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Full text of "El judio errante"

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■:38 

3  |V\f^^: 


ALBUM 


o-.lffl!-o 


E  JiAi©  1 


TOllO  §íe:gu!vdo« 


Barcelona:  1845. 

mPRENTA  DE  D.  JOSÉ  DEVESA  Y  PUJADAS 

CALLE   DE  SERRA  NÚMERO  6- 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2010  witin  funding  from 

University  of  Ottawa 


http://www.archive.org/details/eljudioerrante02suee 


àLBlM. 


l'A(i.  1.» 


-'-' r-TTw.T'nînr! 


PARTE  PRIMEBA. 


íkñ  miKNiâ  mà^ÊmËJL, 


-==»*»-^CI€-» 


I. 

LAS  MASCARAS. 

La  mañana  siízuietite  del  dia  en  que  el 
coMii-;arii)  de  policía  condujo  á  la  niiigor 
de  D;it;"berto  ante  el  juez  de  primera  ins- 
tancia ,  tenia  lugar  una  escena  ruidosa  y 
animada  en  la  plaza  del  Chatelel,  en  fren- 
te de  una  casa  cuyos  cuartos  bajos  y  pri- 
mer piso  ocupaaba  entonces  un  bodegón 
con  la  muestra  del  Becerro  mamón. 

Era  el  amanecer  del  martes  de  Car- 
naval. 

Un  gran  número  de  máscaras  grotescas 

y  pobremente  ataviadas,  saiian  de  los 
bailes  de  tíiberna  situados  en  el  cuartel 
del  Hotel  de  Ville,  y  atravesaban  cantan- 
do la  plaza  del  (^liatelet;  pero  al  ver  que 
corrin  por  ia  paite  del  rio  otra  turba  de 
gentes  disfrazjdas,  se  detuvieron  las  pri- 
•neras  máscaras  para  esperar  á  las  nue- 
vas dando  gritos  de  alegría,  con  la  espe- 
ranza de  empeñar  una  ludia  de  palabras 
licenciosas,  ó  una  de  esas  pantomioias 
picarescas  (|ue  han  ilustrado  á  Vade. 

Esta  multiuiJ,  masó  menos  avinada, 
se  aun)entó  muy  pronto  por  las  muchas 
personas  cuyo  estado  las  obligaba  á  circu- 
lar por  París  tan  de  mañana,  y  se  concen- 
tró de  repente  en  uno  de  los  ángulos  de 
la  plaza,  de  modo  que  uoa  joven  pálida  y 


contraiieclia  que  la  atravesaba  en  aquel 
momento,  se  hallóenvuella  por  todas  par- 
tes. 

Ksf.i  ji'ivon  era  1.1  Gibosa,  que  levantada 
con  el  dia  ¡l)a  á  buscar  obra  á  la  casa  de 
la  persona  (|ue  la  empicaba.  Concíbanse 
los  temores  de  la  pobre  muchacíia  cuando 
al  verse  involuntariamente  entre  a(|uella 
turba  alegre,  recordó  la  cruel  escena  de 
la  víspera.  A  pesar  de  todos  sus  esfuerzos, 
por  desgracia  harto  débiles  ,  no  pudo  dar 
un  paso,  porque  el  nuevo  grupo  de  más- 
caras que  llegaba  entonces  ,  se  dirigió  á  las 
primeras,  separóse  una  parte  de  estas, 
refluyeron  otras  liácía  adelante,  y  encon- 
tré ndo.-e  la  Gibosa  cnire  estas  últimas, 
fué  por  decirlo  asi ,  llevada  por  aquella 
oleada  de  pueblo  y  arrojada  entie  loSgru- 
()0S  mas  p'ióxinwts  ál  bodegón. 

Las  nuevas  máscaras  instaban  miiclio 
mejor  vestidas  que  las  otras,  pertenecien- 
do á  esa  clase  alegre  y  turbulenta  quo 
concurre  liabituaimente  á  Ja  Chaumière  , 
al  Prado,  al  Coliseo  y  á  otras  reuniones 
(le  baileniiisii  menos  regulares,  compues- 
tas generalmente  de  estudiantes,  señoritas 
•le  tienila,  empleados  de  comercio,  costu- 
reras etc. 

AI  misino  tiempo  que  este  grupo  con- 
testaba Á  las  chanzas  de  las  otras  niasca- 
1 


ALBUBI. 


ras,  parecía  esperar  con  impaciencia  la 
llegada  de  alguna  persona  sumamente  de- 
seada. 

Las  siguientes  palabras  caml)iadas  entre 
pastores  y  pastoras,  marineros  y  maiioias, 
turcos  y  sultanas,  ú  otras  parejas  diferen- 
tes, podrán  dar  una  idea  de  la  importan- 
cia de  los  per^onajes  deseados  con  tanto 
ardor. 

— El  almuerzo  está  encargado  para  las 
siete  de  la  mañana ,  de  modo  que  ya  de- 
berían liaber  llegado  sus  coches. 

— Si....  pero  habrá  querido  la  R  ina 
Bacanal;  dirigir  la  última  galop  del  Prado. 

— Si  yo  hubiera  sabido  eso....  me  ha- 
bría quedado  para  ver  á  mí  reina  ado- 
rada. 

— Gobinet,  si  volvéis  á  llamarla  vuestra 
reina  adorada  os  araño;  entretanto  os  pin- 
cho!... 

— ¡Acabarás,  Celeste  I  tu  me  haces 
cardenales  en  el  cutis  bastante  negro  ya 
con  que  mamá  me  adornó  al  nacer. 

— ¿Por  qué  llamáis  á  esa  Bacanal  vues- 
tra reina  adorada?  ¿y  yo  que  soy  para 
vos?... 

— Tú  eres  mi  adorada,  pero  no  m¡  rei- 
na.... porque  asi  como  no  hay  riías  que 
i^na  luna  en  las  noches  de  la  natura,  asi 
también  solo  existe  una  Bacanal  en  las 
noches  del  Prado. 

— ¡  Oh  !  ¡  vaya  una  exageración  I 

— 4  Dice  bien  Gobinet  I  ¡esta  noche  ha 
estado  magnifica  la  reina  I 

— Seguramente. 

— Nunca  la  lie  visto  mas  alegre. 

—  ¡Y  que  traje  tan  brillante! 
— ¡  Maravilloso  I 

— ¡Fulminante  I 

— No  hay  otra  para  inventarlos  seme- 
jantes. 

— ;Y  que  modo  de  bailar  ! 

—  ¡Olí,  si!...  ¡que  ligereza  y  quegra- 
cias  tan  estraordinarias!  No  hay  una  ba- 
yadera  igual  bajo  la  capa  del  cielo. 


— Gobinet,  devolvcdme  mi  c!:al  en  se- 
guida... bastante  me  lo  habéis  estropeado 
ya  roibuidolo  á  vuestragniesacinluia  ;rio 
quiero  echar  á  perder  mis  prendas  por  un 
imbi^il  q-ue  llama  bayadcras  á  las  otras 
mugercs. 

— Vamos,  Celeste,  calma  tu  furor 

ya  ves  que  estoy  disírazodo  de  turco  y 
que  no  es  eslraño  que  hable  de  bajado- 
ras. 

— Tu  Celeste  es  como  las  otras,  está 
vi'to,  tiene  celos  de  la  rema  Bacanal. 

—  ¡  Yocelos  !...  ¡  aii  [  vaya...  si  yoqui- 
siera  ser  tan  desvergonzada  como  ella  ,se 
hablaria  de  mi  lo  mismo....  y  sobre  todt» 
¿qué  es  lo  que  forma  su  fama?  el  tenor  un 
apodo. 

— En  cuanto  á  eso  nada  tienes  que  en- 
vidiarla... puesto  que  le  llaman  Celeste... 

— Vos  sabes  bien,  Gobinet,  quetv.le»- 
tees  mí  nonibre... 

— Sí,  pero  al  verte,  cualquiera  dirá  (¡ue 
es  un  apodo. 

— Gobinet,  yo  liaré  que  os  acordéis  de 
esas  palabras... 

— Ayudada  de  Osear....  ¿no  es  ver- 
dad? 

—Si  por  cierto,  y  veréis  el  resultado... 
despediré  al  uno,... y  me  quedaré  con  el 
otro....  y  ese  otro  no  seréis  vos. 

— Celeste,  siento  que  no  me  compren- 
dáis... he  querido  deciros  que  vuestro 
nombro  angelical  está  tan  en  armonía  con 
vuestra  encantadora  carita  mucho  mas 
linda  que  la  de  la  reina  Bacanal. 

— Eso  es,  miniadme  ahora,  infame. 

— Te  juro  por  la  cabeza  aborrecida  del 
dueño  de  mi  casa,  que  sí  tú  qu¡s>ieras  ten- 
drías tar.ta  gracia  como  la  reina  Bacanal, 
lo  que  no  es  poco  decir... 

— Kl  hecho  es  que  la  Bacanal  tiene.... 
y  mucha. 

— Para  fascinar  ñ  los  municipales. 

— Y  para  magnetizar  á  los  agentes  de 
policía. 


ALUIM. 

*— Por  rna'í  qiu*  iniii'ran  incomoilarsi'... 
■sioiiipre  conclu) ('  par  li;uerlos  rcir 

— V  (udos  la  llaman:  Itciiia  mia. 

—  lisia  iioclit'  misma lia  fiaaiiliulo 

Á  III)  iniiiiii-ipal  cuyo  piid  irseliubia  uíoii- 
dido  miiMilras  (|(il'  la  Hjoaiial  «Jan/jba  >ii 
famoso  paso  de  la  Tuli¡)n  hor rascuña 


—  ¡Oiit'oonlradaii/a!  !!  ^  ¡Jucrmcín  Cuc 
ros  y  la  Uvina  Itucauul  con  Uo!-a-Puiii¡Joii 
y  Aini-Muulin.' 

—  ¡Y  todas  cuatro  agitándoNO  en  l.i> 
Tulipas  cada  inslauU;  mas  ltoira>eosa>¡ 

—  A  prop.iAito,  ¿í's  VL-rdad  lo  ijuc  .-o 
íljco  de  Mini-Mouliii/ 

— ¿•\)iii'  dicii»? 

— ijiic  es  lili  literato  tjue  escribe  folíe- 
los soliie  la  le'.iyioii. 

— Sí,  yo  lo  lie  \i.lo  á  nienuJo  en  casa 
de  mi  principal  (j.íc  es  donde  se  proNce. 
¡  Qué  l'arsanle  ! 

— ¿V  liace  el  devoto? 

—  \a  lo  creo,  cuanto  es  necesario;  en- 
tonces es  Mr.  L)u:iioulin  en  los  oj.s  li.i- 
ji)S.   el  cuello  iiiclmudo  y   los  pies  li.'.iia 

adentro pero  una  m-z  uetlia  sii  osU-n 

tacion  de  mtIuoso,  se  evapora  en  los  bai 
k's  del  Can-can  *pie  iiJo.a:ra,  y  donde  !a> 
liiUgores  le  lian  dado  el  soliKiiuiuOie  de 
Nini  Moulin;  unid  á  esto  ijue  lu  Id-  cuinn 
<in  pescado,  y  conoceréis  iiu-j  -r  al  liipo- 
crita.  Toilo  lo  dicho  no  !e  impiíie  ti  es- 
cribir en  los  periódicos  religi..s.is  ;  a^i  is 
ijlie  los  santiii  r<>ni's  á  ([uiines  encaja  us- 
pticlu  á  su  viitud,  de  ijiie  él  se  liuria  en 
su  interior,  le  invocan  en  xis  jurameulos. 
lis  necesario  ver  sus  artículos  ó  sus  lolli- 
los  (solamente  verlos...  peio  no  letrlo>j. 
á  cada  instante  se  iiat)la  en  elloo  (l;l  dia- 
blü  y  sus  cm-rnos .  de  las  fritadas  es- 
pantosas ipie  esperan  á  los  impios  y  ú  los 

revolucionario? déla  autoridad  de  lo- 

obispos,  di'l  poder  de!  papa...  ¡«pié  sé  v.i! 

—  Kl   lie..li  >   es  <|iii'  es  un    lieod  >  v  un 

calavera   deslicclu» ¡  U"é  nvaiit-:¡cii,r 

bailaba  con  la  Rofiti  í'oinpon  en  la  Tu- 
lipa borrascosa  ! 


— ¡Y  i|:h'  hermosa  caljoza  fcnla  con  «ii 
casco  romano  y  sus  tiota»  ile  campana  !... 

—  Homla  Pontp  >H  danza  también  de  lo 
lindo;  ¡cuánta  pooí.i  en  <us  miidiin/a>I 

—  ¡Son  id'-aliiiente  rniir(iiinii¡i>>¡! 
— Sí,  pero  la  Hrini  n.if.inaí  está  i  seis 

mil  pié>.  mas  an  iba   i'ei  Can-can  ordina- 
rio    1:0   |iiir(l  I  nlMil.ir  un  iiistatile  su 

paso  de  •■-•■la  iMclie  en   la  Tulipa  borras- 
cosa. 

—  ITiliia  para  í.dirir'a. 

—  V  para  venerai'a 

—  lis  scj^iiro  i|t¡e  si  yo  í\ii'<o  padre  do 
familia  la  conliaria  la  educación  de  mis 
I  i  ¡jo-;. 

— t^u^  motivo  de  ese  paso  fué  el  inco- 
mndarse  e!   iniinicipal. 

— Jil  iieclio  es  (jue  el  paso  era  un  prtco 
descimipm  sto. 

—  De-oom[)ueslo  en  eslremo,  y  asi  es 
(¡ue  el  municipal  í-e  le  acercó  y  la  «lijo: 

«  \  (  íir.  (S,  I  c  na  mía  ,  ¿tratas  de 
continuar  ese  [¡as.i?» — «No.piíilico  fiiier- 
reT'»,  respon  lit»  la  Urina  ,  lo  ensayo  sola- 
mente una  \07.  cada  noche,  a  (in  de  bai- 

l.irlo  liien  on  mi  veji-z es  un  voto  que 

lie  liedlo  para  (¡ue  lleguéis  á  brigadier...» 

—  ¡O"*'  P'cira  inu'lwu-lia  ! 

—  Vo  lio  com[)]endocomo continúa  sus 
itlari-Mies  coi  l)uerme-en  (lucros. 

— ¿I'i>r<pié  lia  sido  fdroro? 

—  ¡Qué  ii'cedad  !...  ¿Nos  está  bien  á 
nosotros  e>lud  atiles  ó  m>)zos  de  almacén 
el  baccr  los  <  rjuÜns  is'?...  nn,  yo  me  ad- 
miro de  la  li'le.id.id  de  la  Kein  ) 

—  Locit'ilo  es  nue  lun  p.tsilj  tres  ó 
cu.iiro  meses. 

—  I'.>ri|ue  ella  e<.  una  loca  >  é!  un  tonto. 
— Su  convirsacii-n  debe  ser  L:raciii->a. 

—  A  veces  me  prei;<inlo  yo  de  di'mde 
diablos  saca  Duerme-en-Cucms  el  dinero 
ipie  {.Msta...  I'dMce  ipn»  ha  sido  él  quien 
¡la  [)ai:ado  I.ts  gastos  de  esta  noche,  tres 
coches  dea  cuatro  rabiüns,  y  el  desayuno 

le  veinte  p(  js 'líjs  á  diez  fiancos  cí  cu- 
Incilo.  ' 


4  ALBUBt. 

— Dicen  i]ue  ha  Iicredado...Nin¡  Mou- 
lin, ([HO  no  (li'ja  perder  fu'St  a  ni  fi  este - 
cilla,  lia  lifclio  conocimiento  con  él  esta 
noclic sin  contar  que  debe  llevar  mi- 
ras poco  honradas  sóbrela  Reina  Bacanal. 

—  ¡Éü  rs  demasiado  feo;  laí»  mugeres 

desean  tan  solo  bailar  con  él porque 

liace  rebentar  de  risa  á  los  circunstantes. 
La  fío  ila  Pompon  ,  (nie  es  tan  linda  ,  lo 
ha  tomad  )  cnn  Uddrigiwi  poco  temible  en 
ausencia  di'  mi  esludi  mti'. 

—  ¡Ah!  ¡  l'is  ciclifs  !  ¡lié  allí  los  co- 
ches! ^ritó  la  multitud  á  una  vez. 

Forzad.!  la  (libisa  á  permanecer  cerca 
de  a(|uellas  máscaras,  no  perdió  una  pa- 
labra de  esta  conver.-acion  penosa  para 
ella,  puesto  que  se  trataba  de  su  herma- 
na ,  á  la  que  ella  no  veia  iiacia  mucho 
tiempo;  tw  porque  la  Reina  Bacanal  tu- 
viera mal  corazón,  sino  en  rfzon  de  que 
la  horrible  miseria  de  la  Gibosa ,  miseria 
que  ella  liabia  sufrido,  pero  (|ue  no  había 
tenidii  \alur  de  .-opoi  tai  la  mas  tiempo, 
causaba  v.  aíjiiella  alegre  muehaclia  acce- 
sos de  amarya  tri>teza  ,  y  no  habia  que- 
rido esponerse  nías  á  ella ,  habiendo  tra- 
tado en  vano  de  liacer  aceptar  á  su  her- 
mana socurnis  (jiie  e>la  rt-liuxi  sieuq)re 
por  sal)i'r  (jue  su  origen  no  pudia  ser  bou 
radii. 

—  ¡  !.i»s  ciclu'.-.  !...  ¡los  coches! 
(íril(')  lie  lili  vo  1,1  multitud,  yendo  hacia 
adelüiile  c>>ii  tiil;i~iasmo,  de  modo  (pie  la 
(íilio<a,  >i(>  iiucrcr,  se  liaüó  en  primera 
fila  entre  las  gentes  ipie  se  apresurabaí) 
¡lor  \(r  de-lilar  íKjiicilas  mái-caras. 

Kn  efeiMo,  no  dejaba  de  ser  un  espec- 
tánilu  riii  idso. 

(.11  h'iinbre  á  caballo  disfrazado  de  pos- 
tillon ,  con  una  cíiaíputa  azul  bordada  de 
plata,  lina  colcla  muy  larga  yempohada. 
y  sombrero  adornado  culi  cintas,  [¡rece- 
día  ali  primer  coche  chasqueando  su  látigo 
y  gritando. 

—  ¡Paso!  ¡paso  á  la  Reina  Bacanal  y 


su  COI  le! 


En  un  lando  descubierto,  tirado  pot" 
cuatro  caballos  éticos  ,  montados  por  dos 
postilíones  viejos,  vestidos  de  diablos,  se 
elevaba  una  verdadera  pirámide  de  hom- 
bres y  mugeres,  sentados,  en  pié  y  enca- 
ramados unos  sobre  otros,  todos  con  los 
vestidos  mas  estravagantes  y  grotescos  , 
los  masescéntricos;  presentaba  un  increí- 
ble mosaico  de  coloriis  brillantes,  de  flo- 
res, cintas,  oropeles  y  lentejuelas.  Efe 
a(]uel  cúmulo  de  forujas  y  de  raros  ata- 
víos salian  rostros  grotescos  ó  graciosos, 
Teoso  lindos.  [)ero  todos  animados  por 
la  febril  escilacion  de  una  loca  embriaguez, 
y  vueltos  todos  con  cierto  aire  de  fanática 
admiración  hacia  el  segundo  coche  donde 
iba  la  Reina  Bacanal,  como  una  soberana 
en  su  trono,  mientras  (]ue  la  saludaba  el 
gentío  con  los  repetidos  gritos  de  : 

—  ¡Viva  la  Reina  Bacanal! 

Este  S(gUiido  coche,  (¡ue  también  era 
un  buido  desciibíerlo  como  el  primero, 
solo  llevaba  á  los  cuatro  corifeos  del  fa- 
moso paso  de  la  Tulipa  borrascosa,  Nini 
Moulin,  Rosa  Pompon ,  Duerme  en  Cue- 
ros y  la  Reina  fíaianal. 

Dumoulin,  el  escritor  relijioso  queque- 
lia  disputar  .Mme.  de  la  Sainte  Colombe 
á  la  innueiuia  de  lus  amigos  de  Mr.  Ro- 
din ,  su  priiicipôl;  Dumoulin,  apeilida- 
i|o  Nini-Moiiliii ,  »  11  pié  sobre  el  asieo" 
to  deUnler(»,  hubii^ra  ofrecido  un  mag- 
iiííico  objeto  de  estudio  á  (>allot  ó  a  (ja- 
variií;  (javariii  el  emiiUDte  artista  (¡ue 
une  al  satírico  numen  y  ul  maravilloso 
capricho  del  ilustre  caricaturista,  la  gra- 
cia ,  la  poesía  y  la  prufundidad  de  Ho- 
gartti. 

Nini  Moulin,  de  edad  de  unos  treinta 
años,  llevaba  en  la  cabeza,  muy  echado 
atrás,  un  casco  romano  forrado  de  papel 
plateado  con  un  enorme  plumero  negro 
de  llorón. 

Bajo  el  casco  se  veia  un  rostro  el  mas 
rubicundo  y  alegre  que  jamás  purpuraron 


ÀLBllM 

los  sutiles  espíritus  il?i  vinogpnoroso.  l'na 
n»riz  muy  proiMiiiciada ,  pero  cuya  pri- 
mitiva furnia  S(>  (lisitnulaba  riioilt>s(ani«'n 
te  bajo  una  lasciva  efi'rve>ceiicia  «U-  los 
granos  eucarnailos  y  do  color  de  violi-la, 
daha  un  aire  e.Ntraùo  á  aijiiella  cara  olí 
solutainenle  imberbe ,  á  la  <|ue  una  boca 
descomunal  con  los  labios  muy  gruesos , 
daba  una  cspresion  de  jovialidad  sorpren- 
dente ípie  brillaba  en  sus  ojos  pardos  y 
salidos. 

Al  ver  á  aquel  hombre  con  viiiilre  de 
Síleno,  lodos  se  preguntaban  conio  era 
qtie  no  habia  abogado  cien  veces  en  el 
vino  la  liiel  venenosa  y  la  bilis  (¡ue  respi- 
raban sus  libelos  contra  los  enemigos  del 
ullramoutanismo,  y  como  podian  sobre- 
nadar sus  creencias  católicas  en  medio  de 
su  bái|u.co  desenfreno. 

l'^la  pregunta  liabria  panci.lo  incori- 
le>table  á  no  rellccsionar  t|ue  los  cóniiios 
encargad  'S  de  los  papeles  utas  negros,  lo> 
mas  odiosos,  son  á  menudo,  no  obstante, 
los  mejores  hombres  del  mundo. 

Kl  frióse  dejaba  sentir  bastante  y  Nirn'- 
MouJin  llevaba  un  cnrick  entreabierto  que 
dejaba  ver  su  coraza  con  escamas  de  pes- 
cado, y  los  calzones  color  de  carne  hasla 
las  pantorrillas  cub.ertas  con  botas  dv 
campana. 

Kn  pié  como  hemos  dicho  en  el  asiento 
delantero,  daba  gritos  salvages,  entrecor 
tados  por  estas  palabras:  viva  l.i  Heiiia 
Bacanal;  y  en  seguida  hacia  rectiinar una 
enorme  carraca  queagitaba  rápidamente. 
Duerme -en -CaeroA  en  pié  también  al  !ado 
de  Nini-Moulin,  ondeaba  una  bandera  de 
seda  blanca  en  que  estaban  escritas  estas 
palabras:  Amor  y  placer  á  la  lid  na  lia- 
canal. 

Duerme -en-Cueroi  tenía  unos  veinte  v 
cinco  años.  Su  rostro  inttligciile  y  ali-^rr 
con  patillas  rubias  corrida>,  estnba  enlla- 
quecido  por  el  iusomio  y  los  escesos ,  y 
espresaba  una  mezcla  singular  de  indul- 


gencia,  alreviníienlo  y  sarcqsmo,  sin  que, 
ninguna  baja  pn^il'n.lll)l|ie^^,dej,»(lo  qn  iM 
su  fatal  sello.  Kra  el  tipo  perfeiçlo  ijej  pat 
risiense ,  en  el  sentido  que  seda  (i  Chta 
palal'ra,  ya  sea  en  el  •jf'Tcito,  ya  en  las 
pro\incias,  ó  bien  en  los  bu(|nes  de  guer- 
ra y  mercante-;.  Sin  ser  este  un  ciunpli- 
mienlo,  está  lejo,s,po  obstante  de  ser  una 
injuria;  es  \\\\  epíteto  que  á  la  vez  lleva 
en  sí  algo  de  reproche,  adnnracion  y  te-ri 
mor;  porque  si  en  e^lo  acepción  í*s  á  me- 
nudo vi  paiisiense  i)ere/o-ü  y  ^xicq  sumir 
so,  también  es  lisíbjicn  el  trabajo,  resuelto 
en  el  peligro  ysiompro  terriblemenlesar- 
cástico  y  chistoso. 

Duenve-en-Cueroi  iba  vestida,  coUio 
se  dice  vulgarnientc,  en  grande;  cha(|i,<eta. 
de  terciopelo  negro  ¡cou  botones  dç  |)U»ta,, 
ciíaleco  encarnado ,  pantalon  con  anrha>; 
r.nas  aziilis,  chai  <le  carheniira  por  faja 
CMi  un  gi;ic.(Ie  jazo  roJgando,  y. sombrero 
cnliierto  de  (lores  y  tintas,  liste  di>iraz. 
sentaba  perfectamente  á  sji  e^lH'rio  talle. 

En  el  asiento  trasero  del  ooche  ib  m  en 
pié  /fosíi   Pompon  y  la    ¡(ciña  Uíu-uuul. 

Rosa  Fompon,  ex-cordonera  de  diezy 
siete  años,  tenia  la  oarita  mas  linda  y  pi- 
carilla  que  pueda  vepse,  é  iba  capiieho- 
sammle  vestid^  ron  un  trage  de'liombf»-; 
su  peluca  eutpolvada  sobre  la  (¡ue  llevaba 
puesta  (le  lado  una  gorra  île  coi«>r  de  na-- 
raiija  y  verde  con  galon  de  plata,  hacia 
mas  \ivo  aun  el  bjrillo.de  sus.  (>ju>  ncgfos 
y  el  encarnado  de  susai  nboladaa  ^U'jli|a^; 
llevaba  al  cuello  una  cui  bala  amaiilla  co- 
mo su  dotante cinturon;  >u  9Ju>lada  cha- 
queta asi  como  .su  e^^recho  oliaicco,  >erde 
claro ,  adornado  con  In-ncill^s  de  plata, 
hacian  aparecer  tt^ilo  el  encanto  de  sude- 
gada  cintura,  eiij  allee.-ibiliiJail  dt-liia  pUï- 
larse  maravi  lo^aul••nl(•  á  'a>  «vulucioi.ia. 
lili  pn^-»  de  la  Tuliji/¡  lior^asioau.  lin  liii , 
su  ancho  pactTlon  de  !a  ptopia  le'a  \  co- 
lor que  la  chaqueta,  eia  suiicientemenle 
indiscreto. 


La  Reina  Bacanal  se  apoyaba  con  una 
mano  en  el  hombro  de  llosa  Pompon  á 
la  qiio  llevaba  en  estatura  toda  la  cabeza. 
La  hermana  de  la  Gibosa  presidia  ver- 
daderamente como  soberana  aquell.i  loca 
embriaguez  que  parecía  inspirar  su  sola 
presencia;  tanto  influía  sn  atractivo  y  sti 
niidosa  animación  sobre  cuantos  la  ro- 
deaban. 

Era  la  Reirá  una  joven  alta  como  de 
veinte  anos,  gallarda  y  bien  formada,  con 
facciones  regulares  y  de  aire  alegre  y  atnr 
dido;  como  su  hermana ,  tenia  magnífico 
cabello  castalio  y  grandes  ojos  azules:  pero 
en  vez  de  ser  dulces  y  tímidos  co;rio  los 
de  la  joven  obrera,  bridaban  con  un  ardor 
infatigable  por  el  placer.  Era  tal  la  vive- 
za de  su  organización,  que  á  pesar  de  ha 
ber  pasado  muchos  dias  con  sus  noches 
en  una  continua  fiesta  ,  su  color  era  tan 
puro,  sus  mejillas  tan  sonrosadas  y  su 
espalda  tan  fresca  como  si  hubiera  salido 
la  n'isma  mañana  de  algún  pacífico  re- 
tiro. 

Su  disfraz,  aunque  raro  y  de  un  ca- 
rácter singularmente  ccsotico,  le  sentaba 
sin  embargo  á  las  n)il  maravillas.  Com- 
poníase de  una  especie  de  corsé  ajustado, 
bajo  de  cintura  y  de  una  tela  dorada  guar- 
necida con  grandes  lazos  de  cintas  encar- 
nadas que  flutaban  sobre  sus  brazos  des- 
nudos, y  de  una  falda  corta  de  terciopelo 
rncarnado  sembrada  de  lentejuelas  de  oro 
(pie  le  llegaba  hasta  media  pierna;  é.-.la 
rra  á  la  vez  fina  y  robus'a ,  calzada  con 
MK'dias  blancas  de  seda  y  con  borceguíes 
i-ncarnados  con  talones  de  cobre. 

Nunca  se  viú  una  boli-ra  española  con 
la  cintura  tan  graciosamente  arqueada, 
tan  elástica,  y  por  deciilo  ai-i  tan  delica- 
da como  la  de  esta  joven  singular  que  pa- 
recía poseída  del  demonio  del  baile  y  del 
movin)ienlo,  por(;ue  casi  á  cada  ins!;inlt.' 
una  pequeña  contorsion  de  ca¡;eza  acom- 
pañada de  una  1  jora  ondulaciun  de  hom- 


ALBUIt. 

bros  y  caderas,  parecía  seguir  la  caííencíá 
de  íjnd  orquesta  invisilde,  cuyo  compa^ 
marcaba  con  la  punta  del  pié  derecho 
puesto  sobre  el  bordç  de  la  portezuela  deí 
modo  mas  provotalivo,  pues  la  Reina  lía- 
canal  se  sostenía  en  pié  con  altivez  sobre 
los  aiinoadones  dc-l  coche. 

Cenia  su  frente  una  especie  de  diadema 
dorada,  emblema  de  su  tu  b. liento  reina- 
do, adornada  con  ruid(S)S  cascabeles;. si* 
cabellos  divididos  en  dos  grandes  Ir'eizis 
caían  sobre  sus  encarnada-;  mejillas  yend> 
á  unirse  por  debajo  de  las  orejas  detrás  do 
la  cabeza  ;  su  man;)  izquit-rda  se  apoyab;» 
en  el  hombro  de  la  Rosita  Pi>m[)on,  y  en 
la  derecha  tenia  un  ramo  de  (lores  «oi» 
que  saludaba  á  la  mulülud  riendo  á  car- 
cajadas. 

Difícil  seria  el  pintar  este  cuadro  lar> 
estrepitoso,  tan  animado  y  loco,  comple- 
tado por  un  tercer  coche  ocupado  vonv> 
con  una  pirámide  de  u)áscaras  grotesca* 
y  eslravagantes. 

Entre  aqiK'l  alegre  gentío  solo  una  per- 
sona contempbiba  esla  escena  con  una 
profunda  trisleía  y  era  laCibosa  qoe  per- 
manecía en  la  primera  fila  »le  los  e>pec- 
tadores,  á  ptsar  de  sus  esfuerzos  para  sa- 
lir do  entre  la  multitud. 

Separada  de  su  hermana  hacía  mucho 
tiempo,  la  volvía á  ver  con  toda  la  pompa 
de  su  singular  triunfo  en  medio  de  los 
gritos  de  alegría  y  de  los  bravos  de  sus 
compañeros  de  placer.  Sin  embargo  los 
ojos  de  la  pobre  obrera  no  pudieron  me- 


nos de  arrasarse  de  lágrima*.  Aun(¡iie  la 
Reina  Bacanal  parecía  participar  del  atur- 
dido buen  humor  de  los  (¡iie  la  rodeaban, 
al  ver  su  risueño  sen^blante,  y  aunque 
parecía  gozar  de  todo  el  brillo  de  un  lujo 
pasa;:i'ro,  su  hermana  la  compadccif)  sin- 
ceramente... ella,  pobre  dosdií  hada,  vis- 
lilla  ci\si  de  andr.-'jns  y  í|ue  se  levantaba 
al  amanecer  para  irá  buscar  tratiajo  para 
el  día  y  nuicha  parle  de  la  neclie. 


ALnUH. 


1.a  Gibosa  se  Iiabia  olvid.nlo  del  f^ciilíi» 
rinihMnplajMlo  á  su  lierM.iiiia  ,  á  la  que 
amalla  licii-anicDlo...  y  taiilo  utas  cuanto 
í|ue  la  cri*ia  digna  de  láslima.  Fij'>s  l<>> 
(>jos  011  aiiuolla  alegro  y  lieriiinsa  jiiveii, 
su  pálido  y  iliilie  rostro  is()rf>al)a  uu:; 
coin[)a>ion  tici  na  y  un  inli-iós  profundo  } 
doloroso 

De   repente   la    bril'atite   y   p  aconfer.i 
nurada  ipie  la  llcina  IJncarial  pi-ealia  so 
hre  el  };tnlío  ,  se  eiiconliü  en   los  cJon 
Irisles  y  iiorosos  de  la  (íütnsa 

—  ¡  llerinana  ini.iü!  eselniín'»  (^•íi>ii. 
'(  Hi-nios  dii-lio  ya  (pie  e^te  t  ra  el  rioinlm- 
de  la  latina  n.M'.Miíil).    ¡Hftuüuia  nii;ií... 

Y  Ünera  c-nio  una   liailaruia  abandonii 
de  un  siilto  <u  amliuante  trono,  por  for 
tiMia  inun'ivfl  enloMCt'S ,  y  <e  cnconln')  en 
frvMile  de  la  (libosa  á  la  tpie  abrazó  coi» 
(TiiSioíi. 

t'iix)  todo  esto  con  tal  rapidrz  que  los 
compaùeros  de  !a  lU-ina  n.icanal,  estupo 
f.ictos  del  alrevirnionlo  de  su  sallo  peíi 
grosu ,  no  sabían  á  quo  aliíbuirlo;  las 
máscaras  que  rodealian  á  la  (íibo<a,  se 
ii()arlaron  sorprendidas,  y  la  poliro  mu- 
cíiaclia  onlre^a  !  »  enlcraniMile  á  !a  di. lia 
ili  abrazar  á  su  lionnana  á  qoien  de\o'- 
via  sus  caricias,  no  peini»  en  el  siiii:iil,ir 
contraste  (pie  doliia  escilai-  muy  pionto 
la  sorpresa  y  la  risa  del  '^cniío. 

O''urr¡ole  (>sla  idoa  á  Cfli^a  ,  y  iino- 
riendo  corlar  una  liumillarixi  á  su  h  r- 
niana ,  se  volviíí  bacia  el  Ci'clie  y  d'j  .  : 

— Rosa  Pompon,   tírame  mi  capa 

y  vos,  Nini-Moulin,  abrid  \'\\o  la  poi to- 
zuda. 

I'iCcilii»)  la  Reina  Racanal  su  capa  con 
la  ipie  cubrió  á  su  hermana  ,  y  anie-i  (pi>' 
esta  pudiora  liacer  ninjiun  mo\  imiciilo. 
lommdola  d.*  la  mano  lj  dij.): 

— Voi\ ven 

—  ¡Yo!  e>;clainó  laCiibosa  con  temor... 
lú  no  piensas  «pie 

— Es  indispensable  que  yo  le  hable 


poilin'-  un  cuarto  aparto y  rslaicmos 

>o|,is d.ito  pri«a hermana  iiiia 

no  te  o¡).>iij;as...  delanU-  di' lanía  'j;i'iile... 
ven 

Kl  lemor  do  llauíar  nia-i  la  afoncion, 
deciíbó  á  laCi.bosa,  (pie  aturdida  ademas 
por  e.Nfa  esciin,  tri'inula  y  asustada,  si- 
guió casi  UKiipiiiialmt  lite  á  <^u  hermana 
ijiu'  la  lli  \('ial  coi-Iie  cux.n  porlo/uela  aca- 
baba de  ahiir  N:n:-.Miii'¡ii, 

r.omo  la  ("í;pa  di'  I.t  Uoina  Bacanal  cu- 
bría v\  p  due  vestido  y  la  impoiTiccion  dt? 
la  riibosa,  no  linituon  motivo  de  reir  los 
ospecl  lílores,  nduiirándose  tan  Milodeote 
encueii'ro,  tuií-níras  ipn'  llt;.'al)an  los  co- 
cliis  á  la  piarla  del  bodi -jon  de  la  plaza 
del  Chalclet. 

IÏ. 

I.OS  CO.NPKASTK.S. 

Pocos  miiiiilos  d.spiiesde  haber  fncon- 
tradü  la  (jibosa  á  la  lU-ina  Bacanal,  e>l  i- 
ban  ya  n-unidas  las  dos  hermanas  en  un 
ciiarlito  de  la  casa  (h-l  hosterero. 

—  Di'jame  abrazarte  otra  vez,  dijo  Ce- 
lina á  la  joven  costurera;  á  lo  menos  alii^ 
ra  estamos  solas;  ¿te  se  lia  quitado  el 
mied  >? 

A\  movimiento  (pie  hizo  la  Reina  Raca- 
nal para  e-trechai-  en  sus  brazos  á  la  (îi- 
hosa,  se  le  cayó  la  capa  con  (pie  venia  cu- 
bierta. 

Al  ver  su  nii-eral'!i>  ve>tido,  que  ape- 
nas tuvo  tieuipo  de  notar  en  la  ulaza  del 
Chatelel,  y  en  medio  di-  la  mul'itud,  Ce- 
(i>a  jiiiilí)  lasiniMos  y  no  pul.  cnitener 
111  a  didorosa  ('sclaruaci<jn  de  sr:pr.'>a.  Kii 
seguida,  aceic.Í!ido-e  á  su  heroiaii.i  para 
verla  mejor,  cogi.i  sus  íl icas  y  hiladas 
mano<,  y  examinó  durante  algunos  minu- 
tos con  una  tristeza  cada  vez  mayor,  a(]ue- 
lia  criatura  de-graciada,  enferma,  p.-íli  la 
V  enili  pnci  la  á  fiieiza  de  privaciones  y 
de  vii;i!ia>,  y  ipW  opeiiis  estaba  cubierla 
'•on  UM  in.i!  ve-!i  !o  ní-  ¡o  y  remend.idt». 

—  ¡  .Mi,  hcrmrina  mí(i  I  ¡es  posible  que 
te  vuelva  a  ver  de  ese  modo! 


8  ALBUlt, 

Y  sin  pódor  pronunciar  una  palabra 
mas  se  arrojó  á  su  cuello  dísliecha  en  lá- 
grimas, y  añadió  sollozando  : 

— jPerdónamel  ¡perdónamel 

— ¿Qué  lioni's,  mi  buena  Cefisa?  dijo 
fa  jóvon  costurera  sumamente  enterneci- 
da y  escurrién  lióse  dulcemente  délos  bra 
20S  de  su   hermana.   ¿  Porque  me  pideî 
perdón? 

— ¿Poríjué?  repujo  Cefiss  levantando 
S'i  cara  ban.id.i  en  lágrimas  y  purpúrea  de 
ooiifiisioii ,  ¿íh)  es  veriToiizovo  pnra  iiiies- 
íar  vestida  con  estnsoropt-l.^- y  f^aslar  tan- 
to dinero  en  li.curas cuando  tu  eslá> 

vestida  de  e^te  uiodo...  fnltánd  t'  lodo;.. 
y  murirridole  tal  vez  de  miseria  y  necesi- 
dad? Yo  no  he  visto  jamás  tu  rostro  tan 
pálido  ni  tan  agobiado... 

— Tran'iuilizale,  mi  buena  bermana... 
yo  estoy  buena...  como  be  velado  un  poco 
esta  noche,  e-toy  algo  |)álida....  ptro.... 
te  suplico  que  no  llores...  me  desconsue- 
las. 

La  reina  líacanal  acababa  de  llegar  ra- 
diosa en  medio  <le  una  multitud  embria- 
gad.!, y  la  (libosa  era  (juten  la  consolaba.,. 

Un  incidcMlc  vino  á  realzar  mas  í:sle 
contraste.  Oyéronse  repentinamente  en  la 
.sala  inmediata  algunos  gritos  alegres,  y 
en  sus  oidos  resonaron  estas  palabras  pru- 
iuin<:iadas  con  entusiasmo: 

—  ¡Viva  la  reina  bacanal!  ¡viva  la  rei- 
na Hne  mal! 

La  t'id»osa  se  sobre^alfi)  y  sus  ojos  se 
llenaron  de  lágrijnas^al  ver  á  su  lierínana 
que,  con  la  cara  en  la>  manos,  temblaba 
de  ver"üenzn. 


— (]eri>a  ,  la  dijo,    ¡por  Dios!   ¡no  te 
aflijas  de  ese  modo  !  ;  me  harás  arrepen- 
tir  de  haberle  encontrado,  y  esto  ha  sido 
para  \m  lanía  dicha  !  ¡  llaee  tanto  tiempo 
que  I. o  te  veo!......  pero,   }dime!  (.tjue 

tienes? 

— Puede  >er  que  me  desprecies...  y  con 
razón...  respotidió  la  reina  Bacanal  enju-» 
gándoüe  las  lágrimas. 


— ¡Despreciarte!  ¿yo?  |  Dios  mío!  ¿y 
porqué? 

— Porque  llevo  la  vida  que  tu  ves...en\ 
vez  de  tener  el  valor  suficiente,  como  tú, 
para  soportar  la  miseria. 

Ei  dolor  de  Cefisa  era  tan  agudo,  que 
la  Gibosa  siempre  indulgente  y  bondadosa, 
quiso  antes  de  todo  consolar  y  animará  su 
bermana  diciéndole  con  ternura  :         :■  »■:• 

— Soportándolo  valerosamente  durante 
imano,  como  has  hecho  tú,  mi  buena  Ce- 
fisa, tienes  mas  mérito  y  valor  de!  queyo 
tendría  para  sobn  llevarlo  toda  mi  vida. 

—■i  Ah  !  hermana  mia  !  ¡  no  digas  eso  f 

— Veamos;  francamente,  repuso  la  Gibo- 
sa, ¿á  que  tentaciones  está  espnesta  una 
criatura  como  yo?  No  busco  yo  natural- 
mente el  aislamiento  y  la  soledad  tanto 
como  tú  la  vida  alegre  y  placentera?  ¿Cuá- 
les son  mis  necesidades?  ¡pobre  de  mil 
Poco  me  basta. 

— Y  ese  poco,  ¿puedes  contar  siempre' 
con  ello? 

— No:  pero  hay  privaciones  que  yo  dé- 
bil y  enfermiza  puedo  soportar  mejor  que 
tú...  asi  'S  que  el  hambre  me  causa  una 
especie  de  enternecimiento...  que  terminal 
por  una  gran  debilidad...  Tú...  robusta 
y  viva...  el  hambre  te  exaspera  y  le  cati- 
ra delirio.  ¡  Ay  !  ¿t(í  acuerdas  cuantas  ve- 
ces le  he  visto  entregada  á  «stas  crisis  do- 

lori'sa* cuando  en  nuestra  triste  boar-" 

di  la,  y  al  cabo  de  algunos  (lias  sin  traba* 
jo,  no  podiauíos  ganar  lú  aun  cuatro  fran- 
cos por  semana,  no  teniendo  absoluta-' 
mente  nada  q  le  coiner,  porque  nuestro 
orgullo  no  nos  permitía  diiigitnosá  los  ve- 
cinos? 

— ¡A  lo  nícnos  lú  has  conservado  ese 
orgullo! 

— Y  tú  también  ¿no  has  luchado  acaso 
tanto  como  puede  luchar  una  criatura  hu- 
mana?... Pero  las  fuerzas  tienen  su  tér»- 
mino...  y  yo  te  conozco  bien,  mi  buena 
Cefisa  ;  si  has  cedido  ha  sido  solo  á  fuerza 


ÁLBlk 

de  hambre;  si,  a  fuería  de  hambre  y  de 
ta  penosa  obligación  de  un  escesivo  tra- 
bajo, que  ni  aun  te  producía  lo  suticien- 
te  para  las  necesidades  mas  indispensa- 
bles... 

— Pero  tú  sufrias  y  sufres  aun  estas  pri- 
vaciones... Mira,  dijn  la  Gibosa  cojiendo 
la  mano  de  su  hermana  y  llevándola  ha- 
cia un  espejo  colocado  sobre  un  camapé... 
Mírate...  ¿crees  (jilc  Dios  concediéndote 
tanta  hermosura,  dándote  tanta  viveza  y 
ardor,  un  carácter  tan  alegre,  inquieto  y 
comunicativo,  deseoso  de  placeres,  ha 
querido  que  pasases  tu  juventud  en  el  fon- 
do de  íina  boardilla  helada,  sin  ver  jamás 
el  sol,  clavada  eo  tu  silla,  vestida  de  an- 
drajos y  trabajando  sin  cesar  y  sin  espe- 
ranza? No:  porcjue  Dios,  ademas  de  la 
necesidad  de  beber  y  de  comer  nos  lia  iJa- 
do  otras  muchas.  Aun  en  nuestra  humil- 
de condición ,  ¿la  belleza  no  necesita  de 
algunos  adornos,  la  juventud  de  movi- 
tniehto,  de  placer  y  de  alegría?  ¿Todas 
las  edades  no  tienen  necesidad  dedistrac- 
t:iones  y  de  reposo?  Tú  habrías  ganado  un 
salario  suficiente  para  remediar  el  ham- 
bre, para  tener  cada  semana  uno  ó  dos 
días  de  diversion,  despues  de  un  trabajo 
diario  de  doce  ó  quince  horas,  y  para  pro- 
curarte el  modesto  y  fresco  vestido  que 
reclama  imperiosamente  tu  bonita  cara, 
y  estoy  segura  que  no  habrás  deseado 
mas;  cíeii  veces  me  lo  has  repelido:  lue- 
go, has  cedido  á  una  fuerza  irresistible, 
porque  tus  necesidades  son  mayores  que 
la»  mías. 

— ¡  Es  verdad!  respondió  la  reina  Ba- 
canal con  aire  pensativo:  si  yo  hubiera 
podido  ganar  á  lo  menos  Jos  francos  dia- 
rios, mí  vida  habiera  sido  diferente 

•  porque,  ya  ves ,  htrmana  mía,  al  prin- 
cipio me  veía  cruelmente  hunjíljada  do 
vivir  á  espensas  de  los  demás. 

— Por  e>a  razón ,  le  has  dejado  arras- 
trar iuYenciblemenie,  mi  buena  Cefi-ra  : 


d 

sin  esta  circunstancia  le  condenaría  en  vez 
de  compadecerte.  Tií  no  haí  escojido  tu 
distino,  sino  (|iie  te  has  sometido  ú  tM  co- 
mo yo  al  mío. 

—  ;  I'obre  hermana  mia!  «lijo  ('efisa 
abracando  tiernamente  á  la  (libosa:  tú 
(jue  eres  tan  desgraciada  me  animas  y  me 
consuelas  en  vez  do  que  seria  yo  quien  de- 
bería compadecerle. 

— Tranquilízale,  dijo  lá' Gibosa  :  Dios 
es  justo  y  bueno  y  no  me  ha  negado  al- 
gunas ventajas:  también  me  ha  "dado  al- 
gunos placeres»  como  á  tí  los  tuyos. 

— ¿Tu  placeres? 

— Sí,  y  grandes:  sin  ellos  la  vida  hu- 
biera sido  para  mi  muy  pesada  y  no  hu- 
biera tenido  valor  para  soportarla. 

— Ya  te  entiendo,  dijo  Cefisa con  emo- 
ción ;  lú  encuentras  todavía  medio  de  sa- 
crificarte por  los  demás,  y  esto  endulza 
tus  pe  ñas. 

-^  V  lo  fnenos  hago  lo  posible  para  ello, 
aunfjue  puedo  bien  poco;  pero  también 
cuando  lo  logro,  ailadiú  la  Gibosa  sonrión- 
dose  dulcemente,  me  creo  tm  feliz  como 
una  hormiguita  que  al  cabo  de  sumo  tra- 
bajo lleva  una  paja  a!  nido  común;  pero 
no  hablemos  mas  de  mi.- 

— Al  contrario,  hablemos  mas,aun(]Ue 
te  enfades,  repuso  tímidamente  la  rtina 
Bacanal:  voy  á  hacerte  una  proposición 
ijue  has  desee!  ado  otras  veces...  Santia- 
go (1)  tiene  aun  «linero<  según  creo;  \o 
gastaremos  en  locuras,  dando  ar|ui  y  alli 
á  los  necesitados  cuando  se  presente  la 
ocasión.  Te  suplico  «plc  me  permitas  ayu- 
darle.... y  por  mas  que  q»iieras  ocultarlo 
Veo  por  tu  pobre  rostro  que  le  aniquilasá 
fuerza  de  trabajo. 

— Gracias,  mi  querida  Cefisa;  ya  conoz- 


!• 


(1)  Recordaremos  al  lector  que  ZÍuermc 
en  C'ucrosS'.' nainal)a?Jon.isü  Uorinepont, 
y  era  uno  de  lo^  desctodieutéi»  de  la  her- 
íhatia  del  Judio  Krranit:  *  ' 


10  ALBUM. 

co  tu  buen  corazón;  yo  no  necesito  rada. 
Lo  poco  que  gano  me  basta. 

— ¿Lo  rehusas?  dijo  tristoinenfo  la  rei- 
na Bacanal,  ¿porque  sabes  que  ri  derecho 
que  tengo  á  este  dinero  no  es  honroso? 
Enhorabuena,  comprendo  tus  escrúpu- 
los.... Pero  á  lo  menos  acepta  un  servicio 
de  Santiago....  ha  sido  también  jornalero 
como  nosotras....  Entre  camaradas.  ..  es 
natural  ayudarse....  acéptalo,  telo  supli- 
co, ó  de  lo  contrario  creeré  que  me  des- 
precias. 

— Y  yo  creeré  que  por  fu  parte  tam- 
bién me  desprecias  si  insistes  mas,  mi 
buena  Cefisa,  dijo  la  Gibosa  con  un  tono 
tan  decidido  y  tan  dulce  al  mismo  lieuipo 
que  la  reina  Bacanal  conjciú  que  seria 
inútil  cualesquiera  esfuerzo. 

Bajó  Iristemcnte  la  cabeza  y  asomó  una 
lágrima  á  su  ojos. 

— Siento  que  mi  negativa  te  aílija,  d.jo 
la  Gibosa  cogiendo  la  ujano  de  su  herma- 
na.... pero  reflexiona  y  me  comprende- 
rás. 

— Tienes  razón,  repuso  esta  última  con 
tristeza  al  cabo  de  un  corto  silencio....  tu 
no  debes  aceptar  socorros  de  mi  aiiiante... 
proponértelo  es  ya  un  ultraje,...  Hay 
proposiciones  tan  humillantes  (|ue  empa- 
nan hasta  el  bien  que  se  quisiera  ha- 
cer. 

— Cefisa,  ya  sabes  que  no  es  mi  ánimo 
orenderle. 

—  ¡Vaya!  créeme,  repuso  ésta,  tan 
aturdida  y  tan  alegre  como  soy ,  algunas 
voces  tengo  momentos  en  ipie  reflexio- 
no.... atu»  en  medio  de  mis  mus  locas 
iiicgrias...  felizmente  estos  momentos  son 
raros. 

— ¿Y  que  es  lo  qiie  te  ocurre? 

— Pienso  que  la  vida  que  llevo  no  es 

honrada .  y  entonces  me  viene  la  idea  de 

pedir  á  Santiago  un  poco  de  dinero,  lo 

suficiente  para  asegurar  mi   subsistencia 

urante  un  año,  y  hago  ánituo  de  ir  i 


reunirme  contigo  y  volver  pogo  á  poco  flí 
trabajo. 

—  j  Y  bien  I  ¿poríjué  no  has  seguido  ub 
impulso  tan  bueno? 

— Porque  en  el  momento  de  ejecutar 
este  proyecto  me  consulto  con  sinc(TÍd.)d 
y  entonces  me  falla  el  valor;  conozco  que 
jamás  podré  acostumbrarme  otra  vez  al 
trabajo  y  renunciar  á  esta  vida  en  unas 
ocasiones  opulenta  como  hoy,  en  otras 
precaria....  pero  á  lo  menos  libro,  ociosa, 
a'egre,  indolente  y  mil  veces  preferible  a 
la  que  llevarla  ganando  cuatro  francos  por 
semana.  Ademas,  sabes  que  el  interés  no 
ha  sido  jamás  para  mi  un  móvil;  muchas 
veces  me  ha  sucedido  no  querer  di  jar  á 
un  amatite  que  no  tenia  mucho  por  otro 
que  fuese  rico  y  á  quien  yo  no  (jueria  ; 
nunca  he  pedido  para  mi.  Santiago  habrá 


gastado  tal  vez  diez  tnil  francos  en  m  n  is 
de  tres  ó  cuatro  meses,  y  solo  tenemos 
dos  malos  cuartos,  apenas  stjficientemenle 
amueblados,  porque  vivimossiempre  fue- 
ra ¡como  los  pájaros;  felizmente  cuando 
empecé  á  (¡uererle  no  tenia  nada,  y  vendí 
por  cien  francos  algimas  alhajas  que  me 
hablan  dado  y  puse  este  dinero  á  la  lote- 
ría :  como  los  locos  tienen  siempre  suerte, 
gané  cuatro  mil  trancos.  (Santiago  estaba 
lan  alegre  y  tan  loco  como  yo,  y  nos  diji- 
mos :  nos  queremos  bien  y  mientras  dure 
el  dinero  saldremos  adelante;  cuando  se 
acabe  nos  sucederá  una  de  descosas,  ó  ya 
nos  habrcnms  cansado  uno  de  otro,  y  en 
ese  caso  nos  despediremos,  ó  bien  segui- 
remos amándonos;  para  seguir  jimios 
trataremos  de  ponernos  á  trabajar  otra 
Vez,  y  sino  podemos  y  deseamos  seguir 
viviendo  jimtos....  con  tma  medida  de 
caí  bon  ([uedará  lodo  concluido. 

—  ¡  Dios  mió!  esclainó  la  Gibosa  inmu- 
tándose. , 

— Tranijuilízale,..., todavía  no  estamos 
en  ese  caso.....  Me  acuerdo  (jue  todavía 
uie  (]uc(iaba  alguna  cosa,  cuando  un  ajen- 


ALIVM 

t«  (lu  negocios  que  me  Iiabia  hoclio  la 
cortç,  pero  cuya  fea'djd  me  impedia  ver 
su  riqueza ,  sabiendo  que  yo  vivia  con 
Santiago  me  propuso....  Pero  ¿á  qué 
viene  fastidiarle  con  estos  detalles?  Endos 
palabras,  prestaron  á  Santiago  algún  di- 
nero sobre  algunos  derechos  dudosos  que 

tenia  según  se  dice  á  una  herencia y 

con  este  dinero  nos  estamos  di  virtiendo... 
mientras  dure  ¡  viva  la  Pepa  ! 

— Pero ,  mi  buena  Cefisa ,  en  vei  de 
gastar  locamente  este  dinero  ¿por  qué  no 
lo  impones  y  no  te  rasas  con  Santiago , 
puesto  que  le  amas? 

— jOhl  primt-'ramente,  respondió  la 
reina  Bacanal  riéndose,  imponer  el  dine- 
ro no  da  goces,  y  toda  la  diversion  se  re- 
duce á  mirar  un  pedazo  de  papel  que  te 
dan  en  cambio  de  las  preciosas  monedas 
de  oro  con  las  cuales  puede  uno  procurar- 
se mil  placeres 

Kn  cuanto  á  casarme  ciertamente,  amo 
é  Santiago  como  no  he  aniaJo  á  nadie,  y 
me  parece  que  si  tne  casase  se  desvane- 
cería toda  mi  dicha ,  porque  en  íín,  como 
amante  nada  de  lo  pasado  puede  echarme 
en  cara,  pero  como  marido,  tarde  ó  tem- 
prano me  cansarla  de  esto,  y  si  mi  con- 
ducta mereciese  reconvenciones,  mas(|uie 
ro  hacérmelas  yo  misma  ;  á  lo  menos  me 
las  haria  de  cierto  modo. 

— ¡  l^nliorabuena,  loca!  poro  ese  dine- 
ro no  puede  durar  mucho  ¿y  después  qué 
harás? 

— ¡Después!  ¡vaya,  vay.i!  eso  es  ha- 
blar de  la  luna;  el  dia  de  mañana  me  pa- 
rece siempre  que  no  ha  de  llegar  hasta 
cien  años;  y  si  fuera  menester  aiordarse 
siempre  que  uno  tiene  de  morir  no  val- 
dría la  pena  de  vivir. 

La  conversación  de  ¡as  dos  hermanas 
fué  de  nuevo  interrumpida  por  un  ruido 
espantoso  que  cubría  el  agudo  y  pene- 
trante do  la  carraca  de  Nini-Moulin;  á 
este  tu  nuil  >  sucedi<)  un  coro  de  gritos  ¡n. 


ff 


humanos  entro  el  cual  so  oyeron  estas  pa- 
labras (jue  hicieron  temblar  las  vidrieras. 

—  ¡La  Reina  Pa  anal  ,  la  Reina  Ba- 
canal I 

La  (iiboss  se  eslrem(TÍ<). 

— Mi  corte  sigue  iutpaci»  nláudose  ,  le 
dijo  Cefia  riéndose  esta  vej, 

— ¡Dios  mió!  esciamó  laíübosa  espan- 
tada ¿si  vendrán  á  buscarle  aquí  ?| 

— No  ,  Iranquilizatc. 

— Sí,  ¿no  oyes  pasos?  andan  rn  el  cor- 
redor... y  se  acercan...  ¡Olí  I  ¡por  Dios, 
hermana  inia,  procura  que  pueda  irme 
Sola  y  sin  que  nadie  me  vea! 

En  este  uïomento  en  (|ue  se  abria  la 
puerta ,  Cefisa  echó  á  correr  á  ella  y  vio 
en  el  corredor  una  diputación  á  cuya  ca- 
beza venian  Nini  -Moulin  unnado  de  su  for- 
midable carraca,  Rosa  Pompon  y  Duerine- 
en-Cueros. 

—  ¡Si  no  viene  la  Reina  Bacanal  me 
enveneno  con  un  vaso  de  agua!  gritó  Nini- 
Moulin. 

— ¡O  la  Reina  Bacanal,  ó  hago  mis  amo- 
nestaciones en  el  correi^imieiilo  de  Nini- 
Moulin  !  esclamó  la  pe(|ueña  Rosa  Pom- 
pon con  aire  determinado. 

—  ¡La  Reina  Bacanal,  ó  su  corle  se  in- 
surreicona  y  viene  á  llevársela!  dijo  otra 
voz. 

— ¡Sí,  si,  llevársela!  repitió  un  coro 
lormidable. 

— Santiago,  entra  solo...  dijo  la  Reina 
Bacanal  á  pesar  de  tan  estrechos  precep- 
tos; en  seguida  dírig¡éndo>eásuC'.^rtc  con 
aire  magestuoso,  dijo: 

— Dentro  d"  diez  minutos  estaré  con 
Vosotros  y  entonces — ¡infernal  tempestad! 

— ¡Viva  la  Reina  Bacanal!  grito  Du- 
moulin agitando  su  carraca  y  seguido  de 
la  diputación  ,  nuentras  (]ue  Diierme-en- 
t'uoros  entraba  solo  en  el  cuarto. 

— Santiago,  esta  es  mi  hermana,  le  dijo 
Ce  lisa. 

— Muclii>  guslo  tengo  en  veros,  seno 


12 


rila,  repuso  cordialinente  Santiago,  por- 
que vaisádarnio  iiulicias  de  mi  carnerada 
Agricol.  Desde  que  hago  el  millonario  no 
nos  vemos,.,.,  aunque  siempre  le  quiero 
como  un  bueno  y  valiente  compailero  ¿vi- 
vis  en  su  casa?  ¿como  está? 

— Desgraciadamente  le  han  sucedido 
mil  percdnces  y  también  á  su  famiüa:  está 
preso. 

— ¡Preso!  esclamó  Cefisa. 

—-i Agrie]  !  ¡pre>o!  ¿y  p'>r  qué?  pre- 
guntó Duerme»  ii-c\K'i  os. 

— Por  un  di'filo  polílico  quenada  tiene 
de  grave.  Se  creia  poderle  poner  en  li- 
bertad bajii  fianza. 

— Sin  duda por  500  francos;  yo  sé 

sigo  de  eso dijo  Duerme-en-Cueros. 

—  Dc-graciadamente  es  imposible:  la 
persona  con  quien  se  contaba..... 

La  Reina  Bcican;il  interrumpió  á  la  Gi 
bosa  diciendo  á  Duerme-ep -Cueros: 

■ — Santiago,  ya  lo  oyes Agricol 

preso  por  500  francos. 

-T-¡l*ardiez  !  y3  te  entiendo  y  no  tienes 
necesidad  de  liacertne senas...  l*obre  mu- 
cliaclio  ¡manlieiie  á  su  madre! 

•^¡Ali  !  sí,  señor;  y  eslo  es  tanto  mas 
sensible  nianlo  que  su  padre  acaba  de  lle- 
gar de  Rusia,  y  su  madre 

— ^Tornad,  scùorila,  dijo  Duerme-en- 
Oueros,  ir.lerrimipiendo  otra  vez  á  laGi- 
I)iísa  y  fVniílo'e  un  boNillo;  tomad  f  todo 
rstá  pngad«>  Vi»  con  e>l<>;  a(jui  liay  25  ó 
30  napi'looiies:  no  puedo  darles  mejor  des- 
lino que  (ífreciéiidi'los  á  un  compañero 
ncceAÍtado.  Dádselos  al  |)adre  de  Agricol 
para  que  dé  los  pasos  necesarios,  y  ma- 
ñana su  hijo  estará   )a  en  la  fragua 

mas  vale  (¡ue  sea  él  (|ue  yo. 

— S»ntiago,,  abrázame  al  instante,  dijo 
la  lU'ina  Rrve.inaf^ 

^Al  instanle ,  ahora  y  siempre,  res- 
pondió Santiago  besando  alegremente  ala 
Reina. 

j.aífibosa  dudó  un  momenta,  pero  re-^ 


ALBÜÜ. 

flecsionando  iba  á  sei*  mal  gastado  joca' 
mente  y  que  por  otro  lado  podía  dar  lá 
vida  y  la  esperanza  á  la  familia  de  Agri- 
col ,  y  que  devolviendo  mas  tarde  estoá 
500  francos  á  Santiago  podrían  serles  úti- 
les ,  la  joven  aceptó  y  con  los  ojos  húme- 
dos dijo  al  tomar  el  bolsillo  : 

— Señor  Santiago,  lo  acepto;  sois  ge- 
neroso y  bueno  :  á  lo  menos  el  padre  dé 
Agricol  podrá  consolar  hoy  sus  penas; 
¡gracias!  ¡oh I   ¡gracias? 

—  No  hay  de  que,  señorita;  cuandd 
hay  dinero  es  para  los  demás  como  para 
uno  mismo. 

Los  gritos  se  renovaron  con  mas  furia 
(jue  afiles  y  la  carraca  de  Nini-Moulin 
sonó  haciendo  un  estrépito  hofrorosO. 

— Gefisa ,  si  no  vienes  van  á  hacer  mil 
pedazos  lodo  cuanto  hay  en  aquel  cuarloy 
y  ahora  no  tengo  dinero  para  pagar;  dijo' 
Duerme-en-Cueros.  Señorita,  perdonad^ 
añadió  riéndose,  ya  lo  veis,  una  reina  tie- 
ne sus  deberes. 

Cefisa  ,  enternecida  ,  alargó  los  brazos 
á  la  (]ibosa  ia  cual  se  arrojó, en. ellos  def- 
ramaiido  dulces  lágrimas.   !,(•  r.j,oi  m  t  >j 

— ^¿Y  cuándo  le  veré?  dijo  á  la  Iier- 
mana. 

•=— Dentro  de  poco,  aunque  nada  mC 
cansa  mas  sentimiento  (|ue  verte  eo  una 
miseria  (¡ue  no.  permites  coiisolpr. 


— ¿Vendrás?  ¿me  das  palabra? 

— ^Yo  os  lo  prometo  en  su  nombre,  re-» 
puso  Santiago:  iremos  á  veros  y  á  vues- 
Iro  vecino  Agí  icol. 

— -Vamos,  vuelve  álu  fiesta,  Cefisa;  di- 
viértete lu  que  puedas,  y  debes  hacerlo 
por(|ue  el  señor  Santiago  acaba  de  hacer 
dichosa  á  toda  una  faniilia. 

Diciendo  esèo ,  y  despiies  que  Duerme- 
en-Cueros  se  convenció  que  podía  salir  sin 
S4T  vista  de  sus  alegres  y  alborotadores 
compañeros  ,  la  Gibosa  bajó  furtivamente 
y  muy  de  prisa  para  llevar  una  buena  no- 
tieia  á  Dagoberío;  pero  dirijiéndose  antes- 


À  \.\  \  SI 


13 


à  la  calle  de  Babilonia,  al  paluilon  ocu- 
pado antigiiamenle  por  Adriana  de  (^lar- 
doville. 

Luego  siibremos  el  molivo  de  esta  de 
ternunacioii  de  la  Gibosa. 

En  el  momento  en  (jue  la  joven  siilió 
de  la  hostería  vi(')  á  1res  hombres  ve>tiil()s 
de  paisano  y  de  buen  porte  que  esl.iban 
hablando  bajo  pareciendo  consultarse  mi 
rando  á  la  la'^a. 

A  pucu  se  presentó  otro  que  habla  ba- 
jado de  plisa  la  escalera  de  la  hostería. 

— ¿Y  t|ué  hay?  Dijeron  los  1res  con  an 
Sia. 

— Alli  está. 

— ¿  Estas  seguro? 

— ¿Acaso  hay  sobre  la  tierra  dos  Duer- 
me en  Cueros?  respondió  ol  oiro:  acabo 
de  verle,  y  está  disfrazado:  en  la  mesa 
quedan  >enlados  por  tres  horas,  á  lo  me- 
nos. 

— Fntonces, esperadn>e  aquí... ucultans 
lo  posible...  voy  á  buscar  al  ¡j¡i-íe  de  fila 
y  después  temlremos  el  mochuelo  en  el 
saco. 

Y  diciendo  estas  palabras  uno  de  los 
hombres  desapareció  ,  corriendo  por  una 
calle  (¡ue  daba  á  la  plaza. 


Ene>te  momento  la  Keina  Bacanal  en- 
traba en  la  sala  del  banquete  con  Duerme 
en  Cueros,  y  fué  >a!udada  con  frenéticas 
aclamaciones. 

• — Ahora,  esclamó  Cefisa  con  una  espe- 
tie  de  arrojo  febril  y  como  procurando 
aturdirse...  aujigos  míos,  ahora  tempes- 
tad, huracar.es,  desencadenamiento,  de- 
>órdeíie<  y  otros  terremotos... en  seguida, 
alargando  su  vaso  á  Nini  Moulin,  le  dijo: 
I  Bebamos  ! 

— ¡Viva  la  reina!  gritaron  todos  á  la 
tez. 

III. 

KL  ALMl  EK'ZO. 

La  Ke  na  Bacanal  presidia  el  almuerzo 


llamado  (/ií/)er/aí/()r,getÍ(To-o  on  vilo  ofre- 
cido p.>r  Santiago  á  sus  eompailiMiis  de 
¡(lacer.  Kn  fri  nte  le  I»  rehiaestaban  Duer- 
me cu  Cucroi  y  U  t^a  l*om])on;  y  á  su  de- 
riclia  Nini  Moulin.  Todos  estos  jóvenes 
parcial)  haber  olvidado  la-  f.itigas  de  un 
baile  que  habieiiil<)  empív.ido  »  las  once 
de  la  noche,  terminó  á  las  seis  de  la  uia- 
nana  :  estas  parejas,  tan  alegres  como  ena- 
moradas é  incaOsables,  reían  ,  comian  y 
beliian  ron  un  ardor  juvenil;  a-í  es  (jue 
durante  la  primera  parte  dt-l  almuerzo, 
hnbloron  poco  y  solu  se  o\ó  el  ruido  de 
los  f)!.ilos  y  de  lo$  vasos. 

La  fisonomía  de  la  Reina  Bacanal  es- 
taba menos  alegre,  pero  mucho  mas  ani- 
mada quede  ordinario;  sus  coloradas  me- 
jillas y  sus  brillantes  ojos  anunciaban  una 
exaltación  febril;  á  toda  costa  (jueria des- 
vanecerse y  se  acordaba  muchas  veces  de 
la  conversación  cm»  su  hermana  ,  procu- 
rando desechar  c>los  tri-tes  recuerdos. 

Santiago  miraba  de  cuando  en  cuando 
á  Celísa  con  ajjasionado  ardor;  porque, 
gracias  á  la  singU'ar  conformidad  de  ca- 
rácter, de  espíritu  y  de  gu-tos  que  existia 
entre  los  dos,  sus  relaciones  teiiian  raices 
mas  profundas  y  mas  sólidas  que  las  (¡ue 
ordinariamente  existen  en  estos  efímeros 
amores  fundados  sobre  el  placer.  Cefisa  y 
Santiago  ignoraban  todo  el  podcrdel  amor 
rodeado  hasta  entornes  d»*  placeres  y  de 
fiestas,  (|i¡e  ningún -¡nie>tro  acontecimien- 
to habia  turbado  ha-ta  entonces. 

líosita  Pompon,  viuda  desde  pocos  dias 
antes  de  un  esttid:ante.  qtie  CuU  objeto  de 
terminar  dignamente  el  carnaval,  habia 
vuelto  á  su  provincia  para  sacar  al^iiii  di- 
nero de  SU  familia  co-'\  uno  de  aíiuellus  fa- 
bulosos prele-tos  cuya  tradición  se  con- 
serva y  se  cu'tiva  cuidadosamente  en  las 
eMUe'as  de  dt-vt  iho  y  medicina;  Kosa 
l^)^^p  «n,  «lecimos,  por  un  ejemp'o  de  ra- 
ra fidelidad,  había  e-cjulo  por  ccm^jaia'^ 
ro  al  inofen^ivo  Nini  Mouhn, 
4 


Il  iLB(JJ8, 

Este  último  desembarazado  de  su  cas 
00 ,  tenia  descubierta  una  calva  rodeada 
de  un  filete  de  cabellos  negros  y  crespu- 
dos,  bastante  largos  por  la  nuca.  Por  un 
fenómeno  báquico  muy  notable,  á  medida 
que  se  iba  emborrachando,  se  iba  apode- 
rando de  su  frente  una  especie  de  faja  tan 
purpúrea  como  su  rostro,  que  invadía  la 
escesiva  blancura  de  su  cráneo. 

Rosa  Pompon  sabia  e)  significado  de  es- 
te síntoma  y  lo  hizo  notar  á  la  sociedad, 
esclamando ;í  voces  y  riendo á  carcajadas: 

— ¡Nini  Moulin,  cuidado;  la  marea  del 
vino  sube  que  es  un  prodigio  ! 

— Cuando  le  cubra  la  cabeza...  se  aho- 
gará... anadió  la  Reina  Bacanal. 

— ¡Oh,  Reina!  no  me  interrumpáis... 

estoy  meditando respondió  Dumoulin 

que  empezaba  á  estar  borracho  y  que  te- 
nía en  la  mano,  á  guisa  de  copa  antigua, 
un  cuenco  de  ponche  de  vino  ,  porque 
despreciaba  lascopas  ordinarias á  las  cua- 
les daba  desdeñosamente  el  nombre  de 
gargantillas ,  en  razón  á  su  medianía. 

— Kstá  meditando....  repuso  Rosa y 

también  Nini  Moulin;  atención. 

— ¡  Medita!  según  eso  está  malo. 

— ¿Qué  es  lo  que  medita?  ¿Un  paso 
nuevo? 

— Una  postura  anacreóntica  y  prohi- 
bida. 

— Sí,  estoy  meditando,  repuso  gravemen 
le  Dumoulin ,  estoy  meditando  sobre  el 
\ÍDO  en  general  y  en  particular... el  vino, 
del  cual  el  divino  Kossuct  (Dumoulin,  tie- 
ne el  enorme  inconveniente  de  citar  á 
Bossuet  siempre  que  está  borracho)  que 
era  conocedor  decia  :  fün  el  vino  eyiá  el  va- 
lor, la  fuerza ,  la  alegría  ij  la  embriaguez 
espiritual  (entendámonos;  cuando  se  tie- 
ne talento),  añadió  Mini  .Moulin  en  forma 
de  paréntesis. 

— En  esc  caso,  yo  adoro  á  tu  Bossuet, 
dijo  Rosa  Pompon 


lar,  versa  sobre  si  el  vino  de  las  bodas  3fr 
Canaam  eta  Hnto  ó  blanco...  unas  vecos 
pregiM)to  el  primero,  otras  al  segimdo  y 
varias  á  entrambos. 

— Eso  es  lo  qtie  se  llama  profundizar  ía 
cuestión,  dijo  la  Reina  Bacanal. 

— Como  lo  dice  V.  M...  y  por  mi  par- 
te he  hecho,  á  fuerza  de  pesquisas  y  es- 
periencia ,  un  descubrimiento,  á  saber; 
que  si  el  vino  de  las  bodas  de  Canaam  era 
tinto... 

— No,  era  blanco...  observó  racionaí- 
menle  Rosa  Pompon. 

— ¿Ysi  yo  llegase  á  convenceros  que  no 
era  ni  tinto  ni  blanco?  pregimtó  Dumou- 
lin con  aire  magistral. 

— Eso  seria  una  prueba  de  que  estais 
borracho,  amigo  mió,  respondió  Duerme 
en  Cueros. 

— El  marido  de  la  Reina  tiene  razón... 

— Hé  aijuí  lo  ({lie  sucL'de  cu;ii>  lo  u  no  está 
sediento  de  ciencia;  pero  no  importa,  de 
estudios  en  estudios  y  sobre  esta  cuestión 
á  la  cual  he  consagrado  mi  vida ,  lograré 
llegar  al  término  demi  respetable  carraca, 
dando  á  mi  sed  un  color  suficientemente 
histórico...  leo...  ló...  gi...co...  y  arqueo... 
ló...  gi...  co. 

Es  preciso  renunciar  á  hacer  un  bos- 
quejo del  jocoso  gesto  y  del  no  menos  jo- 
coso acento  con  que  Dumoulin  pronuncrú 
y  desolló  estas  últimas  palabras,  fas  cua- 
les provocaron  una  risa  prolongada. 

—  ¿Arqueológico?  ¿qué  significa  esu? 
¿titne  cofa  ese  negocio?  ¿nada  sobre  et 
agua? 

— ¡Calle!  repuso  la  r«íina  Bacanal,  esas 
son  palabras  de  sabio  ó  de  titiritero:  son 
como  las  faldas  de  crinolina....  huecas  y 

nada  mas....  Yo  prefiero  beber eche, 

Nini  Moulin eche  Champagne.  Rosa 

Pompon  ,  á  la  sahid  de  tu  Filemon;  á  su 
vuelta. 

—  Bebamos  mas  bien  á  la  larga  zana- 


-En  cuanlo  á  mi  nu-Jiliuion  paiüui-  |!i  'lii  (jue  espera  sacar  de  su  fastidiosa  y 


AXBtra. 


tmserable  familia  para  concluir  oí  Carna- 
val, dijo  Uosa  Potnpon filizmenle  su 

pian  de  zanahoria  no  *'$  malo. 

—  ¡  Uosa  Pompon  !  oícUmó  Nini  MiHJ- 
lin,  si  lialu'is  lu'clio  oso  rt'lnu'caiio  con 
intención  ó  sin  ella...  venid  á  abrazarme, 
hija  n)ia. 

—  ¡(íracias!  ¿y  que  diria  mi  esposo? 
— Rosa  Pompon ,  yo  pueilo  Iranquili- 

«aros....  San  Pablo,  ¿lo  oís?  el  apóslol 
San  Pablo. 

—  ¿Y  ()ii6  dijo  el  apú^lul  San  Pablo? 

—  San  Pablo  ha  (licho  formalmente: 
Que  hs  hombre*  casados  deben  vivir  como 
fti  «o  tuvieren  murjer.... 

—  ¿Y  ([ui''  tengo  yo  que  ver  con  eso? 
A  Filemon  con  esas.... 

—  Si,  repuso  Nini-Moulin Pero  el 

divioo  Bosstiet,  que  aquel  dia  estaba  en- 
teramente de  buen  humor,  añade,  citan- 
do á  San  Pablo....  1  ¡>ur  cünsecuencia  las 
casadas  dvhen  vivir  como  sino  luvic.'^en ma- 
rido. Quiere  decir  (|uesolome(|ueda  alar- 
garos los  brazos  ^oh,  Rosa  Pon» pon!  por- 
que Filemon  no  es  tampoco  marido  vues- 
tro. 

—  No  digo  lo  contrario,  poro  sois  tan 
feo.... 

— R^zon  de  mas  en  mi  favor....  en  ese 
caso  yo  bebo  á  la  salud  del  plan  de  File- 
mon. Hagamos  votos  para  que  produzca 
UHia  zanahoria  monstruosa. 

— Enhoratiuena  ,  dijo  Rosa  Pompon... 
á  la  salud  deesa  interesante  legumbre  tan 
necesaria  á  la  existencia  délos  estudiantes. 

— Y  á  la  de  otras  zanahorivores,  aña- 
dió Dumoulin. 

Este  brindis  tan  á  propósito  fué  acojido 
con  unánimes  aplausos. 

— Con  permiso  de  S.  M.  y  de  su  corle, 
repuso  Dumoulin....  propongo  un  brindis 
al  buen  resultado  de  una  cosa  (pie  me  in- 
teri'sa  y  que  tiene  »<'in<'j.inzü  analógica  con 
la  zanahoria  de  FíIimmoíj...  Se  me  lia  me- 
tido en  la  cabeza  (¡ue  eilt  brindis  será  para 
mi  un  agütTO. 


^Veamos  que  cf>sa  os  esa. 

—  Y  bien,  á  la  síiIikJ  de  mi  rasantion- 
to....  dijo  Dumoulin  k>vanlán<Uise. 

Kstas  palabras  provocaron  una  espío- 
sion  de  ge»los  y   de  carcajadas. 

Nini  IVkmlin  gritaba.  sallni)a  ,  n-ia  ron 
mas  gana  (|ue  los  demás,  abriendo  mu 
boca  enorme  y  añadiendo  á  e>ta  algazara 
el  ruidoso  y  agmio  sonido  de  su  carraca 
que  tomó  de  debajo  de  su  silla  de  dotidc 
la  batn'a  dcjiído. 

Cuando  se  rahnó  un  poco  este  huracán, 
la  reina  Bacanal  solevantó  y  dijo: 

—  Yo  bebo  á  la  salud  de  la  futura  se- 
ñora Nini-Mou'in. 

—  ¡  Oh,  reina  !  vm'stro  proceder  me  es 
tan  sensiblentente  grato  que  os  dejo  leer 
en  el  fondo  de  mi  corazón  el  nombre  dfl 
mi  futura  esposa,  esclamó  Dyinoulin;  s« 
llama  la  viuda  Honorata  Modesta  ]Uc>a* 
lina  Angela  de  la  Saínte-Colombe. 

—  ¡  Bravo  !  ¡  bravo  ! 

— Tiene  GO  años  y  mas  miles  de  renta 
que  pelos  tiene  en  su  cano  bigote  y  arru- 
gas en  su  cara  :  su  obesidad  es  tan  impo- 
nente, que  imo  de  sus  vestidos  podria  ser- 
vir de  tienda  á  la  honorable  sociedad;  a>í, 
espero  presentaros  mi  futura  esposa,  el 
martes  de  carnaval,  vestida  de  pastora 
fjue  acaba  de  d*  vorar  su  rebaño  :  querian 
convertirla,  poro  yo  me  encargo  de  diver- 
tirla, y  ella  preferirá  esto  último;  asi  fs 
menester  que  n»o  ayudéis  á  zambullirU 
en  los  mas  báquicos  y  cancánicos  desor- 
denes. 

— La  zambulliremos  en  todo  lo  que  que- 
ráis. 

— Es  una  zacapela  llena  de  canas,  en- 
tonó Rosa   Ponij)'!!!  con  aiie  conocido. 

— E>to  impondrá  á  los  sargentos  de  villa. 

— Les  diremos,  respetadla vuestra 

madre  llegará  un  dia  á  esta  edad. 

La  reina  Bacanal  se  lev.mló  de  pronto. 
Su  li<>oiK<ii)i<i  tiiií.i  una  >iiii:iilar  oproioii 
de  alcgfia  ainargí  y  sünlónira,  y  con  la 
mano  levantaba  su  vaso  lleno  de  vino. 


16 


▲  LBUÉ. 


— Dicen  que  se  acerca  el  cólera  con  sus 
bolas  de  siete  leguas,  esclamó;  bebo  por 
el  cólera. 

Y  en  esto  bebió. 

A  pe.>-ar  Je  la  alegría  general,  estaspa- 
labras  produjeron  una  impresión  siniestra; 
una  especie  de  temblor  eléctrico  recorrió 
la  asamblea  y  casi  todos  los  concurrentes 
se  quedaron  serios. 

—  ;  Ah,  Cefisa  !  dijo  Santiago  con  tono 
de  reconvención. 

—  j  Por  el  fulera!  repuso intrepidamen 

te  la  reina  Bacüiial que  respete  á  los 

que  tengan  deseo  de  vivir  y  que  mate  á 
un  mismo  tiempo  á  los  que  no  quieren 
separaise^ 

Santiago  y  Cefisa  se  miraron  rápida- 
mente, lo  cual  no  notaron  sus  alegres 
compañeros  :  la  reina  Bacanal  se  quedó 
después  silenciosa  y  pensativa  durante  al- 
gunos momentos. 

—  j  Ab  !  eso  es  otra  cosa,  repuso  Rosa 
Pompon  con  aire  maligno....  ¡  Por  el  có- 
lera I  para  que  no  queden  mas  que  bue- 
nas gentes  sobre  la  tierra 

A  pesar  de  este  anlílesis.,  la  impresión 
fué  siempre  sordamente  penosa.  Dumou- 
lin quiso  variar  la  conversación  y  esclamó. 

—^¡  Vayan  al  diablo  los  muertos  y  los 
vivos!  A  propósito  de  vivos  y  de  buenos 
vivos,  pido  (|ue  se  brinde  por  una  salud 
grata  á  nuestra  jocosa  Ueina,  es  decir  la 
de  nuestro  anCitriun;  desgraciadamente 
ignoro  su  rcípelable  nombre,  pues  solo 
tengo  el  honor  de  liabeile  conocido  esta 
noche;  nie  perdonará  si  me  limito  á  pro- 
potier  á  la  salud  de  Duerme-en-Cueros, 
nombre  que  no  alarma  nada  mi  pudur, 
porque  Adun  no  se  acostó  nunca  de  utro 
modo.  ¡Vaya,  por  Duerme-en-Cueros ! 

— Gracias,  amigo,  dijo  alegremente 
Santiago.  Si  yo  olvidase  vuestro  nombre, 
yo,  os  llamaría  Quien  quiere  beber:  estoy 
seguro  que  responderíais.  ¡  Presente! 

— Presente  y  muy  presente,  dijo  Du- 


moulin haciendo  un  saludo  militai"  coii 
una  mano  y  alargando  con  otra  sucuenco^ 
— Por  lo  defnas,  cuando  bebemos  jun- 
tos ,    repuso   cordialmente   Duermeren- 

Cueros,  es  preciso  conocerse  á  fondo 

Me  llamo  Santiago  Kenepont. 

—  1  Renepont  I  esclamó  Dumoulin  á 
qin'en,  al  parecer,  chocó  este  nombre,  á 
pesar  de  estar  medio  borracho  ¿os  llamáis 
Renepont? 

— Y  muy  Renepont.  ¿Lo  estraùais? 
— No;  hay  una  antigua  familia  de  ese 
nombre.  Los  condes  de  Renepont. 

—  ¡Vaya  I  ¿de  veras?  repuso  Santiago 
riéndose. 

—  Los  condes  de  Renepont,  que  son 
también  duques  deCardovilIe,  añadió  Du- 
moulin. 

— Veamos  eso,  amigo:  ¿os  parece  que 
yo  debo  la  vida  á  semejante  familia?  yo 
que  soy  un  jornalero  alegre  y  alegrador. 

— ¿Vos,  jornalero?  Vaya,  parece  que 
estamos  leyendo  las  Mil  y  una  noches! 
repuso  Dumoulin  cada  vez  mas  sorpren- 
dido: nos  pagáis  un  almuerzo  á  lo  Balta- 
sar con  acompañamiento  de  coches  de 
cuatro  caballos.  ¿Y  nos  diréis  que  sois  un 
jornalero?  Decidme  vuestro  oíicio 

— Vaya,  no  creáis  que  soy  un  jorna- 
lero lleno  de  billetes  de  banco  ó  de  mo- 
neda falsa,  dijo  Santiago  riendo. 

—  ¡Carnaratla.àemrjanle  suposición!... 

—  Ks  perdonable  al  ver  m\  tren  de  vi- 
da   Pero  quiero  tranquilizaros Es- 
toy gastando  una  herencia. 

— Sin  duda  os  coméis  y  os  bebéis  un 
tío,  ¿es  verdad?  dijo  graciosamente  Du- 
n^oulin. 

— Como  soy  (|ue  nada  sé. 

— ¡Cómo!  ¿ignorais  de  qué  especie  es 
lo  que  coméis? 

— Figuraos  que  mi  padre  há  sido  urt 
trapero. 

—  [Diablo!  dijo  Dumoulin,  algo  sor- 
prendido, aunque  no  era  muy  escrupu- 


A  I  1. 1  SI . 


17 


loso  en  la  elección  de  &us  camaradas  do 
botella;  pero  después  que  pasó  su  primera 
estrañeza  repuso  con  de  icicsa  ainonidad: 
o  cierto  i's  que  hay  traperos dfj  ma- 
yor mérito. 

— ¡Pardiezl  creéis  burlaros,  dijo  San- 
tiago, y  sin  embargo  tenéis  razón;  mi  pa- 
dre era  un  hombre  de  un  famosu  mi'rito; 
hablaba  griego  y  latin  como  un  Nordadfro 
sabio,  y  me  ducia  siempre  que  en  punto 
á  malemáticas  no  liabia  quien  le  igua- 
lase   y  esto  sin  contar  que  habla  via- 
jado mucho. 

— IVro  en  ese  caso,  repuso  Dumoulin 
á  (juion  lii  í«orprosa  iba  volviendo  al  sen- 
tido .  pudiera  suceder  que,  fueseis  de  la 
familia  de  Uenepont. 

—  Kotonces,  dijo  Kosa  Pompon  rién- 
dose, vuestro  padre  era  trapcru  de  a(¡- 
cion  y  por  honor 

— No,  no.  ¡  níiseria  de  Dios!  lo  hacia 
para  vivir,  repuso  ¡santiago;  en  *u  ju- 
ventud tuvo  algunos  posibles,  l'or  lo  que 
aparece,  ó  nifis  bien  por  lo  que  no  apa- 
rece en  su  desgracia,  se  liabia  dirigido  á 
un  pariente  rico  que  tenia;  pero  este  le 
dijo:  ¡(íracias!  Entonces  (|uiso  utilizar  su 
griego,  su  latin  y  sus  matemáticas,  pero 
le  fué  imposible.  I'arece  que  en  aijueüa 
época  Paris  hormigueaba  de  sabios,  yan- 
tes (|ue  rebenlar  de  hambre buscó  el 

pan  en  el  fondo  de  su  cesta ,  y  á  fé  mia 
que  lo  ('(.contro,  porque  yo  lo  he  comido 
durante  dos  años  cuando  vine  á  vivir  con 
61  después  de  la  muerte  de. una  tía  con 
quien  yo  vivía  en  el  campo. 

— Vuestro  respetable  padre  seria  una 
especie  de  íilósolo,  dijo  Dumoulin...  pero 
a  menos  de  no  haber  hallado  una  hereii 

cia  en  una  esijuina no  veo  de  donde 

salió  ¡a  herencia  de  (|ue  habláis. 

— lisperad  el  lin  de  la  canción.  A  la 
edad  de  13  años  entré  de  aprendiz  en  la 
fábrica  de  Mr.  Tripeaud  ;  dos  años  des- 
pues mi  padre  murió  de  accidente,  de- 


jáadofpe  los  muebles  de  nimstro  desván, 
im  gergon,  una  .silla,  una  mesa,  y  ade- 
mas en  una  mala  caja  de  agua  de  colofíia, 
algunos  papeles,  que  á  lo  que  par»'ce, 
estaban  en  inglés,  y  una  medalla  de  bronce, 
(|ue  con  su  cadena,  podia  muy  bien  va- 
ler diez  sueldos.  Jamás  me  habló  de  estos 
papeles,  y  no  sabiendo  yo  para  que  po- 
dían servir,  los  dejé  en  el  fondo  de  un 
baúl  viejo  en  vez  de  quedarlos;  y  no  me 
ha  valido  poco,  porque  sobre  ellos  me 
han  prestado  algún  dinero. 

—  ¡Oué  golpe  de  fortuna!  dijo  Dtimou- 
lin  ¿según  eso  se  sabia  (juc  lo»  tfíuiais? 

— Sí,  uno  de  esos  hombres  qije  corrpn 
á  la  pista  de  créditos,  vino  á  buscar áCe- 
fna,  la  cual  me  habló  de  ellos,  y  el  hom- 
bre, después  de  haberlos  leido ,  me  dijo 
que  el  negocio  ofrecía  dudas,  pero  que  al 
fin  me  prestaría  sobre  ellos  10,000  fran- 
cos si  yo  quería.  ¡Diez  n>íl  francos!  esto 
era  un  tesoro...  asi  es  que  acepté  al  ins- 
tante. 

— Pero  debisteis  pensar  que  esoi  cré- 
ditos eran  de  mucho  valor. 

— Como  soyquelno;  mi  padre  quedebia 
saberlo  no  sacó  partido  ninguno.,  y  ademas 
diez  nul  francos,  en  buenosy  bellos  escu- 
dos, que  os  vienen  sin  saber  de  donde...: 
esas  cosas  se  toman  (iempre  y  al  instan- 
fe asi  es  qup  yo  los  tomé Pero  el 

agente  de  negocios  nw  hizo  firmar  una 
letra  do  hanza sí,  eso  es,  de  fianza. 

— ¿La  habéis  Ijrniado? 

— ¿Y<|ué  me  importaba?  era  una  pura 
furmaÜdad,  según  me  dijo  el  agente,  y 
tenía  razón,  porque  hace  quince  dias  que 
liecumplidoy  no  he  vuelloáoir  hablar  de  ' 
é!.  Ya  noniequedan  mastpie  nnl  francos 
CM  ca*adee;'e  hombre  (¡uc  he  tomaílo  por 

cajero supuesto  que  tenia  la  raja.  Hé 

aipu,  amiguilo.  por /jue  bebo  á  mi  muerte 
de  dia  y  de  noche,  de>de  (jue  tomé  los 
diez  mil,  contento  como  un  pájaro  do  ha- 
ber dejado  mí  bribón  de  amo  Tripeaad.' 
5- 


18 


ALBUM. 


Al  pronunciar  este  nombre,  la  fisono- 
mia  de  Santiago,  hasta  entonces  jocosa, 
se  entristeció  de  pronto. 

Cefisa  que  no  estaba  ya  sometida  á  la 
penosa  impresión  de  antes,  miró  á  San- 
tiago con  inquietud,  porque  sabia  liasla 
que  punto  irritaba  á  su  amigo  el  nombre 
de  Mr.  Tripeaud. 

— Mr.  Tripeaud,  repitió  Santiago 

ese  es  un  hombre  que  hará  buenos  á  los 
malos,  y  peores  á  estos  últimas.  Ordina- 
riamente se  dice  que  buen  ginete,  biicii 
caballo;  mas  bien  deberia  decirse,  bii^n 

amo,  buen  oficial ¡miseria  de  Dios  I 

I  cuando  pienso  en  ese  iiombre  ! 

Y  al  decir  esto  dio  un  puñetazo  sobro 
la  mesa. 

— Vamos,  Santiago,  pensemos  en  otra 
cosa,  dijo  la  Reina  Bacanal... Rosa  Pom- 
pon, hazle  reir. 

—Yo  no  tengo  gana  de  reir,  respondió 
Santiago  secamente,  y  exaltado  aim  con 

el  vino es  una  ¡dea  (jiieme  puede 

cuando  pienso  en  ese  hombre  me  exas- 
pero: bonito  se  ponía  al  decir:  ¡bribones! 
]  canalla  !  gritan  que  no  tienen  pan  en  el 
vientre,  decia  Mr.  Tripiaud,  ¡  y  bien  I  les 
meterán  bayonetas... y  eso  los  calmará... 
;Y  los  niños  !  en  caso  d.e  verse  en  su  fá- 
brica... ¡pobres  chicos!  trabajando  tanto 
como  hombres,  estenuarse,  y  rebentando 

adocenas pero  no  importa,  cuando 

semorian,  yenian  otros  y  otros No 

son  como  los  caballos  que  no  se  pueden 
reemplazar  sino  á  fuerza  de  dinero. 

— Decididamente,  en  ese  caso  noquereis 
mucho  á  vuestro  patron  ,  dijo  Dumoul;n 
cada  vez  mas  sorprendido  del  aire  som- 
brío de  su  anfitrión  y  sintiendo  que  la 
conversación  hubiese  tomado  este  giro; 
asi  es  que  dijo  algunas  palabras  al  oido  de 
la  Reina  Bacanal ,  la  cual  le  respondió 
con  una  seña  de  inteligencia. 

— No;  aborrezco  á  Mr.  Tripeaud,  re- 
puso- Duerme-en-Cueros;  lo  aborrezco, 


¿y  sabéis  por  qué?  porque  por  su  culpa 
lo  mismo  que  por  la  mia,  me  he  hecho 
im  holgazán:  no  digo  esto  por  lisonjear- 
me, pero  es  una  verdad...  siendo  yo  niño 
y  aprendiz  en  su  casa,  amaba  el  trabajo, 
y  por  esto  me  dieron  el  nombre  deDuer- 

me-en-Cueros ]Y  bien!  por  mas  ijue 

me  mataba  y  me  descoyuntaba  ,  jamas 
me  dijo  la  menor  palabra  que  me  anima- 
se; yo  siempre  llegaba  el  primero  y  salía 

el  último  del  obrador,  pero nada 

ni  aun  siquiera  lo  notaba un  día  me 

herí  con  la  máquina  y  me  llevíTon  al  hos- 
pital   cuando  me  curé  salí  de  allí 

todavía  muy  débil...  no  importa...  volví 

al  trabajo Yo  no  me  cansaba los 

demás  que  conocían  al  amo,  y  que  sa- 
bían de  donde  venia  yo,  me  decían:  ¡Có- 
mo es  posible  que  ese  chico  se  mate  de 
ese  modo!  ¿qué  sacará  de  ello?  Pero, 
imbécil,  trabaja,  no  tt-ndrás  mas  ni  me- 
nos; no  importa,  á  pesar  de  esto  yo  me 
aplicaba:  en  fin,  un  día  un  buen  vit  jo 
que  se  llamaba  el  tío  Arsène,  y  q\ie  tra- 
bajaba en  la  casa,  ¡era  un  modelo  de 
buena  conducta  !  digo  que  un  dia  el  lio 
Arsène  se  vio  en  la  calle  porque  se  le  iban 
acabando  las  fuerzas.  Esto  fué  para  él  un 
golpe  mortal;  su  muger  estaba  enferma, 
y  á  su  edad,  tan  débil  como  estaba,  no 
podia  colocarse  en  otra  parte.  Cuando  el 
gefe  del  obrador  le  hizo  saber  que  estaba 
despedido,  el  pobre  hombre  no  lo  creyó, 
pero  se  echó  á  llorar  desesperado.  En  este 
momento  pasó  Mr.  Tripeaud,  y  el  tío  Ar- 
sène le  suplicó  que  le  dejase. en  la  casa 

con  la  mitad  del  salario ¡Cómo!  res 

pendió  Mr.  Tripeaud,  ¿crees  que  voy  á 
hacer  de  mi  casa  un  depi'>sito  de  inváli- 
dos"? Puesto  que  no  puedes  trabajar,  már- 
chate. Señor,  le  respondió  el  otro,  lie 
trabajado  durante  cuannta  años,  ¿(jué 
queréis  que  yo  haga  ahora?  ¿Y  qué  tengo 
yo  (jue  ver  con  eso?  le  respondió  Mr.  Tri- 
peaud dirigiéndose  á  su  secrelerio.  Dadle- 


ALBUH. 


19 


)a  ciu-nta  de  la  semana  y  que  vaya  con 

Uius.  Y  el  lio  Arsène  se  n)aichó sí, 

se  marchó pero  á   la  noche  simiicute 

se  suicidó  en  conipauía  de  su  nni^er.  Mi- 
rad ,  yo  era  nÍHt>,  pero  á  pesar  de  eso,  la 
historia  del  lio  Arsène  me  ensenó  una 
cosa,  y  es,  que  por  mas  (|ue  uno  rebienle 
trahaj.iiido,  no  resulta  mas  quo  en  pro- 
vecho de  los  amos,  que  ni  aun  si(]ui»Ta 
os  lo  agradecen.  Desde  entonces  se  acabó 
mi  ar(h)r,  y  me  dije  á  mi  mismo.  ¿Pues 
qué,  atm(|ue  mi  trabajo  produzca  monto- 
nes de  oro  para  Mr.  Tripeaud,  tendré  yo 
un  alomo  de  ello?  Asi  es  que  no  teniendo 
ninpima  ventaja  de  amor  propio  ó  de  in- 
terés en  el  trabajo,  ahora  me  fa.stidia  y 
no  hago  mas(|ue  lo  necesario  para  ganar 
mi  jornal  :  me  he  hecho  holgazán,  pere- 
zoso ,  jaranero,  y  me  digo  á  mi  mismo: 
cuando  el  trabajo  me  fastidie  haré  lo  que 
hicieron  el  tio  Arsène  y  su  muger. 

Al  mismo  ticmpoque  Saritiagose  aban- 
donaba, á  pesar  suyo,  á  estas  amargas 
ideas,  los  convidados,  advertidos  con  la 
espresiva  pantominta  de  Dumoulin  y  la 
Reina  Bacanal,  se  hablan  concertado  lá- 
cilameiite  ;  asi  es  (|ue  á  una  señal  de  esta  i 
última  que  salló  sobre  la  mesa,  echando 
á  rudar  con  el  pié  las  botellas  y  las  copas, 
-se  levantaron  todos  gritando  al  sonido  de 
ia  carraca  de  Nini-.Moulin. 

—  ¡El  Tidipan  borrascoso!  que  toquen 
<:\  rigodon  del  Tulipán  borrascoso. 

A  estos  alegres  gritos  que  estallaron  co- 
mo una  bomba,  Santiago  se  sobresaltó: 
en  seguida  después  de  haber  mirado  con 
adniiraciun  á  los  convidados,  so  pi\$ó  la 
njano  por  la  frente  como  queriendo  de- 
sechar las  ideas  penosasqueledominaban, 
y  esclamó  : 

— Tenéis  razón:  adelante  dos,  y  vi^a 
ia  alcgria. 

En  un  momento,  cediendo  la  mesa  al 
impuso  de  brazos  vigorosos,  quedó  en  un 
rincón  de  la  gran  sala  del  banquete;  los 


espectadores  se  amontonaron  s  dire  l.is 
sillas,  sobre  las  bain|iietas  y  sibre  el  po- 
yo de  las  ventanas,  y  cantando  en  cor»» 
la  canción  de  los  il^indumivn  reemplaza- 
ron la  onjuesla  con  el  objeto  de  acompa- 
ñar la  contradanza  formada  pur  Duerme- 
en-Cueros.  la  lUina  liacanui,  Nuii-  Mduliu 
y  Uo!.a  l'otnpdfi. 

Dumoulin,  confiando  su  carrara  á  uno 
de  los  convidados,  volvió  á  toniar  >u  enor- 
me casco  nxnaivo  con  plumas  :  al  princi- 
pio del  fe>tu)  se  habia  quitado  su  i  a  rík , 
de  modo  (jue  se  presentó  con  todo  el  es- 
plendor de  su  disfraz.  Su  coraza  de  esca- 
mas terminaba  en  una  enagíiela  formada 
de  plumas  semejante  á  la  que  llevan  los 
salvajes  ijue  escollan  al  buey  gordi'.  Nini- 
Moulin  tenia  el  vientre  giuiso  y  las  pici- 
nas  delgadas,  asi  e»  que  >u<<  p;intori illas 
flotaban  á  la  ventura  de  la  amplitud  ije 
sus  enormes  bolas  de  campana. 

Küsita  Pompon,  con  su  gorra  de  lado, 
las  dos  manos  en  los  bobillos  de  sus  pan- 
talones, la  cabeza  un  poco  inclinada  hacia 
adelante  y  ondulando  de  derecha  á  iz- 
quierda solire  las  caderas,  hizo  la  prinu>ra 
figura  de  adelante  dos  con  Nini-.Moulin, 
(¡uien  recojido  en  si  mismo  se  adelantaba 
sallando,  al  mismo  tiempo  que  por  uu 
movimienlosinujllaneo alargaba  vivamen- 
te su  brazo  derecho  como  si  inibíera  que- 
rido echar  el  polvo  ú  los  ojos  d<i  su  pareja 
de  enfrente. 

Esle  paso  fué  muy  celebrado  aunque 
solo  era  el  inocente  preludio  del  paso  del 
Tuliiian  borrascoso,  cuando  la  puerta  se 
abrió  de  repente:  uno  de  los  mozos,  ha- 
biendo buscado  ron  la  vista  á  Duerme- 
eii  (liieros,  corrió  á  él  y  le  dijo  algunas 
palabras  al  oido. 

—  ¡Yo!  esclamó  Santiago  riendo  á  car- 
cajadas, ¡  (]ué  farsa  ! 

H  a  hiendo  dicho  el  mozo  algunas  pala  bras 
mas,  la  fisonomía  de  Santiago  Dianifestú 


20 


ALSUM. 


de  pronto  una  viva  inquietud  y  le  respon- 
dió: 

— Bien  está,  allá  voy,  y  dio  algunos  pa- 
sos hacia  la  puerta. 

— ¿Q(ié  hay,  Santiago?  preguntó  la  Rei- 
na Bacanal  sorprendida. 

— Vuelvo  al  insfarite....  ¿hay  alguien 
que  me  reemplace'?  seguid  bailando,  dijo 
Duermo-en-Cueros. 

Y  salió  precipitadamente. 

— Tal  vez  será  alguna  cosa  que  hayan 
olvidado  en  la  cuenta;  dijo  Dumoulin,  al 
jntante  vnelvo. 

— liso  es,  saltó  Cefisa.:..  ahora  solo  de 
«ábaJIero....  dijo,  reemplazando  á  San- 
Üiogo..,..  Y  la  contradanza  continuó. 

Nini-Moulin  acababa  de  co^jér  la  mano 
derecha  de  Rosa  y  la  izqiiierda  de  la  Rei- 
na Bacanal,  con  el  fm  de  balancear  entre 
las  dos,  en  cuya  figura  erd  Sumamente 
gracioso  y  t>ufon,  cuando  se  abrió  la  puer- 
ta, y  el  mozo  á  quien  Santiago  habia  se- 
guido, se  aprocsimó  apresuradamente  á 
Cefisa  con  aire  consternado,  y  la  habló  al 
oido  del  mismo  modo  que  lo  habiá  hecho 
con  l)iieriiu'-en-{>ueros. 

La  Reina  Bacanal  se  quedó  pálida,  dio 
un  agudo  grito,  se  precipitó  hátia  la  puer- 
ta y  salió  corriendo  sin  proferir  una  pala- 
bra y  dej<indú  aturdidos  á  los  demás  con- 
YJdados, 

IV. 

Ï.A  DESPEDIDA. 

La  ileiiía  Bacanal  llegó  al  pié  de  la  es- 
calera ,  detras  del  moío  de  la  iicsterfd; 

A  la  puerta  habia  un  coche  de  alqiiiler 
en  el  que  vio  á  Duerme-en-Cueros  con 
uno  de  los  hombres  que  ella  habia  visto 
dos  hora-;  antes  eti  la  plaza  del  Chatelet. 

Al  llegar  Cefisa,  bajó  este  hombre  y 
dijo  »  Santiago  sacando  sn  reloj. 

—Os  concedo  un  cuarto  de  hora....  es- 
to es  lo  único  que  puedo  hacer  en  vues- 
tro favor,  buen  hombre....  al  cabo  de 
este  tiempo  echaremos  á  andar.  No  tra- 


téis de  escaparos  porque  aqui  estaremos 
á  la  portezuela  todo  el  tiempo  que  el  co- 
che perrrianezca  en  eSte  sitio. 

Cefisa  entró  en  el  coche  de  un  salto. 
Sumamente    cansada   de   tanto   como 
habia  hablado  hasta  entonces  y  sentándo- 
se al  lado  de  Santiago,  esclamó  al  ver  sU 
f)alidez: 
— ¿Qué  hay?  ¿qué  quieren  de  tí? 
— Me  prenden  por  deudas,  respondkí 
Santiago  con  voz  sombría. 

— ¿A  tí?  esclamó  Cefisa  con  voz  com- 
punjida. 
— Sí,  por  la  letra  de  fianza  qtie  el  agente 

de  negocios  me  hizo  firmar diciendo 

que  era  solo  por  una  mera  formalidad»... 
¡Bribón  I 

— Pero  tfi  tienes  dinero  en  casa...  dá- 
selo todo  á  cuenta. 

— No  me  ha  quedado  un  cuarto,  y  ade- 
mas nr^e  itó  enviado  á  decir  con  io§  cqr- 
chetes  que  no  me  dará  los  últimos  diez 
mil  francos  supuesto  que  no  bu  pagado  la 
letra... 

— En  este  caso  vamos  á  su  ùasa  á  pe- 
dirle que  te  deje  en  libertad  :  él  mismo  fuá 
quien  vino  a  proponerte  esté  préstamo; 
l)ien  me  acuerdo,  pues  se  dirigió  primero 
á  mí.  Se  compadecerá. 

— 1  Un  agente  de  negocios  ! ...  ¡  Compa- 
decerse !  tú  sueñas. 

— j  Con  que  nada  ,  nn  nos  queda  nada! 
esclanió  Cefisa  juntando  las  manoseen  su- 
ma agonía. 

En  seguida  repuso  : 

— Pero  queda  alguna  cosa  que  hacer. 
Te  prometió... 

— Ya  ves  como  cumple  las  promesas, 
repuso  Santiago  con  tristeza:  firmé  sin 
saber  lo  que  firmaba;  ha  pasado  el  plazo, 
él  está  en  regla...  De  nada  servirla  resis- 
tirme, pues  acaban  de  esplicármelo  todo; 
— Pero  es  imposible  que  le  tengan  mu- 
cho tiempo  preso.  Eso  es  imposible. 

—Cinco  anos...  si  no  pago...  y  como  ja"-* 
mas  podré  pagar,  la  cosa  es  hecha. 


Al  M  M. 


31 


— ¡  Ah  (  j  qnó  desgracia  !  ¡  qutí  desgra- 
cia !  ¡y  no  poder  hacer  nada  I  dijo  Cofisa 
ociilláiitlose  el  rostro  eníre  las  m.inos. 

— Kscticlia  ,  Celisa  ,  repuso  Santiaj;o  con 
vo/  dolorosami'iiti'  conmovida;  desde (|iie 
estoy  aqui  no  pienso  mas  que  una  cosa... 
;que  sera  de  tí? 

— No  leiiiias  cuidado  por  mi  suerte.  « 

— ¡  Qiió  no  ter.^a  cuidado!  ¿estás  loca? 
¿Couíote  compondrás'  Los  muehitís  de 
nuestros  dus  cuarto»;  apenas  valen  200 
francos.  Hemos  gastado  tan  locamente  (nic 
ni  aun  liemos  pagado  la  casa.  Üi'hemos 
1res  términos...  por  consiguiente  no  so  de- 
be pensar  en  vender  los  muebles...  le  de- 
jo sin  un  cuarto.  A  lo  menos  yo,  mien- 
tras esté  en  la  cárcel  me  mantendrán;  pe- 
ro tú  ¿de  que  vivirás? 

— ¿A  que  viene  atormentarse  antes  de 
tiempo? 

-^Te  pregunto  que  como  comerás  ma- 
ñana ,  esclami't  Santiago. 

— Vendoré  mi  vestido  y  algunos  efec- 
tos y  te  enviaré  la  mitad  del  producto,  yo 
guardaré  i-I  resto  que  uie  servirá  para  pa- 
sar algiMios  dias. 

— ¿Y  después? 

— ¿Despues? caramba,  después... 

no  lo  sé;  ¿«jue  quieres  quo  te  diga?  ya 
verenujs. 

— l"]>cu(:lia  ,  Cdisa ,  repuso  Santiago  cotj 
amarga  Irisloza:  ahora  es  cuando  conoz- 
co cuanto  te  quiero ol  corazón  se  me 

oprime  al  pensar  que  te  dejo,  ysienloes- 
calofrios  no  sabiendo  k>  que  será  deti.Eo 
seguida  pasándi>«,e  la  mano  por  la  frente, 
añadió.  ¿Vis?  lo  que  nos  ha  perdido  es 
(lecir:  el  día  de  mañana  no  llegará;  y  ya 
lo  ves,  lloga.  Cuando  yo  no  esléá  tu  lado 
después  que  hayas  gastado  el  úllÍ4)ío  ma- 
ravedí del  producto  de  la  ventado  tu  equi- 
paje... y  como  no  puedes  trabajar  ahora, 
¿que  e.s  lo  (¡ue  harás?  ¿(juieres  (|ue  te  lo 
diga?  pues  bien,  me  olvidarás,  y... 

En  seguida ,  como  si  le  asustase  esta 
idea  esclamó  rabioso  y  suspirando: 


— ¡Miseria  do  Dios!  si  sucediese  esto 
me  estreliaiia  yo  mismo  contra  una  pie- 
dra. 

(^cfisa  adivin<)  I.i  relici«ncia  de  Sanlia» 
go  Y  le  dijo  vivamente  arrojándose  á  su 
cuello  : 

— ¿Yo?  ¿otro  amante? ¡jamásl 

soy  como  lií ,  ahora  conozco  cuanto  te 
amo. 

— ¿Pero  íjue  harás  para  vivir,  mi  po- 
bre Celisa? 

— ¡  Y  l>iei)  !  tendré  ánimo  é  iré  á  vivir 
con  mi  hermana  como  antes:  trabajaré 
con  ella  y  esto  mu  proporcionará  un  pe- 
dazo de  pan...  Solo  sajilré  para  ir  á  ver- 
te. Dentro  de  aigimos  dias,  el  agente  de 
negocios  reflexionará  y  pensará  que  tú  no 
puedes  pagarle  diez  mil  francos,  y  enton- 
ces te  pondrá  en  libertad;  para  esa  época 
yo  me  liabré  acostumbrado  otra  vez  ai 
trabajo...  ¡ya  verás!...  ya  verás!  tú  por 
tu  parte  harás  oiro  tanto  y  viviremos  po- 
bres   ppro    tranquilos en  resiiuiidas 

cuentas  habren.ns  pasados  seis  niesc-s  ale- 
gres.... miiMitras  qiieotros  muclios  no  lian 
conocido  jamas  los  placeres....  Créeme, 
mi  buen  Santiago,  lo  que  te  digo  es  una 
verdad.  Esta  lección  me  servirá  de  üiu- 
clio....  Si  me  amas  no  le  inquietes;  te  re- 
pito (jue  preílero  morir  mil  veces  á  tener 
otro  amante. 

—  \ brízame,  dijo  Santiago  que  tenia 

los  ojos  húmedo^,  fe  creo,  sí,  te  creo 

tú  me  deis  animo;  y  por  lo  que  hace  aho- 
ra y  al  p')rvenir tienes  razón es 

menester  (lonernos  otra  vez  á  trabajar,  ó 
de  lo  contrario...  la  medida  de  carbón  del 
lio  Arsène....  porque  ya  ves,  añadióSan- 
liago  con  voz  baja  y  trémula....  liace  seis 
meses  (]ue  estoy  como  emliriagado  y,#iio- 
ra  recobro  el  sentido  y  conozco  dontíe  íba- 
mos á  parar,  .acabándose  los  recursos  tal 

vez  me  hubiera    vuelto  ladrón    y  tú 

ui^a.... 

—  ¡Oh,    Sattiiago,  no   digas  eso,    m<»' 


2â  ALBUM, 

asustas  !  esclamó  Cefisa  inlerrumpiéüdo- 
le....  te  lo  juro,  volveré  á  casa  de  mi  lier 
mana  á  trabajar....  tendré  suficiente  va- 
lor para  ello. 

En  este  momento  la  reina  Bacanal  ha- 
blaba con  sinceridad;  tenia  ánimo  firiiie 
de  cumplir  su  palabra,  pues  su  corazón  no 
estaba  aun  enteramente  pervertido;  la 
miseria  y  la  necesidad  habían  sido  para 
ella  como  para  otras  muchas  la  caiir-;i  y 
atm  la  escusa  de  suestravio:  hasta  enton- 
ces, á  lo  menos,  habia  seguido  el  impulso 
de  su  corazón  sin  ninguna  segunda  inten- 
ción baja  ni  venal  ;  la  cruel  posición  en 
que  vela  á  Santiago  exaltaba  mucho  mas 
su  amor,  y  se  creia  bastante  segura  de  ¡«í 
misma  para  poder  jurar  que  iba  á  volver 
al  lado  de  !a  Gibosa  y  á  seguir  la  vida  tra- 
bajosa, árida  y  llena  de  privaciones  que 
tan  imposible  le  habia  sido  soportar  y 
que  debia  serle  mas  penosa  aun  desde 
que  se  habituó  á  la  ociosidad  y  á  la  disi- 
pación. 

Sin  embargo  las  promesas  que  acababa 
de  hacer  á  Santiago  calmaron  un  poco  la 
inquietud  de  este  hombre  que  tenia  bas- 
tante entendimiento  y  corazón  para  notar 
que  la  vida  fatal  á  que  se  habia  abando- 
nado ciegamente  hasta  entonces,  le  con- 
duciría con  Cefisa  á  la  infamia. 

Uno  de  los  corchetes,  tocando  á  la  por- 
tezuela, dijo  á  Santiago: 

— Ya  no  os  quedan  mas  que  cinco  mi- 
nutos ,  despachaos. 

— Vamos,  hija  mia,  ánimo,  dijo  San- 
tiago. 

— No  tengas  cuidado,  no  me  falta,  pue- 
des estar  seguro  de  ello. 

— ¿Vas  á  volver  arriba? 

— No,  no,  dijo  Cefisa:  ahora  me  horro- 
riza ya  esta  fiesta. 

— Todo  queda  ya  pagado...  yoyá  decir 
á  un  mozo  que  prevenga  que  no  nos  es- 
peren, repuso  Santiago;  mucho  lo  van  á 
estraüar,  pero  no  importa. 


— Si  pudieras  acompañarme hasla  casa, 
dijo  Cefisa;  tal  vez  te  lo  permitirá  esté 
hombre,  porque  al  fin  tú  no  puedes  ir  á 
Sta.  Pelagla  vestido  de  ese  modo. 

— Tienes  razón,  no  se  opondrá  á  que 
me  acompañes;  pero  como  vendrá  con 
nosotros  en  el  coche  no  podremos  decir^ 
nos  nada....  Asi,  déjame  por  la  primera 
vez  de  la  vida  hablarte  razonabiomenfe. 
No  olvides  lo  que  te  he  dicho,  Cefisa  mia; 
esto  debe  entenderse  lo  mismo  contigo 
que  conmigo,  repuso  Santiago  con  tono 
grave  y  pendrado....  vuelve  desde  hoy  al 
trabajo....  Por  mas  que  sea  penoso  é  in- 
grato, no  importa;  no  dudes  en  ello,  por- 
que me  parece  que  vas  á  olvidar  muy 
pronto  el  fruto  de  esta  lección:  como  di- 
ces, mas  tarde  ya  no  seria  tiempo  y  en» 
tonces  concluiriascomo  otras  muchas  des- 
graciadas.... ya  me  entiendes. 

— Si,  ya  te  entiendo,  respondió  Cefisa 
sonrojándose,  pero  cree  que  preferiré  mil 
veces  la  muerte  á  semejante  vida. 

— Y  tendrás  razón,  porque  en  ese  caso, 
ya  ves,  añadió  Santiago  cun  voz  sorda  y 
concentrada,  yo  te  ayudaré  á  morir. 

— Cuento  con  ello,  Santiago,  respondió 
Cefisa  abrazando  á  su  atnante  con  cc- 
saltacion ,  y  después  añadió  tristemente, 
ya  ves  como  yo  tenia  un  presentimien- 
to cuando  hace  poco  me  entristecí,  sin 
saber  ponjUí*,  en  medio  de  nuestra  co- 
mún alegría  y  cuando  yo  bebía  por  el 
cólera....  para  que  nos  quitase  la  vida  á 
un  mismo  tiempo. 

— i  Y  bien!  ¿quien  sabe  sí  vtmdrá?  re- 
puso Santiag'1  con  aire  son\brío su 

venida  nos  ahorraría  el  carbón  ,  pues  tal 
vez  no  tendríamos  con  que  comprarlo. 

— Santiago,  solo  te  diré  una  cosa,  y  es 
que  siempre  me  hallaras  dispuesta  á  vivir 
y  á  morir  contigo. 

— Vamos,  enjúgatelaslágrimas,  repuso 
este  con  profunda  emoción.  No  hagamos 
niñerías  delante  de  estos  hombres. 


Pocos  minutos  tk-spiios  se  dirijió  el  co- 
che Iiácia  la  casa  (!»•  Santia^;')  donde  dobia 
estf  mudarse  auli-s  de  entrar  rn  la  córctl 
de  los  deudores. 


Repitámoslo,  á  propósito  de  la  herma- 
na de  la  Gibosa,  hay  cosas  (jue  no  ba^la 
decirlas  continuamente.  Una  de  las  mas 
funestas  consecuencias  de  la  no  organiza- 
ción del  trabajo  es  la  insuliciencia  Je  los 
salario«i. 

La  insuficiencia  del  salario  obliga  nece- 
sariainenle  i  la  mayor  parle  de  las  j<)ve- 
nes  <jue  están  tan  mal  retribuidas,  á  buscar 
medios  de  existencia  formando  relaciones 
que  las  depravan. 

Unas  Veces  reciben  desús  amantes  una 
suma  módica  que  unida  al  producto  de  su 
trabajo  las  ayuda  á  vi\ir. 

Otras,  como  sucedia  á  la  hermana  de 
la  Gibosa,  abandonan  enteramente  el  tra 
bajo  y  hacen  vida  comim  con  el  lioníbre 
que  eligen  cuando  este  puede  subvenir 
i  estos  ga>tos  :  entonces  y  durante  este 
tiempo  de  placeres  y  de  holgazanería ,  la 
incurable  lepra  de  la  ociosidad  se  apodera 
para  siempre  de  estas  infelices. 

Esta  es  la  primera  fase  de  la  degrada- 
ción que  culpable  indolencia  de  la  socie- 
dad imponeá infinitas  costureras,  nacidas 
sin  embargo  con  instintos  de  pudor,  de 
fionradez  y  probidad. 

Al  cabo  de  cierto  tiempo  las  abandonan 
sus  amantes,  y  muchas  veces  cuando  jh 
son  madres.  Otras  una  insensata  prodi- 
galidad conduce  al  imprudente  á  la  car- 
ee],  y  en  este  caso  la  joven  se  enctienira 
sola,  abandonada  y  sin  medio  de  sub- 
sistir. 

Las  que  conservan  sentimientos  v ener- 
gía vuelven  al  trabajo el  número  de 

estas  es  bien  escaso. 

Otras...  instigadas  de  la  miseria  y  porel 
hábito  de  una  vida  fjcil  y  ociosa  caen  hasta 


ALBVM. 

el  último  prado  de  al)ypccion,  que  es  pre- 
ciso compadecer  en  vez  de  vituperar,  por 
(|Ue  la  causa  primera  y  virtual  de  su  caida 
es  l(t  inxiifu-ii-ntcreinuncruion  de  su  trabajo 
ó  la  falta  de  él. 

Otra  de  las  de|)lorab'e5  consecuencias 
de  la  falta  de  orf/íi/nzíiríoíMlcl  trabajo  para 
los  hombres,  ademas  de  la  insuliciencia 
del  salario,  es  el  profundo  di-í;ii-to  con 
que  se  ponen  á  cumplir  la  larca  (jue  se 
les  lia  señalado. 

Esto  es  fácil  de  concebir. 

¿Se  sabe  acaso  dar  atractivo  al  trabajo, 
ya  por  medio  de  la  variedad  de  ocupacio- 
nes,  ya  con  recompensas  lioiiorílicas  ,  ya 
con  atenciones,  ya  con  una  parte  propnrcio 
nada  en  los  beneficios  que  procura  la  mano 
de  obra  ,  ó  ya  en  lifi  con  la  esperanza  do 
un  retiro  seguro  al  c^bo  de  algunos  anos? 

No,  el  pais  no  se  hace  cargo  ni  atiende 
á  sus  necesidades  ni  á  sus  derechos. 

Y  sin  embargo,  citando  solo  un  género 
de  industria,  los  maquinistas  y  los  jorna- 
leros de  las  fábricas  al  vapor,  espuestos  á 
la  esplosion  de  las  calderas  y  al  contacto 
de  formidables  ruedas  dentadas,  corren 
diariamente  mayores  riesgos  (|ue  los  sol- 
dados en  la  guerra,  despliegan  un  saber 
práctico  muy  raro,  hacen  á  la  indiistiia 
y  por  consiguiente  al  pais  incontestables 
servicios  durante  su  larga  y  honrosa  car- 
rera, á  menos  que  no  perezcan  por  la  es- 
plosion de  una  caldera  (u»o  pierdan  algún 
miembro  entre  los  dientes  de  hierro  de 


una  maquina. 

En  este  último  caso  ¿el  trabajador  re- 
cibe, á  lo  menos,  una  recoüipensa  igual 
á  la  que  tiene  el  soldado  en  reiuuneracion 
de  su  valor,  laii(ial)ie  sin  duda,  pero  es- 
téril ;  (m  sitio  en  una  «  asa  de  in\álidos? 

No... 

¿Oiié  le  importa  al  pais?  si  el  amo 
del  trabajador  es  un  ingrato,  elmiililado, 
incapaz  de  seguir  sirviendo,  se  muere  de 
hambre  en  un  rincón. 


2.i 


ÁLBUM. 


En  fin,  ¿en  estas  pomposas  fiestas  de 
la  industria  ,  se  conoce  jamás  á  alguno  de 
estos  diestros  jornaleros  que  son  los  que 
únicamente  han  tejido  esas  admirables  te- 
las, forjado  y  adamascado  esas  brillantes 
armas,  cincelado  esas  copas  de  oro  y  de 
plata,  esculpido  esos  muebles  de  óbano  y 
de  marfil,  y  montado  esas  deslumbrantes 
piedras  con  esíjuisito  arle? 

No... 

Retirados  en  lo  mas  profundo  de  sus 
boardillas,  en  compañía  de  una  familia 
miserable  y  hambrienta  ,  apenas  viven  con 
el  producto  de  un  corto  jornal  aquellos 
que,  pri'ciso  será  confesarlo,  han  contri- 
buido á  dolar  su  pais  de  las  maravillas  en 
que  funda  su  orgullo ,  su  gloria  y  su  riqueza. 

Un  ministro  del  comercio  que  compren- 
diese alguna  cosa  de  estas  elevadas  funcio- 
nes y  sus  DEBERES  ¿no  debería  pedir  que  ca- 
da fabrica  que  enviase  objetos  á  laesposi- 
cion  eacojic^e  por  elección  graduada  cierto 
mí  ñero  de  candldalos  max  meritorios,  cn- 
\re  los  cuiües  el  fabricante  designaria  el  mas 
digno  de  repre.-ienlar  la  clase  jornaleba 
en  catas  grandes  solemnidades  industriales? 

¿No  seria  un  noble  estimulante  ejem- 
plo ver  entízneos  al  amoproponer  para  re- 
compensas ó  para  distinciones  públicas  al 
jornalero  elegido  por  sus  compañeros  co- 
mo uno  de  los  mas  honrados  y  laboriosos 
inteligentes  de  su  profesión. 

Este  seria  el  modo  de  hacer  desapare- 
cer una  iojii^liiia  capaz  de  desesperará  los 
mas  animosos,  las  virtudes  del  jornalero 
serian  entonces  estimuladas,  con  ur»  oli- 
jeto  magnánimo  y  elevado,  animándole 
para  qic  siguiese  aplicándose. 

Sin  dud.í ,  el  fabricante  ,  proporcional- 
menttí  á  la  inteli,.^eni:ia  (|ue despliega,  á  los 
í'apitales  que  aventura,  á  los  establecimien- 
tos que  funda  y  al  bien  que  hace  muchas 
vcc'es,  li.-ne  tm  dcreciio  legítimo  álasdis- 
lincioíies  con  (¡iie  se  le  colma;  ¿pero  por 
qm;  raz  m  se  esc'iiye  tan  desapiadadamente 


al  jornalero  de  estas  recompensas  cuya  ac° 
cion  es  tan  poderosa  sobre  las  masas? 

¿Los  generales  y  los  oficiales  son  acaso  los 
únicos  á  quienes  se  recompensa  en  el  ejér- 
cito? 

Después  de  haber  remunerado  justa- 
mente á  los  gefes  de  este  poderoso  y  fe- 
cundo ejército  industrial  ¿por  qué  razofi 
nO  se  la  de  pensar  nunca  en  los  soldados?  ' 

¿Por  qué  no  ha  de  haber  para  ellos  una 
señal  visible  de  remuneración?  ¿alguna 
consoladora  y  benévola  palabra  calida  de 
augustos  labios? 

¿Porqué  razón  no  se  ve  en  PVancia  á  ■ 
ningún  jornalero  cruzado  en  premio  desu 
.mano  de  obra,  de  su  valor -industrial  y  de 
su  larga  y  laboriosa  carrera?  Esta  cruz  y- 
la  modesta  pension  que  la  acompañan,  se- 
rian  para  él  una  doblo  recompensa  justa- 
mente merecida;  pero  no;  ¡para  el  hu- 
milde trabajo,  para  el  trabajo  que  alimen- 
ta solo  hay  olvido,  injusticia , indiferencia 
y  desden  ! 

.  Asi  es  que  de  este  púbüco  abandono, 
las  m;is  veces  agravado  por  el  t;goisino  y 
por  la  dureza  de  ingratoi  amos*,  resulta 
para  los  jornaleros  una  condición  deplo- 
rable. 

Unos,  á  pesar  de  su  continuo  trabajo; 
viven  üv-nos  de  [)r¡vaci  )!ies  y  mueren  an- 
tes d(;  tiempo  y  casi  siooipre  maldiciendo  la 
sociedad  que  los  aband'tna. 

Otros  buscan  el  climero  olvido  de  sus 
males  en  una  mortifiera  oñibriagnez. 

En  fin,  un  grrin  número,  no  teniendo' 
ningún  inlerés,  ningún  iticeiitivo  moral  ó  ' 
material  para  trabajar  mas  ó  mejor,  se  li- 
mitan á  hacer  rigurosamente  lo  suficiente 
para  ganar  su  jornal...  Nada  hay  que  los 
indine  al  trabajo,  ponjue  á  sus  ojos  nada 
realza,  honra  ni  glorifica  el  trabajo... Na- 
da les  defiende  contra  las  seducciones  de 
la  ociosidad  ,  y  si  por  casualidad  encuen- 
tran algún  modo  de  vivir  para  algún  tiem- 
po en  medio  de  la    pereza,  van  cedienda' 


ALBUM 

poco  á  poco  á estos  iomorales hábitos,  re- 
sullando  con  frocueocia  que  los  pasiones 
mas  vergonzosas  llegan  á  marchitar  para 
siempre  una»  naturalezas  originariamente 
sanas,  honradas,  llenas  de  Imena  volun- 
tad, por  haberles  faltado  una  equitativa 
y  protectora  tutela,  que  sostenga,  fomen- 
te y  recompense  sus  primeras  ,  honradas 
y   laboriosas    tareas 


Sigamos  ahora  á  la  Gibosa  que  después 
de  haberse  presentadoá  buscar  trabajo  en 
casa  de  la  persona  que  ordinariamente  la 
empleaba ,  se  fué  á  la  calle  de  Babilonia 
al  pabellón  ocupado  por  Adriana  de  Car- 
dovilie. 

V. 

FLORINA. 

Al  mismo  tiempo  que  la  Reina  Bacanal 
y  Duerme-en-Cueros  terminaban  tan  tris- 
temente la  mas  ¡«legre  fase  de  su  ecsisten- 
cia,  la  Gibosa  llegaba  á  la  puerta  del  pa- 
bellón de  la  calle  de  Babilonia^ 

Antes  d(!  llamar,  la  joven  costurera  se 
enjugó  las  lágrimas:  un  nuevo  disgusto  la 
agovíaba.  Al  salir  de  la  hostería,  se  fué  á 
casa  de  la  persona  que  habilualmentc  le 
proporcionaba  algún  trabajo,  pero  esta  se 
lo  negó  pretendiendo  que  podia  hacer  tra- 
bajar en  las  cárceles  de  mugeres  con  una 
tercera  parle  deeconomía.  LaGibosa  pre- 
firiendo no  quedarse  sin  este  último  re- 
curso, ofreció  pasar  por  esta  disnuiíucíon; 
pero  la  costura  estaba  ya  entregada ,  y  la 
joven  no  podía  esperar  ocupación  antes 
de  (]uince  días,  aun  cuando  accediese  á 
esta  reducción  de  salario.  Es  fácil  conce- 
bir cuales  serían  las  angustias  de  esta  po- 
bre criatura;  porque  en  presencia  de  una 
ociosidad  forzada  es  preciso  mendigar,  ó 
n)orir  de  hambre,  ó  robar. 

En  cuanto  á  su  visita  al  pabellón  de  la 
callo  de  Babilonia  ,  vamos  á  dar  su  es- 
plicacion. 

La  Gibosa  llamó  con  timidez  á  la  puer- 


tecila;  y  poéoS  instantes  después  se  pre- 
sentó Floritia  a  abrirle. 

La  camarista  no  estaba  ya  vestida  segün 
el  gusto  delicioso  de  Adriana,  sino  con 
una  afectación  de  austera  sencillez;  tenia 
un  vestido  alto  de  color  oscuro,  y  bastan- 
te ancho  para  ocultar  la  suelta  elegancia 
de  su  cíierpo;  sus  cabellos,  tan  negros 
como  el  azabache,  apenas  se  percibiari 
bajo  la  lisa  guarnición  de  una  gorra  blan- 
ca almidonada  muy  parecida  á  las  tocas 
de  las  monjas;  pero  á  |»esar  de  este  traje 
tan  modesto,  la  morena  y  pálida  cara  de 
Florina  parecía  siempre  admirablemente 
bella. 

Ya  hemos  dicho  que  Florina ,  colocada 
en  razón  á  su  vida  criminal  anterior  bajo 
la  dependencia  absoluta  de  Rodin  y  de 
Mr.  de  Aigrigny,  les  habia  servido  hasta 
entonces  de  espía  en  el  cuarto  de  Adria- 
na,  á  pesar  de  las  pruebas  de  confianza  y 
de  bondad  eoh  que  esta  la  colmaba.  Flo- 
rina no  estaba  enteramente  pervertida, 
asi  es  que  tenía  muchas  Veces  dolorosos 
pero  inútiles  remordimientos  al  pensaren 
el  infame  oficio  á  que  la  habían  condena- 
do relativamente  á  su  ama. 

Al  ver  y  reconocer  á  la  Gibosa  (Florina 
la  habia  contado  la  víspera  el  arresto  de 
Aurícol  y  el  repentino  acceso  de  locura 
de  Mlle,  de    Cardoville),    retrocedió   iin 
paso,  tanto  fué  el  interés  y  la  compasión 
que    le  inspiró  la  fisonunua  de  la  joven 
costurera.  Efectivamente,  el  anuncio  de 
una  ociosidad  forzada,  en  medio  de  cir- 
cunstancias tan  penosas  ya  de  por  si, da- 
ba un  terrible  golpe  á  la  joven  costurera: 
en  su  cara  se  veían  aun  las  séllales  de  sus 
recientes  lagrimas;  sus  facciones   mani- 
festaban una  profunda  desolación  y  pare- 
cía tan  ani(]uilada  ,  tan  débil  y  tan  «go- 
viada,  que  Florina  corrió  hacia  (ella,  le 
ofreció  el  brazo  y  la  dijo  con  bondad  sos- 
teniéndola : 
— Entrad,  entrad....  Desea  n  sa  dan  ins- 
7* 


26  ALBdM. 

tante;  estais  muy  pálida....  y  parecéis  su- 
frir mucho  y  muy  cansada. 

Diciendo  esto  la  llevó  á  un  pequeño 
vestíbulo  donde  habia  una  chimenea,  cu- 
bierta con  una  alfombra  y  la  hizo  sentar 
al  lado  de  un  hermoso  fuego  en  un  sillon 
de  cañamazo;  Georgette y  Hebéhabian si- 
do despedidas,  y  solo  Florina  se  liabia 
quedado  custodiando  el  pabellón. 

Luego  que  se  sentó  la  Gibosa ,  Florina 
le  dijo  con  interés. 

— ¿Queréis  tomar  alguna  cosa?  lun 
poco  de  agua  caliente  con  azúcar  y  coa 
flor  de  naranjo? 

— Mil  gracias,  respondió  la  Gibosa  con 
emoción,  tanta  era  su  gratitud  por  la  me 
ñor  prueba  de  afecto  y  de  interés  que  re- 
cibía; ademas  veia  con  dulce  sorpiesa<]ue 
su  miserable  ropa  no  era  un  objeto  de 
desden  y  de  desprecio  para  Florina;  solo 
necesito  descansar  un  poco,  porque  vengo 
de  muy  lejos, repuso...  y  si  lo  permitís... 

— Descansad  cuanto  queráis....  estny 
sola  en  este  pabellón  desde  que  se  fué  mi 
pobre  ama.  Florina  al  decir  esto  se  en- 
cendió y  suspiró....  Asi,  no  tengáis  el  me- 
nor reparo...  acercaos  al  fuego...  a(|ui... 
mas  cerca...  en  este  sitio  estaréis  mejor. 
¡Dios  mío!  ¡que  mojados  tenéis  los  pies! 
Ponedlos  sobre  este  taburete. 

La  cordial  acojida  de  Florina ,  su  her- 
mosa cara,  la  fínura  de  sus  modales,  que 
no  eran  los  de  una  doncella  ordinaria  , 
chocaron  vivamente  á  la  Gibosa  que  era 
mas  agradecida  que  nadie,  á  pesar  de  su 
humilde  condición,  á  toda  especie  de  bon- 
dad ,  de  delicadeza  |y  de  distinción  ;  así  es 
que  cediendo  á  seim-jante  atractivo: 

— ¡Cuan  atenta  sois!  respondió  con 
acento  penetrado...  me  confundís  con  tan 
ta  bondad. 

— Os  aseguro  que  quisiera  poder  hacer 
mas  y  ofreceros  un  sitio  aquí...  ¡  tenéis  un 
aire  tan  dulce  y  tan  interesante  ! 

— ¡  Ah  1  ¡  cuánto  consuela  calentarse  á 


un  buen  fuego  !  dijo  sencïllamenle  la  Ci* 
bosa  y  casi  sin  querer. 

En  seguida,  como  era  sumamente  deli- 
cada ,  y  temiendo  que  la  creyesen  capaz 
de  abusar  de  la  hospitalidad  prolongando 
su  vis  ta  añadió: 

— Hé  aquí  el  motivo  de  mi  venida>  Ayer 
me  habéis  dicho  que  un  joven  herrero, 
Mr.  Agricol  Baudoin,  habia  sido  preso  en 
este  pabellón» 

-^Desgraciadamente,  es  verdad,  y  pre- 
cisamente en  el  momento  en  que  mi  ama 
trataba  de  socorrerle. 

— Yo  soy  hermana  adoptiva  de  M.  Agri- 
col, repuso  la  Gibosa  sonrojándose  ligera- 
mente, y  ayer  me  ha  escrito  rogándome 
que  dijese  á  su  padre  que  viniese  aquí  lu 
rnas  pronto  posible  para  prevenir  á  Mlle» 
de  Cardoville  que  tenia  que  decirle  cosas 
muy  interesantes  ó  á  la  peisonaque  la  se- 
ñorita le  enviase pues  no  se  atrevía  á 

fiarlas  á  la  phima  ignorando  si  la  corres- 
pondencia de  los  presos  era  ó  no  leída  por 
el  director  de  la  cárcel. 

— ¡Cómol  ¿Mr.  Agricol  quiere  hacer 
á  mi  ama  una  revelación  importante?  dijo 
Florina  sorprendida. 

— Sí,  porque  hasta  ahora  ignora  Agrico! 
la  desgracia  sucedida  á  Mlle,  de  Cardoville. 
— Es  verdad,  y  desgraciadamente  este 
acceso  de  locura  se  ha  declarado  de  un 
modo  tan  repentino,  dijo  Florina  bajando 
los  ojos,  que  nada  podia  haberlo  hecho 
preveer. 

— Necesariamente  debe  haber  sido  así, 
repuso  la  Gibosa;  porque  cuando  Agricol 
vio  á  la  señorita  por  la  primera  vezvulvió 
á  su  casa  penetrado  y  admirado  de  su  gra- 
cia, delicadeza  y  bondad. 

— Como  todos  los  que  se  acercan  á  mi 
ama,  dijo  tristemente  Florina. 

— Esta  mañana,  repuso  la  Gibosa,  cuan- 
do por  encargo  de  Agricol  me  presenté 
en  casa  de  su  padre,  este  habia  ya  salido» 
porque  está  sumamente  inquieto:  pero  la 


ALBra. 


27 


Y^Yla  de  mi  lurmano  adoptivu  me  pareció 
tan  urgeiile  ó  iiilcreanle  para  Mllo.  de 
Cardovilleiiiie  Un  gt'nerüsa  st'  liabia  mos- 
trado con  ól-.-qui"  no  ho  dutlado  im»  venir. 

— Ya  sabc'is  que  .desgratiadanienle  la 
señorita  no  e;<lá  aqui. 

— ¿Y  no  liabrá  alguno  de  la  familia  á 
quien  yo  pueda,  si  no  liablar,  á  lo  menos 
liacersal)er^íor  vueslrocoiiductoíjiie  Agri- 
col  desea  declarar  cosas  siimamenle  im- 
portantes para  esa  señorita? 

— I  Ks  eosa  estraña  I  respondió  Florina 
rellexionaHdo  y  sin  responder  á  la  (iiho- 
sa  :  en  seguida  volviendo  hacia  ella,  le  di- 
jo :  ¿pero  ignoráis  enteramente  el  motivo 
4e  esas  revelaciones? 

— Enteramente;  pero  conozco  miry  bien 
á  Agricol  que  es  uii  jóten  lleno  de  honor 
y  de  honradez;  tiene  un  entendimiento 
claro  y  preciso,  y  puede  darse  entero  cré- 
<lito  á  lo  que  dice...  Ademas...  ¿qué  ru- 
tares podria  tener  en?... 

— ¡  Dios  mió!  esclamó  de  pronto  Flori- 
na que  tuvo  un  rajo  de  luz  repentino,  é 
inlerruinpiendo  á  la  (libo^a;  ahora  me 
acuerdo  que  cuando  le  de.scubrioritn  eji 
un  escondite  donde  la  señorita  le  habia 
hecho  entrar,  yo  me  hallaba  allí  por  ca- 
íiualidad,  y  Mr.  Agricol  me  dijo  al  paso 
en  voz  baja  :  Decid  á  vuestra  generosa  ama 
<]ue  la  bondad  (|ue  tiene  por  mi,  no  (|ue- 
<lará  siíi  reconipensa  y  que  el  lieínpo  (jue 
he  estado  en  este  escondite  no  habrá  sido 
perdido.  Esto  es  cuanto  ptido  decirme,  pur 
que  se  lo  llevaron  al  instante;  coiilieíoque 
en  tales  palabras  no  vi  otra  cosa  mas  que 
la  espresion  de  su  gratitud  y  la  esperanza 
de  podérsela  probar  algún  dia  á  la  scñ.j- 
rita,  y  reuniendo*  estas  palabras  con  la 
carta  que  os  ha  escrito...  dijo  Fiurina  re- 
ilt'xiunando... 

— Eftclivamente, repuso  la  íiibosa,  haj 
alguna  conexión  entre  el  liempoque  Agri- 
col estuvo  escondido  en  este  sitio  y  lascó- 
las importantes  que  tiene  que  revelar  á 
vuestra  ama  ó  á  alguno  do  la  familia. 


— \V.<e  escondite  no  habia  »ido  nunca 
habitado  ni  registrado  inucliu  tiempo  ha- 
cia, repuso  Florina  c<tn  aire  pensativo.... 
Tal  vez  Agricol  habrá  citrotitrado  ó  visto 
en  éJ  algima  cosa  ipie  pueda  interesar  ú 
mi  ama. 

— Si  la  carta  de  Agricol  no  me  hubiera 
parecidt»  tan  urgente,  repuso  la  (¡ibosa  , 
no  hul)iera  venido,  y  cuando  hubiese  sa- 
lido de  la  cárcel  se  hubiera  près*  litado  él 
mismo;  gracias  á  la  generosidatl  de  uno 
desús  antiguos  camaradas  no  tardará  mu- 
cho tiempo  en  estar  en  lijierlad;  pero  ig- 
norando, sí,  aun  á  pesar  de  lianza,  le  de- 
Jarán  salir  hoy  mismo...  he  (fuerído  ante 
todo  cumplir  Heluiente  su  encargo....  la 
generosa  bondad  de  vuestra  ama  para  con 
él  me  constituye  en  el  deber  de  obrar  i'e 
este  modo. 

Florina,  como  todas  las  personas  á  ijiiie- 
nes  á  veces  ocurren  buenos  instintos,  es- 
perinientaba  una  especie  de  consuelo  en 
hacer  bien,  cuando  pudia  hacerlo  sin  ries- 
go, es  decir  sin  esponerse  á  l«»s  itiexora- 
bles  resentimientos  de  las  personas  do 
quienes  dependia. 

Gracias  á  la  (libosa,  halló  la  ocasión  de 
hacer  probablemente  un  gran  servicio  á 
su  ama  ,  pero  conocía  bastante  el  odio  Úí; 
la  princesa  de  Saint  Dizier  contra  su  so- 
brina para  estar  persuaditla  del  peligro 
que  habia  en  que  la  revela- i  »n  de  Agri- 
col, en  razón  á  su  importancia,  fuese  lu-- 
cha  á  otra  persona  diferentií  de  Mlle,  de 
Cardoville;  así  es  »jue  Florina  <lijo  á  la 
Gibosa  con  tono  grave  y  «entimental. 

—  Ksf  ochad  ,  voy  i  daros  un  consejt» 
provechoso,  según  creo,  para  mi  pubie 
ama;  pero  este  píiso  podria  serme  funesto 
si  no  suis  discreta. 

— ¿Quó  queréis  dicir?  dijo  la  fiih'»*!» 
niiratido  á  Florina  ron  (¡rofiinda  snrpr<'sa, 

— Por  interés  de  mi  ama...  Mr.  Agri- 
col no  debe  confiar  á  nadie ,  sino  á  la  sl'« 


33  ALBUJÉ 

ñoríta  misma...  las  cosas  importantes  que 
desee  comunicarla. 

— Pero,  como  no  puede  verla  ¿porqué 
no  se  debe  dirigir  á  su  familia? 

— Precisamente  de  esta  es  de  quien  mas 
se  debe  guardar....  La  señorita  puede  cu- 
rar... y  entonces  Agricoi  podrá  tiablarla, 
y  si  no  llegase  nunca  á  restablecerse,  de- 
cid á  vuestro  hermano  adoptivo  que  mas 
vale  que  guarde  su  secreto  que  esponerse 
á  que  sirva  de  provecho  á  los  enemigos 
de  mi  ama lo  que  infaliblemente  su- 
cedería ;  creed  n:e. 

— Ya  os  entiendo,  dijo  tristemente  la 
Gibosa.  La  familia  de  vuestra  generosa 
ama  no  solo  no  la  quiere  sino  que  tal  vez 
la  persigue. 

— No  puedo  deciros  mas  sobre  este  par- 
ticular: ahora,  por  lo  que  á  mi  toca,  os 
ruego  que  me  hagáis  la  promesa  de  obte- 
ner de  Agricül  que  no  hable  anadie  sobre 
lo  que  habéis  querido  decirme  y  sobre  el 
consejo  que  acabo  de  daros...  la  dicha... 
la  diciía  no,  repuso  Florina  con  tristeza 
como  si  hiciese  niucho  tiempo  que  hubiese 
renunciado  á  ser  feliz,  no  solo  la  dicha 
sino  aun  el  reposo  do  mi  vida  depende  de 
vuestra  discreción. 

— No  tengáis  cuidado,  dijo  la  Gibosa 
enternecida  y  sorprendida  viendo  la  dolo- 
rosa  espresion  de  la  lisoiiomía  de  Florina; 
no  seré  ingrata  ,  nadie,  esceplo  Agricoi, 
sabrá  ijue  os  he  hablado. 

—  ¡tírueias,  gracias!  dijo  Florina  con 
efusión. 

— ¿I'orquó  me  dais  las  gracias?  dijo  la 
Oibi^sa  admirada  de  ver  correr  gruesas 
lágrimas  de  los  ojos  d.*  Florina. 

— bí.,.OBdebonn  niomento  de  dicha... 
pura  y  sin  mezcla;  porque  acaso  habria 
podido  liacer  un  servicio  á  mi  cara  ama 
tnn  espofienne  á  aunipnlar  la*  penas  que 
me  atormentan  ya. 

— ¿Vos,  desgraciada? 

^-Eso  os  admira?  pues  creedme,  cual- 


quiera que  sea  vuestra  suerte  la  cambia- 
ria  de  buena  gana  por  la  mia,  esclamó 
Florina  involuntariamente. 

— ¡Ahí  señorita,  dijo  la  Gibosa,  mé 
parece  que  sois  demasiado  buena,  y  siento 
que  tengáis  tal  deseo,  sobre  todo  hoy 

— ¿Qué  queréis  decir? 

— ¡Ah!  no  quiera  Dios,  continuó  la 
Gibosa  con  amargura  ,  que  sepáis  cuan 
horroroso  es  el  verse  privada  de  trabajo 
cuando  este  es  vuestro  único  recurso. 

— ¡Dios  mió!  ¿á  ese  estado  estais  re- 
ducida? esclamó  Florina  mirando  á  la  Gi- 
bosa con  ansiedad. 

La  joven  obrera  inclinó  la  cabeza  y  no 
contestó;  su escesiva  delicadeza  casi  se  re- 
rendia  esta  confianza,  que  parecía  una 
queja,  y  que  se  le  había  escapado  ai  pen- 
sar en  su  horrible  posición. 

— Siendo  eso  así,  continuó  Florina,  os 
compadezco  de  lo  mas  profundo  de  mi  co- 
razón  y  sin  embargo  no  me  atrevería 

á  asegurar  que  vuestro  infortunio  es  ma- 
yor que  el  mío 

Pasado  un  momento  de  silencio  escla- 
mó Florina  de  repente: 

— Pero  yo  me  ocuparé  de  eso sí  os 

falta  trabajo.....  si  carecéis  de  recursos... 
creo  que  podré  proporcionaros  obra..... 

— ¡Será  posible,  señorita!  esclamóla 
Gibosa;  nunca  me  hubiera  atrevido  á  pe* 

dirossemejaiite  favor que  no  obstante 

me  es  tan  necesario;  pero  vuestro  gene- 
roso ofrecimiinto  me  pone  en  la  obliga- 
ción de  no  reservaros  nada y  asi  oS 

diré  que  esta  mañana  misma  me  han  ne- 
gado un  trabajo  (¡ue  me  hacia  ganar  cua- 
tro francos  por  semana 

—  ¡Cuatro  francos  por  semana  !  esctá- 
mó  Florina  pudiendo  creer  apenas  lo  que 
oía. 

— Sin  duda  que  era  bien  poco,  conti- 
nuó la  Gibosa,  pero  eso  me  bastaba 

Desgraciadamente  la  persona  que  me  ocu- 
paba ,  encuentra  quien  le  haga  la  misma 
obra  por  un  precio  aun  mas  módico 


Allí  K. 

— ¡Cuatro  francos  por  semana'  ropilió 
l-'lurina  conmovida  profiindanu-nti' de  tan- 
ta misOria  iioíiia  á  t<in  grande  re>¡gMacioii; 
pues  l»ien  ,  yo  os  dirigiré  á  [lersonas  que 
os  aseguren  una  ganancia  al  menos  dedos 
francos  diarios 

— ¿(¡anar  jo  dos  francos  diarios?  ¿Fs 
po>ible?... 

—Sin  (luda  (jue  sí...  solo  (¡ut-  seria  ne- 
cesaria ir  á  tral>ajiir  al  taller á  menos 

que  no  pudráis  pntu-ios  á  sen  ir. 

—  Kn  mi  [)u!-ici(in  ,  dijo  la  Gilmsa  con 
timidez,  no  se  tiene  el  derecho  de  entre- 
garse á  esas  *U'»ceptibilidades  ;  sin  em- 
bargo yo  preferiria  trabajar  á  jornal,  y 
ganando  meíios,  tener  la  Tacullad  de  lia- 
cerila  obr^  en  mi  casa. 

—  Di'sgraciadamente  es  indispensable 
Ta  condición  de  ir  al  taller,  cnlchtó  Flo- 
rina. 

—  iMílonces  debo  renunciar  á  tan  buena 
osperan/i repuso  la  Gibosa;  no  por- 
que yo  relijse  el  ir  al  taller;  ante  lodo 
es  vivir...  pero...  se  exigej  (¡m  las  obreras 
vayan   vellidas  sino    con  elegancia,  con 

decencia  al  menos y  yo,  os  lo  con- 

fie>o  sin  avergonzarme,   porque  jui  p'>. 

breza  es  lionraJa no  tengo  mas  ropa 

que  la  (¡ue  llevo. 

— Si  en  <'»o  consiste dijoeon  viveza 

Florins,  se  os  darán  los  medios  para  (pie 
os  vitilais  con  decencia. 

La  (íibosa  miraba  á  Florina  á  cada  ins- 
tante con  !iia\i»r  sorpresa.  Er.ui  los  ofre- 
cimientos de  esta  tan  superiores  á  lo  que 
ella  podia  prometerse,  y  á  lo  (pie  las  obie- 
raN  g.Mi.in  gi-neraliiu-nle,  que  ai)onas  po- 
dia rrcerlo  la  Gibosa. 

— Pito ¿ponpjó  razón,   pregunt(') 

esta  vacilando,  tanta  genero>idad  conmi- 
go, si'ù'irila?  ¿De  (jué  modo  podria  vo 
ganar  lui  salario  tan  crecido? 

Florina  se  estremeció. 

Un  arrebato  del  coraron  y  de  su  buen 
carácter,  el  deseo  de  ser  útil  á  la  Gibosa, 


20 


cuya  dulzura  y  re^igl^arion  la  interesaroa 
\i\aiiiente,  la  liabi.m  arrastrado  á  ha- 
cerla una  pr(q)(>.siii(in  poco  meditada;  i>a- 
bia  á  que  precio  podria  oblíner  la  Giliosa 
las  ventajas  que  le  proponía,  y  solo  en- 
tonces la  ocurrió  preguiilarse  en  su  inte- 
rior si  lajóxeu  obreía  cunsfiitiria  miuc« 
vu  aceptar  senujante  ctindicion. 

Por  desgiiicia  liabia  aNenturado  Flo- 
liiia  muchas  palfibras,  )  sin  fiubargo  no 
se  atrevió  á  di  cilio  tii(b)  á  la  (iiboso.  He- 
solvió  piifs  arriesgar  el  pür\enir  ante  los 
escn'i()ulos  de  la  joven  ubrera,  y  como  los 
que  han  faltado  estai  poco  dispuestos  de 
ordinario  á  cieer  en  la  infalibilidad  de  los 
otros,  Florina  pensó  (|ue  acaso  la  Gibosa, 
en  su  po>iciun  desesperada,  tendí ia  me- 
nos delicadeïa  de  la  que  ella  le  suponía... 
y  coiiiiiiiió  : 

— Vo  coiioili  »  que  ofertas  tan  superio- 
ics  á  lo  (pie  e>lais  a^co^-liimbrada  á  ganar 
deliiii  sm panderos;  pero  debo  adverti- 
ros (jiie  se  trata  de  una  institución  pia- 
dosa ,  de>tiiiada  á  proporcionar  trabajo  ú 
«•ciipacionálas  mugeres  honradas  ijue  es- 
tán en  necesidad, ,.  L'ste  (  stabiecimiento, 
()ue  se  llama  la  Obra  de  Santa  María,  se 
eiuMrga  de  colocar  á   las  criadas,   á   las 

(dureras  al  jornal La  dirección  de  la 

Obra  eslá  eoníiada  a  personas  tan  carita- 
tivas, (pie  ellas  mismas  pru\  een  á  las  obre- 
ras (|iK'  toman  biijo  su  pro»i  (:é¡on,  de  una 
especie  de  ajuar,  cuando  e.-las  no  CNÍán 
\ olidas  Con  decencia  para  llenar  las  fun- 
ciones á  (|U«'  se  las  destina. 

K^ta  e>p!icac¡on  bailo  plausible  de  las 
MI íjryn//Ícíis  "ofertas  de  Fl.iiiii.i ,  debia  sa- 
tisfacer á  la  (íibo>a;  piiolo  (jue  se  tra- 
taba de  una  obra  de  hem  ficencia. 

—  De  ese  niodu  comprendo  I»  subido 
del  salario  (!<•  (|ue  me  l:ablais,  señorita, 
conlintió  la  G  diosa  .  pero  yo  no  cuenlo 
con  ninguna  teomeiidiicion  para  Ser  pro- 
tegida por  las  caritativas  personas  que  di- 
rigen esos  establecimientos. 
8*        • 


30  ALBÜH, 

—Vos  padecéis,  siendo  laboriosa  y  hon- 
rada, y  estos  son  derechos  suficientes;... 
tan  solo  se  os  preguntará  si  flenais  cxac- 
taniente  vuestros  deberes  reíigiosos. 

— Nadie  me  gana  á  amar  y  bojidi  eir  á 
Dios,  señorita,  dijo  !a  Gibosa  con  dulce 
firmeza;  pero  !a  práctica  de  ciertos  (JcIjc 
res  son  un  asjinto  de  conciencia  ,  y  yo 
preferiría  renunciar  á  la  protección  de 
que  me  habláis,  si  debia  tener  alguna  exi 
geticia  en  este  punto. 

— Nada  de  eso;  mas  como  os  lo  he  di- 
cho ,  las  personas  que  dirigen  esa  obra 
son  muy  piadosas,  y  asi  es  que  no  deben 
sorprenderos  sus  preguntas  sobre  ese  ob- 
jeto  y  sobre  lodo ¿qn<-^  perdéis  en 

probar?  Si  las  proposiciones  que  os  hagan 
os  cor» vienen,  las  aceptáis;...  si,  al  con- 
trario, os  parecen  en  oposición  con  \n^'s- 
tra  libertad  de  conciencia,  podéis  rehu- 
sarlas   vuestra  posición  no  se  empeo- 
rará por  eso. 

Nada  tenia  que  objetar  la  Gibosa  con- 
tra eíta  conclusion  que.  dejándide  la  mas 
completa  latitud,  alejaba  toda  descon- 
fianza ,  y  asi  continuó: 

— Acepto  vuestro  ofrecimiento  y  os  lo 
agradezco  con  todo  mi  corazón;  mas¿(|uii'n 
me  presentará? 

— Yo iDanana  sí  queréis, 

— Pero  acaso  querrán  tomar  informes 
sobre  mí 

— La  respetable  madre  Santa  Perpe- 
tua; superiura  del  convento  de  Santa  Ma- 
rte, dond<.'  está  establecida  la  Obra,  es- 
toy secura  <pie  os  apreciará  sin  necesidad 
de  informarse;  á  las  preguntas  que  os 
haga  no  os  será  difícil  dejarla  satisfeciía. 
Asi  est;'i  convenido hasta  mariaiia. 

— ¿N'endré  aq>n'  por  vos,  señorita? 

— No,  como  os  he  dicho,  no  debe  sa- 
berse que  habéis  venido  de  parte  de  Agri- 
eol,  y  una  nueva  visita  podr¿i  escitar  sos- 
pechas  Yo  iré  por  vos  en  u»  coche... 

¿dónde  vivis? 


— Calle  Brise  Miche  núm.  3...  puesío 
(jue  os  tomáis  ese  trabajo,  no  tenéis  \i\s9 
que  decirle  al  tirJorero  que  hace  de  por- 
tero que  me  avise que  llame  á  la  Gi- 
bosa. 

—  ;  La  Gibosa  I  dijo  Floriha  con  sor- 
presa. 

— Si,  señorita,  contestó  la  obrera  con 
una  triste  sonrisa,  es  el  apodo  (jue  todos 
me  dan....  y  mirad,  añadió  la  Gibosa  na 
pudiendo  reprimir  una  lágrima,  es  latn- 
bien  á  causa  de  la  ridicula  imperfeccio» 
que  niotiva  ese  apodo  el  tí-ner  r<  paro  ere 
ir  á  trabajar  al  taller...  ¡Hay  tantas g«'n- 
tes  que  se  burlan  de  una  sin  saber  cuan- 
to la  hieren  [....  Pero  como  no  tengo  que» 
escoger,  añadió  la  infeliz  enjugándose  lu* 
ojos,  me  resignaré.... 

Florina  sumamente  conmovida  tomó  lat 
mano  de  la  Gibosa  y  la  dijo: 

— ïran(juilizaos,  hay  infortunios  de  faí 
naturaleza  (jue  inspiran  compasión  y  no 
burla;  ¿no  podrid  preguntar  vuestro  ver- 
dadero nombre? 

— Me  llamo  ALagdalena  Soliveau  ;  pera 
os  lo  repilo,  señorita,  preguntad  por  I» 
Gibosa,  porque  ca>i  no  se  me  conoce  sint^ 
bajo  este  nombre. 

—Mañana,  pues,  iré  ala  calle  de  Brise - 
Miche. 

—  I  Ah  I  señorita ,  ¿cuándo  podré  pa- 
gar tantas  bondades? 

—  No  hablemos  de  eso;  lodo  mi  deseo 
es  que  mi  intercesión  pueda  seros  útil..,, 
de  !o  (¡ue  sola  vos  podréis  juzgar;  en  rúan- 
to  á  Agrícoi  no  le  res-pondais  ;  esperad  á 
que  salga  de  la  cárcel,  y  decidle  entonce* 
(|ue  sus  revelaciones  debon  (|uedar  en  se- 
creto hasta  el  mun\enlü  en  (jiu«  pucáa  ver 
á  mi  pobre  ama.... 

—  ¿Y  d(')nde  e>tá  á  estas  ftorasesa- bue- 
na señora? 

— Lo  ignoro....  No  sé  á  dontíe  Fa  han 
conducido  cuando  se  ha  declarado  su  ac- 
ceso. Asi,  has^U  mañaua. 


—ÎInsIa  innnnn.T,  dijo  la  d'hosa. 

Nu  haltrá  olvuladu  el  li-clor  t;iu-cl  r.wi - 
\<iiti)  (II*  Sania  Maria,  îIiuhU»  Floritia  <le- 
bid  coiidiii-ir  á  la  (îit)iisa,  •  ra  »d  iiiic  »'ii- 
cerraba  las  lujas  del  {^iMifral  Siinmi.y  i|iu' 
psiaba  iniiu'iliato  á  la  casa  île  salud  del 
durlor  Baleinier  en  el  i¡ue  se  hallaba  eii- 
tunres  Adriana  de  Ciirduvil^e. 
M. 
i.A  maDrg  saîita  n-nPiïTiA. 

El  ct>iivent«)df  Sama  Minia,  donde  lia 
Itian  >ido  roixliiridas  las  lujas  del  pfiiera! 
Simon,  era  un  anlii^no  y  <;rande  edilicio, 
cuyo  vasto  jardin  daba  al  l¡oA¡iiial ,  uno 
de  los  silios  (>übre  lodo  en  acjiudla  época) 
mas  desiertos  de  Paris. 

Las  eseeiías  (¡iie  si;¿iicn  ocnrrieron  el 
1*2  de  fibrero,  M'^pera  de!  dia  f.ilaieti  (|iie 
los  nnenibros  de  la  fatnilia  Ilennepont, 
úUinios  descendientes  d<>  la  hermana  del 
Judío  erraiitt<,  dcbíjii  reunirse  en  la  calle 
de  San  Fianci^eo. 

lili  el  oonvcnli)  de  Sania  Maiia  habia 
tina  completa  rf;:iilaridad.  ['nct>nM-joMi 
periur,  compuesto  de  ec¡esia>ti(ti>  inílu- 
yenles,  pre>idido  por  el  padre  Aii:ri^ii>, 
y  de  mujeres  de  una  gran  dev&cion  á  cu- 
ya cabeza  estaba  la  prince>a  de  Saint- Di 
2ier,  se  reunia  á  menudo  á  (in  de  acordar 
Irts  nu'dios  de  asesinar  y  eslender  la  in- 
fluencia oculta  y  poderosa  de  aipiel  esta- 
blecimiento, que  tomaba  una  notable  es- 
lensiun. 

H ribi.in  presidid  )  á  h  rnndaclon  de  la 
Oltra  de  Santa  Maria  combinación^  muy 
habiles  y  muy  profundamenlecaltulad;  s, 
y  por  con>ei"iientia  de  jurandes  dnnalivcjs, 
piiseia  riipnVimas  (incas  y  otros  bienes  que 
se  aumentaban  cada  dia. 

La  conujnidad  religiosa  solo  era  un  pre- 
lesto;  perograciasá  numerosas inteli':en- 
cias  enlazadjs  en  la  provincia  por  medio 
de  los  miembros  mas  exalla  los  del  p.irli- 
do  ultramontano,  se  atraían  á  e>te  con- 
venio un  número  Lj^tanie   considerable 


ALBCM.  31 

de  liMélf.ina':  rícamon'p  tloladas  (¡iie  de» 
bian  recibir  en  el  conM-nto  una  etliir.i- 
cinn  xdiila  ,  áuslera,  reli;;iu>a;  muy  pre- 
ferible, >e  d(  cía  ,  á  l.i  educariun  fiivtda 
i¡ue  liat)i.in  n  i  ibido  en  los  r«dc'¿i(i<«de  nu»' 
d'i,  infi  ciados  de  la  c.>rtupei  in  <!•  I  >i^'o. 
A  las  mugeres  \iudí>s  ó  solas,  pero  l.ini- 
bií'ii  ricas,  olrecia  la  Obra  tie  Santa  Ma- 
ria \\n  a*ilo  seguro  con'ia  los  |)e'igros  y 
las  tent.U'iones  del  mundo:  di ^rulalia"!» 
una  ca!m;i  adorable  en  e>le  pacílico  reti- 
ro, híicieiid')  méiilos  p;ira  la  salvaí  ;ii  y 
hall mdose  rodeada»  de  los  cuidado»  nías 
litrnos  y  af<íiuo»os. 

No  era  «'>o  totlo  ;  la  madre  Santa  Per- 
petua, sii|ieriota  del  cnn\tnlo,  >••  enc.ir- 
gaba  lambien  en  nombre  de  l;i  ()!ir;i,  du 
procurar  á  los  xerdaderos  ííi'!e>  que  que- 
rian  preservar  el  inferior  de  sos  ia>a>  de 
la  corrupción  del  >ig'o ,  m  a  señfirila- de 
compailia  para  las  mujeres  Mda>  ó  de  eila  ', 
ya  criadas,  (j  ja  en  iiii  obrera^,  cuja  |  ie- 
dad  de  ti. das  ellas  estaba  garantizada  (lor 
la  Obra. 

Nada  parecía  mas  digno  de  interés,  «le 
simpalia  y  ile  protección  (pie  un  estable- 
cimiento simejanle,  pero  bien  pronto  qui- 
taremos el  velo  á  esle  va.slo  y  peligi(»>o 
laboratorio  de  inlripas  de  tudas  clases, 
ocu'tas  bójo  tan  caritativas  y  santa>  apa- 
riencias. 

La  madre  Santa  Perpetua,  superiora 
del  comento,  «ra  una  muger  alta,  como 
de  cuarenta  años,  ve>tida  de  >ay.d  de  co- 
lor caiiiu!i:a,  y  bevaba  ci)!gado  de  la  cin- 
tura un  l.irg'í  rosario;  un  gorro  b'aiico 
con  babera  acompafiado  de  un  \elo  ne- 
gro la  cubria  la  c.ibcz.i  >  ca>i  eiilera- 
iiiente  el  rostro  flaco  y  pálido;  veían>e  eii 
MI  freiitea.iiarillenta  una  multitud  de  ar- 
rugas profundas  y  traiis>er>ales;  su  na- 
riz se  eiuorxaba  á  m.Mi«  ra  de!  pirodeun.1 
águila  de  rapiña.;  mis  ('josn»-gios  ei an  sa- 
gaces V  vivos,  y  MI  lÍMiiioihia  á  la  vez  in- 
ieiÍL:ente  y  fria  demostidba  un  caiácler 
inllexibíc. 


32  AtBÜB. 

En  cl  manojo  de  los  intereses  de  la  co- 
muniilad,  la  maJre  Santa  Perpetua  habría 
podiil<>  servir  iJeníoiielo  aî  procurador  mas 
astillo.  Cuando  las  mugeres  están  poseí- 
das (lo  lo  que  se  llama  h  inteligencia  de  los 
ncíjocias ,  y  se  dedican  á  ellos  con  toda  la 
sutileza  de  su  penetración,  su  perseveran- 
ci;i  infatijiable,  su  prudente  disimulo,  y 
sobretodo  con  esa  precisidn  y  rapidez  del 
primer  };o!pe  de  vista  (|ue  les  es  innata, 
consii^Mcn  roMiItados  poderosos. 

Para  la  inadre  S.iiíla  Perpetua,  mu- 
jer do  una  calteza  sólida  y  fuerte ,  solo  era 
un  juego  ia  vasta  contabilidad  delconven- 
to,  nadie  ia  ganaba  á  saber  comprar  pro- 
piedades deterioradas  para  mejorarlas  y 
y  Volverías  á  vender  con  ventaja;  el  cur 
so  de  la  renta  y  el  cambio,  el  valor  cor- 
riente de  las  acciones  de  diferentes  em- 
presas, leerán  también  muy  familiares^ 
nunca  hizo  una  especulación  falsa  al  em- 
pl'  ar  ¡os  fniidos  de  tjue  las  buenas  abnas 
lia'ian  diariamente  donativo  á  la  Obra  de 
Santa  M.iria.  líslableció  en  elconvento  un 
('•rdeii ,  una  disciplina  y  sol're  todo,  una 
econonu'a  sorprenden  le.  lil  objeto  cons- 
tante de  sus  esfuerzos  era  el  de  enriquecer 
la  cuinunidad  «¡ne  dirigía;  porque  el  espí- 
ritu de  á*ociacioti ,  cuirmlo  está  regido  [)or 
e\  i'goi.-iiiio  C'Aiclici),  da  á  las  corpttracio- 
nes  lus  «il  fectos  y  ios  vici;>s  del  individuo. 

Asi  es  qui;  una  cnn¡:;i  elación  ama  el  po- 
der y  el  dinero  como  un  ambiciosoaina  el 
pudor  por  si  m'wmo.  y  okihoa'I  avaro  ama  el 
yro  p  >i  au  vaior...  Poroeii  lijqiio sobre  to- 
jo übranliis  e.ingregaiionescüuiotuí  liom 
hre  solo,  eson  la  adqui>icioiideíinca.>;  Oata^ 
son  el  ot'joto  de  su  >ueùo,  su  idea  fija  y  su 
fruclifera  monomanía;  lacen  por  ella  los 
VoIds  mas  ;>íoeoros ,  los  mas  tiernos  y  ar- 
d;en!«  s.,,. 

\í\  primor  intnudi'c  es  para  una  pobre 
y  jioquL'ùa  co.nunidad  naciente  lo  quepa 
ra  una  recien  casada  su  regalo  de  bodas; 
para  un  adolescente  su  primer  caballo; 


para  un  poeta  su  primef  triunfo;  para  una 
costurera  su  primer  chai  de  cachemira; 
porijue  prescindietido  de  todo,  en  estesi- 
glo  material,  yin  inmueble  coloca  á  una 
conuinidad  en  cierta  posición ,  dándola 
cierto  valor  en  la  Bolsa  religiosa,  y  una  idea 
tanto  mayor  de  su  crédito  sobre  los  necios 
cuanto  que  todas  las  asociaciones  de  sal- 
vación, que  concluyen  por  poseer  itmien- 
sos  bienes,  se  fiui.lan  siempre  modoita- 
menle  c>n  la  p  ibri'za  como  título  social,, 
y  la  caridad  del  prógiuíO  como  garantía  y 
eventua'ilad. 

Por  lo  tanto,  no  es  fácil  formarse  una 
idea  do  la  ardiente  y  acre  rivalidad  que 
hay  entre  las  diferentes  congregaciones  de 
hombros  y  mujeres,  en  cnanto  á  los  íh- 
mueblcs  (¡ue  cada  una»  puede  poseer  ,  y  de 
la  grande  complacencia  con  que  una  opu- 
lenta coniuiiidiid  se  enseñorea  sobre  otra 
menos  rica ,  o.->!.entando  el  inventario  de 
sus  ca>as ,  haciendas  y  billetes  de  banco. 

La  envidia  y  los  encarnizados  celos, 
que  la  ociosidad  dol  cldii>tro  hace  a(m 
mas  tirriblos,  nacen  preci>amonte  de  ta- 
les conqjaracionos  ;  y  .vin  embargo  nada 
es  menus  cristiano  en  la  adorable  acepta- 
ción de  esta  divina  palabra,  nada  lo  es 
menos  según  1 1  verdadero  espíritu  evan- 
gélico, e^píritll  tan  religioso  y  esemial- 
menle  cohuuiÍaUi,  que  e»le  insaciable  ar- 
dor de  ¡idipiiiir  y  amontonar  por  todos  los 
medios  posible*»;  avaricia  peligrosa  que 
está  lejos  de  ser  escn^aila  á  los  ojos  de  ia 
pública  opinion  pv'r  algunns  cortas  limos- 
nas á  las  quo  presido  un  inexorable  espí- 
ritu de  esidii-ion  y  do  intolerancia.   , 

La  madre  ¿anta  Perpetua  estaba  sen- 
tada ante  un  meritorio  colocado  en  medio 
de  un  gabinete  sencillo,  \)>c.u  conforíáüle- 
menlc  amueblado;  uh  fuego  escelenle  ar- 
día en  una  chimenea  de  mármol  y  una 
rica  alfombra  cubría  el  suelo. 

La  superiora,  á  quien  se  entregaban 
todos  los  dias  las  cartas  dirigidas  á  las  her- 


AI  I  I  >l 


X] 


roanas  ó  á  las  pensionistas  del  convenlü, 
acababa  de  abrir  las  de  las  primeras,  ^e- 
}¡un  sil  derecluí,  y  las  de  lassej;iiiida>coii 
grande  deslroza,  segi;n  el  dereclin  que 
ella  se  atribula,  ¡i  su  pesar:  pero  par  el 
ínteres  de  la  salvación  desús  (pu-riilas  ni- 
ñas y  también  un  poco  por  estar  ai  c(tr 
rienle  dt?  su  correpundencia  ,  .poripie  l.i 
superiora  so  iniponí.i  el  deber  de  tomar 
coiMjrimienlo  de  todas  las  cat  Ms  (|iu'  so 
e>rrili;.in  cu  el  convi  uto,  antes  de  remi 
tirlas  al  correo. 

Las  M'ñales  de  esta  piadosa  é  inocenli- 
io(|iiisirion  desaparecierun  con  mnclia  fa- 
cilidad, por(|ue  la  santa  y  buena  madre 
poseía  IikIo  un  arsenal  do  prociosos  y  po- 
tpit'ùos  úliic'S  de  aiero;  los  imu)S  muyíali- 
ladüs  servían  para  levanlar  iiiperce.;;ífbk'- 
nuiíle  el  papel  alre<ledor  del  lacre,  y  des 
files  de  leida  la  carta  y  Nuelia  á  co!i>cei 
•«?n  su  sobre  ,  tomaba  otro  lindo  iiislru- 
meiito  redondo,  li»  caíentaí'a  lijeramenle 
y  pagando  pjr  encima  del  lacre  la  dejaba 
«uinu  antes;  en  (in  por  un  senlintieiito  de 
justicia  y  de  igualdad  muy  loable,  'liabia 
en  el  arsenal  de  la  bueno  madre  basta  un 
^íequeiio  fumifíalorio  sumamente  ingenio 
so  con  el  \apor  In'unedo  y  disolvente,  ai 
cual  se  soinetían  las  cartas  •modesta  ) 
iMimíldciiK'ote  cei  radas  con  obleas;  liii- 
ine(ieciilas  asi,  cedían  con  facilidad  al  me 
ñor  esfuerzo  y  sin  ocasionar  la  mas  pt.'- 
giieña  rotura. 

Según  \it  importancia  de  \as  i ndiscri  ció 
nes  i|ue  la  superiora  encontraba  en  las 
rnrtaN.se  (|iK>ddba<^on  notas  oías  ó  meno'» 
«sientas.  Interrumpiéronla  en  esta  inte- 
resante iinestigaciun  dos  golpecitos  dado> 
en  la  puerta  cerrada  del  gabiiiele. 

La  madie  Santa  IVrpetua  ocultó  i  unu 
secreto  su  escritorio,  su  pequeño  arsenal, 
se  levantó  y  fué  á  ahrir  -con  un  aire  so- 
lemne. 

Una  hermana  cubierta  venía  á  avisarla 
que  la   señora  princesa   de  Saint-Dizier 


esperaba  en  el  >aliin,  \  que  Fioriiia  acom- 
pañada de  niiii  jtiven  «'onlrabecbfi  y  mal 
vestida,  (|ue  li.ibinn  llegado  un  poco  des - 
pue?  t|Ut,'  la  piuice.sa,  operaban  lanibieii 
á  la  puerta  d»'l  peqii.ño  corredor. 

—  Introducid  primer*»  á  la  princesa, 
(lijo  la  madre  S.inta  l'erpelua,  y  congra- 
cióla oíicio^id  id  acercó  im  s.llonal  fuego. 

L:i  [tritife-a  de  S.'ii';l  -  Di/ier  entró. 

Aiiníiue  sin  pieieiiNiímes  caprirliosas  y 
juvei.ües,  la  pi incoa  e^lal)a  volida  con 
¡justo  y  elegancia:  llevaba  un  sombrerillo 
(le  terciojielo  negro  de  la  mejor  hechura, 
un  chai  do  cachemira  azul  y  un  vestido 
(lo  raso  negro  guarnecido  de  pieles  de 
marta  igual  ai  foi  ro  de  su  manguilo. 

— ¿Hué  buena  fortuna  me  proporoinna 
boy  el  honor  de  vuestra  '.¡sita,  mi  queri- 
da bija*.'....  le  dijo  graciosamente  !a  íupc- 
riora. 

— Una  recotiiendacioM  niii)  imporíanlc 
mi  t|uerida  madre,  [lorque  estoy  deniucha 
pri>a;>ie  me  espera  en  casa  su  eminencia, 
y  desgraciadamente  sido  puedo  e.->iar  con 
vos  algunos  «limites;  se  trata  todavía  de 
esas  dos  buórfanas  sobre  las  (jiie  liemos 
hablado  tanto  ayer. 

— Conliiman  separadas,  según  vuestro 
deseo...  y  e>ta  separación  ha  sido  para 
(lias  un  golpe  tan  sei.>it4e....  (|ue  nie  he 
V  isto  ob!iga<la  ota  (luiñ.uia  a  enviar  por 
el  doctor  I'alemii  I ...  ;i  su  »  asa  de  salud.., 
lia  encoiiliaJouiiii  n<  lue  uitt<!a  á  un  gran- 
de abalimientü,  y,  co-a  siiigu!ar,  lo.sinis- 
nios  .'íiilomas  de  enfermedad  en  ambas 
hermanas....  He  irKei  rogado  de  lUic  vo  á 
eslas  infelices  ciialuras....  y  he  ijuedado 
confundida....  a>u>tada...  son  ididalias... 

— rPor  eso  era  lan  urgente  el  confesar- 
Ins....  IVro  veij  iupii  el  motivo  de  mí  vi- 
sita, mi  ipierída  madre:  acaba  de  saber- 
-e  el  regreso  impn  v i.-lo  de¡  soldado  quo 
ha  traído  esasjóvenes  á  Francia,  y  el  que 
se  creía  ausente  por  algunos  dias;  está  en 
I'aris;  á  pesar  de  su  edad,  es  un  hombre 
9* 


Z\  A Leu» 

audaz,  emprendedor,  y  de  una  rara  coít 
gía;  si  descubriera  íjue  las  jóvcrios  cstin 
aq  li...  lo  que  por  otra  parte dicliosaimn 
te  es  casi  imposible,  en  su  rabia  de  ver- 
las al  abrigo  de  su  impía  induoncia,  sería 
Capaz  de  todo....  Asi,  desde  hoy,  n)i  iiiu'- 
rida  madre,  debéis  redoblar  vuestra  'i)i- 
lancia....  que  nadie  pueda  inlroduíiix- 
aqui  de  noche....  ¡está  tan  desierto  vsU- 
barrio!.... 

— Descíiidad,  mi  querida  hija....  esta- 
mos bastante  guardadas:  nue>tro  porleru  y 
jardineros,  bien  armados,  liaccn  la  romia 
toda  la  noche  por  el  lado  del  hospital;  las 
paredes  son  alias  y  cruzadas  de  punías 
de  hierro  en  los  parajes  de  mas  faoil  ac- 
ceso;,... pero  de  lodos  modos  os  agrade/ 
co,  hija  mia,  vuestra  advertencia;  se  re- 
dobiarr.n  las  precauciones. 

— Sobre  todo  esta  noche ,  m»  querida 
madre. 

—  ¿Y  porqué? 

—  Porque  si  ese  infernal  soldado  tuvie- 
ra la  audacia  inaudita  de  intentar  cual- 
quier cosa..;,  seria  esta  noche.... 

—  ¿Y  cómo  lo  sabéis,  uii  querida  hijfi? 

—  Las  noticias  que  tenemos  nos  dan 
esta  certidumbre,  contestó  la  princesa  con 
una  lijera  turbación  rjue  no  se  escapó  á  la 
supcriora  ;  pero  era  esta  demasiado  (¡na 
y  reservada  para  darse  por  entendida,  á 
pesar  de  sus  sospechas  de  que  se  le  ocul- 
taban muchas  cosas. 

— Ksla  noche  pues,  respondió  la  madre 
Santa  Perp.etua  ,  se  redoblará  la  vigilan- 
cia.... Pero  pue«to  que  tengo  el  placer  de 
veros,  mi  «juenda  hija,  aprovecharé  esta 
ocasioR  para  deciros  dos  palabras solvre  el 
casamiento  en  cuestión. 

— Bien,  mi  querida  njadre,  dijo  con  vi- 
veza la  de  Sainl-Dizier,  eso  es  muy  im- 
portante; el  joven  baron  de  Brisville  e.>. 
un  líOmbre  lieno  de  ardiente  devoción  en 
este  tiempo  de  impiedad  revuluciunario  y 
la  practica  abiertamente;  podrá  hacernos 


grandes  servicios;  en  la  cámara  es  bas- 
ta níe  escuchado,  no  careciendo  de  una  es- 
pecie de  elocuí^ncia  agresiva  é  insultante, 
y  no  conozco  á  nadie  que  demuestre  su 
creencia  eon  mas  descaro,  y  su  fé  de  un 
modo  tan  insolente;  su  cálculo  es  justo, 
poniue  esa  manera  caballeresca  y  desem- 
barazada de  hablar  de  cosas  s.')ritas  pica  y 
despitMlaía  curiosidad  de  les  indilcrtnles. 
Por  forttma  son  tales  las  circunstancias» 
que  puede  mostrarse  contra  nuoslro<etu— 
migos  Cf>n  lina  audaz  violencia  sin  el  me- 
nor peligro,  lo  que  naturalmente  n  díd)!» 
^u  ardor  de  mártir  postulante;  en  una  pa- 
labra, es  nuestro,  y  en  pago  le  debemii» 
ese  matrimonio;  es  preciso,  pues.  ()ue  se 
fia¿;a  :  por  otra  parte,  vos  sabéis,  queri- 
da madre,  que  se  propone  hacer  una  <lo- 
nacion  de  cien  mil  francos  á  la  Obra  <le 
Santa  Maria,  el  (lia  en  que  tome' posesi<>r> 
de  la  forttma  de  la  señorita  de  Baiídri- 
court. 

—  Nimca  he  dudado  de  las  esretente* 
infenciones  de  Mr.  de  líris^iíle  en  cnaiiti> 
á  una  obra  que  merece  la  ^impajia  de  to- 
das las  personas  piadosas,  respondió  dis- 
cretamefite  la  t-njíeriora  ;  poro  na  creía  ya 
encontrar  tantos  obstáculos  de  parte  de  la 
joven. 

—  ;(]ómof 

—  Esa  joven, en  quien  hasta  ahora  ha- 
bia  yo  creido  la  sumisión,  la  timidez,  la 
nulidaí),  ó  mejor  dicho,  el  idiuiismo  per- 
sonificado.... en  higar  de  ser  lo  (jue  yo' 
pensaba,  arrebatada  por  esa  proposicioi» 
de  casauíiento....  pide  tiempo  para  refte- 
xionar. 

—  ¡  ('.osa  estrana  f 

—  Me  opone  una  resistenei»  de  inar- 
cion;  en  vanóla  he  dicho  con  >everidiu> 
que  hallándose  sin  padres  ni  amigos  y  qiur 
estando  confiada  á  mi  cuidado,  debe  ver 
por  mis  ojos  y  escuchar  por  mis  oidos,  y 
que  cuanilo  yo  le  aseguro  que  esa  nnioo 
lacou\icne  bajo  todcs  aspectos,  dvLecon- 


forruarsi'  sin  rtll-xionar  ni  linrcr  la  na- 
nur  iilijfcion.... 

—Pur  cit;rto....  que  no  puoile  hablarse 
de  un  modo  nin>  sensato  — 

—  Klla  me  re>[)i>nJe  i|iie  tpiisiern  mt  á 
Mr.de  Urisville  >  conocer  so  carácler  an- 
les  de  coinproinelerso.... 

— liso  es  un  ab.Mird»....  cnnntlo  vos  le 
rcsp mdeis  de  su  moralidad  y  liallais  tjUe 
ese  ca>amienlo  la  es  convinifule.... 

— Ademas,  esta  mauaiia  lie  lieclio  no 
lar  á  la  serM)iita  Baiidricuiirt  que  ^i  hasta 
aliora  no  lie  empU'ado  con  ella  sino  me- 
dios di-  dulzura  y  pir>ua>iiin,  podre  ver- 
me oh'ijjada  á  pesar  niio  y  pui  u  [)rt>pio 
interés. ...  á  ohrar  ron  rijinr  [laia  vi-ncer 
su  (>h>tina(-¡on  ,  sejarándula  de  mis  C'in- 
palieras  y  encenándoia  con  la  uia>  seve- 
.  ra  incomunicaciitn...   ha>ta  que  se  decidn 

á  (¡uerer  ser  dichosa rasándose  con  un 

homhre  tan  re^peliilde. 

— ¿Y  qut;  eft  do  han  producido  esas 
amenazas,  mi  querida  madre? 

— Creo  que  tendrán  buen  resultado.... 
ella  tenia  cierta  corres|)onih'ncia  con  una 
antigua  compailera  de  coVüi-)  de  su  pro- 
vincia  cor  lespoiidiMícia  (|ue  yo  he  su  ■ 

primi'lo  por  parecermo  peligrosa;  por  lo 
tanto  en  el  dia  se  halla  bajo  mi  sola  in 
ílliencia....  y  no  du  Jo  (¡ue  conseguiíeinos 
nuestro  fm;  pero  j a  conociis,  hija  mia, 
que  no  se  logra  liacer  el  bien  sino  á  costa 
de  mucho  lrah;ij". 

— 1  amblen  esloy  segura  de  que  AI.  de 
Brisville  no  se  aleitdrá  á  su  primera  pro- 
mesa, garantizando  yo  misma  de  i]ue  ai 
llega  á  realrzarse  e>le  enlace,... 

—  Vos  sabéis,  mi  <|uerida  luja,  dijo  la 
superiora  uiliTiiiinpiendoa  la  piimeía  que 
si  Se  tratara  de  misóla,  <h'>di>  luego  lelni- 
saria;  peio  dar  á  la  Ol>ra  es  dar  á  l)i<»>, 
y  yo  no  puedo  ini[)e(lir  á  .Mr.  de  |}ri>\iiic 

«I  que  aumente  la  suma ademas,  uu> 

suçi-'leiiina  cosa  dep'or.ible. 

— ¿Que  cu-'U,  mi   quel  da  madre? 


ALnim.  ^  Sii 

— r.l  Sagrado  Corazón  nos  disputa  y 
puja  um  (iocü  (picn>)S  <-on>ieneMibrema- 
nera....  Kn  verdad  (|m'  hay  grntetíincaD' 
sable>;  no  i>l)>l.iiile  ,  me  lu-  is|>hi'ado  so- 
bre el  particular  enérgicmenle  ron  la 
superiora. 

—  \'M  efecto,  ella  mi^ma  me  li;  ha  tli- 
rlio  alriliiiyendo  la  culpa  al  ecónomo,  nS' 
pontli('>  Mme.  de  S.iinl-Dizier. 

— ¡Ah!  ¿La  visitais  vos.  mi  (iu<  rida 
hija?  pregiiriló  laMijieiiora  pateciendo  \i- 
varnenU;  sorprendida. 

— I^a  he  eiicontr.ido  en  fa«a  de  Monse- 
ñor, conlesti)  la  iinnroa  ron  imi  li¡.'era 
turbación  que  la  madre  Santa  IN  rpi  !i;a 
no  pareció  notar. 

— -Yo  no  m'>  en  verdad  .  contiion»  esta  , 
por(]iie  escita  nuestro  otableeiiiiieiitu  (aii 
\ioleiitüS  c«'lo>  al  Sag»-ado  Corazón;  asies 
que  ha  esparcido  rumores  de-agradables» 
sobre  la  Obra  jje  Santa  Maria....  luiy 
ciertas  personas*  que  se  sienten  ofendidas 
de  la  prosperidad  de  sus  semejantes. 

— Vamos,  mi  queriria  madre,  diji»  la 
princesa  con  tono  conciliador,  no  dmb  is 
que  el  dorntivo  de  Mr.  de  I5r  ínvíIU'os  pon  • 
drá  en  el  caso  <le  poder  sobrejuijar  á  la 
postura  del  Sagrado  Corazón  ;  e«e  rasa- 
miento  tendría   pues  una  doble  ventaja, 

mi  (|uerida  mailre por(|ire  pondría  una 

gratule  fortuna  en  las  manos  de  un  hom- 
bre nuestro,  que  la  em|)learia  como  con- 
viene;.... con  cerca  de  100.000  francos 
de  renta  se  triplicaria  la  importancia  de 
nuestro  ardierrte  defensor,  lin  fin,  ¡endro- 
mo>  un  órgano  digno  de  miesíra  cau^a  y 
no  nos  veremos  ohliga  as  á  cuníiar  nues- 
tra defensa  á  agentes  como  e.-e  .Mr.  Du- 
moii'in. 

—  ^in  embsrgo  hay  miii  lio  mimen  y 
mucho  talento  en  >u>  escritos  :  p.aa  míes 
nt\  e>lil<>  d  ■  un  San  liernardo  indignado 
contra  la  inq)ieda(i  del  >iglo  — 

—  ¡  Ah  madre  I  ]  si  sopierai".  que  eslra- 
Ù0  San  Uernardo  es  el  lal  Duiuuulio  L... 


36 


âLBUM, 


:/" 


pero  no  quiero  escandalizar  vuestros  oi- 
•dos....  Tudo  lo  <]iie  puedo  deciros,  es  que 
semejantes  dtfonsorcs  comprometen  las 
mas  santas  causas....  Adiós,  mi  querida 
madr»'....  os  encargo  sobre  todo  que  re- 
dobléis la  vigilancia  esta  noche....  El  re- 
greso do  ese  soldado  me  pone  en  grande 
inquietud. 

— Traníjuilizaos,  hija  mia....  ;  Ali  !  me 
olvidaba....  Kiorina  nie  ha  rogado  que  os 
pida  una  gracia  y  es  la  de  entraren  vues- 
•tro  servicio....  vos  sabéis  la  fidelidad  que 
os  ha  moslTrulo  en  la  vigilancia  de  vues- 
tra dcsdicliaiia  sobrina...  creo  que  recom- 
-pensándola  asi  la  ganaríais  completamen- 
te.;., y   yo  os  (¡uedaria  reconocida   por 

«Ha. 

— Bastarla  que  vos  mostraseis  el  menor 
interés,  mi  (¡ucrida  madre,  para  qiie  nie 
apresurara  á  complaceros....  Es  rosa  he- 
cha ,  recibiré  en  mi  casa  á  ¡Florina....  Y 
ahora  (¡ue  pienso,  podrá  serme  muclio  mas 
útil  tie  lo  que  creia. 

— Mil  gracias,  mi  querida  hija,  portan- 
ta  bondad....  Nos  volvereuíos  á  ver  muy 
pronto....  ya  sabéis  que  pasado  mañana 
á  las  dos  (lebeinos  tener  una  larga  confe- 
rencia con  Su  Eminencia  y  Monseñor,  no 
Jo  olvidéis.... 

— No,  madre  mia,  seré  exacta....  pero 
ledoblad  las  precauciones  esta  noche,  por- 
gue temo  utí  grande  e>cJndaío. 

Lueg.»  que  la  prince-^a  hubo  besado  res- 
petuosaiucníe  la  mano  á  lasuperiora,  sa- 
lió por  la  puerta  principal  del  gabinete 
que  daba  á  un  salon  á  cuyo  estremo  es- 
taba la  escalera. 

Algunos  r.iinutos  despuesenlró  Florina 
tn  el  cuarlo  de  lasuperiora  porunapuer- 
<a  lateral. 

La  sup(ri)ra  estaba  ^enlada,  y  Florina 
se  acercó  á  ella  con  tímida  humildad. 

— ¿Habéis  encontrado  á  la  señora  prin- 
cesa de  .Saint- Dizier?  Ic  preguntó  la  ma- 
dre Santa  Terpelua. 


— No,  madre,  he  estado  esperando 
en  el  pasillo  cuyas  ventanas  dan  al  jar- 
din. 

— La  princesa  os  recibe  en  su  servicio 
desde  hoy,  dijo  la  superíora. 

Florina  hizo  un  movimiento  de  sorpre- 
sa mezclada  de  disgusto,  y  contestó: 

—  ¡Yo...  madre!...  pero... 

— Se  lo  he  pedido  en  vuestro  nombre... 
vos  aceptáis.,,  dijo  imperiosamente  lasu- 
periora. 

,  — Sin  embargo...  madre,  yo  os  había 
rogado  no.... 

—  ;  Os  repito  que  aceptáis  1  dijo  lasu- 
periora con  un  tono  tan  firuíe  y  positivo, 
(|ue  Florina  inclinó  la  cabeea  y  dijo  en 
voz  baja: 

— Acepto — 

— Os  doy  esta  orden  en  nombre  de 
Mr.  Uodin. 

— Me  lo  pensaba....  madre,  respondió 
tristemente  Florina;  ¿y  con  que  condicio- 
nes.... entro  en  casa  Je  la  princesa? 

— Con  las  misn»as  que  en  casa  de  su 
sobrina. 

Florina  se  estremeció  y  dijo: 

— Asi,  ¿deberé  dar  informes  frecuentes 
y  secretos  sobre  la  princesa? 

— Observaréis  y  daréis  cuenta.... 

— Si,  madre... 

— Snbre  todo,  las  visitas  (pie  reciba  eii 
adelántela  princesa  de  la  superiora  del 
Sagrado  Corazón;  ¡as  a|)untare¡s,  y  tra- 
taréis de  e>cucli;ir,...  Se  Irala  de  preser- 
var á  la  princesa  de  perjudiciales  influen- 
cias. 

— Obedeceré,  madre. 

— Trataréis  de  saber  porque  razón  se 
han  alraido  at\\\'\  dos  jóvenes  luiérfanas,  y 
han  sido  recomendadas  con  la  niayor  se- 
veridad por  Mme.  Grivois,  confidente  de 
la  princesa. 

— Si,  madre. 

— Eso  no  os  iuípedirá  el  qtie  procuréis 
grabar  en  vuestra  imaginación  todoaque- 


ALBUM 

Tlü  que  os  parezca  digno  de  notarse.  Ma- 
ñana os  daré  ademas  instrucciones  sobre 
otro  asunto. 

— Kslá  bien,  madre. 

— Por  lo  demás,  si  os  conducís  de  un 
modo  salisfaclorio,  ejecutando  lichiii  iite 
^as  instrucciones  de  que  os  hablo,  saldréis 
de  casa  de  la  princesa  para  ser  ama  ule 
llaves  en  casa  de  utia  joven  recien  casada: 
esta  será  par;»  vos  una  posición  escelenfe 
y  durable...  siempre  con  las  mismas  cun- 
diciones.  Asi,(|uedais  advertida  de  (|ue 
entrais  en  casa  de  .Mine,  de  Saint-Dizier 
ú  vuestro  ruego. 

— Si,  madre....  lo  tendré  presente. 

— ¿Quien  es  esa  joven  contralieolia  que 
os  act)nipaùa  ? 

— Una  pobre  criatura  sin  ningim  recur- 
so, muy  inteligente  y  de  una  educación 
íup^'rior  á  su  estado;  es  coslurer-a  en  ro- 
pa blanca,  y  faltándole  el  trabajo  se  en- 
cuentra reducida  á  la  última  miseria.  Ks- 
ta  mañana  lie  tomado  informes  sobre  ella 
cuando  he  ido  á  buscarla,  y  me  los  hai, 
dado  escelen  tes. 

— ¿Ks  fea  y  contraleclia? 

— Su  rostro  es  intoresanle  ;  pero  es  jo- 
robada. 

La  s'jperiora  pareció  satisfecha  de  sa- 
ber (|ue  la  persona  de  quien  se  le  hablaba 
eraamabl*,  aunque  de  un  estcrior  des- 
graciado ,  y  anadió  después  de  un  mo- 
mento de  relk'csion- 


37 


— ¿Y  parece  intelig  nte? 
■ — Mucho. 

— ¿Y  carece  enteramente  de  recursos*' 

— Alisolulanienle... 

— ¿  Es  piadosa  ? 

— No  llena  los  deberes  relijiosos. 

— Poco  importa  ,  dijo  er»lre  sí  la  supe- 
riora  ,  si  es  int<'ligente  eso  basta;  y  des- 
pués conlinuó:  ¿Sabéis  si  es  buena  costu- 
rera? 

— (>eo  (|uc  si ,  madre, 

Levantóse  la  üipefiora,  tomó  un  rejis- 
Iro  de  un  estante  ,  y  pareció  buscar  en  él 
alguna  cosa  con  atención;  á  los  pocos  ins- 
tantes lo  dejó  en  el  inismuo  sitio  y  dijo: 

— Haced  entrar  á  esa  joven....  é  id  á 
esnerarme  en  la  lencería. 

— Contrahecha....  inteligente buena 

costúrela,  dijo  la  superiora  reflecsionay- 
do,  no  inspirará  ninguna  sospeclia...  Ve- 
remos. 

De  alli  á  un  instante  entró  Florina  con 
la  (¡ibosa.  se  la  presentó  á  la  superiora, 
y  dejándola  con  esta ,  se  reíiró  con  dis- 
creción. 

La  joven  costurera  estaba  conmovida, 
trémula  y  profundamente  turbada,  por- 
que no  |)odia  creer,  por  decirlo  asi ,  el 
descubrimiento  que  acat)aba  de  hacer  du- 
rante la  ausencia  de  Florina. 

La  Gibosa  no  pudo 'menos  de  sentirse' 
sobrecojida  de  un  vago  terror  al  verse  sola 
con  la  supéricSrà  del  convento  de  Santa 
\íaría. 


10* 


38 


ALBUM. 


tiA  OBR^  iW.  SAIVTA  IHIRÎA. 


Vil. 

LA   TRAICIÓN 

Tal  habia  sido  la  causa  de  la  profunila 
agitación  de  la  Gibosa. 

Florina ,  al  ir  á  ver  á  la  superiora,  lin- 
bia  dejado  á  la  joven  obrera  en  un  pasillo 
guarnecido  de  banquetas,  el  cual  forma- 
ba una  especie  de  antesala  situada  en  el 
piso  principal.  Viéndose  sola  la  Gibosa  se 
habia  acercado  n>aquÍ!iaImonfe  á  una  ven 
tana  que  daba  á  la  huirla  del  convento, 
cerrada  con  una  tapia  medio  arruinada  , 
rematando  en  una  de  sus  estremidade? 
por  una  cerca  de  tablas  en  forma  de  can- 
cel. Esta  tapia  limítrofe  á  un  oratorio  en 
construcción,  era  medianera  con  el  jar- 
din  de  una  casa  vecina. 

La  Gibosa  vio  aparecer  de  pronto  una 
joven  en  una  de  las  ventanas  del  cuarto 
bajo  de  esta  casa  ,  cuya  ventana  enrejada 
era  por  otra  parte  bien  notable  á  causa 
de  hallarse  coronada  con  una  especie  de 
sobradillo  en  forma  de  pabellón.  Con  los 
ojos  fijos  en  uno  de  los  edificios  del  con- 
vento ,  esta  joven  hacia  con  la  mano  se- 
ñas que  parccian  escitantes  y  afectuosas. 

Como  la  Gibosa  no  podia  percibir  des- 
de la  ventana  en  donde  estaba  ,  á  quien 
se  dirijian  estas  concertadas  senas,  con- 
templaba la  rara  hermosura  de  cstaj<')ven, 
la  belleza  de  su  tez,  el  negro  brillo  de  sus 
grandes  ojos  y  la  apacible  cuanto  afectuo 
sa  sonrisa  (|uo  apenas  alomaba  á  sus  la- 
bios, bin  duda  que  su  graciosa  y  espresiva 


pantorriima  quedó  sin  respuesta,  porque 
llevando  con  un  donoso  movimiento  la 
mano  izqtjierda  sobre  su  pecho,  hizo  con 
la  derecha  un  gesto  que  pn recia  indicâf 
que  su  corazón  quería  irse  hacia  el  punto 
de  don  le  sus  ojos  no  podiati  separarse. 

En  este  instante,  refiejando  el  sol  por 
ei»tre  las  nubes,  un  pálido  rayo  vino  á 
dar  sobre  los  cabellos  de  la  joven,  cuya 
blanca  cara  ,  i-ntonces  casi  pegada  á  |n* 
barrotes  de  su  ventana,  pareció,  por  de- 
cirlo asi,  de  repente  iluminada  con  los  re- 
fulgentes reflejos  de  su  magnífica  cabe- 
llera de  color  de  oro  bruñido. 

Al  aspecto  de  esta  hechicera  figura  ador- 
nada de  largos  rizos  de  pelo  de  aduiirable 
color  rojo,  la  Gibosa  se  estreaícció....  in- 
voluntariamente; la  idea  de  la  señorita  de 
Cardoville  vino  al  instante  á  fijarse  en  su 
mente,  y  figuróse  (sin  engañarse)  que  te- 
nía delante  de  sus  ojos  á  la  prolectura  de 
.\gricol. 

Al  hallar  en  una  fatal  casa  de  locos  á 
esta  j(')ven  eslremadamente  bella,  al  acor- 
darse de  la  fina  bondad  conque  pocos  días 
antes  habia  acogido  á  Agrícol  en  su  pe- 
queño palacio  resplandeciente  de  lujo,  la 
(¡ibo>a  sintió  su  corazón  despedazado. 
Creía  ipie  -Adriana  era  loca y  sin  em- 
bargo al  ecsamiiiarla  mas  despacio,  le  pa- 
recía que  el  entendiiiiiento  y  la  gracia 
eran  siempre  el  móvil  de  esta  adorable 
(igura. 

La  señorita  de  Cardoville  hizo  de  re- 


prtilo  lin  goslo  ospn'sivo,  op'icó  su  iliilo 
Í  siislatiios,  y  luzaiKl<>  dos  lu-sos  «.-tt  lu  ()i 
roceion  de  susiniiadus  dc>a|)areció  al  ins- 
tante. 

IVnsando  m  las  rovilocionos  tan  im- 
portantes que-  Agricül  tenia  (|ue  hacer  á 
la  señorita  df  ('HidoNÍllc,  la  (iibo>u  si'titia 
mas  y  mas  amar^anu-nle  <l  im  tiiuT  me- 
dio ni  posibilidad  alguna  de-  ob  caisf  con 
ella,  pues  le  parecia  (|iie  si  e>la  jósen  es- 
taba loca,  se  hallaba  al  monos  en  iin  lii- 
cidif  intiTvalo. 

En  tan  ini|uietas  rt  íleosinnes  se  halla- 
ba siiniida  la  jovt'ii  cosinrera,  cuando  >ió 
volver  á  Floiina  acoiii panada  de  nna  4k' 
las  relijiosas  d<  I  convento.  La  (îibo>a  de- 
bió guardar  ^ilencio  sobre  el  descubri- 
miento ()i»e  acababa  de  hacer,  pui'S  se 
encontró  al  momento  en  presencia  de  la 
superiora. 

K»ta ,  haciendo  un  rápido  y  penetrante 
ex:»nu'n  de  la  fisonomía  de  la  jó\en  cos- 
turera, la  halló  de  uu  aire  tan  tímido, 
amable  y  decoroso,  (|ue  no  dudó  un  ins- 
tante en  creer  completamente  los  iníor- 
tnes  que  de  ella  le  había  dado  Florina. 

— (Juerida  hija  uiia,  dijo  la  madre  Santa 
Perpetua  con  voz  afecluo>a:  Fl.<rina  me 
ha  dicho  la  cruel  sitiiacionen  que  os  ha- 
lláis  ¿Ks  verdad...  (jiie  no  enconlrais 

trabiijo  nin;4uno  ? 

— ¡Ay  de  mi!  sí,  señora. 

— Llamadme  vuestra  madre que- 

ri<la  hija  mía;  este  nombie  es  ina>  dulu'... 
y  ademas  a>i  lo  ordena  el  instituto  de  esta 
casa...  creo  ínútd  preguntaros  cuales  son 
vuestros  principios. 

—Siempre  he  vivido  honra. ¡ámenle  a 
costa  de  mi  trabajo macire  mia  ,  res- 
pondióla (íibosa  con  sencillez  gra\cy  mo 
desta. 

— .Me  ba>la  vuestro  «ludio,  luja,  p.ir- 
que  tengo  para   ello  ra/om-s  pxleíosas 
Ks  memsier  dar  gracias  al  Sr-ñor  por  ha- 
beros librado  de  tanla^  lenlacioiie>;  pero, 
decidme,  sabéis  bii  n  \ue-lro  olicio? 


alucm.  .19 

—  Madre,  lodisempefio  lo  mejor  qiiG 
puedo;    y   siem|ire   han   «'stndo  rontenlos 

de  mi    trabajo Si  temis  !a  bomlad  de 

emplearme,  podréis  juzgar  de  nii  capa- 
cidad. 

— A<'\  lo  creo,  (|uerida  hija  mia...  ¿Fj 
verdad  (pie  pief»'ii>  ir  á  Irali.ijar  p'T  dia>? 

—  .Madre,  la  j.'Ven  Flnrina  me  dijo  (|ii<> 
yo  no  podria  es^iersr  tener  trabaj.  en  mi 
casa. 

—  Pt^r  el  pronto,   no,   hija;  pero  si  l.i 

ocasión  se  presentase  mas  tanle pen  • 

sar¿^  en  el!o l*or  el   présenle  Ik''  aipil 

loque  [)uedo  ofreceros:  ima  señor.i  an- 
ciana fniiy  resp'  talde  me  lia  ericiiri;nd<> 
una  costurera)  p^ídrei-  tal  vt  z  eon\eiiiili'; 
la  Olira  se  eiirargnri  de  vertiros  cuno  es 
regular,  y  lu-go  otos  ji.istos  í.is' robra- 
remos  poco  á  poco  di-  \ue>lro  Nai.irio,  pue> 
con  nosotros  deberéis  entenderos;...  evi.. 
salario  es  de  dos  francos  diarios:  ¿ten- 
dréis bastante? 

—  ¡Ali  !  madre es  niavor  de  lo  (pie 

yo  podia  prometerme. 

— .\demas,  sido  trabnjareis  desde  las 
nueve  de  la  mañana   hasta  las  seis  d»-  \n 

tardo y  por  consiguiente  os  (jiiedarrii 

algunas  horasdeipie  disponer.  Va  !o  \eis, 
esta  condición  es  bastante  grata,  ¿no  es 
verdad? 

—  ¡Ah!  madre  mia,  bien  grata 

— Antes  de  todo  debo  di  ciros  en  que 

casa  tiene  intención  In  O'ira  ne  coloca- 

ro> s  en  casa  de  una  viuda  llamada 

Bróment,  pers(ma  verdaderarnonle  devo- 
la, alli  no  hallareis  mas  (jue  eoiínenles 
ejemplos,  y  si  a.>i  no  fuese  venJrei>  á  de- 
círmelo. 

—¿Pues  romo  es  eso,  madre?  djo  con 
sorpi('S.i  la  <íit)osa. 

— Kscuchadine,  mi  (¡uerida  hija,  res- 
poiidió  la  madre  Santa  Perpetua,  con  iiii 
lono  cada  vez  mas  afecluosn.  La  obra  do 
Santa  María  tiene  un  santo  y  doble  ob- 
jido ¿No  os  verdad  que  convenía  en 


40 


ALBUfi 


qtie  si  es  de  nuestro  deber  cl  dar  á  los 
amos  todas  la*  garantías  necesarias  acerca 
de  la  moralidad  de  las  personas  (jue  colo- 
camos en  lo  interior  de  sus  familias,  de- 
bemos también  dar  á  aquellas  la  misma 
garantía  acerca  déla  moralidad  de  los  due- 
ños á  (jüiones  las  confiamos. 

— Nada  es  mas  justo,  ni  de  una  previ- 
sión mas  acortada ,  madre. 

— ¿No  es  verdad,  mi  amada  bija?  por- 
(jue  asi  cotnj)  una  criad;^  de  mala  con- 
duela piu'do  ocasionar  un  potn^so  desór 
den  en  una  f.imiiia  respetable,  asi  taní 
bien  un  am'>  de  ina|a<  costumbres  puede 
oJLMCer  una  jíociva  induenria  sobre  sus 
criiul-is ,  ó  sobre  las  personas  que  van  á 

trabajar  á  sus  casas Luego,  es  solo 

para  ofreter  una  nuituc  garantía  á  los 
amos  y  criados  virtuosos  que  nuestra  obra 
ha  sido  fundada 

— ¡Allí  madre...  repücosencillamente. 
la  Gibosa,  semojanl?  ponsan>iento  merece 
la  Im  iidirion  de  todo  ol  nuuido. 

— Y  estas  bendiciones  no  les  faltarán, 
liij-i  tilia,  porípie  laObra  cumple  sus  pro 
mesas.  Asi....  que  si  una  interesante  eos 

tarera como  vos,  por  ej(;mplo,  se  co 

loca  en  casa  de  personas  sin  tacha,  y  aun 
en  lar  (pie  frecuenta  habitualmenle ,  y 
nota  alu'itia  irregularidad  en  las  costum- 
bres, ó  alguna  lendent-ia  irreligiosa  que 
ofi-nda  su  pudor  ó  que  choque  con  sus 
priiiiii'ios  riliginsos,  no  d< ja  de  venir  al 
inslatiie  á  d-irnos  luia  i  nenia  rirounstan- 

ria  la  fie  lo  que  ha  podido  alarmarla 

M>\i)  es  muy  justo ¿no  es  verdad*? 

—  Sí,  madre,  re»poiniii)  limidainente 
la  Gibosa  (¡ue  enitiezaba  á  encontrar  sin- 
gulares estas  previsiones. 

— Entonces,  prosij:uió  la  superiora,  si 
el  caso  n'is  parece  grave,  obligamos  á  nues 
tra  protegida  á  ijuoobscrvecon  mas  aten- 
ción, á  (in  de  convencerse  bien  de  que  no 
se  habia  alarmado  sin  razón...  En  segui- 


cstas  confirman  nuestros  primeros  temo- 
res, fieles  á  nuestra  piadosa  tutela  ,  saca- 
mos al  ioslante  á  nuestras  protejidas  de 
esta  casa  poco  conveniente...  Fuera  de  es- 
to, como  la  mayor  parte  de  ellas,  á  pesar 
de  su  candor  y  virtud,  no  tienen  suficien- 
tes luces  para  discernir  lo  que  puede  per- 
judicar á  sus  almas,  por  su  propio  bieif 
prefi>fiinos  tjue  cada  ocho  días  nos  confie- 
sen, como  una  luja  lo  baria  con  su  madre, 
ya  sea  de  v  va  voz, 'y a  por  escrito,  todo 
cuanto  ha  ocurrido  durante  la  semana  ert 
las  casas  en  que  sirven;  en  este  caso  no- 
sotras (lecidiiiios  de  lo  que  mejor  puede 
convenirles,  ya  sea  dejándolas,  ó  bien  re- 
tirándolas de  donde  están.  Ya  tenemos 
casi- cien  personas,  jóvenes  de  compañía  ó 
de  almacén,  criadas  ú  obreras,  colocadas 
según  su  estado,  en  un  gran  número  de 
familias,  y  cada  dia  nos  felicitamos  de  es-*^ 
ta  manera  de  proceder...  ¿Ya  me  enten- 
déis, no  es  verdad,  querida  hija? 

— Sí...  madre...  si,  repuso  la  Gibosaf 
cada  vez  mas  confusa  :  porque  era  dema- 
siado equitativa  y  sagaz  para  dejar  de  co- 
nocer (pie  semejante  modo  de  asegurarse 
mutuamente  de  la  moralidad  de  los  amos 
y  criados,  no  era  masque  \n\  espionage 
oculto,  un  espionage  doméstico,  concerta- 
do de  un  modo  estenso,  y  practicado  por 
las  protegidas  de  su  Obra  sin  (jue  apenas 
se  conociese,  porque  en  efecto  era  dificit 
disimular  mas  iliestra'mente  este  modo  de 
delatar  en  cuya  pr.iclica  se  les  adiestraba 
>¡ii  i|ue  se  apercibiesen. 

— Si  he  entrado  en  estos  pormenoresv 
mi  querida  hija.  pro>iguió  la  madre  Sania' 
Perpetua,  creyendo  que  el  silencio  de  la 
Gibosa  otorgaba,  es  á  fin  de  que  no  os 
creyeseisobligadaá  quedarosá  pesarvues- 
tro  en  una  casa  donde,  lo  que  no  espera- 
mos, repito,  no  encontraseiscontinuamen- 
te  santos  y  piadosos  ejemplos...  Así,  la 
casa  de  la  señora  de  líremont,  á  la  cual 


da, nos  hacen  nijçvas  revelaciones,  y  si  jos  destino,  es  enteramente  religiosa...  Uni- 


ALBVIi. 


41 


camente  se  dice ,  sin  que  ^or  eso  yo  !o 
crea,  giie  su  Iiij.i  l.i  sonora  de  Noisy,  qtio 
liaco  poco  vino  á  >ivir  con  olla,  no  os  do 
una  conducta  enforainonle  ojomplar,  nuo 
no  llena  oxactainenle  sus  deSores  religio- 
sos, y  «luo,  on  la  ausencia  lU^  su  niarido. 
actnalMu'iite  en  América  ,  recibe  las  vi>i- 
las,  desgroeiatlaiiiento  deina'>iado  frí-cuon- 
tes,  du  unrico  fabricante  llamado  Mr. 
H«rdy. 

Ai  oír  el  nombre  del  amo  de  Afíricol , 
la  (iii»o>a,  sin  piultM-  retener  un  movinucn 
to  de  sorpresa,  se  pu-«o  colorada. 

La  superiora  creyó  naturalmente  cpie 
esto  ora  efecto  de  la  púdica  stisceptibili- 
<Iad  «le  la  joven  obrera,  y  añadió: 

— Me  ha  sid;>  indispensable  d-'CÍroslo 
todo,  mi  <|uerid.i  hija,  á  lin  de  (|ue  miréis 
lo  ipic  hacéis,  y  aun  no  he  dibid  >  omitir 
riiiu<>rei  que  creo  complelauíente  erró- 
neos, porque  la  hij  i  de  la  señora  d.;  Hre- 
niiint  ha  tenido  sin  cesar  demasiados  bue- 
nos ejemp'os  á  la  vista  para  i]ue  jamas  los 
olvide...  Por  otra  parte,  estando  vos  en 
casa  desde  la  mailana  hasta  la  noche,  na- 
die mejur  podrá  notar  si  los  rumores  de 
que  os  hablo  son  f.ilsus  ó  fundidt»s,si  des- 
graciadamente fueren  esto  último,  enton- 
ces, mi  (pierida  hija,  vendríais  á  coidir- 
inarme  todas  las  circunstancias (¡ue  osdiu- 
tan  mirlen  á  creerlo,  y  si  fuese  yo  de 
vuestra  opinion  ,  os  retiraría  al  instante 
de  esta  casa  ,  pues  la  saniiilad  de  la  ma- 
dre, no  coiMpi'osaria  sulicieiiUMuente  el 
deplorable  ejemplo  que  la  conduela  de  la 
hija  os  ufrecuria...  porque  desde  el  tno- 
mentt)  <íi  (pie  Vws  hacéis  parte  de  la  Obra, 
soy  re>pv)iisable  dv  vuestra  salvación;  y 
aun  (Mas,  en  el  ca>o  en  que  vuestra  eslre- 
mada  delica  K-Ea  os  obligase  á  salir  de  casi 
4e  la  señora  de  ílréníont,  couíq  es  posible 
que  US  hallaseis  du  ante  nl^uii  tiempo  sin 
empleo,  eneonlríndose  la  Obra  satisfecha 
do  vuestro  celo  y  conducta  ,  ossuministra- 
TÍa  un  franco  por  dia,  hasta  que  la  mis  ma 


os  volviese  á  e<l)enr...  Ya  veis,  mi  ama- 
da hija,  que  con  nosotros  hay  lugar  á  ga- 
narlo todo —  Otit'da  pues  convenido  el 
(¡ue  entréis  pasado  mañatii  en  casa  de  la 
señora  de  Rrcmont. 

Muy  difícil  era  la  posición  en  (pie  se 
encontraba  la  Gibosa;  tan  pronto  creía 
sus  primeras  sosperbas  realizadas^  v,  sin 
embarg)  d"  su  timidez  y  í;randeza  de  áni- 
mo, se  indignaba  al  pensar,  que  porque 
se  hallaba  necesitada  «e  creía  capaz  de 
venderse  por  espia,  mediante  un  buen  sa- 
lario: ya  por  el  contrario,  repugnando  su 
natural  delicadeza  el  creer  que  una  mujer 
de  la  edad  y  condición  de  la  siiperiora, 
pudiese  bajarse  à  hacerle  una  de  esas  pro- 
posiciones tan  infamatorias  para  ol.  que 
las  acepta  como  p.ira  el  ijue  las  hace, 
echándose  encara  sus  primerassospcchas, 
pensaba  que  acaso  la  suporiara  ,  antes  de 
emplearla,  (jueriaespiriinonlarla,  por  ver 
si  su  rectitud  seiia  superior  ¡í  una  oferta 
tan  seductora  como  la  que  se  le  hacia. 

(^)mo  la  G  bosa  era  naturalmente  in- 
clinada á  creer  el  bien,  se  atuvo  á  esta  úl- 
tima idea,  diciendo  entre  sí  que  si  por 
último  se  engañaba  ,  este  seria  el  medio 
menos  injurioso  de  desechar  los  indignos 
ofrecimientos  de  la  suptriora. 

Con  un  movimiento  nada  altivo,  pero 
que  manifestaba  el  conocimiento  que  te- 
nía de  su  digm'ilad  ,  la  j-iven  obrera  ,  le- 
vantando la  cabeza  (jiie  lia>t,-i  cnlonces 
había  tenido  Inunildemeoto  inclinada  ,  mi  • 
ró  á  la  superiora  de  hitoenhito,  paraijiic 
esta  pudiese  leer  en  sus  (acciones  la  since- 
ridad de  sus  palabras,  y  le  dijo  con  una 
voz  liperaniente  alterada  ,  olvidando  por 
esta  vez  el  llamarla  madre: 

—  ¡  Ah  !  señora.,.,  no  puedo  afearos  el 
|ue  me  hagáis  sufrir  lalensayo  ...vos  me 
veis  muy  miseral>!o,  y  no  conociéndume 
noçs  estraño  (|uo  no  îi-erezia  vuestraeon- 
íianza;  pero  creedme,  pur  pobre  que  sea 
jamás  me  humillaré  hasta  hacer  una  ac- 
11» 


42 


ALBUSf 


Montan  despreciable  como  laque,  sin  du- 
da, os  veis  forzada  á  proponerme,  á  fin  de 
que  mi  denegación  os  asegure  quo  soy 
digna  de  vuestro  interés..».,  no,  no,  ma- 
dre, jamas  y  por  ningún  título  seré  capaz 
de  una  delación. 

Estas  úllimas  palabras  pronunciada-;  con 
tanta  alma  por  la  Gibosa^  la  hicieron  sa- 
lir los  colores. 

La  superiora  tenia  demasiado  tacto  y 
esperiencia  para  dejar  de  conocer  la  sin- 
ceridad de  tales  palabras,  y  teniéndo>ep')r 
dichosa  en  ver  como  la  joven  se  alucina- 
ba, se  sonrió  afectuosamente  y  tendién- 
dole los  brazos  la  dijo  : 

— Bien  ,  bien ,  mi  querida  hija ,  ven  á 

abrazarme. 

IMadre  mia tantas  bondades  me 

confuíiden. 

— No,  porque  vuestras  pala  ras  e>tín 
llenas  de  rectitud;  pero  debéis  persuadi- 
ros de  que  yo  no  he  querido  esperimen- 
tar,  pues  nada  hay  que  se  asejneje  nuMios 
á  una  delación  que  tas  pruebas  de  con- 
fianza filial  que  nosotros  exijimosde  nues 
tras  protegidas ,  en  beneficio  mismo  de  la 
moralidad  do  su  estado...  pero  ciertas  por 
sonas,  y  según  veo,  mi  querida  hija,  vos 
sois  del  número  de  ellas,  tienen  máximas 
bastante  fijas,  y  una  inteligencia  harto 
desarrollada,  para  poder  privarse  de  nueí- 
troi  consejos  y  cuidados,  valuando  |)or  sí 
mismas  lo  que  p(jedc  perjudicar  á  su  sal- 
vación; esta  es  una  responsabilidad  que 
dejo  en  un  todo  á  vuestro  cargo,  no  exi- 
giendode  vos  olra  confiiencia  que  la  que 
voluntariamente  queráis  hacerme. 

;Alil  señora cuantas  bondades, 

dijo  la  pobre  Gibosa  ignorando  lo>  un'l  es- 
pedientes y  subterfugios  de  la  malicia  uv)- 
nacal ,  y  creyendo  ya  por  cierto  el  podt.-r 
ganar  honrosamente  un  salario  regular. 

— Ksto  es  justicia  y  no  bonda  I,  replicó 
la  madre  Santa  Perpétua,  con  un  acento 
cada  vez  ma>  afectuoso  ;  toda  confianza  y 


ternura  es  peo  para  con  hijas  fan  sania» 
como  vosa  quienes  ademas  la  pobreza  ha 
purificarlo,  si  decirse  puede,  porque  siem- 
pre han  observado  fie  mente  la  ley  dei 
Señor. 
— Madre  mia... 

— Una  pregunta  y  r>o  mas,  mi  amada 
hija,  ¿cuántas  veces  comulgáis  al  mes? 

— SeÙDra,  respondió  la  Gibosa,  ocho 
años  há  que  |hice  mi  primera  comuninu; 
desde  entonces  no  he  vuelto  á  comulgar, 
A  penas  asi  puedo,  con  u«i  Iriibajocoatrnu-» 
de  todo  el  dia ,  ganar  mi  vida  ,  así  es  qua 
el  tiempo  me  falta  para... 

—  ¡  Dios  mió  I  esclaníó  la  sf)[)(^riora  in- 
terrumpiendo á  la  !Gibosa  y  levantand.> 
Iasmai)os  con  todas  las  señales  de  una  do- 
lorosa  a  miración,  ¿será  verdad... que  no 
practicáis  los  sacramentos? 

— 1  Ay  de  mí!  señora,  ya  os  lo  digr».  el 
tiei  po  me  falla,  continrió  la  G  bosa. mi- 
rando á  la  madre  Santa  Perpet «tacón  aire 
sobrecogido. 

Después  de  im  momento  de  >í!ei(CÍo,  di- 
jo esta  trislemerite  : 

— Nopuedo  d  jarde  afligirme,  mi  ami- 
da hija:  como  nosotras  no  colocamos  nues- 
tras protegidas  siiK)  er>  casas  religiosas, 
así  tauíbieu  so  nos  piden  f>orsonas  piado- 
sas y  <]ue  frecuentan  los  sacramentos;  es- 
ta es  una  de  las  condiciones  indispensa- 
bles de  la  Obra Así,  á  pesar  mió,  me 

esimposiWtí  el  colocaros  como  esperaba... 
sin  embargo,  si  en  ío  sucesivo  os  enmen- 
dáis de  la  grande  indiferencia  con  que  mi 
I  ais  !om  deberes  re  igi  >s)S,..  entonces  ve- 
re  mr)^. 

—  Señora,  replicó  ia  Gibosa  eon  o!  co- 
razón oprimido  al  verse  f.lrügadaá  reiii]!  - 
Piar  ú  tan  lisonjera  esperanza,  os  supl  e> 
me  perdonéis  el  haberos  dlilraido  Liitlo 
tiempo...  para  nada. 

— Soy  yo,  mi  ijuerida  hija,  la  ;]uo  sien- 
te \ivamenfeel  no  poder  csociart)»  á  \n 
Obra..  ..  pero  no  pi'.-rdo  las  os[)eranzas , 


5nlirr>  tivl)  pr»ri|ijo  dcvco  vor  ;i  nna  pcr-o 
II»  tli;4iia  ya  di' iutt-rfs ,  incuctT  un  (lia 
por  su  pii'iljil  t'I  apoyo  durailiTO  <le  las 
ptTsonas  rolij^i.isas.....  A<Iiü'<,  mi  (picritla 
hija...  la  [)a2  Si'a  ron  vos,  y  «¡ne  Dios  soa 
misericordioso  iiiieiilras  que  us  volv^.■i^LMl• 
terainiMilo  á  él... 

Al  decir  esto  la  superiira  se  levaiilt)  y 
condujo  la  (idiosa  liarla  la  puerta  ,  .-í.míi- 
pre  C')H  moJaK-s  los  mas  amali'ts  y  ma- 
íernales,  y  en  seguida  en  el  inliiile  en 
<|ue  la  (idiosa  liabia  pasado  el  uiuNral  (]>' 
la  puerla,  le  dijo:  seguid  el  pasadizo,  ya' 
liajar  .demias  oledera»,  Main  id  á  !a  se- 
gunda pti^rla  .í  l.i  d.T»-flia,  allí  e^'á  l.i  'e  i- 
cería ,    en  dioi  le  t  lu'oiilrareis  á    Floiina 

para  ipie  os  acompañe  lia>la  ia  salid.i 

adiós,  -ni  t|iieii  1 1  lija 

l.Ui'i:  >  cpic  l.i  (iiiiiisa  Niilió  del  cuulodc 
la  sup  riora  ,  las  iáiiiimas  liasla  enhince-^ 
contenidas,  corrieron  .iliiindanteinente,  y 
lio  atreviéii  l'ise  á  prisentarse  llorosa  de- 
lante de  Fiorin.i  y  aljiíinas  religiosas  reu- 
nidas sin  duda  en  la  lencería  ,  se  acercó 
un  inflante  á  una  de  las  vent.inasdel  cr 
redor  pira  enjuj;.ir  sus  ojos  baùados  en 
liíj;rim;is. 

.M  ii|uina!iueiilese  haliia  pue>tc)á  mirar 
la  ventana  de  la  casa  vecina  del  couvent'), 
en  la  i|iie  liahia  creído  reci»noc<r  á  .\diia- 
na  de  G.ird jville,  cuando  de  ripeóle  vio 
salir  á  esla  de  luia  puerta  y  dirigirse  r.i- 
pidainenteli  icia  la  cerca  en  forma  de  can 
cel  ijUi-  srparaiía  í.is  dos  liiieilas. 

Kn  el  mismo  instante  vio  con  s  >rpre-a 
una  de  Ids  dos  ln-rmanas  cuya  d^sipaii- 
cion  desesperaha  taiilo  á  Üag-.herto.  K o- 
sa  Simon,  pálida  y  abalila.  se  ae.rcalia 
con  temor  é  i:ii|uiclu(|  al  cuicelipie  la  se 
paralij  de  la  seù  irila  de  (lardovide.  »-.imo 
.>]  la  tiuérfina  tuviese  miedo  de  ser  vista. 
Vil. 

L.\  GIBUSA    Y    .MAÜKM  ;!S:  I.I.E    DK  C.VUDO- 
VII.I.K. 

Sorpn  n  lid.i  la  (Id)  -a,  atenía,  in  pn'eta, 


asomada  á  una  de  las  ventanas  del  con- 
vento, sepiiiu  con  la  \ÍNta  lus  uiovimien- 
ttis  de  la  señorita  detjaníoville  y  .ie  llosa 
Simon,  á  l;is  (pie  tan  ageiía  estaba  de  en- 
contrar a'li  reunidas. 

La  liuéifana  seacerc('>  a!  caticel  (nie  .«p< 
paraba  el  jardin  íW  la  comunidad  dil  de  la 
ca^a  del  doctor  Haleinier,  y  dijo  alguiid.s 
palabras  á  Adriana,  cuyas  facciones  es- 
pre-.roii  de  repente  la  soi  proa,  la  indit¿- 
nación  y  la  lástima. 

lín  esle  rnomeiito  vio  la  fibosa  á  una 
n-liiiiosa  ipie  iba  de  un  lado  á  otro  dt  I 
jar  i'U  c  imo  en  ademan  de  buscar  á  al- 
LUloo  cojí  ititpiii  tiid  ;  perribietido  por  íiii 
ál\o>a.  (pie  se  arrinii»  coii  timidez  al  can- 
cel, la  cojîii)  del  brazo  y  i)arrci()  (|ue  la 
reconvenid  con  acritud:  A<lri;ina  diriün'» 
al'_'unas  pil;ibras  con  viveza  .i  la  reli^jusa, 
pero  no  obslante  se  lle\ócon  rapidez  ¡i  la 
liut'-rf.iria  ,  «pn»  desconsolada  se  vohii»  d  s 
ó  tres  Veces  hacia  la  senr>rita  de  Cardo- 
vil'o;  esta,  despui's  de  híiberla  asegurado 
el  iiiteri'S  ipie  .se  tomaba  por  ella  con  alLiii- 
nos  ijestos  espresivos,  se  volvió  con  proii* 
litud,  (om  )  si  hubiera  <pierido  ocultar  sus 
Ligrimas. 

\'A  corredor  en  'pie  se  hallaba  la  flibivía 
durante  es  a  triste  escena  e>l;il(a  siliiadii 
en  el  primer  piso,  y  la  co>tiirera  [)ensó 
en  biíjar  al  palio  é  introducirse  en  el  jar- 
din  pira  hablar  con  aipiella  hennnsa  jo- 
ven de  ios 'cabellos  de  uro,  v  a«eüurái - 
d  .<e  de  (|iie  era  la  señor. ia  .\d>¡ann  de 
Cardoville,  si  la  creia  en  un  momento  lu- 
cido. Iiacerla  saber  ipie  Agricol  tenia  ipio 
coninnicarle  cosas  del  iiiavor  interés,  pero 
«pie  no  sabia  como  instriiiila. 

Haiia-e  tarde,  y  lemiend'>  la  Gi'osa 
ipie  Florina  s«»  cansara  de  esperarla,  .«o 
apresuró  á  tdirar;  con  pa«o  Huero  y  0- 
jandj  el  oido  con  inipiirlud  á  c.ida  mo- 
mento, lleg(')aleslreriio  dil  corredor  donde 
estaba  una  po<]Ueña  e»cal^-ia  que  condu- 
cia  al  palio. 


44 


La  cosíurera  oyó  hablar  muy  cerca  y 
sé  dio  prisa  á  bajar ,  hallamlo  al  fin  de  la 
escalera  una  puerta  de  cristales  que  daba 
á  la  parle  del  jardin  reservada  á  la  supe- 
riora. 

Una  calle,  cercada  por  un  lado  de  un 
alto  seto  de  boj,  podia  proteger  á  la  Gi- 
bosa de  las  miradas  de  las  religiosas,  y  la 
costurera  se  deslizó  por  allí  hasta  llegar  al 
estremo  en  donde  se  encontraba  el  carmel 
que  separaba  el  jardín  del  convento  del 
de  la  casa  del  doctor  Baleinier. 

La  Gibosa  vtóá  algunos  pasos  a  Adriana 
cpie  estaba  sentada  apoyando  el  codo  so- 
bre im  banco  rústico. 

La  lirnu'za  de  carácter  de  esta  joven 
cedió  un  instante  á  la  fatiga,  la  sorpresa, 
el  horror  y  la  desesperación ,  en  la  noche 
terrible  que  se  vio  conducir  á  la  casa  de 
locos  del  doctor  Baleinier,  y  arrovechán- 
dose  este  con  una  astucia  diabólica  del  es- 
lado  de  debilidad  de  Adriana,  habia  con 
seguido  hacerla  dudar  de  sí  misma. 

IVro  la  calina  que  necesariamente  su- 
cede á  las  emociones  mas  dolurosas  y  vio- 
lentas, la  nflecsion  ,  el  raciocinio  de  una 
mente  en  su  estado  normal,  tranquiliza- 
ron bien  pronto  á  Adriana  sobre  los  te- 
mores (jue  pudo  inspirarle  un  instante  el 
ductor  Baleinier;  sin  poder  persuadirse 
lanipuco  de  (jue  fuese  un  error  del  sabio 
médico,  cuya  conducta  leia  claranienle, 
viendo  en  ella  una  detestable  hipocresía 
aC'Mn|)i<ñada  de  una  audacia  y  habilidad 
«o  menos  r.T.is.  Aunque  demasiado  tarde, 
reconoció  en  el  doctor  Hiileinier  im  ciego 
instrumento  de  Mme.  de  Saint- Dizier. 

i)esde  entonces  guardó  un  silencio,  una 
cahna  llena  de  dignidad  :  de  su  boca  no 
salieron  una  (¡neja  ni  una  reconvención... 

y  se  limitó  á  esperiir Sm  emb-.rgo, 

auni¡iie  se  la  dej.iba  bastante  libertad  en 
sus  pax'os  y  acciones,  (privándola  pnr  su- 
pue>lo  de  luda  comunicación  esterior),  la 
situación  de  .\driana  era  dura  y  penosa, 


ALBUM. 

sobre  todo  para  ella  tan  amatite  de  la  ar< 
tnonía  y  de  un  lindo  acompañamiento. 
Conocía  no  obstante  que  aquella  situación 
no  podia  durar  mucho  tiempo;  ignoraba 
la  acción  y  la  vigilancia  de  las  leyes;  mas 
el  simple  buen  sentido  la  decía  que  un  se- 
cuestro de  algunos  dias,  apoyado  hábil- 
mente sobre  las  apariencias  mas  ó  menos 
plausibles  de  una  afección  mental,  podía 
ser  tentado  y  aun  impunemente  ejecu- 
tado, pero  con  la  condición  de  no  prolon- 
garse fi  as  allá  de  ciertos  límites,  porqtit» 
prescindiendo  de  lodo,  no  desaparecía  re- 
pentinamente del  mundo  ima  joven  desu 
rango,  sin  que  al  cabo  de  algim  tiempo 
trataran  de  informarse,  y  entonces,  un 
pretendido  acceso  de  locura  súbita  debia 
dar  lugar  à  sérias  investigacione.*.  Verda- 
dera ó  falsa ,  «  sla  convicción  bastó  á  de- 


volver al  carácter  de  Adriana  su  energía 
acostumbrada. 

En  vano  se  preguntaba  la  causa  de  aquel 
secuestro:  conocia  harto  á  Mme.  deSaint- 
Dizier ,  para  ereerla  capaz  de  obrar  sin 
im  objeto  determinado,  y  de  haber  que- 
rido ocasionarle  tan  solo  un  tormento  pa- 
sajero..... Kn  esto  no  se  engañaba  la  se- 
ñorita de  Cardoville:  el  abate  Aigrigny  y 
la  princesa  estaban  perstiadidos  de  que 
Adriana,  mas  in>truida  de  lo  qu'  apa- 
rentaba ,  sabia  cuanto  le  importaba  en- 
contrarse el  13  de  febrero  en  la  calle  de 
San  Francisco  donde  est'ria  resuella  á 
hacer  valer  sus  derechos.  Haciendo,  pues, 
encerrar  á  Adriana  como  loca,  daban  un 
funesto  golpe  á  su  porvenir;  pero  debe 
di'cirse  ()ue  esta  última  precaución  era 
inútil ,  por(|ue  aunque  tenia  Adriana  al- 
gún conocimiento  del  .secreto  de  familia 
(pie  ^e  habia  (juerido  ocultarle,  y  del  cual 
se  la  creia  informada,  no  |o  habia  pene- 
trado onleíamente  pi>r  falta  de  algunos 
documentos  escondidos  o  estr.iviados. 

Cualquiera  que  fuese  el  motivo  que  oca- 
sionase la  conducta  de  los  enemigos  de  la 


ALBin. 


45 


señorita  de  Cardi)viIIc,»la  indijjnacion  de 
esla  era  o.stiefnatia.-y  justa. 

Nadie  era  menos  propensa  al  odio  ó  al 
deseo  de  venganza  (¡ue  esta  ¡ieru'ro>a  jo- 
ven: pero  al  pensar  en  lo  (jue  le  liacian 
sufrir  Mme.  de  Saint  üizier,  el  abate  de 
Aigrigny  y  eldorlor  Ilaieinier,  se  pronielia 
obl  ner  una  satisraccion  ruidosa  por  todos 
los  medios  posibles.  Si  se  le  relnisaba, 
estaba  dei'ididaá  per.^etinir  y  combatir  sin 
deseun>o  ni  tregua  lanía  astiicia,  hipocre- 
sía y  crueldad,  no  por  resentimiento  de 
de  sus  agravios,  sino  para  inipedir  el  que 
atormentasen  á  otras  víctimas,  que  nu 
podrían  luchar  como  ella  ni  defenderse. 

.\driana,  bajo  la  impresión  aun  sin  du- 
da que  acababa  de  causarle  su  entrevista 
con  llosa  Simon  ,  se  apoyaba  con  langui- 
dez sobre  el  respaldo  del  rústico  banco  en 
que  estaba  sentada  y  tenia  la  mano  iz- 
iju.ierda  sobre  los  ojos.  Habia  [)ue>to  á  su 
Kido  el  sombrero,  y  la  posición  mclinada 
de  >u  cabeza  llevaba  á  sus  fc^^^as  y  lindas 
mejillas  los  largos  rizos  desús  dorados ca 
bellos,  que  las  ocultaban  casi  tnteramen- 
ttí  Kn  esta  actitud  llena  de  gracia  y  de 
dejadez  se  designaba  el  preciosoconlorno 
de  SU  delicada  cintura  b^jo  su  vestido  de 
seda  verde  esmeralda.  W  doctor  lialeinier 
la  habia  pcrcnitido  (¡ne  se  visÜL'se  con  su 
gusto  acosliinibrado,  y  como  dejamos  di- 
c^o,  la  elegancia  (lo  era  eu  Adriana  un 
capricho,  sino  un  deber  cotisigo  misma , 
puesto  que  Dios  se  hal-ia  complacido  en 
hacerla  tan  herniosa. 

A  la  vista  de  esta  joven  cuyo  traje  y 
belleza  admiraron  á  la  (iíbosa .  sin  acor- 
darse de  .">us  ho  rapos  ni  de  su  deformidad, 
dijo  para  sí  con  tan  buen  sentido  como 
sagacidad,  queerae>traordinario,  que  una 
loca  se  vistióse  con  tal  recalo  y  de  un  nu)- 
do  tan  gracioso:  y  se  a  ercó  con  nonuMios 
sorpresa  que  emoción  al  cancel  que  la  se- 
paraba de  Adriana,  reilecsinnando,  no 
obstante,  que  acaso  aquella  infortunada 


estaba  efoctivamônfe  sin  juicio,  si  bien  por 
el  momento  se  hallaba  «>n  un  intervalo 
IdcidtK 

Kntonces  con  una  vo/.  bastante  alta  para 
«;er  oida,  á  lin  de  asegurarse  de  la  identi- 
d.id  de  Adriana,  dijo  la  (jibo^a  |»alpiláB« 
(h)le  el  corazón. 

— ¡Señorita  de  Cardovillc! 

— ¿. Ouien  me  llama?  dijo  Adriana. 

Y  levantando  en  seguida  la  cabeza,  no 
pudo  contener  un  grito  de  sorpresa  y  casi 
de  efpanto al  ver  á  la  Gibosa. 

Kn  efecto,  esta  pobre  criatura,  pálida, 
contrahecha  y  miserablemente  vestida, 
que  se  le  aparecía  casi  de  repente,  debía 
inspirar  á  la  señorita  de  Cardoville  cierta 

repugnancia  y  aun  miedo siendo  tan 

amatíte  de  la  gracia  y  de  la  beldad y 

sus  sentimientos  se  vcian  perfectamente 
retratados  en  su  tspre^iva  fisonomía. 

La  (lil)o.>a  no  cunoció  la  impresión  que 
habia  causado....  ¡nn)óvil,  con  los  ojos  íi« 
jos  y  las  manos  cruzadas  contemplaba  con 
una  especie  de  admiración  ó  mas  bi«ti  de 
profunda  adoración  la  deslumbradora  be- 
lleza de  Adriana,  á  la  que  solo  liabia  en- 
trevisto al  travos  de  la  reja  de  su  ventana; 
lo  (jue  le  liabia  dicho  Agricol  sobre  el  en- 
canto de  su  protectora,  le  parecía  mil  ve- 
ces iiilerior  á  la  realidad  :  nunca  habia 
siMwido  la  (jibosa  (ni  aun  en  sus  secretas 
aparic\enes  de  poeta)  una  perfección  tan 
trara. 

Por  una  simpatía  singular,  el  aspecto 
del  bello  ideal  dejaba  caer  en  pna  especie 
de  é>tasis  divino  á  estas  dos  jóvenes  tan 
de>emejantes,  á  estos  dos  tipos  esl^-emos 
de  fealdad  y  hermosura,  de  riqueza  y  de 
miseria. 

I)es()ucs  de  rendir  este  homenaje  ¡n- 
%0'untario,  por  decirlo  asi,  á  Adriana,  la 
(i  bosa  diii  un  pa>io  mas  hacia  el  cancel. 

— ¿(Jué  queréis?  esclamó  la  señorita  de 
(]ardovi!le,  levaniándose  y  haciendo  un 
movimiento  de  repulsión,  que  »9  pudo 
12* 


4« 


ALBCV. 


escaparse  á  la  Gibosa  ,  la  que  bajando  la 
T¡sla  con  timidez  dijo  con  voz  liinnilJi': 

— Perdonadme,  señorita,  el  que  me  ha- 
ya presentado  de  este  modo  ante  vos:  pe- 
ro los  momentos  son  preciosos veiij^o 

de  parte...  de  Agricol... 

AI  pronunciar  estas  palabras  levantóla 
vista  con  inquietud  ¡a  costurera,  temiendo 
que  la  señorita  de  Cardoville  hubiese  ol- 
vidado el  nombre  del  heirero;  pero  con 
grande  sorpresa  y  alegría ,  conoció  que  el 
nombre  de  Agricol  habia  hecho  disminuir 
el  susto  de  Adriana. 

Acercóse  f sta  al  cancel,  y  mirando  á  la 
Gibosa  con  curiosidad  benéfica  la  dijo  : 

— ¿Venís  de  parte  de  Agricol  Baudoin? 
¿quien  sois  vos? 

— Su  hermana  adoptiva...  señorita 

una  pobre  costurera  que  vive  en  su  ca- 
sa.... 

Adriana   pareció   reunir   sus   ideas,  y 
tranquilizándose  enteramente dijosonriéu 
dose  con  bondad,  pasado  un  momento  de 
silencio: 

— Vos  sois  la  que  habéis  inclinado  á 
Agricol  á  dirijirse  á  mi  para  (jue  le  sirvie- 
se de  fianza,  ¿no  es  verdad? 

— ¡Couío,  señorita  1  ¿os  acordáis? 

— Nunca  olvido  lo  que  es  generoso  y 
noble;  Agricol  me  ha  hablado  c^n  enler- 

necimienfo  de  vuestro  ii, teres  por  él; 

me  acuerdo...  nada  mas  sencillo....  pero 
¿como  estais  aqui,  en  ese  convento? 

»— Se  me  dijo  que  acaso  se  me  daria 
ocupación,  pues  me  encuentro  sin  traba- 
jo, y  desgraciadamente  me  lo  ha  rehusa- 
la  superiora. 

—i  Y  como  me  habéis  conocido? 
— En  vuestra  grandt^  hermosura ,  se- 
ñorita   de  la  que  me  habia  hablado 

Agricol. 

— No  me  habéis  conocido  mas  bien  en 
esto? 

Dijo  Adriana  sonriendo  y  t-'unando  con 
sus  '.indos  dedos  uno  de  los  lucientes  rizos 
ve  sus  dorados  cabellos. 


— Es  preciso  perdonar  á  Agricol ,  st  íio- 
rita ,  dijo  la  Gibosa  con  una  de  acjuellas 
lijeras  sonrisas  que  tan  raras  veces  aso- 
maban á  sus  labios;  es  p.ieta,  y  al  hacer- 
me el  retrato  de  su  protectora  con  una  res- 
petuosa admiración...  no  ha  omitido  nin- 
guna de  sus  perfecciones. 

— ¿Y  quién  os  ha  sugerido  la  idea  de 
venir  á  hablarme? 

— La  esperanza  de  poder  acaso  servi- 
ros, señorita.  Habéis  acojidoá  N^riculcon 
tanta  bondad  que  n.e  he  atrevido  á  par- 
ticipar de  su  agradeciinienlo  hacia  vos.... 
—  Atreveos,  atreveos,  querida  niña, 
dijo  Adriana  con  una  gracia  ines;|)licable; 

mi  recompensa   será  doble; aunque 

hasta  aqui  no  he  podido  ser  útil  mas  que 
con  la  inteitcion  á  vuestro  digno  hermano 
adoptivo. 

Duraiite  estas  palabras  se  habian  mira- 
do sucesivamente  Adiiana  y  !a  Gibosa  ca- 
da vez  con  mayor  sorpresa. 

En  primer  lugar  no  cou)pren(l¡a:la  Gi- 
bosa,  como  una  mujer  que  pa>.'il)a  por 
loca  podia  esplicarse  como  lo  hacia  Adria- 
na; y  ademas  se  admiraba  de  \&  libertad 
ó  mas  bien  de  la  amenidad  é  ingenio  co» 
que  ella  níisma  acababa  de  responder  á  la 
señorita  de  Cardoville;  ignorando  que  és- 
ta participaba  del  precioso  privilegio  de 
los  genios  elevados  y  benéficos;  que  con- 
siste en  comunicar  el  brillo  de  su  menleá 
cuanto  se  le  acerca  con  simpatía. 

Adriana  estaba  también  profundamente 
conmovida  y  aduvirada  de  oir  á  esta  mu- 
chacha del  pueblo,  vesli  Ja  como  (uia  men- 
diga ,  espresarse  en  términos  tiine.cojiduí» 
y  con  tal  discreción.  A  medida  que  con- 
sideraba á  la  Gibosa,  la  impresión  desa- 
gradable (jue  esta  la  l)abia  hecho  esperi- 
nienlar,  se  cambiaba  en  un  sentimiento 
del  todo  contrario.  Con  el  tacto  de  rá- 
pida y  minuciosa  observación  peculiar  á 
las  mujeres,  nota-ba  bajo  el  gorro  de  tul 
negro   de    la   Gibosa ,   una  litrinosa  ca- 


Atnrii. 


47 


î'e'N'ra  rtil)i.i ,  lisa  y  brillanle.  Tamhien 
ri',)ür.ibci  (|Ul'  sus  inaiius  ItUiiiiMS  largas  y 
iit'lgüiliis,  aiinqih-  salii'iiJo  do  las  matigas 
«lo  un  vi'stiili)  ati<liaji»sj,  estaban  pi-rfoc- 
taiiu'iite  limpias;  jnutba  de  tjiie  el  ciiitla- 
di»,  el  aseo  y  el  re>|H'l'j  de  >i  iiiisma  lu- 
eh.ibaii  al  menos  eoiilra  tina  li  'ir.b  e  mi- 
seria. Ailriana  eiicitiitraba  ,  en  liii ,  en  la 
paliJez  del  melancólico  ro.>liu  de  la  juven 
costurera,  y  en  la  eí^prcsion  a  la  ve/  in- 
teligente, dulce  y  títiiida  de  su>  «-jos  azu- 
les, un  encanto  interesante  y  liisle,  j  una 
dignidad  modesta  que  hacían  uiMdar  su 
deiornudad. 

Adriana  amaba  npasionadameiite  la  be- 
lleza lisica;  peiü  tenij  un  talei;to  muy  supe- 
rior, un  .lima  demasiado  r.oMe  y  unc.iraznii 
harto  sensible,  para  que  no  Mipiera  i  pre- 
cia la  beblad  moral  que  bulla  a  menudo 
en  un  rostro  luimüde  y  doliente,  lista  ava- 
luación era  nueva,  no  oblante,  en  la  >e- 
ñorita  de  Cardoville,  puriuelia^ta  entoii- 
•ces  su  grande  furliina  y  su»  elegantes  há- 
bitos la  habían  tenido  lejos  de  las  perso- 
nas de  la  cla<e  de  la  (jibo^a. 

l*asado  un  momento  de  si'cncio,  du- 
rante el  (|ue  la  bella  [¡atricia  y  la  mi>ei\;- 
ble  Costurera  se  habían  exniníiiaü<>  mu- 
luamcnle  con  grapde  sorpresa,  Adriana 
dijo  á  la  (libosa. 

— Creo  que  la  causa  de  nuestra  admi- 
ración es  fácil  de  aJivinar;  vos  halláis  >in 
duda  (|ue  yo  hablo  bastante  ra7>)iiable- 
inento  para  estar  loca,  si  0:>liJnd  choque 
lo  estoy.  Y  yo,  añadió  la  señorita  de  Car- 
doville  con  un  tonti  de  conmis^'racion  pur 
por  decirlo  a>i ,  respetiio.-a  ;  y  yo  en  u  n 
tro  que  la  delicjdeza  de  vuestro  lenguaje 
y  maneras  contrastas  tan  dolorosamenle 
con  la  posición  en  í|ue  parecéis  h.illuros, 
que  mi  sorpresa  debe  acceder  á  la  vues- 
tra. 

— ¡  Ah  !  señorita  ,  oselamó  la  (libosa  con 
una  espresi'in  de  ale|.'tí,i  lan  sínc.ra,  que 
sus  ojos  se  Iiuuied«iiei"i!  ;  ¿«  lá  verdad? 


Mo  habían  engañado;  asi  rü  que  desde  (|ue 
os  he  visto  lia.o  un  m..m.iit.>  tan  hermo- 
sa y  lan  buena,  y  (pie  I  e  «  ido  viie-lia 
dulce  vo/,  no  he  [)odi  lo  y,\  c  ver  qu  •  -e- 
mejarite  í?es:raciaos  hubi<  se  sncc  lido... 
I*cr<»  ¿Clin  o  es,  señorita,  que  os  hal'á  s 
aijui? 

— Pol)re  nÍM.i ,  dijo  Adriana  ronmnviila 
al  ver  el  efecto  t]ue  h*  «IriMostraba  arpiella 
e-ce!enle  criatura.  ¿Y  cómo  (S  (|ue  c"H 
tan  buen  corazón  y  con  tan  fina  penetra- 
ción sdis  vos  tan  desgraciada?  [*er(»  Irai;- 
t¡uili/o>s,  yr»  no  estaré  siempre  a(¡ui.... 
esto  es  decires  (pie  muy  pr  no  ocupare- 
mos vos  y  yo  el  lugar  (¡iie  nos  coi T' s.fui- 
de...  Creedme,  jamás  podrí?  o'vidar  que 
á  pesar  de  la  pcno>a  preorupaciin  en  que 
debíais  hállalos  (al  veros  privada  de  tra- 
bajo, vueslr»  lioico  recurs»,  habéis  pen- 
sado en  venir  h.íeia  mi...  para  Iril.irde 
serme  útil;...  en  efecto  podtís  servirme 
de  mucho;....  li)  (|iie  mees  sumamente 
grato,  porque  también  os  deberé  inu'hn... 
Asi,  ¡ya  veréis  cuanto  he  de  abusar  de 
mi  reconocimiento!  dijo  Adriana  con  una 
adorable  sonrisa. 

—  Pero  antes  de  pensar  en  mí,  conli- 
niió,  t)cupémonos  <le  los  otros.  ¿V'uesiro 
hermano  adiplivo  ha  salido  ya  de  la  cár- 
cel ? 

— A  estas  horas,  señorita,  rn  o  que  ya 
debe  e>lar  en  libertad,  gracias  á  la  g»  iie- 
rosidadad  de  uno  de  sus  airiinos;  «n  padre 
jiulo  ir  ayer  á  ofrecer  una  fianza  y  lepro- 
melieron  que  hoy  saldría  df  la  prisión  ;... 
pero  i¡e<de  allí  me  escribic»  <]uc  tenia  cosas 
impurtaiití^irnas  (jue  revelart'». 

— ¿  A  uií? 

— Si,  señorita...  Agrícoj  estará  hoy,  á 
lo  que  pienst),  en  libertad.  ¿  Por  ()ué  me- 
dio podría  instruiros?.... 

— ¿Decís  (pi.=  tiene  revelaeíoms  que  ha- 
cerme? repitió  Adriana  Ci>n  cierto  aíietie 
sorpresa.  Kn  vano  luisco  lo  que  eso  pue- 
da ser,  pero  en  tanto  que  cslé  enceirada 


48 


AL&uai, 


«n  esta  casa ,  privada  de  M*  comuniça- 


•cion  esienor,  no  d^Ue  pensar  A&rícol  çn  )mi»ido  lener  pluma  ni  papel,  lo  que  im 


•dirigirse  á  mi  directa  ni  i<vd,ii:t?clament,e; 
■«lelre  isperar  pires  i  que  salf^a  de  aqui,  y 
Tsto  no  es  lodo  ;  debe  también,  tratar  de 
íirrancar  de  ese  convento  dos  jpobres  ni- 
nas niüciiu  mas  dignas  de  compasión  aun 
que  yo....  Las  bijas  del  general  Siin.Qn 
4'-stán  ahi  retenida»  á  pesj^r  suyo. 

— ¿SaÍH'is  sus  no-m'bres,  señorita? 

— Agrírul  me  dijo  sti  llegada  á  I*aris , 
<jue  leiiian  quince  anos  y  que  se  parcelan 
dtiun  niodoadmirabie...  Asi  es,  qtiecuan- 
()o  anteayer ,  paseando  yo  como  de  cus- 
tumtire,  be  visto  á  dos  pobres  nina>  des- 
consoladas que  á  menudo  se  acercaban  á 
las  ventanas  de  sus  celdas  en  que  se  ba- 
ilan separadas,  la  una  en  el  patio,  y  la 
«¡Ira  en  el  primer  piso,  me  ba  dicbo  un 
Mícroto  [  ri"-entim¡ento  que  aquellas  eran 
I.1S  liiiéifanas  du  que  Agrícol  me  babló,  y 
que  ya  me  interesaban  vivamerite  porque 
son  parienfas  nuas. 

— ¿  i'iiriiiitas  vuestras,  señorita? 

— Sin  (linJa...  Y  asi  es,  que  nopudien- 
<lo  bacer  mas,  líc  tratado  de  bacerlas  en- 
tender por  senas  ctianto  me  interesa  su 
suerte;  sus  ligrimas  y  la  alteración  do 
sus  lindos  ro.>lros  me  lian  dicbo  bastante 
(¡ue  se  encuentran  presas  en  el  conven  • 
til,  eonio  yo  misma  lo  estoy  en  e-^ta  casa. 

—  ¡  Ab  !   ya  coinpiendi) ,    señorita 

¿víctima  acaso  de  ia  anuno.>idad  de  vues- 
(la  familia?. .. 

—  Cuai<piiera  (¡ue  sea  mi  suerte,  es 
itMjcbü  menos  triste  que  la  de  esas  dos 
liiñas...  cina  desesperación  es  alai  mante. 
Lo  que  siil'ie  lodo  las  irurt:íica  terrible- 
ipenle  es  su  separac¡«'n ,  y  por  algunas 
pi'abras  que  la  una  acaba  de  decirme, 
\oo  (¡ue ,  ciimo  yo,  son  víclimas  de  algu- 
na üdio>a  maiiuinarion....  I'ero ,  gracias 
á  vos....  no  será  diíicil  salvarlas.  Desde 
que  estoy  en  esta  casa,  como  os  dejo  di- 
cbo, me  ba  sido  imposible  tenerla  menor 


comunicación  esterior.».  No  me  han  per^ 


posibilita  de  escribir.  Abora  escuchadme 
atentamente,  y  podremos  combatir  entre 
las  dos  una  perversa  p^-rsccucion. 

—  ¡  Oh  !  ¡  bablad  ,  bablad  !  señorita. 
— ¿Kl  soldado  que  ha  traido  á  Francia 

las  huérfanas ,  padre  de  Agrícol  :  está  en 
Paris? 

— Si  Sf>ñora....  ¡  Ah  !  ¡si  supierais,  su 
desesperación  y  su  furor  cuando  á  su  re- 
greso SH  bailó  sin  las  ninas  que  le  liabia 
confiado  una  madre  moribunda  I 

' — Sobre  todo  es  preciso  que  se  guarde 
de  obrar  con  la  menor  violencia;  todo  se- 
ría perdido....  T- inad  este  anillo.  — Y 
Adriana  sacó  un  anillo  de  su  dedo, — en- 
tregádmelo.... Kn  seguida  debe  ir...  ¿Pero 
estais  segura  de  recordar  un  nombre  y  la 
calle  y  número  de  una  casa"? 

— ¡Olí!  si,  señorita...  descuidad,;  Agri- 
col  me  lüio  una  sola  vez  vuestro  nombre 
y  no  lo  be  olvidado,  pues  el  corazón  tam- 
bién tiene  memoria. 

— Ya  lo  veo,  liija  mia...  Recordad  pues 
el  nombre  dt;l  conde  de  ¡\Iontbron. 

—  Kl  conde  de  Alonlbron....  no  lo  ol- 
vidaré. 

— Ks  uno  de  mis  buem^s  y  antiguos 
amigos  que  viven  en  la  plaza  deYendóme, 
número  7. 

— Plaza  de  Véndeme,  nqmerû  7,  ;o 
conservaré  en  la  memoria. 

— Kl  padre  de  Agricol  ira  esta  noche  á 
su  casa  ;  si  no  le  encoiiira>e,  le  esperará 
basta  (¡ue  entre,  entonces  dirá  que  quie- 
re hablarle  de  mi  parle,  haci(3ndole entre- 
gar esle  anillo  en  prueba  de  su  veracidad; 
una  vez  en  su  presencia,  se  lo  dirá  t(>do, 
el  rapio  de  las  niñas,  el  convento  en  que 
eslán  presas,  y  aña>>rá  que  yo  misma  nie 
hallo  encerrada  como  loca  en  la  casa  de 

salud  del  doctor  Baleinier La  verdad 

tiene  un  acento  que  no  podrá  menos  dq 
conocer  el  conde  de  Monlbron Es  un 


4Í) 


hombre  (Je  miiclia  csperiencia  .  ilo  un  ta- 
lento pr¡viIi'<{i;ido,  y  cuya  ¡nflñi'tuia  os 
firande;  el  dará  en  s»'f:iiida  los  pasos  no- 
Cfsariü>;  y  man;iiia  ú  pasado,  ostiiy  segu- 
ra de  i\\io  la>  polni's  liuérfaiías  y  yo  t'sla- 
renios  lil)rfs,...  Kso  gragias  á  vos....  los 
inonu'iitDS  son  preciosos  y  podrían  sor- 
prendernos.... Apresuraos  ,  nii  (¡tierida 
niña. 

l)e<|!ues,  en  el  ¡iislanle  de  relirarM" 
dijii  Adriana  á  la  Cíihosa  con  una  sonrisa 
(an  i^presiva  y  con  un  acento  tan  pene- 
trado, (]ut'  liabria  sido  iinposible  á  la  eos 
lurera  dejar  do  creer  en  sií  sinceridad: 

— Aijríco!  me  lia  dictio  (|ue  n>!  coru/.on 
so  asemeja  al  vuestro....  Y  aliura  ci)ni- 
prendo  cuanto  me  honra  la!  comparación 
y  lo  lisonjera  (jue  debe  serme....  os  lo 
iue{;o....  dadme  [)ronto  la  mano....  aña- 
dió la  s'»Aorila  de  Carduville  cuyos  ojos 
se  humedecieron;  y  pasando  después  su 
ün'la  (nano  por  entro  ei  cancel,  estiechó 
la  de  la  (iihusa. 

I-]:>tal)an  llenas  de  una  cordialidad  tan 
xcrdadera  Ia>  palabras  y  la  íisonomía  de 
la  bella  paliicia  ,  (jue  la  cov.Uirora  no  so 
avergonzó  al  dejarse  estrechar  por  a(|uc- 
lla  enianladura  mano  la  suya  enflaque- 
cida.... 

líntunces  la  señorita  do  Cardoville,  por 
ui\  movimienlo  di*  piadoso  rospelo  ,  la 
ilevó  esponláueainenle  á  stís  labios  di- 
cremlo: 

— Ya  (]ue  iM>  puedo  abrazaros  <íóWi'i>  á 

una  lieimana  ipie  me  sa!\a liésaié  al 

menos  esta  noble  mano  glorilicada  por  el 
lrab;^jo. 

Fn  esto  momento  se  oyeron  de  repente 
tn  el  jardin  los  pasos  del  íioelur  IJaleinier, 
y  Volviéndose  con  prontitud  Adriana  de- 
sapareció detrás  de  los  verdes  árboles  , 
<lic¡endo  á  la  (íibosa  : 

—  ¡Valor,  memoria,...  y  esperanza! 

Pasó  ludo  esto  con  tal  rapidez  que  la 
joven  costurera  no  pudo  moverse  Je  su 


sitio;  corrían  lágrimas  con  abundancia 
por  sus  pálidas  mejUlas,  pero  esta  vez 
eran  liien  dulces. 

Trataría  una  j»iv(ii  cual  Adriana  de 
(lanioville,  conio  á  hermana,  besarla  la 
mano  y  lisonjearse  de  parecérsele  en  el 
corazón:  á  ella  ,  pobre  criatura  (|ue  veje- 
taba  en  lo  mas  profundo  del  abismo  de 
lamiseiia,  era  esto  mostrar  un  sentimien- 
to de  fraternal  igualdad  tan  divino  como 
la  [lalabra  evangélica. 

Hay  palabras  ó  impresiones  que  hacen 
olvidar  á  una  alma  grande  años  enieros 
de  sufrimiento ,  y  (pie  [)areeen  retelarle 
con  un  íiujido  rayo  de  luz  su  profíia  gran- 
deza ;  asi  sucedió  á  la  Gibosa:  gracias  á 
tan  generosas  palabras  conoció  en  aquel 
momento  todo  su  valor....  Y  aunque  tal 
sentimiento  fuera  tan  rápido  como  inefa- 
ble, no  pudo  menos  de  cruzar  las  manos 
y  de  levantar  los  ojos  al  cie'o  con  una  es- 
prosion  de  ferviente  reconocimiento;  por- 
(|ue  si  la  costurera  no  practicaba  svis  de- 
beres relijiosos,  por  servirnos  de  la  geri- 
gonza  ullramonl'iiia ,  nadie  estaba  mas 
dotada  que  ella  de  ese  senlimifnto  pro- 
fundo y  sinceramente  religioso  que  es  en 
cuanto  al  dogma  lo  que  la  inmensidad  del 
e->trei!ado  cielo  en  comparación  do  la  bó- 
veda de  una  i^ilesía. 


Citico  minutaos  después,  habiendo  sali- 
do la  (.jibüsa  del  jardin  î.in  ser  vista  ,  Se 
bailaba  en  el  primer  pisO  de!  convento 
llamantío  Cí^n  discreción  á  la  puerta  de  la 
lenrerfa. 

L'na  herVnahn  ^¡nOá  abritla. 

— ;.  Ksti  o(]iii  \h  *(i^orila  F.'orína  ,  que 
me  fia  traillo,  hermana  mió?  pregimló  la 
(lib'isa. 

•^No  lia  potfidrt  pspefíros  tanto  rato, 
¿venrssitV'á'iKÍa  del  cuarto  de  nuestra  ma- 
dre la  superiora  ? 

— Si si,  hermana respondió  la 

costurera  bajando  los  ojos, — ^¿tendréis  la 


50  ALVÜV, 

bondad  de  decirme  por  donde  debo  salir? 

— Venid  conmigo.... 

La  Gibosa  siguió  á  la  liermana  tem- 
blando á  cada  paso  de  encontrar  la  stipe- 
riora ,  que  con  razón  se  babria  admirad» 
y  querido  saber  la  causa  de  su  larga  de- 
tención en  el  convento. 

Abrióse  por  fin  la  puerta  ,  atravesando 
)a  Gibosa  con  rapidez  el  grande  palio,  al 
acercarse  á  la  portería  para  decir  que  la 
abriesen  la  puerta  eslerior,  oyó  estas  pa- 
labras pronunciadas  por  una  voz  ronca  : 

— Parece,  Jeromo,  (]iie  esta  noche  se- 
rá necesario  redoblar  la  vigilancia...  En 
Cuanto  á  mi,  voy  á  meter  dos  balasen  mi 
escopeta:  la  superiora  ha  mandado  que 
se  hagan  dos  rondas  en  vez  de  una.... 

— Lo  que  es  yo,  Nicolás ,  no  necesito 
escopeta  :  dijo  la  otra  voz,  porque  tengo 
mi  cuchillo  de  monte  bien  afilado. 

inquieta  ia  Gibosa  involuntariamente 
por  estas  palabras  que  no  habia  tratado 


Por  el  lado  opuesto  del  quo  venia  T>«- 
gobcrto ,  vio  que  corría  ú  e.'.conlrarla 
Agrico!. 

IX. 

LOS  ENCUENTRO». 

A  la  vista  de  Dagoberto  y  Agricol,  se 
detuvo  estupefacta  la  Gibosa  á  algunos 
pasos  del  convento. 

El  soldado  no  veia  aun  á  la  costurera  y 
continuaba  s«  camino  con  rapidez,  siguien- 
do á  Ouitasolaces,  que aunipiffl, ICO.  eriza- 
do el  pelo  y  lleno  de  I  «do  ,  parctij  ag  a  s  ; 
con  placer  y  volvia  de  cuando  i'u  rtiando 
su  cabeza  inteliyente  hacia  su  amo,  al  cual 
se  habia  unido  de  nuevo  de>puos  de  aca- 
riciar á  la  Gibosa. 

— Si,  si,  ya  le  entiendo,  aninaalito,  de- 
cía el  soldado  con  emoción  ;  mas  fiel  eres 
tu  que  yo...  porque  no  has  abandonado  ni 

un  minuto  á  mis  uobres  nifiaf; tú  la* 

Ivas  seguido...  y  habrás  esperado  |dia  y  no 
che,  sin  comer...  en  la  puerta  de  la  caso 


de  escuchar  ,se  acercó  á  la  portería  y  di-)  donde  las  han  conducido,  y  al  fin  cm^ado 


jo  que  le  abriesen. 

— ¿De  donde  venis  asi?  dijo  el  portero, 
teniendo  en  la  mano  una  escopeta  de  dos 
cañones  que  se  ocupaba  en  cargar,  y  ec- 
saminando  á  la  obrera  con  una  mirada 
sospechosa. 

— Vengo  de  hablar  con  la  superiora  , 
respondió  con  timidez  la  Gibosa. 

— ¿De  veras?....  dijo  brutalmente  Ni- 
colás, es  que  tenéis  aire  de  una  mala  par- 
roquiana;   en   fin,  es   igual;  largaos 

pronto. 

Abrióse  la  puerta  y  salió  la  Gibosa. 

Apenas  habia  andado  algunos  pasos  en 
la  calle,  cuando  vio  con  sorpresa  á  Quiía- 
solaces  que  corria  hacia  ella...  y  mas  lejos 
detrás  de  ól,  á  Dagoberto  que  llegaba 
[recisamenle. 

La  Gibosa  iba  hacia  el  soldado,  pero  en 
esto  una  voz  llena  y  sonora  que  gritó  do 
lejos: 

— ¡Ehl  ¡mi. buena  Gibosa!  hizo  vol- 
verse á  la  joven.... 


de  no  verlas  salir...  hascoriidoá  casa  pa- 
ra buscarme Sí,  mientras  que  yo  me 

desesperaba  como  un  loco  furioso tú 

hacias  lo  que  deberla  yo  habt-r  heelm 

tú  descubrías  s«  retiro ¿Qué  prueba 

esto?  ¿qué  las  bestias  valen  fnas  que  los 
hombres?  |ya  se  conoce...  En  fin...  voy  á 
encontrarlas...  cuando  pienso  que  es  ma- 
fia na  el  13,  y  que  sin  tí, mi  buen  perro... 
todo  era  perdido...  me  horrorizo...  ¿Es- 
tamos ya  cerca?....  ;Qiió  barrio  tan  de- 
sierto I...  y  la  noche  se  aproxima.... 

Dagoberto  tenia  este  discurso  con  Qui- 
tasolaces  sin  dejar  de  andar  y  con  la  vi>ta 
lija  en  >u  leal  jx'rro  que  marchaba  á  bui'ii 
paso.  AI  ver  que  de  pronto  se  le  separó 
de  nuevo  el  fiel  animal  brineanr'o,  levan- 
tó la  cabeza  y  le  vio  á  mwy  corla  distan- 
cia haciendo  fiestas  á  Agricol  y  la  Gibo>a 
(pie  acababan  de  reunirse  á  algunos  pasos 
del  convento. 

—¡La  Gibosa  I csclamaron  padreé 


i  LIT  M. 


SI 


li^rt  arcrcánflo^e  á  la  J('ivími  costuriTa  y 
-miráiidola  cuii  prorinda  sorpri'>a. 

— ¡  Buena  t'>|>«'raiua  !  si-ñor  Dagober- 
tn,  dijo  ai|iit'll.i  COI)  (11)3  alí'^^ría  iinp>>si(>lc 
dedoscriliir,  >»'•  dotide  oslan  Kosj  y  Klaiica. 

Después  \(»lvit''nd()se  al  herrero: 

—  Hiieiia  esperanza,  Ai;riool  ..  la  soilo- 
rita  de  CardovilU;  nu  está  loca...  acabo  de 
verla... 

— ¿No  está  loca?  ¡  qiió  diclia  !  dijo  el 
herrero. 

— ¿Dónde  estin  las  niñas?  preguntó 
Dagoberlo  toman  lo  entre  sus  manos  tré- 
mulas de  emoción  las  de  la  (lib)sa.  ¿Las 
habéis  visto? 

— Si,  hace  un  instante...  nuiy  tristes... 
muy  abatidas..,,  pero  no  he  podido  ha- 
blar a^. 

—  ¡  Ah  !  esclamn  Diipoberto  í|up'!'iido- 
se  como  sofocado  por  esta  noticia  y  lle- 
vando las  manos  al  pecho;  nunca  habria 
creido  que  mi  viejo  corazón  pudiese  lalir 
con  tanta  fuerza. 

Y  sin  ernliaigo gracias  á  mi  perro, 

casi  me  esperaba  lo  «pie  sucede...  pero  es 
igual...  siento...  como  un  desvanocímien 
to  de  placer... 

—  Padre  mió  ...  ya  ves  que  el  dia  es 
bueno,  dijo  Agricol  mirando  á  la  costure- 
ra con  reconocimiento. 

— Abrazadme,  mi  di^nay  qtierida  hija, 
atiadió  el  soldado  eslfechando  con  efusión 
á  la  Gibosa  entre  sus  brazos;  después  de 
vorado  por  la  ¡mpacien(  i  i ,  CMilinuó:  va- 
in «s  corriendo  á  buscar  las  niña-. 

—  ¡Ah!  mi  buena  (iibosa,  dijo  Aprirol 
connivido;  tu  devuelves  á  mi  padre  el 
reposo,  y  acaso  la  vida....  Y  en  manto 
á  la  señorita  de  Cardoville,  ¿como  sabes 
tú? 

— Por  una  grande  casualidad...  ¿Y  tú 
como  te  hallas  a(|ui? 

En  eficlo  ,  el  perro  tan  impaoien'e 
como  su  amo  de  ver  á  las  hut'^rranas,  aun- 
que mejor  in>truido  subre  el  lugar  de  su 


retiro  ,  se  habia  aci-rcado  á  la  puerta  del 
convento  th-sde  dofide  se  ptisoá  ladrar  pa- 
ra llamar  la  alencidii  de  D.igoberto. 

Kste  comprendió  al  ptrro ,  y  dijo  á  la 
(iibosa  haciéndola  un  gesto  !>igni(icativo  : 

— ¿Kslán  allí  las  iiiñaN? 

— ~¡,  Si  ñor  Dagoberto. 

—  l'Ntaba  seguro  de  ello...  Perro  fi.l... 
¡Oh!  sí,  los  perros  valen  mas  ijue  las 
personas;  escepto  vos,  mi  buena  (îibosa  , 
que  valéis  mas  que  los  lioinbres  y  las  bes- 
lias  ..  En  (in...  voy  á  ver  á  esas  p«jbres 
niñas...  y  á  tenerlas... 

Diciendo  esto  se  puso  á  correr  Dagober- 
to ,  á  pesir  de  su  e<iad,  para  llegar  adoi»- 
de  e>taba  Quilasolaces. 

— Agricol,  eselamó  la  Gibosa;  impide  á 

tu  padre  que  llame  á  esa  puerta todo 

seria  pcrdid». 

El  heirero  alcanzó  en  dos  brincos  á  ^u 
padre,  al  mismo  tiempo  que  este  llevaba 
la  mano  á  la  aldaba  de  la  puerta. 

— Padre  mió...  no  llames,  dijo  Agricol 
deteniendo  el  brazo  de  Dagoberto. 

— ¿Oiie  diablo  me  dices?... 

— Me  ha  a>eg;jrado  la  Gibosa  que  s¡ 
iljii.as  está  todo  perdido. 

— j  Cómo  I... 

— Ella  os  lo  esplicará. 

—  Kn  efecto,  IN'gó  la  Gibosa  ,  y  dijo  al 
soldad»)  :  señor  Dagoberto,  no  nos  di  ten- 
gamos delante  deesta  puerta,  podrían  v^t- 
nos,  y  esto  daria  sospechas,  sigamos  mas 
bien  el  muro... 

— ¡Sospechas  !...  dijo  el  velemno  s  r- 
prendido,  aunque  sin  moverse  de  1j  pu<T- 
la,  ¿qué  sospechas? 

— Os  lo  ruego...  no  permanezcáis  ahi... 
dijo  la  (íibosa  con  tal  insfaticia  (pie  po- 
niéndose Agricol  de  su  parle,  dijo  á  su 
padre: 

— Padre  mió,  cuando  la  Gibosa  dice 
eso,  razones  tendrá  para  e!li);  eNfuché- 
njosla...  el  muro  del  hoNpital  está  á  ¿oí 
pasos  y  como  por  alli    no  pasa  un   alma 


5à 


ALBUM 


podremos   hablar  í-in  qué  nos  inlferruni- 
pan. 

—  ;  Otie  e!  (liiiljió  me  lít-ve  si  enfieriJo 
una  palabra  de  todo  estol  escíamó  Daj^o- 
berío  pero  sin  separarle  de  !a  puerla.  Es- 
tán aquí  las  niilas,  las  tomo  y  me  !as 
llevo este  es  negocio  de  diez  minu- 
tos. 

-^j  Oh  !  no  creáis  que  es  tan  fácil...  se- 
ñor Dag>l>eito,  dijo  la  Gibosa.  Es  imiclio 
mas  düícil  de  lo  que  creéis Pero  ve- 
nid, venid.  ¿Oís?...  Hablan  en  el  patio. 

En  efectu,  se  o^ó  el  murmullo  Je  una 
voz  b.i- tante  gruesa. 

—  Ven ven,  padre  mió dijo 

Agrico!  llevándose   á  su  padre   ¿asi  pirir 
fuerza. 

Quitasolaces  parecía  muy  sorprendido 
<Je  estas  vacüaciunes,  y  dio  algunos  ladi-i- 
dos  sin  abandonar  su  puesto,  como  para 
protestar  coiitra  aquella  bumiilahfe  reti- 
rada; [)ero  á  ima  íiamada  de  Daqoberto 
se  apresuró  á  unirse  al  cuerpo  del  ijér- 
eito. 

Eran  enlonres  las  cinco  de  la  tarde,  y 
haci.i  lin  inerte  viento,  corrielido  ¡espésaá 
y  pardas  lujbes  lluvio>as  por  el  cielo.  Co- 
mo di-jamos  diclio,  ei  milro  'del  hospital 
qui-  C';ii(Í!ial)d  por  ese  lâiio  con  el  jardiri 
del  c<iiiveiiío,  apénasela  IVecuenlado.  Da- 
gobeito,  Agricül  y  la  Gibosa  pudieron; 
pues,  tener  un  consejo  solitario  en  este 
apartado  >ilio. 

El  soldado  no  dis  Ululaba  la  violenta 
inipíH-iencia  q'.ie 'i;  c3U>a!>a  sü  carácter; 
aA  os  qile  apenas  volvieron  la  "esquina, 
cu  uid  I  d  j  I  á  !a  (rb'osa  : 

—Veamos,  bija  miá ,  esplicaos yo 

estoy  i'U  á^cua^. 

'— Ea  ca^a  en  qui*  e>lán  encerradas  las 

hijas  del  gi-!ier.il  Simon es  un  coh- 

Vento >erior  Dagoberto. 

•—¡Un  c'oi'ivenlo!   esclanlô  él  soldado; 

debí  sospecharlo Y  bich,  ¿(Jué  ínás? 

iré  á  buscarlasáuñ  convenio  como  á  otra 


cualquier  parlo.  ¿Qué  me  importa  el  sitio? 

—  Pero,  sefior  Dagoberlo,  están  en- 
cerradas alli.  coiitra  su  voluntad  y  la  vues- 
tra ,  y  no  os  las  entregarán. 

— ¿No  me  las  entregarán?  ¡Pardiezí 
vamos  á  verlo 

—  i'a(lre  nuo ,  dijo  Agricol  deteniéndo- 
le, tened  paciencia  un  momento,  y  escu- 
chad á  la  Gibosa. 

— Yo  no  escucho  nada ¡Cómo I  es- 

lin  ahí  las  ninas á  dos  pasos  de  mi... 

y  sabiéndolo ¿no  las  be  de  tener  de 

grado  ó  por  fuerza  ,  en  seguida?  ¡Hayo! 
¡estarla  eso  bueno]  Déjame. 

— Señor  DaLioberto,  os  sjiplico  que  me 
cscuclnis,  dijo  la  Gibosa  tomando  la  otra 
mano  del  soldado.  Hay  otro  medio  de  te- 
ner á  las  pobres  señoritas,  y  eso  sin  vio- 
lencia ;  la  señorita  de  Cardoville  me  lia 
asegurado  que  con  la  violencia  lo  perde- 
réis todo 

— Si  b;iy  otro  medio...  enhorabuena... 
¡  vivo! veamos  cual  ef  ese  niedio. 

— Ké  aijui  un  anillo  que  la  señorita  de 
CarJovdle..... 

— ¿Quién  es  esa  señorita  de  Cardoville? 

—  Padre  mió,  es  esa  joven  tan  g.ene- 

rosa  (jue  queria  prestar  mi  lianza y  á 

la  que  t»  ngo  cosas  iuiportantísimas  que 
decir 

—  Bueno,  bueno,  interrumpió  üago- 
berto,  luego  bahlarenios  de  eso...  Y  bien, 
mi  buena  Gibosa  ¿este  anillo? 

—  Debéis  toniarlo,  señor  Dagoberto,  é 
ir  en  s  guida  á  ver  e!  conde  de  Montbron, 
en  la  plaza  de  Vendutiu»,  número  7.  A  lo 
que  parece  es  un  hombre  nuiy  poderoso, 
amigo  de  la  señorita  de  (Cardoville:  este 
ambo  le  probará  que  vais  de  su  parte;  le 
diréis  que  ella  se  enciu'ntra  encerrada  co- 
mo loc^  en  esa  casa  de  salud  que  cordina 
con  el  convento  y  que  en  este  se  hallan 
también  detenidas  contra  su  voluntad  las 
liijas  del  mar'jcal  Simon. 

— Bien ¿qué  mas qué  mas? 


ALRIU. 


— lùilonces,  el  señor  conde  <le  Monl- 
hron  tiara  los  pasos  necesarios  cerca  de 
personas  de  alia  categoría,  para  conse- 
guir la  libertad  de  la  señorita  tíe  ('ardo- 
villc  y  de  las  hijas  del  mariscal  Siniotí ,  y 
acaso mañana  ó  pasado 

—  ¡Mañana  ó  pasado  !  esclamó  Da^^o- 
berto;  no,  es  hoy,  en  este  mismo  ins- 
tante, cuando  yo  (piiero  tenerlas I*a- 

sado  mañana y  acaso  ahora  n»ismo... 

no  seria  ya   liempn (íracias  de  lodos 

modos,  mi  buena  (iibosa;   pero  guardad 

vuestro  anillo líslimo  mas  hacer  mis 

neguciospor  mi  mismo...  Ksperadme  aíiui, 
hijo  mió. 

—  Padre...  .  ¿que  queréis  hacer?.... 
esclamó  Agrícol  volviendo  á  detener  al 
soldado.  ¿Habéis  pensado  en  que  es  un 
convetito? 

— Tú  eres  aun  un  rechita  ;  yo  conozco 
la  teoría  del  convenio  por  las  puntas  de 
los  dedos:  la  he  practicado  cien  veces  en 
M-paña...  lié  aqui  lo  (pK*  vá  á  síicertcr... 
Ilacno,  me  abr»*  la  tornera,  me  pregunta 
mití  se  me  ofrece;  no  resiinudo;  ella  quie- 
re delenerme ,  y  yo  pa->o  adelante,  lla- 
mando á  las  niñas  á  voz  en  grito,  y  re- 
co<"iii'ndo  todo  el  convento. 

—  INto,  señor  Dagoherto,  las  religio- 
sas... dijo  la  Gibosa  Iratanuo  de  detener 
al  soldadi».  ^ 

—  Las  relijiosas  corren  á  mis  alcances 
persiguií^iidome  y  (¡iando  como  lus  piijaros 
tjue  pierdi'ii  el  nulo;  soy  inleligenlo  en 
esto.  Kn  Sevilla,  tu'e  (]iie  ir  á  rescatar 
de  ese  modo  á  una  andaluza  que  las  bea- 
tas detenían  por  fuerza.  Las  dejo  gritar, 
y  cnlntanto  recorro  el  convento  llaman- 
do a  Rasa  y  Blanca....  Me  oyen  ellas,  me 
responden,  y  si  están  encerradas,  tomo 
lo  primero  ()ue  hallo  á  mano  y  derribo  la 
puerta. 

— l'ero,  señor  Dagoberlo,  ¿y  las  reli- 
jiosas....  y  las  relijiosas? 

— Las  religiosas  do  me  impiden  con  sus 


gritos  el  drrribar  la  puerta,  ni  el  toma 
las  niñas  en  mis  brazos  y  largarme;  si  han 
cerrado  la  puerta  exterior,  segundo  der- 
ril)o Asi,  pues,  aM.idií)  Dagolierlo  des- 
prendiéndose de  la  (lilio>a,  esperadme 
ai|ui;  dentro  de  di-'í  nñimlos  estoy  de 
vuelta....  De  cualquier  modo  vea  buscar 
un  coche,  hijo  mió. 

Mas  sereno  rpie  Dagoberto,  y  sobreto- 
do nías  instruido  que  este  en  materia  del 
código  penal,  Agrícol  pensó  con  espanto 
en  las  consecuencias  que  pedia  acarrear 
el  estraño  modo  de  obrar  que  se  pro- 
ponía el  veterano.  Asi ,  poniéndosele  de- 
lante, esclamó: 

— Te  suplico  qutt  oigas  aun  una  pala  • 
bra.... 

— ¡Pardiez! veamos,  despáchate. 

— Si  quieres  penetrar  por  fuerza  en  el 
convento,  i  vas  á  perderlo  lodol 

— ¡  Como  ! 

— Kn  primer  lugar,  señor  Dagoberto, 
dijo,  la  Gibosa,  hay  hontbrcs  en  el  con- 
vento:... Hace  muy  poco  que  al  salir  yo, 
he  \isto  como  el  píutero  cargaba  su  es- 
copeta, y  el  jardinero  hablaba  de  su  cu- 
chillo de  monte  nniy  afilado  y  de  rondas 
que  hacen  de  noche.... 

—  Hago  yo  poco  caso  de  la  escopeta 
de  un  portero  y  del  cuchillo  de  un  jar- 
dinero. 

— Bien,  padre  mió;  pero  le  ruego  que 
tne  escuches  im  momento;  llamas,  ¿no  es 
e.sto?  se  abre  la  puerta  y  te  pregunta  el 
portero  (pié  quieres.... 

—  Digo  que  tengo  cjue  hablar  con  la 
supt-riora y  me  deslizo  hacia  dentro. 

—  Pero,  5  Dios  nn'o  !  señor  Dagoberlo, 
dijo  la  (íibo»a;  una  vez  alravi-sado  el  pa- 
lio. Se  llega  á  una  S"guiida  puerta  rerra- 
da,  (|ue  tiene  una  njiila:  aili  se  acerca 
una  reÜjiosa  á  ver  (]iiien  llama,  y  no  abre 
ha  la  que  se  la  ha  dicho  el  objeto  de  la  vi- 
sita que  se  (piierc  hacer. 

— Le  responderé....  quiero  vei  á  lasu- 
periora. 


5i  ALÉim 

— Entonces,  padre  mió,  como  no  te 
conocen  en  el  convento  irán  á  advertir  á 
la  superiora. 

— Bueno....  ¿y  qué  mas? 

— Y  vendrá. 

-¿Yquél 

— Os  preguntará  ¿qué  queréis,  señor 
Dagoberto? 

— ¿Lo  que  quiero?....  ¡Pardicz?...  mis 
niñas.... 

—Tened  aun  paciencia  por  un  minuto, 
padre  mió....  En  visla  do  las  precaucio- 
nes qutíhan  tomado,  no  puedes  dudar  (4ue 
•quieren  detener  á  las  ninas  contra  su  vo- 
luntad y  la  tuya. 

— No  lo  dudo....  estoy  cierto  de  ello... 
y  para  conseguirlo  han  vuelto  la  cabeza  á 
mi  pobre  mujer.... 

— Entonces,  padre  mió,  te  responderá 
la  superiora  que  no  le  entiende,  y  que  las 
señoritas  Simon  no  están  en  el  convento. 

— Yo  la  diré  que  sí  estáti  y  pondré  por 
testigos  á  la  Gibosa  y  á  Qaiíasotaces. 

Te  contestará  la  superiora  que  no  te 
conoce  ni  tiene  esplicaciones  que  darte,., 
y  cerra ró  S'i  rejilla. 

—Entonces  derribo  la  puerta...  ya  ves 
que  de  cualquier  modo  Iiay  que  hacerlo... 
déjame...  ¡pardiez!  déjame... 

— Al  ver  el  portero  esta  violencia,  cor 
rerá  á  buscar  la  guaidia,  llega  esta  yero- 
pieza  por  prenderte. 

— ¿Y  qué  sería  entonces  de  vuestras 
pobres  niñas....  señor  Dagoberto?  dijo  la 
Gibosa. 

El  padre  de  Agrfcol  tenia  bastante  buen 
sentido  para  que  dejase  de  conocer  lojus- 
to  de  estas  reílecsiones  de  su  hijo  y  de  la 
Gibosa;  pero  también  sabia  que  era  pro- 
riso  conseguir  á  toda  costa  que  las  liuér- 
fanas  estuvic.'^en  libres  para  la   mañana 


Agrico!  y  la  Gibttsa  conmovidos  proTifn*' 
damenteporesta  muda  de?e>perac'<m  canr- 
biaron  una  mirada  triste  y  sentándose  el 
herrero  al  lado  del  veterano,  le  dijo: 

—  Padre  mío,  tran(|uilízate  pue< » 

piensa  en  lo  qrie  acaba  de  decírtela  Gibo- 
sa.... yendo  con  e!  arjifío  de  fa  señorita  de 
Cardovillo  á  casa  de  ese  caballero,  que  es 
iMuy  influyente,  será  fácil  (|i»e  mañana 
mismo  estén  lil)rcs  las  niñ.is...  y  aun  su- 
poniendo á  mal  andar  que  no  te  las  de- 
vuelvan basta  pasado  inañ;ina... 

— ¡  Rayo  I  ¿(|iiereis  volví'rme  loco?  i-s- 
clamó  Dagoberto  estremeciéruJose  y  uii- 
rando  á  su  b.ijo  y  la  Gibosa  con  un  ainr 
tan  pstraño  y  desesperado,  (¡ne  Agricol  y 
la  costurera  retroceda  r  n  con  tanta  sor- 
presa como  inquietud. 

— Perdonadme,  hijos  mios,  dijo  Dago- 
berto, volviendo  en  sí  después  de  un  lar- 
go silencio  ;  hago  mal  en  arrebatar»ne» 
porque  asi  no  poíheinos  entendernos....  h* 

que  decis  es  juslo y  sin  embargo  ya 

tengo  razón  en  hablar  corno  baldo. ...  lís- 
cuchaduie...  Tu  eres  un  liombrelionrad'», 
Agrieol,  y  vos  una  esciF'Ule  muchacha. 
Gibosa...  Lo(]ue  voy  á  deciros  es  para  voso- 
tros solos...  He  traido  esas  nfñas  desde  el 
centro  de  la  Siberia  ;  ¿Sabéis  con  queob- 
jeto?  Para  que  se  encuentren  mañana  por 
la  mañana  en  la  calle  de  San  Francisco... 
Si  no  lo  cofibigo ,  dejo  de  cumplir  el  pos- 
trer voto  de  su  madre  moribunda... 

— Caüe  de  Sarv  Franciso  niím.  l.'J,  es- 
clamó Agrieol  iiiterrHüipi-ndo  áj^u  pailre, 

— Sí,  ¿como  sabes  tii  ese  número?  pte- 
guntó  Dagoberto. 

— ¿No  se  encuentra  esa  fec!  a  en  un» 
medalla  de  bronce  Î 

— Sí,  contestó  Dagoberto  eada  inslan- 


siguicne.  Esta  alternativa  era  terrible ,  |  *e  "'«s  ï>'>fP'"t""*J^-  ¿Q"'^'"  •«  ''^  diiiit> 
tan  lerrib'e  que   llevando  ¡as  manos  á  su   <í^o? 

arJoro«a  frente  cayó  sobre  un  banco  dej  — Padre  mió....  un  instante...  esclamó 
piedra  c^mo  anonadado  por  la  inexorable  i  Agrieol  ;  dejadme  reflexionar...  creo  adi- 
rQtalidad  de  su  posición.  i  vinar....  si,  y  tu,  nii   buena  Gibosa  ¿oo 


tnoTiis  (lirho  que  la  scñ.irila  ik'  ('aiilovi- 
'{le  no  estaba  luca  ?... 

— Ni»  liay  tal  lociiía...  I:i  lii'iien  dde 
iiida  à  pesar  suy»  en  e^a  ca^a,  sin  dejarla 
coiniiiiirar  l'on  nadie...  y  me  Ita  dicho, 
que  laiilo  ella  onnu)  las  lujas  del  mariscal 
Simon  son  sin  duda  viclima^  de  una  ma- 
quinaeiun  udinsa, 

— Ya  estoy  cierto,  psrlanjji  el  herrero; 
ahora  lo  comprendo  todo...  LaseAmilade 
('ardoville  tiene  el  mismo  interés  (|ue  la« 
niñas  en  enconlrarse  inafiana  en  la  calli- 
de  San  Franciso...  y  acaso  lo  ignora. 

— ¿(]ómo? 

— OeeiíJme,  mi   buena   (lihosa ¿o» 

ha  ditlij  la  s»  ñorila  de  Cardi'\ii!e  i|iie  le 
.nf«Te>al>a  sobrtinanera  el  e^lar  libre  nia- 
'ñma? 

— No,  poTíjiie  al  darme  este  anillo  pa- 
ra el  conde  de  .M>)nlbron,  me  ha  dn  tío  : 
Gracias  á  él,  maùina  ó  pasado  estaremos 
libres  las  hijus  did  marÍMal  Simon  y  \o... 

—  Pero  ac.i[)a  de  esplicaile,  dijo  Da¿  > 
berto  á  su  h'jo  con  impacienc  a. 

— Kn  seguida,  continuó  el  herrero; 
cuando  has  venido  á  buscarme  á  la  ciireel, 
sabes,  padre  mió,  (|iie  te  lie  dicho  ipie  te- 
nia Mil  deber  sagrado  que  llenar  y  rpie  en 
casa  nos  juntariamos. 

—  Si,.,  y  me  he  i  lo  á  dar  nuevos  pasos 
de  qiií  le  hablaré  luejío, 

— Yo  h'-.*  corrido  al  pabellón  de  la  calle 
de  Babilonia  ,  ignorando  ijite  la  srñorila  tíe 
<]ard<>ville  esluvirse  loca,  ó  mejor  didm. 
que  se  U  hicies-e  pasar  pur  tal...  me  abre 
un  criado  y  me  dice  que  e.sta  siuorila  ha 
sido  atacaila  de  un  acceso  repentino  de  lo 
cura...  Concibe,  padre  mió,  que  n-Afn- 
para  mí...  preguht>  donde  está  y  meio>- 
pondcn  que  no  lo  Saben;  digosi  podréiía- 
blar  con  al^^uno  de  sus  parientes,  y  cumo 
mi  blusa  in-piraba  poca  coidianz  i  iiu>  con 
testan  (jiie  aijui  noexisle  na  lie  de  mi  f.iiiii 


515 


está  loca,  su  médico  delie  <n!w  rd  «mki  s- 
fá  ;  si  se  encuentra  en  estado  de  e>cii- 
•  harme,  el  médico  mecomluciri  á  sii  pre- 
sencia ;  si  no,  á  fa'ta  desús  f»ari<ntes,  ha- 
blaré con  su  médico;  k  mcniído  el  mé<lic<> 
es  unam'go...  í'rec;unto.  |oi.'s,,il  criado  si 
podria  indicaroie  el  fiiédico  (K*  la>-rñoril.i 
de  (lardoville,  y  med'cen  siin  nnbrí'  v  ba- 
t>ilacion  sin  la  menor  dilicitltad:  el  dnclor 
llaleinier  calle  de  Taramit»  niíin.  12.  ('('.rro 
allá,  y  bibia  salido;  pero  me  di.  en '¡iieá  I  s 
cinco  d«-bia  hallarle  sin  duda  en  su  ca*» 
de  salud;  ^ta  está  contigua  al  «inivcn- 
o hé  aijui  porqiie  nos  lien  os  encon- 
trado. 

— INro  ¿esa  me  ¡alia...,  oa  medalla, 
dij  )  Da^obcrtf)  con  impaciencia  ,  dtíride 
la  has  visto  lú? 

— Sobie  eso  y  otras  ros.is  fué  el  escr- 
bir  yo  á  la  (1  liosa  que  drse.ilia  hacnr  á  la 
señorita  de  Cardovil.'e  revelaciones  muv 
imporlanies. 

— J.Y  qué  rev.'laciones? 

—  Hé  aijuí,  pa  Iré  mió:  el  dia  en  que 
marchaste  fui  á  su  casa  para  suplicarla 
i|ue  me  prestase  una  lianza;  me  habían 
•p'_Mii''o;  o  sabe  ella  por  una  de  sus  ca- 
mareras, y  para  ponerme  al  abrijío  de 
(|ue  me  pn  ndi'sen ,  hace  que  me  ociilli  n 
en  un  escondrijo  de  su  pabellón;  es  aquel 
una  especie  de  cuarlilo  ab  ivcdado  que 
solo  recibe  la  luz  por  un  conduelo  hecho 
como  una  chimenea;  al  cab>t  de  aluiPios 
instantes  ya  veia  alti  claro.  Ni  leniend.i 
otra  cosa  que  hacer  sino  mirar  ú  mi  ahe 
dedor,  observo  (|ue  las  paredes  e»!a!  an 
cubiertas  de  madera;  la  entratla  de  este 
escondrijo  consistía  en  una  tabla  escurri- 
diza sobre  muescas  de  hierro,  por  medio 
de  coiitra[wsos  y  encajes  complicados  y  do 
un  trabajo  admiiable;  como  esío  erado 
nii  olicio,  me  inleresaba  vi\ ámenle  y  me 
puse  á  examinar  aíjiiellos  resortes  con  eq- 


•'3 Hallábame  desconsolado,  cuando    riosidad,  á  pesar  de  mis  in|uietudes:  co- 
me ocurre  una  idea....  y  digo  entre  mí:|nücia  bien  aquel  juego;  pero  habla  allí  lui 


56 


ALBUM. 


bolón  de  cobre  cuyo  objeto  no  podía  com- 
prender: por  mas  que  traté  de  tirar  de  él 
á  derecha  é  izquierda  nada  descubrí.  En 
vista  de  esto,  me  dije:  este  botón  tiene 
sin  duda  un  mecanismo  especial;  veamos 
si  en  lugar  de  tirar  deb-»  empujarse:  lo 
li3go  con  fuerza  y  observo  que  se  des- 
prende de  repente  una  tabla,  como  de 
dos  pies  cuadrados,  de  la  parte  superior 
•de  la  entrada  del  escondrijo ,  dt-jando des- 
cubierta una  especie  de  bóveda;  comoem 
pujé  cofi  demasiada  fuerza  el  resorte,  al 
violento  sacmlimietito  de  la  tabla,  cayó 
en  el  f-ndo  una  mcdallita  de  bronce  con 
su  cadena. 

—  ¡  Donde  lias  visto  esas  señas de 

la  calle  de  San  Francisco!  esclamó  Dago- 
berío. 

— Si,  padre  mió,  y  con  la  medalla  ca 

yó  tajubien  un  grande  pliego  cerrado 

Al  reciij.TÍo  leía  pesar  mió,  por  decirlo 
asi,  vu  li-Uas  grandes:  Parala  señorita  de 
CardoàUe'y  que  debe  enterarse  de  estos  pa- 
peles L-n  el  mismo  inslaitic  que  se  los  entre- 
guen. Sobre  estas  palabras  estaban  lasini- 
ciales  1\.  y  C,  acompañadas  de  una  rú- 
brica y  de  esta  fecha:  Parislide  noviembre 
de  1830.  Volví  ol  pliego  y  vi  sobre  los  dos 
sellos  (¡ue  lo  cerraban,  las  n\ismas  inicia- 
les IÎ.  y  C.  con  una  corona  encima. 

— ¿Y  estaban  intactos  los  sellos?  pre- 
gtinlü  la  (jibosa. 

—  Perfectamente  intactos. 

— Entonces  no  hay  duda  que  la  seño- 
rita de  Carduville  ignoraba  la  existencia 
<Je  esos  papeles,  dijo  la  costurera. 

— Esta  fué  mi  primera  idea,  puesto  que 
se  le  pri\enia  abriese  en  seguida  el  pliego, 
•y  que  á  pesar  d-  tal  lecomendaciuu ,  que 
databa  de  mas  de  dos  años,  se  hallaban 
intactos  los  sellos. 

— Es  evidente,  dijo  Dagoberto,  ¿y  qué 
has  hecho  entonces? 

— He  vuelto  á  colocar  estos  objetos  don 


mi  descubrimiento  á  la  señorita  de  Car- 
dov  lie;  pero  algunos  instantes  después 
entraron  en  ef  escondrijo  que  habían  des- 
cubierto, y  no  he  vuelto  á  ver  á  aquella 
buena  señorita;  tan  solo  dije  alguna»  pa- 
labras equívocas  sobre  mi  hallazgo  á  una 
de  sus  camareras,  esperando  que  esto  lia- 
marja  la  atención  de  su  ama.....  en  fin , 
tan  pronto  como  me  fué  posible  escribir, 
mi  buena  Gibosa  ,  sabes  que  lo  hice  ro- 
gándote que  t  '  avistases  con  la  señorita 
Adriana... 

—  Pero  esa  medalla...  dijo  Dagoberto, 
es  igual,  á  la  que  poseen  las  hijas  del  ge- 
neral Simotí  ;  ¿en  (|ué^consiste  esto?' 

— Nada  ma>  sencillo,  padre  mió...  aho- 
ra (|u  ■  me  acuerdo;  la  señorita  deCardo- 
villeesparienta  suya:  ella  me  lo  ha  dicho. 

— ¿Ella...  parienta  de  l\osa  y  Blanca? 

— Sin  duda  que  sí,  añadió  la  Gibosa,  á 
mi  también  me  lo  ha  dicho  hace  poco. 

— ¡Y  bien!  esclamó  Dagoberto  miran- 
do á  su  hijo  con  tristeza;  ¿comprendes 
ahora  por  (¡ué  (¡uiero  tener  las  niñas  hoy 
uíismo?  ¿(Comprendes  que ,  como  meló 
ha  dicho  su  madre  moribunda,  un  dia  de 
retardo  puede  hacer  (jue  ;todo  se  pierda  ? 
¿Compiendes,  en  lin,  que  no  puedo' con- 
tentarme con  un  acaso  viañana...  cuando 
he  venido  del  centro  de  la  Siheriacon  esas 
niñas...  para  con'lucirlas  n\añana  á  la  ca- 
lle de  San  Francisco? ¿Compiendes, 

digo,  qtie  las  necesito  hoy,  aunque  para 
consegmrlo  deha  inctMidiar  el  convento? 

— i'ero,  padre  mío,  os  repito  que  la 
violencia... 

—  i'ero,  ¡  pardiez!  ¿sabes  loque  me  ha 
respondido  esta  mañana  el  comisario  de 
policía,  cuando  he  ido  á  renovar  mi  que- 
ja contra  el  confesor  de  tu  pobre  madre? 
(Jue  no  habiendo  ninguna  prueba  no  pe- 
dia hacerse  nada. 

— Mas  ahora  hay  pruebas,  padre  mió, 
ó  á  lo  menos  se  sabe  donde  están  las  jó- 


de  estaban,  prometiéndome  advertir  de|  venes...  Mucho  vale  esta  certidurabre.... 


lili  tu. 


57 


Está  sopnro.  La  loy  es  ina<?  po  Icr-ísa  que 
todasliissiiperioras  Je  convento  dt-l  nuindo. 

— ¿Y  ol  coiuli'  (lo  Monlbron  íi  quien  Os 
mega  la  scàorita  Adriana  (|Uo  os  dirijáis, 
dijo  1.1  (íilmsa  no  es  laiuliiiMi  iin  liombrc 
poderoso?  I  A'  diréis  las  r;izonps  por  qtii^ 
es  tan  importante  el  (pie  las  ninas  saldan 
en  libertad  esta  noche,  así  como  la  seño- 
rifa  d<'  (^nrdovillo...  (jtie,  como  veis,  lam 
bien  tiene  un  •zrniide  un  grande  infirrs 

en  estar  libre  para  inañatM entonces, 

es  seguro  que  el  conde  de  Moíilbron  se 
apresurará  en  sus  diligencias  con  la  justi- 
cia, y  esta  noche os  serán  cnlregadai 

vue>tras  niñas. 

— Tiene  razón  la  (]¡bosa,  padre  mió... 
ves  á  casa  del  conde,  mientras  corro  yo  á 
ver  al  comisario  para  decirle  que  se  sabe 
ya  donde  están  las  jóvenes;  tu,  mi  buena 

(íibosa ,  vtuMvete  á  casa  á  esperarnos 

Dóuíonoá  cita  en  nuestra  ca<a,  ¿no  (S  es- 
to, piilre? 

D.igohetto  so  liabia  qtied.ub  pensativo 
y  de  repente  dijo  á  Agricol  : 

— I'orriente:  seguiré  vuestros  conse- 
jos.,, l'ero  supon  que  le  diiia  el  comisa- 
rio: no  se  puede  obrar  liasla  mañana. 
Sup.'uqtie  el  conde  de  .Monlbron  motli¿;a 
otro  tanto...  ¿Oees  ti'i  (pie  yo  [)erniane- 
ceré  con  los  brazos  cruzados  hasta  uia- 
ilaiia? 

— Padre  nuo... 

— Hastí,  (lijo  el  soldad'3  con  prontitud, 
yo  me  eiiliendo...  Tú,  liijo  nii(j,  corre  á 
casa  del  c.>mi>ario...  Vos,  tai  buena  Gi- 
bosa, id  á  esperarnos,  y  yonie  voy  á  casa 
del  conde...  Dadme  el  anillo  y  las  senas. 

=  lMa/.a  de  Vendóme,  núm.  7,  el  coti- 
de  de  Mui'.lbnm...  vai>  de  parte  de  la  se- 
ilorita  de  CardoviHe,  d'ijosa  la  Gibosa. 

— Tertgó  bnena  memoria ,  contestó  el 
Sordado,  así  nos  veremos  lo  mas  pro^ilo 
posible  en  la  calle  do  Brise  Micbe. 

— Si,  padre  mió;  buen  ánimo...  ya  ve- 
rás como  la  ley  defiende  y  proteje  á  las 
gentes  honradas... 


— Tanto  mejor^diji*  Da;?nbcrto,  porque 
Á  no  ser  de  ese  modo,  las  gentes  íionra- 
das  se  yçrian  en  la  precisión  de  defender- 
se y  protegerse  á  sí  mismas.....  así,  liijos 
miiisj,  hasta  luego  en  la  calle  (te  Brise 
Micbe 

Guando  se  separaron  Üagoberto,  Agri- 
col y  la  Gibosa ,  era  totîijjlctamente  de 
noche. 

X. 

r.AS  CITAS. 

Fran  las  ocho  de  la  nocho\  y  la  Ihuta 
azotaba  los  vidrios  del  cuarto  (Te  Francis- 
ca Baudoin,  en  la  caite  de  Brise  .Miclic, 
mientras  (|ue  violehtas  ráfagas  de  viento 
hacian  retemblar  las  puertas  y  ventanas 
mal  encajadas.  El  desorden  é  incuria  de 
esta  modesta  habitación ,  tenida  de  ordi- 
nario con  tanto  aseo,  demostraban  la  gra- 
vedad de  los  tristes  acontecimientos  que 
desconcertaba  unas  existencias  tan  tran- 
quilas hasta  entonces  en  sti  oscuridad. 

Fl  suelo  enladrillado  estaba  sucio  de 
lodo,  y  los  muebles,  hacia  poco  tan  re- 
lucientes y  limpios,  los  cubria  ahora  una 
capa  espesa  de  pnlvo.  Desde  que  el  comi- 
sario se  llevó  á  Francisca  no  se  habia  he- 
cho la  cama;  en  la  noche  so  acostaba  Üa- 
goberto vestido  durante  algunas  horas, 
cuando  volvía  A  casa  rendido  de  fatiga  y 
desesperado,  despues  de  haber  hecho  nue- 
vas y  vanas  tentativas  para  descubrir  el 
paradero  d'e  Bosa  y  l?buica;  sobre  là  có- 
moda había  una  botella  ,  un  vaso  y  algu- 
nos mendrugos  de  pan,  que  probaban  la 
frugalidad  del  soldadív,  r<*diicido  por  todo 
recurso  al  dinero  del  présfrimo  »)ue  le  ha- 
bia hecho  el  Monte  de  INedad  mediante 
los  nbjftos  empeñados  por  laGibo>a,  des- 
pués del  arre>to  de  Francisca. 

A  la  pálida  luz  de  una  vela  de  sel)o  co- 
locada subre  la  chiirenea  ,  fria  entonces 
como  el  miírmol  por  haberse  concluido 
hacia  mucho  tiempo  la  provision  de  lefia, 
se  veia  la  Gibosa  que  dormitaba  sentada 
lo* 


58  ALBÜK, 

en  una  silla,  con  la  cabeza  inclinada  so- 
bre el  pecho,  las  manos  juntas  Lojo  su 
pequeño  delantal  de  indiana  y  los  lahiues 
apoyados  en  la  úllinia  barra  de  la  s>!la  ; 
de  cuando  en  cuando  tiritaba  defriol.iipc- 
bre  muchacha  cuya  ropa  estaba  luiineda. 

En  todo  este  dia  de  fatigas  y  de  cmio- 
clones  tan  diversas,  no  habia  comido  nada 
esta  desdichada  criatura  (aunque  lo  lui- 
biera  deseado  no  tenia  en  su  cuarto  ni 
pan  siquiera),  y  esperando  el  regreso  de 
Dagoberto  y  Agrico!,  cedia  á  una  soño- 
lencia agitada,  bien  diferente  por  ciert.» 
del  dulce  y  tranquilo  su-eño  reparador.  Pe 
cuando  en  cuando  medio  abria  les  ojos  con 
inquietud  y  miraba  á  su  alrededor;  pero 
vencida  de  nuevo  por  una  irresistible  ne- 
cesidad de  descanso,  dejaba  caer  la  ca- 
beza sobre  su  pecho. 

Al  cabo  de  alfiunos  minutos ^'eshlencio. 
interrumpido  tan  solo  por  el  ruido  del 
viento,  se  oyó  un  paso  lento  y  pesado  so- 
bre la  meseta  de  la  escalera. 

Abrióse  la  puerta  y  entró  Dagobertose- 
guido  de  Quila;ol  ices. 

La  Gibosa  despertó  sobresaltada,  y  le- 
vantando la  cabeza  con  prontitud,  *i' 
levantó  y  fué  rápidamente  hacia  el  padre 
de  Agricol. 

— Y  bien,  señor  Dagoberto dijo, 

¿traéis  buenas  noticias?...  ¿Habéis?... 

La  Gibosa  no  pudo  continuar;  tal  fué 
su  abatimiento  al  observarla  sombría  es- 
presion  de  las  facciones  del  soldado;  ab- 
sorvido  este  en  sus  ideas  pareció  no  ha- 
ber percibido  á  la  costurera,  y  senliin- 
dose  en  una  silla  con  descaecimienlo,  puso 
los  codos  sobre  la  mesa  y  ocultó  el  rostro 
entre  sus  manos. 

Después  de  una  meditación  bástanle 
larga,  se  levantó  y  dijo  á  media  voz: 

—  Preciso  será preciso dando 

entonces  algunos  pasos  por  el  cuarto,  mi 
ró  Daguberto  en  torno  suyo  como  si  bus- 


de  exárnen,  viendo  ci  rea  de  la  chin  ^Bnea 
una  barra  de  hierro  como  de  dus  [ivs,  la 
tiiinó  y  considerándola  atentamente  ,  la 
sompesó  y  la  puso  en  seguida  sobre  la 
cómoda  con  aire  de  satisfaceion. 

Sorprendida  la  Gibosa  dtl  silencio  pro- 
longado de  Dagoberto,  (ibservaba  sus  mo- 
vimientos con  una  curiosi-iad  tímida  ó  irv* 
quielíi,  pero  pro«lo  se  caui-biósusorprcs» 
en  miedo  al  ver  ({«e  el  saldado  abrió  sw 
mochila  que  estaba  sobre  una  silla,  s;:c(V 
de  ella  un  pa-r  d-e  pistO'ias  tle  bolsillo  y 
examinó  las  piedras  por  pr»'caiR".iun. 

Sobrecojida  la  cusiurera  du  lirror  no- 
pudo  menos  de  esclariiarr 

— ¡Dios  mió  1....  st'ño-r  Dagoberto..... 
¿qué  queréis  hacer? 

El  soldado  miró  á  la  Gibosa  coíno  si  I» 
viera  entonces  por  primera  vez,  y  la  dij>(> 
con  voz  eordial .  aunque  agitada. 

— Buenas  noihes  ,  hija   mia ¿Q'"^* 

hora  es? 

— Las  ocho...  acaban  de  dar  en  SainÈ 
Merry,  señor  Dagoberto. 

—  Las  ocho repitió  el  si>!dado  ha- 
blando consigo  mismo;  ¡nada  nías  que 
las  ocho  ! 

Y  poniendo  las  pist  -las  a!  lado  de  la 
barra  de  hierro,  pareció  (jue  reflexionabaí 
de  nuevo  dirigiendo  la  vis^t.i  á  s^a  alrciUj- 
dor. 

— Señor  Dagoberto,  se  aventuró  á  de- 
cir la  Gibosa,  ¿no  tenéis  quizá  buenas  no- 
ticias? 

—No.... 

Dijo  el  soldado  esta  su!a  palabra  con  ut» 
tono  tan  bieve,qt>e  no  atreviéndose  la  (ii- 
bosa  á  preguntarle  mas,  fué  á  sentarse  tu 
silencio.  Ouitasolaees  apoyó  su  cabeza  so- 
!)re  las  rodillas  de  la  costurera  y  signi  > 
con  la  misma  curiosidad  que  ella  todos  i^is 
movimientos  del  soldado. 

Después  que  este  hubo  meditado  u» 
momento,  se  aproximó  á  la  cania,  lomó 


ro  L/agUOeriO  en  luiiiu  suju  cumu  si   uns-     niuuieuiu,  si;  €ij>i  wAitiiv/  ».  ."    T    

case  alguna  cosa,  y  después  de  un  minuto}  una  sábana  y  pareció  medir  su  e.^te^î¡on: 


k'Usvm 

<^  5i'gii¡  la  ViiUióndw'So  lijtia  la  (jibusa,  la 
dijo  : 

—  r.as  fij«'ra«.... 
— IVri),  si'fiiir  Dapi)l»t*rlo.... 

—  Vi-anios,  mi  loifiia  hija...  las  lijcras, 
coiitiiiiiú  Dagnlu'i  lo  con  l<»iu>  af.il)'»-,  aun 
que  demuilrand«  quf  (|inTÍa  ^c  le  ohi-do 
ciesp. 

La  (^ihosa  tomó  las  tij"ra>  dol  (  ati«<ti- 
llo  di*  la  colima  de  Frain.i>fa  \  se  las  pré- 
sent)) al  soldado. 

— Aliora  loua  I  el  ofro  esiremo  de  la 
sábana,  y  leiuHlIa  fuerte... . 

Km  algunos  rninnios  corló  !>ai:"!)t'rlo  la 
sâliaiia  á  lo  lari;o  en  cuatro  |nil.i¿  is.  Ii's 
cuali's  n-torcio  en  forma  de  ciicrdiis  :  de 
ostasmatro  liras  atadas  las  unas  á  las  ol ras 
sólid.iinent*' ,  liizo  el  soldado  una  cuerda 
de  veinte  pies  lo  menos,  y  aun  no  le  t>;»s- 
laba  esto,  poique  dijo  iialiiando  consij^o 
misinn. 

— Aliora  me  falta  un  {^am  ho... 

Y  luej^o  niirú  en  derredor  suyo  como 
buscando  algo. 

La  (iihosa  caila  vez  mas  asustada,  pii(>s 
no  le  (¡iirdaha  ya  duila  s-dire  los  [)royec- 
Iks  de   l)agol)erlo ,  le  «liji  con  liiiiide/ : 

—  Pero,  señor  l)ai:o|)erto...  Ajiiif.»!  no 
ha  venido  aun...  y  ruando  larda  tatito... 
es  porque  >in  duda  liene  buenas  noticias... 

— ïSi,  dijo  el  soidadocon  an»arguia,  >in 
dejar  de  buscar  en  lorno  suyo  el  uli.et  » 
(|Ue  le  faltaba  ;  biu  n^is  indicias  por  el  es- 
tilo de  las  n.¡<».'..,  no  oii^lanle,  me  hace 
falla  un  bm-n  p^rlio  de  hierre».  ... 

lle<;¡stran(lo  a  jui  y  allá,  halló  el  s<>!<ia- 
do  un  saco  de  lienzo  urosero  en  ciiva  oo>lu 
ra  se  octipaiía  l''r.in(.¡sca.  Tomólo,  hí.iluió 
y  dij  >  á    a  (¡ilio^a  : 

—  lliji  mía,  icliad  aquí  dentro  la  bir- 
ra  de  hierro  y  la  cueida  ,  y  a^í  me  >erá 
fácil  de  trasportar...  alia  ubajo... 

—  ¡Gran  l)io>!  e>clauió  la  (M)  >>a  «die- 
deriendo  á  Dagoberlo;  ¿y  marcinreis  sin 
esperar  á   .Vgricul,    si'ñ'i'   !>agn¡teito 


09 

ciinrulo  acaso  tiene  rosas  inb're.<ontes  (\uc 

deciros  ? 

— Tranquilizaos,  filja  rnin esperari- 

á  mrliijo;...  no  (bli.i  salir  basta  lasdiez... 
cotí  (|Ue  lenpo  tiempo... 

—  I  Ahí  señor  Dafíoberto,  ¿hnbeis  per- 
didv)  (juiz.i  toda  esperanzi  ?... 

—  Alconfrario...  ia  tentionuiN  bu. m... 
poro  en   mí... 

Y  ai  deeir  esto  plepaba  Dapoberto  la 
parte  superior  (bd  saco,  y  alindólo  lo  pr_ 
so  sobre  la  ('«unnda  al  lado  de  las  pi>t(ila». 

—  ¿Con  que  esperiireis  á  Agrirol,  se- 
ñor Daíinherto? 

— SI  lle^a  antes  de  las  die/...  «f... 
— Asi,  ¡  Dif.s  mió  !  ¿estais  en!erimen''e 
decidido?... 

—  Muy  decidido...  y  sin  enilnri;o,  sívo 
Hiera  bástanle  necio  para  creer  »n  malos 
agüeros.... 

— No  siempre  engañan  los  presagios, 
señor  Dagoberto,  dijo  la  Gibosa,  pensc-.n- 
do  tan  so'o  en  disuadir  al  soldado  de  >u 
peligrosa  resolución. 

— Si,  respondic)  Dag  herto,  las  mwL'e* 
res  buenas  dieen  eso....  y  ainiqiie  yo  no 
soy  una  nuiger  buena,  lo  que  be  visto  ha- 
ce po'.'o....  me  ha  oprimido  el  corazón.... 
pero  acaso  he  tomado  un  movimiento  de 
cólera  por  un   [ire<enlimiento.... 

—  ¿Y  (pie  habéis  vi>lo? 

—  Os  lo  contaré,    ««li   buena  hija y 

eso  nos  ayudará  á  pasar  el  liem¡)o....  (pu; 

debéis  creer  me  p.iicíe  b.en  largo Ii  - 

lerrumpiéndose  en  e^te  momen'',  nña- 
diii  :  ¿no  acaba  de  dar  una  media? 

— ^i ,  señor  Dagoberlo,  s.  n  las  ocho  y 
iiiedia. 

— .\un  falla  hora  y  n)(dia  ,  dijo  Hajo- 
lit.r!o  con  voz  sorda;  di-spuis  conlinu('i: 
beaqui  lo  (pie  he  >i>lo:...  liare  pocoipio 
pasando  por  una  caüe.  no  st^  >u  nombre, 
h  ■  dirigido  los  ejos  n  a  ¡uinalmeiile  licicia 
un  carlelon  encarnado  en  cuya  parle  su- 
perior hay  piídaila  una  pantira  n(^í;ra  de. 


60  it^v^. 

votando  «m  caballo  blanco....  A  esta  vis- 
ta so  nie  lia  silbido  la  sangre  á  là  cabeza, 
ponjtic  como  sabéis,  nn'  buena  Gibosa, 
lina  pantera  negra  devoró  á  mi  pt)bre  y 
viejo  ca!)a|[o  blanco,  coitipañero  insepa- 
rable de  ese  perro....  y  que  Se  llamaba 
Jovial.... 

Al  oir  Quitasolaces  esto  nombre,  en 
otro  tiempo  tan  f.imi!iar  para  él,  levantó 
la  cabeza  de  repente  y  miró  á  Oagob&Mo. 

— Ved...  lomo  las  bestias  tienen  me- 
moria ;  aun  no  se  le  lia  olvidado,  dijo  el 
soldado  sus|iirando  á  cíte  recuerdo*  Des- 
pués dirigiéndose  á  su  perro,  añadió: 

— Aun  le  acuerdas  de  Jovial,  ¿no  es 
verdad? 

Al  oir  nuevamente  este  nombre  pró- 
nuíiniado  por  su  amo  con  voz  conmovida, 
dio  Oiiit;:sol;)ceá  i\n  pequeño  ladrido  como 
para  afirmar  que  no  liabia  olvidado  á  su 
antiguo  camarada  de  camino. 

— Efectivamente,  señor  Dagobcrto, Ji- 
jo la  Ciibosa,  os  debe  liaberentristecidoel 
encontrar  en  el  carlelon  la  pantera  negra 
devor.iMdo  un  caballo. 

— Y  si  no  fuera  mas  que  eso....  escu- 
chad lo  demás...  me  acerco  al  cartel  y  leo 
(¡utí  el  llamado  Morock,  (|ue  acababa  de 
lle-ar  de  Alemania  ,  presentará  al  público 
en  un  teatro  diferentes  animales  feroces 
que  ha  domesticad'),  y  entre  otros  im  león, 
Un  tigre  y  una  pantera  negra  de  Java,  lla- 
mada la  Muerlc. 

— Eso  nomí/re  dá  miedo,  diJQ  la  Gi- 
bosa. 

—  Y  aun  os  dará  mas,  hija  mia,  cuan- 
do sepáis  que  es  la  misma  pantera  que 
ni. lió  mi  caballo  cercado  Leipsik,  hace 
cu  itro  inc>cs. 

—  ¡  Ali,  DiwS  mió!...  tenéis  razón,  se- 
ñor l).ig)ljeflo ,  dijo  la  Gibosa, esoes hor- 
roroso. 

— Esperad  aun,  dijo  el  soldado,  cuyas 
facciones  tomaban  un  aire  mas  sombrío  á 
cada  momeólo;  todavía  no  lo  sabes  lodo... 


el  tal  Mordk,  dueño  de  estas  fieras,  fué 
causa  de  la  prisión  que  las  niñas  y  yo  su- 
frimos en  Leipsik. 

— ¿Y  está  en  París  ese  hombre  perver- 
so?... ¿y  os  tiene  rencor?  dijo  la  Gibosa; 
¡oh!  tenéis  razón...  señor  Dagoberlo.... 
os  preciso  que  os  guardéis,  porque  este  es 
un  mal  presagio... 

— Sí....  para  e-e  miserable....  si  le  en- 
cuentro, dijo  Dcigi)berlo  con  una  vozsor- 
da  ;  pues  tenemos  antiguas  cuentas  que 
liquidar.... 

— Señor  D.igoberto,  dijo  la  Gibosa  fi- 
jando el  oido,  alguien  sube  la  escalera 
corriendo;  sin  duda  son  los  pasos  de  Agri- 
Col...  estoy  segura  que  ncs  trae  buenas  no- 
ticias.... 

— Perfectamente,  esclamo  con  viveza 
el  sollado  sin  responder  ala  Gibosa;  Agri- 
col  es  herrero...  y  me  hallará  el  garfio  de 
hierro  que  me  hacc  falta. 

Algunos  inslaiitos  después,  entró  en 
efecto  Agricol;  pero  ¡  ali  !  al  primergolpe 
de  vista,  leyó  la  costurera  en  la  alterada 
fisonomía  del  herrero  el  fatal  resultado  de 
sus  diligencias  ,  (¡ue  destruía  las  esperan- 
zas en  (¡no  se  había  mecido... 

—  [Y  bien!  dijo  Dagnberto  á  su  hijo 
con  un  tono  que  anunciaba  claramente  la 
poca  fé  (|ue  tenia  en  el  éxito  de  los  pasos 
dadus  por  Agricu!;  y  bien!...  ¿que  hay 
de  nuevo? 

—  ¡Ah,  padre  mió!  hay  para  volverse 
loco,  e^claInó  el  lierreru  con  arrebato. 

Dagoberto  se  voivió  hicia  la  Gibosa  y 
la  dijii  : 

— Ya  veis,  hija  mia...  yo  estaba  segu- 
ro de  esto... 

— Pero  vos,  padre  mió  ¿habéis visto  lal 
conde  de  Muntoron? 

— El  conde  de  Mnntbron  hace  tres  dias 
que  marchó  á  la  Lorena...  Hé  aqui  mris 
buenas  noticias  respondió  el  soldado  con 
amarga  ironía;  veamos  las  tuyas... cuén- 
tamelo  todo:  necesito  estar  bien  conven- 


áI.BVl 


Cl 


cido  de  que  dirigit''ndo8<»  i  la  juslina,  que 
romo  lu  deci.n  hàee  poc<»  dfru'nde  y  pro- 
tege á  lili  ger>les  honrada*,  I  ay  ocasiones 
en  que  las  d«'ja  i  merced  de  !o<  tnalva- 
dos...  Si,  lo  necesito,  y  ademas  mt*  h;ice 
falta  un  garlio...  y  he  contado  contigo... 
para  amibas  cusas. 

— ¿OiK'  (niieres,  padre  mk)? 

— Cuéntame  primero  lasililigenrias(|ue 

has  hecho...  tenemos  tiompo tcMcmos 

tiemp  >...  acaban  de  dar  las  ocho  y  nu>dia... 
veamos:  ¿donde  has  ido  cuando  nos  he- 
mos separado? 

—  V  casa  del  comisario  que  recibió  vues- 
tra deposición. 

— ¿Y  que  ha  dicho? 

— Después  de  escuchar  con  suma  bois- 
tlad  el  asunto  de  qué  se  trata,  me  ha  con- 
testado :  prescindiendo  de  todo,  esas  ñi- 
flas Citan  en  nna  casa  muy  rospetabie... 
en  un  convenio...  no  es  pues  tan  urgente 
el  sacarlas  de  allí....  y  por  <itra  parle,  yo 
•H')j>«edoc«mproiiH;tertncá  violar  un  domi- 
dlio  reügiíso  por  solo  vifcslra  humilde  re- 
laciju;  informaré  mafiana  á  quien  cor- 
responde, y  mas  larde  se  proveerá. 

—Mas  larde....  ya  veis,  siempre  dila- 
cione»...  dijo  el  soldado. 

— iVro,  señor,  le  he  contestado,  <:on~ 
i'innó  Agriod,  esta  M«chc^,  en  ci  instante 
ni¡>mo,  cuando  es  preciso  obrar,  por(¡ue 
si  es.is  jóvenes  nn  se  h;il!¡ui  manan  i  por 
la  maTunn  en  la  calle  de  San  Francisco, 
pueiJeir-rogírselis  un  perjuicio  incaícula- 
Lle..,  Ks  doloroso,  me  ha  respondido  el 
comisario,  pero  os  repilo  que  sobre  vues- 
4fa  simple  declaraciurt,  ni  soltre  ia  de 
\uestro  padre  (jue  uo  es  pariente  de  esas 
jóvenes,  no  pqedo  contravenir  á  las  la- 
yes, cuando  sería  violarías  el  hacer  lo  (|ut; 
queréis,  aun(|uc  mediara  una  denunija 
de  la  propia  familia.  La  justicia  tiene  sus 
lentitudeá  y  formalidades  á  que  es  preciso 
someteríe. 

— Ciertamente,  dijoDagoberto,  es  ne- 


cesario someter-*  Á  ol'âs,  á  riesgo  de  pasar 
por  un  infame,  traidor  é  ingrato... 

— ¿Y  le  has  hablado  también  de  la  se- 
ilorita  de  Cardovilk?  preguntó  laíübosa. 

— Si,  pero  me  ha  collte^la(lo  lo  mismo... 
esto  era  niTiy  grave:  yo  hacia  utia  deposi- 
ción ,    mas  sin  poder  presentar    ninguna 

prueba  q'ie  apoyñra  mi  dicho «Os  ha 

«asegurado  una  terrera  pers"ona  que  la 
«  señorita  de  (]ardn\  ille  ha  afirmado  no 
«estar  loca,  me  ha  dicho  el  comisario,  esto 
«no  basta,  tolos  los  locos  niegan  que  lo 
«estañe  yo  no  puedo  tampoco  v¡o^ar  el 
«  domicilio  de  un  médico  respetable  por 
«vuestra  mera  declaración;  no  obstante 
«  la  recibo  y  daré  cuenta.  Pero  es  preciso 
«  (|ue  la  ley  tenga  su  curso....» 

— Cuando  hace  poco  queria  yo  obrar, 
dijo  sordamente  Dagoberto,  ¿no  habia  yo 
previsto  to'Io  eso?  sin  embargo  he  sido 
bastante  débil  para  escucharos. 

— Pero,  padre  mió,  lo  que  querías  ha- 
cer era  imposible...  y  te  esponiasá  conse- 
cuencias harto  peligrosas;  lú  estlsconven- 
cido  de  ello. 

— Asi  pues,  continuó  el  soldado  sin  res- 
ponder á  su  hijo,  te  se  ha  dicho  formal  y 
pi>silivamente  (jue  no  debíamos  pensar  en 
oJ>tener  esta  noche  las  niñas  por  los  trá- 
mites de  la  ley.... 

— A  lo?  ojos  de  ia  ley,  padre  mió,  no 
hay  urgencia,  y  la  ctieslion  oo  podrá  de-; 
cidirse  hasta  dentro  de  dos  ó  ires  días. 

— Kso  es  todo  lo  (¡no  yo  queria  saber» 
dijo  Dagol>«rto,lt'vantániÍQie  y  dando  ,al« 
gunos  pasos. 

— Sin  embargo,  continuó  su  hijo',  no 
me  he  dado  por  vencido.  Uesespera*lo ,  y 
no  pudiendo  creer  que  permaneciesi;  sor- 
da la  ju'licia  á  una  reclatnacion  semejan- 
te.... he  corrido  á  la  audiencia  esperando 
«pie  acaso  alli....  hallarla  un  juez....  un 
magistrado  que  acojíese  mi  queja  y  dispu- 
siera.... 

— ¿Y  qué?  dijo  e!  soldado  deteniéndo- 
se.... 

16* 


Ç2  AL 

Se  me  ha  dicho  que  ia  oficina  del 

fiscal  se  cierra  siempre  á  les  cinco  y  se 
abre  á  las  diez:  pensaiuio  en  vticsfra  de 
sesperacion  y  en  la  suerte  de  la  poíne  se 
nerita  de  Cardoville,  he  querilo  aun  dar 
otro  paso,  y  entrando  en  un  cuerpo  de 
guardia  de  tropa  dt-  lím-".  niamb'i  :•  p.  r  tm 
teniente....  se  lo  he  ccníadotodo,  y  comu 
le  he  liablado  con  tal  ardor  y  con  lanía 
eonviccion,  no  ha  podido  menos  do  iníe- 
Tcsarse.... 

— Mi  teniente,  le  fie  dicho,  hacodít>ea! 
menos  una  gracia:  que  vayan  un  sargen- 
to y  dos  hombres  a!  convonlo  á  íin  doui»- 
tener  la  entrada  Icgalinonte;  que  hagan 
les  presenten  las  hijas  del  general  Simon, 
y  dándoles  á  elcí^ir  entic  quedarse  r.iij  ú 
irse  con  nii  padre  que  las  ha  traído  de 
Rusia....  se  verá  como  las  tienen  deteni- 
das contra  su  voluntad. 

— ¿Y  que  ha  respondido,  A;:,íito!'? 
preguntó  la  Gibosa  n. ¡entras  que  Dago- 
berto  scgiiia  paseando  encojiéndose  de 
hombros. 

— Amigo  mió,  me  ha  dicho,  lo  que  pe- 
dís es  imposible;  yo  conozco  vuestra  ra- 
zón, pero  no  puedo  touiar  una  medida  lan 
grave  p^^r  mi  solo,  fit  ei»tiar  por  fuerza 
en  un  convento  es  cosa  demasiado  seria. 
¿Y  eníónces,  señor,  que  debe  hacerse? 
hay  para  perder  el  juicio.  A  fé  miaqueno 
lo  sé.  Lo  mejor  sena  esperar... 

Entonces,  padre  mió,  creyendo  haber 
bocho  humanamente  cuanto  era  posible, 
he  venido...  confiando  en  que  tú  habrías 
sido  mas  ieÜz  que  yo;  desgraciadamente 
me  he  engañado. 

Y  rendido  de  fatiga  el  herrero  se  sentó 
en  una  silla. 

A  e-.tas  palabras  de  Agricol  sucedió  un 
mámenlo  de  profundo  siiencio. 

Un  nuevo  invidente  \ino  á  aumentar 
el  carácter  siniestro  y  doloroso  de  esta  es- 
cuna. 


ne». 

XI. 

DESCIBRIMIENTOS. 

La  puerta  de  aposento  que  íolo  estaba 
entornado,  se  abrió  lentamente  y  apareció 
al  umbral  Fran  i  ¡a  Boudoin  ,  lamtijirde 
Dagoberto,  páüda  ,  desfalecida  ypudién- 
do-e  S(,stener  apenas. 

E!  soldado,  Agric'l  y  la  Gibosa  es- 
taban sumidos  en.  un  abaíiinf-.tílo  tan  pro- 
fundo, qiie  ninguno  de  bis  Iri  3  percibió  en 
un  prmctpio  la  entrada  de  Francí  ea. 

Fs!a  dró  dos  pasos  en  el  cuarto  y  cayó 
de  rodillas,  cruzando  las  manos  y  dicien- 
do con  voz  humilde  y  débil: 

— Mi  pobre  maíid  >,  .  perdviüvadme.., 

A  e^tas  palabras,  Agricol  y  la  Gibo» 
(jwe  estaban  de  espaldas  (*  la  puerta ,  se 
vu!\ieron,  y  Dagoberlo  levantó  la  cabeza 
vivamínie. 

— ¡  Madre  mia  !...  exclamó  Agricol  cor- 
riendo ¡iácia  Francisca. 

— ¡?títijer  nual..,»,  exclamó  al  niism(> 
tiempo  Dagoberto  levantándose  y  dandj' 
un  pasv»  hacia  la  iní'i  tui.ad,)... 

— ¡  Buena  uiadre  1...  ti¡  de  Mxls'las...  di- 
jo Agricol  inclinándose  y  aíuazanJo  á  Fra» 
cisca  con  efu>ion:,  levántale.  . 

— No,  hijo  mío,  respomHó  Francise,-» 
con  un  acento  á  la  vez  dulc*'  y  firme;  nO' 
me  levantare  hasta  tal  punto  que  tu  pa- 
dre... me  haya  perdonado,.,  he  cometido 
grandes  failas  para  con  él.....  ahora  lo 
só 

— ¡'erdonarte....  pjbre  nuijer,  dijo  el 
soldado  c  nniovido  y  acercándosele;  ¿te- 
he  acusado  yo  aíguna  vez...  esceptoen  uí^ 
primer  arrelial<»de(ièsesperacion?...  No... 
río...  á  los  malos  clérigos  es  á  (¡uienes  he 

acu-ado y  te'iia  razón Fn  fin. 

ya  estás  aqui ,  añadió  ayudando  á  mí 
liijo  á  levantar  á  Francisca  :  es  una  pe- 
na menos...  ¿te  han  puesto  en  libertad?.... 
Ayer  aun  no  sabia   donde  estaba  tu  pri- 

.s¡(;n son    tantos   mis  cuidados,  qne 

he  tenido  que  limitarme  á  pensar  en  lí... 
veamos,  (jíieiida  Francisca,  si^iulate... 


Ai.prM. 


f.3 


— lí-nníi  ma.irr...  ¡cu  mi  ili'bilost^  s!... 
lifircs  Fii'»  y  cslas  ¡)JIi<laciimo  li«  iniK'iU'... 
dij)  Ayrieitl  n'ii  tri^tl•/a  y  lltMiáiKl'>SL'li' 
lus  ojos  (le  lii^nma-i. 

— ¿P(»r'|U'»  0'»  liiis  hcrlio  (|t»e  nus  avi- 
sarán? añadió;  nosotros  liiihii'>raiii<ts  ido 
á  luiNLürU'....  PtTo  ¡otWiu»  tW'iiilihs  I.... 
(picrí'Ja  níixitc...  titiu's  ln'íailjs  Uts  ma- 
nos... ronliiiiió  «-I  herrero  arroilillad'»  de- 
lante de  Frani'ix'a. 

Despm-s  V'tlvi('Mid(»e  líñcia  la  Gil»n>a. 

—  Il.i¿  iMi  poco  de  fueg')  en  Sfj^iiidd,  l;i 
dij». 

— Y.«  he  pon^.i'lo  en  ell<>  cuümiIí»  II»'l.'i'' 
lu  p.tdre,  A^ric'jl;  pero  nu  qtit'da  leña  ni 
CJi  t>  •n... 

— V'  bien,  mi  luKMia  Gibosa..,  te  rue¿;o 
i|Oe  bajes  y  pidas  presla<lo  á  Leri'it...  es 
lan  buen  hoinhre  ijiie  no  tejo  ieliu>ar;i,.. 

Mi  p'-bre  madre  puede  caer  »'i»ferina 

mira  ceno  liembla. 

Apenas  roiiclnjú  eslas  palabras  desapa- 
reció la  (iibo<a. 

LivaniiiiidoNe  el  herrero  fué  á  tomar 
ta  colcha  de  la  raiii:i  ci>n  la  que  envolvíci 
cní'lad  ts.muM'te  á  sm  madre:  de>pii.'s  ar- 
roJill.indt»se  de  niie\o,  la  dijo: 

—  lus  niano>,  ipierida   madre.... 

Y  lomando  .\gricol  las  débiles  manos 
de  su  madre  entre  las  suyas,  trató  de  oa- 
lentailas  con  sw  a  ii-nlo. 

Nada  mas  interesante  (pie  esle  cuadro... 
en  qneel  robusto  joven  con  rostrocmVji- 
co  y  refucilo  y  con  una  e>pfe^i^ln  de  ter- 
nura adorable  ,  ¡irodii^alia  las  alcnriom  .>. 
mas  delicadas  a  .>u  anciana  madre  jialnia 
)  lcmb!andu  de  irlo. 

Uatjiberto  bueno  como  sil  hij.» ,  fnó  ú 
lomar  una  aímoada  ,  la  Iriijo  j  uijo  á  su 
inugtT  : 

—  Inc!iiiatc  un  poco  adolaníe  y  le  [««n 
dré  en  el  ropa.do  de  la  .-liiaesla  aliiiuada 
que  a}udará  á  calcularte. 

— ¡Cuino  ina  cuidáis  !os  dos!  esclamó 


Francisca  prornrando  »ni»r»rr;  y  tú  sobre 
lodii ,   ¡cuan  biiciiu  eies  Î....  despuein  ipn» 

te  he  li(  (lio   lanío   mal dijo   á   Da¿u- 

bei lo. 

Y  desprendiendn  una  de  sus  nian<s 
de  l.is  de  su  liij-i,  tomo  ia  del  Roldad  ;  el» 
la  (|ne  a|  oyó  sus  ojos  llenus  do  lagrimas: 
en  seguida  dijo  en  vi>/  b.iJH  : 

— r,n  lacaicel  me  he  anopenldo  nui- 
oho.... 

l*Art íase  el  c>>rnziiii  de  Afirírtd  al  pen- 
sar este  que  sil  madre  habia  dibido  e>tar 
momentáiii  amenté  confuiMlida  en  !a  car- 
ie!   ron   lanías  miserables  ciialuias 

ella,  latí  diuna  y  sania  mujier....  de  una 

pun/a  lan  ang<  Inal Iba  á   tratar   de 

consolarla  de  un  acontetimii  nio  tan  do> 
loroso;  peii»  se  calli»  considerando  (jup  es- 
to sería  auinentar  el  dcsfonsiielo  de  L*a- 
gobeito.  As  ,  pues,  conlinuó: 

— Y  (labriel,  «{iierda  nia<lre....  ciímo 
•  si  e.<te  Inien  hermano?  Danos  noticias 
SU)  as,  pui-^lu  que  acabas  de  verle. 

—  I)e>de  su  !l<  gada  ,  dijo  Francisca  en- 
jui;ánd  se  los  ej' s ,  ("«|á  retirado....  sus 
superiores  le  lüín  prohibido  ligorosamcnte 

que  sal.-a I'or  fortuna   no  le  habían 

inqx  (I  do  que  me  recibiera  ...  ponpie  m  s 
palabras  y  sus  consejos  me  han  abierto 
loS(iJ4»s;  (!'l  es  (jiiien  me  ha  dicho  cuan 
cu'pable  he  sido  conl'go  íin  saberK»,  mi 
poblé  molido. 

— ¿(Jm*  (juieres  decir  con  eso?  renlict) 
Dai^'dx  rio. 

—  lii  debes  pensar  que  si  te  he  ccasio- 
nalo  tanta  pena  no  ha  sido  con  mala  m- 

leiK  ion Al  \eite  tan  (b^sperado  mj- 

fiia  )o  al  par  tiijo;  piro  no  me  atrevi.i 
a  dtciiteio  por  el  miedo  de  faltara  mi  ju» 

ramenlo (jiiería  guardarlo  cievcndo 

obrar  bien,  y  tpie  era  mi  deber Sin 

embargo,  un  |uesentiudeiito  me  deciaíine 
mi  deber  no  era  de>eoiis. liarte  de  aijuel 
modo.  ¡Ah,  Dios  mió,  iliimmudMie!  es- 
clamó  en  la  cáicel,  arjudillandonic  y  re- 


G4  ALBl-M< 
zando  á  pesar  de  las  burlas  de  las  otras 
niugeres;  ¿Como  una  acción  justa  y  san- 
ta (jiie  me  ha  sido  ordenada  por  mi  con- 
fesor, el  mas  re>petab!ede  los  hombres,  me 
«ihrunia  á  mí  y  á  los  mio<  con  tantos  tor- 
tiiento>?  Tened  pií'dad  di'  mi.  Oíos  niio;  ins- 
piradme; advertidme  $i  he  hecho  mal  sin 
ijíicrer.... — Como  he  rogada  con  fervor,; 
Mw  ha  escuchado  Dios  y  me  ha  sugerido  la 
idea  de  dinjirnie  á  tíabriel.... — Os  d()y 
t;rac¡as,  Üii»s  mió,  os  obedeceré.....  lie 
dicho,  Gubriel  es  omio  un  hijo  mío....  es- 
sacerdote  también:....  es  un  santo  már- 
tir   Si  alguno  en  el  mundo  se  parece 

al  divuto  Salvador  por  su  caridad  y  por 
i>u  bondad....  es  él....  Cuando  salga  de  la 
cárcel  iré  á  consullar'e....  y  él  me  sacará 
de  mis  dudas. 

— (Juerida  madre....  tienes  razón,. es- 
ctamú  Agricol ,  ha  sido  esa  una  idea  dd 
cielo....  Gabriel  es^un  ángel....  es  lo  mas 
puro  y  nubJe  di  I  mnn  lo  ;  es  el  tipo  del 
verdadero,  del  buen  sacerdote. 

— ¡  \h  !  pobre  «nuger,  ¡si  siempre  hu- 
bieras tenido  á  Gabriel  por  confesor  1..... 

— Y;»  lo  tenia  pensado  antes  de  sus  via' 
ges ,  dijo  candoro.^amente  Fraiicis«^a,  ¡me 
ha!)ria.  sido  tan  gr,aíü  el  confesarnic  con 

ese  hijo  querido! pero  temia  que  se 

re2Íiilie>e  el  cura  Dubois,  y  que  Gabriel 
nu  fuera  bastante  indulgente  cun  mis  pe' 
cados. 

— ¡Tus  pecados!  pobre  madre  mia..... 
dijo  Agí  icol  ¿has  cometido  tú  jainás  uno 
solo? 

— ¿Y  qué  te  ha  dicho  Gabriel?  pregun- 
tó el  sold»^. 

—  ¡  Ah  !  Smijço  mió,  ¡qué  no  hubiera 
cmsultado  antes  con  él  !  Lo  que  le  he  di- 
cho del  cura  l)ti'.><)is  ha  despertado  sus 
Si>>pechaíi^y  u>e  ha  interrogado  sobre  mu- 
chas cosas  este  amado  hij'>,  de  que  hasta 

ahora  no  me  habia  hablado  nunca le 

he  abierto  enteramente  mi  corazón  y  él 

e  ha  abi«rto  el  suyo,  hemos  hecho  des- 


cubrimientos bien  tristes  sobre  personas 
que  siempre  hablamos  creido  respeta- 
tiles.....  y  que  no  obstante  nos  han  enga- 
ñado á  ambos 

— ¡  Cómo! 
•  -^Sí,  á  él  le  decian  b»jo  el  sello  del  se- 
creto cosas  que  le  asegtiraban  salidas  de 
mí 'y  á  mí  también  bajo  el  mismo  secreto 
me  comunicaban  otras  que  me  afirmaban 
venir  de  él...  Así...  me  ha  confesado  des- 
de hk^go  que  nunca  tuvo  -vocación  de  ser 
sacerdote...  Pero  se  le  aseguró  que  yo  no 
creerla  segura  mi  salvación  si  no  entraba 
en  la  orden,  porque  <*staba  persuadida  4e 
(pie  el  Señor  me  recompensarla  por  ha- 
berle dado  un  servidor  tan  escelenle,  y 
(jue^  >in  embargo  nunca  me  atreverla  á 
pedirle  á  Gabriel  una  prueba  semejante 
do  su  afecto  á  pesar  de  haberle  recogido 
en  la  calle  Juiérfano,  y  de  haberle  educa- 
do como  á  un  hijo,  á  fuerza  de  privacio- 
nes y  de  trabajos...  Entonces,  ¿qué  que- 
rjais?  el  pid)re  jfíven,  creyendo  colmar  to- 
<li)s  mis  votos...  se  sacrificó  entrando  en 
el  seminario. 

— Ksto  es  terrib'e,  dijo  Agricol ,  es  uth  : 
empeño  infame,  y  por  parte  de  los  sacer-  ^ 
dotes  (|ue  to  lian  tramado,  ufu  .ropntíra 
sacrilega... 

, — Durante  aquel  tiempo,  continuó  pr^u^ 
cisca, se  me  tenia  á  mi  .otro  lenguaje:  me  . 
decian  que, G ibriel  tenia  vocación,  pero 
qu-.í  no  se  atrevía  á  confesarlo  por  miedo  , 
de  escitar  en  mí  celos  en  cuanto  á  Agri- 
col, (¡ue  no  debiendo  ser  nunca  mas. que 
un  obrero  no  gozaría. las  comodidades quC;.- 
el  estado  eclesiástico  debia  proporcionará 
Gabiiel...  Así,  cuando  me  pidió  permiso 
para  entrar  en  el  seminario  (j  hijo  quert. 
do!  lo  hacia  á  disgusto  >uyo  por  creer  que 
en  ello  con>istia  mi  dicha  ) ,  ep  lugar  de 
disuadirle  de  esta  idea,  le  animé  á  seguir- 
la cuanto  pude,  asegurándole  <|ue  no  ha- 
ría cosa  mejor  y  (|ue  en  ello  me  compla- 
cía en  estremo ¡Dianche! yaco- 


AtlîVV 


G5 


noceîs  que  oxigeraba  ,  purijin*  IcMiiia  que 
me  creyóse  celosa  i)or  A¡^rici>l. 

—¡Olió  inaquinaciiiii  taci  oi!iu-;.i  !  dijo 
Agricul  i'stii|)f|.icli>.  K'pectilaliaii  de  un 
<nodo  inili;ju-)  sohro  vtu'>lri)  itniliu  a'cc- 
to...asi,  foiiuMilando  lu  cisi  por  fuer/ 1 
su  roso!«»ciu(i ,  veía  Gabriel  la  esprcMon 
tîe  tu  vülo  ol  uias  i|uen'tlo... 

—  IN)Cu  á  |)üOit,  sin  ein  îirgo,  como  Ga 
briel  tiene  el  niejnr  |eaTáit<'r  del  iiiuihK), 
Je  [la  Vi-did.»  la  vue  icioii ,  lo  (jue  es  iumn 
senoillo:  cjiisular  á  los  tjue  suíriii  y  cjh- 
sagrarse  á  los  desgraci.ido!».....  ól  iiaciilu 
para  eslo...  asi  es  que  iiiiiica  wa  liabria 
dic!io  (Mia  palabra  de  lo  pasado  sin  nues- 
tra coíivcrsaciofi  de  esta  nuiLUia....  l*ero 
onUiiiccs,  ÓI  que  es  sientprc  tímido  y  tan 

^Ice...  le  lie  visto  indignarse y  exas 

perarsc  sjbre  lodo  con  Mr.  Uodin  y  otra 
persona  á  (]uiei)  acu>a...  Me  lia  dielioquc 
leiiia  ya  contra  ellos  graves  qiu'ja>...  pero 
<pie  e.tlos  descubriuiieiilos  coiinaban  la 
ineJidfU 

A  est  is  palabras  de  Francisca,  liizo  Da 
gobei'to  un  iiio^iniieiilo  y  llevó  Ja  mano  á 
>u  IVeiilecon  viveza  como  [)ara  reunir  sus 
iileas.  Uivcia  algunos  nionionlos(|iie  escu- 
chaba con  grande  sorj)resa  y  casi  con  ter- 
ror la  relación  de  aquellas  tramas  ^<ul)ter- 
rjneas  llevad, is  á  ca')o  con  una  de.^licza 
taH  iiuliuna  como  liiíbil. 

I'Vjiiic.m:  i  eoníiono  t 

—  Kn  fin...  cuando  lie  diclio  á  (labiid 
que,  por  consfjo  del  cura  Dubois  mi  i-oo- 
iosor,  lial)ia  entregado  á  una  pcrMHia  es- 
Iraña  las  niñas  que  fueron  conliadas  tÍ  mi 

l^ando...  las  hij4>  del  geneial  Sioioii 

mi  liijo  (jueridi)  ¡  ati  !  á  pesar  suyo,  nieba 
reconvenido  no  de^baber  querido  que  co- 
nociesen las  p  ibres  huérfanas  lasdu'zur.»s 
<Jc  nuestra  religion,  sino  de  no  iiab.-r  cm- 
sullado  á  mi  lU-trido,  (¡ui'  era  el  ¡.oio  (pif 
respindiaaiilc  Dios  y  los  hombres dtl  de- 
pósito que  se  le  habia  confiado...  Gabriel 
lia  censurado  vivamente  la  Cúiiüucta  del 


cura  Dubois ,  y  ice  que  me  ha  dadp  este 
consejos  malos  y  [ii'i!idos:.co  seguitla  nue 
ha  consolado  con  sn  dulzura  angelical, 
obligánd  «me  á  que  vinií-ra  á  deeíilelo  to- 
do... ¡Mi  pobre  marido!  mucho  habría 
deseado  él  acompaùjinie  ,  pirque  apenas 
me  atrevía  á  pensar  en  presentarme  acpií, 
tanto  era  mi  descon>uek)  por  los  disgustos 
(¡ue  te  he  dado;  pero  desgraciadamente 
<->taba  detenido  (jabriel  en  su  seminario 
por  órdenes  muy  severas  de  sus  superio- 
res, y  no  pudiendo  venir  conmigo... 

Dagoberto  interrumpió  siíbilamente  á 
su  miii;er,  diciendo  con  grande  Agitación: 

— Iv-cucha  una  palabra,  Francisca,  por- 
que á  la  verd«d,  en  me(lio  de  tantos  cui- 
dados, de  tramas  tan  horrendas  y  dia- 
bólicas, se  pierde  la  memoria  y  se  estravía 

la    razón Me  dijiste,  el  dia   en  que 

desaparecieron  las  niñas,  que  cuando  re- 
cojiste  á  Gabriel,  llevaba  al  cuello  una 
medalla  de  bronce  y  enel  bolsijluuna  car- 
tera llena  de  papeles  escritos  eo  lengua 
estrangera.... 

— Si....  amigo  mió. 

— Que  mas  tarde  entregaste  esa  me- 
dalla y  cariera  á  tu  confesor.... 

— Si ,  amigo  mío. 

— ¿Y  Gabiiel  no  te  ha  hablado  nunca 
de  estos  objetos? 

—No. 

Al  oir  Agrícol  esta  re\ elación  de  su 
madre  ,  escldiuó  mirándola  sorprendido: 

— ¿  Luej;o  entonces  liioe  Gabrieiel  mis- 
mo iiilerrs  tjiie'  bs  hij;is  di-l  general  Si- 
mon, y  que  la  señorita  de  (]ardjvil!e 

en  encontrarse  niaùana  en  la  calle  de  San 
Fram-isco? 

— (Ciertamente,  dijo  Dagoberto.  ¿y  te 
acuerdas  ahora  ijue  nos  dijo,ñ  nii  llegada, 
que  dentro  de  algunf>s  «has  tiecesiiaria 
nuestro  apoyo  para  una  gra\e  circuns- 
lamia? 

— Si .  padre  mió. 

—  ¡Y  le  tienen  preso  en  su  seminario  Î 
17* 


66  ALBUsr 

¡y  ha  dicho  á  su  madre  que  tiene  quejas 
contra  sus  superiores!  y  nos  hn  peilido 
nuestro  apoyo  ¿te  acuerdas?  con  un  aire 
tan  triste  y  tan  grave  que  le  dije  yo..  .. 

— Que  si  se  tratase  oe  un  duelo  á  iiiucr- 
te  no  nos  hablaría  de  otro  modo,  C'iili- 
nuó  Agrícol  ititerrumpieiidu  á  DagoFiorlo. 
Es  verdad,  padre  niio.,..  y  sin  embargo 
tu  que  te  sientes  con  ánimo,  has  codocí- 
do  el  valordeGabriel  igual  al  tuyo...  para 
que  él  tema  tanto  á  sus  suferiures,  pre- 
ciso es  que  el  peligro  sea  grande. 

— Ahora  que  he  oido  á  tu  madre 

todo  lo  comprendo dijo    Dagnberlo. 

Gabriel,  Rosa  y  Jíianca,  la  señorita  de 
Cardovillc....  tu  madre,  y  nosotros  mis- 
mos, somos  acaso  víctimas  de  una  sorda 
maquinación  de  malos  sacerdotes....  Aho- 
ra que  conozco  sus  tenebrosos  medios  y 

su  perseverancia  infernal ya  lo  veo; 

es  preciso  ser  muy  fuertes,  añadió  el  sol- 
dado en  voz  baja,  [lara  luchar  conira 
ellos....  No  teiu'a  yo  por  cierto  una  idea 
de  su  poder.... 

— Tienes  razón  padre  mío...  porque  los 
que  son  hipócriías  y  malos,  pueden  ha- 
cer tanto  mal  como  los  que  son  buenos  y 
caritativos  como  Gabriel....  pueden  liac(>r 
bien.  No  hay  enemigo  mas  implacable  que 
un  mal  eclesiástico. 

— Te  creo...  y  me  asusta  eso,  porque  al 
fin  están  las  pobres  niñas  entre  sus  ma- 
nos.... ¿Debemos  abandonarlas  sin  lu- 
char?... ¡Oh!  no,  no,  fuera  debilidad... 
y  sin  embargo,  desde  que  tu  madre  nos 
ha  descubierto  estas  traínas  diabólicas, 
no  se  porqué....  pero  me  encuentro  me 
nos  fuerte....  menos  rcsuelt-)....  Toilo  lo 
«jue  pasa  á  nuestro  alrededor  nte  parece 
csoantoso.  El  rapto  de  las  niñas  no  es  una 
cosa  aislada ,  sino  la  ramificación  de  un 
■vasto  complot  que  nos  circuye  y  amena- 
za.... Me  parece  que  yo  y  los  que  atno 
marchamos  en  la  oscuridad....  por  eritri- 
serpientes....  en  medio  de  enemigos  y  la- 


zos que  no  se  pueden  ver  ni  con)l)alir.i.. 
lin  fin  ¿qué  quieres  que  le  diga?  ..  >o 
jamas  he  temido  á  la  muerte....  no  soy 
cobarde...  Y  bien,  ahora...  lo  cotific.M)... 
si,  lo  confieso....  esos  ropajes  negros  n)e 
dan  miedo,... 

Pronunció  Dagoberto  estas  patübras con 
Un  acento  tan  síncfro ,  que  Agrícol  sees- 
tremeció  porque  tauíbien  participaba  de 
la  mi<ma  impresión. 

Y  debia  ser  asi;  los  caracteres  finncos 
enérgicos  y  resueltos,  acoslumbrados  á 
obrar  y  couibatir  á  la  luz  del  dia,  no  pue- 
den sentir  mas  que  una  claso  de  miedo; 
el  de  ser  acometidos  en  las  finiet)!as  por 
enendgos  invisibles;  asi  es  que  Dagober- 
to  q',10  había  arrostrado  uiil  veces  la  muer- 
te ,  sentía  un  vago  ti-mor  al  oir  contar  á 
su  muger  a(|uel  tejido  sombrío  de  trai- 
ciones, engaños  é  infamias;  y  si  bien  no 
hal  ia  cambiado  en  la  resolución  de  mi 
empresa  itocluroa  del  convenio,  se  ta  re- 
presentaba ya  bajo  un  aspecto  mas  si- 
niestro y  peligroso. 

El  sil  ncio  que  reinaba  en  el  aposento 
hacia  algunos  miruitos,  fué  interrumpido 
por  la  vuelta  de  la  Gibosa. 

Sabiendo  esta  que  la  conversación  de 
Dngoberto,  de  su  mujer  y  de  Agrícol  no 
debia  ti  ner  testigos  iirqiortunos,  llamó  á 
la  puerta  lijeramente,  esperándose  á  la 
parte  de  afuera  con  Leriot....: 

— ¿Se  puede  entrar,  señora  Francisca? 
dijo  la  costurera  :  ver>go  con  el  señor  Le- 
riot que  trae  leña. 

— Si,  si,  mi  buena  Gibosa,  dijo  Agrí- 
col mii'iitras  qtievu  padre  enjugabael  su- 
dor f(  i"  i¡ue  bañaba  s  i  frente. 

Abrióse  la  puerta  y  se  vio  al  digno  lin- 
torero  cujas  rítanos  y  brazos  eran  en- 
tonces de  color  d.'  amaranto;  en  un  bra/o 
Iraia.rma  poicionMe  leña  y  en  la  otra  ma- 
no luia  paleta  con  un  ascua. 

— r>ut.'nas  noches,  señores,  dijo  I>eriof, 
os  doy  las  gracias  por  haber  pensado  en 


AIBIH. 


r.7 


mî,  «•.•n«)r,i  Frnm'isra;  va  saln'is  qiu'  mi 
ti. 'lilla  y  cuant.)  contiene  o.^tá  á  viic^lr.! 
(Ii<p<)>i«'it)n  ;  fiitie  vecinos  es  miiy  juslo 
nyixlarso  imitij.imrtiU\  y  yo  iid  puedo  t)l- 
vidar  que  riii>leis  muy  buena  para  nii 
difuiilQ  niMiTcr. 

Despues  puso  la  leùa  on  un  rincón  de 
r<iarto,  y  enlregi»  á  A;irico|  la  paleta  con 
el  fu«\i;o;  y  ndixinand  >  el  liinr.ido  linto- 
roro  por  el  aire  triNte  y  preocupado  île  los 
diferentes  aciones  de  e'<la  escena  (pie  se- 
ria discreción  de  su  parte  el  no  prolongar 
la  visita  ,  añadió  : 

— ¿Necesitáis  otra  cosa,  señora  Fran- 
cisca ? 

—  Muflías  cracias,  señor  Leriof. 

—  En!<un'es,  huenas  noches,  señores... 
Fn  sefiuida  diiigiéndose  el  tintorero  á 

la  fiihosa,  la  dijo  : 

— No  olvidéis  tacarla  para  el  señor  Da- 
goberto...  yo  no  me  he  atrevido  «  tocar- 
la, p onpie  la  liahiia  pintado  de  color  de 
amaranto.  I{ucnas  noches  señores. 

Y  saüó  Leriot. 

— Señor  Dagoberlo,  tomad  una  carta  , 
dijo  la  Gibosa. 

Y  so  ocupó  la  costura  en  encender  el 
fuc}»o,  mientras  que  Agricol  acercalu  á  la 
t;liímenea  i-l  viej  »  sillon  tle  su  mndie. 

—  í,ee  esta  carta  ,  hijo  mió,  dij  »  Dago- 
berto  á  Agrico!,  me  duele  tanto  la  cabeza 
que  apenas  veo  claro... 

Tomó  Agricol  la  carta,  qiie  tenia  muy 
pocas  líneas,  y  leyó  sin  mirar  antes  !a 
firma  : 

«Knol  mar,  25  de  diciembre  de  1S31 . 

o  Aprovecho  el  encuentro  y  continua- 
ción de  a'gunos  minutos  con  un  bu-piei]ue 
va  direolami-nte  á  lüuropa,  mi  antiguo 
camarada,  p.ira  escribirle  estas  líneas  ipie 
cr«'o  le  lii'garín  por  el  Havre  y  pri>biilile- 
mente  antes  que  mis  últimis  carias  de  la 
India...  ^up  >rig  )  (jiie  debes  estar   aliura 

en   Paris  con  mi  e>pjia  y  mi  liijito 

diles 


<>N  )  puedoronrlnir...  marcha  el  bote... 
Noy  ;i  eiitriir  en  Francia...  No  ol\ides  e 
1.1  de  ftbnro..,  el  piMenirile  mi  miiger 
y  (le  mi  hijo  depende  de  e>o... 

«  Adiós,  auiij^o  uiio,  cumia  con  mi  re- 
conocimieiitu  eterno.  .^i>i(i:«.» 

— Aurirot...  tu  padre...  d.ile  jjiiesa.... 
esclaiiK)  la  Ijibosa. 

A  las  (¡limeras  pal.ibras  de  esta  carta  , 
se  puso  Dagoberto  pálidi>  coiiid  la  niu.T- 
te...la  emociiMí,  la  fuliga  y  U  estenij.iii.ii 
unidas  á  este  último  golpe,  le  hicieron  des 
vanecerse. 

(lomó  á  (!'\  su  hijo  y  le  sostuvo  entre 
sus  brazps;  pero  este  acceso  de  debilidad 
se  disipó:  pasó  Dagoberto  la  manoípnr  >u 
frente,  enderezó  su  alta  esliliira  y  bri- 
llando sus  ojos,  tornó  su  •.einbl.inle  un  ai- 
re de  re.MK  lia  deterii  ¡nación  y  esclajuó 
con  vixez.i  : 

— No,   no  serí!"  tra¡d<ir  ni  cobarde,  los 
ropajes  negros  ri.t  me  dan  ya  miedo,  y  rs- 
trt  noche  qiiedar.ín  libres  Kusa  y  Blanca. 
XII. 

El.  C(')I)r(iü   PKNAL. 

Aferrado  un  in>lante  Dagoberlo  al  pen- 
sar en  las  tenelinísjs  y  subterráneas  nia- 
quioacioiKS  eiiiprendidas  por  !os  rojiaijes 
najt'is,  como  el  decia ,  contra  personas 
(pie  tanto  amaba,  pinb)  vacilar  un  nio- 
menloen  librará  Kjáa  y  Blanca:  peri»  en 
seguida  de  la  lectun  de  la  carta  del  ge- 
íieral  Sinon,  que  de  tal  modo  le  recor- 
daba sus''s;i'.zrados  deberes,  cesó  de  todo 
punto  su  indecisión. 

Al  abatimiento  pasajero  del  soldado  su- 
cedió una  resolución  calmada,  pero  eiK'r- 
gica  al  mismo  (iemp  >. 

— ¿Qué  líjra  es,  Agricol?  preguntó  á 
su  hijo. 

—  Acaban  de  d.ir  las  nueve,  padre  mió. 

— IÎS  preciso  (pie  me  Tibriquesun  parli'i 
fuerte  de  hierro...  bastante  fuerte  para  ipitt 
pueda  sostener  mi  peso,  y  bastante  abierto 
á  tin  de  que  se  alírmebieo  en  el  caballeta 


G8 


ALBuV, 


ñe  un  maro.  La  t-ïiimenca  podrá  servirte 
de  Fragua  y  de  vigoriiia ,  y  en  ctiantü  á 
mirtillo  va  cncontrarJs  Ufio  en  casa...  lo 
que  es  el  hierro...  dijo  el  soldado  buscan 

do  á  su  alrededor;  lo  que  es  el  hierro 

mira,  Ité  aquí. 

Diciendo  esto,  tomó  Dagohorlo  tinas  fe 
nnzís  del  lado  dií  la  chimenea,  y  añadió 
presentándolas  á  su  liij.»: 

— Vaitios  ¡pardiez!  liiji»mio,  atiza  el 
fuego,  calienta  el  liierro  h.isla  que  se  pun- 
ga rojo,  y  fórjanif  i-se  g;ir(¡ü. 

Al  oir  estas  palabras  Francisca  y  Agri 
col  se  miraron  con  sorpresa;  el  herrero 
permaneció  mudo  y  corlado,  ignorando  la 
resolución  de  su  patlre  iy  los  preparativos 
^ue  e-ite  habia  comenzado  ya  con  ayuda 
/de  la  Gibosa. 

—  ¿No  me  has  oido  acaso,  Agricol?  re- 
pitió üagoborto  teniendo  las  tenazas  en  la 
mano.  Rs  preciso  que  me  hagas  un  garfio 
con  esto... 

— ¿Un  garfio....  padre  mió....  y  para 
qué? 

— l'ara  atarlo  al  eslremo  de  una  cuer- 
da (jue  tengo  ahí.  Será  preciso  termini.T- 
lu  lormando  una  especie  de  clavel  bástan- 
le ancho  para  (jue  pueda  afirutarse  ¡bien. 

— Pero  ¿esa  cuerda  y  ese  garlio,  para 
que  sirven? 

— Para  encalar  los  muros  del  convento, 
si  estjue  no  puedo  introducirme  en  él  por 
una  |)uerta. 

— ¿Oué  convento?  preguntó  Francisca 
á  .«u  liijo. 

— ¡Cómo,  padre  mió  !  esclamó  Agri- 
co',  ¿aun  piensas  en  eso? 

— ¿l*ues  en  qué  he  de  pensar  sino? 

— Pero,  padre  mió,...  es  imposible.... 
no  intentaras  semejante  empresa. 

— ¿(jué  quiere  hacer  tu  padre,  hijo 
mió?  pregunto  Francisca  con  ansiedad. 

— Quiere  introducirse  esta  noche  en  el 
convento  donde  están  encerradas, las  hijas 
del  general  Simon,  j  sacarla^  de  allí. 


— ¡Gran  Dios!...  mi  pobre  marido!... 
¡un  sacrilegio  !  Ksclamó  Francisca,  fiel 
siempre  á  sus  piadosas  tradiciones,  y  cru- 
zando hizo  un  moviíuiento  como  para  le- 
vantarse y  octicarse  á  Dagoberto. 

Presintiendo  el  soldado  que  iba  á  sufrir 
observaciones  y  ruegos  de  toda  especie, 
y  estando  resuello  á  no  ceder,  quiso  desdó 
luego  impedir  las  siíplicas  itiúliies,  que 
por  otra  parte  lo  Iiacian  penlcr  un  tiempo 
precioso;  por  li  mistiio  continuó  con  aire 
severo  j  ea-i  S(»lemne  que  demostraba  la 
inflec>ilii'ii)ad  lie  su  determinaci  n. 

—  I^cuclia  ,  Francisca,  y  tu  también, 
hijo  iiiio;  cuando  á   mi  edad  se  decide  el 

hoíiibre  á  una  cosa  ,  ya  sabe  por  (|ué 

y  una  vez  (¡ue  esta  deciiiido,  no  hay  hijos 

ni  üiuger  que  valgan se  liace  lo  que 

se  debe es  á  lo  (¡ue  yo  estoy  lesuelto. 

Alíorrajs  pues  palabras  ¡mil  iles...  es  vues- 
tro deber  el  lial)la¡íne  a>i,  pase;  pero 
pu'^.-«lo  que  habéis  llenado  ya  ose  deber, 
no  habíc  MÍOS  n)as  del  asimto.  Fsta  noche 
quiero  ser  el  dueño  en  ini  casa 

Fr?f!cisc3,  Iréinula  y  asustada,  no  se 
atrevió  á  aventurar  una  palabra,  y  vol- 
vió su'í  miradas  suplicantes  hacia  su  hijo. 

— ¡Padre  iMÍo!...dijo  este,  oid  una  pa- 
lí!!>ra tan  solo  u;ia  palabra. 

— Veamos  esa  palabra,  contestó  Dago- 
berto con  iuipai  ieíicia. 

— Yo  no  quiero  coinbatir  vuestra  re- 
solución ,  sino  probaros  que  ignorais  á  lo 
que  os  usponeis 

—  ¡No  ignoro  nada!  dijo  el  soldado  con 
aspeieza;  lo  tpie  intento  es  grave;...  pero 
no  se  dirá  al  menos  que  no  he  tratado  por 
todos  los  medios  posibles  de  cumplir  lo 
que  he  prometido 

— Padre  niio,  piénsalo  bien le  lo 

repilo tú  no  sabes  á  lo  que  te  espo- 

nes ,  dijo  el  herrero  alarmado. 

— N'amos,  hablemos  del  peligro,  ha- 
bJemos  de  la  escopeta  del  portero  y  del 
cuchillo  de  monte  del  jardinero,  dijo  Da- 


Af.nt'M.  C9 

goberfo  alzando  los  lionibros  roi»  tlosiJen;    Jre  mio  ..  poro  8iiiiqiit>  me  cdieis,  hiiUto 
'  "    '"  que  si'pais  á  II)  que  os  i'sponeis  escolando 


hablemos  de  eso  y  coiicliiyninos  do  una 
vez...  ¡Y  bien!  supoMf^atnos  ipii'  me  d.je 
la  |)ii"l  en  ese  conv.  iilo,  ¿no  W  (|mihI.is  tt'i 
ó  tu  madre?  Hace  veinte  años  que  «•.slai> 
acostumbrados  á  pasar  sin  mí,  de  modo 
qiio  no  debe  seros  tan  sensible 

—  ¡Y  yo  soy,  Dios  niio,  yo  soy  la  caina 
de  tantas  dosuracias  I  e>clamó  la  pobre 
madre.  ¡Mi,  cuanta  raznn  tenia  (îabriel 
para  icconvenirme  ! 

— Señora  Francisca,  tranijuilizaos,  dijo 
en  voz  baja  la  (libosa  ipie  se  liabia  uct-r- 
cado^á  la  nuigor  de  Dagoberto;  .\gricül 
no  dejará  esponerse  aei  á  su  padre. 

Después  de  un  momento  de  indecisión, 
continuó  el  herrero  con  voz  conmovida  : 

— Te  conozco  dema>ia(lo ,  padie  mio, 
para  tratar  de  detenerte  liaciémk^lc  ver 
mic  arriesgas  la  vida. 

— ¿,Dc'  (|iié  peligro  hablas  oníotices? 

—  I>e  un  peligro  ante  el  cual  retroce- 
derás....   sí,  ante  el  cual  retrocederás... 

á  pcsir  de  tu  valor dijo  el  jiíven  con 

tono  tan  penetrado  que  cuiunovió  á  su 
padre. 

— Al^ricol,  exclamó  el  soldado  con  se- 
veri<Iaii;  decís  una  infamia,  y  me  hacéis 
\\n  insulto. 

—  ;  Padre  mio  ! 

—  Una  infamia,  continuó  el  soldado  con 
cólera;  porque  es  iofaine  el  (|uerer  (ÜMia 
<lir  á  un  hombre  de  su  deber  atemori- 
*ánd(í|e un  insulto  porque  eréis  posi- 
ble intimidarme. 

—  ¡Ah!  señor  Dagoberto,  esclamó  la 
Gibosa;  vos  no  compreniJeis  á   Agrii-ol... 

—  Denia'.iailo  lo  con\prin  lo,  replicó  el 
soldado  cotí  se()uedad. 

Dolorosamenle  conmovido  por  la  seve- 
ridid  de  su  padre,  mas  íirmc  en  su  reso 
hícion  ,  dictada  por  el  amor  y  el  respeto, 
ronlinuó  Agricol  ,  latiéndole  el  corazón 
con  violencia  : 

— Perdonadme  si  os  desobedezco,  pa- 


de  noilie  los  muros  de  un  convento. 

—  ¡Agricol!  lis  atreváis...  csclamó  Da- 
gol)erto  con  el  rostro  inHamado  de  cólera. 

— Hijo  mio (lijo  Francisca  afligida; 

Dagoberto 

— Señor  lagoberlo,  escuchad  á  Agri- 
col   lo  (pie  os  dice  es  por  vuestro  bien, 

esclamó  la  Gibosa, 

— Ni  una  palabra  mas...  repuso  el  sol- 
dado dando  una  patada  en  el  suelo  con 
cólera. 

—  ¡Os  digo,  padre  mio,  que  os  espo- 

neis  casi  de  cierto á  ir  á  un  presidio  1 

esclamó  el  lierrero  poniéndose  pálido  co- 
mo la  muerte. 

— ¡ Miserable  1  gritó  el  soldado  asiendo 
á  su  bijo  por  el  brazo,  ¿no  valia  mas  que 
me  ocultase-;  eso ,  que  querer  csponcrnie 
á  que  sea  traidor  y  cobarde?...  Después 
repitii)  el  soldado  estremeciéndose:  ¡un 
presidio!  éincünó  la  cabeza  nuido,  pen- 
sativo y  aterrado  por  esta  palabra  terribl  e. 

— Sí,  introduciros  de  noche  en  un  si- 
tio habilado  con  escalamiento  y  fracción... 

la  ley   eslá    terminante y  condena  á 

presidio;  csclamó  .Agricol  á  la  vez  con- 
tento y  afligido  por  el  abatimiento  de  su 

padre;   sí,   p-ire  mio á  presidio 

si  os  cojen  in  frauan  i;  y  hay  diez  proba- 
bilidades Contra  una  de  qiio  asi  suceda, 
pues  Como  os  ha  dicho  la  Gibosa,  el  con- 
verjo estn  guardado;...  si  esta  mañana 
hubierais  intentado  llevaros  I¿is  niñas,  os 
babrian  pr«'so;  pero  al  menos,  e«ta  ten- 
tativa, tenia  un  caráuter  de  leal  audacia, 
que  acaso  os  hubiera  hecho  absoUer;.... 
mas  inlioiluciros  por  la  noclie  escalando... 
os  lo  repito,  esto  tiene   pena  de    presí- 

■  io .Ahora...  padre  mio...  decidid... 

lo  que  vos  hagáis...  Ii)  haré  yo  también,.. 

poríjue  no  os  dejaré  ir  solo Decid  una 

palabra y  voy   á  forjar  el  gaiíio;  b.ijçr, 

de  aquel  armario  tmgo  n.ariijjo  jf  .lena- 
18* 


70  ALBÜSI 

zas y  dentro  de  una  hora  partimos. 

Un  profundo  silencio  sigiik»  á  \h<  pala- 
bras del  herrero  ,  sileni  io  iníerrumpitJo 
tan  solo  por  los  soMoros  ahogados  de  Fran- 
cisca que  murnuiraba  con  desespiT.ifion: 
— ¡Ay  de  mil  ¡Dios  mió!  I.é  aiun'  lo 
que  sucede  por  haber  yo  esciieliado  al 
cura  Dubois. 

En  vano  trataba  la  Gibosa  (k'  consolar 
á  Francisca,  cuando  ella  ini>ín;i  cataba 
aterrada  ,  porque  el  so  dado  era  cap;i7,  de 
arrostrar  la  infamia,  y  en  este  caso  qurr- 
ria  Agricol  correr  los  peligros  con  su  padre. 
L'agoberto  á  pesar  de  su  caráclt-r  enér- 
gico y  determinado,  pcrnianecia  estupe- 
facto. 

Según  sus  hábitos  njilífarcs  no  hnbio  éf 
visto  en  su  empresa  nocturna  sino  un?)  es- 
p.ecif  de  estratagema  de  guerra,  autori 
zada  desde  luego  per  su  buen  derecho,  y 
también  por  la  inexorable  fatalidad  de  su 
posición;  pero  las  terribles  palabras  de  su 
hijo  lo  hacían  ver  la  verdad  poniéndole 
en  la  mas  cruel  aliernitiva:  ó  era  nece- 
serio  faltar  á  la  confianza  del  general  Hi- 
nion  y  á  los  postreros  votos  de  la  madre 
de  las  huérfanas,  ó  bien  le  era  indispen- 
sable esponerse  á  una  uiancha  espantobi, 

y  sobre  todo  espcner  á  su  hijo ¡su 

hijo!!!  y  aun  esto  sin  la  certeza  de  librar 
á  las  huérfanas. 

Enjugando  Francisca  sus  ojos  bañados 
de  lágrimas  esclamó  como  herida  de  una 
inspiración  repentina: 

— Pero,  Dios  mió,  me  ocürre  un  me- 
dio  acaso  pueden  sacarse  del  convento 

los  niñas  sin  violencia. 

— ¿Y  cómo,  n»adre  mia?  dijo  Agricol 
con  viveza. 

— !íl  cura  Duhois  es  el  que  las  ha  he- 
cho conducir  allí:...  pero  G-ibriel  supone 
qnc  probaLíementc  ha  obrado  mi  confe- 
sor pnr  ios  consejes  de  Wr.  l'iodin. 

— Y  ^'jnque  eso  fuera, (¡ueiidí  madre, 
en  vano  se.ia  dirigirse  á  .'Ir.  Uodin,  por- 
que nada  se  conseguiría. 


—  De  61  no,  pero  acaso  se  lograría  ôe 
ese  abate  tan  poderoso,  (¡ue  es  el  supe- 
rior de  Gabriel  y  (jue  siempre  le  ha  j)ro- 
(egido  desde  (¡ue  entró  en  el  >emindrio, 

— ¿O'J'-  abale,  niAdre  mia? 

—  líl  señor  abate  (te  Aigrigny. 
— îîn  efecto,  querida  madre,  antes  de 

ser  eciesiástic.o  fué  militar....  acaso  será 
mas  accesiíjíe  que  otro y  sin  emb.ir- 


—  ¡Aigrigny!  esclamó  Dagoberto  cor» 
cierta  esprt,'.>ion  de  honor  y  de  odio.  ¿Con 
que  está  mezclado  m  eslüs  traiciones  un 
honíbie  qtie  an!es  do  ser  sacerdote  ha 
sido  müitor  y  que  se  l!ama  Aigrliiny? 

— Si,  padre  mío,  el  inari¡ursde  Aigrig- 
ny... antes  de  la  resta»ira«-K>n servia 

en  Uusia....  y  en  18l3  le  dieron  los  Bor- 
bones  el  mando  de  un  regim.ento. 

— ¡Él  es!  dijo  Dagoberto  con  una  voz 
sóida:  ¡todavía  él!  ¡  siempre  él  !!!  coiiio 
un  demonio  malo que  se  trate  del  pa- 
dre, de  la  madre  ó  de  las  hijas. 
— ¿Qué  dices,  padre  miul 
—  ¡El  marípiés  de  .\igri:iy!   esclamá 
Dagoberto.  ¿Sabéis  quien  es  ese  lioml)re? 
Antes  de  ser  sacerdote  ha  >idoel  v«!ídug<> 
de  la  madre  de  Hosa  y  Blanca  ,  que  des- 
preció su  amor.  Antes  de  ser  sacerdote... 
se  ha  batido  contra  su  patria,  encontrán- 
dose en  la  guerra  dos  veces  cara  á  car» 
con  el  geneial  Simon....  Si,  mientras  el 
general    estaba    prisionero    en   Leipsik  , 
acribillado  de    heridas  ee»   VVal'^rloo ,    el 
otro,  el  renegado  marqués  triunfaba  cotí 
los  ru>os  !  Bajo  el  poder  de  los  Borbom  s 
lleno  de  honoresel  renegado,  se  ha  vuel- 
to á  encontrar  con  el  soldado  perseguido 
del  imperio.  Esta  vez  hubo  entre  ¡os  dos 
un  duelo  encarnizado.....  El  marqués  fué 
herido,  y  el  general  Simon  proscrito  y 
condi  nado  á   nmerle,  emigró —  ;,  Decis. 
que  .•ili)ra  es  clérigo  y  renegado?  ¡Y  bien! 
yo  estoy  cierto  ya  que  es  61  quien  ha  he- 
dió robar  á  Rosa  y  Blanca ,  á  fin  de  sa- 


AlUVM. 


71 


<ñ«T  ri  oiTíi)  qnp  siempre  n  Icnidu  lia  mi> 

^i.idri'S K>e  iiifaiiu'  <!«'  Ai;;ri^;ny   la> 

(itMie  en  su  podi-r ¡  y  aliora  no  es  sido 

I.»  forliina  di'  oslas  iiiùasU)  ijue  lenyotiue 
drft'iidtr....  siiH)  también  mj  %ida!....  ¿lo 

ois?  ¡  xu  vid  I  !..  . 

— Padre  mil'....  croiis capaz  áe>e  liom 

brr  d...... 

—  In  traidora  su  patria  (]iio  acaba  por 
liaoi.'r>(e  un  fli'rigo  iiifanu',  os  cap.iz  de 
toilo  ;  ON  diyo  (jue  aca>o  á  i'««tas  horas  es- 
tan  inalando  á  las  i]iria>  á  fiu  go  ienlo.... 

tsc'aiiió  el  soltlailo  con   voz  penetrante; 
por(|tie  el  separarlas  una  de  otta  es  co- 

nu-nzar  á  nialarlus —  í)e<pues  aui^lió 

Üayi|>i'rlo  con  nnaespresi  •ii  inij)n>il»!e  de 
descriliir  : — •;  Las  hijas  del  general  Simon 

en  poder  de  Aigriiiny  y  su  ciiadrilla  ! 

¿V  vacilaría  yo  un  inslanle  en  salvarlas... 

por  miedo  del  pre>idi.»? ¡  líl  pre>i<iio  ! 

— afuthó  dando  una  caie<ij<ida  convulsi- 
va. ¿<Juó  se  me  di  á  mi  del  presidio? 
¿Llevan  alli  un  caijjver  acaso?  ¿y  no  ten 
gi)  yo  el  derecho,  si  aborta  esta  tentati- 
va, de  saltarme  los  sesos?....  Pon  el  hier- 
ro al  fijcp.i ,  Ihj"')  mió vivo,  ei  lícuipo 

urge.  ..  forja  el  gniíio.... 

— ]*ero ¿te  acompaña  tu  hijo?  es- 
clamó  Francisca  dando  un  grito  de  ma- 
ternal desesperación.  Después,  levantán- 
dose, se  arrojó  á  los  pies  de   Üagoberlo 

diciendo: — Si  'v  prenden  á  tí tan^bien 

le  prenderán  a  él.... 

— Para  e\¡tar  el  presidio..,  Iiarí  loque 
yo....  ifiigj  dos  pi>lola^.... 

—  Pero  yo.,.,   esclamó  la    desdichada 

madre  tendiendo  las  manos  sup'irantes; 

sin  tí....  y  sin  él....  ¿«pié  sera  de  mi?.... 

— Tienes  razuii....  eia   egni.Mno  de   mi 

parte vo  iié  solo,  dijo  Üagoberlo. 

— No  irás  solo —  padie  mió...  coiiles- 
tó  Agrícol. 

— Pero  ¿y  lu  madre? 

— La  fiibosa  vé  lo  (¡iic  pasa  :  ella  irá  á 
ver  á  .Mr.  Uardy  y  se  lo  dirá  lodo...,  es 


el  mas  generoso  de  los  liombres mi 

madre  tendrá  un  albergue  y  pan  ha>la  el 
íiii  de  sus  dias. 

—  ¡  Y  (jue  sea  yó....  ipic  sea  yo  lacaii- 
sa  de  todo  I  eM-lanni  FianciNCa  con  desi-s- 

p. -ración.    ¡  Casligailm»'....  Diosmio! 

Casligadme....  yotefigo  la  culpa....  yo  he 
enlngado  las  niñas....  y   voy  á  p.T'arlo 

con  la  muerte  de  mi  hijo 

— .\grícoI....  no  (juiero  «pie  mesiga»!!! 
te  lo  prohibo,  dij'>  Dagtd)rrloe>lrecliahdo 
á  su  hijo  con  energía  contra  su   pt-clio. 

— Yo....  después  de  haberte  señalada 
rl  peligrí»...  ¿yo  retroceder?. ..  no  pienses 
m  ello,  padre  mió ¿No  tengo  yo  tam- 
bién alguno  á  quien  li!>rai?  ¿Y  la  señ.iri- 
la  de  Cardoville,  tan  buena  y  lan  gemio- 
sa,  qui'  qui^'O  salvartne  de  mi  |)rí>íon  ,  no 
se  encuentra  también  encerrada?  Te  se- 
guiré, padre  mió;  es  mi  derecho,  mi  de- 
ber y  mi  voluntad. 

Al  acabar  estas  palabras,  metió  Agrí- 
col en  el  fuego  las  tenadas  destinadas  á 
hacer  el  garfio. 

— I  Ay  de  mi!  ¡  Dios  mió,  tened  pie- 
dad de  todos  riiisolros!!!!  decia  la  pobre 
madre  sollozando  y  arnxJillada,  mientras 
(|ue  el  soldado  [jarecia  sufrir  un  viólenlo 
combate  interior. 

— No  llores  a»í,  madre  mia  ;  me  parles 
el  Corazón ,  dijo  Agricol  levanlando  á  su 
maijre  ayudado  de  la  Gibosa;  tranquilí- 
zale. He  debido  exagerar  á  mi  padre  h)S 
peligros  de  la  empresa  ;  pero  yendo  fo> 
dos  y  obraiido  con  prudencia,  puci<eiiu)S 
conseguir  nuestro  »d)jeto  casi  sin  liesgo... 
¿no  es  verdad,  padre  mió?  dijo  Ágricol 
haciendo  una  seña  Je  inteligencia  á  Dago- 
berto.  Te  lo  repilo,  tranipiilizale ,  buena 
madre...  yo  respondo  de  todt>...  Librare- 
mos á  las  bijas  del  general  Simon  y  á  la 
señorita  de  Cardoville...  (jibosa,  dnine  las 
tenazas  y  el  martillo  que  están  bajo  ese 
armario. 

La  costurera  obedeció  á  Agricol,  enju- 


72 


ALBCX. 


g.índose  las  lágrimas,  mientras  que  este 
-avivaha  con  un  fiielle  el  fuego  en  que  se 
■calentaban  las  tenazas. 

— Hé  aquí  tus  herramientas Agri- 

•col  dijo  la  Gibosa  con  una  voz  profunda- 
mente alterada,  presentando  al  herrero 
en  sus  manos  trémulas  los  instrumentos 
con  los  cuales  empezó  Agricol  su  manio- 
bra, sirviéndole  ia  chimenea  de  yunque. 

Dag'>berfo  habla  permanecido  silencio- 
so y  pen>ativo,  y  de  repente  dijo  á  Fran- 
cisca tomándola  las  manos: 

— Ya  conoces  á  tu  hijo  :  querer  impe- 
dirle ahora  que  mo  siga,  es  imposibre 

pero  traiu|uiiízalo...  (juerida  Francisca... 
lograremos  nuestro  empeño así  lo  es- 
pero... Si  no  lo  conseguimos,  si  nos  pren 
den...  nada  de  cobardías...  nada  de  sul< 
cidios...  padre  é  Iiijo  nos  iremos  del  bra- 
zo á  la  pri-ion  con  la  frente  erguida  y  e! 
orgullo  en  el  semblante,  como  dos  hom- 
bres honrados  que  han  llenado  su  deber... 
hasta  (I  estremo...  Llegará  el  dia  en  que 
se  nos  juzgue...  y  lo  diremos  todo  leal  y 
francamente...  diremos  que  no  hallando 
ningiin  socorro,  ningún  apoyo  en  la  ley, 
nos  hemos  visto  en  ia  precisión  de  recur- 
rir á  la  violencia...  Vaya,  forja,  hijo  mió, 
añadió  Dagoberto  dirigiéndose  á^Vgricol, 
ijue  martillaba  el  hierro  encendido,  for- 
ja   f'irja.c...  sil)  miedi);  los  jmces  son 

liombies  honrad  js  y  absolverán  á  los  hom- 
bres honrados. 

— Sí, .buen  padre,  tienes  razón;  tran- 
<juilíziite,  querida  madre;  los  jueces  ve- 
rán la  diferencia  (|ue  hay  entre  los  bandi- 
d')s  que  escalan  «k-  noche  los  muros  para 
robar...  y  un  vit'j.»  soldado  y  su  hijo  que 
a  riesgo  de  su  libertad,  de  su  vida  y  de  la 
infamia  misma ,  han  querido  librar  á  1res 
pobies  víctimas. 

— Y  si  no  es  oido  este  lenguaje,  conti- 
'ïiuû  Dagoberto,  ¡tanto  peor  !...  No  serán 
tu  hijo  y  tu  marido  los  que  pueden  des 


bien....  Si  nos  sentencian  á  presidio....  y 
tenemos  valor  para  soportar  la  vida...  el 
joven  y  el  viejo  presidarios  llevarán  la  ca- 
dena con  orgtillo...  y  el  marqués  renega- 
do... el  clérigo  infame,  estará  mas  aver- 
gonzado que  nosotros Vaya,  forja  el 

garfio  sin  miedo,  hijo  mió Hay  cosas 

que  el  presidio  no  puede  infamar:  una 
buena  conciencia  y  el  honor... 

Ahora  dos  palabras,  mi  buena  Gibosa; 
se  adelanta  la  hora  y  tenemos  prisa. 
¿Cuando  bajasteis  al  jardin  reparasteis  si 
los  pis  >s  del  Cv)nvento  eran  muy  altos? 

— Ni  lo  son  mucho,  señor  Dagoberto, 
■^obre  todo  por  la  parte  ipie  mira  á  la  cá-  . 
sa  donde  está   encerrada    la  señorita  de 
Cardoville. 

— ¿Cómo  habiis  hecho  para  hablar  con 
ella? 

— Estaba  la  señorita  á  la  otra  parte  de 
un  cancel  de  madera  qt>e  en  aquel  lado 
<(*para  ambos  jardines. 

— F.scelente...  dijo  Agricol  sin  dejar  de 
tatir  su  hiirro;  podremos  enlrar  con  fa- 
cilidad de  un  jardin  al  otro;  acaso  será 
también  mas  f.icil  y  seguro  el  salir  por  la 
casa  de  locos...  Desgraciadamente  ¿no  sa- 
ber tú  dondd  está  el  cuarlo  de  la  seiíorita 
de  Cardoville? 

— Sí. ..contestó  la  Gibosa  reuniendosus 
ideas:  habita  un  pabellón  cuadrado,  y  so- 
bre la  ventana  t-n  (¡iie  la  vi  por  ptimera 
vez  hay  una  es|)ecie  de  sobradillo  bastan- 
te salido,  pintado  de  blanco  y  azul. 

— Kit'ii...  no  lo  ol\idaré. 

— ¿Y  no  sabéis  á  corta  diferencia  donde 
están  os  cuartos  de  mis  pobres  niñas?  di- 
jo Dagoberto. 

Des()ues  de  un  momento  de  reflexión  , 
coiiliiiU'i  la  Gibosa  : 

— Kstán  delante  del  pabellim  ocupado 
por  la  señorita  de  Cardoville,  porque  esta 
las  hacia  señas  desde  su  venlana,  y  ahora 
recuerdo  que  me  dijo  que  los  dos  cuartos 


lionrados  á   ios  ojos  de  los  hombres  de   de  las  niñas  estaban  el  uno  en  el  patio  y 


ALUtH. 


73 


cl  otro  Cl)  ei  segiiiidii  piso  de  la  iiiisina  casa. 

— ¿Y  tieiH'n  r<jas  las  vciilaïus?  pre- 
guntó cl  herrero. 

— No  io  s6. 

— No  le  hace:  gracias,  buena  mucha- 
cha', dijo  Da^iohcrto:  con  estas  itulicacio- 
nes  ya  p^diMUos  marchar;  en  cuanto  á  lo 
demás,  tengo  formado  mi  plan. 

— Mi  buena  (îibosa  ,  agua,  dijo  Agri- 
col,  para  enfriar  mi  lucrru.  Después  diri 
giéndoso  á  su  pailr»>  le  pregiuiló:  ¿le  pa 
rece  así  bien  el  garíi*)? 

— Sí,  hrjo  mió;  en  cuanto  esté  frió  le 
ataremos  la  cuerda... 

Hacia  un  ralo  que  Francisca  Bau<lo¡n 
estaba  arrodillada  suplicando  á  Dios  con 
grande  fervor  tuviese  misericordia  de  Agri- 
col  y  Dag.jbertü,  que  en  su  desgraciada 
ignorancia  iban  á  cometer  un  grande  crí- 
uien  ;  sobre  todo  rogaba  al  Señor  (juelii- 
t.'iese  recaer  sobre  ella  sola  su  celeste  có- 
lera, puesto  (jue  sola  ella  era  la  causa  de 
la  funesta  resolución  de  su  hijo  y  de  su 
íjiarido. 

Udguberto  y  Agricol  terminaban  en  si- 
lencio sus  preparativos;  ambos  estaban 
4)álidi»s  conitciendo  lod>)S  los  peligros  que 
arrostraban  en  su  desesperada  empresa. 

Al  cabo  de  algunos  minutos  dieron  las 
diez  en  el  reliȕ  de  San  Merry^ 

l'il  son  do  de  la  cani])ana  llego  déW  y 
sordo  entre  el  ziMiihido  de  las  ráfagiisdel 
viento  ;y  de  la  lluvia  (¡ue  no  habían  ce 
sado. 

— Las  diez.,,  dijo  Dagoberto  estreme- 
ciéndose; no  hay  ijue  perder  un  tnomen- 
to...  Toma  el  saco...  Agricol. 

— Sí ,  padre  mío... 
Al  ir  á  buscar  el  saco,  se  acercó  Agri 
col  á  la  (libos»  que  apenas  podía  soste- 
nerse en  pi'í,  y  la  dijo  con  rapidez  en' voz 
baja  : 

—Si  mañana  por  la  maííana  no  liemos 

vuelto te  recomiendo  á  mi  madre 

Irás  á  casa  de  Mr.  Hardy...  acaso  habrá 


regresado  ya  de  su  viaje.  Veamos,  herma- 
na mia,  ten  ánimo,  abrázame...  Te  dejo 
á  mi  pobre  madie. 

Y^  conmovido  prohmdamente  el  herre- 
ro ,  estrechó  á  la  ("libosacod  cordialidad 
entre  siis  braz(  s. 

— Vamos,  nu  buen  O i/i/a.to/arí' .<;...  mar- 
chemos, dijo  Dagoberto,  Iw  nos  servirás 
de  guia...  Después  acercándose  á  su  niu- 
ger,  (jne  levantada  ya  estrechaba  contra 
su  pecho  la  cabeza  de  su  hijo  cubriéndola 
de  besos  y  deshaciéndose  en  lágrimas,  la 
dijo  el  soldado  .nfeclamlo  serenidad  : 

— Vamos,  nu  querida  Francisca,  só  ra- 
zonable ,  haznos   buen  fuego dentro 

de  dos  ó  tres  horas  traeremos  aquí  dos 
pobres  niñas  y  una  bella  señorita...  Abrá- 
zame  eso  me  liará  tener  buena  for- 
tuna... 

Francisca  se  arroj't  al  cuello  de  su  naa- 
rido  sin  pronunciar  una  palabra. 

Ksa  muda  desesperación,  acompañada 
de  sollozos  sordos  y  convulsiones,  era  do- 
lorosa.  Dagoberto  se  vio  obligado  á  arran- 
carse de  los  brazos  de  su  muger,  y  pro- 
curando cortar  su  emoción,  dijo  á  Agricol 
con  voz  alterada  : 

— Vamonos...  vamonos... esto  me  par- 
teel  corazón...  Mi  buena  (libosa  velad  so- 
.bre  ella...  .\giicol...  vente, 

Y  metiendo  el  soldado  las  pistolas  en 
los  bolsiltos;de  su  levita,  se  dirigió  con 
precipitación  hacia  la  puerta  seguido  de 
Qiüía¿i(>l(ires. 

— Hijo  mió....  ¡déjame  abrazarte  otra 

vez!  ;  Ay  de  mí!  acaso  es  la  postrera 

esclamó  la  inleliz  madre  imposibilitada  de 
levantarse,  y  tendiendo  los  brazos  á  .Agri- 
col. Perdóname yo  tengo  la  culpa  de 

todo. 

El  herrero  mezcló  siis  lágrimas  ci.n  las 
de  su  madre,  y  dijo  con  voz  ahogada  : 

— Adiós,  querida  madre...  Tranquilí- 
zate... pronto  volveremos. 

Y  deshaciéndose  de  los  brazos  de  su  ma- 
19' 


7A 


làLBCM. 


été  fué  á  alcanzar  á  Dagoberto  en  la  es- 
calera. 

Francisca  Baudoin  dio  un  doloroso  ge- 
mido, y  cayó  casi  inanimada  entre  los  bra 
zos  de  la  Gibosa. 

Dagoberto  y  Agricol  salieron  de  la  ca- 
llede  Brise  Miele  en  m*-diodu  la  t  -rinen 
ta.\  y  se  dirigieron  á  buen  poso  hacia  el 
baluarte  del  hospital  seguidos  de  Quilaso' 
laces. 

XII!. 

KSCALADA    Y    FRACCIÓN. 

Las  once  y  media  daban  cuando  Da<;o 
t>erto  y  su  hijo  llegaron  al  baluarte  del 
Hospital. 

Soplaba  el  viento  con  fuerza  y  caía  la 
lluvia  á  torrentes;  pero  no  obstante  pare- 
cía la  noche  bastante  calmada  ,  gracias  á 
la  salida  tardía  de  la  luna.  Distinguíanse 
«n  medio  de  esta  pálida  claridad  los  árbo- 
les negros  y  empinados,  y  las  blancas  pa- 
redes del  jardin  del  convento.  A  lo  lójos 
y  sobre  la  «alzada  pantanosa  de  aquel  so- 
litario baluarte  ,  se  balanceaba  un  rever- 
bero agitado  por  el  viento,  y  cuya  rojiza 
luz  se  percibía  apenas  al  través  de  la  llu- 
via y  la  niebla. 

A  raros  intervalos,  se  oía  á  lo  lí^jos 

muy  á  lo  Irjos...  el  sordo  ruido  de  algún 
carruaje,  y  después  todo  caía  en  el  mas 
profundo  silencio. 

Dagoberto  y  su  hijo  apenas  hablan  ha- 
blado dos  ó  tres  palabras  desde.que  salie- 
ron de  la  calle  deBrisc  Miche. *EI  objeto 
de  estos  dos  hombres  de  bien  era  noble  y 
generoso,  y  por  lo  tanto,  resueltos,  aun- 
<|ue  pensativos ,  se  deslizaban  por  entre 
las  sombras  como  los  bandidos  á  la  hora 
de  los  críuienes  nocturnos. 

Agricol  llevaba  á  la  espalda  el  saco  con 
la  cuerda,  el  garfio  y  la  barra  de  hierro; 
Dagoberto  se  apoyaba  en  el  brazo  de  su 
hijo,  y  Quilasolaces  seguía  á  su  amo. 

— El  banco  en  que  estuvimos  sentados 
hace  poco,  debe  estar  por  aquí,  dijo  Da- 
goberto deteniéndose.         ^, 


—Si,  contestó  Agricol  buscando  con  1a 
vista:  helo  ahí ,  padre  mío. 

— No  son  mas  que  las  once  y  media; 
es  preciso  esperar  á  que  den  las  doce , 
continuó  Dogobcrto-.  Sentémonos  un  ins>- 
tante  para  descansar,  y  convendremos  en 
lo  que  debemos  hacer.... 

Pasado  un  momento  de  silencio,  prosi- 
guió «1  soldado  con  emoción  estrechando 
las  manos  de  su  hijo  «ntre  las  suyas  : 

— Agricol,  líijo  mió,.,  aun  es  tiempo. .v 
déjame  ir  solo....  te  lo  stïplico....  yo  pro- 
curaré salir  bien  con  mi  empresa....  Mien- 
tras mas  se  acerca  el  momento.».,  mas 
grande  es  mi  temor  de  comprometerte  en 
los  peligros  que  van  o-i  á  arrostrar. 

— Y  yo,  buen  padre,  creo  cuanto  mas 
se  acerca  el  momento,  que  podre  sevírte 
de  algo;  buena  ó  mala  seguiré  tu  suerte... 
nuestro  objeto  es  honrado...  Es  una  deu- 
da de  honor  que  tu  debes  satisfacer.... yo 
quiero  pagar  la  mitad.  Ahora  no  retro- 
cederé por  mas  que  me  digas....  con  que 
asi,  padre  mío...  pesemosen  vuestro  plan 
de  campaña. 

— Bien,  vendrás,  dijo  Dagoberto  repri- 
miendo un  suspiro. 

— Es  preciso,  pues,  padre  mió,  que 
tratemos  de  lograr  nuestro  objeto  á  todo 
trance,  y  creo  que  lo  conseguiremos..... 
¿Has  visto  la  puerteci  ta  del  jardin  que 
está  en  aquel  ángulo  del  muro?....  eso  es 
ya  escclente. 

— Entramos  por  allí  en  el  jardín,  y  bus- 
carnea  los  edihcios  que  están  separados 
por  un  muro  á  cuyo  estremo  hay  un  can- 
cel. 

— SI , . . . .  porque  de  un  lado  de  ese  can  • 
cél  está  el  pabellón  habitado  por  la  seño- 
rita de  Cardoville,  y  del  otro  la  parte  del 
convento  en  que  se  hallan  encerradas  las 
hijas  del  general  Simon. 

Eo  este  mom  nto  Quitasolaces ,  que 
estaba  echado  á  los  pies  del  soldado,  se  le- 
vantó de  pronto  y  enderezando  las  orejas 
parecía  escuchar. 


\x,mm 

■•— Tarrrc  qiip  cl  prrrt»  lia  »>i(lo  ;>!gii.  a 
"Co>a,  tlijo  Ayriful,  rscuclirnins. 

Nada  se  uyósiiiool  rinüo  Jd  >ii'ittoi|Ur 
agilnlia  \oi  ári>olc!». 

— ¿V  III1.1  \»'zal)iorla  l.i  piicila  ilol jar- 
din, pregiinlú  Agn'col,  deb.'  eii'r.ir  c  xi 
nosolios  (jHiliisiilacvst 

— -Si. ..'si,  si  li^  alquil  perro  di'jinardia 
■este  dará  cuenta  di-  él  ;  ailt-inas  nos  ad- 
vertirá si  st>  ctproi'Ainian  las  g«'iitc&  dr  la 
•ronda,  y.¿(Hiién  sa^u-?...  TitMie  tal  iii4e- 
ligoncia,  y  «iiiiere  tanto  a  Hosa  y  lllanca, 
•que  acaso  nos  ayudará  á  descubrirlas;  á 
ineniido  le  lie  visto  ir  á  buscarlas  on  lus 
bosi|ues  con  un  instinto  eslraurdinario. 

Un  sonido  lento,  j^rave  y  sonnro  (pie 
doniinalia  los  silvidos  del  cierzo,  cnipizo 
á  dsf  las  doce. 

Ksle  ruido  pareció  Tesonar  dolorosa- 
■nuiíile  en  el  alma  de  Agn'col  y  de  su  pa- 
dre, que  se  estremecieron  mudos  y  con- 
movidos.... y  por  un  movimiento  espan- 
toso se  eslrecbaroi'  la  mano  con  fuerza. 
A  pesar  suyo,  eorrespondian  los  latidos 
de  sus  corazones  á  los  golpes  de  la  cain- 
.pana  del  reloj,  cuya  vibración  se  prulun- 
:gaba  en  medio  del  lúgubre  silencio  de  lo 
fioclie.... 

Al  dar  la  ú'tima  campanada,  dijo  Da- 
goberto  á  su  bijo-^ 

— He  ahi  las  doce...^.  abrázame......  y 

marcbemos. 

Abrazáronse  |)adre  é  bijo.  El  momento 
era  solemne, 

— Abura,  padre  mío,  dijo  Agricol,  obre 
mos  con  tanta  precaución  y  auddcia  co- 
mo los  bandidos  que  van  á  robar  un  cofre 
lleno  de  uro. 

Diciendo  esto,  sacó  el  lierrero  la  cuer- 
da y  el  gaiíiu.  Armóse  Dagoberto  con  su 
gandío  de  liierro,  y  siguiendo  ambos  á  lo 
largo  del  muro  con  precaución,  se  dirigie- 
ron bácia  la  puerteciiía  situada  cerca  de! 
áogulo  que  formaba  la  calle  y  el  baluarte 
deteniéndose  de  cuando  en  cuando  para 


75 


lijar  el  dido  con  alrftri.m,  á  ftti  de  íli>tin- 
fliiii  el  lindo  i|ue  ii«>  íurse  ra»t>odo  pui  l.i 
lluvia  y  el  gran  viento. 

Como  era  la  nutlie  basla-nte  clara  ,  v 
.pudiaii  (li.>tin{¿iiirse  ixrí*  <  tiiMn-nle  lo.<>  ob- 
jetos •'!  lierrero  y  el  suldadu  llegaron  ala 
p^uerfecita ,  cuya  madera  parecía  carco- 
mida y  poco  sólida. 

— Hien,  dijo  Agrírol  á  su  padre,  dt  un 
4^olpe  va  á  ceHer, 

Y  el  lieirero  so  dispuso  á  derribar  la 
puerta ,  cuando  gruñó  d«)  pronto  (Jitila- 
íolnccs,  poniéndose,  por  -decirlo  asi,  en 
acecboL. 

Dagobertoliizo  callar  al  perro,  y  asien- 
do á  su  lujo  por  el  brazo,  le  dijo  en  voz 
¿aja  : 

— No  nos  movamos....  el  perro  basen» 
lido  á  alguno....  en  el  jardín... 

Agricol  y  su  padre  permanecieron  al- 
gunos minutos  inuióviU'S,  con  el  oído  en 
acecbo,  y  conteniendo  la  respiración 

Obediente  el  perro  á  sru  amo  no  gruñó 
mas:  pero  siguió  manifestando  su  iiujuie- 
tud  y  agitación  (|ue  se  aumentaba  á  cada, 
instante. 

Sin  embargo,  nala  se  oía,.., 

— Se  babrá  engañado  el  perro,  dijo 
Agricol  en  voz  baja  á  su  t>adre< 

— tstoy  seguro  que  no;  no  nos  mova- 
mos  

Al  cabo  de  algunos  segundos  se  echó 
de  pronto  Quitasolaces  y  iríetiendo  ol  lio- 
cico  por  debjo  de  la  puerta  olfateaba  con 
fuerza. 

— Alguien  viene...  dijo  Dagobeilo  con 
viveza. 

— Alejémonos,  repuso  Agricol. 
— No,  le  dijo  su  padre,  escuchemos,  tiem- 
po habrá  de  huir  sí  abren  la  puerta...  aquí, 
Quitasolaces,  aquí... 

Y  separándose  el  perro  de  la  puerta  se 
acostó  á  los  pies  de  su  amo. 

Agunos  momentos  después  se  oyó  ruido 
de  pasos,  y  el  murmullo  de  palabras  He- 


76  ALBUM. 

"vaílas  pqr  el  viento ,    nt>   pudieron  llegar 
haüla  el  herrero  y  el  soldado. 

— Seguramente  es  la  ronda  de  que  nos 
ha  hablado  la  Gibosa,  dijo  Agricol  á  su 
padre. 

— Tanto  nujor...  el  intervalo  que  debe 
mediar  hasta  su  segunda  vuelta  ,  nos  aso- 
45tira  al  menos  un  par  de  horas  de  tran- 
quilidad.... ahora tenemos  asegurado 

el  golpe. 

Fn  efecto,  poco  á  poco  se  fué  haciendo 
menos  distinto  el  ruido  de  los  pasos,  y  por 
último  dejó  de  oirse  enteramente. 

— Vamos  vivo,  no  perdamos  tiempo, 
dijo  Dagoberto  á  su  hijo  al  cabo  de  diez 
minutos;  ya  están  lejos,  tratemos  ahora 
de  abrir  esta  puorto. 

Agricol  apoyó  en  ella  h  espalda  y  em- 
píijó  vigorosamente;  pero  la  puerta  no 
cedió  á  pesar  de  su  ruinoso  estado. 

—  j  Maldición  !  esclamó  el  herrero;  es- 
toy seguro  de  que  la  han  atrancado  por 
dentro;  sin  esto  no  habrían  resistido  estas 
malas  tablas. 

- — ¿Cómo  hacerlo? 

— Voy  á   subir   ai  muro   ayudado  de 

la  cueida  y  el  garlio y  la  abriré  por 

dentro. 

Diciendo  esto  lomó  Agricol  la  cnerda  y 
«I  gacíclio;  y  después  de  muchas  tentati- 
vas, consiguió  afiaiiur  el  garfio  en  el  ca- 
ballite  del  muro. 

Ahora,  padre  mió,  sírveme  de  escalón, 
y  yo  me  ayuJaré  á  subir  con  la  cuerda; 
4ina  \L'i  .1  caballo  en  el  muro  volveré  el 
í^ancho  al  otro  lado  y  me  será  mas  fácil 
6ajar  al  jardin. 

fil  soldado  apoyó  el  hombro  contra  el 
muro  y  cruzó  las  manos,  entre  las  cuales 
p\\y<o  el  pié  su  hijo;  después  subiendo  de 
silli  solyre-  las  robustas  espaldas  de  Dago- 
berto, que  le  sirvieron  de  punto  de  apo- 
yo, consiguió  llegar  á  lo  alto  con  la  ayuda 
lie  la  cacrda.  Desgraciadamente  no  habia 


notado  el  herrero  que  el  caballete  del  mu- 
ro  estaba  erizado  de  pedazos  de  vidrio,  y 
se  hirió  las  manos  y  las  rodillas;  pero  te- 
miendo alarmar  á  Dagoberto  detuvo  un 
grito  de  dolor,  colocó  bien  el  garfio  y  se 
desli^ó  al  jardin  por  la  cuerda:  acercóse 
á  la  puerta  que  estaba  cerca,y  la  vióeFec- 
tivamenfe  atrancada  con  un  fuerte  ma- 
dero. Estaba  la  cerradura  en  tal  mal  es- 
tado, que  no  resistió  á  un  esfuerzo  vio- 
lenlü  de  Agricíj!;  abrióse  la  puerta  y  entró 
Dagoberto  en  el  jardin  seguido  de  Quita- 
solaces, 

— Ahora,  dijo  el  soldado  á  su  hijo,  lo 
principal  eslá  lieclu»....  Hé  a«pii  un  medio 
seguro  para  la  lidida  de  mis  pobres  ninas 
y  dé  la  señorita  de  Cardoville...  el  todo 
será  hallarlas  sin  tropezar  con  algíin  mal 
encuentro....  Quitásolaces  marchará  de- 
lante de  batidor.. ,  anda,  anda,  mi  buen 
perro,  aiíadió  Diígoberlo,  pero  sobre  to' 
do  guarda  silencio... 

En  seguida  se  adelantó  algunos  pasos 
t'I  inteligente  aniutal,  olfateando  y  escu- 
chando con  la  pruderïcia  y  la  atención  cir- 
cunspecta de  un  sábuest)  c'n  acecho. 

A  la  débil  claridad  de  la  luna  velada  por 
•las  nubes,  percibieron  Dagoberto  ysu hi- 
jo cerca  de  ellos  un  tresbolillo  de  enormes 
árboles  al  <jue  iban  á  p;irar  muchas  sen- 
das. Indeciso  A gricx)l  sobre  cual  debian 
twmar,  dijo  á  mí  pddre: 

— Vamos  por  la  senda  que  está  alo  lar- 
go del  muro;  seguramente  debe  condu- 
cirnos al  edificio, 

— Tienes  razftn ,  pero  debemos  roar- 
cbarporel  musgo  en  lugar  de  ir  por  las 
sendas  enlodadas;  asi  harán  menos  ruido 
nueslros  pasos. 

I'recedidos  padre  é  hijo  por  Ouitasola- 
ces  ,  recorriei  on  durante  algún  tiempo  una 
senda  poco  distante  del  muro  deteniéndo- 
se á  cada  instante  á  escuchar;...  ó  para 
darse  cuenta  antes  de  continuar  su  mar- 
cha délos  móviles  aspectos  de  los  árboles 


'I.Bl'M. 


que  agitados  por  cl  viento  y  ahimbrados 
{)or  la  pálida  claridad  de  la  lunaareclaban 
á  menudo  formas  singulares. 

Las  doce  y  media  daban  ctinndo  Agri- 
col  y  sn  padre  llegaron  á  una  gi'ande  re- 
ja de  hierro  ijue  cerraba  la  parle  del  jar- 
din  reseí\ada  á  la  snperiora  del  convento; 
reserva  en  que  se  introdujo  la  mañana 
anterior  la  Gibosa  después  (|ue  vio  á  Rosa 
Simon  con  Adriana  de  Cardoville. 

Al  Iravi'S  de  los  hierros  de  esta  r«ja  per- 
cibieron Agricol  y  su  padre,  á  corla  dis- 
tancia, un  cancel  que  llegaba  hasta  una 
capilla  en  construcciun ,  y  á  la  otra  parte 
un  peíjueño  pabellón  cuadrada. 

— lié  aqui  sin  duda  un  pabellón  de  la 
casa  de  locos,  ocupado  por  la  señorita  de 
Cardoville,  dijo  Agrícol. 

— Y  seguramente  está  delante  el  edifi- 
<'io  en  que  se  hallan  los  cuartos  de  Kosa 
y  Blanca,  aun(|ue  no  lo  podemos  perci- 
bir desile  aqui ,  contestó  Dagoberto. 

— ¡  Pobres  niñas  i  e>tán  alli...  desespe- 
radas y  deshechas  en  llanto,  añadiócon- 
una  profunda  emoción. 

— ¿listará  abierta  esta  reja?  dijo  Agri- 
col. 

— Probablemente...  estando  en  elinte- 
TÍor  no  debe  estar  cerrada. 

Marchemos  despacio. 

A  los  pocos  pasos ,  Dagoberto  y  su  hijo 
llegarot)  á  la  reja,  cerrada  solamente  con 
un  pe^tillo 

Üag«i|)erto  iba  á  abrir,  cuando  le  dijo 
Apricid  : 

—  'i-n  cuidado  que  no  haga, ruido 

— ^¿Debe  empujarse  despacio  ó  con  vio- 
lencia? 

— Déjame,  yo  la  abriré,  dijo  Agricol. 

Y  lo  hizo  con  tanla  prontitud  que  ape- 
nas se  oyó  un  débil  ruido;  ípe.o  sin  em- 
bargo fué  este  bastante  distinto  en  el  si- 
lencio de  la  noche  para  que  pudiese  ser 
oido,  porque  precisamente  era  en  un  ¡n- 
ler\alo  que  el  viento  habia  cesado. 


T7 


Agricol  y  ¡-u  padre  pirmanecieron  un 
niomento  inmóviles,  iiKjuielos  y  lijando 

el  oido no  atreviéndose  á  pasar  del 

otro  lado  de  la  reja  á  fm  de  procurarse 
mejor  la  retirada. 

Nada  íe  oyó,  lodo  estaba  en  calma  y 
Iraniiuilo.  Sosegados  Agricol  y  su  padre 
penetraron  en  el  jardin  reservado. 

Apenas  entró  alli  el  perro  dio  señales 
de  una  alegría  estraordinaria;  con  las  ore- 
jas tiesas  y  meneando  la  cola ,  mas  bien 
brincando  que  corriendo,  se  acercó  en  se- 
guida desde  el  cancel  en  donde  Uosa  Si- 
mon y  la  señorita  de  Cardoville  hablan 
hablado  un  instante  por  la  mañana;  des- 
pués se  detuvo  un  momento  en  este  sitio 
inquieto  y  agitándose  como  un  perro  que 
'busca  alguna  cosa. 

Dagoberto  y  Agricol  dejaban  á  Quita- 
solaces  seguir  su  inslinlo,  observando  sus 
mefiores  movimientos  con  una  ansiedad 
indecible  ,  esperándolo  lodo  de  su  inteli- 
gencia y  de  su  afecto  á  las  niñas. 

— Sin  duda  estaba  Uosa  cerca  de  ese 
cancel  cuando  la  vio  la  Gibosa,  esclamó 
Dagoberto:  Quitasolaces  ha  olfateado  sus 
huellas,  dejémosle  hacer. 

AI  cabo  de  algunos  segundos  volvió  el 
perro  la  cabeza  hacia  Dagoberto  y  echó 
á  correr  en  dirección  de  una  puerta  del 
edificio  que  estaba  enfrente  del  pabellón 
ocupado  por  Adriana  ;  al  llegar  el  perro 
á  la  puerta  se  acostó  como  para  esperar 
á  su  amo. 

— ;Ya  no  hay  duda  !  ¡  en  este  edifício 
están  las  niñas!  f^sclamó  Dagoberto  acer- 
cándose á  Quitasolaoe»;  alli  deben  haber 
encerrado  á  Rosa  haré  poco. 

— Veremos  si  las  ventanas  tienen  ó  no 
rejas,  dijo  Agricol  siguiendo  á  su  padre. 

Llegaron  ambos  donde  estaba  el  perro. 

— jY  bien  1  mi  buen  perro,  le  dijo  en 
voz  baja  d  soldado  señalándole  el  edificio, 
¿están  allí  Rosa  y  Blanca? 

Quitasolaces  levantó  la  cabeza    y    res- 
pondió Clin  un  ligero  ladrido. 
20* 


78  ALBUM, 

Dagoberto  se  apresuró  á  cojer  el  perro 
por  el  cuello. 
—  ¡Va  á  descubrirnos!....  esclamó  el 

herrero.  Acaso  le  han  oído 

En  este  instante  la  reja  de  hierro  por 
la  cual  se  iiabian  introducido  en  el  jardin 
el  soldado  y  su  hijo,  se  cerró  haciendo  un 
grande  ruido, 

— Nos  encierran  dijo  Agricol  con  vive- 
za ,  y  no  hay  otra  salida 

Durante  un  minuto  se  miraron  aterra- 
dos padre  é  hijo,  pero  Agricol  esclamó  de 
repente: 

— Acaso  se  habrá  cerrado  la  roja  gi- 
rando en  sus  goznes  por  su  propio  peso; 

voy  á  asegurarme  de  ello y  volverla 

á  abrir  si  puedo 

-^Ve...  pronto,  mientras  yo  examino 
las  ventanas. 

Agricol  se  dirigió  corriendo  á  la  reja, 
en  'tanto  que  Dagoberto  siguiendo  á  lo 
largo  del  muro  llegó  delante  de  las  ven- 
tanas del  piso  bajo,  que  eran  en  número 
de  cuatro  :  dos  de  ellas  no  tenian  reja  : 
miró  al  primer  piso,  que  no  estaba  muy 
alto,  y  ninguna  de  las  ventanas  tenia  hier- 
ro; por  manera  que  la  nula  que  habitaba 
en  este  piso  podria  atar  una  sábana  al 
barren  de  apoyo  de  la  ventana  y  desli- 
zarse como  lo  hicieron  las  dos  hermanas 
para  evadirse  de  la  posada  del  Halcón 
Elanco;  pero  antes  era  necesario  saber 
qué  cuarto  ocupaba ,  cosa  no  muy  fácil. 
Ocurrióle  á  Dagoberto  que  podria  saberlo 
por  la  niña  que  se  encontraba  en  el  piso 
bajo,  pero  ahora  se  le  presentaba  otra 
dificultad  :  á  cual  de  las  cuatro  ventanas 
debia  llamar. 

Agricol  volvió  precipitadamente. 
— Sin  duda  fué  el  viento  el  que  cerró 
la  reja,  dijo:  la  he  abierto  de  nuevo  y  la 
he  asegurado  con  una  piedra;...  pero  es 
necesario  que  nos  demos  prisa. 

— ¿Y  cómo  reconoceremos  las  ventanas 
de  las  pobres  niñas?  dijo  Dagoberto  an- 
gustiado. 


— Es  verdad  ,  contestó  Agricol  inqti're- 
lo,  ¿cómo  hacerlo? 
— Llamar  al  acaso,  dijo  Dagoberto,  <«s 

dar  la  alarma  si  nos  dirigimos  mal 

— ¡Dios  mió,  Dios  mió  I  esclamó  Agri- 
col con  aflicción,  haber  llegado  aquí...., 

bajo  sus  ventanas é  ignorar 

— El  tiempo  urge,  dijo  Dagoberto  in- 
terrumpiendo á  su  hijo,  arriesguemos  el 
todo  por  el  lodo. 
— ¿Cómo  padre  mió? 
— Voy  á  llamar  á  Rosa  y  Blanca  en  al- 
ta voz;  desesperadas  como  están, es  segu- 
ro que  no  duermen...  á  un  primer  grito 
se  pondrán  en  pié...  Por  :medio  de  la  sá- 
bana atada  al  barron  de  apoyo,  en  cinco 
minutos  tenemos  en  nuestros  brazos  la  ni- 
ña que  habita  el  primer  piso.  En  cuanto 
á  la  (jue  está  abajo...  si  su  ventana  no  tie- 
ne reja  ,  en  un  segundo  es  nuestra  ,  y  en 
otro  caso  pronto  arrrancamos  un  hierro. 

— Pero,  padre  mió esa  llamada  en 

voz  alta... 
— Acaso  no  lo  oirán... 
— Mas  si  lo  oyen  lodo  está  perdido. 
— ¿Quién  sabe?  antes  que  tengan  tiem- 
po de  ir  á  buscar  á  los  hombres  de  la  ron- 
da, y  de  abrir  tantas  puertas,  ya  pueden 
estar  libres  las  niñas;  en  ganando  noso- 
tros la  salida  del  baluarte,  estamos  en 
salvo... 

— Peligroso  es  el  medio...  pero  no  veo 
otro. 

— Como  no  haya  masque  dos  hombres, 
yo  y  Quitasolaces  nos  encargamos  de  de- 
t«nerlos  si  acuden  antes  que  se  haya  ter- 
minado la  evasión ,  y  mientras  tanto  te 
llevas  tú  las  niñas. 

— Padre  mió,  me  ocurre  otro  medio... 
y  seguro,  esclamó  de  repente  Agricol.  Se- 
gún nos  ha  dicho  la  Gibosa,  Rosa  y  Blan- 
ca se  han  correspondido  por  señas  con  la 
Señorita  de  Cardoville. 
— Sf. 
— Luego  esta  sabe  dojide  habitan,  pues* 


»l.fiTSI. 


79 


Uo  que  las  pol)rt's  niñas  le  respondían  des- 
di* sus  ventanas. 

—  Tienes  ra/on...  vamos  al  pabellón^, 
es  el  único  modo poro  ¿cómo  recono- 
ceremos?... 

— Me  lo  lia  dicho  la  (gibosa:  hay  una 
especie  de  sobradillo  sobre  la  ventana  del 
cuarto  de  la  señonla  <le  Cardoville..^. 

— \  amos  pronto,  pœo  nt)«.costará  rom- 
per un  cancel  de  listones  de  madera 

¿llevas  la  barra? 

— Hela  aquí. 

— .Marchemos  pues.^. 

A  los  pocos  pasos  llegaron  Dagoberto  y 
su  hijo  á  aquella  débil  separación,  y  ar- 
rancaíMlo  .\gricol  tres  lislones  se  abrieron 
fácil  entrada. 

— Quédate  ahí  en  acecho...  padre  mío, 
dijo  el  herrero  á  Dagobcrto  introducién- 
dose en  el  jardin  del  doctor  Baleinier. 

La  ventana  indicada  por  la  Gibosa  era 
fácil  de  reconocer;  era  elta  y  ancha  y  te- 
nia üobre  ella  una  especie  de  sobradillo; 
habia  sido  en  otro  tiempo  una  puerta  y 
ahora  estaba  obrada  hasta  un  tercio  de  su 
altura,  defendiéndola  fuertes  y  espesos 
barrenes  de  hierro. 

Hacia  algunos  intantesque  la  lluvia  ha- 
bia cesado;  despejada  la  luna  de  las  nu- 
bes que  la  oscurecían  poco  anles,  alum- 
braba perfectamente  el  pabellón.  Acer- 
cándose Agrícol  á  los  cristales  vio  que  el 
aposento  estaba  oscuro;  pero  en  el  fondo 
de  esta  pieza  había  una  puerta  entreabier- 
ta que  dejaba  ver  una  viva  claridad. 

Creyendo  el  tierrero  que  aun  estaría 
despierta  la  seiloríta  de  Cardovílle,  llamó 
ligeramente  á  los  vidrios. 

Al  cabo  de  algunos  instantes  se  abrió 
enteramente  la  puerta  del  fondo,  y  la  se- 
ñorita de  Cardoville,  que  aun  no  se  habia 
acostado ,  entró  en  el  segundo  aposento 
vestida  del  mismo  modo  que  cuando  ha- 
bló con  la  Gibosa;  la  vela  que  Adriana 
llevaba  en  la  mano  alumbraba  las  faccio- 


nes encantadoras  qnc  espresaban  entóa- 
ces  la  sorpresa  y  la  inquietud... 

Puso  la  joven  l;i  p;i!iiiatoria  sobre  la  me- 
sa, y  pareci('»  escuchar  atentamente,  ati  r- 
candóse  hacía  la  ventana...  IV'ro  estroiíic- 
ciéndose  de  pronto  se  detuvo  sobrecojid.i. 
Acababa  de  distinguir  vacamente  <•!  ros- 
tro de  un  hombre  (jue  la  miraba  al  lra\éá 
de  los  vidrios. 

Temiendo  Agrícol,  que  asustada  la  se- 
ñorita de  Cardovílle  fuese  á  refugiarse  á 
la  pieza  inmediata,  llamó  de  nuevo,  y  es- 
poniéndose  á  ser  oído  de  fuera,  dijo  en  voz 
bastante  alta  : 

— Es  Agrícol  Baudoin. 

Llegaron  estas  palabras  á  Adriana,  y 
acordándose  en  seguida  de  su  conversa- 
ción con  la  Gibosa  ,  pensó  (|U*.\gricoI  y 
Dagoberto  se  habían  introducido  en  el 
convento  para  llevarse  á  Kosa  y  Blanca , 
corriendo  entonces  á  la  ventana  reconoció 
perfectamente  á  Agrícol  á  la  brillante  cla- 
ridad d<>  la  luna ,  y  abrió  la  ventana  con 
precaución. 

— Señorita  ,  le  dijo  el  herrero  precipi- 
tadamente, no  hay  que  perder  un  instante; 
el  conde  de  Montlron  no  está  en  París,  y 
venimos  mi  padre  y  yoá  sacaros  de  aquí. 

— Gracias,  gracias,  dijo  la  señorita  de 
Cardoville  con  voz  conmovida; — pero  pen- 
sad anles  en  las  hijas  del  general  Simon... 

— Ya  pensamos  en  ellas,  señoritaj;  tam- 
bién venía  á  pregutaros  cuales  son  sus  ven- 
tanas. 

— La  una  que  está  en  el  piso  bajo,  es  la 
última  del   ado  del  jardín  ;  y  la  otra  está 

situada  absolutamente  encima  de  esta 

en  el  primer  piso. 

— i  Ya  están  salvadas  !  esclamó  el  her- 
rero. 

— Mas  ahora  que  me  ocurre,  continuó 
Adriana  con  viveza ,  el  primer  piso  está 
bastante  alto;  pero  cerca  de  aquella  capi- 
lla en  construcción  encontrareis  vigas  lar- 
gas que  las  emplean  en  los  aodamios,  y 
acaso  podrán  seros  útiles. 


80  ALBUM 

— Me  servirán  de  escala  para  subir  á  la 
ventana  del  primer  piso;  ahora  pensemos 
en  vos,  señorita. 

— Librad  á  las  niñas,  que  urge  el  tiem- 
po... con  tal  que  las  salvéis  a  ellas  esta 
noche ,  me  es  indiferente  permanecer  un 
dia  ó  dos  mas  en  esta  casa. 

— No ,  señorita ,  esclamó  el  herrero,  os 
interesa  sumamente  el  salir  esta  noche... 
se  trata  de  grandes  intereses  que  vos  igno- 
rais; ya  no  me  cabe  duda  de  ello. 

— ¿Qué  queréis  decir? 

— No  tengo  tiempo  de  esplicarme  mas; 
pero  os  lo  rufego,  señorita....  venid;  yo 
puedo  desencajar  dos  hierros  de  esa  ven- 
tana... corro  á  buscar  una  barra... 

— No  es  necesario.  Se  contentan  con 
correr  un  cer^-ojo  por  fuera  á  la  puertade 
este  pabellón  en  el  que  habito  yo  sola  : 
no  os  será  difícil  romper  la  cerradura. 

— Y  diez  minutos  después  estaremos  en 
el  baluarte,  dijo  el  herrero , pronto, seño- 
rita, disponeos,  tomad. un  chai  y  un  som- 
brero, porque  la  noche  está  muy  fria;  al 
instante  vuelvo. 

— Señor  Agricol,  dijo  Adriana  con  las 
lágrimas  en  los  ojos;  ya  sé  lo  que  arries- 
gáis por  mí;  yo  procuraré   probaros  que 

lengo  tan  buena   memoria  como  vos 

I  Ah  !  vos  y  vuestra  hermana  adoptiva 
sois  nobles  y  valientes  criaturas.....  pe- 
ro no  vengáis  á  buscarme  hasta  que  es- 
tén en  vuestro  poder  las  hijas  del  general 
Simon. 

— Gracias  á  vuestras  indicaciones,  es 
cosa  hecha,  señorita,  corro  á  encontrará 
mi  padre,  y  volvemos  á  buscaros. 

Siguiendo  Agricol  el  escelente  consejo 
de  la  señorita  de  Cardoviilese  fué  hacia  lá 
capilla,  y  echando  sobre  sus  robustas  espal- 
das una  dé  las  grandes  vigas  que  servían 
para  la  construcción  se  reunió  á  su  padre 
con  presteza. 

Apenas  pasó  Agricol  el  cancel  parad  i  ri^ 
girse  á  la  capilla,  creyó  percUxir  la  seño- 


rita do  Cardoville  una  forma  humana,  que 
salía  de  uno  de  los  bosquecillos  del  jardín 
del  convento,  y  atravesaba  rápidamente 
una  senda  desapareciendo  detras  de  un  al- 
to seto  de  bojes.  Asustada  Adriana,  llamó 
en  vano  á  Agricol  en  voz  baja  para  ad- 
vertírselo; pero  este  no  pudo  oírla  y  se 
unió  á  su  padre  que  devorado  de  impa- 
ciencia iba  escuchando  de  una  ventana  en 
otra  con  gratule  angustia. 

— ¡  Somos  felices  !  le  dijo  Agricol  en  voz 
baja;  hó  ahí  las  ventanas  de  las  pobres  ni- 
ñas: e.sla  del  piso  bajo,  y  aquella  del  pri- 
mer piso. 

—  ¡Gracias  á  Dios!  dijo  Dagoberto  con 
im  arrebato  de  alegría  imposible  de  des- 
cribir. 

— Y  ¿cómo  examinar  las  ventanas? 

— ¡  No  tienen  rejas  I  esclamó. 

— Asegurémonos  primero  sí  está  aquí 
una  de  las  niñas,  dijo  Agricol:  y  apoyan- 
do después  esta  viga  á  la  pared  .subiré yo 
hasl-a  el  primer  piso...  que  no  está  muy 
alto.- 

— Ríen,  hijo  mío,  una  vez  arriba  toca- 
rás en  los  cristales  y  llamarás  á  Rosa  ó 
Blanca,  y  si  te  responde  bajarás  en  segui- 
da para  que  por  la  misma  viga  que  sos- 
tendremos nosotros,  se  deslice  la  niña.... 
ellas  son  listas  y  atrevidas...  vivo...  vivo... 
manos  á  la  obra. 

Y  en  seguida  iremos  á  librar  á  la  seño- 
rita dé  Cardoville. 

Mientras  Agricol  levantaba  la  viga  y  la 
colocaba  bien  para  stibir  por  ella,  llamaur 
do  Dagoberto  á  la  última  ventana  del  pi- 
so bajo,  dijo  en  voz  alta  : 

—•Soy  yo...  Dagoberto... 
!  En  efecto,  en  esfe  cuarto  habitaba  Ro- 
sa Simon.  Desesperada  la  pobre  niña  dé 
verse  separada  de  su  hermana  la  había 
atacado  una  fiebre  violenta  y  estaba  des- 
pierta y  bañada  en  llanto. 

Al  ruido  que  hizo  Dagoberto  llamando 
á  la  ventana,  se  estremeció  de  terror  la 


Ai.Lm. 


61 


haérfana  ;  pero  cuando  oyó  en  seguida  la 
voz  del  soldado ,  aquella  voz  tan  ({uerida; 
y  que  tan  bien  conocía  ,  se  incorporó  jal 
joven  en  su  cama  y  se  pasó  las  manos  por 
la  frente  como  para  asegurarse  que  no 
ora  el  jugtiele  de  un  sueño;  después,  en- 
vuelta con  su  largo  peinador  blanco,  cor- 
lió  á  la  ventana  dando  un  grito  de  ale- 
gría. ; 

Mas  de  repente....  y  antes  rjuelmbiese 
tenido  tie'Mpo  de  abrir  la  ventana  ,  sona-' 
ron  dos  tiros,  acompañados  de  estos  gri- 
tos repetidos  : 

— jA  la  guardia!  ¡ladrones!... 

La  huérfana  se  quedó  petrificada  de  es- 
panto ,  con  los  ojos  fijos  en  la  ventana  de 
cristales ,  á  cuyo  través  vio  confusamente 
con  la  claridad  de  la  luna  ,  que  luchaban 
muciios  hombres  con  encarnizamiento, 
mientras  que  los  furiosos  ladridos  de  Qui 
tasolaces  dominaban  estos  gritos,  que  re- 
petían sin  cesar  : 

—  ¡A  la  guardia  ! j  Ladrones! 

j  Asesinos  !... 

XIV. 

LA  VÍSPERA  DE  UN  GRAN  DÍA. 

Como  dos  lloras  antes  de  los  hechos 
precedentes  ocurridos  en  el  convento  de 
Santa  Maria,  se  hallaban  reunidos  Rodin 
y  el  abate  de  Aigrigny  en  el  gabinete  don- 
de ya  se  les  ha  visto,  calle  de  Milieu-des- 
Ursins.  Después  de  la  revolución  de  julio, 
creyó  el  padre  de  Aigrigny  deber  trans- 
portar iiionientáneamente  ú  esta  habíta- 
tacion  temporal  los  archivos  secretos  y 
la  correspondencia  de  su  orden,  medida 
prudente,  porque  debia  temer  que  el  es- 
tado espulsase  á  los  reverendos  padres  del 
magnífico  establecimiento  con  que  la  res- 
lauracion  les  gratificó  libera fmcntc. 

Rodin,  vestido  siempre  de  un  modo  líi- 
pócrita,  siempre  sucio  y  grasienlo,  escri- 
bía modestanictite  en  su  nfitina,  fit*|  á  su 
humilde  papel  de  sefrelario,  ijiie  como  se 
ha  vidto,  encubría  una  ini»ion  inuclio  ma» 


importante,  en  su  calidad  de  $(^ciOt  y  que 
9^un  las  reglas  de  la  orden  consistía  en 
no  separarse  jamás  del  superior,  vlgilán- 
doley  espiando  sus  n>€nores  movimientos, 
sus  mas  lijeras  impresiones,  para  dar  cuen- 
ta á  Roma. 

No  obstante  su  habitual  impasibilidad, 
Rodin  parecía  visiblemente  iii(|uieto  y 
preocupado,  y  contestaba  de  un  modo 
mas  breve  aun  que  de  costumbre  á  las 
órdenes  y  á  las  preguntas  del  abate  de  Ai- 
grigny, que  acababa  de  entrar. 

—  ¿Ha  tiabido  algo  de  nuevo  durante 
mi  ausencia?  preguntó  este  á  Rodin.  ¿Los 
informes  han  continuado  siendo  favora- 
bles? 

— Muy  favorables. 

— Leédmelos. 

— Antes  de  dar  cuenta  á  Vuestra  Re- 
verencia, dijo  Rodin,  debo  advertirle  que 
Morok  ha  llegado  á  París  hace  dos  días. 

—  ¡Cómo!  esclamó  el  abate  sorprendi- 
do. Yo  creía  que  al  dejar  la  Alemania  y 
la  Suiza  había  recibido  orden  deFribourg 
para  que  se  dirigiese  hacia  el  Mediodía. 
En  Nimes  y  Avignon  habría  sido  en  este 
momento  un  agente  útil...  porque  se  agi- 
tan los  protestantes,  y  se  teme  una  reac- 
ción conira  los  cató'ícos. 

— No  sé,  dijo  Itodin,  las  razones  parti- 
culares que  haya  tenid'>-Morok  para  cam- 
biar de  itinerario.  En  cuanto  á  sus  razo- 
nes aparentes,  me  ha  dicho  que  quiere 
dar  aqui  algunas  representaciones. 

—  ¿Cómo  es  eso? 

—  A  su  paso  por  Lyon  se  ha  compro- 
metido con  un  agente  dramático,  á  traer 
sus  fieras  al  teatro  de  San  Martin  por  un 
precio  muy  alto.  Y  añade  que  ha  creído 
no  debia  rehusar  esta  ventaja. 

— Pase,  dijo  el  padre  de  Aigrigny  le- 
vantando los  hombros;  pero  con  la  pro- 
paparion  de  los  librilo-i,  y  ron  'a  venta  d^ 
lo<  rosarios  y  fir^tia-N*»,  »»i  0'«»v4»  p«>p  '" 
inil'iiMM'i  .  qiii  >ciiiir.A!!.viit«'  huí  eff»  »  ji' 
21* 


ÍS2  ÁLBOM. 

ciüo  en  las  poblaciones  religiosas  y  poco 
adelantadas  del  Mediodía  y  de  la  lireta- 
ila,  podía  haber  hecho  servicios  que  jamás 
prestará  en  París. 

— Está  abajo  con  una  especio  de  gifían- 
te  que  le  acompaña;  pues  en  su  calidad 
de  antiguo  servidor  de  Vuestra  Reveren- 
cia ,  espera  Morok  tener  el  honor  de  be- 
saros la  mano  esta  noche. 

— Imposible....  imposible....  Ya  sabéis 
cuan  ocupadoestoy  esta  noche...  ¿Ha  ¡do 
alguien  á  la  caüe  de  San  Francisco? 

— Se  ha  ido...  El  viejo  guardián  judio, 
dice  que  lia  sido  prevenido  por  el  nota- 
rio.... Mañana  por  la  mañana,  á  las  seis, 
derribarán  los  albañiles  la  puerta  tapiada, 
y  se  abrirá  esa  casa  por  primera  vez,  des- 
de hace  150  años. 

El  abate  de  Aigrigny  permaneció  un 
instante  pensativo,  y  después  dijo  a  Ro- 
din  : 

En  la  víspera  de  un  momento  tan  de- 
cisivo, es  preciso  no  olvidar  nada:  leedme 
<le  nuevo  la  copia  de  esa  nota,  depositada 
en  los  archivos  de  la  Sociedad  hace  siglo 
y  medio ,  sobre  el  asunto  de  Mr.  de  Ue- 
iiepoiit. 

El  secretario  lomó  la  nota  de  un  estan- 
te y  It-yó  lo  que  sigue  ; 

«  Hoy  19  de  febrero  de  1682,  el  reve- 
«  rendo  padre  provincial  Alejandro  liour- 
«  don  ha  enviado  la  advertencia  siguiente, 
«con  estas  palabras  al  margen  :  estrema- 
«  llámenle  considerable  para  el  porvenir. 

«Se  acaba  de  descubrir  cierta  cosa  muy 
cf  secreta  por  la  confesión  de  un  moribun- 
H  do  que  uno  de  nuestros  padres  ha  asis- 
te lido. 

«Mr.  Mario  de  Renepont,  uno  de  los 
«  gefes  mas  sediciosos  y  temibles  de  la  re- 
«  ligion  reformada,  y  el  enemigo  mas  en- 
te carnizado  de  nuestra  santa  Compañía, 
«entrado,  en  apariencia,  en  el  seno  de 
«nuestra  maternal  iglesia,  con  el  solo  y 
a  único  Qq  de  salvar  sus  bienes  amenaza - 


«dos  de  «onfiscacion ,  á  causa  de  su  coíír» 
«  portamienlo  irreligioso  y  reprobado;  pero 
«como  se  hayan  presentado  pruebas,  por 
«diferentes  personas  de  nuestra  Compa- 
«  ñia ,  de  que  la  conversion  del  señor  de 
«Renepont  no  era  sincera  y  que  envolvía 
«  un  sacrilegio,  los  bienes  de  dicho  spñor 
c  considerado  desde  entonces  como  rc/apso, 
«  han  sido  por  lo  tanto  confiscados  por  S. 
«  M.  Nuestro  Rey  Luis  XIV,  y  el  referi- 
«do  señor  de  Renepont  condenado  perpe- 
«  tuamente  á  galeras  (  1  ) ,  de  las  (jue  se 
«ha  librado  por  ona  muerte  voluntaria, 
«después  de  cuyo  crimen  abominable  lia 
«sido  arrostrado  y  arrojado  su  cuerpo  á 
«los  perros  del  muladar, 

«Espuestas  estas  premisas,  se  llega  á 
«  la  cosa  secreta,  tan  estremadamente  con- 
«siderable  al  porvenir  é  intereses  de  nucs- 
«  tra  Sociedad. 

«  S.  M.  Luis  XIV  en  su  paternal  y  ca- 
«  tólica  bondad  por  la  iglesia,  y  en  parlí- 
«cular  por  nuestra  Orden  ,  nos  concedió 
«  el  aprovechamiento  de  esta  confiscación 
«en  gratitud  de  lo  que  hablamos  hecho 
«para  descubrir  al  señor  de  Renepont, 
«  como  relapso,  infame  y  sacrilego.... 

«Acabamos  de  saber  por  cierto  ()uo  se 
«  han  eslraido  á  esta  confiscación  ,  y  por 
«consiguiente  á  nuestra  Sociedad,  una  casa 
«  situada  en  París  en  la  calle  de  S.  Fran- 
ce cisco,  y  una  suma  de  cincuenta  mil  es- 
«  cudos  en  oro. 

«La  casa  ha  sido  cedida,  antes  de  la 
«confiscación  y  mediante  una  venta simu- 
«  lada  ,  á  un  amigo  del  señor  de  Rene- 
«pont,  n»uy  buen  católico  sin  embargo, 


(1)  El  gran  Rey  Luis  XIV  castigaba 
con  galeías  perpetuas  á  los  protestantes 
que  después  de  haberse  convertido,  á  me- 
nudo por  fuerza  ,  volvían  á  su  primera 
creencia.  Los  protestantes  que  se  queda- 
ron en  Francia  á  pesar  de!  rigor  de  los 
edictos,  estaban  privados  de  sepultura,  se 
arrastraban  sns  cadáveres  y  se  arrojaban 
á  ios  perros. 


AI.D\M. 


83 


%  por  i]iSi,racia  ,  por(Hic  no  se  puede  pcr- 
«  so^iiir. 

n  I.a  mt'ncioii.Tla  casa,  gracias  á  la  con - 
«  nivi-iicia  criinmal,  atiiinne  inatacable  de 
T(  esie  aniimi,  lia  sido  tapiada  y  no  debo 
«abrirse  basta  di-ntro  de  siglo  y  ntedio, 
«  semiii  la  liltiina  \o!untad  del  señor  de 
«  Reru-poiil. 

«lui  cuanto  á  losciüCiiiMita  mil  escudos 
n  de  oro,  se  sabe  (pie  ban  sidodepositadO'í 
«  en  ntanos  desgraciadamente,  descunoci- 
«  das  basta  aliora  ,  con  el  Hn  de  (pie  sean 
«  capitalizados  y  esplotados  durante  ciento 
«cincuenta  anos,  para  dividirlos,  al  espi- 
«  rar  diclio  t('Tn  ino,  entic  losdescindien- 
«  les  (jue  entonces  existan  del  señor  Ke- 
«  nepont,  suma  giie  mediante  tantas  acu 
«  mulaciones,  se  bará  enorme,  y  llegara 
«  necesariamente  á  formar  un  capital  de 
«cuarenta  ó  cincuenta  millones  de  libras 
«  tornosas. 

<(  Por  motivos  desconocidos  hasta  abo- 
«  ra  y  que  el  señor  de  Uenepont  ha  con- 
«  signado  en  su  testamento,  lia  ocultado 
n  tM  mismo  á  su  familia  (desterrada  boy 
«de  la  Francia  por  los  edictos  contra  Jos 
«  protestantes]  el  paraje  en  donde  se  ba- 
«  lian  depositados  los  (  iento  cincuenta  mil 
«  escudos;  invitando  tan  solo  á  siHparien- 
«  tes  á  que  perpetúen  en  su  lima  de  ge- 
«  neracion  en  generación ,  el  encargo  á  los 
«  últimos  que  sobrevivan  ,  de  que  se  en 
((cucnlron  reunidos  en  l'aris,  dentro  de 
«ciento  cincuenta  años,  en  la  calle  de  San 
«  Francisco,  el  13  de  febkkro  de  1832; 
«  y  para  tjue  no  seolvi-ie  estarecomenda- 
«  cion ,  ha  encargado  á  un  hombre  cuyo 
«  estado  es  desconocido,  aunque  se  saben 
«sus  señas,  que  haga  fabricar  medallas  de 
fi  bronce  y  que  se  grabe  en  ellas  su  voto  y 
«esta  fecha,  haciendo  entregar  una  á  ca- 
nda uno  de  sus  parientes;  medida  tanto 
«  mas  necesaria  ,  cuanto  por  otro  motivo 
«  que  igualmente  se  ignora  ,  y  que  se  su- 
o  pone  está  también  osplicado  en  el  testa- 


«  mentó,  los  herederos  estarán  obligados 
«á  presentarse  el  mencionado  dia  ,  antes 
«de  las  doce,  tu  jiersuita  y  no  por  repri-- 
«  sentantes,  sin  lo  cual  serán  escluidos  de 
«  la  partición. 

«  \i\  hombre  desconocido,  encardado  de 
«  distribuir  las  medallas  á  los  miemiiros 
«  de  la  familia  de  Uenepont,  tiene  de  30 
«á  35  años,  su  rostro  es  altivo  y  nu-lan- 
«  C(ilicü ,  y  su  estatura  elevada;  tiene  las 
«  cejas  negras ,  espesas  y  singularmente 
«¡unidas;  se  hace  llamar  José^  y  se  sospe- 
«  cha  mucho  (¡ue  este  viajero  sea  un  acli- 
«  vo  y  peligroso  emisario  de  los  furiosos 
«  republicanos  y  reformados  de  las  xiiie 
((  prorincias  unitluít. 

«Resulta  de  lo  que  queda  dicho,  (|ue 
«  la  suma  coníiada  por  el  relapso  á  tina 
«mano  desconocida  y  de  un  modosubrep- 
«  ticio,  se  ha  sustraído  á  la  confiscación  á 
«  nos  concedida  por  nuestro  muy  amado 
«rey;  lo  (piees  un  perjuicio  enorme,  y  un 
«todo  monstruoso,  de(|ueestamosobliga- 
«  dos  á  recuperarnos,  si  no  al  presente,  al 
«  menos  en  lo  futuro. 

«  Y  como  nuestra  (]ompañia,  parama- 
«  yor  gloria  de  Dios  y  de  nuestro  Sanio 
«padre,  no  pueden  perecer,  será  fácil, 
«  merced  á  las  relaciones  (pie  tenemos  en 
«  toda  la  tierra,  y  por  medio  de  lasmisio- 
«  nes  y  otros  establecimientos,  será  fácil, 
«  decimos,  el  seguir  desde  ahora  la  filia- 
«  cion  de  esta  familia  de  generación  en  ge- 
«  aeración,  sin  perderla  nunca  de  vista, 
«  para  que  dentro  de  ciento  y  cincuenta 
«años,  en  el  momento  de  la  division  de 
«tan  inmensa  fortuna  acumulada,  pueda 
«entrar  nuestra  Compañia  á  poseer  esos 
«  bienes  que  traidoramente  le  han  sido 
«arrancados,  amparándose  de  ellos  per 
«fas  aul  nefas,  por  cualquiera  medio  que 
«sea,  sin  escluir  la  astucia  y  la  violencia, 
«  no  pudiendo  obrar  nuestra  Sociedad  de 
«  otro  modo,  al  hallarse  con  los  detento- 
j«  res  futuros  de  nuestros  bienes  tan  malí- 


81  ALBUM. 

■ff  ciosamente  robados  por  -tni  relapso  infa-. 
«  me  y  sacrilego....  y  pUeslo  que  es  justo 
«y  legítimo  el  defender,  conservar  y  T€- 
«  cnperar  lo  que  nos  pertenece,  por  todos 
«  los  medios  que  el  Seílor  pone  en  nues- 
«  trasmanos. 

«La  familia  de  Renepont  permanecerá; 
«  reprobada  hasta  la  completa  restitución, 
«  como  una  línea  maldita  de  ese  Cain  d« 
«relapso,  siendo  muy  del  caso  el  que  se 
«(  la  vigile  siempre  forzosamente. 

«  Para  llevarlo  á  efecto  será  urgente  él 
«que  cada  año,  á  contar  desde  hoy,  se 
«  establezca  una  especie  de  pesquisa  sobre 
«  la  posición  sucesiva  de  los  miembros  de 
«  esta  familia.  » 

Jnterrumpiííse  Rodin ,  y  dijo  al  abate 
de  Aigrigny  : 

— Sigue  la  cuenta  dada  año  por  año  de 
la  posición  de  esta  familia  desde  1682  hasta 
^iuestr  s  días.  Creo  que  es  inútil  leérsela 
á  Vuestra  Reverencia. 

— Ciertamente,  repuso  el  abate  de  Ai- 
ígrigny:  e^a  nota  re  ume  bien  los  hechos... 

Después  de  un  momento  de  silencio, 
continuó  con  cierta  espresion  de  orgullo 
triunfante: 

—  ¡Cuan  grande  es  el  poder  di-  la  aso- 
ciación apoyado  en  la  tradición  y  en  la 
/perpetuidad  I...  Gracias  á  la  nota  deposi- 
tada hace  siglo  y  medio  en  nuestro  ar- 
chivo  esa  familia  ha  sido  vigilada  de 

generación  en  generación  ;...  siempre  ha 
'tenido  nuestra  Orden  los  ojos  fijos  sobre 
ella  ,  siguiéndola  á  todos  los  puntos  del 
globo ,  donde  el  destierro  los  ha  disemi- 
nado   lín  fin,  mañnna  entraremos  en 


-posesión  de  ese  crédito,  que  auníjue  poco 
considérable  en  im  principio,  el  trascurso 
<!e  ciento  cincuenta  años  lo  ha  cambiado 

•en  una  fortima  real Si lo  lograre- 

!mos,  pues  creo  haber  visto  todas  las  even- 
tualidades... una  sola  cosa,  sin  embargo, 
me  preocupa  vivanjente. 
— ¿Cuál?  preguntó  Rodin. 


— Pienso  en  las  noticias  que  se  han  tra- 
tado de  obtener,  aunque  en  vano,  del 
guardián  de  la  casa  de  la  calle  de  San 
Francisco.  ¿Se  ha  vuelto  á  intentar  como 
lo  d«'jé  ordenado? 

— Se  ha  intentado. 

—¿Y  qué? 

— Esta  vez,  como  las  otras,  el  viejo 
judio  ha  permanecido  impenetrable;  por 
otra  parte  es  easi  un  bobo  y  su  muger  no 
«s  mas  avisada  que  él. 

— Cuando  pienso,  continuó  el  abate  de 
Aigrigny,  en  que  esa  casa  de  la  calle  de 
San  Francisco  ha  estado  cerrada  y  tapiada 
durante  siglo  y  medio,  y  que  su  guarda 
se  ha  perpetuado  de  generación  en  gene- 
ración en  la  familia  de  los  Samucls,  no 
puedo  creer  que  estos  hayan  ignorado 
quienes  han  sido  y  son  los  depositarios  su- 
cesivos de  estos  fondos  que  se  han  hecho 
inmensos  por  sii  acumulación. 

— Ya  lo  habéis  visto,  dijo  Rodin,  por 
las  notas  del  legajo  de  este  asunto  que  la 
Orden  ha  seguido  siempre  cuidadosamente 
desde  1682.  En  distintas  épocas  se  ha  tra- 
tado de  obtener  noticiaá  sobreesté  punto, 
que  el  padre  Rourdon  dejó  poco  claro; 
pero  esa  raza  de  guardianes  judíos  ha  per- 
manecido muda ,  de  lo  que  ha  debido  in- 
ferirse que  no  sabían  nada. 

— ^Imposible  me  ha  parecido  eso  siem- 
pre... porque  al  fin...  el  abuelo  de  todos 
estos  Samut'ls  asistió  al  cerramiento  de  la 
casa  hace  ciento  cincuenta  años;  y  era,  se- 
gún dice  el  leg-ijo,  el  confidente  ó  criado  de 
Mr.  de  Renepont.  Imposible  es  que  no  es- 
tuviera instruido  de  muchas  cosas  cuya 
tradición  se  habrá  perpetuado  sin  duda  en 
su  familia. 

— Si  me  fuese  permitido  aventurar  una 
pequeña  observación ...  dijo  humildemente 
Kodin. 

—Hablad 

— Hace  muy  pocos  años  que  se  ha  te- 
nido la  certeza ,  por  una  confidencia  de 


ALBUM. 


8:; 


conTosonario ,  de  qiiP  exislian  !îs  fi»ridüá, 
y  que  siibian  á  una  suma  cnorin«>. 

— Sin  duda;  eso  llamó  vivaiiu'iile  la  aten- 
ción delll.  P.  general  sobre  este  asiinlo... 

—  Luego  sabe  lo  que  prubaldeiufM.te 
ignoran  todos  los  descendientes  de  la  fa- 
ntilía  Henepont,  el  inmenso  valor  de  esa 
herencia 

— Si,  respondió  el  padre  de  Aigrigny  , 
la  persona  (|tje  ha  certilicado  el   hecho  á 

su  confesor,  es  digna  de  todií  tTecncia 

tíace  poco  que  lia  renitvado  esta  declara- 
ción... mas  á  pesar  de  haberla  instado  vi- 
vamente su  director,  ha  reusado  el  decla- 
raren uia-iosde  quien  se  hall.ilian  los  fon- 
dos, alirniando,  no  obstante,  que  no  po- 
dían estar  confiados  á  persona  mas  leal. 

— Knlonces  me  parece,  n-puso  Rodin, 
que  hay  una  seguridad  de  lo  mas  impor- 
tante t]ue  debe  saberse. 

— ¿Y  (juién  sabe  si  el  delentor  de  esta 
enorme  suma  se  presentará  mañana  no 
obstante  la  lealtad  (jue  le  atribuyen?  A 
pesar  mió,  mientras  mas  se  acerca  el  mo- 
mento, mayor  es  mi  ansiedad...  ¡Ahí  — 
continuó  el  abate  de  Aigrigny  pasado  un 
momento  de  silencio:  se  trata  de  intere- 
ses tan  inmensos,  que  las  consecuencias 

del  óxilo  pueden  ser  incalculables En 

fin,  al  menos...  se  ha  hecho  cuanto  ha  i>i- 
do  posible. 

Kl  noció  no  respondió  nada  á  estas  pa- 
labras i|ue  le  dirigió  el  padre  de  Aigrigny 
como  pidiéndole  sti  adhesión. 

Mirándole  el  abate  con  sorjucsa  le  dijo: 

— ¿No  sois  de  este  parecer?  ¿ha  podi- 
do hacerse  mas?  ¿no  se  ha  llegado  hasta 
el  Innite  estremo  de  lo  posible? 

Kodin  se  inclinó  respetuosamente,  aun- 
qtie  sin  pronunciar  una  palabra. 

— Si  creéis  que  se  ha  omitido  alguna 
precaución,  esclamó  el  padre  de  Aigrigny 
con  una  especie  de  inquieta  impaciencia  ; 

decidlo Aun  es  tiempo F..0  repito 

¿creéis  que  se  haya  hecho  cuanto  era  po- 


sible? Desviado  lodos  los  descendientes, 
¿no  será  (îabrifl,  al  presentarse  mañana 
'en  la  calle  de  San  Francisco,  el  solo  re- 
presentante de  esa  familia  ,  y  p'<ri  consi- 
guiente el  único  posesor  de  tan  inmensa 
fortuna?  Luego  por  su  renuncia  y  según 
nuestros  estatuios,  no  será  él  quien  la  po- 
seerá sino  la  Orden.  ¿Podia  obrarse  me- 
jor ó  de  otro  modo?  Hablad  con  fran* 
que¿a. 

— No  puedo  permitirme  emitir  una  opi- 
nion en  este  asunto  ,  contefló  liumilde- 
menle  Kodin  inclinándose  de  nuevo;  el 
bueno  ó  el  mal  óxito  responderán  á  Vues- 
tra Uevercncia... 

El  padre  de  Aigrig»y  alzi)  los  hombros 
y  se  reconvino  en  su  interior  de  haber  pe- 
dido consejo  á  aquella  máquina  para  es- 
cribir (jue  le  servia  de  secretario,  y  que 
según  él  no  tenia  mas  que  tres  cualidades, 
memoria,  exactitud  y  discreción. 
XV. 

EL  KSTRANGILADOB. 

Pasado  un  momento  de  silencio  conti- 
nuó el  padre  de  Aigrigny  : 

— Leedme  los  informes  de  hoy  sobre  !a 
siltiacion  de  cada  una  de  las  personas  se- 
ñaladas. 

— Hé  aquí  el  de  esta  noche...  acabo  de 
recibirlo. 

— Veamos. 

llodin  leyó  lo  que  sigue: 

— «  Jaime  Renepont ,  llamado  por  otro 
nombre  Duerme  cn-ciieros,  ha  sido  visto 
en  el  interior  de  la  cárcel,  por  deudas,  á 
las  ocho  de  esta  noche...» 

— Este  no  nos  iníjuietará  mafíana...  Y 
va  imo...  Continuad. 

— «La  superiora  del  convento  de  Santa 
«  María,  advertida  por  la  señora  princesa 
a  de  Saint-Dizier,  ha  creido  deber  encer- 
«  rar  mas  estrechamente  aun  á  las  seno- 
n  ritas  llosa  y  Blanca  Simon.  A  las  nuevo 
«de  esta  noche  se  las  ha  encerrado  en  sus 
«celdas,  y  hasta  mañana  vigilarán  lasron- 


ALBUM. 


«  das  armadas  en  el  jardin  del  convenio.» 

Por  ese  lado  no  hay  nada  que  temer, 

gracias  á  tales  precauciones,  dijo  el  padre 
d' Aigrigny...  Continuad. 

— «  Prevenido  también  el  ductor  líalei-, 
«nier  por  la  princesa  de  Saint-Dizier,  si- 
«gue  haciendo  vigilar  rigorosamente  á  la 
«señorita  de  Cardoville;  la  puerta  de  su 
«pabellón  ha  sido  cerrada  con  llave  ycer- 
«  rojo  á  las  ocho  y  tres  cuartos.» 
— Un  motivo  menos  de  inquietud.... 
: — «  En  cuanto  á  Mr.  Hardy  ,  continuó 
lVodin,he  recibido  esta  mañana  una  carta 
de  Tolosa  escrita  por  Mr.  de  Bressac,  su 
amigo  íntimo,  que  tan  bien  nos  ha  servi- 
do alejando  á  este  noanuíacturero ,  hace 
algunos  dias;  esta  carta  contiene  otra  de 
Mr.  Hardy,  dirigida  á  una  persona  decon- 
íianza.  Mr.  de  Bressac  ha   creido  deber 
nterceptarla  y  enviárnosla  como  una  nue- 
■va  prueba  del  éxito  de  sus  diligencias,  las 
cuales  espera  que  tendremos  en  cuenta, 
añadiendo  que  por  servirnos  ha  engañado 
á  su  íntimo  amigo  del  modo  mas  indigno- 
ropresentando  una   odiosa  comedia.   Así 
pues,  Mr.de  Bressac  no  duda  que  tan  cs- 
celentes  oficios  serán  pagados  enviándole 
k)S  documentos  que  le  colocan  bajo  nues- 
tra absoluta  dependencia,  puesto  que  es- 
tos documentos  pueden  perder  para  siem- 
pje  á  una  muger  casada  que  ama  apasio- 
nadamente  Dice,  en  hn,  que  debe  te- 
nerse lástima  de  la  horrible  alternativa  en 
quo  se  le  ha  puesto,  de  ver  perdida  y  des- 
honrada la  muger  que  adora  ó  de  hacer 
traición  de  una  manera  infame  á  su  ami- 
go íntimo. 

— F,sos  clamores  adúlteros  no  merecen 
ninguna  piedad,  respondió  desdeñoiaitien- 
tc  el  padre  de  Aigrigny.  Por  lo  demás, 

veremos Mr.  de  Bressac  puede  sei  nos 

ülil  todavía.  Pero  leamos  la  carta  de  Mr. 
Hardy,  ese  manufacturero  impío  y  repu- 
blicano, digno  descendiente  por  cierto  de 
tan  maldita  línea,  y  que  tan  importante 
era  alejar. 


— H«^  aqiü  la  carta  de  Mr.  Hardy,  con- 
tinuo Hodin;  mañana  se  hará  llegar  á  la 
persona  que  va  dirigida. 
Uodin  leyó  lo  que  sigvie  : 

«  Tolosa  10  de  febrero. 
«  Por  fin  llega  el  momento  de  escribí-  . 
«  ros,  mi  querido  amigo, jy  de  esplicaros  I» 
«causa  de  mi  repentina  paitida,  que  si  no 
«  ha  debido  inquietaros,  os  habrá  soipren- 
«  dido  al  menos;  os  escribo  también  para 
«pediros  un  favor;  en  dos  |>alnbras,  lié 
«aquí  los  hechos:  á  menudo  os  l)e  habla- 
«do  de  Félix  de  Bressac,  uno  de  mis  ami- 
«  gos  de  la  infancia  ,  aunque  de  bastante 
«  menos  edad  (|ue  yo;  siempre  nos  hemos 
«amado  con  ternura  dándonos  pruebas 
«formales  mutuamente  de  nuestro  afecto, 
«  para  que  podamos  contar  el  uno  con  el 
«otro:  es  un  hermano  para  mí.  Ya  sabéis 
«  lo  que  entiendo  por  estas  palabras.  Hace 
«  muchos  dias  que  me  escribió  desde  To- 
«  losa ,  donde  había  ido  á  pasar  algún 
«  tiempo: 

«Si  ine  amas,  ven,  te  nccesiio Parto 

«al  instante...  Acaso  tus  cousutlan  me  da- 

«  rán  valor  pora  conservar  la  vida Si 

« //e</as(!.<  ya  tarde...  Perdona nw  ,  y  acncr~ 
«dale  ulíjiina  rcz  dd  que  ftaaia  el  ftn  será 
«  tu  mejor  amigo  ». 

«  Vos  juzgareis  cual  seria  mi  dolor  y  mi 
«espanto:  al  instante  pido  caballos;  el 
«  gefe  de  mi  taller,  un  anciano  á(|uien  es- 
«  timo  y  respeto,  padre  del  gt  lierai  Si- 
«  mon,  sabiendo  que  yo  marchaba  al  Mc- 
«  diodia  ,  me  ruega  le  lleve  coiunigo;  yo 
«  debia  dejarle  algunos  dias  en  el  depar- 
«  tamenlo  de  la  Creuse,  dunde  quería  el 
«anciano  ver  unas  máquinas  de  nueva 
«invención.  Consentí  con  tanto  mas  gus- 
«  to  en  este  viaje,  cuanto  que  al  menos 
«  tendría  con  quien  desahogarme  de  la 
«  pena  que  me  causaba  la  carta  de  Bres- 
«  sac. 

«  Llego  á  Tolosa  y  me  dicen  que  ha 
«marchado  la  víspera  llevando  armas  y 


>nh«;a<lo  á  la  nios  \iülcnla  dosospc- 
«  raiioo.  Kii  lin  [irinripio  no  piitl»*  >a- 
«  ber  á  Junde  sv  tialiia  iliri^iilo,  pcTO  ni 
«cal)o  di'  di'S  dias  dtscidiri  á  fiieiza  de 
o  mutilo  Ir.iliajo  (nnsf  hallalja  «?n  un  pue- 
«  bli-cillo  al  iiiif  lui  «Ml  Si'uuitia.  Jamás  tí 
«  unadt'î-espt'rddini  M  nii'j.iiik' :  l'slaha  su- 
n  midu  en  un  atiatiuiicnlu  ^ink>st^o,  su 
«silencio  era  salvaje:  al  priiuipioeasi  me 
«  rechazó;  perú  lligamlo  ;il  colino  su  lior- 
«  rible  dolur  ,  einpizo  a  esplayarse  puCí)  á 
«  poco,  y  al  calnt  de  un  cuarto  de  llora  cayó 
«en  mis  brazos  de.slteclio  en  lágiimas — 
«  Teñid  ásu  lado  las  pi>tolas  raptadas...  ün 
«  dia  ina»  tartle,  aca.-u...  no  hubiera  sido  y  a 
«ijeinpode  salvarle...  No  puedo  deciros  la 
« ■caut.a de sti  horrenda  desesperación,  por- 
«que  no  es  un  secreto  mío;  pero  al  sa 

a  berla  no  me  ha  sorprendido ¿<Jué  os 

'(diré?  Hay  que  hacer  una  cura  couiple- 
a  la.  .\hora  es  necesario  calmar  y  cica- 
«  trizar  el  alma  de  este  pobre  amigo  tan 
«  cruelmente  despedazada.  So!o  es  dado 
«  á  la  amistad  el  emprender  esta  delicada 
«  larea,  y  no  dejo  de  tener  buena  esperan- 
«  za...  Le  he  decidido  á  que  viajemos  por 
n  algiin  tientpo;  el  movimiento  y  la  dis- 

u  tracción  deben  serle  favorables Le 

a  llevo  á  Niza  para  donde  marchamos  ma- 
«  llana....  Si  el  quiere  prolongar  esta  es- 
ocursion  le  complaceré,  puesto  que  mis 
n  negocios  no  hacen  necesaria  en  Paris  mi 
'<  presencia  hasta  fines  del  mes  de  marzo. 

«En  cuanto  al  favor  que  os  pido,  es 
«  coltdicional.  He  aqui  el  hecho  : 

«  Según  algunos  papeles  de  familia  de 
«mi  madre,  parece  que  podia  reportar- 
o  me  cierto  interés  el  hallarme  en  Paris 
«el  13  de  febrero  en  la  calledeSan  Fran- 
u  cisco  número  3.  Aunque  he  procurado 
«  informarme,  nunca  he  podido  saber  mas, 
«  sino  que  esta  casa ,  de  apariencia  muy 
"  antigua  ,  está  cerrada  desde  hace  ciento 
X  cincuenta  años,  por  cierta  rareza  de  uno 
a  de  mis  abuelos  maternos,  y  que  debía 


«7 

«  abrirse  el  13  «le  eslc  nus  en  pre.-encia 
«de  los  euheri'ihros,  «|ii«',  ^i  los  tengo  m«' 
•  son  desconocidos.  N«)  pudiend**  yo  a.<ii>- 
«  tir,  hi>  escrito  al  padie  del  general  Si> 
«  mon,  en  «{Uien  tengo  toda  mi  con(ian/.i, 
«  y  que  se  queiló  en  el  deparlamento  «le 
«la  Creuse,  previniéndole  «|ue  ri  gre»«'  á 
«  Paris,  á  lin  de  encontrarse  en  la  alu  r- 
«  tura  de  la  casa,  no  como  mi  apoderado, 
«  por(|ue  esto  seria  inútil,  sino  como  cu- 
«  rio>o;  y  que  me  haga  saber  en  Niza  li) 
«  que  resulte  de  «'sa  voluntad  romanre%- 
t  ca  de  uno  de  mis  antepasados.  Conio 
«<  podria  suceder  «pie  el  gefe  de  mi  la- 
«  lier  llegue  demasiado  tarde  para  cum- 
«  plir  esta  misión,  us  aj:  a  leceró  infu.ilo 
«  que  tengáis  la  bondad  de  informaros  en 
«  mi  casa  en  el  Plessis,  si  aquel  ha  llega- 
«  do,  y  en  el  caso  contrario  os  ruego  «jiie 
«  le  reemplacéis  á  la  ab.-rtura  de  la  cas.i 
«de  la  calle  de  San  Francisco. 

n  E>loy  sí'giiro  de  que  solo  he  hecho  un 
«  pcíiurño  sacrificio  á  mi  amigo  Bre»sac 
n  en  faltar  de  Paris  este  dia  ;  peroaun<]ue 
«  en  realidad  lo  hubiese  sido  inmenso,  me 
«  congratiilaria  de  ello,  porque  eran  ne- 
«  cesarlos  mis  cuidados  y  mi  amistad  al 
«  que  yo  miro  como  un  hermano. 

«í  Asi  pues,  os  suplico  (¡ue  no  dejéis  d«í 
«  ir  á  la  abertura  de  esa  casa  ,  y  que  os 
«  sirváis  escribirme  á  Niza  el  re>u!tado  de 
'(  vuestra  misión  de  curioso,  etc. 

«  Fra.\<;is<:«>  IIakdy.  » 
—  Aunque  la  presencia  del  padre  d(  I 
mariscal  Simon  á  la  abertura  do  la  casa 
no  deba  ponernos  en  cuidado,  seria  pre- 
ferible sin  embargo  que  no  asistiese,  dijo  el 
padre  de  Aigrigny  ,  pero  no  le  hace;  es- 
tando lejos  Mr.  Hardy,  solo  debemos  pen- 
sar en  el  joven  indio. 

Eq  cuanto  á  este,  continuó  el  abale 
con  aire  pensativo,  se  ha  obrado  con  pru- 
dencia en  dejar  partir  á  Mr.  Norval,  por- 
tador de  los  presentes  de  la  señorita  de 
Cardoville  para  este  príncipe.  El  médico 


88 


AXBÜIH, 


<]ne  acompaña  á  Mr.  Norval,  ^  que  íia 
sido  elegido  por  el  ductor  Baleinier,  no 
inspirará  de  ese  modo  la  menor  sospe- 
cha  

—  Seguramente,  contestó  Kodin.  Sn 
<;arta  de  ayer  es  del  todo  satisfactoria. 

— Asi  pues  tampoco  hay  nada  que  te- 
mer del  príncipe  indio,  dijo  el  padre  de 
Aigrigny ,  toda  va  á  maravilla. 

— En  cuanto  á  Gabriel,  repuso  Uodin, 
ha  escrito  de  nuevo  esta  mañana  para  ob- 
tener de  Vuestra  Reverencia  la  entrevista 
que  solicita  en  vano  hace  tres  dias,  mu- 
cho le  ha  afectado  el  rigor  del  castigo  que 
se  la  impuesto  prohibiéndole  desde  hace 
cinco  dias  que  salga  de  nuestra  casa. 

— Mañana.  ...  al  conducirle  á  la  calle 

de  San  Francisco,  le  escucharé Â  esa 

hora  pues,  dijo  el  padre  de.  Aigrigny  con 
cierto  aire  de  triunfante  satisfacción,  to- 
dos los  descendientes  de  esta  familia  cuya 
presencia  podria  arruinar  nuestros  p^ro- 
yeclos,  están,  en  la  imposibilidad  de  en- 
contrarse mañana  antes  del  mediodía  en 
la  calle  d€  San  Francisco,  por  lo  que  solo 

se  hallará  Gabriel Por  fin  tocamos  aí 

término. 

Dos  golpecitos  dados  discretamente  en 
Ja  puerta  interrumpieron  al  padre  de  Ai- 

— Adelante,  esclamó  éste. 

Presentóse  un  criado  vestido  de  negro, 
y  dijo: 

-T-Abajo  hay  un  hombre  que  desea  ^ha- 
blar con  Mr.  Kodin  de  un  asunto  muy 
urgente. 

- — ¿Su  nombre?  pregunto  el  padre  de 
Aiürigny. 

—No  losé,  pero  lia  dicho  que  viene 

5Íe  parte  d^  Mr.  Josué negociante  ¿le 

ia  isla  de  J.ayja.  .,,.,, 

Él  ^adrtí  de  ^i^ri^nv  y  Rpdiri  se  mira- 
ron con  sorpresa  y  casi  con  terror. 

— Ved  quien  es  ese  íiombre.....  dijo  el 
abate  áuodin  sin  poder  ocultar  su  inquie- 


tud,  y  volved  en  seguidla  adarme  cuenta. 

Después  dirigiéndose  ai  criado  que  saíia; 

—  llacedle  entrar. 

AI  ¿eár  esto  el  padre  de  Aigrigny,  hizo 
cierta  seña  espresira  á  Roditi  y  desapare- 
ció por,  una  puerta  lateral. 

Un  momento  después  pareció  delante 
deliodin,  Faringhea,  el  cx-gefe  de  la  secta 
de  losEstranguladores,  reconociéndole  en 
seguida  por  haberle  visto  en  la  quinta  de 
Cardoville. 

VA  socio  no  pudü  menos  de  estremecer- 
se, pero  pareció  no  querer  acordarse  áe 
este  (  crsonsje. 

Sin  embargo,  inclin-.do  siempre  sobre 
su  escritorio  y  haciendo  como  que  no  veia 
á  Faringhea,  escribió  en  seguida  algunas 
palabras  de  prisa  en  un  pe  azo  de  papel 
C{Utí  tenia  delante. 

— Señor dijo  el  criado  sorprendido 

del  silencio  de  Uodin,  esta  es  la  persona... 

Uodin  cerró  el  billete  que  acababa  de 
escribir  precipitadamente  y  dijo  al  criado: 

— Haced  que  lleven  esta  carta  á  donde 
dice  el  sobre y  que  me  traigan  la  res- 
puesta. 

El  criado  saludó  y  se  fué. 

Entonces  Uodin  sin  levantarse  fijó  sus 
pequeños  ojos  de  reptil  en  Faringhea,  y 
le  dijo  corlesmente: 

— ¿A  quién  tengo  el  iionor  de  hablat*, 
caballero? 

XVJ. 

LUS  DOS  HERMANOS  DE  LA  BDENA  OBRA. 

Nació  Faringhea  en  lu  India,  habia'via- 
jado  mucho,  como  queda  dicho,  y  fre- 
cuentado las  factorías  europeas  de  las  di- 
ferentes parles  del  Asia;  hablaba  bien  eí 
fi;ancés  é  inglés  y  tema  grande  inteligen- 
cia j[  sagacidad ,  pudiendo  decirse  que  era 
completamente  civUlzado. 

En  lugar  de  resjipndtír  á  la  pregunta  de 
ftodín,  le  dirigió  una  mirada  fija  y  pene- 
trante; y  este  impaciente  de  tal  silencio, 
y  ipresibtiendo  coa  lina  yaga  inquietud 


Al.litS'. 


b'J 


-qtio  la  llo^iada  ili>  l'aringliea  tetiia  nlj^iiiia 
relación  dirocta  ó  indirecta  con  el  «loslino 
de  Djalina ,  coiiliiuió  afectando  la  mayor 
sangre  frta. 

—  ¿A  quien  tengo  cI  honor  de  Iiablar , 
caballero? 

• — ¿No  me  reconocéis?  dijo  Fariiifílica 
dando  dos  pasos  liaciala  silla  deltudin. 

—  No  creo  haber  tenido  nunca  el  lio- 
-nor  de  veros,  respondió  este  con  frial- 
dad. 

—  Pues  yo  os  reconozco,  dijo  F.4rin- 
ghea ,  os  \í  en  la  (juinla  de  Cardoville  el 
dia  del  naufragio  del  vapor. 

— ¿Hn  la  quinta  de  Cardoville?  E»  po 

■sible cabillero;   me  enconi.raba  allí 

un  dia  en  que  naufragio  un  inique 

— Y  en  ese  dia  os  be  llainndo  por  vues- 
tro nombre:   vos  me  habris  preguntado 

•<iué  deseaba  obtener  de  vos y  yo  os  lie 

ro>poiidido  :  ahora  nada hermano 

mai  larde  mucha. ...lia  llegadoel  niomen- 
lo....  y  vengo  á  pediros  nmcl»o. 

— Caballero,  dijo  lUidin  siempre  im- 
pasible, antes  de  continuar  esta  conver- 
sación ,  basta  a(]ui  bastante  oscura,  de- 
searwi  saber,  os  repilo,  <;on  quien  tengo 
e\  honor  de  hablar....  Vos  habéis  entra- 
do a.|ui  bajo  preteslo  de  una  comisión  de 
Mr.  Jüsuó  Van-Dael negociante  res- 
petable de  Batavia,  y.... 

— ¿Conocéis  la  letra  de  M.  Josué?  di- 
jo  Fdriii^hea  interrumpiendo  ¿  Kodin. 

— íVrreciamente. 

—  M.rad. 

Y  >dcando  del  bolsillo  ¡a  larga  carta 
<jue  el  meslizo  habia  sustraído  á  Mahal, 
el  contrabandista  de  Java,  después  que 
le  hubo  estrangulado  en  liatavía,  la  puso 
á  la  vista  de  Rodin  sin  sol'arla. 

— Kn  efecto,  es  la  letra  de  Josué,  di- 
jo Uodin  alargando  la  mano  hacia  la  car- 
ta ,  pero  Farmgliea  la  retiró  con  pronti- 
tud y  se  la  metió  en  el  bolsillo. 

— Permitidme  que  os  diga,  caballero, 


«pie  vuestro  modode  hacer  las  comisiones 
es  bien  singular....  dijo  Kodin.  Fsa  carta 
está  (lirijida  á  mi...  y  pucsloqiic  Mr.  Jo- 
sué 08  la  ha  conliado  para  que  me  la  en- 
iTegueis....  deberíais 

—  Esta  carta  no  me  la  ha  confiado. Mr. 
Josué,  interrumpió  Faringhea. 

— ¿Como  ha  llegado  t,iiio  á  vuestro  po- 
der? 

— Me  engañó  uo  contrabandi.slade  Ja- 
va al  que  Mr.  Josué  pagó  el  pasage  para 
Alejandría,  entregándole  esta  caita  con 
el  fin  de  que  la  condujese  hasta  la  mala 
de  Europa.  Yo  he  estrangulado  al  con- 
trabandista,  le  he  quitado  Ja  carta,  he 
hecho  la  travesía —  y  heme  aqui 

El  estrangulador  pronunció  estas  pala- 
bras con  una  jactancia  feroz:  su  mirada 
torva  é  intrépida  no  se  inclinó  ante  la  mi- 
rada penetrante  de  Kodin,  que  á  esta 
confesión  estraña ,  alzó  la  cabeza  viva- 
mente para  observar  á  este  personaje. 

Faiinghea  creyó  sorprender  ó  intimi- 
dar á  Rodin  con  esta  especie  de  feroz  fan- 
farronada; pero  con  grande  admiración 
suya,  el  .socio,  siempre  impasible  como  un 
cadáver,  le  dijo  fan  solo: 

—  ¡Ah!...  ¿  también seestrangula...  en 
Java  ? 

—  "Como  en  otras  partes contestó 

Faringliea  con  una  amarga  sonrisa. 

— No  quiero  creeros;...  pero  noto  en 
vos  una  sinceridad  sorprendente.. . .  ¿  vues • 
tro  nombre? 

— Faringliea. 

— Y  bien,  caballero  Faringhea  ¿qué 
queréis  decir  con  eso?  vos  os  habéis  apo- 
derado ,  por  medio  de  un  crimen  abomi- 
nable, de  una  carta  que  me  pertenece  ; 
ahora  vaciláis  en  entregármela.... 

— Porque  la  he  leído....  y  puede  ser- 
virme de  mucho. 

— ¡  .\h  !  ¿la  habéis  leído?  csclamó  Ro- 
din un  rioco  turbado.   Después  continuó; 
—  verdiidea  (jiu  stgunel  modo  de  entar 
i3' 


'■90 
gatos  de  la  correspondencia  de  otros  ,  no 
hay  que  esperar  una  estremnda  discre- 
ción de  vuestra  parto....  ¡  Y  quó  iiabeis 
leído  que  tan  útil  pueda  seros  en  esa  car- 
ta de  Mr.  Josué? 

— He  leído,  hermano...  que  sois  como 
yo  un  hijo  de  la  Huena  Obra. 

— ¿Deque  Buena  Obra  queréis  liablar- 
-me?  preguntó  Uodin  bástanle  admirado. 

Faringhea  respondió  con  cierta  espre- 
sion  de  amarga  ironía: 

— Josué  os  dice  en  su  carta: 

Obediencia  y  valor ,  secreto  'y  paciencia , 
artificio  y  audacia,  union  entre  vosotros 
que  tenemos  por  patria  el  mundo,  por  fa- 
milia los  de  nuestra  Orden,  y  por  nina 

Boma. 

— Posible  es  que  Mr.  Josué  me  escriba 
itodoeso;  pero  ¿qué  consecuencia  sacáis 
-de  alu',  caballero? 

— Nuestra  Obra,  hermano,  ti^ne  como 
la  vuestra  el  mundo  por  patria;  nosotros 
como  vos  tciu'inos  por  tamiiia  nuestros 
cómplices  y  por  reina  Bohwanie. 

— Yo  conozco  á  esa  santa  ,  dijo  Rodin 
con  humildad. 

— Es  nuestra  Roma  ,  repuso  el  estran 
"iilador;  y  en  seguida  continuó:  Josué 
sigue  liablándos  de  los  de  vuestra  Obra, 
los  cuales  esparcidos  por  la  faz  de  '-^  tier- 
ra trabajan  por  la  gloria  de  Roma  ;  que 
PS  vuestra  Reina.  Los  de  la  nuestra  tra- 
bajan por  su  parte  por  la  de  Bohwanie. 
— ¿Y  quienes  son  esos  hijos  de  Bohwa- 
nie ,  señor  Faringhea? 

— Hombres  resueltos,  audaces,  astutos, 
pacientes,  torcos,  que  para  conseguir  el 
triunfo  de  la  Buena  Obra,  sacrificarán 
su  pais,  su  padre,  madre,  hermanas  y 
hermanos,  y  que  consideran  como  ene- 
migos á  todos  los  que  no  pertenecen  á  su 
secta. 

— Me  parece  que  hay  alguna  cosa  bue 
na  en  ese  espíritu  persistente  y  relijiosa- 
inente  esclusivo  de  esa  asociación ,  dijo 


ikLETJM, 

Rodin  con  air-  modesto  y  beato.  P^w> 
sería  menester  conocer  su  objeto  y  sus 
fines. 

— Del  mismo  modu  que  vos ,  hacemos 
cadáveres. 

— ^¡  Cadáveres  !  esclamó  Rodin. 

—  Josué  os  dice  en  su  carta,  repuso 
Faringhea  :  La  mayor  gloria  de  nuestra 
Orden  es  hacer  del  hombre  un  cadáver. 
Nuestra  secta  hace  otro  tanto.  La  muer- 
te de  los  hombres  es  grata  á  Bohwanie. 

— Pero  advertid,  repuso  Rodin,  qtre 
Mr.  Josué  habla  del  alma^  de  la  voluntad 
y  del  pensamiento,  facultades  que  debo»» 
quedar  aniquiladas  por  la  fuerza  de  la  dis- 
ciplina. 

A  pesar  de  su  aparente  tranquilidad, 
Rodin  no  veia  en  Faringhea  sin  un  se- 
creto temor  mas  que  el  encubridor  de 
una  larga  carta  de  Josvié-en  la  cual  nece- 
sariarrrente  se  trataba  de  Djalma.  Estala 
casi  cierto  de  haber  puesto  al  joven  indk» 
en  la  imposibilidad  de  hallarse  en  Paris 
al  dia  siguiente:  pero  ignorándolas  rela- 
ciones que  en  el  naufragio  habrían  podi- 
do contraer  el  príncipe  y  el  mestizo,  cüh- 
sidera  á  Faringhea  como  un  hombre  su- 
mamente peligroso. 

Rodin  continuó  pues  con  una  especie 
de  ironía  desdeñosa  : 

— Vos  pertenecéis  á  una  secta  homici- 
da de  la  India ,  y  mediante  una  traspa- 
rente alegoría  queréis  darme  que  pensar 
sobre  la  suertedel  hombrea  quien  habéis 
sustraído  las  caitas  que  me  venían  diriji- 
das  ;  por  lo  tanto  me  tomaré  la  libertad 
de  tiaceros  observar  que  nosotros  no  ma- 
tamos á  nadie,  y  que  si  os  ocurre  el  ca- 
pricho de  querer  convertir  á  alguno  en 
un  cadáver  por  amor  de  vuestra  divina 
Bohwanif ,  os  corlarán  la  cabeza  por  el 
de  otra  divinidad  llamada  justicia. 

— ¿Y  qué  me  harían  si  yo  hubiese  in- 
tentado envenenar  á  alguien? 

— Os  advertiré  ademas  que  no  tengo 


'yjfl.yr 


Ti  i 


*ficmpi)  <!o  Iiaroi  ii:itiiiM)  <lij  jutispriMiiii- 
ci.i  criminal,  riiiíaiiu-iih'  os  aociixj')  <Hi<.' 
i'vili'is  la  tfiitaciuri  ile  i-strangiilar  óeiive- 
iw'iiar  ¿  nadie:  por  ñUinio,  ¿(|tit'rc'is  en- 
Irt'garnie  las  i-artas  do  Mr,  Josui^? 

—  ¿Las  rrlalivas  al  priíaipií  Djahna? 
•dijo  el  niosli/.i). 

Y  diciemlii  islo  miró  /Hlriilaincnteá  Uo- 
din,  quion  á  pesar  de  sus  cuidados  per- 
inaiKció  (irme  y  rospuidió  con  la  n>ayor 
sencillez: 

— Como  igiuiro  el  conlenido  de  las  car- 
tas que  leñéis  en  vuestro  poder,  tne  es 
imposible  responderos.  Os  niego,  ó  por 
mejor  decir,  exijo  (jueme  entreguéis  e>aí 
cartas tS  (jul*  salgáis  de  a(|ui. 

— Hermano,  no, pasarán  tnuclios  mi- 
nutos sin  que  njc  supliquéis  (¡ue  Mié  quede. 

— Lo  dudo. 

— Pocas  palabras  serán  suficientes  para 
liacer  este  milagro.  Si  os  he  liablado  de 
envenenamiento,  la  razón  es,  hermano 

mió,  (]uc  habéis  en\iado  un  médico 

al  palacio  de  Cardoville  para  envenenar... 
momentáneamente  al  príncipe  Djalma. 

Rodin  se  estremeció  un  poco  involun- 
tariamenle,  y  repuso: 

— No  os  entiendo. 

— Tenéis  razón;  yo  soy  «m  eslrangero 
que  sin  duda  tiene  algún  acento;  .sin  em- 
bargo procuraré  esplicarme  nu'jor.  Sé  por 
las  cartas  de  Josué  cuanto  intci'és  tenéis 
en  que  Djalma  no  se  halle  aquí ma- 
ñana,  y  todo  cuanto  habéis  hecho  para 

conseguir  este  objeto ¿Me  entendéis 

ahora? 

— No  tengo  nada  que  responder  á  eso. 

Dos  golpes  que  dieron  á  la  puerta  in- 
terrumiiieron  la  conversación. 

— Adelante,  dijo  Rodin. 

— La  carta  ha  sido  entregada,  dijo  un 
criado  viijo  al  entrar;  aqui  está  la  res- 
puesta. 

Rodin  lomó  el  papel  y  antes  de  desdo- 
blar o  dijo  á  Faringh  a  : 


— (Ion  vuestro  perm'so. 

— No  os  incouioilei»,  respondié  el  mes- 
tizo. 

—  Sois  demasiado  bondadoso,  repU'O 
Rodin,  (]uien  después  de  haln-r  leid  »  es- 
cribió rápidaineiile  algunas  palabras  al  pié 
de  la  respui.'sta  t|iic  acjbabaii  de  Iraerli', 
y  dij>)  al  criado  devolviéndole  el  pa[)el. 

— Volved  á  llevar  esta  carta. 

El  criado  se  inclinó  respetuosamente  y 
desapareció, 

— ¿Puedo  continuar?  preguntó  el  mes- 
tizo. 

— Con  toda  libertaJ. 

— .\ntes  de  ayer,  >iguió  Faringlua,  en 
el  monu-nto  en  cjue  el  príncipe,  á  pesar 
de  su  herida ,  iba  ,  por  con^ej.)  mió,  á  sa- 
lir para  Paris,  llegó  un  soberbio  coche 
con  magnílicos  regalos  destinados  á  Djal- 
ma y  enviados  por  un  desconocido.  I*"n 
-este  coche  venían  dos  hombres;  el  uno  do 
parte  del  desconocido;  el  otro  era  lui  mé- 
dico   que  vos  enviabais  para  cuidar  a 

Djalnfa  y  para  acompafiarie  en  su  viage 
hasta  París.  Esto  es  una  cosa  caritativa, 
¿no  es  \erdad  ,  hermano  mío? 

— Continuad  vuestra  historia. 

— Djalma  parti(')  ayer.  El  médico  de- 
claró (jiie  la  herida  del  príncipe  em[)eo- 
raria  si  no  iba  echado  en  el  coche;  asi  crey«'> 
desembarazarse  del  desconocido,  quion 
por  su  parte  salió  ant(S  para  i'aris:  des- 
pués quiso  alejarme  á  mi;  pero  [)jalnia 
insistió  en  lo  contrario,  y  el  médico,  el 
príncipe  y  yo  nos  pusirios  jtuilos  en  ca- 
mino. Ayer  noche  estábamos  á  la  milad 
del  camino,  cuando  el  médico  declaró  que 
era  necesario  detenerse  en  una  posada, 
pretendiendo  que  había  tiempo  suncicnlc 
para  llegar  París  el  día  siguiente  en  la  no- 
che. Pero  el  príncipe  declaró  que  (¡ueria 
absolutamente  llegar  en  la  noche  del  12. 
El  médico  hizo  los  mayores  esfuerzos  para 
partir  solo  con  el  príncipe;  pero  yo  sabia 
por  la  carta  de  Josué  que  teníais  grande. 


92  Al-BUltl. 

interós  en  que  Djalim  no  se  liallase  aíjiii 
•el  13:  esto  me  dio  algunas  sospechas  y 
•prcgunlé  al  médico  si  os  conocía:  respon- 
dióme algo  embarazado,  lo  cual  hizo  ccn- 
Tertir  mis  sospechas  en  certezas.  Cuando 
llegamos  á  la  posada  y  mientras  que  el 
módico  estaba  cuidando  á  rjalnia ,  subí 
al  cuarto  del  doctor  y  exauiiné  su  casa 
que  estaba  llena  de  frascos:  uno  de  estos 
•contenia  opio y  adiviné. 

— ¿Qué  adivinasteis? 

— Voy  á  dec¡r(slo.  El  médico  dijo  á 
Djalma  antes  de  retirarse:  «  Vuestra  he- 
rida no  va  mal,  pero  la  fatiga  causada  por 
el  viaje  podria  inflamarla,  por  cuya  razón 
tío  seria  malo  lomar  mañana  por  la  ma- 
lla una  poción  calmante  qiie  voy  á  pre- 
parar esta  noche  para  tenerla  dispue>ta 
en  el  coche.  »  El  cálculo  del  médico  era 
muy  sencillo;  á  la  mañana  siguiente,  que 
i'fa  (Kecisamente  el  dia  de  hoy,  elprínci 
pe  tomaria  la  poción  á  las  cinco  de  'a 
tarde  y  de  sus  resultas  se  dormiría  pro- 
fundamente^ Entonces  haría  suspender  el 
\iaje  pretestando  algún  cuidado  y  decla- 
rando que  había  una  absoluta  imposibili- 
-dad  en  continuarlo  :  en  esto  se  pasa- 
ba la  noche  y  haría  prolongar  el  sueño 
todo  el  tiempo  conveniente.  Tal  era  vues 
tro  designio;  me  ha  parecido  hábil  y  por 
lo  tantj  he  querido  que  me  sirviese  y  lo- 
<lo  nui  ha  salido  á  medida  del  deseo. 

— Todo  eso  qtie  estais  diciendo,  es  he 
breo  para  mí,    saltó  llodin  mordiéndose 
'las  uñas. 

— Tal  vez  á  causa  de  mi  acento,  no  es 
verdad?  Pero  decidme, ¿conocéis el arrai/ 

911011' 1 

— No. 

— No  importa,  yo  os  lo  diré,  líl  array 
tnow  es  una  admirable  producción  de  la 
isla  de  Java,  fecunda  en  tósigos. 

— ¿Y  eso  qué  me  importa?  dijo  Rodín 
con  voz  breve  y  casi  sin  poder  disimular 
su  ansiedad  que  iba  cada  vea  en  aumento. 


— Al  contraría,  os  importa njucho.Tío- 
sotros  los  hijos  -de  Bohwanie  nos  horrori- 
zamos de  derramar  sangre,  repuso  Faring- 
hea  ,  y  para  echar  impunemente  el  lazo 
al  cuello  de  niR'Sfras  víctimas  esperamos 
à  que  estén  dormidas.  Cuando  su  sueiïo 
no  es  bastante  profundo,  lo  aumentamos 
segHn  nos  parece;  en  esto  somos  muyhá- 
hilos".  fio  liay  serpiente  que  sea  mas  astu- 
ta, ni  león  mas  audaz.  Djalma  lleva  nues- 
tra marca.  V.\  array  ntow  es  un  polvo im- 
pal|iab!i%  y  haciendo  re>p¡rar  una  corta 
dosN  duriu.te  el  sueño,  o  mezclándola  con 
el  tabaco  dii  una  pipa  cuando  se  esté  des- 
pierto. So  hace  caer  á  la  víctima  en  un  le- 
targo del  que  nada  puede  sacarla.  Sihay  te- 
mor de  siiministrar  en  una  sola  vez  una 
dosis  demasiado  fuerte,  la  hacemos  aspi- 
rar muchas  veces  durante  el  sueño  y  asi 
poik-mos  di'jar  sin  riesgo  á  un  hombre, 
tanto  tiempo  cuuio  se  ([uiora  sin  comer  ni 
beiier...  por  (jiTüplo  30  á  M)  horas:  ya 
\ei,-;  cuan  conuin  es  el  usodelrjpioeiK.om- 
paiacion  de  este  divino  narcótico.  Yo  trai- 
go de  Java  ciL-ita  cantidad  ,  solo  por  ciuio- 
sidad...  y  sin  olvidar  el  cniítraveneno. 

— ¡Ah!  ¡con  (¡uc  hay  una  contravene- 
no? dijo  maíjuinalrrente  Uodin. 

— Del  niísmo  modo  que  hay  gentes  en- 
teramente contrarias  á  lo  que  somos  no- 
sotros los  hermanos  de  la  buena  Obra..., 
Î.OS  naturales  de  Java  llaman  Touvoe  al 
jugo  de  esta  raix,  el  cual  disipa  el  letargo 
causado  por  el  array  //íoíc,  del  mismo  mo- 
do tjue  el  sol  d¡^i|)a  las  nulies.  Ayer  noche 
estando  yo  persuadi<io  de  los  proyectos  de 
vuestro  emisario  sobre  Pjalma  ,  esperé  á 
(jue  el  UíéJico  se  acostase  y  qtiedase  dor- 
mido... Ütspu(!S  me  introduje  arrastrando 
en  SU  cuarto  y  le  hice  aspirar  cierta  dosis 
de  este  narcótico,  en  términos  que  toda- 
vía debe  estar  durmiendo... 

—  ¡Desgraciado!  esclamó  Rodin  cada 
voz  mas  asustado  con  la  relación  de  Fa- 
ringlica,  porque  eíle  daba  un  golpe  terri- 


ALKUM 

ble  á  las  maquinaciones  del  socit»  y  de  si^ 

adeptos Os  habeii  ospuesto  á  cnvcne 

nar  al  médico. 

— Del  mismo  modo  que  este  se  esptiso 
á  enrenenar  á  Djaltna,  herm.ino.  Kr»  lin 
esta  mañaita  salimos  dejando  al  mrdico 
sepultado  en  un  profundo  sueno.  Djalma 
y  yo  estábamos  solos  en  el  coche,  el  prín- 
cipe fumaba  como  un  verdadero  indio  en 
su  pipa,  y  habiendo  yo  echado  un  poco  de 
nrray  moic  se  quedó  ligeramente  dormi- 
do :  á  esta  hora  está  ,en  la  posada  donde 
«os  apeamos.  Ahora,  hermano,  solo  de- 
pende de  mí  dejar  á  Djalma  en  su  letargo 
que  durará  hasta  mañana  por  la  noche... 
ó  de  sacarle  de  é\  al  instante.  Asi,  según 
el  ánimo  que  tengáis  de  satisfacer  ó  no  á 
mi  petición,  Djalma  podrá  ú  no  encontrar- 
se mañana  en  la  calle  de  San  Francisco 
tuímero  3, 

Diciendo  esto,  Faringhea  sacó  de  sii  bol- 
sillo la  medalla  de  Djalma,  y  díj(>á  Uodin 
enseñándosela  : 

— Ya  veisque  he  dicho  la  verdad.  Mien- 
tras Djalma  dormía  le  he  cojido  su  meda- 
lla ,  único  indicio  que  hay  d<íl  sitio  donde 
debe  hallarse  mañana  :  así  concluyo  por 
donde  he  empezado  al  deciros:  «  Herma- 
no, vengo  á  pediros  mucho.» 

Hacia  algunos  momentos  que  Uodin, 
según  costumbre  cuando  se  hallaba  sumi- 
do en  una  violenta  tlisesperacion  ,  se  es- 
taba mordiendo  las  uñas  hasta  hacer  sal- 
tar la  sangre. 

Vm  este  momento  se  oyeron  tros  cam- 
panillazos  dados  á  ciertos  intervalos  y  de 
un  modo  particular. 

Uodin  no  pareció  advertirlo,  y  sin  em- 
bargo sus  ojos  se  animaron.  —  Mientras 
que  Faringhea  le  miraba,  con  lt)s  brazos 
cruzados  y  de  un  modo  desdeñoso ,  el  so- 
fio  bají)  la  cabeza  y  se  quedó  en  silencio, 
lomó  maquinnlmente  una  pluma,  mordió 
algunos  instantes  las  barbas rellexionando 
en  lo  qiie  el  mesti/o  acababa   de  decirle. 


93 


Kn  íin  soltando  de  pronte  la  pluma  se  vol- 
vió á  Faringhea  y  le  dijo  con  el  mayor  des- 
precio : 

— ¿Creéis,  amigo,  venir  á  burlaros  de 
las  gentes  con  vuestras  pretendidas  histo- 
rias? 

Kl  mestizo  atónito  á  pesar  de  su  auda- 
cia   retrocedió  algunos  pasos. 

— ¡Cómo!  repuso  Rodin,  ¿venís  á  una 
casa  respetable  para  hacer  alarde  d«  ha- 
ber sustraído  una  correspondencia,  estran- 
gulado á  unos,  y  envenenado  á  otros?  Eso 
es  un  delirio:  he  querido  escucharos  has- 
ta el  fm  para  ver  hasta  donde  llega  vues- 
tra audacia...  porque  es  menester  ser  un 
monstruo  para  venir  de  ese  modoá  lison- 
jearse de  haber  cometido  semejantes  crí- 
menes. Supongo  que  esto  solo  existía  en 
vuestra  imaginación. 

Uodin,  al  pronunciar  estas  palabras  con 
cierta  viveza  qtie  no  le  era  natural,  se  le- 
vantó y  se  acercó  poco  á  poco  á  la  chime- 
nea, al  mismo  tiempo  que  Faringhea,  el 
cual  no  volvía  en  sí  de  su  espanto,  le  con- 
templaba en  silencio:  al  cabo  de  algunos 
instantes,  le  dijo  con  aire  sombrío  y  feroz: 

— Cuidado  hermano,  no  me  obliguéis  á 
probaros  que  i\e  dicho  la  verdad. 

— Confieso,  saltó  Uodin, que  es  menes- 
ter venir  de  los  .\ntípodas  para  creer  que 
los  franceses  se  d»*jan  engañar  tan  fá- 
cilmente. Habéis  dicho  que  tenéis  la  pru- 
dencia de  una  serpiente  y  el  valor  de  un 
león.  Por  mi  parte,  ignoro  si  sois  un  león 

valiente,  pero  en  cuanto  á  prudencia 

lo  niego.  jComo!  ¿tenéis  en  vuestro  poder 
lina  carta  de  Josué  que  puede  comprome- 
terme (suponiendo  que  todo  esto  sea  ver- 
dad), el  príncipe  Djalma  está  sun)ido  en 
un  profundo  sueño  (|ue  puede  coadyuvar 
á  mis  proyectos  y  del  cual  solo  vos  podéis 
sacarle;  podéis,  según  decís,  dar  un  golpe 
terrbile  á  mis  intcroscs,  y  no  reflecsio- 
nais  que  lo  que  yo  (juiero  es  ganar  única - 
meiili-  -ii  liora>?  ¿Llegáis  á  París  desdo 
•21' 


94 


ALBUM. 


cl  '^fondo  de  la  India,  sois  esfrangcro  y 
desconocido  de  todos,  y  me  creéis  tan 
malvado  como  vos  ,  supuesto  que  nie  Ma- 
rnais hermano,  sin  jK'nsar  que  estais  aqui 
bajo  mi  férula,  que  esta  calle  es  solitaria, 
la  casa  aislada,  y  que  en  el  momento  que 
quiera  puedo  tener  á  mi  disposición  Ireo  ó 
cuatro  personas  copares  de  maniatarosen 
un  segundo,  por  estrangul.! Jor  queseáis? 
Con  solo  tirar  del  cordon  de  la  campanilla 
sqís  perdido,  añadió  Uodin  ,  cojiendo  el 
llamador.  Pero,  no  ten)ais,,  prosiguió  con 
una  sonrisa  diabólica»  viendo  que  Farin- 
ghea  hizo  un  movimientode  sorpresa  y  de 
terror.  ¿Creéis  acaso  que  os  advertirla  si 
yo  quisiese  poner  en  ejecución  lo  que  es- 
toy diciendo?  Veamos,  responded.  Atado 
y  puesto  24  horas  en  sílio  seguro  ¿como 
;podriais  perjudicarme?  ¿no  me  seria  fácil 
etttonces  apoderarme  de  los  papeles  de  Jo- 
sué y  delamedüüade  Djalma?  Ya  lo  veis, 
vuestras  amenazas  son  inútiles....  porque 
se  fundan  en  mentiras  y  porque  no  es  ver- 
dad que  el  príncipe  está  aqui  y  en  vues- 
tro poder....  SaüJ  de  aqui,  y  otra  \ez 
cuaodo  queráis  embaucar  á  las  gentes, 
escojedlas  mejor. 

— Voy  á  marcharme,  respondió  Farin- 

ghea,  pero  antes,  oid  una  palabra su 

puesto  qwe  creéis  que  miento. 

— Estoy  s(guro  de  ello;  habéis  venido 
á  contarme  una  multitud  de  fábulas,  y 
ya  he  perdido  mucho  tiempo  en  escucha- 
ros.... os  dispenso  de  lo  demás ya  es 

tarde ,  y  os  suplico  que  me  dejéis  solo. 

— Solo  me  detendré  un  minuto....  veo 

que  sois  un  honibre  á  quien no  debe 

ocultársele  nada,  dijo  Faringhea:  á  estas 
horas  no  puedo  ir  á  esperar  de  DjaltJia 
mas  que  una  especie  de  limosna  porijueir 
á  un  hombre  de  su  carácter  «dadme  mu- 
cho pues  pudiendo  venderos  no  lo  he  he- 
dió »  seria  atraerme  su  encono  y  su  des- 
precio. Veinte  veces  hubiera  podido  ma- 
tarle, pero  todavía  no  ha  llegado  la  hora, 


dijo  el  estranguiador  con  aire  sonibrio,  ^ 
para  esperar  ese  momento  y  otros  mas 
fimestos  aun,  necesito  oro,  mucho  oro... 
V^os  solo  podéis  dármelo  pagándome  mi 
traición,  porque  esta  solo  á  vos  puede  se- 
ros útil.  Os  negáis  á  oirme  porque  creéis 
que  miento.  8é  las  senas  de  la  podada 
donde  nos  hemos  apeado;  vedlas  aqui.; 
enviad  un  hombre  para  que  se  cerciore  de 
loque  he  dicho,  y  entonces  daréis  mas 
crédito  á  mis  palabras  ;  pero  el  precio  de 
mi  traición  será  subido;  ya  os  he  di  choque 
pediré  mucho. 

Al  pronunciar  estas  pa^braíFaringlie» 
presentó  á  Rodin  un  impreso. 

— Tomadle ,  y  cercioraos  de  que  no 
miento. 

—¿Que  es  esto?  saltó  Rodin  echando 
con  descuido  una  mirada  en  el  impreso 
que  leyó  con  ansiedad ,  pero  sin  locarlo. 

— Leedlo,  repitió  el  mestizo,  asi  podréis 
cercioraros  de  que..  . 

— Verdaderamente,  repuso  Rodin  se- 
parando el  impí  eso,  vuestra  impudencia 
me  confunde.  Os  repilo  que  no  (juirto  (•- 
ner  nada  que  ver  con  vuestra  [nrsona  ,  y 
por  la  úitiuia  vez  os  aconsejo  que  os  leti- 

réis Ignoro  quien  es  el  príncipe  Ojal- 

ma Pretendéis   que   podéis  hacerme 

mal....  no  temáis  nada,  haced  lo  que 
queráis,  pero  por  el  amor  del  cielo  salid 
de  aqu'.. 

Y  diciendo  esto,  Rodin  tiró  fuertemente 
del  cordon  de  la  campanilla. 

Faringhea  hizo  un  movimiento  como 
queriendo  ponerse  en  defensa. 

En  este  momento  se  presentó  un  criado 
viejo. 

— l.iipierre...  alumbrad  al  señor,  ledi- 
jo  Rodin  señalándole  á  Faringhea. 

Este  á  quien  la  calma  de  Rodin  llegó  á 
imponerle,  .no  sabia  que  hacer. 

— ¿Que  esperáis?  le  dijo  Rodin  que  ad- 
virtió su  inquietud  y  sus  dudas;  deseo  es- 
lar  solo. 


VLBVII. 


^. 


— -¿t^on  qiu'  rt'Iuisais  niw  ofi'rla>?  It^fli- 
jo  |)(>r  último  il  mr>tizorctir;índosi'!('¡ita- 
fiM'iil»»  y  acidanilo  liara  atrás.  ¡Cuidado, 
mañana  scr.-^  ya  tardf! 

— Fflici  Md<s ,  amigo  mió , 't*  respondió 
Hodin  incKiiáiidosc. 

Fl  estraii¡;iilador  sp  marchó. 

La  puerta  volvió  á  cerrarse. 

Al  cabo  de  un  corlo  momento  se  pre- 
sentó elpadrede  Aiyrigny  con  el  semblan- 
te páüdo  y  de>lif;urado. 

— ¿t^íue  habéis  hecho?  esclamó  diri- 
giéndose a  Uoilm.  Todo  lo  lie  oido.  Estoy 
persuadido  de  que  ese  miserable  decia 
verdad:  el  indio  está  bajo  su  férula  y  aho- 
ra va  á  su  casa. 

—  No  lo  creo  asi,  dijo  humildemente 
Rodil)  iticl.itiánduse. 

— ¿Y  tji.ien  podrá  impedírselo? 

— Permitidme (Cuando  lun  intiodu 

cido  aquí  á  ese  malvado,  le  nc  reconocido 
al  inslanle;  asi  es  que  antes  de  hablar  con 
él,  he  escrito  cuatro  palabras  á  Morokque 
esperaba  las  órdenes  de  V.  U.  tn  la  sala 
baja,  en  compafíia  de  (loliat:  durante  el 
curso  de  la  coovcisacion,  y  al  instante 
qii.'  me  trajeron  su  respuesta  le  he  vuelto 
á  escribir  dándole  nuevas órdt.'.- s  y  vien- 
do el  !>es^o  (|ue  lomaban  las  co^ó  . 

— ¿Y  á  qué  viene  todo  eso  nue^to  que 
este  hombre  acaba  de  salir  de  aiiui? 

— \  uesira  Reverencia  habrá  observa- 
do que  solo  lo  ha  liccho  después  que  yo 
he  leído  las  señas  de  la  posada  donde  está 
el  indio.  Si  Faringl.ea  no  lo  hubiera  he- 
cho a«.i,  hubiera  caído  en  manes  de  fîo- 
lial  y  de  Muruk  que  le  esperaban  en  la 
calle  y  á  dos  pasos  de  la  puerta.  Sin  esta 
precaución  nos  hubiéramos  visto  muy  em- 
barazados ignorando  el  sitio  donde  habita 
Itjalma. 

—  ¡Siempre  la  niis.na  violencia!  dijo 
d'Aigrigny  con  repugnancia. 

— Ks  sensible,  mtiy  sensible,  repuso 
Rodin ,  pero  ha  sido  necesario  seguir  el 
sistema  adoptado  hasta  aqui. 


— ¿(Juereis  reconvenirme?  dijo  el  Pa- 
dre de  Aigrigny  que  empezaba  á  coimíCí  r 
(jue  llodin  era  otra  cosa  difi-renle  que 
una  má({uina. 

— Nunca  me  aln  vería  á  esa  senrejan- 
le,  dijo  Rodin  in(liiián<lose  casi  ha«.|a  »l 
suelo;  lo  que  se  trata  es  lioicamenlc  de 
detener  á  este  hombro  veinte  y  cuatro 
horas. 

— ¿Y  después?  ¿Y  si  se  queja? 

— Semejantes  bandidas  no  se  atrevrn 
nunca  á  quejarse:  ademas,  ha  salido  de 
aqui  con  toda  libertad  :  Morok  y  Cioliüt 
le  taparán  los  ojos  después  de  haberse 
apoderado  de  él.  La  casa  tiene  una  en- 
trada por  la  culU'  virja  de  lus  Ursinos,  y  á 
tala  hora  y  con  el  huracán  que  hace,  el 
barrioestá  enteramente  desierto.  Le  \u>i\- 
dráii  en  una  cueva  de!  edificio  nuevo;  y 
mañana  por  la  noche,  á  la  misiiia  hora  , 
se  le  dará  iibeitad  con  iguales  precau..io' 
nes.  Ln  cuanto  al  indio,  ya  sabemos  don 
de  se  le  haliará  :  ahora  debemos  enviar 
una  persona  de  confianza ,  y  si  sale  de  sii 
letargo....  hcy  un  medio  muy  «^etícillo  y 
sobre  todo  nada  violento,  á  lo  que  yo  creo, 
de  ab'jnrie  durante  el  dia  de  mañana  de 
la  calle  de  S.  Francisco. 

Eu  este  móntenlo  volvió  a!  gabinete  el 
mismo  ciiado  que  había  acompañado  a 
Faringhca  al  enirar  y  al  salir  dopues  de 
haber  llamado  discretamente:  tiaia  una 
especie  de  saco  de  uamii/a  (¡ue  entregó  u 
Rodin  diciéndole  : 

— Hé  aqui  lo  que  acaba  de  traer  Morok; 
ha  eitrado  por  la  calle  Vieja. 

Kl  criado  voUió  á  salir. 

Rodin  abrió  el  saco  y  dijo  al  Padre  de 
Aigrigny  enstñándole  los  siguientes  ob- 
jetos : 

— La  meda'la  y  la  carta  de  Josué.  .Mo- 
rok ha  sido  diestro  y  espedito. 

— Otro  riesgo  evitado,  dijo  el  marqués: 
es  sensible  lener  que  recurrir  á  semejan- 
tes medios. 


96 


ALBUM. 


— ¿A  quién  se  dvben  achacar  sino  al 
miserable  que  nos  poni'  en  la  précision  d*» 
valerse  de  ellos?  Vuy  á  enviar  al  instante 
un  homtire  á  la  posada  del  indio. 

— Y  á  las  siete  de  la  mailana  conduci- 
réis á  Gabriel  á  la  calle  de  San  Francisco, 
dundo  lü  hablaré ,  al  cabo  de  tres  días 
que  tiene  solicitada  esta  conversación. 

— Ya  le  he  avisado  esta  noche  y  no  íal 
tara. 


— En  fin  repuso  el  marqués,  al  cabo 
de  tantas  luchas  y  temores,  después  de 
tantos  contratiempos,  solo  nos  separan 
pocas  lloras  del  momento  solemne  que 
tanto  tiempo  hemos  esperado. 


Vamos  á  conducir  al  lector  á  la  casa  de 
la  callo  de  San  Francisco. 


EL.  13  IIE  FEBRERO. 


XVII. 

LA  CASA  DE  LA  CALLE  DE  SAN  FRANCISCO. 

Rntrando  en  la  calle  de  San  Gervasio 
por  la  Dorada  (en  el  Marais)  se  veia  en 
la  época  de  estos  sucesos  una  pared  de 
una  altura  enorme,  cuyas  negras  y  car- 
comidas piedras  manifestaban  bastante  la 
antigüedad  de  su  fecha  ;  esta  pared ,  que 
se  prolongaba  por  casi  toda  la  estension 
de  aijuella  calle  solitaria  ,  servia  de  para- 
peto á  ima  azotea  coronada  de  árboles  se 
otilares  plantados  de  aijiiel  modo  á  cua- 
renta pies  de  elevación  sobre  el  nivel  del 
empedrado  :  en're  sus  espesas  ramas  se 
veia  el  frontis  de  piedra  ,  el  techo  agudo 
y  las  grandes  chimeneas  de  ladrillo  de  una 
antigua  casa  cuya  entrada  estabü  situada 
en  la  calle  de  San  Francisco  número  3, 
no  lejos  de  U  esquina  de  la  calle  de  San 
Gervasio. 

Nada  mas  triste  que  el  esterior  de  aquel 
cdilicio;  por  aquel  lado  se  componía  de 
una  pared  muy  elevada ,  en  la  que  se 
veian  dos  ó  tres  claraboyas,  especie  de 
troneras,  armadas  de  formidíiibles  rejas 


de  hierro.  Una  puerta  cochera  de  encina 
m.aciïa  con  barras  de  hierro,  daveteada 
en  tuda  su  estension  y  cuyo  color  primi- 
tivo liabia  sido  sustituido  con  una  espesa 
mano  de  lodo,  de  polvo  y  molió,  se  adap-' 
taba ,  formando  bóveda ,  al  arco  de  un 
semicírculo;  en  una  de  las  espaciosas  lió- 
las de  esta  maciza  puerta  se  abría  un  pos- 
tigo que  servia  de  entrada  al  judio  Sa- 
muel ,  conscrge  de  esta  sombría  habita- 
ción . 

Kn  el  inferior  seguía  una  bóveda  for- 
mada por  el  edificio  que  daba  á  la  calle, 
y  en  el  cual  se  hallaba  la  habitación  de 
Samuel,  cuyas  ventanas  se  abrían  sobre 
un  patio  interior  muy  estenso  dividido  por 
una  verja  á  cuya  parle  opuesta  habia  un 
jardín. 

En  el  centro  de  este  se  veía  una  casa  de 
piedra  de  dos  pisos,  y  la  entrada  era  tan 
dita,  que  era  preciso  subir  veinte  escalo- 
nes para  llegar  á  la  puerta  (|ue  estaba  ta- 
piada cincuenta  años  hacia. 

Los  postigos  de  las  ventanas  de  esta  ha- 
bitación habían  sido  reemplazados  porenor- 
mes  placas  de  plomo,  herméticamente  sol- 


Al. i  m*. 


07 


(^jJas  y  aseguradas  á  ÍiktIi's  miros  dü 
Ifiierrü  tM>;'arzdfl'>>  en  la  pií-dra.  (¡on  <M  (ib- 
ji'lü  do  inlerci'|)lar  el  aire  y  la  Iti/.  y  de 
ovilar  ciiali^uier  degradación  iiileiiorn  es 
terior ,  liabían  cubierto  el  tedio  e<iii  otras 
placas  de  plomo,  i¡j;nalmeMlo  (|iie  !.l^  l)o- 
CJS  de  las  altas  cliiineiieas  de  ladrillo,  las 
ciialoá  Ijaliiaii  b'uk»  de  aiileinano  la^jiadas 
y  cerradas. 

licúales  preeauciiMies  so  lial>iaii  tviiuado 
con  lili  poiiueiu)  mirador  cuadrado  qtre 
coronaba  la  casa,  cubriendo  mi  cavidad  con 
una  esni'cie  de  capa  soldada  a!  leciio.  Las 
cuatro  placas  de  plomo  (]ue  cubrían  los 
contados  de  este  mirador,  correspondían 
exaclnmeiite  á  li)s  cuatro  pilotos  eardina- 
Ic^  y  estaban  taladradas  con  siete  agujeros 
redondos,  dispuestos  en  foroia  de  cruz, 
que  se  (bslínguian  perfectamente  desde 
afuera. 

tíracias  á  estas  precauciones  y  á  la  só- 
lida'construcción  del  edificio,  apends  lia- 
liia  sid>)  necesario  hacer  algunas  couí pos- 
turas esleriores,  y  lus  cuartos  enteramen- 
te libres  de  la  infliiüiioia  del  aire  eslerior, 
debían  estar  hacia  un  siglo  tan  intactos 
c<jmo  cuando  los  cef rafon. 

\'A  aspeclode  las  paredes  cuarteadas,  de 
los  postigos  carcor.iidos  y  rotos,  de  un  te- 
cho medio  hendido,  de  las  ventanas  llenas 
(\c  pariel.rria  ,  liubiera  sido  tal  vez  menos 
Irislo  íjue  la  vista  de  esta  casa  de  piedra 
ílifi-ndids  con  el  hierro  y  con  el  plomo  y 
onsdBV'.Tca  como  si  fuera  un  sepi¡l  ro, 

Kl  jaidiii  completainente  alntid  mndo  y 
rn  elfjiii'  s  do  entraba  el  judío  Samuel  pa- 
ra hacer  cada  ocho  días  una  pisquisa  j^re- 
sejitaí)a,  pnrticularrnent  •  en  verano,  una 
iiicrcible  pri»fusíon  de  plantas  y  de  male- 
y.a.  Los  árboles  sin  cuidar  habian  estendi- 
íJo  y  mezclado  por  todas  parle?» sus  ramas: 
algunas  parras,  reproducidas  en  varios  si- 
tíos,  elevaban  sus  troncos  y  cubrían  la  su- 
perficie eslerior  con  susinnunierables  sar- 
mientos. 


Imposible  era  atrav»>var  e5tcíins']ue  tír- 
peii ,  sino  por  un  send-ro  hecho  por  el 
suarda  y  <|ue  conducía  desde  la  verja  has- 
ta la  casa,  cuyas  inm<'diaciones  formaban 
plano  inctinado  para  hacer  escurrir  las 
aguas  y  habian  sido  cuidadosamente  en- 
losadas en  una  eslension  de  dos  pies  de 
ancho. 

Había  tambieitolro  caininitn practicado 
alrededor  de  las  paredes,  el  cual  era  visi- 
tado todas  las  noches  ¡por  dos  ó  tres  enor- 
mes perros  de  los  Pirineos,  cuya  raza  fiel 
se  había  perpetuado  de  aquel  modo  en 
aquella  casa  durante  siglo  y  medio. 

Tal  era  la  habitación  destinada  á  servir 
de  p«into  de  reunión  á  los  descendientes 
de  la  familia  de  Kenneponf. 

La  noche  que  separaba  el  dia  12  del  13 
de  febrero  estaba  á  punto  de  linalizar. 

La  calma  sucedió  á  la  tormenta  y  la  Ihi' 
via  habia  cesado;  el  cielo  estaba  puro  y 
estrellado;  la  luna,  cerca  de  su  ocaso,  es- 
parda  un  dulce  reflejo  y  una  claridad  me- 
lancólica sobre  aquella  cosa  abandonada  y 
silenciosa  cuya  ptierta  no  habia  pisado  ser 
humano  hacia  tantos  años. 

Utia  viva  claridad  que  se  divisaba  por 
una  de  las  ventanas  de  la  casa  del  guarda 
anunciaba  (|ue  el  judío  Samuel  no  se  ha- 
bia acostado. 

Figiírese  el  lector  un  espacioso  cuarto 
cuijíerto  de  arriba  á  bajo  de  grandes  lis- 
tones de  nogal,  ya  casi  negros  á  fuerza  de 
vejez;  d<<s  tizones  medio  apagados  hume*» 
ban  aun  entre  las  frías  cenizas;  en  la  me- 
seta de  esta  chimenea  de  piedra  pintada 
de  color  de  granito  se  hallaba  un  viejo 
candelerode  hierro  con  una  meztiuina  ve- 
la de  sebo  cubierta  con  un  apagador,  y  á 
su  lado  iiu  par  de  pistolas  de  dos  cañones 
y  un  cuchillo  de  monte  perfectamente  afi- 
lado, cuyo  puño  de  bronce  cincelado  per- 
tenecía al  siglo  XVII  :  ademas  de  esto, 
veíase  en  un  rincón  una  pesada  carabina. 

Cuatro  bancos  sin  respaldo,    un  viejo 


98  ALBUM. 

armario  de  encina  y  una  mesa  cuadrada 
de  pies  torcidos,  componían  todo  el  mue- 
blaje de  este  cuarto.  En  la  pared  estaban 
simétricamente  colgadas  varias  llaves  de 
diferentes  tamaños  y  cuya  forma  anuncia- 
ba su  antigüedad  :  cada  tma  de  estas  lla- 
ves tenia  atado  al  ojo  un  letrero. 

El  fondo  del  viejo  armario  de  encina  te- 
nia un  secreto  de  resorte  y  estaba  intro- 
ducido en  un  bastidor,  en  cuya  pared  se 
veía  una  ancha  y  piofunda  caja  de  hierro, 
cuya  tapa  abierta  dejaba  ver  el  maravi- 
lloso mecanismo  de  una  de  aquellas  cerra- 
duras florentinas  del  siglo  xvi.'que  prefe- 
ribles á  todas  las  invenciones  modernas, 
desatiaban  á  todo  género  de  fracción  ;  sus 
«sposas  paredes  estaban  cubiertas  de  una 
tela  de  amianto  para  impedir  en  caso  de 
incendio,  la  destrucción  de  los  objetos  que 
esta  caja  contenia. 

Sobre  un  banco  se  hallaba  un  cajón  de 
cedrx)  con  numerosos  papeles  esmerada- 
mente clasiQcados  y  rotulados. 

El  viejo  Samuel  estaba  escribiendo,  á 
la  luz  de  una  lámpara  de  cobre,  sobre  un 
pequetlo  registro  á  medida  que  su  muger 
Belsabé  dictaba  leyendo  en  un  librito. 

Samuel  podía  tener  entonces  como  unos 
82  anos,  y  á  pesar  de  su  avanzada  edad 
una  espesa  cabellera  canosa  y  crespuda 
cubría  su  cabeza:  era  pequeíío,  flaco,  ner- 
vioso, y  la  involuntaria  petulancia  do  sus 
movimientos  manifestaba  que  los  anos  no 
habían  debilitado  su  energía  y  su  activí- 
<lad,  aunque  en  el  barrio,  donde  se  pre- 
sentaba raras  veces,  afectaba  parecer  casi 
joven  según  había  dicho  Kodin  al  padre 
de  Aigrigny. 

Una  vieja  bala  de  barragan  color  de 
castaña  cubría  enteramente  el  cuerpo  del 
anciano  y  caía  hasta  sus  pies. 

Las  facciones  de  Samuel  ofrecían  el  ti- 
po puro  y  oriental  de  su  raza  :  su  ciítis 
era  mate  y  amarillento;  su  nariz  aguile- 
ña, eo  su  barba  sobresalía  una  mecha  de 


pelos  :  sus  marcados  juanetes  «citaban  so- 
bre sus  descarnadas  mejillas  una  sombra 
bastante  dura.  Su  fisonomía  estaba  llena 
de  inteligencia,  de  astucia  y  sagacidad.  Su 
frente,  ancha  y  elevada,  anunciaba  la  rec- 
titud, la  franqueza  y  la  firmeza  ;  sus  ojos, 
negros  y  brillantes  como  los  de  los  árabes, 
tenían  un  mirar  dulce  y  penetrante. 

Su  mujer  Betsabé,  que  tenia  quince  años 
menosque  él,  era  alta  y  estaba  vestida  en- 
teramente de  negro.  Una  almidonaiia  gor- 
ra lisa  de  lin(  n  que  recordaba  el  severo 
peinado  de  las  matronas  holandesas,  ceñía 
su  pálido  y  austero  rostro,  que  en  otro 
tiempo  había  sido  estremadainente  bello; 
algunas  arrugas  provenientes  del  frunci- 
miento casi  continuo  de  sus  canas  cejas , 
manifestaban  que  esta  muger  se  hallaba 
agoviada  muchas  veces  bajo  el  pesode  una 
profunda  tristeza.  En  aquel  mismo  mo- 
mento la  fisonomía  de  Betsabé  manifesta- 
ba un  dolor  indecible:  sus  miradas  eran 
fijas  y  su  cabeza  estaba  inclinada  hacia  el 
pecho:  había  dejado  caer  sobie  sus  rodi- 
llas Sil  mano  derecha,  en  la  cual  lenia  una 
pequeña  cartera;  y  con  la  iz(|uíerda  apre- 
taba convulsivamente,  una  trenza  do  ca- 
bellos tan  negros  como  el  collar  dejazaba- 
cFieque  llevaba  al  cuello.  Esta  espesa  tren- 
za estaba  metida  en  un  medallón  de  oro 
cuadrado  del  tamaño  í>e  una  pulgada  : 
bajo  una  placa  de  cristal  se  veía  un  peda- 
zo de  tela  doblada  en  cuadro  y  ca:i  ente- 
ramente n^anchada  de  un  rujo  sombría, 
color  de  sangre  mucho  tiempo  seca. 

Al  cabo  de  un  instante  de  silencio,  du- 
rante el  cual  Samuel  escribía  en  su  regis- 
tro, dijo  leyendo  co  alta  voz  lo  que  aca- 
baba de  escribir. 

Ademas,  5,000  metálicas  iauslríacas  de 
1,000  (lorines,  y  con  la  fecha  del  19  de 
octubre  de  1820. 

Kn  seguida  añadió  levantando  la  cabeza 
y  dirigiéndose  á  su  mujer  : 


ALHÜS 

— ;ïï>l4s  «;o^i)ra  ijiic  es  oso,  Belsabó? 
j;lias  (*oin|)nraii>>  t>ii  el  libro? 

Kctsabé  lio  res|)o')(li»'i. 

h.iiniicl  1.1  iiiin'i,  y  \í<mhI  'Li  siiniarm-n- 
le  .ihatida  ,  \»  \ii'yt  eoii  iiiia  «"ipresiüii  de 
in<|iiictA  ti-rniira. 

— ;, (Jii»'*  llenes? 

— Kl  19  deocltibre,..  de  182G....  res- 
pon'ii<>  Itets^ihr  Iciihi-nente  oiilinuando 
culi  la  vista  lijn  y  apr<etaiidi)  en  su  mano 
la  trenza  de  caliclla:»  negros  (|Uc  llevaba 
al  cuello.  Esta  es  tina  fecha  funesta....  es 
la  de  la  úitiinn  carta  que  liemos  recibi- 
tlo  de... 

Helsabé  no  pudo  continuar;  di6  un  pro- 
fundo gemido  y  ocultó  el  rostro  con  las 
manos. 

— ¡  Ali!  Va  to  entiendo,  repuso  el  an- 
riano  con  voz  alterada;  un  padre  puede 
esliir  alguiías  veces  distraído  eti  profun- 
dos pensamientos,  pero  el  coras  m  de  una 
madre  debe  estar  siempre  vigilante. 

Y  dejando  la  pluma  en  la  mesa,  Sa- 
muel apoyó  la  rabeza  sobre  la  mano  con 
profundo  abiilimiento. 

fietsabé  conliiuK),  como  complacida  re- 
pentinamente en  estos  crueles  recuerdos: 

— Si atjuel  fué  el  úllimo  dia  que 

TiiiC'lro  hijo  Abel  nos  escribió  desde  Ale- 
mania ,  anunciándonos  <]ue  acababa  de 
emplear,  según  tus  órdenes,  los  fondos 
(|ue  había  llevado....  y  que  en  seguida  iba 
á  marchar  á  Polonia  para  hacer  otra  ope- 
ración. 

— Y  en  Polonia....  halló  la  muerte 

sí,  !a  muerte  de  un  mártir,  repuso  Sa- 
muel: sin  motivo,  sin  pruebas,  le  acusa- 
ron do  haber  ido  á  organizar  el  contra- 
bando.... y  e!  gobernador,  ruso,  tratán- 
dole como  se  trata  á  nuetros  hermanos  en 
aquel  país,  cruelmente  tiránico,  le  hizo 
condenar  al  atroz  suplicio  del  knout...  sin 

querer  verle  ni  oírle ¿A  qué  oír  á  un 

judío?  ¿Qué  es  un  judío?  una  criatura 
mucho  mas  inferior  que  un  siervo.  ¿No 


99 

se  les  acusa  en  Oiiuel  pai>  d<»  íodas  los  iri . 
cios  (|uc  engendra  la  degradada  eiM-ln vif ii  I 
en  que  l.tdos  están  sumidoN?  ¡  Tn  judio 
que  aspira  á  los  golpes  de  un  palol  ¿niiiéu 
se  compadecerá  de  él? 

—  Y  nuestro  pobre  Abel,  tan  diiU-e  r 
tan  leal,  ha  espirado  en  aipiel  s.iplirio  «'e 
vergüenza  y  de  dolor...  dijo  Helsabé  mi- 
bresaltjndose.  Uno  de  nuestros  herinaiMis 
polacos  obtuvo  á  fuerza  de  súplicaiel  jht- 
míso  de  enterrarle.  Cortó  sus  liermo»  .s  ca- 
bellos negros....  y  estos  envueltos  en  un 
pedazo  de  lienzo  manchado  de  sangre  a 
lo  único  que  nos  queda  de  él. 

Y  diciendo  esto  Hetsabé  cubrió  de  be- 
sos la  trenza  de  cabe. los  y  el  relicario. 

—  lAyl  esclamó  Sarnuel  enjugándole 
las  lágrima»  <|ue  había  derramado  al  re- 
cuerdo de  esta  dolorosa  memoria  ;  á  'o 
menos  el  Señor  no  nos  ha  (|uita<lo  nues- 
tro hijo  sino  cuando  llegaba  á  su  térmín  > 
la  empnsa  que  prosigue  (ielmenle  nues- 
tra familia  hace  siglo  y  medio.... ¿  [)e  (pjé 
puede  servir  en  lo  sucesivo  nuestra  r.iz.i 
sobre  la  tierra?  añadió  Samuel  con  pro- 
funda tristeza;  ¿no  hemos  ya  cump'idj 
nuestro  deber?  ¿esta  caja  no  contiene  mu 
fortuna  regía?  ¿esta  casa  amurallada  ha- 
ce 150  años  no  se  abrirá  hoy  á  losdesci-n- 
dicntes  del  bienhechor  de  mi  abuelo?... 

Y  diciendo  esto,  Samuel  volvió  triste- 
mente la  cabeza  Iiácia  la  casa  que  veia 
desde  su  ventana. 

En  este  momento  iba  n  amanecer. 

La  luna  acababa  de  ponerse;  el  mira- 
dor, el  techo  y  las  chimeneas  esparcían  «u 
sombra  negra  en  el  azulado  y  estrellado 
firmamento. 

Do  repente  Samuel  se  demud(>  y  se  le- 
vantó diciendo  al  mismo  tiempo  á  su  mu- 
jer con  vot  convulsiva  y  señalándole  la 
casa  : 

— Betsabé...  mira....  mira....  los  siete 
puntos  luminosos  que  estamos  viendo  ha- 
ce treinta  años. 


Efectivamente,  las  siete  aberturas  re- 
dondas, dispuestas  en  forma    do  cruz  y 


y  practicadas  en  las  placas  de  plomo  que 
«ubriap.  las  ventanas  del  mirador,  brilla- 
ron con  siete  puntos  Inininoscrs  como  si 
una  persona  hubiese  subida  interionnen- 
ie  al  cstremo  de  la  casa  tapiada. 
XVJil. 

DF.PE  Y  nABER. 

Samuel  y  IJelsabé  quedaron  inmobles 
*lurante  utt  coito  monsonto  mirando  aten- 
ta y  jing-ustiadainente  ios  siete  plintos  lu- 
minosos que  brillaban  entre  las  postreras 
tinieblas  de  la  noche,  al  mismo  tiempo. 
que  en  el  horizonte  y  á  la  espaldi  de  la 
casa  una  luz  sonrosada  anunciaba  la  na- 
ciente aurora, 

Samuel  fué  el  primero  que  rompió  el 
silencio  y  dijo  á  su  muger  pasándose  I-a 
mano  por  la  frente. 

—  líl  dolor  que  acaba  do  causarnos  el 
recuerdo  de  nuestro  pobre  hijo,  no  nos 
ha  permitido  pensar  ni  acordarnos  que  en 
todo  cuanto  sucede  en  la  actualidad  m» 
hay  nada  que  puqda  in(¡uietarnos. 

— ¿Qué  dices,  Samuel  ? 

—  ¿No  te  acuerdas  que  mi  padre  me 
lía  dicho  que  él  y  su  abuelo  hablan  nota- 
do esto  mismo  de  tiempo  en  tiempo. 

=  Sí,  Samuel,  pero  no  han  podido. s 
pilcar,  como  lampuco  nosotros,  qué  es  lo 
<|ue  significa  esa  luz 

—  Del  mismo  nv  h»  que  ellos,  también 
Jiosotros  debemos  creer  que  liay  algtma 
«•nlrada  oculia  en  esa  casa  por  donde  se 
iiiírtiducen  al¿;uni)s  personas  (|ue  lindrnn 
<iii  deber  nvisterioso  (jiie  llt.-nar  en  esa  ha 
ritacion.  'iV'  repilo  que  mi  padre  me  en- 
<eargo  quç  i|>o  jiicicse  raso  de  estas  singu- 
5yres  circunstancias....  que  por  otra  parte 
■<''l  me  anunció.  ...  y  que  durante  Tüaño» 
«esta  es   la  segunda  \ez  que  se  renuevan- 

—  No  iiuporla  Samuel;  lo  cierto  esque 
eso  nos  asusta  como  si  fuese  una  cosa  so- 
brenatural. 


—  No  estamos  en  tiempo  de  milogíos; 
dijo  el  judío  meneando  melancóli-camente 
la  cabeza;  en  cierno  barrio  hay  muchas 
casas  que  tienen  comunicaciones  subter- 
ráneas Con  sitios  jlejanos;  y  aun  se  dice 
que  algunas  se  prolongan  liasta  el  Sena  y 
aun  hasta  las  Calacur-ubas...  Sin  duda  esta 
•casa  se  halla  en  igMal  caso  y  las  personas 
que  \ienen  á  vlia  de  cuando  en  cuando  se 
iniroducen  p  «i'  e.-^e  meiiio, 

—  Pero  el  mirador  iluminado  de  ese 
modo... 

—  Por  el  pkino  del  edificio,  sabes  que 
el  mir.idor  forma  la  cima  ó  la  linterna  de 
lo  que  llaman  la  (jran  safa  de  /mYo^  si  triada 
en  •el  <últinio  piso  de  la  casa.  Como  reina 
la  mas  completa  oscuridad  por  estar  cer- 
radas todas  las  viíitaiias,  necesariamente 
dehen  traer  luz  para  subir  hasta  la  sala  de 
lulo  ,  fuario  que,  según  si-  dice,  contiene 
cü-^as  bien  singulares  y  siíiieslras,..  anadió 
el  judío  sobresaltado, 

Ivelsabé,  del  misn.o  modo  que  su  ma- 
rido, miraba  alentainenle  los  siete  puntos 
luminosos,  cuyo  liillo  di>minuia  á  medi- 
da que  iba  entrando  el  dia. 

—  Según  dices,  Samuel,  este  misterio 
puede  esplicarse  de  ese  modo,  repuso  la 
muger  del  anciano.  Además  hoy  es  un  dia 
importante  para  la  familia  de  Uenepont  y 
por  e^a  r;i/.o:>  no  debe  sorprendernos  se- 
mejante aparición. 

—  ¡Y  pensar,  repuso  Samuel,  que  ha- 
ce siglo  y  metho  t|ue  a[)arece  esa  claridad 
larílas  veces!  Sin  duda  hay  otra  familia 
(|ue  de  generación  en  gcreracion  se  ha  de- 
dicado conío  la  nuestra,  á  cumplir  un  pia- 
doso deber. 

—  l'ero  ¿de  (jué  deber  hablas?  tal  vez 
saldremos  hoy  de  la  duda. 

—  Vamos,  vamos,  Hetsabé ,  saltó  cJ 
anciano  saliendo  de  su  embarazo  y  comosi 
se  arrepintiese  de  su  ociosidad...  ya  está 
a,maneciendo  y  es  preciso  que  antes  de  las 
ucho  esté  pronto  el  estado  de  la  caja  y  cía- 


41  BV9 


iOl 


5âîc«dos  estos  iuniciisus  valores...  [y  l'iijuria    prudeuU),  laUa ,  y    bi«it  entendida 
«sto  señaló  el  gran  coffe  de  cedru)  para 
entregarlos  de-spues  á  quien  corres|)onda. 

—  Tienes  razón,  Sautue',  fioy  estamos 
muy  ocupados  ..  este  es  un  día  solemne... 
y  muy  feliz  para  nosotros,  sí,  muy  feliz, 
si  es  ijue  puede  liaJier  dias  felices  para  no- 
sotros, dijo  tristemente  Betsabé,  pensan- 
do en  su  hijo. 

—  Detsahí^,  repuso  el  anrianu  cdm  lua- 
laucoWaly  cogii>ndo  la  ntano  de  su  mugei; 
á  lo  menos  tendremos  la  satisfacción  de 
(laber  cumplido  un  austero  deber. 

—  El  Señor  lia  tniiJo  piedad  de  noso- 
tros aun(]uc  dándonos  la  amarga  lección 
<Je  la  muerte  d<^  nuestro  hijo,  y  j;racias  á 
la  divina  Providencia  las  1res  generacio- 
nes de  mi  familia  lian  podido  empezar, 
continuar  y  concluir  esta  grave  («bra. 

— Si,  Samuel,  respondió  afectuosamen- 
te la  judis  :  y  á  lo  nwnos  por  tí,  á  esta  sa- 
tisfacción se  agregará  la  calma  y  el  des- 
canso, porque  al  mediodía  te  verás  libre 
<le  una  terrible  responsabilidad. 

Y  al  decir  esto  Betsabé  señaló  la  caja 
de  cedro- 

— Es  verdad,  repuso  el  anciano:  pre- 
feriría ver  esas  riquezas  en  poder  de  aque- 
llos á  quienes  pertenecen  q<ie  en  el  mío; 
pero  al  (inalizar  el  día  ya  no  seré  yo  el 
depositario. .«  voy  á  contparar  por  la  úl- 
tima vez  el  estado  de  estos  valores  y  en 
seguida  lo  confrontaremos  con  el  registro 
y  la  cartera  que  tienes  en  la  mano. 

BetsaUé  hizo  una  señal  de  aprobación, 
Samuel  volvió  á  cojer  su  pluma  y  se  en- 
tregó con  el  mayor  cuidado  á  sus  cálculos 
de  banco:  su  muger  quedó  sumida  invo- 
luntariamente en  los  crueles  recuerdos  que 
una  fecha  fatal  acababa  de  renovar,  Ira- 
yéndole  á  la  memoria  la  muerte  de  suhijo. 

Espongamos  rápidamente  la  sencillísi- 
ma tn'storia,  aun(|ue  en  apariencia  bien 
novelesca,  bien  maravillosa  de  los  50,000 
escudos,  que  gracias  á  la  acumulación  yá 


ldnvini«traci(>n,  s>'  habían  trasformado  en 
la  importante  suma  de  10.000,1)00,  fijada 
por  el  padre  de  Aigriguy  quien  ,  aunque 
no  muy  bien  informado  sobre  este  asunto 
y  pensando  ademas  en  las  desastrosas 
eventualidades,  pérdidas  y  bancarrotas 
que  durante  tantos  años  habían  |)odido 
tener  los  depositarios  sucesivos  de   estos 

valores,  hallaba  aun  enorme la  suma 

de  40.000,000. 

La  historia  de  esta  fortuna,  que  se  ha- 
llaba necesariamente  ligada  á  la  de  la  fa- 
milia de  Samuel ,  está  reducida  á  pocas 
palabras. 

Hacia  el  año  de  1670,  muchos  años  an- 
tes de  su  muerte,  Mr.  Marius  de  Kene- 
pont  con  motivo  de  un  viaje  á  Portugal, 
y  gracias  á  poderosas  relaciones,  tuvo  la 
dicha  de  salvar  la  vida  á  un  desgraciado 
judio  condenado  por  la  inquisición  á  las 
llamas,  por  asuntos  de  religion.... 

Este  judio  era  Isaac  .Samu*^/,  abuelo  del 
conserge  de  la  casa  de  la  calle  de  San 
Francisco. 

Los  hombres  generosos  estiman  muchas 
veces  á  sus  favorecidos  á  lo  menos  tanto 
como  estos  á  sus  bienhechores.  Habién- 
dose cerciorado  primeramente  que  Isaac, 
el  cual  ejercía  en  Lisboa  un  comercio  de 
permuta,  era  un  hombre  honrado,  activo, 
laborioso  é  inteligente,  Mr.  de  Benepont' 
que  poseía  entonces  cuantiosos  bienes  en 
Francia,  propuso  al  judio  si  quería  acom- 
pañarle y  administrar  su  fortuna.  La  es- 
pecie de  reprobación  y  desconfianza  que 
ha  perseguido  siempre  á  los  israelitas  es- 
taba entonces  en  su  apogeo.  Isaac  se  mos- 
tró doblemente  agradecido  á  la  prueba  do 
confianza  que  le  daba  Mr.  de  Renepont. 

Aceptó  pues  y  decidió  desde  este  día 
consagrar  su  existencia  entera  al  servicio 
d^  aquel  que  después  de  haberle  salvado 
la  vida,  liabia  manifestado  tanta  fé  en  su 
honradez  y  probidad,  á  pesar  de  wr  judio 
26  •' 


m 


ÁLBUM. 


y  de  que  p<^rtenecia  aiinà  raza  tan  gene- 
ralmente despreciada,  aborrecida  y  sospe- 
chada. Mr.  de  Renepont,  hombre  de  ele- 
vados sentimientos  y  de  mucho  taltMito,  no 
se  engañó  en  su  elección.  Ha^ta  el  mo- 
mento en  que  fué  despojado  de  sus  bienes, 
estos  prosperaron  maravillosamente  en  po- 
der de  Isaac  Samuel,  quitti  dolado  de  una 
admirable  aptitud  para  los  negociüs,  apli-. 
caba  esta  esclusivaniente  á  los  intereses  de 
su  bienhechor. 

Sucedió  después  la  persecución  y  la  rui- 
na de  Mr.  de  Kenepont  cuyos  bienes  fueron 
confiscados  y  abandonados  á  los  reviren- 
dos  padres  de  la  Compania  de  Jesús  po- 
cos difls  antes  de  su  muerte.  Oculto  eii  el 
retiro  que  habia  elegido,  para  concluir  en 
él  violentamente  sus  dias,  maudó  llaman 
secretamente  á  Samuel,  y  1e  entregó  50 
mil  escudos  en  oro,  único  resto  de  su  pa- 
sada fortuna  ;  este  íífl  servidor  debia  ha- 
cer valer  esta  suma  acumulando  y  em- 
pleando los  intereses;  igual  obligación  im- 
ponía á  un  hijo  que  tuviese;  á  falta  de  es- 
te deberla  buscar  un  pariente  de  bastan- 
te probidad  para  que  continuase  esta  ges- 
tion á  la  cual  se  asignaría  una  retribución 
proporcionada  :  semejante  gestion  deberla 
ser  trasmitida  y  perpetuada  de  unos  en 
otros  hasta  pasado  siglo  y  medio.  Mr.  de 
Renepout  pidió  ademas  á  Isaac  que  du- 
rante su  vida  fuese  conserge  de  la  casa  de 
^'a  calle  de  San  Francisco,  donde  seria  alo- 
j3u\o  gratuitamente  y  que  si  fuese  posible, 
legase*  3  su  descendencia  estas  mismas 
atribuciones. 

Aun  cuando  Isaac  no  hubiera  tenido  hi- 
jos, el  poderoso  esplritfi  de  mancomuni- 
dad que  las  mas  de  las  veces  liga  las  fa- 
milias judias  unas  con  otras,  hubiera  he- 
'•lio  praclieable  la  última  voluntad  de  Mr. 
de  Renepont.  Los  parientes  de  Isaac  se 
hubieran  asociado  á  su  gratitud  para  con 
ej  bienhechor;  ellos  mismos  y  sus  sucesi- 
yas  generaciones  hubierap  cunvplido  reli- 


giosamente la  obligación  que  se  había  Tllh- 
puesto  á  uno  dfrellos  ;  pero  Isaac  tuvo  un 
iiijo  algunos  añros  después  de  la  muerte 
de  ¡Mr.  Renepont. 

Este  hijo,  Léví  Samuel,  riacidocnl689, 
no  habiendo  tenido  descendientes  de  su 
primera  muger,  se  casó  segunda  vez  casi 
á  la  edad  de  60  años ,  y  en  Î750  tuvo  ú'h- 
hijo,  que  fué  David  Samuel,  conserge  de 
la  casa  de  la  calle  de  San  Francisco,  el 
cual,  en  1832  (época  de  esta  historia),  te-  , 
nia  80  años  y  prometía  vivir  tanto  como 
su  padre,  que  murió  á  "los  03;  diremos 
por  último  que  Abel  Samuel,  el  mismo 
que  lloraba  tan  amargamente  Retsabé, 
nació  en  1790  y  murió  de  resultas  del 
knout  ruso  á  la  edail  de  26  año?. 

Establecida  esta  humilde  genealogía,  se 
comprenderá  fácilmente  que  la  longevidad 
sucesiva  de  estos  tres  individuos  de  la  fa- 
milia de  Samuel,  los  cuales  se  habían  cons- 
tituido en  giMrdas  de  la  casa  tapiada  ^f 
juntaban deesle  modo  el  siglo  xix  aliví!» 
habia  simplificado  y  facilitado  singular- 
mente la  ejecución  de  la  últÑna  Voluntad 
de  Mr.  de  Rencpent;  pues  este  declaró 
formalmente  al  abuelo  de  Samuel  sus  de- 
seos de  que  la  suma  quede-aba  fuese  solo 
en  aumento  mediante  la  capitalización  de 
los  intereses  do  5  por  ciento  para  que  esta 
fortuna  llegase  á  sus  descemiientes  libró 
de  cualquier  innoble  especulación. 

Los  correligHonariosde  la  familia  de  Sa* 
inuel ,  primeros  inventores  de  ia  letra  -de 
cambio  que  los  sirvió,  en  la  edad  me- 
dia, para  trasportar  misteaosamente  de 
un  estremo  á  otro  del  mundo  valores  con- 
siderables, para  ocultar  su  fortuna  y  para 
ponerla  á  cubierto  de  la  rapacidad  de  sus 
enemigos,  yen  una  palabra,  los  judíos  ha- 
biendo hecho  casi  solos  el  comercio  del 
cambio  y  del  dinero  liasla  el  fin  del  si- 
glo xviii ,  ayudaron  poderosamente  á  las 
transacciones  secretas  y  á  las  operaciones 
financieras  de  U  familia  de  Samuel,  «[«© 


ÍLIÍtil. 

^aM  liasla  1820  colo.ó  siompro  sus  lialu'- 
rt'S ,  (|iK'  ll«'f;ar<ii>  á  iiiuHi.ilicarsc  suct'si- 
vaint'iiti' ,  vu  las  <'a>a>  ilf  biiict»  y  cu  los 
(>>lal)Ii'(-iitiiciili)s  i>ra).*Ulas  tl«!  mas  ruiiiaUc 
Kiiropa. 

KsU'  modo  <le  i)i)rar,  si'i;iiro  y  ociillo, 
ptMiiiilió  al  con'ÑtTi.'t*  actual  lii*  la  casa  do 
la  calle  de  ïran  Fraiici>co  tívolinr,  sin  (|il(' 
nadie  lo  stipieso ,  y  ini'diante  simples  de- 
pÚMtoá*')  por  letras  de  cambio ,  enormes 
sumas,  puripie  en  tiempo  de  sugestión 
fué  cuando  priti(i|)a!níoiite  la  suma  capi- 
talizada adtpiirió  con  la  acumulación  una 

"  eslension  casi  iiioatoulable ,  pues  que  su 
padre  y  sobre  todo  su  abuelo  í<oK>  liabiait 
tenido  comparativamente  pocos  fondos  que 
cuidúr. 

Nada  inspira  mas  interés,  no  hay  cosa 
mas  noble  ni  mas  respetable  que  la  con- 
ducta de  los  individuos  de  esta  familia  is- 
radita,  quienes  responsables  del  compro- 
fuiso  de  gratitud  coiHraido  por  uno  de  los 
suyos,  se  dedicaron  durante  tanto  tiempo 
y  con  tarito  desinterés  como  inteligencia  y 
probidad  á  la  lenta  acumulación  de  una 

iortuna  regia  sin  esmerar  la  menor  parte 


10CÎ 

de  ella  ,  y  qliD,  gracias  a  «líos,  debia  I  e- 
gar  pura  é  iiinictisa  á  manos  de  lo-»  des  • 
eendit'tites  di-l   bienlit'clior  de  sh  alHiclo. 

Na^la  en  lin  es  mas  li(kiirosi)  pura  rl 
proscripto  que  íiace  el  depó>ito  y  para  «•! 
judío  (pie  le  r»cibe  que  la  simple  p;il3l>r.i 
dada  sin  mas  garantía  ipie  una  coiiíi  mi/:.! 
y  una  estimación  recíprocas,  sobii>  iml.) 
ralándose  de  un  r«'SuÍtado  que  solo  debia 
tener  efecto  al  cabo  de  150  anos 


Después  de  haber  Icido  segunda  vez  v 
con  suma  atención  ííI  inventario,  Sainu<  I 
dijo  ti  su  uuiger  : 

— Rstoy  seguro  de  la  •  xaditiid  de  las 
sumas:  ¿«piiéres  que  veamos  ahora  si  es- 
tas coinciden  con  los  apuntes  que  tienes 
en  la  niaiio?  al  propio  Hemp»  me  cercin- 
raré  de  ^i  los  títulos  están  clasificados  pw 
orden  en  esta  caja,  porque  mañana  liek* 
entregarlo  todo  al  notario  cuando  se  ;ibia 
el  testamento. 

—  limpieza,  amigo  mió,  dijo  Betsah«'\ 

Samuel  leyó  el  estado  siguiente,  y  al 
mismo  tiempo  iba  veriücando  en  la  caja. 


104 


ALBUM. 


*^r 


5-©  S  00  — 3 
"  -«  2  '^■a  = 


ÁI.Ul'M. 


105 


—liso  es,  iopu<íu  Samuel  después  de 
liaber  contddo  y  comparado  las  cartas  en- 
cerradas en  la  caja  de  cedro.  Queda  á 
(iisposícion  de  los  herederos  la  suma  de 
^12.17j,0ÜÜ  fiuiiLos. 

V  el  aiicidiii»  miró  á  su  iiuií;»'r  con  una' 
«spresioii  de  orgullo  á  la  verdad  bien  le-: 
gítimo. 

— ¡  Ivso  es  ¡ncreible  !   esclamó  Bolsabé 
admirada:  yosabiaque  se  nos  habían  con 
liado  ír\inensas  sumas;  pero  jnmás  hubie 
ra  podido  pensar  (jm*  150,000  ira  neos  hu- 
4)iese«í  sido  el  origen,  hace  siglo  y  niedio , 
de  esta  imnensa  fortuna. 

— ^,Y  es  el  lírn'eo,  Detsabí^,  re|)Uso  el  an- 
ciano con  satisfaccioií.Sin  duda,  mi  abue- 
lo, mi  padre  y  yo  liemos  observado  siem- 
pre la  mas  escrupulosa  fidelidad  y  exacti- 
tud en  la  gestion  de  estos  fondos,  y  he- 
mos debido  tener  bastante  sagacidad  en 
la  elección  de  los  depósitos  durante  la  re 
volucion  y  las  crisis  comerciales;  esto  no 
ofre^ia  diíicullail,  gracias  á  nuestras  rela- 
ciones mercantiles  con  nuestros  correli- 
eionarios  de  t'^dos  los  países.  Las  órdenes 
formales  de  Mr.  de  Renepont  estaban 
así  concebidas,  de  modo  que  en  el  mundo 
noexiste  furtima  mas  puraque  esta. ..Sin 
nuestro  desinterés  y  con  solo  aprovechar 
algunas  circunstaíicias  favorables,  esta  su 
ma  hubiera  podido  ser  mucho  mayor. 

— j  Ks  posible  I 

— I. a  cosa  es  muy  sencilla,  Bet^abé.... 
todo  el  mundo  sabe  ((iie  á  los  14  años  im 
capital  (jiiuda  duplicado  con  solo  acumu- 
lar los  intereses  al  3  por  ciento:  reflexio- 
na ahora  que  en  150  años  hay  diez  veces 

t?l  mismo  intervalo que  estos  150,000 

fraoco^  han  sido  acumulados  otras  tantas 
veces,  y  lo  ipie  ahora  te  admira  te  pare- 
cerá muy  sencillo:  en  lü82  Mr.  de  Re- 
nepont confió  á  mi  abuelo  150,000  fraí>- 
cos;  esta  suma,  capitalizada  del  modo  que 
te  he  dicho,  ha  debido  producir  en  100(3, 
es  decir  14  jños  después,  300,000  fran- 


cos. Ivitos  íluplicados  en  1710  han  produ- 
cido COO.ÜOO,  A  la  muerte  de  mi  abuelo, 
en  1711)  esta  í.uina  ascendía  ya  á  casi  un 
mill.in;  en  1724  ha  dibido  ser  a  1 .200,000 
francos:  en  1738  á  2.100.000;  en  1752, 
dos  años  después  de  mi  naciüiiento  ^ 
4.800.000  francos:  en  1700  á  O.ÜOO.OOO; 
en  1780  á  19.200,000  franoos:  c-n  1701, 
doce  años  drspues  de  la  muerte  de  mi  pa- 
dre á  33.400,000;  en  1808  á  70.800,000; 
en  1822  á  153.000,000  francos;  y  hoy 
juntando  los  intereses  de  estos  últimos  años 
deberla  ser  á  lo  menos  de  225.000,000. 
Pero  las  pérdidas  y  gastos  inevitribles;  cu- 
ya cuenta  vAà  demostrada  con  la  mayor 
exactitud,  han  reducido  esta  cantidad  á 
212.175,000  francos,  suma  contenida  w 
esta  caja. 

— Ahora  compr-ndo,  amigo  mió,  re- 
puso I{et>abé  pensativa:  ¡qué  increíble 
poder  tiene  la  acumulación!  ¡(jué  admi- 
rables c  sas  podían  hacerse  con  débiles 
recursos  I 

—  Eso  ha  sido,  sin  duda,  la  ¡dea  do 
Mr.  de  Ueneponl;  punjue,  segim  decía 
mi  padre  haber  oído  á  mi  abuelo,  Mr.  de 
Hencpont  era  un  hombro  de  mucha  íi.te- 
ligencia,  respondió  Samutl  CL-rrando  la  caja 
de  cedro. 

— ¡Dios  quiera  que  sus  descendientes 
sean  dignos  de  esta  regia  fortuna  y  hagan 
de  ella  un  noble  uso!  dijo  Betsabé  levan- 
tándose. 

Va  había  amanecido  enteramente  y  se 
oyeron  dar  las  siete  de  la  mañana. 

— Los  albañües  no  lardaran,  dijo  Sa- 
muel volviendo  á  colocar  la  caja  de  cedro 
en  la  de  hierro ,  que  estaba  oculta  detrás 
del  armario  viejo  de  encina 

Dos  ó  tres  golpes  vigorosos  dados  con 
el  aldabón  en  la  puerta  cochera  resonaron 
en  todo  el  ámbito  de  la  casa.  Kl  ladrido 
de  los  perros  del  guarda  respondió  á  este 
ruido. 

Samuel  dijo  á  su  muger: 
27* 


m 


ktvVÜ. 


-^Sin  duda  son  los  albañiles  que  envia 
el  nolario  con  un  oficial  de  su  oHciiía  ; 
reúne  todas  esas  llaves  con  sus  letreros 
pues  vuelvo  al  insianlc  á  buscar  as. 

Y  diciendo  esto,  Samuel  bajá  precipi- 
tadamente la  escalera,  á  pesar  de  sus  anos, 
abrió  con  prudencia  un  postigo  y  vio  1res 
hombres  testidos  de  albañiles  y  acoinpa- 
fiados  de  un  joven  en  traje  negro. 

— ¿Qué  seos  ofrece,  señores?  dijo  el  ju- 
dio antes  de  abrir  para  cerciorarse  de  la 
identidad  de  las  personas. 

— Vengo  de  parte  del  nolario  Mr.  Du 
mesnil,  dijo  la  persona  >estida  de  negro, 
para  presenciar  la  operación  de  abrir  la 
puerta  tapiada ,  hó  aqui  una  carta  de  mi 
priocipal  para  Mr.  Samuel conserge  de  la 

casa. 

— Yo  S'-y,  dijo  el  jnd  o;  tened  la  bon- 
dad de  echarla  en  la  caja  ,  voy  á  tomarla. 

El  oficial  asi  lo  hizo  humíiuo  encogién- 
dose de  hombros.  Nada  le  parecía  mas 
ridículo  que  estas  sospechas  de!  anciano. 

El  conserge  abrió  la  caja,  tomó  la  carta 
y  fué  á  leerla  al  estremo  de  la  bóveda  y 
á  comparar  la  firma  con  otra  del  mismo 
notario  que  sacó  del  bolsillo  de  su  sopa- 
landa :  después  de  haber  tomado  estas 
precauciones,  y  de  atar  á  los  perros,  vol- 
vió para  abrir  una  h(>j;i  de  la  puerta  al 
curial  y  á  los  albañiles. 

— iQué  diantres,  buen  hombre!- dijo 
el  curial  al  entrar;  ¡aunque  fuese  la  puerta 
de  una  fortaleza  no  podríais  tomar  ma- 
yores precauciones  ! 

El  judio  se  inclinó  sin  responder. 

— ¿Sois  sordo,  amigo  mió?  gritó  el  cu- 
lial  á  los  oidos  del  conserge. 

— No,  señor;  respondió  Samuel,  son- 
riéndose  y  dando  algunos  pasos  hacia  fuera 
de  la  bóveda;  después,  señalando  la  casa, 
añadió:  Hé  aquí  la  puerta  tapiada  que  es 
menester  abrir  :  será  preciso  igualmente 
quitar  las  barras  de  hierro  y  las  placas  de 
plomo  de  la  segunda  ventana  de  la  de- 
recha. 


— ¿Y  porqué  raion  no  se  han  de  at/ríP 
todas?  preguntó  el  curia!. 

— Porque  tales  son  las  órdenes  que  he 
recibido,  como  conserge  de  la  Cr.sa. 

— ¿Y  quién  os  ha  dado  semejantes  ór- 
denes? 

— Mi  padre,  á quien  el  suyo  se  'a?  tras- 
mitió de  parte  del  amo  de  la  casa.  Cuando 
yo  deje  de  ser  guarda  de  elia  y  cuando 
esté  en  poder  del  nutvo  pro})iotariü,  este 
obrará  como  guste, 

-^Está  bien,  dijo  el  curial  bastante  sor* 
prendido  ;  en  seguida  dirigiéndose  á  los 
albañiles,  añadió:  Empezad,  destapad  la 
puerta  y  quitad  las  placas  de  la  segunda 
ventana  de  la  derecha» 

Al  mismo  tiempo  que  los  albañiles  es- 
taban ocupados  en  hacer  su  obligación^ 
bajo  la  inspección  del  curial,  se  detuvo 
un  coche  á  la  puerta,  y  ftodin  acompd^ 
nado  de  Gabriel,  entró  en  !a  casa  de  la 
calle  de  San  Francisco. 
XIX. 

EL  HEREDERO. 

Samuel  fuéá  abrir  á  Rodin  y  á  Gabrief, 
y  el  priniero  dijo  al  judio  : 

— ¿Sois  el  conserge  de  esta  casa? 

— Sí,  señor,  respondió  San>ut>l. 

— El  señor  abate  Gabriel  de  Kenepont 
que  veis  aqui .  es  uno  de  los  descer^dienles  de 
la  familia  de  llenepo-nt. 

— Me  alegro  mucho,  caballero: dijo c.i- 
si  involuntariamente  el  judío  admirado  de 
la  angelical  fisonomía  de  Gabriel,  porque 
la  nobleza  y  ia  generosidad  de  alma  del 
joven  eclesiástico  se  conocía  palpablemen- 
te en  sus  miradas  de  arcángel  y  en  supu- 
ra y  blanca  frente  coronad^  ya  con  la  au- 
réola del  martirio. 

Samuel  miró  á  Gabriel  con  una  curio- 
sidad llena  de  bonevolencia  y  de  interés  ; 
pero  conociendo  en  el  mismo  momento 
que  esta  silenciosa  contemplación  <ra  una 
causa  de  eml^^arazo  para  Gabriel ,  dijo  : 

— Señor  abate,  el  notario  no  vendrá 
basta  las  diez. 


1I.BV3I. 


!CT 


tiíhtiel  le  miró  sorprendido  y  respon- 
dió: 

— ¿Olió  nolario? 

— Kl  paíire  d'  Aigrigny  osloosplicüfá... 
se  apresuró  á  decir  Uudin  ;  y  iliii^i(''ndt)SL' 
Á  Siimiiel  nfiadió:  nos  li(>niits  adeluiilado 
tin  poco...  ¿no  pi)(lriau)os  esperar  en  al- 
guna parte  la  llegada  di-l  noliirio? 

— Si  queréis  luniaros  la  inoltstia  de  ve- 
nir á  mi  cuarto,  voy  á  culiducirus  á  ^>l , 
respondió  Samuel. 

— Acepto  y  os  doy  las  gracias ,  repuso 
Uodin. 

— Tened  la  Nondad  de  seguirme,  dijo 
c!  anciano. 

Pocos  momentos  después  el  j«')Ven  eeie 
siástico    y  Koditi ,  precedidos  <Je  Samuel 
vntraron  en  una  di*  las  pi<  tasque  este  ocu- 
paba en  el  piso  bajo  dol  cdilicio  que  daba 
«I  patio. 

—  lil  señor  abato  de  d' Aigrigny  que  ha 
hecho  las  veces  de  tutor  de  .M.  Gabritl, 
ho  dfbe  tardar  i-n  venir,  añadió  Uodin 
¿tendréis  la  bondad  de  introducirle  aquí? 

— Con  mucho  gusto,  dijo Samueial sa- 
lir. 

(jabriel  y  Rodin  (juedaron  solos>  Al  ca- 
bo de  un  corto  silencio  atpiel  dijo  a\ sucio: 

— ¿Tendréis  la  bondad  de  detirme  por 
qué  razón  me  ha  sido  iniposible  ver  al  pa- 
dre d'Aigrigiiy  en  tantos  dias,  y  por  qué 
ha  eN'jido  esta  ca>3  para  düinie  audien- 
cia? 

— No  puedo  responder  á  vuestras  pre- 
guntas, repuso  fiian^ente  Uodin.  Su  Uc- 
vercncia  no  puedf  lardar  y  entonces  ^jo- 
dreis  saberlo.  Lo  único  que  pui-do deciros 
es  que  N.  U.  P.  desea  tanto  como  vos 
esta  entrevista  y  si  ha  elfjido  esta  casa  es 
porque  en  ello  tenéis  ini  grand*,*  interés... 
Ya  lo  sabéis  á  pesar  de  la  admiración  que 
habéis  mostrado  al  oir  al  conserje  hablar 
de  un  notario. 

Y  diciendo  esto  Uodin  miró  ron  curio- 
sidad é  inquietud  à  (labiiel  cuyo  rostro 


no  manifestaba  mas  que  Una  grande  sor- 
presa. 

—  No  os  entiendo,  añadió  fiabrirl, 
¿qué  interés  put'do  yo  ten«r  vn  hallarme 
aqui  ? 

--Os  repito  que  es  imposible  que  irt 
ignoréis,  repuso  Uodin,  mirando  á  <ia- 
briel  con  suma  atención. 

— Os  aseguro  de  ntievo  que  nmtn  sé , 
respondió  el  eclesi.ístico  casi  ofendido  de 
la  perseverancia  de  Uodin. 

— f, Oué  os  ha  dielio  ayer  virestra  ma- 
dre adoptiva  ruando  vino  á  veros?  ¿ypor 
(|ué  \'A  habéis  recil)itio  >in  la  autorización 
de  S.  U.?  ¿No  os  ha  hnblado  dedcrlos pa- 
peles de  familia  «jue  os  acompañaban  cuan  - 
do  os  recojió? 

— No  señor,  respondió  dabriel.  Esos 
papeles  fueron  entregados'entonces  al  con- 
fesor de  mi  madre  adoptiva ,  y  después 
han  pasado  á  poder  del  padre d' Aigrigny. 
Esta  es  la  primera  vez  que  oigo  hablar  de 
ellos,  después  de  mucho  tiempo. 

— ¿Con  que  aseguráis  que  Francisca 
Raudoin  no  ha  venido  ayer  á  hablaro*:  de 
este  asunto?  repuso  tercamente  Uodin, 
acentuando  lentamente  sus  palabras. 

— Esta  es  la  segunda  vez  (|ue  me  ma- 
nifestais tener  dudas  sobre  lo  que  os  Ihí 
afirmado,  dijo  dulcemente  el  joven  ecle- 
siástico, reprimiendo  un  moviniieeito  de 
impaciencia.  —  Os  aseguro  (¡ue  digo  la 
verdad. 

— Nada  sabe,  pensó  U'.'din,  porque  co- 
nocía á  fondo  la  sinceridad  de  Gabriel  para 
conservar  la  menor  duda  después  de  una 
declaración  tan  positiva.  O»  creo,  repuso 
el  socio.  Esto  me  ha  ocurrido  tratando  do 
saber  la  razón  porque  habei«  infringido 
las  órdenes  del  U.  P.  d* Aigrigny  subre  el 
absoluto  retiro  que  os  impuso  con  la  idea 
de  impediros  la  menor  comunicación  con 
personas  estrañas....  y  aun  contra  todas 
las  reglas  de  nuestra  casa  os  habéis  toma- 
do la  libertad  decerrar  la  piierla  de  vues- 


1 


los  ALBUM 

tro  cuarto  que  debe  quedar  siempre  en- 
treabierta á  fin  deque  la  mutua  vijiiancia 
que  nos  está  mandada  pueda  ser  ejercida 
con  mayor  facilidad....  Solo  la  necesidad 
de  una  conversación  importante  con  vues- 
tra madre  adoptiva  puede  esplicarme  vues- 
tra grave  falta  contra  la  disciplina. 

• — Mme.  Baudoin  ha  querido  liablar  á 
un  eclesiástico  y  no  á  su  hijo  adoptivo, 
respondió  gravemente  Gabriel,  y  asi  lie 
creido  poder  y  deber  oiría  ;  si  lie  cerrado 
la  puerta  es  porque  se  trataba  de  una  con- 
fesión. 

— ¿  Y  qué  era  lo  que  tanto  urgía  á  Fran- 
cisca líaudiii.i? 

-^No  tardareis  en  saberlo,  si  acaso  es 
la  voluntad  de  S.  R.  que  oigáis  nliestra 
conversación,  repuso  Gabriel. 

Estas  palabras  fueron  pronunciadas  con 
tono  firme  y  decidido,  y  durante  algún 
tiempo  no  se  volvió  á  oir  una  palabra. 

Recordaremos  al  lector  que  hasta  este 
momento  los  superiores  de  Gabriel  le  ha- 
blan ocultado  la  menor  cirounslancia  re- 
lativa á  ios  graves  intereses  de  familia 
que  reclamaban  su  presencia  en  la  ca- 
lle de  San  Francisco.  La  víspera,  la  mu- 
ger  de  Dagoberfo,  absorta  en  su  dolor, 
'no  liabi;»  pensado  en  decirle  que  las 
huérfanas  debían  liallarso  en  el  mismo 
sitio,  y  aun  cuando  le  hubiese  ocurrido 
«sta  idea  ,  tal  vez  no  lo  hubiese  hecho 
acordándose  de  los  encargos  que  le  hizo 
su  marido. 

Gabriel  ignoraba  enteramente  las  rela- 
•ciones  de  parentesco  (jue  tenia  con  las  hi- 
jas del  mariscal  Simon,  con  Mlle.deCar- 
-<lovi!le  ,  con  Mr.  Hardy,  con  el  principe 
Djalma  y  conDuorme-en-Cueros,  en  una 
ij)atabra  ,  si  le  hubiesen  revelado  que  era 
v\  heredero  de  Mr.  .Marius  de  Renopont, 
■se  Imbiera  creido  el  solo  descendiente  de 
•esta  familia. 

Durante  el  largo  silencio  que  sucedió  á 
5u  conservación  con  Rodin,  Gabriel  se  ha- 


bía puesto  á  exami'iar  por  las  ventanas 
del  cuarto  bajo  las  operaciones  de  los  al- 
baniles  que  estaban  ocupados  en  ílesfa- 
piar  la  puerta  >  y  en  quitar  las  barras  de 
hierro  que  sujetaban  la  placa  de  plomo  ala 
parl^  esterior  óel  edificio. 

En  este  momento   entró  en  el  cuarto 
el  padre  d'Aigrign.y  acompañado  de  Sa- 


Antes  qtie  Gabriel  pudiese  volver  la  ca- 
be/a ,  Uoditi  tuVo  bastante  tiempo  para 
decir  en  voz  baja  al  marqués  : 

—  Nada  sabe  y  nada  hay  que  tcmerdel 
indi"> 

\  pisar  do  la  afectada  Iran'juiüdad  del 
padre  d' Aigrigiiy  ,  sus  f.iocidtios  estaban 
contraídas  coa)o  las  de  un  jugaiioniue  es- 
tá á  puflto  de  ver  decidir  una  partida  de 
terrible  importauí-ia.  Hasta  aquel  uio'- 
meoto  todo  confribuia  á  favarecer  los  de- 
signios de  la  Compailíd;  pero  no  por  eso 
dejaba  de  pousnr  con  espanto  en  las  cua- 
tro horas  (¡ue  (¡uedabaii  aun  para  llegar 
al  término  fala'. 

Habiéndose  vuelto  Gabriel,  ehnaríjíjés 
le  dijo  con  tono  cordial  y  a iecl iinso  ,  acer- 
cándose á  él  con  la  sonrisa  en  los  labios  y 
alargándole  la  mano: 

— Mi  queri  lo  hijo,  mucho  he  sentido 
no  haber  podido  oíros  hasta  ahora  como 
lo  deseabais  desde  el  momento  de  vuestra 
llegiila,  y  ni'iclíO  mas  haberme  visto  pre- 
cisado À  imponeros  algunos  días  de  retiro. 
.\unque  no  tengo  necesidad  de  daros  es- 
plicacion  ninguna  sobie  las  cosas  que  os 
ordeno,  sin  embargo  no  puedo  menos  de 
confesaros  que  si  he  obrado  Jiléese  modo, 
solo  ha  sido  por  vuestros  intereses. 

— Debo  creer  á  V.  R.  respondió  Ga- 
briel inclinándose. 

El  joven  eclesiástico  no  podia  menos  de 
sentir  una  vaga  emoción  causada  por  el  te- 
mor, porque  hasta  el,dia  desu  marcha  para 
lami.><ion  de  Améiica,  el  padred' Aigrigny, 
en  cuyas  manos  había  hecho  ios  formida- 


alhi'M. 

liles  votos  'jiii'  !i?  libaban  irrevut  iltlomoii- 
lí«  á  la  Socii'da-I  di-  J^'^us,  el  iiiiir<|ii.'s  lia- 
Mn  ejercido  sobro  il  una  grande  lulltien- 
i-ia. 

I.as  improioiies  de  la  prirnerajuvenlul 
III  se  biinaii  jamas ,  y  i-sii  eia  la  prime- 
ra vez  ijue  desde  sn  vuelta  se  ab'<r;i't>a  (i.i- 
ftriel  con  el  padre  l'Ai^ri¡^iiy  ;  a-i  es  «¡ne 
oiinijue  lio  sintió  debilitada  la  dclermina- 
eioii  <|iie  liabia  tomado,  se  arrepintió  de 
410  liabiT  tenido  mnyr.r  ánimo  para  entrar 
en  una  tranca  con>crsacion  con  Ayricol  y 
Dagoberto. 

Kl  padre  d'  Aiiirimiy  tonia  bastante  co- 
iiocíinienti)  del  Oi»i.izon  liuniaiio  para  no 
iiolnr  l<  emoción  del  joven  eel>'SÍástico  y 
f»ara  H)  hacerse  cargo  de  su  origen,  lista 
iiiipre.>ion  le  paieri<'>  de  butMi  ahilero,  y 
pi>r  lo  tanto  redobló  sus  atenciones,  re 
servándose  eB  caso  necesario  tomar  otra 
máscara.  Sentóse  dejando  á  llodin  y  á 
(labriel  de  pié  y  diciemlo  á  ole  último: 

— ¿Con  »|iié  tenéis  un  gran  deseo  de 
entrar  conmigo  en  una  materia  impor- 
tante? 

— Si,  padre,  dijo  Gdbriel  bajando  in- 
volualariamente  la  vista  ante  los  luiiiino- 
■SJs  y  r,i>gadus  ojos  de  su  supeiior. 

— También  yo  tengo  (¡ue  dedros  cosas 
de  suim  importancia;  cscucbadmo  y  des- 
pués liablaréis. 

—  Kslá  muy  bien,  |)adre  mió. 

—  Hace  casi  doce  anos,  hijo  mió,  dijo 
areoluo>aHienl<;  dWigrigny,  (¡ue  el  confe- 
sor de  vuestra  madre  ado])<iva  se  dirijióá 
ini,  por  medio  de  Mr.  Kodin,  y  me  balrló 
«le  vos  contándome  los  muclios  progresos 
<iue  lijciais  en  la  escuela  de  los  Herma- 
nos. Supe  efectivamente  que  vuestra  es- 
celente  conducta,  que  vuestro  dulce  y 
modesto  carácter  y  vuestra  precoz  inteli- 
gencia eran  dignos  del  mas  tierno  interés: 
de>dc  este  momento  se  observaron  vues- 
tros progresos  y  viendo  al  cabo  de  algún 
tiempo,   que  en    nada  desinerocian,    me 


109 


pareció  (|iie  podria  sacarse  de  vos  un  parti- 
do diferente  del  (|ue  >e  debia  esperar  de  un 
artesíino:  liubo  algunas  esplicacitmis  COn 
viK'.oIra  madre  adoptiva,  y  por  mis  reco- 
mendaciones fuisteis  admitido  graluíla< 
mente  en  lina  de  las  escuelas  de  nuestra 
Compania;  asi  (jue  desde  e^le  momento 
se  aliMÓ  algún  tanto  el  enorme  p»'so  tpie 
gravitaba  sobre  la  escelente  muger  que  os 
recojió,  y  recibisteis,  mediante  nuestros 
paternales  cuidados,  todos  los  benelicios 
d*e  una  educación  religiosa.  ¿No  es  verdad 
todo  esto,  hijo  mió? 

— Si,  padre,  respondió  Gabriel  bajando 
los  ojos. 

— Al  paso  que  crecíais  se  desarrollaban 
e¡i  vuestra  inteligencia  varias  y  esceleu- 
tes  virtudes;  principalmente  vuestra  dul- 
iura  y  vuestra  obediencia  ejemplares,  6 
hicisteis  rápidos  progresos  en  vuestros  es- 
tu<]ios.  Kn  a(iuella  época  yo  ignoraba  to- 
davía la  carrera  á  que  os  inclinabais.  Sin 
embargo,  estaba  pers\iadidoque,  en  todas 
las  circunstancias  de  vuestra  vida,  porma- 
neceriais  siempre  un  hijo  predilecto  de  la 
Iglesia.  Mis  esperanzas  no  salieron  fallidas, 
ó  por  mejor  decir  con  vuestro  modo  de 
obrar  quedaron  muy  atrás. 41abiendo  sa- 
bido conlidencialmente  que  vuetra  madre 
adoptiva  deseaba  con  ansia  que  os  orde- 
naseis, correspondisteis  después  generosa 
y  religiosamente  á  las  ideas  de  la  escelente 
mujer  a  (¡uien  tanto  debiais...  Pero  como 
el  Señor  es  siempre  justo  en  sus  recom- 
pensas, (|uito  que  la  mejor  j  ruebade  gra- 
titud (]-ie  pudieseis  dar  á  vuestra  madre 
adoptiva  fuese  al  mismo  tiempo  provecho- 
sa ,  puesto  (jue  os  hizo  entrar  éntrelos 
miembrus  militantes  de  nuestra  santa 
iglesia. 

A  estas  palabras  del  padre  d'Aigrigny, 
Gabriel  no  pudo  reprimir  un  movimiento 
acordándose  de  las  Iri.Ntes  confianzas  de 
l'raiici>C3;  pero  logró  contenerse,  Uodiri 
continuaba  de  pié  y  apoyado  coolra  uu 
■Ib' 


IIÇI  ÁLBUM. 

ángulo  de  la  chimenea  observando  todos 
sus  movimientos  con  una  atención  sipgu 
lar. 

El  padre  d'Aigriny  repuso: 

—No  os  ocultaré,  hijo  mió,  que  vues- 
tra resolución  me  colmo  de  alegría,  y  des- 
de aquel  momento  os  consideró  como  una 
de  las  futuras  lumbreras  de  la  Iglesia ,  re- 
gocijándome de  verla  brillar  en  medio  de 
nuestra  Compañia.  Habéis  soportado  con 
ánimo  nuestras  numerosas  y  difíciles  prue- 
bas, y  os  he  creído  digno  de  contaros  co- 
mo uno  de  nuestros  miembros,  y  después 
de  haber  prestado  entre  mis  manos  el  ir- 
revocable y  sagrado  juramento  que  os  liga 
para  siempre  á  la  Cumpañia,  para  mayor 
gloria  del  Seiior,  habéis  manifestado  de- 
seos de  corresponder  á  la  conHanza  de 
nuestro  Santo  Padre  é  ir  á  predicar  la  fé 
católica  á  los  bárbaros.  Pur  dulorosa  que 
fuese  nuestra  sepy  ración,  debimos  confor- 
marnos y  acceder  á  tan  piadosos  deseos, 
y  habiendo  salido  de  aquicomo  un  humil- 
de misionero,  habéis  vuelto  como  un  glo- 
rioso mártir,  y  nos  envanecemosjuslamen- 
te  de  cor)taros  en  el  número  de  los  nues- 
tros. Esta  rápida  relación  de  los  sucesos 
anteriores  es  ^mámente  necesaria  para 
Iq  que  voy  á  deciros  :  porque  se  trata^  si 
fuese  posible....  de  estrechar  mas  aun  los 
lazos  que  os  ligan  á  nosotros.  Escuchad- 
me, hijo  mío,  con  la  mayor  atención;  lo 
que  sigue  es  un  secreto  de  la  mayor  im- 
portancia no  solo  para  vos  sino  para  la 
Compañia  entera. 

—En  esc  caso,  padre  mió respon- 
dió Gabriel  vivamente  interrumpiendo 
al  padre  d'Aigrigny....  no  puedo  ni  debo 

oíros. 

Y  en  esto  el  joven  eclesiástico  sedemu- 
í""*»  y  por  la  alteración  de  su  fisonomía  pu- 
conocerse  muy  tiicn  el  violento  com- 
bate á  que  estaba  entregado,  perovolvien 
do  de  pronto  á  su  resolución  primitiva 
levantó  la  cabeza  y  filando  la  vista  con 


resolución  en  el  padre  d'Aigrigny  y  eB 
Ridin  que  estaban  mirándose  llenos  de 
sorpresa,  repuso: 

— Os  lo  repito,  padre  tnio,  si  se  trata 
de  cosas  confidenciales  de  la  Compañia... 
me  es  imposible  escucharos, 

-^Verda<!eramente,  hijo  nuo,  vuestras 
palabras  mé  admiran.  ¿Que  tenéis?  Es- 
tais  demudado,  vuestra  emoción  es  visi- 
ble.... Vamos,  hablad,  hablad  sin  temor... 
¿Por  qué  no  debéis  oirme  mas? 

— Sin  haceros,  padre  mió,  una  rápida 
exposición  de  lo  pasado,  me  es  imposible 
decíroslo.  Hecha  esta  conoceréis  entonces 
que  no  tengo  el  menor  dereth  >  á  vuestras 
confianzas,  porque  no  tardará  mucho  sm 
que  nos  separe  un  abismo; 

Es  imposible  describir  lá  fuerza  dé  laâ 
miradas  que  cambiaran  Rodin  y  ol  mar- 
qués á  estas  palabras  de  Gabriel:  el  socio 
empezó  á  morderse  las  uñas  fijando  en 
Gabriel  sus  ojos  de  reptil  con  indignación. 
El  marqués  se  quedó  lívido ,  y  su  frente 
se  cubrió  de  un  sudor  frío.  Temía  que  en 
el  mofrsentd  de  llegar  al  término  deseado, 
el  obstáculo  viniese  de  parte  de  Gabriel  ert 
cuyo  favor  se  habían  vencido  todas  las  di- 
ficultades. 

Est»  idea  era  terrible ,  pero  á  pesar  dé 
eso  el  marqués  se  contuvo  admirablemen- 
te, conservó  su  sereflidad  y  respondió  corr 
afectuosan  ncion: 

— No  puedo  creer,  hijo  mió  ,  que  uno' 
y  otro  estemos  separados  jauíás  por  un 
abismo...  á  no  ser  por  el  abismo  del  dolor 
que  me  causaría  algún  golpegraveque  ame- 
nazase vuestra  salvación...  pero  hablad..^ 
ya  os  escucho. 

— Hace  eíectivainenle  doceaiíos,  re- 
puso Gabriel  con  voz  firaie  y  anirrtándose 
gradualmente,  que  gracias  á  vue-stra  so- 
licitud entré  en  un  colegio  de  la  Compañia 
de  Jesús,  y  entré  con  sumo  gusto,  lleno 
de  las  mayores  esperanzas,  lealtad  y  con- 
fianza. El  dia  de  uii  admission  mt  dijo  el 


«'  BUM. 


lil 


'Superior  señalándome  dos  niños  nlgo  ma- 
yores (|,ie  yo  : 

«  ll«''  a<|iii  los  compañeros  q(ie  preferí  ■ 
reís:  os  pasearéis  lostresjiinlos;  la  rejjla  de 
la  casa  prohibe  lodo  género  ilecDiivcrsarion 
con  (los  personas  solas  y  al  iiii>mo  tiempo 
manda  (jue  escnrlieis  con  atiiiiioii  lo  «lue 
os  digan  vuestros  co[ii|)anor«)S ,  para  dar- 
nie  ai  instante  cuonla  do  rilo,  porijiie  es- 
tos tiernos  niños  pueden  tener  involunta- 
riamente malos  pensamientos  ó  proyectar 
algunas  fallas;  si  tenéis  afecto  á  Nuestros 
compañeros,  es  preciso  que  me  hasais 
advertir  sus  malas  tendencias  para  que 
mis  patvrnales  ohservacioiles  puedan  evi- 
tarles el  ca-l'^o  [ireviniendo  sus  faltas 

Vale  ma>  pre\en  r  que  castigar  el  mal. 

— Efeclivamenle,  hijo  niio,  latos  son 
Ids  reglas  de  nuestra  casa  y  el  lengua- 
je que  Se  tiene  con  los  nuevamente  admi- 
tidos, dijo  el  padre  d'  Aigrigny. 

—  Lo  si'',  padro  mió,  continuó  (labriel 
con  tristeza  :  asi  es  <|ue  tres  dias  después, 
como  yo  era  un  pobre  niño  créduloy  obe- 
diente, espié  sencillauíeiileá  mis  cou)pa- 
ñeros,  escuchando  y  conservando  en  mi 
memoria  sus  conversaciones,  para  ir, co- 
mo en  efecto  hice,  á  dar  cuenta  de  ellas 
al  superior,  ti  cual  me  felicitó  por  nji ce- 
lo. Lo  (|UH  me  obligaban  á  hacer  era  una 
cosa  indigna  ,  y  sin  embargo,  Diossabequo 
creia  cumplir  un  deber  caritativo.  Consi- 
derábame feliz  obedeciendo  las  órdenes  de 
misupiriur  que  yo  rtspelaba,  y  cuyas 
palabras  escuchaba  yo  como  si  viniesen  de 
Dios...  í'oco  después,  un  dia  que  cometí 
una  infracción  en  la  regla  de  la  casa,  me 
dijo  el  superior;  IJijo  mío,  íuiUis  mereci- 
do un  coillgo  gevero,  pero  se  os  peri/oi.ará 
si  llegáis  á  surprenJcr  á  uno  ¡le  vuestros 
compañeros  en  igual  falla.  '1  eniiendo  que 
á  pesar  de  mi  celo  y  de  mi  ciega  obedisn- 
cia  rae  pareciese  odioso,  el  superior  aña- 
dió: Esto  que  os  digo,  hijo  mió,  es  por  el 
interés  que  nif  tumo  en  la  salcarion  de  vues- 


tro c  mpañero ,  porque  ti  no  le  ensli'iatr  fe 
htthituariit  al  mal  con  la  impunidad  ;  sor- 
pretidtnidote  en  una  falla  <■  imponimdo'r  un 
saludable  castigo,  tendréis  la  diiUe  veiloja 
de  contribuir  á  «u  salvación  y  de  nuntrtíeros 
vos  mismo  á  un  cfistií/o  ntercrido ,  pero  cu- 
ya remisión  habrá  sido  causada  pur  ih<v<íío 
celo  ¡vira  am  el  prójimo. 

— Suiduda,  respondió  el  padre  d"  Aigrig- 
ny cada  vez  mas  asustado  del  lenguaje  de 
(labriel,  y  verdaderamente,  hijo  nuo,  to- 
do esto  es  conforme  á  la  regla  que  se  si- 
gne en  nuestros  colegios  y  á  los  hábitos  de 
las  personas  de  nuestra  (Compañía. 

— Lo  sé...  csclamó  ílahriel; 

— t)uerido  hijo,  conlinu-'  el  marqtirs, 
procurando  ocultar    bajo  una    apariencia 

de  dignidad  ofendida  su  secreto  terror 

(>s  diré  a(|ui  entre  los  dos  (jue  lodo  esto 
debe  parecer  bien  estrañó. 

Kn  este  momento,  Hodin  ,separ:ui*!(>se 
de  la  chimenea  eti  que  se  eslabii  apnyado, 
empezó  á  pasearse  por  el  cuarto  con  aire 
pensativo  y  continuando  en  morderse  las 
uñas. 

— Siento,  continuó  el  martjués,  verme 
en  la  precisión  de  recordaros  (jue  nos  de- 
béis la  educación  que  habéis  re(il>id<i. 

— Hasta  entonces,  repuso  ííahriel,  yo 
habia  espiado  á  los  demás  niños  con  cier- 
to género  de  desinteréo.  Tal  era  mi  fé  y 
mi  confianza  que  me  habilué  á  hacer  ino- 
cente y  candorosamente  el  papel  que  se 
me  impuso. 

— N'amos  al  caso,  hijo  mió,  n  puso  el 
padre  d' Aigrigny  con  ansiedad....  ¿cuál 
es  el  objeto  de  esta  audiencia  (jue  liabcis 
solicitado? 

Al  decir  estas  palabras  entró  Samuel  y 
dijo: 

—  Un  hombre  de  cierta  edad  solicita 
íiablar  con  Mr.  Rodin. 

— Yo  soy,  respondió  el  socio  bastante 
sorprenlido. 

Y  antes  de  salir  el  judio,  entregó  al 


112  4LBÜ9I, 

marqués  un  papel  en  ol  que  habia  escti- 
tas  con  lápiz  algunas  palabras. 

hodin  salió  sumamente  inquieto  y  de- 
seoso de  saber  quien  podía  haber  venido 
á  buscarle  á  la  ca>a  de  la  callo  de  San  Fran- 

C¡!«CO. 

ti  Padre  d'Aigrigny  y  Gabriel  queda- 
ron «oíos. 

XX. 

KUPTURA. 

Aquel,  sumido  en  una  ansiedad  mor- 
tal, lomó  ma(|uinalmentc  el  billete  y  es- 
taba sin  atreverse  á  abrirlo,  dudando  so- 
bre el  objeto  de  la  conversación  de  Ga- 
briel,  y  no  alreviéiiduse  á  responder  á  lo 
que  ya  liabia  diciiu,  Uuníeiido  irritar  al 
jóvtn  iciesiásíico  sobre  t'uyacabe¿a  repo- 
saban aun  inffreses  tan  inmensos.  Nin- 
guna de  las  perplejidades  que  íiabian  ocur- 
rido después  de  algún  tiempo,  ninguna 
era  mas  imprevista  ni  mas  terrible  que 
a(|Hella. 

Temiendo  inlcriumpir  ó  interrogar  á 
(íabrit'l,  el  nianiuós  esperó,  con  mudo 
tirrvir,  el  desenlafo  de  esta  conversación 
hasta  entr.nüts  tan  amenazadora. 

lil  misionero  repuso  : 

— Padre  mió,  creo  un  deber  mió  con- 
titiyar  esta  narración  hasta  el  momento 
de  mi  salida  para  América  ,  y  entonces 
comprenioreis  la  iaz)n  por  la  que  he  (jue- 
rido  habliiros. 

K\  Padre  d'Aigri^ny  hizo  seña  á  Ga- 
briel para  que  conliimase. 

— Luego  que  supe  el  pretendido  deseo 

de  mi  madre  adoptiva,  me  resignó y 

atmque  me  costó  mucho...  salí  de  la  triste 
casa  donde  pasé  mi  primera  juventud  para 
entraren  uno  dt  los  seminarios  de  laCom 
pañía.  Mi  resolución  no  era  hija  de  una 

irresistible  vocación  religiosa sino  por 

el  deseo  de  cunq)lir  debidamente  con  una 
deuda  sagrada.  Sin  embargo,  el  verda- 
dero espíritu  de  la  religion  de  Jesucristo 
es  tan  vivificante  que  me  senlí  con  nue- 


vas fuerzas,  anitnado  con  la  idea  de  pfdt- 
ticar  los  adorables  preceptos  del  Divino 
Salvador. 

A  mi  mo  lo  de  ver,  y  en  vez  de  áseme* 
jarme  al  colegio  donde  habia  vivido  hasta 
entonces,  un  seminario  era  para  mi  un 
sitio  bendito  donde  se  practicaba  todo 
cuanto  hay  de  mas  santo  y  puro  en  la  fra- 
ternidad evíingélií'ii .  aiilicdJo  á  la  vida 
común;  dondesepred  caba  continuauiente 
con  el  ejemplo  el  amor  de  la  humanidad 
y  las  dulzuras  inefables  de  la  caridad  y  de 
la  tolerancia.  Moral  santa  y  sublime  y  á 
li  que  nadn-  le^i^lc  cuando  se  predica  con 
ios  ojos  anegados  de  Ligrimas  y  el  corazón 
devorado  <le  ternura  y  caridad. 

AI  pronunciar (íahiiel  estas  últimas  pa- 
labras con  profunda  emoción  ,  sus  ojos  se 
huinedoeieron  y  su  rostro  resplandeció  con 
una  iiL'üeza  ungeiical. 

— Tal  es,  querido  hijo,  el  espíritu  del 
cristianismo;  pero  sobre,  todo  es  preciso 
,  estudiar  y  esplicar  la  letia,  respondió  fría- 
mente el  marqués.  Nuestros  senunarios 
están  especialmente  destinados  á  este  es- 
tudio. 

La  espliracion  de  la  letra  es  una  obra 
de  análisis,  de  diseiplin;!  y  sumisión,  y 
no  una  obra  de  corazón  ni  de  sentimiento. 
— G  m|)liendo  con  los  deberes  del  ins- 
tituto salí  para  Amériea,  y  concluida  mi 
misión  volví  aqui ,  después  de  mucha  re- 
ílecsion, decidido  á  suplicaros  queme  die- 
seis libertad  y  que  me  dis|)ensaseis  de  mis 
juramentos.  Varias  veces  aunque  et»  vano, 
he  solicitado  esta  audiencia...  y  ayer  Dios 
permitió  que  tuviese  una  larga  conversa- 
ción con  mi  madre  adoptiva  y  por  esta 
supe  el  ardid  (pie  se  habia  empleado  para 

formar  mi  vocación 

— (^on  (jue,  según  eso,  lo  que  solicitais 
es  salir  de  la  Compañía ,  dijo  el  marqués 
lívido  y  alterado. 

— Sí,  padre  mió,...  como  lie  hecho  un 
juramento  ante  vuestra  presencia,  vengo 
á  suplicaros  que  me  dispenséis  de  él. 


-— ^So{»Un  eso.  vuestra  volnnfad  os  que 
se  consideren  nulos  y  de  ninj;ijn  valor 
vuestros  con-promUos  voluntarios? 

—Sí,  padre  mió, 

— ¿Y  <in(^  en  lo  sucesivo  nada  tengai> 
que  ver  con  l«  ('ompañía  ? 

— No,  padre  niio,  lo  (|iic  -olicilo  es  que 
me  dispenséis  lus  votos. 

— Ya  sabéis,  liijo  inio,  (¡ue  la  Coinpa- 
fií»  piK'de  separarse  de  vos,  pero  no  vos 
<Je  la  (^impanía. 

— liste  paso,  padre  mió,  os  probará  la 
importancia  (]ue  doy  al  juramento,  puesto 
qui'  vengo  á  solicitar  que  me  lo  di-pen- 
seis.  si  á  posar  dt?  mi  si'iplica  os  negáis  á 

ello no  me  con>id<'rarè  coinpnniutidH 

en  lo  sucesivo,  ni  á  los  ojoS  de  Di.'S,  ni  á 
los  de  los  hombres. 

— liso  es  muy  claro,  dijo  el  padre  d'Ai- 
{:rigny  á  Uoiliii ,  y  su  voz  espiró  en  sus 
labios:  i  tan  profunda  era  ^u  desespera- 
ción I 

Ilcpentinamcnte,  y  mientras  que  Ga- 
briel con  los  ojos  l»HJ'is  esperaba  la  res- 
puesta del  padre  d'Aiyiigny  que  se  quedó 
uuiJo  ó  inmoble,  ocurrió  á  Uodiit  una 
«dea  al  ver  que  el  11.  P.  tenía  todavía  en 
la  mano  el  billrtu  que  le  liabia  entregdo 
poco  antes 

El  socio  se  acercó  al  marqués  y  le  dijo 
en  voz  baja  y  con  aire  dudoso  y  alar- 
mado : 

— ¿No  habéis  leido  mi  billete? 

— No  he  pensado  en  ello,  respondió  tran- 
quilamente el  R.  P. 

Ki>di4i  pareció  hacer  un  esfuerzo  sobre 
sí  nuauío  para  reprimir  un  movimiento 
tle  viva  có'era;  en  seguida  dijo  al  marqués 
cofi  voz  tranquila  : 

— Os  ruego  que  lo  leáis,... 

Apenas  el  R.  P.  hubo  jechüdo  la  vista 
sobre  el  escrito  cuando  sus  ojo»  parecie- 
ron animados  con  una  esperanza  :  apretan- 
doentoBces  la  mano  del  socio  con  espresion 
de  profundo  reconocimiento  le  dijo  en  voz 
b«ja. 


— Tenéis  razón....  (¡abriel  es  nuestro. 
XXI. 

I'NMIKNÜA. 

El  padre  d'Ai}:ri^iiy  antes  de  dirijir  la 
palabr;i  á  fiabnel  (jm-dó  prufiindamcnle 
recojido;  su  fisonduiía,  poco  antes  des- 
compuesta, se  iba  serenando  poco  á  poco. 
Parecía  meditar  y  calctilar  los  efectos  de 
la  elocuencia  que  iba  á  desplegar  sobre 
un  tema  escelente  y  de  un  seguro  efecto, 
que  Rodin ,  movido  por  el  peligro  de  la 
situación ,  le  había  trazado  en  pocas  lí- 
neas que  escribió  rápidamente  con  lápiz  y 
(|ue  el  R.  P.  en  su  abatimiento  había  ya 
olvidado. 

Rodin  volvió  á  ocupar  su  puesto  de  ob- 
servación al  lado  de  la  climenca  á  donde 
fué  á  apoyarse  después  de  haber  echado 
sobre  el  marqués  una  mirada  de  superio- 
ridad desdeñosa  y  colérica  acompañada 
de  un  movimiento  de  hombros  muy  sig- 
nificativo. 

Después  de  esta  manifestación  involun- 
taria y  felizmente  inapercibida  por  el  pa- 
dre d\\ígrigny  ,  la  cadavérica  figura  del 
socio  volvió  á  recobrar  su  glacial  sereni- 
dad; sus  párpados,  que  la  cólera  hizo  le- 
vantar un  momento,  volvieron  á  su  esta- 
do natural  y  cubríeudo  á  medias  sus  ma- 
cüentos  ojos. 

Es  menester  confesar  que  el  marqués, 
3  pesar  de  su  fácil  y  elegante  locución,  y 
de  sus  esquisilos  y  seductores  modales,  á 
pesar  de  su  aspecto  y  apariencias  de  hom- 
bre de  mundo  completo  y  refinado,  ha- 
bía como  desaparecido  por  la  fuerza  de 
la  implacable  firmeza,  astucia  y  diabólica 
profundidad  de  Rodin,  hombre  viejo  y 
as(]ueroso,  miserablemente  vestido,  el 
cual  raras  vec»ís  se  sobreponía  á  su  papel 
de  secretario  y  d?  mudo  actor. 

La  influencia  de  la  educaciones  tan  po- 
derosa ,  que  (labriel,  a(iesar  <lc  la  ruptu- 
ra formal  ijiic  acababa  de  provocar,  e-ta- 
ba aun  mtimídado  en  presencia  del  padre 
29- 


114 


ALBüB. 


d'Aigrigny  y  esperaba  con  dolorosa  an- 
siedad la  respuesta  de  S.  R.  á  la  petición 
espresa  que  habia  hecbo  de  que  le  rele- 
vasen de  sus  antiguos  juramentos. 

Su  Reverenda  babicndo  sin  duda  com- 
binado diestramente  un  plan  de  ataque , 
rompió  al  fín  el  silencio,  dio  un  prorundo 
suspiro,  supo  dar  á  su  fisonomía,  antes 
severa  é  irritada,  una  tierna  espresionde 
mansedumbre,  y  dijo  á  Gabriel  con  tono 
afectuoso  : 

— Querido  hijo ,  perdonadme  si  he  ca- 
llado tanto  tiempo;  pues  vuestra  repenti- 
na determinación  me  ha  conmovido  de 
tal  modo  y  me  ha  suscitado  tan  penosas 
¡deas ,  que  me  he  visto  precisado  á  reco- 
jerme  durante  algunos  instantes  para  bus- 
car y  penetrar  la  causa  de  vuestra  deter- 
minación    creo  haberla  h.illado 

¿Habéis  reílecsionado  bien.....  sobre  la 
gravedad  de  e^le  paso  ? 

— Si,  padre  mió. 

— ¿Con  que  estais  enteramente  decidi- 
do á  abandonar  la  Compañía....  aun  contra 
mi  parecer? 

— Me  es  muy  sensible,  padre  mió;  pero 
me  resignaré.... 

— Efectivamente ,  hijo  mió ,  esto  debe 

sernos  muy   sensible porque   habéis 

prestado  voluntariamenle  un  juramento 
irrevocable,  y  esto,  según  nuestros  esta- 
tutos, solo  os  permite  abandonar  la  Com- 
pañía con  la  aprobación  de  vuestros  su- 
periores. 

— Padre  mió ,  ya  os  he  dicho  que  yo 
ignoraba  la  naturaleza  de  los  compromi* 
sos  que  hacia.  En  este  momento  que  estoy 
mas  ilustrado,  solicito  retirarme,  y  mi 
único  deseo  es  el  de  obtener  un  curato 
en  un  pueblo  lejano  de  Paris,...  Conozco 
el  poder  de  mi  vocación  á  estas  penosas  y 

útiles  ocupaciones en  el  campo   hay 

una  miseria  tan  terrible  y  una  ignorancia 
tan  estremada  de  todo  lo  que  puede  con  - 
tribuir  á  mejorar  un  poco  la  condición  del 


labrador  proletario ,  que  su  ecsistencia  i^ 
tan  desgraciada  como  ja  de  los  esclavos; 
porque  ¿de  qué  libertad  gozan?  ¿cual  es 
su  instrucción?  Me  pareccque  con  laayu- 
da  de  Dios,  podré  hacer  algunos  servicios 
á  la  humanidad  en  uitcurato.  Muchosen- 
tiría  ,  padre  mió ,  que  me  negaseis  to 
que..... 

— Tranquilizaos,  liijo  mió,  repuso  el 
marqués;  yo  no  pretendo  luchar  mas 
tiempo  contra  vuestrus  deseos  de  separa- 
ros de  nosotros. 

— ¿Con  que  me  relevais  de  mis  votos, 
padre  mió? 

—'Mis  facultades  no  llegan  á  tanto,  p^r- 
ro  voyá  escribir  inmediatamente  á  Roma^ 
pidiéndola  autorización  á  nuestro  generad 

— Mil  gracias,  padre  mió. 

--.Hijo  mió,  no  tardaréis  mucho  en  ve- 
ros libre  de  |estos  lazos  que  tanto  os  pe-' 
san ,  y  los  hombres  que  desconocéis  tan 
duramente  no  dejarán  por  eso  de  rogar 
por  vos....  para  que  Dios  os  ¡preserve  de 

mayores  estravíos Os  creéis  relevado 

para  con  nosotros,  hijo  mió,  pero  nosotros 
no  nos  creemos  así  para  con  vos;  en  nues- 
tra Compañía  no  es  tan  fácil  desprenderse 
de  un  afecto  paternal... ¿('ómo  ha  de  ser? 
Nosotros  nos  creemos  obligados  hacia  nues- 
tras criaturas ,  en  razón  de  los  beneficio» 
que  les  hemos  prodigado....  Erais  un  po- 
bre... y  huérfano...  y  nosotros  os  hemos 
alargado  la  mano  por  el  interés  que  nos 
inspirabais ,  y  por  evitar  á  vuestra  esca- 
lente madre  adoptiva  una  pesada  carga. 

— Padre  mió,  dijo  Gabriel  reprimiendo 
su  emoción,  yo  no  soy  un  hombre  ingrato* 

— Me  lisonjeo  de  ello,  liyo  mió;  duran- 
te un  largo  espacio  de  tiempo  os  hemos 
dado,  como  á  un  querido  hijo ,  el  pan  del 
alma  y  del  cuerpo;  hoy  se  os  ha  ocurrido 
abandonarnos!,  y  no  solamente  consenti- 
mos en  ello Pero  ya  he  adivinado  d 

verdadero  motivo  de  vuestra  ruptura  con 


k»fcl'JI. 


115 


Y^osülros ,  es  un  deber  mió  el  relevaros  de 
Vuestros  juramcnlos. 

— ¿De  quó  jnotivo  habíais,  padre  mió? 

— Hijo  inio, concibo  vuestros tenioros... 
Kn  el  día  nos  auu>na/au  muchos  riesgos, 
ya  lo  sabéis. 

—¡Riesgos,  padre  mió  I  esclamó  Ga- 
briel. 

— Es  imposible  que  ignoréis',  hijo  mío, 
(|ue  desde  la  caida  de  nuestros  legítimos 
soberanos  que  eran  nuestros  protectores 
naturales,  la  impiedad  revolucionaria  es 
cada  vei  mas  inminente;  se  nos  llena  dé 

persecuciones  y así  e-«|,  hijo  inio ,  (pie 

comprendo  tan  bien  como  vos  el  motivo 
T)ue  en  tales  circtinstancias  os  obliga  á  se- 
pararos de  nosotros. 

— Padre  mió,  csclamó  Gabriel  con  tan» 
la  indignación  como  dolor,  no  creo  [que 
podáis  pensar  eso  de  mí. 

El  padre  d'Aigrigny,  sin  hacer  caso  de 
la  protesta  de  (iabriel,  continíió  pintando 
el  cuadro  lastimoso  de  los  peligros  de  la 
Compañía ,  la  cual  U^jos  de  estar  en  peli- 
gro, empezaba  ya  sordamente  á  recobrar 
su  influencia. 

— li  Oh  1  i  si  nuestra  Compañía  fuese 
ahora  tan  poderosa  como  pocos  anos  an- 
tes, repuso  el  R.  P. ,  si  estuviese  rodeada 
de  los  respetos  y  homenages  que  le  deben 
los  verdaderos  líeles,  puede  ser  que  á  pe- 
sar de  las  abominables  calumnias  con  que 
la  persiguen,  tal  vez,  hijo  mió,  hubiéra- 
mos dutíaJo  en  relevaros  de  vuestros  ju- 
ramentos; pero  hoy  que  somos  débiles  y 
estamos  oprimidos  y  amenazados  por  to- 
das partes,  es  un  deber  nuestro,  y  un  de- 
ber caritativo  el  no  forzaros  á  participar 
de  los  peligros  de  los  cuales  tenéis  la  pru- 
dencia de  quereros  sustraer. 

Y  diciendo  esto,  el  marqués  echó  una  rá- 
pida ojeada  sobre  su  socio  que  respondió  con 
una  inclinación  aprobativa  ,  acompañada 
de  un  movimiento  de  impaciencia  quepa- 
teda  decirle  ! — ¡  Seguid  !  ;  seguid  I 


(jabriel  estaba  aterrado;  en  e'  munJ" 
no  habia  un  corasun  mas  generoso  ni  mas 
leal  (|lle  el  suyo. 

Jiízguese  cuanto  debió  padccef|8l  oir 
interpretar  de  .iipiel  modo  su  resoRKivn. 

—Padre  mió,  repuso  onnioTiilo  y  lo» 
ojos  llenos  de  lágrimas...  vuestras  pa'abras 
son  crueles...  ¿injustas...  porque  ya  sa- 
béis que  yo  no  soy  un  cobarde. 

— No,  dijo  Rodin  con  tono  breve  é  in- 
cisivo, dirigiéndose  al  mar(|ués|,  y  seña* 
lando  desdeñosamente  á  Gabriel...  El  se- 
ñor. Vuestro  (jucrido  liijo  es  solo un 

hombre  prudente. 

A  estas  palabras  de  Rodiri,  Gabriel  se 
sobresaltó:  un  ligero  sonrosado  cubrió  sui 
pálidas  mejillas,  sus  grandes  y  azules  ojoi 
brillaron  con  generosa  cóKfa ,  y  fiel  i  |<h 
preceptos  de  resignación  y  humildad  cris  • 
liana,  reprimió  este  movimiento  de  indig- 
nación ,  bajó  la  cabeza  y  guardó  silencio 
porque  se  hal!uba  demasiado  conmovido; 
de  sus  ojos  se  desprendió  una  lágrima. 

Rodin  se  apercibió,  y  tuvo  por  im  sín- 
toma favorable  semejante  moviníiento  de 
sensibilidad,  porque  miró  otra  vez  al  mar- 
qiiés  con  la  mayor  satisfacción. 

Este  estaba  á  punto  de  hacer  tma  pre- 
gunla  arriesgada  ;  así  es  que,  á  pesar  dd 
imperio  que  tenia  sobre  >í  mismo,  se  al- 
teró ligeramente,  y  cuando,  por  decirlo 
así,  se  vio  animado  con  la  mirada  de  Ro- 
din, que  se  quedó  muy  serio,  dijo  á  Ga- 
briel : 

—Otro  es  el  motivo  que  nos  obliga  i 
no  dudar  en  salisfaccr  vuestros  deseos, 
querido  hijo;  pero  este  es  solo  un  punlu 
de  delicadeza. 

Sin  duda  vuestra  madre  adoptiva  os  di* 
jo  ayer  que  estabais  próximo  á  tener  una 
herencia...  cuyo  valor  se  ignora..... 

Gabriel  levantó  de  pronto  la  cabeza  j 
dijo  al  marqués: 

— Ya  he  asegurado  á  Mr.  Rodin  que  mi 
madre  adoptiva  se  ha  limitado  á  manifes 


ne 


laime  algunos  escrúpulos  de  conciencia... 
en  cnanto  á  mí,  confieso  Ique  ignoraba 
completamente  la  existencia  de  la  suce- 
sión de  que  acabáis  de  hablarme,  padre 
mfo. 

El  padre  d'Aigrigny  notó  la  espresion 
indiferente  con  que  el  joven  eclesiástico 
pronunció  estas  palabras. 

— Eníiorabuena,  repuso  el  marqués.... 
creo  muy  bien  que  lo  ignorabais,  aun(|ue 
todas  las  apariencias  prueben  lo  ci'Dtra- 
TÍO...Ó  en  fin  que  esta  herencia  es  uno  de 
los  motivos  que  <  s  inducen  á  querer  se- 
¡pararos  de  nosotros. 

— No  os  entiendo,  padre  mió. 

— Sin  entbargo  escusa  bien  sencilla;  á 
tnimodo  de  ver  vuestra  ruptura  se  funda 
en  dos  causas...  y  juzgáis  prudente  aban- 
donarnos. 

—  ¡  Padre  mió  ! 

— Dejadme  concluir  y  pasar  al  segundo 
motivo,  hijo  mió.  Si  me  equivoco,  ya  me 
responderéis.  He  aqui  el  caso.  Antigua- 
mente, y  en  la  lu|>ótesis  de  que  vues- 
tra familia,  cuya  suerte  ignorabais,  os 
dejase  algunos  bienes  teníais  en  recom 
pensa  los  cuidados (jue  ha  tomado  la  Com- 
pañia  por  vuestra  suerte....  quiero  decir, 
<iue  habéis  hecho  una  cesión  futura  de  lo 
que  pudieseis  [)oseer....  no  á  nosotros.... 
sino  á  los  pobrts....  de  quienes  somos  los 
tutores  natos.  Ahora  que  estais  seguro  de 
gozar  algunas  comodidades,  queréis  sin 
duda,  separándoos  de  nosotros,  anular 
«sta  donación  que  hicisteis  en  otro  tiempo. 

— Para  hablar  con  claridad,  ahora  <jue 
í)os  vemos  perseguidos  renegáis  vuestros 
juramentos  con  el  objeto  de  volver  á  la 
jjosesion  de  vuestros  bienes:  anadió  Ho- 
^iin  con  voz  aguda,  como  para  resumir  de 
im  modo  claro  y  brutal  la  posición  deGa 
briej  para  con  la  Compañia  de  Jesús. 

A  esta  acusación  inlame  Gabriel  no  pu- 
do menos  de  levantar  las  manos  y  los  ojos 


ALBCII> 

—  I  Oh ,  Dios  mió  t  ¡  Dios  mió  Î 
El  marqués ,  después  de  haber  echado 

á  Uodin  una  mirada  de  inteligencia,  ledi" 
jo  con  tont)  severo,  aparentando  repren»' 
derle  de  su  ruda  franqueza. 

—  Me  [)arece  que  os  habéis  escedido^ 
nuestro  cjuerido  hijo  se  hubiera  conduci- 
do bajamente  si  hubiese    tenido   conoci- 
miento de  su  nueva  posición^  pero  puesto 
que  asegura  Id  contrario......  es  preciso 

creerlo,  á  pesar  de  las  apariencias. 

— Padre  tnio,  dijo  a!  íi"n  Gabriel,  páli- 
do, demudado,  temblando  y  reprimiendo 
>.u  doJoro^a  indignación...  os  dov  yracias 


porque  á  li)  menos  suspendéis  vuestro 
juicio.  No,  yo  no  soy  un  hombre  bajo, 
porque  Dius  es  testigo  que  yo  ignoraba 
los  riesgus  que  corre  vuestra  Compañia, 
y  porque  jo  no  soy  un  avaro.  Bien  sabe 
Dios  que  solo  en  este  momento  he  sabi- 
do, por  vuestro  conducto  ,  la  posibilidad 
en  que  estoy  de  recojer  una  herencia... 
y  que.... 

— líscuchadme  una  palabra  ,  hijo  mío» 
Una  gran  casualidad  me  ha  hecho  sabedor 
de  esta  circunstancia,  dijo  el  marqués  in- 
terrumpiendo á  Gabriel;  y  esto  gracias 
á  los  papeles  de  familia  (|ue  vuestra  ma* 
dre  adoptiva  entregó  á  s\i  confesor,  y  que 
nos  fueron  confiados  cuando  entrasteis  en 
nuestro  colegio.  Poco  tiempo  antes  de 
vuestra  vuelta  de  América,  clasificando  el 
arci)ivo  de  la  Compañia,  vuestro  legajo 
cayó  en  manos  del  K.  P.  procurador; 
examináronlo,  y  así  escomo  se  ha  sabido 
que  uno  de  vuestros  abuelos  paternos  á 
quien  pertenecía  ia  casa  en  que  estamos 
ahora  lia  dejado  su  testamento  que  será 
abierto  hoy  al  mediodía.  Ayer  noche  to- 
davía os  creíamos  nuestro;  nuestros  esta- 
tutos previenen  que  nada  propio  poda- 
mos poseer;  y  vos  en  la  donación  hecha 
en  favor  del  patrimonio  de  los  pobres. 


al  cielo,  esclámando  con  dolorosa  espre-   qué  nosotros  administramos,  habéis  cor- 
sion  :  i  roborado  estos  estatutos.  No  erais  pues 


ALBI  M 

Vos,  sino  la  Conipania  que,  en  nù  perso - 
ha,  se  presenta  como  heredera  en  vues- 
tro nombre,  con  todos  los  títulos  que  ten- 
go aquí  muy  en  reyla.  Pero  ahora,  liijo 
mió,  que  os  separáis  de  nosotros,  á  vo!« 
toca  presentarse  aqui  :  nuestra  presTncia 
es  solo  en  calidad  de  ap.>derados  de  !o» 
pobres,  á  quienes  en  otro  tiempo  habéis 
abandonado  caritaiiv ámenle  Iom  bienes quo 
pudiiSeis  poseer  algún  dia.  A  estas  horas, 
al  contrario,  la  esperaoxa  de  una  nueva 
fortuna  os  hace  cambiar  de  modo  de  pen- 
sar; asi  estais  libre,  recobrad  vuestros 
dones. 

Gabriel  que  había  escuchado  al  mar- 
qués con  doioTosa  ln)pacii'ncia ,  esclamó: 

—  ¿Y  sois  vos,  padre  mió,  vos,  quien 
me  cree  capazde mudar  de  modo  de  pen- 
sar sobro  una  donación  hecha  libremente 
'en  favor  de  una  compauta  para  recom- 
pensar la  educación  que  me  ha  dado  con 
la  mayor  generosidad?  ¿Conqtic  me  creéis 
tan  infame  qUe  falte  á  mi  palabra  porque 


117 


que  mi  único  deseo  es  obtener  un  modes- 
to curato  en  tm  pueblo  pobre...  si...  po- 
bre.... porque  allí  es  donde  mis  servicios 
podrán  ser  útiles.  Asi,  padre  mió,  cua.n- 
do  un  hombre  (jue  no  ha  mentido  j-ifnás 
alirma  que  solo  suspira  por  una  condición 
tan  humilde  y  tan  desinteresada,  me  pa- 
rère (jne  se  le  (hbe  con^idiTar  cfnix»  ¡n- 
cnpaz  de  volverse  atrás  por  avaricia  de 
los  dtinntivos  que  lia  hecho. 

Kl  marqués  luvo  tanlo  trabajo  en  cnn- 
tt^ner  su  alegría,  como  había  tenido  para 
ocultar  su  terror  :  sin  ernbargo  afiarentiS 
serenidad  y  dijo  á  Gabriel: 

— No  esperaba  nu-nos  de  vos,  hijo  mío. 

£n  seguida  hizo  ana  seña  á  Rodín  para 
que  ton»ase  parte  en  la  conversación. 

Este  comprendió  perriKita mente  á  su 
superior:  se  separó  de  la  chimenea,  se 
acercó  á  íj;ibrirl  y  se  apoyó  en  una  mesa 
donde  habia  uh  tintero  y  papel  :  en  ío- 
guida  poniéndose  á  tocar  maq^iínutuiente 
el  tambor  con  la  punta  de  sus  nudosos 


tal  vez  foy  i  poseer  un  modesto  palri-    dedos  y  con  sus  uñas  s>ucias,  dijo  al  mar- 


monio? 

— Este  patrimonio,  hijo  mió,  puede  ser 
corto  y  tal  vez  grande. 

— Padre  mío,  aunque  se  tratase  de  una 
fortuna  regia,  repuso  (iabrrel  con  noble 
indiferencia,  no  me  esplicaríadeofro  mo- 
do; me  parece  que  Icfigo  derecho  á  ser 
creido;  escachad  mi  (irme  resolución.  La 
Compañía,  á  la  cual  pertenezco,  corre 
riesgos,  según  decís.  Yo  n>e  cercioraré  de 
ellos,  )  sí  son  efectivos,  a  pesar  de  mi  de- 
terminación ,  que  moralmente  me  separa 
de  vos,  esperaré  que  ce^cn  para  dejaros. 
En  cuanto  á  la  herencia ,  á  la  que  se  me 
eree  tan  apegado,  os  la  abandono  formal 
mente:  todos  mis  deseoá  se  reducen  áque 
se  invierta  en  favor  de  los  pobres. 

Ignoro  á  cuanto  asciende  está  fortuna  ; 
pero  grande  ó  pequeña  pertenece  á  la 
Compañía  ,  porque  yo  no  tengo  mas  que 
una  palabra.  Ya  os  he  dicho,  padre  mío 


qués: 

— Todo  esto  está  muy  bien pero 

vuestro  hijo  os  da  solo  por  garantía  una 
promesa....  esto  no  basta. 

—  ¡Cómo  es  eso!  esclamó  Gabriel. 

—  Permitidme,  dijo  fríamente  Rodin  ; 
como  la  ley  no  reconoce  nuestra  existen- 
cia ,  no  puede  reconocer  tampoco  los  do- 
nativos hechos  á  la  Cunipañia Asi  es 

que  mañana  podréis  apoderaros  de  lo  que 
ahora  cedéis. 

— ¿Y  mí  juramento?  repuso  Gabriel... 

Rodín  le  miró  atentamente  y  respon- 
dió : 

— ¿Vuestro  juramento?  también  lo  ha- 
béis hecho  de  obedecer  eternamente  ú  la 
Compañía ¿qué  vale  hoy  ese  jura- 
mento? 

Gabriel  se  quedó  cortado  un  momento, 
pero  conociendo  la  falsedad  de  la  compa- 
ración de  Rodin,  fué  á  sentarse  con  calma 
30* 


lis 


ÀLBlJâ. 


y  serenidad  á  la  mesa ,  tomó  la  pluma  y 
papel  y  escribió  lo  que  sigue: 

«  En  presencia  de  Dios  que  me  ve  y 
«oye;  ante  vos,  R.  P.  d'Aigrigny  y  de 
«Mr.  Rodin,  testigos  de  mi  juramento, 
«  renuevo  en  este  instante  libre  y  voîun- 
«  tariamente  la  donación  entera  y  abso- 
«luta  quehe  hecho  á  la  Compañía  de  Je- 
«SÚS  en  la  persona  del  11.  P.  d'Aigrigny, 
«de  lodos  los  bienes  que  puedan  pcrte- 
«  necerme|,  cualquiera  qtje  sea  su  valor. 
«Juro,  bajo  pena  de  infamia,  cumplir  es- 
ota  promesa  irrevocable,  que  en  mi  al- 
«  ma  y  conciencia  considero  como  el  cum- 
«  plimiento  de  una  deuda  de  gratitud  y 
«  un  piadoso  deber.  I£l  objeto  de  esta  do 
«  nación  es  hecho  con  el  fin  de  remuno- 
«  rar  pasados  servicios  y  de  socorrer  á  los 
«pobres:  el  tiempo  no  podrá  en  ningún 
«  caso  modificarla  y  por  la  misma  razón 
«que  no  ignoro  que  podré  leyalinehle  pe- 
«dir  la  anulación  del  acto  que  hago  en  es 
«  te  momento  con  toda  mí  voluntad ,  de- 
«  claro  que  si  en  cualquier  circunstancia 
«yo  pensase  en  revocarla,  mereceré  el 
a  desprecio  y  el  horror  de  los  hombres  de 
«  bien. 

«  En  cuya  virtud  escribo  este  acto  el 
«  13  de  febrero  de  1832,  en  Paris,  estan- 
«  do  para  abrir  el  testamento  de  uno  de 
«  mis  antepasados  paternos. 

«  Gabriel  Renepont  ». 
En  seguida,  levantándose,  entregó  es- 
te papel  á  Rodin  sin  pronunciar  una  pa- 
labra. 

El  socio  leyó  con  cuidado  y  respondió 
con  su  impasibilidad  habitual,  mirando  á 
Gabriel  : 

—  ¡Y  bienl  esto  no  es  mas  que  un  ju- 
ramento escrito. 

Gabriel  quedó  confundido  de  la  auda- 
cia de  Rodin ,  el  cual  se  atrevía  á  decirle 
que  el  acto  por  el  que  acaba  de  renovar 
la  donación  de  un  modo  tan  noble  y  tan 
espontáneo,  no  tenia  el  valor  suficiente. 


—  ¡  Cómo  !  repuso  'Gaí)t-rel  no  pu(íieft- 
do  casi  reprimirse  6  interrumpiendo  á 
Rodin,  ni  hagat>,  ni  me  supongáis  capai 
de  hacer  una  suposición  vergonzosa. 

—  ¡Y  bien!  repuso  Rodin  tan  impasi- 
ble como  sivmpre;  puesto  qíie  estais  de- 
cidido á  hacer  valer  esla  donación,  ¿por- 
qué no  la  haríais  legalitar  competenfe- 
mentef 

—No,  señor,  respondió  tîabriel,  ho  lô 
haré  puesto  qtie  no  us  basta  mi  palabra 
escrita  y  jurada. 

— Mi  quefido  hijo  i  repuso  afectuosa- 
mente el  P.  d'Aigrigny,  si  se  trátase  de 
una  donación  hecha  en  mí  faVor,  ¿cree- 
ríais que  vuestra  palabra  no  me  bastasef 
Pero  en  el  caso  presente  es  Otra  cosa;  ya 
os  he  dicho  que  soy  el  mandátat-ío  de  lá 
Compafíia  ó  mas  bien  el  tíitor  de  los  po^ 
bres  que  son  los  que  se  aprovecharán  de 
vuestra  generosidad  ;  por  mteré?  de  la  hu- 
manidad no  bastará  dar  todas  las  garan- 
tías posibles  y  legales  para  que  los  resul- 
tados sean  un  acto  serio  y  válido  en  fa- 
vor de  nuestra  desgraciada  clientela > 

pero  una  vaga  esperanza  que  puede  que- 
dar anulada  por  el  solo  movimiento  de 
vuestra  voluntad,  no  es  suficiente. i....  y 
aüemási...  Dios  puede  disponer  de  vues- 
tros días....  de  un  momento  á  otro,  y  en 
este  caso,  ¿quién  asegura  que  vueslros 
herederos  harán  el  debido  caso  del  jura- 
mento que  acabáis  de  pronunciar? 

—Tenéis  razón,  padre  mió,  dijo  triste- 
mente Gabriel,  no  he  pensado  en  el  caso 
de  muerte. <..  que  es  bastante  probable. ..i 

En  este  momentoSamuel  abrió  la  puer- 
ta del  cuarto  y  dijo  ; 

— Señores,  aquí  está  el  notario,  ¿pued« 
entrar?  A  las  diez  en  ponto  se  abrirá  la 
puerta. 

— Muclio  nos  alegramos  de  la  llegada 
del  notario,  precisamente  le  necesitamos: 
decidle  que  pase  adelante. 

—Voy  al  momento,  dijo  Samuel  mar- 
chándose. 


^3^Xq\lí  tenemos  \tt\  notario ,  dijo  Ko- 
*dín  á  (iabrit'i.  Si  piTsislísrn  vuestra  t)ue- 
nt  intención  podéis  rognlarizar  con  <^l 
viie<ilra  donación  y  lit>rar«»s  de  »>se  modo 
en  lo  sucesivo  de  un  gran  ptso. 

—  Kn  lodo  eyento,  dijo  (íabriel,  n^c 
"Creeré  tan  irrevocahienienle  comprome- 
tido por  eslv  jiimmt'nlo  escrito  como  por 
ttn  acto  autentico  que  voy  á  firniar. 

Y  en  esto  entregó  (îabriol  al  marqués 
el  papel  que  había  escrito. 

— Silencio,  hijo  mió,  he  aquí  el  nota- 
rio, dijo  el  padre  d'Aigrigny. 

En  efecto,  el  notario  entró  en  el  [¡cuarto. 

Durante  la  conversación  que  este  fun- 

tionario  público  va  á  lencr  con  Hodin> 

liabriel  y  el  marqués  ^  conduciremos  al 

ïettoT  a^  interior  de  la  Cflsa  tapiada. 

XMI. 

%L  SÁLó^  rOj(). 


n& 


194'guh  habia  diclio  Samuel,  là  puerta 
tapiada  acababa  de  abrirse  habiendo  der- 
rit^adu  el  muro  y  quitado  la  placa  de  plo- 
mo y  el  marco  do  hierro  qufe  la  cotide- 
naba;  las  hojas  de  encina  esculpidas  apa- 
recieron tan  intactas  como  el  día  que  fue- 
ron sustraídas  á  la  acción  del  aire  y  del 
tiempo. 

Los  albaniles,  después  de  haber  Icr- 
Yninado  esta  operación  ,  so  (jucdaron  on 
el  peristilo  con  tan  impaciente  curiosidad 
como  el  curial  quo  habia  presenciado  los 
trabajos  y  la  apertura  de  la  puerta,  por- 
que Yeian  á  Samuel  llegar  muy  desp  ció 
por  el  jardin  con  un  gran  manojo  de  llaves. 

— Amigos  miosj  dijo  el  anciano  al  lle- 
gar al  pié  de  la  escalera ,  ya  habéis  Cum- 
plido con  vuestra  obligación:  el  principal 
del  señor  curial  está  encargado  de  paga- 
ros,  y  tocante  á  mi  solo  me  resta  condu- 
ciros á  la  ptii'rta  de  la  calle. 

— Vamos,  buen  hombre,  repuso  el  cu- 
rial; ya  hemos  llegado  al  momento  mas 
ioteresantc  y  mas  c  riosoí  tanto  yo  como 


estos  esrelentes  alhaniles  estamos  deshe- 
chos por  ver  el  interior  de  e^la  misterinsa 
casa  ,  y  no  tendréis  valor  ¡tara  despedir- 
nos, es  imposible. 

— Siento  mtjclio  verme  precisado  á  ello, 
poro  no  puedo  menos;  yo  s  <y  (luien  did»o 
entrar  enteramente  solo  en  esa  halijtaci<  n 
antes  de  iritroducir  en  ella  á  los  herede^ 
ros  para  la  lectura  <f\?l  testamento. 

— ¿Quién  os  ha  dado  esas  bárbaras  y 
ridiculas  órdenes?  esclamó  el  curial  sor- 
prendido. 

■^^Mi  padte-. 

— Sin  tiuda  es  pefáoná  respetable.  V'á- 
mos,  buen  hombre,  escelente  guarda  ^ 
sed  condesfeendicnle,  repuso  elctirial;  per- 
mitidnos mirar  un  poo  por  esa  puerli 
entreabierta. 

— Vamos,  repulieron  los  demás ^  solo 
una  ojeada. 

— Siento  verme  en  la  precisión  de  ne- 
gároslo, repuso  Samuí  I  ;  no  abriré  la 
puerta  hasta  que  esté  solo. 

Los  albafiÜes  viendo  la  inflersibilidad 
del  viejo  bajarofí  cort  sentimiento  la  esca- 
lera ;  pero  el  curial  <pii>o  disputar  el  ter- 
reno palmo  á  palmo;  y  estlamó: 

—Yo  espero  á  mi  principal  y  no  mar- 
charé de  aqui  siho  en  su  compañía...,, 
nqui  en  el  peristilo  ó  en  otia  parte,  pocir 
os  importa,  mi  digno  puardi. 

El  curial  fué  inlerrumpido  en  su  sú- 
plica por  su  prmcipal,  (¡ue  desde  el  fondir 
del  patio  le  llamaba  con  precipitación  di- 
ciendo : 

— Sefior  Piston...  pronto,  señor  Pis- 
ton, venid  al  instante. 

— ¡Oné  diablos  quiere  ese  hombre.'  es- 
clamó el  curial  hecho  una  furia,  ¡  pu<  s 
no  va  á  llamarme  precisamente  en  el  mis- 
mo momenlo  en  que  yo  podía  columbrar 
alguna  cosa! 

— ¡Señor  Piston  (  repuso  la  rot  qne  se 
¡ba  acere.mdo  mas,  ¿no  me  ois? 

Mientras  qtie  SamUí  !  de«ipidia  ó  los  a|. 


lâO 


ALbttt. 


buliles,  el  curial  vio  detrás  de  un  grupo 
de  árboles  á  su  amo  que  venia  corrieado 
sin  sombrero  y  con  aire  agitado. 

El  curial  se  vio  precisado  á  bajar  del 
peristilo  para  acudir  á  la  voz  del  notario 
á  quien  se  aproximó  de  muy  mala  gana. 

— Hace  una  hora  que  os  estoy  llaman^- 
do,  dijo  Mr.  Dumesnil. 

— No  lo  he  oido,  dijo  Mr.  Piston. 

— Sin  duda  estais  sordo.  ¿Tenéis  di' 
lierot-n  el  bolsillo? 

— Sí,  señor,  respondió  el  curial  sor* 
prendido. 

— lü  al  instante  á  buscar  tres  ó  cuatro 
pliegos  de  papel  sellado  para  estender  un 
documento |corred urge  mucho. 

— Voy  al  instante,  respondió  el  curial 
echando  una  ojeada  dolorosa  á  la  puerta 
de  la  casa  tapiada. 

— Despachaos,  repuso  el  notario. 

— Yo  no  sé  donde  encontraré  el  papel. 

— El  guarda  podrá  tal  vez  indicároslo. 

Efectivamente,  este  se  iba  acercando 
después  de  haber  acompañado  á  los  alba- 
ñiles  hasta  la  puerta  de  la  casa. 

—  ¿Queréis  decirme  donde  encontraré 
papel  sellado? 

— Aqiji  cerca,  respondió  Samuel,  en 
el  estanco  de  la  calle  vieja  del  Temple, 
número  17. 

— ¿Lo  oís,  Mr.  Piston?  dijo  el  notario: 
en  el  estanco  de  la  calle  vieja  del  Temple, 
número  17.  ;  Pronto!  es  ntenester  con- 
cluir el  acto  antes  de  abrir  el  testamento 
^'  y»  es  tarde. 

■  ;:^Eístá  bien ,  voy  al  momento,  respon- 
/4ió  el  c.yrial  despechado.  Y  en  esto  si- 
guió á  su  principal,  quien  por  su  lado  se 
volvii)  al  ajarto  donde  habia  dejado  á  Ga- 
briel, á  Kodin  y  al  marqués. 

Mientras  esto  pasaba  ,  ísamuel  después 
de  haber  subido  las  gradas  del  peristilo, 
fiabia  Pegado  á  la  puerta  que  acababan  de 
(icïtapiar. 

|¿l  íncianp  después  de  haber  buscado 


con  suma  emoción  en  el  manojo  de  ílaVel 
que  tenia  en  la  mano,  )à  correspondiente 
é  la  puerta ,  la  introdujo  en  la  cerradura 
y  después  de  haber  dado  dos  vueltas  la 
abrió  de  par  en  par. 

En  el  mismo  instante  sintió  una  boca- 
nada de  aire  frió  y  húmedo  como  el  que 
ecshala  una  cueva  abierta  de  pronto. 

El  judío  después  de  haber  vuelto  ácer* 
rar  por  dentro  la  puerta  con  dos  vueltas, 
se  adelantó  hacia  el  vestíbulo  iluminado 
por  una  especie  de  claraboya  cerrada  con 
vidrios  y  practicada  sobre  el  arco  de  la 
puerta  :  los  vidrios  hablan  perdido  con  el 
tiempo  su  transparencia  y  parecían  cristal 
cuajado. 

Éste  vestíbulo,  cuyo  pavimento  era  de 
losas  de  mármol  blanco  y  negro»  era  vas- 
to, sonoro  y  formaba  la  meseta  de  una  es- 
calera que  conducía  al  primer  piso.  Las 
paredes  de  piedra  lisa  no  manifestaban  la 
menor  señal  de  deterioro  ó  de  humedad  : 
el  pasamano  de  hierro  forjado  estaba  muy 
bien  conservado;  soldado  sobre  Un  pilar 
de  granito  gris  que  descansaba  en  el  pri- 
mer escalón,  sostenía  una  estatua  de  már- 
mol oscuro  que  representaba  un  negro 
con  una  antorcha  en  la  mano.  El  aspecto 
de  esta.figura  era  singular,  las  pupilas  de 
sus  ojos  eran  de  mármol  blanco. 

El  ruido  de  los  pesados  pasos  del  judío 
resonabaen  la  cavidad  de  la  cúpula  ,  y  el 
nieto  de  Isaac  Samuel  csperimentó  un  sen- 
timiento melaftcólico  pensando  que  las 
pisadas  de  sU  abuelo  eran  las  últimas  que 
hablan  retumbado  en  esta  habitación  cu- 
yas puertas  habia  cerrado  cincuenta  años 
hacia,  porque  el  amigo  fiel  en  favor  del 
que  Mr.  de  Renepont  habia  simulado  ven- 
der esta  casa ,  se  habia  desecho  después 
de  ella  para  ponerla  bajo  el  nombre  del 
abuelo  de  Samuel  quien  la  habia  trans- 
mitido á  sus  descendientes  como  si  fuese 
herencia  suya. 

A  estas  ideas  que  absorvían  la  imagi-> 


Al.BlM. 


121 


ovación  do  Sainiicl,  se  juntaba  i'l  recuerdo 
de  la  luz  ()uo  liabia  visto  aquella  madru- 
gada al  Iravt's  de  las  siele  aberturas  do  la 
placa  de  plomo  del  mirador;  asi  ^  cjue  el 
anciano,  no  obstante  la  lirmcza  de  su  ca- 
rácter ,  no  pudo  menos  do  estrenu-cerse 
cuando  después  de  liaber  tomado  otra  lla- 
ve del  lla\oro,  sobre  la  cual  había  un  es- 
crito que  decia  :  llave  del  anión  rojo,  abri('i 
lina  [irán  puerta  de  dos  hojas  que  condu- 
ela á  los  cuartos  interiores. 

La  ventana  ,  única  (]uc  estaba  abierta 
de  todas  las  de  la  casa,  iluminaba  esta  \  as- 
ta piíza  colgada  de  damasco  cuyo  color 
de  piírpura  oscuro  nu  había  sufrido  la 
menor  alteración:  una  gruesa  alfombra 
turca  cubría  el  suelo,  y  al  lado  deMas  pa- 
Tede»  e.staban  simótricamento  colocados  va- 
ríos  ^i!lulu■s  dorados  al  severo  estilo  de  Luis 
\l  V:  una  segunda  puerta  que  comunicaba 
á'Otra  pieza,  daba  frente á  la  de  la  entra- 
da: el  maderamen  y  la  cornisa  eran  blan- 
cos con  filetes  y  molduras  de  oro  bruñido. 

A  cada  lado  de  la  puerta  había  dos  mue- 
bles de  Boulle  esmaltados  de  cobre  y  es- 
laño, quesostenian  dos  jarrones  de  verde- 
celedon:  la  ventana,  cubierta  con  espesas 
cortina^  de  damasco  guarnecido  ,  daba 
frente á  la  chimenea  de  niármol  azul  tur- 
quí adornad.!  de  varillas  de  cobre  cince- 
lado. Uícos  candelabros  y  una  péndola  re- 
flojobanenun  espejo  deVenecía  en  forma 
de  dosel. 

lín  el  centro  del  salon  había  una  espa- 
ciosa mesa  redonda  ,  cubierta  con  un  ta- 
|)ele  de  terciopelo  carn^-M'. 

Al  acercarse  à  ella,  Samuel  vio  encima 
un  pedazo  de  vitela  blanca  en  la  que  ha- 
bía escritas  estas  palabras: 

«  Mi  Icsla metilo  se  abrirá  en  csla  sala  ; 
«  loi  (lema*  cuartos  permanecerán  cerrados 
«  hasta  concluir  la  kctiira  de  mi  última  vo- 
«  luntail.  »  M.  de  R. 

— Sí ,  dijo  ol  judío  contemplando  con 
emoción  estas  lineas  escritas  tanto  tioiDpo 


liatia.  I(^ual  recomendación  me  trasmitió 
mi  padre,  pues  [jarereque  losdemas  cuar- 
tos e-stán  llenos  de  ohjolus  en  los  cuales 
Mr.  de  Kenepoiit  tenia  el  mayor  interós, 
no  por  su  valor,  sino  por  su  origen  y  por- 
(¡ue  la  sala  de  luto  es  singular  y  miste- 
riosa. 

Pero,  .Kiuí  está  el  estad)  de  los  va- 
lores en  caja  que  me  han  maiidj<li»  traer 
a(|ui  antes  de  la  llegada  de  los  hert-Jcros, 
añadió  Samuel  sacando  del  bolsillo  de  su 
sopalanda  un  regi>lre  cubierto  de  piel  ne- 
gra de  zapa  guarnceido  con  lui  broche  de 
cobre  formando  cerradura,  cuya  llave  to- 
mó poniendo  el  registro  sobre  la  mesa. 

\\n  el  momento  en  que  acababa  de  ve- 
rificarlo reinaba  el  mas  profundo  silencio 
en  el  salon. 

KepentinanK^nfe,  la  cosa  mas  natural, 
aunque  la  mas  espantosa  le  sacó  de  su  le- 
targo. 

En  la  pieza  inmediata  oyó  un  sonido 
claro  y  uwlancólíco  marcando  la»  diez. 

Efectivamente  era  la  nusuia  hora. 

Samuel  era  demasi<)do  racional  para 
creer  en  el  movimicnlo  perjyetuo ,  es  de- 
cir en  un  reloj  que  andaba  desde  cien- 
to cincuenta  años  ante?.  Asi  es  que  se 
pregimtó  con  tanta  sorpresa  como  espan- 
to cómo  era  que  arjuella  péndola  no  se 
había  parado  al  cabo  de  tantos  años  ycó- 
mo  marcaba  precisamente  la  hora  (¡ue 
era.  Movido  de  una  inquieta  cuiiosidad, 
el  aueíaiio  estuvo  á  punto  de  entrar  en 
el  cuarto;  pero  acordándose  de  los  encar- 
gos espresos  de  su  padre,  reiterados  por 
algunas  líneas  de  Mr.  de  Ileneponl  que 
acababa  de  leer  ,  ^e  detuvo  á  la  pui'ila  y 
aplicó  el  oído  con  la  mayor  atención. 

Nada ,  absolulamente  nada  oy<>  mas 
que  el  ruido  de  la  espirante ca-nfiana. 

Samuel,  después  de  liaber  rtílecsi uña- 
do mucho  tiempo  sobre  este  hecho  Mn;.'u. 
lar,  y  comparándolo  en  el  otro  uu  Jiic- 
nub  olrauo  de  la  clatidud  que  notó  eu  la 

ai' 


122 


AtBOfi. 


madrugada  de  aquel  día  al  través  de  las 
iiberturas  del  mirador,  concluyó  por  con 
vencerse  que  había  una  relaciotí  entre  es- 
tos dos  incidentes. 

Si  el  anciano  no  podia  penetrar  la  cau- 
sa de  aquellas  maravillosas  circunstan- 
cias, se  esplicaba  alómenos  lo  que  tenía 
delante  de  los  ojos ,  pensando  en  las  co- 
municaciones subterráneas  qUe,  según  la 
tradición,  ecsistian  entre  las  cuevas  de 
la  casa  y  sitios  lejanos,  y  mediante  las 
cuales  hablan  podido  introducirse  en  aque- 
lla habitación  tres  veces  por  siglo  algunas 
personas  misteriosas. 

Absorto  en  estas  ideas,  Samuel  se  aproe 
simó  á  la  chimenea  que,  sogun  hemos  di- 
cho, estaba  enfrente  de  la  ventana. 

Un  vivo  rayo  de  sol,  atravesando  las 
nubes )  reflejó  en  dos  grandes  retratos 
colocados  á  los  lados  de  la  chimenea  y 
que  el  judío  no  habla  visto  hasta  enton- 
ces; estos  retratos  de  cuerpo  entero  y  de 
tamaño  natural,  representaban,  el  uno 
una  moger,  el  otro  un  hombre.  ÀI  color 
sombrío  y  marcadojá  un  mismo  tiempo  de 
estas  pinturas,  so  reconocía  fácilmente  un 
pincel  magistral. 

Difícilmente  se  hubieran  hallado  mo- 
mios mas  capaces  de  inspirar  lai<iiagina^ 
cion  de  un  gran  pintor. 

La  muger  parecía  tener  de  35á90auos: 
magníficos  y  negros  cabellos  coronaban 
su  blanca,  noble  y  elevada  frente:  el  pei- 
nado ,  lejos  de  recordar  el  que  Mme.  de 
Sévígné  introdujo  en  el  siglo  deLuisXiV, 
traia  por  el  contrario  á  la  memoria  el  de 
los  muy  notables  retratos  del  Verones, 
compuestos  de  especiosas  bandas  ondean- 
tes que  rodeaban  la  cara,  y  coronados  de 
un  rodete  detras  de  la  cabeza  las  cejas,  su 
mámenle  delicadas,  se  esteodian  sobre 
unos  ojos  azules  de  brillante  zafiro  :  la 
mirada  orgullosay  triste,  tenia  cierto  aire 
fatal;  la  nariz,  muy  fina,  terminaba  en 
ventanillas  lijeramente  dilatadas,  una  me- 


dia sonrisa  casi  dolorosa  contraía  suaVSr 
mente  la  boca;  el  óvalo  del  rostro  erdatr- 
go  prolongado;  el  cutís,  de  tm  blanct^ 
mate,  estaba  sonroseado  algún  tanto  ha- 
cia las  mejillas  ;  la  union  del  cuello  y  el 
aire  de  la  cabera  anuhciaba  una  irregular 
mezcla  de  gracia  y  de  dignidad  natural f 
una  especie  de  túnica  ó  de  vestido  de  lela 
negra  y  lustrosa  hecho ,  como  se  dice ,  9 
la  virgen,  subía  ha<!ta  el  nacinuonto  de 
los  hombros ,  y  después  de  haber  marca- 
do una  cintura  suelta  y  Kjt-ra ,  caía  hasta 
los  pies,  enteramente  ocultos  con  los  plie- 
gues algo  largos  de  este  vestido-. 

La  actitud  de  esta  muger  estaba  WetiA 
de  nobleza  y  sencillez.  La  cabeza  sobresa- 
lía radiante  y  blanca  en  un  cielo  de  color 
sombríO)  con  algunas  hubes  purpúreas 
hacía  el  horizonte.  La  disposición  delcua  • 
dro  y  los  tonos  sólidos  de  lus  primeros 
planos  que  se  marcaban  sin  ninguna  trau- 
sicion  con  el  fondo  lejano,  dejaban  adivi- 
nar fácilmente  que  esta  mujer  estaba  co- 
locada en  una  eminencia  desde  donde  do- 
minaba todo  el  horizonte. 

La  fisonomía  era  ei^traordinariamentë 
pensativa  y  agoviadn.  Pero  principalmen- 
te en  las  miradas  medio  levantadas  al  cielo 
manifestaba  una  espresion  de  dolor  resig- 
nado imposible  de  describir. 

Al  lado  izquierdo  de  la  chimenea  seveia 
el  otro  retrato  pintado  igualmente  con 
maestría. 

Representaba  un  hombre  de  30  ó  35 
años  y  de  estatura  elevada^  Una  espaciosa 
capa  oscura  en  la  que  estaba  ligeramente 
•mbozado,  dejaba  descubierta  una  especie 
de  chupa  abotonada  hasta  el  cuello  sobre 
la  cual  caía  un  cuello  blanco  y  cuadrado. 
La  cabeza,  bella  y  característica,  eranoblef 
por  su  poderoso  y  severo  contorno,  que 
por  otra  parte  no  escluia  una  admirable 
espresion  de  padecimientos  y  de  resigna- 
ción, pero  sobre  todo  de  inefable  bondad-^ 
los  cabellos ,  la  barba  y  las  cejas  eran  ne- 


l^li;  ))e1t)  estas  ultimu,  medUole  un 
sing«ilir  capricho  üe  la  naturalvzat  «n  nvt 
(le  estar  separadas  y  de  arquearse  sobre 
Trada  ojo,  se  estendiau  de  una  á  otra  sien 
formando  un  solo  arto  y  parecian  rayar 
ta  frente  de  este  hombre  con  una  marca 
Yiegra. 

El  fondo  dtl  óuadro  reptesentaba  un 
rielo  borrascoso  $  pero  mas  alia  d«  algu- 
nas rocas  se  wia  el  mar  que  parecía  con- 
fundirse en  el  horizonte  con  sombrías  nu« 

i>CS) 

El  brilló  de  ^slos  cUadros  parecía  mas 
fuerte  al  ínllujo  de  los  rayos  del  sol  que 
xlaba  sobre  ellos. 

Samuel  Tolviendo  en  sí  y  ectrando  cft- 
Süalmettte  utia  mirada  sobre  estos  retra- 
tos, se  qaedt5  parado:  parecian  vivosi 

— ^iOue  nobles  y  t>ellas  caras  I  esclamó 
acertándose  pátatjiaminarlos  mejor.  ¿De 
qtlfen  s^rán  estos  retratos?  seguramente  no 
son  los  de  la  familia  de  Renepont,  porque 
según  lo  que  mi  padre  me  ha  dicho,  están 

todos  en  la  sala  de  lulo ¡  Ah  I  según  lá 

gran  tristeza  que  manifiestan  «  me  parece 
^ue  también  ellos  podrian  estar  eu  aquella 
sala. 

Al  cabo  de  un  corto  silencio,  Samuel 
repuso: 

— Preparémoslo  todo  para  e«>ta  solemne 
asamblea....  pues  ya  han  dado  las  diez. 

Y  diciendo  esto  arregló  los  sillones  de 
madera  dorada  al  rededor  de  la  me$4  le- 
donda ,  y  después  con  aire  pensativo  pro- 
siguió: 

—'La  hora  llega  y  de  todos  los  deseen  • 
dientes  del  bienhechor  de  mi  abuelo  no  ha 
llegado  todaTia  masque  un  jóten  eclesiás- 
beo  de  Ggura  angeiieah  ¿Será  acaso  el 
üoico  representante  de  la  familia  de  Re- 


m 


nepoDt?...i  Es  sacerdote....  ;esta  familia 
quedará  estinguida  en  él?  E;i  fin,  héaqui 
el  momento  en  que  debo  abrir  esta  puerta 
para  la  abertura  del  testamento...  Betsa- 
bé  va  á  conducir  aqui  al  notario....  ¿Lla- 


man? ¡ella  est y  Sahauel.  de<pues  de 

hal>er  mirado  por  la  última  veiá  la  p<KrU 
del  cuanto  en  que  había  oiilo  dar  las  dier, 
se  dirigió  hacia  la  del  vestíbulo  detrás  de 
la  rual  se  oía  hablar. 

Dio  dos  vueltas  i  la  llave  y  abrió  las  dos 
hojas  de  la  puerta. 

Con  gran  sentimiento  suyo  solo  vio  en 
el  periftiln  á  (iabriel:  Kodin  estaba  á  su 
iz(|uierda  y  el  padre  d'Aigrt$;ny  á  su  de- 
recha^  Detrás  del  grupo  principal  estaba 
Hetsabó  y  el  notario,  iíamiicl  no  pudo  re- 
primir un  suspiro  y  dijo  inclinándose.' 

— »Señi>res..»  todoeslá  dispuestOi.. pue- 
den ustedes  entrar. 

XXlíl. 

EL  TESTAMENTOt 

Cuándo  Gabriel,  Kodin  y  el  marq^ii/wt 
entraron  en  el  8alon  rojo,  parecían  divyr» 
sámente  afectados. 

Gabriel,  pálido  y  triste,  sentía  una  pe- 
itosa  impacíehcía  y  deseaba  salir  de  aquella 
casa,  sintiC'ndose  aliviado  de  nn  ^^an  peso 
desde  qlte  por  un  testimonio  suliciente- 
mente  legalizado  ante  Mr.  Duinesnil,  no 
tario  de  la  herencia,  acababa  de  renun- 
ciar sus  derechos  en  favor  del  padre  d'Ai- 
grígny. 

Hasta  entonces  no  le  había  ocun  ido  quo 
remunerando  tan  geni  rosamente  los:  cui- 
dados que  se  le  habían  prodigado,  y  que 
habiendo  forzado  su  vocación  cun  una 
m  ntira sacrilega,  el  niarqui's  solo  llevaba 
la  mira  de  asegurar  el  feliz  éxito  de  una 
intriga  tenebrosa. 

Gabriel,  obrando  do  aquel  modo,  no 
cedia,  á  su  modo  de  ver,  á  un  senlir.úenu 
exagerado  de  delicadeza  ,  puesto  que  ha- 
bía hecho  libreroenle  aqueUa  díoMcion 
muchos  ailos  antes,  y  hubiera  creído  una 
indignidad  el  retrartarla.  Haslante  había 
ya  sentido  que  te  hubiesen  ereido  eobar- 

'^^ y  por  nada  en  el  mundo  hubiera 

querido  dar  lugar  i  que  )e  hubierao  t«. 
chado  de  avaricia. 


124  ALBun. 

Se  receitabaterer  el  csoeleiile  carácter 


<le  misionero  para  q-  e  aqiielh  flor  de  es 
criipulosa  probidad  no  se  inarchilase  con 
Ja  deletérea  y  desmoralizadora  iníluencia 
de  su  educación;  felizmente,  y  del  mismo 
modo  que  el  frió  preserva  algunas  veces 
tic  la  corrupción,  la  lielada  atmósfera  donde 
había  pasado  parte  de  su  infancia  y  ju- 
ventud amortiguó  solo,  pero  no  vició,  sus 
generosas  cualidades  reanimadas  poco  des- 
pués con  el  vivificante  y  cálido  aire  de  la 
libertad. 

Kl  marqués,  mas  pálido  y  conmovido 
que  Gabriel,  habla  procurado  esplicar  y 
disculpar  sus  angustias  atribuyéndolas  al 
sentimiento  que  le  causaba  la  ruptura  de 
su  (jucrido  hijo  con  la  Compañía. 

Uodin,  tranquilo  y  enteramente  dueño 
de  sí,  veia  con  secreta  cólera  la  viva  emo- 
ción d'Aigrigny ,  la  cual  hubiera  podido 
inspirar  singulares  sospechas  aun  hombre 
menos  confiado  que  Gabriel;  sin  embar- 
go, á  posur  de'esta  aparente  tranquilidad, 
(al  vez  el  socio  estaba  aun  mucho  mas  im- 
paciente esperando  el  buen  resultado  de 
este  grave  negocio. 

Samuel  parcela  aterrado...  Gabriel  era 
el  línico  heredero  i¡uc  se  presentaba» 

Sin  dudael  anciano  sentía  Una  viva  sim 


palia  por  este  joven;  pero  Gabriel  era   «""  testamento  á  la  calle  de  San  Fran 


— Efectivainenle,  asi  eslá  espresado  et\ 
]a  nota  que  acompaña  al  testamento  que 
veis  aiiui,  dijo  Mr.  Dumesnil.  Todo  esto 
fué  depositado  en  1G82  en  casa  de  Tomas 
Le  Semelier  consejero  del  Uey,  notario 
delChaleletde  París,  que  vivía  en  la  plaza 
Real ,  número  13. 

Y  diciendo  esto  Mr.  Dumesnil  sacó  de 
una  cartera  de  tahíele  encarnado  (|ue  te- 
nia debajo  del  brazo,  un  abultado  rollo 
de  pergainin  I  que  el  tiempo  había  enri>je- 
cido,  sellado  eoii  do^  s  I  'Sneg!0>  y  atado 
con  una  cinia  de  soda  según  el  uso  de 
aquellos  tiem|)os:  áesle  rollo  estaba  unida 
una  nula  de  \itel3  péndrente  de  un  Itilo. 

—  Señores,  dijo  el  notario,  si  tienen 
ustedes  la  bondad  de  sentarse,  voy  á  leer 
esta  nota  que  dice  las  formalidades  (jue 
deben  observarse  para  la  apertura  del  tes- 
tamento. 

El  notario,  Gabriel,  Rodin  y  el  padre 
d'Aigrigny  se  sentaron. 

El  joven  eclesiástico  no  podía  ver  los 
dos  retratos,  porque  estaba  vuelto  de  es* 
paldas. 

Samuel,  á  pesar  de  la  invitación  del 
notario,  permaneció  de  pié  detrás  del  si- 
Uor.  de  este ,  el  cual  leyó  lo  que  sigue  : 

«  Kl  13  de  febrero  "de  1832  se  llevará 


eclesiástico  y  acabaría  o;-,  él  el  nombre  de 
la  familia  de  lVv-:iPpont,  y  esta  inmensa 
fortun:  dgiomerada  con  tanta  perseveran 
cía  no  seria  distribuida  según  los  deseos 
y  la  uícnte  del  testador. 

Los  diferentes  actores  de  esta  escena 
es  aban  de  \)\(:  al  rededor  de  la  mesa  re- 
donda. En  el  momento  en  que  convida- 
dos por  el  notario  iban  ti  sentarse,  dijo 
Samuel  enseñándoles  el  registro  de  zapa 

negra. 

—Caballero,  tengo  orden  de  consignar 
aquí  este  registro  que  está  cerrado;  en  el 
momento  en  que  esté  terminada  la  lec- 


tura  de!  testamento  os  entregaré  la  llave.  1  lineas  con  voz  sonora  se  detuvo  un  mo 


«cisco  número  3. 

«  .\  las  diez  en  punto  ,  la  puerta  del 
«salón  rojo,  situado  en  el  piso  b.ijo,  será 
«sibierta  á  mis  iieiederos  á  quienes  sin 
«duda  habiendo  llegado  con  tiempoá  Pa- 
rt ris  ,  quedará  adjudicada  la  sucesión  en 
«  beneficio  de  aquellos,  que  según  mis  en- 
«  cargos  perpetuados  por  tradición  durante 
«siglo  y  medio  en  mi  familia,  contando 
«desde  este  dia,  se  presentasen  personal- 
amenté  y  no  por  medio  de  apoderados, 
«el  13  de  febrero  antes  de  las  doce,  en 
«  la  calle  de  San  Francisco. 
J^El  notario  después  de  haber  leído  estas 


M.BIW. 


135 


Ynento  y  conlinuó  dvspucs  cou  \oi  so- 
lemne. 

— El  prfbbiliTo  Mr.  (¡al>riel  Francisco 
Maria  de  Reiieponl,  linbiendo  jnslificaJo 
por  ados  notariados  su  (iliacion  palerna  y 
su  cualidad  de  desccMidicuto  dcl  testador, 
y  siendo  liaste  «sla  liora  el  solo  descen- 
diente de  la  familia  de  Renepont  gue  se 
lia  presentado  en  este  sitio,  abro  el  testa- 
mento  en  su  presencia  se¡:un  está  preve- 
nido. 

Y  diciendo  esto  el  notario  corló  la  cinta 
de  seda  con  un  corlaplutnas ,  rompió  los 
dos  sellos  de  cora  ,  y  sacó  de  la  abultada 
cubierta  t|ue  puso  á  su  inmediación  una 
lii'ja  de  vitela  doblada  en  cuatro  pliegues. 

El  padre  d'Aigrigny  se  inclinó  y  apoyó 
<'l  codo  sobre  la  mesa  sin  poder  contener 
un  profundo  suspiro.  Gabriel  se  disponia 
o  escuctiar  con  mas  curiosidad  que  inte- 
i''s:. 

llo<]in  se  liabia  sentado  á  cierta  distan- 
cia de  ta  mesa  teniendo  entre  las  rodillas 
su  viejo  sombrero ,  en  cuyo  fondo  habia 
ciilocado  un  reloj  t|ue  medio  habia  escon- 
dido entre  un  sórdido  pañuelo  dejuarices, 
de  Colon  de  cu.idros  azules. 

Toda  la  atención  del  socio  e.staba  divi- 
dida entre  el  mas  pequeño  ruido  esterior 
y  el  lento  movimienlo  de  las  manecillas  de 
>íir«'li>j,  cuya  marcha  parecia  iniererapre- 
sitrar  con  su>í  pequeños  é  irritados  ojos; 
tanta  era  su  impaciencia  de  oir  la  horade 
las  doce. 

Kl  notario,  desdoblando  la  hoja  de  vi- 
♦«•la,  leyó  lo  que  sigue  en  medio  de  una 
prohiiida  atención: 

Aldea  de  Villctanense  á  13  de  febre- 
ro de  1682. 

La  muerte  va  á  librarme  de  la  ver- 
güenza de  ir  á  presidio,  al  (¡ue  lus  impla- 
cables   enemigos  de    mi  familia    me  lian 

hecho  condenar  por  i\.lapso.   Ademas 

después  de  la  iiujerle  de  mi  hijo,  víclima 
do  un  crimen  misterioso,  la  vida  me  es 
demasiado  aniariia. 


Mi  pobie  Enriquu  murió  á  la  edaij  de 
li)  años...  sus  asesinos  son  desconocidos... 
no...  desconocidos,  no,  si  he  de  dar  crédi- 
to á  mis  pensanñentüs. 

(]on  objeto  de  conservar  mis  tienes  á 
«ste  hijo,  íinjí  alijurarel  protestanlioino.., 
y  n)ientras  que  este  ser  amado  ha  vivido 
he  observado  esorupulosanieiile  las  apa- 
riencias lie  catí'divo...  lisio  me  rcinigiiaba, 
pero  se  trataba  de  mi  hijo.... 

Después  (jue  fué  asesinado esta  vio- 
lencia me  fué  insoporlable.  Como  me  es- 
piaban fui  acusado  y  condenado  como 
relapso....  mis  bienes  fueron  confiscados, 
y  yo  fui  condenado  á  presidio. 

Esta  fué  una  época  terrible. 

¡Miseria  y  servidumbre!  ¡sanguinario 
despotismo,  é  intolerancia  religiosa  !  ¡  Ah  I 
¡  que  dulce  es  dejar  la  vida  !  ¡que  des- 
canso dejar  de  ver  tantos  males  y  mise- 
rias ! 

Dentro  de  pocas  horas tendré  este 

descanso. 

Voy  á  morir,  pensemos  en  los  miosque 

viven,  ó  por  mejor  decir  que  vivirán 

tal  V(>z  en  tiempos  mejores. 

De  todos  mis  bienes  lo  único  que  me 
(|ueda  es  una  suma  deoO.OOO  escudos  de- 
positada en  casa  de  un  amigo. 

No  tengo  hijos...  sino  nunierosos-parien- 
les  desterrados  en  Europa. 

Esta  suma  de  oO.OüO  escudos,  dividida 
enlre  los  mios,  hubiera  sido  para  ellos  un 
débil  recurso...  y  asi  he  dado  disposiciones 
diferentes. 

Y  esto  guiado  por  los  prudentes  con- 
sejos de  un  hombre (pie  yovenero  co- 
rno la  perfecta  imagen  de  Dios  sobre  la 
tierra...  ponjue  su  inteligencia,  bondad  y 
prudencia  son  casi  divinas. 

Durante  mi  vida  solo  he  visto  dos  veces 
á  esle  hombre,  y  esto  en  circunslancias 

bien   funestas dos  veces  le  be  debido 

mi  salvación una  !a  del  alma,  olí,!  Jj 

de!  cuerpo. 
•¿■1' 


1^  ALBLM. 

|Ayl  ¡tal  vez  hubiera  podido  salvar  á|     Mi  abuelo  era  calóiico;  arrastrado  ïirt 


tarde 

Antes  de  separarse  de  mi  quiso  quitar- 
me  de  )a  cabeza  que  yo  me  diese  la  muer- 
te.... porque  lodo  lo  sabia pero  sus 

consejos  no  hicieron  mella  en  mi,  dema- 
siadas congojas,  dolores  y  penas  consumían 

mi  vida. 

¡Cosa  singular  I  lufgo  que  estuvo  bien 
convencido  de  que  yo  estaba  resuelto  á 
acabar  violentamente  mis  dias,  se  le  enca- 
pó una  palabra  terriblemente  siniestra,  la 
cual  me  hizo  creer  que  envidiaba  mi  suer- 
te.... es  decir  ¡  mi  muerte  ! 

¿Estará  condenado  á  vivir? 

Si....  sin  duda  él  mismo  se  ha  condena- 
do á  ello  con  el  objeto  de  ser  útil  á  la  hu- 
manidad..,, y  sin  embargo  la  vida  le  sirve 
de  carga....  porque  un  .  ia  le  oí  decir  con 
una  espresion  desesperada  de  cansancio 
una  cosa  que  jamás  he  olvidado:  «¡Oh!... 
la  vida....  la  vida....  ¿quien  me  libertará 
de  ella  ?» 

¿Con  que  la  vida  es  para  él  una  carga 
pesada  ? 

Partió....  sus  últimas  palabras  me  han 
hecho  mirar  la  muerte  con  serenidad 

Gracias  á  él  mi  muerte  no  será  estéril. 
Gracias  á  él,  estas  líneas  escritas  en  este 
momento  por  un  hombre  que  dentro  de 
pocas  horas  habrá  dejado  de  vivir,  produ- 
cirán tal  vez  cosas  grandes  dentro  de  siglo 
y  medio,  ¡oh!  si....  grandes  y  nobles  co- 
sas.... si  es  que  mi  voluntad  llega  á  s  r 
ecsactamente  cumplida  por  mis  descen- 
dientes, porque  me  dirijo  á  mi  raza  fu- 
tura. 

Para  que  puedan  comprender  y  {apre- 
ciar mejor  los  últimus  deseos  que  me  ani- 
man.... y  que  yo  suplico  que  cumplan 
aquellos  que  están  aun  sumidos  en  la  na- 
da, donde  yo  voy  á  bajar,  es  preciso  que 
conozcan  á  los  perseguidores  de  mi  fami- 
lia, y, ora  que  puedan  vengar  á  su  antece- 
sor, pero  con  una  venganza  noble. 


mi  hijo!  pero  llegó  tarde..  ...  demasiado  j  tanto  por  su  celo  religioso  como  por  sus 

consejos  pérñdos,  se  aliiió,  aunque  era 
laico,  en  una  sociedad  cuyo  poder  ha  sido 
siempre  terrible  y  misterioso...» 

A  estas  palabras  del  testamento,  el  pa- 
dre d'Aigrigny,  l\odin  y  Gabriel,  se  nl- 
raron  casi  involuntariamente. 

El  notario  que  no  habia  notado  esto  , 
continuó: 

Al  cabo  de  algunos  años,  durante  los 
cuales  no  habia  dejado  de  profesar  la  mas 
absoluta  devoción  á  esta  sociedad,  fué  in- 
formado repentinamente  del  objeto  oculto 
que  esta  se  proponía  y  de  tos  imedios  qilé 
ponia  para  conseguirlo. 

Esto  fijé  hacia  el  año  de  IGIO  un  ml»s 
antes  del  asesinato  de  Enriqtie  iV. 

Mi  abuelo,  aterrado  del  secreto  deqí}© 
era  depositario  á  pesar  suyo,  y  cuya  sig- 
nificación se  completó  después  con  la  muet- 
te del  mejor  de  los  reyes;  mi  abtirlo  no 
solo  rompió  con  la  sociedad  sino  queaban- 
donó  la  relijion  romana  en  que  habia  vi- 
vido has!a  entonces  y  se  hizoprotestartf?. 

Prueba»  irrefragables  que  atestaban  la 
connivencia  de  dos  de  sus  miembros  con 
Ravaiilac,  connivencia  probada  lauíbic  n 
con  motivo  del  crimen  del  regicida  Juaír 
Ghatel,  se  hallaron  en  poder  de  mi  abuelo. 

Esta  fué  la  catisa  primera  del  odio  en- 
carnizado de  esta  sociedad  contra  nuestra 
familia.  Gracias  á  Dios,  estos  papeles  har> 
sido  puestos  en  sitio  seguro;  mi  padre  me 
los  transmitió*  y  si  mi  úllinia  voluntad 
queda  ejecutada ,  se  hallarán  marcados 
con  las  letras  \.  M.  C.  D.  G.  en  el  ca- 
frecito  de  ébano  de  la  sala  de  luto  de  la 
calle  de  San  Francisco. 

Asi  es  que  mi  padre  tuvo  que  sorfrfr 
sordas  persecuciones:  tal  vez  hubieran 
producido  su  ruina  y  su  muerte  s¡«  la  in- 
tervención do  una  muger  angelical ,  por 
la  cual  conservó  un  culto  casi  religioso. 

El  retrato  de  esta  muger  que  he  visto 


ALBtJI. 

Iiace  pocQê  aiios  del  mismo  modo  qne  el 
del  hombre  á  quien  he  consagrado  uiu 
veneración  profunda ,  han  sido  pintados 
por  mi .  de  memoria  ,  y  están  coioraílos 
en  el  salon  rojo  de  la  calle  de  San  Fran- 
cisco. Espero  (jue  uno  y  oiro  serán  para 
mis  descendientes  el  objeto  de  un  culto 
de  gratitud.» 

Desdo  pocos  momcntt'S  antes,  la  aten 
cion  de  (labriel  se  había  idi>  aumentando 
"mas  y  mas  con  la  lectura  del  testamento: 
pensaba  (jue  por  una  est  raña  coinciden- 
cia,  uno  de  sus  abuelos  habia  roto,  dos 
siglos  hacia ,  con  la  Sociedad  ,  del  nti^mo 
Inodo  que  él  acababa  de  hacerlo  una  hora 
aoteii....  y  que  datando  esta  ruptura  de 
dos  siglos.....  databa  i|^ualniente  la  espe- 
cie de  odio  con  que  la  Sociedad  habia  per- 
Seguido  siempre  á  su  familia.... 

El  joven  eclesiá>tiro  hallaba  no  menos 
eslrafio  que  esta  b.erenria  que  se  le  tras- 
mitía al  cabo  de  150  anos  por  uno  de  sus 
parientes  víctimas  de  la  Sociedad ,  vol- 
vii^se  por  (''I  á  esta  Sociedad  por  la  renun- 
cia que  acababa  de  hacer. 

Cuando  el  notario  leyó  el  pasaje  relali- 
\o  á  los  dos  retratos,  (labriel,  (|ue  del 
mi>m«>  modo  que  el  padre  d'Aigrigny  te- 
nia vuelta  la  espalda  á  estas  pinturas,  hi- 
To  un  nioviniiento  para  verlas.... 

Apenas  vio  el  misionero  el  retrato  de 
la  muger,  cuando  di()  un  gran  grito  de 
sorpresa  y  casi  de  e-panfo. 

El  nütaitü  iii'erruutpió  en  el  acto    la 
lectura  del  testaniiiilo,  mirando  con  in- 
quietud al  joven  eclesiástico. 
XXIV. 

LA  tLTlllACAMPA>AÜA   bK  I.AS  DOCE  DEL 

día. 
Al  grito  de  Gabriel ,  el  notario  inter- 
rumpió la  lectura  del  testamento,  y  el 
padre  d'Aigrigny  se  acercó  precipitada- 
mente al  joven  eclesiástico,  quien  de  pié 
y  temblando,  miraba  cada  vez  con  mayor 
espanto  el  retrato  de  la  muger. 


127 

A  poco  dijo  en  vo2  baja  y  como  hablan- 
do consigo  mismo  : 

—  ¡  Dios  mió!  ¿es  posiide  que  la  casua- 
lidad pueda  producir  i^nalifi  semejan- 
zas?... ¡Esos  ojos  tan  nobles  y  tri>tes.w.. 
son  los  suyos...  esa  fnnle...  rsi  |ia!¡dey... 
si....  son  sus  facciones....  enteramente  Mjs 
facciones  I.... 

— ¿Qué  tenéis,  hijo  mió?  dijo  el  mar- 
qués que  estaba  tan  admirado  como  el 
notario. 

— Hace  ocho  meses....  repuso  el  mi- 
sionero con  voz  sumamente  cr»nmoviJa  y 
con  la  vista  fija  en  el  cuadro,  liallándome 
yo  en  poder  de  los  indios  en  medio  de  las 
montañas  Herro(jucñas,  y  después  de  ha- 
berme puesto  en  cruz,  em|)ezaron  á  de- 

sollarnío yo  iba  á  morir,  cuando  lA 

divina  Providencia  me  -mivíó  un  inespe- 
rado socorro...  Si,  esamüger  es  la  misma 

que  me  salvó 

-^¡Esa  muger!  esclamaron  á  un  tiem- 
po Samuel,  el  padre  d'.\igrigny  y  el  m  - 
tarío. 

Solo  Rodin  parecía  enleraniente  eslra- 
ño  al  episodio  del  retrato:  contraídas  sus 
facciones  á  cau>a  de  su  rolérira  impacien- 
cia, se  mordió  las  uñas  hasta  lo  mas  vivo, 
contemplando  con  angustia  la  lenta  mar- 
cha de  las  manecillas  de  su  reloj. 

—  ¡Cómo;  ¿qué  mujer  os  ha  salvado, 
lu  vida?  repuso  el  padre  d'  \igiigny. 

— Esa  misma  ,  respondió  (iabritl  ba- 
jando la  voz  y  casi  asu.-tad..;  esa  mujer... 
ó  mas  bien  una  mujer  que  se  !e  parece 
tanto,  que  si  este  cuadro  no  hubiese  per- 
manecido aqni  siglo  y  niedio,  yodiriacjue 
ha  sido  pintado  delante  de  ella ,  por(jue 
no  puedo  compr^^nder  como  ima semejan- 
za tan  notable  sea  efecto  de  la  ca^ualidad... 
En  (in...  añadió  después  de  un  instante  de 

silencio  y  dando  un  profundo  suspiro 

los  misterios  de  la  naturaleza —  y  la  vo- 
luntad de  Dios  son  impenetrables. 

Y  Gabriel  volvió  á  caer  abatiilo  en  su 


128  '  ALeun, 

sillon ,  en  medio  de  un  profundo  silencio 
interrumpido  poco  despues  por  el  padre 
d'  Aigrigny ,  (jue  dijo: 

— En  esto  no  hay  mas  que  un  hecho 
estraordinario  de  semejanza...  hijo  mio..> 
la  gratitud  bien  natural  que  deb«ris  tener 
á  vuestra  protectora,  da  á  este  singular 
juego  de  la  naturaleza  un  grande  interés. 

Rodin ,  devorado  de  impaciencia,  dijo 
al  notario  i  cuyo  lado  estaba  : 

— Creo  que  este  episodio  de  novela  nada 
tiene  que  ver  con  el  testamento. 

— Decís  bien ,  respondió  el  notario  vol- 
viéndose á  sentar;  este  hecho  es  tan  es- 
traordinario y  tan  novelesco,  como  aca- 
báis de  decir,  que  no  puede  uno  menos 
de  tomar  parte  en  la  profunda  emoción 
del  señor... 

Y  en  esto  señaló  á  Gabriel  que  apoya- 
ba el  codo  en  los  brazos  del  silbn  y  su  ca- 
beza en  la  mano',  pareciendo  enteramen- 
te absorto. 

El  nulario  continuó  de  este  modo  la  lec- 
tura del  testamento: 

Tales  han  sido  las  persecuciones  que  mi 
familia  ha  tenido  que  sufriv  de  parte  déla 
Sociedad  de  Jesús. 

En  la  actualidad  posee  esta  mis  bienes 

en  consecuencia  de  la  confiscación. 

Voy  á  níorir Ojalá  mi  muerte  pueda 

apagar  su  odio  y  hacer  respetar  mi  raza. 

Mi  raza ,  cuya  suerte  es  mi  único  y  mi 
último  pensamiento  en  este  instante  so- 
lemne. 

Esta  mañana  he  enviado  á  buscar  á 
Israac  Samuel ,  hombre  de  una  probidad 
reconocida;  me  det)e  la  vida,  no  lia  pa- 
sado un  dia  en  t]ue  no  me  haya  alegrado 
de  haber  conservado  á  la  sociedad  una 
criatura  tan  cscelente  y  tan  honrada. 

Antes  que  mis  bienes  fuesen  confisca- 
dos, Isaac  Samuel  los  adtiiiiiistró  siempre 
con  lanía  inteligencia  como  probidad;  ra- 
zón por  la  cual  le  he  confiado  lojs  50,000 
escudos  (]uc  me  devolvió  un  depositario 
hel. 


Isaac  Samuel,  y  después  de  ¿M  muerl», 
sus  tlescendientes,  á  los  cuales  dejará  en- 
cargado este  deber  de  gratitud,  harán  va* 
1er  y  acumular  esta  suma  hasta  la  espi- 
ración de  150  años  desde  el  dia  de  la  fecha. 

Esta  suma  ,  acumulada  de  este  modo, 
¡legará  á  ser  enorme  y  á  constituir  una 
fortuna  regia...  si  los  acontecimientos  no 
se  oponen  á  ello. 

Î  Ojalá  que  mis  deseos  sobre  el  repar- 
tin)iento  y  uso  de  esta  puedan  ser  ejecu- 
tados por  nii>  descendientes! 

Falalinenle  suceden  en  siglo  y  medio 
tales  cauíbios  y  variaciones,  trastornos  y 
mudanzas  de  fortunas  entre  las  genera- 
ciones sucesivas  de  una  familia,  qU'-  pro- 
bablemente, en  estos  150  años,  mis  des- 
cendientes se  encontrarán  repartidos  en 
las  diferentes  clases  de  la  sociedad  repre- 
sentando asi  los  diversos  elementos  socia- 
les de  su  época. 

Tal  vez  habrá  entre  ellos,  hombres  do- 
tados de  grande  inteligencia,  valor  ó  de 
escesiva  virtud;  acasoalgunos sabios,  nom- 
bres ilustres  en  las  armas  ó  en  las  artes, 
y  también  oscuros  artesanos ,  modestos 
paisanos,  y  P'  r  desgracia  grandes  crimi- 
nales. 

De  todos  modos  aii  mas  ardiente  y  nías 
grato  deseo  es  (jue  mis  descendientes  se 
unan  y  reconstituyan  mi  familia  por  me- 
dio de  lina  estrecha  y  sincera  union,  y 
que  pongan  en  práctica  estas  divinas  pa- 
labras del  Salvador:  Aniaoa  uhok  á  oíros. 

Esta  union  será  un  ejemplo  saludable... 
porque  me  parece  (pie  la  union  y  la  aso- 
ciación de  los  hombres  entre  sí  deben  pro- 
ducir la  dicha  futura  de  la  humanidad. 

La  Compañía,  ()ue después  de  tau  largo 
liecnpo  persigue  á  mi  familia,  es  uno  de 
los  mas  palpables  ejemplos  del  poderío  de 
la  asociación  aun  aplicada  al  mal. 

Hay  en  este  principio  un  no  sé  qué  de 
fecundo  y  de  divino  que  hace  conducir  al 
bien  alas  mas  peligrosas  y  mas  malas  aso- 
ciaciones. 


ALBlilR. 


m 


Am  es  que  las  misii'nos  liân  diid  )  aí¡:w- 
■nas  l<leâs  chiras  y  j:oniVo-iài  sohre   esta 

ttpnebrosa  l^ompailia  (k»  Jesti* á  pí'síT 

<lo  estar  fniiHsda  con  ri  (K'tf»s!aM<î.ol>joto 
de  drslniir  por  modio  do  nu  ediiracioh 
liomieidi  la  voluntad  ,  la  lil>t>rtad  y  et 
pensamH'nto  tic  todos  los  ptieMos,  con  el 
ol>jeto  de  entregafios  supersticiosos,  cn\- 
lifiilecidos  y  desarinadi» ,  al  despotismo 
lío  los  re\cs  á  quienes  l<i  (lonipauía  se  re 
stTva  dominar  por  el  confesonario. 

A  csfè  pasaje  del  Icslametiío,  el  padre 
xTAiiírlfíny  y  Gabriel  "se  miraron  otra  ve» 
<li'  lU)  modo  singular. 

Kl  notario  ronlii\nó: 

Si  una  asociación  perversa  fundada  sokre 
U  degradación  iuunana,  s«»bre  el  tcttior  y 
el  deopolismo,  y  pt»rsegMÍda  pot  la  maldi- 
ción de  los  pueblos,  ha  atravesado  los  si- 
kIos  y  muchjs  veces  dominado  el  mundo 
con  la  afíliicia  y  et  terfnr...  ¿f[ii(^  stjcede- 
Tia  con  una  asociación  que,  procedente  de 
la  fraternidad,  del  amor  evangélico,  left- 
ga  por  objeto  d^r  la  libertad  al  hombre  y 
á  la  muger,  y  convidar  con  Ja  dicha  en 
vste  mundo  á  los  que  solo  han  conocido 
los  dolores  y  las  miserias  de  la  vida ,  y  el 
gloriíica-r  y  enriquecer  el  Trabajo  qué  sus- 
tenta? ¿el  ihHtrará  aquellos á  ipiienesen- 
vi'^e  la  ú^Rorancia?  ¿el  favoreterta  I  bre 
expresión  de  loda<*  las  pasiones  (|ue  bi  s , 
p*r  su  hifinila  Sabiduría  y  su  inagota^ble 
-bondad ,  htt  dado  al  lioihbre  como  otras 
ttfiítTs  palancas  poderosas?  ¿el  saotilicar 
todo  lo  que  procede  do  Dios...  el  amor,  la 
maternidad  ,  la  fuerza  ,  la  inteligencia  ,  la 
belleza  y  el  ingenio?  ¿el  hacer  en  lina  los 
hombres  religiosas  y  sumamente  rocono- 
ridos  hacia  el  (Criador,  haciéndolo?  cono- 
<:er  los  esplendores  de  la  naturaleza  y  <t\¡ 
■j)arte  nftrecida  de  los  tesoros  con  que  nos 
col  día? 

¡  Oh  !  ¡  si  ol  cielo  pormiliese  que  dentro 
-de  ^it.'lo  y  nu'iii  I ,  lis  desccíidientes  d'  mi 
tamilia,  («eloj  á  la  t'i!li;iia  voluntad  de  un 


vorazon  amanledc  la  liinníYtí<!ad,  se  unan 
íormando  una  santa  comutiidad  ! 

¡Si  peimüifíi'  H  cielo  que  haya  cniru 
^•t|os  almas  caritativas  y  llena»  de  ronmi- 
Ker.icion  por  los  ipie  padecen,  almas  ele- 
vadifs  y  amantes  de  la  lilierlnd  !  ¡  corazo- 
nes ardientes  y  «docuentesl  ¡caracteres 
resueltos,  y  mugeres  que  reúnan  la  belle- 
/..i,  el  talento  y  la  bondad!  ¡cuan  leeinida 
y  [)oderosa  será  la  uni044  «te  (odas  estas 
ideas,  de  tedas  estas  ¡nfliieDcias,  de  todas 
estas  fuoizis  y  de  toda-;  estas  alraccione? 
aglomerad  4S  al  rededor  de  esta  forttina  re- 
gia que,  concentrada  pir  la  asociación  ▼ 
pru  leAtenienle  admiiu'slrada,  liará  prac- 
ticables las  irtofiias  mas  admirables! 

5  Qué  maravilloso  y  fecundo  foco  de  ¡deas 
generosas!  ¡qué  rayos  saludables  y  vivi- 
ficantes resulta rian  sih  ces;fr  de  este  cen- 
tro de  caridad,  de  emancipación  y  de  amor! 
[  Qué  gran  les  cosas  podrían  intentarse 
y  (pió  magníücos  ejemplos  psra  el  mundo 
con  semejante  práctica  !  ;  Qué  divino  apos- 
tolad-í  eoTm,  ¡  qué  irresistible  inclination 
al  bien  podria  imprimir  á  toda  la  luna- 
idilad  Tina  familia  coiiipueSta  de  este  mo- 
do y  disponiendo  de  semejantes  mediosde 
acción! 

Y  adoitias  de  esto,  esta  t  union,  forma- 
da para  hater  bien,*5eri.i  âe  por  sí  sola 
capnz  de  combatir  la  funeíita  asociación  de 
quien  soy  vfctiina,  y  que  tal  vez  dentro  de 
siglo  y  medio  Jnada  habrá  perdido  de  su 
temible  poder. 

Eli  tal  casona  esta  obra  de  trníeblas, de 
conipren->ion  y  despotismo  ijue  pesa  sobre 
el  fnundo  cristiano,  podria  oponer  mi  fa- 
milia otra  de  ilintracion,  de  espansion  y 
de  libertad. 

VA  genio  del  bien  y  el  genio  del  mal  sa 
liallarian  cara  á  cara. 

La  lucha  empezarla  ;  y  Dios  protegería 
á  los  justos.  Y  para  que  los  inmensos  re- 
cursos pecuniarios,  qu*'  dar»n  tanto  poder 
á  lili  f.imilia,  no  lleguen  é  agotarle,  y  pa- 
33- 


130 

ra  que  se  renueven  con  la  sucesión  de  los 
años,  mis  herederos,  si  escuchan  mi  vo- 
luntad, deberán  colocar,  segnn  las  mis- 
mas condiciones  para  la  acumulación,  el 

doble  de  la  suma  que  yo  he  colocado 

En  este  caso,  y  al  cabo  de  siglo  y  me*lio 
¡  qué  nueva  fuente  de  poder  y  de  acción 
para  sus  descendientes!  iqué  perpetuidad 
en  el  bien  1 

En  el  mueble  de  ébano  de  la  sala  de 
lutose  hallarán  algunas  ideas  prácticas  so 
bre  esta  asuciacion. 

Tal  es  mi  última  voluntad  ó  mas  bien 
mi  última  esperanza. 

Si  jexijo  absolutamente  que  los  de  mi 
raza  acudan  en  persona  á  la  calle  ¡de  San 
Francisco,  el  dia  de  la  apertura  de  e>le 
testamento,  el  objefo  es,  que  reunidos  en 
este  solemne  momento,  se  vean  y  se  co- 
nozcan; tal  vez  mis  palabras  harán  mella 
en  su  espíritu,  y  en  lugar  de  vivir  dividi- 
dos, se  "unirán;  sus  intereses  ganarán  en 
ello  y  mi  voluntad  será  cumplida 


Al  enviar  hace  pocos  dias  á  las  perso- 
nas de  mi  familia  que  el  destierro  ha  d'S- 
pcrsadoen  Europa,  una  medalla  en  la  que 
está  grabada  la  fecha  de  esta  convocación 
de  mis  herederos  de  aquí  á  siglo  y  medio, 
he  debido  ocultar  el  verdadero  motivo  di 
ciendo  solamente  que  mi  descendencia  tie- 
ne un  gran  interés  en  hallarse  reunida  tn 
esta  época. 

He  obrado  así  porque  conozco  la  astu- 
cia y  la  persistencia  de  la  Compañía  de 
quien  soy  víctima  :  si  llegase  á  saber  que 
en  ese  dia  mis  descendientes  pueden  re- 
partir entre  si  sumas  inmensas,  tal  vez  les 
amenazarian|graves  riesgos,  porque  los  si- 
glos hubieran  trasmitido  en  la  Sociedad 
de  Jesús  siniestros  encargos. 

¡  Ojalá  que  baste  tal  precaución  I 

¡  Ojalá  que  mis  deseos  manifestados  en 
las  medallas  puedan  ser  fielmente  trasmi- 
tidos de  generación  en  generación! 


A&BÙM, 

Si  fijo  el  dia  y  la  hora  fatal  |en  que  mi 
sucesión  quede  irrevocablemente  adjudi- 
cada á  favor  de  mis  descendientes  que  se 
presenten  en  la  calle  de  San  Francisco  eí 
13  de  febrero  de  1832  antes  de  las  doce, 
la  razón  es  por  que  es  précis  «pont  r  un  tér- 
mino á  esta  época  y  que  mis  herederos  es- 
tén prevenidos  muchos  años  antes  para  nu 
faltar  á  esta  cita. 

Después  de  la  lectura  de  mi  testamen- 
to, la  persona  depositaría  de  los  fimdos 
nrvamifestará  su  valor  y  la  cantidad,  par;f 
(jue  estas  sumas  sean  .repartidas  entre  \o9 
herederos  presentes. 

Las  piezas  de  la  casa  los  serán  abiertas 
y  allí  verán  cosas  dignas  de  su  interés,  de 
supiedad  y  de  su  respeto... principalmen- 
te en  la  sala  de  luto.  Mi  deseo  es  que  no 
se  venda  esta  casa  y  que  permanezca  ami»e- 
blada  como  está  para  que  sirva  de  punto 
de  reunion  á  mis  descendientes ,  si  como 
lo  espero  hacen  el  caso  debido  de  mis  úl- 
timos ruegos. 

Al  contrario,  si  se  dividieson  y  si  en  vez 
de  (UUTse  para  coadyuvará  una  deiasma;» 
generosas  empresas  que  hayan  señalado 
un  siglo,  cediesen  á  pasiones  egoislas;  si 
prefiriesen  la  estéril  individualidad  á  la 
asociación  fecunda;  si  en  esta  fortuna  in- 
mensa no  ven  n>as  (jue  una  ocasión  de 
frivola  disposición  ó  de  sórdida  acumula- 
ción.... que  sean  maldecidos  por  todos 
aquellos  á  (juienes  hubieran  podido  amar, 
socorrer  y  emancipar...  que  entonces  est» 
casa  sea  demolida ,  que  lodos  los  papeles 
cuyo  inventario  se  ha  confiado  á  Isaac  Ça 
muel,  sean  quemados  con  los  dos  retratos 
por  el  conserje  de  la  casa. 

He  dicho. 

Ya  he  cinnplido  mi  deber. 

En  todo  e>to  no  he  hecho  mas  (|ue  se- 
guir el  consejo  del  hombre  que  venero  yá 
quien  amo  como  á  la  verdadera  imagen  de 
Dios  sobre  la  tierra. 

El  amigo  fiel  que  me  ha  entregado  los 


ALBlH 

^0.000  escuJos>  reslo  demi  fürluna,  sabe 
linicamcnte  el  uso  que  quioro  hacer  de 

ella no  he  podido  ne^ar  á  su  amistad 

rsla  prueba  de  ''onfianza  ;  pero  al  mismo 
tiempo  he  dehido  oruUarle  el  n>>mhre  de 
Isaac  SamueK..  esto  hubiera  sldoesponer- 
hs  principalmente  á  sus  descendientes,  á 
grandes  riesgos. 

Pentro  de  p(n:o,  este  amigo^  que  igno- 
ra mi  resolución  de  morir,  lo  cual  va  á 
verificarse,  vendrá  aqui  con  un  notario, 
este  testamento  les  será  entrenado,  sella- 
do con  todas  las  formalidades  usadas  en 
tales  ca-sos. 

Tal  es  mi  última  voluntad. 

Ponijo  su  cumplimiento  hajo  la  protec- 
ción de  la  Providencia. 

Dios  protejerá  este  deseo  de  amor ,  de 
paí,  de  union  y  de  libertad. 

Rsle  testamento  mislico  habiendo  sido 
hecho  libre  y  enteramente  escrito  de  uii 
mano,  quiero  que  sea  observado  escrupu 
losamente  tanto  en  su  espíritu  contó  en  su 
letra. 

Hoy  13  de  febrer|de  1G82  á  la    na  de 

la  tarde. 

Marfu$  de  Renepont. 

A  medida  que  el  notario  proseguia  la 
lectura  del  testameifto,  Gabriel  se  senlia 
sucesivamente  agitado  por  diversss  y  tris- 
tes impresiones. 

Como  hemos  dicho,  hallaba  estraordi- 
nario  que  por  una  fülalidad  esta  inmensa 
fortuna  con  arreglo  á  la  donación  (|iie 
acababa  de  renovar,  fuese  á  m.inos  de  la 
Coinpania  proviniendo  de  una  víctima 
suya. 

Ademas,  su  alma  elevada  y  caritativa 
le  h'zo  al  instante  comprender  cual  liii- 
biese  podido  ser  admirabU'  tra^cen'len -ia 
de  la  generosa  asnciaciof»  de  familia,  re- 
comendada con  tantas  instancias  por  Ma- 
riusdeRenepont...  pensaba  con  profundo 
sentimiento  que  como  consecuencia  de  su 
renuncia  y  de  la  ausencia  de  otro  líere- 


dero  se  hacia  inejecutah'e  tan  ¡¡T^n  pen- 
samiento, y  quedicba  fortuna  muih  >  mai» 
considerable  de  loipitMlhabia  mido.  ia,;\ 
en  poder  de  una  Compaùia  perversa  para 
que  pudiese S'.'rvirie Como  im  leirible  mr 
dio  de  acción. 

Pero,  es  menester  deciro,  el  alma  de 
Ciabriel  era  tan  buena  y  pura  (¡ne  no  es. 
fierimcntiS  el  menor  sentimiento  personal, 
cuando  supo  cuan  considerables  eran  los 
bienes  quC  habia  renimciado;  ante^porun 
iíileresaiite  Contrasto,  di  scubriendo  qno 
podía  haber  sido  |;ui  rico,  secomplacic'ien 
H  jar  ir  su  pensamiento  al  humílíje  cura- 
to donde  pronto  pensaba  ir  i  Vivir  y  á 
practicar  las  mas  sanias  virtudes  evangé- 
licas. 

Kstas  ideas  se  sucedían  confusamenit* 
en  su  imaginación,  la  \i»fa  del  retrato  de 
la  muger,  las  siniestras  revelaciones  con- 
tenidas en  el  testamento ,  las  gran  les  w- 
ras  que  se  nianif-'staban  en  las  últimas 
voluntades  de  Mr.  de  Uenepont ,  tantos 
incidentesestraordinarios ponían á  (iabriil 
en  una  especie  de  estupor  y  atlmiracionen 
que  aun  se  hallaba  sepultado  cuanilo  Sa- 
muel dijo  al  notario,  presentd;idu!c  la  lla- 
ve del  registro 

— Hallará  usted  en  este  registro  el  es- 
estado  actual  de  las  sumas  existrrites  en 
mi  poder  provenientes  de  la  capitalización 
y  acumulación  dolos  l'íO.OOO  francos  con- 
fiados á  mi  abuelo  por  Mr.  Marius  de  Re- 
nepont. 

—  ¡  Vuestro  abuelo!...  esclamó  el  pa- 
dre d'Aigrigny  lleno  de  sorpresa  ,  ¿es  vues- 
tra familia  la  que  ha  beclioconstanlemen- 
te  productiva  esta  suma? 

— Si,  seilor;  y  dentro  de  algimos  instan- 
tes ha  de  traer  aqui  mi  mujer  el  cofre  qut? 
contiene  los  valores. 

— ¿Y  á  cuanto  ascienden  esos  valores? 
preguntó  Rodin  con  la  mayor  indiferen- 
cia. 

—Como  el  seùor  nc'lario  piicde  »»egu- 


132 


ALBrn. 


tarse  por  esle  oslado  (respondió  Samuel 
ron  îa  mayor  sencillez  y  como  si  solamen- 
te se  tratase  de  los  150,000  francos  pri- 
mitivos) ,  tengo  al  menos  en  caja  la  suma 
de  doscientos  doce  millones ciento  se- 
tenta.... 

— ¡  Dice  usted!  esclamó  el  padre  d'Ai- 
prigny  sin  dejar  concluir  á  Samuel,  pues 
el  resto  importaba  muy  poco  á  los  Keve- 
rendos  PP. 

— Si,  la  suma...  (dijo  Rodin  con  voz  hal- 
bucicnle  y  perdiendo  su  serenidad  acaso 
por  la  primera  vez  de  su  viHa  )  la  suiua... 
la  suma...  la  suma 

— Oigo,  continuó  el  anciano,  que  tengo 
en  caja  2l2  millones  ITo  mil  francos  de 
Valores,  séá  en  moneda  ó  al  portador, 
como  el  señor  notario  puede  cerciorarse, 
pues  aqui  está  ya  mi  mujer  que  los  trae. 

RfectiVamenlé,  en  csf'e  moniehto  entró 
líetsalié  teniendo  en  sus  brazos  el  coTre  de 
cedro  donde  sé  Iiailábañ  encerrados  dichos 
valores,  los  puso  sobre  la  mesa  y  salió  des- 
pués de  haber  itiírado  afectuosamente  á 
Samuel  quien  le  correspondió. 

Desde  que  Samuel  declaró  á  cuanto  se 
elevaba  la  suma  en  cuestión,  se  acojian 
SU5  palabras  con  el  mas  profundo  silen- 
cio. 

Kscepto  él  todos  los  actores  de  esta  es- 
cena creian  estar  soñanda. 

El  padre  <i'  Aigrigny  y  Rodifi  calcula- 
ban sobre  cunrenta  miücnes...  esta  enor- 
me suma  se  hallaba  (|H  htuplicada. 

Gabriel  oyendo  leer  los  pasajes  del  tes 
tamento  donde  se  trataba  »!«  una  fortuna 
Tt'gia ,  é  ignorando  los  |)rodigios  de  la  ca- 
!f)it.ilizacion  ,  liabia  evaKiaito  didio  caudal 
■en  tres  ó  cu-atfo  miJlof»es:  y  i  pe'sar  de  su 


elE^minaba  el  estado  'rfe  la  cajia  tic  S^âWi'iïiî 
y  apen^^  parecia  dar  crédito  á  sUs  oj«s-.  *'«'* 

K!  jwdió  cstat)a  lawliiein  mtído  y  doN>- 
rosn'wente  absorto  ba^  la  consideración 
de  (|tie  iVt>  se  presentaba  otro  t»ere<der<>. 

lin  medio  <le  tan  profimdo  MÍencío^  el 
reloj  de  la  pieza  inmediata  empez»  á  daT 
lentamente  las  doce. 

SamuiM  se  estremeció  y  dio  titv  proft'íh* 
\J«  suspiro. 

,¡  Oèwtro  de  atgwffos  segtmdos  condtita 
(L-Ií)laz'.  fatal!... 

Hodm  ,  el  padre  d'  AigrigRy ,  Gabriel 
y  el  notario  se  hallaban  sumidos  en  unés" 
iasis  tan  proftiflA)  qire  ningnno  de  eOo-s 
echó  <fíí  ve*r  lo  esttano  que  era  eloirelsè- 
iri¿o  (1»'  dicht»  reloj. 

— ¡  Medio  tliíiíesclámó  Rodin,  ycoíitin 
Miovimiiiito  involirntario  prt'ío  de  pronta 
ÍAsiiialíoss'obTe  el  Cofre  í.omtí  para  lomSf 
po^es'ío'n  de  »^I. 

—  1  Eti  fiyií!!..  seclaiTió  el  padre  d' Aí* 
gr>^i*y  con  tina  esp'resi.'U  de  alegría,  trtfm- 
fu  y  euRJenamiento  imposibles  de  descri- 
bir; y  acercándose  9 ^jíí^abríei  le  abrozóéón 
exaltación  diciendo*: 

— ¡  Ah  ,  mi  queriío  hijo!  j  cuántos  po- 
bfós  van  á  bendecit-ùï;  '  Sois  un  Saii  Vi" 
èénie  de  Paula...  serí'is  canonizado...  os 
lo  fnV<>. 

—  Demos  gra<;ias  á  la  Providencia  ,  di- 
jo Rodin  con  tono  grave  y  Conmovido^ 
porque  ha  pi-rmilido  que  tantos  biertes  sé 
empleen  en  la  mayor  gloria  del  Señor. 

El  patire  d'  Aigngny  dt  spue?  de  abra- 
zar otra  vez  á  Gabriel  le  cojió  por  la  ma- 
rto  y  le  dijo': 

—  Rodin  tiene  razón;  arrodillaos,  mi 
d|uerido  hijo,  y  demos  gracias  á  la  Proví- 


^dmirable  desinterés  y  ée  «n  escrupulosa    dencia 


lealtad  ,  esperiinenlaba  una  especié  de ena- 
jén a-miento  y  de  esfj-eWrécrrfiíeWto  pAisarn 
•do  qtn;  estos  imnensos   bienes  pudíerou 
pertenecerlo  á  él  solo. 

£1  nota-no  casi  lan  absorto  como  él, 


Y  diciendo  esto  el  padre  d'  Aigrigny  se 
arrodilló  y  empujó  á  Gffbriel,  (pie  atur- 
dwío,  conhiso  y  con  la  cabeza  prerdfêacon 
tam  rápittos  acontecimientos.  Su  arrodilló 
moTijiii'ftalmente. 


ALO  m 

Xfió  h  última  campanada  de  las  ilocc  y 
'todos  se  le  levan  la  ron. 

Knldiices  el  noloiiu  dijo  con  una  \oi 
lijerameííle  alterada  por  lo  que  ti  n¡a  de 
solemne  y  eslraordinaria  esta  escejia. 

— No  habii''ndose  presentado  antes  di-I 
mediodía  oiro  lieredero  de  M.  Marins  de 
Renepont,  ejecnlo  la  voluntad  de!  Ie>la- 
(lor  y  declaro,  en  noinlre  de  la  ley  y  de 
la  justicia  ,  á  Francisco  Alaria  fiahriel  de 
Kenep')nf,  ai^ni  presente,  solo  y  único 
heredero  y  poseedor  de  los  bienes  mue- 
i)les  é  inmuebles  y  valores  de  tüdaes|e«:ie 
que  provengan  de  la  sucesión  del  testador, 
de  cuyos  bienes  el  señor  Gabriel  de  Re- 
Tiepont,  presbítero,  lia  hecho  Jibre  y  vo- 
luntaria donación  por  acto  notorio  al  se- 
ñor don  Federico  Manuel  de  Bordcville, 
marqués  d' Aigrigny,  presbítero,  que  por 
el  mismo  acto  los  acepta  ,  y  asi  se  halla 
legítimo  poseedor  en  lugar  del  diclio  Ga- 
l)r¡el  de  Renepont ,  por  el  hecho  de  esta 
donación  entre  vivos  autorizada  por  mi 
en  la  mañana  de  este  dia  y  firmada  por 
tjabriel  de  Renepont  y  por  Federico d'Ai- 
grigny  ,  pre-<l)íleros. 

En  este  momento  se  oyó  en  el  jardín 


m 


una  multitud  de  voces 

Betsalié  entró  precipitada  y  dijo  á  su 
marido  con  voi  alterada  : 

— Samuel....  un  soldado....  quiere.... 

l{etsa!Ȏ  no  pudo  continuar;  Dagoberto 
so  presentó  á  la  puerta  del  salon  encarnado. 

Kstaba  tan  pálido  que  parecía  prócsimo 
á  desmayarse;  traía  ol  brazo  izquierdo 
ei.labliltado  y  sostenido  con  uh  pañtielo, 
apoyándose  sobre  Agrícol. 

A  la  vi^la  de  Dagoberto  los  flojos  y  des- 
coloridos pirpados  de  Uodin  se  inflama- 
ron de  jironto  como  si  toda  la  sangre  se 
le  hubiese  sultido  al  cerebro;  precipitóse 
sobre  el  cofre  con  un  movimiento  de  có- 
lera y  de  posesión  tan  feroz,  (jue  se  hu- 
l)¡cra  podido  creer  que  estaba  resuello,  á 
cubrirlo  con  sy  cufrpo,  á  d^fenderlp  á  cos- 
ta de  su  vida. 


lU  padreó' Aigrigny  no  reconoció  á  Da- 
goberto  ni  había  vi>to  jauíás  i  Agrícol; 
«si  es  que  no  ()udo  oplicarse  la  especie 
de  espanto  colérico  (jue  man¡fe^^ó  Kodin  ; 
|K'ro  el  R.  P.  €0"  prendiólo  todo  después 
de  haber  oído  á  Gabriel  dar  un  grito  de 
alegría  y  arrojarse  ei:  los  brazos  del  her- 
rero diciendo  : 

— ¿Kres  tú...  hermano  mío?  ¿y  vos... 
nu'  se;.undo  padre?  ¡  Ah  !  ¡  Dios  es  quien 
os  en>ia  acpti  I 

Después  de  ha!)er  a|)retado  la  mano  á 
Gabriel,  l)ago|)c'ito  se  acercó  al  marqués 
con  paso  rápido  aunipie  trémulo.  Notan- 
do el  semblante  amenazador  del  soldado» 
el  R.  P.  animado  con  los  derechos  que 
habia  adquirido,  y  sembré  todo  creyéndose 
en  su  casa  desde  el  medio  d  a,  retrocedió 
un  paso  y  d.jo  resueltamente  ai  veterano: 

— ¿Quién  sois,  y  que  queréis? 

El  soldado,  en  vi  z  de  responder  dio  aun 
algunos  pasos  mas:  deteniéndose  en  se- 
guida y  poniéndose  entcramento  en  fren- 
te del  padre  d' Aigrigny  ,  se  le  quedó  mi- 
rando durante  un  segundo  co|)  lal  mezcla 
de  curiosidad,  aversion  y  audacia,  que  el 
ex-coronel  de  liúsares,  atónito  por  un 
momento,  ba¡ó  los  ojos  en  presencia  del 
pálido  rostro  y  de  las  fogosas  miradas  deí' 
veterano. 

Kl  notario  y  Samuel,  sorprendidos,  se 
(juedaron  hechos  mudos  espectadores  de 
esta  escena  ,  al  mismo  tiempo  que  Agrí- 
col y  Gabriel  seguían  angustiados  los  me- 
nores niovimienlos  de  Dagoberto. 

Rodin  habia  fingido  apoyarse  sobre  la 
caja  para  estar  en  dis|)osicion  de  cubrirla 
con  su  cuerpo  en  todo  evento. 

lil  padre  d'Aigrigny  venciendo  en  lin 
el  embargo  que  le  causaban  las  ínflecsí- 
bles  miradas. del  soldado,  levantó  Ja  cabe-* 
za  y  repitió: 

—  ¡  Os  pregunto  que  quién  sois  y  que 
queréis  "^ 

— ¿Con  que  no  me  reconocéis? 
3V 


134 

—No  señor. 

— El  hecho  es ,  repuso  el  soldado  con 
profundo  desprecio,  que  bajabais  la  vista 
de  vergüenza  cuando  en  Leipsik,  donde 
os  batíais  en  favor  de  los  rusos  conlra  'O; 
franceses,  el  general  Simón,  acribillado 
de  heridas  os  respondió,  ¡rcncgadol  cuan 
do  le  pedisteis  su  espada:  yo  tfo  entrego  mi 
espada  á  un  traidor:  y  en  seguida  se  ar- 
rastró conDO  pudo  hasta  la  inmediación  de 
un  granadero  ruso  á  quien  se  la  entregó. 
Junto  al  general  Simon  estaba  un  soldado 
herido  y  este  soldado....  era  yo... 

— En  fin,  ¿qué  queréis?  dijo  el  padre 
d'Aigrigny  sin  poder  apenas  contenerse. 

—  Quiero  hacer  conocer  que  sois  un 
sacerdote  tan  infame  y  tan  detestado  por 
todo  el  mundo  como  Gabrír-I  es  admira- 
ble y  bendecido  de  todos. 

— ¡Cómo!  esclamó  el  marqués  fuera 
de  sí  de  cólera  y  emoción. 

— Digo  que  sois  un  infame,  continuó 
el  soldado  con  mas  energía.  Para  despo- 
jar á  las  hijas  del  mariscal  Simon ,  á  Ga- 
briel, y  á  la  señorita  de  Cardovílle  de  su 
herencia ,  os  habéis  servido  do  los  medios 
mas  horrorosos. 

— ¿Qué  decis?  esclamó  Gabriel,  ¿las 
hijas  del  mariscal  Simon?... 

— Son  parientes  tuyas,  generoso  jóven-, 
lo  mismo  que  la  digna  señorita  de  Cardo- 
ville,  bienhechora  de  Agrícol....  Este  sa- 
cerdote, mostrando  al  padre  d'Aigrigny  , 
ha  encerrado  á  esta  última  como  loca.. i. 
y  á  las  huérfanas  en  un  convento....  bn 
cuanto  á  ti,  querido  hijo,  no  creí  encon- 
trarte aquí  hoy  por  la  mañana ,  creyendo 
que  te  lo  hubiesen  impedido  como  á  los 
demás;  pero  gracias  á  Dios  te  veo...  y  yo 
llego  á  tiempo,  no  habiendo  venido  antes 
á  causa  de  mi  herida.  He  perdido  tanta 
sangre  que  toda  la  mañana  he  tenido  va- 
hídos. 

— En  efecto,  esclamó  Gabriel  con  in- 
quietud ,  no  habia  reparado  que  tenéis  el 


ÂLBII&I. 

brazo  entabh'llado;  ¿qué  herida  es  esa^^ 

A  una  señal  de  Agrícol,  Dagoberto  res- 
pondió : 

— No  es  nada....  resultas  de  una  caí- 
da.... Aquí  me  tienen  V^ds.  para  descu- 
brir mtichísimas  infamias..... 

Es  imposible  pintar  la  curiosidad,  là 
agonía ,  la  sorpresa  y  el  temor  de  los  di- 
ferentes actores  de  esla  escena  al  oir  las 
amenazadoras  palabras  de  Dagohcrto. 

Pero  el  «jue  mas  aterrado  e'staha  era 
Gabriel.  Su  figura  angelical  estaba  deshe-, 
cha,  y  apenas  se  podía  sostener.  Confun- 
dido con  la  revelación  de  Dagoberto  al  sa- 
ber por  él  la  existencia  dé  oltos  herede- 
ros, no  pudo  prormnciar  una  sola  palabra 
durante  algunos  momentos ,  hasta  que  a^ 
fin  esclamó  con  voz  dolorida  : 

— ¡  Dios  mío  !  i  y  seré  yo  la  Causa  delà 
espoliacíon  de  esla  familia  t 

—¡Tú,  hermano  mioí  esclamó  Agirt- 
col. 

— ¿No  han  querido  despojñrteá  ti  tam- 
bién? repuso  Dagoherto. 

-^El  tcslamehto,  continuó  Gabriel  ca- 
da voz  mas  afligido ,  dice  que  ia  hcrenciít 


debe  pertenecer  á  los  herederos  que  se 
presenten  aquí  antes  de  las  dore. 

— ¿Y  que  hay  con  eso  I  dijo  Dagoberto 
asustado  de  la  emoción  del  jóven  eclesiás- 
tico. 

-»-Yahan  dado  las  doce,  repuso  esíe-. 
El  único  de  la  familia  que  estaba  aqui  soy 
yo  ¿comprendei$ahora?Lahorapasóya..) 
y  los  herederos  han  sido  despo.^eidos  por 
mí.... 

—  ¡Por  tí!  dijo  Dagoberto  balbuciente 
de  cólera  ¡  por  tí,  querido  mío!  entonces 
nada  hay  que  temer. 

— Sí....  perOi.. 

— Nada  hay  que  temer,  continuó  Da- 
goberto lleno  de  alegría  é  interrumpiendo 
á  Gabriel...  tu  la  repartirás  entre  los  de- 
mas...  Te  conozco  demasiado. 

— Pero  yo  he  abandonado  irrevocable- 


*»«•■. 


iàs 


"Hfpníe  loaos  estos  bienes,  esclamó  Gabriel 
d«*se<iperado. 

— ¡  Has  abaiidonadü  estos  bienes!  dijo 
Dagobt-rto  petrificado;  ¿y  á  quién?  ¿ñ 
qui»''n  ? 

— Al  sefior,  respondió  (labrrel  señalan- 
do al  marqiiós. 

—  ¡A  eseí  repitió  Dagober  lo  confundi- 
do I  á  ese  !  ;  al  renegado  !  ¡  siempre  será 
él  el  demonio  de  la  familia  ! 

— Pero,  hermano  mió,  salló  Agricol, 
4 sabias  tus  derechos  á  esa  herencia? 

~-No-,  respondió  abatido  el  joven  ecle- 
siástico, no...  únicamente  lo  he  sabido  es- 
ta misma  manatia  por  el  pa<lrc  d' Aigríg- 
ny  que,  si'gnn  me  ha  dicho,  acababa  por 
su  parte  de  sabedo  mediante  unos  pape- 
les de  familia  que  %e  encontraron  en  mi 
podùr  y  <ine  fner.-^n  enviados  pof  nuestra 
madre  á  so  conre>or^ 

El  herrero  corno  recibiendo  un  rayo  de 
luz  esclamó  : 

— Ahora  lo  comprendo  todo...  por  esos 
papeles  habrán  visto  q'ie  llegarla  un  dia 
en  que  pudieses  ser  rico...  y  entonces  fué 
cuando  se  interesaron  en  tu  suerte  :  te 
han  hecho  entrar  en  este  colegio  donde 
■no  podíamos  verte  nunca...  y  después  han 
influido  y  engañado  tu  vocación  con  in- 
dignas ffientiras  para  obligarte  á  que  te 
ordenases  y  reducirle  en  seguida  á  que 
hicieses  semejante  donación...  ¡  Ah,  señor 
d'  Aigrigny  !  repuso  Agricol  volviéndose  al 
marqués  con  indignación....  ¡tiene  razón 
mi  padre...  una  intriga  como  esta  es  u" 
infamia  t 

Durante  esta  escena,  el  Revc-rert 
padre  y  su  socio  asurados  y  conmovid 
al  principio  á  pesar  de  su  audacia,  habi. 
recobrado  toda  su  serenidad. 

Rodin,  que  seguia  con  el  codo  sobre  ta 
caja,  dijo  algunas  palabras  ai  marqués  en 
voz  baja.  Asi  es  que  cuando  Agricol ,  lle- 
vado de  su  indignación  echó  en  cara  áes 
te  último  sus  infames  intrigas  >  el  mar-|tívo,  y  no  consentiré  qnp  las  des 


qtiés  bajó  la  cabeza  y  respondió*  modesta-^ 
mente: 

— Debemos  perdonar  la<  injurian... .  y 
ofrecerlas  al  Señor  en  prueba  de  nuestra 
humildad. 

Dagoberto,  atnrdido  ron  todi»  lo  que 
acababa  de  saber  ,  st^iilia  rti«i  ttitb.irsele 
la  r.-iZon  :  al  cabo  de  tantos  contratiempos 
las  fuerzas  llegaban  á  fallarle  conecte  ter* 
rible  golpe. 

Las  justas  y  sensatns  palabras  de  Agri- 
col, compnradasconrit'rtos  pacajes  deltes'> 
lamento,  iluminaron  repentinamente  á 
(iabrielsobré  el  ohjiMo  qiio  se  Itabia  pro- 
puesto el  padre  d' Aigrigny  encargándose  al 
principio  de  sil  educación,  y  atrayéndole 
despuesá  la  Cocrpañía  de  Jesús.  Por  la  pri- 
mera ver  de  su  vida  pudo  contemplar  de 
una  ojeada  todos  los  resortes  de  la  tene- 
brosa intriga  de  que  acababa  de  ser  víc-^ 
lima;  la  indignación  y  la  desesperación  >.i- 
brepiijando  entonces  su  timidez  habitual. 
es'Clamó  dirigiéndose  al  maripiés  lleno  de 
indignación  y  de  noble  cólera: 

^.\si,  padre  mió,  si  me  habéis  liecho 
entrar  en  uno  de  vuestros  colegios  no  ha 
sido  por  interés  ni  por  cotí  miseración,  sino 
solamente  con  la  esperanza  de  hacerme 
renunciar  mi  parle  de  herencia  en  f;iv»ir 

de  vuestra  orden no  os  ha  ba>tado  sa' 

crificarme  á  vuestra  codicia,  sino  ()ue  ha- 
béis querido  aun  hacerme  el  instru- 
mento voluntario  de  una  indi¿:na  espolia- 
cion.  Si  solo  se  tratase  de  mí.....  y  de  mi 
derecho  á  estas  riquezas  que  tanto  codi- 
ciáis   no  haría  la  menor  reclamación; 

yo  soy  ministro  de  una  religion  que  ha 
glorificado  y  santificado  la  pobreza:  la  do- 
nación que  acabo  de  hacer  os  perleíiece... 
no  pretendo  ni  pretenderé  jamas   insistir 

mas  sobre  ella  ni  sobre  nada pero  s»» 

trata  de  los  bienes  pertenecientes  á  unas 
pobres  huérfanas  traídas  aqni,  desde  el 
fondo  de  un  destierro,  por  mi  padre  adop- 

posoais 


136 


ÂLBVHi 


d^  ellos se  (rata  también  de  la  bien- 
hechora de  mi  hermano  adoptivo  y  de  la 
última  voluntad  de  un  moribundo  quien, 
por  su  ardiente  amor  á  la  humanidad,  ha 
legado  á  sus  descendientes  ima  misión 
(ivaiigélica;  unaadmiralile  million  de  pro- 
gresó, de  amor,  de  union  y  de  libertad  : 
no  permitiré  que  esta  misión  quedé  sin 
efecto  ni  que  se  la  sofoque  en  su  germen... 
No.....  no....  y  os  repito  que  esta  misión 
quedará  cumplida,  aunque  tuviese  que 
revocar  la  donación  que  he  hecho. 

A  estas  palabras  el  padre  d'Aisrrigny  y 
ïlodin  se  miraron  encogiéndose  de  hom- 
bros. 

A  una  scíial  del  sonó  el  reverendo  pa- 
dre tomó  la  palabra  ron  una  calma  im- 
perturbable, con  voz  lenta  y  dulce;  y  te- 
niendo cuidado  do  mantener  los  ojos  ba- 
jos, habló  en  esta  forma  : 

— Se  presentan  en  la  herencia  de  Mr. 
de  llenepont  varios  incidentes  muy  com- 
plicados en  apariencia  y  fantasmas  ame- 
nazadoras; sin  embargo,   todo  es  muy 

sencillo  y  natural Procedamos  por  su 

<')rden,  y  dejando  á  un  lado  por  ahora  las 
imputaciones  calumniosas,  suplicaré  hu- 
mildemente al  señor  abate  Gabriel  deKe- 
nepon*  que  contradiga  ó  rectifique  mis  pa- 
labras si  me  separo  en  lo  mas  mínimo  do 
la  mas  estricta  verdad.  El  señor  abate  Ga- 
briel en  reconocimiento  de  los  ciiidados 
ique  le  ha  prodigado  la  Compañía ,  á  que 
me  hi>nro  do  pertenecer,  me  habia  fle- 
cho, como  rtprt'Pcnl.inte  de  dicha  Com- 
pañía ,  libre  y  vfiluntnriamente  donación 
de  los  bienes  (jiie  un  dia  le  pudiesen  per- 
tenecer y  cuyo  valor  ignoraba,  del  mismo 
modo  que  yo. 

líl  padre  d'Aigrigny  interrogó  ó  Gabriel 
K:ot\  la  vista  como  tomándole  por  testigo 
lie  oslas  palabras. 

— IÎS  verdad,  dijo  el  joven  eclesiástico: 
lie  hecho  este  donati'vo  con  toda  libertad. 

—Esta  mañana,  cwconsccuencia  de  una 


conversación  sumamente  íntima  y  cuy* 
objeto  callaré,  cierto  como  yo  estaba  dé 
antemano  de  la  aprobación  del  señor  abate 
Gabriel 

— Efectivamente,  respondió  generosa-*, 
mente  este  último. .»..  poco  importa  el 
objeto  de  esta  conversación 

— En  consecuencia  pues  de  lo  que  ha- 
blamos, el  señor  abate  Gabriel  me  maní»' 
festó  de  nuevo  su  ileseo  de  mantener  esta 
donación^....  no  diré  en  mí  favor....  por- 
que  los  bienes  terrestres  me  importan  po- 
co  sino  <'n  favor  de  l?s  obras  santas  y 

caritativas  (]iio  dispensará  la  Compañía..» 
apelo  á  la  Icalia-l  del  señor  abate  de  Ga- 
briel suplicándole  que  decíate  si  está  ónO' 
comprometido ,  no  solo  con  el  mas  formi* 
dable  juramento,  sino  aun  con  un  acto 
enteramente  legal  hecho  ante  maese  Du- 
mesnil,  ai¡ui  presente. 

— Ks  v<'r(lad ,  contestó  Gabriel. 

— Yo  he  hecho  el  acto ,  añadió  el  nú* 
tario. 

— Pero  Gabriiel  solo  os  liá  dado  lo  que 

le  portenccia,  exclamó  Dagoberto Ese 

buen  joven  no  podía  suponer  (]ue  le  to- 
maseis por  pretesto  para  despojar  á  tos 
tlemï>3. 

' — Tened  là  bondad  de  permitirme  que 
ttie  esplique,  respondió  a tei lamente  el 
marqués después  responderéis, 

Bagoijerto  contuvo  á  ftierza  de  trabajo 
un  movimiento  doloroso  de  impaciencia. 

El  reverendo  padre  continuó  : 

— El  señor  abate  Gabriel  ha  confirmado 
su  donación  por  rl  doble  compromiso  doí 
un  juramento;  y  no  solo  eso,  repuso  el 
marqtiés,  sino  que,  admirado,  y  nosotros 
taoibíen  ,  al  saber  la  suma  total  de  la  he- 
rencia,  y  lielásu  admirable  generosidad» 
lejos  de  arrepentirse  de  sus  dones  los  ha 
consagradla  de  nuevo  por  decirlo  asi  rae-, 
diante  un  piadoso  reconocimiento  hacia  la 
Providencia ,  porque  el  señor  notario  s,e 
acordará  sin  duda  q«e  después  de  hal?eí 


ÀikbM. 


137 


^0  «brazado  à  Oabriel  con  efusión  «lición 
dolé  que  en  cuanto  á  la  caridad,  ora  (in 
seguiidt)  San  \'icente  de  Paul,  le  ct>fj;f  por 
la  mano  y  $e  arrodilló  conmigo  para  dar 
gracias  al  ciclo  de  haberle  inspirntlo  la 
idea  de  hacer  servir  estos  inmensos  bie» 
nes  para  mayor  gloria  del  Seilor. 

—  Es  verdad ,  respondió  lealtnerile  Ga 
4)r4el;  mientras  que  solo  se  trataba  demi, 
y  á  posar  de  un  alurdiniienlo  inoineiilá< 
neo  cauÑado  por  la  revelación  de  una  fur 
tuna  tan  inmensa,  no  he  pensalo  un  solo 
instante  en  revocar  la  donación  que  be 
h«ho  con  toda  libertad. 

—  En  lak's  circunstancias,  repuso  e! 
padre  d'Aigrigny ,  dio  la  hora  en  i^\e  át- 
4)ta  quedar  cerrada  la  sucesión,  y  elseñof 
abale  Gabriel  ha  sido  el  único  heredero 
presente  y  por  necesidad....  forrosamtute 
•<?8  el  solo  y  legítimo  poseedor  de  e»l08  in- 
mensos  bienes ¡qué  digo!   sin  duda 

ninguna  enomos.  Yo  no  puedo  monos  de 
regocijarme,  en  nombre  de  la  caridad,  de 
t]ue  sean  enormes ,  pues  gracias  á  esto, 
fiH«chas  miserias  quedarás  consoladas  y 
muchas  lágrimas  serán  er\jutas.  Repenti- 
namente, el  señor,  dijo  el  marqués  seña- 
iando  á  Dagoberto,  el  señor,  ¡levado  de 
iin  aturdimiento  que  le  perdono  cou  todo 
«iii  corazón  y  del  que  no  dudo  que  se  ar- 
repentirá, se  ha  presentado  aqui  voqjí- 
tando  injurias  y  amenazas  y  censurándo- 
me de  haber  alejado  no  sé  en  (|ue  sitio  ni 
(an>poi'o  (pie  parientes,  con  el  objeto  de 
impedir  su  presencia  aqui  á   lien  po 

—  ¡Si,  os  acuso  de  esta  infamia!  es- 
'clanio  el  soldado  ecsasperadode  la  calma  y 
audacia  del  H.  I*.  Si...  y  voy... 

— Suplicóos  otra  vez  que  tengáis  laèon 

liad  de  dejarme  continuar después  ha- 

'l>larei$....  dijo  humildemente  el  man]ués 
con  la  mas  dulce  y  mas  melodiosa  voz. 

—Si ,  responderé  y  os  confundiré,  es- 
clamó Dagoberto. 

- — Calla,  calla,  padre  mió,  dijo  Agrí- 
col,  ya  le  llegará  tu  vez  de  hablar. 


Kl  soldado  calKi. 

El  padre  (rAigri<.nT  continuó. 

— Sin  duda  ,  si  realmente  ccsisten  mas 
herediros,  es  muy  sinxible  para  ellos  que 
no  hayan  podido  prixiilarse  aciiii  á  tiempo. 
Si  en  vei  de  defender  la  causa  de  los  ne- 
cesitados y  de  las  personas  que  padecen, 
defendiese  solo  mis  intereses,  estaría  muy 
lejos  de  valeime  de  una  ventaja  debida  á 
la  casualidad  ;  pero  como  mandatario  du 
la  j;rande  familia  de  pobres,  debo  soste- 
ner mis  derechos  absolutos  á  esta  heren- 
cia ,  y  no  dudo  <|ue  el  señor  nolapio  reco- 
nocerá la  legitimidad  de  mis  reclamacio- 
nes y  me  pondré  en  posesión  de  dichos 
valores,  que  bien  mirado  me  pertenecen 
legítimamente. 

—Mi  sola  misión,  dijoel  notario  con  vtr 
conmovida,  es  hacer  ejecutar  ñelmento 
la  vohmtad  del  testador.  El  señor  abate 
Gabriel  de  Uenepont  ha  «ido  el  único  que 
se  ha  presentado  anlcs  dol  último  térmi- 
no fíjado  para  cerrar  la  sucesión.  El  acto 
de  donaciun  está  en  regla  y  no  puedo  ne- 
garme á  entregar  al  donatario  el  total  de 
la  herencia. 

A  estas  palabras  Samuel  se  cubrió  el 
rostro  con  las  manos  dando  un  profundo 
suspiro,  pues  á  superar  reconocía  serjus- 
tas  las  observaciones  del  notario. 

—  Pero,  señor,  esclamó  Dagoberto  di- 
rijiéndose  al  curial,  eso  no  es  posible,  us- 
ted no  puede  permitir  que  se  despoje  de 

ese  modo  á   las  pobres  huérfanas os 

hablo  en  nombro  de  sus  padres....  os  juro 
por  mi  honor  militar  que  han  abusado  de 
la  debilidad  de  mi  muger  para  conducir 
las  hijas  del  mariscal  Simon  al  convento 
é  inipedirme  que  las  condujera  atjui  hoy 
por  la  mañana.  E;»to  es  tan  verdadero, 
que  he  tenido  que  dar  queja  á  un  magis- 
trado. 

— ¿Y  qué  os  respondió?  djo  el  nota- 
rio. 

— tjiic  mi  deposición  no  era  suficien 
35- 


138 


AL^UM. 


para  sacar  á  las  jóvenes  del  convento  don- 
pode  están,  y  que  la  justicia  proveería. 

— Si,  dijo  Agríco!,  lo  mismo  ha  suce- 
dido con  la  señorita  de  Cardovilte  que  es- 
tá encerrada  en  una  casa  de  Jocosa  posar 
de  estar  en  cabal  juicio,  y  queliene  como 
las  hijas  del  mariscal  Simon  derecho  át-s 
ta  herencia.  En  su  nombre  he  practicado 
iguales  diligencias  que  mi  padre  en  favor 
de  las  antedichas. 

— ¡Y  bien  I  preguntó  el  notario. 

— Desgraciadamente,  contestó  Agríco!, 
Rieha.-i  respondido  lo  mismoque  á  mipa- 
brc,  que  por  mi  sola  deposición  nada  se 
dia  proceder....  y  que  se  proveería. 

En  este  momento,  Bttsabé  oyó  llamar 
á  la  puerta  de  la  calle  y  salió  del  salon 
rojo  á  una  seña  que  Samuel  kt  hizo. 

El  notario  dijo  dirijiéodose  á  Agrícol  y 
á  su  padre  : 

— Señores,  estoy  muy  lejos  de  poner 
en  duda  vuestros  asertos;  pero  bien  á  pe** 
sar  mió  no  puedo  dar  vaior  á  vuestras 
acusaciones  de  cuya  ecsactilud  no  tengo 
pruebas  suficientes  que  me  hagan  suspen- 
der la  marcha  leg£^l  del  asunto,  pues  co- 
mo ustedes  mismos  lo  han  confesado,  la 
justicia,  á  quien  se  han  dirijido,  no  ha  creí- 
do deber  dar  acogida  á  vuestras  deposi- 
ciones y  os  ha  respondido  que  se  informa- 
ría y  que  se  proveería  ;  de  suerte  que  en 
conciencia ,  y  ustedes  mismos  van  á  deci- 
dir ¿puedo  yo  en  circunstancias  tan  gra- 
ves cargarme  con  la  responsabilidad  que 
los  magistrados  no  se  han  atrevido  á  to- 
mar? 

— Si ,  debéis  hacerlo  en  nombre  de  la 
justicia  y  del  honor,  repuso  Dagoberto. 

— Asi  será  según  vuestro  modo  de  pen- 
sar; pero  según  el  mió  me  mantengo  fiel 
á  la  justicia  y  al  honor,  ejecutando  ecsac- 
tamente  lo  dispuesto  por  la  sagrada  vo- 
luntad de  un  moribundo.  A  pesar  de  lo 
dicho,  no  debéis  desesperar.  Si  las  per 


tra  el  donatario  del  señor  abate  (jabrii  H 
entretasto  debo  darle  sin  tardanza  pose- 
sión de  la  herencia....  yo  me  comprome- 
tería gravemente  si  obrase  de  otro  modo. 

Las  observaciones  del  notario  Wan  tan 
justas  y  tan  arregladas  á  la  ley ,  que  Sa- 
mtiel ,  Dagoberto  y  Agricol  quedarórt 
consternados. 

Gabriel,  despues  do  un  mompnto  de  re- 
flexión ,  paredó  que  lomaba  Una  resotn- 
cion  desesperada,  y  dijo  al  notario  con  fir- 
meza : 

— Si  en  semejantes  circunstancias  no  es 
suficiente  la  ley  para  sostener  la  justicia, 
tomaré  yo  un  paHido  estremo,  y  antes  &ë 
resolverme  pregtmtaré  por  Ultima  vez  al 
señor  abate  d'Aigrigny  si  quiere  conter. - 
tarse  con  la  parte  que  me  pertenece  ád 
dichos  bienes,  bajo  la  condición  de  que 
las  otras  quedarán  en  manos  seguras 
mientras  los  herederos  <-n  cuyo  nombfií 
se  reclama ,  puedan  justificar  su  legitimi- 
dad. 

-^A  esa  proposición  responden^  lo  que 
tengo  manifestado,  dijo  el  P.  d'Aigrigny  ; 
aquí  no  se  trata  de  mí,  sino  de  un  ir>m<»lfi- 
6)  inlerí'S  (íc  caridad,  per  el  que  debo  re- 
husar la  oferta  parcial  que  me  hace  el  s«* 
ñor  abate  Gabriel,  y  recordarle  sus  com- 
promisos de  toda  especie. 

—  ¿Con  que  rehusáis  el  convenio  ?  dii'> 
Gabriel  con  voz  conmovida. 

—  La  caridad  me  lo  manda. 

—  ¿  lU'husais  absolutamente? 

— Considerando  las  obras  de  piedad  que* 
estos  tesoros  van  á  fundar  para  mayor 
gloria  del  Señor ,  no  me  hallo  con  ánimo 
ni  volimtad  de  hacer  la  mas  mínima  con- 
cesión. 

— Pues,  señores,  dijo  el  joven  saccrda- 
le  con  voz  conmovida ,  supuesto  que  me 
forzáis  á  ello ,  revoco  mi  donación;  creí 
disponer  solamente  de  lo  que  me  corres-» 


sonas  cuyos  intereses  defendéis  se  creer)   pondia,  y  no  de  bienes  ágenos, 
agraviadas,  pueden  recurrir  después  con- !      — Mirad  lo  qoe  hacéis,  señor  abate. 


»»BTJM. 


Í59 


èqo  t»l  P.  d'Ai^rigny  ;  os  haré  observar 
que  tengo  en  mi  poder  vueslrd  formai  jn 
ramento  por  escrito.... 

— Ya  lo  s»S  tenéis  un  e-fcrito  porelcual 
íie  jurado  que  nunra  revocara  dicha  do- 
nación, bajo  cualquier  pr»'lesto,  so  pena 
de  incurrir  en  el  desprecio  i\e  toda  perso 
na  honrada....  está  biih.....  dijo  Gabriel 
con  profunda  Iristeza,  me  cspondró  á  to- 
das las  consecuencias  del  perjurio,  vos  lo 
publicareis  para  que  el  menosprecio  de 
todos  caiga  sobre  mí;  pero  Dios  me  juz- 
gará.... Üicií'ndo  esto,  el  joven  sacerdote 
se  enjugó  las  iáyiimas  (¡tic  bañaban  su» 
vjos. 

•^—¡Tranquilízate,  hijo  mió!  e>clamó 
t>agoberto recobrando  sus  esperanzas;  lo- 
üá  persona  honrsda  aprobará  tu  proce- 
xJfcr. 

^-  ¡  Bien  Î  ¡  bien  ]  liermatio  mío ,  dijo 
Agricol. 

•i^SeiiOr  íiolario,  dijo  entonces  Rodin 
con  su  destemplada  voz ,  señor  notario, 
liaced  saber  al  señor  abale  Gabriel  que 
pnede  perjurar  cuanto  quiera,  pcroque 
■el  código  civil  es  menos  fácil  de  violar  que 
una  promesa  simple....  y  sagrada.... 

— Hablad,  dijo  Gabriel. 

' — Decid  al  señor  abale  Gabriel,  conti- 
nuó Rodin,  que  una  donación  entre  vivos 
como  la  <)uelia  beilioalR.  P.  d'Aigrigny, 
puede  revocarse  soiameíile  por  1res  ra- 
zones, ¿no  es  asít 

— Si  señor,  por  tres  razones,  dijo  el  no 
tario. 

— La  primera  por  tener  un  hijo,  con- 
tinuó Rodin  (caso  de  nulidad  de  que  uo 
tne  alreveró  á  sospechar  del  st-ñor  ab.U- 
Gabriel);  la  segunda  es  la  ingratitud  del 
donatario....  (y  dicho  señor  puede  estar 
cierto  de  nuestro  profundo  y  eterno  agra- 
decimiento) ;  y  la  tercera  es.  la  inejecución 
de  los  deseos  del  donador  relativamente 
al  empleo  de  sus  donaciones,  lo  que  é  pe- 
sar de  la  mala  opinion  que  el  seitot  abate 


Gabriel  haya  podido  formar  de  nosotron, 
si  nos  concede  alg<in  tiempo  para  pro- 
b.TÍo,  le  eonvenceremoii  de  que  s\f»  ô*i-^ 
naciones  serán  aplicadas,  coiho  doea.  en 
obras  <|ue  se  dirijan  á  la  mayor  gloria  del 
Señor. 

— Ahora,  señor  nnlarin,  dij.)  el  padre 
d'Aigrigny,  debéis  decidir  y  decirnos  .si  «  I 
señor  abale  (iabriel  ptled»' ,  ó  no  revocjf 
la  donación  (|ue  me  ha  hecho. 

En  el  momento  en  (|ue  el  notario  iba  á 
responder,  entró  Bel>abó  precediendo  é 
dos  nuevo*  person<njfS(|ue  se  pre^entaroh 
en  el  salon  n-jo,  á  poca  di>lancia  el  uno 
del  olro. 

XWI. 

l  N  Bl  K?í  GtNiO. 

El  primero  de  los  dos  personajes  cuya 
llegada  habia  interrunq)ido  al  notario,  era 
Earinghea. 

Samuel,  al  v»  f  á  este  hombre  de  as- 
pecto siniestro,  s»»  acercó  á  é!  y  le  dijo: 

—  ¿Quién  sois? 

Después  de  habrr  echado  una  pme- 
trante  mirada  sobre  Kodin,  que  se  estre- 
meció imperceptiblettictilr,  y  <|ut  al  mo- 
mento recobró  su  sei cuidad,  Faringliea 
respondió  á  Samuel. 

— El  principe  Djalina  ha  llegado  de  j.i 
India  hace  poco  tiempo,  con  el  objeto  de 
presentarse  hoy  aqiii  según  lo  pre\iene  la 
inscripción  de  una  mcdaüa  (|iio  llevaba  jI 
(uello.... 

—  ¡También  él! e>clamó  Gabriel, 

que  como  es  sabido,  habia  sido  compañi*- 
ro  de  viaje  del  indio ,  desde  las  Azores 
donde  habia  hecho  escalo  el  bu(¡ije  enqiní 
venia  de  Alejandría,  ¡también  él  es  uno 
de  los  herederos!  Efectivamente^...  en  la 
travesía  me  dijo  el  príncipe  que  sumadle 
era  de  origen  francés....  Pero,  sin  duda, 
creyó  deber  ocultarme  el  objeto  de  sii 
\iaje....  ¡Oh!  ¡  ese  príncipe  es  un  j<Sven 
noble  y  valeroso  !  ¿  Dónde  está  ? 

El  Kslrangulador  volvió  á  mirar  á  Ko- 


140 


ALtrst, 


din  y  dijo  acentuando  lenkamento  üius  pa* 
labras: 

— Ayer  noclie  me  separé  del  príncipe... 
Despiicsde  h <iberme  confiado  que  aunquu 
ti^nia  mucho  interés  en  hallarse  aquí,  tal 
vc«z  tendría  que  sacrificarlo  á  otras  cir- 
cunstancias  yo  he  pasa  lo  la  noclie  oti 

la  misma  fonda  que  él y  esta  mafiana 

cuando  volví  á  verle  ya  había  salido..... 
La  amistad  que  le  profeso  me  ha  hecho 
venir  á  esta  casa ,  creyendo  que  las  noti- 
cias que  yo  ptidiôse  dar  sobre  el  príncipe 
serian  acaso  útiles. 

El  Estrangulador  sin  decir  una  palabra 
sobre  la  emboscada  en  que»  [principe  ha- 
bía caído  la  víspera  ni  sobre  las  intrigas 
de  llodin,  y  atribuyendo  principalmente 
la  ausencia  de  aquel  á  una  causa  involun» 
taria ,  quería  sin  duda  algima  servir  al 
socio  contando  con  que  este  sabria  recom- 
pensar  su  discreción. 

Es  inútil  decir  (|ue  Faringhea  mentía 
descaradamente.  Después  de  haber  lo- 
Igrado  escaparse  aquella  mañana  de  su  pri- 
sión ,  por  un  prodigio  de  astucia  y  de  au- 
dacia ,  corrió  á  la  fonda  donde  había  de- 
jado á  Djahna;  allí  fué  donde  supo,  que 
un  hombre  y  una  mnger  de  edad  y  fiso- 
nomía respetab!-es,  que  decían  ser  parien- 
tes del  joven  índií^  solicilaron  verle  y  que 
asustados  del  peligroso  estado  de  somno- 
lencia en  que  parecía  sumido,  le  hicieron 
trasportar  á  su  coche  con  el  objeto  de  lio 
vérselo  á  su  causa  y  prodigarle  los  au»i 
Jios  neresaiii>s. 

—  Es  sensible,  dijo  el  nularío,  qtie  este 
Iwredero  no  se  h;>ya  presenta 'o por- 
que de.>graiiadamente  ha  perdido  sus  de- 
rechos á  esta  inmensa  herencia. 

— ¡Ah!  ¡con  qué  se  trataba  de  una  in 
mensa  hoiemial  dijo  Faringhea  mirando 
fijamente  á  Rodin  que  separó  prudente- 
mente la  vista. 

En  aquel  momento  entró  el  otro  per- 
sofiage  de  quien  hablamos. 


Era  el  padre  del  mariscal  Simon ,  ití- 
dano  de  elevada  estatura  que  conservaba 
aun  mucho  vigor  y  fuerzas  para  iib  hom- 
bre de  su  edad;  sus  cabellos  eran  blancos, 
su  fisonomía  ligeramente  animada ,  ma- 
nifestaba astucia ,  dulzura  y  energía. 

Agricol  corrió  á  su  encuentro  y  ie  dijo: 

—  ¡Me  alegro  de  veros  aqui,  sefior  Si- 
mon ! 

— Sí,  amiíjo  mió,  respondió  el  padre 
del  mariscal  apretando  cordialmente  la 
mano  al  hernro;  acababa  de  llegar  de  un 
viage;  Mr.  Hardy  debía  hallarse  aqui  por 
un  asunto  do  herencia  á  lo  que  suponia> 
pero  como  todavía  estará  ausente  de  Pa- 
ris por  slgun  lrempo>  me  ha  encargado 
«jue 

—  Pero  I  qué  pálido  estás,  hijo  mío  I 
¿Oné  hay?  repuso  el  padre  del  general 
Simon  mirando  alrededor  con  admiración, 
¿de  qué  se  trata? 

— ¿De  qué  se  trata?  de  vuestras  nietas 
á  quienes  acaban  de  robar,  esclamó  Da- 
goberto  desesperado  y  acercándose  al  an- 
ciano; ¿y  yo  las  he  (raido  desde  el  fondo 
de  la  Siberia  para  que  presencien  una  io'- 
dignidad  semejante? 

~^[Vos!  repuso  el  padre  del  marisca)» 
procurando  reconocer  al  soldado...  ¡con 
que  sois!.,. 

—  Dagoberto..».. 

— ¡Vos vos  I  ¡el  í|ue  tan  generosa- 
mente se  ha  sacrificado  por  mi  hijo!  es» 
clamó  el  padre  del  mariscal;  y  en  esto 
apretó  la  mano  de  Dagoberto  con  la  ma- 
yor efusión  ¿no  habéis  hablado  de  la  hija 
de  Simon? 

-—De  sus  hijas...  es  mas  feliz  de  lo  que 
creía ,  saltó  Dagoberto;  esas  pobres  niiuis 
son  gemelas. 

— ¿Y  dónde  están?  preguntó  el  anciano. 

—En  un  convento. 

—  ¡  En  un  convento  I 

— Sí,  por  la  traición  que  este  hombre 
ha  hecho  encerrándolas  allí  para  deshere- 
darlas. 


'a:-¿QUé  hombre? 

— Ei  mir<|iiós  dWigrigny. 

— El  roas  encarnizado  enemigo  de  mi 

)íijo esctamó  el  anciano  mirando  con 

«version  al  marqués  cuya  audacia  wq  se 
desmintió  tampoco  en  a()uella  ocasión. 

— Y  no  es  eso  solo,  repuso  Agricol, 
Mr.  Hardy,  mi  dij^no  y  buen  niaeslro  ha 
perdido  también,  por  desgracia,  sus  de- 
rechos á  esta  inmensa  herencia. 

— ¿Oui'  dice>?  esclamóel  padre  del  ma 
riscal;  Mr.  Hardy  ignoraba  que  se  tra- 
tase de  intereses  tan  importantes  y  ha  sa- 
lido precipitadamente  para  ir  á  reunirse 
con  uno  de  sus  amigos  que  tenia  necesi- 
dad de  é\. 

Samuel  al  oír  todas  estas  revelaciones 
sucesivas ,  sentia  que  su  desesperación  se 
aumentaba  :  debía  contentar>e  con  sen- 
tirlo, pOique  desgraciadamente  la  volun- 
tad del  testador  era  formal. 

El  P.  d'Aigrigny-,  deseoso  de  poner  fin 
á  esta  escena  que  le  embarazaba  cruel- 
mente, á  posar  de  su  aparente  serenidad, 
tüjo  al  notario  con  voz  grave  y  penetrada. 

— lüs  preciso  que  todo  esto  tenga  al  fin 
un  término:  si  la  calumnia  pudiese  herir- 
me, yo  respondería  victoriosamente  con 
los  hochos  qne  hemos  visto.  ¿A  qué  viene 
atribuir  á  odiosas  intrigas  la  ausencia  de 
los  herederos  en  cuyo  nombre,  ese  solda- 
do y  su  híjp  reclatnan  de  un  modo  (an 
iniperiosü?  ¿por  qué  su  ausencia  será  me- 
nos esplicahle  que  la  del  joven  indio,  que 
la  de  Mr.  Hardy,  quien  según  dice  su  ami- 
go, ignoraba  la  importancia  de  los  intere- 
ses que  reclamaban  aquí  su  presencia? 

¿No  es  mas  probable  que  las  hijaá  del 
mariscal  Simon  y  que  Ana  de  Cardoville, 
por  razones  sumamente  naturales,  no  ha- 
yan podi'to  presentarse  aquí  esta  maña- 
na? Kepito  que  esto  dirá  ya  mucho;  creo 
q'ie  el  seùor  n.>lario  pensará  del  mismo 
tnoln  (pie  yo,  <|iTC  el  descubrimiento  de 
nuevos  herederos  no  cambia  en  nada  la^  uiürdi'nieutos 

-'!"•.»    rr  t."'^  36* 


coestion  que  he  tenido  el  honor  de  expo- 
ner hace  poco,  es  decir;  que  como  man-' 
datario  de  los  pobres  á  qHteneg  el  señor 
abate  Gabriel  ha  dado  tixlo  cuanto  po- 
seía... soy...  é  pesar  de  su  tardía  é  ilegal 
oposición,  el  único  poseedor  de  estos  bie- 
nes que  me  he  comprometido  y  me  com- 
prometo, en  presencia  de  todos  y  en  este 
solemne  momento,  á  emplear  en  la  ma- 
\or  gloría  del  Sellorw....  Tened  la  bondad 
de  responder  terminantemente,  señor  no- 
tario, y  concluyamos  de  una  vez  una  es- 
cena tan  sensible  para  todos. 

— Caballeros»  dijo  el  notario  con  vozso- 
lemnet  en  mi  alma  y  conciencia,  en  nom- 
bre de  la  justieia  y  de  la  ley  y  como  fiel  é 
imparcial  ejecutor  de  la  última  volyntad 
de  Mr.  Marins  de  Renepont,  declaro  que 
con  arreglo  á  la  donación  del  señor  Abato 
Gabriel  de  Renepont  al  señor  Abate  de 
Aigrigny,  es  único  dueño  de  los  bienes  de 
^ue  os  pongo  en  posesión  ahora  mismo,  á 
fin  de  que  dispongáis  de  ellos  con  arreglo 
á  los  deseos  del  donador. 

Estas  palabras pronunciadasCon  aire  dé 
convicción  y  gravedad,  desvanecieron  las 
últimas  y  vagas  esperanzas  que  los  defen- 
sores de  los  herederos  hubieran  podido 
conservar  aun. 

Samuel  se  quedó  mas  pálido  que  ordi- 
nariamente lo  era  y  apretó  convulsfva- 
. mente  la  mano  de  Betsabó  qUe  se  había 
aproximado  á  él;  los  ojos  de  ios  dos  an- 
cianos so  arrasaron  de  lágriíha?. 

Dagoberto  y  AgricoF  e<$tal)an  sumidos 
en  urt  profundo  abatimiento  á  causa  de 
las  palabras  del  notarío,  en  tas -cuales  ma - 
nffestaba  no  pod#r  dar  mas  crédito  y  au- 
toridad á  su?  recia inaeiofí«,  y  que  los  nía- 
f»i*lríM)o«  noismo*  so  veían  forzados  á  re- 
nunciar i  toda  esperanza. 

(lAbricl  sufra  mas  que  todos,  pues  las 
idea  de  que  por  su  ceguedad  era  la  causa 
I é  "instrumento  involujUario  <le  tan  abaiu'- 
naUie  espolíacíon,  le  causaba  lerribtcs  re- 


142  ÀLBUIU. 

Así  es  que  cuando  el  notario,  después 
de  aseguratsedela  totalidad  délos  valores 
contenidos  en  el  cofre  dijo  al  P.  d'Ai- 
grigny  : 

—  Caballero,  tomad  posesión  de  esta 
caja. 

Gabriel  esclamó  con  amarga  tristeza  y 
profunda  desesperación. 

— ¡Ahí  parece  que  en  estas  circuns- 
tancias una  inexorable  fatalidad  persigue 
á  todos  los  que  son  dignos  de  interés,  de 
afecto  y  de  respeto...  ¡  Oh,  Dios  mió  !  di- 
jo el  joven  sacerdote  juntando  las  manos 
con  fervor,  vuestra  soberana  justicia  no 
puede  permitir  el  triunfo  de  tamaña  ini- 
quidad. 

Parecía  que  el  cielo  habia  escuchado  la 
súplica  del  misionero,  pues  apenas  con- 
cluyó cuando  sobrevino  una  cosa  estraor- 
dinaria. 

Rodín ,  sin  esperar  á  que  Gabriel  con- 
cluyese su  plegaria,  se  llevó j  supuesta  la 
autorización  del  notario,  la  caja  entre  sus 
brazos  sin  poder  reprimir  la  efusión  de 
triunfo  y  de  su  violenta  alegría. 

En  el  momento  en  que  el  P.  d'Aigríg- 
ny  y  su  socio  se  creían  ya  poseedores  del 
tesoro,  la  puerta  del  cuarto  en  donde  ha- 
blan ôido  el  relox ,  se  abrió  dé  repente  y 
se  presentó  una  muger  en  ella. 

A  su  vista,  Gabriel  lanzó  un  grito  y 
quedó  atónito. 

Samuel  y  Betsabé  cayeron  de  rodillas 
juntando  las  manos  y  sintiéndose  anima- 
dos de  una  inesplicable  esperanza. 

Los  demás  actores  de  esta  escena  que- 
daron confundidos. 

Rodin Rodin  mismo  retrocedió  dos 

pasos  y  volvió  á  poner  el  cofre  sobre  la 
mesa  con  mano  trémula. 

Aunque  la  circunstancia  de  presentarse 
una  muger  abriendo  una  puerta  no  tuvie- 
se nada  de  estraordinario,  sin  embargo 
causó  un  momento  de  profundo  y  solem- 
ne silencio. 


Al  verla  todos  sintieron  su  pecho  opri'- 
mido  y  esperimentaronuna  sorpresa  mt'Z- 
clada  de  estremecimiento  interior  y  dû 
inef;plicable  agonía;  pues  esta  uuiger  pa- 
recía el  vivo  original  del  retrato  colocado 
en  el  salon  hacia  ciento  y  cincuenta  años. 

Tenia  igual  peinado,  igual  trage,  casi 
arrastrando,  y  la  misma  fisonomía  mar- 
cada de  tristeza  penettanle  y  ^e^¡gnada. 

Se  adelantó  lentauífute  y,  sin  parecer 
notar  la  profunda  impresión  que  causaba  su 
presencia  se  aproxinu)  á  uno  de  los  mue' 
blés  embutidos  de  cobre  y  estaño,  tocó  un 
resorte  que  estaba  oculto  entre  las  mol- 
duras de  bronce  dorado ,  y  á  su  ¡mpul.>o 
se  abrió  el  cajón  superior  de  donde  sacó 
un  rollo  de  pergamino  sellado;  aproxf^ 
mandóse  después  á  la  mi»sa  lo  puso  delan- 
te del  notario,  que  mudo  y  confuso  hasta 
entonces,  lo  tomó  maquinalmente. 

Después  de  haber  mirado  dulce,  me 
lancólicá  y  detenidamente  á  Gabriel  que 
parecía  enajenado  con  la  presencia  de  esta 
muger  se  dirigió  hacia  la  puerta  di'l  ves- 
tíbulo que  habia  quedado  abitarla ,  y  al 


pasar  junto  á  Samuel  y  nolsal'i^,  que  sfc 
mantenían  arrodilla(lí)S,sc  detuvo  un  ins- 
tante, inclinó  su  cabeza  á  los  d;)s  ancia- 
nos, los  conternpló  con  tierna  solicitud,  y 
dándoles  sus  manos  á  besar  desapareció 
tan  lentatnenteComo se  había  presentado, 
echando  una  última  mirada  solireGabriel, 

La  salida  de  esta  mtíger  hizo  cesar  el 
encanto  en  (|ue  los  asistentes  habían  es- 
tado por  algunos  instantes. 

Gabriel  fué  el  primero  (jue  rompió  el 
silencio  y  dijo  con  voz  alterada: 

— ¡lilla  es!...  sí ella aquí 

en  esta  casa  !... 

— ¿(juién ella hermano  mío? 

dijo  Agncol  inquieto  de  la  ¡lalidez  y  del 
aire  casi  aturdido  del  misionero,  pues  el 
herrero  á  pesar  de  no  haber  aun  adver- 
tido la  estraña  semejanza  de  esta  muger 
con  el  retrato,  participaba  sin  saber  por 
qué,  de  la  confusion  general. 


ILBf». 

IftâpoWrlo  V  Faringhea  se  hallaban  en 
Igual  situación. 

— ¿(Juién  es  esta  n)u;:«'r?  iJijo  Agricol 
lomaiulo  la  mano  de  (iabriel  (lUC  halló 
cubierta  de  sudor  frió. 

—  ¡Mira...(iijoe'  j('>ven  sacerdote,  hace 
mas  de  siglo  y  medio  (jiie  otan  ahí  esos 
cuadros,  y  'e  indicó  con  la  cabeza  los  dos 
retratos  delante  de  los  que  se  habia  sen- 
tado. 

AI  movimiento  de  Gabriel,  Agricol,  Da- 
poborto  y  Faringhea  clavaron  la  vista  en 
los  retratos  colocados.!  los  lados  de  la  chi- 
menea ,  y  se  oyeron  a  un  mismo  tiempo 
tres  esclamaciones. 

^¡F.lla  es.....  sf la  misma  I  dijo  el 

lierrero  lleno  de  admiración;  ¡y  hace  ciento 
'cincuenta  años  <|ue  su  retrato  está  aqui  ! 

^w^í^UÓ  veo?...  ¡  El  amigo  y  emi>ario 
del  mariscal  Simon  !  esolamó  Dagoberto 
confémpla'íído  el  retratodelhoinl)re.  Sí... 
la  misma  cara  del  (|ue  vino  á  buscarnos 
en  Siheria  el  ano  pasado..  ..  ¡olí!  bien 
le  reconozco  en  su  aire  dulce  y  triste  y 
en  sus  cejas  negras  que  no  forman  mas 

r|ue  una. 

— No  me  engañan  mis  ojos no 

ÇS  sin  duda  el  hombre  con  la  frente  ra- 
yada de  negro  que  ahorcamos  y  enterra- 
mos en  las  márgenes  del  (iange.s,  decia 
para  sí  Faringhea  estremeciéndose  de  hor- 
ror; el  mismo  (|ue  uno  de  ios  hijos  de 
Hohwanie  aseguraba  el  ano  pasado  en  Java 
haberlo  encontrado  cadáver  en  las  ruinas 

de  Tchandi cerca  de  una  de  las  piicr 

tas  de  Bombay Kste  hombre  maldito 

(pie  decia  que  dijaba  por  lodas  partes  ij 

muerte  tras  de  si  y  á  su  paso y  li;¡.  e 

>iglo  y  uíedio  que  esta  pintura  (xisto! 

Y  lo  mi>mo  (jue  Dagdbt-rto  y  Agriml, 
el  asesino  no  podia  separar  lus  ojos  del 
estraño  retrato. 

—  ¡Qué  misteriosa  semejanza  1  pensaba 
el  padre  d'Aigrigny;  y  como  si  estmiese 
poscido  de  una  repentina  idea,  dijo  á  Ga- 
briel : 


— ¿Pero  fué  esa  mugrr  la  que  os  salvó 
la  vida  en  .\inérica  ? 

—  La  misma respondií»  Gabriel  es- 
tremeciéndose; y  aun  me  dij>  que  il»a  ha- 
cia el  Norte  de  América. 

— ¿Pero  cómo  se  halla  en  esta  casa? 
preguntó  el  padre d'Aiürigny  dirit'iéndose 
á  Samuel.  Hesponded...  ¿  Ksta  muger  >e 
ha  entrado  aíjui  antes  que  nosotros  ú  c>  n 
vos? 

— Yo  he  sido  el  primero  ipie  ha  en- 
trado en  este  aposento  y  solo,  y  esta  es 
la  vez  primera  en  siglo  y  medio  (]U(>  se  abn? 
esta  puerta,  dijo  gravemente  Samuel. 

—  Fnlcnce»  ¿cómo  espiicais  la  presen- 
cia de  esta  muger  a(|ui?  dijo  el  padre  dWi- 
grigny. 

— No  Iralodeesplicarlo,  dijo  el  judi'>... 

creo y  ahora  esp(>ro,  añadió  niirarub) 

á  lietsabé  con  una  espresion  ine>p'ic-ble, 

■—Pero  repilo  que  vos  debéis  esplic.ir 
la  presencia  de  esta  muger,  dijo  el  padre 
d'Aigrigny  sintiéndose  vagam(>nie  iiMpiie- 
to ,  ¿quién  es?  y  ¿cómo  s«'  halla  en  este 
sitio^ 

— Caballero,  lo  único  (pie  sé  es  que, 
según  lo  qne  me  tiene  dicho  mi  padie, 
existen  comunicaciones  snlilei  raneas  en- 
tre esta  casa  y  sstios  muy  lejmos  de  e.-le 
liarrio. 

—  ¡.\h!  entonces  na  !a  hay  uias  sen- 
cillo, dijo  el  padre  d'Aigtigny  ;  y  ahora 
solo  falta  saber  cual  ha  sido  >u  idea  al  in- 
troducirse asi  en  esta  ca*a  ;  en  cnanto  i 
su  semejanza  con  el  retrato  eso  es  una 
casualidad. 

Uodin  habia  participado  de  la  emoción 
general  cuando  se  apareció  la  muger  niis- 
teriosa  ;  pero  al  verla  entregar  al  notario 
un  paquete  cerrado,  al  socio  lejos  de  [ireo  ■ 
cuparse  de  lo  estraño  de  semejante  apa- 
rición, solo  le  acometió  un  violento  de^eo 
de  abandonar  aíjuella  casa  con  el  tesoro 
qué  acababa  de  adipiirir  su  Compañia;es- 
perimentó  alguna  int|uielud  al  aspecto  tjil 


144  ALBÍDH. 

plii'go  sellado  de  negro  que  U  protectora 
'de  Gabriel  había  entregado  al  no|arip,  el 
cual  lo  tenia  niaquinalnu-iite  en  la  mano; 
y  creyendo  muy  oportuno  y  á  propósito 
el  desaparecer  con  el  cofre  aprovechando 
fte  del  estupor  y  silencio  que  duraban  aun, 
empujó  lijera mente  con  el  codo  al  padre 
d''Aígrigny,  le  hí^o  una  lijera  señal  de  in- 
t'>ligencia,  y  tomando  la  caja  de  cedro  de 
bajo  del  brazo  se  dirijió  hacia  la  puerta. 

— Un  monunlo  ,  caballero  ,  le  dijo  Sa- 
niuel  levantándose  é  impidiéndole  el  paso, 
suplico  al  señor  notario  <{ue  ecsamine  lo 
(|ue  se  le  acaba  de  entregar,  despues  pp 
dreis  salir. 

— Pero,  Señor,  dij»  Rodin  tratando  de 
forzar  el  paso,  la  cuestión  está  definiljya- 
mente  juzgada  en  favor  del  padfe  d'Ai- 
grigny así  permitidme...... 

— Os  digo,  cabalk'rp,  continuó  el  an- 
ciano con  voz  penetrante,  que  este  Cofre 
no  saldrá  de  aquí,  hasta  que  el  señor, no- 
tario haya  tomado  cpnocimienlp  de  k)s 
papeles  que  acaban  de  entregatle. 

Estas  paUbras  de  Samuel  llamaron  la 
atención  de  todos,  y  B.odin  se  yió  forzado 
á  retroceder.  A  fesar  de  su  firmeza  elju 
dio  se  estremeció  con  la.uurada  penetran- 
te que  Rodin  le  lanzó  en  aquel.mpmenlo. 

El  notario  obedeciendo  al  deseo  de  Sa- 
muel ocsaniinó  los  papeles  con  atención. 

= — ¡Ciiloí  !....  esclamó  de  projito,  ¿qué 
Veo?  ;  ah  !  me  alegro. 

A* la  eschmiacion  del  notario  todas  las 
miradas  «e  fijaron  en  él. 

- — ¡\'am«)>!  leoiJ ,  leed,  caballero:  dijo 
Samuel  juntando  sus  manos,  puede  (jue 
imi;»  prescnliiuientos  no  me  liaban  enga- 
ñado. 

— Pero  señor,  dijo  el  padre  d'Aigrig- 
ny  al  nol.irio,  empezando  á  participar 
tic  la  .Tgoiiía  de  Rodin;  ¿qué  significa  ese 
papel'? 

— Un  codicilo,  dijo  c!  notario,  un  co- 
dicilo  que  lo  pone  todo  en  duda. 


— I  Cómo!  esciamó  el  padre  d'AigrigiiY 
con  furor  y  aprocsimándose  precipitada^- 
mente  al  notario,  ¿todo  es  tuestipnablc^ 
¿y  con  qtie  derecho? 

— Es  imposible,  dijo  Rodin,  protesta* 

OJOS. 

—Gabriel....  padre  mío..,,  escuchad  « 
'esclamó  Agrícol ,  no  está  .Hun  lodo  përdi- 
ïî'>...  todavía  hay  esperanzas....  Gabriel... 
■¿oyes?  todavía  hay  esperanzas. 

— ¿Qué  dices?,  dijo  el  joven  sacerdote 
levantándose  y  creyendo  apenas  Ip  que 
su  Irermano  adoptivo  le  decia. 

— âiéùoïes,  dijo  el  notario,  voy  á  leer 

la  cubierta  de  este  pliego Cambia  ó 

mas  bien  retarda  todas  las  disposiciones 

testamentarias. 

!    — Gabriel ,  esclamó  Agrícol  colgándose 

á^\  ctiello  del  misionero,  todo  se  retarda, 

¡nada  se  ha  perdido  !I!J 

— Señores,  escuchad,  dijo  el  notario... 
■y  leyó  lo  qtie  signe; 

hste  es  ttn  codicilo  que  por  las  razones 
'que  se  hallarán  explicadas  en  esle  pliego  % 
refarda  y  proroga  hasta  el  i.°  de  junio  de 
1832,  per«  sin  cambiarlas  en  lo  mas  mini- 
mo ,  hitas  las  disposiciones  contenidas  en  ti 
testamento  hecho  por  mi  en  el  dia  de  hoy, 
■á  latina  de  In  tarde,...  La  casa  toíi'etáú 
quedar  cerrada  y  los  fondos  permanecerán 
aun  en  poder  dtl  depositario  para  que  sean 
diilrihuidos  á  quienes  tengan  derecho  áellos 
el  dia  1."  de  junio  de  1832. 

Villelencusc  hoy  13  de  febrero  á  lasonct 

de  la  noche. 

Marils  deR^enepont. 

— Protesto  que  este  codicilo  es  falso, 
esclamó  (I  padre  d'Aigrigny  ciego  de  de- 
sesperación y  rabia. 

—La  mu¿ir  que  lo  puso  en  manos  del 
notario  nos  es  sospechosa,  dijo  Rodin,  el 
codicilo  es  faUo. 

— No,  señor,  repuso  severamente  el 
notario;  acabo  de  comparar  las<losfirma9 
y  son  ecsactamtnte  iguales... • 


ALIt'M. 


m 


Ademas,  lo  que  yo  decía  esía  mañana 
á  los  hereck'ros  (jue  no  se  habian  presen- 
tado, oses  flplicablt'....  podéis  atacar  la 
legitimidad  de  este  codicilo  :  pero  todo 
queda  suspendido  y  anulado....  porqne  el 
plazo  que  cierra  lasircesioTí  se  proroga  tres 
tneses  y  medio  mas. 

Cuando  el  notarir»  acahó  de  pron<inriar 
«stas  palabras  las  niias  de  Kodin  e>laban 
ya  ensangrentadas  y  sus  descoloridos  la- 
bios se  enrt)jecieron. 

— ;  Dios  mió!  ¡  me  habéis  escuchado... 
me  habéis  salvado!....  esclamó  Gabriel 
arrodillándose,  jimtando  las  manos  con 
relijioso  fervor  y  volviendo  al  ciclo  su  an- 
gelical cara;  vuCslra  soberana  justicia  no 
podia  permitir  ^tie  triunfase  la  iniquidad. 

— ¿Oué  dices  mi  querido  hijo?  escla- 
nuV  Dagobertoque  en  el  primer  transpor- 
te de  su  aegria  no  habia  eomprendido 
bien  la  trascendencia  del  codicilo. 

— Padre  nuo,  todo  se  retarda ,  dijo  el 
tierrero  ,  c!  plazo  para  presentarse  queda 
íijado  á  tres  meses  y  medio  contados  des- 
de hoy....  y  ahora  qiie  estas  gentes  están 
descubiertas...  y  .Agrícol  señaló á  Ilodin  y 
al  padre dWigrigny,  no  hay  masque  temer 
de  ellos;  se  estar.^  sobre  aviso,  y  las  huór 
fanas,  Mlle,  de  Cardoville,  mi  digno  amo 
Mr.  Hardy  y  el  joven  indio  tomarán  po- 
sesión de  sus  bienes. 


Ks  imposible  describir  el  delirio  y  la 
alegría  df  Tiabriel,  de  Agricol,  de  Dapo- 
bertoydfl  padre  dtl  mariscal  Simon,  Sa- 
muely  li«'t«3bé.  Solamente  Farifijiliea  per- 
manecia  confuso  y  aterrado  delante  dff 
retrato  del  hombre  que  tenia  la  frente  ra- 
yada de  nesro. 

Tampoco  t's  posible  csprisar  el  furor 
del  padre  d'Aigrrpny  y  de  U<)din,  viendra 
Samtiel  volver  á  toniar  el  cofre  de  cetlro. 

Por  consejo  del  notario  '  que  se  llevó 
el  codicilo  para  hacerlo  abrir  sepnn  la» 
Teriimlasl  galvíl.Sanuí  d  conoció  que  s^- 


ria  prudente  poner  en  el  Banco  de  Fran- 
cia los  inmensos  valores  de  (jue  ya  sabían 
era  depositario. 

Mientras  <|ue  todos  loscorazonrs  gene- 
rosos, (|«je  tanto  lialiian  sufrido  por  algún 
tiempo,  manifestaban  su  dicha,  esperan- 
zas y  alegría,  el  padre  dWigriuny  v  Ho- 
din  salieron  de  la  casa  sumidos  en  una 
rabia  mortal. 

El  reverendo  padre  subió  en  el  coche  y 
dijo  á  sus  criados  : 

— Al  palacio  de  Saint- Dizier. 

Fuera  de  sí ,  cayó  sobre  los  cojines  y 
tapándose  la  cara  con  las  manos,  dró  un 
prolongado  gemido. 

Uodin  se  sentó á su  ludo y  contem- 
pló con  cólera  y  desprecio  a  un  iiombre 
tan  abatido  y  anonadado. 

— ^Cobarde!...  dijo  entre  sí,  ;  desdi- 
pera!...  sin  embargo. >... 

En  un  cuarto  de  hora  el  coche  llegó  á 
la  calle  de  Babilonia  y  entró  en  el  p«tio 
del  palacio  de  Saínt-Dízíer. 

XXVIÍ. 
Las  phimbros  soi»  los  últimos  y  loS 

ÚLTIMOS  los   primaros. 

El  coche  del  marqu(^>  llegó  con  pronti- 
tud al  palacio  de  Saint-Dizier. 

Dtirante  todo  el  tránsito,  Rodin  per- 
maneció mudo,  contentándose  con  obser- 
var y  escuchar  atentamente  alpadred'Ai- 
grifiny  (jue  exhaló  sus  quejas  y  toda  la 
furia  de  sus  decepciones  en  un  largo  mo- 
nólogo interrumpido  de  esclamaciones,  de 
lamentaciones  y  de  indignaciones  sobre 
los  implacables  golpes  del  destio'o  que  des- 
truyen en  un  morriento  laS  mas  fundadas 
esperan/as; 

Luego  que  el  cocfiè  efttV(5  eri'el  píítio  y 
se  puso  dblffnlie  dí;l  pefísliló  del  palacio  de 
Sailli- Dizier,  fué  fircil  p- rcibir  á  través 
de  los  vidrios  de  una  venl.ina  la  fisonomía 
de  la  princesa  que  estaba  medio  oculta 
entre  los  dobleces  dé  un;»  cortina,  y  cíiya- 
iiHpscit'ncia  la  liabia  lieclio  venir  á  vcr'^f- 


146  ALBUM. 

era  el  padre  d'Aig'igny.  No  contenta  con 
esto,  y  prescindiendo  de  las  consideracio- 
nes que  debía  guardar  una  señora  de  su 
clase,  salió  precipitadamente  y  bajó  algu- 
nos escalones  para  salir  á  recibir  al  mar- 
qués que  empezaba  á  subir  la  gradería 
con  aire  sumamente  abatido. 

La  princesa,  al  notar  la  lívida  y  tras- 
tornada fisonomía  del  marqués,  se  detuvo 

de  pronto  y  se  demudó sospechando 

que  se  había  perdido  todo  y  errado  el 
golpe.  Una  mirada  recíproca  con  su  anti- 
guo amante  no  le  dejó  la  menor  duda  so- 
bre el  resultado  que  ella  tanto  temia. 

Rodin  seguía  humildemente  al  reve- 
rendo padre. 

Uno  y  otro,  precedidos  de  la  princesa, 
entraron  poco  después  en  el  gabinete  de 

esta. 

Después  de  haber  cerrado  la  puerta, 
Mrae.  de  Saint-Dizípr ,  dirigiéndose  al 
marqués  con  indecible  curiosidad,  le  dijo: 
— ¿Qué  ha  sucedido? 
El  reverendo  padre  en  vez  de  respon- 
der á  esta  pregunta,  miró  á  la  princesa 
con  ojos  encendidos,  los  labios  blancos  y 
las  facciones  contraidas,  dícíéndole: 

— ¿Sabéis  á  cuanto  asciende  la  heren- 
cia que  creíamos  ser  de  40  millones? 
— Comprendo,  respondió  Mme.  deSaint 

Dizier nos  han  engañado...  á  nada... 

habéis  perdido  el  tiempo. 

— Sí,  lo  hemos  perdido,  respondió  el 
reverendo  padre  apretando  los  dientes  de 

cólera perdido  ¡enteramente!  no  se 

trataba  de  40  sino  de  212  millones. 

— ¡Doscientos  doce  millones!  repitió  la 
princesa  admirada ,  retrocediendo  un  pa- 
so  eso  es  imposible 

Os  digo  que  lo  he  visto  por  mis  pro- 
pios ojos,  en  un  cofre  inventariado  por  el 
mismo  notario. 

— ¡Doscientos  doce  millones!  volvió  á 

repetir  la  princesa  abatida eso  es  una 

riqueza  inmensa,  soberana.  ¿Y habéis  re- 


nunciado  y  no  habéis  luchado  por  lo» 

dos  los  medios  posibles  hasta   el  último 
momento? 

— Señora,  he  hecho  cuanto  me  ha  sido 
posible,  á  pesar  de  la  traición  de  Gabriel, 
quien  nos  ha  declarado  esta  mañana  que 
estaba  resuello  á  abandonarnos,  separán- 
,dose  de  la  Compañía. 

■ — ¡Ingrato!  dijo  la  princesa  con  sen- 
cillez. 

— El  acto  de  donación  queyoliabia  te- 
nido la  prudencia  de  hacer  legalizar  por 
el  notario  ,  estaba  en  tan  buena  forma 
que  á  pesar  de  las  reclamaciones  de  ese 
furioso  soldado  y  de  su  hijo,  el  notario 
me  puso  en  posesión  de  aquel  tesoro. 

— ¡Doscientos  doce  millones!  repitió 
por  tecera  vez  la  princesa  juntando  las 

manos verdaderamente    parece   uh 

sueño. 

— Si,  respondió  tristemente  el  mar- 
qués.... para  nosotros,  si'mejanle  posesión 
ha  sido  un  sueño,  porque  se  ha  descubier- 
to un  codicílo  que  proroga  por  tres  me- 
ses y  medio  todas  las  disposiciones  del 
testamento:  nuestras  mismas  precaucio- 
nes han  alarmado  á  toda  esa  caterva  de 
herederos...  quesaben  ya  á  cuanto  ascien- 
de esa  enorme  suma...  están  sobre  sí  y  to- 
do es  perdido. 

— ¿  Pero  quien  ha  sido  el  malvado  que 
ha  descubierto  ese  codicílo? 
— Una  muger. 
— ¿Que  muger? 

— Cierta  criatura  nómada  á  quien  se- 
gún dice  Gabriel  debe  la  vida  que  le  salvó 
en  América  donde  la  conoció. 

— ¿Pero  como  es  que  se  hallaba  allí  esa 
mujer?  ¿Como  sabia  la  existencia  de  ese 
codícilo? 

— Segsn  creo,  todo  estaba  convenido 
con  un  miserable  judio,  conserje  de  la  ca- 
sa y  cuya  familia  desde  tres  generaciones 
ha  sido  depositaría  de  los  fondos;  sin  duda 
tenían  instrucciones  secretas  para  el  caso 


ALBUl 


•PP.  que  se  hubiese  imposibilitado  á  los  he- 
rederos de  acudir  á  la  casa porque 

Marins  de  Uenopoiit  en  su  lestametito  ha- 
bla previsto  que  la  Cumpafíia  vigilarla  á 
-sj  raza. 

— ¿Y  DO  se  puede  poner  pleito  sóbrela 
validez  de  ese  codicilo? 

— ¡Pleito!  ¿en  la  í^poca  presente?  ¿plei- 
tear por  un  testamento  y  esponernos  á 
mil  clamores  sin  estar  seguros  del  éxito? 
Demasiado  sensible  es  ya  que  todo  estose 
publique....  ¡  Ah  !  ¡  fs  cosa  terrible  I  ¡en 
los  momentos  de  cojerel  fruto  !  ¡  Después 
de  tanto  trabajo!  ¡  después  de  haber  obra- 
do con  tanta  constancia  y  cuidado  hace 
íiglo  y  medio  I 

— ¡  -212.000,000  !  dijo  la  princesa  :  no 
íeria  en  un  pais  estranjero  donde  se  esta 
t)leceria  la  Compañía;  en  Francia,  en  el 
centro  de  la  Francia  es  donde  se  haría  es 
to  con  semejantes  recursos. 

— Si,  respoi<dióel¡marqués  con  tristeza; 
y  por  medio  de  la  educación  nos  haríamos 

dueños  de  toda  la  generación  naciente 

Políticamente  esto  tendría  un  alcance  in- 
calculable; en  segíiída,  dando  con  el  pió 
en  el  suelo,  repuso:  os  repito  que  un  su- 
ceso semejante  es  capaz  de  trastornar  las 
cabezas  de  rabia,  j  Un  negocio  combinado 
con  tanta  sabiduría  y  destreza! 

— ¿Con  que  no  queda  la  menor  espe- 
ranza? 

— Si  Gabriel  no  retracta  su  donación 
en  la  parte  que  le  concierne,  esta  po- 
dría ser  la  única porque  le  tocan  30 

millones. 

— Esa  es  una  suma  enorme...  y  es  casi 
Jo  que  esperabais,  esclamó  la  princesa, 
y  en  semejante  caso  ¿á  que  viene  deses- 
perarse? 

— Porque  «s  evidente  que  Gabriel  re- 
clamará contra  la  douacion  ;  y  por  legal 
que  sea  ya  hallará  medio  de  hacerla  anu- 
lar ahora  que  se  ve  libre,  bien  instruido 
por  nosotros  mismos  y  rodeado  do  su  fa- 


uíilia  adoptiva:  os  repilo  que  lodo  es  per- 
dido sin  (jne  quede  la  menor  esprranzn, 
Y  aun  creo  prudente  escribir  á  ituma 
para  obtener  el  peruííso  de  salir  por  algún 
tiempo  de  Paris.  Esta  ciudad  we  es 
odiosa. 

— Si,  ya  lo  veo....  preciso  es  que  no 
quede  la  uienor  esperanza  para  (pie  vos... 
y  vuestro  amigo....  os  dt-cídais  á  salir  de 
aquí. 

El  padre  d'Aigrígny  se  quedó  profun- 
damente abatido:  este  terrible  golpe  le 
habia  qtiitado  toda  su  energía  y  recursos, 
y  se  arrojó  en  un  sillon  sin  aliento. 

Durante  esta  conversación,  Rodin  se  ha- 
bía quedado  modestamente  de  pió  junloá 
la  puerta  teniendo  en  las  manos  su  viejo 
sombrero. 

bos  ó  tres  veces  y  en  ciertos  pasajes  de 
la  conversación  del  mar(|ués  y  déla  prin- 
cesa, la  cadavérica  cara  del  socio  que  pa- 
reda  sumida  en  una  cólera  concentrada, 
se  animó  ligeramente,  y  sus  flojos  párpa- 
dos se  encendieron  como  si  la  sangre  «e 
le  hubiese  arrebatado  á  la  cabeza  de  re- 
sultas de  una  violenta  lucha  interior á 

poco  rato  su  triste  rostro  recobró  su  color 
pajizo. 

— Es  menester  que  yo  escriba  al  ins- 
tante á  Roma  anunciando  esta  desgracia... 
que  ha  tomado  el  carácter  de  un  aconte- 
cimiento de  la  mayor  importancia,  pu'S 
destruye  inmensas  esperanzas,  dijo  el  mar- 
qués sumamente  abatido. 

El  reverendo  padre  se  quedó  sentado, 
y  señalando  con  el  gesto  una  mesa  á  Ro- 
din, le  dijo  con  voz  brusca  y  altanera: 

— Escribid: 

El  socio  dejó  el  sombrero  en  el  suelo , 
respondió  con  un  saludo  respetuoso  á  la 
orden  del  reverendo  padre,  y  con  el  cue- 
llo torcido,  la  cabeza  baja  y  el  paso  obli- 
cuo, fué  á  sentarse  en  el  borde  de  un  si- 
llon queestaba  juntoalescrítorio;  toman- 
jdo  en  seguida  un  pspol  y  una  pluma  es- 


148 


ALBUfi. 


poro  en  sitencio  y  sin  Iiacerel  menor  mo- 
vimiento á  que  le  dictase  su  superior. 

— Con  vuestro  permiso,  princesa,  dijo 
el  marqués  á  Mme.  de  Saint-Dizier. 

Ií>la  respondió  haciendo  un  movimien- 
to de  importancia  (jue  parecia  reconvenir 
al  reverendo  padre  del  permiso  que  habia 
•espresado. 

El  marqut's  se  inclinó  y  con  voz  sorda 
y  oprimida  dictó  estas  palabras: 

«Todas  niie^í^as  esperanzas,  que  úlli- 
«  mámente  llegaron  á  ser  certidumbres,  se 
«lian  desvanecido  de  pronto.  El  asun- 
«to  de  !\enepont  á  pesar  de  todas  las  di 


«  ligencias  y  destreza  con  que  se   ha  ma-    se  de  espaldas  á  ella  ,  enderezó' su' encor 


«  nejado  hasta  ahora  ,  se  ha  perdido  sin 
«remedio.  Al  punto  á  que  han  llegado  las 
«cosas  es   desgraciadamente  una  pérdi- 

«  da es  un  acontecimiento  desastroso 

«  para  la  Compañía  ,  cuyos  derechos  eran 
«moral  y  e'vilentemente  incontestables  so 
«  bre  diclíos  bienes,  estraidos  frauduien- 
«  lamente  da  una  confiscación  hecha  en 
«su  favor...  Tengo  á  lo  menos  lasatisfac- 
ífcion  de  haber  liecho  hasta  el  último  mo- 
«  monto  todo  lo  posible  para  defender 
«nuestros  derechos;  pero  repito  que  es 
«  preciso  considerar  este  importante  nego'- 
(y  cío  como  absolutamente  perdido  para 
«  siempre  y  no  pon,^ar  mas  en  él. 

El  padre  d' Ai^rigny  dictó  esto  teniendo 
las  espaldas  vueltas  á  llodin,  al  movi- 
miento de  cólera  (jue  hizo  el  socio  levan- 
tándose y  tirando  la  pluma  sobre  la  mesa 
«n  vez  de  continuar,  el  reverendo  padre 
se  volvió  y  mirando  á  Rodin  con  profunda 
sorpresa  ,  lo  «lijo  : 

—  ¡  Y  bien  !  ¿q.ié  hacéis? 

— Es  preciso  pwtief  im  térrriinoáesto... 
^esle  hombre  es  un  estravagante^!  se  dijo 
á  si  «>ismo  Rodin  aproximándose  Icnta- 
inefíte  i  I»  chimeneat 

—  ¡Cómo!...  dejais  vuestro  sitio... ¿no 
•escribís?  dijo  el  padre  d'  Aigrigny  admi- 
rado :  y    volviéndote  á  la   princesa ,  que 


participaba  de  su  admíracion,  cdntlhoë 
señalando  al  socio  cofi^  ufld  mirada' des'de* 
llosa. 

¡  Ah!  sirf  dudahnpei^ido  ía'oabtiíaíl 

— Perdonadlo,  dijo  Mme.  de  Saint>D¡^ 
zier,  será  un  efecto  de  la  pena  que  le eSU- 
sa  la  pérdida  de  este  asanto. 

—I>ad  gracias  á  la  princesa,  volvedá 
sentaros  y  contintiad  escribiendo,  dijo  *I 
marqués  á  Rodin  con  «B  tono  de  dôfripa»» 
sion  de<derioso>;  y  conun  gesto  irhpípfíds'ó 
le  señaló  la  mesa. 

El  socio,  indiferente  á  esta  ntieva  or- 
den ,  se  acercó  á  la  chimenea,  Vojviéndo- 


bado  cuerpo,  se  aseguró  en  sus  pierna^, 
dio  ima  patada  en  el  suelo  coirel'l&lon de 
sus  grasientos  zapatos ,  cruzó  las  manos 
sobre  los  faldones  de  su  mugrienta  levila> 
y  levantando  la  cabeza  miró  atentamente 
al  padre  d'  Aigrigny. 

El  socio  no  habia  dicho  nna  sola  pala- 
bra ;  pero  sus  horrorosas  facciones  ani 
madas  lijeramente,  dieroD-bien  pronto  á 
conocer  una  confianza  en  su  superioridad, 
un  desprecio  del  padre  d' Aigrigny  y  una 
traritjuila  y  serena  audacia,  que  el  reve- 
rendo padre  Y  la  princesa  quedaron  con- 
fuhdidos  encontrándose  dominados  y  sub- 
yugados'por  un  viejo  tan  ruin,  tan  feo  y 
ordinario. 

El  padre  d'Aígrt'gny  conocía  bástanle 
las  costumbres  de  la  Compañía  para  po- 
der creer  á  su  humilde  secréfíifi'd  capaz 
de  tomar  de  pronto  y  sin  motivo,  ó  mas' 
bien  sin  un  legítimo  derecho,  este  aire  de 
trascendente  superioridad.  Conoció  aun- 
que demasiado  tarde  qíid  su  subordinado 
podia  ser  al  mismo  tiempo  su  espía  yurta' 
especie  de  au.»ili»r  esp^rimírilbdd  que,  se^ 
p(m  los  reglamentos  de  l.i  órdefi ,  tec- 
nia poder  y  misión,  en  cíit tos  cayos  un' 
gentes ,  de  reemplazar  y  destituir  provi- 
sionalmente al  agente  incapaz  á  cuyolado 
lo  habían-  puesto  preventivamente  «oiBo 
para  vigilarle. 


%*.BUH. 


liO 


'El  Kevorendo  padre  no  se  engañaba, 
pues  desde  el  general  liarla  lo<<  provincia- 
les, y  aun  hasta  ios  rectores  de  los  cole- 
gios, y  todos  los  miembros  superiores  de 
(a  Compañía  ,  tienen  á  su  inniediaeion , 
muchas  veces  y  sin  saberlo,  perso!ias(jue 
i'spien  sin  mas  íolimos  actos,  sumamente 
cairaces  de  ejercer  sus  funciones  en  cier- 
tos casos,  y  »|ue  están  en  correspondencia 
directa  y  coi^tinua  con  I\oma. 

Desde  que  Hodin  tomó  es!a  positiiKi,  el 
aire  altanero  (]ue  ordinariamente  tenia 
el  padre  d'Aigrigny  cambió  al  instante, 
y  haciendo  un  gran  «sfuerzo  para  repri- 
mirse, le  dijo  con  una  incertidumbre  lle- 
na de  deferencia. 

— ¿Tenéis  sin  duda  autori  Jad  paraman- 
adarme....    á  mi que   os  he  mandado 

hasta  hoy? 

Hodin,  sin  responder  una  sola  palabra, 
sacó  d«!  su  grasienta  y  usada  cartera  un 
^iit '^o  sellad-)  por  los  do<  liul  )S  en  el  {|ue 
se  halliiban  escritas  alonas  pa'abras  en 
latin. 

VA  marqués,  después  de  haberlas U:ido, 
flevó  el  papel  respetuosa  y  religiosamentí 
8  los  labios  y  devolvió  el  plief^o  á  Kodin 
haciiMidole  una  profunda  reverencia. 

Cuando  ti  p  idre  d'  Aigrigny  levantó  la 
caben,  tenia  el  rostro  encendi«lo  de  des- 
tf)echo  y  vergüenza  ;  á  pesar  de  yu  cos- 
tumbre de  obedit-nria  pasi-va  y  de  ciego 
respeto  á  las  determmaciones  de  la  orden, 
csperimento  un  amargo  y  violento  y  des- 
pecho al  verse  desposeído  tan  bruscamen- 
te... Aunque  hacía  mucho  tiempo  que  ha- 
blan fin.ilizado  sus.estrechas  relaciones  con 
Mine,  de  Saint- Dizier,  esta  no  dejaba  de 
ser  á  sus  ojos  una  njuger...  y  esperimen- 
4»r  tan  humiliante  derrota  delante  de  ella, 
le  era  oiuclio  mas  doloroso)  y  crm-l,  paes 
á  pesar  de  hai»er  entrado  en  el  claustro 
lio  sp  tiabia  dí^sprijado  enteramente  de  las 
í-osas  mundanas:  adorna'^,  la  princesa, 
h'jos  de  entristecerse  y  de  declaiarsecon- 


tra  la  súbita  transfurmacion  del  subalter- 
no en  superior,  parecía  (|ue  miral'a  á  Ko- 
din con  una  i-.»pi-rie  de  cu;^io>idad  niez* 
ciada  de  interés,  (^llno  iiiujtr,  y  mujer 
eslremadameute  ambiciotu  quv  trataba 
de  adherirse  á  las  pifs(>iiah  iiilliiM^ntes, 
la  princesa  gu>tal>a  de  esaespecr  ilccon- 
lra>tes  y  la  parecía  justo,  curioso,  ¡dIc- 
resante  ver  á  este  hombre,  vestido  ca^ 
ik'  andríijos,  niiserable  y  hornblimente 
feo,  que  poco  antes  había  sido  el  mas  hu- 
milde de  los  sübdíios  dominar  con  su  «le- 
vada inteligencia,  que  sin  duda  era  bien 
conocida,  dominar  repetimos  al  padre  d'Ai- 
grigny,  gran  señor  por  su  nacimiento, 
distinguidos  modales,  y  poco  ante  consi- 
derable por  su  aotoridad  eu  la  Couipa- 
Aía . 

Rodil!,  desde  este  momento,  comoper- 
sonage  importante  ,  tiizo  decaer  §1  padre 
d' Aigrigny  de  ta  consideración  de  Ja  prin- 
cesa. 

El  marqués,  pasado  el  pnnter  mo- 
menio  de  su  humillación ,  a  pesar  de 
u|  que  la  herida  de  su  oigulla  estaba  abier- 
ta ,  puso  por  el  conliiiiio  todo  su  co- 
nato en  rediblar  las  atenciones  con  el 
(jue  se  había  Vuelto  su  gefe  mediante  un 
cambio  tan  repentino  de  fortun».  Pero  el 
e\-!>ocii«,  incapaz  de  apreciar,  ó  mas  bien 
de  conocer  la  delicadeza  de  semejantes 
procederes  ,  se  coloc»^  decidida  ,  brutal  é 
imperiosamente  en  su  nueva  esfera ,  no 
por  reacción  de  orgullo  reprimido,  sino 
por  convicción  de  su  capacidad,  pues  un 
largo  estudio  del  padre  d'Aigrigny  le  ha- 
bía lierlio  conocer  la  inferioridad  de  este. 

—  liiasteisla  pluma;  ,  jo  el.'padred'Ai- 
grígny  á  Kodin  con  mucha  cortesía,  cuan- 
do yo  dictaba  esta  nota  para  Uoma 

¿me  liareis  el  favor  de  inanifestarmc  en 
quii  he  obrado  mai? 

—  Inmediatanuiite,  dijo  Kod.n  con  su 
voz  3^11'la  y  pen(  trante. 

H.)  enoiclio  que  [i  pesar  de  que  el  ne- 
38* 


no 


ALBL'M. 


godo  me  ha  parecido  superior  á  vuestros 

alcances....)  me  abstengo ¡y  cuantas 

fallas!....  ¡ qué  pobreza  de  invención!... 
¡qué  medios  tan  groseros  liabeis  emplea- 
do para  conducir  bien  este  negocio  ! 

— Verdaderamente  no  comprendo  esas 
reconvenciones,  respondió  dulcemonle  el 
padre  d'Aigrigny,  aunque  un  secreto  des- 
pecho se  dejó  ver  en  su  aparente  sumisión. 
¿Sin  el  codicilo  no  hubiéramos  salido  con 
la  empresa?  ¿no  habéis  contribuido  vos 
mismo  á  las  medidas  que  ahora  desapro- 
báis? 

— Entonces  mandabais  y  yo  obedecía, 
ademas  ya  estuvisteis  casi  para  conseguir- 
lo todo....  no  á  causa  de  los  medios  de 
que  os  servísteis....  sino  á  pesar  de  dichos 
medios,  cuya  torpeza  y  brutalidad  causan 
furor. 

— Sois  demasiado  severo,  dijo  el  padre 
d^Aigrigny. 

— Soy  justo....  ¿Se  necesita  acaso  ha- 
cer prodijios  para  encerrar  á  uno  en  un 
cuarto  y  para  dar  dos  vueltas  á  la  llave? 
¿qué  otra  cosa  habéis  hecho?....  nada.... 
¡ciertamente  ! 

¿Las  hijas  del  general  Simon  prisione- 
ras en  Leipsik?:  en  Paris  encerrada  en 
un  convento  Adriana  de  Cardoville?  Duer- 
me-en-Cueros  encerrado  en  una  prisión? 

¿Djalma?se  le  dio  veneno Un  solo 

medio  ingenioso,  y  mil  veces  mas  seguro, 
ponjue  obra  moral  y  no  materialmente, 
ha  sido  el   que  se  empleó  para  alejar  á 

Mr.  Hardy En  cuanta  á  los  demás 

medios....  malos,  inciertos  y  peligrosos... 
¿Y  porqué?  porque  han  sido  violentos  y 
porque  la  violencia  requiere  violencia;  en 
este  caso,  esto  no  es  ya  una  lucha  de  hom- 
bres astutos,  hábiles  y  tercos  que  maqui- 
nnn  en  las  tinieblas  por  donde  siempre 
marchan....  sino  un  combate  de  ganapa- 
nes en  medio  de  la  calle....  ¡Gomo!  lejos 
de  obrar  con  conciencia  ,  y  de  ocíiltarnos 


llamar  la  atención  de  todo  el  mundo  so- 
bre nosotros  con  vuestro  necio  y  ostensi- 
ble ntodo  de  obrar.  Y  para  hacer  mas 
mislerio  tomáis  por  cómplices  á  la  guar- 
dia ,  á  la  policía  y  á  los  carceleros....  Se- 
mejante proceder  es  digno  de  lástima!  So- 
lo un  ecsifo  feliz  pudiera  hacernos  perdonar 
tales  necedades...  y  este  ecsito estais  lejbs 
de  haberlo  conseguido.,.. 

— ¡Caballero!  dijo  el  padre  d'Aigrigny 
vivamente  resentido,  (porque  Mtne.  dé 
Saint-Dizier,  no  pudiendo  ocultar  la  ad- 
miración que  le  causaba  el  modo  lacónico 
y  decidido  con  que  se  espresaba  Rodin , 
miraba  á  su  antiguo  amante  con  un  aire 
que  parecía  decirle:  tiene  razón)  sois  nras 

que  severo  en  vuestro  dictamen y  á 

pesar  de  la  deferencia  que  os  debo,  os 
diré  que  no  estoy  acostumbrado.... 

— Hay  muchas  cosas  á  que  no  estais 
acostumbrado  ¡por  vida  mia!  dijo  dura- 
mente Rodin  interrumpiendo  al  R.  P., 
pero  os  acostumbrareis....  Habéis  forma- 
do hasta  aqui  una  falsa  idea  de  vuestro 
mérito;  conservais  antiguos  resabios  d'e 
batallador  y  de  mundano,  que  siempre 
fermentan  y  quitan  á  vuestra  razón  la 
frescura ,  la  serenidad  y  la  penetración 
que  debia  tener....  habéis  sido  un  buen 
militar,  oloroso  y  perfumado,  habéis  corri- 
do guerras,  fiestas,  placeresy  mug<^res... 
Estas  cosas  os  han  usado  y  gastado  á  me-^ 
dias,  de  niodo  que  ahora  no  seréis  jamás 
sino  un  subalterno  :  estais  ya  conocido. 
Siempre  os  faltará  el  vigor  y  cierta  con- 
centración de  espíritu  que  domina  á  los 
hombres  y  á  los  sucesos.  Dicho  vigor  y  con- 
centración lo  tengo  yo  ¿y  sabéis  porqué? 
porque  dedicado  únicamente  alserviciode 
la  Con>pañía,  he  sido  siempre  feo,  sucio 
y  virgen....  ¡si,  virgen!....  en  esto  con- 
siste toda  mi  virginidad;  al  pronunciar  es- 
tas cínicas  y  orgullosas  palabras,  Rodin 
se  puso  horroroso. 

A  la  Princesa  de  Saint-Dizier  le  parc- 


enteramente,  habéis  creido  mas  natural  |  ció  casi  bello  por  su  audacia  y  energía. 


Va  padfe  d'  Aigrigny  sintióndose  domi- 
nado de  un  modo  iii vencí,  le  é  inexorable 
por  este  hombre  diabólico,  trató  de  hacer 
el  último  esfuerzo  para  resistir  y  esclamó: 

-^Caballero,  esas  fanfarronadas  no  son 
una  prueba  de  valor  y  de  podi-r...  ya  se 
Verá  cuando  llegue  el  caso. 

— Se  verá ,  respondió  Kodin  con  frial- 
'dad  ;  ¿y  sabéis  cuando?  (dijo  Uodin  que 
gustaba  de  la  fórmula  interrogativa)  en 
el  negocio  que  vos  abandonáis  cobarde- 
mente.... 

-^¿Qué  decís?  esclamó  la  princesa  de 
Saint-Dizier,  pues  el  padre  d'Aigrigny, 
atónito  (le  la  audacia  de  Uodin,  no  lialld- 
ba  palabras  para  responderle. 

— Oigo,  respcMulió  lentamente  Kodin, 
que  me  encargo  de  remediar  el  asunto  de 
Henepont  que  nn irais  como  desesperado. 

-^¿\'os?  esclamó  el  padre  d'Aigrigny 
i  vos? 

—Yo... 

— El  caso  es  que  han  descubierto  nues- 
tras maniobras. 

— Tanto  mejor;  será  preciso  inventar 
otras  mas  hábiles. 

•c^Desconüarán  de  nosotros. 

— Tanto  mejor,  los  triunfos  difíciles  son 
mas  ciertos. 

— ¡Cómo!  ¿esperáis  conseguir  que  Ga- 
briel no  revoque  su  donación...  qué  tal 
vez  tiene  alguna  nuliJad? 

— Haró  ingresar  en  la  caja  de  la  Com- 
pañía los  doscientos  doce  millones  de  que 
querían  privarla.  ¿Meespiico  claramertl»  ? 

—Tan  claro  como  imposible. 

— Digo  que  es  posible...  y  que  es  pre- 
ciso que  sea  posible...  ¿lo  entendéis?  es- 
clamó  Kodin  animándose  á  punto  que  su 
cadavérico  semblante  se  encendió  lijera- 
mente;  vos  no  concebís  que  ya  no  hay 
mas  partido  que  tomar...  ó  los  212 millo 
nes  vendrán  á  nuestro  poder  y  lograremos 
con  ellos  el  restablecimiento  de  nuestra 
foberaoa  inílueocia  en  Francia ,  pues  con 


161 

tales  sumas  y  la  corrupción  del  dia  <  se 
compra  un  gobierno,  y  si  es  muy  caro  ó 
poco  condescendiente,  se  enciende  la  gU(T- 
ra  civil  y  se  le  destruye  para  restaurar  la 
legitimidad  ,  que  sin  duda  es  nue<lru  ver- 
dadero centro,  y  que  debiéndunosto  todo 
nos  lo  entregará  todo. 

-^Ks  evidente,  dijo  la  princesa jiuitan- 
do  las  manos  con  admiración. 

— Sí  al  contrario,  continuó  Kodin, esos 
212  millones  caen  en  manos  de  la  familia 
de  Kenepont,  será  nuestra  pérdida  y  rui- 
na :  esto  seria  formar  un  falange  de  ene- 
migos mortales  y  encarnizados...  ¿Noha- 
beis  oiíio  los  ec-iecrables  deseos  de  Kene- 
pont relativamente  á  la  asociación  (pie  re- 
comictida,  y  que  por  una  inaudüa  fatali- 
dad su  maldita  raza  puede  admirablemen- 
te realizar?...  Pero  calculad  en  las  inmen- 
sas fiierítas  (¡ue  se  agruparán  entonces C(ín 
el  ausilio  de  sus  milioneSi  El  mariscal  Si- 
mon ,  obrando  en  nombre  de  sus  hijas , 
es  decir,  el  hombre  del  pueblo  creado  du- 
que sin  envanecerse,  lo  cual  asegura  su 
influencia  sobre  las  masas,  pues  el  es|>í- 
ritu  militar  y  el  bonaparlismo  personifi- 
cado, representan  aun,  á  los  ojos  del  pue- 
blo, la  tradición  del  honor  y  de  la  gloria 
nacional.  Sigue  hicgo  ese  Francisco  Har- 
dy, ciudadano  liberal,  indepemlienlc  é 
ilustrado  tipo  del  gran  artesano,  amanití 
del  progreso  y  del  bien  del<)sjori)al<'ros.  . 
Luego  ese  Gabriel,  el  buen  sa>Trdolr,  como 
ellos  dicen,  el  apóstol  del  evangelio  primi- 
tivo, el  representante  de  la  deniocracia 
de  la  iglesia  contra  la  aristocracia  de  la 
misma,  del  pobre  cura  del  campo  contra 
el  rico  obispo,  es  decir,  en  su  dialecto, 
el  trabajador  de  la  santa  viña  contra  el 
ocioso  déspota,  y  el  propagador  lleno  de 
todas  las  ideas  de  fraternidad  ,  de  eman- 
cipación y  de  progreso...  como  ellos  dicen 
también,  y  no  en  nombre  de  una  política 
ni  revolucionaría  ni  incendiaria,  sino  en 
nombre  de  Cristo,  en  nombre  de  una  re- 


Í82 


AtBtJlf, 


gi(m  liena  de  caridad,  de  amor  y  de  paz... 
para  valetme  de  sus  mismas  palabras. 
Luego  vlfene  Adriana  de  Cardoville,  tipo 
de.  la  elegancia ,  de  la  gracia  y  de  la  her- 
mosura ,  la  sacerdotisa  de  todas  las  sen- 
sualidades que  pretende  divinizar  á  fuer- 
za de  refinarlas  y  cultivarlas;  no  trataré 
de  su  entendimiento  y  audacia,  demasia- 
■do  lo  conocéis.  De  forma  que  nada  puede 
sernos  tan  peligroso  coino  esta  criatura , 
patricia  por  su  nacimiento,  popular  por 
su  corazón  y  poeta  por  su  imaginación. 
Luego  sigue  el  príncipe  Djalma,  caballe- 
resco, determinado  y  pronto  á  todo,  por- 
que no  conoce  la  vida  civilizada,  y  que  sien- 
do implacable  en  su  odio  como  estremado 
en  su  cariño,  es  un  instrumento  terrible 
para  el  que  sepa  valerse  de^I....  Todo  es 
igual  en  osa  detestable  familia,  hasta  eso 
miserable  Duerme-cn-cuerosque,  aislada- 
mente no  tiene  valor  alguno,  pero  que  es- 
plotado,  rea'zado  y  regenerado  por  el  con- 
tacto de  esos  seres  generosos  ycomunrca- 
tivos,  como  ellos  llaman,  puede  tener  gran 
parte  en  la  influencia    de  esta  asociación 

como  representante   de  los  artesanos 

Ahora  pensais  que  si  todas  estas  gentes 
exaspéralas  ya  contra  nosotros,  porque 
dicen  que  hemos  querido  espoliarlos,  si- 
guen, y  los  seguirán  sin  duda,  los  conse- 
jos de  Uenepont,  creéis  que  si  asocian  lo- 
ólas sus  fuerzas  y  los  medios  de  acción  de 
que  disponen  con  el  ausilio  de  esa  fortuna 
inmensa  que  hará  cien  vece^  mayor  supo 
der  ¿creéis  que  si  nos  declaran,  y  á  nues- 
tros principios,  utia  encarnizada  giierra  , 
x\n  sef  én  l<»s  enemigos  mas  ten»ibles  que 
jamas  hayamos  tenido?  Pero  yo  os  digo 
<|ue  nunca  la  Compañía  se  habrá  hallado 
lan  seriamente  amenazada;  sí....  y  ya  es 
para  ella  una  cuestión  de  vida  ó  muerte. 
Ya  no  estamos  en  el  caso  de  defendernos, 
sino  en  el  de  atacar  hasta  conseguir  ani- 
quilar esa  maldita  raza  deReneponty  po- 
seer estos  millones. 


A  este  cuadro,  represetando  por  IRo- 
din  con  animación  febril,  tanto  mas  in> 
fluyente  por  ser  mas  lara,  la  princesa 
y  el  padre  d'  Aigrigny  se  miraron  aturdí^ 
dos. 

— Lo  confieso,  dijo  el  reverendo  padre 
a  Ilodin,  no  habia  reflexionado  en  todas 
las  peligrosas  consecuencias  de  la  asocia- 
ción para  el  bien,  recomendada  por  M. 
de  Uenepont,  y  creo  en  efecto  que  sus  he- 
rederos ,  con  arreglo  al  carácter  que  les 
conocemos,  tomarán  empeño  en  realizar 
la  idea....  Kl  peli^^ro  es  grande  y  an;>ena- 
■zador,  pero  -¿qué  hemos  de  hacer  para 
Conjurarlo?.... 

— ¡  Cómo!  Kstais  dando  con  caracteres 
ignorantes,  heroicos  y  exaltados  como  Djal- 
ma ,  sensuales  y  escéntricos  como  Adria»- 
na  de  Cardo\ille,  sencillos  é  ingenuos  co- 
mo Rosa  y  Blanca  Simon  ,  leales  y  fran- 
cos como  Francisco  Hardy,  angélicos  y 
puros  como  Gabriel ,  brutéales  y  estúpidos 
como  Duerme-en-cueros  ¿y  preguntáis 
que  se  puede  hacer? 

— Verdaderamente  no  os  entiendo,  dijo 
el  padre  d' Aigrigny. 

— ¡  Ya  lo  creo!  bastante  me  lo  prueba 
vuestra  pasada  conducta  en  el  asunto,  res- 
pondió desdeñosamente  Uodin.  Habéis  re- 
currido á  medios  groseros  y  materiales  ea 
lugar  de  obrar  sobre  tantas  pasiones,  no- 
bles, generosas  y  elevadas,  que  reunidas 
un  dia  formarían  una  fortaleza  temible; 
pero  que  ahora  separadas  y  aisladas  se 
prestan  á  todas  las  sorpresas,  seducciones 

y  ataques ¿(Comprendéis  ahora? 

¿Todavía  no?  y  Uodin  se  encogió  de  hom- 
bros. ¡Vamos!  ¿se  muere  nadie  de  de- 
sesperación? 

—Sí. 

— ¿El  reconocimiento  del  amor  corres- 
pondido puvde  llegar  hasta  los  últimos 
limites  de  la  mas  loca  generosidad? 

— Si. 

— ¿No  hay  descepcionestansumamen- 


Al  BI'H. 


i5â 


O  liorribles  i-ii  las  cuales  el  siiiridio  es  «'I 
solo  refugio  cc^itra  tcrriblos  realidades? 

—Si. 

— ¿Hl  esceso  de  las  sensualidades  puede 
conducirnos  á  la  tumba  con  una  lenta  y 
voluptuosa  agonía  ? 

—Si. 

— ¿  í']xÍNf«'ii  ei  la  \¡dac¡rcun>laii(M'as  lari 
terribles  en  que  Ioí  caradores  mas  munr 
danos  y  (iniíes.  ó  los  mas  impios...  vie- 
nen á  echarse  ciegamente  deshechos  y  ano- 
nailados  v.\  los  brazos  de  la  religion  aban- 
donando los  mayores  bienes  de  este  muu 
do  por  el  cilicio,  la  oración  y  el  estasis? 

—Si. 

—  ¿No  fiay  al  fin  mil  circunstancias  en 
I,is  ruaK's  la  reacción  de  las  pasiones  pro- 
duce los  mas  estraordinarios  cambios  y 
los  desenlaces  mas  trágicos  en  la  existen- 
cia del  hombre  ó  de  la  mujer? 

-^Sin  dtida. 

— ¡Y  bien!  ¿i  ijue  Viene  preguntar  que 
hemos  de  hacer?  ¿Qué  diríais  si  por  ejem- 
j>lo  ios  itidividuos  mas  temibles  de  la  fa- 
níilia  do  Uenepi  ni  viniesen  antes  do  1res 
meses  á  ponerse  de  rodillas  y  á  implorar 
ta  Cl  acia  de  ser  admitidos  en  esta  Gom- 
pañia  que  tanto  odian  y  de  la  cual  se  lia 
separado  hoy  (iabriel? 

—  Somej.iiite  conversion  es  imposible, 
esclamó  el  I'.  d'Aigriyny. 

—  ¡  Imposible  !  ¿(Jué   órais   vos    hace 

quince  años?  dijo  Uodin un  hombre 

mundano',  implo  y  desmoralizado....  y  al 
cabo  habéis  venido  á  dar  con  nosotros  y 
á  Confundir  vuestros  bienes  on  los  nues- 


podremos  mas  (juc  ima  f.im¡l¡a  que  nos 
amenaza  tan  de  cerca,  y  cuyos  bienes, 
robados  á  la  (]omp;>ñi.T,  «¿  >n  para  nosotros 
tan  capitalmí'nte  n< cosaria'.?  ¡Ciíinyl  ¿•se- 
remos tan  poco  diestros  para  no  obtener 
este  resultado  sin  necesidad  de  acudir  á 
viiilcnrias  y  á  críri'.encs  ipie  ti.is  runijiro- 
meterian?  Sin  dmi.)  ij^rioraislos  inmensos 
recursos  <le  aniquilniniriito  mutuo  «')  par- 
cial que  puede  ofrecer  el  jtíégo  de  los  pa- 
siones himianas  liiibihnenfe  conibinada?, 
opuestas,  vioki»la.Ins ,  desencadenadas, 
escitadas....  y  sobre  lodo,  gracias  á  un 
poderosísimo  ausiliar,  cuando  ta!  vez  es- 
las  pasiones  pueden  redoblar  su  ardor  y 
su  vi6leHcia. 

— ¿Y....  (juién  es  esc  niisüiai?  pregun- 
tó el  marcjués,  quien  del  uii.^mo  modo(¡ue 
la  princesa,  esperimenlaba  entonces  una 
especití  de  admiración  mezclada  de  terror. 

—  Si,  repuso  Kodin  sin  rcspoiider  al 
íl.  P. ,  porque  este  forniidal)le  ausiliar, 
si  llega  á  venir ,  puede  producir  terribles 
transformaciones  y  convertir  en  [¡usiiani- 
mes  á  los  indomables,  en  crédulos  á  los 
impios,  y  en  feroces....  á  las  mas  angeli- 
cales criaturas.... 

—  Pero  ese  ausiliar',  salló  la  princesa 
opiinu'da  con  un  vugo  temor,  ese  ausiliar 
lan  formidable  y  tan  tennble,  ¿«luién  es? 

— Si  al  fin  lle^a  á  venir,  continuó  Ho- 
din  qui'  seguía  tan  impa>ijj'e  y  tan  lívido 
como  antes,  los  seres  mas  jiivenes  y  mas 
vigorosos  estarán  todos  los  días  en  riesgo 
■  de  morir,  y  de  un  modo  lan  inminente 
como  lo  está  un  moribundo  en  el  iillimo 


Iros....  ¡Cómo!   nosotros  que  hemos  do-  'minuto  de  la  agonía. 


Miado  á  los  reyes,  príncipes  y  papas;  <juc 
liemos  absorvido  y  apagado  los  mas  bri- 
llantes ingenios  que  lejos  de  nosotros  re- 
flejaban con  tanto  esplendor;  nosotros qije 
hemos  dominado  casi  los  dos  mundo:^  y 
que  nos  hrnios  perpetuado  con  nuestras 
ritjuezas  hasta  el  día  á  pesar  de  los  odio> 
y  de  las  proscripciones;  nosotros  digo  ¿no 


— V  ro  ese  ausi'iar....  repii-o  r I  mar- 
qués cuyo  espanto  aumentaba  por  mo- 
mentos, porque  al  paso  íjue  Hodin  /lacia 
mas  lugubre  su  pintura ,  la  (isonomia  du 
d'Aigrigny  parecía  mas  cadavérica. 

— ■  \í>v  ausiüar podrá  diezmar  los 

'pueblos  y  llevarse  consigo  toda  una  fami- 
lia de  m.íldicion  ;  al  paso  que  se  verá  for- 
39- 


154  ALBUM. 

zado  á  respetar  la  vida  de  este  gran  cuer- 
po inmtitable  que  no  >e  debilita  jamás  con 
la  muerte  de  sus  miembros....  porque  su 
espíritu....  el  espíritu  de  la  Sociedad  de 
Jesús  no  es  perecedero. 

— Pero  al  fin,  ¿quién  es  ese  ausiliar? 

— Este  ausiliar,  repuso  Hodin este 

ausiliar  que  se  aproxima....  con  lentitud, 
y  cuya  terrible  llegada  se  anuncia  en  to 
das  partes  con  lúgubres  presentimientos... 

~¿Es? 

—  El  cólera. 
A  esta  palabra  pronunciada  por  Rodin 

con  voz  breve  y  aguda ,  la  princesa  y  el 
marqués  se  demudaron  y  se  estremecie- 
ron.... 

Los  ojos  de  Rodin  estaban  tristes  y  fi- 
jos.... parecía  un  espectro.  ; 

Durante  algunos  instantes  reinó  en  el 
ámbito  de  la  sala  un  silencio  sepulcral. 

Rodin  fué  el  primeiro  que  to  interrum- 
pió ,  y  tan  impasible  como  siempre  mos- 
tró al  marqués  con  un  gesto  impetíoso  la 
mesa  donde  poco  antes  se  había  él  senta- 
do modestamente ,  y  le  dijo  con  voz  bre- 
ve: 

—  ¡  Escribid  ! 
El  R.  P.  se  estreriieeíó  primero  de  sor- 


presti,  y  en  seguida ,  acordándose  que  dé 
superior  se  había  convertido  en  stjbalttr- 
no,  levantóse,  se  inclinó  ante  Rodin  y  pa- 
sando delante  de  él,  fué  á  soiitarse  á  la 
mesa,  tomó  la  pluma  y  se  volvió,  dicién- 
dole: 

— Estoy  pronto.... 

El  marqués  escribió  estas  palabras  qué 
Rodin  le  dictó: 

«  Por  la  poca  inteligencia  del  P.  d'Ai- 
«grigny,  ha  quedado  gravemente  com- 
«prometido  el  asunto  de  la  herencia  de 
«  Renepont.  La  sucesión  asciende  á  212 
«millones.  A  pesar  de  este  descalabró, 
«creemos  que  sea  posible  imped  r  que  là 
«  familia  de  Renepont  llegue  á  perjudicaV 
«á  la  Compañia,  y  (\ue  se  le  resliluyaes- 
«  ta  suma  que  legítimamente  le  pertene- 
«ce...  Para  esto,  lo  único  que  >e  solícita 
«son  poderes  amplios  y  estensos». 


Un  cuarto  de  hora  después  de  ésta  es- 
cena, Rodin  salía  del  palacio  de  S-^ínt- 
Dizier,  ¡impiando  con  el  codo  su  viejo  y 
grasicnto  sombrero,  que  se  había  quita- 
do para  corresponder  al  profundo  saludo 
del  portero. 


Eli  PROTECTOR. 


XXVIIL 

EL  DESCONOCIDO. 

Al  día  siguiente  al  en  que  el  P.  d'Aí- 
grigny  había  sido  tratado  tan  duramente 
por  RodíQ  á  pesar  de  la  subalterna  posi- 


ción ocupada  anteriormente  por  este,  pa- 
saba la  escena  que  vamos  á  referir. 


Es  sabido  que  la  calle  de  Clovis  es  uno 
de  los  sitios  mas  solitarios  del  barrio  déla 
Montaña  de  Santa  Genoveva  :  en  la  épo- 


ÏLÏtk 

'ci  de  qiic  hablamos,  là  casa  señalada  con 
'el  número  4  .le  esta  lóbrega  calle,  se  com- 
ponía de  un  cuerpo  principal  cortado  por 
un  corredor  oscuro  (|ue  daba  paso  á  un 
sombrío  palio  en  cuyo  fondo  se  elevaba 
otro  edifício  sumamenle  miserable  y  de- 
teriorado. 

El  piso  bajo  fie  la  fachada  se  componía 
de  una  tienda  medio  subterránea  donde 
Vendían  carbón ,  tena,  algunas  legumbres 
y  leche. 

Eran  las  nueve  de  la  mañana.  La  ven- 
dedora llamada  la  lia  Arsène,  niuger  an- 
ciana ,  de  una  fisonomía  dulce  y  enfermi- 
za,  llevaba  un  vestido  de  bombasí  oscuro 
y  un  pañuelo  de  algodón  á  la  cabeza.  Ha- 
bía ya  subido  el  último  escalón  <|ue  ron- 
'düciá  á  su  cueva  y  concluía  de  arreglar 
'iiis  gétieroi,  es  decir,  ijiie  á  un  lado  de  la 
puerta  colocó  una  olla  de  leche  de  ojala- 
l.i,  y  al  otro  algunos  ujanojosdc  legum- 
bres marchitas  ai  lado  de  coles  amari- 
llentas; al  pié  de  la  escalera,  y  en  el  sitio 
mas  oscuro  de  la  cueva  veíanse  los  relie- 
jos  de  las  ardientes  brasas  de  un  hornillo. 

Esta  tienda  que  estaba  inmediata  al  cor- 
redor, servía  de  cuarto  de  portería  cuyo 
oficio  ejercía  la  frutera.  Una  linda  criatu 
rfta,  líjera  y  alegre,  que  salía  de  su  casa, 
entró  poco  después  en  casa  de  la  tía  Ar- 
sène. 

Esta  joven  era  Rosa  F'ompon,  amiga  ín 
tima  de  la  reina  Bacanal  que  había  que- 
dado momentáneamente  viuda  y  cuyo  bá- 
quico aunque  respetuoso  chichisbeo  era, 
como  ya  hemos  dicho,  Nwi  Moulin,  gra- 
cioso ortodox»,  que  cuando  Picaba  el  ca- 
so, se  transformaba, después  de  haber  l)e- 
bido,  en  Santiago  Dumoulin,  escritor  re- 
ligioso, pasando  asi  joviaUnentedeun  bai- 
le desordenado  á  la  polémica  ultramonta- 
na; del  Tulipán  barratcoto  á  un  folleto  ca 
lólico. 

Rosa  Pompon  acababa  de  levantarse  se- 
gún lo  demostraba  el  descuido  de  su  ropa 


155 

singular  de  la  mañana:  sin  duda  alguna  á 
falla  de  otro  adorno,  mal  llevaba  sobre 
sus  hermosos  y  rubios  cabellos  una  gorra 
(le  cuartel ,  parle  de  tui  elegante  (ii^fraz 
de  descargador  :  nada  mas  travieso  q^e 
aquella  fisonomía  de  diez  y  siete  años,  có» 
lor  de  rosa,  fresca,  rolli/a  ,  y  brillante- 
mente animada  con  dos  ojos  azules,  atcgns 
y  vivos.  Uosa  Pumpon  se  aju>taba  tanto 
desde  el  cuello  hasta  los  pies  su  capa  es- 
cocesa algo  raída  ,  de  cuadros  colorados  y 
y  verdes,  que  era  fácil  adivinar  su  pudi- 
bunda preocupación:  >us  pies  desnudos  y 
tan  blancos,  que  era  imposible  decir  si 
llevaba  medias,  estaban  calzados  eii  unos 
peqtieùos  zapatos  de  tafilete  rojo  con  he- 
billas plateadas....  Eta  fácil  notar  qtie  su 
capa  ocultaba  un  objeto  que  tenia  en  la 
mano. 

— Bueoos  días,  señorita  Rosa  Pompon, 
dijo  la  tía  Arsène,  con  aire  jovial;  mucho 
madrugáis  hoy,  ;nu  habéis  bailado  ayer? 

— Dejemos  ese  puntó,  ttâ  Arsene^yono 
estaba  para  bailes.  La  pobre  Ctfisa,  (la 
reina  Bacanal  hermana  de  la  (jibosa  )  ha 
pasado  la  noche  llorando,  sin  poderse  con- 
solar de  ver  á  su  amante  en  la  cárcel. 

— Mirad.,  dijo  la  frutera ,  mitad,  seño- 
rita, tengo  una  cosa  que  deciros  relalíva- 
meote  á  vuestra  amiga  (À-fi-a  ¿no  os  Oh- 
fadaróis  por  eso,  es  verdad? 

— ¿Tengo  yo  acaso  la  co>tijfTibrede  en- 
fadarme? respondió  Uosa  Pompon  enco- 
giéndose de  hombros. 

— ¿Créeisque  el  señor  Phitemon rae  re- 
gañe á  su  vuelta? 

—  ¡  Regañaros!  ¿y  por  qué? 

— A  causa  de  su  cuarto  que  estais  Ocu- 
pando... 

— ¡Vaya  I  tía  Arsène,  ¿no  os  ha  dicho 
acaso  el  señor  Phílemon  que  durahte  su 
ausencia  yo  podría  disponer  de  sus  dos 
cuartos  como  si  fuesen  míos? 

— No  lo  digo  por  vos ,  sino  por  vuestra 
amiga  Cefisa  que  habéis  hecho  venir á  ca- 
sa del  señor  Phüemon. 


156  ALBUa, 

— ¿Y  dónde  hubiera  iilo  sin  mí,  mi  bue- 
íia  tici  Arsène?  desde  que  prendieron  á  su 
amante,  no  "se  lia  alrevido  á  volver  á  su 
casa,  porque  debia  todo  el  alquiler,  y  co- 
mo la  veía  acongojada ,  !e  dije:  ven  â  vi- 
vir en  casa  de  Phifemoii;  cuando  vuelva 
trataremos  de  ponerte  en  otra  parte. 

— De  modo  que  si  me  aseguráis  que  el 
señor  Philemonno  se  inoomodará...  haced 
lo  que  querai*. 

— ¡incomodarse!  ¿y  de  qué?  ¿de  qué 
echan  á  perder  sus  muebles.?  ¡bonitos  son! 
ayer  rompí  la  última  taza...  ya  veis  enque 
cacharro  me  veo  reducida  á  jvenir  por  la 
leche. 

Rosa  Pompon  riendo  á  carcajadas,  sacó 
su  lindo,  blanco  y  pequeño  Tirazo  de  la 
capa  ,  y  enseíió  á  la  tia  Arsène  una  de 
aquellas  colosales  copas  de  vino  de  Cham 
pagne  en  que  casi  cabe  una  bi>leila. 

— ¡  Ah,  Dios  mío!  dijo  la  frutera  rien- 
do: ¡parece  una  trompeta  de  cristal! 

^— Es  la  copa  de  gaia  de  Philemon  con 
que  Ic  cruzaron  cuando  fué  recibido  Co/)c 
ro  consumado,  dijo  gravemente  llos»  Pom 
pon. 

— Vergüenza  me  da  echar  la  leche  en 
eso,  repuso  la  lia  A  ¡sene. 

— ¡  Y  yo!  ¿pues  si  encontrase  á  alguno 
en  la  csca'era  que  me  viese  con  esta  cppa 
en  la  mano  como  si  fuera  un  ciño?...  bue- 
nas carcsjauiís  (l\r%  yo.....  y  rompería  la 
íiltiuía  pieza  del  bazar  ói}  Pliilemon...  me 
nuldeciria  d(•^pucs. 

— No  hay  riesgo  deque  encontrcisá  na- 
die... el  primero  ha  saüJo  ya y  el  se- 

muido  se  levanta  tnny  trtrue. 

— A  projhJsilu  ¡li?  iii'iuiüiios ,  dijo  Rusa 
Poirqwn;  ¿h'>y  al^juna  pií'za  dispouibl*;  eu 
el  seguuúo  piso  .del  foiwlo  del  p^tio?  Me 
íKwrre.  eso  para  C'^ocar  aiJí  9  Ceüsa cuan- 
tío, vi-n^i^a  I' hi  id  non. 

— ?í,  hay  una  peíj-ijkeua  Ix^aídilla,  Wici- 
!>na  de-  los  do»  ctiarhos  del  buen  hombre 
que- os  liin  nristcFiOftscespaujíiíó  la  lia  Ar- 
sène, 


— ¡  Ah  I  sí,  el  tioCarlomagno...¿no  sa- 
béis mas  de  él? 

— No,  scfïorila;  solamente  que  ha  vuel- 
to boyal  amanecer  y  ha  llamado  á  los  pos- 
tigos diciendo:  ¿habéis  recibido  ayer  una 
carta  para  mí,  buena  muger?  ¡este  buen 
hombre  es  tan  atento  siempre!...  No,  se- 
ñoiSPe  respondí...  ¡  Bien,  bien  !  no  os  in- 
comodéis, buena  n)uger,  yo  volveré y 

en  seguida  se  marchó. 

-—¿Con  qu¿  no  duerme  en  casa? 

— Jamás.  Prcbablemente  vive  en  otra 
parte,  poripie  .<olo  viene  á  pasar  aJ^tinas 
lloras  cada  cuatro  ó  cinco  dias. 

-¿Solo? 

— Siempre  solo. 

— ¿Rsláis  segura?  ¿no  trae  alguna  da- 
ma que  hace  entrar  como  una  gatita?.... 
porque  en  ese  caso  Philemon  os  despedi- 
»•■=>      dijo  llosa  Pompon  con  un  arre  igual- 


na. 

uíenl^  púdico. 

—  ¡  líl  sefior  Carlomagno!  ¡una  muger 
en  su  casa  !  j  Ah  !  ¡  pobr^'  honjbre  1  dijo  la 
iruteTa  levanta^ulo  los  bracos  a!  cielo,.,  si 
lo  vieseis  con  el  .sombre  grasieríta,  la  levi« 
ta  vieja,,  el  paraguas  remen<lado  y  su  aire 
bonachón... parece  un  santo  masbiey  que 
otra  cosa. 

— Entonces,  tia  Arsène,  ¿á  qué  yi<;ne 
á  e¿tar,se  solo  tantas  horas  en  esa  cobacha 
del  fondo  del  patio ,  dutide  apenas  se  ve 
.clafo  al  medio  día  ! 

— Eso  es  lo  que  precisamente  digo, yo, 
señorita;  ¿qué  es  lo  que  viene  á  hac<ír? 
[tociiiie  loí^uc  e.s,  venir  á  divertirse  con  sus 

muebles...  qo  es  posible na  tiene  mas 

{JIM,'  un  catre,  uo»  estuía ,  una»  üklJa  y  una 
.  maleta  vieja. 

— -'rodues  correspondiente  al  destino  de 
Philemon,  repuso  Rosa  Pompon. 

— Y  bien,  á  pesar  de  eso,  señorita,  tie- 
ne tanlo  uïiedp  de  quç  entrer*,  en  su  cuar- 
to crtino  si  fuéramos  ladrones *y  como  si 
sus  muebles  fuesen  de  oro  macizo.  í^a  he- 
^cho  poner  á  su  costa  otra  cerradura  ^  no 


me  deja  nunca  la  ¡lave;  ou  lui,  v\  mismo 
enriende  su  estufa  antes  (¡ue  permitir  (jue 
venga  oiro  á  liacorlo. 
— ¿Decís  ijue  es  vi»'jo? 
— Puede  Imer  de  ciutueiila  ú  sesenta 
años. 

—¿l' s  feo? 

• — Figuraos  do'^^  pequeuüs  ojos  de  víbo- 
ra (|iie  parece  ^u  los  han  alúerli»  con  una 
barrena  ,  en  uno  cara  como  la  de  un  di- 
funto... en  lin,  tan  macilento  que  tiene 
io:>  labios  blancos;  e>to  es  en  cuanto  á  su 
rostro,  pues  por  lo  que  loca  á  su  carác- 
ter, el  buen  viejo  es  tan  atento  y  se  quita 
tantas  veces  el  sombrero  para  liacer  un 
gran  saludo,  (jue  es  cosa  incómoda. 

— IVto,  vuelvo  á  la  mia ,  repuso  Rosa 
Pompon  ¿«i^ué  es  lo  que  viene  á  hacer  so- 
lo en  e^os  dos  cuartos?  A  pesar  de  eso,  si 
Ceiisa  loma  la  boaidilla  cuando  venga  Phi* 
lemon  ,  podretnos  diverliriios  en  sabiendo 

alguna  cosa ¿Y  cuánto  piden  por  la 

biiardilla? 

— Señorita,  está  en  tan  mal  estado  que 
ni-e  parece  que  el  propietario  la  daria  por 
50  ó  5o  francos  al  año,  porque  no  hay 
medio  de  poner  una  estufa,  y  recibe  la 
¡uz  por  una  peíjueña  claraboya  en  forma 
de  caja  de  tabaco. 

—  ;  Pul)re  Ccfisa  !  dijo  Rosa  Pompon 
suspirandîiy  mene3T)do  tristemente  la  ca- 
beza: ¡  después  de  haberse  divertido  tanto 
y  después  de  haber  ga-tado  una  grande 
suma  on  Santiago  Uenep  nt ,  irá  vi\ir 
en  este  sitio  y  á  mantenerse  de  si:  tra- 
bajo!... ¡Mucho  valor  necesita!... 

— Lo  ciirto  es  (juc  hay  ¡nucha  diferen- 
cia entre  e.^la  boardilla  y  eí cuche  de  cua- 
tro cal)aIIos  en  que  la  señorita  Ci-fisa  vino 
Á  buscaros  el  otro  dia  en  compañía  de  to- 
das aquellas  máscaras  tan  alegres...  prin- 
cipnluicnle  apiel  nMzelcn  (|ue  traia  un 
cdsco  de  p.ii>'l  platcaJo  con  un  plumero 
y  bolas  de  campana,  ¡(jué  couteoto  es- 
taba ! 


U7 

—  Sí,  Nini  Mou'iti;  CN  el  único  pota 
hallar  la  fruta  miada.  Rs  digno  de  verse 
cuando  hace  frente  con  ('elísa...  la  ]\e\t\a 
Hacanal ¡  Pobre  ri-ueña  Î  ¡  pobre  al- 
borotadora! Si  mete  bulla  ahora,  es  llü- 
r.indo. 

—  ¡Al»!  ¡1.1  juventud...  I.i  juveiitiid  !... 
.lijo  la  finiera. 

—  Iv^{•uchad ,  lia  Arsène,  l.imbi  n  vos 
habéis  .«.ido  joven y 

— .\  fó  mia ,  stiñorita,  (jue  si  he  de  de- 
cir la  verdad,  me  he  visto  siempre  poco 
mas  ó  menos  conio  ahora. 

— ¿Y  los  queridos,  tía  Ar-íerie? 

— ¿  Los  queridos?  ¡estoy  fresca!  Pri- 
meramente yo  era  fea,  y  después  estaba 
muy  bien  preservada. 

— ¿Vuestra  madre  os  vigilaba  mucho? 

— No,  señorita....  yo  tiraba 

—  ¡Como!....  esclamó  Rosa  Pompon 
adn»irada  {'  inteirum¡iiendo  á  la  frutera. 

— Si,  señorita,  tiraba  de  un  tonel  de 
agua  con  mí  hermano.  Así  es  que  cuando 
habiamos  trabajado  como  dos  verdaderos 
caballos  durante  diez  ó  doce  horas  diarias, 
no  me  hallaba  en  disposición  de  pensaren 
esos  cuentos. 

—  ¡  Pobre  lia  Arsène!  ¡(¡iio  penoso  ofi- 
cio !  dij'»  Rosa  Pompon  con  interés. 

—  l'rincipahnentc   en  invierno  cuando 

helaba ¡era  la  cosa  mas  dura!....  mí 

hermano   y  yo  nos  veíamos  obligados  á 
clavetarnos  bien  á  causa  (fel  hielo. 

—  ¡  Muger  y  ejercer  ese  oficio  !  ¡  tras- 
pasa el  corazón! —  ¡y  prohiben  tirar  a 
los  perros!  (1)  añadió  con  mucha  sensatez 
Rosa  Pompon. 

—  Ks  verdad,  repufo  la  tia  Arsène;  los 
animales  son  á  veces  mas  dichosos  que 
las  [lersonas,  pero,  ¿qué*  queréis?  esnie- 


(1)  afectivamente,  es  bieii  ^a^ido  que 
eesisten  ordenes  que  re>{'iran  el  mas  pro- 
fundo interés  hacia  la  ra/a  canina,  las 
cuales  proíiiben  servirse  de  perros  nara 
tirar. 

40* 


158 


ALBUM. 


nester  vivir....  Es  preciso  que  el  animal 
vaya  á  pacer  donde  trabaja....  ¡es  cosa 
durât  En  este  oficio  contraje  una  afección 
en  los  pulmones....  no  por  culpa  mia.  La 
especie  de  tiro  que  yo  llevaba....  no  po- 
déis figuraros  cuanto  mal  me  hacia  en  el  pe- 
cho, en  términos  que  casi  no  podía  ya  res- 
pirar.... por  esa  razón  dejé  ese  oficio  y 
puse  una  tienda.  Quiero  deciros  que  si  yo 
hubiera  tenido  ocasión  y  hubiese  sido  bue- 
iui  moza ,  tal  vez  hubiera  podido  obrar 
como  otras  muchas  jóvenes  que  empiezan 
riendo  y  concluyen... 

— Por  todo  lo  contrario  ;  tenéis  razón , 
tia  Arsène  ;  pero  también  es  verdad  que 
no  todo  el  mundo  tiene  valor  paraengan 
charse  á  un  carro  para  ser  juicioso...  En- 
tonces una  reílecsiona ,  y  piensa  que  es 
preciso  divertirse  mientras  dura  lajuven- 
tud....  y  después....  que  no  se  está  siem 
pre  en  la  edad  de  17  años....  y  que  en 
seguida....  en  seguida....  llega  el  término 
de  la  vida  ó  bien  nos  casamos.... 

— Me  parece ,  señorita ,  que  hubiera 
sido  mejor  empezar  asi. 

— Decis  bien  ;  pero  como  aun  es  una 
tonta ,  no  sabe  embaucar  á  los  hombres 
y  meterles  miedo;  pues  si  se  manifiesta 
sencillez  y  confianza ,  se  burlan  de  una. 
Mirad,  tia  Arsène;  si  yo  quisiera  podria 
citar  un  ejemplo  capaz  de  hacer  temblar 
á  la  naturaleza  entera....  basta  con  haber 
tenido  pesares  sin  disfrutar  y  haber  he- 
cho provision  de  semilla  de  recuerdos. 

— ¿Como  es  eso,  señorita?  ¿tan  joven 
y  tan  alegre  tenéis  ya  disgustos? 

— Yo  lo  creo,  tia  Arsène;  á  los  quince 
años  y  medio  empecé  á  derramar  lágri- 
mas que  se  enjugaron  á  los  diez  y  seis. 
¿Qué  os  parece,  eh? 

— ¿Según  eso  os  han  engañado? 

— No,  peor  que  eso,  como  sucede  á 

tantas  otras  pobres  muchachas  que  como 

yo  no  tenian  intención  de  conducirse  mal. . . 

Mi  historia  no  es  larga....  Mi  padre  y  mi 


madre  son  unos  labradores  de  Saint  Va* 
lery;  pero  tan  pobns,  tan  sumamenU 
pobres  que  teniendo  cinco  hijos  se  vieron 
obligados  á  enviarme  á  la  edad  de  ocho 
años  á  casa  de  una  tia ,  que  era  una  sir- 
vienta aqui  en  Paris.  Esta  buena  muger 
me  recogió  por  caridad ,  hizo  mas  de  Id 
que  podia  porque  ganaba  muy  poco.  A 
los  once  anos  me  envió  á  trabajar  en  una 
fábrica  del  arrabal  de  San  Antonio.  No 
es  mi  ánimo  hablar  mal  de  los  dueños  de 
las  fábricas;  pero,  á  decir  verdad,  les 
importa  poco  ver  mezclados  á  muchachos 
y  muchachas  de  18  á  20  años,  tan  con- 
fundidos unos  con  otros....  Asi,  ya  podéis 
concebir....  se  encuentran  como  en  todas 
partes,  algunos  calaveras  que  dicen  y  ha- 
cen lo  primero  que  les  ocurre;  ya  podéis 
pensar  que  buen  ejemplo  para  las  jóvenes 
que  ven  y  oyen  mas  délo  quese piensa... 
¿Qué  queréis?  Uno  se  habitua  con  el  tiem- 
po á  oir  y  ver  todos  los  dias  cosas,  cosas 
que  después  no  os  asustan. 

— Tenéis  razón,  por  jio  menos,  en  lo 
que  decis,  señorita  Rosa  Pompon,  ¡po- 
bres jóvenes?  ¿quien  piensn  en  ellas?  ni 
los  padres,  ni  las  madres;  las  desgracia- 
das están  en  su  oficio.... 

— Si ,  si ,  Arsène ,  es  muy  fácil  decir  á 
una  joven  que  no  se  ha  conducido  bien, 
es  una  tal ,  es  una  cual  ;  pero  si  so  supie- 
se el  porqué  de  las  cosas,  se  la  compade- 
ceriaen  lugar  de  vituperarla.  En  fin,  vol- 
viendo á  lo  que  me  toca,  á  los  quince  años 
yo  era  muy  linda.  Un  dia  tuve  que  dar 
una  queja  al  oficial  mayor  de  la  fábrica , 
y  habiendo  ido  á  buscarle  á  su  despacho , 
me  dijo  que  me  haría  justicia  y  aun  que 
meprotejería  si  yo  quería  hacerle  caso. 
Empezó  por  abrazarme...  Yo  me  resistía... 
Viendoesto, medijo...  ¿No  quieres?  pues 
no  tendrás  mas  trabajo  y  te  despido  de  ia 
fábrica. 

— ¡  Qué  infamia  !  dijo  la  tia  Arsène. 
—Volvía  mi  casa  desecha  en  lágrimas. 


ALBCI 


159 


y  Tni  pobre  lía  me  acon!$t>3Ó  que  no  ce- 
diese y  que  me  colocase  en  otra  parte 

pero  esto  era  imposible  pues  toda^  las  fá- 
bricas estaban  llenas  de  gente.  Una  des- 
gracia no  viene  nunca  sota  :  mi  tía  cayó 
enferma,  y  en  la  casa  no  habia  un  cuarto: 
me  armé  de  resolución  y  volvié  la  fábrica 
á  suplicar  al  oficial  mayor,  que  me  reci- 
biese  Pero  por  mas  que  hice  nada 

<«  Peor  para  tí,  me  dijo,  puesto  que  re- 
«  husas  tu  dicha  ,  y  si  hubieras  sido  con- 
«  descendiente,  tal  vez  me  hubiera  casado 

«  contigo  después »  ¿Qué  qtiereis  que 

os  diga,  tia  Arsène?  La  ntiseria  me  ame 
•nazaba,  yo  no  tenia  trabajo,  mi  tia  es- 
taba enferma,  el  oíkial  mayor  me  decia 

<^<e  se  casarla  conmigo Hice  lo  que 

-otras  muchas. 

— íY  cuatido  le  recordasteis  su  pro- 
mesa qué  dijo? 

— Se  burló  de  mí ,  por  supuesto ,  y  al 
cabo  de  seis  meses  me  plantó.  Entonces 
fué  cuando  agoté  toiias  las  lágrimas  de  mi 
cuerpo  en  términos  que  ya  no  me  que- 
dan mas.  Después  tuve  una  enfermedad... 
y  en  fin,  como  para  todo  hay  consuelo... 

me  consolé y  de  unos  en  otros  encoji- 

tré  á  Phitemon....  en  quien  me  vengo  de 
ios  otros Pues  yo  soy  su  tirano,  aña- 
dió Rusa  Pompon  con  aire  trágico,  pu- 
diéndose conocer  que  se  disipaba  la  tris- 
teza que  habia  cubierto  su  bello  rostro 
durante  la  relación  que  hizo  á  la  tia  Ar- 
sène. 

— Es  una  verdad ,  repuso  esta ,  reflec- 

sionando ¿Quién  proteje  á  una  ji'iven 

después  de  haber  sido  engañada?  ¿quién?  . . 
¿quién  la  defiende?  muchas  veces  sentirá 
una  la  culpa  de  un  mal  proceder y... 

— ¡Calla I ¡Nini  Moultn  1  esclamó 

Rosa  Pompon  interrumpiendo  á  la  fru- 
tera y  mormurando  hacia   el  otro  lado 

de  la  calle {cuanto  madruga!  ¿qué 

querrá? 


Y  diciendo  esto ,  Rosa  se  cubrió  con  el 
mayor  cuidado  con  ku  capa. 

Efectivamente,  Santiago  Oumuulin  se 
aproximaba  con  el  sombroru  inclinado  á 
la  oreja  ,  con  su  rubicunda  i.ariz  y  kus 
brillantes  ojos:  traia  su  paleto  i  manera 
de  saco  que  contorneaba  perfectafnonle 
su  abdomen  :  tenia  metidas  las  manus  «>ii 
los  bulsillos  y  en  una  de  ellas  llevaba  un 
bastón  de  estotjue.  En  el  momento  que 
llegó  á  la  puerta ,  sin  diida  con  intencioo 
de  interrogar  ala  portera,  reparó  en  Rosa 
Pompon. 

— jCómo  I  ¡mí  pupila  está  ya  levan» 
tada!  ¡estamos  fre»cosl  ¡y  yo  que  venia 
á  bendecirla  tan  temprano  t 

Nini  Moulin,  abriendo  los  brazos,  se 
acerca  á  Rosa  Pompon  que  retrocedió  un 
paso. 

— ¡Cómo,  ingiata!  repuso  el  escritor 
religioso,  ¡rehusáis  un  abrazo  matutino 
y  paternal! 

— Yo  solo  admito  abrazos  matutinos  de 

Philemon Ayer  recibí una  caria 

suya  con  un  barrilito  de  arrope,  una  an- 
guila y  un  frasco  de  rosoli  ¡qué  regalo 
tan  ridículo,  eh!  Me  he  quedado  con  el 
rosoli  y  lo  domas  lo  he  cambiado  por  dos 
divinos  pichones  que  he  puesto  en  el  des- 
pacho de  Philemon  que  he  convertido  on 
un  bonito  palomar.  Mi  expogo  traerá  700 
francos  que  ha  pedido  á  su  respetable  fa- 
milia con  el  pretesto  de  aprender  el  ba- 
jón, la  trompeta  de  pistón  y  la  cervatena, 
coo  el  objeto  de  alegrar  la  sociedad  y  de 

hacer  una  boda de  gusto...  como  vos 

decís,  perillán. 

— Y  bien,  querida  pupila,  ¿no  podría- 
mos probar  el  rosoli  y  alegrarnos  mien- 
tras viene  Philemon  con  sus  700  francos? 

Y  diciendo  esto  Nini  Moulin  se  tocó  los 
bolsillos  del  chaleco ,  que  produjeron  un 
sonido  metálico,  diciendo: 

—  Venia  á  proponeros  el   alegrar   mi 


160 


âL&uH. 


>ida  hoy ,  mañana ,  y  aun  prásfftJo  mafia- 
na ,  s¡  os  tienta  el  corazón 

— Si  se  trata  de  diversioiies  írrocenles 
y  paternales,  nní  coraáon  me  tienta. 

— No  tengáis  cuidado:  yo  seré- para  vos 
un  abuelo,  un  bisabuelo,  un  retrato  de 
familia.  ¡Vamos!  paseo,  comida,  teatro, 
baile  dtí  máscaras  y  después  tena:  ¿os 
conyíene  esto? 

—Con  la  condicioTí  qrio  la  pobre  Ccfïïa 
vendrá  lambicw.  Esto  la  distraerá. 

— i-Qiie  venga  Cefisa. 

— ¿Habéis  beredado,  apostolon? 

— Algo  mejor  que  eso,  m\  Rosa,  ma- 
yor que  todas  las  llosas  Pompones...  Soy 
redactor  principal  de  un  periódico  reli- 
gioso  y  como  en  este  respetable  oficio 

es  menester  darse  importancia  pido-todos 
los  meses  una  mesada  adelantada  y  tres 
dias  de  libertad  :  con  esta  condicicm  me 
someto  á  hacer  el  Santo  durante  ^7  dias 
de  los  30  que  tiene  el  mes,  y  á  estar  siem- 
pre grave  y  pesado  como  un  periódico. 

— ¡Vos!  ¡un  periódico!  ¡eso  será  gra- 
cioso! ¡cómo  andará  de  mano  en  mano 
y  por  las  mesas  del  café  de  los  Pasos  Per- 
didos ! 

— Sí,  gracioso  y  para  lodo  el  mundo... 
Todo  eso  se  liará  á  costa  de  sacristanes... 
qne  no  repararán  en  el  dinero  con  tal  que 
el  periódico  muerda  y  despedace,  q-ueme, 

aniquile,  estermiiie  y  asesine ¡Cómo 

soy!  ¡jamas  seré  ton  furibundo!  añaítfó 
Nini  Motilin  Soltando  una  gran  carcaja- 
da   bañ.-vré  toda  clase  de  heridas  vivas 

con  la  prinïcra  CMCcba  ó  con  mi  hiél  es¡u- 
mosn. 

Y  dicieiiJo  estii,  imitó  el  ruido  que  lia 
ee  el  tapou  de  unabolella  de  Chanqwgne, 
lo  cu*l  hizo  rrir  intwho  i  Rosa  Pompon. 
— ¿Y  <{u<í  título  tiene  vuestro  periódico 
de  saítTtailaues?  repuso  f<A». 

— Se  üaiua  vi  Amor  del  Prójiíno. 
r-Knharabucna,  este  sí  que  es  bonito 
nombre. 


—Esperad ,  tiene  oíro. 

=Vearmos. 

=E[ aiiior  Jd  Prójimo,  ó  el  Eslenni- 
vador  (fe  loa  tncréduTos  ,  de  los  índifereñ- 
l'es,  de  los  Tibios  y  afros,  con  este  epígrafe 
del  gran  Bosnet:  tas  que  no  están  con  no- 
sotros son  contra  nosotros. 

-^As¡  d"ice  siempre  I^hilemon  en  stiS 
bataíFas  de  la  ClioZa,  haciendo  el  motí- 
nete. 

^■^Kso  pnielva  (¡ue  el  géiiio  de  águila- dé 
¡Vfeanx  es  univer^ial.  Yo  solo  Fe  hallo  urt 
dvfccto,  y  es  haber  tenido  envidia  deMo^ 
liér^. 

—  Vaya,  envidia  de  autor ,^  dijo  Rof»a 
Pompon. 

— ¡Nîaligna!  re¡)Uso  Nini  .MouHn,  ame^ 
nazándoia  con  el  dedu. 

—  Me  parece  qtie  vas  á  estprmrrtaw  á 
Mme.  de  la  Sainte-Golombei..  porque  es 
algo  tibia...  ¿Y  vuestra  boda? 

— Al  contrario,  mi  periódico  serviráde 
mucho...  ¡Vaya!  ¡redactor  principal!  ¡es 
una  soberbia  posición!  Los  sacristanes  me 
ensalzan,  me  animan',  me  sostienen  y  uie 
bendicen.  Me  apodero  de  la  Sainle-Co- 
lombe...  y  entonces...  una  vida...  una 
vida...  á  muerte. 

Eií  este  momento  entró  el  cartero  en  la 
tienda  y  entregó  una  carta  álafruteradi- 
ciéndole  : 

— Para  M.  Carlomagno:  franqueada... 

—  ¡Calla!  dijo  Rosa  Pompon...  es  para 
el  viejecito  misterioso  (jue  tiene  unas  cos- 
tumbres tan  estrañas...  ¿lisa  carta  viene 
de  lejos? 

— Yo  lo  creo,  viene  de  Ita  ia,  de  Roma, 
dijo  Nini  Moufin,  mira'ndo  la  carta  quefa 
frutera  tenia  en  la  mano.  Decidme,  ¿(|uléh 
es  ese  viejecito  singular  de  (|uien  habíais? 

— Figuraos,  aposlofon,  respondió  Rosa, 
un  viejo  bonazo  que  vive  en  dos  cuartos 
en  el  fondo  del  patio,  en  los  (¡ue  noduerv 
me  nunca ,  y  á  donde  viene  á  encerrarse 
de  cuando  en  cuando  durante  muchas  ho- 


AI 

ras,  sia  pcriuitir  que  entre  iiatiie...  y  sin 
(|U0  SQ  sepa  jo  que  hace...         ,  .  .      i  ■ 

—  Kse  será  sin  duda  (m  conspirador  ó 
iiu  monedero  falso,  saltó  Niiii  Moulin 
riendo. 

— j  Pobre  hombre!  dijo  la  tía  Arseni.', 
¿donde  está  su  moneda  falsa?  siémbreme 
paga  en  piezas  de  cobre  el  pedazo  de  pan 
y  el  rábano  no  ro  cpie  le  compro  para  su 
desayuno,  cuando  se  (le^a^ulla. 

— ¿V  cómo  se  Iliuna  ese  njisleiioso  ca- 
duco? preguntó  Dumoulin.  , 

— Mr.  Carloinagno,  respondió  la  frute- 
ra.... pero  miriid cuando  se  habla  d<  I 

rey  dg  Uuma,  luego  asoma. 

— ¿Dónde  está  ese  rey? 

— .Mirad  allí  abajo  aquel  viejecito....  al 
lado  de  Ia;s  paredes  de  la  cosa,(|ue  va  con 
el  cuello  torcido  y  con  el  paraguas  debajo 
del  brazo... 

—  ¡Mr.  Uodinl  esclamó  Jíini  Moulin; 
y  retrocediendo  de  pronto,  bíjó  precipita- 
damente tres  escalones  para  que  no  le  vie- 
sen. En  seguida  aùadiy  : 

— ¿Cómo^decís  que  se  llama  ese  caba- 
llero? '   '■ 

— Mr.Carloma¿;no...¿Leconoceis?  pre- 
guntó la  frutera. 

— ¿Qué  diablo  viene  a  biiçt^i*  a<iuí  con 
un  nombre  supuesto?  dijo  í^antiago  Du- 
moulin en  voz  baja ,  hablan  lo  consigo 
mismo. 

— ¿<  cu  qué  le  conocéis?  repuso  Uosa 
Pompón  con  impaciencia...  ¿Ou*^  pesado 
estais?  ,  .     ^        , 

— ¿Y  ese  caballero  tiene  en  esta  c^sa 
dos  cuartos  donde  vive  misteriosamente? 
preguntó  Dumoulin  cada  vez  mas  sorpren- 
dido. 

— Sí,  respondió  Uosa  Pompon;  desde 
«1  palomar  de  Philemon  se  \en  sus  ven- 
tanas. 

— ¡Pronto!  ¡pronto!  pasemos  por  el 
Corredor  para  que  no  me  encuentre,  dijo 
Dumoulin. 


ICI 


Y  sin  que  Kwlin  te  y'wfi,  pisó  desde  t^ 
tienda  al  corredor ,  desde  doiidc  subió  la 
escalera  del  cuarto  de  Ro«t  Pompon. 

— Ituenos  dias,  ücñur  ("arlomagno,  dij'i 
la  tia  Arsène  i  Koilw»,  que  se  apruxicnaba 
á  la  puerta  :  ¡  vaya  !  me  alegro  (|ue  v»'n- 
gais  hoy  dos  veces,  porque  se  os  ve  poco.' 

— Sois  niuf  atenta,  querida  señora,  res- 
pondii'i  Uodin  haciendo  un  saludo  nuiy 
cumplido. 

Y  en  esto  entró  en  la  tienda  de  la  fru- 
tera. 

XXIX. 

EL    TAÍÚCO." 

La  íisonomía  de  Uodin  al  entrar  en  ca- 
sa de  lá  tia  Arsène  manifestaba  la  mas 
candida  sencillez;  apoyóse  en  su  paraguas 
y  dijo  : 

— Siento  mucho ,  amiga  mía  ,  liaberos 
despertado  esta  mofiana  tan  temprano. 

— Caballera,  V.  no  es  t^ií  importunoqué 
dé  lugar  é  que  me  queje. 

— ¿Qué  queréis, amiga  mía?  vivo  en  e 
campó,  y  solo  puedu  venir  de  cuando  en 
cuando  á  esta  casa  para  arreglar  mís  ne- 
gocillos. 

— A  propósito,  caballero,  la  caria  que 
usted  esperaba  ayer,  ha  llegado  hoy.  .Aq^u 
está,  dijo  la  frutera  fiacándula  de  su  faltri- 
()uera  :  es  -franca. 

I  — (íracias,  anaiga  mia ,  dijo  Rodin  lo- 
mando la  carta  con  aparente  indiierencia, 
y  metiendó^la  en  el  bolsillo  del  contado 
de  su  levita,  abotonándose  este  en  segui- 
da y  con  el  mayor  cuidado.. 

— ¿Sube  y.  á  su  cuarto? 

— Sí,  amiga  mia. 

— En  ese  caso  voy  á  preparar  las  provi- 
siones de  V.,  dijo  la  tia  Arsène.  ¿Necesi- 
ta V.  lo  mismo  que  siempre? 

— (v)mo  de  ordinario. 

— .\l  instante  las  tendrá  Y. 

Diciendo  e>to,  la  frutera  tomó  un  cesto 
vieji>;  y  dtspues  de  haber  conservado  un 
poco  el  fuego  con  algunas  astillas  y  unos 
41* 


162  ALBDM. 

pedazos  de  carbón ,  cubrió  este  combustí* 
ble  CDD  una  hoja  de  col  ;  eo  seguida ,  fué 
al  interior  de  su  tocador  y  sacó  de  un  ar- 
mario un  enornie  pan  redondo  del  que 
cortó  un  pedazo  y  escogió  con  su  vista 
perspicaz  un  magnífico  rábano  negro  en- 
tre muchos  otros ,  y  dividiéndole  en  dos 
partes  »  hizo  un  agujero  en  cada  una  de 
ellas  donde  echó  sal  ordinaria:  volvió  á 
colocar  los  dos  pedazos  y  los  dejó  con  su- 
mo cuidado  junto  al  pan  sobre  la  hoja  de 
col  que  separaba  los  combustibles  de  los 
comestibles.  Tomando  después  de  su  hor- 
nillo algunas  brasas,  las  metió  en  un  pe- 
queño zueco  lleno  de  ceniza  que  puso  tam- 
bién junto  al  cesto. 

La  tia  Arsène  subió  hasta  el  último  es- 
calón y  dijo  á  Rodinj: 
— Aquí  tiene  Y.  su  cesto ,  caballero. 
— Muchas  gracias,  amiga  mia,  respon- 
dió Rodin ,  metiendo  la  mano  en  el  bol- 
sillo de  su  pantalon  de  donde  sacó  algu- 
nos cuartos  que  dio  á  la  frutera ,  á  quien 
dijo  tomando  el  cesto: 

—En  el  momento  que  baje,  os  devol- 
veré vuestro  cesto,  ¡según  costumbre. 

— Como  V.  gusté^  caballero,  para  ser- 
vir á  V.,  dijo  la  tia  Arsène. 

Rodin  tomó  su  paraguas  bajo  el  brazo 
izquierdo,  levantó  con  la  mano  derecha  el 
cesto  que  le  había  dado  la  frutera ,  entró 
eu  el  oscuro  corredor,  atravesó  un  pati- 
nillo ,  subió  con  paso  jovial  hasta  el  se- 
gundo piso  que  estaba  bastante  deteriora- 
do, y  al  llrgar  allí  sacó  una  llave  del  bol- 
sillo y  abrió  una  puerta  que  cerró  en  se- 
guida con  precaución. 

El  primero  de  los  dos  cuartos  que  él  ocu- 
paba, estaba  enteramente  desmantelado; 
en  cuanto  al  segundo,  no  es  posible  ima- 
ginar un  tabuco  mas  triste  ni  mas  mise- 
rable. 

Un  papel  roto,  sucio,  y  cuyo  primitivo 
color  no  se  podía  reconocer,  cubría  las  pa- 
redes: un  catre  cojo  con  un  mal  colchón 


y  una  manta  de  lana  picada,  un  taburete, 
una  mesita  carcomida,  una  estufa  de  loza 
tan  pintarrajeada  como  l«  porcelana  del 
vapor,  un  baúl  viejo  con  su  candado  de- 
bajo de  la  cama,  componía  el  mueblaje  de 
aquel  deteriorado  tabuco. 

Una  ventama  de  vidrios  muy  sácios  da- 
ban apenas  claridad  á  este  cuarto,  privado 
casi  enteramente  de  aire  y  de  luz  á  causa 
de  la  elevación  del  edificio  de  fachada: 
dos  paiíuelos  viejos  de  tabaco  unidos  con 
alfileres  que  podían  eo/rerse  ó  descor- 
rerse sobre  una  guita  atada  delante  de  la 
ventana  servían  de  cortina:  enfin,  los 
ladrillos  levantados  y  rotos  poniande  ma- 
nifíesto  el  barro  del  pavimento  y  la  pro- 
funda incuria  del  inquilino  que  habitaba 
aquella  casa. 

Después  que  Rodin  cerró  su  puerta, 
ecbó  su  sombrero  y  su  paraguas  sobre  la 
cama,  dejó  el  cesto  en  el  suelo,  sacó  el 
rábano  negro  y  el  pan,  puso  todo  esto  so- 
bre la  mesa  y  arrodillándose  en  seguida 
delante  la  estufa,  la  llenó  de  combustibles 
y  encendió ,  soplando  con  sus  potentes  y 
vigorosos  pulmones ,  las  brasas  que  había 
traído  en  el  zueco. 

Luego  que,  según  la  palabra  técnica,  la 
estufa  tiróf  Rodin  fué  á  correr  sobre  ,1a 
guita  los  dos  paiíuelos  de  tabaco  que  le 
servían  de  cortinas;  en  seguida,  creyén- 
dose bien  resguardado  de  la  vista  de  todos, 
sacó  del  bolsillo  del  costado  de  su  le\íta 
la  carta  que  la  tía  Arsène  le  había  entre- 
gado. 

Al  hacer  este  movimiento,  sacó  una  in- 
finidad de  papeles  y  objetos  diferentes; 
uno  de  aquellos,  abultado  y  mugriento  en 
forma  de  un  paquetito,  cayó  sóbrela  me- 
sa y  se  abrió:  contenia  una  cruz  déla  Le- 
gión de  Honor,  de  plata,  tomada  por  el 
tiempo ,  y  la  cinta  encarnada  de  esta  cniz 
casi  iiabía  perdido  su  primitivo  color. 

Al  ver  esta  cruz,  que  volvió  á  meter  en 
la  faltriquera  con  la  medalla  que  Farin- 


ALBL'X 

-ghei  habia  quitado  á  Djalma ,  Rodin  se 
cncojió  de  hontbrus  sonriéftdose  con  jaiie 
de  desprecio  y  sardóuico;  sacó  su  enorme 
reloj  de  plata  y  lo  puso  sobre  la  OK'sa  al 
lado  déla  carta  de  Roma,  i  laque  se  que- 
dó mirando  con  una  mezcla  singular  de 
desconnanza  y  de  esperanza  ,  de  temor  y 
de  impaciente  ctjriusidad. 

Al  cabo  de  un  momento  de  reflecsion 
se  dispuso  i  romper  el  sobre...  pero  la  ar- 
rojó de  pronto  sobre  la  mesa,  como  si  por 
un  estraño  capricho  luibiese  querido  pro- 
longar algunos  instantes  mas  la  inceiti- 
duinbre  tan  punzante  é  irritante  como  la 
«moción  del  juego.  Mirando  después  á  su 
celoj,  se  res3lvió  á  no  abrir  la  carta  hasta 
<}ue  la  aguja  marcase  las  nueve  y  media  : 
faltabafi  solo  siete  minutos. 

Por  una  <]e  aquellas  singularidades  pue- 
«Iniciite  fatalistas,  de  las  cuales  no  están 
«xentos  los  hombres  de  mas  talento,  decía, 
para  si:  me  estoy  consumiendo  por  abrir 
esta  carta.  Si  no  la  abro  hasta  las  nueve 
y  media,  las  noticias  que  traiga  serán  fa- 
vorables. 

F«ra  llenar  estos  minutos  dio  algunos 
paseos  por  el  cuarto  y  fué  á  ponerse,  por 
decirlo  asi,  en  contemplación  delante  de 
dos  estampas  amarillentas,  carcomidas  á 
fuerza  de  tiempo  y  sujetas  á  la  pared  con 
dus  clavos  mohosos. 

El  primero  dt  estos  oli/f/05  í/earíe,  único 


163 


adorno  que  hulm  siempre  en  el  cuarto  de    terilidad,  las  facciones  del  joven  porquero 


Kodin,  era  una  de  aquellas  mujeies  gro- 
seramente grabadas  é  iluminadas  de  ro- 
jo, amarillo,  vt-rde  y  azul,  que  se  venden 
en  las  ferias:  una  inscripción  italiana  aiiun 
ciaba  que  este  grabado  habia  sido  hecho 
en  Roma. 

Representaba  una  mujer  cubierta  de 
guiñapos  (|ue  llevaba  una  alforja  y  que  te- 
nia sobre  tas  piernas  á  un  niñu:  una  hor- 
rible gitana  tenia  en  sus  manos  una  délas 
del  niño  en  la  que  parecía  leer  el  porvenir, 
porque  salían  de  su  boca  en  gruesos  ce» 


racteres  las  palabras  siguientei :  ¡ara  Papa 
(será  Papa.  ) 

Kl  segundo  de  estoi  objetos  de  arte,  qu« 
al  parecer  inspiraban  á  Uodin  profunda* 
reflexiones,  era  un  esceleute  grabado  eu 
dulce,  preciosamente  acabado,  y  ruyo  cor- 
recto dibujo  contrastaba  singularmente 
con  los  groseros  colores  con  que  estaba 
iluminada  la  otra  estampa. 

Este  raro  y  magnífico  grabado,  por  el 
cual  habia  dado  Rodin  seis  luises  (  lujo 
enorme)  representaba  un  joven  cubierto 
de  andrajos;  su  fealdad  estaba  compensa- 
da con  la  viva  espresion  de  su  fisonomía 
vigorosamente  caracterizada  :  sentado  en 
una  piedra,  rodeado  por  todas  part«s  úc 
puercos  que  estaba  guardando ,  se  le  vi-ia 
de  frente  con  los  codos  apoyados  en  las 
rodillas  y  su  barba  en  la  palma  de  U 
mano. 

La  actitud  reflexiva  de  este  joven  ves» 
tído  como  un  mendigo,  el  poder  de  su  es- 
paciosa frei'te,  la  sutileza  de  sus  penetran- 
tes miradas  y  la  firmeza  de  su  boca  pare- 
cían revelar  ujia  indomable  resolución 
unida  á  una  superior  inteligencia  y  á  una 
astuciosa  destreza. 

Mas  allá  se  veía  un  medallón  con  los 
atributos  pontiíicales  y  en  su  centro  es- 
taba grabada  la  cabeza  de  un  anciano, 
cuyo  perfil  sumamente  pronunciado,  re- 
cordaba perfectamente,  á  pesar  de  su  es- 


En  hn ,  este  grabado  tenia  por  titulo: 
LA  JL'VENTLD  DE  SIXTO  v  ,  y  la  cstampa 
iluminada:  la  Predicción  (  1  ) 

A  fuerza  de  contemplar  cada  vez  mas 
estos  cuadros  con  una  curiosidad  ardiente 
é  interrogativa,  como  si  les  hubiera  pe- 
dido inspiraciones  ó  profecías,  se  iiabia 
acercado  tanto  á  ellos   que,  aunque  esta- 


(2)  Según  la  tradición,  parece  que  se 
profetizó  á  la  madre  de  Sixto  V  que  su 
hijo  seria  Papa,  y  que  en  su  primer  juven- 
tud guardaría  rebaños. 


16Î 


ÂLBUÉ. 


bá  de  pié,  dobló  ol  brazo  del-éëlid  detrás 
de  su  cabeza ,  y  estaba ,  gar  rfé¿írío  aái , 
apoyado  con  el  codo  en  la  |)ài^èiÎ,  al  niis- 
mo  tiempo  que  oculta otfo  S(f  rtiâriô  ¡z 
quierda  en  el  bolsillo  de  su  pantalon  ne- 
gro, separaba  uno  de  los  faldones  de  su 
vieja  levita  color  de  acéilúria. 

Asi  estuvo  muchos  miriuios  eri  una  ac- 
titud reflexiva. 


Ya  hemos  dicho  qué  Rodiii  vén'iá  ratas 
veces  á  este  aposento;  hasta  entonces  y  se- 
gún las  reglasdesuórden, había vividocoi) 
el  padre  de  Aigrigny ,  cuya  vigilancia  le 
estaba  especialmente  en'cargáda;  ni^^uñ 
miembro  de  la  congi'ègadon ,  principal- 
mente en  la  posesión  subalterna  én  que 
había  estado  Rodirt  haista  aquel  moïnèhto, 
podía  enecírraíse  én  sú  cuarto*,  ní  aun 
tener  un  mueble  coa  llave;  asi  nada  s'e 
oponía  al  ejercicio  de  un  espionaje  mutuo 
y  continuo ,  que  es  uno  dejos  medios  po- 
derosos de  acción  de  servidumiire  usada 
en  la  compañía  de  Jesús. 

En  razón  de  las  diferentes  combinacio- 
nes que  le  eran  personales,  aunque  se  re- 
ferian  en  algunos  puwtos'  á  los  intereses 
generales  de  la  Orden,  Ilodin  habia  to- 
mado esta  casa,  sin  que  nadie  lo  supiese, 
en  la  cíiíle  de  C!ovi¿. 

Desdo  el  fondo  de  este  tabuco  ignorado 
correspondía  él  coadjutor  di  recta W»erit'e'có'rV 
los  pcrsiihajtís  mas  eminentes  y  dáiíia"!  in- 
flujo del  Santo  ColegioV 

Nuestros  lectores^  rio  batí r*ári'a'rasó'¿1  ve- 
dado que  al  principio  db  i*sta"  histó'riij  Ko- 
din  escribió  á  Hoin'-i  (pié  el  padre  de  Ai- 
«írigny ,  habiendo  recibido  la  orden  de  sa- 
lir de  Francia  sin  ver  á  su  nióribun'da  ma- 
dre, /lalfíd"  dudado  partir;  también  ten- 
drán 4)rc^ente,  debimos,  que  Rodin  aña- 
dió en  f  Olalla  de  posdala  alpié  de  la  cfarta 
que  denunciaba  ál'getieríírdb  la  O'rdeíl  la 
irrésdlüÜibH'dcl  pddre  de  A'içrighy  : 

— Decid  al  cardenal  príncipe  que  puede 


contar  con  miijo,  pero  espero  que  por  su  paf'^ 
le  tanibien  nie  servirá  açlioamente. 

Este  modo  familiar  de  corresponder  con 
la  mas  poderosa  dignidad  de  la  Orden  :  el 
tono  casi  protector  de|encargoquehaciaal 
cardenal  príncipe,  probaba  lo  suficiente  que 
él  coadjutor  á  pesar  de  su  grado  subalterno 
en  la  apariencia,  estaba  considerado,  en  es- 
ta ¿poca,  c»mo  un  hombre  muy  importante 
por  m,uclios  príncipes  de  la  Iglesia  y  pof 
otrüsd  gniJades  ({ue  le  dirigían  sus  cartasá 
París,  bajo  un  nombresupues^oy  enpifra, 
con  las  precauciones  y  seguridades  de  es- 
tilo, 

Al  cabo  de  muchos  momentos  de  me- 
ditación contemprativa  delante  del  retrato 
a^  Sixío'V.  Rodin  vofviÓ  pausadamente 
á  la  níesa  donde  había  dejado  la  carta,  (jue 
hábia  diferido  abrir,  á  pesar,  de  su  viva 
curiosidad  ,  por  una  espéclfe  de  moratoria 
supersticiosa. 

Coni'»  fa!tab.ih  todavía  algunos míxiutoá 
para  qué  el  reió  nia'rcáso  las  niieve  y  me- 
dia ,  y  con  el  fin  de' no  perder  el  tiempo^ 
Rodin  dispuso  melólicatnente  los  prepa- 
rativos de  su  frugal  desayuno:  puso  sobre 
'ía  mesa  el  pan  y  cVf abano  negro  al  lado 
de  un  pupitre  lleno  de  plumas;  en  segui- 
da, sentándose  en  su  taburete  y  teniendo 
por  decií'lo  asi  la  estufa  entre  las  pier- 
nas, sacó  de  su  faltri(]uera  una  navaja  con 
mango  de  asta  ,  cuya  aguda  hoja  estaba 
sumamente  usada,  cortó  alternativamen- 
te un  pedazo  de  pan  y  otro  de  rábano  y 
empezó  su  frugal  almuerzo  con  robusta 
apetito,  mirando  al  mismo  tiempo  con 
suma  atención  al  minutero  de  su  reloj... 
Cuando  lleg<»  la  hora  fatal,  abrió  el  sobre 
con  mano  trémula... 

Este  sobre  contenía  dos  cartas. 

La  primera  le  satisfizo,  al  parecer,  me- 
dianamente :  poiíiue  al  cabo  de  algunos 
minutos  se  eiieojió  de  hombios,  dio  con 
impaciencia  un  golpe  en  la  mesa  con  el 
uiángo  de  su    navaja,  separó  desdeñosa- 


mçnle  con  el  reverso  do  su  i^c\&  niai^o  la 
carta,  y  rejcorrii'»  la  sèètiiida,  tcní^ñdu  pit 
uoa  mjtno  el  pan  y  metii'iido  ma(|ulnal- 
ipento  con  la  utra  su  rábano  yn  un  mon- 
tón de  sal  ^ri<i  que  estaba  de!»pírramada 
vn  un  ángulo  do  la  rnesa. 

U^peniinaiDeiitb  la  nianadeT\o(Iin(]u^^- 
dó  inmoble.  A  medida  que  iba  leyendo, 
parecía  cada  vez  mas  admirado,  ma$  in- 
teresado y  sorpi-eudido. 

Leva.itàndosc  d''  pronto,  corrió  hacia 
{a  ventana  cpmo  para  asegurarse,  con  un 
segundo  exámvn  d»»  l^!»  cifras  }Je  la  caria, 
(]ue  no  se  Labia  equivocado,  ¡  tati  ides- 
perado  le  parecia  \o  que  le  anunciaban  ! 

Sin  duda  alguna  Rpdinpfey(i  haber  des 
cifrado  bien,  porquç  dejando  caer  si^  bra- 
zo, no  con  abatimiento,  sinq  con  el  pstu- 
por  de.  una  imprevista  y  estraordinaria 
satisfacción,  permaneció  álgun  tiernpocon 
la  cabeza  inclinada  y  los  ojos  fijos 


lui 


la 
única  demostración  de  alegria  que  hizo 
fué  un  suspiro  sonoro,  frecuente  y  prolon- 
gado. 

Los  hombres  quo  »0D  tan  audaces  en 
su  94nbicjon  como  paeicntes  y  testarudos 
vn  sus  manejos  oc<ilto$,  quedan  siempre 
sprprendidos  d<e  la  realización  de  sus  pro- 
yectos, ruando  psla  realización  es  rqjLicUo 
mayor  que  sos  sabia*  y  prudentes  pre- 
visiones. 

Kodin  se  hallal)a  en  este  caso. 

Gracias  á  su  prodigiosa  astricta,  liabiFI- 
dad  y  disimulo;  gracia^  á  las  poderosas 
proiuesas  de  corrupción,  gxacias  en  fui  i 
Ja  singular  mezcla  de  «di]niraciou,  deler- 
ror  y  conHanza  quo  su  ingenio  inspiraba 
á  muchos  personajes  mfluyenles ,  el  go- 
bierno pontiik?!  anunciaba  á  Uo^in  que 
:segun  la  posib.e  y  probable  evontua^i^ad, 
podría,  al  cabo  de  cierto  tiempo,  pn^ten- 
der  con  esperanzas  de  buen  liijo,  una  po- 
sición que  demasiadas  veces  ha  esciLido 
d  temor,  el  odio  y  Ja  auvidia  de  muchos 
soberanos,  y  que  ha  sido  ocupada  muchas 


vece»  por  grnv«'s  liombren  honrados,  por 
abominables  malNadus,  ó  por  gentes  que 
han  »alido  de  la  última  ciase  de  la  tociji- 
d^d. 

I'ero  para  que  Rodin  consiguiese  can 
mas  seguridad  su  objeto,  neceMl«ba  ab- 
solutamente salir  adciunle  en  lo  que  ^e 
bahía  CüU)pr,oiiietido  á  hacer,  ^in  violenria 
y  por  la  sqla  combinación  y  rfiíjrte  délas 
pa.sioues  hábilint-nttfimanejodíis,  á  saber: 

Aíicgurar  á  la  Compaiüa  de  Jesús  la  po- 
sesión de  los  bienes  de  la  familia  de  Htnt- 
fotUÍ. 

Posesión  que,  según  su  vcilor,  tenía  do- 
ble 6  inmensa  consecuencia  ;  porque  Ro- 
din, según  sus  miras  personales,  pensaba 
hacer  de  su  Orden,  cuyo  gefe  estaba  á  sa 
discreción,  un  estribo  y  un  medio  d«  in*> 
tiiuidacion.  Luego  que  pasó  su  primera 
sorpresa,  la  cual  solo  hat^a  sido  efecto 
por  decirlo  asi,  de  una  especie  de  modes- 
tia, de  ambición  y  de  desconfianza  de  éí 
mispio,  deipasiado  común  çn  los  hombres 
realmente  superiores,  Uodin  que  conside- 
raba con  calma  y  lógicamente  las  cosas, 
se  reprocho  casi  su  sorpresa. 

Sin  embargo,  á  poco  rato,  cediendo  por 
una  singular  contradicción  á  una  de  aque- 
llas piitriles  y  absurdas  ideas  á  las  cua'ee 
muchas  veces  obedece  el  hombre  cuando 
jse  cree  enlereraeole  solo  y  oculto ,  se  le- 
vantó de  pronto ,  tomó  la  carta  que  tan 
fejiz  sorpresa  le  había  causado,  y  fué  por 
decirlo  así  á  regocijar  su  vista  en  la  ima- 
gen del  joven  pasJor  (jue  después  fué  Pa- 
pa :  en  seguida  meneando  or&u4Josa  y  triun- 
falmei^te  1^  cabeza,  nrtirando^l  retratocon 
sus  oJ9,s  de  reptil,  dijo  entre  dieoles  po- 
niendo s.ucqchauíbrQso  dedo  <^n  ei  enible- 
n)a  pontifíjcal. 

—  ¡Hola,  hermanpl...  ;puo<^e  ser  qye 
yo  también  !... 

Dfspuos  de  esta  (Nsclamacíon  ridicula, 
voJ\¡ó  á  su  sitio,  y  como  si  la  feliz  nuticú 
que  acababa  de  recibir  hubiese  exaspera* 
42* 


166  ALBUM. 

do  su  apetito,  púsose  la  carta  delante  pa^ 
ra  volverla  á  leer,  y  mirándola  fijamente 
empezó  á  comer  con  una  especie  de  furia 
jocosa  su  pan  duro  y  rábano  negro  tara- 
reando el  antiguo  modo  de  cantar  la  ie- 
tania. 


La  antítesis  de  esta  ambición  inmensa 
casi  justifícada  ya  por  l<  s  Sucesos ,  y  en- 
cerrada, si  podemos  egresarnos  de  este 
modo,  en  tan  miserable  reducto ,  (enia 
cierto  aire  singular ,  grande  y  sobre  todo 
terrible. 

El  P.  d^Aigrigny,  hombre  vivo,  muy 
superior,  á  lo  menos  de  un  valor  real  y 
grande,  gran  señor  por  su  nacimiento, 
sumamente  altanero,  y  colocado  en  la  me- 
jor clase  de  la  sociedad,  no  se  hubiera 
atrevido  ni  aun  á  pensar  el  pretender  á 
lo  que  Rodin  aspiró  de  buenas  á  prime 
ras:  el  único  deseo  del  P.  d'Aigrigny,  y 
el  coadjutor  le  calificaba  de  impertinente, 
era  el  de  llegar  á  ser  un  dia  general  de 
su  Orden ,  de  esa  Orden  que  se  estiende 
por  todo  el  mundo. 

Es  fácil  concebir  la  diferencia  de  las  ap- 
titudes ambiciosas  de  estos  dos  personajes. 
Cuando  un  hombre  de  espíritu  eminente, 
de  juicio  sano  y  vivo ,  que  concentrando 
todas  tas  fuerzas  de  su  cuerpo  y  alma  en 
un  solo  pensamiento,  practica  obstinada- 
mente como  lo  hacia  Rudin ,  la  castidad, 
la  frugalidad  y  en  fm  la  abnegación  volun 
taria  de  toda  especie  de  goces  del  corazón 
y  de  los  sentidos;  un  hombre  semejante 
no  se  rebela  asi  casi  nunca,  contra  los 
preceptos  sagrados  del  Criador,  sino  para 
satisfacer  alguna  pasión  monstruosa  y  de- 
voradora,  divinidad  infernal  que  mediante 
un  sacrilego  pacto,  exige  en  compensación 
de  un  poder  terrible,  la  destrucción  de 
todos  ios  nobles  instintos  con  que  el  Señor 
en  su  eterna  sabiduría  y  en  su  inagotable 
munificencia  dotó  tan  paternalmente  á  las 
criaturas. 


Durante  la  muda  esceña  que  acabamos 
de  pintar,  Rodin  no  habia  notado  que  las 
cortinas  de  una  de  las  ventanas  situadas 
en  él  piso  tercero  del  edificio  que  domi- 
naba el  ala  donde  él  vivía,  se  habían  se- 
parado con  disimulo  descubriendo  á  me- 
dias la  traviesa  fisononiia  de  Rosa  Pom- 
pon, í. 

Resultó  de  esto  qtie  Rodin  á  pesar  del 
muro  formado  por  los  pañuelos  de  taba- 
co, no  habia  quedado  á  cubierto  del  in- 
discreto y  curioso  examen  de  los  dos  co- 
rifeos del  Tulipán  Borrascoso-. 
XXX. 

VSX   VISITA    INESPERADA, 

Aunque  el  contenido  de  las  cartas  de 
Roma  habia  producido  en  Rodin  una  pro- 
funda sorpresa,  no  quiso  dejarla  traslucir 
en  su  respuesta.  Luego  que  concluyó  su 
frugal  desayuno,  tomó  un  pliego  de  pi- 
pel  y  cifró  con  rapidez  la  nota  siguiente 
con  aquel  tono  rudo  y  decidido  que  le 
vra  habitual  cuando  se  veía  obligado  á  re- 
primirse* 

«  No  me  sorprende  lo  que  dicen.  Yo  lo 
«habia  ya  previsto  todo.  La  indecisión  y 
«  cobardía  producen  siempre  estas  conse- 
«cuencias...  Esto  no  es  bastante.  La  Rii* 
«sia  herética  degüella  á  la  Polonia  caló- 
«  lica.  Roma  bendice  á  los  asesinos  y  mai • 
«  dice  á  las  víctimas. 

— «  Eso  me  conviene. 

— «  En  recompensa  la  Rusia  garantiza 
«á  Roma  por  medio  del  Austria  la  san- 
«grienta  opresión  do  los  patriotas  déla 
«  Romana. 

— «  Esto  me  conviene  siempre. 

«  Las  partidas  de  asesinos  del  bueno  del 
«cardenal  Albani  no  son  suficientes  para 
«acabar  con  los  impíos  liberales;  están 
«  cansadas. 

— «  Esto  no  me  conviene  ya. 

«  Es  preciso  que  prosigan  su  intento,  n 


4TBT<H. 


Hi7 


Tín  el  instante  mwmo  enqueRodioica 
'baba  de  trazar  estas  ultimas  palabras, 
•Hanjó  repentinamente  su  atenciuu  1«  «o- 
rx)ra  y  fresca  voz  de  Rosa  Puiiwpon  que, 
sabiendo  de  inemoria  su  Beranger,  liabia 
abierto  la  ventana  dePiíilemon  y  sentada 
sobre  la  barra  que  formaba  ti  antepecho, 
cantaba  con  suRia  dulzuray  geittileza  esta 
copla  del  inmortal  cancionero. 
Mais  quelle  erreur ,  oon^  Dieu  n'est  pas  colère. 

S'tt  créa  tout Á  tout  il  sert  d'appui: 

Yios  qu'il  Dousdunne,  aiuilié  toulélaire, 
£t  vous  amours ,  qui  créez  après  loi, 
Prêtez  un^harme  k  ma  pfailasa(>liie, 
Pour  dissiper  des  rêves  arfligeanv, 
<Le  verre  en  main,  que  chacuo  se  coufie 

Au  Dieu  des  bouiies  gens  ! 

£$te  dulce  y  divino  canto  formaba  un 
contraire  tan  cslfaordiiuirio  con  la  fria 
crueldad  de  las  palabras  escritas  por  Ro- 
■din ,  que  este  se  estremeció  y  se  mordió 
les  labios  de  rabia  al  reconocer  este  estri- 
billo del  gran  poeta,  verdaderamente  cris 
liano,  que  tan  rudos  golpes  ha  dado  i  la 
mala  iglesia. 

Rodin  esperó  algunos  instantes  con  co- 
lérica impaciencia  creyendo  que  la  voz  iba 
á  continuara  pero  Rosa  Pompon  calló  ó 
Á  lo  m'-nos  siguió  haciendo  gorgeos,  y  á 
poco  cantó  otra  copla  ^  la  del  Buen  Papa, 
que  vocalizó  pero  sin  decir  las  palabras. 

No  atreviéndose á  irá  mirar  por  la  ven- 
tana qttieneraatjuel  cantante  importuno, 
se  encogió  de  hombros,  volvió  á  tomar  la 
pluma  y  continuó. 

— Otra  cosa  :  «  Será  necesario  exaspe- 
«rar  á  los  independientes  de  todos  los 
«  paises,  escitar  la  rabia  filosófica  de  Ku- 
«ropa,  estrechar  á  los  liberales,  am<>U- 
«  nar  contra  Roma  todos  los  (|ue  vocife- 
a  ran,  y  para  esto:  proclamar  á  la  faz  del 
<t  mundo  las  tres  proposiciones  ngui«ntes: 

el.*  Es  cosa  abominable  el  sostener  que 
«  se  puede  conseguir  la  salvación  en  cual- 
ftquier  creencia,  c«n  lal  que  las  costumbres 
«  sean  puras. 


"%'  Et  tosa  odiosa  y  absurda  cunctder 
«  <i  los  jntcblos  la  Itbtríad  de  concientia, 

o  3.*  Munifttlar  el  mayor  horror  cnUra 
«  la  libertad  de  imprenta. 

«  Ks  necesario  trabajar  para  queel/ttMM- 
«  hre  débil  declare  enteramente  ortodoxas 
«estas  proposiciones,  exagerar  su  buen 
«  eft'clo  sobre  los  gobieri)os  despóticos  so- 
ft bre  los  verdaderos  católicos,  y  sobre  los 
«  opresores  deJ  pueblo.  De  este  modo  caerá 
«en  el  lazo.  Una  vez  que  esias  propusi» 
«clones  estén  formuladas,  esiallurá  la  tor- 
«  n)«iita.  Levii-.itam«ttto  general  contra 
«  Roma,  escisión  profunda,  el  sacro  cole- 
«  gio  se  dividirá  en  tres  partes.  Una  apro- 
«l>ará,  otra  vituperaré  y  la  lí  tima  tem- 
«  blará.  El  hombre  débil,  espantado  hoy 
«  mucho  mas  que  antes  de  haber  dejadií 
«degollar  á  los  polacos,  do  se  atraverá  á 
«obrar  al  oir  los  clamores,  las  r»'Conveii- 
«cioneSf  las  amenazas,  y  ios  violentos 
«  rompimientos  que  ól  provoca.  Estonie 
«conviene  mucho  y  me  convendrá  siem- 
«  pre. 

«  En  este  caso,  nuestro  P.  V.  deberá 
«  obrar  sobre  la  condonoia  del  hombre  dé- 
ff6i7,  inquietar  su  espíritu  y  atemorizar 
«su  alma. 

«  En  resumen  llenarle  de  disgustos,  di- 
«  vidir  su  consejo,  aislarle,  asustarle,  re- 
«  doblar  el  feroz  ardor  del  buen  Albini, 
«escitar  la  ambición  de  los  Sanfeísias, 
«ofrecerle  los  liberales  por  pasto,  pillaje, 
«  robo,  carnicería  como  la  deCesene,  ver- 
«  dadera  marea  creciente  de  sangre  car- 
(t  bonaria. 

a  El  hombre  débil  se  horrorizará,  ¡triste 
«  ni^tanza  eo  su  nombre!  ¡titubeará,  ti- 
«  tubeará!  todos  los  dias  de  su  vida  scn- 
«  tira  remordimientos,  cada  noche  temor, 
a  cada  minuto  agonía,  y  la  obcecación  con 
«  que  amenaza  no  tardará  en  verificarse, 
n  tal  vez  demasiado  pronto.  Este  es  el  solo 
«riesgo  presente,  á  vos  toca  lomar  pro- 
«videncias. 


168  ALBüat, 

«  En  caso  de  abdicación....  el  gran  pe- 
«  nítericiario  me  ha  cómprendrdp.  En  vez 
«  de  confiar  á  este  general  el  mando  de 
«nuestra  orden,  que  es  la  mejor  milicia 
«  de  la  Santa  Sede,  la  mahdaré  yo  mis- 
«  mo.  Desde  este  momento  esta  milicia 
«  no  itié  causará  inquietud  ;  ejemplo:  Los 
a  genf¿aros  y  la  guardia  pretoria  han  Sido 
«siempre  funestos  á  la  autoridad;  y  ¿por 
«qué?  porijue  han  podido  organizarse 
«  como  defensores  del  podçr  sin  su  inter- 
«  vención,  y  de  oqui  provino  su  poder  de 
«  Intimidación. 

«¿Clemente  XIV?  un  mentecato.  Des- 
«honrar,  abolir  nueslra  Cóhipañía,  falta 
«enorme.  Defenderla,  disculparla, decla- 
«rársé  su  general  es  lo  que  debió  hacer. 

«Estando  entonces  la  Compañía  á  sU 
«disposición  hubiera  consentido  en  todo; 
«  nos  absorvia  ,  nos  sometía  á  la  santa  se- 
«de  que  no  hubiera  tenido  que  temer.... 
unuíHros  SC^rvicios,  Cleménie  XtV  murió 
«de  un  cólico.  Al  buen  entendedor  media 
«  palabra  basta...  En  un  caso  semejante,  yo 
«  no  morirla  de  ese  modo.  » 

La  vibrante  y  sonora  vozde  Rosa  Pom- 
pon retumbó  de  nuevo. 

Rodiri  dio  un  sallo  de  cólera,  pero  po- 
co después  y  á  medida  que  oyó  la  copla 
siguiente,  que  él  nunca  habia  oido  (no 
tenia  á  lieranger  como  la  viuda  de  Phile- 
mon)  eljestiita,  accesible  á  ciertas  ideas 
singulannente  supersticiosas,  se  quedó  in- 
móvil y  casi  horrorizado  de  esta  rara  coin- 
cidencia. El  buen  papa  de  Bcrangcr  es 
quien  habla. 

Que  snnl  les  rois?  desoís  belitres! 


(3u  des  l)rii;antls,  qui,  gros  4' orgueil 
Donnant  leurs  crimes  pour  des  litres, 
Krtire  eux  se  pôusseni  au  cercueil, 
A  prix  d'  or  je  poLs  les  absoudra 
Owctiaogcr  leur  sceptre  c»  U(»uf*Mi. 

Ma  dondOB , 
Kiez  donc , 
Sautez  donc  ! 

Regardez-moi  lancer  la  foudre , 


Jupitf  m'a  fait  son  héritièl^ , 
Je  suis  cDtier. 
Bodm  m«dio  levantado  de  su  srila  ,c^ 
el  cuello  estirado ,  y  la.  tísta  fija,  scgbia 
escuchando,  al  paso  que  Rosa    Pompon , 
revoloteando   como  una    abeja ,  de   una 
en  otra  flor  de  «»  repertorio,  enrlpezaba 
é  eivtoB^r  el  delicioso  estrivillo  de\Colibri> 
El  jesuíta,    no  oy^iwio   mas,  volvió  á 
sentarse  con  c'erlà  especie  deesttipor'  jte- 
ro  al  cabo  rfe  algunos  mhuitosderenexÍQ;i 
su  fisonomía  su  apícnó  de  pronto:  veía  ^ 
feliz  presagio  en  es^  incidente  singular. 

Volvió  á  tomar  la  pluma  y  sus  prime- 
ras |falabraá  se  resintieron»  poi;  decil-fo 
asi ,  de  esta  estraaa  confianza  en  la  fata- 
lidad. 

«  Hasta  este  momento  no  héct*eldonun- 
«  ca  en  el  buen  éxito.  E<ta  es  u  ti  a  razón 
«  muí  para  no  tener  el  menor  descuido. 
«  Los  presenfimierítos  imponen  la  necesi^ 
«  dad  de  redoblar  él  celo*  Ayer  mé  ha 
«ocurrido  una  nueva  ¡dea. 

«  Aqui  se  obrará  de  común  acuerdo.  He 
«Tundádo  lin  periódico  intitulado  Elamor 
«del prójimo.  Por  su  furia  ultramontana, 
«  tiránica  y  liberticida  se  le  creerá  órgano 
«de  Roma.  Yo  acreditaré  estás  voces. 
«Nuevas  furias. 
«  Esto. me  conviene* 
«Voy  á  tratar  la  cuestión  de  la  líber-» 
«  tad  sobre  lá  enseilañza  ;  los  libérales  iití- 
«  >)S  nos  apoyarán.  ¡  Necios  1  riosi  admiten 
«  en  el  dçrcclio  común,  cuando  nbeSlros 
«Drivileííios.inmDrildaile's,  nuestra  iníluen- 
«cia  en  el  confesonario,  y  nuestra  ol)ediçn- 
«cia  á  Roma,  nos  ponen  fuera  ^e\  mU'nio 
«  derecho  común  en  r^zon  >ie  las  ventajas 
«de  que  gozamo^.  DobJemeAte  necio?, 
((  pues  nos  creep  desaíi^madosporqM.éJlof^- 
«  lán  ellos  u.iis/iK^s  compuosytj-os, 

«Cuestión  vital.,   clamores  ¡fritantes, 
«  auevos  para  el  hombre  débil.  Los  ar/o- 
«yos  aumentan  el  torrente. 
')     «  Esto  me  conviene  igualmente. 


ALBUM 

fi  Para  ri'suiuir  on  dos  palabras;  la  ab- 
n  dicariiui  os  el  fin;  loslorreuicscoiiUniJOa 
«  y  la  provocación ,  cl  imJio.  La  luToncia 
«  de  Ucnoponl  cosWa  la  eli-ccion.  l'recio 
«acordad>i,  poneros  vt-mlidoí. 

Uüdin  iulerrutnpió  de  pronto  su  escri- 
tura creyendo  haber  oido  al¿un  ruido  en 
la  puerta  de  su  cuarto,  la  cual  daba  á  \a 
escalera  ;  (|iiedóse  escuchando  sin  re>pirar, 
pero  en  ti»d.  s  parte»  reinaba  el  uiayor  si- 
lencio, creyendo  Iiaber.-e  euganado  volvió 
á  lomar  la  pluma. 


ííí) 


«Yo  me  eítcargo  del  asunto  de  Ucne- 
«pont,  única  base  de  nuestras  coinbina- 
»  doues  Icmpurulcs;  es  nu'ne»ler  tontarlo 
«con  calor,  sustituir  con  el  juego  de  los 
«  intere.vos ,  con  el  resorte  de  las  pasiones 
«las  estúpidas  y  violentas  medidas  del  pa- 
n  dre  d'  Ai{;rigiiy  ,  que  ha  estado  á  punto 
<i  de  coin[»r'Mnelerlo  todo  ;  sin  embary,  no 
u  le  fallan  algunas  buenas  cualidades,  tiene 
u  mundo,  penetración  y  sabe  seducir;  pe 
«  ro  en  una  sola  escala  no  siendo suficien- 
w  teniente  {;rande    para  hacerse  perjueño. 
t(  Vo  sacaró  partido  de  su  verdadero  nié- 
«  rilo,  los  bocados  son  buenos.  Me  he  va 
<i  lido  á  tiempo  del  poder  discrecional  que 
«  me  dio  el  n-verendo  padre  (i.  en  caso 
«.de  necesidad,  yo  haró  conocer  al  padre 
te  d'  Aigrigny  loscomproniisos  secretos  que 
«ligan  al  g<íiernl  conmigo'  hasta  el  dia  se 
«  le  lia  dtja<lo  forjar,  relativamente  á  es- 
ata  herencia,  el  deslino  que  sabéis;  bue- 
w  na  pero  inoportuna  ¡dea;    igual  objeto, 
■n  mas  por  otra  via. 

«Las  noticias,  falsas:  hay  mas  de  200 
t(  millor.cs:  cu  llegaadu  el  caso,  lo  dudoso 
'<  es  cierto. 

«  Queila  una  inmensa  latitud. 

«  Vm  ese  mouíento  el  asmilo  <le  Uene- 
<i  poul  puede  considerarse  didi'.emeoleíniu; 
«  antes  de  tres  meses  estarán  en  uucgíru 
■KpoJer  estos  2Ü0  mülones  por  la  lihre  vo- 
te ¡untad  de  lus  herederos  ;  es  precisu  que 
í<  asi  sea.  Torque  de  lo  contrario,  el  par- 


«  lido  tvmpora)  se  me  va  de  Its  rr.anos;  la 
((  mitad  de  niis  |)roliab¡li<íades  disniiriuyen, 
«  He  pedido  pulieres  amplios,  el  tiempo 
"  urfje,  y  o!)ro  como  -i  ya  los  tuviese. 

«  Necesito  ahsiiliilanirnle  saber  una  so- 
«  la  cosa  para  la  ejeouion  de  niisproyec- 
«  los  y  espero  que  vos  nio  la  diréis,  me  e$ 
n  indífprnmble  ¿me  entendéis?  La  alta  in- 
«  Ilueiicia  de  vuestro  Inrmano  en  la  corle 
«  (le  N'iena  os  servirá.  Necesito  sal>»Tp(jr- 
«  menores  ex  ictos  suhre  la  posi<.'i(vn  actual 
«  del  í/uí/uc  </('  /¿íisf/iíHf/ ,  el  Napoleón  II 
«  de  los  imperialistas.  ¿Se  puede  ó  noen- 
«  tablar  una  corresptHider.cia  secreta  con 
«  el  príncipe  sin  (jue  lo  sepan  los  q,ue  le 
«  rodean? 

«  Tomad  pronto  una  providencia ,  esto 
«es  urgente;  esta  nota  saldrá  hoy,  ma- 
«  uaná  la  completaró  y  la  recfi'ireis  como 
asieni|tie  por  el  pecjueùo  r)>ercader». 

En  el  momento  en  que  Kodin  acababa 
de  meter  y  sellar  esta  caria  bajo  un  do- 
ble sobre,  creyó  liaber  oido  otra  vez  al- 
gún ruido  por  la  parte  de  afuera. 
Púsose  à  escuchar. 

Al  cabo  de  alguuf^s  instantes  de  silen- 
cio ,  dieron  en  la  puerta  muchos  golpes 
seguidos. 

Kodin  se  estremeció:  esta  era  la  pri- 
mera >ez  que  llamaban  á  su  cuarto  des» 
pues  de  un  año  que  vivia  en  la  casa. 

Metiendo  precipitadjimente  en  el  bol- 
sillo de  la  levita  la  carlá^que  acababa  de 
escribir,  fué  en  seguida  á  abrir  la  vieja 
maleta  que  estaba  ocuUa  bajo  el  catre, 
sacó  un  rollo  de  papeles  «nvueltos  en  un 
pañuelo  de  tabaco  hecho  pedazoíí,  metió 
en  este  lejago  las  dos  cartas  cifradas  que 
poco  a  ti  tes  h  a  bi  a  recibido  y  volvió  á  echar 
el  candado  á  la  maleta. 

Por  la  parte  de  afuera  segulnn  llaman- 
do é  la  puerta  con  la  mayor  impaciencia. 
Kodin  cogió  en  la   mano  la  cesta  de  la 
frutera,  puso  el  paraguas  d<  bají  dd  bra- 
zo y  COI)  suma  inquietudfuéhaciala  puer- 
43* 


j70  ALBUM. 

ta  para  saber  quien  era  esta  indiscreta  vi 
sita. 

Abrió  la  puerla  y  se  halló  cara  á  cara 
con  Rosa  Pompon ,  la  cantante  importu- 
na, la  cual  haciendo  una  graciosa  cortesía 
le  preguntó  con  un  aire  enteramente  in- 
genuo. 

—  ¿Vive  aquí  el  señor  Ilodin? 

XXXI. 

UN  SERVICIO   AMISTOSO. 

Bodin ,  á  pesar  de  su  sorpresa  y  de  so 
inquietud,  no  titubeó,  y  reparando  en  las 
curiosas  miradas  de  la  joven  cerró  la  puer- 
ta después  de  haber  salido;  en  seguida  le 
dijo  con  bondad. 

—  ¿A  quién  buscáis,  querida  mia? 

—  Al  señor  Rodin,  respondió  con  jo- 
-vialidad  Rosa  Pompon  abriendo  cuanto 
pudo  sus  lindos  y  azules  ojos  encarándose 
con  Rodin. 

—  No  vive  aqui,  dijo  este  dando  un  pa- 
so en  ademan  de  bajar  la  escalera.  No  le 
conozco....  Ved  si  vive  arriba  ó  abajo. 

—  ¡  Linda  cosa  I  ¡  divertiros  á  vuestra 
cdadl  repuso  Rosa  encogiéndose  de  hom- 
bros, como  si  no  supiéramos  que  os  lla- 
máis Mr.  Rodin. 

— Carlomagno,  saltó  el  coadjutor  incli- 
nándose; Carlomagno  para  serviros  en  lo 
que  esté  de  mi  parte. 

— No  sois  capaz  de  ello,  respondió  Ro- 
sa Pompon  con  tono  magestuoso,  y  aña- 
dió con  aire  solapado  ¿con  qué  tenemos 
escondites  gatunos,  que  cambiamos  de 
nombre?  ¿Tenemos  miedo  que  la  mamá 
Rodin  nos  espione? 

— Escuchad,  amiga  mia,  dijo  el  coad- 
jutor sonriéndose;  i  no  os  dirigís  mal  I  yo 
soy  un  viejo  bonachón  que  gusta  de  los 

jóvenes....  de  los  jóvenes  alegres Asi, 

bien  podéis  divertiros  á  mi  costa pero 

á  lo  menos  dejadme  pasar  porque  tengo 
prisa. 

Y  en  esto  Rodin  dio  otro  paso  hacia  la 
escalera. 


— Señor  Rodin,  dijoUusa  Pompón  cctti 
voz  solemne;  tengo  que  comunicaros  co- 
sas de  gran  importancia,  y  pediros  un  con- 
sejo sobre  un  asunto  que  interesa  al  co- 
razón. 

—  ¡Ahí  ¡veamos  locuela!  ¿no  tenéis 
á  quien  atormentar  en  vuestra  casa  y  ve- 
nís á  esta  ? 

— Yo  vivo  aquí,  señor  Rodin,  respon- 
dió Rosa  Pompon  recalcando  maliciosa- 
mente el  nombre  de  su  víctima. 

—  ¿V^os?  ¡vaya!  no  sabia  que  tenía- 
mos aqui  tan  linda  muchacha. 

— Si,  señor  Rodin,  hace  seis  meses  que 
vivo  en  esta  casa. 

—  ¿De  veras?  ¿y  donde? 

—  En  el  piso  tercero  del  editicio  de  la 
fachada,  señor  Rodin. 

—  ¿Conque,  erais  vos  quien  cantaba 
tan  bien  hace  poco? 

—  Yo  misma. 

—  Verdaderamente  me  habei-  causado 
un  gran  placer. 

—  Sois  muy  atento,  señor  Rodin. 

—  Supongo  que  vivis  aquí  con  vuestra 
respetable  familia. 

—  Yo  lo  creo,  señor  Rodin,  respondió 
Rosa  l^ompon  bajando  los  ojos  con  aire 
ingenuo  ;  vivo  con  mi  abuelo  Philemon  y 
con  mi  abuela  Bacanal...  nádamenos  que 
una  reiita. 

Rodin  habia  estado  hasta  entonces  su- 
mamente inquieto  ignorando  deque  modo 
Rosa  Pompon  habia  descubierto  su  verdade 
ro  nombre;  pero  al oir  nombrará  la  Heina 
Bacanal  y  al  saber  que  vivia  en  esta  casa, 
halló  una  compensación  al  desagradable 
incidente  producido  con  la  aparición  de 
Rosa  Pompon.  Efecfivamenta  importaba 
mucho  á  Rodin  el  saber  donde  podía  en- 
contrar á  la  reina  Bacanal,  querida  de 
Duerme-en- cueros  y  hermana  de  la  Gi- 
bosa; de  la  Gibosa  que  tan  peligrosa  se  la 
habían  pintado  en  su  conver-^acion  con  la 
supcriora  del  convento  y  deide  que  tomó 


ALBTH. 


1 


'parte  en  la  fuga  de  Mlle  de  Cardovîlle. 
Ademas  de  esto,  Kodin,  gracias  á  lo  qui* 
acababa  de  saber,  esperaba  obligar  con 
buenos  modos  á  Uosa  Pompon  á  confesar- 
le el  nombre  de  la  persona  que  le  había 
(Heho  que  Mr.  Carlomagno  se  llamaba 
Mr.  Rodin. 

Apenas  pronunció  la  joven  el  nombre 
de  la  reina  Hacanal ,  cuando  Rodin  juntó 
las  manos,  pareciendo  tan  sorprendido 
'Como  vivamente  interesado. 

— lAh!..r.  querida  amiga,  «esclamó, 
'liacedme  el  favor  de  no  chancearos.^  ¿Se 
trata  acaso  de  una  joven  que  lienp  «ste 
TOote  y  que  es  hermana  de  una  costurera 
«contrahecha? 

—Si-,  señor,  Hene  por  mote  la  reina 
^aCínaH ,  Tespondió  Rosa  Pompon  admi- 
Tada  ;  se  llama  Celisa  Soliveau  y  es  amiga 
mía. 

— ¡  Ah  !  ¿con  que  es  vuestra  amiga? 
dijo  Rodin  retlecsionando. 

— Si,  señor,  mi  íntima  amiga. 

— ¿Y  la  queréis  mucho? 

— Como  á  una  hermana  jPobre  joven! 
^lago  por  ella  lo  <|ue  puedo  y  aun  es  na- 
da.... ¿pero  como  es  posible  que  un  hom- 
bre tan  respetable  y  de  vuestra  edad  co- 
nozca á  la  reina  Bacanal?  ¡  Ah  ,  ah  !  esto 
es  una  prueba  de  que  tenéis  un  nombre 
supuesto.,.. 

—  ¡Querida  mia!  yo  no  tengo  ahora 
tiumor  de  bromas,  dijo  Rodin  con  uno  tan 
triste  que  Rosa  Pompon  ,  arrepintiéiicJoae 
<le  esta  burla,  repuso: 

— Pero,  en  fin,  ¿como  habéis  conocido 
á  Ccfisa? 

— Por  desgracia  no  la  conozco,  pero 
sí  á  un  escelenle  joven  que  está  loco  por 
€lla. 

— ¿Santiago  Renepont? 

— Llamado  por  otro  nombre  Duerme- 
en-cueros.  En  este  momento  está  preso 
por  deudas,  repuso  Rodin  dando  x\n  sus- 
piro. Ayer  le  he  visto. 


— ¿Le  habéis  visto  ayer?  ¡  Cómo  es 
eso!  dijo  Rosa  Pompon  juntando  las  ma- 
nos: venid ,  venid  al  instante  á  casa  de 
Pliilemon  para  dar  á  (leíisa  noticias  de.su 
amante....  ¡está  tan  inquiétai 

— Hija  mia,  yo  quisiera  poder  decirle 
algo  buetío  de  ese  digno  joven  á  (jijÍimi 
aprecio  á  pesar  de  sus  locuras,  por(|ue 
¿quien  es  el  que  no  las  hace?  anadió  Ro- 
din con  indulgente  bondad. 

— Pardiez,  dijo  Rosa  Pompon  contor- 
neándose como  si  estuviera  aun  vestida  de 
descargador.... 

— Aun  añadiré  mas,  repuso  Rodin,  le 
quiero  á  causa  de  sus  locuras,  porque  ya 
veis,  por  mas  quedi^an,  hija  mia,  hiy 
siempre  un  buen  fondo,  en  fin  alguna  co- 
sa, en  todos  aquellos  que  gastan  genero- 
samente su  dinero  con  los  demás. 

— ¡Y  bien!  mirad,  ¡sois  un  buen  hom- 
bre! dijo  Rosa  encantándose  de  la  fílosofía 
de  Rodin.  ¿Pero,  por  que  do  queréis  ve- 
nir á  ver  á  Cefísa  y  i  hablarle  de  San- 
tiago? 

— ¿Que  adelanto  con  decirle  lo  que  sa- 
be? ¿Que  Santiago  está  près  i?  Lo  que  yo 
quisiera  es  sacar  á  ese  digno  joven  de  su 
aprieto.... 

—  ¡Oh!  hacedlo,  ¡sacad  á  Santiago  de 
la  cárcel!  esclamó  Rosa  con  viveza;  si  lo 
hacéis  os  abrazaremos  Celina  y  yo. 

— Seria  perdido,  locuela,  respondió  Ro- 
din sonriéndose;  pero  Ir.inquilizaos;  yo  no 
necesito  recompensas  para  hacer  algún 
bien  cuando  puedo. 

— ¿Conque  creéis  poder  sacará  Santia- 
go de  la  cárcel? 

Rodin  meneó  la  cabeza  y  repuso  con 
aire  triste  y  melancólico: 

— Lo  esperaba.  Ciertamente  lo  espera- 
ba.... pero  en  estos  momentos  ¿que  que- 
réis? todo  ha  variado. 

— ¿  Y  por  qué?  preguntó  Rosa  Pompon 
sorprendida. 

— Esa  pesada  chanza  quo  me  dais  lia- 


172 


ALAIüA. 


mandóme  Mr.  Rodin  debe  parece  ros  muy 
graciosa,  hija  mia;  lo  comprendo  :  en  eso 
no  sois  mas  que  un  eco.  Alguno  os  habrá 
dicho:  id  á  decir  á  Mr.  Carlomagno  que 
se  llama  Rodin eso  será  muy  gra- 
cioso.... 

— Seguramente  que  no  me  hubiera  ocur- 
rido llamaros  Mr.  Rodin;  un  nombre  como 
ese  no  se  ioventa  de  motu  propio,  respon- 
dió Ro<a  Pompon. 

— ¡Y  bien!  esa  persona,  con  sus  chanzas 
ha  causado  sin  «aberlo  un  perjuicio  al  po- 
bre Santiago  Renepont. 

— ¡  Ay,  Dios  mió!  ¿por  qué  os  llamo 
Mr.  Rodin  en  vez  de  Mr.  Carlomagno? 
e&clamó  Rosa  Pompon  con  tristeza,  sin- 
tiendo en  aquel  instante  la  chanza  que 
habia  dado  por  instigación  de  Nini  Moulin, 

Pero,  en  fin,  que  tiene  qufi  vir  esta 
chanza  con  el  servicio  que  podéis  hacer  á 
Santiago?  saltó  Rosa. 

— No  puedo  decíroslo,  hija  mia;  verda- 
deramente siento  todo  esto  por  el  pobre 

Sanliago....  creedlo pero  permitidme 

que  baje. 

— Caballero....  os  ruego  que  me  escu- 
chéis, dijo  Rosa  Pompon  ;  si  yo  os  dije  el 
nombre  de  la  persona  que  me  íia  aconse- 
jado llamaros  Mr.  Rodin.  ¿seguiriais  inte 
Tesándoos  por  Sanliago? 

— Yo  no  frato  de  sorprender  los  secre- 
tos de  nadie,  hija  mia:  en  todo  esto  habéis 


es  que  lentiria  mucho  causar  perjuicio  á 
un  joven  tan  escelente  con  una  chanza  : 
voy  á  deciros  sencillamente  lodo  lo  que 
hay  subro  el  particular;  tal  vez  mi  fran- 
queza pueda  ser  útil  para  algo. 

— La  franqueza  aclara  siempre  las  Co- 
sas mas  oscuras,  dijo  sentenciosamente 
Jlloiin. 

•- — R;en  mirado»  repuso  Rosa  Rom  pon  , 
tanto  peor  para  Nini  Moulin.  ¿A  que  vie- 
ne hacer  loiitcrias  que  puedan  perjudicar 
al  amante  de  la  pobre  Cefisa?  Ved  loque 
ha  pa>ado:  Nini  Molin,  que  es  un  farsan- 
te, acaba  de  veros  poco  hace  en  la  calle; 
la  portera  le  ha  dicho  que  os  llamáis  Car- 
lumagno,  y  él  se  volvió  á  mi  diciéndome  : 
no,  se  llama  Mr.  Rodin,  es  menester  ju- 
garle una  pasada;  Rosa  Pompon,  id  á  lla- 
mar á  su  puerta  y  á  decir'e  Mr.  Rodin. 
Ya  veréis  (jue  cara  pone.  Yo  lie  prome- 
tido á  Nini  Moulin  que  no  le  nombraré, 
pero  ya  que  eito  puede  perjudicar  á  San- 
tiago, no  importa,  le  nombro. 

Al  oir  el  nombre  de  Nini  Moulin,  Ro- 
din no,  habia  podido  reprimir  un  movi- 
miento de  sorpresa.  Este  libeli:;ta  á  quien 
por  su  medio  hablan  encargado  la  redac- 
ción del  Amor  del  Prójimo,  no  era  de  te- 
mer personahnente;  pero  como  Nini  Mou- 
lin era  tan  hablador  y  comunicativo  des- 
pués de  haber  bebido,  que  podia  causar 
inquietud  y  molestar ,  principalmente  si 


sido  el  juguete  ó  el  eco  de  personas  que  j  Rodin  debia  volver,  como  era  probable. 


tal  vez  =^7¿f,  sumamente  pelígr  )SâS ,  y  á 
Té  mia  qtie  á  pesar  de  todo  el  interés  que 
me  inspira  Santiago  Renepont  debéis  saber 
<|ue  no  tengo  ganas  de  granjearme  enemi- 
go», siealo  yo  un  pobre  hombre...  i  Dios 

me  libre  ! 

Rosa  Pompon  no  entendió  la  menor  cosa 
de  los  temoies  de  Rodin,  el  cual  contaba 
con  esto,  porque  al  cabo  de  un  segundo  de 
reQcciíion,  le  dijo  la  joven: 

—Escuchad,  caballero,  eso  es  demasia- 
do para  mí  y  yo  no  lo  entiendo  :  lo  que  sé 


muchas  veces  á  esta  casa  para  la  ejecución 
de  sus  proyectos  n  lativamente  á  Duerme 
en -cueros  por  medio  de  la  reina  Bacanal, 
el  coadjutor  trató  de  remediar  este  incon- 
veniente. 

— Gon(|ue,  hija  mia  ,  dijo  á  Rosa  Pom- 
pon :  ¿Es  un  tal  Desmoulins  quien  os 
ha  aconsejado  el  darme  esta  broma  tan 

pesada? 

—Desmoulins,  no,  sino  Dumoulin, re- 
puso Rosa  Pompon. 

Escribe  en  los  periódicos  de  los  sacris- 


▲  l.ttDM. 


i  73 


Unes  y  defienJe  á  los  devoto-;  por  cl  di- 
nero (|(ic  le  duii,  |)on|ue  si.Níiti  M>)(ilinos 
un  santo....  sus  abo{;aJüS  son  Santos. 

— Esü  caballero  me  parece  moy  ale- 
gre. 

— ¡  Oh  !  ¡  Pí  un  esoelente  sojeto  ! 

—Pero,  esporail,  operad,  repuso  Ko- 
ilin  pareciendo  recordarse  de  alguna  co- 
sa,  ¿no  es  un  lnMubre  como  de  unos 
treinta  y  sei»  a  cuarenta  años,  gordo  y 
"coloiado? 

— Tan  coI.)rado  como  un  vaso  de  vino 
tinto,  y  ademas  con  granos  en  la  nariz 
como  una  franbüesa,  respondió  llosa  Pom- 
pon. 

— Es  el  mismo...  el  señor  Doumoulirv»... 
i  O.'i  !  entonces  me  trant|uilizais,  hija  mía; 
la  broma  no  me  incomoda  ya;  ese  Dou- 
inoulin  es  im  hombre  muy  digno,  y  su 
único  defecto  es  gustar  demasiado  de  los 
placeres. 

— ¿Con  que  trataréis  de  hacer  algo  por 
Santiago?  ¿la  necia  broma  de  Nioi  Mou- 
lin no  os  lo  impedirá? 

— Espero  que  no. 

— No  diré  á  Nini  Moulin  que  vos  sa- 
béis que  ha  sido  él  quien  me  dijo  que  os 
llamase  Mr.  Rodin,  ¿no  es  verdad? 

— Y  por  qué  no,  hija  niia?  esmeneslor 
decir  siempre  y  francamente  la  verdad  en 
lodo. 

—  ¡Pero,  caballero,  Nini  Moulin  me 
ha  encargado  Unto  que  no  le  nombrase... 

— Si-  no  irabeis  cumplido  su  encargo hti 
sido  por  una  razón  muy  justa,  ¿porqin» 
no  se  lo  habéis  de  confesar?  Pero  porotra 
parte,  hija  mia ,  eso  es  cosa  vuestra  y  no 
inia.  Haced  lo  (pie  queráis. 

— ¿Podré  también  ha. dar  á  Cefisa  de 
vuestra'?  buenas  intenciones  respecto  á 
San  ti.»  20? 

— Frariqui  ri,  hija  m'a,  franqueza  sieir- 
pro...  Na«Ja  se  arriesga  nunca  en  decir  lo 
que  hny. 

—;  Pobre  Cefisa  !   ¡  qué  contenta  se  va 


á  poner  !  dijo  Rosa  Pumpon  con  viveza  : 
¡  no  le  vendrá  mal  ! 

—  Pero  es  meneslfr  í]ue  no  exagere  de- 
masiado su  dicha...  > o  nu  prometo  positi- 
vamente liacer  salir  de  la  cJrcel  á  esedig- 

no  joven digo  unie. miente  que  trataré 

de  ello lo  (|ue  os  prometo  formalmen- 
te... pjrt|ue  desde  la  prisión  de  Santiago, 
creo  (|ue  vuestra  amiga  debe  hallarse  en 
una  mala  [Risicion... 

—  Desgraciadamente...  caballero... 

— Repito  que  lo  que  yo  prometo  es  uii 
pequeño  socorio...  que  vuestra  amiga  re- 
cibirá hoy  mismo  para  (jiie  pueda  vivir 
honradamente....  y  si  se  conduce  bien.... 
si  se  conduce  bien,  ya  veremos...  después. 

— ¡  Ah!  caballero.jiosabeiscuan  á  pro- 
pósito llegáis...  al  socorro  de  la  pobre  Ce- 
íisa...  Parece  que  sois  el  ángel  de  su  guar- 
da... Oue  os  llaméis  Mr,  Kodin  ó  Mr.Car- 
lomagno,  lo  que  {)uedo  decir,  por  mi  ho- 
nor, es  qtie  Sois  un  hombre  escelente. 

— Vamos,  vamos,  no  exageréis  las  co- 
sas, repuso  Rodin  interrumpiendo  á  Rosa 
Pompon...  decid  que  soy  un  viejo  honra- 
do y  nada  mas,  hija  mia.  ¡  Ved  como  al- 
gunas veces  se  vuelven  las  cosas!  ¿Quién 
hubiera  podido  decirme  que  cuando  sentí 
llamar  á  mi  puerta,  lo  cual  confieso  que 
me  impacientó  mucho,  qunn  me  hubiera 
dicho  que  era  una  vt'ciinta  la  que  pretes- 
tahdo  una  broma  pesada  me  habia  de  po- 
ner en  el  caso  de  hacer  una  buena  ac- 
ción?... Vamos,  animad  á  vuestra  amiga... 
esta  tarde  recibirá  un  socorro...  vamos... 
conüarjza  y  esperanza...  ¡Gracias  á  Dios, 
hay  buenas  almas  sobre  la  tierra  ! 

— ¡Ah,  caballero!  demasiado  bien  lo 
probáis. 

— ¿Qué  queréis?  la  cosa  es  muy  senci- 
lla.... la  dicha  de  los  viejos...  es  gozar  de 
la  de  la*  Jóvenes.... 

Rodin  pronunció  estas  palabras  con  im» 
bondad  i.in  perfecta,  que  Rusa  Pompon 


sintió  humedecerse  sus  ojos  y  repuso  con- 
movida : 

—Oid, caballero.  Cefisa  y  yosomosunas 
pobres  jóvenes  :  es  verdad  qtie  hay  otras 
que  son  mas  virtuosas,  pero  me  atreveré 
á  decir  que  tenemos  buen  corazón:  si  al- 
guna vez  estuvieseis  enfermo,  no  hay  her- 
mana de  la  caridad  que  pueda  cuidaros 
mejor  que  nosotras...  Esto  es  lo  único  que 

podemos  ofrecer sin  hacer  cuenta  con 

Phiiemon  á  quien  yo  baria  aserrar  en  cua- 
tro partes  por  vos:  lo  prometo  bajo  pala- 
bra de  honor,  del  mismo  modo  que  puedo 
asegurar  que  Cefisa  baria  otro  tanto  rela- 
tivamente á  Santiago  con  quien  podréis 

contar  siempre. 

—Ya  veis,  hija  mia,  que  yo  tema  ra- 
zón cuando  decia:  mala  cabeza,  buen  co- 
razón  Adiós,  hasta  la  vista. 

Rodin  tomando  en  seguida  el  cesto  que 
habia  dejado  en  el  suelo  al  lado  del  pa- 
raguas, se  disponía  á  bajar  la  escalera. 

— Dadme  ese  canasto  que  puede  impe- 
diros bajar,  dijo  Rosa  Pompon  quitándo- 
selo efectivamente  á  Rodin  de  las  manos 
á   pesar   de   su    resistencia:    en   seguida 

añadió  : 

—Apoyaos  en  mi  brazo;  la  escalera  es 
tan  oscura....  podríais  tropezar. 

—Acepto  la  oferta,  hija  mia,  porque  no 

soy  muy  animoso. 

Y  apoyándose  paternalmente  en  el  bra- 
zo de  Rosa  Pompon  que  llevaba  el  cesto 
en  la  mano  izquierda,  Rodin  bajó  la  esca 
lera  y  atravesó  el  patio. 

— Mirad,  ¿veis  allí  arriba,  en  el  tercer 
piso,  aquella  caraza  pegada  á  los  vidrios? 
dijo  de  pronto  Rosa  Pompon  deteniéndose 
en  medio  del  patinillo;  ese  es  Nini  Mou- 
lin  ¿Le  reconocéis?  ¿es  el  mismo  que 

decís  ? 

—Sí,  el  mismo ,  dijo  Rodin  después  de 
haber  levantado  la  vista;  y  al  mismo  tiem- 
po hizo  con  la  mano  un  saludo  muy  afec- 
tuoso ó  Santiago  Dumoulin  quien,  atóni- 
to, se  retiró  de  pronto  de  la  ventana. 


— I  Pobre  hombre  !  Estoy  seguro  q«e 
me  tiene  miedo...  desde  su  pesada  broma, 
dijo  Rodin  sonriendo...  he  hecho  mal.... 

Y  acompañó  las  palabras  lie  heclw  ¡nal 
de  un  siniestro  movimiento  de  labios  que 
Rosa  no  pudo  notar. 

— Vamos,  hija  mia,  le  Jijo  al  entrar  los 
dos  en  el  corredor,  ya  no  tengo  necesidad 
de  vuestro  apoyo;  suliid  pronto  al  cuarto 
de  vuestra  amiga  y  comunicadle  las  ;lMie- 
nas  noticias  que  sabéis. 

— Sí,  señor,  tenéis  razón  :  porque  estny 
rabiando  por  ir  á  decirle  cuan  bueno  sois. 

Y  en  esto  Rosa  Pompon  echó  á  correr 
á  la  escalera. 

— ¡  Y  bien  I  ]  y  bien  !  ;  esa  loctiela  se 
lleva  mi  cesto!  dije  Rodin. 

— j  Ah  I  es  verdad;  perdonad,  Mr.  Ro- 
din ,  tomadlo.  ¡  Pobre  Cefisa  1  ¡  qué  con- 
tenta va  á  ponerse  I  :  Adiós,  caballero. 

Y  la  gentil  persona  de  Rosa  Pompon 
desapareció  en  el  limbo  de  la  escal*  ra  que 
ella  subió  con  impaciencia  y  alegria. 

Rodin  salió  del  corredor. 
— Aquí  tenéis  vuesíro  cesto,  buena  mn- 
ger,  dijo  deteniéndose  en  la  puerta  de  la 
tienda  de  la  lia  Arsène.  Machas  gracias 
por  vuestra  bondad. 

— No  hay  de  qué,  mi  digno  señor:  lo- 
do lo  que  yo  tengo  está  á  vuestra  disposi- 
ción, ¿y  el  rábano  era  bueno? 

— Suculento,  amiga  mia,  suculento  y 
escelente. 

— Me  alegro  mucho. ¿Volveréis  pronto? 
— Espero  que  sí:  ¿podríais  indicarme 
un  buzón  inmediato? 

— Volviendo  á  la  izquierda,  la  tercera 
casa,  en  la  tienda  de  ultramarinos. 
— Muchas  gracias. 

— A|)ueslo  que  se  trata  de  una  carta 
amorosa  para  vuestra  amiga,  dijo  la  lia 
Arsène  á  quien  sin  duda  el  contacto  ëe 
Rosa  Pompon  y  de  Nini  Moulin  habia  aJ<;- 
grado  un  poco. 

—  ¡  Eh...  eh...  eh!  buena  mugef,  dfjo 


%TlT7B. 


m 


BoJin  barláiídose*,  poniéndose  en  seguida 
enteramente  sário,  saludó  prufundanienle 
á  la  frutera,  diciéndula  : 

— Servidor  vuestro, 

Y  salió  á  la  calle. 


Ahora  vaioos  á  cond»K-ir  al  Icclur  á  la 
rasa  del  doctor  Raleiriier  dundo  se  tiallaba 
lodavia  encerrada   Mlle,  de  Cardovilic. 
XXXll. 

LOS   CONSEJOS. 

El  encierro  de  Adriana  deCardnvilleen 
)fl  casa  del  docti»r  Baleinier  habla  sido  mu- 
cho mas  estrecho  desde  la  doble  y  noctur- 
na tentativa  de  Agricol  y  Dagoberlo,  en 
cuya  consecuencia  el  suldadt)  gravemente 
herido  consiguió,  gracias  al  interés  del  in- 
trépido Agricol  ayudado  por  el  heroico 
Quitasolaces,  llegar  hasta  la  puertecita  del 
jardin  del  convento,  desde  donde  echó  á 
correr  por  e'  boulevart  esterior  con  eljó- 
\en  herrero. 

Acababan  de  dar  las  cuatro,  y  Adriana 
(iesde  el  dia  anterior  habia  sido  conduci- 
da á  un  cuarto  del  piso  segundo  de  la  ca- 
sa de  sanidad  ;  la  ventana  ,  defendida  por 
Hna  reja  y  cod  sobradillo,  impedia  dar  á 
este  cuarto  la  claridad  regular. 

Desde  su  última  conversación  con  la 
Gibosa,  la  jóvon  esperaba  recobrar  su  li- 
bertad de  un  dia  á  otro  por  medio  de  la 
intervención  de  stis  amigos;  pero  al  mis- 
mo tiempo  estaba  d»lorosamentein({uieta 
por  Agricol  y  por  Dagoberto. 

Ignorando  att^oliitamente  el  resultado 
de  la  lucha  que  habla  tenido  lugar  una  de 
las  noches  precedentes  entre  sus  liberta- 
dores y  los  criados  de  la  casa  de  locus  y 
del  convento,  trató  de  averiguarlo  inútil- 
mente por  sus  guardas,  los  cuaíes  pcrnia- 
riecieron  n»udos. 

Estos  nuevos  incidentes  aumentaban 
mucho  mas  los  amargos  resentimientos  de 


La  lijera  palidez  del  lindo  rostro  de 
Mlle,  de  Cardoville  y  las  ojeras  de  sus  be- 
llos ojos  revelaban  recientes  aiiiarguia>; 
mentada  delante  de  una  ntesita ,  con  la 
frente  apoyada  en  sus  manos ,  ntedio  cu- 
bierta con  los  espaciosos  rizos  Jo  sus  ca- 
bellos dorados,  ojeaba  un  libro. 

Uepeiitinamenic  se  abrió  la  puerta  y 
entró  el  doctor  Baleiíiier. 

Este,  jesiiita  de  paisano,  instrumento 
pasivo  y  dócil  de  la  vo  untad  de  la  Orden  , 
f)o  guiaba  enteramente,  según  hemos  di- 
cho, (le  la  entera  conlianza  del  V.  d''Ai- 
grigny  ni  de  la  princesa  de  Saint-Dizier. 
Ignoraba  el  t>bjeto  del  encierro  »Je  M  líe. 
de  Cardoville  y  la  repenfii;a  mudanza  do 
posición  de  la  víspera  entre  el  I'.  d'Ai- 
grigny  y  Rodin,  después  de  la  lectura  del 
testamento  de  Marius  de  Uenepont. 

El  doctor  solo  habia  recibido  la  vísprta 
la  orden  del  P.  d'Aigrignj  (obediente de.- 
de  entonces  á  las  inspiraciones  de  Rodin) 
de  esti echar  mas  el  encierro  de  Mile,  du 
Cardoville,  de  redoblar  su  severidad  res- 
pecto á  esta  y  en  fin  de  procinar  obligar- 
la, ya  verenios  por  que  medio,  á  que  re- 
nunciase á  dar  la  (jueja  que  se  proponía 
dar  despoes  contra  sus  opresores. 

AI  ver  al  doctor.  Mile,  de  Cardoville  no 
pudo  disimular  la  aversion  y  el  desprecio 
que  este  hombre  le  inspiraba. 

Mr.  Baleinier  al  contrario,  siempre  con 
la  sonrisa  en  los  labios,  siempre  du!ce,  se 
acercó  á  Adriana  con  entera  libertad  y 
confianza,  se  detuvo  á  pocos  pasos  de  ella, 
Como  queriendo  examinar  las  facciones  de 
la  joven,  y  en  seguida  dijo,  suponiendo  es- 
tar satisfecho  de  las  observaciones  que 
acababa  de  hacer  : 

—  ¡Vamos!  los  desgraciados  aconteci- 
inien:os  de  la  noche  de  antes  de  ayer  ten- 
drán una  influencia  menos  funesta  de  lo 
que  yo  temia.  Hay  mejoría ,  el  cutis  es 


Adriana  contra  la  princesa  de  Saint-Di- I  mas  claro,  el  aire  mas  tranquilo,  los  ojos 
zicr,  el  P.  d'Aigrigny  y  .mjs  secuaces.       | conservan   aun  alguna   viveza,   pero  no 


176 


ALBUM 

¡  Esta 


aquel  brillo  de  un  estado  normal 

hais  tan  bien! El  ft'rniino  d»  vuestra 

cura  se  ha  retardado porque  lo  que 

desgraciadamente  ha  sucedido  dos  días 
hace  ha  producido  una  exaltación  tanto 
mas  funesta,  cuanto  que  no  habéis  tenido 
el  menor  conocimiento  de  ella.  Pero  fe- 
lizmente ,  y  con  nuestros  cuidados ,  es- 
pero que  vuestro  restablecimiento  no  tar- 
dará mucho. 

Por  habituada  qge  estuviese  Adriana  á 
la  audacia  del  hermano  de  la  congrega- 
ción ,  no  pudo  menos  de  decirle  con  una 
amarga  y  desdeñosa  sonrisa  : 

— iQué  impudente  probidad  es  la  vueà- 
Ira,  caballero  1  ¡qué  desfachatez  en  Vues- 
tro celo  en  ganar  bien  el  dinero  I. ..Nunca 
os  quitáis  la  máscara  un  solo  momento: 
siempre  taimado  y  embustero.  Verdade- 
ramente, si  esta  vergonzosa  comedia  os 
causa  tanto  tiedio  como  á  mi  desprecio, 
nunca  estaréis  soficientemente  retribuido, 

— ¡Qué  desgracia  !  respondió  eJ  doctoi* 
con  tono  compungido  ¿porqué  tenéis  la 
fune.>ta  mánia  de  creer  que  no.  necesitáis 
de  nuestros  cuidados? 

Es  posible  que  os  imaginds  que  os  en- 
gaño al  hablaros  del  doloi;oso  estado  en 
que  estabais  cuando  fué  preciso  conduc¡T 
ros  aqni  sin  que  lo  supieseis.  Pero,  es- 
cepto  e>ta  pequeña  prueba  de  vuestro  re 
beldé  mal,  vuestra  posición  se  ha  mejo- 
rado maravillosamente:  camináis  á  una 
completa  cura.  Mas  tarde,  vuestro  esce- 
le.-ite  corazón  me  hará  la  justicia  que  me- 

rezc'"» y  al;;un  dia  seré  juzgado  como 

debo. 

— Yo  lo  creo ,  sí,  ya  llegará  el  dia  que 
seréis  juzgado  como  debéis,  dijo  Adriana 
recalcando  estas  palabras. 

¡  Siempre  fija  esta  otra  idea  !  repuso  el 
doctor  con  unaespecjedecoofíiseracion... 
Vamos,  sed  razonable  y,  nopyenseis  masen 
estas  niñerías, 

—^Renunciar  á  pedir  á,  los,  tribunales  la 


reparación  que  mees  debida  y  la  deshonra 
para  vos  y  para  vuestros  cómplices!  ¡ja- 
más! ¡  oh  !  no,  ¡jamás! 

—  ¡Bueno!  dijo  el  doctor  encojiéodose 
de  hombros...  cuando  estéis  libre,  ¡gracias 
á  Dios  I  ya  pensareis  en  otra  cosa,  nu  lin- 
da enemiga. 

Olvidáis  piad*)samente  el  mal  que  os 
liactis..^.  pero  yo  tengo  una  menoría  me- 
jor. 

Hablemos  con  formalidad.  ¿Pensais  se- 
riamente en  acudir  á  los  tribunales?  re- 
puso el  doctor  Baleinier  con  tono  gravfe. 

— Si  señor;  ya  sabéis...  lo  que  yo  quie- 
ro.... pienso  hacerlo  formalmente. 

— Pues  bieti;  os  ruego  y  suplico  quenó 
prosigáis  en  vuestra  idea,  añadió  el  doctor 
con  tono  cada  vez  mas  compungido;  os  lo 
pido  por  favor  y  en  nombre  de  vuestro 
propio  interés. 

— Me  parece  que  confundís  un  poicó 
vui'Stros  itUereses  con  los  mios. 

— Veamos,  dij.o  el  doctor  Baleinier  con 
fingida  impaciencia  y  como  si  estuviese 
cierto  de  convencer  al  itistante  á  Mlle,  de 
Cardoville;  veamos,  ¿tendríais  el  triste 
valor  de  sumir  en  la  desesperación  dos 
personas  generosas  y  de  buenos  sentimien- 
tos? 

— ¿Solamentedos?  La  chanza  seria  mas 
completa  si  dijeseis  tres:  vos,  mi  tía  y  el 
abate  d'Aigrigny....  pori¡ue  sin  duda  al- 
guna esas  son  las  personas  generosas  en 
cuyo  nouibrf  invocáis  mi  conmiseración. 

— Señorita,  no  se  Ira  a  de  mi,  ni  de 
vuestra  tía,  ni  del  abate  d'Aigrigny. 

—  líntonces,  ¿de  (piieii  ?  dijo  Mlle,  de 
Cardoville  sorprendida. 

— De  dos  pobres  diablos  (juu  enviados 
sin  duda  por  los  que  lldoiois  vueslrosami- 
gos,  Se  han  introducido  en  el  convt'nto  ia- 
medialo  la  otra  noche,  y  lian  pasado  de 
aljí  al  jardin  de  esta  casa....  Los  tiro» 
que  habéis  oido  han  sido  dirigidos  coiilJ-á 
ellos. 


¿1.BI  M. 


177 


--i  Ay  !  i  ya  me  lo  imaginaba  yo!  ¿y 
'porque  no  me  lian  diclio  si  h;>y  al¡j;imo 
lierido?  dijo  Adriana  con  d'iKiro.-a  (  mo- 
ción. 

El  lino  de  lijos  lia  recibido  ima  herida, 
'aunque  poro  i;rave  puesto  (¡ueha  podido 
andar  y  osoaiiar-e  de  las  manos  de  lus  que 
V  pcrsfgiiiiin. 

—  ¡  Biiidito  sea  Dios!  esclamó  IMlle. 
de  Cardoville  juntando  las  manos  con  fer- 
vor. 

— Nada  mas  loable  que  vuestra  alegria 
al  saber  (juc  se  lian  escapado-  peroiiie>e 
caso,  ¿por  (jiiL*  queréis  aliorfliacer  inter- 
venir á  la  justicia  contra  ellos?  Verdade- 
ramente que  es  un  modo  ^gular  de  agra- 
decer su  Celo. 

— ¿Qué  dice  Vd.,  caballero?  preguntó 
Mlle',  de  Cardoville. 

— Porque  al  fin,  si  llegasen  á  prender- 
los, repuso  el  doctor  sin  responderla  ,  co- 
rnu han  cometido  el  delito  de  escalamiento 
y  de  fracción  durante  la  noche,  irán  á 
presidio. 

— ¡Cielos!  ¡y  por  m¡  causa! 

— Por  vuestra  causa ,  y  lo  que  es  peor, 
serán  condenados  por  culpa  vuestra. 

— ¡Por  mi  culpa caballero! 

— Ciertamente,  si  persistís  en  vuestras 
Ideas  vengativas  contra  vuestra  tia  y  con- 
tra el  abate  d'Aigri^iiy  (no  os  hablo  de 
hií,  yo  estoy  á  cubierto);  en  una  pala- 
bra ,  si  os  empeñáis  en  (¡neja ros  á  la  jus- 
ticia de  haber  sido  encerrada  en  esta  rasa.. . 

— Caballero,  no  os  comprendo.  Fspli- 
caos dijo  Adriana  cada  Vez  mas  in- 
quieta. 

—  ¡Oué  niña  sois!  esclamó  •!  jesuíta 
con  4i  c  de  convicción,  ¿creéis  qtie  si  la 
justicia  llega  á  entrar  en  este  asunto,  será 
posible  detener  su  acción  y  sn  curso  se- 
gún se  quiera  y  como  se  quiera? 

(^lando  salíais  de  a']iii  os  quejareis  de 
mi  y  de  vuestra  familia  ,  ¿no  es  verdad? 
¿y  qué  sucederá?  La  justicia  ínter. endrj, 


se  informará  n'lir.5  testigos  y  hará  las  mas 
minuciosas  irucsti-ariones.  ¿Cuál  será  la 
consecuencia?  Oiie  este  asalto  nocturno 
que  la  superiora  del  convento  tiene  inte- 
rés en  ocultar  por  temor  de  un  escándalo; 
que  esta  tentativa  nocturna,  repito,  que 
tampoco  yo  quisiera  diviil-;ir,  mayor- 
mente tratánilose  de  un  crimen  grave  y 
que  trae  consigo  una  pena  infamante,  la 
justicia  tomará  en  él  la  iniciativa,  tratará 
de  buscar  á  csos  desgraciados,  y  si,  como 
es  probable  estén  detenidos  en  Paris  por 
algún  diber,  ya  sea  de  su  profesión,  ya 
por  la  falsa  seguridad  de  haber  obrado 
por  UH  motivo  Ijonroso,  los  encontrase  y 
los  prendiesen  ¿quién  será  la  causa  de 
esta  prisión"?  Vos  misma  deponiendo  con- 
tra ellos. 

—  Kso  seria  horrible eso  es  impo- 
sible. 

—Al  contrario,  muy  posible,  repuso 
el  doctor'.  Asi,  mientras  que  yo  y  la  su- 
periora del  convento  que  somos  los  úni- 
cos que  tenemos  derecho  á  quejarnos,  solo 
tratamos  de  echar  tierra  á  este  asunto, 

vos vos  por  quien  estos  desgraciados 

se  han  espuesto  á  ir  á  presidio,  vais  á  en- 
tregarlos en  poder  de  la  justicia. 

Aunque  Mlle,  de  Cardoville  no  íe  dejó 
engañar  enteramente  por  el  jesuíta  de  pai- 
sano ,  conoció  que  los  sentimientos  com- 
pasivos que  demostraba  en  favor  de  Da- 
goberlo  y  de  su  hijo  no  estarían  subordi- 
nados del  todo  al  partido  que  ella  toma- 
rla de  abandonar  ó  no  la  legítima  ven- 
ganza que  quería  pedir  á  la  justicia 

Kfec'.ivamente  Kodin  ,  cuyas  instruc- 
ciones seguía  el  doctor  sin  saberlo,  era 
demasiado  hábil  para  hacer  decir  á  Mlle, 
de  Cardoville:  si  dais  el  menor  paso,  se 
denunciará  á  Dagoberto  y  á  su  hijo:  al 
mismo  tiempo  que  conseguía  los  mismos 
lines  ín.;['irando  suficiente  tenor  a  Adria  • 
na  sut)re  sus  dos  libertadores,  para  qui- 
tarla de  la  cabeza  su  idea. 
Mi' 


178 


ALBUM. 


Mlle,  de  Cardoville,  sin  saWr  lo  que 
la  Icy  previene,  tenia  bastante  sentido 
común  para  dejar  de  conocer  que  efecti- 
vamente Dagoberto  y  Agricol  podían  ser 
inquietados  seriamente  á  causa  de  su  ten- 
tativa nocturna  y  hallarse  en  una  cruel 
posición. 

Y  sin  embargo,  al  ^pensar  todo  Cnanto 
habia  sufrido  en  aquella  casa,  contando 
con  los  justos  resentimientos  que  se  ha- 
blan aglomerado  en  su  corazón,  parecía 
cruel  á  Adriana  cl  renunciar  al  triste  pla- 
cer de  descubrir  y  revelarían  odiosas  nta- 
quinaciones. 

El  doctor  observaba  con  taimada  aten- 
ción á  la  que  creia  haber  engañado,  bien 
persuadido  de  que  conocía  la  causa  del 
silencio  y  de  las  torgiversaciones  de  Mlle. 
de  Cardoville. 

— Pero  en  fin,  repuso  ósta  sin  poder 
disimular  su  turbación  ;  suponiendo  que 
yo  estoy  decidida  ,  por  cualquier  motivo, 
á  no  quejarme  y  á  olvidar  el  daño  que  se 
me  ha  causado,  ¿cuándo  saldré  de  aqui? 
— No  lo  sé,  porque  ignoro  la  época  en 
que  estaréis  curada  radicalmente,  dijo  el 
doctor  con  bondad.  Estais  en  buen  ca- 
mino  pero 

— Siempre  la  misma  estúpida  é  inso- 
lente comedia,  esclamó  Mlle,  de  Cardc- 
\ille  interrumpiendo  al  doctor  con  indig- 
nación; os  pregunto,  y  aun  os  ruego  que 
me  digáis  cuanto  tiempo  debo  estar  en- 
cerrada en  esta  horrible  casa;  porque  al  fin 
supongo  que  algún  dia  debo  salir  de  ella. 
— Ciertamente  asi  lo  espero,  respondió 
el  je«uila  compunjido;  cuando?...  lo  ig- 
noro.... Ademas  debo  deciros franc?tr,in- 
te  que  se  lian  lomado  todas  las  precau- 
ciones necesarias  para  qus  no  se  renueven 
tentativas  semejantes  A  las  de  la  noche 
pasada....  y  se  ha  establecido  la  mas  ri- 
gurosa vigilancia  para  impediros  toda  co- 
n»unicacion  con  !as  gentes  de  afuera  :  y 
esto  por  vuestro  interés  y  con  e!  objeto  de 


que  vuestra  pol)re  cabeza  no  se  oc?aÍt^ 
de  nuevo  peligrosauií  rite. 

—Con  que  según  eso,  dijo  Adriana  ca- 
si asustada ,  según  lo  que  me  espern  los 
dias  pasados  eran  dias  de  libertad  ! 

— Vuestro  interés  es  antes  que  todo, 
respondió   el  doctor  ccn  lono  penetrado. 

Conociendo  Mlle,  de  Cardoville  la  im- 
potencia de  su  furor  y  desiidesesperacioVí, 
dio  un  profimdo  suspiro  y  ocultó  el  ros- 
tro con  las  manos. 

En  este  momento  se  oyeron  por  la  par- 
le de  afuera  algunos  pasos  precipitados, 
y  un  guarda  de  la  casa  entró  en  el  cuar- 
to después  de  haber  llamado. 

— Caballero,  dijo  este  al  doctor  coníiire 
agitado:  abajo  fiay  dos  señores  q»e  soli- 
citan hablar  con  usted  y  con  la  señorita. 

Adriana  levantó  de  pronto  la  cabe- 
za: sus  ojos  estaban  arrasados  de  lágri- 
mas. 

—  ¿Cómo  se  llaman  esas  persona>?  pre- 
guntó el  doctor  sumamente  admirado. 

— Uno  de  ellos  me  ha  dicho  :  decid  al 
señor  doctor  que  soy  magistrado  y  (pie 
vengo  aqui  «in  una  misión  judicial  relati- 
va á  Mlle,  de  Cardoville. 

—  lUn  magistrado!  esclamó  el  jesuíta 
de  paisano  poniéndose  coior  violeta  y  no 
pudiendo  apenas  contener  su  sorpresa  é 
inquietud. 

—  ;  Bendito  sea  Dios!  escfanió  Adriffua 
levantándose  con  prontitud  y  manilVslan- 
do  en  su  semblante  bañado  en  lágrima.-í 

una  viva  esperanza ;Mis  amigos  han 

sido  advertidos  á  tiempo!...  ;Ya  llegó  la 
hora  de  hacer  justicia  ! 

— Decid  á  estas  personas  qtie  suban, 
repuso  el  doctor  después  de  un  instante 
de  rellecsion. 

En  seguida  y  cada  vez  mas  inquieto  y 
alterado  se  acercó  á  Adriana  con  un  aire 
ceñudo  y  casi  amenazador  que  contrasta- 
ba con  la  serenidad  habitual  de  su  hij)ócrt- 
ta  sonrisa,  y  la  dijo  en  voz  baja: 


ALBI't. 


—   •:  "  I       ado  ,' scnorita  !...   ¡no  os  alo- 
■greis  domasiadí»  pronto  ! 

— Ya  no  os  tomo,  rospondiiS  Mlle,  do 
Cardüvilk»  cuyos  ojos  e>t3ban  l)rillanles  y 
radiosos;  sin  duda  alguna  Mr.  dt>  Monl- 
bron ,  á  su  vuelta  á  Paris,  habrá  sido 
"prevenido  á  lietDpo...  y  viene  acompa- 
ñado del  magistrado  ^ara  sacarme  de 
a(]uí. 

Poco  después  Adriana  añadió  con  acen 
to  de  amarga  ironía. 

— Caballero,  mucha  compasión  me  ins- 
pirais vos  y  los  vuestros. 

— Señora ,  exclamó  el  doctor  no  pu- 
dieiido  disimular  massu  escesiva  angustia; 
os  repito  (|ue  tengáis  cuidado....  pensad 
en  lo  que  aóabo  de  deciros...  vuestra  ijue- 
ja  acarreará Uícesariamente..  ».ya  meen 
tendéis....  el  descubrimiento  de  lo  (jue 
lia  sucedido  anoche ¡  Cuidado!  El  ho- 
nor y  la  suerte  de  ese  s-oldadoy  de  su  hijo 
estañen  vuestras  manos...  pensadlobien... 
pues  se  trata  nada  menos  que  de  presi- 
dio. 

— ¡  Oh  !  no  conseguiréis  engañarme.... 
vuestras  palabras  son  una  amenaza  indi- 
recta; á  lo  menos  tened  el  valor  suficien- 
te para  decirme  que  si  me  quo}o  á  este 
magistrado  delatareis  al  instante  al  solda- 
do y  á  su  hijo. 

— Os  repito  que  si  os  quejáis,  esasjen- 
les  son  perdidas,  re^^pondió  el  doctor  de 
un  modo  ambiguo. 

Adriana  ,  dudando  algún  tanto  con  el 
temor  que  le  inspiraban  las  antenazas  del 
doctor,  repuso  : 

—  Kn  fin,  ¿creéis  que  si  el  magistrado 
me  interroga  yo  seré  capaz  iW'  mentir"' 

— Responderéis  la  verdad.  Ademas,  se 
apresuró  á  decir  el  doctor  esperando  con- 
seguir sus  fines;  diréis  que  os  hallabais 
en  un  estado  tal  de  ecsaltacion  desde  al- 
gunos días  á  esta  parte,  que  por  interés 
Vuestro  se  ha  creido  deber  traeros  aqui 
8ÍQ  que  lo  sepáis;  pero  que  en  el  dia  estais 


mucho  mejor  y  reconocéis  la  utilíd.id  de 
la  medida  (jue  lascirruiistaticias  han  obli- 
gado á  lomar  por  vufstro  inlrrés.  YiKon- 
(irmaré  estas  palabias..».  puts  bien  mira* 
do  es  la  pura  verdad. 

— ¡Jamás!  eselamó  indignada  Mlle.de 
('ardoville;  jamás  tuv  liaré  có«nplice  de 
ima  mentira  tan  infame  ;  jauí.is  comett-ff!' 
la  bajeza  de  ju>tiíirar  de  ese  modo  las  in- 
dignidades que  tanto  me  han  heciio  pa- 
decer. 

— Aqui  está  ya  el  majistrado,  dijo  Mri 
Baleinier  al  oir  los  pasos  al  otro  lado  de 
la  puerta.  ¡  (Cuidado  ! 

Efectivamente,  abrióse  la  puerta,  y 
con  la  mayor  sorpresa  del  doctor,  se  pre- 
sentó Rodil!  acompañado  de  un  hombre 
vestido  de  negro  y  de  fisonomía  digna  y 
severa. 

Para  favorecer  sus  proyectos  y  por  mo- 
tivos de  astuta  prudencia  ,  Rodin  lejos  de 
prevenir  al  padre  dWigrigiiy ,  y  por  cot.- 
siguiente  al  doctor,  de  la  inesperada  visita 
que  pensaba  hacer  en  compañía  de  un 
magistrado  en  la  casa  de  sanidad,  había 
encargado  la  víspera  al  doctor  que  se  es- 
trechase mas  á  Mlle  de  Carduvílle. 

Es  fácil  pues  de  comprender  la  doble 
admiración  de  Mr.  Baleinier  al  ver  entrar 
al  juez  cuya  impoiit-nfe  lisonomia  é  ines- 
perada presencia  tanto  le  in(|uietaban  al 
verle,  decimos,  acompañar  á  Rodin,  el 
humilde  y  oscuro  secretario  del  abate 
d'Aigrigny. 

Rodin,  sórdidamente  vestido,  como 
siempre,  y  con  un  gesto  respetuoso  y  com- 
pasivo señaló  al  magistrado  á  Mlle,  de 
Cardoville. 

En  seguida  y  al  mismo  tiempo  que  el 
uez  no  habia  podido  reprimir  un  movi- 
miento de  admiración  al  ver  la  rara  bel- 
dad de  Adriana ,  pareció  examinarla  con 
sorpresa  é  interés;  el  jesuíta  retrocedió 
modestamente  algunos  pasos. 

El  doctor  estraordinariamenle  admira- 


180 

do  y  esperando  q\is  Rodin  le  comprende- 
ría, le  hizo  sin  cesar  varias  senas  de  inle- 
ligencía ,  procurando  inlerrogarle  de  e?te 
modo  sobre  la  inopinada  presencia  del 
magistrado. 

Otro  motivo  admiraba  también  al  doc 
tor:  Rodin  no  pareció  rt  conocerle  ni  com- 
prender la  menor  cosa  de   su    espresion 
pantomímica,  y  se  le  quedó  miran'do  con 
afcc'ado  aturdimiento. 

En  fin  en  el  mismo  instante  en  que  el 
doctor  ya  impaciente,  nproducia  las  mu- 
das preguntas,  Kodin  dio  uu  pasoadelan- 
te,  alargó  su  torcido  cuello  hacia  él  y  le 
dijo  en  voz  muy  alto: 

— ¿Qué  dice  Vd.  señor  doctor? 

A  estas  palabras  que  desconcertaron 
enteramente  al  doctor  y  que  rompieron 
el  silencio  que  reinó  duratite  algunos  se- 
gundos, el  magistrado  se  volvió  á  Rodin, 
y  este  dijo  con  imperturbable  serenidad  : 

— Desde  nuestra  llegada,  el  señor  doc- 
tor me  está  haciendo  infinidad  de  señas 
misteriosas...  Sin  duda  tiene  alguna  cosa 
estraordinaria  que  comunicarme....  Pero 
yo  que  no  tengo  secretos,  le  ruego  que  se 
esplique  en  alta  voz. 

li)>ta  réplica,  tan  embarazosa  pata  Mr. 
Raleinier,  pronunciada  con  tono  agresivo 
y  acompañada  de  una  mirada  glacial,  su- 
mió al  médico  en  tan  nueva  y  profunda 
admiración,  que  estuvo  algiuios  instantes 
sin  responder. 

Sin  duda  el  magistrado  notó  este  inci- 
dente y  el  silencio  que  se  siguió,  pues  nd 
•  ró  al  doctor  con  gran  severidad. 

Mlle,  de  ('arduviile,  (jue  esperaba  ver 
entrar  a  Mr.  de  Monlbron,  se  quedó  igual- 
mente atónita. 

XXXUI. 

BL  ACISADOR. 

Mr.  Baleinier,  desconcertado  un  mo- 
mento con  la  inesperada  preíciicia  de  un 
magistrado  y  con  la  ¡nespUcable  actitud 
9d  Rodin,  no  tardó  en  recobrar  su  iere- 


AL3DM. 

nidad ,  y  dirigréndose  á  su  colega  de  ba- 
landrán largo,  le  dijo: 

—  Si  yo  he  procurado  que  me  enten- 
dieseis por  señas,  la  razón  es  que  desean- 
do respetar  el  silencio  del  señor^  al  entrar 
en  mi  casa ,  (  el  doctor  señaló  con  la  vista 
al  magistrado)  (jueria  manifestar  la  sor- 
presa que  me  ha  causado  una  visita  cuyo 
honor  no  espera blá. 

— Caballero,  yo  manifestaré  â  la  seño- 
rita el  motivo  de  mi  silencio,  rogándole  al 
misino  tiempo  que  se  sirva  disimularme, 
respondió  el  magistrado,  inclinándose  1¡- 
"eramente  hacia  Adriana,  á  quien  conti- 
nuó dirigiéndose.  Acaban  de  hacerme  una 
declaración  tan  grave  relativamente  ¿ 
vuestra  persona ,  señorita,  que  no  he  po- 
dido evitar  el  permanecer  un  momento 
mtido  y  recajido  á  vuestro  aspecto,  pro- 
curando leer  en  vuestra  fisonomía  y  en 
vuestra  actitud  si  la  acusacioh  que  han 
heblio  era  fondada....  y  tengo  motivos  de 
creer  que  efectivamente  lo  es. 

— Caballero,  ¿pudiera  yo  saber  defini- 
tivamente á  quien  ter>go  el  honor  de  ha- 
blar? dijo  él  doctor  con  tono  mUy  atento 
y  firme. 

—  Soy  juez  de  instrucción  y  vertgo  á 
¡lustrarme  de  un  hecho  qiíe  me  han  l*e- 
velado. 

— Tened  la  bondad  de  esplicaros,  dijo 
el  doctor  inclinándose. 

— Caballero,  repuso  el  magistrado  que 
tenia  por  nombre  .Mr.  Gernande,  hombre 
con)o  de  unos  cuarenta  año»,  lleno  de  fir- 
meza y  de  rectitud,  y  que  sabia  conciliar 
los  austeros  deberes  de  su  posición  con 
una  amable  política:  se  os  acusado  haber 
cometido  un....  error  sumamente  grave 
para  no  valerme  de  ^mac^p^esion  de  n)as 
consecuencia,  lín  cuanto  á  la  especie  de 
este  error,  pieliero  creer  que  vos,  prin- 
cipe de  la  ciencia,  habéis  podido  engaña- 
ros completamente  en  la  apreciación  de 
un  hecho  medical ,  mas  bien  que  sospe- 


A1.III.V. 


1.SI 


char  qiio  liabiis  (lodiju  olvidar  lu  «aforado 
(Ici  ejVrcicio  de  una  prufeî-iun  (jue  l's  casi 
un  sact  r  locio. 

—  Cuando  hayáis  ospccilicad  lus  lie- 
dlos, nie  será  fácil  probar  (pu;  nu*  coii- 
ciiMU'ia  oitMitiriiM  did  ii.i.NUio  modo  (pie  nii 
roiicienci.i  dt' lioiuhre  de  hieii,  están  á  cu 
l)ierto  di>  esa  ii'(  riiiiin;icion,  r<'>pntidióc()ii 
ciorlo  iiire  tic  ailaiioria  cl  jcsuila  de  ha  • 
laiidrao  c<irto. 

— Senorila,  repujo  Mr.  Ci"rnar.de,  di- 
rigiéndose á  Adriana,  ¿es  verda<l  <pio  os 
han  condiuidi)  a(pii  por  sorpiesa? 

—  ¡Caballero  esclanió  Mr.  Haleinior, 
permitidme  que  os  haga  observar  que  cl 
modo  con  que  liacei^  esta  pregunta  es  ul- 
trajante para  mi. 

—  Caballero,  á  la  señorita  esa  quien 
tengo  el  honor  de  dirigir  la  palabra,  res- 
pnndió  severamente  el  magistrado;  yo 
soy  el  único  juez  de  la  conveniencia  de 
mis  preguntas. 

Adriat)a  iba  á  responder  afirmativa- 
mente al  juez,  cuando  una  espresiva  mi- 
rada del  doctor  le  recordó  que  iba  tal  vez 
á  esponer  á  Dagoberto  y  á  su  hijo  á  crue 
les  pesquisas. 

Adriana  no  estaba  nníniada  de  un  bajo 
y  vulgar  sentimiento  de  venganza,  sino 
de  una  legitima  indignación  contra  odio- 
sas liipiHie>ía>;  hubiera  creido  una  bajeza 
no  de>enmascararlas,  pero  queriendo  tra 
tar  de  conciliar  todas  las  cosas,  dijo  al 
maji>trado  con  un  acento  de  dulzura  y  dig- 
nidad : 

—  Caballero,  permitidme  (jue  por  mi 
parte  <>■>  haga  una  pregunta. 

—  Hablad  señorita. 

—  ¿La  respuesta  que  voy  à  daros  se- 
rá co;i>iderada  como  una  denuncia  for- 
mal? 

—  Señorita,  mi  presencia  a^juí  tiene 
ante  todas  cosas  el  objeto  de  buscar  |j 
verdad...  no  hay  coioideracion  alguna  que 
deba  haceros  disimularla. 


—  líohorabijena  ,  caballero,  repuso 
Adriana;  pero  suponvd  que',leçiiendo jus 
tos  uutlivos  de  queja  ,  os  los  e^pongo  con 
el  objeto  de  oblemrla  '*')lori/aci<>n  de  sa- 
lir de  esta  ca-ia.  ¿Me  sera  permitido  <"0n 
liiiuar  una  declaración  cpie  os  haga? 

— Sin  duda  alguna  poileis  hwerlo.'pfro 
la  justicia  tomará  por  suya  vuestra  capsa 
en  nombre  de  la  sociedad,  y  >i  esia  habi- 
do (ifiMidi  .'a  on  vuL'<tra  persona... 

— No  tne  srrá  permitido  perdonar,  ca- 
ballí'ro?  Un  desdeñoso  olvido  del  mali|ue 
me  han  hedióme  seria  una  venganza  su- 
ficiente. 

— Señorita,  podéis  perdonar  y  olvidar 
personalmente,  pero  al  mismo  tiempo 
tengo  el  honor  de  repetiros  que  la  socie- 
dad t.o  puede  manifestar  igual  indulgen- 
cia e,n  el  caso  que  hayáis  sido  víctima  de 
una  intriga  culpable....  y  todo  me  induce 

á  creer  que  en  efecto  ha  sido  a>i El 

modo  con  tjue  os  esplicais,  la  generosidad 
de  vuestros  »entimientos,  la  tran(]uilidad 
y  calma  de  vuestra  actitud,  me  hacen  creer 
(jue  no  he  sido  engañado. 

—  K^peroque  á  lo  menos  me  haréis  sa- 
ber la  declaración  que  os  han  hecho,  re- 
puso el  doctor  recobrando  su  serenidad. 

— Me  han  afirmado,  respondió  severa 
mrnte  el  magi>trado,  que  Mlle,  de  Car- 
doville  ha  sido  traida  aquí  por  sorpresa. 

— ¿Por  sorpresa? 

— Si,  señor. 

— Ks  verdad ,  la  señorita  ha  sido  con- 
ducida aquí  por  sorpresa  ,  respondió  el 
jesuíta  de  balandrán  corto,  después  de  uh 
instante  de  silencio. 

— ¿Con  qué  convenís  en  ello?  preguntó 
M.  Gernande. 

— Sin  duda  alguna;  convengo  en  (jue 
he  recurrido  á  un  espediente  á  que  por 
desgracia  nos  vemos  obligades  cuando  las 
per>oiias  (pie  necesitan  de  nue^lro  nu'nis- 
terio  no  e.>tán  pt  rsuadidas  del  triste  esta- 
do en  (|uo  se  hallan. 
46* 


182  ALBUM, 

—  Pero  me  han  añadido  que  Mlle,  de 
Cardoville  no  tenia  la  menor  necesidad 
de  vuestro  ministerio,    repuso  el  magi:- 

trado. 

— Esta  es  una  cuestión  de  medicina  le- 
gal £jue  la  justicia  no  tiene  únicamente  ¡a 
misicn  de  ecsaminar,  pues  debeserdeba- 
tida  contradictoriamente,  respondii)  el 
doctor  recobrando  toda  su  serenidad. 

— En  efecto,  esta  cuestión  será  deba- 
tida con  tanta  mas  seriedad,  cuanto  que 
se  os  acusa  de  liabcr  encerrado  aquí  á 
Mlle,  de,  Cardoville,  aunque  goza  de  toda 
su  razón. 

— ¿Y  con  qué  objeto?  respondió  M.  de 
Baleinier  encogiéndose  ligeramente  de 
hombros  y  con  tono  irónico,  ¿(¡ué  interés 
liabré  yo  tenido  en  cuniter  semejante  in- 
dignidad, aun  suponiendo  que  mi  repu- 
tación no  me  pusiese  á  cubierto  de  tan 
odiosa  y  absurda  acusación? 

—  Con  el  objeto  de  coadyuvar  á  uu 
complot  de  familia  tramado  contra  Mlle. 
de  Cardoville,  por  avaricia. 

—  ¿  Quién  se  ha  atrevido  á  hacer  rma 
declaración  tan  calumniosa?  esclanKi  el 
doctor  con  acalorada  indignación,  ¿quién 
ha  tenido  la  audacia  de  acusar  á  un  hom- 
bre respetable,  y  aun  dire  respetado  bajo 
todos  conceptos ,  de  haber  sido  cómplice 
de  una  infamia  semejante? 

— Yo...  respondió  friamente  Rodin. 

¡Vos!  esclamó  el  doctor* 

Y  retrocediendo  dos  pasos  (¡uedó  como 
herido  de  un  rayo. 

— Yo  soy  quien  os  acusa,  repuso  lio- 
din  con  voz  clara  y  breve. 

— Si;  repuso  el  magistrado  retrocedien- 
do un  paso  para  que  Adriana  pudiese  ver 
á  su  defensor;  esta  maùana  ha  venidu  el 
seíior,  provisto  de  pruebas  suficientes, 
á  rcclam.ar  mi  intei vención  en  favor  de 
Mlie.  de  Cardoville. 

El  nombre  de  Uodinno  había  sidopro 
nunciado  hasta  entonces  en  esta  escena. 
Mlle,    do   Cardoville   habia   oido  hablar 


muchas  veces  y  bajo  malos  auspicios  ùA 
secretario  del  abate  d'Aigrigny  ;  [.«to  C(j- 
mo  jamas  le  habia  visto  ignoraba  que  su 
libertadorera  nada  menos  que  este  je^ui- 
ta  ;  asi  es  que  en  el  acto  !e  miró  con  cii- 
riosidad,  interés,  si-rpiesa  y  reconoci- 
mienlo. 

La  cadavérica  figura  de  Hodin  ,  su  as- 
querosa fealdad,  sus  sórdidos  ve>lidos,  hu- 
bieran causado  á  Adriana  pocos  dias  antes, 
un  asco  tal  voz  invencible;  pero  la  joven 
se  acordaba  que  la  GiDosa  ,  pjbre.  enfer- 
miza, deforme  y  casi  vestida  deguinaptís, 
estaba  dolada  ,  á  pesar  de  su  desgraciado 
esterior,  del  mas  noble  corazón  que  sea 
posible  admirar:  estf  recueido  fué  sin- 
gularm-Mite  favorable  ai  jesuiía.  Mlio.  ña 
Cardoville  olvidí)  que  era  feo  y  sucio  pa- 
ra pensar  que  era  viejo,  (|ue  parecía  po- 
bre y  <|ue  venia  á  socorrerla. 

El  doctor,  á  pesar  de  su  astucia ,  de  sU 
audaz  hipocresia  y  de  su  presencia  de  es- 
píritu, no  podia  ocriltar  lusta  (¡ue  punta 
le  habia  alterado  la  denuncia  de  Itodin  • 
perdía  la  cabeza,  pensando  que  a!  día  si- 
guiente del  encierro  de  Adriana  en  esta 
casa,  era  el  implacable  giiío  que  dio  Ho^ 
din  al  través  del  postigo  de  la  puerta  del' 
cuarto  el  que  le  habia  impedido  ceder  í 
la  compa-íion  que  le  in>piró  el  desespera- 
do dolur  de  esla  desgraciada  joven,  redií-^ 
cida  á  dudar  ca»¡  de  su  razón...  Y  el  ine- 
xorable Ilodin,  el  celoso  subalterno  def 
abate  (PAigrigny  era  quien  denunciaba  at- 
doctor  y  quien  habia  llamado  á  un  jiiez 

para  obtetier  la  libertad  de  Adriana 

al  paso  que  la  víspera  el  P.  d'Aigrigny  le 
habia  mandado  redoblase  su  severidad 
hacia  ella. 

El  joMiita  de  balandrán  corto  se  per- 
suadió que  Piodin  vendía  al  P.  d'Aigrigny, 
y  quü  los  amigos  de  ¡Mlle,  de  Cardoville 
babian  corrompido  y  pagado  á  este  mise- 
rable secretaiio;  asi  es  que  el  doctor  exas- 
perado de  lo  que  él  consideraba  como  una 


X»Lt'M. 


IF^ 


fn^nslriiosa  Iraicion ,  csclaiini  do  luievo 
iiu1i^na<]o  y  con  voz  cortada  por  la  ira  : 

—  ¿  Y  suis  vos,  Vos  qnicii  li»'ne  valor 
para  atiisartnc?  ¡vos  (iiiii-ii  todavía  no 
lia-e  miiclios  di.is  ! 

Ui'lli'xionandi)  rnlonrcs  que  acusar  á 
Hodin  de  complicidad  era  acusar>e  á  sí 
niisniü,  pareció  cederá  una  vi\í>inia  emo- 
ción. 

—  ¡Allí  caballero,  caballee»,  vos  sois  la 
última  persona  á  (im'en  yo  bub'era  crei- 
do  capaz  de  tan  odiosa  deluciji!...  jes  co- 
sa verfionzosa  ! ... 

— ¿Y  (|uii'n  mejor  que  yo  puliera  de 
nunciar  esla  ind¡;iriida'l  ?  respomlió  U  «din 

cufi  tono  ru  !o  y  decidido ¿No  e.>tala 

yo  en  posición  de  l.acer  conocer....  y  por 
desgracia  ileme^iado  tarde,  de  que.  iníri|:a 
Mlle,  de  Cardoville  y  oirás  varias  perso- 
nas eran  víctimas?  ¿(^uái  es  el  deber  en- 
tonces de  un    liüuibre  de  bien?  advertir 

al  magistrado probarle  lo  que  le  de- 

cia  y  acompañarle liso  es  to  que  lie 

bcclio. 

— Asi señor  maíjislrado,  re|)uso  el 

doctor,  no  soy  solamente  el  acu-ado,  sino 
es  que  aun  se  atreve  á  acusar 

— Acaso  al  abale  de  Ai¡;rij:ny,  respon- 
»iió  Rodin  levantando  la  voz  é  inlt-rrum- 
piendo  al  doctor,  acaso  á  Mme.  fie  Saint 
Üizier  y  á  vos  de  habfr  encerrado  á  esta 
señorita  en  esta  ca*a ,  y  las  hijas  del  ma- 
riscal Simon  en  el  coiiveiito  inmediato, 
por  un  vil  inleré».  ¿  Ks  claro? 

—  Por  desgiaca.es  mucba  verdad,  le- 
pnso  con  viviza  Adriana;  be  visto  á  es- 
tas desconsoladas  y  desesperadas  criatu- 
ras hacerme  seña>;. 

La  denuncia  de  U.)din  relativamente  á 
las  huérfanas  fué  un  nuevo  y  furmidoble 
golpe  para  el  doctor  Haleinier. 

Entonces  fué  cuando  se  convenció  ple- 
namente que  el  traidor  babia  desertado 
al  campo  enemigo.  Deseando  poner  cuanto 
antes  un  término  á  esta  escena  tan  em- 


itarazosa  ,  dijo  al  magistrado,  procitiaiuiu 
manifestarse  contento  á  pesar  de  mi  viva 
emoción. 

—  l'odria  limilarnie^  oponer  el^il«'n(¡0 
y  el  despri'i'io  á  semcjanleN  acusaciones  , 
hasta  que  una  decisión  judiri»!  !i>s  hubiese 
dado  algún  valor....  Pero,  coníiido  en  mi 
co!i(  icncia....  me  dirijo  á  Mlle,  de  (]aid  >• 
ville....  y  le  ruego  (jue<lec!are  si  e>ta  min- 
ina mañana  no  le  he  anunciado  (pie  su 
salud  estarla  pronto  en  un  estado  tan  sa- 
tixf.ietorio  que  pudiese  salir  de  esta  casa... 
Pido  á  la  señuvila  ,  1 1)  nouibre  de  .--u  luen 
ciiO'icida  lealtad,  que  me  responda  si  ha 
^ido  este  mi  lenguaje  si ,  al  di;<^irl.i  tod.) 
esto,  yo  no  estaba  solo  con  ella  ,  y  si...  . 

-*-¡  Vamos  !  dijo  Kodiii  ir)lerrum|)iendor 
con  insolencia  al  doctor.».,  suponed  (|iio 
esta  buena  señorita  conTifse  eso  por  pura 
generosidaii  ¿y  c|ue  prol)ará  en  vuestro 
favor?  nada  absolutamente. 

—  ;(^ómo!  csclamó  el  doctor  :  ¡comoc^s 
permitís  !..». 

— Me  permito desrnmnscararos sin  vu»M. 
tro  permiso:  es  verdad  ipie  esto  eá  un  jr>- 
coirvenienle.  ¿pero  f|iie(jU(reis  probarnos? 
¿que  estaiidi)  sola  Mile,  de  (^ardi>vil!e  le 
habéis  hablado  comí>  sí  realmente  esluv.e- 
se  loca?....  ¡Pardiei!  la  cosa  es  conclu- 
yente! 

—  Pero,  caballero dijo  eldoclof. 

—  Pero,  caballero..  .  ri'[)Us o  Piidm  sin 
dejarle  continuar....  esevidente,  previen- 
do lo  que  hoy  sucede,  y  cim  t\  objeto  de 
tener  una  escapatoria  ,  habéis  Qn^ido  que 
estais  persuadido  de  vuestra  r^celellle 
mentira  auna  los  mismos  ojos  d«*^  est  a 
pobre  joven,  con  el  objeto  de  invocar  des- 
pués el    beneficio  de  vuestra  pretendida 

convicción ¡  Vaya,  vaya!  ¡á  gentes  de 

sentido  común  y  de  corazón  leal,  no  seles 
viene  con  esos  cuentos! 

—  i  Que  significa  eso  !...  esclamó  el  doc- 
tor Con  eólcra. 


484  KLBVfi 

— ¿Qiié  significa  eso?  repu  oRodin,  l-Ií»- 
vando  mas  la  voz  y  doniiiiando  la  de!  doc- 
tor; ¿es  ó  no  es  verdad  (pie  os  reservais 
e!  protesto  de  achacar  este  odioso  encierro 
á  un  error  científica?  Yo  dij^o  que  si,  y 
añado  que  os  creéis  libre  Jiciendo  ahora; 
gracias  á  mis  cuidados,  Mlle,  de  Cardo- 
vilie  lia  recobrado  la  rezón  ¿qué  tnas  se. 
pretende? 

— No  solo  lo  digo,  sino  que  lo  sos- 
tenso. 


probado  que  la  razón  de  Mlle,  de  Gardo - 
ville  ha  estado  siempre  cabal. 

— Y  yo  sostengo  que  no. 

— Yo  probaré  lo  contrario,  dijo  Rodin. 

— ¡Vos!  ¿de  qué  modo?  saltó  el  doc- 
tor. 

— Me  guardaré  muy  bien  de  dof  íroslo  ! 


tante  salisfactuiia  para  que  pueda  volver 
al  seno  de  su  familia  desde  este  mismo 
momento. 

—  A  lo  menos  no  veo  en  ello  un  grave 
inconveni(>n!e,  respondió  el  doctor:  lo 
que  sos'engo  es  que  la  cura  no  es  tan 
completa  como  hubiera  podido  serlo;  ba- 
jo e<te  particular  declino  toda  especie  de 
rc^ponsabilidMil  pnra  lo  futuro. 

— Podéis  hacerlo  tanto  mas,  cuanto  que 
es  dudoso  que  la  señorita  apele  en  lo  su- 


Sosfoneis  una  f;ilso.l;id,  porque  está    resívo  3  vucslr?,'?  luces,  respondió  Rodin. 


— .V*i ,  es  inúli!  valerme  de  mi  inicia- 
tiva para  pediros  que  se  abran  al  instante 
á  M  Pe,  di;  Cirdoville  las  [;uerlas  de  esta 
ca>;a,  dijo  el  mngistrado  al  director. 

— La  señorita  es  libre,  enteramente  Ti- 
I  bre,  repuso  el  doctor. 

—  Kn  cuanto  á  'a  cuestión  de  si  habéis 


ahon...  bien  podéis  imaginarlo...  r.'spon-  s'doencerrada  preteslajido  una  suposición 
dio  Rodin  con  sonrisa  irónica,  y  en  ,e-  M*^  '<'^.""'''--  ^^  Justicia  entenderá  en  €ste 
guida  añadió  con  indignación:    Oiga  us-  |f^'\"''^'í>  Y  seréis  <  ida. 


ted,  caballero,  deberíais  caeros  muerto  de 
vergüenza  antes  que  atreveros  á  suscitar 
una  cuestión  semejante  en  presencia  déla 
señorita;  evitadla  á  lo  menos  esta  discu- 
sión. 

—  ¡  Caballero! 

' — ¡Yuya!  ¡vaya!  deje  usted  eso... de- 
je usted  eso..,  es  odioso  sostenerlo  delan- 
te de  esta  señorita  ;  odioso  si  decís  la  ver- 
dad, odioso  si  mentís,  repuso  Kodin  con 
despreeio. 

—  ¡  Se  puede  dar  un  encarnizamiento 
mas  incon'ebible  !  ¡me  parece  que  el 
señor  lllngi^lrado  dá  una  ¡«ruc-ba  de  par- 
cialidad dejando  acumular  sobre  mi  gro- 
seras catuHiiujs  ! 

— Caballero,  repujo  severamente  5Ir. 
Gerande ,  no  solo  tengo  derecho  para  oír 
sino  de  probar  todo  género  de  conversa- 
c  on  contradictoria,  si  esto  puede  ilustrar- 
me; resulta  pues.de  todo  e>to,  que,  aun 


— Ivsloy  lran(]uilo  sobre  el  particular, 
repuso  el  doctor  n)anifeslándose contento: 
nada  me  remuerde  la  conciencia. 

— Asi  lo  deseo,  responííió  Mr.  Gerande. 
Por  graves  que  sean  las  apariencias,  prin- 
cipalmente IratándO'C  de  personas  dç  vues- 
tra posición,  siempre  deseamos hallarino- 
centes...  üirigiéndose  en  seguida  á  Adria- 
na, la  dijo:  comprendo  lo  sensible  é  inju- 
rioso de  esta  escena  para  vuestra  delica- 
deza y  generosidaij solo  depende  de 

vos,  mas  tardi*,  ó  acusar  al  doctor  Balei- 
nier, ó  dejar  á  la  juslicia  su  rurso...  Aña- 
diré una  so'a  palabra El  hombre  ge- 
neroso y  b'al  (e!  magistrado  señaló  á  Ro- 
din) (]ue  ha  lomadí)  Mieslra  defensa  de  un 
modo  tan  firme  y  desinteresado,  me  ha 
dicho  (]ue  creia  saber  que  tal  vez(]uerríais 
veros  momentáneamente  con  las  hijas  del 
•nariscal Simon...  voy  al  instante  á  recla- 
marlas al  convento  donde  han  sido  encer- 


á  vuestro  modo  de  pensar,  señor  doctor,  !  radas  también  por  sorpresa. 

la  salud  de  Mlle,  de  Gardoville  es  bas-)     — Efectivamente,  respondió  Adriana; 


"on  el  ini>rnetito  que  siip»*  la  lU'g;iila  á  Vn- 
ris  «If  las  liij.is  (K'I  in.ni-.c';il  Siiiinn  ,  fin'ini 
siiiino  ufreiri-rlfs  udj  liithilaiiuh  «Dinica- 
'6a.  Kitas  señoritas  son  parieiitds  inias  rniiy 
cercanas;  y  es  un  deber  y  una  satisfacción 
para  mí  Iralarl.is  c 'niohcrinina*.  Si  ([Uf- 
Tei.s  c  iMllirnielas  os  c-laré  doMonn-nte 
at;ra(i«c-i(l.i. 

—  Crt'i)  (|iie  por  su  iiitcrt's  es  !o  mejor 
que  piii'ii.i  li;ic(*r...  re()ns  >  Mr.  (î.  ranJc. 

Y  diri^ii^.niüsc  iMi  seguida  al  ductor,  le 
dijo: 

—  ¿Consentiréis  en  que  traiga  aijui  al 
instante  a  las  señoritas  de  Simon?  Mien- 
tra>  rpie  Muo.  de  Cardovilie  hace  sus  pre- 
parativos, iré  á  buscarlas,  y  asi  podrán 
salir  de  e.>tícasa  con  su  |)arienla. 

— Kuego  á  Mile,  de  Cardoville  que  dis- 
ponga de  esta  casa  como  si  fuese  suya 
mientras  llega  el  momento  de  salir,  res- 
potidi  )  el  doctor.  Mi  coche  está  á  sus  ór- 
denes para  conducirla. 

—  Señorita,  diji»  el  magistrado  acer- 
cánd.>-.e  a  Adriana  ;  ^in  perjuicio  de  la 
cneslioii  (pit*  antes  de  mucho  quedará  co- 
metida á  la  justicia ,  piudo  á  lo  oienos 
sentir  no  haber  llegado  antes  á  esta  casa  : 
de  este  mnd»  os  huhiera  evitado  alj;unos 
días  de  crueles  tormei. tos...  porque  vues- 
tra posición  debe  haber  sido  tniiy  terri- 
ble. 

—  Kn  medio  de  la  tristeza  de  estos  lílti- 
mos  dia-í  me  ipiedará  á  lo  menos  el  dulce 
reciierili)  del  interés  que  me  habéis  mani- 
festad'», y  <'spero  que  vos  mismo  n»e  pre 
sentareis  la  ocasión  de  daros  las  gracias 
en  n»i  casa....  no  de  la  justicia  que  me 
habéis  hecho....  sino  del  modü  benévolo, 
y  me  atreveré  á  decir,  paternal  con  (pie 
os  habéis  parlado,  respondió  Adriana  con 
graciiwa  dignidad —  Y  en  fm ,  caballero, 
añadió,  tengo  interés  en  probares  que  lo 
que  llaman  mi  cura,  es  ana  cosa  bien  rea!. 

Mr.  (ierande  hizo  á  Adriana  un  pro- 
ftitido  saludo. 

Daranle  la  conversación  del  magistra- 


185 


do  '-on  Adriana,  uno  y  otro  linbian  vuelt« 
la  espalda  al  doctcr  y  á  llodin.  Aprove- 
chándose el  último  de  este  momento,  pu- 
so en  manos  dcd  doctor  un  billete  que  aca- 
baba de  escribir  en  el  fondo  de  su  som- 
brero. 

Raleitiier  min')  á  Rodin  atónito  y  ahiT- 
did... 

lisie  hizo  utia  seña  particular  llevando 
su  pí'dice  á  la  frente  y  pasáíidct<e'e (los  ve- 
ces \erlica!m«-nle;  en  seguida  se  quedó 
impasible. 

listos  mov¡:íii<'nfos  fueron  tan  repenti- 
nos que  cuando  el  juez  se  volvió,  Itodin, 
que  se  liabia  alejado  algunos  pasos  del  doc- 
tor, eslaba  mirando  á  Adriana  con  respe- 
tuoso interés. 

—  Permitidme  que  os  acompañe,  ca- 
ballero, dijo  el  doctor  precediendo  al  ma- 
gistrado á  (jiiien  Mlle,  de  Cardoville  sa- 
ludó con  la  mayor  afabilidad. 

Ambos  salieron,  y  Kodin  se  quedó  sola 
con  Adriana. 

Mr.  Ha'einier,  después  de  haber  acom- 
pañado al  juez  hasta  la  puerta  esteriorde 
su  casa  ,  se  apresuró  á  l<'er  el  billete  que 
llodin  babia  escrito  con  lápiz  y  él  cual  es- 
taba concebido  en  estos  términos: 

«  Kl  magistrado  va  al  convento  por  la 
«cal'e;  apresurac'S  á  ir  allí  por  el  jardin  y 
«decid  á  la  siiperi.ira  que  obedezca  la  ór- 
«  den  que  le  be  dado  relativamente  á  las 
«dos  niñas:  esto  es  sumamente  impor- 
«  tante*». 

La  si'ña  particular  que  R  -din  le  habia 
hecho  y  el  rontenido  de  este  billete  pro- 
baron al  doctor  que  el  secretario  del  re- 
verendo padre,  l<.j)S  de  venderle,  nbraba 
sien» pre  por  la  umijnr  i/lorii  del  Señor. 

-Mr.  IJaleiiiier,  al  mismo  tiempo  que  se 
disponía  á  obedecer  procuraba  inútilmen- 
te comprender  el  motivo  de  la  inesplica- 
b!e  conducta  de  Hodin  (¡ue  acababa  de in- 
formar  á  la  justicia  de  un  asunto,  al  que 
antes  de  todo  se  debia  echar  (ierra  y  que 
podia  fener'los  mas  tristes  resultados  pa<- 
47* 


186  ALB 

ra  &1  P.  d'Aigrigny,  para  Mme.  de  Saint- f 
Dizier  y  para  61  mismo. 

Puro  volvamos  á  Rodin  que  se  habia 
quedado  solo  con  Mlle,  de  Cardovillc. 
XXXIV. 

EL  SECRETARIO  DEL  P.  DE  AIGRIGNY. 

Apenas  desaparecieron  el  magistrado  y 
el  ductor  cuando  Müo,  de  Cardoville  en 
cuyo  rostro  resplan.leeia  su  dic!)a  ,  escla- 
nio  mirando  á  Rodin  con  una  mezcla  de 
respeto  y  gratitud. 

— En  fin,  gracias  áV,,  caballero,  n)even 
libre...  libre...  ¡  Oh  I  ¡nunca  habia  y.)  co- 
nocido todo  el  encanto,  ospresion  y  dosa- 
hogoque  encierra  esta  palalra...  libertad! 
y  el  seno  de  Adriana  palpitaba:  sus 
sonrosadas  narices  se  dilataban  ,  y  sus  la- 
bios de  vermellon  se  entreabrían  como  si 
hubiese  aspirado  con  deÜoia  un  aire  puro 
y  vivificante. 

— Hace  pocos  dias  que  estoy  en  esta 
horrible  casa,  repuso,  pero  he  sufrido  tan- 
to en  &sta  cautividad  que  he  hecho  fa  pro- 
mesa de  hacer  poner  en  libertad  anual- 
mente algunos  presos  por  deudas.  Esta 
promesa  os  parecerá  un  poco  de  la  edad 
media,  aflidió  Adriana  sonriéndose,  pero 
no  debemos  contentarnos  con  tomar  de 
aquella  época  sus  muebles  y  vidrieras.  Os 
doy  doblemente  gracias,  caballero,  porque 
os  creo  cómplice  en  la  ideado  Ubcrtad  que 
acaba  de  manifestarse,  según  veis,  en  me- 
dio de  la  dicha  tpie  oí  debo  y  de  a  cual 
parecéis  conmovido.  ¡  Ah  I  permitidme  que 
esiadiclia  esprese  ir.i  reconocimiento  y  que 
ser.  el  premio  de  v  óe"tros  generosos  ausi- 
¡io^.  diio  la  joven  con. exaltación. 

Kl'eciivíímpiite,  Mlle,  do  Cardoville  ob- 
servaba un  corr.píelo  eambio  en  la  fiso- 
nomía de  Rodin.  Eilc  hombre,  antes  tan 
duro,  lan  severo  y  tan  infiexiLíe  con  el 
doclor  Baleinier,  pareció  estar  sometido  á 
los  mas  dulces  y  afocluosos  ^enlimicntos. 
Sus  pequeños  ojos  -de  ví!)ora  ,  nicdio  cer- 
rados, se  fijaron  en  Adriana  con  una  es- 
pjcsion  de  nefando  interés.,.  En  seguida , 


vm. 

como  si  hubiese  querido  de: echar  cníera^ 
mente  estas  impresiones,  dijo  hablando 
consigo  mismo: 

— Vamos,  vamos,  no  hay  que  enterne- 
cerse. 

El  tiempo  es  muy  precioso...  mi  misión 
no  está  tef (iiinaihi,  no,  no  lo  est:í...  Que- 
rida señorita,  añadió  (iespues  dirigiéndole 
á  Adriana,  así,  creedme,  después  liabla- 
rémosíle  agradecimiento.  Hablaremos  pt-r 
el  pronto  de  un  piesente  lan  ittt{">rtaíite 
parados  y  para  vue.'>tra  familia.  ¿Sabéis 
lo  que  está  pasando? 

Adriana  miró  al  jesuita  con  sorpresa,  y 
le  preguntó  : 

— ¿Qué  es  lo  que  pasa? 

— ¿Sabéis  el  verdadero  motivo  de  ha- 
beros encerrado  en  esta  casa?  ¿Sabéis  cí 
móvil  de  las  accioms  de  Mme.  de  Sainï 
Dizier  y  del  P.  d'Aigrigny? 

Al  oir  pronunciar  estos  nombres  abor- 
recidos, la  fisonomía  de  Adriana,  poco  an- 
tes lan  felizmente  esplayada,  se  entriste- 
ció y  respondió  con  an»argura: 

— Sin  duda  es  el  odio  el  que  ha  anima- 
do contra  mí  á  Mme.  de  Sanit  Dizier..., 

— Sí,  el  odio,  y  ademas  el  deseo  de  des- 
pojaros inipunem  nte  de  tma  inmensa  for- 
tuna. 

— ¿A  mí?  ¿y  cómo? 

— ¿Sin  duda  ignorais, 'querida  señorita, 
el  interés  que  teníais  en  hallaros  el  13  df* 
febrero  en  la  cal'e  de  San  Francisco  para 
recoger  una  herencia? 

— Ignoraba  esta  fecha  y  esos  detalles; 
pero  por  algunos  papeles  de  familia,  gra- 
cias á  una  circunstancia  estraordinaría,  h^ 
sabidoque  uno  de  nuestros  antepasados... 

— Habia  dfjado  una  suma  enorme  para 
que  fuese  di.-ítr¡i)uida  entre  sus  descen- 
dientes ¿no  es  verdad? 

— Sí ,  señor. 

— ^^Lo  que  desgraciadamente  ignorabais 
es  que  los  herederos  debían  estar  necesa- 
riamente reuiu'düs  el  dia  13  de  febrer  >  á 
una  hora  fija  :  y  (jue  pasado  este  dio  y  ho- 


»»lVIi. 


'18^ 


Va  quedaban  dospiijados  !i)s»|iie  no  se  liii- 
biescnprt'sentadt).  ¿(^onipreiidi'is  ah^ra  la 
razun  de  hdbcroà  encerrado  aqui,  ijiitrida 
siiuiríta  ? 

—  ¡Olí!  sí,  lo  comprendo,  esclainó 
Adriaoj;  al  odio  que  me  pr(di>.ilta  mi  lia 
debe  aùadirse  la  avaricia...  con  esto  todn 
(]ueda  explicado.  Las  hijas  del  mariscal  Si 
mon,  herederas  como  yo  de  e^los  bienes, 
han  sido  encerradas  como  yi». 

— Y  sin  embargo,   repujo  llodin,  ella> 
y  Vos  no  sois  las  únicas  Mclimas. 
— ¿Qiiiéne>  son  las  oUa>? 

—  L'n  joven  indio. 

— ¿Kl  príncipe J)jalma?pregii¡iló  Alria 
na  con  viveza. 

— Ha  e4ado  á  punto  de  ser  í'nvonena- 
do  con  un  nafc 'tico....  con  el  mismo  ob- 
jeta. 

— ^^¡  Dios  mió!  esdamó  ia  joven  juntan- 
do las  ninnos  con  lorror.  ¡  Rso  es  ima  co- 
sa horrible  !  ¡él  !  ¡  él  !  ese  joven  príncipe 
cuyo  carácter  diceruiue  es  tan  noble  y  tan 
generoso.  Yo  habia  enviado  al  palacio  de 
Cardoville... 

— .\  un  hombre  de  confianza  con  el  en 
cargo  de  conducir  al  principe  á  Paris:  lo- 
■do  lo  sé,  querida  señorita  ;  ¡tero  gracias  á 
ima  astucia,  ese  hombre  ha  sido  abjado. 
y  el  ji')ven  indio  entrrgadoá  siisenemigos. 

— ¿Y  dónde  se  halla  en  este  momento? 

— Solo  tenga  nolicias  vagas:  únicamen 
te  sé  que  esta  en  Paris:  pero  nó  pierdo  la 
esperanza  de  liallarle:  haré  cuantas  dili- 
gi'ncias  me  sean  posibles  con  ardor  pater- 
nal :  porque  nunca  serán  bien  apreciadas 
las  cualidades  de  ese  p(jbre  hijo  de  ley. 
¡O'ié  corazón  I  ¡oh  !  es  un  corazón  de  í)ro, 
brülanle  y  puro  como  el  oro  de  su  p.iis. 

— Es  mene->ter  luilar  al  principe,  ca- 
ballero, dijo  Adriana  con  emoción Ks 

menester  no  omitir  para  e>to  las  mayores 
diligencias,  os  lo  [)id(»;  es  mi  pariente,  se 
encuentra  solo  aquí,  sin  apoyo,  sin  re- 
cursos. 

— Cieitamenl'.' ,   repii-o  H 'din  compa- 


'lecitlo,  ¡  pobre  j<')ven  !  es  casi  tm  niño  de 
diez  y  oclio  ó  de  diez  nueve  años  ijUe  liafi 
echado  en  medio  de  este  infierno  de  I'a- 
ri>; ,  con  sus  pasiones  mu-vas,  ardientes  f 
>alvages;  con  su  sencillez  y  ctnlianzj  ¡á 
qué  peligros  no  está  espiie>tu  ! 

—  I.o  primero  que  debe  procurarse,  eí 
liall.ule,  repuso  Adriana  con  viveza:  do- 
piie-i  le  sustraeremos  á  esos  riesgos.  An- 
tes de  haber  sido  encerrada  aquí,  sabien- 
do su  llegada  á  Francia,  envié  un  hnmtire 
de  confianza  para  que  en  nombre  de  un 
atn'go desconocido  le  proporci  >na>e  loqiie 
pudiera  necesitar,  ahora  Cun-íeo  que  es- 
la  idea,  cuya  locura  tanto  nio  icliiif'  n  »  n 
cara  ,  era  muy  sensata...  así  ahuía  teijjo 
mas  inferes  (pie  nunca  :  el  principe  per'ii 
n  ce  á  mi  familia ,  y  le  soy  deud-  ra  d  ; 
una  generosa  hospitalidad...  le  destinaba 
el  pabellón  qJie  yo  ocupaba  encaba  de  n.i 
lia. 

—  Pero,  ¿vos,  querida  «rñorifa? 

— H(.y  n  isnio  voy  á  habitar  una  co*a 
í|iie  hite  preparar  desde  mucho  lii  lujio 
antes,  estando  bien  decidida  á  dejar  áni.i- 
dame  de  Saint- Dizier  y  á  vivir  so'a  á  mi 
gusto.  Asi,  caballero,  puesto  (jue  vuotra 
misión  es  constituiros  en  genio  consol.idnr 
de  nu  familia,  tened  con  el  principe  Djil- 
nia  la  misma  generosiilad  que  lialteis  de- 
mostrado por  mí  y  por  las  liijas  del  ma- 
ri>cal  Sinjon:  os  ruego  (pie  procure  s  des- 
cubrir el  paradeTi)  de  ese  pobre  hijo  dt» 
rey,  como  vos  le  llamáis:  guardadme  el 
secreto  y  hacedle  conducir  al  p!il)ellon(jiie 
le  ofrece  un  amigo  desconocido....  que  no 
se  ocupe  de  nada....  se  proveerá  á  todas 
sus  necesidades y  vivirá  como  debe  vi- 
vir  como  un  príncipe.... 

— Si,  Como  un  príncipe,  gracias  á  vues- 
tra regia  munificencia.  Jam»s  puede  que- 
dar mejor  justificado  un  interés  tierno. 
Basta  ver,  como  yo  he  visto,  su  liertnosa 
y  melancólica  fisonomía,  para 

-^¿(ion  que  le  fiaf)eÍN  visto?  dijo  Adria- 
na iiilcrrutnpiendo  á  ll^Jin. 


iBâ  ALBUÍff. 

— Si,  querida  andiga  mía,  le  lie  visto 
cerca  d-  dos  lioras,  y  esto  lia  sido  stificien- 
te  para  que  le  ju/gase:  sii'í  deliciosas  fac- 
ciones son  el  espejo  de  su  alma. 

— ¿Y  donde  le  habéis  visto? 

— Kn  vuestro  antiguo  palacio  deCardo- 
ville,  querida  señorita,  no  lejos  del  sitio  en 
que  le  arrojó  la  tempesta<J-....  y  donde  yo 
liabia  ido  para.... 

Kn  seguida  y  si  cabo  de  un  níomento 
de  duda,  Kodin  continuó  como  arra>tradi» 
involuntariamente  por  su  frani]ueza: 

— Si,  donde  yo  liabia  ido  para  cometer 
una  niaia,  vergonzosa  y.miserab'.e  acción... 
es  preciso  cetifesarlo. 

— ¿Vos,  caballero?  ¿al  palacio  de  Car- 
dovilie?  ¡para  tina  mala  acción!  csclamó 
Adriana  profundamente  sorprendida. 

—Desgraciadamente  si,  mi  querida  sc- 
iloriía.  respondió  scnciüamenteUodin.  Rn 
una  palabra,  ti^nia  orden  del  padre  d'Ai- 
grigny  de  poner  á  vuestro  antiguo  adnji  • 
nistrador  en  la  alternativa  de  ser  despe- 
dido ó  de  (jue  cunietiese  una  indignidad... 
si.».,  una  acción  que  tiene  muciía  seme 

janza  con  el  espionaje  y  la  calumnia 

pero  este  digno  y  honrado  hombre  se  negó 
á  elloi 

— Pero,  ¿(piien  sois,  caballero?  dijo 
Adriana  cada  vez  mas  sorprendiíJa. 

— Soy....   Rodin <  x-secretario   del 

padre  dWigrigny....  poca   cosa....  como 
veis.... 

Es  preciso  renunciará  describir  el  acen- 
to huniiide  é  ingenuo  del  jesuíta,  al  pro- 
nunciar estas  palabras  (|ue  él  acompañó 
con  un  sa'ud.)  respetuoso. 

Mlle.  deCardovilie  retrocedió  de  pronto 
al  oir  c-sta  declaración. 

Ya  hemos  diclimiie  Adriana  liabia  oido 
liablar  algiuia>s 'veces  de  Uodin  ,  del  hu- 
milde secretario  del  abate  d'Aigrigny.  co- 
mo de  una  especie  de  má. juina  pa-^iva  y 
obediente:  no  es  esto  solo:  el  admini^lr.í- 
dür  de  la  posesión  de  Cardoville,  al  escri- 


bir á  Adriana  relativamente  al  prfnctpè 
Djalma,  se  habia  quejado  de  las  innobles 
y  pérfidas  proposiciones  de  Uodin.  Desde 
este  mome7»Io  sintió  la  joven  una  vaga 
desconfianza  al  saber  que  su  libertador  era 
el  inism^  que  habia  hecho  tan  odioso  pa- 
pel. Ademas,  este  sentimiento  desfavora- 
ble estaba  neutralizado  por  lo  que  ella 
fiebia  ii  Uodin  y  por  la  terminante  denun- 
cia que  acal)at)a  de  hacer  contra  el  abate 
d'Aigrigny  en  presencia  del  magistrado;  y 
en  fin  por  la  confesión  misma  del  jesuíta, 
(juien  ficu>átidose  á  si  mismo,  evitaba  tas 
reconvenciunes  que  podian  hacórse'e. 

Sin  embargo  Adriana  continuó  con  una 
»>spccie  defria  reserva  esta  conversación 
tjue  ella  misma  proVucó  con  tanta  fran- 
queza .sencillez  y  simpatía. 

Uodin  conoció  la  iulpresion  que  habià 
causado  y  no  se  desconcertó  cuando  Adria- 
na le  dijo  mirindoie  cílraá  caray  conejos 
penefranfe>: 

— ¡.\l>!  ¿sois  Mr.  Uudin....  secretario 
del  abate  d'Aigrigiiy  ? 

— Decid  ex-secretario,  mi  querida  se- 
ñorita, respondió  Uodin;  porque  debéis 
conocer   que  janiás  volveré  á  poner  los 

pies  en  casa  del  padre  d'Aigrigny á 

quien  he  convertido  en  un  implacable  enë- 
mi;:o  mi);  asi  es  que  me  encuentro  en  la 

Ciilie.  Pí^ro no  imptria....  ¿que  es  lo 

que  digo?  ¡Tiinto  mcjiír,  pues  á  este  pre- 
cio (¡uedan  desenmascarados  los  bribonea, 
y  las  uentes  honradas  socorri<la>! 

Kslas  palabias.  proiuinciadas  con  la 
mayor  sencilltz  y  dignidad,  hicieron  re- 
nacer la  compasión  en  el  coraznn  de  Adria- 
na. Pensó  que  este  pobre  viejo  decia  la 
verdad.  ILl  odio  del  padre  dWigrigny,  pú- 
t)licado  de  este  modo,  debia  ser  inexora- 
ble, y  adeinas  Uodin  lo  habia  arrostrado 
para  liacer  una  genorosa  reVflacion. 

A  pesar  de  esto,  Adriana  repuso  con 
frialdad: 

— ¿Gomo  os  posible  que  hayáis  consen- 


AL» 

\U]o  t'n  encargaros  doliacer  alaJmiiiislra- 
ilor  íJu  ('arJo\i'lc'  prupo  iciuiics  la»  pótii 
das  y  \frg()iizii>as'.' 

— ¿l*or  (|!ió?  ¿por  (jtie?  npi^o  Uodiii 
C'»o  una  «'jpi'cie.  du  imp;iiieii(ia  pi-iiuï^a. 
Puri|Uo  i'iiluiiccs  cslaba  yo  aun  somi-Udo 
á  Ij  ¡iinii4'iicia  dtl  |)iilrt.'  d'Aigrigoy  ,  (jt;e 
i'S  uno  *lv  liiS  Itoiiibros  mas  liabiierí  (|(ie\o 
conozco  ;:ysi.'gnn  lie  sabido  dt•^dl.•  ayer, 
uno  (lo  ios  utas  peligrosos  i|ue  iTái'sten  en 
el  nr.indo:  logró  vencer  mis  escnipulos, 
perMiadicndoine  (Hie  el  fin  jiislifií-aba    o> 

medios Debo  confesar  (jue  el  tin  (jue 

se  proponía  era  e>ce lente  y  grandv*....  pe- 
ro antes  de  ayer me  lie  desengajlado 

cruelnit  lite....  un  rayo  de  luz  me  ha  des- 
pertado.... Ksciictiad ,  señorita,  añadió 
lloilin  con  una  especie  de  embarazo  y  de 
Confusion....  no  liablemo^de  mi  funebto 
>¡aje  á  Gardoville....  Aunque  yo  «olo  he 
«ido  un  instrumento  cieg>>  é  i:Miorante, 
siento  tanto  di^unstn  y   vergüonza  como 

si  líubie>e  obrado  por  mi  misino Ksto 

es  para  mi  un  pisu  que  me  oprime  cl  co- 
razón. Oj  niego  que  hablemos  mas  bien 
de  vos  y  de  lo  ijue  puede  interesaros,  por 
que  el  alma  se  dilata  con  generosas  ideas 
del  mi>mo  m:>do  que  el  pecho  con  la  in- 
(luencia  de  un  aue  puro  y  saludable. 

Koilin  acababa  de  hacer  tan  esponlá- 
reaineiile  la  confesión  de  su  falta;  la  es- 
pücaba  con  tanta  naturalidad  y  parecía 
lan  sinceramente  arrepentido,  que  Adria 
na,  cujas  sospeclias  no  tenian  p'ir  otra 
parte  mis  elementos  (jue  estos,  conoció 
que  su  dekconliaiiza  se  amiiuiraba  mu- 
cho. 

— Ü'inque,  repuso  ecsaminando  siem- 
pre á  Uodin,  ¿habéis  vi^to  en  Cardoviile 
al  príncipe  Djalma'' 

— Si,  señoriti,  y  desde  esta  rápida en- 
trcviíta  data  mi  afecto  por  ('I;  por  esta 
razón  cumpüró  mi  empeño  hasta  el  fin; 
tranquilizaos,  mi  querida  señorita,  ni 
vos,  ni  las  hijas  del  mariscal  Simon,  ni 


iM  189 

el  príncipe,  seieis  ja  víctiinns  fie  esc  de- 
t.-stable  complot,  (¡ue  desgraciadamente 
no  se  ha  reduciilo  s<iIo  á  eso. 

— ¿Y  (|ué  otra  cosa  pucdi;  amenazar- 
les? 

— Mr.  Hardy  ,  hombre  de  honor  y  do 
probidad,  que  tanibieu  es  viuslro parien- 
te 6  inleresadt»  como  vos  en  esta  herencia 
ha  sillo  alejado  de  Paris  mediante  unaiii' 
fame  liaicion....  Va\  fin  otro  heredero, 
que  es  un  desgraciado  trabajador  y  (¡ue 
ha  caido  en  un  l.izo  hábilmente  combina- 
do, ha  sido  ciiiducido  por  deudas  á  una 
|iri>i  in. 

—  Pero  decidme,  saltó  Adriana  de  pron- 
to ,  ¿en  beneficio  de  quien  ha  sido  tra- 
mado ese  complot  que  tanto  me  horro- 
riza"? 

— Fn  el  del  padre  d'Aigrigny  ,  respon- 
dió U.  din. 

—  ¡  íín  beneficio  suyo  !  ¿y  como  es  eso? 
¿con  qué  derecho?  ¡él  no  es  heredero! 

—  Señ'uita,  esto  sería  muy  largo  de 
contar;  ya  llegará  el  dia  en  que  todo  lo 
Si  pais;  por  el  pronto  estad  persuadida 
que  el  padre  d'A¡uri;:ny  es  cl  mayor  ene- 
migo de  vuestra  f.imilia. 

— Caballero,  re|: u>o  Adriana  cediendo 
á  una  sospecha;  voy  a  hablaros  con  fran- 
queza, ¿cómo  es  que  he  podido  á  he  me- 
recido inspiraros  el  vivo  interés  que  me 
manilotais  y  (|U(í  estendeis  á  todos  lus 
individuos  de  no  familia? 

— Señorita  ,  respondi(')  Rodin  sonrién- 
dose;  si  os  lo  di^o  ...  vais  á  burlaros  do 
mi....  ó  tal  vez  no  me  creerei»... 

— lísplicaos ,  caballero;  no  dudéis  de 
mi ,  ni  de  vos. 

—  Pues  bien.  Me  he  interesado  por  vos, 
porque  tenéis  un  corazón  generoso,  un 
espíritu  elevado,  un  carácter  noble  é  in- 
dependiente. Y  seguramente ,  habiéndo- 
me consagrado  á  vos,  vuestros  parientes, 
(jue  Son  tanibien  dignos  de  interés,  no  me 
han  sido  indiferentes.  Int  eresrndcme  por 
ellos,  "«i  servia. 

4S* 


190 


áLBüSI, 


— Pero,  caballero;  aun  suponiendo  que 
me  creáis  digna  de  las  lisongeras  alaban- 
zas que  me  prodigáis,  ¿como  liabeis  po- 
dido juzgar  de  mi  corazón,  de  mi  espíritu 
y  de  mi  carácter? 

— Voy  á  decíroslo,  mi  querida  señori- 
ta ,  pero  antes  debo  confesaros  una  cosa 
que  me  causa  mucho  rubor.  Aun  cuando 
no  estuvieseis  dotada  tan  ventajosamente 
por  la  naturaleza,  los  sufrimientos  dejde 
que  entrasteis  en  esta  casa  ,  deberían  ser 
motivo  suficiente  para  m»;recer  el  in- 
terés de  todo  hombre  sensible  ¿no  es  ver- 
dad? 
— Yo  lo  creo. 

— Asi  es  como  yo  podia  esplicaros  mi 
interés.  Pero  no  obstante  ,  debo  confesar 
que  esto  no  sería  suficiente  y  aun  cuando 
solo  fuéseisMIIe.  de  Gardoville,  y  no  muy 
rica,  noble,  joven  y  bella,  vuestra  des- 
gracia me  hubiera  cau'íádo  compasión  y 
diria;  esta  pobre  señorita  es  bien  digna 
de  interés,  pero  ¿qué  puedo  hacer  por 
ella,  yo  que  soy  un  pobre  hombre?  mi 
único  recurso  es  ser  secretario  del  padre 
d'Aigrigny;  á  este  es  á  quien  debo  consa- 
grarme. Es  un  hombre  poderoso  y  yo  no 
soy  nada;  luchar  contra  él  sería  perder- 
me sin  tenerla  esperanza  de  salvará  esta 
señorita  ;  pues  bien  ,  á  pesar  de  esto  me 
he  declarado  contra  él.  No,  no,  dije.  Un 
entendimiento  como  el  suyo,  un  corazón 
tan  grande  no  deben  sucumbir  á  un  com- 
plot tan  abominable Tal  vez  yo  que- 
daré arruinado  en  esta  lucha  ,  pero  á  lo 
menos  he  procurado  combatir. 

Es  imposible  pintar  la  mezcla  de  astu- 
cia, energía  y  sensibilidad  con  queRodin 
acentuaba  estas  palabras. 

— Caballero,  repuso  Adriana,  perdo- 
nadme mi  indiscreta  y  porfiada  curiosidad  ; 
desaria  saber.... 

— Gomo  he  conocido  vuestra  moral  ¿no 
es  verdad?  Esto  es  muy  sencillo,  señori- 
ta. Os  lo  diré  en  dos  palabras.  El  abate 


d'Aigrigny  solo  veia  en  mi  u!i  arfiañáeTs- 
se,  un  instrumento  obtuso,  mudo  y  ciego. 

— Yo  creí  que  el  padre  d'Aigrigny  te- 
nía mas  perspicacia. 

— Y  teníais  razón,  señorita;  es  hombre 
de  mediana  sagacidad...  yo  leengañaba..-. 
afectando  algo  mas  (jue  sencillez.  No  creáis 
por  esto  que  soy  un  hombre  falso.  No... 
yo  soy  orgulloso,  sí,  orgulloso  á  mi  mo- 
do.... y  este  orgullo  consiste  en  no  mani- 
festarme jamás  superior  á  mi  p  isicion,  por 
subalterna  que  esta  sea.  ¿Sabéis  porqué? 
Porque  en  ese  caso,  por  altaneros  que 
sean  mis  superiores...  me  digo  á  mi  mis- 
mo... Ignoran  loque  valgo...  y  noesámí 
á  quien  humillan,  sino  á  la  inferioridad 
de  mi  condición.  Con  esto  consigo  dos  co- 
sas,  es  decir,  que  mi  amor  propio  qtiedá 
á  cubierto,  y  no  me  veo  precisado  á  abor- 
recer á  nadie. 

— Comprendo  esa  especie  de  orgullo  -, 
dijo  Adrina  cada  vez  mas  admirada  do  la 
originalidad  del  talento  de  Rodin. 

— Pero  volvamos  á  lo  que  os  interesa  < 
mi  querida  señorita.  La  víspera  del  13  áe 
febrero  el  abate  de  Aigrigny  me  dio  un 
escrito  cifrado,  diciéndome  :  descifrad  es- 
te iníerrogatorio  y  añadiréis  que  es  docu- 
mento comprobante  de  la  decisión  de  un 
consejo  de  familia  que  atesta  ,  según  él  in- 
forme del  doctor  Raleinier ,  que  la  razón 
de  Mlle,  de  Cardoville  esta  en  un  estado 
sumamente  alarmante  y  que  es  pfeciso 
proceder  á  su  reclusión  en  una  casa  de 
sanidad... 

— Sí,  dijo  Adriana  con  tristeza;  íratá- 
hasü  de  una  larga  conversación  que  tuve 
con  mi  tía  Mme.  de  Saint- Dizier,  y  que 
copiaron  al  mismo  tiempo  sin  que  yo  lo 
supiese. 

— Empecé  á  descifrar  la  memoria  que 
tenia  delante,  y  al  cabo  de  diez  minutos 
me  (juedé  pasmado  sin  saber  si  estaba  des^ 
pierto  ó  soñando.  ¡Cómo!  jloca!  escla- 
mé, ¡Mlle,  de  Gardoville  loca!   ¡los  que 


ALEilM. 


lOi 


yrpleiitîon  sostom-r  semejante  monstruo-    dirme  tlol  motivo  do  vuestro  encierro  ha- 


sitiad  son  los  verdaderos  insensatos  I  Pro- 
seguí mi  lectura  cada  vfz  mas  intere- 
sado.. ..  y  la  concluí.  ¿Que  podré  deci- 
ros? Lo  «jue  entonces  sentí,  mi  cjuerida 
señorita,  es  inespiicabU,*;  enternecimien- 
lo  ,  alegría  ,  entiiviasmo. 

—  ¡Caballeril!  dijo  .Xdrian.i. 

—Sí.  n)i  (¡uiTida  señorita  ,  ¡entusias- 
mo! No  qui>iera  ofender  viioslra  modes- 
tia con  esta  palabra;  sabed  pues  que  las 
-ideas  tan  nuevas,  tan  independientes,  tan 
animosas,  (pie  espu>isteis  en  presencia  di- 
vuestra  tía  con  lat»lo  Iticicnieiilo ,  >on  sin 
«]ue  lo  sepáis,  comunes  con  las  de  una  per- 
sona por  la  cual  sentiréis  algún  dia  él  mas 
lierno  y  religioso  respeto. 

— ¿  Üe  quién  habláis?  csclamó  Adriana 
•cada  veí  mas  iniero<ada. 

Al  cabo  de  un  nïomenlo  de  aparente 
incertidumbre  ,  repuso  Rodin  : 

•'-^N<»,  no,  alura  es  inútil  manifestá- 
roslo. Lo  que  únicamente  puedo  deciros 
es  que  al  acabar  mi  lectura,  f(u'  al  ins- 
tante á  casa  del  abate  de  Aigrigny  con  el 
objeto  de  convencerle  del  error  en  que  es- 
taba sobre  vus...  Md  fué  imposible  hallar- 
te... y  ayer  mañana  le  uíanifeslé  con  al- 
guna viveza  mi  modo  de  pensar  :  solo  me 
pareció  eslrañar  una  cosa,  es  decir  el  que 
yu  raciocinase.  Un  desdeñoso  silencio  fué 
la  sola  respuesta  que  dio  á  mis  instancias. 
Por  mi  parle  creí  (|ue  le  habían  sorpren- 
dido y  aunque  insiití,  fué  inútil,  y  me 
mandó  que  le  siguiese  á  la  casa  domJe  de- 
bía abrirse  el  testamento  de  vuestro  abue- 
lo. Yo  estal)3  tan  sumamente  ciego  pí)rlo 
que  respecta  al  padre  de  Aigrigny,  que 
para  abrir  los  ojos,  íuf  necesario  que  lle- 
gase sucesivamente  el  soldad'*,  su  hijo  y 
después  el  padre  del  mariscal  Simon.  Su 
indignación  me  hizo  comprender  la  estén- 
sion  de  un  complot  tramado  desde  mucho 
tiempo  antes  con  tan  terrible  habilidad. 

Entonces  fué  cuando  acabé  de  persua- 


ciéndoos  pasar  por  loca,  y  el  por  qué  ha - 
bian  metido  en  un  convento  it  las  hij.isdil 
mariscal  Simon.  Oeurríéronme  mil  recuer- 
dos ;  refazns  de  cartas,  memorias  qtjo  r>  o 
habían  encargado  copiar  ó  cifrar»  y  cu\  a 
signiHcacion  no  había  ciVmpr.Midido  hasta 
entonces,  me  dieron  la  llave  de  esta  odio- 
sa trama.  Manifestar  en  el  acto  todo  ti 
horror  ijuesenlí  por  estas  indignidades  hu- 
biera sido  perderlo  todoj  me  contuve. 
0j)use  mi  astucia  á  la  del  P.  de  Aigrigny 
y  manifesié  mas  avaricia  (|iie  él.  Aun  cuan- 
do esa  cuantiosa  lirrencía  hubíoe  debido 
ser  mia,  no  me  hubiera  manifestado  m;is 
acre  ni  mas  implacable.  Gracias  áista es- 
tratagema, el  abale  de  Aigrigny  nada  sos- 
pechó. Una  casualidad  providencial  salvó 
e-tos  bienes  de  sus  manos,  y  salió  de  la 
casa  con  la  mayor  consternación.  Yo,  lle- 
no de  júbilo  porque  veia  el  medio  de  sal-» 
varos  y  de  vengaros,  fui  ayer  noche  á  mi 
oficina,  según  costumbre.  Durante  la  au- 
sencia del  abale,  me  fué  fácil  recorreí  to- 
da la  correspondencia  rel'tiva  á  la  heren- 
cia ,  de  modo  (pie  pude  anudar  los  hilos 
de  esta  inmensa  trama.  líntónces,  señori- 
ta ,  quedé  consternado  y  coníu-^o  con  es- 
tos descubrimientos  que,  sin  las  circuns- 
tancias antedichas,  no  hubiese  nunca  sos- 
pechado. 

— ¿Qué  descubrimientos? 

— Hay  secretos  terribles  para  el<¡ue  I,>s 
posee;  asi  no  insiítais  mas,  mi  querida 
señorita;  no  obstante  d»  bo  deciros  que  en 
este  examen,  la  liga  formada  contra  vos 
y  contra  vuestros  parientes  por  una  insa- 
ciable avaricia  me  convenció  de  la  auda- 
cia misteriosa  de  los  que  la  formaron. 
Desde  este  instante,  el  vivo  y  profundo 
interés  que  me  inspirasteis  se  estendió  á 
las  demás  víctimas  de  este  infernal  com- 
plot. A  pesar  de  mi  impotencia  hice  áni- 
mo de  arriesgarlo  lodo  para  desenmasca- 
rar al  padre   de  Aigrigny Reuní  las 


192  ALlíL'M. 

priiol>3S  necesarias  par.T  dar  á  tiii  decla- 
ración áhtc  la  justicia  lodo  el  peso  de  la 
autoridad....  Y  esta  misuia  manaiia...  sa- 
lí de  casa  del  abate...  íiiii  liabiarle  la  me- 
nor cosa  de  mis  proyectos,  pues  podía  va- 
lerse de  un  medio  violento  para  contener- 
me; sin  embargo  yohnbiera  cometido  lina 
baji^za  alac  Índole  sin  prevenirle  antes.  En 
el  instante  en  (pie  me  m'  fuera  de  sm  caisa 
le  escribí  manifrstiíndi»!e  <]ue  tenia  er»  mi 
poder  pruebas  sufieienlis  de  sus  in(ii¿ni- 
dadcs  para  atacarle  cara  á  rara...  le  acu 
sé...  él  se  defenderá.  Fui  á  casa  de  un 
juez....  y  ya  sabéis... 

En  este  instaiite  se  aí)rió  la  puerta,  y 
una  de  las  criadas  se  presentó,  y  dijo  á 
Rodin. 

— Caballero,  el  mnzo  (]ue  Vd.  y  el  se- 
íior  juez  lipn  en\iado  á  la  caüe  de  Bii>e- 
Miciie  está  de  vuelta. 

— ¿Ha  dtjado  la  carta? 

— Si,  señor;  la  subió  al  instante. 

— Está  bien dejad mos. 

La  criada  salió. 

XXXV. 

LA  simpatía. 

Si  M 'le.  de  Cardoville  hubiese  podido 
conservar  algunas  «O'perhas  sobre  !a  sin- 
ceridad del  ce  o  de  Unlin  hacia  ella  ,  este 
razonamiento,  desiiraciadamente  muy  na- 
tural é  irrcfiagable,  la»  huldera  desvar.e- 
cido  en  el  acto.  En  efeolp,  como  liubiera 
sido  posib'e  suponer  la  menor  inteligencia 
entre  el  abate  y  su  seorotarit»,  cuando 
este,  diSMibrieniltilasintrii;as  de  su  amo, 
le  entregaba  á  los  tribunales?  ¿ruando, 
(inalmente,  j<odin  líacia  mucbo  mas  de 
lo  que  tal  vez  hubiera  hecho  Adriana? 
¿Cómo  era  posible  suponer  otras  riiiras 
en  el  jesuíta  que  las  de  atraerse  con  su 
proced^'r  la  pu.di'rQsa  protección  de  la  jo- 
ven? ¿>deaí^s  ¿ntt  aiP^bflb''^  ^'«  protestar 
contra  esta  suposición,  (|eplarímdú  que  no 
se  interesaba  por  la  bella  ,  noble  y  rica 
Adriana ,  sino  por  una  joven  generosa  y 


de  buenos  sentimientos?  Y  en  fin,  como 
decia  el  si  rrdario  ¿qué  hombre,  á  me- 
nos (¡e  ser  un  miserable,  no  se  habria  in- 
teresado en  la  suerte  de  Adriana? 

A  la  ¡gratitud  de  Mlle,  de  Cardoville  se 
reunía  un  sentimiento  singular,  estraiía 
mezcla  de  curiosidad,  de  sorpresa  y  de 
interés.  Sin  tinbir¡Jo  al  descubrir  uí\  es- 
píritu superior  l);ijo  aquella  ivn"serable  ro- 
pa ,  le  ocurrió  ;-e  prunlo  una  grave  sos- 
pecha. 

— Caballero,  dijo  á  Uodin:  yo  tengo  la 
cosluinbre  de  ¡naiiifestar  siempre  á  las 
personas  que  estimo  las  dudas  que  me  ins- 
piran para  (pie  se  justificjuen  y  me  escu- 
sen si  me  encaño. 

Iludin  mirt»  á  Adriana  con  sorpresa,  y 
pareciendo  cali  .u!ar  inenlalmenle  ¡as  sor- 
pnsas  (pie  liabia  podnio  inspirarle:,  al 
cjbo  de  un  instante  de  silencio  le  dijo: 

— Tal  vez  11  icéis  alusión  á  nu  viaje  á 
Cardoville  y  á  las  vitufierables  proposi- 
ciones (¡ue  íiiceá  vuestro  esceienle  y  digno 
administrador yo 

— No,  no,  señor,  saltó  Adriana  inter- 
rumpiéndole; me  habéis  hecho  una  vo- 
luntaria confesión  y  comprendo  que  ihl- 
sionado  por  el  P.  doAijirigny,  hayáis  po- 
dido poner  en  ijeiíuoion  pasivamente  las 
instrucciones  (jne  vuestra  delicadeza  re- 

piiiinaba ¿Pero  conio  es  (|ue  teniendo 

un  inconte^t.lble  mérito  hayáis  podiilo  per- 
manecer tanto  tiempo  á  su  lado  y  en  una 
posición  tan  .subaJterna? 

—  Tenéis  raz  «n  ,  dijo  Rolin  sonríen-, 
dose,  esto  debe  sorprenderos  do  un  modo 
poco  favorable  para  utí,  uji  querida  se- 
ñorita; porque  un  hombre  de  mediana 
capacidad  que  continúa  mucho  tiempo  en 
una  condición  infame,  debe  necesaria- 
mente tener  un  vicio  radical  ü  una  mala 

ó  baja  inclinación, 

— líeneralmeiite,  eso  es  verdad. 

— V  personalmente  una  verdad...  con 
respecto  á  mí. 


— ¿('i)ri  qiití  coiifi-^ais?... 

— I'ur  di'si^racia ,  t.í;  confioso  qiio  lio 
tc'iúdi)  iinu  mata  iiicliiiaciotiá  la  cual  haco 
cuari'nta  an^s  (Iucí  Ik*  saoriíiratlo  toilas 
las  ocasiones  de  obteiior  una  posiciuri  pa- 
sable. 

—¿V  i-^a  idea?... 

— l'iK'ilo  ipic;  L'>lüy  tMi  i'l  caso  de  ha- 

foros  la  coiirf>ii)ii  de  oste  deftcto os 

tJiró  que  US  la  pt?roza sí la  pertza 

(ji\.*  tiene  liurror  á  todo  lo  que  es  activi- 
dad de  espíritu  y  lespíinsabilidad  moral. 
Con  las  4,800  rs.  que  me  daba  el  abate 
dií  .Miirigiiy,  era  el  hombre  mas  feliz  del 
mundo,  cuiiliaba  en  la  nobleza  de  sus  mi 
ras:  sus  pensamientos  eran  los  míos  y  su 
voUmtad  u)i  propia  voluntad.  Cuando  aca- 
baba mi  obligación  volvía  á  mi  humilde 
cuarto,  encendia  mi  estufa  y  comia  rai- 
ces; en  seguida  tomando  un  libro  de  des- 
conocida filosofía ,  y  cavilando  sobre  su 
con'.inido,  dtjahi  taiupo  vasto  á  mi  ima- 
ginación, la  cual  contenida  todo  el  dia, 
me  arrastraba  con  sus  teorías  y  sus  delei- 
tables utopías.  Entonces,  con  todo  el  ca- 
iur  de  n  i  imaginación  trasportada  Dios 
sabe  di.:t>dt%cíin  la  audacia  de  mis  pensa- 
mictitos,  parí  oíante  dominar  á  mi  supe- 
rior y  ;i  lus  i;raniles  ing<'nios  de  la  ticrrs. 
lista  liebre  me  duraba  IrcS  ó  cuatro  ho- 
ras, y  despues  echaba  mi  buen  sueño: 
todas  la-;  minanas  iba  jovialmente  á  mi 
obligación,  s;*guro  de  haber  ganado  mi 
pan  para  el  dia  si;^uiet'te,  y  sin  pensar  en 
<'l  porvenir,  contentándome  con  poco,  es- 
perando con  impaciencia  las  delicias  de 
mi  solitaria  noche  y  dicic^ndonie  al  mi»:mo 
tUMnpo  ipic  garrapateaba  como  una  má- 
quina estúpida:  jeh!  -A  yo  (pusiera 

— 'Ciertamente,  hubierais  podido  llegar 

á  una  alta  pt'isicion  como  otro y  aun 

mi'jiT  tal  vez  (pie  otro  cualquiera;  dij(» 
Adriana  singularmente  conmovida  con  la 
lilo.-iüfíj  pr.lctica  de  Kodiu. 

— Si,  yo  lo  creo  que  hubiera  podido  lle- 


193 


g  ir...  pero  en  i-l  momejito  en  que  estonio 
era  posible,  ¿di-  (¡\U'  me  serviría?  Seño- 
rita, lo  que  muih.i.s  veces  hace  inesplica- 
b!es  para  el  vulgo  á  tas  personas  de  algún 
valor...  es  que  se  contentan  con  decir;  /n' 
i/o  qttisicra  ! 

— Pero  en  fin  , caballero,  sin  eslarmuy 
apegadi»  ñ  los  goces  de  la  vida,  liay  cier- 
tas comodidades  (pie  la  edad  hace  casi  in- 
dispensables y  á  las  cuales  renui)<'iüis  ab- 
solutamente. 

—  DesengafiO'i ,  mi  (pierida  señorita,  di- 
jo Uodin  sonrii'ndose  maliciosamente,  yo 
soy  inuy  sibarita:  necesito  indispensable- 
mente un  buen  vestido,  una  buena  estu- 
fa, un  buen  colchón,  un  buen  pedazo  de 
pan,  un  buin  rábano  nuiy  picante  y  sa- 
zonado con  sal  común,  buena  agua  clara; 
y  sit»  embargo,  á  pesardi'  lacíMuplicacion 
de  mis  gustos,  mis  4,800  reales  me  bas- 
tan y  aun  me  sobran  puesto  que  puedo 
hacer  algunis  economias. 

— ¿Y  ahora  que  estáis  sin  empleo  C(5mo 
vais  á  nianejaros  para  vivir?  dijo  Adria- 
na cada  vez  mas  interesada  con  la  singu- 
laridad de  este  hombre  y  pensando  poner 
á  prueba  su  desinterés. 

—  \!e  (jueda  un  bolsilüto,  y  este  me 
b.jstárá  para  permanei;er  aqui  hasta  (jue 
desenrede  el  i'iltimo  hilo  de  la  negra  tra- 
ma del  I*.  d'Aigri«;ny,  debo  hacerlo  asi 
por  haber  sido  engañado;  crPO(|ue  basta- 
rán tros  ó  cuatro  dias.  Después  estoy  se- 
gíiro  de  hallar  una  modesta  colocación  en 
casa  (ití  un  recibidor  de  contribuciones; 
todavía  no  hace  mucho  tiempo  que  un 
amigo  mío  me  hizoesta  proposición,  pero 
yo  no  quise  abandonar  alábale  de  Aigiig- 
ny  á  [)e>ar  de  las  ventajas  (pie  me  propo- 
liian...  Figuraos,  tres  mil  y  ochocientos 
reales,  <d\,idj  y  cíi-a...  ('orno  yo  soyalgo 
insocial,  hubiera  preferí  lo  vivir  aparte... 
pero  ya  veis,  me  ofrecen  lai.io  (pie  yo  no 
repararía  en  este  jicipieño  iiicon\eniente. 

Es  imposible  pintac  la  ingenuidad  do 
49* 


194  ALBUM, 

Rodin  al  hacer  estas  confianzas  domósti- 
cas,  tan  atrozmente  engafiosas,  á  Mlle,  de 
Cardoville  cuyas  última^  sospechas  empe- 
zaron á  desvanecerse... 

—  ¡Cómo  I  dijo  al  jestiita  con  interés, 
saldréis  de  Paris  dentro  do  1res  ó  cuatro 
días? 

— Asi  lo  espero,  mi  querida  señorita,  y 
por  muchas  razones,  añadió  Uodin  con 
tono  misterioso;  pero  lo  mas  interesante 
para  mí,  añadió  con  tono  grave  y  pene- 
trado mirando  á  Adriana  con  ternura,  se- 
ria llevar  á  lo  menos  la  convicción  deque 
me  agradeceréis  el  haberos  reconocido, con 
solo  leer  la  conversación  que  tuvisteis  con 
/a  princesa  de  Saint  Dizier,  un  valor  tal 


ahora  comprendo  el  noMe  orgullocon  qHë 
contemplais  esa  multitud  de  hombres  Aí- 
tiles  y  ridículos  para  quienes  la  muger  es 
una  criatura  destinada  solo  á  ellos ,  y  por 
las  leyes  que  han  hecho  á  su  imagen  que 
está  muy  lejos  de  seT  hella.  Según  la  opi- 
nion de  estos  tiranuelos,  la  muger,  espe- 
cie inferior  á  la  que  un  concilio  de  carde- 
nales se  ha  dignado  reconocer  una  alma 
por  dos  votos  de  m.iynría,  ¿no  debo  creer- 
se infinitamente  mas  feliz  de  ser  la  liutnil- 
de  servidora  de  esos  peipieños  bajas,  vie^ 
jos  de  39  años,  qQe  cansados  y  hartos  de 
todo  género  de  escesos  quieren  descansar 
en  su  aniquilamiento,  y  piensan,  como 
vulgarmente  se  dice,  en  procurarse  imHu^ 
vez  sin  igualen  esta  época,  á  vuestra  edad  |  lo  cual  ponen  en  práctica  casándose  coi» 
y  eu  vuestras  circunstancias. 

— ¡Ah!  caballero,  dijo  Adriana  son- 
riéndose,  no  os  creáis  precisado  á  corres- 
ponder tan  pronto  á  las  sinceras  alaban- 
zas quehehechode  vuestro  talento...  Pre- 
feriría la  ingratitud. 

— Yo  no  os  adulo,  señorita  ¿de  que  ser- 
viría esto?  Nosotros  no  nos  veremos  mas.,, 
No,  no  os  adulo,  lo  único  que  he  hecho, 
es  compadeceros;  pero  lo  que  va  á  pare- 
ceros  singU(3r,es  que  vuestro  aspecto 
completa  la  idea  que  he  formado  de  vos 
al  leer  la  conversación  (pie  tuvisteis  con 
vuestra  tía  ;  así  es  que  algunos  rasgos  de 
vuestro  carácter,  que  entonces  eran  para 
mi  algo  inesplícables,  eitán  ahora  cono- 
cidos. 

— Verdaderamente,  caballero,  cada  vez 
me  admirais  mas. 

— ¿Qué  queréis?  os  manifiesto  inge- 
nuamente mis  impresiones;  y  en  este  mo- 
mento, por  ejemplo,  comprendo  perfecta- 
mente vuestra  pasión  por  lo  bello,  vuestro 
culto  religioso  por  las  sensualidades esqui- 
sitas,  vuestros  ardientes  deseos  de  un  mun 
do  mejor,  vuestro  valeroso  desprecio  por 
muchos  de  los  usos  degradantes  y  serviles 
á  que  están  condenadas  las  mugeres;  sí, 


una  pobre  joven  ,  quien  por  su  parle  de- 
sea, por  el  contrario,  procurarse  wn  prin- 
cipio ? 

Seguramente,  las  sátiras  de  Rodin  liU- 
bieran  causado  algún  placer  á  Mlle,  de 
Cardoville,  á  no  haberla  chocado  el  modo 
con  que  aquel  se  esplicaba  en  términos 

tan  conformes  á  sus  ideas mucho  mas 

hiendoesta  la  vezprimeraque  veía  á  a(piel 
hombro  peligroso.  Adriana  olvidaba,  ó 
mas  bien  ignoraba  que  Kodin  era  un  je- 
suíta de  rara  inteligencia  y  que  estR  clase 
de  gentes  reúnen  á  [los  conocimientos  y  á 
los  misteriosos  recuerdos  de  un  espía  de 
la  policía ,  la  profunda  pruilencia  de  im 
confesor;  sacerdotes  diabólicos,  los  cuales, 
mediante  algunos  indicios,  algunas  confe- 
siones y  algunas  cartas,  forman  un  carác- 
ter, del  mi'ímo  modo  que  Ctivier  formaba 
un  cuerpo  con  algunos  fragmentos  zooló- 
gicos». 

Adriana,  lejos  de  interrumpir  á  Rodin, 
le  escuchaba  siempre  con  mayor  curio- 
sidad. 

Este  ,  seguro  del  efecto  que  producía', 
continuó  con  tono  indignado: 

— Vuestra  tía  y  el  abate  de  Aigrígny  os 
trataban  como  loca  porque  os  pronuncia- 


I 


ALBt'l 

1)ais  contra  el  yugo  futuro  do  psíos  lira- 
imelos  :  puríiiie  oiliaiiilo  los  MTgotiZosos 
Aicios  de  la  esclavitud,  tnu'riaís  ser  imle- 
p.'iidii'nte  y  libre  profesandi»  las  hciiruSas 
virtudes  dt>  h  liluTlad. 

— Pero,  ¿fóino  es  posible  i|iio  mis  ideas 
os  sean  tan  fjfriíliares?  preguntó  Adiiatiii 
cada  vez  mas  sorprendida. 

— PrimeranH'Dte,  os  conozco  bien,pra 
CÍ3S  á  vuestra  coovtTsaciuii  ron  .Mtne.  de 
Saiiit-Dizier ,  y  ademas,  si  ca<^ualii)enl(' 
tuviésemos  los  dos  el  mismo  objeto,  por 
vias  diversas,  cotitinuó  Hudin  mirando  à 
Adriana  con  aire  de  inteligencia  ,  ¿(jue  se 
opone  á  (jue  nuestras  coiiviciionts  ican 
las  misnias? 

— No  os  co;nprendo,  caballero.....  ¿de 
que  objeto  lia  biais? 

— ^Del  objeto  cjue  anima  siempre  á  todo 
espíritu  elevado,  generoso  é  indepenJien- 
Ic....  unos  obran  como  vos,  mi  querida 
señoril;),  por  pación,  por  instmto,  sin 
compíi'nder  la  elevada  nu'sion  á  que  están 
destinados.  Por  egemplo,  cuando  os  com- 
placéis en  las  mas  esqui>itas  delicias, 
cuando  os  veis  rodi-ada  de  lodo  lo  que 
puede  encantar  los  sentidos,  ¿creéis  que 
solo  cedi'is  al  atractivo  de  lo  belloy  auna 
necesidad  de  goí'e.»!  No,  no,  porque  en 
ese  caso  solo  seriáis  una  criatura  incom- 
pleta.... odiosamente  personal,  una  con- 
íumada  egoísta  de  buen  gusto...  y  nada 
mas....  á  vuestra  edad  esto  seria  horrible, 
mi  querida  señorita,  borrib'e. 

—■L'n  juicio  semejante  es  muy  severo... 
¿le  formasteis  asi  de  mi?  tlijo  Adrian.i  con 
inquietud:  tanto  le  imponia  este  hombre 


a  pesar  suyo. 

— Ciertamente,  lo  formaria  si  ama>eis 
el  lujo  por  él  :  pero  no,  no,  (>tro  >enlimiento 
es  el  que  Os  anima,  repuso  el  jesuila...  asi 


Efectivamente,  dijo  Adriana  vivamenfo 
interesada. 

— ¿Os  sentís  reconorida  é  inter«'iad.i 
por  aquellas  personas  (pie  siendo  pidifes 
y  laboriosps  os  procur.in  la>  mara\  illas  di' 
ese  lujo  del  que  no  podéis  presrindir? 

—  lí>to  s.  nlimieiito  de  jiralilud  están 
P'dero.oo  en  mí,  repuso  Adriana  cada  vez 
iii.is  contenta  de  liiiber  sido  C(  mprendid;) 
y  adivinada,  que  un  did  hice  poner  m 
una  obra  maestra  de  platería,  no  el  nom- 
l)re  del  vended(jr ,  sino  el  del  autor  que 
era  un  pobre  artesano  desconocido  hasta 
entiitiLes,  el  cual  di  sde  aipiella  época  ha 
Conquistado  su  verd.)d<  ro  lugar, 

— Ya  veis  (|ue  no  n\e  engañado,  re- 
puso Rodin;  el  amor  de  estos  goces  os 
inspira  reconocimiento  iiácia  lus  que  os 
los  proporcionnan  :  y  no  es  esto  solo;  y<>, 
por  ejemplo,  que  ni  S"y  ni  mejor  ni  peor 
que  o'ro  cualquiera,  sino  un  hombre  ha- 
bituado á  vivir  de  privaciones  que  njila 
me  cueslan.  ¡Y  bien!  las  privaciones  de 
mi  prójimo  me  inli'resan  menos  que  á  vos. 
mi  querida  señorita,  portjue  vuestros  lij' 
bitos  de  bienestar....  os  hacen  necesaria- 
mente mas  compasi>a  hicia  los  desgra- 
ciados que  otro  cuabjuiera La  mi>eriii 

os  baria  sufrir  denia.siadu  ()ara  no  compa- 
dtc  r  y  socorrer  á  los  que  padecen. 

—  ¡Dio-i  mió!  dijo  Adriana  (|ue  empo- 
zaba á  (piedar  sometii]a  á  la  funesta  in- 
fluencia de  Uodin;  cuanto  mas  os  oigo, 
tanto  mas  convencida  (piedo  de  que  viis 
defendéis  mil  veces  m<j  ir  estas  ideas  (jue 
tan  duramente  me  han  sido  ecliadas  en 
cara  por  Mme.  de  Sainl-Dizier  y  por  el 
abate  dWigrigny | Continuad  I  ¡con- 
tinuad! no  puedo  esplicaros  toda  la  dicha 
y  placer  que  siento  en  oiros. 

Y  Adriana,  conmovida  y  con  los  ojos 


razonemos  un  poco:  al  sentir  la  necesidad  !  íijos  en  el  jesuíta  cim   tanto  interés  como 


de  lodos  estos  goces,  conocéis  su  valor  ó 
su  ausencia  con  mas  viveza  (|ue  nadie, 
¿  no  es  verdad? 


simpatía  y  curiosidad  ,  haciendo  un  mo- 
vimiento de  cabeza  que  le  era  familiar, 
echó)  hacia  airas  .««us  largos  y  rubios  rizos 


196  ALBUM. 

como  para  mirar  nii-jor  á  Rodiii,  el  cual 
repuso  : 

— ¿Y  os  admirais  ,  mi  querida  seño- 
rita, de  no  haber  sido  comprendida  por 
vuestra  lia  ni  por  el  abale  d'Aigrigny? 
¿Qué  punto  de  contacto  tenéis  con  esos 
espíritu  hipócritas  ,  envidiosos  y  astutos 
como  esas  gentes  á  quienes  ahora  conoz- 
co? ¿Queréis  una  nueva  prueba  de  un 
rencoroso  alucinamiento?  entre  las  cosas 
queeüos  llaman  monstruosas  locuras  ¿cuál 
era  para  ellos  la  peor  y  la  mas  vitupera- 
ble? vuistra  resolución  de  Nivir  en  lo  su- 
cesivo sola  y  á  vuestro  gusto,  de  disponer 
libremente  de  vuestra  posición  presente 
y  futura:  todo  esto  era  para  ellos  odioso, 
detestable  6  inmoral.  Y  sin  embargo  ¿vues 
tra  resolución  nacía  de  un  amor  insensato 
por  la  libertad?  no;  ¿de  una  escesiva 
aversion  á  toda  especie  de  yugo  y  de  vio- 
lencia? no:  ¿por  solo  deseo  de  singulari- 
zaros? no;  porque  en  ese  caso  yo  os  hu- 
biera vituperado  aceibamente. 

— Efectivamente,  puedo  asegurarosque 
me  movieron  otras  razones  diferentes , 
repuso  Adriana  con  viveza  ,  que  ambi- 
cionaba ya  el  aprecio  que  su  carácter  po- 
día inspirar  á  Rodin, 

— Losé;  los  motivos  que  teníais  ernh 
escelentcs,  repuso  el  jei.uíta.  ¿Porqué  to- 
masteis esU  resolución  que  fué  tan  con"i- 
batida?  ¿por  ojjOiicros  á  los  usos  recibi- 
dos? no;  Ins  íiabeis  respetado  tanto  (¡ue 
el  odio  (Je  Mme.  dcSaint-Dizíi-r  no  os  lia 
obligado  á  sustraeros  á  su  implacable  tu- 
tela  ¿Queríais  vivir  S"Ia  para  libraros 

de  los  i'jos  del  mundo?  tío;  porque  en- 
tonces estaríais  mil  veces  mas  en  eviden- 
cia en  esa  vida  escepciuiial  (¡ue  en  cual- 
quiera otra  condición.  ¿Queríais  acaso 
hacer  mal  uío  de  vuestra  libertad?  no; 
poríjiie  para  obrar  mal  se  prelierc  !a  os- 
curidad y  el  aislamiento;  c<  locada  en  l;i 
posición  (¡ue  deseabais,  |os  ojos  de  los  eii- 


¿í'or(]ué  pues  tomabais  esta  determi- 
naci;)ii  tan  animosa  y  tan  rara  como  sin- 
gular en  una  persona  de  vuestra  edad? 
¿Queréis  (¡ue  yo  os  lo  diga,  mi  querida 
seùorila?  ¡Pues  bien!  Queríais  probar 
con  vuestro  ejemplo  que  toda  muger  do- 
tada (le  un  corazón  puro,  de  un  espíritu 
ilustrado,  de  un  carácter  firme  é  inde- 
pendiente, puede  salir  con  nobleza  de  la 
bumíilaiite  tutela  (¡ueeluso  la  impusiera. 
Sí,  en  vez  de  aceptar  una  vida  de  escla - 
vituiien  opiisiciv.'íi  cc>n  vuestros sentimiea- 
fos,  vida  Id  tal  consagrada  á  la  hipocresía' 
ó  al  v'ioio ,  (joeriais  p^T  el  contrario  vivir 
á  la  faz  de  todo  d  mundo,  independiente, 
leal  y  respetada...  Queríais  en  fin,  como 
el  hoüibre  ,  el  libre  arbitrio  ,  la  entera 
responsabilidad  de  todos  los  actos  de  vues- 
tra vida,  para  prol»ar  evidentemente  que 
una  tíiuger  entregasla  enteramente  á  sí 
nu'sma  puede  igualar  al  hombre  en  ra- 
zón, en  piudencia,  en  integridad,  y  so- 

!)repujar¡e  eii  delicadeza  y  dignidad 

lié  aquí  vuestro  designio,  mi  querida  se- 
ñorita, designio  n:d)!e  y  grande...  ¿vues- 
tro ejeíuplo  será  imitado?  lo  espido;  pero 
aun  cuándo  no  lo  fu  se,  vuestra  gene- 
rosa tciitaliva  os  colocará  en  puesto  bien 
elevado creedme. 

Los  ojos  de  Adriana  brillaban  noble  y 
dulcemente ,  sus  mejillas  se  habían  son- 
r)seado  üjerameute,  su  seno  palpitaba: 
.M.le.  de  Cardoville  levantaba  la  cabeza 
con  orgullo  involiMilario;  en  fin,  someti- 
da cnterairente  á  la  influencia  de  este  hom- 
bre diabólico,  esclauíó: 

— ¿Quien  S)ii  |)ues,  caballero,  para 
conocer  y  para  analizar  de  ese  modo  mis 
mas  secretos  pensamientos ,  para  leer  en 
nú  ahna  con  mucha  UTas  clatidail  que  yo, 
para  dar  una  nueva  \ida  y  un  níievo  im- 
pulso "á  estas  ideas  de  in(!ej)endenciá  que 
tanto  tiempo  hace    fecundizan  mi  ahna? 


vídíosos  estarían  constantemente  fij-"S  en    ¿quién  sois,  en  fu»,  para  elevarme  tanto 
Yos.  .         {á  mis  propios  ojos  y  para  liacerqueenes- 


AI 

\c  momonlo  me  tÙMile  la  fuerza  de  cum- 
plir una  misi<wi  tan  honrosa  para  mi  y 
acaso  lilil  para  mis  hermanos    que  siifu'ti 

bojo  ima  dura  esclavitud quién  sois, 

en  lin? 

— ¿Quién  soy  yo,  scùorita?  respondió 
J^KÜn  con  una  sofirisa  do  adorable  hou- 
dad  ;  ya  os  !o  lie  di'"lio,  un  pobre  y  bucfi 
vicj  .  iju"  al  cabo  de  cuarenta  afioxpielia 
servido  como  una  má(juina  para  escribir 
as  i  deas  de  los  demás,  se  vuelve  todas  las 
noches  A  su  triste  recinto  donde puedees- 
playar  sus  ideas  peculiares:  nn  hombre 
de  bien  que  desde  su  desván  asiste  y  aun 
toma  algii.na  parte  en  el  movimiento  de 
los  espíritus  generosos  que  se  encaminan 
h  ícia  un  objeto  t-al  vez  mas  cercano  de  lo 
que  coínunmente  se  piensa...  F'oresta  ra- 
zón ,  mi  querida  señorita,  os  acabo  de  decir 
que  vo*  y  yo  nos  dirigimos  á  los  mismos 
fines;  vos  sin  pensar  en  ello  y  siguiendo 
el  impulso  de  vuestros  rarosy  divinos  ins- 
tintos. Oeedme,  vivir  siempre  animada 
de  esos  bellos  pensamientos,  siempre  li- 
bre y  feliz,  esta  es  vuestra  misión;  misión 
mas  providencial  délo  que  pensais;  si; 
seguid  siempre  rodeada  de  todas  las  ma 
ravillas  del  lujo  y  de  las  artes;  perfeccio- 
nad vuestros  sentidos  y  vuestros  gustos 
con  la  esquisita  elección  de  vuestros  go- 
ces; dominad  con  el  espíritu,  con  la  gra- 
cia y  pureza  ese  horroroso  6  imbécil  reba- 
ño de  hombres  que  al  veros  sola  y  libre 
mañana  arudirán  á  vuestra)  rededor  cre- 
yéndoos fácil  presa  debida  á  su  avaricia,  á 
su  egoismo  y  á  su  necia  fatuidad.  Burlaos 
deesas  tontas  y  estúpidas  pretensiones, 
sed  la  reina  de  este  mundo  y  digna  de  ser 

respetada  como  una  reina Amad 

brillad....  gozad...  esta  es  vuestra  misión 
en  el  mundo,  no  lo  dudéis.  Todas  estas 
flores  que  Dios  o-*  dá  con  profusion  pro- 
ducirán algu;i  dia  un  fruto  «'scelenle.  Ha- 
bí is  creído  vivir  solamente  para  los  placeres 
para  obtener  el  noble  objeto  á  que  puede 


Bti«.  197 

pretender  una  alma  grande  y  generosa 
Tal  vez,  dentro  de  algunos  anos  nos  vol- 
veremos á  ver  ;  vos  cada  vez  mas  bella  y 
mas  festejada  ,  y  yo  c.ida  vez  mas  viejo  y 
mas  o«curo;  pero  no  importa;  estoy  per- 
suadido que  una  voz  secreta  os  dice  en 
este  momento  (¡ue  entre  nosotros  d<s  que 
^omos  tan  diferentes  uno  <le  otro,  existe 
una  relación  oculta,  una  imión  n  ibleriosa 
(jue  en  lo  sucesivo  nada  podrá  destruir. 

Kodiii  al  pronunciar  estás  últimas  pa- 
labras con  un  ac.  uto  tan  profundamente 
conmovido  (jue  Adriana  se  enterneció, 
se  liabíá  acercado  á  ésta  sin  que  ella  lo 
advirtiese  y  por  decirlo  asi,  sin  andar  ar- 
rastrando sus  pies  ,  resbalándose  sobre  el 
pavimento  por  un  lento  movimiento  rep- 
til :  habia  hablado  con  tanto  impulso  y 
calor  q>je  su  descolorido  rostro  se  habia 
sonroseado  un  poco  y  su  horrible  fealdad 
habia  casi  desaparecido  mediante  el  brillo 
de  sus  pequeños  ojos  salvajes,  tan  abier- 
tos en  aqtiel  instante,  tan  redondos  y  fi- 
jos como  los  tenia  en  Adriana;  esta  que 
estaba  inclinada,  con  los  labios  entrea- 
biertos y  la  respiración  oprimida  ,  no  po- 
día tampoco  separar  su  vista  de  la  del 
jes'.jila  :  no  hablaba  sino  que  todavía  es- 
taba escuchando.  Lo  que  estabella  y  ele- 
gante joven  esperimentaba  al  aspecto  de 
este  viejo  enfermizo  era  inesplicable.  La 
vulgar  y  la  verdadera  coriiparacion  de  la 
terrible  fascinación  cjue  ejerce  la  serpien- 
te sobre  un  pnjaro,  podría  dar  una  idea 
de  esta  singular  impresión. 

La  táctica  de  Ilodin  era  liáhW  y  segura. 
Mlle,  de  Cardoville  no  habia  razonado 
hasta  entonces  sus  gustos  ni  sus  instintos 
sino  que  se  había  entregado  á  ellos  por- 
que eran  inofensivos  y  gratos.  Ciiah  or- 
gullosa  y  feliz  debía  creerse  al  oír  i  un 
hombre  dolado  de  un  espíritu  superior, 
no  solamente  alabarla  por  esta  tendencia 
que  tan  duramente  le  habían  vituperado 


tôS 


ALBUM. 


antes  ,  sino  aun  felicitarla  como  si  se  tra- 
tase de  una  cosa  grande,  noble  y  divina! 

Si  Rodin  se  hubiese  dirijido  solamente 
al  amor  propio  de  Adriana,  no  fmbiera 
conseguido  el  objeto  de  sus  pérfidas  in- 
trigas, porque  Adriana  no  tenia  el  menor 
vestijio  de  vanidad;  habló  al  corazón  ec- 
saltado  y  generoso  de  esta  joven  ;  lo  que 
parecía  fomentar  y  admirar  en  ella  era 
realmente  digno  de  admiración.  ¿Cómo 
era  posible  que  no  quedase  subyugada  con 
este  lenguage  que  ocultaba  tan  tenebrosos 
y  funestos  proyectos? 

Admirada  de  la  rara  inteligencia  del 
jesuíta,  sintiendo  su  curiosidad.vivamente 
escitada  con  algunas  misteriosas  palabras 
que  esta  habia  dejado  escapar  á  proposito, 
no  pudiendo  comprender  la  acción  singu 
lar  que  este  hombre  pernicioso  ejercía  so- 
bre su  espíritu,  incitando  una  respetuosa 
compasión  al  pensar  que  una  peisona  de 
esta  edad  y  de  tan  grande  entendimiento 
se  hallaba  en  la  mas  precaria  posición , 
Adriana  le  dijo  con  su  bondad  natural  : 

— Un  hombre  de  vuestra  mente  y  de 
vuestros  sentimicmtos  no  debe  quedar  es- 
puesto al  capricho  de  las  circunstancias: 
algunas  de  las  palabras  que  habéis  pro- 
nunciado me  han  hecho  ver  cosas  nuevas, 
conozco  que  en  muchos  puntos  vuestros 
consejos  podrían  serme  útiles  en  adelante, 
finalmente,  al  sacarme  de  esta  casa  y  al 
consagraros  á  las  demás  personas  de  mi 
familia,  me  habéis  dado  pruebas  de  inte- 
rés que  yo  no  podría  olvidar  sin  ingrati- 
tud. Habéis  perdido  una  modesta  aunque 
segura^posicion....  permitidme 

— No  prosigáis,  mí  queiída  sefioríta, 
saltó  Rodin  interrumpiendo  á  Adriana 
con  aire  triste:  siento  por  vos  una  profun- 
da simpatía:  me  honro  en  tener  ideas 
iguales  á  las  vuestras;  en  fin,  creo  firme- 
mente que  algún  dia  os  veréis  en  la  pre- 
cisión de  pedir  consejo  á  un  pobre  y  viejo 


filósofo;  en  razón  á  todo  esto  debo*^'  âfe- 
seo  conservar  la  mayor  indt'pcndeiicià 
relativamente  á  vuestra  persona. 

— Al  contrario,  caballero,  yo  soy  quien 
debo  estaros  agradecida  sí  aceptáis  lo  que 
tanto  deseo  ofreceros. 

—  ¡  Oti  I  mi  querida  stñorita  ,  dijo  Ro- 
din sonriéndose,  sé  que  vuestra  genero- 
sidad sabrá  aligerar  y  endulzar  el  reco- 
nocimiento pero,  os  repito  que  nada  pue- 
do aceptar  de  vos.  Tal  vez  ll'-gará  un  dia 
en  que  sepáis  la  razón. 

— lUn  dia  1 

— Me  es  imposible  deciros  mas.  Supo- 
ned que  yo  os  deba  alguna  obligación. 
¿Cómo  es  posible  que  en  ese  caso  pueda 
yo  manifestaros  todo  cuanto  tenéis  do 
grande  y  generosa?  Si  mas  tarde  me  de- 
béis alguna  cosa  en  razón  á  los  consejos 
que  yo  pueda  daros,  tanto  mejor,  ten- 
dré mas  libertad  para  vitu,  e  iros  si  hay 
motivo. 

— Quiere  decir  que  no  podré  manifes- 
tarme reconocida  con  vos. 

— No,  no....  dijo  Rodin  con  aparente 
emoción.  Creedme;  ya  llegará  el  momen- 
to solemne  en  que  podréis  desquitaros  do 
un  modo  digno  de  vos  y  de  mí. 

Esta  conversación  fué  interrumpida  por 
la  criada  que  al  entrar  dijo  á  Adriana  : 

— Señorita ,  abajo  está  una  costurera 
jorobada  que  quiere  hablaros:  como  se- 
gún las  órdenes  del  doctor  podéis  recibir 
á  quien  queráis....  vengo  á  preguntaros 
si  debo  dejarla  subir....  está  tan  mal  ves- 
tida que  no  me  atrevo.... 

— Que  suba ,  dijo  Adriana  con  viveza 
rec(>nociendoá  la  Gibosa  portas  señas  que 
dio  la  criada....  que  suba. 

— El  señor  doctor  ha  dado  también  la 
orden  de  poner  el  coche  á  vuestra  dispo- 
sición.... ¿pueden  enganchar? 

— Si....  dentro  de  un  cuarto  de  hora, 
respondió  Adriana  á  la  criada  que  se  mar- 


\X9VM 

clj(j  qI  ¡netanle  y  en  sogtiida  dirigii'nJosp 
a  Uoilin,  le  dijo:  el  n>aj;islrado  no  [luo.i»' 
tardar,  sogun  pienso,  en  Iraer  aqiii  á  la> 
señoritas  del  .Mariscal  Siniofi. 

— No  lo  creo,  mi  ipieriild  amij;a,  ¿pero 
quien  es  esa  jóveii  costurera  jorobada? 
prejiunló  Rodin  con  aire  indiferente. 

— La  hermana  adoptiva  <le  unescelente 
artesano  que  se  lia  espuosto  miidio  para 

sacarme  de  esta  casa caballero....  dijo 

Adriana  con  emoción.  Ksta  costurera  es 
una  cscelente  criatura;  es  imposible  hallar 
nunca  ima  imaginación  mas  elivadaniun 
corazón  mas  generoso,  bajo  la  apariencia 
menos.... 

Pero  deteniéndaseá  la  idea  ({ue  Uodin 
reunía  iguales  contrastes  físicos  y  mora 


les  que  la  (iibosa,  Adriana  auadio  mi- 
r.indo  con  infinita  gracia  al  ji-uila  (|ii'? 
se  (|uedii  admirado  de  i'>tu  repentina  reti- 
cencia. 

— No;  esa  noble  j(')Vi'n  no  es  la  única 
<jue  prueba  la  suma  in(hfcrencia  con  que 
la  nobleza  de  alma  y  la  superioridad  de 
espirilu  hacen  considerar  las  vanas  venta- 
jas debidas  solamente  a  la  casualidad  ó  á 
la  riijiieza. 

lín  el  momentoí;n(|uc  Adriana  pronun- 
ció estas  últimas  palabras  entró  la  (iibosa 
en  el  cuarto. 

FIN  ÜE  LA  1>IUMI<:RA  PARTE, 


PAIVTE  SEGUNDA. 


Eli  PUOTECTOK. 


►-e-©0€-o 


1. 


%  LAS  SOSPECHAS. 

Mlle,  de  Cardovilie  salió  apresurada- 
mente á  recil)ir  á  la  Gibosa,  y  alargándola 
los  brazos,  la  dijo  conmovida: 

■—Venid,  venid,  ya  no  nos  separa  una 
\erja. 

A  esta  alusión,  que  la  recordaba  que  su 
pobre  y  laboriosa  mano  había  sido  en  otro 
tiempo  besada  por  aquella  l;ella  y  rita  pa- 
tricia ,  la  joven  c>isluiera  esprriínentó  un 
sentimiento  de  inefable  y  noble  gratitud 
Como  la  Ciibo'ía  dudaba  corresponder  á  la 
cordial  recepción  de  Adriana,  esta  la  abra- 
zó con  tierna  efusión. 

Cuando  la  Gibosa  se  vio  en  los  delicio- 
sos brazos  de  Mlle,  de  Cardo\¡lle,  cuando 


sintió  los  frescos  y  lloridos  labios  de  ía  jtU 
ven  en  sus  enfermizos  y  pálidos  carrillos, 
prorumpiü  en  un  llanto  y  no  pudo  pro- 
nunciar una  sola  palabra. 

Uodin,  que  se  habia  retirado  á  un  rin- 
cón del  cuarto,  cofi>id*?raba  esta  escena 
Con  un  secreto  disgusto  :  instruido  de  la 
digna  negativa  de  la  Gibosa  á  las  péilidas 
proposiciones  de  lasuperiora  del  convento 
de  Santa  Maria;  sabiendo  ti  profundu  in- 
terós  que  esta  generosa  criatura  profesaba 
á  Agricol,  interés  que  se  habia  estendido 
desde  algunos  días  antes  á  .Mlle,  de  Car- 
dovilie, el  jt'suita  no  quedó  muy  contento 
de  ver  á  esta  empeñada  en  aumentar  mas 
este  afecto.  Pensaba  prudentemente  (|iie 
no  se  debe  jamás  despreciar  á  un  amigo  ó 


200 


ALBUM. 


enemigo  por  pequeños  que  sean.  Su  enemi- 
go era  toda  persona  que  manifestaba  celo 
,  en  favor  de  Mi! e.  de  Cardoville:  ademas  es 
sabido  que  Rodin  reunía  á  una  rara  firmeza 
de  carácter  ciertas  debilidades  supersticio- 
sas y  se  inquietó  de  la  singular  impresión 
de  temor  que  le  inspiraba  la  Gibosa,  ha- 
ciendo ánimo  de  tener  presente  esta  pre- 
visión ó  presentimiento. 

Los  corazones  sensibles  tienen  algimas 
veces  ciertos  instintos  de  gracia  y  de  bon- 
dad aun  en  las  cosas  mas  pequcíias.  Asi 
es  que  después  que  la  Gibosa  hubo  derra- 
mado un  copioso  y  dulce  llanto  de  grati- 
tud, Adriana,  sacando  i  n  pañuelo  rica- 
mente guarnecido,  enjugó  las  lágrimas  que 
inundaban  el  melancólico  rostro  de  la  jo- 
ven costurera. 

Esta  acción  tan  sencilla  y  espontánea 
libertó  á  la  Gibosa  de  una  humillación; 
porque  desgraciadamente,  humillaci  n  y 
sufrimiento  son  dos  abismos  al  lado  délos 
cuales  marcha  el  infortunio;  asi  es  que  en 
la  desgracia  la  menor  acción  delicada  es 
casi  siempre  un  doble  beneficio.... 

Tal  vez  nuestros  lectores  vana  sonreír- 
se de  desprecio  al  leer  el  pueril  detalle  que 
vamos  á  poner  por  egemplo:  la  pobreGi- 
bosano  atreviéndose  á  sacar  de  la  faltri- 
quera su  vifjo  y  loto  pañuelo,  hubiera 
permanecido  mucho  tiempo  cegada  con 
las  lágrimas,  si  Mlle,  de  Cardoville  no  las 
hubiese  enjugado. 

—  ¡  Que  buena  sois  !...  ¡  Oh  !  ¡  que  no- 
ble caridad  tenéis...  señorita!... 

Esto  es  lo  único  que  pudo  decir  la  cos- 
turera con  voz  profunda  y  conmovida ,  y 
mucho  mas  agradecida  á  la  alencion  de 
Adriana  de  lo  que  tal  vez  hubiera  podido 
manifestarse  por  cualquier  otro  servicio. 

— Miradla,  dijo  Adriana  á  Kodin,  el 
cual  se  acercó  al  instante....  Si,  añadióla 
joven  patricia  con  orgullo....  este  es  un 


caballero,  y  queredla  como  yo  la  quiero^ 

honradla  como  yo  la  honro Tiene  un 

corazón....  como  el  que  nosotros  busca- 
mos. 

; — Y  gracias  á  Dios,  como  los  hallamos, 
mi  querida  señorita,  dijo  Rodin  á  Adria- 
na, inclinándose  liácia  la  joven  costurera. 
Esta  levantó  con  lentitud  los  ojos  sobre  el 
jesuíta;  al  aspecto  de  aquella  cadavérica 
fisonomía  que  la  miraba  con  bondad,  la 
joven  se  sobresaltó;  ¡  cosa  estraña  !  jamás 
habia  vistoáeste  hombre,  y  casi  en  el  mis- 
mo momento  sintió  por  él  el  mismo  temor 
y  repulsión  que  él  acababa  de  tener  por 
ella.  La  Gibosa,  naturalmente  tímida  y 
confusa ,  no  podía  separar  su  vista  de  'a 
de  Rodin  :  su  corazón  latía  con  violencia 
como  si  la  amenazasr-  un  peligro  ;  pero 
como  esta  escelenle  criatura  solo  temía 
por  los  que  ella  estimaba,. se  acercó  invo- 
luntariauíente  á  Adriana  ,  teniendo  siem- 
pre los  ojos  fijos  en  Rodin.' 

Este,  que  era  buen  fisonomista,  cono- 
ció la"  impresión  que  había  causado  y  sin- 
tió aumentarse  su  aversion  instintiva  con- 
tra la  costurera. 

En  vez  de*baj3r  los  ojos,  pareció  exa- 
minarla con  una  atención  tan  sostenida, 
que  Mlle,  de  Cardoville  quedó  admirada. 

— Perdonad,  amiga  mía,  dijo  Rodin  con 
aire  de  reunir  sus  recuerdos,  y  dirigién- 
dose á  la  Gibosa,  perdonad,  me  parece 
i|ui;  no  me  engaño... ¿No  hace  pocos-días 
que  habéis  estado  en  el  convento  de  San- 
ta María...  cerca  de  aquí? 

—  Si  señor. 

— No  hay  duda,  sois  la  misma,  ¿dónde 
tenia  yo  la  cabeza?  esclamó  Rodin...  Sois 
vos,  hubiera  debido  caer  antes, 

— ¿Qué  es  eso?  preguntó  Adriana. 

— Tenéis  razón  ,  mi  querida  señorita  , 
dijo  Rodin  señalando  con  un  gesto  ala  Gi- 
bosa. Este  si  <¡ue  es  un  corazón  noble  y  co- 
lesoro  que  yo  he  descubierto....  Miradla,,  mo  nosotros  le  buscamos.  Si  supieseis  con 


ALHIM. 

que  dignidad  y  valor  esta  pobre  jóvcnqiio 
necesitaba  trabaji);  y  la  faltado  Irabiijo 
equivale  á  carecer  de  lodo;  si  supieseis, 
digo,  con  que  dignidad  ha  dosicliado  e! 
vtTg  nzoso  jornal  (jiie  la  superiora  del  Cttn- 
vento  tuvo  la  indíi;r)idaJ  de  ofrecerle  para 
que  espionase  a  la  familia  donde  la  [iiu- 
|juMeron  culucarla... 

— ;  Ahí  ¡  eso  e>  infame!  csclamó  Adria 
na  con  desprecio...  ¡hacer  semejante  pro 
posición  á  esta  desgraciada  joven  !  ¡á  ella! 

—  ¡Señorita  dijo  la  Gibosa  con  amar- 
gura... yo  no  tenia  trabajo^...  era  pobre... 

no  me  conocían y  creyeron  poderme 

fiacer  cuaKjuier  oferta  !... 

— Y  yo  digo,  repuso  Uodin ,  que  era 
doble  iniquidad  de  parte  de  la  superiora 
tentar  la  miseria],  y  que  es  doblemente 
noble  de  vuestra  parte  el  haber  rehusado'. 

— Caballero dijo  la  Gibosa  con  mo- 
desto embarazo. 

— ¡  Oh  !  a  nu'  no  se  me  intimida,  repu 
so  Rodin;  alabanza  ó  vituperio,  digo  fran 
Tcameiite  lo  que  pieiiso....  Preguntad  a  es 
ta  señorita  (y  Rodin  señalaba  á  .\dríana). 
Os  dirá  con  la  misma  libertad  (jue  pienso 
tan  bien  de  vos  como  Mlle,  de  Cardo- 
vrlle. 

— Creadme,  hija  mia ,  dijo  Adriana; 
liay  alabanza:)  que  honran,  recompensan 
y  animan...  tales  son  >as  de  Mr.  Kodin... 
Demasiado  lo  sé  ;  ]  oh ,  si,  lo  $é  I 

— .Mi  querida  señorita,  no  soy  yo  solo 
el  que  debe  honrarse  de  este  juicio 

—  lOné  significa  eso,  caballero? 

—  ¿  Ksta  joven  no  es  hermana  adopti- 
va del  laborioso  jornalero  y  poeta  popu- 
lar Agn'col  Baudoin?  Pues  bien,  el  afecto 
de  un  hombre  semejante  ¿no  es  la  mejor 
gaiantia  y  la  que,  por  decirlo  asi,  permi 
te  juzgar  por  el  rótulo?  añadió  Rudin  son 
riéndose. 

—  Tenéis  razón,  caballero,  repuso 
Adriana!,  porque  sin  coi.ocer  á  esta  bue- 
na joven  me  interesé  vivamente   en   su 


aÜl 


suerte  desde  el  dia  en  que  su  ht-rmano 
adoptivo  me  habló  de  ella.  Se  esplicaba 
con  tanto  calor,  con  tanta  confianza,  que 
inmediatamente  la  cn-í  capat  de  inspirar 
una  ami>tad  tan  noble. 

Estas  palabt'as  de  .\driana,  juntas  á 
otra  circunstiancia,  turbaron  tanto  ala  Gi- 
liosa  íjin'  íU'  pálido  rostro  (pitMló  morado. 

Es  sabido  (¡ue  la  desgraciada  tonia  por 
Agiicul  Un  amor  tan  apa>ionado  como 
oculto  y  doloroso;  cualquier  alusión,  aun 
indirecta,  á  este  fatal  sentimiento,  causa- 
ba á  la  joven  un  embarazo  cruel. 

En  el  momento  en  que  Mlle,  de  Car- 
doville  habló  del  afecto  de  Agricol  por  la 
Gibosa,  esta  se  encontró  con  los  escruta- 
dores ojOs  de  Rodin  que  estaban  fijos  en 
ella....  sí  hubiera  estado  sola  con  Adria- 
na ,  solo  hubiera  tenido  una  conmoción 
pasaficra  al  oir  hablar  del  herrero;  pero 
le  pareció  que  desgraciadamente  el  jesuí- 
ta que  le  inspiraba  ya  un  temor  involun- 
tario, acababa  de  leer  y  de  sorprenderen 
>u  corazón  el  secreto  del  funesto  amor  de 
que  era  víctima...  De  atjui  provino  el  vi- 
vo sonroseado  de  la  desgraciada,  y  un  em- 
barazo tan  visible,  que  Adriana  no  pudo 
menos  de  estrañarlo. 

Una  imaginación  sutil  y  pronta  como 
la  de  Rodin  busca  al  menor  efecto  en  pro- 
pia causa.  Por  una  parte,  el  jesuíta  veía 
una  joven  contrahecha  ,  pero  sumamente 
entendida  y  capaz  de  un  afecto  apasiona- 
do; por  otra,  un  jóvcrr  jornalero,  buen 
mozo,  emprendedor,  vivo  y  frtfnco.  «Ha- 
*  hiendo  sido  criados  jiintos,  y  simpáticos 
«  el  uno  al  otro  en  muchos  puntos,  deben 
«amarse  fraternalmente,  dijo  para  sí: 
«  pero  un  amor  de  esta  especie  no  causa 
«rubor;  la  Gibosa  se  ha  ruborizado  y 
«  turbado  á  mi  vista;  ¿estará  enamorada 
«  de  Agricol?  » 

Rodin  quiso  apurar  esto  hasta  el  cabo, 
y  notando  la  sorpresa  que  la  visrbie  tur- 
bación (le  la  Gibosa  causaba  á  Adriana, 
51' 


202 


ALBUK. 


dijo  á  esta  sonriéndose  y  denotan  Jo  á  la 
Gibosa  con  una  señal  de  inteligencia. 

—  ¡  Hola  I  ¿  veis  como  se  ruboi  iza  esta 
pobre  joven  cuando  se  habla  del  vivo  in- 
terés que  le  profesa  ese  buen  jornalero? 

La  Gibosa  bajó  la  cabeza  llena  de  con- 
fusion. Al  cabo  de  un  segundo,  durante 
el  cual  Rodin  se  quedó  silencioso  para  dar 
tiempo  á  que  el  tiro  cruel  penetrase  en 
el  corazón  de  la  desgraciada  ,  el  verdugo 
prosiguió  : 

—  ]  Ya  veis  como  se  turba  esta  buena 
joven  I 

En  seguida,  y  después  de  otro  instante 
de  silencio,  notando  que  la  Gibosa  cam- 
bió sus  vivos  colores  en  una  palidez  mor- 
tal y  que  estaba  temblando,  el  jesuíta  cre- 
yó haber  arriesgado  demasiado,  porque 
Adriana  dijo  á  la  Gibosa  con  interés: 

—  Querida  mia,  ¿porqué  os  turbáis  de 
ese  modo? 

—  Eso  es  muy  sencillo,  repuso  líodin 
con  la  mayor  naturalidad;  porque  sabien 
do  ya  lo  que  quería  saber  tenia  interés  en 
disimularlo*....  eso  es  muy  sencillo,  esta 
escelente  joven  tiene  la  modestia  de  una 
tierna  y  buena  hermana  por  su  hermano. 
A  fuerza  de  quererh....  á  fuerza  de  ase- 
mejarse á  él,  cuando  se  le  alaba,  le  pare- 
ce que  la  alaban  también. 

—  Y  como  es  tan  modesta  y  escelente, 
añadió  Adriana  cogiendo  las  manos  á  la 
Gibosa,  la  menor  alabanza  hecha  á  su 
hermano  adoptivo  ó  á  ella,  la  turba  hasta 
el  estremo  que  vemos...  esta  es  una  ver- 
dadera niñería  por  la  que  quiero  reñirla 
mucho. 

Adriana  hablaba  de  muy  buena  fé,  pues 
la  esplicacion  que  dio  Kodin  la  pareció  y 
era  efectivamente  muy  plausible. 

Del  mismo  modo  que  todas  las  perso- 
nas que  temiendo  á  cada  instante  verdes 
cubierto  un  doloroso  secreto,  se  tranqui- 
lizan con  tanta  facilidad  como  se  asustan, 
la  Gibosa  quedó  persuadida....  tuvo  ne- 


cesidad de  persuadirse,  para  no  caet 
muerta  de  vergüenza,  que  las  últimas 
palabras  de  Rodin  eran  sinceras  y  que  no 
sospechaba  el  amor  que  ella  tenia  á  Agrí- 
col.  Desde  este  momento  disminuyeron 
sus  angustias  y  halló  algunas  palabras  pa- 
ra responder  á  Mlle,  de  Cardoville. 

— Perdonadme,  señorita,  dijo  con  ti- 
midez, estoy  tan  poco  acostumbrada  á  una 
benevoier.cia  semejante  á  la  que  me  pro- 
digáis, que  no  sé  correspondir  á  vuestras 
bondades. 

—  ¿Mis  bondades?  ¡  pobre  joven  I  res- 
pondió Adriana,  hasta  ahora  no  he  hecho 
nada  para  vos.  Pero,  gracias  á  Dio?,  iles- 
de  hoy  podré  cumplir  mi  promesa  ,  re- 
compensar vuestro  celo,  vuestra  valerosa 
resignación,  vuestro  santo  amor  al  traba- 
jo y  la  dignidad  de  que  tantas  pruebas 
habéis  dado  en  medio  de  crueles  perse- 
cuciones: en  una  palabra,  desde  hoy  no 
nos  separaremos  mas,  dado  caso  que  esto 
pueda  conveniros. 

— Señorita  ,  eso  es  demasiída  bondad , 
dijo  la  Gibosa  con  voz  balbuciente...  per  > 
yo..... 

— Tranquilizaos,  repuso  Adriana,  inter- 
rumpiéndola y  adivinándola:  si  aceptáis, 
yosabré  conciliarcon  mi  deseo,  algo  egoís- 
ta ,  de  teneros  á  mi  lado,  la  independen- 
cia de  vuestro  carácter,  vuestro  gu-to  al 
retiro,  y  vuestra  necesidad  de  sacrilicaros 
por  todo  lo  que  merece  compasión  :  y  aun 
no  os  ocultaré  (jue  cuento  seduciros  y  íija- 
rosá  mi  lado  proporcionándoos  los  medios 
de  satisfacer  vuestra  generosa  tendencia. 

— ¿Pero  qué  he  hecho  yo  para  merecer 
este  reconocinu'entü?  dijo  sencillamente  la 
Gibosa.  ¿No  sois  vos  quien  ha  empezado 
á  mostrarse  tan  generosa  para  mi  herma- 
no adoptivo? 

— Yo  no  os  hablo  de  reconocimiento, 
dijo  Adiiana;  estamos  pagados;  os  I;dblo 
del  afecto  y  de  la  sincera  amistad  que  os 
ofrezco. 


«VBIJII. 


?03 


i^¿A  mí,  señorita?  ¡amistad! 

—  ¡  Vamos,  vamos  !  I.i  dijo  Adriiuia  con 
generosa  soiui.sa  ;  no  os  valj^ais  de  la  veti 
taja  de  vuestra  posición  para  ser  or¿;uilo- 
.sa:  ademas,  se  me  lia  puesto  en  la  cabe- 
Zi  (|ue  seréis  mi  amiga...  y  así  será,  ya  lo 
veréis...  y  aiii)(|iie  ya  es  altj;o  tarde  os  pre 
guillaré  ¿qué  buena  foiUina  os  íia  traidt» 
aijiií? 

— Mr.  Üagoberto  ha  recibido  esta  ma- 
ñana una  carta  en  la  (]iie  le  decían  que 
viniese  aquí ,  y  donde  según  parece,  ba- 
ilaría buiíias  noticias  rclativauíenle  á  lo 
que  mas  le  interesa  en  el  imindo.  Cre- 
yendo que  se  trataba  de  las  señoritas  Si- 
mon ,  me  dijo:  (jibosilla,  habéis  tomado 
tanto  interés  por  todo  lo  que  concierne 
á  estas  pobres  niñas,  que  es  preciso  que 
vengáis  conmigo:  ya  veréis  mi  alegría 
cuando  las  vuelva  á  ver:  es-ta  será  vues- 
tra recompensa. 

Adriana  miró  á  Rodin  que  hizo  con  la 
cabeza  una  seña  afirmativa  y  dij-»: 

— Sí,  si,  querida  sen  irita,  yo  soy  el  que 

ha  escrito  á  ese  valiente  soldado pero 

sin  lirmanne  y  sin  dar  masesplicaciones... 
y  sabréis  por  (jué. 

— Entonces,  ¿en  qué  consiste  (jue  ha- 
béis venido  sola?  preguntó  .\driana. 

— Señojíla,  me  he  sentido  tan  c<mmo- 
vida  al  lligar  a(]uí  (|ue  no  he  podido  ma- 
nifestaros mis  temores. 

— ¿Qué  temore>?  preguntó  Kodin. 

— Señorita,  sabiendo  que  habitais  aquí, 
lie  supuesto(iue  hubierais  escrito  vo,  mis- 
ma á  Dagolurto:  así  me  lo  ha  dicho,  y 
así  lo  ha  creído  como  yo....  Cuand»  llegó 
aquí  era  (al  su  impaciencia  que  preguntó 
á  la  puerta  si  estaban  las  huérfanas tn  es 
ta  casa;  dando  al  mismo  tiempo  sus  se- 
ñas. Le  respondieron  que  im,  y  entonces, 
á  pesar  de  mis  sú|)licas,  quiso  ir  al  con- 
vento á  informarse  de  ellas. 

— ¡Hué  imprudencia!  esclamó  Adriana. 

— Después  de  lo  sucedido,  anadió  Ko- 
din encogiéndose  de  hombros. 


— Por  mas  que  lo  he  dicho,  repuso  l.i 
Tiibi^sa,  (|uc  la  caria  no  anunciaba  de  ui 
modo  positivo  que  le  iban  á  rntregar  I  s 

huéifanas sino  que  sin  duda  <|iieritf.T 

darle  alguna  noticia  de  ellas,  no  ha  (|ii<  - 

rido  hacerme  caso,  y  me  re>pof)dió si 

no  piitMlo  saber  nad^iré  á  buscroN:  ¡m- 
tésile  ayer  estaban  en  el  convento,  y.-»lió- 
ra  que  todo  está  ya  descubierli» ,  no  po- 
drán negármela*. 

— Con  una  cabeza  semejante  no  es  po- 
sible discutir,  dijo  Rodin. 

— Con  tal  que  no  le  reconozcan le- 

puso  Adriana  pensando  en  las  amenez  is 
del  doctor. 

— No  es  de  presumii*,  salló  Rodin...  n  > 
querrán  abrirle...  este  es,  á  mi  modo  de 
ver,  el  solo  desengaño  que  tendr?:  por  lo 
demás  e!  magistrado  no  puede  tardar  ja 
en  volver  con  las  niñas...  Mi  presencia  no 

es  ya  necesaria  ai|uí oíros  deberes  me 

llaman.  Ks  preciso  que  vaya  á  informar- 
me del  príncipe  Djalma.  Así,  tened  i.i 
bondad  de  decirme  cuando  y  dónde  podié 
veros,  mí  querida  señorita  ,  con  el  fin  de 
liaros  parte  de  mis  descubrimientos....  y 
de  convenir  en  todo  lo  (¡ue  pueda  intere- 
sar al  joven  príncipe,  si,  como  lo  espero, 
mis  pasos  tiene  un  buen  resultado. 

— En  mi  casa,  en  mi  nueva  casa  á  d^n- 
de  voy  desde  aquí,  calle  de  Anjou,  anti- 
guo palacio  de  Heaiilipu Pero,  ahora 

(jue  me  acuerdo|,  dijo  de  pronto  Adriana 
al  cabo  de  algunos  minutosde  reflexión... 
no  creo  conveniente,  ni  aun  prudente, 
por  varias  razoi.es,  a'ojar  al  príncipe  Djal- 
ma en  el  pabellón  que  yo  ocupaba  en  (  ' 
palacio  de  Saint- Dizier.  Hace  poco  tiem- 
po (¡ue  he  visto  una  deliciosa  casita  amue- 
blada: en  24  horas  podrá  ponerse  en  di  - 
posición  de  habitarla...  Si,  esto  será  mu- 
cho mejor,  añadió  Adriana  al  cabo  de  un 
instante  de  silencio...  y  ademas,  de  este 
modo  podrá  guardar  con  mayor  seguri- 
dad el  mas  estríelo  inc<)gnilo. 


â04 


ALBUM, 


— ¡Cómo!  esclamó  Rodin,que  veía  pe 
ligrosamenle   trastornados  sus   proyectos 

con  esta  nueva  resolución  de  la  joven 

queréis  que  ignore... 

— Deseo  que, el  príncipe  ignore  absolu- 
tamente quien  es  U  persona  desconocida 
que  le  ha  socorrido:  quiero  que  no  se  prp- 
nuncie  mi  nombre  y  aun  que  ignore  que 
yo  existo. ..|á  lo  menos  en  cuanto  ahora... 
ya  veré...  las  circunstancias  me  guiarán. 

— ¿Pero  no  ^erá  difícil  guardar  este  in- 
cógnito? dijo  Rodin  ocultando  su  viva  con- 
trariedad. 

— Si  el  príncipe  hubiese  habitado  mipa 
bellon  ,  convengo  con  vos.  la  inmediación, 
de  mi  tia  hubiera  podido  iluminarle...  es- 
te temor  es  una  de  las  razones  que  me 
hacen  renunciar  á  mi  primer  proyecto. 
El  príncipe  vivirá  en  un  barrio  muy  leja- 
no... en  la  calle  Blanca ¿Quién  podrá 

decirle  allí  lo  que  debe  ignorar?  M.  Ñor- 
val,  uno  de  mis  antiguos  amigos,  vos  y 
es'.a  digna  joven  (señalando  á  la  Gibosa) 
conocéis  únicamente  mi  secreto,  y  cuento 
con  vuestra  discreción...  así,  no  será  des- 
cubierto. Ademas  ,  mañana  hablaremos 
mas  largamente  sobre  todo  esto  :  lo  que 
interesa  es  que  consigáis  hallar  á  ese  des- 
graciado joven  príncipe. 

Rodin,  aunque  profundamente  enfada- 
do con  la  repentiiia¡deterntinacion  de  Adria- 
na respecto  á  Djalma,  n^da  manifestó  y 
respondió  : 

—Vuestras  intenciones  serán  esctupu- 
losamente  ejecutadas ,  mi  querida  señori- 
ta,  y  n»aùana  iré  á  daros  cuenta,  sí  lo 
permitís,  de  misión  provid<;nci,al,  seguq  la 
habéis  caliiicado  hace  poco. 

Con  que,  hasta  mañapa....  os  espe- 
ro cou  impaciencia  ,  dyo  afectuosamente 
Adriana  á  Rodin....  Permitidmequecuen- 
te  siempre  con  vos  del  mismo  modo  que 
desde  ahora  podéis  contar  conmigo.  Será 
preciso  queseáis  indulgente  conmigo,  por- 
que preveo  que  todavía  teudré  que  pedi- 


ros muchos  consejos  y  servicios...  ya  qiie 
tanto  os  debo. 

—Jamas  i-erá  lo  bastante,  mi  querida 
sçùorita ,  jamas  ;  dijo  Rodin  dirijiéndose 
discretamente  hacia  la  puerta  después  dé 
haber  hecho  una  cortesía  á  Adriana. 

Efi  el  momento  en  que  iba  á  salir  se 
encontró  cara  á  cara  con  Dagoberto. 

— 1  Ali  !  ¡  ya  tengo  Unol  esclamó  el  sol- 
dado cojiendo  al  jesuíta  por  el  cuello  con 
mayo  vigorosai 

u. 

LAS  DISC0LJP4.S. 

Mlle,  de  CardovillCj  al  ver  la  ruda  ac- 
ción de  Dagoberto,  esclamó  asustada  dan- 
do algunos  pasos  hacia  el  soldado: 

— ¡En  nombre  del  cielo  1  ¿qué  ha- 
céis? 

—  ¡Qué  hago!  respondió  bruscamente 
el  soldado  sin  soltar  á  Rodin  y  volviendo 
la  cabeza  hrcia  Adriana  que  él  noconocía. 
Me  aprovecho  de  la  ocasión  para  apretar 
el  pescuezo  de  uno  de  los  miserables  de  la 
bapda  del  renegado  ,  hasta  que  me  diga 
donde  están  mis  pobres  niñas.... 

— ]i}ue  me  ahogáis!  dijo  el  jesuíta  con 
voz  apagada  y  tratando  de  desasirse  del 
soldado. 

— ¿  Uonde  están  las  huérfanas ,  puesto 
que  no  están  aquí  y  que  me  han  cerrado 
la  puerta  dol  convento  sin  querer  res- 
ponderme? gritó  Dagoberto  ton  voz  lo- 
uante. 

— ¡Sjccrro  !  miirmiir.)  Rodin; 

— I  Ah  !  ¡eso  es  horrible!  Uijo  Adriana. 

Y  pálida  y  trémula  se  dirijró  á  Dago- 
berto con  las  manos  juntas. 

— ¡Gracia!  ¡escuchadme....  escuchad-» 
me  1 

—  Señor  Dagoberto,  saltó  la  Gibosa 
corriendo  hacia  éste  y  cojiéodole  el  brazo 
y  señalando  á  Adriana.  Aquí  está  j^ílie^ 
de  Cardoville,  ¡qué  viuleiicia  es  esta  de- 
lante de  ella!  ademas,  os  engañáis.... sin 
duda. 


kLHVy 

Al  oir  cl  n(aiil)ri'  de  Mlle,  de  (]ard,ovî- 
Ije ,  la  bii'iiluihora  de  su  hiji.» ,  o'  soldadu 
se  vühic^  de  proiilo y  soll(')  a  K,<J<liii,  »itiii'n 
todo  amoratado  de  cólera  y  de  M)fucaci<»i) 
s«  apri'ííiiró  à  coiiipuner  su  cuello  y  cor 
batiii. 

— Perdonadme,  señorila,  dijo  Dojio- 
berlo  arerr.íiidosc  a  Adriana  que  lodaví;i 
estaba  pálida  del  Misto;  yo  v.o  sabia  (^iiit  ti 
oraí>;  el  primer  moviuiiento  me  ha  liedju 
salir  de  mí  involtiiitariamentp. 

—  ¡  Dios  mió!  ¿(JuL'  leñéis  rontra  el 
señor?  dijo  Adriana  ,  si  me  hubierais  es- 
cuchado sabríais.... 

— Perdonadme  si  os  interrumpo,  seño- 
rita, dijo  el  soldado  á  Adriana  contenien- 
do la  yuz.  En  seguida  dirigiéndose  á  Ko- 
din  que  liabia  recobrado  su  serenidad,  le 
dijo  :  Dad  gracias  á  la  señorita  y  mar- 
chaos.... pues  si  permanecéis  nvas  tiempo 
aqui ,  yo  no  respondo  de  mi. 

— Kscuchad  una  sola  palabra  ,  querido 
señor,  dijo  llodin....  yo.... 

— Os  repilo  que  no  respondo  de  mis 
acciones  si  permanecéis  mas  aqui....  es- 
clamó Dagoberlo  dando  una  patada  en  el 
suelo. 

— Pero  ¡  por  Dios!  decidme  qué  moti- 
vo Içneis  para  poneros  de  este  modo,  re- 
puso Adriana....  y  sobre  todo  no  os  de- 
jéis llevar  de  apariencias....  calmaos  yes- 
cuchadnos.... 

— ¡  Que  me  calme!  csclamó  Dagobcrto 
desesperado....  señorita,  solo  pienso  en 
una  cosa....  en  la  llegada  del  mariscal  Si- 
mon que  debe  estar  en  Paris  hoy  ó  ma- 
ñana  

— 1  Es  ppsible!  dijo  Adriana. 

Rodu)  lii^Q  uo  movimiento  de  sorpresa 
y  de  alegría. 

— Ayer  noche,  repuso  Dagoberlp,  he 
recibiílo  una  ca,rla  del  mariscal  que  ha 
(leseinitaicado  en  el  Havre:  hace  lre<dias 
que  no  ceso  de  dar  pasos  para  bMscar  á 
las  huérfanas  puerto  que  se  ba  deshará - 


íes 


•ad..  la  iiilrina  de  estos  nuAtfraLlvs  (spi;.!»- 
lando  á  Kuilm  cvu  un  gesto  dv  telera.) 
Apesar  de  eso....  ¡  nmU  !  Tuda\ia  medi- 
tan otra  infamia.,..  Nada  e.vtrañar<'.... 

— Pero,  caltallero,  sajló  Uodin  acer- 
cándose, permitiílme  que  os.... 

— Salid  de  aqui,  esdanió  Dagoberlo 
cuya  irriiaciíMi  y  ansiedad  redoblaban  al 
|H  loar  (jiie  de  un  moment^  a  oirg  podía 
llegar  a  Paris  el  marisca'  Simon....  Salid 
de  aqui....  á  no  ser  por  la  señorita  vauíe 
hubiera  vengado  de  uno..., 

Rolin  hizo  un  gesto  de  inteligencia  á 
Adriana  á  quien  se  acercó  con  prydencia  , 
señaló  á  Pagobcrtocon  im  gesto  de  com- 
pasión ,  y  dijo  á  este  último: 

— Me  marcharé  con  tanto  mayor  gusto 
cuanto  que  ya  iba  á  salir  á,e  ^s^e  cuarto 
cuando  entrabais. 

En  .seguida  acercándo.se  enteramente  á 
Adriana,  la  dijo  en  voz  baja  : 

—  ¡Pobre  soldado!  el  dolor  le  saca  fuera 

de  sí  y  no  podría  escucharme Espli- 

cadle  todo  lo  ocurrido,  señorita;  y  caerá, 
añadió  con  aire  taimado;  pero  entretanto, 
repu>o  Rodin  metiéndose  la  mano  ep  la 
faltriquera  de  su  levilay  sacapdç  un  rollo: 
entregádmelo,  mi  querida  señorita,  esta 
es  mi  venganza y  buena. 

Y  como  Adriana  miraba  al  jesuíta  te- 
niendo ya  en  sus  manos  el  rollo  de  pape- 
les, este  puso  el  dedo  índice  en  su  I^bio 
cpmo  para  encargar  el>ilencio  á  la  j^ven, 
se  fué  hacia  la  puerta  dando  pasos  airas 
de  puntillas,  y  salió  haciendo  un  gesto  de 
compasión  á  Dagoberto,  ti  cual,  suplido 
en  un  triste  abali,íniento,  çp/i  1^  cabeza 
baja  y  los  brazos  cruzac^os  sobre  eJ  pedio, 
permareck^  mud  con  la  iníluencia  dç  los 
con^utlos  que  le  dio  la  Gibosa. 

Cuando  Hodin  salió  del  'uarto,  Adria- 
na ,  acercándose  al  soldado  le  dijo  con  su 
dulce  voz  y  con  la  espresion  de  un  pro- 
fundo interés  : 

—Vuestra  brusca  entrada  me  ha  im- 
52* 


206  ALBUM 

pedido  haceros  una  pregunta  muy  inle- 

resante  para  mí ¿Y  vuestra  herida? 

— Gracias,  señorita,  dijoDagoherto  sa- 
liendo de  su  penosa  preocupación ,  gra- 
cias, no  es  nada...  pero  no  tengo  tiempo 
de  pensar  en  esto.  Siento  mucho  haber 
sido  tan  brutal  con  ese  hombre  en  vues- 
tra presencia  y  haberle  echado  de  aquí: 
pero  no  he  podido  dominarme;  ai  ver  á 
esas  genios,  la  lengua  se  me  sube  á  la 
cabeza. 

— Sin  embargo,  habéis  procedido  con 
arrebato,  creedme:  la  persona  que  estaba 

aqui  ahora 

— ¡Con  arrebato!...  seiiorita no  es 

hoy  cuando  le  he  conocido...  Estaba  con 

el  renegado  abate  d'A'grigny 

•^Sin  duda...  pero  esto  no  impide  que 
sea  un  hombre  honrado  y  escelente. 
— jEse!  esclamó  Dagoberto. 
— Sí,  y  en  este  momento  solo  está  pen- 
sando en  una  cosa...  en  devolveros  vues- 
tras queridas  niñas 

—  ¡Él I  repuso  Dagoberto  mirando  á 
Adriana  como  si  no  creyese  lo  que  oia; 
¡él!  ¡devolverme  las  niñas! 
— Sí,  y  tal  vez  mas  pronto  de  lo  que 

pensais 

— Señorita,  saltó  de  pronto  Dagoberto, 

os  engaña sois  víctima  de  ese  bribón. 

— Os  equivocáis,  dijo  Adriana  menean- 
do la  cabeza  y  sonriéndose...  tengo  prue- 
bas de  su  buena  fé...  ante  todo  á  él  debo 
el  salir  de  esta  casa. 

— ¿Será  posible?  dijo  Dagoberto  con- 
fundido. 

— Muy  posible,  y  lo  que  es  mas,  hé 
aqui  una  cosa  que  tal  vez  os  reconciliará 
con  él,  dijo  Adriana  entregándole  el  ro'lo 
que  Rodin  acababa  de  darla  en  el  mo- 
mento de  salir;  no  queriendo  exasperaros 
mas  con  su  presencia,  me  lia  dicho:  se- 
ñorita ,  entregad  estregad  esto  á  ese  buen 
soldado:  esto  será  mi  sola  venganza. 
'  Dagoberto  miraba  atónito  á  Adriana  y 


abriendo  maquinalmente  el  rollo.  L^ègô 
que  le  desenvolvió  y  que  reconoció  su  cnií 
de  plata,  tomada  por  el  tiempo,  y  la  vifja 
cinta  encarnada  y  arrugada  (|ue  le  liebiin 
robado  en  la  posada  del  Halcón  Blanco 
con  sus  papeles,  esclamó  con  voz  cortada 
y  palpitando. 

— ¡Mi  cruz,  mi  cruz,  es  mi  cruz! 

Y  en  la  exallacirn  de  su  alegría  estre- 
chaba !a  estrella  de  plata  conlra  su  cano 
bigote. 

Adriana  y  la  Gibosa  se  enternecieron 
profundamente  con  la  emoción  del  solda- 
do que  esclamó  corriendo  hacia  la  puiría 
por  donde  acababa  de  salir  Rodin. 

— Después  de  un  servicio  hecho  al  ma 
riscal  Simon  ,  á  mi  niuger  ó  á  mi  hijo  no 
podia  haberse  portado  mejor  conmigo...., 
¿Señorita,  respondéis  de  ese  buen  fiom- 
bre?...  Y  yo  le  he  insultado.....  y  mal- 
tratado en  vuestra  presencia le  debo 

una  satisfacción y  se  la  daré,  sí,  se 

la  daré. 

Y  al  decir  esto  salió  precipitadamente 
del  cuarto,  atravesó  corriendo  las  dos  pie- 
zas, tomó  la  escalera,  la  bajó  precipita- 
damente y  alcanzó  á  Rodin  en  el  último 
escalüo, 

— Caballero,  le  dijo  con  voz  sentida  co- 
giéndole del  brazo  :  es  menester  que  vol- 
váis á  subir  al  instante. 

— ^0  seria  malo  que  os  decidieseis  á 
una  sola  cosa,  mi  querido  señor,  nijo Ro- 
din deteniéndose  con  bondad  :  hace  un 
instante  que  me  mandasteis  salir  y  ahora 
se  trata  de  volver.  ¿En  qué  quedamos? 

— Acabo  de  pi  rder  la  razón,  y  cuando 
esto  me  sucaie  trato  de  reparar  lo  hecho: 
os  he  injuriado  y  maltratado  en  público 
y  delante  del  público  quiero  daros  una 
satisfacción. 

— Caballero estoy  de  prisa os 

lo  agradezco. 

—  ¡Qué  me  importa  que  estéis  de  pri- 
sa! os  repito  que  vais  á  subir  al  instan- 


\û ó  si  no...  si  no,  repuso  Dagoberfo 

cügi<^iidi»Ic  la  mano  y  apretándosela  cuii 
lanfa  cordialidad  como  ternura...  ó  si  nu 
la  diclia  que  me  causais  devolviéndome 
mi  cniz  no  será  complela. 

— No  quedará  por  eso,  anii^o  mío,  su 
hamos suttamos 

—  Y  no  solo  me  habii-;  devuelto  mi 
cruz,  que  lie  llorado,  si  llorado  sin  (pic 
nadie  lo  sepa,  eselanjó  I)a;:ol»i'r!ocon  cfu 
sion ,  sino  que  esta  señorita  acaba  de  de- 
cirme que  gracias  á  vos....  las  pobres  ni- 
nas.... vonjos...  no  os  burléis...  -¿es  ver- 
dad? ¿es  verdad? 

- — ¡  Quó  curioso  sois  !   dija  Rodin  son 
riéndose  con  nialicia  ;  en  seguida  añadió  : 
vamos,  vamos,  tranquilizaos;  se  os  devol- 
verán vuestros  d''s  angelitos,  diablo. 

Y  el  jesiiila  subió  la  escalera. 

—  ¿Hoy  misnio?  esc'amó  Dagoberto. 
En  el  momento  en  que  Rodin  subia  los 

escaloiH's    le    detuvo    de    pronto    por    la 
manga. 

—  ¿  Kn  qué  quedamos,  buen  amigo? 
¿nos  detenemos?  ¿subimos?  ¿bajamos? 
Me  baceis  volver  tarumba. 

— Tenéis  razón;  arriba  nos  entendere- 
mos mejor;  venid,  venid  pronto,  dijo  Da 
goberto. 

En  seguida  echando  el  brazo  á  Rodin 
le  hizo  apresurar  el  paso  y  le  llevó  triun 
fante  al  cuarto  donde  se  habían  quedado 
Adriana  y  la  Gibosa,  las  cuales  habían 
tjuedadosorprendidas  con  la  repentina  sa- 
lida del  soldado. 

— Aqui  o>t3,  aqni  está,  esclamó  Dago- 
berto al  entrar:  felizmente  'e  he  alcanza- 
do al  pié  de  la  escalera. 

— .Miora,  caballero,  dijo  Dagoberto  con 
voz  grave,  declaro  delante  de  la  señorita 
que  no  he  tenido  razón  en  obrar  brutal- 
mente con  vos  :  y  que  os  debo...  si...  si... 
mucho....  mucho....  os  juro  (jue  cuando 
debo pago. 


207 

din  que  la   npr»tó    con    afabilidad,   ana»- 
diendo  : 

—  ¿De  (jué  se  trata?  ¿qué  gran  servi- 
cio es  ese  ? 

—  ¿Y  e^to?  repuso  DagotK'rto  hacien- 
do lirillar  la  cruz  á  los  ojos  do  Uodiii,  ¡no 
sabéis  lo  (pie  es  esto  para  mi  ! 

— Suponierulo  (pie  debe  interesaros  nüi- 
eho,  contaba  tener  el  gu<to  de  eiilirgá- 
rosla  yo  mismo.  Este  fué  mi  objeto  al 
traerla...  I'ero  sea  dielio  entre  nosotros... 
me  habtis  recibido  tan  familianucnle  que 
lio  he  tenido  tiempo  p;ua 

-^Caballero,  repuso  Dagoberto  confun- 
dido, os  aseguro  que  me  arrepiento  de 
corazón  de  lo  que  acabo  de  h^rer. 

— Lo  sé,  mi  bin  n  amigo,  no  liabUmos 
mas  de  ello....  ¿Con  que  tanto  os  inteíe- 
saba  la  cruz? 

—  ¿Si  me  interesaba?  esclamó  Dago- 
berto.... esta  cruz  (besándola)  es  para  mí 
una  reliquia  ,  y  la  persona  que  me  la  dio 
era  e'  santo  de  nii  devoción....  la  habla 
tocado.... 

—  ¡Cómo!  fingiendo  mir-ir  la  cruz  con 
curiosidad  y  re>peluosa  admiración.  ¡Có- 
mo !  ¡Napoleón....  el  gran  Nipoleon  ha 
tocado  con  su  propia  mano,  con  su  victo- 
rosa  mano...  esa  noble  y  honrosa  estre- 
lla! 

—■Si,  señor,  con  su  niano;  aquí,  aquí 
me  la  puso,  en  mi  ensangrentado  peclu», 
como  queriendo  vendar  mi  (piinta  heri- 
da... Asi,  si  estuviese  mu(rto  de  hambre 
y  hubiesedeoptarentreel  pan  y  la  cruz... 
no  dudaría  un  cnomento....  con  el  objeto 
de  llevarla  conmigo  al  sepulcro.  Pero  bas- 
ta, basta  de  esto  hablemos  de  otra  cosa... 
I  (jué  tontería  !  ¡  un  soldado  viejo  I  ¿no  e» 
verdad?  añadió  Dagoberto  pasándose  la 
mano  por  los  ojos;  y  en  seguida  como  si 
scavergonzase  de  confesar  lo (jue  senfia... 
¡y  bien,  si!  repuso  levantando  vivamente 
la  cabeza  y  no  tratando  de  ocultar  una  lá- 


Y  Dagoberto  alargó  su  leal  manoáRo-    grima  que  le  corría  por  el  carrílo;  si,  lio- 


208  ÀLBLM 

ro  de  alegría  por  haber  Iiallaiiom]  cruz... 
mi  cruz  que  el  mismo  emperador  medió... 
con  su  Miaño  McíoriofiocomodiGe  este  buen 
hombre. 

— ¡Dios  bendiga  esla  pobre  y  viejaíma- 
no  que  os  ha  devuelto  vuestro  precioso 
tesoro!  dijo  Rodin  con  emoción  :  y  en  se- 
guida añadió:  ;  Como  soy  que  el  dia  será 
bueno  para  todo  el  mjjuido  I  ¡  asi  os  lo 
anunciaba  esta  mailana  eo  mi.  carta! 

—  ¿Esta  carta  sin  firma  viene  de  vos? 
preguntó  el  soldado  que  estaba  cada  vez 
mas  sorprendido. 

— Yo  mismo  la  he  escrito.  Solaaiente 
que  temiendo  una  nueva  asechanza  del 
abale  de  Aigrigny  no  he  querido  espJicar- 
me  mas  claro  ¿lo  entendéis? 

— ¿Con  qué  voy  á  volver  á  ver  á  mis 
huérfanas? 

Rodin  hizo  u a  gesto  afirmativo  y  bon- 
dadoso. 

— Sí,  al  momento,  repuso  i^dríana  son 
riéndose...  ¿Tenia  yo  razón  eo  decir  que 
habíais  juzgado  mal  al  señor? 

— ¿Y  por  qué  no  me  lo  dijo  al  entrar? 
esclamó  Dagoberto  loco  de  alegría. 

— Porque  habia  un  inconveniente,  uai 
buen  amigo,  saltó  Rodin ,  y  es  que  desde 
el  momento  de  vuestra  entrada  habéis  tra- 
tado de  ahogarme... 

— Tenéis  razón...  me  he  arrebatado.... 
os  repito  que  me  perdonéis....  ¿qué  que- 
réis que  os  diga?  Siempre  os  he  visto  con 
Ira  nosotros  en  compañía  del  P.  de  Ai- 
grigny y  en  el  primei  momento... 

— Señorita,  repuso  Rodin  hacit;i>4P  un» 
cortesía  á  Adriana;  esta  buena  señorita  os 
dirá  que  yo  era  cómplice,  de  muctias  per 
fidias  sin  saberlo;  pero  d^sde  pl  instan.te 
en  que  empecé  á  ver  claro  en  estas  tinie- 
blas  he  salido  dt^l  mal  camino  en  que 

esta,ba  iuyohinitariamente  y  me  he  dirigi- 
dlo h,4çia  el  buepo,  justo  y  recto. 

Adriana  hizo  un  gesto  afirmativo  á  Da- 
goberto, (|ue  parecía  interrogarle  con  la 
vista. 


—-Amigo  mío, si  no  he  firmado  tacarte 
que  os  ho  escriío  ha  sido  por  temor  de 
que  mi  nombre  no  in>ipirase  sospeclias; 
sí,  fit)a!mente,  os  he  rogado  que  vinieseis 
aquí  y  no  al  convento,  la  razón  es  que  te- 
mía, como  esta  buena  señorita,  que  el  por- 
tero ó  el  jardinero  os  reconociese,  y  qtje 
el  suceso  de  la  otra  noche  hiciese  peligro- 
so esto  reconocimiento. 

— Per),  ahora  me  acuerdo  que  el  doc- 
tor está  instruido  de  todo,  saltó  Adriana 
con  inquietud;  me  tía  amenazado,  que  de- 
nunciaría á  Dagoberto  y  á  su  hijo  si  yo 
me  quejaba. 

— Tranquilizaos,  mi  querida  señorita; 
desde  ahora  daréis  la  ley,  repuso  Rodin. 
Fiaos  en  mí;  en  cuanto  á  vos,  mi  buen 
amigo,  ya  han  acabado  vuestras  penas. 

— Sí,  dijo  Adriana;  un  magistrado  rec- 
to y  benévolo  ha  ido  al  convento  á  buscar 
las  hijas  del  mariscal  Simon  para  traerlas 
aquí;  pero  ha  creído,  como  yo,  que  seria 
mas  cofiducnte  que  fuesen  á  vivir  en  mi 
casa.  Sin  embargo,  yo  no  puedo  decidir- 
me á  esto  sin  v(jestro  conocimiento...  por- 
que la  niadre  de  las  huérfanas  es  las  cob- 
fió  á  vos  solo. 

— ¿Y  vos  queréis  reemplazarla,  seao- 
rila?  repuso  Dagoberto;  no  puedo  meDQS 
de  agradecéroslo  con  todo  mi  eo.razan,  no 
solo  por  mí,  sino  por  las  señoritas.  Sola- 
mente que,  cunio  la  lección  ha  sido  ruda, 
os  suplicaré  que  me  permitáis  no  sepa/íy- 
me  de  la  puoi  ta  de  su  cuarto  ni  d^í  d.iíi  ^ 
de  noche. 

Si  salen  en  vuestra  compañía,  me  per- 
m-itireis  también  que  os  siga  algunos  pa- 
sos sin  perderos  de  visda,  del  naismo  mo- 
do que  haría  Quitasolaces,  el  cual  ha  sido 
mejor  centinela  que  yo.  Después  que  lle- 
gue el  mariscal,  lo  que  sucederá  de  un  dia 
á  otro,  será  otra  cosa...  i  Dios  (juiera  que 
llegue  pronto! 

— Sí,  repuso  Rodin  con  voz  firme,  Dios 
quiera  que  llegue  pronto,  para  pedir  una 


Ai.niM. 


209 


VUrnta  terrible  al  P.  il'Aigrignyae  la  ptr- 
SL'Ciicion  de  sus  liijas y  e«o  que  el  ma- 
riscal no  sabi"  aun  todo  lo  sucmlido.  Los 
tobantes  y  los  traidores  no  me  inspiran 
compasión,  respondió  Ilodin;  y  cuando 
Testé  aipií  el  mariscal  Simon... 

En  Sf^tiida  ,  y  al  cabo  de  \\'n  instante 
de  sileitci'S  continuó  : 

— Si  el  sen»>r  mariscal  me  hace  el  ho- 
nor de  escucharme,  sabrá  todo  lo  concer 
Tiienic  á  la  conducía  del  P.  d'Aiqrigny,  y 
que  sus  mejores  amiíjos  han  sido,  como 
él,  perseguidos  por  hombres  peli<^rosos. 

— ¿Cómo  es  eso?  dijo  Dagoberto. 

— Vos  mismo,  salló  Rodin,  vos  mismo 
sois  un  njVmplo  de  Ib  que  acabo  de  decir. 

— :  Yo  ! 

—  La  escena  que  pasó  cerca  de  Lrip- 
5ick.  en  la  posada  del  Halcón  Blanco, 
¿creéis  que  se  debe  solo  á  la  casualidad? 

— ¿Quién  os  ha  hablado  de  eso?  pre- 
guntó Dagoberto  conJTuhdido. 

— Si  aceptabais  la  provocación  de  Mo- 
rok ,  continuó  el  jesuíta  sin  responder  á 
la  pregunta  de  Dagoberto,  hubieseis  caido 

pi)  un  lazo y  si  por  el  contrario  no  la 

aceptab.iis,  hubierais  sido  preso,  á  falla 
de  papeles,  como  en  efecto  lo  habéis  sido 
iCon  esas  pobres  niñas,  como  un  vagabun- 
do  ¿Sabéis  cuál  era  el  objeto  de  esta 

violencia?  impediros  llegar  aquí  para  el  13 
de  febrero. 

— Cuanto  mas  os  escucho,  dijo  Adria- 
na, tanto  mas  espantada  estoy  de  la  au- 
dacia del  P.  d'Aigrigny  y  de  la  estension 
de  los  medios  de  que  puede  disponer. 
Verdaderamente  ,  continuó  con  profun- 
da sorpresa ,  si  no  merecieseis  tanto  cré- 
dito.... 

—  Dudaríais,  ¿no  es  verdad,  señorita? 
dijo  Dagoberto;  lo  mismo  me  sucede  ámi; 
no  pued)  persuadirme  (jue  por  malo  (jue 
si'a ,  haya  podido  Iimut  reíariones  en  el 
fi)i»do  de  Sajonia  con  un  cn>eùador délie- 
ras :  y  ademas  ¿como  podia  saber  que  jo 


y  mis  itiilas  debiamos  paiar  por  Leipsik^ 
Eso  es  impusi[)|p.  buen  hombre. 

— Efectivamente,  repuso  Adriana,  te- 
mo que  vuestra  animadversión,  que  en 
riuiy  legítima,  contra  el  abale  d'Aigrig- 
ny, no  os  descarrie,  y  qtie  le  atribu- 
yáis un  podel"  y  unas  reLíciunescasi  f.ibii- 
losas. 

A!  cabo  de  lui  instante  de  süencio  du- 
rante el  cual  Uodin  miraba  alternaliva- 
mente  á  Adriana  y  á  Dagoberto  con  una 
especie  de  compasión,  continuó; 

— ¿Y  Como  eS  posible  que  «I  padre 
d\\igrígny  haya  podido  tener  en  su  poder 
Vuestra  cruz,  si  no  hubiese  estado  en  re- 
laciones con  Morok?  preguntó  Uodin  al 
soldado. 

— KI  hecho  es ,  dijo  Dagoberto ,  que  el 
gozo  no  me  ha  permitido  reflecsionar 
¿como  es  que  mi  cruz  se  halla  en  vuestro 
poder? 

— Precisamente,  porque  el  abale  d'Ai- 
grigny tenia  en  Leipsick  las  relaciones  que 
portéis  en  duda,  del  mismo  modo  que  esta 
señorita. 

— Pero  ¿como  es  que  mi  cruz  ha  llega- 
do hasta  Paris? 

— Decidtne:  ¿no  es  verdad  que  habéis 
sido  preso  co  Leipsich  por  no  tener  pape- 
les? 

— Si;  pero  nunca  he  podido  compren- 
der como  mis  papeles  y  mi  dinero  han  de- 
saparecido de  mi  mochila Ci'eí   haber 

tenido  la  desgracia  de  perderlos. 

Ilodín  ge  encogió  de  hotiibros ,  y  re- 
puso: 

—Todo  eso  os  fué  robado  bn  U  posada 
del  Halcón  blanco  por  un  tal  Cíoliath,  sir- 
viente de  Morok,  quien  envió  estos  papa- 
les con  la  cruz  al  abate  d'Aigrigny  para 
probarle  que  había  conseguido  ejecutar 
las  órdenes  relativas  á  las  huérfanas  y  á 
vos  mismo:  antes  de  ayer  he  descubierto 
la  clave  de  esa  tenebrosa  intriga  :  la  cruz 
y  los  papeles  estaban  en  el  archivodel  p«« 
53* 


210 


ALBUlM. 


tire  d'Aigrigny  ;  los  papeles  formaban  un 
volumen  muy  considerable  y  Iiubieran 
notado  su  falla;  pero  por  los  términos  de 
mi  carta,  esperando  veros  hoyó  mañana, 
y  sabiendo  cuanto  interesa  á  un  soldado 
del  emperador  su  cruz,  que  como  decís, 
es  una  reliquia  sagrada,  mi  buen  amigo, 
no  he  dudado  un  momento  en  poner  la 
reliquia  eo  mi  faltriquera.  Bien  mirado, 
dije,  esto  no  es  mas  que  una  restitución  y 
mi  delicadeza  ecsagera  tal  vez  las  conse- 
cuencias de  este  abuso  de  confianza. 

— No  podíais  haber  hecho  una  acción 
mejor  ,  dijo  Adriana  ;  por  mi  parte ,  y  en 
consecuencia  del  interés  que  tomo  por  el 
señor  Dagoberk»,  os  doy  personalmente 
las  gracias. 

Después  de  un  corto  silencio,  repuso 
con  ansiedad:  pero  ¿como  puede  disponer 
el  abate  d'Aigrigny  de  una  influencia  tan 
grande....  para  tener  relaciones  clandes- 
tinas tan  estensas  y  temibles  en  un  pais 
estrangero? 

—Silencio,  esclamó  Rodin  en  voz  baja 
y  mirando  al  rededor  con  espanto....  si- 
lencio.... silenciol...  ¡por  Dios  no  me  ha 
gais  mas  preguntas  sobre  ese  asuntol 
III. 

REVELACIONES. 

Mlle,  de  Cardoville  sumamente  admi- 
rada del  espanto  de  Rodin  al  pedirlo  algu- 
nas esplicaciones  sobre  el  eslenso  y  for- 
midable poder  del  padre  d'Aigrigny ,  le 
dijo: 

— Caballero,  ¿que  tiene  de  particular 
la  pregunta  que  acabo  de  haceros? 

Rodin,  al  cabo  de  un  corto  silencio, 
miró  al  rededor  de  sí  con  una  inquietud 
bastante  disimulada  y  respondió  en  voz 
baja: 

— Señorita ,  os  repito  que  no  me  pre- 
guntéis nada  sobre  una  cuestión  tan  peli- 
grosa; las  paredes  de  esta  casa  tienen  oídos, 
como  vulgarmente  se  dioi. 

Adriana  y  Dagiberto  se  miraron  llenos 
de  admiración. 


La  Gibosa  por  un  irisíinto  de  incfeíhlc 
persistencia ,  no  habia  cesado  de  esperi- 
mentar  una  invencible  desconfianza  hacía 
Rodin.  Algunas  veces  se  le  quedaba  mi- 
rando con  disimulo  procurando  desen- 
mascarar á  este  hombre  que  tatito  la  asus- 
taba. 

El  jesuíta  habiendo  encontrado  una  vei 
los  inquietos  ojos  dé  la  Gibosa  que  le  fij.i- 
ban  con  obslinacion,  la  hizo  con  la  cabeza 
una  seña  bondadosa  ,  y  la  joven  asustada 
de  esta  sorpresa,  miró  á  Otra  parte  sobre- 
saltada. 

— No,  no,  mi  querida  señorita ,  repulid 
Rodin  dando  un'suspiro  al  ver  que  Adria- 
na estrañaba  su  silenció;  no  me  hagáis 
mas  preguntas  sobre  el  poder  del  P.  dé 
Aigrigny. 

— Pero  decidme,  repuso  Adriana,  ¿por 
qué  dudáis  tanto  en  responderme?  (|ué 
teméis? 

— ]  Ah,  mi  querida  señorita!  dijo  Ro- 
din temblando,  ¡esas  gentes  son  tan  po- 
derosas I  ¡su  animosidades  tan  terrible  I 

^^Tranquilizaos,  os  debo  demasiado pa* 
ra  que  llegue  á  faltaros  jamás  mi  apoyo. 

—  ¡th,  mi  querida  señorita!  esclamó 
Rodil!  casi  ofendido,  hacedme  el  favor  de 
juzgarme  mejor.  ¿Temo  yo  acaso  por  mí? 
no,  no  ;  soy  un  hombre  demasiado  oscuro 
é  inofeiisivoí;  vos,  el  mariscal  Simon  y  las 
demás  personas  de  vuestra  familia  son  los 
que  deben  temer. .¿.*  Señorita,  os  repilo 
que  no  me  liagais^mas  preguntas .  hay  se- 
cretos funestos  para  quienes  los  poseen. 

— Pero  al  fin,  ¿no  es  mejor  saber  los 
peligros  que  nos  amenazan? 

— Cuando  se  sabe  el  modo  de  manejar- 
se de  un  enemigo ,  puede  uno  á  lo  menos 
defenderse,  saltó  Dagoberto;  un  ataque 
descubierto  vale  mas  que  unaemboscada^ 

-^Ademas,  repuso  Adriana,  os  aseguro 
que  las  pocas  palabras  que  habéis  dicho 
me  inspiran  una  inquietud  vaga. 

— Vaya,  puesto  que  os  empeñáis,  mi 


AI  b\  M. 


211 


'ijuerija  señorita,   repuso  Ilodin  aparen-  [ciacion  es  el  (|iic  hace  al  abate  d'Ainrijiny 
îando  hacer  un  gran  esfuer/o:  puesto  que    nn  hombre  tan  peligroso:  á  favor  de  ella 


ho  habéis  comprendido  mis  palabras,  serí' 
mas  esplícilo...  pero  tened  presi-nte,  aña- 
tl\ó  el  jesijila  cotí  tono  i^rave,  (jue  \uestra 
insistencia  me  ohlij;a  á  deciros  lo  que  val 
dri.i  mas  (]iie  ignoraseis. 

•^-Hablad,  hablad,  por  Dios,  dijo 
Adriana. 

Uodin ,  reuniendo  alrededor  de  st  á 
Adriana,  á  Da^oberlo  y  á  la  Gibosa,  les 
dijo  en  voz  baja  y  con  aire  misterioso: 

— ¿No  hab«''is  oido  hablar  de  una  aso- 
ciación poderosa  cuyas  relaciones  se  es- 
Uenden  por  todo  el  nuindo,  que  cuenta 
con  numerosos  hermanos  y  seides  y  faná- 
ticos en  todas  las  clases  de  la  sociedad?... 
¿qué  ha  tetiido  y  tiene  todavíajpor  la  ore 
ja  á  ios  royes  y  á  los  grandes...  asociación 
sumamente  poderosa  que  con  una  solapa 
labra  eleva  á  sus  criaturas  á  posiciones  ele- 
vadas y  que  con  otra  las  precipita  á  la  na 
6a  de  donde  ella  sola  puede  sacarla-.? 

— ¡  Dios  mió!  salto  Adriana,  ¡  <j>ié  cla- 
se de  asociación  formidable  es  0>a  1  Jamás 
he  oido  liablar  de  ella  hasta  aht>ra. 

— Lo  creo,  y  sin  embargo  vuestra  ig- 
norancia sobre  esttí  pinito  me  sorprende 
mucho,  mi  querida  señorita. 

— ¿Y  por  (|ué  os  sorprende? 

'— Por(jue  habéis  vivido  mucho  tiempo 
con  vuestra  señora  tia,  y  habéis  visto  con 
freeui  ncia  al  I'.  d'Aigrigny. 

— He  vivido  en  !>u  casa  ,  pero  no  con 
ella,  porque  me  inspiraba,  por  mil  ntoti 
\os  una  lejttima  aver>iun. 

— Hn  resumidas  cuentas,  senorila,  mi 
observación  era  justa;  alli  mas  bien  tjue 
vn  otra  parle,  principalmente  en  vui-slra 
presencia,  era  donde  debian  guardar  si 
lencio  Sobre  esta  asociación;  y  t.in  em- 
hargo  gracias  á  ella.  .Mn>e.  de  SaintDi- 
zier  ha  tenido  una  terrible  influencia  en 
el  mundo  bajo  el  último  reinado Sa- 


ha  podido  vigilar,  p»'r>('i:uir  y  aun  caer 
Sobre  diferentes  niieiniiros  de  vuislra  lu'- 
mili»  ,  á  tinos  en  Srberia  ,  á  otros  en  el 
fondo  de  la  Itidia  ,  á  quit^ncs  en  medio  de 
las  ntonlañas  de  la  América;  porijue  ya 
os  lie  tlicho  i|UH  la  casiialiilad  me  ha  he- 
ctio  empujar  ?yer  los  papeles  del  abate 
d'A;j;rigny  ;  e>tüs  s«ui  los  que  me  han  re- 
velado ludo  y  los  que  me  lian  convencido 
de  su  participacron  con  esa  compañía  de 
!a  cua*  es  el  itias  cap;iz  y  mas  at'livogcfc. 
^-^IV-ro  decidme  el  nomino,  el  nombre 
de  esa  compañía. 

— Y  bien....  se  llama....  Uodip.  se  dr- 
tiivo. 

— Se  llama repuso  Adriana  tan  in- 
teresada como  Dagoberto  y  latlibosa...  se 
llama.... 

Rodin  miró  á  todas  parles,  alraj»  rnr.s 
á  sí  á  los  actores  de  esta  escena  y  les  dijo 
en  voz  baja  y  acentuando  lentameiiti-  sus 
palabras  : 

— Se  llama la  Compulia  de  Jlmí»-. 

Y  en  esto  se  estreirieció. 

—  Los   jesuítas esclamó  Mlle,  de 

Cardoville  no  pudíendo  cunleiier  uno  car- 
cajada, tanto  mas  natural  cuanto  (¡uo  su- 
gun  las  misteriosas  precaticioms  oratorias 
de  Kodin  esperaba  la  revelación  de  un  se- 
creto mucho  mas  terrible....  ¡los  jt^uilas! 
repuso  sin  dejar  de  reír  :  sulo  ccsisten  en 
los  libros  y  no  son  mas  qttepersonnjfs  bj«- 
toiicos  muy  temibles,  \o  lo  creo,  ¿pero 
á  qué  disfrazar  de  ese  modo  á  Mme.  de 
Saint-Dizitr  y  al  abale  d'Aigrigny?  lales 
Como  son,  no  justifican  bastante  mi  aver- 
sion y  mi  desprecid? 

Rodin  después  de  haber  e.^cueliado  si- 
lenciosamente á  Adriana,  repuso  con  aire 
grave  y  penetrado  : 

— (Juerida  senorila  ,  vuestra  ceguedad 
me  atemoriza;  lo  que  ha  pasado  pudiera 
bedlo  de  una  vez.   ll\  favor  de  esta  aso- j  haceros  temer    por  el  porvenir,  portiiie 


212 


AL6üif. 


mas  qtie  nadie,  habéis  esprrimentado  yaf  puso  Rodin.  ¡  Si  supieseis,  mi  qnerioasé» 


la  funesta  acción  de  esta  Compañía  cuya 
existencia  parece  un  sueño. 

— ¿Yo?  dijo  Adriana  sonriendo  aunque 
algo  sorprendida. 

— Vos 

— ¿Y  qué  cit-cunstancia? 

— *-¿Me  lo  preguntáis  á  mi,  mi  querida 
señorita,  á  mi?  ¿después  de  haber  sido 
encerrada  en  esta  casa  como  lora?  ¿No 
es  deciros  con  esto  que  el  dueño  de  esta 
casa  es  uno  de  los  miembros  laicos  mai 
celosos  de  esa  Compafiía,  y  como  tal,  ciego 
instrumento  del  padre  d'Aigrigny? 

— ¿Con  que  según  eso,  dijo  Adriana 
sin  reír  esta  vez....  Mr.  Baleinier?.... 

— Obedi-'ciaal  padre  d'Aigrigny, el  mas 
temible  gefe  de  esta  espantosa  Sociedad... 
emplea  su  ingem'o  para  el  mal;  pero  al 
mismo  tiempo  es  menester  confosar  que 
es  un  hombre  de  ingenio....  por  esta  ra- 
zón en  saliendo  de  aqui,  deberéis  vigilar  y 
sospechar  mucho  de  él;  crecdme,  le  co- 
nozco, y  no  considera  perdidoel  negocio... 
debéis  esperar  nuevos  ataques....  de  otro 
género ,  sin  duda  ,  pero  por  esta  misma 
razón  tal  vez  mas  peligrosos. 

— Felizmente...  nos  prevenís  á  tiempo, 
buen  hombre,  y  estaréis  con  nosotros,  sal- 
tó Dagolierto. 

— Yo  puedo  muy  poco,  mi  buen  ami- 
go ,  pero  este  poco  está  á  la  disposición 
de^  las  personas  honradas ,  dijo  Rodin. 

— Ahora  ,  dijo  Adriana  con  aire  pensa- 
tivo y  en'eraiiiente  conviMicida  ccn  el  aire 
de  convicción  de  Rodin;  ahora  compren- 
do la  inconcebible  innuincia  que  tenia 
Mme.  de  Saint  Dizier;  yo  lo  alribuia  úni- 
camente á  sus  relaciones  con  personas  po- 
derosas :  creía  que  estaba  asociada,  como 
el  padre  d'Aigrifiny,  á  tenebrosas  intrigas 
bajo  el  v.elo  de  la  reÜjion,  pero  os  confie- 
so que  estaba  muy  lejos  de  creer  lo  que 
decis. 

— ¡Cuantas  cosas  ignorais  todavía  !  re- 


ñorita  ,  con  que  arle  os  rodean,  sin  que  l(^ 
cono.zcais,  de  agentes  suyos!  Cuando  tie- 
nen interés  en  saber  algo,  nada  se  les  es- 
capa. Después  obran  poco  á  poco,  con 
lontiind  y  prudencia:  hacen  valer  con  laS 
personas  todos  los  medios  posibles,  empe- 
zando por  la  adulación  y  concluyendo  por 
el  terror....  asi  es  como  seduoen  y  asustan 
para  rio-ninar  después  sin  que  nadie  se 
aperciba  de  su  autoridad:  tal  essu  objeto, 
y  es  preciso  convenir  en  qtte  muchas  ve- 
ces lo  consiguen  con  detestable  habilidad. 

Rodin  hablaba  con  tanta  sinceridad,  que 
Adriana  se  estremeció;  en  seg'iida  arre- 
pintiéndose de  este  temor,  repuso: 

-^Y  sin  embargo...  no,  no,  jamás  da- 
ré crédito  á  tan  infernal  poder;  os  repito 
que  la  induencia  de  esas  gentes  tan  am- 
biciosas es  de  otro  tiempo.  ¡Bendito  sea 
Dios!  ya  han  desaparecido  para  siempre. 
— S'j  ciertamente,  han  desaparecido,  poi- 
que saben  dispersarse  y  desaparecer  en 
ciertas  circunstancias;  pero  entonces  es 
cuando  son  mas  temibles;  porque  la  des- 
conílanza  que  inspiraban  desapareció  tam- 
bién ,  al  paso  que  ellos  están  siempre  aler- 
ta. ¡  Ah,  mi  querida  señorita,  si  conocie- 
seis su  lerible  habilidad  I  Odiando  la  opre- 
sión,  las  bajezas  y  la  hipocresía,  estudié 
ía  historia  de  esta  asociación  antes  de  sa- 
ber que  el  abate  de  Aigrigny  era  miembro 
de  ella.  ¡Ah!  ¡es  espantoso!  j  Si  supie- 
seis de  qiie  medios  se  valen  !  ¡Con  deci- 
ros (¡lio,  graciosa  'íus  diabólicas  astu- 
cias, sus  mas  puras  apariencias  ocultan 
siem¡)re  laz^s  horribles!  Y  los  ojos  de  Ro- 
din se  fijaron  por  casualidad  en  la  Gibosa; 
pero  viendo  que  Adriana  no  notó  esta  in- 
sinuación, el  jesuita  prosiguió.  En  una 
palabra,  desde  el  mon»ento  quesoiselob- 
jeto  de  sus  persecuciones  ó  que  tienen  in- 
terés en  captarse  vuestra  voluntad  ,  desde 
este  mismo  instante,  desconfiad  de  todos 
los  que  os  rodean ,   sospechad  de  los  mas 


»«  II»  M. 


213 


tidLles  auiij^os,  de  lus  mas  lii'riu'>afeclo>, 
porque  estas  genios  coii>ij;(ieii  á  veces  ga 
nar  á  vueslrjs  mejores  amigits  y  valerse 
ée  ellos  contra  vos,  como  otros  tantos  an- 
sitiares  tanto  mas  lomiMos  cuauto  mas 
crecen  en  vue>tra  confiairtía. 

—  ¡  Aii ,  esiit  h  iinposilde!  esclamó  A'iria 
na...  ex.igfrais...  no,  no,  en  el  infierno 
no  se  son.irian  seniej,in(e>  traiciones.  ' 

—  l)e>jirjcia(lamenle  ,  sen  irita  ,  uno  de 
vuestros  parientes,  M.  Hardy...  el  hom- 
bre mas  leal  y  generoso,  lia  sido  víctima 
de  una  infame  traición....  It)n  (in  ¿sabéis 
lo  (jue  nos  ha  revelído  la  lectura  del  tes- 
tamento de  vuestro  abiielo?nueha  Uiuer- 
to  víctima  del  odio  de  esas  gentes,  y  (|ue 
á  esta  hora,  al  cabo  de  150  aííos  de  in- 
tervalo, sus  deseen  Jienles  están  aim  per- 
bogiiidos  por  el  odio  de  esta  indestructible 
compañía. 

— ¡Ah,  eso  es  espanloso!  dijo  Adria- 
na sintiendo  oprimido  el  corazón ¿Y 

no  liay  armas  contra  semejantes  ataques.? 

— Señorita,  la  prudencia,  la  mas  dis- 
creta reserva,  y  el  mas  desconíiado  es- 
tudio de  ludas  las  personas  que  se  os  acer- 
can. 

—  ¡  Semejante  vida  es  temible!  ¡  ejt8r 
espiiestos  de  este  modo  á  sospechas,  á 
duilHs  y  á  temores  conlíiiuos  es  un  ver- 
dadero martirio! 

— Sin  duda  ,  ya  lo  saben  ellos...  y  esto 
es  lo  que  precisann-nte  constituye  su  fuer- 
za... muchas  veces  triunfan  por  el  esceso 
mismo  de  las  precauciones  (jue  se  toman 
contra  ellos...  Asi,  mi  (juerida  señorita, 
y  vos  valiente  soldado,  por  todo  lo  mas 
caro  que  leiieis  en  el  mundo  ,  desconfiad, 
i'o  acordéis  lijeramente  vuestra  confianza: 
tened  cuidado,  liabeis  estado  á  punto  de 

sor  víctima  de  esas  gentes que  serán 

xiempre  vuestros  implacables  enemigos... 
Y  también  vos,  interesante  jiWen,  PÑadió 
el  jeMiita  dirigiéndose  á  la  Gibosa....  se- 
guid ntis  consejos....  temedlos....  y  estad 
siempre  alerta. 


—  ¡Yo!  dijo  la  Gibosa  ¿qué  he  hecho 
yo  para  teim  r? 

—  ¡Qué  lia!)eis  hecho!  ¿No  amabais 
licrnametile  á  esta  buena  señorita  que  es 
vuestra  protectora? ¿no  habéis  quei  id  t  acu- 
dir á  su  socorro?  ¿no  sois  hermana  adop- 
tiva del  hijo  do  este  valiente  v<,|(lado,  del 
buen  Agrie  I?  ¡  Pebre  joven!  ¿no  son  estos 
bastantes  inolivos  para  atraerse  su  odio  á 
pesar  de  vuestra  oscuridad?  ¡  Ah  !  mi  que- 
rida señjrita,  no  creáis  (jue  exajero.  Re- 
flexionad.... rt  flcxinnad....  Pensad  en  lo 
que  acabo  (Je  recordar  al  liel  compañero 
de  armas  del  general  Sinjon  relativamen- 
te á  su  prisión  en  Leipsik....  recordad  lo 
(jue  os  lia  sucedido  y  que  se  han  atrevido 
á  ooiidiiciros  aqui  despreciando  las  leyes  y 
las  justicia.  Kntonces  conoceréis  que  no 
hay  exij'^racion  en  los  colores  de  este  cua- 
dr-^.  listad  siempre  alerta,  y  principal- 
mente en  los  casos  dudosos,  no  temáis  en 
dirigiros  á  mí.  Fn  tres  dias  he  sabi.Io  por 
esperencia  propia  sus  medios  de  acci  n  y 
podré  advertiros  do  una  astucia  ,  de  una 
asechanza,  do  un  riesgo,  y  defenderos  de 
ellos. 

— Kn  circunstancias  semejantes,  res- 
pondió Adriana,  y  á  falta  de  recon 'cimien- 
to ,  mi  interés  os  designará  como  elm<j  «r 
de  mis  consejeriis. 

Según  la  táctica  habitual  do  los  miem- 
bros de  esta  asociación,  negando  unas  vis- 
ees su  propia  existencia  con  el  objeto  de 
evadirse  de  sus  adversarios,  y  oirás,  por 
el  contrario,  proclamando audaciosamen- 
le  el  vivo  puiler  de  su  organizari.io  ,  cuu 
el  de  iniioiidar  á  los  débiles,  I'vjdin  se 
burló  úvl  aduiinistrador  de  la  posesión  do 
(^ardoviile,  cuando  habió  de  la  exi>lencia 
do  los  jesuítas,  al  paso  (|ue  en  e>te  mo- 
mento trataba  y  liabia  l.igrado,  trazando 
el  plan  de  >us  medios  de  acción,  intimi- 
dar á  .\driana,  cuyos  temores  d(d»ian  des- 
vanecerse poco  a  (H'Co  Con  la  reflexión,  y 
coopt  rar  (h'>pues  á  los  siniestros  proyec- 
tos que  é!  nteditaba. 
54  • 


214  ALBUM 

La  Gibosa  tenia  siempre  un  gran  míc- 
da  á  llodin:  sin  embargo,  desdo  que  le 
oyó  descubrir  á  Adriana  el  siniesiro  poder 
de  la  Orden  cuya  inlluencia  tanto  exage- 
raba, la  joven  costurera,  lejos  de  sospe- 
char al  jesuita  de  tener  la  au(laci;i  jde  ha- 
blar de  este  modo  de  una  asociación  de 
que  era  miembro,  le  habia  agradecido  in 
voluntariamente  los  importantes  consejos 
'que  acababa  de  dar  á  Müe.deCardoville. 

La  nueva  mirada  que  !e  echó  (y  que 
Rodin  sorprendió  porque  observaba  con 
suma  atención  á  la  joven),  estaba  litína 
de  gratitud  y  de  admiración. 

Adivinando  esta  impresión  ,  querienílo 
mejorarla  mas  y  destruir  las  prevenciones 
de  la  Gibosa,  y  sobre  lodo  anticipándose 
á  hacer  una  reveiacit)n  que  pronto  ó  tar- 
de debia  hacerse,  el  jesuita  aparentó. ha- 
ber olvidado  alguna  co?a  importante,  y 
esclamó  dando  una  palmada  en  su  frente  : 

— ¿|En  qué  estaba  yo  pensando?  En  se-! 
guida  dirigiéndose  á  la  Gibosa,  le  dijo: 

¿Sabéis  dónde  está  vuestra  hermana? 

La  joven  costurera  admirada  y  enter- 
necida al  Oír  esta  pregunta  ,'  respondió 
muy  avergonzada,  porque  se  acordó  de  su 
última  entrevista  con  ia  brillante  reina  Ba- 
canal : 

— Ya  hace  algunos  dias  que  no  ia  he 
visto. 

— Y  bien,  mi  querida  amiga,  no  es  fe- 
liz, repuso  Rodin:  he  prometido  á  una  de 
sus  amigas  que  la  enviarla  un  pequeño  so- 
corro: me  he  dirigido  á  una  persona  com- 
pasiva, y  hé  aquí  lo  (jue  me  ha  dado  para 
ella.  Y  en  seguida  sacó  de  su  faltriquera 
un  rollo  cerrado,  entregándolo  en  seguida 
á  la  Gibosa ,  que  estaba  sorprendida  y 
conmovida. 

— ¡Cómo!  I  tenéis  una  hermana  en  des- 
gracia y  yo  lo  ignoraba  I  salló  Adriana.... 
¡  ah  !  1  amiga  mia ,  eso  no  está  bien  ! 

— No  la  condenéis,  dijo  Rodin.  Prime- 
ramente, esta  joven  ignoraba  nuc  su  lior- 


¡mana  fuese  desgraciada;  y  deSptücs  no  p1í- 
dia  pciiros  que  os  interesaseis  por  ella. 

Y  C'imo  Adriana  miraba  á  Rodin  con 
admiración,  anadió  dirigiéndose  á  la  Gi- 
bosa. 

— ¿No  es  verdad,  amiga  mia? 

— ::?i,  señor,  respondió  la  costurera  ba- 
jando los  ojos  y  avergonzándose  otra  vez: 
en  seguida  repuso  con  ansiedad. 

—  ¿Dónde  habéis  visto  á  mi  hermana? 
¿dónde  está?  ¿porqué  es  desgraciada? 

— Eao  seria  muy  largo  de  contar,  ami- 
ga mis;  id  lo  mas  pronto  posible  á  la  c- 
lle  de  (2lovis,  en  casa  de  la  frutera  y  de- 
cidla de  parte  de  Mr.  Cariomagno  ó  de 
Mr.  Rodin,  como  queráis,  porque  soy 
igualmente  conocido  por  estos  dos  nom- 
bres, que  queréis  hablar  con  vuestra  her- 
mana ;  entonceis  sabréis  el  resto.  Decidle 
únicamente  que  si  se  conduce  bien  y  per- 
siste en  sus  buenas  disposiciones,  éste  so- 
corro no  será  el  último. 

La  Gibosa  sorprendida  cada  vez  más; 
iba  á  responder  á  Rv>din,  cuando  se  abrió 
Ij  puerta  y  entró  Mr.  de  Gerande. 

La  fisonomía  del  magistrado  manifes- 
taba gravedad  y  tristeza. 

— ¿Y  las  hijas  del  mariscal  Simon?  es- 
olamó  Adriana. 

— í>ess;raciadamenle  no  vienen  conmi- 
go, reipoiulió  el  juez. 

—  ¿Dónde  están?  ¿qué  han  hecho  dé 
ellas?  Anteayer  estaban  en  el  convento, 
esclamó  el  soldado  aterrado  de  ver  desva- 
necidas sus  esperanzas. 

Apenas  Dagoberto  hubo  pronunciado 
estas  palabra  s  cuando  Rodin,  aprovechan- 
do el  movimiento  que  hicieron  loscircuos'í 
tante»  para  acercarse  al  magistrado,  re- 
trocedió algunos  pasos,  se  acercó  discre- 
tamente á  la  puerta  y  desapareció  sin  que 
nadie  notase  su  au'^encia. 

Mientras  qti?  Dagoberto,  desespicrado 
de  nuevo,  miraba  á  Mr.  de  Gernande  es- 
perando con  angustia  su  respuesta,  Adria- 
(lí-í  (lijo  al  magisfiado  : 


ái.ru!h. 


Í15 


~.i-Cbando  os  pre^oiitóslfis  en  el  ron- 
vento  n\yn''  os  lia  rc'spoiiiliili»  la  sniH-riora? 

—  No  ha  (iiierido  entrar  vn  i'>()lii:a(io- 
ni'S,  señorila.  Protonih-is ,  nio  <ltjo ,  i,in' 
esas  niñas  es'án  iMicorradas  aipii  cunlrii 

su  volunlad puesto  (¡iie  la  ley  os  auto 

riza,  entrad  y  r<j:i>lrad  la  casa....  Seño- 
ra, tened  la  bondad  de  responderme  ca 

lepitricanienle ,  dije  yo  á  l.i  si;periora 

¿afirmáis  ()iie  no  tenéis  parte  en  el  en- 
cierro de  las  niñas  (]ne  veiiiio  á  reclamar? 
Nada  tenjio  (|ot*  decir  sidue  e>to:  decís 
que  estais  autorizado  á  liacer  pes(|uísas, 
liacedlas....  No  pudic-ndo  obtener  niases- 
plicacioties,  añadió  el  magistrado,  rejíistré 
el  conveiito  por  todas  partes  é  hice  abrir 
todos  los  cuart  >s...  pero  desgia'iadami  n 
t^  fío  !se  frailado  el  menor  vestigio  de  lo 
que  buscaba. 

— Las  habrán  llevado  á  otra  parle,  sal 
tó  Dagoberto,  ¿y  (juién  sabí?  tal  vez  en- 
fermas. I  Acabaran  con  ellas,  acabarán 
con  ella>  !  esclamó  con  tono  doloroso. 

— Üe>piies  desemejante  iicgaliva,  ¿quá 
partido  tomaremos?  Macedme  el  favor  de 
darnos  alguna  luz,  vo6  (jue  sois  nuestro 
consejero  y  nuestra  Providencia,  dijo 
Adriana  volviéndose  para  hablar  á  Kodiii 
creyendo  que  estaba  dtlrás...  ¿cual  seria 
vuestra ? 

Notando  al  mismo  liemp.)  que  el  je>ui- 
ta  habia  desaparecido  de  prunlo,  dijo  á  la 
tjibosa  con  in(|uii'lud  : 

—  ¿Dónde  eslá  Mr.  Ko  in? 

'^No  lo  sé,  señorita,  respondió  la  cos- 
turera mirando  á  todas  parios;  no  eslá 
a(|ui. 

—  ¡Cosa  singular!  dijo  Adriana,  desa- 
parecer tan  repenlinament('. 

—  ¿No  os  decia  yo  que  era  un  traidor? 
lodos  ellos  se  entienden  ,  esclamó  Dago- 
berto  dando  una  patada  en  el  suelo  con 
rabia. 

— No,  no,  no  lo  rreai^,  repuso  Adriana; 
la  ausencia  de  .Mr.  Kodin  no  es  menos 


sensible;  ponjue  en  esta  difícil  circuil-;- 
tancia  ,  y  gracias  á  la  posición  que  él  ha 
ocupado  al  lado  did  P.  dWifirii^ny  hiibií- 
ra  podido  darnos  noticias  útiles. 

—  Os  confesaré  ,  si'ñorila  ,  que  casi  lo 
creí  así,  dijo  Mr.  de  íícrande;  yo  he 
vuelto  tanto  para  daros  parle  del  trille 
resuMado  de  mis  pasos  ctiUio  para  pedir  á 
ese  honrado  y  buen  honibre.qiie  con  tan- 
to ánimo  lia  descubierto  tramas  tan  odio- 
sas, qiie  nos  ayudase  en  esta  circunstan- 
cia con  «US  consiJi'S. 

¡Cosa  bastante  e  traña  !  líacia  ya  a!- 
giinos  instantes  que  Dajioberto ,  profnn- 
dametite  absorto,  no  ponia  atención  á  las 
[lalabrás  del  ma^iistrado,  aunque  tanto  !o 
interesaban.  Tampoco  noto  la  ausencia  de 
Mr.  (íerande  que  se  habia  retirado  des- 
pués de  haber  prometii'o  á  Adriana  qui- 
no perdería  oca>¡on  aljamia  para  di'scwhrir 
la  verdad  sobre  la  desaparición  de  I;is 
huérfanas. 

Mile,  de  Cardoville, inquieta  de  este  si- 
lencio, queriendo  salir  al  instante  de 
aquella  casa  y  decir  á  I)a;^.d)erto  que  la 
acompañase,  y  después  de  haber  echado 
una  ojeada  de  inteligencia  á  la  (îibosa,  se 
acercó  al  soldado,  cuando  se  oy<'»  fuera  del 
cuarto  el  ruido  de  pavOs  precipitados  y 
una  viril  y  sonora  voz  que  decía  con  im- 
paciencia : 

—  I  Dónde  está?  ¿dónde  está? 

Al  oír  esta  voz,  ])y  gober  lo  pareció  des- 
pertarse con  sobresalto,  dio  lin  brinico, 
exhaló  un  grito  y  se  precipitó  hacia  la 
puerta  que  se  abrió. 

El  mariscal  Simon  se  presentó  en  ella. 
IV. 

PEDRO    SIMON. 

El  mariscal   Pedro  Simon  ,  dmjue  di 
Ligny,  era  un  liombre  de  elevada  esta 
lura  y  venia  sencillamente  vestido  con  una 
levita   abrochada  hasta  el  último  botón, 
en  cuyo  ojal  habia  una  cinta  encarnada. 

No  se   puede  concebir  una  fisonoinía 


216  A^LSÜfi, 

mas  franca  y  comuriicativa,  ni  un  carác- 
ter mas  caballeresco  que  el  del  marisca!: 
su  frente  era  espaciosa,  la  nariz  aguileña, 
la  barba  fuertemente  pronunciada  y  elcutis 
tomado  por  el  sol  de  la  India.  Sus  cabe- 
llos sumamente  cortos,  empezaban  ya  á 
blanquear  por  las  sienes,  pero  sus  cejas 
estaban  todavía  tan  negras  como  su  largo 
bigote:  su  aire  y  movimientos,  libres  y 
decididos,  revehiban  una  impetuosidad  mi 
litar;  liombre  del  pueblo,  de  guerra  y  de 
arrojo,  la  ardiente  cordiaiidrid  de  su  voz 
inspiraba  benevolencia  y  simpatía  :  ilus- 
trado é  intrépido,  generoso  y  sincero,  des 
cubiíase  en  él  un  varonil  y  plebeyo  or- 
gullo: del  mismo  modo  que  otras  perso- 
nas se  envanecen  desu  nacimiento  el  ma- 
riscal fundaba  su  vanidad  en  su  origen 
oscuro,  porque  se  hallaba  ennoblecido  por 
el  gran  carácter  de  su  padre,  rígido  re- 
publicano ,  jornalero  inteligíiite  y  labo- 
riojo,  honor,  ejemplo  y  gloria  de  los  de 
su  clase  cuarenta  anos  hacia. 

Al  aceptai*  con  reconociniiento  el  aris- 
tocrático título  con  que  le  habiii  honrado 
el  emperador,  Pedro  Simon  habia  obrado 
como  las  personas  delicadas  que  admi^ 
tiendo  de  una  amistad  afectuosa  un  don 
enteramente  inútil ,  se  manifiestan  reco- 
nocidas en  favor  de  la  mano  que  lo  ofrece. 

El  culto  religiüNO  de  l\'dro  Simon  hacia 
el  emperador  no  habia  sido  nunca  mas 
ciego:  tan  instintivo 'y  por  decirlo  asi  fa- 
tal era  el  amor,  como  grave  y  razonada 
su  admiración  por  el  objeto  de  su  culto. 
Ltjos  de  asemejarse  á  los  (jue  arrastrando 
un  sable,  solo  gustan  de  las  batallas  por 
ellas  mismas,  no  solo  el  mariscal  admi- 
raba á  su  héroe  como  el  mas  grande  ca- 
pitán dtl  íiiimdo,  5inú  (¡iiic  lo  admiraba 
principalmente  porque  sabia  que  el  em- 
p<erador  no  hacia  ni  aceptaba  la  guerra 
sino  con  la  esperanza  deiimponer  un  día  la 
paz  al  mundo  enteró:  pok-quesi  la  paí  con- 


cosa grande,  fecunda  y  magnífica ,  la  pat 
fundada  en  la  cobardía  y  en  la  debilidad 
es  estéril,  desastrosa  é  infamante. 

Hijo  de  artesano,  admiraba  mucho  mas 
al  emperador  porque  este  imperial  adve- 
nedizo habia  sabido  siempre  hacer  vibrar 
noblemente  la  fibra  popular,  y  porque 
acord.iiidose  dt?  su  pueblo,  del  que  habia 
salida,  le  habia  convidado  fraternalmente 
á  gozar  de  todas  las  pompas  de  la  aristo- 
cracia y  de  la  monarquía. 


Cuando  el  mariscal  entró  en  el  cuarto, 
sus  facciones  estaban  alteradas;  al  ver  á 
DagoLerto  un  ravo  de  alegría  iluminó  su 
rostro;  precipitóse  al  soldado  alargándole 
lus  brazos  y  diciéndole: 

— ¡Amigo  mío!  {mi  antiguo  amigo! 

Dagoberto  correspondió á este  afectuoso 
abrazo  con  muda  efusión;  el  mariscal, 
íolláí.dose  después  de  sus  brazos  y  mi- 
rándide  con  los  ojos  inundados  de  lágri- 
mas le  dijo  con  voz  balbuciente  y  conmo- 
vid.í  : 

—  ¡Y  bien  I  ¿lias  llegado  á  tiempo  para 
el  13  de  fobroro? 

— Si  serlor ,  mi  general  ;  pero  todo  se 
ha  aplazado  hasta  dentrode  cuatro  meses. 

— ¿Y  mi  muger y   mi  hijo? 

A  est;¡  pregunta  Dagoberto  se  estreme- 
ció, bajó  la  cabeza  y  quedó  mudo. 

— ¿No  están  aquí?  pr»  gimió  Pedro  Si- 
mon con  mas  sorpresa  ()ue  inquietud.  Me 
han  dicho  en  tu  casa  (jue  no  estaban  allí 

ni  mi  muger  ni  mi  hijo pero  que  te 

hallaría en  esta  casa aquí  me  lle- 
nes  ¿dóndi-  están  ? 

— ili  general respondió  Dagoberto 

demudándose,  mi  general 

Kiijugándose  en  seguida  el  frió  sudor 
que  corria  por  su  frente,  no  pudo  articu- 
lar luia  sola  palabra  mas  ,  y  sú  voz  se 
apagó  en  la  gargarita. 

—  ¡Me asustas!  esclamó  Pedro  Si- 
mon ,  demudándose  también  como  el  sol- 


sentida  por  la  gloria  y  pbr  la  fuerza  es  1  dado  á  quien  cogió  por  el  brazo. 


ALB\1M 

En  este  momento,  Adriana  so  adi-laiitó 
llena  do  tristeza  y   de  lorniira  :  viondn  o! 
rriiei  otnharazo  de  Dafínhorto  (¡iiisi)  ajii 
darle  y  dijo  al  mariscal  con  voz  diilc»'  y 
conmovida  : 

— Sonor  marisral yo  soy   Mlle,  de 

Cardovijlc...  pariorilo...  de  vuestras  qi;»'- 
ridas  litj.Ts. 

Pedro  Simon  se  volvió  do  pronto  y  sor 
prendido  de  la  belleza  de  Adriana  y  de  la 
diii/iira  de  las  palabras  que  acababa  de 
proferir le  dijo  con  voz  trémula  : 

— ¡Vos,  seilürila pariente  de  mis 

hijas  I 

y  recalcó  esta  palabra  mirando  á  Da- 
goberto  cun  admiración. 

— Sí,  señor  mariscal,  vuesir  s  lujas.... 
se  apresuró  á  decir  Adriana...  y  el  ansor 
de  estas  dos  ceie.'-tiak'S  bcrmanas  geme- 
las  

•í— ¡Hermanas  gemelas  1  esclamó  Pedro 
Simen,  inferrumfiiendo  á  Mlle,  de  Car-, 
doville  con  una  espresion  de  gozo  imposi- 
ble de  describir.  I>os  hijas  en  vez  de  una 
¡  ah  !  ¡qu(^  deh' ser  su  madre  !...  Ense- 
guida añadió  dirigiéndose  á  Adriana  : 

— Perdonadme,  seùorila,  mi  pocaalen- 
c  on  y  la  íalta  de  agradecimiento  por  lo 
Tjiie  me  anunciáis;  poro  concebis  (jiie  des- 
pties  de  17  añosque  no  he  visto  á  mi  mu- 
gen  y  en  vi'Z  de  hallar  dos  seres  que 

Vidos,  encuentro  tres.  ¡Por  Dios!  señorita, 
descarta  satier  la  ostensión  del  reconoci- 
miento de  que  les  soy  deudor....  sois  pa- 
tienta nuestra ,  sin  duda  me  hallo  en 
vuestra  casa  donde  oslan  mi  mujer  y  mis 
liijas,  ¿no  es  verdad?  ¿Creéis  que  mi  re 
pentina  aparición  os  sea  funesta?...  Kspe 
raré....  poro,  oid,  señorita,  estoy  per- 
suadido de  loque  digo;  vos  que  sois  buena 
y  bella,  tened  compasión  de  mi  impa- 
. ciencia....  Preparad  pronto  á  las  1res. 

Dügobcrto,  cada  vez  mas  ontornocido, 
evitábalas  miradas  do!  mariscal  y  tembla- 
ba como  la  hoja  en  el  árbol. 


217 


Adriana  bajó  los  ojos  sin  responder;  su 
corazón  se  do- hacia  con  la  ¡dea  de  dar  un 
íiinosto  goI|)e  al  mariscal,  (piien  no  tarde'» 
en  notar  su  si'oncio:  miramlo  alternativa- 
mente &  Adriana  y  al  soldado  con  aire  al 
[)rincipío  inquieto,  y  después  alarmado, 
e>clnun'i  : 

—  D.igoberto,  algima  cosa  me  ocul- 
tas.... 

— Mi  general,  respondió  con  balbuciente 
voz....  os  aseguro  qoe  yo....  yo.... 

— Señorita  ,  ¡opuso  Pedro  Simon  ,  por 
piedad,  os  ruego  que  me  habléis  franca- 
mente; mi  angustia  es  iiorrible...  Vuelvo 
a  mis  primeros  icmores.  ¿<Jué  hay?.... 
¿Mi  muger  ó  mis  hijas  están  enfermas? 
¿corren  algún  riesgo?  ¡Oh!  ¡hablad! 
¡  hablad  ! 

— Vuestras  hijas,  señor  mariscal,  di'o 
Adriana ,  han  estado  algo  indispuestas  á 
consecuencia  de  su  largo  viage....  pero  su 
estado  no  es  alarmante. 

—  ¡Dios  mió!  ¡entonces  es  mi  muger 
la  que  está  en  peligro  ! 

— Animo, caballero,  repuso  tristemen- 
te Mlle,  de  Cardoville:  desgraciadamente 
necesitáis  consolaros  con  la  ternura  dedos 
-mgeles  que  os  han  quedado. 

— .Mi  general,  dijo  Dagoberto  con  voz 
firme  y  gravo....  he  venido  de  Siberia.... 
solo con  vuestras  dos  hijas. 

— ¡Y  su  madre  I  ¡su  madre!  esclamó 
Pedro  Simon  con  voz  dolorida. 

— Aldia  siguiente  de  su  muerte  me  pu- 
se en  camino  con  las  dos  huérfanas,  re* 
puso  el  soldado. 

— ¡Ha  muerto!  esclamó  Pedro  Siuíun 
abatido,  ¡con  que  ha  muerto! 

Un  triste  silencio  fué  la  respuesta  que 
tuvo  á  esta  esclamacion.  A  este  inespera- 
do golpe,  el  mariscal  vaciló,  se  apoyó  al 
respaldo  de  una  silla  donde  se  dejó«iiaer 
cubriéndose  el  rostro  con  las  manos. 

Durante  algtmt'S  minutos  solo  se  oye 
ron  ahn(rado<  y  profundos  sollozos,  por 
55* 


èlS  ALBUM, 

que  no  solamente  Pedro  Simon  idolatraba 
á  su  miiger  por  todas  las  razones  que  lie 
mos  dado  al  principio  de  esta  historia  , 
sino  es  que,  por  uno  de  aquellos  singu- 
lares ccmproinisos  que  el  hombre  espe- 
rimentado  por  la  adversidad  contrae,  di- 
gámoslo asi,  con  el  destino,  el  mariscal, 
fatalista  como  todas  las  almas  lit-rnas, 
creyéndose  con  derecho  á  ser  feliz  después 
de  tantos  años  de  padecimientos,  no  ha- 
bia  dudado  un  momento  en  hallar  á  su 
Tnujer  y  á  su  hijo  ;  doble  corisíielo  que  le 
debia  el  destino  al  cabo  do  tantos  traba- 


jos. 

Al  contrario  respecto  á  ciertas  gentes 
que  el  hábito  del  infortunio  hace  menos 
ecsigentes,  Pedro  Simon  creia  lograr  una 
dicha  tanto  mas  completa  cuanto  mayor 
liabia  sido  su  desgracia.  Su  muger  y  su 
liijo  :  tales  eran  las  condiciones  únicas  é 
indispensables  de  la  felicidad  que  espera- 
ba; si  su  muger  hubiese  sobrevivido  ásus 
liijas,  esta  no  las  hubiese  reemplazado, 
del  mismo  modo  que  estas  no  hubiesen 
reemplazado  á  aquella  :  llámese  debilidad 
ó  avaricia  de  corazón ,  este  es  un  hecho. 
Insistimos  en  esta  singularidad  porque  las 
consecuencias  de  este  continuo  y  doloroso 
pesar  ejercieron  mucha  influencia  en  el 
porvenir  del  general  Simon. 

Adriana  y  Dagobcrto  hablan  respetado 
el  profundo  dolor  de  este  hombre  desgra- 
ciado. Cuando  el  mariscal  dio  libre  curso 
á  sus  lagrima?,  levantó  su  viril  rostro  cu- 
bierto entonces  de  una  palidez  mortal, 
paÉü  su  mano  por  sus  encendidos  ojos,  se 
levantó  y  dijo  á  Adriana  : 

— iVrdonadme,  señorita,  no  he  podido 
reprimir  mi  primera  emoción permi- 
tidme que  me  relirf» Deseo  informar- 
me de  los  tristes  detalles  de  los  últimos 
maaientos  de  mi  muger.  Tened  la  bondad 
de  introducirme  en  el  cuarto  de  mis  hi- 
jas... de  mis  pobres  huérfanas.... 

Y  la  voz  del  mariscal  se  enterneció  otra 
yez. 


— Señor  mariscal,  dijo  Mlle,  de  Car- 
doville,  estábamos  esperando  á  vuestras 
hijas  de  un  momento  á  otro....  desgra- 
ciadamente nuestro  deseo  ha  quedado  fa- 
llido. 

Pedro  Sfmon  míró  á  Adriana  sin  res- 
ponderle y  como  si  no  hubiese  oído  ó  en- 
tendido. 

— Pero  tranquilizaos....  continuó  là  jo- 
ven ,  no  hay  «jue  descperar. 

— ¿  Desesperar?  rc'pitió  maquinalmenle 
el  mariscal  mií-ando  alternativamente  à 
Adriana  y  á  Dagoberto,  ¿desesperar?  ¿y 
de  qué?  ¡  Dios  mió  I 

—  ¡Devolver  á  verá  vuestras  hijas,  pro- 
siguió Mlle,  de  Caríloville:  la  presenciado 
su  padre  hará  que  las  pesquisas  sean  mas 
eficaces. 

—  ¡  Las  pesijuisas  !  cscíarfió  Pedro  Si- 
men, ¡  con  que  no  estiin  aqui  mis  hijas! 

— No  seitoT,  respondió  por  fin  Adriana;" 
han  sido  robadas  al  cariño  del  hombre es- 
celente  que  las  condujo  aqui  desde  Sibe- 
ria ,  y  las  han  metido  en  un  convento. 

— i  Desgraciado!  esclamó  Pedro  Simoiï 
dirijiéndose  á  Daigoberto  con  cspresioit 
terrible  y  amenazadora  ,  ¡  tú  me  respon  • 
derás  de  todo  ! 

— i  Ah,  señor!  no  le  condenéis,  saltó' 
Adriana. 

— Mi  general,  dijo  Dagoberto  con  voz 
breve  y  dolorosamente  resignada....  me- 
rezco Vuestra  cólera.....  es  culpa  mia 

Obligado  á  ausentarme  de  Paris,  confié 
las  niñas  á  mi  muger  :  su  confesor  le  ha 
trastornado  la  cabeza  perstiadiéndola  qué 
las  n  ñas  estarían  mejor  en  un  convento 
que  en  nuestra  casa:  ella  ha  tenido  la  de- 
bilidad de  creerle  y  las  ha  dejado  condu- 
cir, según  dicen,  á  un  convento;  pero  el 
hecho  es  que  no  se  sabe  donde  están;  esfâ 
es  la  verdad....  haced  de  mi  lo  que  que- 
ráis.... yo  debo  callar  y  sufrir. 

— ¡  Eso  es  infame!  esclamó  Pedro  Si- 
mon designando  á  Dagoberto  con  gesto  ife 


At.RDM. 


í\l 


fliscs'pt'rada  intlipfiacion ¡Dios  mii»  ! 

■¡  t'ii  quien  se  dt-be  ooiiiiar,  cuatiilo  l'Ste 
Iiofîibre  me  engaña! 

— ¡Ah,  si'Mitr  marisral,  tio  l«' condeni'isi 
esclamó  Adriana,  no  le  iroais;  lia  «rries- 
^Ȗo  sn  vida  y  srt  honor  para  sacar  vues- 
tras hijas  «leí  convento....  y  no  es  t'>l  solo 
cuyos  osfucrros  li;in  sido  iiu'ilücs.  ..  ahora 
hiismo  un  masisiiadi» ,  á  pesar  de  su  ca- 
rácter y  dignidad  ,  acaha  de  fiacer  otro 
tanto  y  no  ha  sido  mas  feliz.  La  firnieza 
í]ue  ha  mostrado  con  la  superiora,susmi 
nuciosas  pesijiiisíis  en  id  (•'nvcnlo.  todo  ha 
sido  iniild,  in)p'isiLle  li.illar  lia>ta  ahora  á 
esas  desgraciadas  ninas. 

-i-"ert»,  ¿donde  está  ese  convento?  re- 
puso el  man-i-íl  levantando  su  rostro  pá- 
lido (fe  rtolor  y  de  cólera  j  =¿no  saben  esas 
gfcnles  que  han  r(iba<lu  á  un  padre  sus  hi- 
jas? 

En  el  momento  en  que  el  niariscal  Si- 
mon pronunciaba  estas  palabras,  se  pre 
Sentó  llodin  trayendo  de  la  mano  á  Rosa 
y  á  Blanca  en  la  puerta  que  habia  queda- 
do abierta.  Al  oir  la  esclainacion  del  ma- 
riscal se  estremecit»  de  sorpresa:  un  brillo 
de  diabólica  alegría  iluminó  su  siniestro 
rostro,  porque  no  esperaba  encontrar  lan 
pronto  á  Pedro  Simon. 

Adriana  fué  la  primera  que  notó  la 
presencia  de  KoJin  y  esclamó  corriendo 
hacia  él: 

- — ¡Ali!  no  me  engaàaba....  nuestra 
providencia....  si»'mpre siempre 

— ¡  Pobres  ninas  mias  !  dijo  en  voz  baja 
ttodin  á  las  huérfanas  señalando  al  maris- 
cal.... aqui  tenéis  á  vuestro  padre. 

—  ¡Caballero!  esclamó  Adriana  salien- 
do á  recibir  á  Rosa  y  á  Blanca......  ¡aqui 

tenéis  á  vuestras  bija>! 

En  el  momento  en  que  Pedro  Simon  se 
volvió  de  pronto,  sus  dos  liijas  cayeron  en 
sus  brazos:  á  esta  escena  sucedió  un  pro- 
fundo silencio,  y  sólo  se  oyeron  suspiros  y 
sollozos  mezclados  con  besos  yesclamaciô- 
ncs  de  alegria. 


—  ;  Venid  á  lo  menos  Á  gozar  <hI,bion 
(|ue  habi'i«<  hecho  t  dijo  Adriana  enjugán- 
dose las  lágrimas  y  ncereáiidose  á  Uddin, 
(|ui<  n  parado  en  el  lunbial  de  la  puerl.1 
parecía  cofitemplar  esta  e>L'enà  con  uu  vi- 
vo enternecimtenlo. 

Dàgoberto  admirado  al  ver  á  Kodin  con 
las  niñas,  no  pudo  hacer,  por  el  pronto  el 
menor  movimiento;  pero  al  oir  las  palabraS 
de  Aiiriaua  y  cediendo  á  un  impulso  de 
graliiud,  p  r  decirlo  asi,  insensata,  se  pu- 
so de  rodillas  delante  del  jesuita  y  juntan- 
do las  Míanos  couio  si  rezase,  le  dijo  cofi 
voz  Corlada: 

— Me  habéis  salvado  Irajendir  las  lii- 
ñas.... 

—  i  Ah!  1  Dios  os  bendiga  !  dijo  a  (li- 
bosa  cediendo  al  iiíspulso  general. 

— A  misos  mios,  eslo  es  demasiado, 
repuso  Kodin,  ciuno  uo  podiendo  resistir 
tantas  eniociones:  verdaderamente  e^toes 
dema-iiado  para  mí:  esctisadme  con  eí 
mariscal,  y  decidle  (jue  estoy  suíicienle- 
menle  recompensado  siendo  testigo  de  su 
dicha. 

—^Caballero,  hacedme  el  favor  rfe  Ifacc» 
ros  conocer  del  mariscal,  á  lo  menos  qtie 
os  vea,  dijo  Ariana.... 

—  ;  Oh  !  quedaos  aqui  ya  que  nos  haléis 
salvado  á  todos,  esclain-i  Dagoberto  pro- 
curando (|etener  á  Hodio. 

— La  ProKidencia,  mi  ipiTÍda  señorita  , 
no  piensa  en  el  bien  que  ha  hecho,  sino  en 
el  que(]ueda  por  iiac  r,  salNÍ  U  MÜn  con  un 
acento  lleno  de  astucia.  ¿Y  ahora  tío  de- 
bemos pensar  en  el  príncipe  Djahna?  To- 
davía no  he  concluido  mi  empresa,  y  los 
momentos  son  preciosos 

Vamos,  continuó,  deshaciéndose  len- 
tamente de  los  brazos  de  Dagobeflo  :  va- 
mos, el  día  ha  sido  lan  bueno  coffio  jy)  lo 
esperaba:  el  abate  d'Aigrigny  ha  jidode- 
senmascarado:  vos,  nu'  querida  señorita, 
ya  estais  libre,  este  valiente  soldado  ha 
vueltj  á  encontrar  su  crut;  laTiibosa  pu»* 


\ 


â20 
de  estar  segura  de  una  buena  protección, 

y  el  seíior  mariscal  abraza  á  sus  hijas 

Ea  todo  esto  tengo  una  pequeña  parte..,. 
p<^ro  esta  es  bella....  mi  corazón  está  con- 
tento.... Hasta  la  vista,  amigos  mios.  Iias- 
ta  la  vista  ,  y  al  decir  esto  Hodin  saludó 
afectuosamente  con  la  mano  á  Adriana,  á 
la  Gibosa  y  á  Dagoberto,  y  desapareció 
dí'spues  de  liaber  mirado  con  alegría  al 
mariscal  Simon,  quien  sentado  y  cubrien- 
do de  besos  y  de  lágrimas  á  sus  dos  hi- 
jas, las  tenia  estrechamente  abrazadas 
sin  reparar  en  lo  que  estaba  pasando  en 
el  cuarto. 


Una  hora  despues,  Mlle,  de  Cardoville, 
la  Gibosa,  e!  mariscal  Simon,  sus  dos  hi- 
jas y  Dagoberto  salieron  de  la  casa  del 
doctor  Baleinier, 


Ai  terminar  este  episodio,  añadiremos 
dos  palabras  de  moralidad  sobre  las  casas 
de  locos  y  sobre  los  conventos. 

Ya  hemos  dicho  y  repetimos  ahora  que 
la  legislación  relativa  á  la  vigilancia  de  las 
casas  de  locos  nos  parece  insuficiente. 

Hechos  sometidos  recientemente  á  los 
tribunales,  otros  de  la  mayor  gravedad 
que  nos  han  sido  revelados,  prueban  con- 
ducentemente á  nuestro  parecer  esta  aser- 
ción. Sin  duda  alguna  los  magistrados  tie- 
nen la  mayor  latitud  para  visitarlas  casas 
de  locos  y  aun  estas  visitas  les  están  re- 
comendadas :  pero  sabemos  de  buena  tinta 
que  las  numerosas  y  continuas  ocupacio- 
nes de  los  magistrados,  cuyo  personal  es- 
tá lejos  de  estar  en  proporción  con  los  tra- 
bajos de  su  instituto,  hacen  que  estas  ins- 
pecciones sean  sumamente  raras,  y  por  de- 
cirlo asi,  ilusorias. 

Creemos  pues  úlil  que  se  creasen  ins- 
pecciones, á  lo  menos  cada  quince  dias, 
destinadas  e&pecialnnente  á  la  vigilancia  de 
estas  casas  y  que  fuesen  compuestas  de  un 
médico  y  dt  uo  magistrado  con  el  objeto 


deque  las  reclamaciones  fuesen  sometida 
á  un  ex:ímen  contradictorio. 

Sin  duda  alguna  la  justicia  no  ha  falta- 
do jaaiás  cuando  está  suficientemente  ins- 
truida; pero  ¡  cuantas  dificultades  y  for- 
malidades se  necesitan  para  que  efectiva- 
mente lo  esté,  principalmente  cuando  un 
desgraciado  que  tiene  necesidad  de  implo- 
rar su  apoyo,  hallándose  en  un  estado  de 
sospecha,  de  soledad,  y  de  encierro  forza- 
do, no  tiette  un  auiigoque  tome  la  defen- 
sa y  reclame  el  apoyo  de  la  autoridad  en 
su  propio  nombre  ! 

¿No  es  pues  el  tribunal  civil  el  que  de- 
be preveer  estas  reclamaciones  mediante 
una  vigilancia  periódica  y  debidamente 
or^janizada  "? 

Esto  que  decimos  de  las  casas  de  lo- 
cos, tal  vez  debe  aplicarse  masimperiosa- 
n:enle  aun  á  los  conventos  de  mugeres,  á 
los  seminarios  y  á  las  casas  habitadas  por 
las  congregaciones. 

Hechos  Igualmente  recientes,  de  suma 
evidencia,  contra  los  que  ha  reclamado  la 
Francia  entera,  prueban  que  la  violencia^ 
los  encierros,  los  bárbaros  tratamientos, 
las  ocultaciones  de  menores  y  las  prisio- 
nes ilegales,  eran  hechos  sino  frecuentes» 
á  lo  menos  posiblesenlas  casas  religiosas. 

Ha  sido  preciso  que  casualidades  singu- 
lares, audaces  y  cínicas  brutalidades  ha- 
yan revelado  semejantes  hechos  para  que 
llegasen  al  conocimiento  del  público.  ¡Cuán- 
tas víctimas  han  sido  y  están  tal  vez  atro- 
pelladas atm  en  esas  grandes  y  silenciosas 
casas,  donde  ningunos  ojos  profanos  pent- 
tran,  y  fjtie  gracias  á  la  inmunidad  dtl 
clero,  se  han  escapado  de  la  vigilancia  de 
la  autoridad  civil  ! 

¿No  es  cosa  deplorable  que  esas  habi- 
taciones no  estén  también  sometidas  á  una 
inspección  periódica,  compuesta,  si  se  quie- 
re, de  un  capellán,  de  un  magistrado  y 
de  un  delegado  de  la  autoridad  municipal? 

Si  lo  que  pasa*en  estos  eslablccimkutos 


ALÜtM. 


221 


^s  lícito,  hutnnno  y  caritativo  ¿porfun'' 
razón  se  alarma  6  indigna  cl  pnrlidoi-rle- 
siástico  cnaiulo  so  trata  de  tucar  á  lu  (¡ne 
il  llama  sus  frantuiirias? 

Sobro  la'í  i;oiislilii(Í  ines  dídibi-radas  y 
pronuilgndas  rii  Uoina  hay  ulra  cosa  su- 
perior; la  ley  franc»'sa,  la  ley  común  ato 
dos,  jutí  á  todos  proteje  y  (pie  en  retri- 
bución impone  á  todos  respeto  y  obedien- 
cia. 

V. 

feL  INDIO  EN  PARIâ. 

Tres  dias  hacia  que  Mlle,  de  Cardyvi- 
ile  había  salido  de  la  casa  del  doctor  Ba- 
leinier, cuando  ocurrió  la  escena  siguien- 
te f  n  otra  casita  de  la  calle  Blanca  don<le 
Djalma  había  sido  conducido  en  nutnbre 
<Je  im  desconocido  prolector. 

Figúrense  los  lectores  una  sala  redonda 
colgada  de  tela  de  la  India,  fondo  color  de 
perla  con  dibujos  rojos  algo  recamados  de 
liilo  de  oro.  El  centro  del  techo  forn»aba 
un  pabellón  adornado  y  sostenido  con  cor- 
dones de  seda,  de  cuyos  dos  estremospen- 
dia  en  forma  de  borla  una  pequeña  lám- 
para india  de  filigrana  de  oro  perfecta- 
nuiíle  trabajada.  Mediante  una  ingeniosa 
combinación,  muy  común  en  los  paiscs 
hárbarog,  estas  lámparas  servían  también 
de  perfumadores;  en  medio  de  los  cl.irus 
formados  por  los  arabescos  habia  aljiunas 
plaquitas  de  cristal  perfectamente  embu- 
tidas é  iluminadas  por  una  luz  interior 
que  arrojaban  un  color  azul  tan  claro, 
que  estas  lámparas  parecían  sembradas 
de  záfir"S  transpareoles:  lijeras  nubes  de 
vapor  blairpiizeo  se  cevdban  continua- 
nn-nle  y  e>[)arcian  en  el  espacio  sus  eui- 
balsamados  perfumes. 

La  luz  del  día  penetraba  en  esta  sala 
(eran  las  dos  de  la  tarde)  atravesando  un 
pet|iieño  invernáculo  que  se  distinguía  al 
través  de  íjtia  luna  de  cristal  sin  estan.ir 
que  formaba  la  puerta  de  una  ventana  y 
que  podía  penetrar  en  la  pared  medíanle 


una  corredera  :  un  transparente  de  (".bina 
podia  reemplazar  tí  ocultar  osle  cristal. 
Algunos  palmeros  enanos,  nuisas  y  otros 
vegetales  de  la  India,  de  gruesas  hojas  y 
de  un  verde  mtlálico,  formando  bo^üjues 
en  este  invernáculo,  sirven  de  perspectiva, 
y  por  decirlo  a>.i,  de  fondo,  á  dos  grupos 
de  plantas  matizadas  de  llores  e.xiUicas, 
separadi.s  por  tin  sendero  enlazado  de  por- 
celana del  Japon,  azul  y  amarilla,  el  cual 
V  ene  á  parar  al  fondo  del  cristal. 

La  claridad,  consíderablemcnle  ofusca- 
da con  las  hojas  de  estas  plantas,  toma 
un  color  singularmente  dulce  combinán- 
dose con  el  azulado  reflejo  de  los  perfu- 
madores y  la  roja  claridad  que  despide  una 
elevada  cliinu'iiea  de  p<ñfido  oriental. 

lin  este  cuarto,  algo  oscuro  y  entera- 
mente impregnado  de  olores  aromáticos 
de  tabaco  persa,  un  hombre  de  cabellos 
negros  y  largos,  vestido  de  una  espaciosa 
túnica  de  verde  sombrío,  sujeta  á  la  cin- 
tura con  im  teñidor  de  varios  colores  , 
yace  arrodillado  sobre  una  alfombra  turca 
y  aliza  con  precaución  la  cazoleta  de  un 
lioulia:  el  flexible  y  largo  tubo  de  esta  pip.i, 
de>pues  de  haberse  desplegado  sobre  la 
alfotiibra,  como  ima  serpiente  roja  con 
escamas  de  plata  ,  viene  á  parar  á  los  re- 
dondos y  aguzados  dedos  de  la  mano  de 
Djalma,  sensualmente  tendido  sobre  un 
divan. 

El  joven  principo  liine  la  cabeza  des- 
cubierta ;  sus  cabellos  de  azabache  torna- 
solados de  azul,  separados  en  medio  de 
la  frente,  flotan,  ondeando  dulcemente  al 
rededor  de  su  cara  y  de  su  cuello,  de  l)e- 
lleza  antigua  y  de  color  ardiente,  trans- 
parente y  dorado  como  el  del  ámbar  ó  t.1 
topacio:  descansando  su  codo  en  un  al- 
mohadón,  apoya  su  barba  çd  la  palrna 
de  la  mano  derecha  :  la  espaciosa  manga 
de  su  túnica,  cayendo  hasta  la  sangría, 
deja  desculiierto  sobre  su  brazo,  tornea- 
do ciMno  el  de  una  muger,  los  míster¡oso¡j 
5ü- 


222 


ALBDM. 


signos  que  en  otro  tiempo  grabó  en  la  In- 
dia la  aguja  del  estrangulador. 

El  hijo  deKahdja-Sing  lícae  en  su  ma- 
no izquierda  la  embocadura  de  ámbar  de 
su  pipa.  Su  túnica  de  itiagniTica cachemi- 
ra blanca,  y  cuya  guarnición  de  mil  co- 
lores llega  hasta  sus  rodillas ,  está  sujeta 
á  su  delicada  cintura  de  donde  penden  los 
espaciosos  pliegues  de  un  chai  color  de  na- 
ranja ;  el  elegante  y  puro  corte  de  una  de 
las  piernas  de  este  Antinoo  asiático,  me- 
dio cubierto  con  un  pliegue  de  su  túnica, 
ostenta  sus  formas  bajo  una  especie  de 
botin  muy  ajustado,  de  terciopelo  carmesí 
bordado  de  plata,  abierto  por  el  tobillo; 
sus  pies  están  calzados  con  unas  chinelas 
de  tafilete  blanco  con  talones  encarnados. 

La  dulce  y  viril  fisonomía  de  Djalma 
manifiesta  la  contemplativa  y  melancólica 
tranquilidad  habitual  de  los  indios  y  ára- 
bes, felices  privilejiados  que,  mediante 
una  rara  mezcla,  unen  la  meditativa  in- 
dolencia del  pensador  á  la  fogosa  enerjíá 
de  un  hombre  de  acción  ;  unas  veces  de- 
licados, nerviosos  é  impresionables  como 
una  mujer;  otras  determinados,  feroces 
y  sanguinarios  como  un  bandido. 

Y  esta  comparación  semi-femenina,  apli- 
cada al  moral  de  los  árabes  y  de  los  in- 
dios, siempre  que  no  se  dejan  arrastrar 
por  el  impulso  de  las  batallas  o  el  ardor 
de  la  carnicería ,  puede  igualmente  apli- 
cárseles casi  físicamente,  porque  si,  del 
mismo  modo  que  las  mugeres  de  pura 
raza ,  tienen  los  estreñios  pequeños ,  las 
coyunturas  finas  y  las  formas  sueltas  y 
flecsibles;  este  aspecto  delicado  y  muchas 
veces  delicioso  oculta  siempre  músculos 
de  acero  de  un  resorte  y  de  un  vigor 
viril. 

Los  lasgados  ojos  de  Djalma,  parecidos 
á  diamantes  negros,  engarzados  en  un 
color  nácar  azulado, sedirijianmaquinal- 
mente  de  las  flores  ecsóticas  ai  techo;  de 
cuando  en  cuando  acercaba  á  sus  labios 


la  embocadura  de  ámbar  de  su  houka  "^^ 
y  después  de  una  lenta  aspiración,  en- 
trealrieiido  sus  encarnados  labios~, fuerte- 
mente pronunciados  sobre  el  deslumbran- 
te esmalte  de  sus  dientes,  exhalaba  una 
pequeña  espiral  de  humo  frescamente  aro- 
mátioo  con  el  agua  de  rosa  que  acababa 
de  atravesar. 

— ¿Añado  tabaco  en  el  hu'dka?  Dijo  el 
hombre  que  estaba  arrodiPado,  volvién- 
dose á  Djalma,  y  enseñando  las  pronun- 
ciadas y  siniestras  facciones  del  estrangu- 
lador Faringhea. 

El  joven  príncipe  permaneció  níudó, 
ya  sea  qué  en  su  desprecio  oriental  por 
ciertas  razas,  desdeñase  responder  al  mes- 
tizo, ó  ya  que  absorto  en  sus  meditacio- 
nes no  le  hubie.»e  oído. 

El  estrangidador  no  volvió  á  hablar  mas 
y  se  acurrucó  sobre  la  alfombra  ;  en  se- 
guida, cruzando  las  piernas  y  apoyando 
los  codos  en  las  rodillas,  la  barba  en  láá 
manos,  y  con  los  ojos  fijos  en  Djalma,  es- 
peró la  respuesta  ó  las  órdenes  de  aqueí 
cuyo  padre  había  sido  llamado  el  Padre 
del  Gcnerosn. 

¿Como  es  que  Faringlicá,  sectario  de 
la  divinidad  del  asesinato,  liabia  acepla'ío' 
ó  buscado  tan  humildes  funciones? 

¿Cómo  es  que  este  hombre,  cuyo  talento 
poco  vufgar,  cuya  apasionada  elocuencia 
y  feroz  energía  hablan  reclutado  tantos 
íeides  á  la  Buena  Obra,  se  había  re.>igna- 
do  3  tan  subalterna  condición? 

En  fin  ¿como  eá  que  este  hombre  qffe, 
abusando  de  la  ceguedad  del  joven  prín- 
cipe para  con  él,  podía  ofrecer  tan  buena 
presa  á  Bohwanie,  respetó  los  días  del  hijo 
de  Khadja-Sing? 

¿Cómo  es  que  se  esponía  tan  frcicuen- 
temente  á  encontrar  á  Uodin ,  de  quien 
era  conocido  bajo  tan  malos  anteceden- 
tes? 

La  continuación  de  esta  historia  res- 
ponderá á  estas  preguntas. 


bV'sIi. 


93.^ 


Solámcnie  podremos  decir  ahora  ,  q(U' 
■í]<'S()iios  di'  iKia  larf^a  ooiiferciiri.i  (|iii' ha- 
bía (eiiído  la  aiitovíspera  c>.>ii  Itodin,  fl 
Pstraiigiilador  sehal)ia  separado  dt*  ól  con 
los  ojos  haj')S  y  con  aire  (hx-relo. 

Djalma,  después  de  l>aber  ipiedado  si- 
lencioso durante  àlpim  tiempo,  sifjiiíendo 
'ton  la  vista  la  lilaiiiiiizia  Ixicaiiada  úv 
humo  qu»  acahaha  de  laitzar  en  el  espa 
tio  ,  j  dirigiéndose  áVariii^hea  sin  volver 
los  ojos  hacia  é\ ,  le  dijo  en  un  lenguaje 
hiperbólico  y  conciso,  muy  familiar  á  lo> 
orientales  : 

— 1**1  tiempo  pasa  ,  el  viejo  de  buen  cr- 
^azon  no  viene;...  pero  no  dej.irá  de  te- 
ní'r su  palabra  es  palabra. 

— Su  palabra  es  palabra,  monseñor, 
répífíó  rarin^líea  con  tono  ülirmátivo; 
cuando  ru6  á  bu-^raros,  liace  1res  dias,  en 
la  casa  donde  a(pielIos  miserables  os  con- 
dujeron Traidorauíenle  d<jrmido,como  hi- 
cieron conmigo,  qie  soy  vue>lro  criado 
vigilante  v  celoso,  os  dijo: 

«  Kl  amigo  desconocido  ipie  os  envió  á 
«buscar  al  palacio  de  Cardovillo,  me  en- 
«  via  á  vos,  príncipe;  tened  ctTnfijnza  , 
«seguidme  a  unahabilacion  digna  de  vos 
«  (jue  os  ha  sido  preparada. 

Y  añadió:  «  Decidios  á  no  salir  de  esta 
«  casa  líasta  mi  vuelta  ;  asi  lo  exige  vues- 
«  tro  ¡nleré>;  dentro  de  1res  diás  volveré, 
«  y  entonces  recobrareis  enteramente  vues- 
«  Ira  hbertad.  »  Asi  lo  liirisleis,  monseñor, 
y  ya  hace  1res  días  que  no  habéis  salido 
de  esta  casa 

—  V  espero  al  viejo  con  impaciencia, 
dijo  Djalma,  porque  esta  soledad  nte  pesa 
sobre  el  corazón.    ¡  Debe  liaber  <n  Paris 
tantas  cosas  dignas  de  admiración  !  y  so 
bre  todo 

Djalma  no  concluyó  y  volvió  á  sus  re- 
flexiones. 

Al  cabo  de  algunos  instantes  de  silen- 
tio,  el  liijodeKadja-Sing  repuso  con  tono 
de  sultán  impaciente  y  (»ciosn  : 


—  ¡Habíame  ! 

— ¿De  (jué  (juereis  (|ue  os  hable,  mon- 
señor ? 

— De  lo  que  quieras,  respondió  Djalma 
con  indiferente  desprctiio  y  fijando  en  M 
tedio  sus  ojos  medio  ciiliiertos  de  langui- 
dez;  una   idea   me  persigue y  «juiero 

diNlraerme H á Id.) me 

Faringliea  echó  una  ojeada  penetrante 
al  joven  indio,  cuyas  facciones  estaban 
tijera  mente  siihroseadas. 

— .Monseñor,  repuso  el  mestizo...  adi- 
vino vuestra  idea 

Djalma  meneó  la  catir/a  sin  mirar  hl 
Estrangiilador ,  que  continuó: 

—  Pensais  en  las  mugeres  de  Paris..... 

—  ¡Cállate,  esclavo!  saltó  Djalma. 

V  se  volvió  de  pronto  sobie  el  Sofa  co- 
mo si  hubieran  tocado  á  lo  viVo  su  dolo- 
rosa  herida. 

Faringliea  ca'ló. 

Al  cabo  de  a'gunos  momento'' ,  Djd'nia 
repuso  con  impaciencia,  dejando  a  su  lado 
el  tobo  del  liouka  y  ocultando  sus  oj^s  en 
las  manos  : 

— Tus  palabras  valen  mas  que  este  si- 
lencio....    ¡  Ma!d  t  s  sean  mis  ¡icn- 

samientos  y  malJito  mi  espinlu  que  evo- 
can estos  fanta-ion^  ! 

—  ¿Y  para  qué  desechar  semejantes 
ideas,  monseñor?  Tenéis  diez  y  nueve  ano», 
habéis  pa»ado  vuestra  adolescencia  vn  la 
guerra  ó  en  las  prisiones,  y  hasta  hoy 
permanecéis  tan  cn-to  como  Gabriel,  el 
joven  cristiano  compañero  nuestro  de  viaje. 

Atmque  Faringliea  no  se  liabia  sepa- 
rado un  níomento  de  la  respetuosa  defe- 
rencia (|ue  debia  al  príncipe,  este  conoció 
en  el  acento  del  ineslizo  una  lijera  ironía 
al  pronunciar  la  palabra  ca^^to. 

Djalma  repuso  con  cierta  mezcla  de  al- 
tivez y  severidad. 

— Yo  no  quiero  pasar  entre  esas  gen- 
tea  civilizadas  por  un  bárbaro,  según  ellas 

nos  llaman y  por  esa  razón  me  glorío 

de  st-r  casto. 


224 


ALBUMk 


— No  OS  entiendo,  monseñor. 

— Tal  vez  amaria  mejor  i  una  muger 
pura  como  mí  madre  cuando  se  casó  con 
m¡  padre....  y  en  este  pais  es  preciso  ser 
casto  para  exigir  igual  calidad  de  una 
muger. 

Faringliea  no  pudo  disimular  una  risa 
irónica  al  oir  este  disparate. 

— ¿De  qué  le  ries,  esclavo?  dijo  impe- 
riosamente el  joven  príncipe. 

— En  paises  cm7isat/os ,  según  los  lla- 
máis ,  un  hombre  que  se  casa  en  la  flor 
de  su  inocencia se  cubrirla  de  ridi- 
culez. 

—  Mientes,  esclavo,  lo  ridículo  seria 
que  se  casase  con  una  muger  que  no  fuese 
tan  pura  como  él. 

— En  ese  caso  la  ridiculez  le  mataría, 
porque  se  burlarían  de  él  doblemente. 

— Mientes mientes y  si  dices  la 

verdad,  ¿quién  te  ha  instruido  de  ese 
modo? 

— En  la  isla  de  Francia  y  en  Pondi- 
cheri  he  visto  mugeres  parisienses  :  des- 
pués he  sabido  muchas  cosas  en  nuestra 
travesía;  pues  mientras  que  hablabais  con 
el  joven  eclesiástico,  yo  me  entretenía  con 
un  oficial. 

— Con  que,  según  eso,  los  civilizados 
exigen  de  tas  mugeres  del  n%ismo  modo 
que  los  sultanes  en  nuestros  harenes,  una 
inocencia  que  ellos  no  tienen. 

—  Cuanto  menos  tienen  esas  gentes, 
tanto  mas  exigen. 

— Exigir  lo  que  no  se  concede,  es  obrar 
como  un  amo  respecto  á  su  esclavo;  ¿y 
fon  qué  derecho  se  obraaquidecsemodu? 

— Con  el  que  se  toma  el  que  crea  este 
derecho...  aquí  sucede  lo  misnío  que  en 
nue>tro  país. 

— ¿Y  que  hacen  las  mujeres? 

— Evitar  que  sus  novios  parezcan  de- 
masiado ridiculos  á  los  pjüs  del  mundo, 
cuando  se  casan. 


que  engalla?  dij')  Djalma  íncolrporándose 
de  pronto  y  echando  á  Faringliea  una  mi- 
rada feroz  y  sombría. 

— La  matan,  como  en  nuestra  tierral 
mujt-r  sorprendida  ,  mujer  muerta. 

-^Si  estos  civilizados  son  tan  déspotas 
como  nosotros,  ¿por  qué  no  las  encierran 
igualmente,  para  obligarlas  á  tener  una 
fidelidad  que  ellos  no  observan? 

-^Porque  son  civilizados  como  bárba- 
ros, y  bárbaros  como  civilizados. 

—-Todo  eso  es  triste,  si  dices  la  verdad, 
repuso  üjaltna  con  aire  pensativo.  En  se- 
guida anadió  con  cierta  exaltación,  y  va- 
liéndose, según  su  costumbre,  del  len- 
guaje casi  místico  y  figurado ,  familiar  á 
los  de  su  paisk 

— Sí,  la  que  estás  diciendo  me  aflige, 
esclavo;  porque  dos  gotas  de  rocío  que  se 
confunden  en  el  cáliz  de  una  flor.....  son 
dos  corazones  confundidos  en  un  puro  y 
virginal  amor...  dos  rayos  de  luz  que  for- 
man una  llama  ineslinguible,  son  dos  ar^- 
dientes  y  eternos  amantes  convertidos  en 
esposos. 

Si  D/BÎma  habló  con  un  encanto  ines'- 
plicable  de  los  púdicos  goces  del  alma,  al 
pintar  una  dicha  menos  ideal,  sus  ojos  bri- 
llaron como  dos  estrellas;  se  estremeció 
lijeramente,  sus  narices  se  dilataron,  el 
dorado  mate  de  su  cutis  se  enrojeció,  y 
el  joven  príncipe  volvió  á  caer  en  un  pro- 
fundo letargo. 

Faringliea  que  notó  esta  última  emo- 
ción ,  repuso  : 

Y  si,  á  la  manera  del  Rey  pájaro  (  I  )  de 
nuestro  pais,  sultan  de  nuestros  bosques, 
preferís  á  un  amor  único  y  solitario,  nu- 
merosos y  variados  placeres,  siendo  buen 
mozo,  joven  y  rico,  si  buscáis  las  seducto- 
ras parisienses,  como  sabi-is....  las  volup- 
tuosas fantasmas  de  vuestras  noches,  de- 


(  1  )  Especie  de  pájaro  del  Paraíso ,  ga- 
— ¿Y  en  este  país  se  mata  á  una  mujer   llináceo  muy  enamorado. 


ALBÍ)M 

líciosos  atormentadores  de  vuestros  sueños 
"si  las  niirais  con  ojos  atrcvidus  como  (¡iie- 
riendo  provocarlas,  ¿oreéis  que  no  habrá 
muchas  cuyos  corazones  se  inllamcn  con 
el  fuej:o  (fue despiden  vueslras pupilas?  luí 
este  caso  no  serian  ya  las  níonotuna»  d*'lic¡a> 
de  vuestro  único  amor...  pesada  cadena  Je 
Vuestra  Vida  ,  sino  las  mil  voluptuosidades 

del  harén de  un  harén    poblado  de 

tnuj^eres  lilires  y  orgullosas  «jue  un  amor 
correspondido  constituye  en  esclavas  vues- 
tras: puro  y  contenido  hasta  aqui,  no  in- 
ciirr  s  en  los  escesos....  creedme,  ardiente 
y  magiiilico,  vos,  hijo  de  vuestro  pais,  vos 
seréis  el  amor,  el  orgullo  y  el  ídolo  dees- 
tas  mujeres,  las  mas  seductoras  del  mun 
do....  os  admirarán  con  ojos  lánj-uidos  y 
"apasionados. 

Djalma  escuchaba  á  Faringhea  con  cu- 
rioso silencio.  La  espresion  de  la  fisono- 
tnia  del  joven  indio  se  habia  cambi^do 
enteramente;  no  era  ya  un  adolescente  y 
melancólico  pensador  que  invocaba  el  san- 
to recuerdo  de  su  madre,  ni  el  que  halla- 
ba en  el  santo  rocío  del  cielo  y  el  cáliz. de 
I9S  llores  las  puras  imágenes  con  que  pin- 
taba la  cast  liad  y  el  amor:  tampoco  era 
ya  aquel  joven  que  se  ruborizaba  de  Un 
ardor  púdico  con  la  ¡dea  de  las  delicias 
permitidas  á  una  legítima  union.  ]^o,  no, 
las  incitaciones  de  Faringhea  hablan  pro- 
ducido repentinamente  en  él  Un  fuego 
subterráneo^  la  fisonomía  inflamada  de 
Pjaln»a,  sus  ojos  alternativamente  brillan- 
tes y  cubiertos,  la  viril  ^  sonora  aspiración 
de  su  pecho,,  anunciaban  el  inceíidio  de 
SU  sangre,  el  ardor  de  sus  pasiones,  tanto 
«ñas  eiiérgioas  cuanto  mas  contenidas  ha- 
blan estado  hasta  entonces.  Asi  es  que 

levaiitánlose  de  pronto  del  divan,  flexible, 
vigoroso  y  ligero  como  un  tigre  jóveu, 
Ojalma  cogió  9  Faringhea  por  la  gargan- 
ta, esclamando  ; 

—  Tus  palabras  son  un  veneno  abra- 
sador. 


225 


— Monsejlor,  dijo  Farin^^iie?  sin  ;-esi||- 
t'rse vuestro  esclavo  es  vuestro  es- 
clavo   , 

Esta  sumisión  desatmó,^!  príncipe. 

— Sois  dueño  de  mi  vida continuó 

el  mestizo. 

—  ¡Tú  eres  el  duefJQ  de  mi  j^er^ona, 
esclavo!  esclauíó  Djalm.a  empujándole.,.. 
En  este  momento  me  hpllaba  suspendido 
á  tus  lattios devorando  tus  peligrosas 

mentiras.... 

^     .    ,   ,  .1.1  1 

—  ¿Mentiras?  Presentaos  s^9lamente  á 
.la  vista  de  e&as  rnugeres....  sus  miradas 
justificarán  mis  palabra:;.  ^         ,  ^^ 

— Esas  ^nuge^es  me  amará^,  si^  arn^- 
,rán  á  un  hombre  (jue  solo  ha  vivido  para 
la  guurra  y  para  los  bosques. 
^ ,  — P.ensando  que  joven  qomo  sois ,  jia- 
beis  /u'cho  ya  una  sangrienta^^çaza  de 
hombres  yde  tigres....  os  adorarán. 
— Mientes.  ..  ,  ^ 
— Os  lo  repito,  al  ver  vuestra  níano, 
que  tan  delicada  como  la  suya»  se  ha  em- 
papado tantas  veces  ,en  sangre  ^neipjga, 
querrán  besarla....  si,  besar\a .  pensando 
que  en  vuestros  bosques,  qon  vuestra ,ça- 
rabii.a  armada  ,,con  vuestro  puna)  en  Jos 
dientes  os  habei^j  sonreído,  al  oír  l^os  rugi- 
dos del  león  y  de  la  pantera  que  espera- 
)ba¡s.  ,    , 

,  ,  —Pero  yo  soy  un  salvaje un  bár- 
baro....           j    .  .     .         .     (>>•<«  >  y-  »-tt.;< 

—  Por  esa  ^a^Pn  las  veréis  á  vuestro^ 
pies,  y  se  sentirán  asustadas  y  encantadas 
al  mismo  tiempo,  pencando  en  vuestras 
violencias,  en  todo  el  fu»"'?'"  Y  ar/^^bato  de 
vuestros  celos,  de  ;ju<jslraji,  pasiones  y  de 
vuestro  amor..,.  Hoy  seréis  dulce  y,  tier- 
no, rpañana  feroz  y  desconfiado ,  otro  día 

ardiente  y  apasionado asi  seréis.....  y 

asi  debéis  ;>er  f^ara  arrastrarlas....  Si ,  sí; 
¡que  un  grito  de  rábi^  sc  escape  de  vues- 
Irqslabios  entre  dos  besos,  (jueuti^jjuñal 
brille  f,n  rnedip  tlv,,.*'".':*^'^'!'^  <^.ficias,,  y  en 
lin  que  caigsn  palpitando  de  placer,  d- 

5ü' 


220 


ALBt'M. 


amor  y  de  miedo...  y  no  seréis  para  elias 
un  hombre  sino  un  Dios.... 

—  ¿Lo  crees?  esclamó  Djalma  llevado 
invoiunlariamente  de  la  feroz  elocuencia 
del  estrangulador. 

— Ya  sabéis....  ya  conocéis  que  digo  la 
■verdad...  esclamó  éste  alargando  los  bra- 
zos hacia  el  joven  indio. 

— ¡Y  bien!  ¡sil  repuso  Djalma  con  los 
ojos  inflamados,  las  narices  dilatadas  y 
andando  por  decirlo  así,  á  saltos  por  la 
^  sala....  No  só  si  estoy  en  mí  ó  embriaga- 
do   pero  me  parece  que  dices  la  ver- 
dad.... Si,  lo  conozco,  me  amarán  con 
delirio,  con  furia...  porque  yo  amaré  con 
furia  y  con  delirio,  se  estremecerán  á  fuer- 
za de  placer  y  de  temor...  porque  yo  niis- 
mo....  al  pensar  en  esto me  estremez- 
co de  dicha  y  de  espanto....  Esclavo,  tú 
dices  bien....  este  amor  será  deleitoso  y 
terrible. 

Djalma ,  al  pronunciar  estas  palabras, 
estaba  lleno  de  impetuosa  sensualidad:  ¡es 
cosa  bella  y  rara  ver  á  un  hombre  que  lia 
llegado  puro  y  contenido  á  la  edad  en  que 
deben  desarrollarse  en  todo  su  enérgico 
poder  los  admirables  instintos  de  amor 
íjue  Dios  ha  infundido  en  la  criatura,  ins- 
tintos que,  comprimidos,  viciados  ó  per- 
vertidos, pueden  alterar  la  razón  y  preci- 
pitarse á  crímenes  espantosos,  pero  que 
dirigidos  hacia  unagrandey  noble  pasión, 
pueden  y  deben  por  su  violencia  misma  , 
elevar  á  un  hombre  por  su  ternura  hasta 
los  límites  de  lo  ideal. 

—  ¡Oh!  ¿dónde  esrá  esa  muger...  esa 
muger...  ante  la  cual  yo  temblaría  y  que 
temblaría  en  mi  presencia?  esclamó  Djal- 
ni'  embriagado....  ¿Llegaré  á  encontrar 
¡1     guna  vez? 

—  Una  es  mucho,  monseñor,  repuso 
Faringhea  con  su  sardónica  frialdad  :  ijuien 
busca  una  muger,  raras  veces  la  encuen- 


En  el  momento  en  (¡ue  el  mestizo  daba 
esta  impertinente  respuesta  á  Djalma,  pu- 
do verse  á  la  puertecita  dei  jardín  de  esta 
casa,  que  daba  á  una  calle  solitaria ,  una 
elegante  berlina  que  se  habia  parado;  es- 
te coche  tenia  i-in  Iroiico  de  dos  hermosos 
caballos  bayos  dorados  cun  crines  nogras: 
los  adornos  de  los  a  meses  eran  de  pbta 
como  igualmente  los  botones  de  las  líbreos 
de  los  lacayos;  librea  azul  claro  con  cue- 
llo blanco:  sobre  la  mantilla,  que  era 
igualmente  galoneada  de  biaiico  ,  y  sobro 
las  puerteciilas ,  se  veian  los  escudos  de 
armas  en  furma  de  rombo,  sin  cimera  r)í 
corona,  según  el  uso  entre  Us  jóvenessol- 
teras. 

En  este  coche  se  hallaban  dos  nuigerçs, 
Mlle,  de  Cardovüle  y  Floriná. 
VL 
Para  esplicar  la  venida  de  Mlle,  de  Car- 
doville  á  la  puerta  del  jardín  de  la  casa 
que  Djalma  ocupaba  ,  es  r)ecesario  echar 
una  ojeada  sobre  los  sucesos  anteriores. 

Al  salir  Adriana  de  la  casa  del  doctor 
Baleinier,  habia  ido  ¿  establecerse  á  su 
palacio  de  la  calle  d'Anjou. 

Durante  los  últimos  meses  de  su  per- 
manencia en  casa  de  su  tia  habia  hecho 
restaurar  y  amueblar  secretamente  esla 
hermosa  habitación  cuyo  lujo  y  eltgancia 
acababan  de  ser  aunientados  contodaslas 
maravillas  del  palacio  de  Saint-Dízíer. 

El  mundo  hallaba  sumamente  estraor- 
dinario  que  ima  joven  de  la  edad  y  con- 
dición de  Adriana  hubiese  tomado  la  re- 
solución de  vivir  entoramerrte  sola,  libre, 
y  de  tener  una  casa  ni  mas  ni  menos  co- 
mo un  soltero  mayor  de  edad  ó  como  una 
viuda  ó  menor  emancipa/Jo. 

El  mundo  aparentaba  ignorar ,  ([ue  la 


•rw  en  este  país....  pero  quien  busca  mu-   senorita  de  Cardoville  po>eia  lo  que  no 
:  ros,  se  bolla  prrplojo  en  la  elección.         paseen  lodos  los  hombres  mayores  y  atn 


*«B^J«. 


2Í7 


dublenioiile  mâyùrcs  do  edad  :  uii  carác- 
ter liiine,  uti  fspiritu  elt-vado,  un  co- 
razón generoso  y  un  ^('ulido  recto  y  muy 
ju^lo. 

Juz(;ando  que  para  la  direcrÎDn  subal- 
terna y  para  el  cuidado  inlirior  de  la  casa 
necesitaba  tener  pt  rst^na.s  iieles,  liabiu  es- 
crito al  adniini>tradi)rdeCardoville  y  á  su 
niu^er,  criados  antiguos  de  su  iauiiliu , 
para  tjue  inniediatanx nie  viniesen  á  l*a 
ris;  asi  Mr.  Dupont  debia  (jereer  las  fun- 
cioncs  de  nïayordomo,  y  su  e.-posa  las  de 
uiuger  de  gobierno.  Un  antiguo  atui^o  del 
p;idro  de  Adriana,  el  conde  deMonlbroii, 
anciano  de  mucho  laN'ulo,  en  otro  tiempo 
lion)bre  muy  de  moda,  pero  rtiiiy  enten- 
dido en  toda  especie  de  elegancia,  acon- 
sejó á  Adriana  qtíc  se  portara  como  una 
princesa  y  (|ue  un  caballerizo,  indicán- 
Gole  para  esto  à  un  hombre  muy  bien 
criado,  de  edad  nías  que  madura,  el  cual 
siendo  n>uy  aficionado  á  caballos,  después 
de  haberse  arruinado  en  Inglaterra,  t*n 
New  market ,  en  Derby  y  en  casa  do  Ta- 
tersall  (1),  se  habia  visto  reducido,  como 
sucede  muchas  veces  á  los  caballeros  de 
este  pais,  á  conducir  los  caballos  de  la  di- 
ligünria  ,  hallando  en  este  ofício  un  modo 
de  vivir  honrado  y  de  sa!i>facer  su  gusto 
por  los  caballos.  Tal  era  Mr.  de  Donne- 
ville,  el  protegido  del  conde  do. Montbron. 
l*or  su  edad  y  por  sus  hábitos  de  saber 
\ivir  podria  acompañar  á  Mlle,  de  Car- 
doville  á  caballo,  y  mejor  que  nadie  cui- 
dar de  la  cuadra  y  de  los  coches.  Kste  se 
apresuró  á  aceptar  con  gratitud  este  em- 
pleo, y  gracias  á  sus  estudiados  cuidados, 
los  trenes  de  Mlle,  de  CardoYÜIe  |)odian 
rivalizar  con  lo  mas  elegante  que  encierra 
Paris  en  este  género. 

Adriana  liabia  vuelto  á  tomar  sus  don- 
cellas Hebé,  Georgette  y  Florina. 

(  1  )   Célebre  chalud   y   tratante   cd  caballos  , 
perros,  ele.  en  LúoJre?. 


Ksla  habia  drbido  entrar  al  servicio  de 
la  princesa  de  Saint- Dizior  para  continuar 
viijHandn  por  encargo  y  en  beneficio  de  ta 
superiora  del  conv»'iito  de  Santa  Maris; 
pero  en  consecuencia  de  la  nueva  direc- 
ción dada  por  Uudin  á  los  asuntos  de  l.l 
her»  lu'ia  de  Uene|)(  iit,i|u«  do  decidido  que 
si  tía  po>ible,  Florina  volverla  á  entrar 
en  ca^a  de  Adriana.  K>le  empleo  de  con- 
íianza,  poniendo  á  esta  desjiiuiiada  cr.'a- 
lura  en  disposición  de  hacer  importantvs 
y  lí'tubrosos  ser\  icios  á  las  personas  de '^' 
quienes  dependía  su  suerte,  la  obbgó  á 
una  infame  traioicin. 

Desgiaciódamenfc  todo  habia  íaVorr- 
<ido  esta  intriga.  Ya  sabemos  <jue  Fi.  - 
rina,  en  una  entrevista  que  tuvo  con  a 
Gibosa  pocos  dias  después  del  encierro  (lo 
Adriana  en  <  a>a  del  doctor  Kaleiniír,  ce 
diendo  á  un  instinto  de  arrepentimiento 
hal)ia  dado  á  la  costurera  consejos  muy 
útiles  á  los  intereses  de  Adiiana,  envian- 
do á  decir  á  Agricol  que  oo  entregase  á 
Mme.  de  Saint- Dizier  los  papeles  que  h¿- 
bia  encontrado  en  el  escondite  del  pabe- 
llón, y  que  solo  los  confiase  á  Mlte.de 
Cardo\i  ie  en  persona.  Fsla,  instruida  des- 
pués por  la  G;b 'sa  de  estos  pormefnns, 
redobló  su  confianza  é  interés  por  Florina, 
la  volvió  á  tomar  á  su  servicio,  casi  cou 
reconocimiento,  y  la  encargó  de  una  mi- 
sión de  confianza,  es  decir,  ()ue  cuidase  de 
los  arreglos  de  la  casa  (|ue  seabjuijó  para 
Djalma.  En  cuanto  á  la  Gibosa,  cediendo 
á  las  instancias  de  Adriana  y  no  creyendo 
ya  ser  útil  á  la  njuger  do  Dagoberlo,  de 
quien  hablaremos  después,  se  decidió  á 
vivir  en  casa  de  Adriana,  quien  con  aque- 
lla sagacidad  de  imaginación  que  le  era 
característica,  confió  á  la  joven  costurera 
que  la  servia  también  de  secretaria,  el 
despacho  de  los  socorros  y  limosnas. 

Mlle,  de  Cardoville  fiabia  pensado  en 
un  principio  tener  á  su  lado  á  la  Gibosa 
como  amiga  ,  queriendo  lionrar  de  ttte 


mÈ 


àiWà, 


modo  la  probidad  en  cl  trabajo,  la  resig- 
nación en  las  penas  y  la  inteligencia  de  la 
■pobreza;  pero  conociendo  la  dignidad  na- 
tural de  la  joven,  temió  con  razón  que, 
á  pesar  de  la  delicada  circunspección  con 
que  la  hacian  estas  fraternales  ofertas,  tdl 
Vez  la  Gibosa  no  Veia  en  ésto  mas  que 
una  liniosna  disfrazada.  Adriana  prefirió, 
traiéndola  siempre  como  amiga,  darla  un 
emplo  íntimo.  De  este  modo  la  justa  sus- 
ceptibilidad de  la  costurera  no  podia  alar- 
marse, puesto  que  ganaría  su  vida  ejer- 
ciendo las  funciones  qué  pbd'rian  salisfa- 
cer  sus  caritativos  instintos. 

Efectivamente ,  la  Gibosa  podía  rnejor 
que  nadie  aceptar  la  santa  misión  que 
Adriannr'le  confiaba;  su  cruel  espérieñcia 
de  la  desgracia,  la  bondad  de  su  alma  ah 
geliíal,  la  elevación  de  sÍj  espíritu^  su 
rara  actividad,  su  penetración  en  los  do- 
lorosos secretos  del  infortunio,  y  su  per- 
fecto conocinuento  de  las  clases  laboriosas 
y  pobres  ,  ér'in*  una  garantía  deíl'  tacld'y 
de  la  inteligencia  con  que  !a  generosa  cria' 
tura  securidaria  las  generosas  ilitencibhes 
de  Mile,  de  Cardoville. 


Hablemos  ahora  de  los  diferentes  acon- 
tecimionlos  que  han  precedido ,  este  dia, 
á  la  llegada  de  Adriana  á  la  puerta  del 
jardin,  en  la  casa  de  la  calle  Blanca. 

A  las  diez  de  la  mañana ,  poco  mas  ó 
menos,  las  ventanasdela  alcoba  dé  Adria- 
ha,  herVnóticamente  cerradas;  no  dejabah 
penetrar  iiingim  rajo  de  burén  esta  pieza 
alumbrada  sota  menté  por' el  reflejo  de  una 
jámparo  esférica,  de  atablavtro  orienta!, 
fiíiípendida  eñ  d  tcchofíor' tres  lat-gftS ca- 
denas de'  platal 

Kste' cuarto  qué"  ternriíVat^  eh  cüpufa 
tehia  la  forWíá'  de  uh^tléñda  dieoctiolieii- 
zos  cortados:  desdé  lá^'b'óveHa  hasta 'el 
suelo  estaba'  cotgada  dé  seda  bfanCa  con 


cof  tinaja  de  rivuselina  del  misrño  color  for- 
mando pabellones  y  cogidos  en  lasniisnràâ 
paredes,  sujetos  con  clavos  romanos  dé 
marfil. 

Dos  puertas  iguatmente  de  márfif  con 
embutidos  de  nácar  conducían  «fná  á  là 
pieza  de  baño,  otra  al  cuarto  dé  tocador, 
qué  era  tina  especie  de  teiinpleté  erigido 
al  culto  de  la  bellera,  y  amueblado  del 
mismo  modo  que  el  pátiellón  del  palacio  de 
Saint- Dizier. 

En  otros  dos  lien¿ós estaban  praclicad'a? 
dos  venlanascubicrtas  de  cortinas:  enfre'n- 
te  de  la  cama  se  veia  la  chimenea  con  sUs 
morillos  de  plata  cincelada:  esta  chimenea 
era  de  mármol  pentálico,  especie  de  nieve 
cristalizada,  en  la  cual  habia  embutidas 
dos  cariatides  y  un  friso  que  representaba 
pájaros  y  flores:  encima  de  este  friso,  veíase 
una  e-pecie  de  cesta  cincelada  en  el  mármol 
con  suma  delicadeza,  de  figura  ovalada  y 
de  un  corte  gracioso.  Itera  de  camelias  ro- 
sas, la  cual' reemplazaba  la  mesa  de  la 
^chimenea:  laS  hojas  de  estas  flores eranVë 
un  verde  subido,  y  las  flores  dé  un  color 
bajo  de  carmin',  los  únicos  que  formaban 
contraste  con  la  armohiosa  blancura  de 
¡este  retiro  virginal.  Finalmente, sobre uhà 
alfombra  de  armiño  se  veia  una  cama 
muy  baja  con  pies  de  |marfil  ricamente 
esculpidas  y  medio  cubierta  de  pabellones 
xle  muselina  blanca  que  desde  la  b.Weda 
ibajaban  formando  lijeras  nubes.  Escepto 
un  plinto,  ignaimenle  de  marfil  admita - 
btemenle  trabajado  y  recamado  de  nácar, 
esta  cama  estaba  enter  tnente  forrada  da 
raso  bhuuHt  acolchado  y  pespunteado  como 
im  inmenso  cu^in.  , 

'  Como  las  sábanas  uV  batista' glíár'necí- 
dás  de  valencianas  esíábah  algo' d*eS3rrc- 
gladas,  descubriari  eTárigtilóde  uñ  cbícíion 
•tle  tafetaïi  blanco ,  y' eíesíréinó' d6  una 
lijera  colchaMe  moaré,  porqué'  en  csle 
cuarto  reiiial)a  una  teinperatura  igual  y 
lemp^ada  como  la  de  un  hermoso  üia  de 
primavera. 


t^or  lin  oscr>'ipn!o  singular  «le  Ailiiana 
iiaciilti  (loi  inisMu)  >(  iilitiiii-iito  (juc  le  ha- 
bía cniisado  el  liaciT  ^;rabar  M»brv  iitia 
obra  maestra  de  plata  el  mimbre  de  s" 
xiulor  en  bi^^ar  del  rerilvdor,  qiiiso  (jiie 
todos  estos  siinliiosos  objetos  fuesen  lie 
dios  por  arlisl.is  i(ilrli;iiMilcs,  Iabor¡o>osé 
íiilvuTos  á  i|i2ieiirs  ella  había  s(inuiii>tra- 
do  las  primeras  materias:  del  mismo  mo- 
do, se  hubiese  podido  añadir  al  precio  de 
ia  mano  de  obra  el  proveniente  de  las 
personas  que  habían  especulado  en  este 
Irabiijo:  este  aumento  ron>;itlerabIe  de  sa- 
lario había  producido  algunas  ventajas  e:i 
ríen  familias  necesitadas  qiie  bendiciendo 
la  magnificencia  de  Adiiana  ,  le  daban, 
según  decia  olla  el  derecho  de  gozar  de  su 
iujo  como  de  una  acción  justa  y  buengi.  Na- 
da era  mas  fresco  ni  fuas delicioso á  lavis 
ta  que  el  interior  de  esta  alcoba. 

Mlle,  de  Cardovüle  acababa  de  disper- 
tarse y  descansaba  en  medio  de  inmensa-; 
muselinas,  de  encajes  de  batista  y  de  sctla 
blanca ,  en  una  actitud  llena  de  molicie  y 
de  pracia.  Durante  la  noche  no  cubrió  ja- 
más sus  admirables  y  dorados  cabellos 
(  fnedio  ciertode  conservarlos  siempre  con 
toda  su  magnificencia ,  scs'in  dicen  los 
griegos):  antes  (ie  acostarse  sus  doncellas 
arreglal)an  sus  largos  y  sedosos  ritos  fur- 
tnando  trenzas  que  bajaban  lo  suficiente 
para  cubrir  su  petiueña  oreja,  de  la  que 
solo  se  veía  el  rosado  lóbulo,  é  iban  des- 
pués á  quedar  sujetos  en  el  inmenso  ro- 
dete formado  en  la  parle  posterior  de  su 
cabeza. 

E-te  peinado  tomado  de  la  antigüedad 
griega,  sentaba  deliciosamente  á  las  puras 
y  finas  facciones  de  Adriana,  y  parecia  re 
juvenecerla  de  tal  mod  que  en  vez  de 
diez  y  ocho  años  que  tenía,  ap^'nas  se  bu 
biera  podido  suponérsela  quince:  sus  ca- 
bellos arreglados  y  cubriendo  de  este  mo- 
do las  sienes,  hubieran  parecido  ca^i  os- 
curos sin  el  reflejo  dorado  que  producía 
la  ondulación  de  las  trenzas. 


^29 


Sumiila  en  este  sopor  matutino  y  cuya 
templada  molicie  es  tan  favorable  á  los 
dulces  pensamientos,  Adriana  apoyaba  su 
codo  en  la  almohada,  teniendo  la  cabeza 
;algo  inclinada,  lo  cual  hacia  resaltar  mas 
el  ideal  contorno  de  su  cuello  y  de  sus 
hombres:  su<-'  labios  aniiii3(ti)S  de  sonrisa, 
húmedos  y  colorados,  eran  como  sus  car- 
rillos tan  frescos  como  si  acabasen  de  ba- 
ñarlos en  agua  helada  :  sus  blancos  pár- 
pados medio  cubrían  sus  rasgados  y  ne- 
gros ojos  que  unas  veces  se  dirigían  lán- 
guidamente al  e-pacio...y  otras  se  fijaban 
con  complaceficia  en  las  ílores  color  de 
rosa  y  en  las  hojas  verdes  de  la  cesta  de 
camelias. 

¡  Quién  podrá  pintar  la  inefable  sereni- 
dad de  Adriana  en  el  momento  que  sedis- 
periaba.en  una  actitud  tan  bella,  tan  cass 
ta ,  en  un  cuerpo  tan  casto  y  tan  bello! 
acto  de  un  corazón  tan  puro  como  la  fres- 
ca eiiibalsamada^  y  juvenil  respirscion  que 
levantaba  dulcemente  su  pedio  virginal... 
virgifial  y  blanco  como  la  nieve  inmacu- 
lada. 

¡  Qué  creencia,  qué  do{íma,qué  fórma- 
la, qué  símbolo  re!igíoso,ó  divino  Criador, 
dará  jamás  una  idea  mas  adorable  de  tu 
armonioso  é  inefable  poder,  sino  una  don- 
cella que  al  dispertarse  busca  en  sus  ¡no- 
centes pensamientos  el  secreto  del  celes- 
tial instinto  de  amor  que  has  infundído  en 
su  corazón  como  en  todas  las  criaturas  ! 
;  tú,  que  eres  amur  eterno  y  bondad  infi- 
nita ! 

Las  confusas  ideas  que  parecían  agitar 
á  Adriana  desde  el  momento  en  que  se 
dispertó,  la  tenían  cada  vez  mas  absorta: 
su  herntoso  brazo  cayó  sobre  el  ¡echo,  sus 
facciones  tomaron,  sin  entristecerse,  una 
espresion  de  dulce  melancolía. 

Veía  cumplido  su  mas  vivo  deseo ,  iba 
á  vivir  sola  é  ind  pendiente.  Piro  esta  de- 
licada ,  afectuosa  y  espresiva  naturaleza, 
conocía  que  Dios  no  la  había  colmado  de 
38 


230  ALBUM 

estos  raros  tesoros  para  sepultarlos  en  una 
fría  y  egoísta  soledad. Conocía  todo  lo  que 
el  amor  puede  inspirar  de  grande  y  bello 
á  ella  misma  y  al  ser  que  fuese  digno  de 
ella. 

Confiando  en  la  energía  y  en  la  nobleza 
desu  carácter,  ufana  del  ejemplo(¡uo  que- 
ría dar  á  las  demás  mugeres,  sabiendo  que 
las  miradasde  todo  el  mundo  ibaná  fijar- 
se en  ella  con  envidia,  se  sentía  segura, 
por  decirlo  así,  de  sí  misma,  lejos  de  te- 
mer hacer  una  mala  elección ,  lemia  al 
contrario  no  hallar  en  que  escoger;  tan 
fino  era  su  gusto:  adeudas,  antique  baila- 
se este  ser  ideal ,  tenia  un  modo  de  ver 
tan  singular,  y  á  pesar  de  esto  tan  justo, 
tan  estraordinario,  y  sensato  sobre  la  in- 
dependencia y  dignidad  que  la  muger  de- 
bía conservar,  según  ella,  con  e!  hombre, 
que  se  preguntaba  sí  el  que  eligiría  podriíí 
aceptar  los  mandatos  y  ^condiciones  que 
pensaba  imponerle. 

Recordándose  de  los  prelendienies  posi- 
bles que  había  visto  en  la  sociedad,  no  ol- 
vidaba el  cuadro,  desgraciadamente  real, 
trazado  por  Rodiu  con  una  elocuencia  tan 
cáustica  respecto  á  los  maridos.  Se  acor- 
daba también  no  sin  cierto  orgullo,  de  los 
consejos  que  este  hombre  le  había  dado , 
no  lisonjeándola,  sino  animándola  á  contí 
nuar  siempre  en  la  realización  de  su  de- 
signio verdaderamente  grande,  generoso 
y  bello. 

El  torrente  ó.el  capricho  de  las  ideas  de 
Adriana  la  condujo  á  pensar  en  Djalma. 
Al  mismo  tiempo  que  se  felicitaba  de  ejer- 
cer con  este  pariente  de  estírpf?  real  los 
deberes  de  una  regía  hospitalidad  ,  estaba 
muy  lejos  de  hacer  del  príncipe  el  h^roe 
de  su  porvenir. 

Pensaba,  no  sin  razón,  que  este  niño 
medio  salvaje,  de  pasiones  sino  ind«ma- 
bles  á  lo  menos  indomadas  todavía ,  esta  • 
l)a  inevitablemente  destinado  á  violentas 
pruebas,  y    á    fogosas   transformaciono'-. 


Mlle.de  Cardoville  cuyo  ca.ácler  nada 'te- 
nia de  varonil  ni  dominante,  no  tenia  áni- 
mo de  tomar  á  5U  cargo  el  civilizar  á  este 
joven  salvaje.  Así  es,  que  á  pesar  ó  tnas 
bien  á  causa  del  interés  (|ue  tenia  por  el 
joven  indio,  estaba  íinnemente  resuelta  á 
no  hacerse  conocer  de  el  ha-;! a  dentro  do 
dos  ó  tres  meses,  y  no  recibirle  dado  caso 
que  Djalma  llegase  á  saber  que  era  pa- 
riente suyo.  Deseaba  pues ,  si  no  espeii- 
mentarle,  á  lo  nienos  dejar  libres  sus  ac- 
ciones y  su  voluntad  para  que  fuese  ('\±'\ 
primero  en  alizar  el  fuego  de  sus  buervas 
ó  malas  pasiones. 

No  queriendo,  sin  embargo,  abandonar- 
le sin  defensa  en  medie  de  los  peligros  ús 
la  vida  parisiense,  hab¡a  rogado  confiden- 
cialmente al  conde  de  Montbron  que  pre- 
sentase Djalma  en  las  niejores  sociedades 
de  París  y  que  le  dirigiese  con  ios  conse- 
jos de  su  larga  espericncia. 

Mr.  de  Montbron  tsabia  aceptado  la  co- 
misión de  Adriana  con  el  mayor  placer, 
teniendo,  según  decía,  el  mayor  placer  en 
lanzar  á  un  joven  y  regio  tigre  en  los  sa- 
lones y  en  medio  de  la  llor  de  los  elegan- 
tes y  de  los  bellos  de  París,  ofreciendo 
apo>tar  todo  cuanto  se  quisiese  en  favor 
de  su  salvaje  pupilo. 

«  Por  lo  que  á  mi  toca,  mi  querido  con- 
cede, decía  Adriana  á  Mr.  de  Monlbron 
«con  su  franqueza  habitual,  mi  resolución 
«es  invariable;  vos  misuio  me  habéis 
«  anunciado  el  efecto  que  va  á  producir  la 
«aparición  del  príncipe  Djalma,  indio  de 
«  diez  y  nueve  años  de  una  belleza  sor- 
«  préndente,  orgulloso  y  salvage  como  un 
«jtWen  león  (|ue  sa!o  de  la  selva  :  esto  es 
«  nuevo  y  estraordinario  ,  añadís;  asi  las 
«coqueterías  civilizadoras  van  á  perse- 
«guirle  con  un  celo  (|ue  me  alarma  por 
«él:  seriamente,  mi  querido  conde,  no 
«  me  conviene  rivalizaren  celo  con  tantas 
«  bellas  señoras  que  tan  intrépidamente 
«  van  á  esponerse  á  las  garras  de  vuestro 


AI.BVM. 


rM 


•«■jiíven  tigri'.  M»'  ¡iilori-so  niuchi)  por  t'I, 
«pori|iio  es  ini  primo  ,  ponini'  t-s  Iutiik»- 
n  Si»  y  valiente,  pero  sobre  tujo  ponpie 
«  no  está  vestido  á  lu  lu>rrit)le  modaeiiro- 
n  pea.  Sin  diida  a'guna  ,  estas  son  laras 
«  ("iiaiidaiies,  piro  en  mi  conci-plo  no  bas 
«  tan  hasta  alinra  para  l:.i(*eri)i)>  miidjr 
«de  parecer.  Adein:is,  mi  nuevo  amigo, 
«el  buen  viijo  íilósufo  n^o  ha  dado,  rela- 
«  tivantenle  al  indio,  un  consejo  (|ue  vos 
«  ()iie  no  sois  íiló>ofo,  habéis  aprobado; 
«este  es,  recibir  á  todo  el  niiMido  en  mi 
«  casa  por  ai^un  tiempo,  y  no  ir  á  casa  de 
«nadie;  lo  cual  seguramente  me  évitai  á 
«el  iiiconvem'ente  de  encontiar  á  nii  re- 
«  gio  primo  y  ad"más  me  pi'rn)ilirá  hacer 
«  una  rigorosa  elección  aun  enlre  una  so- 
«  ciedad  habitual;  como  mi  casa  será  es- 
«  célente,  mi  posición  muy  origiinl,  y  (|ue 
«  lodo  el  mundo  tratará  de  penetrar  mis 
«  secretos,  no  me  fallarán  curiosas  ni  cu- 
«  riosos,  lo  cual  os  aseguro  queme  diver- 
«  tira  mucho. 

Y  como  Mr.  de  Mo.ntbron  la  progiin- 
Laba  sí  el  dett ierro'  áv\  joven  tigre  indio 
duraría  mucho  liempo,  Ád  iana  le  res- 
pondió: 

•«  Gomo  recibiré  casi  todas  las  personas 
«  á  (jiiienes  le  liabeis  prcsenlado,  será  pa 
«  ra  mí  una  cosa  original  saber  las  opi- 
«  niones  de  todos.  Sí  cierta  clase  de  hom- 
«  bres  hablan  n)uy  bien  de  el,  y  ciertas 
«  mugeres  muy  mal....  tendré  una  buena 
«esperanza.  lui  una  palabra,  la  opinion 
«que  formaré  entresacando  de  lo  falso  lo 
«  cierto,  y  fiaos  en  esto  de  mi  sagacidad, 
«  abreviará  ó  prolongará  el  destierro  de 
«  lui  regio  primo. 

Tales  eran  las  intencionas  formales  de 
Adriana  respecto  á  Djaima,  el  mismo  día 
en  que  debía  ir  con  Flurina  á  la  casa  que 
el  indio  habitaba;  en  una  palabra,  esta- 
ba absolutamente  decidida  á  no  darse  á 
conocer  antes  de  algunos  meses. 


Adriana  despues  de  haber  rede^iii'^nado 
largo  liempo  a(piella  mafuna  en  las  pro- 
babilidades (pie  el  liempo  podía  ofreciT  á 
las  necesidades  de  su  corazón,  cayo  en  un 
luievo  letargo. 

lilla  seductora  criatiir:i,  llena  de  viil?, 
d.'  fuerza  y  juv<nlud.  dio  mt  prnhuidn 
suspiro,  esleiidió  sus  brazos  sobre  su  ca - 
beza  que  estaba  vuelta  de  perfil  tn  la  a- 
mohada,  y  permaneció  algun"smomerit(  s 
como  nsop>rada.  P«recia  una  udmírab  e 
e>lalu.i  erUre  los  b^ancos  tt-üdos  que  la  ro- 
deaf)an  tendida  sobre  una  capa  ríe  nie\«^ 

Kepentinamente  se  incorpí^ró,  puso  su 
mano  sobre  la  frente  y  llamó  á  sus  dut- 
cellas. 

Al  primer  sonido  de  la  campanilla,  se 
abrieron  las  dos  puertas  de  marfil, 

Georgctte  se  presentó  en  umbral  de  la 
pieza  del  tocador  de  donde  salió  Lutina, 
la  pequeña  porra  negra  y  color  de  fm  - 
go,  con  su  collar  do  oro  y  largas  l.mas  do 
seda. 

Kn  el  umbral  de  la  pieza  de  baño  a,;a- 
reció  Bebé. 

En  el  fondo  de  esle  cuarto  que  reciMa 
la  luz  por  el  teclu) ,  veí.tse  sobre  una  al- 
fombra de  cuero  verde  de  l^ónlova  adui- 
nada  de  rosas  doradas,  un  vasto  baùo  do 
cristal  ovalado  en  figura  do  concha.  Las 
tres  únicas  soldaduras  d'^  esta  obra  maes- 
tra de  cristalería  estaban  encubiertas  con 
variedad  de  rosas  de  piala  que  sa'ian  del 
espacioso  zócalo  del  bauo,  igualmente  de 
plata  cincelada,  (pie  representaban  niños 
y  delfines  jugando  en  medio  de  ramas  dt 
coral  natural  y  de  conchas  azuladas.  Na- 
da producía  mas  risueño  efecto  que  el  em- 
butido de  estas  ramas  purpúreas  y  de  es- 
tos corales  de  Ultramar^scibre  el  ondo ma- 
te con  cinceladuras  de  plata,  bl  embalsa- 
mado vapor  que  se  elevaba  del  agua  libia, 
límpida  y  perfumada  (jue  llenaba  la  con- 
cha  de  CMstal ,  se  esparcía  en  la  pieza  de 


^n 


baño  y  entraba  como  una  lijera  niebla  en 
la  alcoba  de  Adriana. 

Viendo  á  Hebé  eleganlemenle  vestida 
que  Iraia  sobre  su  rollizo  y  fresco  brazo 
un  largo  poinedor,  le  dijo: 

-^¿ Dónde  esta  Florina ,  hija  mia? 

— Señorita ,  hace  dos  horas  que  bají); 
la  llamaron  para  un  asunto  urgente. 

— ¿Quién  la  ha  llamado? 

— La  joven  <|uc  sirve  de  secretaria.  Sa 
lió  esta  mañana   muy  temprano  y  á  su 
vuelta  ha  llamado  á  Florina. 

— Esta  ausencia  es  sin  duda  relativa  á 
a'gun  asunto  importante  de  mi  angi'lico 
minis'roàe  socorros  y  limosnas,  dijo  Adria» 
na  sonriíí'ndose  y  pensando  en  la  Gibosa. 

En  seguida  hizo  una  seña  á  Hebé  para 
que  se  aproximase  á  la  cama. 


toda  especie  de  vanidad  liumana>e)  dueM 


Cerca  de  dos  horas  después  de  haberse 
levantado  Adriana,  se  hahia  vestido,  co- 
mo acostumbraba,  con  una  rara  elegan- 
cia; despidió  á  sus  doncellas  é  hizo  llamar 
á  la  Gibosa  á  quien  trataba  con  muciía 
deferencia  recibiéndola  siempre  sola. 

La  joven  costurera  entró  precipitada- 
mente, con  el  semhlanle  alterado,  páli- 
da, y  dijoá  Adriana  con  voz  balbuciente: 

— ¡A  ti,  señorita  !  mis  pensamientos  eran 
fiHidados:  os  venden. 

— ¿De  qué  pensamientos  habíais,  hija 
mia''  dijo  Adriana  sorprendida  ¿quién  me 
vende? 

— Mr.  Rodin respondió  la  Gibosa. 

Vil. 

LAS  DUDAS. 

Al  oir  la  acusación  que  la  Gibosa  hacia 
de  Uodin,  Mlle,  de  Cardoville  miró  á  la 
joven  nuevamente  admirada. 

Antes  de  proseguir  la  narración  de  esta 
escena,  diremos  que  la  Gibosa  habia  de- 
jado su  mejor  ropa ,  y  estaba  vestida  do 
negro  con  gusto  y  sencillez.  Este  triste 
Color  parecía  anuociap  que  renunciaba  á 


eterno  de  su  corazón  y  los  austeros  debe- 
res (|Utí  le  imponía  su  celo  á  todo  género 
de  infortunios.  Con  este  vestido  negro  la 
Gibosa  llevaba  un  espacioso  cuello  vuelto, 
tan  blanco  y  tan  aseado  como  su  gorra  dé 
gasa  con  lazos  grises,  que  dejaban  descu- 
biertas dos  trenzas  de  cabellos  oscuros  y 
rodeaban  su  pálido  y  melancólico  rostro, 
en  el  que  resaltaban  sus  ojos  azules:  sus 
largas  y  afiladas  manos,  preservadas  del 
frió  por  los  guantes,  no  estaban  como  an- 
tes color  de  violeta  y  moradas,  sino  casi 
blancas  y  diáfanas. 

Su  alterada  fisonomía  manifestaba  una 
viva  inquietud.  Mlle,  de  Cardoville,  su- 
mamente sorprendida,  esciamó: 

—¿Qué  decís  ? 

— Mr.  Rodin  os  vende,  señoritai 

— jMr.  Rodin!  ¡es  imposible  !... 

— ¡Ah,  señorita  !  mis  presentimientos" 
no  me  han  engañado. 

— ¿Vuestros  presentimientos? 

— La  primera  vez  queme  hallé  en  pre- 
sencia de  Rodin  me  asustó  involuntaria-^ 
mente:  mi  corazón  se  contrajo;....  y  he 
empezado  á  temer por  vos,  señoritfli 

— ¿Por  mí?  dijo  Adriana,  ¿y  por  qué 
razón  ? 

— No  lo  sé,  señorita,  pero  tal  fué  mi 
primer  movimiento,  y  esle  temor  tan  in- 
variable, á  pesar  de  la  bene\olencia  que 
Mr.  Rodin  me  manifestaba  por  mi  her- 
mana, me  ha  alarmado  siempre. 

— Eso  es  cosa  estraña.  Mejor  que  na- 
die comprendo  la  inlluencia  casi  irresisti- 
ble de  la  simpatía  ó  de  la  aversion...  pero 

en  esta  circunstancia En  fin,  repuso 

Adriana  al  cabo  de  un  momento  de  re- 

flecsion,   no  importa ¿cómo  es  que 

vuestras  so<pechas  se  han  cambiado  hoy 
en  certidumbres? 

— Ayer  fui  á  llevar  á  mi  hermana  Ce- 
fisa  el  socorro  que  Mr.  Rodin  me  habia 
dado  para  ella  en  nombre  de  una  persona 


ÀIHU». 


m 


'carilativa,  y  no  ln!)i(^n(îala  onrorilrado  cti 
t»s»  <te  la  ani>;^3  (]ti(>  la  fiahia  r<>co(;iilo, 
roguó  á  la  portera  (jiie  dijtsf  á  fiiiluTina 
n.i  t|iie  yo  volvfria  lioy...  asi  ha  sucedida. 
Pero  perdonadme....  al^Mii'S  poniiciiurt  !« 
necesa riiis. . .  si-fioi  1 1 a . . . 

— Hablad,  liaMad,  aiiti^;)  mia. 
■ — La  jt')ven  que  recujió  á  nii  hermana  en 

su  casa repuso  la   pobre  Gibosa  muy 

emb  «razida  bajacido  I  )S  ojos  y  sbiirn 
jdndose....     no  tiene  una  conducta   muy 

regular Una   persona  que  la  ha  acon)- 

piiñido  á  nuichas  divtrsiones,  llamada 
^\r.  Dumoulin,  la  dijo  el  verdadero  nom- 
bre de  .Mr.  Ilodin  t|Ue  i  cupatift  un  cuar- 
to en  esta  casa  y  se  hacia  llamar  Mr.  Car- 
TOiiiagno. 

— Eso  mismo  me  ha  dicho  en  la  casa 
del  doctor  Baleinier:  y  antes  de  ayer  ha- 
blando de  esta  circunstancia,  mehaeípli- 
cado  la  necesidad  en  que  se  veía  por  cier- 
tas razones  dtí  vivir  en  este  cuarto  y  en 
un  sitio  tan  reí  rado....  por  mi  parte  no 
puedo  menos  de  aprobarlo. 

■ — ¡  Y  bien  !  señorita  .  ayer  Mr.  Rodin 
iia  recibido  al  abate  dWigrigny. 

— ¡  Al  abate  d'Aigrijjny  Î  csciamó  Mlle. 
de  Cardbville. 

— Si,  seiloriti ,  y  ha  estado  encerrad  > 
con  Mr.  Kodin  dos  horas, 

—Os  han  engañado,  !)ija  mia. 

— lié  aquí  lo  que  he  sabido,  señorita. 
E  abate  habia  venido  aquella  mañana  á 
á  ver  á  .Mr.  Rodin,  y  no  habiéndole  en- 
contrado, d»'jó  en  el  cuarto  de  la  portera 
un  papel  en  el  que  habia  escrito  estas  pa 
labras:  Volveré  dentro  de  dos  horan.  La 
joven  de  quien  os  he  hablado  lia  visto  es- 
te papel,  señorita,  y  como  lodo  lo  (pie  tie- 
ne relación  con  Mr.  Rodin  parece  bastan - 
te  misterijso,  ha  Imido  la  curiosidad  -íe 
esperar  al  abale  en  el  cuarto  de  la  por- 
tara para  verle 'entrar;  efectivamente, 
do^  horas  después  volvió  y  encontró  á.>ír. 
Rodin...;    ■  ; 


— No...  no  ..dijo Adriana lobresaltada, 
es  imposible...  se  han  en^a^ado. 

— No  lo  creo,  s<?."ioril»,  por(|ue  cono- 
ciendo la  gravedad  <le  esta  revelación,  lie 
pedido  á  la  jiWeii  quo  me  dieáe  las  señas 
del  abale. 

— ¿Y  «|U  •  resultó? 

—  Kl  abate,  me  dijo,  tiene  como  unoí 
cuarenta  años;  es  d(>  tdevada  estatura, 
derecho,  vestido  seiuillamenle  ,  pero  con 
aseo;  las  cejas  pobladas,  los  cabellos  cas- 
taños: barba  muy  bien  afeitada,  y  un  aire 
iniiy  decidido. 

—  lis  verdad dijo  Adriana  no  pudien- 

do  dar  cr^ito  á  lo  que  oía....  estas  señas 
>on  ecsactas. 

— Conío  ine  interesaba  saber  lodos  los 
ponii"  ñores  posibles,  repuso  ta  Gibosa'^ 
piegiinté  á  la  portera  si  Mr.  Rodin  y  él 
abale  parecían  enfadados  cuando  los  vio 
salir  de  la  casa  ,  me  respondió  que  no,  y 
que  únicamente  el  abale  habia  dicho  á 
Rodin  al  separarse  de  él  á  la  pdérta  de  la 
casa....  Mañana...  os  escribiré....  es  cosa 
convenida.... 

— ¿  Estoy  soñando?  ¡Dios  mió!  dijo 
'Adriina  pasándose  las  manos  pof  la  fren- 
te con  u/ia  especie  de  estupor....  yo  no 
puedo  dudar  de  vue.xtras  palabras ,  y  ^in 
embargo  el  miímo  Mr.  Rodin  es  quien  o»; 
ha  enviado  á  esa  casa  cod  ud  socorro  para 

vuestra  htírmaná rto  creo  que  sé  hay» 

espueslo  de  este  modo  á  qUe  penetraseis 
síjs  citas  secretas  con  el  abate....  para  un 
traidor —  esto  sejía  una  imprevisión 

—Es  verdad  ,  ótfo  tanto  me  há  ocur- 
rido á  mi....  y  .sin  embargo  la  reunion 
da  estos  dos  hombres  nie  lia  paie  i  lo  tan 
lemiLíe  para  vos,  que  he  venido  suma- 
mente asustada. 

I  Los  caractt-res  muy  leales  difícilmente 
se  resignan  á  creer  en  las  traiciones,  y 
cXianlu mas  infanu-s  son  tanto  mas  dudan 
de  ella>:  asi  era  el  de  A<íriana,  y  aüeiuas, 
una  de  las  cualidades  de  su  espiritu  era 
5ü* 


234  ]kLBuk. 

]a  rectitud,  así  es  que  aunque  la  relación 
de  la  Gibosa  produjo  en  ella  mucho  cficto, 
respond'ó  : 

— Veamos,  amiga  mia,  no  nos  asus- 
temos sin  razón,  ni  nos  apresuremos  á 
lífeér  lo  malo.... Tratemos  de  convencer- 
nos razonando  :  recordemos  hechos.  Mr. 
Rodin  me  ha  abierto  las  puertas  de  la  ca- 
sa del  doctor  Baleinier;  delante  de  mi  ha 
dado  una  queja  contra  el  abate  d'Aigrig- 
ny,  y  con  sus  amenazas  ha  obligado  á  la 
superiora  del  convento  á  entregar  las  hi- 
jas del  mariscal  Simon  ;  ha  logrado  des- 
cubrir el  sitio  donde  se  hallaba  el  príncipe 
Djalma;  ha  cumplido  ocsactamenle  mis 
instrucciones  relativas  á  mi  jó#n  parien- 
te, y  aun  ayer  inismo  me  ha  dado  útiles 
consejos....  todo  esto  es  muy  positivo..... 
¿no  es  verdad? 

— Sin  duda,  señorita. 

— Suponiendo  lo  peor,  repuso  Adi la- 
na, que  Rodin  esté  aniínado  ahora  de  una 
segunda  intención  ,  y  que  espere  ona  ge- 
nerosa reiñuneracion ,  lo  cierto  es  que 
iiasta  este  momento  su  desinterés  ha  sido 
completo.... 

— Tenéis  razón  ,  señorita,  respondióla 
pobre  Gibosa ,  forzada  como  Adriana  á 
conocer  la  evidencia  de  los  liechos  consu- 
mados. 

— Ecsaminemos  ahora  la  posibilidad  de 
una  traición.  ¿Reunirse  al  abate  para  ven- 
derme? ¿donde  y  cómo?  ¿sobre  qué? ¿qué 
tengo  yo  que  temer?  Al  contrario,  ¿ciába- 
te y  la  princesa  de  Saint- Dizier  no  son 
|.)S  únicos  que  van  á  verse  en  la  precisión 
de  dar  una  cuenta  terrible  á  la  justicia 
del  mal  que  me  han  hecho? 

— Y  en  ese  caso  ,  señorita  ,  ¿cómo  he- 
mos de  esplicar  la  reunion  de  esloa  dos 
hombres  que  tantos  motivos  de  aversion 
los  obligan  á  estar  separados?  Ademas  se- 
ñorita ,  no  soy  yo  sola  la  que  piensa  de 
este  modo — 


— ¿Cómo  es  eso? 


— Esta  mañana  cuando  volví  me  halla- 
ba tan  conmovida  que  Florina  me  pre- 
guntó el  motivo  :  sé,  señorita  cuan  fiel  eS 
esta  joven. 

— Es  imposible  serlo  mas:  hace  poc6 
que  vos  misma  me  informasteis  del  seña- 
lado servicio  que  me  hizo  durante  mVen- 
cierro  en  casa  de  Mr.  Haleinier. 

— ¡Y  bien,  señorita!  esta  mañana  á 
mi  vuelta,  creyendo  necesario  informaro'S 
al  instante,  he  contado  todo  esto  á  Flo- 
rina ,  y  como  yo ,  tal  vez  más  que  yo ,  sé 
ha  asustado  de  esta  reunión  de  Rodin  y 
del  abale.  Al  cabo  de  uh  momento  de  re- 
flecsion  me  dijo^  creo  que  es  inútil  dis- 
pertar á  la  señorita  :  que  sepa  dos  horaâ 
antes  ó  después  esta  traición ,  poco  im- 
porta, tal  veï-pneda  y^dorante  estastre^ 
horas  descubrir  alguna  cosa.  Me  ocurre 
una  idea  que  me  parece  buena  :  discul- 
padme con  la  señorita;  vuelvo  al  ¡nstao- 
le.... 

En  seguida  Florina  pidió  un  coche  y 
salió. 

— 'Florina  es  una  escelente  jóveíi ,  dijo 
Adriana  sonriéndose,  porque  1»  réííecsioft 
la  tranquilizaba  completamente;  pero  eíi 
esta  circunstancia  creo  que  su  celo  y  su 
buen  corazón  la  han  descarriado ,  como 
á  vos.  amiga  mia:  ¿sabéis  que  somos  dos' 
aturdidas  no  pensando  en  una  cosa  que 
nos  hubiera  tranquilizado  á  las  dos? 
— ¿Y  cual,  señorita? 
— El  abate  teme  ahora  mucho  á  Rodin- 
tal  vez  habrá  ido  á  buscarle  para  desar- 
marle. ¿No  os  parece  que  esta  es  una  ra- 
zón no  solamente  satisfactoria  sino  la  úni- 
ca razonable? 

— Puede  ser,  señorita,  respendió  lá 
Gibosa  al  caèo  de  un  momento  de  reflec- 
sioB....  Si,  eso  es  probabie.  En  seguida 
de  otra  breve  pausa  y  como  cediendo  á 
una  convicción  superior  á  lodos  los  razo- 
namientos posibles  esclamó:  á  pesar  de 
toilo  eso,  no,  no,  creedme,  señorita,  os 


ÁLBIM 

*cngafian,  lo  conozco todas  las  aphrien- 

ciasestán  en  contra  mia...  pero  cn-etlfue, 
esos  presenlimienlos  son  (k-masiado  vivos 
para  «¡ue  dejen  de  ser  verdaderos.  Ade- 
mas ¿no  adivináis  los  secretos  instintos  de 
mi  corazón  para  que  yo  deje  de  avisar  á 
mi  vez  los  peligros  que  os  amenazan? 

— ¿Qué  decis?  ¿Qué  es  lo  t\úb  yo  he 
adivinado?  repuso  Adriana  involuntaria- 
mente conmovida  y  admirada  del  acento 
de  convicción  y  alarmado  de  la  Gibosa  la 
cual  repuso  : 

— ¿Qué  es  lo  que  habéis  adivinado?... 
¡  ay  !  todas  las  tristes  susceptibilidades  de 
una  desgraciada  criatura  á  qtiien  la  suerte 
ha  constituido  en  una  vida  á  parte;  y  es 
^preciso  que  sepáis  <]ue  la  he  callado  hasta 
^aqui,  porque  al  tin  ,  señorita  , -¿qiuén  us 
'ha  dicho  que  el  solo  rnedio  de  (¡ue  yo  acep- 
tase, sin  avergonzarme,  vuestros  benefi- 
cios, seria  el  darme  un  encargó  útil  y  pro- 
■vechoso  á  los  desgraciados?  ¿Quián  os  ha 
dicho,  cuando  habéis  querido  sentarme  á 
Vuestra  mesa,  como  una  amiga,  á  mi  que 
soy  una  pobre  costurera  en  (jüien  queríais 
glorificar  ti  Urabajo;  la  resignación  y  im- 
probidad? ¿Quién  os  ha  dicho,  cuando  yo 
os  respondía  con  lágrimas  de  gratitud,  (|ue 
esto  no  era  una  falsa  molestia,  sino  la 
convicción  de  mi  ridicula  deformidad  lo 
que  níe  hacia  rehusar  vuestros  beneficios? 
¿Quién  os  ha  dicho  que  á  no  ser  por  es- 
ta circunstancia  yo  hubiera  aceptado  con 
Orgullo  y  en  nombre  de  mis  hermanos  del 
pueblo? 

Porque  me  respondisteis  estas  tiernas 
palabras: 

Comprendo  vuestra  negativa,  atñiga  mia, 
ho  es  una  falsa  moiiv^tia  la  que  la  ha<Jicla 
do  sino  un  sentimiento  de  diíjuitlád que  a/ire- 
Cio  yrM/?e/o.¿  YquiénoshadicliM  también, 
repuso  la  Gibosa  mas  animada ,  que  yo 
seria  feliz  si  encontrase  un  retiro  solitario 
fen  esta  magnífica  casa  cuya  esplendidez 
me  ofusca?  ¿Quién  os  ha  dicho  esto  para 


que  os  hayáis  dignado  elegir,  como  lo  ha- 
béis hecho,  la  liübilaeion  demasiado  lujo- 
sa que  me  habéis  destinado?  ¿Quién  os 
ha  dicho  que  sin  envidiar  la  elegancia 
de  laS  bellas  jfWenes  que  os  rodean  y  <|ue 
yo  estimo  ya  porque  os  quieren ,  yo  n\^ 
sentirla  siempre,  medíante  una  compara- 
ción íhvuluntdria  ,  emi>arazada  y  aver- 
gonzada delante  de  ellas?  ¿Quién  os  ha 
dicho  todo  eSlo  para  que  las  alejáis  siem- 
pre que  me  llatnais?...  Sí...  ¿quién  oshí 
revelado,  en  fin,  todas  las  penosas  y  se- 
cretas susceplibil¡(la<les  de  una  posici(Wi 
escepcional  cotr»o  la  mia?  ¿Quién -os  loba 
revelado?  Dios,  sin  (fiida,  l>ióS  quien  ert 
su  ffifinita  grandez.1  vigila  sobre  su  cn-íi* 
cion  y  que  sabe  también  ocuparse  pafer- 
hahnente  del  miserable  insecto  oculto  «-ii 
la  yerba...  ¿Y  no  queréis  (|ue  la  gratitud 
de  un  corazón  que  conocéis  td'rtibien  sé 
eleve  hasta  adivinar  lo  que  puede  si  roa 
perjudicial?  No,  no,  señorita;  unos  tie- 
nen el  instinto  de  su  propia  conservación, 
otros,  mas  felices,  tienen  el  déla  con>ef- 
vacion  de  las  personas  que  quieren...  Dios 
me  ha  dado  este  instinto...  yosrepitoque 
os  venden...  sí,  que  os  venden. 

Y  la  Gibosa,  con  los  ojos  animados, ios 
carrdloslijeramente  sonrosados  á  causa  dé 
SQ  emoción ,  acentuó  tan  enérgicamente 
estas  últimas  palabras  haciendo  un  gesto 
tan  afirmativo,  que  Mlle  de  Cardoville, 
medio  convencida  con  las  vivas  palabras 
de  la  joven ,  llegó  á  participar  de  mis  te- 
mores, y  aunque  estaba  en  disposición  de 
apreciar  el  notable  talento  y  la  superior 
inteligencia  de  esta  pobre  hija  del  pueblo, 
jamás  la  habia  oído  esplicarse  con  tanta  y 
tan  sublime  elocuencia  ,  elocuencia  funda- 
da en  la  nobleza  de  sus  sentimientos.  Es- 
ta circunstancia  contribuyó  á  hacer  mas 
vemente  la  impresión  de  Adriana.  En  el 
momento  en  que  iba  á  responder  á  la  Gi- 
bosa ,  llamaron  á  la  puerta  del  salon  t  n 
que  pasaba  ebta  c:)Cena,  y  entró  Florina. 


âa6 


ALBUI 


Adriana ,  al  ver  el  alarmado  sombldfite 
de  sti  doncella ,  I»  dijo  con  viveza  : 

— ¡Y  bien,  Florina  I  ¿  Qué  hay  de  nue- 
vo ?  ¿  De  dónde  viones,  bija  mia? 

— Del  palacio  de  Saiut-Dizier ,  seno- 
rita. 

— ¿Qué  has  ¡do  á  hacer  alli?  preguntó 
Adriana  con  sorpresa. 

—íísta  mañana,  esta  jó>en  (Florina  sc: 
ñaió  á  la  Gibosa)  me  ha  confiado  sus  sSs- 
pecbas  y  sus  inquietudes qiíe  yo  par- 
ticipo. La  visita  del  abate  d'Aigritjny  á 
Mr.  Rodin  me  parecía  ya  una  cosa  gra\e: 
be  pensado  que  si  Rodin  ha  ¡do  pocos  dias 
hace  a]  palacio  de  Saint-Dizier ,  no  debe 
quedar  duda  de  su  traición. 

— Efectivamente, dijaAdrianacada  vez 
mas  inquifía  ;  ¿y  bien? 

—  Como  la  señorita  me  encargó  que 
cuidase  de  la  mudanza  en  él. pabellón  ,  y 
habiendo  quedado  aun  alli  diferentes  ob- 
jetos, me  be  valido  de  este  pretesto  para 
hacer  que  abriesen  el  pabellón  y  para,  esto 
he  tenido  (]ue  dirigirme  á  Mme.  Grivois. 

— ¿Y  (jué  mas?  Florin-a,¿qué  qias,? 

—  He  tratado  de  sacar  algo  de  Mmç., 
Grivois,  para  todo  ha  sido  inútil. 

— Desconfiaba  de  vos;  esto  era  natu- 
ral ,  repuso  la  Gibosa. 

—  Le  pregunté,  continuó  Florina,  si 
hacia  mucbo  lií'nipo  que  no  hablan  vista 
en  el  palacio  .i  Mr.  Rodin.  A  este  me. res 
pouilió  e\asiv  mente.  Desesperando  en- 
tonce* de  poder  saber  algo,  me  despedí 
de  ella,  y  para  que  mi  visifa  no  dírseque 
Sospechar  me  fui  al  pabellón ,  cUando.  al 

■*  volver  una  calle  dt-l  jardin  ¿que  vi?  á 
Mr.  lUnlin  á  pocos  pasos  de  m»  que  se  di- 
rigía halla,  la  pueita  del  jardin cre- 
yendo sin  duda  salir  con  mas  sigilo. 

-7-Ya  lo  oís,  señorita,  esclamó  la  Gi- 
bosa juntando  sus  manos  en  tono  de  sú- 
plica. 

— ¡Rodin!  ¿en  casa  de  la  princesa  de 
^aint-Dizier?  esclamó  Adriana,  cuyos  ojos 


habituahnente  táii  dulces  ,  se  animaï-ol^ 
de  pronto  con  suma  vehemencia  ;  en  se- 
guida añadió  con  voz  algo  alterada: 

— Continúa,  Florina. 

Al  ver  á  Mr.  Rodin,  me  paré;  y  re- 
trotvdiendo  al  instante,  p-ude  llegar  al  pá- 
bell>n  y  entrar  sin  que  me  viesen  en  el 
pe(]ueño  vestíbulo  que  da  á  la  calle.  Las 
veni-ínas  estáu  jimto  á  la  puerta  del  jar- 
din;  y  abriendo  las  persianas,  Vi  un  co- 
che de  alquiler  (¡ue  estaba  esperando  á 
Rodin,  pirque  pocos  minutos  después  su- 
bió y  dijo  al  cocliero:  á  la  calle  Blanca, 
núftiero  39.  - 

—  j  En  casa  del  príncipe  1  esciám\5 
Adriana. 

— Sí ,  señorita. 

—  Efectivamente,  Rodin  debia  verle 
boy  ,  repuso  Adriana  reflecsionando. 

—  No  hay  duda,  señorita,  que  si  os 
vende,  vende  también  al  príncipe....  qué 
llegará  á  ser,  su  víctima  con  mucha  mas 
faciliílad  que  vos. 

— ¡Infamia.....  infamia infamia  !.;; 

esciaiiió  de  pronto  Mile,  de  Gardoville  le- 
va^ltándtí^e,  con  el  semblante  contraído 
(le  dolorosa  cólera.....  ¡Una  traición  se- 
uu'jante!  ¡Ab!  ¡eso  seria  dudar  de  todol 
¡  y  aun  de  .sí  mismo! 

—¡Oh,  señorita!  ¡eso  es  terrible!  ¿no 
es  verdad,  saltó  la  Gibosa  temblando. 

— Pero  ¿por  qué  nie  había  salvado  y, 
lainbion  á  los  mios?¿a  (|ué  viene  denun- 
ciar al  abale  d'Aigrigny?  re|)USo Adriana; 
verdiuler;M!UMite ,  esto  es  capaz  de  hac^r 
per.d'.T,  la  cabeza....,  ¡  Esto  es  una  confxi- 
tsion!...  ¡Olí!  ¡  las  dudas  son  terribles! 

—Al  volver,  cont¡mw>  Florin»  echando 
una  mirada  enternecida  á,  su  ama,  he 
pensado  un  n)edio  que  podrá  convencer 

<ie  la  verdad  á  la  señorita pfro,  para 

esto  no  hay  que  perder  uti  uiinuto. 

— ¿Qué  quieres  decir?  preguntó  Adria- 
na, mirando  á  Florina  con  sorpresa. 

—Mr.  Rodin  vaáestar  pronto  solo  con 
el  príncipe,  dijo  Florinai 


'  tiU  «b 

«^^  duda  ,  saltó  Adriana. 

—  Kl  piíncipe  l■^(á  »ii-iiiprt'  vu  la  salila 
<]iie  da  á  la  estufa  ,  a!li  retibiri  á  Küdin. 

— ¡Y  bi*-!)  !  .¿(|ui'?  ri'puso  Atlriada. 

—  L*  eslafftd  (¡iio  helioclio  arrvj^lar  se 
^nii  vuestras  órdt'tu'S ,  tifïte  mu  sola  sa- 
lida por  «ma  put  rlicita  tjiit'  da  :i  una  ca- 
lli'juela;  y  pur  ella  ttítra  el  jardiut-ru  lo- 
tlus  los  dias>  para  nu  pasar  por  las  hal>i- 
tacioiu'«;  luoj^o  que  concluye  sus  ijuoha- 
reres ,  no  vut-lve  mas. 

— ¿Quó  quií-res  decrr?  ¿cuál  es  tu  pf*- 
^'ectt*?  dijo  Adriana,  mirando  cada  vez 
cun  mns  sorpresa  á  Florina, 

^^ — Los  grupos  de  plantas  «stán  dispues-, 
tos  de  tal  «nodo,  que  me  parece  que  aun 
cuando  el  transparente  que  puede  ocultar 
"el  cristal  que  separa  el  salón  de  la  estufa 
no  estuviese  echado,  creo  que  podriaacer- 
-carse  sin  ser  visto,  para  oir  lo  que  se  ha 
b\»  en  el  cuarto....,  Vo  siempre  entr*b« 
'estos  últimos  dias  por  esa  puerta ,  para 
cuidar  de  los  arreglos.....  El  jardinero  te 
nia  una  llave...  y  yo  otra.....  Feliernente, 
Do  la  he  entregado  todavia.  Antes  ëe  una 
hora  la  señorita  puede  saber  á  que  ate- 
tíerse  sobre  .Mr.  Rodin  ,  porque  si  vende 
al  príneipe....  también  os  vende. 

— ¿O'ié  dices?  saltó  Adriana. 

—  La  señorita  vendrá  al  mstínte  con- 
migo ...  y  llegaremos  á  la  puerta  de  la 
callejuela....  Para  mayor  precaución,  yo 
entraré  sola,  y  si  la  ocasión  me  parece  fa- 
vorable.... volvere 

—  ¡  Espionaje  !  dijo  Adriana  con  «rgu- 
llo,  interrnmpiendoá  Flin^ina,  ¿qué  dices? 

—  Perdonadme,  señorita,  repuso  la  jó 
\en  bajando  los  ojos  cor  aire  confuso  y 
«fligido....  teníais  algimas  dudas....  y  es^ 
te  me«Ho  es  el  único  ^ue,  á  mi  parecer, 
puede  destruirlas  ú  ct^iifirmarlas. 

—  ¡Unitiillarse  hasta  el  e>tremo  de  po- 
nerse a  escuchar  una  conversación!  ¡ja- 
mis  I  repnso  Adriana. 

— Señorita,  saltó  de  pronto  la  Gibosa 


*^»»ja. 


237 


(|ue  hacia  algun  tiempo  que  estaba  pen- 
sativa ,  pernutidiiie  que  os  diga  que  Flo- 
rina  tiene  razón....  ese  medio  es  penoío, 
pero  es  al  mismo  tiempo  el  único  que 
(Htcda  lijaros  en  lo  sucesivo  sobre  Mr.  Hf 
(linl  además,  á  pesar  de  la  evidencia  de 
l(»  lierhos  y  <le  la  ca>i  certiduinbredcmis 
presentimieotof,  las  mejores  apariencias 
pueden  inducir  á  error.  Yo  soy  la  prime- 
ra que  he  acusado  á  Mr.  Uodin....  Jamás 
me  perdtKiaré  de  haberle  acusado  sin  ra- 
ron....  Sin  duda,  señorita,  que  tenéis  ra- 
zón en  decir  (ftie  espar y  sorprender 

una  conversación  es  cosa  triste..,. 

1¿n\  seguida  haciendo  nn  violento  y  óo- 
ioro>o  esfuerzo  sobre  sí  misma,  añadi^S 
procurando  contener  las  lágrimas  de  ver- 
güenza que  cubrían  sus  ojos: 

—  Sin  embargo,  como  se  trata  de  sal- 
varos tal  vez porqye  si  es  una  trai- 
ción.>..  el  porvenir  es  espantoso....  yo  iró 
en  lugar  vuestro....  para.... 

—  j  No  se  hable  mas  de  esto  !..  escla- 
mó Adriana  ínterrurnpiendo  ala  Gibosa... 
¿Yo  os  dt^aria  hacer  sela  y  en  favor  d« 
mi  propio  interés una  cosa  que  me  pa- 
rece degradante?....  Jamas.... 

Después,  dirigiéndose  á  Florina,  le 
dijo: 

—  Vas  á  decir  i  Mr.  Bonneville  que 
ponga  el  coclte  ai  ¡ftstante. 

—Con  que  os  decidís,  esclamó  Florina 
juntando  las  manos  >iu  tratar  de  reprimir 
su  alegría,  y  con  los  ojos  arrasados  de  lá- 
grimas. 

— Si,  consiento,  respondió  Adriana  con 
voz  conmovida...  Si  quieren  hacerme  una 
guerra  encarnizada  ,  será  pr»  ci>o  prepa- 
rarse, pues  de  lo  contrario  seria  una  de- 
bilidad. Sin  duda,  este  paso  me  repugna 
y  me  cuesta  mucho;  pero  es  el  único  me- 
dio de  saber  á  «|ue  atenerie  sobre  ua 
asunto  que  seria  un  torniento  continuo 
para  mí y  aun  Idl  \ez  de  evitar  gran- 
des ma! -s.   Ademas,   tengo  mol. Vos  muy 


^   238 

poderosos  para  creer  q  'o  la  conversación 
de  Rodin  con  el  príncipe  Djalma  pueda 
ser  para  mí  de  doble  imp)  tancia  en  cuan- 
to á  la  confianza  ó  al  odio  inexorable  que 

tendré  por  Mr.  Rodin Asi,  Florinií, 

pronto....  una  capa....  un  sombrero...  y 
un  coche....  Tu  me  acompañarás.....  Kn 
cuanto  á  vos,  amiga  mía,  hacedme  el  fa- 
vor de  esperarme  aí]ui ,  añadió  Adriana 
(lirigiéodose  á  la  Gibosa. 


Media  hora  después  de  esta  conversa- 
ción, d  coclie  de  Adriana  se  paró,  según 
hemos  dicho,  en  la  puertccita  del  jardin 
de  la  calle  Blanca. 

Florioa  entró  en  la  estufa  y  vulvió  al 
instante  diciendo  á  su  ama  : 

— Ya  está  ecliado  el  transparente,  se- 
ñorita, y  Mr.  Rodin  acaba  de  entrar  en 
el  salort  donde  se  halla  el  príncipe. 

Mlle,  de  Cardüviile  asistió,  sin  ser  vis- 
ta,  á  la  escena  siguiente  que  tuvo  lugar 
«ntre  Rodin  y  Djalma, 
Viil. 

LA    CARTA. 

Algunos  instantes  antes  de  la  entrada 
de  la  señorita  de  Cardoville  en  el  inver- 
náculo, Rodin  babia  sido  introducido  por 
Faringhea  en  la  habitación  del  príncipe, 
quien  hallándose  aun  bajo  el  imperio  de 
la  ecsaltacion  apasionada  en  que  le  ba- 
rbián sumergido  las  palabras  del  mestizo, 
no  parecía  haber  notado  la  llegada  delje- 
síiita. 

Sorprendido  tste  al  ver  la  animación 
de  las  facciones  do  Djalma  y  de  su  aire 
distraído ,  hizo  una  señal  interrogativa  á 
Fharinghea,  que  respondió  también  por 
medio  de  la  pantomima  siguiente Î  dti- 
pues  de  haber  colocado  el  indiee  sobre  su 
corazón  y  sobre  su  frente,  señaló  con  el 
dedo  la  ardiente  llam;»  de  la  chimenea  ; 
esta  pantomima  significaba  (jue  la  cabeza 
V  el  corazón  de  Djalma  estaban  inflama- 
dos en  aqtiel  momento. 


4LBÙSr, 

Rodin  comprendió  sin  duda ,  porqHe 
una  imperceptible  sonrisa  satisfactoria 
brilló  en  sus  descoloridos  labios;  en  se- 
guida dijo  en  voz  alta  á  Faringhea  : 

■ — Deseo  estar  solo  con  el  príncipe.:., 
bajad  la  cortina  ,  y  cuidad  de  que  nosea- 
mos  interrumpido? 

El  mestizo  se  inclinó,  tocó  á  un  resor- 
te colocado  al  lado  de!  cristal,  el  cual  fué 
entrando  en  la  pared  á  medida  que  la  cor- 
tina bajaba;  inclinándose  de  nuevo  el 
mestizo  sajió  del  salon.  Poco  tiempo  des- 
pués de  su  salida  fué  cuando  la  señorita 
de  Cardoville  y  Florina  llegaron  al  inver- 
náculo (|ue  no  estaba  separado  del  salón 
donde  se  hallaba  Djalma  itias  que  por  la 
trasparente  cortiria  de  seda  blanca  bor- 
dada de  grandes  pájaros  de  diversos  co- 
lores. 

El  ruido  de  la  ptterla  qne  Farrhgheh 
cerró  al  salir,  pareció  sacar  al  joven  indio 
de  su  letargo;  sus  facciones,  ligeramente 
animadas,  hablan  recobrado  su  espresioii 
habitual  de  tranquilidad  y  de  dulzura^  so 
estremeció,  pasó  la  mano  por  su  frenle¿ 
miró  á  su  derredor  como  si  saliese  de  urt 
sueño  profundo,  adelantándose  en  spgui- 
da  hacia  Rodin  con  aire  reípéliioso  y  con- 
fuso, le  dijo  empleando  el  nombre  que 
acostumbraban  á  dar  á  los  ancianos: 

— ^^Perdonad,  padre  mió...;. 

Y  según  el  hábito  lleno  àe  deferen- 
cia de  los  jóvenes  respecto  á  los  ancianos, 
quiso  tomar  una  mano  de  Rodin  para  lle- 
varla á  sus  labios,  homenaje  al  que  et 
jesuíta  se  negó  retrocediendo  un  paso. 

— ¿Y  de  qué  n)e  pedis  perdón,  caro 
príncipe?  dijo  á  Djalma. 

— Cuando  entrasteis,  meditaba  :  y  por 
eso  no  correspondí  á  vuestro  saludo....; 
perdohadme,  padre  mió 

—  Si,  os  perdono,  querido  príncipe.*; 
pero  hablemos  de  otra  cosa;  sentaos....; 
y  recojed  vuestra  pipa. 

Pero  Djalma  ,  en  lugar  de  acceder  á  la 


ALBLU. 

invitación  de  Roclin  y  de  recostarse  sobre 
el  divan  segun  su  co.stu(i)l»re,  se  sentó  su- 
bre  un  sillon,  ó  pesar  de  las  inNtaiicias  del 
anciano  de  buen  corazun,  conio  él  liauiaba 
al  jesuíta. 

— En  verdad  que  n»e  afligen  vuestros 
CDinpIirnientos,  le  dijo  Uodin,  estais  U(|ui 
en  vuestra  casa  ,  en  el  fiiniJi.1  de  la  India, 
ó  á  lo  menos  deseamos  (jue  creáis  estar 
alli. 

— Muchas  cosas  me  recuerdan  aquí  mi 
pais,  dijo  Djalma  con  voz  dulce  y  grave; 
vuestras  botídades  me  hacen  acordarme 
de  mi  padre  y  del  que  le  reemplazó,  aña 
dio  el  indio  pensando  en  el  ínariscal  Si- 
mon, cuya  lU-^ada  le  habia  dejado  igno- 
rar liaita  et)lünce$. 

Después  de  un  momento  de  silencio  re- 
plicó cbn  un  tono  lleno  de  abandono  pre 
sentando  la  mano  á  Uodin: 

— Ya  Cïtais  aqui,  ahora  soy  feliz. 

—  Comprendo  vuestra  alegria  ,  caro 
príncipe,  porque  vengo  á  daros  la  liber- 
tad   á  abriros  vuestra  jaula pues 

os  habia  suplicado  (jue  os  sometieseis  á 
esta  pequeña  reclui'ion  voluntaria,  abso- 
lütantente  por  vuestro  intentas 


2lJ9 


— ¿V  mañana  pudre  salir? 

— Hoy  mismo,  (juerido  príncipe. 

El  joven  indio  reflexionó  un  instante  y 
replicó: 

— ¡Tengo  amigo?,  puesto  que  estoy  en 
este  palacio  (|ue  no  me  pertiMiece! 

• — En  efecto...  tenéis  amigos...  escelen - 
les  amigos,  respondió  Rodin. 

A  estas  palabras  ,  el  rostro  de  Djahna 
pareció  embellecerse  mae.  Lossentimien 
tos  mas  nobles  se  pintaron  en  aquella  mó- 
vil y  encantadora  íisonomía;  mis  líenno- 
sos ojos  negros  se  humedecieron  algún  tan- 
to-; después  de  un  nuevo  silencio,  se  le- 
vantó diciendo  á  Uodin  con  voZ  conmovida; 

— Venid... 

•í—¿  Donde  ,  querido  príncipe?...  dijo  el 
otro  sorprendido. 


— A  <l,)r  praciafi  a  mi»  amigos...  he  es- 
perado Ircs  (lias...  nw  parece  bastante. 

—  Permitid,  (|uerido  príncipe [ler- 

mitíd....  respecto  á  eso  tenemos  que  ha- 
blar largamente,  sefiláos. 

Djalma  se  sentó  dócilmente  sobre  el 
ijívan. 

Uodin  continuó  : 

— Es  verdad....  tenéis  amigos,  ó  ma< 
bien  tenéis  un  amigo;  pues  los  amigos  son 
muy  raros. 

-¿Y  vos? 

—^Tenéis  razón....  tenéis  pues  dos  ami- 
gos, querido  príncipe;  yo....  á  quien  yii 

conocéis y  otro  á  quií-n   no  conocéis... 

y  que  desea  permanecer  desconocido  pa- 
ra vo--... 

— ^¿Porquó? 

— '¿Porqué?  respondi(')  Rodin  embara- 
zado, porque  la  ft-ücidid  que  esperiritenía 
en  daros  pruebas  de  su  amistad  ,  poripi*^ 

su  tranquilidad son  la  cansa  de  esto 

inislerio. 

— ¿  Porqué  ocultarse  cuando  se  hace  una 
buena  acción? 

—Algunas  veces  para  oCuítar  ta  buena 
acción  que  se  tía  heclio  ,  querido  prín- 
cipe. 

— Me  aproveclio  de  esta  amistad;  ¿por- 
qué ocultarse  de  mí  mismo? 

Los  reiterados  por  qué  del  jóvcn  indio 
parecían  desorientar  á  Rodin  ,  que  replicó 
no  obstante; 

— Ya  os  lo  he  dicho,  quorido  príncipe, 
vuestro  secreto  amigo  vería  tal  vez  com- 
promeliJa  su  tranquilidad  si  fuese  cono- 
cido. 

—Si  fuese  conocido  por  amigo  mió? 

— Justamente,  querido  príncipe. 

Las  facciones  de  r;jalma  cobraron  una 
espresion  de  triste  dignidad;  levantóla 
cabeza  con  orgullo,  y  dijo  con  severidad 
y  altanería: 

— Puesto  que  ese  amigo  se  oculta, será 
tal  vez   porque  se   sonroja  de  mi  ó  por- 


2i0  .^ 

que  yo  debo  sonrojarme  de  él>..  asi  pues 
no  acepto  hospitalidad  ninguna  mas  que 
de  personas  que  me  consideren  digno  de 
ellas  ó  que  seand¡¿nas  de  mí...  Pur  consi- 
guiente abandono  esta  casa. 

V  al  decir  esto,  Dja'ma  se  levantó  tan 
resueltamente,  que  liodin  esclamó: 

—  Kscuchadme,  querido  príncipe..... 
tenéis,  y  permitidme  que  os  lo  diga,  una 
susceptibilidad  y  una  petulancia  Inorei- 
bles aunque  hayamos  procurado  re- 
cordaros vuestro  hermoso  pais,  ahora  es- 
tamos en  Europa  ,  en  Francia  ,  en  P^ris, 
esta  consideración  debe  modificar  algún 
tanto  vuestra  manera  de  ver;  os  ruego 
que  me  escuchéis. 

A  pesar  de  la  completa  ignorancia  de 
ciertas  costumbres  sociales,  Djalraa estaba 
dotado  de  un  sentido demasiadoclaro para 

no  conocer  la  razón cuando  esta  le 

parecía  fundada  ;  las  palabras  de  Rodin 
le  calmaron.  Con  esta  modestia  ingenua 
de  que  están  dotadas  las  naturalezas  lle- 
nas de  fuerza  y  de  generosidad  ,  respon- 
dió dulcemente: 

— Padre  mío,  tenéis  razón,  ahora  no 
estoy  en  mi  pais;  aquí  las  costumbres  son 
diferentes;  voy  á  rellexiouar. 

A  pesar  de  su  astucia  y  de  su  trave- 
sura, Rodin  se  hallaba  casi  desconcertado 
por  la  conducta  salvaje  y  por  las  ideas  d'd 
joven  indio.  Oe  modo  que,  con  grají  sor 
prosa ,  le  vio  qu<'darse  pensativo  durante 
algunos  minutos;  después  de  lo  cual  Djal- 
ma  replicó  con  tono  tranquilo,  pero  íir- 
memenfe  convencido  : 

— Os  he  obedecido,  padre  mi^;  he  re- 
flexionado. 

—  ¡  Y  bien!  querido  príncipe. 

—  En  ningún  país  del  mundo,  y  bajo 
ninsun  pn-toto,  un  hombre  de  honor  que 
priia'sa  an-istad  por  otro  hombre  de  lïo- 
nor,  debe  ocultarla. 

— Pero  si  peligra  al  confesar  esta  amis- 
tad... dijo  Kodin  muy  inquieto  del  giro 
que  iba  tomando  esta  conversación. 


Djalma  miró  al  jesuíta  con  desdeñoso 
asombro,  y  no  respondió. 

— Comprendo  vuestro  silencio,  querh 
do  príncipe;  un  hombre  valiente  debe 
desafiar  ei  peligro ,  convengo ,  pero  si  fue»- 
se  á:  vos  á  quien  amenazase  ese  peligro, 
en  caso  que  esta  aniistad  fuese descübier"- 
ta ,  no  seria  disculpable  y  aun  laudable  la 
con.lucta  de  ese  desconocido? 

— 'No  acepto  nada  de  un  amigo  quetne 
cree  capaz  de  rehusar  su  amistad  por  co- 
bardía... 

— 'Querido  príncipe...  escuchadme» 

—Adiós,  padre  mió. 

—  Rellexitmad.... 

— Mi  resolución  es  invariable.  * 

Replicó   Djalma  con  tono  breve  y  casi 

soberano    adelatitándose  hacia  la  puerta. 

— ll'.hl  ¡  eh  !  Dios  mió!  y  si  se  tratase 
de  una  miiger...  esclamó  Rodin  haciendo 
el  último  esfuerzo  y  corriendo  hacia  él, 
porque  en  efecto  temia  verle  abandonar 
la  casa  y  destruir  de  este  modo  sus  pro- 
yectos. 

Al  oir  las  últimas  palabras  de  Rodin  , 
el  indio  se  detuvo  repentinamente. 

— ¿Una  muger?  dijo  estremeciéndose  y 
ruborizándose:  ¿se  trata  de  una  muger? 

—  ¡  Y  bien  1  ¡  si  !  si  se  tratase  de  una 

muger replicó  Rodin,  comprenderíais 

su  reserva,  y  el  secreto  con  que  se  ve  obli- 
gada á  cubrir  las  pruebas  de  afecto  que 
desea  daros. 

— jUnaiiiuger!  repitió  Djalma  con  tré- 
nuila  voz  y  cruzando  las  manos  con  ado- 
ración. ,j  _ 

Y  su  rostro  encantador  espresd  un  sen- 
timiento profundo  é  inefable. 

—  ¡Una  muger!...  dijo  de  nuevo:  ¡  una 
parisiense  ! 

— Sí,  querido  príncipej,  puesto  que  me 
obligáis  á  esta  indiscreción,  es  preciso  con- 
fesarlo ;  se  trata  de  una  venerable  parí- 
jsiense-.'  de  una  digna  matrona llena 


Ai.nt'M. 


241 


«íc virliiilo-  y  nijn...  cuya  avauzada  t'da<I 
iniTt'ce  toijo  viiesiro  respeto. 

— ¿Ks  mu/  anciana?  c>('Iun)ú  el  pol)U! 
Dja  ma,  cuya  «inlct»  y  cnciiuladora  ¡lii>ÍL)n 
dc«.i|iarrci(i  <)('  rrpcnlf, 

—  ('asi  me  pi>iJ(ij  Ili-var  aI¿;imos  años, 
respoiwliú  R'iiliii  con  una  s(inrí>a  iróníra. 
«•spiTiindo  ver  al  joven  príncipe  espresar 
una  especie  de  (le>;picliü  cómico  ó  de  co- 
li^rico  rrsíiilimientu. 

N.ida  de  esfo  pasó. 

Ai  etitiisia«imo  anioroso,  apasionado, 
que  Ijaliia  brillado  por  un  momento  en  'as 
facciones  d»-!  príncipe,  sucedió  una  espre- 
sion  rc'pe!u'.»sa  y  tierna  ,  miró  á  Rudin 
fofí  ternura,  y  le  dijo  con  voz  conmovjd.i: 

—  ¡Luego  esa  muger  es  para  mí...  una 
madre  I 

imposible  es  describir  el  acento  piado- 
so, tierno  y  melancólico  con  que  pronun- 
<;ió  Djílma  la  palabra   ¡madre! 

—  Vos  lo  habéis  dicho,  príncipe  ,  osa 
respetable  seùora  quiere  st-r  una  madre 
para  con  vos....   pero  no  puedo  revelaros 

fa  causa  ilel  afecto  que  os  tiene sola- 

nicnlo,  creedme,  ese  afecto  es  siticero;  la 
causa  es  honrosa;  si  no  os  dij;o  el  secreto, 
es  porque  entre  nosotros  los  secretos  de 
las  mugeres,  jóvenes  ó  ancianas,  son  sa- 
grados. 

—  Es  muy  justo,  y  su  secreto  será  sa- 
grado para  mí;  sin  verla  la  amaré  con 
respeto...  como  se  amaá  Dios  sin  verle... 

—  Ahora,  príncipe,  dejadme  deciros 
cuales  son  las  inlencior)es  de  vuestra  ma- 
ternal amiga Esta  casa  permanecerá 

sicnipre  á  vuestra  disposición,  si  gustáis; 
criados  frariceses,  un  carruaje  y  caballos 
estarán  á  vuestras  óidenes;  se  encargará 
además  de  las  cuentas  de  vuestra  ca^a. 
Además  como  »m  hijo  de  rey  debe  vivir 
con  una  pompa  real ,  lia  dejado  en  esta 
próxima  habitación  una  cnja  (|ue  contie- 
ne quinientos  luises:  cada  mes  os  será 
entregada  una  suma  igual  ;  si  uo  os  basta 


para  lo  (jue  nosotros  llamamos  vuestros 
placeres,  me  lo  diréis,  y  se  aumentará. 

A  un  movimiento  de  Djalma,  Hodin  se 
apresuró  á  decir  : 

—  Debo  advertiros,  queri<lo  príncipe, 
que  \U'>.>lra  delicadeza  d'.-be  eslar  perfec- 
lameiile  Iraiujuila.  \in  pritner  lugar...  de 

una  madre  se  acepta   todo además, 

como  dentro  de  tres  meses  poseeréis  una 
enorme  lierencia  ,  os  será  fácil ,  si  esta 
obligaciones  pesa,  reembolsar  estos  adc- 
larjto"*;  no  descuidéis  nada,  satisfaced  to- 
dos vuestros    caprichos .se  desea  que 

os  presentéis  en  el  mundo  comodebepre- 
setil;ir.-e,cl  hij  t  de  un  rey,  apellidado  el 
podre  (¡el  genernío.  Por  consiguiente,  os  lo 
repilo,  os  lo  ruego,  no  os  detenga  s  por 
una  falsa  delicadeza....  si  esa  suma  no  os 
basta 

—  Pediré  mas.....  tiene  razón  mi  ma- 
dre   un  hijo  de  rey  debe  vivir  como 

rey. 

Tal  fué  la  respuesta  que  dio  el  indio 
con  una  se«iciilez  perfecta ,  sin  parecer 
asombrado  do  estas  ofertas  fastuosas;  y 
esto  debia  suceder  :  Djalma  hubiera  he- 
cho por  otro  lo  que  hacian  por  él,  porque 
ya  se  sabe  cuales  son  las  tradiciones  de 
pródiga  magninceiicia  y  de  espléndida 
ho>pilalidad  de  los  príncipes  indios.  l)jal- 
ma  se  habia  quedado  tan  conmovido  co- 
mo reconocido  al  saber  que  una  muger  le 
amaba  con  un  afecto  maternal...  En  cuan- 
to al  lujo  de  que  querían  rodearle,  lo  acep- 
taba sin  asonibro  y  sin  escnípulo. 

Esta  re»i;;nacion  fué  otro  nuevo  chasco 
para  Uodin,  que  había  preparado  mil  ar- 
gumenlus  para  inducir  «1  indio  á  que  acep- 
tase. 

—  Ved  ahí  una  cosa  bien  convenida, 
replicó  el  jesuita:  ahora,  como  es  preciso 
que  veáis  el  munilo,  y  que  entréis  en  él 
por  la  mejor  puerta...  uno  de  los  amigos 
de  vueslra  materufll  protectora,  el  señor 
conde  (le  .Moiilbron,  ai  «idiio  lleno  de  es- 
perieiicia  .  y   ptrleDocienlc  u  la  mas  «lia 

or 


242 


ALBUM. 


sociedad ,  os  presentará  en  las  reuniones'  su  sillon  temiendo  ceder  á  |un  acceso  és* 


mas  escogidas  de  París 

—  ¿Porquo  no  me  presentáis  vos  mis- 
mo? 

—  ¡Ah,  mi  querido  príncipe,  mirad- 
me.... y  juzgad  si  yo  haria  buen  papel  en 
ellas....  No,  no,  \ivo  solo  y  retirado.  Y 
ademas,  añadió  Rodin  después  de  un  cor- 
to silencio  fijando  sobre  el  joven  príncipe 
una  mirada  penetrante,  atenta  y  curiosa, 
como  si  hubiera  querido  someterle  á  una 
especie  de  esperimento  por  las  palabras  si- 
guientes; y  ademas,  iMr.  de  Montbron 
podrá  mojor  que  yo  instruiros  en  ese  mun- 
do á  donde  asiste,  d<3  los  lazos  que  pudie- 
ran tenderos.  Porque  si  tenéis  amigos.... 
también  tenéis  eneríiigos...  bien  lo  sabéis; 
cobardes  enemigos  que  han  abusado  de 
lína  manera  infame  de  vuestra  confianza, 
que  se  han  burlado  de  vó§;  y  como  des- 
graciadamente ^U  poder  iga-^la  su  maldad, 
tal  vez  seria  prudente  el  procurar  que  los 
evitaseis...  y  que  huyeseis  de  ellos —  en 
lugar  de  resistirlos  frente  á  frente. 

Al  recuerdo  de  sus  enemigos,  y  á  la 
idea  de  huir  de  ellos,  Djalma  se  estreme- 
ció, sus  facciones  se  cubrieron  de  una  lí- 
vida palidez;  sus  ojos  desmesuradamente 
abiertos,  y  cuyas  órbitas  se  rodearon  de 
un  círculo  blanco,  brillaron  con  un  fuego 
sombrío:  jamás  sobre  faz  humana  estalla- 
ron con  mas  fuerza  el  desprecio,  el  odio, 
la  sed  de  venganza....  Su  labio  superior, 
de  un  rojo  vermellon ,  dejando  ver  sus 
dientes  blancos  y  apr«^tad()S,  temblaba  con 
un  movimiento  convulsivo,  y  daba  á  su 
fisonomía,  antes  tan  encantadora,  una  es- 
presion  de  ferocidad  tan  animal  que  Ro- 
din se  levantó  sobre  su  asiento  y  esclamó: 

i— ¿Qué  tenéis....  príncipe?  me  espan- 
táis. 

Djalma  no  respondió;  medio  inclinado 
sobre  su  asiento,  sus  dos  manos  crispadas 


panteso  de  furor....  en  este  momento,  ta 
casualidad  quiso  que  la  boquilla  de  ámbar 
del  tubo  del  houka  rodase  á  sus  piós;  la 
violenta  tension  que  contraía  todos  los 
nervios  del  indio  era  tan  poderosa;  á  pe- 
sar de  su  juventud  y  de  su  esbelta  apa- 
riencia, era  de  tal  vigor,  que  con  un  brus- 
ca movimiento  pulverizó  la  boquilla  de 
ámbar  á  pesar  de  su  estremada  dureza. 

— Pero  en  nombre  del  cielo,  ¿qué  te- 
néis, príncipe?  esclamó  Rodin. 

— De  este  modo  aniquilaré  á  mis  ene- 
migos, esclamó  Djalma  con  ojos  amena- 
zadores é  inflamados. 

Después,  como  si  estas  palabras  hubie- 
sen exaltado  su  rabia  hasta  el  estremo, 
dio  un  salto  sobre  su  asiento,  y  con  ojos 
inquietos  recorrió  todo  el  salon  durante 
algunos  segundos,  yendo  y  viniendo  érr 
todos  sentidos,  como  si  buscase  un  arma, 
arrojando  de  vez  en  cuando  una  especié' 
de  grito  ronco  que  procuraba  ahogar  lle- 
vando á  su  boca  sus  dos  puños  crispados... 
al  mismo  tiempo  que  sus  mandíbulas  se 
estremecían  convulsivamente...  era  la  im- 
ponente rabia  de  la  bestia  feroz  embria- 
gada en  el  cncarnizamieito. 

El  joven  indio  estaba  entonces  hermo- 
so, mas  con  una  hermosura  grande  y  sal- 
vaje: sentia  que  estos  instintos,  de  un  ar- 
dor sanguinario  y  de  una  intrépida  cegue- 
dad, exaltados  entonces  hasta  aquel  pun- 
to por  la  traición  y  por  la  vileza,  en  cuan- 
to se  aplicaban  á  la  guerra  ó  á  aquellas 
cacerías  gigantescas  de  la  India,  mas  mor- 
tíferas aun  que  la  batalla,  debían  hacer  de" 
Djalma  lo  que  era;  un  héroe. 

Rodin  admiraba  con  siniestra  y  profürt- 
da  alegría  la  impetuosidad  de  las  pasiones 
de  aquel  joven  indio,  que  en  ciertas  cir- 
cunstancias debían  hacer  terribles  esplo- 
siones.  De  repente,  con  gran  sorpresa  def 


por  la  rabia ,  apoyadas  una  contra  otra  ,  I  jesuíta,  se  calmó  esta  tempestad.  Kl  furor 
parecían  agarrarse  á  uno  de  lo$  hrazos  de|  de  Djalma  se  apacigtió  casi  súb'^^menle. 


aLdum 
•'porque  la  reflexion  le  mostró  pronto  su 
Vanidad.  Entonces,  avcrgonza  'o  de  aipiel 
arrebato  tan  pueril,  b.ijó  los  ojiís.Su  íi'<i» 
noniía  perniantció  píliila  y  S(tml)ría;  (!<■>- 
pues  con  una  tran  ¡iiilidad  fria ,  mas  ter- 
rible aun  ijue  la  viuloncia  á  que  acababa 
de  dejarse  arrastrar,  dijo  á  Itodín: 

—  Padre  mió,  boy  me  conduciréis  ante 
mis  enemigos. 

■^— ¿Y  con  qué  fin,  (¡ueiido  príncipe?... 
-¿qué  queréis  hacer?... 

—  ¡  Matar  á  esos  infames! 
•í—¡  .Matarlos  !  ¿.estáis  loro?... 

—  ¡  Faringliea  me  ayudará  ! 

— O»  lo  repito,  pi'ns.ui  que  a(pn'  no  es- 
tais  en  las  oriliasdeKianges,  donde  se  nía 
ta  á  un  enemigo  como  á  un  tigre  en  la 
caza< 

■ — Así  como  uno  se  bate  con  un  enemi 
go  leal,  se  mata  á  un  traidor  como  á  un' 
perro  maldito,  replicó   Pjalma  con  tanta 
convicción  como  tranipiilidad. 

—  ¡  Ali!  príiici[)e....  vus  cuyo  padre  lia 
sido  llamado  el  padre  del  generoso,  dijo 
Kodincan  voz  grave,  ¿qtió  goce  bailaríais 
en  de>itruir  á  seres  tan  cobardes  como  in- 
fames?... 

— Destruir  lo  que  es  peligroso  es  un 
deber. 

• — Luego...  la  venganza... 

— Yo  me  vengo  de  una  serpiente...  di- 
jo el  indio  con  amarga  altanería;  la  piso- 
teo y  la  aniquilo. 

— Pero  querido  príncipe,  a(]ui  no  •íf  li- 
berta nadie  de  sus  enemigos  de  esa  ma- 
nera :  si  tienen  que  quejarse.... 

— Las  mujeres  y  los  niiíos  se  quejan, 
dijo  Djalma  interrumpiendo  á  Rodin,  los 
hombres  hieren. 

— Siempre  á  orillas  del  Ganges  ,  querido 
príncipe,  pero  no  aqui...  aqui  la  sociedad 
toma  á  su  cargo  vuestra  causa,  la  juzga 
y,  si  tal  decreta,  castiga... 

— En  mi  ofensa  yo  soy  juez  y  verdugo. 

— Por  favor,  escuchadme;  os  habéis  li- 


£4à 

brado  de  los  odioso»  jaíos  que  os  tendie- 
ran vuestros  enemigos,  ¿no  es  asi?  ¡  Pues 
bien!  siiponeii  que  eso  li;iya  sid(» ,  gracias 
al  interés  de  la  ven.'r;ib!e  muger  que  os 
profesa  la  ternura  de  una  madre;  ahor<t, 
si  ella  os  pidie-íe  su  p,Td.>n,  ella  (jueosha 
salvado...  ¿«jué  harías? 

El  indio  inclinó  la  cabeza  y  permaneció 
algunos  m :)met)fos  sin  responder. 

Aprovecli.índose  de  este  momento  do 
vacilación,  Uodin  continuó; 

— Yo  podría  deciros:  príncipe, oonnzro 
vneslros  en<'migos;  poro  femiendo  veroí 
cometer  alguna  terrible  imprudencia.  »)S 
ocultaré  sus  nombres  para  siempre.  Pues 
bien,  no:  os  juro  que  si  la  respetable  per- 
sona (}uc  os  ama  como  á  un  hijo.ejicuen- 
Ira  justo  y  lítil  qiieosdiga  «6'ov- nom!)res;.. 
os  los  diré,  pero  permaneceré  mudü  has- 
ta que  lo  ordene. 

Djalma  miró  á  Rodin  con  aire  sombrío 
y  colérico. 

En  esíc  momento  Faringhea  ehfró  y 
dijo  á  Rodin  : 

— Un  hombre  que  Iraia  una  carta,  Fia 
ido  á  vuestra  casa...  le  han  dicho  quee.'^- 
fa^ais  aquí...  y  lia  venido...  /.debo  reci- 
bir esa  carta?....  dice  que  viene  de  parlo 
del  señor  abate  de  Aii.'r¡gny... 

— Seguramente,  dijo  Rodin;  enseguida 
anadió,  si  el  príncipe  lo  permite... 

Djalma  hizo  ima  seùal  deasentinu'eulo. 
Earínghea  sali('). 

— Perdonadme,  querido  príncipe;  e>ta 
maííana  esperaba  una  carta  muy  impor- 
tante; como  tardaba  en  venir,  y  noque- 
riendo  dejar  de  veros,  recomendé  en  mi 
casa  que  me  la  enviasen  aijuí. 

Algunos    instantes  después    Faringhea 
volvió  con  una  carta  que  entregó  á   Ro- 
din, después  de  lo  cual  el  mestizo  siüó. 
IX. 


ADRIANA    V   DJALMA. 

Cuando    Faringhea  hubo  salido  del  sa- 


âl4 


ALBUM. 


Ion  ,  Rodin  tomó  la  caria  de!  abate  de  Al- 
grigny  con  una  nriano,  y  con  la  otra  pa- 
reció f)uscar  alguna  cosa,  primero  en  el 
bolsillo  del  costado  de  sti  levita  ,  después 
en  el  de  los  faldones,  y  luego  en  el  de  mi 
pantalon;  en  fin;  no  iiallando  naila  ,  co- 
loió  la  caria  S'd)re  la  roiiüla  raida  d  •  sti 
pantalon  negro,  y  se  tentó  por  todas  por 
tes  con  ambas  manos  y  lleno  de  inqtiie- 
iud.  Kn  sogiiidrt  esclamó: 

—  ¡Allí  ¡Diosmio!  ¡  qtiédesconsiielo! 
— ¿Qué    leñéis?  le  preguntó   Djulma, 

inlernimpiendo  ei  profundo  silenc4o  en 
que  estaba  sumergido  hacia  algMttos  ins- 
tantes. 

—  ¡  Ah  !  (]nerido  principo,  replii  ó  lio- 
din,  me  acaba  de  suceder  la  cosa  masvdl 
gar,  mas  pueril,  lo  cual  no  impide  que 
para  mi  sea  infinitametíte  enojosa....  hé 
olvidado  ó  perdido  mis  anteojos;  ahora, 
pues,  á  causa  de  la  delestatde  vista  que 
me  han  dejado  el  trabajo  y  los  arios,  mi' 
es  absolutamente  ¡njposible  leer  e»la carta 
tan  importante,  puesto  que  esperan  una 
respuesta  pronta,  sencilla;  categórica.... 
un  si  ó  no...  el  tiempo  urge;  si  algimo... 
añadió  Rudin  apoyando  estas  palabras  sin 
mirar  á  Djalma;  si  alguno  pudiese  hacer- 
me el  servjcio  de  leer  por  mí...  pero  no... 
nadie...  nadie... 

— Padre  mió,  le  dijo  Djalma,  ¿queréis 
que  la  lea  yu?  Concluida  la  lectura,  olvi- 
daré su  corfiMiido, 

— ¿Vos?  esclamó  Rodin  como  si  la  pro- 
posición del  indio  le  hubiese  parecido  es- 
traña  y  peligrosa,  es  imposible prín- 
cipe   leer  vos  esta  carta. 

—  Ksousad  entonces  mi  demanda,  dijo 
Djalma  dulcemente. 

— t'ero  al  fin ,  replicó  Rodin  hablando 
consigo  mismo,  ydespues  de  un  monieiilo 
de  rrlleC'iim  ,  ¿por  qué  no? 

y  añadió  dirigiéndose  á  Djalma  : 

— ¿Te.ndriais  esa  bondad,  queridtj prín- 
cipe? Nunca  habría  osado  .pdiros  tal  ser- 
vicio. 


Rodin  al  decir  esto  entregó  á  PjaTma 
la  carta  ,  que  leyó  en  voz  alta. 

La  carta  estaba  concebida  en  estos  lér- 
n)ini>s  : 

«Vuestra  visita  de  esta  mañana  al  pa- 
laciíi  de  Saint- Dizier,  según  lo  que  me 
han  p-articipado,  debe  ser  considerada  co- 
mo nna  mieva  agresión  de  parte  vuestra. 

«Hé  aqiii  la  última  proposición  que  se 
os  ha  anunciado;  tal  vez  será  tan  infruc- 
tuosa como  el  paso  de  que  intenté  dar 
ayer  al  dirigirme  á  la  calle  de  Clovis. 

«Do^puesde  aquella  larga  y  penosa  es- 
pri.:a<ion  os  dije  que  os  escribiria;  cum- 
plo mi  promesa;  hé  aqui  mi  ullimntum. 

«Desde  lufgo  una  adveílencia: 

Ti'iied  cuidado Si  os  empeñáis  en 

sostener  una  lucha  desigual,  os  veréis  es- 
puosto  aim  al  odio  de  aquellos  que  lan 
locamente  queréis  proteger.  Poseemos  rail 
niedu>s  de  perde  ros  revelándoles  vuestros 
p'  yertos.  Se  les  probará  que  habéis  te- 
nido parte  en  el  complot  que  ahora  pre- 
tendris  descubrir,  y  no  por  generosidad, 
sino  por  codicia.  » 

Aunque  Djdima  conociese  que  la  me- 
nor |)ttgunla  á  Rodin  acerca  de  aquella 
cartí  ^eria  una  grave  indiscreción,  no 
pudo  dejar  de  volver  vivamente  la  cabeza 
hacia  e!  jesuíta  al  leer  esta  última  línea. 

—  ¡Dios  mió  I  sí;  se  trata  de  mi de 

mi  mismo.  Tal  como  me  veis,  querido 
prnuipe,  añadió,  aludiendo  á  su  pobre 
traje,  me  acusan  de  codiciar. 

— ^^¿V  cuales  son  esas  personas  que  pro- 
tegéis? 

— ;¿Mis  protegidos!...  dijo  Rodin  fin- 
giendo vacilar ,  y  couio  si  esta  pregunta 
le  embarazase:  ¿quiénes  son  mis  prote- 
gidos?... Uum hum voyá.deci- 

ro": son son  unos  pobres  diablos 

sin  ningún  recurso,  personas  honradas 
que  no  teniendo  mas  que  el  buen  derecho 
que  les  asiste en  un  proceso  que  sos- 
tienen,  se  Yen  amenazados  de  ser  derri- 


ALBl-«. 


245 


\têtUi  por  personas  podoruaBS...  «üUs  ntt^ 
s«)ii  Ita^tuiite  coducidas  {)ara  4|ue  piivila. 
qMUrleà  la  iiiéitCdra  eit  Uvor  Je  iniii.prur 

tejidos ¿tiuó  i|ti< Ti'is?...   pobre  y  U- 

iiii«li>  me  poii^o.rialiirdliiii'iiteile  parle  de 

las  p'>t>res  y  de  lus   (uitidoi l'cru  u» 

rue^<t  i|iie  coiilinuuis. 

J>j.iliua  i'uiiliiiuú: 

«'l^iMifs  ,  mucho  que  lonwr  si  segui» 
sk'iiiio  iiuestru  eiimiiso,  y  ftada  (|ue  ga- 
oar  abrazando  el  parlido  de  a(|iielli)s  )jiie 
ilamais  vuestros  amibas;  >eríaii  llaiiiado> 
ii>as  ju>iaiiieiite  V'(i«slros, Juguetes,  por- 
que si  fuese  üíucuru.,  ,VAU!>tru  de^iuleres 
M;ria  inexplicable...  a>i ,  pues,  dcbc  ocul- 
tar, y  ouiUd ,  lu  repito ,  seiitiuiieutos  de 
codicia. 

<(  ¡  lUies  bien  !  bajo  este  punto  de  vis- 
ta  se  o6  puede  ofrecer  un  ánipliu  des 

^uite  CiHi  la  diferencia  de  que  vuestras 
^peranzas  serán  únícanieute  fundadas  en 
el  reconociniienlü  de  vuestros  ainigos,  y 
en  actualidad  nuiy  e>piieslas,  al  paso  que 
nuestras  ofertas  serán  realizadas  inmedia- 
tauíenle:  para  hablar  con  ma^  claridad, 
h('>  aqui  lo  que  se  exige  de  vos.  Esta  mí.o-< 
tiia  uuclie  antes  de  las  doce  habréis  salido 
de  Paris,  y  no  volvereis  hasta  dentro  de: 
seis  meses.» 

Iijalma  no  pudo  contener  un  niovi-. 
4nieiito  de  sorpresa  y  miró  á  Hodin.  i 

— Nada  mas  sencdlo  ,  replicó  esté;  el; 
procesodemis  pobres. protegidos  serájuz; 
^a^io  antes  de  esa  época ,  .y  tratando  dei 
«lejarme,  impide  que  vigilen  sobre  él;  yaj 
roriiprendeis, -querido. principe,  dijo  Ko-; 
din  cun  una  indignación  amarga.  Dignaos 
roniinuar  y  escusarnie  de  haberos  inter- 
rumpido  pero  tanta  inipudcncia  me 

afecta  sobremanera.... 

DJaima  prosiguió: 

«  Para  que  tengamos  la  certeza  de  qUe 
■  os  alejáis  de  París  durante  sei»  me^es, 
a  iréis  á  parar  à  ca>a  de  uno  de  nuestros 
aamíjjos  de  AUmania;  recibiréis  eu  aüa 


«una  ge^{ro^a  hospitalidad,  pero  perma- 
<i  neceióís  vigilado  liscilu  que  espire  dicho 
«  plaz  ). 

— >i una  prisión  voluntaría,    dijo 

Kodíi). 

«  B<ijo  estas  condiciones  recibiréis  una 
«  pen.tion  de  iOOO  francos  al  mes  desde 
a.  vuestra  partida  de  Paris,  diez  mil  fran- 
«  eos  contantes  y  20,000  francos  después 
rt  de  terminar  l(. s  seis  meses.  Todo  os  se- 
a  rá  garantizado  suficientemente,  Kn  fin  , 
«  al  cabo  de  seis  meses,  se  os  asepiirará 
«una  pd.sieion  tan  honrosa  como  indepen- 
«  duMile  « 

llabiéudose  detenido  Djalma  por  un 
movimiento  involuntario  de  indignación, 
Rodil!  te  dijo: 

— Continuad,  os  lo  suplico,  querido 
príncipe:  es  preciso  leer  hasta  el  fin;  esto 
os  dará  una  idea  de  lo  que  pasa  eu  medio 
de  nuestra  civilización. 

Dialma  prosiguió: 

«  G  jnoceis  la  marcha  de  las  cosas  y 
«  lo  que  somos  para  saber  que  alejándoos 
«  queremos  solamente  deshacernos  de  un 
«  enemigo,  poco  peligroso,  pero  muy  im- 
«  purluno;  ,no  os  alucinéis  con  vuestro 
«  primer  triunfo.  Las  consecuencias  de 
a  vueâtra  denuncia  son  nulas,  porque  es 
«  calumniosa  ,  el  juez  que  la  tta  acogido  se 
«  arrepentirá  cruelmente  de  su  odiosapar- 
«cialidad.  Podéis  hacer  de  esta  carta  el 
«  uso  que  queráis.  Sabemos  lo  que  es- 
«cribimos,  á  quien  escribimos  y  como 
«  esoribimos.  Recibiréis  esta  carta  á  las 
«  tres,  si  á  las  cuatro  no  tenemos  una  res- 
apuesta  escrita  de  pufio  propio  almárjen 
«de  esta  carta....  la  guerra  empelará  no 
a  mañaiía,  sino  esta  noche.  » 

Concluida  e>ta  lectura  ,  Rodin  miró  á 
Djalma  y  le  dijo: 

—Permitidme  llamar  a  Faringhea. 

\  al  decir  esto  focó  la  campannte. 

TCI  niestizo  sk*  presentó. 

Kodih  recibió  la  carta  de  manos  de 
02- 


246 


ALVTM, 


Djalma,  la  rasgó  en  dos  pedazos,  la  arru- 
gó entre  sus  manos  formando  una  especie 
de  bola,  y  dijo  dándosela  al  mestizo: 

— Entregaréis  este  papel  á  la  persona 
que  espera ,  y  le  diréis  que  tal  es  mi  res- 
puesta á  esta  indigna  é  insolente  carta. 

— Entiendo,  dijo  el  mestizo,  y  salió. 

— Tal  vez  sea  una  guerra  peligrosa 
para  vos,  padre  mió,  dijo  el  indio  con  in- 
terés. 

— Si,  querido  príncipe,  peligrosa  tal 
vez....  Pero  yo  no  obro  como  vos....  no; 
yo  no  quiero  matar  á  mis  enemigos  por- 
que son  cobardes  y  malos....  los  comba- 
to.... bajo  el  escudo  de  la  ley;  imitadme... 
Mas  viendo  que  las  facciones  de  Djalma  se 
obscurecían,  Rodin  añadió: 

Hago  mal...  No  quiero  aconsejaros  mas 
sobre  ese  punto....  únicamente,  conven- 
gamos en  poner  esta  cuestión  bajo  el  úni- 
co fallo  de  vuestra  digna  y  maternal  pro- 
tectora. Mañana  la  veré:  si  consiente,  os 

diré  el  nombre  de  vuestros  enemigos 

sino....  no. 

— ¿Y  esa  mujer...  esa  segunda  madre... 
dijo  Djalma,  es  de  un  carácer  tal  que  yo 
pueda  someterme  á  su  juicio? 

— ¡Ella!....  esclamó  Rodin  cruzando 
las  manos  y  prosiguiendo  con  mas  ecsal- 
tacion:  ¡  ella  !....  si  es  lo  mas  noble,  lo  mas 
generoso  que  ecsiste  en  la  tierra...  ¡  ella  ! 
vuestra  protectora;  pero  aunque  fueseis 
en  realidad  su  hijo....  os  amarla  con  toda 
la  violencia  de  un  amor  maternal,  y  si  se 
tratase  de  elegir  entre  una  cobardía  ó  la 
muerte,  os  diria:  ¡  Muere!  con  tal  que  yo 
muera  al  mismo  tiempo. 

— ¡Oh,  noble  mujer!  ¡mi  madre  era 
asi  !  esclamó  Djalma  con  entusiasmo. 

— Ella....  continuó  Rodin  con  mayor 
animación,  y  acercándose  á  la  ventana 
oculta  eon  la  cortina  sobre  la  cual  arrojó 
una  mirada  oblicua  é  in(]uieta.  ¡  Vuestra 
protectora...!  pero  figuraos  el  valor,  la 
rectitud,  la  lealtad  personificada.  ¡Oh, 


leal  sobre  todo  t....  Si,  es  la  "franqneza 
caballeresca  del  hombre  de  gran  corazón 
unida  á  la  altanera  dignidad  de  una  mu- 
jer; que  en  su  vida....  lo  oís,  no  ha  men- 
tido.... no  solamente  nunca  ha  ocultado 
ninguno  de  sus  pensamientos....  sino  que 
mas  bien  morirla  antes  que  ceder  al  me- 
nor de  esos  pequeños  sentimientos  de  as- 
tucia, de  disimulo,  casi  forzados  en  las 
mujeres  ordinarias  por  su  misma  situa- 
ción. 

Difícil  es  espresar  la  admiración  que  se 
demostraba  en  el  rostro  de  Djalma  al  oir 
la  pintura  trazada  porr  RoMn;sus  ojos 
brillaban,  sus  mejillas  se  animaban  y  su 
corazón  palpitaba  de  entusiasnrvo. 

— Bien,  bien,  noble  corazón,  le  d'jo  Ro- 
din dando  un  nuevo  paso  hacia  la  cortina  , 
me  place  el  ver  resplandecer  vuestra  alma 
y  vuestras  hermosas  facciones...  al  oirme 
hablar  asi  de  vuestra  protectora  descono- 
cida. ¡  Ah!  digna  es  en  verdad  de  esa  ado- 
ración santa  que  inspiran  los  corazones 
nobles,  los  grandes  caracteres. 

— j  Oh  !  os  creo ,  esclamó  Djalma  ;  mi 
corazun  está  penetrado  de  admiración  y 
de  asombro;  porque  mi  madre  no  ecsiste 
pero  ees  ste  otra  muger  que  la  reem- 
plaza. 

— ¡Oh I  si,  existe  para  consuelo  de  los 
afligidos;  existe,  sí,  para  el  orgullo  de  sn 
secso;  sí,  existe  para  hacer  adorar  la  ver- 
dad, execrar  la  mentira la  mentira, 

el  fingimiento  sobre  todo,  no  han  empa- 
ñado nunca  Csa  lealtad  brillante  y  heroica 
como  la  espada  de  un  caballero...  Mirad, 

hace  pocos  dias esa  noble  muger  me 

dijo  palabras  tan  admirables  que  en  la 
vida  las  olvidaré:  caballero,  en  cuanto 
tengo  una  sospecha  acerca  de  alguno  é 
quien  amo  y  eslimo 

Rodin  no  pudo  acabar. 

La  cortina  ,  sacudida  con  tanta  violen- 
cia por  la  parte  de  afuera,  que  se  rompió 
el  resorte,  se  enroscó  repenlinaraentc  con 


•■ïBTM. 


^V7 


ígran  estupor  de  Djalma,  que  vio  aiUesus 
ojus  á  la  señorita  de  (^ardoville. 

La  capa  de  Adriana  se  liabia  caido  de 
sus  hombros,  y  al  violento  inoviniieiito 
que  liizo  al  acercarse á  la  cortina,  su  som 
brero,  cuyas  cintas  estaban  desaladas,  se 
liabia  desprendido  de  su  cabeza. 

Habiendo  salido  precipit.idainenle,  nu 
tuvo  tiempo  mas  que  para  echarte  una 
pellica  sobre  su  traje  pintore>^co  y  encan- 
tador con  que  se  veslia  de  costumbre  en 
su  casa;  parecía  tan  radíente  de  belNza  a 
los  deslumhrados  ojos  de  Djalma  entre 
aquellas  hojas  y  aquellas  ílores,  que  el  iu 
dio  se  creia  bajo  el  imperio  de  un  sueño... 

Con  jas  manos  cnizudas,  los  ojos  abier 
los,  el  cuerpo  lijt-rauienle  indinado  liát  i.i 
adelante  como  si  fuese  á  orar,  permane- 
cia  petrificado  de  admiración. 

La  señorita  de  Cardoville,  conmovida, 
el  rostro  ligeramente  colorado  por  la  emo- 
ción ,  se  mantenía  en  pié  en  el  dintel  de 
la  puerta  del  invernáculo  sin  entrar  en  el 
salon. 

Todo  esto  habia  pasado  en  menos  liem 
po  que  el  que  hemos  tardado  en  descri- 
birlo; asi,  pues,  apenas  estuvo  levanladií 
la  cortina  ,  cuando  Rodin  ,  fingiendo  sor- 
prenderse mucho,  esclamó: 

— ¿Vos  aqui señorita? 

— Sí,  señor,  dij'^  Adriana  con  voz  al- 
terada; Vengo  á  terminar  la  frase  que 
habéis  comenzado  ;  os  habia  dicho  (jtic 
cuando  tenia  una  sospecha  la  confesaba 
á  la  persona  que  la  inspiraba.  Puos  bien, 
lo  confieso,  esta  vez  me  ha  faltado  esa 
franqueza;  habia  venido  á  espiaros,  en 
el  mismo  momento  en  que  vuestra  res- 
puesta al  abate  d'.\igrif;ny  me  daba  i  nn 
nueva  prueba  de  vuestro  afecto  y  de 
>uestra  sinceridad  ;  dudaba  de  vm-Ntra 
rectitud  en  «I  momento  tnismo  en  que 
atestiguabais  nú  franqueza....  Pur  la  |.ri 
mera  vez  de  mí  vida  me  lie  humillado 
ha^ta  la  astucia esta  debilidad    nie- 


ece  un  castigo,  lo  sufro;  una  repara- 
ción, os  la  hago  de  todo  corazón;  escu- 
sas  os  las  ofrezco.  Dirigióndose  en  se- 
guida á   Dj.ilma,  añjdi<":   Ahora,   pnn- 

ci|)e,  ya  no  se  puede  guardar  st-cri-to 

soy  vue^t^a  parieiita,  Adriana  de  (>ardt>- 
ville,  y  espero  que  aceptéis  de  una  her- 
mana la  liospitulidad  (jue  ac<.-plat)jís  de 
una  madre. 

bj.iliiia  no  respomüií. 

Sumergid  en  una  contemplai  ion  está- 
lica  ante  a(|uella  reoeiilina  apiricioii.  (|ur« 
sobrepujaba  á  Us  mas  locas,  á  las  mas 
brülaiites  visiones  de  sus  dueños,  espen- 
u»entü[)a  una  esp<'CÍedeeiiilM-ía^<Jiz,  (iiif, 
paralizando  la  refi- x¡on  ,  concenlritbd  (ti 
sus  ojos  lodo  su  poder.^...  y  lo  mísiiio 
que  se  procura  en  vano  apagar  una  s»  d 

ineslinguible la  mirada  iidl.imada  del 

j  iven  aspiraba,  por  ticcirlo  asi,  con  una 
avidez  devoradora  todas  las  raras  peí  fic- 
ciones de  esta  joven. 

En  efecto,  nunca  ^e  li.ibian  rei:n  do  d  s 
tipos  mas  divinos,  Adriana  y  l^jalina  ofu- 
cian  el  ideal  de  la  belleza  del  hoiiifire  y 
de  la  muger.  Parecía  haber  algo  de  fatal, 
de  providencial  en  la  union  de  aqueü.is 
dos  naturalezas  tan  j'ivenes  y  tan  vivas.., 
tan  generosas  y  tan  apasionadas ,  tan  he- 
ri'icas  y  tan  lleras,  (pie,  cosa  singular, 
antes  de  verse  conocian  ya  tcdo  su  valor 
moral;  porqtie  si  Djalma,  al  iiir  la»  pala- 
bras de  Koílin  ,  habia  sentido  dispertarse 
en  su  corazón  una  admiración  tan  .súoiIh 
como  viva  y  penetran'»-  hacia  las  esti- 
mables y  generosas  cualidades  de  aque- 
lla bienhechora  desconocida  ,  la  señoiíla 
de  Cardoviile  ;  esta  se  habia  quedado 
conmovida,  enternecida  y  espantada  á 
su  vez  de  la  conferencia  <|ue  acababa  de 
sorprender  entre  K'din  y  Djalma  ,  se- 
gún que  este  habia  manifestado  nobleza 
en  su  alma,  delicada  boncJad  en  su  co- 
razón ó  rectitud  en  su  caráctir;  ademas 
no  habia  podido  contener  un  movjmivnlo 


24S  ÀLBIM. 

de  asombro,  casi  de  admiiacioTi  »   á  'hi    nos  cr ireadas ,  I<ï  dijo  con  Voz  adorât)^* 
viisfa  de  la  sorprendoote  belleza  del  prín-l  nnnte  dulce,  suplivante  y  tímida: 


cipe  ,  y  pronto  ,  después  de  un  seiili 
miento  estraño,  doloroso,  una  espt'i'ie  rie 
conmoción  eléctrica  habiaestremeri.lo  to- 
do su  cin'rpo,  ciianio  sin  ojos  se  li^ibiun 
encontrado  con  los  de  Djalrna. 

Cruelmente  conmovida  de  aíjuella  tur- 
bación que  ella  maldecia  ,  procuró  disi 
mular  su  profunda  impresión  dirigiéndose 
á  Ilodin  para  disculp-arse  de  haber  sospe- 
chado de  i>l.  í'ero  el  obstinado  silencio 
que  guardaba  el  indio  aumentaba  la  mor- 
tal turbación  de  la  joven. 

Levantando  de  nuevo  los  ojos  hacia  el 
príncipe  á  fin  de  inducirle  á  responder  á 
su  fraternal  oferta,  Adriana  encontró  de 
nuevo  su  salvaje  y  ardiente  uíirada  ;  bajó 
los  ojos  con  una  mezcla  de  espanto,  de 
tristeza  y  de  orgullo  hi-rido;  entonces  se 
felicitó  de  haber  adivinado  la  inexorable 
necesidad  en  que  se  veia  de  tener  á  Djal- 
ma  alejado  de  ella;  tantos  eran  los  temo 
res  que  le  causaba  aquella  naturaleza  ar- 
diente y  fogosa.  Querien lo  en  fin  poner 
término  á  su  penosa  posición,  dijo  á  llo«' 
din  en  voz  baja  y  trémula: 

—  Pur  favor,  caballero no  puedoí 

permanecer  aqui  por  ,mas  tiempo 

Al  decir  esto,  Adriana  dio  un  pasoparaí 
reunirse  con  Fiorina.  ¡ 

Djalma  se  adelantó  híeja  Adriana  al; 
vef  el  movimiento  de  esta,  con  la  ini^ma; 
violencia  (|ue  un  tigre  se  lanza  á  hi  presa 
que  crue  segura.  La  joven  ,eypai)lad«  de 
la  espresion  de  ardor  ft-roz  que  iniltxna'ba 
las  facciones  del  indio,  retrocedió  <ia»<lo 
un  grito. 

Ujalma,  al  oirlo,  parecií)  volver  en  sí, 
y  se  acordó  de  todo  lo  que  acababa  de  pa 
sar  ;  entonct-s,  pálido  y  tenibiando,  con 
los  ojos  anegados  en  lágrimas ,  lasifaceio- 
nes  duscontpu'.'slas  y  marcadas  de  la  mas 
tierna  desespi  ración,  cayó  de  rodillas  an- 
te Adriana,  y  elcYando  hacia  ella  sus  ma- 


—  ¡Oh!  quedaos tío  me  abando- 
néis... hace  mucho  tiempo  que  os  estoy 
es  pe  rail  du...» 

A  esta  súplica  hecha  con  la  temerosa 
candidez  de  un  niílo,  con  una  resignaciotí 
que  contrastaba  de  una  manera  estraila 
con  el  arret)alo  feroz  de  que  tanto  se  h'a-' 
bia  fspaiitado  Adriana, respondió  hacien- 
do st  ñas  ?  Flurina  de  que  se  dispusiese "á 
pai  tir. 

— ^j*rííicipe....  n)e  es  Imposible  perma- 
necer aquí  por  mas  tiempo. 

—  Pero...  ¿Volvereis?  dijo  Pjalma con- 
teniendo las  lágrimas,  ¿os  volveré  á  ver? 

—  ¡Oh  no,  jamás,  jamás  !....  dijo  Mlle, 
de  Cardoville  con  voz  apagada;  aprove- 
chándose en  seguida  de  la  admiración  que 
habia  causado  a  Djalma  su  respuesta, 
Adriana  desapareció  rápidamente  detrás 
de  uno  de  los  árboles  del  invernáculo. 

Kn  el  momento  en  que  Fhirina ,  apre- 
surándose á  reunirse  con  su  señora,  pa- 
saba por  delante  de  Kodin ,  este  la  dijo 
con  v  iz  rápida  y  baja  : 

— Maùaria  es  preciso  acabar  el  asunto 
respecto  á  la  Gibosü. 

Flurina  se  estremeció,  y  sin  responder 
á  Rodin,  desapareció  coaij  Adriana  de- 
trás do  los  árboles. 

üjálma,  anonadado,  se  hábia  quedado 
de  rodillas  con  la  cabeza  inclinada  sobre 
el  pecho;  su  encantadora  fisonomía  no  es- 
presaba ni  cólera  ni  arrebato,  sino  un  es- 
tupor profundo;  lloralía  ^ilenciosamen'te. 
Ai  ver  á  Kodin  (¡»ie  se  'le  acercrfba ,  em- 
pezó a  temblar  lanluque  apenas  pudo  lle- 
gar con  paso  vacilante  hasta  eldrvandoo- 
de  cayó,  ocultando  su  rostro  tnlresius 
manos. 

lùilonces  Rodin  .  adelantándose  <h¿ria 
él,  le  dijo  con  lor.o  d^ilce  y  coniuoido: 

—  ¡  Ay  !....  bien  tenvia  loque  Aa  í  «u- 
oedcr;  no  quería  daros  á  conocer  va<.«tva 


At.BUa. 


249 


fcienlirrhnra ,  y  os  había  diclio  qtio   er« 
Viija  :  ¿sabéis  ponjiu*,  (jucridt»  principe? 

Djaliiia,  sin  n-spomlor,  dejó  caer  sus 
manos  sobre  sus  rodelas,  y  volvió  hacia 
Rodin  su  rustro  inundado  do  lágrimas. 

— Ya  sabia  (jiie  la  señorita  do  Cardovi 
lie  era  encantadora:  sabia  que  á  vuestra 
,..  edad  cs  niiiy  fdcil  enamorarse,  prosiguió 
Rodin  ,  y  queria  evitaros  ese  dt-sgraciaíJo 
inconveniente,  querido  príncipe,  porijue 
\uestra  protectora  ama  desesperadamen- 
te á  un  bello  joven  de  esta  ciudad. 

Al  oir  estas  palabras,  Djalma  llevó  vi- 
vamente sus  dos  manos  á  su  corazón,  co* 
mo  si  acabase  de  recibir  una  herida  agtt- 
da ,  arrojó  un  grito  de  dolor  feroz ,  d('já 
caer  lánguidamente  su  cabeza  hacia  otras, 
y  se  desmayó, 

Kodin  le  examinó  fríamente  durante  bK< 
gunos  segundos,  y  dijo  al  tiempo  de  mar- 
charse limpiando  con  el  codo  su  grasicnto 
sombrero  : 

— Vamos...  bien...  esto  le  hiere...  es- 
to le  hiere.... 

X. 

L09  CONSEJOS. 

Eran  las  nueve  en  punto  de  la  noche 
del  dia  en  que  Mlle,  de  Cardoville  se  ha- 
bía hallado  por  la  primera  vez  en  presen- 
'  cía  de  Djalma.  Florina  acababa  de  entrar, 
'  '  pálida,  Irótnuía  y  con  una  palmatoria  en 
la  mano,  en  la  alcoba  que  estaba  sencilla 
pero  cómodamente  «mueblada. 

Ksta  pieza  correspondía  á  la  habitación 
que  ocupaba  la  Gibosa  en  casa  de  Adria- 
na, y  la  cual  estaba  situada  en  el  piso  ba- 
jo y  tenía  dos  entradas  î  la  una  daba  al 
jardin,  la  otra  al  patio:  por  este  lado  en- 
^  trabarl  las  perdonas  que  Tenían  á  ver  á  la 
Gibosa  para  obtener  algún  socorro:'  un 
recibidor  donde  esperaban  y  an*  sala 
donde  redbia  las  peticiones;  estas  eran 
las  piezas  habitadas  por  la  <iibosa  k  las 
que  servia  de  complementóla  alcoba  don- 
de Florioa  acababa  de  entrar  con  aire  in- 


quieto, casi  alarmada,  casi  sin  tocar  la 
allombra  con  la  punta  de  los  pies  y  {»pli- 
cand<>  el  oido  al  menor  ruido. 

Habiendo  puesto  la  doncella  sobre  la 
chimenea  la  palmatoria  que  traía  en  la 
mano,  se  dirijió  fiaría  un  bufete  de  caoba 
coronado  de  un  estante  bien  pertrechado; 
los  cajones  de  este  n)ueb!e  tenían  la  llave 
en  la  cerradura:  y  Florina  los  abrió  lodos. 
Contenían  todos  diferentes  peticiones  de 
socorros  con  algunas  notas  escritas  por  la 
Gibosa.  Lo  (|ue  Florina  buscaba  no  se  ha- 
llaba allí.  Un  mueble  con  tres  cajas  de 
carton  para  papeles  separaba  la  mesa  del 
estante:  estas  cajas  fueron  inútilmente 
registradas  por  Florina  ,  la  cual  hizo  un 
gesto  de  desd»  nosod¡5gu>;lo,  miró  después 
à  todas  parti-s,  se  puso  otra  vez  á  escu- 
char Con  ansia  y  divisando  una  cómoda 
hizo  én  ella  nuevas  é  inútiles  pesquisas. 

Al  pié  de  la  cama  había  una  puertecita 
quv  daba  paso  á  un  gran  gabinete  de  to- 
eador."Florina  entró  en  él  y  registró  sin 
écsilof  un  gran  armario  dondee.»taban  col- 
gados varios  vestidos  negros  acabttdos  de 
hacer  para  la  Gibosa  de  orden  de  Adria- 
na. Notando  en  la  labia  baja  una  ina!ota 
vieja  medio  escondida  en  el  fondo  debajo 
de  una  capa,  la  abrió  con  precaución.... 
y  halló  cuidadosamente  doblados  los  hu- 
mildes y  viejos  vestidos  que  llevaba  laGí-' 
bosa  cuando  entró  á  vivir  en  estâopulea* 
ta  casa. 

Florina  se  sobresaltó;  una  emoción  in- 
voluntaria contrajo  sus  facciones,  y  pen- 
sando (|ue  no  era  tíenjpo  de  estremecerse 
Sino  de  obedecer  las  superiores  órdenes 
de  Kodin,  volvió  á  cerrar  de  pronto  la 
maleta  y  el  armario,  salió  del  tocador  y 
se  volvió  á  la  alcoba. 

Dtspues  de  hnlter  ecsaminado  otra  vez 
el  bufete  le  ocurrió  repentinamente  una 
idea.  No  contenía  Con  haber  registrado  de 
nuevo  los  cartones,  sacó  enteramente  el 
primero,  esperando  tal  vez  hallar  lo  que 
63* 


250 


ALBDM. 


buscaba  entre  el  carton  y  el|mueble;  pero 
nada  vio.  Su  segunda  tentativa  fué  mas  fe- 
liz, pues  encontró  escondido  donde  espe- 
raba un  cuaderno  de  papel  bastante  abul- 
tado. Hizo  un  movimiento  de  sorpresa, 
pues  esperaba  otra  Côsa;  sin  embargo  to- 
mó el  manuscrito,  lo  abrió  y  hojeó  pre- 
cipitadamente. Después  de  haber  recono 
cido  algunas  páginas  se  manifestó  satisfe 
«ha  é  hizo  un  movimiento  para  meter  el 
cuaderno  en  su  faitriíiuera  ;  pero  al  cabo 
de  un  momento  de  reflecsion,  lo  volvió  á 
poner  en  su  sitio,  púsolo  todo  en  orden, 
tomó  su  palenatoria  y  salió  del  cuarto  sin 
haber  sidosorprendida,  según  ella  conta- 
ba, pues  sabia  qije  la  Gibosa  estaría  al- 
gunas huras  con  Mlle,  de  Carduville. 


Al  dia  siguiente  de  esta  operación ,  la 
Gibosa  estaba  sola  en  su  cuarto  sentada 
«D  un  sillon  al  lado  de  la  chimenea  donde 
habia  un  fuego  escelente;  una  espesa  al- 
fon^bra  cubria  el  suelo:  al  través  de  las 
cortinas  de  las  ventanas  se  veia  el  prado 
de  un  gran  jardin  :  el  profundo  silencio 
que  reinaba  era  solo  interrumpido  por  el 
compasado  ruido  de  la  péndola  de  un  re 
loj  y  por  el  chisporroteo  del  fuego  de  la 
chimenea. 

La  Gibosa,  que  tenia  sus  codos  apoya* 
dos  en  los  brazos  del  sillon,  estaba  entre- 
gada á  UD  sentimiento  de  dicha  que  ja- 
mas habia  esperimentado  tan  completa- 
mente desde  que  habitaba  en  aquella  casa. 
Habituada  después  de  tanto  tiempo  á  crue- 
les privaciones,  sentía  un  encanto  ines- 
plicable  en  el  silencio  de  aquel  retiro,,  en 
la  alegre  perspectiva  del  jardín  y  princi- 
palmente en  la  persudcion  de  deber  el 
bienestar  de  que  gozaba  á  la  resignación 
y  enerjía  que  habia  manifestado  en  medio 
de  tantas  angustias,  tan  felizmente  ter- 
minadas. 

Una  muger  de  edad,  de  áulce  y  bon 


al  servicio  de  la  Gibosa  mediante  la  no- 
luntad espresa  de  Adriana ,  entró  y  le 
dijo: 

— Señorita,  aqui  está  un  joven  que 
desea  hablaros  al  instante  sobre  un  ne« 
gocio  urgente....  se  llama  Agrícoi  Bau- 
doin. 

Al  oir  este  nombre,  la  Gibosa  dio  un 
ligero  grito  de  alegría  y  de  sorpresa ,  se 
sonrojó  un  poco,  se  levantó  y  echó  á  cor- 
rer á  la  puerta  que  conducía  al  salon  don- 
de Agrícoi  estaba  esperando. 

— Buenos  días,  mi  buena  Gibosa ,  dijo 
el  herrero  besando  cordialmente  á  la  jo- 
ven cuyas  mejillas  se  enardecieron  y  son- 
rosaron con  estos  besos  fraternales. 

— ¡Ah,  Dios  mió!  esclamó  de  pronto 
la  costurera  mirando  á  Agrícoi  con  ansian 
que  significa  esa  venda  negra  que  tienes 
en  la  frente?  ¿estas  herido? 

— No  es  nada,  respondió  el  herrero  , 
nada  absolutamente....  no  te  ocupes  de 
eso...  ahora  lediré...  como  me  ha  sucedi- 
do.... pero  antes  tengo  que  confiarte  co- 
sas de  mucha  importancia, 

— Ven  á  mi  cuarto;  allí  estaremos 
solos:  dijo  la  Gibosa  precediendo  á  Agrí- 
coi. 

A  pesar  de  la  muchísima  inquietud  que 
demostraba  la  físonomia  de  Agricol ,  no 
pudo  menos  de  sonreírse  de  contento  al 
entraren  el  cuarto  de  la  joven  y  al  mirar 
al  rededor  de  sí. 

— Vaya,  me  alegro,  mi  buena  Gibosa; 
asi  hubiera  yo  querido  verte  alojada  siem- 
pre.... reconozco  á  Mlle,  de  Cardoville... 
I  Qué  cora/ou!  ¡Qué  almaj....  Tu  no 
Aabes....  que  me  ha  escrito  antes  de  ayer 
para  darme  gracias  por  lo  que  había  he- 
cho por  ella...  y  envíándome  un  aitiler 
de  oro  muy  sencillo  que  yo  podía  aceptar, 
me  decia  ei)  su  carta,  porque  no  tenía  mas 
valor  que  el  haber  sido  usado  por  su  ma- 
dre. ¡  Si  supieses  cuanto  me  ha  enterne- 


dadosa  fisonomía,  que  había  sido  colocada    cido  la  delicadeza  de  este  regalo! 


— ^Nada  debe  eslraùarse  de  un  corazrii 

•como  el  suyo respondió  la  íiibosa 

pero  lu  herida....  tu  horiiia. 

— Voy  á  decírtelo,  tni  buena  (iibosa  ; 
,j  tengo  tantas  cosas  que  contarte  aiileb! 
Empecemos  por  lo  mas  urgente...  piies 
se  trata  de  darme  nn  buen  con>ejo  sobre 

un  caso  muy    ^rave ya  sabes  cuanta 

conlianza  tt'n^o  en  tu  e>Cilenle  corazón  j 
en  tu  razón  ...  Üespuc*  te  pediré  un  fa- 
vor..r.  ¡Oh!  si,  un  gran  favor,  añadió 
«I  herrero  con  voz  tan  pt-tietrada  y  casi 
solemne,  que  admiró  á  la  Gibosa;  en  se- 
guida repuso....  pero  empecemos  por  lo 
que  no  n)e  es  personal. 

—  Despáchale. 
— Ya  sabes  que  de^üe  que  tiA  madre 

fué  á  vivir  con  (iabriel  al  curato  de  cam- 
paña que  este  obtuvo  y  desde  que  mi  pa- 
dre habita  con  el  mariscal  Simon  y  con 
sus  hijas,  me  fui  á  ab>jar  á  la  fabrica  de 
Mr.  Hardy,  con  mis  compañeros  en  la 
casa  común,  lista  mañana....  ¡ah!....  es 
menester  que  sepas  que  Mr.  Hardy  ,  es- 
tando de  vuelta  de  un  largo  viage  que 
hizo  últimamente,  se  ha  ausentado  ulra 
vez  hace  algunos  dias  á  causa  de  sus  ne- 
gocios. Eíta  mañana,  á  la  hora  del  al- 
míierzo,  yo  me  habia  quedado  trabajando 
un  poco  nías  después  de  la  última  cam- 
panada :  salí  de  la  fabrica  para  ir  á  nues- 
tro refectorio  y  vi  entrar  en  el  patio  una 
mujer  que  acababa  de  apearse  de  un  co- 
che: esta  muger  se  me  acercó,  y  á  pesar 
de  que  tenia  niedio  echado  el  velo  noté 
que  era  rubia  ,  bonita  y  dulce  y  estaba 
vestida  como  una  persona  de  mucha  con 
sideración.  Admirado  de  su  palidez  v  de 
su  inquietud  le  pregunté  (jiié  queria  : 

—  Decidme,  me  pregiint»'»  con  voz  tré- 
mula y  pareciendo  esforzarse  un  poio: 
¿sois  trabajador  de  esta   fabrica? 

■—Si ,  señora. 

— ¿Con  que  Mr.  Hardy  corre  algún  ries- 
go? esclamó. 


— ¿Mr.  Hardy?  ¡si  no  está  en  la  fá- 
brica! 

—  i  Cómo  !  repuso.  ¿Mr.  Hardy  tío  lia 
vuelto  anoche?  ¿No  ha  !>¡do  peligrosa- 
mente herido  por  una  mái|uína  al  recor- 
rer la  fábrica? 

Al  pronunciar  estas  palabras,  Inslaliios 
de  la  |)obieji'iven  teniblal)an  ('sce>iviirnente 
y  noté  (|ue  se  le  escaparon  algunas  lágf  i- 


— (^iracias  á  Dios  no  hay  nada  de  eso  , 
Ih  respoii'll;  Mr.  Hardy  no  ha  vuelto  t<»- 
davia  y  segiin  dicen  solo  debe  Tei^ar  mih- 
ñaiía  ó  pasado. 

— ¿  Kstais  seguro  de  loquedecis?  ¿.Mr. 
Hardy  no  ha  llegado  aun?  ¿no  está  heri- 
do? repuso  la  bella  joven  enjugándose  las 
lágrimas. 

— Señora,  os  digo  la  pura  verdad,  si 
Mr.  Hardy  estuviese  herido  no  os  habla- 
ría ile  él -con  tanta  serení  Jad. 

— Tíracias,  gracias,  repuso  la  joven. 

En  seguida  me  manifestó  su  recunoi^i- 
miento  con  aire  tan  cof.lenlo  y  tan  sensi- 
ble que  me  interesó.  Pero,  repentina- 
mente y  como  si  en  aquel  momento  se 
avergonzase  del  paso  que  acababa  de  dar, 
acabóde  bajar  su  veloy  se  marchó,  atra- 
vesó el  patio  y  tomó  el  coche.  Yo  siipue 
que  era  una  señorita  que  se  interesaba 
por  Mr.  Hardy  y  que  se  habia  alarmado 
de  alguna  voz  infundada. 

— Sin  duda  le  ama  ,  dijo  la  Gibosa  en- 
ternecida, y  estando  tan  inqmeta  ,  tal  vez 
haya  cometido  una  imprudencia  viniendo 
a  preguntar  por  él. 

—  Demasiado  verdad  es.  La  vi  entrar 
en  sucothe,  cun  interés,  por  que  su  emo- 
ción me  l);jbia  enternecido.  I)e,-pues  que 
se  marcho  ¿qué  es  lo  (jue  vi  á  pocos  ins- 
lantes?  uii  birlocho  de  al(|ui  er  que  la  jó- 
Nen  no  pudo  apeicibir  ocuito  en  un  án« 
guio  de  la  pared;  en  el  mumenlo  quedió 
la  vuelta  distinguí  perfectamente  à  un 
hombre  sentado  al   lado  del  cocliero  ha. 


252 


ALita. 


cicndo  soíias  á  éste  para  que  siguiesq  'el 
mismo  camino,  que  cl  coclie.  ' 

— Sin  duda  seguían  á  esa  pobre  scùqi^, 
dijo  la  Gibosa  coi)  inquietud.  ,  _  , 

— Si,  no  hay  duda:  asi  es  que  ephé 
á  correr  para  alcanzar  el  coche  :  llegue , 
y  al  través  de  las  cortinillas  que  estaban 
echadas,  dije  á  la  joven  al  mismo  tiempo 
que  yo  corria  al  lado  de  la  puerleciila. 

«Señora,  tened  (tuidado,  un  birlocho  os 
sigue.  » 

«¡Bien bien Agrícol me 

respondió. 

La  oí  esclamar  con  acento  doloroso: 
♦Gran  Diosl  el  coche  continuó  su  cami- 
no. A  poco  pasó  á  mi  lado  el  birlocho ,  y 
noté  que  al  lado  del  cochero  iba  un  hom 
bre  alto  gordo  y  colorado  que,  habién- 
dome visto  correr  detrás  del  coche,  ma- 
lició tal  vez  alguna  cosa,  f orque  me  mi- 
ró con  aire  inquieto, 

— ¿Y  cuándo  llega  Mr.  Hardy?  pre- 
guntó la  Gibosa. 

— Mañana  ó  pasado  :  ahora ,  mi  bueña 
Gibosa,  aconséjame.  Es  evidente  que  esta 
joven  ama  á  Mr.  Hardy;  sin  duda  es  ca- 
sada ;  pues  al  hablarme  estaba  muy  cor- 
tada,  é  hizo  una  esclamacion  de  espanto 
al  saber  (jue  la  seguiai  .  ¿Qué  debo  ha- 
cer? tenia  ánirno  de  pedir  const^jo  al  tio 
Simon;  pero,  ¡es  tan  rígido!  Y  ademas... 
á  su  edad...  ¡  asuntos  amorosos  !  En  vez 
que  tú,  mi  buena  Gibosa,  que  eres  tan 

delicada  y  tan  sensible comprenderás 

todo  es-to...  .  ^ 

La  joven  se  sobresaltó  y  se  sonrió  con 
.tristeza  :  Agricol  no  lo  notó  y  prosiguió  : 

— Así,  dije  para  mí:  solo  la  Gibosa  pue 
de  aconsejarme.  Suponiendo  que  Mr.  Har 
dy  venga  mañana  ¿debo  decirle  lo  que  ha 
pasado,  ó?,..,    , 

—.Espera,  saltó  la  Gibosa  interrumpien 
do- á  Agricol  y  pareciendo  acordarse  de 
aíguna  cosa...  Cuando  fui  á  pedir  trabajo 
al  contento  de  Santa  María,  la  superiora 


me  propuso  entrar  como  costui'erá  en  tind 
casa  en  la  cual  yo  debia  vigilar...  en  una 
palabra...  espiar... 

— ¡Miserables  I 

— ¿Sabes,  dijo  la  Gibosa,  s^abes^n  que 
casa  me  proponían  entrar  para  ejercer  es- 
te indigno  oficio?  en  la  de  la  señora  de... 
Fermont  ó  de  Brcmont,  no  me  acuerdo 
bien ,  muger  sumamente  religiosa  ,  pero 
cuya  hija,  que  se  casó  muy  joven  debia 
yo  vigilar  principalmente,  según  añadió 
la  superiora,  porque  recitiacontinuamcn" 
te  las  visitas  de  un  manufacturero. 

— ¿Qué  dices?  esclamó  Agricol  ¿se- 
ria''.,. 

— Mr.  Haidy.,,  yo  tengo  motivos  para 
no  olvidar  este  nombre  que  la  superiora 
pronunció. 

Desde  ese  dia  han  pasado  tantas  cosas 
que  olvidé  esta  circunstancia.  Así, es  pro- 
bable que  esta  es  la  misma  joven  de  quien 
me  hablaron  en  el  convento. 

— ¿Y  qué  interés  podia  tener  en  esto  la 
superiora?  preguntó  el  herrero. 

— Lo  ignoro;  pero  yaves,  e\  motivo 
subsiste  siempre  puesto  que  esta  joven  si- 
gue vigilada y  tal  vez  á  esta  hora,  ia 

han  denunciado  y  deshonrado...  ¡  Ah  ¡es 
co.>;a  terrible  ! 

La  Gibosa  viendo  á  Agricol  sobresalta- 
do continuó  : 

— ¿Qué  tienes? 

— ¿Y  por  qué  no?  dijo  el  herrero  ha- 
blando cun-igo  mismo,..  Si  todo  esto  vie- 
ne de  una  misma  persona...  La  superiora 
de  un  convento  puede  entenderse  muy 
,bien  con  un  abate Pero  ¿con  qué  ob- 
jeto? 

— Esplícate.  Agricol,  salló  la  Gibosa... 
Y  además,  tu  herida  ¿cómo  la  has  reci- 
bido? le  ruego  que  me  Irartquilices. 

— Precisamente  voy  á  hablarte  de  eso, 
porque,  á  la  verdad,  fcuanto  mas  pienso 
en  ello,  tanto  mas  me  parece  que  esta 
aventura  se  refiere  á  ciertos  hechos. 


▲LlllM 

-^¿Úiió  dices? 

— ^Figúrate  que  liace  algunos  días  que 
suceden  cjsas  sin^iilürcs  on  las  inmedia- 
ciones de  nueslra  f<<bri»'a Anle  lodo, 

como  es'amos  en  cuaresma  ,  un  ahate  df 
Paris,  homhre  alto  y  Imeii  mozo,  lia  ve- 
nido sogiin  dicen,  á  predicar  al  piiehiecilo 
\le  N  lliers,  q«ie  esta  á  un  cuarto  de  legín 
del  taller.  Kste  abate  lia  hallado  ocasión 
de  atacar  y  de  calumniar  en  sus  sermones 
á  Mr.  Ilardy. 

« — ¿(^Wno  es  oso? 

— Mr.  Hardy  ha  hecho  imprimir  una 
especie  de  reglamento  relativo  á  nuestro 
trabajo  y  á  los  derechos  en  las  ganancias 
que  nos  concede:  este  reglamento  está  se 
guido  de  varias  máximas  nobles  y  senci- 
llas,  de  algunos  preceptos  de  fraternidad 
que  están  al  alcance  de  todo  el  mundo  y 
sacados  de  las  obras  de  diferentes  filósofos 
y  religiones.  Porque  Mr.  Hardy  ha  es- 
tractadolo  mas  puro  que  habiaen  los  pre- 
ceptos religiosos,  el  abate  ha  sacado  la 
conclusion  que  no  tiene  religion  ninguna, 
y  se  ha  fundado  en  este  tema  no  solo  pa- 
ra atacarlo  en  el  pulpito  sitio  para  desig- 
nar nuestra  fábrica  como  un  foco  de  per- 
dición y  de  corrupcit)n ,  pues  en  vez  de  ir 
los  domingos  á  oir  sus  sermones  ó  á  la  ta- 
berna, nuestros  compañeros,  sus  mugeres 
é  hijos,  pasan  el  día  cultivando  sus  peque 
íiosjardmes,  leyendo,  ó  cantando  en  co- 
ro, ó  bailando  en  familia  en  nuestra  casa 
común  :  el  abate  ha  IK'gado  hasta  decir 
que  la  inmediación  de  un  puñado  de  ateos, 
así  es  como  nos  llama,  podrá  atraer  al 
pais  la  cóle^-a  del  cielo....  que  se  hablaba 
mucho  del  cólera  que  iba  ganando  terre- 
no, y  que  gracias  á  esta  impia  vecindad, 
seria  muy  posible  que  todas  las  inmedia- 
ciones fuesen  castigadas  con  esa  plaga  ven 
gadora. 

— Pero  decir  tales  cosas  á  gentes  igno- 
rantes, esclamó  la  Gibosa,  seria  arriesgar 
el  escitarlos  á  funestas  acciones. 


253 


— liso  era  jii>tamehle  lo  tjue  quería  el 
abate. 

— ¿0"<-^  dices? 

—  Los  habitantes  de  los  alrededores,  es- 
citados sin  duda  por  algunos  alborotado- 
res,  se  muestran  hostiles  con  los  obreros 
(le  la  fábrica;  han  escilado  también,  si  no 
>u  odio.á  lo  monos  su  envidia...  en  efecto, 
viéndotios  vímf  en  común,  bien  tratados, 
bien  alimentados,  bien  vestidos,  acliviw, 
alegres  y  laboriosos,  su  celo  se  ha  irritado 
por  los  sermon, -s  del  abate  y  por  los  sor- 
dos ardides  de  algunos  pillos  á  quienes  he 
reconocido  por  los  mas  infames  obreros 
de  Mr.  IVipeaud....  nuestro  competidor. 
Todas  esas  oscilaciones  empiezan  á  tener 
MIS  resultados;  ya  ha  habido  tres  ó  cua- 
tro pendencias  entre  nosotros  y  los  habi- 
tantes de  los  alrededores...  en  una  de  ellas 
fué  donde  recibí  una  pedrada  'en  la  ca- 
beza... 

— ¿Y  n)  es  cosa  grave,  Agricol?  dijo 
la  Gibosa  con  inquietud. 

— Nada  absoluiamente,  te  digo...  pero 
it>s  enemigos  de  .Mr.  Hardy  no  se  han  con- 
tentado cnn  los  sermones,  han  puesto  en 
obra  aliiuna  cosa  mas  peligrosa. 

— .-.Oué? 

— Yo  y  casi  todos  mis  camaradas  toma- 
mos parte  en  la  revolución  do  julio;  pero 
por  ahora  no  nos  conviene  el  tomar  las 
armas  ;  no  es  e>la  la  opinion  de  lodo  el 
inundo,  pues  ya,  sea  como  quieran;  no- 
sotros no  insultamos  á  nadie,  pero  teñe- 
linos  nuestro  plan;  y  el  padre  Simon,  que 
oslan  valiente  como  su  hijo,  y  tan  patrio- 
ta como  nailie,  ncs  aprueba  y  nos  dirige, 
I  Pues  bien  !  hace  algunos  diasque  encon- 
tramos por  toda  la  fabrica,  en  el  jardín, 
i'n  los  palios,  papeles  impresos  donde  se 

nos  dice «  Sois  unos  cobardes,  unos 

egoístas;  porque  la  casualidad  os  ha  dado 
un  buen  amo,  permanecéis  indiferentes  á 
la  desgraoia  de  vuestras  hermanos  y  á  Jos 
medios  de  emanciparlos;  el  bienestar  ina- 
teríal  os  debilita.» 
64* 


254  ALBtriií, 

-^¡  Dios  mió;  Agricol,  que  persisten- 
cia tan  espantosa  en  h  maldad!... 

— SÚ...  y  desgraciadamcplí}  esos  insul- 
tos han  empezado  á  tener  alguna  inlluen- 
ciaen  muchos  de  nuestros  ma*  jóvenes  ca- 
maradas;  y  como  después  de  todo,  se  di- 
TÍgian  á  sentimientos  generosos  y  eleva- 
dos, han  tenido  eco y  se  han  desarro- 
llado algunos  gérmenes  de  division  en  nues 
•tros  talleres  hasta  ahora  tan  fraternalmen- 
te unidos;  se  advierte  que  reina  una  sorda 

fermentación una  fria  desconfianza 

reemplaza  en  algunos  á  la  cordialidad  acos 
lumbrada...  Ahora,  si  yo  dijera  que  estoy 
casi  seguro  de  (|ue  esos  papeles  impresos, 
colocados  en  las  paredes  de  la  fábrica,  y 
que  han  hecho  estallar  entre  nosotros  al- 
gunos motivos  de  discordia  ,  han  sido  es- 
parcidos por  el  emisario  de  ese  abate  pre- 
dicador  

¿no  crees  tú  que  la  coin- 
cidencia que  hay  en  lodo  esto  con  lo  que 
ha  sucedido  esta  mañana  á  esa  joven,  prue- 
ba que  Mr.  Hardy  tiene  desde  hace  algu- 
nos dias  muchos  enenwgos? 

— A  mi  también  me  parece  en  estremo 
terrible  todo  lo  que  me  acabas  de  contar, 
dijo  la  Gibosa ,  y  es  todo  ello  tan  grave 
que  solo  Mr.  Hardy  podrá  tomar  una  re- 
solución respecto  8  ese  asunto...  En  cuan- 
to á  lo  que  ha  sucedido  esta  mañana  á  esa 
joven,  rae  parece  que  tan  pronto  como 
vuelva  Mr.  Hardy  d«bes  pedirle  una  en- 
trevista ,  y  por  delicada  que  te  parecza 
una  revelación  semejante,  contarle  todo 
lo  que  ha  pasado. 

— Eso  es  precisamente  lo  que  me  de- 
tiene.... ¿No  temes  tú  que  yo  aparezca  á 
sus  ojos  como  indiscreto  y  que  crea  quie- 
ro penetrar  sus  secretos? 

— Si  s:3  júven  no  hubiese  sido  seguida, 
participarla  de  tus  escrúpulos Poro  la 


dy...  Supon,  como  es  muy  probable,  q^re 
esa  j<5ven  sea  casada ¿no  será  conve- 
niente por  mas  de  mil  razones  que  Mr. 
Hardy  sea  instruido  de  todo? 

— En  efecto, así  es,  mi  buena  Gibosa.,, 
seguiré  tu  consejo,  todo  lo  sabrá  Mr.  Har- 
dy... y  supuesto  que  ya  hemos  convenido 
respecto  á  este  punto,  hablemos  de  otra 
cosa...  de  mi  precisamente...  sí,  de  mí.^. 
porque  has  de  saber  que  se  trata  de  una 
cosa  de  la  que  depende  la  felicidad  de  mi 
vida  ,  añadió  el  herrero  con  un  tono  de 
voz  tan  grave  que  no  pudo  menos  de  cho- 
car á  la  Gibosa.  Tu  sabes  bien,  continuó 
Agricol  después  de  un  momento  de  sil"n- 
ció,  que  nada  te  he  ocultado  desde  mi  in- 
fancia, que  todo  te  lo  he  dicho...  todo  ab- 
solutamente... 

— Lo  sé ,  Agricol ,  sí ,  lo  sé,  dijo  la  Gi- 
bosa presentando  su  mano  blanca  al  her- 
rero, quien  después  de  haberla  estrecha- 
do cordialmente,  continuó: 

— Cuando  digo  que  nada  te  he  oculta- 
do...;he  mentido,  mi  buena  Gibosa...  por- 
quenunca  tehe  habladode  misaníoríos..^ 
pues  aunque  todo  puede  decirse  á  una 
hermana,  hay  sin  embargo  ciertasjcosas  de 
las  quo  no  debe  hablarse  á  una  honrada 
muchaciía  cüOío  tú. 

—  Y  te  doy  las  gracias  por  ello,  Agri- 
col: habia  notado  esa  reserva  de  tu  par- 
te... respondió  la  Gibosa  bajando  los  ojos 
y  disimulando  heroicamente  el  dolor  que 

sentía  en  aquel  momento te  doy  las 

gracias... 

— Pero  por  la  misma  razón  que  no  ha- 
bia querida  hablarte  nunca  de  nn's  amo- 
ríos, me  habia  yo  dicho  á  mí  mismo...  Si 
líesase  alguna  vez  á  pensar  en  estas  cosas 
con  formalidad...  en  fin,  si  me  enamora- 
se hasta  el  ptmto  de  pensar  encasarme... 
¡Oh!  entonces,  como  se  hace  con  una 
hermana...  la  buena  Gibosa  seria  la  pri- 


espian;  es  indudable  que  la  amenaza  al- 
gún peligro...  y  á  mi  modo  de  ver  tu  de-  j  mera  que  lo  supiese, 
bes  prevenir  oportunamente  á  Mr.  Har-|     — Eres  muy  bueno,  Agricol. 


*'  trr;M. 


i:..ô 


— Tues  Wwn ya   lia   lle^ndo   aipioW  lamliit-n  (J.-  mi  corazón.   Kn  iina   ¡lalal 


l 


caso estoy,  eiiainnradü  c»)ini>  un  loco 

y  pienso  casarme. 

Al  oír  estas  palabras  do  bocn  de  Afjri- 
col ,  se  sintió  la  pobre  Gibosa  paralizad» 
enteramente  durante  al¿;iinos  instantes-; 
pareoia  que  su  sanare  se  iiahia  brlaiio  en 

sus  venas su  corazón  d'jó  i)e  latir 

Tero  en  seguida  ,  pasada  que  fué  a(|U(>lla 
primera  emoción  ,  á  la  ntaiu-rn  que  una 
mártir  que  en  la  excitación  del  dolor  mis- 
mo baila  una  especie  de  poder  terrible 
que  la  bace  sonreír  en  medio  de  los  tor- 
n»entos,  la  desgraciada  joven  bailó  en  el 
temor  do  dejar  penetrar  el  secreto  de  su 
ridículo  y  fatal  amor  una  fuerza  invenci- 
ble, levantó  la  cabeza,  miró  al  tierrero 
con  tran(|ijilidad,  y  le  dijo  con  voz  íiruir: 

— ^^¡Ab  !  con  que  tu  amas  á  algufia 

'Con  forrualidad 

— Es  decir,  mi  buena  Gibosa,  que  desde 

hace  cuatro  dias no  pictiso ó  mas 

bien,  no  vivo  sino  de  este  amor 

— ¿Y  solu  bsce cuatro  dias que 

estás  enamorado?... 

— Precisamente pero  el  tiempo  no 

hace  el  caso 

— ¿Y es  muy  bonita  tu  qucriila? 

— Murena,.,  ojos  azules...  y  tan  gran- 
des, tan  dulces,  tan  hermosos  como  los 
tuyos. 

— Tu  me  lisonjeas,  Agricnl, 

— No,  no  lo  creas,  asi  es  la  verdad... 
y  se  llama  Angola ¡«jné  bonito  nom- 
bre!... ¿,noesverdad.  mi  buena  Gibosa?... 

— Sí,  es  un  nombre  encantador....  dijo 
la  pobre  miicbaclia  comparatidocon  amar- 
gura el  contraste  de  este  gracioso  nombre 
con  el  apodo  do  Gibosa  que  Agricol  la 
daba  sencillamente. 

—  Kn  efecto,  continuó  con  terrib'etran 
quilidad,  ¡Angela!...  sí,  es  un   nombre 
precioso. 

— Pues  figúrate  que  ese  nombre  no  so 
lamente  es  la  imñgen  de  la  figura,  sino 


tiene  un  corazi>n  tan   bello  ctuno  el  luy<  . 

—  ¡('on  que  olla  tiene  niis  ojos...  tiei  f 
mi  corazón...  dijo  la  tíibosa  sonriendo.. . 
es  «;ingu!ar  como  nos  parecemos  1 

Agric<il  no  notó  la  desesperada  iroiii,i 
(]Uo  ociiltabafi  las  pal.ibras  de  la  Gibosa, 
y  conliiuii)  hablando  con  una  ternura  tau 
sincera  como  inocsorable: 

— l*uos  (|ué  ¿crees  tu.  mi  htiena  Gi- 
bosa, que  me  babria  yo  dejado  doniin'r 
por  un  amor  formal,  sino  hubiese  li  i - 
Tado  en  la  que  amo  el  mismo  carái'<í, 
el  mismo  talento  y  el  mismo  corazón  que 
reconozcft  y  admiro  en  tí? 

—  VaiiHS,  hermano  mió,.,  dijo  la  Gi- 
bosa sonrier.do y  la   inrrtuiudií  lii\o 

el  valor  y   la  fuerza  de  roir ^'alllos. 

estás  mu.  galante  conmigo ¿Y  di'inde 

has  conocido  esa  interesante  mugor? 

— Es  ju.stamente  la  hermana  de  uno  de 
mis  camaradas:  su  madre,  que  es  la  di- 
rectora de  las  labores  de  cosliira  y  lavatlo, 
nece.-ito  de  una  operaría  mas,  y  como  se- 
gún Costumbre  establecida  en  la  íibnca 
son  preferidos  siempre  los  parientes  de  los 
(jiie  trabitjan  »'n  ella,  hizo  venir  á  .<u  luja 
de  Lila,  en  donde  estaba  con  i\i\a  de  sus 
lias,  y   hace  cuatro  ó  cinco   dias  ijue  se 

halla  en  la   fabrica la  primera  noche 

que  la  vi  pasé  1res  horas  en  la  vela  ha  • 
blando  con  ella,  su  madre  y  su  herma- 
na   ¡  jy  !  al  (lia  siguiente  me  sentí  he- 
rido en  el  cor.íz..n;   al   otro  se  aumentó 

mas  mi  inquietud,  y  ahora  estoy  loco 

loco  enteramente y  resuelto  á  casar- 
me si  tu  me  lo  aconsejas...  Porque  á  pe- 
sar de  todo  has  de  saber  que  nada  din''  á 
mi  padre  ni  á  mi  mailre  basta  d.  .-pues  de 
haber  oido  tu  ííiodo  de  pensar. 

—  No  te  comprendo,  .Agrieu!. 

— Ya  sabes  la  confianza  absoluta  ijue 
tengo  en  el  increíble  instinto  de  (u  cora- 
zón..Muchas  veces  me  has  dicln»;  Agricol, 
desconfia  de  eso,  prefiere  esto  otro y 


^6 


AttelM. 


nunca  te  has  equivocado.  Tues  lion,  es 
preciso  que  me  hagas  el  mismo  favor..... 
Pídele  á  la  señorita  de  Cardoville  permiso 
para  salir  un  corto  rato  y  te  llevaré  á  la 
fabrica.  Ya  he  hablado  de  ti  cgmo  tie  una 
hermana  querida  a  Mme>  Rertin  y  á  su 
hija  ,  y  según  la  impresión  que  tu  sientas 

al  ver  á  mi  Angela la  declararé  nú 

amor,  ó  no  la  diré  nada Esto  te  pa- 
recerá tal  vez  una  niñada,  una  supersli- 

cion  de  mi  parte pero  ¿qué  quieren? 

yo  soy  asi'. 

— Está  bien,  respondió  la  Gibo-a  con 
heroica  resulucion.  Veré  á  esa  Angela  ,  y 
te  diré  lo  que  pienso  de  ella  con  toda  sin- 
ceridad, ¿entiendes? 

— ¡Oiil  eso  ya  lo  sé....  y  ¿cuando  ven- 
drás? 

— No  lo  sé,  es  preciso  antes  preguntar 
á  la  señorita  de  Cardoville  qué  dia  no  me 
necesitará....  yo  te  lo  3vi-.aré.... 

— Gracias,  mi  btiena  Gibosa,  dijoAgrí 
col  con  efusión:  después  añadió  sonrien 
do:  y  cuidado  que  hagas  bien  tus  obser- 
vaciones.... 

— Ni»  te  chancees,  hermano...  dijo  la 
Gibosa  con  voz  dulce  y  triste á  la  vez,  esto 
es  mtiy  grave....  se  trata  de  la  felicidad 
de  toda  tu  vida  — 

En  este  níomcnto  llamaron  suavemente 

á  la  puerta. 

— Adelante,  dijo  la  Gibosa. 

Florina  entró. 

— La  señorita  os  ruega  que  paséis  á  su 
cuarto  si  no  estais  ocupada  ,  dijo  Florina 
á  la  Gibosa. 

Esta  se  levantó,  y  diiijiéndose  al  her- 
rero : 

—  ¿Quieres  esperarte  un  momento  , 
Agrícol?  Preguntaré  a  la  señorita  de  qué 
dia  puedo  disponer  y  le  lo  vendré  á  decir 
en  seguida. 

La  joven  salió  dejando  á  Agrícol  con 
Florina,. 


gracias  á  Mlle»  de  Cardoville,  dijo  el  heï"- 
rero ,  pero  he  temido  ser  indiscreto. 

— La  señorita  está  un  poco  indispuesta^ 
dijii  Florina,  y  no  ha  recibido  á  nadie ^ 
pero  estoy  segura  de  que  asi  que  se  en- 
cuentre mejor  tendrá  un  placer  en  ve* 
ros. 

La  Gibosa  volvió  y  dijo  á  Agrícol: 

-^Si  quieres  venir  á  buscarme  mañana 
á  !as  tres,  á  fin  de  no  perder  el  dia  en- 
tero, iremos  á  la  fabrica  y  me  volverás  á 
traer  á  la  noche. 

— Corriente,  hasta  mañana  á  las  treSj 
mi  buena  Gibosa. 

— Hasta  mañana  á  las  1res,  Agrícol* 


A  las  diez  de  la  noche  de  aquel  mismo 
dia ,  cuando  todo  estaba  en  silencio  en  el 
palacio  de  Mlle,  de  Cardoville,  entró  en 
su  dormitorio  la  Gibosa ,  cerró  la  puerta 
<on  llave,  y  asi  que  se  halló  sola  se  dejó 
'dcr  (le  rodillas  inundada  en  lágrimas  dc' 
¡ante  de  un  sillon. 

Mucho  tiempo  lloró  la  joven mu- 
cho tiempo....  y  cuando  las  lágrimas  ce- 
baron de  correr,  enjujjó  sus  ojos,  se  acer- 
co á  su  bufete ,  tomó  de  uno  de  los  lega- 
jos el  manuscrito  que  Florina  habia  re-* 
gistrado  el  dia  anterior,  y  escribió  en  él 
una  gran  parte  de  la  noche. 
XL 

EL  DIARIO  DE  LA  GIBOSA. 

Ya  lo  hemos  dicho:  la  Gibosa  habia  es- 
crito una  gran  parte  de  la  noche  en  el 
cuaderno  descubierto  y  registrado  el  dia 
anterior  pi)r  Florina,  qne  no  se  habia  aire*' 
vido  á  apoderarse  de  él  antes  de  haber 
instruido  de  su  contenido  á  las  personas 
que  la  hacian  obrar,  y  sin  haber  tomado 
sus  órdenes  respecto  á  aquel  asunto. 

rspliquemos  la  existencia  de  este  ma- 
nuscrito antes  de  abrirle  al  lector. 

Desde  el  dia  en  que  la  Gibosa  se  hizo 


—Hubiera  deseado  dar  hoy  mismo  las  I  cargo  de  su  amor   hacia  Agrícol,  fué  se 


ÜBOM. 

Vrlta  la  primara  palabra    de  eslc  manus- 
crit'». 

Dutiidn  de  un  carát-fcr  esi'.'ioialinciile 
"pspaiisivo,  y  sin  eml»Hrj;o'«ii)lii''iul>>s«'Cun- 
tcuida  por  el  terror  ridíiiilo,  terror  cuya 
dolon».!  exrtiieracion  era  la  única  d«*bili 
dad  de  la  (lihosa  ,  ¿á  (luit^n  Imbiese  C(>ii- 
ü.id't  esta  desgraciada  el  secreto  de  su  fu- 
Tienta  pa>ion ,  sino  al  pipcl...  a  ese  mudo 
ron'ideiile  de  las  alma^  sombrías  ó  heri- 
das, á  ese  amigo  paciente,  silencioso  y 
frió,  que  si  no  responde  á  (piijas  laïticno- 
sas  á  lo  menos  siempre  escucha,  siempie 
se  acuerda  ? 

Cuando  su  coraz/m  esperirhent(5  emo- 
riones,  ora  tristes  y  dulces,  ora  amargas 
y  lerriWes,  la  pobre  obrera,  hallando  un 
encanto  melancólico  en  estas  espansio- 
Ties  mudas  y  solitarias,  unas  veces  reves- 
tirlas de  una  forma  poética  ,  al  par  que 
sencilla  y  tierna ,  otras  escritas  en  prosa 
fespresiva  ,  se  habia  acostufnbrado  pi>co  a 
poco  á  no  limitar  estas  confianzas á  loque 
foncornia  á  Agrícol;  aunijue  hubiese  en 
el  fomlo  «le  todos  estos  pensamientos  cier- 
tas rt'flexiones  que  hacia  nacer  en  ella  la 
vi)ta  de  las  bellezas  del  amor  Feliz,  de  la 
maternidad,  de  la  riquen  y  del  inlorlu- 
nio ,  tenian  ,  por  decirlo  asi,  un  carácter 
de  per>ona'idad  tan  desgraciadamente es- 
cepcional  que  no  se  atrevía  siquiera  á  co- 
municarlos á  Agrícol. 

Tal  era  el  diario  de  una  pobre  joven, 
hija  del  pueblo,  tímida,  deftrme  y  mise- 
table,  empero  dotada  de  una  alma  ange- 
lical y  de  una  bella  inteligencia  desarro- 
llada por  la  ledura  ,  por  la  rueditaciotí, 
por  la  soledad;  pá^iinas  ignoradas  eonte- 
nian  na  obstante  cálculos  acerca  de  tosie- 
res y  de  las  cosas ,  tomado*  del  punt'O  de 
vista  particular  en  que  la  fatalidad  haSia 
colocado  á  a(|nella  di-sgraíiada. 

L<^)S    rengl'M»t»s    sijioimles ,   inferrttm- 


267 

que  la  Ciibosa  babia  srnÜílo  la  víspera  a 
saber  el  profundo  am^r  de  Agricol  hacia 
Angela,  formaban  las  últimas  páginas  de 
este  diario. 

«Viernes  3  de  marzo  de  1832, 

o La  noche  (jue  he  pasado  no   habia 

sido  agitada  por  nií)gun  stieñoponoso;  es- 
ta mañana  uie  levantó  sin  ningún  presen- 
timiento. 

«Me  hallaba  tranquila,  si,  muy  tran- 
quila, cuando  entró  Agricol. 

«  No  me  pareció  que  estaba  conmovido; 
ha  estado .  omo  siempre,  sencillo  ,  afectuo- 
so. Primer  j  iTie  habló  de  un  acontecimien- 
to rel.ilíVo  á  Mr,  Hardy,  y  de>pues...  sin 
vacilar,  me  dijo: 

— a  Hace  cuatro  dias  que  esíoy  perdido , 
enamorado....  este  sentimiento  es  tan  for- 
mal, qne  pienso  casarme....  y  vengo  á  con- 
sul lar  os. 

c  lié  aqui  como  me  ha  sido  hecha  está 
revelación....  e:»n  naturalidad,  con  cordia- 
lidad, yo  á  on  lado  de  la  chimenea,  Agri- 
col al  otro,  como  si  estuviésemos  hablan- 
do de  co>as  indiferentes. 

«  Sin  embargo  aquello  era  bastante  pa- 
ra desgarrarme  el  corazón....  entra  una 

persona me  abraza  Iraternalmenle,  se 

sienta....  me  habla....  y  después.... 

«¡Oh!  Dios  mío...  Dios  mío...  mi  cá- 
bela se  eslravia.... 


«Ya  me  siento  mas  tranquila...  vautos, 
valor,  pobre  corazón....  valor;  si  algún 
dia  me  abate  la  desgracia  de  nuevo,  vol- 
veré a  leer  estos  renglones,  escritos  bajo 
la  impresión  del  dolor  mas  cruel  (]ue  ja- 
más deba  senlrr,  y  diré  para  mí:  ¿qué 
comparación  cabe  entre  el  pesar  presente 
y  el  pasado? 

«  jOue  dolor  tan  cruel  es  el  mió!..., 
flegíliino,  ridícul'i,  vergonzoso;  dolor  que 
no  osaría  confesar ,  ni  a  la  mas  lieriia  ,  á 


pidos  acá  y  allá  ó  borrados  por  las  ii»grí 
mas,    secan    el   curso  de  las  emociofies  I  •«»»»»« 'odulgente  de  las  madres.... 

62* 


258 


AlBUM. 


—1  Ay  !  es  que  hay  penas  muy  espan- 1  p¡iar  mi  corazón  violentamenh» mís 

losas,  y  que  sin  embargo  solo  merecen    manos  ardían una  dulce  languidez  se 

piedad  y  desprecio.  |  Ay]....  es  que  hay 
dolores  proliibidos,  y... 

«  Agricol  me  pidió  que  fuese  á  ver  ma 


nana  á  la  joven  de  quien  t-stá  etiamorado 
apasionadamente,  y  con  quien  se  casará , 
si  el  instinto  de  mi  corazón  se  lo  aconse- 
ja.... ese  casamiento ese  pensamien- 
to os  el  mas  doloroso  de  todos  cuantos 
han  atormentado  mi  pobre  corazón  desde 
que  tan  desapiadadamente  me  aíiunció 
este  amor.... 

«Desapiadadamente...  no,  Agricol,  no, 
no,  hermano,  perdona,  perdóname  este 
injusto  grito  de  mi  sufrimiento  1....  Aca- 
so tú  sabes....  puedes  sospechar  que  le 
amo  mas  apasionada  y  mas  violentamen- 
te que  nunca  podrá  amarle  esa  encanta- 
dora criatura  ! 

«Morena...  talle,  de  ninfayojostazules... 

tan  gratules,  tan  hertnosoj y  tan  dulces 

como  los  tuyost. 

«Esto  es  lo  que  me  ha  dicho  al  hacer- 
me su  retrato. 

«  ¡  Pobre  Agri.ol  !  ¡  cuanto  hubiera  su- 
frido. Dios  mió,  si  hubiese  sabido  que  ca- 
da uno  de  sus  palabras  me  desgarraba  el 
corazón! 

«Jamás  he  sentido  mejor  que  en  aquel 
moatento  la  profunda  conmiseración ,  la 
tierna  piedad  que  nos  inspira  un  ser  afec- 
tuoso y  bueno,  que  en  su  sincera  ignoran- 
cia hiere  á  muerte  sonriendo... 

«Asi,  pies,  so  le  debe  compadecer  el 
dolor  que  csperimentaria  al  descubrir  el 
mal  que  os  causa. 

«  ¡  Cosa  estrana  !  nunca  me  habia  pa- 
recido Agricol  tan  hermoso  como  esta  ma- 
ñana... ¡  cuan  dulcemente  conmovido  esta- 
ba su  rostro  varonil  al  hablarme  de  las  in- 
quietudes de  aquella  joven  !..  Al  escuchar- 
le contándome  aquellas  angustias  de  una 
muj^r  que  se  espone  á  su  perdición  por  el 
hombre  queama...yo  también  sentía  pal- 


apoderó  de  mí,  y..,. 

f(  ¡  Ridiculez  é  jrrision!.,..  ¿Tengo  yo 
acaso  derecho  para  conmoverme  de  ese 

modo? 


«  Me  acuerdo  de  que  mientras  me  h«- 
blaba  eché  una  mirada  rápida  sobre  el  es- 
pejo: estaba  orgullosa  de  hallarme  tan  bien 
vestida;  él  no  lo  ha  notado;  mas  no  im- 
porta ;  á  mí  me  ha  parecido  q»ie  mi  cofia 
me  sentaba  perfoct4menfe,|i|ue  mis  cabe- 
llos eran  brillantes,  que  mi  mirada  era 
dulce.... 

«  Encontraba  á  Agricol  tan  hermoso... 
que  también  conseguí  hallarme  menos  íea 
que  de  costumbre...  sin  duda  para  escu- 
sarme  á  mis  propios  ojos  para  atreverme 
á  amarle 

«  Después  de  lodo....  lo  quesucedehuv 
debía  suceder  im  día  tí  otro 

«Si...  jcuanto  consuela  este  pensamien- 
to  á  los  que  aman  la  vida que  la 

muerte  no  es  nada!...  porque  debe  llegar 
un  dia  ú  oíro 

«  Lo  (juc  siempre  me  ha  preservado 
del  suicidio....  última  palabra  del  desgra- 
ciado que  prefiere  reunirse  á  Dios,  á  per- 
manecer entre  sus   semejantes es  el 

sentimiento  del  deber...  no  debe  uno  pen- 
sar en  si  solo — 

«Y  también  decía  para  mí:  Dios  es  bue- 
no... puesto  que' los  seres  abandonados.... 
pueden  atin  amar....  ¿como  es  qiieá  mij, 
tandébil,  me  ha  sido  siefnpre  dado  el  so- 
correr ó  ser  útil  á  alguno? 

«Asi,  pues....  hoy  estuve  tentada  de 
acabar  con  mi  ecsistencia....  ni  Agricol  ni 
su  madre  tenían  necesidad  de  mí....  si..., 
pero  esos  desgraciados,  de  quienes  Mlle,  de 
Cardoville  me  ha  hpcho  la  Providencia... 
¿pero  mi  misma  bienhechora....  aunque 
me  haya  regaííado  afectuosamente  de  la 
tenacidad  de  mis  sospechas  acerca  de  ese 


•«■TJI 


259 


hombre?  temo  por  ella  mas  que  nunca... 
mas  que  nunca...-  U  siento  amenazada  .. 
mas  que  nimca  tengo  fé  en  la  utilidad  de 
mi  presencia  al  lado  suyo.... 

«  Es  preciso  vivir.... 

«¿Vivir  para  ir  i  ver  mañana  á  esa  jó. 
ven...(|ue  Agricol  ama  apasionadamente? 

«  I  Dios  mió! i[n)T  qué  he  conocido 

siempre  el  dolor  y  nunca  el  odio?  debe 
liaber  en  el  odio  un  gncp  amargo,,,  ¡tan- 
tas personas  hay  que  aborrecen  !  tal  vei 
\oy  yo  á  aborrecer....  á  esa  joven...  An- 
gela... como  ól  ha  diclio...  al  pronunciar 
sencillamente  estas  palabras: 

«  Un  nombre  encantador...  Angela... ¿no 
n  verdad?» 

«  ¡  Comparar  este  nombre  que  recuerda 
ana  idea  llena  de  gracia ,  con  ese  apodo 
irónico  símbolo  de  mi  di'formidad  !.... 

«  ¡  Pobre  Agricol...  pobre  hermanol... 
4  la  bondad  es  algunas  veces  tan  ciega  co- 
mo la  maldad  !... 

«¿Aborrecer  yo  á  esa  joven?...  ¿y  por 
qué?  ¿acaso  me  ha  arrebatado  la  belleza 
que  seduce  á  Agricol?....  ¿Puedo  tal  vez 
impedir  que  sea  hermosa? 

«  Cuando  yo  no  estaba  aun  acostumbra- 
da á  las  consecuencias  de  mí  fealdad ,  me 
preguntaba  á  mi  mi>ma  con  amarga  cu- 
riosidad,  porqué  el  Criador  habla  dotado 
á  las  criaturas  con  tanta  desigualdad. 

«  La  costumbre  de  ciertos  dolores  me 
ha  permitido  reflexionar  con  calma  :  he 
concluido  por  persuadirme...  y  creo  que 
á  la  fealdad  y  4  la  belleza  van  unidas  las 
dos  emociones  mas  nobles  del  alma...  j  la 
admiración  y  la  compa^ion! 

«  Los  que  como  yo...  admiran  á  los  que 
son  hermosos... como  Angela,  cunio  Agri- 
col... y  los  que  esperimentaná  su  vez  una 
conmiseración  tierna  hacia  aquellos  que 
se  me  asemejan... 

«  A  veces  tiene  uno  á  su  pesar  esperan- 
zas muy  insensatas...  algunas  veces  al  ver 
que  Agricol  nunca  me  hablaba  de  sus  amo 


res,  me  píTsuadía  de  que  no  los  tenia 

que  me  amaba....  pero  para  él  el  ridiculo 
era  como  para  mi  un  obstáculo  para  lodn 
declaración.  Sí,  y  aun  tie  compuesto  algu- 
nos versos  respecto  i  ese  punto.  Según 
creo,  estos  soa  los  mrn(»s  malos. 

— «¡Singular  posición  es,  en  verdad, 

la  mía  !  si  aiin) soy  ridicula si  me 

aman...  también  se  esponen  al  ridículo... 

«¿('ómo  he  podido  olvidar  esto,  para 
haber  sufrido...  para  sufrir  aun  como  su 
fro  hoy? Pero  bendito  sea  este  sufri- 
miento, puesto  que  no  engendra  odio  al- 
guno... no...  porque  yo  no  puedo  odiar  á 

esa  joven; cumpliré  con  mi  dt-ber  de 

hermana  hasta  el  fm....  escucharé  bien  á 
mi  corazón  :  tengo  el  instinto  de  la  con- 
servación de  los  demás;  el  me  guiará  ,  él 
ute  iluMíinarií... 

«  Mi  único  temor  es  que  no  pueda  con- 
tener mis  lágrimas  á  la  vista  de  esa  j'Wen, 
que  no  pueda  vencer  mi  emoción.  Pero 
entonces,  ¡  Dios  miol  i  q«ié  revelación  se- 
ria para  Agricol  mis  lágrimas  I  ¡descubrir 

él  el  loco  amor  que  me  inspira! ¡oh, 

jamás!...  ;el  día  en  que  io  supiera  seria 
el  último  de  mi  vida!....  Entonces  habría 
para  mí  alguna  cosa  superior  al  deb^r,  la 
voluntad  de  evitar  la¡vergiienza,  una  ver- 
•¿üenza  incurable  que  sentiría  abrasarme 
como  un  hierro  candente... 

«  No,  no,  estaré  tranquila Por  otra 

parte,  ¿no  he  sufrido  delante  de  él  e.sta 

mañana  una  terrible  prueba? estaré 

tranquila es  preciso  que  mi  personali- 
dad no  vaya  á  obscurecer  esa  segunda  vis- 
ta, tan  resplandeciente  para  aquel  á  quien 
amo. 

«  ¡  Oh  !  ¡  penoso...  penoso  deber...  por- 
(jue  también  es  preciso  que  el  temor  de 
ceder  involuntariainenle  á  un  sentimiento 
malo,  no  me  haga  ser  demasiado  indul- 
gente para  con  esa  joven!  Ademas,  yopo- 
dría  comprometer  el  porvenir  de  Agricol, 
puesto  que  mi  decisiones  la  única  que  de- 
be guiarle. 


^0  Atl^blÉ 

«  Pobre  criatura...  ¡cómo  abuso  de  mí 
misma  !  Agricol  me  pide  consejos,  porque 
cree  que  yo  no  he  tener  el  triste  valor  de 
contrariar  su  pasión;  ó  bien  me  dirá  :  no 
importa...  artio...  y  desafio  el  porvenir... 

«  Tero  entonces ,  si  mis  consejos ,  si  el 
instinto  de  mi  corazón  no  deben  guiarle, 
si  su  resolución  está  lomada  de  antemano, 
¿á  quó  encardarme  de  tal  misión?  ¿para 
qt;ó?  ¿para  obedecerle?  no  me  ha  dioho: 
¡  venl 

«Al  pensar  en  mi  interés  hacia  él,  ¿«Mián- 
tas  veces,  en  el  mas  secreto,  en  el  mas 
prufimdo  abismo  de  mi  corazón,  me  lie 
pregimtado  si  alguna  vez  habrá  tenido  el 
pensamiento  de  amarme  de  otra  maiiera 
que  como  á  una  hermana?  ¿Si  ha  dicho 
él  para  sí,  alguna  vez,  que  en  mi  tendría 
una  miiger  que  se  interesase  por  él? 

«¿Y  por  qué  habría  de  decir  esto? 
mientras  lo  ha  querido,  mientras  lo  quer- 
rá» siempre  he  estado  afectuosa  con  él  co- 
mo lo  hubiera  estado  sti  muaer ,  síí  her- 
ma.na  ,  su  madre.  ¿Por  qué  había  de  te- 
ner ese  pensamiento?  ¿se  piensa  alguna 
vez  en  lu  que  se  posee? 

«  ¡  Yo  casada  con  él  !  j  Dios  mío  1 ...  ese 
suefio  tan  insensato  como  inefable...  esos 
pensamientos  de  una  dulzura  celestial^  que 
abrazan  todos  los  sentimientos  desde  el 
amor  hasta  la  maternidad....  esos  pensa- 
mientos Y  esos  Sentimientos  ¿lo  me  están 
prohibidos  bíijo  la  pena  de  ún  ridículo,  lo 
mismo  que  si  llevase  k>3  VestWos  'ó  lOS 
adornnSVjue  iñe  proh'ilíen  trti  fealrfad  y  mi 
der^rmiilad? 

ir  Qiiis  era  saber  sí  cuando  citaba  suniCr 
gí'ia  en  la  fuíseiia  mas  cruel,  habría  su- 
frido mas  que  sufro  h«>y  ál  saber  el  casa- 
miento de  Agricol?  til  hambre,  el  frío  la 
nií-ena  me  hubiesen  dislraídi»  de  este  do- 
lor tan  agudo,  ó  bien  esté  drdor  tan  agii 
dome  íiubiese  distraido  del  frió,  del  h;im- 
bre  y  de  la  miseria. 

«No,  DO,  esa  ironía  es  amarga;  á  mí 


no  me  toca  hablar  de  este  modo.  Kirt^lié 
es  tan  profundo  este  dolor!  Por  qué  han 
cambiado  para  mí  el  afecto,  la  estimacíonj 
el  respeto  de  Agricol!  Me  compadezco.... 
y  (¡Uc  sucedería,  gran  Dios?  Si  yo  fuese 
bella,  amante >  afectuosa,  y  nfte  hubiese 
preferido  á  tma  muger  menos  bella ,  me- 
nos amante,  menos  afectuosa  que  yo!..  . 
no  seria  mil  veces  aun  mas  desgraciada? 
Porque  yo  podría,  debería 'quejarme  de 
él^  ai  paso  qite  ahora  no  puedo  quejarme, 
por  no  haber  pon-^ado  en  una  union  un- 
posib'e  á  causa  del  ridiculo..» 

«Y  aunque  lo  hubiese  querido...  acaso 
lenilria  yo  egoistno  de  consentir?... 

«He  empezado  á  escribir  muchas  pági- 
nas de  este  diario,  asi  como  he  empezado 
esta...  el  corazón  lleno  de  amargura,  y 
casi  siempre  á  medida  que  decía  al  papel 
lo  que  ño  hubiera  osado  decir  â  nadie. .»; 
mí  alma  se  tranquili/aba  y  la  resignación 
llegaba....  la  re«-ignacíon....  mí  santa,  tá 
que  soniiendo  con  los  ojos  llenos  dé  lá- 
grimas, cubre,  anlá y jamasespera  !!!...»> 


F>tas  palabras  eran  las  állimas  de  aquél 
diario.  Se  veía  en  la  abundancia  de  lágiri- 
nia>,  que  là  desgraciada  hàbià  debido  pa- 
decer mucho... 

Kn  efecto  anonadada  por  tantas  emo- 
ciones, la  Gibosa,  a  fm  de  la  noche,  ha-' 
bía  vuelto  á  colocar  el  cuaderno  detras  del 
legajo,  creVéridoie  alli,  no  seguro,  (pues 
no  podía  í^ospechVr  e1  ri^enor  abuso  de 
cotil¡a'nz;i)  sino  ínas  oculto  que  en  uno  de 
los  ciij  >nés  que  abría  á  cada  pasoá  los  ojos 
de  todos. 

Asi  como  esta  vaíerosa  crta'lura  se  lo 
había  prometido,  (jueriendo  cumplir  dig- 
namente su  deber  ha>ta  el  fin,  al  dia  si- 
guiente había  esperado  á  Agricol,  y  bien 
nfirmada  en  su  heroica  resolución,  se  ha- 
bía dirigido  con  el  herrero  á  la  fábrica  de 
ÎM.  liarriy. 

ï'Iorina,  instruida  de   la  partida  de  la 


k\MVik 
ÍGil>osa.  pero  d(4cri(]a  una  parte  del  <Jia 
pi»r  üu  servicio  al  lado  de  la  seùoiita  d<' 
Otrdoville,  y  prrliiitMuKi  por  ulna  parte 
e$4)('rar  á  la  n'X'lit*  para  niiii()ltr  las  nue- 
vas <'ir«K'iK'S  qii«'  híihia  pi^dido  y  rrci  i<lo, 
dfsd»»  ijiK»  pur  niiMJu)  dt*  una  ciirla  haiua 
herlio  com'Ccr  el  cüi\lenido  del  diario  de 
la  (¡ibüsa  ,  Flnrina  ,  secura  de  no  ser  sor- 
prendida,  a^i  que  hubo  cerratlo  la  nociu» 
comploLmieiile,  entró  en  el  cuarto  de  la 
jiiven  t»br«'ra... 

Conociendo  el  lugar  donde  se  hallaba 
el  n^anu^crll<1,  se  dirÍKÍóre(-.taine4)teaJ  bu- 
fete, levanló  el  l«  g-<jo,  lomaiidode  su  bul- 
sillo  una  carta  cerrada  ,  Se  dispuso  á  po- 
nerla en  el  lugar  del  niauui>crito  que  de- 
bía Sustraer. 

En  este  momento  en^pezó  á  temblar 
tan  fuertemente,  q^ie  se  vio  obligada  á 
apoyaf;^  sobre  la  mesa. 

Ya  se  ha  di.-ho  :  el  corazón  de  Fiorioa 
no  rarecia  aun  completamente  de  algunos 
buenos  seutunientus,  obedecía  fatalmente 
á  las  órdenes  que  recibía;  pero  sentía  do- 
^oJo^aJnente  ludo  lo  que  habia  de  horrible 
y  de  infame  en  su  conducta. ...  Si  no  se 
butüi'^e  I  rd  ta  lio  absolutamintesinode  eliri, 
sin  duda  líabria  tenido  el  valor  de  sufrif- 
fo  todo  mas  bien  que  una  odiosa  domina- 
ción ; pero  desfiraciadamente  no  su- 
cedía esto,  y  su  pérdida  hubiera  cansado 
Hna  dese>peraciün  mortal  á  quien  amaba 
mas  que  á  su  vida...  asi  puesseresi<>naba 
no  sm  crueles  angustias  é  «bominables 
Iraicíones. 

Aunque  ignorase  casi  siempre  con  que 
objeto  la  hacían  obrar,  respecto  á  la  sus- 
tracción del  <iJario  de  la  Gd>üsa  ,  presen- 
tía vagamente  qUe  la  substitución  de  aqiifc- 
tla  carta  cerrada  á  aquel  maiujscríto,  df- 
bir  t- ner  para  la  Gibosa  funestas  cuum'- 
cuencias^,  porque  se  acordaba  de  estas  pa- 
tahrris  siniestras  prenunciadas  la  vÍ!>j>era 
por  Uodij)  : 

— Maiíaua  le  loca  i  la  Gil^>sa. 


564 

¿Oiié  daban  á  entender  estas  pala- 
bras? con)o  era  (jue  la  carta  que  le  habían 
niatnbdn  colo«*ar  en  liifiar  del  diario,  con- 
curría à  este  resultado? 

Lo  ignoraba  ,  jicro  compn*ndía  qtie  el 
afecto  de  la  (jibosa  causaba  una  Ju>ta  in- 
quietud a  los  enemigos  de  la  setlorita  de 
Cardoville,y  t|ue  ella  nu-m3 ,  Klotina, 
arríes'piabd  el  ver  descubiertas  de  un  dia  á 
otro  sus  períi'lí;is  por  la  obrera. 

l'Me  último  temor  hizo  cesar  las  vaci- 
laciones; de  Fíorina;  colocó  la  carta  deba- 
jo del  le;:ajo ,  volvió  á  poner  este  en  su 
IUi.ar,  y  ocultando  el  manuscrito  debajo 
de  su  delantal,  salió  furtivamente  de  la 
habitación  de  la  tlibosa. 
XII. 

EL  DIARIO    DE    LA    GIBOSA. 

Habiendo  vuelto  Fiorina  á  sti  cuarto 
alfítinas  horas  después  de  haber  ociiltado 
en  él  el  manuscrito  sustraído  do  la  habí- 
tai  ion  de  la  Gibosa,  cediendo  á  su  curio- 
sidad ,  quiso  4eer!e. 

Pronto  sintió  un  intcr¿^  creciente,  una 
emoción  ínvolunturía  al  leer  aijuellas  ín- 
timas couíian^as  de  la  joven  otíera. 

lintre  muchos  versos  que  re>píraban 
un  amor  apasiotiado  iiacia  Agrícul,  amor 
tan  profundo,  tau  sencillo ,  tan  sincero, 
que  Fiorina  se  conmovió  y  olvidó  la  ridí- 
c4ila  deformidad  de  la  Gibosa;  entre  mti* 
olios  \ersos,  re^xlímos  se  hailal)un  dife- 
rentes fiagnu'íitos,  pensamientos  ó  p,irra- 
fos  ,  relalivusá  diversos  heihos.Cilarí''(i)os 
algunos  á  un  dejustificar  la  profunda  im> 
presiunque  causaba  aqueja  lectura  a  Fio- 
rina. 


Fragmeníox  del  diario  de  la  G  ¡bota. 

«  tl>^>y  era  fl  dia  de  mí  santo.  Hasta 
esta  noche  conservé  una  loca  ei^peraiiza. 

«  Ayer  bítji'  á  casa  de  iMa«e.  Baudoin 
fiara  curarla  una  Ilaira  fjiie  tenía  en  una 
pierna.  Cuainlo  ent^^  A;;rí(<j|  «stabaalli, 
his  í\íh\»  ItaMaba  do  lui  con  su  madre  ^ 
66* 


262  àLiva, 

porque  al  punto  se  callaron  cambiando 
una  sonrisa  de  intclijencia  ;  y  ademas  he 
notado,  al  pasar  por  junto  á  la  cómoda  , 
una  preciosa  caja  de  carton  con  una  al- 
mohadilla sobre  la  cubierta....  me  sonro- 
jé  de  felicidad....  creí  que  aquel  regalo 
me  estaba  destinado ,  pero  afecté  no  ver 
nada. 

«Mientras  que  estaba  de  rodillas  de- 
lante de  su  madre,  Agrícol  salió;  noté  que 
se  llevaba  la  caja.  Nunca  ha  estado  Mme. 
Baudoin  mas  tierna,  mas  maternal  con- 
migo que  aquella  noche.... 

«Me  pareció  que  se  acostaba  mas  tem- 
prano que  de  costumbre,  será  para  hacer 
que  me  vaya  mas  pronto ,  pensé ,  á  ñn 
de  que  goce  de  la  sorpresa  que  Agrícol 
me  ha  preparado. 

a  Asi ,  pues ,  como  me  latía  el  corazón 
al  subir  á  mi  gabinete  permanecí  un  mo- 
mento sin  abrir  la  puerta  para  hacer  du- 
rar por  mas  tiempo  mi  felicidad. 

«  En  fin,  entré  con  los  ojos  cubiertos 
de   lágrimas   de  alegría  ;  miré  sobre  mi 

mesa,  sobre  mi  silla sobre  mi  cama, 

pero,  nada....  la  cajita  no  estaba  allí.  Mi 
corazón  se  me  oprimió....  pero  no  obs- 
tante dije  para  mi:  será  para  mañana, 
porque  hoy  no  es  mas  que  la  víspera  de 
mi  santo. 

«El  día  pasó...  la  noche  vino....  y  na 
da...  La  preciosa  cajita  no  era  para  mi... 
sobre  la  cubierta  había  una  almohadilla... 
de  consiguiente  no  podía  ser  mas  que  para 
una  muger....  ¿A  quien  se  la  habría  dado 
Agrícol?.... 

«En  este  momento  sufro  mucho — 
«  La  idea  que  yo  tenia  de  que  Agrícol 
celebraba  mis  días  es  pueril....  casi  me 
avergüenzo  de  confesármelo....  pero  esto 
me  hubiera  pmbado  que  no  había  olvida- 
do que  tenia  otro  nombre,  ademas  del 
de  la  Gibosa,  que  es  el  que  siempre  me 
dan....  ■^ 

«  Mi  susceptibilidad  respecto  á  este  asun- 


to es  tan  desgraciada ,  tan  porfiada  ,  tjôè 
me  es  imposible  no  sentir  un  momento 
de  vergüenza  y  de  pesar  siempre  que  me 
llaman  la  Gibosa....  y  sin  embargo,  des- 
de mi  infancia  no  he  tenido  otro  nom- 
bre.... 

«  Por  eso  sería  muy  feliz  ,  si  Agrícoí 
aprovechase  la  ocasión  del  día  demi  san- 
to para  llamarme  una  sola  vez  por  mo* 
desto  nombre  de  Magdalena. 


«Felizmente  siempre  ignorará  este  vo- 
to y  este  sentimiento. 

Florina  cada  vez  mas  conmovida  de  1a 
lectura  de  esta  página  llena  de  una  seti- 
cíllez  tan  dolorosa,  volvió  algunas  hojas  ^ 
y  continuó  í 

« Acabo  de  asistir  al  entierro  de 

esa  pobre  Victoria  Herbin,  nuestra  veci- 
na... su  padre  obrero  lapicero,  fué  á  traba- 
jar un  mes  lejos  de  París...  murió  á  los  diez 
y  nueve  anos,  sin  parientes  á  su  alrede- 
dor.... su  agonía  no  ha  sido  dolorosa  :  la 
valerosa  muger  que  la  ha  cuidado  hasta 
el  último  momento,  nos  Isa  dicho  que  nu 
había  pronunciado  otras  palabras  masque 
estas  : 

c  En  fin....  en  fin 

«¿Y  esto  como?  con  alegría. 

«  I  Pobre  muchacha  I  estaba  bastante 
enfermiza:  pero  á  los  quince  afíosera  una 
rosa....  y  tan  linda....  tan  fresca....  ca- 
bellos rubios,  suaves  como  la  seda;  pero 
poco  á  poco  ha  ido  enfermando;  su  oficio 
de  escardadora  de  colchones  la  ha  mala- 
do....  Ha  sido  por  decirlo  asi,  envenena- 
da por  las  emanaciones  de  las  lanas  (1)... 
su  olicio  era  tanto  mas  mal  sano  y  peli- 
groso cuanto  que  trabajaba  para  gentes 
pobres  y  por  consiguiente  empleaba  lana 
churra. 


(1)  Lóense  los  siguientes  pormenores  tn 


ALB1TM 

«Tenia  un  valor  de  Icón  y  la  resigna - 
*cion  de  un  ángel  ;  siempre  me  deria  cun 
su  vocecita  dulce,  entrecortmla  por  una 
tos  seca  y  frecuente.  No  durará  nuiclio 
tiempo  el  aspirar  el  polvo  de  vitriolo  y  de 
cal,  todo  el  dia  vomito  sangre  y  algunas 
veces  tengo  unos  dolores  de  estómago  que 
me  hacen  perder  el  sentido. 

— «Pero  camt)ia  de  ofnio,  la  decia  yo. 

— «¿Y  el  tiempo  para  hacer  otro  apren- 
dizaje? me  respondia  :  ademas  ya  es  tar- 
de, estoy  afectada,  lo  siento  bien No 

es  mia  la  culpa,  añadió  la  buena  criatura, 
porqjie  no  he  elrgido  mi  oficio;  mi  padre 
lo  )ia  querido  as»;  felizmente  no  tiene  no 

cesidad  de  mí y  ademas  cuando  una 

«stá  muerta ya  no  hay  por  qué  \x\- 

>quietarâe,  y  no  se  teme  el  descanso. 

ttVicloria  decia  esa  triste  vulgaridad 
muy  sinceramente,  y  con  uaa  especie  de 
satisfacción.  Asi  pues  murió  pronunciando 
«stas  palabras:  en  fin en  fin 

«Es  sin  embargo  muy  doloroso  el  pen- 
sar que  el  trabiijo  que  sirve  al  pobre  para 
ganar  su  pan  llega  á  ser  á  menudo  un 
largo  suicidio. 

«Esto  le  decia  yo  á  Agricol  el  otro  dia; 
me  respondia  que  también  habia  otros  mu- 


la  Hache  P  pulaire,  escclenle  colección 
redactada  por  artesanos,  de  la  que  ya  he 
mos  hablado  : 

Cardadoras  de  colchones:  El  polvo  qna 
sale  de  ¡as  lanas  hace  e>le  oficio  nocivo  á 
la  salud  ,  cuyo  peligro  aumenta  ton  las 
falsificacioufs.  Cuando  matan  un  carnero, 
la  lana  del  cuello  está  llena  de  sangre;  es 
menester  lavarla  para  poder  venderla; 
para  esto  la  meten  en  cal,  la  que  después 
de  haberla  blaiiijueado,  no  >e  desprende 
del  todo;  la  arttsatia  es  la  (jue  lo  paga, 
porcjue  cuando  hace  su  oficio,  la  cal  se 
desprende  en  firma  de  polvo,  se  icitro 
duce  en  elpechocon  la  aspiración,  y  muy 
frecuentemente  le  ocasiona  calambres  en 
el  estómago  y  vómitos  que  la  ponen  en 
un  estado  dt^plorable;  la  mayor  parte  de 


chos  oficios  mortales  :  los  obreros  en   las 
aguas  fuertes,  en  el  albayalde  y  el  ver- 


mellon  entre  otros  ,  coi. traen  enferme- 
dades previstas  é  incurables,  de  las  (jiie 
mueren. 

—  «¿Sabes  tú,  anadia  Apricol ,  sabes  tú 
lo  que  dicen  cuando  parten  para  e<«o.s  ta- 
lleres mortíferos?  ¡Vamoit  al  matadero! 

«Esta  palabra  llena  de  una  verdad  es- 
pantosa, m"  hace  estremecer. 

— «¡Y  esto  pasa  en  nuestros  dias!...  le 
dije  con  amargura,  ¿y  se  sabe  eso?  ¿Y 
entre  tanta  y  tan  poderosa  gente  nadie 
sueña  en  esa  mortandad  que  diezma  á  sus 
hermanos,  obligados  á  tou\er  también  uu 
pati  homicida? 

— "¿O'i^  quieres,  mi  pobre  Gibosa?  me 
respondia  Agricol;  mientras  se  trata  de 
regimentar  al  pueblo  para  hacerle  morir 
en  la  guerra,  todos  se  ocupan  de  él;  se 
trata  de  organizarle  para  hacerle  vivir... 
nadie  piensa  en  ello,  escepto  Mr.  Hardy, 
mi  amo,  y  dicen:  ¡Bahl...  El  hambre, 
ft  miseria  ó  el  sufrimiento  de  los  traba- 
jadores, ¿qué  injporta?  Eso  no  pertenece 

á  la  política pero  se  engallan,  añadía 

Agricol  :  ¡es  mucho  mas  que  la  p  ilíticaf 

« Como  Victoria-no  habia  dejado  co« 


ellas  renuncian  á  esta  profesión;  las  que 
continúan,  adquieren  a  lo  menos  un  ca- 
tarro ó  i>D  asma  que  no  las  deja  hasta  su 
muerte. 

En  seguida  tenemos  la  crin  ,  la  mas 
cara  de  la  cr.i\,  llamada  de  lnue^tra,  no 
es  pura  tampoco,  l'or  esto  puede  juzgarse 
lo.  que  debería  ser  la  c«>mim  que  los 
artesanos  llaman  crin  de  vitriolo  y  que  se 
compone  del  desecho  de  pelos  de  cabras, 
de  machos  cabrios  y  de  jabalíes  que  se 
pasan  primero  por  el  vitriolo,  después  en 
el  tinte  para  quemar  y  ocultar  loscuerpos 
estraños,  como  paja,  espinas  y  liasla  pe- 
dazos de  piel  (|ue  no  se  toman  el  trabajo 
de  quitar  y  que  frecuentemente  se  ven 
cuando  se  trabaja  en  tote  crin  ,  de  la  que 
sale  un  polvo  tan  nocivo  como  el  de  la  ca'. 


â6i  AttUJÍl 

qué  pagar  la  misa  del  tequien,  no  hicie- 
ron mas  (]ue  ponerla  de  cuerpo  présenle 
en  el  parche;  porcjiíe  para  el  polire  «o 
hay  ni  siquiera  una  triste  niisa  de  difun- 
tos  y  como  no  «e  han  podido  dar  1.8 

francos  al  cura,  ningim  sacerdote  ha  acom- 
panado  el  carro  de  los  pobres  ala  fosa  co 
inun 

«Si  los  íunerales  reducidos  de  este  mo- 
do, bastan  bajo  el  punto  de  vista  r^eli- 
gioso,  ¿por  qué  inventar  otros?  ¿es  acaso 
por  inlen's?...  si  al  contrario  son  ínisufi- 
oienfes,  ¿por  qué  hacer  del  indigente  la 
úoica  víciima  de  esta  insunciencia? 

«Pero  ¿á  (jiié  inquietarse  de  esas  pom- 
pas, de  esos  inciensos,  de  esos  cantos,  de 
los  que  se  muestran  mas  ó  menos  pródi- 
gos ó  avaros?...  ¿á  qué?  esas  son  cosas 
vanas  y  terrestres,  y  de  las  cuales  no  ne^ 
eesifa  el  alma  para  elevarse  radiante  á  su 
divino  Creador. 


«Ayer  me  hizo  Uer  Agricol  un  artículo 
de  un  periódico  en  el  que  se  quejaban  con 
nna  ironía  amarga  y  desdeñosa  para  ata- 
car lo  que  llaman  la  funesta  tendencia  de 
alguna  gente  del  puelilo  á  instruirse,  á 
escribir,  á  leer  las  poesías  y  aun  9  hacer 
versos. 

«Los  poces  materiales  nos  son  prahibi 
dos  por  la  pobnza,  ¿es  acaso  justo  el  (|ue  , 
jarse  de  (pie  tiusquejiios  los  goces  ideales? 

«¿Oné  mal  puede  resultar  de  que  cada 
noche,  <ie>pties  de  un  día  de  un  trabajo 
incesantt?,  (alta  de  placer  y  de  distrac- 
ción, me  complazca  en  íiacer  unos  ver- 
sos  ó  en  escribir  en  este  diario  las  im- 
presiones buenas  ó  malas  que  he  sentido?' 

«  ¿  Es  acaso  Agricol  itie/ios  buen  obrero,  ' 
porque,  de  vuelta  á.casido  su  madre,  em- 
plee eldiaídel  domingMen  cí)mponer  algu- 
nos cantos  ptjpulares  que  gloriliqíien  hs 
labores  alimenticias  del  arlesan',>,  que  di 
cen  á  todos:  lízperaiiza  y  fraterniiJa()?¿no 
hace  de  este  modo  mejor  uso  de  su  tiem- 
po que  si  lo  pasase  en  la  taberna? 


«  ¡  Ah!  ¡esos  que  eclian  en  cara  estai 
inocentes  y  nobles  diversiones  á  nuestros 
penosos  trabajos  y  á  nue'tros  males, se  en- 
gar-an  cuando  freen  que  á  medida  que  la 
inteligencia  se  e'eva  y  se  instruye,  se  su- 
f  e  con  mas  impaciencia  las  privaciones 
la  miseria,  y  que  la  irri  tacion  crececori- 
Ira  'os   que  son  felices  en  el  mundo!... 

«Suponiendo  que  asi  sea  ,  ¿no  qiierrá 
mejor  tener  un  enemigo  inteligente,  á  cu- 
ya razón  y  á  cuyo  corazón  Se  pueda  tfi- 
,rigir ,  (jiie  un  enemigo  estúpido,  feroz  ê 
implacable? 

((  Tefo  no,  ai  contrarió,  las  encmisiá- 
(des  s  «borran  á  medida  que  la  imaginaciori 
se  desarrolla,  el  horizoijte,  la  compasiptí 
:Se  ensancha  ',  asi  es  como  se  llegan  á  com- 
prender los  dolores  mortales;  entonces  sé 
reconoce  que  á  menudo  los  ricos  tienen 
¡penas,  y  la  fraternidad  de  infortunip  es 
-ya  iit  a  comunión  simpática. 

«¡Ay!  ellos  también  pierden  y  lloran 
¡amarizamenfe  hijos  idolatrados,  mujeres 
<fí)efidas,  rnaJres  adoradas  5  entre  ellos 
íambidl,  entre  las  mujeres  sobre  todo, 
Jiay  en  medio  del  lujo  y  de  la  grandeza 
irnUrnos  Corazones  despedazados,  muchas 
almas  que  sufren ,  muchaslágrimas  devo- 
radas en  secreto... 

«Que  no  se  asombren  pues... 

«  Al  instruirse...  al  llegar  á  ser  su  igual 
en  inteligencia  ,  el  pueblo  aprende  tam- 
ibien  á  coínpadecer  á  los  ricos  si  estos  sOiO 
desgraciados  y  buenos y  á  compa- 
decerlos doblemente  si  son  felices  y  ma- 
los. 

« ¡  Qué  felicidad!...  ¡quéhermoso 

dial  no  puedo  contener  mi  alegría.  ¡Ohf 
sí,  el  hombre  es  bueno,  humano,  carita- 
tivo. ¡Oh!  sí,  el  Creador  ha  depositado 
en  él  todos  los  instintos  generosos....  y  á 
,inenos  qiie  no  sea  ,una  escepcion  n*'M>s- 
íruosa,  nunca  oiíra  mal  voluntaria meiite. 

«  Hé  aqui  lo  que  acabo  de  presenciar 


ÁI.BCM. 


2G5 


hací*  poco;  no  i'sporo  á  esta  noclie  para 
o.-rribirli>;  pues  e>to  enfriaría  ,  por  decir 
!u  asi,  mi  corazón. 

«  Hiifíia  ido  a  llovar  «.nn  costura  (pif 
corría  iiiiirlia  prisa,  pasnba  por  la  plaza 
tlol  Templi),  á  algiiKos  pasos  delante  de 
iTii .  nn  niño  de  doce  años,  todo  lo  mas. 
lOn  la  calu'za  v  los  pies  desnudos  á  pesar 
del  frió,  vestido  de  un  paiit.ilon  y  de  iitia 
mala  chaqueta  hecha  pedazos,  comlucia 
por  la  hrida  de  un  caballo  de  tiro  desun- 
cido,  pero  con  su  arnés....  de  cuando  en 
cuando  el  caballo  se  p.ir;iba  y  rehusaba  el 
seguir  adelante...  el  nino,  (|ue  no  tenia 
lálrgo  para  obli¿;arlo  á  andar,  le  tiraba 
en  vano  por  la  brida  ,  y  el  caballo  se  <i(ie- 
daba  inmóvil....  ¡Oh,  Dios  mió  !..  ¡  Dios 
mió!  y  se  deshacia  en  lágritna...  mirando 
á  su  alrededor  para  implorar  el  socorro 
de  los  transeúnte.^. 

((  Su  fítonomía  estaba  marcada  de  un 
dolor  tan  profundo,  que  sin  reflexionar, 
e^nprendí  una  cosa  de  la  cual  ahora  no 
puedo  menos  de  sonreirme,  porque  de- 
bia  ofrecer  un  espectáculo  bastante  gro- 
tesco. 

«Tengo  (in  miedo  iiorrible  á  los  caba- 
llos, y  tengo  aun  mucho  mas  miedo  apo- 
nerme en  evidencia.  No  importa,  me  ar- 
mé de  \a\ur  ,  tenia  un  paraguasen  ¡a  ma- 
no    me  acerqué    a!  caballo,    y  con  la 

impetuosidad  de  una  hormiga  que<|uisie- 
ra  mover  una  gruesa  piedra  con  una  pa- 
ja, descargué  con  toda  ini  fuerza  un  gran 
golpe  con  el  paraguas  sobre  la  grupa  del 
rebelde  animal. 

« — ¡  \b!  gracias,  mi  buena  señora  , 
esclamó  el  niño  enjugando  sus  lágrima-;, 
ppgadle  denuevo  siquereis,  talvezhechará 
levantará. 

«Redoblé  mis  golpes  heroicamente; 
pero  ¡ay!  el  caballo,  ya  fuese  por  mal- 
dad ó  por  pereza ,  dobló  las  rodillas  y  se 
tendió  sobre  el  empedrado;  viéndoseeuí- 
barazado  con  el  arnés ,    rompió  éste  y  su 


gran  collar  de  madera;  me  habia  alejado 

con  el  temor  de  recibir  algunas  cxjces 

el  nu'io  no  pudo  bncer  con  entre  este  nue- 
vo desasiré  ijue  hincarse  de  rodillas  en 
medio  de  la  calle,  cruzando  en  seguida 
las  manos  sollozando,  esclamó  con  voz  de- 
sesperada :  ¡socorro!...  ¡socorro! 

«  Kste  titilo  iiiói. ido  :  niuclios  transeún- 
tes se  agruparon,  administraron  al  caba- 
llo una  buena  correcci(;n  mas  eficaz  que 
lamia,  y  se  levantó...  pero  ¡  Dios  mió!... 
¡en  qué  estado  estaba  su  arnés! 

«  Mi  amo  me  va  á  pegar,  i»sclamó  el 
pobre  iiiuchacho  deshecho  en  llanto,  ya 
hept-rdido  dos  horas  porque  el  caballo  no 
t]ueria  andar,  y  ahora  se  rompe  el  ar- 
nés!.... mi  amo  me  pegará,  me  pondiá 
iMi  la  calle,  ¡qué  va  á  ser  de  mí,  Dios 
mió!....   no  tengo  padre  ni  madre.... 

((  A  estas  palabras  pronunciadas  con  una 
esclamacion  dognrradora  ,  una  valerosa 
prendtra  del  Temple  que  se  hallaba  en- 
tre los  curiosos,  esclamó  con  aire  enter- 
necido: 

—  «  ¡  Ni  padre  ni  madre  !....  Vaya,  no 
te  desconsueles ,  chiquito,  en  el  Temple 
hay  recursos;  ahora  te  compondrán  tu 
arnés,  y  si  mis  companeras  son  como  yo, 
no  te  iiás  con  la  cabeza  y  los  pies  desnu- 
dos con  un  tiempo  semejante. 

«  Ksta  proposición  fué  acojida  con  es- 
clamaiiones  de  alegria;  condujeron  al  ni- 
ño y  al  caballo;  1<  s  unos  se  ocuparon  de 
componer  el  arnés;  una  prendera  le  ar- 
regló una  gorra;  otra  un  par  de  medias; 
esta  los  zapatos;  aquella  un  buen  traje; 
y  en  un  cuarto  de  hora  el  niño  estuvo 
perfectamente  vestido,  el  arnés  repara- 
do; y  un  muchacho  de  diez  y  ocho  años, 
blandiendo  un  látigo,  el  cual  chasqueó 
junto  á  las  orejas  del  caballo  á  manera 
de  advertencia,  dijo  al  niño,  que  mirando 
á  la  vez  sus  buenas  prendas  y  a  las  muje- 
res que  se  las  habían  suministrado,  se' 
creia  el  héroe  de  un  cuento  de  hadas } 
67* 


266 


ALBün. 


—  «¿Dónde  vive  Ui  amo,  aniiguito? 
^«Kn  el  muelle  de!  canal  de  Saint- 

Marlin  ,  respondió  este  oon  voz  conniovi- 
da  y  temblorosa  de  alegría. 

—  «  ¡Bueno!  dijo  el  joven  :  voy  á  ayu- 
darte á  conducir  tu  caballo,  el  cual  mar- 
chará conmigo  sin  dificultad  ,  y  le  diré  á 
tu  amo  que  tu  tardanza  ha  provenido  de 
esto.  No  debe  confiarse  un  caballo  resa- 
biado á  un  muchacho  de  tu  edad. 

«  En  el  momento  de  partir,  dijo  el  po- 
bre  chiquillo  tímidamente  á  la  mujer  qui- 
tándose su  gorra  : 

—  «  Señora  ¿me  permitís  que  os  abrace? 
«Y  sus  ojos  se  bañaron  en    lágrimas 

Ae  reconocimiento,  lenia  corazón  y  sen- 
timiento aquel  chico. 

«Esta  escena  popular  de  caridad  me 
habia  conmovido  agradablemente:  seguí 
con  mi  vista  todo  el  tiempo  que  me  fué 
posible  al  joven  y  al  muchacho,  que  ape- 
cas  podía  dar  alcance  al  caballo  metido 
en  paso,  y  dócil  en  estremo  ya  por  miedo 
al  castigo. 

«  Pues  bien  ,  si ,  lo  repito  con  orgullo, 
la  criatura  es  naturalmente  buena  y  com- 
pasiva :  nada  pnede  haber  mas  espontá- 
neo que  aquel  movimiento  de  piedad  y 
de  ternura  que  manifestó  toda  aquella 
multitud  cuando  el  pobre  muchacho  es- 
clamó: ¡Qué  será  de  mil....  ¡  no  tengo 
padre  ni  nradre  1... 

—  «  I  Desgraciado  niño! es  cierto, 

ni  padre  ni  padre....  decía  yo  para  mí.... 
Entregado  á  un  amo  brutal,  que  cubre 
apenas  sus  carnes  con  algunos  andrajos  y 
lo  maltrata....  durmiendo  sin  duda  en  el 
rincón  de  una  cuadra....  j  pobre  mucha- 
cho !  y  todavía  es  bueno  á  pesar  de  la  mi- 
seria y  de  la  desgracia...  Lo  he  compren- 
dido perfectamente;  liabia  en  él  mas  re- 
conocimiento que  alegría  por  el  bien  que 
le  habían  hecho....  Pero  acaso  esa  cria- 
tura tan  buena,  abandonada  ,  sin  apoyo, 
sin  consejos ,  sin  socorros,  y  exasperado 


por  los  malos  tratamientos,  se  ladeará  y 

se  pervertirá vendrá  después  la  edad 

de  las  pasiones...,  y  con  ella  las  perver- 
sas escítaciones.... 

«¡Ahí...  en  el  pobre  abandonado  de 
todos,  la  virtud  es  doblemente  santa  y 
respetable. 

« Esta  mañana  después  de  haber- 
me regañado  dulcemente  como  siempre 
la  madre  de  Agricol  porque  no  habia  ido 
á  misa,  me  dijo  estas  palabras  que  reve- 
lan toda  la  candorosa  ingenuidad  de  su 
fé:  «Felizmente  pido  al  cielo  por  tí  y  pnr 
mí,  pobre  Gibosa  ;  Dios  me  oirá ,  y  espe- 
ro que  no  irás  sino  al  purgaíorio. 

«  .Madre  llena  de  bondad...  alma  ange- 
lical   me  dijo  estas  palabras  con  una 

dulzura  tan  grave,  con  tanto  convenci- 
miento, con  tanta  fé  en  el  rebultado  de 
su  piadosa  intercesión  que  sentí  humede- 
cerse mis  ojos,  y  me  arrojé  á  su  cuello 
llena  de  reconocimiento. 

«  Este  dia  ha  sido  feliz  para  mí:  tongo 
fundadas  esperanzas  de  hallar  trabajo  y 
deberé  esta  fortuna  á  una  joven  compa- 
siva y  bondadosa  ;  mañana  debe  acumpa- 
ñarme  al  convento  de  Santa  María  en  el 
cual  creo  que  me  emplearán....  » 

Ya  profundamente  conmovida  Florína 
por  la  lectura  de  este  diario,  se  estreme- 
ció al  llegar  á  este  pasaje  en  que  hablaba 
de  ella  la  Gibosa,  y  continuó: 

«Jamás  olvidaré  el  espresivo  interés  y 
la  amable  delicadeza  con  que  me  acojió 
esta  hermosa  joven....  á  mi ,  tan  pobre  y 
tan  desgraciada.  Pero  esto  no  me  admi- 
ra, se  halla  al  lado  de  la  señoi'ita  de  Car- 
doville,  y  debia  ser  digna  de  estar  cerca 
de  la  bienhechora  de  Agricol.  Me  acor- 
daré siempre  con  gusto  de  su  precioso 
nombre  :  es  tan  bonito  como  su  rostro  ; 
se  llama  Florína....  Nada  soy,  nada  po- 
seo, pero  si  los  fervientes  votos  de  un  co- 
razón penetrado  del  mas  profundo  rece- 


ALBV 

«ocimionlo  son  escuolia  ■ios,  la  interesante 
Flürina  será  dichosa mtiy  dichona. 

«  I  Ay  !  solo  puedo  consagrarla  mis  vo 
los....  volos  solan\cnte....  ponjiie  na<la 
puedo  hacer  mas  (¡in'...  acordarme  de  fila 
y  amarla.  » 

Estas  líneas,  (jiio  espresnhan  con  tanla 
sencillez  la  sincera  {¿ralihid  de  la  (liho>a, 
llevaron  al  últimu  estreino  las  escilacio- 
nesdc  Florina.y  no  pudo  resistir  por  mas 
tiempo  á  la  generosa  tentación  que  e>pe- 
riinentaba. 

Al  paso  que  había  ido  leyendo  los  di- 
versos fragmentos  de  este  diario,  se  ha- 
blan aumentado  progresivamente  su  afec- 
to y  su  respeto  hacia  la  Gibosa,  siutiemJo 
y  conociendo  mas  que  nunca  lodo  lo  in- 
fame que  era  entregar  tal  vez  á  los  s.ir- 
casinos  y  al  desprecio  los  mas  secretos 
pensamientos  de  aquella  desgraciada. 

Lo  bueno  por  lorttuia  es  tan  contajioso 
como  lo  n)alo.  Asi  pues,  electrizada  por 
todo  lo  que  había  de  ariÜente,  de  noble 
y  de  elevado  en  las  páginas  que  acababa 
de  leer,  fortalecida,  por  decirlo  asi,  su 
debilitada  virtud  por  aquel  puro  y  vivifi- 
cante manantial,  y  cediendo  á  uno  de 
de  a(|uel!os  buenos  impulsos  que  la  asal- 
taban algunas  veces,  salió  de  su  cuarto 
llevando  consigo  el  manusciito,  muy  de- 
cidida, si  la  Gibosa  no  habia  \uello  aun, 
á  dejarlo  en  el  sitio  donde  lo  habia  lo- 
mado, y  resuella  también  á  decir  á  Ro- 
din  que  sus  |tes(|uisas  en  esta  segunda  vez 
respecto  al  diario,  habían  sido  infructuo 
sas  á  causa  sin  duda  de  haber  notado  la 
Gibosa  su  primera  tentativa  de  sustrac- 
ción. 

XIII. 


cf)7 


EL  DESCUBniMIE?(TO. 

Poco  tiempo  antes  de  que  Florina  so 
hubiese  resuelto  á  reparar  su  indignidad, 
habia  vuelto  á  casa  la  Gibosa  después  de 


mo  punto  su  doloroso  deber.  Después  de 
una  larga  ccnversacinn  con  Angela,  ad- 
mirada como  Agríctd  de  la  graciosa  in;¿e- 
nuidad  y  de  la  bondad  y  disrrt'cion  ci  ii 
(|ue  parecía  adt)rf)ada  esta  jiiven ,  habia 
tenidí)  lii  (¡ibosa  la  valeros;i  fi anqueza  de 
.uiiinar  ;il  herrero  á  que  contrajera  aquel 
nutrirnonío. 

La  escena  siguiente  pasaba  por  lo  tanto 
mientras  (|ue  Florina  acababa  de  recor- 
rer el  diario  de  la  costurera  y  antes  (iiic 
liubií  ra  lomado  la  laudable  resolución  de 
devoUi  rio. 

Serian  como  las  diez  de  la  noclie cuan- 
do la  Gibosa  que  acababa  de  entrar  en>u 
habitación  de  vue. ta  al  palacio  de  Cardn- 
ville,  se  había  dejado  caer  en  un  sillon 
i|iiebrantada  por  tantas  y  tan  fuertes  -sen- 
saciones. 

FJ  mas  profundo  silencio  reinaba  enlo- 
da la  casa  y  solamente  venia  de  ciiamlo 
en  cuando  á  interrjjmpirlo  el  ruido  del 
recio  viento  qtie  por  fuera  agitaba  los  ár- 
boles del  jardín.  Una  sola  bujía  alumbra- 
ba aquella  pieza  alfombrada  con  una  le.'a 
verde  y  sombría.  Estos  colores  oscuros  y 
los  negros  vestidos  déla  Gibo.sa  hacían  re- 
sallar mas  y  mas  su  terrible  palidez. 

Sentada  en  un  sillon  al  lado  de  la  chi- 
menea con  la  cabeza  caída  sobre  el  pecho, 
las  manos  cruzadas  sobre  sus  rodillas  y 
con  el  semblanli- melancólico  y  resignado, 
anunciaba  la  austera  satisfacción  qiie pro- 
duce el  convencimiento  de  haber  cumpli- 
do con  su  deber. 

La  Gibosa,  asi  como  todas  aquellas  per- 
sonas educadas  en  la  implacable  escuela 
de  la  desgracia,  que  no  manifiestan  ecsa- 
geracion  en  el  sentimiento  de  su  pena, 
huésped  demasiado  famíhar  y  demasiado 
asiduo  para  que  se  le  trate  con  lujo,  la 
Gibosa,  repelimos,  era  incapaz  de  entre- 
garse por  largo  tiempo  á  dolores  inútiles 
y  desesperados  respecto  á  un   hecho  con- 


habcr  cumplido  fielmente  y  hasta  el  últi- 1  sumado.  No  hny  duda,  el  golpe  había  ;i- 


2Ô8  ÀLitLSÏ. 

do  repentino  y  terrible:  no  hay  duda  que 
debía  dejar  un  doloroso  y  largo  s<=n- 
timiento  on  el  alma  de  la  Gibosa;  piro 
este  dolor  debía  pa?ar  bien  pronto,  si  pue- 
de decirse  así,  al  estado  de  esossufriniien 
los  cri^nicosque  casi  llegan  á  hacerse  parle 
integrante  de  la  vida. 

Y  ademas,  esta  noble  criatura,  tan  in- 
dulgente con  la  suerte,  hallaba  todavía 
consuelos  á  su  amarga  pena  ;  sentíase  vi- 
vamente afectada  por  las  muestras  de  be- 
nevolencia y  de  aprecio  que  liabia  reci- 
bido de  Angela,  la  amada  de  Agi/ool, 
y  aun  había  sentido  cierta  espíele  de  or 
güilo  de  corazón  al  ver  con  qué  ciega  con 
fianza,  con  que  inelable  alegría  había 
acojido  el  herrero  los  favorables  presenti- 
mientos que  parecían  venir  á  consagrar 
su  felicidad. 

La  Gibosa  se  decía  todavía  á  sí  misma. 

«A  lo  menos,  ya  no  me  veré  agitada 
á  mi  pesar,  no  por  esperanza  sino  por 
suposiciones  tan  ridiculas  corrió  insensatas. 
El  matrimonio  de  Agrícol  pone  un  térmi- 
no fínal  á  todas  las  miserables  ilusiones  de 
n»í  pobre  imaginación.» 

Y  sobre  todo  la  Gibosa  hallaba  uncoii- 
suelo  verdadero  y  profundo  en  la  seguri- 
dad en  que  se  encontraba  de  haber  podi 
do  resistir  á  aquella  prueba  terrible  y 
ocultar  á  Agrícol  el  amor  que  le  profesa- 
ba ;  porque  ya  saben  nuestros  lectores 
cuan  terribles  y  espantosas  se  presenta 
ban  á  la  pobie  joven  las  ideas  de  burla  y 
de  vergüenza  que  creía  enlazadas  con  el 
descubrimiento  de  su  loca  pasión. 

Después  de  haber  pernianecido  largo 
tiempo  absorta  en  sus  rillecsiones,  la  Gi- 
bosa se  levantó  del  sillon  y  se  dirijió  len- 
tamente hacía  su  buró. 

—  Mí  sola  recompensa,  decia  ella  al 
preparar  lo  necesario  para  escribir,  será 
la  de  confiar  al  triste  y  mudo  testigo  de 
mis  penas  este  nuevo  dolor.  Al  menos  ha- 
bré cumplido  la  promesa  que  á  mi  misma 


me  he  hecho,  creyendo  en  el  fondo  de  mj 
alma  que  esa  joven  puede  asegurar  la  fé'- 
liridad  de  Agrícol,...  Yo  se  lo  he  dicho 
a-i  á  él  con.sinceridad...  Alguadia,  ctian- 
do  haya  pasado  mucho  tiempo,  al  volver 
í  It't-r  estas  páginas  hallaré  tal  vez  una 
compensación  á  lo  que  en  este  momento 
SI  i  Ir  o  i 

(Cuando  esto  decia  la  Gibosa  tiraba  dql 
CHJ  n  y  abría  el  secreto. 

Noencontrando  en  él  su  manusciito lan- 
zó tMi  grito  de  sorpresa. 

¡  i'iTo  cual  fué  su  espanto  cuando  en 
Vez  de  su  diario,  y  en  el  lugar  que  este 
octipába,  halló  solamente  una  carta  con 
el  '^ohre  para  ella! 

La  joven  se  puso  pálida  como  una  muer- 
ta ,  las  piernas  le  temblaban,  y  se  halló 
próesima  á  desmayarse;  pero  el  mismo 
terror  que  crecía  por  momentos,  le  dio 
una  íidícia  enerjía  y  la  fuerza  suficiente 
par.]  tomar  la  carta  y  abrirla  rompiendo 
el  sello. 

Al  abrirla  cayó  de  ella  sobre  !a  mesa 
un  billete  de  quinientos  francos. 

La  Gibosa  lejó  la  carta  que  decia  asi: 
«  Señorita  ; 

«  La  lectura  de  vuestras  memorias ,  y 
«  la  historia  de  vuestro  amor  hacia  Agrí- 
«  col ,  tiene  un  no  se  qué  de  original  y  de 
«gracioso,  que  no  se  puede  resistir  al 
«  placer  de  publicar  vuestra  ardiente  pa- 
rt sion  ,  á  la  cual  sin  duda  no  puede  élde- 
«jar  de  mostrarse  sensible. 

«  Ademas  se  procurará  aprovechar  la 
«ocasión  de  proporcionar  á  otras  muchas 
«  personas  quehabrian  de  verse  desgracia 
«  damente  privadas  de  este  placer,  laeo- 
'(  tretenida  lectura  de  vuestro  diario.  Sí 
«no  bastan  las  copias  y  los  estrados,  se 
«  impíimirá  ,  porque  no  puede  haber  es- 
«  cesiva  publicidad  para  tan  lindas  cosas. 
«Unos  llorarán,  otros  se  reirán;  lo  que 
«á  estos  parezca  soberbio  y  magnifico, 
«  hará  soltar  á  otros  la  carcajada.  Asi  vá 


»»BfJMi 

«  el  HVondo  ;  pt^ro  dp  lo  que  podeU  oiUr 
Q  üo^iira  fS  (Iti  ({Ui*  vi>(>slr«>  diiirio  niftet'i 
«.inticlio  ruido.   De  c^la  nlluiia  cinuns 
o  laiu-ia  se  os  respondí'  soK'miicmi'nle. 

«  (^>mo  jiois  capsr  de  qm-ier  ^^J^l^ac^«'^ 
«  á  vueslro  tritiiifu  y  oonin  nu  t('iii><ís  lll<l^ 
«  i|Up  aiidiajus  por  vestidos  Ciíandi)  eii- 
«  irasleis  por  candad  en  esta  casa,  en  (joc 
a  queréis  niBudar  y  Itaceros  la  Snwra, 
«  co>a  que  por  cierto  no  corresponde  á 
<i  vuei»lro  jarfto,  por  muchas  razones  so 
a  os  reniilen  esos  quinientos  francos  por 
«  medio  de  e.sta  caria  para  resarciros  de 
«  vuestro  papel,  y  para  que  no  os  hajlei» 
«  >in  recursos  en  el  caso  en  que  seias  de- 
«  masiado  modesta  para  huir  de  lasfelici- 
«  (aciones  que  desde  mañana  lloverán  su 
«  tiru  vos,  porque  á  la  hora  de  estavues- 
«r  tro  diario  se  halla  ya  puesto  en  oiroula- 
a  cion . 

o  Uno  de  vuestros  hermanos 
«  L'n  verdadero  tiiBOSO." 
El  tono  groseramente  desvergonzado  é 
ihsultaotf  de  esta  carta,  (]ue  á  propósito 
se  había  querido  hacer  parecer  e>critapor 
algún  lacayo  envidioso  de  la  venida  á  la 
ca-<a  ;le  esta  desgraciada  criatura,  estaba 
calculada    con    una    h:ibiiídad    infernaJ  y 
y  did)ia  indefeclibleinente  producir  el  re- 
sultado que  se  esperaba. 
— i  Oh  !...  ¡  Dios  nuo  !... 
Ehtas  fueron  las  únicas  palabras  que  la 
joven  pudo  pronunciar  enmedio  de  su  es- 
tupor y  de  su  espanto.  Sin  embargo,  si  se 
r»*cUerdan  bien  las  e»))re»iones  apa^Nioita^ 
daficon  (jue  esta  desgraciada  liabia  de>cri- 
tt)  MI  ainui  hacia  su  hermaiio  adoptivo;  ¡.i 
se  conservan  en  la  memoria  muchos  pe- 
ríodos de  este  manuscrito  enipie  la  (jil)o- 
sa  revelaba  las  profundas  heridas  que  Ayri- 
col  le  había  hecho  frecuenfenienle  sin  sa 
berlo;  y  si  se  tiene  preseüte  eníin  su  ter- 
ror por  la  burla,  se  comprenderá  fáoll 
Miente  la  terrible  desesperaciun  que  >ii»iiii 
cuD  la  lectura  de  et4d  carta  infame.  La, 


'm 


(libosa  no  (u-iisí»  ni  un  solo  instante  eh 
tantas  pslabrus  nobles,  en  tantas  relacio- 
no.s  inleresunlrs  como  su  diario  enoerro- 
ha.  l.a  sola  y  horrible  Idea  que  trastorna- 
ba la  imaBÍnaci(tn  acalorada  de  esta  des- 
iíiraciada  fu»''  (|ue  al  dia  í«i^uicnte  Ayricol, 
la  señorita  de  (^ardovilie  y  una  milltitud 
insolente  y  mofadora  tendrían  ya  conoci- 
miento y  se  verían  enterados  muy  por  nie* 
ñor  de  esa  pa>ion  atrozmente  ridicula  que 
debía  á  su  parecer  abrumarla  de  confu' 
sion  y  de  vergüenza. 

K>te  nuevo  ^olpe  fué  tan  tremtípdoque 
Id  Gibosa  no  pudo  resistirlo  y  se  desvane- 
ció por  su  imprevi^to  choque. 
¡  Por  espacio  de  algunos  minutos  per- 
uiancció  completamente  inerte  y  anona- 
dada ;  pero  con  la  reflexión  le  sobrevi- 
jno  de  pronto  el  convencimiento  de  una 

necesidad  terrible Veíase  precisada  k 

abandonar  esta  casa  tan  hospitalaria  en 
donde  había  encontrado  un  refugio  segu- 
ro después  de  tantas  desgracias.  La  co- 
barde timidez,  la  escesiva  delicadeza  de 
esta  pobre  criatura  fo  le  permitían  per- 
manecer ni  un  minuto  mas  en  esta  mora- 
da en  dniide  \o>  secretos  mas  íntimos  de 
su  alma  acababan  de  ser  profanados  y  en- 
tre¡:adossiii  duda  á  lossarcasmos  y  al  des- 
precio. 

No  pensó  en  pedir  justicia  y  vongonza 
á  la  Señorita  de  Cardoville.  Arrojar  \\n 
gi'rmen  de  desconfianza  y  de  irritoirion  on 
esta  cosa  en  el  momento  en  qtie  iba  á 
abandonarla,  lo  hubiera  parecido  una  in- 
gratitud para  con  su  bienhechora.  Tam- 
poco procuró  adivinar  quien  fiodria  sor  el 
autor  ni  cual  el  motivó  de  una  carta  tan 
insultante  y  de  una  su>traccion  tan  odio- 
sa. ¿Pura  qm''...  cuando  estaba  decidida  á 
huir  de  las  humillaciones  Con  que  se  la 
antenazaba? 

Creyó   vagamente  (como  t>n  efecto  se 
esperaba)  que  e^»a  acción  indigna  debía 
sur  obra  de  algunos  sub0Íl(.Tuos  envidie - 
C8* 


2f0  àLltH, 

i08  de  la  afectuosa  deferencia  que  la  se- 
ñorita de  Cardoville  le  manifestaba...  Así 
pensaba  te  Gibosa  en  medio  de  su  terrr- 
ble  desesperación.  Estas  páginas  tan  do- 
lorosamente  intimas  que  no  se  hubiera 
atrevido  á  confiar  á  ia  madre  mas  cariño 
sa  y  mas  indulgente ,  porque  escritas  por 
decirlo  así  con  la  sangre  de  sus  heridas  re- 
flejaban con  una  severidad  demasiado  cruel 
las  mil  llagas  secretas  d«  su  dolorida  al- 
ma... estas  páginas  iban  á  servir ser- 
vían tal  vez  ya  de  juguete  y  de  risa  á  los 
criados  del  palacio. 


El  dinero  que  acompañaba  á  esta  carta 
y  la  firma  insultante  con  que  se  le  ofrecía, 
confirmaban  mas  y  mas  estas  sospechas. 
Se  quería  por  este  medio  que  el  temor  de 
la  miseria  no  fuera  un  obstáculo  para  su 
salida  de  la  casa. 

La  Gibosa  lomó  su  partido  con  esa  re- 
solución tranquila  y  decidida  que  le  era 

fanvíliar. 

Se  levantó  :  sus  ojos  estaban  brillantes 
aunque  un  poco  vagos,  y  no  vertían  ni 
una  lágrima;  habían  llorado  tanto  desde 
el  día  anterior!...  Con  una  mano  trému- 
la y  helada  escribió  las  siguientes  palabras 
en  un  papel  que  dejó  al  lado  del  billete  de 
quinientos  francos. 

«  Que  la  señorita  de  Cardoville  $ea  bm- 
«  dita  por  tantos  beneficios  como  me  ha  he- 
«  c/to,  y  que  me  perdone  por  haber  abando- 
«  nado  su  casa  en  donde  yo  no  puedo  per- 
«  manecer  ni  un  soto  instante  mas.» 

Escrito  esto ,  la  Gibosa  arrojó  al  fuego 
la  infame  carta  que  parecía  abrasarle  las 

manos En  seguida  dando  una  rápida 

y  última  mirada  por  aquella  habitación 
amueblada  casi  con  lujo,  se  estremeció  in- 


voluntariamente al  pensar  en  la  miseria   corda))a  á  cada  instante  las  finezas  y  las 


que  le  aguardaba,  miseria  mucho  master- 
ríble  ahora,  que  aquella  de  que  antes  ha- 
bla sido  victima, porque  lamadrede  Agri- 
Cül  se  había  marchada  con  (rabriel^  y  la 


desgraciada  joven  no  pedia  ya  verse  con* 
solada  en  su  desgracia  como  otras  veces 
por  el  afecto  casi  maternal  de  Id  mugerde 
Dagoberto. 

Vivir  sola...  absolutamente  sola...  con 
la  idea  de  que  su  fatal  pasión  hacia  Agri- 
col  era  objeto  de  burla  para  todos,  y  tal 
vez  también  para  él  mismo...  Hé  aqu'  el 
porvenir  que  á  los  ojos  de  la  Gibosa  se 
presentaba. 

Este  porvenir...  este  abismo  la  espan- 
tó... Un  pensamiento  siniestro  se  presen- 
tó entonces  en  su  imaginación... se  estre- 
meció, y  la  espresion  de  una  amarga  ale- 
gría contrajo  sus  facciones. 

Resuelta  á  salir  de  aquella  casa, dio  al- 
gunos pasos  hacía  la  puerta ,  cuando  al 
pasar  por  delante  de  la  chimenea  fijó  in- 
voluntariamente sus  ojos  en  el  espejo,  y 
se  vio  pálida  como  una  muerta,  y  vestida 
de  negro...  Recordó  entonces  que  llevaba 
un  trage  que  no  la  pertenecía  y  teníenlo 
presente  la  espresion  {de  la  carta  en  que 
se  le  reconvenía  por  los  andrajos  con  que 
había  entrado  vestida  en  esta  casa ,  dijo 
con  una  sonrisa  sardónica  y  mirando  su 
traje  negro  : 

— Es  verdad,  me  llamarían  ladrona. 

Y  en  seguida  tomando  la  bujía  entró  en 
la  pieza  de  tocador  donde  |enia  los  pobres 
viejos  vestidos  que  había  querido  conser 
var  como  una  especie  de  religioso  recuer- 
do de  su  infortunio. 

Solamente  en  este  instante  corrieron 
con  abundancia  las  lágrimas  de  la  Gibo- 
sa... Lloraba,  nodfrdesesperacion  déver- 
se nuevamente  vestida  con  la  librea  de  la 
miseria,  sino  qué  lloraba  de  reconocimien- 
to, porque  todo  aquel  mueblaje  de  como- 
didad al  eual  daba  un  eterno  á  dios,  le  re- 


bondades que  había  debido  á  la  señorita 
de  Cardoville.  Asi  fué  que  cediendo  á  un 
movimiento  casi  involuntario  después  de 
haberse  vestido  c<N)  su  pobre  y  andrajoso 


ALBVM 

traje,  se  postró  du  rodillas  en  mctlio  delà 
habitación  y  dirigiéndole  con  el  pensa- 
miento à  la  señorita  de  Cardoville,  escla- 
nió  con  una  voz  medio  sofocada  por  los 
sollo/os  convulsivos: 

— A  dios...  y  para  siempre  á  dios...  vos 
qie  me  llamabais  vuestra  amiga...  vues- 
tra hermana... 

De  repente  se  levantó  la  Gibosa  ater- 
rada; habia  oido  andar  suavemente  pore! 
corredor  que  bajaba  al  jardin  y  al  cual  da- 
ba una  de  las  puertas  de  su  habitación 
yendo  á  parar  la  otra  al  salon  de  que  he- 
mos liablado  anteriormente. 

Era  Florinaipie  ¡ay!  llegaba  demasia- 
do tarde  á  devolver  el  manuscrito. 

Turbada  y  asombrada  por  el  ruido  de 
los  pasos,  la  Gibosa  creyéndose  ya  el  ob- 
jeto de  la  burla  de  toda  la  casa,  salió  pre- 
cipitadamente desde  sit  cuarto  al  salon,  lo 
atravesó  en  un  momento,  salió  á  la  ante- 
cámara, llegó  al  patio  y  llamó  á  la  venta- 
nilla del  portero.  La  puerta  de  la  calle  se 
abrió  y  volvió  á  cerrarse  inmediatamente. 

La  Gibosa  habia  abandonado  ya  el  pa 
lacia  de  Cardoville. 


Adriana  habia  quedado  privada  pores- 
4e  medio  dt^  una  centinela  cuidadosa  y  leal, 
que  velaba  en  su  favor. 

Rodín  se  habia  desembarazado  de  una 
antagonista  activa  y  perspicaz,  que  siem- 
pre y  con  razón  habia  temido. 

Habiendo  adiviuado  como  hemos  dicho 
el  amor  que  la  Gibosa  profesaba  á  Agri* 
col,  y  sabiendo  que  cotnponia  versos,  el 
jesuíta  dedujo  lógicamente  que  ella  debia 
haber  escrito  secretamente  algunas  com- 
posiciones en  que  hubiera  exhalado  osla 
pasión  fatal  y  oculta.  Este  fué  el  motivo 
porque  mandó  á  Florina  que  procurase 
descubrir  algunas  pruebas  es  ritas  de  este 
amor;  y  este  fué  el  nootivo también  deesa 
carta  tan  horriblemente  bien  calculada  on 
su  descaro,  y  de  la  que  es  preciso  confe- 


i71 

sar  que  Florina  if;noraba  el  contenido, 
habiéndola  recibido  después  de  haber  datlo 
siunariamenle  noticia  de  loi|U«'ei)Cirratia 
el  manuscrito  que  se  habia  contenlado  la 
piimera  vez  con  recorrerlo  vol  viendo  á  cu - 
locarlo  en  su  lugar. 


Ya  hemcs  dicho  que  Florina  cediendo , 
nimque  demasiado  tarde,  al  impulso  de  un 
generoso  arrepentimiento,  habia  llegado  á 
la  habitación  de  la  Gibosa  en  el  momento 
mismo  en  que  ésta  aterrada  abandonaba 
el  palacio. 

La  camarista  habiendo  notado  que  ha- 
bia una  luz  en  la  pieza  de  tocador,  se  acer- 
có alli  y  vio  sobre  una  silla  el  vestidu  ne- 
gro que  acababa  de  quitarse  la  Gibosa  ,  y 
á  pocos  pasos  abierta  y  vacía  la  pequeña 
y  vieja  maleta  en  donde  aquella  habia  te- 
nido guardados  hasta  entonces  sus  pobres 
vestidos. 

El  corazón  de  Florina  se  quebrantó  al 
hacer  este  descubrimiento.  Corrió  hacia  el 
buró,  y  el  des(>rden  de  los  cajones,  el  bi- 
llete de  los  quinientos  francos  que  estaba 
al  lado  de  los  dos  renglones  escritos  para 
la  señorita  de  Cardoville,  todo  le  probaba 
que  su  obediencia  á  las  órdenes  de  Uodin 
habia  producido  funestos  resultados,  y  que 
la  Gibosa  habia  abandonado  parasicfnpru 
aquella  casa. 

Florina  reconociendo  la  inutilidad  do  su 
tardía  resolución,  se  resignó,  suspirando, 
á  remitir  el  manuscrito  á  Rodin ,  y  obli- 
gada por  la  fatalidad  de  su  miserable  po- 
sición á  consolarse  del  mal  por  el  mal  mis- 
Tno,  se  dijo  á  si  misma ,  que  al  menos  su 
traición  iba  i  sor  meóos  perjudicial  por  la 
ausencia  de  la  Gibosa. 


Dos  dias  después  de  estos  aconteci- 
mientos recibió  Adriana  la  siguiente  con- 
testación de  Kodin ,  en  respuesta  é  una 
carta  que  le  habia  escrito,  para  partici- 
parle la  inesplicable  desaparición  de  la 
(i  ¡bota. 


2^2 


«  Mi  querida  señorita: 

«Viéndome  precisado  á  pariiresla ma- 
juana misma  para  la  fábrica  dellionr:4do 
«Mr.  Ilardy,  á donde nie llama  un  acon- 
«  tecimiento  muy  grave,  me  es  imposible 
«ir  á  presentaros  mis  humildes  servicio». 
«  Me  preguntáis  que  es. lo  que  del)e  peo- 
«  sarse  respecto  á  la  desaparición  de  esta 
«  pobre  muchacha  y  en  verdad  que  no  sé 
«que  deciros....  El  tiempo  lo  espllcará 
«  todo  sin  perju'licarlá  á  ella...  Kstoy  se- 

Ik  guro  de  (|ue  asi  será solamente  de- 

«  bo  haceros  recordar  !o  que  os  dije  en 
«casa  del  doctor  Baleinier,  respecto  á 
«cierta  sociedad  y  á  los  emisarios  secretos 
«  de  que  peí  fijamente  sabe  rodeará  todas 
«  aquellas  personas  á  quienes  tiene  algún 
«  interés  en  espiar. 

«  Yo  no  inculpo  á  nadie;  pero  recordemos 
«  simplemente  los  hechos.  Está  pobre  jó- 
*  ven  me  ha  acusado...  y  vos  sabéis  que 
«  no  tenéis  un  servidor  mas  leal....  Klla 
«no  poseía  nada.....  y  sin  embargo  se  le 
«  han  encontrado  en  su  l<uró  quinientos 
«francos. 

«  Vos  la  habéis  colmado  de  beneficios... 
«y  ella  ha  abandonado  vuestra  casa  sin 
«  atreverse  á  esplicar  la  causa  de  su  inca- 
«  lifioable  fuga. 

«Yo  no  tallo,  mi  querida  señorita  i.. 
«  Me  repugna  siempre  acusar  sin  prue- 
«  bas...  pero  reflexionad  sobre  estesuceso 
«  y  vivid  alerta.  Acaso  acabáis  de  salir  por 
«  este  medio  de  un  grave  peligro.  Kedo- 
«  blad  vuestra  circunspección  y  vuestra 
«  desconfianza.  Esta  es  á  lo  menos  la  opi- 
«  nion  y  este  es  el  consejo  que  os  da  vues- 
k  i.ro  humilde  y  sumiso  servidor;  » 

lio  DIN. 

CAPÍTÍJLOXIV. 

LA  CITA  DE  LOS  LOBOS. 

En  el  miimno  día,  que  era  domingo, 
en  que  la  seiiorita  de  Cardeville  habia  re- 
cibido la  carta  de  ]lodin  relativa  á  la  fuga 
de  la  Gibosa ,  habia  en  una  de  las  taber- 


inas  ó  figones  del  pueblec ito  de  Villiew!,  ph)- 
iximo  á  la  fábrica  del  MV.  lïardy  óoi 
■hombres  que  sentados  á  una  mesa  con- 
;ver-;aban  y  bubian. 

■  Este  pueblecito  estaba  generalmente  ha^ 
Ibitado  por  canteros  y  por  picapedreros 
empleados- en  la  esplotaíion  de  las  cante- 
ras que  habia  por  aquellos  alrededores; 
El  trabajo  de  éstas  gentes  era  diiro  y  pe- 
noso y  de  los  que  menosjornalpi^f)oi"cftíi 
naban  entre  lodos  los  de  los  artesanos.  Àst' 
lo  liabia  manifestado  Agricol  á  la  Gibosa; 
estshlt'cicnda  una  comparación  rlesfavora- 
ihle  pafa  estos;  entre  su  suerte  siempre 
rhiserable,  y  la  comodidad  y  rriediania  ca- 
si increinles  de  qiie  gozaban  los  trabaja- 
dores del  Mr.  Hardy  j  gracias  á  SU  inte- 
ligente y  generosa  dif-eccion,  asi  como  á 
los  principios  de  asociación  y  mancomuni- 
dad que  el  mismo  fabricante  había  esta- 
blecido entre  sus  dependientes. 

La  desgracia  y  la  ignorancia  son  catira 
siempre  de  gravísimos  males:  la  desgra- 
cia p  irgue  se  irrita  con  facilidad;  y  la  ig- 
norancia, porque  cede  frecueriíeméute  á 
los  consejos  perfil!  )S.  Por  espacio  de  mu- 
cho {iemjjo  lá  fülitidad  de  los  obreros  dé 
Mr.  Hardy  habia  sido  naturalmente  en- 
vidiada; pero  no  mirada  con  rencor;  sin 
fembargo,  desde  que  los  ocultos  enemigoá 


del  fabricante,  in«il¡gad.^s  por  el  señor 
Tripeaud,  que  era  su  rival,  tuvieron  in- 
terés en  que  este  pacífico  estado  de  co&aS 
cambiara...,  cajnbio  en  é/fíctp. 

Con  una  sagacidad  y  una  conslancíá 
diabólica  se  logró  encender  las  malas  pa- 
siones; por  utedio  de  emisarios  elegidas 
se  instigó  á  algunos  canteros  y  picapedre- 
ros de  las  cercanías  cuya  mala  conducta 
habia  agravaJj  su  miseria.  Nolabjemenlé 
conocidos  por  su  espíritu  turbulento,  enér- 
gico y  atrevido,  estos  hombres  podiaií 
ejercer  una  influencia  peligrosa  sobre  fa 
mayoría  de  sus  compañeros  pacíficos  ^  \à-> 


Ait  lai 

liorîosos  y  iionraitus,  pero  fácüos  do  inti- 
iiiítiar  por  la  violonria. 

A  fstos  inslrijiiu'iil'ts  «le  discordia  ir- 
titad-'S  ya  p-tr  la  dt'-i;raria  .  ?e  les  cXiíj^c- 
r*^  la  ffliridiíil  <ft'  ipn'  ^nirahaii  los  Iraba- 
j  nlort'S  df  la  fáhrica  drl  Mt.  Ilárdy  ,  y 
se  logró  escitar  eii  tilos  una  rabiosa  en 
vidia. 

Todavía  se  pasó  mas  adelante:  los  iii- 
reiidiarins  sermones  del  clórigo,  individuo 
de  la  congregarion  y  venido  cspresamen- 
le  de  París  para  predicar,  durante  la  ciia- 
reSiTia  contra  el  !\fr.  Hardy,  obraron  con 
mucha  actividad  en  los  ánimos  delasmu- 
gcres  de  estos  Irahajadon-s ,  (|ne  en  tanto 
que  sus  maridos  concurrían  á  \ù  taberna 
Bsístian  ellas  al  sermon.  Aprovechando  el 
crecido  temor  que  la  aprocsimacion  del 
cólera  inspiraba,  entonces  se  procuró  ater- 
rar aquellas  imaginaciones  débiles  y  cré- 
dulas mostríndoles  la  fábrica  deMr.Har 
dy  como  un  centro  de  vicios  y  de  conde- 
nación capaz  de  atraer  la  venganza  del 
cielo,  y  por  consiguiente  la  plaga  venga- 
d'ra  sobre  el  canton.  Los  hombres  pro- 
fundamente irritados  ya  por  la  envidia. 
Se  Veían  incesantemente  escitados  por  sus 
mugeres  que  ecsaltadas  por  las  predica- 
ciones del  clérigo  maldecían  áipjtl  mon- 
tón de  ateos  que  podían  atraer  tantas 
desgracias  sobre  el  país.  Algunos  sugetos 
perversos  (|ue  pertenecían  á  los  talleres 
de  Mr.  Trípeaud ,  y  pagados  á  prepósito 
por  él  (ya  hemos  dicho  el  interés  que  el 
honrado  fabricante  tenia  en  la  ruina  de 
Mr.  Hdrdy)  contribuyeron  á  aumentar  la 
irritación  general  y  á  colmar  la  medida  , 
promoviendo  una  de  esas  terribles  dispu- 
las de  companerísmo  icompmjnonage)  que 
en  nuestra  época  han  hecho  correr  la  san- 
gre tantas  veces. 

Un  número  considerable  de  obreros  de 
Mr.  Hardy  antes  de  entrar  en  su  fábVica 
habían  pertenecido  á  uiu  de  estas  socie- 
dades conocida  con  el  nombre  de  los  De- 


'M 


voraihrei,  mimlras  que  muchos  canteros 
y  picapedreros  de  las  cercanías  perfene- 
cian  á  la  sociedad  llamada  de  los  ImIios. 
V.i\  loduS  tiempos  han  ecsístido  frecuen- 
temente rivalidades  iiiqjlacables  entre  los 
Lf'büs  y  los  Devoradores,  rivalidades  que 
lian  produciilo  luchas  terribles  y  sangrien- 
tas tanto  mas  tieplorables  cuanto  (jue  la 
ínslilucíon  do  riimpañerismoes  bajo  otros 
puntos  de  vista  ima  institución  escelente 
estando  basada  sobre  el  principio  tan  fe- 
cundo y  tan  poderoso  de  la  asociación. 
Pero  en  lugar  de  abrazar  todos  los  cuer- 
poí  del  estado  en  (uia  union  fraternal,  el 
cumpañerisíiio  se  fracciuna  en  sociedades 
colectivas  y  ílislinlas  cuyas  rivalidades  pro- 
ducen encarnizadas  colisiones. 

Desde  ocho  días  antes  los  Lobos  escita- 
dos por  tantas  y  tan  diferentes  intrigas 
ardían  ya  en  el  deseo  de  encontrar  una 
ocasión  y  un  pretesto  para  venir  á  las  ma- 
nos con  los  Devoradores;  pero  como  estos 
no  frecuentaban  las  tal>ernas  ni  salían  eil 
toda  la  semana  de  la  fábrica,  había  que- 
dado burlado  a(|uel  deseo,  y  los  Lobos 
se  vieron  obligados  á  esperar  al  domingo 
con  una  impaciencia  terrible. 

Preciso  es  confesar  que  un  número  con- 
siderable de  canteros  ó  picapedreros,  gen- 
tes pacíficas  y  buenos  trabajadores,  aun- 
que también  pertenecian  á  la  sociidad  de 
los  Lobos,  se  habían  negado  á  tomar  par- 
te en  aquella  manifestación  hostil  contra 
los  Devoradores  de  lafábríea  de  Mr.  Har- 
dy... y  los  agentes  secretos  habían  tenido 
que  recluter  muchos  vagos  y  holgazanes 
de  los  arrabales  que  á  la  noticia  de  tu- 
multo y  de  desorden  se  habían  alistadocon 
gusto  bajo  la  bandera  de  los  Lobos  bata- 
lladores. 

Tal  era  la  sorda  fermentación  que  aji- 
taba  el  puebletito  de  Víllíers,  en  tanto 
que  Ids  dos  hombres  dé  que  hemos  ha- 
blado, se  hallaban  sentados  mano  á  mano 
en  la  taberna. 
69* 


S7l  ALBUM. 

Estos  hombres  habían  pedido  un  cuar- 
to para  estar  solos. 

El  uno  de  ellos  era  jóvon  y  estaba  bien 
vestido:  pero  su  desabotonamiento ,  su 
corbata  arrugada  y  desanudada,  su  cami* 
sa  manchada  de  \¡no,  el  desorden  de  sus 
cabellos,  sus  facciones  decaídas,  la  pali- 
dez de  su  rostro  y  lo  ensangrentado  de 
sus  ojos,  anunciaban  claramente  que  la 
noche  que  había  precedido  á  esta  maña- 
na, había  sido  una  noche  de  orgía;  mien- 
tras que  su  ceño  brusco  y  torpe ,  su  voz 
ronca  y  su  mirada  brillante  unas  veces  y 
estúpida  otras,  demostraban  que  á  los  úl- 
timos vapores  de  la  embriaguez  déla  vís- 
pera, se  juntaban  los  primeros  síntomas 
de  una  nueva  borrachera. 

El  compañero  de  este  joven  le  dijo  to- 
cando su  vaso  con  el  que  aquel  tenia  en 
la  mano: 

— A  vuestra  salud,  amigo  mío. 

— A  la  vuestra,  respondió  el  joven,  á 
pesar  de  que  me  causais  el  mismo  efecto 
que  si  fuerais  el  diablo.... 

— Î  Yo....  el  diablo....  1 

—Sí. 

— ¿Y  porqué? 

— ¿De  qué  me  conocéis  á  mí? 

— ¿Os  pesa  haberme  conocido? 

— ¿Quién  os  había  dicho  que  yo  estaba 
preso  en  la  cárcel  de  Santa  Pelagía? 

—  Os  he  sacado  yo  de  la  prisión. 

— ¿Pero  por  qué  me  habéis  sacado?^ 

— Porque  tengo  buen  corazón. 

— Vos  me  amáis  tal  vez....  como  el 
carnicero  ama  á  la  res  que  trae  al  mata- 
dero para  degollarla. 

— ¿Estais  loco? 

—No  se  pagan   diez  mil  francos  sin 
Ihvar  en  ello  algún  objeto. 
— Y  yo  tengo  un  objeto. 


sado  la  última.  Buen  vino,  buena  cena, 
muchachas  hermosas  y  cancionesalegres,,. 
¿es  mal  oficio  este? 

Después  de  haber  guardado  silencio  por 
un  momento  el  joven  y  sin  responder  á 
esta  pregunta  y  dijo  tomando  un  aire  som- 
brío: 

— ¿Porqué  el  dia  antes  de  mi  salida  de 
la  cárcel,  pusisteis  por  condición  de  mi 
libertad,  que  había  yo  de  escribir  á  mi 
querida,  diciéndula  que noqueriar  volver  á 
verla?  ¿Por  qué  me  exigisteis  que  os  en- 
tregase á  vos  mismo  esta  carta? 

—  ¡Suspiraisl....  ¿Pensais  todavía  en 
ella? 

— Sí siempre. 

— Hacéis  mal vuestra  querida  está 

ya  lejos  de  Paris  á  la  hora  de  esta Yo 

la  vi  subir  en  la  diligencia  antes  de  ir  á 
buscaros  á  Santa  Pelagia. 

— Sí...  yo  me  ahogaba  en  aquella  pri- 
sión, y  á  trueque  de  salir  de  ella,  hubiera 
vendido  mi  alma  al  demonio.  Sin  duda 
vos  lo  habéis  sabido  y  os  habéis  prcsesj- 
tado  á  recoger  el  fruto,  sino  que  en  lugar 
de  mí  alma  me  habéis  arrancado  á  Ce- 

físa jPobre  reina  Bacanal!...  ¿Y  con 

qué  objeto?...  ¡Con  mil  diablos!  ¿me  lo 
diréis  al  fin? 

— Un  hombre  que  tíet.e  una  querida 
tan  dentro  del  corazón  como  vos  teníais 
la  vuestra,  no  es  un  hombre...  y  cuando 
llega  el  caso,  le  falta  el  valor. 
— ¿Qué  caso? 
— Bebamos. 

—  Me  vais  haciendo  beber  ya  dema- 
siado aguardiente. 

—  iBahl...  De  poco  os  quejáis mi- 
radme á  mí  como  bebo. 

— Eso  es  lo  que  me  aterra...  y  me  pa- 
rece diabólico Una  botella  entera  de 


— Un  compañero  de  buen  humor  que 
gaste  alegremente  el  dinero  sin  trabajar 
y  que  pase  todas  las  noches  como  ha  pa- 


¿Cuál?  ¿Qué  queréis  hacer  de  mi?     aguardiente  ni  siquiera  osjhace pestañear. 


Tenéis  un  estómago  de  hierro  y  una  ca- 
beza de  mármol. 
— Es  que  yo  he  viajado  mucho  tiempo 


for  la  Rusia ,  y  afli  se  bebe  para  calen  - 
larse. 

— Aqui  se  bobo  para  abrasarse...  Bue- 
no   Bobamos pero  que  »ea  vino. 

—  jOué  vino!..-  Kslamos  biienos,  el 
vino  es  bueno  para  los  niños:  el  aguar- 
diente para  los  hi>ml)res  ooino  nosotros. 

— Pues  bebamos  aguardiente Esto 

abraca la  calieza  se  me  arJe Me 

quema  tanto,  que  me  hace  ver  las  llama» 
del  infierno. 

— jViveDiosJ  que  asi  es  connoyo  quie 
To  veros. 

— Hace  poco.,,  me  decíais  qtie  estando 
yo  tan  enamorado  de  mi  q^ierida,  «lande 
alegara  el  caso  me  faltaría  el  valor;  ¿de 
<]ué  caso  nve  qui  riais  hablar? 

— Btíbamos 

— Aguardad  un  momento ¿sabéis, 

«amarada,  que  yo  no  soy  tan  tonto,  y 
que  en  vuestras  medias  palabras  creo  ha- 
ber adivinado  alguna  cosa? 

— Vamos  á  ver- 

— Vos  sabiais  (jue  yo  he  sido  obrero, 
<|iie  conocía  á  muchos  comparleros,  que 
soy  un  buen  muchacho,  y  que  me  «pre- 
cian por  lo  mismo;  y  habéis  querido  sin 
duda  serviros  de  uú  como  de  un  reclamo 
para  cazar  á  otros. 

— ¿Y  qué  maa? 

—  Vos  debéis  ser  algún  agente  de  mo- 
tiles   algún  comisionado  para  las  re- 
beliones. 

— Adelante. 

— V  viajáis  de  una  partea  otra  con  ins- 
trucciones de  alguna  sociedad  anónima  que 
se  ocupa  de  alguna  rebelión. 

— ¿Sois  por  ventura  cobarde? 

—  ¡Yo!...  también  he  tirado  algunos 
balazos  en  Julio y  de  firme. 

— ¿Y  os  batiríais  alguna  vez  todavía? 

—Tanto  da  un  fuego  de  artificio  como 

otro por  ejemplo,   hay  algo  mas  de 

agradable  que  de  útil en  las  revolu- 
ciones, porque  todo  lo  que  yo  he  sacado 


S75 

de  las  barricadas  de  Ion  tres  dias ,  ha  sido 
quemarme  los  pantalones  y  perder  la  cha- 
queta... .  ^Kf  feneiü  lo  que  el  pueblo  ha 

ganado  en  mi  persona cantando  el  En 

avant  marchom. 

— ¿Conocéis  muchos  trabajadores  de  la 
fábrica  de  Mr.  Hardy? 

— jOia  !  i  Es  para  esto  para  lo  que  me 
habéis  traído  aquí? 

— Sí y  pronto  os  encontrareis  aqui 

con  muchos  de  estos  obreros. 

—  ¡Qué  !...  1  los  camaradas  que  traba- 
jas en  la  fábrica  de  Mr.  Hardy  volverán 
á  morder  el  cartucho!...  Son  demasiado 

afortunados  para  esv Me  pare oe  que 

os  equivocáis 

— Pronto  deben  venir  aqui. 

— jEllosl...  jY  siendo  tan  afortuna- 
dos!... iQué  tienen  que  reclamar  para  si? 

— ¿Y  sus  hermanos?  ¿Y  todos  esos  que 
no  teniendo  un  amo  tan  bueno  se  mue- 
ren de  hambre  y  de  miseria,  y  ios  llaman 
para  que  vengan  á  reunirse  con  ellos?... 
¿Creéis  que  los  obreros  de  Mr.  Hardy  se 
mostrarán  sordos  á  este  llamamiento? 
Mr.  Hardy  es  una  escepcion  de  su  das»-; 
que  el  pueblo  se  decida  y  dó  una  embes- 
tida vigorosa,  y  la  escepcion  se  convertirá 
en  regla  general ,  y  todo  el  mundo  que- 
dará contento. 

— ¿Sabéis  que  me  parece  que  hay  »'(to 
de  verdad  en  vuestras  palabras?  Sola- 
mente que  es  necesario  que  la  embestida 
que  dé  el  pueblo  sea  vigorosa  y  acertada 
para  convertir  en  hombre  de  bien  á  ese 
avaro  baron  Tripeaud  que  es  la  causa  d« 

que  yo  me  halle  en  este  estado Estoy 

por  decir  que  esto  no  puede  conseguirse 
sin  acabar  con  ese  títere 

— Los  obreros  de  Mr.  Hardy  van  á  ve- 
nir :  vos  sois  sti  camarada  y  como  no  te- 
neis  ningún  interés  en  engañarlos,  os  cree- 
rá.... pues  bien ,  unios  á  mí  para  acabar 
de  decidir — 

— ¿  A  qué? 


2?6 


A  .Bélt) 


— A  salir  de  esa  fábrica  en  donde  se  van 
afeminando  y  donde  el  egoismo  los  encier- 
ra sin  di'jarles  pensar  en  sus  hermanos... 

— Prro  si  abandonan  la  fábrica,  ¿deque 
Van  á  vivir? 

— Ya  se  proveerá  á  esa  necesidad....*, 
hasta  que  llegue  el  dia  grande. 

— Y  hasta  entonces  ¿que  se  handelia- 
cer? 

— Lo  que  vos  habéis  hecho  esta  noche. 
Beber,  gozar  y  cantar,  y  después  por  único 
trabajo  ac  jstuinbrarse  al  manejo  de  las  ar- 
mas. 

— ¿Y  quien  va  á  hacer  venir  aqui  áesos 
obreros? 

— Ya  se  les  ha  hablado  y  se  ha  hecho 
que  lleguen  á  sus  manos  escritos  en  que 
se  les  reconviene  por  la  indiferencia  que 
muestran  hacia  la  suerte  de  sus  ramara- 
da«....  Vamos  ¿me  apoyartMs  vos? 

— Yo  os  apoyaré....  tanto  mas  cuanto 
que  empiezo  á  poder  sostenerme  con  difi- 
cultad.... Yo  no  tenia  en  el  mundo  mas 
que  á  Cefisa.,..  Conozco  que  estoy  en  una 

pendiente  peligrosa Vos  me  empujáis 

por  ella...  Rodemos  pues....  Ir  al  infierno 
<le  un  modo  ú  otro,  se  me  da  lo  mismo*.. 
Bebamos.... 

— Bebamos,  pensando  en  la  orgía  de 
la  noche  prócsima....  la  de  la  anterior  no 
ha  sido  mas  que  una  orgía  de  novicio. 

— ¿De  (]ue  materia  sois  vo»?  porque  yo 
os  miraba  y  ni  un  instante  os  he  visto  ni 
colorearos,  ni  sonreír,  ni  recibir  la  mas 
pequeña  impresión....  Estabais  a!Ii  plan- 
tado como  un  hombre  de  hierro. 

— Es  que  no  tengo  ya  quince  años  y  se 
necesitan  otras  cosas  para  baeer me  reír... 
p«ro  esta  noche....  yo  me  reiré. 

*— No  sé  si  consiste  en  el  aguardien- 
te,... pero  el  diablo  me  lleve  si  no  me 
aterráis  al  oíros  decir  que  esta  noche  os 
reiréis. 

Y  al  decir  estoelJÓTetí,  «e  levantin  tam- 
baleándose porque  comenzaba  ya  á  estar 
nuevamente  borracho. 


En  aquel  momento  Ilanlal-oh  á  ia  ptiertá; 

— Adentro,  dijo  el  compañero  del  jóvert 
al  oír  que  llamaban  á  la  puerta. 

El  dueño  de  la  casa  entró. 

— ¿Que  se  os  ofrece? 

— Abajo  hay  un  joven  que  dice  lla- 
marse Olivier ,  y  pregunta  por  el  señor' 
Morok. 

— Yo  soy,  decid  á  ese  jóVen  que  suba» 

El  dueño  do  la  casa  se  retit-d; 

— Es  uno  de  los  nuestros;  pero  vieílé'" 
soloi    dijo    Morck,    ccjyo   severo  aspecto 
aiiiiiiciaba  disgusto.  Solo!...  Es  cosa  que 
me  admira,  esperaba  á  otros  nïuchos  cort 
él*...  ¿Le  conocéis  vos? 

—¿A  Olivier?..*.  Sí,  uno  rubio se 

me  parece*... 

-^Ahora  lo  veremos....  ya  está  aquí. 

En  efecto,  un  ¡oven  con  iina  fisonomía 
franca,  atrevida  é  inteligente,  entró  en  el 
gabinete  en  aquel  momento* 

—  ¡Ca!l,i!*..  ¡Duerme-en-Cueros!  esclà- 
mó  iil  ver  al  convidado  de  Morok. 

-«Sí,  mírame,  yo  soy....  hace  ya  un  si- 
glo que  no  nos  vemos. 

—  ¡Cosa  muy  sencilla  I  amigo  mío 

;Coii)0  no  trabajamos  ya  en  el  mismo  ta- 
ller í 

—  Pero,  venís  solo?  le  preguntó  Mo- 
rok. Y  luego  señalando  hacia  Duerme-en- 
Cueros,  añadió: 

— Se  puede  hablar  libremente  delante 
de  él...v  es  (Je  ¡os nuestros.  ¿Pero  comoes 
que  venís  solo? 

— Vengo  solo ,  pero  vengo  en  nombre 
de  mis  camaradas. 

— ^¡  Ola  1  dijo  Morok  con  una  esclama- 
cion  de  alegría  ,  ¿con  que  consienten?...; 

— Se  niegan  redondafnente....  y  yo  con 
ellos. 

—  [Como  es  eso,  vive  Dios!...  Se  nie- 
gan  Tan  poca  cabeza  tienen  que  quie- 
ren parecer  m  ugeres!  ésclarrió  Morok  apre- 
tando los  dientes  de  rabia. 

— Escuchadme,  dijo  íriamenle  Oliviery 


»»B>?K, 


2^ 


Hornos    rec'il»i(li>  viií^>lr8s  cartiis,  fiemos 
viílo  á  vuestro  agente,  pos  hemos  rerrio- 
udo  (ie  i]ue  e>tá  afilisíli>  en  sorie(1a>les  >"e 
rt'ot.is  en  que  nnsolrts  r<>nLH"enK>s  nituliON 
miembros. 

—  Y  Itien,  en  tse  caso  ¿por  (jMé  íllii- 
b("ai>?... 

— Kn  prinuT  lugar  no  leñemos  niiipu- 
tia  pnicba  de  qne  esas  soricdndt'S  estén 
tli<¡Mie>las  y  preparadas  para  un  movi- 
miento. 

— Yo  os  lo  a'^egnro. 

' — El...  loasegdra...  si  señor,  dijo  Drjer- 

iiie-cn-CueriiS,  y  yo lo  afirníO....  En 

uvanl  marchons 

—  liion,  pero  no  basta  eso,  replicó  O'i- 
vier;  y  ademas  herros  reflexionado....  Kl 
taller  f)a  estado  dividido  por  espacio  de 
ocho  dias,  ia  discusión  fué  todavía  ayer 
acalorada;  pero  esta  mañana  el  s^-ñor  Si- 
mon nos  lia  llamado  y  reunido,  lumos 
hablado  delante  de  ól  y  lia  acabad<3  por 
convi-ncernos....  Kslamos  dispuestos á  es- 
perar... Si  el  mov¡mientoeslalIa...enlon- 
i;es  veremos. 

— ¿  Ks  esa  vuestra  última  resolución? 

—  tsta  es  nuestra  contestación  defini- 
tiva. 

— Silencio  ,  esclamó  repentinamente 
Duerme-en-ctieros ,  aplicando  el  oido  y 
balanceándose  subresus  trémulas  rodillas. 
Se  me  ligura  que  oigo,  asía  lo  lejos,  gritos 
de  mucha  gente. 

Kn  efecto,  entonce*  comenzó  á  sentirse 
un  rumor  sordo  y  K-jano  al  principo,  qUe 
fué  creciendo  poco  á  poco  hasta  llegar  á 
hacerse  formidable. 

— ¿Qué  es  eso?  dijo  Olivier  sorpri  n 
dido. 

— Ahora  me  acuerdo,  dijo  Morok.son- 
riéndo^e  con  aire  siniestro,  de  (jue  el  ta- 
htrnero  me  ha  dicho  al  entrar,  que  ha- 
bía en  la  población  una  fermentación  1er 
rible  contra  la  fábrica.  Si  vos  y  vuestros 
camaradas  os    hubierais    separado  de  los 


demás  Iralüijadores  de  la  fábrica  como  yo 
In  esperaba  .  eos  que  comierízun  á  gritar 
hiihierftn estado  en  \ue>lro  favor...  mlu- 
g.ir  de  e^tar  en  contra. 

-^(^oíujiie  evlo  cita  era  un  lazo  armado 
á  los  trabajadores  de  Mi.  Hardy  para  lan- 
zar á  lo»  unos  cmlra  los  otros!  esclámó 
Olivier;  y  espera|)ais  (jiie  nosotros  hubié- 
rauíiis  hi  (lio  c;¡us.i  coniun  con  esa  gente 
á  (jue  se  ha  isciiiido  cunira  la  fábrica  y 
que.... 

F.|j;»ven  n-í  pudo  continuar.  Una  es- 
plosion  ti-rribíf  de  veces,  de  gritos,  y  de 
«lívidos  e>treme(i(^  la  pieza. 

Fn  el  misn:)  instante  se  al)rió  repenti- 
namente la  puerta,  y  se  pn-ripito  dentro 
el  tabernero  pálido  y  temblando. 

— Señores....  ¿Hay  entre  vosotros  al- 
guno qne  pertenezca  á  la  fábrica  de  Mr. 
Hnrdy? 

— Yo dijo  Olivier. 

— Pues  en  ese  caso  estais  perdido 

Ahi  están  los  Lobos  que  lleiian  en  masa, 
gritando  que  aípii  hay  Devoradores  de  la 
fabrica  de  Mr.  Hardy,  y  que  ellos  los  pro*- 
voean  á  l>atallar....  á  menos  que  renie- 
guen de  la  fábrica  y  pasen  á  colocarse  en 
sus  filas. 

•^No  hay  duda....  esto  era  un  lato.... 
esclamó  Olivier  mirando  á  MlTi  k  y  á 
Duerme- en-Cutros  con  aire  amenazador; 
se  esperaba  comprometernos  i'e  esta  ma- 
nera, si  nosotros  nos  hubiéramos  presen- 
tado aqui. 

—  ¡Un  lazol ¡yo! Olivier, 

dijo  l)uerme-cn-Cueros  tartamuileaiido. 
Nunca. 

— (íuerra  á  los  DevoraJorca ,  6  que  se 
vengan  con  los  Lobos,  gritó  á  una  voz  la 
irritada  multitud  que  parecía  invadir  ya 
la  casa. 

—  N'enid...  K>clamó  el  tabernero.  Ysin 
dar  á  OIívÍít  tiem[)o  para  que  le  respondie- 
se, locojiódel  brazo  y  abriendo  una  vcnfana 
que  caía  al  tejado  du  uii  cobertizo  no  mu 

70* 


278  ILBVM 

alto  le  dijo:  Salvaos  por  alií,  ganando  el 
campo  libre....  No  hay  que  perder  un 
momento.... 

Y  como  si  el  joven  titubease,  el  taber- 
nero añadió  aterrado: 

— Solo,  contra  doscientos  ¿(¡«ló  queréis 
hacer?  Aguardad  un  momento  mas  y  sois 
perdido....  ¿No  los  ois?...  Ya  están  en- 
trando por  el  portal....  Ya  suben  la  es- 
calera. 

En  efecto ,  las  voces ,  los  gritos  y  los 
silvidos  crecían  con  terrible  violencia  ;  la 
escalera  de  madera  que  conduela  al  piso 
principal  del  ediGcio ,  se  conmovía  bajo 
los  pasos  precipitados  de  muchas  personas , 
y  se  ola  prócsimo  y  furioso  el  siguiente 
grito  : 

— Guerra  á  los  Devoradores, 
— Sálvate,  Olivier,  esclamó  Duerme- 
en-Cueros,  casi  vuelto  en  su  razón  por 
la  inminencia  del  peligro. 

No  bien  acababa  de  pronunciar  estas 
palabras,  cuando  la  puerta  de  la  gran  sala 
que  precedía  al  gabinete  en  que  se  halla- 
ban los  personajes  de  la  escena  anterior, 
se  abrió  con  estrépito  espantoso. 

— ¡Ahí  están!....  dijo  el  tabernerojim- 
tando  las  manos  con  una  terrible  espresion 
de  pavor. 

En  seguida ,  corriendo  hacia  donde  es- 
taba Olivier,  lanzó,  por  decirlo  asi,  por 
la  ventana  á  éste,  que  apoyando  sobre 
ella  una  pierna  titubeaba  aun,  acerca  de 
si  debía  escaparse. 

Cerrada  ya  la  ventana ,  el  tabernero 
volvió  hacia  donde  estaba  Morok,  en  el 
instante  mismo  en  que  éste  se  salía  del 
gabinete  á  la  gran  sala  en  donde  los  gefes 
de  los  Lobos  acababan  de  hacer  su  irrup- 
ción, mientras  que  sus  compañeros  vocife- 
raban desaforadamente  en  la  escalera  y 
en  el  portal. 

Ocho  ó  diez  de  estos  insensatos  que, 
sin  saberlo  ellos  mismos ,  se  les  lanzaba  á 
semejantes  escenas  de  desorden,  se  ha- 


blan precipitado  los  primeros  «n  la  sala, 
con  las  facciones  animadas  por  el  vino  y 
por  la  cólera,  y  trayendo  la  mayor  parte 
de  ellos  largos  y  gruesos  bastones.  * 

Un  cantero  de  una  talla  y  de  unas  fuer- 
zas hercúleas,  que  traía  atado  á  la  cabeza 
un  pañuelo  encarnado,  cuyas  puntas  flo- 
taban sobre  sus  espaldas,  vestido  mise- 
rablemente con  calzones  bastante  usados, 
blandía  una  enorme  y  pecada  barra  de 
hierro,  y  parecía  dirigir  é!  el  movimiento, 
con  losojosencendidusy  la  lisonomía  ame- 
nazadora y  feroz,  se  dirigía  resueltamente 
hacia  el  gabinete  como  queriendo  recha- 
zar á  Moruk ,  y  csclamando  con  una  voz 
de  trueno: 

— ¿En  dónde  están  los  Devoradores?... 
Los  Lobos  quieren  comérselos. 

El  tabernero  se  apresuró á  abrir  de  par 
en  par  la  puerta  del  gabinete,  diciendo: 

—  No  hay  nadie amigos  míos 

no  hay  nadie ya  lo  veis. 

— Es  verdad,  dijo  el  cantero  sorpren- 
dido, después  de  haber  dado  una  ojeada 
por  la  habitación.  ¿En  dónde  están '^... 
Nos  habían  dicho  que  aquí  debía  haber 
una  quincena  de  ellos?...  y  si  los  hubié- 
ramos encontrado,  ó  hubieran  ido  con  no- 
sotros contra  la  fábrica,  ó  hubiéramos  te- 
nido batalla....  y  \os Lobos  hubieran  mor- 
dido. 

— Si  no  han  venido,  añadió  otro,  ellos 
vendrán.  Es  preciso  aguardarlos. 

— Sí sí esperémoslos. 

— Los  veremos  de  cerca. 

— Supuesto  que  los  Lotos  quieren  verá 
los  Devoradores,  dijo  Morok,  ¿por  qué  no 
van  á  ahullar  á  los  alrededores  de  la  fá- 
brica de  esos  impíos  y  de  esos  ateos?  A 
los  primeros  ahullidos  délos  ¿otos  saldrán 
los  Devoradores  y  habrá  batalla. 

— Y  habrá batalla,  repitió  maqui- 

nalmente  Duerme  en-Cueros. 

— A  no  ser  que  los  Lobos  tengan  miedo 
á  los  Devoradores  f  añadió  Moruk. 


ALBUM. 


.79 


— Pues  tú  que  hablas  de  miedo Uí 

mismo  vas  a  venir  con  nosotros,  y  con 
eso  verás  como  nos  portamos  on  el  lance; 
esclamó  el  formidable  cantero  adelantán- 
dose hacia  Morrk. 

Y  un  número  considerable  de  voces,  se 
juntaron  á  la  del  cantero  diriendo: 

— ¿Los  Lobos,  tener  miedo  de  los  üe 
voradores  ? 

—  Esa  seria  la  primera  vez. 

— Ala  batalla,  á  la  batalla  y  acabemos 
pronto 

— Esto  no  se  puede  sufrir....  ¿Por  qm^ 
hemos  de  vivir  nosotros  en  tanta  miseria, 
y  ellos  en  tanta  fortuna? 

—  Ellos  han  dichoque  los  canteros  eran 
unos  bárbaros  muy  a  propr>silo  para  dar 
TUeltas  á  esos  asadores  de  rel(íj  cuyo  oíi 
ció  desempt-ñiin  los  perros,  djo  uno  df 
los  agentes  del  baron  Tripeaud. 

— Y  que  habían  de  hacer  casquetes  con 
la  piel  de  los  Lobos,  añadió  otro. 

— Ni  ellos  ni  sus  familias  van  nunca  á 
misa.  Son  paganos...  son  vi-rdaderos  per- 
ros paganos,  griU)  un  emisario  del  predi- 
cador. 

— Por  lo  que  toca -i  ellos  enhorabuena 
que  hagan  loque  quieran  los  domingos;... 
prro  sus  mugeres,  y  por  qué  no  lian  di- 
ir  á  misa?...  Esto  pide  venganza. 

— Por  eso  el  señor  cura  ha  dicho  que 
esta  fábrica  seria  capaz  por  sus  abomina- 
ciones de  atraer  el  cólera  sobre  el  pais... 

— Es  verdad asi  lo  ha  diclio  el  pre- 
dicador. 

— Nuestras  mugeres  lo  han  oído. 

— Sí sí:  abajo  los  Decoradoren  que 

quieren  atraer  el  colera  sobre  el  pais. 

—  ¡Guerra,  guerra!  gritaron  todos  en 
coro. 

— A  la  fabrica  pues,  mis  valientes  Lo- 
boK,  esclamó  Moruk  con  una  \oz  estentó- 
rea ,  ¡  á  la  fábrica  1 

— Sí á  la  fábrica,  á  la  fábrica. 

Repitió  la  multitud  pateando  violenta- 


mente en  el  suelo,  por(iue  poro  á  poco 
habían  ido  subiendo  y  apiñándose  en  la 
sala  grande  ó  en  la  escalera  cuantos  ha- 
bían podido. 

Estos  gritos  furiosos  hicieron  volver  en 
sí  momentáneamente  á  I)uerme-en-Cue- 
ros,  el  cual  dijo  por  lo  bajo  á  Morok. 

—  F'ero  ¿(juerí'is  (|ije  liaya  una  carni- 
cería?... En  ese  caso  no  contéis  conmigo. 

— Nosotros  tendremos  tiempo  para  avi- 
sar á  la  fabrica....  los  dejaremos  en  el  ca- 
mino, le  contestó  Morok;  y  luego  din- 
giómlose  al  tabernero  que  estaba  sobre- 
saltailo  por  aquella  escena,  le  dijo: 

—  Traíd  aguardiente  para  (¡iie  poda- 
mos beber  á  la  salud  de  los  valientts  Lo- 
bos.... Traed  aguardiente....  yo  pago. 

Y  al  decir  esto  arrojó  algunas  monedas 
al  t.ibcrnero  que  desapareció  y  volviiunuy 
pronto  á  entrar  en  la  sala  con  muchas 
botellas  de  aguardiente  y  algunos  vasos. 

—  ¡Qué!....  ¡  .\ fuera  vasos!  esclann» 
Morok.  Estos  camaradas  y  yo  no  necesi- 
tamos vasos  para  beber y  en  seguida 

arrancó  el  tapón  de  una  botella,  se  pu>o 
la  boca  de  esta  en  sus  labios,  y  la  pasó  al 
gigantesco  cantero,  después  de  haber  be- 
bido él. 

— Corriente,  dijo  el  cantero,  j  buen  pro- 
vecho! ¡Capón  se  vea  el  que  atrás  se  vuel- 
va !  Esto  va  á  aguzar  perfectamente  los 
dientes  de  los  Lulos. 

—  Vosotros,  cantaradas;  dijo  Morok 
distribuyendo  las  botellas  entre  la  multi- 
tud. 

— Al  fin  vendrá  á  haber  sangre,  mur- 
muró Duerme-en-t^ueros,  (|ue  á  pesar  de 
su  estado  de  embriaguez  comprendía  muy 
bien   todo  el  peligro  de  aquellas  funestas 

escilaciones. 

En  efecto,  bien  pronto  aquella  nume- 
rosa reunion  salió  de  la  taberna  para  cor- 
rer en  masa  hacia  la  fábrica  de  Mr.  Hardy. 

Los  trabajadores  y  vecinos  del  pueblo 
que  no  habían  querido  tomar    parte   en 


280  ALRV» 

aqtiel  movimsento  de  hostilidad  (  y  ora  el 
número  mayor)  no  se  presentaron  cuando 
la  amenazadora  tropa  atravesó  la  calN- 
principal;  pero  si  se  dejaron  ver  muclia> 
miJgeres  que  fanatizadas  por  los  sermones 
del  predicador,  animaban  y  escilaltan  con 
sus  gritos  á  la  tropa  militante. 

A  la  cabeza  de  esta  oatninaba  el  gigan- 
tesco cantero  blandiendo  su  formniable 
barra  y  detrás  de  él  mezclados  confusa- 
mente Ijs  unos  con  los  otros;  y  armados 
e.>tos  de  ba-tones,  y  aquellos  de  piedras, 
seguía  el  grueso  de  la  tropa  cuyos  cere- 
l)ros  exaltados  por  las  recientes  litiacionrs 
de  aguardiente  babian  llegado  á  un  esta- 
do de  efervescencia  espantosa.  Las  fis)- 
notnías  se  mostraban  eoc.irnizadas,  infla 
madas  y  amenazadoras.  Este  desencade- 
namiento de  las  peores  pasiones  hacia  pre- 
sentir deplorables  consecuencias. 

Agarrados  del  brazo  y  de  cuatro  ó  de 
cinco  en  cinco  de  frente  se  escitaban  mu- 
tuamente los  Lobos  con  sus  canci<jnL'S  df 


íiuerra  repetidas  con  una  exalíacion  íri- 

deíinible  cuya  última  copla  era  la  siguiente^ 

\delanfe,  adelante.  Avancemos, 

Nuestros  brazos  robustos  girando. 

La  paciencia  nos  van  ya  acabando. 

¡  Ka  pues!  á  su  vista  lleguemos,  f^  vecen.) 

Hijo-  s(mi()S  de  un  rey  de  alta  gloria   (1): 

■^i  sil  brillo  (jueremos  guardar. 

Hoy  sepamos  morir  ó  triunfar 

¡  La  muertel....  la  muerte  ó  la  victoria 

De  Salonioíi  e>tirpe  generosa 

Un  noble  esfuerzo  hagamos 
Ha¡^¿nios!o  y  triunfamos. 


Morok  y  Duerme  en  Cueros  desapa- 
recieron, en  tanto  que  la  tropa  en  tumulto 
saiui  (Je  la  taberna  para  dirigirse  á  la  fá- 
btjcii. 


(1)  Los  Lo/jo.í,  entre  otros,  harén  re- 
montar la  in>!ituc¡on  de  su  compañerismo 
ha<¡aelrey  Salomón.  (Ví'ase  para  ot)fener 
ma-  dt^tailes,  la  curiosa  obra  de  Mr»  Agri- 
«•■oi  í\'rdiguier,dela  otial  hemos  estraclado 
esla  canción  guerrera). 


Sz^aiBHB 


li\  FAUKiCA. 


-«»*»-«-®©€-o- 


XV. 

LA  CASA  COMÚN. 

F,n  tanto  que  los  Lobos  se  preparaban 
como  acabamos  de  decir  para  una  agresión 
salvage  contra  los  Devorartores,Ti'\nabai  en 
la  fábrica  de  Mr.  Hirdy  en  este  dií  una 
alegre  fiesta  muy  en  arm  )nía  con  la  seré 
nidad  del  cielo. 

Las  nueve  de  la  mañana  acababan  de 
dar  en  el  reloj  déla  ca^a  común  dolos  tra- 
bajadores, separada  de  los  talleres  por  un 
espacioso  paseo  plantado  de  árboles,  lí! 
soi  tpie  salia,  inundaba  ccm  sus  rayos  es- 
ta masa  imponente  de  ediíicios  situados  á 
una  legua  de  Paris,  en  una  posición  tan 
risueña  como  saludable,  desde  la  cual  se 


desrubrian  los  ,colhdoíi  pintorescos  y  lle- 
nos de  arboles  que  por  esta  parte  domi- 
nan á  la  grín  ciudad. 

Ks  impositile  enc(»ntrar  un  aspecto  nías 
sencillo  y  mas  alegre  que  la  casa  común 
de  lo-í  obreros,  su  tejado  cubierto  con  te-' 
jas  encarnadas ,  se  avanzaba  mas  allá  de 
las  paredes  blancas  y  cortadas  en  diferen- 
tes puntos  por  anchas  hileras  de  piedra 
que  contrastaban  agradablemente  con  el 
ctdor  verde  de  las  per.>ianas  de  los  dos  pi- 
sos principal  y  segundo.  Estas  dos  habila- 
cioni's  que  daban  al  Mediodía  y  al  Levan- 
te,  estaban  rodeadas  de  un  va>to  jardin 
como  de  diez  yugadas  {arpensj ,  con  d  fe- 
reiites  separaciones,  formadas  por  hileras 
de  árboles  y  distribuidas  para  diferentes 


\)^ànlacii>iu'S.  Aillo»;  iIh  prosoyuir  osla  des 
Cfipcioo,  que  parocrrá  lai  v»-/  alj;iiii  laiil. 
propia  de*  iMi  nieiito  d  •  liadas,  drbojnns- 
decir  et)  f)riint'r  lii::;ir,  que  la;.  inaravillaM 
>ÍH  que  vanms  á  lidltlar,  iki  dibfii  mt  c  >ii 
Mdcradas  C'iiiiü   iil.qiias  ni   coin)  sUciVis. 
Njda  de  esii,  al  cuulrjriii:  luda  liay  iiia^ 
positivo,  y  diiniius  coinpiacemus  eu  aprv 
turarnos  á  decirlo  y  á   probarlo  (  i'n  o."«lo> 
tiempos  una  aririiiaoinii  de    esta    es[)ecir 
dar.i  sin;;i|lar(iuhle  peso  ó  inleró>  á  la  re- 
lacir>n).  Kslas  iiiaravill.fs  erai»  el  rcsiilladi. 
de  uuacsctlctile  e^pecuiuion,  y  en  resúineii 
representaba  un  pruJurlu  I  «h  lucrativu  ro- 
ui a  seguro. 

líiiipreii'ler  una  cosa  útil,  provechosa  y 
eraiide.  dotar  á  un  míiiuTo  Cünsiderab  e 
lie  criaturas  hunianas,  do  un  bieiusiar 
dea!,  si  se  compara  su  suerte  c  »n  la  ter- 
rible y  casi  homicida  á  la  que  otras  mu- 
chas se  ven  condenadas;  instruirlas,  en- 
nob'eoorlas  á  sus  propios  ojos ,  hacerlas 
[»ri'fi nr  á  los  gro^eros  placeres  de  la  ta 
berna,  ó  por  mejor  decir,  á  esa<  fiifie>ta> 
I  iiihriiiüueces  que  estos  desgraciados  b.is- 
ean  allí  falalnieiite  diiHO  para  librarse  de 
la  co:i\iceion  que  sobie  ellos  pesa  de  su 
deplorable  destino;  hacerles  preferir  los 
placeres  intelectuales  y  el  descanso  de  las 
artes;  moralizir.eii  una  palabra,  al  honi 
brepor  la  friicidad,  y  en  fin.  graciada  ima 
gi'nerosa  iniciativa  ,  á  un  ejemplo  de  una 
práctica  fácil,  tomar  uo  lugar  entre  los 
bienhechures  de  la  humanidad,  y  íiacer  al 
mismo  tiempo ,  pt^r  de  cilio  a>í,  un  buen 
negocio  y  inuij  seguro...  esto  parece  labii 
Iojo,  y  Mil  embargo,  e>te  era  el  secreto  de 
las  maravillas  de  que  hablamos 


281 


Kntremos  ahora  en  el  interior  de  la  fá- 
brica. ,    •  , 

Agricol  ignorando  tia  cruel  desaparición 
de  la  Gibosa,  se  entregaba  á  las  mas  dul- 
ces ilu>iones,  pensando  en  Angela,  y  a-a- 
baba su  Tocador  con  cierta  coquetería  pa- 
ra ir  á  ver  á  su  novia. 


Digamos  do-i  palaliran  acerca  de  la  ha- 
bitación que  el  herrero  ocupaba  en  la  ra- 
sa cmiun,  á  razón  del  precio  increible- 
•  neiite  pe(|ueño  de  xtteiiía  y  cinco  francos 
(I  año  romo  los  otros  célibiS. 

Ksla  habitación  situada  en  el  segundo 
jiiso,  se  cumponia  de  una  buena  sala  y  un 
'.;abinetesituados  al  Mediodía,  y  cuyas  vis- 
la>  daban  al  jirdin.  El  entarimado  era  de 
una  niagnirica  blaneura;  !a  cama  de  hier- 
ro con  un  geri^oii  de  paja  de  maiz  y  un 
liiien  colchón  cotí  buenas  ropas;  un  quin- 
qué de  gas  y  la  copa  de  un  calorífero,  da- 
ban según  la  iiece.>idad  lo  rejiueria  ,  la  luz 
nece^aria  y  un  calor  templado  á  esta  pie- 
za, adornada  con  un  vistoso  papel  de  Ter- 
cia y  su  correspondiente  cortinage:  una 
cómoda  y  una  mesa  de  nogal  con  algunas 
sillas  y  una  peijueila  librería,  componian 
el  mueblaje  de  la  habitación  de  Agricol; 
y  en  lin,  en  el  gabinete  ijue  era  espacioso 
)  claro,  ^e  hallaba  un  almario  para  en- 
cerrar los  Vestidos,  una  mesa  en  donde  es- 
taban los  chismes  propios  para  la  limpie- 
za,  y  una  ancha  cubeta  de  zin  con  una 
canilla  ,  por  la  cual  se  sacaba  el  agua  que 
se  necesitaba. 

Si  se  compara  esta  habitación  holgada, 
saludable  y  cómoda  ,  con  la  boardilla  os- 
cura, fria  y  mal  acotHicionada,  por  la  que 
e>te  honrado  trabajador  pagaba  noventa 
francos  al  año  en  la  casa  de  su  madre  y 
desde  la  cual  tenia  que  andar  legua  y  me- 
dia ó  mas  cada  dia  para  ir  á  trabajar,  se 
comprend.-rá  fácilmente  el  gran  sacrificio 
ijue  le  costaba  su  afecto  hacia  aquella  es- 
celeiile  miiger. 

Agricol,  de  pues  de  haber  dado  una  mi- 
rada de  satisfacción  sobre  su  espejo,  atu- 
sándole su  bigote  y  su  ancha  perilla,  sa- 
lió de  su  cuarto  para  ir  á  buscar  a  Ange- 
la en  la  lencería.  Kl  corredor  que  atrave- 
só era  anclin,  e-talia  iluminado  por  ol  te- 
cho y  entablado  con  mucha  propiedad. 

A  p 'sar  de  algiiiiosgérmencsde  discor-* 
71* 


28-2  AXBUM. 

d¡a,  sembrados  desde  poco  tiempo  ha  por 
los  enemigos  del  Mr.  Hardy  en  la  *s>- 
ciacion  de  los  obreros,  basta  entonces  tan 
íntima  y  tan  fraternaimente  unidos,  se 
oían  alegres  canciones  en  casi  todos  los 
cuartos  que  daban  a!  corredor,  y  Agricol 
al  pasar  por  delante  de  muciías  puerias 
que  estaban  abiertas  dio  y  recibió  los  bue- 
nos dias  de  varios  de  sus  camaradas.  El 
herrero  bajó  ligoramonte  la  escalera,  atra- 
vesó el  patio  cubierto  de  yerba  y  en  cuyo 
centro  se  veían  algtinos  árboles,  del  me- 
dio de  los  cuales  saüa  una  fuente,  y  Agri- 
col  liego  mtiy  pronto  á  la  otra  ala  del  edi- 
ficio. Allí  estaban  los  talleres,  en  donde 
una  parte  de  las  mugeres  y  de  las  hijas 
de  los  trabajadores  asociados  que  no  esta- 
ban empleadas  en  la  fábrica,  trabajaban 
en  lencería.  Esta  manufactura  unida  á  la 
enorme  economía  que  resultaba  de  com- 
prar las  telas  en  grandes  partidas,  hecha 
directamente  en  las  fábricas  por  la  asocia- 
ción, reduela  considerablemente  el  precio 
de  cada  artículo. 

Después  de  haber  atravesado  el  taHer 
de  lencería,  vasta  sala  que  daba  al  jar- 
din,  tan  perfectamente  ventilada  en  el  es- 
fío  (1)  como  templada  en  el  invierno, 
Agricol  llamó  á  la  puerta  de  la  maii/e  de 
Angela. 


(1)  Mr.  Adolfo  Bovierre,  en  ün  Hbro' 
pequeño  recientemente  publicado  (Dd  ai- 
re considerado  en  su  relación  con  la  salubri- 
dad.— Former  7  Rue  Sainl-Bérwii)  entra 
en  detalles  estreinadamente  curiosos  y  po- 
sitivos sobre  la  indispensable  necesidad  de 
la  renovación  del  aire  para  la  conserva- 
ción de  la  salud.  De  los  esperimentos  de 
la  ciencia  resulta  el  hecho  incontestable, 
de  que  para  que  el  hombre  esté  en  su 
condición  normal  nece^itadc  seis  á  diezme- 
iros  cúbicos  de  aire  fresco  y  renovado  por 
hora.  A  reflexionar  sobre  eiíta  consecuen- 
cia-, no  puede  uno  menos  de  horrorizarse 
cuando  se  acuerda  de  esos  talleres  oscu- 
ros y  sin  comunicación  ,  en  q«e  frecuen- 


S¡  decimos  algunas  palabras  acerca  fle 
esta  habitación  situada  en  el  piso  princi- 
pal, es  porque  ofrecía,  por  decirlo  así,  una 
especialidad  en  la  asociación,  pero  siem- 
pre con  un  precio  increíblemente  mínimo 
cual  era  el  de  cietito  veinte  y  cinco  francos 
por  año. 

Una  especie  de  ante-cámara  ó  recibi- 
miento pequeño  que  daba  al  corredor, 
conducía  por  otra  parte  á  una  gran  sala, 
á  cuyos  dos  estremes  había  otra  pieza  al- 
go mas  pequeña  ,  destinadas  ambas  á  la 
familia  cuando  las  niñas  ó  tos  niños  co- 
menzaban á  ser  demasiado  crecidos  para 
continuar  durnuendo  en  uno  de  los  dos 
dormitorios  destinados  á  Iss  niños  de  me- 
nor edad.  Cada  noche  quedaba  encarga- 
do de  la  vigilancia  de  estos  dormitorios 
un  padre  ó  una  madre  de  familias  que 
pertenecían  á  la  asociación.  La  habita- 
ción de  que  hablamos,  se  hallaba,  como 
todas  las  demás  completamente  desemba- 
razada del  menaje  de  cocina  á  cuyo  obje- 
to había  destinada  en  grande  y  en  común 
otra  buena  parte  del  edificio:  asi  es  que 
estas  habitaciones  podían  estar  y  estaban 
en  efecto  cuidadas  con  la  mayor  lirnpiozi 
y  con  estremado  aseo.  Una  alfombra,  un 
sillon,  algunas  lindas  figuras  de  porcelana 
colocadas  sobre  una  gradería  pequei\a  de 


tementese  encuentran  apiñados  uha  mul- 
titud de  obreros.  En  m«ídio'^e  las  esce- 
lentes  consecuencias' esp^uestas  en  el  folíe- 
lo de  Mr.  Bovierre,  citamos  ésta  y  uni- 
mos nuestra  voz  3  la  suya  para  llpmar  so- 
bre este  hecho  la  atención  del  consejo  do 
sanidad,  que  fan  eminentes  servicios  pres- 
ta cada  dia. 

Todo  taller  que  contenga  wi  número  de 
obrerox  que  pase  de  diez,  deberá  estar  some- 
tido á  la  inspección  de  los  delegados  del  con- 
sejo de  sanidad,  que  examinarán  y  darán 
su  informe  acerca  de  si  la  disposición  (/el  lo- 
cal es  ó  no  capaz  de  alterar  ia  salud  de  lo» 
obreroa  qw  hayan  de  estar  encerrados  allí 
y  trabajando. 


AI-BTÎ!. 


283 


Tnaáera  blanca  y  piilítnonlada  ,  miirlio's 
coadrus  colgailos  cu  la  par«>(),  una  pi'-iiilo 
la  (ie  bronce  dorado,  una  cómoda  y  una 
mtfsa  de  escritorio,  aiuinciaban  (|iie  los 
■«fue  vivían  en  esta  iiabitacion  g<*tat)an  de 
al<¡unas  comodidades. 

Angela  á  qnion  desde  osle  momento  se 
puede  ya  llamar  la  novia  de  Agrlcol,  jus- 
tificaba el  retrato  allaf^üeno  que  el  Ikt- 
niano  habla  hecho  de  ella  en  su  conver- 
sación con  la  pobre  (îibnsa.  Ksta  ji'iveii 
encantadora  podía  tener  como  unos  diez 
y  siete  anos  á  lo  mas;  y  vestida  con  lan- 
ía sencillez  como  giiÑto  estaba  setitada  al 
lado  de  sti  madre.  Cuando  eritró  Agrícol 
se  ruborizó  ligeramente  al  verle. 

— Señorila,  dijo  el  herrero,  vengo  á 
cumplir  mí  promesa  si  viiestra  madre  lo 
•consien  t-e, 

— Si,  señor  Agricol,  tío  tengo  incotive- 
nienle,  dijo  afectuosamente  la  madre  de  la 
joven:  ella  no  ha  querido  visitar  la  casa  co 
mun  y  sus  dependencias,  ni  con  su  padre, 
ni  con  su  hermano,  ni  conmigo,  por  te- 
ner el  gusto  de  visitarla  con  vos  hoy  do 
mingo..,,  por  consiguiente,  yoesperoquc 
vos  que  habláis  tan  bien,  haréis  digna- 
mente los  honores  de  la  casa  para  con  es- 
ta recien  llegada.  Hace  ya  una  hora  que 
os  está  aguardando,  y  no  sin  alguna  im- 
pacieocia. 

— Señorita,  perdonadtne  ,  dijo  alegre 
mente  Agricol,  pensando  en  el  placer  de 
veros  me  he  olvidado  de  la  hora,...  eslii 
es  la  única  di>culpa  que  puedo  alegar. 

— ¡  Ay!  man^á....  dijo  la  jóvt  násu  ma 
dre  con  un  tono  de  dulce  reconvención  j 
poniéndose  tan  encarnada  como  una  ce 
reza....  ¡  Porqué  decís  eso! 

— ¿Es  verdad?  ¿Si  ó  no?  Y'o  no  le  he 
reconvenido;  antes  a!  contrario,  hija  mía. 
Vé  con  el  señor  Agricol,  y  él  te  esplicará 
mejor  que  yo  misma  cuanto  deben  todos 
les  trabajadores  de  la  fábrica  á  .Mr.  Hardy. 

—  Señor  Agrico',  dijo  Angela  anudán- 


dose las  cintas  de  su  gracioso  gorro;  ¡<|iié 
lástima  (|uc  vuestra  hermana  adoptiva  n'> 
venga  con  nuSíitro.sf 

—  ¿La  (Î  i  liosa  7 

—  Tenéis  raz(m  ,  señorita,  pero  otr* 
vez  será,  y  no  ha  de  ser  la  última  la  vi- 
sita que  wos  hizo  ayer.,. 

La  joven  después  de  haber  abrazado  á 
su  madre,  ^lió  con  .Agricol  agarrándo>e 
del  brazv)  de  éste. 

— Si  supierais,  señor  Agricol,  dijo  Ai- 
gela,  la  admir.'.oit'n  (¡ue  me  ha  cau>ado  en- 
trar en  esta  casa,  cuando  estaba  aco>lum- 
brada  á  ver  tanta  miseria  entre  k>s  pi- 
t)res  obreros  de  nuestra  provincia mi- 
seria (le  que  he  participado  yo  también... 
al  paso  (jue  aquí  todo  el  nitiiido  tiene  un 
aire  tan  afortunado  y  tan  contento!...  Kn 
verdad  que  esto  mas  bien  parece  una  con- 
seja, y  se  me  figura  que  sueño,.,  y  cuan- 
do pregunto  á  mi  manre  la  es|)lícacioní!e 
esta  maravilla,  la  única  respue>la  queuiC 
da,  es*:  el  señor  Agricol  te  lo  esplicará. 

— ¿Y  sabéis  por  qué  tengo  yo  la  forlu- 
na  de  cumplir  esta  dulce  misión?  dijo 
Agricol  con  acento  grave  y  tierno  á  la 
vez.  Pues  es  sin  duda  alguna  porijue  nin- 
guna cosa  puede  venir  mas  á  propósito. 

— ¿Cómo?  señor  Agricol. 

—  I'inseñaros  la  ca>i,  haceros  conocer 
todas  las  ventajas  de  nuestra  a>ociaci<in, 
es  pódelos  decir:  acjui ,  señorita  ,  el  tra- 
bajador trantjuilo  por  lo  presente  y  oin 
inquietud  por  el  porvenir,  no  se  ve  como 
tantos  otros  trabajadores,  obligado  á  re- 
nunciar continuamente  á  la  necesidad  mas 
dulce  del  corazón.  ...  el  deseo  de  elegir 

una  compañera  para  toda  su  vida por 

el  temor  de  unir  su  nu'seria  á  otra  mis  - 
ría. 

Aiigela  bají'i  lii  vi<la  y  se  ruborizó. 

— Aquí  el  ti  abajador  puede  entiegarse 
sin  recelo  á  la  esperanza  de  los  dulces  go« 
ees  de  la  fanu'lia,  seguro  de  no  verse  des- 
pedazado de  dolor  en  adelante  á  la  vista 


284 


ALBt'Û. 


de  horribles  privaciones  sufridas  por  aque- 
llos MTes  que  le  son  mas  queridos;  aqu", 
gracias  al  orden,  al  traliajo  y  alsütito  eiïi 
|)!eo  (le  las  fuerzas  década  uno.'lniinlires, 
mugeres  y  niños  viven  felices  y  contc-n- 
tos.  En  una  palabra,  espücaros  todo  esto, 
añadió  Agricol  soniiéndose  con  una  e>- 
presion  mas  tierna  tod-ivia,  es  probnros 
(|ue  aqui  no  Se  puede  hacer  nada  que  >ea 
mas  juílo  y  mas  razonable....  (jue  amar=^ 
se....  y  nada  mas  sabio...  q\ie  casar«e. 

^— Señor....  Agricol,  respondió  Angela 
ron  una  voz  dulcemente  conmovida  y  ru- 
l)ori2Óndose  mas  cada  vez.  ¿No  e'mprZa- 
mos  nne>tro  paseo? 

^— Al  instante,  señorita,  responilió  el 
herrero  contenió  en  estrenio  de  la  turba- 
ción que  liabia  hecho  nacer  éti  aquella  al- 
n)a  ingenua*  í*ero  ja  que  estamos  cerca 
del  dormitorio  de  las  niñas,  podeiiios  ir 
á  verlo  si  gustáis.  Estos  pajarilíos  jugue- 
tones hará  ya  tiempo  qué  se  han  volado 
del  nido. 

-^Con  mucho  gusto  ,  señor  Agricol. 

El  btTTero  y  Angela  entraron  éh  una 
pieza  esten-^a  en  donde  estaban  fos  dor- 
mitorios por  el  mismo  orden  que  m  un 
colejio  ,  fscelentemente  dispuesto.  Las  pe- 
queñas camas  de  hierro  estaban  simétri- 
eamente  colocadas;  y  en  cada  una  de  la^ 
estreníidades  de  aquella  gran  sala  habia 
un  lecho  para  (ma  madre  de  faniüias  que 
riesempL-ñaba  por  turno  el  cargo  de  ifis- 
pccloia. 

—  ¡Diosmio,  nué  bien  distribuida  se 
halla  esta  habitación!  ¡Y  qué  aáeo  hay  j 
ícñor  AgnVol  !  ¿quien  cuida  lán  esmera- 
damente de  todo  isto? 

— Las  niñas  mismas:  aqui  no  hay  cria- 
dos. Filtre  estas  niñas  hay  unaemulaciun 
incieibiié,  y  ¿'¿Úá  uhá  procura  liaoef  sii 
caina  nriejor  que  lá^  aemds,  y  esto  las  en- 
tretiene tanto  como  el  hacer  la  cama  de 
su  propia  muñeca  :  ya  sabéis  que  es  pro- 
pio de  su  secso  y  de  su  ed¡<d  la  afición  á 


jiigir  á  las  muñecas  y  á  las  obligaciones 
de  la  casa  ;  pues  bieh ,  aqui  juegan  ellas 
S(  ri.imenle  á  eso  nusmo,  y  las  cosas  se 
éíKUi-ntran  niaravillosamente  hechas. 

— 5  Ahí  ya  comprendo...  se  utiliza  has- 
a  sus  gustos  naturales  hacia  esta  clase  dé 
énhetenimientos. 

— En  eso  ccnsi>;te  todo  el  secreto:  en 
U'das  partes  en  donde  las  veáis ^  las  en- 
conliareis  siempre  muy  útilmente  ocu- 
padas, y  no  poco  envanecidas  con  la  int- 
pi  tiancia  que  estas  ocupaciones  iesdah..; 

^— ¡Ali,  señor  Agricol!  dijo  límidamen- 
te  Angela,  ¡cuando  se  comparan  estas 
li'abitHcioncs  tan  sanas,  tan  templadas, 
con  e.>os  liofribles  y  helados  camaraclio- 
n'es  en  donde  los  niños  se  ven  confusa- 
tnetile  apiñados  i  sobre  un  mal  gergon, 
teniblandode  frió,  como  sucede  casisient- 
pre  en  las  casas  de  todos  los  obreros  dtí 
niii-Iro  pajs  !.... 

— y  en  l'aris  también,  señorita....  que 
tùdavia  es  peor  (¡uizá.  , 

-^  ¡  Ah  !  I  qué  bueno  debe  ser  l^Ir.  Har- 
ily,  y  (¡ué  geiier'osp,  y  qué  rico  sobre  todo 
para  ^^iislar  tanto  dinero  en  hacer  bii  n  i 

—  Voy  3  admit-ar')s  y  á  sorprenderos, 
señorita,  dijo  Agricol  sonrióndose,  voy 
é  a  dio  i  raros  de  tal  manera  que  acaso  no 
(jíjcrais  creerme. 

—¿Por  qu.'-?  ... 

■—Con  diliciiitad  hal¡rá  en  el  m'nr^'doún 
hombre  de  fnejor  corazón  ni  mas  genero- 
so que  Mr.  Hdrdy.  El  hace  el  bien,  por 
<l  bien  mismo,  sin  euidarsede  su  interés: 
pues  bien;  habéis  de  saber,  señorita  An- 
gela, que  átiti  cuáridofti.  rá  elhortibrem'as 
egoísta,  nfiasintet-ejado,  mas  avaro...  éh- 
(•(inlraria  todaviá  un  enornie  beneficio  en 
ha  er  que  nosotros  viviéramos  tan  felices 
como  vivimos. 

— I  lis  posible,  señor  Agrícol  !  Lo  Creo 
porque  nie  lo  decis;  pero  si  el  l)ien  es  tan 
lácil  y  aun  tan  ventajoso  de  hacer...  ¿por 
(]ué  no  se  hace  mas  frecuentemente  e) 
bien? 


Aï.afjai. 


285 


—  ¡  Ah....  si'ùorila  !  Cunsisle  sin  duíl.! 
on  que  es  m-ci-saiiü  tjííe  se  retinan  en 
una  misma  pi>r>una  para  ellu  lr<-s  rir- 
Cllll^tanl•ia•.  poto  coiiiuiioa:  saber...  poder 
)  (|ii»'r»T. 

—  ;  Ah!  es  verdad,  lus  que  saben...  no 
pueden. 

— Y  lus  (¡ue  pueden  ,  ó  nu  saben  ú  no 
quieren. 

— ¿Pero  como  es  que  .Mr.  Hardy  saca 
tanto  provecho  del  bien  mismo  que  osha- 
te  gozar? 

— No  lanlaró  nr.nlio  en  esplicároslo. 

— ¡  Qué  olor  tan  dulce  y  lau  hermoso 
como  de  frutas....!  dij)  Angela  repenti- 
namente. 

—  lis  que  ia  dispensa  común  no  está 
muy  lt!Jos:  todavia  hemos  de  encontrar,  a 
muchos  de  esos  pajarillos  que  han  volado 
ya  de  su  nido  n(K:lurno,  y  estarán  por 
aqui  ocupados,  no  en  robar  la  fruta  sino 
en  trabajar. 

Y  .\grieol  abriendo  en  seguida  una 
puerta  hizo  (D  rar  á  Angela  en  una  sala 
bastante  espaciosa,  guarnecida  de  mesas 
y  estantes  en  doude  estaban  simétrica- 
mente colocados  los  frutos  de  invierno,  y 
vu  i'ila  sala  habia  muchas  niñas  como  de 
siete  á  ocho  años  ,  vc-itiias  con  nuicho 
aseo,  y  enlretenióndose  alegremente  bajo 
la  vigilancia  de  una  muger  en  separar  las 
frutas  que  comenzat)an  á  podrirse. 

— Ya  lo  wis ,  dijo  Agricol,  como  en 
todas  partes  y  en  cuünto  es  posible  utili- 
zamos á  las  niñas.  i<l&la»  ocupaciones  las 
divierten ,  y  enlrelienen  esa  necesidad  de 
movimiento  continuo  y  de  actividad  pro- 
pia de  sus  pucos  años,  y  asi  es  que  las 
niñas  y  las  mugeres  no  pueden  emplear 
mejor  su  tiempo. 

— Tenéis  razón,  señor  Agricol.  ;  Qué 
sabiamente  está  dispuesto  todo  ello  ! 

—  ¡Y  si  supierais  (jué  servicios  prestan 
estas  criaturas  en  la  cocina!  Dirigida^  por 
una  ó  dos  inspectoras  hacen  las  obligacio- 
nes de  ocho  ó  diez  criadasi 


— Es  verdad  ,  dijo  Angela  sonriéndose. 
\  esta  edad  gii>>ta  mucho  jugar  á  las  co- 
iiiKJitas,  y  ^in  duda  d.  ben  desempeñar 
con  gran  placer  estas  funciones. 

—  ¡vxaclamente;  y  asi  mismo  bajo  el 
prctisto  de  ju^ar  á  los  jardines,  ellas  son 
las  (|ue  ocardan  y  limpian  la  tierra,  re- 
cogen las  frutas  y  las  legumbres,  riegan 
las  flores,  pasan  la  rastra  por  los  cami- 
nos etc.,  en  una  palabra,  este  ejército  de 
niñas  que  por  It»  general  no  empiezan  eii 
otras  partes  á  [ire-.tar  ningún  serucio  hasta 
la  i'dad  Je  diez  ó  doce  años,  son  a(|u¡  en 
estremo  úlile.>,  porque  áescepcion  de  1res 
ht>ras  de  escuela  que  es  muy  suíiciente 
desde  la  edad  de  seis  ó  siete  años ,  sus 
juegos  y  sus  entretenimientos  son  bien  y 
útilmente  empleados  para  la  economía  de 
los  grandes  brazos  quo  proporcionan  sus 
trabiíjos  ,  ganan  mucho  mas  de  lo  que 
cuentan,  y  tn  fin,  señorita,  ¿no  notais 
(pie  en  la  presencia  de  la  infancia  asi  mez- 
clada en  todas  las  labores,  hay  un  no  sé 
qué  de  dulzura  ,  de  pureza  ,  y  casi  de  sa- 
grado, qiie  impone  á  las  palabras  y  á  las 
acciones  una  saludable  reserva?  El  honi- 
lire  mas  grosero  respeta  siempre  la  in- 
fancia  

— A  medida  que  se  reflexiona  sobre  lo 
(jue  acjwí  pasa,  se  admira  uno  mas  de  lo 
bien  calculado  que  está  todo  para  ia  feli- 
cidad general,  dijo  Angela  con  admira- 
ción. 

—  Para  conseguirlo  ha  sido  necesario 
superar  algunos  obstáculos;  ha  sido  pre- 
ciso vencer  las  preocupaciones,  la  rutina: 

pero  atpii  tenéis,  señorita  Angela ya 

estantos  delante  de  la  cocina  común,  aña- 
dió el  herrero  sonriéndose,  mirad,  mi- 
rad y  decidme  luego  si  esta  cocina  no  es 
tan  imponente  como  la  de  un  cuartel  6 
vomo  la  de  un  gr^n  colegio. 

I     Kn  efecto,  estd  dcpedencia  de  la  casa 
común  era  iumensa  ,  todos  sus  utensilios 
72* 


286  4LBÜM, 

estaban  estremaJamoiilo  limpios  y  brilla- 
ban, y  gracias  á  los  procedimientos  tan 
maravillosos  como  económicos  de  la  cien- 
cia moderna  (inútiles  para  las  clases  po- 
bres, á  las  cuales  podrian  servir  con  mas 
propiedad:  inútiles  porque  no  pueden  apli- 
carse sino  en  grande  escala)  no  solamente 
el  fogón  y  ias  hornillas  estaban  bastante 
surtidas  de  combu^^fible  con  una  tercera 
parte  de  aquella  que  hubiera  sido  necesa- 
rio gastar  individualnit-iite,  sino  que  el 
escedente  del  calórico  bastaba  por  medio 
de  un  calorífero  perfectamente  organizado 
para  esparcir  un  calor  igual  en  lodas  las 
habitaciones  de  la  casa  oomnn. 

También  allí  las  niñas  bajo  la  dirección 
de  dos  mugeres,  hacían  importantes  ser- 
vicios, y  era  una  escena  muy  cómica  la 
que  allí  se  representaba  por  la  seriedad 
misma  coa  que  las  niñas  desempeñaban 
sus  funciones  de  cocina. 

Otro  lanlosucediaenlaayuda  que  pres- 
taban en  la  panadería,  en  donde  se  con- 
feccionaba con  estraordinaria  rebaja  (se 
compraba  la  harina  en  grandes  partidas) 
ese  escelenfe  pan  de  la  casa  saludable  y 
nutritivo,  formado  de  trigo  puro  y  con 
centeno  <  tan  preferible  á  ese  pan  blanco 
y  poco  alimenticio  que  solamente  obtiene 
esas  cualidades  por  la  parte  que  entra  en 
el  de  sustancias  particulares. 

— Buenos  dias ,  señora  Beltrand ,  dijo 
Agrícola  una  respetable  matrona  que  con 
ta  mayor  gravedad  estaba  contemplando 
las  evoluciones  de  muchos  asadores  dignos 
de  haber  figurado  en  las  famosas  bodas 
deCamacho,  tan  cargados  estaban  de  pe- 
«jazos  de  vaca  y  de  carnero  que  comenza- 
ban ya  á  tomar  un  hermoso  color  dorado 
capaz  de  despertar  por  sí  solo  el  apetito. 
Buenos  días,  señora  Beltrand,  volvió  á 
decir  Agricol  ,  según  el  reglamento  me 
abstengo  de  pisar  el  suelo  do  la  cocina, 
dolamente  quiero  hacer  admirar  el  buen 
orden  á  esta  señorita  que  ha  llegado  aquí 
hace  pocos  dias. 


— Enhorabuena  ,  hijo  mió  ;  pero  solire 
todo  lo  que  hay  que  contemplar  aqui ,  es 
el  acierto  y  esmero  con  que  Ira  baja  esa 
manada  de  criaturas;  y  al  decir  esto  la 
matrona  señaló  con  el  estrento  de  un  cu- 
charon que  le  servia  de  cetro,  una  quin- 
cena de  niños  de  amt  )S  secsos,  que  sen- 
tados al  rededor  de  una  mesa ,  estaban 
profundamente  embebidos  en  el  ejercicio 
de  sus  funciones  que  consistían  en  mon- 
dar patatas. 

— ¿Con  qué  según  eso  tendremos  ur 
feí.l¡n  que  pueda  competir  con  la  cena  dtí 
rey  Baltasar?  preguntó  Agricol  sonrién- 
dose. 

— Ya  se  vé  que  sí...  Un  verdadero  fes- 
tín, liijo  mío,  como  siempre.  Aquí  está  la 
lista  de  la  comida  de  hoy;  buena  sopa  co- 
cida, carne  asada  con  patatas  al  rededor, 
ensalada,  fruta,  queso,  y  como  por  es- 
traordinario ,  por  ser  dennngo ,  esas  tor- 
tas con  vino  que  tan  esquisitamente  hace 
á  la  panadera  la  señora  Denis  en  el  horno, 

— Vuestras  palabras,  señora  Beltrand, 
me  escitan  terriblemente  el  apetito,  dijo 
alegremente  Agricol;  en  cuanto  á  lo  de- 
más debo  deciros,  que  ^ase  conoce  ctian- 
do  os  toca  á  vos  estar  al  cuidado  de  1j  co- 
cina ,  añadió  con  aire  halagüeño, 

— Gallad  ,  callad ,  embustero ,  contestó 
la  cocinera  accidental. 

— Lo  que  me  admira  mas,  señor  Agri- 
col, dijo  Angela  á  éste,  habiendo  vuelto  á 
emprender  su  paseo  á  su  lado,  es  compa- 
rar el  alimento  tan  insuficiente  y  tan  mal 
sano  de  los  obreros  de  nuestro  pais  con  el 
que  aquí  se  come. 

■—Y  sin  embargo  nosotros  no  gastamos 
mas  que  unos  cinco  reales  (25  sous),  para 
estar  jnucho  mejor  alimentados  que  en 
París  podríamos  estarlo  por  tres  francos. 

— Casi  no  se  puede  creer,  señor  Agri- 
col. ¿Cómo  es  posible?... 

— Eso  consiste,  como  todo  lo  que  aquí 
sucede,  en  la  varita  maravillosa  de  Mr. 


liLirra. 


îïartly,  que  como  os  lie  dicho  antes,  os 
esplicaró  despues. 

— 4  Ali  !  no  os  podéis  figurar  el  deseo 
<|ue  tengo  por  ver  á  Mr.  Ilardy. 

— No  tardareis  mucho  en  verlo,  tal  v«'Z 
lo  consfguireis  hoy  mismo,  porcjue  se  le 
espera  de  un  momento  á  otro.  Fero  ya 
estamos  en  *l  comedor  que  no  conocéis, 
porijue  vuestra  familia,  como  algunas  otras 
ha  preferido  que  se  le  lleve  la  comida  á 
9U  habitación Mirad  (|ué  sala  tan  her- 
mosa   y  tan  alegre';  por  un  lado  dá  al 

jardín  y  tiene  en  frente  la  fuente. 

En  efecto  aquella  sa'a  era  muy  grande 
y  estaba  con>(rui(la  en  forma  de  galería, 
recibiendo  luz  por  diez  ventanas  que  se 
abrian  hacia  el  jardin..  Las  mesas  cubier- 
tas de  hule  reluciente,  estaban  situadas  á 
los  lados  de  la  pared,  de  manera  que  en 
•envierno  esta  sala  servia  por  la  noche, 
despU''S  del  trabajo  diario,  de  sala  de  reu- 
nion y  de  tertulia  á  los  obreros  que  que- 
rían pasar  el  tiempo  en  común,  en  lugar 
de  encerrarse  en  sus  habitaciones  solos  ó 
en  familia.  Kntonces  en  esta  inmensa  sala 
templada  por  el  calorífero,  y  brillante- 
mente iluminada  por  medio  de!  gas,  los 
■unos  leían,  los  otros  jugaban  á  la  baraja, 
estos  se  ocupaban  en  trabajos  menudos, 
aquellos  conversaban  familiarmente. 

—  Pero  toda  ía  tengo  que  deciros  mas, 
dijo  Agricol  á  la  joven.  Creo  (|ue  todavía 
os  parecerá  meji»r  esta  sala  cuando  sepáis 
que  los  jueves  y  Io'í  domingo»;  se  transfor- 
ma en  salon  de  baile,  y  los  martes  y  los 
sábados  en  sata  de  concierto. 

—  ¡  De  veras  I 

— Sí,  de  veras,  respondió  con  orgullo 
el  herrero.  No  fallan  entre  nosotros  mú- 
sicos que  saben  tocar  para  hacer  bailar. 
Y  ademas,  dos  veces  á  la  semana  canta- 
mos casi  todos  en  coro,  hi»mbres,  muge 
res  y  niños  (1  ).  Por  desgracia  esta  sema- 

(  1  )  Nos  comprenderán  perfectamente 
ios  que  hayan  oído  los  admirables  concier- 


na se  han  visto  interrumpidos  nuestros 
conciertos  por  algunas  dis*'nsit)fies  ocurri- 
das en  la  f.ibriea. 

— ¡Tantas  voce»! Debe  de  ser  cosa 

soberbia. 

— Ks  muy  hermoso,  os  lo  aseguro 

Mr.  Hardy  ha  estado  siempre  esritando 
entre  nosotros  esta  distracctim,  (|ue  tan 
poderoso  efecto  ejerce  ,  como  él  dice ,  so- 
bre el  alma  y  sobre  las  costtimbres.  Kh 
un  invierno  ha  hecho  venir  aquí  á  espet»- 
sas  suyas,  dos  |discípulos  del  célebre  Mr, 
Wilbem ,  y  nu»«!lra  academia  ha  hecho 
graf'des  progresos.  Sí,  señorita  Angel.i, 
podéis  estar  segura,  sin  ()ue  esto  sea  ala- 
barnos á  nosotros,  que  hay  a^eo  îjik»  ron- 
mueve  al  oir  á  ntiesifo  alredeilor  doscien- 
tas voces  diferentes  cantar  en  coro  algún 
fiimno  al  trabajo  ó  á  la  libertad...  V«)S  U 
oiréis  y  no  dudo  que  encontrareis  algo  de 
grandioso,  y  por  decirlo  a^í,  de  sublime 
para  el  corazón,  en  la  fraternal  armonía 
de  todas  estas  voces  que  se  confunden  ew 
un  solo  sonido,  grave,  sonoro  é  impo- 
nente. 

—  ¡Oh  !  yo  lo  creo.  ¡  Pero  quó  fortuna 
es  vivir  aqui  I  A(|ui  no  hay  mas  que  pla- 
ceres; porque  el  trabajo  mismo  mezclada 
con  los  placeres  no  puede  menos  de  con- 
vertirse en  felicidad. 

—  I  Ah  I  íiqui  como  en  todas  partes  hay 
lágrimas  y  dolores,  dijo  Agricol  tristemen- 
te, nurad  este  establecimiento  aislado  y 
silencioso. 

—¿Cuál? 

—  Eso  que  veis  ahí,  que  es  nuestra  en- 
fermería.... por  fortuna,  gracias  á  nuestro 
régimen  saludable  y  robusto ,  hace  que 
nunca  esté  completo  el  número  que  pui- 
de  recibir.  Un  descuento  anual  nos  per- 
mite tener  un  buen  médico,  y  ademas  hay 
organizada   una  caja  de  socorros  mutuos 

los  del  Orphéon,  en  donde  mas  de  1,000 
trabajadores,  hombres,  mugeres  y  niños, 
cantan  con  maravillosa  consonancia. 


288  aV 

de  tal  manera,  que  en  caso  de  ciiferiíH'- 
dad  cada  uno  de  nosotros  recibe  las  dos 
terceras  partes  de  lo  que  ganaba  cuando 
estaba  sano. 

—  ¡Qué  bien- entendido  está  todo!  Y 
allá  abajo,  señor  Agricol,  al  otro  lado  de 
ese  patio  (|ue  tiene  tanta  yerba,  ¿<|iióhiiy? 

—  Alli  está  la  pieza  destinada  á  la  co- 
lada y  al  lavado,  en  donde  liay  agua  cor- 
riente, caliente  y  fria  ;  y  debajo  de  aquel 
tejadillo  que  veis  alli  eitá  el  tendedero; 
mas  adelante  se  bailan  las  cuadras  y  los 
graneros  y  pajares  para  encerrar  el  forra 
je  de  las  caba'lerias  que  se  necesitan  para 
el  servicio  de  la  fábrica. 

— Pero  en  fin,  seíior  Agricol,  ¿nje  di- 
réis el  secreto  de  todas  e.>tas  niaravillas? 

— Antes  de  diez  minutos  lo  habéis  de 
coinprendt-r  todo,  seùorita. 

Por  desgracia  la  curiosidad  de  Angela 
quedó  burlada  en  este  momento.  La  jo- 
ven se  liallaba  entonces  cotí  Agricol  jtin 
to  á  una  verja  que  servia  de  puerta  a 
jardin  por  el  lado  del  paseo  que  separaba 
los  talleres  de  la  casa  común.  De  repente 
una  oleada  del  viento  atrajo  él  ruido  leja- 
no de  gritos  guerreros  y  de  una  música 
militar.  Luego  se  sintió  el  galope  de  dos 
caballos  que  corrían  acercándose,  y  no 
tardó  fnucho  en  llegar  montado  en  un  her- 
moso biidon  negro,  ae  poblada  y  ílotanle 
cola,  con  la  mantilla  de  culor  carmesí,  un 
general.  Lo  mismo  que  en  tiempo  del  im- 
perio llevaba  bolas  de  uíontar  y  calzón 
blanco.  Su  uniforme  azul  brillaba  con  los 
bordados  de  oro,  el  gran  cordon  encarna- 
do d«;  la  legión  de  honor  atravesaba  por 
fettcima  de  su  charretera  di  recha  que  te- 
nia cuatro  estrellas  de  plata,  y  su  som- 
brero con  anchos  galones  de  oro,  p»taba 
guirnecido  de  una  pluma  blanca,  distin- 
ción reservada  esclusivamente  á  los  ma- 
riscales de  Francia. 

Era  imposibleenconlrar  un  soldadocon 
un  aire  mas  marcial,  mas  caballeresco,  y 


mas  gallardamente  montado  en  su  caballo 
de  batalla. 

Kn  el  momento  en  que  el  mariscal  Si- 
mon ,  porque  era  él,  llegaba  delante  de 
Angela  y  de  Agricol,  detuvo  el  caballo  ha- 
ciéndole pararse  de  golpe,  se  apeó  preci- 
pÜadami'lUe  y  entregó  las  riendas  de  oro 
á  un  criado  con  librea  que  le  seguiaá  ca- 
i>a!lo. 

— j^¿íín  dónde  lie  de  esperar ,  señor  du- 
que? preguntó  el  lacayo. 

—  Al  fin  de  este  paseo,  contestó  el  ma- 
ri sV;il. 

Y.  quitándose  el  sombrero  con  respeto 
y  llVváiidolo  en  ia  mano,  se  adelantó  rá- 
pid  intente  hacia  una  persona  que  Angela 
y  Agricol  no  veiao  aun. 

Pero  esta  persona  no  tardó  en  aparecer 
á  sil  vista:  era  un  anciano  de  asJ)ecto  des- 
pejarlo y  decidido,  estaba  vestido  con  una 
biusH  muy  limpia  y  muy  aseada,  tenia  en 
la  (i.ibeza  una  gorra  de  paño  con  que  cu- 
bria  sus  largos  cabellos  blancos,  y  tenien- 
do las  manos  metidas  en  los  bolsillos,  fu- 
nial/á  pacííifcartienle  en  una  pipa  y¿  usa- 
da, (le  espuma  de  mar. 

-— Biienos  días,  padre  mió,  dijo  respe- 
tuo.samente  el  mariscal,  abrazando  cari- 
ñosii  mente  al  Viejo  trabajador  que  después 
de  haberle  pagado  ti  mámente  su  abrazo 
y  viiiido  que  conservaba  todavia  su  som- 
brero en  la  mano  le  dijo: 

—  Cúbrete,   hij  >  núo pero  como  es 

(jue  te  veo  tan  majo?  añadió  souriéndo>e 
el  anciano. 

—  Padr<3  niio,  es  que  acabo  de  asistir  á 
una  revista  ceri-a  de  aijui  y  heaprovecha- 
do  esta  ocasión  para  veros. 

—  ¿Qué,  hay  alguna  circunstancia  que 

me  impida  abrazar  á  mis  nielas  hoy  como 
tud  )s  los  domingos? 

— No,  padre  mió ellas  diben  venií' 

en  un  coche  con  Dagoberto. 

—  Pero....  ¿qué  es  lo  (jue  tienes?  Me 
parece  que  estás  inquieto. 


•.£-\s¡  05  en  cfi'ctn,  piiili\;  mio.dijoel 
mari-cal  con  aconto  d«»l.)roíainenle  con- 
movido; tengo  cosas  mtiy  ¡graves  que  co- 
municaros. 

—  INit'S  vamos  á  mi  hahilacioii  ,  dijo  el 
anciano  al^un  lanío  iníiuieto  ya  lambicn. 

Y  <'l  mariscal  ysii  padri-desapari-c-ioron 
Volviendi)  atrás  por  el  paseo  de  árboles. 

Angela  había  (piedado  tan  sor¡)r«'ndida 
(le  <|ue  ai]iiel  giMieral  tan  brillante  á  ({uien 
se  llam.iba  señor  diiiiiie,  ln\iera  por  pa- 
dre á  un  obrero  con  blnsa  ,  que  mirando 
ú  Agricol  con  nolai)le  sorpresa,  le  dijo: 

— Como,  señor  Agricol,  ¿ese  obrero  an 
tiano?.... 

— Si,  ese  obrero  anciano  es  padre  del 
señor  mariscal  duque  de  Ligny...  el  ami- 

{;o Si    puedo  decirlo,  añadió  Agricol 

conmovido,  el  amigo  de  mi  padre,  de  mi 
padre  que  ha  hecho  la  guerra  bajo  sus 
ordenes  por  e>pacio  de  veinte  años. 

-— ¡  Kncontrarse  en  tan  alta  posición  y 
mostrarse  tan  tierno,  tan  respetuoso  con 
$u  padre!  dijo  Angela,  j  Quo  corazón  tan 
noble  debe  tener  el  mariscal  !  ¿perocomo 
tonsienle  siga  siendo  obrero? 

— Porque  el  tio  Simon  no  dejaría  ?u es- 
tado ni  la  fabrica  por  el  mundo  entero. 
Ha  nacido  obrero  y  quiere  morir  ubrero , 
■a  pesar  de  que  tenga  por  hijo  á  unduque^ 
B  iMi  mariscal  de  Fr.meia. 
XVI. 

ELSliCBETO. 

Después  que  se  desvaneció  la  adrnira- 
cion  que  naturalmente  debió  causar  la  lle- 
gada del  mariscal  Simon,  dijosonriéndose 
Agricol: 

— No  quisiera,  señorita,  aprovecharcs- 
!a  circunstancia  para  evadirme  de  revela- 
ros el  secreto  de  todas  las  maravillas  de 
nuestra  casa  común... 

— No  creáis  que  yo  os  hubiera  perdona- 
do vuestra  promesa,  contestó  Angelo,  por- 
que lo  que  me  habéis  dicho  ya  escita  de- 
masiado mi  curiosidad. 


289 


— I'ui's  bien:  habéis  de  saber  que  Mr, 
H.'trdy  ha  pronunciado,  como  si  fuera  an 
mngioo ,  estas   tres  palabras  cabalísticas: 

ASOCIACIÓN,  MANCOMIMDAD    Y  IHATICn- 

MOAn.  Nosotros  hemos  comprendido  el 
vi-rdaili-ro  sentido  de  estas  palabras,  y  en 
seguida  han  nacido  todas  las  maravilla*; 
(pie  veis,  con  muchas  ventajas  para  noso- 
tros, y,  os  lo  repito,  con  grandes  benefi- 
cios taniliien  para  Mr.  Hardy. 

— Kso  «s  justamente  lo  que  me  parece 
una  cosa  estraordinaria,  señor  Agricol. 

— Supongamos  que  Mr.  Hardy  en  lugar 
de  ser  bueno  como  es,  fuera  un  especula- 
dor con  el  corazón  duro  y  sin  compasión, 
(¡ue  solamente  sintiera  el  deseo  del  interés 
y  del  lucro,  y  que  se  hubiera  dicho  á  sí 
mismo:  ¿í(  Que  necesito  yo  para  ()ue  mi 
f.ibrica  me  dé  los  mayores  rendimientos 
posibles?  Producir  buen  género:  tener 
grande  econoun'a  en  las  primeras  materias: 
<lar  buena  dirección  al  tiempo  que  los 
obreros  emplean  en  trabajar:  en  una  pa- 
labra, economía  en  la  fabricación  para  pro- 
ducir los  artículos  con  baratura  y  escelen- 
cia  Cn  el  género  para  poder  veoderlo  á 
buen  precio....  » 

— liso  es  todo  lo  que  puede  aspiro r  á 
tener  un  fabricante. 

—  Pues  bien,  señorita,  esas  exigeiií^as 
hubieran  podido  indudablemente  ser  sa* 
îi>fechas,  como  lo  han  sido...  ¿Com  •?  Utí 
esta  manera.  Mr.  Hardy,  simple  especu- 
lador, se  hubiera  dicho  en  primer  lugar: 
«  Viviendo  lejos  de  mi  fabrica,  los  obreros 
les  ha  de  costar  trabajo  venir  hasta  ella: 
tendrán  que  madrugar  mas,  y  por  consi- 
guiente habrán  de  dormir  menos:  quitar 
el  sueño  suüciente  á  un  trabajadores nruy 
mal  cálculo,  porque  no  tiene  la  fuerza  ne- 
cesaria, y  las  obras  no  pueden  menos  de 
resentirse  de  esta  falta.  Ademas  la  intem- 
perie no  puede  menos  de  perjudicarle,  y 
en  tiempo  lluvioso  el  obrero  llegará  á  la 
fábiica  empapado,  temblando  de  fiio  dc- 
73* 


ÍQO  ALBüía. 

salentado  para  trabaju;  y  en  eslecaso 

¿que  labor  ha  de  hacer? 

— Por  desgracia  eso  es  demasiado  cier- 
to, señor  Agricol;  cuando  yo  estaba  en 
Lila,  y  llegaba  mojada  y  llena  de  frió  ala 
fábrica,  habla  veces  (jue  estaba  temblan- 
do todo  el  día,  auntiuo  me  ocupaba  en  mi 
labor. 

— El  especulador  hubiera  añadido,  con- 
tinuó diciendo  Agricol  :  «  Hacer  que  mis 
obreros  vivan  inmediatos  á  la  fábrica  ,  es 
evitar  este  inconvenicote:  pues  hagamos 
un  cálculo:  el  obrero  que  está  casado,  pa- 
ga en  París  por  término  medio  250  fran- 
cos al  año  (  I  )  por  dos  malas  piezas  y  por 
una  alcoba  :  todo  eüo  oscuro,  estrecho  y 
mal  sano,  en  alguna  callejuela  infestada: 
alli  vive  apiñado  con  su  familia;  y  esta  es 
la  causa  de  que  tantos  individuos  de  esta 
Clase  se  hallen  enfermizos  y  calenturien- 
tos. ¿Quó  trabajo  puede  esperarse  que 
hagan  los  hombres  que  se  encuentran  en 
esta  situación?  Por  lo  que  toca  á  los  obre 
ros  que  están  si  Iteros,  puede  asegurarse, 
que  estos  por  una  habitación  mas  peque- 
ña, pero  tan  mal  sana ,  pagan  unos  150 
francos  de  inqr.ilinalo.  Sumemos:  yo  ten- 
go en  mi  fábrica  H6  obreros  casados,  que 
entre  lodos  pagan  la  suma  de  36,500 fran- 
cos de  alquiler  anual  por  los  camarancho- 
nes en  que  viven:  ademas  empleo  115 
obreros  solteros,  (pie  pagan  17,280,  total 
irnos  50,000  francos,  que  son  el  rédito  de 
un  millón. 

— iQue  cantidad  tan  enorme  se  paga  por 
ese  conjunto  de  malas  habitaciones!  señor 

Agricol. 

—  ¡Cincuenta  mil  francos  al  año!...  El 
•alquiler  que  puede  pagar  un  potentado... 
Volvamos  á  nuestro  especulador.  «  Para 


(1)  Este  es  en  efecto  el  precio  medio 
del  inquilinato  que  paga  un  obrero  por 
una  habitación  compuesta  generalmente 
de  dos  piezas  y  una  alcoba  en  un  tercero 
ó  cuarto  piso. 


decidir  á  mis  obreros,  se  diría  él  ásímfe- 
mo,  á  que  vengan  á  vivir  en  mi  casa,  y 
dejen  sus  habitaciones  de  Parí-;,  necesito 
proponerles  grandes  ventajas.  PufS  bieiv, 
reduciré  el  al(]uiler  de  su  habitación  á  la 
mitad  'el  precio  que  les  cuesta  ,  y  en  lu- 
gar de  cuartos  oscuros,  estrechos  y  mal 
sanos,  tendrán  aqui  habitaciones  espacio- 
sas, ventiladas,  caldeadas  á  poco  coste,  é 
iluminadas  á  poco  precio.  De  este  modo 
146  cuartos  que  me  producirán  á  razón 
de  125  francos  de  alquiler,  y  los  115  dw 
los  solteros  á  75  francos,  me  darán  un 
producto  tota!  de  26  á  27,000  francos.... 
Un  edificio  suficiente  para  alojar  á  todos 
estos  individuo»  podrá  eoslarme  á  lo  mas 
500,000  francos  (1).  Asi  tendré  yocolora- 
do  mi  capifal  con  un  rédito  de  5  por  100 
por  lo  menas,  y  perfectantente  asegurado, 
puesto  que  los  salarios  han  de  responder- 
me de  la  cobranza  de  los  alquileres.» 

—  ¡Ah!  señor  Agricol,  ya  empiezo  á 
comprender  como  puede  suceder  muy 
bien  que  se  hagan  beneficio?  con  provecho 
propio,  aun  con  ese  provecho  metálico,  el 
inferes  de  dinero. 

— Y  y(»  estoy  seguro  de  que  á  la  larga 


(!).  Éste  cálculo  es  exacto,  ó  cuando 
mas,  algo  exagerado...  Un  edificio  de  es- 
ta clase  á  distancia  de  una  legua  de  Vnfí> 
por  la  parte  de  Montronge  con  todas  Ids 
grandes  dependencias  necesariascomo co- 
cina ,  pieza  de  colada  ,  lavadero  etc. ,  de- 
pósito del  gas,  conducción  de  agua,  calo- 
rífero etc.  rodeado  de  un  jardin  como  de 
diez  yugadas  tendría  de  coste  en  la  época 
de  esta  relación  500,000  francos  ó  menos. 
Un  sugeto  inteligente  y  espcrimentado  en 
estas  construcciones  ha  tenido  la  bondad 
de  proporcionarnos  un  pormenor  detalla- 
do que  cf»nlirma  lo  que  acabamos  decen- 
tar; se  vé  por  lo  tanto  que  por  un  precio 
igual  a!  que  pagan  generalmente  los  obre- 
ros, se  les  podría  proporcionar  habitacio- 
nes perfectamente  sanas,  y  hacer  ganar 
al  dinero  un  diez  por  ciento. 


il  nu 

'lixí  noj^ocios  que  se  lineen  con  loalla»!  y 
Cuii  nubleza  ,  son  .siiMiiprt*  venlujososv  >l'- 
^iiros.  l*ero  vulvainos  ulra  >ez  a  imestr») 
especulador.  «Va  \vi\'¿o  á  mis  obreros  t's- 
tabk'cídos  á  la  puerta  de  mi  fabrica,  con 
liabilacioiies  de>ahogadas    y  calit-nles,  y 

bien  preparados  para  el   trabajo INmo 

no  ba>ita  esto hl  obrero  inglés  que  se 

alimenta  con  buena  carne,  que  bebe  bue- 
na cerveza,  trabaja  en  igual  tiempo  doble 
que  el  obrero  francés  (  1  j  reducido  á  un 
alimento  detestable  que  le  debilita  n.as 
■que  le  nuire ,  gracias  á  la  adulteración  de 
los  artículos.  Mis  obreros  irab.yiirán  mu- 
cho mas  nutriéndose  con  mejores  alimen- 
tos. ¿Pero  cómo  obtener  esleí  e•>ullalJo^ill 
tener  que  poner  yo  nada  de  mi  bolsillo  ? 
Kl  régimen  seguido  en  los  cuarteles,  en 
los  colegios,  y  aun  en  las  cárceles,  ¿en 
■qué  consiste?  Kn  condimentar  en  común 
las  comidas  que  por  este  medio  ulrecen 
resultados  y  ventíyas  que  no  podrían  ob- 
tenerse por  ningún  otro. 

«Ahora  bien,  si  mis  doscientos  y  sesenta 
obreros  en  lugar  de  tener  doscientas  se- 
senta cocinas  detestables  se  asociasen  á  íin 
de  tener  una  para  todos,  pero  una  buena, 
gracias  á  las  economias  establecidas,  ¿no 
reportarla  yo  una  gran  ventaja?...  y  ¿no 
la  reportarían  ellos  también?  Dos  ó  tres 
mugeres  ayudadas  por  niños  ,  bastarian 
para  preparar  la  cumula  :  en  vez  de  com- 
prar en  pequeñas  partidas  la  leña  y  el 
carbón  pagándolo  di»ble  (2)   de  su  valor, 


1 


(1)  Esta  aserci(m  na  quedado  demos- 
trada en  los  trabajos  de  los  caminos  de 
hierro.  Los  obreros  franceses  que  por  iio 
tener  familia  han  podido  adoptar  el  régi- 
men de  los  ingleses,  han  hecho  tanta  ta 
rea  por  lo  menos  como  ellos,  robusteci- 
dos con  un  alimento  sano  y  fuerte. 

(2)  Ya  hemos  dicho  que  el  cano  de 
leña  comprado  por  haces  ó  al  por  menor 
en  peqweñas  porciones,  cuesta  á  los  po- 
bres navenfa  francos;  y  lo  mismo  sucede 
con  todos  los  demás  géneros  de  consumo 
comprados  al  por  menor:  la  division  y  las 
mermas  les  perjudican. 


la  asociación  de  mis  obreros  podria  hacec 
bajo  mi  garantía  (  respondiéndome  siem- 
pre sus  salarios)  grandes  acopios  de  com- 
bustible; de  harina,  de  manteca,  de  acei- 
te, de  vinus,  etc.,  yendo  á  coinprarluii 
directamente  á  los  productores.  Por  este 
medio  no  les  costana  la  botella  de  vino 
puro  y  sano  mas  que  di«'Z  ó  doce  niartog 
(tres  ó  cuatro  sous)  en  lugar  de  que  hoy 
les  cuesta  veinte  ó  veinte  y  dos  ese  bre- 
vage  emponzoñado  que  beben.  Cada  se- 
mana podria  comprar  la  asociación  un  ce- 
bón y  algunos  carneros:  las  mugeres  en- 
'Cargadas  elaborarían  el  pan  como  se  iiace 
en  los  pueblos;  y  en  liiu  ct>ii  estos  recur- 
sos, con  orden  y  con  economiaL,  rtws  obre- 
ros tendrían  ^or  4mos  «meo  reales-esca- 
sos* un  alimento  «ano,  agradable  y  nutri- 
tivo, j 

— ^^¡Ah!  Va  lo  comprendo  todo,  señor 
AgricoU 

— Pues  toda<via  hay  mas,  continuando 
en  nuestra  suposición  del  especulador  in- 
teresado, se  diria  aun;  «  Mis  obreros  es- 
tán ya  en  buenas  habitaciones,  tienen  buen 
alimento,  y  todo  ello  por  la  mitad  de  lo 
(|ue  antes  tenían  que  gastar;  pues  vamoi» 
é  hacer  ahora  qu»  tengan  también  bue- 
nos vestidos  que  les  abriguen,  a  hn  de  ga  • 
rantir  la  salud  ,  porijue  U  salud  es  el  tra- 
bajo. La  asociación  comprará  en  gruesas 
partidas  y  á  precio  de  fabrica  siempre 
iiajo  mi  garantía ,  (|ue  para  mi  está  as^^»- 
gurada  con  los  jornales)  paños  fuertes 
y  de  buena  clase,  y  lienzos  buenos,  de 
los  que  una  parte  podrán  eniplear  las 
mugeres  de  los  asociados  para  hacer  las 
prendas  que  sean  necesarias,  y  las  con- 
feccionarán tan  bien  como  pudieran  ha- 
cerlo los  sastres.  Kn  fin  ,  en  ei  fon>umo 
de  calzado  y  de  gorras  la  asociación  po- 
drá también  obtener  grandes  y  posilitiS 
ventajas  de  los  puntos  de  que  se  surta.» 

—  ¡Sabéis,  señor  Agrictd,  dijo  la  joven 
con  una  sencilla  admiración,  que  todo  eso 


2Ï)2 


àtÊL'JÏ. 


parece  imposible,  á  pesar  de  ser  una  cosa 
tan  natural!... 

— Siíi  (Jiida  que  nada  es  mas  natnral 
ni  mas  fácil  (]ne  lo  qire  acabo  de  deciros: 

nada  mas  sencillo  que  el  bien y  sin 

embargo  no  se  piensa  muy  frecuentemente 
en  él.  Y  habéis  de  notar  que  nuestro  es- 
peculador, tal  como  lo  hemos  supuesto, 
no  procura  mas  que  su  interés  particu- 
lar  No  considerando  la  cueslmn  mas 

que  bajo  su  aspecto  nialerial;...  CtMilando 
para  nada  la  sociedad  fraternal,  de  apoyo, 
de  union  que  inevitablemente  nace  de  vi 
\ir  en  común  ;  no  renec>ionandii  qtje  el 
bienestar  moraliza  y  dulcifica  el  carácter 
del  hombre;  prescindiendo  de  que  los  iner- 
tes deben  dar  su  apoyo  y  sus  consejos  á 
los  débiles,  y  reílecsionando  solamente  que 
el  hombre  de  bien,  aj'ákado  y  laborioso  ikne 
derecho,  derecho  inconleslable ,  á  ecs'ujir  de 
la  sociedad  un  Irabaju  y  un  salario  propor- 
cionado á  las  necesida'les  de  su  condición... 
aunque  nuestro  especulador  no  piense  mas 
que  en  el  producto  material ,  ya  veis  que 
no  solamente  coloca  su  dinero  en  casas 
que  le  producen  el  5  por  100,  sino  que 
todavía  saca  grandes  beneficios  de  los  be 
neficios  que  proporciona  á  sus  obreros. 

— Tenéis  razón ,  señor  Agricol. 

— ¿Y  qué  diréis,  señorita,  cuando  yo 
os  demuestre  qtie  nuestro  especulador  lie 
ne  también  grandes  ventajas  en  dar  á  sus 
obreros  una  parte  proporcional  cfi  las  ga 
nancias  además  de  su  jornal  diario? 

— Kso  ya  me  parece  mas  difícil,  señor 
Agricol. 

—  Pues  escucliadme  algunos  minutes 
mas  y  quedareis  convencida. 

Hablando  asi  Agricol  y  Angela  h  ibian 
llegado  cerca  de  la  puerta  del  jardín  déla 
casa  común. 

Una  muger  de  alguna  edad,  y  vestida 
sencillamente,  pero  con  aseo  se  acercó  á 
Agricol,  y  le  preguntó: 

— ¿Me  hacéis  el  favor  de  decirme  si  ha 
Yuelto  ya  Mr.  Hardy,? 


— No  señora  ;  peto  se  le  espolra  de  Xíti 
moTiíetílo  á  otro.  , 

—  ¿Hoy  mismo? 

—  Hoy  ó  mañana,  señora. 

—  ¿No  se  sabe  para  qué  hora  estará  ya 
a(|!n'? 

— Yo  creo  que  esto  tío  se  sabe;  pero  eï 
portero  de  a  Tabica  que  es  también  él 
portero  de  ¡a  casa  de  Mr.  Hardy  ,  puede 
(|ii»'  acaso  sepa  decíroslo. 

— "Mnclias  gVarias. 

—  A  vuestras  órdenes. 

-^Señor  Agricol,  dijo  Angela, en  cuan- 
to se  alejó  la  muger  que  liabia  hecho  aÍ 
herrero  las  anteriores  preguntas;  ¿no ha- 
béis notado  la  palidez  y  la  conmoción  dé 
esa  niiiger? 

—  Si:  yo  también  la  he  notado  y  mtó 
ha  parecido  tjue  Veia  deslizarse  destjsojtiá 
tina  lágrima. 

— Si,  si:  tiene  trazas  de  haber  llorado 
mucho.  ;  Pobre  muger  1  Acaso  vendría  á 
pedir  algún  socorro  á  Mr.  Hardy...  ¿Pe- 
ro (¡né  tenéis,  señor  Agricol?..;..  Os  ha* 
beis  (juedado  pensativo. 

Agricol  presentía  que  la  visita  de  esta 
muger  de  cierta  edad  y  (jue  traia  pintada 
en  su  rostro  la  tristeza,  debia  tener  algu- 
na relación  con  la  aventura  de  aquella  se- 
ñora joven  y  rubia  que  tres  días  antes  ha- 
bla venido  tan  desconsolada  y  tan  agitada 
á  preguntar  por  Mr.  Hardy,  y  que,  tal 
vez  demasiado  tarde,  habia  sabido  que  se* 
guian  sus  pasos  y  que  la  espiaban. 

—  Perdonadme,  señorita,  dijo  Agricol 
á  Angela,  pero  la  presencia  de  esta  mu- 
ger me  recuerda  una  cosa  de  que  por  des- 
gracia no  puedo  hablaros,  porque  es  un 
secreto  que  debo  guardar. 

—  ¡Oh!  tran(¡uilizaos,  señor  Agricol, 
contestó  sonriéndose  la  joven  ;  yo  üo  soy 
curiosa,  y  lo  que  roe  estabais  contando 
me  interesa  tanto  que  no  deseo  que  me 
habléis  de  otra  cosa. 

I     — Pue.«  bien;  Yoy  á  deciros  algunas pa- 


*»B*'aj. 


293 


labras  iii3s  y  dos  iv  (]iur  l.i>  uigais  «iiiLsIa- 
rt'is  tan  onteratia  cmno  jo  lo  estoy  Je  lo- 
di)s  los  secretos  de  mustia  asociación. 

—  Dicid,  (¡ue  ya  os  escucho,  seiUT 
Afiricol. 

— Sigamos  con»¡cleraiidi)  (ji:e  solo  ha- 
hlanoí  de'un  especulador  interesado.  «Mis 
obreros  se  enciionlran  ya  lo  mejor  acón- 
tJicionados  (jue  se  [inede,  pero  ¿«^uénie 
resta  i]iie  hacer  parí  ohlener  mayores  be 
nelicios?  Fabric.ir  barato  y  vender  caro» 
Pero  no  se  puede  fabricar  barato  sin  eco- 
nomía en  las  primeras  materias,  sin  la 
(lerfeccion  de  los  procedimientos  <le  fabri- 
cación,  sin  la  celeridad  del  trabajo.  ¿V 
cómo  logrará  pesar  de  toda  mi  vigilancia, 
<|ue  mis  obreros  no  prodiguen  las  prime- 
ras materias?  ¿Cómo  obligar  á  cada  uno 
en  su  especialidad  á  buscar  los  medios  mas 
sencillos  y  menos  onerosos?» 

—Así  es;  y  ¿cómo  conseguir  ese  resul- 
tad..? 

—Y  adenjas,  diria  tal  vez  nuestro  es 
peculador  :  «  Para  vender  mas  caros  mis 
artículos  es  necesario  que  sean  mejores. 
Mis  obreros  trabajan  bien,  pero  esto  no 
l)aila;  es  preciso  que  me  den  obras  maes- 
tras.» 

— Hero,  señor  .\gr¡col,una  vez  conolui- 
(!a  su  tarea,  ¿qué  interés  pueden  tiíur 
los  obreros  en  dar<e  malos  ralos  para  eje- 
cutar obras  maestras? 

— Esa  es  justamente  la  palabra  exacta: 
¿Que  interés  pueden  tener?  (^aiciiíando 
sobre  este  punto  nuestro  especulador,  se 
diria  bien  pronto  á  sí  mismo:  «Es  preciso 
que  mis  obreros  tengan  interés  en  econo- 
mizar las  primeras  materias,  interés  en 
emplear  bien  su  tiempo,  interés  en  buscar 
los  procedimientos  mejores,  interés  en  que 
las  labores  que  salgan  de  sus  manos  sean 
otras  tantas  obras  (naestras...Cuandu  con- 
siga esto,  quedará  cumplido  mi  objeto. 
Pues  bien:  interésenlo:^  á  losobrero^en  ¡os 
beneücios  que  me  produzca  su  economía, 


snartivii|>id,su  celo,  y  su  habilidad.  Cuan- 
to ellos  mijor  fabri(|uen,  tanto  mi'jor  ven- 
diié  yu;  y  su  parte  será  mejor  y  la  mia 
I  ti  ui  bien.» 

—  Ahora  ya  lo  comprendo,  señor  Agri- 
col. 

—  V  nuestro  especulador  especulaba 
bien.  .Antes  de  verse  inlereMido  a\  obrero 
>e  driia  á  sí  mismo  :  «l'oco  me  importa  á 
mi  tiíbajar  mas  al  cabo  del  dia  ni  hacerlo 
nnjor:  yo  no  saco  ninguna  utilidad  de  es- 
tas circunstancias.  Pues  bien ,  á  estricto 
salario  estricto  deber...»  Pero  luego  suce- 
dería lo  contrario,  porque  el  obrero  se  di- 
ria á  sí  mismo:  «Yo  tengo  interés  eii 
guardar  economía  yen  trabajar  con  celo.» 
Y  esta  reflexión  le  baria  variar  de  con- 
ducta y  redoblando  su  actividad  evcilaria 
la  de  los  demás.  Hay  un  compañero  (jue 
es  algo  perezoso  ó  que  causa  algún  per- 
juicio; pues  aquel  obrero  tendría  dereclio 
para  decirle:  «Compañero,  no  paguemos 
todos  los  demás  tu  holgazanería  ó  tu  tor- 
peza :  mira  que  trabajas  en  común.  » 

— Y  con  (jué  ardor,  con  qué  decisión  , 
con  (|ué  fe  se  debe  trabajar  en  ese  cjso! 

— Eso  sobrepuja  á  todo  lo  que  hubiera 
podido  calcular  nuestro  especulador,  Pero 
todavía  iría  este  mas  adelante  y  dina  : 
«  Los  tesoros  de  la  esperiencia,  del  sjber 
práctico  están  generalmente  fuera  de  los 
talleres  por  voluntad,  por  falta  de  prcpor- 
ciotí,  ó  tal  vez  por  no  encontrar  estimulo; 
y  muchos  obreros  escelentes  en  vez  de 
perfeccicnaro  de  reformar  como  pudieran 
hacer,  signen  indiferentemente  la  rutina... 
Esto  es  una  lástima  ,  porque  un  hombre 
que  ha  estado  toda  su  vida  ocupándose  en 
un  trabajo  especial ,  debe  descubrir  á  la 
larga  medios  para  trabajar  con  mayor  fa- 
cilidad y  mas  de  prisa;  pues  para  este  ob- 
jeto formaré  una  especie  de  consejo  con- 
sultivo, compuesto  de  los  directores  de  los 
talleres  y  de  los  trabajadores  mas  hábiles, 
y  como  nuestro  interés  es  comuo,  uecesa- 
71* 


204  ALBUM, 

riaaienttí  habráii  do  salir  muchas   mejo- 
ras de  esta    reunión  de    talentos  piáoli- 
cos...»  El  especulador  no  se  equivocaría  , 
antes  bien  quedaría  nuiy  pronto  ^orpren- 
didocon  los  incalculables  recurso?, con  los 
mil  procedinnientos  nuevos,    ingeniosos, 
perfectos,  repentinainenle  imaginados  por 
ios  trabajadores.  «Pero  si  sabíais  eso,  es- 
clamaria  el  especulador,  ¿por  quó  no  me 
lo  habéis  comunicado?  Lo  que  íiace  diez 
dúos  que  me  está  costando  cietj  francos  en 
la  fabricación,  no  me  hubiera  costado  mas 
que  cincuenta,  sin  contar  una  enorme  eco- 
nomía de  tiempo.»  Señor,  le  respos-leria 
entonces  el  obrero  qure  tierie  un  buen  sen- 
tido como  cualquiera  otro  puede  tenerlo, 
¿qué  interés  tenia  yo  en  que  vos  econo- 
mizarais en  esta  ó  en  la  otra  materia  un  30 
por  100?  Ninguno:  ahora  yaes  otra  cosa. 
Ademas  de  mis  jornales  me  dais  una  par- 
te en  vuestras  ganancias  :  me  concedéis 
mas  consideración  ,  puesto  que  consultais 
mi  esperiencia  y  mis  conocimientos:  en 
vez  de  tratarme  como  á  un  ser  de  inferior 
naturaleza  entrais  en  relaciones  conmigo  : 
todo  esto  me  interesa  y  me  obliga  á  co- 
municaros cuant'i  sé  y  á  adquirir  mas  co- 
nocimientos.» Aíjiií  tenéis,  señorita  Ange- 
la, como  un  especulador  interesado  orga- 
nizaría sus  talleres,  avergonzando  á  sus 
rivales.  Pero  si  en  vez  de  un  especulador 
interesado  tuviéramos  que  hacer  nuestra 
suposición  respecto  á  un  hombreque  jun- 
tando á  la  ciencia  del  cálculo  las  tiernas  y 
generosas  simpatías  de  un  corazón  evan- 
gélico, y  la  sublimidad  de  un  talento  emi- 
nente, atendiera  no  solamente  á  su  ar- 
diente solicitud  por  el  bien  material  sino 
á  la  emancipación  moral  de  sus  trabaja- 
dores ,  procurando  por  lodos  los  medios 
posibles  desarrollar  la  inteligencia  de  es- 
tos ,  ennoblecer  su  corazón  :  un  hombre 
que,  apoyándose  sobre  la  autoridad  que 
sus  mismos  beneficios  le  darían,  y  que  co- 
nociera que  también  pesa  la  carga  de  la 


felicidad  de  trescientas  persones  so'bre  las 
almas  de  aquellos  que  las  tienen  á  su  car- 
go, se  constituyera  en  servir  de  guia  á 
aquellos  á  quienes  él  no  llamara  sus  obre- 
ros sino  sus  hermanos,  y  se  ocupara  en 
dirigirlos  por  el  camino  mas  recto  y  mas 
noble,  y  tratara  de  hacer  nacer  en  ellos 
el  gusto  de  la  instrucción  y  de  las  arU-'S 
queacabarian  por  hacerlos  felices  y  orgu- 
llosos de  una  condición  que  solamente  es 
admitida  por  otros  con  las  lágrimas  de  la 

maldición  y  de  la  desesperación Pues 

bien,sefiorita  Angela, este  honíbre...es..-. 
Pero  i  Dios  mío  I  no  podía  llegar  en  me- 
jor ocasión  para  nosotros ,  que  cuando  le 
estábamos  bendiciendo.,.  Ahí  lo  tenéis...» 
Ese  es  Mr.  Hardy. 

— ¡  Ah,  señor  Agrícol  I  dijo  Angela  con- 
movida hasta  el  punto  de  tener  que  en- 
jugarse las  lágrimas.  Debe  recibírsele  con 
las  manos  juntas  en  espresion  de  grati- 
tud. 

— Reparad,  reparad  y  decidme  si  ese 
semblante  noble  y  dulce  no  es  la  intágmi 
fiel  del  alma  que  os  lie  retratado. 

En  efecto ,  en  aquel  momento  entraba 
en  el  palio  de  la  fábrica  una  silla  de  posta 
en  la  que  venían  Mr.  Hardy  y  Mr.  Die^ 
sac,  aijuel  amigo  tan  indigno  que  de  una 
manera  tan  infame  le  estaba  vendiendo. 


Vamos  á  decir  unas  cuantas  palabras 
acerca  de  los  hechos  que  acabamos  de 
procurar  esponer  dramáticamente,  y  que 
tienen  relación  con  la  organización  del 
trabajo,  cuestión  capital  de  la  que  toda- 
vía nos  hemos  de  ocupar  mas  adelante. 

A  pesar  de  los  discursos  mas  ó  menos 
oficiales  de  gentes  mas  ó  menos  graves 
(y  nos  parece  que  se  abusa  algún  tanto 
de  este  adjetivo)  sobre  la  creciente  prospe- 
ridad de  la  nación ,  es  un  ík  cho  que  no 
tiene  contestación. 

Que  las  clases  laboriosas  de  la  sociedad 
nunca  han  sido  tan  miserables,  p  >rque 


Tionca  lian  (.'slado  m  íantn  (lcs(iri)|nircion 
como  ahora  los  jornalts  cou  las  t'M-asas 
nt'Ct'siilatli-s  (Ji'  los  Irahajailrri'». 

Una  pnn'tia  iiiescusablí-  de  lo  i|tif  aca- 
bamos (le  decir,  e>  la  teiideiuia,  iiiifinm- 
ra  será  alabada  en  demasía,  la  tendencia 
progresiva  de  las  clames  ricas  á  socorrer  á 
los  ijiic  lan  cruelmente  padecen. 

Las  inclusas,  las  casas  de  asüd  para  lo> 
niños  pobres,  las  fundaciones  lilanlrópi 
ras  ote.  deiíiueslran  s-uíicientemenlf  i|Ue 
los  que  viven  afortunados  en  el  mundo, 
presienten  ,  á  pesar  de  las  aseveraciones 
oficiales  acerca  de  la  jirosperlilntl  gciicrol, 
que  fermentan  en  el  foj^do  de  Id  sociedad 
males  terribles  y  amenazadores. 

Pero  estas  tendencias  aisladas  ó  indi- 
viduales por  mas  <^eneri'sast]ue  ellas  sean 
en  si ,  no  pueden  menos  de  ser  insiili- 
cientes. 

Los  que  gobiernan  son  únicamente  lo< 
que  pudieran  lomar  una  iniciativa  efi- 
caz....; pero  eslos  se  guardan  muy  bien 
de  hacerlo. 

Las  gentes  graves  discuten  con  gr«rcí/aí/ 
la  importancia  de  nuestras  relaciones  di- 
plomáticas con  el  .Moiiomolapa  ócuiiquier 
otro  asunto  de  gravedad ,  y  abandonan  á 
los  esfuerzos  de  la  conmiseración  piivada, 
á  la  buena  ó  mala  voluntad  de  hscapila- 
lista»  y  de  los  fahricantts ,  la  ecsisteiuia 
mas  deplorable  cada  vez  de  un  puetdoin 
menso,  entendido  y  trabajatlor  que  cada 
dia  va  iluslráiidose  mas  y  mas  nobre  si/>- 
dererhds  \j  sobre  su  fuerza,  pero  tan  ham 
brienlo  por  los  desastres  de  una  implaca- 
ble concurrencia,  qu''  en  muchas  ocasio- 
nes hasta  carece  del  trabajo  necesario  [lara 
ganar  lo  que  apenas  le  permite  conlinuar 
arrastrando  su  ecsistencia. 

Enhorabuena....  desdéñense  las  gentes 
graves  de  pensar  en  estas  miserias  formi- 
dables... 

Sonríanse  los  hombres  de  esía'/ocomode 


nomliH-  en  una  inic¡ali\a  (pie  losrndearil 
de  una  | upulaiidad  innuiisa  y   fecunda. 

Krdu«rali(iena prelit  ran  lnd"isa;jiiir- 

dar  el  nniiiii  uto  en  ipie  la  cueslinn  eslaüff 

como  el  rayo Fnli'nces en  me(lio 

de  esta  espantosa  cdnnwwKvn  (|ue  estre- 
mecerá al  iiiund"»,  ver»nios  á  (pie  se  re- 
ducen esas  cuestione-i  (¡raves  y  esos  hom- 
bres gruvrn  de  est'is  lieiiipos. 

Para  conspirar,  6  al  menos  aleja' al;;nn 
tanto  este  siniestro  porvenir,  preciso  (S 
todavía  diii^irse  á  las  simpatías  pri\adas 
er  nomlire  de  las  fortunas,  en  nombre 
lie  la  tran(piilidad,  en  nombre  de  lasa'iid 
de  lodos.... 

Ya  lo  hemos  dicho,  y  hace  n.uch'i  tit  m- 
po  :  /  si  los  rkos  catcuh'trati  !  Pues  bien  , 
repitámoslo  hoy  en  alabanza  de  la  huma- 
nidad :  cnanin  los  ricos  c  Icutan ,  hacen  »d 
bien  muy  frecuentemente,  con  talento  y 
con  generosidad, 

Proíuramos  demostrar  á  estos  de(piitii 
d«  pende  la  suerte  de  nuc^stros  trabajado- 
res, que  pu»  den  verse  colmados  de  ben- 
diciones y  a.lorádos,  por  decirlo  asi ,  sn 
desalar  su  biÁsiilo. 

Hemos  hablado  ya  délas  casas  comunes 
en  que  los  trabajadores  encontrarían  á  pre- 
cios nujy  bajos  habitaciones  sana»  y  abri- 
gadas. 

Ksta  ventajosa  institución  estaba  apun- 
to de  realizarse  en  1829,  gracias  á  las 
piadosas  intenciones  de  la  señorita  Ame- 
lia Vitrolles  (1).  En  la  ('poca  ([ue  esto  es- 
cribimos, lord  Ashley  se  ha  puesto  enln- 
ulaterra  al  frente  de  una  compañía  (pie 
tiene  este  mismo  oljelo  y  (¡ue  olrecera  á 
los  accionistas  un  mínimun  de  i  por  100 
de  inter(^s  garantido. 

¿Por  qué  no  ha  de  seguirse  en  Francia 
semejante  egemplo,  egemplo  que  tendría 
ademas  la  ventaja  de  dar  á  las  clases  po- 


1  )   Vóasf  La  Démocratie  pacifique  del 
conopasion  á  la  simple  idea  de  poner  su|lO  de  octubre  de  18ií. 


¿96  ALBUM 

bres  los  primeros  rudimentos  y  los  pri^ 
meros  medios  de  asociación? 

Evidentes  son  las  inmensas  venlajas  de 
la  vida  comiin  :  todos  las  conocen;  pero 
el  pueblo  se  encuentra  en  imposibilidad 
de  fundar  los  establecimientos  indisjien- 
sables  para  estas  mancomunidades.  ¡lOué 
servicios  tan  inmensos  prestaría  e!  rico 
que  pusiera  álos  trabajadores  en  posición 
de  gozar  de  tan  intnt'nsas  ventajas!  ¿Qué 
!e  importaría  á  él  hacer  construir  una  ca- 
sa proporcionada  (¡ne  ofreciera  habitacio- 
nes saludables  para  cincuenta  familias, 
siempre  que  tuviera  asegu.ada  su  renta? 
Y  esta  renta  seria  muy  fácil  garantírsela. 

¿Por  qué  el  Instituto  que  anualmente  da 
por  asunto  en  el  concurso  á  los  arquitec- 
tos jóvenes ,  planos  de  palacios,  de  igle- 
sias, de  leal  ros,  no  pide  algunas  veces  el 
plan  de  un  grande  establecimiento  desti- 
nado á  la  habitación  de  las  clases  p(jbres , 
que  reuniera  todas  las  condiciones  posibles 
de  economía  y  de  salubridad? 

¿Por  qué  el  consejo  municipal  de  París, 
cuyos  buenos  deseos ,  cuya  paternal  soli- 
citud por  las  clases  menesterosas  se  han 
manifesíado  tan  admirablemente,  no  es- 
tablece en  los  sitios  mas  á  propósito,  mo- 
delos de  casas  comunes  ei\  donde  pudieran 
hacerse  las  primeras  esperienciasdt;  loque 
es  a  vida  en  conu/n  y  de  las  venlajas  que 
de  ella  resullarian?  E\  deseo  de  ser  ad 
milido  en  estos  establecimientos  seria  un 
germen  do  emulad  mi  ,  de  moralización  , 
al  mismo  tiempo  que  una  esperanza  con- 
soladora.... para  los  trabajadores...  Y  la 
esperanza  vale  algo. 

La  ciudad  de  París  liaría  por  este  me- 
dio una  buena  especulación,  y  una  buena 
obra,  y  su  ejemplo  decidiría  tal  vez  á  los 
que  gobiernan  á  salir  de  su  incalificable 
indiferencia. 

¿Por  qué  en  fin,  los  capitalistas  que 
fundan  fábricas  de  manufacturas,  no  ha- 
bían de  aprovechar  estas  iecciooes  para 


establecer  casas  comunes  al  lado  de  sus 
fábricas  y  de  sus  oficinas?  Los  mismos 
fabiicantes  reportarían  ventajas  conside- 
rables en  estos  tiempos  de  desesperada  ri- 
validad. Y  vamos  á  decir  como.  La  re- 
ducción del  salario  es  tanto  mas  funesta, 
tanto  mas  intolerable  para  el  artesano, 
cuanto  por  ella  su  ve  obligado  á  privarse 
muchas  veces  hasta  de  los  artículos  de 
primera  necesidad.  Si  viviendo  aislada- 
mente le  bastan  tres  francos  paramante- 
ner.-e  ,  proporcionándole  el  fabricante  el 
medio  de  que  pueda  vivir  con  seis  reales 
gracias  á  la  asociación,  el  jornal  del  obre- 
ro podrá  en  un  caso  de  crisis  comercial 
reducirse  á  la  mitad  sin  que  esta  dismi- 
nución que  siempre  será  preferible  á  la 
holganza,  le  cause  perjuicios  muy  graves, 
y  el  fabricante  no  se  verá  precisado  a  sus- 
pender su  fabricación. 

Creemos  haber  demostrado  la  ventaja  , 
la  utilidad,  la  facilidad  de  la  fundación  de 
casas  comunes  para  los  obreros. 

Y  luego  hemos  sentado  el  principio  si- 
guiente: 

«Que  no  solamente  será  de  rigurosa  equi- 
dad dar  al  trabajador  parte  en  lasganan- 
cias  que  son  el  fruto  de  su  laboriosidad  y 
de  su  talento,  sino  que  esta  justa  distri- 
bución aprovechará  también  al  n)ismofa* 
bricanle.» 

No  se  crea  que  nos  referimos  á  hipóte- 
sis ó  preceptos  realizables,  sino  que  ha*- 
blamos  de  liechos  cunsumados. 

Uno  de  nuestros  mejores  amigos,  gran 
fabricante  cuyo  corazón  le  inspira  el  la- 
lento,  ha  creado  una  junta  consultiva  de 
obreros,  y  (ademas  de  su  sal&rio)  los  ha 
llamado  á  la  participación  proporcional  de 
los  beneficios  de  su  fabricación;  y  los  re- 
sultados han  sobrepujado  ya  á  sus  espe- 
ranzas. A  fin  de  rodear  este  buen  ejem- 
plo de  todas  las  facilidades  posibles  para 
la  ejecución,  en  el  caso  de  que  algunas 
otras  personas  sabias  y  generosas  quieran 


Al.    V» 


SW 


si.guiHo,  Tamos  á  ponot-  on  tina  nota  las       Ahora  nos  conlentarcmoscon  hacer  no- 
bases  de  esta  organización  (t).  tar  .|ui'  las  condiciones  aclualeá  do  la  in- 


(1)  Kl  rcclamento  (jUf  trata  de  las  fnn 
ilíones  de  la  junta  consultiva,  va  preredi- 
do  de  las  si^iiientrs  considcrafione^ ,  tan 
honoríllcas  para  el  íabricante  coniu  para 
bUS  ohreros. 

ÍSos  complacemos  en  reconocer  y  con- 
fesar (|Ùo  cada  insprctor,  cada  ^efe  de  su 
ramo  y  cadaohroro,  contri luiye  en  la  esfera 
de  su  trabajo,  contiibwyeá  dar  muestras  de 
Vnanufactnras,  la  buena  calidad  rpie  las  re- 
comienda; y  j>or  lo  tanto  deben  todos  par- 
ticipar de  los  beneficio!»  (¡ue  ella  produce, 
y  continuar  dedicándose  á  los  progresos 
(]ue  todavía  faltan  (]ue  liacer ,  resultando 
un  fçran  bien  do  las  luces  y  de  las  ideas  de 
cada  uno.  Para  obtener  este  resultado  he- 
ñios establecido  una  junta  consultiva,  cu- 
ya formación  y  ciiyas  atribuciones  irán 
marcadas  mas  adeUnte. 

En  es<a  institución  nos  proponemos 
también  por  objeto,  auntcntar  por  la  fre- 
cuente comunicación  de  las  ideas'  entre 
los  obreros  que  hasta  ahora  vivian  y  tra- 
bajaban casi  aisladamente,  la  suma  de 
conocimientos  de  cada  uno,  y  de  iniciar- 
los en  los  principio»  generales  de  una  sa- 
na y  buena  administración,  üe  esfa  reu- 
nion de  fuerzas  vivas  d«íl  taller  airededui 
del  gefe  del  establecimiento,  resultará  el 
'dül)le  beneficio  de  la  nujora  intelectual  y 
material  de  los  obreros  y  el  acrecenta- 
miento de  la  prosperidad  de  la  fábrica. 

Admitiendo,  por  otra  parte,  como  nna 
cosa  puesta  en  razón ,  que  debe  rccof.'i- 
Jjensarse  la  parte  de  los  e-fuerzos  de  ca- 
fla  uno,  hemos  decidido  que  sobre  los  be- 
neficios líquidos  de  la  casa ,  de.^pues  de 
deducidos  todos  los  pastos,  se  establecerá; 
kna  ptima  de  cí'/ico  por  cieriti)  qtie  se  di- 
vidirá en  iguales  porciones  entre  los  indi 
viduos  de  estí\,  junta  ,  con  esctusion  del 
presidente,  vice-presidente  y  secretario, 
y  se  les  entregará  anualmente  el  dia  31 
de  diciembre.  Esta  prima  se.  aumentará 
ion  un  uno  por  n'en f o  por  cada  ¡tres  miem- 
bros nuevos  qoe  en  adelante  vaya  sdqui- 
rrendo  la  junta. 

La  moralidad ,  lá  buena  cobdiicta ,  la 


li.-iliilid  1(1  y  |;is  diferentes  aptitudes  para 
«I  Irab.ijo,  si.ti  las  replas  que  han  dirigido 
nuoira  elección  respecto  á  los obrerosque 
dcMÍe  luego  llamamos  á  formaresa  junta, 
(liuicediendo  á  estos  individuos  la  facultad 
d*'  pr. .poner  la  admi^iotl  de  otros  nuevos, 
<uya  iiilmision  deberá  tener  sii-mpre  por 
base  las  mismas  ctiaüdarles,  y  los  cuales 
deberán  ser  votados  por  la  junta  misma, 
queremos  ofrecer  á  todos  los  trabajadores 
de  nuestros  talleres  un  premio  al  que  to- 
dos podrán  llegar  mas  tarde  ó  mas  tem- 
prano dependiendo  de  ellos  mismos.  La 
apiicaciotí  para  .cumplir  todos  sus  deberes 
con  la  mayor  exactitud  y  la  buena  con- 
ducta fuera  del  trabajo,  les  irá  abriendo 
sucesivamente  la  puerta  de  la  junta.  ^- 
r;ín  también  llamados  á  participar  ju-ta  y 
razonablemente  de  las  ventajas  que  ob- 
tengan las  manufacturas  de  nuestra  fá- 
brica ,  siempre  que  hayan  concurrido  á 
proporcionar  estas  ventajas,  que  solamen- 
te podrán  conseguirfe  por  la  armonía  y 
la  fecunda  emulación  (jue  creemos  reina- 
rá entre  los  individuos  de  la  junta. 

Estrado  de  las  disposiciones  rclaíivas  á  la 
junta  consulliva  compuesta  de  u»  presi- 
dente, (el  fuhr ¡cante j,  de  un  secretario  y 
d  catorce  individuos,  cuatro  de  ellos  di' 
rectores  de  ahjun  ratno ,  y  los  otros  dí''z 
obreros  de  tos  mas  inteligentes  en  cada 
clase  de  las  necesarias  para  la  fábrica. 

Art.G."  Tres  individuos  reunidos  Itíi- 
drán  derecho  para  proponer  la  admisiori 
de  algún  nuevo  miembro  cuyo  nómbrese 
dará  por  escrito  para  que  pueda  discutir- 
se en  la  sesión  siguiente  su  admisión.  És- 
ta admisión  se  entenderá  aprobada  cuan- 
do en  escrutinio  secreto  haya  obtenido 
las  dos  terceras  partes  de  votos  de  los 
presentes. 

Art.  7.°  La  junta  se  ocupará  en  sus 
sesiones  mensuales: 

1."  En  buscar  los  medios  oportunos 
para  remediar  los  inconvenientes  que  ca- 
da dia  se  presentan  en  la  fabricación  : 

2."  En  proponer  los  métodos  mtjorcs 
75* 


298 


ALBÜW. 


dustria,  igualmente  que  otras  oonsidcra- 
ciones,  no  han  permitido  tjiie desde  luego 
entre  lá  totalidad  de  los  obreros  á  gozar 
de  este  beneficio  que  voluntariamente  ha 
sido  otorgado,  y  del  cual  llegaran  todos  á 
disfrutar  algún  dia. 

Podemos  también  asegurar  que  desde 
la  cuarta  sesión  celebrada  por  esta  junta 
consultiva,  el  honrado  fabricante  de  quien 
hablamos  comenzó  á  obtener  ventajas  ma 
teriales,  por  el  llamamiento  que  habia 
hecho  á  los  conocimientos  prácticos  de  sus 
trabajadores,  cuyas  ventajas  podian  ya 
calcularse  en  unos  30.000  francos  al  aiío, 
ya  sea  por  la  economía,  ya  por  la  mejora 
de  los  géneros  manufacturados. 

Reuniendo  lo  que  hemos  espuesto  di- 
remos : 

En  toda  industria  hay  tres  fuerzas,  tres 
agentes,  tres  motores,  cuyos  derechos  son 
respetables  por  igual. 

El  capitalista  que  proporciona  el  dinero. 

El  hombre  de  talento  que  dirige  las  ope- 
Ttciooes. 

flLlrabajador  que  ejecuta. 

Ha$ta  ahora  el  trabajador  no  ha  tenido 
mas  que  una  parte  mínima  é  insuficiente 
para  atender  á  sus  necesidades.  ¿No  seria 
justo  y  humano,  retribuirle  mejor  directa 
ó  indirectamente ,  ya  por  los  medios  que 
ofrece  la  asociación,  ya  concediéndole  par- 


y  menos  dispendiosos  para  establecer  una 
fabricación  especial  eeslinada  á  los  países 
de  Ultramar,  y  de  luchar  con  buen  éxito 
por  superioridad  de  la  fabricación  con  la 
concurrencia  de  géneros  estrangeros  ; 

3."  En  procurar  los  medios  de  obtener 
la  mayor  economía  posible  en  el  consumo 
de  materiales,  sin  perjudicar  en  lo  mas 
mínimo  ni  la  solidez  ni  la  calidad  de  los 
artículos  fabricados; 

4."  En  formar  y  discutir  las  proposi- 
ciones que  se  presenten  por  el  presidente 
ó  por  cualquiera  de  los  individúes  de  la 
junta ,  que  tiendan  ú  los  adelantos  y  á  la 
mejora  de  la  fabricación; 


ticipacion  en  los  beneficias  debidos  en  parle 
á  su  laboriosidad? 

Y  aun  poniéndonos  en  el  caso  peor,  y 
atendidos  los  detestables  efectos  de  la  anár- 
quica rivalidad,  aunque  este  aumento  de 
salarios  hubiera  de  limitar  algún  poco  la 
ganancia  del  capitalista  y  del  fabricante, 
¿no  resultaría  que  estos  harian,  no  solo 
una  obra  degenerosidadyde  justicia,  sino 
un  negocio  \entajoso  para  ellos  mismos, 
poniendo  su  capital  y  su  industria  al  abrigo 
contra  toda  desgracia,  quitando  á  los  tra- 
bajadores todo  pretesto  de  desobediencia 
y  de  dolorosas  y  justas  reconvenciones? 

En  una  pa'abra  ,  tenemos  por  sabios  y 
prudentes  á  todos  aqtiellus  que  aseguran 
sus  bienes  contra  los  incendios. 


Mr.  Hardy  y  el  señor  Blesac  habían  lle- 
gado á  la  fábrica  como  hemos  dicho  ante- 
riormenie. 

Poco  tiempo  despacsdeesta  llagada,  se 
descubrió  venir  por  el  camino  de  París 
un  modesto  carruage  de  alquiler  que  se 
dirigía  hacia  la  fábrica. 

En  este  carruage  venia  Hodin. 
XVIII. 

BEVELACIONlíS. 

Durante  la  inspección  do  1^  casa  comnn 
hecha  por  AngeUy  Agricol,  la  banda  de 
losZ,o6os  aumentándose  en  el  cansino  «cova 
gran  númfro  de  los  que  f^cuentaban  la 

5.°  y  último.  En  procurar  que  el  pre- 
cio  de  la  obra  esté  en  relación  con  el  va- 
lor real  de  los  artículos  elaborados. 

Debemos  añadir  que  por  las  noticias  y 
datos  qut-el  seíior  M***ha  tenido  la  bon- 
dad de  Comunicarnos,  la  parte  de  benefi- 
cio de  cada  uno  de  sus  obreros  (además 
de  su  jornal  diario)  no  baja  de  treseicn- 
tos  á  trescientos  cincuenta  francos  alano. 

Sentimos  sobremanera  que  susceptibi- 
lidades modestas  no  nos  pernutan  revelar 
aqin'  el  nombre  tan  honorífico  como  hon- 
rado del  hombre  de  bien  que  ha  tomado 
esta  generosa  ÍDÍciativa. 


áievii. 


500 


talierna ,  líabia  conlinuatlo  dirigiótuluse 
liácia  la  fabrica,  á  tloiulo  también  so  en- 
caminaba Icnlanicnle  el  cocbe  simón  que 
conihicia  i  Uodin  ilt-Ncle  Paris. 

Al  apearse  Mr.  Hanly  ilel  carruaje,  ha- 
bía entrado  con  su  amigo  Blesac  en  la  sa- 
lita  que  ocupaba  inmediata  á  la  fcbrica. 

Mr.  Hardy  era  de  estatura  mediaiía, 
alegante  y  delicada,  (]ue  anunciaba  un  na- 
tural nervioso  6  impresionable.  Su  frente 
er^  ancha  y  abierta,  su  tez  pálida,  sus 
ojos  negros ,  llenos  á  la  vez  de  dulzura  y 
penetración ,  su  fisonomia  leal ,  espfesiva 
y  llena  de  atractivo. 

Una  sola  p<flabra  pintará  el  carácter  de 
JMr.  Ilardy:  su  madre  le  llamaba  la  .<eii- 
sitiva;  en  efecto,  tenia  una  de  esas  orga- 
nizaciones de  una  finura  y  una  delicadeza 
■esquisitas,  tan  espansivas,  tan  amante» 
como  nobles  y  generosas;  pero  de  tal  sus- 
ceptibilidad ,  que  el  menor  contacto  se 
•pliegan  y  contraen  en  sí  mismas. 

Si  se  une á esta  escesiva  sensibilidad  un 
amor  apasioi.ado  á  las  artes,  una  inteli- 
gencia escogida  ,  gustos  esencialmente  es- 
merados, ri'finados,  y  >i  se  consideran  l^s 
numerosas  decepciones  ó  supercherías  de 
que  Mr.  Hardy  habia  debido  ser  víctima 
en  la  carrera  industrial,  se  preguntará  uno 
como  un  corazón  tan  delicado,  tan  tierno 
no  se  habia  desgarrado  mil  veces  en  esta 
lucha  incesar  te  contra  los  intereses  mas 
implacables. 

En  efecto,  Mr.  Hardy  habia  sufrido  mu- 
cho :  obligado  á  seguir  la  carrera  indus- 
trial para  hacer  honor  á  los  negocios  que 
su  padre  modelo  de  rectitud  y  probidad, 
habia  dejado  algo  embarazados  á  con- 
secuencia de  los  acontecimientosde  1815, 
habia  conseguido  á  fuerza  de  trabajo  y  de 
capacidad  llegará  una  de  las  posiciones  mas 
honrosas  de  la  industria;  pero  para  alcan- 
zar este  objeto,  ¡cuántos  disgustos  inno- 
bles tuvo  que  sufrir,  cuantas  pérfidas  ri- 


validades quecombalir,  cuantos  odios  qiie 
cansar  ! 

Tan  impresionable  como  era,  Mr.  Har- 
dy hubiese  sucumbido  mil  veces á. sus  fre- 
cuentes accesos  de  indignación  contra  la 
bajeza,  de  repugnuiicia  contra  la  falta  de 
probidad,  sin  el  prudente  y  iirnie  ap<i)>» 
de  su  madre;  al  volver  á  su  lado  de>pu«'i 
de  un  penoso  dia  de  lucha,  ó  de  odiosas 
decepciones,  se  encontraba  trasportado  de 
repente  á  una  alm(')sfera  de  una  pureza 
tan  agradable,  de  una  serenida<l  tan  tu- 
diantt>,  qur  perdia  al  momi  nto  la  nninn- 
ria  de  las  cosas  vergonzosas  que  le  habiaia 
incomodado  cruelmente  durante  el  dia; 
las  penas  de  su  corazón  cebaban  con  p] 
s<jJo  contacto  del  alma  hermosa  y  graiide 
de  su  mailre;  así  e\  amor  que  é\  le  profe- 
saba rajaba  en  idolatría.  Cuando  la  per- 
dió esperimentó  uno  de  esos  pesares  tran- 
quilos, profundos,  como  son  los  que  no 
acaban  nunca,  y  que  haciendo,  por  de- 
cirlo asi,  parte  de  nuestra  vida,  tienen, 
sin  embargo,  á  veces  sus  días  de  mcla^i- 
cólica  dulzura. 

Poco  tiempo  después  de  esta  espantost 
desgracia,  M.  Hardy  se  unió  aun  mas  á 
sus  artesanos,  para  los  que  siempre  habia 
sido  justo  y  bondadoso;  pues  aunque  eJ 
lugar  que  su  madre  ocupaba  en  su  cora- 
zón debia  permanecer  para  siem[)re  vacío, 
sentía,  por  decirlo  así  ,  un  aumento  de 
afectuosidad,  esperimentando  taiila  ma- 
yor necesidad  de  tener  á  su  lado  personas 
felices,  cuanto  era  el  mas  de-graciados  po- 
co después  las  maravillo.sas  mejoras  que 
hizo  tanto  en  el  biene^la^  físico  como  mo- 
ral de  los  que  le  rodeal)an,  sirvieron  uo 
de  distracción  sino  de  ocupación  á  su  do- 
lor. Poco  á  poco  también  se  separó  del 
mundo,  y  concentró  su  vida  en  trrsaf  c- 
tos;  una  anii>tad  tan  tierna  que  pare- 
cía reunir  todas  las  amistades  pasadas; 
un  amor  ardiente  y  sincero  como  un  últi- 
mo «mor,  y  una  adhesión  paternal  á  sus 
artesanos... 


soo 


ALBDM. 


Sus  dias  [lasaban  pues  entre  aqutHapè- 
quefta  sociedad  llena  de  reconocimiento, 
de  riespipto  liâcia  él;  sociedad*  que  liabia, 
por  decirlo  así ,  creado  á  stí  íinágen  ,  áfin 
de  encontrar  en  ella  un  refugio  contraías 
tristes  realidades  que  le  causaban  horror, 
y  de  no  rodearse  sino  de  seres  bondádo 
sos,  inteligentes,  felices  y  capaces  de  res- 
ponder á  todas  las  nobles  ideas  que  le  eran 
ciertamente  i'ada  vez  mas  necesarias  y  vi- 
tales. 

Asi,  después  de  mil  pesares,  M.  Har- 
dy, llegado  á  la  madurez  de  la  edad,  po- 
seedor de  un  afnigo  sincero,  de  una  que- 
rida digna  de  su  amor,  y  hallándose  se- 
guro del  afecto  apasionado  de  sus  artesa- 
nos, liabia  pues  encontrado  en  la  época  de 
ésta  relación  toda  la  felicidad  que  podía 
pretender  después  de  la  muerte  de  sü  ma- 
dre. 


M,  de  Blessae,  el  amigo  íntimo  de  M. 
Hardy,  habla  sido  largo  tiempo  digno  de 
este  tierno  y  fraternal  afecto;  pero  ya  he- 
mos visto  por  qué  medios  diabólicos  el  pa- 
dre de  Aigrigny  y  Rodin  habían  consegui- 
do hacer  de  M.  Blesírac,  hasta  entoncèâ 
recto  y  sincero,  el  instrumento  de  svs 
maniobras. 

Los  dos  amigos  que  habían  esp«rimen- 
tado  en  el  camino  la  viva  frialdad  del  iien 
to  del  Norte,  se  calentaban  aun  buen  fue- 
go encendido  en  la  salita  de  M.  Hardy. 

—  ¡  Ah,  querida  M-írcelo!  decididamen- 
te emj)iezo  á  envejecer,  dijo  M.  Hardy 
sonriéndose  y  dirigiéndose  á  M.  de  lites- 
sac  :  espeiifneirlo  cada  día  mas  la  necesi- 
dad de  volver  á  n-i  rincón...:  Dejar  mtis 
hábitos  me  cansa  pena,  y  maldigo  todo  lo 
que  me  obliga  á  sa-lir  de  este  dichoso  rin- 
cón de  la  tierra: 

— Y  cuando  pienso,  contestó  M.  Bles- 
sac,  sin  poder  evitar  un  Hjero  sonrojo, 
cuando  pienso,  amigo  mió,  que  por  cau- 
sa mia  habéis  émfrt-eftdid^  hsíte  algíin  tiem- 
po un  largo  viaje... 


— Péfo  bien...  Marcéío,  ¿no  acabáis  de 
acon^pánarme  á  vuestra  vezenunaescur- 
sion  que  sin  vos  hubiera  sido  tai)  fastidio- 
sa c.)mo  ha  sido  agradable? 

—Amigo  fnió,  ¡  qué  diferencia  !  he  con- 
traído con  vos  Una  deuda  que  jamás  po- 
dré pagar  dignametltei 

—Vamos,  mi  bufen  Marcelo....  ¿acaso 
hay  ehtre  üosotros  la  distinción  de  tuijo  y 
ni)o?  Tratándose  de  afectos,  ¿no  es  tátí 
dulce,  tan  agradable  dar  como  recibir? 

— ¡  Noble  corazón  1  i  noble  corazón  ! 

—Decid  feliz  corazón...  ¡  oli  !  si ,  ftiu  j 
Feliz  en  los  últimos  afectos  por  que  ¡pal- 
pita: 

^— ¿Y  quién  ptjdrá,  gí-ah  Dios,  mere- 
cer esa  felicidad  en  la  tierra....  sí  no  Soie 
vos,  amigo  niio? 

—¿Esta  dicha  á  quien  la  debo?  á  los? 
afectos  que  he  encontrado  dispuestos  à 
sostenerme,  cuando  privado  del  apoyo  dé 
nii  madre  que  era  toda  mi  fuerza,  me 
senti,  me  coníieso  mi  debilidad,  casi  in- 
capaz de  soportar  la  adversidad. 

— ¿Vos,  ômigo  mío,  con  un  carácter 
tan  firme,  tan  decidido  para  hacer  él  bieni 
vos  á  quien  he  visto  luchar  con  tanta 
energi  i  como  valor  para  conseguir  el  triuri- 
fo  de  una  idea  honrosa  y  equitativa? 

— ^Sí,  pero,  mientras  mas  me  adelanto 
en  mi  carrera ,  mas  aversion  me  <;ausari 
las  cosas  feas  y  vergonzosas,  y  menos  fuer- 
za tengo  para  arrostrarlas. 

— Si  fuese  menester ,  tendríais  mas  va- 
lor. 

— yíi  húf-ñ  Marcelo;  contestó  M.  Har- 
dy ton  uña  dulce  emoción,  bien  á  menu- 
do os  lo  he  dicho  ;  mi  madre  era  mi  va- 
lor. Mirad,  amigo  mío,  cuando  volvía  á 
su  lado  con  él  corazón  desgarrado  por  al- 
guna horrible  ingratitud  ,  ó  disgustado  por 
alguna  sórdida  èupèic'fietia,  y  tomando 
mis  maííoS  con  las  áóyas  médetiaconurtá 
vos  Hérfta  y  venerable:  que'rldo  hijo  mío, 
los  iógrrftoS  y  los  píMos  con  lo3  qu6  é^Vetí 


tslar  abatiJüs:  conipnili-zcamosálos  nial- 
Vadüj,  olvidoinos  el  mal,  m»  polisemos  si- 
no en  el  bien  • entonces,  amigo  inio, 

el  corazón  doiorosnnu-iite  contraído ,  se 
dilatalia  con  la  santa  iniUiencia  de  aque- 
jas palabras  inater»ales,  y  diarianu>nle 
hallaba  á  su  lado  la  fuerza  necesaria  para 
empezar  de  nuevo  al  dia  siguiente  una 
ludia  (ruel  coiilra  las  tristes  necesidades 
de  mi  ci>ndicioii  ;  afortunadamente,  D)os 
l)a  pormitido  (¡ue  después ile  perderá  esta 
madre  adorada,  liaya  |)odido  unir  mi  vida 
á  estos  afectos  sin  los  que,  lo  confieso,  me 
sentiría  débil  y  desarmado,  ponjue  no  po 
dreis  creer,  Marcelo,  el  apoyo,  la  fuerza 
que  encuentro  en  vuestra  amistad. 

— No  hablemos  de  mí,  amigo  mió,  re 
plicó  Mr.  de  Blessac  disimulando  su  tur- 
bación. Hablemos  de  otro  afecto  casi  tan 
dulce  como  el  de  una  madre. 

— Os  comprendo,  mi  (¡uerido  Marcelo, 
replicó  Mr.  Hardy;  nada  puedo  oculta- 
ros, puesto  que  en  una  circunstancia  muy 
grave  he  recurrido á  ios  consejos  de  vues- 
tra  amistad j  Pues  bien!  sí creo 

que  cada  dia  de  mi  vida  se  aumenta  mí 
adoración  hacia  esa  muger,  la  única  que 

amaré  ya  siempre y  luego,  en  íin 

es  menester  decirlo  todo...  i"nùrando  mi 


301 


madre  lo  que  era  Margarita  para  nii>  me 
ha  hecho  mil  veces  su  elogio,  y  por  eso 
aparece  este  amor  casi  sagrado  á  mis  «jos. 
— Y  ademas  hay  relaciones  tan  eslraor 
diñarlas   entre  el  carácter  de  Mine»  de 

Nocsy  y  el  vuestro,  amigo  mió ¡su 

idolatría  hacía  su  madre  sobre  todo  ! 

—  Ks  verdad,  Marcelo,  e^a  abnegación 
de  Margarita   ha  causado  á  menudo  mi 

admiración  y  mi  tormento ¡Cuántas 

tecesmeha  dichocon  su  franqueza  habitual 

«Todo  os  lo  he  sacrificado pero  jamas 

os  sacrificaría  á  mi  madre  !  » 

—  ¡firacias  á  Dios!  amigo  mío,  jamas 
tendréis  necesidad  de  ver  á  Mme.  de  Nocsy 
espuesla  á  esta  lucha  terrible Su  ma- 


dre ha  renunciado  hace  mucho  tienipo, 
si'guM  me  habéis  dicho,  á  la  idea  de  vol- 
\er  á  América,  donde  Mr.  de  Nocsy,  pcr- 
feclamente  indifercnfeliJeiasu  muger,  pa- 
rece haberse  lijado  para  siempre Gra- 

c  asá  la  discreta  adhesión  de  esa  escelento 
muger  (pie  ha  criadn  á  Margarita  ,  vues- 
tro amor  está  rodeado  del  mas  profundo 
misterio...  ¿'¡iiién  pi>dr.'\  turbarlo  ahora? 

— Nadj  ¡oh!  nada...  esclaino  Mr.  Har- 
dy, hasta  tengo  garantías  de  su  duración... 

— ¿Qué  (lucréis  decir,  amigo  mío? 

— No  sé  si  os  debo  decir, 

— ¿He  sido  acaso  indiscreto amigo 

mío? 

— Vos,  mi  buen  Marcelo ¿podéis 

pensarlo?  dijo  Mr.  Hardy  en  tono  de  amis- 
tosa reconvención;  no tengo  gusto  en 

contaros  mis  diciías  cuando  son  comple- 
tas   y  falta  aun  algo  á  la  certeza  de 

este  encantador  proyecto 

Un  criado  entró  en  esto  momento,  y 
dijo  á  Mr.  Hardy: 

— Señor,  ahí  está  un  anciano  que  de- 
sea liablaros  sobre  un  negocio  muy  ur- 
gente  

—  ¡Yal...  esclamó  Mr.  Hardy  con  una 
lijora  impaciencia.  ¿Permitís,  amigo  miof 
l)ispues,*á  un  movimiento  que  hizo  Mr. 
de  l^essac  para  retirarse  á  una  h;il-itncion 
contigua,  Mr.  Hardy  añadió  soMiii.iido  : 

— No,  no,  quedaos....  vuestra  presen- 
cia abreviará  la  conferencia. 

-^¿.Pero  si  se  trata  de  negocios?... 

— Va  sabéis  que  los  hago  á  la  luz  del 

dia lui  seguida  dirigiéndose  al  criado, 

añadió:  Suplicad  á  ese  señor  que  entre. 

— El  postillon  pregunta  si  puede  irse, 
dijo  el  servidor. 

— Ciertamente  que  no;  conducirá  á 
Mr.  de  Blessac  á  Paris. 

El  criado  salió  y  poco  después  volvió 
introduciendo  á  .Mr.  Uodin ,  á  quien  iMr. 
de  Blessac  no  conocía  por  haber  nei^ociado 
su  traición  por  otro  intermediario. 
76* 


302 


ÁLBtJS, 


— ¿Mr.  Hardy?  dijo  Rodin  saludando 
respetuosamente  y  exaniinnndo  con  los 
ojos  á  los  dos  amigos. 

— Yo  soy....  ¿qué  queréis?  contestó  el 
fabricante  con  benevolencia;  al  aspecto  de 
aquel  anciano  humilde  y  mal  vestido  es- 
.peraba  una  petición  de  socorro. 

— ¿Mr Francisco   Hardy?   repitió 

Mr.  Rodin  como  si  hubiera  querido  ase- 
gurarse de  la  identidad  de  la  persona. 

— He  tenido  el  honor  de  deciros  que 
era  yo. 

— Tengo  una  comunicación  particular 
que  haceros,  dijo  Rodin. 

— Podéis  hablar este  caballero  es 

amigo  mió,  dijo  Mr.  Hardy  mostrando  á 
Mr.  de  Blessac. 

— Deseo hablaros  á  solas caba> 

Uero,  contestó  Rodin. 

Mr.  de  Blessac  iba  á  retirarse,  cuando 
Mr.  Hardy  lo  retuvo  con  una  mirada ,  y 
dijo  á  Rodin  con  bondad  temiendo  que  la 
presencia  de  un  tercero  le  ofendiese  si  ve- 
nia á  pedir  una  limosna: 

— Permitidme  que  os  pregunte  si  es  por 
vos  ó  por  mi  por  lo  que  deseáis  hablarme 
á  solas. 

— Es  .por  vos...  absolutan\gntepor  vos, 
contestó  Rodin. 

— En  ese  caso,  añadió  Mr. Hardy  algo 
admirado,  podéis  hablar no  tengo  se- 
cretos para  este  caballero. 

Después  de  un  momento  de  silencio, 
Rodin  continuó  dirigiéndose  á  Mr.  Hardy: 

— Caballero bien  sé  que  sois  digno 

de  la  favorabit'  opinion  que  se  tiene  de 
vos.....  y  por  lo  mismo  merecéis  la  sim- 
patía de  lodo  hombre  honrado. 

— Lo  creo. 

— Ahora  bien,  como  hombre  honrado, 
vengo  á  haceros  un  favor. 

— ¿Y  este  favor? 

— Vengo  á  descubriros  una  infame  trai> 
cion de  que  habéis  sido  víctima. 

— Creo  que  os  engañáis. 


— Tengo  pruebas  de  lo  que  aTirmo. 

—¿Pruebas? 

— Pruebas  escritas...  de  la  traición  qiíe 
quiero  descubir;  las  tengo  conmigo,  con- 
testó Rodin;  en  una  palabra,  un  hombre 
á  quien  creíais  amigo  vuestro,  os  ha  ve»- 
dido  indignamente. 

— ^¿Y  el  nonribre  de  ese  hombre? 

—  Mr,  Marcelo  de  "Blessac,  dijo  Ro- 
din. 

Al  oír  estas  palabras,  M.  de  Blessac  se 
estremeció,  se  pyso  lívido  j  permaneció 
aterrado. 

Apenas  pudo  decir  cor  voz  turbada: 

— Caballero. .,...J 

Mr.  Hardy  sin  mirar  á  su  amigo,  sin 
percibir  su  espantosa  turbación ,  lo  cojió 
por  la  mano  y  le  dijo  con  vivacidad: 

— Silencio,  amigo  mio. 

Despu^  con  los  ojos  centellantes  f'e 
índignaci^  y  dirigiéndose  á  Rodin,  á  quien 
no  había  dejado  de  mirar  á  la  cara ,  le 
dijo  con  un  aire  del  mayor  desprecio: 

— ¡  Ah!...  ¿acusáis  á  Mr.  de  Blessa* ? 

— Le  acuso,  contestó  Rodin  con  preci- 
sión. 

— ¿Le  conocéis? 

— Jitmas  le  he  visto, 

— ¿Y  de  qué  le  acusáis? ¿Y  cómo 

os  atrevéis  á  decir  que  me  ha  vendido? 

—  Dos  palabras,  dijo  Rodin  con  una 
emoción  que  parecía  reprimir  con  dificul- 
tad :  un  liombre  de  honor  que  ve  otro 
hombre  de  honor  á  pique  de  ser  asesina- 
do por  un  malvado,  ¿debe,  si  ó  no,  pe- 
dir socorro? 

— Sí,  pero  ¿qué  relación? 

— A  mis  ojos,  ciertas  relaciones  son  tan 

criminales  como  un   asesinato Y  yo 

vengo  á  colocarme  entre  el  verdugo  y  la 
victima. 

— ¿El  verdugo?...  ¿la  víctima?...  dijo 
Mr.  Hardy  cada  vez  mas  admirado. 

— ¿Vos  conocéis  sin  duda  la  letra  de 
Mr.  de  Blessac?  dijo  Rodin. 


— fîi. 

— Leed ,  pues ,  eslo. 

Y  RoJin  sacó  del  bolsillo  una  carta  que 
entregó  á  Mr.  Hardy. 

Echando  pur  primera  vez  una  ojVada  á 
Mr.  do  Blessac,  el  fabricante  dio  un  paso 
atrás...  asustado  de  la  palidez  murtal  di- 
aquel  tiombre,  que  petrificado  de  ver- 
güenza no  enccrntraha  una  palabra  que 
decir,  porque  estaba  lejos  de  tener  la  au- 
dacia de  sostener  su  traición. 

— ¡Marcelo!  esclamó  Mr.  Hardy  ater- 
rado y  con  las  facciones  descompuestas 
por  este  golpe  imprevisto.  ¡Márcelo!  ¡qué 
pálido  estáis!...  no  me  contestais... 

— .Marcelo...  Isois  vos  Mr.  de  Blessac! 
-esclamó  Rodin  fingiendo  una  dolorosa  ad- 
miración, j  Ah  !  caballero si  hubiera 

-sabido.,. 

—  ¡  Pero  no  oís  á  ese  hombre,  Marcelu! 
esclamó  Mr.  Hardy.  Dice  que  me  habéis 
•vendido  de  una  manera  infame... 

Y  cojió  la  mano  de  Mr.  de  Blessac. 
Esta  mano  estaba  helada. 
— ¡Oh,   Dios  mió!....  ¡Dios  mió!.... 

dijo  Mr.  Hardy  haciéndose  atrás  horrori- 
zado. No  contesta...  nada...  nada... 

— Puesto  que  me  encíientro  en  presen- 
cia de  M.  Blessac,  continuó  Rodin,  me 
veo  obligado  á  preguntarle  si  se  atreve  á 
negar  que  ha  diri<{ido  varias  cartas  á  la 
calle  Milieu-des-Ursins,  en  París,  bajoel 
«obre  de  Mr.  Rodin. 

Mr.  de  Blessac  permaneció  silencioso. 

No  queriendo  aun  creer  en  loque  veia, 
en  lo  que  oía,  Mr.  Hardy  abrió  convulsi- 
vamente la  carta  que  Rodin  le  habia  en- 
tregado, y  leyó  algunas  líneas...  prorrum- 
piendo de  vez  en  cuando,  durante  su  lec- 
tura ,  en  esclamaciones  que  manifestaban 
su  doloroso  estupor. 

No  necesitó  acabar  la  carta  para  con- 
vencerse de  la  horrible  traición  de  Mr.  de 
Blessac. 

Mr.  Hardy  se  turbó  por  un  momeóte, 


le  al)andonaron  los  sentidos....  al  hai-er 
este  horrible  descubrimiento,  y  se  sintió 
mareado:  la  cabeza  le  dio  vueltas á  la  pri- 
mera mirada  que  dirigió  á  este  abi^tIlod^• 
infamia,  y  la  carta  abominable  se  esrapó 
de  sus  trémulas  manos. 

Pero  poco  después  la  indignaci<m  ,  la 
cólera ,  el  desprecio ,  sucedieron  á  esle 
abatimiento,  y  se  arrojó  pálido,  terrible 
hacia  Mr.  de  Blessac- 

— ¡Miserable!!!  esclamó,  haciendo  un 
gesto  amenazador. 

Kn  seguida  deteniéndose  en  el  momen- 
to de  ir  á  pegarle,  dijo  con  una  tranq-ui- 
lídjd  terrible  : 

— No  ,..  seria  ensuciar  mis  manoí..,,, 
Y  añadió  volviéndose  hacia  Rodin  que  se 
habia  adelantado  para  Interponerse.  No 
es  la  mejilla  de  un  infame....  la  que  debo 
abofetear.....  vuestra  leal  mano  es  la  que 

debo  estrechar porque   habéis  teniílo 

valor  para  arrancar  la  máscara  á  un  trai- 
dor y  cobarde. 

— ¡Caballero!  esclamó  Mr.de  Biessac, 
lleno  de  vergüenza ,  estoy  á  vuestras  ór- 
denes...  y... 

No  pudo  acabar. 

Un  ruido  de  voces  se  oyó  detras  de  la 
puerta  ,  que  se  abrió  con  violencia  ,  y  una 
mujer  de  edad  entró  ,  á  pesar  de  los  es- 
fuerzos de  un  criado,  diciendo  con  voz  al- 
terada : 

— Os  digo  que  es  menester  que  hable 
al  momento  con  vuestro  amo. 

Al  oir  esta  voz,  al  ver  á  aquella  mujer 
pálida,  descompuesta,  desconsolada,  Mr. 
Hardy,  olvidan»k)  á  Mr.  de  Blessac,  á  Ro- 
din, á  la  infame  traición,  dio  un  pa^o  atrás, 
esclamando: 

—  ¡Mme.  Duparc!  ¡vos  aqui!...  ¿qué 

hay? 

— ¡  Ah!....  una  gran  desgracia.... 

— ¡Margarita!....  esclamó  Mr.  Uardy 


con  espanto. 

—  I  Se  ha  marchado 


304 


— j  Marchado!....  repilio  q1  fabricante 
tan  alerrailo  como  si  le  liubiera  lierido  un 
rayo.  ¡Margarita  se  ha  marchado!  repi» 
tio. 

— Todo  se  ha  descubierto.  Su  madre 
se  la  ha  llevado....  hace  tres  días,  dijo  la 
desgraciada  mujer  con  voz  desfaüecida. 

— Marchado Margarita ¡  no  es 

verdad!  me  engaùan......   esclamó   Mr. 

Hardy. 

Y  sin  decir  palabra,  aterrado,  asusta- 
do, fuera  de  sí,  se  precipitó  fuera  de  la 
casa,  corrió  á  la  cochera  y  snl)iendo  en 
su  carruaje,  que  con  caballos  de  posta 
esperaba  á  Mr.  de  Blessac,  dijo  al  posti- 
llon. 

— A  París,  á  escape. 


ALBÜ.fl. 

nido  mas  cercano  del  canto  de  guerra  de 
los  Lobos. 

Después  de  haber  escuchado  por  un  mo- 
mento con  atención  este  rumor  lejano,  con 
el  pié  en  el  estiibo^  Rodin  se  dijoá  sí  mis- 
mo sentándose  en  el  carruage. 

El  digno  Josué  Van-Dael  de  Java  no 
sospecha  que  ahora  mismo  sus  créditos 
contra  el  baron  Tripeaud  estañen  camino 
de  llegar  á  ser  escelentcs. 

Y  el  coche  volvió  á  tomar  el  camino  de 
Paris.... 


En  el  momento  en  que  el  carruaje  se 
lanzaba  como  un  rayo  en  el  camino  de 
Paris,  el  viento,  bastante  violento,  trajoel 
ruido  lejano  del  canto  de  guerra  de  los  Z.o- 
bos  que  se  dirigían  precipitadamente  hacia 
la  fabrica. 

XIX. 

EL  ATAQUE. 

Así  que  Mr.  Hardy  salió  de  la  fábrica, 
Rodin  que  no  esperaba  esta  marcha  re- 
pentina, volvió  con  lentitud  á  tornar  su 
coche  simón,  pero  de  repente  se  detuvo 
un  momento  y  se  estremeció  de  placer  y 
de  sorpresa,  al  ver  á  corla  distancia  al 
mariscal  Simon  y  á  su  padre  que  se  áiti- 
gian  hacia  una  de  las  calles  de  árboles  de 
\a  casa  común  ,  porque  una  circunstancia 
fortuita  liabia  retardado  hasta  entonces  la 
conferencia  del  padre  y  de!  hijo.  : 

— ¡  Muy  bien  I  dijo  Rodin  ,  ¡  cada  \ez 
mejor  1  ¡ahora  con  tal  que  mi  hombre  ha- 
ya hecho  salir  de  su  nido  y  decidido  áRosa 
Pompan  !.... 

Y  Rodin  se  apresuró  á  llegar  á  donde 
estaba  el  coche. 

En  este  momento  el  viento  que  cohti- 


Varios  obreros,  en  el  momento  de  di- 
rijirse  á  París  para  llevar  la  contestación 
de  sus  compafieros  á  otras  proposicíonea 
relativas  á  las  sociedades  secretas,  habían 
tenido  necesidad  de  conferenciar  privada- 
mente con  el  padre  del  mariscal  Simon,  y 
de  aquí  provenia  el  retardo  déla  conver- 
sación con  su  hijo. 

El  anciano  artesano,  contramaestre  de 
la  fábrica,  ocupaba  dos  hermosas  habita-' 
cienes  situadas  en  el  piso  bajo  á  la  estre- 
midad  de  una  de  las  calles  de  árboles  do 
la  casa  común:  un  jardinilo  de  unas  cua- 
renta toesas,  que  se  divertía  en  cultivar  « 
se  eslendia  debajo  de  las  ventanas;  la 
puerta  que  conducía  á  este  jardin  había 
quedado  abierta,  y  dejaba  penetrar  los  ra- 
yos ya  ardientes  del  sol  de  marzo  en  el 
modt'sto  alojamiento  en  que  acababan  de 
entrar  el  artesano,  de  blusa;  y  el  mariscal 
de  Francia,  de  gran  uniforme. 

Entonces  este  último,  tomando  las  ma-» 
nos  de  su  padre  eiítre  las  suyas,  le  dijo 
con  una  voz  tan  profimdamente conmovi- 
da, que  el  anciano  se  estremecíól 

— ¡  Padre  mío soy  muy  desgra- 
ciado I 

Y  una  espresion  dolorosa ,  comprlinida 
hasta  entonces,  oscureció  de  repente  lafi-» 
sonomia  del  mariscal. 

— ¡Tú...  desgraciado  I  esclamó  con  in- 


unaba  aumentando,  trajo  al  jesuíta  el  so-  J  quietud  el  padre  Simon  acercándose. 


" — Voy  á  di'círoslo  loJo,  pailrc  mío,  con- 
tostó el  mariscal  con  voz  alterada,  porque 
necesito  los  cotisejos  de  vuestra  inllecsible 
rectitud. 

— Uespocto  á  honor,  á  lealiad,  no  tie- 
nes q«ie  pedir  consejos  á  nadie. 

—  Si,  padre  mió....  vos  solo  podéis  sa- 
carme do  una  incertidumbre  ({ue  es  para 
tni  un  tormento  atroz. 

— lísplicale te  lo  suplico. 

— fiare  algmios  dios  que  mis  hijas  es- 
tán comprimidas,  absortas.  Durante  los 
'primeros  días  de  nuestra  K'union  estaban 
locas  de  alegrí»  y  contento...  De  repente 
todo  ha  cambiado,    están  cada  vez  mas 

tristes ayer  he  creido  sorprender  una 

lágrinia  en  sus  ojos;  entonces  conmovido, 
las  estreché  contra  mi  pecho,  suplicándo- 
les que  me  dijesen  la  causa  de  su  pesar... 
Sin  contestarme  rod  aron  sus  brazos á  mi 
cuello,  y  cubrieron  mi  cara  de  besos. 

— ¡  Kslo  es  esfraordihario  ! pero  ¿á 

qué  puede  atribuirse  ese  cambio? 

— .Algunas  veces,  temo  no  liaber  ocul- 
tado bastante  el  dolor  que  me  causa  la 
muerte  de  su  madre...  y  tal  vez  estos  po- 
bres ángeles  se  desconsuelan  creyendo  que 
no  son  suficientes  á  mi  felicidad.  Sin  em- 
bargo,  ¡cosa  inesplicable  !  no  solamente 
parece  que  comprenden,  sino  que  parti- 
cipan de  mi  dolor..,  ayer  mismo  me  de- 
cía Blanca...  «  ¡Cuánto  mas  felices  seria- 
mos todos  si  nuestra  madre  estuviera  con 
nosotros  !  »... 

— Ellas  participan  de  tu  dolor;  no  pue- 
den reconvenirte  por  él no  es  esa  la 

causa  de  sus  penas. 

— Eso  es  lo  que  me  digo,  padre  mío; 


305 


¿pero  cuál  es?  En  vano  agoto  mi  razón 
en  adivinarla...  ¿Qué  os  diré? 

Algunas  veces  llego  hasta  imaginar  que 
un  mal  demonio  se  ha  interpuesto  entre 

mis  hijas  y  yo Esta  idea  es  estúpida, 

absurda,  losé,  ¿peío  qué  queréis? 

cuando  le  faltan  á  uno  razones  sólidas, 


aoaba    por  entregarse  á    las  suposiciones 
mas  inténsalas. 

—  ¿Ouién  puedo  querer  interponerse 
entre  tus  hijas  y  tu? 

— Nadie...  ya  lo  sé. 

— Vamos,  Pedro, dijo  paternalmente  el 
anciano  artesano,  espera...  ten  paciencia, 
vigila ,  espía  á  e>os  pobres  corazones  con 
la  solicitud  (¡lie  lo  conozco,  y  estoy  segu- 
ro de  que  descubrirás  algún  secreto,  sin 
duda  muy  inocente; 

— Sí,  contestó  el  mariscal,  mirando  fija- 
mente á  su  padre,  sí;  pero  para  penetrar 
este  secreto.....  es  menester  no  separarse 
de  ellas... 

— ¿Por  qué  te  separas  de  ellas?  dijo  el 
ahciano  sorprendido  del  aire  sombrío  de 
su  hijo,  ¿no  estás  ya  para  siempre  á  su 
lado...  al  mió? 

— ¿Quién  sabe?  contestó  el  mariscal  con 
un  suspiro. 

— ¿Qué  dices?... 

— Sabed  desde  luego,  padre  mió,  todos 
los  deberes  que  me  retienen  aquí....  des- 
pués sabréis  los  que  podrán  alejarme  de 
vos,  de  mis  hijas  y  de  mi  otro  hijo.... 

— ¿Qué  hijo? 

; — El  de  mi  antiguo  amigo  el  príncipe 
indio... 

— ¿Djalma?  ¿Pues  qué  le  sucedo? 

— Padre  mió...  me  hace  temblar... 

-¿El? 

De  repente  un  rumor  formidable,  trai- 
dor por  Una  violenta  ráfaga  de  viento,  re- 
sonó á  lo  lejos:  este  ruido  era  tan  impo- 
nente, (¡lie  el  mariscal  dijo  á  su  padre  in- 
terrumpiéndole: 

— ¿Qué  es  eso? 

Después  de  escuchar  un  momento  los 
sordos  clamores  que  se  debilitaron  y  pasa- 
ron con  la  ráfaga,  el  anciano  contestó: 

— Algunos  cantantes  de  la  barrera  (¡ue 
embriagados  corren  los  campos. 

— Parecían  gritos  de  una  multitud,  aña- 
dió el  mariscal. 
77* 


30G  :MBtJSi. 

Ambos  escucharon  de  nuevo;  pero  el 
ruido  habia  cesado. 

— ¿Qué  me  decías?  preguntó  el  ancia- 
no artesano;  ¿qué  te  asustaba  ose  joven 
ndio?  ¿y  por  qué'' 

— Ya  os  he  hablado,  padre  mió,  de  su 
loco  y  desgraciado  amor  á  la  señorita  de 
Cardoville. 

— ¿Y  es  eso  lo  que  te  asusta,  hijo  mió? 
dijo  «I  anciano  mirando  á  su  hijo  con  sor- 
presa; Djalma  no  tiene  mas  que  18  años... 
y  en  esia  edad  un  amor  borra  otro. 

— Si  se  tratase  de  un  amor  vulgar,  si,  pa- 
dre mió...  Pero  pensad  que  á  una  belleza 
ideal,  la  señorita  de  Cardoville  une  el  ca- 
rácter mas  noble,  mas  generoso...  y  que 
á  consecuencia  de  circunstancias  fatales, 
¡oh!  desgraciadamente  muy  fatales,  Djal- 
ma ha  podido  apreciar  el  raro  valor  de 
aquella  hermosa  alma. 

— Tienes  razón ,  esto  es  mas  grave  de 
1>  que  creía. 

— No  tenéis  ¡dea  de  los  estragos  que 
hace  esta  pasión  en  este  joven  ardiente  é 
indómito;  algunas  veces  á  su  abatimiento 
doloroso  suceden  arrebatos  de  una  feroci 
dad  salvaje.  Ayer  le  sorprendí  de  impro- 
viso, con  los  ojos  centellantes,  las  faccio- 
nes contraidas  por  la  rabia;  cediendo  á 
un  esceso  de  loco  furor,  acribillaba  á  pu- 
ñaladas un  cojin  de  grar.a,  exclamando  con 
una  voz  alterada  :  ¡  Ah!...  ¡sangre...  ten- 
go su  sangre! ¡Desgraciado!   le  dije, 

¿qué  insensato  arrebato  es  ese?  Malo  al 
hombre,  me  contestó  con  una  voz  sorda  y 
un  aspecto  cstraviado.u  Así  designa  el  ri- 
val que  cree  tener. 

— En  efecto,  hay  algo  de  terrible  en 
una  pasión  semejante...  en  un  corazón  co- 
mo esc,  dijo  el  anciano. 

— Otras  veces ,  añadió  el  mariscal ,  su 
rabia  estalla  contra  la  señorita  de  Cardo- 
ville; otras  en  fin  contra  sí  mismo.  Me  lie 


con  él,  y  que  parece  tenerle  gTan  aÍecflo, 
me  ha  prevenido  que  sospechaba  que  te- 
nia algún  secreto  pensamiento  de  suicidio.. 

— ¡  Desgraciado  joven  1 

— Pues  bien,  padre  mió,  dijo  el  maris- 
cal Simon  con  una  profunda  amargura , 
en  el  instante  mismo  en  que  mis  hijas  y 
este  hijo  adoptivo  reclarnan  toda  mi  soli- 
citud... estoy  ial  vez  en  vísperasde  aban- 
donarlos. 

— ¿Abandonarlos? 

— Si....  para  satisfacer  un  deber  mas 
sagrado  t^uizá  que  los  que  me  imponen  la 
amistad  y  la  familia  ;dijo  el  mariscal  con 
un  acento  á  la  vez  tan  grave  y  tan  solem- 
ne, que  su  padre,  profundamente  conmo- 
vido, esclanió  : 

— Pero  ¿qué  deber  es  ese? 

— Padre  mió,  contestó  e!  mariscal  des- 
pués de  permanecer  un  momento  pensa- 
tivo, ¿quién  me  ha  hecho  lo  que  soy  ? 
¿quién  me  ha  dado  el  título  de  duque,  el 
bastón  de  mariscal? 

— Napoleón 

— Bien  sé  que  para  vos,  republicano 
rígido,  perdió  todo  su  prcstijio  cuando  de 
primer  ciudadano  de  una  república  se  hizo 
emperador. 

— Maldije  su  debilidad,  dijo  tristemente 
el  padre  Simon ,  porque  el  semi-Jios  se 
hizo  hombre. 

— Pero  para  mi,  padre  mió,  soldado, 
que  siempre  me  había  batido  á  su  lado; 
para  mi ,  que  me  habia  elevado  desde  el 
último  de  los  grados  del  ejército  hasta  el 
primero;  para  mi,  que  me  habia  colma- 
do de  beneficios,  de  afecto,  ha  sido  mas 
que  un  héroe....  ha  sido  un  amigo,  y  ha- 
bía tanto  reconocimiento  como  admiración 
en  la  idolatría  que  le  profesaba.  Desterra- 
do.... quise  participar  de  su  destierro,  y 
me  negaron  esta  gracia  :  entonces  cons- 
piré, entonces  saqijé  la  espada  contra  los 


visto  obligado  á  hacer  ocultar  sus  armas,    que  habían  despojado  á  su  hijo  de  la  co 
porque  un  hombre  que  ha  venidode  Java    roña  que  la  Francia  le  habia  dado. 


— ^Y  en  tu  posición  obraste  bien...  Pr- 

dro sio  participar  de  Iti  ailmiraciori , 

ron»prendi  tu  r»0(inu(inti»'iito —   proyrc- 

ios  de  destierro,  conspiración todo  lo 

«probé....  ya  lo  s«be?. 

— Î  Put'S  ble  n  !  esc  niño  d«'-hrn'da(io  . 
en  ruyo  nombre  he  conspirado  hace  17 
añc»?,  es  ahora  rapar  de  sostener  la  espa- 
da.... de  su  padre. 

— Napoleón  III  csclamíí  el  anciano  casi 
con  una  sorpresa  y  una  ansiedad  cslroma- 
das  ;  el  rt-y  de  Kon\a  ! 

—  ¡  Rey  !J!  no,  ya  no  es  rey j  Na- 
poleón no,  no  se  llama  ya  Napolecn  !  le 
han  dado  no  sé  qtie  nonibre  au>triaco.... 
porque  el  otro  nombre  les  causaba  mie- 

-do....  Todo  les  a^u^ta Asi.,.,  ¿sabéis 

lo  que  están  haciendo  con  el  hijo  del  em- 
per-ador?  pngtintó  el  mariscal  cotí  una 
dolorosa  »-csa!lacion  ,  le  están  atormen- 
tando.... matando  lenlameiile.... 
— ¿Quién  te  lo  ha  dicho?... 
— ¡Oh!  una  persona  que  lo  sabe....  y 
que  dice  verdad....  ¡  Oh  1  demasiado. ..., 
Si,  el  hijo  del  euiperadar  está  luchan- 
do con  todas  sus  fuerzas  contra  tma 
muerte  precoz;  con  los  ojos  vueltos  hacia 
la  Francia espera....  espera....  y  na- 
die viene....  nadie no....  Kntre  lodos 

«sos  hombres  á  quienes  su  padre  hizo  tan 
grandes  como  eran  pequeños....  ni  uno, 
no,  ni  uno  siquiera  piensa  en  ese  niño 
sagrado  á  quien  están  ahogáoslo  y  que  se 

muere 

— Y  tú....  piensas  en  él...? 
— Si....  pero  para  pensar  ha  sido  me- 
nester que  supiese —  ¡  oh  1  no  lo  puedo 
dudar,  porque  no  ha  sido  por  el  mismo 
conducto  por  donde  he  tomado  todos  mis 
iníormes;  ha  sido  menester  que  supiese 
la  suerte  cruel  de  este  niño —  á  quien 
también  presté  juramento....  porque  un 
día,  ya  os  lo  he  dicho,  elemperador,  tier 
no  y  orgulloso  padre,  mostrándomelo  en 
la  cuna,  me  dijo:  «mi  antiguo  amigo,  sc- 


3(>7 

ras  I  8' a  el  hijo  lo  que  has  sido  para  el  pa- 
dre; pii[(|ii('  «■!  que  in>í>  ama,  auKi  àniii>- 

tra  Francia » 

— Sí lo  sé  ...  muchas  vece*  uie   has 

referido  «htns  palabras,  y  cumu  tú me 

he  Conmovido 

—  Pues  bien  ,  padre  níi(»,  si  instruido 
de  lo  (jue  sufre  el  hijo  del  emperador , 
hubiese  vi>to  ...  y  con  certeza  las  prue- 
bas mas  evidentes  de  que  no  .se  me  en- 
gariat)a  ,  si  hubie>e  visto  una  caria  de  un 
alto  personaje  de  Viena,  que  üfricia  »  uii 
hombre  fie!  al  culto  del  eu>perador  ,  los 
medios  de  ciilrar  en  relación  con  el  rey 
de  Uorna....  y  tal  vez  dearrebatarlo  ásus 

verdugos 

— Y  después,  dijo  el  arte'-ano  mirando 
fijamente  á  su  liij'',  juna  vez  en  ¡iberlaJ 
NapoU'on  I!  !  ... 

— jDtspues!  esclamó  el  mariscal.  Fn 
seguida  dijo  al  artesano  con  voz  conteni- 
da: veam  «,  padre  mió.  ¿creeisá  la  Frai  c  a 
insensible  á  las  humillaciones  (|ucMilre?... 
¿Croéis  que  la  memoria  del  emperador 
está  e-tinguida?....  no  no,  y  especialmen- 
te en  estos  dias  de  abatimiento  para  el 
pais,  su  nomSre  es  itivocado  en  V(iZ  ba- 
ja  ¿Qué  sería  si  este  nombre  f;lofio>o 

apaiocicse  en  la  frontera,  resucitado  en 
su  hijo?  ¿Creéis  que  el  corazón  de  la  Fran- 
cia no  latiría  por  él? 

—  Esa  es  una  conspiración contra 

el  gobierno  actual...  con  Napoleón  II  pur 
bandera,  dijo  el  artesano,  eso  es  cosa 
grave. 

— Padre  mic,  os  he  dicho quo  era  mijy 
dssgraciado;  pues  bien  ,  juzgad  vos  mi>- 
mo....  esclamó  el  mariscal.  No  solamente 
me  pregunto  á  mi  mismo  si  debo  abando- 
nar á  mis  hijas  y  á  vos  para  lanzarme  en 

los  azares  de  una  empresa  tan  audaz 

sino  que  me  pregunto  también...  si  esloy 
o  no  comprometido  con  el  gobierno  actual, 
que,  al  reconocer  nu  título  y  mi  gradua- 
ción, no  me  ha  concedido  un  favor...  pero 


â08 


AL¿li¿. 


al  fin  me  lia  licclio  juslicia....  ¿Qué  debo 
hacer?  ¿Abandonar  todo  lo  qu^  es  caro  á  mi 
corazón,  ó  permanecer  insensible  á  los 
tormentos  d-^l  hijo  del  emperador....  del 
emperador  á  quien  todo  lo  debo;.,  á  quiets 
he  jurado  personainlente  fidelidad,  para 
él  y  para  su  hijo?  ¿  Debo  perder  esta  oca- 
sión única  de  salvarlo  tal  vez,  Ú  bien  de- 
bo conspirar  en  su  favor?....  decidme  si 
eXajero  lo  que  debo  á  la  memoria  del  em- 
perador. Decídmelo,  padre  mió,  decidid; 
durante  toda  una  noche  de  insomnio  he 
tratado  de  descubrir  én  medió  de  este  caos 
la  línea  prescrita  por  el  honor...  y  no  líe 

hecho  mas  que  caer  de  indecisión en 

indecisión..;.  Solamente  voS,  pádfe  mío, 
lo  repito,  solamente  vos...  podéis  guiarme. 

DespUes  de  habeh  permanecido  iin  itis- 
tante  pensativo,  el  anciano  iba  á  respon- 
der á  su  hijo,  cuando  una  persona  des- 
pués de  haber  atravesado  corriendo  el  jar- 
dinitov  abrió  la  puerta  del  piso  bajo  yen- 
ttó,  fuera  de  sí,  en  la  habitatíion  en  que 
estaban  el  mariscal  Simon  y  su  padre. 

Era  Olivier,  el  jiWen  artesano  que  ha- 
bla logrado  escaparse  de  la  taberna  de 
la  aldea;  donde  se  hablan  reunido  los¿o- 
hós. 

— ¡Mr.  Simon...  Mr.  Simon!...  escla- 
mó pálido  y  falto  de  aliento,  ahi  están... 
van  á  atacar  la  fábrica. 

— ¿Quién?  preguntó  el  ariciaríó  levan- 
tándose de  repente. 

— Los  Lobos;  algun(>s  canteros  y  pica- 
pedreros, á  quienes  se  ha  reunido  en  el 
darilino  una  porción  de  gente  dé  las  cerca- 
nías y  de  la  que  frecuenta  las  barreras. 
Mirad,  ¿los  ois?...  vienen  gritando  rnuer- 
ie  á  los  devoradores. 

En  efecto ,  las  voces  se  oían  cada  ve¿ 
mas  dístintaniente. 

— Ese  era  el  ruido  que  oí  ahora  poco, 
dijo  el  mariscal  levantándose  también. 

—Son  uias  de  dosciento? ,  Mr.  Simon , 
dijo  Olivier;  están  armados  de  piedras  y 


garrotes,  y  desgraciadamente  là  mayoV 
parte  de  los  obrerois  de  la  fábrica  estañen 
Paris.  Los  que  estamos  aquí  no  llegamos 
á  cuarenta;  las  mujeres  y  los  niilios  sees^ 
tan  refugiando  ya  en  las  habitaciones,  lan^ 
zando  gritos  dé  terror.  ¿Ló  oís? 

En  efecto.,  en  el  techo  se  oian  pisadas 
precipitadas. 

— ¿Será  cosa  séria  éste  ataque? dijo  el 
maríscala  su  padre,  que  parecía  cada  vez 
mas  inquieto; 

— ^Muy  séria,  dijo  el  anciano;  no  hay 
nada  mas  terrible  que  las  riñas  entre  io;^ 
gremios;  y  ademas,  de  poco  tiempo  á es- 
ta parle  i  lo  porten  todo  por  obra  para  ir-^ 
ritar  los  habitantes  de  las  cercanías  contra 
los  de  la  fábrica. 

—Si  sois  tari  inferiores  en  número ,  di- 
jo el  mariscal ,  es  necesario  empezar  por 
hacer  barricadas  en  todas  las  puertas..:  f 
luego;.. 

No  pudo  ácanar. 

Una  esplosiori  de  gritos  horribles  liizo 
temblar  los  cristales  de  la  habitación,  y 
estalló  tan  prósinia  y  con  tal  fuerza ,  que 
el  mariscal ,  au  padre  y  el  joven  artesano 
salieron  inmediatamente  al  jardin ,  teríni- 
nado  pdr  Un  lado  cotí  ün  muro  bastante 
elevado  que  daba  al  campo. 

De  repente,  y  mientras  los  grito»  sé 
aumentaban;  Una  lluvia  de  piedras  enor- 
rrïes,  déstiiíadás  á  fomp'er  los  vidrios  dé 
las  ventanas  de  la  casa ,  dieron  en  algu- 
nas de  las  del  piso  principal,  rebotaron  en 
la  pared  y  cayeron  en  el  jardín  al  lado  del 
rharíscal  y  de  su  padre. 

¡  Falalidad  !!!  el  ariclano  herido  en  lá 
cabeza  por  ima  etíorme  piedra,  vaciló...: 
se  inclinó  hacia  delante  y  cayó,  lleno  de 
sangre,  entre  los  brazos  del  mariscal  Sí- 
ríion ,  en  el  momento  en  que  resonaban 
por  la  parte  esterior,  cada  vez  con  mas 
furia,  los  gritos  feroces  de:  í?Merrat/mi/6r- 
íe  á  los  devoradores. 


<I.Bbll. 


ÜÜU 


w. 

LOS  LOUOS  Y  LOS  DJiVitUAÜOUES. 

Era  cosa  espunto^a  vi>r  ac]iii-lla  inulli- 
tuil  Ji-scnTriMiada  ,  cuyas  primeras  Ih^A]- 
liJailes  arahabaii  do  mt  tan  fuiUilaial  pa- 
Jre  «Ici  iiiarisi-al  Simon. 

Un  a!i)  de  la  casa  codiuii  dotult;  termi- 
naha  la  tapia  del  jardin  daba  a!  cauipo, 
•y  cra  por  donde  los  L'>l)..s  ha  lat»  eni()c- 
tado  i-l  ata(|ijo. 

La  precii'iiai'ion  di-  su  marclia  ,  las  os- 
laciones  (|iie  liübiati  luvlio  en  las  tabernas 
(|(ie  se  encontraba  1  en  el  camino,  la  ar- 
diente impaciíMicia  de  la  lucha  que  estaba 
pri3xima  ,  habiaii  animado  mas  aun  áaquo 
líos  hombres  con  una  «'xaltacion  feroz. 

Lanzada  la  primera  descarga  de  piedras, 
la  mayor  parte  de  los  sitiadores  buscaban 
eii  el  suelo  nuevas  municiones;  irnos  para 
hacer  provision  con  mas  descanso,  tenían 
los'garrolrs  entre  los  dientes;  otros  los 
habían  d<jado  contra  la  tapia;  aqui  y  alü 
se  formaban  también  grupos  tumultuosos 
a!  lado  de  los  principales  gefes  de  la  ban- 
da. Los  hombres  mejor  vestidos  de  ella 
llevaban  blu5a  y  gorra,  otros  estaban  casi 
cubiertos  de  harapos,  porque  ya  hemos 
dicho  que  un  grátí  oúim'ro  de  gi  iite  per- 
dida de  la  que  frecuenta  las  barreras, 
con  fisononuas  siniestras  y  patibularias. 
Se  habian  imido,  de  buena  ó  mala  volun- 
tad ,  á  los  Loboy,  algunas  mugcresasque- 
rosas  y  cubiertas  de  andrajos,  que  siem- 
pre parece  que  salen  al  paso  de  estos  mi- 
serables, les  acompañaban,  y  con  sus  can- 
tos y  provocaciones  escitaban  mas  aun  los 
ánimos  inflamados;  una  de  ellas,  alta, 
robusta, con  la  tez  encendida,  los  ojosavi- 
nados,  sin  dientes,  tenia  por  locado  una 
marmota  de  la  que  se  esrapaban  algunos 
cabellos  amarillentos  y  enmarañados,  lle- 
vaba sobre  su  vestido  desbarrado  un  pa- 
ñuelo vii'jo  de  tafetán  oscuro,  cruzado  por 
delante  y  prendido  con  un  nudo  detras 
de  la  clôtura.  Esta  muger  parecía  poseída 


do  labia,  «e  habia  levantado  las  mancas 
mcdij  rotiis  del  vestido:  en  una  mano 
I»l8ndia  im  garrote,  y  en  la  otra  unaenor- 
nu»  piedra  :  sus  conipañ»  ros  la  llamaban 
(tbulkta. 

Ln  horrible  criatura  pritaba  con  una 
\v¿  bronca  : 

— (Quiero  peleor  con  lasfuinasde  lafá 
briía  ;  (¡uiero  vt.r  correr  su  sangre.... 

lisias  palabras  feroces  eran  aeojidas  por 
los  ap'auáos  de  sus  compañeros,  y  por 
las  gritos  salvajes  de  ¡>iva  Cebolleta!  que 
les  escita ban  hasta  el  frenesí. 

Entre  los  gefes  habia  un  hombro  bajo 
de  cuerpo,  delgado,  pálido,  con  cara  de 
hurón,  con  la  barba  negra  corrida;  lle- 
vaba un  gorro  griego  color  de  ocarlata, 
y  su  larga  blusa  nueva  dejaba  ver  un  pan- 
talon de  paño  de  mny  buen  uso,  y  botas 
finas.  Evidentemente  este  hombre  era  de 
condición  diferente  á  la  de  los  demás  de 
la  banda  :  él  era  especialmente  (luien  pre- 
tendía que  los  obreros  de  la  fábrica  se  es- 
presaban de  un  manera  insultante  hacia  los 
habitantes  de  las  cercanías;  gritaba  tam- 
bién mucho,  pero  no  llevaba  ni  piedras  ni 
garrote.  Un  hombre  con  la  cararedonda¿ 
sonrosada  ,  y  cuya  formidable  voz  debajo 
parecía  pertetiecer  á  un  chantre  de  igle- 
sia ,  le  dijo: 

— ¿Tú  no  quieres  hacer  fuego  contra 
e^os  perros  impíos ,  que  son  capaces  de 
atraer  el  cólera  al  país,  como  ha  diolia  di- 
cho el  señor  cura? 

— Uaré  fuego....  mejor  que  tú. 

Contestó  ei  b.on  bre  de  la  cara  de  hu- 
rón con  una  sonrisa  particular  y  sinies- 
tra. 

— ;.  Y  con  qué  harás  fuego? 

— Probablemente  con  e*ta  piedra,  dijo 
el  hombre  cojiendo  un  enornu'  guijarro.  En 
el  momento  que  se  bajaba,  un  s;  co 
bastante  henchido  pero  muy  líjero,  y  (¡uo 
parecía  llevar  prendido  debajo  de  la  blusa, 
cayó  al  suelo. 

— Vaya,   vas  á  perder  tu  SuCO  y  lus 
78* 


310  4LBUH, 

bolos?  dijo  el  otro;  no  parece  muy  pe- 
sado. 

— Son  muestras  de  lanas,  contestó  el 
hombre  con  cara  de  liuron  recojiendo  con 
precipitación  el  saco  y  ocultándolo  debajo 
de  la  blusa;  y  después  añadió: 

Pero,  atención ,  creo  que  el  cantero 
está  hablando. 

En  efecto ,  el  que  ejercía  sobre  aquella 
multitud  irritada  el  ascendiente  mas  com- 
pleto, era  el  terrible  cantero;  su  gigan- 
tesca estatura  dominaba  de  tal  manera  la 
multitud,  que  siempre  se  veia  su  enor- 
me cabeza  adornada  de  un  pañuelo  rojo 
desgarrado,  y  sus  hombros  hercúleos,  cu- 
biertos de  una  piel  de  cabra  montés,  ele- 
varse sobre  aquella  ^samblea  sombría  y 
movible,  sembrada  aqui  y  alli  de  algunas 
cofias  de  mujeres  como  de  otros  tantos 
puntos  blancos. 

Viendo  el  grado  deecsasperacíon  áque 
hablan  llegado  los  ánimos,  el  corto  nú- 
mero de  artesanos  honrados,  pero  estra- 
viados,  que  se  habian  dejado  arrastrar  á 
esta  peligrosa  empresa,  bajo  pretesto  de 
una  querella  de  gremios ,  temiendo  las 
consecuencias  de  la  lucha,  trataron,  pero 
demasiado  tarde,  de  abandonar  el  grueso 
de  la  banda  ;  estrechados  por  todos  lados 
y,  por  decirlo  asi,  metidos  entre  los  gru- 
pos mas  hostiles,  temiendo  ademas  pasar 
por  cobardes,  ó  ser  objeto  de  los  malos 
tratamientos  de  'a  mayoría,  se  resignaron 
á  esperar  un  momento  favorable  para  eva- 
dirse. 

A  los  gritos  feroces  que  habian  acom- 
pañado la  primera  descarga  de  piedras, 
sucedió  un  profundo  silencio  pedido  por 
la  voz  de  eslentor  del  cantero. 

— Los  ¿otos  han  ahuilado,  dijo;  es  me- 
nester esperar  y  ver  cómo  los  Devorado- 
res  responden  y  traban  el  combate. 

— Es  menester  atraerles  fuera  de  la  fá- 
brica y  dar  la  batalla  en  un  terreno  neu- 
tral, dijo  el  hombre  con  cara  de  hurón, 


que  parecía  ser  el  lejisla  de  los  Lóbos'\  sin 
eso....  habria  violación  de  domicilio. 

— I  Violar  I  ¿Y  que  nos  importa  violar? 
gritó  la  horrible  muger  apellidada  Cebo- 
lleta; dentro  ó  fuera  es  menester  que  ven- 
ga á  las  manos  con  las  fuinas  de  la  fá- 
brica. 

— Si,  si,  grifaron  otras  horribles  cria- 
turas tan  andrajosas  como  Cebolleta  ,  es 
menester  que  no  sea  todo  para  los  hom- 
bres. 

—  ¡También  queremos  dar  nuestro 
golpe  ! 

— Las  mugeres  de  la  fábrica  diCen  que 
todas  las  de  las  cercanías  son  borrachas  y 
perdidas,  esclamó  el  hombre  con  cara  de 
hurón. 

— Bueno,  ya  la  pagarán. 

— Es  menester  que  las  mugeres  tengan 
parte. 

— Eso  nos  toca  á  nosotras. 

— Puesto  que  se  entretienen  en  cantar 
en  su  casa  común,  esclamó  Cebolleta,  no> 
sotras  les  enseñaremos  la  canción  de  So- 
corro.... ¡que  me  asesinan  ! 

Esta  chanza  salvaje  fué  acogida  con  gri> 
tos,  ahullidos  y  pisoteos,  á  los  que  la  voz 
de  estentor  del  cantero  puso  fin,  gritando: 

— ¡Silencio  1 

— ¡Silencio!...  ¡Silenciol...  contestó  la 
multitud,  escuchad  al  cantero. 

— Si  los  Devoradores  son  tan  cobardes, 
que  no  se  atrevan  á  salir  después  de  otra 
descaiga  de  piedras,  alli  hay  una  puerta... 
la  echaremos  por  tierra  é  iremos  á  bus- 
carlos en  sus  guaridas. 

— Seria  mejor  atraerlos  afuera  al  com' 
bate,  y  que  no  quede  ninguno  en  el  inte- 
rior de  la  fábrica dijo  el  hombre  con 

cara  de  hurón,  que  parecía  tener  un  pen- 
samiento secreto. 

— Se  bate  uno  en  donde  puede,  dijo  el 
cantero  con  voz  tonante;  con  tal  que  uno 

se  agarre todo  es  igual pelearía 

uno  sobre  el  ala  de  un  tejado,  ó  en  lo  alto 


íe  una  tapia,  ¿es  vordad .  Lobox  mios'.'' 

— Sí. ..sí...  ilij)  la  nuilliliid  t-Ieclrizad 
por  estas  palabras  fiToccs;  si  iiu  salen... 
entremos  á  la  fuerza. 

— Asi  veremos  su  palacio. 

— Esos  pnganos  no  henon  ni  una  ca- 
pilla, esclanió  la  voz  de  bajo;  el  señür 
cura  los  ha  escomul^ado. 

— ¿Porqué  Jian  de  tener  un  palacio  y 
nosotros  unas  perreras? 

— Los  artesanos  de  Mr.  Hardy  dicen 
que   las  perreras  son  demasiado  buenas 
para  canalla  como  nosotros,  dijo  el  hom 
bre  con  cara  de  hurón. 

— jSí!...  ¡sí!...  lian  dicho  esto. 

—  Entonces  romperemos  todo  lo  que 
tengan. 

—  Destruiremos  sti  bazar. 
— Echaremos  la  casa  por  la  ventana. 
— Y  después  de  liaber  hecho  cantar  á 

sus  mugeres,  que  representan  el  papel  de 
virtuosas,  esclamó  Cebolleta,   les  hare- 
mos bailar  al  son  de  pedradas  en  la  ca-  ' 
beza. 

— Vamos Lobos,  atención,  esclami) 

el  cantero  con  voz  de  estentor;  otra  des- 
carga ,  y  si  los  Decoradores  no  salen 

abajo  la  puerta. 

Esta  moción  Tué  acogida  con  ahullidos 
de  un  ardor  feroz,  y  el  cantero,  cuya  voz 
dominaba  el  tumulto,  gritó  con  toda  la 
fuerza  de  sus  hercúleos  pulmones  : 

—  ¡Atención! ¿060* piedra  en 

mano y  á  la  vez ¿Estais  listos'' 

— ¡Sí!  ¡sí  Î...  estamos 

—  ¡Apunten!...  fuego 

Y  por  segunda  vez  una  nube  de  pie- 
dras y  guijarros  enormes  cayó  sobre  la 
fachada  de  la  casa  común  que  daba  al 
campo;  una  parte  de  estos  proyectiles  rom- 
pió los  cristales  que  habían  quedado  sa- 
nos cuando  la  primera  descarga;  al  ruido 
sonoro  y  agudo  de  los  cristales  rotos,  se 
unieron  estos  gritos  feroces  lanzados  á  la 
vez,  y  como  un  coro  formidable  por  aque- 


ALBTM.  311 

lia  multitud  embriagada  con  sus  propios 
escesos  : 

—  ¡(íutrra y  muerte  á  los  Divora- 

dores ! 

Pero  pronto  estos  gritos  ftieron  frené- 
ticos cuando  á  través  de  las  ventanas  me- 
dio huniiidas  ,  los  sitiadores  pcrcibií'r.iii 
algiuias  mugeres  tjne  pasaban  y  repasa- 
tian  asustadas;  unas  llevándose  á  los  ni- 
ños, otr^s  levantando  las  manos  al  cielo  y 
pidiendo  socorro;  otras  en  (¡11,  rrias  atre- 
vidas, acercándose  á  ellas  y  procurando 
cerrar  las  persianas. 

—  ¡Ah!  allí  están  las  hormigas  que  mu- 
dan de  habitación,  esclamó  Cebolleta  ba- 
jánd«>se  para  cojer  una  piedra,  ¡es  me- 
nester ayudarlas  á  pedradas! 

Y  una  piedra  lanzada  por  la  mano  vi- 
ril y  segura  de  esta  furia,  dio  á  una  des- 
graciada muger,  que  inclinada  sobre  »! 
pretil  de  la  ventana  ,  estaba  tratando  de 
atraer  á  si  una  puerta. 

— Justo he  dado  en  el  blanco 

gritó  la  asquerosa  criatura. 

— Bien  apuntado.  Cebolleta. 

—  ¡Viva  Cebolleta  ! 

— ¡  Salid  ,  eh,  Devoradores,  si  os  atre- 
véis ! 

— Ellos  que  han  dicho  cien  veces  «¡iie 
las  gentes  de  las  cercanías  eran  deM)a>ia- 
do  Cobardes  para  venir  ni  aun  á  mirar  .'u 
casa,  dijo  el  hombre  de  cara  de  hurón. 

— ¡  Y  ahora  hacen  ascos! 

— No  quieren  salir,  esclamó  el  rantiTO 
con  voz  de  trueno,  vamos  á  encender  su 
cólera. 

—Si...  sí. 

— Vamos  á  echar  abajo  la  puerta. 

— Será  menester  que  los  hallemos. 

— Vamos...  vamos. 

Y  la  multitud  con  el  cantero  á  la  cabe- 
za, no  lejos  del  cual  iba  Cebolleta  blan- 
diendo un  garrote,  se  acercó  tumultuosa- 
mente hacia  una  gran  puerta  bastante  in- 
mediata. 


312 


ALDÜtf. 


El  Itíritíno  sonoro  tembló  hn].-)  las  [usa- 
das preí ¡pitadas  de  la  multitud,  (jue  ya 
no  gritaba.  Este  ruido  confuso ,  pero  por 
decirlo  así,  subterráneo ,  parrcia  tal  vez 
mas  siniestro  aun  cjue  sus  gritos  ferriblos* 

Pronto  llegaron  los  Lobos  pufrente  de 
la  puerta,  que  era  de  encina  maciza. 

En  el  momento  en  que  e!  contero  le- 
vantaba un  formidable  martillo  de  picape- 


drero contra  una  de  las  hojas  de  la  puer-    to  Con  una  sonrisa  feroz 


ta...  esta  se  abriói 

Algunos  de  los  sitiadores  de  los  mas  de- 
terminados iban  á  precipitarse  fWr  aquella  !  dioíéndole:  ¿Y  esto?  ¿es  cosa  de  juego? 


AgricOljSoIo  fia'y  àrtessnoâ  pacíficos...  ¡re- 
tiraos... 

—  ¡  Pues  bien  I  aquí  [jay  Lobos  que  se 
comerán  á  los  artesanos  pacíficos. 

— Los  Lobos  no  se  comerán  á  nadie,  d¡^ 
jo  Agricol  mirando  fijamente  al  cantero, 
que  se  le  acercó  con  aire  amenazador;  y 
1o>  Lobos  solo  asustan  á  los  niños. 

' — ¡  Ah  !.i.  ¿lo  Creéis  así?  dij'o  el  cañte- 


Despiles  levantando  su  martillo  lo  puso, 
por  decirlo  así,   bajo  la  nariz  de  Agricol  < 


entrada,  pero  el  cantero  se  iiizo  atrás, 
abriendo  los  brazos  como  para  moderar 
aquel  ardor  é  imponer  silencio  á  los  su- 
yos, los  (pie  entonces  se  agruparon  y  es- 
trecharon á  su  lado. 

La  puerta  entreabierta  dejaba  ver  un 
grueso  (ie  artesanos,  desgraciadamente  po- 
co numerosos,  pero  cuyo  ;aspecto  anun- 
ciaba su  resolución,  y  habíansearmado  de 
prisa  con  ganchos,  con  pinchos  de  hierro, 
con  garrotes;  y  Agricolque  venia á  su  ca- 
beza, tenia  en  la  mano  su  pesado  martillo 
de  hierro. 

El  joven  artesano  estaba  muy  pálido; 
se  veía  en  la  brillantez  de  sus  «jos,  en  su 
fisonomía  provocativa,  en  su  intrépida  se- 
guridad, (¡ue  la  sangre  de  su  padre  hervía 
en  sus  venas  y  cpie  podía  en  i^na  lucha 
como  ésta  ser  terrible,  áin  embargo,  con 
siguió  contenerse  y  dijo  con  una  vozfirme: 

— ¿O'"'  queréis? 

— 1  Guerra  ! ....  esclamó  el  cantero  con 
voz  de  trueno. 

— ¡Sí...  si...  guerra!...  repitieron. 

— ¡Silencio  1...  Lobos...  grito  el  gefe  de 
ellos  volviéndose  y  esteridíendo  sii  ancha 
mano  hacia  la  multitud. 

Después  dirigiéndose  á  Agricol, añadió: 

Los  Lobos  vienen  á  pedir  batalla... 

— ¿Contra  quién? 

— Contra  los  Devorador'es. 

—  Aquí  no  hay  Devoradores  f  contesto 


— ¿Y  esto?  contestó  Agricol,  que  cotí 
rápido  movimiento  dio  un  golpe  y  recha- 
zó vigorosamente  Con  sü  martilló  el  del 
picapedrero. 

-^Hierro... contra  hierío,  martillo  con 
tra  martillo....  así  me  gusta,  dijo  el  can- 
tero. 

-^Wó  se  trota  dé  lo  qjué  os  gusté,  con- 
testó Agricol  conteniéndose  con  difií-ullad? 
habéis  roto  nuestras  ventanas,  asustado  á 

nuestras  mugeres  y  herido tal  vez  de 

nujerte al  artesano  mas  anciano  de  la 

fábrica,  que  en  este  momento  está  entre 
los  brazos  de  su  hijo...  y  la  voz  de  Agricol 
se  alteró  á  pesar  suyo;  creo  que  es  sufi- 
cientei 

—  ¡No!  los  Lobos  tienen  rtia!;  hártibre^ 
contestó  el  carit'ero,  es  menester  que  sal- 
gáis de  a()UÍ...  atajo  da  cobardes...  y  que 
vengáis  á  la  llanura  á  combatir. 

— ¡Sí!....  ¡sí!. .4.  ¡guerra  !...  qUe  sal- 
gan. 


Gritó  la  multitud  ahullandb,  silvartdo, 
njitando  sus  garrotes  y  disminuyendo  aun 
álmoverye  el  corto  espacio  ¡que  la  separa- 
ba de  la  puerta. 

— Nosotros  no  queremos  guerra,  coo'^ 
testó  Agricol;  no  saldremos  de  nuestra 
casa;  pero  si  tenéis  la  desgracia  de  pa'ar 
de  aquí,  y  Agricol  arrojando  su  gorra  en 
el  umbral  de  la  puerta  puso  el  pié  sobre 
ella  con  ihtrépidez...  si,  si  pasáis  de  aquí^ 


ílbom.  313 

entonces  nos  atacan  i>  in  nuoslia  casa...  y  ¡.«us  esfuerzos  no  taidó  en  ser  echada  aba- 


respomlcrí'is  de  lodo  lo  (|tii.'  suceda. 


i  jo,  y  Ct'liolleta  so  precipitó  en  esta  habi- 


— Kn  lu  casa  ó  en  cualt^iiiera  uira  par    •  tacion  con  un  garroteen  !a  mano,  de>j;re- 


le  tendremos  guerra  ;    los  Lobos  quieren 
comer  lUvoradorcf.  Toma,  ese  es  tu  ata>;iie. 

Kíclaruó  el  brutal  cantero  levantando  su 
tnarlillo  contra  Agrirol. 

l'eio  óste  ectiáiulosií  á  un  lad),  con  un 
repentino  recorte  de  su  cuerpo,  evitó  el 
golpe  y  lanzó  su  niaiiillo  al  peí  lio  del  can- 
tero, que  vaciló  un  momento,  pero  que 
pronto  afirmado  en  sus  piernas,  se  arrojó 
sobre  Agricol  con  furor,  gritando: 

— 5  A  mí,  Lobos! 

XXI. 

LA    VIELTA. 

Así  que  se  trabó  la  lucha  entre  Agricul 
y  el  cantero,  el  combale  fué  terrible,  ar- 
diente, implacable:  un  torrente  de  sitia- 
dores, siguiendo  ios  pasos  del  cantero,  se 
precipitó  hacia  la  puerta  con  una  furia 
Irresistible;  otros,  no  pudiendo  atravesar 
aquel  paso  terrible  en  que  los  mas  impe- 
tU'ísos  se  apretaban,  se  sofocaban  y  mal- 
trataban á  los  menos  atrevidos,  dieror. 
un  largo  rodeo,  rompieron  una  cerca  de 
tabLs  y  cojieron  ,  por  decirlo  asi ,  entre 
dos  fuegos  á  lüs  obreros  de  la  fábrica;  al 
gunos  de  estos  resistieron  con  valor,  otros 
viendo  que  Cebolleta  seguida  do  algunas 
de  sus  compañeras  y  de  alguna  gente  de 
la  barrera,  de  fisonomía  sinie>tra  ,  se  di- 
rigían apresuradamente  hacia  la  casa  co- 
mún donde  se  habían  refugiado  las  mu- 
jeres y  lus  niños,  se  lanziron  en  su  per- 
secución; pero  habiendo  vut?Uo  cara  al- 
gunos hoüibres  del  séquito  de  la  furia,  de- 
fendieron vigorosamente  la  entrada  de  la 
escalera  contra  los  artesanos,  de  modo 
que  Cebolleta  ,  tres  ó  cuatro  de  sus  ami- 
gas, y  otros  tantos  hombres  no  menos  vi- 
les, pudieron  entrar  en  varias  habitacio- 
nes, unos  para  saquear  y  los  ptios  para 

destrozarlo  todo 

Uua  puerta  que  al  principio  resistió  á 


UwMla,  furiosa,  embriagada  con  el  ruido  y 
el  tuunjito.  Una  bctlnjiívtn  f  Angela  ,  que 
parecía  (juerer impedir  la  entrada  en  olra 
h.ibilacion  contigua,  se  arrodilló,  pálida, 
con  las  manos  juntas,  y  esclamando  con 
voz  lastimera  : 

—  I  No  hagRÍs  daño  á  mi  madre  ! 

—  Te  estrenaré  primero  á  ti ,  y  des* 
pues  á  tu  madre,  priló  la  horrible  inujei' 
arrojándose  sobre  la  pobre  joven  y  Ira- 
lando  de  destrozarle  el  rostro  con  las 
uñas ,  mientras  que  la  gente  de  la  barre- 
ra rompía  el  espejo  y  el  reloj  á  garrota- 
zos, y  los  demás  se  apoderaban  de  algu- 
nas ropas. 

Angela  lanzaba  gritos  dolorosos  al  de- 
fenderse de  aíjuella  mujer,  y  continuaba 
tratando  de  impedir  su  entrada  en  la  ha- 
b  tacion  en  que  se  había  refujiado  su  ma- 
dre, que  asomada  á  la  ventana  liamabaá 
Agricol  en  su  ausilio. 

Kl  herrero  había  de  nuevo  vuelto  á  las 
manos  con  el  terrible  cantero.  En  esta  lu- 
dia cuerpo  á  cuerpo,  sus  martillos  eran 
inútiles;  con  los  ojos  inllamados,  pecho 
contra  pecho ,  enlazados,  anudados  uno 
contra  otro  como  dos  serpientes ,  hacían 
esfuerzos  inauditos  para  echarse  á  tien  a. 
Agricol,  inclinado,  tenia  bajo  su  brazo 
derecho  el  muslo  izquierdo  del  cantero, 
habiendo  conseguido  cojerle  de  este  mo- 
do la  pierna  al  parar  una  furiosa  patada; 
pero  era  tal  la  inerza  herciílea  del  gefode 
los  Lobo^ ,  que  aunque  estaba  sobre  una 
sola  pierna,  permanecía  irmióvilcomouna 
torre,  (^on  la  mano  que  tenia  libre  (la  otra 
la  estrechaba  Agricol  entre  las  suyas  como 
una  prensa)  trataba  á  fuerza  de  puñeta-' 
zos  de  romper  la  quijada  inferior  del  her- 
rero que  con  la  cabeza  baja  apoyaba  &u 
frente  en  el  pecho  de  su  adversario. 

—  El  Lobo  va  á  romper  loi  dientes  al 
79*    , 


314 


rLBtlí. 


Decorador,  que  ya  no  podrá  devorar  na- 
da, dijo  el  cantero. 

— Tú  no  eres  un  verdadero  Lobo,  con- 
testó el  herrero  redoblando  sus  esfuerzos: 
los  verdaderos  LoboÁ  son  unos  compañe- 
ros valientes  que  no  vienen  diez  contra 
uno 

—  Verdadero  ó  falso  te  arrancaré  los 
dientes. 

— y  yo  la  pata. 

Diciendo  esto  el  herrero  tiró  con  tanta 
violencia  de  la  pierna  del  cantero,  que  es- 
te lanzó  un  grito  t(  rrible  de  dolor,  y  con 
la  rabia  de  una  bestia  feroz,  alargando  de 
repente  la  cabeza,  consiguió  mordra 
Agricol  en  un  lado  del  cuello. 

A  este  bocado  aguJoel  herrero  hizo  un 
movimiento  que  permitió  al  cantero  re- 
tirar la  pierna;  entonéis,  con  un  esfuerzo 
sobrenatural,  arrojó  todo  el  peso  de  su 
cuerpo  sobre  Agricol,  le  hizo  vacilar,  tro- 
pezar ,  y  caer  debajn. 

En  este  momento  la  madre  de  Angels, 
acomodada  á  una  de  las  ventanas  de  la 
casa  común,  csclamaba  con  voz  lastimera. 

—  ¡Socurro...  Mr.  Agricol.  .  que  ase- 
sinan á  mi  hija  ! 

— Déjame....  y  á  fé  de  hombre....  nos 
batiremos  mañana...  cuando  quieras,  di- 
jo Agricol  casi  sin  aliento. 

—No  me  gusta  lo  recalentado...  cómo 
siempre  caliente;  contestó  el  cantero,  y 
cojiendo  al  herrero  con  una  de  sus  formi- 
dables manos  por  el  cuello,  trataba  de  po- 
nerle la  rodilla  sobre  el  pecho. 

— jSocorro!...  \'\\xé  asesinan  á  mi  hija! 
gritó  la  madre  de  Angela  fuera  de  sí. 

—  I  Gracia!....  i  te  pido  gracia  I...  dé- 
jame ir...  dijo  Agricol  haciendo  esfuerzos 
inauditos  para  escaparse  de  su  adversa- 
rio. 

— Tengo  demasiada  liambre,  contestó 
el  cantero. 


ha  sus  esfuerzos,  cuando  el  cantero  se  stfi- 
fió  cojer  el  muslo  por  unos  garfios  agudos 
y  en  el  mismo  instante  recibió »res  ó  cua- 
tro garrotazos  en  la  cabeza,  asestados  por 
una  mano  vigorosa. 

Dejó  su  presa...  y  cayó  aturdido  sobre 
una  rodilla  y  una  mano,  tratando  con  la 
otra  de  parar  los  golpes  que  le  daban  y 
que  cesar'in  tan  lutgo  como  Agricol  se 
vio  en  libertad. 

—  ¡  Padre  mió...  me  habéis  salvada!... 
¡  Con  tal  que  no  sea  demasiado  larde  pa- 
ra Angeia  !  esclamó  el  herrero  levantán- 
dose. 

— Corre vé no  te  ocupes  de  mi> 

contestó  Dagoberto. 

Y  Agricol  se  lanzó  hacia  la  casa  comun> 

Dagobcrto  ,  acompañado  de  Quitasola- 
ces,  habia  venido  según  liemos  dicho,  á 
traer  las  hijss  del  mariscal  Simon  á  ver  á 
su  abuelo.  Al  llegar  en  itiedio  del  tumulto, 
el  soldado  habia  reunido  varios  artesanos, 
á  fin  de  defender  la  entrada  de  la  habita- 
ción á  que  habia  sido  conducido  mori- 
bundo el  padre  del  mariscal;  desde  aqui 
fué  desde  donde  el  soldado  vio  el  peligro 
de  Agricol. 

Puco  después,  otro  torrente  de  comba* 
tientos  separó  á  Dagoberto  del  cantero, 
que  habia  permanecido  algunos  momen* 
tos  sin  conocinuento. 

Agricol  habiendo  llegado  en  dos  saltos 
á  la  casa  común,  consiguió  ecliar  al  suelo 
los  hombres  que  de.'endían  la  escalera,  y 
precipitarse  en  im  corredor  al  que  daba 
la  puerta  de  la  habitación  de  Angela. 

En  el  momento  que  llegó,  la  desgra- 
ciada joven  defendía  maquinalnienle  su 
cara  con  sus  dos  manos,  contra  Cebolleta, 
que  encarnizada  con  ella  como  una  hiena 
con  su  presa,  trataba  de  arañármela. 

Lanzarse  sobre  la  horrible  furia,  co- 
jerla  por  su  amarillenta  cabellera,  y  con 


Exasperado  Agricol  por  el  terror  que    un  vigor  irresistible  echarla  hacia  atrás  y 
\i  causaba  ei  peligro  de  Aójela,  redobla-    teoderla  después  de  espaldas  con  un  vio- 


AiRln. 


315 


delito  tailonaïo  t>n  el  pocho ,  lodo  esto  fii<^ 
hecho  por  Agricol  con  la  rapidez  del  pen 
sainieiito. 

Ceholleta,  nitlamcnte  herida,  pero  exas 
perada  con  la  rahia  ,  se  levant(>  iniiit>tlia 
lamente.  Kn  e.>le  instante  a'fiíinus  artesa- 
nos ijne  liahian  seguido  á  Atiricul  pudie- 
ron Idchar  con  venl;tja  ,  y  mientras  (|Ue 
^1  herrero  levanlaba  á  Angelí  ca>i  des- 
mayada, y  la  ik'vaha  á  la  liahitacinn  in- 
mediata, Cebolleta  y  su  llanda  fueron  arro- 
jados de  ai|uella  parte  de  la  casa. 

Después  del  primer  ardor  del  ataque, 
el  cortísimo  número  de  verdaderos /.'>6(is, 
como  deria  Agricol,  (¡ue  siendo  honrados 
artesanos  por  o  demás  habian  tenido  la 
debilidad  de  dejarse  arrastrar  á  esta  em- 
presa b.ijo  prt'lesto  de  una  (juenlla  de 
gremios,  viendo  los  escesus  que  comenza 
ban  á  cometer  las  gentes  sin  oficio,  de 
que  habian  sido  acompañados  casi  a  pesar 
suyo;  estos  buenos  Lobos,  d»'cimos,  se 
pusieron  de  repente  de  parte  de  los  De- 
voradores. 

—  ¡Afjiii  no  liay  ya  Lobos  ni  Devoradu- 
res!  (Jijo  uno  de  los  Lobos  mas  determi- 
nados á  Olivier  ,  con  uuien  acababa  de 
batirse  Con  valor  y  lealtad;  ya  no  hay  aquí 
mas  que  artesanos  honrados  que  deben 
unirse  para  combatirá  una  porción  de  pi 
líos  que  no  han  venido  aqui  sino  para  rom 
per  y  robar. 

— sí añadió  otro;  á  posar  nuestro 

empezaron  por  romper    los  cri^Kales.  de 
vuestra  casa. 

— El  cantero  es  (juien  ha  tenido  la  cul 

pa  de  todo dj  >  otro;  los  verdaderns 

LobiiS  lo  desconocen,  y  le  ajustaremos  las 
cuentas. 

— Todos  los  dias  se  bale  uno pero 

nos  e>tiiiiamos  (  1  ). 

(1)  Deseamos  que  eiitien<la  el  lector 
que  >ulo  la  nece!«iil.id  de  i:ue>tra  fdbub 
ha  dddo  á  los  Lobo.i  el  papel  de  agresor. 
Al  tratar  de  demostrar  uno  de  los  abu- 


K>la  defección  de  una  parle  do  los  si- 
tiadores ,  desgraciadamente  muy  corla  , 
dio  nuevos  brios  á  los  artesanos  de  la  fá- 
brica, y  todos,  Lobos  y  Decoradores,  aun 
(|iie  inffiiores  en  número,  se  iiiiier»»n  Con- 
tra la  gente  de  las  barreras  y  oíros  vaga- 
mundos (¡lie  se  eiiirey.iban  á  escenas  de- 
plorables. 

Una  |/arfe  do  estos  miserables, escilada 
y  arrastrada  por  el  hombre  de  cara  de 
hurón,  emisario  secreto  del  barun  de  Tri- 
peaud  ,  se  dirigía  en  masa  contra  los  ta- 
lleres de  Mr.  H   rdy. 

Entonces  em()ezó  una  devastación  la- 
mentable: estas  gentes  pi)«eidas de  un  vér- 
tigo por  la  rabia  de  la  destrucción,  rom- 
pieron sin  piedad  las  má(|uinas  de  mayor 
precio,  de  una  delicadeza  cstrema  ;  algu- 
nos objetos  á  medio  Concluir  fueron  des- 
truidos: una  emulación  sahage  escitaba 
á  estos  bárbaros;  aquellos  talleres,  poco 
antes  modelos  de  orden  y  economía  de 
trabajo,  no  ofrecieron  en  corto  tiempo 
sino  restos;  los  palios  fueron  e.->combra- 
dos  con  los  objetos  de  toda  especie  que 
arroj.iban  por  las  ventanas  con  gritos  y 
carcajadas  feroces.  Después ,  y  gracias 
siempre  á  las  incitaciones  del  emi>ariodel 

sos  de  les  gremios  ,  (jue  por  lo  demás 
Son  mas  raros  cada  dia  ,  no  queremos 
atribuir  un  carácter  mas  feroz  a  esta  secta 
que  á  otra  alguna,  á  los  L  bos  nías  que  á 
los  ütvoradores.  i.os  Lobas  picapedreros 
son  generalmente  muy  labirioxis  é  inte- 
ligentes, euya  posición  es  tanto  mas  digna 
de  interó  ,  cuanto  (|ue  sus  tratiajos  .son 
de  los  ma>  penosos,  y  carecen  de  eilos  du- 
rante tres  o  cuatro  meses  cjel  añ  >.  Un 
gran  número  de  Lo/w*.  con  nbjelo  de  per- 
feccionarse en  su  «-(itio,  siguen  tt»dd>  las 
noehes  un  curso  de  t^enmelria  lineal  apli- 
cada al  c>>rte  de  piedras,  an. dogo  aj  (j;jh 
Mr.  Perdigiiier  explica  á  lus  car|iintero-; 
y  varios  picapedreros  han  exiiibido  en  la 
última  esposicion  un  modelo  arquitectu- 
ral en  yeso.  (.\oía  del  nittor.  j 


316 


ALBUM. 


baron  de  ïripeaud  ,  los  libros  do  comer-  ¡ 
cío  de  Mr.  Hardy,  esos  arcliivos  ¡tidus- 
triales,  tüii  indispi  usables  al  comerciante, 
fueron  arrojados  al  vTento,  rolos,  piso 
teados  por  una  especie  de  ronda  infernal, 
compuesta  de  todo  lo  que  habia  de  más 
impuro  en  aquella  reunion  de  hombres  y 
intigeres  niiserabhs  y  andrajosas,  sinies- 
tras, que  habiéndose  tomado  las  mano?, 
daban  vueltas  lanzando  iiorrib!es  ahu- 
llidos. 

¡  Estraño  y  triste  contraste  1  Al  ruido 
espantoso  de  aquella  horrible  escena  de 
tumulto  y  devastación,  otra  escena  de  tran- 
quilidad imponente  y  lúgubre  pasaba  ch 
la  habitación  del  padre  del  mariscal  Si- 
mon ,  la  que  guardaban  algunos  hom- 
bres. 

El  anciano  artesano  estaba  tendido  en 
ía  cama  con  la  cabeza  cubierta  de  una  ven- 
da que  dejaba  ver  sus  cabellos  canos  en- 
sangrentados; sus  facciones  estaban  lívi- 
das, su  respiración  oprimida,  sus  ojos  íijo>" 
casi  sin  mirada. 

El  mariscal  Simon,  de  pié  á  Id  cabece- 
ra de  la  cama,  inclinado  hacia  su  padre, 
espiaba  con  una  angustia  desesperada  el 
menor  signo  de  conocimiento  del  mori- 
bundo... cuyo  pulso  desfallecido  estaba 
examinando  un  módico. 

Rosa  y  Blanca,  traídas  por  Dagobcrto, 
estaban  rirrodilladas  delante  de  la  cama, 
con  las  manos  juntas  y  ios  cjos  bañados 
en  lágrimas  J  un  poco  mas  lejos  medioes- 
condido  en  la  sombra  de  la  habitación, 
porque  liabian  pasado  muchas  horas  y  la 
noche  se  aceicaba  ,  estaba  Dagoberto,  de 
pié  con  los  brazos  cruzadi^ssobrcel  pecho, 
y  las  facciones  dolorosamente  contraídas. 

Reinaba  en  esta  pieza  un  sijencio  pro- 
fundo, solemne,  interrumpido  de  vez  en 
cuando  por  los  sollozos  ahogados  de  Ro^a 
y  Blanca,  ó  por  las  fatigosas  aspiraciones 
del  padre  Simon. 

Los  ojos  del   mariscal  estaban  secos, 


sombríos  y  ardientes...  no  los  separaba  dé 
la  fisonomía  de  su  padre,  sino  para  pre- 
guntar al  médico  con  sus  miradas. 

Hay  fatalidades  estraordinarias..; 

Este  médico  era  Mr.  Baleinier. 

La  casa  de  locos  del  doctor  se  encon- 
traba bastante  inmediata  á  la  barrera  mas 
cercana  á  la  fábrica  ,  y  teniendo  fama  eri 
las  cercanías,  corrieron  desde  luego  á  sQ 
casa  en  busca  do  ausilios. 

De  reponte  el  doctor  Baleinier  hizo  un 
movi.iu'enlo;  el  mariscal  Simon,  que  nd 
apartaba  de  él  los  ojos,  esclamó: 

-^i  Esperanza  I... 

—A  los  menos ,  seíior  duque ,  el  puIsO 
se  reanima  un  poco... 

— Se  ha  salvado ,  dijo  el  mariscal. 

— No  tengáis  falsas  esperanzas,  señor 
duque,  contestó  con  gravedad  el  doctor; 
el  pulso  se  reínima...  es  efecto  del  violen- 
to tópico  que  he  hecho  aplicará  los  pies. .i 
pero  no  sé.  cual  será  la  consecuencia  de  es- 
ta crisis... 

—  I  Padre  mió!  ¡padre m¡oI¿meoís? es- 
clamó el  mariscal  al  ver  que  el  anciano 
hizo  un  lijero  movimiento  de  cabeza ,  y 
agitó  débilmente  sus  párpados. 

En  efecto,  poco'despues  abrió  los  ojos. .¿ 
esta  vez  brillaba  en  ellos  la  inteligencia. 

— *|  Padre  mió! ¿vives...  me  reco- 
noces? 

Esclamó  el  mariscal  lleno  de  alegría  y 
esperanza. 

— ¿Pedro...- estás  ahí?  dijo  el  anciano 
con  voz  débil.  Dame  la  mano...  dame. 

K  hizo  un  lijero  movimiento. 

— ^Aqui  está....  padre  mió...  esclamócl 
mariscal  estrechando  entre  las  suyas  la 
mano  del  anciano. 

En  seguida  cediendo  á  iin  movimiento 
de  alegría  involuntario,  se  arrojó  sobre  su 
padre  y  cubrió  sus  manos,  su  cara,  sus 
cabellos,  de  besos,  gritando: 

—  ¡Vive!...  ¡Dios  mío!....  ¡vive!... 
¡  está  salvado  !... 


»»«ÎIil. 


317 


fen  esle  momento  I<>s  gritos  do  la  lucha 
que  se  trababa  de  niiovo  ontro  los  vaga- 
mundos, los  Lofios  y  los  /ícroraf/orfí»,  lle- 
garon á  los  oidos  del  herido. 

— ¡  E>e  ruido!...  i  ese  fuido!  diJD:  se 
están,  pues ,  Caliendo... 

— (>i>o qu'í  se  ha  disminuido,  rón- 

^estó  el  mariscal   para  no   imjuietar  á  !fn 
padre. 

— Pedro....  dijo  el  anciano  con  vozdé- 
bi^  y  cortada,  no  puedo  durât....  mucho 
tiempo. 

— Padt-e  mió... 

— Hijo  mió...  [)éjaine  hablar...  con  tal 
que...  pu^da...  decirte  todo... 

• — Señor,  dijo  Haliinier  al  anciano  arte- 
sano con  compunción,  el  cielo  tal  vez  ha- 
rá un  milagro  en  favor  vuestro:  mostraos 
agradecido...  y  que  un  sacerdote... 

— ¿Un  sacerdote?  Gracias.....  caballe- 
ro... tengo  á  mi  hijo...  contestó  el  ancia- 
no :  entre  sus  brazos...  exhalar*^...  esta  al- 
ma que  lia  sidosiempre  honrada  y  recta... 

— ¡Morir...  tú t... esclamó  el  mariscal, 
j  ohl  no...  no. 

— Pedro...  dijo  el  anciano  con  una  voz 
t]ue  sostenida  al  principio  se  debilitó  poco 

á  poco,  me  has  pedido consejo  ahora 

poco...  sobre  una  cosa  rhüy...  grave...  me 
parece....  que....  el  deseo...  de  ilustrarle 
acerca  de  tu  deber.....  me  ha  vuelto  {>or 
tin  momento...  á  la  vida...  porque...  mo 
riria  con  gran  desconsuelo...  si...  supiese 
t]ue  estabas...  en  un  camino... indigno  de 
tí....  y  de  mí....  Escúchame  pues....  hijo 
mío... mi  leal  hijo... en  este  momento  su 
premo...  un  padre...  no  se  engaña...  tie- 
nes un  gran  deber  que  llenar;  bajo  pe- 
na... de  no  obrar  como  hombre  de  honor, 
bajo  pena....  de  desconocer....  mi  úJUnja 
voluntad...  debes...  sin  vacilar... 

La  voz  del  anciano  se  habia  ido  debili- 
tando irada  vez  mas...  cuando  pronunció 
sus  últimas  palabras,  llegó  á  ser  absoluta- 
mente ininteligible. 


Las  solas  palabras  que  el  mariscal  Si- 
mon pudo  distinguir  fueron  estas: 

Napoleón  ¡¡...juramento...  deshonor... 
n\  i  h  ijo  ! 

Después  el  anciano  artesano  agitó  aun 

maqiiinalmente  los  labios y  esto  íúé 

todo... 

lío  el  moníento  en  (jiie  espiraba,  la  no- 
che liahia  entrado  enteramente,  y  estos 
gritos  terribles  resonaron  de  pronto  pof 
fuera  : 

—  ¡  Fuego  !...  ¡  fuego  I... 

El  incendio  estallaba  en  medio  de  uno 
de  los  talleres  lleno  de  objetos  combusti- 
bles, y  en  el  que  se  habia  deslizado  el  hom- 
bre con  cara  de  buron. 

— Al  miimo  tiempo  se  oía  á  lo  lejos  el 
redoble  de  los  tambores  que  anunciaba  la 
llegada  de  Un  destacamento  de  tropa  pro- 
cedente de  lá  barrera 


Hace  una  hora  ,  y  á  pesar  de  todos  los 
esfuerzos,  d  fuego  devora  la  fábrica. 

La  noche  está  clara  ,  fría  y  estrellada  : 
elvíento  norte  es  fuerte;  sopla  y  gime. 

Un  hombre  andando  á  través  do  loscam- 
fios  y  al  abrigo  de  una  hondonada  bastan- 
te baja  que  le  oculta  iel  incendio,  se  acer- 
ca á  pasos  lentos  y  desiguales. 

Este  hombre  es  Mr.  Hardy. 

Ha  querido  volver  á  su  casa  á  pié  por 
el  campo,  esperando  que  el  ejercicio  dis- 
mitiuiria  la  fiebre.. .la  fiebre  glacidl  comd 
el  temblor  de  un  moribundo. 

No  le  hablan  engaña(l<>;  aquella  queri- 
da adorada,  aquella  noble  muger,  cerca 
de  la  cual  habría  podido  hallar  un  refu- 
gio, despues  de  la  espantosa  decepción  que 
habia  sufrido.. .  aquella  muger  habia  aban- 
donado la  Frencia. 

No  puede  dudarlo  :  Margarita  se  ha  em- 
barcado para  América;  su  madre  ha  exi- 
gido de  ella  por  espiacion  de  su  falta,  que 
no  escribiría  ni  una  palabra  de  despedida 
á  un  hombre  por  quien  había  sjcnficadc' 
•O* 


3f8 


kLBXm, 


5US  deberes  de  esposa    Margarita  ha  obe- 
decido... 

Ella  le  habia  dicho  ademas,  bastante  á 
mt'nirlo:  «entre  vos  y  mi  madre  no  va- 
«i)aria...]> 

El'a  no  ha  vacilado. ..  no  hay,  pues,  y» 
cíperanza,  ninyuna  esperanza  ;  3un<]ue  e) 
0<'><^ano  nn  lo  separa-e  de  Margarita,  í 
sabe  i|Ue  está  basta:nte  cieg.imenfe  some- 
tida á  su  madre,  para  estar  setiurn  qn» 
igualmente  todo  !>e  acabaría...  para  siem- 
pre. 

Está  bien...  ya  no  cuenta  con  este  co 
razón...  e»te  corazón...  su  último  asilo. 

H»''  aquí,  pues,  las  do>  raices  mas  ani 
madas  de  su  vida,  arrancadas,  rotas  con 
un  mismo  golpe,  el  mismo  d)a.  casi  á  la  vc ?.. 

¿Qii^  te  queda,  pues,  pobre  Sensitiva, 
como  te  llamaba  tu  tierna  madre? 

¿Qué  te  queda  para  consolarte  de  este 
Ultimo  amor  perdido...  de  esa  amistad  que 
la  infamia  ha  muerto  en  tu  corazón? 

]  Oh  I  te  queda  ese  rincón  del  mundo 
creado  á  tu  imagen,  esa  pequt-ña  colonia 
tao  parifica,  tan  llorecíeitte ,  donde  gra 
cías  á  tí,  el  trabajo  trae  consigo  su  alngría 
y  su  recompensa;  esos  dignas  artesanos  á 
quienes  lias  hecho  tan  felices,  tan  buenos, 
tan  agradecidos...  no  te  faltarán...  ellos... 
Este  es  también  uu  afvcto  santo  y  gran- 
de  que  sea  pues  tu  refugio  en  me  li  • 

de  *-i\i  espantosa  conmoción  de  tus  mas 
sagradas  creencias... 

L4  traotjuilidad  de  «quel  dulee  y  ri»u«- 


Ù0  retiro,  el  aspecto  de  felicidad  sin  igual 
(jue  gozan  en  él  tus  cinturas,  reparará  tu 
pobre  alma  tan  dolorida,  que  solo  vive 
¡lara  el  sufrimiento.  ¡Vamos!... ya  protr- 
to  estarás  en  la  cioia  de  la  co  ina  ,  desde 
■londe  puedes  percibir  á  lo  lej<)s  la  llaïui- 
ra,  ese  paraíso  de  los  Irnb^jores,  cuyo 
iJins  aderado  y  bend»cido  eres. 

&Ir.  Hardy  habia  llegado  a  la  cima  d« 
l.i  colina, 

Knesle  momen'o  el  incendio  contenido 
'Jurante  algún  tiempo,  estallaba  ron  nue- 
va furia  en  la  casa  comuna  que  habia  al- 
canzado. 

Un  vivo  resplandor ,  al  principio  blan* 
quecino,  después  rojizo...  y  luego  color  de 
eobre ,  iluminaba  á  lo  lejos  el  liori^Z(>nte. 

Mr.  Hardy  miraba  esto...  con  una  es- 
pene  de  estupor  inrrédulo;  casi  putonle- 
eido.  De  leptMile  una  .umiensa  llamarada 
rtrilló  en  medio  de  un  torbellino  de  Iiuíiío. 
acompaùâda  de  una  nulte  de  chispas,  y  w 
elevó  hacia  el  cielo  arrojando  por  lodo  el 
campo  y  hasta  á  los  pies  de  Mr.  Hardy 
sus  ardientes  reílt'Jos... 

La  violencia  del  viento  norte  haciendo 
hrillar  y  ocultando  las  liatnas  qne  hacia 
•  udular  el  aire;  trajo  bien  pronto  á  Itjs 
oídos  de  Mr.  H-irdy  los  sonidos  repetidos 
ie  la  campana  de  alarma  de  su  fabrica 
incendiada... 

PIN  DU  LA  SBOpyOA  PAatS. 


INDICE 


EN  EL   PRESENTE    TOMO. 


T>AG. 

PARTR   PIUMI'UA. 
LA  rrina  bacanal. 

"Las  máscaras 1 

Los  c>>iitia>les 7 

Kl  aliiiiiiTzo !•{ 

La  des|)e(lida 20 

Tlifrina 25 

La  madre  Sania  Perpetua 31 

LA  OBRA  DE  SANTA  MARIA. 

La  traición 38 

La  (îibdsa  y  Mlle,  de  Cardovilîe.  .   .  i'i 

Los  enciieotrus 50 

Las  citas 57 

Descubrimientos G2 

El  código  penal G7 

Escalaila  y  fracción 74 

La  vi>|)era  de  un  ^rat.  dia 8i 

£1  Kstran}¿iilador 85 

Los  dus  nermanus  de  la  buena  obra.  88 

EL  13  DB  FEBRERO. 

La  casa  de  la  calle  de  San  Francisco.  90 

Debe  y  haber 100 

El  heredero iOG 

Ruptura 112 

Enmienda 113 

El  galon  rojo 119 

El  testamento 123 

La  última  campanada  de  las  doce  del 

día 127 

Un  buen  genio 139 

Los  primeros  son  los  óttimos  y  los 


úllimos  son  los  primeros US 

EL    PROTECTOR. 

Kl  desoonoi  ido 154 

Kl  tabuco .   .   .  lf)l 

Ütia  visita  inesperada,  .  , 1(><i 

Un  ser>  icio  arir¡slt)SO 170 

Los  ('on>í'j  >s 175 

Kl  acusador 180 

Kl  secretario  del  padre  d'Aigrigtiy.  IS(i 

La  simpatía 192 

PAUTK  SECUNDA, 

EL    PRüTECTOR. 

Las  sospechas 199 

Las  disculpas 204 

Ktvelaciones 210 

»'edro  Simon 215 

Kl  indio  en   Paris 221 

Las  dudas 232 

Li  carta 238 

Adriana  y  Djalnia., 2i3 

l^us  consejos 2i9 

Kl  diario  de  la  (jibosa 256 

Kl  descubrimiento 267 

La  cita  de  ios  Lobos 272 

LA   rÁBRICA. 

La  casa  común 280 

El  secreto 289 

Revelaciones 298 

El  ataque 304 

Los  Lobos  y  lo»  Oevoridores.  .  .  .  309 

L«  vuelta 313 


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