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ALBUM
o-.lffl!-o
E JiAi© 1
TOllO §íe:gu!vdo«
Barcelona: 1845.
mPRENTA DE D. JOSÉ DEVESA Y PUJADAS
CALLE DE SERRA NÚMERO 6-
Digitized by the Internet Archive
in 2010 witin funding from
University of Ottawa
http://www.archive.org/details/eljudioerrante02suee
àLBlM.
l'A(i. 1.»
-'-' r-TTw.T'nînr!
PARTE PRIMEBA.
íkñ miKNiâ mà^ÊmËJL,
-==»*»-^CI€-»
I.
LAS MASCARAS.
La mañana siízuietite del dia en que el
coMii-;arii) de policía condujo á la niiigor
de D;it;"berto ante el juez de primera ins-
tancia , tenia lugar una escena ruidosa y
animada en la plaza del Chatelel, en fren-
te de una casa cuyos cuartos bajos y pri-
mer piso ocupaaba entonces un bodegón
con la muestra del Becerro mamón.
Era el amanecer del martes de Car-
naval.
Un gran número de máscaras grotescas
y pobremente ataviadas, saiian de los
bailes de tíiberna situados en el cuartel
del Hotel de Ville, y atravesaban cantan-
do la plaza del (^liatelet; pero al ver que
corrin por ia paite del rio otra turba de
gentes disfrazjdas, se detuvieron las pri-
•neras máscaras para esperar á las nue-
vas dando gritos de alegría, con la espe-
ranza de empeñar una ludia de palabras
licenciosas, ó una de esas pantomioias
picarescas (|ue han ilustrado á Vade.
Esta multiuiJ, masó menos avinada,
se aun)entó muy pronto por las muchas
personas cuyo estado las obligaba á circu-
lar por París tan de mañana, y se concen-
tró de repente en uno de los ángulos de
la plaza, de modo que uoa joven pálida y
contraiieclia que la atravesaba en aquel
momento, se hallóenvuella por todas par-
tes.
Ksf.i ji'ivon era 1.1 Gibosa, que levantada
con el dia ¡l)a á buscar obra á la casa de
la persona (|ue la empicaba. Concíbanse
los temores de la pobre muchacíia cuando
al verse involuntariamente entre a(|uella
turba alegre, recordó la cruel escena de
la víspera. A pesar de todos sus esfuerzos,
por desgracia harto débiles , no pudo dar
un paso, porque el nuevo grupo de más-
caras que llegaba entonces , se dirigió á las
primeras, separóse una parte de estas,
refluyeron otras liácía adelante, y encon-
tré ndo.-e la Gibosa cnire estas últimas,
fué por decirlo asi , llevada por aquella
oleada de pueblo y arrojada entie loSgru-
()0S mas p'ióxinwts ál bodegón.
Las nuevas máscaras instaban miiclio
mejor vestidas que las otras, pertenecien-
do á esa clase alegre y turbulenta quo
concurre liabituaimente á Ja Chaumière ,
al Prado, al Coliseo y á otras reuniones
(le baileniiisii menos regulares, compues-
tas generalmente de estudiantes, señoritas
•le tienila, empleados de comercio, costu-
reras etc.
AI misino tiempo que este grupo con-
testaba Á las chanzas de las otras niasca-
1
ALBUBI.
ras, parecía esperar con impaciencia la
llegada de alguna persona sumamente de-
seada.
Las siguientes palabras caml)iadas entre
pastores y pastoras, marineros y maiioias,
turcos y sultanas, ú otras parejas diferen-
tes, podrán dar una idea de la importan-
cia de los per^onajes deseados con tanto
ardor.
— El almuerzo está encargado para las
siete de la mañana , de modo que ya de-
berían liaber llegado sus coches.
— Si.... pero habrá querido la R ina
Bacanal; dirigir la última galop del Prado.
— Si yo hubiera sabido eso.... me ha-
bría quedado para ver á mí reina ado-
rada.
— Gobinet, si volvéis á llamarla vuestra
reina adorada os araño; entretanto os pin-
cho!...
— ¡Acabarás, Celeste I tu me haces
cardenales en el cutis bastante negro ya
con que mamá me adornó al nacer.
— ¿Por qué llamáis á esa Bacanal vues-
tra reina adorada? ¿y yo que soy para
vos?...
— Tú eres mi adorada, pero no m¡ rei-
na.... porque asi como no hay riías que
i^na luna en las noches de la natura, asi
también solo existe una Bacanal en las
noches del Prado.
— ¡ Oh ! ¡ vaya una exageración I
— 4 Dice bien Gobinet I ¡esta noche ha
estado magnifica la reina I
— Seguramente.
— Nunca la lie visto mas alegre.
— ¡Y que traje tan brillante!
— ¡ Maravilloso I
— ¡Fulminante I
— No hay otra para inventarlos seme-
jantes.
— ;Y que modo de bailar !
— ¡Olí, si!... ¡que ligereza y quegra-
cias tan estraordinarias! No hay una ba-
yadera igual bajo la capa del cielo.
— Gobinet, devolvcdme mi c!:al en se-
guida... bastante me lo habéis estropeado
ya roibuidolo á vuestragniesacinluia ;rio
quiero echar á perder mis prendas por un
imbi^il q-ue llama bayadcras á las otras
mugercs.
— Vamos, Celeste, calma tu furor
ya ves que estoy disírazodo de turco y
que no es eslraño que hable de bajado-
ras.
— Tu Celeste es como las otras, está
vi'to, tiene celos de la rema Bacanal.
— ¡ Yocelos !... ¡ aii [ vaya... si yoqui-
siera ser tan desvergonzada como ella ,se
hablaria de mi lo mismo.... y sobre todt»
¿qué es lo que forma su fama? el tenor un
apodo.
— En cuanto á eso nada tienes que en-
vidiarla... puesto que le llaman Celeste...
— Vos sabes bien, Gobinet, quetv.le»-
tees mí nonibre...
— Sí, pero al verte, cualquiera dirá (¡ue
es un apodo.
— Gobinet, yo liaré que os acordéis de
esas palabras...
— Ayudada de Osear.... ¿no es ver-
dad?
—Si por cierto, y veréis el resultado...
despediré al uno,... y me quedaré con el
otro.... y ese otro no seréis vos.
— Celeste, siento que no me compren-
dáis... he querido deciros que vuestro
nombro angelical está tan en armonía con
vuestra encantadora carita mucho mas
linda que la de la reina Bacanal.
— Eso es, miniadme ahora, infame.
— Te juro por la cabeza aborrecida del
dueño de mi casa, que sí tú qu¡s>ieras ten-
drías tar.ta gracia como la reina Bacanal,
lo que no es poco decir...
— Kl hecho es que la Bacanal tiene....
y mucha.
— Para fascinar ñ los municipales.
— Y para magnetizar á los agentes de
policía.
ALUIM.
*— Por rna'í qiu* iniii'ran incomoilarsi'...
■sioiiipre conclu) (' par li;uerlos rcir
— V (udos la llaman: Itciiia mia.
— lisia iioclit' misma lia fiaaiiliulo
Á III) iniiiiii-ipal cuyo piid irseliubia uíoii-
dido miiMilras (|(il' la Hjoaiial «Jan/jba >ii
famoso paso de la Tuli¡)n hor rascuña
— ¡Oiit'oonlradaii/a! !! ^ ¡Jucrmcín Cuc
ros y la Uvina Itucauul con Uo!-a-Puiii¡Joii
y Aini-Muulin.'
— ¡Y todas cuatro agitándoNO en l.i>
Tulipas cada inslauU; mas ltoira>eosa>¡
— A prop.iAito, ¿í's VL-rdad lo ijuc .-o
íljco de Mini-Mouliii/
— ¿•\)iii' dicii»?
— ijiic es lili literato tjue escribe folíe-
los soliie la le'.iyioii.
— Sí, yo lo lie \i.lo á nienuJo en casa
de mi principal (j.íc es donde se proNce.
¡ Qué l'arsanle !
— ¿V liace el devoto?
— \a lo creo, cuanto es necesario; en-
tonces es Mr. L)u:iioulin en los oj.s li.i-
ji)S. el cuello iiiclmudo y los pies li.'.iia
adentro pero una m-z uetlia sii osU-n
tacion de mtIuoso, se evapora en los bai
k's del Can-can *pie iiJo.a:ra, y donde !a>
liiUgores le lian dado el soliKiiuiuOie de
Nini Moulin; unid á esto ijue lu Id- cuinn
<in pescado, y conoceréis iiu-j -r al liipo-
crita. Toilo lo dicho no !e impiíie ti es-
cribir en los periódicos religi..s.is ; a^i is
ijlie los santiii r<>ni's á ([uiines encaja us-
pticlu á su viitud, de ijiie él se liuria en
su interior, le invocan en xis jurameulos.
lis necesario ver sus artículos ó sus lolli-
los (solamente verlos... peio no letrlo>j.
á cada instante se iiat)la en elloo (l;l dia-
blü y sus cm-rnos . de las fritadas es-
pantosas ipie esperan á los impios y ú los
revolucionario? déla autoridad de lo-
obispos, di'l poder de! papa... ¡«pié sé v.i!
— Kl lie..li > es <|iii' es un lieod > v un
calavera deslicclu» ¡ U"é nvaiit-:¡cii,r
bailaba con la Rofiti í'oinpon en la Tu-
lipa borrascosa !
— ¡Y i|:h' hermosa caljoza fcnla con «ii
casco romano y sus tiota» ile campana !...
— Homla Pontp >H danza también de lo
lindo; ¡cuánta pooí.i en <us miidiin/a>I
— ¡Son id'-aliiiente rniir(iiinii¡i>>¡!
— Sí, pero la Hrini n.if.inaí está i seis
mil pié>. mas an iba i'ei Can-can ordina-
rio 1:0 |iiir(l I nlMil.ir un iiistatile su
paso de •■-•■la iMclie en la Tulipa borras-
cosa.
— ITiliia para í.dirir'a.
— V para venerai'a
— lis scj^iiro i|t¡e si yo í\ii'<o padre do
familia la conliaria la educación de mis
I i ¡jo-;.
— t^u^ motivo de ese paso fué el inco-
mndarse e! iniinicipal.
— Jil iieclio es (jue el paso era un prtco
descimipm sto.
— De-oom[)ueslo en eslremo, y asi es
(¡ue el municipal í-e le acercó y la «lijo:
« \ ( íir. (S, I c na mía , ¿tratas de
continuar ese [¡as.i?» — «No.piíilico fiiier-
reT'», respon lit» la Urina , lo ensayo sola-
mente una \07. cada noche, a (in de bai-
l.irlo liien on mi veji-z es un voto que
lie liedlo para (¡ue lleguéis á brigadier...»
— ¡O"*' P'cira inu'lwu-lia !
— Vo lio com[)]endocomo continúa sus
itlari-Mies coi l)uerme-en (lucros.
— ¿I'i>r<pié lia sido fdroro?
— ¡Qué ii'cedad !... ¿Nos está bien á
nosotros e>lud atiles ó m>)zos de almacén
el baccr los < rjuÜns is'?... nn, yo me ad-
miro de la li'le.id.id de la Kein )
— Locit'ilo es nue lun p.tsilj tres ó
cu.iiro meses.
— I'.>ri|ue ella e<. una loca > é! un tonto.
— Su convirsacii-n debe ser L:raciii->a.
— A veces me prei;<inlo yo de di'mde
diablos saca Duerme-en-Cucms el dinero
ipie {.Msta... I'dMce ipn» ha sido él quien
¡la [)ai:ado I.ts gastos de esta noche, tres
coches dea cuatro rabiüns, y el desayuno
le veinte p( js 'líjs á diez fiancos cí cu-
Incilo. '
4 ALBUBt.
— Dicen i]ue ha Iicredado...Nin¡ Mou-
lin, ([HO no (li'ja perder fu'St a ni fi este -
cilla, lia lifclio conocimiento con él esta
noclic sin contar que debe llevar mi-
ras poco honradas sóbrela Reina Bacanal.
— ¡Éü rs demasiado feo; laí» mugeres
desean tan solo bailar con él porque
liace rebentar de risa á los circunstantes.
La fío ila Pompon , (nie es tan linda , lo
ha tomad ) cnn Uddrigiwi poco temible en
ausencia di' mi esludi mti'.
— ¡Ah! ¡ l'is ciclifs ! ¡lié allí los co-
ches! ^ritó la multitud á una vez.
Forzad.! la (libisa á permanecer cerca
de a(|uellas máscaras, no perdió una pa-
labra de esta conver.-acion penosa para
ella, puesto que se trataba de su herma-
na , á la que ella no veia iiacia mucho
tiempo; tw porque la Reina Bacanal tu-
viera mal corazón, sino en rfzon de que
la horrible miseria de la Gibosa , miseria
que ella liabia sufrido, pero (|ue no había
tenidii \alur de .-opoi tai la mas tiempo,
causaba v. aíjiiella alegre muehaclia acce-
sos de amarya tri>teza , y no habia que-
rido esponerse nías á ella , habiendo tra-
tado en vano de liacer aceptar á su her-
mana socurnis (jiie e>la rt-liuxi sieuq)re
por sal)i'r (jue su origen no pudia ser bou
radii.
— ¡ !.i»s ciclu'.-. !... ¡los coches!
(íril(') lie lili vo 1,1 multitud, yendo hacia
adelüiile c>>ii tiil;i~iasmo, de modo (pie la
(íilio<a, >i(> iiucrcr, se liaüó en primera
fila entre las gentes ipie se apresurabaí)
¡lor \(r de-lilar íKjiicilas mái-caras.
Kn efeiMo, no dejaba de ser un espec-
tánilu riii idso.
(.11 h'iinbre á caballo disfrazado de pos-
tillon , con una cíiaíputa azul bordada de
plata, lina colcla muy larga yempohada.
y sombrero adornado culi cintas, [¡rece-
día ali primer coche chasqueando su látigo
y gritando.
— ¡Paso! ¡paso á la Reina Bacanal y
su COI le!
En un lando descubierto, tirado pot"
cuatro caballos éticos , montados por dos
postilíones viejos, vestidos de diablos, se
elevaba una verdadera pirámide de hom-
bres y mugeres, sentados, en pié y enca-
ramados unos sobre otros, todos con los
vestidos mas estravagantes y grotescos ,
los masescéntricos; presentaba un increí-
ble mosaico de coloriis brillantes, de flo-
res, cintas, oropeles y lentejuelas. Efe
a(]uel cúmulo de forujas y de raros ata-
víos salian rostros grotescos ó graciosos,
Teoso lindos. [)ero todos animados por
la febril escilacion de una loca embriaguez,
y vueltos todos con cierto aire de fanática
admiración hacia el segundo coche donde
iba la Reina Bacanal, como una soberana
en su trono, mientras (]ue la saludaba el
gentío con los repetidos gritos de :
— ¡Viva la Reina Bacanal!
Este S(gUiido coche, (¡ue también era
un buido desciibíerlo como el primero,
solo llevaba á los cuatro corifeos del fa-
moso paso de la Tulipa borrascosa, Nini
Moulin, Rosa Pompon , Duerme en Cue-
ros y la Reina fíaianal.
Dumoulin, el escritor relijioso queque-
lia disputar .Mme. de la Sainte Colombe
á la innueiuia de lus amigos de Mr. Ro-
din , su priiicipôl; Dumoulin, apeilida-
i|o Nini-Moiiliii , » 11 pié sobre el asieo"
to deUnler(», hubii^ra ofrecido un mag-
iiííico objeto de estudio á (>allot ó a (ja-
variií; (javariii el emiiUDte artista (¡ue
une al satírico numen y ul maravilloso
capricho del ilustre caricaturista, la gra-
cia , la poesía y la prufundidad de Ho-
gartti.
Nini Moulin, de edad de unos treinta
años, llevaba en la cabeza, muy echado
atrás, un casco romano forrado de papel
plateado con un enorme plumero negro
de llorón.
Bajo el casco se veia un rostro el mas
rubicundo y alegre que jamás purpuraron
ÀLBllM
los sutiles espíritus il?i vinogpnoroso. l'na
n»riz muy proiMiiiciada , pero cuya pri-
mitiva furnia S(> (lisitnulaba riioilt>s(ani«'n
te bajo una lasciva efi'rve>ceiicia «U- los
granos eucarnailos y do color de violi-la,
daha un aire e.Ntraùo á aijiiella cara olí
solutainenle imberbe , á la <|ue una boca
descomunal con los labios muy gruesos ,
daba una cspresion de jovialidad sorpren-
dente ípie brillaba en sus ojos pardos y
salidos.
Al ver á aquel hombre con viiiilre de
Síleno, lodos se preguntaban conio era
qtie no habia abogado cien veces en el
vino la liiel venenosa y la bilis (¡ue respi-
raban sus libelos contra los enemigos del
ullramoutanismo, y como podian sobre-
nadar sus creencias católicas en medio de
su bái|u.co desenfreno.
l'^la pregunta liabria panci.lo incori-
le>table á no rellccsionar t|ue los cóniiios
encargad 'S de los papeles utas negros, lo>
mas odiosos, son á menudo, no obstante,
los mejores hombres del mundo.
Kl frióse dejaba sentir bastante y Nirn'-
MouJin llevaba un cnrick entreabierto que
dejaba ver su coraza con escamas de pes-
cado, y los calzones color de carne hasla
las pantorrillas cub.ertas con botas dv
campana.
Kn pié como hemos dicho en el asiento
delantero, daba gritos salvages, entrecor
tados por estas palabras: viva l.i Heiiia
Bacanal; y en seguida hacia rectiinar una
enorme carraca queagitaba rápidamente.
Duerme -en -CaeroA en pié también al !ado
de Nini-Moulin, ondeaba una bandera de
seda blanca en que estaban escritas estas
palabras: Amor y placer á la lid na lia-
canal.
Duerme -en-Cueroi tenía unos veinte v
cinco años. Su rostro inttligciile y ali-^rr
con patillas rubias corrida>, estnba enlla-
quecido por el iusomio y los escesos , y
espresaba una mezcla singular de indul-
gencia, alreviníienlo y sarcqsmo, sin que,
ninguna baja pn^il'n.lll)l|ie^^,dej,»(lo qn iM
su fatal sello. Kra el tipo perfeiçlo ijej pat
risiense , en el sentido que seda (i Chta
palal'ra, ya sea en el •jf'Tcito, ya en las
pro\incias, ó bien en los bu(|nes de guer-
ra y mercante-;. Sin ser este un ciunpli-
mienlo, está lejo,s,po obstante de ser una
injuria; es \\\\ epíteto que á la vez lleva
en sí algo de reproche, adnnracion y te-ri
mor; porque si en e^lo acepción í*s á me-
nudo vi paiisiense i)ere/o-ü y ^xicq sumir
so, también es lisíbjicn el trabajo, resuelto
en el peligro ysiompro terriblemenlesar-
cástico y chistoso.
Duenve-en-Cueroi iba vestida, coUio
se dice vulgarnientc, en grande; cha(|i,<eta.
de terciopelo negro ¡cou botones dç |)U»ta,,
ciíaleco encarnado , pantalon con anrha>;
r.nas aziilis, chai <le carheniira por faja
CMi un gi;ic.(Ie jazo roJgando, y. sombrero
cnliierto de (lores y tintas, liste di>iraz.
sentaba perfectamente á sji e^lH'rio talle.
En el asiento trasero del ooche ib m en
pié /fosíi Pompon y la ¡(ciña Uíu-uuul.
Rosa Fompon, ex-cordonera de diezy
siete años, tenia la oarita mas linda y pi-
carilla que pueda vepse, é iba capiieho-
sammle vestid^ ron un trage de'liombf»-;
su peluca eutpolvada sobre la (¡ue llevaba
puesta (le lado una gorra île coi«>r de na--
raiija y verde con galon de plata, hacia
mas \ivo aun el bjrillo.de sus. (>ju> ncgfos
y el encarnado de susai nboladaa ^U'jli|a^;
llevaba al cuello una cui bala amaiilla co-
mo su dotante cinturon; >u 9Ju>lada cha-
queta asi como .su e^^recho oliaicco, >erde
claro , adornado con In-ncill^s de plata,
hacian aparecer tt^ilo el encanto de sude-
gada cintura, eiij allee.-ibiliiJail dt-liia pUï-
larse maravi lo^aul••nl(• á 'a> «vulucioi.ia.
lili pn^-» de la Tuliji/¡ lior^asioau. lin liii ,
su ancho pactTlon de !a ptopia le'a \ co-
lor que la chaqueta, eia suiicientemenle
indiscreto.
La Reina Bacanal se apoyaba con una
mano en el hombro de llosa Pompon á
la qiio llevaba en estatura toda la cabeza.
La hermana de la Gibosa presidia ver-
daderamente como soberana aquell.i loca
embriaguez que parecía inspirar su sola
presencia; tanto influía sn atractivo y sti
niidosa animación sobre cuantos la ro-
deaban.
Era la Reirá una joven alta como de
veinte anos, gallarda y bien formada, con
facciones regulares y de aire alegre y atnr
dido; como su hermana , tenia magnífico
cabello castalio y grandes ojos azules: pero
en vez de ser dulces y tímidos co;rio los
de la joven obrera, bridaban con un ardor
infatigable por el placer. Era tal la vive-
za de su organización, que á pesar de ha
ber pasado muchos dias con sus noches
en una continua fiesta , su color era tan
puro, sus mejillas tan sonrosadas y su
espalda tan fresca como si hubiera salido
la n'isma mañana de algún pacífico re-
tiro.
Su disfraz, aunque raro y de un ca-
rácter singularmente ccsotico, le sentaba
sin embargo á las n)il maravillas. Com-
poníase de una especie de corsé ajustado,
bajo de cintura y de una tela dorada guar-
necida con grandes lazos de cintas encar-
nadas que flutaban sobre sus brazos des-
nudos, y de una falda corta de terciopelo
rncarnado sembrada de lentejuelas de oro
(pie le llegaba hasta media pierna; é.-.la
rra á la vez fina y robus'a , calzada con
MK'dias blancas de seda y con borceguíes
i-ncarnados con talones de cobre.
Nunca se viú una boli-ra española con
la cintura tan graciosamente arqueada,
tan elástica, y por deciilo ai-i tan delica-
da como la de esta joven singular que pa-
recía poseída del demonio del baile y del
movin)ienlo, por(;ue casi á cada ins!;inlt.'
una pequeña contorsion de ca¡;eza acom-
pañada de una 1 jora ondulaciun de hom-
ALBUIt.
bros y caderas, parecía seguir la caííencíá
de íjnd orquesta invisilde, cuyo compa^
marcaba con la punta del pié derecho
puesto sobre el bordç de la portezuela deí
modo mas provotalivo, pues la Reina lía-
canal se sostenía en pié con altivez sobre
los aiinoadones dc-l coche.
Cenia su frente una especie de diadema
dorada, emblema de su tu b. liento reina-
do, adornada con ruid(S)S cascabeles;. si*
cabellos divididos en dos grandes Ir'eizis
caían sobre sus encarnada-; mejillas yend>
á unirse por debajo de las orejas detrás do
la cabeza ; su man;) izquit-rda se apoyab;»
en el hombro de la Rosita Pi>m[)on, y en
la derecha tenia un ramo de (lores «oi»
que saludaba á la mulülud riendo á car-
cajadas.
Difícil seria el pintar este cuadro lar>
estrepitoso, tan animado y loco, comple-
tado por un tercer coche ocupado vonv>
con una pirámide de u)áscaras grotesca*
y eslravagantes.
Entre aqiK'l alegre gentío solo una per-
sona contempbiba esla escena con una
profunda trisleía y era laCibosa qoe per-
manecía en la primera fila »le los e>pec-
tadores, á ptsar de sus esfuerzos para sa-
lir do entre la multitud.
Separada de su hermana hacía mucho
tiempo, la volvía á ver con toda la pompa
de su singular triunfo en medio de los
gritos de alegría y de los bravos de sus
compañeros de placer. Sin embargo los
ojos de la pobre obrera no pudieron me-
nos de arrasarse de lágrima*. Aun(¡iie la
Reina Bacanal parecía participar del atur-
dido buen humor de los (¡iie la rodeaban,
al ver su risueño sen^blante, y aunque
parecía gozar de todo el brillo de un lujo
pasa;:i'ro, su hermana la compadccif) sin-
ceramente... ella, pobre dosdií hada, vis-
lilla ci\si de andr.-'jns y í|ue se levantaba
al amanecer para irá buscar tratiajo para
el día y nuicha parle de la neclie.
ALnUH.
1.a Gibosa se Iiabia olvid.nlo del f^ciilíi»
rinihMnplajMlo á su lierM.iiiia , á la que
amalla licii-anicDlo... y taiilo utas cuanto
í|ue la cri*ia digna de láslima. Fij'>s l<>>
(>jos 011 aiiuolla alegro y lieriiinsa jiiveii,
su pálido y iliilie rostro is()rf>al)a uu:;
coin[)a>ion tici na y un inli-iós profundo }
doloroso
De repente la bril'atite y p aconfer.i
nurada ipie la llcina IJncarial pi-ealia so
hre el };tnlío , se eiiconliü en los cJon
Irisles y iiorosos de la (íütnsa
— ¡ llerinana ini.iü! eselniín'» (^•íi>ii.
'( Hi-nios dii-lio ya (pie e^te t ra el rioinlm-
de la latina n.M'.Miíil). ¡Hftuüuia nii;ií...
Y Ünera c-nio una liailaruia abandonii
de un siilto <u amliuante trono, por for
tiMia inun'ivfl enloMCt'S , y <e cnconln') en
frvMile de la (libosa á la tpie abrazó coi»
(TiiSioíi.
t'iix) todo esto con tal rapidrz que los
compaùeros de !a lU-ina n.icanal, estupo
f.ictos del alrevirnionlo de su sallo peíi
grosu , no sabían á quo aliíbuirlo; las
máscaras que rodealian á la (íibo<a, se
ii()arlaron sorprendidas, y la poliro mu-
cíiaclia onlre^a ! » enlcraniMile á !a di. lia
ili abrazar á su lionnana á qoien de\o'-
via sus caricias, no peini» en el siiii:iil,ir
contraste (pie doliia escilai- muy pionto
la sorpresa y la risa del '^cniío.
O''urr¡ole (>sla idoa á Cfli^a , y iino-
riendo corlar una liumillarixi á su h r-
niana , se volviíí bacia el Ci'clie y d'j . :
— Rosa Pompon, tírame mi capa
y vos, Nini-Moulin, abrid \'\\o la poi to-
zuda.
I'iCcilii») la Reina Racanal su capa con
la ipie cubrió á su hermana , y anie-i (pi>'
esta pudiora liacer ninjiun mo\ imiciilo.
lommdola d.* la mano lj dij.):
— Voi\ ven
— ¡Yo! e>;clainó laCiibosa con temor...
lú no piensas «pie
— Es indispensable que yo le hable
poilin'- un cuarto aparto y rslaicmos
>o|,is d.ito pri«a hermana iiiia
no te o¡).>iij;as... delanU- di' lanía 'j;i'iile...
ven
Kl lemor do llauíar nia-i la afoncion,
deciíbó á laCi.bosa, (pie aturdida ademas
por e.Nfa esciin, tri'inula y asustada, si-
guió casi UKiipiiiialmt lite á <^u hermana
ijiu' la lli \('ial coi-Iie cux.n porlo/uela aca-
baba de ahiir N:n:-.Miii'¡ii,
r.omo la ("í;pa di' I.t Uoina Bacanal cu-
bría v\ p due vestido y la impoiTiccion dt?
la riibosa, no linituon motivo de reir los
ospecl lílores, nduiirándose tan Milodeote
encueii'ro, tuií-níras ipn' llt;.'al)an los co-
cliis á la piarla del bodi -jon de la plaza
del Chalclet.
IÏ.
I.OS CO.NPKASTK.S.
Pocos miiiiilos d.spiiesde haber fncon-
tradü la (jibosa á la lU-ina Bacanal, e>l i-
ban ya n-unidas las dos hermanas en un
ciiarlito de la casa (h-l hosterero.
— Di'jame abrazarte otra vez, dijo Ce-
lina á la joven costurera; á lo menos alii^
ra estamos solas; ¿te se lia quitado el
mied >?
A\ movimiento (pie hizo la Reina Raca-
nal para e-trechai- en sus brazos á la (îi-
hosa, se le cayó la capa con (pie venia cu-
bierta.
Al ver su nii-eral'!i> ve>tido, que ape-
nas tuvo tieuipo de notar en la ulaza del
Chatelel, y en medio di- la mul'itud, Ce-
(i>a jiiiilí) lasiniMos y no pul. cnitener
111 a didorosa ('sclaruaci<jn de sr:pr.'>a. Kii
seguida, aceic.Í!ido-e á su heroiaii.i para
verla mejor, cogi.i sus íl icas y hiladas
mano<, y examinó durante algunos minu-
tos con una tristeza cada vez mayor, a(]ue-
lia criatura de-graciada, enferma, p.-íli la
V enili pnci la á fiieiza de privaciones y
de vii;i!ia>, y ipW opeiiis estaba cubierla
'•on UM in.i! ve-!i !o ní- ¡o y remend.idt».
— ¡ .Mi, hcrmrina mí(i I ¡es posible que
te vuelva a ver de ese modo!
8 ALBUlt,
Y sin pódor pronunciar una palabra
mas se arrojó á su cuello dísliecha en lá-
grimas, y añadió sollozando :
— jPerdónamel ¡perdónamel
— ¿Qué lioni's, mi buena Cefisa? dijo
fa jóvon costurera sumamente enterneci-
da y escurrién lióse dulcemente délos bra
20S de su hermana. ¿ Porque me pideî
perdón?
— ¿Poríjué? repujo Cefiss levantando
S'i cara ban.id.i en lágrimas y purpúrea de
ooiifiisioii , ¿íh) es veriToiizovo pnra iiiies-
íar vestida con estnsoropt-l.^- y f^aslar tan-
to dinero en li.curas cuando tu eslá>
vestida de e^te uiodo... fnltánd t' lodo;..
y murirridole tal vez de miseria y necesi-
dad? Yo no he visto jamás tu rostro tan
pálido ni tan agobiado...
— Tran'iuilizale, mi buena bermana...
yo estoy buena... como be velado un poco
esta noche, e-toy algo |)álida.... ptro....
te suplico que no llores... me desconsue-
las.
La reina líacanal acababa de llegar ra-
diosa en medio <le una multitud embria-
gad.!, y la (libosa era (juten la consolaba.,.
Un incidcMlc vino á realzar mas í:sle
contraste. Oyéronse repentinamente en la
.sala inmediata algunos gritos alegres, y
en sus oidos resonaron estas palabras pru-
iuin<:iadas con entusiasmo:
— ¡Viva la reina bacanal! ¡viva la rei-
na Hne mal!
La t'id»osa se sobre^alfi) y sus ojos se
llenaron de lágrijnas^al ver á su lierínana
que, con la cara en la> manos, temblaba
de ver"üenzn.
— (]eri>a , la dijo, ¡por Dios! ¡no te
aflijas de ese modo ! ; me harás arrepen-
tir de haberle encontrado, y esto ha sido
para \m lanía dicha ! ¡ llaee tanto tiempo
que I. o te veo!...... pero, }dime! (.tjue
tienes?
— Puede >er que me desprecies... y con
razón... respotidió la reina Bacanal enju-»
gándoüe las lágrimas.
— ¡Despreciarte! ¿yo? | Dios mío! ¿y
porqué?
— Porque llevo la vida que tu ves...en\
vez de tener el valor suficiente, como tú,
para soportar la miseria.
Ei dolor de Cefisa era tan agudo, que
la Gibosa siempre indulgente y bondadosa,
quiso antes de todo consolar y animará su
bermana diciéndole con ternura : :■ »■:•
— Soportándolo valerosamente durante
imano, como has hecho tú, mi buena Ce-
fisa, tienes mas mérito y valor de! queyo
tendría para sobn llevarlo toda mi vida.
—■i Ah ! hermana mia ! ¡ no digas eso f
— Veamos; francamente, repuso la Gibo-
sa, ¿á que tentaciones está espnesta una
criatura como yo? No busco yo natural-
mente el aislamiento y la soledad tanto
como tú la vida alegre y placentera? ¿Cuá-
les son mis necesidades? ¡pobre de mil
Poco me basta.
— Y ese poco, ¿puedes contar siempre'
con ello?
— No: pero hay privaciones que yo dé-
bil y enfermiza puedo soportar mejor que
tú... asi 'S que el hambre me causa una
especie de enternecimiento... que terminal
por una gran debilidad... Tú... robusta
y viva... el hambre te exaspera y le cati-
ra delirio. ¡ Ay ! ¿t(í acuerdas cuantas ve-
ces le he visto entregada á «stas crisis do-
lori'sa* cuando en nuestra triste boar-"
di la, y al cabo de algunos (lias sin traba*
jo, no podiauíos ganar lú aun cuatro fran-
cos por semana, no teniendo absoluta-'
mente nada q le coiner, porque nuestro
orgullo no nos permitía diiigitnosá los ve-
cinos?
— ¡A lo nícnos lú has conservado ese
orgullo!
— Y tú también ¿no has luchado acaso
tanto como puede luchar una criatura hu-
mana?... Pero las fuerzas tienen su tér»-
mino... y yo te conozco bien, mi buena
Cefisa ; si has cedido ha sido solo á fuerza
ÁLBlk
de hambre; si, a fuería de hambre y de
ta penosa obligación de un escesivo tra-
bajo, que ni aun te producía lo suticien-
te para las necesidades mas indispensa-
bles...
— Pero tú sufrias y sufres aun estas pri-
vaciones... Mira, dijn la Gibosa cojiendo
la mano de su hermana y llevándola ha-
cia un espejo colocado sobre un camapé...
Mírate... ¿crees (jilc Dios concediéndote
tanta hermosura, dándote tanta viveza y
ardor, un carácter tan alegre, inquieto y
comunicativo, deseoso de placeres, ha
querido que pasases tu juventud en el fon-
do de íina boardilla helada, sin ver jamás
el sol, clavada eo tu silla, vestida de an-
drajos y trabajando sin cesar y sin espe-
ranza? No: porcjue Dios, ademas de la
necesidad de beber y de comer nos lia iJa-
do otras muchas. Aun en nuestra humil-
de condición , ¿la belleza no necesita de
algunos adornos, la juventud de movi-
tniehto, de placer y de alegría? ¿Todas
las edades no tienen necesidad dedistrac-
t:iones y de reposo? Tú habrías ganado un
salario suficiente para remediar el ham-
bre, para tener cada semana uno ó dos
días de diversion, despues de un trabajo
diario de doce ó quince horas, y para pro-
curarte el modesto y fresco vestido que
reclama imperiosamente tu bonita cara,
y estoy segura que no habrás deseado
mas; cíeii veces me lo has repelido: lue-
go, has cedido á una fuerza irresistible,
porque tus necesidades son mayores que
la» mías.
— ¡ Es verdad! respondió la reina Ba-
canal con aire pensativo: si yo hubiera
podido ganar á lo menos Jos francos dia-
rios, mí vida habiera sido diferente
• porque, ya ves , htrmana mía, al prin-
cipio me veía cruelmente hunjíljada do
vivir á espensas de los demás.
— Por e>a razón , le has dejado arras-
trar iuYenciblemenie, mi buena Cefi-ra :
d
sin esta circunstancia le condenaría en vez
de compadecerte. Tií no haí escojido tu
distino, sino (|iie te has sometido ú tM co-
mo yo al mío.
— ; I'obre hermana mia! «lijo ('efisa
abracando tiernamente á la (libosa: tú
(jue eres tan desgraciada me animas y me
consuelas en vez do que seria yo quien de-
bería compadecerle.
— Tranquilízale, dijo lá' Gibosa : Dios
es justo y bueno y no me ha negado al-
gunas ventajas: también me ha "dado al-
gunos placeres» como á tí los tuyos.
— ¿Tu placeres?
— Sí, y grandes: sin ellos la vida hu-
biera sido para mi muy pesada y no hu-
biera tenido valor para soportarla.
— Ya te entiendo, dijo Cefisa con emo-
ción ; lú encuentras todavía medio de sa-
crificarte por los demás, y esto endulza
tus pe ñas.
-^ V lo fnenos hago lo posible para ello,
aunfjue puedo bien poco; pero también
cuando lo logro, ailadiú la Gibosa sonrión-
dose dulcemente, me creo tm feliz como
una hormiguita que al cabo de sumo tra-
bajo lleva una paja a! nido común; pero
no hablemos mas de mi.-
— Al contrario, hablemos mas,aun(]Ue
te enfades, repuso tímidamente la rtina
Bacanal: voy á hacerte una proposición
ijue has desee! ado otras veces... Santia-
go (1) tiene aun «linero< según creo; \o
gastaremos en locuras, dando ar|ui y alli
á los necesitados cuando se presente la
ocasión. Te suplico «plc me permitas ayu-
darle.... y por mas que q»iieras ocultarlo
Veo por tu pobre rostro que le aniquilasá
fuerza de trabajo.
— Gracias, mi querida Cefisa; ya conoz-
!•
(1) Recordaremos al lector que ZÍuermc
en C'ucrosS'.' nainal)a?Jon.isü Uorinepont,
y era uno de lo^ desctodieutéi» de la her-
íhatia del Judio Krranit: * '
10 ALBUM.
co tu buen corazón; yo no necesito rada.
Lo poco que gano me basta.
— ¿Lo rehusas? dijo tristoinenfo la rei-
na Bacanal, ¿porque sabes que ri derecho
que tengo á este dinero no es honroso?
Enhorabuena, comprendo tus escrúpu-
los.... Pero á lo menos acepta un servicio
de Santiago.... ha sido también jornalero
como nosotras.... Entre camaradas. .. es
natural ayudarse.... acéptalo, telo supli-
co, ó de lo contrario creeré que me des-
precias.
— Y yo creeré que por fu parte tam-
bién me desprecias si insistes mas, mi
buena Cefisa, dijo la Gibosa con un tono
tan decidido y tan dulce al mismo lieuipo
que la reina Bacanal conjciú que seria
inútil cualesquiera esfuerzo.
Bajó Iristemcnte la cabeza y asomó una
lágrima á su ojos.
— Siento que mi negativa te aílija, d.jo
la Gibosa cogiendo la ujano de su herma-
na.... pero reflexiona y me comprende-
rás.
— Tienes razón, repuso esta última con
tristeza al cabo de un corto silencio.... tu
no debes aceptar socorros de mi aiiiante...
proponértelo es ya un ultraje,... Hay
proposiciones tan humillantes (|ue empa-
nan hasta el bien que se quisiera ha-
cer.
— Cefisa, ya sabes que no es mi ánimo
orenderle.
— ¡Vaya! créeme, repuso ésta, tan
aturdida y tan alegre como soy , algunas
voces tengo momentos en ipie reflexio-
no.... atu» en medio de mis mus locas
iiicgrias... felizmente estos momentos son
raros.
— ¿Y que es lo qiie te ocurre?
— Pienso que la vida que llevo no es
honrada . y entonces me viene la idea de
pedir á Santiago un poco de dinero, lo
suficiente para asegurar mi subsistencia
urante un año, y hago ánituo de ir i
reunirme contigo y volver pogo á poco flí
trabajo.
— j Y bien I ¿poríjué no has seguido ub
impulso tan bueno?
— Porque en el momento de ejecutar
este proyecto me consulto con sinc(TÍd.)d
y entonces me falla el valor; conozco que
jamás podré acostumbrarme otra vez al
trabajo y renunciar á esta vida en unas
ocasiones opulenta como hoy, en otras
precaria.... pero á lo menos libro, ociosa,
a'egre, indolente y mil veces preferible a
la que llevarla ganando cuatro francos por
semana. Ademas, sabes que el interés no
ha sido jamás para mi un móvil; muchas
veces me ha sucedido no querer di jar á
un amatite que no tenia mucho por otro
que fuese rico y á quien yo no (jueria ;
nunca he pedido para mi. Santiago habrá
gastado tal vez diez tnil francos en m n is
de tres ó cuatro meses, y solo tenemos
dos malos cuartos, apenas stjficientemenle
amueblados, porque vivimossiempre fue-
ra ¡como los pájaros; felizmente cuando
empecé á (¡uererle no tenia nada, y vendí
por cien francos algimas alhajas que me
hablan dado y puse este dinero á la lote-
ría : como los locos tienen siempre suerte,
gané cuatro mil trancos. (Santiago estaba
lan alegre y tan loco como yo, y nos diji-
mos : nos queremos bien y mientras dure
el dinero saldremos adelante; cuando se
acabe nos sucederá una de descosas, ó ya
nos habrcnms cansado uno de otro, y en
ese caso nos despediremos, ó bien segui-
remos amándonos; para seguir jimios
trataremos de ponernos á trabajar otra
Vez, y sino podemos y deseamos seguir
viviendo jimtos.... con tma medida de
caí bon ([uedará lodo concluido.
— ¡ Dios mió! esclainó la Gibosa inmu-
tándose. ,
— Tranijuilízale,..., todavía no estamos
en ese caso..... Me acuerdo (jue todavía
uie (]uc(iaba alguna cosa, cuando un ajen-
ALIVM
t« (lu negocios que me Iiabia hoclio la
cortç, pero cuya fea'djd me impedia ver
su riqueza , sabiendo que yo vivia con
Santiago me propuso.... Pero ¿á qué
viene fastidiarle con estos detalles? Endos
palabras, prestaron á Santiago algún di-
nero sobre algunos derechos dudosos que
tenia según se dice á una herencia y
con este dinero nos estamos di virtiendo...
mientras dure ¡ viva la Pepa !
— Pero , mi buena Cefisa , en vei de
gastar locamente este dinero ¿por qué no
lo impones y no te rasas con Santiago ,
puesto que le amas?
— jOhl primt-'ramente, respondió la
reina Bacanal riéndose, imponer el dine-
ro no da goces, y toda la diversion se re-
duce á mirar un pedazo de papel que te
dan en cambio de las preciosas monedas
de oro con las cuales puede uno procurar-
se mil placeres
Kn cuanto á casarme ciertamente, amo
é Santiago como no he aniaJo á nadie, y
me parece que si tne casase se desvane-
cería toda mi dicha , porque en íín, como
amante nada de lo pasado puede echarme
en cara, pero como marido, tarde ó tem-
prano me cansarla de esto, y si mi con-
ducta mereciese reconvenciones, mas(|uie
ro hacérmelas yo misma ; á lo menos me
las haria de cierto modo.
— ¡ l^nliorabuena, loca! poro ese dine-
ro no puede durar mucho ¿y después qué
harás?
— ¡Después! ¡vaya, vay.i! eso es ha-
blar de la luna; el dia de mañana me pa-
rece siempre que no ha de llegar hasta
cien años; y si fuera menester aiordarse
siempre que uno tiene de morir no val-
dría la pena de vivir.
La conversación de ¡as dos hermanas
fué de nuevo interrumpida por un ruido
espantoso que cubría el agudo y pene-
trante do la carraca de Nini-Moulin; á
este tu nuil > sucedi<) un coro de gritos ¡n.
ff
humanos entro el cual so oyeron estas pa-
labras (jue hicieron temblar las vidrieras.
— ¡La Reina Pa anal , la Reina Ba-
canal I
La (iiboss se eslrem(TÍ<).
— Mi corte sigue iutpaci» nláudose , le
dijo Cefia riéndose esta vej,
— ¡Dios mió! esciamó laíübosa espan-
tada ¿si vendrán á buscarle aquí ?|
— No , Iranquilizatc.
— Sí, ¿no oyes pasos? andan rn el cor-
redor... y se acercan... ¡Olí I ¡por Dios,
hermana inia, procura que pueda irme
Sola y sin que nadie me vea!
En este uïomento en (|ue se abria la
puerta , Cefisa echó á correr á ella y vio
en el corredor una diputación á cuya ca-
beza venian Nini -Moulin unnado de su for-
midable carraca, Rosa Pompon y Duerine-
en-Cueros.
— ¡Si no viene la Reina Bacanal me
enveneno con un vaso de agua! gritó Nini-
Moulin.
— ¡O la Reina Bacanal, ó hago mis amo-
nestaciones en el correi^imieiilo de Nini-
Moulin ! esclamó la pe(|ueña Rosa Pom-
pon con aire determinado.
— ¡La Reina Bacanal, ó su corle se in-
surreicona y viene á llevársela! dijo otra
voz.
— ¡Sí, si, llevársela! repitió un coro
lormidable.
— Santiago, entra solo... dijo la Reina
Bacanal á pesar de tan estrechos precep-
tos; en seguida dírig¡éndo>eásuC'.^rtc con
aire magestuoso, dijo:
— Dentro d" diez minutos estaré con
Vosotros y entonces — ¡infernal tempestad!
— ¡Viva la Reina Bacanal! grito Du-
moulin agitando su carraca y seguido de
la diputación , nuentras (]ue Diierme-en-
t'uoros entraba solo en el cuarto.
— Santiago, esta es mi hermana, le dijo
Ce lisa.
— Muclii> guslo tengo en veros, seno
12
rila, repuso cordialinente Santiago, por-
que vaisádarnio iiulicias de mi carnerada
Agricol. Desde que hago el millonario no
nos vemos,.,., aunque siempre le quiero
como un bueno y valiente compailero ¿vi-
vis en su casa? ¿como está?
— Desgraciadamente le han sucedido
mil percdnces y también á su famiüa: está
preso.
— ¡Preso! esclamó Cefisa.
—-i Agrie] ! ¡pre>o! ¿y p'>r qué? pre-
guntó Duerme» ii-c\K'i os.
— Por un di'filo polílico quenada tiene
de grave. Se creia poderle poner en li-
bertad bajii fianza.
— Sin duda por 500 francos; yo sé
sigo de eso dijo Duerme-en-Cueros.
— Dc-graciadamente es imposible: la
persona con quien se contaba.....
La Reina Bcican;il interrumpió á la Gi
bosa diciendo á Duerme-ep -Cueros:
■ — Santiago, ya lo oyes Agricol
preso por 500 francos.
-T-¡l*ardiez ! y3 te entiendo y no tienes
necesidad de liacertne senas... l*obre mu-
cliaclio ¡manlieiie á su madre!
•^¡Ali ! sí, señor; y eslo es tanto mas
sensible nianlo que su padre acaba de lle-
gar de Rusia, y su madre
— ^Tornad, scùorila, dijo Duerme-en-
Oueros, ir.lerrimipiendo otra vez á laGi-
I)iísa y fVniílo'e un boNillo; tomad f todo
rstá pngad«> Vi» con e>l<>; a(jui liay 25 ó
30 napi'looiies: no puedo darles mejor des-
lino que (ífreciéiidi'los á un compañero
ncceAÍtado. Dádselos al |)adre de Agricol
para que dé los pasos necesarios, y ma-
ñana su hijo estará )a en la fragua
mas vale (¡ue sea él (|ue yo.
— S»ntiago,, abrázame al instante, dijo
la lU'ina Rrve.inaf^
^Al instanle , ahora y siempre, res-
pondió Santiago besando alegremente ala
Reina.
j.aífibosa dudó un momenta, pero re-^
ALBÜÜ.
flecsionando iba á sei* mal gastado joca'
mente y que por otro lado podía dar lá
vida y la esperanza á la familia de Agri-
col , y que devolviendo mas tarde estoá
500 francos á Santiago podrían serles úti-
les , la joven aceptó y con los ojos húme-
dos dijo al tomar el bolsillo :
— Señor Santiago, lo acepto; sois ge-
neroso y bueno : á lo menos el padre dé
Agricol podrá consolar hoy sus penas;
¡gracias! ¡oh I ¡gracias?
— No hay de que, señorita; cuandd
hay dinero es para los demás como para
uno mismo.
Los gritos se renovaron con mas furia
(jue afiles y la carraca de Nini-Moulin
sonó haciendo un estrépito hofrorosO.
— Gefisa , si no vienes van á hacer mil
pedazos lodo cuanto hay en aquel cuarloy
y ahora no tengo dinero para pagar; dijo'
Duerme-en-Cueros. Señorita, perdonad^
añadió riéndose, ya lo veis, una reina tie-
ne sus deberes.
Cefisa , enternecida , alargó los brazos
á la (]ibosa ia cual se arrojó, en. ellos def-
ramaiido dulces lágrimas. !,(• r.j,oi m t >j
— ^¿Y cuándo le veré? dijo á la Iier-
mana.
•=— Dentro de poco, aunque nada mC
cansa mas sentimiento (|ue verte eo una
miseria (¡ue no. permites coiisolpr.
— ¿Vendrás? ¿me das palabra?
— ^Yo os lo prometo en su nombre, re-»
puso Santiago: iremos á veros y á vues-
Iro vecino Agí icol.
— -Vamos, vuelve álu fiesta, Cefisa; di-
viértete lu que puedas, y debes hacerlo
por(|ue el señor Santiago acaba de hacer
dichosa á toda una faniilia.
Diciendo esèo , y despiies que Duerme-
en-Cueros se convenció que podía salir sin
S4T vista de sus alegres y alborotadores
compañeros , la Gibosa bajó furtivamente
y muy de prisa para llevar una buena no-
tieia á Dagoberío; pero dirijiéndose antes-
À \.\ \ SI
13
à la calle de Babilonia, al paluilon ocu-
pado antigiiamenle por Adriana de (^lar-
doville.
Luego siibremos el molivo de esta de
ternunacioii de la Gibosa.
En el momento en (jue la joven siilió
de la hostería vi(') á 1res hombres ve>tiil()s
de paisano y de buen porte que esl.iban
hablando bajo pareciendo consultarse mi
rando á la la'^a.
A pucu se presentó otro que habla ba-
jado de plisa la escalera de la hostería.
— ¿Y t|ué hay? Dijeron los 1res con an
Sia.
— Alli está.
— ¿ Estas seguro?
— ¿Acaso hay sobre la tierra dos Duer-
me en Cueros? respondió ol oiro: acabo
de verle, y está disfrazado: en la mesa
quedan >enlados por tres horas, á lo me-
nos.
— Fntonces, esperadn>e aquí... ucultans
lo posible... voy á buscar al ¡j¡i-íe de fila
y después temlremos el mochuelo en el
saco.
Y diciendo estas palabras uno de los
hombres desapareció , corriendo por una
calle (¡ue daba á la plaza.
Ene>te momento la Keina Bacanal en-
traba en la sala del banquete con Duerme
en Cueros, y fué >a!udada con frenéticas
aclamaciones.
• — Ahora, esclamó Cefisa con una espe-
tie de arrojo febril y como procurando
aturdirse... aujigos míos, ahora tempes-
tad, huracar.es, desencadenamiento, de-
>órdeíie< y otros terremotos... en seguida,
alargando su vaso á Nini Moulin, le dijo:
I Bebamos !
— ¡Viva la reina! gritaron todos á la
tez.
III.
KL ALMl EK'ZO.
La Ke na Bacanal presidia el almuerzo
llamado (/ií/)er/aí/()r,getÍ(To-o on vilo ofre-
cido p.>r Santiago á sus eompailiMiis de
¡(lacer. Kn fri nte le I» rehiaestaban Duer-
me cu Cucroi y U t^a l*om])on; y á su de-
riclia Nini Moulin. Todos estos jóvenes
parcial) haber olvidado la- f.itigas de un
baile que habieiiil<) empív.ido » las once
de la noche, terminó á las seis de la uia-
nana : estas parejas, tan alegres como ena-
moradas é incaOsables, reían , comian y
beliian ron un ardor juvenil; a-í es (jue
durante la primera parte dt-l almuerzo,
hnbloron poco y solu se o\ó el ruido de
los f)!.ilos y de lo$ vasos.
La fisonomía de la Reina Bacanal es-
taba menos alegre, pero mucho mas ani-
mada quede ordinario; sus coloradas me-
jillas y sus brillantes ojos anunciaban una
exaltación febril; á toda costa (jueria des-
vanecerse y se acordaba muchas veces de
la conversación cm» su hermana , procu-
rando desechar c>los tri-tes recuerdos.
Santiago miraba de cuando en cuando
á Celísa con ajjasionado ardor; porque,
gracias á la singU'ar conformidad de ca-
rácter, de espíritu y de gu-tos que existia
entre los dos, sus relaciones teiiian raices
mas profundas y mas sólidas que las (¡ue
ordinariamente existen en estos efímeros
amores fundados sobre el placer. Cefisa y
Santiago ignoraban todo el podcrdel amor
rodeado hasta entornes d»* placeres y de
fiestas, (|i¡e ningún -¡nie>tro acontecimien-
to habia turbado ha-ta entonces.
líosita Pompon, viuda desde pocos dias
antes de un esttid:ante. qtie CuU objeto de
terminar dignamente el carnaval, habia
vuelto á su provincia para sacar al^iiii di-
nero de SU familia co-'\ uno de aíiuellus fa-
bulosos prele-tos cuya tradición se con-
serva y se cu'tiva cuidadosamente en las
eMUe'as de dt-vt iho y medicina; Kosa
l^)^^p «n, «lecimos, por un ejemp'o de ra-
ra fidelidad, había e-cjulo por ccm^jaia'^
ro al inofen^ivo Nini Mouhn,
4
Il iLB(JJ8,
Este último desembarazado de su cas
00 , tenia descubierta una calva rodeada
de un filete de cabellos negros y crespu-
dos, bastante largos por la nuca. Por un
fenómeno báquico muy notable, á medida
que se iba emborrachando, se iba apode-
rando de su frente una especie de faja tan
purpúrea como su rostro, que invadía la
escesiva blancura de su cráneo.
Rosa Pompon sabia e) significado de es-
te síntoma y lo hizo notar á la sociedad,
esclamando ;í voces y riendo á carcajadas:
— ¡Nini Moulin, cuidado; la marea del
vino sube que es un prodigio !
— Cuando le cubra la cabeza... se aho-
gará... anadió la Reina Bacanal.
— ¡Oh, Reina! no me interrumpáis...
estoy meditando respondió Dumoulin
que empezaba á estar borracho y que te-
nía en la mano, á guisa de copa antigua,
un cuenco de ponche de vino , porque
despreciaba lascopas ordinarias á las cua-
les daba desdeñosamente el nombre de
gargantillas , en razón á su medianía.
— Kstá meditando.... repuso Rosa y
también Nini Moulin; atención.
— ¡ Medita! según eso está malo.
— ¿Qué es lo que medita? ¿Un paso
nuevo?
— Una postura anacreóntica y prohi-
bida.
— Sí, estoy meditando, repuso gravemen
le Dumoulin , estoy meditando sobre el
\ÍDO en general y en particular... el vino,
del cual el divino Kossuct (Dumoulin, tie-
ne el enorme inconveniente de citar á
Bossuet siempre que está borracho) que
era conocedor decia : fün el vino eyiá el va-
lor, la fuerza , la alegría ij la embriaguez
espiritual (entendámonos; cuando se tie-
ne talento), añadió Mini .Moulin en forma
de paréntesis.
— En esc caso, yo adoro á tu Bossuet,
dijo Rosa Pompon
lar, versa sobre si el vino de las bodas 3fr
Canaam eta Hnto ó blanco... unas vecos
pregiM)to el primero, otras al segimdo y
varias á entrambos.
— Eso es lo qtie se llama profundizar ía
cuestión, dijo la Reina Bacanal.
— Como lo dice V. M... y por mi par-
te he hecho, á fuerza de pesquisas y es-
periencia , un descubrimiento, á saber;
que si el vino de las bodas de Canaam era
tinto...
— No, era blanco... observó racionaí-
menle Rosa Pompon.
— ¿Ysi yo llegase á convenceros que no
era ni tinto ni blanco? pregimtó Dumou-
lin con aire magistral.
— Eso seria una prueba de que estais
borracho, amigo mió, respondió Duerme
en Cueros.
— El marido de la Reina tiene razón...
— Hé aijuí lo ({lie sucL'de cu;ii> lo u no está
sediento de ciencia; pero no importa, de
estudios en estudios y sobre esta cuestión
á la cual he consagrado mi vida , lograré
llegar al término demi respetable carraca,
dando á mi sed un color suficientemente
histórico... leo... ló... gi...co... y arqueo...
ló... gi... co.
Es preciso renunciar á hacer un bos-
quejo del jocoso gesto y del no menos jo-
coso acento con que Dumoulin pronuncrú
y desolló estas últimas palabras, fas cua-
les provocaron una risa prolongada.
— ¿Arqueológico? ¿qué significa esu?
¿titne cofa ese negocio? ¿nada sobre et
agua?
— ¡Calle! repuso la r«íina Bacanal, esas
son palabras de sabio ó de titiritero: son
como las faldas de crinolina.... huecas y
nada mas.... Yo prefiero beber eche,
Nini Moulin eche Champagne. Rosa
Pompon , á la sahid de tu Filemon; á su
vuelta.
— Bebamos mas bien á la larga zana-
-En cuanlo á mi nu-Jiliuion paiüui- |!i 'lii (jue espera sacar de su fastidiosa y
AXBtra.
tmserable familia para concluir oí Carna-
val, dijo Uosa Potnpon filizmenle su
pian de zanahoria no *'$ malo.
— ¡ Uosa Pompon ! oícUmó Nini MiHJ-
lin, si lialu'is lu'clio oso rt'lnu'caiio con
intención ó sin ella... venid á abrazarme,
hija n)ia.
— ¡(íracias! ¿y que diria mi esposo?
— Rosa Pompon , yo pueilo Iranquili-
«aros.... San Pablo, ¿lo oís? el apóslol
San Pablo.
— ¿Y ()ii6 dijo el apú^lul San Pablo?
— San Pablo ha (licho formalmente:
Que hs hombre* casados deben vivir como
fti «o tuvieren murjer....
— ¿Y ([ui'' tengo yo que ver con eso?
A Filemon con esas....
— Si, repuso Nini-Moulin Pero el
divioo Bosstiet, que aquel dia estaba en-
teramente de buen humor, añade, citan-
do á San Pablo.... 1 ¡>ur cünsecuencia las
casadas dvhen vivir como sino luvic.'^en ma-
rido. Quiere decir (|uesolome(|ueda alar-
garos los brazos ^oh, Rosa Pon» pon! por-
que Filemon no es tampoco marido vues-
tro.
— No digo lo contrario, poro sois tan
feo....
— R^zon de mas en mi favor.... en ese
caso yo bebo á la salud del plan de File-
mon. Hagamos votos para que produzca
UHia zanahoria monstruosa.
— Enhoratiuena , dijo Rosa Pompon...
á la salud deesa interesante legumbre tan
necesaria á la existencia délos estudiantes.
— Y á la de otras zanahorivores, aña-
dió Dumoulin.
Este brindis tan á propósito fué acojido
con unánimes aplausos.
— Con permiso de S. M. y de su corle,
repuso Dumoulin.... propongo un brindis
al buen resultado de una cosa (pie me in-
teri'sa y que tiene »<'in<'j.inzü analógica con
la zanahoria de FíIimmoíj... Se me lia me-
tido en la cabeza (¡ue eilt brindis será para
mi un agütTO.
^Veamos que cf>sa os esa.
— Y bien, á la síiIikJ de mi rasantion-
to.... dijo Dumoulin k>vanlán<Uise.
Kstas palabras provocaron una espío-
sion de ge»los y de carcajadas.
Nini IVkmlin gritaba. sallni)a , n-ia ron
mas gana (|ue los demás, abriendo mu
boca enorme y añadiendo á e>ta algazara
el ruidoso y agmio sonido de su carraca
que tomó de debajo de su silla de dotidc
la batn'a dcjiído.
Cuando se rahnó un poco este huracán,
la reina Bacanal solevantó y dijo:
— Yo bebo á la salud de la futura se-
ñora Nini-Mou'in.
— ¡ Oh, reina ! vm'stro proceder me es
tan sensiblentente grato que os dejo leer
en el fondo de mi corazón el nombre dfl
mi futura esposa, esclamó Dyinoulin; s«
llama la viuda Honorata Modesta ]Uc>a*
lina Angela de la Saínte-Colombe.
— ¡ Bravo ! ¡ bravo !
— Tiene GO años y mas miles de renta
que pelos tiene en su cano bigote y arru-
gas en su cara : su obesidad es tan impo-
nente, que imo de sus vestidos podria ser-
vir de tienda á la honorable sociedad; a>í,
espero presentaros mi futura esposa, el
martes de carnaval, vestida de pastora
fjue acaba de d* vorar su rebaño : querian
convertirla, poro yo me encargo de diver-
tirla, y ella preferirá esto último; asi fs
menester que n»o ayudéis á zambullirU
en los mas báquicos y cancánicos desor-
denes.
— La zambulliremos en todo lo que que-
ráis.
— Es una zacapela llena de canas, en-
tonó Rosa Ponij)'!!! con aiie conocido.
— E>to impondrá á los sargentos de villa.
— Les diremos, respetadla vuestra
madre llegará un dia á esta edad.
La reina Bacanal se lev.mló de pronto.
Su li<>oiK<ii)i<i tiiií.i una >iiii:iilar oproioii
de alcgfia ainargí y sünlónira, y con la
mano levantaba su vaso lleno de vino.
16
▲ LBUÉ.
— Dicen que se acerca el cólera con sus
bolas de siete leguas, esclamó; bebo por
el cólera.
Y en esto bebió.
A pe.>-ar Je la alegría general, estaspa-
labras produjeron una impresión siniestra;
una especie de temblor eléctrico recorrió
la asamblea y casi todos los concurrentes
se quedaron serios.
— ; Ah, Cefisa ! dijo Santiago con tono
de reconvención.
— j Por el fulera! repuso intrepidamen
te la reina Bacüiial que respete á los
que tengan deseo de vivir y que mate á
un mismo tiempo á los que no quieren
separaise^
Santiago y Cefisa se miraron rápida-
mente, lo cual no notaron sus alegres
compañeros : la reina Bacanal se quedó
después silenciosa y pensativa durante al-
gunos momentos.
— j Ab ! eso es otra cosa, repuso Rosa
Pompon con aire maligno.... ¡ Por el có-
lera I para que no queden mas que bue-
nas gentes sobre la tierra
A pesar de este anlílesis., la impresión
fué siempre sordamente penosa. Dumou-
lin quiso variar la conversación y esclamó.
—^¡ Vayan al diablo los muertos y los
vivos! A propósito de vivos y de buenos
vivos, pido (|ue se brinde por una salud
grata á nuestra jocosa Ueina, es decir la
de nuestro anCitriun; desgraciadamente
ignoro su rcípelable nombre, pues solo
tengo el honor de liabeile conocido esta
noche; nie perdonará si me limito á pro-
potier á la salud de Duerme-en-Cueros,
nombre que no alarma nada mi pudur,
porque Adun no se acostó nunca de utro
modo. ¡Vaya, por Duerme-en-Cueros !
— Gracias, amigo, dijo alegremente
Santiago. Si yo olvidase vuestro nombre,
yo, os llamaría Quien quiere beber: estoy
seguro que responderíais. ¡ Presente!
— Presente y muy presente, dijo Du-
moulin haciendo un saludo militai" coii
una mano y alargando con otra sucuenco^
— Por lo defnas, cuando bebemos jun-
tos , repuso cordialmente Duermeren-
Cueros, es preciso conocerse á fondo
Me llamo Santiago Kenepont.
— 1 Renepont I esclamó Dumoulin á
qin'en, al parecer, chocó este nombre, á
pesar de estar medio borracho ¿os llamáis
Renepont?
— Y muy Renepont. ¿Lo estraùais?
— No; hay una antigua familia de ese
nombre. Los condes de Renepont.
— ¡Vaya I ¿de veras? repuso Santiago
riéndose.
— Los condes de Renepont, que son
también duques deCardovilIe, añadió Du-
moulin.
— Veamos eso, amigo: ¿os parece que
yo debo la vida á semejante familia? yo
que soy un jornalero alegre y alegrador.
— ¿Vos, jornalero? Vaya, parece que
estamos leyendo las Mil y una noches!
repuso Dumoulin cada vez mas sorpren-
dido: nos pagáis un almuerzo á lo Balta-
sar con acompañamiento de coches de
cuatro caballos. ¿Y nos diréis que sois un
jornalero? Decidme vuestro oíicio
— Vaya, no creáis que soy un jorna-
lero lleno de billetes de banco ó de mo-
neda falsa, dijo Santiago riendo.
— ¡Carnaratla.àemrjanle suposición!...
— Ks perdonable al ver m\ tren de vi-
da Pero quiero tranquilizaros Es-
toy gastando una herencia.
— Sin duda os coméis y os bebéis un
tío, ¿es verdad? dijo graciosamente Du-
n^oulin.
— Como soy (|ue nada sé.
— ¡Cómo! ¿ignorais de qué especie es
lo que coméis?
— Figuraos que mi padre há sido urt
trapero.
— [Diablo! dijo Dumoulin, algo sor-
prendido, aunque no era muy escrupu-
A I 1. 1 SI .
17
loso en la elección de &us camaradas do
botella; pero después que pasó su primera
estrañeza repuso con de icicsa ainonidad:
o cierto i's que hay traperos dfj ma-
yor mérito.
— ¡Pardiezl creéis burlaros, dijo San-
tiago, y sin embargo tenéis razón; mi pa-
dre era un hombre de un famosu mi'rito;
hablaba griego y latin como un Nordadfro
sabio, y me ducia siempre que en punto
á malemáticas no liabia quien le igua-
lase y esto sin contar que habla via-
jado mucho.
— IVro en ese caso, repuso Dumoulin
á (juion lii í«orprosa iba volviendo al sen-
tido . pudiera suceder que, fueseis de la
familia de Uenepont.
— Kotonces, dijo Kosa Pompon rién-
dose, vuestro padre era trapcru de a(¡-
cion y por honor
— No, no. ¡ níiseria de Dios! lo hacia
para vivir, repuso ¡santiago; en *u ju-
ventud tuvo algunos posibles, l'or lo que
aparece, ó nifis bien por lo que no apa-
rece en su desgracia, se liabia dirigido á
un pariente rico que tenia; pero este le
dijo: ¡(íracias! Entonces (|uiso utilizar su
griego, su latin y sus matemáticas, pero
le fué imposible. I'arece que en aijueüa
época Paris hormigueaba de sabios, yan-
tes (|ue rebenlar de hambre buscó el
pan en el fondo de su cesta , y á fé mia
que lo ('(.contro, porque yo lo he comido
durante dos años cuando vine á vivir con
61 después de la muerte de. una tía con
quien yo vivía en el campo.
— Vuestro respetable padre seria una
especie de íilósolo, dijo Dumoulin... pero
a menos de no haber hallado una hereii
cia en una esijuina no veo de donde
salió ¡a herencia de (|ue habláis.
— lisperad el lin de la canción. A la
edad de 13 años entré de aprendiz en la
fábrica de Mr. Tripeaud ; dos años des-
pues mi padre murió de accidente, de-
jáadofpe los muebles de nimstro desván,
im gergon, una .silla, una mesa, y ade-
mas en una mala caja de agua de colofíia,
algunos papeles, que á lo que par»'ce,
estaban en inglés, y una medalla de bronce,
(|ue con su cadena, podia muy bien va-
ler diez sueldos. Jamás me habló de estos
papeles, y no sabiendo yo para que po-
dían servir, los dejé en el fondo de un
baúl viejo en vez de quedarlos; y no me
ha valido poco, porque sobre ellos me
han prestado algún dinero.
— ¡Oué golpe de fortuna! dijo Dtimou-
lin ¿según eso se sabia (juc lo» tfíuiais?
— Sí, uno de esos hombres qije corrpn
á la pista de créditos, vino á buscar áCe-
fna, la cual me habló de ellos, y el hom-
bre, después de haberlos leido , me dijo
que el negocio ofrecía dudas, pero que al
fin me prestaría sobre ellos 10,000 fran-
cos si yo quería. ¡Diez n>íl francos! esto
era un tesoro... asi es que acepté al ins-
tante.
— Pero debisteis pensar que esoi cré-
ditos eran de mucho valor.
— Como soyquelno; mi padre quedebia
saberlo no sacó partido ninguno., y ademas
diez nul francos, en buenosy bellos escu-
dos, que os vienen sin saber de donde...:
esas cosas se toman (iempre y al instan-
fe asi es qup yo los tomé Pero el
agente de negocios nw hizo firmar una
letra do hanza sí, eso es, de fianza.
— ¿La habéis Ijrniado?
— ¿Y<|ué me importaba? era una pura
furmaÜdad, según me dijo el agente, y
tenía razón, porque hace quince dias que
liecumplidoy no he vuelloáoir hablar de '
é!. Ya noniequedan mastpie nnl francos
CM ca*adee;'e hombre (¡uc he tomaílo por
cajero supuesto que tenia la raja. Hé
aipu, amiguilo. por /jue bebo á mi muerte
de dia y de noche, de>de (jue tomé los
diez mil, contento como un pájaro do ha-
ber dejado mí bribón de amo Tripeaad.'
5-
18
ALBUM.
Al pronunciar este nombre, la fisono-
mia de Santiago, hasta entonces jocosa,
se entristeció de pronto.
Cefisa que no estaba ya sometida á la
penosa impresión de antes, miró á San-
tiago con inquietud, porque sabia liasla
que punto irritaba á su amigo el nombre
de Mr. Tripeaud.
— Mr. Tripeaud, repitió Santiago
ese es un hombre que hará buenos á los
malos, y peores á estos últimas. Ordina-
riamente se dice que buen ginete, biicii
caballo; mas bien deberia decirse, bii^n
amo, buen oficial ¡miseria de Dios I
I cuando pienso en ese iiombre !
Y al decir esto dio un puñetazo sobro
la mesa.
— Vamos, Santiago, pensemos en otra
cosa, dijo la Reina Bacanal... Rosa Pom-
pon, hazle reir.
—Yo no tengo gana de reir, respondió
Santiago secamente, y exaltado aim con
el vino es una ¡dea (jiieme puede
cuando pienso en ese hombre me exas-
pero: bonito se ponía al decir: ¡bribones!
] canalla ! gritan que no tienen pan en el
vientre, decia Mr. Tripiaud, ¡ y bien I les
meterán bayonetas... y eso los calmará...
;Y los niños ! en caso d.e verse en su fá-
brica... ¡pobres chicos! trabajando tanto
como hombres, estenuarse, y rebentando
adocenas pero no importa, cuando
semorian, yenian otros y otros No
son como los caballos que no se pueden
reemplazar sino á fuerza de dinero.
— Decididamente, en ese caso noquereis
mucho á vuestro patron , dijo Dumoul;n
cada vez mas sorprendido del aire som-
brío de su anfitrión y sintiendo que la
conversación hubiese tomado este giro;
asi es que dijo algunas palabras al oido de
la Reina Bacanal , la cual le respondió
con una seña de inteligencia.
— No; aborrezco á Mr. Tripeaud, re-
puso- Duerme-en-Cueros; lo aborrezco,
¿y sabéis por qué? porque por su culpa
lo mismo que por la mia, me he hecho
im holgazán: no digo esto por lisonjear-
me, pero es una verdad... siendo yo niño
y aprendiz en su casa, amaba el trabajo,
y por esto me dieron el nombre deDuer-
me-en-Cueros ]Y bien! por mas ijue
me mataba y me descoyuntaba , jamas
me dijo la menor palabra que me anima-
se; yo siempre llegaba el primero y salía
el último del obrador, pero nada
ni aun siquiera lo notaba un día me
herí con la máquina y me llevíTon al hos-
pital cuando me curé salí de allí
todavía muy débil... no importa... volví
al trabajo Yo no me cansaba los
demás que conocían al amo, y que sa-
bían de donde venia yo, me decían: ¡Có-
mo es posible que ese chico se mate de
ese modo! ¿qué sacará de ello? Pero,
imbécil, trabaja, no tt-ndrás mas ni me-
nos; no importa, á pesar de esto yo me
aplicaba: en fin, un día un buen vit jo
que se llamaba el tío Arsène, y q\ie tra-
bajaba en la casa, ¡era un modelo de
buena conducta ! digo que un dia el lio
Arsène se vio en la calle porque se le iban
acabando las fuerzas. Esto fué para él un
golpe mortal; su muger estaba enferma,
y á su edad, tan débil como estaba, no
podia colocarse en otra parte. Cuando el
gefe del obrador le hizo saber que estaba
despedido, el pobre hombre no lo creyó,
pero se echó á llorar desesperado. En este
momento pasó Mr. Tripeaud, y el tío Ar-
sène le suplicó que le dejase. en la casa
con la mitad del salario ¡Cómo! res
pendió Mr. Tripeaud, ¿crees que voy á
hacer de mi casa un depi'>sito de inváli-
dos"? Puesto que no puedes trabajar, már-
chate. Señor, le respondió el otro, lie
trabajado durante cuannta años, ¿(jué
queréis que yo haga ahora? ¿Y qué tengo
yo (jue ver con eso? le respondió Mr. Tri-
peaud dirigiéndose á su secrelerio. Dadle-
ALBUH.
19
)a ciu-nta de la semana y que vaya con
Uius. Y el lio Arsène se n)aichó sí,
se marchó pero á la noche simiicute
se suicidó en conipauía de su nni^er. Mi-
rad , yo era nÍHt>, pero á pesar de eso, la
historia del lio Arsène me ensenó una
cosa, y es, que por mas (|ue uno rebienle
trahaj.iiido, no resulta mas quo en pro-
vecho de los amos, que ni aun si(]ui»Ta
os lo agradecen. Desde entonces se acabó
mi ar(h)r, y me dije á mi mismo. ¿Pues
qué, atm(|ue mi trabajo produzca monto-
nes de oro para Mr. Tripeaud, tendré yo
un alomo de ello? Asi es que no teniendo
ninpima ventaja de amor propio ó de in-
terés en el trabajo, ahora me fa.stidia y
no hago mas(|ue lo necesario para ganar
mi jornal : me he hecho holgazán, pere-
zoso , jaranero, y me digo á mi mismo:
cuando el trabajo me fastidie haré lo que
hicieron el tio Arsène y su muger.
Al mismo ticmpoque Saritiagose aban-
donaba, á pesar suyo, á estas amargas
ideas, los convidados, advertidos con la
espresiva pantominta de Dumoulin y la
Reina Bacanal, se hablan concertado lá-
cilameiite ; asi es (|ue á una señal de esta i
última que salló sobre la mesa, echando
á rudar con el pié las botellas y las copas,
-se levantaron todos gritando al sonido de
ia carraca de Nini-.Moulin.
— ¡El Tidipan borrascoso! que toquen
<:\ rigodon del Tulipán borrascoso.
A estos alegres gritos que estallaron co-
mo una bomba, Santiago se sobresaltó:
en seguida después de haber mirado con
adniiraciun á los convidados, so pi\$ó la
njano por la frente como queriendo de-
sechar las ideas penosasqueledominaban,
y esclamó :
— Tenéis razón: adelante dos, y vi^a
ia alcgria.
En un momento, cediendo la mesa al
impuso de brazos vigorosos, quedó en un
rincón de la gran sala del banquete; los
espectadores se amontonaron s dire l.is
sillas, sobre las bain|iietas y sibre el po-
yo de las ventanas, y cantando en cor»»
la canción de los il^indumivn reemplaza-
ron la onjuesla con el objeto de acompa-
ñar la contradanza formada pur Duerme-
en-Cueros. la lUina liacanui, Nuii- Mduliu
y Uo!.a l'otnpdfi.
Dumoulin, confiando su carrara á uno
de los convidados, volvió á toniar >u enor-
me casco nxnaivo con plumas : al princi-
pio del fe>tu) se habia quitado su i a rík ,
de modo (jue se presentó con todo el es-
plendor de su disfraz. Su coraza de esca-
mas terminaba en una enagíiela formada
de plumas semejante á la que llevan los
salvajes ijue escollan al buey gordi'. Nini-
Moulin tenia el vientre giuiso y las pici-
nas delgadas, asi e» que >u<< p;intori illas
flotaban á la ventura de la amplitud ije
sus enormes bolas de campana.
Küsita Pompon, con su gorra de lado,
las dos manos en los bobillos de sus pan-
talones, la cabeza un poco inclinada hacia
adelante y ondulando de derecha á iz-
quierda solire las caderas, hizo la prinu>ra
figura de adelante dos con Nini-.Moulin,
(¡uien recojido en si mismo se adelantaba
sallando, al mismo tiempo que por uu
movimienlosinujllaneo alargaba vivamen-
te su brazo derecho como si inibíera que-
rido echar el polvo ú los ojos d<i su pareja
de enfrente.
Esle paso fué muy celebrado aunque
solo era el inocente preludio del paso del
Tuliiian borrascoso, cuando la puerta se
abrió de repente: uno de los mozos, ha-
biendo buscado ron la vista á Duerme-
eii (liieros, corrió á él y le dijo algunas
palabras al oido.
— ¡Yo! esclamó Santiago riendo á car-
cajadas, ¡ (]ué farsa !
H a hiendo dicho el mozo algunas pala bras
mas, la fisonomía de Santiago Dianifestú
20
ALSUM.
de pronto una viva inquietud y le respon-
dió:
— Bien está, allá voy, y dio algunos pa-
sos hacia la puerta.
— ¿Q(ié hay, Santiago? preguntó la Rei-
na Bacanal sorprendida.
— Vuelvo al insfarite.... ¿hay alguien
que me reemplace'? seguid bailando, dijo
Duermo-en-Cueros.
Y salió precipitadamente.
— Tal vez será alguna cosa que hayan
olvidado en la cuenta; dijo Dumoulin, al
jntante vnelvo.
— liso es, saltó Cefisa.:.. ahora solo de
«ábaJIero.... dijo, reemplazando á San-
Üiogo..,.. Y la contradanza continuó.
Nini-Moulin acababa de co^jér la mano
derecha de Rosa y la izqiiierda de la Rei-
na Bacanal, con el fm de balancear entre
las dos, en cuya figura erd Sumamente
gracioso y t>ufon, cuando se abrió la puer-
ta, y el mozo á quien Santiago habia se-
guido, se aprocsimó apresuradamente á
Cefisa con aire consternado, y la habló al
oido del mismo modo que lo habiá hecho
con l)iieriiu'-en-{>ueros.
La Reina Bacanal se quedó pálida, dio
un agudo grito, se precipitó hátia la puer-
ta y salió corriendo sin proferir una pala-
bra y dej<indú aturdidos á los demás con-
YJdados,
IV.
Ï.A DESPEDIDA.
La ileiiía Bacanal llegó al pié de la es-
calera , detras del moío de la iicsterfd;
A la puerta habia un coche de alqiiiler
en el que vio á Duerme-en-Cueros con
uno de los hombres que ella habia visto
dos hora-; antes eti la plaza del Chatelet.
Al llegar Cefisa, bajó este hombre y
dijo » Santiago sacando sn reloj.
—Os concedo un cuarto de hora.... es-
to es lo único que puedo hacer en vues-
tro favor, buen hombre.... al cabo de
este tiempo echaremos á andar. No tra-
téis de escaparos porque aqui estaremos
á la portezuela todo el tiempo que el co-
che perrrianezca en eSte sitio.
Cefisa entró en el coche de un salto.
Sumamente cansada de tanto como
habia hablado hasta entonces y sentándo-
se al lado de Santiago, esclamó al ver sU
f)alidez:
— ¿Qué hay? ¿qué quieren de tí?
— Me prenden por deudas, respondkí
Santiago con voz sombría.
— ¿A tí? esclamó Cefisa con voz com-
punjida.
— Sí, por la letra de fianza qtie el agente
de negocios me hizo firmar diciendo
que era solo por una mera formalidad»...
¡Bribón I
— Pero tfi tienes dinero en casa... dá-
selo todo á cuenta.
— No me ha quedado un cuarto, y ade-
mas nr^e itó enviado á decir con io§ cqr-
chetes que no me dará los últimos diez
mil francos supuesto que no bu pagado la
letra...
— En este caso vamos á su ùasa á pe-
dirle que te deje en libertad : él mismo fuá
quien vino a proponerte esté préstamo;
l)ien me acuerdo, pues se dirigió primero
á mí. Se compadecerá.
— 1 Un agente de negocios ! ... ¡ Compa-
decerse ! tú sueñas.
— j Con que nada , nn nos queda nada!
esclanió Cefisa juntando las manoseen su-
ma agonía.
En seguida repuso :
— Pero queda alguna cosa que hacer.
Te prometió...
— Ya ves como cumple las promesas,
repuso Santiago con tristeza: firmé sin
saber lo que firmaba; ha pasado el plazo,
él está en regla... De nada servirla resis-
tirme, pues acaban de esplicármelo todo;
— Pero es imposible que le tengan mu-
cho tiempo preso. Eso es imposible.
—Cinco anos... si no pago... y como ja"-*
mas podré pagar, la cosa es hecha.
Al M M.
31
— ¡ Ah ( j qnó desgracia ! ¡ qutí desgra-
cia ! ¡y no poder hacer nada I dijo Cofisa
ociilláiitlose el rostro eníre las m.inos.
— Kscticlia , Celisa , repuso Santiaj;o con
vo/ dolorosami'iiti' conmovida; desde (|iie
estoy aqui no pienso mas que una cosa...
;que sera de tí?
— No leiiiias cuidado por mi suerte. «
— ¡ Qiió no ter.^a cuidado! ¿estás loca?
¿Couíote compondrás' Los muehitís de
nuestros dus cuarto»; apenas valen 200
francos. Hemos gastado tan locamente (nic
ni aun liemos pagado la casa. Üi'hemos
1res términos... por consiguiente no so de-
be pensar en vender los muebles... le de-
jo sin un cuarto. A lo menos yo, mien-
tras esté en la cárcel me mantendrán; pe-
ro tú ¿de que vivirás?
— ¿A que viene atormentarse antes de
tiempo?
-^Te pregunto que como comerás ma-
ñana , esclami't Santiago.
— Vendoré mi vestido y algunos efec-
tos y te enviaré la mitad del producto, yo
guardaré i-I resto que uie servirá para pa-
sar algiMios dias.
— ¿Y después?
— ¿Despues? caramba, después...
no lo sé; ¿«jue quieres quo te diga? ya
verenujs.
— l"]>cu(:lia , Cdisa , repuso Santiago cotj
amarga Irisloza: ahora es cuando conoz-
co cuanto te quiero ol corazón se me
oprime al pensar que te dejo, ysienloes-
calofrios no sabiendo k> que será deti.Eo
seguida pasándi>«,e la mano por la frente,
añadió. ¿Vis? lo que nos ha perdido es
(lecir: el día de mañana no llegará; y ya
lo ves, lloga. Cuando yo no esléá tu lado
después que hayas gastado el úllÍ4)ío ma-
ravedí del producto de la ventado tu equi-
paje... y como no puedes trabajar ahora,
¿que e.s lo (¡ue harás? ¿(juieres (|ue te lo
diga? pues bien, me olvidarás, y...
En seguida , como si le asustase esta
idea esclamó rabioso y suspirando:
— ¡Miseria do Dios! si sucediese esto
me estreliaiia yo mismo contra una pie-
dra.
(^cfisa adivin<) I.i relici«ncia de Sanlia»
go Y le dijo vivamente arrojándose á su
cuello :
— ¿Yo? ¿otro amante? ¡jamásl
soy como lií , ahora conozco cuanto te
amo.
— ¿Pero íjue harás para vivir, mi po-
bre Celisa?
— ¡ Y l>iei) ! tendré ánimo é iré á vivir
con mi hermana como antes: trabajaré
con ella y esto mu proporcionará un pe-
dazo de pan... Solo sajilré para ir á ver-
te. Dentro de aigimos dias, el agente de
negocios reflexionará y pensará que tú no
puedes pagarle diez mil francos, y enton-
ces te pondrá en libertad; para esa época
yo me liabré acostumbrado otra vez ai
trabajo... ¡ya verás!... ya verás! tú por
tu parte harás oiro tanto y viviremos po-
bres ppro tranquilos en resiiuiidas
cuentas habren.ns pasados seis niesc-s ale-
gres.... miiMitras qiieotros muclios no lian
conocido jamas los placeres.... Créeme,
mi buen Santiago, lo que te digo es una
verdad. Esta lección me servirá de üiu-
clio.... Si me amas no le inquietes; te re-
pito (jue preílero morir mil veces á tener
otro amante.
— \ brízame, dijo Santiago que tenia
los ojos húmedo^, fe creo, sí, te creo
tú me deis animo; y por lo que hace aho-
ra y al p')rvenir tienes razón es
menester (lonernos otra vez á trabajar, ó
de lo contrario... la medida de carbón del
lio Arsène.... porque ya ves, añadióSan-
liago con voz baja y trémula.... liace seis
meses (]ue estoy como emliriagado y,#iio-
ra recobro el sentido y conozco dontíe íba-
mos á parar, .acabándose los recursos tal
vez me hubiera vuelto ladrón y tú
ui^a....
— ¡Oh, Sattiiago, no digas eso, m<»'
2â ALBUM,
asustas ! esclamó Cefisa inlerrumpiéüdo-
le.... te lo juro, volveré á casa de mi lier
mana á trabajar.... tendré suficiente va-
lor para ello.
En este momento la reina Bacanal ha-
blaba con sinceridad; tenia ánimo firiiie
de cumplir su palabra, pues su corazón no
estaba aun enteramente pervertido; la
miseria y la necesidad habían sido para
ella como para otras muchas la caiir-;i y
atm la escusa de suestravio: hasta enton-
ces, á lo menos, habia seguido el impulso
de su corazón sin ninguna segunda inten-
ción baja ni venal ; la cruel posición en
que vela á Santiago exaltaba mucho mas
su amor, y se creia bastante segura de ¡«í
misma para poder jurar que iba á volver
al lado de !a Gibosa y á seguir la vida tra-
bajosa, árida y llena de privaciones que
tan imposible le habia sido soportar y
que debia serle mas penosa aun desde
que se habituó á la ociosidad y á la disi-
pación.
Sin embargo las promesas que acababa
de hacer á Santiago calmaron un poco la
inquietud de este hombre que tenia bas-
tante entendimiento y corazón para notar
que la vida fatal á que se habia abando-
nado ciegamente hasta entonces, le con-
duciría con Cefisa á la infamia.
Uno de los corchetes, tocando á la por-
tezuela, dijo á Santiago:
— Ya no os quedan mas que cinco mi-
nutos , despachaos.
— Vamos, hija mia, ánimo, dijo San-
tiago.
— No tengas cuidado, no me falta, pue-
des estar seguro de ello.
— ¿Vas á volver arriba?
— No, no, dijo Cefisa: ahora me horro-
riza ya esta fiesta.
— Todo queda ya pagado... yoyá decir
á un mozo que prevenga que no nos es-
peren, repuso Santiago; mucho lo van á
estraüar, pero no importa.
— Si pudieras acompañarme hasla casa,
dijo Cefisa; tal vez te lo permitirá esté
hombre, porque al fin tú no puedes ir á
Sta. Pelagla vestido de ese modo.
— Tienes razón, no se opondrá á que
me acompañes; pero como vendrá con
nosotros en el coche no podremos decir^
nos nada.... Asi, déjame por la primera
vez de la vida hablarte razonabiomenfe.
No olvides lo que te he dicho, Cefisa mia;
esto debe entenderse lo mismo contigo
que conmigo, repuso Santiago con tono
grave y pendrado.... vuelve desde hoy al
trabajo.... Por mas que sea penoso é in-
grato, no importa; no dudes en ello, por-
que me parece que vas á olvidar muy
pronto el fruto de esta lección: como di-
ces, mas tarde ya no seria tiempo y en»
tonces concluiriascomo otras muchas des-
graciadas.... ya me entiendes.
— Si, ya te entiendo, respondió Cefisa
sonrojándose, pero cree que preferiré mil
veces la muerte á semejante vida.
— Y tendrás razón, porque en ese caso,
ya ves, añadió Santiago cun voz sorda y
concentrada, yo te ayudaré á morir.
— Cuento con ello, Santiago, respondió
Cefisa abrazando á su atnante con cc-
saltacion , y después añadió tristemente,
ya ves como yo tenia un presentimien-
to cuando hace poco me entristecí, sin
saber ponjUí*, en medio de nuestra co-
mún alegría y cuando yo bebía por el
cólera.... para que nos quitase la vida á
un mismo tiempo.
— i Y bien! ¿quien sabe sí vtmdrá? re-
puso Santiag'1 con aire son\brío su
venida nos ahorraría el carbón , pues tal
vez no tendríamos con que comprarlo.
— Santiago, solo te diré una cosa, y es
que siempre me hallaras dispuesta á vivir
y á morir contigo.
— Vamos, enjúgatelaslágrimas, repuso
este con profunda emoción. No hagamos
niñerías delante de estos hombres.
Pocos minutos tk-spiios se dirijió el co-
che Iiácia la casa (!»• Santia^;') donde dobia
estf mudarse auli-s de entrar rn la córctl
de los deudores.
Repitámoslo, á propósito de la herma-
na de la Gibosa, hay cosas (jue no ba^la
decirlas continuamente. Una de las mas
funestas consecuencias de la no organiza-
ción del trabajo es la insuliciencia Je los
salario«i.
La insuficiencia del salario obliga nece-
sariainenle i la mayor parle de las j<)ve-
nes <jue están tan mal retribuidas, á buscar
medios de existencia formando relaciones
que las depravan.
Unas Veces reciben desús amantes una
suma módica que unida al producto de su
trabajo las ayuda á vi\ir.
Otras, como sucedia á la hermana de
la Gibosa, abandonan enteramente el tra
bajo y hacen vida comim con el lioníbre
que eligen cuando este puede subvenir
i estos ga>tos : entonces y durante este
tiempo de placeres y de holgazanería , la
incurable lepra de la ociosidad se apodera
para siempre de estas infelices.
Esta es la primera fase de la degrada-
ción que culpable indolencia de la socie-
dad imponeá infinitas costureras, nacidas
sin embargo con instintos de pudor, de
fionradez y probidad.
Al cabo de cierto tiempo las abandonan
sus amantes, y muchas veces cuando jh
son madres. Otras una insensata prodi-
galidad conduce al imprudente á la car-
ee], y en este caso la joven se enctienira
sola, abandonada y sin medio de sub-
sistir.
Las que conservan sentimientos v ener-
gía vuelven al trabajo el número de
estas es bien escaso.
Otras... instigadas de la miseria y porel
hábito de una vida fjcil y ociosa caen hasta
ALBVM.
el último prado de al)ypccion, que es pre-
ciso compadecer en vez de vituperar, por
(|Ue la causa primera y virtual de su caida
es l(t inxiifu-ii-ntcreinuncruion de su trabajo
ó la falta de él.
Otra de las de|)lorab'e5 consecuencias
de la falta de orf/íi/nzíiríoíMlcl trabajo para
los hombres, ademas de la insuliciencia
del salario, es el profundo di-í;ii-to con
que se ponen á cumplir la larca (jue se
les lia señalado.
Esto es fácil de concebir.
¿Se sabe acaso dar atractivo al trabajo,
ya por medio de la variedad de ocupacio-
nes, ya con recompensas lioiiorílicas , ya
con atenciones, ya con una parte propnrcio
nada en los beneficios que procura la mano
de obra , ó ya en lifi con la esperanza do
un retiro seguro al c^bo de algunos anos?
No, el pais no se hace cargo ni atiende
á sus necesidades ni á sus derechos.
Y sin embargo, citando solo un género
de industria, los maquinistas y los jorna-
leros de las fábricas al vapor, espuestos á
la esplosion de las calderas y al contacto
de formidables ruedas dentadas, corren
diariamente mayores riesgos (|ue los sol-
dados en la guerra, despliegan un saber
práctico muy raro, hacen á la indiistiia
y por consiguiente al pais incontestables
servicios durante su larga y honrosa car-
rera, á menos que no perezcan por la es-
plosion de una caldera (u»o pierdan algún
miembro entre los dientes de hierro de
una maquina.
En este último caso ¿el trabajador re-
cibe, á lo menos, una recoüipensa igual
á la que tiene el soldado en reiuuneracion
de su valor, laii(ial)ie sin duda, pero es-
téril ; (m sitio en una « asa de in\álidos?
No...
¿Oiié le importa al pais? si el amo
del trabajador es un ingrato, elmiililado,
incapaz de seguir sirviendo, se muere de
hambre en un rincón.
2.i
ÁLBUM.
En fin, ¿en estas pomposas fiestas de
la industria , se conoce jamás á alguno de
estos diestros jornaleros que son los que
únicamente han tejido esas admirables te-
las, forjado y adamascado esas brillantes
armas, cincelado esas copas de oro y de
plata, esculpido esos muebles de óbano y
de marfil, y montado esas deslumbrantes
piedras con esíjuisito arle?
No...
Retirados en lo mas profundo de sus
boardillas, en compañía de una familia
miserable y hambrienta , apenas viven con
el producto de un corto jornal aquellos
que, pri'ciso será confesarlo, han contri-
buido á dolar su pais de las maravillas en
que funda su orgullo , su gloria y su riqueza.
Un ministro del comercio que compren-
diese alguna cosa de estas elevadas funcio-
nes y sus DEBERES ¿no debería pedir que ca-
da fabrica que enviase objetos á laesposi-
cion eacojic^e por elección graduada cierto
mí ñero de candldalos max meritorios, cn-
\re los cuiües el fabricante designaria el mas
digno de repre.-ienlar la clase jornaleba
en catas grandes solemnidades industriales?
¿No seria un noble estimulante ejem-
plo ver entízneos al amoproponer para re-
compensas ó para distinciones públicas al
jornalero elegido por sus compañeros co-
mo uno de los mas honrados y laboriosos
inteligentes de su profesión.
Este seria el modo de hacer desapare-
cer una iojii^liiia capaz de desesperará los
mas animosos, las virtudes del jornalero
serian entonces estimuladas, con ur» oli-
jeto magnánimo y elevado, animándole
para qic siguiese aplicándose.
Sin dud.í , el fabricante , proporcional-
menttí á la inteli,.^eni:ia (|ue despliega, á los
í'apitales que aventura, á los establecimien-
tos que funda y al bien que hace muchas
vcc'es, li.-ne tm dcreciio legítimo álasdis-
lincioíies con (¡iie se le colma; ¿pero por
qm; raz m se esc'iiye tan desapiadadamente
al jornalero de estas recompensas cuya ac°
cion es tan poderosa sobre las masas?
¿Los generales y los oficiales son acaso los
únicos á quienes se recompensa en el ejér-
cito?
Después de haber remunerado justa-
mente á los gefes de este poderoso y fe-
cundo ejército industrial ¿por qué razofi
nO se la de pensar nunca en los soldados? '
¿Por qué no ha de haber para ellos una
señal visible de remuneración? ¿alguna
consoladora y benévola palabra calida de
augustos labios?
¿Porqué razón no se ve en PVancia á ■
ningún jornalero cruzado en premio desu
.mano de obra, de su valor -industrial y de
su larga y laboriosa carrera? Esta cruz y-
la modesta pension que la acompañan, se-
rian para él una doblo recompensa justa-
mente merecida; pero no; ¡para el hu-
milde trabajo, para el trabajo que alimen-
ta solo hay olvido, injusticia , indiferencia
y desden !
. Asi es que de este púbüco abandono,
las m;is veces agravado por el t;goisino y
por la dureza de ingratoi amos*, resulta
para los jornaleros una condición deplo-
rable.
Unos, á pesar de su continuo trabajo;
viven üv-nos de [)r¡vaci )!ies y mueren an-
tes d(; tiempo y casi siooipre maldiciendo la
sociedad que los aband'tna.
Otros buscan el climero olvido de sus
males en una mortifiera oñibriagnez.
En fin, un grrin número, no teniendo'
ningún inlerés, ningún iticeiitivo moral ó '
material para trabajar mas ó mejor, se li-
mitan á hacer rigurosamente lo suficiente
para ganar su jornal... Nada hay que los
indine al trabajo, ponjue á sus ojos nada
realza, honra ni glorifica el trabajo... Na-
da les defiende contra las seducciones de
la ociosidad , y si por casualidad encuen-
tran algún modo de vivir para algún tiem-
po en medio de la pereza, van cedienda'
ALBUM
poco á poco á estos iomorales hábitos, re-
sullando con frocueocia que los pasiones
mas vergonzosas llegan á marchitar para
siempre una» naturalezas originariamente
sanas, honradas, llenas de Imena volun-
tad, por haberles faltado una equitativa
y protectora tutela, que sostenga, fomen-
te y recompense sus primeras , honradas
y laboriosas tareas
Sigamos ahora á la Gibosa que después
de haberse presentadoá buscar trabajo en
casa de la persona que ordinariamente la
empleaba , se fué á la calle de Babilonia
al pabellón ocupado por Adriana de Car-
dovilie.
V.
FLORINA.
Al mismo tiempo que la Reina Bacanal
y Duerme-en-Cueros terminaban tan tris-
temente la mas ¡«legre fase de su ecsisten-
cia, la Gibosa llegaba á la puerta del pa-
bellón de la calle de Babilonia^
Antes d(! llamar, la joven costurera se
enjugó las lágrimas: un nuevo disgusto la
agovíaba. Al salir de la hostería, se fué á
casa de la persona que habilualmentc le
proporcionaba algún trabajo, pero esta se
lo negó pretendiendo que podia hacer tra-
bajar en las cárceles de mugeres con una
tercera parle deeconomía. LaGibosa pre-
firiendo no quedarse sin este último re-
curso, ofreció pasar por esta disnuiíucíon;
pero la costura estaba ya entregada , y la
joven no podía esperar ocupación antes
de (]uince días, aun cuando accediese á
esta reducción de salario. Es fácil conce-
bir cuales serían las angustias de esta po-
bre criatura; porque en presencia de una
ociosidad forzada es preciso mendigar, ó
n)orir de hambre, ó robar.
En cuanto á su visita al pabellón de la
callo de Babilonia , vamos á dar su es-
plicacion.
La Gibosa llamó con timidez á la puer-
tecila; y poéoS instantes después se pre-
sentó Floritia a abrirle.
La camarista no estaba ya vestida segün
el gusto delicioso de Adriana, sino con
una afectación de austera sencillez; tenia
un vestido alto de color oscuro, y bastan-
te ancho para ocultar la suelta elegancia
de su cíierpo; sus cabellos, tan negros
como el azabache, apenas se percibiari
bajo la lisa guarnición de una gorra blan-
ca almidonada muy parecida á las tocas
de las monjas; pero á |»esar de este traje
tan modesto, la morena y pálida cara de
Florina parecía siempre admirablemente
bella.
Ya hemos dicho que Florina , colocada
en razón á su vida criminal anterior bajo
la dependencia absoluta de Rodin y de
Mr. de Aigrigny, les habia servido hasta
entonces de espía en el cuarto de Adria-
na, á pesar de las pruebas de confianza y
de bondad eoh que esta la colmaba. Flo-
rina no estaba enteramente pervertida,
asi es que tenía muchas Veces dolorosos
pero inútiles remordimientos al pensaren
el infame oficio á que la habían condena-
do relativamente á su ama.
Al ver y reconocer á la Gibosa (Florina
la habia contado la víspera el arresto de
Aurícol y el repentino acceso de locura
de Mlle, de Cardoville), retrocedió iin
paso, tanto fué el interés y la compasión
que le inspiró la fisonunua de la joven
costurera. Efectivamente, el anuncio de
una ociosidad forzada, en medio de cir-
cunstancias tan penosas ya de por si, da-
ba un terrible golpe á la joven costurera:
en su cara se veían aun las séllales de sus
recientes lagrimas; sus facciones mani-
festaban una profunda desolación y pare-
cía tan ani(]uilada , tan débil y tan «go-
viada, que Florina corrió hacia (ella, le
ofreció el brazo y la dijo con bondad sos-
teniéndola :
— Entrad, entrad.... Desea n sa dan ins-
7*
26 ALBdM.
tante; estais muy pálida.... y parecéis su-
frir mucho y muy cansada.
Diciendo esto la llevó á un pequeño
vestíbulo donde habia una chimenea, cu-
bierta con una alfombra y la hizo sentar
al lado de un hermoso fuego en un sillon
de cañamazo; Georgette y Hebéhabian si-
do despedidas, y solo Florina se liabia
quedado custodiando el pabellón.
Luego que se sentó la Gibosa , Florina
le dijo con interés.
— ¿Queréis tomar alguna cosa? lun
poco de agua caliente con azúcar y coa
flor de naranjo?
— Mil gracias, respondió la Gibosa con
emoción, tanta era su gratitud por la me
ñor prueba de afecto y de interés que re-
cibía; ademas veia con dulce sorpiesa<]ue
su miserable ropa no era un objeto de
desden y de desprecio para Florina; solo
necesito descansar un poco, porque vengo
de muy lejos, repuso... y si lo permitís...
— Descansad cuanto queráis.... estny
sola en este pabellón desde que se fué mi
pobre ama. Florina al decir esto se en-
cendió y suspiró.... Asi, no tengáis el me-
nor reparo... acercaos al fuego... a(|ui...
mas cerca... en este sitio estaréis mejor.
¡Dios mío! ¡que mojados tenéis los pies!
Ponedlos sobre este taburete.
La cordial acojida de Florina , su her-
mosa cara, la fínura de sus modales, que
no eran los de una doncella ordinaria ,
chocaron vivamente á la Gibosa que era
mas agradecida que nadie, á pesar de su
humilde condición, á toda especie de bon-
dad , de delicadeza |y de distinción ; así es
que cediendo á seim-jante atractivo:
— ¡Cuan atenta sois! respondió con
acento penetrado... me confundís con tan
ta bondad.
— Os aseguro que quisiera poder hacer
mas y ofreceros un sitio aquí... ¡ tenéis un
aire tan dulce y tan interesante !
— ¡ Ah 1 ¡ cuánto consuela calentarse á
un buen fuego ! dijo sencïllamenle la Ci*
bosa y casi sin querer.
En seguida, como era sumamente deli-
cada , y temiendo que la creyesen capaz
de abusar de la hospitalidad prolongando
su vis ta añadió:
— Hé aquí el motivo de mi venida> Ayer
me habéis dicho que un joven herrero,
Mr. Agricol Baudoin, habia sido preso en
este pabellón»
-^Desgraciadamente, es verdad, y pre-
cisamente en el momento en que mi ama
trataba de socorrerle.
— Yo soy hermana adoptiva de M. Agri-
col, repuso la Gibosa sonrojándose ligera-
mente, y ayer me ha escrito rogándome
que dijese á su padre que viniese aquí lu
rnas pronto posible para prevenir á Mlle»
de Cardoville que tenia que decirle cosas
muy interesantes ó á la peisonaque la se-
ñorita le enviase pues no se atrevía á
fiarlas á la phima ignorando si la corres-
pondencia de los presos era ó no leída por
el director de la cárcel.
— ¡Cómol ¿Mr. Agricol quiere hacer
á mi ama una revelación importante? dijo
Florina sorprendida.
— Sí, porque hasta ahora ignora Agrico!
la desgracia sucedida á Mlle, de Cardoville.
— Es verdad, y desgraciadamente este
acceso de locura se ha declarado de un
modo tan repentino, dijo Florina bajando
los ojos, que nada podia haberlo hecho
preveer.
— Necesariamente debe haber sido así,
repuso la Gibosa; porque cuando Agricol
vio á la señorita por la primera vezvulvió
á su casa penetrado y admirado de su gra-
cia, delicadeza y bondad.
— Como todos los que se acercan á mi
ama, dijo tristemente Florina.
— Esta mañana, repuso la Gibosa, cuan-
do por encargo de Agricol me presenté
en casa de su padre, este habia ya salido»
porque está sumamente inquieto: pero la
ALBra.
27
Y^Yla de mi lurmano adoptivu me pareció
tan urgeiile ó iiilcreanle para Mllo. de
Cardovilleiiiie Un gt'nerüsa st' liabia mos-
trado con ól-.-qui" no ho dutlado im» venir.
— Ya sabc'is que .desgratiadanienle la
señorita no e;<lá aqui.
— ¿Y no liabrá alguno de la familia á
quien yo pueda, si no liablar, á lo menos
liacersal)er^íor vueslrocoiiductoíjiie Agri-
col desea declarar cosas siimamenle im-
portantes para esa señorita?
— I Ks eosa estraña I respondió Florina
rellexionaHdo y sin responder á la (iiho-
sa : en seguida volviendo hacia ella, le di-
jo : ¿pero ignoráis enteramente el motivo
4e esas revelaciones?
— Enteramente; pero conozco miry bien
á Agricol que es uii jóten lleno de honor
y de honradez; tiene un entendimiento
claro y preciso, y puede darse entero cré-
<lito á lo que dice... Ademas... ¿qué ru-
tares podria tener en?...
— ¡ Dios mió! esclamó de pronto Flori-
na que tuvo un rajo de luz repentino, é
inlerruinpiendo á la (libo^a; ahora me
acuerdo que cuando le de.scubrioritn eji
un escondite donde la señorita le habia
hecho entrar, yo me hallaba allí por ca-
íiualidad, y Mr. Agricol me dijo al paso
en voz baja : Decid á vuestra generosa ama
<]ue la bondad (|ue tiene por mi, no (|ue-
<lará siíi reconipensa y que el lieínpo (jue
he estado en este escondite no habrá sido
perdido. Esto es cuanto ptido decirme, pur
que se lo llevaron al instante; coiilieíoque
en tales palabras no vi otra cosa mas que
la espresion de su gratitud y la esperanza
de podérsela probar algún dia á la scñ.j-
rita, y reuniendo* estas palabras con la
carta que os ha escrito... dijo Fiurina re-
ilt'xiunando...
— Eftclivamente, repuso la íiibosa, haj
alguna conexión entre el liempoque Agri-
col estuvo escondido en este sitio y lascó-
las importantes que tiene que revelar á
vuestra ama ó á alguno do la familia.
— \V.<e escondite no habia »ido nunca
habitado ni registrado inucliu tiempo ha-
cia, repuso Florina c<tn aire pensativo....
Tal vez Agricol habrá citrotitrado ó visto
en éJ algima cosa ipie pueda interesar ú
mi ama.
— Si la carta de Agricol no me hubiera
parecidt» tan urgente, repuso la (¡ibosa ,
no hul)iera venido, y cuando hubiese sa-
lido de la cárcel se hubiera près* litado él
mismo; gracias á la generosidatl de uno
desús antiguos camaradas no tardará mu-
cho tiempo en estar en lijierlad; pero ig-
norando, sí, aun á pesar de lianza, le de-
Jarán salir hoy mismo... he (fuerído ante
todo cumplir Heluiente su encargo.... la
generosa bondad de vuestra ama para con
él me constituye en el deber de obrar i'e
este modo.
Florina, como todas las personas á ijiiie-
nes á veces ocurren buenos instintos, es-
perinientaba una especie de consuelo en
hacer bien, cuando pudia hacerlo sin ries-
go, es decir sin esponerse á l«»s itiexora-
bles resentimientos de las personas do
quienes dependia.
Gracias á la (libosa, halló la ocasión de
hacer probablemente un gran servicio á
su ama , pero conocía bastante el odio Úí;
la princesa de Saint Dizier contra su so-
brina para estar persuaditla del peligro
que habia en que la revela- i »n de Agri-
col, en razón á su importancia, fuese lu--
cha á otra persona diferentií de Mlle, de
Cardoville; así es »jue Florina <lijo á la
Gibosa con tono grave y «entimental.
— Ksf ochad , voy i daros un consejt»
provechoso, según creo, para mi pubie
ama; pero este píiso podria serme funesto
si no suis discreta.
— ¿Quó queréis dicir? dijo la fiih'»*!»
niiratido á Florina ron (¡rofiinda snrpr<'sa,
— Por interés de mi ama... Mr. Agri-
col no debe confiar á nadie , sino á la sl'«
33 ALBUJÉ
ñoríta misma... las cosas importantes que
desee comunicarla.
— Pero, como no puede verla ¿porqué
no se debe dirigir á su familia?
— Precisamente de esta es de quien mas
se debe guardar.... La señorita puede cu-
rar... y entonces Agricoi podrá tiablarla,
y si no llegase nunca á restablecerse, de-
cid á vuestro hermano adoptivo que mas
vale que guarde su secreto que esponerse
á que sirva de provecho á los enemigos
de mi ama lo que infaliblemente su-
cedería ; creed n:e.
— Ya os entiendo, dijo tristemente la
Gibosa. La familia de vuestra generosa
ama no solo no la quiere sino que tal vez
la persigue.
— No puedo deciros mas sobre este par-
ticular: ahora, por lo que á mi toca, os
ruego que me hagáis la promesa de obte-
ner de Agricül que no hable anadie sobre
lo que habéis querido decirme y sobre el
consejo que acabo de daros... la dicha...
la diciía no, repuso Florina con tristeza
como si hiciese niucho tiempo que hubiese
renunciado á ser feliz, no solo la dicha
sino aun el reposo do mi vida depende de
vuestra discreción.
— No tengáis cuidado, dijo la Gibosa
enternecida y sorprendida viendo la dolo-
rosa espresion de la lisoiiomía de Florina;
no seré ingrata , nadie, esceplo Agricoi,
sabrá ijue os he hablado.
— ¡tírueias, gracias! dijo Florina con
efusión.
— ¿I'orquó me dais las gracias? dijo la
Oibi^sa admirada de ver correr gruesas
lágrimas de los ojos d.* Florina.
— bí.,.OBdebonn niomento de dicha...
pura y sin mezcla; porque acaso habria
podido liacer un servicio á mi cara ama
tnn espofienne á aunipnlar la* penas que
me atormentan ya.
— ¿Vos, desgraciada?
^-Eso os admira? pues creedme, cual-
quiera que sea vuestra suerte la cambia-
ria de buena gana por la mia, esclamó
Florina involuntariamente.
— ¡Ahí señorita, dijo la Gibosa, mé
parece que sois demasiado buena, y siento
que tengáis tal deseo, sobre todo hoy
— ¿Qué queréis decir?
— ¡Ah! no quiera Dios, continuó la
Gibosa con amargura , que sepáis cuan
horroroso es el verse privada de trabajo
cuando este es vuestro único recurso.
— ¡Dios mió! ¿á ese estado estais re-
ducida? esclamó Florina mirando á la Gi-
bosa con ansiedad.
La joven obrera inclinó la cabeza y no
contestó; su escesiva delicadeza casi se re-
rendia esta confianza, que parecía una
queja, y que se le había escapado ai pen-
sar en su horrible posición.
— Siendo eso así, continuó Florina, os
compadezco de lo mas profundo de mi co-
razón y sin embargo no me atrevería
á asegurar que vuestro infortunio es ma-
yor que el mío
Pasado un momento de silencio escla-
mó Florina de repente:
— Pero yo me ocuparé de eso sí os
falta trabajo..... si carecéis de recursos...
creo que podré proporcionaros obra.....
— ¡Será posible, señorita! esclamóla
Gibosa; nunca me hubiera atrevido á pe*
dirossemejaiite favor que no obstante
me es tan necesario; pero vuestro gene-
roso ofrecimiinto me pone en la obliga-
ción de no reservaros nada y asi oS
diré que esta mañana misma me han ne-
gado un trabajo (¡ue me hacia ganar cua-
tro francos por semana
— ¡Cuatro francos por semana ! esctá-
mó Florina pudiendo creer apenas lo que
oía.
— Sin duda que era bien poco, conti-
nuó la Gibosa, pero eso me bastaba
Desgraciadamente la persona que me ocu-
paba , encuentra quien le haga la misma
obra por un precio aun mas módico
Allí K.
— ¡Cuatro francos por semana' ropilió
l-'lurina conmovida profiindanu-nti' de tan-
ta misOria iioíiia á t<in grande re>¡gMacioii;
pues l»ien , yo os dirigiré á [lersonas que
os aseguren una ganancia al menos dedos
francos diarios
— ¿(¡anar jo dos francos diarios? ¿Fs
po>ible?...
—Sin (luda (jue sí... solo (¡ut- seria ne-
cesaria ir á tral>ajiir al taller á menos
que no pudráis pntu-ios á sen ir.
— Kn mi [)u!-ici(in , dijo la Gilmsa con
timidez, no se tiene el derecho de entre-
garse á esas *U'»ceptibilidades ; sin em-
bargo yo preferiria trabajar á jornal, y
ganando meíios, tener la Tacullad de lia-
cerila obr^ en mi casa.
— Di'sgraciadamente es indispensable
Ta condición de ir al taller, cnlchtó Flo-
rina.
— iMílonces debo renunciar á tan buena
osperan/i repuso la Gibosa; no por-
que yo relijse el ir al taller; ante lodo
es vivir... pero... se exigej (¡m las obreras
vayan vellidas sino con elegancia, con
decencia al menos y yo, os lo con-
fie>o sin avergonzarme, porque jui p'>.
breza es lionraJa no tengo mas ropa
que la (¡ue llevo.
— Si en <'»o consiste dijoeon viveza
Florins, se os darán los medios para (pie
os vitilais con decencia.
La (íibosa miraba á Florina á cada ins-
tante con !iia\i»r sorpresa. Er.ui los ofre-
cimientos de esta tan superiores á lo que
ella podia prometerse, y á lo (pie las obie-
raN g.Mi.in gi-neraliiu-nle, que ai)onas po-
dia rrcerlo la Gibosa.
— Pito ¿ponpjó razón, pregunt(')
esta vacilando, tanta genero>idad conmi-
go, si'ù'irila? ¿De (jué modo podria vo
ganar lui salario tan crecido?
Florina se estremeció.
Un arrebato del coraron y de su buen
carácter, el deseo de ser útil á la Gibosa,
20
cuya dulzura y re^igl^arion la interesaroa
\i\aiiiente, la liabi.m arrastrado á ha-
cerla una pr(q)(>.siii(in poco meditada; i>a-
bia á que precio podria oblíner la Giliosa
las ventajas que le proponía, y solo en-
tonces la ocurrió preguiilarse en su inte-
rior si lajóxeu obreía cunsfiitiria miuc«
vu aceptar senujante ctindicion.
Por desgiiicia liabia aNenturado Flo-
liiia muchas palfibras, ) sin fiubargo no
se atrevió á di cilio tii(b) á la (iiboso. He-
solvió piifs arriesgar el pür\enir ante los
escn'i()ulos de la joven ubrera, y como los
que han faltado estai poco dispuestos de
ordinario á cieer en la infalibilidad de los
otros, Florina pensó (|ue acaso la Gibosa,
en su po>iciun desesperada, tendí ia me-
nos delicadeïa de la que ella le suponía...
y coiiiiiiiió :
— Vo coiioili » que ofertas tan superio-
ics á lo (pie e>lais a^co^-liimbrada á ganar
deliiii sm panderos; pero debo adverti-
ros (jiie se trata de una institución pia-
dosa , de>tiiiada á proporcionar trabajo ú
«•ciipacionálas mugeres honradas ijue es-
tán en necesidad, ,. L'ste ( stabiecimiento,
()ue se llama la Obra de Santa María, se
eiuMrga de colocar á las criadas, á las
(dureras al jornal La dirección de la
Obra eslá eoníiada a personas tan carita-
tivas, (pie ellas mismas pru\ een á las obre-
ras (|iK' toman biijo su pro»i (:é¡on, de una
especie de ajuar, cuando e.-las no CNÍán
\ olidas Con decencia para llenar las fun-
ciones á (|U«' se las destina.
K^ta e>p!icac¡on bailo plausible de las
MI íjryn//Ícíis "ofertas de Fl.iiiii.i , debia sa-
tisfacer á la (íibo>a; piiolo (jue se tra-
taba de una obra de hem ficencia.
— De ese niodu comprendo I» subido
del salario (!<• (|ue me l:ablais, señorita,
conlintió la G diosa . pero yo no cuenlo
con ninguna teomeiidiicion para Ser pro-
tegida por las caritativas personas que di-
rigen esos establecimientos.
8* •
30 ALBÜH,
—Vos padecéis, siendo laboriosa y hon-
rada, y estos son derechos suficientes;...
tan solo se os preguntará si flenais cxac-
taniente vuestros deberes reíigiosos.
— Nadie me gana á amar y bojidi eir á
Dios, señorita, dijo !a Gibosa con dulce
firmeza; pero !a práctica de ciertos (JcIjc
res son un asjinto de conciencia , y yo
preferiría renunciar á la protección de
que me habláis, si debia tener alguna exi
geticia en este punto.
— Nada de eso; mas como os lo he di-
cho , las personas que dirigen esa obra
son muy piadosas, y asi es que no deben
sorprenderos sus preguntas sobre ese ob-
jeto y sobre lodo ¿qn<-^ perdéis en
probar? Si las proposiciones que os hagan
os cor» vienen, las aceptáis;... si, al con-
trario, os parecen en oposición con \n^'s-
tra libertad de conciencia, podéis rehu-
sarlas vuestra posición no se empeo-
rará por eso.
Nada tenia que objetar la Gibosa con-
tra eíta conclusion que. dejándide la mas
completa latitud, alejaba toda descon-
fianza , y asi continuó:
— Acepto vuestro ofrecimiento y os lo
agradezco con todo mi corazón; mas¿(|uii'n
me presentará?
— Yo iDanana sí queréis,
— Pero acaso querrán tomar informes
sobre mí
— La respetable madre Santa Perpe-
tua; superiura del convento de Santa Ma-
rte, dond<.' está establecida la Obra, es-
toy secura <pie os apreciará sin necesidad
de informarse; á las preguntas que os
haga no os será difícil dejarla satisfeciía.
Asi est;'i convenido hasta mariaiia.
— ¿N'endré aq>n' por vos, señorita?
— No, como os he dicho, no debe sa-
berse que habéis venido de parte de Agri-
eol, y una nueva visita podr¿i escitar sos-
pechas Yo iré por vos en u» coche...
¿dónde vivis?
— Calle Brise Miche núm. 3... puesío
(jue os tomáis ese trabajo, no tenéis \i\s9
que decirle al tirJorero que hace de por-
tero que me avise que llame á la Gi-
bosa.
— ; La Gibosa I dijo Floriha con sor-
presa.
— Si, señorita, contestó la obrera con
una triste sonrisa, es el apodo (jue todos
me dan.... y mirad, añadió la Gibosa na
pudiendo reprimir una lágrima, es latn-
bien á causa de la ridicula imperfeccio»
que niotiva ese apodo el tí-ner r< paro ere
ir á trabajar al taller... ¡Hay tantas g«'n-
tes que se burlan de una sin saber cuan-
to la hieren [.... Pero como no tengo que»
escoger, añadió la infeliz enjugándose lu*
ojos, me resignaré....
Florina sumamente conmovida tomó lat
mano de la Gibosa y la dijo:
— ïran(juilizaos, hay infortunios de faí
naturaleza (jue inspiran compasión y no
burla; ¿no podrid preguntar vuestro ver-
dadero nombre?
— Me llamo ALagdalena Soliveau ; pera
os lo repilo, señorita, preguntad por I»
Gibosa, porque ca>i no se me conoce sint^
bajo este nombre.
—Mañana, pues, iré ala calle de Brise -
Miche.
— I Ah I señorita , ¿cuándo podré pa-
gar tantas bondades?
— No hablemos de eso; lodo mi deseo
es que mi intercesión pueda seros útil..,,
de !o (¡ue sola vos podréis juzgar; en rúan-
to á Agrícoi no le res-pondais ; esperad á
que salga de la cárcel, y decidle entonce*
(|ue sus revelaciones debon (|uedar en se-
creto hasta el mun\enlü en (jiu« pucáa ver
á mi pobre ama....
— ¿Y d(')nde e>tá á estas ftorasesa- bue-
na señora?
— Lo ignoro.... No sé á dontíe Fa han
conducido cuando se ha declarado su ac-
ceso. Asi, has^U mañaua.
—ÎInsIa innnnn.T, dijo la d'hosa.
Nu haltrá olvuladu el li-clor t;iu-cl r.wi -
\<iiti) (II* Sania Maria, îIiuhU» Floritia <le-
bid coiidiii-ir á la (îit)iisa, • ra »d iiiic »'ii-
cerraba las lujas del {^iMifral Siinmi.y i|iu'
psiaba iniiu'iliato á la casa île salud del
durlor Baleinier en el i¡ue se hallaba eii-
tunres Adriana de Ciirduvil^e.
M.
i.A maDrg saîita n-nPiïTiA.
El ct>iivent«)df Sama Minia, donde lia
Itian >ido roixliiridas las lujas del pfiiera!
Simon, era un anlii^no y <;rande edilicio,
cuyo vasto jardin daba al l¡oA¡iiial , uno
de los silios (>übre lodo en acjiudla época)
mas desiertos de Paris.
Las eseeiías (¡iie si;¿iicn ocnrrieron el
1*2 de fibrero, M'^pera de! dia f.ilaieti (|iie
los nnenibros de la fatnilia Ilennepont,
úUinios descendientes d<> la hermana del
Judío erraiitt<, dcbíjii reunirse en la calle
de San Fianci^eo.
lili el oonvcnli) de Sania Maiia habia
tina completa rf;:iilaridad. ['nct>nM-joMi
periur, compuesto de ec¡esia>ti(ti> inílu-
yenles, pre>idido por el padre Aii:ri^ii>,
y de mujeres de una gran dev&cion á cu-
ya cabeza estaba la prince>a de Saint- Di
2ier, se reunia á menudo á (in de acordar
Irts nu'dios de asesinar y eslender la in-
fluencia oculta y poderosa de aipiel esta-
blecimiento, que tomaba una notable es-
lensiun.
H ribi.in presidid ) á h rnndaclon de la
Oltra de Santa Maria combinación^ muy
habiles y muy profundamenlecaltulad; s,
y por con>ei"iientia de jurandes dnnalivcjs,
piiseia riipnVimas (incas y otros bienes que
se aumentaban cada dia.
La conujnidad religiosa solo era un pre-
lesto; perograciasá numerosas inteli':en-
cias enlazadjs en la provincia por medio
de los miembros mas exalla los del p.irli-
do ultramontano, se atraían á e>te con-
venio un número Lj^tanie considerable
ALBCM. 31
de liMélf.ina': rícamon'p tloladas (¡iie de»
bian recibir en el conM-nto una etliir.i-
cinn xdiila , áuslera, reli;;iu>a; muy pre-
ferible, >e d( cía , á l.i educariun fiivtda
i¡ue liat)i.in n i ibido en los r«dc'¿i(i<«de nu»'
d'i, infi ciados de la c.>rtupei in <!• I >i^'o.
A las mugeres \iudí>s ó solas, pero l.ini-
bií'ii ricas, olrecia la Obra tie Santa Ma-
ria \\n a*ilo seguro con'ia los |)e'igros y
las tent.U'iones del mundo: di ^rulalia"!»
una ca!m;i adorable en e>le pacílico reti-
ro, híicieiid') méiilos p;ira la salvaí ;ii y
hall mdose rodeada» de los cuidado» nías
litrnos y af<íiuo»os.
No era «'>o totlo ; la madre Santa Per-
petua, sii|ieriota del cnn\tnlo, >•• enc.ir-
gaba lambien en nombre de l;i ()!ir;i, du
procurar á los xerdaderos ííi'!e> que que-
rian preservar el inferior de sos ia>a> de
la corrupción del >ig'o , m a señfirila- de
compailia para las mujeres Mda> ó de eila ',
ya criadas, (j ja en iiii obrera^, cuja | ie-
dad de ti. das ellas estaba garantizada (lor
la Obra.
Nada parecía mas digno de interés, «le
simpalia y ile protección (pie un estable-
cimiento simejanle, pero bien pronto qui-
taremos el velo á esle va.slo y peligi(»>o
laboratorio de inlripas de tudas clases,
ocu'tas bójo tan caritativas y santa> apa-
riencias.
La madre Santa Perpetua, superiora
del comento, «ra una muger alta, como
de cuarenta años, ve>tida de >ay.d de co-
lor caiiiu!i:a, y bevaba ci)!gado de la cin-
tura un l.irg'í rosario; un gorro b'aiico
con babera acompafiado de un \elo ne-
gro la cubria la c.ibcz.i > ca>i eiilera-
iiiente el rostro flaco y pálido; veían>e eii
MI freiitea.iiarillenta una multitud de ar-
rugas profundas y traiis>er>ales; su na-
riz se eiuorxaba á m.Mi« ra de! pirodeun.1
águila de rapiña.; mis ('josn»-gios ei an sa-
gaces V vivos, y MI lÍMiiioihia á la vez in-
ieiÍL:ente y fria demostidba un caiácler
inllexibíc.
32 AtBÜB.
En cl manojo de los intereses de la co-
muniilad, la maJre Santa Perpetua habría
podiil<> servir iJeníoiielo aî procurador mas
astillo. Cuando las mugeres están poseí-
das (lo lo que se llama h inteligencia de los
ncíjocias , y se dedican á ellos con toda la
sutileza de su penetración, su perseveran-
ci;i infatijiable, su prudente disimulo, y
sobretodo con esa precisidn y rapidez del
primer };o!pe de vista (|ue les es innata,
consii^Mcn roMiItados poderosos.
Para la inadre S.iiíla Perpetua, mu-
jer do una calteza sólida y fuerte , solo era
un juego ia vasta contabilidad delconven-
to, nadie ia ganaba á saber comprar pro-
piedades deterioradas para mejorarlas y
y Volverías á vender con ventaja; el cur
so de la renta y el cambio, el valor cor-
riente de las acciones de diferentes em-
presas, leerán también muy familiares^
nunca hizo una especulación falsa al em-
pl' ar ¡os fniidos de tjue las buenas abnas
lia'ian diariamente donativo á la Obra de
Santa M.iria. líslableció en elconvento un
('•rdeii , una disciplina y sol're todo, una
econonu'a sorprenden le. lil objeto cons-
tante de sus esfuerzos era el de enriquecer
la cuinunidad «¡ne dirigía; porque el espí-
ritu de á*ociacioti , cuirmlo está regido [)or
e\ i'goi.-iiiio C'Aiclici), da á las corpttracio-
nes lus «il fectos y ios vici;>s del individuo.
Asi es qui; una cnn¡:;i elación ama el po-
der y el dinero como un ambiciosoaina el
pudor por si m'wmo. y okihoa'I avaro ama el
yro p >i au vaior... Poroeii lijqiio sobre to-
jo übranliis e.ingregaiionescüuiotuí liom
hre solo, eson la adqui>icioiideíinca.>; Oata^
son el ot'joto de su >ueùo, su idea fija y su
fruclifera monomanía; lacen por ella los
VoIds mas ;>íoeoros , los mas tiernos y ar-
d;en!« s.,,.
\í\ primor intnudi'c es para una pobre
y jioquL'ùa co.nunidad naciente lo quepa
ra una recien casada su regalo de bodas;
para un adolescente su primer caballo;
para un poeta su primef triunfo; para una
costurera su primer chai de cachemira;
porijue prescindietido de todo, en estesi-
glo material, yin inmueble coloca á una
conuinidad en cierta posición , dándola
cierto valor en la Bolsa religiosa, y una idea
tanto mayor de su crédito sobre los necios
cuanto que todas las asociaciones de sal-
vación, que concluyen por poseer itmien-
sos bienes, se fiui.lan siempre modoita-
menle c>n la p ibri'za como título social,,
y la caridad del prógiuíO como garantía y
eventua'ilad.
Por lo tanto, no es fácil formarse una
idea do la ardiente y acre rivalidad que
hay entre las diferentes congregaciones de
hombros y mujeres, en cnanto á los íh-
mueblcs (¡ue cada una» puede poseer , y de
la grande complacencia con que una opu-
lenta coniuiiidiid se enseñorea sobre otra
menos rica , o.->!.entando el inventario de
sus ca>as , haciendas y billetes de banco.
La envidia y los encarnizados celos,
que la ociosidad dol cldii>tro hace a(m
mas tirriblos, nacen preci>amonte de ta-
les conqjaracionos ; y .vin embargo nada
es menus cristiano en la adorable acepta-
ción de esta divina palabra, nada lo es
menos según 1 1 verdadero espíritu evan-
gélico, e^píritll tan religioso y esemial-
menle cohuuiÍaUi, que e»le insaciable ar-
dor de ¡idipiiiir y amontonar por todos los
medios posible*»; avaricia peligrosa que
está lejos de ser escn^aila á los ojos de ia
pública opinion pv'r algunns cortas limos-
nas á las quo presido un inexorable espí-
ritu de esidii-ion y do intolerancia. ,
La madre ¿anta Perpetua estaba sen-
tada ante un meritorio colocado en medio
de un gabinete sencillo, \)>c.u conforíáüle-
menlc amueblado; uh fuego escelenle ar-
día en una chimenea de mármol y una
rica alfombra cubría el suelo.
La superiora, á quien se entregaban
todos los dias las cartas dirigidas á las her-
AI I I >l
X]
roanas ó á las pensionistas del convenlü,
acababa de abrir las de las primeras, ^e-
}¡un sil derecluí, y las de lassej;iiiida>coii
grande deslroza, segi;n el dereclin que
ella se atribula, ¡i su pesar: pero par el
ínteres de la salvación desús (pu-riilas ni-
ñas y también un poco por estar ai c(tr
rienle dt? su correpundencia , .poripie l.i
superiora so iniponí.i el deber de tomar
coiMjrimienlo de todas las cat Ms (|iu' so
e>rrili;.in cu el convi uto, antes de remi
tirlas al correo.
Las M'ñales de esta piadosa é inocenli-
io(|iiisirion desaparecierun con mnclia fa-
cilidad, por(|ue la santa y buena madre
poseía IikIo un arsenal do prociosos y po-
tpit'ùos úliic'S de aiero; los imu)S muyíali-
ladüs servían para levanlar iiiperce.;;ífbk'-
nuiíle el papel alre<ledor del lacre, y des
files de leida la carta y Nuelia á co!i>cei
•«?n su sobre , tomaba otro lindo iiislru-
meiito redondo, li» caíentaí'a lijeramenle
y pagando pjr encima del lacre la dejaba
«uinu antes; en (in por un senlintieiito de
justicia y de igualdad muy loable, 'liabia
en el arsenal de la bueno madre basta un
^íequeiio fumifíalorio sumamente ingenio
so con el \apor In'unedo y disolvente, ai
cual se soinetían las cartas •modesta )
iMimíldciiK'ote cei radas con obleas; liii-
ine(ieciilas asi, cedían con facilidad al me
ñor esfuerzo y sin ocasionar la mas pt.'-
giieña rotura.
Según \it importancia de \as i ndiscri ció
nes i|ue la superiora encontraba en las
rnrtaN.se (|iK>ddba<^on notas oías ó meno'»
«sientas. Interrumpiéronla en esta inte-
resante iinestigaciun dos golpecitos dado>
en la puerta cerrada del gabiiiele.
La madie Santa IVrpetua ocultó i unu
secreto su escritorio, su pequeño arsenal,
se levantó y fué á ahrir -con un aire so-
lemne.
Una hermana cubierta venía á avisarla
que la señora princesa de Saint-Dizier
esperaba en el >aliin, \ que Fioriiia acom-
pañada de niiii jtiven «'onlrabecbfi y mal
vestida, (|ue li.ibinn llegado un poco des -
pue? t|Ut,' la piuice.sa, operaban lanibieii
á la puerta d»'l peqii.ño corredor.
— Introducid primer*» á la princesa,
(lijo la madre S.inta l'erpelua, y congra-
cióla oíicio^id id acercó im s.llonal fuego.
L:i [tritife-a de S.'ii';l - Di/ier entró.
Aiiníiue sin pieieiiNiímes caprirliosas y
juvei.ües, la pi incoa e^lal)a volida con
¡justo y elegancia: llevaba un sombrerillo
(le terciojielo negro de la mejor hechura,
un chai do cachemira azul y un vestido
(lo raso negro guarnecido de pieles de
marta igual ai foi ro de su manguilo.
— ¿Hué buena fortuna me proporoinna
boy el honor de vuestra '.¡sita, mi queri-
da bija*.'.... le dijo graciosamente !a íupc-
riora.
— Una recotiiendacioM niii) imporíanlc
mi t|uerida madre, [lorque estoy deniucha
pri>a;>ie me espera en casa su eminencia,
y desgraciadamente sido puedo e.->iar con
vos algunos «limites; se trata todavía de
esas dos buórfanas sobre las (jiie liemos
hablado tanto ayer.
— Conliiman separadas, según vuestro
deseo... y e>ta separación ha sido para
(lias un golpe tan sei.>it4e.... (|ue nie he
V isto ob!iga<la ota (luiñ.uia a enviar por
el doctor I'alemii I ... ;i su » asa de salud..,
lia encoiiliaJouiiii n< lue uitt<!a á un gran-
de abalimientü, y, co-a siiigu!ar, lo.sinis-
nios .'íiilomas de enfermedad en ambas
hermanas.... He irKei rogado de lUic vo á
eslas infelices ciialuras.... y he ijuedado
confundida.... a>u>tada... son ididalias...
— rPor eso era lan urgente el confesar-
Ins.... IVro veij iupii el motivo de mí vi-
sita, mi ipierída madre: acaba de saber-
-e el regreso impn v i.-lo de¡ soldado quo
ha traído esasjóvenes á Francia, y el que
se creía ausente por algunos dias; está en
I'aris; á pesar de su edad, es un hombre
9*
Z\ A Leu»
audaz, emprendedor, y de una rara coít
gía; si descubriera íjue las jóvcrios cstin
aq li... lo que por otra parte dicliosaimn
te es casi imposible, en su rabia de ver-
las al abrigo de su impía induoncia, sería
Capaz de todo.... Asi, desde hoy, n)i iiiu'-
rida madre, debéis redoblar vuestra 'i)i-
lancia.... que nadie pueda inlroduíiix-
aqui de noche.... ¡está tan desierto vsU-
barrio!....
— Descíiidad, mi querida hija.... esta-
mos bastante guardadas: nue>tro porleru y
jardineros, bien armados, liaccn la romia
toda la noche por el lado del hospital; las
paredes son alias y cruzadas de punías
de hierro en los parajes de mas faoil ac-
ceso;,... pero de lodos modos os agrade/
co, hija mia, vuestra advertencia; se re-
dobiarr.n las precauciones.
— Sobre todo esta noche , m» querida
madre.
— ¿Y porqué?
— Porque si ese infernal soldado tuvie-
ra la audacia inaudita de intentar cual-
quier cosa..;, seria esta noche....
— ¿Y cómo lo sabéis, uii querida hijfi?
— Las noticias que tenemos nos dan
esta certidumbre, contestó la princesa con
una lijera turbación rjue no se escapó á la
supcriora ; pero era esta demasiado (¡na
y reservada para darse por entendida, á
pesar de sus sospechas de que se le ocul-
taban muchas cosas.
— Ksla noche pues, respondió la madre
Santa Perp.etua , se redoblará la vigilan-
cia.... Pero pue«to que tengo el placer de
veros, mi «juenda hija, aprovecharé esta
ocasioR para deciros dos palabras solvre el
casamiento en cuestión.
— Bien, mi querida njadre, dijo con vi-
veza la de Sainl-Dizier, eso es muy im-
portante; el joven baron de Brisville e.>.
un líOmbre lieno de ardiente devoción en
este tiempo de impiedad revuluciunario y
la practica abiertamente; podrá hacernos
grandes servicios; en la cámara es bas-
ta níe escuchado, no careciendo de una es-
pecie de elocuí^ncia agresiva é insultante,
y no conozco á nadie que demuestre su
creencia eon mas descaro, y su fé de un
modo tan insolente; su cálculo es justo,
poniue esa manera caballeresca y desem-
barazada de hablar de cosas s.')ritas pica y
despitMlaía curiosidad de les indilcrtnles.
Por forttma son tales las circunstancias»
que puede mostrarse contra nuoslro<etu—
migos Cf>n lina audaz violencia sin el me-
nor peligro, lo que naturalmente n díd)!»
^u ardor de mártir postulante; en una pa-
labra, es nuestro, y en pago le debemii»
ese matrimonio; es preciso, pues. ()ue se
fia¿;a : por otra parte, vos sabéis, queri-
da madre, que se propone hacer una <lo-
nacion de cien mil francos á la Obra <le
Santa Maria, el (lia en que tome' posesi<>r>
de la forttma de la señorita de Baiídri-
court.
— Nimca he dudado de las esretente*
infenciones de Mr. de líris^iíle en cnaiiti>
á una obra que merece la ^impajia de to-
das las personas piadosas, respondió dis-
cretamefite la t-njíeriora ; poro na creía ya
encontrar tantos obstáculos de parte de la
joven.
— ;(]ómof
— Esa joven, en quien hasta ahora ha-
bia yo creido la sumisión, la timidez, la
nulidaí), ó mejor dicho, el idiuiismo per-
sonificado.... en higar de ser lo (jue yo'
pensaba, arrebatada por esa proposicioi»
de casauíiento.... pide tiempo para refte-
xionar.
— ¡ ('.osa estrana f
— Me opone una resistenei» de inar-
cion; en vanóla he dicho con >everidiu>
que hallándose sin padres ni amigos y qiur
estando confiada á mi cuidado, debe ver
por mis ojos y escuchar por mis oidos, y
que cuanilo yo le aseguro que esa nnioo
lacou\icne bajo todcs aspectos, dvLecon-
forruarsi' sin rtll-xionar ni linrcr la na-
nur iilijfcion....
—Pur cit;rto.... que no puoile hablarse
de un modo nin> sensato —
— Klla me re>[)i>nJe i|iie tpiisiern mt á
Mr.de Urisville > conocer so carácler an-
les de coinproinelerso....
— liso es un ab.Mird».... cnnntlo vos le
rcsp mdeis de su moralidad y liallais tjUe
ese ca>amienlo la es convinifule....
— Ademas, esta mauaiia lie lieclio no
lar á la serM)iita Baiidricuiirt que ^i hasta
aliora no lie empU'ado con ella sino me-
dios di- dulzura y pir>ua>iiin, podre ver-
me oh'ijjada á pesar niio y pui u [)rt>pio
interés. ... á ohrar ron rijinr [laia vi-ncer
su (>h>tina(-¡on , sejarándula de mis C'in-
palieras y encenándoia con la uia> seve-
. ra incomunicaciitn... ha>ta que se decidn
á (¡uerer ser dichosa rasándose con un
homhre tan re^peliilde.
— ¿Y qut; eft do han producido esas
amenazas, mi querida madre?
— Creo que tendrán buen resultado....
ella tenia cierta corres|)onih'ncia con una
antigua compailera de coVüi-) de su pro-
vincia cor lespoiidiMícia (|ue yo he su ■
primi'lo por parecermo peligrosa; por lo
tanto en el dia se halla bajo mi sola in
ílliencia.... y no du Jo (¡ue conseguiíeinos
nuestro fm; pero j a conociis, hija mia,
que no se logra liacer el bien sino á costa
de mucho lrah;ij".
— 1 amblen esloy segura de que AI. de
Brisville no se aleitdrá á su primera pro-
mesa, garantizando yo misma de i]ue ai
llega á realrzarse e>le enlace,...
— Vos sabéis, mi <|uerida luja, dijo la
superiora uiliTiiiinpiendoa la piimeía que
si Se tratara de misóla, <h'>di> luego lelni-
saria; peio dar á la Ol>ra es dar á l)i<»>,
y yo no puedo ini[)e(lir á .Mr. de |}ri>\iiic
«I que aumente la suma ademas, uu>
suçi-'leiiina cosa dep'or.ible.
— ¿Que cu-'U, mi quel da madre?
ALnim. ^ Sii
— r.l Sagrado Corazón nos disputa y
puja um (iocü (picn>)S <-on>ieneMibrema-
nera.... Kn verdad (|m' hay grntetíincaD'
sable>; no i>l)>l.iiile , me lu- is|>hi'ado so-
bre el particular enérgicmenle ron la
superiora.
— \'M efecto, ella mi^ma me li; ha tli-
rlio alriliiiyendo la culpa al ecónomo, nS'
pontli('> Mme. de S.iinl-Dizier.
— ¡Ah! ¿La visitais vos. mi (iu< rida
hija? pregiiriló laMijieiiora pateciendo \i-
varnenU; sorprendida.
— I^a he eiicontr.ido en fa«a de Monse-
ñor, conlesti) la iinnroa ron imi li¡.'era
turbación que la madre Santa IN rpi !i;a
no pareció notar.
— -Yo no m'> en verdad . contiion» esta ,
por(]iie escita nuestro otableeiiiiieiitu (aii
\ioleiitüS c«'lo> al Sag»-ado Corazón; asies
que ha esparcido rumores de-agradables»
sobre la Obra jje Santa Maria.... luiy
ciertas personas* que se sienten ofendidas
de la prosperidad de sus semejantes.
— Vamos, mi queriria madre, diji» la
princesa con tono conciliador, no dmb is
que el dorntivo de Mr. de I5r ínvíIU'os pon •
drá en el caso <le poder sobrejuijar á la
postura del Sagrado Corazón ; e«e rasa-
miento tendría pues una doble ventaja,
mi (|uerida mailre por(|ire pondría una
gratule fortuna en las manos de un hom-
bre nuestro, que la em|)learia como con-
viene;.... con cerca de 100.000 francos
de renta se triplicaria la importancia de
nuestro ardierrte defensor, lin fin, ¡endro-
mo> un órgano digno de miesíra cau^a y
no nos veremos ohliga as á cuníiar nues-
tra defensa á agentes como e.-e .Mr. Du-
moii'in.
— ^in embsrgo hay miii lio mimen y
mucho talento en >u> escritos : p.aa míes
nt\ e>lil<> d ■ un San liernardo indignado
contra la inq)ieda(i del >iglo —
— ¡ Ah madre I ] si sopierai". que eslra-
Ù0 San Uernardo es el lal Duiuuulio L...
36
âLBUM,
:/"
pero no quiero escandalizar vuestros oi-
•dos.... Tudo lo <]iie puedo deciros, es que
semejantes dtfonsorcs comprometen las
mas santas causas.... Adiós, mi querida
madr»'.... os encargo sobre todo que re-
dobléis la vigilancia esta noche.... El re-
greso do ese soldado me pone en grande
inquietud.
— Traníjuilizaos, hija mia.... ; Ali ! me
olvidaba.... Kiorina nie ha rogado que os
pida una gracia y es la de entraren vues-
•tro servicio.... vos sabéis la fidelidad que
os ha moslTrulo en la vigilancia de vues-
tra dcsdicliaiia sobrina... creo que recom-
-pensándola asi la ganaríais completamen-
te.;., y yo os (¡uedaria reconocida por
«Ha.
— Bastarla que vos mostraseis el menor
interés, mi (¡ucrida madre, para qiie nie
apresurara á complaceros.... Es rosa he-
cha , recibiré en mi casa á ¡Florina.... Y
ahora (¡ue pienso, podrá serme muclio mas
útil tie lo que creia.
— Mil gracias, mi querida hija, portan-
ta bondad.... Nos volvereuíos á ver muy
pronto.... ya sabéis que pasado mañana
á las dos (lebeinos tener una larga confe-
rencia con Su Eminencia y Monseñor, no
Jo olvidéis....
— No, madre mia, seré exacta.... pero
ledoblad las precauciones esta noche, por-
gue temo utí grande e>cJndaío.
Lueg.» que la prince-^a hubo besado res-
petuosaiucníe la mano á lasuperiora, sa-
lió por la puerta principal del gabinete
que daba á un salon á cuyo estremo es-
taba la escalera.
Algunos r.iinutos despuesenlró Florina
tn el cuarlo de lasuperiora porunapuer-
<a lateral.
La sup(ri)ra estaba ^enlada, y Florina
se acercó á ella con tímida humildad.
— ¿Habéis encontrado á la señora prin-
cesa de .Saint- Dizier? Ic preguntó la ma-
dre Santa Terpelua.
— No, madre, he estado esperando
en el pasillo cuyas ventanas dan al jar-
din.
— La princesa os recibe en su servicio
desde hoy, dijo la superíora.
Florina hizo un movimiento de sorpre-
sa mezclada de disgusto, y contestó:
— ¡Yo... madre!... pero...
— Se lo he pedido en vuestro nombre...
vos aceptáis.,, dijo imperiosamente lasu-
periora.
, — Sin embargo... madre, yo os había
rogado no....
— ; Os repito que aceptáis 1 dijo lasu-
periora con un tono tan firuíe y positivo,
(|ue Florina inclinó la cabeea y dijo en
voz baja:
— Acepto —
— Os doy esta orden en nombre de
Mr. Uodin.
— Me lo pensaba.... madre, respondió
tristemente Florina; ¿y con que condicio-
nes.... entro en casa Je la princesa?
— Con las misn»as que en casa de su
sobrina.
Florina se estremeció y dijo:
— Asi, ¿deberé dar informes frecuentes
y secretos sobre la princesa?
— Observaréis y daréis cuenta....
— Si, madre...
— Snbre todo, las visitas (pie reciba eii
adelántela princesa de la superiora del
Sagrado Corazón; ¡as a|)untare¡s, y tra-
taréis de e>cucli;ir,... Se Irala de preser-
var á la princesa de perjudiciales influen-
cias.
— Obedeceré, madre.
— Trataréis de saber porque razón se
han alraido at\\\'\ dos jóvenes luiérfanas, y
han sido recomendadas con la niayor se-
veridad por Mme. Grivois, confidente de
la princesa.
— Si, madre.
— Eso no os iuípedirá el qtie procuréis
grabar en vuestra imaginación todoaque-
ALBUM
Tlü que os parezca digno de notarse. Ma-
ñana os daré ademas instrucciones sobre
otro asunto.
— Kslá bien, madre.
— Por lo demás, si os conducís de un
modo salisfaclorio, ejecutando lichiii iite
^as instrucciones de que os hablo, saldréis
de casa de la princesa para ser ama ule
llaves en casa de utia joven recien casada:
esta será par;» vos una posición escelenfe
y durable... siempre con las mismas cun-
diciones. Asi,(|uedais advertida de (|ue
entrais en casa de .Mine, de Saint-Dizier
ú vuestro ruego.
— Si, madre.... lo tendré presente.
— ¿Quien es esa joven contralieolia que
os act)nipaùa ?
— Una pobre criatura sin ningim recur-
so, muy inteligente y de una educación
íup^'rior á su estado; es coslurer-a en ro-
pa blanca, y faltándole el trabajo se en-
cuentra reducida á la última miseria. Ks-
ta mañana lie tomado informes sobre ella
cuando he ido á buscarla, y me los hai,
dado escelen tes.
— ¿Ks fea y contraleclia?
— Su rostro es intoresanle ; pero es jo-
robada.
La s'jperiora pareció satisfecha de sa-
ber (|ue la persona de quien se le hablaba
eraamabl*, aunque de un estcrior des-
graciado , y anadió después de un mo-
mento de relk'csion-
37
— ¿Y parece intelig nte?
■ — Mucho.
— ¿Y carece enteramente de recursos*'
— Alisolulanienle...
— ¿ Es piadosa ?
— No llena los deberes relijiosos.
— Poco importa , dijo er»lre sí la supe-
riora , si es int<'ligente eso basta; y des-
pués conlinuó: ¿Sabéis si es buena costu-
rera?
— (>eo (|uc si , madre,
Levantóse la üipefiora, tomó un rejis-
Iro de un estante , y pareció buscar en él
alguna cosa con atención; á los pocos ins-
tantes lo dejó en el inismuo sitio y dijo:
— Haced entrar á esa joven.... é id á
esnerarme en la lencería.
— Contrahecha.... inteligente buena
costúrela, dijo la superiora reflecsionay-
do, no inspirará ninguna sospeclia... Ve-
remos.
De alli á un instante entró Florina con
la (¡ibosa. se la presentó á la superiora,
y dejándola con esta , se reíiró con dis-
creción.
La joven costurera estaba conmovida,
trémula y profundamente turbada, por-
que no |)odia creer, por decirlo asi , el
descubrimiento que acat)aba de hacer du-
rante la ausencia de Florina.
La Gibosa no pudo 'menos de sentirse'
sobrecojida de un vago terror al verse sola
con la supéricSrà del convento de Santa
\íaría.
10*
38
ALBUM.
tiA OBR^ iW. SAIVTA IHIRÎA.
Vil.
LA TRAICIÓN
Tal habia sido la causa de la profunila
agitación de la Gibosa.
Florina , al ir á ver á la superiora, lin-
bia dejado á la joven obrera en un pasillo
guarnecido de banquetas, el cual forma-
ba una especie de antesala situada en el
piso principal. Viéndose sola la Gibosa se
habia acercado n>aquÍ!iaImonfe á una ven
tana que daba á la huirla del convento,
cerrada con una tapia medio arruinada ,
rematando en una de sus estremidade?
por una cerca de tablas en forma de can-
cel. Esta tapia limítrofe á un oratorio en
construcción, era medianera con el jar-
din de una casa vecina.
La Gibosa vio aparecer de pronto una
joven en una de las ventanas del cuarto
bajo de esta casa , cuya ventana enrejada
era por otra parte bien notable á causa
de hallarse coronada con una especie de
sobradillo en forma de pabellón. Con los
ojos fijos en uno de los edificios del con-
vento , esta joven hacia con la mano se-
ñas que parccian escitantes y afectuosas.
Como la Gibosa no podia percibir des-
de la ventana en donde estaba , á quien
se dirijian estas concertadas senas, con-
templaba la rara hermosura de cstaj<')ven,
la belleza de su tez, el negro brillo de sus
grandes ojos y la apacible cuanto afectuo
sa sonrisa (|uo apenas alomaba á sus la-
bios, bin duda que su graciosa y espresiva
pantorriima quedó sin respuesta, porque
llevando con un donoso movimiento la
mano izqtjierda sobre su pecho, hizo con
la derecha un gesto que pn recia indicâf
que su corazón quería irse hacia el punto
de don le sus ojos no podiati separarse.
En este instante, refiejando el sol por
ei»tre las nubes, un pálido rayo vino á
dar sobre los cabellos de la joven, cuya
blanca cara , i-ntonces casi pegada á |n*
barrotes de su ventana, pareció, por de-
cirlo asi, de repente iluminada con los re-
fulgentes reflejos de su magnífica cabe-
llera de color de oro bruñido.
Al aspecto de esta hechicera figura ador-
nada de largos rizos de pelo de aduiirable
color rojo, la Gibosa se estreaícció.... in-
voluntariamente; la idea de la señorita de
Cardoville vino al instante á fijarse en su
mente, y figuróse (sin engañarse) que te-
nía delante de sus ojos á la prolectura de
.\gricol.
Al hallar en una fatal casa de locos á
esta j(')ven eslremadamente bella, al acor-
darse de la fina bondad conque pocos días
antes habia acogido á Agrícol en su pe-
queño palacio resplandeciente de lujo, la
(¡ibo>a sintió su corazón despedazado.
Creía ipie -Adriana era loca y sin em-
bargo al ecsamiiiarla mas despacio, le pa-
recía que el entendiiiiiento y la gracia
eran siempre el móvil de esta adorable
(igura.
La señorita de Cardoville hizo de re-
prtilo lin goslo ospn'sivo, op'icó su iliilo
Í siislatiios, y luzaiKl<> dos lu-sos «.-tt lu ()i
roceion de susiniiadus dc>a|)areció al ins-
tante.
IVnsando m las rovilocionos tan im-
portantes que- Agricül tenia (|ue hacer á
la señorita df ('HidoNÍllc, la (iibo>u si'titia
mas y mas amar^anu-nle <l im tiiuT me-
dio ni posibilidad alguna de- ob caisf con
ella, pues le parecia (|iie si e>la jósen es-
taba loca, se hallaba al monos en iin lii-
cidif intiTvalo.
En tan ini|uietas rt íleosinnes se halla-
ba siiniida la jovt'ii cosinrera, cuando >ió
volver á Floiina acoiii panada de nna 4k'
las relijiosas d< I convento. La (îibo>a de-
bió guardar ^ilencio sobre el descubri-
miento ()i»e acababa de hacer, pui'S se
encontró al momento en presencia de la
superiora.
K»ta , haciendo un rápido y penetrante
ex:»nu'n de la fisonomía de la jó\en cos-
turera, la halló de uu aire tan tímido,
amable y decoroso, (|ue no dudó un ins-
tante en creer completamente los iníor-
tnes que de ella le había dado Florina.
— (Juerida hija uiia, dijo la madre Santa
Perpetua con voz afecluo>a: Fl.<rina me
ha dicho la cruel sitiiacionen que os ha-
lláis ¿Ks verdad... (jiie no enconlrais
trabiijo nin;4uno ?
— ¡Ay de mi! sí, señora.
— Llamadme vuestra madre que-
ri<la hija mía; este nombie es ina> dulu'...
y ademas a>i lo ordena el instituto de esta
casa... creo ínútd preguntaros cuales son
vuestros principios.
—Siempre he vivido honra. ¡ámenle a
costa de mi trabajo macire mia , res-
pondióla (íibosa con sencillez gra\cy mo
desta.
— .Me ba>la vuestro «ludio, luja, p.ir-
que tengo para ello ra/om-s pxleíosas
Ks memsier dar gracias al Sr-ñor por ha-
beros librado de tanla^ lenlacioiie>; pero,
decidme, sabéis bii n \ue-lro olicio?
alucm. .19
— Madre, lodisempefio lo mejor qiiG
puedo; y siem|ire han «'stndo rontenlos
de mi trabajo Si temis !a bomlad de
emplearme, podréis juzgar de nii capa-
cidad.
— A<'\ lo creo, (|uerida hija mia... ¿Fj
verdad (pie pief»'ii> ir á Irali.ijar p'T dia>?
— .Madre, la j.'Ven Flnrina me dijo (|ii<>
yo no podria es^iersr tener trabaj. en mi
casa.
— Pt^r el pronto, no, hija; pero si l.i
ocasión se presentase mas tanle pen •
sar¿^ en el!o l*or el présenle Ik'' aipil
loque [)uedo ofreceros: ima señor.i an-
ciana fniiy resp' talde me lia ericiiri;nd<>
una costurera) p^ídrei- tal vt z eon\eiiiili';
la Olira se eiirargnri de vertiros cuno es
regular, y lu-go otos ji.istos í.is' robra-
remos poco á poco di- \ue>lro Nai.irio, pue>
con nosotros deberéis entenderos;... evi..
salario es de dos francos diarios: ¿ten-
dréis bastante?
— ¡Ali ! madre es niavor de lo (pie
yo podia prometerme.
— .\demas, sido trabnjareis desde las
nueve de la mañana hasta las seis d»- \n
tardo y por consiguiente os (jiiedarrii
algunas horasdeipie disponer. Va !o \eis,
esta condición es bastante grata, ¿no es
verdad?
— ¡Ah! madre mia, bien grata
— Antes de todo debo di ciros en que
casa tiene intención In O'ira ne coloca-
ro> s en casa de una viuda llamada
Bróment, pers(ma verdaderarnonle devo-
la, alli no hallareis mas (jue eoiínenles
ejemplos, y si a.>i no fuese venJrei> á de-
círmelo.
—¿Pues romo es eso, madre? djo con
sorpi('S.i la <íit)osa.
— Kscuchadine, mi (¡uerida hija, res-
poiidió la madre Santa Perpetua, con iiii
lono cada vez mas afecluosn. La obra do
Santa María tiene un santo y doble ob-
jido ¿No os verdad que convenía en
40
ALBUfi
qtie si es de nuestro deber cl dar á los
amos todas la* garantías necesarias acerca
de la moralidad de las personas (jue colo-
camos en lo interior de sus familias, de-
bemos también dar á aquellas la misma
garantía acerca déla moralidad de los due-
ños á (jüiones las confiamos.
— Nada es mas justo, ni de una previ-
sión mas acortada , madre.
— ¿No es verdad, mi amada bija? por-
(jue asi cotnj) una criad;^ de mala con-
duela piu'do ocasionar un potn^so desór
den en una f.imiiia respetable, asi taní
bien un am'> de ina|a< costumbres puede
oJLMCer una jíociva induenria sobre sus
criiul-is , ó sobre las personas que van á
trabajar á sus casas Luego, es solo
para ofreter una nuituc garantía á los
amos y criados virtuosos que nuestra obra
ha sido fundada
— ¡Allí madre... repücosencillamente.
la Gibosa, semojanl? ponsan>iento merece
la Im iidirion de todo ol nuuido.
— Y estas bendiciones no les faltarán,
liij-i tilia, porípie laObra cumple sus pro
mesas. Asi.... que si una interesante eos
tarera como vos, por ej(;mplo, se co
loca en casa de personas sin tacha, y aun
en lar (pie frecuenta habitualmenle , y
nota alu'itia irregularidad en las costum-
bres, ó alguna lendent-ia irreligiosa que
ofi-nda su pudor ó que choque con sus
priiiiii'ios riliginsos, no d< ja de venir al
inslatiie á d-irnos luia i nenia rirounstan-
ria la fie lo que ha podido alarmarla
M>\i) es muy justo ¿no es verdad*?
— Sí, madre, re»poiniii) limidainente
la Gibosa (¡ue enitiezaba á encontrar sin-
gulares estas previsiones.
— Entonces, prosij:uió la superiora, si
el caso n'is parece grave, obligamos á nues
tra protegida á ijuoobscrvecon mas aten-
ción, á (in de convencerse bien de que no
se habia alarmado sin razón... En segui-
cstas confirman nuestros primeros temo-
res, fieles á nuestra piadosa tutela , saca-
mos al ioslante á nuestras protejidas de
esta casa poco conveniente... Fuera de es-
to, como la mayor parte de ellas, á pesar
de su candor y virtud, no tienen suficien-
tes luces para discernir lo que puede per-
judicar á sus almas, por su propio bieif
prefi>fiinos tjue cada ocho días nos confie-
sen, como una luja lo baria con su madre,
ya sea de v va voz, 'y a por escrito, todo
cuanto ha ocurrido durante la semana ert
las casas en que sirven; en este caso no-
sotras (lecidiiiios de lo que mejor puede
convenirles, ya sea dejándolas, ó bien re-
tirándolas de donde están. Ya tenemos
casi- cien personas, jóvenes de compañía ó
de almacén, criadas ú obreras, colocadas
según su estado, en un gran número de
familias, y cada dia nos felicitamos de es-*^
ta manera de proceder... ¿Ya me enten-
déis, no es verdad, querida hija?
— Sí... madre... si, repuso la Gibosaf
cada vez mas confusa : porque era dema-
siado equitativa y sagaz para dejar de co-
nocer (pie semejante modo de asegurarse
mutuamente de la moralidad de los amos
y criados, no era masque \n\ espionage
oculto, un espionage doméstico, concerta-
do de un modo estenso, y practicado por
las protegidas de su Obra sin (jue apenas
se conociese, porque en efecto era dificit
disimular mas iliestra'mente este modo de
delatar en cuya pr.iclica se les adiestraba
>¡ii i|ue se apercibiesen.
— Si he entrado en estos pormenoresv
mi querida hija. pro>iguió la madre Sania'
Perpetua, creyendo que el silencio de la
Gibosa otorgaba, es á fin de que no os
creyeseisobligadaá quedarosá pesarvues-
tro en una casa donde, lo que no espera-
mos, repito, no encontraseiscontinuamen-
te santos y piadosos ejemplos... Así, la
casa de la señora de líremont, á la cual
da, nos hacen nijçvas revelaciones, y si jos destino, es enteramente religiosa... Uni-
ALBVIi.
41
camente se dice , sin que ^or eso yo !o
crea, giie su Iiij.i l.i sonora de Noisy, qtio
liaco poco vino á >ivir con olla, no os do
una conducta enforainonle ojomplar, nuo
no llena oxactainenle sus deSores religio-
sos, y «luo, on la ausencia lU^ su niarido.
actnalMu'iite en América , recibe las vi>i-
las, desgroeiatlaiiiento deina'>iado frí-cuon-
tes, du unrico fabricante llamado Mr.
H«rdy.
Ai oír el nombre del amo de Afíricol ,
la (iii»o>a, sin piultM- retener un movinucn
to de sorpresa, se pu-«o colorada.
La superiora creyó naturalmente cpie
esto ora efecto de la púdica stisceptibili-
<Iad «le la joven obrera, y añadió:
— Me ha sid;> indispensable d-'CÍroslo
todo, mi <|uerid.i hija, á lin de (|ue miréis
lo ipic hacéis, y aun no he dibid > omitir
riiiu<>rei que creo complelauíente erró-
neos, porque la hij i de la señora d.; Hre-
niiint ha tenido sin cesar demasiados bue-
nos ejemp'os á la vista para i]ue jamas los
olvide... Por otra parte, estando vos en
casa desde la mailana hasta la noche, na-
die mejur podrá notar si los rumores de
que os hablo son f.ilsus ó fundidt»s,si des-
graciadamente fueren esto último, enton-
ces, mi (pierida hija, vendríais á coidir-
inarme todas las circunstancias (¡ue osdiu-
tan mirlen á creerlo, y si fuese yo de
vuestra opinion , os retiraría al instante
de esta casa , pues la saniiilad de la ma-
dre, no coiMpi'osaria sulicieiiUMuente el
deplorable ejemplo que la conduela de la
hija os ufrecuria... porque desde el tno-
mentt) <íi (pie Vws hacéis parte de la Obra,
soy re>pv)iisable dv vuestra salvación; y
aun (Mas, en el ca>o en que vuestra eslre-
mada delica K-Ea os obligase á salir de casi
4e la señora de ílréníont, couíq es posible
que US hallaseis du ante nl^uii tiempo sin
empleo, eneonlríndose la Obra satisfecha
do vuestro celo y conducta , ossuministra-
TÍa un franco por dia, hasta que la mis ma
os volviese á e<l)enr... Ya veis, mi ama-
da hija, que con nosotros hay lugar á ga-
narlo todo — Otit'da pues convenido el
(¡ue entréis pasado mañatii en casa de la
señora de Rrcmont.
Muy difícil era la posición en (pie se
encontraba la Gibosa; tan pronto creía
sus primeras sosperbas realizadas^ v, sin
embarg) d" su timidez y í;randeza de áni-
mo, se indignaba al pensar, que porque
se hallaba necesitada «e creía capaz de
venderse por espia, mediante un buen sa-
lario: ya por el contrario, repugnando su
natural delicadeza el creer que una mujer
de la edad y condición de la siiperiora,
pudiese bajarse à hacerle una de esas pro-
posiciones tan infamatorias para ol. que
las acepta como p.ira el ijue las hace,
echándose encara sus primerassospcchas,
pensaba que acaso la suporiara , antes de
emplearla, (jueriaespiriinonlarla, por ver
si su rectitud seiia superior ¡í una oferta
tan seductora como la que se le hacia.
(^)mo la G bosa era naturalmente in-
clinada á creer el bien, se atuvo á esta úl-
tima idea, diciendo entre sí que si por
último se engañaba , este seria el medio
menos injurioso de desechar los indignos
ofrecimientos de la suptriora.
Con un movimiento nada altivo, pero
que manifestaba el conocimiento que te-
nía de su digm'ilad , la j-iven obrera , le-
vantando la cabeza (jiie lia>t,-i cnlonces
había tenido Inunildemeoto inclinada , mi •
ró á la superiora de hitoenhito, paraijiic
esta pudiese leer en sus (acciones la since-
ridad de sus palabras, y le dijo con una
voz liperaniente alterada , olvidando por
esta vez el llamarla madre:
— ¡ Ah ! señora.,., no puedo afearos el
|ue me hagáis sufrir lalensayo ...vos me
veis muy miseral>!o, y no conociéndume
noçs estraño (|uo no îi-erezia vuestraeon-
íianza; pero creedme, pur pobre que sea
jamás me humillaré hasta hacer una ac-
11»
42
ALBUSf
Montan despreciable como laque, sin du-
da, os veis forzada á proponerme, á fin de
que mi denegación os asegure quo soy
digna de vuestro interés..»., no, no, ma-
dre, jamas y por ningún título seré capaz
de una delación.
Estas úllimas palabras pronunciada-; con
tanta alma por la Gibosa^ la hicieron sa-
lir los colores.
La superiora tenia demasiado tacto y
esperiencia para dejar de conocer la sin-
ceridad de tales palabras, y teniéndo>ep')r
dichosa en ver como la joven se alucina-
ba, se sonrió afectuosamente y tendién-
dole los brazos la dijo :
— Bien , bien , mi querida hija , ven á
abrazarme.
IMadre mia tantas bondades me
confuíiden.
— No, porque vuestras pala ras e>tín
llenas de rectitud; pero debéis persuadi-
ros de que yo no he querido esperimen-
tar, pues nada hay que se asejneje nuMios
á una delación que tas pruebas de con-
fianza filial que nosotros exijimosde nues
tras protegidas , en beneficio mismo de la
moralidad do su estado... pero ciertas por
sonas, y según veo, mi querida hija, vos
sois del número de ellas, tienen máximas
bastante fijas, y una inteligencia harto
desarrollada, para poder privarse de nueí-
troi consejos y cuidados, valuando |)or sí
mismas lo que p(jedc perjudicar á su sal-
vación; esta es una responsabilidad que
dejo en un todo á vuestro cargo, no exi-
giendode vos olra confiiencia que la que
voluntariamente queráis hacerme.
;Alil señora cuantas bondades,
dijo la pobre Gibosa ignorando lo> un'l es-
pedientes y subterfugios de la malicia uv)-
nacal , y creyendo ya por cierto el podt.-r
ganar honrosamente un salario regular.
— Ksto es justicia y no bonda I, replicó
la madre Santa Perpétua, con un acento
cada vez ma> afectuoso ; toda confianza y
ternura es peo para con hijas fan sania»
como vosa quienes ademas la pobreza ha
purificarlo, si decirse puede, porque siem-
pre han observado fie mente la ley dei
Señor.
— Madre mia...
— Una pregunta y r>o mas, mi amada
hija, ¿cuántas veces comulgáis al mes?
— SeÙDra, respondió la Gibosa, ocho
años há que |hice mi primera comuninu;
desde entonces no he vuelto á comulgar,
A penas asi puedo, con u«i Iriibajocoatrnu-»
de todo el dia , ganar mi vida , así es qua
el tiempo me falta para...
— ¡ Dios mió I esclaníó la sf)[)(^riora in-
terrumpiendo á la !Gibosa y levantand.>
Iasmai)os con todas las señales de una do-
lorosa a miración, ¿será verdad... que no
practicáis los sacramentos?
— 1 Ay de mí! señora, ya os lo digr». el
tiei po me falla, continrió la G bosa. mi-
rando á la madre Santa Perpet «tacón aire
sobrecogido.
Después de im momento de >í!ei(CÍo, di-
jo esta trislemerite :
— Nopuedo d jarde afligirme, mi ami-
da hija: como nosotras no colocamos nues-
tras protegidas siiK) er> casas religiosas,
así tauíbieu so nos piden f>orsonas piado-
sas y <]ue frecuentan los sacramentos; es-
ta es una de las condiciones indispensa-
bles de la Obra Así, á pesar mió, me
esimposiWtí el colocaros como esperaba...
sin embargo, si en ío sucesivo os enmen-
dáis de la grande indiferencia con que mi
I ais !om deberes re igi >s)S,.. entonces ve-
re mr)^.
— Señora, replicó ia Gibosa eon o! co-
razón oprimido al verse f.lrügadaá reiii]! -
Piar ú tan lisonjera esperanza, os supl e>
me perdonéis el haberos dlilraido Liitlo
tiempo... para nada.
— Soy yo, mi ijuerida hija, la ;]uo sien-
te \ivamenfeel no poder csociart)» á \n
Obra.. .. pero no pi'.-rdo las os[)eranzas ,
5nlirr> tivl) pr»ri|ijo dcvco vor ;i nna pcr-o
II» tli;4iia ya di' iutt-rfs , incuctT un (lia
por su pii'iljil t'I apoyo durailiTO <le las
ptTsonas rolij^i.isas..... A<Iiü'<, mi (picritla
hija... la [)a2 Si'a ron vos, y «¡ne Dios soa
misericordioso iiiieiilras que us volv^.■i^LMl•
terainiMilo á él...
Al decir esto la superiira se levaiilt) y
condujo la (idiosa liarla la puerta , .-í.míi-
pre C')H moJaK-s los mas amali'ts y ma-
íernales, y en seguida en el inliiile en
<|ue la (idiosa liabia pasado el uiuNral (]>'
la puerla, le dijo: seguid el pasadizo, ya'
liajar .demias oledera», Main id á !a se-
gunda pti^rla .í l.i d.T»-flia, allí e^'á l.i 'e i-
cería , en dioi le t lu'oiilrareis á Floiina
para ipie os acompañe lia>la ia salid.i
adiós, -ni t|iieii 1 1 lija
l.Ui'i: > cpic l.i (iiiiiisa Niilió del cuulodc
la sup riora , las iáiiiimas liasla enhince-^
contenidas, corrieron .iliiindanteinente, y
lio atreviéii l'ise á prisentarse llorosa de-
lante de Fiorin.i y aljiíinas religiosas reu-
nidas sin duda en la lencería , se acercó
un inflante á una de las vent.inasdel cr
redor pira enjuj;.ir sus ojos baùados en
liíj;rim;is.
.M ii|uina!iueiilese haliia pue>tc)á mirar
la ventana de la casa vecina del couvent'),
en la i|iie liahia creído reci»noc<r á .\diia-
na de G.ird jville, cuando de ripeóle vio
salir á esla de luia puerta y dirigirse r.i-
pidainenteli icia la cerca en forma de can
cel ijUi- srparaiía í.is dos liiieilas.
Kn el mismo instante vio con s >rpre-a
una de Ids dos ln-rmanas cuya d^sipaii-
cion desesperaha taiilo á Üag-.herto. K o-
sa Simon, pálida y abalila. se ae.rcalia
con temor é i:ii|uiclu(| al cuicelipie la se
paralij de la seù irila de (lardovide. »-.imo
.>] la tiuérfina tuviese miedo de ser vista.
Vil.
L.\ GIBUSA Y .MAÜKM ;!S: I.I.E DK C.VUDO-
VII.I.K.
Sorpn n lid.i la (Id) -a, atenía, in pn'eta,
asomada á una de las ventanas del con-
vento, sepiiiu con la \ÍNta lus uiovimien-
ttis de la señorita detjaníoville y .ie llosa
Simon, á l;is (pie tan ageiía estaba de en-
contrar a'li reunidas.
La liuéifana seacerc('> a! caticel (nie .«p<
paraba el jardin íW la comunidad dil de la
ca^a del doctor Haleinier, y dijo alguiid.s
palabras á Adriana, cuyas facciones es-
pre-.roii de repente la soi proa, la indit¿-
nación y la lástima.
lín esle rnomeiito vio la fibosa á una
n-liiiiosa ipie iba de un lado á otro dt I
jar i'U c imo en ademan de buscar á al-
LUloo cojí ititpiii tiid ; perribietido por íiii
ál\o>a. (pie se arrinii» coii timidez al can-
cel, la cojîii) del brazo y i)arrci() (|ue la
reconvenid con acritud: A<lri;ina diriün'»
al'_'unas pil;ibras con viveza .i la reli^jusa,
pero no obslante se lle\ócon rapidez ¡i la
liut'-rf.iria , «pn» desconsolada se vohii» d s
ó tres Veces hacia la senr>rita de Cardo-
vil'o; esta, despui's de híiberla asegurado
el iiiteri'S ipie .se tomaba por ella con alLiii-
nos ijestos espresivos, se volvió con proii*
litud, (om ) si hubiera <pierido ocultar sus
Ligrimas.
\'A corredor en 'pie se hallaba la flibivía
durante es a triste escena e>l;il(a siliiadii
en el primer piso, y la co>tiirera [)ensó
en biíjar al palio é introducirse en el jar-
din pira hablar con aipiella hennnsa jo-
ven de ios 'cabellos de uro, v a«eüurái -
d .<e de (|iie era la señor. ia .\d>¡ann de
Cardoville, si la creia en un momento lu-
cido. Iiacerla saber ipie Agricol tenia ipio
coninnicarle cosas del iiiavor interés, pero
«pie no sabia como instriiiila.
Haiia-e tarde, y lemiend'> la Gi'osa
ipie Florina s«» cansara de esperarla, .«o
apresuró á tdirar; con pa«o Huero y 0-
jandj el oido con inipiirlud á c.ida mo-
mento, lleg(')aleslreriio dil corredor donde
estaba una po<]Ueña e»cal^-ia que condu-
cia al palio.
44
La cosíurera oyó hablar muy cerca y
sé dio prisa á bajar , hallamlo al fin de la
escalera una puerta de cristales que daba
á la parle del jardin reservada á la supe-
riora.
Una calle, cercada por un lado de un
alto seto de boj, podia proteger á la Gi-
bosa de las miradas de las religiosas, y la
costurera se deslizó por allí hasta llegar al
estremo en donde se encontraba el carmel
que separaba el jardín del convento del
de la casa del doctor Baleinier.
La Gibosa vtóá algunos pasos a Adriana
cpie estaba sentada apoyando el codo so-
bre im banco rústico.
La lirnu'za de carácter de esta joven
cedió un instante á la fatiga, la sorpresa,
el horror y la desesperación , en la noche
terrible que se vio conducir á la casa de
locos del doctor Baleinier, y arrovechán-
dose este con una astucia diabólica del es-
lado de debilidad de Adriana, habia con
seguido hacerla dudar de sí misma.
IVro la calina que necesariamente su-
cede á las emociones mas dolurosas y vio-
lentas, la nflecsion , el raciocinio de una
mente en su estado normal, tranquiliza-
ron bien pronto á Adriana sobre los te-
mores (jue pudo inspirarle un instante el
ductor Baleinier; sin poder persuadirse
lanipuco de (jue fuese un error del sabio
médico, cuya conducta leia claranienle,
viendo en ella una detestable hipocresía
aC'Mn|)i<ñada de una audacia y habilidad
«o menos r.T.is. Aunque demasiado tarde,
reconoció en el doctor Hiileinier im ciego
instrumento de Mme. de Saint- Dizier.
i)esde entonces guardó un silencio, una
cahna llena de dignidad : de su boca no
salieron una (¡neja ni una reconvención...
y se limitó á esperiir Sm emb-.rgo,
auni¡iie se la dej.iba bastante libertad en
sus pax'os y acciones, (privándola pnr su-
pue>lo de luda comunicación esterior), la
situación de .\driana era dura y penosa,
ALBUM.
sobre todo para ella tan amatite de la ar<
tnonía y de un lindo acompañamiento.
Conocía no obstante que aquella situación
no podia durar mucho tiempo; ignoraba
la acción y la vigilancia de las leyes; mas
el simple buen sentido la decía que un se-
cuestro de algunos dias, apoyado hábil-
mente sobre las apariencias mas ó menos
plausibles de una afección mental, podía
ser tentado y aun impunemente ejecu-
tado, pero con la condición de no prolon-
garse fi as allá de ciertos límites, porqtit»
prescindiendo de lodo, no desaparecía re-
pentinamente del mundo ima joven desu
rango, sin que al cabo de algim tiempo
trataran de informarse, y entonces, un
pretendido acceso de locura súbita debia
dar lugar à sérias investigacione.*. Verda-
dera ó falsa , « sla convicción bastó á de-
volver al carácter de Adriana su energía
acostumbrada.
En vano se preguntaba la causa de aquel
secuestro: conocia harto á Mme. deSaint-
Dizier , para ereerla capaz de obrar sin
im objeto determinado, y de haber que-
rido ocasionarle tan solo un tormento pa-
sajero..... Kn esto no se engañaba la se-
ñorita de Cardoville: el abate Aigrigny y
la princesa estaban perstiadidos de que
Adriana, mas in>truida de lo qu' apa-
rentaba , sabia cuanto le importaba en-
contrarse el 13 de febrero en la calle de
San Francisco donde est'ria resuella á
hacer valer sus derechos. Haciendo, pues,
encerrar á Adriana como loca, daban un
funesto golpe á su porvenir; pero debe
di'cirse ()ue esta última precaución era
inútil , por(|ue aunque tenia Adriana al-
gún conocimiento del .secreto de familia
(pie ^e habia (juerido ocultarle, y del cual
se la creia informada, no |o habia pene-
trado onleíamente pi>r falta de algunos
documentos escondidos o estr.iviados.
Cualquiera que fuese el motivo que oca-
sionase la conducta de los enemigos de la
ALBin.
45
señorita de Cardi)viIIc,»la indijjnacion de
esla era o.stiefnatia.-y justa.
Nadie era menos propensa al odio ó al
deseo de venganza (¡ue esta ¡ieru'ro>a jo-
ven: pero al pensar en lo (jue le liacian
sufrir Mme. de Saint üizier, el abate de
Aigrigny y eldorlor Ilaieinier, se pronielia
obl ner una satisraccion ruidosa por todos
los medios posibles. Si se le relnisaba,
estaba dei'ididaá per.^etinir y combatir sin
deseun>o ni tregua lanía astiicia, hipocre-
sía y crueldad, no por resentimiento de
de sus agravios, sino para inipedir el que
atormentasen á otras víctimas, que nu
podrían luchar como ella ni defenderse.
.\driana, bajo la impresión aun sin du-
da que acababa de causarle su entrevista
con llosa Simon , se apoyaba con langui-
dez sobre el respaldo del rústico banco en
que estaba sentada y tenia la mano iz-
iju.ierda sobre los ojos. Habia [)ue>to á su
Kido el sombrero, y la posición mclinada
de >u cabeza llevaba á sus fc^^^as y lindas
mejillas los largos rizos desús dorados ca
bellos, que las ocultaban casi tnteramen-
ttí Kn esta actitud llena de gracia y de
dejadez se designaba el preciosoconlorno
de SU delicada cintura b^jo su vestido de
seda verde esmeralda. W doctor lialeinier
la habia pcrcnitido (¡ne se visÜL'se con su
gusto acosliinibrado, y como dejamos di-
c^o, la elegancia (lo era eu Adriana un
capricho, sino un deber cotisigo misma ,
puesto que Dios se hal-ia complacido en
hacerla tan herniosa.
A la vista de esta joven cuyo traje y
belleza admiraron á la (iíbosa . sin acor-
darse de .">us ho rapos ni de su deformidad,
dijo para sí con tan buen sentido como
sagacidad, queerae>traordinario, que una
loca se vistióse con tal recalo y de un nu)-
do tan gracioso: y se a ercó con nonuMios
sorpresa que emoción al cancel que la se-
paraba de Adriana, reilecsinnando, no
obstante, que acaso aquella infortunada
estaba efoctivamônfe sin juicio, si bien por
el momento se hallaba «>n un intervalo
IdcidtK
Kntonces con una vo/. bastante alta para
«;er oida, á lin de asegurarse de la identi-
d.id de Adriana, dijo la (jibo^a |»alpiláB«
(h)le el corazón.
— ¡Señorita de Cardovillc!
— ¿. Ouien me llama? dijo Adriana.
Y levantando en seguida la cabeza, no
pudo contener un grito de sorpresa y casi
de efpanto al ver á la Gibosa.
Kn efecto, esta pobre criatura, pálida,
contrahecha y miserablemente vestida,
que se le aparecía casi de repente, debía
inspirar á la señorita de Cardoville cierta
repugnancia y aun miedo siendo tan
amatíte de la gracia y de la beldad y
sus sentimientos se vcian perfectamente
retratados en su tspre^iva fisonomía.
La (lil)o.>a no cunoció la impresión que
habia causado.... ¡nn)óvil, con los ojos íi«
jos y las manos cruzadas contemplaba con
una especie de admiración ó mas bi«ti de
profunda adoración la deslumbradora be-
lleza de Adriana, á la que solo liabia en-
trevisto al travos de la reja de su ventana;
lo (jue le liabia dicho Agricol sobre el en-
canto de su protectora, le parecía mil ve-
ces iiilerior á la realidad : nunca habia
siMwido la (jibosa (ni aun en sus secretas
aparic\enes de poeta) una perfección tan
trara.
Por una simpatía singular, el aspecto
del bello ideal dejaba caer en pna especie
de é>tasis divino á estas dos jóvenes tan
de>emejantes, á estos dos tipos esl^-emos
de fealdad y hermosura, de riqueza y de
miseria.
I)es()ucs de rendir este homenaje ¡n-
%0'untario, por decirlo asi, á Adriana, la
(i bosa diii un pa>io mas hacia el cancel.
— ¿(Jué queréis? esclamó la señorita de
(]ardovi!le, levaniándose y haciendo un
movimiento de repulsión, que »9 pudo
12*
4«
ALBCV.
escaparse á la Gibosa , la que bajando la
T¡sla con timidez dijo con voz liinnilJi':
— Perdonadme, señorita, el que me ha-
ya presentado de este modo ante vos: pe-
ro los momentos son preciosos veiij^o
de parte... de Agricol...
AI pronunciar estas palabras levantóla
vista con inquietud ¡a costurera, temiendo
que la señorita de Cardoville hubiese ol-
vidado el nombre del heirero; pero con
grande sorpresa y alegría , conoció que el
nombre de Agricol habia hecho disminuir
el susto de Adriana.
Acercóse f sta al cancel, y mirando á la
Gibosa con curiosidad benéfica la dijo :
— ¿Venís de parte de Agricol Baudoin?
¿quien sois vos?
— Su hermana adoptiva... señorita
una pobre costurera que vive en su ca-
sa....
Adriana pareció reunir sus ideas, y
tranquilizándose enteramente dijosonriéu
dose con bondad, pasado un momento de
silencio:
— Vos sois la que habéis inclinado á
Agricol á dirijirse á mi para (jue le sirvie-
se de fianza, ¿no es verdad?
— ¡Couío, señorita 1 ¿os acordáis?
— Nunca olvido lo que es generoso y
noble; Agricol me ha hablado c^n enler-
necimienfo de vuestro ii, teres por él;
me acuerdo... nada mas sencillo.... pero
¿como estais aqui, en ese convento?
»— Se me dijo que acaso se me daria
ocupación, pues me encuentro sin traba-
jo, y desgraciadamente me lo ha rehusa-
la superiora.
—i Y como me habéis conocido?
— En vuestra grandt^ hermosura , se-
ñorita de la que me habia hablado
Agricol.
— No me habéis conocido mas bien en
esto?
Dijo Adriana sonriendo y t-'unando con
sus '.indos dedos uno de los lucientes rizos
ve sus dorados cabellos.
— Es preciso perdonar á Agricol , st íio-
rita , dijo la Gibosa con una de acjuellas
lijeras sonrisas que tan raras veces aso-
maban á sus labios; es p.ieta, y al hacer-
me el retrato de su protectora con una res-
petuosa admiración... no ha omitido nin-
guna de sus perfecciones.
— ¿Y quién os ha sugerido la idea de
venir á hablarme?
— La esperanza de poder acaso servi-
ros, señorita. Habéis acojidoá N^riculcon
tanta bondad que n.e he atrevido á par-
ticipar de su agradeciinienlo hacia vos....
— Atreveos, atreveos, querida niña,
dijo Adriana con una gracia ines;|)licable;
mi recompensa será doble; aunque
hasta aqui no he podido ser útil mas que
con la inteitcion á vuestro digno hermano
adoptivo.
Duraiite estas palabras se habian mira-
do sucesivamente Adiiana y !a Gibosa ca-
da vez con mayor sorpresa.
En primer lugar no cou)pren(l¡a:la Gi-
bosa, como una mujer que pa>.'il)a por
loca podia esplicarse como lo hacia Adria-
na; y ademas se admiraba de \& libertad
ó mas bien de la amenidad é ingenio co»
que ella níisma acababa de responder á la
señorita de Cardoville; ignorando que és-
ta participaba del precioso privilegio de
los genios elevados y benéficos; que con-
siste en comunicar el brillo de su menleá
cuanto se le acerca con simpatía.
Adriana estaba también profundamente
conmovida y aduvirada de oir á esta mu-
chacha del pueblo, vesli Ja como (uia men-
diga , espresarse en términos tiine.cojiduí»
y con tal discreción. A medida que con-
sideraba á la Gibosa, la impresión desa-
gradable (jue esta la l)abia hecho esperi-
nienlar, se cambiaba en un sentimiento
del todo contrario. Con el tacto de rá-
pida y minuciosa observación peculiar á
las mujeres, nota-ba bajo el gorro de tul
negro de la Gibosa , una litrinosa ca-
Atnrii.
47
î'e'N'ra rtil)i.i , lisa y brillanle. Tamhien
ri',)ür.ibci (|Ul' sus inaiius ItUiiiiMS largas y
iit'lgüiliis, aiinqih- salii'iiJo do las matigas
«lo un vi'stiili) ati<liaji»sj, estaban pi-rfoc-
taiiu'iite limpias; jnutba de tjiie el ciiitla-
di», el aseo y el re>|H'l'j de >i iiiisma lu-
eh.ibaii al menos eoiilra tina li 'ir.b e mi-
seria. Ailriana eiicitiitraba , en liii , en la
paliJez del melancólico ro.>liu de la juven
costurera, y en la eí^prcsion a la ve/ in-
teligente, dulce y títiiida de su> «-jos azu-
les, un encanto interesante y liisle, j una
dignidad modesta que hacían uiMdar su
deiornudad.
Adriana amaba npasionadameiite la be-
lleza lisica; peiü tenij un talei;to muy supe-
rior, un .lima demasiado r.oMe y unc.iraznii
harto sensible, para que no Mipiera i pre-
cia la beblad moral que bulla a menudo
en un rostro luimüde y doliente, lista ava-
luación era nueva, no oblante, en la >e-
ñorita de Cardoville, puriuelia^ta entoii-
•ces su grande furliina y su» elegantes há-
bitos la habían tenido lejos de las perso-
nas de la cla<e de la (jibo^a.
l*asado un momento de si'cncio, du-
rante el (|ue la bella [¡atricia y la mi>ei\;-
ble Costurera se habían exniníiiaü<> mu-
luamcnle con grapde sorpresa, Adriana
dijo á la (libosa.
— Creo que la causa de nuestra admi-
ración es fácil de aJivinar; vos halláis >in
duda (|ue yo hablo bastante ra7>)iiable-
inento para estar loca, si 0:>liJnd choque
lo estoy. Y yo, añadió la señorita de Car-
doville con un tonti de conmis^'racion pur
por decirlo a>i , respetiio.-a ; y yo en u n
tro que la delicjdeza de vuestro lenguaje
y maneras contrastas tan dolorosamenle
con la posición en í|ue parecéis h.illuros,
que mi sorpresa debe acceder á la vues-
tra.
— ¡ Ah ! señorita , oselamó la (libosa con
una espresi'in de ale|.'tí,i lan sínc.ra, que
sus ojos se Iiuuied«iiei"i! ; ¿« lá verdad?
Mo habían engañado; asi rü que desde (|ue
os he visto lia.o un m..m.iit.> tan hermo-
sa y lan buena, y (pie I e « ido viie-lia
dulce vo/, no he [)odi lo y,\ c ver qu • -e-
mejarite í?es:raciaos hubi< se sncc lido...
I*cr<» ¿Clin o es, señorita, que os hal'á s
aijui?
— Pol)re nÍM.i , dijo Adriana ronmnviila
al ver el efecto t]ue h* «IriMostraba arpiella
e-ce!enle criatura. ¿Y cómo (S (|ue c"H
tan buen corazón y con tan fina penetra-
ción sdis vos tan desgraciada? [*er(» Irai;-
t¡uili/o>s, yr» no estaré siempre a(¡ui....
esto es decires (pie muy pr no ocupare-
mos vos y yo el lugar (¡iie nos coi T' s.fui-
de... Creedme, jamás podrí? o'vidar que
á pesar de la pcno>a preorupaciin en que
debíais hállalos (al veros privada de tra-
bajo, vueslr» lioico recurs», habéis pen-
sado en venir h.íeia mi... para Iril.irde
serme útil;... en efecto podtís servirme
de mucho;.... li) (|iie mees sumamente
grato, porque también os deberé inu'hn...
Asi, ¡ya veréis cuanto he de abusar de
mi reconocimiento! dijo Adriana con una
adorable sonrisa.
— Pero antes de pensar en mí, conli-
niió, t)cupémonos <le los otros. ¿V'uesiro
hermano adiplivo ha salido ya de la cár-
cel ?
— A estas horas, señorita, rn o que ya
debe e>lar en libertad, gracias á la g» iie-
rosidadad de uno de sus airiinos; «n padre
jiulo ir ayer á ofrecer una fianza y lepro-
melieron que hoy saldría df la prisión ;...
pero i¡e<de allí me escribic» <]uc tenia cosas
impurtaiití^irnas (jue revelart'».
— ¿ A uií?
— Si, señorita... Agrícoj estará hoy, á
lo que pienst), en libertad. ¿ Por ()ué me-
dio podría instruiros?....
— ¿Decís (pi.= tiene revelaeíoms que ha-
cerme? repitió Adriana Ci>n cierto aíietie
sorpresa. Kn vano luisco lo que eso pue-
da ser, pero en tanto que cslé enceirada
48
AL&uai,
«n esta casa , privada de M* comuniça-
•cion esienor, no d^Ue pensar A&rícol çn )mi»ido lener pluma ni papel, lo que im
•dirigirse á mi directa ni i<vd,ii:t?clament,e;
■«lelre isperar pires i que salf^a de aqui, y
Tsto no es lodo ; debe también, tratar de
íirrancar de ese convento dos jpobres ni-
nas niüciiu mas dignas de compasión aun
que yo.... Las bijas del general Siin.Qn
4'-stán ahi retenida» á pesj^r suyo.
— ¿SaÍH'is sus no-m'bres, señorita?
— Agrírul me dijo sti llegada á I*aris ,
<jue leiiian quince anos y que se parcelan
dtiun niodoadmirabie... Asi es, qtiecuan-
()o anteayer , paseando yo como de cus-
tumtire, be visto á dos pobres nina> des-
consoladas que á menudo se acercaban á
las ventanas de sus celdas en que se ba-
ilan separadas, la una en el patio, y la
«¡Ira en el primer piso, me ba dicbo un
Mícroto [ ri"-entim¡ento que aquellas eran
I.1S liiiéifanas du que Agrícol me babló, y
que ya me interesaban vivamerite porque
son parienfas nuas.
— ¿ i'iiriiiitas vuestras, señorita?
— Sin (linJa... Y asi es, que nopudien-
<lo bacer mas, líc tratado de bacerlas en-
tender por senas ctianto me interesa su
suerte; sus ligrimas y la alteración do
sus lindos ro.>lros me lian dicbo bastante
(¡ue se encuentran presas en el conven •
til, eonio yo misma lo estoy en e-^ta casa.
— ¡ Ab ! ya coinpiendi) , señorita
¿víctima acaso de ia anuno.>idad de vues-
(la familia?. ..
— Cuai<piiera (¡ue sea mi suerte, es
itMjcbü menos triste que la de esas dos
liiñas... cina desesperación es alai mante.
Lo que siil'ie lodo las irurt:íica terrible-
ipenle es su separac¡«'n , y por algunas
pi'abras que la una acaba de decirme,
\oo (¡ue , ciimo yo, son víclimas de algu-
na üdio>a maiiuinarion.... I'ero , gracias
á vos.... no será diíicil salvarlas. Desde
que estoy en esta casa, como os dejo di-
cbo, me ba sido imposible tenerla menor
comunicación esterior.». No me han per^
posibilita de escribir. Abora escuchadme
atentamente, y podremos combatir entre
las dos una perversa p^-rsccucion.
— ¡ Oh ! ¡ bablad , bablad ! señorita.
— ¿Kl soldado que ha traido á Francia
las huérfanas , padre de Agrícol : está en
Paris?
— Si Sf>ñora.... ¡ Ah ! ¡si supierais, su
desesperación y su furor cuando á su re-
greso SH bailó sin las ninas que le liabia
confiado una madre moribunda I
' — Sobre todo es preciso que se guarde
de obrar con la menor violencia; todo se-
ría perdido.... T- inad este anillo. — Y
Adriana sacó un anillo de su dedo, — en-
tregádmelo.... Kn seguida debe ir... ¿Pero
estais segura de recordar un nombre y la
calle y número de una casa"?
— ¡Olí! si, señorita... descuidad,; Agri-
col me lüio una sola vez vuestro nombre
y no lo be olvidado, pues el corazón tam-
bién tiene memoria.
— Ya lo veo, liija mia... Recordad pues
el nombre dt;l conde de ¡\Iontbron.
— Kl conde de Alonlbron.... no lo ol-
vidaré.
— Ks uno de mis buem^s y antiguos
amigos que viven en la plaza deYendóme,
número 7.
— Plaza de Véndeme, nqmerû 7, ;o
conservaré en la memoria.
— Kl padre de Agricol ira esta noche á
su casa ; si no le encoiiira>e, le esperará
basta (¡ue entre, entonces dirá que quie-
re hablarle de mi parle, haci(3ndole entre-
gar esle anillo en prueba de su veracidad;
una vez en su presencia, se lo dirá t(>do,
el rapio de las niñas, el convento en que
eslán presas, y aña>>rá que yo misma nie
hallo encerrada como loca en la casa de
salud del doctor Baleinier La verdad
tiene un acento que no podrá menos dq
conocer el conde de Monlbron Es un
4Í)
hombre (Je miiclia csperiencia . ilo un ta-
lento pr¡viIi'<{i;ido, y cuya ¡nflñi'tuia os
firande; el dará en s»'f:iiida los pasos no-
Cfsariü>; y man;iiia ú pasado, ostiiy segu-
ra de i\\io la> polni's liuérfaiías y yo t'sla-
renios lil)rfs,... Kso gragias á vos.... los
inonu'iitDS son preciosos y podrían sor-
prendernos.... Apresuraos , nii (¡tierida
niña.
l)e<|!ues, en el ¡iislanle de relirarM"
dijii Adriana á la Cíihosa con una sonrisa
(an i^presiva y con un acento tan pene-
trado, (]ut' liabria sido iinposible á la eos
lurera dejar do creer en sií sinceridad:
— Aijríco! me lia dictio (|ue n>! coru/.on
so asemeja al vuestro.... Y aliura ci)ni-
prendo cuanto me honra la! comparación
y lo lisonjera (jue debe serme.... os lo
iue{;o.... dadme [)ronto la mano.... aña-
dió la s'»Aorila de Carduville cuyos ojos
se humedecieron; y pasando después su
ün'la (nano por entro ei cancel, estiechó
la de la (iihusa.
I-]:>tal)an llenas de una cordialidad tan
xcrdadera Ia> palabras y la íisonomía de
la bella paliicia , (jue la cov.Uirora no so
avergonzó al dejarse estrechar por a(|uc-
lla enianladura mano la suya enflaque-
cida....
líntunces la señorita do Cardoville, por
ui\ movimienlo di* piadoso rospelo , la
ilevó esponláueainenle á stís labios di-
cremlo:
— Ya (]ue iM> puedo abrazaros <íóWi'i> á
una lieimana ipie me sa!\a liésaié al
menos esta noble mano glorilicada por el
lrab;^jo.
Fn esto momento se oyeron de repente
tn el jardin los pasos del íioelur IJaleinier,
y Volviéndose con prontitud Adriana de-
sapareció detrás de los verdes árboles ,
<lic¡endo á la (íibosa :
— ¡Valor, memoria,... y esperanza!
Pasó ludo esto con tal rapidez que la
joven costurera no pudo moverse Je su
sitio; corrían lágrimas con abundancia
por sus pálidas mejUlas, pero esta vez
eran liien dulces.
Trataría una j»iv(ii cual Adriana de
(lanioville, conio á hermana, besarla la
mano y lisonjearse de parecérsele en el
corazón: á ella , pobre criatura (|ue veje-
taba en lo mas profundo del abismo de
lamiseiia, era esto mostrar un sentimien-
to de fraternal igualdad tan divino como
la [lalabra evangélica.
Hay palabras ó impresiones que hacen
olvidar á una alma grande años enieros
de sufrimiento , y (pie [)areeen retelarle
con un íiujido rayo de luz su profíia gran-
deza ; asi sucedió á la Gibosa: gracias á
tan generosas palabras conoció en aquel
momento todo su valor.... Y aunque tal
sentimiento fuera tan rápido como inefa-
ble, no pudo menos de cruzar las manos
y de levantar los ojos al cie'o con una es-
prosion de ferviente reconocimiento; por-
(|ue si la costurera no practicaba svis de-
beres relijiosos, por servirnos de la geri-
gonza ullramonl'iiia , nadie estaba mas
dotada que ella de ese senlimifnto pro-
fundo y sinceramente religioso que es en
cuanto al dogma lo que la inmensidad del
e->trei!ado cielo en comparación do la bó-
veda de una i^ilesía.
Citico minutaos después, habiendo sali-
do la (.jibüsa del jardin î.in ser vista , Se
bailaba en el primer pisO de! convento
llamantío Cí^n discreción á la puerta de la
lenrerfa.
L'na herVnahn ^¡nOá abritla.
— ;. Ksti o(]iii \h *(i^orila F.'orína , que
me fia traillo, hermana mió? pregimló la
(lib'isa.
•^No lia potfidrt pspefíros tanto rato,
¿venrssitV'á'iKÍa del cuarto de nuestra ma-
dre la superiora ?
— Si si, hermana respondió la
costurera bajando los ojos, — ^¿tendréis la
50 ALVÜV,
bondad de decirme por donde debo salir?
— Venid conmigo....
La Gibosa siguió á la liermana tem-
blando á cada paso de encontrar la stipe-
riora , que con razón se babria admirad»
y querido saber la causa de su larga de-
tención en el convento.
Abrióse por fin la puerta , atravesando
)a Gibosa con rapidez el grande palio, al
acercarse á la portería para decir que la
abriesen la puerta eslerior, oyó estas pa-
labras pronunciadas por una voz ronca :
— Parece, Jeromo, (]iie esta noche se-
rá necesario redoblar la vigilancia... En
Cuanto á mi, voy á meter dos balasen mi
escopeta: la superiora ha mandado que
se hagan dos rondas en vez de una....
— Lo que es yo, Nicolás , no necesito
escopeta : dijo la otra voz, porque tengo
mi cuchillo de monte bien afilado.
inquieta ia Gibosa involuntariamente
por estas palabras que no habia tratado
Por el lado opuesto del quo venia T>«-
gobcrto , vio que corría ú e.'.conlrarla
Agrico!.
IX.
LOS ENCUENTRO».
A la vista de Dagoberto y Agricol, se
detuvo estupefacta la Gibosa á algunos
pasos del convento.
El soldado no veia aun á la costurera y
continuaba s« camino con rapidez, siguien-
do á Ouitasolaces, que aunipiffl, ICO. eriza-
do el pelo y lleno de I «do , parctij ag a s ;
con placer y volvia de cuando i'u rtiando
su cabeza inteliyente hacia su amo, al cual
se habia unido de nuevo de>puos de aca-
riciar á la Gibosa.
— Si, si, ya le entiendo, aninaalito, de-
cía el soldado con emoción ; mas fiel eres
tu que yo... porque no has abandonado ni
un minuto á mis uobres nifiaf; tú la*
Ivas seguido... y habrás esperado |dia y no
che, sin comer... en la puerta de la caso
de escuchar ,se acercó á la portería y di-) donde las han conducido, y al fin cm^ado
jo que le abriesen.
— ¿De donde venis asi? dijo el portero,
teniendo en la mano una escopeta de dos
cañones que se ocupaba en cargar, y ec-
saminando á la obrera con una mirada
sospechosa.
— Vengo de hablar con la superiora ,
respondió con timidez la Gibosa.
— ¿De veras?.... dijo brutalmente Ni-
colás, es que tenéis aire de una mala par-
roquiana; en fin, es igual; largaos
pronto.
Abrióse la puerta y salió la Gibosa.
Apenas habia andado algunos pasos en
la calle, cuando vio con sorpresa á Quiía-
solaces que corria hacia ella... y mas lejos
detrás de ól, á Dagoberto que llegaba
[recisamenle.
La Gibosa iba hacia el soldado, pero en
esto una voz llena y sonora que gritó do
lejos:
— ¡Ehl ¡mi. buena Gibosa! hizo vol-
verse á la joven....
de no verlas salir... hascoriidoá casa pa-
ra buscarme Sí, mientras que yo me
desesperaba como un loco furioso tú
hacias lo que deberla yo habt-r heelm
tú descubrías s« retiro ¿Qué prueba
esto? ¿qué las bestias valen fnas que los
hombres? |ya se conoce... En fin... voy á
encontrarlas... cuando pienso que es ma-
fia na el 13, y que sin tí, mi buen perro...
todo era perdido... me horrorizo... ¿Es-
tamos ya cerca?.... ;Qiió barrio tan de-
sierto I... y la noche se aproxima....
Dagoberto tenia este discurso con Qui-
tasolaces sin dejar de andar y con la vi>ta
lija en >u leal jx'rro que marchaba á bui'ii
paso. AI ver que de pronto se le separó
de nuevo el fiel animal brineanr'o, levan-
tó la cabeza y le vio á mwy corla distan-
cia haciendo fiestas á Agricol y la Gibo>a
(pie acababan de reunirse á algunos pasos
del convento.
—¡La Gibosa I csclamaron padreé
i LIT M.
SI
li^rt arcrcánflo^e á la J('ivími costuriTa y
-miráiidola cuii prorinda sorpri'>a.
— ¡ Buena t'>|>«'raiua ! si-ñor Dagober-
tn, dijo ai|iit'll.i COI) (11)3 alí'^^ría iinp>>si(>lc
dedoscriliir, >»'• dotide oslan Kosj y Klaiica.
Después \(»lvit''nd()se al herrero:
— Hiieiia esperanza, Ai;riool .. la soilo-
rita de CardovilU; nu está loca... acabo de
verla...
— ¿No está loca? ¡ qiió diclia ! dijo el
herrero.
— ¿Dónde estin las niñas? preguntó
Dagoberlo toman lo entre sus manos tré-
mulas de emoción las de la (lib)sa. ¿Las
habéis visto?
— Si, hace un instante... nuiy tristes...
muy abatidas..,, pero no he podido ha-
blar a^.
— ¡ Ah ! esclamn Diipoberto í|up'!'iido-
se como sofocado por esta noticia y lle-
vando las manos al pecho; nunca habria
creido que mi viejo corazón pudiese lalir
con tanta fuerza.
Y sin ernliaigo gracias á mi perro,
casi me esperaba lo «pie sucede... pero es
igual... siento... como un desvanocímien
to de placer...
— Padre mió ... ya ves que el dia es
bueno, dijo Agricol mirando á la costure-
ra con reconocimiento.
— Abrazadme, mi di^nay qtierida hija,
atiadió el soldado eslfechando con efusión
á la Gibosa entre sus brazos; después de
vorado por la ¡mpacien( i i , CMilinuó: va-
in «s corriendo á buscar las niña-.
— ¡Ah! mi buena (iibosa, dijo Aprirol
connivido; tu devuelves á mi padre el
reposo, y acaso la vida.... Y en manto
á la señorita de Cardoville, ¿como sabes
tú?
— Por una grande casualidad... ¿Y tú
como te hallas a(|ui?
En eficlo , el perro tan impaoien'e
como su amo de ver á las hut'^rranas, aun-
que mejor in>truido subre el lugar de su
retiro , se habia aci-rcado á la puerta del
convento th-sde dofide se ptisoá ladrar pa-
ra llamar la alencidii de D.igoberto.
Kste comprendió al ptrro , y dijo á la
(iibosa haciéndola un gesto !>igni(icativo :
— ¿Kslán allí las iiiñaN?
— ~¡, Si ñor Dagoberto.
— l'Ntaba seguro de ello... Perro fi.l...
¡Oh! sí, los perros valen mas ijue las
personas; escepto vos, mi buena (îibosa ,
que valéis mas que los lioinbres y las bes-
lias .. En (in... voy á ver á esas p«jbres
niñas... y á tenerlas...
Diciendo esto se puso á correr Dagober-
to , á pesir de su e<iad, para llegar adoi»-
de e>taba Quilasolaces.
— Agricol, eselamó la Gibosa; impide á
tu padre que llame á esa puerta todo
seria pcrdid».
El heirero alcanzó en dos brincos á ^u
padre, al mismo tiempo que este llevaba
la mano á la aldaba de la puerta.
— Padre mió... no llames, dijo Agricol
deteniendo el brazo de Dagoberto.
— ¿Oiie diablo me dices?...
— Me ha a>eg;jrado la Gibosa que s¡
iljii.as está todo perdido.
— j Cómo I...
— Ella os lo esplicará.
— Kn efecto, IN'gó la Gibosa , y dijo al
soldad») : señor Dagoberto, no nos di ten-
gamos delante deesta puerta, podrían v^t-
nos, y esto daria sospechas, sigamos mas
bien el muro...
— ¡Sospechas !... dijo el velemno s r-
prendido, aunque sin moverse de 1j pu<T-
la, ¿qué sospechas?
— Os lo ruego... no permanezcáis ahi...
dijo la (íibosa con tal insfaticia (pie po-
niéndose Agricol de su parle, dijo á su
padre:
— Padre mió, cuando la Gibosa dice
eso, razones tendrá para e!li); eNfuché-
njosla... el muro del hoNpital está á ¿oí
pasos y como por alli no pasa un alma
5à
ALBUM
podremos hablar í-in qué nos inlferruni-
pan.
— ; Otie e! (liiiljió me lít-ve si enfieriJo
una palabra de todo estol escíamó Daj^o-
berío pero sin separarle de !a puerla. Es-
tán aquí las niilas, las tomo y me !as
llevo este es negocio de diez minu-
tos.
-^j Oh ! no creáis que es tan fácil... se-
ñor Dag>l>eito, dijo la Gibosa. Es imiclio
mas düícil de lo que creéis Pero ve-
nid, venid. ¿Oís?... Hablan en el patio.
En efectu, se o^ó el murmullo Je una
voz b.i- tante gruesa.
— Ven ven, padre mió dijo
Agrico! llevándose á su padre ¿asi pirir
fuerza.
Quitasolaces parecía muy sorprendido
<Je estas vacüaciunes, y dio algunos ladi-i-
dos sin abandonar su puesto, como para
protestar coiitra aquella bumiilahfe reti-
rada; [)ero á ima íiamada de Daqoberto
se apresuró á unirse al cuerpo del ijér-
eito.
Eran enlonres las cinco de la tarde, y
haci.i lin inerte viento, corrielido ¡espésaá
y pardas lujbes lluvio>as por el cielo. Co-
mo di-jamos diclio, ei milro 'del hospital
qui- C';ii(Í!ial)d por ese lâiio con el jardiri
del c<iiiveiiío, apénasela IVecuenlado. Da-
gobeito, Agricül y la Gibosa pudieron;
pues, tener un consejo solitario en este
apartado >ilio.
El soldado no dis Ululaba la violenta
inipíH-iencia q'.ie 'i; c3U>a!>a sü carácter;
aA os qile apenas volvieron la "esquina,
cu uid I d j I á !a (rb'osa :
—Veamos, bija miá , esplicaos yo
estoy i'U á^cua^.
'— Ea ca^a en qui* e>lán encerradas las
hijas del gi-!ier.il Simon es un coh-
Vento >erior Dagoberto.
•—¡Un c'oi'ivenlo! esclanlô él soldado;
debí sospecharlo Y bich, ¿(Jué ínás?
iré á buscarlasáuñ convenio como á otra
cualquier parlo. ¿Qué me importa el sitio?
— Pero, sefior Dagoberlo, están en-
cerradas alli. coiitra su voluntad y la vues-
tra , y no os las entregarán.
— ¿No me las entregarán? ¡Pardiezí
vamos á verlo
— i'a(lre nuo , dijo Agricol deteniéndo-
le, tened paciencia un momento, y escu-
chad á la Gibosa.
— Yo no escucho nada ¡Cómo I es-
lin ahí las ninas á dos pasos de mi...
y sabiéndolo ¿no las be de tener de
grado ó por fuerza , en seguida? ¡Hayo!
¡estarla eso bueno] Déjame.
— Señor DaLioberto, os sjiplico que me
cscuclnis, dijo la Gibosa tomando la otra
mano del soldado. Hay otro medio de te-
ner á las pobres señoritas, y eso sin vio-
lencia ; la señorita de Cardoville me lia
asegurado que con la violencia lo perde-
réis todo
— Si b;iy otro medio... enhorabuena...
¡ vivo! veamos cual ef ese niedio.
— Ké aijui un anillo que la señorita de
CarJovdle.....
— ¿Quién es esa señorita de Cardoville?
— Padre mió, es esa joven tan g.ene-
rosa (jue queria prestar mi lianza y á
la que t» ngo cosas iuiportantísimas que
decir
— Bueno, bueno, interrumpió üago-
berto, luego bahlarenios de eso... Y bien,
mi buena Gibosa ¿este anillo?
— Debéis toniarlo, señor Dagoberto, é
ir en s guida á ver e! conde de Montbron,
en la plaza de Vendutiu», número 7. A lo
que parece es un hombre nuiy poderoso,
amigo de la señorita de (Cardoville: este
ambo le probará que vais de su parte; le
diréis que ella se enciu'ntra encerrada co-
mo loc^ en esa casa de salud que cordina
con el convento y que en este se hallan
también detenidas contra su voluntad las
liijas del mar'jcal Simon.
— Bien ¿qué mas qué mas?
ALRIU.
— lùilonces, el señor conde <le Monl-
hron tiara los pasos necesarios cerca de
personas de alia categoría, para conse-
guir la libertad de la señorita tíe ('ardo-
villc y de las hijas del mariscal Siniotí , y
acaso mañana ó pasado
— ¡Mañana ó pasado ! esclamó Da^^o-
berto; no, es hoy, en este mismo ins-
tante, cuando yo (piiero tenerlas I*a-
sado mañana y acaso ahora n»ismo...
no seria ya liempn (íracias de lodos
modos, mi buena (iibosa; pero guardad
vuestro anillo líslimo mas hacer mis
neguciospor mi mismo... Ksperadme aíiui,
hijo mió.
— Padre... . ¿que queréis hacer?....
esclamó Agrícol volviendo á detener al
soldado. ¿Habéis pensado en que es un
convetito?
— Tú eres aun un rechita ; yo conozco
la teoría del convenio por las puntas de
los dedos: la he practicado cien veces en
M-paña... lié aqui lo (pK* vá á síicertcr...
Ilacno, me abr»* la tornera, me pregunta
mití se me ofrece; no resiinudo; ella quie-
re delenerme , y yo pa->o adelante, lla-
mando á las niñas á voz en grito, y re-
co<"iii'ndo todo el convento.
— INto, señor Dagoherto, las religio-
sas... dijo la Gibosa Iratanuo de detener
al soldadi». ^
— Las relijiosas corren á mis alcances
persiguií^iidome y (¡iando como lus piijaros
tjue pierdi'ii el nulo; soy inleligenlo en
esto. Kn Sevilla, tu'e (]iie ir á rescatar
de ese modo á una andaluza que las bea-
tas detenían por fuerza. Las dejo gritar,
y cnlntanto recorro el convento llaman-
do a Rasa y Blanca.... Me oyen ellas, me
responden, y si están encerradas, tomo
lo primero ()ue hallo á mano y derribo la
puerta.
— l'ero, señor Dagoberlo, ¿y las reli-
jiosas.... y las relijiosas?
— Las religiosas do me impiden con sus
gritos el drrribar la puerta, ni el toma
las niñas en mis brazos y largarme; si han
cerrado la puerta exterior, segundo der-
ril)o Asi, pues, aM.idií) Dagolierlo des-
prendiéndose de la (lilio>a, esperadme
ai|ui; dentro de di-'í nñimlos estoy de
vuelta.... De cualquier modo vea buscar
un coche, hijo mió.
Mas sereno rpie Dagoberto, y sobreto-
do nías instruido que este en materia del
código penal, Agrícol pensó con espanto
en las consecuencias que pedia acarrear
el estraño modo de obrar que se pro-
ponía el veterano. Asi , poniéndosele de-
lante, esclamó:
— Te suplico qutt oigas aun una pala •
bra....
— ¡Pardiez! veamos, despáchate.
— Si quieres penetrar por fuerza en el
convento, i vas á perderlo lodol
— ¡ Como !
— Kn primer lugar, señor Dagoberto,
dijo, la Gibosa, hay hontbrcs en el con-
vento:... Hace muy poco que al salir yo,
he \isto como el píutero cargaba su es-
copeta, y el jardinero hablaba de su cu-
chillo de monte nniy afilado y de rondas
que hacen de noche....
— Hago yo poco caso de la escopeta
de un portero y del cuchillo de un jar-
dinero.
— Bien, padre mió; pero le ruego que
tne escuches im momento; llamas, ¿no es
e.sto? se abre la puerta y te pregunta el
portero (pié quieres....
— Digo que tengo cjue hablar con la
supt-riora y me deslizo hacia dentro.
— Pero, 5 Dios nn'o ! señor Dagoberlo,
dijo la (íibo»a; una vez alravi-sado el pa-
lio. Se llega á una S"guiida puerta rerra-
da, (|ue tiene una njiila: aili se acerca
una reÜjiosa á ver (]iiien llama, y no abre
ha la que se la ha dicho el objeto de la vi-
sita que se (piierc hacer.
— Le responderé.... quiero vei á lasu-
periora.
5i ALÉim
— Entonces, padre mió, como no te
conocen en el convento irán á advertir á
la superiora.
— Bueno.... ¿y qué mas?
— Y vendrá.
-¿Yquél
— Os preguntará ¿qué queréis, señor
Dagoberto?
— ¿Lo que quiero?.... ¡Pardicz?... mis
niñas....
—Tened aun paciencia por un minuto,
padre mió.... En visla do las precaucio-
nes qutíhan tomado, no puedes dudar (4ue
•quieren detener á las ninas contra su vo-
luntad y la tuya.
— No lo dudo.... estoy cierto de ello...
y para conseguirlo han vuelto la cabeza á
mi pobre mujer....
— Entonces, padre mió, te responderá
la superiora que no le entiende, y que las
señoritas Simon no están en el convento.
— Yo la diré que sí estáti y pondré por
testigos á la Gibosa y á Qaiíasotaces.
Te contestará la superiora que no te
conoce ni tiene esplicaciones que darte,.,
y cerra ró S'i rejilla.
—Entonces derribo la puerta... ya ves
que de cualquier modo Iiay que hacerlo...
déjame... ¡pardiez! déjame...
— Al ver el portero esta violencia, cor
rerá á buscar la guaidia, llega esta yero-
pieza por prenderte.
— ¿Y qué sería entonces de vuestras
pobres niñas.... señor Dagoberto? dijo la
Gibosa.
El padre de Agrfcol tenia bastante buen
sentido para que dejase de conocer lojus-
to de estas reílecsiones de su hijo y de la
Gibosa; pero también sabia que era pro-
riso conseguir á toda costa que las liuér-
fanas estuvic.'^en libres para la mañana
Agrico! y la Gibttsa conmovidos proTifn*'
damenteporesta muda de?e>perac'<m canr-
biaron una mirada triste y sentándose el
herrero al lado del veterano, le dijo:
— Padre mío, tran(|uilízate pue< »
piensa en lo qrie acaba de decírtela Gibo-
sa.... yendo con e! arjifío de fa señorita de
Cardovillo á casa de ese caballero, que es
iMuy influyente, será fácil (|i»e mañana
mismo estén lil)rcs las niñ.is... y aun su-
poniendo á mal andar que no te las de-
vuelvan basta pasado inañ;ina...
— ¡ Rayo I ¿(|iiereis volví'rme loco? i-s-
clamó Dagoberto estremeciéruJose y uii-
rando á su b.ijo y la Gibosa con un ainr
tan pstraño y desesperado, (¡ne Agricol y
la costurera retroceda r n con tanta sor-
presa como inquietud.
— Perdonadme, hijos mios, dijo Dago-
berto, volviendo en sí después de un lar-
go silencio ; hago mal en arrebatar»ne»
porque asi no poíheinos entendernos.... h*
que decis es juslo y sin embargo ya
tengo razón en hablar corno baldo. ... lís-
cuchaduie... Tu eres un liombrelionrad'»,
Agrieol, y vos una esciF'Ule muchacha.
Gibosa... Lo(]ue voy á deciros es para voso-
tros solos... He traido esas nfñas desde el
centro de la Siberia ; ¿Sabéis con queob-
jeto? Para que se encuentren mañana por
la mañana en la calle de San Francisco...
Si no lo cofibigo , dejo de cumplir el pos-
trer voto de su madre moribunda...
— Caüe de Sarv Franciso niím. l.'J, es-
clamó Agrieol iiiterrHüipi-ndo áj^u pailre,
— Sí, ¿como sabes tii ese número? pte-
guntó Dagoberto.
— ¿No se encuentra esa fec! a en un»
medalla de bronce Î
— Sí, contestó Dagoberto eada inslan-
siguicne. Esta alternativa era terrible , | *e "'«s ï>'>fP'"t""*J^- ¿Q"'^'" •« ''^ diiiit>
tan lerrib'e que llevando ¡as manos á su <í^o?
arJoro«a frente cayó sobre un banco dej — Padre mió.... un instante... esclamó
piedra c^mo anonadado por la inexorable i Agrieol ; dejadme reflexionar... creo adi-
rQtalidad de su posición. i vinar.... si, y tu, nii buena Gibosa ¿oo
tnoTiis (lirho que la scñ.irila ik' ('aiilovi-
'{le no estaba luca ?...
— Ni» liay tal lociiía... I:i lii'iien dde
iiida à pesar suy» en e^a ca^a, sin dejarla
coiniiiiirar l'on nadie... y me Ita dicho,
que laiilo ella onnu) las lujas del mariscal
Simon son sin duda viclima^ de una ma-
quinaeiun udinsa,
— Ya estoy cierto, psrlanjji el herrero;
ahora lo comprendo todo... LaseAmilade
('ardoville tiene el mismo interés (|ue la«
niñas en enconlrarse inafiana en la calli-
de San Franciso... y acaso lo ignora.
— ¿(]ómo?
— OeeiíJme, mi buena (lihosa ¿o»
ha ditlij la s» ñorila de Cardi'\ii!e i|iie le
.nf«Te>al>a sobrtinanera el e^lar libre nia-
'ñma?
— No, poTíjiie al darme este anillo pa-
ra el conde de .M>)nlbron, me ha dn tío :
Gracias á él, maùina ó pasado estaremos
libres las hijus did marÍMal Simon y \o...
— Pero ac.i[)a de esplicaile, dijo Da¿ >
berto á su h'jo con impacienc a.
— Kn seguida, continuó el herrero;
cuando has venido á buscarme á la ciireel,
sabes, padre mió, (|iie te lie dicho ipie te-
nia Mil deber sagrado que llenar y rpie en
casa nos juntariamos.
— Si,., y me he i lo á dar nuevos pasos
de qiií le hablaré luejío,
— Yo h'-.* corrido al pabellón de la calle
de Babilonia , ignorando ijite la srñorila tíe
<]ard<>ville esluvirse loca, ó mejor didm.
que se U hicies-e pasar pur tal... me abre
un criado y me dice que e.sta siuorila ha
sido atacaila de un acceso repentino de lo
cura... Concibe, padre mió, que n-Afn-
para mí... preguht> donde está y meio>-
pondcn que no lo Saben; digosi podréiía-
blar con al^^uno de sus parientes, y cumo
mi blusa in-piraba poca coidianz i iiu> con
testan (jiie aijui noexisle na lie de mi f.iiiii
515
está loca, su médico delie <n!w rd «mki s-
fá ; si se encuentra en estado de e>cii-
• harme, el médico mecomluciri á sii pre-
sencia ; si no, á fa'ta desús f»ari<ntes, ha-
blaré con su médico; k mcniído el mé<lic<>
es unam'go... í'rec;unto. |oi.'s,,il criado si
podria indicaroie el fiiédico (K* la>-rñoril.i
de (lardoville, y med'cen siin nnbrí' v ba-
t>ilacion sin la menor dilicitltad: el dnclor
llaleinier calle de Taramit» niíin. 12. ('('.rro
allá, y bibia salido; pero me di. en '¡iieá I s
cinco d«-bia hallarle sin duda en su ca*»
de salud; ^ta está contigua al «inivcn-
o hé aijui porqiie nos lien os encon-
trado.
— INro ¿esa me ¡alia..., oa medalla,
dij ) Da^obcrtf) con impaciencia , dtíride
la has visto lú?
— Sobie eso y otras ros.is fué el escr-
bir yo á la (1 liosa que drse.ilia hacnr á la
señorita de Cardovil.'e revelaciones muv
imporlanies.
— J.Y qué rev.'laciones?
— Hé aijuí, pa Iré mió: el dia en que
marchaste fui á su casa para suplicarla
i|ue me prestase una lianza; me habían
•p'_Mii''o; o sabe ella por una de sus ca-
mareras, y para ponerme al abrijío de
(|ue me pn ndi'sen , hace que me ociilli n
en un escondrijo de su pabellón; es aquel
una especie de cuarlilo ab ivcdado que
solo recibe la luz por un conduelo hecho
como una chimenea; al cab>t de aluiPios
instantes ya veia alti claro. Ni leniend.i
otra cosa que hacer sino mirar ú mi ahe
dedor, observo (|ue las paredes e»!a! an
cubiertas de madera; la entratla de este
escondrijo consistía en una tabla escurri-
diza sobre muescas de hierro, por medio
de coiitra[wsos y encajes complicados y do
un trabajo admiiable; como esío erado
nii olicio, me inleresaba vi\ ámenle y me
puse á examinar aíjiiellos resortes con eq-
•'3 Hallábame desconsolado, cuando riosidad, á pesar de mis in|uietudes: co-
me ocurre una idea.... y digo entre mí:|nücia bien aquel juego; pero habla allí lui
56
ALBUM.
bolón de cobre cuyo objeto no podía com-
prender: por mas que traté de tirar de él
á derecha é izquierda nada descubrí. En
vista de esto, me dije: este botón tiene
sin duda un mecanismo especial; veamos
si en lugar de tirar deb-» empujarse: lo
li3go con fuerza y observo que se des-
prende de repente una tabla, como de
dos pies cuadrados, de la parte superior
•de la entrada del escondrijo , dt-jando des-
cubierta una especie de bóveda; comoem
pujé cofi demasiada fuerza el resorte, al
violento sacmlimietito de la tabla, cayó
en el f-ndo una mcdallita de bronce con
su cadena.
— ¡ Donde lias visto esas señas de
la calle de San Francisco! esclamó Dago-
berío.
— Si, padre mió, y con la medalla ca
yó tajubien un grande pliego cerrado
Al reciij.TÍo leía pesar mió, por decirlo
asi, vu li-Uas grandes: Parala señorita de
CardoàUe'y que debe enterarse de estos pa-
peles L-n el mismo inslaitic que se los entre-
guen. Sobre estas palabras estaban lasini-
ciales 1\. y C, acompañadas de una rú-
brica y de esta fecha: Parislide noviembre
de 1830. Volví ol pliego y vi sobre los dos
sellos (¡ue lo cerraban, las n\ismas inicia-
les IÎ. y C. con una corona encima.
— ¿Y estaban intactos los sellos? pre-
gtinlü la (jibosa.
— Perfectamente intactos.
— Entonces no hay duda que la seño-
rita de Carduville ignoraba la existencia
<Je esos papeles, dijo la costurera.
— Esta fué mi primera idea, puesto que
se le pri\enia abriese en seguida el pliego,
•y que á pesar d- tal lecomendaciuu , que
databa de mas de dos años, se hallaban
intactos los sellos.
— Es evidente, dijo Dagoberto, ¿y qué
has hecho entonces?
— He vuelto á colocar estos objetos don
mi descubrimiento á la señorita de Car-
dov lie; pero algunos instantes después
entraron en ef escondrijo que habían des-
cubierto, y no he vuelto á ver á aquella
buena señorita; tan solo dije alguna» pa-
labras equívocas sobre mi hallazgo á una
de sus camareras, esperando que esto lia-
marja la atención de su ama..... en fin ,
tan pronto como me fué posible escribir,
mi buena Gibosa , sabes que lo hice ro-
gándote que t ' avistases con la señorita
Adriana...
— Pero esa medalla... dijo Dagoberto,
es igual, á la que poseen las hijas del ge-
neral Simotí ; ¿en (|ué^consiste esto?'
— Nada ma> sencillo, padre mió... aho-
ra (|u ■ me acuerdo; la señorita deCardo-
villeesparienta suya: ella me lo ha dicho.
— ¿Ella... parienta de l\osa y Blanca?
— Sin duda que sí, añadió la Gibosa, á
mi también me lo ha dicho hace poco.
— ¡Y bien! esclamó Dagoberto miran-
do á su hijo con tristeza; ¿comprendes
ahora por (¡ué (¡uiero tener las niñas hoy
uíismo? ¿(Comprendes que , como meló
ha dicho su madre moribunda, un dia de
retardo puede hacer (jue ;todo se pierda ?
¿Compiendes, en lin, que no puedo' con-
tentarme con un acaso viañana... cuando
he venido del centro de la Siheriacon esas
niñas... para con'lucirlas n\añana á la ca-
lle de San Francisco? ¿Compiendes,
digo, qtie las necesito hoy, aunque para
consegmrlo deha inctMidiar el convento?
— i'ero, padre mío, os repito que la
violencia...
— i'ero, ¡ pardiez! ¿sabes loque me ha
respondido esta mañana el comisario de
policía, cuando he ido á renovar mi que-
ja contra el confesor de tu pobre madre?
(Jue no habiendo ninguna prueba no pe-
dia hacerse nada.
— Mas ahora hay pruebas, padre mió,
ó á lo menos se sabe donde están las jó-
de estaban, prometiéndome advertir de| venes... Mucho vale esta certidurabre....
lili tu.
57
Está sopnro. La loy es ina<? po Icr-ísa que
todasliissiiperioras Je convento dt-l nuindo.
— ¿Y ol coiuli' (lo Monlbron íi quien Os
mega la scàorita Adriana (|Uo os dirijáis,
dijo 1.1 (íilmsa no es laiuliiiMi iin liombrc
poderoso? I A' diréis las r;izonps por qtii^
es tan importante el (pie las ninas saldan
en libertad esta noche, así como la seño-
rifa d<' (^nrdovillo... (jtie, como veis, lam
bien tiene un •zrniide un grande infirrs
en estar libre para inañatM entonces,
es seguro que el conde de Moíilbron se
apresurará en sus diligencias con la justi-
cia, y esta noche os serán cnlregadai
vue>tras niñas.
— Tiene razón la (]¡bosa, padre mió...
ves á casa del conde, mientras corro yo á
ver al comisario para decirle que se sabe
ya donde están las jóvenes; tu, mi buena
(íibosa , vtuMvete á casa á esperarnos
Dóuíonoá cita en nuestra ca<a, ¿no (S es-
to, piilre?
D.igohetto so liabia qtied.ub pensativo
y de repente dijo á Agricol :
— I'orriente: seguiré vuestros conse-
jos.,, l'ero supon que le diiia el comisa-
rio: no se puede obrar liasla mañana.
Sup.'uqtie el conde de .Monlbron motli¿;a
otro tanto... ¿Oees ti'i (pie yo [)erniane-
ceré con los brazos cruzados hasta uia-
ilaiia?
— Padre nuo...
— Hastí, (lijo el soldad'3 con prontitud,
yo me eiiliendo... Tú, liijo nii(j, corre á
casa del c.>mi>ario... Vos, tai buena Gi-
bosa, id á esperarnos, y yonie voy á casa
del conde... Dadme el anillo y las senas.
= lMa/.a de Vendóme, núm. 7, el coti-
de de Mui'.lbnm... vai> de parte de la se-
ilorita de CardoviHe, d'ijosa la Gibosa.
— Tertgó bnena memoria , contestó el
Sordado, así nos veremos lo mas pro^ilo
posible en la calle do Brise Micbe.
— Si, padre mió; buen ánimo... ya ve-
rás como la ley defiende y proteje á las
gentes honradas...
— Tanto mejor^diji* Da;?nbcrto, porque
Á no ser de ese modo, las gentes íionra-
das se yçrian en la precisión de defender-
se y protegerse á sí mismas..... así, liijos
miiisj, hasta luego en la calle (te Brise
Micbe
Guando se separaron Üagoberto, Agri-
col y la Gibosa , era totîijjlctamente de
noche.
X.
r.AS CITAS.
Fran las ocho de la nocho\ y la Ihuta
azotaba los vidrios del cuarto (Te Francis-
ca Baudoin, en la caite de Brise .Miclic,
mientras (|ue violehtas ráfagas de viento
hacian retemblar las puertas y ventanas
mal encajadas. El desorden é incuria de
esta modesta habitación , tenida de ordi-
nario con tanto aseo, demostraban la gra-
vedad de los tristes acontecimientos que
desconcertaba unas existencias tan tran-
quilas hasta entonces en sti oscuridad.
Fl suelo enladrillado estaba sucio de
lodo, y los muebles, hacia poco tan re-
lucientes y limpios, los cubria ahora una
capa espesa de pnlvo. Desde que el comi-
sario se llevó á Francisca no se habia he-
cho la cama; en la noche so acostaba Üa-
goberto vestido durante algunas horas,
cuando volvía A casa rendido de fatiga y
desesperado, despues de haber hecho nue-
vas y vanas tentativas para descubrir el
paradero d'e Bosa y l?buica; sobre là có-
moda había una botella , un vaso y algu-
nos mendrugos de pan, que probaban la
frugalidad del soldadív, r<*diicido por todo
recurso al dinero del présfrimo »)ue le ha-
bia hecho el Monte de INedad mediante
los nbjftos empeñados por laGibo>a, des-
pués del arre>to de Francisca.
A la pálida luz de una vela de sel)o co-
locada subre la chiirenea , fria entonces
como el miírmol por haberse concluido
hacia mucho tiempo la provision de lefia,
se veia la Gibosa que dormitaba sentada
lo*
58 ALBÜK,
en una silla, con la cabeza inclinada so-
bre el pecho, las manos juntas Lojo su
pequeño delantal de indiana y los lahiues
apoyados en la úllinia barra de la s>!la ;
de cuando en cuando tiritaba defriol.iipc-
bre muchacha cuya ropa estaba luiineda.
En todo este dia de fatigas y de cmio-
clones tan diversas, no habia comido nada
esta desdichada criatura (aunque lo lui-
biera deseado no tenia en su cuarto ni
pan siquiera), y esperando el regreso de
Dagoberto y Agrico!, cedia á una soño-
lencia agitada, bien diferente por ciert.»
del dulce y tranquilo su-eño reparador. Pe
cuando en cuando medio abria les ojos con
inquietud y miraba á su alrededor; pero
vencida de nuevo por una irresistible ne-
cesidad de descanso, dejaba caer la ca-
beza sobre su pecho.
Al cabo de alfiunos minutos ^'eshlencio.
interrumpido tan solo por el ruido del
viento, se oyó un paso lento y pesado so-
bre la meseta de la escalera.
Abrióse la puerta y entró Dagobertose-
guido de Quila;ol ices.
La Gibosa despertó sobresaltada, y le-
vantando la cabeza con prontitud, *i'
levantó y fué rápidamente hacia el padre
de Agricol.
— Y bien, señor Dagoberto dijo,
¿traéis buenas noticias?... ¿Habéis?...
La Gibosa no pudo continuar; tal fué
su abatimiento al observarla sombría es-
presion de las facciones del soldado; ab-
sorvido este en sus ideas pareció no ha-
ber percibido á la costurera, y senliin-
dose en una silla con descaecimienlo, puso
los codos sobre la mesa y ocultó el rostro
entre sus manos.
Después de una meditación bástanle
larga, se levantó y dijo á media voz:
— Preciso será preciso dando
entonces algunos pasos por el cuarto, mi
ró Daguberto en torno suyo como si bus-
de exárnen, viendo ci rea de la chin ^Bnea
una barra de hierro como de dus [ivs, la
tiiinó y considerándola atentamente , la
sompesó y la puso en seguida sobre la
cómoda con aire de satisfaceion.
Sorprendida la Gibosa dtl silencio pro-
longado de Dagoberto, (ibservaba sus mo-
vimientos con una curiosi-iad tímida ó irv*
quielíi, pero pro«lo se caui-biósusorprcs»
en miedo al ver ({«e el saldado abrió sw
mochila que estaba sobre una silla, s;:c(V
de ella un pa-r d-e pistO'ias tle bolsillo y
examinó las piedras por pr»'caiR".iun.
Sobrecojida la cusiurera du lirror no-
pudo menos de esclariiarr
— ¡Dios mió 1.... st'ño-r Dagoberto.....
¿qué queréis hacer?
El soldado miró á la Gibosa coíno si I»
viera entonces por primera vez, y la dij>(>
con voz eordial . aunque agitada.
— Buenas noihes , hija mia ¿Q'"^*
hora es?
— Las ocho... acaban de dar en SainÈ
Merry, señor Dagoberto.
— Las ocho repitió el si>!dado ha-
blando consigo mismo; ¡nada nías que
las ocho !
Y poniendo las pist -las a! lado de la
barra de hierro, pareció (jue reflexionabaí
de nuevo dirigiendo la vis^t.i á s^a alrciUj-
dor.
— Señor Dagoberto, se aventuró á de-
cir la Gibosa, ¿no tenéis quizá buenas no-
ticias?
—No....
Dijo el soldado esta su!a palabra con ut»
tono tan bieve,qt>e no atreviéndose la (ii-
bosa á preguntarle mas, fué á sentarse tu
silencio. Ouitasolaees apoyó su cabeza so-
!)re las rodillas de la costurera y signi >
con la misma curiosidad que ella todos i^is
movimientos del soldado.
Después que este hubo meditado u»
momento, se aproximó á la cania, lomó
ro L/agUOeriO en luiiiu suju cumu si uns- niuuieuiu, si; €ij>i wAitiiv/ ». ." T
case alguna cosa, y después de un minuto} una sábana y pareció medir su e.^te^î¡on:
k'Usvm
<^ 5i'gii¡ la ViiUióndw'So lijtia la (jibusa, la
dijo :
— r.as fij«'ra«....
— IVri), si'fiiir Dapi)l»t*rlo....
— Vi-anios, mi loifiia hija... las lijcras,
coiitiiiiiú Dagnlu'i lo con l<»iu> af.il)'»-, aun
que demuilrand« quf (|inTÍa ^c le ohi-do
ciesp.
La (^ihosa tomó las tij"ra> dol ( ati«<ti-
llo di* la colima de Frain.i>fa \ se las pré-
sent)) al soldado.
— Aliora loua I el ofro esiremo de la
sábana, y leiuHlIa fuerte... .
Km algunos rninnios corló !>ai:"!)t'rlo la
sâliaiia á lo lari;o en cuatro |nil.i¿ is. Ii's
cuali's n-torcio en forma de ciicrdiis : de
ostasmatro liras atadas las unas á las ol ras
sólid.iinent*' , liizo el soldado una cuerda
de veinte pies lo menos, y aun no le t>;»s-
laba esto, poique dijo iialiiando consij^o
misinn.
— Aliora me falta un {^am ho...
Y luej^o niirú en derredor suyo como
buscando algo.
La (iihosa caila vez mas asustada, pii(>s
no le (¡iirdaha ya duila s-dire los [)royec-
Iks de l)agol)erlo , le «liji con liiiiide/ :
— Pero, señor l)ai:o|)erto... Ajiiif.»! no
ha venido aun... y ruando larda tatito...
es porque >in duda liene buenas noticias...
— ïSi, dijo el soidadocon an»arguia, >in
dejar de buscar en lorno suyo el uli.et »
(|Ue le faltaba ; biu n^is indicias por el es-
tilo de las n.¡<».'.., no oii^lanle, me hace
falla un bm-n p^rlio de hierre». ...
lle<;¡stran(lo a jui y allá, halló el s<>!<ia-
do un saco de lienzo urosero en ciiva oo>lu
ra se octipaiía l''r.in(.¡sca. Tomólo, hí.iluió
y dij > á a (¡ilio^a :
— lliji mía, icliad aquí dentro la bir-
ra de hierro y la cueida , y a^í me >erá
fácil de trasportar... alia ubajo...
— ¡Gran l)io>! e>clauió la (M) >>a «die-
deriendo á Dagoberlo; ¿y marcinreis sin
esperar á .Vgricul, si'ñ'i' !>agn¡teito
09
ciinrulo acaso tiene rosas inb're.<ontes (\uc
deciros ?
— Tranquilizaos, filja rnin esperari-
á mrliijo;... no (bli.i salir basta lasdiez...
cotí (|Ue lenpo tiempo...
— I Ahí señor Dafíoberto, ¿hnbeis per-
didv) (juiz.i toda esperanzi ?...
— Alconfrario... ia tentionuiN bu. m...
poro en mí...
Y ai deeir esto plepaba Dapoberto la
parte superior (bd saco, y alindólo lo pr_
so sobre la ('«unnda al lado de las pi>t(ila».
— ¿Con que esperiireis á Agrirol, se-
ñor Daíinherto?
— SI lle^a antes de las die/... «f...
— Asi, ¡ Dif.s mió ! ¿estais en!erimen''e
decidido?...
— Muy decidido... y sin enilnri;o, sívo
Hiera bástanle necio para creer »n malos
agüeros....
— No siempre engañan los presagios,
señor Dagoberto, dijo la Gibosa, pensc-.n-
do tan so'o en disuadir al soldado de >u
peligrosa resolución.
— Si, respondic) Dag herto, las mwL'e*
res buenas dieen eso.... y ainiqiie yo no
soy una nuiger buena, lo que be visto ha-
ce po'.'o.... me ha oprimido el corazón....
pero acaso he tomado un movimiento de
cólera por un [ire<enlimiento....
— ¿Y (pie habéis vi>lo?
— Os lo contaré, ««li buena hija y
eso nos ayudará á pasar el liem¡)o.... (pu;
debéis creer me p.iicíe b.en largo Ii -
lerrumpiéndose en e^te momen'', nña-
diii : ¿no acaba de dar una media?
— ^i , señor Dagoberlo, s. n las ocho y
iiiedia.
— .\un falla hora y n)(dia , dijo Hajo-
lit.r!o con voz sorda; di-spuis conlinu('i:
beaqui lo (pie he >i>lo:... liare pocoipio
pasando por una caüe. no st^ >u nombre,
h ■ dirigido los ejos n a ¡uinalmeiile licicia
un carlelon encarnado en cuya parle su-
perior hay piídaila una pantira n(^í;ra de.
60 it^v^.
votando «m caballo blanco.... A esta vis-
ta so nie lia silbido la sangre á là cabeza,
ponjtic como sabéis, nn' buena Gibosa,
lina pantera negra devoró á mi pt)bre y
viejo ca!)a|[o blanco, coitipañero insepa-
rable de ese perro.... y que Se llamaba
Jovial....
Al oir Quitasolaces esto nombre, en
otro tiempo tan f.imi!iar para él, levantó
la cabeza de repente y miró á Oagob&Mo.
— Ved... lomo las bestias tienen me-
moria ; aun no se le lia olvidado, dijo el
soldado sus|iirando á cíte recuerdo* Des-
pués dirigiéndose á su perro, añadió:
— Aun le acuerdas de Jovial, ¿no es
verdad?
Al oir nuevamente este nombre pró-
nuíiniado por su amo con voz conmovida,
dio Oiiit;:sol;)ceá i\n pequeño ladrido como
para afirmar que no liabia olvidado á su
antiguo camarada de camino.
— Efectivamente, señor Dagobcrto, Ji-
jo la Ciibosa, os debe liaberentristecidoel
encontrar en el carlelon la pantera negra
devor.iMdo un caballo.
— Y si no fuera mas que eso.... escu-
chad lo demás... me acerco al cartel y leo
(¡utí el llamado Morock, (|ue acababa de
lle-ar de Alemania , presentará al público
en un teatro diferentes animales feroces
que ha domesticad'), y entre otros im león,
Un tigre y una pantera negra de Java, lla-
mada la Muerlc.
— Eso nomí/re dá miedo, diJQ la Gi-
bosa.
— Y aun os dará mas, hija mia, cuan-
do sepáis que es la misma pantera que
ni. lió mi caballo cercado Leipsik, hace
cu itro inc>cs.
— ¡ Ali, DiwS mió!... tenéis razón, se-
ñor l).ig)ljeflo , dijo la Gibosa, esoes hor-
roroso.
— Esperad aun, dijo el soldado, cuyas
facciones tomaban un aire mas sombrío á
cada momeólo; todavía no lo sabes lodo...
el tal Mordk, dueño de estas fieras, fué
causa de la prisión que las niñas y yo su-
frimos en Leipsik.
— ¿Y está en París ese hombre perver-
so?... ¿y os tiene rencor? dijo la Gibosa;
¡oh! tenéis razón... señor Dagoberlo....
os preciso que os guardéis, porque este es
un mal presagio...
— Sí.... para e-e miserable.... si le en-
cuentro, dijo Dcigi)berlo con una vozsor-
da ; pues tenemos antiguas cuentas que
liquidar....
— Señor D.igoberto, dijo la Gibosa fi-
jando el oido, alguien sube la escalera
corriendo; sin duda son los pasos de Agri-
Col... estoy segura que ncs trae buenas no-
ticias....
— Perfectamente, esclamo con viveza
el sollado sin responder ala Gibosa; Agri-
col es herrero... y me hallará el garfio de
hierro que me hacc falta.
Algunos inslaiitos después, entró en
efecto Agricol; pero ¡ ali ! al primergolpe
de vista, leyó la costurera en la alterada
fisonomía del herrero el fatal resultado de
sus diligencias , (¡ue destruía las esperan-
zas en (¡no se había mecido...
— [Y bien! dijo Dagnberto á su hijo
con un tono que anunciaba claramente la
poca fé (|ue tenia en el éxito de los pasos
dadus por Agricu!; y bien!... ¿que hay
de nuevo?
— ¡Ah, padre mió! hay para volverse
loco, e^claInó el lierreru con arrebato.
Dagoberto se voivió hicia la Gibosa y
la dijii :
— Ya veis, hija mia... yo estaba segu-
ro de esto...
— Pero vos, padre mió ¿habéis visto lal
conde de Muntoron?
— El conde de Mnntbron hace tres dias
que marchó á la Lorena... Hé aqui mris
buenas noticias respondió el soldado con
amarga ironía; veamos las tuyas... cuén-
tamelo todo: necesito estar bien conven-
áI.BVl
Cl
cido de que dirigit''ndo8<» i la juslina, que
romo lu deci.n hàee poc<» dfru'nde y pro-
tege á lili ger>les honrada*, I ay ocasiones
en que las d«'ja i merced de !o< tnalva-
dos... Si, lo necesito, y ademas mt* h;ice
falta un garlio... y he contado contigo...
para amibas cusas.
— ¿OiK' (niieres, padre mk)?
— Cuéntame primero lasililigenrias(|ue
has hecho... tenemos tiompo tcMcmos
tiemp >... acaban de dar las ocho y nu>dia...
veamos: ¿donde has ido cuando nos he-
mos separado?
— V casa del comisario que recibió vues-
tra deposición.
— ¿Y que ha dicho?
— Después de escuchar con suma bois-
tlad el asunto de qué se trata, me ha con-
testado : prescindiendo de todo, esas ñi-
flas Citan en nna casa muy rospetabie...
en un convenio... no es pues tan urgente
el sacarlas de allí.... y por <itra parle, yo
•H')j>«edoc«mproiiH;tertncá violar un domi-
dlio reügiíso por solo vifcslra humilde re-
laciju; informaré mafiana á quien cor-
responde, y mas larde se proveerá.
—Mas larde.... ya veis, siempre dila-
cione»... dijo el soldado.
— iVro, señor, le he contestado, <:on~
i'innó Agriod, esta M«chc^, en ci instante
ni¡>mo, cuando es preciso obrar, por(¡ue
si es.is jóvenes nn se h;il!¡ui manan i por
la maTunn en la calle de San Francisco,
pueiJeir-rogírselis un perjuicio incaícula-
Lle.., Ks doloroso, me ha respondido el
comisario, pero os repilo que sobre vues-
4fa simple declaraciurt, ni soltre ia de
\uestro padre (jue uo es pariente de esas
jóvenes, no pqedo contravenir á las la-
yes, cuando sería violarías el hacer lo (|ut;
queréis, aun(|uc mediara una denunija
de la propia familia. La justicia tiene sus
lentitudeá y formalidades á que es preciso
someteríe.
— Ciertamente, dijoDagoberto, es ne-
cesario someter-* Á ol'âs, á riesgo de pasar
por un infame, traidor é ingrato...
— ¿Y le has hablado también de la se-
ilorita de Cardovilk? preguntó laíübosa.
— Si, pero me ha collte^la(lo lo mismo...
esto era niTiy grave: yo hacia utia deposi-
ción , mas sin poder presentar ninguna
prueba q'ie apoyñra mi dicho «Os ha
«asegurado una terrera pers"ona que la
« señorita de (]ardn\ ille ha afirmado no
«estar loca, me ha dicho el comisario, esto
«no basta, tolos los locos niegan que lo
«estañe yo no puedo tampoco v¡o^ar el
« domicilio de un médico respetable por
«vuestra mera declaración; no obstante
« la recibo y daré cuenta. Pero es preciso
« (|ue la ley tenga su curso....»
— Cuando hace poco queria yo obrar,
dijo sordamente Dagoberto, ¿no habia yo
previsto to'Io eso? sin embargo he sido
bastante débil para escucharos.
— Pero, padre mió, lo que querías ha-
cer era imposible... y te esponiasá conse-
cuencias harto peligrosas; lú estlsconven-
cido de ello.
— Asi pues, continuó el soldado sin res-
ponder á su hijo, te se ha dicho formal y
pi>silivamente (jue no debíamos pensar en
oJ>tener esta noche las niñas por los trá-
mites de la ley....
— A lo? ojos de ia ley, padre mió, no
hay urgencia, y la ctieslion oo podrá de-;
cidirse hasta dentro de dos ó ires días.
— Kso es todo lo (¡no yo queria saber»
dijo Dagol>«rto,lt'vantániÍQie y dando ,al«
gunos pasos.
— Sin embargo, continuó su hijo', no
me he dado por vencido. Uesespera*lo , y
no pudiendo creer que permaneciesi; sor-
da la ju'licia á una reclatnacion semejan-
te.... he corrido á la audiencia esperando
«pie acaso alli.... hallarla un juez.... un
magistrado que acojíese mi queja y dispu-
siera....
— ¿Y qué? dijo e! soldado deteniéndo-
se....
16*
Ç2 AL
Se me ha dicho que ia oficina del
fiscal se cierra siempre á les cinco y se
abre á las diez: pensaiuio en vticsfra de
sesperacion y en la suerte de la poíne se
nerita de Cardoville, he querilo aun dar
otro paso, y entrando en un cuerpo de
guardia de tropa dt- lím-". niamb'i :• p. r tm
teniente.... se lo he ccníadotodo, y comu
le he liablado con tal ardor y con lanía
eonviccion, no ha podido menos do iníe-
Tcsarse....
— Mi teniente, le fie dicho, hacodít>ea!
menos una gracia: que vayan un sargen-
to y dos hombres a! convonlo á íin doui»-
tener la entrada Icgalinonte; que hagan
les presenten las hijas del general Simon,
y dándoles á elcí^ir entic quedarse r.iij ú
irse con nii padre que las ha traído de
Rusia.... se verá como las tienen deteni-
das contra su voluntad.
— ¿Y que ha respondido, A;:,íito!'?
preguntó la Gibosa n. ¡entras que Dago-
berto scgiiia paseando encojiéndose de
hombros.
— Amigo mió, me ha dicho, lo que pe-
dís es imposible; yo conozco vuestra ra-
zón, pero no puedo touiar una medida lan
grave p^^r mi solo, fit ei»tiar por fuerza
en un convento es cosa demasiado seria.
¿Y eníónces, señor, que debe hacerse?
hay para perder el juicio. A fé miaqueno
lo sé. Lo mejor sena esperar...
Entonces, padre mió, creyendo haber
bocho humanamente cuanto era posible,
he venido... confiando en que tú habrías
sido mas ieÜz que yo; desgraciadamente
me he engañado.
Y rendido de fatiga el herrero se sentó
en una silla.
A e-.tas palabras de Agricol sucedió un
mámenlo de profundo siiencio.
Un nuevo invidente \ino á aumentar
el carácter siniestro y doloroso de esta es-
cuna.
ne».
XI.
DESCIBRIMIENTOS.
La puerta de aposento que íolo estaba
entornado, se abrió lentamente y apareció
al umbral Fran i ¡a Boudoin , lamtijirde
Dagoberto, páüda , desfalecida ypudién-
do-e S(,stener apenas.
E! soldado, Agric'l y la Gibosa es-
taban sumidos en. un abaíiinf-.tílo tan pro-
fundo, qiie ninguno de bis Iri 3 percibió en
un prmctpio la entrada de Francí ea.
Fs!a dró dos pasos en el cuarto y cayó
de rodillas, cruzando las manos y dicien-
do con voz humilde y débil:
— Mi pobre maíid >, . perdviüvadme..,
A e^tas palabras, Agricol y la Gibo»
(jwe estaban de espaldas (* la puerta , se
vu!\ieron, y Dagoberlo levantó la cabeza
vivamínie.
— ¡ Madre mia !... exclamó Agricol cor-
riendo ¡iácia Francisca.
— ¡?títijer nual..,», exclamó al niism(>
tiempo Dagoberto levantándose y dandj'
un pasv» hacia la iní'i tui.ad,)...
— ¡ Buena uiadre 1... ti¡ de Mxls'las... di-
jo Agricol inclinándose y aíuazanJo á Fra»
cisca con efu>ion:, levántale. .
— No, hijo mío, respomHó Francise,-»
con un acento á la vez dulc*' y firme; nO'
me levantare hasta tal punto que tu pa-
dre... me haya perdonado,., he cometido
grandes failas para con él..... ahora lo
só
— ¡'erdonarte.... pjbre nuijer, dijo el
soldado c nniovido y acercándosele; ¿te-
he acusado yo aíguna vez... esceptoen uí^
primer arrelial<»de(ièsesperacion?... No...
río... á los malos clérigos es á (¡uienes he
acu-ado y te'iia razón Fn fin.
ya estás aqui , añadió ayudando á mí
liijo á levantar á Francisca : es una pe-
na menos... ¿te han puesto en libertad?....
Ayer aun no sabia donde estaba tu pri-
.s¡(;n son tantos mis cuidados, qne
he tenido que limitarme á pensar en lí...
veamos, (jíieiida Francisca, si^iulate...
Ai.prM.
f.3
— lí-nníi ma.irr... ¡cu mi ili'bilost^ s!...
lifircs Fii'» y cslas ¡)JIi<laciimo li« iniK'iU'...
dij) Ayrieitl n'ii tri^tl•/a y lltMiáiKl'>SL'li'
lus ojos (le lii^nma-i.
— ¿P(»r'|U'» 0'» liiis hcrlio (|t»e nus avi-
sarán? añadió; nosotros liiihii'>raiii<ts ido
á luiNLürU'.... PtTo ¡otWiu» tW'iiilihs I....
(picrí'Ja níixitc... titiu's ln'íailjs Uts ma-
nos... ronliiiiió «-I herrero arroilillad'» de-
lante de Frani'ix'a.
Despm-s V'tlvi('Mid(»e líñcia la Gil»n>a.
— Il.i¿ iMi poco de fueg') en Sfj^iiidd, l;i
dij».
— Y.« he pon^.i'lo en ell<> cuümiIí» II»'l.'i''
lu p.tdre, A^ric'jl; pero nu qtit'da leña ni
CJi t> •n...
— V' bien, mi luKMia Gibosa.., te rue¿;o
i|Oe bajes y pidas presla<lo á Leri'it... es
lan buen hoinhre ijiie no tejo ieliu>ar;i,..
Mi p'-bre madre puede caer »'i»ferina
mira ceno liembla.
Apenas roiiclnjú eslas palabras desapa-
reció la (iibo<a.
LivaniiiiidoNe el herrero fué á tomar
ta colcha de la raiii:i ci>n la que envolvíci
cní'lad ts.muM'te á sm madre: de>pii.'s ar-
roJill.indt»se de niie\o, la dijo:
— lus niano>, ipierida madre....
Y lomando .\gricol las débiles manos
de su madre entre las suyas, trató de oa-
lentailas con sw a ii-nlo.
Nada mas interesante (pie esle cuadro...
en qneel robusto joven con rostrocmVji-
co y refucilo y con una e>pfe^i^ln de ter-
nura adorable , ¡irodii^alia las alcnriom .>.
mas delicadas a .>u anciana madre jialnia
) lcmb!andu de irlo.
Uatjiberto bueno como sil hij.» , fnó ú
lomar una aímoada , la Iriijo j uijo á su
inugtT :
— Inc!iiiatc un poco adolaníe y le [««n
dré en el ropa.do de la .-liiaesla aliiiuada
que a}udará á calcularte.
— ¡Cuino ina cuidáis !os dos! esclamó
Francisca prornrando »ni»r»rr; y tú sobre
lodii , ¡cuan biiciiu eies Î.... despuein ipn»
te he li( (lio lanío mal dijo á Da¿u-
bei lo.
Y desprendiendn una de sus nian<s
de l.is de su liij-i, tomo ia del Roldad ; el»
la (|ne a| oyó sus ojos llenus do lagrimas:
en seguida dijo en vi>/ b.iJH :
— r,n lacaicel me he anopenldo nui-
oho....
l*Art íase el c>>rnziiii de Afirírtd al pen-
sar este que sil madre habia dibido e>tar
momentáiii amenté confuiMlida en !a car-
ie! ron lanías miserables ciialuias
ella, latí diuna y sania mujier.... de una
pun/a lan ang< Inal Iba á tratar de
consolarla de un acontetimii nio tan do>
loroso; peii» se calli» considerando (jup es-
to sería auinentar el dcsfonsiielo de L*a-
gobeito. As , pues, conlinuó:
— Y (labriel, «{iierda nia<lre.... ciímo
• si e.<te Inien hermano? Danos noticias
SU) as, pui-^lu que acabas de verle.
— I)e>de su !l< gada , dijo Francisca en-
jui;ánd se los ej' s , ("«|á retirado.... sus
superiores le lüín prohibido ligorosamcnte
que sal.-a I'or fortuna no le habían
inqx (I do que me recibiera ... ponpie m s
palabras y sus consejos me han abierto
loS(iJ4»s; (!'l es (jiiien me ha dicho cuan
cu'pable he sido conl'go íin saberK», mi
poblé molido.
— ¿(Jm* (juieres decir con eso? renlict)
Dai^'dx rio.
— lii debes pensar que si te he ccasio-
nalo tanta pena no ha sido con mala m-
leiK ion Al \eite tan (b^sperado mj-
fiia )o al par tiijo; piro no me atrevi.i
a dtciiteio por el miedo de faltara mi ju»
ramenlo (jiiería guardarlo cievcndo
obrar bien, y tpie era mi deber Sin
embargo, un |uesentiudeiito me deciaíine
mi deber no era de>eoiis. liarte de aijuel
modo. ¡Ah, Dios mió, iliimmudMie! es-
clamó en la cáicel, arjudillandonic y re-
G4 ALBl-M<
zando á pesar de las burlas de las otras
niugeres; ¿Como una acción justa y san-
ta (jiie me ha sido ordenada por mi con-
fesor, el mas re>petab!ede los hombres, me
«ihrunia á mí y á los mio< con tantos tor-
tiiento>? Tened pií'dad di' mi. Oíos niio; ins-
piradme; advertidme $i he hecho mal sin
ijíicrer.... — Como he rogada con fervor,;
Mw ha escuchado Dios y me ha sugerido la
idea de dinjirnie á tíabriel.... — Os d()y
t;rac¡as, Üii»s mió, os obedeceré..... lie
dicho, Gubriel es omio un hijo mío.... es-
sacerdote también:.... es un santo már-
tir Si alguno en el mundo se parece
al divuto Salvador por su caridad y por
i>u bondad.... es él.... Cuando salga de la
cárcel iré á consullar'e.... y él me sacará
de mis dudas.
— (Juerida madre.... tienes razón,. es-
ctamú Agricol , ha sido esa una idea dd
cielo.... Gabriel es^un ángel.... es lo mas
puro y nubJe di I mnn lo ; es el tipo del
verdadero, del buen sacerdote.
— ¡ \h ! pobre «nuger, ¡si siempre hu-
bieras tenido á Gabriel por confesor 1.....
— Y;» lo tenia pensado antes de sus via'
ges , dijo candoro.^amente Fraiicis«^a, ¡me
ha!)ria. sido tan gr,aíü el confesarnic con
ese hijo querido! pero temia que se
re2Íiilie>e el cura Dubois, y que Gabriel
nu fuera bastante indulgente cun mis pe'
cados.
— ¡Tus pecados! pobre madre mia.....
dijo Agí icol ¿has cometido tú jainás uno
solo?
— ¿Y qué te ha dicho Gabriel? pregun-
tó el sold»^.
— ¡ Ah ! Smijço mió, ¡qué no hubiera
cmsultado antes con él ! Lo que le he di-
cho del cura l)ti'.><)is ha despertado sus
Si>>pechaíi^y u>e ha interrogado sobre mu-
chas cosas este amado hij'>, de que hasta
ahora no me habia hablado nunca le
he abierto enteramente mi corazón y él
e ha abi«rto el suyo, hemos hecho des-
cubrimientos bien tristes sobre personas
que siempre hablamos creido respeta-
tiles..... y que no obstante nos han enga-
ñado á ambos
— ¡ Cómo!
• -^Sí, á él le decian b»jo el sello del se-
creto cosas que le asegtiraban salidas de
mí 'y á mí también bajo el mismo secreto
me comunicaban otras que me afirmaban
venir de él... Así... me ha confesado des-
de hk^go que nunca tuvo -vocación de ser
sacerdote... Pero se le aseguró que yo no
creerla segura mi salvación si no entraba
en la orden, porque <*staba persuadida 4e
(pie el Señor me recompensarla por ha-
berle dado un servidor tan escelenle, y
(jue^ >in embargo nunca me atreverla á
pedirle á Gabriel una prueba semejante
do su afecto á pesar de haberle recogido
en la calle Juiérfano, y de haberle educa-
do como á un hijo, á fuerza de privacio-
nes y de trabajos... Entonces, ¿qué que-
rjais? el pid)re jfíven, creyendo colmar to-
<li)s mis votos... se sacrificó entrando en
el seminario.
— Ksto es terrib'e, dijo Agricol , es uth :
empeño infame, y por parte de los sacer- ^
dotes (|ue to lian tramado, ufu .ropntíra
sacrilega...
, — Durante aquel tiempo, continuó pr^u^
cisca, se me tenia á mi .otro lenguaje: me .
decian que, G ibriel tenia vocación, pero
qu-.í no se atrevía á confesarlo por miedo ,
de escitar en mí celos en cuanto á Agri-
col, (¡ue no debiendo ser nunca mas. que
un obrero no gozaría. las comodidades quC;.-
el estado eclesiástico debia proporcionará
Gabiiel... Así, cuando me pidió permiso
para entrar en el seminario (j hijo quert.
do! lo hacia á disgusto >uyo por creer que
en ello con>istia mi dicha ) , ep lugar de
disuadirle de esta idea, le animé á seguir-
la cuanto pude, asegurándole <|ue no ha-
ría cosa mejor y (|ue en ello me compla-
cía en estremo ¡Dianche! yaco-
AtlîVV
G5
noceîs que oxigeraba , purijin* IcMiiia que
me creyóse celosa i)or A¡^rici>l.
—¡Olió inaquinaciiiii taci oi!iu-;.i ! dijo
Agricul i'stii|)f|.icli>. K'pectilaliaii de un
<nodo inili;ju-) sohro vtu'>lri) itniliu a'cc-
to...asi, foiiuMilando lu cisi por fuer/ 1
su roso!«»ciu(i , veía Gabriel la esprcMon
tîe tu vülo ol uias i|uen'tlo...
— IN)Cu á |)üOit, sin ein îirgo, como Ga
briel tiene el niejnr |eaTáit<'r del iiiuihK),
Je [la Vi-did.» la vue icioii , lo (jue es iumn
senoillo: cjiisular á los tjue suíriii y cjh-
sagrarse á los desgraci.ido!»..... ól iiaciilu
para eslo... asi es que iiiiiica wa liabria
dic!io (Mia palabra de lo pasado sin nues-
tra coíivcrsaciofi de esta nuiLUia.... l*ero
onUiiiccs, ÓI que es sientprc tímido y tan
^Ice... le lie visto indignarse y exas
perarsc sjbre lodo con Mr. Uodin y otra
persona á (]uiei) acu>a... Me lia dielioquc
leiiia ya contra ellos graves qiu'ja>... pero
<pie e.tlos descubriuiieiilos coiinaban la
ineJidfU
A est is palabras de Francisca, liizo Da
gobei'to un iiio^iniieiilo y llevó Ja mano á
>u IVeiilecon viveza como [)ara reunir sus
iileas. Uivcia algunos nionionlos(|iie escu-
chaba con grande sorj)resa y casi con ter-
ror la relación de aquellas tramas ^<ul)ter-
rjneas llevad, is á ca')o con una de.^licza
taH iiuliuna como liiíbil.
I'Vjiiic.m: i eoníiono t
— Kn fin... cuando lie diclio á (labiid
que, por consfjo del cura Dubois mi i-oo-
iosor, lial)ia entregado á una pcrMHia es-
Iraña las niñas que fueron conliadas tÍ mi
l^ando... las hij4> del geneial Sioioii
mi liijo (jueridi) ¡ ati ! á pesar suyo, nieba
reconvenido no de^baber querido que co-
nociesen las p ibres huérfanas lasdu'zur.»s
<Jc nuestra religion, sino de no iiab.-r cm-
sullado á mi lU-trido, (¡ui' era el ¡.oio (pif
respindiaaiilc Dios y los hombres dtl de-
pósito que se le habia confiado... Gabriel
lia censurado vivamente la Cúiiüucta del
cura Dubois , y ice que me ha dadp este
consejos malos y [ii'i!idos:.co seguitla nue
ha consolado con sn dulzura angelical,
obligánd «me á que vinií-ra á deeíilelo to-
do... ¡Mi pobre marido! mucho habría
deseado él acompaùjinie , pirque apenas
me atrevía á pensar en presentarme acpií,
tanto era mi descon>uek) por los disgustos
(¡ue te he dado; pero desgraciadamente
<->taba detenido (jabriel en su seminario
por órdenes muy severas de sus superio-
res, y no pudiendo venir conmigo...
Dagoberto interrumpió siíbilamente á
su miii;er, diciendo con grande Agitación:
— Iv-cucha una palabra, Francisca, por-
que á la verd«d, en me(lio de tantos cui-
dados, de tramas tan horrendas y dia-
bólicas, se pierde la memoria y se estravía
la razón Me dijiste, el dia en que
desaparecieron las niñas, que cuando re-
cojiste á Gabriel, llevaba al cuello una
medalla de bronce y enel bolsijluuna car-
tera llena de papeles escritos eo lengua
estrangera....
— Si.... amigo mió.
— Que mas tarde entregaste esa me-
dalla y cariera á tu confesor....
— Si , amigo mío.
— ¿Y Gabiiel no te ha hablado nunca
de estos objetos?
—No.
Al oir Agrícol esta re\ elación de su
madre , escldiuó mirándola sorprendido:
— ¿ Luej;o entonces liioe Gabrieiel mis-
mo iiilerrs tjiie' bs hij;is di-l general Si-
mon, y que la señorita de (]ardjvil!e
en encontrarse niaùana en la calle de San
Fram-isco?
— (Ciertamente, dijo Dagoberto. ¿y te
acuerdas ahora ijue nos dijo,ñ nii llegada,
que dentro de algunf>s «has tiecesiiaria
nuestro apoyo para una gra\e circuns-
lamia?
— Si . padre mió.
— ¡Y le tienen preso en su seminario Î
17*
66 ALBUsr
¡y ha dicho á su madre que tiene quejas
contra sus superiores! y nos hn peilido
nuestro apoyo ¿te acuerdas? con un aire
tan triste y tan grave que le dije yo.. ..
— Que si se tratase oe un duelo á iiiucr-
te no nos hablaría de otro modo, C'iili-
nuó Agrícol ititerrumpieiidu á DagoFiorlo.
Es verdad, padre niio.,.. y sin embargo
tu que te sientes con ánimo, has codocí-
do el valordeGabriel igual al tuyo... para
que él tema tanto á sus suferiures, pre-
ciso es que el peligro sea grande.
— Ahora que he oido á tu madre
todo lo comprendo dijo Dagnberlo.
Gabriel, Rosa y Jíianca, la señorita de
Cardovillc.... tu madre, y nosotros mis-
mos, somos acaso víctimas de una sorda
maquinación de malos sacerdotes.... Aho-
ra que conozco sus tenebrosos medios y
su perseverancia infernal ya lo veo;
es preciso ser muy fuertes, añadió el sol-
dado en voz baja, [lara luchar conira
ellos.... No teiu'a yo por cierto una idea
de su poder....
— Tienes razón padre mío... porque los
que son hipócriías y malos, pueden ha-
cer tanto mal como los que son buenos y
caritativos como Gabriel.... pueden liac(>r
bien. No hay enemigo mas implacable que
un mal eclesiástico.
— Te creo... y me asusta eso, porque al
fin están las pobres niñas entre sus ma-
nos.... ¿Debemos abandonarlas sin lu-
char?... ¡Oh! no, no, fuera debilidad...
y sin embargo, desde que tu madre nos
ha descubierto estas traínas diabólicas,
no se porqué.... pero me encuentro me
nos fuerte.... menos rcsuelt-).... Toilo lo
«jue pasa á nuestro alrededor nte parece
csoantoso. El rapto de las niñas no es una
cosa aislada , sino la ramificación de un
■vasto complot que nos circuye y amena-
za.... Me parece que yo y los que atno
marchamos en la oscuridad.... por eritri-
serpientes.... en medio de enemigos y la-
zos que no se pueden ver ni con)l)alir.i..
lin fin ¿qué quieres que le diga? .. >o
jamas he temido á la muerte.... no soy
cobarde... Y bien, ahora... lo cotific.M)...
si, lo confieso.... esos ropajes negros n)e
dan miedo,...
Pronunció Dagoberto estas patübras con
Un acento tan síncfro , que Agrícol sees-
tremeció porque tauíbien participaba de
la mi<ma impresión.
Y debia ser asi; los caracteres finncos
enérgicos y resueltos, acoslumbrados á
obrar y couibatir á la luz del dia, no pue-
den sentir mas que una claso de miedo;
el de ser acometidos en las finiet)!as por
enendgos invisibles; asi es que Dagober-
to q',10 había arrostrado uiil veces la muer-
te , sentía un vago ti-mor al oir contar á
su muger a(|uel tejido sombrío de trai-
ciones, engaños é infamias; y si bien no
hal ia cambiado en la resolución de mi
empresa itocluroa del convenio, se ta re-
presentaba ya bajo un aspecto mas si-
niestro y peligroso.
El sil ncio que reinaba en el aposento
hacia algunos miruitos, fué interrumpido
por la vuelta de la Gibosa.
Sabiendo esta que la conversación de
Dngoberto, de su mujer y de Agrícol no
debia ti ner testigos iirqiortunos, llamó á
la puerta lijeramente, esperándose á la
parte de afuera con Leriot....:
— ¿Se puede entrar, señora Francisca?
dijo la costurera : ver>go con el señor Le-
riot que trae leña.
— Si, si, mi buena Gibosa, dijo Agrí-
col mii'iitras qtievu padre enjugabael su-
dor f( i" i¡ue bañaba s i frente.
Abrióse la puerta y se vio al digno lin-
torero cujas rítanos y brazos eran en-
tonces de color d.' amaranto; en un bra/o
Iraia.rma poicionMe leña y en la otra ma-
no luia paleta con un ascua.
— r>ut.'nas noches, señores, dijo I>eriof,
os doy las gracias por haber pensado en
AIBIH.
r.7
mî, «•.•n«)r,i Frnm'isra; va saln'is qiu' mi
ti. 'lilla y cuant.) contiene o.^tá á viic^lr.!
(Ii<p<)>i«'it)n ; fiitie vecinos es miiy juslo
nyixlarso imitij.imrtiU\ y yo iid puedo t)l-
vidar que riii>leis muy buena para nii
difuiilQ niMiTcr.
Despues puso la leùa on un rincón de
r<iarto, y enlregi» á A;irico| la paleta con
el fu«\i;o; y ndixinand > el liinr.ido linto-
roro por el aire triNte y preocupado île los
diferentes aciones de e'<la escena (pie se-
ria discreción de su parte el no prolongar
la visita , añadió :
— ¿Necesitáis otra cosa, señora Fran-
cisca ?
— Muflías cracias, señor Leriof.
— En!<un'es, huenas noches, señores...
Fn sefiuida diiigiéndose el tintorero á
la fiihosa, la dijo :
— No olvidéis tacarla para el señor Da-
goberto... yo no me he atrevido « tocar-
la, p onpie la liahiia pintado de color de
amaranto. I{ucnas noches señores.
Y saüó Leriot.
— Señor Dagoberlo, tomad una carta ,
dijo la Gibosa.
Y so ocupó la costura en encender el
fuc}»o, mientras que Agricol acercalu á la
t;liímenea i-l viej » sillon tle su mndie.
— í,ee esta carta , hijo mió, dij » Dago-
berto á Agrico!, me duele tanto la cabeza
que apenas veo claro...
Tomó Agricol la carta, qiie tenia muy
pocas líneas, y leyó sin mirar antes !a
firma :
«Knol mar, 25 de diciembre de 1S31 .
o Aprovecho el encuentro y continua-
ción de a'gunos minutos con un bu-piei]ue
va direolami-nte á lüuropa, mi antiguo
camarada, p.ira escribirle estas líneas ipie
cr«'o le lii'garín por el Havre y pri>biilile-
mente antes que mis últimis carias de la
India... ^up >rig ) (jiie debes estar aliura
en Paris con mi e>pjia y mi liijito
diles
<>N ) puedoronrlnir... marcha el bote...
Noy ;i eiitriir en Francia... No ol\ides e
1.1 de ftbnro.., el piMenirile mi miiger
y (le mi hijo depende de e>o...
« Adiós, auiij^o uiio, cumia con mi re-
conocimieiitu eterno. .^i>i(i:«.»
— Aurirot... tu padre... d.ile jjiiesa....
esclaiiK) la Ijibosa.
A las (¡limeras pal.ibras de esta carta ,
se puso Dagoberto pálidi> coiiid la niu.T-
te...la emociiMí, la fuliga y U estenij.iii.ii
unidas á este último golpe, le hicieron des
vanecerse.
(lomó á (!'\ su hijo y le sostuvo entre
sus brazps; pero este acceso de debilidad
se disipó: pasó Dagoberto la manoípnr >u
frente, enderezó su alta esliliira y bri-
llando sus ojos, tornó su •.einbl.inle un ai-
re de re.MK lia deterii ¡nación y esclajuó
con vixez.i :
— No, no serí!" tra¡d<ir ni cobarde, los
ropajes negros ri.t me dan ya miedo, y rs-
trt noche qiiedar.ín libres Kusa y Blanca.
XII.
El. C(')I)r(iü PKNAL.
Aferrado un in>lante Dagoberlo al pen-
sar en las tenelinísjs y subterráneas nia-
quioacioiKS eiiiprendidas por !os rojiaijes
najt'is, como el decia , contra personas
(pie tanto amaba, pinb) vacilar un nio-
menloen librará Kjáa y Blanca: peri» en
seguida de la lectun de la carta del ge-
íieral Sinon, que de tal modo le recor-
daba sus''s;i'.zrados deberes, cesó de todo
punto su indecisión.
Al abatimiento pasajero del soldado su-
cedió una resolución calmada, pero eiK'r-
gica al mismo (iemp >.
— ¿Qué líjra es, Agricol? preguntó á
su hijo.
— Acaban de d.ir las nueve, padre mió.
— IÎS preciso (pie me Tibriquesun parli'i
fuerte de hierro... bastante fuerte para ipitt
pueda sostener mi peso, y bastante abierto
á tin de que se alírmebieo en el caballeta
G8
ALBuV,
ñe un maro. La t-ïiimenca podrá servirte
de Fragua y de vigoriiia , y en ctiantü á
mirtillo va cncontrarJs Ufio en casa... lo
que es el hierro... dijo el soldado buscan
do á su alrededor; lo que es el hierro
mira, Ité aquí.
Diciendo esto, tomó Dagohorlo tinas fe
nnzís del lado dií la chimenea, y añadió
presentándolas á su liij.»:
— Vaitios ¡pardiez! liiji»mio, atiza el
fuego, calienta el liierro h.isla que se pun-
ga rojo, y fórjanif i-se g;ir(¡ü.
Al oir estas palabras Francisca y Agri
col se miraron con sorpresa; el herrero
permaneció mudo y corlado, ignorando la
resolución de su patlre iy los preparativos
^ue e-ite habia comenzado ya con ayuda
/de la Gibosa.
— ¿No me has oido acaso, Agricol? re-
pitió üagoborto teniendo las tenazas en la
mano. Rs preciso que me hagas un garfio
con esto...
— ¿Un garfio.... padre mió.... y para
qué?
— l'ara atarlo al eslremo de una cuer-
da (jue tengo ahí. Será preciso termini.T-
lu lormando una especie de clavel bástan-
le ancho para (jue pueda afirutarse ¡bien.
— Pero ¿esa cuerda y ese garlio, para
que sirven?
— Para encalar los muros del convento,
si estjue no puedo introducirme en él por
una |)uerta.
— ¿Oué convento? preguntó Francisca
á .«u liijo.
— ¡Cómo, padre mió ! esclamó Agri-
co', ¿aun piensas en eso?
— ¿l*ues en qué he de pensar sino?
— Pero, padre mió,... es imposible....
no intentaras semejante empresa.
— ¿(jué quiere hacer tu padre, hijo
mió? pregunto Francisca con ansiedad.
— Quiere introducirse esta noche en el
convento donde están encerradas, las hijas
del general Simon, j sacarla^ de allí.
— ¡Gran Dios!... mi pobre marido!...
¡un sacrilegio ! Ksclamó Francisca, fiel
siempre á sus piadosas tradiciones, y cru-
zando hizo un moviíuiento como para le-
vantarse y octicarse á Dagoberto.
Presintiendo el soldado que iba á sufrir
observaciones y ruegos de toda especie,
y estando resuello á no ceder, quiso desdó
luego impedir las siíplicas itiúliies, que
por otra parte lo Iiacian penlcr un tiempo
precioso; por li mistiio continuó con aire
severo j ea-i S(»lemne que demostraba la
inflec>ilii'ii)ad lie su determinaci n.
— I^cuclia , Francisca, y tu también,
hijo iiiio; cuando á mi edad se decide el
hoíiibre á una cosa , ya sabe por (|ué
y una vez (¡ue esta deciiiido, no hay hijos
ni üiuger que valgan se liace lo que
se debe es á lo (¡ue yo estoy lesuelto.
Alíorrajs pues palabras ¡mil iles... es vues-
tro deber el lial)la¡íne a>i, pase; pero
pu'^.-«lo que habéis llenado ya ose deber,
no habíc MÍOS n)as del asimto. Fsta noche
quiero ser el dueño en ini casa
Fr?f!cisc3, Iréinula y asustada, no se
atrevió á aventurar una palabra, y vol-
vió su'í miradas suplicantes hacia su hijo.
— ¡Padre iMÍo!...dijo este, oid una pa-
lí!!>ra tan solo u;ia palabra.
— Veamos esa palabra, contestó Dago-
berto con iuipai ieíicia.
— Yo no quiero coinbatir vuestra re-
solución , sino probaros que ignorais á lo
que os usponeis
— ¡No ignoro nada! dijo el soldado con
aspeieza; lo tpie intento es grave;... pero
no se dirá al menos que no he tratado por
todos los medios posibles de cumplir lo
que he prometido
— Padre niio, piénsalo bien le lo
repilo tú no sabes á lo que te espo-
nes , dijo el herrero alarmado.
— N'amos, hablemos del peligro, ha-
bJemos de la escopeta del portero y del
cuchillo de monte del jardinero, dijo Da-
Af.nt'M. C9
goberfo alzando los lionibros roi» tlosiJen; Jre mio .. poro 8iiiiqiit> me cdieis, hiiUto
' " '" que si'pais á II) que os i'sponeis escolando
hablemos de eso y coiicliiyninos do una
vez... ¡Y bien! supoMf^atnos ipii' me d.je
la |)ii"l en ese conv. iilo, ¿no W (|mihI.is tt'i
ó tu madre? Hace veinte años que «•.slai>
acostumbrados á pasar sin mí, de modo
qiio no debe seros tan sensible
— ¡Y yo soy, Dios niio, yo soy la caina
de tantas dosuracias I e>clamó la pobre
madre. ¡Mi, cuanta raznn tenia (îabriel
para icconvenirme !
— Señora Francisca, tranijuilizaos, dijo
en voz baja la (libosa ipie se liabia uct-r-
cado^á la nuigor de Dagoberto; .\gricül
no dejará esponerse aei á su padre.
Después de un momento de indecisión,
continuó el herrero con voz conmovida :
— Te conozco dema>ia(lo , padie mio,
para tratar de detenerte liaciémk^lc ver
mic arriesgas la vida.
— ¿,Dc' (|iié peligro hablas oníotices?
— I>e un peligro ante el cual retroce-
derás.... sí, ante el cual retrocederás...
á pcsir de tu valor dijo el jiíven con
tono tan penetrado que cuiunovió á su
padre.
— Al^ricol, exclamó el soldado con se-
veri<Iaii; decís una infamia, y me hacéis
\\n insulto.
— ; Padre mio !
— Una infamia, continuó el soldado con
cólera; porque es iofaine el (|uerer (ÜMia
<lir á un hombre de su deber atemori-
*ánd(í|e un insulto porque eréis posi-
ble intimidarme.
— ¡Ah! señor Dagoberto, esclamó la
Gibosa; vos no compreniJeis á Agrii-ol...
— Denia'.iailo lo con\prin lo, replicó el
soldado cotí se()uedad.
Dolorosamenle conmovido por la seve-
ridid de su padre, mas íirmc en su reso
hícion , dictada por el amor y el respeto,
ronlinuó Agricol , latiéndole el corazón
con violencia :
— Perdonadme si os desobedezco, pa-
de noilie los muros de un convento.
— ¡Agricol! lis atreváis... csclamó Da-
gol)erto con el rostro inHamado de cólera.
— Hijo mio (lijo Francisca afligida;
Dagoberto
— Señor lagoberlo, escuchad á Agri-
col lo (pie os dice es por vuestro bien,
esclamó la Gibosa,
— Ni una palabra mas... repuso el sol-
dado dando una patada en el suelo con
cólera.
— ¡Os digo, padre mio, que os espo-
neis casi de cierto á ir á un presidio 1
esclamó el lierrero poniéndose pálido co-
mo la muerte.
— ¡ Miserable 1 gritó el soldado asiendo
á su bijo por el brazo, ¿no valia mas que
me ocultase-; eso , que querer csponcrnie
á que sea traidor y cobarde?... Después
repitii) el soldado estremeciéndose: ¡un
presidio! éincünó la cabeza nuido, pen-
sativo y aterrado por esta palabra terribl e.
— Sí, introduciros de noche en un si-
tio habilado con escalamiento y fracción...
la ley eslá terminante y condena á
presidio; csclamó .Agricol á la vez con-
tento y afligido por el abatimiento de su
padre; sí, p-ire mio á presidio
si os cojen in frauan i; y hay diez proba-
bilidades Contra una de qiio asi suceda,
pues Como os ha dicho la Gibosa, el con-
verjo estn guardado;... si esta mañana
hubierais intentado llevaros I¿is niñas, os
babrian pr«'so; pero al menos, e«ta ten-
tativa, tenia un caráuter de leal audacia,
que acaso os hubiera hecho absoUer;....
mas inlioiluciros por la noclie escalando...
os lo repito, esto tiene pena de presí-
■ io .Ahora... padre mio... decidid...
lo que vos hagáis... Ii) haré yo también,..
poríjue no os dejaré ir solo Decid una
palabra y voy á forjar el gaiíio; b.ijçr,
de aquel armario tmgo n.ariijjo jf .lena-
18*
70 ALBÜSI
zas y dentro de una hora partimos.
Un profundo silencio sigiik» á \h< pala-
bras del herrero , sileni io iníerrumpitJo
tan solo por los soMoros ahogados de Fran-
cisca que murnuiraba con desespiT.ifion:
— ¡Ay de mil ¡Dios mió! I.é aiun' lo
que sucede por haber yo esciieliado al
cura Dubois.
En vano trataba la Gibosa (k' consolar
á Francisca, cuando ella ini>ín;i cataba
aterrada , porque el so dado era cap;i7, de
arrostrar la infamia, y en este caso qurr-
ria Agricol correr los peligros con su padre.
L'agoberto á pesar de su caráclt-r enér-
gico y determinado, pcrnianecia estupe-
facto.
Según sus hábitos njilífarcs no hnbio éf
visto en su empresa nocturna sino un?) es-
p.ecif de estratagema de guerra, autori
zada desde luego per su buen derecho, y
también por la inexorable fatalidad de su
posición; pero las terribles palabras de su
hijo lo hacían ver la verdad poniéndole
en la mas cruel aliernitiva: ó era nece-
serio faltar á la confianza del general Hi-
nion y á los postreros votos de la madre
de las huérfanas, ó bien le era indispen-
sable esponerse á una uiancha espantobi,
y sobre todo espcner á su hijo ¡su
hijo!!! y aun esto sin la certeza de librar
á las huérfanas.
Enjugando Francisca sus ojos bañados
de lágrimas esclamó como herida de una
inspiración repentina:
— Pero, Dios mió, me ocürre un me-
dio acaso pueden sacarse del convento
los niñas sin violencia.
— ¿Y cómo, n»adre mia? dijo Agricol
con viveza.
— !íl cura Duhois es el que las ha he-
cho conducir allí:... pero G-ibriel supone
qnc probaLíementc ha obrado mi confe-
sor pnr ios consejes de Wr. l'iodin.
— Y ^'jnque eso fuera, (¡ueiidí madre,
en vano se.ia dirigirse á .'Ir. Uodin, por-
que nada se conseguiría.
— De 61 no, pero acaso se lograría ôe
ese abate tan poderoso, (¡ue es el supe-
rior de Gabriel y (jue siempre le ha j)ro-
(egido desde (¡ue entró en el >emindrio,
— ¿O'J'- abale, niAdre mia?
— líl señor abate (te Aigrigny.
— îîn efecto, querida madre, antes de
ser eciesiástic.o fué militar.... acaso será
mas accesiíjíe que otro y sin emb.ir-
— ¡Aigrigny! esclamó Dagoberto cor»
cierta esprt,'.>ion de honor y de odio. ¿Con
que está mezclado m eslüs traiciones un
honíbie qtie an!es do ser sacerdote ha
sido müitor y que se l!ama Aigrliiny?
— Si, padre mío, el inari¡ursde Aigrig-
ny... antes de la resta»ira«-K>n servia
en Uusia.... y en 18l3 le dieron los Bor-
bones el mando de un regim.ento.
— ¡Él es! dijo Dagoberto con una voz
sóida: ¡todavía él! ¡ siempre él !!! coiiio
un demonio malo que se trate del pa-
dre, de la madre ó de las hijas.
— ¿Qué dices, padre miul
— ¡El marípiés de .\igri:iy! esclamá
Dagoberto. ¿Sabéis quien es ese lioml)re?
Antes de ser sacerdote ha >idoel v«!ídug<>
de la madre de Hosa y Blanca , que des-
preció su amor. Antes de ser sacerdote...
se ha batido contra su patria, encontrán-
dose en la guerra dos veces cara á car»
con el geneial Simon.... Si, mientras el
general estaba prisionero en Leipsik ,
acribillado de heridas ee» VVal'^rloo , el
otro, el renegado marqués triunfaba cotí
los ru>os ! Bajo el poder de los Borbom s
lleno de honoresel renegado, se ha vuel-
to á encontrar con el soldado perseguido
del imperio. Esta vez hubo entre ¡os dos
un duelo encarnizado..... El marqués fué
herido, y el general Simon proscrito y
condi nado á nmerle, emigró — ;, Decis.
que .•ili)ra es clérigo y renegado? ¡Y bien!
yo estoy cierto ya que es 61 quien ha he-
dió robar á Rosa y Blanca , á fin de sa-
AlUVM.
71
<ñ«T ri oiTíi) qnp siempre n Icnidu lia mi>
^i.idri'S K>e iiifaiiu' <!«' Ai;;ri^;ny la>
(itMie en su podi-r ¡ y aliora no es sido
I.» forliina di' oslas iiiùasU) ijue lenyotiue
drft'iidtr.... siiH) también mj %ida!.... ¿lo
ois? ¡ xu vid I !.. .
— Padre mil'.... croiis capaz áe>e liom
brr d......
— In traidora su patria (]iio acaba por
liaoi.'r>(e un fli'rigo iiifanu', os cap.iz de
toilo ; ON diyo (jue aca>o á i'««tas horas es-
tan inalando á las i]iria> á fiu go ienlo....
tsc'aiiió el soltlailo con voz penetrante;
por(|tie el separarlas una de otta es co-
nu-nzar á nialarlus — í)e<pues aui^lió
Üayi|>i'rlo con nnaespresi •ii inij)n>il»!e de
descriliir : — •; Las hijas del general Simon
en poder de Aigriiiny y su ciiadrilla !
¿V vacilaría yo un inslanle en salvarlas...
por miedo del pre>idi.»? ¡ líl pre>i<iio !
— afuthó dando una caie<ij<ida convulsi-
va. ¿<Juó se me di á mi del presidio?
¿Llevan alli un caijjver acaso? ¿y no ten
gi) yo el derecho, si aborta esta tentati-
va, de saltarme los sesos?.... Pon el hier-
ro al fijcp.i , Ihj"') mió vivo, ei lícuipo
urge. .. forja el gniíio....
— ]*ero ¿te acompaña tu hijo? es-
clamó Francisca dando un grito de ma-
ternal desesperación. Después, levantán-
dose, se arrojó á los pies de Üagoberlo
diciendo: — Si 'v prenden á tí tan^bien
le prenderán a él....
— Para e\¡tar el presidio.., Iiarí loque
yo.... ifiigj dos pi>lola^....
— Pero yo.,., esclamó la desdichada
madre tendiendo las manos sup'irantes;
sin tí.... y sin él.... ¿«pié sera de mi?....
— Tienes razuii.... eia egni.Mno de mi
parte vo iié solo, dijo Üagoberlo.
— No irás solo — padie mió... coiiles-
tó Agrícol.
— Pero ¿y lu madre?
— La fiibosa vé lo (¡iic pasa : ella irá á
ver á .Mr. Uardy y se lo dirá lodo..., es
el mas generoso de los liombres mi
madre tendrá un albergue y pan ha>la el
íiii de sus dias.
— ¡ Y (jue sea yó.... ipic sea yo lacaii-
sa de todo I eM-lanni FianciNCa con desi-s-
p. -ración. ¡ Casligailm»'.... Diosmio!
Casligadme.... yotefigo la culpa.... yo he
enlngado las niñas.... y voy á p.T'arlo
con la muerte de mi hijo
— .\grícoI.... no (juiero «pie mesiga»!!!
te lo prohibo, dij'> Dagtd)rrloe>lrecliahdo
á su hijo con energía contra su pt-clio.
— Yo.... después de haberte señalada
rl peligrí»... ¿yo retroceder?. .. no pienses
m ello, padre mió ¿No tengo yo tam-
bién alguno á quien li!>rai? ¿Y la señ.iri-
la de Cardoville, tan buena y lan gemio-
sa, qui' qui^'O salvartne de mi |)rí>íon , no
se encuentra también encerrada? Te se-
guiré, padre mió; es mi derecho, mi de-
ber y mi voluntad.
Al acabar estas palabras, metió Agrí-
col en el fuego las tenadas destinadas á
hacer el garfio.
— I Ay de mi! ¡ Dios mió, tened pie-
dad de todos riiisolros!!!! decia la pobre
madre sollozando y arnxJillada, mientras
(|ue el soldado [jarecia sufrir un viólenlo
combate interior.
— No llores a»í, madre mia ; me parles
el Corazón , dijo Agricol levanlando á su
maijre ayudado de la Gibosa; tranquilí-
zale. He debido exagerar á mi padre h)S
peligros de la empresa ; pero yendo fo>
dos y obraiido con prudencia, puci<eiiu)S
conseguir nuestro »d)jeto casi sin liesgo...
¿no es verdad, padre mió? dijo Ágricol
haciendo una seña Je inteligencia á Dago-
berto. Te lo repilo, tranipiilizale , buena
madre... yo respondo de todt>... Librare-
mos á las bijas del general Simon y á la
señorita de Cardoville... (jibosa, dnine las
tenazas y el martillo que están bajo ese
armario.
La costurera obedeció á Agricol, enju-
72
ALBCX.
g.índose las lágrimas, mientras que este
-avivaha con un fiielle el fuego en que se
■calentaban las tenazas.
— Hé aquí tus herramientas Agri-
•col dijo la Gibosa con una voz profunda-
mente alterada, presentando al herrero
en sus manos trémulas los instrumentos
con los cuales empezó Agricol su manio-
bra, sirviéndole ia chimenea de yunque.
Dag'>berfo habla permanecido silencio-
so y pen>ativo, y de repente dijo á Fran-
cisca tomándola las manos:
— Ya conoces á tu hijo : querer impe-
dirle ahora que mo siga, es imposibre
pero traiu|uiiízalo... (juerida Francisca...
lograremos nuestro empeño así lo es-
pero... Si no lo conseguimos, si nos pren
den... nada de cobardías... nada de sul<
cidios... padre é Iiijo nos iremos del bra-
zo á la pri-ion con la frente erguida y e!
orgullo en el semblante, como dos hom-
bres honrados que han llenado su deber...
hasta (I estremo... Llegará el dia en que
se nos juzgue... y lo diremos todo leal y
francamente... diremos que no hallando
ningiin socorro, ningún apoyo en la ley,
nos hemos visto en ia precisión de recur-
rir á la violencia... Vaya, forja, hijo mió,
añadió Dagoberto dirigiéndose á^Vgricol,
ijue martillaba el hierro encendido, for-
ja f'irja.c... sil) miedi); los jmces son
liombies honrad js y absolverán á los hom-
bres honrados.
— Sí, .buen padre, tienes razón; tran-
<juilíziite, querida madre; los jueces ve-
rán la diferencia (|ue hay entre los bandi-
d')s que escalan «k- noche los muros para
robar... y un vit'j.» soldado y su hijo que
a riesgo de su libertad, de su vida y de la
infamia misma , han querido librar á 1res
pobies víctimas.
— Y si no es oido este lenguaje, conti-
'ïiuû Dagoberto, ¡tanto peor !... No serán
tu hijo y tu marido los que pueden des
bien.... Si nos sentencian á presidio.... y
tenemos valor para soportar la vida... el
joven y el viejo presidarios llevarán la ca-
dena con orgtillo... y el marqués renega-
do... el clérigo infame, estará mas aver-
gonzado que nosotros Vaya, forja el
garfio sin miedo, hijo mió Hay cosas
que el presidio no puede infamar: una
buena conciencia y el honor...
Ahora dos palabras, mi buena Gibosa;
se adelanta la hora y tenemos prisa.
¿Cuando bajasteis al jardin reparasteis si
los pis >s del Cv)nvento eran muy altos?
— Ni lo son mucho, señor Dagoberto,
■^obre todo por la parte ipie mira á la cá- .
sa donde está encerrada la señorita de
Cardoville.
— ¿Cómo habiis hecho para hablar con
ella?
— Estaba la señorita á la otra parte de
un cancel de madera qt>e en aquel lado
<(*para ambos jardines.
— F.scelente... dijo Agricol sin dejar de
tatir su hiirro; podremos enlrar con fa-
cilidad de un jardin al otro; acaso será
también mas f.icil y seguro el salir por la
casa de locos... Desgraciadamente ¿no sa-
ber tú dondd está el cuarlo de la seiíorita
de Cardoville?
— Sí. ..contestó la Gibosa reuniendosus
ideas: habita un pabellón cuadrado, y so-
bre la ventana t-n (¡iie la vi por ptimera
vez hay una es|)ecie de sobradillo bastan-
te salido, pintado de blanco y azul.
— Kit'ii... no lo ol\idaré.
— ¿Y no sabéis á corta diferencia donde
están os cuartos de mis pobres niñas? di-
jo Dagoberto.
Des()ues de un momento de reflexión ,
coiiliiiU'i la Gibosa :
— Kstán delante del pabellim ocupado
por la señorita de Cardoville, porque esta
las hacia señas desde su venlana, y ahora
recuerdo que me dijo que los dos cuartos
lionrados á ios ojos de los hombres de de las niñas estaban el uno en el patio y
ALUtH.
73
cl otro Cl) ei segiiiidii piso de la iiiisina casa.
— ¿Y tieiH'n r<jas las vciilaïus? pre-
guntó cl herrero.
— No io s6.
— No le hace: gracias, buena mucha-
cha', dijo Da^iohcrto: con estas itulicacio-
nes ya p^diMUos marchar; en cuanto á lo
demás, tengo formado mi plan.
— Mi buena (îibosa , agua, dijo Agri-
col, para enfriar mi lucrru. Después diri
giéndoso á su pailr»> le pregiuiló: ¿le pa
rece así bien el garíi*)?
— Sí, hrjo mió; en cuanto esté frió le
ataremos la cuerda...
Hacia un ralo que Francisca Bau<lo¡n
estaba arrodillada suplicando á Dios con
grande fervor tuviese misericordia de Agri-
col y Dag.jbertü, que en su desgraciada
ignorancia iban á cometer un grande crí-
uien ; sobre todo rogaba al Señor (juelii-
t.'iese recaer sobre ella sola su celeste có-
lera, puesto (jue sola ella era la causa de
la funesta resolución de su hijo y de su
íjiarido.
Udguberto y Agricol terminaban en si-
lencio sus preparativos; ambos estaban
4)álidi»s conitciendo lod>)S los peligros que
arrostraban en su desesperada empresa.
Al cabo de algunos minutos dieron las
diez en el reliȕ de San Merry^
l'il son do de la cani])ana llego déW y
sordo entre el ziMiihido de las ráfagiisdel
viento ;y de la lluvia (¡ue no habían ce
sado.
— Las diez.,, dijo Dagoberto estreme-
ciéndose; no hay ijue perder un tnomen-
to... Toma el saco... Agricol.
— Sí , padre mío...
Al ir á buscar el saco, se acercó Agri
col á la (libos» que apenas podía soste-
nerse en pi'í, y la dijo con rapidez en' voz
baja :
—Si mañana por la maííana no liemos
vuelto te recomiendo á mi madre
Irás á casa de Mr. Hardy... acaso habrá
regresado ya de su viaje. Veamos, herma-
na mia, ten ánimo, abrázame... Te dejo
á mi pobre madie.
Y^ conmovido prohmdamente el herre-
ro , estrechó á la ("libosacod cordialidad
entre siis braz( s.
— Vamos, nu buen O i/i/a.to/arí' .<;... mar-
chemos, dijo Dagoberto, Iw nos servirás
de guia... Después acercándose á su niu-
ger, (jne levantada ya estrechaba contra
su pecho la cabeza de su hijo cubriéndola
de besos y deshaciéndose en lágrimas, la
dijo el soldado .nfeclamlo serenidad :
— Vamos, nu querida Francisca, só ra-
zonable , haznos buen fuego dentro
de dos ó tres horas traeremos aquí dos
pobres niñas y una bella señorita... Abrá-
zame eso me liará tener buena for-
tuna...
Francisca se arroj't al cuello de su naa-
rido sin pronunciar una palabra.
Ksa muda desesperación, acompañada
de sollozos sordos y convulsiones, era do-
lorosa. Dagoberto se vio obligado á arran-
carse de los brazos de su muger, y pro-
curando cortar su emoción, dijo á Agricol
con voz alterada :
— Vamonos... vamonos... esto me par-
teel corazón... Mi buena (libosa velad so-
.bre ella... .\giicol... vente,
Y metiendo el soldado las pistolas en
los bolsiltos;de su levita, se dirigió con
precipitación hacia la puerta seguido de
Qiüía¿i(>l(ires.
— Hijo mió.... ¡déjame abrazarte otra
vez! ; Ay de mí! acaso es la postrera
esclamó la inleliz madre imposibilitada de
levantarse, y tendiendo los brazos á .Agri-
col. Perdóname yo tengo la culpa de
todo.
El herrero mezcló siis lágrimas ci.n las
de su madre, y dijo con voz ahogada :
— Adiós, querida madre... Tranquilí-
zate... pronto volveremos.
Y deshaciéndose de los brazos de su ma-
19'
7A
làLBCM.
été fué á alcanzar á Dagoberto en la es-
calera.
Francisca Baudoin dio un doloroso ge-
mido, y cayó casi inanimada entre los bra
zos de la Gibosa.
Dagoberto y Agricol salieron de la ca-
llede Brise Miele en m*-diodu la t -rinen
ta.\ y se dirigieron á buen poso hacia el
baluarte del hospital seguidos de Quilaso'
laces.
XII!.
KSCALADA Y FRACCIÓN.
Las once y media daban cuando Da<;o
t>erto y su hijo llegaron al baluarte del
Hospital.
Soplaba el viento con fuerza y caía la
lluvia á torrentes; pero no obstante pare-
cía la noche bastante calmada , gracias á
la salida tardía de la luna. Distinguíanse
«n medio de esta pálida claridad los árbo-
les negros y empinados, y las blancas pa-
redes del jardin del convento. A lo lójos
y sobre la «alzada pantanosa de aquel so-
litario baluarte , se balanceaba un rever-
bero agitado por el viento, y cuya rojiza
luz se percibía apenas al través de la llu-
via y la niebla.
A raros intervalos, se oía á lo lí^jos
muy á lo Irjos... el sordo ruido de algún
carruaje, y después todo caía en el mas
profundo silencio.
Dagoberto y su hijo apenas hablan ha-
blado dos ó tres palabras desde.que salie-
ron de la calle deBrisc Miche. *EI objeto
de estos dos hombres de bien era noble y
generoso, y por lo tanto, resueltos, aun-
<|ue pensativos , se deslizaban por entre
las sombras como los bandidos á la hora
de los críuienes nocturnos.
Agricol llevaba á la espalda el saco con
la cuerda, el garfio y la barra de hierro;
Dagoberto se apoyaba en el brazo de su
hijo, y Quilasolaces seguía á su amo.
— El banco en que estuvimos sentados
hace poco, debe estar por aquí, dijo Da-
goberto deteniéndose. ^,
—Si, contestó Agricol buscando con 1a
vista: helo ahí , padre mío.
— No son mas que las once y media;
es preciso esperar á que den las doce ,
continuó Dogobcrto-. Sentémonos un ins>-
tante para descansar, y convendremos en
lo que debemos hacer....
Pasado un momento de silencio, prosi-
guió «1 soldado con emoción estrechando
las manos de su hijo «ntre las suyas :
— Agricol, líijo mió,., aun es tiempo. .v
déjame ir solo.... te lo stïplico.... yo pro-
curaré salir bien con mi empresa.... Mien-
tras mas se acerca el momento.»., mas
grande es mi temor de comprometerte en
los peligros que van o-i á arrostrar.
— Y yo, buen padre, creo cuanto mas
se acerca el momento, que podre sevírte
de algo; buena ó mala seguiré tu suerte...
nuestro objeto es honrado... Es una deu-
da de honor que tu debes satisfacer.... yo
quiero pagar la mitad. Ahora no retro-
cederé por mas que me digas.... con que
asi, padre mío... pesemosen vuestro plan
de campaña.
— Bien, vendrás, dijo Dagoberto repri-
miendo un suspiro.
— Es preciso, pues, padre mió, que
tratemos de lograr nuestro objeto á todo
trance, y creo que lo conseguiremos.....
¿Has visto la puerteci ta del jardin que
está en aquel ángulo del muro?.... eso es
ya escclente.
— Entramos por allí en el jardín, y bus-
carnea los edihcios que están separados
por un muro á cuyo estremo hay un can-
cel.
— SI , . . . . porque de un lado de ese can •
cél está el pabellón habitado por la seño-
rita de Cardoville, y del otro la parte del
convento en que se hallan encerradas las
hijas del general Simon.
Eo este mom nto Quitasolaces , que
estaba echado á los pies del soldado, se le-
vantó de pronto y enderezando las orejas
parecía escuchar.
\x,mm
■•— Tarrrc qiip cl prrrt» lia »>i(lo ;>!gii. a
"Co>a, tlijo Ayriful, rscuclirnins.
Nada se uyósiiiool rinüo Jd >ii'ittoi|Ur
agilnlia \oi ári>olc!».
— ¿V III1.1 \»'zal)iorla l.i piicila ilol jar-
din, pregiinlú Agn'col, deb.' eii'r.ir c xi
nosolios (jHiliisiilacvst
— -Si. ..'si, si li^ alquil perro di'jinardia
■este dará cuenta di- él ; ailt-inas nos ad-
vertirá si st> ctproi'Ainian las g«'iitc& dr la
•ronda, y.¿(Hiién sa^u-?... TitMie tal iii4e-
ligoncia, y «iiiiere tanto a Hosa y lllanca,
•que acaso nos ayudará á descubrirlas; á
ineniido le lie visto ir á buscarlas on lus
bosi|ues con un instinto eslraurdinario.
Un sonido lento, j^rave y sonnro (pie
doniinalia los silvidos del cierzo, cnipizo
á dsf las doce.
Ksle ruido pareció Tesonar dolorosa-
■nuiíile en el alma de Agn'col y de su pa-
dre, que se estremecieron mudos y con-
movidos.... y por un movimiento espan-
toso se eslrecbaroi' la mano con fuerza.
A pesar suyo, eorrespondian los latidos
de sus corazones á los golpes de la cain-
.pana del reloj, cuya vibración se prulun-
:gaba en medio del lúgubre silencio de lo
fioclie....
Al dar la ú'tima campanada, dijo Da-
goberto á su bijo-^
— He ahi las doce...^. abrázame...... y
marcbemos.
Abrazáronse |)adre é bijo. El momento
era solemne,
— Abura, padre mío, dijo Agricol, obre
mos con tanta precaución y auddcia co-
mo los bandidos que van á robar un cofre
lleno de uro.
Diciendo esto, sacó el lierrero la cuer-
da y el gaiíiu. Armóse Dagoberto con su
gandío de liierro, y siguiendo ambos á lo
largo del muro con precaución, se dirigie-
ron bácia la puerteciiía situada cerca de!
áogulo que formaba la calle y el baluarte
deteniéndose de cuando en cuando para
75
lijar el dido con alrftri.m, á ftti de íli>tin-
fliiii el lindo i|ue ii«> íurse ra»t>odo pui l.i
lluvia y el gran viento.
Como era la nutlie basla-nte clara , v
.pudiaii (li.>tin{¿iiirse ixrí* < tiiMn-nle lo.<> ob-
jetos •'! lierrero y el suldadu llegaron ala
p^uerfecita , cuya madera parecía carco-
mida y poco sólida.
— Hien, dijo Agrírol á su padre, dt un
4^olpe va á ceHer,
Y el lieirero so dispuso á derribar la
puerta , cuando gruñó d«) pronto (Jitila-
íolnccs, poniéndose, por -decirlo asi, en
acecboL.
Dagobertoliizo callar al perro, y asien-
do á su lujo por el brazo, le dijo en voz
¿aja :
— No nos movamos.... el perro basen»
lido á alguno.... en el jardín...
Agricol y su padre permanecieron al-
gunos minutos inuióviU'S, con el oído en
acecbo, y conteniendo la respiración
Obediente el perro á sru amo no gruñó
mas: pero siguió manifestando su iiujuie-
tud y agitación (|ue se aumentaba á cada,
instante.
Sin embargo, nala se oía,..,
— Se babrá engañado el perro, dijo
Agricol en voz baja á su t>adre<
— tstoy seguro que no; no nos mova-
mos
Al cabo de algunos segundos se echó
de pronto Quitasolaces y iríetiendo ol lio-
cico por debjo de la puerta olfateaba con
fuerza.
— Alguien viene... dijo Dagobeilo con
viveza.
— Alejémonos, repuso Agricol.
— No, le dijo su padre, escuchemos, tiem-
po habrá de huir sí abren la puerta... aquí,
Quitasolaces, aquí...
Y separándose el perro de la puerta se
acostó á los pies de su amo.
Agunos momentos después se oyó ruido
de pasos, y el murmullo de palabras He-
76 ALBUM.
"vaílas pqr el viento , nt> pudieron llegar
haüla el herrero y el soldado.
— Seguramente es la ronda de que nos
ha hablado la Gibosa, dijo Agricol á su
padre.
— Tanto nujor... el intervalo que debe
mediar hasta su segunda vuelta , nos aso-
45tira al menos un par de horas de tran-
quilidad.... ahora tenemos asegurado
el golpe.
Fn efecto, poco á poco se fué haciendo
menos distinto el ruido de los pasos, y por
último dejó de oirse enteramente.
— Vamos vivo, no perdamos tiempo,
dijo Dagoberto á su hijo al cabo de diez
minutos; ya están lejos, tratemos ahora
de abrir esta puorto.
Agricol apoyó en ella h espalda y em-
píijó vigorosamente; pero la puerta no
cedió á pesar de su ruinoso estado.
— j Maldición ! esclamó el herrero; es-
toy seguro de que la han atrancado por
dentro; sin esto no habrían resistido estas
malas tablas.
- — ¿Cómo hacerlo?
— Voy á subir ai muro ayudado de
la cueida y el garlio y la abriré por
dentro.
Diciendo esto lomó Agricol la cnerda y
«I gacíclio; y después de muchas tentati-
vas, consiguió afiaiiur el garfio en el ca-
ballite del muro.
Ahora, padre mió, sírveme de escalón,
y yo me ayuJaré á subir con la cuerda;
4ina \L'i .1 caballo en el muro volveré el
í^ancho al otro lado y me será mas fácil
6ajar al jardin.
fil soldado apoyó el hombro contra el
muro y cruzó las manos, entre las cuales
p\\y<o el pié su hijo; después subiendo de
silli solyre- las robustas espaldas de Dago-
berto, que le sirvieron de punto de apo-
yo, consiguió llegar á lo alto con la ayuda
lie la cacrda. Desgraciadamente no habia
notado el herrero que el caballete del mu-
ro estaba erizado de pedazos de vidrio, y
se hirió las manos y las rodillas; pero te-
miendo alarmar á Dagoberto detuvo un
grito de dolor, colocó bien el garfio y se
desli^ó al jardin por la cuerda: acercóse
á la puerta que estaba cerca,y la vióeFec-
tivamenfe atrancada con un fuerte ma-
dero. Estaba la cerradura en tal mal es-
tado, que no resistió á un esfuerzo vio-
lenlü de Agricíj!; abrióse la puerta y entró
Dagoberto en el jardin seguido de Quita-
solaces,
— Ahora, dijo el soldado á su hijo, lo
principal eslá lieclu».... Hé a«pii un medio
seguro para la lidida de mis pobres ninas
y dé la señorita de Cardoville... el todo
será hallarlas sin tropezar con algíin mal
encuentro.... Quitásolaces marchará de-
lante de batidor.. , anda, anda, mi buen
perro, aiíadió Diígoberlo, pero sobre to'
do guarda silencio...
En seguida se adelantó algunos pasos
t'I inteligente aniutal, olfateando y escu-
chando con la pruderïcia y la atención cir-
cunspecta de un sábuest) c'n acecho.
A la débil claridad de la luna velada por
•las nubes, percibieron Dagoberto ysu hi-
jo cerca de ellos un tresbolillo de enormes
árboles al <jue iban á p;irar muchas sen-
das. Indeciso A gricx)l sobre cual debian
twmar, dijo á mí pddre:
— Vamos por la senda que está alo lar-
go del muro; seguramente debe condu-
cirnos al edificio,
— Tienes razftn , pero debemos roar-
cbarporel musgo en lugar de ir por las
sendas enlodadas; asi harán menos ruido
nueslros pasos.
I'recedidos padre é hijo por Ouitasola-
ces , recorriei on durante algún tiempo una
senda poco distante del muro deteniéndo-
se á cada instante á escuchar;... ó para
darse cuenta antes de continuar su mar-
cha délos móviles aspectos de los árboles
'I.Bl'M.
que agitados por cl viento y ahimbrados
{)or la pálida claridad de la lunaareclaban
á menudo formas singulares.
Las doce y media daban ctinndo Agri-
col y sn padre llegaron á una gi'ande re-
ja de hierro ijue cerraba la parle del jar-
din reseí\ada á la snperiora del convento;
reserva en que se introdujo la mañana
anterior la Gibosa después (|ue vio á Rosa
Simon con Adriana de Cardoville.
Al Iravi'S de los hierros de esta r«ja per-
cibieron Agricol y su padre, á corla dis-
tancia, un cancel que llegaba hasta una
capilla en construcciun , y á la otra parte
un peíjueño pabellón cuadrada.
— lié aqui sin duda un pabellón de la
casa de locos, ocupado por la señorita de
Cardoville, dijo Agrícol.
— Y seguramente está delante el edifi-
<'io en que se hallan los cuartos de Kosa
y Blanca, aun(|ue no lo podemos perci-
bir desile aqui , contestó Dagoberto.
— ¡ Pobres niñas i e>tán alli... desespe-
radas y deshechas en llanto, añadiócon-
una profunda emoción.
— ¿listará abierta esta reja? dijo Agri-
col.
— Probablemente... estando en elinte-
TÍor no debe estar cerrada.
Marchemos despacio.
A los pocos pasos , Dagoberto y su hijo
llegarot) á la reja, cerrada solamente con
un pe^tillo
Üag«i|)erto iba á abrir, cuando le dijo
Apricid :
— 'i-n cuidado que no haga, ruido
— ^¿Debe empujarse despacio ó con vio-
lencia?
— Déjame, yo la abriré, dijo Agricol.
Y lo hizo con tanla prontitud que ape-
nas se oyó un débil ruido; ípe.o sin em-
bargo fué este bastante distinto en el si-
lencio de la noche para que pudiese ser
oido, porque precisamente era en un ¡n-
ler\alo que el viento habia cesado.
T7
Agricol y ¡-u padre pirmanecieron un
niomento inmóviles, iiKjuielos y lijando
el oido no atreviéndose á pasar del
otro lado de la reja á fm de procurarse
mejor la retirada.
Nada íe oyó, lodo estaba en calma y
Iraniiuilo. Sosegados Agricol y su padre
penetraron en el jardin reservado.
Apenas entró alli el perro dio señales
de una alegría estraordinaria; con las ore-
jas tiesas y meneando la cola , mas bien
brincando que corriendo, se acercó en se-
guida desde el cancel en donde Uosa Si-
mon y la señorita de Cardoville hablan
hablado un instante por la mañana; des-
pués se detuvo un momento en este sitio
inquieto y agitándose como un perro que
'busca alguna cosa.
Dagoberto y Agricol dejaban á Quita-
solaces seguir su inslinlo, observando sus
mefiores movimientos con una ansiedad
indecible , esperándolo lodo de su inteli-
gencia y de su afecto á las niñas.
— Sin duda estaba Uosa cerca de ese
cancel cuando la vio la Gibosa, esclamó
Dagoberto: Quitasolaces ha olfateado sus
huellas, dejémosle hacer.
AI cabo de algunos segundos volvió el
perro la cabeza hacia Dagoberto y echó
á correr en dirección de una puerta del
edificio que estaba enfrente del pabellón
ocupado por Adriana ; al llegar el perro
á la puerta se acostó como para esperar
á su amo.
— ;Ya no hay duda ! ¡ en este edifício
están las niñas! f^sclamó Dagoberto acer-
cándose á Quitasolaoe»; alli deben haber
encerrado á Rosa haré poco.
— Veremos si las ventanas tienen ó no
rejas, dijo Agricol siguiendo á su padre.
Llegaron ambos donde estaba el perro.
— jY bien 1 mi buen perro, le dijo en
voz baja d soldado señalándole el edificio,
¿están allí Rosa y Blanca?
Quitasolaces levantó la cabeza y res-
pondió Clin un ligero ladrido.
20*
78 ALBUM,
Dagoberto se apresuró á cojer el perro
por el cuello.
— ¡Va á descubrirnos!.... esclamó el
herrero. Acaso le han oído
En este instante la reja de hierro por
la cual se iiabian introducido en el jardin
el soldado y su hijo, se cerró haciendo un
grande ruido,
— Nos encierran dijo Agricol con vive-
za , y no hay otra salida
Durante un minuto se miraron aterra-
dos padre é hijo, pero Agricol esclamó de
repente:
— Acaso se habrá cerrado la roja gi-
rando en sus goznes por su propio peso;
voy á asegurarme de ello y volverla
á abrir si puedo
-^Ve... pronto, mientras yo examino
las ventanas.
Agricol se dirigió corriendo á la reja,
en 'tanto que Dagoberto siguiendo á lo
largo del muro llegó delante de las ven-
tanas del piso bajo, que eran en número
de cuatro : dos de ellas no tenian reja :
miró al primer piso, que no estaba muy
alto, y ninguna de las ventanas tenia hier-
ro; por manera que la nula que habitaba
en este piso podria atar una sábana al
barren de apoyo de la ventana y desli-
zarse como lo hicieron las dos hermanas
para evadirse de la posada del Halcón
Elanco; pero antes era necesario saber
qué cuarto ocupaba , cosa no muy fácil.
Ocurrióle á Dagoberto que podria saberlo
por la niña que se encontraba en el piso
bajo, pero ahora se le presentaba otra
dificultad : á cual de las cuatro ventanas
debia llamar.
Agricol volvió precipitadamente.
— Sin duda fué el viento el que cerró
la reja, dijo: la he abierto de nuevo y la
he asegurado con una piedra;... pero es
necesario que nos demos prisa.
— ¿Y cómo reconoceremos las ventanas
de las pobres niñas? dijo Dagoberto an-
gustiado.
— Es verdad , contestó Agricol inqti're-
lo, ¿cómo hacerlo?
— Llamar al acaso, dijo Dagoberto, <«s
dar la alarma si nos dirigimos mal
— ¡Dios mió, Dios mió I esclamó Agri-
col con aflicción, haber llegado aquí....,
bajo sus ventanas é ignorar
— El tiempo urge, dijo Dagoberto in-
terrumpiendo á su hijo, arriesguemos el
todo por el lodo.
— ¿Cómo padre mió?
— Voy á llamar á Rosa y Blanca en al-
ta voz; desesperadas como están, es segu-
ro que no duermen... á un primer grito
se pondrán en pié... Por :medio de la sá-
bana atada al barron de apoyo, en cinco
minutos tenemos en nuestros brazos la ni-
ña que habita el primer piso. En cuanto
á la (jue está abajo... si su ventana no tie-
ne reja , en un segundo es nuestra , y en
otro caso pronto arrrancamos un hierro.
— Pero, padre mió esa llamada en
voz alta...
— Acaso no lo oirán...
— Mas si lo oyen lodo está perdido.
— ¿Quién sabe? antes que tengan tiem-
po de ir á buscar á los hombres de la ron-
da, y de abrir tantas puertas, ya pueden
estar libres las niñas; en ganando noso-
tros la salida del baluarte, estamos en
salvo...
— Peligroso es el medio... pero no veo
otro.
— Como no haya masque dos hombres,
yo y Quitasolaces nos encargamos de de-
t«nerlos si acuden antes que se haya ter-
minado la evasión , y mientras tanto te
llevas tú las niñas.
— Padre mió, me ocurre otro medio...
y seguro, esclamó de repente Agricol. Se-
gún nos ha dicho la Gibosa, Rosa y Blan-
ca se han correspondido por señas con la
Señorita de Cardoville.
— Sf.
— Luego esta sabe dojide habitan, pues*
»l.fiTSI.
79
Uo que las pol)rt's niñas le respondían des-
di* sus ventanas.
— Tienes ra/on... vamos al pabellón^,
es el único modo poro ¿cómo recono-
ceremos?...
— Me lo lia dicho la (gibosa: hay una
especie de sobradillo sobre la ventana del
cuarto de la señonla <le Cardoville..^.
— \ amos pronto, pœo nt)«.costará rom-
per un cancel de listones de madera
¿llevas la barra?
— Hela aquí.
— .Marchemos pues.^.
A los pocos pasos llegaron Dagoberto y
su hijo á aquella débil separación, y ar-
rancaíMlo .\gricol tres lislones se abrieron
fácil entrada.
— Quédate ahí en acecho... padre mío,
dijo el herrero á Dagobcrto introducién-
dose en el jardin del doctor Baleinier.
La ventana indicada por la Gibosa era
fácil de reconocer; era elta y ancha y te-
nia üobre ella una especie de sobradillo;
habia sido en otro tiempo una puerta y
ahora estaba obrada hasta un tercio de su
altura, defendiéndola fuertes y espesos
barrenes de hierro.
Hacia algunos intantesque la lluvia ha-
bia cesado; despejada la luna de las nu-
bes que la oscurecían poco anles, alum-
braba perfectamente el pabellón. Acer-
cándose Agrícol á los cristales vio que el
aposento estaba oscuro; pero en el fondo
de esta pieza había una puerta entreabier-
ta que dejaba ver una viva claridad.
Creyendo el tierrero que aun estaría
despierta la seiloríta de Cardovílle, llamó
ligeramente á los vidrios.
Al cabo de algunos instantes se abrió
enteramente la puerta del fondo, y la se-
ñorita de Cardoville, que aun no se habia
acostado , entró en el segundo aposento
vestida del mismo modo que cuando ha-
bló con la Gibosa; la vela que Adriana
llevaba en la mano alumbraba las faccio-
nes encantadoras qnc espresaban entóa-
ces la sorpresa y la inquietud...
Puso la joven l;i p;i!iiiatoria sobre la me-
sa, y pareci('» escuchar atentamente, ati r-
candóse hacía la ventana... IV'ro estroiíic-
ciéndose de pronto se detuvo sobrecojid.i.
Acababa de distinguir vacamente <•! ros-
tro de un hombre (jue la miraba al lra\éá
de los vidrios.
Temiendo Agrícol, que asustada la se-
ñorita de Cardovílle fuese á refugiarse á
la pieza inmediata, llamó de nuevo, y es-
poniéndose á ser oído de fuera, dijo en voz
bastante alta :
— Es Agrícol Baudoin.
Llegaron estas palabras á Adriana, y
acordándose en seguida de su conversa-
ción con la Gibosa , pensó (|U*.\gricoI y
Dagoberto se habían introducido en el
convento para llevarse á Kosa y Blanca ,
corriendo entonces á la ventana reconoció
perfectamente á Agrícol á la brillante cla-
ridad d<> la luna , y abrió la ventana con
precaución.
— Señorita , le dijo el herrero precipi-
tadamente, no hay que perder un instante;
el conde de Montlron no está en París, y
venimos mi padre y yoá sacaros de aquí.
— Gracias, gracias, dijo la señorita de
Cardoville con voz conmovida; — pero pen-
sad anles en las hijas del general Simon...
— Ya pensamos en ellas, señoritaj; tam-
bién venía á pregutaros cuales son sus ven-
tanas.
— La una que está en el piso bajo, es la
última del ado del jardín ; y la otra está
situada absolutamente encima de esta
en el primer piso.
— i Ya están salvadas ! esclamó el her-
rero.
— Mas ahora que me ocurre, continuó
Adriana con viveza , el primer piso está
bastante alto; pero cerca de aquella capi-
lla en construcción encontrareis vigas lar-
gas que las emplean en los aodamios, y
acaso podrán seros útiles.
80 ALBUM
— Me servirán de escala para subir á la
ventana del primer piso; ahora pensemos
en vos, señorita.
— Librad á las niñas, que urge el tiem-
po... con tal que las salvéis a ellas esta
noche , me es indiferente permanecer un
dia ó dos mas en esta casa.
— No , señorita , esclamó el herrero, os
interesa sumamente el salir esta noche...
se trata de grandes intereses que vos igno-
rais; ya no me cabe duda de ello.
— ¿Qué queréis decir?
— No tengo tiempo de esplicarme mas;
pero os lo rufego, señorita.... venid; yo
puedo desencajar dos hierros de esa ven-
tana... corro á buscar una barra...
— No es necesario. Se contentan con
correr un cer^-ojo por fuera á la puertade
este pabellón en el que habito yo sola :
no os será difícil romper la cerradura.
— Y diez minutos después estaremos en
el baluarte, dijo el herrero , pronto, seño-
rita, disponeos, tomad. un chai y un som-
brero, porque la noche está muy fria; al
instante vuelvo.
— Señor Agricol, dijo Adriana con las
lágrimas en los ojos; ya sé lo que arries-
gáis por mí; yo procuraré probaros que
lengo tan buena memoria como vos
I Ah ! vos y vuestra hermana adoptiva
sois nobles y valientes criaturas..... pe-
ro no vengáis á buscarme hasta que es-
tén en vuestro poder las hijas del general
Simon.
— Gracias á vuestras indicaciones, es
cosa hecha, señorita, corro á encontrará
mi padre, y volvemos á buscaros.
Siguiendo Agricol el escelente consejo
de la señorita de Cardoviilese fué hacia lá
capilla, y echando sobre sus robustas espal-
das una dé las grandes vigas que servían
para la construcción se reunió á su padre
con presteza.
Apenas pasó Agricol el cancel parad i ri^
girse á la capilla, creyó percUxir la seño-
rita do Cardoville una forma humana, que
salía de uno de los bosquecillos del jardín
del convento, y atravesaba rápidamente
una senda desapareciendo detras de un al-
to seto de bojes. Asustada Adriana, llamó
en vano á Agricol en voz baja para ad-
vertírselo; pero este no pudo oírla y se
unió á su padre que devorado de impa-
ciencia iba escuchando de una ventana en
otra con gratule angustia.
— ¡ Somos felices ! le dijo Agricol en voz
baja; hó ahí las ventanas de las pobres ni-
ñas: e.sla del piso bajo, y aquella del pri-
mer piso.
— ¡Gracias á Dios! dijo Dagoberto con
im arrebato de alegría imposible de des-
cribir.
— Y ¿cómo examinar las ventanas?
— ¡ No tienen rejas I esclamó.
— Asegurémonos primero sí está aquí
una de las niñas, dijo Agricol: y apoyan-
do después esta viga á la pared .subiré yo
hasl-a el primer piso... que no está muy
alto.-
— Ríen, hijo mío, una vez arriba toca-
rás en los cristales y llamarás á Rosa ó
Blanca, y si te responde bajarás en segui-
da para que por la misma viga que sos-
tendremos nosotros, se deslice la niña....
ellas son listas y atrevidas... vivo... vivo...
manos á la obra.
Y en seguida iremos á librar á la seño-
rita dé Cardoville.
Mientras Agricol levantaba la viga y la
colocaba bien para stibir por ella, llamaur
do Dagoberto á la última ventana del pi-
so bajo, dijo en voz alta :
—•Soy yo... Dagoberto...
! En efecto, en esfe cuarto habitaba Ro-
sa Simon. Desesperada la pobre niña dé
verse separada de su hermana la había
atacado una fiebre violenta y estaba des-
pierta y bañada en llanto.
Al ruido que hizo Dagoberto llamando
á la ventana, se estremeció de terror la
Ai.Lm.
61
haérfana ; pero cuando oyó en seguida la
voz del soldado , aquella voz tan ({uerida;
y que tan bien conocía , se incorporó jal
joven en su cama y se pasó las manos por
la frente como para asegurarse que no
ora el jugtiele de un sueño; después, en-
vuelta con su largo peinador blanco, cor-
lió á la ventana dando un grito de ale-
gría. ;
Mas de repente.... y antes rjuelmbiese
tenido tie'Mpo de abrir la ventana , sona-'
ron dos tiros, acompañados de estos gri-
tos repetidos :
— jA la guardia! ¡ladrones!...
La huérfana se quedó petrificada de es-
panto , con los ojos fijos en la ventana de
cristales , á cuyo través vio confusamente
con la claridad de la luna , que luchaban
muciios hombres con encarnizamiento,
mientras que los furiosos ladridos de Qui
tasolaces dominaban estos gritos, que re-
petían sin cesar :
— ¡A la guardia ! j Ladrones!
j Asesinos !...
XIV.
LA VÍSPERA DE UN GRAN DÍA.
Como dos lloras antes de los hechos
precedentes ocurridos en el convento de
Santa Maria, se hallaban reunidos Rodin
y el abate de Aigrigny en el gabinete don-
de ya se les ha visto, calle de Milieu-des-
Ursins. Después de la revolución de julio,
creyó el padre de Aigrigny deber trans-
portar iiionientáneamente ú esta habíta-
tacion temporal los archivos secretos y
la correspondencia de su orden, medida
prudente, porque debia temer que el es-
tado espulsase á los reverendos padres del
magnífico establecimiento con que la res-
lauracion les gratificó libera fmcntc.
Rodin, vestido siempre de un modo líi-
pócrita, siempre sucio y grasienlo, escri-
bía modestanictite en su nfitina, fit*| á su
humilde papel de sefrelario, ijiie como se
ha vidto, encubría una ini»ion inuclio ma»
importante, en su calidad de $(^ciOt y que
9^un las reglas de la orden consistía en
no separarse jamás del superior, vlgilán-
doley espiando sus n>€nores movimientos,
sus mas lijeras impresiones, para dar cuen-
ta á Roma.
No obstante su habitual impasibilidad,
Rodin parecía visiblemente iii(|uieto y
preocupado, y contestaba de un modo
mas breve aun que de costumbre á las
órdenes y á las preguntas del abate de Ai-
grigny, que acababa de entrar.
— ¿Ha tiabido algo de nuevo durante
mi ausencia? preguntó este á Rodin. ¿Los
informes han continuado siendo favora-
bles?
— Muy favorables.
— Leédmelos.
— Antes de dar cuenta á Vuestra Re-
verencia, dijo Rodin, debo advertirle que
Morok ha llegado á París hace dos días.
— ¡Cómo! esclamó el abate sorprendi-
do. Yo creía que al dejar la Alemania y
la Suiza había recibido orden deFribourg
para que se dirigiese hacia el Mediodía.
En Nimes y Avignon habría sido en este
momento un agente útil... porque se agi-
tan los protestantes, y se teme una reac-
ción conira los cató'ícos.
— No sé, dijo Itodin, las razones parti-
culares que haya tenid'>-Morok para cam-
biar de itinerario. En cuanto á sus razo-
nes aparentes, me ha dicho que quiere
dar aqui algunas representaciones.
— ¿Cómo es eso?
— A su paso por Lyon se ha compro-
metido con un agente dramático, á traer
sus fieras al teatro de San Martin por un
precio muy alto. Y añade que ha creído
no debia rehusar esta ventaja.
— Pase, dijo el padre de Aigrigny le-
vantando los hombros; pero con la pro-
paparion de los librilo-i, y ron 'a venta d^
lo< rosarios y fir^tia-N*», »»i 0'«»v4» p«>p '"
inil'iiMM'i . qiii >ciiiir.A!!.viit«' huí eff» » ji'
21*
ÍS2 ÁLBOM.
ciüo en las poblaciones religiosas y poco
adelantadas del Mediodía y de la lireta-
ila, podía haber hecho servicios que jamás
prestará en París.
— Está abajo con una especio de gifían-
te que le acompaña; pues en su calidad
de antiguo servidor de Vuestra Reveren-
cia , espera Morok tener el honor de be-
saros la mano esta noche.
— Imposible.... imposible.... Ya sabéis
cuan ocupadoestoy esta noche... ¿Ha ¡do
alguien á la caüe de San Francisco?
— Se ha ido... El viejo guardián judio,
dice que lia sido prevenido por el nota-
rio.... Mañana por la mañana, á las seis,
derribarán los albañiles la puerta tapiada,
y se abrirá esa casa por primera vez, des-
de hace 150 años.
El abate de Aigrigny permaneció un
instante pensativo, y después dijo a Ro-
din :
En la víspera de un momento tan de-
cisivo, es preciso no olvidar nada: leedme
<le nuevo la copia de esa nota, depositada
en los archivos de la Sociedad hace siglo
y medio , sobre el asunto de Mr. de Ue-
iiepoiit.
El secretario lomó la nota de un estan-
te y It-yó lo que sigue ;
« Hoy 19 de febrero de 1682, el reve-
« rendo padre provincial Alejandro liour-
« don ha enviado la advertencia siguiente,
«con estas palabras al margen : estrema-
« llámenle considerable para el porvenir.
«Se acaba de descubrir cierta cosa muy
cf secreta por la confesión de un moribun-
H do que uno de nuestros padres ha asis-
te lido.
«Mr. Mario de Renepont, uno de los
« gefes mas sediciosos y temibles de la re-
« ligion reformada, y el enemigo mas en-
te carnizado de nuestra santa Compañía,
«entrado, en apariencia, en el seno de
«nuestra maternal iglesia, con el solo y
a único Qq de salvar sus bienes amenaza -
«dos de «onfiscacion , á causa de su coíír»
« portamienlo irreligioso y reprobado; pero
«como se hayan presentado pruebas, por
«diferentes personas de nuestra Compa-
« ñia , de que la conversion del señor de
«Renepont no era sincera y que envolvía
« un sacrilegio, los bienes de dicho spñor
c considerado desde entonces como rc/apso,
« han sido por lo tanto confiscados por S.
« M. Nuestro Rey Luis XIV, y el referi-
«do señor de Renepont condenado perpe-
« tuamente á galeras ( 1 ) , de las (jue se
«ha librado por ona muerte voluntaria,
«después de cuyo crimen abominable lia
«sido arrostrado y arrojado su cuerpo á
«los perros del muladar,
«Espuestas estas premisas, se llega á
« la cosa secreta, tan estremadamente con-
«siderable al porvenir é intereses de nucs-
« tra Sociedad.
« S. M. Luis XIV en su paternal y ca-
« tólica bondad por la iglesia, y en parlí-
«cular por nuestra Orden , nos concedió
« el aprovechamiento de esta confiscación
«en gratitud de lo que hablamos hecho
«para descubrir al señor de Renepont,
« como relapso, infame y sacrilego....
«Acabamos de saber por cierto ()uo se
« han eslraido á esta confiscación , y por
«consiguiente á nuestra Sociedad, una casa
« situada en París en la calle de S. Fran-
ce cisco, y una suma de cincuenta mil es-
« cudos en oro.
«La casa ha sido cedida, antes de la
«confiscación y mediante una venta simu-
« lada , á un amigo del señor de Rene-
«pont, n»uy buen católico sin embargo,
(1) El gran Rey Luis XIV castigaba
con galeías perpetuas á los protestantes
que después de haberse convertido, á me-
nudo por fuerza , volvían á su primera
creencia. Los protestantes que se queda-
ron en Francia á pesar de! rigor de los
edictos, estaban privados de sepultura, se
arrastraban sns cadáveres y se arrojaban
á ios perros.
AI.D\M.
83
% por i]iSi,racia , por(Hic no se puede pcr-
« so^iiir.
n I.a mt'ncioii.Tla casa, gracias á la con -
« nivi-iicia criinmal, atiiinne inatacable de
T( esie aniimi, lia sido tapiada y no debo
«abrirse basta di-ntro de siglo y ntedio,
« semiii la liltiina \o!untad del señor de
« Reru-poiil.
«lui cuanto á losciüCiiiMita mil escudos
n de oro, se sabe (pie ban sidodepositadO'í
« en ntanos desgraciadamente, descunoci-
« das basta aliora , con el Hn de (pie sean
« capitalizados y esplotados durante ciento
«cincuenta anos, para dividirlos, al espi-
« rar diclio t('Tn ino, entic losdescindien-
« les (jue entonces existan del señor Ke-
« nepont, suma giie mediante tantas acu
« mulaciones, se bará enorme, y llegara
« necesariamente á formar un capital de
«cuarenta ó cincuenta millones de libras
« tornosas.
<( Por motivos desconocidos hasta abo-
« ra y que el señor de Uenepont ha con-
« signado en su testamento, lia ocultado
n tM mismo á su familia (desterrada boy
«de la Francia por los edictos contra Jos
« protestantes] el paraje en donde se ba-
« lian depositados los ( iento cincuenta mil
« escudos; invitando tan solo á siHparien-
« tes á que perpetúen en su lima de ge-
« neracion en generación , el encargo á los
« últimos que sobrevivan , de que se en
((cucnlron reunidos en l'aris, dentro de
«ciento cincuenta años, en la calle de San
« Francisco, el 13 de febkkro de 1832;
« y para tjue no seolvi-ie estarecomenda-
« cion , ha encargado á un hombre cuyo
« estado es desconocido, aunque se saben
«sus señas, que haga fabricar medallas de
fi bronce y que se grabe en ellas su voto y
«esta fecha, haciendo entregar una á ca-
nda uno de sus parientes; medida tanto
« mas necesaria , cuanto por otro motivo
« que igualmente se ignora , y que se su-
o pone está también osplicado en el testa-
« mentó, los herederos estarán obligados
«á presentarse el mencionado dia , antes
«de las doce, tu jiersuita y no por repri--
« sentantes, sin lo cual serán escluidos de
« la partición.
« \i\ hombre desconocido, encardado de
« distribuir las medallas á los miemiiros
« de la familia de Uenepont, tiene de 30
«á 35 años, su rostro es altivo y nu-lan-
« C(ilicü , y su estatura elevada; tiene las
« cejas negras , espesas y singularmente
«¡unidas; se hace llamar José^ y se sospe-
« cha mucho (¡ue este viajero sea un acli-
« vo y peligroso emisario de los furiosos
« republicanos y reformados de las xiiie
(( prorincias unitluít.
«Resulta de lo que queda dicho, (|ue
« la suma coníiada por el relapso á tina
«mano desconocida y de un modosubrep-
« ticio, se ha sustraído á la confiscación á
« nos concedida por nuestro muy amado
«rey; lo (piees un perjuicio enorme, y un
«todo monstruoso, de(|ueestamosobliga-
« dos á recuperarnos, si no al presente, al
« menos en lo futuro.
« Y como nuestra (]ompañia, parama-
« yor gloria de Dios y de nuestro Sanio
«padre, no pueden perecer, será fácil,
« merced á las relaciones (pie tenemos en
« toda la tierra, y por medio de lasmisio-
« nes y otros establecimientos, será fácil,
« decimos, el seguir desde ahora la filia-
« cion de esta familia de generación en ge-
« aeración, sin perderla nunca de vista,
« para que dentro de ciento y cincuenta
«años, en el momento de la division de
«tan inmensa fortuna acumulada, pueda
«entrar nuestra Compañia á poseer esos
« bienes que traidoramente le han sido
«arrancados, amparándose de ellos per
«fas aul nefas, por cualquiera medio que
«sea, sin escluir la astucia y la violencia,
« no pudiendo obrar nuestra Sociedad de
« otro modo, al hallarse con los detento-
j« res futuros de nuestros bienes tan malí-
81 ALBUM.
■ff ciosamente robados por -tni relapso infa-.
« me y sacrilego.... y pUeslo que es justo
«y legítimo el defender, conservar y T€-
« cnperar lo que nos pertenece, por todos
« los medios que el Seílor pone en nues-
« trasmanos.
«La familia de Renepont permanecerá;
« reprobada hasta la completa restitución,
« como una línea maldita de ese Cain d«
«relapso, siendo muy del caso el que se
«( la vigile siempre forzosamente.
« Para llevarlo á efecto será urgente él
«que cada año, á contar desde hoy, se
« establezca una especie de pesquisa sobre
« la posición sucesiva de los miembros de
« esta familia. »
Jnterrumpiííse Rodin , y dijo al abate
de Aigrigny :
— Sigue la cuenta dada año por año de
la posición de esta familia desde 1682 hasta
^iuestr s días. Creo que es inútil leérsela
á Vuestra Reverencia.
— Ciertamente, repuso el abate de Ai-
ígrigny: e^a nota re ume bien los hechos...
Después de un momento de silencio,
continuó con cierta espresion de orgullo
triunfante:
— ¡Cuan grande es el poder di- la aso-
ciación apoyado en la tradición y en la
/perpetuidad I... Gracias á la nota deposi-
tada hace siglo y medio en nuestro ar-
chivo esa familia ha sido vigilada de
generación en generación ;... siempre ha
'tenido nuestra Orden los ojos fijos sobre
ella , siguiéndola á todos los puntos del
globo , donde el destierro los ha disemi-
nado lín fin, mañnna entraremos en
-posesión de ese crédito, que auníjue poco
considérable en im principio, el trascurso
<!e ciento cincuenta años lo ha cambiado
•en una fortima real Si lo lograre-
!mos, pues creo haber visto todas las even-
tualidades... una sola cosa, sin embargo,
me preocupa vivanjente.
— ¿Cuál? preguntó Rodin.
— Pienso en las noticias que se han tra-
tado de obtener, aunque en vano, del
guardián de la casa de la calle de San
Francisco. ¿Se ha vuelto á intentar como
lo d«'jé ordenado?
— Se ha intentado.
—¿Y qué?
— Esta vez, como las otras, el viejo
judio ha permanecido impenetrable; por
otra parte es easi un bobo y su muger no
«s mas avisada que él.
— Cuando pienso, continuó el abate de
Aigrigny, en que esa casa de la calle de
San Francisco ha estado cerrada y tapiada
durante siglo y medio, y que su guarda
se ha perpetuado de generación en gene-
ración en la familia de los Samucls, no
puedo creer que estos hayan ignorado
quienes han sido y son los depositarios su-
cesivos de estos fondos que se han hecho
inmensos por sii acumulación.
— Ya lo habéis visto, dijo Rodin, por
las notas del legajo de este asunto que la
Orden ha seguido siempre cuidadosamente
desde 1682. En distintas épocas se ha tra-
tado de obtener noticiaá sobreesté punto,
que el padre Rourdon dejó poco claro;
pero esa raza de guardianes judíos ha per-
manecido muda , de lo que ha debido in-
ferirse que no sabían nada.
— ^Imposible me ha parecido eso siem-
pre... porque al fin... el abuelo de todos
estos Samut'ls asistió al cerramiento de la
casa hace ciento cincuenta años; y era, se-
gún dice el leg-ijo, el confidente ó criado de
Mr. de Renepont. Imposible es que no es-
tuviera instruido de muchas cosas cuya
tradición se habrá perpetuado sin duda en
su familia.
— Si me fuese permitido aventurar una
pequeña observación ... dijo humildemente
Kodin.
—Hablad
— Hace muy pocos años que se ha te-
nido la certeza , por una confidencia de
ALBUM.
8:;
conTosonario , de qiiP exislian !îs fi»ridüá,
y que siibian á una suma cnorin«>.
— Sin duda; eso llamó vivaiiu'iile la aten-
ción delll. P. general sobre este asiinlo...
— Luego sabe lo que prubaldeiufM.te
ignoran todos los descendientes de la fa-
ntilía Henepont, el inmenso valor de esa
herencia
— Si, respondió el padre de Aigrigny ,
la persona (|tje ha certilicado el hecho á
su confesor, es digna de todií tTecncia
tíace poco que lia renitvado esta declara-
ción... mas á pesar de haberla instado vi-
vamente su director, ha reusado el decla-
raren uia-iosde quien se hall.ilian los fon-
dos, alirniando, no obstante, que no po-
dían estar confiados á persona mas leal.
— Knlonces me parece, n-puso Rodin,
que hay una seguridad de lo mas impor-
tante t]ue debe saberse.
— ¿Y (juién sabe si el delentor de esta
enorme suma se presentará mañana no
obstante la lealtad (jue le atribuyen? A
pesar mió, mientras mas se acerca el mo-
mento, mayor es mi ansiedad... ¡Ahí —
continuó el abate de Aigrigny pasado un
momento de silencio: se trata de intere-
ses tan inmensos, que las consecuencias
del óxilo pueden ser incalculables En
fin, al menos... se ha hecho cuanto ha i>i-
do posible.
Kl noció no respondió nada á estas pa-
labras i|ue le dirigió el padre de Aigrigny
como pidiéndole sti adhesión.
Mirándole el abate con sorjucsa le dijo:
— ¿No sois de este parecer? ¿ha podi-
do hacerse mas? ¿no se ha llegado hasta
el Innite estremo de lo posible?
Kodin se inclinó respetuosamente, aun-
qtie sin pronunciar una palabra.
— Si creéis que se ha omitido alguna
precaución, esclamó el padre de Aigrigny
con una especie de inquieta impaciencia ;
decidlo Aun es tiempo F..0 repito
¿creéis que se haya hecho cuanto era po-
sible? Desviado lodos los descendientes,
¿no será (îabrifl, al presentarse mañana
'en la calle de San Francisco, el solo re-
presentante de esa familia , y p'<ri consi-
guiente el único posesor de tan inmensa
fortuna? Luego por su renuncia y según
nuestros estatuios, no será él quien la po-
seerá sino la Orden. ¿Podia obrarse me-
jor ó de otro modo? Hablad con fran*
que¿a.
— No puedo permitirme emitir una opi-
nion en este asunto , contefló liumilde-
menle Kodin inclinándose de nuevo; el
bueno ó el mal óxito responderán á Vues-
tra Uevercncia...
El padre de Aigrig»y alzi) los hombros
y se reconvino en su interior de haber pe-
dido consejo á aquella máquina para es-
cribir (jue le servia de secretario, y que
según él no tenia mas que tres cualidades,
memoria, exactitud y discreción.
XV.
EL KSTRANGILADOB.
Pasado un momento de silencio conti-
nuó el padre de Aigrigny :
— Leedme los informes de hoy sobre !a
siltiacion de cada una de las personas se-
ñaladas.
— Hé aquí el de esta noche... acabo de
recibirlo.
— Veamos.
llodin leyó lo que sigue:
— « Jaime Renepont , llamado por otro
nombre Duerme cn-ciieros, ha sido visto
en el interior de la cárcel, por deudas, á
las ocho de esta noche...»
— Este no nos iníjuietará mafíana... Y
va imo... Continuad.
— «La superiora del convento de Santa
« María, advertida por la señora princesa
a de Saint-Dizier, ha creido deber encer-
« rar mas estrechamente aun á las seno-
n ritas llosa y Blanca Simon. A las nuevo
«de esta noche se las ha encerrado en sus
«celdas, y hasta mañana vigilarán lasron-
ALBUM.
« das armadas en el jardin del convenio.»
Por ese lado no hay nada que temer,
gracias á tales precauciones, dijo el padre
d' Aigrigny... Continuad.
— « Prevenido también el ductor líalei-,
«nier por la princesa de Saint-Dizier, si-
«gue haciendo vigilar rigorosamente á la
«señorita de Cardoville; la puerta de su
«pabellón ha sido cerrada con llave ycer-
« rojo á las ocho y tres cuartos.»
— Un motivo menos de inquietud....
: — « En cuanto á Mr. Hardy , continuó
lVodin,he recibido esta mañana una carta
de Tolosa escrita por Mr. de Bressac, su
amigo íntimo, que tan bien nos ha servi-
do alejando á este noanuíacturero , hace
algunos dias; esta carta contiene otra de
Mr. Hardy, dirigida á una persona decon-
íianza. Mr. de Bressac ha creido deber
nterceptarla y enviárnosla como una nue-
■va prueba del éxito de sus diligencias, las
cuales espera que tendremos en cuenta,
añadiendo que por servirnos ha engañado
á su íntimo amigo del modo mas indigno-
ropresentando una odiosa comedia. Así
pues, Mr.de Bressac no duda que tan cs-
celentes oficios serán pagados enviándole
k)S documentos que le colocan bajo nues-
tra absoluta dependencia, puesto que es-
tos documentos pueden perder para siem-
pje á una muger casada que ama apasio-
nadamente Dice, en hn, que debe te-
nerse lástima de la horrible alternativa en
quo se le ha puesto, de ver perdida y des-
honrada la muger que adora ó de hacer
traición de una manera infame á su ami-
go íntimo.
— F,sos clamores adúlteros no merecen
ninguna piedad, respondió desdeñoiaitien-
tc el padre de Aigrigny. Por lo demás,
veremos Mr. de Bressac puede sei nos
ülil todavía. Pero leamos la carta de Mr.
Hardy, ese manufacturero impío y repu-
blicano, digno descendiente por cierto de
tan maldita línea, y que tan importante
era alejar.
— H«^ aqiü la carta de Mr. Hardy, con-
tinuo Hodin; mañana se hará llegar á la
persona que va dirigida.
Uodin leyó lo que sigvie :
« Tolosa 10 de febrero.
« Por fin llega el momento de escribí- .
« ros, mi querido amigo, jy de esplicaros I»
«causa de mi repentina paitida, que si no
« ha debido inquietaros, os habrá soipren-
« dido al menos; os escribo también para
«pediros un favor; en dos |>alnbras, lié
«aquí los hechos: á menudo os l)e habla-
«do de Félix de Bressac, uno de mis ami-
« gos de la infancia , aunque de bastante
« menos edad (|ue yo; siempre nos hemos
«amado con ternura dándonos pruebas
«formales mutuamente de nuestro afecto,
« para que podamos contar el uno con el
«otro: es un hermano para mí. Ya sabéis
« lo que entiendo por estas palabras. Hace
« muchos dias que me escribió desde To-
« losa , donde había ido á pasar algún
« tiempo:
«Si ine amas, ven, te nccesiio Parto
«al instante... Acaso tus cousutlan me da-
« rán valor pora conservar la vida Si
« //e</as(!.< ya tarde... Perdona nw , y acncr~
«dale ulíjiina rcz dd que ftaaia el ftn será
« tu mejor amigo ».
« Vos juzgareis cual seria mi dolor y mi
«espanto: al instante pido caballos; el
« gefe de mi taller, un anciano á(|uien es-
« timo y respeto, padre del gt lierai Si-
« mon, sabiendo que yo marchaba al Mc-
« diodia , me ruega le lleve coiunigo; yo
« debia dejarle algunos dias en el depar-
« tamenlo de la Creuse, dunde quería el
«anciano ver unas máquinas de nueva
«invención. Consentí con tanto mas gus-
« to en este viaje, cuanto que al menos
« tendría con quien desahogarme de la
« pena que me causaba la carta de Bres-
« sac.
« Llego á Tolosa y me dicen que ha
«marchado la víspera llevando armas y
>nh«;a<lo á la nios \iülcnla dosospc-
« raiioo. Kii lin [irinripio no piitl»* >a-
« ber á Junde sv tialiia iliri^iilo, pcTO ni
«cal)o di' di'S dias dtscidiri á fiieiza de
o mutilo Ir.iliajo (nnsf hallalja «?n un pue-
« bli-cillo al iiiif lui «Ml Si'uuitia. Jamás tí
« unadt'î-espt'rddini M nii'j.iiik' : l'slaha su-
n midu en un atiatiuiicnlu ^ink>st^o, su
«silencio era salvaje: al priiuipioeasi me
« rechazó; perú lligamlo ;il colino su lior-
« rible dolur , einpizo a esplayarse puCí) á
« poco, y al calnt de un cuarto de llora cayó
«en mis brazos de.slteclio en lágiimas —
« Teñid ásu lado las pi>tolas raptadas... ün
« dia ina» tartle, aca.-u... no hubiera sido y a
«ijeinpode salvarle... No puedo deciros la
« ■caut.a de sti horrenda desesperación, por-
«que no es un secreto mío; pero al sa
a berla no me ha sorprendido ¿<Jué os
'(diré? Hay que hacer una cura couiple-
a la. .\hora es necesario calmar y cica-
« trizar el alma de este pobre amigo tan
« cruelmente despedazada. So!o es dado
« á la amistad el emprender esta delicada
« larea, y no dejo de tener buena esperan-
« za... Le he decidido á que viajemos por
n algiin tientpo; el movimiento y la dis-
u tracción deben serle favorables Le
a llevo á Niza para donde marchamos ma-
« llana.... Si el quiere prolongar esta es-
ocursion le complaceré, puesto que mis
n negocios no hacen necesaria en Paris mi
'< presencia hasta fines del mes de marzo.
«En cuanto al favor que os pido, es
« coltdicional. He aqui el hecho :
« Según algunos papeles de familia de
«mi madre, parece que podia reportar-
o me cierto interés el hallarme en Paris
«el 13 de febrero en la calledeSan Fran-
u cisco número 3. Aunque he procurado
« informarme, nunca he podido saber mas,
« sino que esta casa , de apariencia muy
" antigua , está cerrada desde hace ciento
X cincuenta años, por cierta rareza de uno
a de mis abuelos maternos, y que debía
«7
« abrirse el 13 «le eslc nus en pre.-encia
«de los euheri'ihros, «|ii«', ^i los tengo m«'
• son desconocidos. N«) pudiend** yo a.<ii>-
« tir, hi> escrito al padie del general Si>
« mon, en «{Uien tengo toda mi con(ian/.i,
« y que se queiló en el deparlamento «le
«la Creuse, previniéndole «|ue ri gre»«' á
« Paris, á lin de encontrarse en la alu r-
« tura de la casa, no como mi apoderado,
« por(|ue esto seria inútil, sino como cu-
« rio>o; y que me haga saber en Niza li)
« que resulte de «'sa voluntad romanre%-
t ca de uno de mis antepasados. Conio
«< podria suceder «pie el gefe de mi la-
« lier llegue demasiado tarde para cum-
« plir esta misión, us aj: a leceró infu.ilo
« que tengáis la bondad de informaros en
« mi casa en el Plessis, si aquel ha llega-
« do, y en el caso contrario os ruego «jiie
« le reemplacéis á la ab.-rtura de la cas.i
«de la calle de San Francisco.
n E>loy sí'giiro de que solo he hecho un
« pcíiurño sacrificio á mi amigo Bre»sac
n en faltar de Paris este dia ; peroaun<]ue
« en realidad lo hubiese sido inmenso, me
« congratiilaria de ello, porque eran ne-
« cesarlos mis cuidados y mi amistad al
« que yo miro como un hermano.
«í Asi pues, os suplico (¡ue no dejéis d«í
« ir á la abertura de esa casa , y que os
« sirváis escribirme á Niza el re>u!tado de
'( vuestra misión de curioso, etc.
« Fra.\<;is<:«> IIakdy. »
— Aunque la presencia del padre d( I
mariscal Simon á la abertura do la casa
no deba ponernos en cuidado, seria pre-
ferible sin embargo que no asistiese, dijo el
padre de Aigrigny , pero no le hace; es-
tando lejos Mr. Hardy, solo debemos pen-
sar en el joven indio.
Eq cuanto á este, continuó el abale
con aire pensativo, se ha obrado con pru-
dencia en dejar partir á Mr. Norval, por-
tador de los presentes de la señorita de
Cardoville para este príncipe. El médico
88
AXBÜIH,
<]ne acompaña á Mr. Norval, ^ que íia
sido elegido por el ductor Baleinier, no
inspirará de ese modo la menor sospe-
cha
— Seguramente, contestó Kodin. Sn
<;arta de ayer es del todo satisfactoria.
— Asi pues tampoco hay nada que te-
mer del príncipe indio, dijo el padre de
Aigrigny , toda va á maravilla.
— En cuanto á Gabriel, repuso Uodin,
ha escrito de nuevo esta mañana para ob-
tener de Vuestra Reverencia la entrevista
que solicita en vano hace tres dias, mu-
cho le ha afectado el rigor del castigo que
se la impuesto prohibiéndole desde hace
cinco dias que salga de nuestra casa.
— Mañana. ... al conducirle á la calle
de San Francisco, le escucharé Â esa
hora pues, dijo el padre de. Aigrigny con
cierto aire de triunfante satisfacción, to-
dos los descendientes de esta familia cuya
presencia podria arruinar nuestros p^ro-
yeclos, están, en la imposibilidad de en-
contrarse mañana antes del mediodía en
la calle d€ San Francisco, por lo que solo
se hallará Gabriel Por fin tocamos aí
término.
Dos golpecitos dados discretamente en
Ja puerta interrumpieron al padre de Ai-
— Adelante, esclamó éste.
Presentóse un criado vestido de negro,
y dijo:
-T-Abajo hay un hombre que desea ^ha-
blar con Mr. Kodin de un asunto muy
urgente.
- — ¿Su nombre? pregunto el padre de
Aiürigny.
—No losé, pero lia dicho que viene
5Íe parte d^ Mr. Josué negociante ¿le
ia isla de J.ayja. .,,.,,
Él ^adrtí de ^i^ri^nv y Rpdiri se mira-
ron con sorpresa y casi con terror.
— Ved quien es ese íiombre..... dijo el
abate áuodin sin poder ocultar su inquie-
tud, y volved en seguidla adarme cuenta.
Después dirigiéndose ai criado que saíia;
— llacedle entrar.
AI ¿eár esto el padre de Aigrigny, hizo
cierta seña espresira á Roditi y desapare-
ció por, una puerta lateral.
Un momento después pareció delante
deliodin, Faringhea, el cx-gefe de la secta
de losEstranguladores, reconociéndole en
seguida por haberle visto en la quinta de
Cardoville.
VA socio no pudü menos de estremecer-
se, pero pareció no querer acordarse áe
este ( crsonsje.
Sin embargo, inclin-.do siempre sobre
su escritorio y haciendo como que no veia
á Faringhea, escribió en seguida algunas
palabras de prisa en un pe azo de papel
C{Utí tenia delante.
— Señor dijo el criado sorprendido
del silencio de Uodin, esta es la persona...
Uodin cerró el billete que acababa de
escribir precipitadamente y dijo al criado:
— Haced que lleven esta carta á donde
dice el sobre y que me traigan la res-
puesta.
El criado saludó y se fué.
Entonces Uodin sin levantarse fijó sus
pequeños ojos de reptil en Faringhea, y
le dijo corlesmente:
— ¿A quién tengo el iionor de hablat*,
caballero?
XVJ.
LUS DOS HERMANOS DE LA BDENA OBRA.
Nació Faringhea en lu India, habia'via-
jado mucho, como queda dicho, y fre-
cuentado las factorías europeas de las di-
ferentes parles del Asia; hablaba bien eí
fi;ancés é inglés y tema grande inteligen-
cia j[ sagacidad , pudiendo decirse que era
completamente civUlzado.
En lugar de resjipndtír á la pregunta de
ftodín, le dirigió una mirada fija y pene-
trante; y este impaciente de tal silencio,
y ipresibtiendo coa lina yaga inquietud
Al.litS'.
b'J
-qtio la llo^iada ili> l'aringliea tetiia nlj^iiiia
relación dirocta ó indirecta con el «loslino
de Djalina , coiiliiuió afectando la mayor
sangre frta.
— ¿A quien tengo cI honor de Iiablar ,
caballero?
• — ¿No me reconocéis? dijo Fariiifílica
dando dos pasos liaciala silla deltudin.
— No creo haber tenido nunca el lio-
-nor de veros, respondió este con frial-
dad.
— Pues yo os reconozco, dijo F.4rin-
ghea , os \í en la (juinla de Cardoville el
dia del naufragio del vapor.
— ¿Hn la quinta de Cardoville? E» po
■sible cabillero; me enconi.raba allí
un dia en que naufragio un inique
— Y en ese dia os be llainndo por vues-
tro nombre: vos me habris preguntado
•<iué deseaba obtener de vos y yo os lie
ro>poiidido : ahora nada hermano
mai larde mucha. ...lia llegadoel niomen-
lo.... y vengo á pediros nmcl»o.
— Caballero, dijo lUidin siempre im-
pasible, antes de continuar esta conver-
sación , basta a(]ui bastante oscura, de-
searwi saber, os repilo, <;on quien tengo
e\ honor de hablar.... Vos habéis entra-
do a.|ui bajo preteslo de una comisión de
Mr. Jüsuó Van-Dael negociante res-
petable de Batavia, y....
— ¿Conocéis la letra de M. Josué? di-
jo Fdriii^hea interrumpiendo ¿ Kodin.
— íVrreciamente.
— M.rad.
Y >dcando del bolsillo ¡a larga carta
<jue el meslizo habia sustraído á Mahal,
el contrabandista de Java, después que
le hubo estrangulado en liatavía, la puso
á la vista de Rodin sin sol'arla.
— Kn efecto, es la letra de Josué, di-
jo Uodin alargando la mano hacia la car-
ta , pero Farmgliea la retiró con pronti-
tud y se la metió en el bolsillo.
— Permitidme que os diga, caballero,
«pie vuestro modode hacer las comisiones
es bien singular.... dijo Kodin. Fsa carta
está (lirijida á mi... y pucsloqiic Mr. Jo-
sué 08 la ha conliado para que me la en-
iTegueis.... deberíais
— Esta carta no me la ha confiado. Mr.
Josué, interrumpió Faringhea.
— ¿Como ha llegado t,iiio á vuestro po-
der?
— Me engañó uo contrabandi.slade Ja-
va al que Mr. Josué pagó el pasage para
Alejandría, entregándole esta caita con
el fin de que la condujese hasta la mala
de Europa. Yo he estrangulado al con-
trabandista, le he quitado Ja carta, he
hecho la travesía — y heme aqui
El estrangulador pronunció estas pala-
bras con una jactancia feroz: su mirada
torva é intrépida no se inclinó ante la mi-
rada penetrante de Kodin, que á esta
confesión estraña , alzó la cabeza viva-
mente para observar á este personaje.
Faiinghea creyó sorprender ó intimi-
dar á Rodin con esta especie de feroz fan-
farronada; pero con grande admiración
suya, el .socio, siempre impasible como un
cadáver, le dijo fan solo:
— ¡Ah!... ¿ también seestrangula... en
Java ?
— "Como en otras partes contestó
Faringliea con una amarga sonrisa.
— No quiero creeros;... pero noto en
vos una sinceridad sorprendente.. . . ¿ vues •
tro nombre?
— Faringliea.
— Y bien, caballero Faringhea ¿qué
queréis decir con eso? vos os habéis apo-
derado , por medio de un crimen abomi-
nable, de una carta que me pertenece ;
ahora vaciláis en entregármela....
— Porque la he leído.... y puede ser-
virme de mucho.
— ¡ .\h ! ¿la habéis leído? csclamó Ro-
din un rioco turbado. Después continuó;
— verdiidea (jiu stgunel modo de entar
i3'
'■90
gatos de la correspondencia de otros , no
hay que esperar una estremnda discre-
ción de vuestra parto.... ¡ Y quó iiabeis
leído que tan útil pueda seros en esa car-
ta de Mr. Josué?
— He leído, hermano... que sois como
yo un hijo de la Huena Obra.
— ¿Deque Buena Obra queréis liablar-
-me? preguntó Uodin bástanle admirado.
Faringhea respondió con cierta espre-
sion de amarga ironía:
— Josué os dice en su carta:
Obediencia y valor , secreto 'y paciencia ,
artificio y audacia, union entre vosotros
que tenemos por patria el mundo, por fa-
milia los de nuestra Orden, y por nina
Boma.
— Posible es que Mr. Josué me escriba
itodoeso; pero ¿qué consecuencia sacáis
-de alu', caballero?
— Nuestra Obra, hermano, ti^ne como
la vuestra el mundo por patria; nosotros
como vos tciu'inos por tamiiia nuestros
cómplices y por reina Bohwanie.
— Yo conozco á esa santa , dijo Rodin
con humildad.
— Es nuestra Roma , repuso el estran
"iilador; y en seguida continuó: Josué
sigue liablándos de los de vuestra Obra,
los cuales esparcidos por la faz de '-^ tier-
ra trabajan por la gloria de Roma ; que
PS vuestra Reina. Los de la nuestra tra-
bajan por su parte por la de Bohwanie.
— ¿Y quienes son esos hijos de Bohwa-
nie , señor Faringhea?
— Hombres resueltos, audaces, astutos,
pacientes, torcos, que para conseguir el
triunfo de la Buena Obra, sacrificarán
su pais, su padre, madre, hermanas y
hermanos, y que consideran como ene-
migos á todos los que no pertenecen á su
secta.
— Me parece que hay alguna cosa bue
na en ese espíritu persistente y relijiosa-
inente esclusivo de esa asociación , dijo
ikLETJM,
Rodin con air- modesto y beato. P^w>
sería menester conocer su objeto y sus
fines.
— Del mismo modu que vos , hacemos
cadáveres.
— ^¡ Cadáveres ! esclamó Rodin.
— Josué os dice en su carta, repuso
Faringhea : La mayor gloria de nuestra
Orden es hacer del hombre un cadáver.
Nuestra secta hace otro tanto. La muer-
te de los hombres es grata á Bohwanie.
— Pero advertid, repuso Rodin, qtre
Mr. Josué habla del alma^ de la voluntad
y del pensamiento, facultades que debo»»
quedar aniquiladas por la fuerza de la dis-
ciplina.
A pesar de su aparente tranquilidad,
Rodin no veia en Faringhea sin un se-
creto temor mas que el encubridor de
una larga carta de Josvié-en la cual nece-
sariarrrente se trataba de Djalma. Estala
casi cierto de haber puesto al joven indk»
en la imposibilidad de hallarse en Paris
al dia siguiente: pero ignorándolas rela-
ciones que en el naufragio habrían podi-
do contraer el príncipe y el mestizo, cüh-
sidera á Faringhea como un hombre su-
mamente peligroso.
Rodin continuó pues con una especie
de ironía desdeñosa :
— Vos pertenecéis á una secta homici-
da de la India , y mediante una traspa-
rente alegoría queréis darme que pensar
sobre la suertedel hombrea quien habéis
sustraído las caitas que me venían diriji-
das ; por lo tanto me tomaré la libertad
de tiaceros observar que nosotros no ma-
tamos á nadie, y que si os ocurre el ca-
pricho de querer convertir á alguno en
un cadáver por amor de vuestra divina
Bohwanif , os corlarán la cabeza por el
de otra divinidad llamada justicia.
— ¿Y qué me harían si yo hubiese in-
tentado envenenar á alguien?
— Os advertiré ademas que no tengo
'yjfl.yr
Ti i
*ficmpi) <!o Iiaroi ii:itiiiM) <lij jutispriMiiii-
ci.i criminal, riiiíaiiu-iih' os aociixj') <Hi<.'
i'vili'is la tfiitaciuri ile i-strangiilar óeiive-
iw'iiar ¿ nadie: por ñUinio, ¿(|tit'rc'is en-
Irt'garnie las i-artas do Mr, Josui^?
— ¿Las rrlalivas al priíaipií Djahna?
•dijo el niosli/.i).
Y diciemlii islo miró /Hlriilaincnteá Uo-
din, quion á pesar de sus cuidados per-
inaiKció (irme y rospuidió con la n>ayor
sencillez:
— Como igiuiro el conlenido de las car-
tas que leñéis en vuestro poder, tne es
imposible responderos. Os niego, ó por
mejor decir, exijo (jueme entreguéis e>aí
cartas tS (jul* salgáis de a(|ui.
— Hermano, no, pasarán tnuclios mi-
nutos sin que njc supliquéis (¡ue Mié quede.
— Lo dudo.
— Pocas palabras serán suficientes para
liacer este milagro. Si os he liablado de
envenenamiento, la razón es, hermano
mió, (]uc habéis en\iado un médico
al palacio de Cardoville para envenenar...
momentáneamente al príncipe Djalma.
Rodin se estremeció un poco involun-
tariamenle, y repuso:
— No os entiendo.
— Tenéis razón; yo soy «m eslrangero
que sin duda tiene algún acento; .sin em-
bargo procuraré esplicarme nu'jor. Sé por
las cartas de Josué cuanto intci'és tenéis
en que Djalma no se halle aquí ma-
ñana, y todo cuanto habéis hecho para
conseguir este objeto ¿Me entendéis
ahora?
— No tengo nada que responder á eso.
Dos golpes que dieron á la puerta in-
terrumiiieron la conversación.
— Adelante, dijo Rodin.
— La carta ha sido entregada, dijo un
criado viijo al entrar; aqui está la res-
puesta.
Rodin lomó el papel y antes de desdo-
blar o dijo á Faringh a :
— (Ion vuestro perm'so.
— No os incouioilei», respondié el mes-
tizo.
— Sois demasiado bondadoso, repU'O
Rodin, (]uien después de haln-r leid » es-
cribió rápidaineiile algunas palabras al pié
de la respui.'sta t|iic acjbabaii de Iraerli',
y dij>) al criado devolviéndole el pa[)el.
— Volved á llevar esta carta.
El criado se inclinó respetuosamente y
desapareció,
— ¿Puedo continuar? preguntó el mes-
tizo.
— Con toda libertaJ.
— .\ntes de ayer, >iguió Faringlua, en
el monu-nto en cjue el príncipe, á pesar
de su herida , iba , por con^ej.) mió, á sa-
lir para Paris, llegó un soberbio coche
con magnílicos regalos destinados á Djal-
ma y enviados por un desconocido. I*"n
-este coche venían dos hombres; el uno do
parte del desconocido; el otro era lui mé-
dico que vos enviabais para cuidar a
Djalnfa y para acompafiarie en su viage
hasta París. Esto es una cosa caritativa,
¿no es \erdad , hermano mío?
— Continuad vuestra historia.
— Djalma parti(') ayer. El médico de-
claró (jiie la herida del príncipe em[)eo-
raria si no iba echado en el coche; asi crey«'>
desembarazarse del desconocido, quion
por su parte salió ant(S para i'aris: des-
pués quiso alejarme á mi; pero [)jalnia
insistió en lo contrario, y el médico, el
príncipe y yo nos pusirios jtuilos en ca-
mino. Ayer noche estábamos á la milad
del camino, cuando el médico declaró que
era necesario detenerse en una posada,
pretendiendo que había tiempo suncicnlc
para llegar París el día siguiente en la no-
che. Pero el príncipe declaró que (¡ueria
absolutamente llegar en la noche del 12.
El médico hizo los mayores esfuerzos para
partir solo con el príncipe; pero yo sabia
por la carta de Josué que teníais grande.
92 Al-BUltl.
interós en que Djalim no se liallase aíjiii
•el 13: esto me dio algunas sospechas y
•prcgunlé al médico si os conocía: respon-
dióme algo embarazado, lo cual hizo ccn-
Tertir mis sospechas en certezas. Cuando
llegamos á la posada y mientras que el
módico estaba cuidando á rjalnia , subí
al cuarto del doctor y exauiiné su casa
que estaba llena de frascos: uno de estos
•contenia opio y adiviné.
— ¿Qué adivinasteis?
— Voy á dec¡r(slo. El médico dijo á
Djalma antes de retirarse: « Vuestra he-
rida no va mal, pero la fatiga causada por
el viaje podria inflamarla, por cuya razón
tío seria malo lomar mañana por la ma-
lla una poción calmante qiie voy á pre-
parar esta noche para tenerla dispue>ta
en el coche. » El cálculo del médico era
muy sencillo; á la mañana siguiente, que
i'fa (Kecisamente el dia de hoy, elprínci
pe tomaria la poción á las cinco de 'a
tarde y de sus resultas se dormiría pro-
fundamente^ Entonces haría suspender el
\iaje pretestando algún cuidado y decla-
rando que había una absoluta imposibili-
-dad en continuarlo : en esto se pasa-
ba la noche y haría prolongar el sueño
todo el tiempo conveniente. Tal era vues
tro designio; me ha parecido hábil y por
lo tantj he querido que me sirviese y lo-
<lo nui ha salido á medida del deseo.
— Todo eso qtie estais diciendo, es he
breo para mí, saltó llodin mordiéndose
'las uñas.
— Tal vez á causa de mi acento, no es
verdad? Pero decidme, ¿conocéis el arrai/
911011' 1
— No.
— No importa, yo os lo diré, líl array
tnow es una admirable producción de la
isla de Java, fecunda en tósigos.
— ¿Y eso qué me importa? dijo Rodín
con voz breve y casi sin poder disimular
su ansiedad que iba cada vea en aumento.
— Al contraría, os importa njucho.Tío-
sotros los hijos -de Bohwanie nos horrori-
zamos de derramar sangre, repuso Faring-
hea , y para echar impunemente el lazo
al cuello de niR'Sfras víctimas esperamos
à que estén dormidas. Cuando su sueiïo
no es bastante profundo, lo aumentamos
segHn nos parece; en esto somos muyhá-
hilos". fio liay serpiente que sea mas astu-
ta, ni león mas audaz. Djalma lleva nues-
tra marca. V.\ array ntow es un polvo im-
pal|iab!i% y haciendo re>p¡rar una corta
dosN duriu.te el sueño, o mezclándola con
el tabaco dii una pipa cuando se esté des-
pierto. So hace caer á la víctima en un le-
targo del que nada puede sacarla. Sihay te-
mor de siiministrar en una sola vez una
dosis demasiado fuerte, la hacemos aspi-
rar muchas veces durante el sueño y asi
poik-mos di'jar sin riesgo á un hombre,
tanto tiempo cuuio se ([uiora sin comer ni
beiier... por (jiTüplo 30 á M) horas: ya
\ei,-; cuan conuin es el usodelrjpioeiK.om-
paiacion de este divino narcótico. Yo trai-
go de Java ciL-ita cantidad , solo por ciuio-
sidad... y sin olvidar el cniítraveneno.
— ¡Ah! ¡con (¡uc hay una contravene-
no? dijo maíjuinalrrente Uodin.
— Del niísmo modo que hay gentes en-
teramente contrarias á lo que somos no-
sotros los hermanos de la buena Obra...,
Î.OS naturales de Java llaman Touvoe al
jugo de esta raix, el cual disipa el letargo
causado por el array //íoíc, del mismo mo-
do tjue el sol d¡^i|)a las nulies. Ayer noche
estando yo persuadi<io de los proyectos de
vuestro emisario sobre Pjalma , esperé á
(jue el UíéJico se acostase y qtiedase dor-
mido... Ütspu(!S me introduje arrastrando
en SU cuarto y le hice aspirar cierta dosis
de este narcótico, en términos que toda-
vía debe estar durmiendo...
— ¡Desgraciado! esclamó Rodin cada
voz mas asustado con la relación de Fa-
ringlica, porque eíle daba un golpe terri-
ALKUM
ble á las maquinaciones del socit» y de si^
adeptos Os habeii ospuesto á cnvcne
nar al médico.
— Del mismo modo que este se esptiso
á enrenenar á Djaltna, herm.ino. Kr» lin
esta mañaita salimos dejando al mrdico
sepultado en un profundo sueno. Djalma
y yo estábamos solos en el coche, el prín-
cipe fumaba como un verdadero indio en
su pipa, y habiendo yo echado un poco de
nrray moic se quedó ligeramente dormi-
do : á esta hora está ,en la posada donde
«os apeamos. Ahora, hermano, solo de-
pende de mí dejar á Djalma en su letargo
que durará hasta mañana por la noche...
ó de sacarle de é\ al instante. Asi, según
el ánimo que tengáis de satisfacer ó no á
mi petición, Djalma podrá ú no encontrar-
se mañana en la calle de San Francisco
tuímero 3,
Diciendo esto, Faringhea sacó de sii bol-
sillo la medalla de Djalma, y díj(>á Uodin
enseñándosela :
— Ya veisque he dicho la verdad. Mien-
tras Djalma dormía le he cojido su meda-
lla , único indicio que hay d<íl sitio donde
debe hallarse mañana : así concluyo por
donde he empezado al deciros: « Herma-
no, vengo á pediros mucho.»
Hacia algunos momentos que Uodin,
según costumbre cuando se hallaba sumi-
do en una violenta tlisesperacion , se es-
taba mordiendo las uñas hasta hacer sal-
tar la sangre.
Vm este momento se oyeron tros cam-
panillazos dados á ciertos intervalos y de
un modo particular.
Uodin no pareció advertirlo, y sin em-
bargo sus ojos se animaron. — Mientras
que Faringhea le miraba, con lt)s brazos
cruzados y de un modo desdeñoso , el so-
fio bají) la cabeza y se quedó en silencio,
lomó maquinnlmente una pluma, mordió
algunos instantes las barbas rellexionando
en lo qiie el mesti/o acababa de decirle.
93
Kn íin soltando de pronte la pluma se vol-
vió á Faringhea y le dijo con el mayor des-
precio :
— ¿Creéis, amigo, venir á burlaros de
las gentes con vuestras pretendidas histo-
rias?
Kl mestizo atónito á pesar de su auda-
cia retrocedió algunos pasos.
— ¡Cómo! repuso Rodin, ¿venís á una
casa respetable para hacer alarde d« ha-
ber sustraído una correspondencia, estran-
gulado á unos, y envenenado á otros? Eso
es un delirio: he querido escucharos has-
ta el fm para ver hasta donde llega vues-
tra audacia... porque es menester ser un
monstruo para venir de ese modoá lison-
jearse de haber cometido semejantes crí-
menes. Supongo que esto solo existía en
vuestra imaginación.
Uodin, al pronunciar estas palabras con
cierta viveza qtie no le era natural, se le-
vantó y se acercó poco á poco á la chime-
nea, al mismo tiempo que Faringhea, el
cual no volvía en sí de su espanto, le con-
templaba en silencio: al cabo de algunos
instantes, le dijo con aire sombrío y feroz:
— Cuidado hermano, no me obliguéis á
probaros que i\e dicho la verdad.
— Confieso, saltó Uodin, que es menes-
ter venir de los .\ntípodas para creer que
los franceses se d»*jan engañar tan fá-
cilmente. Habéis dicho que tenéis la pru-
dencia de una serpiente y el valor de un
león. Por mi parte, ignoro si sois un león
valiente, pero en cuanto á prudencia
lo niego. jComo! ¿tenéis en vuestro poder
lina carta de Josué que puede comprome-
terme (suponiendo que todo esto sea ver-
dad), el príncipe Djalma está sun)ido en
un profundo sueño (|ue puede coadyuvar
á mis proyectos y del cual solo vos podéis
sacarle; podéis, según decís, dar un golpe
terrbile á mis intcroscs, y no reflecsio-
nais que lo que yo (juiero es ganar única -
meiili- -ii liora>? ¿Llegáis á París desdo
•21'
94
ALBUM.
cl '^fondo de la India, sois esfrangcro y
desconocido de todos, y me creéis tan
malvado como vos , supuesto que nie Ma-
rnais hermano, sin jK'nsar que estais aqui
bajo mi férula, que esta calle es solitaria,
la casa aislada, y que en el momento que
quiera puedo tener á mi disposición Ireo ó
cuatro personas copares de maniatarosen
un segundo, por estrangul.! Jor queseáis?
Con solo tirar del cordon de la campanilla
sqís perdido, añadió Uodin , cojiendo el
llamador. Pero, no ten)ais,, prosiguió con
una sonrisa diabólica» viendo que Farin-
ghea hizo un movimientode sorpresa y de
terror. ¿Creéis acaso que os advertirla si
yo quisiese poner en ejecución lo que es-
toy diciendo? Veamos, responded. Atado
y puesto 24 horas en sílio seguro ¿como
;podriais perjudicarme? ¿no me seria fácil
etttonces apoderarme de los papeles de Jo-
sué y delamedüüade Djalma? Ya lo veis,
vuestras amenazas son inútiles.... porque
se fundan en mentiras y porque no es ver-
dad que el príncipe está aqui y en vues-
tro poder.... SaüJ de aqui, y otra \ez
cuaodo queráis embaucar á las gentes,
escojedlas mejor.
— Voy á marcharme, respondió Farin-
ghea, pero antes, oid una palabra su
puesto qwe creéis que miento.
— Estoy s(guro de ello; habéis venido
á contarme una multitud de fábulas, y
ya he perdido mucho tiempo en escucha-
ros.... os dispenso de lo demás ya es
tarde , y os suplico que me dejéis solo.
— Solo me detendré un minuto.... veo
que sois un honibre á quien no debe
ocultársele nada, dijo Faringhea: á estas
horas no puedo ir á esperar de DjaltJia
mas que una especie de limosna porijueir
á un hombre de su carácter «dadme mu-
cho pues pudiendo venderos no lo he he-
dió » seria atraerme su encono y su des-
precio. Veinte veces hubiera podido ma-
tarle, pero todavía no ha llegado la hora,
dijo el estranguiador con aire sonibrio, ^
para esperar ese momento y otros mas
fimestos aun, necesito oro, mucho oro...
V^os solo podéis dármelo pagándome mi
traición, porque esta solo á vos puede se-
ros útil. Os negáis á oirme porque creéis
que miento. 8é las senas de la podada
donde nos hemos apeado; vedlas aqui.;
enviad un hombre para que se cerciore de
loque he dicho, y entonces daréis mas
crédito á mis palabras ; pero el precio de
mi traición será subido; ya os he di choque
pediré mucho.
Al pronunciar estas pa^braíFaringlie»
presentó á Rodin un impreso.
— Tomadle , y cercioraos de que no
miento.
—¿Que es esto? saltó Rodin echando
con descuido una mirada en el impreso
que leyó con ansiedad , pero sin locarlo.
— Leedlo, repitió el mestizo, asi podréis
cercioraros de que.. .
— Verdaderamente, repuso Rodin se-
parando el impí eso, vuestra impudencia
me confunde. Os repilo que no (juirto (•-
ner nada que ver con vuestra [nrsona , y
por la úitiuia vez os aconsejo que os leti-
réis Ignoro quien es el príncipe Ojal-
ma Pretendéis que podéis hacerme
mal.... no temáis nada, haced lo que
queráis, pero por el amor del cielo salid
de aqu'..
Y diciendo esto, Rodin tiró fuertemente
del cordon de la campanilla.
Faringhea hizo un movimiento como
queriendo ponerse en defensa.
En este momento se presentó un criado
viejo.
— l.iipierre... alumbrad al señor, ledi-
jo Rodin señalándole á Faringhea.
Este á quien la calma de Rodin llegó á
imponerle, .no sabia que hacer.
— ¿Que esperáis? le dijo Rodin que ad-
virtió su inquietud y sus dudas; deseo es-
lar solo.
VLBVII.
^.
— -¿t^on qiu' rt'Iuisais niw ofi'rla>? It^fli-
jo |)(>r último il mr>tizorctir;índosi'!('¡ita-
fiM'iil»» y acidanilo liara atrás. ¡Cuidado,
mañana scr.-^ ya tardf!
— Fflici Md<s , amigo mió , 't* respondió
Hodin incKiiáiidosc.
Fl estraii¡;iilador sp marchó.
La puerta volvió á cerrarse.
Al cabo de un corlo momento se pre-
sentó elpadrede Aiyrigny con el semblan-
te páüdo y de>lif;urado.
— ¿t^íue habéis hecho? esclamó diri-
giéndose a Uoilm. Todo lo lie oido. Estoy
persuadido de que ese miserable decia
verdad: el indio está bajo su férula y aho-
ra va á su casa.
— No lo creo asi, dijo humildemente
Rodil) iticl.itiánduse.
— ¿Y tji.ien podrá impedírselo?
— Permitidme (Cuando lun intiodu
cido aquí á ese malvado, le nc reconocido
al inslanle; asi es que antes de hablar con
él, he escrito cuatro palabras á Morokque
esperaba las órdenes de V. U. tn la sala
baja, en compafíia de (loliat: durante el
curso de la coovcisacion, y al instante
qii.' me trajeron su respuesta le he vuelto
á escribir dándole nuevas órdt.'.- s y vien-
do el !>es^o (|ue lomaban las co^ó .
— ¿Y á qué viene todo eso nue^to que
este hombre acaba de salir de aiiui?
— \ uesira Reverencia habrá observa-
do que solo lo ha liccho después que yo
he leído las señas de la posada donde está
el indio. Si Faringl.ea no lo hubiera he-
cho a«.i, hubiera caído en manes de fîo-
lial y de Muruk que le esperaban en la
calle y á dos pasos de la puerta. Sin esta
precaución nos hubiéramos visto muy em-
barazados ignorando el sitio donde habita
Itjalma.
— ¡Siempre la niis.na violencia! dijo
d'Aigrigny con repugnancia.
— Ks sensible, mtiy sensible, repuso
Rodin , pero ha sido necesario seguir el
sistema adoptado hasta aqui.
— ¿(Juereis reconvenirme? dijo el Pa-
dre de Aigrigny que empezaba á coimíCí r
(jue llodin era otra cosa difi-renle que
una má({uina.
— Nunca me aln vería á esa senrejan-
le, dijo Rodin in(liiián<lose casi ha«.|a »l
suelo; lo que se trata es lioicamenlc de
detener á este hombro veinte y cuatro
horas.
— ¿Y después? ¿Y si se queja?
— Semejantes bandidas no se atrevrn
nunca á quejarse: ademas, ha salido de
aqui con toda libertad : Morok y Cioliüt
le taparán los ojos después de haberse
apoderado de él. La casa tiene una en-
trada por la culU' virja de lus Ursinos, y á
tala hora y con el huracán que hace, el
barrioestá enteramente desierto. Le \u>i\-
dráii en una cueva de! edificio nuevo; y
mañana por la noche, á la misiiia hora ,
se le dará iibeitad con iguales precau..io'
nes. Ln cuanto al indio, ya sabemos don
de se le haliará : ahora debemos enviar
una persona de confianza , y si sale de sii
letargo.... hcy un medio muy «^etícillo y
sobre todo nada violento, á lo que yo creo,
de ab'jnrie durante el dia de mañana de
la calle de S. Francisco.
Eu este móntenlo volvió a! gabinete el
mismo ciiado que había acompañado a
Faringhca al enirar y al salir dopues de
haber llamado discretamente: tiaia una
especie de saco de uamii/a (¡ue entregó u
Rodin diciéndole :
— Hé aqui lo que acaba de traer Morok;
ha eitrado por la calle Vieja.
Kl criado voUió á salir.
Rodin abrió el saco y dijo al Padre de
Aigrigny enstñándole los siguientes ob-
jetos :
— La meda'la y la carta de Josué. .Mo-
rok ha sido diestro y espedito.
— Otro riesgo evitado, dijo el marqués:
es sensible lener que recurrir á semejan-
tes medios.
96
ALBUM.
— ¿A quién se dvben achacar sino al
miserable que nos poni' en la précision d*»
valerse de ellos? Vuy á enviar al instante
un homtire á la posada del indio.
— Y á las siete de la mailana conduci-
réis á Gabriel á la calle de San Francisco,
dundo lü hablaré , al cabo de tres días
que tiene solicitada esta conversación.
— Ya le he avisado esta noche y no íal
tara.
— En fin repuso el marqués, al cabo
de tantas luchas y temores, después de
tantos contratiempos, solo nos separan
pocas lloras del momento solemne que
tanto tiempo hemos esperado.
Vamos á conducir al lector á la casa de
la callo de San Francisco.
EL. 13 IIE FEBRERO.
XVII.
LA CASA DE LA CALLE DE SAN FRANCISCO.
Rntrando en la calle de San Gervasio
por la Dorada (en el Marais) se veia en
la época de estos sucesos una pared de
una altura enorme, cuyas negras y car-
comidas piedras manifestaban bastante la
antigüedad de su fecha ; esta pared , que
se prolongaba por casi toda la estension
de aijuella calle solitaria , servia de para-
peto á ima azotea coronada de árboles se
otilares plantados de aijiiel modo á cua-
renta pies de elevación sobre el nivel del
empedrado : en're sus espesas ramas se
veia el frontis de piedra , el techo agudo
y las grandes chimeneas de ladrillo de una
antigua casa cuya entrada estabü situada
en la calle de San Francisco número 3,
no lejos de U esquina de la calle de San
Gervasio.
Nada mas triste que el esterior de aquel
cdilicio; por aquel lado se componía de
una pared muy elevada , en la que se
veian dos ó tres claraboyas, especie de
troneras, armadas de formidíiibles rejas
de hierro. Una puerta cochera de encina
m.aciïa con barras de hierro, daveteada
en tuda su estension y cuyo color primi-
tivo liabia sido sustituido con una espesa
mano de lodo, de polvo y molió, se adap-'
taba , formando bóveda , al arco de un
semicírculo; en una de las espaciosas lió-
las de esta maciza puerta se abría un pos-
tigo que servia de entrada al judio Sa-
muel , conscrge de esta sombría habita-
ción .
Kn el inferior seguía una bóveda for-
mada por el edificio que daba á la calle,
y en el cual se hallaba la habitación de
Samuel, cuyas ventanas se abrían sobre
un patio interior muy estenso dividido por
una verja á cuya parle opuesta habia un
jardín.
En el centro de este se veía una casa de
piedra de dos pisos, y la entrada era tan
dita, que era preciso subir veinte escalo-
nes para llegar á la puerta (|ue estaba ta-
piada cincuenta años hacia.
Los postigos de las ventanas de esta ha-
bitación habían sido reemplazados porenor-
mes placas de plomo, herméticamente sol-
Al. i m*.
07
(^jJas y aseguradas á ÍiktIi's miros dü
Ifiierrü tM>;'arzdfl'>> en la pií-dra. (¡on <M (ib-
ji'lü do inlerci'|)lar el aire y la Iti/. y de
ovilar ciiali^uier degradación iiileiiorn es
terior , liabían cubierto el tedio e<iii otras
placas de plomo, i¡j;nalmeMlo (|iie !.l^ l)o-
CJS de las altas cliiineiieas de ladrillo, las
ciialoá Ijaliiaii b'uk» de aiileinano la^jiadas
y cerradas.
licúales preeauciiMies so lial>iaii tviiuado
con lili poiiueiu) mirador cuadrado qtre
coronaba la casa, cubriendo mi cavidad con
una esni'cie de capa soldada a! leciio. Las
cuatro placas de plomo (]ue cubrían los
contados de este mirador, correspondían
exaclnmeiite á li)s cuatro pilotos eardina-
Ic^ y estaban taladradas con siete agujeros
redondos, dispuestos en foroia de cruz,
que se (bslínguian perfectamente desde
afuera.
tíracias á estas precauciones y á la só-
lida'construcción del edificio, apends lia-
liia sid>) necesario hacer algunas couí pos-
turas esleriores, y lus cuartos enteramen-
te libres de la infliiüiioia del aire eslerior,
debían estar hacia un siglo tan intactos
c<jmo cuando los cef rafon.
\'A aspeclode las paredes cuarteadas, de
los postigos carcor.iidos y rotos, de un te-
cho medio hendido, de las ventanas llenas
(\c pariel.rria , liubiera sido tal vez menos
Irislo íjue la vista de esta casa de piedra
ílifi-ndids con el hierro y con el plomo y
onsdBV'.Tca como si fuera un sepi¡l ro,
Kl jaidiii completainente alntid mndo y
rn elfjiii' s do entraba el judío Samuel pa-
ra hacer cada ocho días una pisquisa j^re-
sejitaí)a, pnrticularrnent • en verano, una
iiicrcible pri»fusíon de plantas y de male-
y.a. Los árboles sin cuidar habian estendi-
íJo y mezclado por todas parle?» sus ramas:
algunas parras, reproducidas en varios si-
tíos, elevaban sus troncos y cubrían la su-
perficie eslerior con susinnunierables sar-
mientos.
Imposible era atrav»>var e5tcíins']ue tír-
peii , sino por un send-ro hecho por el
suarda y <|ue conducía desde la verja has-
ta la casa, cuyas inm<'diaciones formaban
plano inctinado para hacer escurrir las
aguas y habian sido cuidadosamente en-
losadas en una eslension de dos pies de
ancho.
Había tambieitolro caininitn practicado
alrededor de las paredes, el cual era visi-
tado todas las noches ¡por dos ó tres enor-
mes perros de los Pirineos, cuya raza fiel
se había perpetuado de aquel modo en
aquella casa durante siglo y medio.
Tal era la habitación destinada á servir
de p«into de reunión á los descendientes
de la familia de Kenneponf.
La noche que separaba el dia 12 del 13
de febrero estaba á punto de linalizar.
La calma sucedió á la tormenta y la Ihi'
via habia cesado; el cielo estaba puro y
estrellado; la luna, cerca de su ocaso, es-
parda un dulce reflejo y una claridad me-
lancólica sobre aquella cosa abandonada y
silenciosa cuya ptierta no habia pisado ser
humano hacia tantos años.
Utia viva claridad que se divisaba por
una de las ventanas de la casa del guarda
anunciaba (|ue el judío Samuel no se ha-
bia acostado.
Figiírese el lector un espacioso cuarto
cuijíerto de arriba á bajo de grandes lis-
tones de nogal, ya casi negros á fuerza de
vejez; d<<s tizones medio apagados hume*»
ban aun entre las frías cenizas; en la me-
seta de esta chimenea de piedra pintada
de color de granito se hallaba un viejo
candelerode hierro con una meztiuina ve-
la de sebo cubierta con un apagador, y á
su lado iiu par de pistolas de dos cañones
y un cuchillo de monte perfectamente afi-
lado, cuyo puño de bronce cincelado per-
tenecía al siglo XVII : ademas de esto,
veíase en un rincón una pesada carabina.
Cuatro bancos sin respaldo, un viejo
98 ALBUM.
armario de encina y una mesa cuadrada
de pies torcidos, componían todo el mue-
blaje de este cuarto. En la pared estaban
simétricamente colgadas varias llaves de
diferentes tamaños y cuya forma anuncia-
ba su antigüedad : cada tma de estas lla-
ves tenia atado al ojo un letrero.
El fondo del viejo armario de encina te-
nia un secreto de resorte y estaba intro-
ducido en un bastidor, en cuya pared se
veía una ancha y piofunda caja de hierro,
cuya tapa abierta dejaba ver el maravi-
lloso mecanismo de una de aquellas cerra-
duras florentinas del siglo xvi.'que prefe-
ribles á todas las invenciones modernas,
desatiaban á todo género de fracción ; sus
«sposas paredes estaban cubiertas de una
tela de amianto para impedir en caso de
incendio, la destrucción de los objetos que
esta caja contenia.
Sobre un banco se hallaba un cajón de
cedrx) con numerosos papeles esmerada-
mente clasiQcados y rotulados.
El viejo Samuel estaba escribiendo, á
la luz de una lámpara de cobre, sobre un
pequetlo registro á medida que su muger
Belsabé dictaba leyendo en un librito.
Samuel podía tener entonces como unos
82 anos, y á pesar de su avanzada edad
una espesa cabellera canosa y crespuda
cubría su cabeza: era pequeíío, flaco, ner-
vioso, y la involuntaria petulancia do sus
movimientos manifestaba que los anos no
habían debilitado su energía y su activí-
<lad, aunque en el barrio, donde se pre-
sentaba raras veces, afectaba parecer casi
joven según había dicho Kodin al padre
de Aigrigny.
Una vieja bala de barragan color de
castaña cubría enteramente el cuerpo del
anciano y caía hasta sus pies.
Las facciones de Samuel ofrecían el ti-
po puro y oriental de su raza : su ciítis
era mate y amarillento; su nariz aguile-
ña, eo su barba sobresalía una mecha de
pelos : sus marcados juanetes «citaban so-
bre sus descarnadas mejillas una sombra
bastante dura. Su fisonomía estaba llena
de inteligencia, de astucia y sagacidad. Su
frente, ancha y elevada, anunciaba la rec-
titud, la franqueza y la firmeza ; sus ojos,
negros y brillantes como los de los árabes,
tenían un mirar dulce y penetrante.
Su mujer Betsabé, que tenia quince años
menosque él, era alta y estaba vestida en-
teramente de negro. Una almidonaiia gor-
ra lisa de lin( n que recordaba el severo
peinado de las matronas holandesas, ceñía
su pálido y austero rostro, que en otro
tiempo había sido estremadainente bello;
algunas arrugas provenientes del frunci-
miento casi continuo de sus canas cejas ,
manifestaban que esta muger se hallaba
agoviada muchas veces bajo el pesode una
profunda tristeza. En aquel mismo mo-
mento la fisonomía de Betsabé manifesta-
ba un dolor indecible: sus miradas eran
fijas y su cabeza estaba inclinada hacia el
pecho: había dejado caer sobie sus rodi-
llas Sil mano derecha, en la cual lenia una
pequeña cartera; y con la iz(|uíerda apre-
taba convulsivamente, una trenza do ca-
bellos tan negros como el collar dejazaba-
cFieque llevaba al cuello. Esta espesa tren-
za estaba metida en un medallón de oro
cuadrado del tamaño í>e una pulgada :
bajo una placa de cristal se veía un peda-
zo de tela doblada en cuadro y ca:i ente-
ramente n^anchada de un rujo sombría,
color de sangre mucho tiempo seca.
Al cabo de un instante de silencio, du-
rante el cual Samuel escribía en su regis-
tro, dijo leyendo co alta voz lo que aca-
baba de escribir.
Ademas, 5,000 metálicas iauslríacas de
1,000 (lorines, y con la fecha del 19 de
octubre de 1820.
Kn seguida añadió levantando la cabeza
y dirigiéndose á su mujer :
ALHÜS
— ;ïï>l4s «;o^i)ra ijiic es oso, Belsabó?
j;lias (*oin|)nraii>> t>ii el libro?
Kctsabé lio res|)o')(li»'i.
h.iiniicl 1.1 iiiin'i, y \í<mhI 'Li siiniarm-n-
le .ihatida , \» \ii'yt eoii iiiia «"ipresiüii de
in<|iiictA ti-rniira.
— ;, (Jii»'* llenes?
— Kl 19 deocltibre,.. de 182G.... res-
pon'ii<> Itets^ihr Iciihi-nente oiilinuando
culi la vista lijn y apr<etaiidi) en su mano
la trenza de caliclla:» negros (|Uc llevaba
al cuello. Esta es tina fecha funesta.... es
la de la úitiinn carta que liemos recibi-
tlo de...
Helsabé no pudo continuar; di6 un pro-
fundo gemido y ocultó el rostro con las
manos.
— ¡ Ali! Va to entiendo, repuso el an-
riano con voz alterada; un padre puede
esliir alguiías veces distraído eti profun-
dos pensamientos, pero el coras m de una
madre debe estar siempre vigilante.
Y dejando la pluma en la mesa, Sa-
muel apoyó la rabeza sobre la mano con
profundo abiilimiento.
fietsabé conliiuK), como complacida re-
pentinamente en estos crueles recuerdos:
— Si atjuel fué el úllimo dia que
TiiiC'lro hijo Abel nos escribió desde Ale-
mania , anunciándonos <]ue acababa de
emplear, según tus órdenes, los fondos
(|ue había llevado.... y que en seguida iba
á marchar á Polonia para hacer otra ope-
ración.
— Y en Polonia.... halló la muerte
sí, !a muerte de un mártir, repuso Sa-
muel: sin motivo, sin pruebas, le acusa-
ron do haber ido á organizar el contra-
bando.... y e! gobernador, ruso, tratán-
dole como se trata á nuetros hermanos en
aquel país, cruelmente tiránico, le hizo
condenar al atroz suplicio del knout... sin
querer verle ni oírle ¿A qué oír á un
judío? ¿Qué es un judío? una criatura
mucho mas inferior que un siervo. ¿No
99
se les acusa en Oiiuel pai> d<» íodas los iri .
cios (|uc engendra la degradada eiM-ln vif ii I
en que l.tdos están sumidoN? ¡ Tn judio
que aspira á los golpes de un palol ¿niiiéu
se compadecerá de él?
— Y nuestro pobre Abel, tan diiU-e r
tan leal, ha espirado en aipiel s.iplirio «'e
vergüenza y de dolor... dijo Helsabé mi-
bresaltjndose. Uno de nuestros herinaiMis
polacos obtuvo á fuerza de súplicaiel jht-
míso de enterrarle. Cortó sus liermo» .s ca-
bellos negros.... y estos envueltos en un
pedazo de lienzo manchado de sangre a
lo único que nos queda de él.
Y diciendo esto Hetsabé cubrió de be-
sos la trenza de cabe. los y el relicario.
— lAyl esclamó Sarnuel enjugándole
las lágrima» <|ue había derramado al re-
cuerdo de esta dolorosa memoria ; á 'o
menos el Señor no nos ha (|uita<lo nues-
tro hijo sino cuando llegaba á su térmín >
la empnsa que prosigue (ielmenle nues-
tra familia hace siglo y medio.... ¿ [)e (pjé
puede servir en lo sucesivo nuestra r.iz.i
sobre la tierra? añadió Samuel con pro-
funda tristeza; ¿no hemos ya cump'idj
nuestro deber? ¿esta caja no contiene mu
fortuna regía? ¿esta casa amurallada ha-
ce 150 años no se abrirá hoy á losdesci-n-
dicntes del bienhechor de mi abuelo?...
Y diciendo esto, Samuel volvió triste-
mente la cabeza Iiácia la casa que veia
desde su ventana.
En este momento iba n amanecer.
La luna acababa de ponerse; el mira-
dor, el techo y las chimeneas esparcían «u
sombra negra en el azulado y estrellado
firmamento.
Do repente Samuel se demud(> y se le-
vantó diciendo al mismo tiempo á su mu-
jer con vot convulsiva y señalándole la
casa :
— Betsabé... mira.... mira.... los siete
puntos luminosos que estamos viendo ha-
ce treinta años.
Efectivamente, las siete aberturas re-
dondas, dispuestas en forma do cruz y
y practicadas en las placas de plomo que
«ubriap. las ventanas del mirador, brilla-
ron con siete puntos Inininoscrs como si
una persona hubiese subida interionnen-
ie al cstremo de la casa tapiada.
XVJil.
DF.PE Y nABER.
Samuel y IJelsabé quedaron inmobles
*lurante utt coito monsonto mirando aten-
ta y jing-ustiadainente ios siete plintos lu-
minosos que brillaban entre las postreras
tinieblas de la noche, al mismo tiempo.
que en el horizonte y á la espaldi de la
casa una luz sonrosada anunciaba la na-
ciente aurora,
Samuel fué el primero que rompió el
silencio y dijo á su muger pasándose I-a
mano por la frente.
— líl dolor que acaba do causarnos el
recuerdo de nuestro pobre hijo, no nos
ha permitido pensar ni acordarnos que en
todo cuanto sucede en la actualidad m»
hay nada que puqda in(¡uietarnos.
— ¿Qué dices, Samuel ?
— ¿No te acuerdas que mi padre me
lía dicho que él y su abuelo hablan nota-
do esto mismo de tiempo en tiempo.
= Sí, Samuel, pero no han podido. s
pilcar, como lampuco nosotros, qué es lo
<|ue significa esa luz
— Del mismo nv h» que ellos, también
Jiosotros debemos creer que liay algtma
«•nlrada oculia en esa casa por donde se
iiiírtiducen al¿;uni)s personas (|ue lindrnn
<iii deber nvisterioso (jiie llt.-nar en esa ha
ritacion. 'iV' repilo que mi padre me en-
<eargo quç i|>o jiicicse raso de estas singu-
5yres circunstancias.... que por otra parte
■<''l me anunció. ... y que durante Tüaño»
«esta es la segunda \ez que se renuevan-
— No iiuporla Samuel; lo cierto esque
eso nos asusta como si fuese una cosa so-
brenatural.
— No estamos en tiempo de milogíos;
dijo el judío meneando melancóli-camente
la cabeza; en cierno barrio hay muchas
casas que tienen comunicaciones subter-
ráneas Con sitios jlejanos; y aun se dice
que algunas se prolongan liasta el Sena y
aun hasta las Calacur-ubas... Sin duda esta
•casa se halla en igMal caso y las personas
que \ienen á vlia de cuando en cuando se
iniroducen p «i' e.-^e meiiio,
— Pero el mirador iluminado de ese
modo...
— Por el pkino del edificio, sabes que
el mir.idor forma la cima ó la linterna de
lo que llaman la (jran safa de /mYo^ si triada
en •el <últinio piso de la casa. Como reina
la mas completa oscuridad por estar cer-
radas todas las viíitaiias, necesariamente
dehen traer luz para subir hasta la sala de
lulo , fuario que, según si- dice, contiene
cü-^as bien singulares y siíiieslras,.. anadió
el judío sobresaltado,
Ivelsabé, del misn.o modo que su ma-
rido, miraba alentainenle los siete puntos
luminosos, cuyo liillo di>minuia á medi-
da que iba entrando el dia.
— Según dices, Samuel, este misterio
puede esplicarse de ese modo, repuso la
muger del anciano. Además hoy es un dia
importante para la familia de Uenepont y
por e^a r;i/.o:> no debe sorprendernos se-
mejante aparición.
— ¡Y pensar, repuso Samuel, que ha-
ce siglo y metho t|ue a[)arece esa claridad
larílas veces! Sin duda hay otra familia
(|ue de generación en gcreracion se ha de-
dicado conío la nuestra, á cumplir un pia-
doso deber.
— l'ero ¿de (jué deber hablas? tal vez
saldremos hoy de la duda.
— Vamos, vamos, Hetsabé , saltó cJ
anciano saliendo de su embarazo y comosi
se arrepintiese de su ociosidad... ya está
a,maneciendo y es preciso que antes de las
ucho esté pronto el estado de la caja y cía-
41 BV9
iOl
5âîc«dos estos iuniciisus valores... [y l'iijuria prudeuU), laUa , y bi«it entendida
«sto señaló el gran coffe de cedru) para
entregarlos de-spues á quien corres|)onda.
— Tienes razón, Sautue', fioy estamos
muy ocupados .. este es un día solemne...
y muy feliz para nosotros, sí, muy feliz,
si es ijue puede liaJier dias felices para no-
sotros, dijo tristemente Betsabé, pensan-
do en su hijo.
— Detsahí^, repuso el anrianu cdm lua-
laucoWaly cogii>ndo la ntano de su mugei;
á lo menos tendremos la satisfacción de
(laber cumplido un austero deber.
— El Señor lia tniiJo piedad de noso-
tros aun(]uc dándonos la amarga lección
<Je la muerte d<^ nuestro hijo, y j;racias á
la divina Providencia las 1res generacio-
nes de mi familia lian podido empezar,
continuar y concluir esta grave («bra.
— Si, Samuel, respondió afectuosamen-
te la judis : y á lo nwnos por tí, á esta sa-
tisfacción se agregará la calma y el des-
canso, porque al mediodía te verás libre
<le una terrible responsabilidad.
Y al decir esto Betsabé señaló la caja
de cedro-
— Es verdad, repuso el anciano: pre-
feriría ver esas riquezas en poder de aque-
llos á quienes pertenecen q<ie en el mío;
pero al (inalizar el día ya no seré yo el
depositario. .« voy á contparar por la úl-
tima vez el estado de estos valores y en
seguida lo confrontaremos con el registro
y la cartera que tienes en la mano.
BetsaUé hizo una señal de aprobación,
Samuel volvió á cojer su pluma y se en-
tregó con el mayor cuidado á sus cálculos
de banco: su muger quedó sumida invo-
luntariamente en los crueles recuerdos que
una fecha fatal acababa de renovar, Ira-
yéndole á la memoria la muerte de suhijo.
Espongamos rápidamente la sencillísi-
ma tn'storia, aun(|ue en apariencia bien
novelesca, bien maravillosa de los 50,000
escudos, que gracias á la acumulación yá
ldnvini«traci(>n, s>' habían trasformado en
la importante suma de 10.000,1)00, fijada
por el padre de Aigriguy quien , aunque
no muy bien informado sobre este asunto
y pensando ademas en las desastrosas
eventualidades, pérdidas y bancarrotas
que durante tantos años habían |)odido
tener los depositarios sucesivos de estos
valores, hallaba aun enorme la suma
de 40.000,000.
La historia de esta fortuna, que se ha-
llaba necesariamente ligada á la de la fa-
milia de Samuel , está reducida á pocas
palabras.
Hacia el año de 1670, muchos años an-
tes de su muerte, Mr. Marius de Kene-
pont con motivo de un viaje á Portugal,
y gracias á poderosas relaciones, tuvo la
dicha de salvar la vida á un desgraciado
judio condenado por la inquisición á las
llamas, por asuntos de religion....
Este judio era Isaac .Samu*^/, abuelo del
conserge de la casa de la calle de San
Francisco.
Los hombres generosos estiman muchas
veces á sus favorecidos á lo menos tanto
como estos á sus bienhechores. Habién-
dose cerciorado primeramente que Isaac,
el cual ejercía en Lisboa un comercio de
permuta, era un hombre honrado, activo,
laborioso é inteligente, Mr. de Benepont'
que poseía entonces cuantiosos bienes en
Francia, propuso al judio si quería acom-
pañarle y administrar su fortuna. La es-
pecie de reprobación y desconfianza que
ha perseguido siempre á los israelitas es-
taba entonces en su apogeo. Isaac se mos-
tró doblemente agradecido á la prueba do
confianza que le daba Mr. de Renepont.
Aceptó pues y decidió desde este día
consagrar su existencia entera al servicio
d^ aquel que después de haberle salvado
la vida, liabia manifestado tanta fé en su
honradez y probidad, á pesar de wr judio
26 •'
m
ÁLBUM.
y de que p<^rtenecia aiinà raza tan gene-
ralmente despreciada, aborrecida y sospe-
chada. Mr. de Renepont, hombre de ele-
vados sentimientos y de mucho taltMito, no
se engañó en su elección. Ha^ta el mo-
mento en que fué despojado de sus bienes,
estos prosperaron maravillosamente en po-
der de Isaac Samuel, quitti dolado de una
admirable aptitud para los negociüs, apli-.
caba esta esclusivaniente á los intereses de
su bienhechor.
Sucedió después la persecución y la rui-
na de Mr. de Kenepont cuyos bienes fueron
confiscados y abandonados á los reviren-
dos padres de la Compania de Jesús po-
cos difls antes de su muerte. Oculto eii el
retiro que habia elegido, para concluir en
él violentamente sus dias, maudó llaman
secretamente á Samuel, y 1e entregó 50
mil escudos en oro, único resto de su pa-
sada fortuna ; este íífl servidor debia ha-
cer valer esta suma acumulando y em-
pleando los intereses; igual obligación im-
ponía á un hijo que tuviese; á falta de es-
te deberla buscar un pariente de bastan-
te probidad para que continuase esta ges-
tion á la cual se asignaría una retribución
proporcionada : semejante gestion deberla
ser trasmitida y perpetuada de unos en
otros hasta pasado siglo y medio. Mr. de
Renepout pidió ademas á Isaac que du-
rante su vida fuese conserge de la casa de
^'a calle de San Francisco, donde seria alo-
j3u\o gratuitamente y que si fuese posible,
legase* 3 su descendencia estas mismas
atribuciones.
Aun cuando Isaac no hubiera tenido hi-
jos, el poderoso esplritfi de mancomuni-
dad que las mas de las veces liga las fa-
milias judias unas con otras, hubiera he-
'•lio praclieable la última voluntad de Mr.
de Renepont. Los parientes de Isaac se
hubieran asociado á su gratitud para con
ej bienhechor; ellos mismos y sus sucesi-
yas generaciones hubierap cunvplido reli-
giosamente la obligación que se había Tllh-
puesto á uno dfrellos ; pero Isaac tuvo un
iiijo algunos añros después de la muerte
de ¡Mr. Renepont.
Este hijo, Léví Samuel, riacidocnl689,
no habiendo tenido descendientes de su
primera muger, se casó segunda vez casi
á la edad de 60 años , y en Î750 tuvo ú'h-
hijo, que fué David Samuel, conserge de
la casa de la calle de San Francisco, el
cual, en 1832 (época de esta historia), te- ,
nia 80 años y prometía vivir tanto como
su padre, que murió á "los 03; diremos
por último que Abel Samuel, el mismo
que lloraba tan amargamente Retsabé,
nació en 1790 y murió de resultas del
knout ruso á la edail de 26 año?.
Establecida esta humilde genealogía, se
comprenderá fácilmente que la longevidad
sucesiva de estos tres individuos de la fa-
milia de Samuel, los cuales se habían cons-
tituido en giMrdas de la casa tapiada ^f
juntaban deesle modo el siglo xix aliví!»
habia simplificado y facilitado singular-
mente la ejecución de la últÑna Voluntad
de Mr. de Rencpent; pues este declaró
formalmente al abuelo de Samuel sus de-
seos de que la suma quede-aba fuese solo
en aumento mediante la capitalización de
los intereses do 5 por ciento para que esta
fortuna llegase á sus descemiientes libró
de cualquier innoble especulación.
Los correligHonariosde la familia de Sa*
inuel , primeros inventores de ia letra -de
cambio que los sirvió, en la edad me-
dia, para trasportar misteaosamente de
un estremo á otro del mundo valores con-
siderables, para ocultar su fortuna y para
ponerla á cubierto de la rapacidad de sus
enemigos, yen una palabra, los judíos ha-
biendo hecho casi solos el comercio del
cambio y del dinero liasla el fin del si-
glo xviii , ayudaron poderosamente á las
transacciones secretas y á las operaciones
financieras de U familia de Samuel, «[«©
ÍLIÍtil.
^aM liasla 1820 colo.ó siompro sus lialu'-
rt'S , (|iK' ll«'f;ar<ii> á iiiuHi.ilicarsc suct'si-
vaint'iiti' , vu las <'a>a> ilf biiict» y cu los
(>>lal)Ii'(-iitiiciili)s i>ra).*Ulas tl«! mas ruiiiaUc
Kiiropa.
KsU' modo <le i)i)rar, si'i;iiro y ociillo,
ptMiiiilió al con'ÑtTi.'t* actual lii* la casa do
la calle de ïran Fraiici>co tívolinr, sin (|il('
nadie lo stipieso , y ini'diante simples de-
pÚMtoá*') por letras de cambio , enormes
sumas, puripie en tiempo de sugestión
fué cuando priti(i|)a!níoiite la suma capi-
talizada adtpiirió con la acumulación una
" eslension casi iiioatoulable , pues que su
padre y sobre todo su abuelo í<oK> liabiait
tenido comparativamente pocos fondos que
cuidúr.
Nada inspira mas interés, no hay cosa
mas noble ni mas respetable que la con-
ducta de los individuos de esta familia is-
radita, quienes responsables del compro-
fuiso de gratitud coiHraido por uno de los
suyos, se dedicaron durante tanto tiempo
y con tarito desinterés como inteligencia y
probidad á la lenta acumulación de una
iortuna regia sin esmerar la menor parte
10CÎ
de ella , y qliD, gracias a «líos, debia I e-
gar pura é iiinictisa á manos de lo-» des •
eendit'tites di-l bienlit'clior de sh alHiclo.
Na^la en lin es mas li(kiirosi) pura rl
proscripto que íiace el depó>ito y para «•!
judío (pie le r»cibe que la simple p;il3l>r.i
dada sin mas garantía ipie una coiiíi mi/:.!
y una estimación recíprocas, sobii> iml.)
ralándose de un r«'SuÍtado que solo debia
tener efecto al cabo de 150 anos
Después de haber Icido segunda vez v
con suma atención ííI inventario, Sainu< I
dijo ti su uuiger :
— Rstoy seguro de la • xaditiid de las
sumas: ¿«piiéres que veamos ahora si es-
tas coinciden con los apuntes que tienes
en la niaiio? al propio Hemp» me cercin-
raré de ^i los títulos están clasificados pw
orden en esta caja, porque mañana liek*
entregarlo todo al notario cuando se ;ibia
el testamento.
— limpieza, amigo mió, dijo Betsah«'\
Samuel leyó el estado siguiente, y al
mismo tiempo iba veriücando en la caja.
104
ALBUM.
*^r
5-© S 00 — 3
" -« 2 '^■a =
ÁI.Ul'M.
105
—liso es, iopu<íu Samuel después de
liaber contddo y comparado las cartas en-
cerradas en la caja de cedro. Queda á
(iisposícion de los herederos la suma de
^12.17j,0ÜÜ fiuiiLos.
V el aiicidiii» miró á su iiuií;»'r con una'
«spresioii de orgullo á la verdad bien le-:
gítimo.
— ¡ Ivso es ¡ncreible ! esclamó Bolsabé
admirada: yosabiaque se nos habían con
liado ír\inensas sumas; pero jnmás hubie
ra podido pensar (jm* 150,000 ira neos hu-
4)iese«í sido el origen, hace siglo y niedio ,
de esta imnensa fortuna.
— ^,Y es el lírn'eo, Detsabí^, re|)Uso el an-
ciano con satisfaccioií.Sin duda, mi abue-
lo, mi padre y yo liemos observado siem-
pre la mas escrupulosa fidelidad y exacti-
tud en la gestion de estos fondos, y he-
mos debido tener bastante sagacidad en
la elección de los depósitos durante la re
volucion y las crisis comerciales; esto no
ofre^ia diíicullail, gracias á nuestras rela-
ciones mercantiles con nuestros correli-
eionarios de t'^dos los países. Las órdenes
formales de Mr. de Renepont estaban
así concebidas, de modo que en el mundo
noexiste furtima mas puraque esta. ..Sin
nuestro desinterés y con solo aprovechar
algunas circunstaíicias favorables, esta su
ma hubiera podido ser mucho mayor.
— j Ks posible I
— I. a cosa es muy sencilla, Bet^abé....
todo el mundo sabe ((iie á los 14 años im
capital (jiiuda duplicado con solo acumu-
lar los intereses al 3 por ciento: reflexio-
na ahora que en 150 años hay diez veces
t?l mismo intervalo que estos 150,000
fraoco^ han sido acumulados otras tantas
veces, y lo ipie ahora te admira te pare-
cerá muy sencillo: en lü82 Mr. de Re-
nepont confió á mi abuelo 150,000 fraí>-
cos; esta suma, capitalizada del modo que
te he dicho, ha debido producir en 100(3,
es decir 14 jños después, 300,000 fran-
cos. Ivitos íluplicados en 1710 han produ-
cido COO.ÜOO, A la muerte de mi abuelo,
en 1711) esta í.uina ascendía ya á casi un
mill.in; en 1724 ha dibido ser a 1 .200,000
francos: en 1738 á 2.100.000; en 1752,
dos años después de mi naciüiiento ^
4.800.000 francos: en 1700 á O.ÜOO.OOO;
en 1780 á 19.200,000 franoos: c-n 1701,
doce años drspues de la muerte de mi pa-
dre á 33.400,000; en 1808 á 70.800,000;
en 1822 á 153.000,000 francos; y hoy
juntando los intereses de estos últimos años
deberla ser á lo menos de 225.000,000.
Pero las pérdidas y gastos inevitribles; cu-
ya cuenta vAà demostrada con la mayor
exactitud, han reducido esta cantidad á
212.175,000 francos, suma contenida w
esta caja.
— Ahora compr-ndo, amigo mió, re-
puso I{et>abé pensativa: ¡qué increíble
poder tiene la acumulación! ¡(jué admi-
rables c sas podían hacerse con débiles
recursos I
— Eso ha sido, sin duda, la ¡dea do
Mr. de Ueneponl; punjue, segim decía
mi padre haber oído á mi abuelo, Mr. de
Hencpont era un hombro de mucha íi.te-
ligencia, respondió Samutl CL-rrando la caja
de cedro.
— ¡Dios quiera que sus descendientes
sean dignos de esta regia fortuna y hagan
de ella un noble uso! dijo Betsabé levan-
tándose.
Va había amanecido enteramente y se
oyeron dar las siete de la mañana.
— Los albañües no lardaran, dijo Sa-
muel volviendo á colocar la caja de cedro
en la de hierro , que estaba oculta detrás
del armario viejo de encina
Dos ó tres golpes vigorosos dados con
el aldabón en la puerta cochera resonaron
en todo el ámbito de la casa. Kl ladrido
de los perros del guarda respondió á este
ruido.
Samuel dijo á su muger:
27*
m
ktvVÜ.
-^Sin duda son los albañiles que envia
el nolario con un oficial de su oHciiía ;
reúne todas esas llaves con sus letreros
pues vuelvo al insianlc á buscar as.
Y diciendo esto, Samuel bajá precipi-
tadamente la escalera, á pesar de sus anos,
abrió con prudencia un postigo y vio 1res
hombres testidos de albañiles y acoinpa-
fiados de un joven en traje negro.
— ¿Qué seos ofrece, señores? dijo el ju-
dio antes de abrir para cerciorarse de la
identidad de las personas.
— Vengo de parte del nolario Mr. Du
mesnil, dijo la persona >estida de negro,
para presenciar la operación de abrir la
puerta tapiada , hó aqui una carta de mi
priocipal para Mr. Samuel conserge de la
casa.
— Yo S'-y, dijo el jnd o; tened la bon-
dad de echarla en la caja , voy á tomarla.
El oficial asi lo hizo humíiuo encogién-
dose de hombros. Nada le parecía mas
ridículo que estas sospechas de! anciano.
El conserge abrió la caja, tomó la carta
y fué á leerla al estremo de la bóveda y
á comparar la firma con otra del mismo
notario que sacó del bolsillo de su sopa-
landa : después de haber tomado estas
precauciones, y de atar á los perros, vol-
vió para abrir una h(>j;i de la puerta al
curial y á los albañiles.
— iQué diantres, buen hombre!- dijo
el curial al entrar; ¡aunque fuese la puerta
de una fortaleza no podríais tomar ma-
yores precauciones !
El judio se inclinó sin responder.
— ¿Sois sordo, amigo mió? gritó el cu-
lial á los oidos del conserge.
— No, señor; respondió Samuel, son-
riéndose y dando algunos pasos hacia fuera
de la bóveda; después, señalando la casa,
añadió: Hé aquí la puerta tapiada que es
menester abrir : será preciso igualmente
quitar las barras de hierro y las placas de
plomo de la segunda ventana de la de-
recha.
— ¿Y porqué raion no se han de at/ríP
todas? preguntó el curia!.
— Porque tales son las órdenes que he
recibido, como conserge de la Cr.sa.
— ¿Y quién os ha dado semejantes ór-
denes?
— Mi padre, á quien el suyo se 'a? tras-
mitió de parte del amo de la casa. Cuando
yo deje de ser guarda de elia y cuando
esté en poder del nutvo pro})iotariü, este
obrará como guste,
-^Está bien, dijo el curial bastante sor*
prendido ; en seguida dirigiéndose á los
albañiles, añadió: Empezad, destapad la
puerta y quitad las placas de la segunda
ventana de la derecha»
Al mismo tiempo que los albañiles es-
taban ocupados en hacer su obligación^
bajo la inspección del curial, se detuvo
un coche á la puerta, y ftodin acompd^
nado de Gabriel, entró en !a casa de la
calle de San Francisco.
XIX.
EL HEREDERO.
Samuel fuéá abrir á Rodin y á Gabrief,
y el priniero dijo al judio :
— ¿Sois el conserge de esta casa?
— Sí, señor, respondió San>ut>l.
— El señor abate Gabriel de Kenepont
que veis aqui . es uno de los descer^dienles de
la familia de llenepo-nt.
— Me alegro mucho, caballero: dijo c.i-
si involuntariamente el judío admirado de
la angelical fisonomía de Gabriel, porque
la nobleza y ia generosidad de alma del
joven eclesiástico se conocía palpablemen-
te en sus miradas de arcángel y en supu-
ra y blanca frente coronad^ ya con la au-
réola del martirio.
Samuel miró á Gabriel con una curio-
sidad llena de bonevolencia y de interés ;
pero conociendo en el mismo momento
que esta silenciosa contemplación <ra una
causa de eml^^arazo para Gabriel , dijo :
— Señor abate, el notario no vendrá
basta las diez.
1I.BV3I.
!CT
tiíhtiel le miró sorprendido y respon-
dió:
— ¿Olió nolario?
— Kl paíire d' Aigrigny osloosplicüfá...
se apresuró á decir Uudin ; y iliii^i(''ndt)SL'
Á Siimiiel nfiadió: nos li(>niits adeluiilado
tin poco... ¿no pi)(lriau)os esperar en al-
guna parte la llegada di-l noliirio?
— Si queréis luniaros la inoltstia de ve-
nir á mi cuarto, voy á culiducirus á ^>l ,
respondió Samuel.
— Acepto y os doy las gracias , repuso
Uodin.
— Tened la Nondad de seguirme, dijo
c! anciano.
Pocos momentos después el j«')Ven eeie
siástico y Koditi , precedidos <Je Samuel
vntraron en una di* las pi< tasque este ocu-
paba en el piso bajo dol cdilicio que daba
«I patio.
— lil señor abato de d' Aigrigny que ha
hecho las veces de tutor de .M. Gabritl,
ho dfbe tardar i-n venir, añadió Uodin
¿tendréis la bondad de introducirle aquí?
— Con mucho gusto, dijo Samueial sa-
lir.
(jabriel y Rodin (juedaron solos> Al ca-
bo de un corto silencio atpiel dijo a\ sucio:
— ¿Tendréis la bondad de detirme por
qué razón me ha sido iniposible ver al pa-
dre d'Aigrigiiy en tantos dias, y por qué
ha eN'jido esta ca>3 para düinie audien-
cia?
— No puedo responder á vuestras pre-
guntas, repuso fiian^ente Uodin. Su Uc-
vercncia no puedf lardar y entonces ^jo-
dreis saberlo. Lo único que pui-do deciros
es que N. U. P. desea tanto como vos
esta entrevista y si ha elfjido esta casa es
porque en ello tenéis ini grand*,* interés...
Ya lo sabéis á pesar de la admiración que
habéis mostrado al oir al conserje hablar
de un notario.
Y diciendo esto Uodin miró ron curio-
sidad é inquietud à (labiiel cuyo rostro
no manifestaba mas que Una grande sor-
presa.
— No os entiendo, añadió fiabrirl,
¿qué interés put'do yo ten«r vn hallarme
aqui ?
--Os repito que es imposible que irt
ignoréis, repuso Uodin, mirando á <ia-
briel con suma atención.
— Os aseguro de ntievo que nmtn sé ,
respondió el eclesi.ístico casi ofendido de
la perseverancia de Uodin.
— f, Oué os ha dielio ayer virestra ma-
dre adoptiva ruando vino á veros? ¿ypor
(|ué \'A habéis recil)itio >in la autorización
de S. U.? ¿No os ha hnblado dedcrlos pa-
peles de familia «jue os acompañaban cuan -
do os recojió?
— No señor, respondió dabriel. Esos
papeles fueron entregados'entonces al con-
fesor de mi madre adoptiva , y después
han pasado á poder del padre d' Aigrigny.
Esta es la primera vez que oigo hablar de
ellos, después de mucho tiempo.
— ¿Con que aseguráis que Francisca
Raudoin no ha venido ayer á hablaro*: de
este asunto? repuso tercamente Uodin,
acentuando lentamente sus palabras.
— Esta es la segunda vez (|ue me ma-
nifestais tener dudas sobre lo que os Ihí
afirmado, dijo dulcemente el joven ecle-
siástico, reprimiendo un moviniieeito de
impaciencia. — Os aseguro (¡ue digo la
verdad.
— Nada sabe, pensó U'.'din, porque co-
nocía á fondo la sinceridad de Gabriel para
conservar la menor duda después de una
declaración tan positiva. O» creo, repuso
el socio. Esto me ha ocurrido tratando do
saber la razón porque habei« infringido
las órdenes del U. P. d* Aigrigny subre el
absoluto retiro que os impuso con la idea
de impediros la menor comunicación con
personas estrañas.... y aun contra todas
las reglas de nuestra casa os habéis toma-
do la libertad decerrar la piierla de vues-
1
los ALBUM
tro cuarto que debe quedar siempre en-
treabierta á fin deque la mutua vijiiancia
que nos está mandada pueda ser ejercida
con mayor facilidad.... Solo la necesidad
de una conversación importante con vues-
tra madre adoptiva puede esplicarme vues-
tra grave falta contra la disciplina.
• — Mme. Baudoin ha querido liablar á
un eclesiástico y no á su hijo adoptivo,
respondió gravemente Gabriel, y asi lie
creido poder y deber oiría ; si lie cerrado
la puerta es porque se trataba de una con-
fesión.
— ¿ Y qué era lo que tanto urgía á Fran-
cisca líaudiii.i?
-^No tardareis en saberlo, si acaso es
la voluntad de S. R. que oigáis nliestra
conversación, repuso Gabriel.
Estas palabras fueron pronunciadas con
tono firme y decidido, y durante algún
tiempo no se volvió á oir una palabra.
Recordaremos al lector que hasta este
momento los superiores de Gabriel le ha-
blan ocultado la menor cirounslancia re-
lativa á ios graves intereses de familia
que reclamaban su presencia en la ca-
lle de San Francisco. La víspera, la mu-
ger de Dagoberfo, absorta en su dolor,
'no liabi;» pensado en decirle que las
huérfanas debían liallarso en el mismo
sitio, y aun cuando le hubiese ocurrido
«sta idea , tal vez no lo hubiese hecho
acordándose de los encargos que le hizo
su marido.
Gabriel ignoraba enteramente las rela-
•ciones de parentesco (jue tenia con las hi-
jas del mariscal Simon, con Mlle.deCar-
-<lovi!le , con Mr. Hardy, con el principe
Djalma y conDuorme-en-Cueros, en una
ij)atabra , si le hubiesen revelado que era
v\ heredero de Mr. .Marius de Renopont,
■se Imbiera creido el solo descendiente de
•esta familia.
Durante el largo silencio que sucedió á
5u conservación con Rodin, Gabriel se ha-
bía puesto á exami'iar por las ventanas
del cuarto bajo las operaciones de los al-
baniles que estaban ocupados en ílesfa-
piar la puerta > y en quitar las barras de
hierro que sujetaban la placa de plomo ala
parl^ esterior óel edificio.
En este momento entró en el cuarto
el padre d'Aigrign.y acompañado de Sa-
Antes qtie Gabriel pudiese volver la ca-
be/a , Uoditi tuVo bastante tiempo para
decir en voz baja al marqués :
— Nada sabe y nada hay que tcmerdel
indi">
\ pisar do la afectada Iran'juiüdad del
padre d' Aigrigiiy , sus f.iocidtios estaban
contraídas coa)o las de un jugaiioniue es-
tá á puflto de ver decidir una partida de
terrible importauí-ia. Hasta aquel uio'-
meoto todo confribuia á favarecer los de-
signios de la Compailíd; pero no por eso
dejaba de pousnr con espanto en las cua-
tro horas (¡ue (¡uedabaii aun para llegar
al término fala'.
Habiéndose vuelto Gabriel, ehnaríjíjés
le dijo con tono cordial y a iecl iinso , acer-
cándose á él con la sonrisa en los labios y
alargándole la mano:
— Mi queri lo hijo, mucho he sentido
no haber podido oíros hasta ahora como
lo deseabais desde el momento de vuestra
llegiila, y ni'iclíO mas haberme visto pre-
cisado À imponeros algunos días de retiro.
.\unque no tengo necesidad de daros es-
plicacion ninguna sobie las cosas que os
ordeno, sin embargo no puedo menos de
confesaros que si he obrado Jiléese modo,
solo ha sido por vuestros intereses.
— Debo creer á V. R. respondió Ga-
briel inclinándose.
El joven eclesiástico no podia menos de
sentir una vaga emoción causada por el te-
mor, porque hasta el,dia desu marcha para
lami.><ion de Améiica, el padred' Aigrigny,
en cuyas manos había hecho ios formida-
alhi'M.
liles votos 'jiii' !i? libaban irrevut iltlomoii-
lí« á la Socii'da-I di- J^'^us, el iiiiir<|ii.'s lia-
Mn ejercido sobro il una grande lulltien-
i-ia.
I.as improioiies de la prirnerajuvenlul
III se biinaii jamas , y i-sii eia la prime-
ra vez ijue desde sn vuelta se ab'<r;i't>a (i.i-
ftriel con el padre l'Ai^ri¡^iiy ; a-i es «¡ne
oiinijue lio sintió debilitada la dclermina-
eioii <|iie liabia tomado, se arrepintió de
410 liabiT tenido mnyr.r ánimo para entrar
en una tranca con>crsacion con Ayricol y
Dagoberto.
Kl padre d' Aiiirimiy tonia bastante co-
iiocíinienti) del Oi»i.izon liuniaiio para no
iiolnr l< emoción del joven eel>'SÍástico y
f»ara H) hacerse cargo de su origen, lista
iiiipre.>ion le paieri<'> de butMi ahilero, y
pi>r lo tanto redobló sus atenciones, re
servándose eB caso necesario tomar otra
máscara. Sentóse dejando á llodin y á
(labriel de pié y diciemlo á ole último:
— ¿Con »|iié tenéis un gran deseo de
entrar conmigo en una materia impor-
tante?
— Si, padre, dijo Gdbriel bajando in-
volualariamente la vista ante los luiiiino-
■SJs y r,i>gadus ojos de su supeiior.
— También yo tengo (¡ue dedros cosas
de suim importancia; cscucbadmo y des-
pués liablaréis.
— Kslá muy bien, |)adre mió.
— Hace casi doce anos, hijo mió, dijo
areoluo>aHienl<; dWigrigny, (¡ue el confe-
sor de vuestra madre ado])<iva se dirijióá
ini, por medio de Mr. Kodin, y me balrló
«le vos contándome los muclios progresos
<iue lijciais en la escuela de los Herma-
nos. Supe efectivamente que vuestra es-
celente conducta, que vuestro dulce y
modesto carácter y vuestra precoz inteli-
gencia eran dignos del mas tierno interés:
de>dc este momento se observaron vues-
tros progresos y viendo al cabo de algún
tiempo, que en nada desinerocian, me
109
pareció (|iie podria sacarse de vos un parti-
do diferente del (|ue >e debia esperar de un
artesíino: liubo algunas esplicacitmis COn
viK'.oIra madre adoptiva, y por mis reco-
mendaciones fuisteis admitido graluíla<
mente en lina de las escuelas de nuestra
Compania; asi (jue desde e^le momento
se aliMÓ algún tanto el enorme p»'so tpie
gravitaba sobre la escelente muger que os
recojió, y recibisteis, mediante nuestros
paternales cuidados, todos los benelicios
d*e una educación religiosa. ¿No es verdad
todo esto, hijo mió?
— Si, padre, respondió Gabriel bajando
los ojos.
— Al paso que crecíais se desarrollaban
e¡i vuestra inteligencia varias y esceleu-
tes virtudes; principalmente vuestra dul-
iura y vuestra obediencia ejemplares, 6
hicisteis rápidos progresos en vuestros es-
tu<]ios. Kn a(iuella época yo ignoraba to-
davía la carrera á que os inclinabais. Sin
embargo, estaba pers\iadidoque, en todas
las circunstancias de vuestra vida, porma-
neceriais siempre un hijo predilecto de la
Iglesia. Mis esperanzas no salieron fallidas,
ó por mejor decir con vuestro modo de
obrar quedaron muy atrás. 41abiendo sa-
bido conlidencialmente que vuetra madre
adoptiva deseaba con ansia que os orde-
naseis, correspondisteis después generosa
y religiosamente á las ideas de la escelente
mujer a (¡uien tanto debiais... Pero como
el Señor es siempre justo en sus recom-
pensas, (|uito que la mejor j ruebade gra-
titud (]-ie pudieseis dar á vuestra madre
adoptiva fuese al mismo tiempo provecho-
sa , puesto (jue os hizo entrar éntrelos
miembrus militantes de nuestra santa
iglesia.
A estas palabras del padre d'Aigrigny,
Gabriel no pudo reprimir un movimiento
acordándose de las Iri.Ntes confianzas de
l'raiici>C3; pero logró contenerse, Uodiri
continuaba de pié y apoyado coolra uu
■Ib'
IIÇI ÁLBUM.
ángulo de la chimenea observando todos
sus movimientos con una atención sipgu
lar.
El padre d'Aigriny repuso:
—No os ocultaré, hijo mió, que vues-
tra resolución me colmo de alegría, y des-
de aquel momento os consideró como una
de las futuras lumbreras de la Iglesia , re-
gocijándome de verla brillar en medio de
nuestra Compañia. Habéis soportado con
ánimo nuestras numerosas y difíciles prue-
bas, y os he creído digno de contaros co-
mo uno de nuestros miembros, y después
de haber prestado entre mis manos el ir-
revocable y sagrado juramento que os liga
para siempre á la Cumpañia, para mayor
gloria del Seiior, habéis manifestado de-
seos de corresponder á la conHanza de
nuestro Santo Padre é ir á predicar la fé
católica á los bárbaros. Pur dulorosa que
fuese nuestra sepy ración, debimos confor-
marnos y acceder á tan piadosos deseos,
y habiendo salido de aquicomo un humil-
de misionero, habéis vuelto como un glo-
rioso mártir, y nos envanecemosjuslamen-
te de cor)taros en el número de los nues-
tros. Esta rápida relación de los sucesos
anteriores es ^mámente necesaria para
Iq que voy á deciros : porque se trata^ si
fuese posible.... de estrechar mas aun los
lazos que os ligan á nosotros. Escuchad-
me, hijo mío, con la mayor atención; lo
que sigue es un secreto de la mayor im-
portancia no solo para vos sino para la
Compañia entera.
—En esc caso, padre mió respon-
dió Gabriel vivamente interrumpiendo
al padre d'Aigrigny.... no puedo ni debo
oíros.
Y en esto el joven eclesiástico sedemu-
í""*» y por la alteración de su fisonomía pu-
conocerse muy tiicn el violento com-
bate á que estaba entregado, perovolvien
do de pronto á su resolución primitiva
levantó la cabeza y filando la vista con
resolución en el padre d'Aigrigny y eB
Ridin que estaban mirándose llenos de
sorpresa, repuso:
— Os lo repito, padre tnio, si se trata
de cosas confidenciales de la Compañia...
me es imposible escucharos,
-^Verda<!eramente, hijo nuo, vuestras
palabras mé admiran. ¿Que tenéis? Es-
tais demudado, vuestra emoción es visi-
ble.... Vamos, hablad, hablad sin temor...
¿Por qué no debéis oirme mas?
— Sin haceros, padre mió, una rápida
exposición de lo pasado, me es imposible
decíroslo. Hecha esta conoceréis entonces
que no tengo el menor dereth > á vuestras
confianzas, porque no tardará mucho sm
que nos separe un abismo;
Es imposible describir lá fuerza dé laâ
miradas que cambiaran Rodin y ol mar-
qués á estas palabras de Gabriel: el socio
empezó á morderse las uñas fijando en
Gabriel sus ojos de reptil con indignación.
El marqués se quedó lívido , y su frente
se cubrió de un sudor frío. Temía que en
el mofrsentd de llegar al término deseado,
el obstáculo viniese de parte de Gabriel ert
cuyo favor se habían vencido todas las di-
ficultades.
Est» idea era terrible , pero á pesar dé
eso el marqués se contuvo admirablemen-
te, conservó su sereflidad y respondió corr
afectuosan ncion:
— No puedo creer, hijo mió , que uno'
y otro estemos separados jauíás por un
abismo... á no ser por el abismo del dolor
que me causaría algún golpegraveque ame-
nazase vuestra salvación... pero hablad..^
ya os escucho.
— Hace eíectivainenle doceaiíos, re-
puso Gabriel con voz firaie y anirrtándose
gradualmente, que gracias á vue-stra so-
licitud entré en un colegio de la Compañia
de Jesús, y entré con sumo gusto, lleno
de las mayores esperanzas, lealtad y con-
fianza. El dia de uii admission mt dijo el
«' BUM.
lil
'Superior señalándome dos niños nlgo ma-
yores (|,ie yo :
« ll«'' a<|iii los compañeros q(ie preferí ■
reís: os pasearéis lostresjiinlos; la rejjla de
la casa prohibe lodo género ilecDiivcrsarion
con (los personas solas y al iiii>mo tiempo
manda (jue escnrlieis con atiiiiioii lo «lue
os digan vuestros co[ii|)anor«)S , para dar-
nie ai instante cuonla do rilo, porijiie es-
tos tiernos niños pueden tener involunta-
riamente malos pensamientos ó proyectar
algunas fallas; si tenéis afecto á Nuestros
compañeros, es preciso que me hasais
advertir sus malas tendencias para que
mis patvrnales ohservacioiles puedan evi-
tarles el ca-l'^o [ireviniendo sus faltas
Vale ma> pre\en r que castigar el mal.
— Efeclivamenle, hijo niio, latos son
Ids reglas de nuestra casa y el lengua-
je que Se tiene con los nuevamente admi-
tidos, dijo el padre d' Aigrigny.
— Lo si'', padro mió, continuó (labriel
con tristeza : asi es <|ue tres dias después,
como yo era un pobre niño créduloy obe-
diente, espié sencillauíeiileá mis cou)pa-
ñeros, escuchando y conservando en mi
memoria sus conversaciones, para ir, co-
mo en efecto hice, á dar cuenta de ellas
al superior, ti cual me felicitó por nji ce-
lo. Lo (|UH me obligaban á hacer era una
cosa indigna , y sin embargo, Diossabequo
creia cumplir un deber caritativo. Consi-
derábame feliz obedeciendo las órdenes de
misupiriur que yo rtspelaba, y cuyas
palabras escuchaba yo como si viniesen de
Dios... í'oco después, un dia que cometí
una infracción en la regla de la casa, me
dijo el superior; IJijo mío, íuiUis mereci-
do un coillgo gevero, pero se os peri/oi.ará
si llegáis á surprenJcr á uno ¡le vuestros
compañeros en igual falla. '1 eniiendo que
á pesar de mi celo y de mi ciega obedisn-
cia rae pareciese odioso, el superior aña-
dió: Esto que os digo, hijo mió, es por el
interés que nif tumo en la salcarion de vues-
tro c mpañero , porque ti no le ensli'iatr fe
htthituariit al mal con la impunidad ; sor-
pretidtnidote en una falla <■ imponimdo'r un
saludable castigo, tendréis la diiUe veiloja
de contribuir á «u salvación y de nuntrtíeros
vos mismo á un cfistií/o ntercrido , pero cu-
ya remisión habrá sido causada pur ih<v<íío
celo ¡vira am el prójimo.
— Suiduda, respondió el padre d" Aigrig-
ny cada vez mas asustado del lenguaje de
(labriel, y verdaderamente, hijo nuo, to-
do esto es conforme á la regla que se si-
gne en nuestros colegios y á los hábitos de
las personas de nuestra (Compañía.
— Lo sé... csclamó ílahriel;
— t)uerido hijo, conlinu-' el marqtirs,
procurando ocultar bajo una apariencia
de dignidad ofendida su secreto terror
(>s diré a(|ui entre los dos (jue lodo esto
debe parecer bien estrañó.
Kn este momento, Hodin ,separ:ui*!(>se
de la chimenea eti que se eslabii apnyado,
empezó á pasearse por el cuarto con aire
pensativo y continuando en morderse las
uñas.
— Siento, continuó el martjués, verme
en la precisión de recordaros (jue nos de-
béis la educación que habéis re(il>id<i.
— Hasta entonces, repuso ííahriel, yo
habia espiado á los demás niños con cier-
to género de desinteréo. Tal era mi fé y
mi confianza que me habilué á hacer ino-
cente y candorosamente el papel que se
me impuso.
— N'amos al caso, hijo mió, n puso el
padre d' Aigrigny con ansiedad.... ¿cuál
es el objeto de esta audiencia (jue liabcis
solicitado?
Al decir estas palabras entró Samuel y
dijo:
— Un hombre de cierta edad solicita
íiablar con Mr. Rodin.
— Yo soy, respondió el socio bastante
sorprenlido.
Y antes de salir el judio, entregó al
112 4LBÜ9I,
marqués un papel en ol que habia escti-
tas con lápiz algunas palabras.
hodin salió sumamente inquieto y de-
seoso de saber quien podía haber venido
á buscarle á la ca>a de la callo de San Fran-
C¡!«CO.
ti Padre d'Aigrigny y Gabriel queda-
ron «oíos.
XX.
KUPTURA.
Aquel, sumido en una ansiedad mor-
tal, lomó ma(|uinalmentc el billete y es-
taba sin atreverse á abrirlo, dudando so-
bre el objeto de la conversación de Ga-
briel, y no alreviéiiduse á responder á lo
que ya liabia diciiu, Uuníeiido irritar al
jóvtn iciesiásíico sobre t'uyacabe¿a repo-
saban aun inffreses tan inmensos. Nin-
guna de las perplejidades que íiabian ocur-
rido después de algún tiempo, ninguna
era mas imprevista ni mas terrible que
a(|Hella.
Temiendo inlcriumpir ó interrogar á
(íabrit'l, el nianiuós esperó, con mudo
tirrvir, el desenlafo de esta conversación
hasta entr.nüts tan amenazadora.
lil misionero repuso :
— Padre mió, creo un deber mió con-
titiyar esta narración hasta el momento
de mi salida para América , y entonces
comprenioreis la iaz)n por la que he (jue-
rido habliiros.
K\ Padre d'Aigri^ny hizo seña á Ga-
briel para que conliimase.
— Luego que supe el pretendido deseo
de mi madre adoptiva, me resignó y
atmque me costó mucho... salí de la triste
casa donde pasé mi primera juventud para
entraren uno dt los seminarios de laCom
pañía. Mi resolución no era hija de una
irresistible vocación religiosa sino por
el deseo de cunq)lir debidamente con una
deuda sagrada. Sin embargo, el verda-
dero espíritu de la religion de Jesucristo
es tan vivificante que me senlí con nue-
vas fuerzas, anitnado con la idea de pfdt-
ticar los adorables preceptos del Divino
Salvador.
A mi mo lo de ver, y en vez de áseme*
jarme al colegio donde habia vivido hasta
entonces, un seminario era para mi un
sitio bendito donde se practicaba todo
cuanto hay de mas santo y puro en la fra-
ternidad evíingélií'ii . aiilicdJo á la vida
común; dondesepred caba continuauiente
con el ejemplo el amor de la humanidad
y las dulzuras inefables de la caridad y de
la tolerancia. Moral santa y sublime y á
li que nadn- le^i^lc cuando se predica con
ios ojos anegados de Ligrimas y el corazón
devorado <le ternura y caridad.
AI pronunciar (íahiiel estas últimas pa-
labras con profunda emoción , sus ojos se
huinedoeieron y su rostro resplandeció con
una iiL'üeza ungeiical.
— Tal es, querido hijo, el espíritu del
cristianismo; pero sobre, todo es preciso
, estudiar y esplicar la letia, respondió fría-
mente el marqués. Nuestros senunarios
están especialmente destinados á este es-
tudio.
La espliracion de la letra es una obra
de análisis, de diseiplin;! y sumisión, y
no una obra de corazón ni de sentimiento.
— G m|)liendo con los deberes del ins-
tituto salí para Amériea, y concluida mi
misión volví aqui , después de mucha re-
ílecsion, decidido á suplicaros queme die-
seis libertad y que me dis|)ensaseis de mis
juramentos. Varias veces aunque et» vano,
he solicitado esta audiencia... y ayer Dios
permitió que tuviese una larga conversa-
ción con mi madre adoptiva y por esta
supe el ardid (pie se habia empleado para
formar mi vocación
— (^on (jue, según eso, lo que solicitais
es salir de la Compañía , dijo el marqués
lívido y alterado.
— Sí, padre mió,... como lie hecho un
juramento ante vuestra presencia, vengo
á suplicaros que me dispenséis de él.
-— ^So{»Un eso. vuestra volnnfad os que
se consideren nulos y de ninj;ijn valor
vuestros con-promUos voluntarios?
—Sí, padre mió,
— ¿Y <in(^ en lo sucesivo nada tengai>
que ver con l« ('ompañía ?
— No, padre niio, lo (|iic -olicilo es que
me dispenséis lus votos.
— Ya sabéis, liijo inio, (¡ue la Coinpa-
fií» piK'de separarse de vos, pero no vos
<Je la (^impanía.
— liste paso, padre mió, os probará la
importancia (]ue doy al juramento, puesto
qui' vengo á solicitar que me lo di-pen-
seis. si á posar dt? mi si'iplica os negáis á
ello no me con>id<'rarè coinpnniutidH
en lo sucesivo, ni á los ojoS de Di.'S, ni á
los de los hombres.
— liso es muy claro, dijo el padre d'Ai-
{:rigny á Uoiliii , y su voz espiró en sus
labios: i tan profunda era ^u desespera-
ción I
Ilcpentinamcnte, y mientras que Ga-
briel con los ojos l»HJ'is esperaba la res-
puesta del padre d'Aiyiigny que se quedó
uuiJo ó inmoble, ocurrió á Uodiit una
«dea al ver que el 11. P. tenía todavía en
la mano el billrtu que le liabia entregdo
poco antes
El socio se acercó al marqués y le dijo
en voz baja y con aire dudoso y alar-
mado :
— ¿No habéis leido mi billete?
— No he pensado en ello, respondió tran-
quilamente el R. P.
Ki>di4i pareció hacer un esfuerzo sobre
sí nuauío para reprimir un movimiento
tle viva có'era; en seguida dijo al marqués
cofi voz tranquila :
— Os ruego que lo leáis,...
Apenas el R. P. hubo jechüdo la vista
sobre el escrito cuando sus ojo» parecie-
ron animados con una esperanza : apretan-
doentoBces la mano del socio con espresion
de profundo reconocimiento le dijo en voz
b«ja.
— Tenéis razón.... (¡abriel es nuestro.
XXI.
I'NMIKNÜA.
El padre d'Ai}:ri^iiy antes de dirijir la
palabr;i á fiabnel (jm-dó prufiindamcnle
recojido; su fisonduiía, poco antes des-
compuesta, se iba serenando poco á poco.
Parecía meditar y calctilar los efectos de
la elocuencia que iba á desplegar sobre
un tema escelente y de un seguro efecto,
que Rodin , movido por el peligro de la
situación , le había trazado en pocas lí-
neas que escribió rápidamente con lápiz y
(|ue el R. P. en su abatimiento había ya
olvidado.
Rodin volvió á ocupar su puesto de ob-
servación al lado de la climenca á donde
fué á apoyarse después de haber echado
sobre el marqués una mirada de superio-
ridad desdeñosa y colérica acompañada
de un movimiento de hombros muy sig-
nificativo.
Después de esta manifestación involun-
taria y felizmente inapercibida por el pa-
dre d\\ígrigny , la cadavérica figura del
socio volvió á recobrar su glacial sereni-
dad; sus párpados, que la cólera hizo le-
vantar un momento, volvieron á su esta-
do natural y cubríeudo á medias sus ma-
cüentos ojos.
Es menester confesar que el marqués,
3 pesar de su fácil y elegante locución, y
de sus esquisilos y seductores modales, á
pesar de su aspecto y apariencias de hom-
bre de mundo completo y refinado, ha-
bía como desaparecido por la fuerza de
la implacable firmeza, astucia y diabólica
profundidad de Rodin, hombre viejo y
as(]ueroso, miserablemente vestido, el
cual raras vec»ís se sobreponía á su papel
de secretario y d? mudo actor.
La influencia de la educaciones tan po-
derosa , que (labriel, a(iesar <lc la ruptu-
ra formal ijiic acababa de provocar, e-ta-
ba aun mtimídado en presencia del padre
29-
114
ALBüB.
d'Aigrigny y esperaba con dolorosa an-
siedad la respuesta de S. R. á la petición
espresa que habia hecbo de que le rele-
vasen de sus antiguos juramentos.
Su Reverenda babicndo sin duda com-
binado diestramente un plan de ataque ,
rompió al fín el silencio, dio un prorundo
suspiro, supo dar á su fisonomía, antes
severa é irritada, una tierna espresionde
mansedumbre, y dijo á Gabriel con tono
afectuoso :
— Querido hijo , perdonadme si he ca-
llado tanto tiempo; pues vuestra repenti-
na determinación me ha conmovido de
tal modo y me ha suscitado tan penosas
¡deas , que me he visto precisado á reco-
jerme durante algunos instantes para bus-
car y penetrar la causa de vuestra deter-
minación creo haberla h.illado
¿Habéis reílecsionado bien..... sobre la
gravedad de e^le paso ?
— Si, padre mió.
— ¿Con que estais enteramente decidi-
do á abandonar la Compañía.... aun contra
mi parecer?
— Me es muy sensible, padre mió; pero
me resignaré....
— Efectivamente , hijo mió , esto debe
sernos muy sensible porque habéis
prestado voluntariamenle un juramento
irrevocable, y esto, según nuestros esta-
tutos, solo os permite abandonar la Com-
pañía con la aprobación de vuestros su-
periores.
— Padre mió , ya os he dicho que yo
ignoraba la naturaleza de los compromi*
sos que hacia. En este momento que estoy
mas ilustrado, solicito retirarme, y mi
único deseo es el de obtener un curato
en un pueblo lejano de Paris,... Conozco
el poder de mi vocación á estas penosas y
útiles ocupaciones en el campo hay
una miseria tan terrible y una ignorancia
tan estremada de todo lo que puede con -
tribuir á mejorar un poco la condición del
labrador proletario , que su ecsistencia i^
tan desgraciada como ja de los esclavos;
porque ¿de qué libertad gozan? ¿cual es
su instrucción? Me pareccque con laayu-
da de Dios, podré hacer algunos servicios
á la humanidad en uitcurato. Muchosen-
tiría , padre mió , que me negaseis to
que.....
— Tranquilizaos, liijo mió, repuso el
marqués; yo no pretendo luchar mas
tiempo contra vuestrus deseos de separa-
ros de nosotros.
— ¿Con que me relevais de mis votos,
padre mió?
—'Mis facultades no llegan á tanto, p^r-
ro voyá escribir inmediatamente á Roma^
pidiéndola autorización á nuestro generad
— Mil gracias, padre mió.
--.Hijo mió, no tardaréis mucho en ve-
ros libre de |estos lazos que tanto os pe-'
san , y los hombres que desconocéis tan
duramente no dejarán por eso de rogar
por vos.... para que Dios os ¡preserve de
mayores estravíos Os creéis relevado
para con nosotros, hijo mió, pero nosotros
no nos creemos así para con vos; en nues-
tra Compañía no es tan fácil desprenderse
de un afecto paternal... ¿('ómo ha de ser?
Nosotros nos creemos obligados hacia nues-
tras criaturas , en razón de los beneficio»
que les hemos prodigado.... Erais un po-
bre... y huérfano... y nosotros os hemos
alargado la mano por el interés que nos
inspirabais , y por evitar á vuestra esca-
lente madre adoptiva una pesada carga.
— Padre mió, dijo Gabriel reprimiendo
su emoción, yo no soy un hombre ingrato*
— Me lisonjeo de ello, liyo mió; duran-
te un largo espacio de tiempo os hemos
dado, como á un querido hijo , el pan del
alma y del cuerpo; hoy se os ha ocurrido
abandonarnos!, y no solamente consenti-
mos en ello Pero ya he adivinado d
verdadero motivo de vuestra ruptura con
k»fcl'JI.
115
Y^osülros , es un deber mió el relevaros de
Vuestros juramcnlos.
— ¿De quó jnotivo habíais, padre mió?
— Hijo inio, concibo vuestros tenioros...
Kn el día nos auu>na/au muchos riesgos,
ya lo sabéis.
—¡Riesgos, padre mió I esclamó Ga-
briel.
— Es imposible que ignoréis', hijo mío,
(|ue desde la caida de nuestros legítimos
soberanos que eran nuestros protectores
naturales, la impiedad revolucionaria es
cada vei mas inminente; se nos llena dé
persecuciones y así e-«|, hijo inio , (pie
comprendo tan bien como vos el motivo
T)ue en tales circtinstancias os obliga á se-
pararos de nosotros.
— Padre mió, csclamó Gabriel con tan»
la indignación como dolor, no creo [que
podáis pensar eso de mí.
El padre d'Aigrigny, sin hacer caso de
la protesta de (iabriel, continíió pintando
el cuadro lastimoso de los peligros de la
Compañía , la cual U^jos de estar en peli-
gro, empezaba ya sordamente á recobrar
su influencia.
— li Oh 1 i si nuestra Compañía fuese
ahora tan poderosa como pocos anos an-
tes, repuso el R. P. , si estuviese rodeada
de los respetos y homenages que le deben
los verdaderos líeles, puede ser que á pe-
sar de las abominables calumnias con que
la persiguen, tal vez, hijo mió, hubiéra-
mos dutíaJo en relevaros de vuestros ju-
ramentos; pero hoy que somos débiles y
estamos oprimidos y amenazados por to-
das partes, es un deber nuestro, y un de-
ber caritativo el no forzaros á participar
de los peligros de los cuales tenéis la pru-
dencia de quereros sustraer.
Y diciendo esto, el marqués echó una rá-
pida ojeada sobre su socio que respondió con
una inclinación aprobativa , acompañada
de un movimiento de impaciencia quepa-
teda decirle ! — ¡ Seguid ! ; seguid I
(jabriel estaba aterrado; en e' munJ"
no habia un corasun mas generoso ni mas
leal (|lle el suyo.
Jiízguese cuanto debió padccef|8l oir
interpretar de .iipiel modo su resoRKivn.
—Padre mió, repuso onnioTiilo y lo»
ojos llenos de lágrimas... vuestras pa'abras
son crueles... ¿injustas... porque ya sa-
béis que yo no soy un cobarde.
— No, dijo Rodin con tono breve é in-
cisivo, dirigiéndose al mar(|ués|, y seña*
lando desdeñosamente á Gabriel... El se-
ñor. Vuestro (jucrido liijo es solo un
hombre prudente.
A estas palabras de Rodiri, Gabriel se
sobresaltó: un ligero sonrosado cubrió sui
pálidas mejillas, sus grandes y azules ojoi
brillaron con generosa cóKfa , y fiel i |<h
preceptos de resignación y humildad cris •
liana, reprimió este movimiento de indig-
nación , bajó la cabeza y guardó silencio
porque se hal!uba demasiado conmovido;
de sus ojos se desprendió una lágrima.
Rodin se apercibió, y tuvo por im sín-
toma favorable semejante moviníiento de
sensibilidad, porque miró otra vez al mar-
qiiés con la mayor satisfacción.
Este estaba á punto de hacer tma pre-
gunla arriesgada ; así es que, á pesar dd
imperio que tenia sobre >í mismo, se al-
teró ligeramente, y cuando, por decirlo
así, se vio animado con la mirada de Ro-
din, que se quedó muy serio, dijo á Ga-
briel :
—Otro es el motivo que nos obliga i
no dudar en salisfaccr vuestros deseos,
querido hijo; pero este es solo un punlu
de delicadeza.
Sin duda vuestra madre adoptiva os di*
jo ayer que estabais próximo á tener una
herencia... cuyo valor se ignora.....
Gabriel levantó de pronto la cabeza j
dijo al marqués:
— Ya he asegurado á Mr. Rodin que mi
madre adoptiva se ha limitado á manifes
ne
laime algunos escrúpulos de conciencia...
en cnanto á mí, confieso Ique ignoraba
completamente la existencia de la suce-
sión de que acabáis de hablarme, padre
mfo.
El padre d'Aigrigny notó la espresion
indiferente con que el joven eclesiástico
pronunció estas palabras.
— Eníiorabuena, repuso el marqués....
creo muy bien que lo ignorabais, aun(|ue
todas las apariencias prueben lo ci'Dtra-
TÍO...Ó en fin que esta herencia es uno de
los motivos que < s inducen á querer se-
¡pararos de nosotros.
— No os entiendo, padre mió.
— Sin entbargo escusa bien sencilla; á
tnimodo de ver vuestra ruptura se funda
en dos causas... y juzgáis prudente aban-
donarnos.
— ¡ Padre mió !
— Dejadme concluir y pasar al segundo
motivo, hijo mió. Si me equivoco, ya me
responderéis. He aqui el caso. Antigua-
mente, y en la lu|>ótesis de que vues-
tra familia, cuya suerte ignorabais, os
dejase algunos bienes teníais en recom
pensa los cuidados (jue ha tomado la Com-
pañia por vuestra suerte.... quiero decir,
<iue habéis hecho una cesión futura de lo
que pudieseis [)oseer.... no á nosotros....
sino á los pobrts.... de quienes somos los
tutores natos. Ahora que estais seguro de
gozar algunas comodidades, queréis sin
duda, separándoos de nosotros, anular
«sta donación que hicisteis en otro tiempo.
— Para hablar con claridad, ahora <jue
í)os vemos perseguidos renegáis vuestros
juramentos con el objeto de volver á la
jjosesion de vuestros bienes: anadió Ho-
^iin con voz aguda, como para resumir de
im modo claro y brutal la posición deGa
briej para con la Compañia de Jesús.
A esta acusación inlame Gabriel no pu-
do menos de levantar las manos y los ojos
ALBCII>
— I Oh , Dios mió t ¡ Dios mió Î
El marqués , después de haber echado
á Uodin una mirada de inteligencia, ledi"
jo con tont) severo, aparentando repren»'
derle de su ruda franqueza.
— Me [)arece que os habéis escedido^
nuestro cjuerido hijo se hubiera conduci-
do bajamente si hubiese tenido conoci-
miento de su nueva posición^ pero puesto
que asegura Id contrario...... es preciso
creerlo, á pesar de las apariencias.
— Padre tnio, dijo a! íi"n Gabriel, páli-
do, demudado, temblando y reprimiendo
>.u doJoro^a indignación... os dov yracias
porque á li) menos suspendéis vuestro
juicio. No, yo no soy un hombre bajo,
porque Dius es testigo que yo ignoraba
los riesgus que corre vuestra Compañia,
y porque jo no soy un avaro. Bien sabe
Dios que solo en este momento he sabi-
do, por vuestro conducto , la posibilidad
en que estoy de recojer una herencia...
y que....
— líscuchadme una palabra , hijo mío»
Una gran casualidad me ha hecho sabedor
de esta circunstancia, dijo el marqués in-
terrumpiendo á Gabriel; y esto gracias
á los papeles de familia (|ue vuestra ma*
dre adoptiva entregó á s\i confesor, y que
nos fueron confiados cuando entrasteis en
nuestro colegio. Poco tiempo antes de
vuestra vuelta de América, clasificando el
arci)ivo de la Compañia, vuestro legajo
cayó en manos del K. P. procurador;
examináronlo, y así escomo se ha sabido
que uno de vuestros abuelos paternos á
quien pertenecía ia casa en que estamos
ahora lia dejado su testamento que será
abierto hoy al mediodía. Ayer noche to-
davía os creíamos nuestro; nuestros esta-
tutos previenen que nada propio poda-
mos poseer; y vos en la donación hecha
en favor del patrimonio de los pobres.
al cielo, esclámando con dolorosa espre- qué nosotros administramos, habéis cor-
sion : i roborado estos estatutos. No erais pues
ALBI M
Vos, sino la Conipania que, en nù perso -
ha, se presenta como heredera en vues-
tro nombre, con todos los títulos que ten-
go aquí muy en reyla. Pero ahora, liijo
mió, que os separáis de nosotros, á vo!«
toca presentarse aqui : nuestra presTncia
es solo en calidad de ap.>derados de !o»
pobres, á quienes en otro tiempo habéis
abandonado caritaiiv ámenle Iom bienes quo
pudiiSeis poseer algún dia. A estas horas,
al contrario, la esperaoxa de una nueva
fortuna os hace cambiar de modo de pen-
sar; asi estais libre, recobrad vuestros
dones.
Gabriel que había escuchado al mar-
qués con doioTosa ln)pacii'ncia , esclamó:
— ¿Y sois vos, padre mió, vos, quien
me cree capazde mudar de modo de pen-
sar sobro una donación hecha libremente
'en favor de una compauta para recom-
pensar la educación que me ha dado con
la mayor generosidad? ¿Conqtic me creéis
tan infame qUe falte á mi palabra porque
117
que mi único deseo es obtener un modes-
to curato en tm pueblo pobre... si... po-
bre.... porque allí es donde mis servicios
podrán ser útiles. Asi, padre mió, cua.n-
do un hombre (jue no ha mentido j-ifnás
alirma que solo suspira por una condición
tan humilde y tan desinteresada, me pa-
rère (jne se le (hbe con^idiTar cfnix» ¡n-
cnpaz de volverse atrás por avaricia de
los dtinntivos que lia hecho.
Kl marqués luvo tanlo trabajo en cnn-
tt^ner su alegría, como había tenido para
ocultar su terror : sin ernbargo afiarentiS
serenidad y dijo á Gabriel:
— No esperaba nu-nos de vos, hijo mío.
£n seguida hizo ana seña á Rodín para
que ton»ase parte en la conversación.
Este comprendió perriKita mente á su
superior: se separó de la chimenea, se
acercó á íj;ibrirl y se apoyó en una mesa
donde habia uh tintero y papel : en ío-
guida poniéndose á tocar maq^iínutuiente
el tambor con la punta de sus nudosos
tal vez foy i poseer un modesto palri- dedos y con sus uñas s>ucias, dijo al mar-
monio?
— Este patrimonio, hijo mió, puede ser
corto y tal vez grande.
— Padre mío, aunque se tratase de una
fortuna regia, repuso (iabrrel con noble
indiferencia, no me esplicaríadeofro mo-
do; me parece que Icfigo derecho á ser
creido; escachad mi (irme resolución. La
Compañía, á la cual pertenezco, corre
riesgos, según decís. Yo n>e cercioraré de
ellos, ) sí son efectivos, a pesar de mi de-
terminación , que moralmente me separa
de vos, esperaré que ce^cn para dejaros.
En cuanto á la herencia , á la que se me
eree tan apegado, os la abandono formal
mente: todos mis deseoá se reducen áque
se invierta en favor de los pobres.
Ignoro á cuanto asciende está fortuna ;
pero grande ó pequeña pertenece á la
Compañía , porque yo no tengo mas que
una palabra. Ya os he dicho, padre mío
qués:
— Todo esto está muy bien pero
vuestro hijo os da solo por garantía una
promesa.... esto no basta.
— ¡Cómo es eso! esclamó Gabriel.
— Permitidme, dijo fríamente Rodin ;
como la ley no reconoce nuestra existen-
cia , no puede reconocer tampoco los do-
nativos hechos á la Cunipañia Asi es
que mañana podréis apoderaros de lo que
ahora cedéis.
— ¿Y mí juramento? repuso Gabriel...
Rodín le miró atentamente y respon-
dió :
— ¿Vuestro juramento? también lo ha-
béis hecho de obedecer eternamente ú la
Compañía ¿qué vale hoy ese jura-
mento?
Gabriel se quedó cortado un momento,
pero conociendo la falsedad de la compa-
ración de Rodin, fué á sentarse con calma
30*
lis
ÀLBlJâ.
y serenidad á la mesa , tomó la pluma y
papel y escribió lo que sigue:
« En presencia de Dios que me ve y
«oye; ante vos, R. P. d'Aigrigny y de
«Mr. Rodin, testigos de mi juramento,
« renuevo en este instante libre y voîun-
« tariamente la donación entera y abso-
«luta quehe hecho á la Compañía de Je-
«SÚS en la persona del 11. P. d'Aigrigny,
«de lodos los bienes que puedan pcrte-
« necerme|, cualquiera qtje sea su valor.
«Juro, bajo pena de infamia, cumplir es-
ota promesa irrevocable, que en mi al-
« ma y conciencia considero como el cum-
« plimiento de una deuda de gratitud y
« un piadoso deber. I£l objeto de esta do
« nación es hecho con el fin de remuno-
« rar pasados servicios y de socorrer á los
«pobres: el tiempo no podrá en ningún
« caso modificarla y por la misma razón
«que no ignoro que podré leyalinehle pe-
«dir la anulación del acto que hago en es
« te momento con toda mí voluntad , de-
« claro que si en cualquier circunstancia
«yo pensase en revocarla, mereceré el
a desprecio y el horror de los hombres de
« bien.
« En cuya virtud escribo este acto el
« 13 de febrero de 1832, en Paris, estan-
« do para abrir el testamento de uno de
« mis antepasados paternos.
« Gabriel Renepont ».
En seguida, levantándose, entregó es-
te papel á Rodin sin pronunciar una pa-
labra.
El socio leyó con cuidado y respondió
con su impasibilidad habitual, mirando á
Gabriel :
— ¡Y bienl esto no es mas que un ju-
ramento escrito.
Gabriel quedó confundido de la auda-
cia de Rodin , el cual se atrevía á decirle
que el acto por el que acaba de renovar
la donación de un modo tan noble y tan
espontáneo, no tenia el valor suficiente.
— ¡ Cómo ! repuso 'Gaí)t-rel no pu(íieft-
do casi reprimirse 6 interrumpiendo á
Rodin, ni hagat>, ni me supongáis capai
de hacer una suposición vergonzosa.
— ¡Y bien! repuso Rodin tan impasi-
ble como sivmpre; puesto qíie estais de-
cidido á hacer valer esla donación, ¿por-
qué no la haríais legalitar competenfe-
mentef
—No, señor, respondió tîabriel, ho lô
haré puesto qtie no us basta mi palabra
escrita y jurada.
— Mi quefido hijo i repuso afectuosa-
mente el P. d'Aigrigny, si se trátase de
una donación hecha en mí faVor, ¿cree-
ríais que vuestra palabra no me bastasef
Pero en el caso presente es Otra cosa; ya
os he dicho que soy el mandátat-ío de lá
Compafíia ó mas bien el tíitor de los po^
bres que son los que se aprovecharán de
vuestra generosidad ; por mteré? de la hu-
manidad no bastará dar todas las garan-
tías posibles y legales para que los resul-
tados sean un acto serio y válido en fa-
vor de nuestra desgraciada clientela >
pero una vaga esperanza que puede que-
dar anulada por el solo movimiento de
vuestra voluntad, no es suficiente. i.... y
aüemási... Dios puede disponer de vues-
tros días.... de un momento á otro, y en
este caso, ¿quién asegura que vueslros
herederos harán el debido caso del jura-
mento que acabáis de pronunciar?
—Tenéis razón, padre mió, dijo triste-
mente Gabriel, no he pensado en el caso
de muerte. <.. que es bastante probable. ..i
En este momentoSamuel abrió la puer-
ta del cuarto y dijo ;
— Señores, aquí está el notario, ¿pued«
entrar? A las diez en ponto se abrirá la
puerta.
— Muclio nos alegramos de la llegada
del notario, precisamente le necesitamos:
decidle que pase adelante.
—Voy al momento, dijo Samuel mar-
chándose.
^3^Xq\lí tenemos \tt\ notario , dijo Ko-
*dín á (iabrit'i. Si piTsislísrn vuestra t)ue-
nt intención podéis rognlarizar con <^l
viie<ilra donación y lit>rar«»s de »>se modo
en lo sucesivo de un gran ptso.
— Kn lodo eyento, dijo (íabriel, n^c
"Creeré tan irrevocahienienle comprome-
tido por eslv jiimmt'nlo escrito como por
ttn acto autentico que voy á firniar.
Y en esto entregó (îabriol al marqués
el papel que había escrito.
— Silencio, hijo mió, he aquí el nota-
rio, dijo el padre d'Aigrigny.
En efecto, el notario entró en el [¡cuarto.
Durante la conversación que este fun-
tionario público va á lencr con Hodin>
liabriel y el marqués ^ conduciremos al
ïettoT a^ interior de la Cflsa tapiada.
XMI.
%L SÁLó^ rOj().
n&
194'guh habia diclio Samuel, là puerta
tapiada acababa de abrirse habiendo der-
rit^adu el muro y quitado la placa de plo-
mo y el marco do hierro qufe la cotide-
naba; las hojas de encina esculpidas apa-
recieron tan intactas como el día que fue-
ron sustraídas á la acción del aire y del
tiempo.
Los albaniles, después de haber Icr-
Yninado esta operación , so (jucdaron on
el peristilo con tan impaciente curiosidad
como el curial quo habia presenciado los
trabajos y la apertura de la puerta, por-
que Yeian á Samuel llegar muy desp ció
por el jardin con un gran manojo de llaves.
— Amigos miosj dijo el anciano al lle-
gar al pié de la escalera , ya habéis Cum-
plido con vuestra obligación: el principal
del señor curial está encargado de paga-
ros, y tocante á mi solo me resta condu-
ciros á la ptii'rta de la calle.
— Vamos, buen hombre, repuso el cu-
rial; ya hemos llegado al momento mas
ioteresantc y mas c riosoí tanto yo como
estos esrelentes alhaniles estamos deshe-
chos por ver el interior de e^la misterinsa
casa , y no tendréis valor ¡tara despedir-
nos, es imposible.
— Siento mtjclio verme precisado á ello,
poro no puedo menos; yo s <y (luien did»o
entrar enteramente solo en esa halijtaci< n
antes de iritroducir en ella á los herede^
ros para la lectura <f\?l testamento.
— ¿Quién os ha dado esas bárbaras y
ridiculas órdenes? esclamó el curial sor-
prendido.
■^^Mi padte-.
— Sin tiuda es pefáoná respetable. V'á-
mos, buen hombre, escelente guarda ^
sed condesfeendicnle, repuso elctirial; per-
mitidnos mirar un poo por esa puerli
entreabierta.
— Vamos, repulieron los demás ^ solo
una ojeada.
— Siento verme en la precisión de ne-
gároslo, repuso Samuí I ; no abriré la
puerta hasta que esté solo.
Los albafiÜes viendo la inflersibilidad
del viejo bajarofí cort sentimiento la esca-
lera ; pero el curial <pii>o disputar el ter-
reno palmo á palmo; y estlamó:
—Yo espero á mi principal y no mar-
charé de aqui siho en su compañía...,,
nqui en el peristilo ó en otia parte, pocir
os importa, mi digno puardi.
El curial fué inlerrumpido en su sú-
plica por su prmcipal, (¡ue desde el fondir
del patio le llamaba con precipitación di-
ciendo :
— Sefior Piston... pronto, señor Pis-
ton, venid al instante.
— ¡Oné diablos quiere ese hombre.' es-
clamó el curial hecho una furia, ¡ pu< s
no va á llamarme precisamente en el mis-
mo momenlo en que yo podía columbrar
alguna cosa!
— ¡Señor Piston ( repuso la rot qne se
¡ba acere.mdo mas, ¿no me ois?
Mientras qtie SamUí ! de«ipidia ó los a|.
lâO
ALbttt.
buliles, el curial vio detrás de un grupo
de árboles á su amo que venia corrieado
sin sombrero y con aire agitado.
El curial se vio precisado á bajar del
peristilo para acudir á la voz del notario
á quien se aproximó de muy mala gana.
— Hace una hora que os estoy llaman^-
do, dijo Mr. Dumesnil.
— No lo he oido, dijo Mr. Piston.
— Sin duda estais sordo. ¿Tenéis di'
lierot-n el bolsillo?
— Sí, señor, respondió el curial sor*
prendido.
— lü al instante á buscar tres ó cuatro
pliegos de papel sellado para estender un
documento |corred urge mucho.
— Voy al instante, respondió el curial
echando una ojeada dolorosa á la puerta
de la casa tapiada.
— Despachaos, repuso el notario.
— Yo no sé donde encontraré el papel.
— El guarda podrá tal vez indicároslo.
Efectivamente, este se iba acercando
después de haber acompañado á los alba-
ñiles hasta la puerta de la casa.
— ¿Queréis decirme donde encontraré
papel sellado?
— Aqiji cerca, respondió Samuel, en
el estanco de la calle vieja del Temple,
número 17.
— ¿Lo oís, Mr. Piston? dijo el notario:
en el estanco de la calle vieja del Temple,
número 17. ; Pronto! es ntenester con-
cluir el acto antes de abrir el testamento
^' y» es tarde.
■ ;:^Eístá bien , voy al momento, respon-
/4ió el c.yrial despechado. Y en esto si-
guió á su principal, quien por su lado se
volvii) al ajarto donde habia dejado á Ga-
briel, á Kodin y al marqués.
Mientras esto pasaba , ísamuel después
de haber subido las gradas del peristilo,
fiabia Pegado á la puerta que acababan de
(icïtapiar.
|¿l íncianp después de haber buscado
con suma emoción en el manojo de ílaVel
que tenia en la mano, )à correspondiente
é la puerta , la introdujo en la cerradura
y después de haber dado dos vueltas la
abrió de par en par.
En el mismo instante sintió una boca-
nada de aire frió y húmedo como el que
ecshala una cueva abierta de pronto.
El judío después de haber vuelto ácer*
rar por dentro la puerta con dos vueltas,
se adelantó hacia el vestíbulo iluminado
por una especie de claraboya cerrada con
vidrios y practicada sobre el arco de la
puerta : los vidrios hablan perdido con el
tiempo su transparencia y parecían cristal
cuajado.
Éste vestíbulo, cuyo pavimento era de
losas de mármol blanco y negro» era vas-
to, sonoro y formaba la meseta de una es-
calera que conducía al primer piso. Las
paredes de piedra lisa no manifestaban la
menor señal de deterioro ó de humedad :
el pasamano de hierro forjado estaba muy
bien conservado; soldado sobre Un pilar
de granito gris que descansaba en el pri-
mer escalón, sostenía una estatua de már-
mol oscuro que representaba un negro
con una antorcha en la mano. El aspecto
de esta.figura era singular, las pupilas de
sus ojos eran de mármol blanco.
El ruido de los pesados pasos del judío
resonabaen la cavidad de la cúpula , y el
nieto de Isaac Samuel csperimentó un sen-
timiento melaftcólico pensando que las
pisadas de sU abuelo eran las últimas que
hablan retumbado en esta habitación cu-
yas puertas habia cerrado cincuenta años
hacia, porque el amigo fiel en favor del
que Mr. de Renepont habia simulado ven-
der esta casa , se habia desecho después
de ella para ponerla bajo el nombre del
abuelo de Samuel quien la habia trans-
mitido á sus descendientes como si fuese
herencia suya.
A estas ideas que absorvían la imagi->
Al.BlM.
121
ovación do Sainiicl, se juntaba i'l recuerdo
de la luz ()uo liabia visto aquella madru-
gada al Iravt's de las siele aberturas do la
placa de plomo del mirador; asi ^ cjue el
anciano, no obstante la lirmcza de su ca-
rácter , no pudo menos do estrenu-cerse
cuando después de liaber tomado otra lla-
ve del lla\oro, sobre la cual había un es-
crito que decia : llave del anión rojo, abri('i
lina [irán puerta de dos hojas que condu-
ela á los cuartos interiores.
La ventana , única (]uc estaba abierta
de todas las de la casa, iluminaba esta \ as-
ta piíza colgada de damasco cuyo color
de piírpura oscuro nu había sufrido la
menor alteración: una gruesa alfombra
turca cubría el suelo, y al lado deMas pa-
Tede» e.staban simótricamento colocados va-
ríos ^i!lulu■s dorados al severo estilo de Luis
\l V: una segunda puerta que comunicaba
á'Otra pieza, daba frente á la de la entra-
da: el maderamen y la cornisa eran blan-
cos con filetes y molduras de oro bruñido.
A cada lado de la puerta había dos mue-
bles de Boulle esmaltados de cobre y es-
laño, quesostenian dos jarrones de verde-
celedon: la ventana, cubierta con espesas
cortina^ de damasco guarnecido , daba
frente á la chimenea de niármol azul tur-
quí adornad.! de varillas de cobre cince-
lado. Uícos candelabros y una péndola re-
flojobanenun espejo deVenecía en forma
de dosel.
lín el centro del salon había una espa-
ciosa mesa redonda , cubierta con un ta-
|)ele de terciopelo carn^-M'.
Al acercarse à ella, Samuel vio encima
un pedazo de vitela blanca en la que ha-
bía escritas estas palabras:
« Mi Icsla metilo se abrirá en csla sala ;
« loi (lema* cuartos permanecerán cerrados
« hasta concluir la kctiira de mi última vo-
« luntail. » M. de R.
— Sí , dijo ol judío contemplando con
emoción estas lineas escritas tanto tioiDpo
liatia. I(^ual recomendación me trasmitió
mi padre, pues [jarereque losdemas cuar-
tos e-stán llenos de ohjolus en los cuales
Mr. de Kenepoiit tenia el mayor interós,
no por su valor, sino por su origen y por-
(¡ue la sala de luto es singular y miste-
riosa.
Pero, .Kiuí está el estad) de los va-
lores en caja que me han maiidj<li» traer
a(|ui antes de la llegada de los hert-Jcros,
añadió Samuel sacando del bolsillo de su
sopalanda un regi>lre cubierto de piel ne-
gra de zapa guarnceido con lui broche de
cobre formando cerradura, cuya llave to-
mó poniendo el registro sobre la mesa.
\\n el momento en que acababa de ve-
rificarlo reinaba el mas profundo silencio
en el salon.
KepentinanK^nfe, la cosa mas natural,
aunque la mas espantosa le sacó de su le-
targo.
En la pieza inmediata oyó un sonido
claro y uwlancólíco marcando la» diez.
Efectivamente era la nusuia hora.
Samuel era demasi<)do racional para
creer en el movimicnlo perjyetuo , es de-
cir en un reloj que andaba desde cien-
to cincuenta años ante?. Asi es que se
pregimtó con tanta sorpresa como espan-
to cómo era que arjuella péndola no se
había parado al cabo de tantos años ycó-
mo marcaba precisamente la hora (¡ue
era. Movido de una inquieta cuiiosidad,
el aueíaiio estuvo á punto de entrar en
el cuarto; pero acordándose de los encar-
gos espresos de su padre, reiterados por
algunas líneas de Mr. de Ileneponl que
acababa de leer , ^e detuvo á la pui'ila y
aplicó el oído con la mayor atención.
Nada , absolulamente nada oy<> mas
que el ruido de la espirante ca-nfiana.
Samuel, después de liaber rtílecsi uña-
do mucho tiempo sobre este hecho Mn;.'u.
lar, y comparándolo en el otro uu Jiic-
nub olrauo de la clatidud que notó eu la
ai'
122
AtBOfi.
madrugada de aquel día al través de las
iiberturas del mirador, concluyó por con
vencerse que había una relaciotí entre es-
tos dos incidentes.
Si el anciano no podia penetrar la cau-
sa de aquellas maravillosas circunstan-
cias, se esplicaba alómenos lo que tenía
delante de los ojos , pensando en las co-
municaciones subterráneas qUe, según la
tradición, ecsistian entre las cuevas de
la casa y sitios lejanos, y mediante las
cuales hablan podido introducirse en aque-
lla habitación tres veces por siglo algunas
personas misteriosas.
Absorto en estas ideas, Samuel se aproe
simó á la chimenea que, sogun hemos di-
cho, estaba enfrente de la ventana.
Un vivo rayo de sol, atravesando las
nubes ) reflejó en dos grandes retratos
colocados á los lados de la chimenea y
que el judío no habla visto hasta enton-
ces; estos retratos de cuerpo entero y de
tamaño natural, representaban, el uno
una moger, el otro un hombre. ÀI color
sombrío y marcadojá un mismo tiempo de
estas pinturas, so reconocía fácilmente un
pincel magistral.
Difícilmente se hubieran hallado mo-
mios mas capaces de inspirar lai<iiagina^
cion de un gran pintor.
La muger parecía tener de 35á90auos:
magníficos y negros cabellos coronaban
su blanca, noble y elevada frente: el pei-
nado , lejos de recordar el que Mme. de
Sévígné introdujo en el siglo deLuisXiV,
traia por el contrario á la memoria el de
los muy notables retratos del Verones,
compuestos de especiosas bandas ondean-
tes que rodeaban la cara, y coronados de
un rodete detras de la cabeza las cejas, su
mámenle delicadas, se esteodian sobre
unos ojos azules de brillante zafiro : la
mirada orgullosay triste, tenia cierto aire
fatal; la nariz, muy fina, terminaba en
ventanillas lijeramente dilatadas, una me-
dia sonrisa casi dolorosa contraía suaVSr
mente la boca; el óvalo del rostro erdatr-
go prolongado; el cutís, de tm blanct^
mate, estaba sonroseado algún tanto ha-
cia las mejillas ; la union del cuello y el
aire de la cabera anuhciaba una irregular
mezcla de gracia y de dignidad natural f
una especie de túnica ó de vestido de lela
negra y lustrosa hecho , como se dice , 9
la virgen, subía ha<!ta el nacinuonto de
los hombros , y después de haber marca-
do una cintura suelta y Kjt-ra , caía hasta
los pies, enteramente ocultos con los plie-
gues algo largos de este vestido-.
La actitud de esta muger estaba WetiA
de nobleza y sencillez. La cabeza sobresa-
lía radiante y blanca en un cielo de color
sombríO) con algunas hubes purpúreas
hacía el horizonte. La disposición delcua •
dro y los tonos sólidos de lus primeros
planos que se marcaban sin ninguna trau-
sicion con el fondo lejano, dejaban adivi-
nar fácilmente que esta mujer estaba co-
locada en una eminencia desde donde do-
minaba todo el horizonte.
La fisonomía era ei^traordinariamentë
pensativa y agoviadn. Pero principalmen-
te en las miradas medio levantadas al cielo
manifestaba una espresion de dolor resig-
nado imposible de describir.
Al lado izquierdo de la chimenea seveia
el otro retrato pintado igualmente con
maestría.
Representaba un hombre de 30 ó 35
años y de estatura elevada^ Una espaciosa
capa oscura en la que estaba ligeramente
•mbozado, dejaba descubierta una especie
de chupa abotonada hasta el cuello sobre
la cual caía un cuello blanco y cuadrado.
La cabeza, bella y característica, eranoblef
por su poderoso y severo contorno, que
por otra parte no escluia una admirable
espresion de padecimientos y de resigna-
ción, pero sobre todo de inefable bondad-^
los cabellos , la barba y las cejas eran ne-
l^li; ))e1t) estas ultimu, medUole un
sing«ilir capricho üe la naturalvzat «n nvt
(le estar separadas y de arquearse sobre
Trada ojo, se estendiau de una á otra sien
formando un solo arto y parecian rayar
ta frente de este hombre con una marca
Yiegra.
El fondo dtl óuadro reptesentaba un
rielo borrascoso $ pero mas alia d« algu-
nas rocas se wia el mar que parecía con-
fundirse en el horizonte con sombrías nu«
i>CS)
El brilló de ^slos cUadros parecía mas
fuerte al ínllujo de los rayos del sol que
xlaba sobre ellos.
Samuel Tolviendo en sí y ectrando cft-
Süalmettte utia mirada sobre estos retra-
tos, se qaedt5 parado: parecian vivosi
— ^iOue nobles y t>ellas caras I esclamó
acertándose pátatjiaminarlos mejor. ¿De
qtlfen s^rán estos retratos? seguramente no
son los de la familia de Renepont, porque
según lo que mi padre me ha dicho, están
todos en la sala de lulo ¡ Ah I según lá
gran tristeza que manifiestan « me parece
^ue también ellos podrian estar eu aquella
sala.
Al cabo de un corto silencio, Samuel
repuso:
— Preparémoslo todo para e«>ta solemne
asamblea.... pues ya han dado las diez.
Y diciendo esto arregló los sillones de
madera dorada al rededor de la me$4 le-
donda , y después con aire pensativo pro-
siguió:
—'La hora llega y de todos los deseen •
dientes del bienhechor de mi abuelo no ha
llegado todaTia masque un jóten eclesiás-
beo de Ggura angeiieah ¿Será acaso el
üoico representante de la familia de Re-
m
nepoDt?...i Es sacerdote.... ;esta familia
quedará estinguida en él? E;i fin, héaqui
el momento en que debo abrir esta puerta
para la abertura del testamento... Betsa-
bé va á conducir aqui al notario.... ¿Lla-
man? ¡ella est y Sahauel. de<pues de
hal>er mirado por la última veiá la p<KrU
del cuanto en que había oiilo dar las dier,
se dirigió hacia la del vestíbulo detrás de
la rual se oía hablar.
Dio dos vueltas i la llave y abrió las dos
hojas de la puerta.
Con gran sentimiento suyo solo vio en
el periftiln á (iabriel: Kodin estaba á su
iz(|uierda y el padre d'Aigrt$;ny á su de-
recha^ Detrás del grupo principal estaba
Hetsabó y el notario, iíamiicl no pudo re-
primir un suspiro y dijo inclinándose.'
— »Señi>res..» todoeslá dispuestOi.. pue-
den ustedes entrar.
XXlíl.
EL TESTAMENTOt
Cuándo Gabriel, Kodin y el marq^ii/wt
entraron en el 8alon rojo, parecían divyr»
sámente afectados.
Gabriel, pálido y triste, sentía una pe-
itosa impacíehcía y deseaba salir de aquella
casa, sintiC'ndose aliviado de nn ^^an peso
desde qlte por un testimonio suliciente-
mente legalizado ante Mr. Duinesnil, no
tario de la herencia, acababa de renun-
ciar sus derechos en favor del padre d'Ai-
grígny.
Hasta entonces no le había ocun ido quo
remunerando tan geni rosamente los: cui-
dados que se le habían prodigado, y que
habiendo forzado su vocación cun una
m ntira sacrilega, el niarqui's solo llevaba
la mira de asegurar el feliz éxito de una
intriga tenebrosa.
Gabriel, obrando do aquel modo, no
cedia, á su modo de ver, á un senlir.úenu
exagerado de delicadeza , puesto que ha-
bía hecho libreroenle aqueUa díoMcion
muchos ailos antes, y hubiera creído una
indignidad el retrartarla. Haslante había
ya sentido que te hubiesen ereido eobar-
'^^ y por nada en el mundo hubiera
querido dar lugar i que )e hubierao t«.
chado de avaricia.
124 ALBun.
Se receitabaterer el csoeleiile carácter
<le misionero para q- e aqiielh flor de es
criipulosa probidad no se inarchilase con
Ja deletérea y desmoralizadora iníluencia
de su educación; felizmente, y del mismo
modo que el frió preserva algunas veces
tic la corrupción, la lielada atmósfera donde
había pasado parte de su infancia y ju-
ventud amortiguó solo, pero no vició, sus
generosas cualidades reanimadas poco des-
pués con el vivificante y cálido aire de la
libertad.
Kl marqués, mas pálido y conmovido
que Gabriel, habla procurado esplicar y
disculpar sus angustias atribuyéndolas al
sentimiento que le causaba la ruptura de
su (jucrido hijo con la Compañía.
Uodin, tranquilo y enteramente dueño
de sí, veia con secreta cólera la viva emo-
ción d'Aigrigny , la cual hubiera podido
inspirar singulares sospechas aun hombre
menos confiado que Gabriel; sin embar-
go, á posur de'esta aparente tranquilidad,
(al vez el socio estaba aun mucho mas im-
paciente esperando el buen resultado de
este grave negocio.
Samuel parcela aterrado... Gabriel era
el línico heredero i¡uc se presentaba»
Sin dudael anciano sentía Una viva sim
palia por este joven; pero Gabriel era «"" testamento á la calle de San Fran
— Efectivainenle, asi eslá espresado et\
]a nota que acompaña al testamento que
veis aiiui, dijo Mr. Dumesnil. Todo esto
fué depositado en 1G82 en casa de Tomas
Le Semelier consejero del Uey, notario
delChaleletde París, que vivía en la plaza
Real , número 13.
Y diciendo esto Mr. Dumesnil sacó de
una cartera de tahíele encarnado (|ue te-
nia debajo del brazo, un abultado rollo
de pergainin I que el tiempo había enri>je-
cido, sellado eoii do^ s I 'Sneg!0> y atado
con una cinia de soda según el uso de
aquellos tiem|)os: áesle rollo estaba unida
una nula de \itel3 péndrente de un Itilo.
— Señores, dijo el notario, si tienen
ustedes la bondad de sentarse, voy á leer
esta nota que dice las formalidades (jue
deben observarse para la apertura del tes-
tamento.
El notario, Gabriel, Rodin y el padre
d'Aigrigny se sentaron.
El joven eclesiástico no podía ver los
dos retratos, porque estaba vuelto de es*
paldas.
Samuel, á pesar de la invitación del
notario, permaneció de pié detrás del si-
Uor. de este , el cual leyó lo que sigue :
« Kl 13 de febrero "de 1832 se llevará
eclesiástico y acabaría o;-, él el nombre de
la familia de lVv-:iPpont, y esta inmensa
fortun: dgiomerada con tanta perseveran
cía no seria distribuida según los deseos
y la uícnte del testador.
Los diferentes actores de esta escena
es aban de \)\(: al rededor de la mesa re-
donda. En el momento en que convida-
dos por el notario iban ti sentarse, dijo
Samuel enseñándoles el registro de zapa
negra.
—Caballero, tengo orden de consignar
aquí este registro que está cerrado; en el
momento en que esté terminada la lec-
tura de! testamento os entregaré la llave. 1 lineas con voz sonora se detuvo un mo
«cisco número 3.
« .\ las diez en punto , la puerta del
«salón rojo, situado en el piso b.ijo, será
«sibierta á mis iieiederos á quienes sin
«duda habiendo llegado con tiempoá Pa-
rt ris , quedará adjudicada la sucesión en
« beneficio de aquellos, que según mis en-
« cargos perpetuados por tradición durante
«siglo y medio en mi familia, contando
«desde este dia, se presentasen personal-
amenté y no por medio de apoderados,
«el 13 de febrero antes de las doce, en
« la calle de San Francisco.
J^El notario después de haber leído estas
M.BIW.
135
Ynento y conlinuó dvspucs cou \oi so-
lemne.
— El prfbbiliTo Mr. (¡al>riel Francisco
Maria de Reiieponl, linbiendo jnslificaJo
por ados notariados su (iliacion palerna y
su cualidad de desccMidicuto dcl testador,
y siendo liaste «sla liora el solo descen-
diente de la familia de Renepont gue se
lia presentado en este sitio, abro el testa-
mento en su presencia se¡:un está preve-
nido.
Y diciendo esto el notario corló la cinta
de seda con un corlaplutnas , rompió los
dos sellos de cora , y sacó de la abultada
cubierta t|ue puso á su inmediación una
lii'ja de vitela doblada en cuatro pliegues.
El padre d'Aigrigny se inclinó y apoyó
<'l codo sobre la mesa sin poder contener
un profundo suspiro. Gabriel se disponia
o escuctiar con mas curiosidad que inte-
i''s:.
llo<]in se liabia sentado á cierta distan-
cia de ta mesa teniendo entre las rodillas
su viejo sombrero , en cuyo fondo habia
ciilocado un reloj t|ue medio habia escon-
dido entre un sórdido pañuelo dejuarices,
de Colon de cu.idros azules.
Toda la atención del socio e.staba divi-
dida entre el mas pequeño ruido esterior
y el lento movimienlo de las manecillas de
>íir«'li>j, cuya marcha parecia iniererapre-
sitrar con su>í pequeños é irritados ojos;
tanta era su impaciencia de oir la horade
las doce.
Kl notario, desdoblando la hoja de vi-
♦«•la, leyó lo que sigue en medio de una
prohiiida atención:
Aldea de Villctanense á 13 de febre-
ro de 1682.
La muerte va á librarme de la ver-
güenza de ir á presidio, al (¡ue lus impla-
cables enemigos de mi familia me lian
hecho condenar por i\.lapso. Ademas
después de la iiujerle de mi hijo, víclima
do un crimen misterioso, la vida me es
demasiado aniariia.
Mi pobie Enriquu murió á la edaij de
li) años... sus asesinos son desconocidos...
no... desconocidos, no, si he de dar crédi-
to á mis pensanñentüs.
(]on objeto de conservar mis tienes á
«ste hijo, íinjí alijurarel protestanlioino..,
y n)ientras que este ser amado ha vivido
he observado esorupulosanieiile las apa-
riencias lie catí'divo... lisio me rcinigiiaba,
pero se trataba de mi hijo....
Después (jue fué asesinado esta vio-
lencia me fué insoporlable. Como me es-
piaban fui acusado y condenado como
relapso.... mis bienes fueron confiscados,
y yo fui condenado á presidio.
Esta fué una época terrible.
¡Miseria y servidumbre! ¡sanguinario
despotismo, é intolerancia religiosa ! ¡ Ah I
¡ que dulce es dejar la vida ! ¡que des-
canso dejar de ver tantos males y mise-
rias !
Dentro de pocas horas tendré este
descanso.
Voy á morir, pensemos en los miosque
viven, ó por mejor decir que vivirán
tal V(>z en tiempos mejores.
De todos mis bienes lo único que me
(|ueda es una suma deoO.OOO escudos de-
positada en casa de un amigo.
No tengo hijos... sino nunierosos-parien-
les desterrados en Europa.
Esta suma de oO.OüO escudos, dividida
enlre los mios, hubiera sido para ellos un
débil recurso... y asi he dado disposiciones
diferentes.
Y esto guiado por los prudentes con-
sejos de un hombre (pie yovenero co-
rno la perfecta imagen de Dios sobre la
tierra... ponjue su inteligencia, bondad y
prudencia son casi divinas.
Durante mi vida solo he visto dos veces
á esle hombre, y esto en circunslancias
bien funestas dos veces le be debido
mi salvación una !a del alma, olí,! Jj
de! cuerpo.
•¿■1'
1^ ALBLM.
|Ayl ¡tal vez hubiera podido salvar á| Mi abuelo era calóiico; arrastrado ïirt
tarde
Antes de separarse de mi quiso quitar-
me de )a cabeza que yo me diese la muer-
te.... porque lodo lo sabia pero sus
consejos no hicieron mella en mi, dema-
siadas congojas, dolores y penas consumían
mi vida.
¡Cosa singular I lufgo que estuvo bien
convencido de que yo estaba resuelto á
acabar violentamente mis dias, se le enca-
pó una palabra terriblemente siniestra, la
cual me hizo creer que envidiaba mi suer-
te.... es decir ¡ mi muerte !
¿Estará condenado á vivir?
Si.... sin duda él mismo se ha condena-
do á ello con el objeto de ser útil á la hu-
manidad..,, y sin embargo la vida le sirve
de carga.... porque un . ia le oí decir con
una espresion desesperada de cansancio
una cosa que jamás he olvidado: «¡Oh!...
la vida.... la vida.... ¿quien me libertará
de ella ?»
¿Con que la vida es para él una carga
pesada ?
Partió.... sus últimas palabras me han
hecho mirar la muerte con serenidad
Gracias á él mi muerte no será estéril.
Gracias á él, estas líneas escritas en este
momento por un hombre que dentro de
pocas horas habrá dejado de vivir, produ-
cirán tal vez cosas grandes dentro de siglo
y medio, ¡oh! si.... grandes y nobles co-
sas.... si es que mi voluntad llega á s r
ecsactamente cumplida por mis descen-
dientes, porque me dirijo á mi raza fu-
tura.
Para que puedan comprender y {apre-
ciar mejor los últimus deseos que me ani-
man.... y que yo suplico que cumplan
aquellos que están aun sumidos en la na-
da, donde yo voy á bajar, es preciso que
conozcan á los perseguidores de mi fami-
lia, y, ora que puedan vengar á su antece-
sor, pero con una venganza noble.
mi hijo! pero llegó tarde.. ... demasiado j tanto por su celo religioso como por sus
consejos pérñdos, se aliiió, aunque era
laico, en una sociedad cuyo poder ha sido
siempre terrible y misterioso...»
A estas palabras del testamento, el pa-
dre d'Aigrigny, l\odin y Gabriel, se nl-
raron casi involuntariamente.
El notario que no habia notado esto ,
continuó:
Al cabo de algunos años, durante los
cuales no habia dejado de profesar la mas
absoluta devoción á esta sociedad, fué in-
formado repentinamente del objeto oculto
que esta se proponía y de tos imedios qilé
ponia para conseguirlo.
Esto fijé hacia el año de IGIO un ml»s
antes del asesinato de Enriqtie iV.
Mi abuelo, aterrado del secreto deqí}©
era depositario á pesar suyo, y cuya sig-
nificación se completó después con la muet-
te del mejor de los reyes; mi abtirlo no
solo rompió con la sociedad sino queaban-
donó la relijion romana en que habia vi-
vido has!a entonces y se hizoprotestartf?.
Prueba» irrefragables que atestaban la
connivencia de dos de sus miembros con
Ravaiilac, connivencia probada lauíbic n
con motivo del crimen del regicida Juaír
Ghatel, se hallaron en poder de mi abuelo.
Esta fué la catisa primera del odio en-
carnizado de esta sociedad contra nuestra
familia. Gracias á Dios, estos papeles har>
sido puestos en sitio seguro; mi padre me
los transmitió* y si mi úllinia voluntad
queda ejecutada , se hallarán marcados
con las letras \. M. C. D. G. en el ca-
frecito de ébano de la sala de luto de la
calle de San Francisco.
Asi es que mi padre tuvo que sorfrfr
sordas persecuciones: tal vez hubieran
producido su ruina y su muerte s¡« la in-
tervención do una muger angelical , por
la cual conservó un culto casi religioso.
El retrato de esta muger que he visto
ALBtJI.
Iiace pocQê aiios del mismo modo qne el
del hombre á quien he consagrado uiu
veneración profunda , han sido pintados
por mi . de memoria , y están coioraílos
en el salon rojo de la calle de San Fran-
cisco. Espero (jue uno y oiro serán para
mis descendientes el objeto de un culto
de gratitud.»
Desdo pocos momcntt'S antes, la aten
cion de (labriel se había idi> aumentando
"mas y mas con la lectura del testamento:
pensaba (jue por una est raña coinciden-
cia, uno de sus abuelos habia roto, dos
siglos hacia , con la Sociedad , del nti^mo
Inodo que él acababa de hacerlo una hora
aoteii.... y que datando esta ruptura de
dos siglos..... databa i|^ualniente la espe-
cie de odio con que la Sociedad habia per-
Seguido siempre á su familia....
El joven eclesiá>tiro hallaba no menos
eslrafio que esta b.erenria que se le tras-
mitía al cabo de 150 anos por uno de sus
parientes víctimas de la Sociedad , vol-
vii^se por (''I á esta Sociedad por la renun-
cia que acababa de hacer.
Cuando el notario leyó el pasaje relali-
\o á los dos retratos, (labriel, (|ue del
mi>m«> modo que el padre d'Aigrigny te-
nia vuelta la espalda á estas pinturas, hi-
To un nioviniiento para verlas....
Apenas vio el misionero el retrato de
la muger, cuando di() un gran grito de
sorpresa y casi de e-panfo.
El nütaitü iii'erruutpió en el acto la
lectura del testaniiiilo, mirando con in-
quietud al joven eclesiástico.
XXIV.
LA tLTlllACAMPA>AÜA bK I.AS DOCE DEL
día.
Al grito de Gabriel , el notario inter-
rumpió la lectura del testamento, y el
padre d'Aigrigny se acercó precipitada-
mente al joven eclesiástico, quien de pié
y temblando, miraba cada vez con mayor
espanto el retrato de la muger.
127
A poco dijo en vo2 baja y como hablan-
do consigo mismo :
— ¡ Dios mió! ¿es posiide que la casua-
lidad pueda producir i^nalifi semejan-
zas?... ¡Esos ojos tan nobles y tri>tes.w..
son los suyos... esa fnnle... rsi |ia!¡dey...
si.... son sus facciones.... enteramente Mjs
facciones I....
— ¿Qué tenéis, hijo mió? dijo el mar-
qués que estaba tan admirado como el
notario.
— Hace ocho meses.... repuso el mi-
sionero con voz sumamente cr»nmoviJa y
con la vista fija en el cuadro, liallándome
yo en poder de los indios en medio de las
montañas Herro(jucñas, y después de ha-
berme puesto en cruz, em|)ezaron á de-
sollarnío yo iba á morir, cuando lA
divina Providencia me -mivíó un inespe-
rado socorro... Si, esamüger es la misma
que me salvó
-^¡Esa muger! esclamaron á un tiem-
po Samuel, el padre d'.\igrigny y el m -
tarío.
Solo Rodin parecía enleraniente eslra-
ño al episodio del retrato: contraídas sus
facciones á cau>a de su rolérira impacien-
cia, se mordió las uñas hasta lo mas vivo,
contemplando con angustia la lenta mar-
cha de las manecillas de su reloj.
— ¡Cómo; ¿qué mujer os ha salvado,
lu vida? repuso el padre d' \igiigny.
— Esa misma , respondió (iabritl ba-
jando la voz y casi asu.-tad..; esa mujer...
ó mas bien una mujer que se !e parece
tanto, que si este cuadro no hubiese per-
manecido aqni siglo y niedio, yodiriacjue
ha sido pintado delante de ella , por(jue
no puedo compr^^nder como ima semejan-
za tan notable sea efecto de la ca^ualidad...
En (in... añadió después de un instante de
silencio y dando un profundo suspiro
los misterios de la naturaleza — y la vo-
luntad de Dios son impenetrables.
Y Gabriel volvió á caer abatiilo en su
128 ' ALeun,
sillon , en medio de un profundo silencio
interrumpido poco despues por el padre
d' Aigrigny , (jue dijo:
— En esto no hay mas que un hecho
estraordinario de semejanza... hijo mio..>
la gratitud bien natural que deb«ris tener
á vuestra protectora, da á este singular
juego de la naturaleza un grande interés.
Rodin , devorado de impaciencia, dijo
al notario i cuyo lado estaba :
— Creo que este episodio de novela nada
tiene que ver con el testamento.
— Decís bien , respondió el notario vol-
viéndose á sentar; este hecho es tan es-
traordinario y tan novelesco, como aca-
báis de decir, que no puede uno menos
de tomar parte en la profunda emoción
del señor...
Y en esto señaló á Gabriel que apoya-
ba el codo en los brazos del silbn y su ca-
beza en la mano', pareciendo enteramen-
te absorto.
El nulario continuó de este modo la lec-
tura del testamento:
Tales han sido las persecuciones que mi
familia ha tenido que sufriv de parte déla
Sociedad de Jesús.
En la actualidad posee esta mis bienes
en consecuencia de la confiscación.
Voy á níorir Ojalá mi muerte pueda
apagar su odio y hacer respetar mi raza.
Mi raza , cuya suerte es mi único y mi
último pensamiento en este instante so-
lemne.
Esta mañana he enviado á buscar á
Israac Samuel , hombre de una probidad
reconocida; me det)e la vida, no lia pa-
sado un dia en t]ue no me haya alegrado
de haber conservado á la sociedad una
criatura tan cscelente y tan honrada.
Antes que mis bienes fuesen confisca-
dos, Isaac Samuel los adtiiiiiistró siempre
con lanía inteligencia como probidad; ra-
zón por la cual le he confiado lojs 50,000
escudos (]uc me devolvió un depositario
hel.
Isaac Samuel, y después de ¿M muerl»,
sus tlescendientes, á los cuales dejará en-
cargado este deber de gratitud, harán va*
1er y acumular esta suma hasta la espi-
ración de 150 años desde el dia de la fecha.
Esta suma , acumulada de este modo,
¡legará á ser enorme y á constituir una
fortuna regia... si los acontecimientos no
se oponen á ello.
Î Ojalá que mis deseos sobre el repar-
tin)iento y uso de esta puedan ser ejecu-
tados por nii> descendientes!
Falalinenle suceden en siglo y medio
tales cauíbios y variaciones, trastornos y
mudanzas de fortunas entre las genera-
ciones sucesivas de una familia, qU'- pro-
bablemente, en estos 150 años, mis des-
cendientes se encontrarán repartidos en
las diferentes clases de la sociedad repre-
sentando asi los diversos elementos socia-
les de su época.
Tal vez habrá entre ellos, hombres do-
tados de grande inteligencia, valor ó de
escesiva virtud; acasoalgunos sabios, nom-
bres ilustres en las armas ó en las artes,
y también oscuros artesanos , modestos
paisanos, y P' r desgracia grandes crimi-
nales.
De todos modos aii mas ardiente y nías
grato deseo es (jue mis descendientes se
unan y reconstituyan mi familia por me-
dio de lina estrecha y sincera union, y
que pongan en práctica estas divinas pa-
labras del Salvador: Aniaoa uhok á oíros.
Esta union será un ejemplo saludable...
porque me parece (pie la union y la aso-
ciación de los hombres entre sí deben pro-
ducir la dicha futura de la humanidad.
La Compañía, ()ue después de tau largo
liecnpo persigue á mi familia, es uno de
los mas palpables ejemplos del poderío de
la asociación aun aplicada al mal.
Hay en este principio un no sé qué de
fecundo y de divino que hace conducir al
bien alas mas peligrosas y mas malas aso-
ciaciones.
ALBlilR.
m
Am es que las misii'nos liân diid ) aí¡:w-
■nas l<leâs chiras y j:oniVo-iài sohre esta
ttpnebrosa l^ompailia (k» Jesti* á pí'síT
<lo estar fniiHsda con ri (K'tf»s!aM<î.ol>joto
de drslniir por modio do nu ediiracioh
liomieidi la voluntad , la lil>t>rtad y et
pensamH'nto tic todos los ptieMos, con el
ol>jeto de entregafios supersticiosos, cn\-
lifiilecidos y desarinadi» , al despotismo
lío los re\cs á quienes l<i (lonipauía se re
stTva dominar por el confesonario.
A csfè pasaje del Icslametiío, el padre
xTAiiírlfíny y Gabriel "se miraron otra ve»
<li' lU) modo singular.
Kl notario ronlii\nó:
Si una asociación perversa fundada sokre
U degradación iuunana, s«»bre el tcttior y
el deopolismo, y pt»rsegMÍda pot la maldi-
ción de los pueblos, ha atravesado los si-
kIos y muchjs veces dominado el mundo
con la afíliicia y et terfnr... ¿f[ii(^ stjcede-
Tia con una asociación que, procedente de
la fraternidad, del amor evangélico, left-
ga por objeto d^r la libertad al hombre y
á la muger, y convidar con Ja dicha en
vste mundo á los que solo han conocido
los dolores y las miserias de la vida , y el
gloriíica-r y enriquecer el Trabajo qué sus-
tenta? ¿el ihHtrará aquellos á ipiienesen-
vi'^e la ú^Rorancia? ¿el favoreterta I bre
expresión de loda<* las pasiones (|ue bi s ,
p*r su hifinila Sabiduría y su inagota^ble
-bondad , htt dado al lioihbre como otras
ttfiítTs palancas poderosas? ¿el saotilicar
todo lo que procede do Dios... el amor, la
maternidad , la fuerza , la inteligencia , la
belleza y el ingenio? ¿el hacer en lina los
hombres religiosas y sumamente rocono-
ridos hacia el (Criador, haciéndolo? cono-
<:er los esplendores de la naturaleza y <t\¡
■j)arte nftrecida de los tesoros con que nos
col día?
¡ Oh ! ¡ si ol cielo pormiliese que dentro
-de ^it.'lo y nu'iii I , lis desccíidientes d' mi
tamilia, («eloj á la t'i!li;iia voluntad de un
vorazon amanledc la liinníYtí<!ad, se unan
íormando una santa comutiidad !
¡Si peimüifíi' H cielo que haya cniru
^•t|os almas caritativas y llena» de ronmi-
Ker.icion por los ipie padecen, almas ele-
vadifs y amantes de la lilierlnd ! ¡ corazo-
nes ardientes y «docuentesl ¡caracteres
resueltos, y mugeres que reúnan la belle-
/..i, el talento y la bondad! ¡cuan leeinida
y [)oderosa será la uni044 «te (odas estas
ideas, de tedas estas ¡nfliieDcias, de todas
estas fuoizis y de toda-; estas alraccione?
aglomerad 4S al rededor de esta forttina re-
gia que, concentrada pir la asociación ▼
pru leAtenienle admiiu'slrada, liará prac-
ticables las irtofiias mas admirables!
5 Qué maravilloso y fecundo foco de ¡deas
generosas! ¡qué rayos saludables y vivi-
ficantes resulta rian sih ces;fr de este cen-
tro de caridad, de emancipación y de amor!
[ Qué gran les cosas podrían intentarse
y (pió magníücos ejemplos psra el mundo
con semejante práctica ! ; Qué divino apos-
tolad-í eoTm, ¡ qué irresistible inclination
al bien podria imprimir á toda la luna-
idilad Tina familia coiiipueSta de este mo-
do y disponiendo de semejantes mediosde
acción!
Y adoitias de esto, esta t union, forma-
da para hater bien,*5eri.i âe por sí sola
capnz de combatir la funeíita asociación de
quien soy vfctiina, y que tal vez dentro de
siglo y medio Jnada habrá perdido de su
temible poder.
Eli tal casona esta obra de trníeblas, de
conipren->ion y despotismo ijue pesa sobre
el fnundo cristiano, podria oponer mi fa-
milia otra de ilintracion, de espansion y
de libertad.
VA genio del bien y el genio del mal sa
liallarian cara á cara.
La lucha empezarla ; y Dios protegería
á los justos. Y para que los inmensos re-
cursos pecuniarios, qu*' dar»n tanto poder
á lili f.imilia, no lleguen é agotarle, y pa-
33-
130
ra que se renueven con la sucesión de los
años, mis herederos, si escuchan mi vo-
luntad, deberán colocar, segnn las mis-
mas condiciones para la acumulación, el
doble de la suma que yo he colocado
En este caso, y al cabo de siglo y me*lio
¡ qué nueva fuente de poder y de acción
para sus descendientes! iqué perpetuidad
en el bien 1
En el mueble de ébano de la sala de
lutose hallarán algunas ideas prácticas so
bre esta asuciacion.
Tal es mi última voluntad ó mas bien
mi última esperanza.
Si jexijo absolutamente que los de mi
raza acudan en persona á la calle ¡de San
Francisco, el dia de la apertura de e>le
testamento, el objefo es, que reunidos en
este solemne momento, se vean y se co-
nozcan; tal vez mis palabras harán mella
en su espíritu, y en lugar de vivir dividi-
dos, se "unirán; sus intereses ganarán en
ello y mi voluntad será cumplida
Al enviar hace pocos dias á las perso-
nas de mi familia que el destierro ha d'S-
pcrsadoen Europa, una medalla en la que
está grabada la fecha de esta convocación
de mis herederos de aquí á siglo y medio,
he debido ocultar el verdadero motivo di
ciendo solamente que mi descendencia tie-
ne un gran interés en hallarse reunida tn
esta época.
He obrado así porque conozco la astu-
cia y la persistencia de la Compañía de
quien soy víctima : si llegase á saber que
en ese dia mis descendientes pueden re-
partir entre si sumas inmensas, tal vez les
amenazarian|graves riesgos, porque los si-
glos hubieran trasmitido en la Sociedad
de Jesús siniestros encargos.
¡ Ojalá que baste tal precaución I
¡ Ojalá que mis deseos manifestados en
las medallas puedan ser fielmente trasmi-
tidos de generación en generación!
A&BÙM,
Si fijo el dia y la hora fatal |en que mi
sucesión quede irrevocablemente adjudi-
cada á favor de mis descendientes que se
presenten en la calle de San Francisco eí
13 de febrero de 1832 antes de las doce,
la razón es por que es précis «pont r un tér-
mino á esta época y que mis herederos es-
tén prevenidos muchos años antes para nu
faltar á esta cita.
Después de la lectura de mi testamen-
to, la persona depositaría de los fimdos
nrvamifestará su valor y la cantidad, par;f
(jue estas sumas sean .repartidas entre \o9
herederos presentes.
Las piezas de la casa los serán abiertas
y allí verán cosas dignas de su interés, de
supiedad y de su respeto... principalmen-
te en la sala de luto. Mi deseo es que no
se venda esta casa y que permanezca ami»e-
blada como está para que sirva de punto
de reunion á mis descendientes , si como
lo espero hacen el caso debido de mis úl-
timos ruegos.
Al contrario, si se dividieson y si en vez
de (UUTse para coadyuvará una deiasma;»
generosas empresas que hayan señalado
un siglo, cediesen á pasiones egoislas; si
prefiriesen la estéril individualidad á la
asociación fecunda; si en esta fortuna in-
mensa no ven n>as (jue una ocasión de
frivola disposición ó de sórdida acumula-
ción.... que sean maldecidos por todos
aquellos á (juienes hubieran podido amar,
socorrer y emancipar... que entonces est»
casa sea demolida , que lodos los papeles
cuyo inventario se ha confiado á Isaac Ça
muel, sean quemados con los dos retratos
por el conserje de la casa.
He dicho.
Ya he cinnplido mi deber.
En todo e>to no he hecho mas (|ue se-
guir el consejo del hombre que venero yá
quien amo como á la verdadera imagen de
Dios sobre la tierra.
El amigo fiel que me ha entregado los
ALBlH
^0.000 escuJos> reslo demi fürluna, sabe
linicamcnte el uso que quioro hacer de
ella no he podido ne^ar á su amistad
rsla prueba de ''onfianza ; pero al mismo
tiempo he dehido oruUarle el n>>mhre de
Isaac SamueK.. esto hubiera sldoesponer-
hs principalmente á sus descendientes, á
grandes riesgos.
Pentro de p(n:o, este amigo^ que igno-
ra mi resolución de morir, lo cual va á
verificarse, vendrá aqui con un notario,
este testamento les será entrenado, sella-
do con todas las formalidades usadas en
tales ca-sos.
Tal es mi última voluntad.
Ponijo su cumplimiento hajo la protec-
ción de la Providencia.
Dios protejerá este deseo de amor , de
paí, de union y de libertad.
Rsle testamento mislico habiendo sido
hecho libre y enteramente escrito de uii
mano, quiero que sea observado escrupu
losamente tanto en su espíritu contó en su
letra.
Hoy 13 de febrer|de 1G82 á la na de
la tarde.
Marfu$ de Renepont.
A medida que el notario proseguia la
lectura del testameifto, Gabriel se senlia
sucesivamente agitado por diversss y tris-
tes impresiones.
Como hemos dicho, hallaba estraordi-
nario que por una fülalidad esta inmensa
fortuna con arreglo á la donación (|iie
acababa de renovar, fuese á m.inos de la
Coinpania proviniendo de una víctima
suya.
Ademas, su alma elevada y caritativa
le h'zo al instante comprender cual liii-
biese podido ser admirabU' tra^cen'len -ia
de la generosa asnciaciof» de familia, re-
comendada con tantas instancias por Ma-
riusdeRenepont... pensaba con profundo
sentimiento que como consecuencia de su
renuncia y de la ausencia de otro líere-
dero se hacia inejecutah'e tan ¡¡T^n pen-
samiento, y quedicba fortuna muih > mai»
considerable de loipitMlhabia mido. ia,;\
en poder de una Compaùia perversa para
que pudiese S'.'rvirie Como im leirible mr
dio de acción.
Pero, es menester deciro, el alma de
Ciabriel era tan buena y pura (¡ne no es.
fierimcntiS el menor sentimiento personal,
cuando supo cuan considerables eran los
bienes quC habia renimciado; ante^porun
iíileresaiite Contrasto, di scubriendo qno
podía haber sido |;ui rico, secomplacic'ien
H jar ir su pensamiento al humílíje cura-
to donde pronto pensaba ir i Vivir y á
practicar las mas sanias virtudes evangé-
licas.
Kstas ideas se sucedían confusamenit*
en su imaginación, la \i»fa del retrato de
la muger, las siniestras revelaciones con-
tenidas en el testamento , las gran les w-
ras que se nianif-'staban en las últimas
voluntades de Mr. de Uenepont , tantos
incidentesestraordinarios ponían á (iabriil
en una especie de estupor y atlmiracionen
que aun se hallaba sepultado cuanilo Sa-
muel dijo al notario, presentd;idu!c la lla-
ve del registro
— Hallará usted en este registro el es-
estado actual de las sumas existrrites en
mi poder provenientes de la capitalización
y acumulación dolos l'íO.OOO francos con-
fiados á mi abuelo por Mr. Marius de Re-
nepont.
— ¡ Vuestro abuelo!... esclamó el pa-
dre d'Aigrigny lleno de sorpresa , ¿es vues-
tra familia la que ha beclioconstanlemen-
te productiva esta suma?
— Si, seilor; y dentro de algimos instan-
tes ha de traer aqui mi mujer el cofre qut?
contiene los valores.
— ¿Y á cuanto ascienden esos valores?
preguntó Rodin con la mayor indiferen-
cia.
—Como el seùor nc'lario piicde »»egu-
132
ALBrn.
tarse por esle oslado (respondió Samuel
ron îa mayor sencillez y como si solamen-
te se tratase de los 150,000 francos pri-
mitivos) , tengo al menos en caja la suma
de doscientos doce millones ciento se-
tenta....
— ¡ Dice usted! esclamó el padre d'Ai-
prigny sin dejar concluir á Samuel, pues
el resto importaba muy poco á los Keve-
rendos PP.
— Si, la suma... (dijo Rodin con voz hal-
bucicnle y perdiendo su serenidad acaso
por la primera vez de su viHa ) la suiua...
la suma... la suma
— Oigo, continuó el anciano, que tengo
en caja 2l2 millones ITo mil francos de
Valores, séá en moneda ó al portador,
como el señor notario puede cerciorarse,
pues aqui está ya mi mujer que los trae.
RfectiVamenlé, en csf'e moniehto entró
líetsalié teniendo en sus brazos el coTre de
cedro donde sé Iiailábañ encerrados dichos
valores, los puso sobre la mesa y salió des-
pués de haber itiírado afectuosamente á
Samuel quien le correspondió.
Desde que Samuel declaró á cuanto se
elevaba la suma en cuestión, se acojian
SU5 palabras con el mas profundo silen-
cio.
Kscepto él todos los actores de esta es-
cena creian estar soñanda.
El padre <i' Aigrigny y Rodifi calcula-
ban sobre cunrenta miücnes... esta enor-
me suma se hallaba (|H htuplicada.
Gabriel oyendo leer los pasajes del tes
tamento donde se trataba »!« una fortuna
Tt'gia , é ignorando los |)rodigios de la ca-
!f)it.ilizacion , liabia evaKiaito didio caudal
■en tres ó cu-atfo miJlof»es: y i pe'sar de su
elE^minaba el estado 'rfe la cajia tic S^âWi'iïiî
y apen^^ parecia dar crédito á sUs oj«s-. *'«'*
K! jwdió cstat)a lawliiein mtído y doN>-
rosn'wente absorto ba^ la consideración
de (|tie iVt> se presentaba otro t»ere<der<>.
lin medio <le tan profimdo MÍencío^ el
reloj de la pieza inmediata empez» á daT
lentamente las doce.
SamuiM se estremeció y dio titv proft'íh*
\J« suspiro.
,¡ Oèwtro de atgwffos segtmdos condtita
(L-Ií)laz'. fatal!...
Hodm , el padre d' AigrigRy , Gabriel
y el notario se hallaban sumidos en unés"
iasis tan proftiflA) qire ningnno de eOo-s
echó <fíí ve*r lo esttano que era eloirelsè-
iri¿o (1»' dicht» reloj.
— ¡ Medio tliíiíesclámó Rodin, ycoíitin
Miovimiiiito involirntario prt'ío de pronta
ÍAsiiialíoss'obTe el Cofre í.omtí para lomSf
po^es'ío'n de »^I.
— 1 Eti fiyií!!.. seclaiTió el padre d' Aí*
gr>^i*y con tina esp'resi.'U de alegría, trtfm-
fu y euRJenamiento imposibles de descri-
bir; y acercándose 9 ^jíí^abríei le abrozóéón
exaltación diciendo*:
— ¡ Ah , mi queriío hijo! j cuántos po-
bfós van á bendecit-ùï; ' Sois un Saii Vi"
èénie de Paula... serí'is canonizado... os
lo fnV<>.
— Demos gra<;ias á la Providencia , di-
jo Rodin con tono grave y Conmovido^
porque ha pi-rmilido que tantos biertes sé
empleen en la mayor gloria del Señor.
El patire d' Aigngny dt spue? de abra-
zar otra vez á Gabriel le cojió por la ma-
rto y le dijo':
— Rodin tiene razón; arrodillaos, mi
d|uerido hijo, y demos gracias á la Proví-
^dmirable desinterés y ée «n escrupulosa dencia
lealtad , esperiinenlaba una especié de ena-
jén a-miento y de esfj-eWrécrrfiíeWto pAisarn
•do qtn; estos imnensos bienes pudíerou
pertenecerlo á él solo.
£1 nota-no casi lan absorto como él,
Y diciendo esto el padre d' Aigrigny se
arrodilló y empujó á Gffbriel, (pie atur-
dwío, conhiso y con la cabeza prerdfêacon
tam rápittos acontecimientos. Su arrodilló
moTijiii'ftalmente.
ALO m
Xfió h última campanada de las ilocc y
'todos se le levan la ron.
Knldiices el noloiiu dijo con una \oi
lijerameííle alterada por lo que ti n¡a de
solemne y eslraordinaria esta escejia.
— No habii''ndose presentado antes di-I
mediodía oiro lieredero de M. Marins de
Renepont, ejecnlo la voluntad de! Ie>la-
(lor y declaro, en noinlre de la ley y de
la justicia , á Francisco Alaria fiahriel de
Kenep')nf, ai^ni presente, solo y único
heredero y poseedor de los bienes mue-
i)les é inmuebles y valores de tüdaes|e«:ie
que provengan de la sucesión del testador,
de cuyos bienes el señor Gabriel de Re-
Tiepont, presbítero, lia hecho Jibre y vo-
luntaria donación por acto notorio al se-
ñor don Federico Manuel de Bordcville,
marqués d' Aigrigny, presbítero, que por
el mismo acto los acepta , y asi se halla
legítimo poseedor en lugar del diclio Ga-
l)r¡el de Renepont , por el hecho de esta
donación entre vivos autorizada por mi
en la mañana de este dia y firmada por
tjabriel de Renepont y por Federico d'Ai-
grigny , pre-<l)íleros.
En este momento se oyó en el jardín
m
una multitud de voces
Betsalié entró precipitada y dijo á su
marido con voi alterada :
— Samuel.... un soldado.... quiere....
l{etsa!Ȏ no pudo continuar; Dagoberto
so presentó á la puerta del salon encarnado.
Kstaba tan pálido que parecía prócsimo
á desmayarse; traía ol brazo izquierdo
ei.labliltado y sostenido con uh pañtielo,
apoyándose sobre Agrícol.
A la vi^la de Dagoberto los flojos y des-
coloridos pirpados de Uodin se inflama-
ron de jironto como si toda la sangre se
le hubiese sultido al cerebro; precipitóse
sobre el cofre con un movimiento de có-
lera y de posesión tan feroz, (jue se hu-
l)¡cra podido creer que estaba resuello, á
cubrirlo con sy cufrpo, á d^fenderlp á cos-
ta de su vida.
lU padreó' Aigrigny no reconoció á Da-
goberto ni había vi>to jauíás i Agrícol;
«si es que no ()udo oplicarse la especie
de espanto colérico (jue man¡fe^^ó Kodin ;
|K'ro el R. P. €0" prendiólo todo después
de haber oído á Gabriel dar un grito de
alegría y arrojarse ei: los brazos del her-
rero diciendo :
— ¿Kres tú... hermano mío? ¿y vos...
nu' se;.undo padre? ¡ Ah ! ¡ Dios es quien
os en>ia acpti I
Después de ha!)er a|)retado la mano á
Gabriel, l)ago|)c'ito se acercó al marqués
con paso rápido aunipie trémulo. Notan-
do el semblante amenazador del soldado»
el R. P. animado con los derechos que
habia adquirido, y sembré todo creyéndose
en su casa desde el medio d a, retrocedió
un paso y d.jo resueltamente ai veterano:
— ¿Quién sois, y que queréis?
El soldado, en vi z de responder dio aun
algunos pasos mas: deteniéndose en se-
guida y poniéndose entcramento en fren-
te del padre d' Aigrigny , se le quedó mi-
rando durante un segundo co|) lal mezcla
de curiosidad, aversion y audacia, que el
ex-coronel de liúsares, atónito por un
momento, ba¡ó los ojos en presencia del
pálido rostro y de las fogosas miradas deí'
veterano.
Kl notario y Samuel, sorprendidos, se
(juedaron hechos mudos espectadores de
esta escena , al mismo tiempo que Agrí-
col y Gabriel seguían angustiados los me-
nores niovimienlos de Dagoberto.
Rodin habia fingido apoyarse sobre la
caja para estar en dis|)osicion de cubrirla
con su cuerpo en todo evento.
lil padre d'Aigrigny venciendo en lin
el embargo que le causaban las ínflecsí-
bles miradas. del soldado, levantó Ja cabe-*
za y repitió:
— ¡ Os pregunto que quién sois y que
queréis "^
— ¿Con que no me reconocéis?
3V
134
—No señor.
— El hecho es , repuso el soldado con
profundo desprecio, que bajabais la vista
de vergüenza cuando en Leipsik, donde
os batíais en favor de los rusos conlra 'O;
franceses, el general Simón, acribillado
de heridas os respondió, ¡rcncgadol cuan
do le pedisteis su espada: yo tfo entrego mi
espada á un traidor: y en seguida se ar-
rastró conDO pudo hasta la inmediación de
un granadero ruso á quien se la entregó.
Junto al general Simon estaba un soldado
herido y este soldado.... era yo...
— En fin, ¿qué queréis? dijo el padre
d'Aigrigny sin poder apenas contenerse.
— Quiero hacer conocer que sois un
sacerdote tan infame y tan detestado por
todo el mundo como Gabrír-I es admira-
ble y bendecido de todos.
— ¡Cómo! esclamó el marqués fuera
de sí de cólera y emoción.
— Digo que sois un infame, continuó
el soldado con mas energía. Para despo-
jar á las hijas del mariscal Simon , á Ga-
briel, y á la señorita de Cardovílle de su
herencia , os habéis servido do los medios
mas horrorosos.
— ¿Qué decis? esclamó Gabriel, ¿las
hijas del mariscal Simon?...
— Son parientes tuyas, generoso jóven-,
lo mismo que la digna señorita de Cardo-
ville, bienhechora de Agrícol.... Este sa-
cerdote, mostrando al padre d'Aigrigny ,
ha encerrado á esta última como loca.. i.
y á las huérfanas en un convento.... bn
cuanto á ti, querido hijo, no creí encon-
trarte aquí hoy por la mañana , creyendo
que te lo hubiesen impedido como á los
demás; pero gracias á Dios te veo... y yo
llego á tiempo, no habiendo venido antes
á causa de mi herida. He perdido tanta
sangre que toda la mañana he tenido va-
hídos.
— En efecto, esclamó Gabriel con in-
quietud , no habia reparado que tenéis el
ÂLBII&I.
brazo entabh'llado; ¿qué herida es esa^^
A una señal de Agrícol, Dagoberto res-
pondió :
— No es nada.... resultas de una caí-
da.... Aquí me tienen V^ds. para descu-
brir mtichísimas infamias.....
Es imposible pintar la curiosidad, là
agonía , la sorpresa y el temor de los di-
ferentes actores de esla escena al oir las
amenazadoras palabras de Dagohcrto.
Pero el «jue mas aterrado e'staha era
Gabriel. Su figura angelical estaba deshe-,
cha, y apenas se podía sostener. Confun-
dido con la revelación de Dagoberto al sa-
ber por él la existencia dé oltos herede-
ros, no pudo prormnciar una sola palabra
durante algunos momentos , hasta que a^
fin esclamó con voz dolorida :
— ¡ Dios mío ! i y seré yo la Causa delà
espoliacíon de esla familia t
—¡Tú, hermano mioí esclamó Agirt-
col.
— ¿No han querido despojñrteá ti tam-
bién? repuso Dagoherto.
-^El tcslamehto, continuó Gabriel ca-
da voz mas afligido , dice que ia hcrenciít
debe pertenecer á los herederos que se
presenten aquí antes de las dore.
— ¿Y que hay con eso I dijo Dagoberto
asustado de la emoción del jóven eclesiás-
tico.
-»-Yahan dado las doce, repuso esíe-.
El único de la familia que estaba aqui soy
yo ¿comprendei$ahora?Lahorapasóya..)
y los herederos han sido despo.^eidos por
mí....
— ¡Por tí! dijo Dagoberto balbuciente
de cólera ¡ por tí, querido mío! entonces
nada hay que temer.
— Sí.... perOi..
— Nada hay que temer, continuó Da-
goberto lleno de alegría é interrumpiendo
á Gabriel... tu la repartirás entre los de-
mas... Te conozco demasiado.
— Pero yo he abandonado irrevocable-
*»«•■.
iàs
"Hfpníe loaos estos bienes, esclamó Gabriel
d«*se<iperado.
— ¡ Has abaiidonadü estos bienes! dijo
Dagobt-rto petrificado; ¿y á quién? ¿ñ
qui»''n ?
— Al sefior, respondió (labrrel señalan-
do al marqiiós.
— ¡A eseí repitió Dagober lo confundi-
do I á ese ! ; al renegado ! ¡ siempre será
él el demonio de la familia !
— Pero, hermano mió, salló Agricol,
4 sabias tus derechos á esa herencia?
~-No-, respondió abatido el joven ecle-
siástico, no... únicamente lo he sabido es-
ta misma manatia por el pa<lrc d' Aigríg-
ny que, si'gnn me ha dicho, acababa por
su parte de sabedo mediante unos pape-
les de familia que %e encontraron en mi
podùr y <ine fner.-^n enviados pof nuestra
madre á so conre>or^
El herrero corno recibiendo un rayo de
luz esclamó :
— Ahora lo comprendo todo... por esos
papeles habrán visto q'ie llegarla un dia
en que pudieses ser rico... y entonces fué
cuando se interesaron en tu suerte : te
han hecho entrar en este colegio donde
■no podíamos verte nunca... y después han
influido y engañado tu vocación con in-
dignas ffientiras para obligarte á que te
ordenases y reducirle en seguida á que
hicieses semejante donación... ¡ Ah, señor
d' Aigrigny ! repuso Agricol volviéndose al
marqués con indignación.... ¡tiene razón
mi padre... una intriga como esta es u"
infamia t
Durante esta escena, el Revc-rert
padre y su socio asurados y conmovid
al principio á pesar de su audacia, habi.
recobrado toda su serenidad.
Rodin, que seguia con el codo sobre ta
caja, dijo algunas palabras ai marqués en
voz baja. Asi es que cuando Agricol , lle-
vado de su indignación echó en cara áes
te último sus infames intrigas > el mar-|tívo, y no consentiré qnp las des
qtiés bajó la cabeza y respondió* modesta-^
mente:
— Debemos perdonar la< injurian... . y
ofrecerlas al Señor en prueba de nuestra
humildad.
Dagoberto, atnrdido ron todi» lo que
acababa de saber , st^iilia rti«i ttitb.irsele
la r.-iZon : al cabo de tantos contratiempos
las fuerzas llegaban á fallarle conecte ter*
rible golpe.
Las justas y sensatns palabras de Agri-
col, compnradasconrit'rtos pacajes deltes'>
lamento, iluminaron repentinamente á
(iabrielsobré el ohjiMo qiio se Itabia pro-
puesto el padre d' Aigrigny encargándose al
principio de sil educación, y atrayéndole
despuesá la Cocrpañía de Jesús. Por la pri-
mera ver de su vida pudo contemplar de
una ojeada todos los resortes de la tene-
brosa intriga de que acababa de ser víc-^
lima; la indignación y la desesperación >.i-
brepiijando entonces su timidez habitual.
es'Clamó dirigiéndose al maripiés lleno de
indignación y de noble cólera:
^.\si, padre mió, si me habéis liecho
entrar en uno de vuestros colegios no ha
sido por interés ni por cotí miseración, sino
solamente con la esperanza de hacerme
renunciar mi parle de herencia en f;iv»ir
de vuestra orden no os ha ba>tado sa'
crificarme á vuestra codicia, sino ()ue ha-
béis querido aun hacerme el instru-
mento voluntario de una indi¿:na espolia-
cion. Si solo se tratase de mí..... y de mi
derecho á estas riquezas que tanto codi-
ciáis no haría la menor reclamación;
yo soy ministro de una religion que ha
glorificado y santificado la pobreza: la do-
nación que acabo de hacer os perleíiece...
no pretendo ni pretenderé jamas insistir
mas sobre ella ni sobre nada pero s»»
trata de los bienes pertenecientes á unas
pobres huérfanas traídas aqni, desde el
fondo de un destierro, por mi padre adop-
posoais
136
ÂLBVHi
d^ ellos se (rata también de la bien-
hechora de mi hermano adoptivo y de la
última voluntad de un moribundo quien,
por su ardiente amor á la humanidad, ha
legado á sus descendientes ima misión
(ivaiigélica; unaadmiralile million de pro-
gresó, de amor, de union y de libertad :
no permitiré que esta misión quedé sin
efecto ni que se la sofoque en su germen...
No..... no.... y os repito que esta misión
quedará cumplida, aunque tuviese que
revocar la donación que he hecho.
A estas palabras el padre d'Aisrrigny y
ïlodin se miraron encogiéndose de hom-
bros.
A una scíial del sonó el reverendo pa-
dre tomó la palabra ron una calma im-
perturbable, con voz lenta y dulce; y te-
niendo cuidado do mantener los ojos ba-
jos, habló en esta forma :
— Se presentan en la herencia de Mr.
de llenepont varios incidentes muy com-
plicados en apariencia y fantasmas ame-
nazadoras; sin embargo, todo es muy
sencillo y natural Procedamos por su
<')rden, y dejando á un lado por ahora las
imputaciones calumniosas, suplicaré hu-
mildemente al señor abate Gabriel deKe-
nepon* que contradiga ó rectifique mis pa-
labras si me separo en lo mas mínimo do
la mas estricta verdad. El señor abate Ga-
briel en reconocimiento de los ciiidados
ique le ha prodigado la Compañía , á que
me hi>nro do pertenecer, me habia fle-
cho, como rtprt'Pcnl.inte de dicha Com-
pañía , libre y vfiluntnriamente donación
de los bienes (jiie un dia le pudiesen per-
tenecer y cuyo valor ignoraba, del mismo
modo que yo.
líl padre d'Aigrigny interrogó ó Gabriel
K:ot\ la vista como tomándole por testigo
lie oslas palabras.
— IÎS verdad, dijo el joven eclesiástico:
lie hecho este donati'vo con toda libertad.
—Esta mañana, cwconsccuencia de una
conversación sumamente íntima y cuy*
objeto callaré, cierto como yo estaba dé
antemano de la aprobación del señor abate
Gabriel
— Efectivamente, respondió generosa-*,
mente este último. .».. poco importa el
objeto de esta conversación
— En consecuencia pues de lo que ha-
blamos, el señor abate Gabriel me maní»'
festó de nuevo su ileseo de mantener esta
donación^.... no diré en mí favor.... por-
que los bienes terrestres me importan po-
co sino <'n favor de l?s obras santas y
caritativas (]iio dispensará la Compañía..»
apelo á la Icalia-l del señor abate de Ga-
briel suplicándole que decíate si está ónO'
comprometido , no solo con el mas formi*
dable juramento, sino aun con un acto
enteramente legal hecho ante maese Du-
mesnil, ai¡ui presente.
— Ks v<'r(lad , contestó Gabriel.
— Yo he hecho el acto , añadió el nú*
tario.
— Pero Gabriiel solo os liá dado lo que
le portenccia, exclamó Dagoberto Ese
buen joven no podía suponer (]ue le to-
maseis por pretesto para despojar á tos
tlemï>3.
' — Tened là bondad de permitirme que
ttie esplique, respondió a tei lamente el
marqués después responderéis,
Bagoijerto contuvo á ftierza de trabajo
un movimiento doloroso de impaciencia.
El reverendo padre continuó :
— El señor abate Gabriel ha confirmado
su donación por rl doble compromiso doí
un juramento; y no solo eso, repuso el
marqtiés, sino que, admirado, y nosotros
taoibíen , al saber la suma total de la he-
rencia, y lielásu admirable generosidad»
lejos de arrepentirse de sus dones los ha
consagradla de nuevo por decirlo asi rae-,
diante un piadoso reconocimiento hacia la
Providencia , porque el señor notario s,e
acordará sin duda q«e después de hal?eí
ÀikbM.
137
^0 «brazado à Oabriel con efusión «lición
dolé que en cuanto á la caridad, ora (in
seguiidt) San \'icente de Paul, le ct>fj;f por
la mano y $e arrodilló conmigo para dar
gracias al ciclo de haberle inspirntlo la
idea de hacer servir estos inmensos bie»
nes para mayor gloria del Seilor.
— Es verdad , respondió lealtnerile Ga
4)r4el; mientras que solo se trataba demi,
y á posar de un alurdiniienlo inoineiilá<
neo cauÑado por la revelación de una fur
tuna tan inmensa, no he pensalo un solo
instante en revocar la donación que be
h«ho con toda libertad.
— En lak's circunstancias, repuso e!
padre d'Aigrigny , dio la hora en i^\e át-
4)ta quedar cerrada la sucesión, y elseñof
abale Gabriel ha sido el único heredero
presente y por necesidad.... forrosamtute
•<?8 el solo y legítimo poseedor de e»l08 in-
mensos bienes ¡qué digo! sin duda
ninguna enomos. Yo no puedo monos de
regocijarme, en nombre de la caridad, de
t]ue sean enormes , pues gracias á esto,
fiH«chas miserias quedarás consoladas y
muchas lágrimas serán er\jutas. Repenti-
namente, el señor, dijo el marqués seña-
iando á Dagoberto, el señor, ¡levado de
iin aturdimiento que le perdono cou todo
«iii corazón y del que no dudo que se ar-
repentirá, se ha presentado aqui voqjí-
tando injurias y amenazas y censurándo-
me de haber alejado no sé en (|ue sitio ni
(an>poi'o (pie parientes, con el objeto de
impedir su presencia aqui á lien po
— ¡Si, os acuso de esta infamia! es-
'clanio el soldado ecsasperadode la calma y
audacia del H. I*. Si... y voy...
— Suplicóos otra vez que tengáis laèon
liad de dejarme continuar después ha-
'l>larei$.... dijo humildemente el man]ués
con la mas dulce y mas melodiosa voz.
—Si , responderé y os confundiré, es-
clamó Dagoberto.
- — Calla, calla, padre mió, dijo Agrí-
col, ya le llegará tu vez de hablar.
Kl soldado calKi.
El padre (rAigri<.nT continuó.
— Sin duda , si realmente ccsisten mas
herediros, es muy sinxible para ellos que
no hayan podido prixiilarse aciiii á tiempo.
Si en vei de defender la causa de los ne-
cesitados y de las personas que padecen,
defendiese solo mis intereses, estaría muy
lejos de valeime de una ventaja debida á
la casualidad ; pero como mandatario du
la j;rande familia de pobres, debo soste-
ner mis derechos absolutos á esta heren-
cia , y no dudo <|ue el señor nolapio reco-
nocerá la legitimidad de mis reclamacio-
nes y me pondré en posesión de dichos
valores, que bien mirado me pertenecen
legítimamente.
—Mi sola misión, dijoel notario con vtr
conmovida, es hacer ejecutar ñelmento
la vohmtad del testador. El señor abate
Gabriel de Uenepont ha «ido el único que
se ha presentado anlcs dol último térmi-
no fíjado para cerrar la sucesión. El acto
de donaciun está en regla y no puedo ne-
garme á entregar al donatario el total de
la herencia.
A estas palabras Samuel se cubrió el
rostro con las manos dando un profundo
suspiro, pues á superar reconocía serjus-
tas las observaciones del notario.
— Pero, señor, esclamó Dagoberto di-
rijiéndose al curial, eso no es posible, us-
ted no puede permitir que se despoje de
ese modo á las pobres huérfanas os
hablo en nombro de sus padres.... os juro
por mi honor militar que han abusado de
la debilidad de mi muger para conducir
las hijas del mariscal Simon al convento
é inipedirme que las condujera atjui hoy
por la mañana. E;»to es tan verdadero,
que he tenido que dar queja á un magis-
trado.
— ¿Y qué os respondió? djo el nota-
rio.
— tjiic mi deposición no era suficien
35-
138
AL^UM.
para sacar á las jóvenes del convento don-
pode están, y que la justicia proveería.
— Si, dijo Agríco!, lo mismo ha suce-
dido con la señorita de Cardovilte que es-
tá encerrada en una casa de Jocosa posar
de estar en cabal juicio, y queliene como
las hijas del mariscal Simon derecho át-s
ta herencia. En su nombre he practicado
iguales diligencias que mi padre en favor
de las antedichas.
— ¡Y bien I preguntó el notario.
— Desgraciadamente, contestó Agríco!,
Rieha.-i respondido lo mismoque á mipa-
brc, que por mi sola deposición nada se
dia proceder.... y que se proveería.
En este momento, Bttsabé oyó llamar
á la puerta de la calle y salió del salon
rojo á una seña que Samuel kt hizo.
El notario dijo dirijiéodose á Agrícol y
á su padre :
— Señores, estoy muy lejos de poner
en duda vuestros asertos; pero bien á pe**
sar mió no puedo dar vaior á vuestras
acusaciones de cuya ecsactilud no tengo
pruebas suficientes que me hagan suspen-
der la marcha leg£^l del asunto, pues co-
mo ustedes mismos lo han confesado, la
justicia, á quien se han dirijido, no ha creí-
do deber dar acogida á vuestras deposi-
ciones y os ha respondido que se informa-
ría y que se proveería ; de suerte que en
conciencia , y ustedes mismos van á deci-
dir ¿puedo yo en circunstancias tan gra-
ves cargarme con la responsabilidad que
los magistrados no se han atrevido á to-
mar?
— Si , debéis hacerlo en nombre de la
justicia y del honor, repuso Dagoberto.
— Asi será según vuestro modo de pen-
sar; pero según el mió me mantengo fiel
á la justicia y al honor, ejecutando ecsac-
tamente lo dispuesto por la sagrada vo-
luntad de un moribundo. A pesar de lo
dicho, no debéis desesperar. Si las per
tra el donatario del señor abate (jabrii H
entretasto debo darle sin tardanza pose-
sión de la herencia.... yo me comprome-
tería gravemente si obrase de otro modo.
Las observaciones del notario Wan tan
justas y tan arregladas á la ley , que Sa-
mtiel , Dagoberto y Agricol quedarórt
consternados.
Gabriel, despues do un mompnto de re-
flexión , paredó que lomaba Una resotn-
cion desesperada, y dijo al notario con fir-
meza :
— Si en semejantes circunstancias no es
suficiente la ley para sostener la justicia,
tomaré yo un paHido estremo, y antes &ë
resolverme pregtmtaré por Ultima vez al
señor abate d'Aigrigny si quiere conter. -
tarse con la parte que me pertenece ád
dichos bienes, bajo la condición de que
las otras quedarán en manos seguras
mientras los herederos <-n cuyo nombfií
se reclama , puedan justificar su legitimi-
dad.
-^A esa proposición responden^ lo que
tengo manifestado, dijo el P. d'Aigrigny ;
aquí no se trata de mí, sino de un ir>m<»lfi-
6) inlerí'S (íc caridad, per el que debo re-
husar la oferta parcial que me hace el s«*
ñor abate Gabriel, y recordarle sus com-
promisos de toda especie.
— ¿Con que rehusáis el convenio ? dii'>
Gabriel con voz conmovida.
— La caridad me lo manda.
— ¿ lU'husais absolutamente?
— Considerando las obras de piedad que*
estos tesoros van á fundar para mayor
gloria del Señor , no me hallo con ánimo
ni volimtad de hacer la mas mínima con-
cesión.
— Pues, señores, dijo el joven saccrda-
le con voz conmovida , supuesto que me
forzáis á ello , revoco mi donación; creí
disponer solamente de lo que me corres-»
sonas cuyos intereses defendéis se creer) pondia, y no de bienes ágenos,
agraviadas, pueden recurrir después con- ! — Mirad lo qoe hacéis, señor abate.
»»BTJM.
Í59
èqo t»l P. d'Ai^rigny ; os haré observar
que tengo en mi poder vueslrd formai jn
ramento por escrito....
— Ya lo s»S tenéis un e-fcrito porelcual
íie jurado que nunra revocara dicha do-
nación, bajo cualquier pr»'lesto, so pena
de incurrir en el desprecio i\e toda perso
na honrada.... está biih..... dijo Gabriel
con profunda Iristeza, me cspondró á to-
das las consecuencias del perjurio, vos lo
publicareis para que el menosprecio de
todos caiga sobre mí; pero Dios me juz-
gará.... Üicií'ndo esto, el joven sacerdote
se enjugó las iáyiimas (¡tic bañaban su»
vjos.
•^—¡Tranquilízate, hijo mió! e>clamó
t>agoberto recobrando sus esperanzas; lo-
üá persona honrsda aprobará tu proce-
xJfcr.
^- ¡ Bien Î ¡ bien ] liermatio mío , dijo
Agricol.
•i^SeiiOr íiolario, dijo entonces Rodin
con su destemplada voz , señor notario,
liaced saber al señor abale Gabriel que
pnede perjurar cuanto quiera, pcroque
■el código civil es menos fácil de violar que
una promesa simple.... y sagrada....
— Hablad, dijo Gabriel.
' — Decid al señor abale Gabriel, conti-
nuó Rodin, que una donación entre vivos
como la <)uelia beilioalR. P. d'Aigrigny,
puede revocarse soiameíile por 1res ra-
zones, ¿no es asít
— Si señor, por tres razones, dijo el no
tario.
— La primera por tener un hijo, con-
tinuó Rodin (caso de nulidad de que uo
tne alreveró á sospechar del st-ñor ab.U-
Gabriel); la segunda es la ingratitud del
donatario.... (y dicho señor puede estar
cierto de nuestro profundo y eterno agra-
decimiento) ; y la tercera es. la inejecución
de los deseos del donador relativamente
al empleo de sus donaciones, lo que é pe-
sar de la mala opinion que el seitot abate
Gabriel haya podido formar de nosotron,
si nos concede alg<in tiempo para pro-
b.TÍo, le eonvenceremoii de que s\f» ô*i-^
naciones serán aplicadas, coiho doea. en
obras <|ue se dirijan á la mayor gloria del
Señor.
— Ahora, señor nnlarin, dij.) el padre
d'Aigrigny, debéis decidir y decirnos .si « I
señor abale (iabriel ptled»' , ó no revocjf
la donación (|ue me ha hecho.
En el momento en (|ue el notario iba á
responder, entró Bel>abó precediendo é
dos nuevo* person<njfS(|ue se pre^entaroh
en el salon n-jo, á poca di>lancia el uno
del olro.
XWI.
l N Bl K?í GtNiO.
El primero de los dos personajes cuya
llegada habia interrunq)ido al notario, era
Earinghea.
Samuel, al v» f á este hombre de as-
pecto siniestro, s»» acercó á é! y le dijo:
— ¿Quién sois?
Después de habrr echado una pme-
trante mirada sobre Kodin, que se estre-
meció imperceptiblettictilr, y <|ut al mo-
mento recobró su sei cuidad, Faringliea
respondió á Samuel.
— El principe Djalina ha llegado de j.i
India hace poco tiempo, con el objeto de
presentarse hoy aqiii según lo pre\iene la
inscripción de una mcdaüa (|iio llevaba jI
(uello....
— ¡También él! e>clamó Gabriel,
que como es sabido, habia sido compañi*-
ro de viaje del indio , desde las Azores
donde habia hecho escalo el bu(¡ije enqiní
venia de Alejandría, ¡también él es uno
de los herederos! Efectivamente^... en la
travesía me dijo el príncipe que sumadle
era de origen francés.... Pero, sin duda,
creyó deber ocultarme el objeto de sii
\iaje.... ¡Oh! ¡ ese príncipe es un j<Sven
noble y valeroso ! ¿ Dónde está ?
El Kslrangulador volvió á mirar á Ko-
140
ALtrst,
din y dijo acentuando lenkamento üius pa*
labras:
— Ayer noclie me separé del príncipe...
Despiicsde h <iberme confiado que aunquu
ti^nia mucho interés en hallarse aquí, tal
vc«z tendría que sacrificarlo á otras cir-
cunstancias yo he pasa lo la noclie oti
la misma fonda que él y esta mafiana
cuando volví á verle ya había salido.....
La amistad que le profeso me ha hecho
venir á esta casa , creyendo que las noti-
cias que yo ptidiôse dar sobre el príncipe
serian acaso útiles.
El Estrangulador sin decir una palabra
sobre la emboscada en que» [principe ha-
bía caído la víspera ni sobre las intrigas
de llodin, y atribuyendo principalmente
la ausencia de aquel á una causa involun»
taria , quería sin duda algima servir al
socio contando con que este sabria recom-
pensar su discreción.
Es inútil decir (|ue Faringhea mentía
descaradamente. Después de haber lo-
Igrado escaparse aquella mañana de su pri-
sión , por un prodigio de astucia y de au-
dacia , corrió á la fonda donde había de-
jado á Djahna; allí fué donde supo, que
un hombre y una mnger de edad y fiso-
nomía respetab!-es, que decían ser parien-
tes del joven índií^ solicilaron verle y que
asustados del peligroso estado de somno-
lencia en que parecía sumido, le hicieron
trasportar á su coche con el objeto de lio
vérselo á su causa y prodigarle los au»i
Jios neresaiii>s.
— Es sensible, dijo el nularío, qtie este
Iwredero no se h;>ya presenta 'o por-
que de.>graiiadamente ha perdido sus de-
rechos á esta inmensa herencia.
— ¡Ah! ¡con qué se trataba de una in
mensa hoiemial dijo Faringhea mirando
fijamente á Rodin que separó prudente-
mente la vista.
En aquel momento entró el otro per-
sofiage de quien hablamos.
Era el padre del mariscal Simon , ití-
dano de elevada estatura que conservaba
aun mucho vigor y fuerzas para iib hom-
bre de su edad; sus cabellos eran blancos,
su fisonomía ligeramente animada , ma-
nifestaba astucia , dulzura y energía.
Agricol corrió á su encuentro y ie dijo:
— ¡Me alegro de veros aqui, sefior Si-
mon !
— Sí, amiíjo mió, respondió el padre
del mariscal apretando cordialmente la
mano al hernro; acababa de llegar de un
viage; Mr. Hardy debía hallarse aqui por
un asunto do herencia á lo que suponia>
pero como todavía estará ausente de Pa-
ris por slgun lrempo> me ha encargado
«jue
— Pero I qué pálido estás, hijo mío I
¿Oné hay? repuso el padre del general
Simon mirando alrededor con admiración,
¿de qué se trata?
— ¿De qué se trata? de vuestras nietas
á quienes acaban de robar, esclamó Da-
goberto desesperado y acercándose al an-
ciano; ¿y yo las he (raido desde el fondo
de la Siberia para que presencien una io'-
dignidad semejante?
~^[Vos! repuso el padre del marisca)»
procurando reconocer al soldado... ¡con
que sois!.,.
— Dagoberto..»..
— ¡Vos vos I ¡el í|ue tan generosa-
mente se ha sacrificado por mi hijo! es»
clamó el padre del mariscal; y en esto
apretó la mano de Dagoberto con la ma-
yor efusión ¿no habéis hablado de la hija
de Simon?
-—De sus hijas... es mas feliz de lo que
creía , saltó Dagoberto; esas pobres niiuis
son gemelas.
— ¿Y dónde están? preguntó el anciano.
—En un convento.
— ¡ En un convento I
— Sí, por la traición que este hombre
ha hecho encerrándolas allí para deshere-
darlas.
'a:-¿QUé hombre?
— Ei mir<|iiós dWigrigny.
— El roas encarnizado enemigo de mi
)íijo esctamó el anciano mirando con
«version al marqués cuya audacia wq se
desmintió tampoco en a()uella ocasión.
— Y no es eso solo, repuso Agricol,
Mr. Hardy, mi dij^no y buen niaeslro ha
perdido también, por desgracia, sus de-
rechos á esta inmensa herencia.
— ¿Oui' dice>? esclamóel padre del ma
riscal; Mr. Hardy ignoraba que se tra-
tase de intereses tan importantes y ha sa-
lido precipitadamente para ir á reunirse
con uno de sus amigos que tenia necesi-
dad de é\.
Samuel al oír todas estas revelaciones
sucesivas , sentia que su desesperación se
aumentaba : debía contentar>e con sen-
tirlo, pOique desgraciadamente la volun-
tad del testador era formal.
El P. d'Aigrigny-, deseoso de poner fin
á esta escena que le embarazaba cruel-
mente, á posar de su aparente serenidad,
tüjo al notario con voz grave y penetrada.
— lüs preciso que todo esto tenga al fin
un término: si la calumnia pudiese herir-
me, yo respondería victoriosamente con
los hochos qne hemos visto. ¿A qué viene
atribuir á odiosas intrigas la ausencia de
los herederos en cuyo nombre, ese solda-
do y su híjp reclatnan de un modo (an
iniperiosü? ¿por qué su ausencia será me-
nos esplicahle que la del joven indio, que
la de Mr. Hardy, quien según dice su ami-
go, ignoraba la importancia de los intere-
ses que reclamaban aquí su presencia?
¿No es mas probable que las hijaá del
mariscal Simon y que Ana de Cardoville,
por razones sumamente naturales, no ha-
yan podi'to presentarse aquí esta maña-
na? Kepito que esto dirá ya mucho; creo
q'ie el seùor n.>lario pensará del mismo
tnoln (pie yo, <|iTC el descubrimiento de
nuevos herederos no cambia en nada la^ uiürdi'nieutos
-'!"•.» rr t."'^ 36*
coestion que he tenido el honor de expo-
ner hace poco, es decir; que como man-'
datario de los pobres á qHteneg el señor
abate Gabriel ha dado tixlo cuanto po-
seía... soy... é pesar de su tardía é ilegal
oposición, el único poseedor de estos bie-
nes que me he comprometido y me com-
prometo, en presencia de todos y en este
solemne momento, á emplear en la ma-
\or gloría del Sellorw.... Tened la bondad
de responder terminantemente, señor no-
tario, y concluyamos de una vez una es-
cena tan sensible para todos.
— Caballeros» dijo el notario con vozso-
lemnet en mi alma y conciencia, en nom-
bre de la justieia y de la ley y como fiel é
imparcial ejecutor de la última volyntad
de Mr. Marins de Renepont, declaro que
con arreglo á la donación del señor Abato
Gabriel de Renepont al señor Abate de
Aigrigny, es único dueño de los bienes de
^ue os pongo en posesión ahora mismo, á
fin de que dispongáis de ellos con arreglo
á los deseos del donador.
Estas palabras pronunciadasCon aire dé
convicción y gravedad, desvanecieron las
últimas y vagas esperanzas que los defen-
sores de los herederos hubieran podido
conservar aun.
Samuel se quedó mas pálido que ordi-
nariamente lo era y apretó convulsfva-
. mente la mano de Betsabó qUe se había
aproximado á él; los ojos de ios dos an-
cianos so arrasaron de lágriíha?.
Dagoberto y AgricoF e<$tal)an sumidos
en urt profundo abatimiento á causa de
las palabras del notarío, en tas -cuales ma -
nffestaba no pod#r dar mas crédito y au-
toridad á su? recia inaeiofí«, y que los nía-
f»i*lríM)o« noismo* so veían forzados á re-
nunciar i toda esperanza.
(lAbricl sufra mas que todos, pues las
idea de que por su ceguedad era la causa
I é "instrumento involujUario <le tan abaiu'-
naUie espolíacíon, le causaba lerribtcs re-
142 ÀLBUIU.
Así es que cuando el notario, después
de aseguratsedela totalidad délos valores
contenidos en el cofre dijo al P. d'Ai-
grigny :
— Caballero, tomad posesión de esta
caja.
Gabriel esclamó con amarga tristeza y
profunda desesperación.
— ¡Ahí parece que en estas circuns-
tancias una inexorable fatalidad persigue
á todos los que son dignos de interés, de
afecto y de respeto... ¡ Oh, Dios mió ! di-
jo el joven sacerdote juntando las manos
con fervor, vuestra soberana justicia no
puede permitir el triunfo de tamaña ini-
quidad.
Parecía que el cielo habia escuchado la
súplica del misionero, pues apenas con-
cluyó cuando sobrevino una cosa estraor-
dinaria.
Rodín , sin esperar á que Gabriel con-
cluyese su plegaria, se llevó j supuesta la
autorización del notario, la caja entre sus
brazos sin poder reprimir la efusión de
triunfo y de su violenta alegría.
En el momento en que el P. d'Aigríg-
ny y su socio se creían ya poseedores del
tesoro, la puerta del cuarto en donde ha-
blan ôido el relox , se abrió dé repente y
se presentó una muger en ella.
A su vista, Gabriel lanzó un grito y
quedó atónito.
Samuel y Betsabé cayeron de rodillas
juntando las manos y sintiéndose anima-
dos de una inesplicable esperanza.
Los demás actores de esta escena que-
daron confundidos.
Rodin Rodin mismo retrocedió dos
pasos y volvió á poner el cofre sobre la
mesa con mano trémula.
Aunque la circunstancia de presentarse
una muger abriendo una puerta no tuvie-
se nada de estraordinario, sin embargo
causó un momento de profundo y solem-
ne silencio.
Al verla todos sintieron su pecho opri'-
mido y esperimentaronuna sorpresa mt'Z-
clada de estremecimiento interior y dû
inef;plicable agonía; pues esta uuiger pa-
recía el vivo original del retrato colocado
en el salon hacia ciento y cincuenta años.
Tenia igual peinado, igual trage, casi
arrastrando, y la misma fisonomía mar-
cada de tristeza penettanle y ^e^¡gnada.
Se adelantó lentauífute y, sin parecer
notar la profunda impresión que causaba su
presencia se aproxinu) á uno de los mue'
blés embutidos de cobre y estaño, tocó un
resorte que estaba oculto entre las mol-
duras de bronce dorado , y á su ¡mpul.>o
se abrió el cajón superior de donde sacó
un rollo de pergamino sellado; aproxf^
mandóse después á la mi»sa lo puso delan-
te del notario, que mudo y confuso hasta
entonces, lo tomó maquinalmente.
Después de haber mirado dulce, me
lancólicá y detenidamente á Gabriel que
parecía enajenado con la presencia de esta
muger se dirigió hacia la puerta di'l ves-
tíbulo que habia quedado abitarla , y al
pasar junto á Samuel y nolsal'i^, que sfc
mantenían arrodilla(lí)S,sc detuvo un ins-
tante, inclinó su cabeza á los d;)s ancia-
nos, los conternpló con tierna solicitud, y
dándoles sus manos á besar desapareció
tan lentatnenteComo se había presentado,
echando una última mirada solireGabriel,
La salida de esta mtíger hizo cesar el
encanto en (|ue los asistentes habían es-
tado por algunos instantes.
Gabriel fué el primero (jue rompió el
silencio y dijo con voz alterada:
— ¡lilla es!... sí ella aquí
en esta casa !...
— ¿(juién ella hermano mío?
dijo Agncol inquieto de la ¡lalidez y del
aire casi aturdido del misionero, pues el
herrero á pesar de no haber aun adver-
tido la estraña semejanza de esta muger
con el retrato, participaba sin saber por
qué, de la confusion general.
ILBf».
IftâpoWrlo V Faringhea se hallaban en
Igual situación.
— ¿(Juién es esta n)u;:«'r? iJijo Agricol
lomaiulo la mano de (iabriel (lUC halló
cubierta de sudor frió.
— ¡Mira...(iijoe' j('>ven sacerdote, hace
mas de siglo y medio (jiie otan ahí esos
cuadros, y 'e indicó con la cabeza los dos
retratos delante de los que se habia sen-
tado.
AI movimiento de Gabriel, Agricol, Da-
poborto y Faringhea clavaron la vista en
los retratos colocados.! los lados de la chi-
menea , y se oyeron a un mismo tiempo
tres esclamaciones.
^¡F.lla es..... sf la misma I dijo el
lierrero lleno de admiración; ¡y hace ciento
'cincuenta años <|ue su retrato está aqui !
^w^í^UÓ veo?... ¡ El amigo y emi>ario
del mariscal Simon ! esolamó Dagoberto
confémpla'íído el retratodelhoinl)re. Sí...
la misma cara del (|ue vino á buscarnos
en Siheria el ano pasado.. .. ¡olí! bien
le reconozco en su aire dulce y triste y
en sus cejas negras que no forman mas
r|ue una.
— No me engañan mis ojos no
ÇS sin duda el hombre con la frente ra-
yada de negro que ahorcamos y enterra-
mos en las márgenes del (iange.s, decia
para sí Faringhea estremeciéndose de hor-
ror; el mismo (|ue uno de ios hijos de
Hohwanie aseguraba el ano pasado en Java
haberlo encontrado cadáver en las ruinas
de Tchandi cerca de una de las piicr
tas de Bombay Kste hombre maldito
(pie decia que dijaba por lodas partes ij
muerte tras de si y á su paso y li;¡. e
>iglo y uíedio que esta pintura (xisto!
Y lo mi>mo (jue Dagdbt-rto y Agriml,
el asesino no podia separar lus ojos del
estraño retrato.
— ¡Qué misteriosa semejanza 1 pensaba
el padre d'Aigrigny; y como si estmiese
poscido de una repentina idea, dijo á Ga-
briel :
— ¿Pero fué esa mugrr la que os salvó
la vida en .\inérica ?
— La misma respondií» Gabriel es-
tremeciéndose; y aun me dij> que il»a ha-
cia el Norte de América.
— ¿Pero cómo se halla en esta casa?
preguntó el padre d'Aiürigny dirit'iéndose
á Samuel. Hesponded... ¿ Ksta muger >e
ha entrado aíjui antes que nosotros ú c> n
vos?
— Yo he sido el primero ipie ha en-
trado en este aposento y solo, y esta es
la vez primera en siglo y medio (]U(> se abn?
esta puerta, dijo gravemente Samuel.
— Fnlcnce» ¿cómo espiicais la presen-
cia de esta muger a(|ui? dijo el padre dWi-
grigny.
— No Iralodeesplicarlo, dijo el judi'>...
creo y ahora esp(>ro, añadió niirarub)
á lietsabé con una espresion ine>p'ic-ble,
■—Pero repilo que vos debéis esplic.ir
la presencia de esta muger, dijo el padre
d'Aigrigny sintiéndose vagam(>nie iiMpiie-
to , ¿quién es? y ¿cómo s«' halla en este
sitio^
— Caballero, lo único (pie sé es que,
según lo qne me tiene dicho mi padie,
existen comunicaciones snlilei raneas en-
tre esta casa y sstios muy lejmos de e.-le
liarrio.
— ¡.\h! entonces na !a hay uias sen-
cillo, dijo el padre d'Aigtigny ; y ahora
solo falta saber cual ha sido >u idea al in-
troducirse asi en esta ca*a ; en cnanto i
su semejanza con el retrato eso es una
casualidad.
Uodin habia participado de la emoción
general cuando se apareció la muger niis-
teriosa ; pero al verla entregar al notario
un paquete cerrado, al socio lejos de [ireo ■
cuparse de lo estraño de semejante apa-
rición, solo le acometió un violento de^eo
de abandonar aíjuella casa con el tesoro
qué acababa de adipiirir su Compañia;es-
perimentó alguna int|uielud al aspecto tjil
144 ALBÍDH.
plii'go sellado de negro que U protectora
'de Gabriel había entregado al no|arip, el
cual lo tenia niaquinalnu-iite en la mano;
y creyendo muy oportuno y á propósito
el desaparecer con el cofre aprovechando
fte del estupor y silencio que duraban aun,
empujó lijera mente con el codo al padre
d''Aígrigny, le hí^o una lijera señal de in-
t'>ligencia, y tomando la caja de cedro de
bajo del brazo se dirijió hacia la puerta.
— Un monunlo , caballero , le dijo Sa-
niuel levantándose é impidiéndole el paso,
suplico al señor notario <{ue ecsamine lo
(|ue se le acaba de entregar, despues pp
dreis salir.
— Pero, Señor, dij» Rodin tratando de
forzar el paso, la cuestión está definiljya-
mente juzgada en favor del padfe d'Ai-
grigny así permitidme......
— Os digo, cabalk'rp, continuó el an-
ciano con voz penetrante, que este Cofre
no saldrá de aquí, hasta que el señor, no-
tario haya tomado cpnocimienlp de k)s
papeles que acaban de entregatle.
Estas paUbras de Samuel llamaron la
atención de todos, y B.odin se yió forzado
á retroceder. A fesar de su firmeza elju
dio se estremeció con la.uurada penetran-
te que Rodin le lanzó en aquel.mpmenlo.
El notario obedeciendo al deseo de Sa-
muel ocsaniinó los papeles con atención.
= — ¡Ciiloí !.... esclamó de projito, ¿qué
Veo? ; ah ! me alegro.
A* la eschmiacion del notario todas las
miradas «e fijaron en él.
- — ¡\'am«)>! leoiJ , leed, caballero: dijo
Samuel juntando sus manos, puede (jue
imi;» prescnliiuientos no me liaban enga-
ñado.
— Pero señor, dijo el padre d'Aigrig-
ny al nol.irio, empezando á participar
tic la .Tgoiiía de Rodin; ¿qué significa ese
papel'?
— Un codicilo, dijo c! notario, un co-
dicilo que lo pone todo en duda.
— I Cómo! esciamó el padre d'AigrigiiY
con furor y aprocsimándose precipitada^-
mente al notario, ¿todo es tuestipnablc^
¿y con qtie derecho?
— Es imposible, dijo Rodin, protesta*
OJOS.
—Gabriel.... padre mío..,, escuchad «
'esclamó Agrícol , no está .Hun lodo përdi-
ïî'>... todavía hay esperanzas.... Gabriel...
■¿oyes? todavía hay esperanzas.
— ¿Qué dices?, dijo el joven sacerdote
levantándose y creyendo apenas Ip que
su Irermano adoptivo le decia.
— âiéùoïes, dijo el notario, voy á leer
la cubierta de este pliego Cambia ó
mas bien retarda todas las disposiciones
testamentarias.
! — Gabriel , esclamó Agrícol colgándose
á^\ ctiello del misionero, todo se retarda,
¡nada se ha perdido !I!J
— Señores, escuchad, dijo el notario...
■y leyó lo qtie signe;
hste es ttn codicilo que por las razones
'que se hallarán explicadas en esle pliego %
refarda y proroga hasta el i.° de junio de
1832, per« sin cambiarlas en lo mas mini-
mo , hitas las disposiciones contenidas en ti
testamento hecho por mi en el dia de hoy,
■á latina de In tarde,... La casa toíi'etáú
quedar cerrada y los fondos permanecerán
aun en poder dtl depositario para que sean
diilrihuidos á quienes tengan derecho áellos
el dia 1." de junio de 1832.
Villelencusc hoy 13 de febrero á lasonct
de la noche.
Marils deR^enepont.
— Protesto que este codicilo es falso,
esclamó (I padre d'Aigrigny ciego de de-
sesperación y rabia.
—La mu¿ir que lo puso en manos del
notario nos es sospechosa, dijo Rodin, el
codicilo es faUo.
— No, señor, repuso severamente el
notario; acabo de comparar las<losfirma9
y son ecsactamtnte iguales... •
ALIt'M.
m
Ademas, lo que yo decía esía mañana
á los hereck'ros (jue no se habian presen-
tado, oses flplicablt'.... podéis atacar la
legitimidad de este codicilo : pero todo
queda suspendido y anulado.... porqne el
plazo que cierra lasircesioTí se proroga tres
tneses y medio mas.
Cuando el notarir» acahó de pron<inriar
«stas palabras las niias de Kodin e>laban
ya ensangrentadas y sus descoloridos la-
bios se enrt)jecieron.
— ; Dios mió! ¡ me habéis escuchado...
me habéis salvado!.... esclamó Gabriel
arrodillándose, jimtando las manos con
relijioso fervor y volviendo al ciclo su an-
gelical cara; vuCslra soberana justicia no
podia permitir ^tie triunfase la iniquidad.
— ¿Oué dices mi querido hijo? escla-
nuV Dagobertoque en el primer transpor-
te de su aegria no habia eomprendido
bien la trascendencia del codicilo.
— Padre nuo, todo se retarda , dijo el
tierrero , c! plazo para presentarse queda
íijado á tres meses y medio contados des-
de hoy.... y ahora qiie estas gentes están
descubiertas... y .Agrícol señaló á Ilodin y
al padre dWigrigny, no hay masque temer
de ellos; se estar.^ sobre aviso, y las huór
fanas, Mlle, de Cardoville, mi digno amo
Mr. Hardy y el joven indio tomarán po-
sesión de sus bienes.
Ks imposible describir el delirio y la
alegría df Tiabriel, de Agricol, de Dapo-
bertoydfl padre dtl mariscal Simon, Sa-
muely li«'t«3bé. Solamente Farifijiliea per-
manecia confuso y aterrado delante dff
retrato del hombre que tenia la frente ra-
yada de nesro.
Tampoco t's posible csprisar el furor
del padre d'Aigrrpny y de U<)din, viendra
Samtiel volver á toniar el cofre de cetlro.
Por consejo del notario ' que se llevó
el codicilo para hacerlo abrir sepnn la»
Teriimlasl galvíl.Sanuí d conoció que s^-
ria prudente poner en el Banco de Fran-
cia los inmensos valores de (jue ya sabían
era depositario.
Mientras <|ue todos loscorazonrs gene-
rosos, (|«je tanto lialiian sufrido por algún
tiempo, manifestaban su dicha, esperan-
zas y alegría, el padre dWigriuny v Ho-
din salieron de la casa sumidos en una
rabia mortal.
El reverendo padre subió en el coche y
dijo á sus criados :
— Al palacio de Saint- Dizier.
Fuera de sí , cayó sobre los cojines y
tapándose la cara con las manos, dró un
prolongado gemido.
Uodin se sentó á su ludo y contem-
pló con cólera y desprecio a un iiombre
tan abatido y anonadado.
— ^Cobarde!... dijo entre sí, ; desdi-
pera!... sin embargo. >...
En un cuarto de hora el coche llegó á
la calle de Babilonia y entró en el p«tio
del palacio de Saínt-Dízíer.
XXVIÍ.
Las phimbros soi» los últimos y loS
ÚLTIMOS los primaros.
El coche del marqu(^> llegó con pronti-
tud al palacio de Saint-Dizier.
Dtirante todo el tránsito, Rodin per-
maneció mudo, contentándose con obser-
var y escuchar atentamente alpadred'Ai-
grifiny (jue exhaló sus quejas y toda la
furia de sus decepciones en un largo mo-
nólogo interrumpido de esclamaciones, de
lamentaciones y de indignaciones sobre
los implacables golpes del destio'o que des-
truyen en un morriento laS mas fundadas
esperan/as;
Luego que el cocfiè efttV(5 eri'el píítio y
se puso dblffnlie dí;l pefísliló del palacio de
Sailli- Dizier, fué fircil p- rcibir á través
de los vidrios de una venl.ina la fisonomía
de la princesa que estaba medio oculta
entre los dobleces dé un;» cortina, y cíiya-
iiHpscit'ncia la liabia lieclio venir á vcr'^f-
146 ALBUM.
era el padre d'Aig'igny. No contenta con
esto, y prescindiendo de las consideracio-
nes que debía guardar una señora de su
clase, salió precipitadamente y bajó algu-
nos escalones para salir á recibir al mar-
qués que empezaba á subir la gradería
con aire sumamente abatido.
La princesa, al notar la lívida y tras-
tornada fisonomía del marqués, se detuvo
de pronto y se demudó sospechando
que se había perdido todo y errado el
golpe. Una mirada recíproca con su anti-
guo amante no le dejó la menor duda so-
bre el resultado que ella tanto temia.
Rodin seguía humildemente al reve-
rendo padre.
Uno y otro, precedidos de la princesa,
entraron poco después en el gabinete de
esta.
Después de haber cerrado la puerta,
Mrae. de Saint-Dizípr , dirigiéndose al
marqués con indecible curiosidad, le dijo:
— ¿Qué ha sucedido?
El reverendo padre en vez de respon-
der á esta pregunta, miró á la princesa
con ojos encendidos, los labios blancos y
las facciones contraidas, dícíéndole:
— ¿Sabéis á cuanto asciende la heren-
cia que creíamos ser de 40 millones?
— Comprendo, respondió Mme. deSaint
Dizier nos han engañado... á nada...
habéis perdido el tiempo.
— Sí, lo hemos perdido, respondió el
reverendo padre apretando los dientes de
cólera perdido ¡enteramente! no se
trataba de 40 sino de 212 millones.
— ¡Doscientos doce millones! repitió la
princesa admirada , retrocediendo un pa-
so eso es imposible
Os digo que lo he visto por mis pro-
pios ojos, en un cofre inventariado por el
mismo notario.
— ¡Doscientos doce millones! volvió á
repetir la princesa abatida eso es una
riqueza inmensa, soberana. ¿Y habéis re-
nunciado y no habéis luchado por lo»
dos los medios posibles hasta el último
momento?
— Señora, he hecho cuanto me ha sido
posible, á pesar de la traición de Gabriel,
quien nos ha declarado esta mañana que
estaba resuello á abandonarnos, separán-
,dose de la Compañía.
■ — ¡Ingrato! dijo la princesa con sen-
cillez.
— El acto de donación queyoliabia te-
nido la prudencia de hacer legalizar por
el notario , estaba en tan buena forma
que á pesar de las reclamaciones de ese
furioso soldado y de su hijo, el notario
me puso en posesión de aquel tesoro.
— ¡Doscientos doce millones! repitió
por tecera vez la princesa juntando las
manos verdaderamente parece uh
sueño.
— Si, respondió tristemente el mar-
qués.... para nosotros, si'mejanle posesión
ha sido un sueño, porque se ha descubier-
to un codicílo que proroga por tres me-
ses y medio todas las disposiciones del
testamento: nuestras mismas precaucio-
nes han alarmado á toda esa caterva de
herederos... quesaben ya á cuanto ascien-
de esa enorme suma... están sobre sí y to-
do es perdido.
— ¿ Pero quien ha sido el malvado que
ha descubierto ese codicílo?
— Una muger.
— ¿Que muger?
— Cierta criatura nómada á quien se-
gún dice Gabriel debe la vida que le salvó
en América donde la conoció.
— ¿Pero como es que se hallaba allí esa
mujer? ¿Como sabia la existencia de ese
codícilo?
— Segsn creo, todo estaba convenido
con un miserable judio, conserje de la ca-
sa y cuya familia desde tres generaciones
ha sido depositaría de los fondos; sin duda
tenían instrucciones secretas para el caso
ALBUl
•PP. que se hubiese imposibilitado á los he-
rederos de acudir á la casa porque
Marins de Uenopoiit en su lestametito ha-
bla previsto que la Cumpafíia vigilarla á
-sj raza.
— ¿Y DO se puede poner pleito sóbrela
validez de ese codicilo?
— ¡Pleito! ¿en la í^poca presente? ¿plei-
tear por un testamento y esponernos á
mil clamores sin estar seguros del éxito?
Demasiado sensible es ya que todo estose
publique.... ¡ Ah ! ¡ fs cosa terrible I ¡en
los momentos de cojerel fruto ! ¡ Después
de tanto trabajo! ¡ después de haber obra-
do con tanta constancia y cuidado hace
íiglo y medio I
— ¡ -212.000,000 ! dijo la princesa : no
íeria en un pais estranjero donde se esta
t)leceria la Compañía; en Francia, en el
centro de la Francia es donde se haría es
to con semejantes recursos.
— Si, respoi<dióel¡marqués con tristeza;
y por medio de la educación nos haríamos
dueños de toda la generación naciente
Políticamente esto tendría un alcance in-
calculable; en segíiída, dando con el pió
en el suelo, repuso: os repito que un su-
ceso semejante es capaz de trastornar las
cabezas de rabia, j Un negocio combinado
con tanta sabiduría y destreza!
— ¿Con que no queda la menor espe-
ranza?
— Si Gabriel no retracta su donación
en la parte que le concierne, esta po-
dría ser la única porque le tocan 30
millones.
— Esa es una suma enorme... y es casi
Jo que esperabais, esclamó la princesa,
y en semejante caso ¿á que viene deses-
perarse?
— Porque «s evidente que Gabriel re-
clamará contra la douacion ; y por legal
que sea ya hallará medio de hacerla anu-
lar ahora que se ve libre, bien instruido
por nosotros mismos y rodeado do su fa-
uíilia adoptiva: os repilo que lodo es per-
dido sin (jne quede la menor esprranzn,
Y aun creo prudente escribir á ituma
para obtener el peruííso de salir por algún
tiempo de Paris. Esta ciudad we es
odiosa.
— Si, ya lo veo.... preciso es que no
quede la uienor esperanza para (pie vos...
y vuestro amigo.... os dt-cídais á salir de
aquí.
El padre d'Aigrígny se quedó profun-
damente abatido: este terrible golpe le
habia qtiitado toda su energía y recursos,
y se arrojó en un sillon sin aliento.
Durante esta conversación, Rodin se ha-
bía quedado modestamente de pió junloá
la puerta teniendo en las manos su viejo
sombrero.
bos ó tres veces y en ciertos pasajes de
la conversación del mar(|ués y déla prin-
cesa, la cadavérica cara del socio que pa-
reda sumida en una cólera concentrada,
se animó ligeramente, y sus flojos párpa-
dos se encendieron como si la sangre «e
le hubiese arrebatado á la cabeza de re-
sultas de una violenta lucha interior á
poco rato su triste rostro recobró su color
pajizo.
— Es menester que yo escriba al ins-
tante á Roma anunciando esta desgracia...
que ha tomado el carácter de un aconte-
cimiento de la mayor importancia, pu'S
destruye inmensas esperanzas, dijo el mar-
qués sumamente abatido.
El reverendo padre se quedó sentado,
y señalando con el gesto una mesa á Ro-
din, le dijo con voz brusca y altanera:
— Escribid:
El socio dejó el sombrero en el suelo ,
respondió con un saludo respetuoso á la
orden del reverendo padre, y con el cue-
llo torcido, la cabeza baja y el paso obli-
cuo, fué á sentarse en el borde de un si-
llon queestaba juntoalescrítorio; toman-
jdo en seguida un pspol y una pluma es-
148
ALBUfi.
poro en sitencio y sin Iiacerel menor mo-
vimiento á que le dictase su superior.
— Con vuestro permiso, princesa, dijo
el marqués á Mme. de Saint-Dizier.
Ií>la respondió haciendo un movimien-
to de importancia (jue parecia reconvenir
al reverendo padre del permiso que habia
•espresado.
El marqut's se inclinó y con voz sorda
y oprimida dictó estas palabras:
«Todas niie^í^as esperanzas, que úlli-
« mámente llegaron á ser certidumbres, se
«lian desvanecido de pronto. El asun-
«to de !\enepont á pesar de todas las di
« ligencias y destreza con que se ha ma- se de espaldas á ella , enderezó' su' encor
« nejado hasta ahora , se ha perdido sin
«remedio. Al punto á que han llegado las
«cosas es desgraciadamente una pérdi-
« da es un acontecimiento desastroso
« para la Compañía , cuyos derechos eran
«moral y e'vilentemente incontestables so
« bre diclíos bienes, estraidos frauduien-
« lamente da una confiscación hecha en
«su favor... Tengo á lo menos lasatisfac-
ífcion de haber liecho hasta el último mo-
« monto todo lo posible para defender
«nuestros derechos; pero repito que es
« preciso considerar este importante nego'-
(y cío como absolutamente perdido para
« siempre y no pon,^ar mas en él.
El padre d' Ai^rigny dictó esto teniendo
las espaldas vueltas á llodin, al movi-
miento de cólera (jue hizo el socio levan-
tándose y tirando la pluma sobre la mesa
«n vez de continuar, el reverendo padre
se volvió y mirando á Rodin con profunda
sorpresa , lo «lijo :
— ¡ Y bien ! ¿q.ié hacéis?
— Es preciso pwtief im térrriinoáesto...
^esle hombre es un estravagante^! se dijo
á si «>ismo Rodin aproximándose Icnta-
inefíte i I» chimeneat
— ¡Cómo!... dejais vuestro sitio... ¿no
•escribís? dijo el padre d' Aigrigny admi-
rado : y volviéndote á la princesa , que
participaba de su admíracion, cdntlhoë
señalando al socio cofi^ ufld mirada' des'de*
llosa.
¡ Ah! sirf dudahnpei^ido ía'oabtiíaíl
— Perdonadlo, dijo Mme. de Saint>D¡^
zier, será un efecto de la pena que le eSU-
sa la pérdida de este asanto.
—I>ad gracias á la princesa, volvedá
sentaros y contintiad escribiendo, dijo *I
marqués á Rodin con «B tono de dôfripa»»
sion de<derioso>; y conun gesto irhpípfíds'ó
le señaló la mesa.
El socio, indiferente á esta ntieva or-
den , se acercó á la chimenea, Vojviéndo-
bado cuerpo, se aseguró en sus pierna^,
dio ima patada en el suelo coirel'l&lon de
sus grasientos zapatos , cruzó las manos
sobre los faldones de su mugrienta levila>
y levantando la cabeza miró atentamente
al padre d' Aigrigny.
El socio no habia dicho nna sola pala-
bra ; pero sus horrorosas facciones ani
madas lijeramente, dieroD-bien pronto á
conocer una confianza en su superioridad,
un desprecio del padre d' Aigrigny y una
traritjuila y serena audacia, que el reve-
rendo padre Y la princesa quedaron con-
fuhdidos encontrándose dominados y sub-
yugados'por un viejo tan ruin, tan feo y
ordinario.
El padre d'Aígrt'gny conocía bástanle
las costumbres de la Compañía para po-
der creer á su humilde secréfíifi'd capaz
de tomar de pronto y sin motivo, ó mas'
bien sin un legítimo derecho, este aire de
trascendente superioridad. Conoció aun-
que demasiado tarde qíid su subordinado
podia ser al mismo tiempo su espía yurta'
especie de au.»ili»r esp^rimírilbdd que, se^
p(m los reglamentos de l.i órdefi , tec-
nia poder y misión, en cíit tos cayos un'
gentes , de reemplazar y destituir provi-
sionalmente al agente incapaz á cuyolado
lo habían- puesto preventivamente «oiBo
para vigilarle.
%*.BUH.
liO
'El Kevorendo padre no se engañaba,
pues desde el general liarla lo<< provincia-
les, y aun hasta ios rectores de los cole-
gios, y todos los miembros superiores de
(a Compañía , tienen á su inniediaeion ,
muchas veces y sin saberlo, perso!ias(jue
i'spien sin mas íolimos actos, sumamente
cairaces de ejercer sus funciones en cier-
tos casos, y »|ue están en correspondencia
directa y coi^tinua con I\oma.
Desde que Hodin tomó es!a positiiKi, el
aire altanero (]ue ordinariamente tenia
el padre d'Aigrigny cambió al instante,
y haciendo un gran «sfuerzo para repri-
mirse, le dijo con una incertidumbre lle-
na de deferencia.
— ¿Tenéis sin duda autori Jad paraman-
adarme.... á mi que os he mandado
hasta hoy?
Hodin, sin responder una sola palabra,
sacó d«! su grasienta y usada cartera un
^iit '^o sellad-) por los do< liul )S en el {|ue
se halliiban escritas alonas pa'abras en
latin.
VA marqués, después de haberlas U:ido,
flevó el papel respetuosa y religiosamentí
8 los labios y devolvió el plief^o á Kodin
haciiMidole una profunda reverencia.
Cuando ti p idre d' Aigrigny levantó la
caben, tenia el rostro encendi«lo de des-
tf)echo y vergüenza ; á pesar de yu cos-
tumbre de obedit-nria pasi-va y de ciego
respeto á las determmaciones de la orden,
csperimento un amargo y violento y des-
pecho al verse desposeído tan bruscamen-
te... Aunque hacía mucho tiempo que ha-
blan fin.ilizado sus.estrechas relaciones con
Mine, de Saint- Dizier, esta no dejaba de
ser á sus ojos una njuger... y esperimen-
4»r tan humiliante derrota delante de ella,
le era oiuclio mas doloroso) y crm-l, paes
á pesar de hai»er entrado en el claustro
lio sp tiabia dí^sprijado enteramente de las
í-osas mundanas: adorna'^, la princesa,
h'jos de entristecerse y de declaiarsecon-
tra la súbita transfurmacion del subalter-
no en superior, parecía (|ue miral'a á Ko-
din con una i-.»pi-rie de cu;^io>idad niez*
ciada de interés, (^llno iiiujtr, y mujer
eslremadameute ambiciotu quv trataba
de adherirse á las pifs(>iiah iiilliiM^ntes,
la princesa gu>tal>a de esaespecr ilccon-
lra>tes y la parecía justo, curioso, ¡dIc-
resante ver á este hombre, vestido ca^
ik' andríijos, niiserable y hornblimente
feo, que poco antes había sido el mas hu-
milde de los sübdíios dominar con su «le-
vada inteligencia, que sin duda era bien
conocida, dominar repetimos al padre d'Ai-
grigny, gran señor por su nacimiento,
distinguidos modales, y poco ante consi-
derable por su aotoridad eu la Couipa-
Aía .
Rodil!, desde este momento, comoper-
sonage importante , tiizo decaer §1 padre
d' Aigrigny de ta consideración de Ja prin-
cesa.
El marqués, pasado el pnnter mo-
menio de su humillación , a pesar de
u| que la herida de su oigulla estaba abier-
ta , puso por el conliiiiio todo su co-
nato en rediblar las atenciones con el
(jue se había Vuelto su gefe mediante un
cambio tan repentino de fortun». Pero el
e\-!>ocii«, incapaz de apreciar, ó mas bien
de conocer la delicadeza de semejantes
procederes , se coloc»^ decidida , brutal é
imperiosamente en su nueva esfera , no
por reacción de orgullo reprimido, sino
por convicción de su capacidad, pues un
largo estudio del padre d'Aigrigny le ha-
bía lierlio conocer la inferioridad de este.
— liiasteisla pluma; , jo el.'padred'Ai-
grígny á Kodin con mucha cortesía, cuan-
do yo dictaba esta nota para Uoma
¿me liareis el favor de inanifestarmc en
quii he obrado mai?
— Inmediatanuiite, dijo Kod.n con su
voz 3^11'la y pen( trante.
H.) enoiclio que [i pesar de que el ne-
38*
no
ALBL'M.
godo me ha parecido superior á vuestros
alcances....) me abstengo ¡y cuantas
fallas!.... ¡ qué pobreza de invención!...
¡qué medios tan groseros liabeis emplea-
do para conducir bien este negocio !
— Verdaderamente no comprendo esas
reconvenciones, respondió dulcemonle el
padre d'Aigrigny, aunque un secreto des-
pecho se dejó ver en su aparente sumisión.
¿Sin el codicilo no hubiéramos salido con
la empresa? ¿no habéis contribuido vos
mismo á las medidas que ahora desapro-
báis?
— Entonces mandabais y yo obedecía,
ademas ya estuvisteis casi para conseguir-
lo todo.... no á causa de los medios de
que os servísteis.... sino á pesar de dichos
medios, cuya torpeza y brutalidad causan
furor.
— Sois demasiado severo, dijo el padre
d^Aigrigny.
— Soy justo.... ¿Se necesita acaso ha-
cer prodijios para encerrar á uno en un
cuarto y para dar dos vueltas á la llave?
¿qué otra cosa habéis hecho?.... nada....
¡ciertamente !
¿Las hijas del general Simon prisione-
ras en Leipsik?: en Paris encerrada en
un convento Adriana de Cardoville? Duer-
me-en-Cueros encerrado en una prisión?
¿Djalma?se le dio veneno Un solo
medio ingenioso, y mil veces mas seguro,
ponjue obra moral y no materialmente,
ha sido el que se empleó para alejar á
Mr. Hardy En cuanta á los demás
medios.... malos, inciertos y peligrosos...
¿Y porqué? porque han sido violentos y
porque la violencia requiere violencia; en
este caso, esto no es ya una lucha de hom-
bres astutos, hábiles y tercos que maqui-
nnn en las tinieblas por donde siempre
marchan.... sino un combate de ganapa-
nes en medio de la calle.... ¡Gomo! lejos
de obrar con conciencia , y de ocíiltarnos
llamar la atención de todo el mundo so-
bre nosotros con vuestro necio y ostensi-
ble ntodo de obrar. Y para hacer mas
mislerio tomáis por cómplices á la guar-
dia , á la policía y á los carceleros.... Se-
mejante proceder es digno de lástima! So-
lo un ecsifo feliz pudiera hacernos perdonar
tales necedades... y este ecsito estais lejbs
de haberlo conseguido.,..
— ¡Caballero! dijo el padre d'Aigrigny
vivamente resentido, (porque Mtne. dé
Saint-Dizier, no pudiendo ocultar la ad-
miración que le causaba el modo lacónico
y decidido con que se espresaba Rodin ,
miraba á su antiguo amante con un aire
que parecía decirle: tiene razón) sois nras
que severo en vuestro dictamen y á
pesar de la deferencia que os debo, os
diré que no estoy acostumbrado....
— Hay muchas cosas á que no estais
acostumbrado ¡por vida mia! dijo dura-
mente Rodin interrumpiendo al R. P.,
pero os acostumbrareis.... Habéis forma-
do hasta aqui una falsa idea de vuestro
mérito; conservais antiguos resabios d'e
batallador y de mundano, que siempre
fermentan y quitan á vuestra razón la
frescura , la serenidad y la penetración
que debia tener.... habéis sido un buen
militar, oloroso y perfumado, habéis corri-
do guerras, fiestas, placeresy mug<^res...
Estas cosas os han usado y gastado á me-^
dias, de niodo que ahora no seréis jamás
sino un subalterno : estais ya conocido.
Siempre os faltará el vigor y cierta con-
centración de espíritu que domina á los
hombres y á los sucesos. Dicho vigor y con-
centración lo tengo yo ¿y sabéis porqué?
porque dedicado únicamente alserviciode
la Con>pañía, he sido siempre feo, sucio
y virgen.... ¡si, virgen!.... en esto con-
siste toda mi virginidad; al pronunciar es-
tas cínicas y orgullosas palabras, Rodin
se puso horroroso.
A la Princesa de Saint-Dizier le parc-
enteramente, habéis creido mas natural | ció casi bello por su audacia y energía.
Va padfe d' Aigrigny sintióndose domi-
nado de un modo iii vencí, le é inexorable
por este hombre diabólico, trató de hacer
el último esfuerzo para resistir y esclamó:
-^Caballero, esas fanfarronadas no son
una prueba de valor y de podi-r... ya se
Verá cuando llegue el caso.
— Se verá , respondió Kodin con frial-
'dad ; ¿y sabéis cuando? (dijo Uodin que
gustaba de la fórmula interrogativa) en
el negocio que vos abandonáis cobarde-
mente....
-^¿Qué decís? esclamó la princesa de
Saint-Dizier, pues el padre d'Aigrigny,
atónito (le la audacia de Uodin, no lialld-
ba palabras para responderle.
— Oigo, respcMulió lentamente Kodin,
que me encargo de remediar el asunto de
Henepont que nn irais como desesperado.
-^¿\'os? esclamó el padre d'Aigrigny
i vos?
—Yo...
— El caso es que han descubierto nues-
tras maniobras.
— Tanto mejor; será preciso inventar
otras mas hábiles.
•c^Desconüarán de nosotros.
— Tanto mejor, los triunfos difíciles son
mas ciertos.
— ¡Cómo! ¿esperáis conseguir que Ga-
briel no revoque su donación... qué tal
vez tiene alguna nuliJad?
— Haró ingresar en la caja de la Com-
pañía los doscientos doce millones de que
querían privarla. ¿Meespiico claramertl» ?
—Tan claro como imposible.
— Digo que es posible... y que es pre-
ciso que sea posible... ¿lo entendéis? es-
clamó Kodin animándose á punto que su
cadavérico semblante se encendió lijera-
mente; vos no concebís que ya no hay
mas partido que tomar... ó los 212 millo
nes vendrán á nuestro poder y lograremos
con ellos el restablecimiento de nuestra
foberaoa inílueocia en Francia , pues con
161
tales sumas y la corrupción del dia < se
compra un gobierno, y si es muy caro ó
poco condescendiente, se enciende la gU(T-
ra civil y se le destruye para restaurar la
legitimidad , que sin duda es nue<lru ver-
dadero centro, y que debiéndunosto todo
nos lo entregará todo.
-^Ks evidente, dijo la princesa jiuitan-
do las manos con admiración.
— Sí al contrario, continuó Kodin, esos
212 millones caen en manos de la familia
de Kenepont, será nuestra pérdida y rui-
na : esto seria formar un falange de ene-
migos mortales y encarnizados... ¿Noha-
beis oiíio los ec-iecrables deseos de Kene-
pont relativamente á la asociación (pie re-
comictida, y que por una inaudüa fatali-
dad su maldita raza puede admirablemen-
te realizar?... Pero calculad en las inmen-
sas fiierítas (¡ue se agruparán entonces C(ín
el ausilio de sus milioneSi El mariscal Si-
mon , obrando en nombre de sus hijas ,
es decir, el hombre del pueblo creado du-
que sin envanecerse, lo cual asegura su
influencia sobre las masas, pues el es|>í-
ritu militar y el bonaparlismo personifi-
cado, representan aun, á los ojos del pue-
blo, la tradición del honor y de la gloria
nacional. Sigue hicgo ese Francisco Har-
dy, ciudadano liberal, indepemlienlc é
ilustrado tipo del gran artesano, amanití
del progreso y del bien del<)sjori)al<'ros. .
Luego ese Gabriel, el buen sa>Trdolr, como
ellos dicen, el apóstol del evangelio primi-
tivo, el representante de la deniocracia
de la iglesia contra la aristocracia de la
misma, del pobre cura del campo contra
el rico obispo, es decir, en su dialecto,
el trabajador de la santa viña contra el
ocioso déspota, y el propagador lleno de
todas las ideas de fraternidad , de eman-
cipación y de progreso... como ellos dicen
también, y no en nombre de una política
ni revolucionaría ni incendiaria, sino en
nombre de Cristo, en nombre de una re-
Í82
AtBtJlf,
gi(m liena de caridad, de amor y de paz...
para valetme de sus mismas palabras.
Luego vlfene Adriana de Cardoville, tipo
de. la elegancia , de la gracia y de la her-
mosura , la sacerdotisa de todas las sen-
sualidades que pretende divinizar á fuer-
za de refinarlas y cultivarlas; no trataré
de su entendimiento y audacia, demasia-
■do lo conocéis. De forma que nada puede
sernos tan peligroso coino esta criatura ,
patricia por su nacimiento, popular por
su corazón y poeta por su imaginación.
Luego sigue el príncipe Djalma, caballe-
resco, determinado y pronto á todo, por-
que no conoce la vida civilizada, y que sien-
do implacable en su odio como estremado
en su cariño, es un instrumento terrible
para el que sepa valerse de^I.... Todo es
igual en osa detestable familia, hasta eso
miserable Duerme-cn-cuerosque, aislada-
mente no tiene valor alguno, pero que es-
plotado, rea'zado y regenerado por el con-
tacto de esos seres generosos ycomunrca-
tivos, como ellos llaman, puede tener gran
parte en la influencia de esta asociación
como representante de los artesanos
Ahora pensais que si todas estas gentes
exaspéralas ya contra nosotros, porque
dicen que hemos querido espoliarlos, si-
guen, y los seguirán sin duda, los conse-
jos de Uenepont, creéis que si asocian lo-
ólas sus fuerzas y los medios de acción de
que disponen con el ausilio de esa fortuna
inmensa que hará cien vece^ mayor supo
der ¿creéis que si nos declaran, y á nues-
tros principios, utia encarnizada giierra ,
x\n sef én l<»s enemigos mas ten»ibles que
jamas hayamos tenido? Pero yo os digo
<|ue nunca la Compañía se habrá hallado
lan seriamente amenazada; sí.... y ya es
para ella una cuestión de vida ó muerte.
Ya no estamos en el caso de defendernos,
sino en el de atacar hasta conseguir ani-
quilar esa maldita raza deReneponty po-
seer estos millones.
A este cuadro, represetando por IRo-
din con animación febril, tanto mas in>
fluyente por ser mas lara, la princesa
y el padre d' Aigrigny se miraron aturdí^
dos.
— Lo confieso, dijo el reverendo padre
a Ilodin, no habia reflexionado en todas
las peligrosas consecuencias de la asocia-
ción para el bien, recomendada por M.
de Uenepont, y creo en efecto que sus he-
rederos , con arreglo al carácter que les
conocemos, tomarán empeño en realizar
la idea.... Kl peli^^ro es grande y an;>ena-
■zador, pero -¿qué hemos de hacer para
Conjurarlo?....
— ¡ Cómo! Kstais dando con caracteres
ignorantes, heroicos y exaltados como Djal-
ma , sensuales y escéntricos como Adria»-
na de Cardo\ille, sencillos é ingenuos co-
mo Rosa y Blanca Simon , leales y fran-
cos como Francisco Hardy, angélicos y
puros como Gabriel , brutéales y estúpidos
como Duerme-en-cueros ¿y preguntáis
que se puede hacer?
— Verdaderamente no os entiendo, dijo
el padre d' Aigrigny.
— ¡ Ya lo creo! bastante me lo prueba
vuestra pasada conducta en el asunto, res-
pondió desdeñosamente Uodin. Habéis re-
currido á medios groseros y materiales ea
lugar de obrar sobre tantas pasiones, no-
bles, generosas y elevadas, que reunidas
un dia formarían una fortaleza temible;
pero que ahora separadas y aisladas se
prestan á todas las sorpresas, seducciones
y ataques ¿(Comprendéis ahora?
¿Todavía no? y Uodin se encogió de hom-
bros. ¡Vamos! ¿se muere nadie de de-
sesperación?
—Sí.
— ¿El reconocimiento del amor corres-
pondido puvde llegar hasta los últimos
limites de la mas loca generosidad?
— Si.
— ¿No hay descepcionestansumamen-
Al BI'H.
i5â
O liorribles i-ii las cuales el siiiridio es «'I
solo refugio cc^itra tcrriblos realidades?
—Si.
— ¿Hl esceso de las sensualidades puede
conducirnos á la tumba con una lenta y
voluptuosa agonía ?
—Si.
— ¿ í']xÍNf«'ii ei la \¡dac¡rcun>laii(M'as lari
terribles en que Ioí caradores mas munr
danos y (iniíes. ó los mas impios... vie-
nen á echarse ciegamente deshechos y ano-
nailados v.\ los brazos de la religion aban-
donando los mayores bienes de este muu
do por el cilicio, la oración y el estasis?
—Si.
— ¿No fiay al fin mil circunstancias en
I,is ruaK's la reacción de las pasiones pro-
duce los mas estraordinarios cambios y
los desenlaces mas trágicos en la existen-
cia del hombre ó de la mujer?
-^Sin dtida.
— ¡Y bien! ¿i ijue Viene preguntar que
hemos de hacer? ¿Qué diríais si por ejem-
j>lo ios itidividuos mas temibles de la fa-
níilia do Uenepi ni viniesen antes do 1res
meses á ponerse de rodillas y á implorar
ta Cl acia de ser admitidos en esta Gom-
pañia que tanto odian y de la cual se lia
separado hoy (iabriel?
— Somej.iiite conversion es imposible,
esclamó el I'. d'Aigriyny.
— ¡ Imposible ! ¿(Jué órais vos hace
quince años? dijo Uodin un hombre
mundano', implo y desmoralizado.... y al
cabo habéis venido á dar con nosotros y
á Confundir vuestros bienes on los nues-
podremos mas (juc ima f.im¡l¡a que nos
amenaza tan de cerca, y cuyos bienes,
robados á la (]omp;>ñi.T, «¿ >n para nosotros
tan capitalmí'nte n< cosaria'.? ¡Ciíinyl ¿•se-
remos tan poco diestros para no obtener
este resultado sin necesidad de acudir á
viiilcnrias y á críri'.encs ipie ti.is runijiro-
meterian? Sin dmi.) ij^rioraislos inmensos
recursos <le aniquilniniriito mutuo «') par-
cial que puede ofrecer el jtíégo de los pa-
siones himianas liiibihnenfe conibinada?,
opuestas, vioki»la.Ins , desencadenadas,
escitadas.... y sobre lodo, gracias á un
poderosísimo ausiliar, cuando ta! vez es-
las pasiones pueden redoblar su ardor y
su vi6leHcia.
— ¿Y.... (juién es esc niisüiai? pregun-
tó el marcjués, quien del uii.^mo modo(¡ue
la princesa, esperimenlaba entonces una
especití de admiración mezclada de terror.
— Si, repuso Kodin sin rcspoiider al
íl. P. , porque este forniidal)le ausiliar,
si llega á venir , puede producir terribles
transformaciones y convertir en [¡usiiani-
mes á los indomables, en crédulos á los
impios, y en feroces.... á las mas angeli-
cales criaturas....
— Pero ese ausiliar', salló la princesa
opiinu'da con un vugo temor, ese ausiliar
lan formidable y tan tennble, ¿«luién es?
— Si al fin lle^a á venir, continuó Ho-
din qui' seguía tan impa>ijj'e y tan lívido
como antes, los seres mas jiivenes y mas
vigorosos estarán todos los días en riesgo
■ de morir, y de un modo lan inminente
como lo está un moribundo en el iillimo
Iros.... ¡Cómo! nosotros que hemos do- 'minuto de la agonía.
Miado á los reyes, príncipes y papas; <juc
liemos absorvido y apagado los mas bri-
llantes ingenios que lejos de nosotros re-
flejaban con tanto esplendor; nosotros qije
hemos dominado casi los dos mundo:^ y
que nos hrnios perpetuado con nuestras
ritjuezas hasta el día á pesar de los odio>
y de las proscripciones; nosotros digo ¿no
— V ro ese ausi'iar.... repii-o r I mar-
qués cuyo espanto aumentaba por mo-
mentos, porque al paso íjue Hodin /lacia
mas lugubre su pintura , la (isonomia du
d'Aigrigny parecía mas cadavérica.
— ■ \í>v ausiüar podrá diezmar los
'pueblos y llevarse consigo toda una fami-
lia de m.íldicion ; al paso que se verá for-
39-
154 ALBUM.
zado á respetar la vida de este gran cuer-
po inmtitable que no >e debilita jamás con
la muerte de sus miembros.... porque su
espíritu.... el espíritu de la Sociedad de
Jesús no es perecedero.
— Pero al fin, ¿quién es ese ausiliar?
— Este ausiliar, repuso Hodin este
ausiliar que se aproxima.... con lentitud,
y cuya terrible llegada se anuncia en to
das partes con lúgubres presentimientos...
~¿Es?
— El cólera.
A esta palabra pronunciada por Rodin
con voz breve y aguda , la princesa y el
marqués se demudaron y se estremecie-
ron....
Los ojos de Rodin estaban tristes y fi-
jos.... parecía un espectro. ;
Durante algunos instantes reinó en el
ámbito de la sala un silencio sepulcral.
Rodin fué el primeiro que to interrum-
pió , y tan impasible como siempre mos-
tró al marqués con un gesto impetíoso la
mesa donde poco antes se había él senta-
do modestamente , y le dijo con voz bre-
ve:
— ¡ Escribid !
El R. P. se estreriieeíó primero de sor-
presti, y en seguida , acordándose que dé
superior se había convertido en stjbalttr-
no, levantóse, se inclinó ante Rodin y pa-
sando delante de él, fué á soiitarse á la
mesa, tomó la pluma y se volvió, dicién-
dole:
— Estoy pronto....
El marqués escribió estas palabras qué
Rodin le dictó:
« Por la poca inteligencia del P. d'Ai-
«grigny, ha quedado gravemente com-
«prometido el asunto de la herencia de
« Renepont. La sucesión asciende á 212
«millones. A pesar de este descalabró,
«creemos que sea posible imped r que là
« familia de Renepont llegue á perjudicaV
«á la Compañia, y (\ue se le resliluyaes-
« ta suma que legítimamente le pertene-
«ce... Para esto, lo único que >e solícita
«son poderes amplios y estensos».
Un cuarto de hora después de ésta es-
cena, Rodin salía del palacio de S-^ínt-
Dizier, ¡impiando con el codo su viejo y
grasicnto sombrero, que se había quita-
do para corresponder al profundo saludo
del portero.
Eli PROTECTOR.
XXVIIL
EL DESCONOCIDO.
Al día siguiente al en que el P. d'Aí-
grigny había sido tratado tan duramente
por RodíQ á pesar de la subalterna posi-
ción ocupada anteriormente por este, pa-
saba la escena que vamos á referir.
Es sabido que la calle de Clovis es uno
de los sitios mas solitarios del barrio déla
Montaña de Santa Genoveva : en la épo-
ÏLÏtk
'ci de qiic hablamos, là casa señalada con
'el número 4 .le esta lóbrega calle, se com-
ponía de un cuerpo principal cortado por
un corredor oscuro (|ue daba paso á un
sombrío palio en cuyo fondo se elevaba
otro edifício sumamenle miserable y de-
teriorado.
El piso bajo fie la fachada se componía
de una tienda medio subterránea donde
Vendían carbón , tena, algunas legumbres
y leche.
Eran las nueve de la mañana. La ven-
dedora llamada la lia Arsène, niuger an-
ciana , de una fisonomía dulce y enfermi-
za, llevaba un vestido de bombasí oscuro
y un pañuelo de algodón á la cabeza. Ha-
bía ya subido el último escalón <|ue ron-
'düciá á su cueva y concluía de arreglar
'iiis gétieroi, es decir, ijiie á un lado de la
puerta colocó una olla de leche de ojala-
l.i, y al otro algunos ujanojosdc legum-
bres marchitas ai lado de coles amari-
llentas; al pié de la escalera, y en el sitio
mas oscuro de la cueva veíanse los relie-
jos de las ardientes brasas de un hornillo.
Esta tienda que estaba inmediata al cor-
redor, servía de cuarto de portería cuyo
oficio ejercía la frutera. Una linda criatu
rfta, líjera y alegre, que salía de su casa,
entró poco después en casa de la tía Ar-
sène.
Esta joven era Rosa F'ompon, amiga ín
tima de la reina Bacanal que había que-
dado momentáneamente viuda y cuyo bá-
quico aunque respetuoso chichisbeo era,
como ya hemos dicho, Nwi Moulin, gra-
cioso ortodox», que cuando Picaba el ca-
so, se transformaba, después de haber l)e-
bido, en Santiago Dumoulin, escritor re-
ligioso, pasando asi joviaUnentedeun bai-
le desordenado á la polémica ultramonta-
na; del Tulipán barratcoto á un folleto ca
lólico.
Rosa Pompon acababa de levantarse se-
gún lo demostraba el descuido de su ropa
155
singular de la mañana: sin duda alguna á
falla de otro adorno, mal llevaba sobre
sus hermosos y rubios cabellos una gorra
(le cuartel , parle de tui elegante (ii^fraz
de descargador : nada mas travieso q^e
aquella fisonomía de diez y siete años, có»
lor de rosa, fresca, rolli/a , y brillante-
mente animada con dos ojos azules, atcgns
y vivos. Uosa Pumpon se aju>taba tanto
desde el cuello hasta los pies su capa es-
cocesa algo raída , de cuadros colorados y
y verdes, que era fácil adivinar su pudi-
bunda preocupación: >us pies desnudos y
tan blancos, que era imposible decir si
llevaba medias, estaban calzados eii unos
peqtieùos zapatos de tafilete rojo con he-
billas plateadas.... Eta fácil notar qtie su
capa ocultaba un objeto que tenia en la
mano.
— Bueoos días, señorita Rosa Pompon,
dijo la tía Arsène, con aire jovial; mucho
madrugáis hoy, ;nu habéis bailado ayer?
— Dejemos ese puntó, ttâ Arsene^yono
estaba para bailes. La pobre Ctfisa, (la
reina Bacanal hermana de la (jibosa ) ha
pasado la noche llorando, sin poderse con-
solar de ver á su amante en la cárcel.
— Mirad., dijo la frutera , mitad, seño-
rita, tengo una cosa que deciros relalíva-
meote á vuestra amiga (À-fi-a ¿no os Oh-
fadaróis por eso, es verdad?
— ¿Tengo yo acaso la co>tijfTibrede en-
fadarme? respondió Uosa Pompon enco-
giéndose de hombros.
— ¿Créeisque el señor Phitemon rae re-
gañe á su vuelta?
— ¡ Regañaros! ¿y por qué?
— A causa de su cuarto que estais Ocu-
pando...
— ¡Vaya I tía Arsène, ¿no os ha dicho
acaso el señor Phílemon que durahte su
ausencia yo podría disponer de sus dos
cuartos como si fuesen míos?
— No lo digo por vos , sino por vuestra
amiga Cefisa que habéis hecho venir á ca-
sa del señor Phüemon.
156 ALBUa,
— ¿Y dónde hubiera iilo sin mí, mi bue-
íia tici Arsène? desde que prendieron á su
amante, no "se lia alrevido á volver á su
casa, porque debia todo el alquiler, y co-
mo la veía acongojada , !e dije: ven â vi-
vir en casa de Phifemoii; cuando vuelva
trataremos de ponerte en otra parte.
— De modo que si me aseguráis que el
señor Philemonno se inoomodará... haced
lo que querai*.
— ¡incomodarse! ¿y de qué? ¿de qué
echan á perder sus muebles.? ¡bonitos son!
ayer rompí la última taza... ya veis enque
cacharro me veo reducida á jvenir por la
leche.
Rosa Pompon riendo á carcajadas, sacó
su lindo, blanco y pequeño Tirazo de la
capa , y enseíió á la tia Arsène una de
aquellas colosales copas de vino de Cham
pagne en que casi cabe una bi>leila.
— ¡ Ah, Dios mío! dijo la frutera rien-
do: ¡parece una trompeta de cristal!
^— Es la copa de gaia de Philemon con
que Ic cruzaron cuando fué recibido Co/)c
ro consumado, dijo gravemente llos» Pom
pon.
— Vergüenza me da echar la leche en
eso, repuso la lia A ¡sene.
— ¡ Y yo! ¿pues si encontrase á alguno
en la csca'era que me viese con esta cppa
en la mano como si fuera un ciño?... bue-
nas carcsjauiís (l\r% yo..... y rompería la
íiltiuía pieza del bazar ói} Pliilemon... me
nuldeciria d(•^pucs.
— No hay riesgo deque encontrcisá na-
die... el primero ha saüJo ya y el se-
muido se levanta tnny trtrue.
— A projhJsilu ¡li? iii'iuiüiios , dijo Rusa
Poirqwn; ¿h'>y al^juna pií'za dispouibl*; eu
el seguuúo piso .del foiwlo del p^tio? Me
íKwrre. eso para C'^ocar aiJí 9 Ceüsa cuan-
tío, vi-n^i^a I' hi id non.
— ?í, hay una peíj-ijkeua Ix^aídilla, Wici-
!>na de- los do» ctiarhos del buen hombre
que- os liin nristcFiOftscespaujíiíó la lia Ar-
sène,
— ¡ Ah I sí, el tioCarlomagno...¿no sa-
béis mas de él?
— No, scfïorila; solamente que ha vuel-
to boyal amanecer y ha llamado á los pos-
tigos diciendo: ¿habéis recibido ayer una
carta para mí, buena muger? ¡este buen
hombre es tan atento siempre!... No, se-
ñoiSPe respondí... ¡ Bien, bien ! no os in-
comodéis, buena n)uger, yo volveré y
en seguida se marchó.
-—¿Con qu¿ no duerme en casa?
— Jamás. Prcbablemente vive en otra
parte, poripie .<olo viene á pasar aJ^tinas
lloras cada cuatro ó cinco dias.
-¿Solo?
— Siempre solo.
— ¿Rsláis segura? ¿no trae alguna da-
ma que hace entrar como una gatita?....
porque en ese caso Philemon os despedi-
»•■=> dijo llosa Pompon con un arre igual-
na.
uíenl^ púdico.
— ¡ líl sefior Carlomagno! ¡una muger
en su casa ! j Ah ! ¡ pobr^' honjbre 1 dijo la
iruteTa levanta^ulo los bracos a! cielo,., si
lo vieseis con el .sombre grasieríta, la levi«
ta vieja,, el paraguas remen<lado y su aire
bonachón... parece un santo masbiey que
otra cosa.
— Entonces, tia Arsène, ¿á qué yi<;ne
á e¿tar,se solo tantas horas en esa cobacha
del fondo del patio , dutide apenas se ve
.clafo al medio día !
— Eso es lo que precisamente digo, yo,
señorita; ¿qué es lo que viene á hac<ír?
[tociiiie loí^uc e.s, venir á divertirse con sus
muebles... qo es posible na tiene mas
{JIM,' un catre, uo» estuía , una» üklJa y una
. maleta vieja.
— -'rodues correspondiente al destino de
Philemon, repuso Rosa Pompon.
— Y bien, á pesar de eso, señorita, tie-
ne tanlo uïiedp de quç entrer*, en su cuar-
to crtino si fuéramos ladrones *y como si
sus muebles fuesen de oro macizo. í^a he-
^cho poner á su costa otra cerradura ^ no
me deja nunca la ¡lave; ou lui, v\ mismo
enriende su estufa antes (¡ue permitir (jue
venga oiro á liacorlo.
— ¿Decís ijue es vi»'jo?
— Puede Imer de ciutueiila ú sesenta
años.
—¿l' s feo?
• — Figuraos do'^^ pequeuüs ojos de víbo-
ra (|iie parece ^u los han alúerli» con una
barrena , en uno cara como la de un di-
funto... en lin, tan macilento que tiene
io:> labios blancos; e>to es en cuanto á su
rostro, pues por lo que loca á su carác-
ter, el buen viejo es tan atento y se quita
tantas veces el sombrero para liacer un
gran saludo, (jue es cosa incómoda.
— IVto, vuelvo á la mia , repuso Rosa
Pompon ¿«i^ué es lo que viene á hacer so-
lo en e^os dos cuartos? A pesar de eso, si
Ceiisa loma la boaidilla cuando venga Phi*
lemon , podretnos diverliriios en sabiendo
alguna cosa ¿Y cuánto piden por la
biiardilla?
— Señorita, está en tan mal estado que
ni-e parece que el propietario la daria por
50 ó 5o francos al año, porque no hay
medio de poner una estufa, y recibe la
¡uz por una peíjueña claraboya en forma
de caja de tabaco.
— ; Pul)re Ccfisa ! dijo Rosa Pompon
suspirandîiy mene3T)do tristemente la ca-
beza: ¡ después de haberse divertido tanto
y después de haber ga-tado una grande
suma on Santiago Uenep nt , irá vi\ir
en este sitio y á mantenerse de si: tra-
bajo!... ¡Mucho valor necesita!...
— Lo ciirto es (juc hay ¡nucha diferen-
cia entre e.^la boardilla y eí cuche de cua-
tro cal)aIIos en que la señorita Ci-fisa vino
Á buscaros el otro dia en compañía de to-
das aquellas máscaras tan alegres... prin-
cipnluicnle apiel nMzelcn (|ue traia un
cdsco de p.ii>'l platcaJo con un plumero
y bolas de campana, ¡(jué couteoto es-
taba !
U7
— Sí, Nini Mou'iti; CN el único pota
hallar la fruta miada. Rs digno de verse
cuando hace frente con ('elísa... la ]\e\t\a
Hacanal ¡ Pobre ri-ueña Î ¡ pobre al-
borotadora! Si mete bulla ahora, es llü-
r.indo.
— ¡Al»! ¡1.1 juventud... I.i juveiitiid !...
.lijo la finiera.
— Iv^{•uchad , lia Arsène, l.imbi n vos
habéis .«.ido joven y
— .\ fó mia , stiñorita, (jue si he de de-
cir la verdad, me he visto siempre poco
mas ó menos conio ahora.
— ¿Y los queridos, tía Ar-íerie?
— ¿ Los queridos? ¡estoy fresca! Pri-
meramente yo era fea, y después estaba
muy bien preservada.
— ¿Vuestra madre os vigilaba mucho?
— No, señorita.... yo tiraba
— ¡Como!.... esclamó Rosa Pompon
adn»irada {' inteirum¡iiendo á la frutera.
— Si, señorita, tiraba de un tonel de
agua con mí hermano. Así es que cuando
habiamos trabajado como dos verdaderos
caballos durante diez ó doce horas diarias,
no me hallaba en disposición de pensaren
esos cuentos.
— ¡ Pobre lia Arsène! ¡(¡iio penoso ofi-
cio ! dij'» Rosa Pompon con interés.
— l'rincipahnentc en invierno cuando
helaba ¡era la cosa mas dura!.... mí
hermano y yo nos veíamos obligados á
clavetarnos bien á causa (fel hielo.
— ¡ Muger y ejercer ese oficio ! ¡ tras-
pasa el corazón! — ¡y prohiben tirar a
los perros! (1) añadió con mucha sensatez
Rosa Pompon.
— Ks verdad, repufo la tia Arsène; los
animales son á veces mas dichosos que
las [lersonas, pero, ¿qué* queréis? esnie-
(1) afectivamente, es bieii ^a^ido que
eesisten ordenes que re>{'iran el mas pro-
fundo interés hacia la ra/a canina, las
cuales proíiiben servirse de perros nara
tirar.
40*
158
ALBUM.
nester vivir.... Es preciso que el animal
vaya á pacer donde trabaja.... ¡es cosa
durât En este oficio contraje una afección
en los pulmones.... no por culpa mia. La
especie de tiro que yo llevaba.... no po-
déis figuraros cuanto mal me hacia en el pe-
cho, en términos que casi no podía ya res-
pirar.... por esa razón dejé ese oficio y
puse una tienda. Quiero deciros que si yo
hubiera tenido ocasión y hubiese sido bue-
iui moza , tal vez hubiera podido obrar
como otras muchas jóvenes que empiezan
riendo y concluyen...
— Por todo lo contrario ; tenéis razón ,
tia Arsène ; pero también es verdad que
no todo el mundo tiene valor paraengan
charse á un carro para ser juicioso... En-
tonces una reílecsiona , y piensa que es
preciso divertirse mientras dura lajuven-
tud.... y después.... que no se está siem
pre en la edad de 17 años.... y que en
seguida.... en seguida.... llega el término
de la vida ó bien nos casamos....
— Me parece , señorita , que hubiera
sido mejor empezar asi.
— Decis bien ; pero como aun es una
tonta , no sabe embaucar á los hombres
y meterles miedo; pues si se manifiesta
sencillez y confianza , se burlan de una.
Mirad, tia Arsène; si yo quisiera podria
citar un ejemplo capaz de hacer temblar
á la naturaleza entera.... basta con haber
tenido pesares sin disfrutar y haber he-
cho provision de semilla de recuerdos.
— ¿Como es eso, señorita? ¿tan joven
y tan alegre tenéis ya disgustos?
— Yo lo creo, tia Arsène; á los quince
años y medio empecé á derramar lágri-
mas que se enjugaron á los diez y seis.
¿Qué os parece, eh?
— ¿Según eso os han engañado?
— No, peor que eso, como sucede á
tantas otras pobres muchachas que como
yo no tenian intención de conducirse mal. . .
Mi historia no es larga.... Mi padre y mi
madre son unos labradores de Saint Va*
lery; pero tan pobns, tan sumamenU
pobres que teniendo cinco hijos se vieron
obligados á enviarme á la edad de ocho
años á casa de una tia , que era una sir-
vienta aqui en Paris. Esta buena muger
me recogió por caridad , hizo mas de Id
que podia porque ganaba muy poco. A
los once anos me envió á trabajar en una
fábrica del arrabal de San Antonio. No
es mi ánimo hablar mal de los dueños de
las fábricas; pero, á decir verdad, les
importa poco ver mezclados á muchachos
y muchachas de 18 á 20 años, tan con-
fundidos unos con otros.... Asi, ya podéis
concebir.... se encuentran como en todas
partes, algunos calaveras que dicen y ha-
cen lo primero que les ocurre; ya podéis
pensar que buen ejemplo para las jóvenes
que ven y oyen mas délo quese piensa...
¿Qué queréis? Uno se habitua con el tiem-
po á oir y ver todos los dias cosas, cosas
que después no os asustan.
— Tenéis razón, por jio menos, en lo
que decis, señorita Rosa Pompon, ¡po-
bres jóvenes? ¿quien piensn en ellas? ni
los padres, ni las madres; las desgracia-
das están en su oficio....
— Si , si , Arsène , es muy fácil decir á
una joven que no se ha conducido bien,
es una tal , es una cual ; pero si so supie-
se el porqué de las cosas, se la compade-
ceriaen lugar de vituperarla. En fin, vol-
viendo á lo que me toca, á los quince años
yo era muy linda. Un dia tuve que dar
una queja al oficial mayor de la fábrica ,
y habiendo ido á buscarle á su despacho ,
me dijo que me haría justicia y aun que
meprotejería si yo quería hacerle caso.
Empezó por abrazarme... Yo me resistía...
Viendoesto, medijo... ¿No quieres? pues
no tendrás mas trabajo y te despido de ia
fábrica.
— ¡ Qué infamia ! dijo la tia Arsène.
—Volvía mi casa desecha en lágrimas.
ALBCI
159
y Tni pobre lía me acon!$t>3Ó que no ce-
diese y que me colocase en otra parte
pero esto era imposible pues toda^ las fá-
bricas estaban llenas de gente. Una des-
gracia no viene nunca sota : mi tía cayó
enferma, y en la casa no habia un cuarto:
me armé de resolución y volvié la fábrica
á suplicar al oficial mayor, que me reci-
biese Pero por mas que hice nada
<« Peor para tí, me dijo, puesto que re-
« husas tu dicha , y si hubieras sido con-
« descendiente, tal vez me hubiera casado
« contigo después » ¿Qué qtiereis que
os diga, tia Arsène? La ntiseria me ame
•nazaba, yo no tenia trabajo, mi tia es-
taba enferma, el oíkial mayor me decia
<^<e se casarla conmigo Hice lo que
-otras muchas.
— íY cuatido le recordasteis su pro-
mesa qué dijo?
— Se burló de mí , por supuesto , y al
cabo de seis meses me plantó. Entonces
fué cuando agoté toiias las lágrimas de mi
cuerpo en términos que ya no me que-
dan mas. Después tuve una enfermedad...
y en fin, como para todo hay consuelo...
me consolé y de unos en otros encoji-
tré á Phitemon.... en quien me vengo de
ios otros Pues yo soy su tirano, aña-
dió Rusa Pompon con aire trágico, pu-
diéndose conocer que se disipaba la tris-
teza que habia cubierto su bello rostro
durante la relación que hizo á la tia Ar-
sène.
— Es una verdad , repuso esta , reflec-
sionando ¿Quién proteje á una ji'iven
después de haber sido engañada? ¿quién? . .
¿quién la defiende? muchas veces sentirá
una la culpa de un mal proceder y...
— ¡Calla I ¡Nini Moultn 1 esclamó
Rosa Pompon interrumpiendo á la fru-
tera y mormurando hacia el otro lado
de la calle {cuanto madruga! ¿qué
querrá?
Y diciendo esto , Rosa se cubrió con el
mayor cuidado con ku capa.
Efectivamente, Santiago Oumuulin se
aproximaba con el sombroru inclinado á
la oreja , con su rubicunda i.ariz y kus
brillantes ojos: traia su paleto i manera
de saco que contorneaba perfectafnonle
su abdomen : tenia metidas las manus «>ii
los bulsillos y en una de ellas llevaba un
bastón de estotjue. En el momento que
llegó á la puerta , sin diida con intencioo
de interrogar ala portera, reparó en Rosa
Pompon.
— jCómo I ¡mí pupila está ya levan»
tada! ¡estamos fre»cosl ¡y yo que venia
á bendecirla tan temprano t
Nini Moulin, abriendo los brazos, se
acerca á Rosa Pompon que retrocedió un
paso.
— ¡Cómo, ingiata! repuso el escritor
religioso, ¡rehusáis un abrazo matutino
y paternal!
— Yo solo admito abrazos matutinos de
Philemon Ayer recibí una caria
suya con un barrilito de arrope, una an-
guila y un frasco de rosoli ¡qué regalo
tan ridículo, eh! Me he quedado con el
rosoli y lo domas lo he cambiado por dos
divinos pichones que he puesto en el des-
pacho de Philemon que he convertido on
un bonito palomar. Mi expogo traerá 700
francos que ha pedido á su respetable fa-
milia con el pretesto de aprender el ba-
jón, la trompeta de pistón y la cervatena,
coo el objeto de alegrar la sociedad y de
hacer una boda de gusto... como vos
decís, perillán.
— Y bien, querida pupila, ¿no podría-
mos probar el rosoli y alegrarnos mien-
tras viene Philemon con sus 700 francos?
Y diciendo esto Nini Moulin se tocó los
bolsillos del chaleco , que produjeron un
sonido metálico, diciendo:
— Venia á proponeros el alegrar mi
160
âL&uH.
>ida hoy , mañana , y aun prásfftJo mafia-
na , s¡ os tienta el corazón
— Si se trata de diversioiies írrocenles
y paternales, nní coraáon me tienta.
— No tengáis cuidado: yo seré- para vos
un abuelo, un bisabuelo, un retrato de
familia. ¡Vamos! paseo, comida, teatro,
baile dtí máscaras y después tena: ¿os
conyíene esto?
—Con la condicioTí qrio la pobre Ccfïïa
vendrá lambicw. Esto la distraerá.
— i-Qiie venga Cefisa.
— ¿Habéis beredado, apostolon?
— Algo mejor que eso, m\ Rosa, ma-
yor que todas las llosas Pompones... Soy
redactor principal de un periódico reli-
gioso y como en este respetable oficio
es menester darse importancia pido-todos
los meses una mesada adelantada y tres
dias de libertad : con esta condicicm me
someto á hacer el Santo durante ^7 dias
de los 30 que tiene el mes, y á estar siem-
pre grave y pesado como un periódico.
— ¡Vos! ¡un periódico! ¡eso será gra-
cioso! ¡cómo andará de mano en mano
y por las mesas del café de los Pasos Per-
didos !
— Sí, gracioso y para lodo el mundo...
Todo eso se liará á costa de sacristanes...
qne no repararán en el dinero con tal que
el periódico muerda y despedace, q-ueme,
aniquile, estermiiie y asesine ¡Cómo
soy! ¡jamas seré ton furibundo! añaítfó
Nini Motilin Soltando una gran carcaja-
da bañ.-vré toda clase de heridas vivas
con la prinïcra CMCcba ó con mi hiél es¡u-
mosn.
Y dicieiiJo estii, imitó el ruido que lia
ee el tapou de unabolella de Chanqwgne,
lo cu*l hizo rrir intwho i Rosa Pompon.
— ¿Y <{u<í título tiene vuestro periódico
de saítTtailaues? repuso f<A».
— Se üaiua vi Amor del Prójiíno.
r-Knharabucna, este sí que es bonito
nombre.
—Esperad , tiene oíro.
=Vearmos.
=E[ aiiior Jd Prójimo, ó el Eslenni-
vador (fe loa tncréduTos , de los índifereñ-
l'es, de los Tibios y afros, con este epígrafe
del gran Bosnet: tas que no están con no-
sotros son contra nosotros.
-^As¡ d"ice siempre I^hilemon en stiS
bataíFas de la ClioZa, haciendo el motí-
nete.
^■^Kso pnielva (¡ue el géiiio de águila- dé
¡Vfeanx es univer^ial. Yo solo Fe hallo urt
dvfccto, y es haber tenido envidia deMo^
liér^.
— Vaya, envidia de autor ,^ dijo Rof»a
Pompon.
— ¡Nîaligna! re¡)Uso Nini .MouHn, ame^
nazándoia con el dedu.
— Me parece qtie vas á estprmrrtaw á
Mme. de la Sainte-Golombei.. porque es
algo tibia... ¿Y vuestra boda?
— Al contrario, mi periódico serviráde
mucho... ¡Vaya! ¡redactor principal! ¡es
una soberbia posición! Los sacristanes me
ensalzan, me animan', me sostienen y uie
bendicen. Me apodero de la Sainle-Co-
lombe... y entonces... una vida... una
vida... á muerte.
Eií este momento entró el cartero en la
tienda y entregó una carta álafruteradi-
ciéndole :
— Para M. Carlomagno: franqueada...
— ¡Calla! dijo Rosa Pompon... es para
el viejecito misterioso (jue tiene unas cos-
tumbres tan estrañas... ¿lisa carta viene
de lejos?
— Yo lo creo, viene de Ita ia, de Roma,
dijo Nini Moufin, mira'ndo la carta quefa
frutera tenia en la mano. Decidme, ¿(|uléh
es ese viejecito singular de (|uien habíais?
— Figuraos, aposlofon, respondió Rosa,
un viejo bonazo que vive en dos cuartos
en el fondo del patio, en los (¡ue noduerv
me nunca , y á donde viene á encerrarse
de cuando en cuando durante muchas ho-
AI
ras, sia pcriuitir que entre iiatiie... y sin
(|U0 SQ sepa jo que hace... , . . i ■
— Kse será sin duda (m conspirador ó
iiu monedero falso, saltó Niiii Moulin
riendo.
— j Pobre hombre! dijo la tía Arseni.',
¿donde está su moneda falsa? siémbreme
paga en piezas de cobre el pedazo de pan
y el rábano no ro cpie le compro para su
desayuno, cuando se (le^a^ulla.
— ¿V cómo se Iliuna ese njisleiioso ca-
duco? preguntó Dumoulin. ,
— Mr. Carloinagno, respondió la frute-
ra.... pero miriid cuando se habla d< I
rey dg Uuma, luego asoma.
— ¿Dónde está ese rey?
— .Mirad allí abajo aquel viejecito.... al
lado de Ia;s paredes de la cosa,(|ue va con
el cuello torcido y con el paraguas debajo
del brazo...
— ¡Mr. Uodinl esclamó Jíini Moulin;
y retrocediendo de pronto, bíjó precipita-
damente tres escalones para que no le vie-
sen. En seguida aùadiy :
— ¿Cómo^decís que se llama ese caba-
llero? ' '■
— Mr.Carloma¿;no...¿Leconoceis? pre-
guntó la frutera.
— ¿Qué diablo viene a biiçt^i* a<iuí con
un nombre supuesto? dijo í^antiago Du-
moulin en voz baja , hablan lo consigo
mismo.
— ¿< cu qué le conocéis? repuso Uosa
Pompón con impaciencia... ¿Ou*^ pesado
estais? , . ^ ,
— ¿Y ese caballero tiene en esta c^sa
dos cuartos donde vive misteriosamente?
preguntó Dumoulin cada vez mas sorpren-
dido.
— Sí, respondió Uosa Pompon; desde
«1 palomar de Philemon se \en sus ven-
tanas.
— ¡Pronto! ¡pronto! pasemos por el
Corredor para que no me encuentre, dijo
Dumoulin.
ICI
Y sin que Kwlin te y'wfi, pisó desde t^
tienda al corredor , desde doiidc subió la
escalera del cuarto de Ro«t Pompon.
— Ituenos dias, ücñur ("arlomagno, dij'i
la tia Arsène i Koilw», que se apruxicnaba
á la puerta : ¡ vaya ! me alegro (|ue v»'n-
gais hoy dos veces, porque se os ve poco.'
— Sois niuf atenta, querida señora, res-
pondii'i Uodin haciendo un saludo nuiy
cumplido.
Y en esto entró en la tienda de la fru-
tera.
XXIX.
EL TAÍÚCO."
La íisonomía de Uodin al entrar en ca-
sa de lá tia Arsène manifestaba la mas
candida sencillez; apoyóse en su paraguas
y dijo :
— Siento mucho , amiga mía , liaberos
despertado esta mofiana tan temprano.
— Caballera, V. no es t^ií importunoqué
dé lugar é que me queje.
— ¿Qué queréis, amiga mía? vivo en e
campó, y solo puedu venir de cuando en
cuando á esta casa para arreglar mís ne-
gocillos.
— A propósito, caballero, la caria que
usted esperaba ayer, ha llegado hoy. .Aq^u
está, dijo la frutera fiacándula de su faltri-
()uera : es -franca.
I — (íracias, anaiga mia , dijo Rodin lo-
mando la carta con aparente indiierencia,
y metiendó^la en el bolsillo del contado
de su levita, abotonándose este en segui-
da y con el mayor cuidado..
— ¿Sube y. á su cuarto?
— Sí, amiga mia.
— En ese caso voy á preparar las provi-
siones de V., dijo la tia Arsène. ¿Necesi-
ta V. lo mismo que siempre?
— (v)mo de ordinario.
— .\l instante las tendrá Y.
Diciendo e>to, la frutera tomó un cesto
vieji>; y dtspues de haber conservado un
poco el fuego con algunas astillas y unos
41*
162 ALBDM.
pedazos de carbón , cubrió este combustí*
ble CDD una hoja de col ; eo seguida , fué
al interior de su tocador y sacó de un ar-
mario un enornie pan redondo del que
cortó un pedazo y escogió con su vista
perspicaz un magnífico rábano negro en-
tre muchos otros , y dividiéndole en dos
partes » hizo un agujero en cada una de
ellas donde echó sal ordinaria: volvió á
colocar los dos pedazos y los dejó con su-
mo cuidado junto al pan sobre la hoja de
col que separaba los combustibles de los
comestibles. Tomando después de su hor-
nillo algunas brasas, las metió en un pe-
queño zueco lleno de ceniza que puso tam-
bién junto al cesto.
La tia Arsène subió hasta el último es-
calón y dijo á Rodinj:
— Aquí tiene Y. su cesto , caballero.
— Muchas gracias, amiga mia, respon-
dió Rodin , metiendo la mano en el bol-
sillo de su pantalon de donde sacó algu-
nos cuartos que dio á la frutera , á quien
dijo tomando el cesto:
—En el momento que baje, os devol-
veré vuestro cesto, ¡según costumbre.
— Como V. gusté^ caballero, para ser-
vir á V., dijo la tia Arsène.
Rodin tomó su paraguas bajo el brazo
izquierdo, levantó con la mano derecha el
cesto que le había dado la frutera , entró
eu el oscuro corredor, atravesó un pati-
nillo , subió con paso jovial hasta el se-
gundo piso que estaba bastante deteriora-
do, y al llrgar allí sacó una llave del bol-
sillo y abrió una puerta que cerró en se-
guida con precaución.
El primero de los dos cuartos que él ocu-
paba, estaba enteramente desmantelado;
en cuanto al segundo, no es posible ima-
ginar un tabuco mas triste ni mas mise-
rable.
Un papel roto, sucio, y cuyo primitivo
color no se podía reconocer, cubría las pa-
redes: un catre cojo con un mal colchón
y una manta de lana picada, un taburete,
una mesita carcomida, una estufa de loza
tan pintarrajeada como l« porcelana del
vapor, un baúl viejo con su candado de-
bajo de la cama, componía el mueblaje de
aquel deteriorado tabuco.
Una ventama de vidrios muy sácios da-
ban apenas claridad á este cuarto, privado
casi enteramente de aire y de luz á causa
de la elevación del edificio de fachada:
dos paiíuelos viejos de tabaco unidos con
alfileres que podían eo/rerse ó descor-
rerse sobre una guita atada delante de la
ventana servían de cortina: enfin, los
ladrillos levantados y rotos poniande ma-
nifíesto el barro del pavimento y la pro-
funda incuria del inquilino que habitaba
aquella casa.
Después que Rodin cerró su puerta,
ecbó su sombrero y su paraguas sobre la
cama, dejó el cesto en el suelo, sacó el
rábano negro y el pan, puso todo esto so-
bre la mesa y arrodillándose en seguida
delante la estufa, la llenó de combustibles
y encendió , soplando con sus potentes y
vigorosos pulmones , las brasas que había
traído en el zueco.
Luego que, según la palabra técnica, la
estufa tiróf Rodin fué á correr sobre ,1a
guita los dos paiíuelos de tabaco que le
servían de cortinas; en seguida, creyén-
dose bien resguardado de la vista de todos,
sacó del bolsillo del costado de su le\íta
la carta que la tía Arsène le había entre-
gado.
Al hacer este movimiento, sacó una in-
finidad de papeles y objetos diferentes;
uno de aquellos, abultado y mugriento en
forma de un paquetito, cayó sóbrela me-
sa y se abrió: contenia una cruz déla Le-
gión de Honor, de plata, tomada por el
tiempo , y la cinta encarnada de esta cniz
casi iiabía perdido su primitivo color.
Al ver esta cruz, que volvió á meter en
la faltriquera con la medalla que Farin-
ALBL'X
-ghei habia quitado á Djalma , Rodin se
cncojió de hontbrus sonriéftdose con jaiie
de desprecio y sardóuico; sacó su enorme
reloj de plata y lo puso sobre la OK'sa al
lado déla carta de Roma, i laque se que-
dó mirando con una mezcla singular de
desconnanza y de esperanza , de temor y
de impaciente ctjriusidad.
Al cabo de un momento de reflecsion
se dispuso i romper el sobre... pero la ar-
rojó de pronto sobre la mesa, como si por
un estraño capricho luibiese querido pro-
longar algunos instantes mas la inceiti-
duinbre tan punzante é irritante como la
«moción del juego. Mirando después á su
celoj, se res3lvió á no abrir la carta hasta
<}ue la aguja marcase las nueve y media :
faltabafi solo siete minutos.
Por una <]e aquellas singularidades pue-
«Iniciite fatalistas, de las cuales no están
«xentos los hombres de mas talento, decía,
para si: me estoy consumiendo por abrir
esta carta. Si no la abro hasta las nueve
y media, las noticias que traiga serán fa-
vorables.
F«ra llenar estos minutos dio algunos
paseos por el cuarto y fué á ponerse, por
decirlo asi, en contemplación delante de
dos estampas amarillentas, carcomidas á
fuerza de tiempo y sujetas á la pared con
dus clavos mohosos.
El primero dt estos oli/f/05 í/earíe, único
163
adorno que hulm siempre en el cuarto de terilidad, las facciones del joven porquero
Kodin, era una de aquellas mujeies gro-
seramente grabadas é iluminadas de ro-
jo, amarillo, vt-rde y azul, que se venden
en las ferias: una inscripción italiana aiiun
ciaba que este grabado habia sido hecho
en Roma.
Representaba una mujer cubierta de
guiñapos (|ue llevaba una alforja y que te-
nia sobre tas piernas á un niñu: una hor-
rible gitana tenia en sus manos una délas
del niño en la que parecía leer el porvenir,
porque salían de su boca en gruesos ce»
racteres las palabras siguientei : ¡ara Papa
(será Papa. )
Kl segundo de estoi objetos de arte, qu«
al parecer inspiraban á Uodin profunda*
reflexiones, era un esceleute grabado eu
dulce, preciosamente acabado, y ruyo cor-
recto dibujo contrastaba singularmente
con los groseros colores con que estaba
iluminada la otra estampa.
Este raro y magnífico grabado, por el
cual habia dado Rodin seis luises ( lujo
enorme) representaba un joven cubierto
de andrajos; su fealdad estaba compensa-
da con la viva espresion de su fisonomía
vigorosamente caracterizada : sentado en
una piedra, rodeado por todas part«s úc
puercos que estaba guardando , se le vi-ia
de frente con los codos apoyados en las
rodillas y su barba en la palma de U
mano.
La actitud reflexiva de este joven ves»
tído como un mendigo, el poder de su es-
paciosa frei'te, la sutileza de sus penetran-
tes miradas y la firmeza de su boca pare-
cían revelar ujia indomable resolución
unida á una superior inteligencia y á una
astuciosa destreza.
Mas allá se veía un medallón con los
atributos pontiíicales y en su centro es-
taba grabada la cabeza de un anciano,
cuyo perfil sumamente pronunciado, re-
cordaba perfectamente, á pesar de su es-
En hn , este grabado tenia por titulo:
LA JL'VENTLD DE SIXTO v , y la cstampa
iluminada: la Predicción ( 1 )
A fuerza de contemplar cada vez mas
estos cuadros con una curiosidad ardiente
é interrogativa, como si les hubiera pe-
dido inspiraciones ó profecías, se iiabia
acercado tanto á ellos que, aunque esta-
(2) Según la tradición, parece que se
profetizó á la madre de Sixto V que su
hijo seria Papa, y que en su primer juven-
tud guardaría rebaños.
16Î
ÂLBUÉ.
bá de pié, dobló ol brazo del-éëlid detrás
de su cabeza , y estaba , gar rfé¿írío aái ,
apoyado con el codo en la |)ài^èiÎ, al niis-
mo tiempo que oculta otfo S(f rtiâriô ¡z
quierda en el bolsillo de su pantalon ne-
gro, separaba uno de los faldones de su
vieja levita color de acéilúria.
Asi estuvo muchos miriuios eri una ac-
titud reflexiva.
Ya hemos dicho qué Rodiii vén'iá ratas
veces á este aposento; hasta entonces y se-
gún las reglasdesuórden, había vividocoi)
el padre de Aigrigny , cuya vigilancia le
estaba especialmente en'cargáda; ni^^uñ
miembro de la congi'ègadon , principal-
mente en la posesión subalterna én que
había estado Rodirt haista aquel moïnèhto,
podía enecírraíse én sú cuarto*, ní aun
tener un mueble coa llave; asi nada s'e
oponía al ejercicio de un espionaje mutuo
y continuo , que es uno dejos medios po-
derosos de acción de servidumiire usada
en la compañía de Jesús.
En razón de las diferentes combinacio-
nes que le eran personales, aunque se re-
ferian en algunos puwtos' á los intereses
generales de la Orden, Ilodin habia to-
mado esta casa, sin que nadie lo supiese,
en la cíiíle de C!ovi¿.
Desdo el fondo de este tabuco ignorado
correspondía él coadjutor di recta W»erit'e'có'rV
los pcrsiihajtís mas eminentes y dáiíia"! in-
flujo del Santo ColegioV
Nuestros lectores^ rio batí r*ári'a'rasó'¿1 ve-
dado que al principio db i*sta" histó'riij Ko-
din escribió á Hoin'-i (pié el padre de Ai-
«írigny , habiendo recibido la orden de sa-
lir de Francia sin ver á su nióribun'da ma-
dre, /lalfíd" dudado partir; también ten-
drán 4)rc^ente, debimos, que Rodin aña-
dió en f Olalla de posdala alpié de la cfarta
que denunciaba ál'getieríírdb la O'rdeíl la
irrésdlüÜibH'dcl pddre de A'içrighy :
— Decid al cardenal príncipe que puede
contar con miijo, pero espero que por su paf'^
le tanibien nie servirá açlioamente.
Este modo familiar de corresponder con
la mas poderosa dignidad de la Orden : el
tono casi protector de|encargoquehaciaal
cardenal príncipe, probaba lo suficiente que
él coadjutor á pesar de su grado subalterno
en la apariencia, estaba considerado, en es-
ta ¿poca, c»mo un hombre muy importante
por m,uclios príncipes de la Iglesia y pof
otrüsd gniJades ({ue le dirigían sus cartasá
París, bajo un nombresupues^oy enpifra,
con las precauciones y seguridades de es-
tilo,
Al cabo de muchos momentos de me-
ditación contemprativa delante del retrato
a^ Sixío'V. Rodin vofviÓ pausadamente
á la níesa donde había dejado la carta, (jue
hábia diferido abrir, á pesar, de su viva
curiosidad , por una espéclfe de moratoria
supersticiosa.
Coni'» fa!tab.ih todavía algunos míxiutoá
para qué el reió nia'rcáso las niieve y me-
dia , y con el fin de' no perder el tiempo^
Rodin dispuso melólicatnente los prepa-
rativos de su frugal desayuno: puso sobre
'ía mesa el pan y cVf abano negro al lado
de un pupitre lleno de plumas; en segui-
da, sentándose en su taburete y teniendo
por decií'lo asi la estufa entre las pier-
nas, sacó de su faltri(]uera una navaja con
mango de asta , cuya aguda hoja estaba
sumamente usada, cortó alternativamen-
te un pedazo de pan y otro de rábano y
empezó su frugal almuerzo con robusta
apetito, mirando al mismo tiempo con
suma atención al minutero de su reloj...
Cuando lleg<» la hora fatal, abrió el sobre
con mano trémula...
Este sobre contenía dos cartas.
La primera le satisfizo, al parecer, me-
dianamente : poiíiue al cabo de algunos
minutos se eiieojió de hombios, dio con
impaciencia un golpe en la mesa con el
uiángo de su navaja, separó desdeñosa-
mçnle con el reverso do su i^c\& niai^o la
carta, y rejcorrii'» la sèètiiida, tcní^ñdu pit
uoa mjtno el pan y metii'iido ma(|ulnal-
ipento con la utra su rábano yn un mon-
tón de sal ^ri<i que estaba de!»pírramada
vn un ángulo do la rnesa.
U^peniinaiDeiitb la nianadeT\o(Iin(]u^^-
dó inmoble. A medida que iba leyendo,
parecía cada vez mas admirado, ma$ in-
teresado y sorpi-eudido.
Leva.itàndosc d'' pronto, corrió hacia
{a ventana cpmo para asegurarse, con un
segundo exámvn d»» l^!» cifras }Je la caria,
(]ue no se Labia equivocado, ¡ tati ides-
perado le parecia \o que le anunciaban !
Sin duda alguna Rpdinpfey(i haber des
cifrado bien, porquç dejando caer si^ bra-
zo, no con abatimiento, sinq con el pstu-
por de. una imprevista y estraordinaria
satisfacción, permaneció álgun tiernpocon
la cabeza inclinada y los ojos fijos
lui
la
única demostración de alegria que hizo
fué un suspiro sonoro, frecuente y prolon-
gado.
Los hombres quo »0D tan audaces en
su 94nbicjon como paeicntes y testarudos
vn sus manejos oc<ilto$, quedan siempre
sprprendidos d<e la realización de sus pro-
yectos, ruando psla realización es rqjLicUo
mayor que sos sabia* y prudentes pre-
visiones.
Kodin se hallal)a en este caso.
Gracias á su prodigiosa astricta, liabiFI-
dad y disimulo; gracia^ á las poderosas
proiuesas de corrupción, gxacias en fui i
Ja singular mezcla de «di]niraciou, deler-
ror y conHanza quo su ingenio inspiraba
á muchos personajes mfluyenles , el go-
bierno pontiik?! anunciaba á Uo^in que
:segun la posib.e y probable evontua^i^ad,
podría, al cabo de cierto tiempo, pn^ten-
der con esperanzas de buen liijo, una po-
sición que demasiadas veces ha esciLido
d temor, el odio y Ja auvidia de muchos
soberanos, y que ha sido ocupada muchas
vece» por grnv«'s liombren honrados, por
abominables malNadus, ó por gentes que
han »alido de la última ciase de la tociji-
d^d.
I'ero para que Rodin consiguiese can
mas seguridad su objeto, neceMl«ba ab-
solutamente salir adciunle en lo que ^e
bahía CüU)pr,oiiietido á hacer, ^in violenria
y por la sqla combinación y rfiíjrte délas
pa.sioues hábilint-nttfimanejodíis, á saber:
Aíicgurar á la Compaiüa de Jesús la po-
sesión de los bienes de la familia de Htnt-
fotUÍ.
Posesión que, según su vcilor, tenía do-
ble 6 inmensa consecuencia ; porque Ro-
din, según sus miras personales, pensaba
hacer de su Orden, cuyo gefe estaba á sa
discreción, un estribo y un medio d« in*>
tiiuidacion. Luego que pasó su primera
sorpresa, la cual solo hat^a sido efecto
por decirlo asi, de una especie de modes-
tia, de ambición y de desconfianza de éí
mispio, deipasiado común çn los hombres
realmente superiores, Uodin que conside-
raba con calma y lógicamente las cosas,
se reprocho casi su sorpresa.
Sin embargo, á poco rato, cediendo por
una singular contradicción á una de aque-
llas piitriles y absurdas ideas á las cua'ee
muchas veces obedece el hombre cuando
jse cree enlereraeole solo y oculto , se le-
vantó de pronto , tomó la carta que tan
fejiz sorpresa le había causado, y fué por
decirlo así á regocijar su vista en la ima-
gen del joven pasJor (jue después fué Pa-
pa : en seguida meneando or&u4Josa y triun-
falmei^te 1^ cabeza, nrtirando^l retratocon
sus oJ9,s de reptil, dijo entre dieoles po-
niendo s.ucqchauíbrQso dedo <^n ei enible-
n)a pontifíjcal.
— ¡Hola, hermanpl... ;puo<^e ser qye
yo también !...
Dfspuos de esta (Nsclamacíon ridicula,
voJ\¡ó á su sitio, y como si la feliz nuticú
que acababa de recibir hubiese exaspera*
42*
166 ALBUM.
do su apetito, púsose la carta delante pa^
ra volverla á leer, y mirándola fijamente
empezó á comer con una especie de furia
jocosa su pan duro y rábano negro tara-
reando el antiguo modo de cantar la ie-
tania.
La antítesis de esta ambición inmensa
casi justifícada ya por l< s Sucesos , y en-
cerrada, si podemos egresarnos de este
modo, en tan miserable reducto , (enia
cierto aire singular , grande y sobre todo
terrible.
El P. d^Aigrigny, hombre vivo, muy
superior, á lo menos de un valor real y
grande, gran señor por su nacimiento,
sumamente altanero, y colocado en la me-
jor clase de la sociedad, no se hubiera
atrevido ni aun á pensar el pretender á
lo que Rodin aspiró de buenas á prime
ras: el único deseo del P. d'Aigrigny, y
el coadjutor le calificaba de impertinente,
era el de llegar á ser un dia general de
su Orden , de esa Orden que se estiende
por todo el mundo.
Es fácil concebir la diferencia de las ap-
titudes ambiciosas de estos dos personajes.
Cuando un hombre de espíritu eminente,
de juicio sano y vivo , que concentrando
todas tas fuerzas de su cuerpo y alma en
un solo pensamiento, practica obstinada-
mente como lo hacia Rudin , la castidad,
la frugalidad y en fm la abnegación volun
taria de toda especie de goces del corazón
y de los sentidos; un hombre semejante
no se rebela asi casi nunca, contra los
preceptos sagrados del Criador, sino para
satisfacer alguna pasión monstruosa y de-
voradora, divinidad infernal que mediante
un sacrilego pacto, exige en compensación
de un poder terrible, la destrucción de
todos ios nobles instintos con que el Señor
en su eterna sabiduría y en su inagotable
munificencia dotó tan paternalmente á las
criaturas.
Durante la muda esceña que acabamos
de pintar, Rodin no habia notado que las
cortinas de una de las ventanas situadas
en él piso tercero del edificio que domi-
naba el ala donde él vivía, se habían se-
parado con disimulo descubriendo á me-
dias la traviesa fisononiia de Rosa Pom-
pon, í.
Resultó de esto qtie Rodin á pesar del
muro formado por los pañuelos de taba-
co, no habia quedado á cubierto del in-
discreto y curioso examen de los dos co-
rifeos del Tulipán Borrascoso-.
XXX.
VSX VISITA INESPERADA,
Aunque el contenido de las cartas de
Roma habia producido en Rodin una pro-
funda sorpresa, no quiso dejarla traslucir
en su respuesta. Luego que concluyó su
frugal desayuno, tomó un pliego de pi-
pel y cifró con rapidez la nota siguiente
con aquel tono rudo y decidido que le
vra habitual cuando se veía obligado á re-
primirse*
« No me sorprende lo que dicen. Yo lo
«habia ya previsto todo. La indecisión y
« cobardía producen siempre estas conse-
«cuencias... Esto no es bastante. La Rii*
«sia herética degüella á la Polonia caló-
« lica. Roma bendice á los asesinos y mai •
« dice á las víctimas.
— « Eso me conviene.
— « En recompensa la Rusia garantiza
«á Roma por medio del Austria la san-
«grienta opresión do los patriotas déla
« Romana.
— « Esto me conviene siempre.
« Las partidas de asesinos del bueno del
«cardenal Albani no son suficientes para
«acabar con los impíos liberales; están
« cansadas.
— « Esto no me conviene ya.
« Es preciso que prosigan su intento, n
4TBT<H.
Hi7
Tín el instante mwmo enqueRodioica
'baba de trazar estas ultimas palabras,
•Hanjó repentinamente su atenciuu 1« «o-
rx)ra y fresca voz de Rosa Puiiwpon que,
sabiendo de inemoria su Beranger, liabia
abierto la ventana dePiíilemon y sentada
sobre la barra que formaba ti antepecho,
cantaba con suRia dulzuray geittileza esta
copla del inmortal cancionero.
Mais quelle erreur , oon^ Dieu n'est pas colère.
S'tt créa tout Á tout il sert d'appui:
Yios qu'il Dousdunne, aiuilié toulélaire,
£t vous amours , qui créez après loi,
Prêtez un^harme k ma pfailasa(>liie,
Pour dissiper des rêves arfligeanv,
<Le verre en main, que chacuo se coufie
Au Dieu des bouiies gens !
£$te dulce y divino canto formaba un
contraire tan cslfaordiiuirio con la fria
crueldad de las palabras escritas por Ro-
■din , que este se estremeció y se mordió
les labios de rabia al reconocer este estri-
billo del gran poeta, verdaderamente cris
liano, que tan rudos golpes ha dado i la
mala iglesia.
Rodin esperó algunos instantes con co-
lérica impaciencia creyendo que la voz iba
á continuara pero Rosa Pompon calló ó
Á lo m'-nos siguió haciendo gorgeos, y á
poco cantó otra copla ^ la del Buen Papa,
que vocalizó pero sin decir las palabras.
No atreviéndose á irá mirar por la ven-
tana qttieneraatjuel cantante importuno,
se encogió de hombros, volvió á tomar la
pluma y continuó.
— Otra cosa : « Será necesario exaspe-
«rar á los independientes de todos los
« paises, escitar la rabia filosófica de Ku-
«ropa, estrechar á los liberales, am<>U-
« nar contra Roma todos los (|ue vocife-
a ran, y para esto: proclamar á la faz del
<t mundo las tres proposiciones ngui«ntes:
el.* Es cosa abominable el sostener que
« se puede conseguir la salvación en cual-
ftquier creencia, c«n lal que las costumbres
« sean puras.
"%' Et tosa odiosa y absurda cunctder
« <i los jntcblos la Itbtríad de concientia,
o 3.* Munifttlar el mayor horror cnUra
« la libertad de imprenta.
« Ks necesario trabajar para queel/ttMM-
« hre débil declare enteramente ortodoxas
«estas proposiciones, exagerar su buen
« eft'clo sobre los gobieri)os despóticos so-
ft bre los verdaderos católicos, y sobre los
« opresores deJ pueblo. De este modo caerá
«en el lazo. Una vez que esias propusi»
«clones estén formuladas, esiallurá la tor-
« n)«iita. Levii-.itam«ttto general contra
« Roma, escisión profunda, el sacro cole-
« gio se dividirá en tres partes. Una apro-
«l>ará, otra vituperaré y la lí tima tem-
« blará. El hombre débil, espantado hoy
« mucho mas que antes de haber dejadií
«degollar á los polacos, do se atraverá á
«obrar al oir los clamores, las r»'Conveii-
«cioneSf las amenazas, y ios violentos
« rompimientos que ól provoca. Estonie
«conviene mucho y me convendrá siem-
« pre.
« En este caso, nuestro P. V. deberá
« obrar sobre la condonoia del hombre dé-
ff6i7, inquietar su espíritu y atemorizar
«su alma.
« En resumen llenarle de disgustos, di-
« vidir su consejo, aislarle, asustarle, re-
« doblar el feroz ardor del buen Albini,
«escitar la ambición de los Sanfeísias,
«ofrecerle los liberales por pasto, pillaje,
« robo, carnicería como la deCesene, ver-
« dadera marea creciente de sangre car-
(t bonaria.
a El hombre débil se horrorizará, ¡triste
« ni^tanza eo su nombre! ¡titubeará, ti-
« tubeará! todos los dias de su vida scn-
« tira remordimientos, cada noche temor,
a cada minuto agonía, y la obcecación con
« que amenaza no tardará en verificarse,
n tal vez demasiado pronto. Este es el solo
«riesgo presente, á vos toca lomar pro-
«videncias.
168 ALBüat,
« En caso de abdicación.... el gran pe-
« nítericiario me ha cómprendrdp. En vez
« de confiar á este general el mando de
«nuestra orden, que es la mejor milicia
« de la Santa Sede, la mahdaré yo mis-
« mo. Desde este momento esta milicia
« no itié causará inquietud ; ejemplo: Los
a genf¿aros y la guardia pretoria han Sido
«siempre funestos á la autoridad; y ¿por
«qué? porijue han podido organizarse
« como defensores del podçr sin su inter-
« vención, y de oqui provino su poder de
« Intimidación.
«¿Clemente XIV? un mentecato. Des-
«honrar, abolir nueslra Cóhipañía, falta
«enorme. Defenderla, disculparla, decla-
«rársé su general es lo que debió hacer.
«Estando entonces la Compañía á sU
«disposición hubiera consentido en todo;
« nos absorvia , nos sometía á la santa se-
«de que no hubiera tenido que temer....
unuíHros SC^rvicios, Cleménie XtV murió
«de un cólico. Al buen entendedor media
« palabra basta... En un caso semejante, yo
« no morirla de ese modo. »
La vibrante y sonora vozde Rosa Pom-
pon retumbó de nuevo.
Rodiri dio un sallo de cólera, pero po-
co después y á medida que oyó la copla
siguiente, que él nunca habia oido (no
tenia á lieranger como la viuda de Phile-
mon) eljestiita, accesible á ciertas ideas
singulannente supersticiosas, se quedó in-
móvil y casi horrorizado de esta rara coin-
cidencia. El buen papa de Bcrangcr es
quien habla.
Que snnl les rois? desoís belitres!
(3u des l)rii;antls, qui, gros 4' orgueil
Donnant leurs crimes pour des litres,
Krtire eux se pôusseni au cercueil,
A prix d' or je poLs les absoudra
Owctiaogcr leur sceptre c» U(»uf*Mi.
Ma dondOB ,
Kiez donc ,
Sautez donc !
Regardez-moi lancer la foudre ,
Jupitf m'a fait son héritièl^ ,
Je suis cDtier.
Bodm m«dio levantado de su srila ,c^
el cuello estirado , y la. tísta fija, scgbia
escuchando, al paso que Rosa Pompon ,
revoloteando como una abeja , de una
en otra flor de «» repertorio, enrlpezaba
é eivtoB^r el delicioso estrivillo de\Colibri>
El jesuíta, no oy^iwio mas, volvió á
sentarse con c'erlà especie deesttipor' jte-
ro al cabo rfe algunos mhuitosderenexÍQ;i
su fisonomía su apícnó de pronto: veía ^
feliz presagio en es^ incidente singular.
Volvió á tomar la pluma y sus prime-
ras |falabraá se resintieron» poi; decil-fo
asi , de esta estraaa confianza en la fata-
lidad.
« Hasta este momento no héct*eldonun-
« ca en el buen éxito. E<ta es u ti a razón
« muí para no tener el menor descuido.
« Los presenfimierítos imponen la necesi^
« dad de redoblar él celo* Ayer mé ha
«ocurrido una nueva ¡dea.
« Aqui se obrará de común acuerdo. He
«Tundádo lin periódico intitulado Elamor
«del prójimo. Por su furia ultramontana,
« tiránica y liberticida se le creerá órgano
«de Roma. Yo acreditaré estás voces.
«Nuevas furias.
« Esto. me conviene*
«Voy á tratar la cuestión de la líber-»
« tad sobre lá enseilañza ; los libérales iití-
« >)S nos apoyarán. ¡ Necios 1 riosi admiten
« en el dçrcclio común, cuando nbeSlros
«Drivileííios.inmDrildaile's, nuestra iníluen-
«cia en el confesonario, y nuestra ol)ediçn-
«cia á Roma, nos ponen fuera ^e\ mU'nio
« derecho común en r^zon >ie las ventajas
«de que gozamo^. DobJemeAte necio?,
(( pues nos creep desaíi^madosporqM.éJlof^-
« lán ellos u.iis/iK^s compuosytj-os,
«Cuestión vital., clamores ¡fritantes,
« auevos para el hombre débil. Los ar/o-
«yos aumentan el torrente.
') « Esto me conviene igualmente.
ALBUM
fi Para ri'suiuir on dos palabras; la ab-
n dicariiui os el fin; loslorreuicscoiiUniJOa
« y la provocación , cl imJio. La luToncia
« de Ucnoponl cosWa la eli-ccion. l'recio
«acordad>i, poneros vt-mlidoí.
Uüdin iulerrutnpió de pronto su escri-
tura creyendo haber oido al¿un ruido en
la puerta de su cuarto, la cual daba á \a
escalera ; (|iiedóse escuchando sin re>pirar,
pero en ti»d. s parte» reinaba el uiayor si-
lencio, creyendo Iiaber.-e euganado volvió
á lomar la pluma.
ííí)
«Yo me eítcargo del asunto de Ucne-
«pont, única base de nuestras coinbina-
» doues Icmpurulcs; es nu'ne»ler tontarlo
«con calor, sustituir con el juego de los
« intere.vos , con el resorte de las pasiones
«las estúpidas y violentas medidas del pa-
n dre d' Ai{;rigiiy , que ha estado á punto
<i de coin[»r'Mnelerlo todo ; sin embary, no
u le fallan algunas buenas cualidades, tiene
u mundo, penetración y sabe seducir; pe
« ro en una sola escala no siendo suficien-
w teniente {;rande para hacerse perjueño.
t( Vo sacaró partido de su verdadero nié-
« rilo, los bocados son buenos. Me he va
<i lido á tiempo del poder discrecional que
« me dio el n-verendo padre (i. en caso
«.de necesidad, yo haró conocer al padre
te d' Aigrigny loscomproniisos secretos que
«ligan al g<íiernl conmigo' hasta el dia se
« le lia dtja<lo forjar, relativamente á es-
ata herencia, el deslino que sabéis; bue-
w na pero inoportuna ¡dea; igual objeto,
■n mas por otra via.
«Las noticias, falsas: hay mas de 200
t( millor.cs: cu llegaadu el caso, lo dudoso
'< es cierto.
« Queila una inmensa latitud.
« Vm ese mouíento el asmilo <le Uene-
<i poul puede considerarse didi'.emeoleíniu;
« antes de tres meses estarán en uucgíru
■KpoJer estos 2Ü0 mülones por la lihre vo-
te ¡untad de lus herederos ; es precisu que
í< asi sea. Torque de lo contrario, el par-
« lido tvmpora) se me va de Its rr.anos; la
(( mitad de niis |)roliab¡li<íades disniiriuyen,
« He pedido pulieres amplios, el tiempo
" urfje, y o!)ro como -i ya los tuviese.
« Necesito ahsiiliilanirnle saber una so-
« la cosa para la ejeouion de niisproyec-
« los y espero que vos nio la diréis, me e$
n indífprnmble ¿me entendéis? La alta in-
« Ilueiicia de vuestro Inrmano en la corle
« (le N'iena os servirá. Necesito sal>»Tp(jr-
« menores ex ictos suhre la posi<.'i(vn actual
« del í/uí/uc </(' /¿íisf/iíHf/ , el Napoleón II
« de los imperialistas. ¿Se puede ó noen-
« tablar una corresptHider.cia secreta con
« el príncipe sin (jue lo sepan los q,ue le
« rodean?
« Tomad pronto una providencia , esto
«es urgente; esta nota saldrá hoy, ma-
« uaná la completaró y la recfi'ireis como
asieni|tie por el pecjueùo r)>ercader».
En el momento en que Kodin acababa
de meter y sellar esta caria bajo un do-
ble sobre, creyó liaber oido otra vez al-
gún ruido por la parte de afuera.
Púsose à escuchar.
Al cabo de alguuf^s instantes de silen-
cio , dieron en la puerta muchos golpes
seguidos.
Kodin se estremeció: esta era la pri-
mera >ez que llamaban á su cuarto des»
pues de un año que vivia en la casa.
Metiendo precipitadjimente en el bol-
sillo de la levita la carlá^que acababa de
escribir, fué en seguida á abrir la vieja
maleta que estaba ocuUa bajo el catre,
sacó un rollo de papeles «nvueltos en un
pañuelo de tabaco hecho pedazoíí, metió
en este lejago las dos cartas cifradas que
poco a ti tes h a bi a recibido y volvió á echar
el candado á la maleta.
Por la parte de afuera segulnn llaman-
do é la puerta con la mayor impaciencia.
Kodin cogió en la mano la cesta de la
frutera, puso el paraguas d< bají dd bra-
zo y COI) suma inquietudfuéhaciala puer-
43*
j70 ALBUM.
ta para saber quien era esta indiscreta vi
sita.
Abrió la puerla y se halló cara á cara
con Rosa Pompon , la cantante importu-
na, la cual haciendo una graciosa cortesía
le preguntó con un aire enteramente in-
genuo.
— ¿Vive aquí el señor Ilodin?
XXXI.
UN SERVICIO AMISTOSO.
Bodin , á pesar de su sorpresa y de so
inquietud, no titubeó, y reparando en las
curiosas miradas de la joven cerró la puer-
ta después de haber salido; en seguida le
dijo con bondad.
— ¿A quién buscáis, querida mia?
— Al señor Rodin, respondió con jo-
-vialidad Rosa Pompon abriendo cuanto
pudo sus lindos y azules ojos encarándose
con Rodin.
— No vive aqui, dijo este dando un pa-
so en ademan de bajar la escalera. No le
conozco.... Ved si vive arriba ó abajo.
— ¡ Linda cosa I ¡ divertiros á vuestra
cdadl repuso Rosa encogiéndose de hom-
bros, como si no supiéramos que os lla-
máis Mr. Rodin.
— Carlomagno, saltó el coadjutor incli-
nándose; Carlomagno para serviros en lo
que esté de mi parte.
— No sois capaz de ello, respondió Ro-
sa Pompon con tono magestuoso, y aña-
dió con aire solapado ¿con qué tenemos
escondites gatunos, que cambiamos de
nombre? ¿Tenemos miedo que la mamá
Rodin nos espione?
— Escuchad, amiga mia, dijo el coad-
jutor sonriéndose; i no os dirigís mal I yo
soy un viejo bonachón que gusta de los
jóvenes.... de los jóvenes alegres Asi,
bien podéis divertiros á mi costa pero
á lo menos dejadme pasar porque tengo
prisa.
Y en esto Rodin dio otro paso hacia la
escalera.
— Señor Rodin, dijoUusa Pompón cctti
voz solemne; tengo que comunicaros co-
sas de gran importancia, y pediros un con-
sejo sobre un asunto que interesa al co-
razón.
— ¡Ahí ¡veamos locuela! ¿no tenéis
á quien atormentar en vuestra casa y ve-
nís á esta ?
— Yo vivo aquí, señor Rodin, respon-
dió Rosa Pompon recalcando maliciosa-
mente el nombre de su víctima.
— ¿V^os? ¡vaya! no sabia que tenía-
mos aqui tan linda muchacha.
— Si, señor Rodin, hace seis meses que
vivo en esta casa.
— ¿De veras? ¿y donde?
— En el piso tercero del editicio de la
fachada, señor Rodin.
— ¿Conque, erais vos quien cantaba
tan bien hace poco?
— Yo misma.
— Verdaderamente me habei- causado
un gran placer.
— Sois muy atento, señor Rodin.
— Supongo que vivis aquí con vuestra
respetable familia.
— Yo lo creo, señor Rodin, respondió
Rosa l^ompon bajando los ojos con aire
ingenuo ; vivo con mi abuelo Philemon y
con mi abuela Bacanal... nádamenos que
una reiita.
Rodin habia estado hasta entonces su-
mamente inquieto ignorando deque modo
Rosa Pompon habia descubierto su verdade
ro nombre; pero al oir nombrará la Heina
Bacanal y al saber que vivia en esta casa,
halló una compensación al desagradable
incidente producido con la aparición de
Rosa Pompon. Efecfivamenta importaba
mucho á Rodin el saber donde podía en-
contrar á la reina Bacanal, querida de
Duerme-en- cueros y hermana de la Gi-
bosa; de la Gibosa que tan peligrosa se la
habían pintado en su conver-^acion con la
supcriora del convento y deide que tomó
ALBTH.
1
'parte en la fuga de Mlle de Cardovîlle.
Ademas de esto, Kodin, gracias á lo qui*
acababa de saber, esperaba obligar con
buenos modos á Uosa Pompon á confesar-
le el nombre de la persona que le había
(Heho que Mr. Carlomagno se llamaba
Mr. Rodin.
Apenas pronunció la joven el nombre
de la reina Hacanal , cuando Rodin juntó
las manos, pareciendo tan sorprendido
'Como vivamente interesado.
— lAh!..r. querida amiga, «esclamó,
'liacedme el favor de no chancearos.^ ¿Se
trata acaso de una joven que lienp «ste
TOote y que es hermana de una costurera
«contrahecha?
—Si-, señor, Hene por mote la reina
^aCínaH , Tespondió Rosa Pompon admi-
Tada ; se llama Celisa Soliveau y es amiga
mía.
— ¡ Ah ! ¿con que es vuestra amiga?
dijo Rodin retlecsionando.
— Si, señor, mi íntima amiga.
— ¿Y la queréis mucho?
— Como á una hermana jPobre joven!
^lago por ella lo <|ue puedo y aun es na-
da.... ¿pero como es posible que un hom-
bre tan respetable y de vuestra edad co-
nozca á la reina Bacanal? ¡ Ah , ah ! esto
es una prueba de que tenéis un nombre
supuesto.,..
— ¡Querida mia! yo no tengo ahora
tiumor de bromas, dijo Rodin con uno tan
triste que Rosa Pompon , arrepintiéiicJoae
<le esta burla, repuso:
— Pero, en fin, ¿como habéis conocido
á Ccfisa?
— Por desgracia no la conozco, pero
sí á un escelenle joven que está loco por
€lla.
— ¿Santiago Renepont?
— Llamado por otro nombre Duerme-
en-cueros. En este momento está preso
por deudas, repuso Rodin dando x\n sus-
piro. Ayer le he visto.
— ¿Le habéis visto ayer? ¡ Cómo es
eso! dijo Rosa Pompon juntando las ma-
nos: venid , venid al instante á casa de
Pliilemon para dar á (leíisa noticias de.su
amante.... ¡está tan inquiétai
— Hija mia, yo quisiera poder decirle
algo buetío de ese digno joven á (jijÍimi
aprecio á pesar de sus locuras, por(|ue
¿quien es el que no las hace? anadió Ro-
din con indulgente bondad.
— Pardiez, dijo Rosa Pompon contor-
neándose como si estuviera aun vestida de
descargador....
— Aun añadiré mas, repuso Rodin, le
quiero á causa de sus locuras, porque ya
veis, por mas quedi^an, hija mia, hiy
siempre un buen fondo, en fin alguna co-
sa, en todos aquellos que gastan genero-
samente su dinero con los demás.
— ¡Y bien! mirad, ¡sois un buen hom-
bre! dijo Rosa encantándose de la fílosofía
de Rodin. ¿Pero, por que do queréis ve-
nir á ver á Cefísa y i hablarle de San-
tiago?
— ¿Que adelanto con decirle lo que sa-
be? ¿Que Santiago está près i? Lo que yo
quisiera es sacar á ese digno joven de su
aprieto....
— ¡Oh! hacedlo, ¡sacad á Santiago de
la cárcel! esclamó Rosa con viveza; si lo
hacéis os abrazaremos Celina y yo.
— Seria perdido, locuela, respondió Ro-
din sonriéndose; pero Ir.inquilizaos; yo no
necesito recompensas para hacer algún
bien cuando puedo.
— ¿Conque creéis poder sacará Santia-
go de la cárcel?
Rodin meneó la cabeza y repuso con
aire triste y melancólico:
— Lo esperaba. Ciertamente lo espera-
ba.... pero en estos momentos ¿que que-
réis? todo ha variado.
— ¿ Y por qué? preguntó Rosa Pompon
sorprendida.
— Esa pesada chanza quo me dais lia-
172
ALAIüA.
mandóme Mr. Rodin debe parece ros muy
graciosa, hija mia; lo comprendo : en eso
no sois mas que un eco. Alguno os habrá
dicho: id á decir á Mr. Carlomagno que
se llama Rodin eso será muy gra-
cioso....
— Seguramente que no me hubiera ocur-
rido llamaros Mr. Rodin; un nombre como
ese no se ioventa de motu propio, respon-
dió Ro<a Pompon.
— ¡Y bien! esa persona, con sus chanzas
ha causado sin «aberlo un perjuicio al po-
bre Santiago Renepont.
— ¡ Ay, Dios mió! ¿por qué os llamo
Mr. Rodin en vez de Mr. Carlomagno?
e&clamó Rosa Pompon con tristeza, sin-
tiendo en aquel instante la chanza que
habia dado por instigación de Nini Moulin,
Pero, en fin, que tiene qufi vir esta
chanza con el servicio que podéis hacer á
Santiago? saltó Rosa.
— No puedo decíroslo, hija mia; verda-
deramente siento todo esto por el pobre
Sanliago.... creedlo pero permitidme
que baje.
— Caballero.... os ruego que me escu-
chéis, dijo Rosa Pompon ; si yo os dije el
nombre de la persona que me íia aconse-
jado llamaros Mr. Rodin. ¿seguiriais inte
Tesándoos por Sanliago?
— Yo no frato de sorprender los secre-
tos de nadie, hija mia: en todo esto habéis
es que lentiria mucho causar perjuicio á
un joven tan escelente con una chanza :
voy á deciros sencillamente lodo lo que
hay subro el particular; tal vez mi fran-
queza pueda ser útil para algo.
— La franqueza aclara siempre las Co-
sas mas oscuras, dijo sentenciosamente
Jlloiin.
•- — R;en mirado» repuso Rosa Rom pon ,
tanto peor para Nini Moulin. ¿A que vie-
ne hacer loiitcrias que puedan perjudicar
al amante de la pobre Cefisa? Ved loque
ha pa>ado: Nini Molin, que es un farsan-
te, acaba de veros poco hace en la calle;
la portera le ha dicho que os llamáis Car-
lumagno, y él se volvió á mi diciéndome :
no, se llama Mr. Rodin, es menester ju-
garle una pasada; Rosa Pompon, id á lla-
mar á su puerta y á decir'e Mr. Rodin.
Ya veréis (jue cara pone. Yo lie prome-
tido á Nini Moulin que no le nombraré,
pero ya que eito puede perjudicar á San-
tiago, no importa, le nombro.
Al oir el nombre de Nini Moulin, Ro-
din no, habia podido reprimir un movi-
miento de sorpresa. Este libeli:;ta á quien
por su medio hablan encargado la redac-
ción del Amor del Prójimo, no era de te-
mer personahnente; pero como Nini Mou-
lin era tan hablador y comunicativo des-
pués de haber bebido, que podia causar
inquietud y molestar , principalmente si
sido el juguete ó el eco de personas que j Rodin debia volver, como era probable.
tal vez =^7¿f, sumamente pelígr )SâS , y á
Té mia qtie á pesar de todo el interés que
me inspira Santiago Renepont debéis saber
<|ue no tengo ganas de granjearme enemi-
go», siealo yo un pobre hombre... i Dios
me libre !
Rosa Pompon no entendió la menor cosa
de los temoies de Rodin, el cual contaba
con esto, porque al cabo de un segundo de
reQcciíion, le dijo la joven:
—Escuchad, caballero, eso es demasia-
do para mí y yo no lo entiendo : lo que sé
muchas veces á esta casa para la ejecución
de sus proyectos n lativamente á Duerme
en -cueros por medio de la reina Bacanal,
el coadjutor trató de remediar este incon-
veniente.
— Gon(|ue, hija mia , dijo á Rosa Pom-
pon : ¿Es un tal Desmoulins quien os
ha aconsejado el darme esta broma tan
pesada?
—Desmoulins, no, sino Dumoulin, re-
puso Rosa Pompon.
Escribe en los periódicos de los sacris-
▲ l.ttDM.
i 73
Unes y defienJe á los devoto-; por cl di-
nero (|(ic le duii, |)on|ue si.Níiti M>)(ilinos
un santo.... sus abo{;aJüS son Santos.
— Esü caballero me parece moy ale-
gre.
— ¡ Oh ! ¡ Pí un esoelente sojeto !
—Pero, esporail, operad, repuso Ko-
ilin pareciendo recordarse de alguna co-
sa, ¿no es un lnMubre como de unos
treinta y sei» a cuarenta años, gordo y
"coloiado?
— Tan coI.)rado como un vaso de vino
tinto, y ademas con granos en la nariz
como una franbüesa, respondió llosa Pom-
pon.
— Es el mismo... el señor Doumoulirv»...
i O.'i ! entonces me trant|uilizais, hija mía;
la broma no me incomoda ya; ese Dou-
inoulin es im hombre muy digno, y su
único defecto es gustar demasiado de los
placeres.
— ¿Con que trataréis de hacer algo por
Santiago? ¿la necia broma de Nioi Mou-
lin no os lo impedirá?
— Espero que no.
— No diré á Nini Moulin que vos sa-
béis que ha sido él quien me dijo que os
llamase Mr. Rodin, ¿no es verdad?
— Y por qué no, hija niia? esmeneslor
decir siempre y francamente la verdad en
lodo.
— ¡Pero, caballero, Nini Moulin me
ha encargado Unto que no le nombrase...
— Si- no irabeis cumplido su encargo hti
sido por una razón muy justa, ¿porqin»
no se lo habéis de confesar? Pero porotra
parte, hija mia , eso es cosa vuestra y no
inia. Haced lo (pie queráis.
— ¿Podré también ha. dar á Cefisa de
vuestra'? buenas intenciones respecto á
San ti.» 20?
— Frariqui ri, hija m'a, franqueza sieir-
pro... Na«Ja se arriesga nunca en decir lo
que hny.
—; Pobre Cefisa ! ¡ qué contenta se va
á poner ! dijo Rosa Pumpon con viveza :
¡ no le vendrá mal !
— Pero es meneslfr í]ue no exagere de-
masiado su dicha... > o nu prometo positi-
vamente liacer salir de la cJrcel á esedig-
no joven digo unie. miente que trataré
de ello lo (|ue os prometo formalmen-
te... pjrt|ue desde la prisión de Santiago,
creo (|ue vuestra amiga debe hallarse en
una mala [Risicion...
— Desgraciadamente... caballero...
— Repito que lo que yo prometo es uii
pequeño socorio... que vuestra amiga re-
cibirá hoy mismo para (jiie pueda vivir
honradamente.... y si se conduce bien....
si se conduce bien, ya veremos... después.
— ¡ Ah! caballero.jiosabeiscuan á pro-
pósito llegáis... al socorro de la pobre Ce-
íisa... Parece que sois el ángel de su guar-
da... Oue os llaméis Mr, Kodin ó Mr.Car-
lomagno, lo que {)uedo decir, por mi ho-
nor, es qtie Sois un hombre escelente.
— Vamos, vamos, no exageréis las co-
sas, repuso Rodin interrumpiendo á Rosa
Pompon... decid que soy un viejo honra-
do y nada mas, hija mia. ¡ Ved como al-
gunas veces se vuelven las cosas! ¿Quién
hubiera podido decirme que cuando sentí
llamar á mi puerta, lo cual confieso que
me impacientó mucho, qunn me hubiera
dicho que era una vt'ciinta la que pretes-
tahdo una broma pesada me habia de po-
ner en el caso de hacer una buena ac-
ción?... Vamos, animad á vuestra amiga...
esta tarde recibirá un socorro... vamos...
conüarjza y esperanza... ¡Gracias á Dios,
hay buenas almas sobre la tierra !
— ¡Ah, caballero! demasiado bien lo
probáis.
— ¿Qué queréis? la cosa es muy senci-
lla.... la dicha de los viejos... es gozar de
la de la* Jóvenes....
Rodin pronunció estas palabras con im»
bondad i.in perfecta, que Rusa Pompon
sintió humedecerse sus ojos y repuso con-
movida :
—Oid, caballero. Cefisa y yosomosunas
pobres jóvenes : es verdad qtie hay otras
que son mas virtuosas, pero me atreveré
á decir que tenemos buen corazón: si al-
guna vez estuvieseis enfermo, no hay her-
mana de la caridad que pueda cuidaros
mejor que nosotras... Esto es lo único que
podemos ofrecer sin hacer cuenta con
Phiiemon á quien yo baria aserrar en cua-
tro partes por vos: lo prometo bajo pala-
bra de honor, del mismo modo que puedo
asegurar que Cefisa baria otro tanto rela-
tivamente á Santiago con quien podréis
contar siempre.
—Ya veis, hija mia, que yo tema ra-
zón cuando decia: mala cabeza, buen co-
razón Adiós, hasta la vista.
Rodin tomando en seguida el cesto que
habia dejado en el suelo al lado del pa-
raguas, se disponía á bajar la escalera.
— Dadme ese canasto que puede impe-
diros bajar, dijo Rosa Pompon quitándo-
selo efectivamente á Rodin de las manos
á pesar de su resistencia: en seguida
añadió :
—Apoyaos en mi brazo; la escalera es
tan oscura.... podríais tropezar.
—Acepto la oferta, hija mia, porque no
soy muy animoso.
Y apoyándose paternalmente en el bra-
zo de Rosa Pompon que llevaba el cesto
en la mano izquierda, Rodin bajó la esca
lera y atravesó el patio.
— Mirad, ¿veis allí arriba, en el tercer
piso, aquella caraza pegada á los vidrios?
dijo de pronto Rosa Pompon deteniéndose
en medio del patinillo; ese es Nini Mou-
lin ¿Le reconocéis? ¿es el mismo que
decís ?
—Sí, el mismo , dijo Rodin después de
haber levantado la vista; y al mismo tiem-
po hizo con la mano un saludo muy afec-
tuoso ó Santiago Dumoulin quien, atóni-
to, se retiró de pronto de la ventana.
— I Pobre hombre ! Estoy seguro q«e
me tiene miedo... desde su pesada broma,
dijo Rodin sonriendo... he hecho mal....
Y acompañó las palabras lie heclw ¡nal
de un siniestro movimiento de labios que
Rosa no pudo notar.
— Vamos, hija mia, le Jijo al entrar los
dos en el corredor, ya no tengo necesidad
de vuestro apoyo; suliid pronto al cuarto
de vuestra amiga y comunicadle las ;lMie-
nas noticias que sabéis.
— Sí, señor, tenéis razón : porque estny
rabiando por ir á decirle cuan bueno sois.
Y en esto Rosa Pompon echó á correr
á la escalera.
— ¡ Y bien I ] y bien ! ; esa loctiela se
lleva mi cesto! dije Rodin.
— j Ah I es verdad; perdonad, Mr. Ro-
din , tomadlo. ¡ Pobre Cefisa 1 ¡ qué con-
tenta va á ponerse I : Adiós, caballero.
Y la gentil persona de Rosa Pompon
desapareció en el limbo de la escal* ra que
ella subió con impaciencia y alegria.
Rodin salió del corredor.
— Aquí tenéis vuesíro cesto, buena mn-
ger, dijo deteniéndose en la puerta de la
tienda de la lia Arsène. Machas gracias
por vuestra bondad.
— No hay de qué, mi digno señor: lo-
do lo que yo tengo está á vuestra disposi-
ción, ¿y el rábano era bueno?
— Suculento, amiga mia, suculento y
escelente.
— Me alegro mucho. ¿Volveréis pronto?
— Espero que sí: ¿podríais indicarme
un buzón inmediato?
— Volviendo á la izquierda, la tercera
casa, en la tienda de ultramarinos.
— Muchas gracias.
— A|)ueslo que se trata de una carta
amorosa para vuestra amiga, dijo la lia
Arsène á quien sin duda el contacto ëe
Rosa Pompon y de Nini Moulin habia aJ<;-
grado un poco.
— ¡ Eh... eh... eh! buena mugef, dfjo
%TlT7B.
m
BoJin barláiídose*, poniéndose en seguida
enteramente sário, saludó prufundanienle
á la frutera, diciéndula :
— Servidor vuestro,
Y salió á la calle.
Ahora vaioos á cond»K-ir al Icclur á la
rasa del doctor Raleiriier dundo se tiallaba
lodavia encerrada Mlle, de Cardovilic.
XXXll.
LOS CONSEJOS.
El encierro de Adriana deCardnvilleen
)fl casa del docti»r Baleinier habla sido mu-
cho mas estrecho desde la doble y noctur-
na tentativa de Agricol y Dagoberlo, en
cuya consecuencia el suldadt) gravemente
herido consiguió, gracias al interés del in-
trépido Agricol ayudado por el heroico
Quitasolaces, llegar hasta la puertecita del
jardin del convento, desde donde echó á
correr por e' boulevart esterior con eljó-
\en herrero.
Acababan de dar las cuatro, y Adriana
(iesde el dia anterior habia sido conduci-
da á un cuarto del piso segundo de la ca-
sa de sanidad ; la ventana , defendida por
Hna reja y cod sobradillo, impedia dar á
este cuarto la claridad regular.
Desde su última conversación con la
Gibosa, la jóvon esperaba recobrar su li-
bertad de un dia á otro por medio de la
intervención de stis amigos; pero al mis-
mo tiempo estaba d»lorosamentein({uieta
por Agricol y por Dagoberto.
Ignorando att^oliitamente el resultado
de la lucha que habla tenido lugar una de
las noches precedentes entre sus liberta-
dores y los criados de la casa de locus y
del convento, trató de averiguarlo inútil-
mente por sus guardas, los cuaíes pcrnia-
riecieron n»udos.
Estos nuevos incidentes aumentaban
mucho mas los amargos resentimientos de
La lijera palidez del lindo rostro de
Mlle, de Cardoville y las ojeras de sus be-
llos ojos revelaban recientes aiiiarguia>;
mentada delante de una ntesita , con la
frente apoyada en sus manos , ntedio cu-
bierta con los espaciosos rizos Jo sus ca-
bellos dorados, ojeaba un libro.
Uepeiitinamenic se abrió la puerta y
entró el doctor Baleiíiier.
Este, jesiiita de paisano, instrumento
pasivo y dócil de la vo untad de la Orden ,
f)o guiaba enteramente, según hemos di-
cho, (le la entera conlianza del V. d''Ai-
grigny ni de la princesa de Saint-Dizier.
Ignoraba el t>bjeto del encierro »Je M líe.
de Cardoville y la repenfii;a mudanza do
posición de la víspera entre el I'. d'Ai-
grigny y Rodin, después de la lectura del
testamento de Marius de Uenepont.
El doctor solo habia recibido la vísprta
la orden del P. d'Aigrignj (obediente de.-
de entonces á las inspiraciones de Rodin)
de esti echar mas el encierro de Mile, du
Cardoville, de redoblar su severidad res-
pecto á esta y en fin de procinar obligar-
la, ya verenios por que medio, á que re-
nunciase á dar la (jueja que se proponía
dar despoes contra sus opresores.
AI ver al doctor. Mile, de Cardoville no
pudo disimular la aversion y el desprecio
que este hombre le inspiraba.
Mr. Baleinier al contrario, siempre con
la sonrisa en los labios, siempre du!ce, se
acercó á Adriana con entera libertad y
confianza, se detuvo á pocos pasos de ella,
Como queriendo examinar las facciones de
la joven, y en seguida dijo, suponiendo es-
tar satisfecho de las observaciones que
acababa de hacer :
— ¡Vamos! los desgraciados aconteci-
inien:os de la noche de antes de ayer ten-
drán una influencia menos funesta de lo
que yo temia. Hay mejoría , el cutis es
Adriana contra la princesa de Saint-Di- I mas claro, el aire mas tranquilo, los ojos
zicr, el P. d'Aigrigny y .mjs secuaces. | conservan aun alguna viveza, pero no
176
ALBUM
¡ Esta
aquel brillo de un estado normal
hais tan bien! El ft'rniino d» vuestra
cura se ha retardado porque lo que
desgraciadamente ha sucedido dos días
hace ha producido una exaltación tanto
mas funesta, cuanto que no habéis tenido
el menor conocimiento de ella. Pero fe-
lizmente , y con nuestros cuidados , es-
pero que vuestro restablecimiento no tar-
dará mucho.
Por habituada qge estuviese Adriana á
la audacia del hermano de la congrega-
ción , no pudo menos de decirle con una
amarga y desdeñosa sonrisa :
— iQué impudente probidad es la vueà-
Ira, caballero 1 ¡qué desfachatez en Vues-
tro celo en ganar bien el dinero I. ..Nunca
os quitáis la máscara un solo momento:
siempre taimado y embustero. Verdade-
ramente, si esta vergonzosa comedia os
causa tanto tiedio como á mi desprecio,
nunca estaréis soficientemente retribuido,
— ¡Qué desgracia ! respondió eJ doctoi*
con tono compungido ¿porqué tenéis la
fune.>ta mánia de creer que no. necesitáis
de nuestros cuidados?
Es posible que os imaginds que os en-
gaño al hablaros del doloi;oso estado en
que estabais cuando fué preciso conduc¡T
ros aqni sin que lo supieseis. Pero, es-
cepto e>ta pequeña prueba de vuestro re
beldé mal, vuestra posición se ha mejo-
rado maravillosamente: camináis á una
completa cura. Mas tarde, vuestro esce-
le.-ite corazón me hará la justicia que me-
rezc'"» y al;;un dia seré juzgado como
debo.
— Yo lo creo , sí, ya llegará el dia que
seréis juzgado como debéis, dijo Adriana
recalcando estas palabras.
¡ Siempre fija esta otra idea ! repuso el
doctor con unaespecjedecoofíiseracion...
Vamos, sed razonable y, nopyenseis masen
estas niñerías,
—^Renunciar á pedir á, los, tribunales la
reparación que mees debida y la deshonra
para vos y para vuestros cómplices! ¡ja-
más! ¡ oh ! no, ¡jamás!
— ¡Bueno! dijo el doctor encojiéodose
de hombros... cuando estéis libre, ¡gracias
á Dios I ya pensareis en otra cosa, nu lin-
da enemiga.
Olvidáis piad*)samente el mal que os
liactis..^. pero yo tengo una menoría me-
jor.
Hablemos con formalidad. ¿Pensais se-
riamente en acudir á los tribunales? re-
puso el doctor Baleinier con tono gravfe.
— Si señor; ya sabéis... lo que yo quie-
ro.... pienso hacerlo formalmente.
— Pues bieti; os ruego y suplico quenó
prosigáis en vuestra idea, añadió el doctor
con tono cada vez mas compungido; os lo
pido por favor y en nombre de vuestro
propio interés.
— Me parece que confundís un poicó
vui'Stros itUereses con los mios.
— Veamos, dij.o el doctor Baleinier con
fingida impaciencia y como si estuviese
cierto de convencer al itistante á Mlle, de
Cardoville; veamos, ¿tendríais el triste
valor de sumir en la desesperación dos
personas generosas y de buenos sentimien-
tos?
— ¿Solamentedos? La chanza seria mas
completa si dijeseis tres: vos, mi tía y el
abate d'Aigrigny.... pori¡ue sin duda al-
guna esas son las personas generosas en
cuyo nouibrf invocáis mi conmiseración.
— Señorita, no se Ira a de mi, ni de
vuestra tía, ni del abate d'Aigrigny.
— líntonces, ¿de (piieii ? dijo Mlle, de
Cardoville sorprendida.
— De dos pobres diablos (juu enviados
sin duda por los que lldoiois vueslrosami-
gos, Se han introducido en el convt'nto ia-
medialo la otra noche, y lian pasado de
aljí al jardin de esta casa.... Los tiro»
que habéis oido han sido dirigidos coiilJ-á
ellos.
¿1.BI M.
177
--i Ay ! i ya me lo imaginaba yo! ¿y
'porque no me lian diclio si h;>y al¡j;imo
lierido? dijo Adriana con d'iKiro.-a ( mo-
ción.
El lino de lijos lia recibido ima herida,
'aunque poro i;rave puesto (¡ueha podido
andar y osoaiiar-e de las manos de lus que
V pcrsfgiiiiin.
— ¡ Biiidito sea Dios! esclamó IMlle.
de Cardoville juntando las manos con fer-
vor.
— Nada mas loable que vuestra alegria
al saber (juc se lian escapado- peroiiie>e
caso, ¿por (jiiL* queréis aliorfliacer inter-
venir á la justicia contra ellos? Verdade-
ramente que es un modo ^gular de agra-
decer su Celo.
— ¿Qué dice Vd., caballero? preguntó
Mlle', de Cardoville.
— Porque al fin, si llegasen á prender-
los, repuso el doctor sin responderla , co-
rnu han cometido el delito de escalamiento
y de fracción durante la noche, irán á
presidio.
— ¡Cielos! ¡y por m¡ causa!
— Por vuestra causa , y lo que es peor,
serán condenados por culpa vuestra.
— ¡Por mi culpa caballero!
— Ciertamente, si persistís en vuestras
Ideas vengativas contra vuestra tia y con-
tra el abate d'Aigri^iiy (no os hablo de
hií, yo estoy á cubierto); en una pala-
bra , si os empeñáis en (¡neja ros á la jus-
ticia de haber sido encerrada en esta rasa.. .
— Caballero, no os comprendo. Fspli-
caos dijo Adriana cada Vez mas in-
quieta.
— ¡Oué niña sois! esclamó •! jesuíta
con 4i c de convicción, ¿creéis qtie si la
justicia llega á entrar en este asunto, será
posible detener su acción y sn curso se-
gún se quiera y como se quiera?
(^lando salíais de a']iii os quejareis de
mi y de vuestra familia , ¿no es verdad?
¿y qué sucederá? La justicia ínter. endrj,
se informará n'lir.5 testigos y hará las mas
minuciosas irucsti-ariones. ¿Cuál será la
consecuencia? Oiie este asalto nocturno
que la superiora del convento tiene inte-
rés en ocultar por temor de un escándalo;
que esta tentativa nocturna, repito, que
tampoco yo quisiera diviil-;ir, mayor-
mente tratánilose de un crimen grave y
que trae consigo una pena infamante, la
justicia tomará en él la iniciativa, tratará
de buscar á csos desgraciados, y si, como
es probable estén detenidos en Paris por
algún diber, ya sea de su profesión, ya
por la falsa seguridad de haber obrado
por UH motivo Ijonroso, los encontrase y
los prendiesen ¿quién será la causa de
esta prisión"? Vos misma deponiendo con-
tra ellos.
— Kso seria horrible eso es impo-
sible.
—Al contrario, muy posible, repuso
el doctor'. Asi, mientras que yo y la su-
periora del convento que somos los úni-
cos que tenemos derecho á quejarnos, solo
tratamos de echar tierra á este asunto,
vos vos por quien estos desgraciados
se han espuesto á ir á presidio, vais á en-
tregarlos en poder de la justicia.
Aunque Mlle, de Cardoville no íe dejó
engañar enteramente por el jesuíta de pai-
sano , conoció que los sentimientos com-
pasivos que demostraba en favor de Da-
goberlo y de su hijo no estarían subordi-
nados del todo al partido que ella toma-
rla de abandonar ó no la legítima ven-
ganza que quería pedir á la justicia
Kfec'.ivamente Kodin , cuyas instruc-
ciones seguía el doctor sin saberlo, era
demasiado hábil para hacer decir á Mlle,
de Cardoville: si dais el menor paso, se
denunciará á Dagoberto y á su hijo: al
mismo tiempo que conseguía los mismos
lines ín.;['irando suficiente tenor a Adria •
na sut)re sus dos libertadores, para qui-
tarla de la cabeza su idea.
Mi'
178
ALBUM.
Mlle, de Cardoville, sin saWr lo que
la Icy previene, tenia bastante sentido
común para dejar de conocer que efecti-
vamente Dagoberto y Agricol podían ser
inquietados seriamente á causa de su ten-
tativa nocturna y hallarse en una cruel
posición.
Y sin embargo, al ^pensar todo Cnanto
habia sufrido en aquella casa, contando
con los justos resentimientos que se ha-
blan aglomerado en su corazón, parecía
cruel á Adriana cl renunciar al triste pla-
cer de descubrir y revelarían odiosas nta-
quinaciones.
El doctor observaba con taimada aten-
ción á la que creia haber engañado, bien
persuadido de que conocía la causa del
silencio y de las torgiversaciones de Mlle.
de Cardoville.
— Pero en fin, repuso ósta sin poder
disimular su turbación ; suponiendo que
yo estoy decidida , por cualquier motivo,
á no quejarme y á olvidar el daño que se
me ha causado, ¿cuándo saldré de aqui?
— No lo sé, porque ignoro la época en
que estaréis curada radicalmente, dijo el
doctor con bondad. Estais en buen ca-
mino pero
— Siempre la misma estúpida é inso-
lente comedia, esclamó Mlle, de Cardc-
\ille interrumpiendo al doctor con indig-
nación; os pregunto, y aun os ruego que
me digáis cuanto tiempo debo estar en-
cerrada en esta horrible casa; porque al fin
supongo que algún dia debo salir de ella.
— Ciertamente asi lo espero, respondió
el je«uila compunjido; cuando?... lo ig-
noro.... Ademas debo deciros franc?tr,in-
te que se lian lomado todas las precau-
ciones necesarias para qus no se renueven
tentativas semejantes A las de la noche
pasada.... y se ha establecido la mas ri-
gurosa vigilancia para impediros toda co-
n»unicacion con !as gentes de afuera : y
esto por vuestro interés y con e! objeto de
que vuestra pol)re cabeza no se oc?aÍt^
de nuevo peligrosauií rite.
—Con que según eso, dijo Adriana ca-
si asustada , según lo que me espern los
dias pasados eran dias de libertad !
— Vuestro interés es antes que todo,
respondió el doctor ccn lono penetrado.
Conociendo Mlle, de Cardoville la im-
potencia de su furor y desiidesesperacioVí,
dio un profimdo suspiro y ocultó el ros-
tro con las manos.
En este momento se oyeron por la par-
le de afuera algunos pasos precipitados,
y un guarda de la casa entró en el cuar-
to después de haber llamado.
— Caballero, dijo este al doctor coníiire
agitado: abajo fiay dos señores q»e soli-
citan hablar con usted y con la señorita.
Adriana levantó de pronto la cabe-
za: sus ojos estaban arrasados de lágri-
mas.
— ¿Cómo se llaman esas persona>? pre-
guntó el doctor sumamente admirado.
— Uno de ellos me ha dicho : decid al
señor doctor que soy magistrado y (pie
vengo aqui «in una misión judicial relati-
va á Mlle, de Cardoville.
— lUn magistrado! esclamó el jesuíta
de paisano poniéndose coior violeta y no
pudiendo apenas contener su sorpresa é
inquietud.
— ; Bendito sea Dios! escfanió Adriffua
levantándose con prontitud y manilVslan-
do en su semblante bañado en lágrima.-í
una viva esperanza ;Mis amigos han
sido advertidos á tiempo!... ;Ya llegó la
hora de hacer justicia !
— Decid á estas personas qtie suban,
repuso el doctor después de un instante
de rellecsion.
En seguida y cada vez mas inquieto y
alterado se acercó á Adriana con un aire
ceñudo y casi amenazador que contrasta-
ba con la serenidad habitual de su hij)ócrt-
ta sonrisa, y la dijo en voz baja:
ALBI't.
— •: " I ado ,' scnorita !... ¡no os alo-
■greis domasiadí» pronto !
— Ya no os tomo, rospondiiS Mlle, do
Cardüvilk» cuyos ojos e>t3ban l)rillanles y
radiosos; sin duda alguna Mr. dt> Monl-
bron , á su vuelta á Paris, habrá sido
"prevenido á lietDpo... y viene acompa-
ñado del magistrado ^ara sacarme de
a(]uí.
Poco después Adriana añadió con acen
to de amarga ironía.
— Caballero, mucha compasión me ins-
pirais vos y los vuestros.
— Señora , exclamó el doctor no pu-
dieiido disimular massu escesiva angustia;
os repito (|ue tengáis cuidado.... pensad
en lo que aóabo de deciros... vuestra ijue-
ja acarreará Uícesariamente.. ».ya meen
tendéis.... el descubrimiento de lo (jue
lia sucedido anoche ¡ Cuidado! El ho-
nor y la suerte de ese s-oldadoy de su hijo
estañen vuestras manos... pensadlobien...
pues se trata nada menos que de presi-
dio.
— ¡ Oh ! no conseguiréis engañarme....
vuestras palabras son una amenaza indi-
recta; á lo menos tened el valor suficien-
te para decirme que si me quo}o á este
magistrado delatareis al instante al solda-
do y á su hijo.
— Os repito que si os quejáis, esasjen-
les son perdidas, re^^pondió el doctor de
un modo ambiguo.
Adriana , dudando algún tanto con el
temor que le inspiraban las antenazas del
doctor, repuso :
— Kn fin, ¿creéis que si el magistrado
me interroga yo seré capaz iW' mentir"'
— Responderéis la verdad. Ademas, se
apresuró á decir el doctor esperando con-
seguir sus fines; diréis que os hallabais
en un estado tal de ecsaltacion desde al-
gunos días á esta parte, que por interés
Vuestro se ha creido deber traeros aqui
8ÍQ que lo sepáis; pero que en el dia estais
mucho mejor y reconocéis la utilíd.id de
la medida (jue lascirruiistaticias han obli-
gado á lomar por vufstro inlrrés. YiKon-
(irmaré estas palabias..». puts bien mira*
do es la pura verdad.
— ¡Jamás! eselamó indignada Mlle.de
('ardoville; jamás tuv liaré có«nplice de
ima mentira tan infame ; jauí.is comett-ff!'
la bajeza de ju>tiíirar de ese modo las in-
dignidades que tanto me han heciio pa-
decer.
— Aqui está ya el majistrado, dijo Mri
Baleinier al oir los pasos al otro lado de
la puerta. ¡ (Cuidado !
Efectivamente, abrióse la puerta, y
con la mayor sorpresa del doctor, se pre-
sentó Rodil! acompañado de un hombre
vestido de negro y de fisonomía digna y
severa.
Para favorecer sus proyectos y por mo-
tivos de astuta prudencia , Rodin lejos de
prevenir al padre dWigrigiiy , y por cot.-
siguiente al doctor, de la inesperada visita
que pensaba hacer en compañía de un
magistrado en la casa de sanidad, había
encargado la víspera al doctor que se es-
trechase mas á Mlle de Carduvílle.
Es fácil pues de comprender la doble
admiración de Mr. Baleinier al ver entrar
al juez cuya impoiit-nfe lisonomia é ines-
perada presencia tanto le in(|uietaban al
verle, decimos, acompañar á Rodin, el
humilde y oscuro secretario del abate
d'Aigrigny.
Rodin, sórdidamente vestido, como
siempre, y con un gesto respetuoso y com-
pasivo señaló al magistrado á Mlle, de
Cardoville.
En seguida y al mismo tiempo que el
uez no habia podido reprimir un movi-
miento de admiración al ver la rara bel-
dad de Adriana , pareció examinarla con
sorpresa é interés; el jesuíta retrocedió
modestamente algunos pasos.
El doctor estraordinariamenle admira-
180
do y esperando q\is Rodin le comprende-
ría, le hizo sin cesar varias senas de inle-
ligencía , procurando inlerrogarle de e?te
modo sobre la inopinada presencia del
magistrado.
Otro motivo admiraba también al doc
tor: Rodin no pareció rt conocerle ni com-
prender la menor cosa de su espresion
pantomímica, y se le quedó miran'do con
afcc'ado aturdimiento.
En fin en el mismo instante en que el
doctor ya impaciente, nproducia las mu-
das preguntas, Kodin dio uu pasoadelan-
te, alargó su torcido cuello hacia él y le
dijo en voz muy alto:
— ¿Qué dice Vd. señor doctor?
A estas palabras que desconcertaron
enteramente al doctor y que rompieron
el silencio que reinó duratite algunos se-
gundos, el magistrado se volvió á Rodin,
y este dijo con imperturbable serenidad :
— Desde nuestra llegada, el señor doc-
tor me está haciendo infinidad de señas
misteriosas... Sin duda tiene alguna cosa
estraordinaria que comunicarme.... Pero
yo que no tengo secretos, le ruego que se
esplique en alta voz.
li)>ta réplica, tan embarazosa pata Mr.
Raleinier, pronunciada con tono agresivo
y acompañada de una mirada glacial, su-
mió al médico en tan nueva y profunda
admiración, que estuvo algiuios instantes
sin responder.
Sin duda el magistrado notó este inci-
dente y el silencio que se siguió, pues nd
• ró al doctor con gran severidad.
Mlle, de ('arduviile, (jue esperaba ver
entrar a Mr. de Monlbron, se quedó igual-
mente atónita.
XXXUI.
BL ACISADOR.
Mr. Baleinier, desconcertado un mo-
mento con la inesperada preíciicia de un
magistrado y con la ¡nespUcable actitud
9d Rodin, no tardó en recobrar su iere-
AL3DM.
nidad , y dirigréndose á su colega de ba-
landrán largo, le dijo:
— Si yo he procurado que me enten-
dieseis por señas, la razón es que desean-
do respetar el silencio del señor^ al entrar
en mi casa , ( el doctor señaló con la vista
al magistrado) (jueria manifestar la sor-
presa que me ha causado una visita cuyo
honor no espera blá.
— Caballero, yo manifestaré â la seño-
rita el motivo de mi silencio, rogándole al
misino tiempo que se sirva disimularme,
respondió el magistrado, inclinándose 1¡-
"eramente hacia Adriana, á quien conti-
nuó dirigiéndose. Acaban de hacerme una
declaración tan grave relativamente ¿
vuestra persona , señorita, que no he po-
dido evitar el permanecer un momento
mtido y recajido á vuestro aspecto, pro-
curando leer en vuestra fisonomía y en
vuestra actitud si la acusacioh que han
heblio era fondada.... y tengo motivos de
creer que efectivamente lo es.
— Caballero, ¿pudiera yo saber defini-
tivamente á quien ter>go el honor de ha-
blar? dijo él doctor con tono mUy atento
y firme.
— Soy juez de instrucción y vertgo á
¡lustrarme de un hecho qiíe me han l*e-
velado.
— Tened la bondad de esplicaros, dijo
el doctor inclinándose.
— Caballero, repuso el magistrado que
tenia por nombre .Mr. Gernande, hombre
con)o de unos cuarenta año», lleno de fir-
meza y de rectitud, y que sabia conciliar
los austeros deberes de su posición con
una amable política: se os acusado haber
cometido un.... error sumamente grave
para no valerme de ^mac^p^esion de n)as
consecuencia, lín cuanto á la especie de
este error, pieliero creer que vos, prin-
cipe de la ciencia, habéis podido engaña-
ros completamente en la apreciación de
un hecho medical , mas bien que sospe-
A1.III.V.
1.SI
char qiio liabiis (lodiju olvidar lu «aforado
(Ici ejVrcicio de una prufeî-iun (jue l's casi
un sact r locio.
— Cuando hayáis ospccilicad lus lie-
dlos, nie será fácil probar (pu; nu* coii-
ciiMU'ia oitMitiriiM did ii.i.NUio modo (pie nii
roiicienci.i dt' lioiuhre de hieii, están á cu
l)ierto di> esa ii'( riiiiin;icion, r<'>pntidióc()ii
ciorlo iiire tic ailaiioria cl jcsuila de ha •
laiidrao c<irto.
— Senorila, repujo Mr. Ci"rnar.de, di-
rigiéndose á Adriana, ¿es verda<l <pio os
han condiuidi) a(pii por sorpiesa?
— ¡Caballero esclanió Mr. Haleinior,
permitidme que os haga observar que cl
modo con que liacei^ esta pregunta es ul-
trajante para mi.
— Caballero, á la señorita esa quien
tengo el honor de dirigir la palabra, res-
pnndió severamente el magistrado; yo
soy el único juez de la conveniencia de
mis preguntas.
Adriat)a iba á responder afirmativa-
mente al juez, cuando una espresiva mi-
rada del doctor le recordó que iba tal vez
á esponer á Dagoberto y á su hijo á crue
les pesquisas.
Adriana no estaba nníniada de un bajo
y vulgar sentimiento de venganza, sino
de una legitima indignación contra odio-
sas liipiHie>ía>; hubiera creido una bajeza
no de>enmascararlas, pero queriendo tra
tar de conciliar todas las cosas, dijo al
maji>trado con un acento de dulzura y dig-
nidad :
— Caballero, permitidme (jue por mi
parte <>■> haga una pregunta.
— Hablad señorita.
— ¿La respuesta que voy à daros se-
rá co;i>iderada como una denuncia for-
mal?
— Señorita, mi presencia a^juí tiene
ante todas cosas el objeto de buscar |j
verdad... no hay coioideracion alguna que
deba haceros disimularla.
— líohorabijena , caballero, repuso
Adriana; pero suponvd que',leçiiendo jus
tos uutlivos de queja , os los e^pongo con
el objeto de oblemrla '*')lori/aci<>n de sa-
lir de esta ca-ia. ¿Me sera permitido <"0n
liiiuar una declaración cpie os haga?
— Sin duda alguna poileis hwerlo.'pfro
la justicia tomará por suya vuestra capsa
en nombre de la sociedad, y >i esia habi-
do (ifiMidi .'a on vuL'<tra persona...
— No tne srrá permitido perdonar, ca-
ballí'ro? Un desdeñoso olvido del mali|ue
me han hedióme seria una venganza su-
ficiente.
— Señorita, podéis perdonar y olvidar
personalmente, pero al mismo tiempo
tengo el honor de repetiros que la socie-
dad t.o puede manifestar igual indulgen-
cia e,n el caso que hayáis sido víctima de
una intriga culpable.... y todo me induce
á creer que en efecto ha sido a>i El
modo con tjue os esplicais, la generosidad
de vuestros »entimientos, la tran(]uilidad
y calma de vuestra actitud, me hacen creer
(jue no he sido engañado.
— K^peroque á lo menos me haréis sa-
ber la declaración que os han hecho, re-
puso el doctor recobrando su serenidad.
— Me han afirmado, respondió severa
mrnte el magi>trado, que Mlle, de Car-
doville ha sido traida aquí por sorpresa.
— ¿Por sorpresa?
— Si, señor.
— Ks verdad , la señorita ha sido con-
ducida aquí por sorpresa , respondió el
jesuíta de balandrán corto, después de uh
instante de silencio.
— ¿Con qué convenís en ello? preguntó
M. Gernande.
— Sin duda alguna; convengo en (jue
he recurrido á un espediente á que por
desgracia nos vemos obligades cuando las
per>oiias (pie necesitan de nue^lro nu'nis-
terio no e.>tán pt rsuadidas del triste esta-
do en (|uo se hallan.
46*
182 ALBUM,
— Pero me han añadido que Mlle, de
Cardoville no tenia la menor necesidad
de vuestro ministerio, repuso el magi:-
trado.
— Esta es una cuestión de medicina le-
gal £jue la justicia no tiene únicamente ¡a
misicn de ecsaminar, pues debeserdeba-
tida contradictoriamente, respondii) el
doctor recobrando toda su serenidad.
— En efecto, esta cuestión será deba-
tida con tanta mas seriedad, cuanto que
se os acusa de liabcr encerrado aquí á
Mlle, de, Cardoville, aunque goza de toda
su razón.
— ¿Y con qué objeto? respondió M. de
Baleinier encogiéndose ligeramente de
hombros y con tono irónico, ¿(¡ué interés
liabré yo tenido en cuniter semejante in-
dignidad, aun suponiendo que mi repu-
tación no me pusiese á cubierto de tan
odiosa y absurda acusación?
— Con el objeto de coadyuvar á uu
complot de familia tramado contra Mlle.
de Cardoville, por avaricia.
— ¿ Quién se ha atrevido á hacer rma
declaración tan calumniosa? esclanKi el
doctor con acalorada indignación, ¿quién
ha tenido la audacia de acusar á un hom-
bre respetable, y aun dire respetado bajo
todos conceptos , de haber sido cómplice
de una infamia semejante?
— Yo... respondió friamente Rodin.
¡Vos! esclamó el doctor*
Y retrocediendo dos pasos (¡uedó como
herido de un rayo.
— Yo soy quien os acusa, repuso lio-
din con voz clara y breve.
— Si; repuso el magistrado retrocedien-
do un paso para que Adriana pudiese ver
á su defensor; esta maùana ha venidu el
seíior, provisto de pruebas suficientes,
á rcclam.ar mi intei vención en favor de
Mlie. de Cardoville.
El nombre de Uodinno había sidopro
nunciado hasta entonces en esta escena.
Mlle, do Cardoville habia oido hablar
muchas veces y bajo malos auspicios ùA
secretario del abate d'Aigrigny ; [.«to C(j-
mo jamas le habia visto ignoraba que su
libertadorera nada menos que este je^ui-
ta ; asi es que en el acto !e miró con cii-
riosidad, interés, si-rpiesa y reconoci-
mienlo.
La cadavérica figura de Hodin , su as-
querosa fealdad, sus sórdidos ve>lidos, hu-
bieran causado á Adriana pocos dias antes,
un asco tal voz invencible; pero la joven
se acordaba que la GiDosa , pjbre. enfer-
miza, deforme y casi vestida deguinaptís,
estaba dolada , á pesar de su desgraciado
esterior, del mas noble corazón que sea
posible admirar: estf recueido fué sin-
gularm-Mite favorable ai jesuiía. Mlio. ña
Cardoville olvidí) que era feo y sucio pa-
ra pensar que era viejo, (|ue parecía po-
bre y <|ue venia á socorrerla.
El doctor, á pesar de su astucia , de sU
audaz hipocresia y de su presencia de es-
píritu, no podia ocriltar lusta (¡ue punta
le habia alterado la denuncia de Itodin •
perdía la cabeza, pensando que a! día si-
guiente del encierro de Adriana en esta
casa, era el implacable giiío que dio Ho^
din al través del postigo de la puerta del'
cuarto el que le habia impedido ceder í
la compa-íion que le in>piró el desespera-
do dolur de esla desgraciada joven, redií-^
cida á dudar ca»¡ de su razón... Y el ine-
xorable Ilodin, el celoso subalterno def
abate (PAigrigny era quien denunciaba at-
doctor y quien habia llamado á un jiiez
para obtetier la libertad de Adriana
al paso que la víspera el P. d'Aigrigny le
habia mandado redoblase su severidad
hacia ella.
El joMiita de balandrán corto se per-
suadió que Piodin vendía al P. d'Aigrigny,
y quü los amigos de ¡Mlle, de Cardoville
babian corrompido y pagado á este mise-
rable secretaiio; asi es que el doctor exas-
perado de lo que él consideraba como una
X»Lt'M.
IF^
fn^nslriiosa Iraicion , csclaiini do luievo
iiu1i^na<]o y con voz cortada por la ira :
— ¿ Y suis vos, Vos qnicii li»'ne valor
para atiisartnc? ¡vos (iiiii-ii todavía no
lia-e miiclios di.is !
Ui'lli'xionandi) rnlonrcs que acusar á
Hodin de complicidad era acusar>e á sí
niisniü, pareció cederá una vi\í>inia emo-
ción.
— ¡Allí caballero, caballee», vos sois la
última persona á (im'en yo bub'era crei-
do capaz de tan odiosa deluciji!... jes co-
sa verfionzosa ! ...
— ¿Y (|uii'n mejor que yo puliera de
nunciar esla ind¡;iriida'l ? respomlió U «din
cufi tono ru !o y decidido ¿No e.>tala
yo en posición de l.acer conocer.... y por
desgracia ileme^iado tarde, de que. iníri|:a
Mlle, de Cardoville y oirás varias perso-
nas eran víctimas? ¿(^uái es el deber en-
tonces de un liüuibre de bien? advertir
al magistrado probarle lo que le de-
cia y acompañarle liso es to que lie
bcclio.
— Asi señor maíjislrado, re|)uso el
doctor, no soy solamente el acu-ado, sino
es que aun se atreve á acusar
— Acaso al abale de Ai¡;rij:ny, respon-
»iió Rodin levantando la voz é inlt-rrum-
piendo al doctor, acaso á Mme. fie Saint
Üizier y á vos de habfr encerrado á esta
señorita en esta ca*a , y las hijas del ma-
riscal Simon en el coiiveiito inmediato,
por un vil inleré». ¿ Ks claro?
— Por desgiaca.es mucba verdad, le-
pnso con viviza Adriana; be visto á es-
tas desconsoladas y desesperadas criatu-
ras hacerme seña>;.
La denuncia de U.)din relativamente á
las huérfanas fué un nuevo y furmidoble
golpe para el doctor Haleinier.
Entonces fué cuando se convenció ple-
namente que el traidor babia desertado
al campo enemigo. Deseando poner cuanto
antes un término á esta escena tan em-
itarazosa , dijo al magistrado, procitiaiuiu
manifestarse contento á pesar de mi viva
emoción.
— l'odria limilarnie^ oponer el^il«'n(¡0
y el despri'i'io á semcjanleN acusaciones ,
hasta que una decisión judiri»! !i>s hubiese
dado algún valor.... Pero, coníiido en mi
co!i( icncia.... me dirijo á Mlle, de (]aid >•
ville.... y le ruego (jue<lec!are si e>ta min-
ina mañana no le he anunciado (pie su
salud estarla pronto en un estado tan sa-
tixf.ietorio que pudiese salir de esta casa...
Pido á la señuvila , 1 1) nouibre de .--u luen
ciiO'icida lealtad, que me responda si ha
^ido este mi lenguaje si , al di;<^irl.i tod.)
esto, yo no estaba solo con ella , y si... .
-*-¡ Vamos ! dijo Kodiii ir)lerrum|)iendor
con insolencia al doctor.»., suponed (|iio
esta buena señorita conTifse eso por pura
generosidaii ¿y c|ue prol)ará en vuestro
favor? nada absolutamente.
— ;(^ómo! csclamó el doctor : ¡comoc^s
permitís !..».
— Me permito desrnmnscararos sin vu»M.
tro permiso: es verdad ipie esto eá un jr>-
coirvenienle. ¿pero f|iie(jU(reis probarnos?
¿que estaiidi) sola Mile, de (^ardi>vil!e le
habéis hablado comí> sí realmente esluv.e-
se loca?.... ¡Pardiei! la cosa es conclu-
yente!
— Pero, caballero dijo eldoclof.
— Pero, caballero.. . ri'[)Us o Piidm sin
dejarle continuar.... esevidente, previen-
do lo que hoy sucede, y cim t\ objeto de
tener una escapatoria , habéis Qn^ido que
estais persuadido de vuestra r^celellle
mentira auna los mismos ojos d«*^ est a
pobre joven, con el objeto de invocar des-
pués el beneficio de vuestra pretendida
convicción ¡ Vaya, vaya! ¡á gentes de
sentido común y de corazón leal, no seles
viene con esos cuentos!
— i Que significa eso !... esclamó el doc-
tor Con eólcra.
484 KLBVfi
— ¿Qiié significa eso? repu oRodin, l-Ií»-
vando mas la voz y doniiiiando la de! doc-
tor; ¿es ó no es verdad (pie os reservais
e! protesto de achacar este odioso encierro
á un error científica? Yo dij^o que si, y
añado que os creéis libre Jiciendo ahora;
gracias á mis cuidados, Mlle, de Cardo-
vilie lia recobrado la rezón ¿qué tnas se.
pretende?
— No solo lo digo, sino que lo sos-
tenso.
probado que la razón de Mlle, de Gardo -
ville ha estado siempre cabal.
— Y yo sostengo que no.
— Yo probaré lo contrario, dijo Rodin.
— ¡Vos! ¿de qué modo? saltó el doc-
tor.
— Me guardaré muy bien de dof íroslo !
tante salisfactuiia para que pueda volver
al seno de su familia desde este mismo
momento.
— A lo menos no veo en ello un grave
inconveni(>n!e, respondió el doctor: lo
que sos'engo es que la cura no es tan
completa como hubiera podido serlo; ba-
jo e<te particular declino toda especie de
rc^ponsabilidMil pnra lo futuro.
— Podéis hacerlo tanto mas, cuanto que
es dudoso que la señorita apele en lo su-
Sosfoneis una f;ilso.l;id, porque está resívo 3 vucslr?,'? luces, respondió Rodin.
— .V*i , es inúli! valerme de mi inicia-
tiva para pediros que se abran al instante
á M Pe, di; Cirdoville las [;uerlas de esta
ca>;a, dijo el mngistrado al director.
— La señorita es libre, enteramente Ti-
I bre, repuso el doctor.
— Kn cuanto á 'a cuestión de si habéis
ahon... bien podéis imaginarlo... r.'spon- s'doencerrada preteslajido una suposición
dio Rodin con sonrisa irónica, y en ,e- M*^ '<'^.""'''-- ^^ Justicia entenderá en €ste
guida añadió con indignación: Oiga us- |f^'\"''^'í> Y seréis < ida.
ted, caballero, deberíais caeros muerto de
vergüenza antes que atreveros á suscitar
una cuestión semejante en presencia déla
señorita; evitadla á lo menos esta discu-
sión.
— ¡ Caballero!
' — ¡Yuya! ¡vaya! deje usted eso... de-
je usted eso.., es odioso sostenerlo delan-
te de esta señorita ; odioso si decís la ver-
dad, odioso si mentís, repuso Kodin con
despreeio.
— ¡ Se puede dar un encarnizamiento
mas incon'ebible ! ¡me parece que el
señor lllngi^lrado dá una ¡«ruc-ba de par-
cialidad dejando acumular sobre mi gro-
seras catuHiiujs !
— Caballero, repujo severamente 5Ir.
Gerande , no solo tengo derecho para oír
sino de probar todo género de conversa-
c on contradictoria, si esto puede ilustrar-
me; resulta pues.de todo e>to, que, aun
— Ivsloy lran(]uilo sobre el particular,
repuso el doctor n)anifeslándose contento:
nada me remuerde la conciencia.
— Asi lo deseo, responííió Mr. Gerande.
Por graves que sean las apariencias, prin-
cipalmente IratándO'C de personas dç vues-
tra posición, siempre deseamos hallarino-
centes... üirigiéndose en seguida á Adria-
na, la dijo: comprendo lo sensible é inju-
rioso de esta escena para vuestra delica-
deza y generosidaij solo depende de
vos, mas tardi*, ó acusar al doctor Balei-
nier, ó dejar á la juslicia su rurso... Aña-
diré una so'a palabra El hombre ge-
neroso y b'al (e! magistrado señaló á Ro-
din) (]ue ha lomadí) Mieslra defensa de un
modo tan firme y desinteresado, me ha
dicho (]ue creia saber que tal vez(]uerríais
veros momentáneamente con las hijas del
•nariscal Simon... voy al instante á recla-
marlas al convento donde han sido encer-
á vuestro modo de pensar, señor doctor, ! radas también por sorpresa.
la salud de Mlle, de Gardoville es bas-) — Efectivamente, respondió Adriana;
"on el ini>rnetito que siip»* la lU'g;iila á Vn-
ris «If las liij.is (K'I in.ni-.c';il Siiiinn , fin'ini
siiiino ufreiri-rlfs udj liithilaiiuh «Dinica-
'6a. Kitas señoritas son parieiitds inias rniiy
cercanas; y es un deber y una satisfacción
para mí Iralarl.is c 'niohcrinina*. Si ([Uf-
Tei.s c iMllirnielas os c-laré doMonn-nte
at;ra(i«c-i(l.i.
— Crt'i) (|iie por su iiitcrt's es !o mejor
que piii'ii.i li;ic(*r... re()ns > Mr. (î. ranJc.
Y diri^ii^.niüsc iMi seguida al ductor, le
dijo:
— ¿Consentiréis en que traiga aijui al
instante a las señoritas de Simon? Mien-
tra> rpie Muo. de Cardovilie hace sus pre-
parativos, iré á buscarlas, y asi podrán
salir de e.>tícasa con su |)arienla.
— Kuego á Mile, de Cardoville que dis-
ponga de esta casa como si fuese suya
mientras llega el momento de salir, res-
potidi ) el doctor. Mi coche está á sus ór-
denes para conducirla.
— Señorita, diji» el magistrado acer-
cánd.>-.e a Adriana ; ^in perjuicio de la
cneslioii (pit* antes de mucho quedará co-
metida á la justicia , piudo á lo oienos
sentir no haber llegado antes á esta casa :
de este mnd» os huhiera evitado alj;unos
días de crueles tormei. tos... porque vues-
tra posición debe haber sido tniiy terri-
ble.
— Kn medio de la tristeza de estos lílti-
mos dia-í me ipiedará á lo menos el dulce
reciierili) del interés que me habéis mani-
festad'», y <'spero que vos mismo n»e pre
sentareis la ocasión de daros las gracias
en n»i casa.... no de la justicia que me
habéis hecho.... sino del modü benévolo,
y me atreveré á decir, paternal con (pie
os habéis parlado, respondió Adriana con
graciiwa dignidad — Y en fm , caballero,
añadió, tengo interés en probares que lo
que llaman mi cura, es ana cosa bien rea!.
Mr. (ierande hizo á Adriana un pro-
ftitido saludo.
Daranle la conversación del magistra-
185
do '-on Adriana, uno y otro linbian vuelt«
la espalda al doctcr y á llodin. Aprove-
chándose el último de este momento, pu-
so en manos dcd doctor un billete que aca-
baba de escribir en el fondo de su som-
brero.
Raleitiier min') á Rodin atónito y ahiT-
did...
lisie hizo utia seña particular llevando
su pí'dice á la frente y pasáíidct<e'e (los ve-
ces \erlica!m«-nle; en seguida se quedó
impasible.
listos mov¡:íii<'nfos fueron tan repenti-
nos que cuando el juez se volvió, Itodin,
que se liabia alejado algunos pasos del doc-
tor, eslaba mirando á Adriana con respe-
tuoso interés.
— Permitidme que os acompañe, ca-
ballero, dijo el doctor precediendo al ma-
gistrado á (jiiien Mlle, de Cardoville sa-
ludó con la mayor afabilidad.
Ambos salieron, y Kodin se quedó sola
con Adriana.
Mr. Ha'einier, después de haber acom-
pañado al juez hasta la puerta esteriorde
su casa , se apresuró á l<'er el billete que
llodin babia escrito con lápiz y él cual es-
taba concebido en estos términos:
« Kl magistrado va al convento por la
«cal'e; apresurac'S á ir allí por el jardin y
«decid á la siiperi.ira que obedezca la ór-
« den que le be dado relativamente á las
«dos niñas: esto es sumamente impor-
« tante*».
La si'ña particular que R -din le habia
hecho y el rontenido de este billete pro-
baron al doctor que el secretario del re-
verendo padre, l<.j)S de venderle, nbraba
sien» pre por la umijnr i/lorii del Señor.
-Mr. IJaleiiiier, al mismo tiempo que se
disponía á obedecer procuraba inútilmen-
te comprender el motivo de la inesplica-
b!e conducta de Hodin (¡ue acababa de in-
formar á la justicia de un asunto, al que
antes de todo se debia echar (ierra y que
podia fener'los mas tristes resultados pa<-
47*
186 ALB
ra &1 P. d'Aigrigny, para Mme. de Saint- f
Dizier y para 61 mismo.
Puro volvamos á Rodin que se habia
quedado solo con Mlle, de Cardovillc.
XXXIV.
EL SECRETARIO DEL P. DE AIGRIGNY.
Apenas desaparecieron el magistrado y
el ductor cuando Müo, de Cardoville en
cuyo rostro resplan.leeia su dic!)a , escla-
nio mirando á Rodin con una mezcla de
respeto y gratitud.
— En fin, gracias áV,, caballero, n)even
libre... libre... ¡ Oh I ¡nunca habia y.) co-
nocido todo el encanto, ospresion y dosa-
hogoque encierra esta palalra... libertad!
y el seno de Adriana palpitaba: sus
sonrosadas narices se dilataban , y sus la-
bios de vermellon se entreabrían como si
hubiese aspirado con deÜoia un aire puro
y vivificante.
— Hace pocos dias que estoy en esta
horrible casa, repuso, pero he sufrido tan-
to en &sta cautividad que he hecho fa pro-
mesa de hacer poner en libertad anual-
mente algunos presos por deudas. Esta
promesa os parecerá un poco de la edad
media, aflidió Adriana sonriéndose, pero
no debemos contentarnos con tomar de
aquella época sus muebles y vidrieras. Os
doy doblemente gracias, caballero, porque
os creo cómplice en la ideado Ubcrtad que
acaba de manifestarse, según veis, en me-
dio de la dicha tpie oí debo y de a cual
parecéis conmovido. ¡ Ah I permitidme que
esiadiclia esprese ir.i reconocimiento y que
ser. el premio de v óe"tros generosos ausi-
¡io^. diio la joven con. exaltación.
Kl'eciivíímpiite, Mlle, do Cardoville ob-
servaba un corr.píelo eambio en la fiso-
nomía de Rodin. Eilc hombre, antes tan
duro, lan severo y tan infiexiLíe con el
doclor Baleinier, pareció estar sometido á
los mas dulces y afocluosos ^enlimicntos.
Sus pequeños ojos -de ví!)ora , nicdio cer-
rados, se fijaron en Adriana con una es-
pjcsion de nefando interés.,. En seguida ,
vm.
como si hubiese querido de: echar cníera^
mente estas impresiones, dijo hablando
consigo mismo:
— Vamos, vamos, no hay que enterne-
cerse.
El tiempo es muy precioso... mi misión
no está tef (iiinaihi, no, no lo est:í... Que-
rida señorita, añadió (iespues dirigiéndole
á Adriana, así, creedme, después liabla-
rémosíle agradecimiento. Hablaremos pt-r
el pronto de un piesente lan ittt{">rtaíite
parados y para vue.'>tra familia. ¿Sabéis
lo que está pasando?
Adriana miró al jesuita con sorpresa, y
le preguntó :
— ¿Qué es lo que pasa?
— ¿Sabéis el verdadero motivo de ha-
beros encerrado en esta casa? ¿Sabéis cí
móvil de las accioms de Mme. de Sainï
Dizier y del P. d'Aigrigny?
Al oir pronunciar estos nombres abor-
recidos, la fisonomía de Adriana, poco an-
tes lan felizmente esplayada, se entriste-
ció y respondió con an»argura:
— Sin duda es el odio el que ha anima-
do contra mí á Mme. de Sanit Dizier...,
— Sí, el odio, y ademas el deseo de des-
pojaros inipunem nte de tma inmensa for-
tuna.
— ¿A mí? ¿y cómo?
— ¿Sin duda ignorais, 'querida señorita,
el interés que teníais en hallaros el 13 df*
febrero en la cal'e de San Francisco para
recoger una herencia?
— Ignoraba esta fecha y esos detalles;
pero por algunos papeles de familia, gra-
cias á una circunstancia estraordinaría, h^
sabidoque uno de nuestros antepasados...
— Habia dfjado una suma enorme para
que fuese di.-ítr¡i)uida entre sus descen-
dientes ¿no es verdad?
— Sí , señor.
— ^^Lo que desgraciadamente ignorabais
es que los herederos debían estar necesa-
riamente reuiu'düs el dia 13 de febrer > á
una hora fija : y (jue pasado este dio y ho-
»»lVIi.
'18^
Va quedaban dospiijados !i)s»|iie no se liii-
biescnprt'sentadt). ¿(^onipreiidi'is ah^ra la
razun de hdbcroà encerrado aqui, ijiitrida
siiuiríta ?
— ¡Olí! sí, lo comprendo, esclainó
Adriaoj; al odio que me pr(di>.ilta mi lia
debe aùadirse la avaricia... con esto todn
(]ueda explicado. Las hijas del mariscal Si
mon, herederas como yo de e^los bienes,
han sido encerradas como yi».
— Y sin embargo, repujo llodin, ella>
y Vos no sois las únicas Mclimas.
— ¿Qiiiéne> son las oUa>?
— L'n joven indio.
— ¿Kl príncipe J)jalma?pregii¡iló Alria
na con viveza.
— Ha e4ado á punto de ser í'nvonena-
do con un nafc 'tico.... con el mismo ob-
jeta.
— ^^¡ Dios mió! esdamó ia joven juntan-
do las ninnos con lorror. ¡ Rso es ima co-
sa horrible ! ¡él ! ¡ él ! ese joven príncipe
cuyo carácter diceruiue es tan noble y tan
generoso. Yo habia enviado al palacio de
Cardoville...
— .\ un hombre de confianza con el en
cargo de conducir al principe á Paris: lo-
■do lo sé, querida señorita ; ¡tero gracias á
ima astucia, ese hombre ha sido abjado.
y el ji')ven indio entrrgadoá siisenemigos.
— ¿Y dónde se halla en este momento?
— Solo tenga nolicias vagas: únicamen
te sé que esta en Paris: pero nó pierdo la
esperanza de liallarle: haré cuantas dili-
gi'ncias me sean posibles con ardor pater-
nal : porque nunca serán bien apreciadas
las cualidades de ese p(jbre hijo de ley.
¡O'ié corazón I ¡oh ! es un corazón de í)ro,
brülanle y puro como el oro de su p.iis.
— Es mene->ter luilar al principe, ca-
ballero, dijo Adriana con emoción Ks
menester no omitir para e>to las mayores
diligencias, os lo [)id(»; es mi pariente, se
encuentra solo aquí, sin apoyo, sin re-
cursos.
— Cieitamenl'.' , repii-o H 'din compa-
'lecitlo, ¡ pobre j<')ven ! es casi tm niño de
diez y oclio ó de diez nueve años ijUe liafi
echado en medio de este infierno de I'a-
ri>; , con sus pasiones mu-vas, ardientes f
>alvages; con su sencillez y ctnlianzj ¡á
qué peligros no está espiie>tu !
— I.o primero que debe procurarse, eí
liall.ule, repuso Adriana con viveza: do-
piie-i le sustraeremos á esos riesgos. An-
tes de haber sido encerrada aquí, sabien-
do su llegada á Francia, envié un hnmtire
de confianza para que en nombre de un
atn'go desconocido le proporci >na>e loqiie
pudiera necesitar, ahora Cun-íeo que es-
la idea, cuya locura tanto nio icliiif' n » n
cara , era muy sensata... así ahuía teijjo
mas inferes (pie nunca : el principe per'ii
n ce á mi familia , y le soy deud- ra d ;
una generosa hospitalidad... le destinaba
el pabellón qJie yo ocupaba encaba de n.i
lia.
— Pero, ¿vos, querida «rñorifa?
— H(.y n isnio voy á habitar una co*a
í|iie hite preparar desde mucho lii lujio
antes, estando bien decidida á dejar áni.i-
dame de Saint- Dizier y á vivir so'a á mi
gusto. Asi, caballero, puesto (jue vuotra
misión es constituiros en genio consol.idnr
de nu familia, tened con el principe Djil-
nia la misma generosiilad que lialteis de-
mostrado por mí y por las liijas del ma-
ri>cal Sinjon: os ruego (pie procure s des-
cubrir el paradeTi) de ese pobre hijo dt»
rey, como vos le llamáis: guardadme el
secreto y hacedle conducir al p!il)ellon(jiie
le ofrece un amigo desconocido.... que no
se ocupe de nada.... se proveerá á todas
sus necesidades y vivirá como debe vi-
vir como un príncipe....
— Si, Como un príncipe, gracias á vues-
tra regia munificencia. Jam»s puede que-
dar mejor justificado un interés tierno.
Basta ver, como yo he visto, su liertnosa
y melancólica fisonomía, para
-^¿(ion que le fiaf)eÍN visto? dijo Adria-
na iiilcrrutnpiendo á ll^Jin.
iBâ ALBUÍff.
— Si, querida andiga mía, le lie visto
cerca d- dos lioras, y esto lia sido stificien-
te para que le ju/gase: sii'í deliciosas fac-
ciones son el espejo de su alma.
— ¿Y donde le habéis visto?
— Kn vuestro antiguo palacio deCardo-
ville, querida señorita, no lejos del sitio en
que le arrojó la tempesta<J-.... y donde yo
liabia ido para....
Kn seguida y si cabo de un níomento
de duda, Kodin continuó como arra>tradi»
involuntariamente por su frani]ueza:
— Si, donde yo liabia ido para cometer
una niaia, vergonzosa y.miserab'.e acción...
es preciso cetifesarlo.
— ¿Vos, caballero? ¿al palacio de Car-
dovilie? ¡para tina mala acción! csclamó
Adriana profundamente sorprendida.
—Desgraciadamente si, mi querida sc-
iloriía. respondió scnciüamenteUodin. Rn
una palabra, ti^nia orden del padre d'Ai-
grigny de poner á vuestro antiguo adnji •
nistrador en la alternativa de ser despe-
dido ó de (jue cunietiese una indignidad...
si.»., una acción que tiene muciía seme
janza con el espionaje y la calumnia
pero este digno y honrado hombre se negó
á elloi
— Pero, ¿(piien sois, caballero? dijo
Adriana cada vez mas sorprendiíJa.
— Soy.... Rodin < x-secretario del
padre dWigrigny.... poca cosa.... como
veis....
Es preciso renunciará describir el acen-
to huniiide é ingenuo del jesuíta, al pro-
nunciar estas palabras (|ue él acompañó
con un sa'ud.) respetuoso.
Mlle. deCardovilie retrocedió de pronto
al oir c-sta declaración.
Ya hemos diclimiie Adriana liabia oido
liablar algiuia>s 'veces de Uodin , del hu-
milde secretario del abate d'Aigrigny. co-
mo de una especie de má. juina pa-^iva y
obediente: no es esto solo: el admini^lr.í-
dür de la posesión de Cardoville, al escri-
bir á Adriana relativamente al prfnctpè
Djalma, se habia quejado de las innobles
y pérfidas proposiciones de Uodin. Desde
este mome7»Io sintió la joven una vaga
desconfianza al saber que su libertador era
el inism^ que habia hecho tan odioso pa-
pel. Ademas, este sentimiento desfavora-
ble estaba neutralizado por lo que ella
fiebia ii Uodin y por la terminante denun-
cia que acal)at)a de hacer contra el abate
d'Aigrigny en presencia del magistrado; y
en fin por la confesión misma del jesuíta,
(juien ficu>átidose á si mismo, evitaba tas
reconvenciunes que podian hacórse'e.
Sin embargo Adriana continuó con una
»>spccie defria reserva esta conversación
tjue ella misma proVucó con tanta fran-
queza .sencillez y simpatía.
Uodin conoció la iulpresion que habià
causado y no se desconcertó cuando Adria-
na le dijo mirindoie cílraá caray conejos
penefranfe>:
— ¡.\l>! ¿sois Mr. Uudin.... secretario
del abate d'Aigrigiiy ?
— Decid ex-secretario, mi querida se-
ñorita, respondió Uodin; porque debéis
conocer que janiás volveré á poner los
pies en casa del padre d'Aigrigny á
quien he convertido en un implacable enë-
mi;:o mi); asi es que me encuentro en la
Ciilie. Pí^ro no imptria.... ¿que es lo
que digo? ¡Tiinto mcjiír, pues á este pre-
cio (¡uedan desenmascarados los bribonea,
y las uentes honradas socorri<la>!
Kslas palabias. proiuinciadas con la
mayor sencilltz y dignidad, hicieron re-
nacer la compasión en el coraznn de Adria-
na. Pensó que este pobre viejo decia la
verdad. ILl odio del padre dWigrigny, pú-
t)licado de este modo, debia ser inexora-
ble, y adeinas Uodin lo habia arrostrado
para liacer una genorosa reVflacion.
A pesar de esto, Adriana repuso con
frialdad:
— ¿Gomo os posible que hayáis consen-
AL»
\U]o t'n encargaros doliacer alaJmiiiislra-
ilor íJu ('arJo\i'lc' prupo iciuiics la» pótii
das y \frg()iizii>as'.'
— ¿l*or (|!ió? ¿por (jtie? npi^o Uodiii
C'»o una «'jpi'cie. du imp;iiieii(ia pi-iiuï^a.
Puri|Uo i'iiluiiccs cslaba yo aun somi-Udo
á Ij ¡iinii4'iicia dtl |)iilrt.' d'Aigrigoy , (jt;e
i'S uno *lv liiS Itoiiibros mas liabiierí (|(ie\o
conozco ;:ysi.'gnn lie sabido dt•^dl.• ayer,
uno (lo ios utas peligrosos i|ue iTái'sten en
el nr.indo: logró vencer mis escnipulos,
perMiadicndoine (Hie el fin jiislifií-aba o>
medios Debo confesar (jue el tin (jue
se proponía era e>ce lente y grandv*.... pe-
ro antes de ayer me lie desengajlado
cruelnit lite.... un rayo de luz me ha des-
pertado.... Ksciictiad , señorita, añadió
lloilin con una especie de embarazo y de
Confusion.... no liablemo^de mi funebto
>¡aje á Gardoville.... Aunque yo «olo he
«ido un instrumento cieg>> é i:Miorante,
siento tanto di^unstn y vergüonza como
si líubie>e obrado por mi misino Ksto
es para mi un pisu que me oprime cl co-
razón. Oj niego que hablemos mas bien
de vos y de lo ijue puede interesaros, por
que el alma se dilata con generosas ideas
del mi>mo m:>do que el pecho con la in-
(luencia de un aue puro y saludable.
Koilin acababa de hacer tan esponlá-
reaineiile la confesión de su falta; la es-
pücaba con tanta naturalidad y parecía
lan sinceramente arrepentido, que Adria
na, cujas sospeclias no tenian p'ir otra
parte mis elementos (jue estos, conoció
que su dekconliaiiza se amiiuiraba mu-
cho.
— Ü'inque, repuso ecsaminando siem-
pre á Uodin, ¿habéis vi^to en Cardoviile
al príncipe Djalma''
— Si, señoriti, y desde esta rápida en-
trcviíta data mi afecto por ('I; por esta
razón cumpüró mi empeño hasta el fin;
tranquilizaos, mi querida señorita, ni
vos, ni las hijas del mariscal Simon, ni
iM 189
el príncipe, seieis ja víctiinns fie esc de-
t.-stable complot, (¡ue desgraciadamente
no se ha reduciilo s<iIo á eso.
— ¿Y (|ué otra cosa pucdi; amenazar-
les?
— Mr. Hardy , hombre de honor y do
probidad, que tanibieu es viuslro parien-
te 6 inleresadt» como vos en esta herencia
ha sillo alejado de Paris mediante unaiii'
fame liaicion.... Va\ fin otro heredero,
que es un desgraciado trabajador y (¡ue
ha caido en un l.izo hábilmente combina-
do, ha sido ciiiducido por deudas á una
|iri>i in.
— Pero decidme, saltó Adriana de pron-
to , ¿en beneficio de quien ha sido tra-
mado ese complot que tanto me horro-
riza"?
— Fn el del padre d'Aigrigny , respon-
dió U. din.
— ¡ íín beneficio suyo ! ¿y como es eso?
¿con qué derecho? ¡él no es heredero!
— Señ'uita, esto sería muy largo de
contar; ya llegará el dia en que todo lo
Si pais; por el pronto estad persuadida
que el padre d'A¡uri;:ny es cl mayor ene-
migo de vuestra f.imilia.
— Caballero, re|: u>o Adriana cediendo
á una sospecha; voy a hablaros con fran-
queza, ¿cómo es que he podido á he me-
recido inspiraros el vivo interés que me
manilotais y (|U(í estendeis á todos lus
individuos de no familia?
— Señorita , respondi(') Rodin sonrién-
dose; si os lo di^o ... vais á burlaros do
mi.... ó tal vez no me creerei»...
— lísplicaos , caballero; no dudéis de
mi , ni de vos.
— Pues bien. Me he interesado por vos,
porque tenéis un corazón generoso, un
espíritu elevado, un carácter noble é in-
dependiente. Y seguramente , habiéndo-
me consagrado á vos, vuestros parientes,
(jue Son tanibien dignos de interés, no me
han sido indiferentes. Int eresrndcme por
ellos, "«i servia.
4S*
190
áLBüSI,
— Pero, caballero; aun suponiendo que
me creáis digna de las lisongeras alaban-
zas que me prodigáis, ¿como liabeis po-
dido juzgar de mi corazón, de mi espíritu
y de mi carácter?
— Voy á decíroslo, mi querida señori-
ta , pero antes debo confesaros una cosa
que me causa mucho rubor. Aun cuando
no estuvieseis dotada tan ventajosamente
por la naturaleza, los sufrimientos dejde
que entrasteis en esta casa , deberían ser
motivo suficiente para m»;recer el in-
terés de todo hombre sensible ¿no es ver-
dad?
— Yo lo creo.
— Asi es como yo podia esplicaros mi
interés. Pero no obstante , debo confesar
que esto no sería suficiente y aun cuando
solo fuéseisMIIe. de Gardoville, y no muy
rica, noble, joven y bella, vuestra des-
gracia me hubiera cau'íádo compasión y
diria; esta pobre señorita es bien digna
de interés, pero ¿qué puedo hacer por
ella, yo que soy un pobre hombre? mi
único recurso es ser secretario del padre
d'Aigrigny; á este es á quien debo consa-
grarme. Es un hombre poderoso y yo no
soy nada; luchar contra él sería perder-
me sin tenerla esperanza de salvará esta
señorita ; pues bien , á pesar de esto me
he declarado contra él. No, no, dije. Un
entendimiento como el suyo, un corazón
tan grande no deben sucumbir á un com-
plot tan abominable Tal vez yo que-
daré arruinado en esta lucha , pero á lo
menos he procurado combatir.
Es imposible pintar la mezcla de astu-
cia, energía y sensibilidad con queRodin
acentuaba estas palabras.
— Caballero, repuso Adriana, perdo-
nadme mi indiscreta y porfiada curiosidad ;
desaria saber....
— Gomo he conocido vuestra moral ¿no
es verdad? Esto es muy sencillo, señori-
ta. Os lo diré en dos palabras. El abate
d'Aigrigny solo veia en mi u!i arfiañáeTs-
se, un instrumento obtuso, mudo y ciego.
— Yo creí que el padre d'Aigrigny te-
nía mas perspicacia.
— Y teníais razón, señorita; es hombre
de mediana sagacidad... yo leengañaba..-.
afectando algo mas (jue sencillez. No creáis
por esto que soy un hombre falso. No...
yo soy orgulloso, sí, orgulloso á mi mo-
do.... y este orgullo consiste en no mani-
festarme jamás superior á mi p isicion, por
subalterna que esta sea. ¿Sabéis porqué?
Porque en ese caso, por altaneros que
sean mis superiores... me digo á mi mis-
mo... Ignoran loque valgo... y noesámí
á quien humillan, sino á la inferioridad
de mi condición. Con esto consigo dos co-
sas, es decir, que mi amor propio qtiedá
á cubierto, y no me veo precisado á abor-
recer á nadie.
— Comprendo esa especie de orgullo -,
dijo Adrina cada vez mas admirada do la
originalidad del talento de Rodin.
— Pero volvamos á lo que os interesa <
mi querida señorita. La víspera del 13 áe
febrero el abate de Aigrigny me dio un
escrito cifrado, diciéndome : descifrad es-
te iníerrogatorio y añadiréis que es docu-
mento comprobante de la decisión de un
consejo de familia que atesta , según él in-
forme del doctor Raleinier , que la razón
de Mlle, de Cardoville esta en un estado
sumamente alarmante y que es pfeciso
proceder á su reclusión en una casa de
sanidad...
— Sí, dijo Adriana con tristeza; íratá-
hasü de una larga conversación que tuve
con mi tía Mme. de Saint- Dizier, y que
copiaron al mismo tiempo sin que yo lo
supiese.
— Empecé á descifrar la memoria que
tenia delante, y al cabo de diez minutos
me (juedé pasmado sin saber si estaba des^
pierto ó soñando. ¡Cómo! jloca! escla-
mé, ¡Mlle, de Gardoville loca! ¡los que
ALEilM.
lOi
yrpleiitîon sostom-r semejante monstruo- dirme tlol motivo do vuestro encierro ha-
sitiad son los verdaderos insensatos I Pro-
seguí mi lectura cada vfz mas intere-
sado.. .. y la concluí. ¿Que podré deci-
ros? Lo «jue entonces sentí, mi cjuerida
señorita, es inespiicabU,*; enternecimien-
lo , alegría , entiiviasmo.
— ¡Caballeril! dijo .Xdrian.i.
—Sí. n)i (¡uiTida señorita , ¡entusias-
mo! No qui>iera ofender viioslra modes-
tia con esta palabra; sabed pues que las
-ideas tan nuevas, tan independientes, tan
animosas, (pie espu>isteis en presencia di-
vuestra tía con lat»lo Iticicnieiilo , >on sin
«]ue lo sepáis, comunes con las de una per-
sona por la cual sentiréis algún dia él mas
lierno y religioso respeto.
— ¿ Üe quién habláis? csclamó Adriana
•cada veí mas iniero<ada.
Al cabo de un nïomenlo de aparente
incertidumbre , repuso Rodin :
•'-^N<», no, alura es inútil manifestá-
roslo. Lo que únicamente puedo deciros
es que al acabar mi lectura, f(u' al ins-
tante á casa del abate de Aigrigny con el
objeto de convencerle del error en que es-
taba sobre vus... Md fué imposible hallar-
te... y ayer mañana le uíanifeslé con al-
guna viveza mi modo de pensar : solo me
pareció eslrañar una cosa, es decir el que
yu raciocinase. Un desdeñoso silencio fué
la sola respuesta que dio á mis instancias.
Por mi parle creí (|ue le habían sorpren-
dido y aunque insiití, fué inútil, y me
mandó que le siguiese á la casa domJe de-
bía abrirse el testamento de vuestro abue-
lo. Yo estal)3 tan sumamente ciego pí)rlo
que respecta al padre de Aigrigny, que
para abrir los ojos, íuf necesario que lle-
gase sucesivamente el soldad'*, su hijo y
después el padre del mariscal Simon. Su
indignación me hizo comprender la estén-
sion de un complot tramado desde mucho
tiempo antes con tan terrible habilidad.
Entonces fué cuando acabé de persua-
ciéndoos pasar por loca, y el por qué ha -
bian metido en un convento it las hij.isdil
mariscal Simon. Oeurríéronme mil recuer-
dos ; refazns de cartas, memorias qtjo r> o
habían encargado copiar ó cifrar» y cu\ a
signiHcacion no había ciVmpr.Midido hasta
entonces, me dieron la llave de esta odio-
sa trama. Manifestar en el acto todo ti
horror ijuesenlí por estas indignidades hu-
biera sido perderlo todoj me contuve.
0j)use mi astucia á la del P. de Aigrigny
y manifesié mas avaricia (|iie él. Aun cuan-
do esa cuantiosa lirrencía hubíoe debido
ser mia, no me hubiera manifestado m;is
acre ni mas implacable. Gracias áista es-
tratagema, el abale de Aigrigny nada sos-
pechó. Una casualidad providencial salvó
e-tos bienes de sus manos, y salió de la
casa con la mayor consternación. Yo, lle-
no de júbilo porque veia el medio de sal-»
varos y de vengaros, fui ayer noche á mi
oficina, según costumbre. Durante la au-
sencia del abale, me fué fácil recorreí to-
da la correspondencia rel'tiva á la heren-
cia , de modo (pie pude anudar los hilos
de esta inmensa trama. líntónces, señori-
ta , quedé consternado y coníu-^o con es-
tos descubrimientos que, sin las circuns-
tancias antedichas, no hubiese nunca sos-
pechado.
— ¿Qué descubrimientos?
— Hay secretos terribles para el<¡ue I,>s
posee; asi no insiítais mas, mi querida
señorita; no obstante d» bo deciros que en
este examen, la liga formada contra vos
y contra vuestros parientes por una insa-
ciable avaricia me convenció de la auda-
cia misteriosa de los que la formaron.
Desde este instante, el vivo y profundo
interés que me inspirasteis se estendió á
las demás víctimas de este infernal com-
plot. A pesar de mi impotencia hice áni-
mo de arriesgarlo lodo para desenmasca-
rar al padre de Aigrigny Reuní las
192 ALlíL'M.
priiol>3S necesarias par.T dar á tiii decla-
ración áhtc la justicia lodo el peso de la
autoridad.... Y esta misuia manaiia... sa-
lí de casa del abate... íiiii liabiarle la me-
nor cosa de mis proyectos, pues podía va-
lerse de un medio violento para contener-
me; sin embargo yohnbiera cometido lina
baji^za alac Índole sin prevenirle antes. En
el instante en (pie me m' fuera de sm caisa
le escribí manifrstiíndi»!e <]ue tenia er» mi
poder pruebas sufieienlis de sus in(ii¿ni-
dadcs para atacarle cara á rara... le acu
sé... él se defenderá. Fui á casa de un
juez.... y ya sabéis...
En este instaiite se aí)rió la puerta, y
una de las criadas se presentó, y dijo á
Rodin.
— Caballero, el mnzo (]ue Vd. y el se-
íior juez lipn en\iado á la caüe de Bii>e-
Miciie está de vuelta.
— ¿Ha dtjado la carta?
— Si, señor; la subió al instante.
— Está bien dejad mos.
La criada salió.
XXXV.
LA simpatía.
Si M 'le. de Cardoville hubiese podido
conservar algunas «O'perhas sobre !a sin-
ceridad del ce o de Unlin hacia ella , este
razonamiento, desiiraciadamente muy na-
tural é irrcfiagable, la» huldera desvar.e-
cido en el acto. En efeolp, como liubiera
sido posib'e suponer la menor inteligencia
entre el abate y su seorotarit», cuando
este, diSMibrieniltilasintrii;as de su amo,
le entregaba á los tribunales? ¿ruando,
(inalmente, j<odin líacia mucbo mas de
lo que tal vez hubiera hecho Adriana?
¿Cómo era posible suponer otras riiiras
en el jesuíta que las de atraerse con su
proced^'r la pu.di'rQsa protección de la jo-
ven? ¿>deaí^s ¿ntt aiP^bflb''^ ^'« protestar
contra esta suposición, (|eplarímdú que no
se interesaba por la bella , noble y rica
Adriana , sino por una joven generosa y
de buenos sentimientos? Y en fin, como
decia el si rrdario ¿qué hombre, á me-
nos (¡e ser un miserable, no se habria in-
teresado en la suerte de Adriana?
A la ¡gratitud de Mlle, de Cardoville se
reunía un sentimiento singular, estraiía
mezcla de curiosidad, de sorpresa y de
interés. Sin tinbir¡Jo al descubrir uí\ es-
píritu superior l);ijo aquella ivn"serable ro-
pa , le ocurrió ;-e prunlo una grave sos-
pecha.
— Caballero, dijo á Uodin: yo tengo la
cosluinbre de ¡naiiifestar siempre á las
personas que estimo las dudas que me ins-
piran para (pie se justificjuen y me escu-
sen si me encaño.
Iludin mirt» á Adriana con sorpresa, y
pareciendo cali .u!ar inenlalmenle ¡as sor-
pnsas (pie liabia podnio inspirarle:, al
cjbo de un instante de silencio le dijo:
— Tal vez 11 icéis alusión á nu viaje á
Cardoville y á las vitufierables proposi-
ciones (¡ue íiiceá vuestro esceienle y digno
administrador yo
— No, no, señor, saltó Adriana inter-
rumpiéndole; me habéis hecho una vo-
luntaria confesión y comprendo que ihl-
sionado por el P. doAijirigny, hayáis po-
dido poner en ijeiíuoion pasivamente las
instrucciones (jne vuestra delicadeza re-
piiiinaba ¿Pero conio es (|ue teniendo
un inconte^t.lble mérito hayáis podiilo per-
manecer tanto tiempo á su lado y en una
posición tan .subaJterna?
— Tenéis raz «n , dijo Rolin sonríen-,
dose, esto debe sorprenderos do un modo
poco favorable para utí, uji querida se-
ñorita; porque un hombre de mediana
capacidad que continúa mucho tiempo en
una condición infame, debe necesaria-
mente tener un vicio radical ü una mala
ó baja inclinación,
— líeneralmeiite, eso es verdad.
— V personalmente una verdad... con
respecto á mí.
— ¿('i)ri qiití coiifi-^ais?...
— I'ur di'si^racia , t.í; confioso qiio lio
tc'iúdi) iinu mata iiicliiiaciotiá la cual haco
cuari'nta an^s (Iucí Ik* saoriíiratlo toilas
las ocasiones de obteiior una posiciuri pa-
sable.
—¿V i-^a idea?...
— l'iK'ilo ipic; L'>lüy tMi i'l caso de ha-
foros la coiirf>ii)ii de oste deftcto os
tJiró que US la pt?roza sí la pertza
(ji\.* tiene liurror á todo lo que es activi-
dad de espíritu y lespíinsabilidad moral.
Con las 4,800 rs. que me daba el abate
dií .Miirigiiy, era el hombre mas feliz del
mundo, cuiiliaba en la nobleza de sus mi
ras: sus pensamientos eran los míos y su
voUmtad u)i propia voluntad. Cuando aca-
baba mi obligación volvía á mi humilde
cuarto, encendia mi estufa y comia rai-
ces; en seguida tomando un libro de des-
conocida filosofía , y cavilando sobre su
con'.inido, dtjahi taiupo vasto á mi ima-
ginación, la cual contenida todo el dia,
me arrastraba con sus teorías y sus delei-
tables utopías. Entonces, con todo el ca-
iur de n i imaginación trasportada Dios
sabe di.:t>dt%cíin la audacia de mis pensa-
mictitos, parí oíante dominar á mi supe-
rior y ;i lus i;raniles ing<'nios de la ticrrs.
lista liebre me duraba IrcS ó cuatro ho-
ras, y despues echaba mi buen sueño:
todas la-; minanas iba jovialmente á mi
obligación, s;*guro de haber ganado mi
pan para el dia si;^uiet'te, y sin pensar en
<'l porvenir, contentándome con poco, es-
perando con impaciencia las delicias de
mi solitaria noche y dicic^ndonie al mi»:mo
tUMnpo ipic garrapateaba como una má-
quina estúpida: jeh! -A yo (pusiera
— 'Ciertamente, hubierais podido llegar
á una alta pt'isicion como otro y aun
mi'jiT tal vez (pie otro cualquiera; dij(»
Adriana singularmente conmovida con la
lilo.-iüfíj pr.lctica de Kodiu.
— Si, yo lo creo que hubiera podido lle-
193
g ir... pero en i-l momejito en que estonio
era posible, ¿di- (¡\U' me serviría? Seño-
rita, lo que muih.i.s veces hace inesplica-
b!es para el vulgo á tas personas de algún
valor... es que se contentan con decir; /n'
i/o qttisicra !
— Pero en fin , caballero, sin eslarmuy
apegadi» ñ los goces de la vida, liay cier-
tas comodidades (pie la edad hace casi in-
dispensables y á las cuales renui)<'iüis ab-
solutamente.
— DesengafiO'i , mi (pierida señorita, di-
jo Uodin sonrii'ndose maliciosamente, yo
soy inuy sibarita: necesito indispensable-
mente un buen vestido, una buena estu-
fa, un buen colchón, un buen pedazo de
pan, un buin rábano nuiy picante y sa-
zonado con sal común, buena agua clara;
y sit» embargo, á pesardi' lacíMuplicacion
de mis gustos, mis 4,800 reales me bas-
tan y aun me sobran puesto que puedo
hacer algunis economias.
— ¿Y ahora que estáis sin empleo C(5mo
vais á nianejaros para vivir? dijo Adria-
na cada vez mas interesada con la singu-
laridad de este hombre y pensando poner
á prueba su desinterés.
— \!e (jueda un bolsilüto, y este me
b.jstárá para permanei;er aqui hasta (jue
desenrede el i'iltimo hilo de la negra tra-
ma del I*. d'Aigri«;ny, debo hacerlo asi
por haber sido engañado; crPO(|ue basta-
rán tros ó cuatro dias. Después estoy se-
gíiro de hallar una modesta colocación en
casa (ití un recibidor de contribuciones;
todavía no hace mucho tiempo que un
amigo mío me hizoesta proposición, pero
yo no quise abandonar alábale de Aigiig-
ny á [)e>ar de las ventajas (pie me propo-
liian... Figuraos, tres mil y ochocientos
reales, <d\,idj y cíi-a... ('orno yo soyalgo
insocial, hubiera preferí lo vivir aparte...
pero ya veis, me ofrecen lai.io (pie yo no
repararía en este jicipieño iiicon\eniente.
Es imposible pintac la ingenuidad do
49*
194 ALBUM,
Rodin al hacer estas confianzas domósti-
cas, tan atrozmente engafiosas, á Mlle, de
Cardoville cuyas última^ sospechas empe-
zaron á desvanecerse...
— ¡Cómo I dijo al jestiita con interés,
saldréis de Paris dentro do 1res ó cuatro
días?
— Asi lo espero, mi querida señorita, y
por muchas razones, añadió Uodin con
tono misterioso; pero lo mas interesante
para mí, añadió con tono grave y pene-
trado mirando á Adriana con ternura, se-
ria llevar á lo menos la convicción deque
me agradeceréis el haberos reconocido, con
solo leer la conversación que tuvisteis con
/a princesa de Saint Dizier, un valor tal
ahora comprendo el noMe orgullocon qHë
contemplais esa multitud de hombres Aí-
tiles y ridículos para quienes la muger es
una criatura destinada solo á ellos , y por
las leyes que han hecho á su imagen que
está muy lejos de seT hella. Según la opi-
nion de estos tiranuelos, la muger, espe-
cie inferior á la que un concilio de carde-
nales se ha dignado reconocer una alma
por dos votos de m.iynría, ¿no debo creer-
se infinitamente mas feliz de ser la liutnil-
de servidora de esos peipieños bajas, vie^
jos de 39 años, qQe cansados y hartos de
todo género de escesos quieren descansar
en su aniquilamiento, y piensan, como
vulgarmente se dice, en procurarse imHu^
vez sin igualen esta época, á vuestra edad | lo cual ponen en práctica casándose coi»
y eu vuestras circunstancias.
— ¡Ah! caballero, dijo Adriana son-
riéndose, no os creáis precisado á corres-
ponder tan pronto á las sinceras alaban-
zas quehehechode vuestro talento... Pre-
feriría la ingratitud.
— Yo no os adulo, señorita ¿de que ser-
viría esto? Nosotros no nos veremos mas.,,
No, no os adulo, lo único que he hecho,
es compadeceros; pero lo que va á pare-
ceros singU(3r,es que vuestro aspecto
completa la idea que he formado de vos
al leer la conversación (pie tuvisteis con
vuestra tía ; así es que algunos rasgos de
vuestro carácter, que entonces eran para
mi algo inesplícables, eitán ahora cono-
cidos.
— Verdaderamente, caballero, cada vez
me admirais mas.
— ¿Qué queréis? os manifiesto inge-
nuamente mis impresiones; y en este mo-
mento, por ejemplo, comprendo perfecta-
mente vuestra pasión por lo bello, vuestro
culto religioso por las sensualidades esqui-
sitas, vuestros ardientes deseos de un mun
do mejor, vuestro valeroso desprecio por
muchos de los usos degradantes y serviles
á que están condenadas las mugeres; sí,
una pobre joven , quien por su parle de-
sea, por el contrario, procurarse wn prin-
cipio ?
Seguramente, las sátiras de Rodin liU-
bieran causado algún placer á Mlle, de
Cardoville, á no haberla chocado el modo
con que aquel se esplicaba en términos
tan conformes á sus ideas mucho mas
hiendoesta la vezprimeraque veía á a(piel
hombro peligroso. Adriana olvidaba, ó
mas bien ignoraba que Kodin era un je-
suíta de rara inteligencia y que estR clase
de gentes reúnen á [los conocimientos y á
los misteriosos recuerdos de un espía de
la policía , la profunda pruilencia de im
confesor; sacerdotes diabólicos, los cuales,
mediante algunos indicios, algunas confe-
siones y algunas cartas, forman un carác-
ter, del mi'ímo modo que Ctivier formaba
un cuerpo con algunos fragmentos zooló-
gicos».
Adriana, lejos de interrumpir á Rodin,
le escuchaba siempre con mayor curio-
sidad.
Este , seguro del efecto que producía',
continuó con tono indignado:
— Vuestra tía y el abate de Aigrígny os
trataban como loca porque os pronuncia-
I
ALBt'l
1)ais contra el yugo futuro do psíos lira-
imelos : puríiiie oiliaiiilo los MTgotiZosos
Aicios de la esclavitud, tnu'riaís ser imle-
p.'iidii'nte y libre profesandi» las hciiruSas
virtudes dt> h liluTlad.
— Pero, ¿fóino es posible i|iio mis ideas
os sean tan fjfriíliares? preguntó Adiiatiii
cada vez mas sorprendida.
— PrimeranH'Dte, os conozco bien,pra
CÍ3S á vuestra coovtTsaciuii ron .Mtne. de
Saiiit-Dizier , y ademas, si ca<^ualii)enl('
tuviésemos los dos el mismo objeto, por
vias diversas, cotitinuó Hudin mirando à
Adriana con aire de inteligencia , ¿(jue se
opone á (jue nuestras coiiviciionts ican
las misnias?
— No os co;nprendo, caballero..... ¿de
que objeto lia biais?
— ^Del objeto cjue anima siempre á todo
espíritu elevado, generoso é indepenJien-
Ic.... unos obran como vos, mi querida
señoril;), por pación, por instmto, sin
compíi'nder la elevada nu'sion á que están
destinados. Por egemplo, cuando os com-
placéis en las mas esqui>itas delicias,
cuando os veis rodi-ada de lodo lo que
puede encantar los sentidos, ¿creéis que
solo cedi'is al atractivo de lo belloy auna
necesidad de goí'e.»! No, no, porque en
ese caso solo seriáis una criatura incom-
pleta.... odiosamente personal, una con-
íumada egoísta de buen gusto... y nada
mas.... á vuestra edad esto seria horrible,
mi querida señorita, borrib'e.
—■L'n juicio semejante es muy severo...
¿le formasteis asi de mi? tlijo Adrian.i con
inquietud: tanto le imponia este hombre
a pesar suyo.
— Ciertamente, lo formaria si ama>eis
el lujo por él : pero no, no, (>tro >enlimiento
es el que Os anima, repuso el jesuila... asi
Efectivamente, dijo Adriana vivamenfo
interesada.
— ¿Os sentís reconorida é inter«'iad.i
por aquellas personas (pie siendo pidifes
y laboriosps os procur.in la> mara\ illas di'
ese lujo del que no podéis presrindir?
— lí>to s. nlimieiito de jiralilud están
P'dero.oo en mí, repuso Adriana cada vez
iii.is contenta de liiiber sido C( mprendid;)
y adivinada, que un did hice poner m
una obra maestra de platería, no el nom-
l)re del vended(jr , sino el del autor que
era un pobre artesano desconocido hasta
entiitiLes, el cual di sde aipiella época ha
Conquistado su verd.)d< ro lugar,
— Ya veis (|ue no n\e engañado, re-
puso Rodin; el amor de estos goces os
inspira reconocimiento iiácia lus que os
los proporcionnan : y no es esto solo; y<>,
por ejemplo, que ni S"y ni mejor ni peor
que o'ro cualquiera, sino un hombre ha-
bituado á vivir de privaciones que njila
me cueslan. ¡Y bien! las privaciones de
mi prójimo me inli'resan menos que á vos.
mi querida señorita, portjue vuestros lij'
bitos de bienestar.... os hacen necesaria-
mente mas compasi>a hicia los desgra-
ciados que otro cuabjuiera La mi>eriii
os baria sufrir denia.siadu ()ara no compa-
dtc r y socorrer á los que padecen.
— ¡Dio-i mió! dijo Adriana (|ue empo-
zaba á (piedar sometii]a á la funesta in-
fluencia de Uodin; cuanto mas os oigo,
tanto mas convencida (piedo de que viis
defendéis mil veces m<j ir estas ideas (jue
tan duramente me han sido ecliadas en
cara por Mme. de Sainl-Dizier y por el
abate dWigrigny | Continuad I ¡con-
tinuad! no puedo esplicaros toda la dicha
y placer que siento en oiros.
Y Adriana, conmovida y con los ojos
razonemos un poco: al sentir la necesidad ! íijos en el jesuíta cim tanto interés como
de lodos estos goces, conocéis su valor ó
su ausencia con mas viveza (|ue nadie,
¿ no es verdad?
simpatía y curiosidad , haciendo un mo-
vimiento de cabeza que le era familiar,
echó) hacia airas .««us largos y rubios rizos
196 ALBUM.
como para mirar nii-jor á Rodiii, el cual
repuso :
— ¿Y os admirais , mi querida seño-
rita, de no haber sido comprendida por
vuestra lia ni por el abale d'Aigrigny?
¿Qué punto de contacto tenéis con esos
espíritu hipócritas , envidiosos y astutos
como esas gentes á quienes ahora conoz-
co? ¿Queréis una nueva prueba de un
rencoroso alucinamiento? entre las cosas
queeüos llaman monstruosas locuras ¿cuál
era para ellos la peor y la mas vitupera-
ble? vuistra resolución de Nivir en lo su-
cesivo sola y á vuestro gusto, de disponer
libremente de vuestra posición presente
y futura: todo esto era para ellos odioso,
detestable 6 inmoral. Y sin embargo ¿vues
tra resolución nacía de un amor insensato
por la libertad? no; ¿de una escesiva
aversion á toda especie de yugo y de vio-
lencia? no: ¿por solo deseo de singulari-
zaros? no; porque en ese caso yo os hu-
biera vituperado aceibamente.
— Efectivamente, puedo asegurarosque
me movieron otras razones diferentes ,
repuso Adriana con viveza , que ambi-
cionaba ya el aprecio que su carácter po-
día inspirar á Rodin,
— Losé; los motivos que teníais ernh
escelentcs, repuso el jei.uíta. ¿Porqué to-
masteis esU resolución que fué tan con"i-
batida? ¿por ojjOiicros á los usos recibi-
dos? no; Ins íiabeis respetado tanto (¡ue
el odio (Je Mme. dcSaint-Dizíi-r no os lia
obligado á sustraeros á su implacable tu-
tela ¿Queríais vivir S"Ia para libraros
de los i'jos del mundo? tío; porque en-
tonces estaríais mil veces mas en eviden-
cia en esa vida escepciuiial (¡ue en cual-
quiera otra condición. ¿Queríais acaso
hacer mal uío de vuestra libertad? no;
poríjiie para obrar mal se prelierc !a os-
curidad y el aislamiento; c< locada en l;i
posición (¡ue deseabais, |os ojos de los eii-
¿í'or(]ué pues tomabais esta determi-
naci;)ii tan animosa y tan rara como sin-
gular en una persona de vuestra edad?
¿Queréis (¡ue yo os lo diga, mi querida
seùorila? ¡Pues bien! Queríais probar
con vuestro ejemplo que toda muger do-
tada (le un corazón puro, de un espíritu
ilustrado, de un carácter firme é inde-
pendiente, puede salir con nobleza de la
bumíilaiite tutela (¡ueeluso la impusiera.
Sí, en vez de aceptar una vida de escla -
vituiien opiisiciv.'íi cc>n vuestros sentimiea-
fos, vida Id tal consagrada á la hipocresía'
ó al v'ioio , (joeriais p^T el contrario vivir
á la faz de todo d mundo, independiente,
leal y respetada... Queríais en fin, como
el hoüibre , el libre arbitrio , la entera
responsabilidad de todos los actos de vues-
tra vida, para prol»ar evidentemente que
una tíiuger entregasla enteramente á sí
nu'sma puede igualar al hombre en ra-
zón, en piudencia, en integridad, y so-
!)repujar¡e eii delicadeza y dignidad
lié aquí vuestro designio, mi querida se-
ñorita, designio n:d)!e y grande... ¿vues-
tro ejeíuplo será imitado? lo espido; pero
aun cuándo no lo fu se, vuestra gene-
rosa tciitaliva os colocará en puesto bien
elevado creedme.
Los ojos de Adriana brillaban noble y
dulcemente , sus mejillas se habían son-
r)seado üjerameute, su seno palpitaba:
.M.le. de Cardoville levantaba la cabeza
con orgullo involiMilario; en fin, someti-
da cnterairente á la influencia de este hom-
bre diabólico, esclauíó:
— ¿Quien S)ii |)ues, caballero, para
conocer y para analizar de ese modo mis
mas secretos pensamientos , para leer en
nú ahna con mucha UTas clatidail que yo,
para dar una nueva \ida y un níievo im-
pulso "á estas ideas de in(!ej)endenciá que
tanto tiempo hace fecundizan mi ahna?
vídíosos estarían constantemente fij-"S en ¿quién sois, en fu», para elevarme tanto
Yos. . {á mis propios ojos y para liacerqueenes-
AI
\c momonlo me tÙMile la fuerza de cum-
plir una misi<wi tan honrosa para mi y
acaso lilil para mis hermanos que siifu'ti
bojo ima dura esclavitud quién sois,
en lin?
— ¿Quién soy yo, scùorita? respondió
J^KÜn con una sofirisa do adorable hou-
dad ; ya os !o lie di'"lio, un pobre y bucfi
vicj . iju" al cabo de cuarenta afioxpielia
servido como una má(juina para escribir
as i deas de los demás, se vuelve todas las
noches A su triste recinto donde puedees-
playar sus ideas peculiares: nn hombre
de bien que desde su desván asiste y aun
toma algii.na parte en el movimiento de
los espíritus generosos que se encaminan
h ícia un objeto t-al vez mas cercano de lo
que coínunmente se piensa... F'oresta ra-
zón , mi querida señorita, os acabo de decir
que vo* y yo nos dirigimos á los mismos
fines; vos sin pensar en ello y siguiendo
el impulso de vuestros rarosy divinos ins-
tintos. Oeedme, vivir siempre animada
de esos bellos pensamientos, siempre li-
bre y feliz, esta es vuestra misión; misión
mas providencial délo que pensais; si;
seguid siempre rodeada de todas las ma
ravillas del lujo y de las artes; perfeccio-
nad vuestros sentidos y vuestros gustos
con la esquisita elección de vuestros go-
ces; dominad con el espíritu, con la gra-
cia y pureza ese horroroso 6 imbécil reba-
ño de hombres que al veros sola y libre
mañana arudirán á vuestra) rededor cre-
yéndoos fácil presa debida á su avaricia, á
su egoismo y á su necia fatuidad. Burlaos
deesas tontas y estúpidas pretensiones,
sed la reina de este mundo y digna de ser
respetada como una reina Amad
brillad.... gozad... esta es vuestra misión
en el mundo, no lo dudéis. Todas estas
flores que Dios o-* dá con profusion pro-
ducirán algu;i dia un fruto «'scelenle. Ha-
bí is creído vivir solamente para los placeres
para obtener el noble objeto á que puede
Bti«. 197
pretender una alma grande y generosa
Tal vez, dentro de algunos anos nos vol-
veremos á ver ; vos cada vez mas bella y
mas festejada , y yo c.ida vez mas viejo y
mas o«curo; pero no importa; estoy per-
suadido que una voz secreta os dice en
este momento (¡ue entre nosotros d<s que
^omos tan diferentes uno <le otro, existe
una relación oculta, una imión n ibleriosa
(jue en lo sucesivo nada podrá destruir.
Kodiii al pronunciar estás últimas pa-
labras con un ac. uto tan profundamente
conmovido (jue Adriana se enterneció,
se liabíá acercado á ésta sin que ella lo
advirtiese y por decirlo asi, sin andar ar-
rastrando sus pies , resbalándose sobre el
pavimento por un lento movimiento rep-
til : habia hablado con tanto impulso y
calor q>je su descolorido rostro se habia
sonroseado un poco y su horrible fealdad
habia casi desaparecido mediante el brillo
de sus pequeños ojos salvajes, tan abier-
tos en aqtiel instante, tan redondos y fi-
jos como los tenia en Adriana; esta que
estaba inclinada, con los labios entrea-
biertos y la respiración oprimida , no po-
día tampoco separar su vista de la del
jes'.jila : no hablaba sino que todavía es-
taba escuchando. Lo que estabella y ele-
gante joven esperimentaba al aspecto de
este viejo enfermizo era inesplicable. La
vulgar y la verdadera coriiparacion de la
terrible fascinación cjue ejerce la serpien-
te sobre un pnjaro, podría dar una idea
de esta singular impresión.
La táctica de Ilodin era liáhW y segura.
Mlle, de Cardoville no habia razonado
hasta entonces sus gustos ni sus instintos
sino que se había entregado á ellos por-
que eran inofensivos y gratos. Ciiah or-
gullosa y feliz debía creerse al oír i un
hombre dolado de un espíritu superior,
no solamente alabarla por esta tendencia
que tan duramente le habían vituperado
tôS
ALBUM.
antes , sino aun felicitarla como si se tra-
tase de una cosa grande, noble y divina!
Si Rodin se hubiese dirijido solamente
al amor propio de Adriana, no fmbiera
conseguido el objeto de sus pérfidas in-
trigas, porque Adriana no tenia el menor
vestijio de vanidad; habló al corazón ec-
saltado y generoso de esta joven ; lo que
parecía fomentar y admirar en ella era
realmente digno de admiración. ¿Cómo
era posible que no quedase subyugada con
este lenguage que ocultaba tan tenebrosos
y funestos proyectos?
Admirada de la rara inteligencia del
jesuíta, sintiendo su curiosidad.vivamente
escitada con algunas misteriosas palabras
que esta habia dejado escapar á proposito,
no pudiendo comprender la acción singu
lar que este hombre pernicioso ejercía so-
bre su espíritu, incitando una respetuosa
compasión al pensar que una peisona de
esta edad y de tan grande entendimiento
se hallaba en la mas precaria posición ,
Adriana le dijo con su bondad natural :
— Un hombre de vuestra mente y de
vuestros sentimicmtos no debe quedar es-
puesto al capricho de las circunstancias:
algunas de las palabras que habéis pro-
nunciado me han hecho ver cosas nuevas,
conozco que en muchos puntos vuestros
consejos podrían serme útiles en adelante,
finalmente, al sacarme de esta casa y al
consagraros á las demás personas de mi
familia, me habéis dado pruebas de inte-
rés que yo no podría olvidar sin ingrati-
tud. Habéis perdido una modesta aunque
segura^posicion.... permitidme
— No prosigáis, mí queiída sefioríta,
saltó Rodin interrumpiendo á Adriana
con aire triste: siento por vos una profun-
da simpatía: me honro en tener ideas
iguales á las vuestras; en fin, creo firme-
mente que algún dia os veréis en la pre-
cisión de pedir consejo á un pobre y viejo
filósofo; en razón á todo esto debo*^' âfe-
seo conservar la mayor indt'pcndeiicià
relativamente á vuestra persona.
— Al contrario, caballero, yo soy quien
debo estaros agradecida sí aceptáis lo que
tanto deseo ofreceros.
— ¡ Oti I mi querida stñorita , dijo Ro-
din sonriéndose, sé que vuestra genero-
sidad sabrá aligerar y endulzar el reco-
nocimiento pero, os repito que nada pue-
do aceptar de vos. Tal vez ll'-gará un dia
en que sepáis la razón.
— lUn dia 1
— Me es imposible deciros mas. Supo-
ned que yo os deba alguna obligación.
¿Cómo es posible que en ese caso pueda
yo manifestaros todo cuanto tenéis do
grande y generosa? Si mas tarde me de-
béis alguna cosa en razón á los consejos
que yo pueda daros, tanto mejor, ten-
dré mas libertad para vitu, e iros si hay
motivo.
— Quiere decir que no podré manifes-
tarme reconocida con vos.
— No, no.... dijo Rodin con aparente
emoción. Creedme; ya llegará el momen-
to solemne en que podréis desquitaros do
un modo digno de vos y de mí.
Esta conversación fué interrumpida por
la criada que al entrar dijo á Adriana :
— Señorita , abajo está una costurera
jorobada que quiere hablaros: como se-
gún las órdenes del doctor podéis recibir
á quien queráis.... vengo á preguntaros
si debo dejarla subir.... está tan mal ves-
tida que no me atrevo....
— Que suba , dijo Adriana con viveza
rec(>nociendoá la Gibosa portas señas que
dio la criada.... que suba.
— El señor doctor ha dado también la
orden de poner el coche á vuestra dispo-
sición.... ¿pueden enganchar?
— Si.... dentro de un cuarto de hora,
respondió Adriana á la criada que se mar-
\X9VM
clj(j qI ¡netanle y en sogtiida dirigii'nJosp
a Uoilin, le dijo: el n>aj;islrado no [luo.i»'
tardar, sogun pienso, en Iraer aqiii á la>
señoritas del .Mariscal Siniofi.
— No lo creo, mi ipieriild amij;a, ¿pero
quien es esa jóveii costurera jorobada?
prejiunló Rodin con aire indiferente.
— La hermana adoptiva <le unescelente
artesano que se lia espuosto miidio para
sacarme de esta casa caballero.... dijo
Adriana con emoción. Ksta costurera es
una cscelente criatura; es imposible hallar
nunca ima imaginación mas elivadaniun
corazón mas generoso, bajo la apariencia
menos....
Pero deteniéndaseá la idea ({ue Uodin
reunía iguales contrastes físicos y mora
les que la (iibosa, Adriana auadio mi-
r.indo con infinita gracia al ji-uila (|ii'?
se (|uedii admirado de i'>tu repentina reti-
cencia.
— No; esa noble j(')Vi'n no es la única
<jue prueba la suma in(hfcrencia con que
la nobleza de alma y la superioridad de
espirilu hacen considerar las vanas venta-
jas debidas solamente a la casualidad ó á
la riijiieza.
lín el momentoí;n(|uc Adriana pronun-
ció estas últimas palabras entró la (iibosa
en el cuarto.
FIN ÜE LA 1>IUMI<:RA PARTE,
PAIVTE SEGUNDA.
Eli PUOTECTOK.
►-e-©0€-o
1.
% LAS SOSPECHAS.
Mlle, de Cardovilie salió apresurada-
mente á recil)ir á la Gibosa, y alargándola
los brazos, la dijo conmovida:
■—Venid, venid, ya no nos separa una
\erja.
A esta alusión, que la recordaba que su
pobre y laboriosa mano había sido en otro
tiempo besada por aquella l;ella y rita pa-
tricia , la joven c>isluiera esprriínentó un
sentimiento de inefable y noble gratitud
Como la Ciibo'ía dudaba corresponder á la
cordial recepción de Adriana, esta la abra-
zó con tierna efusión.
Cuando la Gibosa se vio en los delicio-
sos brazos de Mlle, de Cardo\¡lle, cuando
sintió los frescos y lloridos labios de ía jtU
ven en sus enfermizos y pálidos carrillos,
prorumpiü en un llanto y no pudo pro-
nunciar una sola palabra.
Uodin, que se habia retirado á un rin-
cón del cuarto, cofi>id*?raba esta escena
Con un secreto disgusto : instruido de la
digna negativa de la Gibosa á las péilidas
proposiciones de lasuperiora del convento
de Santa Maria; sabiendo ti profundu in-
terós que esta generosa criatura profesaba
á Agricol, interés que se habia estendido
desde algunos días antes á .Mlle, de Car-
dovilie, el jt'suita no quedó muy contento
de ver á esta empeñada en aumentar mas
este afecto. Pensaba prudentemente (|iie
no se debe jamás despreciar á un amigo ó
200
ALBUM.
enemigo por pequeños que sean. Su enemi-
go era toda persona que manifestaba celo
, en favor de Mi! e. de Cardoville: ademas es
sabido que Rodin reunía á una rara firmeza
de carácter ciertas debilidades supersticio-
sas y se inquietó de la singular impresión
de temor que le inspiraba la Gibosa, ha-
ciendo ánimo de tener presente esta pre-
visión ó presentimiento.
Los corazones sensibles tienen algimas
veces ciertos instintos de gracia y de bon-
dad aun en las cosas mas pequcíias. Asi
es que después que la Gibosa hubo derra-
mado un copioso y dulce llanto de grati-
tud, Adriana, sacando i n pañuelo rica-
mente guarnecido, enjugó las lágrimas que
inundaban el melancólico rostro de la jo-
ven costurera.
Esta acción tan sencilla y espontánea
libertó á la Gibosa de una humillación;
porque desgraciadamente, humillaci n y
sufrimiento son dos abismos al lado délos
cuales marcha el infortunio; asi es que en
la desgracia la menor acción delicada es
casi siempre un doble beneficio....
Tal vez nuestros lectores vana sonreír-
se de desprecio al leer el pueril detalle que
vamos á poner por egemplo: la pobreGi-
bosano atreviéndose á sacar de la faltri-
quera su vifjo y loto pañuelo, hubiera
permanecido mucho tiempo cegada con
las lágrimas, si Mlle, de Cardoville no las
hubiese enjugado.
— ¡ Que buena sois !... ¡ Oh ! ¡ que no-
ble caridad tenéis... señorita!...
Esto es lo único que pudo decir la cos-
turera con voz profunda y conmovida , y
mucho mas agradecida á la alencion de
Adriana de lo que tal vez hubiera podido
manifestarse por cualquier otro servicio.
— Miradla, dijo Adriana á Kodin, el
cual se acercó al instante.... Si, añadióla
joven patricia con orgullo.... este es un
caballero, y queredla como yo la quiero^
honradla como yo la honro Tiene un
corazón.... como el que nosotros busca-
mos.
; — Y gracias á Dios, como los hallamos,
mi querida señorita, dijo Rodin á Adria-
na, inclinándose liácia la joven costurera.
Esta levantó con lentitud los ojos sobre el
jesuíta; al aspecto de aquella cadavérica
fisonomía que la miraba con bondad, la
joven se sobresaltó; ¡ cosa estraña ! jamás
habia vistoáeste hombre, y casi en el mis-
mo momento sintió por él el mismo temor
y repulsión que él acababa de tener por
ella. La Gibosa, naturalmente tímida y
confusa , no podía separar su vista de 'a
de Rodin : su corazón latía con violencia
como si la amenazasr- un peligro ; pero
como esta escelenle criatura solo temía
por los que ella estimaba,. se acercó invo-
luntariauíente á Adriana , teniendo siem-
pre los ojos fijos en Rodin.'
Este, que era buen fisonomista, cono-
ció la" impresión que había causado y sin-
tió aumentarse su aversion instintiva con-
tra la costurera.
En vez de*baj3r los ojos, pareció exa-
minarla con una atención tan sostenida,
que Mlle, de Cardoville quedó admirada.
— Perdonad, amiga mía, dijo Rodin con
aire de reunir sus recuerdos, y dirigién-
dose á la Gibosa, perdonad, me parece
i|ui; no me engaño... ¿No hace pocos-días
que habéis estado en el convento de San-
ta María... cerca de aquí?
— Si señor.
— No hay duda, sois la misma, ¿dónde
tenia yo la cabeza? esclamó Rodin... Sois
vos, hubiera debido caer antes,
— ¿Qué es eso? preguntó Adriana.
— Tenéis razón , mi querida señorita ,
dijo Rodin señalando con un gesto ala Gi-
bosa. Este si <¡ue es un corazón noble y co-
lesoro que yo he descubierto.... Miradla,, mo nosotros le buscamos. Si supieseis con
ALHIM.
que dignidad y valor esta pobre jóvcnqiio
necesitaba trabaji); y la faltado Irabiijo
equivale á carecer de lodo; si supieseis,
digo, con que dignidad ha dosicliado e!
vtTg nzoso jornal (jiie la superiora del Cttn-
vento tuvo la indíi;r)idaJ de ofrecerle para
que espionase a la familia donde la [iiu-
|juMeron culucarla...
— ; Ahí ¡ eso e> infame! csclamó Adria
na con desprecio... ¡hacer semejante pro
posición á esta desgraciada joven ! ¡á ella!
— ¡Señorita dijo la Gibosa con amar-
gura... yo no tenia trabajo^... era pobre...
no me conocían y creyeron poderme
fiacer cuaKjuier oferta !...
— Y yo digo, repuso Uodin , que era
doble iniquidad de parte de la superiora
tentar la miseria], y que es doblemente
noble de vuestra parte el haber rehusado'.
— Caballero dijo la Gibosa con mo-
desto embarazo.
— ¡ Oh ! a nu' no se me intimida, repu
so Rodin; alabanza ó vituperio, digo fran
Tcameiite lo que pieiiso.... Preguntad a es
ta señorita (y Rodin señalaba á .\dríana).
Os dirá con la misma libertad (jue pienso
tan bien de vos como Mlle, de Cardo-
vrlle.
— Creadme, hija mia , dijo Adriana;
liay alabanza:) que honran, recompensan
y animan... tales son >as de Mr. Kodin...
Demasiado lo sé ; ] oh , si, lo $é I
— .Mi querida señorita, no soy yo solo
el que debe honrarse de este juicio
— lOné significa eso, caballero?
— ¿ Ksta joven no es hermana adopti-
va del laborioso jornalero y poeta popu-
lar Agn'col Baudoin? Pues bien, el afecto
de un hombre semejante ¿no es la mejor
gaiantia y la que, por decirlo asi, permi
te juzgar por el rótulo? añadió Rudin son
riéndose.
— Tenéis razón, caballero, repuso
Adriana!, porque sin coi.ocer á esta bue-
na joven me interesé vivamente en su
aÜl
suerte desde el dia en que su ht-rmano
adoptivo me habló de ella. Se esplicaba
con tanto calor, con tanta confianza, que
inmediatamente la cn-í capat de inspirar
una ami>tad tan noble.
Estas palabt'as de .\driana, juntas á
otra circunstiancia, turbaron tanto ala Gi-
liosa íjin' íU' pálido rostro (pitMló morado.
Es sabido (¡ue la desgraciada tonia por
Agiicul Un amor tan apa>ionado como
oculto y doloroso; cualquier alusión, aun
indirecta, á este fatal sentimiento, causa-
ba á la joven un embarazo cruel.
En el momento en que Mlle, de Car-
doville habló del afecto de Agricol por la
Gibosa, esta se encontró con los escruta-
dores ojOs de Rodin que estaban fijos en
ella.... sí hubiera estado sola con Adria-
na , solo hubiera tenido una conmoción
pasaficra al oir hablar del herrero; pero
le pareció que desgraciadamente el jesuí-
ta que le inspiraba ya un temor involun-
tario, acababa de leer y de sorprenderen
>u corazón el secreto del funesto amor de
que era víctima... De atjui provino el vi-
vo sonroseado de la desgraciada, y un em-
barazo tan visible, que Adriana no pudo
menos de estrañarlo.
Una imaginación sutil y pronta como
la de Rodin busca al menor efecto en pro-
pia causa. Por una parte, el jesuíta veía
una joven contrahecha , pero sumamente
entendida y capaz de un afecto apasiona-
do; por otra, un jóvcrr jornalero, buen
mozo, emprendedor, vivo y frtfnco. «Ha-
* hiendo sido criados jiintos, y simpáticos
« el uno al otro en muchos puntos, deben
«amarse fraternalmente, dijo para sí:
« pero un amor de esta especie no causa
«rubor; la Gibosa se ha ruborizado y
« turbado á mi vista; ¿estará enamorada
« de Agricol? »
Rodin quiso apurar esto hasta el cabo,
y notando la sorpresa que la visrbie tur-
bación (le la Gibosa causaba á Adriana,
51'
202
ALBUK.
dijo á esta sonriéndose y denotan Jo á la
Gibosa con una señal de inteligencia.
— ¡ Hola I ¿ veis como se ruboi iza esta
pobre joven cuando se habla del vivo in-
terés que le profesa ese buen jornalero?
La Gibosa bajó la cabeza llena de con-
fusion. Al cabo de un segundo, durante
el cual Rodin se quedó silencioso para dar
tiempo á que el tiro cruel penetrase en
el corazón de la desgraciada , el verdugo
prosiguió :
— ] Ya veis como se turba esta buena
joven I
En seguida, y después de otro instante
de silencio, notando que la Gibosa cam-
bió sus vivos colores en una palidez mor-
tal y que estaba temblando, el jesuíta cre-
yó haber arriesgado demasiado, porque
Adriana dijo á la Gibosa con interés:
— Querida mia, ¿porqué os turbáis de
ese modo?
— Eso es muy sencillo, repuso líodin
con la mayor naturalidad; porque sabien
do ya lo que quería saber tenia interés en
disimularlo*.... eso es muy sencillo, esta
escelente joven tiene la modestia de una
tierna y buena hermana por su hermano.
A fuerza de quererh.... á fuerza de ase-
mejarse á él, cuando se le alaba, le pare-
ce que la alaban también.
— Y como es tan modesta y escelente,
añadió Adriana cogiendo las manos á la
Gibosa, la menor alabanza hecha á su
hermano adoptivo ó á ella, la turba hasta
el estremo que vemos... esta es una ver-
dadera niñería por la que quiero reñirla
mucho.
Adriana hablaba de muy buena fé, pues
la esplicacion que dio Kodin la pareció y
era efectivamente muy plausible.
Del mismo modo que todas las perso-
nas que temiendo á cada instante verdes
cubierto un doloroso secreto, se tranqui-
lizan con tanta facilidad como se asustan,
la Gibosa quedó persuadida.... tuvo ne-
cesidad de persuadirse, para no caet
muerta de vergüenza, que las últimas
palabras de Rodin eran sinceras y que no
sospechaba el amor que ella tenia á Agrí-
col. Desde este momento disminuyeron
sus angustias y halló algunas palabras pa-
ra responder á Mlle, de Cardoville.
— Perdonadme, señorita, dijo con ti-
midez, estoy tan poco acostumbrada á una
benevoier.cia semejante á la que me pro-
digáis, que no sé correspondir á vuestras
bondades.
— ¿Mis bondades? ¡ pobre joven I res-
pondió Adriana, hasta ahora no he hecho
nada para vos. Pero, gracias á Dio?, iles-
de hoy podré cumplir mi promesa , re-
compensar vuestro celo, vuestra valerosa
resignación, vuestro santo amor al traba-
jo y la dignidad de que tantas pruebas
habéis dado en medio de crueles perse-
cuciones: en una palabra, desde hoy no
nos separaremos mas, dado caso que esto
pueda conveniros.
— Señorita , eso es demasiída bondad ,
dijo la Gibosa con voz balbuciente... per >
yo.....
— Tranquilizaos, repuso Adriana, inter-
rumpiéndola y adivinándola: si aceptáis,
yosabré conciliarcon mi deseo, algo egoís-
ta , de teneros á mi lado, la independen-
cia de vuestro carácter, vuestro gu-to al
retiro, y vuestra necesidad de sacrilicaros
por todo lo que merece compasión : y aun
no os ocultaré (jue cuento seduciros y íija-
rosá mi lado proporcionándoos los medios
de satisfacer vuestra generosa tendencia.
— ¿Pero qué he hecho yo para merecer
este reconocinu'entü? dijo sencillamente la
Gibosa. ¿No sois vos quien ha empezado
á mostrarse tan generosa para mi herma-
no adoptivo?
— Yo no os hablo de reconocimiento,
dijo Adiiana; estamos pagados; os I;dblo
del afecto y de la sincera amistad que os
ofrezco.
«VBIJII.
?03
i^¿A mí, señorita? ¡amistad!
— ¡ Vamos, vamos ! I.i dijo Adriiuia con
generosa soiui.sa ; no os valj^ais de la veti
taja de vuestra posición para ser or¿;uilo-
.sa: ademas, se me lia puesto en la cabe-
Zi (|ue seréis mi amiga... y así será, ya lo
veréis... y aiii)(|iie ya es altj;o tarde os pre
guillaré ¿qué buena foiUina os íia traidt»
aijiií?
— Mr. Üagoberto ha recibido esta ma-
ñana una carta en la (]iie le decían que
viniese aquí , y donde según parece, ba-
ilaría buiíias noticias rclativauíenle á lo
que mas le interesa en el imindo. Cre-
yendo que se trataba de las señoritas Si-
mon , me dijo: (jibosilla, habéis tomado
tanto interés por todo lo que concierne
á estas pobres niñas, que es preciso que
vengáis conmigo: ya veréis mi alegría
cuando las vuelva á ver: es-ta será vues-
tra recompensa.
Adriana miró á Rodin que hizo con la
cabeza una seña afirmativa y dij-»:
— Sí, si, querida sen irita, yo soy el que
ha escrito á ese valiente soldado pero
sin lirmanne y sin dar masesplicaciones...
y sabréis por (jué.
— Entonces, ¿en qué consiste (jue ha-
béis venido sola? preguntó .\driana.
— Señojíla, me he sentido tan c<mmo-
vida al lligar a(]uí (|ue no he podido ma-
nifestaros mis temores.
— ¿Qué temore>? preguntó Kodin.
— Señorita, sabiendo que habitais aquí,
lie supuesto(iue hubierais escrito vo, mis-
ma á Dagolurto: así me lo ha dicho, y
así lo ha creído como yo.... Cuand» llegó
aquí era (al su impaciencia que preguntó
á la puerta si estaban las huérfanas tn es
ta casa; dando al mismo tiempo sus se-
ñas. Le respondieron que im, y entonces,
á pesar de mis sú|)licas, quiso ir al con-
vento á informarse de ellas.
— ¡Hué imprudencia! esclamó Adriana.
— Después de lo sucedido, anadió Ko-
din encogiéndose de hombros.
— Por mas que lo he dicho, repuso l.i
Tiibi^sa, (|uc la caria no anunciaba de ui
modo positivo que le iban á rntregar I s
huéifanas sino que sin duda <|iieritf.T
darle alguna noticia de ellas, no ha (|ii< -
rido hacerme caso, y me re>pof)dió si
no piitMlo saber nad^iré á buscroN: ¡m-
tésile ayer estaban en el convento, y.-»lió-
ra que todo está ya descubierli» , no po-
drán negármela*.
— Con una cabeza semejante no es po-
sible discutir, dijo Rodin.
— Con tal que no le reconozcan le-
puso Adriana pensando en las amenez is
del doctor.
— No es de presumii*, salló Rodin... n >
querrán abrirle... este es, á mi modo de
ver, el solo desengaño que tendr?: por lo
demás e! magistrado no puede tardar ja
en volver con las niñas... Mi presencia no
es ya necesaria ai|uí oíros deberes me
llaman. Ks preciso que vaya á informar-
me del príncipe Djalma. Así, tened i.i
bondad de decirme cuando y dónde podié
veros, mí querida señorita , con el fin de
liaros parte de mis descubrimientos.... y
de convenir en todo lo (¡ue pueda intere-
sar al joven príncipe, si, como lo espero,
mis pasos tiene un buen resultado.
— En mi casa, en mi nueva casa á d^n-
de voy desde aquí, calle de Anjou, anti-
guo palacio de Heaiilipu Pero, ahora
(jue me acuerdo|, dijo de pronto Adriana
al cabo de algunos minutosde reflexión...
no creo conveniente, ni aun prudente,
por varias razoi.es, a'ojar al príncipe Djal-
ma en el pabellón que yo ocupaba en ( '
palacio de Saint- Dizier. Hace poco tiem-
po (¡ue he visto una deliciosa casita amue-
blada: en 24 horas podrá ponerse en di -
posición de habitarla... Si, esto será mu-
cho mejor, añadió Adriana al cabo de un
instante de silencio... y ademas, de este
modo podrá guardar con mayor seguri-
dad el mas estríelo inc<)gnilo.
â04
ALBUM,
— ¡Cómo! esclamó Rodin,que veía pe
ligrosamenle trastornados sus proyectos
con esta nueva resolución de la joven
queréis que ignore...
— Deseo que, el príncipe ignore absolu-
tamente quien es U persona desconocida
que le ha socorrido: quiero que no se prp-
nuncie mi nombre y aun que ignore que
yo existo. ..|á lo menos en cuanto ahora...
ya veré... las circunstancias me guiarán.
— ¿Pero no ^erá difícil guardar este in-
cógnito? dijo Rodin ocultando su viva con-
trariedad.
— Si el príncipe hubiese habitado mipa
bellon , convengo con vos. la inmediación,
de mi tia hubiera podido iluminarle... es-
te temor es una de las razones que me
hacen renunciar á mi primer proyecto.
El príncipe vivirá en un barrio muy leja-
no... en la calle Blanca ¿Quién podrá
decirle allí lo que debe ignorar? M. Ñor-
val, uno de mis antiguos amigos, vos y
es'.a digna joven (señalando á la Gibosa)
conocéis únicamente mi secreto, y cuento
con vuestra discreción... así, no será des-
cubierto. Ademas , mañana hablaremos
mas largamente sobre todo esto : lo que
interesa es que consigáis hallar á ese des-
graciado joven príncipe.
Rodin, aunque profundamente enfada-
do con la repentiiia¡deterntinacion de Adria-
na respecto á Djalma, n^da manifestó y
respondió :
—Vuestras intenciones serán esctupu-
losamente ejecutadas , mi querida señori-
ta, y n»aùana iré á daros cuenta, sí lo
permitís, de misión provid<;nci,al, seguq la
habéis caliiicado hace poco.
Con que, hasta mañapa.... os espe-
ro cou impaciencia , dyo afectuosamente
Adriana á Rodin.... Permitidmequecuen-
te siempre con vos del mismo modo que
desde ahora podéis contar conmigo. Será
preciso queseáis indulgente conmigo, por-
que preveo que todavía teudré que pedi-
ros muchos consejos y servicios... ya qiie
tanto os debo.
—Jamas i-erá lo bastante, mi querida
sçùorita , jamas ; dijo Rodin dirijiéndose
discretamente hacia la puerta después dé
haber hecho una cortesía á Adriana.
Efi el momento en que iba á salir se
encontró cara á cara con Dagoberto.
— 1 Ali ! ¡ ya tengo Unol esclamó el sol-
dado cojiendo al jesuíta por el cuello con
mayo vigorosai
u.
LAS DISC0LJP4.S.
Mlle, de CardovillCj al ver la ruda ac-
ción de Dagoberto, esclamó asustada dan-
do algunos pasos hacia el soldado:
— ¡En nombre del cielo 1 ¿qué ha-
céis?
— ¡Qué hago! respondió bruscamente
el soldado sin soltar á Rodin y volviendo
la cabeza hrcia Adriana que él noconocía.
Me aprovecho de la ocasión para apretar
el pescuezo de uno de los miserables de la
bapda del renegado , hasta que me diga
donde están mis pobres niñas....
— ]i}ue me ahogáis! dijo el jesuíta con
voz apagada y tratando de desasirse del
soldado.
— ¿ Uonde están las huérfanas , puesto
que no están aquí y que me han cerrado
la puerta dol convento sin querer res-
ponderme? gritó Dagoberto ton voz lo-
uante.
— ¡Sjccrro ! miirmiir.) Rodin;
— I Ah ! ¡eso es horrible! Uijo Adriana.
Y pálida y trémula se dirijró á Dago-
berto con las manos juntas.
— ¡Gracia! ¡escuchadme.... escuchad-»
me 1
— Señor Dagoberto, saltó la Gibosa
corriendo hacia éste y cojiéodole el brazo
y señalando á Adriana. Aquí está j^ílie^
de Cardoville, ¡qué viuleiicia es esta de-
lante de ella! ademas, os engañáis.... sin
duda.
kLHVy
Al oir cl n(aiil)ri' de Mlle, de (]ard,ovî-
Ije , la bii'iiluihora de su hiji.» , o' soldadu
se vühic^ de proiilo y soll(') a K,<J<liii, »itiii'n
todo amoratado de cólera y de M)fucaci<»i)
s« apri'ííiiró à coiiipuner su cuello y cor
batiii.
— Perdonadme, señorila, dijo Dojio-
berlo arerr.íiidosc a Adriana que lodaví;i
estaba pálida del Misto; yo v.o sabia (^iiit ti
oraí>; el primer moviuiiento me ha liedju
salir de mí involtiiitariamentp.
— ¡ Dios mió! ¿(JuL' leñéis rontra el
señor? dijo Adriana , si me hubierais es-
cuchado sabríais....
— Perdonadme si os interrumpo, seño-
rita, dijo el soldado á Adriana contenien-
do la yuz. En seguida dirigiéndose á Ko-
din que liabia recobrado su serenidad, le
dijo : Dad gracias á la señorita y mar-
chaos.... pues si permanecéis nvas tiempo
aqui , yo no respondo de mi.
— Kscuchad una sola palabra , querido
señor, dijo llodin.... yo....
— Os repilo que no respondo de mis
acciones si permanecéis mas aqui.... es-
clamó Dagoberlo dando una patada en el
suelo.
— Pero ¡ por Dios! decidme qué moti-
vo Içneis para poneros de este modo, re-
puso Adriana.... y sobre todo no os de-
jéis llevar de apariencias.... calmaos yes-
cuchadnos....
— ¡ Que me calme! csclamó Dagobcrto
desesperado.... señorita, solo pienso en
una cosa.... en la llegada del mariscal Si-
mon que debe estar en Paris hoy ó ma-
ñana
— 1 Es ppsible! dijo Adriana.
Rodu) lii^Q uo movimiento de sorpresa
y de alegría.
— Ayer noche, repuso Dagoberlp, he
recibiílo una ca,rla del mariscal que ha
(leseinitaicado en el Havre: hace lre<dias
que no ceso de dar pasos para bMscar á
las huérfanas puerto que se ba deshará -
íes
•ad.. la iiilrina de estos nuAtfraLlvs (spi;.!»-
lando á Kuilm cvu un gesto dv telera.)
Apesar de eso.... ¡ nmU ! Tuda\ia medi-
tan otra infamia.,.. Nada e.vtrañar<'....
— Pero, caltallero, sajló Uodin acer-
cándose, permitiílme que os....
— Salid de aqui, esdanió Dagoberlo
cuya irriiaciíMi y ansiedad redoblaban al
|H loar (jiie de un moment^ a oirg podía
llegar a Paris el marisca' Simon.... Salid
de aqui.... á no ser por la señorita vauíe
hubiera vengado de uno...,
Rolin hizo un gesto de inteligencia á
Adriana á quien se acercó con prydencia ,
señaló á Pagobcrtocon im gesto de com-
pasión , y dijo á este último:
— Me marcharé con tanto mayor gusto
cuanto que ya iba á salir á,e ^s^e cuarto
cuando entrabais.
En .seguida acercándo.se enteramente á
Adriana, la dijo en voz baja :
— ¡Pobre soldado! el dolor le saca fuera
de sí y no podría escucharme Espli-
cadle todo lo ocurrido, señorita; y caerá,
añadió con aire taimado; pero entretanto,
repu>o Rodin metiéndose la mano ep la
faltriquera de su levilay sacapdç un rollo:
entregádmelo, mi querida señorita, esta
es mi venganza y buena.
Y como Adriana miraba al jesuíta te-
niendo ya en sus manos el rollo de pape-
les, este puso el dedo índice en su I^bio
cpmo para encargar el>ilencio á la j^ven,
se fué hacia la puerta dando pasos airas
de puntillas, y salió haciendo un gesto de
compasión á Dagoberto, ti cual, suplido
en un triste abali,íniento, çp/i 1^ cabeza
baja y los brazos cruzac^os sobre eJ pedio,
permareck^ mud con la iníluencia dç los
con^utlos que le dio la Gibosa.
Cuando Hodin salió del 'uarto, Adria-
na , acercándose al soldado le dijo con su
dulce voz y con la espresion de un pro-
fundo interés :
—Vuestra brusca entrada me ha im-
52*
206 ALBUM
pedido haceros una pregunta muy inle-
resante para mí ¿Y vuestra herida?
— Gracias, señorita, dijoDagoherto sa-
liendo de su penosa preocupación , gra-
cias, no es nada... pero no tengo tiempo
de pensar en esto. Siento mucho haber
sido tan brutal con ese hombre en vues-
tra presencia y haberle echado de aquí:
pero no he podido dominarme; ai ver á
esas genios, la lengua se me sube á la
cabeza.
— Sin embargo, habéis procedido con
arrebato, creedme: la persona que estaba
aqui ahora
— ¡Con arrebato!... seiiorita no es
hoy cuando le he conocido... Estaba con
el renegado abate d'A'grigny
•^Sin duda... pero esto no impide que
sea un hombre honrado y escelente.
— jEse! esclamó Dagoberto.
— Sí, y en este momento solo está pen-
sando en una cosa... en devolveros vues-
tras queridas niñas
— ¡Él I repuso Dagoberto mirando á
Adriana como si no creyese lo que oia;
¡él! ¡devolverme las niñas!
— Sí, y tal vez mas pronto de lo que
pensais
— Señorita, saltó de pronto Dagoberto,
os engaña sois víctima de ese bribón.
— Os equivocáis, dijo Adriana menean-
do la cabeza y sonriéndose... tengo prue-
bas de su buena fé... ante todo á él debo
el salir de esta casa.
— ¿Será posible? dijo Dagoberto con-
fundido.
— Muy posible, y lo que es mas, hé
aqui una cosa que tal vez os reconciliará
con él, dijo Adriana entregándole el ro'lo
que Rodin acababa de darla en el mo-
mento de salir; no queriendo exasperaros
mas con su presencia, me lia dicho: se-
ñorita , entregad estregad esto á ese buen
soldado: esto será mi sola venganza.
' Dagoberto miraba atónito á Adriana y
abriendo maquinalmente el rollo. L^ègô
que le desenvolvió y que reconoció su cnií
de plata, tomada por el tiempo, y la vifja
cinta encarnada y arrugada (|ue le liebiin
robado en la posada del Halcón Blanco
con sus papeles, esclamó con voz cortada
y palpitando.
— ¡Mi cruz, mi cruz, es mi cruz!
Y en la exallacirn de su alegría estre-
chaba !a estrella de plata conlra su cano
bigote.
Adriana y la Gibosa se enternecieron
profundamente con la emoción del solda-
do que esclamó corriendo hacia la puiría
por donde acababa de salir Rodin.
— Después de un servicio hecho al ma
riscal Simon , á mi niuger ó á mi hijo no
podia haberse portado mejor conmigo....,
¿Señorita, respondéis de ese buen fiom-
bre?... Y yo le he insultado..... y mal-
tratado en vuestra presencia le debo
una satisfacción y se la daré, sí, se
la daré.
Y al decir esto salió precipitadamente
del cuarto, atravesó corriendo las dos pie-
zas, tomó la escalera, la bajó precipita-
damente y alcanzó á Rodin en el último
escalüo,
— Caballero, le dijo con voz sentida co-
giéndole del brazo : es menester que vol-
váis á subir al instante.
— ^0 seria malo que os decidieseis á
una sola cosa, mi querido señor, nijo Ro-
din deteniéndose con bondad : hace un
instante que me mandasteis salir y ahora
se trata de volver. ¿En qué quedamos?
— Acabo de pi rder la razón, y cuando
esto me sucaie trato de reparar lo hecho:
os he injuriado y maltratado en público
y delante del público quiero daros una
satisfacción.
— Caballero estoy de prisa os
lo agradezco.
— ¡Qué me importa que estéis de pri-
sa! os repito que vais á subir al instan-
\û ó si no... si no, repuso Dagoberfo
cügi<^iidi»Ic la mano y apretándosela cuii
lanfa cordialidad como ternura... ó si nu
la diclia que me causais devolviéndome
mi cniz no será complela.
— No quedará por eso, anii^o mío, su
hamos suttamos
— Y no solo me habii-; devuelto mi
cruz, que lie llorado, si llorado sin (pic
nadie lo sepa, eselanjó I)a;:ol»i'r!ocon cfu
sion , sino que esta señorita acaba de de-
cirme que gracias á vos.... las pobres ni-
nas.... vonjos... no os burléis... -¿es ver-
dad? ¿es verdad?
- — ¡ Quó curioso sois ! dija Rodin son
riéndose con nialicia ; en seguida añadió :
vamos, vamos, tranquilizaos; se os devol-
verán vuestros d''s angelitos, diablo.
Y el jesiiila subió la escalera.
— ¿Hoy misnio? esc'amó Dagoberto.
En el momento en que Rodin subia los
escaloiH's le detuvo de pronto por la
manga.
— ¿ Kn qué quedamos, buen amigo?
¿nos detenemos? ¿subimos? ¿bajamos?
Me baceis volver tarumba.
— Tenéis razón; arriba nos entendere-
mos mejor; venid, venid pronto, dijo Da
goberto.
En seguida echando el brazo á Rodin
le hizo apresurar el paso y le llevó triun
fante al cuarto donde se habían quedado
Adriana y la Gibosa, las cuales habían
tjuedadosorprendidas con la repentina sa-
lida del soldado.
— Aqui o>t3, aqni está, esclamó Dago-
berto al entrar: felizmente 'e he alcanza-
do al pié de la escalera.
— .Miora, caballero, dijo Dagoberto con
voz grave, declaro delante de la señorita
que no he tenido razón en obrar brutal-
mente con vos : y que os debo... si... si...
mucho.... mucho.... os juro (jue cuando
debo pago.
207
din que la npr»tó con afabilidad, ana»-
diendo :
— ¿De (jué se trata? ¿qué gran servi-
cio es ese ?
— ¿Y e^to? repuso DagotK'rto hacien-
do lirillar la cruz á los ojos do Uodiii, ¡no
sabéis lo (pie es esto para mi !
— Suponierulo (pie debe interesaros nüi-
eho, contaba tener el gu<to de eiilirgá-
rosla yo mismo. Este fué mi objeto al
traerla... I'ero sea dielio entre nosotros...
me habtis recibido tan familianucnle que
lio he tenido tiempo p;ua
-^Caballero, repuso Dagoberto confun-
dido, os aseguro que me arrepiento de
corazón de lo que acabo de h^rer.
— Lo sé, mi bin n amigo, no liabUmos
mas de ello.... ¿Con que tanto os inteíe-
saba la cruz?
— ¿Si me interesaba? esclamó Dago-
berto.... esta cruz (besándola) es para mí
una reliquia , y la persona que me la dio
era e' santo de nii devoción.... la habla
tocado....
— ¡Cómo! fingiendo mir-ir la cruz con
curiosidad y re>peluosa admiración. ¡Có-
mo ! ¡Napoleón.... el gran Nipoleon ha
tocado con su propia mano, con su victo-
rosa mano... esa noble y honrosa estre-
lla!
—■Si, señor, con su niano; aquí, aquí
me la puso, en mi ensangrentado peclu»,
como queriendo vendar mi (piinta heri-
da... Asi, si estuviese mu(rto de hambre
y hubiesedeoptarentreel pan y la cruz...
no dudaría un cnomento.... con el objeto
de llevarla conmigo al sepulcro. Pero bas-
ta, basta de esto hablemos de otra cosa...
I (jué tontería ! ¡ un soldado viejo I ¿no e»
verdad? añadió Dagoberto pasándose la
mano por los ojos; y en seguida como si
scavergonzase de confesar lo (jue senfia...
¡y bien, si! repuso levantando vivamente
la cabeza y no tratando de ocultar una lá-
Y Dagoberto alargó su leal manoáRo- grima que le corría por el carrílo; si, lio-
208 ÀLBLM
ro de alegría por haber Iiallaiiom] cruz...
mi cruz que el mismo emperador medió...
con su Miaño McíoriofiocomodiGe este buen
hombre.
— ¡Dios bendiga esla pobre y viejaíma-
no que os ha devuelto vuestro precioso
tesoro! dijo Rodin con emoción : y en se-
guida añadió: ; Como soy que el dia será
bueno para todo el mjjuido I ¡ asi os lo
anunciaba esta mailana eo mi. carta!
— ¿Esta carta sin firma viene de vos?
preguntó el soldado que estaba cada vez
mas sorprendido.
— Yo mismo la he escrito. Solaaiente
que temiendo una nueva asechanza del
abale de Aigrigny no he querido espJicar-
me mas claro ¿lo entendéis?
— ¿Con qué voy á volver á ver á mis
huérfanas?
Rodin hizo u a gesto afirmativo y bon-
dadoso.
— Sí, al momento, repuso i^dríana son
riéndose... ¿Tenia yo razón eo decir que
habíais juzgado mal al señor?
— ¿Y por qué no me lo dijo al entrar?
esclamó Dagoberto loco de alegría.
— Porque habia un inconveniente, uai
buen amigo, saltó Rodin , y es que desde
el momento de vuestra entrada habéis tra-
tado de ahogarme...
— Tenéis razón... me he arrebatado....
os repito que me perdonéis.... ¿qué que-
réis que os diga? Siempre os he visto con
Ira nosotros en compañía del P. de Ai-
grigny y en el primei momento...
— Señorita, repuso Rodin hacit;i>4P un»
cortesía á Adriana; esta buena señorita os
dirá que yo era cómplice, de muctias per
fidias sin saberlo; pero d^sde pl instan.te
en que empecé á ver claro en estas tinie-
blas he salido dt^l mal camino en que
esta,ba iuyohinitariamente y me he dirigi-
dlo h,4çia el buepo, justo y recto.
Adriana hizo un gesto afirmativo á Da-
goberto, (|ue parecía interrogarle con la
vista.
—-Amigo mío, si no he firmado tacarte
que os ho escriío ha sido por temor de
que mi nombre no in>ipirase sospeclias;
sí, fit)a!mente, os he rogado que vinieseis
aquí y no al convento, la razón es que te-
mía, como esta buena señorita, que el por-
tero ó el jardinero os reconociese, y qtje
el suceso de la otra noche hiciese peligro-
so esto reconocimiento.
— Per), ahora me acuerdo que el doc-
tor está instruido de todo, saltó Adriana
con inquietud; me tía amenazado, que de-
nunciaría á Dagoberto y á su hijo si yo
me quejaba.
— Tranquilizaos, mi querida señorita;
desde ahora daréis la ley, repuso Rodin.
Fiaos en mí; en cuanto á vos, mi buen
amigo, ya han acabado vuestras penas.
— Sí, dijo Adriana; un magistrado rec-
to y benévolo ha ido al convento á buscar
las hijas del mariscal Simon para traerlas
aquí; pero ha creído, como yo, que seria
mas cofiducnte que fuesen á vivir en mi
casa. Sin embargo, yo no puedo decidir-
me á esto sin v(jestro conocimiento... por-
que la niadre de las huérfanas es las cob-
fió á vos solo.
— ¿Y vos queréis reemplazarla, seao-
rila? repuso Dagoberto; no puedo meDQS
de agradecéroslo con todo mi eo.razan, no
solo por mí, sino por las señoritas. Sola-
mente que, cunio la lección ha sido ruda,
os suplicaré que me permitáis no sepa/íy-
me de la puoi ta de su cuarto ni d^í d.iíi ^
de noche.
Si salen en vuestra compañía, me per-
m-itireis también que os siga algunos pa-
sos sin perderos de visda, del naismo mo-
do que haría Quitasolaces, el cual ha sido
mejor centinela que yo. Después que lle-
gue el mariscal, lo que sucederá de un dia
á otro, será otra cosa... i Dios (juiera que
llegue pronto!
— Sí, repuso Rodin con voz firme, Dios
quiera que llegue pronto, para pedir una
Ai.niM.
209
VUrnta terrible al P. il'Aigrignyae la ptr-
SL'Ciicion de sus liijas y e«o que el ma-
riscal no sabi" aun todo lo sucmlido. Los
tobantes y los traidores no me inspiran
compasión, respondió Ilodin; y cuando
Testé aipií el mariscal Simon...
En Sf^tiida , y al cabo de \\'n instante
de sileitci'S continuó :
— Si el sen»>r mariscal me hace el ho-
nor de escucharme, sabrá todo lo concer
Tiienic á la conducía del P. d'Aiqrigny, y
que sus mejores amiíjos han sido, como
él, perseguidos por hombres peli<^rosos.
— ¿Cómo es eso? dijo Dagoberto.
— Vos mismo, salló Rodin, vos mismo
sois un njVmplo de Ib que acabo de decir.
— : Yo !
— La escena que pasó cerca de Lrip-
5ick. en la posada del Halcón Blanco,
¿creéis que se debe solo á la casualidad?
— ¿Quién os ha hablado de eso? pre-
guntó Dagoberto conJTuhdido.
— Si aceptabais la provocación de Mo-
rok , continuó el jesuíta sin responder á
la pregunta de Dagoberto, hubieseis caido
pi) un lazo y si por el contrario no la
aceptab.iis, hubierais sido preso, á falla
de papeles, como en efecto lo habéis sido
iCon esas pobres niñas, como un vagabun-
do ¿Sabéis cuál era el objeto de esta
violencia? impediros llegar aquí para el 13
de febrero.
— Cuanto mas os escucho, dijo Adria-
na, tanto mas espantada estoy de la au-
dacia del P. d'Aigrigny y de la estension
de los medios de que puede disponer.
Verdaderamente , continuó con profun-
da sorpresa , si no merecieseis tanto cré-
dito....
— Dudaríais, ¿no es verdad, señorita?
dijo Dagoberto; lo mismo me sucede ámi;
no pued) persuadirme (jue por malo (jue
si'a , haya podido Iimut reíariones en el
fi)i»do de Sajonia con un cn>eùador délie-
ras : y ademas ¿como podia saber que jo
y mis itiilas debiamos paiar por Leipsik^
Eso es impusi[)|p. buen hombre.
— Efectivamente, repuso Adriana, te-
mo que vuestra animadversión, que en
riuiy legítima, contra el abale d'Aigrig-
ny, no os descarrie, y qtie le atribu-
yáis un podel" y unas reLíciunescasi f.ibii-
losas.
A! cabo de lui instante de süencio du-
rante el cual Uodin miraba alternaliva-
mente á Adriana y á Dagoberto con una
especie de compasión, continuó;
— ¿Y Como eS posible que «I padre
d\\igrígny haya podido tener en su poder
Vuestra cruz, si no hubiese estado en re-
laciones con Morok? preguntó Uodin al
soldado.
— KI hecho es , dijo Dagoberto , que el
gozo no me ha permitido reflecsionar
¿como es que mi cruz se halla en vuestro
poder?
— Precisamente, porque el abale d'Ai-
grigny tenia en Leipsick las relaciones que
portéis en duda, del mismo modo que esta
señorita.
— Pero ¿como es que mi cruz ha llega-
do hasta Paris?
— Decidtne: ¿no es verdad que habéis
sido preso co Leipsich por no tener pape-
les?
— Si; pero nunca he podido compren-
der como mis papeles y mi dinero han de-
saparecido de mi mochila Ci'eí haber
tenido la desgracia de perderlos.
Ilodín ge encogió de hotiibros , y re-
puso:
—Todo eso os fué robado bn U posada
del Halcón blanco por un tal Cíoliath, sir-
viente de Morok, quien envió estos papa-
les con la cruz al abate d'Aigrigny para
probarle que había conseguido ejecutar
las órdenes relativas á las huérfanas y á
vos mismo: antes de ayer he descubierto
la clave de esa tenebrosa intriga : la cruz
y los papeles estaban en el archivodel p««
53*
210
ALBUlM.
tire d'Aigrigny ; los papeles formaban un
volumen muy considerable y Iiubieran
notado su falla; pero por los términos de
mi carta, esperando veros hoyó mañana,
y sabiendo cuanto interesa á un soldado
del emperador su cruz, que como decís,
es una reliquia sagrada, mi buen amigo,
no he dudado un momento en poner la
reliquia eo mi faltriquera. Bien mirado,
dije, esto no es mas que una restitución y
mi delicadeza ecsagera tal vez las conse-
cuencias de este abuso de confianza.
— No podíais haber hecho una acción
mejor , dijo Adriana ; por mi parte , y en
consecuencia del interés que tomo por el
señor Dagoberk», os doy personalmente
las gracias.
Después de un corto silencio, repuso
con ansiedad: pero ¿como puede disponer
el abate d'Aigrigny de una influencia tan
grande.... para tener relaciones clandes-
tinas tan estensas y temibles en un pais
estrangero?
—Silencio, esclamó Rodin en voz baja
y mirando al rededor con espanto.... si-
lencio.... silenciol... ¡por Dios no me ha
gais mas preguntas sobre ese asuntol
III.
REVELACIONES.
Mlle, de Cardoville sumamente admi-
rada del espanto de Rodin al pedirlo algu-
nas esplicaciones sobre el eslenso y for-
midable poder del padre d'Aigrigny , le
dijo:
— Caballero, ¿que tiene de particular
la pregunta que acabo de haceros?
Rodin, al cabo de un corto silencio,
miró al rededor de sí con una inquietud
bastante disimulada y respondió en voz
baja:
— Señorita , os repito que no me pre-
guntéis nada sobre una cuestión tan peli-
grosa; las paredes de esta casa tienen oídos,
como vulgarmente se dioi.
Adriana y Dagiberto se miraron llenos
de admiración.
La Gibosa por un irisíinto de incfeíhlc
persistencia , no habia cesado de esperi-
mentar una invencible desconfianza hacía
Rodin. Algunas veces se le quedaba mi-
rando con disimulo procurando desen-
mascarar á este hombre que tatito la asus-
taba.
El jesuíta habiendo encontrado una vei
los inquietos ojos dé la Gibosa que le fij.i-
ban con obslinacion, la hizo con la cabeza
una seña bondadosa , y la joven asustada
de esta sorpresa, miró á Otra parte sobre-
saltada.
— No, no, mi querida señorita , repulid
Rodin dando un'suspiro al ver que Adria-
na estrañaba su silenció; no me hagáis
mas preguntas sobre el poder del P. dé
Aigrigny.
— Pero decidme, repuso Adriana, ¿por
qué dudáis tanto en responderme? (|ué
teméis?
— ] Ah, mi querida señorita! dijo Ro-
din temblando, ¡esas gentes son tan po-
derosas I ¡su animosidades tan terrible I
^^Tranquilizaos, os debo demasiado pa*
ra que llegue á faltaros jamás mi apoyo.
— ¡th, mi querida señorita! esclamó
Rodil! casi ofendido, hacedme el favor de
juzgarme mejor. ¿Temo yo acaso por mí?
no, no ; soy un hombre demasiado oscuro
é inofeiisivoí; vos, el mariscal Simon y las
demás personas de vuestra familia son los
que deben temer. .¿.* Señorita, os repilo
que no me liagais^mas preguntas . hay se-
cretos funestos para quienes los poseen.
— Pero al fin, ¿no es mejor saber los
peligros que nos amenazan?
— Cuando se sabe el modo de manejar-
se de un enemigo , puede uno á lo menos
defenderse, saltó Dagoberto; un ataque
descubierto vale mas que unaemboscada^
-^Ademas, repuso Adriana, os aseguro
que las pocas palabras que habéis dicho
me inspiran una inquietud vaga.
— Vaya, puesto que os empeñáis, mi
AI b\ M.
211
'ijuerija señorita, repuso Ilodin aparen- [ciacion es el (|iic hace al abate d'Ainrijiny
îando hacer un gran esfuer/o: puesto que nn hombre tan peligroso: á favor de ella
ho habéis comprendido mis palabras, serí'
mas esplícilo... pero tened presi-nte, aña-
tl\ó el jesijila cotí tono i^rave, (jue \uestra
insistencia me ohlij;a á deciros lo que val
dri.i mas (]iie ignoraseis.
•^-Hablad, hablad, por Dios, dijo
Adriana.
Uodin , reuniendo alrededor de st á
Adriana, á Da^oberlo y á la Gibosa, les
dijo en voz baja y con aire misterioso:
— ¿No hab«''is oido hablar de una aso-
ciación poderosa cuyas relaciones se es-
Uenden por todo el nuindo, que cuenta
con numerosos hermanos y seides y faná-
ticos en todas las clases de la sociedad?...
¿qué ha tetiido y tiene todavíajpor la ore
ja á ios royes y á los grandes... asociación
sumamente poderosa que con una solapa
labra eleva á sus criaturas á posiciones ele-
vadas y que con otra las precipita á la na
6a de donde ella sola puede sacarla-.?
— ¡ Dios mió! salto Adriana, ¡ <j>ié cla-
se de asociación formidable es 0>a 1 Jamás
he oido liablar de ella hasta aht>ra.
— Lo creo, y sin embargo vuestra ig-
norancia sobre esttí pinito me sorprende
mucho, mi querida señorita.
— ¿Y por (|ué os sorprende?
'— Por(jue habéis vivido mucho tiempo
con vuestra señora tia, y habéis visto con
freeui ncia al I'. d'Aigrigny.
— He vivido en !>u casa , pero no con
ella, porque me inspiraba, por mil ntoti
\os una lejttima aver>iun.
— Hn resumidas cuentas, senorila, mi
observación era justa; alli mas bien tjue
vn otra parle, principalmente en vui-slra
presencia, era donde debian guardar si
lencio Sobre esta asociación; y t.in em-
hargo gracias á ella. .Mn>e. de SaintDi-
zier ha tenido una terrible influencia en
el mundo bajo el último reinado Sa-
ha podido vigilar, p»'r>('i:uir y aun caer
Sobre diferentes niieiniiros de vuislra lu'-
mili» , á tinos en Srberia , á otros en el
fondo de la Itidia , á quit^ncs en medio de
las ntonlañas de la América; porijue ya
os lie tlicho i|UH la casiialiilad me ha he-
ctio empujar ?yer los papeles del abate
d'A;j;rigny ; e>tüs s«ui los que me han re-
velado ludo y los que me lian convencido
de su participacron con esa compañía de
!a cua* es el itias cap;iz y mas at'livogcfc.
^-^IV-ro decidme el nomino, el nombre
de esa compañía.
— Y bien.... se llama.... Uodip. se dr-
tiivo.
— Se llama repuso Adriana tan in-
teresada como Dagoberto y latlibosa... se
llama....
Rodin miró á todas parles, alraj» rnr.s
á sí á los actores de esta escena y les dijo
en voz baja y acentuando lentameiiti- sus
palabras :
— Se llama la Compulia de Jlmí»-.
Y en esto se estreirieció.
— Los jesuítas esclamó Mlle, de
Cardoville no pudíendo cunleiier uno car-
cajada, tanto mas natural cuanto (¡uo su-
gun las misteriosas precaticioms oratorias
de Kodin esperaba la revelación de un se-
creto mucho mas terrible.... ¡los jt^uilas!
repuso sin dejar de reír : sulo ccsisten en
los libros y no son mas qttepersonnjfs bj«-
toiicos muy temibles, \o lo creo, ¿pero
á qué disfrazar de ese modo á Mme. de
Saint-Dizitr y al abale d'Aigrigny? lales
Como son, no justifican bastante mi aver-
sion y mi desprecid?
Rodin después de haber e.^cueliado si-
lenciosamente á Adriana, repuso con aire
grave y penetrado :
— (Juerida senorila , vuestra ceguedad
me atemoriza; lo que ha pasado pudiera
bedlo de una vez. ll\ favor de esta aso- j haceros temer por el porvenir, portiiie
212
AL6üif.
mas qtie nadie, habéis esprrimentado yaf puso Rodin. ¡ Si supieseis, mi qnerioasé»
la funesta acción de esta Compañía cuya
existencia parece un sueño.
— ¿Yo? dijo Adriana sonriendo aunque
algo sorprendida.
— Vos
— ¿Y qué cit-cunstancia?
— *-¿Me lo preguntáis á mi, mi querida
señorita, á mi? ¿después de haber sido
encerrada en esta casa como lora? ¿No
es deciros con esto que el dueño de esta
casa es uno de los miembros laicos mai
celosos de esa Compafiía, y como tal, ciego
instrumento del padre d'Aigrigny?
— ¿Con que según eso, dijo Adriana
sin reír esta vez.... Mr. Baleinier?....
— Obedi-'ciaal padre d'Aigrigny, el mas
temible gefe de esta espantosa Sociedad...
emplea su ingem'o para el mal; pero al
mismo tiempo es menester confosar que
es un hombre de ingenio.... por esta ra-
zón en saliendo de aqui, deberéis vigilar y
sospechar mucho de él; crecdme, le co-
nozco, y no considera perdidoel negocio...
debéis esperar nuevos ataques.... de otro
género , sin duda , pero por esta misma
razón tal vez mas peligrosos.
— Felizmente... nos prevenís á tiempo,
buen hombre, y estaréis con nosotros, sal-
tó Dagolierto.
— Yo puedo muy poco, mi buen ami-
go , pero este poco está á la disposición
de^ las personas honradas , dijo Rodin.
— Ahora , dijo Adriana con aire pensa-
tivo y en'eraiiiente conviMicida ccn el aire
de convicción de Rodin; ahora compren-
do la inconcebible innuincia que tenia
Mme. de Saint Dizier; yo lo alribuia úni-
camente á sus relaciones con personas po-
derosas : creía que estaba asociada, como
el padre d'Aigrifiny, á tenebrosas intrigas
bajo el v.elo de la reÜjion, pero os confie-
so que estaba muy lejos de creer lo que
decis.
— ¡Cuantas cosas ignorais todavía ! re-
ñorita , con que arle os rodean, sin que l(^
cono.zcais, de agentes suyos! Cuando tie-
nen interés en saber algo, nada se les es-
capa. Después obran poco á poco, con
lontiind y prudencia: hacen valer con laS
personas todos los medios posibles, empe-
zando por la adulación y concluyendo por
el terror.... asi es como seduoen y asustan
para rio-ninar después sin que nadie se
aperciba de su autoridad: tal essu objeto,
y es preciso convenir en qtte muchas ve-
ces lo consiguen con detestable habilidad.
Rodin hablaba con tanta sinceridad, que
Adriana se estremeció; en seg'iida arre-
pintiéndose de este temor, repuso:
-^Y sin embargo... no, no, jamás da-
ré crédito á tan infernal poder; os repito
que la induencia de esas gentes tan am-
biciosas es de otro tiempo. ¡Bendito sea
Dios! ya han desaparecido para siempre.
— S'j ciertamente, han desaparecido, poi-
que saben dispersarse y desaparecer en
ciertas circunstancias; pero entonces es
cuando son mas temibles; porque la des-
conílanza que inspiraban desapareció tam-
bién , al paso que ellos están siempre aler-
ta. ¡ Ah, mi querida señorita, si conocie-
seis su lerible habilidad I Odiando la opre-
sión, las bajezas y la hipocresía, estudié
ía historia de esta asociación antes de sa-
ber que el abate de Aigrigny era miembro
de ella. ¡Ah! ¡es espantoso! j Si supie-
seis de qiie medios se valen ! ¡Con deci-
ros (¡lio, graciosa 'íus diabólicas astu-
cias, sus mas puras apariencias ocultan
siem¡)re laz^s horribles! Y los ojos de Ro-
din se fijaron por casualidad en la Gibosa;
pero viendo que Adriana no notó esta in-
sinuación, el jesuita prosiguió. En una
palabra, desde el mon»ento quesoiselob-
jeto de sus persecuciones ó que tienen in-
terés en captarse vuestra voluntad , desde
este mismo instante, desconfiad de todos
los que os rodean , sospechad de los mas
»« II» M.
213
tidLles auiij^os, de lus mas lii'riu'>afeclo>,
porque estas genios coii>ij;(ieii á veces ga
nar á vueslrjs mejores amigits y valerse
ée ellos contra vos, como otros tantos an-
sitiares tanto mas lomiMos cuauto mas
crecen en vue>tra confiairtía.
— ¡ Aii , esiit h iinposilde! esclamó A'iria
na... ex.igfrais... no, no, en el infierno
no se son.irian seniej,in(e> traiciones. '
— l)e>jirjcia(lamenle , sen irita , uno de
vuestros parientes, M. Hardy... el hom-
bre mas leal y generoso, lia sido víctima
de una infame traición.... It)n (in ¿sabéis
lo (jue nos ha revelído la lectura del tes-
tamento de vuestro abiielo?nueha Uiuer-
to víctima del odio de esas gentes, y (|ue
á esta hora, al cabo de 150 aííos de in-
tervalo, sus deseen Jienles están aim per-
bogiiidos por el odio de esta indestructible
compañía.
— ¡Ah, eso es espanloso! dijo Adria-
na sintiendo oprimido el corazón ¿Y
no liay armas contra semejantes ataques.?
— Señorita, la prudencia, la mas dis-
creta reserva, y el mas desconíiado es-
tudio de ludas las personas que se os acer-
can.
— ¡ Semejante vida es temible! ¡ ejt8r
espiiestos de este modo á sospechas, á
duilHs y á temores conlíiiuos es un ver-
dadero martirio!
— Sin duda , ya lo saben ellos... y esto
es lo que precisann-nte constituye su fuer-
za... muchas veces triunfan por el esceso
mismo de las precauciones (jue se toman
contra ellos... Asi, mi (juerida señorita,
y vos valiente soldado, por todo lo mas
caro que leiieis en el mundo , desconfiad,
i'o acordéis lijeramente vuestra confianza:
tened cuidado, liabeis estado á punto de
sor víctima de esas gentes que serán
xiempre vuestros implacables enemigos...
Y también vos, interesante jiWen, PÑadió
el jeMiita dirigiéndose á la Gibosa.... se-
guid ntis consejos.... temedlos.... y estad
siempre alerta.
— ¡Yo! dijo la Gibosa ¿qué he hecho
yo para teim r?
— ¡Qué lia!)eis hecho! ¿No amabais
licrnametile á esta buena señorita que es
vuestra protectora? ¿no habéis quei id t acu-
dir á su socorro? ¿no sois hermana adop-
tiva del hijo do este valiente v<,|(lado, del
buen Agrie I? ¡ Pebre joven! ¿no son estos
bastantes inolivos para atraerse su odio á
pesar de vuestra oscuridad? ¡ Ah ! mi que-
rida señjrita, no creáis (jue exajero. Re-
flexionad.... rt flcxinnad.... Pensad en lo
que acabo (Je recordar al liel compañero
de armas del general Sinjon relativamen-
te á su prisión en Leipsik.... recordad lo
(jue os lia sucedido y que se han atrevido
á ooiidiiciros aqui despreciando las leyes y
las justicia. Kntonces conoceréis que no
hay exij'^racion en los colores de este cua-
dr-^. listad siempre alerta, y principal-
mente en los casos dudosos, no temáis en
dirigiros á mí. Fn tres dias he sabi.Io por
esperencia propia sus medios de acci n y
podré advertiros do una astucia , de una
asechanza, do un riesgo, y defenderos de
ellos.
— Kn circunstancias semejantes, res-
pondió Adriana, y á falta de recon 'cimien-
to , mi interés os designará como elm<j «r
de mis consejeriis.
Según la táctica habitual do los miem-
bros de esta asociación, negando unas vis-
ees su propia existencia con el objeto de
evadirse de sus adversarios, y oirás, por
el contrario, proclamando audaciosamen-
le el vivo puiler de su organizari.io , cuu
el de iniioiidar á los débiles, I'vjdin se
burló úvl aduiinistrador de la posesión do
(^ardoviile, cuando habió de la exi>lencia
do los jesuítas, al paso (|ue en e>te mo-
mento trataba y liabia l.igrado, trazando
el plan de >us medios de acción, intimi-
dar á .\driana, cuyos temores d(d»ian des-
vanecerse poco a (H'Co Con la reflexión, y
coopt rar (h'>pues á los siniestros proyec-
tos que é! nteditaba.
54 •
214 ALBUM
La Gibosa tenia siempre un gran míc-
da á llodin: sin embargo, desdo que le
oyó descubrir á Adriana el siniesiro poder
de la Orden cuya inlluencia tanto exage-
raba, la joven costurera, lejos de sospe-
char al jesuita de tener la au(laci;i jde ha-
blar de este modo de una asociación de
que era miembro, le habia agradecido in
voluntariamente los importantes consejos
'que acababa de dar á Müe.deCardoville.
La nueva mirada que !e echó (y que
Rodin sorprendió porque observaba con
suma atención á la joven), estaba litína
de gratitud y de admiración.
Adivinando esta impresión , querienílo
mejorarla mas y destruir las prevenciones
de la Gibosa, y sobre lodo anticipándose
á hacer una reveiacit)n que pronto ó tar-
de debia hacerse, el jesuita aparentó. ha-
ber olvidado alguna co?a importante, y
esclamó dando una palmada en su frente :
— ¿|En qué estaba yo pensando? En se-!
guida dirigiéndose á la Gibosa, le dijo:
¿Sabéis dónde está vuestra hermana?
La joven costurera admirada y enter-
necida al Oír esta pregunta ,' respondió
muy avergonzada, porque se acordó de su
última entrevista con ia brillante reina Ba-
canal :
— Ya hace algunos dias que no ia he
visto.
— Y bien, mi querida amiga, no es fe-
liz, repuso Rodin: he prometido á una de
sus amigas que la enviarla un pequeño so-
corro: me he dirigido á una persona com-
pasiva, y hé aquí lo (jue me ha dado para
ella. Y en seguida sacó de su faltriquera
un rollo cerrado, entregándolo en seguida
á la Gibosa , que estaba sorprendida y
conmovida.
— ¡Cómo! I tenéis una hermana en des-
gracia y yo lo ignoraba I salló Adriana....
¡ ah ! 1 amiga mia , eso no está bien !
— No la condenéis, dijo Rodin. Prime-
ramente, esta joven ignoraba nuc su lior-
¡mana fuese desgraciada; y deSptücs no p1í-
dia pciiros que os interesaseis por ella.
Y C'imo Adriana miraba á Rodin con
admiración, anadió dirigiéndose á la Gi-
bosa.
— ¿No es verdad, amiga mia?
— ::?i, señor, respondió la costurera ba-
jando los ojos y avergonzándose otra vez:
en seguida repuso con ansiedad.
— ¿Dónde habéis visto á mi hermana?
¿dónde está? ¿porqué es desgraciada?
— Eao seria muy largo de contar, ami-
ga mis; id lo mas pronto posible á la c-
lle de (2lovis, en casa de la frutera y de-
cidla de parte de Mr. Cariomagno ó de
Mr. Rodin, como queráis, porque soy
igualmente conocido por estos dos nom-
bres, que queréis hablar con vuestra her-
mana ; entonceis sabréis el resto. Decidle
únicamente que si se conduce bien y per-
siste en sus buenas disposiciones, éste so-
corro no será el último.
La Gibosa sorprendida cada vez más;
iba á responder á Rv>din, cuando se abrió
Ij puerta y entró Mr. de Gerande.
La fisonomía del magistrado manifes-
taba gravedad y tristeza.
— ¿Y las hijas del mariscal Simon? es-
olamó Adriana.
— í>ess;raciadamenle no vienen conmi-
go, reipoiulió el juez.
— ¿Dónde están? ¿qué han hecho dé
ellas? Anteayer estaban en el convento,
esclamó el soldado aterrado de ver desva-
necidas sus esperanzas.
Apenas Dagoberto hubo pronunciado
estas palabra s cuando Rodin, aprovechan-
do el movimiento que hicieron loscircuos'í
tante» para acercarse al magistrado, re-
trocedió algunos pasos, se acercó discre-
tamente á la puerta y desapareció sin que
nadie notase su au'^encia.
Mientras qti? Dagoberto, desespicrado
de nuevo, miraba á Mr. de Gernande es-
perando con angustia su respuesta, Adria-
(lí-í (lijo al magisfiado :
ái.ru!h.
Í15
~.i-Cbando os pre^oiitóslfis en el ron-
vento n\yn'' os lia rc'spoiiiliili» la sniH-riora?
— No ha (iiierido entrar vn i'>()lii:a(io-
ni'S, señorila. Protonih-is , nio <ltjo , i,in'
esas niñas es'án iMicorradas aipii cunlrii
su volunlad puesto (¡iie la ley os auto
riza, entrad y r<j:i>lrad la casa.... Seño-
ra, tened la bondad de responderme ca
lepitricanienle , dije yo á l.i si;periora
¿afirmáis ()iie no tenéis parte en el en-
cierro de las niñas (]ne veiiiio á reclamar?
Nada tenjio (|ot* decir sidue e>to: decís
que estais autorizado á liacer pes(|uísas,
liacedlas.... No pudic-ndo obtener niases-
plicacioties, añadió el magistrado, rejíistré
el conveiito por todas partes é hice abrir
todos los cuart >s... pero desgia'iadami n
t^ fío !se frailado el menor vestigio de lo
que buscaba.
— Las habrán llevado á otra parle, sal
tó Dagoberto, ¿y (juién sabí? tal vez en-
fermas. I Acabaran con ellas, acabarán
con ella> ! esclamó con tono doloroso.
— Üe>piies desemejante iicgaliva, ¿quá
partido tomaremos? Macedme el favor de
darnos alguna luz, vo6 (jue sois nuestro
consejero y nuestra Providencia, dijo
Adriana volviéndose para hablar á Kodiii
creyendo que estaba dtlrás... ¿cual seria
vuestra ?
Notando al mismo liemp.) que el je>ui-
ta habia desaparecido de prunlo, dijo á la
tjibosa con in(|uii'lud :
— ¿Dónde eslá Mr. Ko in?
'^No lo sé, señorita, respondió la cos-
turera mirando á todas parios; no eslá
a(|ui.
— ¡Cosa singular! dijo Adriana, desa-
parecer tan repenlinament('.
— ¿No os decia yo que era un traidor?
lodos ellos se entienden , esclamó Dago-
berto dando una patada en el suelo con
rabia.
— No, no, no lo rreai^, repuso Adriana;
la ausencia de .Mr. Kodin no es menos
sensible; ponjue en esta difícil circuil-;-
tancia , y gracias á la posición que él ha
ocupado al lado did P. dWifirii^ny hiibií-
ra podido darnos noticias útiles.
— Os confesaré , si'ñorila , que casi lo
creí así, dijo Mr. de íícrande; yo he
vuelto tanto para daros parle del trille
resuMado de mis pasos ctiUio para pedir á
ese honrado y buen honibre.qiie con tan-
to ánimo lia descubierto tramas tan odio-
sas, qiie nos ayudase en esta circunstan-
cia con «US consiJi'S.
¡Cosa bastante e traña ! líacia ya a!-
giinos instantes que Dajioberto , profnn-
dametite absorto, no ponia atención á las
[lalabrás del ma^iistrado, aunque tanto !o
interesaban. Tampoco noto la ausencia de
Mr. (íerande que se habia retirado des-
pués de haber prometii'o á Adriana qui-
no perdería oca>¡on aljamia para di'scwhrir
la verdad sobre la desaparición de I;is
huérfanas.
Mile, de Cardoville, inquieta de este si-
lencio, queriendo salir al instante de
aquella casa y decir á I)a;^.d)erto que la
acompañase, y después de haber echado
una ojeada de inteligencia á la (îibosa, se
acercó al soldado, cuando se oy<'» fuera del
cuarto el ruido de pavOs precipitados y
una viril y sonora voz que decía con im-
paciencia :
— I Dónde está? ¿dónde está?
Al oír esta voz, ])y gober lo pareció des-
pertarse con sobresalto, dio lin brinico,
exhaló un grito y se precipitó hacia la
puerta que se abrió.
El mariscal Simon se presentó en ella.
IV.
PEDRO SIMON.
El mariscal Pedro Simon , dmjue di
Ligny, era un liombre de elevada esta
lura y venia sencillamente vestido con una
levita abrochada hasta el último botón,
en cuyo ojal habia una cinta encarnada.
No se puede concebir una fisonoinía
216 A^LSÜfi,
mas franca y comuriicativa, ni un carác-
ter mas caballeresco que el del marisca!:
su frente era espaciosa, la nariz aguileña,
la barba fuertemente pronunciada y elcutis
tomado por el sol de la India. Sus cabe-
llos sumamente cortos, empezaban ya á
blanquear por las sienes, pero sus cejas
estaban todavía tan negras como su largo
bigote: su aire y movimientos, libres y
decididos, revehiban una impetuosidad mi
litar; liombre del pueblo, de guerra y de
arrojo, la ardiente cordiaiidrid de su voz
inspiraba benevolencia y simpatía : ilus-
trado é intrépido, generoso y sincero, des
cubiíase en él un varonil y plebeyo or-
gullo: del mismo modo que otras perso-
nas se envanecen desu nacimiento el ma-
riscal fundaba su vanidad en su origen
oscuro, porque se hallaba ennoblecido por
el gran carácter de su padre, rígido re-
publicano , jornalero inteligíiite y labo-
riojo, honor, ejemplo y gloria de los de
su clase cuarenta anos hacia.
Al aceptai* con reconociniiento el aris-
tocrático título con que le habiii honrado
el emperador, Pedro Simon habia obrado
como las personas delicadas que admi^
tiendo de una amistad afectuosa un don
enteramente inútil , se manifiestan reco-
nocidas en favor de la mano que lo ofrece.
El culto religiüNO de l\'dro Simon hacia
el emperador no habia sido nunca mas
ciego: tan instintivo 'y por decirlo asi fa-
tal era el amor, como grave y razonada
su admiración por el objeto de su culto.
Ltjos de asemejarse á los (jue arrastrando
un sable, solo gustan de las batallas por
ellas mismas, no solo el mariscal admi-
raba á su héroe como el mas grande ca-
pitán dtl íiiimdo, 5inú (¡iiic lo admiraba
principalmente porque sabia que el em-
p<erador no hacia ni aceptaba la guerra
sino con la esperanza deiimponer un día la
paz al mundo enteró: pok-quesi la paí con-
cosa grande, fecunda y magnífica , la pat
fundada en la cobardía y en la debilidad
es estéril, desastrosa é infamante.
Hijo de artesano, admiraba mucho mas
al emperador porque este imperial adve-
nedizo habia sabido siempre hacer vibrar
noblemente la fibra popular, y porque
acord.iiidose dt? su pueblo, del que habia
salida, le habia convidado fraternalmente
á gozar de todas las pompas de la aristo-
cracia y de la monarquía.
Cuando el mariscal entró en el cuarto,
sus facciones estaban alteradas; al ver á
DagoLerto un ravo de alegría iluminó su
rostro; precipitóse al soldado alargándole
lus brazos y diciéndole:
— ¡Amigo mío! {mi antiguo amigo!
Dagoberto correspondió á este afectuoso
abrazo con muda efusión; el mariscal,
íolláí.dose después de sus brazos y mi-
rándide con los ojos inundados de lágri-
mas le dijo con voz balbuciente y conmo-
vid.í :
— ¡Y bien I ¿lias llegado á tiempo para
el 13 de fobroro?
— Si serlor , mi general ; pero todo se
ha aplazado hasta dentrode cuatro meses.
— ¿Y mi muger y mi hijo?
A est;¡ pregunta Dagoberto se estreme-
ció, bajó la cabeza y quedó mudo.
— ¿No están aquí? pr» gimió Pedro Si-
mon con mas sorpresa ()ue inquietud. Me
han dicho en tu casa (jue no estaban allí
ni mi muger ni mi hijo pero que te
hallaría en esta casa aquí me lle-
nes ¿dóndi- están ?
— ili general respondió Dagoberto
demudándose, mi general
Kiijugándose en seguida el frió sudor
que corria por su frente, no pudo articu-
lar luia sola palabra mas , y sú voz se
apagó en la gargarita.
— ¡Me asustas! esclamó Pedro Si-
mon , demudándose también como el sol-
sentida por la gloria y pbr la fuerza es 1 dado á quien cogió por el brazo.
ALB\1M
En este momento, Adriana so adi-laiitó
llena do tristeza y de lorniira : viondn o!
rriiei otnharazo de Dafínhorto (¡iiisi) ajii
darle y dijo al mariscal con voz diilc»' y
conmovida :
— Sonor marisral yo soy Mlle, de
Cardovijlc... pariorilo... de vuestras qi;»'-
ridas litj.Ts.
Pedro Simon se volvió do pronto y sor
prendido de la belleza de Adriana y de la
diii/iira de las palabras que acababa de
proferir le dijo con voz trémula :
— ¡Vos, seilürila pariente de mis
hijas I
y recalcó esta palabra mirando á Da-
goberto cun admiración.
— Sí, señor mariscal, vuesir s lujas....
se apresuró á decir Adriana... y el ansor
de estas dos ceie.'-tiak'S bcrmanas geme-
las
•í— ¡Hermanas gemelas 1 esclamó Pedro
Simen, inferrumfiiendo á Mlle, de Car-,
doville con una espresion de gozo imposi-
ble de describir. I>os hijas en vez de una
¡ ah ! ¡qu(^ deh' ser su madre !... Ense-
guida añadió dirigiéndose á Adriana :
— Perdonadme, seùorila, mi pocaalen-
c on y la íalta de agradecimiento por lo
Tjiie me anunciáis; poro concebis (jiie des-
pties de 17 añosque no he visto á mi mu-
gen y en vi'Z de hallar dos seres que
Vidos, encuentro tres. ¡Por Dios! señorita,
descarta satier la ostensión del reconoci-
miento de que les soy deudor.... sois pa-
tienta nuestra , sin duda me hallo en
vuestra casa donde oslan mi mujer y mis
liijas, ¿no es verdad? ¿Creéis que mi re
pentina aparición os sea funesta?... Kspe
raré.... poro, oid, señorita, estoy per-
suadido de loque digo; vos que sois buena
y bella, tened compasión de mi impa-
. ciencia.... Preparad pronto á las 1res.
Dügobcrto, cada vez mas ontornocido,
evitábalas miradas do! mariscal y tembla-
ba como la hoja en el árbol.
217
Adriana bajó los ojos sin responder; su
corazón se do- hacia con la ¡dea de dar un
íiinosto goI|)e al mariscal, (piien no tarde'»
en notar su si'oncio: miramlo alternativa-
mente & Adriana y al soldado con aire al
[)rincipío inquieto, y después alarmado,
e>clnun'i :
— D.igoberto, algima cosa me ocul-
tas....
— Mi general, respondió con balbuciente
voz.... os aseguro qoe yo.... yo....
— Señorita , ¡opuso Pedro Simon , por
piedad, os ruego que me habléis franca-
mente; mi angustia es iiorrible... Vuelvo
a mis primeros icmores. ¿<Jué hay?....
¿Mi muger ó mis hijas están enfermas?
¿corren algún riesgo? ¡Oh! ¡hablad!
¡ hablad !
— Vuestras hijas, señor mariscal, di'o
Adriana , han estado algo indispuestas á
consecuencia de su largo viage.... pero su
estado no es alarmante.
— ¡Dios mió! ¡entonces es mi muger
la que está en peligro !
— Animo, caballero, repuso tristemen-
te Mlle, de Cardoville: desgraciadamente
necesitáis consolaros con la ternura dedos
-mgeles que os han quedado.
— .Mi general, dijo Dagoberto con voz
firme y gravo.... he venido de Siberia....
solo con vuestras dos hijas.
— ¡Y su madre I ¡su madre! esclamó
Pedro Simon con voz dolorida.
— Aldia siguiente de su muerte me pu-
se en camino con las dos huérfanas, re*
puso el soldado.
— ¡Ha muerto! esclamó Pedro Siuíun
abatido, ¡con que ha muerto!
Un triste silencio fué la respuesta que
tuvo á esta esclamacion. A este inespera-
do golpe, el mariscal vaciló, se apoyó al
respaldo de una silla donde se dejó«iiaer
cubriéndose el rostro con las manos.
Durante algtmt'S minutos solo se oye
ron ahn(rado< y profundos sollozos, por
55*
èlS ALBUM,
que no solamente Pedro Simon idolatraba
á su miiger por todas las razones que lie
mos dado al principio de esta historia ,
sino es que, por uno de aquellos singu-
lares ccmproinisos que el hombre espe-
rimentado por la adversidad contrae, di-
gámoslo asi, con el destino, el mariscal,
fatalista como todas las almas lit-rnas,
creyéndose con derecho á ser feliz después
de tantos años de padecimientos, no ha-
bia dudado un momento en hallar á su
Tnujer y á su hijo ; doble corisíielo que le
debia el destino al cabo do tantos traba-
jos.
Al contrario respecto á ciertas gentes
que el hábito del infortunio hace menos
ecsigentes, Pedro Simon creia lograr una
dicha tanto mas completa cuanto mayor
liabia sido su desgracia. Su muger y su
liijo : tales eran las condiciones únicas é
indispensables de la felicidad que espera-
ba; si su muger hubiese sobrevivido ásus
liijas, esta no las hubiese reemplazado,
del mismo modo que estas no hubiesen
reemplazado á aquella : llámese debilidad
ó avaricia de corazón , este es un hecho.
Insistimos en esta singularidad porque las
consecuencias de este continuo y doloroso
pesar ejercieron mucha influencia en el
porvenir del general Simon.
Adriana y Dagobcrto hablan respetado
el profundo dolor de este hombre desgra-
ciado. Cuando el mariscal dio libre curso
á sus lagrima?, levantó su viril rostro cu-
bierto entonces de una palidez mortal,
paÉü su mano por sus encendidos ojos, se
levantó y dijo á Adriana :
— iVrdonadme, señorita, no he podido
reprimir mi primera emoción permi-
tidme que me relirf» Deseo informar-
me de los tristes detalles de los últimos
maaientos de mi muger. Tened la bondad
de introducirme en el cuarto de mis hi-
jas... de mis pobres huérfanas....
Y la voz del mariscal se enterneció otra
yez.
— Señor mariscal, dijo Mlle, de Car-
doville, estábamos esperando á vuestras
hijas de un momento á otro.... desgra-
ciadamente nuestro deseo ha quedado fa-
llido.
Pedro Sfmon míró á Adriana sin res-
ponderle y como si no hubiese oído ó en-
tendido.
— Pero tranquilizaos.... continuó là jo-
ven , no hay «jue descperar.
— ¿ Desesperar? rc'pitió maquinalmenle
el mariscal mií-ando alternativamente à
Adriana y á Dagoberto, ¿desesperar? ¿y
de qué? ¡ Dios mió I
— ¡Devolver á verá vuestras hijas, pro-
siguió Mlle, de Caríloville: la presenciado
su padre hará que las pesquisas sean mas
eficaces.
— ¡ Las pesijuisas ! cscíarfió Pedro Si-
men, ¡ con que no estiin aqui mis hijas!
— No seitoT, respondió por fin Adriana;"
han sido robadas al cariño del hombre es-
celente que las condujo aqui desde Sibe-
ria , y las han metido en un convento.
— i Desgraciado! esclamó Pedro Simoiï
dirijiéndose á Daigoberto con cspresioit
terrible y amenazadora , ¡ tú me respon •
derás de todo !
— i Ah, señor! no le condenéis, saltó'
Adriana.
— Mi general, dijo Dagoberto con voz
breve y dolorosamente resignada.... me-
rezco Vuestra cólera..... es culpa mia
Obligado á ausentarme de Paris, confié
las niñas á mi muger : su confesor le ha
trastornado la cabeza perstiadiéndola qué
las n ñas estarían mejor en un convento
que en nuestra casa: ella ha tenido la de-
bilidad de creerle y las ha dejado condu-
cir, según dicen, á un convento; pero el
hecho es que no se sabe donde están; esfâ
es la verdad.... haced de mi lo que que-
ráis.... yo debo callar y sufrir.
— ¡ Eso es infame! esclamó Pedro Si-
mon designando á Dagoberto con gesto ife
At.RDM.
í\l
fliscs'pt'rada intlipfiacion ¡Dios mii» !
■¡ t'ii quien se dt-be ooiiiiar, cuatiilo l'Ste
Iiofîibre me engaña!
— ¡Ah, si'Mitr marisral, tio l«' condeni'isi
esclamó Adriana, no le iroais; lia «rries-
^Ȗo sn vida y srt honor para sacar vues-
tras hijas «leí convento.... y no es t'>l solo
cuyos osfucrros li;in sido iiu'ilücs. .. ahora
hiismo un masisiiadi» , á pesar de su ca-
rácter y dignidad , acaha de fiacer otro
tanto y no ha sido mas feliz. La firnieza
í]ue ha mostrado con la superiora,susmi
nuciosas pesijiiisíis en id (•'nvcnlo. todo ha
sido iniild, in)p'isiLle li.illar lia>ta ahora á
esas desgraciadas ninas.
-i-"ert», ¿donde está ese convento? re-
puso el man-i-íl levantando su rostro pá-
lido (fe rtolor y de cólera j =¿no saben esas
gfcnles que han r(iba<lu á un padre sus hi-
jas?
En el momento en que el niariscal Si-
mon pronunciaba estas palabras, se pre
Sentó llodin trayendo de la mano á Rosa
y á Blanca en la puerta que habia queda-
do abierta. Al oir la esclainacion del ma-
riscal se estremecit» de sorpresa: un brillo
de diabólica alegría iluminó su siniestro
rostro, porque no esperaba encontrar lan
pronto á Pedro Simon.
Adriana fué la primera que notó la
presencia de KoJin y esclamó corriendo
hacia él:
- — ¡Ali! no me engaàaba.... nuestra
providencia.... si»'mpre siempre
— ¡ Pobres ninas mias ! dijo en voz baja
ttodin á las huérfanas señalando al maris-
cal.... aqui tenéis á vuestro padre.
— ¡Caballero! esclamó Adriana salien-
do á recibir á Rosa y á Blanca...... ¡aqui
tenéis á vuestras bija>!
En el momento en que Pedro Simon se
volvió de pronto, sus dos liijas cayeron en
sus brazos: á esta escena sucedió un pro-
fundo silencio, y sólo se oyeron suspiros y
sollozos mezclados con besos yesclamaciô-
ncs de alegria.
— ; Venid á lo menos Á gozar <hI,bion
(|ue habi'i«< hecho t dijo Adriana enjugán-
dose las lágrimas y ncereáiidose á Uddin,
(|ui< n parado en el lunbial de la puerl.1
parecía cofitemplar esta e>L'enà con uu vi-
vo enternecimtenlo.
Dàgoberto admirado al ver á Kodin con
las niñas, no pudo hacer, por el pronto el
menor movimiento; pero al oir las palabraS
de Aiiriaua y cediendo á un impulso de
graliiud, p r decirlo asi, insensata, se pu-
so de rodillas delante del jesuita y juntan-
do las Míanos couio si rezase, le dijo cofi
voz Corlada:
— Me habéis salvado Irajendir las lii-
ñas....
— i Ah! 1 Dios os bendiga ! dijo a (li-
bosa cediendo al iiíspulso general.
— A misos mios, eslo es demasiado,
repuso Kodin, ciuno uo podiendo resistir
tantas eniociones: verdaderamente e^toes
dema-iiado para mí: esctisadme con eí
mariscal, y decidle (jue estoy suíicienle-
menle recompensado siendo testigo de su
dicha.
—^Caballero, hacedme el favor rfe Ifacc»
ros conocer del mariscal, á lo menos qtie
os vea, dijo Ariana....
— ; Oh ! quedaos aqui ya que nos haléis
salvado á todos, esclain-i Dagoberto pro-
curando (|etener á Hodio.
— La ProKidencia, mi ipiTÍda señorita ,
no piensa en el bien que ha hecho, sino en
el que(]ueda por iiac r, salNÍ U MÜn con un
acento lleno de astucia. ¿Y ahora tío de-
bemos pensar en el príncipe Djahna? To-
davía no he concluido mi empresa, y los
momentos son preciosos
Vamos, continuó, deshaciéndose len-
tamente de los brazos de Dagobeflo : va-
mos, el día ha sido lan bueno coffio jy) lo
esperaba: el abate d'Aigrigny ha jidode-
senmascarado: vos, nu' querida señorita,
ya estais libre, este valiente soldado ha
vueltj á encontrar su crut; laTiibosa pu»*
\
â20
de estar segura de una buena protección,
y el seíior mariscal abraza á sus hijas
Ea todo esto tengo una pequeña parte..,.
p<^ro esta es bella.... mi corazón está con-
tento.... Hasta la vista, amigos mios. Iias-
ta la vista , y al decir esto Hodin saludó
afectuosamente con la mano á Adriana, á
la Gibosa y á Dagoberto, y desapareció
dí'spues de liaber mirado con alegría al
mariscal Simon, quien sentado y cubrien-
do de besos y de lágrimas á sus dos hi-
jas, las tenia estrechamente abrazadas
sin reparar en lo que estaba pasando en
el cuarto.
Una hora despues, Mlle, de Cardoville,
la Gibosa, e! mariscal Simon, sus dos hi-
jas y Dagoberto salieron de la casa del
doctor Baleinier,
Ai terminar este episodio, añadiremos
dos palabras de moralidad sobre las casas
de locos y sobre los conventos.
Ya hemos dicho y repetimos ahora que
la legislación relativa á la vigilancia de las
casas de locos nos parece insuficiente.
Hechos sometidos recientemente á los
tribunales, otros de la mayor gravedad
que nos han sido revelados, prueban con-
ducentemente á nuestro parecer esta aser-
ción. Sin duda alguna los magistrados tie-
nen la mayor latitud para visitarlas casas
de locos y aun estas visitas les están re-
comendadas : pero sabemos de buena tinta
que las numerosas y continuas ocupacio-
nes de los magistrados, cuyo personal es-
tá lejos de estar en proporción con los tra-
bajos de su instituto, hacen que estas ins-
pecciones sean sumamente raras, y por de-
cirlo asi, ilusorias.
Creemos pues úlil que se creasen ins-
pecciones, á lo menos cada quince dias,
destinadas e&pecialnnente á la vigilancia de
estas casas y que fuesen compuestas de un
médico y dt uo magistrado con el objeto
deque las reclamaciones fuesen sometida
á un ex:ímen contradictorio.
Sin duda alguna la justicia no ha falta-
do jaaiás cuando está suficientemente ins-
truida; pero ¡ cuantas dificultades y for-
malidades se necesitan para que efectiva-
mente lo esté, principalmente cuando un
desgraciado que tiene necesidad de implo-
rar su apoyo, hallándose en un estado de
sospecha, de soledad, y de encierro forza-
do, no tiette un auiigoque tome la defen-
sa y reclame el apoyo de la autoridad en
su propio nombre !
¿No es pues el tribunal civil el que de-
be preveer estas reclamaciones mediante
una vigilancia periódica y debidamente
or^janizada "?
Esto que decimos de las casas de lo-
cos, tal vez debe aplicarse masimperiosa-
n:enle aun á los conventos de mugeres, á
los seminarios y á las casas habitadas por
las congregaciones.
Hechos Igualmente recientes, de suma
evidencia, contra los que ha reclamado la
Francia entera, prueban que la violencia^
los encierros, los bárbaros tratamientos,
las ocultaciones de menores y las prisio-
nes ilegales, eran hechos sino frecuentes»
á lo menos posiblesenlas casas religiosas.
Ha sido preciso que casualidades singu-
lares, audaces y cínicas brutalidades ha-
yan revelado semejantes hechos para que
llegasen al conocimiento del público. ¡Cuán-
tas víctimas han sido y están tal vez atro-
pelladas atm en esas grandes y silenciosas
casas, donde ningunos ojos profanos pent-
tran, y fjtie gracias á la inmunidad dtl
clero, se han escapado de la vigilancia de
la autoridad civil !
¿No es cosa deplorable que esas habi-
taciones no estén también sometidas á una
inspección periódica, compuesta, si se quie-
re, de un capellán, de un magistrado y
de un delegado de la autoridad municipal?
Si lo que pasa*en estos eslablccimkutos
ALÜtM.
221
^s lícito, hutnnno y caritativo ¿porfun''
razón se alarma 6 indigna cl pnrlidoi-rle-
siástico cnaiulo so trata de tucar á lu (¡ne
il llama sus frantuiirias?
Sobro la'í i;oiislilii(Í ines dídibi-radas y
pronuilgndas rii Uoina hay ulra cosa su-
perior; la ley franc»'sa, la ley común ato
dos, jutí á todos proteje y (pie en retri-
bución impone á todos respeto y obedien-
cia.
V.
feL INDIO EN PARIâ.
Tres dias hacia que Mlle, de Cardyvi-
ile había salido de la casa del doctor Ba-
leinier, cuando ocurrió la escena siguien-
te f n otra casita de la calle Blanca don<le
Djalma había sido conducido en nutnbre
<Je im desconocido prolector.
Figúrense los lectores una sala redonda
colgada de tela de la India, fondo color de
perla con dibujos rojos algo recamados de
liilo de oro. El centro del techo forn»aba
un pabellón adornado y sostenido con cor-
dones de seda, de cuyos dos estremospen-
dia en forma de borla una pequeña lám-
para india de filigrana de oro perfecta-
nuiíle trabajada. Mediante una ingeniosa
combinación, muy común en los paiscs
hárbarog, estas lámparas servían también
de perfumadores; en medio de los cl.irus
formados por los arabescos habia aljiunas
plaquitas de cristal perfectamente embu-
tidas é iluminadas por una luz interior
que arrojaban un color azul tan claro,
que estas lámparas parecían sembradas
de záfir"S transpareoles: lijeras nubes de
vapor blairpiizeo se cevdban continua-
nn-nle y e>[)arcian en el espacio sus eui-
balsamados perfumes.
La luz del día penetraba en esta sala
(eran las dos de la tarde) atravesando un
pet|iieño invernáculo que se distinguía al
través de íjtia luna de cristal sin estan.ir
que formaba la puerta de una ventana y
que podía penetrar en la pared medíanle
una corredera : un transparente de (".bina
podia reemplazar tí ocultar osle cristal.
Algunos palmeros enanos, nuisas y otros
vegetales de la India, de gruesas hojas y
de un verde mtlálico, formando bo^üjues
en este invernáculo, sirven de perspectiva,
y por decirlo a>.i, de fondo, á dos grupos
de plantas matizadas de llores e.xiUicas,
separadi.s por tin sendero enlazado de por-
celana del Japon, azul y amarilla, el cual
V ene á parar al fondo del cristal.
La claridad, consíderablemcnle ofusca-
da con las hojas de estas plantas, toma
un color singularmente dulce combinán-
dose con el azulado reflejo de los perfu-
madores y la roja claridad que despide una
elevada cliinu'iiea de p<ñfido oriental.
lin este cuarto, algo oscuro y entera-
mente impregnado de olores aromáticos
de tabaco persa, un hombre de cabellos
negros y largos, vestido de una espaciosa
túnica de verde sombrío, sujeta á la cin-
tura con im teñidor de varios colores ,
yace arrodillado sobre una alfombra turca
y aliza con precaución la cazoleta de un
lioulia: el flexible y largo tubo de esta pip.i,
de>pues de haberse desplegado sobre la
alfotiibra, como ima serpiente roja con
escamas de plata , viene á parar á los re-
dondos y aguzados dedos de la mano de
Djalma, sensualmente tendido sobre un
divan.
El joven principo liine la cabeza des-
cubierta ; sus cabellos de azabache torna-
solados de azul, separados en medio de
la frente, flotan, ondeando dulcemente al
rededor de su cara y de su cuello, de l)e-
lleza antigua y de color ardiente, trans-
parente y dorado como el del ámbar ó t.1
topacio: descansando su codo en un al-
mohadón, apoya su barba çd la palrna
de la mano derecha : la espaciosa manga
de su túnica, cayendo hasta la sangría,
deja desculiierto sobre su brazo, tornea-
do ciMno el de una muger, los míster¡oso¡j
5ü-
222
ALBDM.
signos que en otro tiempo grabó en la In-
dia la aguja del estrangulador.
El hijo deKahdja-Sing lícae en su ma-
no izquierda la embocadura de ámbar de
su pipa. Su túnica de itiagniTica cachemi-
ra blanca, y cuya guarnición de mil co-
lores llega hasta sus rodillas , está sujeta
á su delicada cintura de donde penden los
espaciosos pliegues de un chai color de na-
ranja ; el elegante y puro corte de una de
las piernas de este Antinoo asiático, me-
dio cubierto con un pliegue de su túnica,
ostenta sus formas bajo una especie de
botin muy ajustado, de terciopelo carmesí
bordado de plata, abierto por el tobillo;
sus pies están calzados con unas chinelas
de tafilete blanco con talones encarnados.
La dulce y viril fisonomía de Djalma
manifiesta la contemplativa y melancólica
tranquilidad habitual de los indios y ára-
bes, felices privilejiados que, mediante
una rara mezcla, unen la meditativa in-
dolencia del pensador á la fogosa enerjíá
de un hombre de acción ; unas veces de-
licados, nerviosos é impresionables como
una mujer; otras determinados, feroces
y sanguinarios como un bandido.
Y esta comparación semi-femenina, apli-
cada al moral de los árabes y de los in-
dios, siempre que no se dejan arrastrar
por el impulso de las batallas o el ardor
de la carnicería , puede igualmente apli-
cárseles casi físicamente, porque si, del
mismo modo que las mugeres de pura
raza , tienen los estreñios pequeños , las
coyunturas finas y las formas sueltas y
flecsibles; este aspecto delicado y muchas
veces delicioso oculta siempre músculos
de acero de un resorte y de un vigor
viril.
Los lasgados ojos de Djalma, parecidos
á diamantes negros, engarzados en un
color nácar azulado, sedirijianmaquinal-
mente de las flores ecsóticas ai techo; de
cuando en cuando acercaba á sus labios
la embocadura de ámbar de su houka "^^
y después de una lenta aspiración, en-
trealrieiido sus encarnados labios~, fuerte-
mente pronunciados sobre el deslumbran-
te esmalte de sus dientes, exhalaba una
pequeña espiral de humo frescamente aro-
mátioo con el agua de rosa que acababa
de atravesar.
— ¿Añado tabaco en el hu'dka? Dijo el
hombre que estaba arrodiPado, volvién-
dose á Djalma, y enseñando las pronun-
ciadas y siniestras facciones del estrangu-
lador Faringhea.
El joven príncipe permaneció níudó,
ya sea qué en su desprecio oriental por
ciertas razas, desdeñase responder al mes-
tizo, ó ya que absorto en sus meditacio-
nes no le hubie.»e oído.
El estrangidador no volvió á hablar mas
y se acurrucó sobre la alfombra ; en se-
guida, cruzando las piernas y apoyando
los codos en las rodillas, la barba en láá
manos, y con los ojos fijos en Djalma, es-
peró la respuesta ó las órdenes de aqueí
cuyo padre había sido llamado el Padre
del Gcnerosn.
¿Como es que Faringlicá, sectario de
la divinidad del asesinato, liabia acepla'ío'
ó buscado tan humildes funciones?
¿Cómo es que este hombre, cuyo talento
poco vufgar, cuya apasionada elocuencia
y feroz energía hablan reclutado tantos
íeides á la Buena Obra, se había re.>igna-
do 3 tan subalterna condición?
En fin ¿como eá que este hombre qffe,
abusando de la ceguedad del joven prín-
cipe para con él, podía ofrecer tan buena
presa á Bohwanie, respetó los días del hijo
de Khadja-Sing?
¿Cómo es que se esponía tan frcicuen-
temente á encontrar á Uodin , de quien
era conocido bajo tan malos anteceden-
tes?
La continuación de esta historia res-
ponderá á estas preguntas.
bV'sIi.
93.^
Solámcnie podremos decir ahora , q(U'
■í]<'S()iios di' iKia larf^a ooiiferciiri.i (|iii' ha-
bía (eiiído la aiitovíspera c>.>ii Itodin, fl
Pstraiigiilador sehal)ia separado dt* ól con
los ojos haj')S y con aire (hx-relo.
Djalma, después de l>aber ipiedado si-
lencioso durante àlpim tiempo, sifjiiíendo
'ton la vista la lilaiiiiiizia Ixicaiiada úv
humo qu» acahaha de laitzar en el espa
tio , j dirigiéndose áVariii^hea sin volver
los ojos hacia é\ , le dijo en un lenguaje
hiperbólico y conciso, muy familiar á lo>
orientales :
— 1**1 tiempo pasa , el viejo de buen cr-
^azon no viene;... pero no dej.irá de te-
ní'r su palabra es palabra.
— Su palabra es palabra, monseñor,
répífíó rarin^líea con tono ülirmátivo;
cuando ru6 á bu-^raros, liace 1res dias, en
la casa donde a(pielIos miserables os con-
dujeron Traidorauíenle d<jrmido,como hi-
cieron conmigo, qie soy vue>lro criado
vigilante v celoso, os dijo:
« Kl amigo desconocido ipie os envió á
«buscar al palacio de Cardovillo, me en-
« via á vos, príncipe; tened ctTnfijnza ,
«seguidme a unahabilacion digna de vos
« (jue os ha sido preparada.
Y añadió: « Decidios á no salir de esta
« casa líasta mi vuelta ; asi lo exige vues-
« tro ¡nleré>; dentro de 1res diás volveré,
« y entonces recobrareis enteramente vues-
« Ira hbertad. » Asi lo liirisleis, monseñor,
y ya hace 1res días que no habéis salido
de esta casa
— V espero al viejo con impaciencia,
dijo Djalma, porque esta soledad nte pesa
sobre el corazón. ¡ Debe liaber <n Paris
tantas cosas dignas de admiración ! y so
bre todo
Djalma no concluyó y volvió á sus re-
flexiones.
Al cabo de algunos instantes de silen-
tio, el liijodeKadja-Sing repuso con tono
de sultán impaciente y (»ciosn :
— ¡Habíame !
— ¿De (jué (juereis (|ue os hable, mon-
señor ?
— De lo que quieras, respondió Djalma
con indiferente desprctiio y fijando en M
tedio sus ojos medio ciiliiertos de langui-
dez; una idea me persigue y «juiero
diNlraerme H á Id.) me
Faringliea echó una ojeada penetrante
al joven indio, cuyas facciones estaban
tijera mente siihroseadas.
— .Monseñor, repuso el mestizo... adi-
vino vuestra idea
Djalma meneó la catir/a sin mirar hl
Estrangiilador , que continuó:
— Pensais en las mugeres de Paris.....
— ¡Cállate, esclavo! saltó Djalma.
V se volvió de pronto sobie el Sofa co-
mo si hubieran tocado á lo viVo su dolo-
rosa herida.
Faringliea ca'ló.
Al cabo de a'gunos momento'' , Djd'nia
repuso con impaciencia, dejando a su lado
el tobo del liouka y ocultando sus oj^s en
las manos :
— Tus palabras valen mas que este si-
lencio.... ¡ Ma!d t s sean mis ¡icn-
samientos y malJito mi espinlu que evo-
can estos fanta-ion^ !
— ¿Y para qué desechar semejantes
ideas, monseñor? Tenéis diez y nueve ano»,
habéis pa»ado vuestra adolescencia vn la
guerra ó en las prisiones, y hasta hoy
permanecéis tan cn-to como Gabriel, el
joven cristiano compañero nuestro de viaje.
Atmque Faringliea no se liabia sepa-
rado un níomento de la respetuosa defe-
rencia (|ue debia al príncipe, este conoció
en el acento del ineslizo una lijera ironía
al pronunciar la palabra ca^^to.
Djalma repuso con cierta mezcla de al-
tivez y severidad.
— Yo no quiero pasar entre esas gen-
tea civilizadas por un bárbaro, según ellas
nos llaman y por esa razón me glorío
de st-r casto.
224
ALBUMk
— No OS entiendo, monseñor.
— Tal vez amaria mejor i una muger
pura como mí madre cuando se casó con
m¡ padre.... y en este pais es preciso ser
casto para exigir igual calidad de una
muger.
Faringliea no pudo disimular una risa
irónica al oir este disparate.
— ¿De qué le ries, esclavo? dijo impe-
riosamente el joven príncipe.
— En paises cm7isat/os , según los lla-
máis , un hombre que se casa en la flor
de su inocencia se cubrirla de ridi-
culez.
— Mientes, esclavo, lo ridículo seria
que se casase con una muger que no fuese
tan pura como él.
— En ese caso la ridiculez le mataría,
porque se burlarían de él doblemente.
— Mientes mientes y si dices la
verdad, ¿quién te ha instruido de ese
modo?
— En la isla de Francia y en Pondi-
cheri he visto mugeres parisienses : des-
pués he sabido muchas cosas en nuestra
travesía; pues mientras que hablabais con
el joven eclesiástico, yo me entretenía con
un oficial.
— Con que, según eso, los civilizados
exigen de tas mugeres del n%ismo modo
que los sultanes en nuestros harenes, una
inocencia que ellos no tienen.
— Cuanto menos tienen esas gentes,
tanto mas exigen.
— Exigir lo que no se concede, es obrar
como un amo respecto á su esclavo; ¿y
fon qué derecho se obraaquidecsemodu?
— Con el que se toma el que crea este
derecho... aquí sucede lo misnío que en
nue>tro país.
— ¿Y que hacen las mujeres?
— Evitar que sus novios parezcan de-
masiado ridiculos á los pjüs del mundo,
cuando se casan.
que engalla? dij') Djalma íncolrporándose
de pronto y echando á Faringliea una mi-
rada feroz y sombría.
— La matan, como en nuestra tierral
mujt-r sorprendida , mujer muerta.
-^Si estos civilizados son tan déspotas
como nosotros, ¿por qué no las encierran
igualmente, para obligarlas á tener una
fidelidad que ellos no observan?
-^Porque son civilizados como bárba-
ros, y bárbaros como civilizados.
—-Todo eso es triste, si dices la verdad,
repuso üjaltna con aire pensativo. En se-
guida anadió con cierta exaltación, y va-
liéndose, según su costumbre, del len-
guaje casi místico y figurado , familiar á
los de su paisk
— Sí, la que estás diciendo me aflige,
esclavo; porque dos gotas de rocío que se
confunden en el cáliz de una flor..... son
dos corazones confundidos en un puro y
virginal amor... dos rayos de luz que for-
man una llama ineslinguible, son dos ar^-
dientes y eternos amantes convertidos en
esposos.
Si D/BÎma habló con un encanto ines'-
plicable de los púdicos goces del alma, al
pintar una dicha menos ideal, sus ojos bri-
llaron como dos estrellas; se estremeció
lijeramente, sus narices se dilataron, el
dorado mate de su cutis se enrojeció, y
el joven príncipe volvió á caer en un pro-
fundo letargo.
Faringliea que notó esta última emo-
ción , repuso :
Y si, á la manera del Rey pájaro ( I ) de
nuestro pais, sultan de nuestros bosques,
preferís á un amor único y solitario, nu-
merosos y variados placeres, siendo buen
mozo, joven y rico, si buscáis las seducto-
ras parisienses, como sabi-is.... las volup-
tuosas fantasmas de vuestras noches, de-
( 1 ) Especie de pájaro del Paraíso , ga-
— ¿Y en este país se mata á una mujer llináceo muy enamorado.
ALBÍ)M
líciosos atormentadores de vuestros sueños
"si las niirais con ojos atrcvidus como (¡iie-
riendo provocarlas, ¿oreéis que no habrá
muchas cuyos corazones se inllamcn con
el fuej:o (fue despiden vueslras pupilas? luí
este caso no serian ya las níonotuna» d*'lic¡a>
de vuestro único amor... pesada cadena Je
Vuestra Vida , sino las mil voluptuosidades
del harén de un harén poblado de
tnuj^eres lilires y orgullosas «jue un amor
correspondido constituye en esclavas vues-
tras: puro y contenido hasta aqui, no in-
ciirr s en los escesos.... creedme, ardiente
y magiiilico, vos, hijo de vuestro pais, vos
seréis el amor, el orgullo y el ídolo dees-
tas mujeres, las mas seductoras del mun
do.... os admirarán con ojos lánj-uidos y
"apasionados.
Djalma escuchaba á Faringhea con cu-
rioso silencio. La espresion de la fisono-
tnia del joven indio se habia cambi^do
enteramente; no era ya un adolescente y
melancólico pensador que invocaba el san-
to recuerdo de su madre, ni el que halla-
ba en el santo rocío del cielo y el cáliz. de
I9S llores las puras imágenes con que pin-
taba la cast liad y el amor: tampoco era
ya aquel joven que se ruborizaba de Un
ardor púdico con la ¡dea de las delicias
permitidas á una legítima union. ]^o, no,
las incitaciones de Faringhea hablan pro-
ducido repentinamente en él Un fuego
subterráneo^ la fisonomía inflamada de
Pjaln»a, sus ojos alternativamente brillan-
tes y cubiertos, la viril ^ sonora aspiración
de su pecho,, anunciaban el inceíidio de
SU sangre, el ardor de sus pasiones, tanto
«ñas eiiérgioas cuanto mas contenidas ha-
blan estado hasta entonces. Asi es que
levaiitánlose de pronto del divan, flexible,
vigoroso y ligero como un tigre jóveu,
Ojalma cogió 9 Faringhea por la gargan-
ta, esclamando ;
— Tus palabras son un veneno abra-
sador.
225
— Monsejlor, dijo Farin^^iie? sin ;-esi||-
t'rse vuestro esclavo es vuestro es-
clavo ,
Esta sumisión desatmó,^! príncipe.
— Sois dueño de mi vida continuó
el mestizo.
— ¡Tú eres el duefJQ de mi j^er^ona,
esclavo! esclauíó Djalm.a empujándole.,..
En este momento me hpllaba suspendido
á tus lattios devorando tus peligrosas
mentiras....
^ . , , .1.1 1
— ¿Mentiras? Presentaos s^9lamente á
.la vista de e&as rnugeres.... sus miradas
justificarán mis palabra:;. ^ , ^^
— Esas ^nuge^es me amará^, si^ arn^-
,rán á un hombre (jue solo ha vivido para
la guurra y para los bosques.
^ , — P.ensando que joven qomo sois , jia-
beis /u'cho ya una sangrienta^^çaza de
hombres yde tigres.... os adorarán.
— Mientes. .. , ^
— Os lo repito, al ver vuestra níano,
que tan delicada como la suya» se ha em-
papado tantas veces ,en sangre ^neipjga,
querrán besarla.... si, besar\a . pensando
que en vuestros bosques, qon vuestra ,ça-
rabii.a armada ,,con vuestro puna) en Jos
dientes os habei^j sonreído, al oír l^os rugi-
dos del león y de la pantera que espera-
)ba¡s. , ,
, , —Pero yo soy un salvaje un bár-
baro.... j . . . . (>>•<« > y- »-tt.;<
— Por esa ^a^Pn las veréis á vuestro^
pies, y se sentirán asustadas y encantadas
al mismo tiempo, pencando en vuestras
violencias, en todo el fu»"'?'" Y ar/^^bato de
vuestros celos, de ;ju<jslraji, pasiones y de
vuestro amor..,. Hoy seréis dulce y, tier-
no, rpañana feroz y desconfiado , otro día
ardiente y apasionado asi seréis..... y
asi debéis ;>er f^ara arrastrarlas.... Si , sí;
¡que un grito de rábi^ sc escape de vues-
Irqslabios entre dos besos, (jueuti^jjuñal
brille f,n rnedip tlv,,.*'".':*^'^'!'^ <^.ficias,, y en
lin que caigsn palpitando de placer, d-
5ü'
220
ALBt'M.
amor y de miedo... y no seréis para elias
un hombre sino un Dios....
— ¿Lo crees? esclamó Djalma llevado
invoiunlariamente de la feroz elocuencia
del estrangulador.
— Ya sabéis.... ya conocéis que digo la
■verdad... esclamó éste alargando los bra-
zos hacia el joven indio.
— ¡Y bien! ¡sil repuso Djalma con los
ojos inflamados, las narices dilatadas y
andando por decirlo así, á saltos por la
^ sala.... No só si estoy en mí ó embriaga-
do pero me parece que dices la ver-
dad.... Si, lo conozco, me amarán con
delirio, con furia... porque yo amaré con
furia y con delirio, se estremecerán á fuer-
za de placer y de temor... porque yo niis-
mo.... al pensar en esto me estremez-
co de dicha y de espanto.... Esclavo, tú
dices bien.... este amor será deleitoso y
terrible.
Djalma , al pronunciar estas palabras,
estaba lleno de impetuosa sensualidad: ¡es
cosa bella y rara ver á un hombre que lia
llegado puro y contenido á la edad en que
deben desarrollarse en todo su enérgico
poder los admirables instintos de amor
íjue Dios ha infundido en la criatura, ins-
tintos que, comprimidos, viciados ó per-
vertidos, pueden alterar la razón y preci-
pitarse á crímenes espantosos, pero que
dirigidos hacia unagrandey noble pasión,
pueden y deben por su violencia misma ,
elevar á un hombre por su ternura hasta
los límites de lo ideal.
— ¡Oh! ¿dónde esrá esa muger... esa
muger... ante la cual yo temblaría y que
temblaría en mi presencia? esclamó Djal-
ni' embriagado.... ¿Llegaré á encontrar
¡1 guna vez?
— Una es mucho, monseñor, repuso
Faringhea con su sardónica frialdad : ijuien
busca una muger, raras veces la encuen-
En el momento en (¡ue el mestizo daba
esta impertinente respuesta á Djalma, pu-
do verse á la puertecita dei jardín de esta
casa, que daba á una calle solitaria , una
elegante berlina que se habia parado; es-
te coche tenia i-in Iroiico de dos hermosos
caballos bayos dorados cun crines nogras:
los adornos de los a meses eran de pbta
como igualmente los botones de las líbreos
de los lacayos; librea azul claro con cue-
llo blanco: sobre la mantilla, que era
igualmente galoneada de biaiico , y sobro
las puerteciilas , se veian los escudos de
armas en furma de rombo, sin cimera r)í
corona, según el uso entre Us jóvenessol-
teras.
En este coche se hallaban dos nuigerçs,
Mlle, de Cardovüle y Floriná.
VL
Para esplicar la venida de Mlle, de Car-
doville á la puerta del jardín de la casa
que Djalma ocupaba , es r)ecesario echar
una ojeada sobre los sucesos anteriores.
Al salir Adriana de la casa del doctor
Baleinier, habia ido ¿ establecerse á su
palacio de la calle d'Anjou.
Durante los últimos meses de su per-
manencia en casa de su tia habia hecho
restaurar y amueblar secretamente esla
hermosa habitación cuyo lujo y eltgancia
acababan de ser aunientados contodaslas
maravillas del palacio de Saint-Dízíer.
El mundo hallaba sumamente estraor-
dinario que ima joven de la edad y con-
dición de Adriana hubiese tomado la re-
solución de vivir entoramerrte sola, libre,
y de tener una casa ni mas ni menos co-
mo un soltero mayor de edad ó como una
viuda ó menor emancipa/Jo.
El mundo aparentaba ignorar , ([ue la
•rw en este país.... pero quien busca mu- senorita de Cardoville po>eia lo que no
: ros, se bolla prrplojo en la elección. paseen lodos los hombres mayores y atn
*«B^J«.
2Í7
dublenioiile mâyùrcs do edad : uii carác-
ter liiine, uti fspiritu elt-vado, un co-
razón generoso y un ^('ulido recto y muy
ju^lo.
Juz(;ando que para la direcrÎDn subal-
terna y para el cuidado inlirior de la casa
necesitaba tener pt rst^na.s iieles, liabiu es-
crito al adniini>tradi)rdeCardoville y á su
niu^er, criados antiguos de su iauiiliu ,
para tjue inniediatanx nie viniesen á l*a
ris; asi Mr. Dupont debia (jereer las fun-
cioncs de nïayordomo, y su e.-posa las de
uiuger de gobierno. Un antiguo atui^o del
p;idro de Adriana, el conde deMonlbroii,
anciano de mucho laN'ulo, en otro tiempo
lion)bre muy de moda, pero rtiiiy enten-
dido en toda especie de elegancia, acon-
sejó á Adriana qtíc se portara como una
princesa y (|ue un caballerizo, indicán-
Gole para esto à un hombre muy bien
criado, de edad nías que madura, el cual
siendo n>uy aficionado á caballos, después
de haberse arruinado en Inglaterra, t*n
New market , en Derby y en casa do Ta-
tersall (1), se habia visto reducido, como
sucede muchas veces á los caballeros de
este pais, á conducir los caballos de la di-
ligünria , hallando en este ofício un modo
de vivir honrado y de sa!i>facer su gusto
por los caballos. Tal era Mr. de Donne-
ville, el protegido del conde do. Montbron.
l*or su edad y por sus hábitos de saber
\ivir podria acompañar á Mlle, de Car-
doville á caballo, y mejor que nadie cui-
dar de la cuadra y de los coches. Kste se
apresuró á aceptar con gratitud este em-
pleo, y gracias á sus estudiados cuidados,
los trenes de Mlle, de CardoYÜIe |)odian
rivalizar con lo mas elegante que encierra
Paris en este género.
Adriana liabia vuelto á tomar sus don-
cellas Hebé, Georgette y Florina.
( 1 ) Célebre chalud y tratante cd caballos ,
perros, ele. en LúoJre?.
Ksla habia drbido entrar al servicio de
la princesa de Saint- Dizior para continuar
viijHandn por encargo y en beneficio de ta
superiora del conv»'iito de Santa Maris;
pero en consecuencia de la nueva direc-
ción dada por Uudin á los asuntos de l.l
her» lu'ia de Uene|)( iit,i|u« do decidido que
si tía po>ible, Florina volverla á entrar
en ca^a de Adriana. K>le empleo de con-
íianza, poniendo á esta desjiiuiiada cr.'a-
lura en disposición de hacer importantvs
y lí'tubrosos ser\ icios á las personas de '^'
quienes dependía su suerte, la obbgó á
una infame traioicin.
Desgiaciódamenfc todo habia íaVorr-
<ido esta intriga. Ya sabemos <jue Fi. -
rina, en una entrevista que tuvo con a
Gibosa pocos dias después del encierro (lo
Adriana en < a>a del doctor Kaleiniír, ce
diendo á un instinto de arrepentimiento
hal)ia dado á la costurera consejos muy
útiles á los intereses de Adiiana, envian-
do á decir á Agricol que oo entregase á
Mme. de Saint- Dizier los papeles que h¿-
bia encontrado en el escondite del pabe-
llón, y que solo los confiase á Mlte.de
Cardo\i ie en persona. Fsla, instruida des-
pués por la G;b 'sa de estos pormefnns,
redobló su confianza é interés por Florina,
la volvió á tomar á su servicio, casi cou
reconocimiento, y la encargó de una mi-
sión de confianza, es decir, ()ue cuidase de
los arreglos de la casa (|ue seabjuijó para
Djalma. En cuanto á la Gibosa, cediendo
á las instancias de Adriana y no creyendo
ya ser útil á la njuger do Dagoberlo, de
quien hablaremos después, se decidió á
vivir en casa de Adriana, quien con aque-
lla sagacidad de imaginación que le era
característica, confió á la joven costurera
que la servia también de secretaria, el
despacho de los socorros y limosnas.
Mlle, de Cardoville fiabia pensado en
un principio tener á su lado á la Gibosa
como amiga , queriendo lionrar de ttte
mÈ
àiWà,
modo la probidad en cl trabajo, la resig-
nación en las penas y la inteligencia de la
■pobreza; pero conociendo la dignidad na-
tural de la joven, temió con razón que,
á pesar de la delicada circunspección con
que la hacian estas fraternales ofertas, tdl
Vez la Gibosa no Veia en ésto mas que
una liniosna disfrazada. Adriana prefirió,
traiéndola siempre como amiga, darla un
emplo íntimo. De este modo la justa sus-
ceptibilidad de la costurera no podia alar-
marse, puesto que ganaría su vida ejer-
ciendo las funciones qué pbd'rian salisfa-
cer sus caritativos instintos.
Efectivamente , la Gibosa podía rnejor
que nadie aceptar la santa misión que
Adriannr'le confiaba; su cruel espérieñcia
de la desgracia, la bondad de su alma ah
geliíal, la elevación de sÍj espíritu^ su
rara actividad, su penetración en los do-
lorosos secretos del infortunio, y su per-
fecto conocinuento de las clases laboriosas
y pobres , ér'in* una garantía deíl' tacld'y
de la inteligencia con que !a generosa cria'
tura securidaria las generosas ilitencibhes
de Mile, de Cardoville.
Hablemos ahora de los diferentes acon-
tecimionlos que han precedido , este dia,
á la llegada de Adriana á la puerta del
jardin, en la casa de la calle Blanca.
A las diez de la mañana , poco mas ó
menos, las ventanasdela alcoba dé Adria-
ha, herVnóticamente cerradas; no dejabah
penetrar iiingim rajo de burén esta pieza
alumbrada sota menté por' el reflejo de una
jámparo esférica, de atablavtro orienta!,
fiíiípendida eñ d tcchofíor' tres lat-gftS ca-
denas de' platal
Kste' cuarto qué" ternriíVat^ eh cüpufa
tehia la forWíá' de uh^tléñda dieoctiolieii-
zos cortados: desdé lá^'b'óveHa hasta 'el
suelo estaba' cotgada dé seda bfanCa con
cof tinaja de rivuselina del misrño color for-
mando pabellones y cogidos en lasniisnràâ
paredes, sujetos con clavos romanos dé
marfil.
Dos puertas iguatmente de márfif con
embutidos de nácar conducían «fná á là
pieza de baño, otra al cuarto dé tocador,
qué era tina especie de teiinpleté erigido
al culto de la bellera, y amueblado del
mismo modo que el pátiellón del palacio de
Saint- Dizier.
En otros dos lien¿ós estaban praclicad'a?
dos venlanascubicrtas de cortinas: enfre'n-
te de la cama se veia la chimenea con sUs
morillos de plata cincelada: esta chimenea
era de mármol pentálico, especie de nieve
cristalizada, en la cual habia embutidas
dos cariatides y un friso que representaba
pájaros y flores: encima de este friso, veíase
una e-pecie de cesta cincelada en el mármol
con suma delicadeza, de figura ovalada y
de un corte gracioso. Itera de camelias ro-
sas, la cual' reemplazaba la mesa de la
^chimenea: laS hojas de estas flores eranVë
un verde subido, y las flores dé un color
bajo de carmin', los únicos que formaban
contraste con la armohiosa blancura de
¡este retiro virginal. Finalmente, sobre uhà
alfombra de armiño se veia una cama
muy baja con pies de |marfil ricamente
esculpidas y medio cubierta de pabellones
xle muselina blanca que desde la b.Weda
ibajaban formando lijeras nubes. Escepto
un plinto, ignaimenle de marfil admita -
btemenle trabajado y recamado de nácar,
esta cama estaba enter tnente forrada da
raso bhuuHt acolchado y pespunteado como
im inmenso cu^in. ,
' Como las sábanas uV batista' glíár'necí-
dás de valencianas esíábah algo' d*eS3rrc-
gladas, descubriari eTárigtilóde uñ cbícíion
•tle tafetaïi blanco , y' eíesíréinó' d6 una
lijera colchaMe moaré, porqué' en csle
cuarto reiiial)a una teinperatura igual y
lemp^ada como la de un hermoso üia de
primavera.
t^or lin oscr>'ipn!o singular «le Ailiiana
iiaciilti (loi inisMu) >( iilitiiii-iito (juc le ha-
bía cniisado el liaciT ^;rabar M»brv iitia
obra maestra de plata el mimbre de s"
xiulor en bi^^ar del rerilvdor, qiiiso (jiie
todos estos siinliiosos objetos fuesen lie
dios por arlisl.is i(ilrli;iiMilcs, Iabor¡o>osé
íiilvuTos á i|i2ieiirs ella había s(inuiii>tra-
do las primeras materias: del mismo mo-
do, se hubiese podido añadir al precio de
ia mano de obra el proveniente de las
personas que habían especulado en este
Irabiijo: este aumento ron>;itlerabIe de sa-
lario había producido algunas ventajas e:i
ríen familias necesitadas qiie bendiciendo
la magnificencia de Adiiana , le daban,
según decia olla el derecho de gozar de su
iujo como de una acción justa y buengi. Na-
da era mas fresco ni fuas delicioso á lavis
ta que el interior de esta alcoba.
Mlle, de Cardovüle acababa de disper-
tarse y descansaba en medio de inmensa-;
muselinas, de encajes de batista y de sctla
blanca , en una actitud llena de molicie y
de pracia. Durante la noche no cubrió ja-
más sus admirables y dorados cabellos
( fnedio ciertode conservarlos siempre con
toda su magnificencia , scs'in dicen los
griegos): antes (ie acostarse sus doncellas
arreglal)an sus largos y sedosos ritos fur-
tnando trenzas que bajaban lo suficiente
para cubrir su petiueña oreja, de la que
solo se veía el rosado lóbulo, é iban des-
pués á quedar sujetos en el inmenso ro-
dete formado en la parle posterior de su
cabeza.
E-te peinado tomado de la antigüedad
griega, sentaba deliciosamente á las puras
y finas facciones de Adriana, y parecia re
juvenecerla de tal mod que en vez de
diez y ocho años que tenía, ap^'nas se bu
biera podido suponérsela quince: sus ca-
bellos arreglados y cubriendo de este mo-
do las sienes, hubieran parecido ca^i os-
curos sin el reflejo dorado que producía
la ondulación de las trenzas.
^29
Sumiila en este sopor matutino y cuya
templada molicie es tan favorable á los
dulces pensamientos, Adriana apoyaba su
codo en la almohada, teniendo la cabeza
;algo inclinada, lo cual hacia resaltar mas
el ideal contorno de su cuello y de sus
hombres: su<-' labios aniiii3(ti)S de sonrisa,
húmedos y colorados, eran como sus car-
rillos tan frescos como si acabasen de ba-
ñarlos en agua helada : sus blancos pár-
pados medio cubrían sus rasgados y ne-
gros ojos que unas veces se dirigían lán-
guidamente al e-pacio...y otras se fijaban
con complaceficia en las ílores color de
rosa y en las hojas verdes de la cesta de
camelias.
¡ Quién podrá pintar la inefable sereni-
dad de Adriana en el momento que sedis-
periaba.en una actitud tan bella, tan cass
ta , en un cuerpo tan casto y tan bello!
acto de un corazón tan puro como la fres-
ca eiiibalsamada^ y juvenil respirscion que
levantaba dulcemente su pedio virginal...
virgifial y blanco como la nieve inmacu-
lada.
¡ Qué creencia, qué do{íma,qué fórma-
la, qué símbolo re!igíoso,ó divino Criador,
dará jamás una idea mas adorable de tu
armonioso é inefable poder, sino una don-
cella que al dispertarse busca en sus ¡no-
centes pensamientos el secreto del celes-
tial instinto de amor que has infundído en
su corazón como en todas las criaturas !
; tú, que eres amur eterno y bondad infi-
nita !
Las confusas ideas que parecían agitar
á Adriana desde el momento en que se
dispertó, la tenían cada vez mas absorta:
su herntoso brazo cayó sobre el ¡echo, sus
facciones tomaron, sin entristecerse, una
espresion de dulce melancolía.
Veía cumplido su mas vivo deseo , iba
á vivir sola é ind pendiente. Piro esta de-
licada , afectuosa y espresiva naturaleza,
conocía que Dios no la había colmado de
38
230 ALBUM
estos raros tesoros para sepultarlos en una
fría y egoísta soledad. Conocía todo lo que
el amor puede inspirar de grande y bello
á ella misma y al ser que fuese digno de
ella.
Confiando en la energía y en la nobleza
desu carácter, ufana del ejemplo(¡uo que-
ría dar á las demás mugeres, sabiendo que
las miradasde todo el mundo ibaná fijar-
se en ella con envidia, se sentía segura,
por decirlo así, de sí misma, lejos de te-
mer hacer una mala elección , lemia al
contrario no hallar en que escoger; tan
fino era su gusto: adeudas, antique baila-
se este ser ideal , tenia un modo de ver
tan singular, y á pesar de esto tan justo,
tan estraordinario, y sensato sobre la in-
dependencia y dignidad que la muger de-
bía conservar, según ella, con e! hombre,
que se preguntaba sí el que eligiría podriíí
aceptar los mandatos y ^condiciones que
pensaba imponerle.
Recordándose de los prelendienies posi-
bles que había visto en la sociedad, no ol-
vidaba el cuadro, desgraciadamente real,
trazado por Rodiu con una elocuencia tan
cáustica respecto á los maridos. Se acor-
daba también no sin cierto orgullo, de los
consejos que este hombre le había dado ,
no lisonjeándola, sino animándola á contí
nuar siempre en la realización de su de-
signio verdaderamente grande, generoso
y bello.
El torrente ó.el capricho de las ideas de
Adriana la condujo á pensar en Djalma.
Al mismo tiempo que se felicitaba de ejer-
cer con este pariente de estírpf? real los
deberes de una regía hospitalidad , estaba
muy lejos de hacer del príncipe el h^roe
de su porvenir.
Pensaba, no sin razón, que este niño
medio salvaje, de pasiones sino ind«ma-
bles á lo menos indomadas todavía , esta •
l)a inevitablemente destinado á violentas
pruebas, y á fogosas transformaciono'-.
Mlle.de Cardoville cuyo ca.ácler nada 'te-
nia de varonil ni dominante, no tenia áni-
mo de tomar á 5U cargo el civilizar á este
joven salvaje. Así es, que á pesar ó tnas
bien á causa del interés (|ue tenia por el
joven indio, estaba íinnemente resuelta á
no hacerse conocer de el ha-;! a dentro do
dos ó tres meses, y no recibirle dado caso
que Djalma llegase á saber que era pa-
riente suyo. Deseaba pues , si no espeii-
mentarle, á lo nienos dejar libres sus ac-
ciones y su voluntad para que fuese ('\±'\
primero en alizar el fuego de sus buervas
ó malas pasiones.
No queriendo, sin embargo, abandonar-
le sin defensa en medie de los peligros ús
la vida parisiense, hab¡a rogado confiden-
cialmente al conde de Montbron que pre-
sentase Djalma en las niejores sociedades
de París y que le dirigiese con ios conse-
jos de su larga espericncia.
Mr. de Montbron tsabia aceptado la co-
misión de Adriana con el mayor placer,
teniendo, según decía, el mayor placer en
lanzar á un joven y regio tigre en los sa-
lones y en medio de la llor de los elegan-
tes y de los bellos de París, ofreciendo
apo>tar todo cuanto se quisiese en favor
de su salvaje pupilo.
« Por lo que á mi toca, mi querido con-
cede, decía Adriana á Mr. de Monlbron
«con su franqueza habitual, mi resolución
«es invariable; vos misuio me habéis
« anunciado el efecto que va á producir la
«aparición del príncipe Djalma, indio de
« diez y nueve años de una belleza sor-
« préndente, orgulloso y salvage como un
«jtWen león (|ue sa!o de la selva : esto es
« nuevo y estraordinario , añadís; asi las
«coqueterías civilizadoras van á perse-
«guirle con un celo (|ue me alarma por
«él: seriamente, mi querido conde, no
« me conviene rivalizaren celo con tantas
« bellas señoras que tan intrépidamente
« van á esponerse á las garras de vuestro
AI.BVM.
rM
•«■jiíven tigri'. M»' ¡iilori-so niuchi) por t'I,
«pori|iio es ini primo , ponini' t-s Iutiik»-
n Si» y valiente, pero sobre tujo ponpie
« no está vestido á lu lu>rrit)le modaeiiro-
n pea. Sin diida a'guna , estas son laras
« ("iiaiidaiies, piro en mi conci-plo no bas
« tan hasta alinra para l:.i(*eri)i)> miidjr
«de parecer. Adein:is, mi nuevo amigo,
«el buen viijo íilósufo n^o ha dado, rela-
« tivantenle al indio, un consejo (|ue vos
« ()iie no sois íiló>ofo, habéis aprobado;
«este es, recibir á todo el niiMido en mi
« casa por ai^un tiempo, y no ir á casa de
«nadie; lo cual seguramente me évitai á
«el iiiconvem'ente de encontiar á nii re-
« gio primo y ad"más me pi'rn)ilirá hacer
« una rigorosa elección aun enlre una so-
« ciedad habitual; como mi casa será es-
« célente, mi posición muy origiinl, y (|ue
« lodo el mundo tratará de penetrar mis
« secretos, no me fallarán curiosas ni cu-
« riosos, lo cual os aseguro queme diver-
« tira mucho.
Y como Mr. de Mo.ntbron la progiin-
Laba sí el dett ierro' áv\ joven tigre indio
duraría mucho liempo, Ád iana le res-
pondió:
•« Gomo recibiré casi todas las personas
« á (jiiienes le liabeis prcsenlado, será pa
« ra mí una cosa original saber las opi-
« niones de todos. Sí cierta clase de hom-
« bres hablan n)uy bien de el, y ciertas
« mugeres muy mal.... tendré una buena
«esperanza. lui una palabra, la opinion
«que formaré entresacando de lo falso lo
« cierto, y fiaos en esto de mi sagacidad,
« abreviará ó prolongará el destierro de
« lui regio primo.
Tales eran las intencionas formales de
Adriana respecto á Djaima, el mismo día
en que debía ir con Flurina á la casa que
el indio habitaba; en una palabra, esta-
ba absolutamente decidida á no darse á
conocer antes de algunos meses.
Adriana despues de haber rede^iii'^nado
largo liempo a(piella mafuna en las pro-
babilidades (pie el liempo podía ofreciT á
las necesidades de su corazón, cayo en un
luievo letargo.
lilla seductora criatiir:i, llena de viil?,
d.' fuerza y juv<nlud. dio mt prnhuidn
suspiro, esleiidió sus brazos sobre su ca -
beza que estaba vuelta de perfil tn la a-
mohada, y permaneció algun"smomerit( s
como nsop>rada. P«recia una udmírab e
e>lalu.i erUre los b^ancos tt-üdos que la ro-
deaf)an tendida sobre una capa ríe nie\«^
Kepentinamente se incorpí^ró, puso su
mano sobre la frente y llamó á sus dut-
cellas.
Al primer sonido de la campanilla, se
abrieron las dos puertas de marfil,
Georgctte se presentó en umbral de la
pieza del tocador de donde salió Lutina,
la pequeña porra negra y color de fm -
go, con su collar do oro y largas l.mas do
seda.
Kn el umbral de la pieza de baño a,;a-
reció Bebé.
En el fondo de esle cuarto que reciMa
la luz por el teclu) , veí.tse sobre una al-
fombra de cuero verde de l^ónlova adui-
nada de rosas doradas, un vasto baùo do
cristal ovalado en figura do concha. Las
tres únicas soldaduras d'^ esta obra maes-
tra de cristalería estaban encubiertas con
variedad de rosas de piala que sa'ian del
espacioso zócalo del bauo, igualmente de
plata cincelada, (pie representaban niños
y delfines jugando en medio de ramas dt
coral natural y de conchas azuladas. Na-
da producía mas risueño efecto que el em-
butido de estas ramas purpúreas y de es-
tos corales de Ultramar^scibre el ondo ma-
te con cinceladuras de plata, bl embalsa-
mado vapor que se elevaba del agua libia,
límpida y perfumada (jue llenaba la con-
cha de CMstal , se esparcía en la pieza de
^n
baño y entraba como una lijera niebla en
la alcoba de Adriana.
Viendo á Hebé eleganlemenle vestida
que Iraia sobre su rollizo y fresco brazo
un largo poinedor, le dijo:
-^¿ Dónde esta Florina , hija mia?
— Señorita , hace dos horas que bají);
la llamaron para un asunto urgente.
— ¿Quién la ha llamado?
— La joven <|uc sirve de secretaria. Sa
lió esta mañana muy temprano y á su
vuelta ha llamado á Florina.
— Esta ausencia es sin duda relativa á
a'gun asunto importante de mi angi'lico
minis'roàe socorros y limosnas, dijo Adria»
na sonriíí'ndose y pensando en la Gibosa.
En seguida hizo una seña á Hebé para
que se aproximase á la cama.
toda especie de vanidad liumana>e) dueM
Cerca de dos horas después de haberse
levantado Adriana, se hahia vestido, co-
mo acostumbraba, con una rara elegan-
cia; despidió á sus doncellas é hizo llamar
á la Gibosa á quien trataba con muciía
deferencia recibiéndola siempre sola.
La joven costurera entró precipitada-
mente, con el semhlanle alterado, páli-
da, y dijoá Adriana con voz balbuciente:
— ¡A ti, señorita ! mis pensamientos eran
fiHidados: os venden.
— ¿De qué pensamientos habíais, hija
mia'' dijo Adriana sorprendida ¿quién me
vende?
— Mr. Rodin respondió la Gibosa.
Vil.
LAS DUDAS.
Al oir la acusación que la Gibosa hacia
de Uodin, Mlle, de Cardoville miró á la
joven nuevamente admirada.
Antes de proseguir la narración de esta
escena, diremos que la Gibosa habia de-
jado su mejor ropa , y estaba vestida do
negro con gusto y sencillez. Este triste
Color parecía anuociap que renunciaba á
eterno de su corazón y los austeros debe-
res (|Utí le imponía su celo á todo género
de infortunios. Con este vestido negro la
Gibosa llevaba un espacioso cuello vuelto,
tan blanco y tan aseado como su gorra dé
gasa con lazos grises, que dejaban descu-
biertas dos trenzas de cabellos oscuros y
rodeaban su pálido y melancólico rostro,
en el que resaltaban sus ojos azules: sus
largas y afiladas manos, preservadas del
frió por los guantes, no estaban como an-
tes color de violeta y moradas, sino casi
blancas y diáfanas.
Su alterada fisonomía manifestaba una
viva inquietud. Mlle, de Cardoville, su-
mamente sorprendida, esciamó:
—¿Qué decís ?
— Mr. Rodin os vende, señoritai
— jMr. Rodin! ¡es imposible !...
— ¡Ah, señorita ! mis presentimientos"
no me han engañado.
— ¿Vuestros presentimientos?
— La primera vez queme hallé en pre-
sencia de Rodin me asustó involuntaria-^
mente: mi corazón se contrajo;.... y he
empezado á temer por vos, señoritfli
— ¿Por mí? dijo Adriana, ¿y por qué
razón ?
— No lo sé, señorita, pero tal fué mi
primer movimiento, y esle temor tan in-
variable, á pesar de la bene\olencia que
Mr. Rodin me manifestaba por mi her-
mana, me ha alarmado siempre.
— Eso es cosa estraña. Mejor que na-
die comprendo la inlluencia casi irresisti-
ble de la simpatía ó de la aversion... pero
en esta circunstancia En fin, repuso
Adriana al cabo de un momento de re-
flecsion, no importa ¿cómo es que
vuestras so<pechas se han cambiado hoy
en certidumbres?
— Ayer fui á llevar á mi hermana Ce-
fisa el socorro que Mr. Rodin me habia
dado para ella en nombre de una persona
ÀIHU».
m
'carilativa, y no ln!)i(^n(îala onrorilrado cti
t»s» <te la ani>;^3 (]ti(> la fiahia r<>co(;iilo,
roguó á la portera (jiie dijtsf á fiiiluTina
n.i t|iie yo volvfria lioy... asi ha sucedida.
Pero perdonadme.... al^Mii'S poniiciiurt !«
necesa riiis. . . si-fioi 1 1 a . . .
— Hablad, liaMad, aiiti^;) mia.
■ — La jt')ven que recujió á nii hermana en
su casa repuso la pobre Gibosa muy
emb «razida bajacido I )S ojos y sbiirn
jdndose.... no tiene una conducta muy
regular Una persona que la ha acon)-
piiñido á nuichas divtrsiones, llamada
^\r. Dumoulin, la dijo el verdadero nom-
bre de .Mr. Ilodin t|Ue i cupatift un cuar-
to en esta casa y se hacia llamar Mr. Car-
TOiiiagno.
— Eso mismo me ha dicho en la casa
del doctor Baleinier: y antes de ayer ha-
blando de esta circunstancia, mehaeípli-
cado la necesidad en que se veía por cier-
tas razones dtí vivir en este cuarto y en
un sitio tan reí rado.... por mi parte no
puedo menos de aprobarlo.
■ — ¡ Y bien ! señorita . ayer Mr. Rodin
iia recibido al abate dWigrigny.
— ¡ Al abate d'Aigrijjny Î csciamó Mlle.
de Cardbville.
— Si, seiloriti , y ha estado encerrad >
con Mr. Kodin dos horas,
—Os han engañado, !)ija mia.
— lié aquí lo que he sabido, señorita.
E abate habia venido aquella mañana á
á ver á .Mr. Rodin, y no habiéndole en-
contrado, d»'jó en el cuarto de la portera
un papel en el que habia escrito estas pa
labras: Volveré dentro de dos horan. La
joven de quien os he hablado lia visto es-
te papel, señorita, y como lodo lo (pie tie-
ne relación con Mr. Rodin parece bastan -
te misterijso, ha Imido la curiosidad -íe
esperar al abale en el cuarto de la por-
tara para verle 'entrar; efectivamente,
do^ horas después volvió y encontró á.>ír.
Rodin...; ■ ;
— No... no ..dijo Adriana lobresaltada,
es imposible... se han en^a^ado.
— No lo creo, s<?."ioril», por(|ue cono-
ciendo la gravedad <le esta revelación, lie
pedido á la jiWeii quo me dieáe las señas
del abale.
— ¿Y «|U • resultó?
— Kl abate, me dijo, tiene como unoí
cuarenta años; es d(> tdevada estatura,
derecho, vestido seiuillamenle , pero con
aseo; las cejas pobladas, los cabellos cas-
taños: barba muy bien afeitada, y un aire
iniiy decidido.
— lis verdad dijo Adriana no pudien-
do dar cr^ito á lo que oía.... estas señas
>on ecsactas.
— Conío ine interesaba saber lodos los
ponii" ñores posibles, repuso ta Gibosa'^
piegiinté á la portera si Mr. Rodin y él
abale parecían enfadados cuando los vio
salir de la casa , me respondió que no, y
que únicamente el abale habia dicho á
Rodin al separarse de él á la pdérta de la
casa.... Mañana... os escribiré.... es cosa
convenida....
— ¿ Estoy soñando? ¡Dios mió! dijo
'Adriina pasándose las manos pof la fren-
te con u/ia especie de estupor.... yo no
puedo dudar de vue.xtras palabras , y ^in
embargo el miímo Mr. Rodin es quien o»;
ha enviado á esa casa cod ud socorro para
vuestra htírmaná rto creo que sé hay»
espueslo de este modo á qUe penetraseis
síjs citas secretas con el abate.... para un
traidor — esto sejía una imprevisión
—Es verdad , ótfo tanto me há ocur-
rido á mi.... y .sin embargo la reunion
da estos dos hombres nie lia paie i lo tan
lemiLíe para vos, que he venido suma-
mente asustada.
I Los caractt-res muy leales difícilmente
se resignan á creer en las traiciones, y
cXianlu mas infanu-s son tanto mas dudan
de ella>: asi era el de A<íriana, y aüeiuas,
una de las cualidades de su espiritu era
5ü*
234 ]kLBuk.
]a rectitud, así es que aunque la relación
de la Gibosa produjo en ella mucho cficto,
respond'ó :
— Veamos, amiga mia, no nos asus-
temos sin razón, ni nos apresuremos á
lífeér lo malo.... Tratemos de convencer-
nos razonando : recordemos hechos. Mr.
Rodin me ha abierto las puertas de la ca-
sa del doctor Baleinier; delante de mi ha
dado una queja contra el abate d'Aigrig-
ny, y con sus amenazas ha obligado á la
superiora del convento á entregar las hi-
jas del mariscal Simon ; ha logrado des-
cubrir el sitio donde se hallaba el príncipe
Djalma; ha cumplido ocsactamenle mis
instrucciones relativas á mi jó#n parien-
te, y aun ayer inismo me ha dado útiles
consejos.... todo esto es muy positivo.....
¿no es verdad?
— Sin duda, señorita.
— Suponiendo lo peor, repuso Adi la-
na, que Rodin esté aniínado ahora de una
segunda intención , y que espere ona ge-
nerosa reiñuneracion , lo cierto es que
iiasta este momento su desinterés ha sido
completo....
— Tenéis razón , señorita, respondióla
pobre Gibosa , forzada como Adriana á
conocer la evidencia de los liechos consu-
mados.
— Ecsaminemos ahora la posibilidad de
una traición. ¿Reunirse al abate para ven-
derme? ¿donde y cómo? ¿sobre qué? ¿qué
tengo yo que temer? Al contrario, ¿ciába-
te y la princesa de Saint- Dizier no son
|.)S únicos que van á verse en la precisión
de dar una cuenta terrible á la justicia
del mal que me han hecho?
— Y en ese caso , señorita , ¿cómo he-
mos de esplicar la reunion de esloa dos
hombres que tantos motivos de aversion
los obligan á estar separados? Ademas se-
ñorita , no soy yo sola la que piensa de
este modo —
— ¿Cómo es eso?
— Esta mañana cuando volví me halla-
ba tan conmovida que Florina me pre-
guntó el motivo : sé, señorita cuan fiel eS
esta joven.
— Es imposible serlo mas: hace poc6
que vos misma me informasteis del seña-
lado servicio que me hizo durante mVen-
cierro en casa de Mr. Haleinier.
— ¡Y bien, señorita! esta mañana á
mi vuelta, creyendo necesario informaro'S
al instante, he contado todo esto á Flo-
rina , y como yo , tal vez más que yo , sé
ha asustado de esta reunión de Rodin y
del abale. Al cabo de uh momento de re-
flecsion me dijo^ creo que es inútil dis-
pertar á la señorita : que sepa dos horaâ
antes ó después esta traición , poco im-
porta, tal veï-pneda y^dorante estastre^
horas descubrir alguna cosa. Me ocurre
una idea que me parece buena : discul-
padme con la señorita; vuelvo al ¡nstao-
le....
En seguida Florina pidió un coche y
salió.
— 'Florina es una escelente jóveíi , dijo
Adriana sonriéndose, porque 1» réííecsioft
la tranquilizaba completamente; pero eíi
esta circunstancia creo que su celo y su
buen corazón la han descarriado , como
á vos. amiga mia: ¿sabéis que somos dos'
aturdidas no pensando en una cosa que
nos hubiera tranquilizado á las dos?
— ¿Y cual, señorita?
— El abate teme ahora mucho á Rodin-
tal vez habrá ido á buscarle para desar-
marle. ¿No os parece que esta es una ra-
zón no solamente satisfactoria sino la úni-
ca razonable?
— Puede ser, señorita, respendió lá
Gibosa al caèo de un momento de reflec-
sioB.... Si, eso es probabie. En seguida
de otra breve pausa y como cediendo á
una convicción superior á lodos los razo-
namientos posibles esclamó: á pesar de
toilo eso, no, no, creedme, señorita, os
ÁLBIM
*cngafian, lo conozco todas las aphrien-
ciasestán en contra mia... pero cn-etlfue,
esos presenlimienlos son (k-masiado vivos
para «¡ue dejen de ser verdaderos. Ade-
mas ¿no adivináis los secretos instintos de
mi corazón para que yo deje de avisar á
mi vez los peligros que os amenazan?
— ¿Qué decis? ¿Qué es lo t\úb yo he
adivinado? repuso Adriana involuntaria-
mente conmovida y admirada del acento
de convicción y alarmado de la Gibosa la
cual repuso :
— ¿Qué es lo que habéis adivinado?...
¡ ay ! todas las tristes susceptibilidades de
una desgraciada criatura á qtiien la suerte
ha constituido en una vida á parte; y es
^preciso que sepáis <]ue la he callado hasta
^aqui, porque al tin , señorita , -¿qiuén us
'ha dicho que el solo rnedio de (¡ue yo acep-
tase, sin avergonzarme, vuestros benefi-
cios, seria el darme un encargó útil y pro-
■vechoso á los desgraciados? ¿Quián os ha
dicho, cuando habéis querido sentarme á
Vuestra mesa, como una amiga, á mi que
soy una pobre costurera en (jüien queríais
glorificar ti Urabajo; la resignación y im-
probidad? ¿Quién os ha dicho, cuando yo
os respondía con lágrimas de gratitud, (|ue
esto no era una falsa molestia, sino la
convicción de mi ridicula deformidad lo
que níe hacia rehusar vuestros beneficios?
¿Quién os ha dicho que á no ser por es-
ta circunstancia yo hubiera aceptado con
Orgullo y en nombre de mis hermanos del
pueblo?
Porque me respondisteis estas tiernas
palabras:
Comprendo vuestra negativa, atñiga mia,
ho es una falsa moiiv^tia la que la ha<Jicla
do sino un sentimiento de diíjuitlád que a/ire-
Cio yrM/?e/o.¿ YquiénoshadicliM también,
repuso la Gibosa mas animada , que yo
seria feliz si encontrase un retiro solitario
fen esta magnífica casa cuya esplendidez
me ofusca? ¿Quién os ha dicho esto para
que os hayáis dignado elegir, como lo ha-
béis hecho, la liübilaeion demasiado lujo-
sa que me habéis destinado? ¿Quién os
ha dicho que sin envidiar la elegancia
de laS bellas jfWenes que os rodean y <|ue
yo estimo ya porque os quieren , yo n\^
sentirla siempre, medíante una compara-
ción íhvuluntdria , emi>arazada y aver-
gonzada delante de ellas? ¿Quién os ha
dicho todo eSlo para que las alejáis siem-
pre que me llatnais?... Sí... ¿quién oshí
revelado, en fin, todas las penosas y se-
cretas susceplibil¡(la<les de una posici(Wi
escepcional cotr»o la mia? ¿Quién -os loba
revelado? Dios, sin (fiida, l>ióS quien ert
su ffifinita grandez.1 vigila sobre su cn-íi*
cion y que sabe también ocuparse pafer-
hahnente del miserable insecto oculto «-ii
la yerba... ¿Y no queréis (|ue la gratitud
de un corazón que conocéis td'rtibien sé
eleve hasta adivinar lo que puede si roa
perjudicial? No, no, señorita; unos tie-
nen el instinto de su propia conservación,
otros, mas felices, tienen el déla con>ef-
vacion de las personas que quieren... Dios
me ha dado este instinto... yosrepitoque
os venden... sí, que os venden.
Y la Gibosa, con los ojos animados, ios
carrdloslijeramente sonrosados á causa dé
SQ emoción , acentuó tan enérgicamente
estas últimas palabras haciendo un gesto
tan afirmativo, que Mlle de Cardoville,
medio convencida con las vivas palabras
de la joven , llegó á participar de mis te-
mores, y aunque estaba en disposición de
apreciar el notable talento y la superior
inteligencia de esta pobre hija del pueblo,
jamás la habia oído esplicarse con tanta y
tan sublime elocuencia , elocuencia funda-
da en la nobleza de sus sentimientos. Es-
ta circunstancia contribuyó á hacer mas
vemente la impresión de Adriana. En el
momento en que iba á responder á la Gi-
bosa , llamaron á la puerta del salon t n
que pasaba ebta c:)Cena, y entró Florina.
âa6
ALBUI
Adriana , al ver el alarmado sombldfite
de sti doncella , I» dijo con viveza :
— ¡Y bien, Florina I ¿ Qué hay de nue-
vo ? ¿ De dónde viones, bija mia?
— Del palacio de Saiut-Dizier , seno-
rita.
— ¿Qué has ¡do á hacer alli? preguntó
Adriana con sorpresa.
—íísta mañana, esta jó>en (Florina sc:
ñaió á la Gibosa) me ha confiado sus sSs-
pecbas y sus inquietudes qiíe yo par-
ticipo. La visita del abate d'Aigritjny á
Mr. Rodin me parecía ya una cosa gra\e:
be pensado que si Rodin ha ¡do pocos dias
hace a] palacio de Saint-Dizier , no debe
quedar duda de su traición.
— Efectivamente, dijaAdrianacada vez
mas inquifía ; ¿y bien?
— Como la señorita me encargó que
cuidase de la mudanza en él. pabellón , y
habiendo quedado aun alli diferentes ob-
jetos, me be valido de este pretesto para
hacer que abriesen el pabellón y para, esto
he tenido (]ue dirigirme á Mme. Grivois.
— ¿Y (jué mas? Florin-a,¿qué qias,?
— He tratado de sacar algo de Mmç.,
Grivois, para todo ha sido inútil.
— Desconfiaba de vos; esto era natu-
ral , repuso la Gibosa.
— Le pregunté, continuó Florina, si
hacia mucbo lií'nipo que no hablan vista
en el palacio .i Mr. Rodin. A este me. res
pouilió e\asiv mente. Desesperando en-
tonce* de poder saber algo, me despedí
de ella, y para que mi visifa no dírseque
Sospechar me fui al pabellón , cUando. al
■* volver una calle dt-l jardin ¿que vi? á
Mr. lUnlin á pocos pasos de m» que se di-
rigía halla, la pueita del jardin cre-
yendo sin duda salir con mas sigilo.
-7-Ya lo oís, señorita, esclamó la Gi-
bosa juntando sus manos en tono de sú-
plica.
— ¡Rodin! ¿en casa de la princesa de
^aint-Dizier? esclamó Adriana, cuyos ojos
habituahnente táii dulces , se animaï-ol^
de pronto con suma vehemencia ; en se-
guida añadió con voz algo alterada:
— Continúa, Florina.
Al ver á Mr. Rodin, me paré; y re-
trotvdiendo al instante, p-ude llegar al pá-
bell>n y entrar sin que me viesen en el
pe(]ueño vestíbulo que da á la calle. Las
veni-ínas estáu jimto á la puerta del jar-
din; y abriendo las persianas, Vi un co-
che de alquiler (¡ue estaba esperando á
Rodin, pirque pocos minutos después su-
bió y dijo al cocliero: á la calle Blanca,
núftiero 39. -
— j En casa del príncipe 1 esciám\5
Adriana.
— Sí , señorita.
— Efectivamente, Rodin debia verle
boy , repuso Adriana reflecsionando.
— No hay duda, señorita, que si os
vende, vende también al príncipe.... qué
llegará á ser, su víctima con mucha mas
faciliílad que vos.
— ¡Infamia..... infamia infamia !.;;
esciaiiió de pronto Mile, de Gardoville le-
va^ltándtí^e, con el semblante contraído
(le dolorosa cólera..... ¡Una traición se-
uu'jante! ¡Ab! ¡eso seria dudar de todol
¡ y aun de .sí mismo!
—¡Oh, señorita! ¡eso es terrible! ¿no
es verdad, saltó la Gibosa temblando.
— Pero ¿por qué nie había salvado y,
lainbion á los mios?¿a (|ué viene denun-
ciar al abale d'Aigrigny? re|)USo Adriana;
verdiuler;M!UMite , esto es capaz de hac^r
per.d'.T, la cabeza...., ¡ Esto es una confxi-
tsion!... ¡Olí! ¡ las dudas son terribles!
—Al volver, cont¡mw> Florin» echando
una mirada enternecida á, su ama, he
pensado un n)edio que podrá convencer
<ie la verdad á la señorita pfro, para
esto no hay que perder uti uiinuto.
— ¿Qué quieres decir? preguntó Adria-
na, mirando á Florina con sorpresa.
—Mr. Rodin vaáestar pronto solo con
el príncipe, dijo Florinai
' tiU «b
«^^ duda , saltó Adriana.
— Kl piíncipe l■^(á »ii-iiiprt' vu la salila
<]iie da á la estufa , a!li retibiri á Küdin.
— ¡Y bi*-!) ! .¿(|ui'? ri'puso Atlriada.
— L* eslafftd (¡iio helioclio arrvj^lar se
^nii vuestras órdt'tu'S , tifïte mu sola sa-
lida por «ma put rlicita tjiit' da :i una ca-
lli'juela; y pur ella ttítra el jardiut-ru lo-
tlus los dias> para nu pasar por las hal>i-
tacioiu'«; luoj^o que concluye sus ijuoha-
reres , no vut-lve mas.
— ¿Quó quií-res decrr? ¿cuál es tu pf*-
^'ectt*? dijo Adriana, mirando cada vez
cun mns sorpresa á Florina,
^^ — Los grupos de plantas «stán dispues-,
tos de tal «nodo, que me parece que aun
cuando el transparente que puede ocultar
"el cristal que separa el salón de la estufa
no estuviese echado, creo que podriaacer-
-carse sin ser visto, para oir lo que se ha
b\» en el cuarto...., Vo siempre entr*b«
'estos últimos dias por esa puerta , para
cuidar de los arreglos..... El jardinero te
nia una llave... y yo otra..... Feliernente,
Do la he entregado todavia. Antes ëe una
hora la señorita puede saber á que ate-
tíerse sobre .Mr. Rodin , porque si vende
al príneipe.... también os vende.
— ¿O'ié dices? saltó Adriana.
— La señorita vendrá al mstínte con-
migo ... y llegaremos á la puerta de la
callejuela.... Para mayor precaución, yo
entraré sola, y si la ocasión me parece fa-
vorable.... volvere
— ¡ Espionaje ! dijo Adriana con «rgu-
llo, interrnmpiendoá Flin^ina, ¿qué dices?
— Perdonadme, señorita, repuso la jó
\en bajando los ojos cor aire confuso y
«fligido.... teníais algimas dudas.... y es^
te me«Ho es el único ^ue, á mi parecer,
puede destruirlas ú ct^iifirmarlas.
— ¡Unitiillarse hasta el e>tremo de po-
nerse a escuchar una conversación! ¡ja-
mis I repnso Adriana.
— Señorita, saltó de pronto la Gibosa
*^»»ja.
237
(|ue hacia algun tiempo que estaba pen-
sativa , pernutidiiie que os diga que Flo-
rina tiene razón.... ese medio es penoío,
pero es al mismo tiempo el único que
(Htcda lijaros en lo sucesivo sobre Mr. Hf
(linl además, á pesar de la evidencia de
l(» lierhos y <le la ca>i certiduinbredcmis
presentimieotof, las mejores apariencias
pueden inducir á error. Yo soy la prime-
ra que he acusado á Mr. Uodin.... Jamás
me perdtKiaré de haberle acusado sin ra-
ron.... Sin duda, señorita, que tenéis ra-
zón en decir (ftie espar y sorprender
una conversación es cosa triste..,.
1¿n\ seguida haciendo nn violento y óo-
ioro>o esfuerzo sobre sí misma, añadi^S
procurando contener las lágrimas de ver-
güenza que cubrían sus ojos:
— Sin embargo, como se trata de sal-
varos tal vez porqye si es una trai-
ción.>.. el porvenir es espantoso.... yo iró
en lugar vuestro.... para....
— j No se hable mas de esto !.. escla-
mó Adriana ínterrurnpiendo ala Gibosa...
¿Yo os dt^aria hacer sela y en favor d«
mi propio interés una cosa que me pa-
rece degradante?.... Jamas....
Después, dirigiéndose á Florina, le
dijo:
— Vas á decir i Mr. Bonneville que
ponga el coclte ai ¡ftstante.
—Con que os decidís, esclamó Florina
juntando las manos >iu tratar de reprimir
su alegría, y con los ojos arrasados de lá-
grimas.
— Si, consiento, respondió Adriana con
voz conmovida... Si quieren hacerme una
guerra encarnizada , será pr» ci>o prepa-
rarse, pues de lo contrario seria una de-
bilidad. Sin duda, este paso me repugna
y me cuesta mucho; pero es el único me-
dio de saber á «|ue atenerie sobre ua
asunto que seria un torniento continuo
para mí y aun Idl \ez de evitar gran-
des ma! -s. Ademas, tengo mol. Vos muy
^ 238
poderosos para creer q 'o la conversación
de Rodin con el príncipe Djalma pueda
ser para mí de doble imp) tancia en cuan-
to á la confianza ó al odio inexorable que
tendré por Mr. Rodin Asi, Florinií,
pronto.... una capa.... un sombrero... y
un coche.... Tu me acompañarás..... Kn
cuanto á vos, amiga mía, hacedme el fa-
vor de esperarme aí]ui , añadió Adriana
(lirigiéodose á la Gibosa.
Media hora después de esta conversa-
ción, d coclie de Adriana se paró, según
hemos dicho, en la puertccita del jardin
de la calle Blanca.
Florioa entró en la estufa y vulvió al
instante diciendo á su ama :
— Ya está ecliado el transparente, se-
ñorita, y Mr. Rodin acaba de entrar en
el salort donde se halla el príncipe.
Mlle, de Cardüviile asistió, sin ser vis-
ta, á la escena siguiente que tuvo lugar
«ntre Rodin y Djalma,
Viil.
LA CARTA.
Algunos instantes antes de la entrada
de la señorita de Cardoville en el inver-
náculo, Rodin babia sido introducido por
Faringhea en la habitación del príncipe,
quien hallándose aun bajo el imperio de
la ecsaltacion apasionada en que le ba-
rbián sumergido las palabras del mestizo,
no parecía haber notado la llegada delje-
síiita.
Sorprendido tste al ver la animación
de las facciones do Djalma y de su aire
distraído , hizo una señal interrogativa á
Fharinghea, que respondió también por
medio de la pantomima siguiente Î dti-
pues de haber colocado el indiee sobre su
corazón y sobre su frente, señaló con el
dedo la ardiente llam;» de la chimenea ;
esta pantomima significaba (jue la cabeza
V el corazón de Djalma estaban inflama-
dos en aqtiel momento.
4LBÙSr,
Rodin comprendió sin duda , porqHe
una imperceptible sonrisa satisfactoria
brilló en sus descoloridos labios; en se-
guida dijo en voz alta á Faringhea :
■ — Deseo estar solo con el príncipe.:.,
bajad la cortina , y cuidad de que nosea-
mos interrumpido?
El mestizo se inclinó, tocó á un resor-
te colocado al lado de! cristal, el cual fué
entrando en la pared á medida que la cor-
tina bajaba; inclinándose de nuevo el
mestizo sajió del salon. Poco tiempo des-
pués de su salida fué cuando la señorita
de Cardoville y Florina llegaron al inver-
náculo (|ue no estaba separado del salón
donde se hallaba Djalma itias que por la
trasparente cortiria de seda blanca bor-
dada de grandes pájaros de diversos co-
lores.
El ruido de la ptterla qne Farrhgheh
cerró al salir, pareció sacar al joven indio
de su letargo; sus facciones, ligeramente
animadas, hablan recobrado su espresioii
habitual de tranquilidad y de dulzura^ so
estremeció, pasó la mano por su frenle¿
miró á su derredor como si saliese de urt
sueño profundo, adelantándose en spgui-
da hacia Rodin con aire reípéliioso y con-
fuso, le dijo empleando el nombre que
acostumbraban á dar á los ancianos:
— ^^Perdonad, padre mió...;.
Y según el hábito lleno àe deferen-
cia de los jóvenes respecto á los ancianos,
quiso tomar una mano de Rodin para lle-
varla á sus labios, homenaje al que et
jesuíta se negó retrocediendo un paso.
— ¿Y de qué n)e pedis perdón, caro
príncipe? dijo á Djalma.
— Cuando entrasteis, meditaba : y por
eso no correspondí á vuestro saludo....;
perdohadme, padre mió
— Si, os perdono, querido príncipe.*;
pero hablemos de otra cosa; sentaos....;
y recojed vuestra pipa.
Pero Djalma , en lugar de acceder á la
ALBLU.
invitación de Roclin y de recostarse sobre
el divan segun su co.stu(i)l»re, se sentó su-
bre un sillon, ó pesar de las inNtaiicias del
anciano de buen corazun, conio él liauiaba
al jesuíta.
— En verdad que n»e afligen vuestros
CDinpIirnientos, le dijo Uodin, estais U(|ui
en vuestra casa , en el fiiniJi.1 de la India,
ó á lo menos deseamos (jue creáis estar
alli.
— Muchas cosas me recuerdan aquí mi
pais, dijo Djalma con voz dulce y grave;
vuestras botídades me hacen acordarme
de mi padre y del que le reemplazó, aña
dio el indio pensando en el ínariscal Si-
mon, cuya lU-^ada le habia dejado igno-
rar liaita et)lünce$.
Después de un momento de silencio re-
plicó cbn un tono lleno de abandono pre
sentando la mano á Uodin:
— Ya Cïtais aqui, ahora soy feliz.
— Comprendo vuestra alegria , caro
príncipe, porque vengo á daros la liber-
tad á abriros vuestra jaula pues
os habia suplicado (jue os sometieseis á
esta pequeña reclui'ion voluntaria, abso-
lütantente por vuestro intentas
2lJ9
— ¿V mañana pudre salir?
— Hoy mismo, (juerido príncipe.
El joven indio reflexionó un instante y
replicó:
— ¡Tengo amigo?, puesto que estoy en
este palacio (|ue no me pertiMiece!
• — En efecto... tenéis amigos... escelen -
les amigos, respondió Rodin.
A estas palabras , el rostro de Djahna
pareció embellecerse mae. Lossentimien
tos mas nobles se pintaron en aquella mó-
vil y encantadora íisonomía; mis líenno-
sos ojos negros se humedecieron algún tan-
to-; después de un nuevo silencio, se le-
vantó diciendo á Uodin con voZ conmovida;
— Venid...
•í—¿ Donde , querido príncipe?... dijo el
otro sorprendido.
— A <l,)r praciafi a mi» amigos... he es-
perado Ircs (lias... nw parece bastante.
— Permitid, (|uerido príncipe [ler-
mitíd.... respecto á eso tenemos que ha-
blar largamente, sefiláos.
Djalma se sentó dócilmente sobre el
ijívan.
Uodin continuó :
— Es verdad.... tenéis amigos, ó ma<
bien tenéis un amigo; pues los amigos son
muy raros.
-¿Y vos?
—^Tenéis razón.... tenéis pues dos ami-
gos, querido príncipe; yo.... á quien yii
conocéis y otro á quií-n no conocéis...
y que desea permanecer desconocido pa-
ra vo--...
— ^¿Porquó?
— '¿Porqué? respondi(') Rodin embara-
zado, porque la ft-ücidid que esperiritenía
en daros pruebas de su amistad , poripi*^
su tranquilidad son la cansa de esto
inislerio.
— ¿ Porqué ocultarse cuando se hace una
buena acción?
—Algunas veces para oCuítar ta buena
acción que se tía heclio , querido prín-
cipe.
— Me aproveclio de esta amistad; ¿por-
qué ocultarse de mí mismo?
Los reiterados por qué del jóvcn indio
parecían desorientar á Rodin , que replicó
no obstante;
— Ya os lo he dicho, quorido príncipe,
vuestro secreto amigo vería tal vez com-
promeliJa su tranquilidad si fuese cono-
cido.
—Si fuese conocido por amigo mió?
— Justamente, querido príncipe.
Las facciones de r;jalma cobraron una
espresion de triste dignidad; levantóla
cabeza con orgullo, y dijo con severidad
y altanería:
— Puesto que ese amigo se oculta, será
tal vez porque se sonroja de mi ó por-
2i0 .^
que yo debo sonrojarme de él>.. asi pues
no acepto hospitalidad ninguna mas que
de personas que me consideren digno de
ellas ó que seand¡¿nas de mí... Pur consi-
guiente abandono esta casa.
V al decir esto, Dja'ma se levantó tan
resueltamente, que liodin esclamó:
— Kscuchadme, querido príncipe.....
tenéis, y permitidme que os lo diga, una
susceptibilidad y una petulancia Inorei-
bles aunque hayamos procurado re-
cordaros vuestro hermoso pais, ahora es-
tamos en Europa , en Francia , en P^ris,
esta consideración debe modificar algún
tanto vuestra manera de ver; os ruego
que me escuchéis.
A pesar de la completa ignorancia de
ciertas costumbres sociales, Djalraa estaba
dotado de un sentido demasiadoclaro para
no conocer la razón cuando esta le
parecía fundada ; las palabras de Rodin
le calmaron. Con esta modestia ingenua
de que están dotadas las naturalezas lle-
nas de fuerza y de generosidad , respon-
dió dulcemente:
— Padre mío, tenéis razón, ahora no
estoy en mi pais; aquí las costumbres son
diferentes; voy á rellexiouar.
A pesar de su astucia y de su trave-
sura, Rodin se hallaba casi desconcertado
por la conducta salvaje y por las ideas d'd
joven indio. Oe modo que, con grají sor
prosa , le vio qu<'darse pensativo durante
algunos minutos; después de lo cual Djal-
ma replicó con tono tranquilo, pero íir-
memenfe convencido :
— Os he obedecido, padre mi^; he re-
flexionado.
— ¡ Y bien! querido príncipe.
— En ningún país del mundo, y bajo
ninsun pn-toto, un hombre de honor que
priia'sa an-istad por otro hombre de lïo-
nor, debe ocultarla.
— Pero si peligra al confesar esta amis-
tad... dijo Kodin muy inquieto del giro
que iba tomando esta conversación.
Djalma miró al jesuíta con desdeñoso
asombro, y no respondió.
— Comprendo vuestro silencio, querh
do príncipe; un hombre valiente debe
desafiar ei peligro , convengo , pero si fue»-
se á: vos á quien amenazase ese peligro,
en caso que esta aniistad fuese descübier"-
ta , no seria disculpable y aun laudable la
con.lucta de ese desconocido?
— 'No acepto nada de un amigo quetne
cree capaz de rehusar su amistad por co-
bardía...
— 'Querido príncipe... escuchadme»
—Adiós, padre mió.
— Rellexitmad....
— Mi resolución es invariable. *
Replicó Djalma con tono breve y casi
soberano adelatitándose hacia la puerta.
— ll'.hl ¡ eh ! Dios mió! y si se tratase
de una miiger... esclamó Rodin haciendo
el último esfuerzo y corriendo hacia él,
porque en efecto temia verle abandonar
la casa y destruir de este modo sus pro-
yectos.
Al oir las últimas palabras de Rodin ,
el indio se detuvo repentinamente.
— ¿Una muger? dijo estremeciéndose y
ruborizándose: ¿se trata de una muger?
— ¡ Y bien 1 ¡ si ! si se tratase de una
muger replicó Rodin, comprenderíais
su reserva, y el secreto con que se ve obli-
gada á cubrir las pruebas de afecto que
desea daros.
— jUnaiiiuger! repitió Djalma con tré-
nuila voz y cruzando las manos con ado-
ración. ,j _
Y su rostro encantador espresd un sen-
timiento profundo é inefable.
— ¡Una muger!... dijo de nuevo: ¡ una
parisiense !
— Sí, querido príncipej, puesto que me
obligáis á esta indiscreción, es preciso con-
fesarlo ; se trata de una venerable parí-
jsiense-.' de una digna matrona llena
Ai.nt'M.
241
«íc virliiilo- y nijn... cuya avauzada t'da<I
iniTt'ce toijo viiesiro respeto.
— ¿Ks mu/ anciana? c>('Iun)ú el pol)U!
Dja ma, cuya «inlct» y cnciiuladora ¡lii>ÍL)n
dc«.i|iarrci(i <)(' rrpcnlf,
— ('asi me pi>iJ(ij Ili-var aI¿;imos años,
respoiwliú R'iiliii con una s(inrí>a iróníra.
«•spiTiindo ver al joven príncipe espresar
una especie de (le>;picliü cómico ó de co-
li^rico rrsíiilimientu.
N.ida de esfo pasó.
Ai etitiisia«imo anioroso, apasionado,
que Ijaliia brillado por un momento en 'as
facciones d»-! príncipe, sucedió una espre-
sion rc'pe!u'.»sa y tierna , miró á Rudin
fofí ternura, y le dijo con voz conmovjd.i:
— ¡Luego esa muger es para mí... una
madre I
imposible es describir el acento piado-
so, tierno y melancólico con que pronun-
<;ió Djílma la palabra ¡madre!
— Vos lo habéis dicho, príncipe , osa
respetable seùora quiere st-r una madre
para con vos.... pero no puedo revelaros
fa causa ilel afecto que os tiene sola-
nicnlo, creedme, ese afecto es siticero; la
causa es honrosa; si no os dij;o el secreto,
es porque entre nosotros los secretos de
las mugeres, jóvenes ó ancianas, son sa-
grados.
— Es muy justo, y su secreto será sa-
grado para mí; sin verla la amaré con
respeto... como se amaá Dios sin verle...
— Ahora, príncipe, dejadme deciros
cuales son las inlencior)es de vuestra ma-
ternal amiga Esta casa permanecerá
sicnipre á vuestra disposición, si gustáis;
criados frariceses, un carruaje y caballos
estarán á vuestras óidenes; se encargará
además de las cuentas de vuestra ca^a.
Además como »m hijo de rey debe vivir
con una pompa real , lia dejado en esta
próxima habitación una cnja (|ue contie-
ne quinientos luises: cada mes os será
entregada una suma igual ; si uo os basta
para lo (jue nosotros llamamos vuestros
placeres, me lo diréis, y se aumentará.
A un movimiento de Djalma, Hodin se
apresuró á decir :
— Debo advertiros, queri<lo príncipe,
que \U'>.>lra delicadeza d'.-be eslar perfec-
lameiile Iraiujuila. \in pritner lugar... de
una madre se acepta todo además,
como dentro de tres meses poseeréis una
enorme lierencia , os será fácil , si esta
obligaciones pesa, reembolsar estos adc-
larjto"*; no descuidéis nada, satisfaced to-
dos vuestros caprichos .se desea que
os presentéis en el mundo comodebepre-
setil;ir.-e,cl hij t de un rey, apellidado el
podre (¡el genernío. Por consiguiente, os lo
repilo, os lo ruego, no os detenga s por
una falsa delicadeza.... si esa suma no os
basta
— Pediré mas..... tiene razón mi ma-
dre un hijo de rey debe vivir como
rey.
Tal fué la respuesta que dio el indio
con una se«iciilez perfecta , sin parecer
asombrado do estas ofertas fastuosas; y
esto debia suceder : Djalma hubiera he-
cho por otro lo que hacian por él, porque
ya se sabe cuales son las tradiciones de
pródiga magninceiicia y de espléndida
ho>pilalidad de los príncipes indios. l)jal-
ma se habia quedado tan conmovido co-
mo reconocido al saber que una muger le
amaba con un afecto maternal... En cuan-
to al lujo de que querían rodearle, lo acep-
taba sin asonibro y sin escnípulo.
Esta re»i;;nacion fué otro nuevo chasco
para Uodin, que había preparado mil ar-
gumenlus para inducir «1 indio á que acep-
tase.
— Ved ahí una cosa bien convenida,
replicó el jesuita: ahora, como es preciso
que veáis el munilo, y que entréis en él
por la mejor puerta... uno de los amigos
de vueslra materufll protectora, el señor
conde (le .Moiilbron, ai «idiio lleno de es-
perieiicia . y ptrleDocienlc u la mas «lia
or
242
ALBUM.
sociedad , os presentará en las reuniones' su sillon temiendo ceder á |un acceso és*
mas escogidas de París
— ¿Porquo no me presentáis vos mis-
mo?
— ¡Ah, mi querido príncipe, mirad-
me.... y juzgad si yo haria buen papel en
ellas.... No, no, \ivo solo y retirado. Y
ademas, añadió Rodin después de un cor-
to silencio fijando sobre el joven príncipe
una mirada penetrante, atenta y curiosa,
como si hubiera querido someterle á una
especie de esperimento por las palabras si-
guientes; y ademas, iMr. de Montbron
podrá mojor que yo instruiros en ese mun-
do á donde asiste, d<3 los lazos que pudie-
ran tenderos. Porque si tenéis amigos....
también tenéis eneríiigos... bien lo sabéis;
cobardes enemigos que han abusado de
lína manera infame de vuestra confianza,
que se han burlado de vó§; y como des-
graciadamente ^U poder iga-^la su maldad,
tal vez seria prudente el procurar que los
evitaseis... y que huyeseis de ellos — en
lugar de resistirlos frente á frente.
Al recuerdo de sus enemigos, y á la
idea de huir de ellos, Djalma se estreme-
ció, sus facciones se cubrieron de una lí-
vida palidez; sus ojos desmesuradamente
abiertos, y cuyas órbitas se rodearon de
un círculo blanco, brillaron con un fuego
sombrío: jamás sobre faz humana estalla-
ron con mas fuerza el desprecio, el odio,
la sed de venganza.... Su labio superior,
de un rojo vermellon , dejando ver sus
dientes blancos y apr«^tad()S, temblaba con
un movimiento convulsivo, y daba á su
fisonomía, antes tan encantadora, una es-
presion de ferocidad tan animal que Ro-
din se levantó sobre su asiento y esclamó:
i— ¿Qué tenéis.... príncipe? me espan-
táis.
Djalma no respondió; medio inclinado
sobre su asiento, sus dos manos crispadas
panteso de furor.... en este momento, ta
casualidad quiso que la boquilla de ámbar
del tubo del houka rodase á sus piós; la
violenta tension que contraía todos los
nervios del indio era tan poderosa; á pe-
sar de su juventud y de su esbelta apa-
riencia, era de tal vigor, que con un brus-
ca movimiento pulverizó la boquilla de
ámbar á pesar de su estremada dureza.
— Pero en nombre del cielo, ¿qué te-
néis, príncipe? esclamó Rodin.
— De este modo aniquilaré á mis ene-
migos, esclamó Djalma con ojos amena-
zadores é inflamados.
Después, como si estas palabras hubie-
sen exaltado su rabia hasta el estremo,
dio un salto sobre su asiento, y con ojos
inquietos recorrió todo el salon durante
algunos segundos, yendo y viniendo érr
todos sentidos, como si buscase un arma,
arrojando de vez en cuando una especié'
de grito ronco que procuraba ahogar lle-
vando á su boca sus dos puños crispados...
al mismo tiempo que sus mandíbulas se
estremecían convulsivamente... era la im-
ponente rabia de la bestia feroz embria-
gada en el cncarnizamieito.
El joven indio estaba entonces hermo-
so, mas con una hermosura grande y sal-
vaje: sentia que estos instintos, de un ar-
dor sanguinario y de una intrépida cegue-
dad, exaltados entonces hasta aquel pun-
to por la traición y por la vileza, en cuan-
to se aplicaban á la guerra ó á aquellas
cacerías gigantescas de la India, mas mor-
tíferas aun que la batalla, debían hacer de"
Djalma lo que era; un héroe.
Rodin admiraba con siniestra y profürt-
da alegría la impetuosidad de las pasiones
de aquel joven indio, que en ciertas cir-
cunstancias debían hacer terribles esplo-
siones. De repente, con gran sorpresa def
por la rabia , apoyadas una contra otra , I jesuíta, se calmó esta tempestad. Kl furor
parecían agarrarse á uno de lo$ hrazos de| de Djalma se apacigtió casi súb'^^menle.
aLdum
•'porque la reflexion le mostró pronto su
Vanidad. Entonces, avcrgonza 'o de aipiel
arrebato tan pueril, b.ijó los ojiís.Su íi'<i»
noniía perniantció píliila y S(tml)ría; (!<■>-
pues con una tran ¡iiilidad fria , mas ter-
rible aun ijue la viuloncia á que acababa
de dejarse arrastrar, dijo á Itodín:
— Padre mió, boy me conduciréis ante
mis enemigos.
■^— ¿Y con qué fin, (¡ueiido príncipe?...
-¿qué queréis hacer?...
— ¡ Matar á esos infames!
•í—¡ .Matarlos ! ¿.estáis loro?...
— ¡ Faringliea me ayudará !
— O» lo repito, pi'ns.ui que a(pn' no es-
tais en las oriliasdeKianges, donde se nía
ta á un enemigo como á un tigre en la
caza<
■ — Así como uno se bate con un enemi
go leal, se mata á un traidor como á un'
perro maldito, replicó Pjalma con tanta
convicción como tranipiilidad.
— ¡ Ali! príiici[)e.... vus cuyo padre lia
sido llamado el padre del generoso, dijo
Kodincan voz grave, ¿qtió goce bailaríais
en de>itruir á seres tan cobardes como in-
fames?...
— Destruir lo que es peligroso es un
deber.
• — Luego... la venganza...
— Yo me vengo de una serpiente... di-
jo el indio con amarga altanería; la piso-
teo y la aniquilo.
— Pero querido príncipe, a(]ui no •íf li-
berta nadie de sus enemigos de esa ma-
nera : si tienen que quejarse....
— Las mujeres y los niiíos se quejan,
dijo Djalma interrumpiendo á Rodin, los
hombres hieren.
— Siempre á orillas del Ganges , querido
príncipe, pero no aqui... aqui la sociedad
toma á su cargo vuestra causa, la juzga
y, si tal decreta, castiga...
— En mi ofensa yo soy juez y verdugo.
— Por favor, escuchadme; os habéis li-
£4à
brado de los odioso» jaíos que os tendie-
ran vuestros enemigos, ¿no es asi? ¡ Pues
bien! siiponeii que eso li;iya sid(» , gracias
al interés de la ven.'r;ib!e muger que os
profesa la ternura de una madre; ahor<t,
si ella os pidie-íe su p,Td.>n, ella (jueosha
salvado... ¿«jué harías?
El indio inclinó la cabeza y permaneció
algunos m :)met)fos sin responder.
Aprovecli.índose de este momento do
vacilación, Uodin continuó;
— Yo podría deciros: príncipe, oonnzro
vneslros en<'migos; poro femiendo veroí
cometer alguna terrible imprudencia. »)S
ocultaré sus nombres para siempre. Pues
bien, no: os juro que si la respetable per-
sona (}uc os ama como á un hijo.ejicuen-
Ira justo y lítil qiieosdiga «6'ov- nom!)res;..
os los diré, pero permaneceré mudü has-
ta que lo ordene.
Djalma miró á Rodin con aire sombrío
y colérico.
En esíc momento Faringhea ehfró y
dijo á Rodin :
— Un hombre que Iraia una carta, Fia
ido á vuestra casa... le han dicho quee.'^-
fa^ais aquí... y lia venido... /.debo reci-
bir esa carta?.... dice que viene de parlo
del señor abate de Aii.'r¡gny...
— Seguramente, dijo Rodin; enseguida
anadió, si el príncipe lo permite...
Djalma hizo ima seùal deasentinu'eulo.
Earínghea sali(').
— Perdonadme, querido príncipe; e>ta
maííana esperaba una carta muy impor-
tante; como tardaba en venir, y noque-
riendo dejar de veros, recomendé en mi
casa que me la enviasen aijuí.
Algunos instantes después Faringhea
volvió con una carta que entregó á Ro-
din, después de lo cual el mestizo siüó.
IX.
ADRIANA V DJALMA.
Cuando Faringhea hubo salido del sa-
âl4
ALBUM.
Ion , Rodin tomó la caria de! abate de Al-
grigny con una nriano, y con la otra pa-
reció f)uscar alguna cosa, primero en el
bolsillo del costado de sti levita , después
en el de los faldones, y luego en el de mi
pantalon; en fin; no iiallando naila , co-
loió la caria S'd)re la roiiüla raida d • sti
pantalon negro, y se tentó por todas por
tes con ambas manos y lleno de inqtiie-
iud. Kn sogiiidrt esclamó:
— ¡Allí ¡Diosmio! ¡ qtiédesconsiielo!
— ¿Qué leñéis? le preguntó Djulma,
inlernimpiendo ei profundo silenc4o en
que estaba sumergido hacia algMttos ins-
tantes.
— ¡ Ah ! (]nerido principo, replii ó lio-
din, me acaba de suceder la cosa masvdl
gar, mas pueril, lo cual no impide que
para mi sea infinitametíte enojosa.... hé
olvidado ó perdido mis anteojos; ahora,
pues, á causa de la delestatde vista que
me han dejado el trabajo y los arios, mi'
es absolutamente ¡njposible leer e»la carta
tan importante, puesto que esperan una
respuesta pronta, sencilla; categórica....
un si ó no... el tiempo urge; si algimo...
añadió Rudin apoyando estas palabras sin
mirar á Djalma; si alguno pudiese hacer-
me el servjcio de leer por mí... pero no...
nadie... nadie...
— Padre mió, le dijo Djalma, ¿queréis
que la lea yu? Concluida la lectura, olvi-
daré su corfiMiido,
— ¿Vos? esclamó Rodin como si la pro-
posición del indio le hubiese parecido es-
traña y peligrosa, es imposible prín-
cipe leer vos esta carta.
— Ksousad entonces mi demanda, dijo
Djalma dulcemente.
— t'ero al fin , replicó Rodin hablando
consigo mismo, ydespues de un monieiilo
de rrlleC'iim , ¿por qué no?
y añadió dirigiéndose á Djalma :
— ¿Te.ndriais esa bondad, queridtj prín-
cipe? Nunca habría osado .pdiros tal ser-
vicio.
Rodin al decir esto entregó á PjaTma
la carta , que leyó en voz alta.
La carta estaba concebida en estos lér-
n)ini>s :
«Vuestra visita de esta mañana al pa-
laciíi de Saint- Dizier, según lo que me
han p-articipado, debe ser considerada co-
mo nna mieva agresión de parte vuestra.
«Hé aqiii la última proposición que se
os ha anunciado; tal vez será tan infruc-
tuosa como el paso de que intenté dar
ayer al dirigirme á la calle de Clovis.
«Do^puesde aquella larga y penosa es-
pri.:a<ion os dije que os escribiria; cum-
plo mi promesa; hé aqui mi ullimntum.
«Desde lufgo una adveílencia:
Ti'iied cuidado Si os empeñáis en
sostener una lucha desigual, os veréis es-
puosto aim al odio de aquellos que lan
locamente queréis proteger. Poseemos rail
niedu>s de perde ros revelándoles vuestros
p' yertos. Se les probará que habéis te-
nido parte en el complot que ahora pre-
tendris descubrir, y no por generosidad,
sino por codicia. »
Aunque Djdima conociese que la me-
nor |)ttgunla á Rodin acerca de aquella
cartí ^eria una grave indiscreción, no
pudo dejar de volver vivamente la cabeza
hacia e! jesuíta al leer esta última línea.
— ¡Dios mió I sí; se trata de mi de
mi mismo. Tal como me veis, querido
prnuipe, añadió, aludiendo á su pobre
traje, me acusan de codiciar.
— ^^¿V cuales son esas personas que pro-
tegéis?
— ;¿Mis protegidos!... dijo Rodin fin-
giendo vacilar , y couio si esta pregunta
le embarazase: ¿quiénes son mis prote-
gidos?... Uum hum voyá.deci-
ro": son son unos pobres diablos
sin ningún recurso, personas honradas
que no teniendo mas que el buen derecho
que les asiste en un proceso que sos-
tienen, se Yen amenazados de ser derri-
ALBl-«.
245
\têtUi por personas podoruaBS... «üUs ntt^
s«)ii Ita^tuiite coducidas {)ara 4|ue piivila.
qMUrleà la iiiéitCdra eit Uvor Je iniii.prur
tejidos ¿tiuó i|ti< Ti'is?... pobre y U-
iiii«li> me poii^o.rialiirdliiii'iiteile parle de
las p'>t>res y de lus (uitidoi l'cru u»
rue^<t i|iie coiilinuuis.
J>j.iliua i'uiiliiiuú:
«'l^iMifs , mucho que lonwr si segui»
sk'iiiio iiuestru eiimiiso, y ftada (|ue ga-
oar abrazando el parlido de a(|iielli)s )jiie
ilamais vuestros amibas; >eríaii llaiiiado>
ii>as ju>iaiiieiite V'(i«slros, Juguetes, por-
que si fuese üíucuru., ,VAU!>tru de^iuleres
M;ria inexplicable... a>i , pues, dcbc ocul-
tar, y ouiUd , lu repito , seiitiuiieutos de
codicia.
<( ¡ lUies bien ! bajo este punto de vis-
ta se o6 puede ofrecer un ánipliu des
^uite CiHi la diferencia de que vuestras
^peranzas serán únícanieute fundadas en
el reconociniienlü de vuestros ainigos, y
en actualidad nuiy e>piieslas, al paso que
nuestras ofertas serán realizadas inmedia-
tauíenle: para hablar con ma^ claridad,
h('> aqui lo que se exige de vos. Esta mí.o-<
tiia uuclie antes de las doce habréis salido
de Paris, y no volvereis hasta dentro de:
seis meses.»
Iijalma no pudo contener un niovi-.
4nieiito de sorpresa y miró á Hodin. i
— Nada mas sencdlo , replicó esté; el;
procesodemis pobres. protegidos serájuz;
^a^io antes de esa época , .y tratando dei
«lejarme, impide que vigilen sobre él; yaj
roriiprendeis, -querido. principe, dijo Ko-;
din cun una indignación amarga. Dignaos
roniinuar y escusarnie de haberos inter-
rumpido pero tanta inipudcncia me
afecta sobremanera....
DJaima prosiguió:
« Para que tengamos la certeza de qUe
■ os alejáis de París durante sei» me^es,
a iréis á parar à ca>a de uno de nuestros
aamíjjos de AUmania; recibiréis eu aüa
«una ge^{ro^a hospitalidad, pero perma-
<i neceióís vigilado liscilu que espire dicho
« plaz ).
— >i una prisión voluntaría, dijo
Kodíi).
« B<ijo estas condiciones recibiréis una
« pen.tion de iOOO francos al mes desde
a. vuestra partida de Paris, diez mil fran-
« eos contantes y 20,000 francos después
rt de terminar l(. s seis meses. Todo os se-
a rá garantizado suficientemente, Kn fin ,
« al cabo de seis meses, se os asepiirará
«una pd.sieion tan honrosa como indepen-
« duMile «
llabiéudose detenido Djalma por un
movimiento involuntario de indignación,
Rodil! te dijo:
— Continuad, os lo suplico, querido
príncipe: es preciso leer hasta el fin; esto
os dará una idea de lo que pasa eu medio
de nuestra civilización.
Dialma prosiguió:
« G jnoceis la marcha de las cosas y
« lo que somos para saber que alejándoos
« queremos solamente deshacernos de un
« enemigo, poco peligroso, pero muy im-
« purluno; ,no os alucinéis con vuestro
« primer triunfo. Las consecuencias de
a vueâtra denuncia son nulas, porque es
« calumniosa , el juez que la tta acogido se
« arrepentirá cruelmente de su odiosapar-
«cialidad. Podéis hacer de esta carta el
« uso que queráis. Sabemos lo que es-
«cribimos, á quien escribimos y como
« esoribimos. Recibiréis esta carta á las
« tres, si á las cuatro no tenemos una res-
apuesta escrita de pufio propio almárjen
«de esta carta.... la guerra empelará no
a mañaiía, sino esta noche. »
Concluida e>ta lectura , Rodin miró á
Djalma y le dijo:
—Permitidme llamar a Faringhea.
\ al decir esto focó la campannte.
TCI niestizo sk* presentó.
Kodih recibió la carta de manos de
02-
246
ALVTM,
Djalma, la rasgó en dos pedazos, la arru-
gó entre sus manos formando una especie
de bola, y dijo dándosela al mestizo:
— Entregaréis este papel á la persona
que espera , y le diréis que tal es mi res-
puesta á esta indigna é insolente carta.
— Entiendo, dijo el mestizo, y salió.
— Tal vez sea una guerra peligrosa
para vos, padre mió, dijo el indio con in-
terés.
— Si, querido príncipe, peligrosa tal
vez.... Pero yo no obro como vos.... no;
yo no quiero matar á mis enemigos por-
que son cobardes y malos.... los comba-
to.... bajo el escudo de la ley; imitadme...
Mas viendo que las facciones de Djalma se
obscurecían, Rodin añadió:
Hago mal... No quiero aconsejaros mas
sobre ese punto.... únicamente, conven-
gamos en poner esta cuestión bajo el úni-
co fallo de vuestra digna y maternal pro-
tectora. Mañana la veré: si consiente, os
diré el nombre de vuestros enemigos
sino.... no.
— ¿Y esa mujer... esa segunda madre...
dijo Djalma, es de un carácer tal que yo
pueda someterme á su juicio?
— ¡Ella!.... esclamó Rodin cruzando
las manos y prosiguiendo con mas ecsal-
tacion: ¡ ella !.... si es lo mas noble, lo mas
generoso que ecsiste en la tierra... ¡ ella !
vuestra protectora; pero aunque fueseis
en realidad su hijo.... os amarla con toda
la violencia de un amor maternal, y si se
tratase de elegir entre una cobardía ó la
muerte, os diria: ¡ Muere! con tal que yo
muera al mismo tiempo.
— ¡Oh, noble mujer! ¡mi madre era
asi ! esclamó Djalma con entusiasmo.
— Ella.... continuó Rodin con mayor
animación, y acercándose á la ventana
oculta eon la cortina sobre la cual arrojó
una mirada oblicua é in(]uieta. ¡ Vuestra
protectora...! pero figuraos el valor, la
rectitud, la lealtad personificada. ¡Oh,
leal sobre todo t.... Si, es la "franqneza
caballeresca del hombre de gran corazón
unida á la altanera dignidad de una mu-
jer; que en su vida.... lo oís, no ha men-
tido.... no solamente nunca ha ocultado
ninguno de sus pensamientos.... sino que
mas bien morirla antes que ceder al me-
nor de esos pequeños sentimientos de as-
tucia, de disimulo, casi forzados en las
mujeres ordinarias por su misma situa-
ción.
Difícil es espresar la admiración que se
demostraba en el rostro de Djalma al oir
la pintura trazada porr RoMn;sus ojos
brillaban, sus mejillas se animaban y su
corazón palpitaba de entusiasnrvo.
— Bien, bien, noble corazón, le d'jo Ro-
din dando un nuevo paso hacia la cortina ,
me place el ver resplandecer vuestra alma
y vuestras hermosas facciones... al oirme
hablar asi de vuestra protectora descono-
cida. ¡ Ah! digna es en verdad de esa ado-
ración santa que inspiran los corazones
nobles, los grandes caracteres.
— j Oh ! os creo , esclamó Djalma ; mi
corazun está penetrado de admiración y
de asombro; porque mi madre no ecsiste
pero ees ste otra muger que la reem-
plaza.
— ¡Oh I si, existe para consuelo de los
afligidos; existe, sí, para el orgullo de sn
secso; sí, existe para hacer adorar la ver-
dad, execrar la mentira la mentira,
el fingimiento sobre todo, no han empa-
ñado nunca Csa lealtad brillante y heroica
como la espada de un caballero... Mirad,
hace pocos dias esa noble muger me
dijo palabras tan admirables que en la
vida las olvidaré: caballero, en cuanto
tengo una sospecha acerca de alguno é
quien amo y eslimo
Rodin no pudo acabar.
La cortina , sacudida con tanta violen-
cia por la parte de afuera, que se rompió
el resorte, se enroscó repenlinaraentc con
•■ïBTM.
^V7
ígran estupor de Djalma, que vio aiUesus
ojus á la señorita de (^ardoville.
La capa de Adriana se liabia caido de
sus hombros, y al violento inoviniieiito
que liizo al acercarse á la cortina, su som
brero, cuyas cintas estaban desaladas, se
liabia desprendido de su cabeza.
Habiendo salido precipit.idainenle, nu
tuvo tiempo mas que para echarte una
pellica sobre su traje pintore>^co y encan-
tador con que se veslia de costumbre en
su casa; parecía tan radíente de belNza a
los deslumhrados ojos de Djalma entre
aquellas hojas y aquellas ílores, que el iu
dio se creia bajo el imperio de un sueño...
Con jas manos cnizudas, los ojos abier
los, el cuerpo lijt-rauienle indinado liát i.i
adelante como si fuese á orar, permane-
cia petrificado de admiración.
La señorita de Cardoville, conmovida,
el rostro ligeramente colorado por la emo-
ción , se mantenía en pié en el dintel de
la puerta del invernáculo sin entrar en el
salon.
Todo esto habia pasado en menos liem
po que el que hemos tardado en descri-
birlo; asi, pues, apenas estuvo levanladií
la cortina , cuando Rodin , fingiendo sor-
prenderse mucho, esclamó:
— ¿Vos aqui señorita?
— Sí, señor, dij'^ Adriana con voz al-
terada; Vengo á terminar la frase que
habéis comenzado ; os habia dicho (jtic
cuando tenia una sospecha la confesaba
á la persona que la inspiraba. Puos bien,
lo confieso, esta vez me ha faltado esa
franqueza; habia venido á espiaros, en
el mismo momento en que vuestra res-
puesta al abate d'.\igrif;ny me daba i nn
nueva prueba de vuestro afecto y de
>uestra sinceridad ; dudaba de vm-Ntra
rectitud en «I momento tnismo en que
atestiguabais nú franqueza.... Pur la |.ri
mera vez de mí vida me lie humillado
ha^ta la astucia esta debilidad nie-
ece un castigo, lo sufro; una repara-
ción, os la hago de todo corazón; escu-
sas os las ofrezco. Dirigióndose en se-
guida á Dj.ilma, añjdi<": Ahora, pnn-
ci|)e, ya no se puede guardar st-cri-to
soy vue^t^a parieiita, Adriana de (>ardt>-
ville, y espero que aceptéis de una her-
mana la liospitulidad (jue ac<.-plat)jís de
una madre.
bj.iliiia no respomüií.
Sumergid en una contemplai ion está-
lica ante a(|uella reoeiilina apiricioii. (|ur«
sobrepujaba á Us mas locas, á las mas
brülaiites visiones de sus dueños, espen-
u»entü[)a una esp<'CÍedeeiiilM-ía^<Jiz, (iiif,
paralizando la refi- x¡on , concenlritbd (ti
sus ojos lodo su poder.^... y lo mísiiio
que se procura en vano apagar una s» d
ineslinguible la mirada iidl.imada del
j iven aspiraba, por ticcirlo asi, con una
avidez devoradora todas las raras peí fic-
ciones de esta joven.
En efecto, nunca ^e li.ibian rei:n do d s
tipos mas divinos, Adriana y l^jalina ofu-
cian el ideal de la belleza del hoiiifire y
de la muger. Parecía haber algo de fatal,
de providencial en la union de aqueü.is
dos naturalezas tan j'ivenes y tan vivas..,
tan generosas y tan apasionadas , tan he-
ri'icas y tan lleras, (pie, cosa singular,
antes de verse conocian ya tcdo su valor
moral; porqtie si Djalma, al iiir la» pala-
bras de Koílin , habia sentido dispertarse
en su corazón una admiración tan .súoiIh
como viva y penetran'»- hacia las esti-
mables y generosas cualidades de aque-
lla bienhechora desconocida , la señoiíla
de Cardoviile ; esta se habia quedado
conmovida, enternecida y espantada á
su vez de la conferencia <|ue acababa de
sorprender entre K'din y Djalma , se-
gún que este habia manifestado nobleza
en su alma, delicada boncJad en su co-
razón ó rectitud en su caráctir; ademas
no habia podido contener un movjmivnlo
24S ÀLBIM.
de asombro, casi de admiiacioTi » á 'hi nos cr ireadas , I<ï dijo con Voz adorât)^*
viisfa de la sorprendoote belleza del prín-l nnnte dulce, suplivante y tímida:
cipe , y pronto , después de un seiili
miento estraño, doloroso, una espt'i'ie rie
conmoción eléctrica habiaestremeri.lo to-
do su cin'rpo, ciianio sin ojos se li^ibiun
encontrado con los de Djalrna.
Cruelmente conmovida de aíjuella tur-
bación que ella maldecia , procuró disi
mular su profunda impresión dirigiéndose
á Ilodin para disculp-arse de haber sospe-
chado de i>l. í'ero el obstinado silencio
que guardaba el indio aumentaba la mor-
tal turbación de la joven.
Levantando de nuevo los ojos hacia el
príncipe á fin de inducirle á responder á
su fraternal oferta, Adriana encontró de
nuevo su salvaje y ardiente uíirada ; bajó
los ojos con una mezcla de espanto, de
tristeza y de orgullo hi-rido; entonces se
felicitó de haber adivinado la inexorable
necesidad en que se veia de tener á Djal-
ma alejado de ella; tantos eran los temo
res que le causaba aquella naturaleza ar-
diente y fogosa. Querien lo en fin poner
término á su penosa posición, dijo á llo«'
din en voz baja y trémula:
— Pur favor, caballero no puedoí
permanecer aqui por ,mas tiempo
Al decir esto, Adriana dio un pasoparaí
reunirse con Fiorina. ¡
Djalma se adelantó híeja Adriana al;
vef el movimiento de esta, con la ini^ma;
violencia (|ue un tigre se lanza á hi presa
que crue segura. La joven ,eypai)lad« de
la espresion de ardor ft-roz que iniltxna'ba
las facciones del indio, retrocedió <ia»<lo
un grito.
Ujalma, al oirlo, parecií) volver en sí,
y se acordó de todo lo que acababa de pa
sar ; entonct-s, pálido y tenibiando, con
los ojos anegados en lágrimas , lasifaceio-
nes duscontpu'.'slas y marcadas de la mas
tierna desespi ración, cayó de rodillas an-
te Adriana, y elcYando hacia ella sus ma-
— ¡Oh! quedaos tío me abando-
néis... hace mucho tiempo que os estoy
es pe rail du...»
A esta súplica hecha con la temerosa
candidez de un niílo, con una resignaciotí
que contrastaba de una manera estraila
con el arret)alo feroz de que tanto se h'a-'
bia fspaiitado Adriana, respondió hacien-
do st ñas ? Flurina de que se dispusiese "á
pai tir.
— ^j*rííicipe.... n)e es Imposible perma-
necer aquí por mas tiempo.
— Pero... ¿Volvereis? dijo Pjalma con-
teniendo las lágrimas, ¿os volveré á ver?
— ¡Oh no, jamás, jamás !.... dijo Mlle,
de Cardoville con voz apagada; aprove-
chándose en seguida de la admiración que
habia causado a Djalma su respuesta,
Adriana desapareció rápidamente detrás
de uno de los árboles del invernáculo.
Kn el momento en que Fhirina , apre-
surándose á reunirse con su señora, pa-
saba por delante de Kodin , este la dijo
con v iz rápida y baja :
— Maùaria es preciso acabar el asunto
respecto á la Gibosü.
Flurina se estremeció, y sin responder
á Rodin, desapareció coaij Adriana de-
trás do los árboles.
üjálma, anonadado, se hábia quedado
de rodillas con la cabeza inclinada sobre
el pecho; su encantadora fisonomía no es-
presaba ni cólera ni arrebato, sino un es-
tupor profundo; lloralía ^ilenciosamen'te.
Ai ver á Kodin (¡»ie se 'le acercrfba , em-
pezó a temblar lanluque apenas pudo lle-
gar con paso vacilante hasta eldrvandoo-
de cayó, ocultando su rostro tnlresius
manos.
lùilonces Rodin . adelantándose <h¿ria
él, le dijo con lor.o d^ilce y coniuoido:
— ¡ Ay !.... bien tenvia loque Aa í «u-
oedcr; no quería daros á conocer va<.«tva
At.BUa.
249
fcienlirrhnra , y os había diclio qtio er«
Viija : ¿sabéis ponjiu*, (jucridt» principe?
Djaliiia, sin n-spomlor, dejó caer sus
manos sobre sus rodelas, y volvió hacia
Rodin su rustro inundado do lágrimas.
— Ya sabia (jiie la señorita do Cardovi
lie era encantadora: sabia que á vuestra
,.. edad cs niiiy fdcil enamorarse, prosiguió
Rodin , y queria evitaros ese dt-sgraciaíJo
inconveniente, querido príncipe, porijue
\uestra protectora ama desesperadamen-
te á un bello joven de esta ciudad.
Al oir estas palabras, Djalma llevó vi-
vamente sus dos manos á su corazón, co*
mo si acabase de recibir una herida agtt-
da , arrojó un grito de dolor feroz , d('já
caer lánguidamente su cabeza hacia otras,
y se desmayó,
Kodin le examinó fríamente durante bK<
gunos segundos, y dijo al tiempo de mar-
charse limpiando con el codo su grasicnto
sombrero :
— Vamos... bien... esto le hiere... es-
to le hiere....
X.
L09 CONSEJOS.
Eran las nueve en punto de la noche
del dia en que Mlle, de Cardoville se ha-
bía hallado por la primera vez en presen-
' cía de Djalma. Florina acababa de entrar,
' ' pálida, Irótnuía y con una palmatoria en
la mano, en la alcoba que estaba sencilla
pero cómodamente «mueblada.
Ksta pieza correspondía á la habitación
que ocupaba la Gibosa en casa de Adria-
na, y la cual estaba situada en el piso ba-
jo y tenía dos entradas î la una daba al
jardin, la otra al patio: por este lado en-
^ trabarl las perdonas que Tenían á ver á la
Gibosa para obtener algún socorro:' un
recibidor donde esperaban y an* sala
donde redbia las peticiones; estas eran
las piezas habitadas por la <iibosa k las
que servia de complementóla alcoba don-
de Florioa acababa de entrar con aire in-
quieto, casi alarmada, casi sin tocar la
allombra con la punta de los pies y {»pli-
cand<> el oido al menor ruido.
Habiendo puesto la doncella sobre la
chimenea la palmatoria que traía en la
mano, se dirijió fiaría un bufete de caoba
coronado de un estante bien pertrechado;
los cajones de este n)ueb!e tenían la llave
en la cerradura: y Florina los abrió lodos.
Contenían todos diferentes peticiones de
socorros con algunas notas escritas por la
Gibosa. Lo (|ue Florina buscaba no se ha-
llaba allí. Un mueble con tres cajas de
carton para papeles separaba la mesa del
estante: estas cajas fueron inútilmente
registradas por Florina , la cual hizo un
gesto de desd» nosod¡5gu>;lo, miró después
à todas parti-s, se puso otra vez á escu-
char Con ansia y divisando una cómoda
hizo én ella nuevas é inútiles pesquisas.
Al pié de la cama había una puertecita
quv daba paso á un gran gabinete de to-
eador."Florina entró en él y registró sin
écsilof un gran armario dondee.»taban col-
gados varios vestidos negros acabttdos de
hacer para la Gibosa de orden de Adria-
na. Notando en la labia baja una ina!ota
vieja medio escondida en el fondo debajo
de una capa, la abrió con precaución....
y halló cuidadosamente doblados los hu-
mildes y viejos vestidos que llevaba laGí-'
bosa cuando entró á vivir en estâopulea*
ta casa.
Florina se sobresaltó; una emoción in-
voluntaria contrajo sus facciones, y pen-
sando (|ue no era tíenjpo de estremecerse
Sino de obedecer las superiores órdenes
de Kodin, volvió á cerrar de pronto la
maleta y el armario, salió del tocador y
se volvió á la alcoba.
Dtspues de hnlter ecsaminado otra vez
el bufete le ocurrió repentinamente una
idea. No contenía Con haber registrado de
nuevo los cartones, sacó enteramente el
primero, esperando tal vez hallar lo que
63*
250
ALBDM.
buscaba entre el carton y el|mueble; pero
nada vio. Su segunda tentativa fué mas fe-
liz, pues encontró escondido donde espe-
raba un cuaderno de papel bastante abul-
tado. Hizo un movimiento de sorpresa,
pues esperaba otra Côsa; sin embargo to-
mó el manuscrito, lo abrió y hojeó pre-
cipitadamente. Después de haber recono
cido algunas páginas se manifestó satisfe
«ha é hizo un movimiento para meter el
cuaderno en su faitriíiuera ; pero al cabo
de un momento de reflecsion, lo volvió á
poner en su sitio, púsolo todo en orden,
tomó su palenatoria y salió del cuarto sin
haber sidosorprendida, según ella conta-
ba, pues sabia qije la Gibosa estaría al-
gunas huras con Mlle, de Carduville.
Al dia siguiente de esta operación , la
Gibosa estaba sola en su cuarto sentada
«D un sillon al lado de la chimenea donde
habia un fuego escelente; una espesa al-
fon^bra cubria el suelo: al través de las
cortinas de las ventanas se veia el prado
de un gran jardin : el profundo silencio
que reinaba era solo interrumpido por el
compasado ruido de la péndola de un re
loj y por el chisporroteo del fuego de la
chimenea.
La Gibosa, que tenia sus codos apoya*
dos en los brazos del sillon, estaba entre-
gada á UD sentimiento de dicha que ja-
mas habia esperimentado tan completa-
mente desde que habitaba en aquella casa.
Habituada después de tanto tiempo á crue-
les privaciones, sentía un encanto ines-
plicable en el silencio de aquel retiro,, en
la alegre perspectiva del jardín y princi-
palmente en la persudcion de deber el
bienestar de que gozaba á la resignación
y enerjía que habia manifestado en medio
de tantas angustias, tan felizmente ter-
minadas.
Una muger de edad, de áulce y bon
al servicio de la Gibosa mediante la no-
luntad espresa de Adriana , entró y le
dijo:
— Señorita, aqui está un joven que
desea hablaros al instante sobre un ne«
gocio urgente.... se llama Agrícoi Bau-
doin.
Al oir este nombre, la Gibosa dio un
ligero grito de alegría y de sorpresa , se
sonrojó un poco, se levantó y echó á cor-
rer á la puerta que conducía al salon don-
de Agrícoi estaba esperando.
— Buenos días, mi buena Gibosa , dijo
el herrero besando cordialmente á la jo-
ven cuyas mejillas se enardecieron y son-
rosaron con estos besos fraternales.
— ¡Ah, Dios mió! esclamó de pronto
la costurera mirando á Agrícoi con ansian
que significa esa venda negra que tienes
en la frente? ¿estas herido?
— No es nada, respondió el herrero ,
nada absolutamente.... no te ocupes de
eso... ahora lediré... como me ha sucedi-
do.... pero antes tengo que confiarte co-
sas de mucha importancia,
— Ven á mi cuarto; allí estaremos
solos: dijo la Gibosa precediendo á Agrí-
coi.
A pesar de la muchísima inquietud que
demostraba la físonomia de Agricol , no
pudo menos de sonreírse de contento al
entraren el cuarto de la joven y al mirar
al rededor de sí.
— Vaya, me alegro, mi buena Gibosa;
asi hubiera yo querido verte alojada siem-
pre.... reconozco á Mlle, de Cardoville...
I Qué cora/ou! ¡Qué almaj.... Tu no
Aabes.... que me ha escrito antes de ayer
para darme gracias por lo que había he-
cho por ella... y envíándome un aitiler
de oro muy sencillo que yo podía aceptar,
me decia ei) su carta, porque no tenía mas
valor que el haber sido usado por su ma-
dre. ¡ Si supieses cuanto me ha enterne-
dadosa fisonomía, que había sido colocada cido la delicadeza de este regalo!
— ^Nada debe eslraùarse de un corazrii
•como el suyo respondió la íiibosa
pero lu herida.... tu horiiia.
— Voy á decírtelo, tni buena (iibosa ;
,j tengo tantas cosas que contarte aiileb!
Empecemos por lo mas urgente... piies
se trata de darme nn buen con>ejo sobre
un caso muy ^rave ya sabes cuanta
conlianza tt'n^o en tu e>Cilenle corazón j
en tu razón ... Üespuc* te pediré un fa-
vor..r. ¡Oh! si, un gran favor, añadió
«I herrero con voz tan pt-tietrada y casi
solemne, que admiró á la Gibosa; en se-
guida repuso.... pero empecemos por lo
que no n)e es personal.
— Despáchale.
— Ya sabes que de^üe que tiA madre
fué á vivir con (iabriel al curato de cam-
paña que este obtuvo y desde que mi pa-
dre habita con el mariscal Simon y con
sus hijas, me fui á ab>jar á la fabrica de
Mr. Hardy, con mis compañeros en la
casa común, lista mañana.... ¡ah!.... es
menester que sepas que Mr. Hardy , es-
tando de vuelta de un largo viage que
hizo últimamente, se ha ausentado ulra
vez hace algunos dias á causa de sus ne-
gocios. Eíta mañana, á la hora del al-
míierzo, yo me habia quedado trabajando
un poco nías después de la última cam-
panada : salí de la fabrica para ir á nues-
tro refectorio y vi entrar en el patio una
mujer que acababa de apearse de un co-
che: esta muger se me acercó, y á pesar
de que tenia niedio echado el velo noté
que era rubia , bonita y dulce y estaba
vestida como una persona de mucha con
sideración. Admirado de su palidez v de
su inquietud le pregunté (jiié queria :
— Decidme, me pregiint»'» con voz tré-
mula y pareciendo esforzarse un poio:
¿sois trabajador de esta fabrica?
■—Si , señora.
— ¿Con que Mr. Hardy corre algún ries-
go? esclamó.
— ¿Mr. Hardy? ¡si no está en la fá-
brica!
— i Cómo ! repuso. ¿Mr. Hardy tío lia
vuelto anoche? ¿No ha !>¡do peligrosa-
mente herido por una mái|uína al recor-
rer la fábrica?
Al pronunciar estas palabras, Inslaliios
de la |)obieji'iven teniblal)an ('sce>iviirnente
y noté (|ue se le escaparon algunas lágf i-
— (^iracias á Dios no hay nada de eso ,
Ih respoii'll; Mr. Hardy no ha vuelto t<»-
davia y segiin dicen solo debe Tei^ar mih-
ñaiía ó pasado.
— ¿ Kstais seguro de loquedecis? ¿.Mr.
Hardy no ha llegado aun? ¿no está heri-
do? repuso la bella joven enjugándose las
lágrimas.
— Señora, os digo la pura verdad, si
Mr. Hardy estuviese herido no os habla-
ría ile él -con tanta serení Jad.
— Tíracias, gracias, repuso la joven.
En seguida me manifestó su recunoi^i-
miento con aire tan cof.lenlo y tan sensi-
ble que me interesó. Pero, repentina-
mente y como si en aquel momento se
avergonzase del paso que acababa de dar,
acabóde bajar su veloy se marchó, atra-
vesó el patio y tomó el coche. Yo siipue
que era una señorita que se interesaba
por Mr. Hardy y que se habia alarmado
de alguna voz infundada.
— Sin duda le ama , dijo la Gibosa en-
ternecida, y estando tan inqmeta , tal vez
haya cometido una imprudencia viniendo
a preguntar por él.
— Demasiado verdad es. La vi entrar
en sucothe, cun interés, por que su emo-
ción me l);jbia enternecido. I)e,-pues que
se marcho ¿qué es lo (jue vi á pocos ins-
lantes? uii birlocho de al(|ui er que la jó-
Nen no pudo apeicibir ocuito en un án«
guio de la pared; en el mumenlo quedió
la vuelta distinguí perfectamente à un
hombre sentado al lado del cocliero ha.
252
ALita.
cicndo soíias á éste para que siguiesq 'el
mismo camino, que cl coclie. '
— Sin duda seguían á esa pobre scùqi^,
dijo la Gibosa coi) inquietud. , _ ,
— Si, no hay duda: asi es que ephé
á correr para alcanzar el coche : llegue ,
y al través de las cortinillas que estaban
echadas, dije á la joven al mismo tiempo
que yo corria al lado de la puerleciila.
«Señora, tened (tuidado, un birlocho os
sigue. »
«¡Bien bien Agrícol me
respondió.
La oí esclamar con acento doloroso:
♦Gran Diosl el coche continuó su cami-
no. A poco pasó á mi lado el birlocho , y
noté que al lado del cochero iba un hom
bre alto gordo y colorado que, habién-
dome visto correr detrás del coche, ma-
lició tal vez alguna cosa, f orque me mi-
ró con aire inquieto,
— ¿Y cuándo llega Mr. Hardy? pre-
guntó la Gibosa.
— Mañana ó pasado : ahora , mi bueña
Gibosa, aconséjame. Es evidente que esta
joven ama á Mr. Hardy; sin duda es ca-
sada ; pues al hablarme estaba muy cor-
tada, é hizo una esclamacion de espanto
al saber (jue la seguiai . ¿Qué debo ha-
cer? tenia ánirno de pedir const^jo al tio
Simon; pero, ¡es tan rígido! Y ademas...
á su edad... ¡ asuntos amorosos ! En vez
que tú, mi buena Gibosa, que eres tan
delicada y tan sensible comprenderás
todo es-to... . ^
La joven se sobresaltó y se sonrió con
.tristeza : Agricol no lo notó y prosiguió :
— Así, dije para mí: solo la Gibosa pue
de aconsejarme. Suponiendo que Mr. Har
dy venga mañana ¿debo decirle lo que ha
pasado, ó?,.., ,
—.Espera, saltó la Gibosa interrumpien
do- á Agricol y pareciendo acordarse de
aíguna cosa... Cuando fui á pedir trabajo
al contento de Santa María, la superiora
me propuso entrar como costui'erá en tind
casa en la cual yo debia vigilar... en una
palabra... espiar...
— ¡Miserables I
— ¿Sabes, dijo la Gibosa, s^abes^n que
casa me proponían entrar para ejercer es-
te indigno oficio? en la de la señora de...
Fermont ó de Brcmont, no me acuerdo
bien , muger sumamente religiosa , pero
cuya hija, que se casó muy joven debia
yo vigilar principalmente, según añadió
la superiora, porque recitiacontinuamcn"
te las visitas de un manufacturero.
— ¿Qué dices? esclamó Agricol ¿se-
ria''.,.
— Mr. Haidy.,, yo tengo motivos para
no olvidar este nombre que la superiora
pronunció.
Desde ese dia han pasado tantas cosas
que olvidé esta circunstancia. Así, es pro-
bable que esta es la misma joven de quien
me hablaron en el convento.
— ¿Y qué interés podia tener en esto la
superiora? preguntó el herrero.
— Lo ignoro; pero yaves, e\ motivo
subsiste siempre puesto que esta joven si-
gue vigilada y tal vez á esta hora, ia
han denunciado y deshonrado... ¡ Ah ¡es
co.>;a terrible !
La Gibosa viendo á Agricol sobresalta-
do continuó :
— ¿Qué tienes?
— ¿Y por qué no? dijo el herrero ha-
blando cun-igo mismo,.. Si todo esto vie-
ne de una misma persona... La superiora
de un convento puede entenderse muy
,bien con un abate Pero ¿con qué ob-
jeto?
— Esplícate. Agricol, salló la Gibosa...
Y además, tu herida ¿cómo la has reci-
bido? le ruego que me Irartquilices.
— Precisamente voy á hablarte de eso,
porque, á la verdad, fcuanto mas pienso
en ello, tanto mas me parece que esta
aventura se refiere á ciertos hechos.
▲LlllM
-^¿Úiió dices?
— ^Figúrate que liace algunos días que
suceden cjsas sin^iilürcs on las inmedia-
ciones de nueslra f<<bri»'a Anle lodo,
como es'amos en cuaresma , un ahate df
Paris, homhre alto y Imeii mozo, lia ve-
nido sogiin dicen, á predicar al piiehiecilo
\le N lliers, q«ie esta á un cuarto de legín
del taller. Kste abate lia hallado ocasión
de atacar y de calumniar en sus sermones
á Mr. Ilardy.
« — ¿(^Wno es oso?
— Mr. Hardy ha hecho imprimir una
especie de reglamento relativo á nuestro
trabajo y á los derechos en las ganancias
que nos concede: este reglamento está se
guido de varias máximas nobles y senci-
llas, de algunos preceptos de fraternidad
que están al alcance de todo el mundo y
sacados de las obras de diferentes filósofos
y religiones. Porque Mr. Hardy ha es-
tractadolo mas puro que habiaen los pre-
ceptos religiosos, el abate ha sacado la
conclusion que no tiene religion ninguna,
y se ha fundado en este tema no solo pa-
ra atacarlo en el pulpito sitio para desig-
nar nuestra fábrica como un foco de per-
dición y de corrupcit)n , pues en vez de ir
los domingos á oir sus sermones ó á la ta-
berna, nuestros compañeros, sus mugeres
é hijos, pasan el día cultivando sus peque
íiosjardmes, leyendo, ó cantando en co-
ro, ó bailando en familia en nuestra casa
común : el abate ha IK'gado hasta decir
que la inmediación de un puñado de ateos,
así es como nos llama, podrá atraer al
pais la cóle^-a del cielo.... que se hablaba
mucho del cólera que iba ganando terre-
no, y que gracias á esta impia vecindad,
seria muy posible que todas las inmedia-
ciones fuesen castigadas con esa plaga ven
gadora.
— Pero decir tales cosas á gentes igno-
rantes, esclamó la Gibosa, seria arriesgar
el escitarlos á funestas acciones.
253
— liso era jii>tamehle lo tjue quería el
abate.
— ¿0"<-^ dices?
— Los habitantes de los alrededores, es-
citados sin duda por algunos alborotado-
res, se muestran hostiles con los obreros
(le la fábrica; han escilado también, si no
>u odio.á lo monos su envidia... en efecto,
viéndotios vímf en común, bien tratados,
bien alimentados, bien vestidos, acliviw,
alegres y laboriosos, su celo se ha irritado
por los sermon, -s del abate y por los sor-
dos ardides de algunos pillos á quienes he
reconocido por los mas infames obreros
de Mr. IVipeaud.... nuestro competidor.
Todas esas oscilaciones empiezan á tener
MIS resultados; ya ha habido tres ó cua-
tro pendencias entre nosotros y los habi-
tantes de los alrededores... en una de ellas
fué donde recibí una pedrada 'en la ca-
beza...
— ¿Y n) es cosa grave, Agricol? dijo
la Gibosa con inquietud.
— Nada absoluiamente, te digo... pero
it>s enemigos de .Mr. Hardy no se han con-
tentado cnn los sermones, han puesto en
obra aliiuna cosa mas peligrosa.
— .-.Oué?
— Yo y casi todos mis camaradas toma-
mos parte en la revolución do julio; pero
por ahora no nos conviene el tomar las
armas ; no es e>la la opinion de lodo el
inundo, pues ya, sea como quieran; no-
sotros no insultamos á nadie, pero teñe-
linos nuestro plan; y el padre Simon, que
oslan valiente como su hijo, y tan patrio-
ta como nailie, ncs aprueba y nos dirige,
I Pues bien ! hace algunos diasque encon-
tramos por toda la fabrica, en el jardín,
i'n los palios, papeles impresos donde se
nos dice « Sois unos cobardes, unos
egoístas; porque la casualidad os ha dado
un buen amo, permanecéis indiferentes á
la desgraoia de vuestras hermanos y á Jos
medios de emanciparlos; el bienestar ina-
teríal os debilita.»
64*
254 ALBtriií,
-^¡ Dios mió; Agricol, que persisten-
cia tan espantosa en h maldad!...
— SÚ... y desgraciadamcplí} esos insul-
tos han empezado á tener alguna inlluen-
ciaen muchos de nuestros ma* jóvenes ca-
maradas; y como después de todo, se di-
TÍgian á sentimientos generosos y eleva-
dos, han tenido eco y se han desarro-
llado algunos gérmenes de division en nues
•tros talleres hasta ahora tan fraternalmen-
te unidos; se advierte que reina una sorda
fermentación una fria desconfianza
reemplaza en algunos á la cordialidad acos
lumbrada... Ahora, si yo dijera que estoy
casi seguro de (|ue esos papeles impresos,
colocados en las paredes de la fábrica, y
que han hecho estallar entre nosotros al-
gunos motivos de discordia , han sido es-
parcidos por el emisario de ese abate pre-
dicador
¿no crees tú que la coin-
cidencia que hay en lodo esto con lo que
ha sucedido esta mañana á esa joven, prue-
ba que Mr. Hardy tiene desde hace algu-
nos dias muchos enenwgos?
— A mi también me parece en estremo
terrible todo lo que me acabas de contar,
dijo la Gibosa , y es todo ello tan grave
que solo Mr. Hardy podrá tomar una re-
solución respecto 8 ese asunto... En cuan-
to á lo que ha sucedido esta mañana á esa
joven, rae parece que tan pronto como
vuelva Mr. Hardy d«bes pedirle una en-
trevista , y por delicada que te parecza
una revelación semejante, contarle todo
lo que ha pasado.
— Eso es precisamente lo que me de-
tiene.... ¿No temes tú que yo aparezca á
sus ojos como indiscreto y que crea quie-
ro penetrar sus secretos?
— Si s:3 júven no hubiese sido seguida,
participarla de tus escrúpulos Poro la
dy... Supon, como es muy probable, q^re
esa j<5ven sea casada ¿no será conve-
niente por mas de mil razones que Mr.
Hardy sea instruido de todo?
— En efecto, así es, mi buena Gibosa.,,
seguiré tu consejo, todo lo sabrá Mr. Har-
dy... y supuesto que ya hemos convenido
respecto á este punto, hablemos de otra
cosa... de mi precisamente... sí, de mí.^.
porque has de saber que se trata de una
cosa de la que depende la felicidad de mi
vida , añadió el herrero con un tono de
voz tan grave que no pudo menos de cho-
car á la Gibosa. Tu sabes bien, continuó
Agricol después de un momento de sil"n-
ció, que nada te he ocultado desde mi in-
fancia, que todo te lo he dicho... todo ab-
solutamente...
— Lo sé , Agricol , sí , lo sé, dijo la Gi-
bosa presentando su mano blanca al her-
rero, quien después de haberla estrecha-
do cordialmente, continuó:
— Cuando digo que nada te he oculta-
do...;he mentido, mi buena Gibosa... por-
quenunca tehe habladode misaníoríos..^
pues aunque todo puede decirse á una
hermana, hay sin embargo ciertasjcosas de
las quo no debe hablarse á una honrada
muchaciía cüOío tú.
— Y te doy las gracias por ello, Agri-
col: habia notado esa reserva de tu par-
te... respondió la Gibosa bajando los ojos
y disimulando heroicamente el dolor que
sentía en aquel momento te doy las
gracias...
— Pero por la misma razón que no ha-
bia querida hablarte nunca de nn's amo-
ríos, me habia yo dicho á mí mismo... Si
líesase alguna vez á pensar en estas cosas
con formalidad... en fin, si me enamora-
se hasta el ptmto de pensar encasarme...
¡Oh! entonces, como se hace con una
hermana... la buena Gibosa seria la pri-
espian; es indudable que la amenaza al-
gún peligro... y á mi modo de ver tu de- j mera que lo supiese,
bes prevenir oportunamente á Mr. Har-| — Eres muy bueno, Agricol.
*' trr;M.
i:..ô
— Tues Wwn ya lia lle^ndo aipioW lamliit-n (J.- mi corazón. Kn iina ¡lalal
l
caso estoy, eiiainnradü c»)ini> un loco
y pienso casarme.
Al oír estas palabras do bocn de Afjri-
col , se sintió la pobre Gibosa paralizad»
enteramente durante al¿;iinos instantes-;
pareoia que su sanare se iiahia brlaiio en
sus venas su corazón d'jó i)e latir
Tero en seguida , pasada que fué a(|U(>lla
primera emoción , á la ntaiu-rn que una
mártir que en la excitación del dolor mis-
mo baila una especie de poder terrible
que la bace sonreír en medio de los tor-
n»entos, la desgraciada joven bailó en el
temor do dejar penetrar el secreto de su
ridículo y fatal amor una fuerza invenci-
ble, levantó la cabeza, miró al tierrero
con tran(|ijilidad, y le dijo con voz íiruir:
— ^^¡Ab ! con que tu amas á algufia
'Con forrualidad
— Es decir, mi buena Gibosa, que desde
hace cuatro dias no pictiso ó mas
bien, no vivo sino de este amor
— ¿Y solu bsce cuatro dias que
estás enamorado?...
— Precisamente pero el tiempo no
hace el caso
— ¿Y es muy bonita tu qucriila?
— Murena,., ojos azules... y tan gran-
des, tan dulces, tan hermosos como los
tuyos.
— Tu me lisonjeas, Agricnl,
— No, no lo creas, asi es la verdad...
y se llama Angola ¡«jné bonito nom-
bre!... ¿,noesverdad. mi buena Gibosa?...
— Sí, es un nombre encantador.... dijo
la pobre miicbaclia comparatidocon amar-
gura el contraste de este gracioso nombre
con el apodo do Gibosa que Agricol la
daba sencillamente.
— Kn efecto, continuó con terrib'etran
quilidad, ¡Angela!... sí, es un nombre
precioso.
— Pues figúrate que ese nombre no so
lamente es la imñgen de la figura, sino
tiene un corazi>n tan bello ctuno el luy< .
— ¡('on que olla tiene niis ojos... tiei f
mi corazón... dijo la tíibosa sonriendo.. .
es «;ingu!ar como nos parecemos 1
Agric<il no notó la desesperada iroiii,i
(]Uo ociiltabafi las pal.ibras de la Gibosa,
y conliiuii) hablando con una ternura tau
sincera como inocsorable:
— l*uos (|ué ¿crees tu. mi htiena Gi-
bosa, que me babria yo dejado doniin'r
por un amor formal, sino hubiese li i -
Tado en la que amo el mismo carái'<í,
el mismo talento y el mismo corazón que
reconozcft y admiro en tí?
— VaiiHS, hermano mió,., dijo la Gi-
bosa sonrier.do y la inrrtuiudií lii\o
el valor y la fuerza de roir ^'alllos.
estás mu. galante conmigo ¿Y di'inde
has conocido esa interesante mugor?
— Es ju.stamente la hermana de uno de
mis camaradas: su madre, que es la di-
rectora de las labores de cosliira y lavatlo,
nece.-ito de una operaría mas, y como se-
gún Costumbre establecida en la íibnca
son preferidos siempre los parientes de los
(jiie trabitjan »'n ella, hizo venir á .<u luja
de Lila, en donde estaba con i\i\a de sus
lias, y hace cuatro ó cinco dias ijue se
halla en la fabrica la primera noche
que la vi pasé 1res horas en la vela ha •
blando con ella, su madre y su herma-
na ¡ jy ! al (lia siguiente me sentí he-
rido en el cor.íz..n; al otro se aumentó
mas mi inquietud, y ahora estoy loco
loco enteramente y resuelto á casar-
me si tu me lo aconsejas... Porque á pe-
sar de todo has de saber que nada din'' á
mi padre ni á mi mailre basta d. .-pues de
haber oido tu ííiodo de pensar.
— No te comprendo, .Agrieu!.
— Ya sabes la confianza absoluta ijue
tengo en el increíble instinto de (u cora-
zón..Muchas veces me has dicln»; Agricol,
desconfia de eso, prefiere esto otro y
^6
AttelM.
nunca te has equivocado. Tues lion, es
preciso que me hagas el mismo favor.....
Pídele á la señorita de Cardoville permiso
para salir un corto rato y te llevaré á la
fabrica. Ya he hablado de ti cgmo tie una
hermana querida a Mme> Rertin y á su
hija , y según la impresión que tu sientas
al ver á mi Angela la declararé nú
amor, ó no la diré nada Esto te pa-
recerá tal vez una niñada, una supersli-
cion de mi parte pero ¿qué quieren?
yo soy asi'.
— Está bien, respondió la Gibo-a con
heroica resulucion. Veré á esa Angela , y
te diré lo que pienso de ella con toda sin-
ceridad, ¿entiendes?
— ¡Oiil eso ya lo sé.... y ¿cuando ven-
drás?
— No lo sé, es preciso antes preguntar
á la señorita de Cardoville qué dia no me
necesitará.... yo te lo 3vi-.aré....
— Gracias, mi btiena Gibosa, dijoAgrí
col con efusión: después añadió sonrien
do: y cuidado que hagas bien tus obser-
vaciones....
— Ni» te chancees, hermano... dijo la
Gibosa con voz dulce y triste á la vez, esto
es mtiy grave.... se trata de la felicidad
de toda tu vida —
En este níomcnto llamaron suavemente
á la puerta.
— Adelante, dijo la Gibosa.
Florina entró.
— La señorita os ruega que paséis á su
cuarto si no estais ocupada , dijo Florina
á la Gibosa.
Esta se levantó, y diiijiéndose al her-
rero :
— ¿Quieres esperarte un momento ,
Agrícol? Preguntaré a la señorita de qué
dia puedo disponer y le lo vendré á decir
en seguida.
La joven salió dejando á Agrícol con
Florina,.
gracias á Mlle» de Cardoville, dijo el heï"-
rero , pero he temido ser indiscreto.
— La señorita está un poco indispuesta^
dijii Florina, y no ha recibido á nadie ^
pero estoy segura de que asi que se en-
cuentre mejor tendrá un placer en ve*
ros.
La Gibosa volvió y dijo á Agrícol:
-^Si quieres venir á buscarme mañana
á !as tres, á fin de no perder el dia en-
tero, iremos á la fabrica y me volverás á
traer á la noche.
— Corriente, hasta mañana á las treSj
mi buena Gibosa.
— Hasta mañana á las 1res, Agrícol*
A las diez de la noche de aquel mismo
dia , cuando todo estaba en silencio en el
palacio de Mlle, de Cardoville, entró en
su dormitorio la Gibosa , cerró la puerta
<on llave, y asi que se halló sola se dejó
'dcr (le rodillas inundada en lágrimas dc'
¡ante de un sillon.
Mucho tiempo lloró la joven mu-
cho tiempo.... y cuando las lágrimas ce-
baron de correr, enjujjó sus ojos, se acer-
co á su bufete , tomó de uno de los lega-
jos el manuscrito que Florina habia re-*
gistrado el dia anterior, y escribió en él
una gran parte de la noche.
XL
EL DIARIO DE LA GIBOSA.
Ya lo hemos dicho: la Gibosa habia es-
crito una gran parte de la noche en el
cuaderno descubierto y registrado el dia
anterior pi)r Florina, qne no se habia aire*'
vido á apoderarse de él antes de haber
instruido de su contenido á las personas
que la hacian obrar, y sin haber tomado
sus órdenes respecto á aquel asunto.
rspliquemos la existencia de este ma-
nuscrito antes de abrirle al lector.
Desde el dia en que la Gibosa se hizo
—Hubiera deseado dar hoy mismo las I cargo de su amor hacia Agrícol, fué se
ÜBOM.
Vrlta la primara palabra de eslc manus-
crit'».
Dutiidn de un carát-fcr esi'.'ioialinciile
"pspaiisivo, y sin eml»Hrj;o'«ii)lii''iul>>s«'Cun-
tcuida por el terror ridíiiilo, terror cuya
dolon».! exrtiieracion era la única d«*bili
dad de la (lihosa , ¿á (luit^n Imbiese C(>ii-
ü.id't esta desgraciada el secreto de su fu-
Tienta pa>ion , sino al pipcl... a ese mudo
ron'ideiile de las alma^ sombrías ó heri-
das, á ese amigo paciente, silencioso y
frió, que si no responde á (piijas laïticno-
sas á lo menos siempre escucha, siempie
se acuerda ?
Cuando su coraz/m esperirhent(5 emo-
riones, ora tristes y dulces, ora amargas
y lerriWes, la pobre obrera, hallando un
encanto melancólico en estas espansio-
Ties mudas y solitarias, unas veces reves-
tirlas de una forma poética , al par que
sencilla y tierna , otras escritas en prosa
fespresiva , se habia acostufnbrado pi>co a
poco á no limitar estas confianzas á loque
foncornia á Agrícol; aunijue hubiese en
el fomlo «le todos estos pensamientos cier-
tas rt'flexiones que hacia nacer en ella la
vi)ta de las bellezas del amor Feliz, de la
maternidad, de la riquen y del inlorlu-
nio , tenian , por decirlo asi, un carácter
de per>ona'idad tan desgraciadamente es-
cepcional que no se atrevía siquiera á co-
municarlos á Agrícol.
Tal era el diario de una pobre joven,
hija del pueblo, tímida, deftrme y mise-
table, empero dotada de una alma ange-
lical y de una bella inteligencia desarro-
llada por la ledura , por la rueditaciotí,
por la soledad; pá^iinas ignoradas eonte-
nian na obstante cálculos acerca de tosie-
res y de las cosas , tomado* del punt'O de
vista particular en que la fatalidad haSia
colocado á a(|nella di-sgraíiada.
L<^)S rengl'M»t»s sijioimles , inferrttm-
267
que la Ciibosa babia srnÜílo la víspera a
saber el profundo am^r de Agricol hacia
Angela, formaban las últimas páginas de
este diario.
«Viernes 3 de marzo de 1832,
o La noche (jue he pasado no habia
sido agitada por nií)gun stieñoponoso; es-
ta mañana uie levantó sin ningún presen-
timiento.
«Me hallaba tranquila, si, muy tran-
quila, cuando entró Agricol.
« No me pareció que estaba conmovido;
ha estado . omo siempre, sencillo , afectuo-
so. Primer j iTie habló de un acontecimien-
to rel.ilíVo á Mr, Hardy, y de>pues... sin
vacilar, me dijo:
— a Hace cuatro dias que esíoy perdido ,
enamorado.... este sentimiento es tan for-
mal, qne pienso casarme.... y vengo á con-
sul lar os.
c lié aqui como me ha sido hecha está
revelación.... e:»n naturalidad, con cordia-
lidad, yo á on lado de la chimenea, Agri-
col al otro, como si estuviésemos hablan-
do de co>as indiferentes.
« Sin embargo aquello era bastante pa-
ra desgarrarme el corazón.... entra una
persona me abraza Iraternalmenle, se
sienta.... me habla.... y después....
«¡Oh! Dios mío... Dios mío... mi cá-
bela se eslravia....
«Ya me siento mas tranquila... vautos,
valor, pobre corazón.... valor; si algún
dia me abate la desgracia de nuevo, vol-
veré a leer estos renglones, escritos bajo
la impresión del dolor mas cruel (]ue ja-
más deba senlrr, y diré para mí: ¿qué
comparación cabe entre el pesar presente
y el pasado?
« jOue dolor tan cruel es el mió!...,
flegíliino, ridícul'i, vergonzoso; dolor que
no osaría confesar , ni a la mas lieriia , á
pidos acá y allá ó borrados por las ii»grí
mas, secan el curso de las emociofies I •«»»»»« 'odulgente de las madres....
62*
258
AlBUM.
—1 Ay ! es que hay penas muy espan- 1 p¡iar mi corazón violentamenh» mís
losas, y que sin embargo solo merecen manos ardían una dulce languidez se
piedad y desprecio. | Ay].... es que hay
dolores proliibidos, y...
« Agricol me pidió que fuese á ver ma
nana á la joven de quien t-stá etiamorado
apasionadamente, y con quien se casará ,
si el instinto de mi corazón se lo aconse-
ja.... ese casamiento ese pensamien-
to os el mas doloroso de todos cuantos
han atormentado mi pobre corazón desde
que tan desapiadadamente me aíiunció
este amor....
«Desapiadadamente... no, Agricol, no,
no, hermano, perdona, perdóname este
injusto grito de mi sufrimiento 1.... Aca-
so tú sabes.... puedes sospechar que le
amo mas apasionada y mas violentamen-
te que nunca podrá amarle esa encanta-
dora criatura !
«Morena... talle, de ninfayojostazules...
tan gratules, tan hertnosoj y tan dulces
como los tuyost.
«Esto es lo que me ha dicho al hacer-
me su retrato.
« ¡ Pobre Agri.ol ! ¡ cuanto hubiera su-
frido. Dios mió, si hubiese sabido que ca-
da uno de sus palabras me desgarraba el
corazón!
«Jamás he sentido mejor que en aquel
moatento la profunda conmiseración , la
tierna piedad que nos inspira un ser afec-
tuoso y bueno, que en su sincera ignoran-
cia hiere á muerte sonriendo...
«Asi, pies, so le debe compadecer el
dolor que csperimentaria al descubrir el
mal que os causa.
« ¡ Cosa estrana ! nunca me habia pa-
recido Agricol tan hermoso como esta ma-
ñana... ¡ cuan dulcemente conmovido esta-
ba su rostro varonil al hablarme de las in-
quietudes de aquella joven !.. Al escuchar-
le contándome aquellas angustias de una
muj^r que se espone á su perdición por el
hombre queama...yo también sentía pal-
apoderó de mí, y..,.
f( ¡ Ridiculez é jrrision!.,.. ¿Tengo yo
acaso derecho para conmoverme de ese
modo?
« Me acuerdo de que mientras me h«-
blaba eché una mirada rápida sobre el es-
pejo: estaba orgullosa de hallarme tan bien
vestida; él no lo ha notado; mas no im-
porta ; á mí me ha parecido q»ie mi cofia
me sentaba perfoct4menfe,|i|ue mis cabe-
llos eran brillantes, que mi mirada era
dulce....
« Encontraba á Agricol tan hermoso...
que también conseguí hallarme menos íea
que de costumbre... sin duda para escu-
sarme á mis propios ojos para atreverme
á amarle
« Después de lodo.... lo quesucedehuv
debía suceder im día tí otro
«Si... jcuanto consuela este pensamien-
to á los que aman la vida que la
muerte no es nada!... porque debe llegar
un dia ú oíro
« Lo (juc siempre me ha preservado
del suicidio.... última palabra del desgra-
ciado que prefiere reunirse á Dios, á per-
manecer entre sus semejantes es el
sentimiento del deber... no debe uno pen-
sar en si solo —
«Y también decía para mí: Dios es bue-
no... puesto que' los seres abandonados....
pueden atin amar.... ¿como es qiieá mij,
tandébil, me ha sido siefnpre dado el so-
correr ó ser útil á alguno?
«Asi, pues.... hoy estuve tentada de
acabar con mi ecsistencia.... ni Agricol ni
su madre tenían necesidad de mí.... si...,
pero esos desgraciados, de quienes Mlle, de
Cardoville me ha hpcho la Providencia...
¿pero mi misma bienhechora.... aunque
me haya regaííado afectuosamente de la
tenacidad de mis sospechas acerca de ese
•«■TJI
259
hombre? temo por ella mas que nunca...
mas que nunca...- U siento amenazada ..
mas que nimca tengo fé en la utilidad de
mi presencia al lado suyo....
« Es preciso vivir....
«¿Vivir para ir i ver mañana á esa jó.
ven...(|ue Agricol ama apasionadamente?
« I Dios mió! i[n)T qué he conocido
siempre el dolor y nunca el odio? debe
liaber en el odio un gncp amargo,,, ¡tan-
tas personas hay que aborrecen ! tal vei
\oy yo á aborrecer.... á esa joven... An-
gela... como ól ha diclio... al pronunciar
sencillamente estas palabras:
« Un nombre encantador... Angela... ¿no
n verdad?»
« ¡ Comparar este nombre que recuerda
ana idea llena de gracia , con ese apodo
irónico símbolo de mi di'formidad !....
« ¡ Pobre Agricol... pobre hermanol...
4 la bondad es algunas veces tan ciega co-
mo la maldad !...
«¿Aborrecer yo á esa joven?... ¿y por
qué? ¿acaso me ha arrebatado la belleza
que seduce á Agricol?.... ¿Puedo tal vez
impedir que sea hermosa?
« Cuando yo no estaba aun acostumbra-
da á las consecuencias de mí fealdad , me
preguntaba á mi mi>ma con amarga cu-
riosidad, porqué el Criador habla dotado
á las criaturas con tanta desigualdad.
« La costumbre de ciertos dolores me
ha permitido reflexionar con calma : he
concluido por persuadirme... y creo que
á la fealdad y 4 la belleza van unidas las
dos emociones mas nobles del alma... j la
admiración y la compa^ion!
« Los que como yo... admiran á los que
son hermosos... como Angela, cunio Agri-
col... y los que esperimentaná su vez una
conmiseración tierna hacia aquellos que
se me asemejan...
« A veces tiene uno á su pesar esperan-
zas muy insensatas... algunas veces al ver
que Agricol nunca me hablaba de sus amo
res, me píTsuadía de que no los tenia
que me amaba.... pero para él el ridiculo
era como para mi un obstáculo para lodn
declaración. Sí, y aun tie compuesto algu-
nos versos respecto i ese punto. Según
creo, estos soa los mrn(»s malos.
— «¡Singular posición es, en verdad,
la mía ! si aiin) soy ridicula si me
aman... también se esponen al ridículo...
«¿('ómo he podido olvidar esto, para
haber sufrido... para sufrir aun como su
fro hoy? Pero bendito sea este sufri-
miento, puesto que no engendra odio al-
guno... no... porque yo no puedo odiar á
esa joven; cumpliré con mi dt-ber de
hermana hasta el fm.... escucharé bien á
mi corazón : tengo el instinto de la con-
servación de los demás; el me guiará , él
ute iluMíinarií...
« Mi único temor es que no pueda con-
tener mis lágrimas á la vista de esa j'Wen,
que no pueda vencer mi emoción. Pero
entonces, ¡ Dios miol i q«ié revelación se-
ria para Agricol mis lágrimas I ¡descubrir
él el loco amor que me inspira! ¡oh,
jamás!... ;el día en que io supiera seria
el último de mi vida!.... Entonces habría
para mí alguna cosa superior al deb^r, la
voluntad de evitar la¡vergiienza, una ver-
•¿üenza incurable que sentiría abrasarme
como un hierro candente...
« No, no, estaré tranquila Por otra
parte, ¿no he sufrido delante de él e.sta
mañana una terrible prueba? estaré
tranquila es preciso que mi personali-
dad no vaya á obscurecer esa segunda vis-
ta, tan resplandeciente para aquel á quien
amo.
« ¡ Oh ! ¡ penoso... penoso deber... por-
(jue también es preciso que el temor de
ceder involuntariainenle á un sentimiento
malo, no me haga ser demasiado indul-
gente para con esa joven! Ademas, yopo-
dría comprometer el porvenir de Agricol,
puesto que mi decisiones la única que de-
be guiarle.
^0 Atl^blÉ
« Pobre criatura... ¡cómo abuso de mí
misma ! Agricol me pide consejos, porque
cree que yo no he tener el triste valor de
contrariar su pasión; ó bien me dirá : no
importa... artio... y desafio el porvenir...
« Tero entonces , si mis consejos , si el
instinto de mi corazón no deben guiarle,
si su resolución está lomada de antemano,
¿á quó encardarme de tal misión? ¿para
qt;ó? ¿para obedecerle? no me ha dioho:
¡ venl
«Al pensar en mi interés hacia él, ¿«Mián-
tas veces, en el mas secreto, en el mas
prufimdo abismo de mi corazón, me lie
pregimtado si alguna vez habrá tenido el
pensamiento de amarme de otra maiiera
que como á una hermana? ¿Si ha dicho
él para sí, alguna vez, que en mi tendría
una miiger que se interesase por él?
«¿Y por qué habría de decir esto?
mientras lo ha querido, mientras lo quer-
rá» siempre he estado afectuosa con él co-
mo lo hubiera estado sti muaer , síí her-
ma.na , su madre. ¿Por qué había de te-
ner ese pensamiento? ¿se piensa alguna
vez en lu que se posee?
« ¡ Yo casada con él ! j Dios mío 1 ... ese
suefio tan insensato como inefable... esos
pensamientos de una dulzura celestial^ que
abrazan todos los sentimientos desde el
amor hasta la maternidad.... esos pensa-
mientos Y esos Sentimientos ¿lo me están
prohibidos bíijo la pena de ún ridículo, lo
mismo que si llevase k>3 VestWos 'ó lOS
adornnSVjue iñe proh'ilíen trti fealrfad y mi
der^rmiilad?
ir Qiiis era saber sí cuando citaba suniCr
gí'ia en la fuíseiia mas cruel, habría su-
frido mas que sufro h«>y ál saber el casa-
miento de Agricol? til hambre, el frío la
nií-ena me hubiesen dislraídi» de este do-
lor tan agudo, ó bien esté drdor tan agii
dome íiubiese distraido del frió, del h;im-
bre y de la miseria.
«No, DO, esa ironía es amarga; á mí
no me toca hablar de este modo. Kirt^lié
es tan profundo este dolor! Por qué han
cambiado para mí el afecto, la estimacíonj
el respeto de Agricol! Me compadezco....
y (¡Uc sucedería, gran Dios? Si yo fuese
bella, amante > afectuosa, y nfte hubiese
preferido á tma muger menos bella , me-
nos amante, menos afectuosa que yo!.. .
no seria mil veces aun mas desgraciada?
Porque yo podría, debería 'quejarme de
él^ ai paso qite ahora no puedo quejarme,
por no haber pon-^ado en una union un-
posib'e á causa del ridiculo..»
«Y aunque lo hubiese querido... acaso
lenilria yo egoistno de consentir?...
«He empezado á escribir muchas pági-
nas de este diario, asi como he empezado
esta... el corazón lleno de amargura, y
casi siempre á medida que decía al papel
lo que ño hubiera osado decir â nadie. .»;
mí alma se tranquili/aba y la resignación
llegaba.... la re«-ignacíon.... mí santa, tá
que soniiendo con los ojos llenos dé lá-
grimas, cubre, anlá y jamasespera !!!...»>
F>tas palabras eran las állimas de aquél
diario. Se veía en la abundancia de lágiri-
nia>, que là desgraciada hàbià debido pa-
decer mucho...
Kn efecto anonadada por tantas emo-
ciones, la Gibosa, a fm de la noche, ha-'
bía vuelto á colocar el cuaderno detras del
legajo, creVéridoie alli, no seguro, (pues
no podía í^ospechVr e1 ri^enor abuso de
cotil¡a'nz;i) sino ínas oculto que en uno de
los ciij >nés que abría á cada pasoá los ojos
de todos.
Asi como esta vaíerosa crta'lura se lo
había prometido, (jueriendo cumplir dig-
namente su deber ha>ta el fin, al dia si-
guiente había esperado á Agricol, y bien
nfirmada en su heroica resolución, se ha-
bía dirigido con el herrero á la fábrica de
ÎM. liarriy.
ï'Iorina, instruida de la partida de la
k\MVik
ÍGil>osa. pero d(4cri(]a una parte del <Jia
pi»r üu servicio al lado de la seùoiita d<'
Otrdoville, y prrliiitMuKi por ulna parte
e$4)('rar á la n'X'lit* para niiii()ltr las nue-
vas <'ir«K'iK'S qii«' híihia pi^dido y rrci i<lo,
dfsd»» ijiK» pur niiMJu) dt* una ciirla haiua
herlio com'Ccr el cüi\lenido del diario de
la (¡ibüsa , Flnrina , secura de no ser sor-
prendida, a^i que hubo cerratlo la nociu»
comploLmieiile, entró en el cuarto de la
jiiven t»br«'ra...
Conociendo el lugar donde se hallaba
el n^anu^crll<1, se dirÍKÍóre(-.taine4)teaJ bu-
fete, levanló el l« g-<jo, lomaiidode su bul-
sillo una carta cerrada , Se dispuso á po-
nerla en el lugar del niauui>crito que de-
bía Sustraer.
En este momento en^pezó á temblar
tan fuertemente, q^ie se vio obligada á
apoyaf;^ sobre la mesa.
Ya se ha di.-ho : el corazón de Fiorioa
no rarecia aun completamente de algunos
buenos seutunientus, obedecía fatalmente
á las órdenes que recibía; pero sentía do-
^oJo^aJnente ludo lo que habia de horrible
y de infame en su conducta. ... Si no se
butüi'^e I rd ta lio absolutamintesinode eliri,
sin duda líabria tenido el valor de sufrif-
fo todo mas bien que una odiosa domina-
ción ; pero desfiraciadamente no su-
cedía esto, y su pérdida hubiera cansado
Hna dese>peraciün mortal á quien amaba
mas que á su vida... asi puesseresi<>naba
no sm crueles angustias é «bominables
Iraicíones.
Aunque ignorase casi siempre con que
objeto la hacían obrar, respecto á la sus-
tracción del <iJario de la Gd>üsa , presen-
tía vagamente qUe la substitución de aqiifc-
tla carta cerrada á aquel maiujscríto, df-
bir t- ner para la Gibosa funestas cuum'-
cuencias^, porque se acordaba de estas pa-
tahrris siniestras prenunciadas la vÍ!>j>era
por Uodij) :
— Maiíaua le loca i la Gil^>sa.
564
¿Oiié daban á entender estas pala-
bras? con)o era (jue la carta que le habían
niatnbdn colo«*ar en liifiar del diario, con-
curría à este resultado?
Lo ignoraba , jicro compn*ndía qtie el
afecto de la (jibosa causaba una Ju>ta in-
quietud a los enemigos de la setlorita de
Cardoville,y t|ue ella nu-m3 , Klotina,
arríes'piabd el ver descubiertas de un dia á
otro sus períi'lí;is por la obrera.
l'Me último temor hizo cesar las vaci-
laciones; de Fíorina; colocó la carta deba-
jo del le;:ajo , volvió á poner este en su
IUi.ar, y ocultando el manuscrito debajo
de su delantal, salió furtivamente de la
habitación de la tlibosa.
XII.
EL DIARIO DE LA GIBOSA.
Habiendo vuelto Fiorina á sti cuarto
alfítinas horas después de haber ociiltado
en él el manuscrito sustraído do la habí-
tai ion de la Gibosa, cediendo á su curio-
sidad , quiso 4eer!e.
Pronto sintió un intcr¿^ creciente, una
emoción ínvolunturía al leer aijuellas ín-
timas couíian^as de la joven otíera.
lintre muchos versos que re>píraban
un amor apasiotiado iiacia Agrícul, amor
tan profundo, tau sencillo , tan sincero,
que Fiorina se conmovió y olvidó la ridí-
c4ila deformidad de la Gibosa; entre mti*
olios \ersos, re^xlímos se hailal)un dife-
rentes fiagnu'íitos, pensamientos ó p,irra-
fos , relalivusá diversos heihos.Cilarí''(i)os
algunos á un dejustificar la profunda im>
presiunque causaba aqueja lectura a Fio-
rina.
Fragmeníox del diario de la G ¡bota.
« tl>^>y era fl dia de mí santo. Hasta
esta noche conservé una loca ei^peraiiza.
« Ayer bítji' á casa de iMa«e. Baudoin
fiara curarla una Ilaira fjiie tenía en una
pierna. Cuainlo ent^^ A;;rí(<j| «stabaalli,
his í\íh\» ItaMaba do lui con su madre ^
66*
262 àLiva,
porque al punto se callaron cambiando
una sonrisa de intclijencia ; y ademas he
notado, al pasar por junto á la cómoda ,
una preciosa caja de carton con una al-
mohadilla sobre la cubierta.... me sonro-
jé de felicidad.... creí que aquel regalo
me estaba destinado , pero afecté no ver
nada.
«Mientras que estaba de rodillas de-
lante de su madre, Agrícol salió; noté que
se llevaba la caja. Nunca ha estado Mme.
Baudoin mas tierna, mas maternal con-
migo que aquella noche....
«Me pareció que se acostaba mas tem-
prano que de costumbre, será para hacer
que me vaya mas pronto , pensé , á ñn
de que goce de la sorpresa que Agrícol
me ha preparado.
a Asi , pues , como me latía el corazón
al subir á mi gabinete permanecí un mo-
mento sin abrir la puerta para hacer du-
rar por mas tiempo mi felicidad.
« En fin, entré con los ojos cubiertos
de lágrimas de alegría ; miré sobre mi
mesa, sobre mi silla sobre mi cama,
pero, nada.... la cajita no estaba allí. Mi
corazón se me oprimió.... pero no obs-
tante dije para mi: será para mañana,
porque hoy no es mas que la víspera de
mi santo.
«El día pasó... la noche vino.... y na
da... La preciosa cajita no era para mi...
sobre la cubierta había una almohadilla...
de consiguiente no podía ser mas que para
una muger.... ¿A quien se la habría dado
Agrícol?....
«En este momento sufro mucho —
« La idea que yo tenia de que Agrícol
celebraba mis días es pueril.... casi me
avergüenzo de confesármelo.... pero esto
me hubiera pmbado que no había olvida-
do que tenia otro nombre, ademas del
de la Gibosa, que es el que siempre me
dan.... ■^
« Mi susceptibilidad respecto á este asun-
to es tan desgraciada , tan porfiada , tjôè
me es imposible no sentir un momento
de vergüenza y de pesar siempre que me
llaman la Gibosa.... y sin embargo, des-
de mi infancia no he tenido otro nom-
bre....
« Por eso sería muy feliz , si Agrícoí
aprovechase la ocasión del día demi san-
to para llamarme una sola vez por mo*
desto nombre de Magdalena.
«Felizmente siempre ignorará este vo-
to y este sentimiento.
Florina cada vez mas conmovida de 1a
lectura de esta página llena de una seti-
cíllez tan dolorosa, volvió algunas hojas ^
y continuó í
« Acabo de asistir al entierro de
esa pobre Victoria Herbin, nuestra veci-
na... su padre obrero lapicero, fué á traba-
jar un mes lejos de París... murió á los diez
y nueve anos, sin parientes á su alrede-
dor.... su agonía no ha sido dolorosa : la
valerosa muger que la ha cuidado hasta
el último momento, nos Isa dicho que nu
había pronunciado otras palabras masque
estas :
c En fin.... en fin
«¿Y esto como? con alegría.
« I Pobre muchacha I estaba bastante
enfermiza: pero á los quince afíosera una
rosa.... y tan linda.... tan fresca.... ca-
bellos rubios, suaves como la seda; pero
poco á poco ha ido enfermando; su oficio
de escardadora de colchones la ha mala-
do.... Ha sido por decirlo asi, envenena-
da por las emanaciones de las lanas (1)...
su olicio era tanto mas mal sano y peli-
groso cuanto que trabajaba para gentes
pobres y por consiguiente empleaba lana
churra.
(1) Lóense los siguientes pormenores tn
ALB1TM
«Tenia un valor de Icón y la resigna -
*cion de un ángel ; siempre me deria cun
su vocecita dulce, entrecortmla por una
tos seca y frecuente. No durará nuiclio
tiempo el aspirar el polvo de vitriolo y de
cal, todo el dia vomito sangre y algunas
veces tengo unos dolores de estómago que
me hacen perder el sentido.
— «Pero camt)ia de ofnio, la decia yo.
— «¿Y el tiempo para hacer otro apren-
dizaje? me respondia : ademas ya es tar-
de, estoy afectada, lo siento bien No
es mia la culpa, añadió la buena criatura,
porqjie no he elrgido mi oficio; mi padre
lo )ia querido as»; felizmente no tiene no
cesidad de mí y ademas cuando una
«stá muerta ya no hay por qué \x\-
>quietarâe, y no se teme el descanso.
ttVicloria decia esa triste vulgaridad
muy sinceramente, y con uaa especie de
satisfacción. Asi pues murió pronunciando
«stas palabras: en fin en fin
«Es sin embargo muy doloroso el pen-
sar que el trabiijo que sirve al pobre para
ganar su pan llega á ser á menudo un
largo suicidio.
«Esto le decia yo á Agricol el otro dia;
me respondia que también habia otros mu-
la Hache P pulaire, escclenle colección
redactada por artesanos, de la que ya he
mos hablado :
Cardadoras de colchones: El polvo qna
sale de ¡as lanas hace e>le oficio nocivo á
la salud , cuyo peligro aumenta ton las
falsificacioufs. Cuando matan un carnero,
la lana del cuello está llena de sangre; es
menester lavarla para poder venderla;
para esto la meten en cal, la que después
de haberla blaiiijueado, no >e desprende
del todo; la arttsatia es la (jue lo paga,
porcjue cuando hace su oficio, la cal se
desprende en firma de polvo, se icitro
duce en elpechocon la aspiración, y muy
frecuentemente le ocasiona calambres en
el estómago y vómitos que la ponen en
un estado dt^plorable; la mayor parte de
chos oficios mortales : los obreros en las
aguas fuertes, en el albayalde y el ver-
mellon entre otros , coi. traen enferme-
dades previstas é incurables, de las (jiie
mueren.
— «¿Sabes tú, anadia Apricol , sabes tú
lo que dicen cuando parten para e<«o.s ta-
lleres mortíferos? ¡Vamoit al matadero!
«Esta palabra llena de una verdad es-
pantosa, m" hace estremecer.
— «¡Y esto pasa en nuestros dias!... le
dije con amargura, ¿y se sabe eso? ¿Y
entre tanta y tan poderosa gente nadie
sueña en esa mortandad que diezma á sus
hermanos, obligados á tou\er también uu
pati homicida?
— "¿O'i^ quieres, mi pobre Gibosa? me
respondia Agricol; mientras se trata de
regimentar al pueblo para hacerle morir
en la guerra, todos se ocupan de él; se
trata de organizarle para hacerle vivir...
nadie piensa en ello, escepto Mr. Hardy,
mi amo, y dicen: ¡Bahl... El hambre,
ft miseria ó el sufrimiento de los traba-
jadores, ¿qué injporta? Eso no pertenece
á la política pero se engallan, añadía
Agricol : ¡es mucho mas que la p ilíticaf
« Como Victoria-no habia dejado co«
ellas renuncian á esta profesión; las que
continúan, adquieren a lo menos un ca-
tarro ó i>D asma que no las deja hasta su
muerte.
En seguida tenemos la crin , la mas
cara de la cr.i\, llamada de lnue^tra, no
es pura tampoco, l'or esto puede juzgarse
lo. que debería ser la c«>mim que los
artesanos llaman crin de vitriolo y que se
compone del desecho de pelos de cabras,
de machos cabrios y de jabalíes que se
pasan primero por el vitriolo, después en
el tinte para quemar y ocultar loscuerpos
estraños, como paja, espinas y liasla pe-
dazos de piel (|ue no se toman el trabajo
de quitar y que frecuentemente se ven
cuando se trabaja en tote crin , de la que
sale un polvo tan nocivo como el de la ca'.
â6i AttUJÍl
qué pagar la misa del tequien, no hicie-
ron mas (]ue ponerla de cuerpo présenle
en el parche; porcjiíe para el polire «o
hay ni siquiera una triste niisa de difun-
tos y como no «e han podido dar 1.8
francos al cura, ningim sacerdote ha acom-
panado el carro de los pobres ala fosa co
inun
«Si los íunerales reducidos de este mo-
do, bastan bajo el punto de vista r^eli-
gioso, ¿por qué inventar otros? ¿es acaso
por inlen's?... si al contrario son ínisufi-
oienfes, ¿por qué hacer del indigente la
úoica víciima de esta insunciencia?
«Pero ¿á (jiié inquietarse de esas pom-
pas, de esos inciensos, de esos cantos, de
los que se muestran mas ó menos pródi-
gos ó avaros?... ¿á qué? esas son cosas
vanas y terrestres, y de las cuales no ne^
eesifa el alma para elevarse radiante á su
divino Creador.
«Ayer me hizo Uer Agricol un artículo
de un periódico en el que se quejaban con
nna ironía amarga y desdeñosa para ata-
car lo que llaman la funesta tendencia de
alguna gente del puelilo á instruirse, á
escribir, á leer las poesías y aun 9 hacer
versos.
«Los poces materiales nos son prahibi
dos por la pobnza, ¿es acaso justo el (|ue ,
jarse de (pie tiusquejiios los goces ideales?
«¿Oné mal puede resultar de que cada
noche, <ie>pties de un día de un trabajo
incesantt?, (alta de placer y de distrac-
ción, me complazca en íiacer unos ver-
sos ó en escribir en este diario las im-
presiones buenas ó malas que he sentido?'
« ¿ Es acaso Agricol itie/ios buen obrero, '
porque, de vuelta á.casido su madre, em-
plee eldiaídel domingMen cí)mponer algu-
nos cantos ptjpulares que gloriliqíien hs
labores alimenticias del arlesan',>, que di
cen á todos: lízperaiiza y fraterniiJa()?¿no
hace de este modo mejor uso de su tiem-
po que si lo pasase en la taberna?
« ¡ Ah! ¡esos que eclian en cara estai
inocentes y nobles diversiones á nuestros
penosos trabajos y á nue'tros males, se en-
gar-an cuando freen que á medida que la
inteligencia se e'eva y se instruye, se su-
f e con mas impaciencia las privaciones
la miseria, y que la irri tacion crececori-
Ira 'os que son felices en el mundo!...
«Suponiendo que asi sea , ¿no qiierrá
mejor tener un enemigo inteligente, á cu-
ya razón y á cuyo corazón Se pueda tfi-
,rigir , (jiie un enemigo estúpido, feroz ê
implacable?
(( Tefo no, ai contrarió, las encmisiá-
(des s «borran á medida que la imaginaciori
se desarrolla, el horizoijte, la compasiptí
:Se ensancha ', asi es como se llegan á com-
prender los dolores mortales; entonces sé
reconoce que á menudo los ricos tienen
¡penas, y la fraternidad de infortunip es
-ya iit a comunión simpática.
«¡Ay! ellos también pierden y lloran
¡amarizamenfe hijos idolatrados, mujeres
<fí)efidas, rnaJres adoradas 5 entre ellos
íambidl, entre las mujeres sobre todo,
Jiay en medio del lujo y de la grandeza
irnUrnos Corazones despedazados, muchas
almas que sufren , muchaslágrimas devo-
radas en secreto...
«Que no se asombren pues...
« Al instruirse... al llegar á ser su igual
en inteligencia , el pueblo aprende tam-
ibien á coínpadecer á los ricos si estos sOiO
desgraciados y buenos y á compa-
decerlos doblemente si son felices y ma-
los.
« ¡ Qué felicidad!... ¡quéhermoso
dial no puedo contener mi alegría. ¡Ohf
sí, el hombre es bueno, humano, carita-
tivo. ¡Oh! sí, el Creador ha depositado
en él todos los instintos generosos.... y á
,inenos qiie no sea ,una escepcion n*'M>s-
íruosa, nunca oiíra mal voluntaria meiite.
« Hé aqui lo que acabo de presenciar
ÁI.BCM.
2G5
hací* poco; no i'sporo á esta noclie para
o.-rribirli>; pues e>to enfriaría , por decir
!u asi, mi corazón.
« Hiifíia ido a llovar «.nn costura (pif
corría iiiiirlia prisa, pasnba por la plaza
tlol Templi), á algiiKos pasos delante de
iTii . nn niño de doce años, todo lo mas.
lOn la calu'za v los pies desnudos á pesar
del frió, vestido de un paiit.ilon y de iitia
mala chaqueta hecha pedazos, comlucia
por la hrida de un caballo de tiro desun-
cido, pero con su arnés.... de cuando en
cuando el caballo se p.ir;iba y rehusaba el
seguir adelante... el nino, (|ue no tenia
lálrgo para obli¿;arlo á andar, le tiraba
en vano por la brida , y el caballo se <i(ie-
daba inmóvil.... ¡Oh, Dios mió !.. ¡ Dios
mió! y se deshacia en lágritna... mirando
á su alrededor para implorar el socorro
de los transeúnte.^.
(( Su fítonomía estaba marcada de un
dolor tan profundo, que sin reflexionar,
e^nprendí una cosa de la cual ahora no
puedo menos de sonreirme, porque de-
bia ofrecer un espectáculo bastante gro-
tesco.
«Tengo (in miedo iiorrible á los caba-
llos, y tengo aun mucho mas miedo apo-
nerme en evidencia. No importa, me ar-
mé de \a\ur , tenia un paraguasen ¡a ma-
no me acerqué a! caballo, y con la
impetuosidad de una hormiga que<|uisie-
ra mover una gruesa piedra con una pa-
ja, descargué con toda ini fuerza un gran
golpe con el paraguas sobre la grupa del
rebelde animal.
« — ¡ \b! gracias, mi buena señora ,
esclamó el niño enjugando sus lágrima-;,
ppgadle denuevo siquereis, talvezhechará
levantará.
«Redoblé mis golpes heroicamente;
pero ¡ay! el caballo, ya fuese por mal-
dad ó por pereza , dobló las rodillas y se
tendió sobre el empedrado; viéndoseeuí-
barazado con el arnés , rompió éste y su
gran collar de madera; me habia alejado
con el temor de recibir algunas cxjces
el nu'io no pudo bncer con entre este nue-
vo desasiré ijue hincarse de rodillas en
medio de la calle, cruzando en seguida
las manos sollozando, esclamó con voz de-
sesperada : ¡socorro!... ¡socorro!
« Kste titilo iiiói. ido : niuclios transeún-
tes se agruparon, administraron al caba-
llo una buena correcci(;n mas eficaz que
lamia, y se levantó... pero ¡ Dios mió!...
¡en qué estado estaba su arnés!
« Mi amo me va á pegar, i»sclamó el
pobre iiiuchacho deshecho en llanto, ya
hept-rdido dos horas porque el caballo no
t]ueria andar, y ahora se rompe el ar-
nés!.... mi amo me pegará, me pondiá
iMi la calle, ¡qué va á ser de mí, Dios
mió!.... no tengo padre ni madre....
(( A estas palabras pronunciadas con una
esclamacion dognrradora , una valerosa
prendtra del Temple que se hallaba en-
tre los curiosos, esclamó con aire enter-
necido:
— « ¡ Ni padre ni madre !.... Vaya, no
te desconsueles , chiquito, en el Temple
hay recursos; ahora te compondrán tu
arnés, y si mis companeras son como yo,
no te iiás con la cabeza y los pies desnu-
dos con un tiempo semejante.
« Ksta proposición fué acojida con es-
clamaiiones de alegria; condujeron al ni-
ño y al caballo; 1< s unos se ocuparon de
componer el arnés; una prendera le ar-
regló una gorra; otra un par de medias;
esta los zapatos; aquella un buen traje;
y en un cuarto de hora el niño estuvo
perfectamente vestido, el arnés repara-
do; y un muchacho de diez y ocho años,
blandiendo un látigo, el cual chasqueó
junto á las orejas del caballo á manera
de advertencia, dijo al niño, que mirando
á la vez sus buenas prendas y a las muje-
res que se las habían suministrado, se'
creia el héroe de un cuento de hadas }
67*
266
ALBün.
— «¿Dónde vive Ui amo, aniiguito?
^«Kn el muelle de! canal de Saint-
Marlin , respondió este oon voz conniovi-
da y temblorosa de alegría.
— « ¡Bueno! dijo el joven : voy á ayu-
darte á conducir tu caballo, el cual mar-
chará conmigo sin dificultad , y le diré á
tu amo que tu tardanza ha provenido de
esto. No debe confiarse un caballo resa-
biado á un muchacho de tu edad.
« En el momento de partir, dijo el po-
bre chiquillo tímidamente á la mujer qui-
tándose su gorra :
— « Señora ¿me permitís que os abrace?
«Y sus ojos se bañaron en lágrimas
Ae reconocimiento, lenia corazón y sen-
timiento aquel chico.
«Esta escena popular de caridad me
habia conmovido agradablemente: seguí
con mi vista todo el tiempo que me fué
posible al joven y al muchacho, que ape-
cas podía dar alcance al caballo metido
en paso, y dócil en estremo ya por miedo
al castigo.
« Pues bien , si , lo repito con orgullo,
la criatura es naturalmente buena y com-
pasiva : nada pnede haber mas espontá-
neo que aquel movimiento de piedad y
de ternura que manifestó toda aquella
multitud cuando el pobre muchacho es-
clamó: ¡Qué será de mil.... ¡ no tengo
padre ni nradre 1...
— « I Desgraciado niño! es cierto,
ni padre ni padre.... decía yo para mí....
Entregado á un amo brutal, que cubre
apenas sus carnes con algunos andrajos y
lo maltrata.... durmiendo sin duda en el
rincón de una cuadra.... j pobre mucha-
cho ! y todavía es bueno á pesar de la mi-
seria y de la desgracia... Lo he compren-
dido perfectamente; liabia en él mas re-
conocimiento que alegría por el bien que
le habían hecho.... Pero acaso esa cria-
tura tan buena, abandonada , sin apoyo,
sin consejos , sin socorros, y exasperado
por los malos tratamientos, se ladeará y
se pervertirá vendrá después la edad
de las pasiones..., y con ella las perver-
sas escítaciones....
«¡Ahí... en el pobre abandonado de
todos, la virtud es doblemente santa y
respetable.
« Esta mañana después de haber-
me regañado dulcemente como siempre
la madre de Agricol porque no habia ido
á misa, me dijo estas palabras que reve-
lan toda la candorosa ingenuidad de su
fé: «Felizmente pido al cielo por tí y pnr
mí, pobre Gibosa ; Dios me oirá , y espe-
ro que no irás sino al purgaíorio.
« .Madre llena de bondad... alma ange-
lical me dijo estas palabras con una
dulzura tan grave, con tanto convenci-
miento, con tanta fé en el rebultado de
su piadosa intercesión que sentí humede-
cerse mis ojos, y me arrojé á su cuello
llena de reconocimiento.
« Este dia ha sido feliz para mí: tongo
fundadas esperanzas de hallar trabajo y
deberé esta fortuna á una joven compa-
siva y bondadosa ; mañana debe acumpa-
ñarme al convento de Santa María en el
cual creo que me emplearán.... »
Ya profundamente conmovida Florína
por la lectura de este diario, se estreme-
ció al llegar á este pasaje en que hablaba
de ella la Gibosa, y continuó:
«Jamás olvidaré el espresivo interés y
la amable delicadeza con que me acojió
esta hermosa joven.... á mi , tan pobre y
tan desgraciada. Pero esto no me admi-
ra, se halla al lado de la señoi'ita de Car-
doville, y debia ser digna de estar cerca
de la bienhechora de Agricol. Me acor-
daré siempre con gusto de su precioso
nombre : es tan bonito como su rostro ;
se llama Florína.... Nada soy, nada po-
seo, pero si los fervientes votos de un co-
razón penetrado del mas profundo rece-
ALBV
«ocimionlo son escuolia ■ios, la interesante
Flürina será dichosa mtiy dichona.
« I Ay ! solo puedo consagrarla mis vo
los.... volos solan\cnte.... ponjiie na<la
puedo hacer mas (¡in'... acordarme de fila
y amarla. »
Estas líneas, (jiio espresnhan con tanla
sencillez la sincera {¿ralihid de la (liho>a,
llevaron al últimu estreino las escilacio-
nesdc Florina.y no pudo resistir por mas
tiempo á la generosa tentación que e>pe-
riinentaba.
Al paso que había ido leyendo los di-
versos fragmentos de este diario, se ha-
blan aumentado progresivamente su afec-
to y su respeto hacia la Gibosa, siutiemJo
y conociendo mas que nunca lodo lo in-
fame que era entregar tal vez á los s.ir-
casinos y al desprecio los mas secretos
pensamientos de aquella desgraciada.
Lo bueno por lorttuia es tan contajioso
como lo n)alo. Asi pues, electrizada por
todo lo que había de ariÜente, de noble
y de elevado en las páginas que acababa
de leer, fortalecida, por decirlo asi, su
debilitada virtud por aquel puro y vivifi-
cante manantial, y cediendo á uno de
de a(|uel!os buenos impulsos que la asal-
taban algunas veces, salió de su cuarto
llevando consigo el manusciito, muy de-
cidida, si la Gibosa no habia \uello aun,
á dejarlo en el sitio donde lo habia lo-
mado, y resuella también á decir á Ro-
din que sus |tes(|uisas en esta segunda vez
respecto al diario, habían sido infructuo
sas á causa sin duda de haber notado la
Gibosa su primera tentativa de sustrac-
ción.
XIII.
cf)7
EL DESCUBniMIE?(TO.
Poco tiempo antes de que Florina so
hubiese resuelto á reparar su indignidad,
habia vuelto á casa la Gibosa después de
mo punto su doloroso deber. Después de
una larga ccnversacinn con Angela, ad-
mirada como Agríctd de la graciosa in;¿e-
nuidad y de la bondad y disrrt'cion ci ii
(|ue parecía adt)rf)ada esta jiiven , habia
tenidí) lii (¡ibosa la valeros;i fi anqueza de
.uiiinar ;il herrero á que contrajera aquel
nutrirnonío.
La escena siguiente pasaba por lo tanto
mientras (|ue Florina acababa de recor-
rer el diario de la costurera y antes (iiic
liubií ra lomado la laudable resolución de
devoUi rio.
Serian como las diez de la noclie cuan-
do la Gibosa que acababa de entrar en>u
habitación de vue. ta al palacio de Cardn-
ville, se había dejado caer en un sillon
i|iiebrantada por tantas y tan fuertes -sen-
saciones.
FJ mas profundo silencio reinaba enlo-
da la casa y solamente venia de ciiamlo
en cuando á interrjjmpirlo el ruido del
recio viento qtie por fuera agitaba los ár-
boles del jardín. Una sola bujía alumbra-
ba aquella pieza alfombrada con una le.'a
verde y sombría. Estos colores oscuros y
los negros vestidos déla Gibo.sa hacían re-
sallar mas y mas su terrible palidez.
Sentada en un sillon al lado de la chi-
menea con la cabeza caída sobre el pecho,
las manos cruzadas sobre sus rodillas y
con el semblanli- melancólico y resignado,
anunciaba la austera satisfacción qiie pro-
duce el convencimiento de haber cumpli-
do con su deber.
La Gibosa, asi como todas aquellas per-
sonas educadas en la implacable escuela
de la desgracia, que no manifiestan ecsa-
geracion en el sentimiento de su pena,
huésped demasiado famíhar y demasiado
asiduo para que se le trate con lujo, la
Gibosa, repelimos, era incapaz de entre-
garse por largo tiempo á dolores inútiles
y desesperados respecto á un hecho con-
habcr cumplido fielmente y hasta el últi- 1 sumado. No hny duda, el golpe había ;i-
2Ô8 ÀLitLSÏ.
do repentino y terrible: no hay duda que
debía dejar un doloroso y largo s<=n-
timiento on el alma de la Gibosa; piro
este dolor debía pa?ar bien pronto, si pue-
de decirse así, al estado de esossufriniien
los cri^nicosque casi llegan á hacerse parle
integrante de la vida.
Y ademas, esta noble criatura, tan in-
dulgente con la suerte, hallaba todavía
consuelos á su amarga pena ; sentíase vi-
vamente afectada por las muestras de be-
nevolencia y de aprecio que liabia reci-
bido de Angela, la amada de Agi/ool,
y aun había sentido cierta espíele de or
güilo de corazón al ver con qué ciega con
fianza, con que inelable alegría había
acojido el herrero los favorables presenti-
mientos que parecían venir á consagrar
su felicidad.
La Gibosa se decía todavía á sí misma.
«A lo menos, ya no me veré agitada
á mi pesar, no por esperanza sino por
suposiciones tan ridiculas corrió insensatas.
El matrimonio de Agrícol pone un térmi-
no fínal á todas las miserables ilusiones de
n»í pobre imaginación.»
Y sobre todo la Gibosa hallaba uncoii-
suelo verdadero y profundo en la seguri-
dad en que se encontraba de haber podi
do resistir á aquella prueba terrible y
ocultar á Agrícol el amor que le profesa-
ba ; porque ya saben nuestros lectores
cuan terribles y espantosas se presenta
ban á la pobie joven las ideas de burla y
de vergüenza que creía enlazadas con el
descubrimiento de su loca pasión.
Después de haber pernianecido largo
tiempo absorta en sus rillecsiones, la Gi-
bosa se levantó del sillon y se dirijió len-
tamente hacía su buró.
— Mí sola recompensa, decia ella al
preparar lo necesario para escribir, será
la de confiar al triste y mudo testigo de
mis penas este nuevo dolor. Al menos ha-
bré cumplido la promesa que á mi misma
me he hecho, creyendo en el fondo de mj
alma que esa joven puede asegurar la fé'-
liridad de Agrícol,... Yo se lo he dicho
a-i á él con.sinceridad... Alguadia, ctian-
do haya pasado mucho tiempo, al volver
í It't-r estas páginas hallaré tal vez una
compensación á lo que en este momento
SI i Ir o i
(Cuando esto decia la Gibosa tiraba dql
CHJ n y abría el secreto.
Noencontrando en él su manusciito lan-
zó tMi grito de sorpresa.
¡ i'iTo cual fué su espanto cuando en
Vez de su diario, y en el lugar que este
octipába, halló solamente una carta con
el '^ohre para ella!
La joven se puso pálida como una muer-
ta , las piernas le temblaban, y se halló
próesima á desmayarse; pero el mismo
terror que crecía por momentos, le dio
una íidícia enerjía y la fuerza suficiente
par.] tomar la carta y abrirla rompiendo
el sello.
Al abrirla cayó de ella sobre !a mesa
un billete de quinientos francos.
La Gibosa lejó la carta que decia asi:
« Señorita ;
« La lectura de vuestras memorias , y
« la historia de vuestro amor hacia Agrí-
« col , tiene un no se qué de original y de
«gracioso, que no se puede resistir al
« placer de publicar vuestra ardiente pa-
rt sion , á la cual sin duda no puede élde-
«jar de mostrarse sensible.
« Ademas se procurará aprovechar la
«ocasión de proporcionar á otras muchas
« personas quehabrian de verse desgracia
« damente privadas de este placer, laeo-
'( tretenida lectura de vuestro diario. Sí
«no bastan las copias y los estrados, se
« impíimirá , porque no puede haber es-
« cesiva publicidad para tan lindas cosas.
«Unos llorarán, otros se reirán; lo que
«á estos parezca soberbio y magnifico,
« hará soltar á otros la carcajada. Asi vá
»»BfJMi
« el HVondo ; pt^ro dp lo que podeU oiUr
Q üo^iira fS (Iti ({Ui* vi>(>slr«> diiirio niftet'i
«.inticlio ruido. De c^la nlluiia cinuns
o laiu-ia se os respondí' soK'miicmi'nle.
« (^>mo jiois capsr de qm-ier ^^J^l^ac^«'^
« á vueslro tritiiifu y oonin nu t('iii><ís lll<l^
« i|Up aiidiajus por vestidos Ciíandi) eii-
« irasleis por candad en esta casa, en (joc
a queréis niBudar y Itaceros la Snwra,
« co>a que por cierto no corresponde á
<i vuei»lro jarfto, por muchas razones so
a os reniilen esos quinientos francos por
« medio de e.sta caria para resarciros de
« vuestro papel, y para que no os hajlei»
« >in recursos en el caso en que seias de-
« masiado modesta para huir de lasfelici-
« (aciones que desde mañana lloverán su
« tiru vos, porque á la hora de estavues-
«r tro diario se halla ya puesto en oiroula-
a cion .
o Uno de vuestros hermanos
« L'n verdadero tiiBOSO."
El tono groseramente desvergonzado é
ihsultaotf de esta carta, (]ue á propósito
se había querido hacer parecer e>critapor
algún lacayo envidioso de la venida á la
ca-<a ;le esta desgraciada criatura, estaba
calculada con una h:ibiiídad infernaJ y
y did)ia indefeclibleinente producir el re-
sultado que se esperaba.
— i Oh !... ¡ Dios nuo !...
Ehtas fueron las únicas palabras que la
joven pudo pronunciar enmedio de su es-
tupor y de su espanto. Sin embargo, si se
r»*cUerdan bien las e»))re»iones apa^Nioita^
daficon (jue esta desgraciada liabia de>cri-
tt) MI ainui hacia su hermaiio adoptivo; ¡.i
se conservan en la memoria muchos pe-
ríodos de este manuscrito enipie la (jil)o-
sa revelaba las profundas heridas que Ayri-
col le había hecho frecuenfenienle sin sa
berlo; y si se tiene preseüte eníin su ter-
ror por la burla, se comprenderá fáoll
Miente la terrible desesperaciun que >ii»iiii
cuD la lectura de et4d carta infame. La,
'm
(libosa no (u-iisí» ni un solo instante eh
tantas pslabrus nobles, en tantas relacio-
no.s inleresunlrs como su diario enoerro-
ha. l.a sola y horrible Idea que trastorna-
ba la imaBÍnaci(tn acalorada de esta des-
iíiraciada fu»'' (|ue al dia í«i^uicnte Ayricol,
la señorita de (^ardovilie y una milltitud
insolente y mofadora tendrían ya conoci-
miento y se verían enterados muy por nie*
ñor de esa pa>ion atrozmente ridicula que
debía á su parecer abrumarla de confu'
sion y de vergüenza.
K>te nuevo ^olpe fué tan tremtípdoque
Id Gibosa no pudo resistirlo y se desvane-
ció por su imprevi^to choque.
¡ Por espacio de algunos minutos per-
uiancció completamente inerte y anona-
dada ; pero con la reflexión le sobrevi-
jno de pronto el convencimiento de una
necesidad terrible Veíase precisada k
abandonar esta casa tan hospitalaria en
donde había encontrado un refugio segu-
ro después de tantas desgracias. La co-
barde timidez, la escesiva delicadeza de
esta pobre criatura fo le permitían per-
manecer ni un minuto mas en esta mora-
da en dniide \o> secretos mas íntimos de
su alma acababan de ser profanados y en-
tre¡:adossiii duda á lossarcasmos y al des-
precio.
No pensó en pedir justicia y vongonza
á la Señorita de Cardoville. Arrojar \\n
gi'rmen de desconfianza y de irritoirion on
esta cosa en el momento en qtie iba á
abandonarla, lo hubiera parecido una in-
gratitud para con su bienhechora. Tam-
poco procuró adivinar quien fiodria sor el
autor ni cual el motivó de una carta tan
insultante y de una su>traccion tan odio-
sa. ¿Pura qm''... cuando estaba decidida á
huir de las humillaciones Con que se la
antenazaba?
Creyó vagamente (como t>n efecto se
esperaba) que e^»a acción indigna debía
sur obra de algunos sub0Íl(.Tuos envidie -
C8*
2f0 àLltH,
i08 de la afectuosa deferencia que la se-
ñorita de Cardoville le manifestaba... Así
pensaba te Gibosa en medio de su terrr-
ble desesperación. Estas páginas tan do-
lorosamente intimas que no se hubiera
atrevido á confiar á ia madre mas cariño
sa y mas indulgente , porque escritas por
decirlo así con la sangre de sus heridas re-
flejaban con una severidad demasiado cruel
las mil llagas secretas d« su dolorida al-
ma... estas páginas iban á servir ser-
vían tal vez ya de juguete y de risa á los
criados del palacio.
El dinero que acompañaba á esta carta
y la firma insultante con que se le ofrecía,
confirmaban mas y mas estas sospechas.
Se quería por este medio que el temor de
la miseria no fuera un obstáculo para su
salida de la casa.
La Gibosa lomó su partido con esa re-
solución tranquila y decidida que le era
fanvíliar.
Se levantó : sus ojos estaban brillantes
aunque un poco vagos, y no vertían ni
una lágrima; habían llorado tanto desde
el día anterior!... Con una mano trému-
la y helada escribió las siguientes palabras
en un papel que dejó al lado del billete de
quinientos francos.
« Que la señorita de Cardoville $ea bm-
« dita por tantos beneficios como me ha he-
« c/to, y que me perdone por haber abando-
« nado su casa en donde yo no puedo per-
« manecer ni un soto instante mas.»
Escrito esto , la Gibosa arrojó al fuego
la infame carta que parecía abrasarle las
manos En seguida dando una rápida
y última mirada por aquella habitación
amueblada casi con lujo, se estremeció in-
voluntariamente al pensar en la miseria corda))a á cada instante las finezas y las
que le aguardaba, miseria mucho master-
ríble ahora, que aquella de que antes ha-
bla sido victima, porque lamadrede Agri-
Cül se había marchada con (rabriel^ y la
desgraciada joven no pedia ya verse con*
solada en su desgracia como otras veces
por el afecto casi maternal de Id mugerde
Dagoberto.
Vivir sola... absolutamente sola... con
la idea de que su fatal pasión hacia Agri-
col era objeto de burla para todos, y tal
vez también para él mismo... Hé aqu' el
porvenir que á los ojos de la Gibosa se
presentaba.
Este porvenir... este abismo la espan-
tó... Un pensamiento siniestro se presen-
tó entonces en su imaginación... se estre-
meció, y la espresion de una amarga ale-
gría contrajo sus facciones.
Resuelta á salir de aquella casa, dio al-
gunos pasos hacía la puerta , cuando al
pasar por delante de la chimenea fijó in-
voluntariamente sus ojos en el espejo, y
se vio pálida como una muerta, y vestida
de negro... Recordó entonces que llevaba
un trage que no la pertenecía y teníenlo
presente la espresion {de la carta en que
se le reconvenía por los andrajos con que
había entrado vestida en esta casa , dijo
con una sonrisa sardónica y mirando su
traje negro :
— Es verdad, me llamarían ladrona.
Y en seguida tomando la bujía entró en
la pieza de tocador donde |enia los pobres
viejos vestidos que había querido conser
var como una especie de religioso recuer-
do de su infortunio.
Solamente en este instante corrieron
con abundancia las lágrimas de la Gibo-
sa... Lloraba, nodfrdesesperacion déver-
se nuevamente vestida con la librea de la
miseria, sino qué lloraba de reconocimien-
to, porque todo aquel mueblaje de como-
didad al eual daba un eterno á dios, le re-
bondades que había debido á la señorita
de Cardoville. Asi fué que cediendo á un
movimiento casi involuntario después de
haberse vestido c<N) su pobre y andrajoso
ALBVM
traje, se postró du rodillas en mctlio delà
habitación y dirigiéndole con el pensa-
miento à la señorita de Cardoville, escla-
nió con una voz medio sofocada por los
sollo/os convulsivos:
— A dios... y para siempre á dios... vos
qie me llamabais vuestra amiga... vues-
tra hermana...
De repente se levantó la Gibosa ater-
rada; habia oido andar suavemente pore!
corredor que bajaba al jardin y al cual da-
ba una de las puertas de su habitación
yendo á parar la otra al salon de que he-
mos liablado anteriormente.
Era Florinaipie ¡ay! llegaba demasia-
do tarde á devolver el manuscrito.
Turbada y asombrada por el ruido de
los pasos, la Gibosa creyéndose ya el ob-
jeto de la burla de toda la casa, salió pre-
cipitadamente desde sit cuarto al salon, lo
atravesó en un momento, salió á la ante-
cámara, llegó al patio y llamó á la venta-
nilla del portero. La puerta de la calle se
abrió y volvió á cerrarse inmediatamente.
La Gibosa habia abandonado ya el pa
lacia de Cardoville.
Adriana habia quedado privada pores-
4e medio dt^ una centinela cuidadosa y leal,
que velaba en su favor.
Rodín se habia desembarazado de una
antagonista activa y perspicaz, que siem-
pre y con razón habia temido.
Habiendo adiviuado como hemos dicho
el amor que la Gibosa profesaba á Agri*
col, y sabiendo que cotnponia versos, el
jesuíta dedujo lógicamente que ella debia
haber escrito secretamente algunas com-
posiciones en que hubiera exhalado osla
pasión fatal y oculta. Este fué el motivo
porque mandó á Florina que procurase
descubrir algunas pruebas es ritas de este
amor; y este fué el nootivo también deesa
carta tan horriblemente bien calculada on
su descaro, y de la que es preciso confe-
i71
sar que Florina if;noraba el contenido,
habiéndola recibido después de haber datlo
siunariamenle noticia de loi|U«'ei)Cirratia
el manuscrito que se habia contenlado la
piimera vez con recorrerlo vol viendo á cu -
locarlo en su lugar.
Ya hemcs dicho que Florina cediendo ,
nimque demasiado tarde, al impulso de un
generoso arrepentimiento, habia llegado á
la habitación de la Gibosa en el momento
mismo en que ésta aterrada abandonaba
el palacio.
La camarista habiendo notado que ha-
bia una luz en la pieza de tocador, se acer-
có alli y vio sobre una silla el vestidu ne-
gro que acababa de quitarse la Gibosa , y
á pocos pasos abierta y vacía la pequeña
y vieja maleta en donde aquella habia te-
nido guardados hasta entonces sus pobres
vestidos.
El corazón de Florina se quebrantó al
hacer este descubrimiento. Corrió hacia el
buró, y el des(>rden de los cajones, el bi-
llete de los quinientos francos que estaba
al lado de los dos renglones escritos para
la señorita de Cardoville, todo le probaba
que su obediencia á las órdenes de Uodin
habia producido funestos resultados, y que
la Gibosa habia abandonado parasicfnpru
aquella casa.
Florina reconociendo la inutilidad do su
tardía resolución, se resignó, suspirando,
á remitir el manuscrito á Rodin , y obli-
gada por la fatalidad de su miserable po-
sición á consolarse del mal por el mal mis-
Tno, se dijo á si misma , que al menos su
traición iba i sor meóos perjudicial por la
ausencia de la Gibosa.
Dos dias después de estos aconteci-
mientos recibió Adriana la siguiente con-
testación de Kodin , en respuesta é una
carta que le habia escrito, para partici-
parle la inesplicable desaparición de la
(i ¡bota.
2^2
« Mi querida señorita:
«Viéndome precisado á pariiresla ma-
juana misma para la fábrica dellionr:4do
«Mr. Ilardy, á donde nie llama un acon-
« tecimiento muy grave, me es imposible
«ir á presentaros mis humildes servicio».
« Me preguntáis que es. lo que del)e peo-
« sarse respecto á la desaparición de esta
« pobre muchacha y en verdad que no sé
«que deciros.... El tiempo lo espllcará
« todo sin perju'licarlá á ella... Kstoy se-
Ik guro de (|ue asi será solamente de-
« bo haceros recordar !o que os dije en
«casa del doctor Baleinier, respecto á
«cierta sociedad y á los emisarios secretos
« de que peí fijamente sabe rodeará todas
« aquellas personas á quienes tiene algún
« interés en espiar.
« Yo no inculpo á nadie; pero recordemos
« simplemente los hechos. Está pobre jó-
* ven me ha acusado... y vos sabéis que
« no tenéis un servidor mas leal.... Klla
«no poseía nada..... y sin embargo se le
« han encontrado en su l<uró quinientos
«francos.
« Vos la habéis colmado de beneficios...
«y ella ha abandonado vuestra casa sin
« atreverse á esplicar la causa de su inca-
« lifioable fuga.
«Yo no tallo, mi querida señorita i..
« Me repugna siempre acusar sin prue-
« bas... pero reflexionad sobre estesuceso
« y vivid alerta. Acaso acabáis de salir por
« este medio de un grave peligro. Kedo-
« blad vuestra circunspección y vuestra
« desconfianza. Esta es á lo menos la opi-
« nion y este es el consejo que os da vues-
k i.ro humilde y sumiso servidor; »
lio DIN.
CAPÍTÍJLOXIV.
LA CITA DE LOS LOBOS.
En el miimno día, que era domingo,
en que la seiiorita de Cardeville habia re-
cibido la carta de ]lodin relativa á la fuga
de la Gibosa , habia en una de las taber-
inas ó figones del pueblec ito de Villiew!, ph)-
iximo á la fábrica del MV. lïardy óoi
■hombres que sentados á una mesa con-
;ver-;aban y bubian.
■ Este pueblecito estaba generalmente ha^
Ibitado por canteros y por picapedreros
empleados- en la esplotaíion de las cante-
ras que habia por aquellos alrededores;
El trabajo de éstas gentes era diiro y pe-
noso y de los que menosjornalpi^f)oi"cftíi
naban entre lodos los de los artesanos. Àst'
lo liabia manifestado Agricol á la Gibosa;
estshlt'cicnda una comparación rlesfavora-
ihle pafa estos; entre su suerte siempre
rhiserable, y la comodidad y rriediania ca-
si increinles de qiie gozaban los trabaja-
dores del Mr. Hardy j gracias á SU inte-
ligente y generosa dif-eccion, asi como á
los principios de asociación y mancomuni-
dad que el mismo fabricante había esta-
blecido entre sus dependientes.
La desgracia y la ignorancia son catira
siempre de gravísimos males: la desgra-
cia p irgue se irrita con facilidad; y la ig-
norancia, porque cede frecueriíeméute á
los consejos perfil! )S. Por espacio de mu-
cho {iemjjo lá fülitidad de los obreros dé
Mr. Hardy habia sido naturalmente en-
vidiada; pero no mirada con rencor; sin
fembargo, desde que los ocultos enemigoá
del fabricante, in«il¡gad.^s por el señor
Tripeaud, que era su rival, tuvieron in-
terés en que este pacífico estado de co&aS
cambiara..., cajnbio en é/fíctp.
Con una sagacidad y una conslancíá
diabólica se logró encender las malas pa-
siones; por utedio de emisarios elegidas
se instigó á algunos canteros y picapedre-
ros de las cercanías cuya mala conducta
habia agravaJj su miseria. Nolabjemenlé
conocidos por su espíritu turbulento, enér-
gico y atrevido, estos hombres podiaií
ejercer una influencia peligrosa sobre fa
mayoría de sus compañeros pacíficos ^ \à->
Ait lai
liorîosos y iionraitus, pero fácüos do inti-
iiiítiar por la violonria.
A fstos inslrijiiu'iil'ts «le discordia ir-
titad-'S ya p-tr la dt'-i;raria . ?e les cXiíj^c-
r*^ la ffliridiíil <ft' ipn' ^nirahaii los Iraba-
j nlort'S df la fáhrica drl Mt. Ilárdy , y
se logró escitar eii tilos una rabiosa en
vidia.
Todavía se pasó mas adelante: los iii-
reiidiarins sermones del clórigo, individuo
de la congregarion y venido cspresamen-
le de París para predicar, durante la ciia-
reSiTia contra el !\fr. Hardy, obraron con
mucha actividad en los ánimos delasmu-
gcres de estos Irahajadon-s , (|ne en tanto
que sus maridos concurrían á \ù taberna
Bsístian ellas al sermon. Aprovechando el
crecido temor que la aprocsimacion del
cólera inspiraba, entonces se procuró ater-
rar aquellas imaginaciones débiles y cré-
dulas mostríndoles la fábrica deMr.Har
dy como un centro de vicios y de conde-
nación capaz de atraer la venganza del
cielo, y por consiguiente la plaga venga-
d'ra sobre el canton. Los hombres pro-
fundamente irritados ya por la envidia.
Se Veían incesantemente escitados por sus
mugeres que ecsaltadas por las predica-
ciones del clérigo maldecían áipjtl mon-
tón de ateos que podían atraer tantas
desgracias sobre el país. Algunos sugetos
perversos (|ue pertenecían á los talleres
de Mr. Trípeaud , y pagados á prepósito
por él (ya hemos dicho el interés que el
honrado fabricante tenia en la ruina de
Mr. Hdrdy) contribuyeron á aumentar la
irritación general y á colmar la medida ,
promoviendo una de esas terribles dispu-
las de companerísmo icompmjnonage) que
en nuestra época han hecho correr la san-
gre tantas veces.
Un número considerable de obreros de
Mr. Hardy antes de entrar en su fábVica
habían pertenecido á uiu de estas socie-
dades conocida con el nombre de los De-
'M
voraihrei, mimlras que muchos canteros
y picapedreros de las cercanías perfene-
cian á la sociedad llamada de los ImIios.
V.i\ loduS tiempos han ecsístido frecuen-
temente rivalidades iiiqjlacables entre los
Lf'büs y los Devoradores, rivalidades que
lian produciilo luchas terribles y sangrien-
tas tanto mas tieplorables cuanto (jue la
ínslilucíon do riimpañerismoes bajo otros
puntos de vista ima institución escelente
estando basada sobre el principio tan fe-
cundo y tan poderoso de la asociación.
Pero en lugar de abrazar todos los cuer-
poí del estado en (uia union fraternal, el
cumpañerisíiio se fracciuna en sociedades
colectivas y ílislinlas cuyas rivalidades pro-
ducen encarnizadas colisiones.
Desde ocho días antes los Lobos escita-
dos por tantas y tan diferentes intrigas
ardían ya en el deseo de encontrar una
ocasión y un pretesto para venir á las ma-
nos con los Devoradores; pero como estos
no frecuentaban las tal>ernas ni salían eil
toda la semana de la fábrica, había que-
dado burlado a(|uel deseo, y los Lobos
se vieron obligados á esperar al domingo
con una impaciencia terrible.
Preciso es confesar que un número con-
siderable de canteros ó picapedreros, gen-
tes pacíficas y buenos trabajadores, aun-
que también pertenecian á la sociidad de
los Lobos, se habían negado á tomar par-
te en aquella manifestación hostil contra
los Devoradores de lafábríea de Mr. Har-
dy... y los agentes secretos habían tenido
que recluter muchos vagos y holgazanes
de los arrabales que á la noticia de tu-
multo y de desorden se habían alistadocon
gusto bajo la bandera de los Lobos bata-
lladores.
Tal era la sorda fermentación que aji-
taba el puebletito de Víllíers, en tanto
que Ids dos hombres dé que hemos ha-
blado, se hallaban sentados mano á mano
en la taberna.
69*
S7l ALBUM.
Estos hombres habían pedido un cuar-
to para estar solos.
El uno de ellos era jóvon y estaba bien
vestido: pero su desabotonamiento , su
corbata arrugada y desanudada, su cami*
sa manchada de \¡no, el desorden de sus
cabellos, sus facciones decaídas, la pali-
dez de su rostro y lo ensangrentado de
sus ojos, anunciaban claramente que la
noche que había precedido á esta maña-
na, había sido una noche de orgía; mien-
tras que su ceño brusco y torpe , su voz
ronca y su mirada brillante unas veces y
estúpida otras, demostraban que á los úl-
timos vapores de la embriaguez déla vís-
pera, se juntaban los primeros síntomas
de una nueva borrachera.
El compañero de este joven le dijo to-
cando su vaso con el que aquel tenia en
la mano:
— A vuestra salud, amigo mío.
— A la vuestra, respondió el joven, á
pesar de que me causais el mismo efecto
que si fuerais el diablo....
— Î Yo.... el diablo.... 1
—Sí.
— ¿Y porqué?
— ¿De qué me conocéis á mí?
— ¿Os pesa haberme conocido?
— ¿Quién os había dicho que yo estaba
preso en la cárcel de Santa Pelagía?
— Os he sacado yo de la prisión.
— ¿Pero por qué me habéis sacado?^
— Porque tengo buen corazón.
— Vos me amáis tal vez.... como el
carnicero ama á la res que trae al mata-
dero para degollarla.
— ¿Estais loco?
—No se pagan diez mil francos sin
Ihvar en ello algún objeto.
— Y yo tengo un objeto.
sado la última. Buen vino, buena cena,
muchachas hermosas y cancionesalegres,,.
¿es mal oficio este?
Después de haber guardado silencio por
un momento el joven y sin responder á
esta pregunta y dijo tomando un aire som-
brío:
— ¿Porqué el dia antes de mi salida de
la cárcel, pusisteis por condición de mi
libertad, que había yo de escribir á mi
querida, diciéndula que noqueriar volver á
verla? ¿Por qué me exigisteis que os en-
tregase á vos mismo esta carta?
— ¡Suspiraisl.... ¿Pensais todavía en
ella?
— Sí siempre.
— Hacéis mal vuestra querida está
ya lejos de Paris á la hora de esta Yo
la vi subir en la diligencia antes de ir á
buscaros á Santa Pelagia.
— Sí... yo me ahogaba en aquella pri-
sión, y á trueque de salir de ella, hubiera
vendido mi alma al demonio. Sin duda
vos lo habéis sabido y os habéis prcsesj-
tado á recoger el fruto, sino que en lugar
de mí alma me habéis arrancado á Ce-
físa jPobre reina Bacanal!... ¿Y con
qué objeto?... ¡Con mil diablos! ¿me lo
diréis al fin?
— Un hombre que tíet.e una querida
tan dentro del corazón como vos teníais
la vuestra, no es un hombre... y cuando
llega el caso, le falta el valor.
— ¿Qué caso?
— Bebamos.
— Me vais haciendo beber ya dema-
siado aguardiente.
— iBahl... De poco os quejáis mi-
radme á mí como bebo.
— Eso es lo que me aterra... y me pa-
rece diabólico Una botella entera de
— Un compañero de buen humor que
gaste alegremente el dinero sin trabajar
y que pase todas las noches como ha pa-
¿Cuál? ¿Qué queréis hacer de mi? aguardiente ni siquiera osjhace pestañear.
Tenéis un estómago de hierro y una ca-
beza de mármol.
— Es que yo he viajado mucho tiempo
for la Rusia , y afli se bebe para calen -
larse.
— Aqui se bobo para abrasarse... Bue-
no Bobamos pero que »ea vino.
— jOué vino!..- Kslamos biienos, el
vino es bueno para los niños: el aguar-
diente para los hi>ml)res ooino nosotros.
— Pues bebamos aguardiente Esto
abraca la calieza se me arJe Me
quema tanto, que me hace ver las llama»
del infierno.
— jViveDiosJ que asi es connoyo quie
To veros.
— Hace poco.,, me decíais qtie estando
yo tan enamorado de mi q^ierida, «lande
alegara el caso me faltaría el valor; ¿de
<]ué caso nve qui riais hablar?
— Btíbamos
— Aguardad un momento ¿sabéis,
«amarada, que yo no soy tan tonto, y
que en vuestras medias palabras creo ha-
ber adivinado alguna cosa?
— Vamos á ver-
— Vos sabiais (jue yo he sido obrero,
<|iie conocía á muchos comparleros, que
soy un buen muchacho, y que me «pre-
cian por lo mismo; y habéis querido sin
duda serviros de uú como de un reclamo
para cazar á otros.
— ¿Y qué maa?
— Vos debéis ser algún agente de mo-
tiles algún comisionado para las re-
beliones.
— Adelante.
— V viajáis de una partea otra con ins-
trucciones de alguna sociedad anónima que
se ocupa de alguna rebelión.
— ¿Sois por ventura cobarde?
— ¡Yo!... también he tirado algunos
balazos en Julio y de firme.
— ¿Y os batiríais alguna vez todavía?
—Tanto da un fuego de artificio como
otro por ejemplo, hay algo mas de
agradable que de útil en las revolu-
ciones, porque todo lo que yo he sacado
S75
de las barricadas de Ion tres dias , ha sido
quemarme los pantalones y perder la cha-
queta... . ^Kf feneiü lo que el pueblo ha
ganado en mi persona cantando el En
avant marchom.
— ¿Conocéis muchos trabajadores de la
fábrica de Mr. Hardy?
— jOia ! i Es para esto para lo que me
habéis traído aquí?
— Sí y pronto os encontrareis aqui
con muchos de estos obreros.
— ¡Qué !... 1 los camaradas que traba-
jas en la fábrica de Mr. Hardy volverán
á morder el cartucho!... Son demasiado
afortunados para esv Me pare oe que
os equivocáis
— Pronto deben venir aqui.
— jEllosl... jY siendo tan afortuna-
dos!... iQué tienen que reclamar para si?
— ¿Y sus hermanos? ¿Y todos esos que
no teniendo un amo tan bueno se mue-
ren de hambre y de miseria, y ios llaman
para que vengan á reunirse con ellos?...
¿Creéis que los obreros de Mr. Hardy se
mostrarán sordos á este llamamiento?
Mr. Hardy es una escepcion de su das»-;
que el pueblo se decida y dó una embes-
tida vigorosa, y la escepcion se convertirá
en regla general , y todo el mundo que-
dará contento.
— ¿Sabéis que me parece que hay »'(to
de verdad en vuestras palabras? Sola-
mente que es necesario que la embestida
que dé el pueblo sea vigorosa y acertada
para convertir en hombre de bien á ese
avaro baron Tripeaud que es la causa d«
que yo me halle en este estado Estoy
por decir que esto no puede conseguirse
sin acabar con ese títere
— Los obreros de Mr. Hardy van á ve-
nir : vos sois sti camarada y como no te-
neis ningún interés en engañarlos, os cree-
rá.... pues bien , unios á mí para acabar
de decidir —
— ¿ A qué?
2?6
A .Bélt)
— A salir de esa fábrica en donde se van
afeminando y donde el egoismo los encier-
ra sin di'jarles pensar en sus hermanos...
— Prro si abandonan la fábrica, ¿deque
Van á vivir?
— Ya se proveerá á esa necesidad....*,
hasta que llegue el dia grande.
— Y hasta entonces ¿que se handelia-
cer?
— Lo que vos habéis hecho esta noche.
Beber, gozar y cantar, y después por único
trabajo ac jstuinbrarse al manejo de las ar-
mas.
— ¿Y quien va á hacer venir aqui áesos
obreros?
— Ya se les ha hablado y se ha hecho
que lleguen á sus manos escritos en que
se les reconviene por la indiferencia que
muestran hacia la suerte de sus ramara-
da«.... Vamos ¿me apoyartMs vos?
— Yo os apoyaré.... tanto mas cuanto
que empiezo á poder sostenerme con difi-
cultad.... Yo no tenia en el mundo mas
que á Cefisa.,.. Conozco que estoy en una
pendiente peligrosa Vos me empujáis
por ella... Rodemos pues.... Ir al infierno
<le un modo ú otro, se me da lo mismo*..
Bebamos....
— Bebamos, pensando en la orgía de
la noche prócsima.... la de la anterior no
ha sido mas que una orgía de novicio.
— ¿De (]ue materia sois vo»? porque yo
os miraba y ni un instante os he visto ni
colorearos, ni sonreír, ni recibir la mas
pequeña impresión.... Estabais a!Ii plan-
tado como un hombre de hierro.
— Es que no tengo ya quince años y se
necesitan otras cosas para baeer me reír...
p«ro esta noche.... yo me reiré.
*— No sé si consiste en el aguardien-
te,... pero el diablo me lleve si no me
aterráis al oíros decir que esta noche os
reiréis.
Y al decir estoelJÓTetí, «e levantin tam-
baleándose porque comenzaba ya á estar
nuevamente borracho.
En aquel momento Ilanlal-oh á ia ptiertá;
— Adentro, dijo el compañero del jóvert
al oír que llamaban á la puerta.
El dueño de la casa entró.
— ¿Que se os ofrece?
— Abajo hay un joven que dice lla-
marse Olivier , y pregunta por el señor'
Morok.
— Yo soy, decid á ese jóVen que suba»
El dueño do la casa se retit-d;
— Es uno de los nuestros; pero vieílé'"
soloi dijo Morck, ccjyo severo aspecto
aiiiiiiciaba disgusto. Solo!... Es cosa que
me admira, esperaba á otros nïuchos cort
él*... ¿Le conocéis vos?
—¿A Olivier?..*. Sí, uno rubio se
me parece*...
-^Ahora lo veremos.... ya está aquí.
En efecto, un ¡oven con iina fisonomía
franca, atrevida é inteligente, entró en el
gabinete en aquel momento*
— ¡Ca!l,i!*.. ¡Duerme-en-Cueros! esclà-
mó iil ver al convidado de Morok.
-«Sí, mírame, yo soy.... hace ya un si-
glo que no nos vemos.
— ¡Cosa muy sencilla I amigo mío
;Coii)0 no trabajamos ya en el mismo ta-
ller í
— Pero, venís solo? le preguntó Mo-
rok. Y luego señalando hacia Duerme-en-
Cueros, añadió:
— Se puede hablar libremente delante
de él...v es (Je ¡os nuestros. ¿Pero comoes
que venís solo?
— Vengo solo , pero vengo en nombre
de mis camaradas.
— ^¡ Ola 1 dijo Morok con una esclama-
cion de alegría , ¿con que consienten?...;
— Se niegan redondafnente.... y yo con
ellos.
— [Como es eso, vive Dios!... Se nie-
gan Tan poca cabeza tienen que quie-
ren parecer m ugeres! ésclarrió Morok apre-
tando los dientes de rabia.
— Escuchadme, dijo íriamenle Oliviery
»»B>?K,
2^
Hornos rec'il»i(li> viií^>lr8s cartiis, fiemos
viílo á vuestro agente, pos hemos rerrio-
udo (ie i]ue e>tá afilisíli> en sorie(1a>les >"e
rt'ot.is en que nnsolrts r<>nLH"enK>s nituliON
miembros.
— Y Itien, en tse caso ¿por (jMé íllii-
b("ai>?...
— Kn prinuT lugar no leñemos niiipu-
tia pnicba de qne esas soricdndt'S estén
tli<¡Mie>las y preparadas para un movi-
miento.
— Yo os lo a'^egnro.
' — El... loasegdra... si señor, dijo Drjer-
iiie-cn-CueriiS, y yo lo afirníO.... En
uvanl marchons
— liion, pero no basta eso, replicó O'i-
vier; y ademas herros reflexionado.... Kl
taller f)a estado dividido por espacio de
ocho dias, ia discusión fué todavía ayer
acalorada; pero esta mañana el s^-ñor Si-
mon nos lia llamado y reunido, lumos
hablado delante de ól y lia acabad<3 por
convi-ncernos.... Kslamos dispuestos á es-
perar... Si el mov¡mientoeslalIa...enlon-
i;es veremos.
— ¿ Ks esa vuestra última resolución?
— tsta es nuestra contestación defini-
tiva.
— Silencio , esclamó repentinamente
Duerme-en-ctieros , aplicando el oido y
balanceándose subresus trémulas rodillas.
Se me ligura que oigo, asía lo lejos, gritos
de mucha gente.
Kn efecto, entonce* comenzó á sentirse
un rumor sordo y K-jano al principo, qUe
fué creciendo poco á poco hasta llegar á
hacerse formidable.
— ¿Qué es eso? dijo Olivier sorpri n
dido.
— Ahora me acuerdo, dijo Morok.son-
riéndo^e con aire siniestro, de (jue el ta-
htrnero me ha dicho al entrar, que ha-
bía en la población una fermentación 1er
rible contra la fábrica. Si vos y vuestros
camaradas os hubierais separado de los
demás Iralüijadores de la fábrica como yo
In esperaba . eos que comierízun á gritar
hiihierftn estado en \ue>lro favor... mlu-
g.ir de e^tar en contra.
-^(^oíujiie evlo cita era un lazo armado
á los trabajadores de Mi. Hardy para lan-
zar á lo» unos cmlra los otros! esclámó
Olivier; y espera|)ais (jiie nosotros hubié-
rauíiis hi (lio c;¡us.i coniun con esa gente
á (jue se ha isciiiido cunira la fábrica y
que....
F.|j;»ven n-í pudo continuar. Una es-
plosion ti-rribíf de veces, de gritos, y de
«lívidos e>treme(i(^ la pieza.
Fn el misn:) instante se al)rió repenti-
namente la puerta, y se pn-ripito dentro
el tabernero pálido y temblando.
— Señores.... ¿Hay entre vosotros al-
guno qne pertenezca á la fábrica de Mr.
Hnrdy?
— Yo dijo Olivier.
— Pues en ese caso estais perdido
Ahi están los Lobos que lleiian en masa,
gritando que aípii hay Devoradores de la
fabrica de Mr. Hardy, y que ellos los pro*-
voean á l>atallar.... á menos que renie-
guen de la fábrica y pasen á colocarse en
sus filas.
•^No hay duda.... esto era un lato....
esclamó Olivier mirando á MlTi k y á
Duerme- en-Cutros con aire amenazador;
se esperaba comprometernos i'e esta ma-
nera, si nosotros nos hubiéramos presen-
tado aqui.
— ¡Un lazol ¡yo! Olivier,
dijo l)uerme-cn-Cueros tartamuileaiido.
Nunca.
— (íuerra á los DevoraJorca , 6 que se
vengan con los Lobos, gritó á una voz la
irritada multitud que parecía invadir ya
la casa.
— N'enid... K>clamó el tabernero. Ysin
dar á OIívÍít tiem[)o para que le respondie-
se, locojiódel brazo y abriendo una vcnfana
que caía al tejado du uii cobertizo no mu
70*
278 ILBVM
alto le dijo: Salvaos por alií, ganando el
campo libre.... No hay que perder un
momento....
Y como si el joven titubease, el taber-
nero añadió aterrado:
— Solo, contra doscientos ¿(¡«ló queréis
hacer? Aguardad un momento mas y sois
perdido.... ¿No los ois?... Ya están en-
trando por el portal.... Ya suben la es-
calera.
En efecto , las voces , los gritos y los
silvidos crecían con terrible violencia ; la
escalera de madera que conduela al piso
principal del ediGcio , se conmovía bajo
los pasos precipitados de muchas personas ,
y se ola prócsimo y furioso el siguiente
grito :
— Guerra á los Devoradores,
— Sálvate, Olivier, esclamó Duerme-
en-Cueros, casi vuelto en su razón por
la inminencia del peligro.
No bien acababa de pronunciar estas
palabras, cuando la puerta de la gran sala
que precedía al gabinete en que se halla-
ban los personajes de la escena anterior,
se abrió con estrépito espantoso.
— ¡Ahí están!.... dijo el tabernerojim-
tando las manos con una terrible espresion
de pavor.
En seguida , corriendo hacia donde es-
taba Olivier, lanzó, por decirlo asi, por
la ventana á éste, que apoyando sobre
ella una pierna titubeaba aun, acerca de
si debía escaparse.
Cerrada ya la ventana , el tabernero
volvió hacia donde estaba Morok, en el
instante mismo en que éste se salía del
gabinete á la gran sala en donde los gefes
de los Lobos acababan de hacer su irrup-
ción, mientras que sus compañeros vocife-
raban desaforadamente en la escalera y
en el portal.
Ocho ó diez de estos insensatos que,
sin saberlo ellos mismos , se les lanzaba á
semejantes escenas de desorden, se ha-
blan precipitado los primeros «n la sala,
con las facciones animadas por el vino y
por la cólera, y trayendo la mayor parte
de ellos largos y gruesos bastones. *
Un cantero de una talla y de unas fuer-
zas hercúleas, que traía atado á la cabeza
un pañuelo encarnado, cuyas puntas flo-
taban sobre sus espaldas, vestido mise-
rablemente con calzones bastante usados,
blandía una enorme y pecada barra de
hierro, y parecía dirigir é! el movimiento,
con losojosencendidusy la lisonomía ame-
nazadora y feroz, se dirigía resueltamente
hacia el gabinete como queriendo recha-
zar á Moruk , y csclamando con una voz
de trueno:
— ¿En dónde están los Devoradores?...
Los Lobos quieren comérselos.
El tabernero se apresuró á abrir de par
en par la puerta del gabinete, diciendo:
— No hay nadie amigos míos
no hay nadie ya lo veis.
— Es verdad, dijo el cantero sorpren-
dido, después de haber dado una ojeada
por la habitación. ¿En dónde están '^...
Nos habían dicho que aquí debía haber
una quincena de ellos?... y si los hubié-
ramos encontrado, ó hubieran ido con no-
sotros contra la fábrica, ó hubiéramos te-
nido batalla.... y \os Lobos hubieran mor-
dido.
— Si no han venido, añadió otro, ellos
vendrán. Es preciso aguardarlos.
— Sí sí esperémoslos.
— Los veremos de cerca.
— Supuesto que los Lotos quieren verá
los Devoradores, dijo Morok, ¿por qué no
van á ahullar á los alrededores de la fá-
brica de esos impíos y de esos ateos? A
los primeros ahullidos délos ¿otos saldrán
los Devoradores y habrá batalla.
— Y habrá batalla, repitió maqui-
nalmente Duerme en-Cueros.
— A no ser que los Lobos tengan miedo
á los Devoradores f añadió Moruk.
ALBUM.
.79
— Pues tú que hablas de miedo Uí
mismo vas a venir con nosotros, y con
eso verás como nos portamos on el lance;
esclamó el formidable cantero adelantán-
dose hacia Morrk.
Y un número considerable de voces, se
juntaron á la del cantero diriendo:
— ¿Los Lobos, tener miedo de los üe
voradores ?
— Esa seria la primera vez.
— Ala batalla, á la batalla y acabemos
pronto
— Esto no se puede sufrir.... ¿Por qm^
hemos de vivir nosotros en tanta miseria,
y ellos en tanta fortuna?
— Ellos han dichoque los canteros eran
unos bárbaros muy a propr>silo para dar
TUeltas á esos asadores de rel(íj cuyo oíi
ció desempt-ñiin los perros, djo uno df
los agentes del baron Tripeaud.
— Y que habían de hacer casquetes con
la piel de los Lobos, añadió otro.
— Ni ellos ni sus familias van nunca á
misa. Son paganos... son vi-rdaderos per-
ros paganos, griU) un emisario del predi-
cador.
— Por lo que toca -i ellos enhorabuena
que hagan loque quieran los domingos;...
prro sus mugeres, y por qué no lian di-
ir á misa?... Esto pide venganza.
— Por eso el señor cura ha dicho que
esta fábrica seria capaz por sus abomina-
ciones de atraer el cólera sobre el pais...
— Es verdad asi lo ha diclio el pre-
dicador.
— Nuestras mugeres lo han oído.
— Sí sí: abajo los Decoradoren que
quieren atraer el colera sobre el pais.
— ¡Guerra, guerra! gritaron todos en
coro.
— A la fabrica pues, mis valientes Lo-
boK, esclamó Moruk con una \oz estentó-
rea , ¡ á la fábrica 1
— Sí á la fábrica, á la fábrica.
Repitió la multitud pateando violenta-
mente en el suelo, por(iue poro á poco
habían ido subiendo y apiñándose en la
sala grande ó en la escalera cuantos ha-
bían podido.
Estos gritos furiosos hicieron volver en
sí momentáneamente á I)uerme-en-Cue-
ros, el cual dijo por lo bajo á Morok.
— F'ero ¿(juerí'is (|ije liaya una carni-
cería?... En ese caso no contéis conmigo.
— Nosotros tendremos tiempo para avi-
sar á la fabrica.... los dejaremos en el ca-
mino, le contestó Morok; y luego din-
giómlose al tabernero que estaba sobre-
saltailo por aquella escena, le dijo:
— Traíd aguardiente para (¡iie poda-
mos beber á la salud de los valientts Lo-
bos.... Traed aguardiente.... yo pago.
Y al decir esto arrojó algunas monedas
al t.ibcrnero que desapareció y volviiunuy
pronto á entrar en la sala con muchas
botellas de aguardiente y algunos vasos.
— ¡Qué!.... ¡ .\ fuera vasos! esclann»
Morok. Estos camaradas y yo no necesi-
tamos vasos para beber y en seguida
arrancó el tapón de una botella, se pu>o
la boca de esta en sus labios, y la pasó al
gigantesco cantero, después de haber be-
bido él.
— Corriente, dijo el cantero, j buen pro-
vecho! ¡Capón se vea el que atrás se vuel-
va ! Esto va á aguzar perfectamente los
dientes de los Lulos.
— Vosotros, cantaradas; dijo Morok
distribuyendo las botellas entre la multi-
tud.
— Al fin vendrá á haber sangre, mur-
muró Duerme-en-t^ueros, (|ue á pesar de
su estado de embriaguez comprendía muy
bien todo el peligro de aquellas funestas
escilaciones.
En efecto, bien pronto aquella nume-
rosa reunion salió de la taberna para cor-
rer en masa hacia la fábrica de Mr. Hardy.
Los trabajadores y vecinos del pueblo
que no habían querido tomar parte en
280 ALRV»
aqtiel movimsento de hostilidad ( y ora el
número mayor) no se presentaron cuando
la amenazadora tropa atravesó la calN-
principal; pero si se dejaron ver muclia>
miJgeres que fanatizadas por los sermones
del predicador, animaban y escilaltan con
sus gritos á la tropa militante.
A la cabeza de esta oatninaba el gigan-
tesco cantero blandiendo su formniable
barra y detrás de él mezclados confusa-
mente Ijs unos con los otros; y armados
e.>tos de ba-tones, y aquellos de piedras,
seguía el grueso de la tropa cuyos cere-
l)ros exaltados por las recientes litiacionrs
de aguardiente babian llegado á un esta-
do de efervescencia espantosa. Las fis)-
notnías se mostraban eoc.irnizadas, infla
madas y amenazadoras. Este desencade-
namiento de las peores pasiones hacia pre-
sentir deplorables consecuencias.
Agarrados del brazo y de cuatro ó de
cinco en cinco de frente se escitaban mu-
tuamente los Lobos con sus canci<jnL'S df
íiuerra repetidas con una exalíacion íri-
deíinible cuya última copla era la siguiente^
\delanfe, adelante. Avancemos,
Nuestros brazos robustos girando.
La paciencia nos van ya acabando.
¡ Ka pues! á su vista lleguemos, f^ vecen.)
Hijo- s(mi()S de un rey de alta gloria (1):
■^i sil brillo (jueremos guardar.
Hoy sepamos morir ó triunfar
¡ La muertel.... la muerte ó la victoria
De Salonioíi e>tirpe generosa
Un noble esfuerzo hagamos
Ha¡^¿nios!o y triunfamos.
Morok y Duerme en Cueros desapa-
recieron, en tanto que la tropa en tumulto
saiui (Je la taberna para dirigirse á la fá-
btjcii.
(1) Los Lo/jo.í, entre otros, harén re-
montar la in>!ituc¡on de su compañerismo
ha<¡aelrey Salomón. (Ví'ase para ot)fener
ma- dt^tailes, la curiosa obra de Mr» Agri-
«•■oi í\'rdiguier,dela otial hemos estraclado
esla canción guerrera).
Sz^aiBHB
li\ FAUKiCA.
-«»*»-«-®©€-o-
XV.
LA CASA COMÚN.
F,n tanto que los Lobos se preparaban
como acabamos de decir para una agresión
salvage contra los Devorartores,Ti'\nabai en
la fábrica de Mr. Hirdy en este dií una
alegre fiesta muy en arm )nía con la seré
nidad del cielo.
Las nueve de la mañana acababan de
dar en el reloj déla ca^a común dolos tra-
bajadores, separada de los talleres por un
espacioso paseo plantado de árboles, lí!
soi tpie salia, inundaba ccm sus rayos es-
ta masa imponente de ediíicios situados á
una legua de Paris, en una posición tan
risueña como saludable, desde la cual se
desrubrian los ,colhdoíi pintorescos y lle-
nos de arboles que por esta parte domi-
nan á la grín ciudad.
Ks impositile enc(»ntrar un aspecto nías
sencillo y mas alegre que la casa común
de lo-í obreros, su tejado cubierto con te-'
jas encarnadas , se avanzaba mas allá de
las paredes blancas y cortadas en diferen-
tes puntos por anchas hileras de piedra
que contrastaban agradablemente con el
ctdor verde de las per.>ianas de los dos pi-
sos principal y segundo. Estas dos habila-
cioni's que daban al Mediodía y al Levan-
te, estaban rodeadas de un va>to jardin
como de diez yugadas {arpensj , con d fe-
reiites separaciones, formadas por hileras
de árboles y distribuidas para diferentes
\)^ànlacii>iu'S. Aillo»; iIh prosoyuir osla des
Cfipcioo, que parocrrá lai v»-/ alj;iiii laiil.
propia de* iMi nieiito d • liadas, drbojnns-
decir et) f)riint'r lii::;ir, que la;. inaravillaM
>ÍH que vanms á lidltlar, iki dibfii mt c >ii
Mdcradas C'iiiiü iil.qiias ni coin) sUciVis.
Njda de esii, al cuulrjriii: luda liay iiia^
positivo, y diiniius coinpiacemus eu aprv
turarnos á decirlo y á probarlo ( i'n o."«lo>
tiempos una aririiiaoinii de esta es[)ecir
dar.i sin;;i|lar(iuhle peso ó inleró> á la re-
lacir>n). Kslas iiiaravill.fs erai» el rcsiilladi.
de uuacsctlctile e^pecuiuion, y en resúineii
representaba un pruJurlu I «h lucrativu ro-
ui a seguro.
líiiipreii'ler una cosa útil, provechosa y
eraiide. dotar á un míiiuTo Cünsiderab e
lie criaturas hunianas, do un bieiusiar
dea!, si se compara su suerte c »n la ter-
rible y casi homicida á la que otras mu-
chas se ven condenadas; instruirlas, en-
nob'eoorlas á sus propios ojos , hacerlas
[»ri'fi nr á los gro^eros placeres de la ta
berna, ó por mejor decir, á esa< fiifie>ta>
I iiihriiiüueces que estos desgraciados b.is-
ean allí falalnieiite diiHO para librarse de
la co:i\iceion que sobie ellos pesa de su
deplorable destino; hacerles preferir los
placeres intelectuales y el descanso de las
artes; moralizir.eii una palabra, al honi
brepor la friicidad, y en fin. graciada ima
gi'nerosa iniciativa , á un ejemplo de una
práctica fácil, tomar uo lugar entre los
bienhechures de la humanidad, y íiacer al
mismo tiempo , pt^r de cilio a>í, un buen
negocio y inuij seguro... esto parece labii
Iojo, y Mil embargo, e>te era el secreto de
las maravillas de que hablamos
281
Kntremos ahora en el interior de la fá-
brica. , • ,
Agricol ignorando tia cruel desaparición
de la Gibosa, se entregaba á las mas dul-
ces ilu>iones, pensando en Angela, y a-a-
baba su Tocador con cierta coquetería pa-
ra ir á ver á su novia.
Digamos do-i palaliran acerca de la ha-
bitación que el herrero ocupaba en la ra-
sa cmiun, á razón del precio increible-
• neiite pe(|ueño de xtteiiía y cinco francos
(I año romo los otros célibiS.
Ksla habitación situada en el segundo
jiiso, se cumponia de una buena sala y un
'.;abinetesituados al Mediodía, y cuyas vis-
la> daban al jirdin. El entarimado era de
una niagnirica blaneura; !a cama de hier-
ro con un geri^oii de paja de maiz y un
liiien colchón cotí buenas ropas; un quin-
qué de gas y la copa de un calorífero, da-
ban según la iiece.>idad lo rejiueria , la luz
nece^aria y un calor templado á esta pie-
za, adornada con un vistoso papel de Ter-
cia y su correspondiente cortinage: una
cómoda y una mesa de nogal con algunas
sillas y una peijueila librería, componian
el mueblaje de la habitación de Agricol;
y en lin, en el gabinete ijue era espacioso
) claro, ^e hallaba un almario para en-
cerrar los Vestidos, una mesa en donde es-
taban los chismes propios para la limpie-
za, y una ancha cubeta de zin con una
canilla , por la cual se sacaba el agua que
se necesitaba.
Si se compara esta habitación holgada,
saludable y cómoda , con la boardilla os-
cura, fria y mal acotHicionada, por la que
e>te honrado trabajador pagaba noventa
francos al año en la casa de su madre y
desde la cual tenia que andar legua y me-
dia ó mas cada dia para ir á trabajar, se
comprend.-rá fácilmente el gran sacrificio
ijue le costaba su afecto hacia aquella es-
celeiile miiger.
Agricol, de pues de haber dado una mi-
rada de satisfacción sobre su espejo, atu-
sándole su bigote y su ancha perilla, sa-
lió de su cuarto para ir á buscar a Ange-
la en la lencería. Kl corredor que atrave-
só era anclin, e-talia iluminado por ol te-
cho y entablado con mucha propiedad.
A p 'sar de algiiiiosgérmencsde discor-*
71*
28-2 AXBUM.
d¡a, sembrados desde poco tiempo ha por
los enemigos del Mr. Hardy en la *s>-
ciacion de los obreros, basta entonces tan
íntima y tan fraternaimente unidos, se
oían alegres canciones en casi todos los
cuartos que daban a! corredor, y Agricol
al pasar por delante de muciías puerias
que estaban abiertas dio y recibió los bue-
nos dias de varios de sus camaradas. El
herrero bajó ligoramonte la escalera, atra-
vesó el patio cubierto de yerba y en cuyo
centro se veían algtinos árboles, del me-
dio de los cuales saüa una fuente, y Agri-
col liego mtiy pronto á la otra ala del edi-
ficio. Allí estaban los talleres, en donde
una parte de las mugeres y de las hijas
de los trabajadores asociados que no esta-
ban empleadas en la fábrica, trabajaban
en lencería. Esta manufactura unida á la
enorme economía que resultaba de com-
prar las telas en grandes partidas, hecha
directamente en las fábricas por la asocia-
ción, reduela considerablemente el precio
de cada artículo.
Después de haber atravesado el taHer
de lencería, vasta sala que daba al jar-
din, tan perfectamente ventilada en el es-
fío (1) como templada en el invierno,
Agricol llamó á la puerta de la maii/e de
Angela.
(1) Mr. Adolfo Bovierre, en ün Hbro'
pequeño recientemente publicado (Dd ai-
re considerado en su relación con la salubri-
dad.— Former 7 Rue Sainl-Bérwii) entra
en detalles estreinadamente curiosos y po-
sitivos sobre la indispensable necesidad de
la renovación del aire para la conserva-
ción de la salud. De los esperimentos de
la ciencia resulta el hecho incontestable,
de que para que el hombre esté en su
condición normal nece^itadc seis á diezme-
iros cúbicos de aire fresco y renovado por
hora. A reflexionar sobre eiíta consecuen-
cia-, no puede uno menos de horrorizarse
cuando se acuerda de esos talleres oscu-
ros y sin comunicación , en q«e frecuen-
S¡ decimos algunas palabras acerca fle
esta habitación situada en el piso princi-
pal, es porque ofrecía, por decirlo así, una
especialidad en la asociación, pero siem-
pre con un precio increíblemente mínimo
cual era el de cietito veinte y cinco francos
por año.
Una especie de ante-cámara ó recibi-
miento pequeño que daba al corredor,
conducía por otra parte á una gran sala,
á cuyos dos estremes había otra pieza al-
go mas pequeña , destinadas ambas á la
familia cuando las niñas ó tos niños co-
menzaban á ser demasiado crecidos para
continuar durnuendo en uno de los dos
dormitorios destinados á Iss niños de me-
nor edad. Cada noche quedaba encarga-
do de la vigilancia de estos dormitorios
un padre ó una madre de familias que
pertenecían á la asociación. La habita-
ción de que hablamos, se hallaba, como
todas las demás completamente desemba-
razada del menaje de cocina á cuyo obje-
to había destinada en grande y en común
otra buena parte del edificio: asi es que
estas habitaciones podían estar y estaban
en efecto cuidadas con la mayor lirnpiozi
y con estremado aseo. Una alfombra, un
sillon, algunas lindas figuras de porcelana
colocadas sobre una gradería pequei\a de
tementese encuentran apiñados uha mul-
titud de obreros. En m«ídio'^e las esce-
lentes consecuencias' esp^uestas en el folíe-
lo de Mr. Bovierre, citamos ésta y uni-
mos nuestra voz 3 la suya para llpmar so-
bre este hecho la atención del consejo do
sanidad, que fan eminentes servicios pres-
ta cada dia.
Todo taller que contenga wi número de
obrerox que pase de diez, deberá estar some-
tido á la inspección de los delegados del con-
sejo de sanidad, que examinarán y darán
su informe acerca de si la disposición (/el lo-
cal es ó no capaz de alterar ia salud de lo»
obreroa qw hayan de estar encerrados allí
y trabajando.
AI-BTÎ!.
283
Tnaáera blanca y piilítnonlada , miirlio's
coadrus colgailos cu la par«>(), una pi'-iiilo
la (ie bronce dorado, una cómoda y una
mtfsa de escritorio, aiuinciaban (|iie los
■«fue vivían en esta iiabitacion g<*tat)an de
al<¡unas comodidades.
Angela á qnion desde osle momento se
puede ya llamar la novia de Agrlcol, jus-
tificaba el retrato allaf^üeno que el Ikt-
niano habla hecho de ella en su conver-
sación con la pobre (îibnsa. Ksta ji'iveii
encantadora podía tener como unos diez
y siete anos á lo mas; y vestida con lan-
ía sencillez como giiÑto estaba setitada al
lado de sti madre. Cuando eritró Agrícol
se ruborizó ligeramente al verle.
— Señorila, dijo el herrero, vengo á
cumplir mí promesa si viiestra madre lo
•consien t-e,
— Si, señor Agricol, tío tengo incotive-
nienle, dijo afectuosamente la madre de la
joven: ella no ha querido visitar la casa co
mun y sus dependencias, ni con su padre,
ni con su hermano, ni conmigo, por te-
ner el gusto de visitarla con vos hoy do
mingo..,, por consiguiente, yoesperoquc
vos que habláis tan bien, haréis digna-
mente los honores de la casa para con es-
ta recien llegada. Hace ya una hora que
os está aguardando, y no sin alguna im-
pacieocia.
— Señorita, perdonadtne , dijo alegre
mente Agricol, pensando en el placer de
veros me he olvidado de la hora,... eslii
es la única di>culpa que puedo alegar.
— ¡ Ay! man^á.... dijo la jóvt násu ma
dre con un tono de dulce reconvención j
poniéndose tan encarnada como una ce
reza.... ¡ Porqué decís eso!
— ¿Es verdad? ¿Si ó no? Y'o no le he
reconvenido; antes a! contrario, hija mía.
Vé con el señor Agricol, y él te esplicará
mejor que yo misma cuanto deben todos
les trabajadores de la fábrica á .Mr. Hardy.
— Señor Agrico', dijo Angela anudán-
dose las cintas de su gracioso gorro; ¡<|iié
lástima (|uc vuestra hermana adoptiva n'>
venga con nuSíitro.sf
— ¿La (Î i liosa 7
— Tenéis raz(m , señorita, pero otr*
vez será, y no ha de ser la última la vi-
sita que wos hizo ayer.,.
La joven después de haber abrazado á
su madre, ^lió con .Agricol agarrándo>e
del brazv) de éste.
— Si supierais, señor Agricol, dijo Ai-
gela, la admir.'.oit'n (¡ue me ha cau>ado en-
trar en esta casa, cuando estaba aco>lum-
brada á ver tanta miseria entre k>s pi-
t)res obreros de nuestra provincia mi-
seria (le que he participado yo también...
al paso (jue aquí todo el nitiiido tiene un
aire tan afortunado y tan contento!... Kn
verdad que esto mas bien parece una con-
seja, y se me figura que sueño,., y cuan-
do pregunto á mi manre la es|)lícacioní!e
esta maravilla, la única respue>la queuiC
da, es*: el señor Agricol te lo esplicará.
— ¿Y sabéis por qué tengo yo la forlu-
na de cumplir esta dulce misión? dijo
Agricol con acento grave y tierno á la
vez. Pues es sin duda alguna porijue nin-
guna cosa puede venir mas á propósito.
— ¿Cómo? señor Agricol.
— I'inseñaros la ca>i, haceros conocer
todas las ventajas de nuestra a>ociaci<in,
es pódelos decir: acjui , señorita , el tra-
bajador trantjuilo por lo presente y oin
inquietud por el porvenir, no se ve como
tantos otros trabajadores, obligado á re-
nunciar continuamente á la necesidad mas
dulce del corazón. ... el deseo de elegir
una compañera para toda su vida por
el temor de unir su nu'seria á otra mis -
ría.
Aiigela bají'i lii vi<la y se ruborizó.
— Aquí el ti abajador puede entiegarse
sin recelo á la esperanza de los dulces go«
ees de la fanu'lia, seguro de no verse des-
pedazado de dolor en adelante á la vista
284
ALBt'Û.
de horribles privaciones sufridas por aque-
llos MTes que le son mas queridos; aqu",
gracias al orden, al traliajo y alsütito eiïi
|)!eo (le las fuerzas década uno.'lniinlires,
mugeres y niños viven felices y contc-n-
tos. En una palabra, espücaros todo esto,
añadió Agricol soniiéndose con una e>-
presion mas tierna tod-ivia, es probnros
(|ue aqui no Se puede hacer nada que >ea
mas juílo y mas razonable.... (jue amar=^
se.... y nada mas sabio... q\ie casar«e.
^— Señor.... Agricol, respondió Angela
ron una voz dulcemente conmovida y ru-
l)ori2Óndose mas cada vez. ¿No e'mprZa-
mos nne>tro paseo?
^— Al instante, señorita, responilió el
herrero contenió en estrenio de la turba-
ción que liabia hecho nacer éti aquella al-
n)a ingenua* í*ero ja que estamos cerca
del dormitorio de las niñas, podeiiios ir
á verlo si gustáis. Estos pajarilíos jugue-
tones hará ya tiempo qué se han volado
del nido.
-^Con mucho gusto , señor Agricol.
El btTTero y Angela entraron éh una
pieza esten-^a en donde estaban fos dor-
mitorios por el mismo orden que m un
colejio , fscelentemente dispuesto. Las pe-
queñas camas de hierro estaban simétri-
eamente colocadas; y en cada una de la^
estreníidades de aquella gran sala habia
un lecho para (ma madre de faniüias que
riesempL-ñaba por turno el cargo de ifis-
pccloia.
— ¡Diosmio, nué bien distribuida se
halla esta habitación! ¡Y qué aáeo hay j
ícñor AgnVol ! ¿quien cuida lán esmera-
damente de todo isto?
— Las niñas mismas: aqui no hay cria-
dos. Filtre estas niñas hay unaemulaciun
incieibiié, y ¿'¿Úá uhá procura liaoef sii
caina nriejor que lá^ aemds, y esto las en-
tretiene tanto como el hacer la cama de
su propia muñeca : ya sabéis que es pro-
pio de su secso y de su ed¡<d la afición á
jiigir á las muñecas y á las obligaciones
de la casa ; pues bieh , aqui juegan ellas
S( ri.imenle á eso nusmo, y las cosas se
éíKUi-ntran niaravillosamente hechas.
— 5 Ahí ya comprendo... se utiliza has-
a sus gustos naturales hacia esta clase dé
énhetenimientos.
— En eso ccnsi>;te todo el secreto: en
U'das partes en donde las veáis ^ las en-
conliareis siempre muy útilmente ocu-
padas, y no poco envanecidas con la int-
pi tiancia que estas ocupaciones iesdah..;
^— ¡Ali, señor Agricol! dijo límidamen-
te Angela, ¡cuando se comparan estas
li'abitHcioncs tan sanas, tan templadas,
con e.>os liofribles y helados camaraclio-
n'es en donde los niños se ven confusa-
tnetile apiñados i sobre un mal gergon,
teniblandode frió, como sucede casisient-
pre en las casas de todos los obreros dtí
niii-Iro pajs !....
— y en l'aris también, señorita.... que
tùdavia es peor (¡uizá. ,
-^ ¡ Ah ! I qué bueno debe ser l^Ir. Har-
ily, y (¡ué geiier'osp, y qué rico sobre todo
para ^^iislar tanto dinero en hacer bii n i
— Voy 3 admit-ar')s y á sorprenderos,
señorita, dijo Agricol sonrióndose, voy
é a dio i raros de tal manera que acaso no
(jíjcrais creerme.
—¿Por qu.'-? ...
■—Con diliciiitad hal¡rá en el m'nr^'doún
hombre de fnejor corazón ni mas genero-
so que Mr. Hdrdy. El hace el bien, por
<l bien mismo, sin euidarsede su interés:
pues bien; habéis de saber, señorita An-
gela, que átiti cuáridofti. rá elhortibrem'as
egoísta, nfiasintet-ejado, mas avaro... éh-
(•(inlraria todaviá un enornie beneficio en
ha er que nosotros viviéramos tan felices
como vivimos.
— I lis posible, señor Agrícol ! Lo Creo
porque nie lo decis; pero si el l)ien es tan
lácil y aun tan ventajoso de hacer... ¿por
(]ué no se hace mas frecuentemente e)
bien?
Aï.afjai.
285
— ¡ Ah.... si'ùorila ! Cunsisle sin duíl.!
on que es m-ci-saiiü tjííe se retinan en
una misma pi>r>una para ellu lr<-s rir-
Cllll^tanl•ia•. poto coiiiuiioa: saber... poder
) (|ii»'r»T.
— ; Ah! es verdad, lus que saben... no
pueden.
— Y lus (¡ue pueden , ó nu saben ú no
quieren.
— ¿Pero como es que .Mr. Hardy saca
tanto provecho del bien mismo que osha-
te gozar?
— No lanlaró nr.nlio en esplicároslo.
— ¡ Qué olor tan dulce y lau hermoso
como de frutas....! dij) Angela repenti-
namente.
— lis que ia dispensa común no está
muy lt!Jos: todavia hemos de encontrar, a
muchos de esos pajarillos que han volado
ya de su nido n(K:lurno, y estarán por
aqui ocupados, no en robar la fruta sino
en trabajar.
Y .\grieol abriendo en seguida una
puerta hizo (D rar á Angela en una sala
bastante espaciosa, guarnecida de mesas
y estantes en doude estaban simétrica-
mente colocados los frutos de invierno, y
vu i'ila sala habia muchas niñas como de
siete á ocho años , vc-itiias con nuicho
aseo, y enlretenióndose alegremente bajo
la vigilancia de una muger en separar las
frutas que comenzat)an á podrirse.
— Ya lo wis , dijo Agricol, como en
todas partes y en cuünto es posible utili-
zamos á las niñas. i<l&la» ocupaciones las
divierten , y enlrelienen esa necesidad de
movimiento continuo y de actividad pro-
pia de sus pucos años, y asi es que las
niñas y las mugeres no pueden emplear
mejor su tiempo.
— Tenéis razón, señor Agricol. ; Qué
sabiamente está dispuesto todo ello !
— ¡Y si supierais (jué servicios prestan
estas criaturas en la cocina! Dirigida^ por
una ó dos inspectoras hacen las obligacio-
nes de ocho ó diez criadasi
— Es verdad , dijo Angela sonriéndose.
\ esta edad gii>>ta mucho jugar á las co-
iiiKJitas, y ^in duda d. ben desempeñar
con gran placer estas funciones.
— ¡vxaclamente; y asi mismo bajo el
prctisto de ju^ar á los jardines, ellas son
las (|ue ocardan y limpian la tierra, re-
cogen las frutas y las legumbres, riegan
las flores, pasan la rastra por los cami-
nos etc., en una palabra, este ejército de
niñas que por It» general no empiezan eii
otras partes á [ire-.tar ningún serucio hasta
la i'dad Je diez ó doce años, son a(|u¡ en
estremo úlile.>, porque áescepcion de 1res
ht>ras de escuela que es muy suíiciente
desde la edad de seis ó siete años , sus
juegos y sus entretenimientos son bien y
útilmente empleados para la economía de
los grandes brazos quo proporcionan sus
trabiíjos , ganan mucho mas de lo que
cuentan, y tn fin, señorita, ¿no notais
(pie en la presencia de la infancia asi mez-
clada en todas las labores, hay un no sé
qué de dulzura , de pureza , y casi de sa-
grado, qiie impone á las palabras y á las
acciones una saludable reserva? El honi-
lire mas grosero respeta siempre la in-
fancia
— A medida que se reflexiona sobre lo
(jue acjwí pasa, se admira uno mas de lo
bien calculado que está todo para ia feli-
cidad general, dijo Angela con admira-
ción.
— Para conseguirlo ha sido necesario
superar algunos obstáculos; ha sido pre-
ciso vencer las preocupaciones, la rutina:
pero atpii tenéis, señorita Angela ya
estantos delante de la cocina común, aña-
dió el herrero sonriéndose, mirad, mi-
rad y decidme luego si esta cocina no es
tan imponente como la de un cuartel 6
vomo la de un gr^n colegio.
I Kn efecto, estd dcpedencia de la casa
común era iumensa , todos sus utensilios
72*
286 4LBÜM,
estaban estremaJamoiilo limpios y brilla-
ban, y gracias á los procedimientos tan
maravillosos como económicos de la cien-
cia moderna (inútiles para las clases po-
bres, á las cuales podrian servir con mas
propiedad: inútiles porque no pueden apli-
carse sino en grande escala) no solamente
el fogón y ias hornillas estaban bastante
surtidas de combu^^fible con una tercera
parte de aquella que hubiera sido necesa-
rio gastar individualnit-iite, sino que el
escedente del calórico bastaba por medio
de un calorífero perfectamente organizado
para esparcir un calor igual en lodas las
habitaciones de la casa oomnn.
También allí las niñas bajo la dirección
de dos mugeres, hacían importantes ser-
vicios, y era una escena muy cómica la
que allí se representaba por la seriedad
misma coa que las niñas desempeñaban
sus funciones de cocina.
Otro lanlosucediaenlaayuda que pres-
taban en la panadería, en donde se con-
feccionaba con estraordinaria rebaja (se
compraba la harina en grandes partidas)
ese escelenfe pan de la casa saludable y
nutritivo, formado de trigo puro y con
centeno < tan preferible á ese pan blanco
y poco alimenticio que solamente obtiene
esas cualidades por la parte que entra en
el de sustancias particulares.
— Buenos dias , señora Beltrand , dijo
Agrícola una respetable matrona que con
ta mayor gravedad estaba contemplando
las evoluciones de muchos asadores dignos
de haber figurado en las famosas bodas
deCamacho, tan cargados estaban de pe-
«jazos de vaca y de carnero que comenza-
ban ya á tomar un hermoso color dorado
capaz de despertar por sí solo el apetito.
Buenos días, señora Beltrand, volvió á
decir Agricol , según el reglamento me
abstengo de pisar el suelo do la cocina,
dolamente quiero hacer admirar el buen
orden á esta señorita que ha llegado aquí
hace pocos dias.
— Enhorabuena , hijo mió ; pero solire
todo lo que hay que contemplar aqui , es
el acierto y esmero con que Ira baja esa
manada de criaturas; y al decir esto la
matrona señaló con el estrento de un cu-
charon que le servia de cetro, una quin-
cena de niños de amt )S secsos, que sen-
tados al rededor de una mesa , estaban
profundamente embebidos en el ejercicio
de sus funciones que consistían en mon-
dar patatas.
— ¿Con qué según eso tendremos ur
feí.l¡n que pueda competir con la cena dtí
rey Baltasar? preguntó Agricol sonrién-
dose.
— Ya se vé que sí... Un verdadero fes-
tín, liijo mío, como siempre. Aquí está la
lista de la comida de hoy; buena sopa co-
cida, carne asada con patatas al rededor,
ensalada, fruta, queso, y como por es-
traordinario , por ser dennngo , esas tor-
tas con vino que tan esquisitamente hace
á la panadera la señora Denis en el horno,
— Vuestras palabras, señora Beltrand,
me escitan terriblemente el apetito, dijo
alegremente Agricol; en cuanto á lo de-
más debo deciros, que ^ase conoce ctian-
do os toca á vos estar al cuidado de 1j co-
cina , añadió con aire halagüeño,
— Gallad , callad , embustero , contestó
la cocinera accidental.
— Lo que me admira mas, señor Agri-
col, dijo Angela á éste, habiendo vuelto á
emprender su paseo á su lado, es compa-
rar el alimento tan insuficiente y tan mal
sano de los obreros de nuestro pais con el
que aquí se come.
■—Y sin embargo nosotros no gastamos
mas que unos cinco reales (25 sous), para
estar jnucho mejor alimentados que en
París podríamos estarlo por tres francos.
— Casi no se puede creer, señor Agri-
col. ¿Cómo es posible?...
— Eso consiste, como todo lo que aquí
sucede, en la varita maravillosa de Mr.
liLirra.
îïartly, que como os lie dicho antes, os
esplicaró despues.
— 4 Ali ! no os podéis figurar el deseo
<|ue tengo por ver á Mr. Ilardy.
— No tardareis mucho en verlo, tal v«'Z
lo consfguireis hoy mismo, porcjue se le
espera de un momento á otro. Fero ya
estamos en *l comedor que no conocéis,
porijue vuestra familia, como algunas otras
ha preferido que se le lleve la comida á
9U habitación Mirad (|ué sala tan her-
mosa y tan alegre'; por un lado dá al
jardín y tiene en frente la fuente.
En efecto aquella sa'a era muy grande
y estaba con>(rui(la en forma de galería,
recibiendo luz por diez ventanas que se
abrian hacia el jardin.. Las mesas cubier-
tas de hule reluciente, estaban situadas á
los lados de la pared, de manera que en
•envierno esta sala servia por la noche,
despU''S del trabajo diario, de sala de reu-
nion y de tertulia á los obreros que que-
rían pasar el tiempo en común, en lugar
de encerrarse en sus habitaciones solos ó
en familia. Kntonces en esta inmensa sala
templada por el calorífero, y brillante-
mente iluminada por medio de! gas, los
■unos leían, los otros jugaban á la baraja,
estos se ocupaban en trabajos menudos,
aquellos conversaban familiarmente.
— Pero toda ía tengo que deciros mas,
dijo Agricol á la joven. Creo (|ue todavía
os parecerá meji»r esta sala cuando sepáis
que los jueves y Io'í domingo»; se transfor-
ma en salon de baile, y los martes y los
sábados en sata de concierto.
— ¡ De veras I
— Sí, de veras, respondió con orgullo
el herrero. No fallan entre nosotros mú-
sicos que saben tocar para hacer bailar.
Y ademas, dos veces á la semana canta-
mos casi todos en coro, hi»mbres, muge
res y niños (1 ). Por desgracia esta sema-
( 1 ) Nos comprenderán perfectamente
ios que hayan oído los admirables concier-
na se han visto interrumpidos nuestros
conciertos por algunas dis*'nsit)fies ocurri-
das en la f.ibriea.
— ¡Tantas voce»! Debe de ser cosa
soberbia.
— Ks muy hermoso, os lo aseguro
Mr. Hardy ha estado siempre esritando
entre nosotros esta distracctim, (|ue tan
poderoso efecto ejerce , como él dice , so-
bre el alma y sobre las costtimbres. Kh
un invierno ha hecho venir aquí á espet»-
sas suyas, dos |discípulos del célebre Mr,
Wilbem , y nu»«!lra academia ha hecho
graf'des progresos. Sí, señorita Angel.i,
podéis estar segura, sin ()ue esto sea ala-
barnos á nosotros, que hay a^eo îjik» ron-
mueve al oir á ntiesifo alredeilor doscien-
tas voces diferentes cantar en coro algún
fiimno al trabajo ó á la libertad... V«)S U
oiréis y no dudo que encontrareis algo de
grandioso, y por decirlo a^í, de sublime
para el corazón, en la fraternal armonía
de todas estas voces que se confunden ew
un solo sonido, grave, sonoro é impo-
nente.
— ¡Oh ! yo lo creo. ¡ Pero quó fortuna
es vivir aqui I A(|ui no hay mas que pla-
ceres; porque el trabajo mismo mezclada
con los placeres no puede menos de con-
vertirse en felicidad.
— I Ah I íiqui como en todas partes hay
lágrimas y dolores, dijo Agricol tristemen-
te, nurad este establecimiento aislado y
silencioso.
—¿Cuál?
— Eso que veis ahí, que es nuestra en-
fermería.... por fortuna, gracias á nuestro
régimen saludable y robusto , hace que
nunca esté completo el número que pui-
de recibir. Un descuento anual nos per-
mite tener un buen médico, y ademas hay
organizada una caja de socorros mutuos
los del Orphéon, en donde mas de 1,000
trabajadores, hombres, mugeres y niños,
cantan con maravillosa consonancia.
288 aV
de tal manera, que en caso de ciiferiíH'-
dad cada uno de nosotros recibe las dos
terceras partes de lo que ganaba cuando
estaba sano.
— ¡Qué bien- entendido está todo! Y
allá abajo, señor Agricol, al otro lado de
ese patio (|ue tiene tanta yerba, ¿<|iióhiiy?
— Alli está la pieza destinada á la co-
lada y al lavado, en donde liay agua cor-
riente, caliente y fria ; y debajo de aquel
tejadillo que veis alli eitá el tendedero;
mas adelante se bailan las cuadras y los
graneros y pajares para encerrar el forra
je de las caba'lerias que se necesitan para
el servicio de la fábrica.
— Pero en fin, seíior Agricol, ¿nje di-
réis el secreto de todas e.>tas niaravillas?
— Antes de diez minutos lo habéis de
coinprendt-r todo, seùorita.
Por desgracia la curiosidad de Angela
quedó burlada en este momento. La jo-
ven se liallaba entonces cotí Agricol jtin
to á una verja que servia de puerta a
jardin por el lado del paseo que separaba
los talleres de la casa común. De repente
una oleada del viento atrajo él ruido leja-
no de gritos guerreros y de una música
militar. Luego se sintió el galope de dos
caballos que corrían acercándose, y no
tardó fnucho en llegar montado en un her-
moso biidon negro, ae poblada y ílotanle
cola, con la mantilla de culor carmesí, un
general. Lo mismo que en tiempo del im-
perio llevaba bolas de uíontar y calzón
blanco. Su uniforme azul brillaba con los
bordados de oro, el gran cordon encarna-
do d«; la legión de honor atravesaba por
fettcima de su charretera di recha que te-
nia cuatro estrellas de plata, y su som-
brero con anchos galones de oro, p»taba
guirnecido de una pluma blanca, distin-
ción reservada esclusivamente á los ma-
riscales de Francia.
Era imposibleenconlrar un soldadocon
un aire mas marcial, mas caballeresco, y
mas gallardamente montado en su caballo
de batalla.
Kn el momento en que el mariscal Si-
mon , porque era él, llegaba delante de
Angela y de Agricol, detuvo el caballo ha-
ciéndole pararse de golpe, se apeó preci-
pÜadami'lUe y entregó las riendas de oro
á un criado con librea que le seguiaá ca-
i>a!lo.
— j^¿íín dónde lie de esperar , señor du-
que? preguntó el lacayo.
— Al fin de este paseo, contestó el ma-
ri sV;il.
Y. quitándose el sombrero con respeto
y llVváiidolo en ia mano, se adelantó rá-
pid intente hacia una persona que Angela
y Agricol no veiao aun.
Pero esta persona no tardó en aparecer
á sil vista: era un anciano de asJ)ecto des-
pejarlo y decidido, estaba vestido con una
biusH muy limpia y muy aseada, tenia en
la (i.ibeza una gorra de paño con que cu-
bria sus largos cabellos blancos, y tenien-
do las manos metidas en los bolsillos, fu-
nial/á pacííifcartienle en una pipa y¿ usa-
da, (le espuma de mar.
-— Biienos días, padre mió, dijo respe-
tuo.samente el mariscal, abrazando cari-
ñosii mente al Viejo trabajador que después
de haberle pagado ti mámente su abrazo
y viiiido que conservaba todavia su som-
brero en la mano le dijo:
— Cúbrete, hij > núo pero como es
(jue te veo tan majo? añadió souriéndo>e
el anciano.
— Padr<3 niio, es que acabo de asistir á
una revista ceri-a de aijui y heaprovecha-
do esta ocasión para veros.
— ¿Qué, hay alguna circunstancia que
me impida abrazar á mis nielas hoy como
tud )s los domingos?
— No, padre mió ellas diben venií'
en un coche con Dagoberto.
— Pero.... ¿qué es lo (jue tienes? Me
parece que estás inquieto.
•.£-\s¡ 05 en cfi'ctn, piiili\; mio.dijoel
mari-cal con aconto d«»l.)roíainenle con-
movido; tengo cosas mtiy ¡graves que co-
municaros.
— INit'S vamos á mi hahilacioii , dijo el
anciano al^un lanío iníiuieto ya lambicn.
Y <'l mariscal ysii padri-desapari-c-ioron
Volviendi) atrás por el paseo de árboles.
Angela había (piedado tan sor¡)r«'ndida
(le <|ue ai]iiel giMieral tan brillante á ({uien
se llam.iba señor diiiiiie, ln\iera por pa-
dre á un obrero con blnsa , que mirando
ú Agricol con nolai)le sorpresa, le dijo:
— Como, señor Agricol, ¿ese obrero an
tiano?....
— Si, ese obrero anciano es padre del
señor mariscal duque de Ligny... el ami-
{;o Si puedo decirlo, añadió Agricol
conmovido, el amigo de mi padre, de mi
padre que ha hecho la guerra bajo sus
ordenes por e>pacio de veinte años.
-— ¡ Kncontrarse en tan alta posición y
mostrarse tan tierno, tan respetuoso con
$u padre! dijo Angela, j Quo corazón tan
noble debe tener el mariscal ! ¿perocomo
tonsienle siga siendo obrero?
— Porque el tio Simon no dejaría ?u es-
tado ni la fabrica por el mundo entero.
Ha nacido obrero y quiere morir ubrero ,
■a pesar de que tenga por hijo á unduque^
B iMi mariscal de Fr.meia.
XVI.
ELSliCBETO.
Después que se desvaneció la adrnira-
cion que naturalmente debió causar la lle-
gada del mariscal Simon, dijosonriéndose
Agricol:
— No quisiera, señorita, aprovecharcs-
!a circunstancia para evadirme de revela-
ros el secreto de todas las maravillas de
nuestra casa común...
— No creáis que yo os hubiera perdona-
do vuestra promesa, contestó Angelo, por-
que lo que me habéis dicho ya escita de-
masiado mi curiosidad.
289
— I'ui's bien: habéis de saber que Mr,
H.'trdy ha pronunciado, como si fuera an
mngioo , estas tres palabras cabalísticas:
ASOCIACIÓN, MANCOMIMDAD Y IHATICn-
MOAn. Nosotros hemos comprendido el
vi-rdaili-ro sentido de estas palabras, y en
seguida han nacido todas las maravilla*;
(pie veis, con muchas ventajas para noso-
tros, y, os lo repito, con grandes benefi-
cios taniliien para Mr. Hardy.
— Kso «s justamente lo que me parece
una cosa estraordinaria, señor Agricol.
— Supongamos que Mr. Hardy en lugar
de ser bueno como es, fuera un especula-
dor con el corazón duro y sin compasión,
(¡ue solamente sintiera el deseo del interés
y del lucro, y que se hubiera dicho á sí
mismo: ¿í( Que necesito yo para ()ue mi
f.ibrica me dé los mayores rendimientos
posibles? Producir buen género: tener
grande econoun'a en las primeras materias:
<lar buena dirección al tiempo que los
obreros emplean en trabajar: en una pa-
labra, economía en la fabricación para pro-
ducir los artículos con baratura y escelen-
cia Cn el género para poder veoderlo á
buen precio.... »
— liso es todo lo que puede aspiro r á
tener un fabricante.
— Pues bien, señorita, esas exigeiií^as
hubieran podido indudablemente ser sa*
îi>fechas, como lo han sido... ¿Com •? Utí
esta manera. Mr. Hardy, simple especu-
lador, se hubiera dicho en primer lugar:
« Viviendo lejos de mi fabrica, los obreros
les ha de costar trabajo venir hasta ella:
tendrán que madrugar mas, y por consi-
guiente habrán de dormir menos: quitar
el sueño suüciente á un trabajadores nruy
mal cálculo, porque no tiene la fuerza ne-
cesaria, y las obras no pueden menos de
resentirse de esta falta. Ademas la intem-
perie no puede menos de perjudicarle, y
en tiempo lluvioso el obrero llegará á la
fábiica empapado, temblando de fiio dc-
73*
ÍQO ALBüía.
salentado para trabaju; y en eslecaso
¿que labor ha de hacer?
— Por desgracia eso es demasiado cier-
to, señor Agricol; cuando yo estaba en
Lila, y llegaba mojada y llena de frió ala
fábrica, habla veces (jue estaba temblan-
do todo el día, auntiuo me ocupaba en mi
labor.
— El especulador hubiera añadido, con-
tinuó diciendo Agricol : « Hacer que mis
obreros vivan inmediatos á la fábrica , es
evitar este inconvenicote: pues hagamos
un cálculo: el obrero que está casado, pa-
ga en París por término medio 250 fran-
cos al año ( I ) por dos malas piezas y por
una alcoba : todo eüo oscuro, estrecho y
mal sano, en alguna callejuela infestada:
alli vive apiñado con su familia; y esta es
la causa de que tantos individuos de esta
Clase se hallen enfermizos y calenturien-
tos. ¿Quó trabajo puede esperarse que
hagan los hombres que se encuentran en
esta situación? Por lo que toca á los obre
ros que están si Iteros, puede asegurarse,
que estos por una habitación mas peque-
ña, pero tan mal sana , pagan unos 150
francos de inqr.ilinalo. Sumemos: yo ten-
go en mi fábrica H6 obreros casados, que
entre lodos pagan la suma de 36,500 fran-
cos de alquiler anual por los camarancho-
nes en que viven: ademas empleo 115
obreros solteros, (pie pagan 17,280, total
irnos 50,000 francos, que son el rédito de
un millón.
— iQue cantidad tan enorme se paga por
ese conjunto de malas habitaciones! señor
Agricol.
— ¡Cincuenta mil francos al año!... El
•alquiler que puede pagar un potentado...
Volvamos á nuestro especulador. « Para
(1) Este es en efecto el precio medio
del inquilinato que paga un obrero por
una habitación compuesta generalmente
de dos piezas y una alcoba en un tercero
ó cuarto piso.
decidir á mis obreros, se diría él ásímfe-
mo, á que vengan á vivir en mi casa, y
dejen sus habitaciones de Parí-;, necesito
proponerles grandes ventajas. PufS bieiv,
reduciré el al(]uiler de su habitación á la
mitad 'el precio que les cuesta , y en lu-
gar de cuartos oscuros, estrechos y mal
sanos, tendrán aqui habitaciones espacio-
sas, ventiladas, caldeadas á poco coste, é
iluminadas á poco precio. De este modo
146 cuartos que me producirán á razón
de 125 francos de alquiler, y los 115 dw
los solteros á 75 francos, me darán un
producto tota! de 26 á 27,000 francos....
Un edificio suficiente para alojar á todos
estos individuo» podrá eoslarme á lo mas
500,000 francos (1). Asi tendré yocolora-
do mi capifal con un rédito de 5 por 100
por lo menas, y perfectantente asegurado,
puesto que los salarios han de responder-
me de la cobranza de los alquileres.»
— ¡Ah! señor Agricol, ya empiezo á
comprender como puede suceder muy
bien que se hagan beneficio? con provecho
propio, aun con ese provecho metálico, el
inferes de dinero.
— Y y(» estoy seguro de que á la larga
(!). Éste cálculo es exacto, ó cuando
mas, algo exagerado... Un edificio de es-
ta clase á distancia de una legua de Vnfí>
por la parte de Montronge con todas Ids
grandes dependencias necesariascomo co-
cina , pieza de colada , lavadero etc. , de-
pósito del gas, conducción de agua, calo-
rífero etc. rodeado de un jardin como de
diez yugadas tendría de coste en la época
de esta relación 500,000 francos ó menos.
Un sugeto inteligente y espcrimentado en
estas construcciones ha tenido la bondad
de proporcionarnos un pormenor detalla-
do que cf»nlirma lo que acabamos decen-
tar; se vé por lo tanto que por un precio
igual a! que pagan generalmente los obre-
ros, se les podría proporcionar habitacio-
nes perfectamente sanas, y hacer ganar
al dinero un diez por ciento.
il nu
'lixí noj^ocios que se lineen con loalla»! y
Cuii nubleza , son .siiMiiprt* venlujososv >l'-
^iiros. l*ero vulvainos ulra >ez a imestr»)
especulador. «Va \vi\'¿o á mis obreros t's-
tabk'cídos á la puerta de mi fabrica, con
liabilacioiies de>ahogadas y calit-nles, y
bien preparados para el trabajo INmo
no ba>ita esto hl obrero inglés que se
alimenta con buena carne, que bebe bue-
na cerveza, trabaja en igual tiempo doble
que el obrero francés ( 1 j reducido á un
alimento detestable que le debilita n.as
■que le nuire , gracias á la adulteración de
los artículos. Mis obreros irab.yiirán mu-
cho mas nutriéndose con mejores alimen-
tos. ¿Pero cómo obtener esleí e•>ullalJo^ill
tener que poner yo nada de mi bolsillo ?
Kl régimen seguido en los cuarteles, en
los colegios, y aun en las cárceles, ¿en
■qué consiste? Kn condimentar en común
las comidas que por este medio ulrecen
resultados y ventíyas que no podrían ob-
tenerse por ningún otro.
«Ahora bien, si mis doscientos y sesenta
obreros en lugar de tener doscientas se-
senta cocinas detestables se asociasen á íin
de tener una para todos, pero una buena,
gracias á las economias establecidas, ¿no
reportarla yo una gran ventaja?... y ¿no
la reportarían ellos también? Dos ó tres
mugeres ayudadas por niños , bastarian
para preparar la cumula : en vez de com-
prar en pequeñas partidas la leña y el
carbón pagándolo di»ble (2) de su valor,
1
(1) Esta aserci(m na quedado demos-
trada en los trabajos de los caminos de
hierro. Los obreros franceses que por iio
tener familia han podido adoptar el régi-
men de los ingleses, han hecho tanta ta
rea por lo menos como ellos, robusteci-
dos con un alimento sano y fuerte.
(2) Ya hemos dicho que el cano de
leña comprado por haces ó al por menor
en peqweñas porciones, cuesta á los po-
bres navenfa francos; y lo mismo sucede
con todos los demás géneros de consumo
comprados al por menor: la division y las
mermas les perjudican.
la asociación de mis obreros podria hacec
bajo mi garantía ( respondiéndome siem-
pre sus salarios) grandes acopios de com-
bustible; de harina, de manteca, de acei-
te, de vinus, etc., yendo á coinprarluii
directamente á los productores. Por este
medio no les costana la botella de vino
puro y sano mas que di«'Z ó doce niartog
(tres ó cuatro sous) en lugar de que hoy
les cuesta veinte ó veinte y dos ese bre-
vage emponzoñado que beben. Cada se-
mana podria comprar la asociación un ce-
bón y algunos carneros: las mugeres en-
'Cargadas elaborarían el pan como se iiace
en los pueblos; y en liiu ct>ii estos recur-
sos, con orden y con economiaL, rtws obre-
ros tendrían ^or 4mos «meo reales-esca-
sos* un alimento «ano, agradable y nutri-
tivo, j
— ^^¡Ah! Va lo comprendo todo, señor
AgricoU
— Pues toda<via hay mas, continuando
en nuestra suposición del especulador in-
teresado, se diria aun; « Mis obreros es-
tán ya en buenas habitaciones, tienen buen
alimento, y todo ello por la mitad de lo
(|ue antes tenían que gastar; pues vamoi»
é hacer ahora qu» tengan también bue-
nos vestidos que les abriguen, a hn de ga •
rantir la salud , porijue U salud es el tra-
bajo. La asociación comprará en gruesas
partidas y á precio de fabrica siempre
iiajo mi garantía , (|ue para mi está as^^»-
gurada con los jornales) paños fuertes
y de buena clase, y lienzos buenos, de
los que una parte podrán eniplear las
mugeres de los asociados para hacer las
prendas que sean necesarias, y las con-
feccionarán tan bien como pudieran ha-
cerlo los sastres. Kn fin , en ei fon>umo
de calzado y de gorras la asociación po-
drá también obtener grandes y posilitiS
ventajas de los puntos de que se surta.»
— ¡Sabéis, señor Agrictd, dijo la joven
con una sencilla admiración, que todo eso
2Ï)2
àtÊL'JÏ.
parece imposible, á pesar de ser una cosa
tan natural!...
— Siíi (Jiida que nada es mas natnral
ni mas fácil (]ne lo qire acabo de deciros:
nada mas sencillo que el bien y sin
embargo no se piensa muy frecuentemente
en él. Y habéis de notar que nuestro es-
peculador, tal como lo hemos supuesto,
no procura mas que su interés particu-
lar No considerando la cueslmn mas
que bajo su aspecto nialerial;... CtMilando
para nada la sociedad fraternal, de apoyo,
de union que inevitablemente nace de vi
\ir en común ; no renec>ionandii qtje el
bienestar moraliza y dulcifica el carácter
del hombre; prescindiendo de que los iner-
tes deben dar su apoyo y sus consejos á
los débiles, y reílecsionando solamente que
el hombre de bien, aj'ákado y laborioso ikne
derecho, derecho inconleslable , á ecs'ujir de
la sociedad un Irabaju y un salario propor-
cionado á las necesida'les de su condición...
aunque nuestro especulador no piense mas
que en el producto material , ya veis que
no solamente coloca su dinero en casas
que le producen el 5 por 100, sino que
todavía saca grandes beneficios de los be
neficios que proporciona á sus obreros.
— Tenéis razón , señor Agricol.
— ¿Y qué diréis, señorita, cuando yo
os demuestre qtie nuestro especulador lie
ne también grandes ventajas en dar á sus
obreros una parte proporcional cfi las ga
nancias además de su jornal diario?
— Kso ya me parece mas difícil, señor
Agricol.
— Pues escucliadme algunos minutes
mas y quedareis convencida.
Hablando asi Agricol y Angela h ibian
llegado cerca de la puerta del jardín déla
casa común.
Una muger de alguna edad, y vestida
sencillamente, pero con aseo se acercó á
Agricol, y le preguntó:
— ¿Me hacéis el favor de decirme si ha
Yuelto ya Mr. Hardy,?
— No señora ; peto se le espolra de Xíti
moTiíetílo á otro. ,
— ¿Hoy mismo?
— Hoy ó mañana, señora.
— ¿No se sabe para qué hora estará ya
a(|!n'?
— Yo creo que esto tío se sabe; pero eï
portero de a Tabica que es también él
portero de ¡a casa de Mr. Hardy , puede
(|ii»' acaso sepa decíroslo.
— "Mnclias gVarias.
— A vuestras órdenes.
-^Señor Agricol, dijo Angela, en cuan-
to se alejó la muger que liabia hecho aÍ
herrero las anteriores preguntas; ¿no ha-
béis notado la palidez y la conmoción dé
esa niiiger?
— Si: yo también la he notado y mtó
ha parecido tjue Veia deslizarse destjsojtiá
tina lágrima.
— Si, si: tiene trazas de haber llorado
mucho. ; Pobre muger 1 Acaso vendría á
pedir algún socorro á Mr. Hardy... ¿Pe-
ro (¡né tenéis, señor Agricol?..;.. Os ha*
beis (juedado pensativo.
Agricol presentía que la visita de esta
muger de cierta edad y (jue traia pintada
en su rostro la tristeza, debia tener algu-
na relación con la aventura de aquella se-
ñora joven y rubia que tres días antes ha-
bla venido tan desconsolada y tan agitada
á preguntar por Mr. Hardy, y que, tal
vez demasiado tarde, habia sabido que se*
guian sus pasos y que la espiaban.
— Perdonadme, señorita, dijo Agricol
á Angela, pero la presencia de esta mu-
ger me recuerda una cosa de que por des-
gracia no puedo hablaros, porque es un
secreto que debo guardar.
— ¡Oh! tran(¡uilizaos, señor Agricol,
contestó sonriéndose la joven ; yo üo soy
curiosa, y lo que roe estabais contando
me interesa tanto que no deseo que me
habléis de otra cosa.
I — Pue.« bien; Yoy á deciros algunas pa-
*»B*'aj.
293
labras iii3s y dos iv (]iur l.i> uigais «iiiLsIa-
rt'is tan onteratia cmno jo lo estoy Je lo-
di)s los secretos de mustia asociación.
— Dicid, (¡ue ya os escucho, seiUT
Afiricol.
— Sigamos con»¡cleraiidi) (ji:e solo ha-
hlanoí de'un especulador interesado. «Mis
obreros se enciionlran ya lo mejor acón-
tJicionados (jue se [inede, pero ¿«^uénie
resta i]iie hacer parí ohlener mayores be
nelicios? Fabric.ir barato y vender caro»
Pero no se puede fabricar barato sin eco-
nomía en las primeras materias, sin la
(lerfeccion de los procedimientos <le fabri-
cación, sin la celeridad del trabajo. ¿V
cómo logrará pesar de toda mi vigilancia,
<|ue mis obreros no prodiguen las prime-
ras materias? ¿Cómo obligar á cada uno
en su especialidad á buscar los medios mas
sencillos y menos onerosos?»
—Así es; y ¿cómo conseguir ese resul-
tad..?
—Y adenjas, diria tal vez nuestro es
peculador : « Para vender mas caros mis
artículos es necesario que sean mejores.
Mis obreros trabajan bien, pero esto no
l)aila; es preciso que me den obras maes-
tras.»
— Hero, señor .\gr¡col,una vez conolui-
(!a su tarea, ¿qué interés pueden tiíur
los obreros en dar<e malos ralos para eje-
cutar obras maestras?
— Esa es justamente la palabra exacta:
¿Que interés pueden tener? (^aiciiíando
sobre este punto nuestro especulador, se
diria bien pronto á sí mismo: «Es preciso
que mis obreros tengan interés en econo-
mizar las primeras materias, interés en
emplear bien su tiempo, interés en buscar
los procedimientos mejores, interés en que
las labores que salgan de sus manos sean
otras tantas obras (naestras...Cuandu con-
siga esto, quedará cumplido mi objeto.
Pues bien: interésenlo:^ á losobrero^en ¡os
beneücios que me produzca su economía,
snartivii|>id,su celo, y su habilidad. Cuan-
to ellos mijor fabri(|uen, tanto mi'jor ven-
diié yu; y su parte será mejor y la mia
I ti ui bien.»
— Ahora ya lo comprendo, señor Agri-
col.
— V nuestro especulador especulaba
bien. .Antes de verse inlereMido a\ obrero
>e driia á sí mismo : «l'oco me importa á
mi tiíbajar mas al cabo del dia ni hacerlo
nnjor: yo no saco ninguna utilidad de es-
tas circunstancias. Pues bien , á estricto
salario estricto deber...» Pero luego suce-
dería lo contrario, porque el obrero se di-
ria á sí mismo: «Yo tengo interés eii
guardar economía yen trabajar con celo.»
Y esta reflexión le baria variar de con-
ducta y redoblando su actividad evcilaria
la de los demás. Hay un compañero (jue
es algo perezoso ó que causa algún per-
juicio; pues aquel obrero tendría dereclio
para decirle: «Compañero, no paguemos
todos los demás tu holgazanería ó tu tor-
peza : mira que trabajas en común. »
— Y con (jué ardor, con qué decisión ,
con (|ué fe se debe trabajar en ese cjso!
— Eso sobrepuja á todo lo que hubiera
podido calcular nuestro especulador, Pero
todavía iría este mas adelante y dina :
« Los tesoros de la esperiencia, del sjber
práctico están generalmente fuera de los
talleres por voluntad, por falta de prcpor-
ciotí, ó tal vez por no encontrar estimulo;
y muchos obreros escelentes en vez de
perfeccicnaro de reformar como pudieran
hacer, signen indiferentemente la rutina...
Esto es una lástima , porque un hombre
que ha estado toda su vida ocupándose en
un trabajo especial , debe descubrir á la
larga medios para trabajar con mayor fa-
cilidad y mas de prisa; pues para este ob-
jeto formaré una especie de consejo con-
sultivo, compuesto de los directores de los
talleres y de los trabajadores mas hábiles,
y como nuestro interés es comuo, uecesa-
71*
204 ALBUM,
riaaienttí habráii do salir muchas mejo-
ras de esta reunión de talentos piáoli-
cos...» El especulador no se equivocaría ,
antes bien quedaría nuiy pronto ^orpren-
didocon los incalculables recurso?, con los
mil procedinnientos nuevos, ingeniosos,
perfectos, repentinainenle imaginados por
ios trabajadores. «Pero si sabíais eso, es-
clamaria el especulador, ¿por quó no me
lo habéis comunicado? Lo que íiace diez
dúos que me está costando cietj francos en
la fabricación, no me hubiera costado mas
que cincuenta, sin contar una enorme eco-
nomía de tiempo.» Señor, le respos-leria
entonces el obrero qure tierie un buen sen-
tido como cualquiera otro puede tenerlo,
¿qué interés tenia yo en que vos econo-
mizarais en esta ó en la otra materia un 30
por 100? Ninguno: ahora yaes otra cosa.
Ademas de mis jornales me dais una par-
te en vuestras ganancias : me concedéis
mas consideración , puesto que consultais
mi esperiencia y mis conocimientos: en
vez de tratarme como á un ser de inferior
naturaleza entrais en relaciones conmigo :
todo esto me interesa y me obliga á co-
municaros cuant'i sé y á adquirir mas co-
nocimientos.» Aíjiií tenéis, señorita Ange-
la, como un especulador interesado orga-
nizaría sus talleres, avergonzando á sus
rivales. Pero si en vez de un especulador
interesado tuviéramos que hacer nuestra
suposición respecto á un hombreque jun-
tando á la ciencia del cálculo las tiernas y
generosas simpatías de un corazón evan-
gélico, y la sublimidad de un talento emi-
nente, atendiera no solamente á su ar-
diente solicitud por el bien material sino
á la emancipación moral de sus trabaja-
dores , procurando por lodos los medios
posibles desarrollar la inteligencia de es-
tos , ennoblecer su corazón : un hombre
que, apoyándose sobre la autoridad que
sus mismos beneficios le darían, y que co-
nociera que también pesa la carga de la
felicidad de trescientas persones so'bre las
almas de aquellos que las tienen á su car-
go, se constituyera en servir de guia á
aquellos á quienes él no llamara sus obre-
ros sino sus hermanos, y se ocupara en
dirigirlos por el camino mas recto y mas
noble, y tratara de hacer nacer en ellos
el gusto de la instrucción y de las arU-'S
queacabarian por hacerlos felices y orgu-
llosos de una condición que solamente es
admitida por otros con las lágrimas de la
maldición y de la desesperación Pues
bien,sefiorita Angela, este honíbre...es..-.
Pero i Dios mío I no podía llegar en me-
jor ocasión para nosotros , que cuando le
estábamos bendiciendo.,. Ahí lo tenéis...»
Ese es Mr. Hardy.
— ¡ Ah, señor Agrícol I dijo Angela con-
movida hasta el punto de tener que en-
jugarse las lágrimas. Debe recibírsele con
las manos juntas en espresion de grati-
tud.
— Reparad, reparad y decidme si ese
semblante noble y dulce no es la intágmi
fiel del alma que os lie retratado.
En efecto , en aquel momento entraba
en el palio de la fábrica una silla de posta
en la que venían Mr. Hardy y Mr. Die^
sac, aijuel amigo tan indigno que de una
manera tan infame le estaba vendiendo.
Vamos á decir unas cuantas palabras
acerca de los hechos que acabamos de
procurar esponer dramáticamente, y que
tienen relación con la organización del
trabajo, cuestión capital de la que toda-
vía nos hemos de ocupar mas adelante.
A pesar de los discursos mas ó menos
oficiales de gentes mas ó menos graves
(y nos parece que se abusa algún tanto
de este adjetivo) sobre la creciente prospe-
ridad de la nación , es un ík cho que no
tiene contestación.
Que las clases laboriosas de la sociedad
nunca han sido tan miserables, p >rque
Tionca lian (.'slado m íantn (lcs(iri)|nircion
como ahora los jornalts cou las t'M-asas
nt'Ct'siilatli-s (Ji' los Irahajailrri'».
Una pnn'tia iiiescusablí- de lo i|tif aca-
bamos (le decir, e> la teiideiuia, iiiifinm-
ra será alabada en demasía, la tendencia
progresiva de las clames ricas á socorrer á
los ijiic lan cruelmente padecen.
Las inclusas, las casas de asüd para lo>
niños pobres, las fundaciones lilanlrópi
ras ote. deiíiueslran s-uíicientemenlf i|Ue
los que viven afortunados en el mundo,
presienten , á pesar de las aseveraciones
oficiales acerca de la jirosperlilntl gciicrol,
que fermentan en el foj^do de Id sociedad
males terribles y amenazadores.
Pero estas tendencias aisladas ó indi-
viduales por mas <^eneri'sast]ue ellas sean
en si , no pueden menos de ser insiili-
cientes.
Los que gobiernan son únicamente lo<
que pudieran lomar una iniciativa efi-
caz....; pero eslos se guardan muy bien
de hacerlo.
Las gentes graves discuten con gr«rcí/aí/
la importancia de nuestras relaciones di-
plomáticas con el .Moiiomolapa ócuiiquier
otro asunto de gravedad , y abandonan á
los esfuerzos de la conmiseración piivada,
á la buena ó mala voluntad de hscapila-
lista» y de los fahricantts , la ecsisteiuia
mas deplorable cada vez de un puetdoin
menso, entendido y trabajatlor que cada
dia va iluslráiidose mas y mas nobre si/>-
dererhds \j sobre su fuerza, pero tan ham
brienlo por los desastres de una implaca-
ble concurrencia, qu'' en muchas ocasio-
nes hasta carece del trabajo necesario [lara
ganar lo que apenas le permite conlinuar
arrastrando su ecsistencia.
Enhorabuena.... desdéñense las gentes
graves de pensar en estas miserias formi-
dables...
Sonríanse los hombres de esía'/ocomode
nomliH- en una inic¡ali\a (pie losrndearil
de una | upulaiidad innuiisa y fecunda.
Krdu«rali(iena prelit ran lnd"isa;jiiir-
dar el nniiiii uto en ipie la cueslinn eslaüff
como el rayo Fnli'nces en me(lio
de esta espantosa cdnnwwKvn (|ue estre-
mecerá al iiiund"», ver»nios á (pie se re-
ducen esas cuestione-i (¡raves y esos hom-
bres gruvrn de est'is lieiiipos.
Para conspirar, 6 al menos aleja' al;;nn
tanto este siniestro porvenir, preciso (S
todavía diii^irse á las simpatías pri\adas
er nomlire de las fortunas, en nombre
lie la tran(piilidad, en nombre de lasa'iid
de lodos....
Ya lo hemos dicho, y hace n.uch'i tit m-
po : / si los rkos catcuh'trati ! Pues bien ,
repitámoslo hoy en alabanza de la huma-
nidad : cnanin los ricos c Icutan , hacen »d
bien muy frecuentemente, con talento y
con generosidad,
Proíuramos demostrar á estos de(piitii
d« pende la suerte de nuc^stros trabajado-
res, que pu» den verse colmados de ben-
diciones y a.lorádos, por decirlo asi , sn
desalar su biÁsiilo.
Hemos hablado ya délas casas comunes
en que los trabajadores encontrarían á pre-
cios nujy bajos habitaciones sana» y abri-
gadas.
Ksta ventajosa institución estaba apun-
to de realizarse en 1829, gracias á las
piadosas intenciones de la señorita Ame-
lia Vitrolles (1). En la ('poca ([ue esto es-
cribimos, lord Ashley se ha puesto enln-
ulaterra al frente de una compañía (pie
tiene este mismo oljelo y (¡ue olrecera á
los accionistas un mínimun de i por 100
de inter(^s garantido.
¿Por qué no ha de seguirse en Francia
semejante egemplo, egemplo que tendría
ademas la ventaja de dar á las clases po-
1 ) Vóasf La Démocratie pacifique del
conopasion á la simple idea de poner su|lO de octubre de 18ií.
¿96 ALBUM
bres los primeros rudimentos y los pri^
meros medios de asociación?
Evidentes son las inmensas venlajas de
la vida comiin : todos las conocen; pero
el pueblo se encuentra en imposibilidad
de fundar los establecimientos indisjien-
sables para estas mancomunidades. ¡lOué
servicios tan inmensos prestaría e! rico
que pusiera álos trabajadores en posición
de gozar de tan intnt'nsas ventajas! ¿Qué
!e importaría á él hacer construir una ca-
sa proporcionada (¡ne ofreciera habitacio-
nes saludables para cincuenta familias,
siempre que tuviera asegu.ada su renta?
Y esta renta seria muy fácil garantírsela.
¿Por qué el Instituto que anualmente da
por asunto en el concurso á los arquitec-
tos jóvenes , planos de palacios, de igle-
sias, de leal ros, no pide algunas veces el
plan de un grande establecimiento desti-
nado á la habitación de las clases p(jbres ,
que reuniera todas las condiciones posibles
de economía y de salubridad?
¿Por qué el consejo municipal de París,
cuyos buenos deseos , cuya paternal soli-
citud por las clases menesterosas se han
manifesíado tan admirablemente, no es-
tablece en los sitios mas á propósito, mo-
delos de casas comunes ei\ donde pudieran
hacerse las primeras esperienciasdt; loque
es a vida en conu/n y de las venlajas que
de ella resullarian? E\ deseo de ser ad
milido en estos establecimientos seria un
germen do emulad mi , de moralización ,
al mismo tiempo que una esperanza con-
soladora.... para los trabajadores... Y la
esperanza vale algo.
La ciudad de París liaría por este me-
dio una buena especulación, y una buena
obra, y su ejemplo decidiría tal vez á los
que gobiernan á salir de su incalificable
indiferencia.
¿Por qué en fin, los capitalistas que
fundan fábricas de manufacturas, no ha-
bían de aprovechar estas iecciooes para
establecer casas comunes al lado de sus
fábricas y de sus oficinas? Los mismos
fabiicantes reportarían ventajas conside-
rables en estos tiempos de desesperada ri-
validad. Y vamos á decir como. La re-
ducción del salario es tanto mas funesta,
tanto mas intolerable para el artesano,
cuanto por ella su ve obligado á privarse
muchas veces hasta de los artículos de
primera necesidad. Si viviendo aislada-
mente le bastan tres francos paramante-
ner.-e , proporcionándole el fabricante el
medio de que pueda vivir con seis reales
gracias á la asociación, el jornal del obre-
ro podrá en un caso de crisis comercial
reducirse á la mitad sin que esta dismi-
nución que siempre será preferible á la
holganza, le cause perjuicios muy graves,
y el fabricante no se verá precisado a sus-
pender su fabricación.
Creemos haber demostrado la ventaja ,
la utilidad, la facilidad de la fundación de
casas comunes para los obreros.
Y luego hemos sentado el principio si-
guiente:
«Que no solamente será de rigurosa equi-
dad dar al trabajador parte en lasganan-
cias que son el fruto de su laboriosidad y
de su talento, sino que esta justa distri-
bución aprovechará también al n)ismofa*
bricanle.»
No se crea que nos referimos á hipóte-
sis ó preceptos realizables, sino que ha*-
blamos de liechos cunsumados.
Uno de nuestros mejores amigos, gran
fabricante cuyo corazón le inspira el la-
lento, ha creado una junta consultiva de
obreros, y (ademas de su sal&rio) los ha
llamado á la participación proporcional de
los beneficios de su fabricación; y los re-
sultados han sobrepujado ya á sus espe-
ranzas. A fin de rodear este buen ejem-
plo de todas las facilidades posibles para
la ejecución, en el caso de que algunas
otras personas sabias y generosas quieran
Al. V»
SW
si.guiHo, Tamos á ponot- on tina nota las Ahora nos conlentarcmoscon hacer no-
bases de esta organización (t). tar .|ui' las condiciones aclualeá do la in-
(1) Kl rcclamento (jUf trata de las fnn
ilíones de la junta consultiva, va preredi-
do de las si^iiientrs considcrafione^ , tan
honoríllcas para el íabricante coniu para
bUS ohreros.
ÍSos complacemos en reconocer y con-
fesar (|Ùo cada insprctor, cada ^efe de su
ramo y cadaohroro, contri luiye en la esfera
de su trabajo, contiibwyeá dar muestras de
Vnanufactnras, la buena calidad rpie las re-
comienda; y j>or lo tanto deben todos par-
ticipar de los beneficio!» (¡ue ella produce,
y continuar dedicándose á los progresos
(]ue todavía faltan (]ue liacer , resultando
un fçran bien do las luces y de las ideas de
cada uno. Para obtener este resultado he-
ñios establecido una junta consultiva, cu-
ya formación y ciiyas atribuciones irán
marcadas mas adeUnte.
En es<a institución nos proponemos
también por objeto, auntcntar por la fre-
cuente comunicación de las ideas' entre
los obreros que hasta ahora vivian y tra-
bajaban casi aisladamente, la suma de
conocimientos de cada uno, y de iniciar-
los en los principio» generales de una sa-
na y buena administración, üe esfa reu-
nion de fuerzas vivas d«íl taller airededui
del gefe del establecimiento, resultará el
'dül)le beneficio de la nujora intelectual y
material de los obreros y el acrecenta-
miento de la prosperidad de la fábrica.
Admitiendo, por otra parte, como nna
cosa puesta en razón , que debe rccof.'i-
Jjensarse la parte de los e-fuerzos de ca-
fla uno, hemos decidido que sobre los be-
neficios líquidos de la casa , de.^pues de
deducidos todos los pastos, se establecerá;
kna ptima de cí'/ico por cieriti) qtie se di-
vidirá en iguales porciones entre los indi
viduos de estí\, junta , con esctusion del
presidente, vice-presidente y secretario,
y se les entregará anualmente el dia 31
de diciembre. Esta prima se. aumentará
ion un uno por n'en f o por cada ¡tres miem-
bros nuevos qoe en adelante vaya sdqui-
rrendo la junta.
La moralidad , lá buena cobdiicta , la
li.-iliilid 1(1 y |;is diferentes aptitudes para
«I Irab.ijo, si.ti las replas que han dirigido
nuoira elección respecto á los obrerosque
dcMÍe luego llamamos á formaresa junta,
(liuicediendo á estos individuos la facultad
d*' pr. .poner la admi^iotl de otros nuevos,
<uya iiilmision deberá tener sii-mpre por
base las mismas ctiaüdarles, y los cuales
deberán ser votados por la junta misma,
queremos ofrecer á todos los trabajadores
de nuestros talleres un premio al que to-
dos podrán llegar mas tarde ó mas tem-
prano dependiendo de ellos mismos. La
apiicaciotí para .cumplir todos sus deberes
con la mayor exactitud y la buena con-
ducta fuera del trabajo, les irá abriendo
sucesivamente la puerta de la junta. ^-
r;ín también llamados á participar ju-ta y
razonablemente de las ventajas que ob-
tengan las manufacturas de nuestra fá-
brica , siempre que hayan concurrido á
proporcionar estas ventajas, que solamen-
te podrán conseguirfe por la armonía y
la fecunda emulación (jue creemos reina-
rá entre los individuos de la junta.
Estrado de las disposiciones rclaíivas á la
junta consulliva compuesta de u» presi-
dente, (el fuhr ¡cante j, de un secretario y
d catorce individuos, cuatro de ellos di'
rectores de ahjun ratno , y los otros dí''z
obreros de tos mas inteligentes en cada
clase de las necesarias para la fábrica.
Art.G." Tres individuos reunidos Itíi-
drán derecho para proponer la admisiori
de algún nuevo miembro cuyo nómbrese
dará por escrito para que pueda discutir-
se en la sesión siguiente su admisión. És-
ta admisión se entenderá aprobada cuan-
do en escrutinio secreto haya obtenido
las dos terceras partes de votos de los
presentes.
Art. 7.° La junta se ocupará en sus
sesiones mensuales:
1." En buscar los medios oportunos
para remediar los inconvenientes que ca-
da dia se presentan en la fabricación :
2." En proponer los métodos mtjorcs
75*
298
ALBÜW.
dustria, igualmente que otras oonsidcra-
ciones, no han permitido tjiie desde luego
entre lá totalidad de los obreros á gozar
de este beneficio que voluntariamente ha
sido otorgado, y del cual llegaran todos á
disfrutar algún dia.
Podemos también asegurar que desde
la cuarta sesión celebrada por esta junta
consultiva, el honrado fabricante de quien
hablamos comenzó á obtener ventajas ma
teriales, por el llamamiento que habia
hecho á los conocimientos prácticos de sus
trabajadores, cuyas ventajas podian ya
calcularse en unos 30.000 francos al aiío,
ya sea por la economía, ya por la mejora
de los géneros manufacturados.
Reuniendo lo que hemos espuesto di-
remos :
En toda industria hay tres fuerzas, tres
agentes, tres motores, cuyos derechos son
respetables por igual.
El capitalista que proporciona el dinero.
El hombre de talento que dirige las ope-
Ttciooes.
flLlrabajador que ejecuta.
Ha$ta ahora el trabajador no ha tenido
mas que una parte mínima é insuficiente
para atender á sus necesidades. ¿No seria
justo y humano, retribuirle mejor directa
ó indirectamente , ya por los medios que
ofrece la asociación, ya concediéndole par-
y menos dispendiosos para establecer una
fabricación especial eeslinada á los países
de Ultramar, y de luchar con buen éxito
por superioridad de la fabricación con la
concurrencia de géneros estrangeros ;
3." En procurar los medios de obtener
la mayor economía posible en el consumo
de materiales, sin perjudicar en lo mas
mínimo ni la solidez ni la calidad de los
artículos fabricados;
4." En formar y discutir las proposi-
ciones que se presenten por el presidente
ó por cualquiera de los individúes de la
junta , que tiendan ú los adelantos y á la
mejora de la fabricación;
ticipacion en los beneficias debidos en parle
á su laboriosidad?
Y aun poniéndonos en el caso peor, y
atendidos los detestables efectos de la anár-
quica rivalidad, aunque este aumento de
salarios hubiera de limitar algún poco la
ganancia del capitalista y del fabricante,
¿no resultaría que estos harian, no solo
una obra degenerosidadyde justicia, sino
un negocio \entajoso para ellos mismos,
poniendo su capital y su industria al abrigo
contra toda desgracia, quitando á los tra-
bajadores todo pretesto de desobediencia
y de dolorosas y justas reconvenciones?
En una pa'abra , tenemos por sabios y
prudentes á todos aqtiellus que aseguran
sus bienes contra los incendios.
Mr. Hardy y el señor Blesac habían lle-
gado á la fábrica como hemos dicho ante-
riormenie.
Poco tiempo despacsdeesta llagada, se
descubrió venir por el camino de París
un modesto carruage de alquiler que se
dirigía hacia la fábrica.
En este carruage venia Hodin.
XVIII.
BEVELACIONlíS.
Durante la inspección do 1^ casa comnn
hecha por AngeUy Agricol, la banda de
losZ,o6os aumentándose en el cansino «cova
gran númfro de los que f^cuentaban la
5.° y último. En procurar que el pre-
cio de la obra esté en relación con el va-
lor real de los artículos elaborados.
Debemos añadir que por las noticias y
datos qut-el seíior M***ha tenido la bon-
dad de Comunicarnos, la parte de benefi-
cio de cada uno de sus obreros (además
de su jornal diario) no baja de treseicn-
tos á trescientos cincuenta francos alano.
Sentimos sobremanera que susceptibi-
lidades modestas no nos pernutan revelar
aqin' el nombre tan honorífico como hon-
rado del hombre de bien que ha tomado
esta generosa ÍDÍciativa.
áievii.
500
talierna , líabia conlinuatlo dirigiótuluse
liácia la fabrica, á tloiulo también so en-
caminaba Icnlanicnle el cocbe simón que
conihicia i Uodin ilt-Ncle Paris.
Al apearse Mr. Hanly ilel carruaje, ha-
bía entrado con su amigo Blesac en la sa-
lita que ocupaba inmediata á la fcbrica.
Mr. Hardy era de estatura mediaiía,
alegante y delicada, (]ue anunciaba un na-
tural nervioso 6 impresionable. Su frente
er^ ancha y abierta, su tez pálida, sus
ojos negros , llenos á la vez de dulzura y
penetración , su fisonomia leal , espfesiva
y llena de atractivo.
Una sola p<flabra pintará el carácter de
JMr. Ilardy: su madre le llamaba la .<eii-
sitiva; en efecto, tenia una de esas orga-
nizaciones de una finura y una delicadeza
■esquisitas, tan espansivas, tan amante»
como nobles y generosas; pero de tal sus-
ceptibilidad , que el menor contacto se
•pliegan y contraen en sí mismas.
Si se une á esta escesiva sensibilidad un
amor apasioi.ado á las artes, una inteli-
gencia escogida , gustos esencialmente es-
merados, ri'finados, y >i se consideran l^s
numerosas decepciones ó supercherías de
que Mr. Hardy habia debido ser víctima
en la carrera industrial, se preguntará uno
como un corazón tan delicado, tan tierno
no se habia desgarrado mil veces en esta
lucha incesar te contra los intereses mas
implacables.
En efecto, Mr. Hardy habia sufrido mu-
cho : obligado á seguir la carrera indus-
trial para hacer honor á los negocios que
su padre modelo de rectitud y probidad,
habia dejado algo embarazados á con-
secuencia de los acontecimientosde 1815,
habia conseguido á fuerza de trabajo y de
capacidad llegará una de las posiciones mas
honrosas de la industria; pero para alcan-
zar este objeto, ¡cuántos disgustos inno-
bles tuvo que sufrir, cuantas pérfidas ri-
validades quecombalir, cuantos odios qiie
cansar !
Tan impresionable como era, Mr. Har-
dy hubiese sucumbido mil veces á. sus fre-
cuentes accesos de indignación contra la
bajeza, de repugnuiicia contra la falta de
probidad, sin el prudente y iirnie ap<i)>»
de su madre; al volver á su lado de>pu«'i
de un penoso dia de lucha, ó de odiosas
decepciones, se encontraba trasportado de
repente á una alm(')sfera de una pureza
tan agradable, de una serenida<l tan tu-
diantt>, qur perdia al momi nto la nninn-
ria de las cosas vergonzosas que le habiaia
incomodado cruelmente durante el dia;
las penas de su corazón cebaban con p]
s<jJo contacto del alma hermosa y graiide
de su mailre; así e\ amor que é\ le profe-
saba rajaba en idolatría. Cuando la per-
dió esperimentó uno de esos pesares tran-
quilos, profundos, como son los que no
acaban nunca, y que haciendo, por de-
cirlo asi, parte de nuestra vida, tienen,
sin embargo, á veces sus días de mcla^i-
cólica dulzura.
Poco tiempo después de esta espantost
desgracia, M. Hardy se unió aun mas á
sus artesanos, para los que siempre habia
sido justo y bondadoso; pues aunque eJ
lugar que su madre ocupaba en su cora-
zón debia permanecer para siem[)re vacío,
sentía, por decirlo así , un aumento de
afectuosidad, esperimentando taiila ma-
yor necesidad de tener á su lado personas
felices, cuanto era el mas de-graciados po-
co después las maravillo.sas mejoras que
hizo tanto en el biene^la^ físico como mo-
ral de los que le rodeal)an, sirvieron uo
de distracción sino de ocupación á su do-
lor. Poco á poco también se separó del
mundo, y concentró su vida en trrsaf c-
tos; una anii>tad tan tierna que pare-
cía reunir todas las amistades pasadas;
un amor ardiente y sincero como un últi-
mo «mor, y una adhesión paternal á sus
artesanos...
soo
ALBDM.
Sus dias [lasaban pues entre aqutHapè-
quefta sociedad llena de reconocimiento,
de riespipto liâcia él; sociedad* que liabia,
por decirlo así , creado á stí íinágen , áfin
de encontrar en ella un refugio contraías
tristes realidades que le causaban horror,
y de no rodearse sino de seres bondádo
sos, inteligentes, felices y capaces de res-
ponder á todas las nobles ideas que le eran
ciertamente i'ada vez mas necesarias y vi-
tales.
Asi, después de mil pesares, M. Har-
dy, llegado á la madurez de la edad, po-
seedor de un afnigo sincero, de una que-
rida digna de su amor, y hallándose se-
guro del afecto apasionado de sus artesa-
nos, liabia pues encontrado en la época de
ésta relación toda la felicidad que podía
pretender después de la muerte de sü ma-
dre.
M, de Blessae, el amigo íntimo de M.
Hardy, habla sido largo tiempo digno de
este tierno y fraternal afecto; pero ya he-
mos visto por qué medios diabólicos el pa-
dre de Aigrigny y Rodin habían consegui-
do hacer de M. Blesírac, hasta entoncèâ
recto y sincero, el instrumento de svs
maniobras.
Los dos amigos que habían esp«rimen-
tado en el camino la viva frialdad del iien
to del Norte, se calentaban aun buen fue-
go encendido en la salita de M. Hardy.
— ¡ Ah, querida M-írcelo! decididamen-
te emj)iezo á envejecer, dijo M. Hardy
sonriéndose y dirigiéndose á M. de lites-
sac : espeiifneirlo cada día mas la necesi-
dad de volver á n-i rincón...: Dejar mtis
hábitos me cansa pena, y maldigo todo lo
que me obliga á sa-lir de este dichoso rin-
cón de la tierra:
— Y cuando pienso, contestó M. Bles-
sac, sin poder evitar un Hjero sonrojo,
cuando pienso, amigo mió, que por cau-
sa mia habéis émfrt-eftdid^ hsíte algíin tiem-
po un largo viaje...
— Péfo bien... Marcéío, ¿no acabáis de
acon^pánarme á vuestra vezenunaescur-
sion que sin vos hubiera sido tai) fastidio-
sa c.)mo ha sido agradable?
—Amigo fnió, ¡ qué diferencia ! he con-
traído con vos Una deuda que jamás po-
dré pagar dignametltei
—Vamos, mi bufen Marcelo.... ¿acaso
hay ehtre üosotros la distinción de tuijo y
ni)o? Tratándose de afectos, ¿no es tátí
dulce, tan agradable dar como recibir?
— ¡ Noble corazón 1 i noble corazón !
—Decid feliz corazón... ¡ oli ! si , ftiu j
Feliz en los últimos afectos por que ¡pal-
pita:
^— ¿Y quién ptjdrá, gí-ah Dios, mere-
cer esa felicidad en la tierra.... sí no Soie
vos, amigo niio?
—¿Esta dicha á quien la debo? á los?
afectos que he encontrado dispuestos à
sostenerme, cuando privado del apoyo dé
nii madre que era toda mi fuerza, me
senti, me coníieso mi debilidad, casi in-
capaz de soportar la adversidad.
— ¿Vos, ômigo mío, con un carácter
tan firme, tan decidido para hacer él bieni
vos á quien he visto luchar con tanta
energi i como valor para conseguir el triuri-
fo de una idea honrosa y equitativa?
— ^Sí, pero, mientras mas me adelanto
en mi carrera , mas aversion me <;ausari
las cosas feas y vergonzosas, y menos fuer-
za tengo para arrostrarlas.
— Si fuese menester , tendríais mas va-
lor.
— yíi húf-ñ Marcelo; contestó M. Har-
dy ton uña dulce emoción, bien á menu-
do os lo he dicho ; mi madre era mi va-
lor. Mirad, amigo mío, cuando volvía á
su lado con él corazón desgarrado por al-
guna horrible ingratitud , ó disgustado por
alguna sórdida èupèic'fietia, y tomando
mis maííoS con las áóyas médetiaconurtá
vos Hérfta y venerable: que'rldo hijo mío,
los iógrrftoS y los píMos con lo3 qu6 é^Vetí
tslar abatiJüs: conipnili-zcamosálos nial-
Vadüj, olvidoinos el mal, m» polisemos si-
no en el bien • entonces, amigo inio,
el corazón doiorosnnu-iite contraído , se
dilatalia con la santa iniUiencia de aque-
jas palabras inater»ales, y diarianu>nle
hallaba á su lado la fuerza necesaria para
empezar de nuevo al dia siguiente una
ludia (ruel coiilra las tristes necesidades
de mi ci>ndicioii ; afortunadamente, D)os
l)a pormitido (¡ue después ile perderá esta
madre adorada, liaya |)odido unir mi vida
á estos afectos sin los que, lo confieso, me
sentiría débil y desarmado, ponjue no po
dreis creer, Marcelo, el apoyo, la fuerza
que encuentro en vuestra amistad.
— No hablemos de mí, amigo mió, re
plicó Mr. de Blessac disimulando su tur-
bación. Hablemos de otro afecto casi tan
dulce como el de una madre.
— Os comprendo, mi (¡uerido Marcelo,
replicó Mr. Hardy; nada puedo oculta-
ros, puesto que en una circunstancia muy
grave he recurrido á ios consejos de vues-
tra amistad j Pues bien! sí creo
que cada dia de mi vida se aumenta mí
adoración hacia esa muger, la única que
amaré ya siempre y luego, en íin
es menester decirlo todo... i"nùrando mi
301
madre lo que era Margarita para nii> me
ha hecho mil veces su elogio, y por eso
aparece este amor casi sagrado á mis «jos.
— Y ademas hay relaciones tan eslraor
diñarlas entre el carácter de Mine» de
Nocsy y el vuestro, amigo mió ¡su
idolatría hacía su madre sobre todo !
— Ks verdad, Marcelo, e^a abnegación
de Margarita ha causado á menudo mi
admiración y mi tormento ¡Cuántas
tecesmeha dichocon su franqueza habitual
«Todo os lo he sacrificado pero jamas
os sacrificaría á mi madre ! »
— ¡firacias á Dios! amigo mío, jamas
tendréis necesidad de ver á Mme. de Nocsy
espuesla á esta lucha terrible Su ma-
dre ha renunciado hace mucho tienipo,
si'guM me habéis dicho, á la idea de vol-
\er á América, donde Mr. de Nocsy, pcr-
feclamente indifercnfeliJeiasu muger, pa-
rece haberse lijado para siempre Gra-
c asá la discreta adhesión de esa escelento
muger (pie ha criadn á Margarita , vues-
tro amor está rodeado del mas profundo
misterio... ¿'¡iiién pi>dr.'\ turbarlo ahora?
— Nadj ¡oh! nada... esclaino Mr. Har-
dy, hasta tengo garantías de su duración...
— ¿Qué (lucréis decir, amigo mío?
— No sé si os debo decir,
— ¿He sido acaso indiscreto amigo
mío?
— Vos, mi buen Marcelo ¿podéis
pensarlo? dijo Mr. Hardy en tono de amis-
tosa reconvención; no tengo gusto en
contaros mis diciías cuando son comple-
tas y falta aun algo á la certeza de
este encantador proyecto
Un criado entró en esto momento, y
dijo á Mr. Hardy:
— Señor, ahí está un anciano que de-
sea liablaros sobre un negocio muy ur-
gente
— ¡Yal... esclamó Mr. Hardy con una
lijora impaciencia. ¿Permitís, amigo miof
l)ispues,*á un movimiento que hizo Mr.
de l^essac para retirarse á una h;il-itncion
contigua, Mr. Hardy añadió soMiii.iido :
— No, no, quedaos.... vuestra presen-
cia abreviará la conferencia.
-^¿.Pero si se trata de negocios?...
— Va sabéis que los hago á la luz del
dia lui seguida dirigiéndose al criado,
añadió: Suplicad á ese señor que entre.
— El postillon pregunta si puede irse,
dijo el servidor.
— Ciertamente que no; conducirá á
Mr. de Blessac á Paris.
El criado salió y poco después volvió
introduciendo á .Mr. Uodin , á quien iMr.
de Blessac no conocía por haber nei^ociado
su traición por otro intermediario.
76*
302
ÁLBtJS,
— ¿Mr. Hardy? dijo Rodin saludando
respetuosamente y exaniinnndo con los
ojos á los dos amigos.
— Yo soy.... ¿qué queréis? contestó el
fabricante con benevolencia; al aspecto de
aquel anciano humilde y mal vestido es-
.peraba una petición de socorro.
— ¿Mr Francisco Hardy? repitió
Mr. Rodin como si hubiera querido ase-
gurarse de la identidad de la persona.
— He tenido el honor de deciros que
era yo.
— Tengo una comunicación particular
que haceros, dijo Rodin.
— Podéis hablar este caballero es
amigo mió, dijo Mr. Hardy mostrando á
Mr. de Blessac.
— Deseo hablaros á solas caba>
Uero, contestó Rodin.
Mr. de Blessac iba á retirarse, cuando
Mr. Hardy lo retuvo con una mirada , y
dijo á Rodin con bondad temiendo que la
presencia de un tercero le ofendiese si ve-
nia á pedir una limosna:
— Permitidme que os pregunte si es por
vos ó por mi por lo que deseáis hablarme
á solas.
— Es .por vos... absolutan\gntepor vos,
contestó Rodin.
— En ese caso, añadió Mr. Hardy algo
admirado, podéis hablar no tengo se-
cretos para este caballero.
Después de un momento de silencio,
Rodin continuó dirigiéndose á Mr. Hardy:
— Caballero bien sé que sois digno
de la favorabit' opinion que se tiene de
vos..... y por lo mismo merecéis la sim-
patía de lodo hombre honrado.
— Lo creo.
— Ahora bien, como hombre honrado,
vengo á haceros un favor.
— ¿Y este favor?
— Vengo á descubriros una infame trai>
cion de que habéis sido víctima.
— Creo que os engañáis.
— Tengo pruebas de lo que aTirmo.
—¿Pruebas?
— Pruebas escritas... de la traición qiíe
quiero descubir; las tengo conmigo, con-
testó Rodin; en una palabra, un hombre
á quien creíais amigo vuestro, os ha ve»-
dido indignamente.
— ^¿Y el nonribre de ese hombre?
— Mr, Marcelo de "Blessac, dijo Ro-
din.
Al oír estas palabras, M. de Blessac se
estremeció, se pyso lívido j permaneció
aterrado.
Apenas pudo decir cor voz turbada:
— Caballero. .,...J
Mr. Hardy sin mirar á su amigo, sin
percibir su espantosa turbación , lo cojió
por la mano y le dijo con vivacidad:
— Silencio, amigo mio.
Despu^ con los ojos centellantes f'e
índignaci^ y dirigiéndose á Rodin, á quien
no había dejado de mirar á la cara , le
dijo con un aire del mayor desprecio:
— ¡ Ah!... ¿acusáis á Mr. de Blessa* ?
— Le acuso, contestó Rodin con preci-
sión.
— ¿Le conocéis?
— Jitmas le he visto,
— ¿Y de qué le acusáis? ¿Y cómo
os atrevéis á decir que me ha vendido?
— Dos palabras, dijo Rodin con una
emoción que parecía reprimir con dificul-
tad : un liombre de honor que ve otro
hombre de honor á pique de ser asesina-
do por un malvado, ¿debe, si ó no, pe-
dir socorro?
— Sí, pero ¿qué relación?
— A mis ojos, ciertas relaciones son tan
criminales como un asesinato Y yo
vengo á colocarme entre el verdugo y la
victima.
— ¿El verdugo?... ¿la víctima?... dijo
Mr. Hardy cada vez mas admirado.
— ¿Vos conocéis sin duda la letra de
Mr. de Blessac? dijo Rodin.
— fîi.
— Leed , pues , eslo.
Y RoJin sacó del bolsillo una carta que
entregó á Mr. Hardy.
Echando pur primera vez una ojVada á
Mr. do Blessac, el fabricante dio un paso
atrás... asustado de la palidez murtal di-
aquel tiombre, que petrificado de ver-
güenza no enccrntraha una palabra que
decir, porque estaba lejos de tener la au-
dacia de sostener su traición.
— ¡Marcelo! esclamó Mr. Hardy ater-
rado y con las facciones descompuestas
por este golpe imprevisto. ¡Márcelo! ¡qué
pálido estáis!... no me contestais...
— .Marcelo... Isois vos Mr. de Blessac!
-esclamó Rodin fingiendo una dolorosa ad-
miración, j Ah ! caballero si hubiera
-sabido.,.
— ¡ Pero no oís á ese hombre, Marcelu!
esclamó Mr. Hardy. Dice que me habéis
•vendido de una manera infame...
Y cojió la mano de Mr. de Blessac.
Esta mano estaba helada.
— ¡Oh, Dios mió!.... ¡Dios mió!....
dijo Mr. Hardy haciéndose atrás horrori-
zado. No contesta... nada... nada...
— Puesto que me encíientro en presen-
cia de M. Blessac, continuó Rodin, me
veo obligado á preguntarle si se atreve á
negar que ha diri<{ido varias cartas á la
calle Milieu-des-Ursins, en París, bajoel
«obre de Mr. Rodin.
Mr. de Blessac permaneció silencioso.
No queriendo aun creer en loque veia,
en lo que oía, Mr. Hardy abrió convulsi-
vamente la carta que Rodin le habia en-
tregado, y leyó algunas líneas... prorrum-
piendo de vez en cuando, durante su lec-
tura , en esclamaciones que manifestaban
su doloroso estupor.
No necesitó acabar la carta para con-
vencerse de la horrible traición de Mr. de
Blessac.
Mr. Hardy se turbó por un momeóte,
le al)andonaron los sentidos.... al hai-er
este horrible descubrimiento, y se sintió
mareado: la cabeza le dio vueltas á la pri-
mera mirada que dirigió á este abi^tIlod^•
infamia, y la carta abominable se esrapó
de sus trémulas manos.
Pero poco después la indignaci<m , la
cólera , el desprecio , sucedieron á esle
abatimiento, y se arrojó pálido, terrible
hacia Mr. de Blessac-
— ¡Miserable!!! esclamó, haciendo un
gesto amenazador.
Kn seguida deteniéndose en el momen-
to de ir á pegarle, dijo con una tranq-ui-
lídjd terrible :
— No ,.. seria ensuciar mis manoí..,,,
Y añadió volviéndose hacia Rodin que se
habia adelantado para Interponerse. No
es la mejilla de un infame.... la que debo
abofetear..... vuestra leal mano es la que
debo estrechar porque habéis teniílo
valor para arrancar la máscara á un trai-
dor y cobarde.
— ¡Caballero! esclamó Mr.de Biessac,
lleno de vergüenza , estoy á vuestras ór-
denes... y...
No pudo acabar.
Un ruido de voces se oyó detras de la
puerta , que se abrió con violencia , y una
mujer de edad entró , á pesar de los es-
fuerzos de un criado, diciendo con voz al-
terada :
— Os digo que es menester que hable
al momento con vuestro amo.
Al oir esta voz, al ver á aquella mujer
pálida, descompuesta, desconsolada, Mr.
Hardy, olvidan»k) á Mr. de Blessac, á Ro-
din, á la infame traición, dio un pa^o atrás,
esclamando:
— ¡Mme. Duparc! ¡vos aqui!... ¿qué
hay?
— ¡ Ah!.... una gran desgracia....
— ¡Margarita!.... esclamó Mr. Uardy
con espanto.
— I Se ha marchado
304
— j Marchado!.... repilio q1 fabricante
tan alerrailo como si le liubiera lierido un
rayo. ¡Margarita se ha marchado! repi»
tio.
— Todo se ha descubierto. Su madre
se la ha llevado.... hace tres días, dijo la
desgraciada mujer con voz desfaüecida.
— Marchado Margarita ¡ no es
verdad! me engaùan...... esclamó Mr.
Hardy.
Y sin decir palabra, aterrado, asusta-
do, fuera de sí, se precipitó fuera de la
casa, corrió á la cochera y snl)iendo en
su carruaje, que con caballos de posta
esperaba á Mr. de Blessac, dijo al posti-
llon.
— A París, á escape.
ALBÜ.fl.
nido mas cercano del canto de guerra de
los Lobos.
Después de haber escuchado por un mo-
mento con atención este rumor lejano, con
el pié en el estiibo^ Rodin se dijoá sí mis-
mo sentándose en el carruage.
El digno Josué Van-Dael de Java no
sospecha que ahora mismo sus créditos
contra el baron Tripeaud estañen camino
de llegar á ser escelentcs.
Y el coche volvió á tomar el camino de
Paris....
En el momento en que el carruaje se
lanzaba como un rayo en el camino de
Paris, el viento, bastante violento, trajoel
ruido lejano del canto de guerra de los Z.o-
bos que se dirigían precipitadamente hacia
la fabrica.
XIX.
EL ATAQUE.
Así que Mr. Hardy salió de la fábrica,
Rodin que no esperaba esta marcha re-
pentina, volvió con lentitud á tornar su
coche simón, pero de repente se detuvo
un momento y se estremeció de placer y
de sorpresa, al ver á corla distancia al
mariscal Simon y á su padre que se áiti-
gian hacia una de las calles de árboles de
\a casa común , porque una circunstancia
fortuita liabia retardado hasta entonces la
conferencia del padre y de! hijo. :
— ¡ Muy bien I dijo Rodin , ¡ cada \ez
mejor 1 ¡ahora con tal que mi hombre ha-
ya hecho salir de su nido y decidido áRosa
Pompan !....
Y Rodin se apresuró á llegar á donde
estaba el coche.
En este momento el viento que cohti-
Varios obreros, en el momento de di-
rijirse á París para llevar la contestación
de sus compafieros á otras proposicíonea
relativas á las sociedades secretas, habían
tenido necesidad de conferenciar privada-
mente con el padre del mariscal Simon, y
de aquí provenia el retardo déla conver-
sación con su hijo.
El anciano artesano, contramaestre de
la fábrica, ocupaba dos hermosas habita-'
cienes situadas en el piso bajo á la estre-
midad de una de las calles de árboles do
la casa común: un jardinilo de unas cua-
renta toesas, que se divertía en cultivar «
se eslendia debajo de las ventanas; la
puerta que conducía á este jardin había
quedado abierta, y dejaba penetrar los ra-
yos ya ardientes del sol de marzo en el
modt'sto alojamiento en que acababan de
entrar el artesano, de blusa; y el mariscal
de Francia, de gran uniforme.
Entonces este último, tomando las ma-»
nos de su padre eiítre las suyas, le dijo
con una voz tan profimdamente conmovi-
da, que el anciano se estremecíól
— ¡ Padre mío soy muy desgra-
ciado I
Y una espresion dolorosa , comprlinida
hasta entonces, oscureció de repente lafi-»
sonomia del mariscal.
— ¡Tú... desgraciado I esclamó con in-
unaba aumentando, trajo al jesuíta el so- J quietud el padre Simon acercándose.
" — Voy á di'círoslo loJo, pailrc mío, con-
tostó el mariscal con voz alterada, porque
necesito los cotisejos de vuestra inllecsible
rectitud.
— Uespocto á honor, á lealiad, no tie-
nes q«ie pedir consejos á nadie.
— Si, padre mió.... vos solo podéis sa-
carme do una incertidumbre ({ue es para
tni un tormento atroz.
— lísplicale te lo suplico.
— fiare algmios dios que mis hijas es-
tán comprimidas, absortas. Durante los
'primeros días de nuestra K'union estaban
locas de alegrí» y contento... De repente
todo ha cambiado, están cada vez mas
tristes ayer he creido sorprender una
lágrinia en sus ojos; entonces conmovido,
las estreché contra mi pecho, suplicándo-
les que me dijesen la causa de su pesar...
Sin contestarme rod aron sus brazos á mi
cuello, y cubrieron mi cara de besos.
— ¡ Kslo es esfraordihario ! pero ¿á
qué puede atribuirse ese cambio?
— .Algunas veces, temo no liaber ocul-
tado bastante el dolor que me causa la
muerte de su madre... y tal vez estos po-
bres ángeles se desconsuelan creyendo que
no son suficientes á mi felicidad. Sin em-
bargo, ¡cosa inesplicable ! no solamente
parece que comprenden, sino que parti-
cipan de mi dolor.., ayer mismo me de-
cía Blanca... « ¡Cuánto mas felices seria-
mos todos si nuestra madre estuviera con
nosotros ! »...
— Ellas participan de tu dolor; no pue-
den reconvenirte por él no es esa la
causa de sus penas.
— Eso es lo que me digo, padre mío;
305
¿pero cuál es? En vano agoto mi razón
en adivinarla... ¿Qué os diré?
Algunas veces llego hasta imaginar que
un mal demonio se ha interpuesto entre
mis hijas y yo Esta idea es estúpida,
absurda, losé, ¿peío qué queréis?
cuando le faltan á uno razones sólidas,
aoaba por entregarse á las suposiciones
mas inténsalas.
— ¿Ouién puedo querer interponerse
entre tus hijas y tu?
— Nadie... ya lo sé.
— Vamos, Pedro, dijo paternalmente el
anciano artesano, espera... ten paciencia,
vigila , espía á e>os pobres corazones con
la solicitud (¡lie lo conozco, y estoy segu-
ro de que descubrirás algún secreto, sin
duda muy inocente;
— Sí, contestó el mariscal, mirando fija-
mente á su padre, sí; pero para penetrar
este secreto..... es menester no separarse
de ellas...
— ¿Por qué te separas de ellas? dijo el
ahciano sorprendido del aire sombrío de
su hijo, ¿no estás ya para siempre á su
lado... al mió?
— ¿Quién sabe? contestó el mariscal con
un suspiro.
— ¿Qué dices?...
— Sabed desde luego, padre mió, todos
los deberes que me retienen aquí.... des-
pués sabréis los que podrán alejarme de
vos, de mis hijas y de mi otro hijo....
— ¿Qué hijo?
; — El de mi antiguo amigo el príncipe
indio...
— ¿Djalma? ¿Pues qué le sucedo?
— Padre mió... me hace temblar...
-¿El?
De repente un rumor formidable, trai-
dor por Una violenta ráfaga de viento, re-
sonó á lo lejos: este ruido era tan impo-
nente, (¡lie el mariscal dijo á su padre in-
terrumpiéndole:
— ¿Qué es eso?
Después de escuchar un momento los
sordos clamores que se debilitaron y pasa-
ron con la ráfaga, el anciano contestó:
— Algunos cantantes de la barrera (¡ue
embriagados corren los campos.
— Parecían gritos de una multitud, aña-
dió el mariscal.
77*
30G :MBtJSi.
Ambos escucharon de nuevo; pero el
ruido habia cesado.
— ¿Qué me decías? preguntó el ancia-
no artesano; ¿qué te asustaba ose joven
ndio? ¿y por qué''
— Ya os he hablado, padre mió, de su
loco y desgraciado amor á la señorita de
Cardoville.
— ¿Y es eso lo que te asusta, hijo mió?
dijo «I anciano mirando á su hijo con sor-
presa; Djalma no tiene mas que 18 años...
y en esia edad un amor borra otro.
— Si se tratase de un amor vulgar, si, pa-
dre mió... Pero pensad que á una belleza
ideal, la señorita de Cardoville une el ca-
rácter mas noble, mas generoso... y que
á consecuencia de circunstancias fatales,
¡oh! desgraciadamente muy fatales, Djal-
ma ha podido apreciar el raro valor de
aquella hermosa alma.
— Tienes razón , esto es mas grave de
1> que creía.
— No tenéis ¡dea de los estragos que
hace esta pasión en este joven ardiente é
indómito; algunas veces á su abatimiento
doloroso suceden arrebatos de una feroci
dad salvaje. Ayer le sorprendí de impro-
viso, con los ojos centellantes, las faccio-
nes contraidas por la rabia; cediendo á
un esceso de loco furor, acribillaba á pu-
ñaladas un cojin de grar.a, exclamando con
una voz alterada : ¡ Ah!... ¡sangre... ten-
go su sangre! ¡Desgraciado! le dije,
¿qué insensato arrebato es ese? Malo al
hombre, me contestó con una voz sorda y
un aspecto cstraviado.u Así designa el ri-
val que cree tener.
— En efecto, hay algo de terrible en
una pasión semejante... en un corazón co-
mo esc, dijo el anciano.
— Otras veces , añadió el mariscal , su
rabia estalla contra la señorita de Cardo-
ville; otras en fin contra sí mismo. Me lie
con él, y que parece tenerle gTan aÍecflo,
me ha prevenido que sospechaba que te-
nia algún secreto pensamiento de suicidio..
— ¡ Desgraciado joven 1
— Pues bien, padre mió, dijo el maris-
cal Simon con una profunda amargura ,
en el instante mismo en que mis hijas y
este hijo adoptivo reclarnan toda mi soli-
citud... estoy ial vez en vísperasde aban-
donarlos.
— ¿Abandonarlos?
— Si.... para satisfacer un deber mas
sagrado t^uizá que los que me imponen la
amistad y la familia ;dijo el mariscal con
un acento á la vez tan grave y tan solem-
ne, que su padre, profundamente conmo-
vido, esclanió :
— Pero ¿qué deber es ese?
— Padre mió, contestó e! mariscal des-
pués de permanecer un momento pensa-
tivo, ¿quién me ha hecho lo que soy ?
¿quién me ha dado el título de duque, el
bastón de mariscal?
— Napoleón
— Bien sé que para vos, republicano
rígido, perdió todo su prcstijio cuando de
primer ciudadano de una república se hizo
emperador.
— Maldije su debilidad, dijo tristemente
el padre Simon , porque el semi-Jios se
hizo hombre.
— Pero para mi, padre mió, soldado,
que siempre me había batido á su lado;
para mi , que me habia elevado desde el
último de los grados del ejército hasta el
primero; para mi, que me habia colma-
do de beneficios, de afecto, ha sido mas
que un héroe.... ha sido un amigo, y ha-
bía tanto reconocimiento como admiración
en la idolatría que le profesaba. Desterra-
do.... quise participar de su destierro, y
me negaron esta gracia : entonces cons-
piré, entonces saqijé la espada contra los
visto obligado á hacer ocultar sus armas, que habían despojado á su hijo de la co
porque un hombre que ha venidode Java roña que la Francia le habia dado.
— ^Y en tu posición obraste bien... Pr-
dro sio participar de Iti ailmiraciori ,
ron»prendi tu r»0(inu(inti»'iito — proyrc-
ios de destierro, conspiración todo lo
«probé.... ya lo s«be?.
— Î Put'S ble n ! esc niño d«'-hrn'da(io .
en ruyo nombre he conspirado hace 17
añc»?, es ahora rapar de sostener la espa-
da.... de su padre.
— Napoleón III csclamíí el anciano casi
con una sorpresa y una ansiedad cslroma-
das ; el rt-y de Kon\a !
— ¡ Rey !J! no, ya no es rey j Na-
poleón no, no se llama ya Napolecn ! le
han dado no sé qtie nonibre au>triaco....
porque el otro nombre les causaba mie-
-do.... Todo les a^u^ta Asi.,., ¿sabéis
lo que están haciendo con el hijo del em-
per-ador? pngtintó el mariscal cotí una
dolorosa »-csa!lacion , le están atormen-
tando.... matando lenlameiile....
— ¿Quién te lo ha dicho?...
— ¡Oh! una persona que lo sabe.... y
que dice verdad.... ¡ Oh 1 demasiado. ...,
Si, el hijo del euiperadar está luchan-
do con todas sus fuerzas contra tma
muerte precoz; con los ojos vueltos hacia
la Francia espera.... espera.... y na-
die viene.... nadie no.... Kntre lodos
«sos hombres á quienes su padre hizo tan
grandes como eran pequeños.... ni uno,
no, ni uno siquiera piensa en ese niño
sagrado á quien están ahogáoslo y que se
muere
— Y tú.... piensas en él...?
— Si.... pero para pensar ha sido me-
nester que supiese — ¡ oh 1 no lo puedo
dudar, porque no ha sido por el mismo
conducto por donde he tomado todos mis
iníormes; ha sido menester que supiese
la suerte cruel de este niño — á quien
también presté juramento.... porque un
día, ya os lo he dicho, elemperador, tier
no y orgulloso padre, mostrándomelo en
la cuna, me dijo: «mi antiguo amigo, sc-
3(>7
ras I 8' a el hijo lo que has sido para el pa-
dre; pii[(|ii(' «■! que in>í> ama, auKi àniii>-
tra Francia »
— Sí lo sé ... muchas vece* uie has
referido «htns palabras, y cumu tú me
he Conmovido
— Pues bien , padre níi(», si instruido
de lo (jue sufre el hijo del emperador ,
hubiese vi>to ... y con certeza las prue-
bas mas evidentes de que no .se me en-
gariat)a , si hubie>e visto una caria de un
alto personaje de Viena, que üfricia » uii
hombre fie! al culto del eu>perador , los
medios de ciilrar en relación con el rey
de Uorna.... y tal vez dearrebatarlo ásus
verdugos
— Y después, dijo el arte'-ano mirando
fijamente á su liij'', juna vez en ¡iberlaJ
NapoU'on I! ! ...
— jDtspues! esclamó el mariscal. Fn
seguida dijo al artesano con voz conteni-
da: veam «, padre mió. ¿creeisá la Frai c a
insensible á las humillaciones (|ucMilre?...
¿Croéis que la memoria del emperador
está e-tinguida?.... no no, y especialmen-
te en estos dias de abatimiento para el
pais, su nomSre es itivocado en V(iZ ba-
ja ¿Qué sería si este nombre f;lofio>o
apaiocicse en la frontera, resucitado en
su hijo? ¿Creéis que el corazón de la Fran-
cia no latiría por él?
— Esa es una conspiración contra
el gobierno actual... con Napoleón II pur
bandera, dijo el artesano, eso es cosa
grave.
— Padre mic, os he dicho quo era mijy
dssgraciado; pues bien , juzgad vos mi>-
mo.... esclamó el mariscal. No solamente
me pregunto á mi mismo si debo abando-
nar á mis hijas y á vos para lanzarme en
los azares de una empresa tan audaz
sino que me pregunto también... si esloy
o no comprometido con el gobierno actual,
que, al reconocer nu título y mi gradua-
ción, no me ha concedido un favor... pero
â08
AL¿li¿.
al fin me lia licclio juslicia.... ¿Qué debo
hacer? ¿Abandonar todo lo qu^ es caro á mi
corazón, ó permanecer insensible á los
tormentos d-^l hijo del emperador.... del
emperador á quien todo lo debo;., á quiets
he jurado personainlente fidelidad, para
él y para su hijo? ¿ Debo perder esta oca-
sión única de salvarlo tal vez, Ú bien de-
bo conspirar en su favor?.... decidme si
eXajero lo que debo á la memoria del em-
perador. Decídmelo, padre mió, decidid;
durante toda una noche de insomnio he
tratado de descubrir én medió de este caos
la línea prescrita por el honor... y no líe
hecho mas que caer de indecisión en
indecisión..;. Solamente voS, pádfe mío,
lo repito, solamente vos... podéis guiarme.
DespUes de habeh permanecido iin itis-
tante pensativo, el anciano iba á respon-
der á su hijo, cuando una persona des-
pués de haber atravesado corriendo el jar-
dinitov abrió la puerta del piso bajo yen-
ttó, fuera de sí, en la habitatíion en que
estaban el mariscal Simon y su padre.
Era Olivier, el jiWen artesano que ha-
bla logrado escaparse de la taberna de
la aldea; donde se hablan reunido los¿o-
hós.
— ¡Mr. Simon... Mr. Simon!... escla-
mó pálido y falto de aliento, ahi están...
van á atacar la fábrica.
— ¿Quién? preguntó el ariciaríó levan-
tándose de repente.
— Los Lobos; algun(>s canteros y pica-
pedreros, á quienes se ha reunido en el
darilino una porción de gente dé las cerca-
nías y de la que frecuenta las barreras.
Mirad, ¿los ois?... vienen gritando rnuer-
ie á los devoradores.
En efecto , las voces se oían cada ve¿
mas dístintaniente.
— Ese era el ruido que oí ahora poco,
dijo el mariscal levantándose también.
—Son uias de dosciento? , Mr. Simon ,
dijo Olivier; están armados de piedras y
garrotes, y desgraciadamente là mayoV
parte de los obrerois de la fábrica estañen
Paris. Los que estamos aquí no llegamos
á cuarenta; las mujeres y los niilios sees^
tan refugiando ya en las habitaciones, lan^
zando gritos dé terror. ¿Ló oís?
En efecto., en el techo se oian pisadas
precipitadas.
— ¿Será cosa séria éste ataque? dijo el
maríscala su padre, que parecía cada vez
mas inquieto;
— ^Muy séria, dijo el anciano; no hay
nada mas terrible que las riñas entre io;^
gremios; y ademas, de poco tiempo á es-
ta parle i lo porten todo por obra para ir-^
ritar los habitantes de las cercanías contra
los de la fábrica.
—Si sois tari inferiores en número , di-
jo el mariscal , es necesario empezar por
hacer barricadas en todas las puertas..: f
luego;..
No pudo ácanar.
Una esplosiori de gritos horribles liizo
temblar los cristales de la habitación, y
estalló tan prósinia y con tal fuerza , que
el mariscal , au padre y el joven artesano
salieron inmediatamente al jardin , teríni-
nado pdr Un lado cotí ün muro bastante
elevado que daba al campo.
De repente, y mientras los grito» sé
aumentaban; Una lluvia de piedras enor-
rrïes, déstiiíadás á fomp'er los vidrios dé
las ventanas de la casa , dieron en algu-
nas de las del piso principal, rebotaron en
la pared y cayeron en el jardín al lado del
rharíscal y de su padre.
¡ Falalidad !!! el ariclano herido en lá
cabeza por ima etíorme piedra, vaciló...:
se inclinó hacia delante y cayó, lleno de
sangre, entre los brazos del mariscal Sí-
ríion , en el momento en que resonaban
por la parte esterior, cada vez con mas
furia, los gritos feroces de: í?Merrat/mi/6r-
íe á los devoradores.
<I.Bbll.
ÜÜU
w.
LOS LOUOS Y LOS DJiVitUAÜOUES.
Era cosa espunto^a vi>r ac]iii-lla inulli-
tuil Ji-scnTriMiada , cuyas primeras Ih^A]-
liJailes arahabaii do mt tan fuiUilaial pa-
Jre «Ici iiiarisi-al Simon.
Un a!i) de la casa codiuii dotult; termi-
naha la tapia del jardin daba a! cauipo,
•y cra por donde los L'>l)..s ha lat» eni()c-
tado i-l ata(|ijo.
La precii'iiai'ion di- su marclia , las os-
laciones (|iie liübiati luvlio en las tabernas
(|(ie se encontraba 1 en el camino, la ar-
diente impaciíMicia de la lucha que estaba
pri3xima , habiaii animado mas aun áaquo
líos hombres con una «'xaltacion feroz.
Lanzada la primera descarga de piedras,
la mayor parte de los sitiadores buscaban
eii el suelo nuevas municiones; irnos para
hacer provision con mas descanso, tenían
los'garrolrs entre los dientes; otros los
habían d<jado contra la tapia; aqui y alü
se formaban también grupos tumultuosos
a! lado de los principales gefes de la ban-
da. Los hombres mejor vestidos de ella
llevaban blu5a y gorra, otros estaban casi
cubiertos de harapos, porque ya hemos
dicho que un grátí oúim'ro de gi iite per-
dida de la que frecuenta las barreras,
con fisononuas siniestras y patibularias.
Se habian imido, de buena ó mala volun-
tad , á los Loboy, algunas mugcresasque-
rosas y cubiertas de andrajos, que siem-
pre parece que salen al paso de estos mi-
serables, les acompañaban, y con sus can-
tos y provocaciones escitaban mas aun los
ánimos inflamados; una de ellas, alta,
robusta, con la tez encendida, los ojosavi-
nados, sin dientes, tenia por locado una
marmota de la que se esrapaban algunos
cabellos amarillentos y enmarañados, lle-
vaba sobre su vestido desbarrado un pa-
ñuelo vii'jo de tafetán oscuro, cruzado por
delante y prendido con un nudo detras
de la clôtura. Esta muger parecía poseída
do labia, «e habia levantado las mancas
mcdij rotiis del vestido: en una mano
I»l8ndia im garrote, y en la otra unaenor-
nu» piedra : sus conipañ» ros la llamaban
(tbulkta.
Ln horrible criatura pritaba con una
\v¿ bronca :
— (Quiero peleor con lasfuinasde lafá
briía ; (¡uiero vt.r correr su sangre....
lisias palabras feroces eran aeojidas por
los ap'auáos de sus compañeros, y por
las gritos salvajes de ¡>iva Cebolleta! que
les escita ban hasta el frenesí.
Entre los gefes habia un hombro bajo
de cuerpo, delgado, pálido, con cara de
hurón, con la barba negra corrida; lle-
vaba un gorro griego color de ocarlata,
y su larga blusa nueva dejaba ver un pan-
talon de paño de mny buen uso, y botas
finas. Evidentemente este hombre era de
condición diferente á la de los demás de
la banda : él era especialmente (luien pre-
tendía que los obreros de la fábrica se es-
presaban de un manera insultante hacia los
habitantes de las cercanías; gritaba tam-
bién mucho, pero no llevaba ni piedras ni
garrote. Un hombre con la cararedonda¿
sonrosada , y cuya formidable voz debajo
parecía pertetiecer á un chantre de igle-
sia , le dijo:
— ¿Tú no quieres hacer fuego contra
e^os perros impíos , que son capaces de
atraer el cólera al país, como ha diolia di-
cho el señor cura?
— Uaré fuego.... mejor que tú.
Contestó ei b.on bre de la cara de hu-
rón con una sonrisa particular y sinies-
tra.
— ;. Y con qué harás fuego?
— Probablemente con e*ta piedra, dijo
el hombre cojiendo un enornu' guijarro. En
el momento que se bajaba, un s; co
bastante henchido pero muy líjero, y (¡uo
parecía llevar prendido debajo de la blusa,
cayó al suelo.
— Vaya, vas á perder tu SuCO y lus
78*
310 4LBUH,
bolos? dijo el otro; no parece muy pe-
sado.
— Son muestras de lanas, contestó el
hombre con cara de liuron recojiendo con
precipitación el saco y ocultándolo debajo
de la blusa; y después añadió:
Pero, atención , creo que el cantero
está hablando.
En efecto , el que ejercía sobre aquella
multitud irritada el ascendiente mas com-
pleto, era el terrible cantero; su gigan-
tesca estatura dominaba de tal manera la
multitud, que siempre se veia su enor-
me cabeza adornada de un pañuelo rojo
desgarrado, y sus hombros hercúleos, cu-
biertos de una piel de cabra montés, ele-
varse sobre aquella ^samblea sombría y
movible, sembrada aqui y alli de algunas
cofias de mujeres como de otros tantos
puntos blancos.
Viendo el grado deecsasperacíon áque
hablan llegado los ánimos, el corto nú-
mero de artesanos honrados, pero estra-
viados, que se habian dejado arrastrar á
esta peligrosa empresa, bajo pretesto de
una querella de gremios , temiendo las
consecuencias de la lucha, trataron, pero
demasiado tarde, de abandonar el grueso
de la banda ; estrechados por todos lados
y, por decirlo asi, metidos entre los gru-
pos mas hostiles, temiendo ademas pasar
por cobardes, ó ser objeto de los malos
tratamientos de 'a mayoría, se resignaron
á esperar un momento favorable para eva-
dirse.
A los gritos feroces que habian acom-
pañado la primera descarga de piedras,
sucedió un profundo silencio pedido por
la voz de eslentor del cantero.
— Los ¿otos han ahuilado, dijo; es me-
nester esperar y ver cómo los Devorado-
res responden y traban el combate.
— Es menester atraerles fuera de la fá-
brica y dar la batalla en un terreno neu-
tral, dijo el hombre con cara de hurón,
que parecía ser el lejisla de los Lóbos'\ sin
eso.... habria violación de domicilio.
— I Violar I ¿Y que nos importa violar?
gritó la horrible muger apellidada Cebo-
lleta; dentro ó fuera es menester que ven-
ga á las manos con las fuinas de la fá-
brica.
— Si, si, grifaron otras horribles cria-
turas tan andrajosas como Cebolleta , es
menester que no sea todo para los hom-
bres.
— ¡También queremos dar nuestro
golpe !
— Las mugeres de la fábrica diCen que
todas las de las cercanías son borrachas y
perdidas, esclamó el hombre con cara de
hurón.
— Bueno, ya la pagarán.
— Es menester que las mugeres tengan
parte.
— Eso nos toca á nosotras.
— Puesto que se entretienen en cantar
en su casa común, esclamó Cebolleta, no>
sotras les enseñaremos la canción de So-
corro.... ¡que me asesinan !
Esta chanza salvaje fué acogida con gri>
tos, ahullidos y pisoteos, á los que la voz
de estentor del cantero puso fin, gritando:
— ¡Silencio 1
— ¡Silencio!... ¡Silenciol... contestó la
multitud, escuchad al cantero.
— Si los Devoradores son tan cobardes,
que no se atrevan á salir después de otra
descaiga de piedras, alli hay una puerta...
la echaremos por tierra é iremos á bus-
carlos en sus guaridas.
— Seria mejor atraerlos afuera al com'
bate, y que no quede ninguno en el inte-
rior de la fábrica dijo el hombre con
cara de hurón, que parecía tener un pen-
samiento secreto.
— Se bate uno en donde puede, dijo el
cantero con voz tonante; con tal que uno
se agarre todo es igual pelearía
uno sobre el ala de un tejado, ó en lo alto
íe una tapia, ¿es vordad . Lobox mios'.''
— Sí. ..sí... ilij) la nuilliliid t-Ieclrizad
por estas palabras fiToccs; si iiu salen...
entremos á la fuerza.
— Asi veremos su palacio.
— Esos pnganos no henon ni una ca-
pilla, esclanió la voz de bajo; el señür
cura los ha escomul^ado.
— ¿Porqué Jian de tener un palacio y
nosotros unas perreras?
— Los artesanos de Mr. Hardy dicen
que las perreras son demasiado buenas
para canalla como nosotros, dijo el hom
bre con cara de hurón.
— jSí!... ¡sí!... lian dicho esto.
— Entonces romperemos todo lo que
tengan.
— Destruiremos sti bazar.
— Echaremos la casa por la ventana.
— Y después de liaber hecho cantar á
sus mugeres, que representan el papel de
virtuosas, esclamó Cebolleta, les hare-
mos bailar al son de pedradas en la ca- '
beza.
— Vamos Lobos, atención, esclami)
el cantero con voz de estentor; otra des-
carga , y si los Decoradores no salen
abajo la puerta.
Esta moción Tué acogida con ahullidos
de un ardor feroz, y el cantero, cuya voz
dominaba el tumulto, gritó con toda la
fuerza de sus hercúleos pulmones :
— ¡Atención! ¿060* piedra en
mano y á la vez ¿Estais listos''
— ¡Sí! ¡sí Î... estamos
— ¡Apunten!... fuego
Y por segunda vez una nube de pie-
dras y guijarros enormes cayó sobre la
fachada de la casa común que daba al
campo; una parte de estos proyectiles rom-
pió los cristales que habían quedado sa-
nos cuando la primera descarga; al ruido
sonoro y agudo de los cristales rotos, se
unieron estos gritos feroces lanzados á la
vez, y como un coro formidable por aque-
ALBTM. 311
lia multitud embriagada con sus propios
escesos :
— ¡(íutrra y muerte á los Divora-
dores !
Pero pronto estos gritos ftieron frené-
ticos cuando á través de las ventanas me-
dio huniiidas , los sitiadores pcrcibií'r.iii
algiuias mugeres tjne pasaban y repasa-
tian asustadas; unas llevándose á los ni-
ños, otr^s levantando las manos al cielo y
pidiendo socorro; otras en (¡11, rrias atre-
vidas, acercándose á ellas y procurando
cerrar las persianas.
— ¡Ah! allí están las hormigas que mu-
dan de habitación, esclamó Cebolleta ba-
jánd«>se para cojer una piedra, ¡es me-
nester ayudarlas á pedradas!
Y una piedra lanzada por la mano vi-
ril y segura de esta furia, dio á una des-
graciada muger, que inclinada sobre »!
pretil de la ventana , estaba tratando de
atraer á si una puerta.
— Justo he dado en el blanco
gritó la asquerosa criatura.
— Bien apuntado. Cebolleta.
— ¡Viva Cebolleta !
— ¡ Salid , eh, Devoradores, si os atre-
véis !
— Ellos que han dicho cien veces «¡iie
las gentes de las cercanías eran deM)a>ia-
do Cobardes para venir ni aun á mirar .'u
casa, dijo el hombre de cara de hurón.
— ¡ Y ahora hacen ascos!
— No quieren salir, esclamó el rantiTO
con voz de trueno, vamos á encender su
cólera.
—Si... sí.
— Vamos á echar abajo la puerta.
— Será menester que los hallemos.
— Vamos... vamos.
Y la multitud con el cantero á la cabe-
za, no lejos del cual iba Cebolleta blan-
diendo un garrote, se acercó tumultuosa-
mente hacia una gran puerta bastante in-
mediata.
312
ALDÜtf.
El Itíritíno sonoro tembló hn].-) las [usa-
das preí ¡pitadas de la multitud, (jue ya
no gritaba. Este ruido confuso , pero por
decirlo así, subterráneo , parrcia tal vez
mas siniestro aun cjue sus gritos ferriblos*
Pronto llegaron los Lobos pufrente de
la puerta, que era de encina maciza.
En el momento en que e! contero le-
vantaba un formidable martillo de picape-
drero contra una de las hojas de la puer- to Con una sonrisa feroz
ta... esta se abriói
Algunos de los sitiadores de los mas de-
terminados iban á precipitarse fWr aquella ! dioíéndole: ¿Y esto? ¿es cosa de juego?
AgricOljSoIo fia'y àrtessnoâ pacíficos... ¡re-
tiraos...
— ¡ Pues bien I aquí [jay Lobos que se
comerán á los artesanos pacíficos.
— Los Lobos no se comerán á nadie, d¡^
jo Agricol mirando fijamente al cantero,
que se le acercó con aire amenazador; y
1o> Lobos solo asustan á los niños.
' — ¡ Ah !.i. ¿lo Creéis así? dij'o el cañte-
Despiles levantando su martillo lo puso,
por decirlo así, bajo la nariz de Agricol <
entrada, pero el cantero se iiizo atrás,
abriendo los brazos como para moderar
aquel ardor é imponer silencio á los su-
yos, los (pie entonces se agruparon y es-
trecharon á su lado.
La puerta entreabierta dejaba ver un
grueso (ie artesanos, desgraciadamente po-
co numerosos, pero cuyo ;aspecto anun-
ciaba su resolución, y habíansearmado de
prisa con ganchos, con pinchos de hierro,
con garrotes; y Agricolque venia á su ca-
beza, tenia en la mano su pesado martillo
de hierro.
El joven artesano estaba muy pálido;
se veía en la brillantez de sus «jos, en su
fisonomía provocativa, en su intrépida se-
guridad, (¡ue la sangre de su padre hervía
en sus venas y cpie podía en i^na lucha
como ésta ser terrible, áin embargo, con
siguió contenerse y dijo con una vozfirme:
— ¿O'"' queréis?
— 1 Guerra ! .... esclamó el cantero con
voz de trueno.
— ¡Sí... si... guerra!... repitieron.
— ¡Silencio 1... Lobos... grito el gefe de
ellos volviéndose y esteridíendo sii ancha
mano hacia la multitud.
Después dirigiéndose á Agricol, añadió:
Los Lobos vienen á pedir batalla...
— ¿Contra quién?
— Contra los Devorador'es.
— Aquí no hay Devoradores f contesto
— ¿Y esto? contestó Agricol, que cotí
rápido movimiento dio un golpe y recha-
zó vigorosamente Con sü martilló el del
picapedrero.
-^Hierro... contra hierío, martillo con
tra martillo.... así me gusta, dijo el can-
tero.
-^Wó se trota dé lo qjué os gusté, con-
testó Agricol conteniéndose con difií-ullad?
habéis roto nuestras ventanas, asustado á
nuestras mugeres y herido tal vez de
nujerte al artesano mas anciano de la
fábrica, que en este momento está entre
los brazos de su hijo... y la voz de Agricol
se alteró á pesar suyo; creo que es sufi-
cientei
— ¡No! los Lobos tienen rtia!; hártibre^
contestó el carit'ero, es menester que sal-
gáis de a()UÍ... atajo da cobardes... y que
vengáis á la llanura á combatir.
— ¡Sí!.... ¡sí!. .4. ¡guerra !... qUe sal-
gan.
Gritó la multitud ahullandb, silvartdo,
njitando sus garrotes y disminuyendo aun
álmoverye el corto espacio ¡que la separa-
ba de la puerta.
— Nosotros no queremos guerra, coo'^
testó Agricol; no saldremos de nuestra
casa; pero si tenéis la desgracia de pa'ar
de aquí, y Agricol arrojando su gorra en
el umbral de la puerta puso el pié sobre
ella con ihtrépidez... si, si pasáis de aquí^
ílbom. 313
entonces nos atacan i> in nuoslia casa... y ¡.«us esfuerzos no taidó en ser echada aba-
respomlcrí'is de lodo lo (|tii.' suceda.
i jo, y Ct'liolleta so precipitó en esta habi-
— Kn lu casa ó en cualt^iiiera uira par • tacion con un garroteen !a mano, de>j;re-
le tendremos guerra ; los Lobos quieren
comer lUvoradorcf. Toma, ese es tu ata>;iie.
Kíclaruó el brutal cantero levantando su
tnarlillo contra Agrirol.
l'eio óste ectiáiulosií á un lad), con un
repentino recorte de su cuerpo, evitó el
golpe y lanzó su niaiiillo al peí lio del can-
tero, que vaciló un momento, pero que
pronto afirmado en sus piernas, se arrojó
sobre Agricol con furor, gritando:
— 5 A mí, Lobos!
XXI.
LA VIELTA.
Así que se trabó la lucha entre Agricul
y el cantero, el combale fué terrible, ar-
diente, implacable: un torrente de sitia-
dores, siguiendo ios pasos del cantero, se
precipitó hacia la puerta con una furia
Irresistible; otros, no pudiendo atravesar
aquel paso terrible en que los mas impe-
tU'ísos se apretaban, se sofocaban y mal-
trataban á los menos atrevidos, dieror.
un largo rodeo, rompieron una cerca de
tabLs y cojieron , por decirlo asi , entre
dos fuegos á lüs obreros de la fábrica; al
gunos de estos resistieron con valor, otros
viendo que Cebolleta seguida do algunas
de sus compañeras y de alguna gente de
la barrera, de fisonomía sinie>tra , se di-
rigían apresuradamente hacia la casa co-
mún donde se habían refugiado las mu-
jeres y lus niños, se lanziron en su per-
secución; pero habiendo vut?Uo cara al-
gunos hoüibres del séquito de la furia, de-
fendieron vigorosamente la entrada de la
escalera contra los artesanos, de modo
que Cebolleta , tres ó cuatro de sus ami-
gas, y otros tantos hombres no menos vi-
les, pudieron entrar en varias habitacio-
nes, unos para saquear y los ptios para
destrozarlo todo
Uua puerta que al principio resistió á
UwMla, furiosa, embriagada con el ruido y
el tuunjito. Una bctlnjiívtn f Angela , que
parecía (juerer impedir la entrada en olra
h.ibilacion contigua, se arrodilló, pálida,
con las manos juntas, y esclamando con
voz lastimera :
— I No hagRÍs daño á mi madre !
— Te estrenaré primero á ti , y des*
pues á tu madre, priló la horrible inujei'
arrojándose sobre la pobre joven y Ira-
lando de destrozarle el rostro con las
uñas , mientras que la gente de la barre-
ra rompía el espejo y el reloj á garrota-
zos, y los demás se apoderaban de algu-
nas ropas.
Angela lanzaba gritos dolorosos al de-
fenderse de aíjuella mujer, y continuaba
tratando de impedir su entrada en la ha-
b tacion en que se había refujiado su ma-
dre, que asomada á la ventana liamabaá
Agricol en su ausilio.
Kl herrero había de nuevo vuelto á las
manos con el terrible cantero. En esta lu-
dia cuerpo á cuerpo, sus martillos eran
inútiles; con los ojos inllamados, pecho
contra pecho , enlazados, anudados uno
contra otro como dos serpientes , hacían
esfuerzos inauditos para echarse á tien a.
Agricol, inclinado, tenia bajo su brazo
derecho el muslo izquierdo del cantero,
habiendo conseguido cojerle de este mo-
do la pierna al parar una furiosa patada;
pero era tal la inerza herciílea del gefode
los Lobo^ , que aunque estaba sobre una
sola pierna, permanecía irmióvilcomouna
torre, (^on la mano que tenia libre (la otra
la estrechaba Agricol entre las suyas como
una prensa) trataba á fuerza de puñeta-'
zos de romper la quijada inferior del her-
rero que con la cabeza baja apoyaba &u
frente en el pecho de su adversario.
— El Lobo va á romper loi dientes al
79* ,
314
rLBtlí.
Decorador, que ya no podrá devorar na-
da, dijo el cantero.
— Tú no eres un verdadero Lobo, con-
testó el herrero redoblando sus esfuerzos:
los verdaderos LoboÁ son unos compañe-
ros valientes que no vienen diez contra
uno
— Verdadero ó falso te arrancaré los
dientes.
— y yo la pata.
Diciendo esto el herrero tiró con tanta
violencia de la pierna del cantero, que es-
te lanzó un grito t( rrible de dolor, y con
la rabia de una bestia feroz, alargando de
repente la cabeza, consiguió mordra
Agricol en un lado del cuello.
A este bocado aguJoel herrero hizo un
movimiento que permitió al cantero re-
tirar la pierna; entonéis, con un esfuerzo
sobrenatural, arrojó todo el peso de su
cuerpo sobre Agricol, le hizo vacilar, tro-
pezar , y caer debajn.
En este momento la madre de Angels,
acomodada á una de las ventanas de la
casa común, csclamaba con voz lastimera.
— ¡Socurro... Mr. Agricol. . que ase-
sinan á mi hija !
— Déjame.... y á fé de hombre.... nos
batiremos mañana... cuando quieras, di-
jo Agricol casi sin aliento.
—No me gusta lo recalentado... cómo
siempre caliente; contestó el cantero, y
cojiendo al herrero con una de sus formi-
dables manos por el cuello, trataba de po-
nerle la rodilla sobre el pecho.
— jSocorro!... \'\\xé asesinan á mi hija!
gritó la madre de Angela fuera de sí.
— I Gracia!.... i te pido gracia I... dé-
jame ir... dijo Agricol haciendo esfuerzos
inauditos para escaparse de su adversa-
rio.
— Tengo demasiada liambre, contestó
el cantero.
ha sus esfuerzos, cuando el cantero se stfi-
fió cojer el muslo por unos garfios agudos
y en el mismo instante recibió »res ó cua-
tro garrotazos en la cabeza, asestados por
una mano vigorosa.
Dejó su presa... y cayó aturdido sobre
una rodilla y una mano, tratando con la
otra de parar los golpes que le daban y
que cesar'in tan lutgo como Agricol se
vio en libertad.
— ¡ Padre mió... me habéis salvada!...
¡ Con tal que no sea demasiado larde pa-
ra Angeia ! esclamó el herrero levantán-
dose.
— Corre vé no te ocupes de mi>
contestó Dagoberto.
Y Agricol se lanzó hacia la casa comun>
Dagobcrto , acompañado de Quitasola-
ces, habia venido según liemos dicho, á
traer las hijss del mariscal Simon á ver á
su abuelo. Al llegar en itiedio del tumulto,
el soldado habia reunido varios artesanos,
á fin de defender la entrada de la habita-
ción á que habia sido conducido mori-
bundo el padre del mariscal; desde aqui
fué desde donde el soldado vio el peligro
de Agricol.
Puco después, otro torrente de comba*
tientos separó á Dagoberto del cantero,
que habia permanecido algunos momen*
tos sin conocinuento.
Agricol habiendo llegado en dos saltos
á la casa común, consiguió ecliar al suelo
los hombres que de.'endían la escalera, y
precipitarse en im corredor al que daba
la puerta de la habitación de Angela.
En el momento que llegó, la desgra-
ciada joven defendía maquinalnienle su
cara con sus dos manos, contra Cebolleta,
que encarnizada con ella como una hiena
con su presa, trataba de arañármela.
Lanzarse sobre la horrible furia, co-
jerla por su amarillenta cabellera, y con
Exasperado Agricol por el terror que un vigor irresistible echarla hacia atrás y
\i causaba ei peligro de Aójela, redobla- teoderla después de espaldas con un vio-
AiRln.
315
delito tailonaïo t>n el pocho , lodo esto fii<^
hecho por Agricol con la rapidez del pen
sainieiito.
Ceholleta, nitlamcnte herida, pero exas
perada con la rahia , se levant(> iniiit>tlia
lamente. Kn e.>le instante a'fiíinus artesa-
nos ijne liahian seguido á Atiricul pudie-
ron Idchar con venl;tja , y mientras (|Ue
^1 herrero levanlaba á Angelí ca>i des-
mayada, y la ik'vaha á la liahitacinn in-
mediata, Cebolleta y su llanda fueron arro-
jados de ai|uella parte de la casa.
Después del primer ardor del ataque,
el cortísimo número de verdaderos /.'>6(is,
como deria Agricol, (¡ue siendo honrados
artesanos por o demás habian tenido la
debilidad de dejarse arrastrar á esta em-
presa b.ijo prt'lesto de una (juenlla de
gremios, viendo los escesus que comenza
ban á cometer las gentes sin oficio, de
que habian sido acompañados casi a pesar
suyo; estos buenos Lobos, d»'cimos, se
pusieron de repente de parte de los De-
voradores.
— ¡Afjiii no liay ya Lobos ni Devoradu-
res! (Jijo uno de los Lobos mas determi-
nados á Olivier , con uuien acababa de
batirse Con valor y lealtad; ya no hay aquí
mas que artesanos honrados que deben
unirse para combatirá una porción de pi
líos que no han venido aqui sino para rom
per y robar.
— sí añadió otro; á posar nuestro
empezaron por romper los cri^Kales. de
vuestra casa.
— El cantero es (juien ha tenido la cul
pa de todo dj > otro; los verdaderns
LobiiS lo desconocen, y le ajustaremos las
cuentas.
— Todos los dias se bale uno pero
nos e>tiiiiamos ( 1 ).
(1) Deseamos que eiitien<la el lector
que >ulo la nece!«iil.id de i:ue>tra fdbub
ha dddo á los Lobo.i el papel de agresor.
Al tratar de demostrar uno de los abu-
K>la defección de una parle do los si-
tiadores , desgraciadamente muy corla ,
dio nuevos brios á los artesanos de la fá-
brica, y todos, Lobos y Decoradores, aun
(|iie inffiiores en número, se iiiiier»»n Con-
tra la gente de las barreras y oíros vaga-
mundos (¡lie se eiiirey.iban á escenas de-
plorables.
Una |/arfe do estos miserables, escilada
y arrastrada por el hombre de cara de
hurón, emisario secreto del barun de Tri-
peaud , se dirigía en masa contra los ta-
lleres de Mr. H rdy.
Entonces em()ezó una devastación la-
mentable: estas gentes pi)«eidas de un vér-
tigo por la rabia de la destrucción, rom-
pieron sin piedad las má(|uinas de mayor
precio, de una delicadeza cstrema ; algu-
nos objetos á medio Concluir fueron des-
truidos: una emulación sahage escitaba
á estos bárbaros; aquellos talleres, poco
antes modelos de orden y economía de
trabajo, no ofrecieron en corto tiempo
sino restos; los palios fueron e.->combra-
dos con los objetos de toda especie que
arroj.iban por las ventanas con gritos y
carcajadas feroces. Después , y gracias
siempre á las incitaciones del emi>ariodel
sos de les gremios , (jue por lo demás
Son mas raros cada dia , no queremos
atribuir un carácter mas feroz a esta secta
que á otra alguna, á los L bos nías que á
los ütvoradores. i.os Lobas picapedreros
son generalmente muy labirioxis é inte-
ligentes, euya posición es tanto mas digna
de interó , cuanto (|ue sus tratiajos .son
de los ma> penosos, y carecen de eilos du-
rante tres o cuatro meses cjel añ >. Un
gran número de Lo/w*. con nbjelo de per-
feccionarse en su «-(itio, siguen tt»dd> las
noehes un curso de t^enmelria lineal apli-
cada al c>>rte de piedras, an. dogo aj (j;jh
Mr. Perdigiiier explica á lus car|iintero-;
y varios picapedreros han exiiibido en la
última esposicion un modelo arquitectu-
ral en yeso. (.\oía del nittor. j
316
ALBUM.
baron de ïripeaud , los libros do comer- ¡
cío de Mr. Hardy, esos arcliivos ¡tidus-
triales, tüii indispi usables al comerciante,
fueron arrojados al vTento, rolos, piso
teados por una especie de ronda infernal,
compuesta de todo lo que habia de más
impuro en aquella reunion de hombres y
intigeres niiserabhs y andrajosas, sinies-
tras, que habiéndose tomado las mano?,
daban vueltas lanzando iiorrib!es ahu-
llidos.
¡ Estraño y triste contraste 1 Al ruido
espantoso de aquella horrible escena de
tumulto y devastación, otra escena de tran-
quilidad imponente y lúgubre pasaba ch
la habitación del padre del mariscal Si-
mon , la que guardaban algunos hom-
bres.
El anciano artesano estaba tendido en
ía cama con la cabeza cubierta de una ven-
da que dejaba ver sus cabellos canos en-
sangrentados; sus facciones estaban lívi-
das, su respiración oprimida, sus ojos íijo>"
casi sin mirada.
El mariscal Simon, de pié á Id cabece-
ra de la cama, inclinado hacia su padre,
espiaba con una angustia desesperada el
menor signo de conocimiento del mori-
bundo... cuyo pulso desfallecido estaba
examinando un módico.
Rosa y Blanca, traídas por Dagobcrto,
estaban rirrodilladas delante de la cama,
con las manos juntas y ios cjos bañados
en lágrimas J un poco mas lejos medioes-
condido en la sombra de la habitación,
porque liabian pasado muchas horas y la
noche se aceicaba , estaba Dagoberto, de
pié con los brazos cruzadi^ssobrcel pecho,
y las facciones dolorosamente contraídas.
Reinaba en esta pieza un sijencio pro-
fundo, solemne, interrumpido de vez en
cuando por los sollozos ahogados de Ro^a
y Blanca, ó por las fatigosas aspiraciones
del padre Simon.
Los ojos del mariscal estaban secos,
sombríos y ardientes... no los separaba dé
la fisonomía de su padre, sino para pre-
guntar al médico con sus miradas.
Hay fatalidades estraordinarias..;
Este médico era Mr. Baleinier.
La casa de locos del doctor se encon-
traba bastante inmediata á la barrera mas
cercana á la fábrica , y teniendo fama eri
las cercanías, corrieron desde luego á sQ
casa en busca do ausilios.
De reponte el doctor Baleinier hizo un
movi.iu'enlo; el mariscal Simon, que nd
apartaba de él los ojos, esclamó:
-^i Esperanza I...
—A los menos , seíior duque , el puIsO
se reanima un poco...
— Se ha salvado , dijo el mariscal.
— No tengáis falsas esperanzas, señor
duque, contestó con gravedad el doctor;
el pulso se reínima... es efecto del violen-
to tópico que he hecho aplicará los pies. .i
pero no sé. cual será la consecuencia de es-
ta crisis...
— I Padre mió! ¡padre m¡oI¿meoís? es-
clamó el mariscal al ver que el anciano
hizo un lijero movimiento de cabeza , y
agitó débilmente sus párpados.
En efecto, poco'despues abrió los ojos. .¿
esta vez brillaba en ellos la inteligencia.
— *| Padre mió! ¿vives... me reco-
noces?
Esclamó el mariscal lleno de alegría y
esperanza.
— ¿Pedro...- estás ahí? dijo el anciano
con voz débil. Dame la mano... dame.
K hizo un lijero movimiento.
— ^Aqui está.... padre mió... esclamócl
mariscal estrechando entre las suyas la
mano del anciano.
En seguida cediendo á iin movimiento
de alegría involuntario, se arrojó sobre su
padre y cubrió sus manos, su cara, sus
cabellos, de besos, gritando:
— ¡Vive!... ¡Dios mío!.... ¡vive!...
¡ está salvado !...
»»«ÎIil.
317
fen esle momento I<>s gritos do la lucha
que se trababa de niiovo ontro los vaga-
mundos, los Lofios y los /ícroraf/orfí», lle-
garon á los oidos del herido.
— ¡ E>e ruido!... i ese fuido! diJD: se
están, pues , Caliendo...
— (>i>o qu'í se ha disminuido, rón-
^estó el mariscal para no imjuietar á !fn
padre.
— Pedro.... dijo el anciano con vozdé-
bi^ y cortada, no puedo durât.... mucho
tiempo.
— Padt-e mió...
— Hijo mió... [)éjaine hablar... con tal
que... pu^da... decirte todo...
• — Señor, dijo Haliinier al anciano arte-
sano con compunción, el cielo tal vez ha-
rá un milagro en favor vuestro: mostraos
agradecido... y que un sacerdote...
— ¿Un sacerdote? Gracias..... caballe-
ro... tengo á mi hijo... contestó el ancia-
no : entre sus brazos... exhalar*^... esta al-
ma que lia sidosiempre honrada y recta...
— ¡Morir... tú t... esclamó el mariscal,
j ohl no... no.
— Pedro... dijo el anciano con una voz
t]ue sostenida al principio se debilitó poco
á poco, me has pedido consejo ahora
poco... sobre una cosa rhüy... grave... me
parece.... que.... el deseo... de ilustrarle
acerca de tu deber..... me ha vuelto {>or
tin momento... á la vida... porque... mo
riria con gran desconsuelo... si... supiese
t]ue estabas... en un camino... indigno de
tí.... y de mí.... Escúchame pues.... hijo
mío... mi leal hijo... en este momento su
premo... un padre... no se engaña... tie-
nes un gran deber que llenar; bajo pe-
na... de no obrar como hombre de honor,
bajo pena.... de desconocer.... mi úJUnja
voluntad... debes... sin vacilar...
La voz del anciano se habia ido debili-
tando irada vez mas... cuando pronunció
sus últimas palabras, llegó á ser absoluta-
mente ininteligible.
Las solas palabras que el mariscal Si-
mon pudo distinguir fueron estas:
Napoleón ¡¡...juramento... deshonor...
n\ i h ijo !
Después el anciano artesano agitó aun
maqiiinalmente los labios y esto íúé
todo...
lío el moníento en (jiie espiraba, la no-
che liahia entrado enteramente, y estos
gritos terribles resonaron de pronto pof
fuera :
— ¡ Fuego !... ¡ fuego I...
El incendio estallaba en medio de uno
de los talleres lleno de objetos combusti-
bles, y en el que se habia deslizado el hom-
bre con cara de buron.
— Al miimo tiempo se oía á lo lejos el
redoble de los tambores que anunciaba la
llegada de Un destacamento de tropa pro-
cedente de lá barrera
Hace una hora , y á pesar de todos los
esfuerzos, d fuego devora la fábrica.
La noche está clara , fría y estrellada :
elvíento norte es fuerte; sopla y gime.
Un hombre andando á través do loscam-
fios y al abrigo de una hondonada bastan-
te baja que le oculta iel incendio, se acer-
ca á pasos lentos y desiguales.
Este hombre es Mr. Hardy.
Ha querido volver á su casa á pié por
el campo, esperando que el ejercicio dis-
mitiuiria la fiebre.. .la fiebre glacidl comd
el temblor de un moribundo.
No le hablan engaña(l<>; aquella queri-
da adorada, aquella noble muger, cerca
de la cual habría podido hallar un refu-
gio, despues de la espantosa decepción que
habia sufrido.. . aquella muger habia aban-
donado la Frencia.
No puede dudarlo : Margarita se ha em-
barcado para América; su madre ha exi-
gido de ella por espiacion de su falta, que
no escribiría ni una palabra de despedida
á un hombre por quien había sjcnficadc'
•O*
3f8
kLBXm,
5US deberes de esposa Margarita ha obe-
decido...
Ella le habia dicho ademas, bastante á
mt'nirlo: «entre vos y mi madre no va-
«i)aria...]>
El'a no ha vacilado. .. no hay, pues, y»
cíperanza, ninyuna esperanza ; 3un<]ue e)
0<'><^ano nn lo separa-e de Margarita, í
sabe i|Ue está basta:nte cieg.imenfe some-
tida á su madre, para estar setiurn qn»
igualmente todo !>e acabaría... para siem-
pre.
Está bien... ya no cuenta con este co
razón... e»te corazón... su último asilo.
H»'' aquí, pues, las do> raices mas ani
madas de su vida, arrancadas, rotas con
un mismo golpe, el mismo d)a. casi á la vc ?..
¿Qii^ te queda, pues, pobre Sensitiva,
como te llamaba tu tierna madre?
¿Qué te queda para consolarte de este
Ultimo amor perdido... de esa amistad que
la infamia ha muerto en tu corazón?
] Oh I te queda ese rincón del mundo
creado á tu imagen, esa pequt-ña colonia
tao parifica, tan llorecíeitte , donde gra
cías á tí, el trabajo trae consigo su alngría
y su recompensa; esos dignas artesanos á
quienes lias hecho tan felices, tan buenos,
tan agradecidos... no te faltarán... ellos...
Este es también uu afvcto santo y gran-
de que sea pues tu refugio en me li •
de *-i\i espantosa conmoción de tus mas
sagradas creencias...
L4 traotjuilidad de «quel dulee y ri»u«-
Ù0 retiro, el aspecto de felicidad sin igual
(jue gozan en él tus cinturas, reparará tu
pobre alma tan dolorida, que solo vive
¡lara el sufrimiento. ¡Vamos!... ya protr-
to estarás en la cioia de la co ina , desde
■londe puedes percibir á lo lej<)s la llaïui-
ra, ese paraíso de los Irnb^jores, cuyo
iJins aderado y bend»cido eres.
&Ir. Hardy habia llegado a la cima d«
l.i colina,
Knesle momen'o el incendio contenido
'Jurante algún tiempo, estallaba ron nue-
va furia en la casa comuna que habia al-
canzado.
Un vivo resplandor , al principio blan*
quecino, después rojizo... y luego color de
eobre , iluminaba á lo lejos el liori^Z(>nte.
Mr. Hardy miraba esto... con una es-
pene de estupor inrrédulo; casi putonle-
eido. De leptMile una .umiensa llamarada
rtrilló en medio de un torbellino de Iiuíiío.
acompaùâda de una nulte de chispas, y w
elevó hacia el cielo arrojando por lodo el
campo y hasta á los pies de Mr. Hardy
sus ardientes reílt'Jos...
La violencia del viento norte haciendo
hrillar y ocultando las liatnas qne hacia
• udular el aire; trajo bien pronto á Itjs
oídos de Mr. H-irdy los sonidos repetidos
ie la campana de alarma de su fabrica
incendiada...
PIN DU LA SBOpyOA PAatS.
INDICE
EN EL PRESENTE TOMO.
T>AG.
PARTR PIUMI'UA.
LA rrina bacanal.
"Las máscaras 1
Los c>>iitia>les 7
Kl aliiiiiiTzo !•{
La des|)e(lida 20
Tlifrina 25
La madre Sania Perpetua 31
LA OBRA DE SANTA MARIA.
La traición 38
La (îibdsa y Mlle, de Cardovilîe. . . i'i
Los enciieotrus 50
Las citas 57
Descubrimientos G2
El código penal G7
Escalaila y fracción 74
La vi>|)era de un ^rat. dia 8i
£1 Kstran}¿iilador 85
Los dus nermanus de la buena obra. 88
EL 13 DB FEBRERO.
La casa de la calle de San Francisco. 90
Debe y haber 100
El heredero iOG
Ruptura 112
Enmienda 113
El galon rojo 119
El testamento 123
La última campanada de las doce del
día 127
Un buen genio 139
Los primeros son los óttimos y los
úllimos son los primeros US
EL PROTECTOR.
Kl desoonoi ido 154
Kl tabuco . . . lf)l
Ütia visita inesperada, . , 1(><i
Un ser> icio arir¡slt)SO 170
Los ('on>í'j >s 175
Kl acusador 180
Kl secretario del padre d'Aigrigtiy. IS(i
La simpatía 192
PAUTK SECUNDA,
EL PRüTECTOR.
Las sospechas 199
Las disculpas 204
Ktvelaciones 210
»'edro Simon 215
Kl indio en Paris 221
Las dudas 232
Li carta 238
Adriana y Djalnia., 2i3
l^us consejos 2i9
Kl diario de la (jibosa 256
Kl descubrimiento 267
La cita de ios Lobos 272
LA rÁBRICA.
La casa común 280
El secreto 289
Revelaciones 298
El ataque 304
Los Lobos y lo» Oevoridores. . . . 309
L« vuelta 313
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