó asno ó
lo (|ue tú (juisieies (|ue sea, (|uc como su dueño nos vea alongados
de aquí, volverá por el. Dios sabe si quisiera llevarle, re[>licó
Sancho, ó por lo menos trocalle con este mío, que no me parece
tan bueno ; verdaderamente que son estrechas las leyes de Caballe-
ría, pues no se extienden á dejar trocar un asno [)or otro, y í|ucrria
sabei- si potlría trocear los aparejos siquiera. En eso no estoy muy
cierto, respondió D. Quijote, y en caso de duda, hasta estar mejor
informado, digo que los trueques, si es que tienes dellos necesidad
extrema. Tan extrema es, respondió Sancho, que si fueran para mi
mesma {)ersona- no los hubiera menester m;ís ; y luego, habili-
tado con aquella licencia, hizo mutatio capparum'"*, y puso su
A7itonio, poro se ha conservado la ñ en
los diininulivos AntoTñla, AntoTdto.
Por esta niisma analoíria se formó
España de Hispunin: AlentaTia de Ale-
mania; Drelaña de Britannia ; Cala-
luTia de Calalonia; Cerdaña de Cerda-
nia ; Cerdeña de Sardijüa; cir/üeTta
de cicoiiia: Gascuña de Vasconia. Babi-
liiña por liabilunia se encuentra en el
Centón del Bachiller Fernán Gómez de
Ciudad Real, que, hablando de la corte
de D. Juan el II, decía al Obispo de
Astorga : He mandado ú vuestra merced
tres epístolas, en que relaté todo lo que
era acontecido en esta Bahiloña (a).
1. Nunca f/o acoslumhro despojar á
los que venzo, acaba de decir nuestro
hidalgo, como si hubiera vencido cien
batallas, todo hueco y ufano con el
vencimiento del barbero, y sin acor-
darse de los recientes palos de los
yangüeses. — En orden A los despojos,
D. Quijote no estabn en lo cierto : era
práctica frecuente despojar del caballo
el vencedor al vencido. Así lo hizo ISel-
trán Guesclín ó Clarpun, Condestable de
Francia, persona bien conocida en
Castilla por haber servido al Rey
D. Enrique 11 en la jjuerra contra su her-
mano el Rey D. Pedro, y uno de los
preciados caballeros de su siglo, cuando
venció en singular batalla á Guillermo
Bramboc, caballero inglés, junio á la
(a) Epístola 46.
ciudad de Rennes (a). El mismo caso
se repite muchas veces en los libros
caballerescos.
2. Se trataba de los aparejos de un
borrico. Esta chocarrería de Sancho
hace reir, no menos que la gravedad y
aire escolástico con que D. Quijote
resuelve los casos de conciencia que le
propone Sancho.
3. En el Coloquio de losperros Cipión y
Berr/anza. una de las más discretas no-
velas de Cervantes, decía un compo-
sitor de comedias : Cuando sucedió el
caso que cuenta la historia de mi come-
dia, era tiempo de mutatio capparum,
en el cual los Cardenales no se visten de
rojo, sino de inorado... Yo no he podido
errar en esto, porque he leido todo el
Ceremonial romaiio por sólo acertar en
estos vestidos.
Consultando yo ahora, como entonces
el compositor de comedias el Ceremo-
nial romano, encuentro que dice así (6) :
In vif/ilia Pentecostés Cardinales el
Prselali Bomanae Curise, depositis cappis
et capuciis peUibus subduplicatis, acci-
piunt alias cum sérico rubro sive creme-
sino. Y añade : Hasc mutatio capparum.
fit hodie in die f'esto Resurrectionis Do-
minicse. Antiguamente se mudaban las
capas el día de Resurrección ; pero en
(a) Colección de Memorias para la historia
de Francia, t. 111, pág. 391. — (6) Lib. II,
tít. II, cap. II.
330
DON OUMOTE UK I.A MANCHA
jumento ó las mil lindezas, dejúndole mejorado en tercio y quinto.
Hecho e.slo, almorzaron de las sobras del real f[iie del acémila
despojaron ' ; bebieron del agua del arroyo de los batanes sin volver
la cara á mirallos (tal era el aborrecimiento que les tenían por el
miedo en que les habían puesto) ; y cortada la cólera^ fa), y aun la
maloncolía, subieron ú caballo, y sin tomar determinado camino
(por ser muy de caballeros andantes el no lomar ninguno cierto •*),
el siglo XIV, el papa Urbano V, que
residía con su corle en Avifujn, trasladó
esta miid.inza á Pentecostés por razón
del mayor frío del país. Asi se observó
por espacio de siglo y medio, hasta
que á principios del xvi, el Papa León X
restituyo la mudanza á su época ante-
rior de la Resurrección.
Visto es que el mutatio cappavum es
el alivio de tiaje para el estío, en que
se sustituía el forro de seda al de pieles
que se usaba durante el invierno : y
conforme á esto, solía llamarse tiempo
de 7nM/ac¡dn la canícula. SuárezdeFiírue-
roa, hablando de Roma en su ¡'ano-
jero (a), dice : La entrada por 7nu-
taciones {esto es, caniculares) suele
producir muerte casi certísima. Y el
mismo Cervantes, en sus novelas,
cuenta que el Licenciado Vidriera, por
ser tiempo de inulación. malo y dañoso
para todos los que en él entran ó salen
de Roma, como hayan caminado por
tierra, se fué por mar ú Ñapóles. Cer-
vantes, que había residido algún tiempo
en Roma, donde sirvió de camarero al
cardenal Aquaviva, no podía ignorar,
ni la temperatura de aquella ciudad, ni
los negocios de la guardarropa de su
amo. Y atendido su genio y humor, no
es imposible que esta n.utaciún de
capas, aplicada aquí á la de los apai'ejos
de los asnos, envuelva alguna alusión
maligna á personas y sucesos de aquel
país y de aquella época.
1. Está invertido el orden de las
palabras, el cual debiera ser : de las
sobras del real del acémila que despoja-
ron. — Real es campamento ó campo
militar, castra; y se da este nombre á la
(a) Alivio I.
(a) Y, cortada la cólera. — Cortejón, si-
guiendo las ediciones de Cuesta, suprime el
paréntesis, iionc punto final dfspués depuesto,
y continúa : Cortada, pues, ta cólera, etc.
(M. de T.)
acémila en que llevaban el repuesto de
sus provisiones losclérigos que acompa-
ñaban al cuerpo muertodel capítulo XIX,
y que, segiin allí se dijo, estaba bien
bastecida de cosas de comer. Dice
sobras, porque verdaderamente lo eran
de lo que amo y mozo comieron des-
pués de aquella aventuia, como se
refiere al íin del e.xpresado capítulo.
— Despojos se dice con propiedad de lo
que el vencedor encuentra y coge en el
campamento enemigo después de la
victoria.
2. El lenguaje de este período, que no
está bien concertado en las denuís edi-
ciones, donde se dice : que corlada la
cólera, etc., queda corriente en estacón
la levísima alteración de poner y en
lugar de que : asi es de ci-eer que esta-
ría en el manuscrito original de Cer-
vantes.
3. En esto creía I). Quijote que con-
sistía la fuerza de las aventuras,
siguiendo la opinión y el ejemplo de los
caballeros andantes, los cuales vagaban
por donde los guiaba la suerte. Asi lo
hicieron Amadis de Gaula y otros. Del
Caballero de Cupido se cuenta, que
después de haber libertado á dos don-
cellas de unos caballeros que querían
deshonrarlas, tomó la primera carrera
que vida, sin querer llevar camino
cierto ia). El Infante Floramor, al salir
del castillo de Arcaico, tomando él su
carnino sin llevar cabo cierto, se fué por
do la ventura lo quisa guiar [b). Esto
no ora sólo por tierra, sino á veces
también por mar. (Cuando se embarca-
ron primero el Principe D. Falanges y
después la Princesa .\lastrajarea para
buscar á su hijo Agesilao, mandaron á
los marineros que alzadas las velas
dejasen ir las naos por donde las
llevasen las corrientes ó el viento (c).
ía) Caballero de la Cruz, lib- II, capí-
tulo XXVIII. — Ih, Ib. cap., XVII. — (c)
Florisel, part. III, cap. LXIII.
IMIIMKItA PAUTK
r.APÍTir.o \\i
331
se pusioron á caminar por dondo la voluntad do Rocinaiilo ((uiso',
que so liovaha tras sí la úc su amo y aini la dol asno, (|uo siempre
lo sog'uía por donde (piiora que g'uiaba en huon amor y compañía;
con lodo oslo, volvieron al camino real, y siguieron por él á la ven-
tura sin otro designio alguno. Yendo, pues, así caminando^, dijo
Sancho á su amo : Señor, ¿(piiore vuestra merced darme licencia
que deparla un poco con él-'? <pie después (pie me puso aíjuel ás-
pero mandamiento dol silencio se me han podrido más de cuatro
cosas en el estomago, y una sola que ahora tengo en el pico de la
lengua'*, no querría que se malograse. Dila, dijo D. Quijote, y sé
Los tres caballeros Hosaldos, Arlante y
Rüi-nfán salieron de Constanlinoijla en
busca del t^mperador, á quien liabia
robado con sus ailes un niiíroniante; y
para ello se melierun en una barca con
solus dos jnarineros, danda las velas al
viento, que muí/ frío lo hacia, sin llevar
camino cierto vuís de aquel que la for-
tuna ordenar quisiere {a). El Gnballero
de la Ardiente Espada dejó en tierra dor-
mido á su corni)añero Gradamaríe, y
entrando en su liarca, dijo á los mari-
neros que la soltasen y la dejasen ir
donde la ventura llevarlos quisiere...
Los marineros cumplieron su mandado,
y asi fueron por la mar, no haciendo
otro camino más de aquello que la
ventura dellos quería hacer (b).
1. La voluntad quiso, pleonasmo que
se evitar;í, diciendo : Se pusieron á
caminar por donde fué la voluntad de
Rocinante, ópor donde Rocinante quiso.
Un caso parecido de esta deferencia de
los caballeros á la voluntad de sus caba-
llos, y rel'eridú con la misma expresión
que acaba de tacharse, se lee en
el Espejo de Principes (c), donde se
cuenta que el Caballero del Febo soltó
la rienda á su caballo, para que guiase
á la parte que más su voluntad quisiese.
De Palmerin de Oliva se cuenta en su
historia, que en cierta ocasión tomó su
camino por donde el caballo lo quiso
llevar, que él no sabia la tierra ni á
qué parte ir (d). En el romance viejo
del Marqués de Mantua :
El caballo iba cansado
de por las breüas saltare...
(o) Caballero de la Cruz, lib. II, cap.
LXXVII. — (6) Amadis de Grecia, part. IV,
cap. LXII. — (c) Parte II, lib. 1, cap. I.
— ((/) Cap. CXXV.
El Marqués iiniy enojado
la rienda le fué á soltare ;
I)or (lo el caballo quería
lo dejaba carainare.
2. El diíilogo que sigue entre caba-
llero y escudero es un(j de los más
divertidos del Quijote. Dio para él oca-
sión el silencio forzado que habia
impuesto á Sancho el precepto de
su amo. Sancho, que naturahnente
era parlero, llevaba muy á mal no
poder hablar sin medida ni tasa todo lo
que quisiera ; impaciencia que se indica
agudamente con las palabras aquel
áspero mandamiento del silencio, como
si se tratase de una cosa pasada largos
tiempos atrás, siendo así que sólo
habían podido transcurrir pocas horas
desde el amanecer de aquella mañana,
en que con motivo del chasco de los
batanes y mofa de Sancho, le prohibió
hablar D. Quijote, hasta el punto en
que se hallaban, que era acabado de
almorzar, según aquí se refiere, y por
consiguiente, no muj' entrado el día ; y
ya dice Sancho, que se le han podrido
más de cuatro cosas en el estómago.
3. Departir (a), verbo anticuado, co-
municar, hablar uno con otro, siendo
dos solos los interlocutores. El Arci-
preste de Hita decía, en la relación de
las cosas de Doña Endina :
¿Por qué quieres departir
Con dueña que te non quiere nin escuchar
[nin oir?
4. La punta ó extremidad de la lengua
se llamó pico por la semejanza con el
(a) Departir. — En el sentido de conversar
no ps hoy anticuado, y parece extraño que
lo íuese en tiempo de" Clenieucín. Además,
lo misino departen tres ó cuatro personas
que dos. (M. de T.)
332 DON yuiJOTE de la mancha.
breve en lus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo.
Digo, pues, señor, respondió Sancho, (jue de algunos días á esta
parte he considerado cuan poco se gana y granjea de andar bus-
cando estas aventuras que vuestra merced busca por estos desier-
tos y encrucijadas de can)¡nos, donde ya (pie se venzan y acaben las
más peligrosas, no hay quien las vea ni sepa, y así se han de
quedar en perpetuo silencio y en perjuicio de la intención de vues-
tra merced y de lo que ellas merecen. Y así me parece que sería
mejor (salvo el mejor parecer de vuestra merced) que nos fuésemos
á servir A algún Emperador, ó á otro Príncipe grande que tenga
alguna guerra, en cuyo servicio vuestra merced muestre el valor de
su persona, sus grandes fuerzas y mayor entendimiento; que visto
esto del señor á quien serviremos, por fuerza nos ha de remunerar
á cada cual según sus méritos; y allí no faltará quien ponga en es-
crito las hazañas de vuestra merced para perpetua memoria; de
las mías no digo nada, pues no han de salir de los límites escude-
riles; aunque sé decir, que si se usa en la Caballería escribir hazañas
de escuderos, que no pienso que se han de quedar las nu'as entre
renglones ^ No dices mal, Sancho^, respondió D. Quijote; mas
antes que se llegue á ese término es menester andar por el mundo
como en aprobación buscando las aventuras, para que acabando al-
gunas, se cobre nombre y fama tal, que cuando se fuere á la corte
de algún gran Monarca, ya sea el caballero conocido por sus obras,
y que apenas le hayan visto entrar los muchachos por la puerta de
la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen, dando voces, diciendo :
Este es el caballero del Sol ó de la Serpiente^, ó de otra insig-
de las aves. Pico (a) se derivó eviden- antes de presentarse á algún Enipera-
temente de Reco, palabra provincial doró Monarca, y para ello, andar por
según Suetonio [a), que ya entonces el mundo como en aprobacii'.n, bus-
significaba entre los galos antiguos lo cando las aventuras. Esta es Ja misma
mismo que ahora entre los franceses especie de noviciado que quería hacer
modernos. Poicndos antes de irá servir al Empe-
1. Quiere decir olvidadas. .Vlúdese á rador su padre, y así se lo proponía á
la costumbre de ponerse entre ios ren- su madre la Reina Griana, corno se
glones escritos lo que se olvidó al cuenta enla historia de Primaleón (a),
escribirlos. El Infante P'loramor, antes de presen-
2. Discurso de D. Quijote sobre tuda tarse á servir al Emperador de Cons-
ponderación gracioso, que declara el tíxnt\nop\a., anduvo muchos días de viios
extremo y último punto adonde pudo cabos en otros, deshaciendo muchas
llcírar y llegó la locura de nuestro fuerzas é iitfinilus agravios, venciendo
hiilaigü, y el inimitable ingenio de fuertes caballeros; tanto, i]ue otra cosa
Cervantes. — Proponía D. Quijote lo ninguna en todo el imperio no se ha-
conveniente que sería cobrar fama biaba {b).
3. Títulos de aventureros que se en-
{«) Vida de Vitelio, cap. XVIII.
(a) Pico. — Se deriva del céltico ^iiA-. (n) Cap. vm. — (6) Caballero de la C» -
M. de T. lib. II, cap. XVII.
I'|ii.mi;i;a i-auii;.
CAPlTtil.O x\i
333
nia alf^una', debajo de la cual hubicro acabado grandes hazafias;
osle es, diríin, el que venció en s¡n<j;ular batalla al ^i^^^anla/.o Broca-
brmio.de la gran luor/.a, el que desenraiiló al gran .Mameluco de
Pei'sia - tlel largo encantaniienlo en <|ue había estado casi novecien-
tos aru)s-'; así que de mano en mano ii'án pregonando sus he-
cuentran en los libros de Caballerías.
— Caballero del ¿10/ se llamii también
el <lel Kebo, porque llevaba un sol por
divisa [a). Kn la historia de Palmerín
de Oliva se introduce un caballero ape-
llidado ilol Sol, por el que Iraiaiigurado
en el escudo (/>).
Eu el nombre de Caballero de la Se?*-
pienle se pudo indicar á Esplandián,
que se denomin(') así, según se ve á
cada paso eu sus Sevíjas: yon el capi-
tulo CLXV se le apellida el Caballero de
liíGvan Serpiente ó Serpe?itino.
En las ediciones primitivas del año
1C()5, en lugar de Serpiente se había
puesto Sierpe : Cervantes lo mudó en
la de 1608. El Caballero de la Sierpe
era Palmerin de Oliva, que tomó este
nombre por la que mató en la montaña
Artifaria, al ir á buscar el agua de la
fuente que guardaba la Sierpe, y con
la cual debía sanar y sanó su abuelo
Primalcón, Uey de Macedonia c).
1. El adjetivo alguno, pospuesto al
sustantivo, suele ser negativo y equiva-
ler á ninguno. En el caso presente de-
bió anteponerse, diciendo : este es el
Caballero del Sol, ó de la Serpiente, ó
de otra alguna insignia: pudiera tam-
bién haberse omitido, que quizá fuera
lo mejor.
2. Decimos Gran Turco, pero no Gra7i
Mameluco : ni Mameluco es cosa de
Persia, sino de Egipto ; ni Mameluco
es nombre de dignidad, como el deSo¿-
d<i}i, i\ae es el ipiese da .i los Príncipes
mahometanos que dominaron en Per-
sia y Egipto durante la Edad .Media. Por
manera que las tres palabras citadas
de D. Quijote incluyen cuatro dispara-
tes; pero los locos tienen libertad, to-
davía más amplia que los pintores y
los poetas para inventar y fingir cuanto
quieran. Un Soldán de Egipto fué el
que comprando turcos ó circasos(a), los
{n¡ Espejo ríe Pr'mcipfs, parte I, lib. I,
cap. LIl. - (6) Cap. XLIII y Ll. — (c) Pal-
merin de Oliva, cap. XX.
(«) No hav tales circasos, sino circasianos.
(M. de T.)
adestró en la milicia, y les fió la guar-
dia de su persona, corriendo el siglo vxi
déla E'dra xm de Jesucristo. .V«me/ííco
según dicen, en árabe significa esclavo y
este nombre general se aplic<'i en parti-
cular á lus mencionados de Egipto, los
cuales, hechos dueños de la fuerza pú-
blica, á poco se apoderaron del mando
y reinaron hasta el siglo xvi, en que
los sojuzgó el Gran Turco Selím.
Del desencanto de un Soldán de Egipto
se hace relación en la historia del Ca-
ballero de la Cruz [a). El encantador
había sido el gigante Trasilei'm, que
también era nigromántico, y habiendo
preso por sus artes al Soldán junto con
su mujer y su bija, los tenía encanta-
dos en la isla de Creta. Lepolemo ven-
cif) al gigante, y libertó á los desgra-
ciados.
El Príncipe .\gesilao, disfrazado con
traje de mujer y nombre de Daraya,
después de matar al fiero monstruo Ca-
ballón, deshizo en el castillo del Ro-
quedo el encanto de los Reyes Rosafar
y Artifira; al deshacerse el artificio má-
gico, tan gran ruido se hizo, que más
de diez leguas alrededor se oyó (6).
Los encantamentos eran parte délos
tuertos que tocaba enderezar á los ca-
balleros andantes, j^ las relaciones de
los desencantos dieron frecuente asunto
á sus coronistas. Así Rugero deshizo el
encanto del castillo de Atlante, dando
libertad á los caballeros y doncellas que
estaban dentro, segúnrefiere Ariosto (c)
Ocioso es añndir más ejemplos.
3. No fué tan largo el encantamiento
del Caballero Garadán, que hacía cerca
de cien años estaba encantado en un se-
pulcro, cuando lo libertó Flortir {d);
pero no le iría muy lejos, si no le exce-
dió, el de Policena y Aquiles, de que
se habló poco ha en una nota de este
mismo capitulo, y había durado desde
la guerra de Troya hasta los tiempos
de D. Belianís. De Oger Danés, uno de
ú.'i Lib, I, cao. LXV. — (6) Florisel de
l\'i(/uea, parte III, cap. LXXVI. — (c) Canto
2-2. — (d¡ Historia de Platir, parte I, cap.
LXXVI.
334
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
dios', y luego al alljorolo de los muchachos y de la dem.ls gente se pa-
rará á las fencstras de su real palacio el Rey de aquel reino-; y así como
vea al caballero, conociéndolo por las armas ó por la empresa del
escudo-*, forzosamenle ha de decir : ca sus, salgan mis caballeros'
cuantos en mi corle están, ú recebir á la flor de la caballería que
allí viene"'; á cuyo mandamiento saldrán todos, y él llegará hasta
los Pares de Francia, se cuenta que la
Fada Morgaina lo tuvo encantado en
la ínsula de Avali'm por espacio de dos-
cientos años ;un descuido de la Fada le
permitió gozar por un año de su liber-
tad; y pasado este plazo, Morgaina vol-
vió á encantarlo para siempre. Igual
operación hizo la misma Morgaina con
su hermano el Rey Artús, f|ue es otro de
los encantamentos más notables y di-
latados que se mencionan en las histo-
rias caballerescas.
1. No, sino de boca en boca, cómese
diría con más propiedad.
'I. Fenenlra, palabra latina, anticuada
por su desuso actual, pero frecuente en
nuestros primeros escritores, como se
ve por los poemas del Cid (a) 5' de .Vle-
jandro (6), por el Arcipreste de Hita (c)
y porlaG/'«?2 Conquista de iVramar{d)
El autor del Ditlior/o de las lenguas la
prefería á ventana fe).
Pararse d las fenestras; frase tam-
bién anticuada, ponerse tí las ventanas.
En la historia del Caballero del Cisne,
hablándose de Godofre de Bullón, se
dice : Por las finestras se paralmn d
verlo las dueñas é doncellas, é cada una
deltas lo codiciaba por marido. E si
ellas bien lo conosciesen, no lo harían,
ca este fue' hombre d quien Dios quiso
guardar, que nunca en su vida ovo vo-
luntad de mujer, ni fizo pecado mor-
tal (/}. En la crónica de 1). Belianís de
Grecia, el Emperador de Constantiiiopla
y el Rey de Hungría parándose á una
finieslra del castillo, vieron venir de
hacia laciudad tanto número de caballe-
ros, que pasaban de treinta mil (7). Ya
se ha hecho en otra parte la observa-
ción de que Cervantes, para ridiculizar
los libros caballerescos, suele usar de
los arcaísmos que en ellos son tan fre-
cuentes. En la historia de Florisel de
(a) Verso 17. — (h) Copla 1.10.1. — (c)
Copla 1.387. — (rf) Lili. L cap. CLIX. — (e)
Pág. 135. — (/■) Gran Conquista de Ultramar,
lib. I, cap. CLIX. — ig) Lib. I. cap. IX.
Siquea y otras, hay ejemplos de Reyes,
Príncii)es y Princesas, asomados á las
finieslras de los palacios para recibir á
caballeros andantes y otros jicrsonajes
princip.ales. — ¡leal. Bey. Reino : repe-
tición áspera, de sonido desagradable.
3. Solíanlos cabalIcrDS llcvarpintada
en el escudo y en las armas alguna in-
signia de donde tomaban nombre, como
ol Cabfillero del Selvaje. el de los Basi-
liscos, de las /''/o?'es y otros semejantes.
Á imitación de éstos, cuando D. Qui-
jote acept(') el nombre de Caballero de
la Triste figura que le puso su escudero
Sancho, determinó de hacer pintar,
cuando hubiese lugar, en suescudouna
muij triste figura {o).
i. Sus. interjección nacida del latino
sursum, arriba, que igualmente se usó
en el francés antiguo, de lo que hay
ejemplos en la historia de Tristán. Del
mismo origen vino el adverbio caste-
llano suso, que también significa arnia
y es correlativo de aguso. abajo. Gon-
zalo de Rerceo, en los Signos del jui-
cio, hablando de los cuerpos de los
bienaventurados, dice {b) :
Volarán suso et yuso á todo su taliento.
Estas dos voces se hallan ya hace
tiempo anticuadas, pero se conservaron
alguna vez, cuando dos sitios de igual
nombre, estando inmediatos, nece.si-
laban, distinguirse por su situación, <(i-
mo sucedió con el monasterio de San
Millán de suso, donde se crió el men-
cionado Gonzalo de Rerceo, y se llariii)
así para distinguirse del monasterio de
San Millán de hyusv.
5. En los torneos de Londres, al en-
trar en la liza D. Belianís con la divisa
del Licornio. todos ]iuaieron en él sus
ojos, y por todo el campóse levantó una
gran voz diciendo : ya viene la flor de
loscaballeros (c).Esta especie desaludo
(a) Parte I, cap. XIX. — (//i Copla 6."». —
(c) Belianís, lib. III, cap. XVIII.
IMUMKIIA I'AHTi:. — CAPITULO XXI
335
la iiiilíul (le la escalora, y lo abrazará cslrcchísimamciilc, y le dará
paz besándole oii el rostro ', y luego le llevará por la mano al apo-
senta do la señora Reina, adonde el caballero la hallará con la In-
i'anla su hija, ipie ha de ser una de las más ferinosas y acubadas
doncellas cpio en ^^ran parte de lo descubierto de la tierra á duras
j)onas se puede hallar. Sucederá tras esto lue^o en continenti;, (juc
ella ponga los ojos en el caballero, y él en los della^, y cada uno
parezca al otro cosa más divina (|ue humana, y sin saber cómo ni
cómo no, han de quedar presos y enlazados en la intricablc red
auu)rosa, y con gran cuita en sus corazones por no saber cómo se
han do íablar para descubrir sus ansias y sentimientos. Desde allí
le llevanin sin dudaá algún cuarto del palacio ricamente aderezado,
donde habiéndole (juitado las armas, lo traerán lui rico manto de
escarlata-' con que se cubra ; y si bien pareció armado, lan bien y me-
jor ha do parccoi- en íarseto '. Venida la noche, cenará con el Rey,
Reina ó Infanta, donde nunca (j[uitará los ojos della, mirándola á furto
se hizo también ;í D. Quijote, cuando
al entrar en el castillo do los Duques,
la gente de los corredores decía agran-
des voces : Bien aen venido la flor' y la
nata de los caballeros andantes [a¡.
1. Modo afectuoso de saludar, á que
solía llamarse también dar paz en el
rostro, expresión frecuente en nuestros
libros antiguos de todas clases, tanto
profanos como espirituales y místicos.
2. Debió decirse: Sucederá tras esto...
que ella ponr/a los ojos en el caballero,
y él los suyos en ella. Para conservar
la última parte <le la expresii'm como se
halla en el texto, la anterior debió ser
que ellaponga los ojos en los del caba-
llero; de otra suerte, falta la debida
correspondencia entre ambos miembros
de la frase. En la historia de Palmerin
de Oliva se lee ima expresión muy se-
mejante é igualmente deíectuf)sa : Pal-
merínse había enamorado de Polinarda
antes de verla; la vio, finalmente, en el
aposento de la Emperatriz su madre; y
mientras que ésta hablaba con Palnie-
rin. él no partía los ojos de Polinarda :
ella asimismo á él (ó), quedando ambos
presos y enlazados en la intricablc red
amorosa, como sucede en el i'aso que
describe aquí D. Quijote. Otro tanto
acaeció en el de Perlón de Gaula, cuando
Garinter, Rey de la Pequeña Bretaña,
(<') Parte II, cap. XXXI. — (6) Palmerin
de Oliva, cap. X.XX.
lo presentó á la Reina su mujer, que
estaba con la Infanta Elisena su hija :
como aquel/a Infanta tan liermosa fuese
y el Rey Perión por el semejante .. en
tal punto y hora se miraron, que... no
pudo tanto que de incurable y muy r/ran
amor presa no fuese, y el Rey asimismo
della (a).
3. Manto, ropa talar propia de gente
principal; era obsequio ponérselo ;í ios
caballei'os cuando se desarmaban. Des-
pués que el Rey Amadís de Gaula,bajo
el nombre de Caballero Bermejo, hubo
vencido al traidnr Manden, Fuhirtin,
hijo del Rey Magaden du Sabá. por hon-
rarle, le desarmó por sus manos, y man-
dóte traer un muy rico manto con que
se cubrió [b).
4. Jubón ó justillo, ropa interior que
se llevaba debajo de las armas. Farseto
es palabra italiaua. nacida primitiva-
mente del latín farcl). porque el farseto
solía ser colchado. Ariosto cuenta que
en cierta ocasión Marfisa, para armarse,
se quitó el traje mujeril y salió en far-
seto (c). Y en otra parte {d) dice :
Fu Grifón a gran vergoc/na in piazza
Qiiando piít si trovó piena di gente.
Gli avean lévate felmo e la corasza,
E lasciato in farsetto assai vilmente.
(a) Amadís de Caula, en la introducción.
— (6) Amadis de Grecia, parte I, cap. Lí. —
(c) Orlando furioso, canto 2G. est. 8U. — (d)
Canto 17, est. 131.
336 DON yULIOTE DE LA MANCHA
délos circunstante^', y ella harálomesmo^conla mesma sagacidad,
ponjue como ten£,^o dicho, es muy discreta doncella^. Levantarse han
las labias, y entrará á deshora ' por la puerta de la sala un leo y pe-
(]ueño enano "' con una fermosa dueña, que entre dos gigantes detrás
1. A luirlo es como se dice común-
mente; jiero Cervantes cmiile»'» el ar-
caísmo /«í/o.para remedar el lenguaje
de los libros caballerescos. A lo mismo
se dii-i^eri feneslrax j)or ventanas, fer-
mo.sas por Iiermosas, labios \)0v mesas,
talanle por voluntad, palabras que
U. Quijote em¡)lca también en su dis-
curso.
2. En una fiesta que el Emperador
Arquelao daba en obsequio de D. Oli-
vante de Laura, hizo venir á su bija,
la Hrincesa Lucenda, acompafiada de
sus doncellas. Olivante. ;a»ias- aun ojos
de la Princesa apartaba, la cual todas
las vecesque tenia lugar hacia lo misino,
alindóle ti entender su voluntad con tan
amorosa vista ¡a).
3. No lo había dicho, pero asi salo dictó
su locura en aquel momento. El eloiíio
que bahía hecho de la iaf;tn(a se redu-
cía á (pie ei'a una de las m/vs fermosas
y acabadas doncellas áe\ mundo, y aun
lo último pudo tener algún sentido ma-
lijErno, propio de la festiva y juguetona
imagmacitm de Cervantes.
Yendo Florambel de Lucea á hacer
reverencia á la Reina Liserta, en cuya
compañía se hallaba su hija Graselinda.
Florambel estaba tan fuera de si. mi-
rando la sobrada beldad de la Infanta
su señora, que ni sabia si estaba en cielo
ni en tierra : y ella también estaba tan
turbada, mirando la gran apostura del,
que si en ello alnuno parara mientes,
bien pudiera conocer en sus ojos el de-
masiailo amor que sus corazones tenian.
Mas como la Infanta fuese de lus en-
tendidas y sabidas doncelits del mundo,
encubría y disimulaba su pasión lo me-
jor que podia {!)).
4. Ks comunísimo en los libros de Ca-
ballerías que las aventuras lleeruen á
los palacios, levantadas las tablas, y
estando los Principes de sobremesa
después de comer: aquí es después de
cenar, hora poco verosímil en este pe-
ñero de sucesos; aunque no falta ejem-
plo en los anales caballerescos, como
(o) Olivante, lib. III, cap. XXXII. — (*)
Florambel, lib. III, cap. XVII.
el de lo ocurrido en la ciudad de <iuin-
daya, donde la Reina Sidonía una no-
clie, después de luiber cenado, estando
en f/ran S(duz, en la r/ran sala entibaron
cuatro desemejados jayanes ; aventura
dis|iuesta por el nuevo Rey de Kuxia,
y deshecha por la sabia Lrganda y su
marido Alf[uife {a).
5. Los enanos hacen mucho papel en
las historias de los andantes, ya como
adornos en las pompas solemnes, ya
servidores de los caballeros y rompa-
ñeros de sus viajes y aventuras, y ya,
íinalmente, como enviados con recaaos
á damas ó á Reyes y Principes. Regu-
larmente se suponían de fea y ridicula
figura. Venian con la doncella, se lee
en Aniadis de Grecia, dos enatiot tan
feos que espanto ponían (¿). En la his-
toria de Lisuarte se cuenta que la In-
fanta .Melia. gran mágica, envió una
carta al Emperador, amenazando que
destruiría la ciudad de Constautinopla y
toda la cristiandad ; un enano, el más
disforme que visto habían, entregó al
Emperador la carta con el sello de Me-
lia. y de él pendían sesenta y siete se-
llos de plata de otros tantos Principes
infieles, que apoyaban las amenazas de.
Melia (c). Cuando se bautizó el Pi"in'-ipe
D. Policisne de Boecia, fué llevado íi la
iglesia en un carro triunfal tirado de
ocho caballos montados por otros tantos
enanos tañendo unos instrumentos de
nueva arte hechos, que muy dulce son
hacían Id). La historia del iuismo Prin-
cipe describe una extraña aventura que
vino por mar á la corte del Rey .Minan-
dro. Salieron de la nave seis enanos
tañendo sendas arpas, y detrás oíros
seis con blamlones negros, los bonetes
quitados y puestos en la boca. En pos
de ellos venían un enano de grande
edad en una rica silla, que otros
cuatro enanos conducían en sus hom-
bros. A sus jiies traía una corona
de oro con muchas picdias muy
(«) Florisel, parle III, cap. CLXVI. — (6)
Parle II, cap. H.VII. — (c) Lisuarte de
Grecia, cap. VIH. — (d) Policisne, cai>
XVI.
PIUMKRA l'AKTK. — CAIMTULO XXI 337
dt'l enano viene con ei(n"la aveiilura hecha por nn anliquísinno sabio,
prcciaHas, y en la mano una Inrjía vara
de oro. Scfíuialc un deseiiiejiulo jay;in
que traía uu cajón en sus liiazus. ]íl
enano viejo rra Coraiitc, Ucy de l'ano-
ria, (\Utí venia ;í jiedirsocorio coiUra un
usuriuulorquele tenia oeupadusu reino;
soetirro que habia ya scsenla años an-
daba buscando, sin encontrarlo. Acom-
pañaban asimismo á Corante otros doce
enanos que tañían instrumentos de
cuerdas y otros de liueso blanco á ma-
nera lie "dulzainas. El giL^ante se lla-
maba Arganlón, y servia de guardia á
su Majestad Enana. Kn el cajún iba la
trompa encantada, que trastornaba el
sentido de los que la tocaban, menos el
de cfuien liabiaileacubar la aventura (a).
— Doce enanos trajeron ,í Constanti-
nopla el cartel de desafio que en-
viaban Bruzartes, Hcy de Ruxia, y de-
más Heyes orientales il los Señores y
Pi-incipcs de la casa Griega. Notificado
que fué el cartel en la sala del palacio,
sin más respuesta se lomaron á salí?',
y en sus palafrenes se fueron (b). A
veces hacen también papel las enanas,
como aquellas cuatro que, vestidas de
brocado, venían cabalgando en cuatro
unicornios, que con otros veinte ti-
raban del carro triunfal de la Empe-
ratriz Archisidea, según se refiere en la
cuarta parte de Florisel (c). En Amndis
de Gaula se lee, C[ue cuando Beltenebrós
se puso en camino desde la Peña
Pobre para ir á presentarse á Oriana,
estando descansando junto á una
fuente, yió venir una carreta, que doce
palafrenes tiraban, y dos enanos en-
cima delln que la guiaban (d).
Los libros de Caballería, donde tanta
mención se encuentra de enanos, ape-
nas hablaron de pigmeos, y eso lo hi-
cieron estropeando su nombre. En la
historia de D. Policisne de Boecia se
cuenta que Panfirio, hijo del Rey de
Escocia, siendo de edad de catorce
años, armado caballero por su padre,
salió á buscar aventuras y llegó á una
isla habitada por los pineos, que eran
tan pequeños como un codo : monta-
ban en perros, unas conchas les ser-
vían de adargas, y las lanzas no pa-
(a) Ib., cap. XXIX y XXX. — (h) Florisel,
parte III, caj). GLXX. — (c) Cap. XII. — (d)
Cap. LV.
saban de tres palmos. El Caballero
Negro (Panlirio) alzaba cuatro de ellos
con una sola mano. Hoinaba allí el sa-
bio Síirfin, ;i (juien le pasaba la barba
de la cinta, y le daba en el arzím de la
silla. Panfirio supo de él el modo de
vencer la sierpe encantada que guar-
daba á la Infanta Menardia, convertida
en cierva (aj.
Volviendo .i los enanos, los libros de
Caballería, aunque fingidos, pintaban
las costumbres generales de la era en
que se suponían escritos. El carro car-
gado de lanzas para el Paso honroso
que Suero de Quiñones celebró á ori-
llas del Orbigo, y se ha citado ya otras
veces en estas notas, como el docu-
mento que contiene más pormenores
acerca de los usos caballerescos reales
y verdaderos del siglo xv en Castilla,
iba tirado de dos grandes y hermosos
caballos, y encima del carro un enano
que lo guiaba.
En aquel tiempo se miraba como os-
tentación propia de las casas de los po-
derosos, tener no sólo albardanes ó bu-
fones, sino también enanos. Esta clase
ridicula de adorno no fué desconocida
en la antigua Roma. Á pesar del ca-
rácter melancólico y sombrío de Ti-
berio, hubo entre sus juglares un enano
que solía asistir á su mesa, como
cuenta Suetonio {h). Plinio habla de
otras enanas que habían servido de di-
versión en ei palacio de Augusto (c).
En la corte de nuestro Felipe II vivió
un enano llamado Estanislao, polaco
de nación, gran cazador de arcabuz, en
que era destrísimo. Gonzalo Argote de
Molina, en el Discurso de la Montería,
refiere la pelea que tuvo Estanislao una
vez con un águila, y otra con una gru-
lla, después de herirlas y derribarías;
murió el año de l.'jn (d). Es notable que
entre otras cosas que en tiempos de
Plinio y de Juvenal se contaban de los
pigmeos, era una que éstos traían
guerra perpetua con las grullas, de las
que solían ser vencidos (e) : pero en-
tonces no había arcabuces. — Simón
Bonamí fué un enano de quien escribe
(a) Cap. LXII y LXIII. — (6) Cap. LXI. —
(c) Lil). VII, caji. XVI. — (d) Discurso de
la Montfvitt, canlo 29. — (e) Plin., lib. Vil,
cap. II. — Juvenal, sát. 13.
22
338
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
que el <iue la acabnre' serú tenido por el mejor caballero drl
inundo; mandará lucido el Key que lodos los que están presentes
la prueben, y ninguno le dará fin y cima, sino el caballero huésped,
el 1'. Ensebio Nicreinberg en su Curiosa
Filosofía [a] : Los (uios pasados vimos
en esta corle ú Honami : asi se Llamaba
U7i hombrecillo que por la prodifjio-
sidad de su pequenez fué Iraido á la
Majestad de Felipe III para grandeza
de su palacio, ¡'ara los que no le vie-
ron, se exagera su pequenez y delicadez
con lo que le pasó á un caballero de
esta corte, que en un tapiz le dejó col-
gado con un alfiler, que aunque fuese
más que de á blanca, es harto encare-
cimiento. El caso pasó asi, y sucedió
en palacio. Suarez de Figueroa en el
Pasajero ib) llama á Bonaiiii átomo de
criatura, visiumhre de niño, principe
de eiiaiios, pensamiento visible, burla
del sexo viril, melindrillo de natura-
leza. Sin embargo de tanta pequenez,
por unas décimas de D. Luis de Gón-
gora que se leen entre sus obras [c], pa-
rece que Bonamí rompió alguna vez su
rejón en un toro. El mismo Góngora y
Lope de Vega le hicieron epitafios en
su muerte, que fué anterior al año de
1611. Hubo asimismo enanos en el pala-
cio de Felipe IV. y según las noticias
recogidas por Peilicer en las Memorias
del histrionismo, aquel Principe asistía
tal vez al teatro acompañado de un
enano {d). Acaso fué éste el original
que retrató registrando un libro D. Üiego
Velázquéz. y e.viste en el Real Museo
de Pinturas. Allí está también el célebre
cuadro del mismo Velázquéz en que
pintó á la Infanta Doña Margarita, con
los retratos de otros dos enanos, varón
y hembra, que se ven en la comitiva, y
segi'm cuenta Palomino, se llamaban
Nicolasico Pertusals y Mari Barbóla e).
1. Lenguaje obscuro. Hecha significa
lo mismo que propuesta ó forjada. —
Después de la palabra sabio convenia
haber puesto declarando ó algo equi-
valente, para que hiciese sentido. —
Aventura se llama cualquier suceso de
los referidos en los libros de Caballe-
ría; pero además de esta significación
general, en varias ocasiones, como en
la presente, vale tanto como problema
caballeresco. Su objeto por lo común
era alguna empresa de dificultad, vulur
y peligro, cuyo desempeño (que era la
resolución del problema) realzaba la
nombradia y el mérito üel aventurero
que le daba' felice cima, especialmente
cuando otros la habían probado sin
acabarla. Entre las más conocidas y
famosas se cuentan las aventuras del
Arco de los leales amadores, y de la
Ciimara defendida. Apolidón, tan va-
liente caballero como sabio nigro-
mante, señor de la ínsula Firme, al
dejar este señorío por el imperio de
Grecia, fabricó un arco encantado, por
el cuid no podía entrar hombre ni
mujer que hubiese errado á quien pri-
mero comenzaron d amar: los que esta-
ban en este caso é intentaban pasar por
el arco, eran repelidos por uua fuerza
invisible é irresistible. Dejó también
encantada la cámara en que había vi-
vido con su amiga Grimanesa, y en
ella unas letras que decían : Aquel que
me pasare en bondad, entrará en la
rica cámara, y será señor desla ínsula.
Con esto nombró un gobernador que
recogiese las rentas, y las guardase
para el que acabase la aventura. Pasa-
ron cien años sin que lo consiguiese
ningimo de los que lo intentaron,
hasta que Amadís de Gaula pasó sin
obstáculo por el arco, y eniró en la
cámara: de cuyas resultas fué recono-
cido por señor de la ínsula (a^
Otras aventuras se describen en la
historia áe Amadís, como la de la Verde
Espada, que ganó llamándose Beltene-
brós (b); en el libro de Olivante la
aventura de los Donceles{c) ; en el de
Primale<')n la del Espejo, que acabó el
Príncipe D. Duardos {d) ; en el de Belia-
nís la aventura de la Puente desdi-
chada (e), y otras infinitas de qnc
están llenos ios libros caballerescos
desde la Demanda del Santo Grial, la
más antigua de todas.
(a) I.ili. III, cap. XVI. — (6) Alivio II.
— (c) Edición de lti54. fol. W. — (d) T. I,
uRg. I!'l . • (e) Vidas lie los pintores, en la de
V«'|;i7.i|iii'/., par. ^'II.
p.XLIV. — (b) Ib.,
(a) Amadís de Gaula, cap.... ,-, — ,
cap. lA'I. — (c/ Lib. I, cap. XXXIV. — [d)
Cap. CXXVII. — íe, Lib. I. cap. XI.
pitiMRnA i'AitTK. — (;\i'ÍTi;r.o xxi
33Í)
on mucho |)r() tío su lanía ', (N; lo cual qucclai'á coiitcntísitna la In-
l'aula, y se Icndríi j)or conlonln y pagada además por haber puesto
y tH)lo(;ado sus pousamienlos en lan alia parle. Y lo bueno es (pjc
osle Rey ó Príncipe ó lo i|ue es, liene una muy reñida jj^uerra con
otro lan poderoso como él, y el caballero huésped le pide (al cabo
de alf^íunos días <pie ha (íslado en su corle) licencia para ir á ser-
virle en atpiclla guerra dicha ; darásela el Rey de muy buen lalanle,
y (d caballero le besará corlésmcnle las manos por la merced que
le lace ; y aquella noche se despedirá de su señora la Infanla por
las rejas de un jardín que cae en el aposenlo^^ donde ella duerme,
por las cuales ya otras muchas veces la había fablado, siendo media-
nera y sabidora de todo una doncella de quien la Infanta mucho se
fía. Suspirará él, desmayaráse ella, traerá agua la doncella, acuita-
ráse mucho porque viene la mañana, y no querría que fuesen des-
cubiertos por la honra de su señora; finalmente, la Infanta volverá
en sí, y dará sus blancas manos por la reja^ al caballero, el cual se
las besará mil y mil veces, y se las bañará en lágrimas; quedará
1. Pro, voz antigua que significa
utilidad ó provecho, de que se formó
proeza, liazaña, y que entra en la com-
posición de prohombre, persona princi-
pal ó de importancia. Prohombre llamó
á Adán nuestro poeta Gonzalo de Üer-
ceo en el siglo xiii, y antes el autor
del Poema del Cid había usado de la
palabra pro, unas veces como sustan-
tivo en significación de provecho, y
otras como adjetivo en la de lionrado.
Los Infantes de Carrión decían á
Alvar Káñez, cuando éste se volvía de
la corte del Rey D. Alonso á Valencia:
En todo sodes pro, en esto así lo fagades
Saludadnos á Mío Cid el de Bibar.
Y más adelante se lee :
Varones de Saritestevan á guisa de niuv pros
Reciben á Minaya é á todos sus varones.
En un romance del Cid :
Non es de sesudos bornes
ni de infanzones de ¡iro
facer denuesto á un lidaigo
que es tenudo más (¡ue vos...
Aquesto al Conde Lozano
dijo el buen Cid Campeador.
Cervantes en el texto presente usó
del nombre pro como masculino ; el
citado Poema del Cid le usó unas veces
como masculino, y otras como feme-
nino. Continuó por largo tiempo la
variedad, como se ve por muchos
ejemplos en el Conde Lxicanor; pero al
fin prevaleció el génei'O femenino, y así
se observa ya en el libro de la Montería
del l{ey D. Alonso el XI {a), en el Doc-
trinal de Caballeros [b) y en el Corba-
cho del Arcipreste de Talavera(c).
Siguióse la misma práctica en los
libros caballerescos. La noche que se
desposó el Príncipe Lepolemo con la
Infanta .Vndriana, el gigante Trasileón,
llegándose al Príncipe, le dijo : Señor,
buena pro le haga tí V. A. la pérdida
de lo libertad [d). Pidiendo Policisne
de Boecia á la vieja Caruza que le
dejase ver á su escudero Tarín, le res-
pondió : eso vos temía ú vos y á él
poca pro (e). Conforme con esto, el
uso actual ha dado la preferencia al
género femenino en la expresión de
buena pro le haga, fórmula del remate
en las subastas judiciales, y única oca-
sión en que se conserva la palabra/^ro.
2. Mejor estuviera que cae al apo-
sento, y mejor aun al que cae el apo-
sento, porque el aposento es el que
cae al jardín, y no al revés.
3. Las aventuras de rejas de jardín,
(o) Lib. I, al fin del cap. XXXII. — (6)
Lib. I, tit. III. — (f) Parte I, cap. IV. — (d)
Caballero de la Cruz, lib. I, cap. CLI. — iv¡
Policixne, cap. VIII.
3 40
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
concertado entre los dos del modo que se han de hacer saber sus bue-
nos ó malos sucesos, y rogarále la Princesa que se detenga lo menos
que pudiere; promcl-TscU» ha él con muchos juramentos; tórnale
y despedidas de los aventureros y sus
damas por ollas, son frecuentísimas en
los lilii-ds de Calialk'i-ias.
VA de Amadis de Gaula refiere menu-
damente el modo de que en el princi-
pio de sus amores habló con su señora
uriana, que luc por una fniieslra
■pequeña con una redecilla de hierro^
que caía al jardín desde la cámara de la
Princesa, presenciiiadolo su conQdenla
la doncella Mabilia. Gandulin, que la
mañana vido llegar, dijo: Señor, como
quiera que vos clello non plefja, el dia
que cerca viene, nos coslriñe á partir de
aquí... Oriana dijo: señor, afjora vos
id... Amadis, lomándole las manos que
por la red de la ventana Oriana fuera
tenia limpiándole con ellas las ld;/ri-
mas que por el rostro le caían, besán-
doselas muchas veces, se partió della (a).
Siendo medianera la doncella Alquifa,
habip Perii'm de noche con su señora
Gricileria por una rejadesii habitación,
que caía al jardín de su])a(li'e el Empe-
rador de Trapisonda, y al despedirse,
besándoselas 'las manos) ?nuc/ias veces,
se las hinchió de lágrimas (b). Otro
tanto hizo Palmerin de Oliva con su
señora por una reja del aposento de su
doncella Drioncla, que caíaá un corral
donde había muchos árboles. Jamás
quisiera l'almcrin que amaJieciera :
mas como vieron que era hora de irse,
convínoles hacerlo (c). — Palmerin de
Inglaterra, después de hablar largo
rato con su señora por la reja del jar-
din de Flérida, lomándole una mano,
la besó muchas veces... Y porque la
mayor parte de la noche era pasada, y
comenzaba tí venir la mañana, se des-
pidió id). — Florendos vio á su señora
(¡riana en ima huerta qiie estaba cabe
su enmara, que era el lugar más apar-
lado de los palacios del Emperador,
siendo sabidora y medianera la don-
cella Lerina. Allí Florendos fué á fincar
los hinojos delante della. y tomóle las
manos por fuerza, y bésaselas muchas
(n) Cari. XIV. — ib) Lisuarie. cap. LVIII.
— 'e) Palmerin de Oliva, cap. XXXV. —
{(i) l'<ihm-ria de Inglaterra, parte 11, cap.
cxxxv.
veces (a). — Estándose hablando por
una reja Leandro el liel, llamado el
Caballero de Cupido, y su señora la
Princesa Cupidea á presencia de la don-
cella Floreta, se dieron palabra de ma-
trimonio; y Floreta, tomándoles á
ambos las manos derechas, los desposó
con aquellas palabras que la Iglesia
ordeiia: y luego los hizo dar paz no sin
mucha vergüenza de la Princesa fb).
En esta misma reja, delante del mismo
Caballero de flupido y de la misma
Floreta, se vieron, hablaron y dieron
j)alabra de matrimonio el Caballero
Floramor y la Infanta Clavelinda : y
luego fueron desposados pjor mano del
Caballero de Cupido (cj. — Otro despo-
sorio semejante celebró la doncella R¡-
candia; estando en su aposento F!o-
rambel y la infanta Graselinda, les
jiropuso que se desposasen ; (¡rase-
Jinda bajó los ojos, y Florambel dijo
que por su parte la aceptaba por mujer.
Preguntada la Infanta si era contenta,
respondió que si; y Hicandia, que
aquello oyó, é vido las voluntades con-
formes, les tomó sus fennosas manos,
y los desposó ante una imagen de nues-
tra Señora que ende estaba (d).
Las historias de Caballerías hacen
frecuente mención de doncellas media-
neras, terceras ó confidentas de las
Princesas enamoradas. Tal fué Estefa-
nía en los amores de Tirante v Carme-
sina ; Elísea en los de Hipólito y la
Emperatriz: Brangiana en los de Tris-
tán é Iseo; Darioleta en lor. de Perión
y Elisena; Floriana en los de Belianís
y Florisbella: Fileria en los de Florinco
y Beladina, con otras que fuera largo
contar. Alguna vez ejercieron este ofi-
cio las mismas Princesas, como las
Infantas Matarrosa y Galercia con Flo-
risbella y Lucenda, señoras de Belia-
nís y (Mivante: y no siempre fueron ,
medianeras de amores felices, como
suí'cdió á Lindorena, confidenta de la
Princesa Claristea, amante no corres-
pondida de Belianís.
(n) Palmerin de Oliva, cap. V. — (bi Caba- !
Itero de la Cniz. lib. II. c.'iu. XLVII. — '
(c) Ib., cap. LXXIII. — (rf) Florambel, lib. <
V, cap. XXI.
PniMFRA PARTE. — CAPÍTULO XXI 341
á besar las manos, y clcs|)í<les('- con lanío scnliniienlo, (\\ie oslará
poco [)ov a(;abar la vida'. Vase dosdc allí á su apc^senlo, ('chasc
sobr«í su l(M'ho, no puede dorniii- del dolor de la parlida, madruga
muy de mañana, vase á despedir del Hcy y de la Reina y de la In-
lanla; dícenle, habiéndose despedido^ de los dos, que la señora
Inianla esl;\ mal dispuesta, y qu(í no puede recebir visita; piensa
el caballero (¡ue es de pena de su partida, traspásasele el corazón, y
falla poco de no dar indicio maniíiesLo de su pena. Está la doncella
medianera delante, halo de notar todo, váselo á decir á su señora,
la cual la recibe con láo^rimas, y le dice que una de las mayores pe-
nas que tiene es no saber quií'^n sea su caballero^, y si es de linaje
1. Está viciado el texto, y no hace
sentido; lo haría diciéndose : eslava en
poco el acabársele la vida: ó fallará
poco para acabársele la vida. Algo más
abajo hay otra expresión semejante,
que también está defectuosa : Y falla
poco de no dar indicio manifieslo de su
pena. Debió ser : Y falla poco para dar
indicio, etc.; ó esld en poco el no dar
indicio manifiesto de su pena. — Poco
después se dice : madruga muy de ma-
Tiana: es pleonasmo : madruga mucho,
ó se levanta muy de mañana, es como
convenia haberse dicho.
2. En la edición de 160S se lee :
Diciéndole, habiéndose despedido de
los dos, etc. Las primitivas de 160o pu-
sieron dícenle, y asi debió ponerse en
todas, porque lo piden el sentido y la
analogía. Fué nueva errata, añadida á
las délas ediciones anteriores.
3. Este caso de dudas de las Infantas
y Princesas y consuelos de sus don-
cellas acerca de la alcurnia de los
aventureros, se repite muchas veces en
los libros de Caballerías. La Princesa Lu-
cend a manifestaba á su confidenta Galer-
cia la inquietud en que estaba por no sa-
ber la calidad de Olivante de quien estaba
enamorada. Y tratando de averiguarla
de su escudero Darisio, esteles dijo el
motivo que había para creer que era
hijo de uno de los grandes Principes de
la cristiandad; á lo que añadió Galer-
cia : Cierto, sus obras no dejan demos-
trar ser de muy clara y alta sangre su
nacimiento [a). Al cabo vino á saberse
que Olivante era hijo de Aureliano,
Rey de Macedonia(6).
(a) Olivante, Hb. I, cap. XXXI y XXXIL
— (6) Ib., lib. II, cap. XIV.
Decía la Princesa Florisbella ;i su
prima y confidenta la Infanta Catarro-
sa, hablándole del Caballero de los
Basiliscos, bajo cuyo nombre se ocul-
taba el Príncipe D. Belianís de Grecia :
¡ Ay querida prima ! ¿Cómo queréis que
no muera en desconsuelo... pues he
dado del todo las riendas de mi liber-
tad á U7i caballero que no sé quién es,
vencida y sujetada sólo por el valor y
destreza que tiene en las armas junta-
mente con la más extremada hermo-
sura y apostura que jamás se vio ? Y
Matarrosa le contestaba: ¿Cómo podéis
vos pensar que un caballero dotado de
tales virtudes sea de bajo estado {a}?
Antes de descubrirse que el Caballero
de Cupido era hijo del Emperador de
Alemania, su amante, la Princesa Cu-
pidea, desahogaba con su doncella
Floreta la pena de no saber la calidad
de su querido. Floreta la animaba, y,
después de otras razones, le decía :
Cuanto más, que en un caballero tan
perfecto y acabado en todas bondades
no faltará la alteza de linaje... No creo
yo que á quien Dios dotó de alteza de
armas y hermosura, dejase sin el de
linaje (6).
Igual cuidado y solicitud mostraba
la Infanta Olivia á su doncella Fidelia
en la historia del Caballero del Febo,
antes de que supiese que Rosicler era
hijo de la Princesa de Hungría (c). Ha-
blando la Infanta Flérida con la don-
cella Arlada de su amor al Príncipe
D. Duardos, quien para poder hablarla
(o) Belianís, lib. II, cap. VII. — (b) Ca-
ballero de. la Cruz, lib. II, cap. XLVII.
— (c) Parte I, lib. I, cap. XXXVIII y
XLIII.
342 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
de Reyes ó no; asegura la doncella que no puede caber tanta cor-
tesía, gentileza y valentía como la de su caballero sino en sujeto
Real y grave' ; consuélase con esto la cuitada, y procura consolarse'-,
por no dar mal indicio de sí A sus padres, y í\ cabo de dos días salr
en público. Ya se es ido el caballero; pelea en la guerra, vence al
enemigo del Rey, gana muchas ciudades-', triunfa de muchas bata-
llas"*; vuelve á la corte, ve á su señora por donde suele, conciértase
que la pida á su padre por mujer en pago de sus servicios, no se la
quiere dar el Rey, porque no sabe quién es; pero con todo esto, ó
robada '', ó de otra cualquier suerte que sea, la Infanta viene íi ser
se había presentado con disfraz de la-
brador y nombre de Julián, le mani-
festaba su cuidado por no saber si era
villano, según aparentaba, ó caballero,
como habiadicho. y Artada le contestó :
Él es lan apuesto y de tan buenas ma-
neras, que yo no puedo creer que él
sea villano : y bien puede ser (pues él
dijo que era caballero) que sea de alia
guisa {a).
Por fin estas señoras dudaban antes
de casarse. Más apurado fué el caso de
Beatriz, hija de la Duquesa de Bullón,
la cual se casó con el Caballero del
Cisne antes de saber quién fuese, en
premio de haber defendido á ella y á su
madre de las demasías del Duque Rai-
ner deSajonia. En tal estado se le apa-
reció un ángel, de quien quiso infor-
marse, y le dijo : Vos pido merced que
me fagades saber desle caballero que
conmigo es casado, que tan famoso es,
de lan hienas mañas é lan buen caba-
llero de armas, si es de gran linnje, 6
cómo es su fecho... liespondióle el
ángel... De su linaje, porque prega u-
tasle, le digo que es tan fidalgo.de to-
das las partes donde él viene, que el
Emperador de .ílemaüa no lo es más
de allí donde él más vale, é deslo sed
bien cierta [b).
1. Grave se dice de las personas cir-
cunspectas y de costumbres severas, y
se dice del carácter personal, no del
linaje, que es de lo que aquí se trata.
Grave se llamará á un Sacerdote, á un
Magistrado, pero no á un Príncipe ni
á un caballero joven y gallardo. Asi
que en esta ocasión la denominación
de grave está fuera de su lugar, ó se
ia) Primaleón, ca]). CI. — (6) Gran Con-
quista de Ultramar, lib. I, cap. LXXXIII.
quiso poner en ridículo á quien habla.
•2. Del que ya está consolado, es ino-
portuno y superfino decir que procura
consolarse. Otra cosa sería, y cesara
enteramente el reparo, si en lugar de
consolarse dijera procura componer el
semblante, ó alegrarse, corao puso la
edición de Londres de 1738.
'.i. Semejantes fueron las aventuras
que refiere la historia de Oliveros de
Castilla. El cual, aplaudido del pueblo
por su valor, y acompafi ido de los ca-
balleros que habían salido á recibirle
por mandado del Rey de Inglaterra,
lué á su palacio, donde vio á la her-
mosa Infanta Elena : y prendado y
correspondido de ella, sin que se su-
piese que era de estirpe real, aunque
sus hechos y fisonomía le dabaii ser de
gran linaje, pidió ucencia al Rey para
servirle en la guerra que le habían de-
clarado los Reyes de Irlanda. Obtenida
esta merced, le besó la mano y se des-
pidió del Rey, y asimismo de su señora,
no sin )null¿lud de lágrimas. Sale de
la corte, pelea con los enemigos, los
vence en varias batallas, gana villas y
ciudades, h ice prisioneros á los Reyes
de Irlanda, vuelve con gran triunfo á
Londres, presenta los presos, y en pre-
mio de sus servicios recibe por mujer
á la Infanta. Después se supo que era
liijo del Rey de Castilla.
4. Se triunfa del enemigo, pero no
de las batallas. Debió escribirse triunfa
en amichas batallas, y así diría acaso
el original.
o. El Príncipe D. Duardos, ciega-
mente ennmorado de la Infanta Flérida,
hija de Palmerin, Emperador de Cons-
tantinopla, se la llevi> robada. Después
de varios sucesos, el Emperador, noti-
cioso de las proezas de D. Duardos, y
PHIMEUA PAKTK.
CAIMILLO XXI
:u:i
SU osposn, y su padic lo viiMio ;'i loníir j'i ^rau veiiliiia, {)orquc se
vino á averiguar que el lal caballero es hijo de un valeroso Rey de
no ^'é qué reino, porque creo (jue no debe de estar en el mapa ^ ;
niuéi'ose el padre, hereda la Inl'anla, queda Rey el caballero^ en
dos palabras. A(pií entra lueí:;:o el ha<-er mercedes á su escudero y ;'«
todos a([uellos <pie le ayudaron á subir á tan alio estado; casa «i su
escudero con una doncella de la Infanta, que será sin duda la que
fué tercera en sus amores, que es hija de un duque muy princij)al •'.
Eso pido, y barras derechas, dijo Sancho ; á eso me atenazo, porque
que era hijo del Rey de Inglaterrii,
perdonó a ambos, y los hizo venir á su
corte, (ioiule se solemnizaron sus bodas
con grandes (iostas y alegrías (a).
El texto ofrece en este periodo una
repetición desalifiada : la ínffnilaw'ieAie.
á ser su espora, >/ su padre ¿o viene ó
tener ú qran venlura, porque se vino á
averiguar, etc.
1. Se ríe aquí Cervantes de la extra-
vagante nomenclatura de reinos y es-
tados fingidos, que se encuentran ea
las historias cabailere.scas. Tales son
entre otros el reino de Sobraclisa en
Ainadis de Gaula. el de Lira en c\ Ca-
ballero del Febo, el de Galdana y el de
Guindaba en Florisel, y el de Úrnian-
dia en i'olicisne.
2. Narración rápida, sin conjunrio-
nes que la entorpezcan, y digno reñíale
de la descripción déla imaginada his-
toria del Caballero del Sol ó de la Ser-
piente, que precede. En toda ella se ve
el rapto de una desvariada fantasía,
que, rotos los diifues de la razi'm, i-e
derrama cual torrente que sale de ma-
dre, y camina sin obstáculos que la de-
tengan, ni otros limites que los que
ofrece el campu de la caprichosa his-
toria caballeresca. ¡Qué bosquejo tan
animado y tan consiguiente al efecto
que la lectura de los libros de Caba-
llería debió producir en el cerebro dei
hidalgo manchego! ¡Qué propio del
asunto de que se trata, y qué propio
del carácter de quien habla! El estilo
corre como las ideas; las expresiones
son como inspiradas y proféticas; las
imágenes se encadenan unas con otras,
y el lector, .irrastrado por la corriente
de la narración, no puede detenerse.
Nótese el artificio (por supuesto, que
no pensaba en ello Cervantes) conque
se procede en este razonamiento de
D. Quijote. Empiézase en él con verbos
de futuro : irán pregonando, saldrán
Lodos, cenará el caballero, se despedi-
rá : después, acalorándose progresiva-
mente el discurso, se habla ya de pre-
sente : vosea su aposento, c'c/í ase sobre
su lecho, no puede dormir, piensa el
caballero, asegura la doncella: y, final-
mente, se concluye con pretéritos, co-
mo si las cosas fuesen ya pasadas y
cumplidas : ya se es ido el caballero,
se üino á averiguar. Todo contribuye
á precipitar la relación, estrechando
el cuadro en cuanto á las palabras, y
ensanchándolo en cuanto á las ideas,
al tiempo y á los acontecimientos. —
Es uno de los trozos en que inils res-
plandece la inventiva de Cervantes, y
la originalidad y mérito do! Qumote.
3. De esta clase de premio, dispen-
sado por los caballeros andantes á sus
escuderos, hay varios ejemplos en sus
historias. Amadis de Gaula, siendo ya
Rey, casó á su escudero Gandalín con
la doncella de Dinamarca, que había
mediado en sus amores coa la sin pai-
Oriana (a). Tristán premió al confidente
de sus galanteos con la mano de Bran-
giana, confidenta de su querida Iseo,
dándole además el gobierno del reino
de Leonís. Tirante el Blanco casó á
Diofebo, que había intervenido en su
correspondencia amorosa, con la con-
fidenta de Carmesina, la doncella Este-
fanía, que era hija del Duque de Mace-
donia, persona muy principal, que
ocupaba una de las primeras dignida-
des del Imperio [b).
{n) Privmleón , cap .
CLXXXl V CXCIV.
GLVII, CI>XXX,
(a) Serr/as de Esplandián, cap. CXL-
Tirante, parte I, cap. LXIII.
(6)
;j i4
DON OLIJOTE DE LA MANCHA
todo al pie de la letra ha de suceder por vuestra merced, llamán-
dose el Caballero de la Triste Figura. Ño lo dudes, Sancho, replico
D. Quijote, porque del mismo modo y por los mismos pasos', que
esto he contado, suben y han subido los caballeros andantes ú ser
Reyes y Emperadores; sólo falta ahora mirar qué Rey de los cris-
tianos ó de los paganos tenga guerra, y tenga hija hermosa ; pero
tiempo habrá para pensar esto, pues como te tengo dicho, priniero
se ha de cobrar fama por otras partes, que se acuda á la corte.
También me falta otra cosa, que puesto caso que se halle Rey con
guerra y con hija hermosa, y que yo haya cobrado fama increíble'-^
por todo el universo, no sé yo cómo se podía hallar que yo sea de
linaje de Reyes, ó por lo menos primo segundo de Emperador;
porque no me querrá el Rey dar á su hija por mujer, si no está
primero muy enterado en esto, aunque más lo merezcan mis famo-
i. Dos son los casos que me ocurren
en la historia caballeresca más pareci-
dos á la del Caballero del Sol, dibujada
por D. Quijote, y que pudieron sumi-
nistrar á Cervantes más alusiones y
semejanzas : el de Tirante en Constan-
tinopla, y el de Lepolemo en la corte
de Francia.
Tirante llega precedido de la fama de
sus hazañas á Conslantinopla : el Em-
perador envia sus caballeros á recibirle ;
quiere ver la entrada, sale á su encuen-
tro, le da paz besándole en el rostro,
le toma por la mano y lo lleva al apo-
sento ó cámara de la Emperatriz, con
quien está su hija la Princesa Carme-
sina. .\lli se miraron el Caballero y la
Princesa, y quedaron mutuamente
enamorados. Hubo rico mantón reca-
mado, doncella confidenta, guerra con
otro Principe, victorias en ella de Ti-
rante (o) ; y si no se verificó su casa-
miento con la Princesa, fué porque lo
estorbó la muerte, que, cuando ya vol-
vía trivmfante. lo arrebató casi á las
puertas de Constantinopla.
Lepolemo, conocido ya anteriormente
por sus proezas, había vencido al gi-
gante Trasiieón y desencantado al Sol-
dán de Egipto, cuando llegó á la corte
del Rey de Francia. Este le recibió con
magnificencia, saliendo de París á su
encuentro muchos caballeros cortesa-
nos. El Rey lo presentí') á la Reina y á
la Infanta Anclriana, la cual, aunque
(a) Tirante, parte I. cap. XL y siguientes.
prendada de Lepolemo como él de ella,
se esforzó Lo que pudo por dUiimular...
N'o se hartaba el Caballero de la Cruz
de mirar á la Infanta, y ella á él. aun-
que con disimulo y á furto por evitar
sospechas. La Infanta se lamentaba
con su doncella Germana de verse cau-
tiva de un hombre que no sabía si era
hijo de moro ó de villano. En esto se
ofreció una »uerra, donde Lepolemo
quiso servir al Rey. Obtenida la licen-
cia, se despidió de la Reina y de la
Infanta, la cual le rogó que se detu-
viese lo menos posible, y así prometió
hacerlo Lepolemo. Vence el caballero
en la guerra, prende al jefe rebelde de
los contrarios, vuelve á la corte, ve á
su señora por la reja de un jardín á
que caía el aposento de la doncella, y
Andriana, sabedora ya de la calidad y
estirpe nobilísima de su amante, le da
allí mismo la mano de esposa. Última-
mente el Rey, noticioso de que Lepo-
lemo era hijo de Emperador, consiente
gustoso en su casamiento (a).
2. Esto de la /"ama i/iccei6/e de D. Qui-
jote viene á ser como lo de las inaudi-
tas hazañas del Caballero de la Blanca
Luna en el capitulo LXIV de la segunda
parte: anfibología ingeniosa, que apa-
renta una cosa y realmente significa
otra, porque, en efecto, ni las hazuañs
del Bachiller Carrasco se oyeron, ni li
fama de D. Quijote yjudo creerse.
(a) Caballero de la Cruz, lib. I. caps. LXV,
LXVI,CXXIV,CXVVII,CXXXIII,CXXXIV,
CXXXVII, CXLIV Y CLL
PHIMKKA PAHTE. — CAPITULO \\I 343
M)s hechos; así (¡luí por osla falla Icino perder h> (juc rui lirazo
tiene: bien merecido. Bien es verdad (jue yo soy hijodalgo de sohtr
eoiiooido, de |íosesi(in y j)ropiedad, y de deverifj;-ar (luinientos suel-
dos ' ; y j)odría ser (jue el sabio ipie escribiese mi historia, deslin-
dase de tal manera mi parenlela y decendencia^, que me hallase
(plinto ó sexto nieto de Rey-'. Portjue te hago .saber, Sancho, <¡uc
hay dos maneras de linajes en el mundo, unos que traen y derivan
su deeendencia de Pr!ncii)es y Monarcas, á quien poco á poco el
tiempo ha desecho, y han acabado en punta como pirámides; otros
tuvieron principio de gente baja, y van subiendo de grado en grado
hasta llegar á ser grandes señores; de manera, que está la diferen-
cia en que unos fueron que ya no son, y otros son que ya no fueron,
y podría ser yo destos ', (¡ue después de averiguado hubiese sido
1. Las leyes del Fuero Juzgo, que
rigieron en España desde su eslableci-
mionto en el periodo de la dominaci(Jn
goda hasta entrado el siglo xiir, y se
repitieron en Fueros posteriores, im-
ponían 500 sueldos de pena ;i los que
hacían perjuicio ú ofensa grave á per-
sonas nobles, las cuales percibían esta
nnüta en indemnización del agravio.
El que se hacía á personas de inferior
clase, se satisfacía con menores penas
Secuniarias : de suerte, que la cantidad
e la multa indicaba la calidad del
agraviado. De aquí vino la denomina-
ción de hidalno de devengar 500 suel-
dos, que era la multa mayor señalada
por las leyes, y que alguna vez se aplicó
también a los agravios cometidos con-
tra los ministros de justicia, y aun
contra los canónigos y clérigos de cier-
tas iglesias, por la mayor importancia
de sus personas.
2. Mejor diría mi parentela y ascen-
dencia^ porque descendencia significa
la progenie subsiguiente, y ésta ni da
nobleza al progenitor, ni pudiera des-
lindarse antes de ser conocida.
."5. El Licenciado Diego Matute de
Peñafiei Contreras, natural de Granada,
Catedrático de Teología en su Univer-
sidad y Canónigo de Baza, con ocasión
de escribir el libro intitulado Prosapia
de Cristo, escribió también el árbol
genealógico del Rey Felipe III y de su
privado el Duque de Lerma, á quien
dedicó laobra. Empieza en Adány Eva, y
lleva la descendencia pasando por Hér-
cules hasta Tros, Rey de Troya. En los
dos hijos de éste, Illo y Asara co , (r
laza las dos familias del Rey y su
valido : la Real en Illo, y la l)ucal en
Asáraco; aquélla compuesta de ciento
diez y nueve generaciones, y ésta de
ciento ventidós, todas por línea recta
de varón en varón, que se especifican
y nombran sin tropezar en barras.
Entre otras particularidades notables,
contiene este libro singular la de que
el Rey y el Duque eran descendientes
de la Sibila Eritrea, nuera, según dice,
de Noé y mujer del Patriarca Jafet. En
resolución, el libro es tal, que el Duque
de Lerma, que no debía padecer mucho
de escrúpulos, lo tuvo de que saliese á
luz junto con la Prosapia de Cristo, y
lo mandó imprimir aparte. Así lo re-
fiere el mismo autor, atribuyéndolo á
la insigne piedad de que Dios dotó al
Duque.
D. Quijote sólo habló de cinco ó seis
generaciones : hubo de creer que era
difícil (y lo es con efecto) subir más
arriba. Mas esto era un grano de anís
para el genealogista del Duque de
Lerma.
Si se atiende al genio satírico de
Cervantes, no es increíble que en este
pasaje quiso motejar el furor común de
su tiempo (y de que algunos acusan á
los paisanos de D. Quijote) de apetecer,
buscar y hallar entronques y paren-
tescos generosos é ilustres.
4. El ya está dislocado, y las palabras
yo destos sobran; y lo uno y lo otro
descompone el sentido, que estaría
bien, diciéndose : otros sori ya que no
fueron; y podría ser que después de
averiguado hubiese sido mi principio
346
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
mi principio grande y famoso, con lo cual se debía de contentar el
Rey, ini suegro \ <jue huhiere de ser; y cuando no, la Infanta me
ha de querer de manera, que á pesar de su padre, aunque clara-
mente sepa que soy hijo de un a/acán ^, me ha de admitir por señor
y por esposo; y si no, aquí entra el roballa y llevarla donde más
gusto me diere, que el tiempo ó la muerte ha de acabar el enojo de
sus padres. Ahí entra bien también, dijo Sancho, lo que algunos
desalmados dicen : No pidas de grado lo que puedes tomar por
fuerza, aunque mejor cuadra decir : Más vale salto de mata-', que
ruego de hombres buenos; dígolo, porque si el señor Rey, suegro
de vuestra merced, no se quisiere domeñar á entregarle á mi se-
ñora la Infanta, no hay sino, como vuestra merced dice, roballa y
trasponella ; pero está el daño que en tanto que se hagan las paces
y se goce pacíficamente del reino, el pobre escudero se podrá estar
á diente^ en esto de las mercedes, si ya no es que la doncella ter-
grande y famoso. Otra dislocación se
observa en las palabras que siguen :
con lo cual se debía de conlentar el
Rey mi sueyro que hubiere de ser.
Mejor : el Rey que hubiere de ser mi
suegro.
1. ¿Y qué es de Dulcinea? Con tal
vehemencia presentaba las cosas á
D. Quijote su exaltada fantasía, que en
aquellos momentos llegó á olvidarse de
la que en otra ocasión llamó señora de
su alma., reina de sus deseos, día de su
noche, (¡loria de su pena, norle de sus
caminos, estrella de su ventura (a).
Mas no fué extraño que así sucediera á
D. Quijote estando loco, cuando su
escudero, sin estarlo, se había olvidado
de su Teresa, todo engolosinado con la
esperanza de ser Conde, y pedía á toda
prisa casarse con la doncella imagi-
naria, tercera de los amores de su amo
con la futura Infanta, so pido, decía
poco ha, '/ barras derechas. Verdad es,
que algo lo enmienda Sancho en ade-
lanto, cuando refiriendo al Cura y al
Barbero las esperanzas que tenía de que
su amo llegase á ser Emperador ó por
lo menos Monarca, les anadia, que
en siéndolo, le había de casar ú él,
porque ya sería viudo (que no podía ser
menos) y le había de dar por tnujer á
una doncella de la Emperatriz, here-
dera de un rico y grande estado [b).
2. Voz de origen arábigo, que signi-
fica aguador : se usaba no sólo en
Toledo, como indica D. Sebastián de
Covarrubias en su Tesoro de la lengua
castellana, sino generalmente en (bas-
tilla, como se ve por este ejemplo de
Cervantes, y por los de Fr. Luis de
Granada y otros escritores antiguos.—
Suele darse también el mismo nombre
á los pellejos grandes que sirven para
conducir el aceite.
3. Refrán que cita Gonzalo Fernán-
dez de Oviedo en sus Quinciuigenas {a),
y lo prueba con el ejemplo del Conde
de Salvatierra : Esto probó bien, dice,
el mal consejado JJ. Pedro r/<? Ayala,
Conde de Salvatierra é Mariscal deliem-
pudia. que hahiendo seido comunero . é
fecho notables enojos y deservicios al
Emperador Rey nuestro señor, no .se yo
sobre qué prenda ó jjalnhra se presentó
en la cárcel real: pero en fin, en ella
murió, corno imprudente é mal conse-
jado caballero. E de aquella torre de la
pnierta de Sanl Pablo en Burgos ü la
hora que tañían al Ave María, le saca-
ron é pusieron en unas andas, é lo lleva-
ron á enterrar los pies defuera, puestos
unos grillos, año de lo24.
i. Exjiresión familiar, estar sin comer,
no haber comido : y metafóricamente
se aplica á los que carecen ó están pri-
vados de alguna cosa que desean.
fa) Parte I, cap. XXV. — («) ib., cap.
(a) Quincuag. i, est. 22.
iMílMIÍIlA l'Ali'li;. — C.Al'ÍTUI.O XXI ^Al
cera <]ii<', lia de ser su miij(M", so sale con la InlVinla, y él pasa ron
ella su mala ventura liasla <ju(í el rÁclo ordene otra cosa; poríjue
bien [lodrá, creo yo, desde Jueg'o dársela su señor por legítima es-
posa. Kso no hay quien lo ([uite, dijo D. Quijote. Pues como eso
sea, respondió Sancho, no hay sino encomendarnos á Dios, y dejar
correr la suerte por donde mejor lo encaminare. Hágalo Dios, res-
pondió D. Quijote, como yo deseo, y tú, Sancho, has menester, y
ruin sea quien por ruin se tiene. Sea por Dios, dijo Sancho, que yo
cristiano viejo soy, y para ser Conde esto me basta. Y aun te sobra,
dijo D. Quijote, y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso,
por(|ue siendo yo el Rey, bien te puedo dar nobleza sin que la com-
pres ni me sirvas con nada, porque en haciéndote Conde, cátate ahí
caballero, y digan lo que dijeren, que á buena fe que te han de
llamar señoría mal que les pese. Y ¡montas!, que no sabría yo auto-
rizar el litado, dijo Sancho. Dictado has de decir, que no litado,
dijo su amo. Sea así, respondió Sancho Panza ; digo que le sabría
bien acomodar, porque por AÍda mía que un tiempo fui muñidor de
una cofradía ', y que me asentaba tan bien la ropa de muñidor, que
decían Lodos que tenía presencia para poder ser prioste de la
mesma cofradía. ¿Pues qué será cuando me ponga un ropón ducal ^
á cuestas, ó me vista de oro y de perlas á uso de Conde extranjero?
Para mí tengo que me han de venir á ver de cien leguas. Bien pa-
recerás, dijo D. Quijote ; pero será menester que te rapes las barbas
1. MuJiidor viene del latino monitor, de la dominación austríaca hicieron
el criado ú oficial de la cofradía que grandes negocios y granjerias alemanes
tiene el cargo de avisar á los hermanos y genoveses. El lujo y ostentación de
para que asistan á las juntas ó fun- sus personas contrastaríasingularmente
clones qne se celebran. Él de la coi'ra- con la modestia de los trajes corlesa-
día de que lo era Sancho debía de gas- nos de Castilla, conforme á las pi-agmá-
tar traje señalado, como ahora los ticas promulgadas por los Reyes Cató-
pertigueros y otros dependientes. — lieos, y repetidas por sus sucesores. El
Prioste, lo mismo que Prior, cabeza ó coiorentre nosotrosera exclusivamente
hermano mayor de cofradía. Sancho el negro, en especial desde fines del
había sido taujbién Prioste en su lugar, siglo xvi, como se ve por los monu-
como lo cuenta en el capítulo XLIU de mentos coetáneos, y con arreglo á esto
la segunda parte, y en el presente en la comedia Las ferias de Madrid, de
pasaje debiera recordarlo; pero se le Lope de Vega, decía Lucrecio á Leandro,
olvidó á Sancho, ó por mejor decir, se que alababa un vestido de color :
le olvidó á Cervantes, según su eos- colores en el hombre cortesano
lumbre. I^o misino son que en el soldado el negro;
2. Ropón ducal : manto forrado de e1 vestido de corte es negro y llano,
armiños, propio de la dignidad y jerar-
quía de Duque. — Conde extranjero : Las noticias contenidas en esta ex-
quizá es alusión al excesivo adorno presión de Sancho parecen superiores
personal de algún extranjero conocido. á su erudición, á no ser que las adqui-
fuese embajador ó más bien arbitrista riese durante el mes que estuvo en la
de los que venían á buscar su fortuna corte, de que se habla en el pasaje
á la corte de España, donde en tiempos siguiente.
348 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
á menudo, que según las tienes de espesas, aborrascadas y mal
puestas, si no te las rapas á navaja cada dos días por lo menos, á
tiro de escopeta se echará de ver lo que eres. ¿Qué hay más, dijo
Sancho, sino lomar un barbero, y tenerle asalariado en casa ? y aun
si fuere menester le haré (¡ue ande tras mí como caballerizo de
Grande. ¿Pues cómo saJjes tú, preguntó D. Quijote, que los
Grandes llevan detrás de sí á sus caballerizos? Yo se lo diré, respon-
dió Sancho : Los años pasados estuve un mes en la corte', y allí vi
que, paseándose un señor muy petjueño, que decían era muy
grande^, un hombre le seguía á caballo á todas las vueltas que
daba, que no parecía sino (¡ue era su rabo. Pregunté que cómo
aquel hombre no se juntaba con el olro hombre, sino (jue siempre
andaba tras del ; respondiéionme que era su caballerizo, y que era
uso de Grandes llevar tras sí á los tales-* ; desde entonces lo sé tan
bien, que nunca se me ha olvidado. Digo que tienes razón, dijo
I). Ouijote, y que asi puedes tú llevar á tu barbero, que los usos no
vinieron todos juntos ni se inventaron á una, y puedes ser tú el pri-
mero Conde que lleve tras si su barbero ; y aun es de más coníianza
el hacer la barba que ensillar un caballo. Quédese eso del barbero
á mi cargo, dijo Sancho, y al de vuestra merced se quede el procu-
rar venir á ser Rey y el hacerme Conde. Asi será, respondió D. Qui-
jote, y alzando los ojos, vio lo que se dirá en el siguiente capítulo ■•.
1. Es reparable, atendido el carácter y opulencia de su cuna, le hacían un
parlero de Sancho, que en ninguna otra seFior mu;/ cjrande, y la naturaleza le
ocasión mencione este viaje suyo á la hizo un señor muy pequeño. (Consta, en
corte, ni hable de lo que por necesidad efecto, que era pequeño de cuerpo. En
hubo de ver y observar en ella. conclusión, dice Domingo Antonio Pa-
2. «¿Quién era este señor? Por las rrino, hablando de las calidades del
señas que da Sancho, pudiera conjetu- Duque, él fué uno de los hombres
rarse que era D. Pedro Girón, Duque grandes de su siglo, que de pequeño no
de Osuna, Virrey primero de Sicilia y lenta otra cosa que la estatura: di pi-
después de Ñapóles, (frióse en las ociólo non avea allro que la staluru.»
guerras de Flandes, donde hizo hazañas Tealro de los gobiernos de los Virreyes
valerosas, porque desde niño mani- de Ñapóles, tomo II, página 119.» —
festó su ardimiento militar y grande {Nota de Pellicer.)
ingenio, como se ve en la comedia 3. « Esta era, en efecto, la costumbre
intitulada : Las niñeces del Duque de en tiempo de Cervantes. Cuando salga
Osuna. El gobierno de su virreinato de el señor fuera de casa d pasear ó hacer
Ñapóles, donde acreditó su prudencia alguna visita, ha de ir el caballerizo
civil, su valor extraordinario y su detrás á caballo, decía el año de 1614
pericia militar, especialmente contra D. Miguel Yclgo en su A'.s¿t7ry c/p seruñ- a
los turcos, es famoso en la historia, que Principes, folio 84. » — {Nota del mismo.)
tampoco olvida la parte que tuvo en él 4. Con iguales palabras concluye
su Secretario 1). Francisco de Quevedo también el capitulo XIX de esta pri-
y Villegas. Estas prendas, y la nobleza mera parte.
CAPITULO XXII
UF, I.A MURUTAn QUE DK) D. OUIJOTK Á MUCHOS DFSniCIIADOS
OUK MAL Dli SU GlUDO LOS LLEVABAN DONDE NO QUISIERAN IB
r.uoiila Cido líamete Benongoli, autor arábigo y manchego *,
en (>sla gravísima, altisonanl(\ mínima, dulce c imaginada historia,
que después que enlre el lamoso i). Ouijolede la Mancha y Sancho
Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del
capítulo XXI quedan referidas, que D. Quijote alzó los ojos, y vio
que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres á pie,
ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los
cuellos, y todos con esposas á las manos. Venían asimismo con
ellos dos hombres de á caballo y dos de á pie ; los de á caballo con
escopetas de rueda ^, y los de á pie con dardos y espadas, y así
como Sancho Panza los vido, dijo : Ésta es cadena de galeotes,
gente forzada del Rey, que va á las galeras. ¿Cómo gente forzada?
1. Es la única vez que nuestro Cer-
vantes expresa que era manchego Cide
Haaiete Beneugeli : en lo cual tuvo
evidentemente el designio de zaherir á
los de la provincia de la Mancha, donde
abundaban los moriscos que habían
sido expelidos del reino de Granada á
consecuencia del levantamiento del
año 1569. De resultas de esto, la pobla-
ción del Toboso había crecido de modo,
que en el año de IST.o tenia setecientas
casas, habiendo contado sólo doscien-
tas anteriormente, y los vecinos llega-
ban á nuevecientos. Había también,
entre las nueve cofradías fundadas en
aquella villa, una con el titulo de
Corpus Chvisti, compuesta de cfistia-
nos viejos: lo que indica que abunda-
ban los nuevos, de quienes querían dis-
tinguirse los primeros. Uno y otro
consta de la relacii'm topográfica hecba
en dicho año ,de orden del Rey Don
Felipe II. — Á la descripción de la
historia del Caballero del Sol, hecha
en el capitulo anterior porD. Quijote,
sucede en éste la de la aventura de los
faleotes. Allí todas las ideas son gran-
iosas y magníficas : Reyes, Princesas,
aventuras delicadas y tiernas, funciones
cortesanas, victorias y triunfos ; aquí
guardas, galeotes, grillos, relación de
incidentes bajos y groseros, y, final-
mente, pedradas y fuga. Esta oposición
en la naturaleza y fisonomía de los
episodios, ó por mejor decir, de los
sucesos y trámites de la fábula, hacen
más variada, y por lo tanto, más agra-
dable su lectura.
■2. No sé el primer autor en quien se
encuentre la voz escopeta, que sucedió
á las de espingarda y arxahuz, us .das
en los principios. Parece que el inven-
tor de esta voz, queriendo formarla del
latín, dijo scopipeta, que equivale á
petens vel feriens scopum, como cor-
nupeta significa qui cornu pelit aut
ferit, y heredipeta, qui heredilatein ad-
petit. — Al principio los arcabuces ó
espingardas se disparaban con mecha;
luego vinieron las escopetas de rueda,
en que por medio de una rodaja se
montaba la llave para que el pedernal
diese lumbre é incendiase el cebo.
Sucedieron después las llaves comu-
nes, que sin más agente que el ligero
movimiento de un dedo excitan el fuego
y la explosión por medio del pedernal :
y este método, por su sencillez y la
facilidad de su uso, se aplicó también
en estos últimos tiempos á la artillería.
Ahora ya en las escopetas y armas
cortas de fuego se van sustituyendo
con mucha ventaja al pedernal y cebo
de pólvora los pistones ó mechas de
pólvora fulminante, que con igual
prontitud y menos inconvenientes pro-
ducen el mismo efecto.
:m)
nON QUIJOTE DE LA MANCHA
prej^unlú D. (Juijole : ¿Es posible que el Rey liaga fuerza ' á nin-
guna gente? No digo eso, respondió Sancho, sino que es gente que
por sus delitos va condenada á servir al Rey en las galeras de por
fuerza. En resolución, replicó D. Quijote, como quiera que ello sea,
esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza y no de su volun-
tad. Así es, dijo Sancho. Pues desa manera, dijo su amo, aquí
encaja la ejecución de mi oficio, desfacer fuerzas y socorren y acu-
dir á los miserables. Advierta vuestra merced, dijo Sancho, que la
justicia, que es el mesmo Rey, no hace fuerza ni agravio á seme-
jante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos. Llegó en
esto la cadena de los galeotes, y I). Quijote, con muy corteses
razones, pidió á los que iban en su guarda fuesen servidos de infor-
malle y decille la causa ó causas por qué llevaban aquella gente de
aquella manera. Una de las guardas - de á caballo respondió que
eran galeotes, gente de su Majestad, que iba á galeras, y que no
había más que decir, ni él tenía más que saber. Con todo eso,
replicó L). Quijote, querría saber de cada uno dellos en particular
la causa de su desgracia ; añadió á estas otras tales y tan comedidas
i. Forzados del Rey eran los conde-
nados por sus delitos á bogar en las
galeras de por fuerza, coiuo dice el
texto : y asi se explica lo de Quevedo
en el romance de la Méndez á tscarra-
aián :
Qui^jaste de ser forzado ;
no pudiera decir más
Lucrecia del Hey Tarquino,
que tú de su Majestad.
Hacer fuerza, además de su signifi-
cación material, que es hacer esfuerzos,
esforzarse físicamente, tuvo en lo an-
tiguo otra signilicacii'm odiosa, que era
hacer violencia u agravio. La ley de
partida define asi la fuerza : cosa que
es fecha á otro torticeramente, de que
se non puede amparar el que la recibe.
En este sentido habla aqui D. Quijote,
y guardando el respeto debido ;i la
autoridad real, mira como imposible
que el Hey hfif/a fuerza á nadie. En el
día la frase hacer fuerza ha mejorado
de condición ; ceñido el mal sentido
anterior .i ciertos casos forenses, se
toma frecuentemente en buena parte,
y de las razones y argumentos se dice
que hacen fuerza, esto es, que mueven
e inclinan eficazmente el ánimo.
2. Guarda es nombre femenino,
cuando significa observancia, como
cuando decimos la guarda de los man-
damientos; pero cuando significa el
guardador ó el que guarda, el uso
actual le ha señalado el género mascu-
lino, lo misuio que á otros que con la
terminación en u revinenia circunstan-
cia de pertenecer al sexo viril. El uso
antiguo prefería el que indica la ter-
minación en a, y hacia femenino á
guarda aun en la acepción de guarda-
dor. Luego como ú la puente (del cas-
tillo de la Ínsula de Argenes) llegaran,
una guajada que sobre la torre estaba,
sonó una trompa muy recio. Asi se lee
en la historia de Amadís de Grecia (a),
donde se repite lo mismo muchas veces.
El romance viejo del Conde Claros :
Ya se parte el Arzobispo
y á las cárceles se va ;
cuando las guardas lo vieron,
luego le dejan entrar.
Este era el uso general en tiempo de
Cervantes. D. José de Villaviciosa en
el canto segundo de la Mosquea :
Por entre espesas puntas de alabardas
Entró una mosca como rayo íiero.
Sin que pudie.se alguna de lox guardas
Su paso detener con el acoro.
(a) Parte I, cap. XXVIIL
PRIMERA PARTE. — CAPÍTULO XXII
351
litzones para moverlos ü que le (Jíjc.s<mi lo <|iu; dciseuba, (^ue la olía
{^unrtla do ¡i ciiballo lo dijo: Aunque llcvunu)s a(|uí el i-c^i^islro y la
l'c. de lus scnU'ucias do cada uno deslos inalaveuLurados, no es
licnqro esLe de delenonios á sacarlas' ni á leellas ; vuestra merced
llegue y se lo prcj:;;unle á ellos mismos, que ellos lo dirán si quisie-
ren, que sí querríin, poHjue es gente que recibe gusto de hacer y
dócil" bella(|U(U'ías. Con esta licencia que D. Quijote se tomara,
aunque; no so la dieran, se llog*') ;í la cadena, y al primero le pre-
guntó (jue por qué pecados iba de tan mala guisa. Él respondióque
por enamorado (a). ¿Por eso no más? replicó D. Quijote; pues si por
enamoiados echan á galeras, días ha que pudiera yo estar bogando
en ellas. No son los amores como los que vuestra merced piensa,
dijo el galeote, que los míos fueron que quise tanto á una canasta
de colar atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuerte-
mente, que á no quitármela la justicia por fuerza, aun hasta ahora
no la hubiera dejado de mi voluntad ; fué en fragante, no hubo
lugar de tormento^, concluyóse la causa, acomodáronme las espal-
das con ciento^, y por añadidura tres años de gurapas ^, y acabóse
la obra. ¿Qué son gurapas? preguntó D. Quijote. Gurapas son ga-
leras, respondió el galeote, el cual era un mozo de hasta edad de
Usólo también como femenino Lope
de Vega en sus piezas teatrales (cir-
cunstancia que prueba especialmente
el uso), y señaiadameute en la comedia
del Rústico del cielo, donde se men-
ciona la mujer de la guarda.
En el mismo caso que guarda se
hallan camarada y centinela. Los tres
se usaron como femeninos en el Qui-
jote, y los tres se usan en el día como
masculinos. El sexo de lo significado
ha dado ocasión y margen para la no-
vedad ; pero cuan'do no hay este mo-
tivo, el uso es absolutamente capri-
choso en la asignación de los géneros
de los nombres acabados en a; y á
pesar de la tendencia que los de esta
clase tienen al género femenino, los
hay también masculinos, como mapa,
compaíriota^y muchos nombres de ríos,
Guadiana, Turia, Segura, Se?iu, Mosa,
Vístula, Volga, etc. : también los hay
femeninos acabados en o, como mano.
Más racional es el proceder de los idio-
mas que no señalan género, ó, lo que
es lo mismo, señalan el neutro á los
(cl) Por enamorado. — Eln la edición del
Sr. Cortejón se lee : Él le respondió que por
enamorado iba de aquella manera. (M. de T.)
nombres cuyos significados no tienen
sexo.
1. Las ediciones antiguas decían
detenerles. La Academia Española, en
su edición del año 1819, corrigió dete-
nernos, é hizo bien, porque lo otro era
errata clara y evidente del impresor.
2. Porque el tormento ó tortura se
dabrí en los casos de semiplena pro-
banza, y en el de nuestro galeote la
había entera.
3. Dicho se está que es con cien
azotes, expresado á estilo de rufianes.
Escarramán decía á la Méndez en su
romance, que es uno de los germanes-
cos de D. Francisco de Quevedo :
Á espaldas vueltas me dieron
el usailo centenar,
que sobre los recibidos
son ochocientos y mas.
Lazarillo de Tormes contaba tam-
bién [a] que, por delitos que él declaró
como niño, impuso la justicia á su
madre cierta pena so6re el acostum-
brado centenario.
4. Las dos primeras ediciones del
año 1605 tienen : la una tres precios, y
(a) Cap. I.
352
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
veinte y cuatro años, y dijo que era natural de Piedrahila. Lo
mismo preguntó D. (Juijote al segundo \ el cual no respondió pa-
labra, según iba de triste y melancólico ; mas respondió por él el
primero, dyijo : éste, señor, va por canario -, digo que por músico
a otra tres precisos de gurnpas. Cer-
vantes lo corrigió en la de 1608.
Gurapas es vuz de la fíermania (a), es-
pecie de idioma que define así D. Se-
bastian Cüvarnibias en su Tesoro de la
lengua castellana (a) : Germania es el
lenguaje de la rufianesca; dicho asi, ó
porque no los entendemos, ó por la ker-
mandad que entre sí tienen. Es una
especie de cifra, formada, segi'in el
misMio autor, de un cierto lenguaje
particular de que usan los ciegos, con
que se entienden entre si. Lo mesmo
tienen los gilunos, y también forman
lengua los rufianes y los ladrones, que
llaman germania. De ésta publicó un
vocabulario en Barcelona el año de 1609
Juan Ilidalpo, autor de nombre su-
puesto ó desconocido en nuestra histo-
ria literaria. En este lenguaje escribie-
ron romances D. Francisco de Quevedo
y otros; y del mismo hizo mucho uso
Cervantes en el Quijote y demás obras
suyas, pero señaladamente en la gra-
ciosísima novela de Hinconete y Corta-
dillo. Este lenguaje misterioso consiste
unas veces en alterar el orden de las
letras de las voces, poniendo en vez de
ellas sus anagramas, como demias por
medias, toba por bota, lepar por pelar,
chepo por pecho, tapio por plato, atis-
var poravistar; otras en emplearvoces
extranjeras, como gorja, formaje, dupa,
sage, gamba : otras enusarvoces en un
sentido metafórico, como enano, ma-
drastra, mastín, nube, capiscol, por
puñal, cárcel, corchete, capa, gallo.
De éstas hay algunas que tienen cierta
gracia y sabor picaresco, como balanza.
{a) Artículo Alemania.
('/) Germania. — La lenguada los gitanos,
se llama especialmente caló. También se ha
extendido mucho una moderna jerga, usada
entre toreros y gente del bronce, llamada
flamenco. Gracias á la boga de las corridas
de toros y á la influencia del (¡enero chico en
el teatro, se ha difundido extraordinaria-
mente esta plaga del lenguaje. En América,
especialmente en la república Argentina, se
lia extendido también hasta en las clases
ilustradas. (M. de T.)
malvecino y racimo, ])ot horca, verdugo
y ahorcado. Otras voces hay en la ger-
mania que parecen de invención capri-
chosa y arbitraria, como gurapas,
cáramo, similirrate, por galeras, vino,
ladronzuelo.
Por las expresiones de Covarrubias
parece que eran distintas las jerigon-
zas que usaban los ruüanes, los ciegos
y los gitanos. Según las noticias que
recogió el Doctor Salazar de Mendoza,
en un Memorial á Felipe 111, pidiendo
que se expeliese cá los gitanos de los
reinos de España, existia impreso el
vocabulario de su lenguaje oculto, dis-
tinto al parecer del de la gemianía de
Juan Hidalgo. Personas que han ob-
servado las costumbres y modo de
vivir de los gitanos, pretenden que
entre ellos no había un solo lenguaje
enigmático, y que tenían, además del
general, otro particular para los capa-
taces y jefes.
1. No fué esta pregunta repetición
de la última que acababa de nacerse,
como pudieran indicar las palabras
lo mismo, sino de la primera de las
tres que antes había hecho nuestro
aventurero al otro galeote, á saber :
que por qué pecados iba de tan mala
guisa.
2. Alusión al pájaro de este nombre,
y á que el galeote cantó ó confesó su
delito en el ar2.?!a,queescomose llama
germanescamente á la tortura ó cues-
lii'm de tormento ; y por la misma ana-
logía se llama cantor al que en fuerza
de ella confiesa. Como el nombre que
en el dialecto propio de los gitanos se
daba al agua era el de ansia, parece
que cantar en el ansia se debe aplicar
especialmente á la confesión hecha en
el tormento de toca, en el cual, atado
el reo al potro, se le introducía en la
boca una tira de tocas ó gasa, y por
medio de esta tan ingeniosa como cruel
invención se le forzaba á tragar cier-
ta cantidad de jarros de agua, cuyo
número y cabida se ponía por diligen-
cia en los autos. Hablan de ello D. Se-
bastián de Covarrubias en el Tesoro de
la lengua castellana, y Pablo García,
Secretario del Consejo de la Santa ge-
l'HIMKHA partí:. — CAPÍTULO XXII 353
y caiilor. ¿Pues c<5rno? repitió D. Quijole, ¿por mi'isicos y cuiiLorcs
van también á galeras? Sí, señor, respondió el galeote, que no hay
peor cosa (¡ne eatifar en el ansia. Anles he oído decir, dijo D. Qui-
jote, ('[uc (piien canta sus moles (ispaiila. Acá es al revés, dijo el
i;aleote,(pie quien caula una ve/., llora toda la vida. No lo entiísndo,
tlijo I). (Juijote; mas una de las guardas le dijo : Señor caballero,
cantar en el ansia se dice entre esta gente non sancta\ confesar en
el tormento. Á este pecador le dieron tormento y confesó su delito,
que era ser cuatrero ^, que es ser ladrón de bestias, y por haber
confesado le condenaron por seis años á galeras, amén de doscien-
tos azotes que ya lleva en las espaldas ; y va siempre pensativo y
triste, porque los demás ladrones que allá quedan y aquí van, le
maltratan y aniquilan y escarnecen y tienen en poco, porque con-
fesó, y no tuvo ánimo de decir nones -^ ; porque dicen ellos, que
tantas letras tiene un no como un sí, y que harta ventura tiene un
delincuente, que está en su lengua su vida ó su muerte*, y no en
la de los testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy
fuera de camino ■'. Y yo lo entiendo así, respondió D. Quijote, el
neral Inquisición, en cl Orden de pro-
cesar, que se imprimió por cuarta vez
en Madrid el año de 1622.
1. Palabras del salmo XLU, que se
reza al principio de la misa.
2. Ya se dice en el texto que es ser
ladrón de bestias : delito á que se
impuso pena de muerte en la Parti-
da Vil (a)si se cometía por costumbre,
ó si era de diez ovejas ó de cuatro vacas
arriba.
3. Tener ánimo de es tener intención
ó propósito de hacer alguna cosa: tener
ánimo para es tener valor y resolución
para ejecutarla. Esto último es lo que
quiso decir el guarda. El uso actual
favorece más á la claridad y exactitud
del discurso : materia que, sin perjuicio
de lo mucho que floreció el habla cas-
tellana en tiempo de Cervantes, está
más aunada en el día que lo estuvo en-
tonces.
4. .1 nuestro ánimo no le tuercen cor-
deles, ni le menoscaban garruchas, ni
le ahogan tocas, ni le doman potros.
Del sí al no no liacemos diferencia
cuando nos conviene. Así decía el elo-
cuente y viejo gitano de la novela de
la Gitanilla, primera de las de Cer-
(a) Tít. XIV, ley XIX.
vantes. En la de Rinconete y Cortadillo
decía este último á Monipodio, que les
preguntaba si tenían ánimo para sufrir,
siendo menester, media docena de an-
sias sin desplegar los labios : Harta
merced le hace el cielo al hombre... que
le deja en su lejiguasu vida ó su muerte
como si tuviese mes letras un no que
un sí. Esta expresión, y la del texto
presente, son las mismas, y ambas
son incorrectas. Quedara mejor la del
texto diciéndose : Harta ventura tiene
un delincuejile en cuya lengua está su
vida ó su muerte. — Las probanzas tam-
poco tienen lengua, como parecen so-
nar las palabras de este pasaje. Pudie-
ra haberse escrito : Y no en la de los
testigos y en las probanzas.
5. Lenguaje impropio en un ministro
de justicia, y mucho, más á presencia
de ios delincuentes. Á no ser que diga-
mos que los guardas de este capítulo
eran de la misma calaña que los guar-
dados, y que á todos pudiera incluír-
seles sin escrúpulo en la misma cadena.
Caso que no debía ser raro en aquellos
tiempos, como suelen indii'ar frecuen-
temente las relaciones y noticias de
nuestros libros, según las cuales, el
alguacil merecía muchas veces ser al-
guacilado.
23
35 i
DON QUIJOTK DK I.A MANCHA
cual, pasando al tercero, preguntó lo que á los otros, el cual^ de
l)re.sto y con mucho desenfado respondió y dijo : Yo voy por cinco
a líos á las señoras g-urapas por faUarniíí diez ducados. Yo daré
veinte de muy buena gana, dijo D. Quijote, por libraros desa pesa-
dumbre. Eso me parece, respondió el galeote, como quien tiene
dineros en mitad del golfo, y .se está muriendo de hambre, sin
lener adonde comprar lo que ha menester; dígolo, porque si á su
tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora
me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola («j del escribano 2, y
avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en
mitad de la plaza de Zocodover ^ de Toledo, y no en este camino
1. Abuso del pronombre relativo, fre-
cuente en el Quijote, que, como se lia
observado ya alguna vez, aliila los
periodos haciéndolos interminables, y
quilándoles el coulorno y redondez que
les conviene.
2. Untado es lo mismo que compra-
do ú corrompido con dinero; metáfora
tomada del que laila con aceite ó sebo
la rueda para que corra más á su gusto.
XV esla semejanza facilita el dinero las
cosas, por lo cual suele dársele el
nombre de nulo de Méjico.
¡'éitdola, voz anticuada por 7)Z7í/n(Tí, de
donde scllamt'i pendoUsla al esciibien te ;
el uso ha conservado el derivado y olvi-
dado el primitivo, como ha sucedido
también en otros casos. £?npe/if/o/a/' por
emplumar se encuentra en las poesias
del Arcipreste de Hita (a).
Dase a entender en ei texto la mala
opinión que se tenia ireneralmente de
los escribanos en tiempo de Cervantes,
el cual se explici» con más claridad en
los Trabajos de Pérsiles t/Sigiamunda,
donde, refiriendo la prisión de Perian-
dro, ocasionada por el asesinato de
D.Diego de Párraces,dii-e asi: En olien-
do los Sí! I rapas de la pluma que tenían
lana los peregrinos, quisieron trasqui-
larlos, como es uso y costumbre, Itnsla los
huesos[h). .Nuestros libros de entonces
hablan de la corrupción y venalidad de
(a) Copla 261. — (6) Lib. III, cap. IV.
(a) Untarlo con ellos la péndola. — Es cu-
rioso el paralelismo que se observa en el
lenguaje de l.i gente maleante en fiaiicés y
en espaiiol. El francés ilice : yratsser lapalte
por untar la mano ; te payer la tete df (juel-
qu'un, por tomarle á uno el pelo, etc., etc.
M. de T.)
los escribanos como de cosa ordinaria.
Creyóse alguna vez que la causa del
mal era sue.xeesivo numero, y por esla
consideración el Reino, junto en Cortes
pidió y obtuvo que no se recibiese de
nuevo ningún escribano en seis años ;
y no bastando este plazo, se extendió
á veinte años por decreto de 10 de Fe-
brero de 1623.
Cristóbal Suárez de Figueroa, en su
Plaza universal (a), hace mención de
los escribanos de más nombre que
había en .Madrid á principios del
siglo XVII, que era cuando se publicaba
el QuijoTK.
3. Oi decir á D. José Antonio Conde
que Zocodover equivale á mercado ó
plaza pequeña. Y esto coincide con la
noticiade Andrés Naujero(íij, embajador
veneciano, el cual, en las rela,ciones de
su viaje de España por los años de lü2S
dice que la ciudad de Toledo no tenía
más plaza que la de Zocodover, che é
molió piccola.
Que se daba el nombre de zocor (y) á la
plaza de Argel, lo dice el Padre Fr. Die-
go de Haeducnla ropoíírri/'ía de aquella
ciudad. t;on lo que se conforma aquel
pasaje de la comedia de CervanU-
intitulada El trato de Argel, donde Izui
dice á Zara :
Viniendo por el zoco, me fué dicho
Cómo el Rey me mandaba que llevase
A Silvia y á Aurelio á su presencia.
(1) Discurso X.
(3) Naujero. — Andrés Mavajero he visto'
siempre en los autores de entonces.
Í.M. de T.)
(v) Zoeo. — Desde la guerra de Áfric^
todo el mundo sabe en España que zom sig-
mñca, plaza ó mercado. (M. deT.)
l'ItlMKIU PAlflK. — CAPÍTI'I.O XXll .']í>5
.'ilraillado como i^al^o; jioro Dios es grarulíí, ¡);ic¡(:iH'¡a y hasta.
I*as(') I). Ollijolíí al (Miarlo, (|ii(í (ira un IioiuI)í'(í (l(i v(ím'ial)I(! rosiro,
con una harha blanca ((hc lo pasaba del j>(H'h(j, el cual, oyc'TKJose
pref^iinlar la causa por (pi(^ allí venía, comenz(i jí llorar, y no res-
pondic) palabra ; nu'ís el (juinlo condenado le sirvitj de lengua *, y
dijo : Esle honibi'e lionraílo va por cuatro años á galeras, haljiendo
paseado las acosíuuibi-adas'- vcstitlo en pompa y ü caballo, l'lso es,
dijo Sancho Panza, á lo que á mí me parece, haber salido á la ver-
güenza. Así es, replicó (;I galeote, y la culpa por que le dieron esta
pena, es por haber sido corredor de oreja ^ y aun de todo el
cuerpo; en efecto, quiero decir que este caballero va por alcahuete,
y por tener asimesmo esas puntas y collar de hechicero''. Á no
liaberle añadido esas puntas de collar, dijo D. Quijote, por sola-
menlo alcahuete limpio no merecía el ir ;í bogar en las galeras,
sino á mandallas y á ser general deltas ■', porque no es así como
Siendo eslo así, las palabras plaza
de /Jococíorer envuelven el mismo pleo-
nasmo (|uc puente de Alcántara, rio
Guadiana, ciudad de Medina, castillo
de Alcalá, y otros ejemplos semejantes
en nombres que nos vienen de los
.1 rabos.
1. Hábil') por él ó le sirvió de intér-
prete. Lenijua, además de la signilica-
(;i(')n |irimiliva, tiene otras, entre ellas
la de espía, en la que usó de esta voz
D. Diego de Mendoza en la guerra de los
moriscos de Granada; pero se emplea
más frecuentemente en sentido de intér-
prete, como se ve en la Historia gene-
ral de tai Indias, escrita por Antonio
de Herrera, y en otros libros de aquel
tiempo.
2. Se sobreentiende calles, y se alude
á la fórmula ordinaria de la condena á
la pena de azotes, en que se mandaba
llevar al reo por las calles acostumbra-
das. Así se expresa en la aventura de
maese Pedro, referida en el capí tuto XX Vi
de la segunda parte, d(mde se dice que
el Rey Marsilio de Sansueña mandó
que azotasen á un descomedido moro,
llevándole por las calles acostumljra-
das.
3. Corredor de oreja ó de cambios es
el agente comercial que busca letras
para otras plazas y ajusta y negocia
los intereses del cambio. Aquí, en len-
guaje picaresco, se aplica el mismo
nombre á los que ajustan y conciertan
negocios de otra clase menos decente.
por lo cual se dijo corredor de oreja y
aun de lodo el cuerpo.
4. /"un/tfí eran guarniciones de randa
ó encaje, que solían ponerse unas veces
en los pañuelos, como el que sirvió á
Montesinos para limpiar el corazón de
Durandarte, según se refiere en la parte
segunda [a), y otras en las valonas,
como en las de los diablos que Altisi-
dora dijo haber visto jugando á la pelo-
ta á la puerta del infierno [b\. En la
misma segunda parte (c) cuenta Teresa
Panza que su hija Sanchica ganaba
cada día ocho maravedís horros hacien-
do puntas de randas : y del Gura Pero
Pérez se dice también que tenía sus
puntas y collares de poeta (d). Por con-
siguiente, las puntas y collar, que eran
adornos de la persona, se toman iróni-
camente en el texto por añadiduras y
desperdicios de hechicero.
5. Nada más salado que esta salida de
D. Quijote, el elogio que hace del ofi-
cio y profesión de la tercería, y la de-
claración magistral de la aptitud y mé-
rito del alcahuete para ser general de
galeras, y al mismo tiempo nada más
propio de una cabeza infatuada con la
lectura de los libros caballerescos, donde
á cada paso se ve ejercitado semejante
oficio por personas de la primera jerar-
quía, y aun por los mismos caballeros
que mandaron galeras, v. gr. Tirante :
(a) Cap. XXIII. — (6) Cap. LXX.
Gap. m. — (d) Ib., cap. LXVH.
{'-■)
356
DON QUIJOTE DE L.\ MANCHA
quiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos, y necesa-
rísimo en la república bien ordenada, y que no le debía ejercer
sino gente muy bien nacida, y aun había de haber veedor y exa-
minador de los tales, como le hay de los demás oficios, con número
deputado y conocido, como corredores de lonja. Y desta manera se
excusarían muchos males que se causan por andar este oficio y
ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como son
mujercillas de poco más ó menos, pajecillos y truhanes de pocos
años y de muy poca experiencia, que á la más necesaria ocasión, y
cuando es menester dar una traza que importe, se les hielan las
migas entre la boca y la mano \ y no saben cuál es su mano dere-
cha. Quisiera pasar adelante, y dar las razones por qué convenía
el Blanco, el cual hizo de medianero
en los amores do Felipe, Príncipe de
Francia, con la Infanta de Sicilia Rico-
mana según se cuenta en la primera
parte de su historia ((/-. También es
gracioso ver cómo D. Quijote, después
de ponderar la importancia, conve-
niencia y aun necesidad de hacer oficio
especial de alcahuete con veedor, exa-
minador y número fijo como lo tienen
otros, concluye diciendo gravemente :
No es este lugar acomodado para tra-
tar de la materia : algiín día lo diré á
quien lo pueda proveer y remediar. Cer-
vantes esforzó hasta lo último la sátira
contra el infame oficio de alcahuete,
por lo mismo que lo halló recomendado
y autorizado por los ejemplos de Prín-
cipes y Princesas en los libros de Ca-
ballería. En esto obró conforme al in-
tento general de su fábula, y aprovechó
esta ocasión, en que concurría lo feo
del vicio con la oportunidad y gracia
de la censura.
1. Hablaría D. Quijote de las alca-
huetas de su tiempo ó de su aldea,
porque en las historias de la Caballería
las hallaba que podían arder en un
candil. Tal era la doncella Carmela,
por cuya industria Esplandián, metido
en la tumba que había ganado en la
Peña de la Doncella encantada, fué in-
troducido en el palacio del Emperador
de Constantinopla y en la cámara de
la Infanta Leonorina. Asi se vieron
la noche siguiente esta Princesa y su
amante Esplandián, mediando la Reina
Menoresa, confidenta de Leonorina, la
cual, á instigación suya, consintió, que
Esplandián le besase las manos. Á la
madrugada, Menoresa, temiendo que de
aquel (¡runde atrevimiento alguna des-
ventura, siendo sabido, no redundase,
advirtió á Esplandián que era tiempo
de irse. Y por industria y disposición de
la misma doncella Carmela, volvió Es-
plandián á salir de palacio metido en
la tumba (a). — Menoresa y Carmela
no eran mujercillas de poco más á
menos, ni se les helaban fas migas de
las manos á la boca.
El Arcipreste de Hita participó algo
de las ideas que manifiesta aquí D. Qui-
jote : celebró en sus versos la habilidad
de la alcahueta Urraca, compuso su
elogio fúnebre, lloró su muerte, j' como
á persona de importancia le consagró
este epitafio :
Urraca so que yago so esla sepultura.
En cuanto fui al mundo, hove vicio c sol
[tura.
Prendióme sin sospecha la muerte en sus
[redes ;
Parantes et amigos ¿aquí non me acorredes?
Obrad bien en la vida, á Dios non lo erredes,
Que bien como yo morí, así todos morredes.
El que aquí llegare, si Dios le bendiga...
Que por raí pecadora un Pater noster diga ;
Si desir non lo quisiere, á muerta non mal-
[diga.
Lo de helarse las migas es una expre-
sión proverbial contra los negligentes
y descuidados : pero Cervantes la estro-
peó algún tanto, porque no se dice
helarse las migas entre la boca y la ma-
no, sino délas manos á la boca, lo cual
explica mejor el concepto.
(a) Cap. XXXVI y XXXVIl.
(a) Sergas, cap. XLV, XGVI y XCVU.
PRIMERA PARTE. — CAPÍTULO XXII
3r,7
hacer elección de los quo en la república habían de tener lan nece-
sario olicio, |)ero no es el liij^'-ar acomodado para olio ; algún día lo
»lirc.¡i (piien lo puí^da proveer y remediar. Sólo digo ahora, (juc la
pena que me ha causado ver estas blancas canas y este rostro ve-
nerable en tanta fatiga por alcahuete, me la ha quitado el adjunto
de ser hechicero, aunque bien se que no hay hechizos en el mundo
que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples
piensan ; que es libre nuestro albedrío, y no hay hierba ni encanto
que le fuerce. Lo que suelen hacer algunas mujercillas simples y
algunos embusteros bellacos', es algunas mixturas y venenos con
1. Cervantes, que como hombre de
claro entendimiento conocin. los errores,
y como desgraciado tenia inclinación
;i la sátira, no omite ocasión de tildar
y ridiculizar las })reo(upaciones co-
munes de su tiempo. Aquí lo hace con
las que el vulgo español, y aun de toda
la Europa, tenia entonces sobre los
hechizos. Estas vanas creencias, que
nacieron en la miís remota antigüedad
y prevalecieron aun entre los cultos
f:riegos, hubieron de desacreditarse con
a introducción del cristianismo ; pero
después volvieron á sacar la cabeza en
tiempos de ignorancia, y en el siglo xii
aparecen ya en el Fuero Juzgo traducido
al castellano, el cual, extendiéndose á
lo que no decía el original latino, señala
penas á los proviceros, ó los qve facen
caer la piedra en las vinas ó en las
mieses, ó los que fablan con los diablos,
é les facen torvar las voluntades d los
omnes é á las muieres (a). Las leyes de
Partida, hablando de este mismo asunto,
se muestran menos crédulas, pero más
severas, y en las penas que imponen á
los que facen imagines ó otros fechizos
ó dan hierbas para enamoramiento de
los homes et de las mujeres (6), mani-
fiestan que eran frecuentes, tanto estos
excesos como las ideas supersticiosas
que los ocasionaban. Hácese mención
de lo mismo en el Corbacho del Arci-
preste de Talavera, y en la tragicome-
dia de la Celestina, donde se describen
por menor los ingredientes de que
usaba aquella embaidora en sus con-
fecciones, entre ellos soga de ahorcado
y sangre de murciélago, para remediar
amores y conciliar voluntades, y con
especialidad los que empleó en el
hechizo dado á la desgraciada Melibea
para enamorarla de Calixto [a]. Por las
disposiciones contra las hechicerías,
adevinanzas, agüeros y otras supersti-
ciones prohibidas, que se tomaron en la
Nueva Recopilación, publicada á prin-
cipios del reinado de Felipe 11 ib), se ve
que continuaban las mismas preocu-
paciones y los excesos á que daban
lugar; y lo mismo muestran las actas
de las Cortes del Reino que se juntaron
el año de 1592, y pidieron (c) que se
ejecutasen con rigor las expresadas dis-
posiciones, que se castigase á los jueces
remisos en cumplirlas, y que se tuviesen
presentes en las residencias tomadas
á los magistrados. El jesuíta Martin
del Rio, contemporáneo de nuestro
Cervantes, escribió con el titulo de Dis-
quisiciones mágicas, un libro de porten-
tosa erudición y credulidad, donde
pueden verse reunidas las preocupa-
ciones y errores del género humano
en este asunto y otros semejantes.
Allí se recopilaron muchas noticias
acerca de los bebedizos ó filtros ama-
torios entre los antiguos y los modernos,
y sobre las ridiculas materias de que
solían componerse.
Tales son los errores que aquí reprende
Cervantes, y lo mismo hizo en la novela
de la Española Inglesa, donde dice que
lo que llaman hechizos, no son sino
embustes y disparates. Y en la novela
del Licenciado Vidriera, cuenta que
enamorada y desdeñada de él una dama,
le dio por consejo de una morisca en
un membrillo toledano uno destos que
llaman hechizos, creyendo que le daba
cosa que le forzase la voluntad á que-
rerla, como si hubiese en el mundo hier-
(a)Lib.VI,tít. II, ley IV.
tít. XXIII, ley II y III.
(6) Parte VII,
(a) Acto III. — (6) Lib. VIH, tít. XIII, ley
VI. — (c) Petición 69.
358
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
que vuelven locos á los hombres, dando á entender que tienen
fuerza para hacer quer(ir bien, siendo, como digo, cosa imposible
forzar la voluntad. Asi es, dijo el buen viejo; y en verdad, señor,
que en lo de hechicero que no tuve culpa, en lo de alcahuete no
lo pudo negar ; pero nunca pensé que ha(-ia mal en ello, que toda
mi intención era que lodo el mundo se holgase, y viviese en paz y
(juielud sin pendencias ni penas; pero no me aprovechó nada este
buen deseo para dejar de ir adonde no espero volver, según me
cargan los años y un mal de orina que llevo, que no me deja repo-
sar un ralo ; y aquí tornó á su llanto como de primero, y túvole
Sancho lauta compasión, que sacó un real de á cuairo* del seno, y
se le dio de lismona. Pasó adelante IJ. Quijote, y preguntó á otro
su delito, el cual respondió con no menos, sino con mucha más
gallardía 2 que el pasado; yo voy aquí, porque me burlé demasia-
damente con dos primas hermanas mías, y con otras dos hermanas
que no lo eran mías ; finalmente, tanto me burlé con todas, que
resultó de la Ijurla crecer la parentela tan inli-icadamenle, que no
hay sumista que la declare. Probóseme todo, faltó favor^, no tuve
has, encantos 7ii palabras suficientes á
forzar el libre albedriu: y asi, continúa,
ias que dan estas bebidas ó comidas
amatorias, se llaman venéficas, porque
no es otra cosa lo que hacen sino dar
veneno á quien las toma, como lo tiene
mostrado la experiencia en muchas y
diversas ocasiones.
En estos pasajes mostró Cervantes
sus propias ideas; pero en el presente
del texto ptldiera haber reflexionado,
que el que hablaba era D. Quijote, en
el cual este lenguaje no era muy con-
forme con las noticias que le suminis-
traba la biblioteca caballeresc' sobre
la eficacia de los bebedizos, por ejemplo
la copa hechizada de que bebieron Tris-
tán é Iseo, y que dio ocasión forzosa é
inevitable á sus largos y desgraciados
amores.
i. Mitad del real de á ocho, que fué
el precio que Sancho asignó en el capí-
tulo XXI á la bacia, condecorada con
el titulo de Yelmo de Mambrino.
2. El orden no está bien. Debiera
decir : no con menos, sino con mucha
más f/allardia. La partícula .«tino exige
que la preceda en su debido lugar otra
á quien se refiera: y tiene tal fuerza esta
colocación, que si se altera cambia y
destruye el sentido, como sucede en la
expresión présenle, la cual equivale á
esta otra : respondió con ifjual si no cnn
mucha más gallardía, donde desaparece
la contrariedad que debe haber eniíe
menos y mucha uins. La negación debe
recaer, no sobre el menos, sino sobre
el con menos.
3. Esto y lo que resta del periodo
está dicho con rapidez, y pudiera servir
de modelo perfecto del estilo de hablar
cortado por miembros sueltos, á iiu
ser por la consonancia de dineros y tra-
gaderos, que afea el pasaje, y hubiera
podido evitarse muy fácilmente. —
Perderlos tragaderos es ser ahorcado :
así lo indica él galeote en metáfora pi-
caresca.
Por este y otros testimonios de los
libros de Cervantes y de infinitos escri-
tores coetáneos, se ve que la adminis-
tración de justicia en aquella época es-
taba muy distante de ser tan recta y
justificacW como debiera: que especial-
mente los escribanos y los alguaciles
eran por lo general venales y corrom-
pidos : en suma, que si hemos de juzgar
por los documentos que nos quedan,
bien podemos lisonjearnos de vivir en
mejor edad que Cervantes y sus con-
temporáneos. Si de los vicios del foro
pasamos á otros generales de la socie-
dad, los que andan siempre ponderando
la depravación de las costumbres ao-
pniMiMiA PArriE. — capítulo xxii 339
(liiKMos, vimc ;i iiiipic de pcrdci- los tragaderos, sentenciáronme á
i^alci-Ms por seis anos, coiiscnlí, castigo es d<! mi culp;i, mozo soy,
duro la vida, (pu^ con ella todo se alcanza. Si vuestra merced, señor
calJallero, lleva alguna cosa con que socorrer á estos pobretes.
Dios se lo pagará en el cielo, y nosotros tendremos en la tierra
cuidado de rogar á Dios en nuestras oraciones por la vida y salud
de vuesira merced, que sea lan larga y tan buena como su buena
presencia nuTcce. Este iba en hábito de estudiante, y dijo una de
las guardas que era muy grande hablador y muy gentil latino ^
Tras lodos estos venía un hombre de muy buen parecer, de edad de
treinta aflos, sino que al mirar metía el un ojo en el otro (a); un poco
venía diferentemente atado que los demás ^, porque traía una ca-
dena al pie lan grande, que se la liaba por todo el cuerpo, y dos
argollas á la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que
llaman guardaamigo ó pie de amigo, de la cual deccndían dos
hierros que llegaban á la cintura, en los cuales se asían dos esposas,
donde llevaba las manos cerradas con un grueso candado, de ma-
nera que ni con las manos podía llegar á la boca, ni podía bajarla
cabeza á llegar á las manos. Preguntó D. Quijote, que como iba
aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle
la guarda ; porque tenía aqUel solo más delitos que todos los otros
juntos, y que era tan atrevido y tan grande bellaco, que aunque le
llevaban de acjuella manera, no iban seguros del, sino que temían
tuales y la inocencia de las antiguas, 1. Gentil, vocablo que cuando subs-
pueden consultar, si gustan, los escritos tantivo, es de vituperio y significa
del Arcipreste de Hita por lo que toca pagano, idólatra; y cuando adjetivo,
al siglo XIV, el Corbacho del Arcipreste es de elogio, y significa gallardo, exce-
de Talavera para el xv, la Celestina, /e?ííe. En la primera acepción dio origen
la Propaladla de Torres Naharro, el á gentilidady gejitilisino; en \a.fíegunda.
Lazarillo de formes, los Picaros Guz- A genlileza, que vale hermosura y
man y J?ís/¿na, el CoZo(/?íío de los perros gallardía. Soa arbitrariedades y capri-
del hospital de Valladolid, la novela de chos del uso.
Rinconele y otros héroes de Sevilla 2. U/i poco son palabras que sobran
para el decantado siglo xvi, el Tacaño absolutamente, y se conoce que á Car-
de Quevedo. y el Teatro de Lope y Gal- vantes se le olvidó tacharlas en su ma-
derón para el xvu. Allí y en otros mu- nuscrito. Tanto más, que á continua-
chos libros, pero señaladamente en ción se describen las cadenas y pri-
éstos, verán las costumbres de los tiem- siones que traía puestas, y no era
pos á que respectivamente pertenecen : ciertamente ;;oca, sino mudta la dife-
y dudo mucho quf si proceden de rencia con que el galeote de quien se
buena fe, nos repitan sus invectivas trata venía atado respecto de sus cora-
contra lo que es, y sus encomios de lo pañeros. Elguardaamigo ó pie de amigo
que fué. '"ra una horquilla que se ponía debajo
de la barba á los reos, para que no
(a) El un oía en el otro : un poco. etc. Se- pudiesen ocultar el rostro cuando lo^
ffún el Sr. Cortejón : eluti ojo en el otro un sacaban a azotar, o a la vergüenza. A
poco. Venia, etc. '^ cuenta, se temía que no acabasen de
(M. de T.) perderla enteramente.
360
DON QUIJOTE DE I.A MANCHA
que se les había de huir. ¿Qué delitos putnle tener, dijo D. Quijote,
si no lian merecido más pena que echarh; á las galeras? Va por diez
años, replicó la guarda, que es como muerte civil •; no se quiera
saber más sino que este buen hombre es el famoso Ginésde Pasa-
monte, que por otro nombre llaman ríinesillo de Parapilla. Señor
Comisario, dijo entonces el galeote, vayase poco á poco, y no an-
demos ahora á deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo
y no Ginesillo, y Pasamonte^ es mi alcurnia, y no Parapilla, como
voacé dice; y cada uno se dé una vuelta á la redonda, y no hará
poco. Hable con menos tono, replicó el Comisario, señor ladrón
de más de la marca ^, si no quiere que le haga callar mal que le
pese. Bien parece, respondió el galeote, que va el hombre como
Dioses servido ; pero algún día sabrá alguno si me llamo Gine-
sillo de Parapilla ó no. ¿Pues no te llaman así, embustero ? dijo la
guarda. Sí llaman, respondió Ginés; más yo haré que no me lo lla-
men, ó me las pelaría '' donde yo digo entre mis dientes. Señor
caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya, y vaya con Dios,
que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mía
quiere saber, sepa que soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está
escrita por estos pulgares'*. Dice verdad, dijo el Comisario, que
él mismo ha escrito su historia, que no hay más que desear y deja
1. Muerte civil se llama á la prisión
ó pena perpetua, porque el que la pa-
dece ha muerto á los derechos de ciu-
dadano.
2. Quiere decir que Pasamonte es el
apellido de su familia. — Así como hay
nombres poéticos, también los hay
caballerescos. Pasamontees nombre de
un gigante en Pulci, y equivale tam-
bién al del Rey Percefuresl, uno de
los héroes de la primitiva caballería
andante de la Tabla Redonda.
Uno de los que firmaron la relación
topográOcade Tembleque en la Mancha,
dada de orden de Felipe 11 el año
de lolu, y que por consiguiente seria
fiersona notable en aquel pueblo, se
lamaba Alonso Sánchez de Pasamonte.
Hago esta observación, porque como
yo sospecho que nada huelga en el
Quijote, y que éste contiene frecuen-
temente alusiones á sucesos del tiempo
y de la vida de su autor, no sería
extraño que hubiese dado margen á
la pintura de Ginés alguna de las aven-
turas, ó por mejor decir, desventuras
de Cervantes en la Mancha.
3. Marca es la medida establecida
para alguna cosa, como para la alzada
de las caballerías, la talla de las per-
sonas, el tamaño del papel, lo largo de
las espadas y otras armas ; y así ladróii
de más de la marca es ladrón que
excede á los ladrones ordinarios, gran
ladrón .
4. Se entiende, las barbas. Cuando
se usaba llevarlas crecidas, era señal de
sentimiento y duelo raerse las propias,
y causaba afrenta cortar, mesar ó pelar
las ajenas. Por el contrario, cuando se
raía la barba por costumbre, era de-
mostración de dolor el dejarla crecer.
En un romance antiguo de que se
copió un trozo en las notas al capí-
tulo X, Montesinos, lleno de furor y
despecho, juraba no pelarse las barbas
hasta que se vengase, y aquí Ginés de
Pasamonte juraba pelárselas si no se
vengaba ; uno y otro indicaban que lo
contrario era la práctica general y
común de su siglo.
5. Expresión de la tragicomedia de
Calixto y Melibea, ó la Celestina, en
cuyo acto cuarto se dice, hablando de
un hilado y alabándolo: hilado todo
por estos pulgares, aspado y aderezado.
pniMEHA PArtri:.
CAPÍTULO XXII
361
empeñado el libro en la cárcel en (loscientos reales. Y le pienso
(|uiLar ', (lijo (liiKÍs, si quedara en doscientos ducados. ¿Tan bueno
es? dijo L). Ouijole. Es tan bueno, respondió (jinés, que mal año
para La/arillo de Torinrs-, y para lodos cuanlos de a(ju(d género
se lian escrito ó escribieron; lo que le sé decir á voacé, es que
trata verdades, y que son verdades tan lindas^y tan donosas, que no
puede haber mentiras que se le igualen. ¿Y cómo se intitula el
libro? preguntó D. Quijote. La vida de Ginés de Pasamonte, res-
pondió él mismo. ¿ Y está acabado? preguntó D. Quijote. ¿Cómo
puede estar acabado, respondió él, si aun no está acabada mi
vida ? Lo (pie está escrito, es desde mi nacimiento hasta el punto
que esta última voz me han echado en galeras. ¿Luego otra vez
habéis estado en ellas? dijo I). Quijote. Para servir á Dios val
1. Quitar es aquí desempeñar^ según
observa Pellicer; en el capitulo \IX
significa dar por quito ó libre, cuando
el Bdcliiller Alonso López decía ;í Don
Quijote, que Dios por medio de unas
calenturas pestilentes, había privado de
la vida al diíunto que llevaban á
Segovia : desa suerte, dijo D. Quijote,
quitado (oí) me lia nuestro Señor el tra-
bajo que había de tomar en venr/ar
su muerte, si otro alguno le hubiera
muerto. Fuera de estas dus acepciones y
la primitiva der/í/i/or, que es arrebatar
ó tomar por fuerza, todavía tiene la de
dejar ó abandonar, que alguno quizá
tomaría á galicismo, pero que se en-
cuentra en los hermosos versos dellibro
de las Querellas '(B) del Rey D. Alonso
el Sabio, que se copiaron en una nota
anterior :
Á ti que quitaste la tierra é cabdal
Por las mías faciondas en Roma é Allende.
2. Mal año, expresión con que se
muestra despreciar una cosa en com-
paración de otra. Y según esto, muy
alto concepto debía tener Ginés del
libro de su vida, cuando lo prefería á
la de Lazarillo de 'Formes, y sus for-
tunas y adversidades, obra de D. Diego
(a) Quitado. — No viene á cuento la cita
del cap. XIX, pues quitar está empleado en
sentido corriente : Me quitó un peso de en-
cima ; me quita los bocados de la boca, etc.
(M. de T.)
(:í) Qtierellas. — Este libro es una super-
chería de Pellicer. (M. de T.)
Hurtado de Mendoza (y), uno de los
insignes escritores castellanos del si-
glo XVI. No faltó quien la atribuyese á
Pr. Juan de Ortega, monje Jerónimo ;
pero la opinión general y el estilo del
libro deponen á favor de D. Diego de
Mendoza. A poco de estampado lo pro-
hibió la Inquisición; mas hechas
algunas supresiones, el Consejo Real
permitió su publicación el año de 1573,
dos antes de la muerte de su autor ; y
desde entonces se han repetidomuchas
ediciones dentro y fuera de España, en
castellano, en italiano y en francés.
A su imitación se atrevió Juan Cortés
de Tolosa á escribir el Lazarillo de
Manzanares, publicado el año de 1620 ;
empresa tan temeraria como la de
Alonso Fernández de Avellaneda, y la
del otro que á fines del siglo último
tuvo la osadía de publicar el Quijote
de la Cantabria. Semejantes libros
llevan su descrédito en el mismo título,
por la imposibilidad de sostener la
comparación que excitan.
Considerando lo apasionado que fué
Cervantes áD. Diego de Mendoza, como
lo mostró celebrándolo con encare-
cidos encomios en la Galatea bajo el
nombre de Meliso, se puede sospechar
que no es sincera la preferencia que
da sobre el Lazarillo á la vida de Pasa-
monte, y que aquél mal año es irónico
y envuelve algún sentido que no se
explica. Cuál pudo ser éste, se dirá en
las notas siguientes.
(t) Ya queda dicho que El Lazarillo no es
de Mendoza. (M. de T.)
36íi
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé á qué sabe el bizcocho
y el corbacho* respondió Ginés, y no me pesa mucho de ir á ellas,
por(|ue allí tendré luí^ar de acabar mi libro ^, que me (juedan mu-
chas cosas que decir, y en las ^(aleras úc España hay más sosiego
de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho más
para lo que yo tengo de escribir**, porque meló sé de coro. Ibíbil
pareces, dijo D. Quijote. Y desdichado, respondió Ginés, porque
siempre las desdichas i)ersiguen al buen ingenio. Persiguen á los
1. Bizcocho es his codas, cocido dos
veces, porque lo está el pan que se
lleva y gasta en las navefraciones,
para que de esta suerte se conserve sin
enmohecerse. La ración del galeote
eran veinte y seis onzas de bizcocho, si
no mintió el Picaro Guzmánen la rela-
ción de sus aventuras (a). El uso de
esta especie de pan era ya conocido en
la Edad Media, según se ve por las
crónicas castellanas de aquel tiempo,
que hacen mención del bizcocho de
que se proveían las galeras, como lo
hicieron las del Conde D. Pero Niño
en un puerto de Picardía, durante su
campaña marítima del año 1406 (/j).
Ahora suele dársele el nombre de
gállela. El de bizcocho se da también
al yeso que se fabrica de yesones
empleados ya anteriormente en'los edi-
ficios y vueltos á quemar segunda vez,
porque también es bis coclnm. Otras
clases hay de hizcochos, masas deli-
cadas de las confiterías, cuyo nombre,
si se atiende á la etimología, debe
escribirse vizcochos, porque se deriva
de vix cactus.
Corbacho o rehenqxte., como se le
llama en el capitulo LXlll de la se-
gunda parte, era el azoto con que el
cómitro de la galera mosqueaba, según
allí se dice, las espaldas de la chitsxia.
Por alusión ;i esto se di{'> el nombre de
Coi-hacho á dos obras satíricas contra
las malas mujeres, una italiana del
Boccaccio, y otra castellana escrita
después por el Arcipreste de Talavera.
— Corbacho equivale al maslix de los
griegos y latinos.
2. En una advertencia que precede á
la \'ida del Picaro Guzmñn de Alfa-
rache, publicada pocos años antes que
la primera parte del Quijote, su autor,
(a) Parte II, lib.. III. cap. VIH.
crónica, parte II, cap. XXXIX.
ib) Sa
Mateo Alemán, dice:Jí7mis;«o(Guzmán)
escribe su historia desde las {/aleras,
donde queda forzado al remo por de-
litos que citinetió, liahiendo sido ladrón
famosísimo. Si aplicatido este rasgo de
semejanza á la vida de Ginés de Pasa-
monte quiso Cervantes indicar por ella
la del Picaro Guzmnn, y si la prefe-
rencia que poco antes se le da á la
primera sobre el libro de Lazarillo de
Toniies, y sobre todos cuantos de aquel
género se han escrito, es elogio ó más
bien censura de la obra de Mateo
.\lemán, son dudas que ocurren, pero
imposibles ya de apurarse. No es así
lo que se añade de que en las galeras
de España había más sosiego de aquel
que seria menester : expresi(in enf.iüca,
que desde luego tiene fisonomía de sa-
tírica, y que en un hombre que había
navegado tanto y conocía tanto la con-
ducta de moros y cristianos como Cer-
vantes, no puede menos de dirigirse
contra la flojedad y poco celo en el
corso, cruceros y movimientos de la
marina real de aquel tiempo. El Padre
llaedo, autor de laTopografia deArgel,
repite sin rebozo ni disimulo esta acu-
sación alegando en varios parajes las
pruebas de la diligencia y actividad de
los moros en las operaciones marí-
timas, mientras que se estaban laa
galeras cristianas trompeteando en los
puertos, y mug de reposo cociendo la
haba, gastando y consumiendo los días
y las noches en banquetes en jugar
dados y naipes 'a).
3. Sobra el »iíí<í. Acababa de decir que
en las galeras había más sosiego ¡fe
aquel que sería menester : y añade
aunque no es menester mucho para ¡o
que yo tengo de escrifñr porque yne lo
sé de coro. La palabra más descom-
pone el sentido, y debió borrarse.
(a) Diálofro I.
lMUMi:itA l'ARTí;.
cAi'írií.o XXII ,^63
Itcll.iros, (lijo ol Comisario. Ya le lio dirlio, señor C'omi.sario, res-
[M)ii(l¡() Pasamonle, que se vaya poco i\ poco, que aquellos señores
no Iciliorou esa vara para que mallralase d los pobretes fpie arpif
vamos, sino para (\ur. nos g'uiase y llevase adonde su Majcsiad
manda ; si no, por vida de... hasla, (pie podría ser (puí saliesen
ali^ún día en la colada las manchas cpic se liiciei'on en la venta', y
lodo el mundo calle y viva bien y hable mejor, y caminemos, que
ya es mucho i-eg-odeo éste. Alzó la vara en alto el Comisario para
dar á Pasamonle en respuesta de sus amenazas; mas D. Quijote se
puso en medio, y le rogx) (fue no le mallratasc, pues no era mucho
que (pilen llevaba tan aladas las manos, tuviese algún lanío suelta
la l(Mii,Hu\ ^. Y volvi(!Mi(lose á lodos los de la cadena, dijo : De todo
cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio
que aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que
vais á padecer no os dan mucho gusto y ([ue vais á ellas muy de
mala gana y muy contra vuestra voluntad, y que podría ser que el
poco íínimo que atjuél tuvo en el tormento, la falta de dineros
desle, el poco favor del otro, y finalmente, el torcido juicio del juez
hubiese sido causa de vuestra perdición, y de no haber salido con
la justicia que de vuestra parle teníades; todo lo cual se me re-
presenta á mí ahora en la memoria, de manera que me está di-
ciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre^ con vosotros
el efecto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar
en él la orden áe caballería que profeso, y el voto que en ella hice
de favorecerá los menesterosos'' y opresos(a) de los mayores. Pero
1. Alusión á algún incidente ocurrido
los días anteriores durante el viaje de
los galeotes en alguna venta, y en que
era culpable el Comisario : otro rasgo
de semejanza entre Pnsamonte y el
Picarón (juzmán de Alfarache. Durante
el viaje de éste con sus dignísimos
compañeros ú galeras, paró á sestear
la cadena en una venta, donde Guzmán
hizo un hurto de que se aprovechó el
Comisario (a). He aquí manclios hechas
en la venia, con cuya manifestación
(a) Parte II, lib. III, cap. VIH.
fa) Ojiresos. — Opresn es siempre adje-
tivo y no puede usarse corno participio en
los tiempos aiiTüiares. Aun su uso, como ad-
jetivo, es hoy casi exclusivo de la poesía.
CTallego, en su famosa oda Ai JJot de mayo,
dice :
Por la apresa metrópoli tendiendo.
(M. de T.)
podía amenazar un galeote al Comi-
sario. La concurrencia de estas parti-
cularidades no tiene trazas de casual y
puede confirmar la conjetura de que
en la persona de Ginés de Pasamonte
quiso señalar Cervantes la de Guzmán
de Alfarache, y las aventuras de éste
en la vida de! otro.
2. Bella expresión, no menos por In
contorneado del período y lo perfecto
del lenguaje, que por la tienignidad y
noble indulgencia del pensamiento.
3. La gradación está bien, porque
decir es menos que persuadir, y per-
suadí)' menos que forzar : pero fuera
de apetecer que tos tres verbos tuviesen
un régimen común, poniendo, verbi-
gracia, 'mandando en lugar de forzando.
Se dice persuadir que, y forzar á que.
4. El lector, que desde el principio
del capítulo vio ya áü. Quijote alarmado
con la expresión de que los galeotes
364 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
porque sé que una de las parles de la prudencia es, que lo que se
puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar á eslos
señores guardianes y Comisario sean servidos de desataros y deja-
ros ir en paz, que no ("altaríin otros que sirvan al Rey en mejores
ocasiones, porque me parece duro caso hacer esclavos á los que
Dios y naturaleza hizo libres ' ; cuanto más, señores guardas, añadió
D. Quijote, que estos pobres no han cometido nada contra vos-
otros ; allá se lo haya cada uno con su pecado ; Dios hay en el cielo
que no se descuida de castigar al malo, ni de premiar al bueno, y
no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros
hombres, no vendóles nada en ello. Pido esto con esta manse-
dumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agrade-
ceros; y cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada,
con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza. Donosa
majadería, respondió el Comisario; bueno está el donaire con que
ha salido á cabo de rato ; los forzados del Rey quiere que le dejemos,
como si tuviéramos autoridad para soltarlos, ó él la tuviera para
mandárnoslo. Vayase vuestra merced, señor, norabuena su camino
adelante, y enderécese ese bacín ^ que trae en la cabeza, y no ande
buscando tres pies al gato. Vos sois el gato y el rato y el bellaco,
respondió D. Quijote; y diciendo y haciendo, arremetió con él tan
presto, que sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él
en el suelo malherido de una lanzada, y avínole bien, que éste era el
de la escopeta^. Las demás guardas quedaron atónitas y suspensas
padecían fvierza, y decir que su oficio en tiempo de Cervantes, destinándola,
era deshacerlas y socorrer á los mise- á significar los vasos de uso preciso
rabies, está preparado para esta salida para la limpieza personal. Cel■^■anles
del hidalgo manchego. — El favor y empleó agudamente esta voz, que en
amparo délos menesterosos á que obli- su tiempo era aún equivoca, para ridi-
gaba la profesión caballeresca, no estaba culizar más el yelmo de D. Quijote. —
limitado á las dueñas y doncellas, sino Lo mismo que á bacín sucedió á otras
que se extendía á toda clase de flacos voces, que antiguamente estuvieron ad-
y necesitados de socorro. El príncipe mitidas, y ahora no lo están. Las per-
Florandino, al armar caballero á Flora- sonas de buena educación quisieron
mor, le preguntaba : D¿, doncel ; ¿ pro- honestar ciertas cosas puercas y asque-
metes de dar tu a>/uda tí todos aquellos rosas, designándolas con nombres que
que de ellahubiesen necesidad ? Sí juro, entonces eran decentes, y lo quesucedió
dijo él: entonces la doncella Armínda fué, que las cosas comunicaron su feal-
le ciñó la espada, y el principe le calzó dad á los nuevos nombres, y éstos
la espuela. Esto pasaba en una barca á quedaron proscriptos del lenguaje culto
la luz de la luna (a). y cortesano.
1. Hizo por hicieron. 3. Al principio de este capítulo se
2. Bacín, palabra que en lo antiguo dijo que eran dos los de á pie, y otros
significaba bacía ó palancana, y que dos los que venían á caballo y con es-
el uso empezaba ya á hacer indecente copetas. En la presente expresión, se
supone que no la llevaba sino uno solo :
en las siguientes se indica que los dea
(a) Caftaiíero de /a Cruz, libro II, cap. XIV. caballo no tenían más armas que sus
PRIMEIU PAUTF.. — CAPÍTULO XXII 365
(Jcl no esperado aconlocim¡«Milo; pero volviendo sobre si, pusieron
mano ;i sus esjjadas los de á caballo, y los de á pie á sus dardos, y
arremetieron á D. Ouijote, que con nuicbo sosiego los aguardaba ; y
sin (luda lo pasaranial, si los galeotes, viendo la ocasión que seles
ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraran, procurando romper la
cadena donde venían ensartados. Fué larevucltade manera, que las
guardas, ya por acudirá los galeotes que se desataban, ya por aco-
nuiter á D. (J'^ii.io'-e que los acometía', no hicieron cosa quefuesede
provecho. Ayudó Sancho por su parte á la soltura de Ginésde Fasa-
uionte, (|ue i'uéel primero que saltó en la campaña libre y desem-
barazado, y arremetiendo al Comisario caído, le quitó la espada y
la escoi)eta, con la cual, apuntando al uno y señalando al otro sin
dispararla jamás, no quedó guarda en todo el campo, porque se
fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte, como de las
muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban. Entris-
tecióse mucho Sancho deste suceso -, porque se le representó que
los que iban huyendo habían de dar noticia del caso ala Santa Her-
mandad, la cual á campana herida ^ saldría á buscar los delin-
cuentes, y así se lo dijo á su amo, y le rogó que luego de allí se
partiesen, y se emboscasen en la sierra que estaba cerca. Bien está
eso, dijo D. Ouijote ; pero yo sé lo que ahora conviene que se
haga ; y llamaTido á todos los galeotes, que andaban alborotados y
habían despojado al Comisario hasta dejarle en cueros, se le pu-
sieron todos á la redonda para ver lo que les mandaba, y así les
espadas; y finalmente, añadiéndose suceso, se dijera que concluido el suceso
que el Comisario derribado ei-a el de la le ocurrió que los fugitivos darían
escopeta, yquelosdeá caballo pusieron cuenta á la Santa Hermandad, y que
mano á sus espadas, resulta que eran esto le dio motivo para entrisleoers^e,
tres los montados. Tal eia la distracción se evitaba el salto de las ideas, y cesaba
V descuido con que se escribía el admi- el motivo del reparo,
rabie libro del Quijote. 3. Así lo mandaban, con efecto, las
1. Pocos renglones antes se había ordenanzas de la Hermandad. Otro si
dicho que D (^m]uÍQ,con mucho sosiego úecvm, los cuadrilleros, liief/o que el
los aguardaba; aquardar y acometer delito les fuere denunciado ó lo supieren
se contradicen. Realmente, hubiera en cualquier manera, de su oficio sean
convenido borrar las nalabras que los tenudos de seguir é mandar que sigan
acometía, que para nada eran necesa- los malhechores fasta cinco leguas
rias • con lo cual se evitara al mismo dende, faciendo todavía dar apellido,
tiempo la repetición del verbo acometer. é repicando las campanas en todo lugar
— Enel período anterior se había dicho donde llegaren, porque asimismo salgan
también procuraran procurando. y vagan de los tales lugares en prose-
2. No dice bien eslatristezadeSancho cución de los dichos malhechores, üie-
con la actividad y diligencia que ¡ica- ronse dichas ordenanzas en Córdoba, a
baba demostrar, ayudando á la soltura 7 de Julio de 1486. Este método de
de Pasamonte sin alguna transición ó convocar por medio de las campanas,
estado intermedio. Si en lugar de decir es lo que se llama tocar á somaten en
á secas que Sancho se entristeció del Cataluña, y a rebato en Castilla.
3G0
DON QUIJOTE DE L.\ MANCHA
dijo : De gentp bien nacida es agradecer* los beneficios que reci-
ben, y uno de los pecados que rnás ú Dios ofende, es la ingralitu<i.
Díi<olo, porquera liabéis vislo, señores, con manifiesta experienci.i
el que de raí habéis r(;cebido ; en {>ago del cual- querría, y es lui
voluntad, que cargados de esa cadena que quité de vuestros cue-
llos, luego os pongáis en camino y vais ú la ciudad del Toboso, \
allí os presentéis ante la señora Dulcinea ^ del Toboso, y le digái-
1. Ocurrencia y arenga lan propia de
la locura (le D. Quijote, como delingenio
de Cervanteí;. ¡ Qué contraste entre la
sandez de un loco honrado y sincero
con la retlexiva malignidad de unos
pillos que caminaban al remo (a)! Este
contraste lleva consigo la verisimilitud
de lo que va á suceder, y prepara el
éxito que debia tener, y electivamente
tuvo, la aventura de los galeotes.
2. Se refiere á beneficio ; pero está
ya muy trasmano, yconvendriahaberlo
repetido ó indicado de oli'o modo: Cer-
vantes, que solía incurrir tantas veces
en repeticiones no necesarias de una
misma palabra, aquí pec(3 por el ex-
tremo contrario.
3. He aqui al Toboso convertido en
ciudad poj' D. Quijote, como si se tra-
tase de Londres, de París, de Coustan-
tinopla, de Trapisonda»! de alguna corte
de las Princesas que había leído en sus
desalmados libros. .\lli encontraba los
originales que quería copiar en la oca-
sión presente, enviando los agraciados
á su sen ora, como lo había hecho tam-
bién en la aventura del vizcaíno.
Amadís de Gaula, habiendo vencido
al hraro y esquivo gigante Madarque,
señor de la Ínsula Triste, puso en li-
bei'tad .í los que tenía presos. Eran
ciento, en que había treinta caballeros
y más de cuarenta dueñas y doncellas :
todos llegaron con mucha humildad á
besar las mano^ a Amadís, diciéndole
que les mandase lo que hiciesen. El les
dijo : Amif/os, lo que ó mi más me pla-
cerá^ es que os vais á la reina Brisena,
y le digáis cómo osearía el su Cafjallero
de la ínsula Firme... y besadle las ma-
(cí) Caminnhnn al remo no es correcto. Se
dice andar al remo pero en otro sentido :
; Hola ! ¿. conque bail»l)as
Mientras yo andaba al remo?
(Saíi.^nieoo.)
M. de T.)
nos por mi (a). Y véase en este pas'ii
el vais sincopado por vayáis, como
está tambif-nenel texto del Olujoti:.
(^on palibras iguales alas copiada-
de Araadís de Gaula, envió el deGreí ¡i
al vencido gigante Cinofal á presentarsr
:''. su señora Lui-ela. princesa de Sici-
lia (h). Del Caballlero de la Cruz cuent >
su historia, que de resultas de hab
vencido y muerto á un caballero ingl.
de grande estado en el ducado ib
Guiana, sele rindieron veintidós casti-
llos, (i cuyos alcaides mandi'i fuesen
presentarse ante su señora la infan'
Andriana, hija del rey de Francia ¡t
Kn la uiisma historia se refiere que i I
infante Floramor, habiendo puesto en
libertad á más de doscientos caulivi.-
y cautivas, que estaban presos en > I
castillodel maligno encantador Arcalcí..
entre ellos á un caballero llamado Ar-
mindo, dio á éste el castillo, y le encargo
que llevase consigo á Constantinopla .,
sus compañeros de prisión y al misnid
Arcaico, y s?' presentase con lodos i\r
pai-le del Caballero de las Doacelli-
ante la princesa Cupidea, y no se apar-
tasen de ella sin .su viduntad. Con
efecto, se presentó Armindo con t.o(bv-
los libertados, y con Arcaico muy bi>'
ligado detrás de lodos ; é hincando /
hinojos ante ella, le besó las mam
diciendo : A ti, hermosa y soberai
princesa, venirnos de parte del más lu
moso y aventajado Caballero de ¡'
Doncellas... el cual besa tus hermoí-
manos tnil reces, y nos mandó que ?^-^
metiésemos en tu prisión, para que de
nosotros hicieses ü tu guisa, como aquel
que nos libró de la más cruel prisión
del mu7ido . de poder de Arcaleo el en-
cantador, que es éste que aqui trae- .
mos {d).
[a\ Amadis df Gaula, cap. LXV. — (b)í
Amadis de Grecia, parte II, cap. XL. — le}
Caballero de La Cruz, lib. I, cai>. CXXI. — 1
(d) Libro II, cap. XVI.
pniMliHA PAUTE. — CAI'ITIII.O X\II
3G7
que su caballero el de la Triste Figura se le envía á encomendar, y
le conlris puiiLo por punto Lodos los (jue ha lenido esta lamosa
aventura hasta poneros en la deseada libertad ; y hecho esto, os
podiris ir donde quisiórcdí's ;'i la buena ventura. Respondió por
todos ("linés de PasamouLe, y dijo : Lo que vuestra mercednos
manda, señor y libertador nuestro, es inqiosible de toda imposibi-
lidad cunq)lirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos,
sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando me-
terse en las entrañas de la tiei'ra, poi- no ser hallado de la Santa
Hermandad, que sin duda alguna ha de salir en nuestra busca. Lo
([ue vuestra mei'ced puede hacer, y es justo que iiaga, es mudar ese
servicio y montazgo < de la señora Dulcinea del Toboso en alguna
cantidad de Avemarias y Credos, que nosotros diremos por la in-
tención de vuestra merced, y ésta es cosa que se podrá cumj)lir de
noche y de día, huyendo ó reposando, en paz ó en guerra; pero
pensar que hemos de volver ahora á las ollas de Egipto, digo, á
Lomar nuestra cadena, y á ponernos en camino del Toboso, es
pensar que es ahora de noche, que aun no son las diez del día, y
es pedirá nosotros eso como pedir peras al olmo ^. Pues voto á
taP, dijo D. Quijote (ya puesto en cólera) Don hijo de la puta ^
1. Nombres de contribucinnes que se
pagaban anligiiameníe en España, (ion
ellos se designa aquí el liomenaje y
demostración que en obsequio de Dul-
cinea exigía nuestro caballero de sus
clientes los galeotes. El quid pro rjuo de
Avemarias y Credos que se proponía
en lugar del viaje, era muy propio y
natural en la clase de gentes íi que per-
tenecía el orador : y no es duoable la
eficacia de oraciones emanadas de
bocas tan puras y manos tan ino-
centes.
2. Pasamonte en su discurso salta de
lo sagrado ;i lo profano, de la akisiim
á las quejas de los israelitas peregri-
nando por el desierto, ñ la expresión
proverbial castellana de pedir peras al
olmo, con que suele designarse un im-
posible, cual es que un olmo produzca
peras.
:í. No siempre se contenía D. Quijote
valiéndose del comodín tal en sus votos
y juramentos, como lo hizo en esta
ocasión, aunque puesto en cólera. En
el capitulo XXIV de esta primera parte
se lee : Eso no, voto á tal, respondió
con mucli.a cólera D. Quijote {y arrojóle
como tenía de costvmí)re). Peor, por
más claro, está en la segunda parte en
la aventura de las galeras (a), donde se
dice de D. Quijote que volaba á Dios,
que si alguno lleyaba á asirle para vol-
tearle, le liabia de sacar el alma ó
puntillazos. En otro lugar se significa
lo mismo, diciendo que lo arrojó re-
dondo como ana hola. Si esta era la
costumbre de D. Quijote, según se dice
en uno de los lugares mencionados, las
reticencias no son suyas, sino de su
coronista.
4. El tratamiento de Don, nacido del
latino Dominas, que por su origen y
naturaleza es de honor, se usa aquí al
contrario, contuerza y en tono de vitu-
perio : y lo mismo sucede después en
el caiHtulo XLl\', cuando el Barbero
arremetió á Sancho, diciendo : / Ali.
Don ladrón, que aquí os tengo! Venga
mi bada y mi albarda con iodos mis
aparejos que me robasles. Del mismo
modo en el capítulo XVll de la segunda
parte, amenazando D. Quijote al leo-
nero, le llam(') Don bellaco.
Cervantes, según su propósito, tiró
á remedar los libros caballerescos, donde
es frecuente este uso del Don irónico
é injurioso. Peleando el Caballero del
(a) Cap. LXIII.
368 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Don Ginosillo de Paiopillo, ó como os llamáis, que habéis de ir vos
Cisne con el Duqu»j Rainer de Sajonia,
lo hirió, é dijoleasi muy sañwJameiile :
Don alevoso probado, en mal punió
avistes la traición conoscida^que comen-
zastes contra la Dueña de Bullón (o).
Uno de los cuatro caballeros que se
llevaban por fuerza una doncella, res-
pondió á D. Olivante de Laura, que los
denostaba : Don sandio Caballero, en
mal punto queréis aconsejar a quien
consejo de vos noquiere receijir (Jj). Don
Caballero falso, Don Caballero traidor,
se lee en la historia de Primaleón (c).
En la del Caballero del P'ebo se cuenta
3ue otro caballero le quiso asir la falda
e la loriga, diciendo: \o os valdrán,
Don falsa Caballero, vuestraa burlas. queá
vuestro desgrado habéis de ir con nos-
ot7'os preso : lo decía por él y la Princesa
Claridiana, que estaba allí disfrazada
de caballero í//> Ahora quiero yo ver,
Don falso enano, cómo sentís la pena
que á las doncellas dais, decía el Caba-
llero Fineo <i un enano que se jactaba
de haber dado de comer á sus halcones
de la carne de más de treinta doncellas :
Y así, tomándolo él y Camelio (su es-
cudero), lo colgaron de un árbol por los
cabellos 'e).
Enlospasos anteriores, el tratamiento
Don se junta con palabras ofensivas ;
pero aun él por sí sólo solía tener un
sentido enfático en mala parte, de lo
que hay ejemplos en Palmerin de
Oliva (/■), y en las Sergas de Esplan-
dián (g). Iba Lisuarte de Grecia todo
distraído y abismado en sus pensamien-
tos por una floresta, y un caballero
quiso forzarle á detenerse : resistiéndose
Lisuarte, le dijo el otro : ;. Cómo, Don
Caballero, no hasta que seáis loco, sino
necio '! Lisuarte no se anduvo en chi-
quitas: sacó la espada, y de un tajo le
derribó un brazo al descortés caba-
llero (/i).
Este uso antifrástico del tratamiento
de Don no era exclusivo de los libros
de Caballería : hállase ya en nuestros
libros antiguos desde los principios del
idioma castellano. Gonzalo de Berceo,
(a) Gran Conquista de Ultramar, cap.
LXXII. — (é) Olivante, lib. 1, cap. XVIIL
— (c) Gap. IV y XXIX. — (d) Parte I, lib.
III, cap. XXXI. — (e) Policisne de Boecia,
cip. XXVI. — (/•) Cip. LXI. — {g) Cap.
XXVIII. — (A) Lisuarte de Grecia, cap. Lili.
uno de nuestros poetas primitivos,
cuenta en la Vida de Santo Domingo(a)
que, irritado contra el Santo D. García,
Rey de Navarra,
Don Mon;,'e, dice ol Rey, muctio de mal sa-
tbedcs.
y en los Milagrosde Nuestra Señora (6)
refiere la contestación que el Api'istol
Santiago tuvo con uno de los diablos
que se llevaban el alma de un ro-
mero:
Díjoli Santiago : Don traidor palabrero,
Non vos puet vuestra parla valer un mal
[dinero.
En la expedición contra Egipto, el
Rej' de Jerusalén Juan de Rreña ó
Brienne, estaba mal con el Legado del
Papa Pclagio, portugués de nacimiento,
Cardenal y Obispo Tusculano, y últi-
mamente Papa con el nombre de
Juan XXI. Después de la toma de Da-
mieta, que fué en el año de 12!!), ha-
llándose en el mayor apuro el ejército
cristiano por causa de una inundación,
y con los moros á la vista, se cuenta
en la Gran Conquista de Ultramar (c)
que el Legado pedia consejo al Rey, y
que el Rey, airado, le respondió : Do7i
Legado, Don Legado, en mala hora sa-
listes de España, que vos habéis echado
á perder esta hueste, é agora decís que
yo dé consejo. En el cuento de un moro
recién casado que se insertó en el
Conde Lucanor [d) se refiere que, eno-
jado con un perrillo faldero, le dijo :
¿ Cómo, Don falso traidor, no viste lo
que fice al alano'.' É irritado después
con su caballo, le dijo : ;. Cómo. Don
Caballo, cuidades que porque non he
otro caballo, que por eso vos dejaré,
si non ficiéredes lo que vos inundase?
Aguardad, Don Asno, decia Marcelo a
Pajares en una comedia de Lope de
Rueda intitulada Los Engaños, ame-
nazándole con que le obligaría á hacer
lo que se le mandaba \c).
iNo era de mejor condición el Doña
femenino que el Don masculino. En la
Historia de Policisne (f) decia el Ca-
ballero Fineo á la mágica Almandroga,
(a) Cop. 179. - (A) Copla 202. — {O Lib. IV,
cap. CCXCV. - {d) Cap. XLV. - (e) Acto 1,
esc. II. — (/■) Cap. XLIII.
l'KIMERA PAnTE. — CAPÍTULO XXII
'M')'.)
solo, rabo c^nlre piernas^, con toda la cadena á ciicstgs. Pasamente,
(|U(> no era nada bien sufrido (estando ya enterado que IJ. Quijote
no era muy cucm'iIo, ¡)ucs tal dispárale había cometido como el de
qnei'tM' darles libertad) ■•^, viéndose Iralar mal y de a(|uella manera,
hizo del ojo á los compañeros-', y a|)artándos(í aparte, comenzaron
A llover tantas y tantas piedras sobre D. Quijote, que no se daba
manos á cubrirse con la rodela, y el pobre Rocinante no hacía más
caso (lela espuela que si fuera hecho d(! bronce. Sancho se puso
tras su asno, y con él se defendía d(! la nube y pedrisco que sobre
entrambos llovía. No se pudo escudar tan bien D. Quijote, que no
le acertasen no sé cuantos guijarros en el cuerpo con tanta fuerza,
que dieron con él en el su(;lo ; y apenas hubo caído, cuando fué
sobre él el estudiante, y le quitó la bacía de la cabeza, y dióle con
ella tres ó cuatro golpes en las es[)aldas y otros tantos en la tierra,
con que la hizo casi pedazos^ (a); quitáronle una ropilla' que traía
que iba ;i degollar al Rey Minandro :
/i'« mal punto. Doña cruel y envanta-
doru, tuvisteis tal osadía.
El Arcipreste de Talavera, en su Cor-
hacho (fl), hablando de un ermitaño hi-
pócrita de Valencia que no quería abrir
á la justicia, cuenta que le decía desde
afuera el Gobernador : Don viejo falso é
malo, abriréis mal que vos pese , é veré qu<^
tenéis aqui ('entro Y en otro paraje (6)
pone la contienda y altercado entre
la Fortuna y la Pobreza : la una lla-
maba á la otra Doña villana, y la otra
llamaba á la una Doña loca engrasada.
Después de una porfiada lucha, la Po-
breza echa en tierra á la Fortuna, y,
poniéndole el pie en la garganta, le
dice : Doña traidora, no es todo deli-
cados manjares tragar. .. Doña falsa
mala, no es todo en cama delicada fol-
qar : conviene. Doña engañadora, la
pobreza por fuerza probar.
El autor, otras veces citado, de las
Observaciones sobre algunos puntos del
Quijote, que, ocultándoáe bajo las ini-
ciales T. E., las publicó en Londres el
aüo de 1807, reprendió el presente pa-
saje como demasiadamente grosero, y
aun de mal ejemplo para la juventud.
(a) Parte IV, cap. IV. - (6) Parte IV,
cap. VI.
('/.) Casi pedazos : quitáronle, etc., — En el
Sr. Cortejón se lee : casi pedrizos. Quitá-
ronle, etc. (M. de T.)
No tuvo presente que el Quijote no se
escribió para niños.
1. Gomo los perros cuando se les
castiga ó se les amenaza y tienen miedo,
de donde se tomó la expresión.
2. Algo m.is fué que querer, porque
les había dado libertad efectivamente.
Sobra la palabra querer.
3. Hacer del ojo. guiñar ó hacer señas
con los ojos, regularmente con el fin
de ponerse de acuerdo para algún
objeto. También suele decirse metafó-
ricamente hacerse del ojo para signi-
ficar en general que dos o más personas
convienen ó se conciertan en una
misma cosa.
4. La palabra casi falta en las dos
ediciones de ?»Iadr¡d del año 160o. Cer-
vantes la añadió en la de 1608 para
salvar, como notó la Academia Espa-
ñola, la inconsecuencia en que incu-
rría diciendo después en el capítulo XXV
que el desagradecido galeote quiso y no
pudo hacer pedazos el yelmo de Mam-
brino, y añadiendo en el capítulo XXX VI I
que I). Quijote salió con el yelmo,
aunque abollado, en la cabeza. Fué
una de las pocas correcciones que Cer-
vantes hizo en su libro.
5. En el capítulo XXX de esta pri-
mera parte dice D. Quijote que Ginés
de Pasamente le llevó su espada; pero
aquí no se cuenta tal cosa, á pesar de
ser circunstancia tan notable, y la es-
pada pieza tan principal entre los tre-
bejos caballeresco.s.
24
370
Don OtJ'JOlE DE LA MANCHA
sobre Irts armas y las medias raizas le querían ffuilor, si las grebas^
nolo eslorbarán. Á Sancho le quitaron el gabán, y dejándole en
pelóla, repartiendo entre sí ^ los demás despojos de la batalla, se
fueron cada uno i)or su parte, con más <'.uidado de escaparse de la
Hermandad, que temían, íjue de (cargarse de la cadena, é ir á pre-
sentarse ante la señora Dulcinea del Toboso. Solos quedaron
jumento y Rocinante, Sancho y L). Quijote^, el jumento cabizbajo
y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando
que aun no había cesatlo la borrasca de las piedras que le perse-
guían los oídos; Rocinante tendido junto á su amo, que también
vino al suelo de otra pedrada; Sancho en pelota, y temeroso de la
Santa Hermandad; D. Ouijote mohinísimo de verse tan malpaiado
por los mismos á quien lanto biert había hecho.
i. Piezas de la armadura que cubrían
la parle auteiior de las piernas, desde
el empeine del pie hasta las rodillas.
Eran como parte y continuación de ios
quijotes, y solía llamárselas también
canilleras.
El Arcipreste de Hita, tratando de
las armas para vencer al diablo, mundo
y carne, dice :
Quij<jtes et canilleras de sanio sacramento...
Así contra la lujuria habremos vencimiento.
En la armadura hacían de calzones
y medias los quijotes y las grebas :
éstas cubrían las canillas, y aquéllos
los muslos.
Las grebas de D. Quijote no se habían
mencionado hasta ahora, ni vuelven á
mencionarse en lo restante de la fá-
bula.
2. La conjunción está dislocada,
aparentemente por descuido de la im-
C renta en las primeras ediciones, y
ien se pudiera haberla concertado y
vuelto á su lugar en ias siguientes, de
esta forma : A Sancho le quilaron el
ijaljíín, dejándole en pelóla ; y tepar-
tiejidii entre sr los demás despojos de la
haldllu, se fueron cada uno ]íor su parte.
— En pelota quiere decir únicamente
con la ropa interior, y no en carnes,
que es la significación que se le da
comúnmente.
3. Pues ¿ qué sr- hizo del Comisario
que estaba en el suelo mal herido y en
cueros '? En tal estado, no fué fácil que
acompañase á los fugitivos y desapa-
reciese con ellos.
CAPITULO XXIII
I)K LO QUE ACONTECIÓ AL FAMOSO D. QUIJOTE EN SIERRAMORENA \ QUE
hVÉ UNA DE LAS MÁS HARÁS AVENTURAS QUE EN ESTA VERDADERA
HISTORIA- SE CUENTAN.
Virndose tan malparado D. Quijote, dijo á su escudero :
Siempre, Sancho, lo he oído decir, que^ el hacer bien á villanos es
echar agua en la mar. Si yo hubiera creído lo que me dijiste, yo
hubiera excusado esta pesadumbre; pero Va estií hecho, paciencia,
y escarmentar para desde aquí adelante. Así escarmentará vuestra
merced, respondió Sancho, como yo soy turco; pero pues dice que
si me hubiera creído se hubiera excusado este daño, créame ahora,
y se excusará otro mayor; porque le hago saber que con la Santa
Hermandad no hay usar de caballerías, que no se le da á ella por
cuantos caballeros andantes hay dos maravedís ; y sepa que ya me
I)arece que sus saetas me zumban por los oídos '*. Naturalmente
1. Cordillera bien conocida que se-
para la Mancha de las provincias de
Andalucía. Los romanos la llamaron
Mons mai'ianus, de donde vino el
nombre de morena, si ya no se lo die-
ron los castellanos de la Edad Media,
cuando dividía la España árabe de la
cristiana, asi como llamaron nwretio
al color ordinario de la tez de los mo-
ros. Y acaso también se llamó Sierra
Morena por el color obscuro que pre-
sentaba álos manchegoseiiel horizonte,
por una razón semejante á la que hubo
páralos nombres de Se/va Nefjra y de
Montea Claros.
2. Fácilmente se entiende la ironía
que envuelve la palabra verdadera :
pero ;, ú qué viene ya tanta ironía '?
3. Está demás, ó el pronombre lo, ó
la conjunción que : la supresión de
cualquiera de los dos monosílabos de-
jaría correcto el lenguaje. Siempre,
Sancho, he oído decir que el hacer
bien, etc. : ó siempre, Sancho, lo he
oído decir : el hacer hien á villanos es
echar arpia en lámar. — La expresión
del te.vto contiene dos versos octosí-
labos :
Que el hacer bien á vilJaaos
Es echar agua en la mar,
cosa que ocurre frecuentemente, aun
sin intentarla, en el idioma castellano,
y hace á los versos de esta medida su-
mamente á propósito para el diálogo
dramático, por lo parecidos que son á
la prosa.
4. La muerte que las leyes de la
Santa liermaadad imponían á los mal-
hechores era de saeta, y la pena se
ejecutaba en «I camjw, dejando aililos
372 DON OUI.IOTE DE I.A MANCHA
eres cobarde, Sancho, dijo D. Quijote; pero porque no digas que
soy contumaz, y qucí jamás haf^o lo que me aconsejas, por esta ve/
quiero tomar tu consejo, y apartarme de la furia que tanto temes;
mas ha de ser con una condición, que jaintís en vida ni en muerte
has de decir* á nadie que yo rae retiré y aparté deste peligro de
miedo, sino por complacer á tus ruegos; (jue si otra cosa dijeres,
mentirás en ello, y desde ahora para entonces, y desde entonces
para ahora ^ te desmiento, y digo (pie mientes y mentirás todas las
veces que lo pensares ó lo dijeres. Y no me repliques más, que en
sólo pensar que me aparto y retirode algún peligro, especialmente
deste que parece que lleva algún es no es ^ de sombra de miedo,
estoy ya para quedarme y para aguardar aquí solo, no solamente la
Santa Hermandad que dices y temes, sino á los hermanos de los
doce (a) tribus '■ de Israel, y á los siete Mancebos (fl) "', y á Castor y
cadáveres alados al palo, para escar-
miento de los que quisiesen imitarles.
El sonido de las saetas disparadas era
el zumbido que á Sancho le parecía oír.
La Ueina Católica üoáa Isabel dispuso
que antes de asaeteará los reos se les
diese garrote para excusarles la pro-
iongaciún del tormento. Covarrubias,
en su Tesoro, airibuyú esta benigna
disposición al Euijierador Garlos V : la
conürmaría.
1. Extraño y singular encargo que
prohibe hablar á los muertos, muy
propio del estado en que se hallaba el
cerebro de D. Quijote.
2. Desde ahora para entonces va
bien : es un menlis anticipado : pero
desde entonces para ahora envuelve un
absurdo que sólo cabe en la cabeza de
un loco. Cervantes esforzó lo ridículo
(le la idea, dando este aire de fórmula
forense á la frase que la expresa, y des-
mintiendo además, no sólo el dicho,
sino hasta el pensamiento. El lector se
ríe á costa del pobre D. Quijote. — La
expresión de mientes y mentirás todas
las veces que lo dijeres es copiada li-
teralmente de la respuesta de Tirante
el Blanco á la carta de desafio que le
envió D. Quirieleisón de Montalbán,
(a) Los doce trihus. — En la edición del
Sr. Coitejon : las doce tribus. (M. de T.)
(i) Mnnrehos. — I^a primera edición de
Cuesta, que Clemencín, como académici',
tenía tan á mano, dice Mucahi'os. Por lo
tanto el autor inglés no resolvió nada, sino
que se conleutó con seguir la edición pri-
mera. Pero Clemencín necesitaba divagar y
censurar una vez más á Cervantes. (M. de T.)
según se refiere en su historia (L) ; y
la misma se encuentra repetida en un
documento tan autorizado como fué
el cartel de desalió que envió el año
de i.")28 el Rey Francisco de Francia al
Emperador Carlos V, en el cual, des-
pués de desmentir lo que sobre su con-
ducta había dicho el Emperador, añade:
Y tantas cuantas veces lo dijéredes,
mentiréis. Publicó este documento
D. Prudencio de Sandoval en la Histo-
ria de Carlos V (a¡.
3. Solemos decir comúnmente un si
es no es; y con efecto, el uso del no
pide, por una analogía racional, que
acompañe el del si, para expresar con
e.sla contraposición el estado de duda
ó incertidumbre que se quiere indicar.
Es frase proverbial, y como tal la
incluyó D. Francisco de Quevedo en
su Cuento de cuentos.
4. Las tribus no tenían hermanos,
sino jefes ó patriarcas, que también
fueron doce nermanos; y así parece
que debiera decirse los doce hermanos,
padres ó fundadores de las doce trilius.
— Nuestros mayores usaron del
nombre tribu en género masculino;
nosotros preferimos el femenino. El
Tostado lo usó con variedad, unas
veces como masculino y otras como
femenino, según puede verse en la
tercera parte de su Comentario sobre
las Crónicas de Eusebio.
5. .Mancebos se dice de los del horno
(a) Parte I, cap. XXVI. — (6) Lib. XVI,
par. 2.;.
PRIMERA PARTE. — CAPÍTULO XXIII 373
ií Póliix ', y aun ;'i lodos los hermanos y hermandades que hay en el
niuixio. Scfior, rospoiulió Sancho, (jiie el retirarse no os huir^, ni
el esperar es cordiiia. cuando v\ [)el¡i;ro sohrcjiuja ú la esperanza,
y de sabios es ^-uardarsc hoy para inafiana, y no avenlnrurse todo
en un ilía ; y sepa, rpuí auncjue zafio y villano, todavía se me al-
canza algo deslo que llaman buen gobierno ; así que no se arre-
pienta de haber lomado mi consejo, sino suba en Rocinante, si
puede, ó si no yole ayudaré, y sígame, que el caletre me dice que
liemos inenesler ahora más los pies que las manos. Subió D. Qui-
jote sin replicarle más palabra, y guiando Sancho sobre su asno,
se entraron por una parte de Sierramorena que allí junto estaba,
llevando Sancho intención de atravesarla toda, é ir á salir al Viso ó
á Alinodóvar del Campo •', y esconderse algunos días por aquellas
asperezas por no ser hallados, si la Hermandad los buscase. Ani-
móle á esto haber visto que déla refriega de los galeotes se había
escapado libre la despensa que sobre su asno venía , cosa que la
juzgó á milagro '', según fué lo que llevaron y buscaron los ga-
de Babilonia, pero no eran hermanos,
y su mención no viene á cuento ; ni
eran siete, sino tres. Pudiera sospe-
charse que el manuscrito original
diria Mácateos, que era lo que debió
al parecer ponerse. La Sagrada Escri-
tura refiere el martirio de siete herma-
nos Mncabfos que, animados por su
valerosa madre, se negaron a abra-
donar su religión en tiempo de las
persecuciones que sufrieron los judíos
de parte de los Reyes de Siria; cir-
cunstancias que hacen plausible la
sospecha de que en el presente pasaje
del texto convino leerse Mácateos. La
edición de Londres de 1738 cortó el
nudo de la dificultad y puso Mácateos;
y si fuera licito mudar el te.\to cuando
hay errores, y no son meramente
tipográficos, debiera aplaudirse la
enmienda. Pero siendo Cervantes tan
descuidado como lo era en materia de
citas, no es inverosímil que al escribir
rápidamente, según su costumbre,
este pasaje, confundiese la relación
del libro de los Mácateos con la de
Dañieí, y que éste sea el verdadero ori-
gen de la equivocación.
1. Castor y Pólux, hijos de Leda,
Reina de Laconia, de cuyo naci-
miento y hechos habla la fábula. Cas-
tor era mortal como hijo del Rey Tín-
daro, y Pólux inmortal como hijo delp
dios Júpiter ; pero Pólux, buen her-
mano, consiguió de su padre que se
repartiese entre los dos la inmortali-
dad, y vivían alternativamente, por
días, según unos y por semestres
según otros. Finalmente, fueron trasla-
dados al cielo, donde forman el signo
de Géminis.
2. Las ediciones primitivas, tanto las
de 1605 como la de 1608, tienen retirar.
La de Londres de 1738 corrigió reti-
rarse, y la Academia Española siguió
su ejeiñplo. — El seque aquí se echaba
de menos, estaba de más al fin del
período, donde las mismas ediciones
pusieron : ele satios es... no aventurarse
todo en un día.
3. Consultando la carta del país, es
difícil comprender, cómo desde el
paraje en que se hallaba D. Quijote,
que era en la Mancha, á la entrada de
Sierra Morena, según acaba de decirse
dos renglones antes, se podía salir,
atravesando toda la sierra, á Almodo-
var ó al Viso. Cervantes se paraba
poco en estas cosas.
4. Si en el original de Cervantes se
Ibia juzfyó, debió í,ev juzgó valar/ro ; si
se leía o milagro, diría probablemente
tuvo á milagro: este es el régimen que
corresponded ambos verbos, juzgar y
tener., y que aquí está trocado. En las
iliuras si guientes está invertida la
374 DON QUIJOTK DE I.A MANCHA
leotes. Aquella uocho licitaron .i la mitad de las entrañas de Sierra-
morena, adonde le pareció á Sancho pasar aquella noche y aun
otros algunos días, á lo menos todos aquellos que durase el mata-
lotaje que llevaba, y así hiciei-on noche entre dos peñas y entre
muchos alcornoques. Pero la suerte fatal, que según opinión de los
qu(; no tienen lumbre de la verdadei'a Ce, todo lo guía, guisa y
compone á su modo, ordenó que Ginés de Pasamonte, el famoso
embuslero y ladrón, que de la cadena por virtud y locura de
D. Quijote se había escapado, llevado del miedo de la Santa Her-
mandad, de quien con justa razón temía, acordó de esconderse en
aquellas montañas, y llevóle su suerte y su miedo á la misma
parte donde había llevado á D. Quijote y Sancho Panza, á hora y
tiempo que los pudo conocer, y á punto que los dejó dormir, y
como siempre los malos son desagradecidos, y la necesidad sea
ocasión de acudir á lo que no se debe ', y el remedio presente
venza á lo por venir, Ginés, que no era ni agradecido ni bieninten-
cionado, acordó de hurtar el asno á Sancho Panza, no curándose
de Rocinante por ser prenda tan mala para empeñada como
para vendida. Dormía Sancho Panza, hurtóle su jumento-, y antes
que amaneciese, se halló bien lejos de poder ser hallado. Salió e!
aurora alegrando la tierra y entristeciendo á Sancho Panza, porque
halló menos su rucio; el cual ^, viéndose sin él, comenzó á hacer
gradación : el orden natural pide que Sacripante, hecho por Brúñelo durante
se diga, lo que buscaron y llevaron los el cerro de Albraca. segiin refiere
galeotes, porque primero es busca?-, y Uoyardo en su Orlando enamorado,
después llevar. 3. Al pronto parece que e/ CMa¿desig-
1. En todas las ediciones del Quijote na al i iicio, y que éste fué el que se
anteriores ;i la última de la Academia vio sin el otro, é hizo el triste llanto
Española, se lee : y la necesidad sea que aquí se dice. Si en lugar del pro-
ocasión de acudir á lo que se debe. Está nombre relativo se hubiera puesto la
dicho al revés, porque lo que conviene conjunción y, estuviera todo claro y
y se intenta expresar es que la necesi- corriente : Sancho... halló menos sil
dad daocasión de faltar alo quese debe. rucio, y riéndose sin él, comenzó á hacer
Pellicer, que advirtió el error y pro- el más triste llanto del mundo.
puso se leyese acudir á lo que no se Aquí por la primera vez se da en
debe, no se atrevió á corregirlo. La el Qcijotr el nombre de rucio al asno .
Academia Española, en su edición de de Sancho. Dariasele por ser de este
1S19, adoptó la enmienda propuesta por color, que si estamos á la autoridad de
Pellicer. la Academia Española, viene á ser lo
2. Parecía natural que aquí se mismo que tordo, mas no parece que
expresase el modo con que Pasamonte lo entendía así Cervantes. En el capí-
hurtó su jumento á Sancho: pero no se tulo XXI tiejaba dicho Sancho, que su
hace. Cuéntase después en el capí- asno era pr; /y/o; y en el XXVII se dirá
tulo IV de la sesjunda parte, donde la que el barbero hizo una gran barba
analogía de los caracteres de Pasa- de iina cola rucia o roja de buey. Y
monte y lírunelo sugirió á Cervantes la luego .se añade que la barba era entre
idea de que el robo del rucio fué de Iív 7-oja y blanca, como que era hecha de
misma manera que el del caballo de la cola de un buey barroso, — En la
PUI.MICHA I'AUTK.
<;\i'iii:i,o xxiii
:{7;
' el más Irislo y doloroso ll.-inlo <I<'I inundo, y luó <i>í manera i|ne
D. ^)u¡jolc despertó ú las voces, y oyó que en ellas decía ^ : ] Oh
hijo (le mis entrañas, naí-ido en mi mesma casa, hrinco de mis
hijos '^, rej^alo de mi mujer, ejividin d(^ mis vecinos, alivio de mis
carcas, y Ihiahuenhi sustentador de la mitad de mi persona, portjue
con veinte y seis niaravcdís (|ue g-anabas cada día, mediaba yo mi
des|)ensa'' ! D. Ouijotií, que vio el llanto y supo la causa, consoló
á Sancho con las mejores razones ([ue pudo, y le rogó que tuviese
paciencia, prometiéndole de darle una céflula de cambio, para que
le diesen tres en su casa de cinco que había dejado en ella ''. Con-
grave cuestión que se agiln de pilo nsi-
nino, el lector elegirá la opinum que
guste.
1. Es la única vez en todo el discurso
de la fábula, que D. Quijote despierta
después que Sancho. Éste era dormi-
lón : nunca conoció negando sueño,
porque el primero le duraba toda la
noche (<i), y tenia por costumbre dor-
mir cuatro ó cinco horas las siestas
del verano (6). Duerme tú, le decía su
amo en la aventura de los batanes,
duerme tú, que naciste para dormir [c).
D. Quijote era de poco sueño: y a.sí
debía suceder, siendo loco. Antes de
emprender el ejercicio de la vida caba-
lleresca, se le pasaban declaro en claro
las noches leyendo (d); después solía
emplearlas entreteniéndose en sabro-
sas memorias de su señora (el ; y
cuando dormía, satisfacía á la natura-
leza con el primer sueño, sin dar lugar
al segundo (/").
2. JB/7/icos se llamaban las joyuelas ó
adornos que solían llevar pendientes
mujeres y niños, y por la vibración de
sus reflejos parecían brincar al mo-
verse las personas que los llevaban. En
la segunda parte (r/1 cuenta la Condesa
Trifaldi, que D. Clavijo le rindió la
voluntad con algunos dijes y Ijrincos
que le dio.
Decía Sancho al Bachiller Sansón
Carrasco en l.i segunda parte (h),
hablando del robo de su asno por Ci-
nes de Pasamonte, y de la imperfección
con que se había contado el suceso en
la primera : Amaneció... miré jjor el
(n) Parte II, cap. LXYIII. — ih) Ib., cap.
XXXTI. - (c) Parte I, cap. XX. - (rf) Ih.,
cap. I. -- (í) Tb., cap. XII, et aiibi pnasiw.
— if) Pnrtf! II. cap. LXVIII. — (g) Cap.
XXXYUI. - (A) Cap. IV.
jumento, y no le })i .' acudiéronme lágri-
mas á los ojos, y hice una lamentación,
'¡ue si no la puso el autor de nuestra
historia, puede hacer cuerda que no
puso cosa buena. He aquí calificada, y
justamente calificada, la lamentación
presente, que empieza por llamar hijo
al asno, y es capaz de arrancar la risa
del pecho más saturnino y melancólico.
3. Sancho va aquí aposirofando á su
rucio, y el verbo ganabas debe estar en
segunda persona y no en torcera, como
ponen todas las ediciones. Los2'i mara-
vedís del tiempo de Cervantes, que
ganaba de jornal el rucio, venían á
ser 70 de los nuestros. No eran mucho
los 20 maravedís, porque el asno de
Lazarillo de Tornies, siendo éste aza-
cán en Toledo, ganaba 30; verdad es,
que el jornal de Toledo debía ser
mayor que el de la Argamasilla. — La
acepción que en este pasaje tiene el
verbo mediar, es poco usada; ordina-
riamente es verbo de estado, y signi-
fica estar entre dos cosr/s. Aquí es verbo
de acción, y designa partir por medio
ó hacer la mitad. — Despensa se dice
ordinariamente del sitio donde se
guardan las provisiones ó comestibles
de la casa; pero en el texto equivale á
expensa ó gasto.
Dícese á continuación : D. Quijote,
que vio el llanto y supo fu causa, con-
soló d Sancho. Parece más natural que
el original pusiese oyó el llanto : pero
fué muy fácil que el irapre.sor leyese
vio dontie decía oyó.
4. No se dice de qué eran los ¿res ni
los cinco. Media página antes se había
nombrado al rucio, y así es menester
adivinar que se habla de pollinos. Es
también de reparar la violenta trans-
posición para que le diesen tres en su
casa de cinco, en vez de para que le
37G
DON QUIJOTE DE I.A MANCHA
solóse Sancho con esto, y limpió sus láí?rimas, templó sus sollozos,
y ngrudeció á D. Quijote la merced quo le hacía; al cual, como
entró por aquellas montañas, se le alegró el corazón, pareciéndolc
a<iMellos lugares acomodados para las aventuras que buscahü.
Reduélansele á la memoria los maravillosos acaecimientos ipie en
semejantes soledades y asperezas hablan sucedido á caballeros an-
dantes ; iba pensando en estas cosas tan embebecido y transpor-
tado en ellas, que de ninguna otra se acordaba, ni Sancho llevaba
otro cuidado (después que le pareció que caminaba por parle
segura) sino de satisfacer su estómago con los relieves que del
despojo clerical habían quedado', y asi iba tras su amo cargado
con todo aquello que había de llevar el rucio ^, sacando de un costal
y embaulando en su panza ^; y no se le diera por hallar otra aven-
dicíií'n en su cana ¿res de cinco ; la du-
plicaciún redundante del pronombre,
prurneliéndo/e de darle, e) fastidioso
monosílabo de, que sin necesidad se
interpone, y la repetición de dur/e y
diesen, todo junto desfigura y afea el
lenguaje del periodo. Mejor estuviera :
'prinneliendo darle una cédula de cam-
bio para que en su casa le enlref/asen
tres pollinos, de ciñen que había dejado
en ella. Tampoco se ve la verisimilitud
de que hubiese tantos pollinos en la
casa de nuestro hidalgo, atendiendo á
la descripción que se hace déla misma
y del género de vida de su dueño en
el capitulo 1 de la fiíbula. En medio de
estos reparos, no carece de gracia la
idea de una cédula ó letra de cambio
aplicada á la libranza, no de maravedís,
sino de pollinos. La cédula llegó á
darse, con efecto, y se copia en eJ ca-
pitulo XXV de esta primera parte,
donde la verá el curioso lector.
1. No habló Cervantes de las preven-
ciones de boca de los clérigos que
acompañaban al difunto, sin ponde-
rarlas. En el capitulo XIX, dijo que
había más de una fiambrera en la acé-
mila del repuesto de los señores clé-
rigos, y que éstos pocas veces se dejan
mal pasar. En el capítulo XXJ exagera
la abundancia de dicho repuesto, lla-
mándole el lieal de la acémila, como si
se tratase de las provisiones de un
ejército ; y ahora vuelve á hablar de
los relieves del despojo que llama cle-
rical. Está vista la propensión de Cer-
vantes al género satírico.
2. Las ediciones del año 1605 decían
en este lugar : Iba Iras su amosentado
ú la miLJeriega sobre su jumento. Cer-
vantes había olvidado que acababa de
contar el hurto del rucio, hecho la
noche anterior por Ginés de Pasa-
monte. El mismo error se repite en
otros pasajes, donde se supone pre-
sente el jumento que había desapare-
cido. Cervantes lo advirtió, y quiso
corregirlo en la tercera edición hecha
á su vista el año IfiOS, pero sólo lo
verificó en dos pasajes de los siete en
que se había errado. Á vista de tal
negligencia en un punto tan material y
tan ovio, no deben parecer temerarias
las sospechas que suelen mostrarse
frecuentemente en estas notas acerca
de las incorrecciones del texto en las
ediciones primitivas. Los pasajes erra-
dos en la primera edición de 1605,
están en los folios 109 (allí dos veces),
111, H2, 12ü, 121 y 122. Los corregidos
en la edición de 1608 fueron, uno del
folio 109 y otro del 112.
3. Otra "inadvertencia de Cervantes.
Este costal era el gabán de Sancho,
según el capítulo XIX, donde se
refiere que Sancho, para recoger todo
le que pudo de las abundantes provi-
siones de los clérigos, hizo costal de
su f/abán: y en el capitulo XXII acaba
de contarse, que le quitaron el gabán
los galeotes.' (■. De dónde sale este nuevo
costal que no había pocas horas antes?
— Reza el texto, que Sancho sacaba de
un costal y embaulaba en su panza ; ya
se entiende que eran los relieves del
despojo clerical, de que se habló ante-
riormente; pero no se dice, y se echa
l'ItlMICIlA PARTE. — CAPÍTULO XXIII 377
tura, (Milrclanlo (jiie iba do a(|ii('lla manera, un ardite. En esto alzó
los ojos, y vio que su auioeslaha parado, procurando con la punta
del lunzón alzar no sé qué bulto' que estaba caído en el suelo, por
lo cual se dio priesa á llegar á ayudarlesi fuese menester; y cuando
Il('i4(), fué á tiíMiipo (|ue alzaba con la punía del lanzón un cojín y
una nudela asida á él-, medio podridos, ó podridos del todo y
deshechos ; mas pesaban tanto, que fué necesario que Sancho se
apease á tomarlos, y mandóle su amo que viese lo que en la maleta
venía. IIízolo con mucha presteza Sancho ; y aunque la maleta
venía cerrada con una cadcma y su candado, por lo roto y podrido
della vio lo ((ue en ella habla, que eran cuatro camisas de delgada
holanda, y otras cosas de lienzo, no menos curiosas que limpias ^,
y en un pañizuclo halló un buen montoncillo de escudos de oro, y
así como los vio, dijo : ¡ Bendito sea todo el cielo, que nos ha depa-
rado una aventura que sea de provecho ! Y buscando más halló un
librillo de memoria ricamente guarnecido; éste le pidió D. Quijote,
y mandóle que guardase el dinero, y lo tomase para él. Besóle las
manos Sancho por la merced, y desbalijando á la balija de su len-
cería, la puso en el costal de la despensa. Todo lo cual, visto por
D. Quijote, dijo : Paréceme, Sancho (y no es posible que sea otra
cosa), que algún caminante descaminado ' debió de pasar por esta
sierra, y salteándole malandrines le debieron de matar, y le trujeron
menos. Panza era apellido de Sancho:
por consiguiente, en la panzaáe Panza
se guardaban como en un baúl ios
relieves.
1. Hablando correctamente, sólo el
que alzaba el bulto, ó algún espectador,
que al propio tiempo fuese relator del
suceso, pudiera usar de la expresión
nu sé qué, la cual indica cierto estado
de duda que no cabe en quien no está
presente. Alzar un bulto, sin otro adi-
tamento, seria frase que no ofreciera
reparo.
2. M«/e/a(«), palabra que D. Sebastián
de Covarrubias quiere que venga del
hebreo, cuando tenemos tan á la mano
el francés mulle, de donde derivarla. Es
voz del castellano antiguo, y se encuen-
tra en el Poema del Conde Fernán
González, y en la historia de la Gran
(«) Maleta. — Puede muy bien haber pa-
sado á nuestra lengua del gótico, sin nece-
sidad del intermedio francés. Se encuentra
empleada por Berceo. También hoy se aplica
á lo3 malos toreros. (M. de T.)
Conquista de Ultramar (a). En la ger-
mania se da este nombre á las rame-
ras, y les viene bien por lo de traídas y
llevadas, que se dijo en el capítulo li.
3. Curiosas y limpias no son pala-
bras sinónimas. Limpias se dice por
el aseo : curiosas por el primor y deli-
cadeza. Lo primoroso puede estar
puerco, y lo IÍ77ipio puede ser basto y
ordinario ; pero ni lo primoroso puede
ser ordinario, ni lo limpio estar des-
aseado.
4. Oposición de vocablos que, usada
con sobriedad, como aquí, puede servir
de adorno al discurso, así como prodi-
gada inoportunamente degenera en
abuso pensado é intolerable. Este de-
fecto llegó á ser general en nuestra li-
teratura. En él incurrieron D. Francisco
de Quevedo, D. Luis de Góngora y
otros escritores coetáneos y posteriores
que procuraron imitarlos, tomando por
muestra de ingenio lo que no era sino
juguete vano y pueril de palabras.
(a) Lib. I, cap. LXXXVIII.
378 DON QUIJOTE DK LX MANCHA
<\ enterrar en esta tan escondida parle. No puede ser eso, respondió
Sancho, porque si fueran ladrones, no se dejaran aquí este dinero.
Verdad dices, dijo D. Quijote, y así no adivino ni doy va\ ]o que
esto pueda ser ; mas espérale, veremos si en este librillo de me-
moria hay alguna cosa escrita, por dond»! podamos rastrear y venir
en conocimiento de lo que deseamos '. Abrióle, y lo primero qu(
halló en el escrito, como en borvador, aunque de muy buena letra,
fué un soneto, que leyéndole alto, porque Sancho tapibién lo oyese •*,
vio que decía desta manera :
Ó le falta al amor conocimiento,
Ó le sobra crueldad, ó no es mi pena
Igual á la ocasión que me condena
Al género más diu-o de tormento.
Pero si amor es Dios, es argumento
Que nada ignora, y es razini muy buena
Que un Dios no sea cruel. ¿Pues quién ordena
El terrible dolor que adoro y siento?
Si digo que sois vos, Fili, no acierto,
Que tanto mal en tanto bien no cabe,
Ni me viene del cielo esta ruina.
Presto habré de morir, que es lo más cierto.
Que al mal de quien la causa no se sabe.
Milagro es acertar la medicina.
Por esa trova, dijo Sancho, no se puede saber nada, si ya no as
que por ese hilo que está ahí, se saque el ovillo de todo. ¿ Qué hilo
está aquí? dijo D. Quijote. Paréceme, dijo Sancho, que vuestra
1. Ofende en estos dos verbos la di- Sancho el hien que en si encierra la
versidad de régimen : cosa que evitan andnnle caballería... quiero que aquí
los que escriben con corrección, y que lí ini lado... te sientes. \ ei^otrn ocasión
nace de ser un verbo activo y otro de insistiendo Sancho en que eran mana-
estado. Fuera preferdile suprimir uno das de carneros los que su amo creía
de ellos, ó poner rastrear y satjer lo que ser ejércitos, le decía éste : haz una cosa
deseamos. Poco antes hay otro descuido Sirncho, porque le desengañes ; sube en
de este género : y así no adivino iri doy tu asno, etc. y verás cómo se vuelven
en lo que esto pueda ser. Igual delecto en su ser primero. Este uso promiscuo
se nota en otros varios pasajes del del porque fué común entre nuestros
Quijote. antiguos escritores : en el día no lo es
2. Ejemplo de la conjunción porque tanto. Cuando la conjunción es final
usada como final y no como causal: el verbo siempre va en subjuntivo : y
equivale á decir : para que Sancho esta regla puede servir para discernir
también lo oyese. En el capítulo II, ha- á cuál de las dos clases pertenece en
blando D. Quijote con «u escudero, le cualquier caso.
dirigía estas palabra^ : porque veas.
iM;iMi:it.\ i'MiiK.
cAPirif.o \\iii
379
tiKM'ccd nonil)r(') allí hilo. ?<(> dije sino l-'ili, icspoiidió \). (JiiijoLc, y
('sle sin (huía es el nombre de; la dama de (|mÍ(Mi s<; «|n(\ja el autor
dcslc sondo; y á lo «nic dchc de ^i^v razonable poel.a ', ó vo sé poco
(l(d ai'ic. /Luego también, dijo Sancho, se le enliendíí íx vu(!.slra
merced tic trovas? Y miis de lo que tú piensas, respondió I). Qui-
jo! e, y veráslo cuando lleves una carta escrita en verso ^ de arriba
abajo á mi señora Dulcinea del Toboso ; porrpie quiero qu(! sepas,
Sancho, (|ue todos ó los más caballeros andantes de la edad pasada
eran i^randes trovadores y grandes músicos^; que estas dos habi-
1. El soneto precedente se repite por
boca fie Uoinaklos en la comedia de
Cervantes intitulada La casa de los
celos sólo con la diferencia, como ob-
servó ya Pellicer, do que allí se habla
con AíKjélica, y af|ui <'on FU i.
Esta repetición indica el buen con-
cepto que tenia de su soneto Cervantes
y lo confirma diciendo en el presente
pasaje, que suñuiordeljía .seiru:una/>le
poeta. No vale ^ran cosa el soneto,
mas como dijo en otra ocasión el mis-
mo Cervantes, na Iiay padreni madre ü
quien sus hijos le parezcan feos, y en
los que lo son del enlendiinienlo corre
más este engaño [a).
2. Al decir esto D. Quijote, tendría
presentes las cartas de D. Tristán, Lan-
zarote y el Uey Arlús, que se leen en la
historia del primero {b) y están escritas
en verso de arrilni. abajo. Mas no cum-
plió en adelante lo que aquí ofrece
porque lacarta que escribió á Dulcinea
para que la llevase Sancho desde Sierra
Morena, sepün se refiere en el capítulo
XXV de esta primera parte, está en
prosa. Verdades que también escribió
en prosa ú la señora Oriana el buen
Amadís de Gaula, cuando resolvió re-
tirarse á hacer penitencia en la Peña
Pobre; y tratando nuestro caballero de
imitarle en lo substancial de aquella
aventura no fué extraño que le imitase
asimismo en esta ci!-runstancia.
3. Trovado)-es quiere decir inventores
y es nombre que se aplicó y aun se
aplica á los poetas pro vénzales que
florecieron en la Edad Media. D. Qui-
jote hablaba como práctico en la bi-
iDliofírafía andantcsca. porque en efec-
to hubo muchos caballeros aventureros
que fueron también uu'isicos y poetas.
D. Tristán era tañedor de arpa, y can-
tando al son de ella infundi(') en el pecho
de Iseo el amor que tan funesto fué á
ambos (a^. Como Floramhel, así lo cuenta
su historia (/;), se vio eii parle que su
señora (la Infanta Graselinda) le podía
oír, comenzó tí facer tales cosas con el
laúd que las damas muy espantadas,
se pararon por ver qué cosa aquella
fuese. Florambel, poi- dar algún alivio
á su afligido corazón, cantando con
mucha gracia y dolor, entonó una la-
mentación que empieza.
Las pasiones ajumadas
de cuantas penas tuvieron
y tormento,
con las mías comparadas,
sombras son que desparcieron
como el viento...
Y el auditorio miraba, tanto la gra-
cia que Florambel tenia en el tañer y
cantar, como el alto estilo que le acom-
pañaba en el trovar. El Princii)e Don
Duardos, enamorado de la Infanta
Flérida, se había disfrazado de horte-
lano para poder hablarle ; y un día que
las doncellas de Flérida tañían y can-
taban para divertir á su señora tomó
el arpa á una de ellas; y cantó esta
letrilla que había compuesto (c).
Amar y servir
razón lo requiere ;
virtud es sufrir
dolor que así fiere.
Fiere el dolor
y aqueja el cuidado ;
mas teligo temor
de ser apartado
delante de aquella
que m'ha lastimado.
(/i) Parte II. cap. XVIII. — [i] Lib.
cap. XXXIII y XXXIV,
n,
(o) Tristón, lib. I, cap. LIX. — (¿) Lib. III,
cap. XXXIII. — (f) JHrimaleón, cap. CI.
380
nON QUIJOTE DE I,A MANCHA
Amalla y servilla
razón lo requiere ;
pueda yo sufrir
dolor que así fiere.
D. Olivante pidió el arpa ;i una don-
cella que acompañaba á la Infanta Cla-
ristea (a) y como muy bien la supiese
laiier y la extremada voz y rjrucia le fa-
voreciese, con muy gran suavidad y me
lodia comenzó á decir esta canción :
Entre la muerte y vivir
siento una batalla "esquiva ;
la muerte quiere que viva,
la vida quiere morir.
El m.ayor pasatiempo que tenia (el
Caballero de Cupido) ei'a con un laúd
y con su anf/élica voz, que cosa era de
maraüillar lo que hacia, pues rjue nin-
guno de los nacidos se le igualnha, irse
debajo de las ventanas de la Princesa
(Cupidea) ó pasear, cantando canciones
conformes á su dolor (b;. Allí, acompa-
ñándose con su laúd, cantaba una no-
che lo siguiente :
El Dios Cupido
su arco encorvado
contra mí muy fuerte
lo había flechado.
Tiróme saeta
de casco dorado,
dejóme herido,
dejóme llagado
de aquella en quien
su nombre ha dejado
con mayor beldad
que en él ha quedado (c).
Del Príncipe D. Bclianis de Grecia
refiere su historia que fué e! mayor
músico de su tiempo, tanto de arpa
como de laúd [d). En una ocasión pidió
el arpa á su escudero Flerisalte, y
tomándola en /«•* manos, la comenzó d
tañer con tanta suavitlad y dulzura,
que los corazones de todos las presentes
se suspendieron. Al son de ella cantó tin
romance que estando ausente de su
señora... compusiera , que asi decía :
Ya mi triste corazón
algún descanso sentía...
y en el mar de sus congojas
gran bonanza parecía...
cuando entre tantos placeres
llegó el mal de que temía.
(a) Oliv. de Laura, lib. 1, cap. XXIV. —
(6) Caballero de la Cruz. lib. li, cap. XLIII.
— (c) Caballero de la Cruz, cap. XLIV. —
(d) Lib. I, cap. II, y lib. II, cap. XXXVIII.
l'ronuncia el amor sentencia
rnuy cruel en rebeldía ;
mnñda que sea desterrado,
pues subió más que debía.
No le manda dar la muerte
porque pene más en vida...
La muerte ya se le acerca,
ya se le parte la vida,
cuando aquel gran Dios Cupido
por contento se tenía ;
pregona su libertad,
restituyele la vida ;
pónele en tan alto grado
cual él jamás merecía :
pagos son que da el amor
al que lealmente servia (a).
Por esta y demús muestras que pr -
ceden, podemos juzgar de lahabilid.ni
métrica de los poetas andantes, y i
que no nos queda documento p' i
donde juzgar de la música. Lo mismo
podemos nacer con Amadís de Gauli
de quien se cuenta que entonaba dui •
y acordadamente las cantigas que > I
mismo componía, y de que pone algu-
nas su historia (¿I. De oíros caballeril^
se dice que tañían y cantaban, pero sm
referir los versos, como sucede con
Palmerín de Oliva (c), con Rosabel.
hijo del Príncipe Rosicler de Grecia(f/ ,
con Reinaldos de Montalbán y con
otros.
Los autores de las crónicas cabal 1
rescas, por ennoblecer á sus héroi
los pintaron trovadores y músici-,
atribuyéndoles una cultura incompa-
tible con la dureza general de los siglos
en que se supone haber nacido y flore-
cido la Caballería, y que tuvo miiv
pocas excepciones en los inmediat'
Por aquellos tiempos los legos, inclu-
ios grandes señores, generalmente i
conocían las letras, de manera qup.
para escribir sus cartas, tenían qnu
valerse de los clérigos. Del mismo C ii-
lomagno, señalado fautor de la ilustra-
ción en su era, se duda si sabía escri-
bir cuando ascendió al trono. Algtnii ~
de los Rej'es Merovingios que le pren-
dieron, firmaban con monograma
rúbrica, aparentemente por no sal
escribir (e). También se cuenta entre
fautores de las letras á Teodorico. I:
de los ostrogodos, que no sabia ni .i
firmar. El famoso Condestable de Frau-
la) Caballero de la Cruz, lib. II, cap. XX.X '
— (6) Cap. LI V LIV. — (c) Palm, de 0/
cap. CXXXV.'— id) Caballero del l-'ii.u.
parte III, lib. I, cap. II. — (e) Mabillón, de
he diplom., lib. II, cap. X, núm. 10.
PRIMEIRA PAUTi:. — CAPÍTULO XXllI
381
lidadcs, ó gracias por mejor decir", son anejas á los enamorados
andantes; verdad es que ías coplas d(í los pasados caballeros tie-
nen más de espíritu ([ue de primor. Lea más vuestra merced, dijo
Sauelío, que ya hallará algo que nos satisfaga. Volvió la hoja Don
Ouijote, y dijo : esto es prosa, y parece carta. ¿Carta misiva'',
sH'ñor/pn-iíuntó Sancho. En el principio no parece sino de amores,
respondió!). Ouijote. Pues lea vuestra merced alto, dijo Sancho,
que gusto mucho'destas cosas de amores. Que me place, dijo Don
Ouijole, y leyéndola alto, como Sancho se lo había rogado, vió que
decía desta manera : > i i
Tu falsa promesa ^ y mi derla desventura me llevan a parte, donde
cia Bollrán Claquin, quu con tanta
elocuencia perora en la historia de
Mariana («), no sabia leer ni escribir ;
y de esta ifíQorancia hubo de nacer en
las firmas ó suscriiiciones de ios docu-
luentus el uso de las rúbricas, que no
eran más que un i;arabato, que adopta-
ban y usaban por signo los que no
sabían hacer otra cosa. Alas veces sólo
ponían una Cruz, como aquel Rey inglés
que decía : £(/(' Withreilus, Rex Cantise,
pi-opria manu sir/nwn saiictse crucis^
pro ¿iinorantia liílevarum expressi. Y
el otro Conde Palatino : Sif/mun Heri-
baldi Comitis sacri palatii, qui ibi
fui, et propler irinoranliam litterarum
signuin sanclae crucis j'eci (b).
'Los trovadores pro vénzales habían
ya hallado favor en Castilla desde lines
del siglo xa. Los hubo en la corte de
San Fernando, y el Rey gustaba de
ellos, y entendía quién lo liada bien
y quién no, como cuenta sü hijo
b. Alonso el Sabio (o). Este Monarca,
su nieto D. Juan Manuel, el Canciller
Pedro López de Ayala, el Rey D. Dionís
de Portugal y D. Pedro IV de Aragón
ofrecieron ejemplos, todavía raros en-
tonces, de caballeros instruidos. Cre-
ciendo sucesivamente la cultura, en la
declinación del siglo xiv, solían ya
mezclarse los duros ejercicios de la
caballería con otros más apacibles y
suaves, como se ve por la descripción
que hace la Crónica de D. Pero Niño.
Conde de Buelna, de los obsequios que
en su tiempo acostumbraban hacer los
caballeros á sus damas ; por cuyo
ía) Hist. de España, lib. XVII, cap. Vil.
— (6) Ducange, Glosario, art. Ci'ux. — (c)
Burriel, Paleografía española, pág. 82.
amor, dice (a) : facen grandes proezas
é caballerías... é se ponen á grandes
aventuras, e' büscanlas por su amor, é
van en otros reinos con sus empresas
deltas, buscando campos é lides, loando
e ensalzando cada uno su amada é
señora. E aun facen dellas é por su
amor graciosas cantigas é favorosos^
decires, é notables motes é baladas é
chazas é róndelas, é lais é virolais é
complainlas é figuras, en que cada itno
aclara por palabras é loa su entencion
e propósito. En la primera mitad del
si<^lo XV, Castilla presenta ya copia de
caballeros en quienes se reunía el cul-
tivo de las letras v aun de la poesía con
la común profesión de las armas; como
el Marqués de Santillana, el de Villena,
D Jorge Manrique y oíros muchos. El
mismo Rey D. Juan el II dábase mucho
ü leer libros de filósofos é poetas : era
buen eclesiástico, asaz docto en la len-
gua latina... Tenía muchas gracias natu-
'rales: era gran músico, tañía é cantaba
é trovaba e danzaba mwj bien. Tal es el
eloo;io de aquel Príncipe, con que acaba
su Crónica. .
1 Habla de la música y de la poesía,
Y alude al dicho común de Poeta nasci-
"tur, suponiendo que es don gratuito de
la naturaleza.
2 Cartas misivas ó mensajeras se
llaman las epístolas, á distinción de las
diplomáticas ó documentos de los pro-
tocolos y archivos, que también se
llamaban cartas.
3. Estacarla es de malísimo gusto, y
pudiera pasar por un modelo de aquel
estilo exagerado, empedrado de antí-
tesis y sutilezas, que llegó á ser común
(a) Parte I, cap. XV.
á8^ t)üN QUIJOTE DK L.\ MaÑCMA
dvlté^ volverán á tus oídos las nuevas de mi muerte, que las ra2ories de
mis quejas. Desechaste me ¡ oh iúprata! por quien tiene más, no por
quien vale más que yo ; mas si la virtud fuera riqueza que se estimara ,
no envidiara yo dichas ajenas, ni llorara desdichas propias. Lo que
levantó tu hermosura, han derribado tus obras ; 2^or ella entendí que
eras ángel, y por ellas conozco que eres mujer. Quédate en paz, cau-
sadora de mi guerra, y haga el cielo que los engaTios de tu esposo
estén siempre encubiertos, porque tú no quedes arrepentida de lo que
hiciste, y yo no tome venganza, de lo que no deseo.
Acabando de leer lacarladijo D. Quijote; menos por ésta que por
ios verses ^ se puede sacar más de que quien la escribió, es algún
desdeñado amante. Y hojeando casi todo el librillo, halló otros
versos y cartas, que algunos pudo leer, y otros no^; pero lo que
iodos contenían eran quejas, lamentos, desconfianzas, sabores y
sinsabores, favores y desdenes, solemni/ados los unos y llorados los
otros. En tanto que D. Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la
maleta, sin dejar rincón en toda ella ni en el cojín que no buscase,
escudriñase é inquiriese, ni costura que no deshiciese, ni vedija de
lana que no escarmenase, porque no se quedase nada por diligencia
ni mal recado ; tal golosina habían desj)ertado en él los hallados
escudos, que pasaban de ciento, y aunque no halló más de lo ha-
llado, dio por bien empleados los vuelos de la manta ^, el vomitar
del brebaje, las bendiciones de las estacas '', las puñadas del arriero,
la falta de las alforjas, el robo del gabán, y toda la hambre, sed y
en España en el mismo siglo de Car- que ni por la carta ni por los versos
vantes. Por una depravación absoluta se podía sacar otra cosa sino que la
de lo natural se atribuyen á una per- escribió algún auiante desdeñado,
sona agitada de grandes pasiones, dis- 2. Se echa menos el régimen: délos
cursos estudiados, relamidos, concep- que alguaos pudo Leer y otros no. —
tuosos y llenos de esta claseile agudezas Cruentase después que Sancho registró
y adornos que son de todo punto iucom- la maleta sin dejar rincón en toda ella
patibles con los afectos vehementes del ni en el cojín, porque no se quedase
ánimo. La misma metafísica sobre nada por diligencia. Debió decirse al
cosas del amor, aunque á veces en revés : por falla de diUrjencia.
estilo menos encrespado, se usa en las 3. Se pinta aquí una de las princi-
cartas y billetes de los caballeros pales circunstancias del carácter de
andantes á sus señoras, y en las con- Sancho, que era Ja codicia; y están
testaciones de éstas que suelen brillarse referidos con graciosa concisión y
en los libros de caballerías, como en rapidez los trabajos y desgracias que
las del Caballero de Cupido y Ja Infanta hasta al!í había padecido.
Cupidea, y otras en Belianis de Grecia 4. Mudo festivo de recordar los palos
y Florisel de Niquea. Acaso quiso Cer- recibidos de mano de los desalmados
vantes remedar aquel estilo en la carta yangüeses en el Val de las estacas,
de Gardenio á Luícinda, asi como Bendecir con ellas es expresión seme-
remedó el lenguaje de las mismas en jante á la de santiguar con un palo, ó
la de D. Quijote á Dulcinea, que se persignar con un alfanje, que se dice
leerá en el capítulo XXV. en el capítulo XXVlIi de la segunda
1. Pasaje embrollado : quiere decir, parte.
l'lilMKiíA l'AKlK. — capítulo XMII 383
cansancio que había iiasado en servicio de su buen señor, parecién-
(lolc i\uv csliiba más que robit^ii pairado con la merced recebida de
la entrega del hallazgo. Con gran deseo quedó el Caballero do la
Triste Figura de saber quién fuese el dueño de la maleta, conjetu-
rando por el soneto y carta, por el dinero en oro, y por las tan
buenas camisas, (jue debía de ser de alg^ún principal enamorado, á
quien desdenes y malos tratamientos de su dama debían de haber
conducido A algv'm des(>sperado término ; pero como por aquel
lugar inhabitable y escabroso' no parecía persona alguna de quien
poder informarse, no se cuió de más que de pasar adelante, sin
llevar otro camino que aquel que Rocinante quería, que era por
donde él podía caminar, siempre con imaginación que no podía
fallar por aquellas malezas alguna extraña aventura. Yendo, pues,
con este pensamiento, vio que por cima de una montañucla que
delante de los ojos sé le ofrecía, iba saltando un hombre de risco
en risco y de mata en mata con extraña ligereza ; figurósele que
iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rebul-
tados, los pies descalzos, y las piernas sin cosa alguna; los muslos
cubrían unos calzones al parecer de terciopelo leonado, mas tan
hechos pedazos, que por muchas partes se le descubrían las carnes ;
traía la cabeza descubierta, y aunque pasó con la ligereza que se
ha dicho, todas estas menudencias miró y notó el Caballero de la
Triste Figura; y aunque lo procuró, no pudo seguille, porque no
era dado á la debilidad de Rocinante andar por aquellas asperezas,
y más siendo él de suyo pasicorto - y flemático. Luego imaginó
D. Quijote que aquel era el dueño del cojín y de la maleta, y pro-
puso en sí de buscalle, aunque supiese andar un año por aquellas
montañas, hasta hallarle ; y así mando á Sancho que se apease del
asno 3, y atajase por la una parte de la montaña, que él iría por la
1. Mejor aquel lugar escabroso é in- debió leerse pasicorto, voz que expresa
/•a6¿/a¿¿e. Asi se guardábala gradación, con propiedad lo que se intenta, y de
pasando de lo menos alomas: porque el que usó Cervantes en el Viaje al Par-
sitio pudiera ser escabroso, sin llegar á naso, cuando decía á Mercurio que
serinhabitable(a), como sucede en otras tardaría mucho Quevedo en llegar, por
sierras, donde á pesar de la aspereza ser ;>osíco?'/o. La equivocación consistió
del terreno abundan los pueblos. sólo en la inversión de dos letras,
2. Las ediciones primitivas pusieron porque pisacorto es anagrama de pasi-
plsncorío, palabra mal formada y sin corto. — Pellicer lo puso bien en su
sentido, porque la acción de pisar edición.
puede ser ¡irme n floja, pero no corta .¿ Volvió aquí á olvidársele á Cer-
ó larga : esto pertenece al paso, y asi yantes el robo del rucio; y para mayor
, prueba de su negligencia, se le olvidó
(a) Inhabitable y escabroso. - ¡ rso ,^^^7^ ". ¡ambién corregir el error en este lugar
gradación mal que le pese a C emeucm, a edición de 1608 aunaue lo corri-
quiea losdedos se le figuran huespedes! a? 'a eaicion ue idus, aunque lu oum
^ (M. de T.) gio en oti'os de la misma.
384
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
otra, y podría ser que topasen con esta diligencia con aquel hombre
que con tanta priesa se les había quitado de delante. No podré
hacer eso, respondió Sancho, porque en apartándome de vuestra
merced, luego es conmigo el miedo, que me asalta con mil géneros
de sobresaltos y visiones; y sírvale esto que digo de aviso, para
que de aquí adelante no me aparte un dedo de su presencia. Así
será, dijo el de la Triste Figura, y yo estoy muy contento de que te
(|uieras valer de mi ánimo, el cual no te ha de faltar, aunque te
falte el ánima del cuerpo ; y vente ahora tras mí poco á poco ó
como pudieres, y haz de los ojos lanternas, rodearemos esta se-
rrezuela, quizá toparemos con aquel hombre que vimos, el cual sin
duda alguna no es otro que el dueño (Je nuestro hallazgo. A lo que
Sancho respondió : Harto mejor sería no buscarle', porque si le
hallamos, y acaso fuese el dueño del dinero, claro está que lo
tengo de restituir; y así fuera mejor, sin hacer esta inútil diligen-
cia, poseerlo yo con buena fe, hasta que por otra vía menos curiosa
y diligente pareciera su verdadero señor, y quizá fuera á tiempo
D. Vicente de los Ríos, apasionado
admirador del Quijote, después de decir
en su Análisis (a;, que Cervantes com-
Sonia sus obras de primera mano, sin
etenerse después á limarlas y pulirlas,
añade : Defecto propio de los grandes
ingenios, que encuentran menos difi-
cullad en inventar, dejando correr el
raudal de su imaginación, que en per-
feccionar sus invenciones sujetando su
talento ó examinar despacio >j con pre-
cisión u?i solo objeto. Pero Ríos sin
duda no quiso excluir del número de
\osgrandes ingenios, ni áVirgilio (a), que
pasó gran p;irte de su vida corrigiendo
la Eneida, y mandó en su muerte que-
marla por no estir aun bastante llena
de borrones, ni á Horacio, cuando dijo
en la carta, malamente llamada Arte
poética :
Carmen reprehendí te, quod non
Multa dies el multa liliira cocrcuil, ali/ue
Prxlectum decies non castigavit ad unguem.
(«) Número 318.
(a) Virgilio. — ¡Dichosos los escritores que,
como Virgilio y Horacio, podian escribir y
limar á sus anchas, por hallarse libres dé
obligaciones y al abrigo de las necesidaiiesl
Siempre lia tiabido en la República de las
letras ricos y pobres : pero algunos de éstos,
á pesar de siis olvidos y descuidos, han dado
Seguramente Ríos en sus escritos
observó con exactitud el precepto de
Horacio, prefiriéndolo al ejemplo de
Cervantes : pero se trataba de excusar
á éste, ó por mejor decir, de elogiarlo.
Todavía excedió á Ríos otro escritor
más moderno, escritor sumamente
apreciable , de cuyas opiniones en
materias de buen gusto quisiera yo que
nunca se diferenciaran las mías. Llegó
á decir en subslancia que prefería el
Quijote con sus defectos al Quijore sin
ellos : i Tal es el entusiasmo que pro-
duce esta admirable fábula en los lec-
tores que saben sentir y saborear sus
bellezas !
1. Nueva pincelada, dada con la
habilidad ordinaria de Cervantes, para
continuar el retrato del carácter codi-
cioso de nuestro escudero, bien bos-
quejado ya en los pasajes anteriores.
El miedo, que es otra de sus calidades
características, queda trazado al vivo
en las expresiones que pocos renglones
ha dirigía á su amo : en apartándome
de vuestra merced, luego es conmigo
el miedo, que me asalta con mil gétie-
ros de sobresaltos y visiones; y sírvale
estoque digo de aviso, para que de aquí
adelante no me aparte un dedo de su
presencia.
gloria á su país y á su lengua, como Cer-
vantes. (M. de T.)
PRIMKUA PAHTi:. — CAI'ÍTüI.O XXIII 385
que lo hubiera ^astnclo, y entonces el Rey me hacía íranco, Enf^á-
Aaste on «vso, Sancho, respondió 1). Quijote, que ya que hennos
caido'on sospcM-Jia (hí quién (ís el dueño, ca.si delante*, estamos
obligados á buscarle y volvéi-stdos ; y cuando no le buscásemos, a
veheintMitc sos[)echü que tenemos de ((ue él lo sea, nos pone ya en
tanta culpa como si lo luese ;así que, Sancho amigo, no te dé pena
el buscalle, por la que á mi se me quitará si le hallo.
Y as! picóá Rocinante y siguióle, Sancho á pie y cargado, merced
í\ Giuesillo de Pasamontc; ; y habiendo rodeado parte de la mon-
taña, hallaron en un arroyo caída, muerta y medio comida de pe-
rros y picada de grajos, una mula^ ensillada y enfrenada; todo lo
cual conlirmó en ellos más la sospecha de que aquel que huía, era
el dueño de la muía y del cojín. Estándola mirando, oyeron un silbo
como de pastor que guardaba ganado, y á deshora, á su siniestra
mano parecieron una buena cantidad de cabras, y tras ellas por
cima de la montaña pareció el cabrero que las guardaba, que era
un hombre anciano. Dióle voces D. Quijote, y rogóle que bajase
donde estaban. Él respondió á gritos, que quién les había traído
por aquel lugar pocas ó ningunas veces pisado sino de pies de
cabras ó tie lobos y otras fieras que por allí andaban. Respondióle
Sancho que bajase, que de todo le darían buena cuenta. Bajó el
cabrero, y en llegando adonde D. Quijote estaba, dijo : Apostaré
que está mirando la muía de alquiler que está muerta en esa hon-
donada; pues á buena fe que ha ya seis meses que está en ese
lugar; díganme, ¿han topadoporahí á su dueño? Xo hemos topado
á nadie, respondió D. Quijote, sino á un cojín y á una maletilla
que no lejos deste lugar hallamos. También la hallé yo, respondió
1. Al carácter codicioso y mezquino Las palabras casi delante (a) que se
que acaba de describirse de Sancbo, hallan en el texto, están dislocadas y
opone Cervantes el honrado, sin- nada significan, ó faltan otras para que
cero y desinteresado de D. Quijote, signifiquen algo. Puede sospecharse que
que se cree obligado á buscar á Car- son de aquellas que se escriben, como
denio para restituirle sus escudos. La suele suceder, en el calor de la com-
compasiún que causa ver malogradas posición, y luego se borran, y que á
las buenas cualidades de D. Quijote Cervantes, incorrecto y descuidado, se
por el estado de su locura, es para el le olvidó el hacerlo. La edición de
lector un nuevo motivo para detestar Londres de 1738 omitió estas palabras,
más y mas la lectura de los libros y hubiera convenido seguir su ejemplo,
caballerescos, autores del daño. Asi ' 2. Diciéndose que estaba muerta,
supo Cervantes aprovecharse de la bien hubiera podido omitirse que
naturaleza de su argumento, y de los estaba caída.
medios que éste le proporcionaba para
conseguii- el objeto final que se pro- («) Casi delante. — Clemencín se imlina
Doiiía • * suprimir estas palabras. Más acenada-
^ ■ uienle el académico cervantista Sr. Cabrera
propuso la siguiente racional enmienda
luméndole can /leíanle. i'>t.
Lectoram delectando pnrilenjiic mow^ndv. luméndole can delon'e. i'>t. de T.)
2o
38G DON QUIJOTE DE LA MANCHA
el cabrero, más nunca la quise alzar ni llegar á ella, temeroso de
aljíún desmán y de (lue no me la [)idiescn por de hurlo ; que es el
diablo solil, y debajo de los jjies se levaida allombre cosa donde
Iropieze y caya, sin saber cómo ni cómo no. Eso mesmo es lo que
yo digo, respondió Sancho \ que también la hallé yo, y no quise
llegar á ella con un tiro de piedra ; allí la dejé, y allí se queda como
se estaba, (jue no (juiero perro con cencerro^. Decidme, buen
hombre, dijo D. (Juijote, ¿sabéis vos quién sea el dueño destas
prendas? Lo que sabré yo decir, dijo el cabrero, es que habrá al
pie de seis meses, poco más á menos ^, que llegó á una majada de
pastores, que estará como tres leguas deste lugar, un mancebo de
gentil talle y apostura, caballero sobre esa mesma muía que ahí
está muerta, y con el mesmo cojín y maleta (pu' decís que hallastes
y no tocastes; preguntónos que cuál parte desta sierra era la más
áspera y escondida; dijímosie que era ésta donde ahora estamos;
y es así la verdad, porque si entráis media legua más adentro,
quizá no acertaréis á salir, y estoy maravillado de cómo habéis
podido llegar aquí, poique no hay camino ni senda que á este
lugar encamine. Digo, pues, que en oyendo nuestra respuesta el
mancebo, volvió las riendas, y encaminó hacia el lugar donde le
señalamos, dejándonos á todos contentos de su buen talle, y ad-
mirados de su demanda y de la priesa con que le veíamos caminar
y volverse hacia la sierra ; y desde entonces nunca más le vimos,
hasta que desde allí á algunos días salió al camino á uno de nues-
tros pastores, y sin decille nada se allegó á él '•, y le dio muchas
puñadas y coces, y luego se fué á la borrica del hato, y le quitó .
cuanto pan y queso en ella traía, y con extraña ligereza, hecho
i. Júntese este rasgo de bellaquería dando a entender que no queríala ma-
de Sancho con los otros de codicia y de leta con gravamen de su conciencia,
miedo que notamos arriba, y se irá 3. La edición inglesa de 1738 pusd
formando idea de! carácter (jue dio poco más ó menos, lo que es más con-
Cervantes á este personaje, en quien forme á nuestro uso actual, y aun se
reunió los deseos urdinarios del pobre, puede decir ([ue á la razón, porque la
las preocupaciones del ignorante, la preposición d no indica como la con-
cobardia del villano, y la malicia mal junción o la indiferencia y poca impor-
disimulada de la aldea. Si se agrega el tancia de que el tiempo de que se habla
apetito perpetuo de hablar, y de ensar- sea puntualmente de seis meses. I'erc
tar refranes más ó uienos á propósito, en fin, así se hablaba cuando vivía Cer-
resultarii el Sancho Panza de Cervantes. vanles, y así se repite en otros pasajes
2. Esto es, no quiero cosas que del (Juliote.
aunque buenas y ventajosas traen 4. Ahora diríamos se llegó á él :
consigo otros inconvenientes, como lo entre nosotros //errares verbode estado,
seria llevar cencerro un perro desti- y aller/ar de acción, que equivale á
nado á guardar la casa contra los recoger y juntar en un montón lo que
ladrones, ó el ganado contra los lobos. está desparramado.
— Asi hablaba el hipócrita de Sancho,
PRIMERA PAIITK. — CAPÍTULO XXIII .'{87
esto, sp volvió i\ mirar on la sierra. Como esto supimos algunos
cahroi'os, le anduvimos ¡i huscar casi dos días por lo más cerrado
d(>sla sierra, al cabo d<; los cuales le hallamos molido ea el liucco
de uh grueso y valienlc alcornoque. Salió á nosotros con mucha
mansedumbre, ya roto el vestido, y el rostro desíigurado y tostado
del sol, de tal sueric (¡ue apenas le conocimos, sino que los vesti-
dos, aunque rotos, con la noticia ({ue dellos teníamos, nos dieron á
cnlender (jue era el que buscábamos. Saludónos cortésmente ', y
en pocas y muy buenas razones nos dijo que no nos maravillásemos
de verle andar de aquella suerte, porque asi le convenía para cum-
plir cierta penitencia que por sus muchos pecados le había sido
impuesta. Rogámosle que nos dijese quién era ; mas nunca lo pudi-
mos acabar con 61. Pedímosle también, que cuando hubiese me-
nester el sustento, sin el cual no podía pasar, nos dijese dónde le
hallaríamos, poríjue con mucho amor y cuidado se lo llevaríamos^;
y que si esto tampoco fuese de su gusto, que á lo menos saliese á
pedirlo y no á quitarlo á los pastores. Agradeció nuestro ofreci-
miento, pidió perd(')n de los asaltos pasados, y ofreció de pedillo de
allí adelante por amor de Dios, sin dar molestia alguna á nadie. En
cuanto lo que tocaba á la estancia de su habitación, dijo que
no tenía otra que aquella que le ofrecía la ocasión donde le
tomaba la noche ; y acabó su plática con un tan tierno llanto, que
bien fuéramos de piedra los que escuchádole habíamos, si en él no
le acompañáramos, considerándole cómo le habíamos visto la vez
primera, y cuál le víamos entonces; porque, como tengo dicho,
era muy gentil y agraciado mancebo, y en sus corteses y concer-
tadas razones mostraba ser bien nacido y muy cortesana persona.
Que puesto que éramos rústicos los que le escuchábamos, su gen-
tileza era tanta, que bastaba á darse á conocer á la mesma rustici-
dad; y estando en lo mejor de su plática, paró y enmudecióse, clavó
los ojos en el suelo por un buen espacio, en el cual todos estuvi-
mos quedos y suspensos, esperando en qué había de parar aquel
1. El presente lenguaje del cabrero entre otras : que puesto que éramos
anciano no corresponde al que se puso rústicos los que le escuchábamos, su
en su boca al principio de la conversa- gentileza era tanta, que bastaba á
ción con D. Quijote y Sancho. Es el darse á conocer d la mes7na rusticidad,
diablo sota, decía, y debajo de los 2. También D. Tristán de Leonís,
pies se levanta allombre cosa donde cuando estuvo loco por celos de Iseo,
tropiece : frases propias del más tosco y vivió una temporada en los busques
lenguaje pastoril, que en ellas se con los pastores, les pedia y recibía de
remedó felizmente, pero que no ligan ellos pan y alimento (a), como aquí lo
con el resto de la relación sobrada- hacía el Caballero Roto de la sierra.
mente culta del pastor. Nótese para
prueba de ello la siguiente expresión (a) Tristán, lib. I, cap. LXXI.
388 DON QUIJOTE DE í^\ MANCHA
embelesamiento, con no poca lástima de vciio ; porque por lo qu»*
hacia de abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sin mover pes-
taña gran rato, y otras veces cerrarlos a[)retando los labios y
enarcando las cejas, fácilmente conocimos que algún accidente do
locura le había sobrevenido. Mas él nos dio á entender presto ser
verdad lo que pensábamos, porque se levantó con gran furia del
suelo donde se había echado, y arremetió con el primero que halh»
junto á sí, con tal denuedo y rabia, que si no se le qniláramos, le
matara á puñadas y á bocados, y todo esto hacía diciendo: ¡ Ah
fementido Fernando! aquí, aquí me pagarás la sinrazón que me
hiciste; estas manos te sacarán el corazón donde albergan y tienen
manida todas las maldades juntas, principalmente la fraude y el
engaño ; y á estas añadía otras razones, que todas se encaminaban
á decir mal de aquel Fernando, y á tacharle de traidor y fementido.
Quitémossele, pues, con no poca pesadumbre, y él, sin decir más
palabra, se apartó de nosotros, y se emboscó corriendo por entre
estos jarales ^ y malezas, de modo que nos imposibilitó el se-
guille; por esto conjeturamos que la locura le venía á tiempos, y
que alguno que se llamaba Fernando le debía de haber hecho
alguna mala obra tan pesada, cuanto lo mostraba el término á que
le había conducido. Todo lo cual se ha confirmado después acá con
las veces, que han sido muchas, que él ha salido al camino, unas á
pedir á los pastores le den de lo que llevan para comer, y otras á
quitárselo por fuerza ; porque cuando estacón el accidente de la lo-
cura, aunque los pastores se lo ofrezcan de buen grado, no lo admite,
sino que lo toma apuñadas; y cuando está en su seso, lo pide por
amor de Dios cortés y comedidamente, y rinde por ello muchas
1. Jarales, terrenos en que abundan tiníida únicamente al pasto de las
las jaras, arbusto comunísimo en cabras y consumo de las cocinas,
España, que cubre gran parte de núes- Andrés Saugero. embajador veneciano,
tros despoblados, y los cubría ya hace uno de los literatos célebres del
siglos, como lo indican nuestros siglo xvi, escribiendo desde España á
romances viejos. El de Gaiferos y Meli- un amigo suyo, manifestaba la admi-
sendra : raciim que le había causado encontrar
„ , , , . • . en la Península campos enteros de
Con el placer de ambos juntos .„ „.-<, . .^, " ,
no cesan de caminar, jaras, calificando esta planta de pre-
dc noche por los caminos, c»osa por el ládano que produce, y que
de día por los jarales. entonces traían sus compatriotas de la
isla de Chipre á los mercados de
Y el romance de D. Beltrán : Europa. El ládano entraba en la com-
Vuelve riendas al caballo posición de las pastillas aromáticas
y vuélveselo á buscar, P'^'"'^ sahumar, que se fabricaban en
de noche por el camino, Sevilla y en Cataluña á principios del
de día por el jaral. siglo xv, y se mencionaron por el Arci-
preste de Talavera (a).
Sin embargo del poco aprecio que se
hace entre nosotros de esta planta, des- (a) Corbacho, parte I, cap. XXXV.
pniMKrt.v PAnTK.
CAPÍTL'LO XXIII
3S0
fíracias, y no con falln de l;íf(r¡mas. Y en vordad os dip^o, señores,
l>rosií?uiü o\ i'al)rero, que üvcr dcüírminamos yo y cuatro zagales,
U)s dos criados v los dos amigos míos, de buscarle hasta tanto que
le hallemos, y después de hallado, ya por fuerza, ya por grado le
hemos de llevar á la villa de Almodóvar', que está de aquí ocho
Icííuas, y allí le curaremos, si es que su mal tiene cura, ó sabremos
quien es cuando esté en su seso, y si tiene parientes á quien dar
noticia de su desgracia'-. Esto es,'senüres, lo que sabré deciros de
lo que me habéis preguntado ; y entended, que el dueño de las
prendas que hallastes, es el mesmo que vistes pasar con tanta
ligereza como desnudez (que ya le había dicho D. Quijote como
había vis! o pasar aquel hombre saltando por la sierra) ; el cual
quedó admirado^* de lo que al cabrero había oído, y quedó con más
deseo de saber quien era el desdichado loco, y propuso en sí lo
mismo que ya tenía pensado de buscalle por toda la montaña, sin
dejar rincón ni cueva en ella que no mirase hasta hallarle. Pero
hízolo mejor la suerte de lo que él pensaba ni esperaba, porque en
aquel mismo instante pareció por entre una quebrada de una
sierra '', que salía donde ellos estaban, el mancebo que buscaba, el
cual venía hablando entre sí cosas que no podían ser entendidas
de cerca, cuanto más de lejos •'. Su traje era cual se ha pintado,
1. Por este pasaje puede deducirse
que el sitio de la penitencia de nuestro
D. Quijote fue hacia las fuentes de los
ríos Guadalén y Guadaruiena, en las
vertientes ya de Sierra Morena para
Andalucía. Ambos rios mueren en el
Guadalquivir : Guadalén nace no lejos
del Jabalón, que lleva sus aguas al
Guadiana, y, por consiguiente, nacen
los dos en las cumbres de Sierra Mo-
rena. En las mismas expresiones del
texto se indica también lo despoblado
del país, y lo confirma la relación que
en el reinado de Felipe II dieron los
vecinos de la villa de Almodóvar, expre-
s indo que había en su término hasta
veinte ventas : indicio de lo extenso y
de lo desierto del territorio. Tenia en-
tonces la villa 800 vecinos, y una de
sus aldeas era Tirtcafuera. De ambos
pueblos se hará mencii'm en la segunda
parte.
2. Estos pastores, á pesar de serlo en
Sierra Morena, y de lo mal que suena
este nombre, eran más semejantes á
los de Belén que los que ahora se usan.
Ya no han quedado pastores tiernos,
compasivos y amigos de hacer bien
más que únicamente en las novelas y
en los estantes de libros de las ciudades
y cortes. Me presumo (a; mucho que lo
mismo sucedía ya en tiempo de Cer-
vantes.
3. El cuales. D. Quijote, como se co-
lige por el contexto ; pero convendría
que estuviese más claro, porque se
pone por medio el hombre que pasaba
saltando por la sierra, y pudiera signi-
ficar ;i éste por más inmediato. La co-
rreccii'm fuera facilísima.
4. Se sobre entiende por entre los
lados de una quebrada. En rigor entre
y una son palabras que se contradicen,
porque entre no puede ser sino entre
dos ó más. Mejor estuviera sin duda la
expresii'm si se dijese : pareció por la.
quebrada de una sierra, evitándose asi
también la desaliñada repetición de
una y una.
5. Véase aquí un caso en que puede
usarse indistintamente del más ó del
(a) ^Je presumo. — E?te verbo, con perdón
de Glemencín, no ha sido nunca reflexivo
ni ha figurado corno tal en el Diccionario de
la Academia. Tal vez quiso decir : me punro.
(M. de T.)
390
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
sólo que llegando cerca, vio D. Quijote que un coleto hecho pe-
dazos que sobre sí traía, era de ámbar \ por donde acabó de en-
tender que persona que tales hábitos traía, no debía de ser de ínfima
calidad. En llegando el mancebo á ellos, los saludó con una voz
desentonada y bronca, pero con mucha cortesía. D. Quijote le
volvió las saludes con no menos comedimiento, y apeándose de
Rocinante, con f^entil continente y donaire le fué á abrazar, y le
tuvo un buen espacio estrechamente entre sus brazos, como si de
luengos tiempos lo hubiera conocido. El otro, á quien podemos
llamar el Roto de la mala /¡gura, como á D. Quijote el de la Triste,
después de haberse dejado abrazar, le apartó un poco de sí, y
puestas sus manos en los hombros de D. Quijote, le estuvo mirando
como que quería ver si le conocía, no menos admirado quizá de
ver la figura, talle y armas de I). Quijote, que D. Quijote lo estaba
de verle á él. En resolución, el primero que habló después del
abrazamiento fué el Roto, y dijo lo que se dirá adelante.
menos, sin cambiar la significacióQ y
sentido de la frase. I^a inisina idea se
expresaría diciéndose : que no poilian
ser entendidas de cerca, cuanto menos
de lejos. La razón de esto es más fácil
de comprenderse que de explicarse, y
basta con insinuarla.
1. El coleto era traje interior de piel,
ordinariamente de ante. Se le llamaría
de ámbar por ser de los que se hacían
de pieles adobadas con ámbar, subs-
tancia olorosa muy usada en tiempo de
nuestro autor, con la que también so-
lian perfumarse los guantes. Tomé de
IJurguillos dijo de Zapaquilda asustada
en su Gatomaquia :
y los húmidos polos circunstantes
Bañados de medio ámbar como guantes.
CAPÍTULO XXIV
DONDE SE PROSIGUE LA AVENTUnA DE LA SIERRAMORENA.
Dice la hisloria (pie era grandísima la atención con que D. Qui-
jote escuchaba al astroso Caballero de la Sierra^, el cual, prosi-
guiendo su plática, dijo : Por cierto, señor, quienquiera que seáis
(que yo no os conozco), yo os agradezco las muestras y la cortesía
que conmigo habéis usado, y quisiera yo hallarme en términos, que con
más ([ue la voluntad pudiera servir^ la que habéis mostrado tenerme
en el buen acogimiento que me habéis hecho ; mas no quiere mi
suerte darme otra cosa con que corresponda á las buenas obras que
me hacen, que buenos deseos de satisfacerlas. Los que yo tengo, res-
pondió D. Quijote, son de serviros, tanto que tenía determinado no
1. Nombre burlesco á estilo de los
que se dan en los libros de Caballería,
y con que designó aquí Cervantes al
que había llamado en el capítulo an-
terior el Koto de la mala figura. Algo
más adelante se trueca este nombre
por el de Caballero del Bosque, que
también se dio á Baldovinos en el ca-
pítulo V de la primera parte, y se da en
el XIII de la segunda .d de los Espejos.
Astroso viene de astro, como viene
asimismo desastrado ; y aunque el uno
parece privativo del otro, según indica
su formación, ambos significan mise-
rable, infausto, desgraciado. En este
sentido se encuentra usado en el poema
castellano de Alejandro (a), y por exten-
sión significa también roto, andrajoso
y sucio. Enseñando Rinconete á Corta-
dillo los naipes que traía en el seno, le
decía : Aunque vuestra merced los ve
tan astrosos y malí ra fados, usan de una
maravillosa virtud con quien los en-
tiende. En uno de los antiguos roman-
ces de los íiiete Infantes de Lara :
(a) Copla 149.
No hayáis miedo, mis sobrinos,
Rui Velázquez respondía,
todos son moros astrosos,
moros de poca valía.
El gigante Gilooiarco decía á Floram-
bel deLucea : Dime, cativo é astroso
caballero : ¿ de dónde te vino tanta lo-
cura y atrevimiento que armado osases
parescer ante mí? Á pesar de sus bra-
vatas, Florambel lo venció y mató, li-
bertando á tres caballeros que tenía
presos, á los cuales envió con la cabeza
del jayán ;'i la Infanta Graselinda (a).
2. Servir en esta acepción activa es lo
mismo que pagar. No sé cómo sirvamos
á Dios esta tari gran merced, escribía la
Reina Católica Doña Isabel á su confe-
sor D. Fray Hernando de Talavera,
hablándole de la curación del Rey su
marido, que había sido herido á trai-
ción en Barcelona. — ;Ay Dios! dijo
Amadis (al recibir un anillo que le en-
viaba Oriana) : ¿cómo serviré yo d esta
señora la gran merced que me hace (ó)?
(a) Florambel, lib. III, cap. XX.
Amadis de Gaula, cap. XIV.
{'^]
392
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
salir fiestas sierras hasla hallaros y saber de vos, si al dolor que en
la exlrnño/.a d<' vuoslra vida mostráis lener, se podía hallar alí^ún
género de remedio, y si fuera menester buscarle, buscarle con la
dilii^encia posible. Y cuando vuestra desventura fuera de aquellas
que tienen cerradas las puertas á todo género de consuelo, pensaba
ayudaros á llorarla y á plañiría como mejor pudiera, que todavía es
consuelo en las desgracias hallar quien se duela dellas. Y si es que
mi buen intento merece ser agradecido con algún género de cor-
tesía, yo os suplico, señor, por la mucha que veo que en vos se en-
cierra, y juntamente os conjuro por la cosa que en esta vida más
habéis amado ó amáis \ que me digáis quién sois y la causa que
os ha traído á vivir y á morir entre estas soledades como bruto ani-
mal^, pues moráis entre ellos tan ajeno de vos mismo cual lo
muestra vuestro traje y persona ; y juro, añadió D. Quijote, por la
orden de caballería^ que recibí aunque indigno^ y pecador, y por
1. Conjuro .1 usanza caballeresca. El
enano Mordete, á quien el Caballero
Finco tenía colgado de un árbol por
los cabellos en pena de sus fechorías, le
pedia misericonlia, diciendo : Buen
seüor, por la fe que d Dios debéis y á
la cosa del mundo que mds amáis, que
no toméis venqnnza en lan cautiva
cosa como yo, y miréis que al no pude
hacer, pues mi seTior lo mandaba (ai.
La Reina Galercia decía á Overil, el
enano de Policisne : Yo os juro por la
cosa del 7nundo que más amo, que si
aqtcel que aquello dijo fuera caballero
como es enano... que yo tomara de
buena gana la batalla (/>). Tanibrino,
vencido por D. Olivante de Laura al ir
éste á cortarle la cabeza, le pidió la
vida por la cosas, dijo, que en este
mundo más amáis: y Olivante respon-
dió : Tú me has conjurado de manera,
que yo te dejaré cun la vida [c).
2. Cuando Claridiana encontró á su
amante, el Caballero del Febo. haciendo
penitencia, magro, desfigurado y exá-
nime en la ínsula Solitaria, le dijo
antes de d.irsele á conocer : Doy gra-
cias á Dios que aquí me ha traído...
para rogaros é importunara.^ que, dejada
esta vida solitaria, que es de ios brutos
animales, salgáis de aquí y volváis a
usar y ejercitar las armas id).
(a) Polici-ine de Boecio, cap. XXVI. — (/<)
Ib., cap. LXXIV. — (c) Olivanle, lib. III,
cap. II. — (d) /ixpejo de Príncipes y Caballeros,
parto I, lib. III, cap. XXVIII.
3. D. Contumeliano de Fenicia decía
á D. Belianis de Grecia, que á la sazi'm
estaba disfrazado de doncella : > o vos
juro por la Orden de Cabullería que
recebi... de prucurar vuestro remedio ^a¡.
Con las mismas palabras decia el Prín-
cipe de Persia Perianeo á la Duquesa
de Frisel, mujer de Armindos : Yo os
prometo, por la Urden de Caballería
que recebi, de con todas mis fuerzas
procurar vuestro remedio [b).
También las doncellas andantes ju-
raban por la Orden de Caballería, como
la Reina Galercia, la cual, en el dis-
curso de sus aventuras, halló una
dueña Aertiendo mucha sangre, que
estaba lamiendo rí gran priesa un muy
fiero lobo. Y como la Reina tul la vio,
echando mano á la espada fué á herir
en el lobo diciendo : Por la fe de Ca-
ballería que yo, dueña, os vengue de él,
aue no es razón que sangre humana de
oestias sea comida (c).
De la fuerza de esta fórmula de jura-
mentos, y de lo ligados que con ella se
consideraban los caballeros, se habló
en una nota del capitulo IV.
4. Decía Diofebo al ermitaño en la
Historia de Tirante (d). Giuroper quelto
santo Ordine di Cavalleria ch'io inde-
gno ricevetli.
(a) fíelianis, lib. I, cap. XXIH. — (6) Be-
lianis, lib. II, cap. XXIX. — (c) Policisne
de JJoecia, cap. LXXXVI. — (d) Parte I,
cap. XVUI.
PRIMEnA PAÍllK. — CAPÍTII.O XX IV 39.'i
la profesión rio caballero andante, si en esto, sefior, me complacéis,
(Je s(M'virt)s con las veías á (jue me obliga el s(!r quien soy, ora
nMiietliando vuestra desgracia si licnc renie<Jio, ora aviidjindoos A
llorarla, como os lo he [)romel¡<lo. El (Caballero del Bo.síjuc, que de
tal manera oyó hablar al de la Triste Fifjura, no hacía sino mirarle
y remirarle y tornarle á mirar de arriba abajo, y después que le
h\d)0 bien mirado, le dijo. Si tienen algo que darme á comer, por
amor de Dios ([ue me lo den, que después de haber comido, yo
haré todo lo í[ue se me manda en agradecimiento de tan buenos
deseos como aquí se me han mostrado. Luego sacaron Sancho de
su costal y el cabrero de su zurrón con que satisfizo el Roto su
hambre', comiendo lo que le dieron como persona atontada, tan
apriesa, (¡ue no daba espacio de un bocado al otro, pues antes los
engullía (jue tragaba ; y en tanto que comía, ni él ni los que le
miraban hablaban palabra. Gomo acabó de comer, les hizo señas
que le siguiesen, como lo hicieron, y él los llevó á un verde prade-
cillo, que á la vuelta de una peña poco desviada de allí estaba. En
llegando á él, se tendió en el suelo encima de la hierba, y los
demás hicieron lo mismo, y todo esto sin que ninguno hablase,
hasta que el Rolo, después de haberse acomodado en su asiento,
dijo : Si gustáis, señores, que os diga en breves razones la inmen-
sidad de mis desventuras, habéisme de prometer- de que con nin-
guna pregunta ni otra cosa no interromperéis el hilo de mi triste
histona, porque en el punto que lo hagáis, en ese se quedará lo que
fuere contando. Estas razones del Rolo trujeron á la memoria de
D. Quijote el cuento que le había contado su escudero, cuando no
acertó el número de las cabras que habían pasado el río, y se quedó
la historia pendiente; pero volviendo al Roto, prosiguió diciendo ;
esta prevención que hago, es porque querría pasar brevemente por
el cuento de mis desgracias, que el traerlas á la memoria no me
sirve de otra cosa que añadir otras ^ de nuevo, y mientras menos
1. Elipsis poco usada, pero elegante, demente. Pero el intento de Cervantes
de la palabra cosas ó manjares, y que tiubo de ser preparar algún pretexto
no carece de analogía, pues se dice para interrumpir la relación de Carde-
corrientemento sacar con qué saüsfa- nio, dividiéndola en dos trozos, el uno
cer el hambre, no habiendo aquí otra contado aquí á D. Quijote y á Sancho,
novedad que la de aplicar al pretérito y el otro al Gura y al Barbero en el ca-
lo que ya tiene adoptado el uso para pítulo XXVII.
el infinitivo. 3. Sonaría mejor con el régimen de,
2. Semejante prevención no es vero- diciéndose : No sirve de otra cosa que
símil. Si Cárdenlo estaba loco, parece de añadir otras ídesgracias) de nuevo.
impropia esta advertencia, la cual su- Acaso fué omisión de la imprenta. —
pone previsión y juicio, y tanto laad- Tampoco suena bien la repetición otra
vertencia como la razón que se da de y otras.
ella, no asientan bien en boca de un
394 DON yriJOTE DE I.A MANCHA
me pregunláredcs, más presto acabaró yo de decillas, puesto que
no dejaré por contar cosa alguna que sea de importancia, para
satisfacer del todo á vuestro deseo. D. Quijote se lo prometió en
nombre de los demás, y 61, con este seguro, comenzó desta ma-
nera:
Mi nombre es Cárdenlo, mi patria una ciudad de las mejores de
esta Andalucía', mi linaje noble, mis padres ricos, mi desventura
tanta, que la deben de haber llorado mis padres, y sentido mi
linaje; sin podcila aliviar con su riqueza, que para remediar desdi-
chas del ciclo poco suelen valer los bienes de fortuna. Vivía en
esta misma tierra un cielo-, donde puso el amor toda la gloria que
yo acertara á desearme; tal es la hermosura de Luscinda, doncella
tan noble y tan rica como yo, pero de más ventura, y de menos firmeza
de la que á mis honrados pensamientos se debía. A esta Luscinda
amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me
quiso á mí con aquella sencillez y buen ánimo que su poca edad
permitía. Sabían nuestros padres nuestros intentos, y no les pesaba de
ello, porque bien veían que cuando pasaran adelante, no podían
tener otro fin que el de casarnos, cosa que casi la concertaba la
igualdad de nuestro linaje y riquezas. Creció la edad, y con ella el
amor de entrambos, que al padre de Luscinda le pareció '"' que por
buenos respetos estaba obligado á negarme la entrada de su casa,
casi imitando en esto á los padres de aquella Tisbe tan decantada
de los poetas, y fué esta negación añadir llama á llama y deseo á
1. Dicese de, esta Andalucía, porque
realmente esta era la provincia en que
se hallaban los interlocutores, en sitio
desde el cual corren ya las aguas al
Guadalquivir, como se dijo en las no-
tas anteriores, y se confirma por el so-
neto del Paniafíuado, académico de la
Argamasilla, que se pone al fin de la
primera parte, y donde se expresa que
1). Quijote pisó uno y otro lado de la
gran selva negra.
La ciudad de donde era Cárdenlo na-
tural, se califica de una de las mejores
de Andalucía, y en el discurso de la
relación se dice que es madre de los
mejores caballos del mundo : ambas se-
ñas indican claramente ;í Córdoba.
2. La repetición descuidada de la pa-
labra cielo es el menor defecto del pre-
sente pasaje, cuyo estilo estudiado y
sentencioso es impropio en las pasiones
vehementes, cual era la de Cárdenlo.
El lenguaje de su relación se parece,
como era natural, al de la carta que se
encontró en la maleta, y se copió en el
capitulo precedente. L» del cielo que
vivía en la tierra contiene una exagera-
ción desmedida, y al mismo tiempo un
retruécano : Cardenio era ponderativo
como andaluz, y sobradamente inge-
nioso, como su paisano G<'>ngora. En su
historia se encuentran diferentes ejem-
plos de los mismos defectos, junto con
otras expresiones felices y trozos exce-
lentes.
S. Falta algo para completar el sen-
tido : de tal suerte, que al padre de Lus-
cinda pareció, etc. En seguida se hace
mención de Píramo y Tisbe, cuyos
amores cantó Ovidio entre los antiguos
y varios modernos antes y después de
la era de Cervantes. La comparación
que con ellos hace Cardenio de los su-
yos, no es muy exacta, porque en los
de Cardenio, como él mismo añade,
callaron las lenguas y hablaron las plu-
mas, y no fué asi en los de Píramo y
Tisbe.
PRIMERA PARTE. — CAPÍTULO XXIV 395
(Icsoo ; porciiic! ;uiii<|ii<' pusieron silencio ;í las lenpcuas, no le pudie-
ron poner á las pliitnas, las cuales con niáslihcrlad (pie las lenguas
suelen ilar á entender ú (|uien quieren, lo que en el alma está en-
cerrado ; que muchas veces la pi'csencia de la cosa amada lurha y
enmudece la intención más determinada y la lengua más atrevida.
¡ Ay cielos, y cuántos billetes la escribí ! ¡ Cuan regaladas y honestas
resjíuestas tuve! ¡Cuántas canciones compuse', y cuántos ena-
morados versos, donde el alma declaraba y trasladaba sus senti-
mientos, pintaba sus encendidos deseos, entretenía sus nKímorias,
y recreaba su voluntad ! En el'eclo, viéndome apurado, 'y que mi
alma se consumía con el deseo de verla, determiné poner por obra
y acabar en un punto lo que me pareció que más convenía para
salir con mi deseado y merecido premio, y fué el [)edírsela á su
padre por legítima esposa, como lo hice ; á lo que él me respondió
que me agradecía la voluntad (jue mostraba de honrarle, y de que-
rer honrarme con prendas suyas ; pero que siendo mi padre vivo,
á él tocaba de justo derecho hacer aquella demanda, porque si no
fuese con mucha voluntad y gusto suyo, no era Luscinda mujer
para tomarse ni darse á hurto. Yo le agradecí su buen intento, pa-
reciéndome que llevaba razón en lo que decía, y que mi padre ven-
dría en ello, como yo se lo dijese ; y con este intento, luego en
aquel mismo instante fui á decirle á mi padre lo que deseaba ; y al
tiempo que entré en un aposento donde estaba, le hallé con una
carta abierta en la mano, la cual, antes que yo le dijese palabra,
me la dio, y me dijo : Por esa carta verás, Cárdenlo, la voluntad
que el Duque Ricardo tiene de hacerte merced. Este Duque
Ricardo, como ya vosotros, señores, debéis de saber, es un Grande
de España, que tiene su estado en lo mejor desta Andalucía. Tomé
y leí la carta, la cual venía tan encarecida, que á mí mismo me pa-
reció mal, si mi padre dejaba de cumplir lo que en ella se le pedía,
que era que me enviase luego donde él estaba'^, que quería que
fuese compañero, no criado, de su hijo el mayor, y que él tomaba
á cargo el ponerme en estado que correspondiese á la estimación
en que me tenía. Leí la carta y enmudecí leyéndola, y más cuando
oí que mi padre me decía: De aquí á dos días te partirás. Cárdenlo,
1. Cardenio había dicho poco antes á 2. Hubiera convenido para la clari-
D. Quiiole que querría pasar brevemente dad '^onev donde el Duque estaba. Donde
por el cuento de sus desgracias; pero la se empleó aquí en lugar de adonde, se-
vehemencia y agitación de sus afectos gúnlacostumbre de Cervantes. Algunos
no se lo permitía, y entraba en parti- renglones después se repite lo mismo,
cularidades que necesariamente alar- y se dice : Vine en fin donde el Duque
su relación. Ricardo estaba.
39G DON QUIJOTE DE LA MANCHA
á hacer la voluntad del Duque ; y da gracias ú Dios que te va
abriendo camino por donde alcances lo que yo sé que mereces;
añadió á oslas otras razones de padre consejero. Llegóse el término
do mi partida, hablé una noche á Luscinda,(líjeletodoloque pasaba,
y lo mismo hice á su padie, suplicándole se entretuviese algunos
días, y dilatase el darla estado hasta que yo viese lo que Ricardo
me quería ' ; él me lo prometió, y ella me lo confirmó con mil jura-
mentos y mil desmayos. Vine en fin donde el Duque Ricardo estaba,
fui del tan bien recebido y tratado, que desde luego comenzó la
envidia á hacer su olicio, teniéndomela los criados antiguos, pare-
ciéndoles que las muestras que el Duque daba de hacerme merced,
habían de ser en perjuicio suyo; [tero el «jue más se holgó con mi
ida- fué un hijo segundo del Duque, llamado Fernando, mozo
gallardo, gentil hombre, liberal y enamorado, el cual, en poco
tiempo quiso que fuese lan su amigo, que daba que decir á todos ;
y aunque el mayor me quería bien y me hacía merced, no llegó al
extremo con que D. Fernando me quería y trataba. Es, pues, el
caso, que como entre los amigos no hay cosa secreta que no se co-
munique, y la privanza que yo tenía con D. Fernando, dejaba de
serlo por ser amistad, todos sus pensamientos me declaraba, espe-
cialmente uno enamorado que le traía con un poco de desaso-
siego •*. Quería bien á una labradora vasalla de su padre, y ella los
tenía muy ricos, y era tan hermosa, recatada, discreta y honesta,
que nadie que la conocía se determinaba en cuál de estas cosas
tuviese más e.\celencia, ni más aventajase. Estas tan buenas parte
de la hermosa labradora redujeron á tal término los deseos dt-
D. Fernando, que se determinó, para poder alcanzarlo y con(juisíar
la entereza de la labradora, á darle palabra de ser su esposo, porque
de otra manera era procurar lo imposible. Yo, obligado de su
amistad, con las mejores razones que supe, y con los más vivo-
ejemplos que pude, procuré estorbarle y apartarle de tal propó-
1. En esta ocasión quefernoes amar, lo que precede, porque cuando no hay
como en otras : quererme significa de- relación entre las ideas, no debe haberla
sear de mi ó desear que yo Jiiciese. El tampoco enlre la^> palabras que las re-
relativo lo que, y no el pronombre me, presentan. U debiera haberse suprimido
es el objeto en que termina la acción lo de la envidia de los criados, que
del verbo. Lo contrario sucedería en la realmente para nada hacía falta, ó po-
acepción de amar: el pronombre per- nerse lo del cariño de Ü. Fernando de
sonal seria el objeto, y el relativo equi- otro modo y en distinto período, como
valdría al adverbio cwa7i/o. cosa inconexa con lo anterior.
2. Nada tiene que ver esto con lo que 3. No debi(' de ser poco cuando según
acaba de decirse acerca de la envidia va ;i referirse, redujo rí tal término los
de los criados antiguos : y así se usa deseos de U. Fernundo, que se determinó
inoportunamente la conjunción pero, para poder alcanzarlo ¡i dsir pnlahra. de
que iadica oposición de lo que sigue con esposo á ia hermosa labradora Dorotea.
riMMIlIt.V P.\UTK. — CAIMI'tJI.f) XXIV 397
sito ' ; pero viondoquc no aprovechaba, determiné de decirle el caso
ni DiKiuc: Ricardo, su j)a(lrc ; mas D. l'ornando, como astuto y dis-
cfolo^ so receló y temió desto, por paiccerleqiie estaba yo oblij^ado,
en vez de buen criado '^, ;i no tenei" encubierta cosa que tan en
perjuicio de la honra de; mi señor el Ijuque venia ; y así, jjor diver-
tirme y encañarme ^, me dijo que no hallaba otro mejor remedio
para poder apartar de la memoria la hermosura que tan sujeto le
tenía, que el ausentarse por alíennos meses, y que quería (¡ue el
ausencia fuese que los dos nos viniésemos en casa de mi padre ■•
con ocasión que darían al Duque que venía á ver y á feriar unos
muy buenos caballos ^ que en mi ciudad había, que es madre de
los mejores del mundo. Apenas le oí yo decir esto, cuando movido
de mi alicion", aunque su determinación no fuera tan buena, la
aprobara yo poi- uPia de las más acertadas que se podían imag-inar,
por ver cuan buena ocasión y coyuntura se me ofrecía de volver á
ver á mi Luscinda. Con este pensamiento y deseo, aprobé su pare-
cer y esforcé su propósito, diciéndole que lo pusiese por obra con
la brevedad posible, porque en efecto, la ausencia hacía su oficio á
pesar de los nías firmes pensamientos; y cuando él me vinoá decir
esto, según después se supo ".había gozado á la labradora con título
de esposo, y esperaba ocasión de descubrirse á su salvo, temeroso
délo que el Duque, su padre, haría cuando supiese su disparate.
Sucedió, pues, que como el amor en los mozos por la mayor parte
1. Ejemplos vivos es otra cosa. El al Duque que venía d ver y feriar unos
epíteto DO es el que aquí corresponde: caballos. La expresión, como se halla
vendría mejor eficaces ú oportunos. en el texto, está viciada, y no se en-
2. Parece lo contrario de lo que se tiende bien : darían parece errata por
quiere decir que es « letj ó ü fuer de buen daría ó más bien por diría. — Feriar en
criado. El modo adverbial e/i vez anun- el texto es comprar en la feria : en el
cia oposición con lo que acompaña; y uso presente es regalar en tiempo y con
decimos en vez de velar, duerme : abo- ocasión de la feria.
rrece en vez de amar, en vez de andar, 6. Está defectuoso y embrollado el
separa. lenguaje. El sentido queda pendiente
3. Nótese la acepción del verbo f/íDer- en las palabras mo^iVio de mi afición,
tir por extraviar, hacer perder el cami- cuyo verbo no se encuentra; pero se
no, que no es la que de ordinario tiene. remediaría todo conunaalteración muy
La presente es más conforme al origen ligera, diciéndose: apenas le oí yo de-
latino. cir esto, cuando movido de mi afición,
4. Este régimen suena ahora mal. aprobé su determiiiación, y aunque no
y en su lugar diríamos ó casa de mi fuera tan buena, laaprobarayo por una
padre : pero en tiempo de Cervantes era de Las más acertadas.
corriente el uso de la preposición en, en 7. No va esto muy de acuerdo con lo
muchas ocasiones en que actualmente que antes se contó de la privanza de
ponemos la á. Y no es éste el único Gardenio con D. Fernando, e/ cwaZ /c»6'os
ejemplo de semejante régimen en el sus pensamientos le declaraba. Algu-
OfiJOTF, como ya tendremos ocasión de nos pasajes de esta relación se reaien-
observar. ten de la debilidad de cabeza de quien
o. Quiere decir : dando por pretexto la hacía.
398 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
no lo es, sino apetito, el cual como tiene por último fin el deleite,
en llegando á alcanzarle se acaba, y ha de volver atrás aquello que
parecía amor, ponjue no puede pasar adelante del término que le
puso naturaleza, el cual término no le puso á lo que es verdadero
amor; quiero decir, que^ así como D. Fernando gozó á labradora,
se le aplacaron sus deseos y se refriaron sus ahíncos, y si primero
fingía (¡uererse ausentar por remediarlos, ahora de veras procuraba
irse por no ponerlos en ejecución. Dióle el Duque licencia, y man-
dóme que le acompañase; venimos^ á mi ciudad, recibióle mi
padre como quien era, vi yo luego á Luscinda, tornaron á vivir
(aunque no habían estado muertos ni amortiguados) mis deseos,
de los cuales di cuenta por mi mal á D. Fernando, por parecerme
que en la ley de la mucha amistad que mostraba, no le debía encu-
brir nada ; alábele la hermosura, donaire y discreción de Luscinda,
de tal manera, que mis alabanzas movieron en él los deseos de
querer ver doncella de tan buenas partes adornada. Cumplíselos yo
por mi corta suerte, enseñándosela una noche á la luz de una vela
poruña ventana por donde los dos solíamos hablarnos; viola en
sayo (a), tal, que todas las bellezas hasta entoncespor él vistas las puso
en olvido ; enmudeció, perdió el sentido, quedó absorto, y final-
mente, tan enamorado, cual lo veréis en el discurso del cuento de
mi desventura ; y para encenderle más el deseo (que ámíme celaba,
y al cielo á solas descubría) ^, quiso la fortuna que hallase un día
1, Estas palabras interrumpen la 3. Está dicho con impropiedad, ha-
buena construcción y el sentido, que blándose, como se habla, de un seduc-
estaríacabalsi se suprimiesen. — Tam- tor de la inocencia y de un amigo pér-
poco está bien lo que se añade : si pri- fido. Las personas virtuosas son lasque
mero fincjia quererse ausentar por reme- comunican sus cuidados y penas con el
diarlos (sus deseos), ahora de veras cielo : los malvados quisieran ocui-
procuraba irse por no ponerlos ene jecu- tarle, si fuese posible, sus obras y sus
ción; porque de los deseos no se dice deseos, y están muy distantes de acu-
que se í-emec/ioH, sino que se amor/zV/ímn dir á él á desahogar su pecho y á con-
ó se desvanecen ; m \voá\aL irse por ?¿o solarse en sus allicciones. — El verbo
ponerlos en ejecución, porque ya los celamo se usa ya en el día sino en la
habiapueslo, como acaba de relerirse. significación de procurar con celo. En
2. Añorase dice vinimosen pretérito, y el texto se toma por ocultar ó encubrir,
re/iimo.s ha quedado para el presente. En oponiéndolo á descubrir: y esta accp-
uno y otro caso el uso actuales más con- ción, que es la misma que la del latino
forme alas raices yjne y ren 70 .pero aquí celare, de donde se deriva, es la que le
no cabe decir venimos ni vinimos, sino dio el .\rcipreste de Hita en el siglo xiv :
fuimos, porque no se habla en Córdoba.
Que quien amores tiene, non los puede celar
En gestos ó en sospiros ó en color ó en fa-
{«) Viola en. sayo, lal. — Estas palabras [blar (a).
han dado mucho que escribir á los cervan-
ti.<las. El ya citado Sr. Cabrera projiuso con En el siglo siguiente escribía el bachi-
excelente acuerdo y no falta ^^^'■ ra2ón la
corrección siguiente : Viola en sazón tal.
(M. de T.) (a) Copla 780.
PRIMEIHA FAItTE. — CAPITULO XXIV
399
un billclc suyo ' pidií'TKloino que la pidiese á su padre por esposa,
tan discrelü, lan honcslo y tan enamorado, que en leyéndolo me
dijo,(iue en sola Luscinda se encerraban todas las gracias de her-
niosiíra y de entendiinienlo que en las demás mujeres d(d mundo
estaban repartidas. iJien es verdad (pie quiero conl'esar ahora, (|ue
puesto que yo veía (;on cuan Justas causas D. Fernando á Luscinda
alababa, me pesaba de oír aquellas alabanzas de su boca, y comencé
ú temer, y con razón á recelarme del, porque no se pasaba momento
donde no quisiese que tratásemos de Luscinda, y él movía la plá-
tica aunque la trújese por los cabellos ; cosa que despertaba en mí
un no sé quede celos, no porque yo temiese revés alguno de la bon-
dad y de la i'e de Luscinda ; pero con todo eso me hacía temer mi
suerte lo mismo que ella me aseguraba'-. Procuraba siempre
D. Fernando leer los papeles que yoá Luscinda enviaba, y los que
ella me resj)oudía,á título que de la discreción de los dos gustaba
mucho. Acaeció, pues, que habiéndome pedido Luscinda un libro
de Caballerías en que leer, de quien era ella muy aficionada, que
era el de Amadís deGaula... No hubo bien oído D. Quijote nom-
11er Fermín Gómez de Cibdad Real (a) á
Pedro López de Ayala («j : i/oso y debí-
(lo)\ por ser batizculo en brazos de vues-
tro padre, á non celar á V. M., lo que
sus malquerienles le achacan. — Celar
secreto, dijo también el Arcipreste de
Talaveraen la segunda parle de su Cor-
bacho (b). Otro ejemplo ofrece un ro-
mance viejo que dice :
Montesinos y Oliveros
nial se quieren en celado.
Y el del Marqués de Mantua :
Quiérelo disimular,
mas no puede ser celado.
La historia caballeresca de D. Poli-
cisme de Boecia habla (c) del amor que
la princesa Lucerna tenia encelada-
mente á Lunatel, y cuenta que querién-
dola casar el Rey de Calandria, su
padre, con el hijo de un Rey comar-
cano, en el acto de desposarlos y á pre-
sencia de Lunatel, se pasó el pecho
con un terciado ó daga. Añade que Lu-
cerna había dejado escrita para Lunatel
(a) Centón epist., núni. 2!. — (¿) Cap. XII.
— (c) Cap. LVIII.
(a) Beal. — Véase lo ya dicho acerca, de
la falsedad del Centón. (M. de T.)
una carta, en la cual le hacia saber la
determinación de su voluntad. Estas
dos circunstancias coinciden con las que
cuenta Cárdenlo : y no es el libro de
Policisne el único que presenta seme-
janzas con la historia del Caballero
Roto : algunos de los caracteres y par-
ticularidades de ésta, asi como el éxito
que tuvo, recuerdan la de Policiano y
Laurelia, que se insertí'^ en la crónica
de Florambel de Lucea (a).
1. Fortuna se toma comúnmente en
buena parte, y significa la favorable.
Aquí viniera mejor decir la desgracia.
2. Expresión obscura. La suerte no
puede a un mismo tiempo asegurar y
hacer temer, infundir confianza y des-
confianza. Si eZ/a es Luscinda ^de quien
acaba de hablarse), las seguridades que
ella diese no debían ser para Cardenio
ocasión de temor, sino de aliento y so-
siego. El discurso se aclararía, si las
palabras lo mismo que, se convirtiesen
en estas otras : lo contrario de lo que.
Mas no sé si esto sería lo que quiso
dar á entender Cervantes ; ó más bien
que las seguridades que Luscinda le
daba eran tantas, que ya le hacían na-
cer la sospecha de que existía algún
peligro.
(o) Lib. III, cap. XXVI, XXVII y XXX.
400
nON QUIJOTE DE LA MANCHA
brar libro de Caballerías, cuando dijo : Con que me dijera vuestra
merced al principio de su historia que su merced de la señora
Luscinda era aíicionadíi á libros de Cabídlcrías, no fuera menester
otra exageración para darme á entender la alteza de su entendi-
miento, porque no le tuviera tan bueno como vos, señor, le habéis
pintado, si careciera del gusto de tan sabrosa leyenda ^ Así que
para conmigo no es menester gastar más palabras en declararme
su hermosura, valor y entendimiento, que consoló haber entendido
suafifión, la confirmo por la más hermosa y más discreta mujer del
mundo ^; y quisiera yo, señor, que vuestra merced le hubiera en-
viado junto con Amadís de Caula al bueno de ÍJon Hugelde Grecia,
que yo sé que gustara la señora Luscinda mucho de Daraiday Ca-
rayá', y de las discreciones del pastor Darinel, y de aquellos admi-
rables versos de sus bucólicas', cantadas y representadas por él
1. La palabra r/ustotiene dos acepcio-
nes, además de la propia y primitiva,
que se refiere al olicio del paladar : unas
veces significa el placer y otras la afi-
ción. E¿la última es la que tiene en el
presente lugar del texto. En el uso ac-
tual distinguimos ambas acepciones por
medio del régimen : decimos lox giislos
del inundo, los (justos del ánimo, cuan-
do habíanlos del placer ; y cuando indi-
carnos la afición, solemos decir el y usía
á la ca~a, á la música. Conforme á
esto, en Luscinda el gusto no era tanto
de la lectura, cuanto «' la lectura; y
nótese al paso, que (/usto en esta pos-
trera significación no tiene plural, lo
mismo que sucede á otros sustantivos
en nuestro idioma.
2. Antes habia calificado D. Quijote
de discreta á Luscinda por su afición á
la sabrosa leyenda de los libros de Ca-
ballerías; ahora, calentándose sucesi-
vamente más y más en el progreso del
discurso su desvariada mollera, con sólo
haber entendido su afición, no se con-
tenta ya con calificarla de discreta,
sino también de hermosa.
3. Personajes de la crónica de D. Flo-
risel de Niquea, escrita por Feliciano
de Silva. D. Rugel era hijo de D. Flori-
sel : Daraida era el Príncipe Agesilao,
hijo de D. Falanges y Alastrarjarea, y
Garaya D. Arlanges, Principe de España
Agesilao y Arlanges, enamorados de la
Princesa Diana por un retrato suyo que
vieron en Atenas, donde se hallaban
estudiando, y no sabiendo cómo verla
y tratarla, dicurrieron vestirse de muje-
res, para poder con este disfraz servir
en calidad de doncellas á Diana en la
ínsula de Guindaya, donde la criaba
con sumo recato su madre la Reina
Sidonia {a,. Así lo consiguieron, ayu-
dándoles su juventud y hermosura, y
resultando los extraños y nunca vistos
ni imaginados sucesos que se refieren
en dicha cninica.
El libro de Ü. Rugel de Grecia, que
dijo D. Quijote, es la tercera parte de
D. Florisel. que trata, según expresa su
título, de las grandes /lazüüus de los
Excelentisimos l^rincifies D. Rogel de
Grecia y el segundo Agesilao.
4. Para hacer juicio de la ironía que
contienen estas palabras, conviene te-
ner presente lo que decia el Gura en el
escrutinio de los libros de D. Quijote,
hablando de la historia de Amadis de
Grecia: á trueco de quemar... al pastor
Darinel y ó síis églogas y á las endia-
blada'' y revueltas razones de su autor.,
quemara con ellos al padre que me en-
gendró. Hablóse de ello en las notas al
capítulo VI de esta primera parle.
Darinel tuvo parte también en los
sucesos que se refieren en la crónica de
D. Florisel. En la primera parte se lee
la siguiente octava, que cantó al son
de su churumbela, y puede servir do
muestra para juzgar de su habilidad y
prendas poéticas (6) :
¡ Ay Silvia ! Pues quien conoce t%\ gloria
¿ Cómo se puede quejar de tenella ?
(a) Parte III, cap. XIV.
cap. XV III.
(¿) Lib. I,
PRIMERA PARTli. — CAPÍTULO WIN
4ül
con lütlo donaire, discreción y desenvoltura. Pero Vicmpo podrá
venir en que se enmiende esa falta ; y iio dura tnás en hacerse la
ehnúxMída *, do cuanto (fuicra vueslra merced ser servido devenirse
conmigo á luialdíí;», ([uc allilo i)odré dar más de trescieuLos libros^,
(|uc son el regalo do mi alma y el ontrolonimienlo do mi vida;
aumiuo tongo para mí quo ya no tengo ninguno, merced á la mali-
cia de malos y envidiosos encantadores. Y perdóneme vuestra mer-
ced ol haber contravenido á lo que prometimos de no intorromper
su plática, pues en oyendo cosas do (Caballerías y de caballeros an-
dantes, así es en mi mano dejar de hablar en ellos, como lo es en la
de los rayos del Sol dejar de calonlar, ni humedecer en los de la
Luna^ ; así que, perdón, y proseguir, que es lo que ahora hace más
al caso. En tanto quo D. Quijote estaba diciendo lo que queda
dicho, se le había caído á Cárdenlo la cabeza sobre el pocho, dando
muestras d(í estar profundamente pensativo; y puesto que dos veces
le dijo ü. Quijote que prosiguiese su historia, ni alzaba la cabeza
Y el que vencido recibe vitoria,
No quiera llamarse captivo con ella.
¡ Oh libertad pcidida eu aquella
Que siendo perdida ganó tal tormento,
Que mal no recibo ni pérdida siento,
Estando del todo perdido por ella :
Llámanse bucólicas en dicha crónica
de D. Florisel las composiciones pasto-
riles ó cantadas por pastores, como
son las de Archileo en los capítulos XIV
y XVII de la cuarta parte.
l.Du/'ar, verbo impersonal, lo mismo
que lardarse. Otras veces se usa
como de estado, en significación de
perseverar. Duró, asi empieza Solis su
historiade la conquista deMéjico, duró
algunos días en nuestra inclinación el
intento de continuar la historia gene-
ral de las Indias occidentales, etc.
2. En el capítulo VI, al referirse el
escrutinio que el Cura y el Barbero
hicieron de la librería de D. Quijote,
sólo se dice que había en ella más de
cien cuerpos de liljros grandes muy
bien encuadernados, y otros pequeños;
y de estos últimos se dice, que no de-
bían ser de Caballería sino de poesía.
Por donde parece que D. Quijote exa-
geró aquí demasiadamente el número
de sus libros caballerescos ; pero ¿quién
pide á un loco cuenta de lo que dice?
3. Entre las vulgaridades astrológi-
cas que corrían en tiempo de Cervantes
(y no sólo en España), una era calificar
á la Luna de planeta húmedo, amigo y
generador de cuanto es acuátil. Espa-
cioso el modo con que se explica
sobre esta materia Jerónimo Cortés, es-
critor valenciano, en su Lunario per-
petuo, impreso repetidas veces á fines
del siglo xvi y principios del siguiente.
Este planeta (dice en el capítulo de la
calidad y efectos de la Luna) es frío y
liúniedo, acuático, nocturno y feme-
nino, al cual se atribuyen las hume-
dades y la producción de todos los vege-
tales por la mucha humedad que dicho
planeta influye (a). En otra parte (6):
la Luna tiene dominio sobre todas las
cosas húmedas y en particular sobre
los asnos, bueyes y pescados, aves blan-
cas y marginas... sobre las calabazas,
pepinos, cohombros y melones, lechu-
gas, verdolagas y endivias. No es de
extrañar que tanta humedad dé sueño,
y así, hablando de las condiciones y
fisonomía que la Luna comunica á sus
ahijados, dice Cortés que son soñolien-
tos y dormilones : pero añade (y esto
es cosa particular) que tienen los ojos
medianos, y el uno mayor queel otro[c).
El lector, si gusta, podrá dedicarse á
hacer las observaciones convenientes
para comprobar la veracidad y exacti-
tud de estos fallos.
(a) Pág. 52 de la edición de 1G07
Pág. 212. — fe; Pág. 5J.
(6)
402 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
ni respondía palabra ; pero al cabo de un buen espacio la levantó,
y dijo : No se me puede quitar del pensamiento ni habrá quien me
lo quite en el mundo, ni quien me dé á entender otra cosa, y sería
un majadero el que lo contrario entendiese ó creyese, sino que
aqnol bellaconazo del Maestro Eiisabad estaba amancebado con la
Reina Madásima. Eso no, voto á tal, respondió con mucha cólera
D. Quijote (y arrojólo, como tenía de costumbre*), y esa es una muy
gran malicia, ó bellaquería por mejor decir; la Reina Madásima
fué muy principal señora, y no se ha de presumir que tan alta Prin-
cesa se había de amancebar con un sacapotras '^ ; y quien lo con-
trario entendiere, miente como muy gran bellaco, y yo se lo daré á
enlender á pie o á caballo, armado ó desarmado, de noche ó de día,
1. Indica el texto que I). Quijote pro-
firió por entero la fórmula voto á Dios,
que lo es á un mismo tiempo de jura-
mento y de amenaza. Nuestro caba-
llero, lleno del entusiasmo de su pro-
fesión, no contento con defender la
honra de las dueñas vivientes, exten-
día su patrocinio ú las difuntas. Que
su profesión le obligaba á socorrer las
necesidades de vivos y muertos, lo
dice expresamente en el capitulo LV
de la segunda parte, donde se cuenta
que hablando Sancho des ¡e una sima,
y sospechando su amo que estaba en
el purgatorio, le ofrecía sacarlo de
allí á fuerza de sufragios.
2. De tres Madásimás hacen mención
las crónicas caballerescas que tratan
del Maestro Eiisabad : una, que era se-
ñora del castillo de Gantasi, y prendió
á traición á Araadis de Gaula y á su
hermano D. Galaor ; otra, mujer del
gigante Madanfabul, señor de la ínsula
de Torrebermeja; y otra que era so-
brina suya, hija de su hermana Groma-
daza y de Famongomadán, el jayán
del Lago ferviente, señor de la ínsula
de Mongaza (a;. — Á ninguna de las
tres Madásimás se le da el título de
Reina, y ninguna de las tres tuvo re-
lación con el Maestro Eiisabad. Éste
como cuenta la historia de Amadis de
Gaula 'b], era hombre de letras .y de
misa. En los viajes y navegaciones
que hizo en compañía de .\madís, le
enseñó el griego, el alemán y otras
lenguas, como aquel que era ¡jran sabio
;i) .Iw-idi-i de Canlu, cap. CXXVIII. — Ib)
Cap. 1>.\XIII.
en todas las artes («). Cuando llegaron
á vista de la isla del Diablo, donde ha-
bitaba el monstruoso Endriago, que-
riendo Amadis combatirse con él, rogó
á Eiisabad que le dijese misa á otro
dia de mañana. El alba del diavenida,
el Maestro cantó misa ; y el Caballero
de la Verde Espada La oyó con mucha
humildad, rogando á Dios le ayudase
en aquel peligro. Durante la batalla,
el Maeslrii Eiisabad mandó poner un
altar con las reliquias que para decir
misa tenia; é hizo tomar cirños encen-
didos tí todos, é ¡lineados de rodillas
rogaban á Dios que guardase tí aquel
caballero (b).
Este buen sacerdote era al mismo
tiempo cirujano y uno de los mejores
del mundo de aquel menester, según se
afirma en la historia de Amadis. Aun
dice más la de E.splandián : en el mun-
do todo no había quien de aquel oficio
fuese su igual (c). Con efecto, curó á
Amadis de las terribles heridas que
recibió en el combate con el Endriago,
y antes le había curado ya de otras
que había recibido en Grecia y en Ro-
manía [d¡. Otras curaciones notables,
hechas por Eiisabad, se refieren en las
historias caballerescas ie). Y así tuvo
razón la de Amadis en decir que Eii-
sabad había hecho cosas maravillosas
en su oficio, dando vida á muchos de
los que haber no la pudieran sino por
{a) Ib., cap. CXXX. — (6) Ib., cap. LXXIU.
— (c) Cap. XXVni. — (d) Amadis de Caula.
cap. LXXII. — (e) Serga» de Esplandim,,
cap. XXVIII V LI. — Amadí* de Grecia,
parte II, cap. ÚV y I,XII.
PRIMEflA I'AUIK. — CAPÍTULO XXIV
403
ó como TTirts gusto lo diere. Esl;'ibalc mirando Cardenio muy ulen-
lam(uit(\ al (Miul ya liahía venido el accidente de su locui-a, y no
estaba [)ara proseguir su lii.sloria, ni tampoco D. Oiiijote se la
oyera, scf^úii le había disgustado lo (pie de Madásinia le habla oído.
¡ExtraAo caso! que así volvió por ella como si verdaderam(!nte
fuera su verdadera y natural señora ; tal le tenían sus descomul-
gados libros. Digo, pues, que como ya Cardenio estaba loco, y se
oyó tratar de mentís y de bellaco, con otros denuestos semejantes,
parecióle mal la burla, y alzó un guijarro que halló junto á sí, y
dio con él en los pechos tal golpe á D. Quijote, que le hizo caer de
espaldas. Sancho Panza, que de tal modo vio parar á su señor,
arremetió al loco con el puño cerrado, y el Roto le recibió de tal
Dios é por él {a). Esta fue la razón del
titulo con que se le califica de Muestro,
que, como se dijo ya en otra nota an-
terior, se daba comúnmente ;i los pro-
fesoies de cirugía, y lo que prestó oca-
sión aquí á D. Quijote para llamarle
por menosprecio sacapotras.
No se crea que en la reunión de los
oficios de eclesiástico y cirujano se
quebranta la verisimilitud. En la Edad
Media era frecuente que los eclesiás-
ticos profesasen la medicina, como lo
Erueba, fuera de otros documentos
istóricos, la prohibición establecida
en el Concilio de Reims del año H31,
en el general de Letrán de 1139, y en
el de Tours de 1163, de que la ejercie-
sen los canónigos regulares, y los mon-
jes, en lo que se envolvía el permiso ó
tolerancia de que lo hiciesen los demás
clérigos seculares. Es de creer que al
principio se aplicaron los eclesiásticos
;i este oficio por razones de caridad, y
por la suma ignorancia de los legos,
que generalmente no sabían ni aun
leer; después hubieron de inlluir en
ello otros motivos menos desinteresa-
dos, como indicaron dichos concilios;
lo que junto con los progresos ulterio-
res de las luces, que hacían ya menos
necesarios los auxilios de los clérigos,
ocasionaría aquella prohibición. Aun
no eran distintas entonces, como lo
fueron después, las profesiones de
médico y cirujano, según se ve respecto
del siglo XV por las relaciones que hace
en sus cartas el Bachiller Fernán Gó-
mez de Gibdad Real, médico del Rey
D. Juan el II; y tal vez contribuyeron
(o) Cap. CXV.
á la prohibición los motivos de leni-
dad, con la que no se avienen bien las
operaciones, muchas veces sangrientas,
de la cirugía.
Y volviendo á nuestro propósito, del
que nos han apartado algún tanto las
conexiones del asunto, las historias
caballerescas no presentan la relación
que pudo tener Elisabad con ninguna
de las Madásiuias, y dar algim pretexto
á la sospecha de Cárdenlo. Con quien
tuvo Elisabad favor y valimiento, fué
con la Infanta Grasinda, sobrina del
Rey Tafinor de Bohemia, y señora de
una ciudad marítima llamada Sadia-
na [a). A esta señora servía de conse-
jero y de médico Elisabad, el cual viuy
emparentado é muy rico en aquella
tierra era (b). Por mandado de Gra-
sinda curó Elisabad y acompañó en
sus viajes á Amadís de Gaula, como en
la historia de éste se refiere, y desem-
peñó varias embajadas y comisiones
de confianza. Es, pues, evidente que
tanto Cardenio como I). Quijote equi-
vocaron á Grasinda con Madásima,
trocando sus nombres. No fué de ex-
trañar, porque tanto juicio tenía el
uno como el otro; y de D. Quijote ya
hemos visto en otras ocasiones que
solía equivocar los sucesos de cosas
que citaba de los libros caballerescos.
A Elisabad se atribuyó la historia de
Esplandíán, hijo de Amadís de Gaula,
y según todas las noticias que prece-
den, fué clérigo, cirujano, consejero y
coronista.
(a) Amadís de Grecia, cap. LXXII. — ih)
Ib., caí). LXXV.
404
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
suerte, que con una puñada dio con él ú sus pies, y luego se subió
sobre él y le brumo las costillas ^ muy á su sabor. El cabrero, que
le quiso defender, corrió el mismo peligro, y después que los tuvo
á todos rendidos y molidos, los dejó, y se Fué con gentil sosiego á
emboscarse en la montaña. Levantóse Sancho, y con la rabia que
tenía de verse apori'eado tnn sin merecerlo, acudió á tomar la ven-
ganza del cabrero, diciéndole que él tenía la culpa de no haberles
avisado que á aquel hombre le tomaba á tiempos la locura, que si
esto supieran, hubieran estado sobre aviso para poderse guardar.
Respondió el cabrero que ya lo había dicho, y que si él no lo había
oído, (¡ue no era suya la culpa. Replicó Sancho Panza, y tornó á
replicar el cabrero, y fué el fin de las réplicas asirse de las barbas,
y darse tales puñadas, (jue si D. Quijote no los pusiera en paz, se
hicieran pedazos. Decía Sancho asido con él cabrero : Déjeme
vuestra merced, señor Caballero de la Triste Figura, que en ésle,
que es villano como yo y no está armado caballero''^, bien puedo á
mi salvo satisfacerme del agravio que me ha hecho, peleando con
él mano á mano como hombre honrado. Así es, dijo D. Quijote ;
pero yo sé que él no tiene ninguna culpa de lo sucedido. Con esto
los apaciguó, y D. Quijote volvió á preguntar al cabrero si sería
posible hallar á Cárdenlo, porque quedaba con grandísimo deseo
de saber el fin de su historia. Díjole el cabrero lo que primero
había dicho, que era no saber de cierto su manida ^ ; pero que si
anduviese mucho por aquellos contornos, no dejaría de hallarle, ó
cuerdo ó loco.
i. Brumar, según pretende Covarru-
bias en su Tesoro de la lengua caste-
llana, viene de broma, que significa el
material con que se rellenan las pare-
des de los edificios. Ya dijimos que los
verbos derivados de nombres suelen
añadir comVmmente al principio la
letra a. y pusimos ejemplos: pero otras
veces foruian ?in este requisito, espe-
cialmente si son frecuentativos ó tienen
forma de i¡i\e?,,Ci)Tao pernear, manotear,
pintear, broncear, gatear, montear. El
uso actual se inclina más á lo primero,
no siendo frecuentativos los verbos;
y así ya no decimos brumar sino
abrumar, ni batanar, como se lee en
el capítulo XXI anterior, sino abatanar.
2. Estas palabras, puestas con opor-
tunidad y gracia en boca de Sancho,
recuerdan las conversaciones pasadas
entre él y su amo sobre la materia; la
del capitulo VIH al descubrir el puerto
Lapice, la del XV después de la aven-
tura de los yangüeses, y las del XVI 11
después del manteamiento de la venta,
y antes de la batalla con el ejército
de ovejas.
3. Viene del latín manare, y se dice
ordinariamente del sitio donde acos-
tumbran á recogerse los animab'S.
Aquí se aplica á la de Cárdenlo, que,
con efecto, no podía ser sino semejante
;í la de las fieras. Tal era el hueco de
un alcornoque, donde le encontraron
los pastores, según se refiere en el
capitulo precedente.
CAPITULO XXV
QLE TRATA DK LAS EXTRAÑAS COSAS QUE EN SIERRAMORENA SUCE-
DIERON AL VALIENTE CABALLERO DE LA MANCHA, Y DE LA IMITACIÓN
OUE HIZO Á LA penitencia' DH BELTENEBRÓS ^.
Despidióse del cabrero D. Quijote, y subiendo otra vez sobre
Rocinante, mandó á Sancho que le siguiese, el cual lo hizo con su
jumento de muy mala gana. Ibanse poco á poco entrando en lo
más áspero de la montaña, y Sancho iba muerto por razonar con su
1. No es este el régimen usual y co-
rriente, porque decimos imitación de y
no imiLación á. Asi sucede por lo co-
mún en los nombres verbales en oti,
derivados de verbos activos, como
lección, educación. Otros del mismo
final y clase admiten el régimen de los
verbos á que pertenecen. Decimos la
preparación/3a?'a la muerte, la atención
á los negocios. En los nombres de afec-
tos, que no son verbales, se observan
las variedades, ó, por mejor decir, los
caprichos del uso; porque se dice pro-
miscuamente el amor de la vida ó el
amor ú la vida, el temor de la muerte,
ó el temor á la muerte; pero sólo se
dice el cariño d la vida, el deseo de la
muerte.
2. El retiro y penitencia de Amadís
de Gaula en l¿ Peña Pobre, es uno de
los incidentes de mayor importancia é
interés en su historia. Creyendo Oriana
por una imprudencia del enano Ardián
que Amadís había dejado su amor por
el de la hermosa Briolanja, le escribió
una carta con un doncel llamado Durin,
mandándole que no pareciese más en
su presencia. Durín llevó la carta á
Sobradisa, capital del reino del mismo
nombre, donde contaba hallar á Ama-
dís; pero éste, después de haber ven-
cido y muerto en batalla á Abiseos,
usurpador del reino de Sobradisa, y
colocado en él á Briolanja, hija del Rey
legíLimo, habia salido para restituirse á
la corte del Rey Lisuarte, padre de
Oriana. En el camino, pasando junto á
la ínsula Firme, tuvo noticia de las
grandes maravillas que de ella se con-
taban. Un sabio encantador, llamado
Apolidón, señor de la ínsula, había
dispuesto en tiempos antiguos que
nadie pudiese tener dominio de ella sin
entrar antes en una cámara encantada
por un arco también encantado, que
había construido con sus artes. No era
dado pasar por bajo el arco á quien
hubiese sido desleal á su primer amor,
ni llegar á la Cámara defendida á quien
no fuese mejor caballero que Apolidón.
Amadís se atrevió á pasar y pasó el
arco, entró en la cámara, y á conse-
cuencia fué reconocido por señor de la
ínsula. En esta sazón llegó Durín, y le
entregó la carta de Oriana, de la que
quedó tan lastimado Amadís, que re-
nunciando al señorío de la ínsula en su
escudero Gandalín, se ausentó solo y
desesperado. La suerte lo condujo á un
paraje solitario, donde encontró á un
hombre de orden, anciano y venerable
ermitaño, quien lo consoló, confesó y
condujo hasta la costa del Océano,
desde donde lo llevó en una barca á su
406
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
amo, y deseaba que él comenzase la plática, por no contravenir á
lo que le tenía mandado. Mas no pudi'Mido sufrir tanto silencio lo
dijo : Señor D. Ouijote, vuestra merced me eche su bendición y
me dé licencia, que desde aquí me quiero volver á mi casa, y á mi
mujer, y á mis hijos, con los cuales por lo menos hablaré y depar-
tiré todo lo que quisiere ; porque querer vuestra merced que vaya
con él por estas soledades de día y de noche, y que no le hable
cuando me diere ^usto, es enterrarme en vida. Si ya quisiera la
suerte que los animales hablaran, como hablaban en tiempo de
Guisopete', fuera menos mal, porque departiera yo con mi jumento
ermita, que estaba mar adentro en una
peña alt.i y estrecha, Uaramia la Peña
Pobre. Pidió Amadis al ermitaño que
le mudase el nombre para vivir oculto
el poco tiempo que consideraba restarle
de vida; y el ermitaño, atendiendo á
su belleza y al estado de amargura y
tinieblas en que se hallaba, le puso
Beltenehrós. Allí hacia penitencia Ama-
dis ; las más de las noches las pasaba
debajo de unos árboles muy espesos
que üabía cerca de la ermita ; y, acor-
dándosele la ingratitud de su señora,
hizo la siguiente canción:
Pues se me niega victoria
Do justo niV'ra debida.
Allí do muere la gloria
Es gloria morir la vida.
Y con esta muerte mía
Morirán todos mis daños,
Mi esperanza y mi porfía,
El amor y sus" eníriifios.
Mas quedará en mi memoria
I. a stima nunca perdida.
Que por me matar la filoria
Me mataron gloria y vida.
Entretanto Durín, vuelto á la corte
de Lisuarte, dio cuenta de todo lo ocu-
rrido á Oriana : la cual, cerlificada de
la lealtad de Amadis por el paso del
arco encantado, tuvo gran pesar de lo
hecho, y envió en busca de su caba-
llero á la Doncella de Üenamarca, her-
mana de Durín, con una carta muy
humilde, en que pedía perdón de su
yerro. La doncella aportó por efecto de
una tormenta á la Peña Pobre, y
habiendo desembarcado á hacer ora-
ción y oír misa, reconoció á Amadis,
le dio la carta de Oriana y lo condujo
en su embarcación al reino de Lisuarte,
donde su señora lo aguardaba en el
castillo de .Miraflores(a).
Tal es la aventura que se propuso
imitar D. Quijote, llamando á .\madis
norte, lucero 7 sol de los valientes y
enamorados caballeros. Fáciles son de
encontrar las semejanzas de una y otra
aventura. En la de Sierra Morena hubo
desdenes, si no reales, imaginados de
Dulcinea, hubo penitencia, hubo can-
ciones compuestas por el penitente ¡fín-
tervino en sacar de allí á I). Quijote,
según ya observó Pellicer, la discreta
Dorotea, así como en lo de .\madís la
Doncella de Denamarca. iNo hay con-
fesión, ni misa, ni cosas sagradas,
según también observó Pellicer, porque
sin duda no quiso Cervantes mezclar lo
sagrado con lo profano, tanto más que
la aventura de D. Quijote era imila-
ción burlesca de la otra, y se contenti'>
con decir que fatigaba mucho á D. Qui-
jote no hallar por allí otro ermitaño
que le confesase y consolase.
1. Sancho, como rústico y prevarica-
dor del buen lenr¡uaje. segi'm que dijo
alguna vez su amo (6), llamó así al
fabulista Esopo. hopele [x] le nombró el
Arcipreste de Hita c) ; del mismo modo
le llaman otros libros y documentos
anteriores al siglo xvi; y el vulgo toda-
vía le llama isopn. — Poco después
trocó también Sancho el nombre de
Madásima en Magimasa, como antes
había trocado el de Mambrino en Mar-
tino y Malandrino.
(a) Amadis de Caula, cap. XXI, XL y
XLV. — (6) Parte II, cap. XIX. — (c)
Copla 86.
(a) Isopete. — También se dio este nom-
bre, en la Edad Media, á la^ colecciones de
fábulas entonces conocidas. De ellas habla
extensamente Menéudez Pelayo en so His-
toria de las ideas estéticas. (M. de T.)
PniMEn\ PARTK. CAPÍTULO XXV 407
lo ([ue me viniora en gana, y con eslo [)asara mi ma-Ia ventura; que
es recia cosa, y que no se puede llevar en paciencia, andar bus-
caiKlo aventuras toda la vida y no hallar sino coces y manteamien-
tos, ladrilla/os' y puñadas, y con todo eslo nos hemos de coser la
boca, sin osar decir lo que ol hombre tiene en su corazón, como
si l'uera mudo. Ya le entiendo. Sandio, respondió D. Quijote; tú
mueres porque te alce el entredicho^ que te tengo puesto en la
lengua ; dale por alzado y di lo que quisieres, con condición que no
hade durar este alzamiento más de en cuanto anduviéremos por
estas sierras. Sea así, dijo Sancho, hable yo ahora, que después
Dios sabe lo que será ; y comenzando á gozar de ese salvocon-
ducto, digo (jue ¿ qué le iba á vuestra merced en volver tanto por
aquella Reina Magima.sa, ó como se llama? ¿ó qué hacía al caso
que aquel Abad fuese su amigo ' ó no ? Que si vuestra merced pa-
sara con ello, pues no era su juez, bien creo yo que el loco pasara
adelante con su historia, y se hubieran ahorrado el golpe del gui-
jarro y las coces, y aun más de seis torniscones. Á fe, Sancho, res-
pondió D. Quijote, que si tú supieras como yo lo sé, cuan honrada
y cuan principal señora era la Reina Madásima, yo sé que dijeras
que tuve mucha paciencia, pues no quebré la boca por donde tales
blasfemias salieron ¡porque es muy gran blasfemia decir ni pensar
que una Reina esté amancebada con un cirujano. La verdad del
cuento es, que aquel Maestro Elisabad, que el loco dijo, fué un
hombre muy prudente y de muy sanos consejos, y sirvió de ayo y
de médico á la Reina ; pero pensar que ella era su amiga, es dispa-
rate digno de muy gran castigo ; y porque veas que Cardenio no
supo lo que dijo, has de advertir que cuando lo dijo, ya estaba sin
juicio^. Eso digo yo, dijo Sancho, que no había para qué hacer
1. De ningún ladrillazo se ha hecho 3. ^6ací significaba en otro tiempo, \'
mención en la fábula, como se ha aun significa hoy en algunas partes, lo
hecho de coces, ynantecuniento y puna- mismo que clérigo. Xada se había
das. Puede creerse que es errata en vez dicho en los capítulos anteriores que
de canfZ¿Za;o.s, por el que recibió D. Qui- diese motivo á Sancho para llamar
jote en la venta de mano del Moro en- clérirto á Elisabad, pues sólo se le
cantado, alias el cuadrillero. había calificado de cirujano, aunque en
2. Morir es aquí desearconintensión, realidad fué uno y otro según las histo-
afectarse con vehemencia. En el mismo rias caballerescas; pero Sancho hubo
sentido se dice en el capítulo XIX de la de hablar así por la terminación del
segunda parte que los que habían en- nombre de Elisabad, mutilándolo y
contrado á D. Quijote //2on'a?i po7' saóer desfigurándolo, como hizo también
qué hombre fuese aquel tan fuera del con otros nombres propios.
uso de los otros hombres. Y en el capí- 4. Esto decía D. Quijote de Cardenio.
tulo XXIÍI se dice de Sancho que. Dijo la sartén á la caldera; quítale
cuando oyó á su amo contar ias cosas allá, culinegra.
de la cueva de Montesinos, pensó per-
der el juicio ó morirse de risa.
408
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
cuenta de las palabras de un loco ; porque si la buena suerte no
ayudara á vuestra merced, y encaminara el guijarro á la cabeza',
como le encaminó al pecho, buenos qued;iramos por haber vuelto
por aquella mi señora, que Dios cohonda ^ ; pues montas, que
no se librara Cárdenlo por loco. Contra cuerdos y contra locos
está oblifj^ado cualquier caballero andante á volver por la honra
de las mujeres cualesquiera que sean, cuanto más por las Reinas
de tan alta ijuisa y pro^ como fué la Reina Madásima, á quien
yo tengo particular afición por sus buenas partes '' ; porque lucra
de haber sido fermosa, además fué muy prudente y muy sufrida
en sus calamidades, que las tuvo muchas, y los consejos y com-
pañía del Maestro Elisabad le fué y le fueron de mucho provecho
y alivio para poder llevar sus trabajos con prudencia y paciencia,
y de aquí tomó ocasión el vulg"o ignorante y mal intencionado
de decir y pensar que ella era su manceba^; y mienten, digo otra
\. La suer/e que hubiera encaminado
el guijarro de Gtirdenio á la cabeza de
Ü. Quijote, no podía ser buena, sino
todo lo contrario. La suerte de que
se habla en esle pasaje fué buena en
cuanto ayudí) á U. Quijote, y fuera
mala si enc^iminara el guijarro á su
cabeza. Borrando la palabra buena,
todo quedaba corriente; y la palabra
suerte, restituida á su significación ge-
neral indeterminada, denolaria la buena
ó la mala, según conviniese al intento.
2. Especie de maldición ; culionda
parece equivalente á confunda, mu-
dada la f en h, como es frecuente en
castellano. El autor del Diáloyo de las
lenguas cuenta entre las palabras anti-
cuadas á cokonder por gastar ó corrom-
pe r, y a.\ega. ei refrán: Muchos maestros
eolio II den {ai) lanovia. En la colección del
Marqués de Santillana hay otro que
dice : Lo que la vejez cokonde, no liag
maestro que lo adobe. Hern;ín Mejía, en
unas coplas contra las mujeres, inseí'-
tas en el Cancionero general de Sevilla
del año 1534 (a) :
Ya se tocan y destocan,
Ya se publican, ya esconden,
Ya se dan, ya se revocan,
Ya se mandan, ya se trocan.
Ya sadoban, yacohonden.
(o) Fol. 9.J.
(a.) Co/ionden. — El Diccionario de la Acade-
mia trae el refrán : Antes que conozcas ni
alabes ni cohondas (vituperes;. (M. de T.)
3. De ta7i alia guisa está bien; pero
al nombre sustantivo pro no le con-
viene el epiteto ó caiiaad de alto; y á
no suprimirse, conviniera decir: Cuanto
mus por las Reinas de tan alta guisa, y
de tanto pro, como fué la Reina Madá-
sima. ,
4. A pesar del buen concepto de
D. Quijote, la historia de Amadis
presta motivos para no tenerlo de
alguna de las de este nombre de Ma-
dásima que menciona. Verdad es que
D. Quijote nombró á Madásima equi-
vocándola con Grasinda, señora da
Sabiana; y ésta merecía elogios por su
conducta prudente, por su hospitalidad
respecto de Amadis, y por su deferen-
cia á los buenos consejos de Elisabad.
3. Manceba y mancebo vienen del
latín mancipium, esclavo, quasi manu
caplum, y en la primera edad de
nuestra lengua se aplicaba á los hijos
que estaban aún bajo la patria potes-
tad, como se ve por las leyes del tuero
Juzgo, traducido al castellano en el
siglo XIII de orden del Rey San Fer-
nando. Después ha introducido el uso
una gran diferencia entre ambos
nombres. Mancebo es el joven que está
en la ilor de la edad; manceba se toma
en mala parte por concubina, y esto e>s
ya por lo menos desde pnncipios
del siglo XV, porque en las Cortes de
Madrid del año 1405 se mandó que las
mancebas de los clérigos trajesen señal
en el vestido para ser conocidas. —
Mozo y moza pueden ser también abre-
iMiiMrnA i>.\nTr. — r.Aprn^.o xxv
400
vez, y incnlirán otras doricnlas lodos los que tal pensaron y 'Jije-
ren. Ni yo lo digo ni lo pienso, rcspondií» Sandio; allá se lo hayan,
eon sil pan se lo coman ; si fueron aniancebados ó no,i'i Dios liahrán
dado la cnenla; de mis viñas vengo, no sí; nada ; no soy amigo de
saber vidas ajenas, que el que compra y miente, en su bolsa lo
siente ; cuanto masque desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo
ni gano; mas ipie lo fuesen, ¿ (jué me va á mí? y muchos piensan
(jue hay tocinos, y no hay estacas', ¿másqnién puede poner puer-
tas al campo? cuanto más que de Dios dijeron í «). ¡ Válame Dios, dijo
D. Quijote, y qué de necedades vas, Sancho, ensartando ! ¿ Qué va
de lo que tratamos á los refranes que enhilas-? Por tu vida, Sancho,
que calles, y de aquí adelante entremétete en espolear á tu asno, y
deja de hacello en lo que no le importa ; y entiende con todos tus
cinco sentidos-^, que lodo cuanto yo he hecho, hago é hiciere, va
muy puesto en razón y muy conforme á las reglas de caballería,
que las sé mejor que cuantos caballeros las profesaron en el
mundo. Señor, respondió Sancho, ¿y es buena regla de Caballería
que andemos perdidos por estas montañas sin senda ni camino,
buscando á un loco, al cual después de hallado quizá le vendrá en
voluntad de acabar lo que dejó comenzado, no de su cuento, sino
viaturas de mancebo y manceba, y
participan de la fuerza de este origen,
pues la acepción de mozo es iavorable,
y no siempre lo es la de moza ví5;, de lo
que algo se ve en el <jui,iote, en aquello
fie utozas del paríido que dice el capi-
tulo 11.
1. Tocinos llaman á las hojas de la
canal del cerdo, que, después de cu-
radas con sal, suelea colgarse de esta-
cas en las despensas de los lugares y
aldeas. Kl refrán es : Donde se piensa
.que hay tocinos, no ha>i estacas. Díjose
de los que pasan por ricos sin serlo, y
aquí lo aplicó Sancho á los que son
tenidos por malos sin serlo. — Poner
puertas al campo : ejemplo de cosa
imposible, que ha pasado en proverbio.
Con él indica Sancho que no puede
(a) De Dios dijeron. — La frase prover-
bial tal como hoy se usa, es ¡Digan, que de
Uioit dijeron ! (M- deT.)
(?) Moza. — La palabra moza, coa perdón
de CliMiicncín, no se loma en mala parte,
como lo prueba el uso de los diminulivos
mocita, mo:uela, y de las palabras wuza de
cántaro, buena moza, etc. En la provincia
de Granada se usa en el sentido de criada.
(M. de T.)
precavérsela malediciencia, añadiendo
que el mismo Dios no estuvo libre de
ella.
2. Efectivamente, acaba Sancho de
acumular una porción de refranes : y es
el primer pasaje de la fábula en que
empieza á descubrir esta maña, que en
lo sucesivo suministra ocasión de tan-
tos donaires al autor y de tanto placer
;'i sus lectores. Couio quiera, es menes-
ter reconocer que esta novedad intro-
duce en el car.icter de Sancho una cir-
cunstancia que no ha tenido hasta
ahora, y que ya campea singularmente
en el resto del Qumote. Hubiera sido
muy fácil volver atrás y salpicar de
refranes los discursos anteriores de
Sancho: pero Cervantes (dígase otra
vez) no limaba ni repasaba lo que iba
escrito.
3. La edición de 1608 sólo dice todos
cinco sentidos. Mejor y más conforme
al uso era decir con lodos tus cinco sen-
tidos. Las dos ediciones de Madrid del
año 1603 ponen co7i todos sus cinco
sentidos. Pero sus es evidente errata por
lus, voz que estarla en el original, y
que hubiera convenido poner en todas
las ediciones.
410
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
de la cabeza de vuestra merced y de mis costillas, acabándonoslas
de romper de lodo punto? Calla, te di^'^o otra vez, Sancho, dijo
D. Quijote ; porque ie haíjo saber que no S(')lo me trae por estas
partes el deseo de hallar al loco, cuanto el que tengo de hacer ^ en
ellas una hazaña con que he de ganar perpetuo nombre y fama en
todo lo descubierto de la tierra; y será tal que he de echar con ella
el sello -á lodo aquello que puede hacer perfecto y famoso á un
andante caballero. ¿Y es de muy gran peligro esa hazaña? preguntó
Sancho Panza. No, respondió el de la Triste Figura, puesto que de
tal manera podía correr el dado^, que echásemos azar'' en lugar de
1. Dos modos de decir esto apuntó
Cervantes. Uno, no sólo me trae el deseo
de hallar al loco. siaolamhiénelque len-
go, etc. Otro, notsmlome trae el deseo de
hallar al loco cuanto el que tengo., etc. De
uno ú otro modo estaba bien : pero
Cervantes, con su distracción ordinaria,
mezcló ambos, y lo dejó mal. — I). Gre-
gorio Garcés (a), en su Fundamento del
vigor de la lengua castellana (a), alega
este pasaje como muestra del uso que
puede hacerse déla partícula cuanto:
pero, preocupado excesivamente del
respeto á la autoridad de Cervantes,
solía mirar como ejemplos dignos de
imitarse defectos contrarios á la ana-
logía y al uso general de las personas
cultas, cánones supremos del lenguaje.
El Quijote, según la expresión de
D. Diego d(' Saavedra hablando en su
República literaria de la Jerusalén del
Tasso, es un ara á que no se puede
llegar sin mucho respeto y reverencia;
pero esto tiene su término, y no es
justo convertir las incorrecciones en
reglas. Á este propósito decía nuestro
insigne crítico Quintiliano : ñeque id
stalim persuasum sil, omnia quas magni
anclares dixerint, utique esse perfecta.
Nam el labuntur aliquando, el oneri
cedunt, el indulgent ingeniorum suo-
rum voluptati, nec semper intendunl
animum, el nonnunquam faligatiir ;
(o) Tomo I, cap. XVT, art. IV.
(a) Del lenquaje. — Garcés se hallaba aco-
metido (le ia dolencia contralla á la de
Clemencin. Sólo encontraba en Cervantes
modelos difjnos de imitación, mientras el
Aristarco niniciano anda por el texto de
Cervantes, como revendedor de yesca, bus-
cando descuidos que censurar. En caso de
escoger, prefiero á Garcés. (M. de T.)
cum Cicero?ii dormitare inlerim De-
musthenes, Horatio vero etiam Ilumerus
ipse videatur. Summi enim sunl, homi-
nes lamen : accidilque iis, qui quidquid
apud illas repererunl dicendi legem
putanl, ut deteriora imilentur {id enima
est facilius), ac se abunde similes jm-
tent, si tilia magnorum consequan-
tur (a).
2. Echar el sello ó una cosa es per-
feccionarla y concluirla, tom;indose
la metáfora de los instrumentos, escri-
turas y diplomas, en que la última
operación es sellarlas.
.3. Casi todas las ediciones ponen
podía acorrer el dado ; pero acorrer es
errata por correr, ocasionada quizá por
ser a la letra última de la palabra ante-
rior. Así se ve por lo que decía D. Qui-
jote á Sancho en el capitulo XX de las
mercedes de los caballeros andantes á
sus escuderos : tal jjodria correr el
dado, que todo lo que dices viniese tí ser
verdad. Acorrer es lo mismo que so-
correr, y esta acepción no es aquí del
caso.
4. Azar y encuentro : lances del juego
de los dados, de donde se toma la seme-
janza. Azar es el lance que pierde, y
encuentro el que gana. Los romanos
tenían también en los dados el Venus
y el Canis, que indicaban, el primero
el golpe favorable y el segundo el
adverso en el mismo juego: pero con
la diferencia que entre ellos lo favorable
era que todos los dados presentasen
número distinto, y el adverso que todas
las caras ofreciesen el mismo número :
acá debe ser al revés, como se deduce
del nombre encuentro, que so da .il
punto ganancioso.
(a) Intiitution. oratoriar., lib. X, cap. I.
PniMERA l'AItTi:. — CAPÍTULO XXV 4H
encuentro; pero lodo lia de eslar en lu diligencia. ¿En mi dilig-cn-
cia/dijo Sancho. Si, dijo U. (JuijoLe, poríjue si vuelves presto de
adonde pienso enviarte, presto se acabará mi pena, y presto co-
menzará mi i.'loria;y ponpic noesbien que te tcn^^a más suspenso,
esperando en lo que lian de parar mis razones, quiero, Sancho, que
sepas <pu> el lamoso Amadís de (iaula fué uno de los más perfetos
caballeros andantes. No lu; dicho bien fué uno; fué el solo, el pri-
mero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el
mundo. Mal año y mal mes para D. Belianís y para todos aquellos
(\ue dijeren que se le igualó en algo, porque se engañan, juro cierto.
Digo asimismo, que cuando algún pintor quiere salir famoso en su
arte, procura imitar los originales de los más únicos pintores' que
sabe, y esta misma regla corre por todos los más oficios ó ejerci-
cios de cuenta, que sirven para adorno de las repúblicas; y así lo
ha de hacer y hace el que quisiere alcanzar nombre de prudente y
sufrido, imitando á Ulises, en cuya persona y trabajos nos pinta
Homero un retrato vivo de prudencia y de sufrimiento, como tam-
bién nos mostró Virgilio ^ en persona de Eneas el valor de un hijo
piadoso, y la sagacidad de un valiente y entendido capitán, no pin-
tándolos ni describiéndolos como ellos fueron, sino como habían
de ser, para dejar ejemplo ^ á los venideros hombres de sus vir-
tudes. Desla misma suerte Amadís fué el norte, el lucero, el sol de
los valientes y enamorados caballeros, á quien debemos de imitar
todos aquellos '* que debajo de la bandera de amor y de la Caba-
1. Único es de los adjetivos que no 3. Las edicioaes antiguas tenían :
admiten aumento ni diminución, ni descubriéndolos... paraquedar ejemplo.
comparativo ni superlativo, porque lo Ambas correcciones, describiéndolos
que es único, no puede sermásnimenos ^ov descubriéndolos, y dejar por qr(e-
único, así como en primero, segundo, dar, son felices ; la primera es de Pe-
circular, triangufnr y otros, no cabe Ilicer, que la propuso en sus notas ; la
tampoco 7níís ni menos. El uso y la segunda es de la Academia Espa-
costumbre \a. en esta parte de acuerdo ñola. La edición de Londres de 1"38
con la razón ; y ni con una ni con otra había puesto para dar ejemplo; y esta
se conformó Cervantes en esle pasaje lección es acaso preferible á la déla Aca-
y en el del capítulo VI, donde dijo que demia. — La última parte de este
el libro de la Fortuna de Amor áeXnto- pasaje ofrece un ejemplo de las fre-
nio de Lofraso era el mejor y el más cuentes inversiones de palabras que
único de los de su género. presenta el Quijote : dice, para dejar
2. Gran fuerza le harían ciertamente ejempjlo ú los venideros hombres de sus
á Sancho las razones y autoridades del virtudes; y fuera más natural y más
discurso que le dirigía su amo, ale- claro decir : para dejar eje?nplo de sus
gando á Homero y Virgilio. Esta diser- virtudes á los hombres venideros.
tación académica de D. Quijote, pro- 4. Bien claro es por este pasaje, aun
nunciada gravemente ante un peltre cuando no lo mostraran otros de la fá-
aldeano en las quebradas y derrumba- bula, el propósito que tuvo D. Qui-
deros de Sierra Morena, tiene mucho jote de imitar á Amadís de Gaula. En
de cómico. el capítulo XLIV de la segunda parte
412
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Hería militamos. Siendo, pues, esto así como lo es, hallo yo, Sancho
amigo, que el caballero andante que más le imitare, estará más
cerca de alcanzar la peí lección de la Caballería; y una de las cosas
en que más este caballero mostró su prudencia <, valor, valentía,
sufrimiento, firmeza y amor, fué cuando se retiró, desdeñado de
la señora uriana, á hacer penitencia en la Peña Pobre ^, mudando
se dice, que tenía .tipmpre puesta en la
imaginación la hondad de Ainadis, fiar
y espejo de los andantes caballeros.
Sea jtoniue Amailís fué como el tronco
y patriarca de quien procediiUina larga
serle de insignes y celebrados aven-
tureros, sen porque se creía que su libro
fué el primero de Caballerías que se
imprimii) en España, y que había dado
principio y origen á los demás, no fué
extraño que D. Quijote hablare de Ama-
dís con tanto aprecio, y que le conside-
rase como tipo y modeló de los caballeros
andantes. Y así lo confirma la frecuencia
con quealegasu ejemplo ú recuerda su
memoria aún en los raptos de su locu-
ra, verbigracia cuando después de ha-
ber andado á cuchilladas con las paredes
según rcfiriú su sobrina al c.'.pilulo V
de esta primera parte, bebía agua, y
decía que era una preciosísima l)ebida
que le había traído el sabio Esquife un
grande encantador y amii/o suyo : por-
que este Esquife ó Álquifeeraeí marido
de Urganda. y ambos grandes amigos
y protectores de .\madís de Gaula, con-
forme atestigua su historia. Por lo que
toca á Cervantes, es evidente para los
que le leen con retlexiún, que la histo-
ria de Amadís fué uno de los libros
caballeresíos que tuvo más presentes
para escribir su Quijote.
i. Cosas me parece error de im-
E renta por casos, equivocación tan
icii como se deja ententler. Casos es
más propio y viene más á cuento que
cosas.
2. Según la descripción que se hace
en la historia de Amadís de Gaula (a),
la Peña Pobre era un islote á siete le-
guas de la costa en que se hallaba la
ínsula Firme. No habín en dicho islote
sino una pobre ermita, donde moraba
hacía treinta años un santo solitario.
Amadís, desdeñado de su señora, y re-
suelto á pasar en la obscuridad volvi-
do del mundo el resto de sus días, se
parte ocultamente de la ínsula Firme,
encuentra en la costa al ermitaño, se
pone bajo su dirección, y pasa con él
en su barca á la Peña Pobre. Al cabo
de algún tiempo, noticioso de que había
mejorado su suerte, se despidió de su
director, rayándole mucho que tomase
cargo de le reformar elmonesterio que
al pie de la. I'eñade la ínsula Firme pro-
metiera de hacer : y por él otorgado, se
metió en el mar (a;, dirigiéndose á In-
glaterra.donde le aguardaba la ya arre-
pentida Oriana.
Por todo el contexto de la historia se
ve, que la costa de que se trata es la
del continente europeo enfrente de In-
glaterra.y por consiguiente la de las pro-
vincias francesas de Normandia y de
Bretaña. Estas fueron cabalmente el
país donde se compusieron los primi-
tivos libros caballerescos, que celebra-
ron las hazañas del valiente Artús y de
los caballeros de la Tabla redonda.
Entre una y otra provincia forma el
Océano un golfo, que termina por la
parte del Sur en una punta ó especie
de península, donde sehallan San Malo
y otros pueblos. .\ pocas leguas dentro
del mar, antes de llegar á las islas de
Jersey y Guernesey, señalan las cartas
el banco de la l'eña Rica, que excita
por conlraposicjiín la memoria del
nombre de l'eña Pobre. En el fondo del
golfo se halla en la marisma el célebre
monte de San Miguel, roca aislada que
hasta la época de la Revolución fran-
cesa ha sido residencia de una abadía
monacal, fundada hace más de ocho
siglos, que fué por muchotiempo uno de
los santuarios más nombrados de la
cristiandad y visitado frecuentemente
de Beyes y Príncij)es, entre ellos de
Luis XI, Rey de Francia, el cual lo hizo
silla y cabeza de la orden que fundó
de Caballeros de San .Miguel. En los
documentos históricos suele darse al
monte de San Miguel el nombre de
(a) Cap. XLVIII.
(a) Cap. LII,
I'HIMKRA. I'AHTi;. — CAPITULO XXV
413
su nombro en o\ de |{elU'nol)r()s' ; nombro por cierto significativo
y propio para la vida (piO(''l do su voluntad había escogido ; asique
Mons Tumbx, Monte dt; la Tiiinb.i, |ior
su (iyiira, á Moiis Saitcti M'ic/iiivlis in
pericii/o niaris por su situacii.tn pcñas-
cüsa y el cunlimiii embale de liis ma-
reas. I, a fama de este santuario nu era
deseonucida en España ; lii/.o ya men-
ción (le (1 Gonzalo lie Berceo, poeta
castellano de principios del sijílo xiii,
en el libro de los Milagros de .\uestra
Señora. 1-a elevación del monte de
San Miguel y la circunstancia de estar
aislado, lo exponen á los peligros y
daños de las tempestades y rayos, y de
hecho hay memoria de varios que han
caído en la ifílesia, entre ellos uno que
la incendió y derritió las campanas el
año (le loUU a). De este incendio habla
Berceo en el milagro XIV. donde da
algunas señas de la situación del
monte ;
S. Miguel de la Tumba es un grand mones-
[terio :
El mar lo cerca lodo, ellí yace en medio ;
El logar [leiigroso, do sufren gran iacerio
Los monges que hl viven en essi cimitério.
Y en el milagro XIX :
Cerca una marisma, Tumba era clamada,
Facíase una isla cabo la orellada,
Facie la mar por ella essida é tornada
Dos veces en el día ó tres á la vegada.
Bien dentro enna isla de las ondas cenjuiella
Dó San Miguel era, avie una capiella...
Cuando quería el mar contra fuera essir,
Issie á fiera priesa, non se sabie sofrir ;
Orne maguer ligero, no li podrie foir ;
Si ante non issiese, hi haljrie á perir.
De los peligros del mar en aquel paraje
nos da una prueba la crónica del con(ie
D. Pero Niño, cuando refiere que ¡as
galeras castellanas mandadas por aquel
capitán durante sus campañas navales
contra los ingleses, habiendo anclado
á media noche en la costa de Bretaña,
cerca de .Vo/í-S«íi-.Ví(7íe¿, amanecieron
sobre los roquedos, y estuvieron para
zozobrar '6).
El monte de San Miguel era al mismo
tiempo una plaza fuerte por su situación
y por las mui'allas y reparos que le
^a) Mi'rmoires de la Société des Antiquairi'S
de Normandie. Années ÍS27 et ÍS2S. —
(b) Parte II, cap. XL.
Iiabia añadido el arte. Como tal, fué
siti.ida diversas veces en diferentes
guerras, y presentaba grandes recuí;rdos
muy propios paiva exaltarla fantasía é
inventiva de los escritores. Ileuriidas
todas estas particularidades, no parece
inverosímil que un territorio tan cono-
cido en aquella edad, ilustre por tantos
sucesos, en un país donde había nacido
la historia caballeresca y el mismo
Amadis, y por consiguiente tan ;í pro-
pósito para ser embellecido con ficcio-
nes y liibulas, prestase alicientes á la
imaginacKin pnra colocar en él el epi-
sodio más not;ible é interesante del libro
de Amadis de (Jaula. Según estas conje-
turas, pudiera creerse sin repugnancia,
que la Peña Pobre estuvo en el golfo
que media entre las provincias de Bre-
taña y de Xormandia ; que por allí
debe situarse la ínsula Firme, y que
quizá quiso aludii-se al monte de San
Miguel en la Peña de dicha Ínsula y en
el monasterio de que se supuso fun-
dador á Amadis. — Cuando esto se es-
cribe (a!, se hallan haciendo penitencia
por las inmediaciones de la Peña Pobre
algunos desgraciados aventureros, des-
deñados de su señora :¿. se reconciliarán
con ella, como Amadis con Oriana ?
1. Beltenebrós se compone de bello y
tenebroso, conií^) si dijéramos hermoso
y Irisle ; por eso le llama D. Quijote
nombre significativo y propio para la
vida que Amadis había escogido. En la
historia de Tirante el Blanco se hace
memoria de un caballero llamado Te-
nebroso, que acompañó á Tirante en el
socorro de Rodas, sitiada por los ma-
melucos 'a,. Bel, palabra anticuada ; se
usó mucho antiguamente por bello ú
hermoso. Un bel morir toda la vida
honra era el mote que traía en su di-
visa el condestable de Castilla, como se
ve por la carta que le escribía Fernando
de Pulgar el año de 1479 (6). Mucho
va) Parte I, cap. XXX v XXXV. — (6)
Letra XIII.
(a) Escribe. — .\caso aludiría Clemencin
á los emigrados españoles que pudieron vol-
ver á España gracias á la amnistía dada por
la Regente Mana Cristina el 7 de octubre de
183'2. (M. de T.)
414
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
me es á mí más fácil imitarle en esto, que no en hender gigantes,
descabezar serpientes, matar endriagos 2, desbaratar ejércitos, fra-
antes habían usado de la. misma pa-
labra el autor del Poema de Alejandro
y el arcipreste de Hita (a). Del Caba-
llero andante Leandro el Bel, liijo del
Caballero de la Cruz, hay historia par-
ticular. Omito otr<js ejemplos de las
églofías de Juan del Encina y de los ro-
mances antiguos castellanos. Luis Ba-
rahona en las Lágrimas de Angélica (6),
dijo :
Atento el bel Medoro á todo estaba.
Y el mismo Cervantes, hablando del
caballo Pegaso :
Era del bel trotón todo el herraje
De durísima plata diamantina (c).
Del origen que acaba de asignarse al
nuevo nombre que tomó Amadis, se
deduce por reglas de analogía y buen
discurso, que debe llevar acento en su
última silaba, y pronunciarse Dellene-
brós. Para averiguar cómo se pronun-
ciaba en lo antiguo, he consultado una
relación poética compuesta de noventa
octavas, que trata de la penitencia de
Amadis, y se insertó en el Cancionero
general de Amberes de l'.JlZ [dj. Alli se
encuentran versos que, para serlo, exi-
gen que la última silabado Beltenebrós
sea aguda. Tales son :
Viendo Beltenebrós tan cuidadosa..
Que aquel Beltenebrós de quien sabemos...
Alguna otra vez no sucede asi ; pudo
ser falta del poeta, ó que variaba la
pronunciación.
1. El asique es inoportuno en este
lugar, porque lo que acaba de decirse
no es de donde se infiere queseamásíócil
imitar á Amadisensu penitenciaqueen
sus hazañas El pensamiento de O. Qui-
jote se reduela á que, siendo Amadis el
modelo de los caballeros andantes, no
quería dejar pasar la ocasión que aque-
llas soledades le ofrecían para iniilarle
en su penitencia, que fue una de las
cosas en que, según afirma D. Quijote,
mostró más su pmdencia, valor y de-
más virtudes. Todo lo que sale de esto,
no es del caso.
2. El gigante Bandaguido, señor de la
ínsula que después se llamó del
Diablo, engendró en una hija suya uu
monstruo que tenia el cuerpo y el
rostro cvhierto de pelos, y encima había
concitas subrepteeslas U7ias sobre otras,
tan fuertes, que ninguna arma las podía
pasar; y las piernas é pies eran muy
?ruesos // recios; y encima de los hom-
ros había alas tan grandes que hasta
los pies le cubrían, y no de péndolas,
mas de un cuero negro como la pez,
luciente, belloso, tan fticrte, que ninqún
arma las podía empecer, con las cuales
se cabría, como lo hiciese un hombre
con un escudo; y debajo deltas le sa-
lían brazos muy fuertes así como de
león, todos cubiertos de conchas más
menudas que las del cuerpo. Y las
manos había de fechara de águila con
cinco dedos, y las uñas tan fuertes y tan
grandes, que en el mundo podía ser
cosa tan fuerte que entre ellas entrase,
que luego no fuese deshecha. Dientes
tenía dos en cada una de las quijadas,
tan fuertes y tan largos que de la boca
un codo le salían ; y los ojos grandes y
redolidos muy bermejos como brasas,
asique de muy lueñe, siendo de noche,
eraii vistos, y todas las gentes huían
del. Saltaba y corría tan ligero, que no
había venado que por pies se le pudiese
escapar... Toda su holganza era matar
hombres y las otras animalias vivas, y
cuando hallaba leones y osos que algo
se le defendían, tornaba muy sañudo, y
echaba por sus narices un humo tan
espantable, que semejaba llamas de
fuego, y daba unas voces roncas espan-
tosas de oír : asique todas las cosas
vivas huían antél corno ante la muerte.
Olía tan mal, que no había, cosa que no
emponzoñase. Era tan espantoso cuando
sacudía las conchas unas con otras, y
hacía crujir los dientes y las alas, que
no parescía sino que la tierra hacía
estremecer. Tal es la descripción del
Endriago que hace la historia de
Amadis (a). Esta mala y endiablada
bestia despedazó á su madre, fué oca-
la) Copla 977. — (6) Canto X. — (c) Viaje al
Parnaso, cap. VIII. — (d) Folio 301 vuelto.
la) Cap. LXXIII.
IMUMEnA PARTE. CAPITULO XXV
415
casar armadas ', y tlesliacer encantamentos ; y pues estos lugares
son tan aooinotlados para semejantes efectos, no hay para qué se
d(íje imsar la ocasión, que ahora con tanta comodidad me ofrece
sus guedejas'-. En efecto, dijo Sancho, ¿qué es loque vuestra mer-
ced quiere hacer en este tan remoto lugar? ¿ Ya^ no te he dicho,
sión de la muerte del gigante su
padre, y emponzoñó y mató ó hizo
huir á los hal)itantes de la Ínsula, que
de esta suerte quedó despoblada ; hasta
que navegando á vista de ella Amadís,
quiso desembarcar ;i matar al Endriago,
como lo consiguió, aunque á costa de
muchas y peligrosas heridas.
1. El verbo fracasar se encuentra
en otros autores castellanos de buena
nota, pero como neutro ó de estado, en
significación de romperse, hacerse pe-
dazos : aquí es activo y significa romper,
despedazar. — Ya se ha observado en
otra ocasión que D. Quijote solía no
ser muy exacto en las citas de los li-
bros caballerescos. No recuerdo que en
la historia de Amadís de Gaula se
cuente que hendiese á ninguno de los
gigantes que venció, como se cuenta
frecuentes veces de otros caballeros,
ni que descabezase serpientes. Mató,
sí, el Endriago, según se dijo en la
nota anterior, desba'rató el ejército del
rey Arábigo, venció y desbarató la
ilota de los romanos, y deshizo el en-
cantamento de la Cámara defendida (a)
y el ya mencionado del Endriago en la
Ínsula del Diablo.
2. Alude á la ocasión representada
en las fábulas de Fedro por un calvo
con copete en la frente :
Quem si occüparis. tencas ; elapsitm semel
Non ipse possit Júpiter reprehenderé.
3. Lenguaje defectuoso. El ya está
fuera de su lugar. Decimos : ,; no te he
dicho ya ? etc. El aquí debió ser tam-
bién para expresar la idea de que se
quería reunir la imitación de la sose-
gada y tierna melancolía de Amadís
con la encendida y tumultuosa furia
de D. Soldán. ¿ No te he dicho ya, que
quiero imitar á Amadis, haciendo tam-
bién del... furioso, por imitar junta-
mente d D. Roldan ? — Haciendo del
furioso : elipsis autorizada por el uso
en la frase hacer el papel del furioso.
El adjetivo furioso es propio de Roldan
(a) Cap. GXVII, LXXXI y XLIV.
por el titulo de Orlando furioso, que
Ariosto dio á su poema.
Dijo D. Quijote que quería imitar á
Amadís en su penitencia ; mas no fué
solo D. Quijote el que (luiso imitarle
en ella. Lisuarte de Grecia recibió una
carta en que su señora la princesa
Onoloria, por celos mal fundados de la
infanta Gradafilea, le mandaba no pa-
recer más ante ella, en términos tanto
ó más duros que lo mandó Uriana á
Amadis. Aquella misma noche Lisuarte,
triste y desesperado, saliéndose solo
de Constantinopla, acordó de dejar las
armas y meterse en una ermila y servir
á Dios hasta que muriese: pero de-
jando de hacerlo por varias visiones y
avisos que tuvo, bajó á la orilla del
mar, y se metió en una barca, que sin
que nadie la moviese comenzó de
andar. Asi pasó más de un año, hasta
que la doncella Alquifa le llevó un
recado de parte de Onoloria, diciéndole
que estaba desengañada y arrepentida;
con lo cual Lisuarte se puso enca-
mino, y se presentó á su señora (a).
El Caballero del Febo, desdeñado por
celos de su señora Ciaridiana, Princesa
de Trapisonda, se retiró á hacer peni-
tencia en la ínsula Solitaria, donde
pasaba ia mus áspera vida qxie jamás
hizo hombre, con voluntad de acabar
allí sus días. Pero, desengañada Ciari-
diana en la cueva de Artidón, y cierta
de la fidelidad de su caballero, deter-
minó buscarle ; aportó con tormenta
á la ínsula Solitaria, le pidió perdón,
y quedaron reconciliados. Así se cuenta
en la Historia del Caballero del Febo (6).
La misma historia refiere que, eno-
jada la Infanta Olivia, despidió á su
amante y amado Rosicler, y que luego
lo envió á buscar con su doncella Fi-
delia (c). Florauíbel de Lucea, tratado
áspera y desabridamente de su señora
Graselinda, que estaba celosa de Lau-
relia, como Oriana de Briolanja, se
(a) Limarte, cap. LII, Lili, LXIII y
LXXXLX. — (6) Parte I, üb. I. cap. XV
y XXVI. — (c) Ib., lib. II, cap. Lili.
ilC
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
respondió D. Quijote, que quiero imitar á Amadis, haciendo aquí
del desesperado, del sandio y del furioso, por imitar juntamente al
valiente D. Roldan, cuando halló en una fuente las señales de que
partii'i lleno de adicciim de la corte de
Londres, tomaudo el nombre de Caba-
llero Lamenlable. Una carta de Grase-
linda pidii'^ndole perdón del agravio y
que viniese á verla, puso fin á sus
penas. La conductora de la carta fué
Solercia, llamada la Doncella Espa-
ñola \U'¡.
Estos casos ofrecen muchos puntos
de semejanza con el de Amadis de
(jaula, y muestran lo que en el fondo
de los sucesos se repiten unos á otros
los libros de Caballerías. El mismo
libro de .\madis pudo tomar ocasión
para esta aventura de otro más anti-
^mo, cual es el de D. Tristán de Leo-
nis, donde se lee que. habiéndose reti-
rado Tristán lleno de despecho por celos
y de orden de su señora Iseo, ésta,
arrepentida, lo envió después á buscar
por su doncella Brangiana (6).
Aquí podrá acaso preguntarme al-
guno de mis lectores ; si D. Quijote
remedó á Amadis retirado á la Peña
Pobre, (. remedó alguien á D. Quijote
retirado á Sierra .Morena? ¿Fué la
intención de Cervantes hacer un re-
cuerdo burlesco del retiro de Carlos V
en sus últimos años á hacer vida reti-
rada y penitente en el desierto de
Yuste ? Ü. Quijote, dudoso entre imi-
tar los furores y trastornos de Roldan
ó la soledad y tristeza de Amadis,
¿ pudo envolver alguna maligna alu-
sión al Emperador, deliberando entre
el proyecto de la Monarquía europea,
y el de esconderse á morir en un mo-
nasterio ? He aquí una cuestión que se
ha indicado znás bien que tratado por
algunos escritores, y en que pudieran
alegarse como motivos para la afirma-
tiva la inclinación personal de Carlos V
á lo extraordinario y maravilloso, sus
guerras y viajes, sus empresas gigan-
tescas, su afición á los libros de Ca-
ballería, y, finalmente, las indicaciones
que se suponen hechas en el famoso
y nunca visto Buscupié del mismo Cer-
vantes, donde se apuntaba, seííún dicen,
que el Quijote era una sátira paliada
a) Florambco, lib. III, cap. XXXIII : lib.
IV, cap. I; lib. V, cap. íll. — (6) L,ib. I,
cap. LX.
del Emperador y oíros personajes. Mas
estos indicios son demasiado ligeros -
para justificar ni aun dar colorido d la '■
sospecha. Cervantes manifestó en to- '
das ocasiones la mayor veneración á ;
la persona del Emperador; y sin salir 5
del QcuoTE, se hallan pruebas de que '
participaba del entusiasmo común que
mspiraban á los españoles desutiemi'o
las acciones y memoria fie aquel Prin-
cipe. Por otra parte, Cervantes profe-
saba un sumo respeto á la autoridad
pública, á sus disposiciones, y á sus ,
principales ministros y agentes ; así ;
lo nmestran los elogios prodigados en
la presente fábula al Rey Felipe III, al
Conde de Salazar, á la expulsión de
los moriscos, en suma, al Gobierno y á ;
cuanto de él procedía Estas conside- i
raciones alejan la idea de que pudiese '
caber en la de Cervantes hacer alusio- :
nes menos respetuosas al Emperador. '
Si fuese dable que recayese esta sos- '
pecha sobre alguno de nuestros Prin-
cipes, y que la mención de Beltenebrós
incluyese la censura de alguno de
ellos, acaso no podría señalarse á otro
con menos inverosimilitud que á Fe-
lipe II. Observo que Cervantes, incli-
nado generalmente á los elogios ajenos, .
y que, como se dijo arriba, los prodigó
á Carlos V y á Felipe III, anduvo es-
caso, y no sé si diga ambiguo, en los '
de Felipe II. En la tragedia de la Nu-
mancia, escrita á los principios de su
vida literaria, le llamó segundo sin se-
f/iindo (a) ; después, en el Quijote, se
contentó con llamarle buen Rey [b). La
consideración de sus servicios, des-
atendidos por este monarca, y el mal
é.\ito de las solicitudes que le dirigió
para mejorar de suerte, eran menos á
propósito para inspirar amor que dis-
gusto y resentimiento. Y pudiera aña-
dirse que Felipe II, siendo Príncipe,
asistió á las fiestas de Bins, en Flaudes,
el año de 1549, en las cuales, segim la
7iipnuda relación que de ellas publicó
Juan Calvete de Estrella, se represen-
taron al vivo las aventuras caballe-
rescas por los grandes de la corte dis-
(a) Profecía del Duero ea dicba trageJia.
— (b) Parte I, cap. XXXIX.
l'UIMKRA PAinii.
CAPÍTULO XXV
4n
Ani;<'lica la Helia había coinetido vileza con Medoro ', decuya pesa-
diiiulne- se V()lvi(') l(»co, y arrancó \oh árboles, (;nturbió las agua.s
fnizadus bajo noinhres propios de ca-
balleros anilniitos ; (|ue una <lo ellas
fué la (le la lispatla encanladit, y olra
la de la Ciínnira defendida, asuntos
ambos lomados del lil)ro de Amadis de
Gttula ; y que á la primera de las dos
aveiiluras dio lelioe Un y cima el Prin-
cipe, c|ueenellabizo id papel principal
con el nombre mismo de ÍScItene-
brós. Si (]arlos V se retiró al Monas-
terio de Yuste y allí murió, su hijo
también se retiraba al Monisterio del
Escorial, yalli murii'>.Esto, á la verdad,
no pasa de una mera conjetura, y dista
mucho de prestar fundamento suli-
ciente para atribuir de positivo tal
¡atención á Cervantes. — El lector que
ha¿,'a la pregimta tiene que contentarse
con esta respuesta, porque no sé otra.
1. Medoro y Cloridano fueron dos
jóvenes que mutuamente se amaban, y
pasaron de África á Europa con Dar-
diiiel de Almonte, Rey moro de Zu-
mara, el cual venia con otros Príncipes
á guerrear contra el Emperador Car-
lomagao. Muerto Dardinel á uianos de
Reinaldos en una batalla, Medoro, do-
liéndose, á fuer de leal y ajíradecido,
que su cadáver quedase sin se;iultura,
propuso á Cloridano ir á buscarlo du-
rante la noche á través del campo ene-
migo. Resueltos á ello, entran silenciu-
sos en el Real de los cristianos, hacen
gran matanza en los que dormían des-
cuidados, y, finalmente, encuentran el
cadáver que buscaban. Al volver car-
gados con él, sobreviene una escuadra
de escoceses, auxiliares de los crisüa-
nos : Cloridano huye y se esconde :
Medoro insiste en llevar él solo el
cadáver de Dardinel: los escoceses le
alcanzan y le embisten, y Cloridano,
por defenderlo, dispara desde donde
está escondido una Hecha que mata á
uno de los enemigos. Al mismo tiempo
Medoro es herido, cae y es tenido por
muerto. Cloridano sale á la vengaza, y
pierde la vida junto á su amigo. Idos
los escoceses, pasa por allí Angélica la
Bella, se compadece de Medoro. cura
su herida, y, con ayuda de un pastor,
lo lleva á su cabana, después que, á
ruego del herido, recibieron sepultura
Dardinel y Cloridano. Aquí sanó Me-
doro, y de aquí resultaron sus amores
con Angélica, que dieron ocasión á las
locuras de Orlando, descritas por
Ariosto.
Es claro que este poeta se propuso
imitar el episodio de Niso y Enríalo
cuando salieron á dar un aviso á Eneas,
atrevesando de noche el campo ene-
migo : y aun Ariosto supo dar á su
Medoro mayor interés que Virgilio á su
Eurialo, porque el motivo de su hazaña
fué más noble y más tierno. La supe-
rioridad del héroe de Ariosto hubiera
sido completa si el haber sobrevivido
al suceso y sus siguientes felicidades
no disminuyeran en los ánimos de los
lectores del Orlaiido los afectos de com-
pasión é interés prodiicidos anterior-
mente.
2. Cuenta Ariosto (a) que Orlando,
fatigado del calor, entró en una gruta,
donde nacía una cinra y hermosa fuente
no lejos de la cabana del pastor en que
habían habitado Angélica y Medoro, y
que allí encontró un letrero en arábigo,
que, traducido al italiano por Ariosto,
y después por Lope de Vega al caste-
llano (en la comedia de Angélica en el
Calai], decía así :
Fuentes, aguas y liierbas de este solo,
De amor testijíos," cueva y sombra helada,
Aqi'í gozó de Angélica Medoro («)...
Orlando, enterado de su desgracia
por esta y otras señas, se volvió loco,
rompió y deshizo las peñas déla gruta,
arrojando sus fragmentos al aire C¿),
enturbió con ramas, troncos y piedras
las aguas del arroyo á que daba origen
la fuente; tiró las armas, arroji'i la ropa
quedando desnudo ; arrancólos árboles;
mató pastores, aldeanos y animales 'c) :
y corriendo así muchos países, atrevesó
ia España hasta el Estrecho de Gibral-
(ft) Canto 23, est. 105 v siguientes. —
{¿) Canto -23, est. 130, 131', 133. i;i4 v 135.
— (c) Canto 24, est. 5, 6, 7 v 10.
i'j.) Medoro. — Los amores de Anqé.lica y
Mi floro han dado origen á uno de les más
bellos romunce.-i de Góngora, pique empieza :
En un pastoral albergiif;
Que la guerra entre unos robles...
(M. deT.)
27
418
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
(le las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó
chozas, derribó casas, arrastró yeguas, y hizo otras cien mil inso-
lencias dignas de eterno nombre' y escritura? Y puesto que yo no
pienso imitará Rold^ui ó Orlando ó Rotolando (que todos estos tres
nombres tenia) -^ parte por parle en todas las locuras que hizo, dijo
y j)ensü, haré el bos(juejo como mejor pudiere en lasíjue me pare-
ciere ser más esenciales ; y podrá ser que viniese á contentarme con
sola la imitación de Amadís, que sin hacer locuras de daño, sino
de lloros y sentimientos, alcanzó tonta fama como el que más.
Paréceme á mi, dijo Sancho, que los caballeros que lo tal ficieron,
fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y
penitencias ; pero vuestra merced ¿qué causa tiene para volverse
loco? ¿Qué dama le ha desdeñado ó qué señales ha hallado que le
den á entender que la señora Dulcinea del Toboso ha hecho alguna
niñería con moro ó cristiano? Alií está el punto, respondi(í D. Qui-
jote, y esa es la fineza de mi n:'gocio : que volverse loco un caba-
llero andante concausa, ni grado ni gracias^; el toque está en
tar, se arrojó al agua, y pasó nadando
á Ceuta {a). Arioslo cantó (h) :
Pazzia sará, se le pazzie d'Orlando
PromeLlo raccunliu-oi ad una ad una.
Duró tres meses la locura del Pala-
dín (c) ; y el poeta cuenta el modo mi-
lagroso con que recobró el juicio, cu-
rándose al mismo tiempo de los amores
de Angélica (rf).
Antes de Orlando había hecho lo
mismo Tristán. Desdeñado de la Reina
Iseo, según refiere su historia (e), se
ausenta, pierde el juicio, se pone
furioso, corre por los campos, rasga
sus vestidos, pierde la memoria de
todo, brama como irracional, come la
carne cruda de las fieras que coge y
despedaza, mata pastores, destruye
cuanto se opone ;i su furor. Su amante
Iseo le curó del extravio de su razón.
Ariosto, al describir el furor de Orlando,
pudo tener presente el de Tristán, así
como para pintar el desdc-n de Oriana
pudo el cronista de Amadís tener pre-
sente el de Iseo, conforme arriba insi-
nuamos.
(«) Canto 30, csl. 10 y 1.0. — (b) Canlo ÍO,
pc;t. óO. — [c) Canto 34,'est. l¡(i. — (tf) Canjes
39.
XXII.
(e).-Lib. I, cap. HX, LXXI v
1. Insolencia, voz admitida después
de escrito el Diálogo de las lenguas,
cuyo autor deseabaque se introilujeseea
la nuestra. Verdad es que aquí no está
en la acepción en que la usamos de
a'revimie/ilo, descaro, petulancia, por-
que nosotros siempre la tomamos en
mala parle, sino eñ la de acción insó-
lila, extraordinaria, diírna, como dice
el texto, de eterno nombre y escritura.
1. No son tres nombres diferentes,
sino uno solo pronunciado de diferenli-s
maneras. La historia latina del Arzo-
bispo Turpin le llamó Rolando, que os
anagrama de Orlando y de lioldann.
sin más diferencia que la variedad en
f! orden de las letras de que se compo-
nen. — En el capitulo I de la segunda
pártese dice casi con las mismas pala-
bras que en el presente lugar : Holdiln
ó Rotolando ú Orlando [que con Lod<i^
estos nomtires le nombran las historia^
2. Discurso semejante al del ca]
tulo IV, cuando, hablando D. Quijoir
con los mercaderes toledanos que li-
pedían el retrato de Dulcinea antes di
confesar que era la más hermosa del
mundo, les decía : Si os la mostrara.
;.qué hariades en confesar una verdad
tan notoria '.' La importancia está en (jw.
sin verla lo habéis de creer, confesar,
afirmar, jurar y defender.
Si grado ni gracias es expresión de
que usó ya en su CoréacAo el Arcipreste
PniMKRA PARTE. CAPÍTULO XXV
419
(losaünar < sin ocasión, y dar á entender á mi dama, que si en seco
liag^o eslo, qué hiciera en mojado. Cuanto mus, que harta ocasión
tcnjfo en la larpn ausonria que lie hecho de la siempre señora mía
Dulciuí^a del Toboso; ((ue coino ya oíste decir á níjucl pastor de
marras Ambrosio ^, (piicn eslá ausente lodos los males tiene y
lenie; asique, Sancho anii^o, no gastes tiempo en aconsejarme que
(l('j(í tan rara, tan felice y tan no vista imitación. Loco soy, loco he
de ser hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta de una carta que
contigo pienso enviar á mi señora Dulcinea ; y si l'uere tal cual á
mi fe se le debe, acabarse ha mi sandez y mi penitencia ; y si fuere
al contrario, seré loco de veras, y siéndolo, no sentiré nada. Asique,
(le cuahiuiera manera «[ue responda, saldré del conflicto y trabajo
en que me dejares, gozando el bien que me trujeres por cuerdo, ó
de Talavera (a). Y el de Hita decía un
siglo antes, hablando con el dueño de
su libro (6) :
... Emprestadlo de grado,
Non le dedes por dinero vendido ni alquilado,
Ca non ha grado nin gracias nin buen amor
[comprado.
Cuando el Cid, á propuesta del Rej'
D. .\lonso otorgó dar sus hijas por mu-
jeres á los Infantes de C;trrión, cuenta
su Poema que el Rey le dijo :
Grado é gracias, Cid, como tan bueno, é pri-
mero al Criador,
Que me dades vuestras hijas para los In-
[fantes de Garrión (c).
Grado se opone á fuerzaó violencia,
como se ve en la expresión proverbial
de f/rado o por fuerza. En esta acepción
r//ríí¿o viene de gratux, y no de gradus,
de quien se deriva cuando es nombre y
raíz de graduación y gradería.
Copió la substancia y aun varias fra-
ses de este diálogo D. Guillen de Castro
en su comedia de D. Quijote de la Man-
cha. Había dicho éste que quería imi-
tar el furor de Roldan ó la penitencia
de Amadís, y repone Sancho [d) :
Ellos ocasión tuvieron
De celos y de recelos ;
Pero á ti "¿ quién te da celos,
Ó qué desdenes te hicieion?
¿Qué te sobresalta el pecho?
(a) Parte II, cap. IV. — (A) Copla 1604.
(c) Versos 21Ü5 y -2106. — id) Jornada III.
¿Quiere tu dama á Medoro,
Á algún cristiano, á algún moro?
¿ Qué niñerías ha hecho ?
Y contesta D. Quijote :
Pues en eso es bien que vea
Mi señora Dulcinea
La fineza de mi amor.
Que pues sin haberme dado
Ocasión el juicio trueco,
Y hago estas cosas en seco,
¿Qué hubiera hecho en mojado?
Esta última expresión, que Castro
tomó de Cervantes, recuerda otra muy
parecida del Evangelio.
1. Faltaba en las ediciones preceden-
tes la partícula en : El loque, decían,
eslá desatinar xin ocasión. El respeto
excesivo ;i las ediciones primitivas, con-
sagró en las posteriores los descuidos
del impresor, guardándosele una consi-
deración que no merecía.
2. Con efecto, Ambrosio, el amigo de
Grisóstomo, que á imitación de éste se
vistió también de pastor para acompa-
ñarle en su desventura, había dicho en
el capítulo XIV : Al enamorado ausente
no hay cosa que no le fatigue, ni temor
ijue no le dé alcance. — Ahwras. adver-
bio de tiempo, propio del estilo fami-
liar, olim. es muy antiguo en castellano,
y lo usó ya nuestro poeta Gonzalo de
Berceo en la Vida de San Millán (a) : di-
cen que viene del árabe. — ii^n las pri-
meras ediciones del Quijote se puso
aquelpaslor de Marias Ambrosio.
(a) Copla 206.
420
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
no sintiendo el mal que me aportares * por loco. Pero (lime, San-
cho, ;, traes bien guardado el yelmo de Mambrino? que ya vi que le
alzastedel suelo, cuandoaquel desagradecido le quiso hacer pedazos ;
pero no pudo, donde se puede echar de ver la fineza de su temple.
Á lo cual respondió Sancho : Vive Dios, señor Caballoi'o de la
Triste Figura, que no puedo sufrir ni llevar en paciencia algunas
cosas que vuestra uierced dice, y que por ellas vengo á imaginar
que todo cuanto me dice de Caballerías, y de alcanzar reinos é im-
perios, de dar ínsulas, y de hacer otras mercedes y grandezas,
como es uso de los caballeros andantes 2, que todo <lebe de ser cosa
de viento y mentira, y lodo pastraña ó patraña ^, ó como lo llamá-
remos ; porque ([uien oyere decir á vuestra merced que una bacía
de barbero es el yelmo de Mambrino, y que no salga deste error en
más de cuatro días *, ¿ qué ha de pensar sino que quien tal dice y
afirma, debe de tener güero el juicio ? La bacía yo la llevo en el
costal toda abollada, y llevóla para aderezarla en mi casa, y ha-
cerme la barba en ella, si Dios me diere tanta gracia, que algún
día me vea con mi mujer y hijos. Mira, Sancho, por el mismo que
denantes juraste, te juro, dijo D. Ouijote, que tienes el más corto
1. Aportar es verbo de estado, y sig-
nifica llegar 'i puerto: en el pasaje pre-
sente es activo, y significa traer, en
cuya acepción no me acuerdo haberle
visto usado otra alguna vez por nues-
tros escritores. Puede ser errata por
portarás, en cuyo caso lo graduaremos
de italianismo, y no será el único que
notemos en el Quijote. Cervantes había
estado en Italia y gustaba de la lectura
de libros italianos.
2. Así lo creía de buena fe D. Quijote,
por la relación de los libros caballeres-
cos.
Cuando se casó el Príncipe Lepolemo,
además de muchas joyas y dinero, dio
á su ama Platina el ducado de Gueldes,
que es en el imperio de Alemana, dispo-
niendo que después de sus días fuese de
su hijo Caristes, que bien lo había ser-
vido (a). En lamisnia historiase cuenta
que Lepolemo. habiéndose apoderado
de la isla de Torino el Cruel, hizo
señor de ella, con título de Archiduque,
al sabio Artidoro (b). Florambel de Lu-
cea, después de haber deshecho el en-
canto de la ínsula Sumida, dio el seño-
río de ella á su amigo D. Lidiarte (a). Y
así oíros.
3. Ya se ha dicho en otra ocasión que
se daba el nombre de patrañas á ios
cuentos ó novelas, cuales son las que
contiene el libro intitulado el Palra-
Tiuelo de Juan de Tiuioneda, impreso en
Alcalá de llenares el año de l.o7tí. Y ol
Arcipreste de Talavera dijo en su Cor-
bacho, escrito siglo y medio antes (/;).
Para vicios y virtudes harto abastan
ejemplos y pláticas, aunque parezcan
consejuelas de visjas patrañas é roman-
ces. Ahora entre nosotros patraña se
toma en mala parte por ficción dispa-
ratada y mal comiiuesta, y á los cuen-
tos bien ordenados y de alguna exten-
sión y artificio se da el nombre de
novelas.
4. Desde la adquisición de la bacía ó
yelmo de Mambrino no habían mediado
aún dos días, comoresultn de lamisma
relación délos sucesos, y, sinenibargo,
dice Sancho que habían pasado más de
cuatro, i Tan lejos estaba Cervantes de
ajustar la cuenta del liempo y de dar
importancia áladuracióa mayor ó me-
nor de la fábula !
(a) Caballero de la Cruz,
- (¿) Ih., lib. II. cap. VI.
lib. 1, cap. GLI.
ia^ Floramhl. lib, IV, cap. XXIII. — (5)
Parte II, cap. XIV.
PniMER\ PARTE, — CAPÍTULO XXV A^\
eiilciidimionlo que tiene ni tuvo escuelero en el mun<lü ; ¿ qué, es
|)()sil)l<' (jiie (MI cuanto ha que andas conniifío, no lias cfliado de
ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quime-
ras, necedades y desaliños, y que son todas hechas al revés? Y no
poique sea ello así, sino porque andan entre nosotros siempre una
caterva de encantadores, quelodasnueslras cosas rnudany truecan,
y las vuelven según su gusto, y segiui tienen la gana de favorecer-
nos ó destruirnos; y así eso (|ue á ti te parece bacía de barbero,
nie parece í'i mí el yelmo de Mambrino, y á oli'o le parecerá otra
cosa. Y fué rara providencia del sabio que es de mi parte, hacer
que parezca bacía á todos lo que real y verdaderamente es yelmo
de Mambrino, á causa que siendo él de tanta estima, todo el mundo
me perseguiría por quitármele; pero como ven que no es más de un
bacín (a) de barbero, no se curan de procuralle, como se mostró bien
en el que quiso rompelle, y le dejó en el suelo sin llevarle, que á
fe que si le conociera, que nunca él le dejara. Guárdale, amigo, que
por ahora no le he menester, que antes me tengo de quitar todas
estas armas, y quedar desimdo como cuando nací, si es que me da
en voluntad de seguir en mi penitencia más á Roldan que á Amadís.
Llegaron en estas pláticas al pie de una alta montaña, que casi
como peñón tajado estaba sola entre otras muchas que la rodeaban;
corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su re-
dondez un prado ' tan verde y vicioso, que daba contento á los
ojos que le miiaban; había por allí muchos árboles sih estrés, y
algunas plantas y flores cjue hacían el lugar apacible. Este sitio
escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia, y
así, en viéndole, comenzó á decir en voz alta, como si estuviera sin
juicio : Este es el lugar ¡oh cielos- ! que diputo y escojo para llorar
la desventura en que vosotros mismos me habéis puesto; este es el
sitio donde el humor de mis ojos acrecentará las aguas deste pe-
1. Quiere decir, que el peñón lajado dos memorables batallas, la de las
de que se trata, estaba ceñido en torno Navas en el año de 1212 y la de Bailen
porunprado verde y vicioso. Redondez en el de 1808. El retiro y penitencia de
es aquí circuiio. nuestro hidalgo le ha dado otro señero
2. La parte de Sierra Morena en que de celebridad. Ambas batallas se die-
se hallaba D. Quijote es conocida en ron no lejos del sitio que aquí se señala
la historia por haber sido el teatro de como diputado y escogido por D. Qui-
jote para imitar á Amadis, y por Cer-
vantes para ridiculizar la afición a ios
(o.) Bacín. — Emplea aquí Cervantes la libros de este aventurero y demás an-
misma palabra que antes el comisario, el dantes: y allí fueron vencidas tres
cual no la empleo por mofa, como dijo oranílpí! notpnriaí miP ptx HistintiQ
Clemencín. Era entonces de uso común para Rt^andes potencias que en distinjas
indicar una bacía ó lavamanos. Fiav Luis épocas tuvieron tiranizada a España ;
de Granada la emplea, al hablar del lávate- If s moros, los Iranceses y la afición a
rio del Jueves Sanio. (M. deX.) las lecturas caballerescas.
422 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
queño arroyo, y mis continuos y profundos suspiros moverán á la
continua las hojas destos montaraces árboles, en testimonio y señal
de la pena que mi asendereado corazón padece. ¡Oh, vosotros,
quienquiera que seáis, rústicos Dioses \ que en este inhabitable
lugar tenóis vuestra morada, oíd las quejas deste desdichado
amante, á quien una luenga ausencia y unos imaginados celos han
traído á lamenlai'se entre estas asperezas, y á quejarse de la dura
condición de aquella ingrata y bella, término y fin de toda humana
hermosura! ¡ Oh vosotras, Napeasy Dríadas, que tenéis por cos-
tumbre de habitar en las espesuras de los montes, así los ligeros y
lascivos sátiros, de quien sois aunque en vano amadas, no perturben
jamás vuestro dulce sosiego, que me ayudéis á lamentar mi des-
ventura, ó á lo menos no os canséis de oílla ! ¡ Oh Dulcinea del
Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos,
estrella de mi ventura, así el cielo te la dé buena en cuanto acer-
tares á pedirle, que consideres el lugar y el estado á que tu ausen-
cia me ha conducido, y que con buen término correspondas al que
á mi fe se le debe! ¡ Oh solitarios árboles, que desde hoy en ade-
lante habéis de hacer compañía á mi soledad, dad indicio con el
blando movimiento de vuestras ramas que no os desagrada mi
presencia ! ¡ Oh tú, escudero mío, agradable compañero en mis
prósperos y adversos sucesos, toma bien en la memoria lo que aquí
me verás hacer, para que lo cuentes y recites á la causa total de
todo^ ello ! Y diciendo esto se apeó de Rocinante, y en un momento
le quitó el freno y la silla ; y dándole una palmada en las ancas, le
1. Invocación de D. Quijote, que re- de orden inferior, que suponían presi-
cuerda la de Albanio en la segunda dir á ciertos ramos de la naturaleza,
égloga de Garcilaso. La situación d eses- según los cuales variaban en particular
perada que allí se describe del pastor, sus nombres. Xereidas eran las del
era real, y fingida e imaginaria la mar, Náyades las do fuentes y ríos,
del caballero, lo cual realza más lo ridí- Napeas, dreades. Dríadas y Hamadria-
culo de las afectadas y pomposas das las de los bosques. Todas dieron,
expresiones de esle últimu. Decía .\lba- dan y darán asunto al numen de los
nio : poetas. — Los Sátiros eran seniidioscs,
semihombres y semianimales que mo-
¡ Oh Dioses, si allá junios de consuno raban en los bosques, dunde, según fin-
De los amantes el cuidado os toca!... gieron los poetas, se entretenían en in-
¡ Oh Náyades, de a.juesta mi ribera quietar y perseguir á las Ninfas, que es
Comentes moradoras I ¡Oh Naneas! v . „„„„„., ,oI..h„ n n„;;^to
¡ Oh hermosas Oreades, que teniendo '' ^^ que aquí alude D. Quijote.
El gobierno de selvas y montañas, 2. A pesar de esta y alguna otra des-
Á caza andáis por ellas discurriendo!... aliñada repetición, el discurso anterior
¡ Oh Dríadas, de amor hermoso nido, de nuestro penitente caballero presenta
Dulces y graciosísimas doncellas:... un lenguaje bellísimo, de coZor es 6/anf/os
Parad mientes un rato a mis querellas. ^ poéticos, que mereció, ron razón, ser
puesto por D. Antonio de Capmani entre
Los antiguos dieron el nombre general lus ejemplos de la invocación, en su obra
de Ninfas á algunas deidades femeninas intitulada Filosofía de la elocuencia.
PRIMERA PARTE. — CAPÍTUr,0 XXV 423
(lijo : Lil)erlad leda el i|ue sin ella ([ueda', ¡oh caballo tan exlre-
mkkJo por lus obras cuan descuellado por tu suerte! Vete por do
(juisieres, (jue en la frente llevas escrito (jue no te ij:,''ualó en lige-
reza el Ilipógril'o de AstoU'o-, ni el nombrado Frontino-'', que tan
caro le costó á Bradamante. Viendo esto Sancho, dijo : Bien haya
1. La imaginación de D. Quijote,
llena de los sucesos que había leído en
lus libros caballerescos, le daba conti-
nuas ocasiones de remedarlos. Esta
alocución suya a Rocinante trae á la me-
moria la del Caballero del Febo, cuando
habiendo aportado á la íosula Solitaria,
con el designio de hacer allí penitencia
por desdenos de su señora Claridiana,
dio libertad á su caballo Cornerino, y
le hablaba, y le alegaba los ejemplos
de Alejandro Magno, de Julio César y
de Augusto, contándole las finezas que
hicieron con sus caballos fa). Así tam-
bién en el Orlando furioso, Rugero,
despechado por haber contribuido con
sus propios esfuerzos á la victoria de su
rival, y resuelto á morir oculto y des-
conocido, se fué por donde quiso lle-
varlo su caballo Frontino, y se entró
por lo más espeso de un bosque :
-Va Frontín prima al tu tío seiolto messe
Da se lontano. e liberta gli diede.
f) mió Frontín (ylí disse) se a me slesse
Jh Daré amertí tuoi derjna mercede,
Axesti a quel desíríer da iavidiar poco
C/ie voló al cielo, e fra le stelle ha loco.
Cillaro, so, non fu, non fu Aríone
Di te miíjlior né mérito pin lode,
Né alcum allro destrier, di cuí menzione
Fatta da Greci o da'Latini s'ode (6).
2. Monstruo, hijo de grifo y yegua,
que ocupa un lugarnotabie en el poema
de Ariosto :
Símili al padre avea le plume e Vale
Li piedí nnieriori, il capo e il grifo ;
In tutte l'altre membra parca guale
Era la madre, e chiamasi Ippogrifo (c).
De este monstruo se servía el mágico
Atlante para sus viajes y excursiones.
Después sirvió á Rugero y después á
Astolfo, quien lo adquirió cuando des-
hizo el palacio encantado de Atlante (íZ).
En él hizo Astolfo su viaje á los montes
(a) Espejo de Principes y Caballeros, parte I,
lib. 111, cap. XV. — (6) Canto 4o, est. 92
V !)J. — (c) Canto 4.*, est. 18. — {d) Canto 22,
e st. 24.
de la Luna [a] y al Paraíso. Allí le dijo
San Juan Evangelista, que la locura de
Orlando dui-aría s(Jlo pocos meses, y lo
llevó consigo en el carro de Elias al
mundo de la Luna, donde encontró el
juicio de Orlando metido en una botella.
San Juan le permitió tomarla [h), y lo
condujo otra vez en el mismo carro al
Paraíso (c). De, aquí volvió Astolfo en
el hipt'igrifo á África; y curado Orlando
de su locura, montó Astolfo en el mons-
truo, y pasó de un vuelo á Cerdeña, de
otro á Córcega, y de otro, finalmente,
á las marismas de Provenza, donde
San Juan le habia mandado que le diese
libertad (d).
Ariosto pondera en diferentes parajes
la ligereza del hipógrifo, comparándola
con la del ágiiila, de la flecha y del
raj^o. D. Quijote declara y falla que ere
superior todavía la de Rocinante, y
D. Quijote debía saberlo. Acordémonos
que se trata de aquel rocín largo y ten-
dido, atenuado y flaco (e), de aquel rocín
pasicorto y flemático (f), de quien no se
lee que diese jamás carrera tirada (g),
y que una sola vez se conoció haber
corrido algo {h).CeT\a.níes mismo debió
soltar la pluma para reírse al escribir
estas líneas.
3. Caballo granadino, de color bayo
con cordón blanco, por donde al prin-
cipio se llamó Fronlalatte. Era de Sa-
cripante,á quien estando sobre Albraca
se lo quitó el astuto ladrón Brúñelo,
suspendien dola silla en cuatro palos
mientras dormía encima su dueño, y
sacando en pelo al caballo. Brúñelo lo
dio á Rugero, el cual le mudó el nombre
de Frontalatte en el de Frontino, y des-
pués de salir del palacio ó castillo en-
cantado de Atlante, lo dejó por subir
en el hipógrifo. Bradamante, hermana
de Reinaldos, doncella guerrera que
amaba á Rugero, recogió su caballo y
(üj Canto 33, est. 96. — (b) Canto .34,
est. 48, 6(j, fi'J, 83 y 86. - (c) Canto 38,
est. 23. — (d) Canto 44. est. 24 y 25. — (e)
Parte 1, cap. IX. — (f) Ib., cap. XXITI. -
(g) Ib., cap. LlI. — [h) Parle II, cap. XIV.
424
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
quien nos quitó ahora del trabajo de desenalbardar al rucio, que á
te (|ue no fallarán palinadicas que dalle ni cosas que decille en su
alabanza ; pero si ('■! aquí osluviera, no consintiera yo que nadie le
desalbardara, pues no habla para qué, que á él no le tocaban las
generales de enamorado ni de desesperado', pues no lo estaba su
amo, que era yo cuando Dios quería- ; y en verdad, señor Caballero
de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra
merced va de veras, que será bien tornar á ensillar á Rocinante
para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo á mi
ida y vuelta, que si la hago á pie, no sé cuándo llegaré, ni cuándo
volveré, porque en resolución soy mal caminante. Digo, Sancho,
respondió D. Quijote, que sea como tú quisieres, que no me parece
mal tu designio; y digo que de aquí á tres días te partirás-', porque
quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para
lo tuvo en Montalbún, de donde lo
envió después magníficamente enjae-
zado ú Rugero con su doncella ¡palca.
Quitóselo por fuerza en el cauíino Ro-
domonte. Rey de Sarza, y usó de él por
largo tiempo, hasta que se lo ganó en
batalla Bradamante. be ésta lo recibió
al fin Rugero, el cual, p sando con él
á África, experimentó una furiosa tor-
menta, y abandonándola embarcación,
se salvó á nado. La embarcación, vacia
de gente y llevando á Frontino á bordo,
aportó ii un paraje, donde Orlando en
compafíia de Brandimarte y Oliveros
aguardaba el día aplazado para comba-
tirse con los Reyes Agramante, Sobrino
y Gradaso. Orlando dio el caballo Fron-
tino á Brandinjarte para la batalla, y
después de ésta lo restituyó ú Rugero.
Este es el resumen de la historia del
caballo Frontino, según la refieren
Boyardo y el Ariosto. Cuando dice Don
Quijote que Frontino cosió caro d Bra-
da)nante, parece aludir ;i que Brada-
mante lo adquirió á costa de la ausen-
cia de su amado Rugero, el cual,
abandonándolo por subir en el hipógrifo,
fué arrebatado á la isla de Alcina, y se
empeñó en varias aventuras, qui' lo
tuvieron por largo tiempo separado de
Bradamante.
La expvesiim rjue tan caro le cosió ú
Bradamante. recuerda la del capitulo X,
donde hablando ü. Quijote del yelmo
de Mambrino, usó de las mismas pala-
bras, que tan caro costó d Sacripante.
i. Términos forenses. Lh-imanse f/e-
nerales de la ley las tachas ó excep-
cionesquelas leyes ponenú los testigos,
y las preguntas de estilo que á éstosse
hacen. Aquí se apüca este nombre á
las calidades de enamorado y desespe-
rado, comunes entre los caballeros
andantes, y personales entonces de
D. Quijote. Y aunque parece lenguaje
impropio en boca de Sancho, no deja de
hacer gracia la aplicación de estas cali-
dades á Rocinante y al rucio por la
participacií'in de la de sus amos, uno
de los cuales las tenía y el otro no.
2. Expresión de quien experimenta
desgracias después de la prosperidad ;
se encuentra usada en este sentido por
el autor de la tragi-comedia de la Celes-
tina (a). Un soneto muy conocido de
Garcilaso empieza :
; Oh dulces prendas por mi mal halladas,
Dulces y alegres cuando Dios quería:
La expresión es originalmente de Vir-
gilio en el libro IV de la Eneida, donde
dice Üido al ver la espada del ingrato
Eneas :
¡Dulcís exuvi.v, dum futa ¿Jcusque tinebant!
Cervantes hace reír al lector, poniendo
en boca del labriego de la Argamasilla
el lenguaje de Garcilaso y de L)ido.
3. .No fué asi, porque en aquel mismo
día emprendió Sancho su viaje, como
se ve en el progreso del capítulo.
(íi) Acto XII
nUMKHA l'AHTK. — (AIMTIILO XXV 425
qiie se lo (l¡í?ns. ¿ Pues qué más tengo de ver, dijo Sancho, que lo
(|Uo be visLo ? Hicn oslasen el cuento, respondió 1). (Juijote; ahora
tne Taita rascar las vestiduras, esparcirlas armas, y dnritie do ca-
labazadas' por estas penas, con otras cosas deste jae/ que le han
de atlniirar. Por amor de Dios, dijo Sancho, que mire vuestra mer-
ced cómo se da esas calabazadas, ([ue A tal p(!ña podrá llegar y en
tal punto, que con la primera se acabase la máipiina desla peni-
tencia, y sería yo de parecer que ya que á vuestra merced le
parece que son aquí necesarias calabazadas, y que no se puede
liacor esta obra sin ellas, se contentase, pues todo esto es fingido
y cosa contrahecha y de burla, se contentase, digo, con dárselas
en el agua, ó en alguna cosa blanda como algodón, y déjeme
á mí el cargo, que yo diré á mi señora que vuestra merced se las
daba en una punta de peña más dura que la de un diamante.
Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho, respondió
D. Quijote; más quiérote hacer sabidor de que todas estas cosas
que hago no son de burlas, sino muy de veras, porque de otra
manera sería contravenir á las órdenes de Caballería, que nos man-
dan que no digamos mentira alguna-, pena de relasos^, y el hacer
vma cosa por otra lo mismo es que mentir; asique mis calabazadas
han de ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nada del
sofístico ni del fantástico ■* ; y será necesario que me dejes algunas
1. Nombre que se atribuye familiar- como ordinariamente se dice. Mas Ger-
mente á los golpes que se dan con la vantes añadió el artículo, que es inse-
cabeza, chocando en otro cuerpo duro, parable del sustantivo ó del adjetivo
especialmente si suenan, como sucede sustantivado, y en este último caso se
con las calabazas. usa del artículo neutro lo. Ejemplo de
2. Todo caballero de la Banda se ello tenemos dentro del mismo Quijote
debe guardar de decir uno por al, ca en el epígrafe del capítulo LXI de la
la cosa del mundo que más períenesce segunda parte : De lo que sucedió á
al caballero, es decir verdad {a). Con D. Quijote en la entrada de Barcelona,
esta obligación de decir verdad á fuer con otras cosas que tienen más de lo
de caballero, requería Sancho á su amo verdadero que de lo discreto. Y en la
en el capitulo XLVIII de esta primera comedia La Entretenida (a) dice lam-
parte, cuando metido en la jaula iba bien Cervantes :
caminando lentamente á su aldea.
3. Relapsos se llamaba á los que des- Esto sí, cuerpo del mundo,
pues de castigados remcidían en deli- rt^^'icí'duícf <le ^niT
tos de que juzgaba el Santo Oficio ; de lo agradable y lo tierno,
equivale á reincidentes, cuya pena es
y debe ser mayor que la de los que Pero en el pasaje presente del texto
delinquen por primera vez. hay rnás que observar, porque no sólo
4. Si dijera de sofístico ni defa.nfrís- se añadió articulo al adjetivo sustan-
lico, nada hubiera que reparar ; asi es tivado, sino que se le añadió el artículo
masculino, cosa que no sufre el
(a) Kstatutos de la Orden de la Banda en ^^^"""^^ castellano. En la novela de
el Doctrinal dn Caliolteroa de D. Alonso de
Cartagena, lib. III, tít. V. (o) Jornada III,
42G
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
hilas* para curarme, pues que la ventura quiso que nos faltase el
bálsamo que perdimos. Más fué perder el asno, respondió Sancho,
pues se perdieron en el las hilas y todo ; y ruégole á vuestra mer-
ced que no se acuerde más de aquel maldito brebaje, que en solo
oírle mentar se me revuelve el alma, cuanto y más el estómago. Y
más le ruego, que haga cuenta que son ya pasados los tres días que
me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya las
doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada *, y diré maravillas á
mi señora; y escriba la carta, y despácheme luego, porque tengo
gran deseo de volver á sacar á vuestra merced deste purgatorio
donde le dejo. ¿ Purgatorio le llamas, Sancho? dijo D. Quijote,
mejor hicieras de llamarle infierno^, y aun peor si hay otra cosa
que lo sea. Quien ha infierno, respondió Sancho, nulla es relentio^,
Cipión y Berr/finza (y obsérvese que el
lenguaje de las novelas es más limado
y correcto que el del Quijotr) repitió
esto mismo Cervantes : Dos ladrones
hurlaron un cahallo... y para venderlo
sin peligro, usaron de un ardid, que <i
vii parecer tiene del agudo y del discreto.
Este modo de hablar se encuentra
también en otros dos escritores de los
más beneméritos de nuestro idioma. El
uno es Juan Yaldés, autor del Diálogo
de las lenguas, r|ue, hablando de lo
que importa conocer el orifíen de las
palabras para pronunciarlas y escri-
íjirlas con propiedad, dice ia) : Todas
son pronunciaciones que tienen del
arábigo. Y en otro lugar (6) : Arriscar
como apriscar... creo habernos des-
echado, porque tienen del pastoril. El
otro escritor es D. Diego Hurtado de
Mendoza, que en la carta del Bachiller
de Arcadia al Capitán Salazar, decía :
Esta COI te ([{orna), según cr,'o que sa-
béis, tiene algo del satírico, á causa de
residir en ella el l'adre Pasquín.
Á pesar de estas autoridades tan res-
petables, creo que este modo de hablar
no es puro castellano, y que no puede
excusarse de italianismo. Cervantes,
Valdés y Mendoza estuvieron en Italia,
y tanto la residencia en nn país extran-
jero como la lectura de sus libros,
pueden ser ocasión de incurrir inad-
vertidamante en esta clase de defectos.
1. El ventero Juan Paiomeque el Zur-
do, que confirió la Orden de Caballería á
D. Quijote en su venta, contaba las hilas
(a) Pág. 37. — (b) Pág. 88.
en el número de las cosas de que debían
ir provistos los caballeros andantes.
D. Quijote hubo de seguir su consejo
en los preparativos para su segunda
salida, como se deduce de este pasaje,
j)ürque mal podía pedir hilas á su escu-
dero si no las llevaba. Dice luego .San-
cho que en el asno se perdieron las
hilas y lodo : mas no parece que fué
así, puesto que en el capítulo XXII I se
dice que Sancho iba tras su amo car-
gado con lodo aquello que había de
llevar el rucio. El asno, cuando lo robó
Ginés de Pa?amonle, debió de salir
en pelo de debajo de la albarda.
2. Pasado en autoridad de cosa
juzgada se dice del fallo ó sentencia
judicial que causa ejecutoria, y que
por consiguiente es irrevocable, y no
necesita ya de más examen ni dili-
gencias.
3. Segi'in el uso actual se diría :
mejor hicieras en llamarle infierno.
4. La expresión latina (algo macarró-
nica á la verdad) que aquí se indica y
que estropeaba Sancho, es in inferno
nulla esf redemptio. que significa que
en el infierno no hay medio ni espe-
ranza de salir de él. Común es el
cuento de Miguel Angelo, que en un
cuadro de los Novísimos retrató entre
los condenados á un Cardenal que le
molestaba, y quejándose el Cardenal
de ello : amigo, le dijo el Papa, si le
pintara en el purgatorio, yo te sacaría ú
fuerza de sufragios; pero en el infierno,
nulla est redemptio.
Ariosto sabía también este proverbio,
y lo incluyó en su Orlando, cuando
pniMRn.v PArtTi;. — cai^íti'lo \xv
427
sPí?ri!i lio oído decir. No entiendo qué quiere decir retentio, dijo
D. Oiiijole. Uclentío es, respondió Sancho, que quien está en el
iiilierno nunca salo dól, ni puodo, lo cual será al revés en vuestra
niorocd, ó (\ mí nio andarán nial los pies, si es que llevo espuelas
para avivará llocinanle ; y pón^^ame yo una por una en el Toboso,
y delante de mi señora Dulcinea, que yo le diré tales cosas de las
necedades y locuras (que todo es uno) que vuestra merced ha
lioclio y (|ueda haciendo, que la venga á poner más blanda que un
guante, auníjuo la halle más dura que un alcornoque ; con cuya
respuesta dulce y mcliíicada * volveré por los aires como brujo, y
sacaré á vuestra merced deste purgatorio, que parece infierno y no
lo es, pues hay esperanza de salir del, la cual, como tengo dicho
no la tienen de salir los que están en el infierno, ni creo que vuestra
merced dirá otra cosa. Así es la verdad, dijo el de la Triste Figura ;
¿ pero ([üé haremos para escribir la carta? Y la libranza pollinesca
también^, añadió Sancho. Todo irá inserto^, dijo D. Quijote; y
sería bueno ya que no hay papel ■*, que la escribiésemos, como
describiendo los tormentos que Lidia
tiadecia por ingrata en el Tártaro, le
jízo decir (a) :
... E cosí avró in eterno,
Che Hulla redenzione e nell' inferno.
1. Palabra inventada por Cervantes
(á lo menos no me acuerdo haberla
visto otra vez en nuestros antiguos)
y formada por analogía condulcificada
y otras semejantes que se derivan de
los verbos dulcifica)-, verificar, falsi-
ficar, mortificar, vivificar, edificar,
clasificar. Todas son voces en que la
terminación común ficar indican la
ncciim de asimilar á las raíces castella-
nas ó latinas de que se forman, á
saber ; á miel, dulce, vero, falso,
muerto, vivo, aedex. clase.
2. Advertencia y recuerdo propio del
carácter codicioso de Sancho.
3. No podía ser, porque la libranza y
la carta necesariamente habían de ir
separadas ; la libranza de los pollinos
era para la sobrina de D. Quijote, y la
carta para Dulcinea. Sobra la palabra
inserto, la cual borrada, todo queda
bien.
4. Menciona aquí ü. Quijote los dife-
rentes modos (le escribir que se usaron
éntrelos antiguos. Pliniodijoya(6) que
al principio se escribió en hojas de
árboles, y después en las cortezas inte-
riores, señaladamente del papiro Y
como en latín foliuin era la hoja y
líber la corteza, de aquí hubieron de
derivarse en sus dialectos las palabras
folios y libros. Posteriormente se escri-
bió en tablillas cubiertas de cera, para
lo que se usaba del estilo ó punzón, en
láminas de plomo, en rollos ó volú-
menes de lienzo, y eu pieles que se
llamaron pergaminos, por ser inven-
ción de un rey de Pérgamo. Los árabes
conocieron el uso del papel en el
siglo VIII, según afirma Casiri en su
Biblioteca [a), añadiendo que en El
Escorial hay manuscritos árabes de
papel, pertenecientes á los principios
del siglo XI. Los mahometanos hubie-
ron de traer la invención del papel á
Europa por España, y ya en el siglo xn
se hacía en P' rancia papel de trapos, ex
rasuris verterum pannorum. En el
siglo siguiente era ya común el papel, y
las lej'es de Partida distinguen ias car-
tas y documentos que deben escribirse
en pergamino de cuero y en pergamino
de parto (h), siendo ya muchos los
documentos de aquel tiempo que se
escribían en papel, fabricado ordina-
riamente de algodón.
(a) Canto 34, est. 43. — (¿>) Lib. Xlll, cap.
XI.
(a) Tomo II, pág. 9.
XVIII, ley V.
(b) Partida III, tít.
428 DON QUIJOTE DE I.A MANCHA
hacían los antijEfuos, en hojas de árboles, ó en unas tablilas de cero,
aunque tan dificultoso será hallarse eso ahora como el papel. Mas
ya me ha venido á la memoria dónde sera bien y aún más que bien
escribilla, que es en el librillo de memoria que fué de Cárdenlo, y
lú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra,
en el primer lugar que hallares, donde haya maestro de escuela do
muchachos, ó si no cualquiera sacristán te la trasladará ; y no se
la des á trasladar á ninüfún escribano, que hacen letra procesada ',
que no la entenderá Satanás. ¿ Pues qué se ha de hacer de la firma?
dijo Sancho. Nunca las cartas de Amadís se firmaron, ^ respondió
D. Quijote. Está bien, respondió Sancho; pero la libranza forzo-
samente se ha de firmar, y esa, si se traslada, dirán que la firma
es falsa, y quedaréme sin pollinos'. La libranza irá en el mismo
librillo firmada, que en viéndola mi sobrina no pondrá dificultad
en cumplilla ; y en lo que toca á la carta de amores, pondrás por
firma : Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura. Y
hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, á lo que yo me
sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida i;;
visto letra mía ni caria mía, porque misamoresy los suyoshan sicl'
1. La letra procesada, según el eru-
dito padre Audrés Burriel, autor de la
Paleocp-afia española, era una co-
rrupciiin desreglada de la letra llamada
corLesana y consistía en desfigurar
la traza y figura de todos los
caracteres por escribir sin división
de letras ni dicciones, forman fio lineas
enteras en una encadenada algarahia,
sin levantar la pluma del papel. Este
modo de escribir desordenado y sin
regla, fue' fácilmente adoptado por los
que vivían del trabajo de pjlitma. por-
que con pocas palabras se llenaba una
plana : el modo de escribir era fácil y
ligero, de suerte que con pioco trabajo
crecía mucho la paga y lo escrito. Des-
pués de la muerte de la Reina íCatúlica
Doña Isabel)... se olvidó la observancia
de su arancel, y por tnás de cien años
prevaleció esta infame letra de proce-
sos (a).
2. Una sola carta de Amadís se
encuentra en su historia, que es la cre-
dencial á favor del maestro Elisabad
para el emperador de Constanti-
nopla(6), y con efecto, no lleva firma.
Otras varias cartas contiene dicha his-
(a) Pág. 34. - (6) Cap. LXXXVIll.
toria, á saber, las dos que escribid
Oriana á Amadís, una despidiéndole de
su presencia, y otra pidiéndole perd<in
de su yerro : la que la misma Oriana
escribió ;i su madre Drisena; la de Bri-
sena á Amadís, y las deUrganda yArbár
de Norgales al rey Lisuarte (a). Ningún-
de ellas e.stá firmada. En las Sergas r/,-
Esplandián se leen cuatro cailas de
Amadís, una al rey Perión y tres á su
hermano D. Gaiaor, Gasquilán, rey de
Suesa y D. Bruneo, rey de Arabia 16 :
ninguna lleva firma. Lo mismo sucfi:
con otras cartas de diferentes sujet
que se copian en la propia historia }
con otras en las de Florisel íc) y Silvia
de la Selva, hijo de Amadís de Gre-
cia [d). — D. Quijote, pues, tenía razón,
y no la hubo para la corrección que
hizo en este pasaje la edición de
Londres del año 173S, leyendo : nunca
las cartas de amantes se firman.
3. Vuelve á asomar la codicia, pio-
pia del carácter de Sancho, en su soli-
cita y repetida inquietud acerca de la
libranza pollinesca.
(a) Cap. XLII. LH, XCV. CXXXIII v LVII
— (é) Cap. CCCXIX, CXXXVIII, CXLII v
CXI. III. — (c) Parte IV. lib. I y II. —
(rf) Cap. XXXII y XXXIX.
IMtIMERA I'AUIF,. — CAPÍTULO XXV
ii9
siempre plalónieos. sin exlendorse ;'» m.ás que á un honesto mirar,
y aun oslo l;in de eiiando en cuando, que osaré jurar con verdad,
íjue en doce años que ha que la quiei-o más que á la lumbre deslos
ojos que ha de comer la tierra ', no la he visto cuatro veces^, y aun
l)o(lrá sor que deslas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la
una ([ue la miraba; tal es el recalo y encerramiento con que sus
padres Lorenzo Corcliuelo y su madre Aldon/.a Nogales^ la han
criado. Ta, ta, dijo Sancho *, ¿que la hija de Lorenzo Corchuelo es
la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza
Lorenzo^? Esa es, dijo D. Quijote, y es la que merece ser señora
de todo el universo, liien la conozco, dijo Sancho, y sé decir que
tira tan Ijion una barra como el más forzudo zagal de todo el
pueblo; vive el Dador** (jue es moza de chapa, hecha y derecha, y
1. Que hon de comer, dicea las ante-
riores ediciones, como si los ojos hubie-
sen de comer Á la tierra, y no la tierra
¡ilos ojos; han por ha, es errata que
pudo y debió corregirse. — Que ha de
comer la tierra, expresión que en el
estilo familiar suele añadirse muchas
veces para esforzarla aseveración como
una especie de juramento, cuando se
nombra algún miembro del que habla.
Equivale á lo mismo que si se dijera :
es tan cierto como que he de morir.
2. Las frases de esle periodo envuel-
ven alguna contradicción. Las pala-
bras mis amores y los suyos arguyen
que eran recíprocos entre D. Quijote
y Dulcinea, y la circunstancia de que
no pasaban de un honesto mirar, indica
que se solian mirar uno á otro ; mas á
pesar de esto añade D. Quijote, que
acaso ni una sola vez había reparado
Dulcinea que él la miraba. Todavía es
más clara la contradicción del texto
presente con lo que se refiere en el
capítulo VIH de la segunda parte
donde se afirma que D. Quijote no
había visto en su vida á Dulcinea; y
en el capitulo IX siguiente, proponiendo
Sancho á su amo en el Toboso, que
guiase á las casas de Dulcinea, á quien
debía (dice Sancho) haber visto mi-
llares de veces, D. Quijote le contesta :
Tú me harás desesperar : ven acá,
hereje; ¿no te he dic/io mil veces, que
en todos los días de mi vida no he visto
á la sin par Dulcinea, y que sólo estoy
enamorado de oídas?
Los amores platónicos, que se han
nombrado antes, son los honestos,
decentes, intelectuales, exentos de la
parte grosera, conformes á la doctrina
explicada por Platón en sus Diálogos,
de que habló largamente en los suyos
del Amor León Hebreo, de quien se dio
noticia en las notas al prólogo de esta
primera parte del Quijote.
.3. Hay evidentemente error; ó debe
leerse su padre, ó borrarse su madre ;
me inclino á lo primero. Cervantes,
queriendo ridiculizar más y más á su
héroe, dio á su Princesa y á los padres
de su Princesa nombres y apellidos
aldeanos y vulgares.
4. Parece ser la misma interjección,
y por decontado tiene las mismas
letras que la latina Alat, usada varias
veces por Plauto y Terencio. Indica la
sorpresa del que viene á caer en alguna
cosa, comprendiendo la que no enten-
día antes. En este propio sentido
empleó la interjección ta, ta Lope de
Rueda en la Farsa de la Carátula.
Encuéntrase también usada repetida-
mente en la tragicomedia de la Celes-
tina{a), en el Picaro Guzmán de Alfa-
rache[h], y en otros libros nuestros.
■o. Invierte aquí Sancho, y no sin chiste,
el orden regular de los nombres, uno
propio y otro postizo, porque lo na-
tural era decir : la señora Aldonza Lo-
renzo, por otro aotnbre Dulcinea del
Toboso.
6. I'arfor, atributo eminentemente de
Dios, autor de todos los dones. En el
discurso que en el capítulo LVIII de la
(a) Actos Vil, XI y XVII. — (6) Parte II,
lib. II, cap. III y IV.
-^30 DON QUIfOTE DE L.\ MANCHA
de pelo en pecho <, y que puede sacar la barba del lodo á cual-
quier caballero andante ó por andar ^ que la tuviere por señora.
¡ Oh lii de pula, que- rejo que tiene, y qué voz ! Sé decir, que
puso un día encima del campanario del aldea á llamar unos zat^ab
SUYOS que andaban en un barbecho de su padre, y aunque estaban
de allí más de media legua 3, así la oyeron como si estuvieran al pie
de la torre; y lo mejor que tiene, es que no es nada melindrosa,
porque tiene mucho de cortesana •<; con todos se burla, y de lodo
segunda parte dirige D. Quijote, cuando
caminaba p.ira Barcelona, á los que
componían la nueva y pastoril Arcadia,
dice entre otras cosas, que es Dios sobre
lodos, porque es Dador sobre todos. Y
en la novela de Rinconete y Cortadillo
decía el liepolido á la Cariharta : Vive
el Dador, (jue si se me sube ¡a cólera
al camjtanario, que sea peor la recaida
que /a caída. Ks voz usada en la ger-
mania y así escribía i). Francisco de
Quevedo en el romance de los Valientes
y Tamnjones :
Vive ol Dador, dicen todos
desde que el mundo nació.
1. Con la chapa se asegura la obra
hecha, y así moza de chapa es moza de
fundamento é importancia. En la co-
media Eufemia, de Lope de Rueda,
decía el lacayo Vallejo á su amo, al ver
unas mujeres de noche : Voto á tal,
que la delantera parece moza de
chapa; desde aquí la acoto para que
coma en el plato que come el hijo de
mi padre (a;.
De pelo en pedio : una de las ala-
banzas ridiculas que hace Sancho de
Dulcinea : y tanto más ridicula, cuanto
se dice de los hombres bellosos de
pecho, lo que vulgarmente se tiene á
señal de forzudo, y en una mujer sería
feo y eípantüso.' Antes había dicho
que tiraba lají bien una barra romo el
más forzudo zagal de todo el pueblo :
elogio que también se da en la segunda
parte del Quijote al zagal Basilio,
amante de Quiteria. — Sacar la barba
del lodo : frase proverbial tomada de
los que sacan á otro del atolladero en
que se halla, y significa sacar de
apuros ÍL otra persona. Sacar el pie del
lodo llamó á esto mismo Cervantes en
el \iaje al Parnaso, hablando con Mer-
curio (6) :
{a¡ Acto V, esc. V. — (b¡ Cap. III.
Muchos, sefior, en la galera llevas.
Que te podrán sacar el ¡¡ie del lodo.
Es expresión antigua, que se encuen-
tra ya en el Corbacho del Arcipreste de
Talayera (a).
•2. Juguete de palabras, propio del
estilo familiar y doméstico. Aquí el
contraste ú oposición es entre el pre-
sente andante y el futuro por andar;
ordinariamente la oposición se forma
entre el pretérito y el futuro, andado y
pior andar, donde, con efecto, la oposi-
ción es mayor y más marcada. Pero en
el presente paraje, tratándose de caba-
llero, venía al caso andante y no
andado.
3. Ponderación es ; mas no tan grande
como la de los brazos de casi dos leguas,
que nuestro hidalgo atribuía a los
gigantes en la memorable aventura de
los molinos de viento. Por lo demás,
el presente elogio le cuadraba más á
nn pregonero que á una Princesa.
Sancho quiere elogiar, y no hace sino
ridiculizar á Dulcinea.
4. Sigue el panegírico de la sin par
Emperatriz de la Mancha. En el cual,
esto de cortesana puede ser pulla pol-
la significación ambigua de la palabra,
y más si en la fiííurada persona de Dul-
cinea se quiso aludir á alguna persona
real y verdadera, que no es imposible. En
la Mancha se conserva la tradicii'm, que
refiere Navarrele en la Vida de Cer-
vantes, de que éste fué maltratado y
encarcelado en el Toboso por haber
dicho á una mujer un chiste picante, de
que se ofendieron sus parientes é inte-
resados; y de aquí la sospecha de que
tiró á desquitarse haciendo de aquella
mujer el tipo de Dulcinea, y de aue las
expresiones del texto y los riaículos
í^ncomios de Sancho envuelven acaso
incidencias y particularidades que
(o) Parte II, cap. I.
lM<IMi;UA PARTE. — CAPÍTULO XXV 431
hace mueca y donaire. Ahora digo, Señor Caballero de la Triste
l'ignra, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer
locunis \H)V ella, sino qutí con justo título ¡)uede desesperarse y
ahorcarse, que nadie hahr;i (|ue lo sepa (¡ue no diga que hizo
demasiado bien, piieslo que le lleve el diablo ; y querría ya
verme en camino sólo por vella, que ha muchos días que no la veo,
y debe de estar ya trocada, porque gasta mucho la faz dé las mu-
jeres andar siempre al campo, al sol y al aire. Y conliesoá vuestra
merced una verdatl, señor L). Ouijole, que hasta aquí he estado en
una grande ignorancia, que pensaba l)ieny tielmente que la señora
Dulcinea debía de ser alguna í^rincesa de quien vuesira merced
estaba enamorado, ó alguna persona tal que mereciese los ricos
presentes (jue vuestra merced le ha enviado, así el del vizcaíno
como el de los galeotes, y otros muchos que deben ser, según deben
de ser muchas las victorias que vuestra merced ha ganado y ganó
en el tiempo que yo aun no era su escudero; pero bien considerado,
¿qué se le ha de dar á la señora Aldonza Lorenzo, digo, á la señora
Dulcinea del Toboso, de que se le vayan á hincar de rodillas de-
lante della los vencidos que vuestra merced envía y ha de enviar?
Porque podría ser que al tiempo que ellos llegasen, estuviese ella
rastrillando lino ó trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla,
y ella se riese y enfadase del presente. Ya le tengo dicho antes de
ahora muchas veces, Sancho, dijo D. Ouijole, que eres muy grande
hablador, y que aunque de ingenio boto, muchas veces despuntas
de agudo ' ; mas para que veas cuan necio eres tú y cuan discreto
soy yo, quiero que me oigas un breve cuento. Has de saber que
una viuda hermosa, moza, libre y rica, y sobre todo desenfadada, se
enamoró de un mozo motilón-, rollizo y de buen tomo ; alcanzólo
habría entonces, y de que ya no no hables más... no te asotiles tanto, qve
tenemos noticia. — Acerca de la fami- te despuntarás. — l/só de la misma
lia de Dulcinea, aventuraremos á su expresión l'rganda la Desconocida en
tiempo algunas conjeturas. los versos cortados que dirigió al libro
d. Despuntar de agudo; hacer del de D. Quijote,
ingenioso. Con esta expresión da á 2. .VoíJZo'/i, el que tifne cortado el pelo
entender D. Quijote que tiene por mali- por entero y de raíz. Solía decirse en lo
ciosos y satíricos los elogios que San- antiguo de los fraües legos, y así se
cho había lieclio de Dulcinea. Y en llama alguna vez, según Pellicer, á San
prueba de que le entiende, le contesta Diego de Alcalá en las diligencias para
con el cuento del mozo motilón y su canonización : ahora es palabra de
rollizo que sigue. desprecio, y se aplica ordinariamente á
Otras veces se dice despuntarse de los tinosos á quienes ha sido menester
agudo que es pasarse de ingenioso, ser cortar el pelo. Viene del latino mutilas.
excesivamente ingenioso ; metáfora de donde también se derivó en los
tomada de los instrumentos, donde tiempos de la baja latinidad la palabra
suele destruirse la punta á puro querer multo, carnero que se esquila, que
aguzarla. Ea, niña (decía la gitana vieja luego dijeron mouton los franceses,
á Preciosa en la novela de la Gitanilla),
432
DON QL'IJOTE DE LA MANCHA
á saber su mayor \ y un día dijo á la buena viuda por vía de fra-
ternal reprensión ; Maravillado esloy, señora, y no sin mucha
causa, de que una mujer lan principal, tan hermosa y tan rica
como vuestra merced, se haya enamorado de un hombre tan soez,
tan bajo y tan idiota como fulano, habiendo en esta casa tantos
maestros -. tantos presentados y tantos teólogos en quien vuestra
merced pudiera escoger como entre peras, y decir este quiero,
aqueste no quiero; mas ella le respondió con mucho donaire y des-
envoltura : Vuestra merced, señor mío, está muy engañado, y
piensa muy á lo antiguo, si piensa que yo lie escogido mal en
fulano^ por idiota que le parece, pues para lo que yo le quiero,
tanta íilosofía sabe y más que Aristóteles^; asique, Sancho, por lo
1. Mayor es lo mismo que jefe ó
principal. En la parte 11 del Quijote,
hablándose de los bandoleros de Koqne
Guinart, se dice que había aUunos de
centinela para dar aviso á su mayor de
lo que pasaba. En los Trabajos de Hér-
siles 'a) ^e cuenta fie Antonio el padre
que li>s peregrinos que habían desem-
barcado en Portugal le obedecian como
á su mayor. Y en la novela de Hinco-
nete y Cortadillo decía uno de los
colegíales de Monipodio : En cuatro
años que ha que tiene el cargo de ser él
nuestro mayor, no han padecido sino
cuatro en el finibusterre (la horca; y
obra de treinta envesados (azotados) y
de sesenta y dos en gurupas (galeras).
El mayo/- ó jefe deque aquise trata, no
era el superior del mozo motilón, como
creyó Pelücer, sino el de la viuda, de
quien seria pariente y quiz;í hermano
mayor, como indica lo de la fraternal
reprensión que á continuación se dice.
2. Ni en casa de la viuda ni en la de
su mayor habría ciertamente muchos
maestros ni teólogos; puede creerse
que la palabra casa envuelve algún
error, y acaso debió ser ciudad en el
original.
3. Fulano, mengano, zutano, especie
de pronombres personales, que pode-
mos llamar indefinidos, porque denotan
personas inciertas é indefinida-^, al
revés de lo que sucede con yo, tú. él,
de los cuales el primero indica deter-
minadamente la persona que habla, el
segundo la persona con quien se ha-
bla, y el tercero la persona de que se
habla.
El autor del antiguo poema de Ale-
jandro, y Gonzalo de iíerceo, poetas
castellanos del siglo xiii. usaron ya de
la palabra fulano. Dúdase entre los
peritos en esta materia si los castella-
nos la tomaron del árabe ó del hebreo
porque en auibas dicen que e.^isle. Por
el uso que de ella hizo tíerceo en los
Milagros de Nuestra Señora (a), puede
conjeturarse que vino del hebreo,
porque allí la aplica á judíos.
Puede observarse en el texto que el
verbo escoger, que es activo, se usa en
él como neutro ó de estado. Pero ya se
ha notado en otro lugar que es propie-
dad de todo verbo activo poderse usar
como neutro en sentido general y abs-
tracto, según se ve en muchos refranes,
y en especial del mismo verbo escoger
en aquel que dice ; o guien le dan, no
escoge.
4. Expresión semejante á la de Cris-
tina en el entremés de la Cueva de Sa-
lamanca, escrito por Cervantes : Para
lo que yo he menester ó »?¿ barbero, •
tanto latín sabe y aun más que supo
Antonio de Nehr:jn. — Mucho se ha
escrito Sdbre el mérito y fortuna de
Aristóteles ; por la expresión del cuento
se ve que en la opinión común del país
de Corvantes eraelwo^i plus ultra de la
filosofía, como lo era todavía en gran
parte de Europa, á pesar de los anta-
gonistas, que ya hubo en aquel tiempo
del peripato. — Este cuento no es
menos libre y desenfadado que la
misma viuda de quien se trata; y tiene
unos asomos groseros, no muy propios
del lenguaje, siempre limpio y decante,
(a) ¿ib. III, cap. II.
(<i) Coplas 64'2 y 736.
PRIMERA PARTE.
CAPÍTULO XXV
433
(|ue yo quiero á Dulcinea * del Toboso tanto vale como la más alta
Princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas (jue alaban ^ damas
debajo de un nombre que idlos á su albediío les ponen, es verdad
(pie las tienen. ¿Piensas tú que las Amarilis, las Filis, las Silvias, las
Dianas, las Calateas •^ y otras tales deque los libros, los romances,
do o. Quijote. Añado que en boca de
D. Quijote indica que no era muy sin-
cero el amor que profesaba;! Dulcinea;
lo que no se compadece con el car;ícter
de veracidad que se le señala, y que
manifiesta constantemente nuestro hi-
dalgo en su conducta.
1. Dentro de breve espacio se ve que
nuestros antiguos solían usar indistin-
tamente el por y el para, /'ara lo que
yo le quiero, decía del mozo motilón
la viuda : por lo que yo quiero á Dulci-
nea, decía de ésta D. Quijote. Pudieran
traerse otros ejemplos de nuestros
buenos escritores. El uso actual dis-
tingue ambas partículas, denotando
para el fin íi objeto, y por tarazón o
causa. En ello ha ganado la claridad y
la exactitud, y, por consiguiente, el
idioma.
2. El orden de las partes de este dis-
curso es violento ; sería más natural
decir : si, que no es verdad que tenffan
damas lodos los poetas que las alaban
debajo de un nombre que ellos a su
albedrio les ponen.
D. Quijote, continuando (contra toda
verisimilitud) en indicar su falta de
sinceridad, y diciendo que para su
intento bastaba figurarse que Dulcinea
era hermosa y honesta, sin curarse de
la verdad de ello, se escuda con los
ejemplos de los poetas que fingieron
sus damas por darse valor y conside-
ración á sí propios, y suministar asunto
á sus versos. Ya dije arriba que Cer-
vantes en esto contradice el carácter
sincero de su protagonista, y dismi-
nuye por consiguiente el interés que
debe inspirar á los lectores. Y no basta
para salvar la inconsecuencia añadir,
como añade, que no siempre fueron
fingidas las damas celebradas por los
poetas ; porque lo que alega en su favor
D. Quijote, no es el ejemplo délos poetas
que celebraron damas i'eales y verda-
deras, sino el de los poetas que las fin-
gieron.
3. Entre este pasaje de Cervantes y
otro de Lope de Vega en su Dom/ea,
hay una apariencia de contradicción,
que no sé si será indicio de la rivali-
dad que no puede dudarse hubo entre
ambos, y quizá fué alguna represalia.
Dice Lope (a) : La Diana de Monlemayor
fué una dama natural de Valencia de
Don Juan, junto ü León; y Ezla, su 7'ia.
y ella serán eternos por su pluma. Asi
la Filida de Montalvo y la Oalatea de
Cervantes, la Camila de Garciluso, la
Violante del Camoens, la Silvia de Ber-
naldes, la Filis de Figueroa, la Leonor
deCorterreal. Lope asegura, y Cervantes
niega, que las damas que acostumbra-
ron celebrar los poetas fueron verdade-
ramente damas de carne y hueso, y de
aquellos que las celebraron.
Acerca de la dama que celebró Jorge
de Montemayorbajo el nombre de Dia-
na, se habló en las notas al capítulo VI.
Pudiera ocurrir que el nombre de .\ma-
rilis se refiera á la Constante Amarili de
Cristóbal Suárez de Figueroa : Años ha,
dice este autor en su Pasajero [b), se
me apareció cierto personaje tributario
de amor. Traíale cierto impulso deque
se celebrase la hermosura y constancia
de su querida en algún libro serrano ó
pastoril, como el de Calatea ó Arcadia.
Este libro serrano ó pastoril, que, como
allí se dice, se escribió de prisa, y pagó
con escasez el que lo encargó, es la
Constante Amarili del mismo Figueroa;
y no pudo indicarse en el pasaje pre-
sente del texto, porque se imprimió el
año de 1609, cuatro después que la pri-
mera parte del Quijote. Pero la ocasión
con que menciona la Galatea y la Ar-
cadia, obras aquélla de Cervantes y
ésta de Lope, prueba (y esto es lo que
hace á nuestro propósito) que en uno y
otro libro se elogiaron damas reales y
verdaderas de carne y hueso. De hecho
no se duda que la Calatea de Cervantes,
puesta aquí al parecer entre las fingi-
das, fué su mujer Doña Catalina Pala-
cios de Salazar; respecto de Idi Arcadia,
puede observarse que Belisa, dama que
en ella celebra Lope de Vega, es ana-
grama del nombre de su primera mu-
(a) Acto II, esc. II. — (é) Alivio II.
28
434
DON QUIJOTE DK LA MANCHA
las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias estáíi llenos,
fueron verdaderárhenle damas de caí-ne y hueso, y de aquellos que
las celebran y celebraron ? No por cierto, sino que las más se las
fingen por dar sujeto íi sus versos, y porque Ids terig-an por ena-
morados y por hombres que tienen valor para serlo ; y así bástame
á mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa
y honesta ; y lo del linaje importa poco, que no han de ir á harer
lá información del para darle algún hábito, y yo me hago cuenta
que es la más alta Princesa del mundo. Porque has ae saber,
Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan á amar más que
otras \ que son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos
cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser her-
mosa ninguna le iguala, y en la buena fama pocas le llegan ; y para
Concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que
sobre ni falte nada ; y pintóla en mi imaginación como la deseo así
en la belleza como en la principalidad ^; y ni la llega Elena, ni la
alcanza Lucrecia ^, ni otra alguna de las famosas mujeres de las
jer Doña Isabel de Urbina ; y que los
elogios de la Arcadia tuvieron objeto
real y no fantástico ni fingido, lo indi-
có el mismo Lope en la dedicatoria de
la segunda parte de sus Rimas ú Don
Juan de Aryuijo.
Ya desde muy antiguo fué conocida
y practicada la galantería de celebrar
los poetas á sus damas bajo nombres
supuestos. Lope de Vega hizo á este
propósito un soneto, que es el secundo
entre los que publicó con el nombre
de Tome de Burguitlos, y dice asi :
Celebró de Amarilis la hermosura
Virgilio en su Bucólica divina.
Propeicio de su Cintia, y de Coriua
Ovidio en oru, en rosa, en nieve pura.
Catulo de su Lesbia la escultura
Á la inmortalidad pórfido inclina,
Petrarca por el mundo peregrina
Constituyó de Laura la figura.
Yo, [lues amor me manda que presuma
De la tiumilde prisión de tus cabellos,
Poeta montañés con ruda pluma,
Juana, celebraré tus ojos bellos,
Que vale más de tu jabón la espuma
Que todas ellas y que todos ellos.
Esta costumbre llegó á vulgarizarse
con e.xceso, y Cervantes trató de ridi-
culizarla enla7'ra^7nd¿ica de Apolo. que
publicó por apéndiceá su Viaje al Par-
rta.^so, donde, entre otrosprivüegios con-
cedidos á los poetas españoles, se lee :
Jtem, que el más pobre poeta del mun-
do, como no sea de los Adanes y Matu-
salenes, pueda decir que es enamorado,
aunque no lo esté, y poner el nombre á
su dama como más le viniere d cuento,
llamándola Amarili, ora Anarda, ora
Clori, ora Filis, ora Filida, ó ya Juana
Téllez ó como más gustare, sin que deslo
se le pueda j/edir ni pida razón alquna.
Se ve que Cervantes, cuando escribió
la Pragmática de Apolo, no tenia olvi-
dado el asunto del presente pasaje de
su QUUOTE.
1. Sobra la palabra soíos, que debilita
y obscurece el sentido. Ó se le olvidó
suprimirla á Cervantes en su original,
ó se introdujo malamente al impri-
mirlo.
2. Palabra de la clase de las fácil-
mente formables, pero que no ha obte-
nido la aceptación suficiente en el
tribunal del uso para pasar al leíiguaje
común. Significa la calidad de la per-
sona que es de linaje principal, como si
dijéramos nobleza, ilustre prosapia.
3. Elena fué mujer de Menelao, l\ey
de Lacedemonia, y célebre por su lier-
moí^ura. Páris, hijo de Príamo, estando
hospedado en casa de Menelao, la robó
y condujo á Troya, donde reinaba
su padre. De este agravio hecho á
Menelao formaron queja común los
Reyes griegos, y se confederaron para
PniMEHA r'AKTIi. — CAPÍTULO XXV 435
edades pretéritas jariega, bárbara ó latina \- y diga cada uno lo
(juo quisiere, que si por esto fuere reprendido de los ignorantes,
no seré castigado de los rigurosos. Digo que en todo liene vuestra
merced i'a/ón, n^sponilió Sandio, y <|ue soy un asno. Mas no sé yo
para (¡ué nombro asnoen mi boca, pues no se hade nionlar la soga
en casa del ahorcado ; pero venga la carta, y ú Dios, que me raudo ^.
Sacó el libro de memoria D. Quijote, y apartándose á una parte,
con mucho sosiego cornenzó á escribir la carta, y en acabándola
llanu) á Sancho, y le dijo que se la quería leer porque la tomase de
memoi'ia, si acaso se le perdiese por el camino ^, porque de su des-,
dicha todo se podía temer. Á lo cual respondió Sancho: Escríbala
vuestra merced dos ó tres Veces ahí en el libro ', y démele, qué yo
le llevaré bien guardado, porque pensar que yo la he de tomar en
la memoria, es disparate, que la tengo tan mala que muchas veces
se me olvida cómo me llamo ;pero con todo eso: dígamela, que me
holgaré mucho de oílla-\ que debe de ir como de molde *. Escucha,
que así dice, dijo D. Quijote :
vengarlo, como lo consiguieroa con la
ruina de Troya.
Otro nial huésped, Sexto Tarquinio,
hijo del Hey de Roma, violó la castidad
de Lucrecia, niatrona romana, mujer de
Cülalino. Lucrecia se dio la muerte ¿pre-
sencia de su padre y de su marido, des-
pués de haberles exigido la promesa de
vengarla, que se cumplió con el des-
tronamiento y expulsión de la familia
de los Tarquinios.
i. L 'S edades no son gricEras, ni lati-
nas, ni bárbaras ; tales epitetos no son
de edades, sino de naciones. Acaso diría
el original gr/er/ati, bárbaras ó latinas,
concertando con mujeres y no con
edades. — Paréceme que en esta expre-
sión tuvo presente Cervantes la de Bo-
cado al fin de su tratado de las Ilustres
mujeres traducido por el Canciller
D. Pedro López de Ayala, donde se lee :
En el principio a^az protesté de no
querer escribir de todas las excelentes
é claras mujeres que ovo en el mundo,
porque el libro fuera muy prolijo... Be
las qeníiles, griegas, lalinasé bárbaras,
habernos escripia lo que nos haparecido
más digno de memoria.
2. Expresión familiar picaresca, pro-
pia de quien se despide para irse á otra
parte, que esto es mudarse, hablándose
de la casa en que se habita.
'i. Debiera ser por si acaso. Quedaría
más correcto el pasaje poniéndose :
Se la quería leer (la carta) para que la
tomase de memoria, por si acaso se le
perdiese en el camino.
4. Sandez que hace reír al lector. En
vez deque se le leyese dos ó tres veces
ia carta para tomarla de memoria, pro-
ponía Sancho, como cosa equivalente,
que se escribiese dos ó tres veces en
el librillo.
o. En la edición de 160S, que siguió en
su última la Academia Española, se
omitió el vuestra merced que se había
expresado en la de 160o, donde «e lee :
Dígamela, vuestra merced : y así era más
propio del respeto y cortesía con que
Sancho solía y debía tratar á su amo.
Yo no sé de dónde nació la persuasión
de que era forzoso seguir exclusiva-
mente en las ediciones modernas del
Quijote alguna determinada de las
antiguas. Éstas pudieron y debieron
mirarse como otros tantos códices ó
copias, entre cuyas lecciones, cuando
varían, debió escogerse la más verosí-
mil : y la presunción está á favor de la
mejor.
6. Como de molde no significa aquí
como conviene, como piden las cir-
cunstancias, que es lo que significa
muchas veces, sino como si fuese de
letra de molde, aludiéndose á la per-
fección y autoridad que el vulgo igno-
rante atribuye á todo lo que ve im-
preso.
436
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
CARTA DE D. OUIJOTE A DULCINEA DEL TOBOSO
SORKKA.NA Y ALTA SEN'OHA
El ferido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón^
dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si
tu fertnosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus des-
denes son en mi a/incamiento, magíier que yo sea asaz de sufrido,
1. Puede repararse que la caria ;i
Dulcinea está en prosa, cuando en el
capitulo XXlll había dicho nuestro
caballero que seria en verso de arriba
abajo. En ella se afecta el lenguaje
anticuado y el estilo conceptuoso de los
libros caballerescos. Florisel, después
de vencer y perdon-r la vida al arro-
gante Brucerbo, Rey de Gaza, que
habia ofrecido ;i Sidonia, Reina de
Guindaya, llevarle la cabeza de Flo-
risel, le envi(') á Sidonia con una
carta que : Soberana y hermosa Reina :
D. Florisel de Ni(jiiea, etc. La salud
que quitarme querías, te enrío con
dalla al que me la quería quitar,
para acrecenlatla mus en La obligación
de tu servicio (a). Cuando Oriana
dirigió á Aniadis la carta en que le
mandaba no parecer más ante ella,
ni en parte donde ella estuviese,
que fué la ocasión de retirarse el
desdeñado caballero A la Peña Pobre,
puso lo siguiente en el sobrescrislo :
Yo soy la doncella ferida de punta
de espada por el corazón, y vos sois
el que me ferisles (b). En la Histo-
ria del Caballero de la Cruz (c) se lee
la siguiente carta de Leandro el Bel á
su señora : El Caballero de Cupido á la
sin par Princesa Cupidea da salud. —
Si alguna me queda, quedando privado
del resplandor de tu divina vista, con...
verme agora ansí como alanzado de
tan divino favor, no sé que me hacer,
salvo dar fin á esta mísera vida para
acabar de pasar tantos males como con-
tinuo padezco ; y si en esto no piensa
vuestra merced... mándeme enviar la
muerte, porque será muy bien venida.
En la Historia de D. Olivante {d) se
(a) Florisel, part. III, cap. XIII. — (6)
Amadis de Gnula, cap. XLIV. — (c) LÍb.
II, ca;). LXXIII. - (rf) Lib. III, cap. X.
copia una carta que le escribió su
señora, y empieza así : La Princesa
Lucenda, á quien la ventura en su
mayor alegría le mostró la más crecida
tristeza, al descuidado Pi'íncipe de
Macedonia la salud que con su ausen-
cia le falta, con tuda voluntad envía.
La Reina Arsace, escribiendo á
Medoro, de quien estaba enamorada,
le decía :
... Al bello Rey del mundo amado
La Heina de lo i'nás que el sol rodea
Le envía la salud que se desea {a].
Hallándose Tirante el Blanco ausente
y enfermo, envió ú su escudero Hipólito
con una carta piíraCarmesina en que con-
cluía pidiendo á su señora que le dijera si
quería que viviese ó muriese, pues en
ambos casos estaba dispuesto á obede-
cerle (6). El principio de la carta de
Fausto á Gardenia en la Diana del
Salmantino (c), es así : Salud te envía
el que para si ni la tiene ni la quiere, si
ya de tu sola mano no le viniese. Este
pensamiento y casi con las mismas
palabras puso Cervantes en la carta de
Timbrio á Nísida en el libro III de la
Calatea :
Salud te envía aquel que no la tiene,
Nisida, ni la espera en tiempo al{?uno
Si por tus misiñas manos no le viene.
Otra carta de D. Diego Hurtado de
Mendoza, que también hubo de tener
presente Cervantes, empieza :
Á Marfisa Damón salud envía.
Si la i)uede enviar quien ac la tiene.
Ni la es¡)era tener por otra vía.
(a) Barahona. Angélica, canto 11. —{b) Ti-
rante, pai'te III. — (cj Lib. 11.
PniMEUA PARTK. — CAPÍTULO XXV
437
mal po(/rc .snstcnenne en esta cutía, que además de ser fuerte es
muí/ duradera. Mi buen escudera Sancho te dará entera relación
i oh bella iiifjrata, amada onenñ¡/a mía! del modo que por tu causa
quedo ; si (justares de acorrerme, tuyo soy, y si no haz lo que te
viniere en gusto, que con acabar mi vida habré sa1is.fecl'0 á tu
crueldad y á mi deseo.
Tuy(t hasta la miif;rto,
El Caballero de la Triste Fiyura.
Por vida de mi padre, dijo Sancho en oyendo la caria, que es lá
más alta cosa que jamás he oído ; pesia á mí, y cómo que le dice
vuestra merced ahí Lodo cuanto quiere, y qué bien que encaja en
la firma FA. Caballero de la Triste Figura. Digo de verdad, que es
vuestra merced el mcsmo diablo, y que no hay cosa que no sepa.
Todo es menester, respondió D. Quijote, para el oficio que yo
traií^O- Ea pues, dijo Sancho, ponga vuestra merced en esotra
vuelta la cédula de los tres pollinos, y fírmela con mucha claridad \
p()r(iue la cono/xan en viéndola. Oue me place, dijo D. Quijote, y
habiéndola escrito se la leyó, que decía así :
Mandará vuestra merced por esta primera de poUÍ7>os^, señora
Sobrina, dar á Sancho Panza mi escudero, tres de los cinco que
dejé en casa, y están á cargo de vuestra merced : los cuales tres
pollinos se los mando librar y pagar por otros tantos aquí recibidos
de contado que con esta y con su carta de pago serán bien dados.
Fecha en las entrañas de Sierramorena, á veinte y dos de Agosto"^
deste presente año.
1. Sale aquí, como siempre que se
habla de este asunto, el carácter inte-
resado de Sancho, que recelaba perder
la manda de los tres pollinos.
2. Festiva imitarii'm de las fórmulas
acostumbradas en las letras de cambio
y documentos semejantes de comercio,
aplicadas á una libranza asnal. Tam-
bién hace reír la entrega de tres polli-
nos que se supone hecha de contado
en las entrañas de Sierra Morena á
D. Quijote, y el recibo que éste da de los
pollinos, como si fueran maravedís.
3. Este día sf3ñalaron las dos edicio-
nes de la primera parte del Quijote.
hechas en el año de IGO.0, sin que se
alcance el motivo de haberse puesto
veinte y siete en la edición de 1608, he-
cha á vista de Cervantes. D. Vicente
de los Ríos tomó la fecha de las prime-
ras ediciones por fundamento de su
plan cronológico del Quijote; y por la
cuenta que después hace, conforme en
todo con la narración de Cervantes,
saca que el día veintidós de Agosto era
el veintiséis de la acción de la fábula,
deduciendo de aquí que la salida de
nuestro hidalgo fué el veintiocho de
Julio. Pero la novedad del veintisiete
de Agosto trastorna enteramente la
cronología, pues entonces debía seña-
larse la salida dentro del mismo mes
de Agosto, siendo así que el capítulo II
en que se refiere, expresa que era vno
de los días calurosos del 77ies de Julio.
Estando á raciocinios y consecuencias,
debe considerarse como error la nueva
fecha que se estampó en la edición de
1608, y hacerse cargo deélá Cervantes,
438 DON QIUOTF. DE I,A MANCHA
Buena está, dijo Sancho ; fírmela vuestra merced. No es menes-
ter íirmarla, dijo D. Quijote, sino solamente poner mi rúbrica,
que es lo mismo que firma', y para tres asnos y aún para trescientos
fuera bastante. Yo meconfiodc vuestra merced, respondió Sancho;
déjeme, iré á ensillar á Rocinante, y aparéjese á echarme su bendi-
ción, que luego pienso partirme sin ver las sandeces que vuestra
merced ha de hacer, que yo diré que le vi hacer tantas, que no
quiera más. Por lo menos quiero, Sancho, y porque es menester
asi, quiero, digo, que me veas en cueros y hacer una ó dos doce-
nas de locuras, que las haré en menos de media hora, porque ha-
biéndolas tú visto por tus ojos, puedas jurar á tu salvo en las
demás que quisieres añadir; y aseguróte que no dirás tú tantas
cuantas jo pienso hacer. Por amor de Dios, señor mío, que no vea
yo en cueros á vuestra merced, que me dará mucha lástima, y no
podré dejar de llorar,, y tengo tal la cabeza del llanto que anoche
hice por el ru("io^ que no estoy para meterme en nuevos lloros; y
si es que vuestra merced gusta de que yo vea algunas locuras,
hágalas vestido, breves, y las que le vinieren más á cuento. Cuanto
más, que para mí no era menester nada deso, y como ya tengo
dicho, fuera ahorrar el camino de mi vuelta, que ha de ser con las
nuevas que vuestra merced desea y merece ; y si no, aparéjese la
señora Dulcinea, que si no responde como es razón, voto hago
solene á quien puedo, que le tengo de sacar la buena respuesta del
estómago á coces y á bofetones. Porque ¿ dónde se ha de sufrir
que un caballero andante tan famoso como vuestra merced se
vuelva loco sin qué ni para qué por una ?... no me lo haga decir
la señora, porque por Dios que despotrique y lo eche todo á doce,
aunque nunca se venda ^ ; bonico soy yo para eso ; mal me conoce,
1. La firma es el nombre escrito de daba ocasión á multiplicar las firmas,
mano propia; la rúbrica es el signo ó solía ponerse sólo la rúbrica. D. Ch'ijole
figura caprichosa que se añade al nom- daba aquí importancia y autoridad á
bre, y es una especie de marca, como la suya, diciendo que equivalía á la
lo era el sello del anillo entre los anti- firma, y que la excusaba,
guos, ó más bien un jeroglífico que 2. No fué el llanto de noche, según
indica, no el nombre de la persona, se expresa en este lugar, sino por la
como la firma, sino la persona misma. mañana del día anterior, después de
Dijose firma del latino firmare y rú- amanecer, como se dijo en el capítu-
brica de roborare: uno y otro vienen á lo XXI 11 : mlió el aurora alegrando la
significar lo mismo. Como la rúbrica tierra, y entristeciendo á Sandio, por-
ftarece más difícil de contrahacer que que halló menos su rucio: elcual,vién-
as letras, se creyó que añadía mayor dase sin él. comenzó rí hacer el más
fuerza á la firma: y como la de los triste y doloroso llanto del mundo.
grandes señores debe ser más conocida, 3. Echémoslo á doce, siquiera nunca
por esto ó por no saber firmar de otro se venda : refrán antiguo castellano,
modo, ó por evitar la molestia cuando que se encuentra ya en la colección
la multitud de los negocios y despachos que á ruego del Rey D. Juaa el II formó
IMtIMFIU PAKTr;. — CAIM'tIÍ.O XXV 439
piu'S á foque si nio conociese, que nio ayunase'. Á f e Sancho^,
ilijo IJ. Quijote, queá lo que parece no estás tú miís cuerdo que
yo. No estoy tan loco, responclió Sancho, tnns (ísloy más coIí'tíco;
perodcjanilo esto a})arlo, ¿(jué (!s lo i\uc ha <lc comer vu(!slra mcr-
cetl en lauto (|uc yo vuelvo ? /, lia do salir al cainino como Oardcuio
á quitárselo á los pastores ? No te do pena ese cuidado, respondió
D. Quijote, porque aun{[ue tuviera, no comiera otra cosa que las
hierbas^ y frutos que este prado y estos árboles me dieren, que la
fineza de mi negocio está en no comer y en hacer otras asperezas.
Á esto dijo Sancho : ¿Sabe vuestra merced qué temo? Oue no
tengo de accMlar á volver á este lugar donde ahora le dejo, según
está escondido. Toma bienlas señas, que yo procuraren© apartarme
destos contornos, dijo D. Quijote, y aun tendré cuidado de subirme
por estos más altos riscos, por ver si te descubro cuando vuelvas ;
cuanto niás, que lo más acertado será, para que no me yerres y te
pierdas, que corles algunas retamas de las muchas que por aquí
hay, y las vayas poniendo de trecho á trecho hasta salir á lo raso,
las cuales te sprvirán de mojones y señales para que me halles
el Marqués {Je Santillana, y en otras
colecciones posteriores. Úsase en oca-
siones de enojo y despecho, cuando se
quiere atropellarlo todo y meterlo á
barato. Uno de los espadachines de la
cofradía de AÍonipodio decía á su que-
rida en la novela de lUiicnnete y Corta-
dillo : Por Dios-, que voy oliendo, que
lo tengo de echar lodo á doce, aunque
nunca se venda.
1. Expresión familiar, tener miedo,
tratar con siinw i espelo: se toma del
ayuno que precede á ciertas festivida-
des eclesiásticas, en demostración es-
pecial de culto y veneración á algún
Santo.
2. Procurando Gandalín, escudero
de Araadís de Gaula, consolar á su amo,
cuando estuvo desdeñado de su señora,
con algunas razones que manifestaban
poco aprecio de Oriana (ni más ni me-
nos como aquí lo hacía Sancho con
Dulcinea), le contestó con ceño Amadis
en estos términos : si yo no entendiese
que por me conhortar lo has dicho, yo
te tajaría la cabeza : y sábete me has
hecho muy r/ran enojo, y de aquí ade-
lante no seas osado de me decir lo
semejante (a). D. Quijote anduvo en la
presente ocasión más blando y sufrido
con su escudero que Aniadís con ei
suyo. En otro pasaje de la segunda
parte, en que Sancho despotricó tam-
bién contra Dulcinea, su amo se con-
tentó con decirle con voz no muy des-
mayada ; calla, y no digas blasfemias
contra aquella encantada señora {a).
Y antes de esto, la noche que entraron
en el Toboso, maldiciendo Sancho el
alcázar de Dulcinea, le decía D. Qui-
jote (b) : habla con respeto. Sancho, de
las cosas de mi señora, y tengamos la
fiesta en paz, y no arrojemos la soga
Iras el caldero. El furor de nuestro hi-
dalgo no pasó entonces de amenazas
de refrán : pero no fué así siempre,
como puede leerse en el capítulo XXX
de esta primera parte.
El licenciado Avellaneda, autor del
espurio l>. Quijote, quiso en su capi-
tulo II imitar el enojo y lenguaje, algo
tosco á la verdad, de Sancho en la
ocasión presente contra Dulcinea; pero
no hizo más que sobrecargarlo de un
modo grosero é indecente.
3. Como ya dijo D. Quijote en el ca-
pítulo X qué solían hacerlos caballeros
andantes, y como recelaba allí mismo
Sancho que tendría que hacerlo su
amo algún día.
(a) Amadis de Gaula- cap. XLVIII.
{a) Cap. XT. - (6) Ib., cap. IX
440 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
cuando vuelvas \ á imilacióii del hilo del laherinLo de Perseo-.
Así lo haré, respondió Sancho Panza, y corlando algunas, pidió la
bendición á su señor, y no sin muchas lágrimas de entrambos se
despidió del; y subiendo sobre Rocinante, á quien D. Quijote
encomendó mucho', y que mirase por él como por su propia per-
sona*, se puso en camino del llano ^, esparciendo de trecho á trecho
i. En el romance viejo del Marqués
de Mantua se leflere, que yendo .i ca/.a
apartado de ios suyos y exliviviado tn
la Floresla sin ventura, oyó los lamen-
tos y plegarias de su sobrino Baldo-
vinos :
Cuando aquesto oyó el Marqués,
Luego se fuera á apartare ;
Revolvióse el manto al brazo,
La espada fuera a sacare.
Apartado del camino
Por el monte fuera a entrare ;
Hacia do sintió la voz
Empieza de caminare ;
I-,as rarnas iba cortando
Para la vuelta acertare.
2. La semejanza de los dos nombres
de Perseo y Teseo ocasionó el error con
que Cervantes puso uno por otro. No
fué Perseo, sino Teseo, el que acabó
la aventura del laberinto de Creta con
el au.xilio del hilo que le dio Ariadna.
El Doctor Bowle, que no pudo menos
de advertir el error, quiso al parecer
paliarlo, diciendo que Cervantes aludió
á cierto pasaje de las Metamorfosis de
Ovidio (a), en que Perseo cuenta que
penetró por lugares extraviados y ho-
rrorosos hasta la morada de las Gorgó-
nidas, donde cortó la cabeza á Medusa,
que se hallaba dormida ; pero en lo
de Perseo no hubo hilo ni laberinto,
cuya mención no puede dejar duda de
que se habla aqui del suceso de Teseo.
Y que fué, no ignorancia sino descuido
de Cervantes, se ve por la expresión
del capitulo XLVIII de esta primera
parte, en que el mismo D. Quijote, que
aquí habla del laberinto de Perseo, le
dice á Sancho que los encantadores
habrían tomado ciertas formas para
ponerte, le dice, en un laberinto de ima-
ginaciones, que no aciertes á salir del
aunque tuvieses la soga de Teseo.
La edición de Londres de 1138 corri-
gió el error, y puso Teseo. Pellicer imitó
á los editores de Londres, y la Acade-
mia siguió á Pellicer en su última edi-
ción del año 1819. No sé si la correc-
ción estuvo bien hecha ; porque el
defecto no era, como otros, de im-
prenta, sino del autor ; y asi como los
de la primera clase pudieron y debie-
ron corregirse, así también los de la
segunda debieron conservarse, al modo
que con mucha razón se conser\'ó el
error cometido en el prólogo de la pri-
mera parte, donde se puso Calón por
Nasón, y el del capitulo VII, donde se
puso D. Luis de Avila por D. Luis Za-
pata. En tales casos parece que los
editores deben dejar el error, y conten-
tarse con advertirlo.
3. Falta el pronombre : á quien Don
Quijote le encomendó mucho : de otra
suerte parece que Rocinante era á quien
se hacia el encargo. — Nótese al pro-
pio tiempo en este pasaje el uso del
relativo quien, que es propio de perso-
nas, y aquí se aplica á un animal.
4. Esle ridículo encarecimiento del).
Quijote recuerda el encargo que el pri-
mer dia de su salida hizo al ventero,
diciéndole que tuviese mucho cuidado
de su caballo, porque era la mejor
pieza que comía pan en el mundo (a).
El aprecio y amor de su caballo era
prenda propia de caballero andante, y
de ello dio ejemplo Reinaldos de Mon-
talbán, que, habiéndosele escapado su
caballo Rayarte por el accidente que
cuenta Ariosto en el canto 33, deter-
minó ir á buscarlo desde Francia nada
menos que hasta á la India, donde
creía encontrarlo (b). Los disturbios,
contiendas, combates y varios aconte-
cimientos que sobre la posesión de los
caballos Bay.irte y Frontino ocurrieron
entre caballeros y paladines, se men-
cionan con extensión en varios pasajes
de los poemas de Boyardo y Ariosto.
5. Del llano ó llanuras déla Mancha,
por contraposición á las cumbres de
Sierra Morena, donde se hallaban.
(a) Lib. IV, al fin.
(a) Cap. II. - (i) Canto 42.
IMIIMERA PAinií. — CAPITULO XXV
441
los ramos do la relama, como su amo se lo había aconsejado ; y así
se luti aunque todavía le importunaba D. Quijote que le viese
siquiera hacer dos locuras. Mas no huboandado cien pasos, cuando
volvió y dijo : Digo, señor, (|U(? vuestra merced ha dicho muy bii'n\
que para (¡ue pueda jurar sin cargo de conciencia <jue le he visto
hacer locuras, será bien que vea siquiera una, aunque bien grande
la he visto en la quedada de vuestra merced. ¿No te lo decía yo?
dijo D. Quijote; Espérate, Sancho, que en un credo las haré^; y
desnudándose con toda priesa los calzones, quedó en carnes-' y en
pañales, y luego sin más ni más dio dos zapatetas en el aire, y dos
turabas la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que
por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda á Rocinante, y se
dio por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo que-
daba loco. Y así le dejaremos ir su camino hasta la vuelta, que fué
breve.
1. Repetición viciosa del verbo decir.
Ya se han visto ejemplos de repeticio-
nes de esta clase en los capítulos pre-
cedentes, y se verán otras muchas en
los sucesivos. No parece sino que Cer-
vantes, en cuya pluma era tan rico y
variado el idioma, no tenía recursos
para explicar las cosas sin repetir las
mismas palabras, i Tan poca era la
atención con que escribía su inimitable
Quijote !
2. Credo es lo que dura rezar un
credo ; expresión familiar para denotar
un brevísimo espacio de tiempo. Lo
mismo se significa con otras expresio-
nes, en un avemaria, en un santiamén,
quiere decir, en el tiempo que se tarda
en decir la oración del Ave María, ó en
hacer la señal de la cruz con la oración
que suele acompañarla.
3. La expresión de desnudarse los
calzones por desnudarse de los calzones
viene á ser de la misma naturaleza que
cubrirse el herreruelo por cubrirse con
el herreruelo, que se usa en el capitulo
XXVII de la primera parte, hablándose
del Gura, y en el XVIII de la segunda,
hablándose de D. Quijote. En uno y
otro caso se suprime el régimen del
nombre, esto es, la relación del nom-
bre con el verbo, á la manera de los
helenismos que se permiten en la poe-
sía latina, suprimiéndose las partículas
que enlazan los nombres con los ver-
bos ó entre sí : lo cual es bastante fre-
cuente en Virgilio, como el Os hume-
rosque Deo sÍ7nilis que se dijo de
Eneas, ó el castera Graius de Aquemé-
nides, ó el tunsae pectora palmis de las
Troyanas (a).
(a) Lib. I y III de la Eneida.
capítulo XXVI
DONDE SE PROSIGUEN LAS FINEZAS QUE DE ENAMORADO HIZO
D. QUIJOTE EN SIERRAMORENA
Y volviendo á contar lo que hizo el de la Triste Fig-ura despuí^s
que se vio solo, dice la historia, que así como D. Quijote acabó de
dar las tumbas ó vueltas de medio abajo desnudo y de medio arriba
vestido, y que vio que Sancho se había ido sin querer aguardar á
ver más sandeces, se subió sobre una punta de una alta peña, y
allí tornó á pensar lo que otras muchas veces había pensado, sin
haberse jamás resuelto en ello, y era, que cuál sería mejor y le
estaría más á cuento, imitar á Roldan en las locuras desaforadas
que hizo, ó á Amadís ^ en las malencónicas ; y hablando entre sí
mismo, decía : Si Roldan fué tan buen caballero y tan valiente
como todos dicen, qué maravilla, pues al fin era encantado, y no le
podía matar nadie si no era metiéndole un alfiler de á blanca^ por
1. Mejor : las finezas de enamorado
que hizo, ó las finezas que hizo de ena-
morado.
2. El relativo cual está aquí usado
como neutro, cosa que ordinariamente
no sucede en castellano á los adjetivos
sin que les preceda el articulo lo. Bo-
rrándose el cual, y añadiéndose un si,
el que anterior á cual sería relativo, y
quedaría todo llano de esta suerte :
Y era qué sería mejor y le estaría más
a cuento, si imitar á Roldan en las
locuras desaforadas que hizo, ó ó Ama-
dís en las malencónicas.
3. Un alfiler gordo, como si ahora
dijéramos Jtn alfiler de rí cuarto.
Cuentan que Roldan no podía ser
herido sino por las plantas de los pies :
ficcif'in que se tomú de lo que la
fábula refiere de Aquiles, á quien su
madre Tetis hizo invulnerable, bañán-
dole recién nacido tres veces en la
laguna Estigia. y sólo podía ser herido
por el talón del pie de donde le sostuvo
su madre para meterle en el agua.
Todas las ediciones dicen que nadie
podía matar á Roldan sino por la
punta del pie: pero es errata evidente
por la planta del pie. Y lo coafirma el
capítulo XXXII de la segunda parte,
donde el mismo Ü. Quijote, hablando
de D. Roldan, dice : De quien se
cuenta que no podía ser ferido sino por
la planta del pie izquierdo, >/ que esto
había de ser con la punta de un alfiler
gordo, y no con otra suerte de arma
alguna. — Esto del alfiler gordo de ó
blanca fue añadidura festiva de Cer-
vantes.
Del gigante Ferragús cuenta la his-
toria de Carlomagno que tenía la
fuerza de cuarenta hombres; que ves-
iTtiMKnA i'Aini;. — cai-íti i.o xxvi 443
la itlanla (l<'l j)¡e, y él traía siempre los zapatos con siete suelas de
hierro ', auiKpie no le valieron tretas con Bernardo del Carpió 2, que
se las (Milendió, y le alionó entre los brazos en Roncesvalles. Pero
dejando en él lo de la valentía á una parte, vcingamos .-i lo de per-
der el juicio, ([ue es cierto qu(í le perdió por las señales que halló
en la fuente-', y por las nuevas (jue le el dio pastor ^ de que Angé-
tin dos arneses uno sobre otro, y que
no podia ser herido sino por el om-
bligit, por donde con efecto Ío hirió con
su ¡>ufial D. Holdiin (a).
i. D. Quijote confundió aquí lo que
Ariosto cuenta de dos distinguidos
personajes, Ferragús y Orlando. Lo
de las planchas de hierro es del primero,
y del segundo el no poder ser herido
sino por la planta del pie. Oigamos al
mismo Ariosto :
Che abbiote, sii/nor mió, (¡ia iníeso ulimo
Che Ferrait j»'r tut/o era fatuto
Fuer che Id done /'alimento primo
Piglia il bnmbin ne! vcntrr ancor serrato ;
E fin che del sepolcro il tetro limo
La faccia li coperse, il hioqo ármalo
Ihit portar, douera il dubhio, sempre
D) settc piastre fattf a huone tempre.
Era uguatmente il Principe d'Anglante
Tutto fatalo, fuor che in una parte,
Feritn esser patea sollo le piante.
Ma le guardo con or/ni sticiio ed arte.
Duro era il resto lor piti che diamante
{Se la fama dal ver no si diparte) (6).
Las siete planchas qne dice Ariosto
eran para defender el ombligo de Fe-
rragús, y no la planta del pie de Or-
lando, como dijo D. Quijote. No fué
extraño que éste lo equivocase por un
efecto del desorden de su fantasía, así
como equivocó y desfiguró otros pa-
sajes de los libros caballerescos, según
ya se ha observado en algunos casos.
2. Gufrrero antiguo leonés, de quien
ya se habló en el capitulo I, y que unos
hicieron contemporáneo del Rey D.Alon-
so II el Casto, yotros de D. .VIonso III el
Magno. Nuestros historiadores no ha-
blaron de él hasta el siglo xtii. y el
Doctor Perreras neg('i absolutamente su
existencia : por lo menos, parece cierto
que Bernardo no asistió á la muerte de
Roldan en la rota de Roncesvalles, ni
intervino en otros sucesos referidos
por los romances antiguos. En la Cró-
nica general de España del Rey D. Alon-
so X el Sabio se mencionan ya los
Cantares de yesta y los juglares que
cantaban las hazañas de Beinardo,
como entre los griegos se cantaban las
de Hércules, y el siglo pas;ido entre
nosotros las de los contrabandistas
más célebres. Cervantes repitió aquí
las tradiciones del vulgo castellano de
su tiempo en orden á la muerte de
Roldan, sostenidas por los romances
viejos que se habían recogido y publi-
cado en Amberes á mediados del si-
glo XVI ; pero bien manifestó su juicio
acerca de estas creencias populares
cuando dijo por boca del Canónigo de
Toledo (o) : En lo de que Iiubo Cid no
Jiaij duda., ni menos Bernardo del Car-
pió; pero de que hicieron las hazaTia-
que dicen, creo que la haij rniiy grande.
3. Esto es, en la gruta donde nacía
la fuente, como se dijo en las notas al
capítulo anlerior. — Las tres primeras
ediciones del Quijote, hechas en el año
de 1603, dos en Madrid y una en Va-
lencia, pusieron : por las señales que
halló en la fortuna. Lo mismo hicieron
las siguientes ; pero era conocidamente
error de la imprenta, y como tal se
corrigió en la edición de Londres
de 1738, sustituyéndose fuente á for-
tuna. La Academia Española adoptó la
enmienda en las suyas. Hubiera sido de
desear, como ya creo haber dicho
alguna vez, que, avista de estay otras
pi'uebas del sumo descuido con que se
hicieron las primitivas ediciones del
QiijOTE, la Academia hubiera empleado
con más libertad el crédito, de que tan
justamente goza, para corregir los
defectos tipográficos, que disminuyen
la belleza de esta admirable fábula y
el placer y provecho de sus lectores.
4. Orlando, acongojado por los letre-
ros que había leído en la gruta donde
nacía la fuente, montó en Brilladoro,
y, guiado del ladrido de los perros,
llegó á la choza ó albergue del pastor
(tt) Cap. LXVl. — (¿) Canto 12, est. 48 y 49. (a) Parte I, cap. XLIX.
444
DON OUIJOTE DE LA MANCHA
lica había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de
cabellos enrizados ' y paje de Agramante^ ; y si él entendió que
esto era verdad, y que su dama le habla cometido desaguisado, no
hizo mucho en volverse loco ; pero yo ¿ cómo puedo imitalle en las
locuras, si no le imito en la ocasión dellas^? Porque mi Dulcinea
del Toboso osaré yo jurar que no ha visto en todos los días de su
vida moro alguno así como él es en su mismo traje '', y que se está
hoy como la madre que la parió ^ ; y haríale agravio manifiesto, si
que había hospedado á Medoro y
Angélica. El pastor, continúa Ariosto,
le contó :
Com'i'sso a° prier/hi d'Artgelica bella
Pórtalo avea Medoro alia sua ritla,
Ch'era ferito yraremcnte, e ch'ella
Curó la pidf/a e in pochi di guarilla ;
Ma che nel cor d'una maggior di quclla
Lei ferl amore ; e di poca scintilla
L'accesse tanto e si cácenle foco.
Che n'ardea tuda e non trovava loco.
E sema aver rispelto ch'ella fitsse
Fií/lia del mayr/ior He ch'abbin il Levante,
Da troppo amor costretla si condusse
A fai-si mogiie d'un povero fante (o).
1. Ariosto hace mención de estos
cabellos enrizados en el canto XVI II de
su Orlando (6), donde describe asi la
figura de Medoro :
Medoro avea la gjwncia colorita
E bianca e grata nell'eld novella ;
E fra la gente a qaella impresa uscita
No7i era faccia piú gioconda e bella.
Ochi avea tieri e chioma crespa doro,
Ángel parea di quei del sotnmo coro.
Por este pasaje llamó Cervantes á
Ariosto qran cantor de la belleza de
Medoro en el capitulo I de la segunda
parte.
2. No fué Medoro paje de Agramante,
sino de Dardinel de Almonte, uno de
los Principes que vinieron de África
contra el Emperador Carlomagno ;
murió á manos de Reinaldos de Mon-
talbán (c). Ü. Quijote, cuando citaba ó
aludía á sus libros ó historias, lo hacía
casi siempre con equivocación.
3. Éste es el mismo argumento que
alegaba Sancho en el capítulo prece-
dente, y que entonces hizo poca fuerza
á su arrio. Éste ahora le da gran valor ;
cosas de loco.
(o) Canto XXIII, est. 119 v 120. — (6)
E8t. 166. — (c) Ariosto, canto XVIII.
4. No puede dudarse que este es ras-
go mordaz y satírico contra los veci-
nos del Toboso. Su población contaba
un gran número de moriscos, los
cuales generalmente eran moros de
corazón, aunque no lo eran en el traje;
por esto se dice que Dulcinea no habia
visto moro alguno asi como él es, en su
mismo traje, indicando que los habia
visto en traje diverso. Conforme á las
respuestas que los peritos nombrados
por el pueblo dieron á las preguntas que
se les hicieron de orden del Rey D. Fe-
lipe II el año de 1-575, y á otrasnoticias
recogidas por Pellicer, el lugar del To-
boso, que en el año de 1468 tenia sólo
ciento cuarenta vecinos, contaba ya
novecientos en el año de IS'/.Ojy á fines
del siglo subían á mil y doscientos. La
causa principal del aumento fué la
afluencia de los moriscos, que, obliga-
dos á salir del reino (!e Granada de re-
sultas de su levantamiento en el año
de 1M69, y á internarse en Castilla, se
habían avecindado en el Toboso, cuya
población, según el testimonio de los
mencionados peritos, antes se compo-
nía sólo de cri-stianos viejos.
.0. Me parece imposible que no esté
viciado el texto. Como se halla, es una
chocarrería contra el honor de Dulcinea
en materia grave, incapaz de salir de
la boca de D. Quijote, y absolutamente
incomiiatible con su carácter serio y
sincero. Cervantes habia usado de la
misma expresión en el capitulo IX de
esta primera parte ; pero allí tiene
oportunidad y gracia, y aquí ni uno ni
otro. Es forzoso creer que en la imprenta
se trastrocó el original, y que éste diría
que se está hoy comosumadre la parió.
La alteración de pocas letras vicia ó
corrige el texto, produciendo sentidos
contradictorios: y por lo mismo es más
verisímil que fué cosa del impresor, y
que la lección verdadera es conforme
PRIMERA l'ARTE. — CAPÍTULO XXVI 445
imaginando oira cosa della, me volviese loco de aquel faenero de
locura ác Uolclán el furioso. Por otra parlo, veo que Amadís de
(¡aula, sin perder el juicio y sin hacer locuras, alcanzó lanía fama
de enamorado como el que más; porque lo que hizo, según su his-
loi'ia, no fué más de que [)or verse desdeñado de su señora Oriana,
que le había mandado (jue no pareciese ante su presencia hasta
que fuese su voluntad ', se relu'i') á la Peña Pobre en compañía de
un ermitaño, y allí se hartó de llorar hasta que el cielo le acorrió
en medio de su mayor cuita y necesidad. Y si esto es verdad, como
lo es, ¿para qué quiero yo tomar trabajo ahora de desnudarme del
todo, ni dar pesadumbre á estos árboles, que no me han hecho mal
alguno, ni tengo para qué enturbiar el agua ^ clara destos arroyos,
los cuales me han de dar de beber cuando tenga gana ? Viva la
memoria de Amadís, y sea imitado de D. Quijote de la Mancha en
iodo lo que pudiere ; del cual se dirá lo que del otro se dijo^, que
si no acabó grandes cosas, murió por acometellas ; y si yo no soy
desechado ni desdeñado de mi Dulcinea, bástame, como ya he
dicho ', estar ausente della. Ea pues, manos á la obra ; venid á mi
memoria cosas de Amadís, y enseñadme por dónde tengo de
comenzar á imitaros ; más ya sé que lo más que él hizo fué rezar,
^y asi lo haré yo ; y sirviéronle de rosario unas agallas grandes de
*;!jim alcornoque, que ensartó, de que hizo un diez ^, y lo que le fati-
á la expresión del romance viejo de D. obscuridad-, de suerte que no es fácil
Galbán, donde la Infanta, reconvenida adivinarlo. Pellicer creyó que se alude
por la Reina su madre, le decía así : al epitafio que, según refiere Ovidio en
sus Metamorfosis (a) pusieron á Faetonte
Taa virgen estoy, un madre, i^g jv¡ ¿vades del Pó, donde vino á caer
como el día que fui nacida. ^q^^^ temerario mancebo, desde el carro
- . 1 1 -1- 1 T. 1, del Sol, su padre :
Lo mismo aseguraba Angélica la Bella
en Ariosto, según se dijo en las notas Hicsitusest PhaLHon,carrus auriga patemit
al capítulo IX. fluem si non tenuit, maynis tamen excidi,
1. No tuvo semejante limitación el [ausü.
precepto de Oriana ; la despedida fué
para siempre. iYo/)are;cá/s, decía en su 4. Se lo había dicho, con efecto, á
c&vtix í Aamáis, ante mi en parte donde Sancho en el capítulo anterior, XXV,
yo sea... Sin vos ver plañiré con mis explicándole los motivos de su peni-
lúgrímas mi desastrada aventura., y con tencia : Cuanto más., le decía, que harta
ellas daré fin ú mi vida, acabando mi ocasión tengo en la larga ausencia que
triste planto (a). he /tecko de la siempre señora mia Dul-
2. La bueaa conformación y sentido cinea... Asi que, Sancho amigo, no
del período exigía que se suprimiesen gastes tiempo en aconsejarme que deje
las palabras tengo para qué, las cuales tan rara, tan felice y tan no vista imi-
lo interrumpen y descomponen. tación.
3. Cervantes indicó aquí algún dicho 5. Es lo que llamamos camándula. Y
ó sentencia de autor conocido, pero con está visto que en esta salida D. Quijote
(a) Amadís de Gaula, cap. XLIV. (a) Lib. IL
446
DON yUIJOTE DE LA MANCHA
gaba mucho era no hallar |)or allí otro ermitaño que le confesase *.
y con quien consolarse ; y así se entretenía paseándose por el pra-
no llevaba rosario, puostó que loélKic-
ron de él unas agallas ensartadas. Lle-
vóle después en su tercera salida, se-
gún lo muestra el capítulo XLVI de la
segunda parte, donde se menciona un
grmí rosario c/ue consif/o conlino I raid ;
y en el capitulo LXXI ofrecía á Sancho
llevar por su rosario la cuenta de los
azotes que se diese. Debió Ü. Quijote
proveerse de él ni emprender su última
salida, para la cual amo y mozo se aco-
modaron de lo que les pareció conve-
nirles, sejíún se refiere en el capitulo Vil.
En algunos romances viejos se habla
de las cuentas por que solían rezar los
caballeros : lo que puede indicar que
los romaiices se compusieron antes de
que se inventase ó se hiciese común el
nombre de rosario. Dice uno de ellos (a) :
Pa.seábase el buen Conde
todo lleno de pesar,
cuentas negras en sus manos,
do suele siempre rezar.
Del Conde Dirlos refiere su romance
que, después de haber ganado muchas
tierras y despojos allende el mar.
Con todos sus caballeros
parte por iguales partes :
tan grande parte da ai ctijco,
tanto l(í da como al grande.
Sólo él se retraía
sin querer algo tornare,
armado de armas blancas
y cuentas para rezare,
y tan triste vida hacia
que no se puede contare.
No eran sólo los caballeros, sino tam-
bién las dueñas y doncellas las que se
valían de este auxilio para sus oracio-
nes. La crónica del Conde D. Pero Niño,
refiriendo el método de vida que llevaba
la Almiranla de Francia, en Girafontai-
na, dice que, al levantarse por la ma-
ñana, iba con sus damiselas d unhosr¡uc
(jue era cerca den de (de su palacio ;i
orillas del Sena) é cada una su libro
de horas c sus cítenlas, é srnliíba^ise
apartadas é rezaban sus horas [h), que
no fabldban mote mientra que rezaban.
Créese comúnmente que Pedro el
(a) Flori -lia de Don Juan Oohl, ni'im. !4'2.
- (6) Part"ll, cnp. XXXI.
Ermitaño, prumolor de la primera cru-
zada á Tierra Santa, fué el que intro-
dujo el uso de rezar por cuentas, loque
al principio se llamó Salterio de la Vir-
gen, y después Hosario. Pudo concebir
la idea de este devoción en sus viajes á
Oriente, dondeyaseacostumbrabaayu-
dar así la memoria para rezar un deter-
minado número de oraciones ; pora
rezar ahina, según dijo el Arcipreste
de Hita describiendo el traje en que
peregrinaba DoñaCuaresmanl retirarse
después de su pelea con D. Carnal ia) :
El viernes de indulgencias vistió nueva
[esclavina,
Gran sombrero i-edondo con mucha concha
[marina,
Bordón lleno de imágenes, en él la palma
[fina,
Esportilla é cuentas para rezar ahina.
Esta práctica, como otras del cristia-
nismo, imitaron también á su modo
los niahometauos para recitar los
nombres de los noventa y nueve atri-
butos que da ;i Dios el islamismo, por
una sarta de otras tantas cuentas que
llevan los seglares en la faltriquera y
los derviches ó santones pendiente de
la cintura (//.
1. El ermitaño de la Peña Pobre,
según cuenta la historia de Amadis de
Gaula, se llamaba Andalod, clérigo asaz
entendido, que después de pasar ¡a //¡a/i-
cebia en muchas vanidades, se retrajo á
aquel lugar solitario, donde había m;is
de treinta años que moraba. Al cabo de
este tiempo, vino al continente al ente-
rramiento de una su hermana, y al vol-
verse le encontró Amadis, el cual, ha-
biendo sabido que era de misa, le pidió
que lo oyese en penitencia, que mucho
lo había menester. Así se hizo. En
seguida el hombre bueno le dio la ben-
dición. 1/ luef/o dijo vísperas. Al día
siguiente navegaron á la Peña Pobre,
adonde quiso .\madis retirarse á hacer
penitencia ; bien que el historiador dice
que lo hacía no por devoción, mas por
gnin desesperación (c).
Otras veces se confesaban los caba-
(íi) Copia 1.179. — ¡b) Mouradgea d'Oh?soD,
Tobleau de VEmpire Otfioman Cñd. relig.,
lib. II, cap. XV. - (e) Cap. XLVIII.
IMUMICUA PAUTE. — CAPÍTULO XXVI 447
decillo, escribiendo y grahnlido por las eorlbzas de los árboles y
por lá menuda arena muchos versos \ todos acomodados á su tris-
lezji, y algunos (MI alabanza d(; Dulciiuu». Mas los (pie se pudi(!ron
hallar culeros, y (pu' se j)udiesen leei' despu(3S que á c\ allí le halla-
ron, no íueron más (pie estos que aquí se siguen :
Árboles, hierbas y plantas
que en aqueste sitio estáis,
tan altos, verdes y tantas,
si de mi mal no os holgáis,
escuchad mis quejas santas.
Mi dolor no os alborote,
aunque más terrible sea ;
pues por pagaros escote,
aquí lloró D. Quijote
ausencias de Dulcinea
del Toboso.
Es aquí el lugar adonde
el amador más leal
de su señora se esconde,
y ha venido á tanto mal
sin saber cómo ó por dónde.
Tráele amoral estricote-,
que es de muy mala ralea ;
y así hasta henchir un pipote •^,
liaros antes de acometer algún gran 1. Á imitación de lo que había hecho
peligro, si seles presentaba ocasión de Amadís, como vimos en las notas del
ermitaño ó sacerdote que los confesase. capítulo precedente.
Así lo hizo D. Galaor, hermano de 2. Al estricote, lo mismo que al re-
Amadís de Gaula. cuando caminaba á tortero, á mal traer, con violencia. Es
pelear con el gigante Albad;ín, que locución que usó también Cervantes en
había usurpado la Peña de Gallares. Á su comedia de Pedro de Urdemalas (a),
dos leguas de ésta le anocheció en una y antiguamente el Arcipreste de Hita,
casa de un ermilaño; //, sabiendo que cuando le decía la vieja Trotaconven-
era de orden, se confesó con él (a). Del tos (¿) :
Caballero D. Floriudo de la Extraña , . . . .. ^ ,
Ventura refiere su crónica que era muy ^'"'g^' ^^S"^'^ '=''^°' P^»' °" ''^^''''tnor'te"
devoto de San Bernardo, y que, deseando por mí verná la dueña andar al estficote-
tener con quién confesarse antes de Ai as yo de vos non tengo sinon este pellote,
entrar en el castillo de las Siete Ven- si buen manjar queredes, pagad bien el
turas, se le apareció un fraile revestido [escote,
como para celebrar, le oyó de confesión
(que fué general), le dijo misa, le dio 3. Pipa, cubeta, barril pequeño de
la comunión, y desapareció al /¿e,?«¿ssa madera. En el Diálogo de las lenguas
esf. Florindo tuvo por cierto que había se lee la siguiente copla :
sido su patrono San Bernardo (6). O .j¡^^ ^^^.^^^ ^^^,.^^
De un pipote que ahora llega.
In) Amadi» de Gauln, cap. XI. — (h) Parte
III, cap. XXVI. (a) Jornada 1.^ — {b) Copla TSÍ).
448
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
aquí lloró D. Quijote
ausencias de Dulcinea
del ToboKo.
Buscando las aventuras
por entre las duras peñas,
maldiciendo entrañas duras,
que entre riscos y entre breñas
halla el triste desventuras,
Hirióle amor con su azote,
no con su blanda correa,
y en tocándole al cogote',
aquí lloró D. Quijote
ausencias de Dulcinea
del Tobo?o.
No causó poca risa en los que hallaron los versos referidos el
añadidura del Toboso al nombre de Dulcinea, porque imaginaron
que debió de imaginar D. Quijote-, que si en nombrando á Dul-
cinea no decía también el Toboso, no se podría entender la copla ;
y así fué la verdad, como él después confesó. Otros muchos escribió,
pero como se ha dicho, no se pudieron sacar en limpio ni enteros
más destas tres coplas. En esto y en suspirar, y en llamar á los
Faunos y Silvanos-^ de aquellos bosques, á las Ninfas de los ríos, á
Pero pensara el de Vega
Que son para consagrar.
Lagraciay oportunidad de esta copla,
hecha por los años de loOO, se explica
en el mencionado Diálogo. — Todavía
duraeluso délos pipotes para conducir
ostras y mariscos.
1. Es claro que Cervantes quiso hacer
una composición ridicula, como lo
muestran este y otros versos de la pre-
sente : y asi, no hay por qué censurarla.
D. Quijote creía de si que era algún
tanto poeta, como lo dice en la segunda
parte (a), cuando vencido por el Caba-
llero de la Blanca Luna y obligado á
dejar la profesión caballeresca, trataba
de abrazar la pastoril ; he aquí la muestra
de lo que sabia hacer.
2. Debió de imaginar no es lo mismo
que debió imaginar. Esto significa que
tuvo obligación de imaginar ; lo otro
equivale á hubo de imaginarles regular
que imaginase. Lapartícnlarfecomunica
este én/abis á la frase. Lo mismo hace
(a) Cap. LXVII.
en otros casos del estilo familiar, en que
es singularmente rico el idioma cas-
tellano, como cuando Cervantes dice el
valiente de Tirante, el honrado liidalgo
del Señor Quijada, el pobre difunto de
Grisóstomo [a). Frecuentemente se usa
con malignidad y se toma en mala
parte. Villaviciosa enla. Mosquea {b)á\io
del Rey Matacaballo :
Era el diablo del tábano discreto ;
y D. Diego Hurtado de Mendoza en el
Lazarillo: dióme una gran calabazada
en el diablo del toro (c). En el mismo
libro se lee el pecador del ciego, el
bueno del ciego, el misero de mi amo,
el triste de mi padre. Asi también dijo
Cervantes : este pecador de Sancho, el
socarrón deSancho (d). Ordinariamente
decimos el picaro de fulano, el bribón
de mengano.
3. Faunos y Silvanos, divinidades
rústicas, de inferior orden entre otras
(a, Parte I, cap. V. VI v XII. — (6)
Canto X est. li?. — (c) Cap. II.'— (d) Parte I,
cap. XLVI ; parte II, cap. X.
l'Ul^¡I;lí.\ i'AitTii.
(:aimtl'i.o XXVI
449
la ilülorosa y húmida Eco, que li; respondiesen, consolasen y escu-
chasí'n ', se enlrelonía, y en buscar algunas hierbas con que sus-
Icnlarseon InnU) que Saiiclio volvía ; <juc si corno lardó (res días^,
lardara Iros semanas, el (Caballero de la Triste I-'ig-ura (juedara tan
desli^au-ado^, ([ue no lo conociera la madre que lo parió. Y será
bien dejalhí envuello entre sus suspiros y versos, por contar lo que
le avino á Sancho Panza en su mandadería ' ; y fué que en saliendo
al camino real, se puso en busca del Toboso, y otro día lle^ó á
la venta donde le había sucedido la desgracia de la manía ; y no la
hubo bien visto •', cuando le pareció (jne otra vez andaba en los
aires, y no quiso entrar dentro, aunque llegó á hora que lo pudiera
y debiera hacer por ser la del comer, y llevar en deseo de gustar
algo caliente'"', que había grandes días^ que todo era fiambre.
de la gentilidad, que presidían, aquéllos
á los campos y heredades, y éstos á las
selvas. — Ll.iinase húmida á la ninfa
Eco por sus muchas lágrimas ; enamo-
rada y no correspondida de Narciso,
según fulgieron los poetas, su dolor y
llanto la fueron consumiendo hastaque
no le quedó más que la voz:
Attenuant vigiles corpiis miserabiles curse
Adducitque cutem macies ; et in a!-ra succus
Corporis omnis abit, vox tanlum atque ossa
[supersuní.
Vox manet ; ossa fcrunt lapidis fraxi.ise figu-
[ram (a).
1. Antes era que le escuchasen, que
no el que le respondiesen y consolasen.
— Falta también algo para que conste
el sentido : en llamar á los Faunos...
para ó pidiéndoles que les respondie-
sen., etc.
2. Según In cuenta de D. Vicente de
los Ríos, en el plan cronológico del
QurjOTE, no fueron tres, sino dos, los
días que Sancho gastó en sus viaje,
pues habiendo dejado á su amo el
veintidós de Agosto, volvió el veinti-
cuatro á encontrarlo. La cuenta de Ríos
está ajustada fielmente á la narración,
y así el error es de quien cuenta.
3. Juega Cervantes oportunamente
con la fif/ura y el des fi;^ tirado. — El
Caballero del Febo tenía más vigor y
resistencia que D. Quijote. Según
refiere su historia, en los dos años que
estuvo haciendo penitencia en la ínsula
Solitaria por desdenes de su señora
Olaridiana, ninguna otra cosa había co-
(a) Ovidio, Metamorfosis, lib. III.
mido sino de aquellas silvestres frutas
que había en la ínsula y de algunas
raices de hierbas, con que ó grande afán
podía sustentar la vida. Y' así por esto,
como por el gran dolor y tristeza que
en el corazón tenia, ya estaba muy flaco
y amarillo, de manera que el que le
viera, no le conociera por el de antes...
y ya estaba tan al cabo, que no pudiera
durar mucho, sielremediose lardara [a).
4. Es lo mismo que embajada, y man-
dadero lo mismo que embajador, en
cuyo sentido se halla ya usada esta
voz en la traducción del Fuero Juzgo
hecha de orden del Rey San Fernando,
en la Crónica general de su hijo D. Alonso
el Sabio, y en los libros más antiguos
castellanos, cuando hablan de las em-
bajadas y embajadores que se enviaban
unos Principes á otros. — Hoy en día
este nombre ha quedado so"^lamente
para los mandideros de monjas.
5. Decimos ordinariamente y no bien
la liubo visto. Las dos palabras no y
Iñen forman juntas una especie de par-
tícula que vale tanto como apenas. Este
es el senLido que aquí tienen ; y hubiera
convenido reunirías, porque separadas
no significan lo mismo.
6. Sobra una de las dos partículas en
ó de. Con cualquiera de ellas que se su-
prima, queda buena y corriente la frase.
7. Grandes días por muclios días :
una de las locuciones antiguas de que
se valió Cervantes para remedar el len-
guaje de los libros caballerescos. tJsá-
ronla ya la Crónica general del Rey
(a) Espejo de Príncipes, parte I, lib III
cap. XXVIII.
29
430
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Esta necesidad le forzó á que llegase junio á la venta, todavía
dudoso .si entraría ó no ; y estando en esto, salieron de la venta dos
personas, que luego le conocieron, y dijo el uno al otro : Dígame,
señor Licenciado, ¿, luiuél del caballo no es Sancho Panza, el que
dijo el ama de nuestro aventurero que había salido con su señor por
escudero '? Sí es, dijo el Licenciado, y aquél es el caballo de
nuestro D. Quijote ; y conociéronle lan bien como aquellos que
eran el Cura y el Barbero - de su mismo lugar, y los que hicieron
el escrutinio y auto general de los libros^ ; los cuales, así como
acabaron de conocer á Sancho Panza y á Rocinante, deseosos de
saber de D. Quijoie se fueron á él, y el Cura le llamóporsu nombre
diciéndole : Amigo Sancho Panza, ¿ adonde queda vuestro amo?
Conociólos luego Sancho Panza, y determinó de encubrir el lugar
y la suerte dónde y cómo su amo quedaba ; y así les respondió que
su amo ([uedaba ocupado en cierta parte y en cierta cosa que
le era de mucha importancia, la cual él no podía descubrir por lo-^
ojos que en la cara tenía '*. No, no, dijo el Barbero, Sancho Panza,
D. Alonso (a), y la Gra7i Conquista de
Ultramar (b). Húllase después en el
acto I de la Celestina, y en la historia
deD. Florisel de Mquea, donde hablán-
dose de una dueña vieja y de una don-
cella moza, que se habían peleado y
arañado por un caballero á quien que-
rían ambas, se dice que, desgreñadas
como estaban, se fueron á un castillo,
y que de coi-vidas no osaron decir su
cuita, más de qiie habían caído de sus
palafrenes ; y que les duró grandes días
el corrimiento (cj. En el libro de Amadis
se cuenta, que el Emperador de Cons-
tantinopla muclio fué maravillado que
el Caballero de la Verde Espada fuese
Amadis de Gaula, ú quien grandes días
mucho había deseado conoscer (d).
Un roamnce de los de Bernardo del
Carpió empieza así :
En l.uiia está i»reso el Conde
muy grandes días había ;
Bernardo. (|ue era su hijo,
de su prisión no sabía;
halo defendido el Key
que ninguno se lo diga.
1. Consonancias dentro de un mismo
período que suelen hallarse en el Qui-
jote, y que evitan en prosa los que la
escriben con corrección y lima (a).
(a) Año n de Alfonso el Católico. — (6)
Lib. III, cap. CLXIV. — (c) Parte III, cap.
Y. — (ilj Cap. XCIX.
2. No se indica aquí ni en ninguna
otra parte el verdadero motivo del
viaje del Cura y del Barbero. Después
contaron que iban á Sevilla ií recoger
una gran cantidad de dinero (a) ; mas
aun cuando esto hubiese sido cierto y
no traza del Cura para deslumhrar <t
D. Quijote, no parece verosímil que
interrumpiesen su viaje únicamente
por llevar á nuestro hidalgo á su casa;
y caso de interrumpirlo, que no vol-
viesen á emprenderlo después de con-
seguir su intento; de lo que tampoco
se hace mención ni se da indicio en el
progreso de la fábula.
3. Habla de la quema de los libros de
D. Quijote que se refirió en los capítu-
los VI y vil de esta primera parte,
aludiendo á los autos celebrados por
el Santo Oficio de la Inquisición, en
que solían quemarse los feos. Quemán-
dose los libros, se quemaban como en
estatua ^us autores, que eran los ver-
daderos delincuentes.
4. Estas últimas palabras pueden
ser una especie de aseveración ó jura-
mento, cofí\o por la vida de mis padres.
ó por otras cosas que se aprecian
mucho. También pueden significar que
(o) Cap. XXIX.
(a) También evitan el martilleo : con co-
n-ección, v el empleo de sinónimos inúti!e.<.
(M.deT.)
IMUMKnA l'AHTE. — CAPÍTULO XXVI 451
si VOS 110 nos deiis donde queda, iinuginareinos, como ya imagi-
namos, que vos le habéis muerto y robado, pues venís encima de
su caballo ; en verdad (jue nos habéis de dar el dueño del rocín, ó
sobre eso morena '. No hay |)ara (jué conmigo amenazas-, que yo
no soy hombre (|ue robo ni malo á nadie ; á cada nno male su ven-
tura ó Dios qu(í le lii/o ; mi amo queda haciendo penitencia en la
mitad desta montaña muy á su sabor; y luego, de corrida y sin
parar, les contó de la suerte que quedaba, las aventuras que le
habían sucedido, y cómo llevaba la carta á la señora Dulcinea del
Toboso, ([ue era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba
enamorado hasta los hígados. Quedaron admirados los dos de lo
que Sancho Panza les contaba; y aunque ya sabían la locura de
D. Quijote, y el género della, siempre que la oían se admiraban
de nuevo ; pidiéronle á Sancho Panza que les enseñase la carta que
llevaba á la señora Dulcinea del Toboso. Él dijo que iba escrita en
un libro de memoria, y que era orden de su señor que la hiciese
trasladaren papel en el primer lugar que llegase ; á lo cual le dijo
el Cura que se la mostrase, que él la trasladaría de muy buena
letra. Metióla mano en el seno'* Sancho Panza buscando el librillo ;
pero no le halló, ni le podía hallar, sile buscara hasta ahora, porque
se había quedado D. Quijote con él, y no se le había dado, ni á él
se le acordó de pedírsele ■•. Cuando Sancho vio que no hallaba el
el secreto era de tal importancia, que La relación (jue sigue del coloquio de
no ¡íodia Sancho descubrirlo, aunque Sancho con el Barbero y el Cura, está
en ello le fueran los ojos de la cara. llena de aquellas gracias que hacen
Este segundo sentido es el más natural. tan donoso y festivo el papel de nuestro
1. Expresión proverbial, que envuelve escudero.
amenaza de averiguación y litigio :J. En el poema caballeresco de
mayor. Marimorena, hablándose íami- Celidón de Iberia, escrito por Gonzalo
liarmente, significa /■¿/7a ó 'pendencia ; Gómez de Luque, se cuenta («) que
hay quien a,tribuye el origen de esta Darindelio encontró á una doncella
voz á las quimeras que antiguamente llamada Finea, á quien llevando una
excitó una María Moreno, tabernera de carta de la Sabia Linigobra á Poisena,
Madrid, y dieron ocasión á ruidosos hija del Soldán del Cairo, robij un mal
procesos jvidiciales, que se guardaban, caballero. Darindelio puso en libertad
según se dice, en el archivo de la Sala á Finea, y ésta, agradecida, le dijo
de Alcaldes de Casa y Corte. Morena quién era, á qué iba, y quiso mostrarle
puede ser abreviatura de marimorena. la carta :
2. Esto es, no hay para qué usar Diciendo así, llegó la mano al seno,
conmigo amenazas. Semejantes omi- Queriéndola sacar, mas no la halla;
siones ó reticencias del verbo suelen Quedóse tan turbada y de tal suerte,
dar fuerza á la expresión, y son co- Q"»^ ventura sera escapar de muerte.
muñes en el estilo familiar \ asi se ve p,í'.5f']f * t^^ní^f,' ^t^'.^i^Jy^^ '"^'''''^ '
. , , , o Jrercli la cosa mas encomendada...
especialmente en los refranes, como ¿ Qué cuenta habré de dar de mí entretanto ?
Al buen entendedor pocas palabras ; A Esto diciendo, acrecentaba el llanto.
gente ruin campana de palo; Del mal / üi i , .■ i
" j i V ■' , . 4. El verbo acordarse esta usado
el menos; A mas moros inas ganancia;
Comida hecha y compañía deshecha. — («) Canto 7.»
432 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
libro, fuésele parando morlalmente el rostro, y toinándose á tentar
todo el cuerpo muy apriesa', tornó á echar de ver que no le hallaba,
y sin más ni más se echó entraml)Os puños alas barbas, ysearrancó
la mitad dellas, y luego aj)riesa y sin cesar se dio media docena
de puñadas en el rostro y en las narices, que se las bañó todas en
sangre. Visto lo cual por el Cura y e! Barbero, le dijeron que qué
le había sucedido que tan mal se paraba. ¿ Qué me ha de suceder,
respondió Sancho, sino el haber perdido de una mano á otra en un
instante tres pollinos, fpie cada uno era como un castillo'^ ?¿ Cómo
es eso? replicó el Baibcro. He perdido el libro de memoria, res-
pondió Sancho, donde venia la carta para Dulcinea, y una cédula
firmada de mi .señor, por la cual mandaba que su sobrina me diese
tres pollinos de cuatro ó cinco que estaban en casa, y con esto les
contó la perdida del rucio. Consolóle el Cura, y dijole que en ha-
llando á su señor, él le haría revalidar la manda, y que tornase á
hacer la libranza (!n papel, como era uso y costumbre, porque las
que se hacían en libros de memoria jamás se acetaban ni cumplían.
Con esto se consoló Sancho, y dijo que como aquello fuese así,
que no le daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea,
porque ella sabía casi de memoria, de la cual se podría trasladar
donde y cuando quisiesen. Decidla, Sancho, pues, dijo el Barbero,
que después la trasladaremos. Paróse Sancho Panza á rascar la
cabeza ^ para traer á la memoria la carta, y ya se ponía sobre un
pie y ya sobre otro; unas veces miraba al suelo, otras al cielo, y
al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo
suspensos á los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de
aquí en el texto como impersonal, todo la idea de los castillos. — Bowle,
pero en la misma acepción que cuando sobre este lugar del texto, entendió
es reciproco; y lo propio sucede en que Sancho queria ensalzar el valor de
algún otro pasaje del Quijote. Según los pollinos, como cuando se dice que
el uso más común de nuestro tiempo, alguna cosa vale una ciudad, expresión
se diría : Ni él se acordó de pedírsele. usada en los romances antiguos y en
1. La pintura que se hace de Sancho el mismo Quijote : como extranjero,
en la situación presente, de su sobre- no alcanzó la fuerza del idioma, cosa
salto, de su priesa, de su registro, de siempre difícil, y á veces imposible,
su despecho, de sus puúadas y demás Aqui no se trata del precio, sino del
demostraciones que se cuentan, es tamaño de los pollinos. Sancho no los
bcUisima, y muy apropiada al carácter había visto, pero su codicia se los
que se le señala en la fábula. pintaba medrados y crecidos como
2. Nótese la jocosa comparación de castillos.
los pollinos con castillos. En otro 3. Otra pintura muy feliz de la situa-
pasaje se había hedióla misma compa- ción, figura y gesticulaciones de San-
ración con la muía de un fraile; pero cho, queriendo y no pudiendo acor-
aquí es tanto más festiva, cuanto más darse de la carta de su amo para
excede una muía á un pollino. Por lo Dulcinea. No parece sino que se le
demás, no es extraiio que en un libro está viendo,
de Caballerías ocurra en todo y para
I'UIMRUA P.\nTK. — CAPÍTULO XXVI 453
j'iaiidisiino ralo : Por Dios, sefior Liceiuiado, quo los diablos
llcvÍMi la cosa quo do la caria se me acuerda, aiiiKiiic oii el |»rincipio
decía : Alta ij sobajada neFiara. No dirá, dijo el liarbero, sobajada,
sino sobrehumana ó soberana señora. Asi es, dijo Sancho ; bief^o,
si mal no me acuerdo, proseguía, si mal no me acuerdo \ el lla-
gado y fallo de sueño, y el ferido besa á vuestra merced las manos,
ingrata y muy desconocida hermosa; y no sé qué decía de salud y
de enrermedad ([ue le enviaba, y por aquí iba escurriendo^ hasla
que acababa en : Vuestro hasla la muerte el Caballero de la Triste
Figura. No poco gustaron los dos de ver la buena memoria de
Sancho Panza, y alabáronsela mucho', y le pidieron que dijese la
carta otras dos veces, para que ellos ansimismo la tomasen de
memoria para trasladalla á su liempo. Tornóla á decir otras tres
veces, y otras tantas volvió ú decir otros tres mil disparates. Tras
esto contó asimismo las cosas de su amo; pero no habló palabra
acerca del manteamiento que le había sucedido en aquella venta,
en la cual rehusaba entrar. Dijo también como su señor, en
trayendo que le trújese buen despacho de la señora Dulcinea
del Toboso, se había de poner en camino á procurar como ser
Emperador ó por lo menos Monarca, que así lo tenían concertado
entre los dos, y era cosa muy fácil venir á serlo según era el
valor de su persona y la fuerza de su brazo ; y que en siéndolo,
le había de casar á él, porque ya sería viudo, que no podía ser
menos, y le había de dar por mujer á una doncella de la Empe-
ratriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin
ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería. Decía esto Sancho con
tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con
tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando
cuan vehemente había sido la locura de D. Quijote, pues había
llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron can-
sarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que pues
que no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y á
ellos les sería de más gusto oír sus necedades: y así le dijeron que
rogase á Dios por la salud de su señor, que cosa contingente y muy
1. Repetición muy natural en el zafio, y otras, que son las más, como
estado de ambiíjüedad c incertidumbre persona culta.
en que se hallaba Sancho. 3. Ejemplo graciosísimo de ironía es
2. Por discurriendo, dicho ;í lo rus- el que ofrece en la presente expresión
tico. En esta parte del lenguaje no este período; como lo ofrece también
está seguido con mucha constancia el de la figura que llaman los retóricos
apel de Sancho, porque unas veces repetición el tornóla Sancho á decir
y son las menos) habla como aldeano otras tres veces, y otras tantas volvió ó
I
decir otros tres mil disparates.
4;)4 DON QUIJOTE DE LA MANCHA
agible ' era venir con ol discurso del tiempo á ser Emperador,
como rl decía, ó por lo menos Arzobispo ó otra dignidad equiva-
lente. Á lo cual respondió Sancho : Señores, si la Ibrliina rodease
las cosas de manera que á mi amo le viniese en voluntad de no ser
Emperador ^, sino de ser Arzobispo, querría yo saber ahora qué
suelen dar los Arzobispos andantes^ á sus escuderos. Suélenles dar,
respondió el Cura, algún beneficio simple ó curado, ó alguna sa-
cristanía, que les vale muclio de renta renlada ', amén del pie de
altar, que se suele estimar en otro tanto. Para esto será menester,
replicó Sancho, que el escudero no sea casado, y que sepa ayudará
misa por lo menos; y si esto esasí ¡ desdichado yo'', que soy casado,
no se la primera letra del A, B, G*^! ¿Qué será de mí, si á mi amo
le da antojo de ser Arzobispo y no Emperador, como es uso y cos-
tumbre de los caballeros andantes? No tengáis pena,Sanchoamigo,
dijo el Barbero, que aquí rogaremos á vuestro amo, y se lo aconse-
jaremos, y aún se lo pondremos en caso de conciencia, que sea
Emperador y no Arzobispo, ¡xtrque le será más fácil á causa de que
él es más vallen le que estudiante. Así me ha parecido á mí, res-
pondió Sancho, aunque sé decir que para todo tiene habilidad '; lo
1. Agible por factible : es palabra
nueva, y dudo que entre los escritores
castellanos tenga otra autoridad que
la de este pasaje.
2. Para la perfección de la sintaxis
sería menester suprimir la partícula
en ; 6 dejándola, suprimir la de. Así :
le viniese voluntad de no ser, etc. : ó
le viniese en voluntad no ser Empera-
dor, sino ser Arzobispo. De cualquiera
de los dos modos quedaría corriente la
frase.
3. Pellicer cita al Arzobispo Turpin
como ejemplo de Arzobispos andantes
en los tiempos antiguos, y en los mo-
dernos al Arzobispo de Burdeos, general
de una escuadra francesa en el reinado
de Luis XIII. Pero tratándose de ejem-
plos de esta clase y de Arzobispos que
liubiesen asistido á la guerra, no tenía
necesidad de salir de casa y podía ale-
gar muchos ejemplos desde D. Opas,
que, según se dice, peleó en la bata-
lla de Covadonga, siguiendo por el .\r-
zobispo de Toledo, D. Rodrigo, que se
halló en la batalla de las Navas, y su
sucesor D. Sancho, que murió en la de
Martes, hasta el Cardenal D. Francisco
Jiménez de Cisneros. General de la
expedición contra Oran y Mazalquivir
el año de lo09. La verdad es que no
debió darse esta explicación á las pa-
labras de Sancho, porque no se hablaba
como quiera de .Arzobispos guerreros,
sino de Arzobispos andantes, esto es,
que anduviesen en bu.sca de aventuras
acompañados de sus escuderos; lo pri-
mero podrá ser ajeno del oficio de los
Arzobispos, pero no presenta la idea
ridicula de lo segundo, que es con lo
que Cervantes trataba de divertir á sus
lectores.
4. Como si dijéramos renta fija, co-
nocida., amén de lo eventual ó dere-
chos del oficio de sacristán, que son
proporcionados al trabajo y á las cir-
cunstancias, como sucede en las cam-
panas de los entierros, que, según dijo
un discreto, tanlum valent, quantum
sonant.
5. ¡Desdichado de yol decíanlas edi-
ciones anteriores, pero es errata : Des-
dichado yo ó desdichado de mi. es
como debió decirse. La partícula de es
incompatible con el nominativo yo.
6. Sin embargo, por aquí se muestra
que sabía tres.
~i. El mismo Sancho decía á su amo
en el capítulo XVIII de esta primera
parte : Más bueno era vuestra merced
PRIMKH.V PAUTK. — CAPÍTULO XXVI 455
(jue yo pienso hacei- de mi parle, es rogaile á luieslro Señor que le
echeá atpiellas i)arles donde él más se sirva y adonde á mí más
mercedes me haga. Vos lo d(H-ís como discreto, dijo el Cura, y lo
haréis como hiuMi cristiano ; mas lo que ahora se ha «h; hacer, es
dar orden como sacar á vuestro amo de aquella inútil penitencia
que decís (pu^ (pieda haciendo ; y para pensar el modo que hemos
de tener, y para comer, que ya es hora, será bien nos entremos en
esta venta. Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí
fuera, y que después les diría la causa por qué no entraba ni le
convenía entrar en ella; mas que les rogaba que le sacasen allí
algo de comer, que fuese cosa caliente, y asimesmo cebada para
Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y de allí á poco el Bar-
bero le sacó de comer. Después, habiendo bien pensado entre los
dos ' el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, vino
el Cura en un pensamiento muy acomodado al gusto deD. Quijote,
y para loque ellos querían; y fué que dijo al Barbero que lo que
había pensado era que él se vestiría en hábito de doncella andante,
y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escuder'o, y
que así irían adonde D. Quijote estaba, fingiendo ser ella una don-
cella afligida y menesterosa; y le pediría un don, el cual él no
podría dejársele de otorgar como valeroso caballero andante; y
que el don que le pensaba pedir, era que se viniese con ella donde
ella le llevase, á desfacelle un agravio que un mal caballero le
tenía fecho; y que le suplicaba ansimesmo que no la mandase qui-
tar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda ^ fasta que la
hubiese fecho derecho de aquel mal caballero ; y que creyese sin
para predicador que para caballero guir lo que deseaban, convinieron en un
andante. De todo sabían y han de saber pensamiento que ocurrió al Cura, muy
los caballeros andantes, Sandio, dijo acomodado al gusto de D. Quijote y ú
D. Quijote, porque caballero andante loqueellos querían; y fué que el Cura
hubo en los pasados siglos que asi se se vistiera en hábito de doncella an-
paraba á hacer un sermón ó plática en dante, y el Barbero procurase ponerse
mitad de un campo real, como si fuera de escudero como mejor pudiese,
graduado por la Universidad de París. 2. Lenguaje anticuado, muy propio
Conforme á esto, la sobrina de D. Qui- cuando se trataba de remedar los pa-
jote le dice en la segunda parte (a) que sajes y aventuras de los antiguos libros
sabía tanto, que si fuese menester en de Caballerías. Quiere decir que la con-
una necesidad podría subir en un pul- trahecha y enmascarada doncella había
pito, é irse d predicar por esas calles. de pedir á D. Quijote que no le man-
1. El período está desaliñado y re- dase descubrir el rostro, ni le pregun-
dundante. Suprimiendo algunas pala- tase nada de sus negocios hasta des-
bras, y con leve alteración en las que pues de concluida la aventura, conten-
restan, quedaría mucho mejor : Des- tándose con lo que al pronto se le hu-
pués, habiendo bien pensado entre los biese querido decir. Este plan padeció
dos el modo que tendrían para conse- después grandes alteraciones al tiempo
de ejecutarse, pero realmente era muy
(rt) Cap. VI. acomodado al estilo de las historias
4o6
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
duda, que D. Quijote vendría en lodo cuanto le pidiese por este
término, y que desta manera le sacarían de allí, y le llevarían á su
lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su extraña
locura.
caballerescas. Sólo que el plazo que se
señalaba para quitarse el .'ulifaz y dar
cuenta de .su facienda, era demasiado
largo, y sólo debiera ser hasta que es-
tuviese otorfinda la demanda. Al cubo
ésta se liizo sin antifaz, porque no fué
menester ocultar el rostro para liacer
el papel de doncella.
FIN DEL TOMO PRIMERO
índice
Pág^ina».
Pkefacio de la PHESESTE EUICIÓX B
Crítica del comentario que puso al «Quijote» D. Diego Glemencín, por
D. Alberto Lista i
Prólogo del comentario por D. Diego Clemencíx xii
Al Duque de Béjar xn
Prólogo xliii
Al Libro de D. Quijote de La Mancha liii
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO PRIMERO. — Qué trata de la condición j- ejercicio del famoso
hidalgo D. Quijote de la Mancha 1
CAPÍTULO II. — Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el
ingenioso D. Quijote 17
CAPÍTULO III. — Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo D. Quijote
en armase caballero 30
CAPÍTULO IV. — De lo que sucedió á nuestro caballero cuando salió de la
venta 4S
CAPÍTULO V. — Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro
caballero 62
CAPÍTULO VI. — Del donoso y grande escrutinio que el Cura y el Barbero
hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo 73
CAPÍTULO VII. — De la segunda salida de nuestro buen caballero D. Qui-
jote de la Mancha 1 09
458 ÍNDICE
capítulo Vlll. — Del buen suceso que el valeroso D. Quijote tuvo en la
espantable y janaás imaginada aventura de los molinos de viento, con
otros sucesos dignos de felice recordación 1 20
CAPÍTULO IX. — Donde se concluye y da fin á la estupenda batalla que el
gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron 136
CAPÍTULO X. — De los graciosos razonamientos que pasaron entre ]). Qui-
jote y Sancho Panza su escudero 148
CAPÍTULO XI. — De lo que le sucedió á D. Quijote con unos cabreros 160
CAPÍTULO Xll. — De lo que contó un cabrero á los que estaban con D. Qui-
jote 111
CAPÍTULO XIII. — Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con
otros sucesos 1 80
CAPÍTULO XIV. — Donde se ponen los versos desesperados del difunto
pastor con otros no esperados sucesos 203
CAPÍTULO XV. — Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó
D. Quijote en topar con unos desalmados yangüeses 211
CAPÍTULO XVI. — Délo que le sucedió al ingenioso hidalg > en la venta
que él imaginaba .ser castillo 23J
CAPÍTULO XVII. — Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el
bravo D. Quijote y su buen escudero Sancho Panza pasaron en la venta,
que por su mal pensó que era castillo 248
CAPÍTULO XVllI. — Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza
con su señor D. Quijote con otras aventuras dignas de ser contadas 260
CAPÍTULO XIX. — De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo,
y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros aconte-
cimientos famosos 2S3
CAPÍTULO XX. — Déla jamás vista ni oída aventura, que con más poco
peligro fué acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabó
el valeroso D. Quijote de la Mancha 297
CAPÍTULO XXI. — Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo
de Mambrino, con otras cosas sucedidas á nuestro invencible caballero. 320
CAPÍTULO XXII. — De la libertad que dio D. Quijote á muchos desdichados
que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir 349
CAPÍTULO XXIII. — De lo que aconteció al famoso D. Quijote en Sierra-
morena, que fué una de las más raras aventuras que en esta verdadera
historia se cuentan 371
CAPÍTULO XXIV. — Donde se prosigue la aventura de la Sierramorena. . . 391
ÍNDICi; i:')\)
Piginas.
CAPÍTULO XXV. — Que trata de liis extrafias cosas que en Sieiramorena
sucotlicron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitación que hizo
;i la penitencia de Beltenebrós ii)4
CAPÍTULO XXVI. — Donde se prosiguen las finezas que de enamorado
hizo D. Quijote en Sierramorena 442
Índick 457
TOURS. — IMP. DESÚS HERMANOS, 6, RUÉ GAMBETTA.
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