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TERCEROé
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Barcelona: 1845*
Imprenta de d. josé devesa y pujadas
GALXE DE SERRA NÜUERO 6.
AÏPTTM.
VÁC. ï/
PARTE PRIMERA.
%.A PAIVTEIIA ^E«KA DE JAVA,
EL NEGOCIADOR.
Pocos dias han pasado desde el incen-
dio de la fábrica de Mr. Hardy. La esce-
na siguiente pasa en la calle de Clovís,en
la casa en que Rodin tenia un apeadero
entonces abandonado, casa también ha-
bitada por Rosa Pompon, que sin el me-
nor escrúpulo usaba de la habitación de
su amigo Füemon.
Eran las doce poco mas ó menos; Rosa
Pompon, sola en la habitación del estu-
diante, siempre ausente, estaba desayu-
nándose muy alegremente al lado de la
chimenea; pero ¡qué almuerzo tan sin-
gular, qué fuego tan estraño y qué habi-
tación tan rara I
Figúrese el lector una pieza bastante
igrande á que daban luz dos ventanas sin
cortinas, porque como daban á terrenos
vagos, el dueño de la casa no babia teni-
do que temer las miradas indiscretas de
persona alguna. Una de las estremidades
de la habitación servia de vestuario, vién-
ilose colgado de una percha el lindo ves-
tido de máscara de Rosa Pompon, no le-
jos del sombrero de barquero deFilemon
y de sus anchos pantalones de tela cruda,
tan llenos de brea, como si es^e intrépido
ncarinero hubiera habitado el entrepuen-
te de una fragata durante un viaje de cir-
cumnavegacion. Un vestido de Rosa Pom-
pon estaba colgado con suma gracia sobre
un pantalón con pies, que parecía salir
de debajo de la falda.
Colocada sobre la última tabla de un
pequeño estante de libros, singularmente
empolvado y descuidado, se veia al lado
de tres botas viejas, (¿porqué tres bola.s?)
y de varias botellas vacias, se veia, repe-
timos, una calavera, recuerdo osteológico
y amistoso, dado á Filemon por un ami-
go suyo, estudiante de medicina. A con-
secuencia de una broma, muy en vogaen
el barrio latino, aquella calavera tenia
entre sus dientes, magníficamente blan-
cos, una pipa de barro con la chimenea
ennegrecida ; ademas su cráneo relucien •
te estaba medio cubierto por un sombre-
ro viejo, muy resueltamente puesto de.
un lado y cubierto de flores y cintas aja-
das: cuando Filemon estaba ebrio, con-
templaba largo tiempo este osario y hasta
se entregaba á los monólogos mas dilriáin-
ALBll.
bicos acerca de la relación (ilo-iófiea eulre
la nuiirtf y las locas alogrias de la viJa.
Dos ('» tres caretas de yeM> con las na-
rices y las barbas mas ó nienos destroza-
das, clavadas en la pared, inanifestabari
la curiosidad pasajera de Filenion acerca
de la ciencia freiieológica ; estudios pa-
cientes y reflexivos de los que élhabiasa*
cado esta rigurosa conclusion:
* Que teniendo desarrollado de un modo
ostraordinario el órgano de la deuda, di--
bia re^ignar>e á la fatalidad de su orga-
nización que le imponia los acreedores
como una necesidad vital u.
Sobre la chimenea se levantaba ¡nta>-
ta y vn su majestad gigantesca, la copa
de pias de fiesta del barquero, al lado de
una tetera de porcelana sin pico y de un
tintero de madera negra con la boca nie-
dioescondida bajo una capa de VegelâCion
verdosa y oxidada.
De vez en cuando el silencio de' este
retiro se interrampia por el arrullo de los
pichones que Rosa Pompon habia acojido
con una cordial hospitalidad en el gabine-
te de estudio de Filemon.
Friolenta como una codorniz Rosa Pom-
pon estaba al lado de la chimenea , como
regocijándose también con el dulce calor
de un vivo rayo <le sol que derramaba so-
bre ella una luz dorada.
Esta cstraordinarin criatura tenia pues
to un vestido rarísinjo, y (¡ue sin embar-
go daba un gran realce á la frescura flo-
rida de sus 17 añosa su picante.'fisonomía
y sus encinladoras facciones coronadas de
lindos cal)ellos',rubioscuidadoSlitnenttí pei-
nados desde por taimailína.
A manera debafa, Rosa Pompon se
habla pue^to irigíiiuai/ienleporehcimade
su camisa la almilla de lana roja de File-
mon, sustraida á sn vestido oficial de ba-
telero; el cuello abitUo y chido, dejaba
ver la blancura de' lienzo del priniér ves-
tido de la j'Wen, asi como su gargatita,el
ná'cim!i>nt6'(ío sii" fedón'<hi'sc#yKÍ?8ííW"
sus hombros, dulces tesoros de su arra-
sado tan firme y pulido, que la almilla
ri>ja parecia reílejarse en el cutis de un
color rosado ; los frescos y redondos bra-
zos de la jr.'.-Yía salían á medias de las an-
«has niangas vueltas; viéndose también á
Inedias, cruzadas una sobre oira, sus lin-
das piernas, cubiertas desde por la maña-
na de una media blanca muy estirada, cu-
ya blancura estaba cortada eu el tobillo
por una hutita muy pequeña. Una corba-
ta de soda negra, que ajustaba la almilla
(le lana á la cintura de avispa de Rosa
Pon^pcn , por encima de sus caderas, dig-
nas del relig oso entusiasmo de un Fidiaí
moderno, daba á este trage, tal vez de-
iiaasiado voluptuoso, una gracia muy orí-
gfnal.
1 Hemos dicho que el fuego áque se ca-
l<jntaba Rosa Pompon era estraño... Jiíz?
giiese." la desvergonzada, la pródiga, en--,
conirándose sin leña, se calentaba econá^-
micamente con los garfios del botede F¡-.
lemon , que por lo demás ofrecían á la
vista un combustibledeuna admirablere-
gjilaridad.
Hemos dicho que el desayuno de Kosa
Pompon era singular. Juzgúese de çllo;,
sobre ana mesita colocada delante de ella,
se vcia una palangana donde habia recien-
temente sumergido su fresco rostro , .eo».
una agua no menos fresca : del fondo de ,
esta palangana súbitamente trasformada
en ensaladera, Rosa Pompon sacaba, me-
nester es confesarlo, con la punta de sus .
dedos, grandes hojas de ensalada verde'
como un prado, con suficiente vinaigre pa-'
ra ahogar á uno, y despues trituraba eW
tas verduras con todas las fuerzas de Sus"
blancos dientes, de un esmalte deitiasíadá ^
firme para bmpañárse; por bebida lenïa*'
preparada' fin 'vase dé agua yde jarabefifr"
grosell», cuya mezcla activaba con láf cft-f"
charifa de madeí'A de un moslacëto. En
itficâ.
â
fin como entremés , se vcian una noche
de aceitunas en nno de esos joyeros de
vidrio azul y opaco á 25 sueldos; sus pos-
tres se componian de nueces, las (jue «e
preparaba á asar sobre una paleta'j liecliâ
ascua.
Que Rosa Pompon con un alimento tie
una elección tan increíble y primitiva,
fílese digna de su nombre por la frescura
de su tez, es Uno de esos divinos milagros
ique revelan la omnipotencia de la juven-
tud y de la salud.
Rosa Pompon, despues de haber tritu-
rado su ensalada , iba á hacer igual ope-
l'acion con sus aceitunas, cuando llama-
ron con discreción á su puerta , modesta-
mente cerrada por dentro con un cer-
rojo.
.; — ¿Quién es? dijo Rosa Pompon.
— Un amigo un viejo de la vieja,
contestó una voz sonora y alegre. ¿Osen
cerráis?
— I Bah I ¿sois vo», Nini-Moulin?
— Si, mi querida pupila.... abridme al
instante.... es cosa urgente.
— ¿Abriros? ¡ahí ¡bien!.... ¡con el
vestido que tengo!.... ¡No seria malo!
— ¡Ya lo creo,... que vestida como es-
tais no seria malo, al contrario muy bue-
no! ¡Oh, Rosa la mas rosa de cuantos
Pompones han decorado jamás el carcax,
del amor I
— Salís á predicar la cuaresma y la
moral en vuestro periódico ! gran
apóstol! dijo Rosa Pompon dirigiéndose
á restituir la almilla roja al vestido deFi-
lemon.
— i Hola ! ¿vamos á estar mucho tiem-
po en conversación á través de la puerta;
para la mayor edificación de los vecinos?
dijo Nini-Moulin. Pensad en que tengo
cosas muy graves que deciros, cosas que
van á admiraros;. i.
— Dejadme liempo para ponerme un
vestido... ¡gran tormeato!
— Por causa de mi pudor? no os exaje-
reis su susceptibilidad; no soy íiipócrita,
os aceptaré perfectamente como estéis.
— Y decir que un monstruo semejante
es el querido de todas las sacriblias ! dijo
Rosa Pompon abriendo la puerta y aca-
bando de echar los corchetes á su vestido.
— ¡ Ah! heos al fin de vuelta al palo-
mar, lindo pájaro viajero! dijo Nini-ÁIou-
lin cruzando los brazos y mirando á Rosa
'Pompon con una seriedad cómica. ¿Y de
dónde salís? hace tres dias que no habéis
dormido aqui, mala palomita.
— Es verdad... no he vuelto hasta ayer
noche.*.. ¿Habeie venido durante mi au-
sencia?
— He venido todoslos dias.... y mas bien
dos veces que una , porque tengo cosaá
muy graves que deciros.
— ¿Cosas graves? Entonces vamos á reír-
nos mucho.
— Absolutamente; son cosas muy sérias,
dijo Nini-Moulin sentándose, pero antes,
¿que es lo que habéis hecho en estos tres
dias que hftbeis desertado del domicilio
conyugad y fileraónico?...
Es menester que lo sepa antes do deci-
ros mas.
— ¿Queréis aceitunas? dijo Rosa Pom-
pon , tomando una de estas frutas aceito-
sas.
— ¿Esa es vuestra respuesta?.... com-
prendo.... desgraciado Filemon !....
— No hay nada de desgraciado Filemon
en esto, mala lengua. Clara ha tenido un
muerto en su casa , y durante los prime-
ros dias después del entierro, ha tenido
Imiedo de pasar la noche sola.
— Creia que Clara estaba suficienle-
metite pronta.... contra esos temores
; — ¡ Eso os hace pensar mal, gran vi-
vera ! puesto que he ido á casa de esa
pobre muchacha par hacerla compañía.
Al oír esta afirmación, el escritor reli-
jioso talareó entre dientes con un aspecto
perfectamente iocrédulo y malicioso.
a**
ALSfn.
¡ Es decir que yo hago infideliJaJcs
i Filemon ! esclamó Kosa l*oinpon par-
tiendo una nuez, con la indignación do la
virlud injustamente cdluniniada.
— No digo infidelidados, sino una sola,
pequefíila n color de rosa.... Potnpon.
— Os digo que no me lie !ausenlado de
aquí por mi gusto al contrario porque
durante este tiempo.... dtsaparecio la po-
bre Ctfisa....
— Si, la Ueina Bacanal está de tíaje,
según me ha dicho la madre Arsenia; po-
ro cuando os digo de Filemon mecofUes-
tais Censa.... esto no es claro.
— Que me trague la pantera negra que
se muestra en el teatro de la puerta de
San Martin, si no digo verdad.... y á pro-
pósito de esto, será menester que toméis
dos lunetas para llevarme á ver esos ani-
males, mi buen Nini-Aloulin , dicese que
son unas bestias feroces admirables.
— ¡ Lh ! ¿estais loca ?
— ¿ (>)mo Î
— Que guie vuestra juventud como un
abuelo del canean en medio de tulipanes
mas ó meóos borrascosos, enhorabuena,
no arriesgo encontrarme con mis religio-
sos protectores; pero conduciros justa-
mente á un espectáculo de cuaresma ,
puesto que no hay mas que exhibición de
animales, do tendré mas que hacer para
encontrar allí mis sacristanes, y estaré
bien con vos del brazo !
— Os pondréis una nariz falsa... y tra-
billas en los pantalones, Nini; y oo os co-
uocerán....
— >'o te trata de narices falsas, sino de
lo que tengo que deciros, puesto que me
aseguráis que no tenéis intriga alguna.
— Lo juro, dijo solemnemente Rosa
Pompon estendiendo borizontalmente su
mano izquierda, mientras que con la de-
recha llevaba una nuez á sus dientes; des-
pués anadió sorprendida, considerando el
ancho gabán de Nmi-Moulin :
— ;Ah! qué boIsP.los tan grandes te-
neis... ¿qué liay dentro?
— Uay cosas que os concierm-n , Rosa
Pompon, dijo con gravedad Dumoulin,
—¿A mi?
— Kosa Pompon, dijo de repente Nini-
Moulin con aire magestuoso, ¿queréis te-
ner carruage? ¿Queréis en vez de habitar
en esta hoiribie boardilla, tener una lin-
da liabitacion? ¿Queréis en fm, vestiros
como una duquesa?
— Vamos.... mas disparate».... vamos
tomáis ¿tomai.« aceitunas?.... sino, me
las como todas.... no queda ya roas qutf
una....
Nini-Müuiin metió la mano en un bol-
sillo sin contestar á esta oferta gastronó-
mica , y sacó una caja que contenia un
brazalete bastante lindo, y lo mostró á ia
joven.
— ¡Ahí ]qué brazalete tan bonito I cs-
clamó dando una palmada. Una serpiente
verde mordiéndose la cola.... el en<b!enia
de mi amor á Filemon.
— No me habléis de Filemon, me in-
comoda, dijo Nini-Moulin, abrochando
la pulsera en el brazo de Rusa Pompon que
le dejó hacer riéndose como una locaydi-
ciéndole:
— Es una compra que os bao encargado,
gran apóstol, y queréis ver el efecto que
hace. ¡ Pues bien ! es muy lindo.
— Rosa Pompon, añadió Nini-Moulín,
¿queréis, ó no, tener criados, un palco
en la ópera , y mil francos al mes para
vestiros?
— ¿Siempre con la misma broma ?Buc-
no adelante, dijo la joven haciendo
brillar el brazalete al comer sus nueces:
¿pori|ué hacéis siempre la misma farsa y
no buscáis otra nueva?
Nini-MouIin volvió é meter de nuevo
la mano en el bolsillo y sacó esta vez una
hermosa cadena de oro, que echó al eue-
I lio de Rosa Pompon.
àrsTn».
— l'Oli I ¡ qnè linJa cadenal tsclarnóla
joven mirando aîteinalivanienle la bri-
llante alhaja y al escritor relijioso.
— Si sois vos también quien lia escoji-
do esto tenéis muy buen gusto; pero
confesad que soy muy bondadosa en ser
•viros asi de mositrador de alhiíjas.
— ¡Rosa Pompon! añadió Nini Moulin
con mayor majestuosidad; estas bagatelas
no son nada en comparación de las que
-podéis pretender si escucháis los consejos
de vuestro amigo
Rosa Pompon empezó á mirar con sor
presa á Nini-Moulin y le dijo:
— ¿Qué significa esto, Nini-Moulin?
^splicaos.... ¿Cítales son e.>os consejos?
Dumoulin «o contestó : \o1vió á meter
la mano en su inagotable bolsilJo, y sacó
»un |>aqnete que abrió con cuidado, (jue
contenía una magnifica mantilla de blon-
da negra.
R isa Pompon <e liabia levantado po-
seída de una nueva admiración, y Du-
moulin echó con presteza la rica mantilla
sobre los hombros de la joven.
— ¡ Pero es rnagnírica I ¡jamas he visto
una cosa semejante!.... ¡qué dibujo!....
¡qué bordado! dijo Rosa Pompon exami
nándolo todo con una curiosidad sencilla,
y, menester es decirlo, perfectamente
desinteresada.
Después anadió:
— ¿ Pero vuestro bulsillo es una tien-
da? ¿Como teneiii tantas y tan buenas
cosas ?
En seguida soltando una carcajada que
dio un color vivo á su lindo semblantea
esclamó :
— ¡ Ya lo sé ya lo sé es el re-
galo de boda de Mme. de Sainte Colom-
be! ¡os doy la enhorabuena I jes cosa se-
lecta !
— ¿Y donde diablos queréis que yo pes-
que duiero para comprar todas estas ma-
ravilias? dijo Nini Moulin. Todo esto, os
repito... que es vuosfrj si queréis y .>imt;
escucháis.
— jCómo! dijo Rosa P. mp^n con uia
especie de estupor, ¿lo decís seriamente?
— Muy seriamente,
— ¿K'^as proposiciones de vivircomo una
gran señora... ?
— Kstas alhajas son wna garantía de la
realidad de nus ofertas.
— ¿Y sois yos,.. quien n\e propone es-
to en favor de otro, pobre Nini-Moulin?
— Un momento..., esclamó el escritor
religioso coo un pudor cómico; debéis co-
nocerme bastante , ó mi querida pupila ,
paTa estar segura de q%te seria i(ica()azde
impulsaros á una acción mala ó inde-
cente,., me respeto demasiado.., sin con-
tar que seria ofensivo á Filernon, que
me ha confiado el cuidado de vuestra vir-
tud.
— Entonces, Nini-Moulin, dijo Rnsa
Pompon cada vez mas estupefacta , no lo
comprendo, palabra de hon^r.
— Sin embargo es muy sencillo
yo
— ¡ Ah! ya caigo... esclamó Rosa Pom-
pon inferí umpier.doá Nini- Moulin; ( s al-
gún caballero que quiere ofrecerme su
mano, su corazón y algo mas que le acom-
pañe ¿No podíais decírmelo al luo-
mcnto?
— ¿Un casamiento? jAh! jbien,sí]
dijo DumouJJn encogiéndose de hombros.
— ¿No se trata de casamiento? pre-
guntó Rosa Pompon volviendo à caer en
su primera sorpresa.
—No.
— ¿Y las proposiciones que me hacéis
son honestas, gran apóstol?
— No pueden serlo mas.
— ¿Y no tendré que ser infiel á Pie-
rnón f
—No.
— ¿O fiel á alguien?
— Tampoco.
6
ALdlM.
en
Rosa Pompon quedó confundida
segiiíd.1 auadiú;
— ;Klil vaines, sin bromear. No soy
bastante tunta para fitiurarme que s« uto
hará vivir como una duquesa, úiiicami'ntc
por mis buenos ojos si me es pi-rnii-
tido espresarme en estos términos, añd-
dió la joven con liipórrita modestia.
— I*odeis perfectamente espresaios asi,
— I'oro en fin, djjo Hosa Pompon cada
VC2 mas cur¡o>a, ¿qué tendré yo que dar
en cambio?
— Nada absolutamente.
—¿Nada ?
— Ni esto; y Nini Moulin se mordió
una uña.
— ¿Pero qué será menester entonces que
yo haf>a?
— St-rá menester que os pongáis tan bo-
nita como podáis, que os adornéis, (|ue
os divirtáis, que os pajeéis en carruaje.
Ya lo veis, eslû no es muy fdtigos<i
sin contar que contribuiréis á uiiabuena'
acción.
— ¡Viviendo como una duquesa I
— Sí asi decidios; no me pregun-
téis mas pormenores no podré con-
testaros; pur lo demás no os retendrán. á
pesar vuestro probad la vida que
08 propongo, si os conviene la continua-
reis; si no, os Volvereis á vuestra Glemo-
nica habitación.
— En verdad
— Probad, ¿qué arriesgáis?
— Nada pero no puedo creer que
todo esto sea cierto. Y luego añadió lilu
beanflo, no sé si debo
Nini .Mouün fué á la ventana, la, abrió
y dijo á Rosa Pompon, que se acercó á
ella:
— .Mirad á la puerta de la casa.
—¡Una lindísima carretela, por mi vida!
j()ué bien debe una estar en ella!
— Ese carruaje es el vuestro,, y os es-
pera.
— ¡Cómo! ¿me espera? dijo Rosa ÍhjiH-
pon , será menester qoe m« decida tan
pronto?
— ¡01» ! absoUitamentei
-¿Hoy?...
— Al memento.
— ¿Pero á dónde me conducís?
— ¿I>o sé yo acaso?
— ¿No sabéis á donde me lleváis?
— Na,.... (y Dumoulin decia también
vertiad ) , el cochero ha recibido sus insw
Irucciones.
— ¡Sabéis que todo esto es muy raroj
Nini Moulin !
— Ya!ocreo4..si no fuese raro, ¿dónde
estarla el placer de ello?
—^Tenéis razón.
— Así ¿aceptáis? Enhorabuena; me ale-
gro por vos y por mí.
—¿Por vos?
— Sí, porque al aceptar me hacéis un
favor muy grande.
— ¿A vos?... ¿y cómo?
— Poco os importa , con tal que esté
agradecido.
— Es verdad
— ¡Eh !... ¿ROS v-amos?
— ¡Bah !... después de todo no m«
comerán, dijo Rosa Pompon con resolu-
ción.
Y fué á coger saltando un í>j6í color de
irosa como su linda cara, y acercándose
á un espejo roto lo colocó estremadamente
á la chusca sobre sus trenzas rubias; lo
que descubriendo su blanca garganta , la
sedosa raíz de sus cabellos, daba á la vez
el aspecto mas travieso, no quisiéramos
decir el mas libertino á su lindo semblante.
— ¡Mi capa! díjoá Nini Moulin que pa-
recía haberse librado de una gran inquie'
tud desde que ella había aceptado.
— ¡Quiá!... una capa contestó el
Sisisbeo (jue volviendo á meter por úl-
linia vcz/ la mano en uno de sus bolsillos^
verdaderas alforjas,, safó un hermoso chai
*».8»jîl.
die cachemira «)ue echo sobre los hombros
de Rosa Puní pon.
— ¡Un chai do cacliciniraül esclamó la
jiWeii trémnla de placer y de sorpresa.
ï)espiies añadió con un gesto heroico :
— ¡Está hecho!... me arriesgo
Y bajó con presteza segtiida de Nini Mow-
iin.
La honrada frutera -carbonera estaba á
la puerta de su tienda.
• — Buenos dias, scùtTiîa, liabeis ma-
drugado hoy, dijo «í la joven.
— Sí, lia Arseiiia... aqui está mi llave.
— Gracias, señorita.
■ — jAlí!... ahora me acuerdo, dijo sú-
hitamen'.e Rosa Pompon en voz baja, vol-
viéndose hacia Nini Moulin y alejándose
d'é portera. ¿Y Filemon?
— ^^Filetnon?
— ¡Si vuelve !
*— íAh! ¡diabloí..... dijo Ñini Moulin
rascándose la orej?.
—Sí, si Fdenion vuelve... ¿qué le di-
i-ání porque tal vez estaré mucho tiempo
ausente.
— Tres ó cuatro meses, supongo.
— ¿No mas?
— Pío creo.
-^—Entonces, bueno, dijo Rosa Pom-
J)on. Luego acercándose é la carbonera,
de>pues de un momento de reílecsion, le
dijo :
— Tia Arsenia , si viene Filemon, de-
cidle que.... he salido... para Hegocios...
— Sí , señorita,
— Que me espere sin impacientarse.
— Sí, señorita.
— Y qwe nó sé olvide de dar de córner
á mis pichones que están en su gabinete.
—Si, señorita.
— Adiós, lia Arsenia.
—Adiós, señorita.
Y Rosa Pompon subió en triunfo al
cairuaje cotí Nini Moulin.
— Que el diablo me lleve sí sé en lo que
ha de venir á parar lodo esto, dijo entre
sí Santiago DumouÜn, mientras que el
carruaje se alf jaba con rapidez de la calle
de (^Jovis; he r^'parado mitonleria; aho-
ra poco me importa lo demás.
IL
EL SECRETO.
A los pocos dias del robo de Rosa Pom-
pon por Nini Mouiin, pasaba la siguiente
escena.
La señorita do Gardoviile estaba senta-
da y pensativa en su gabinete de labor^
alfombrado con una tela de seda verde de
la China y amueblado entre otras cosas
con una librería de ébano, adornada con
grandes cariátides de bronce dorado.
Por algunos indicios ^gnificativos era
fácil conocer que la señorita de Cardovi-
He habla buscado en las artes distracción
á tristes y graves preocupaciones: cerca
de un piano abierto habia un arpa colo-
cada delante de un atril de música; no
lejos, encin á de una niesa cubierta deca-
jitas de ninturas se veian muchos pliegos
de vitela con ensayos de bosquejoí fuerte-
mente coloreados, de los cuales la mayor
parte representaban paisagesa>iálicos üu-
minados vivamente cop. los rayos del sol
de oriente.
Constante en su capricho de vestirse de
una manera singular, la señorita tie Car-
doviüe se asemejaba en este dia á uno de
esos soberbios retratos de Velazquez de
tan noble y tan severa ejecución Su
vestido era de moaré negro con una an-
cha guarnición por abí.Jn, con el ta!ío muy
bajo y las mangas acuchilladas con raso
de coior de rosa y recamadas con d bujos
de canutillos. Una valona á la española
bien almidonada subía hasta su barba y
estaba sujeta ai rededor del cuello por me-
dio de una ancha cinta tambicn de color
de rosa. Este adorno dulcemente sgilado
se veia escotado graciosamente por las
elegantes ondas de uü corpino de raso dej
3"
mismo color de rosa purmccido con hilos
de «rabacho que venia á terminar en pun-
ta por delante en la parle inferior.
Imposible es pintar iia&ta (juepunfu es-
te vestido negro Ciw» anchos y lustrosos
pliegues coronado por un corpino de co-
lor de rosa guarnecido de brillante azaba
che armonizaba con la deblumbranle blan-
cura del cutis de Adriana y con los tira-
buiones de su cabellera dorada, cuyos
largos y relucientes anillos caian hasla su
seno.
La joven estaba medio tendida en un
camapé forrado de seda verde, que levan-
tado á bastante altura pur el lado de la
chimenea, descendia gradual é insensi-
blemente hasta el suelo por el estremo
opuesto, l.'na especie de enrejado fino de
bronce dorado semicircular, y que levan-
taba como unos cinco pies, entretejido
con lianas florecidas (admirables pa&ijhjres
funt/ra/j^u/aías plantadas en una onda jar-
dinera de ébano de dondesalian los ramos
que iban á enredarse por el enrejado de
bronce), rodeaba este catnapé con una es-
pecie de biombo vejetal salpicado por an-
chas y hermosas llores verdes en la parte
esterior, y purpurinas por dentro con un
esmalte tan brillante como el de esas llo-
res de porcelana que nos vienen de laSa-
jonia. Un suave y lijero perfume como la
débil mezcla de la violeta y del jazmin se
exhalaba de las corolasdeesas admirables
jtnsi flore*.
Una gran cantidad de libros nuevosque
Adriana habia hecho comprar dos ó 1res
dias antes, y cuyas hojas estaban recien-
temente partidas, se veian esparcidos en
confusion y desorden , unos sobre el ca-
mapé", otros sobre un lindo velador, y
otros finalmente en union de muchos y
grandes atlas yacían esparramados sobre
la alfombra que estaba tendida á los pies
deidivany queera de pieles de martas. Y
¡cosa singtilari todos estos libros diferen-
tes en forma y tamaños trataban de uní
misma cosa.
La postura de Adriana revelaba una
especie de melancólico abatimiento: sus
mejillas estaban pálidas , y una auióola
aunque lijcra , de color azulido que ro-
deaba sus grandes y negros ojos medio
cerrados le daban una espresion de pro-
funda tristeza....
Esta tristeza tenia realmente muchas
causas, y una de ellas era la desaparición
de la Gibosa. Sin dar entero crédito á las
pérfidas insinuaciones de Uodín que en
su caria daba á entender, que la joven
habia abandonado rquella casa por el te-
mor de no verse desenmascarada por él,
sentia Adriana una opresión tn el cora'-
zon al pensar en que esta joven, en quien
tanta confianza habia tenido, huyera asi
de su hospitalidad casi paternal, sin diri-
girle ni una s.ila palabra de reconocimien-
to; porque hablan tenido bastante cuida-
do de no mostrarle los pocos renglones
que apresuradamente habia dejado aque-
lla escritos para su bienhechora , en el
momento antes de emprender su fuga.
Habíanle hablado, si, del billete de 500
francos que se habia hallado sobre su bu-
ró, y esta circunstancia, tan inesplicable,
por decirlo asi, habia contribuido nota-
blemente á despertar en la señorita de
Cardoville algunas sospechas. Ya comen-
zaba á sentir los funestos efectos de esa
desconfidnza universal, de esa descon-
fianza de todo el mundo que Ho Jin le ha-
bia recomendado; y ese sentimiento de
desconfianza y de reserva tendía á hacer-
so tanto mas grande, cuanto por la pri-
mera vez de su vida , la señorita de Car-
doville, tan agena hasta entonces á la men-
tira, tenia un secreto que ocultar.... un
secreto que causaba al mismo tiempo su
felicidad, vergüenza, y su tormento.
Recostada en su divan, pensativa, abru-
mada , recorría distraída en muchos mo-
tnonlos, una de esas obras recientemente
-compradas, Cuando repentinamente dio un
ligero grito de sorpresa. La mano en que
tenia el libro tembló como la hi>ja de un
árbol agitada por el viento, y desde este
instante prosiguió leyendo Cv)n una aten-
ción apasionada, con una curiosidad devo
radora. A poco brillaron de entusiasmo
sus ojos-: apareció en sus labios una son-
risa de inefable dulzura; y parecía orgu-
llosa, feliz y encantada á la vez... pero en
«1 momento en que dobló la ultima hoja
•en que leía, apareció en sus facciones la
«presión del abatimiento y del dolor.
Volvió á comenzar aquella lectura que
le habia causado tan dulce sensación, pe-
To ya esta vez fué leyendo cada página con
lentitud calculada, deletreando, por decir-
lo así, cada línea , cada palabra ; é inter-
rumpiéndose de cuando en cuando, se que-
daba pensativa con la frente apoyada en
su hermosa mano, y parecía meditar con
profunda reflexión los pasages que iba le-
yendo con un amor tierno y religioso. Al
llegar á un período que le causó una sen-
sación fuerte, se asomó una lágrima á ^us
ojos, y la j'Wen volvió repentinamente el
libro para ver en la portada el nombre do
SD autor. Por espacio de algunos momen
tos permaneció contenriplando este nom-
bre con una singular espresionde recono-
cimiento: y no pudo menos de llegará sus
humedecidos labios la pagina en que es
taba impreso. Después de haber releído
mochas veces aquello que tanto la habia
afectado, olvidando sin ¡duda la lelra por
el espíritu se puso á reflexionar tan pro-
fundaínente, que el libro se le deslizó de
las manos y fué á caer sobre la alfombra
de marta.
En tanto que duró esta meditación, la
mirada de Adriana se habia fijado maq»ii
nalmente al principio en un hermoso bajo
relieve que servia para sostener un caba-
llete de ébano colocado cerca de una ven-
tana.
kruvm
Esta pieza de bronce recientemente fun-
dido con arreglo á una de las obras de la
antigüedad, representaba el triunfo de Buco
en la india. El arte griego no habia pro-
ducido una obra mas perfecta.
El joven conquis! ador medio vestido con
una piel de Icón que dejaba admirar la
gallardía juvenil y encantadora de sus for-
mas, ostentaba una belleza divina y ra-
diante. Puesto de pié en un carro tirado
por dos tigres con aspecto dulce y altivo
á la vez, se apoyaba con una mano sobre
un tirso y con la otra guiaba con tranqui-
la magestad las feroces bestias... En esta
rara mezcla de gracia , de vigor y de se-
renidad se reconocía desde luego al héroe
que tan terribles combates habia mante-
nilo con los hombres y con Jos monstruos
de las selvas.
Por efecto del color rojizo que el bajo-
relieve tenía , la luz que hería de lado á
esta escultura , hacia resaltar adúiirable-
mentela figura de! joven Dios que se avan-
zaba mas desprendiéndose del punto en
que estaba colocado el bajo-reüeve, y pa-
recía iluminado por ios rayos de luz una
magnífica estatua de oro bajo sobre el fon-
do oscuro del bronce.
Cuando Adriana fijó su mirada en este
conjunto de perfecciones divinas, sus fac-
ciones estaban tranquilas y como absortas
en la meditación ; pero la contenïplacion
casi maquinal al principio, fué liariéndose
mas atenta y reflexiva cada vez, hasta que
la joven se levantó repentinamente de su
asiento y fué acercándose con lentitud ha-
cía el bajo-relieve, como si cediera á la
invencible atracción de una semejanza es-
traordinaría.
Entonces comenzó á colorearen las me-
gillas de la señorita de Card ville un lige
ro sonrosado que poco á poco fué apode-
rándose de lodo su semblante, eslendién-
dose por su frente y su garganta.
Acercóse mas todavía al bajo- relieve y
10 ÀLCl'H
después de habeÎT dàiÎo ;riitlívímciile iin:t
inira<l.i à su alrededor cí^ino «le ver^iicn
za, y ci>mo si temiera (]iU' !a sorprendie-
ran en alguna acción vituperable, arriiii(>
por dos veces su rriano trémula de etn >-
cion para palpar suavemciiie con las ve-
nías de los dedos la frente de bronce del
Bâco indio.
Pero pb^ doS veces la detuvo con iihi
piídira vaeilári'in.
La tenfacioncreo'ó por fin. Adri.ni.i ce-
dió á ella y su deilo de ;il;ü)nslio des-
pués de liaher arariciadodeüfailameiMe o!
rostro de oro baj i del joven Dios, se apo-
yó mas atrevidamente por es()nci» de lín
momento sobre su frente noble y pura...
A este contacto, aurtijue ligero, pareció
sentir Adriana uiH'lio(|ue eléctrico. Se es-
Iremeció lodo su cuerpo: su^ ojoá^ so en-
saiicbaron, y después de haber nad.^d'ó ért
su nácar biíniedo y brillante, se levanta-
ron hicia el lielo, volvieron á inciitarsc
lueuo liácia lá tierra, y casi se ccnnroii
abrimiadw después... Kntonces la cabeza
de la jóvon se inclinó alpun tanto liácia
alrís: le naf|uearon las rodillas; enlrea-
bri^^ronse s«)S rojos labios para dar salida
á una respiración abrasada, porijiie su se
no se levantaba con violenta agitación ,
como si la rabia de la juventud y de la
vida aceleraran b)s latidos de sil corazón,
é hiciiran bcrvir á b rl>oi.( s la sangrí' (jue
subiendo de pronto á ejiíemler el rostro
dte Adriana reveló á su pesar una especie
de estasis tínjido y apasionado, caslo y
sensual á la vt z y de una espresion inle-
resanleé inefalde ha>la el último punto.
K-peclaculo interesante é inefab e , en
efecto, es aquel en (|ue la frente púdica
de la virgen se colorea con el primer fue-
go de un secreto deseo Pues quó, el
Creador de todas las cifjiaN, ¿no anima el
cuerpo lo mismo que el alma con su divi
no destello? ¿No debe ser religiosamente
glorificado por la ioleligvncia y por ios
sentidos deque tan palernalpiente lia do-
lado á sus líochuras? ¡Qué impíos y blas-
femos son aqtiellos q»ie pretenden sofocar
esos sentimientos celestiales, en vez de di-
rigir, de armonizar su divino tesoro!
Pe repente la señorita de Cardoville hi-
zo un cstremeciniiefito, levantó la cabeza,
abrió losojos como si saliera de un siíeilól
retrocedió bniscamenle, se aK-jó del bajo
re'íeve, y dio algunos paseos por la habi-
tación coii notable agitación, y llevándose
las manos àlirasadas á la ír»'nle.
Luego, dejándose caer anonadada , por
decirlo así, sobre su asiento, comenzaron
á coTer de sus ojos abundantes lágrimas,
y el mas amargo dolor se retrató en su
semblante, revelando las profundas llagas
que hacia en su corazón la lucha terrible
que interiormente sentia.
l*bco á poco fué calman lose su llan-
to, y á esta situación de abatimiento, s(í-
cedií) una especie de violentó despecho ,
de Colérica indignación contra sí misma,
qiíe se dejaba conocer por estás palabras
qiie se Id escaparon en medio desuat-re-
bato :
— Por la primera vez de mi vida má
siento débil y cobarde.... ¡ Olí ! sf... ¡ co-
barde!... ¡muy cobarde!
El ruido de abrir y cerrar una puerta
sacó (le sus reflexiones á la señorita de
("urdoville. G'-'orgina apareció enseguida^
y preguntó:
— ^eilorila , el señor conde de Mont-
bron desea saber si podéis recibirlo.
Adriana tenia demasiado talento para'
manifestar delante de sus doncellas la es-
pecie de impaciencia que lecausaba aque-
lla venida tan inoportuna entonces, y di-
jo á (leofgina :
— Habéis dicho al señor conde que es-
toy en casa ?
— Si señora.
— I'ues decidle que tenga la bondad de
pasar adelante.
ALBUM.
Aunque en rcalitlad la sciïotila deCat-
doville sentia un disgusto notable tn esta
ocasión por la vcnicJa del conde deMurit-
bron , debemos manifestar que lo profe-
saba un afecto casi filial , una estimación
profunda, y sin embargo, j singular con-
traste, aunque ¡)or otra parle muy fre-
cuente! casi fciemprc se liallaba en opobi-
cion respecto á su modo de pensar, y re-
sultaba generalmente que cuando la seño
rita de Cardoville se íialiaba con toda la
libertad de su carácter, no solia el señor
de Monlbron llevar la mejor parte, yaca-
baba por confesar alegremente su derro-
ta en las conversaciones mas alegres y
mas animadas apesar de su escópticaé iró-
nica verbosidad, apesar de toda su larga
esperiencia, apesar del conocimiento que
tenia de los hombres y de las cosas, y lo
diremos con su verdadera palabra, á pe-
sar de todas í-us astucias y sutilezas de
buen tono. Asi es, que para darsolamen-
te tma ¡dea de las discusiones entre el con-
de y la señorita de Cardoville, diremos
que aquel antes de hacerse, corao decía
alegremente, su cómplice, habia comba-
tido frecuentemente (aunque por distin-
tas razones que la princesa de Saint-Di-
zier) su voluntad de vivir sola y á su al-
vedrío, en tanto que Kodin babia alenta-
do este proyecto , dando un objeto de
grandeza á la resolución de la joven , y
logrando por este medio adquirir sobre
ella algún género de influencia.
El conde de Monlbron que tenia entoo
ees mas de sesenta afios habia sido uno de
los hombres mas brillantes del directorio,
del consulado y del imperio: sus prodiga-
lidades, su buena conversación, sus de-
safios, sus impertinencias, sus amores,
SMS pi'rdidas en el juego habían sido casi
siempre el objeto de las conversaciones de
la sociedad de su tiempo. En cuanto á su
carácter, á ru corazón y á sus relaciones
debemos decir que siempre habia queda-
It
do en los términos de la mejor amistad
con todas las mugeres con quienes habia
tenido tratos de amor. En la época en que
lo presentamos al lector, era todo un ju-
gador muy fuerte y un jugador muy bue-
no. Era afable, cortés y algún tanto bur-
lón: sus facciones eran finas, dedicadas
y con un si es no es de agresiva inperti-
nencia cuando se hallaba en presencia de
personas que no eran de su devoción. Era
alto, delgado y casi tan gallardocomo un
joven ; algo calvo , cubriéndole el resto de
la cabeza sus cabellos canos y cortos: sus
patillas eran canas y laa usaba en semi-
círculo; y tenia la cara larga, la nariz
aguileña, ojos azules muy penetrantes y
la dentadura muy hermosa todavía.
— El señor conde de Monlbron, dijo
Georgina abriendo la puerta.
El conde entró en seguida y fué á be-
sar la mano de Adriana con una especie
de familiaridad casi paternal.
-^Tratemos de averiguar ia verdad que
vengo buscando, se dijo á sí miïfmo el se-
ñor de Monlbron, para evitar tal vez una
desgracia.
m.
LAS CONFESIONES.
No queriendo la señorita de Cardoville
dejar penetrar la causa de ios violentos
sentimientos que la agitaban, acnjióá Mr.
de Monlbron con una alegría finjida y for.
zada; este por su parte, á pesar de su
grande esperiencia del mundo, como se
veia muy embarazado en abordar el obje-
to que le hacia deseai tener una conferen-
cia con Adriana, resolvió, según el dicho
vulgar, tantear el terreno antes de enta-
blar seriamente la conversación.
Después de haber mirado á la joven
durante algunos inátantes, Mr. de Monl-
bron movió la cabeza y dijo con un sus-
piro :
— Mí querida niña... no estoy üodíoq-
to...
4**
13
ALBUM.
— ; Alguna pena del corazón ó del
juego, mi querido conde? dijo Adriana
sonriendo.
— ¡Una pena dvl corazón I.... contestó
Mr. de Montbron.
— 1 Cómo ! ¿vos tan buenjugador, ten-
dríais mas cuidado por una calaverada
femenina que por los dados?
— Tengo una pena del corazón... y vos
sois quien la causa, querida amiga.
— Mr. de Monlbron , vais á hacerme
muy orgullosa, dijo Adriana sonriendo.
— Y haríais muy mal... porque mi pe
sar proviene jiistaniente, os lo digo bru-
talmente, de que descuidáis vuestra be-
lleza Si, tenéis las facciones pálidas,
abatidas, fatigadas de algunos dias á
esta parte estais triste... tenéis algún pe-
sar.... estoy seguro.
— Mi querido conde, tenéis tanta pe-
netración, que os es permitido carecer de
ella alguna vez, y esto os sucede... hoy...
ni estoy triste, ni tongo ningiin pesar
y voy á deciros una grande y orgullosa
impertinencia.... jamas me he encontra-
do tan bonita.
— Al contrario, nada hay mas modesto
que esa pretensión.... ¿Y quián os ha di-
cho esa mentira? ¿una mujer?
— No... mi corazón, y ha dicho la ver-
dad, contestó Adriana con una lijera emo-
ción, y después añadió: comprendedlo...
si podéis.
— ¿Pretendéis decir con esto que tenéis
, orgullo por la alteración de vuestras lac-
«iones, porque lo tenéis por los sufrimien-
tos de vuestro corazón? preguntó Mr. de
Montbron examu ando á Adriana atenta-
mente. Enhorabuena, tenia razón, lenei»
un pesar.... insisto en ello... añadió el
conde con un tono de verdadero conven-
cimiento; porque lo siento mucho —
— Tranquilizaos; soy en estremo feliz,
porque á cada instante me complazco en
este pensamiento: que á mi edad soy li-
bre.... absolutamente libre.
—Si.... libre... de atormentaros.... li-
bre.... de ser desgraciada á vuestras aH'-
churas.
— Vamos, vamos, querido conde, dijo
Adriana , he aqui reanimada nuestra an«
tigiia querella , vuelvo a hallar en vos el
aliado dernitia... y del abate d'Aígrigny.
— ¿Yo?>i poco mas ó menos co-
mo los republicanos son los aliados de
los legilimi-las; se entiende para de-
vorarse despues.... A propósito de vues-
tra abominable tia , se dice que hace al-
gunos dias, se celebra en su casa una es-
pecie deconcíliábuloqueseagíla mucho...
verdadero motin mitrado vuestra tia
está en el buen camino.
— ¿Porqué no? Antiguamente la hu-
bieseis visto ambicionar el papel de la dio-
sa Uazon.... Hoy la veremos tal vez ca-
nonizada.... ¿no ha cumplido ya la pri-
mera parte de la vida de Santa Magda-
lena ?
— Jamas podríais decir deella tanto mal
como hace, querida mía... No obstante,
aunque por razones muy distintas... pen-
saba como ella acerca de vuestro capricho
de vivir sola....
—Ya lo só.
— Si , y por lo mismo que deseaba ve-
ros mil veces mas libre aun de lo que
sois.... os aconsejé.... buenamente...
— Que me casase...
— Sin duda; de esta manera vuestra
adorada litiertad... con sus consecuencias,
en lugar de llamarse Mlle. Cardoville
se hubiera llamado Mme. de... quien que-
ráis.... 03 hubiéramos encontrado un ma-
rido escelente que hubiera sido responsa-
ble.... de vuestra independencia....
— ¿Y quién hubiera sido responsable de
ese marido ridículo? ¿Y quien se hubiera
degradado hasta el punto do llevar un
nombre zaherido y vilipendiado en todas
partes? Creéis que hubiera sido yo capaz
de semejante acción? dijo Adriana ani-
TnSndose lijeramcnte. Na, no, qnoridj
cunde; tanto para el bien como para el
mal responderé siempre sola de mis accio-
nes; á mi nombre se unirá , buena ó ma
la, una opinion que al menos habré for-
mado sola, porpue me seria tan imposible
deshonrar vergonzosamente un nombre
que no fuese el mió , como llevarlo si no
estuviese siempre rodeado de la grande
estimación que necesito. Ahora bien, co-
mo no puede una responder mas que de
sí misma.... guardaré mi nombre.
—-Sois única en el mundo para tener se-
mejantes ¡deas.
— ¿Por qué? dijo Adriana riendo; por-
que me parece.... poco grato ver á una
pobre joven, por decirlo asi, encarnarse y
desaparecer e« algún hombre muy feo y
muy egoísta , y llegar á ser, como dicen
seriamente... ella, dtilce y linda, llegar á
ser de repente la mitad de esa cosa tan
fea.... sí.... asi ella fresca y encantadora
rosa, supongo, ia mitad de un horrible
cardo! Vamos, amigo mió, coitfesadlo....
hay algo de odioso en esta metempsícusis...
conyugal, anadió Adriana con una caica-
jada.
La alegría ficticia, algo febril de Adria-
na, contrastaba tanto con la palidez y la
alteración de sus facciones.... era tan fá-
cil ver que trataba de ahogar con sus ri-
sas forzadas un profundo pesar que Mr.
deVIontbron se c nmovió do'orosamcnte;
pero disimulando ?u emoción, pareció re
flecsionar tm momento, y tomó maguina!-
meiite uno de los libros recien comprados
de que estaba rodeada Adriana; después
de iiaber echado una mirada distraída so-
bre este libro, continuó disimulando el
sentimiento que le causaba la risa forzada
de Mlle, de Cardoville:
— Veamos, mala cabeza.... una locura
mas... supongamos que tengo '10 añus y
que hicieseis el honoi de casaros conmi-
go.... ¿os llamarían, según creo, la con-
desa de Montbroii ?
ALBTM. 13
— Tal vez....
— ¿Como tal vez? Aunque casada, ¿no
llevaríais mi nombre?
— Querido conde, dijo Adriana sonrien-
do, no continuemos una hipótesis que no
puede causarme sino.... sentimiento.
De repente Mr. de Montbron hizo un
brusco movimiento y miró á la señorita
de Gardoville con una espresion de profun-
da sorpresa....
Hacia algunos momentos que al hablar
con Adriana, el conde había tomado ma-
quinalmente dos ó 1res libros esparcidos
aquí y allá sobre el camapé, y maquiíial-
mente también había echado los ojos sobre
estas obras.
La primera tenia por título J7i;>(urta tno*
derna de la India.
La segunda: Viaje á la India.
La tercera: Cartas sobre la India.
Cada vez mas sorprendido Mr. de Mont-
bron, había continuado su investigación,
y había visto completarse aquella nomen-
clatura india con el cuarto tomo de : Pa-
seos en la Indi .
El quinto: Recuerdos del Indoslan.
F.l sesto : Notas de un viajero á las In-
dias Orientales.
De aquí provenia una sorpresa que por
muchos y graves motivos Mr. de Mont-
bron no había podido ocultar mas tiem-
po, y que sus miradas manifestaron á
Adriana.
Esta que habla olvidado completamen-
te la presencia de los libras acusadores
de que estaba rodeada , cediendo á un
movimiento de despecho involuntario, se
sonrojó ligeramente: después recobrando
su imperio el carácter firme y resuelto de
la joven, dijo á Mr. de Montbron mirán-
dole con atención :
— ¡Bien!... querido conde... ¿de qué
os admirais?
En lugar de contestar, Mr. de Mont-
bront parecía cada vez mas absorto, pen-
14
galivo y contemplando á I.i jiWen , tui pu-
d'> impedirse de decir hablando coiisigu
iiiioin» :
— No no es imposible. ..4 y no
obstante...
— ¿ï>era lai vez indiscreto de mi parte...
asi^lii <i vu)>!>tro iiionólúgo, querido con-
de? dij • Adrijna.
— tsiiisatJrDe, querida amiga p«'-
r»» lo que estoy viendo me sorprendí- lüii-
lo.....
— ;Y qué veis? os supiicd...
— Las üiiellis de un.i ülki.)n tan ví>a...
tan grande... como nueva.... por todo lo
que tiene relación.... con la India... dijo
Mr. de Moiilhron priuiunoiiuulo con len-
titud üus palabras y lijando una mirada
peni'lr.iiile en la j'iven.
— ¡V bien! dijo Adriana con deci-
sión.
— ¡Y bien!.... busco la causa de esta
SÚluta nfioion...
— ¿(j''0iír3Üc.i? dij') Mlle, do C^irdovi-
Ue interrumpiendo á Mr. de Monlbron;
tal vez encontráis < sta alicion demasiado
séria para mí edad.... querido conde...
pero es menester oiiipar el tiempo
y lueao adema-;, teniendo un primoiodio,
y prínoi{»e he tenido deseos de tener
una idt-a del afortunado pais... de donde
lia venido r-le pariente selvático.
lista úllinja palabra fué pronunciada
C'n una amariiura qu-' cliocó ú JVIr. de
Mmlbron; que atiadió observando con
atenci'-.n á Adriana:
— Me pan-ce qi/e habíais del príncipe...
con un poco de resentimientii.
— No.... hablo de 61 con indiferencia.
— Sin embargo, es acreedor.... á otro
sentimiento.
— Üe otra persona tal vez, contesto se-
camente Adriana.
— iKs tan desgraciado! dijo ^Ir. de
Montbron con sinceridad. Hace dos dias
ALDLH.
le he visto y me ha partido el corvi-
ron.
— ¿Y qué tengo yo... que ver con eso?
i'sclamó Adriana eon una impaciencia do-
lorosa , casi enojada.
— Oesearia que tormentos tan crueles
os tnoviisen al menos á lástima: respon*
(lió t;ravemeí)te el conde.
— ¡ Lastimo !... ¡ á mí ! esclamó Adria-
na ron un aire de orgullo ofendido.
Después conteniéndose añadió con frial-
dad :
— ¡líh.... Mr. do Monlbron, es una
clianzi... No me pcdísseri:»menteque me
inttnse en los tormentos amorosos de
vtiestro príncipe?
Hubo un dusden tan glacial en estas lil-
limas palabras de Adriana; sus facciones
pálidas y contraidas, manifestaron una
altivez tan amarga , que Mr. de Montbron
dijo con tristeza :
— Asi... es cierto... no n»e liabian en-
gañ/ido.... yo que por mi antigua y fiel
ami>tad tenia, según creo, algtio derecho
á vuestra confianza, nada he sabido....
mientras que ¡o habéis dicho todo á otra
persona.... esto me causa sentimiento....
mucho sentimiento.
— No os comprendo, Mr. de Mont-
bron.
— j E'i 1 ya no tengo miramientos que
guardar... esclamó el conde. Ya no hay,
bien lo veo, ninguna esperanza para ese
desgraciado joven... amáis á alguien.
Y como Adriana hizo un movimiento,
añadió el conde :
— ¡01)1 no tenéis que negarlo; vues-
tra palidez, vuestra tristeza hace algunos
dias.... vuestra indiferencia hacia el prín-
cipe, todo me lo dice... todo me loprue*
b.i... amáis.
Ofendida Mlle, de Cardovílle de la ma-
nera con que hablaba el co.ide, del sen-
timiento que le suponia , contestó con una
altiva dignidad :
*» atjM.
i5
—bebéis saber, Mr. de Muntbron ,
que un secreto sorprendido.... no es una
confianza. Y vu.slro lenguaje me admi-
ra.....
— |Eh! querida amiga, si hago uso del
triste privilegio de la esperiencia... si adi-
vino, si os digo (|ue amáis... si me atrevo
hasta ecliaros en cara vui'stro amor....
es porque se Irata , por decirlo asi , de la
vida ó la muerte de ese pobre principe,
que sabéis me interesa ya como si fuera
mi hijo, porque es imposible conocerle sin
amarle con ternura.
— Seria singular, añadió Adriana con
mayor frialdad é ironia, que mi amor...
admitiendo que tenga un amor en el co-
razón... tuviese una influencia estraordi-
naria sobre el príncipe Djalma... ¿Qué le
importa que yo ame? anadió con un des-
den casi doloroso.
¡ Qué le importa ! ! 1 En verdad, mi que-
rida amiga, perinitidmequeosdigaque vos
sois la que os chanceáis cruelmente... Có-
mo 1... ese pobre joven os ama con el ar-
dor ciego de un primer amor; dos veces
ha querido ya pon^r fin con el suicidio al
horrible tormento que le causa su pasión
por vos... y encontráis estraordinarioque
vuestro amor hacia otro... sea una cues-
tión de vida ó muerte para él»
— ¡Con(jue me amal esclamó la joven
con un acento imposible de espresar.
. — Tanto, que puede morir.... os digo;
le he visto...
Adriana hizo un movimiento de estu-
por : de pálida que estaba se puso color
de púrpura; después desapareció este co-
lor, sus labios se quedaron blancos y tré
mulos: su emocioü fué tan viva, que per-
maneció algunos momentos sin poder ha
blar, y puso la mano sobre el corazón
como para contener sus latidos.
Mr. de Montbron , casi asustado de la
súbita variación de la fisonomía de Adfia-
iw, de la alteración creciente do sus fac-
ciones, se acercó á ella esclamando:
— ; Dios mió! pobre amiga mia , ¿que
tenéis?
En lugar de contestar, Adriana le hizo
una seña con la mano, como para tran-
quilizarle; el conde en efecto se tranquili-
zó, porque el bello semblante de la jóveo
poco antes contraído por el dolor, la iro-
nía y el desdon, parecía renacer en medio
de las en)ociones mas dulces y mas inefa-
bles; la ¡mpri'sion que ospcrimentaba era
tan embelesadora, que parecía compla-
cerse y temer perder el menor senti-
miento de ella: en seguida, diciéndole la
rellecsion que tal vez era víctima de una
ilusión ó de un engaño, esclamó de repen-
te con angustia dirigiéndose á Mr. de Mont-
bron:
— Pero lo que rae decís.. i. es cierto....
al menos?
— ¡ Lo que os digo !
— Si.... que el príncipe Djalnia....
— ¿Os ama como un insensato? jAyl...
es demasiado cierto...
— No... no... esclamó Adriana con es-
presión de sencillez encantadora , jamás
podrá ser eso demasiado cierto.
— ¿Qué decís? esclamó el conde.
—¿Pero esa...mujei? pn^guntó Adria-
na comí) si esta palabra le hubiese quema-
do los labios.
— ¿Qué mujer?
— La que era causa de esos pesares tan
dujprosos.
— ¿E^d mujer?.... quien queríais que
fuese .^ino vos?
—¡lo!... ¡oh! .-i, era yo; ¿es verdad?
i nadie mas que yo !
— A fó de cabal'ero... Creed en mi es-
periencia... jamas he visto una pasión mas
sincera y mas tierna...
— ¡ Oh I ¿es verdad? ¿jamás ha tenido
amor mas que el mió?
-7 ¡ líi !.... jarná*.
— Sin embargo.... me lo han dicho.
—¿Quién?
5**
ALlV»,
— Mr. Rodin.
— ¿Que Djalma?...
— Dos dias despues de haberme visto
se habia enamorado locamente de otra.
— Mr. Rodin os ha dicho eso, esclami^
Mr. de Montbron ocurriéndole una idea :
pero también le dijo á Djalma.... qne es-
tabais enamorada de otro.
—Yo?
—Y esa ha sido la causa de la horri-
ble desesperación de ese desgraciado jó-
Ten...
— ¡ Y lo que también ha causado mi
desespi'racion!
— ¡ Pero entonces le amáis tanto como
él á vos! esclamó Mr. de Montbron tras-
portado de alegría.
— ¡ Si le amo ! dijo la seilorlta de Car-
doville.
.\lgunos golpes dados discretamente á
1a puerta interrumpieron á Adriana.
— Vuestras doncellas... sin duda... Re
poneos, dijo el conde.
— Adelante, dijo Adriana conmovida.
Florina apareció.
— ¿Que hay? dijo Mlle, de Cardoville.
— Mr. Rodin acaba de llegar, y temiendo
-ncomodaros no ha querido entrar; pero
volverá dentro de media hora... ¿queréis
recibirlo, señorita?
— Si... si... dijo el conde á Florina; y
aun cuando esté con la señorita, introdu-
cidlo.... no es esa vuestra opinion? pre-
guntó Mr. de Montbron á Adriana.
— Ese es mi deseo contestó la jo-
ven.
Y un rayo de indignación brillo en sus
ojos al pensar en esta perfidia de Ro-
din.
— ¡ Ah, viejo tunautel dijo Mr. de
Montbron. ¡Siempre habia dtsconfiado de
aquel cuello torcido 1
Florina salió dejando al conde con su
señorita.
IV.
AMOR.
La señorita de Cardoville se habia fr»S>-
figurado; por primera vez su belleza bri-
llaba en todo su esplendor: velada hasta
entonces por la indiferencia, ú oscurecida
por el dolor , tm rayo resplandeciente del
sol la iluminó de repente.
La líjera irritación causada por )a peT^
fidia de Rodin habia pasado como una
sombra imperceptible sobre la frente de
la joven. ¿Que le importaban ya estas men-
tiras, estas perfidias? ¿No estaban desea-
biertas?
Y en lo sucesivo... ¿que poderhumano
podia ponerse entre ella y Djalma , tan
seguros uno de otro? ¿Quien osaría lu-
char contra estos dos seres resueltos y
fuertes con el poder irresistible de la ju-
ventud, del amor y de la libertad? ¿Quien
se atreverla á intentar seguirles en aque-
lla esfera abrasada donde iban tan her-
mosos, tan felices, á confundirse en un
amor inestinguible , protegido y defen-
dido por su felicidad, armadura á tod«
prueba?
Apenas hubo salido Florina, cuando
Adriana se acercó á Mr. de Montbron con
paso rápido; parecía haber crecido: al
verla adelantarse lijera , triunfante y ra-
diante , se la hubiese tomado por una di-
vinidad andando sobre las nubes.
— ¿Cuando le veré?
Tal fué la primera palabra que dirigió
á Mr. de Montbron.
— Pero... mañana; es menester prepa-
rarle á tanta felicidad; en un carácter tan
ardiente.... una alegría tan súbita , tan
inesperada... puede ser terrible.
Adriana permaneció un momento pen-
sativa , y dijo de repente:
— Mañana sí no antes de ma-
ñana tengo una superstición del co-
razón.
—¿Cuál?
ALBCM
■---Ya la sabréis. ... el me ama.... es-
îla palabra lo dice lodo, lodo lo encierra,
lodo lo comprende..... es lodo y sin
■embargo , tengo mil preguntas en los la -
bios... acerca de él.... no os liaré ningu-
tia antes de mañana no, porque por
una fatalidad muy agradable.... mañana
es para mí.... un aniversario sagrado....
Desde ahora basta entonces viviré un si-
^lo..... afortunadamente.... puedo espe-
rar.... mirad.
Después haciendo una seña de Mr. de
MoDtbron, le condujo junto al Baco In-
•dio....
— ¡Cómo se le parece!..-, dtjoal conde.
— ¡ Con efecto, escíamó este, es estraor-
dinario!
— ^¿Estíaordrnario? añadió Adriana son-
Tiendo con una dulce altivez; ¿estraordi-
tiario que un héroe , que un semi-dios,
que un ideal de belleza se parezca á Djal-
ma?.,...
— ¡Cuánto Je amáis !..... dijo Mr. de
Monlbron profundamente conmovido y
■casi deslumhrado con la felicidad que res-
plandecía en la físonomía de Adriana.
— ^¿Debia sufrir mucho, es verdad? le
-dijo ella después de un momento de si-
JeHcio.
- — PeTo si yo no me hubiera decidido á
venir hoy, sin ninguna esperanza, ¿qué
Jiubiera sucedido?
— No lo sé tal vez hubiese muer-
-to..^.. porque estoy Iferida aqui de
una manera incurable (y puso la mano
sobre el corazón.) Pero lo que hubiera
«ausado mi muerfe... será mi vida,,.
— ¡Es horrible! dijj el conde estre-
meciéndose, una pasión semejante, con-
centrada en vos misma, tan altiva como
sois
— ¡Sí, altiva!.... pero no orguüosa....
Así al saber su amor hacia otra al
saber que la impresión que habia creí-
do causarle cuando nuestra primera en-
n
trovista, se habia borrado tan pronto
renuncié á toda esperanza, sin poder rt-
nunciar á mi amor; en lugar de huir de
su recuerdo , me he rodeado de todo lo
que podía traérmelo á la imaginación
á falta de felicidad, hay un amargo pla-
cer en sufrir por lo qu*i se ama.
— Ahora comprendo vuestra biblioteca
india
Adriana , sin contestar al conde tomó
del velador uno de los lil)ros recientemen -
te abierto, y trayéndolo á M. de Moiit-
bron le dijo sonriendo con una espresion
de alegría y felicidad celestial: '
— No tenia razón en negarlo soy
orgullosa. Mirad leed esto.,, enalto...
os suplico os digo que puedo esperar
á mañana.
Y con la punta de su lindo dedo indicó
al conde el pasají*, presentándole el libre.
Después ftié á cobijarse, por decirlo
asi, en el fondo de su camapé, y alü en
una actilijd de profunda atención , reco-
jida , con el cuerpo inclinado hácij ade-
lante, con las manos cruzadas sobre los
cojines, con la barba apoyado en las ma-
nos, con sus hermosos ojos fijos con una
especie de adoración en el Baco Indio míe
estaba enfrente, pareció en estaecontem-
placion apasionada , prepararse á escu-
char la lectura de Mr. de Montbron.
Este, admirado, comenzó, después de
haber mirado á Adriana que le dijo con
una voz muy amable:
— Y muy despatio... os suplico...
Mr. de Montbron leyó el párrafo si-
guiente del Diario de un viajero en la
India:
« Cuando me hallé en Bombay en
« 1829 no se hablaba en toda la sociedad
«inglesa sino de un joven héroe, hijo
de
Habiéndose interrumpido el conde por
un momento á causa de la pronunciación
barbara del padre de Djalma, Adriana le
dijo vivamente con voz dulce :
18 XLtiltt
— Hijo de Kadja-Sing...
— ¡ Qué memoria 1 dijo fl conde son-
ri«'iidi>.
Y continuó:
«Un jiUen hémo , el hijo dj Karlja-
«í-ln^, rvv (II* MiiikIí. Di'sptu'í do udí)
« Cíípfdirion U'jnna y saiifirii'nla en las
ctiionlanas contra este rey jodio, el co-
« ronel Drakc habia vuelto lleno do on-
n tu^¡a«mn por el hijo do Kidja-SinjJ;, lla-
í» mado l)j.ilma. Apenas fuera de la ado-
« lescencia , ote joven príncipe ha dado
« prueb-v en esta guerra implacable, de
«una intrepidez tan oaballeresc.i , de un
o carácter tan ntdde, (|ui' han apellid¿!do
«á bU pidre el Pa'lrc. del (leneroso,
— Ivsfa e< una tierna ooilui'nbrc!. .. dijo
el conde. Hecompensar , por docirlo a^i ,
al padre, dándole un sobrenombre glorio-
so por causa del hijo, esto es grande
j pero (|iié raro hallazfio es este libro ! di-
jo el coi)de sorpretidido ; <;oinpren lo que
hay con ijiie exaltar la cabeza uia- fria...
— ¡Oh !... ¡ vaisá ver !... ¡ valsa ver!...
dijo .-Vdriana.
PA londe continuó su lecUira.
« El coronel Drak'- , uno de los niejo
a res y mas valientes oficiales del ejército
«inglés, decia ayer delante de mí, que
« lierido gravemente y hecho prisionero
« por el prínci|!e Djalma , después de una
a resistencia enér^it:a, habi.í sid oconduci-
« do al campainenl) esloldecido en la a!-
« día de....
Acjui hubo la misma tardanza ji.tr par
te del conilií acerca de un nombre ntucho
ma< bárbaro iiue el prinuTo; asi n »<iim'-
Ticndo pronunciarlo á la ventura se inter-
rumpió, y d'j > á Adriana î
— Kn cuanto á este... renuncio.
— ¡ Sin embargo , es tan fácil ! contestó
Adriana, y prommció con una du'zura
indescribibid el nombre si^^uienle, muy
dulce también por sí:
— lin la aldea de SumsJnbad.
— Hó aqui un método mnemónico, ín-
Falible para retener los nombres geogíá-
ficos , dijo el coide y continuó:
« Una vez en el campamento, el coro-
a nel Drüke recibió la hospitalidad mas
«Cordial, y el príncipe Djalnia tuvo para
« con él las atenciones de un hijo. A(|UÍ
n fué tionde el coronel supo al^uoos he-
« chos (|ue colmaron su entusiasmo por el
nj)ríncipe, y de los cuales contó delante
« de mí los dos siguientes :
« Kn Huo de ios combates el príncipe
« iba acompañado de un joven indio dé
« unos doce ailos de edad, á quien amaba
« tiernamente y (|ue le servia de page si-
« guiéndoleá caballo con sus armas de re-
« fresco; este muchacho era idolatrado por
« su madre : en el momento de la espe-
« dicion , ella habia confiado su hijo al
«príncipe Djalma diciéndole con un es-
« toicismo digno de la antigüedad : Qu^
« sea vucMro hermano. Ln será, contestó
«el príncipe. En una sangrienta derrota
«el muchacho fué gravemente herido y
«su Cf.ballo muerto; el príncipe á riesgo
« de su vida , á pesar de la precipitación
« de una retirada forzada, lo saca de de-
« b.ijo del caballo muerto, lo pone á la
«grupa del suyo, y huye: persíguenli»s;
« una bala hiere al caballo, que con tra-
« bnjo llega á un bosque de juncos en me-
« dio del cual, después de vanos esfuer-
nzos, cae exhausto. El muchacho estaba
« intposibililad )de andar, e! príncipe carga
«con él, y se cicuUa en lo mas espeso del
« bosipie. Llegan los ingleses , registran
« los juncos ; pero las dos \íctin)as se es-
«ciipan. Después de una noche y un dia
«de rriürchas, eonlramarclias , estrataje-
rt inns, fnligasy pelijiros inauditos, el prín-
«cipe siempre cargado con el muchacho,
« uno (je cuyo>i pies estaba casi ruto, con-
«sigue llegar al campamento de su padre,
«y dice sencillamente: /labia prometido
« á «!< »i-at/rt! qxii: serla su h rinano , obro
((Como tal. »
àLbCM
■ — \% admirable ! 'esclamó el conde.
— Conlinuad ¡olí! ] continuad!..:.
dijo Adriana eiJ'i;;ando una ingrima sin
apartar sus ojos de! bajo relieve, a! (¡uc
no dejaba do contemplar con mayor ado
ración.
El conde prosiguió:
«Otra vez, el príncipe Djalma seguido
«de dos esclavos negros, se dirige antes
«de amanecer á im lugar muy agreste,
«para apoderarse á la vez de dos tigres
«nacidos pocos días antes. La caverna ha
« bia sido descubierta. El tigre y su hem-
« bra esiaban aun fuera cazando. Uno de
« los negros se intruduce en la caverna
« por una abertura estrecha, mientras que
« el otro ayudado de Djalma echa abajo
« á hachazos un gran tronco de un árbol,
« á fin de preparar un lazo para cojer el
« tigre ó á su hembra. Del lado de iaaber-
«tura, la caverna estaba casi cortada á
« pico. El príncipe sube á ella con agilidad
« á fin de disponer el laz^) con ayuda del
«Ciro negro; de repente se oyó un ru-
«gido terrible; la hembra que volvia ya
« de la caza llega en pocos saltos hasta la
«entrada de la cueva: con una sola den-
«tellada le hiende el cráneo ai negro que
«tendía el lazo con el príncipe, el árbol
« cae á través de la estreciía abertura é
«impide al tigre , penetrar en ia ciwva ,
«impidiendo al mismo tiempo e! paso al
« negro que salia con los tigres recien na
«cidos.
« Kncima,áunos 'lointe pjes, sobre una
« plafafirma de rocas, cl príiu-.ipe tendido
« boca ab.ij<> consideraba este horrible es-
wpectáculo. El tigre, furioso con los gri-
« tos de sus hijos, devoraba las manos del
« negro que desde el interior de ¡a ma-
« dnguera trataba de sujetar el tronco del
« árbol, su único baluarte, y lanzaba gri-
« tos lastimeros. »
— ¡lis horrible.! dj ) c! conde.
— ¡Oh! cotilinuad.... continuad.... es
10
clamó Adriana con exalta eion : vais á ver.
lo que puede el heroismo de la bondad.
El conde prosiguió:
« De repente el príncipe pone su puñal
«entre los dientes, ala su cinturon á un
« pico de la roca , toma el hacha con una
«iriano, déjase deslizar con la otra por
«esle cordaje improvisado, cae á algunos
« pasos de la bestia feroz, da un salto há-
« cia ella, y rápido como e! rayo le asosta
« uno sobre otros dos golpes mortales en
«el momento en que el negro perdiendo
«sus fuerzjs abandonaba el tronco del ¿r«
« bol ó iba á ser hecho pedazos. »
— ¡Y os sorprendía lU semejanza con
este semi-Dios, á quien la misma fábula
no presta una abnegación Inn generosa!
esclamó la joven con mayor exdltacion.
— Yo no me sorprendo... admiro, dijo
el conde con voz coumovid.1, y al leer es-
tos dos nobles hechos, yv^corazon palpita
de entusiasmo, comoi^si tuviera 20 aííos.
— Y el noble corazón de este viajero ha
palpitado como el vuestro al oir esta re-
lación , dijo Adriana, vais á verlo.
« Lo qu • hace adiiiirab!e ia intre-
« pidez del príncipe, es que según los orin-
« cipios de las razas indias, la vida de un
« esclavo no tiene la menor importancia;
«asi un hijo de un rey, al arriesgar su.
«vida por salvara una pobre criaiura tan
« íiifuna , obedecía á un heroico in^tinlo-
(f de caridad, verdaderamente cristiana,
«inaudito hasta entotices en aquel pais..
« Dos hechos semejante>, decia con ra-
«zon el coronel Dr.ike, bastan á descri-
« bir un ¡iombre; así, yo viajero desco-
« nocido, eïcribo el nombre del pruuipo
« ))jalma con un sentimiento de respeto
« profundo y de tierna admiración , esjie-
« rimentaiido sin embargo una e.»pecie d*,»
«tristeza al pregimtar cuíI será el iiorve-'
«nir de esle príncipe, perdido en el fondo
«de ese pais selvático, MCmpre ik;v.!.»¡aVly
«por là guerra. Por humi:de que sea cí
6**
20 ILBCV.
«hcHnensgc que tributo á «sle carácter
« dipBO de loji ti"en>pos heroicos, su rioin-
« bre, ni menos, será repetido con un en
« tusia^mo generoso por todos los corazo-
« Des sinipáticci para cuanto cs generoso
« y grande. »
— Y hace poco al leer estas líneas tan
sencíi'as, tan tíornas, ::riadió Adriana,
no he podido menos de llevará nr)is labios
el nombre de este viajero.
—Sí... hó!o ahí tal corno le habla juz-
gado , dijo el cr>nde cada vez mas enter-
necido, Jevii'viendo el iihro á Adriana; la
cual le eonli'íló levantándose:
— Helo allí tal como yo (jueria liacé-
roslo conocer á (in de que comprendáis.,,
mi adüracion hacia él; porque habia edi-
"vinadu e>le valor , esta heroica bondad ,
cuando sorprendí á posar mió unaconver-
racion arit'j de mostrarme á Desde
aquel «i; sbbia que era tan generoso, tan
esforzado , tm intrépido, tan tierno, tan
sensible, como enérgico y resuelto... pero
cuando le vi tan bello.... y tan diferente
por el noble carácter de su fisonomía , y
hasta p.^r «us vestidos, de todo loque lias-
ta entones habia encotitrado cuando
YÍ la impresión que le habia causado
y que esperimer.té tal vez mas violenta
aun sentí que mi vida estaba ligada
i este annor.
— ¿Y cuáles SOD ahora vuestros pro-
yectes?
— Divinos, radiantes como rni corazón...
Ai saber su felicidad , quiero que Djalma
esperimente el mismo vértigo que he sen
tiJû, y que no me permita aun mirar... á
mi sol dü Ircnlc... porque os lo repito....
éesde aquí hasta mañana tengo que vivir
un siglo. Sí, icosa estrafia! hubiera crei
do 'tespues d" semejante revelación , de-
ber sentir Id iiccj'íi'lad de permanecer so-
lí, sumergida e» es»; océano de embelesa-
dos (; nsamientos. ; Pues bien I no... no;
4e!Kie ahora habla uaùnna lomo la sole
dad... esperimento ne sé qué itnptciencíll
febril... inquieta... ardiente... .¡Oh! ben^
dita seria la hechicera que tocándome con
su varila de virtudes me durmiese ahora
hasta mañana.
— Yo seré esa hechicera bienhechora ,
dijo de repente el conde innriendo.
—¿Vos?
—Yo.
— ¿Y cómo?
— Mirad el poder de mi varita : quierd
distraeros de una parte de Vuestras ideas,
haciendo que sean para vos materíalmeo-
te visibles...
— Espüráos, por piedad.
—Y ademas mi proyecto tendrá tam-
bién otra ventaja para vos. Escuchadme;
sois tan leiiz, que podéis oirlo todo... vues-
tra odiosa lia y vuestros odiosos amigos
esparcen el rumor de que vuestraperma-
nencia en casa del doctor Baleinier....
— Ha sido una necesidad por la debili«
dad de mi cerebro , dijo Adriana sonrien-
do. Ya rae lo esperaba.
— Es una cosa estúpida , pero como
vuestra resolución de vivir sola os ocasio-
na enemigos y envidiosos, ya conocéis por
qué no faltarán algunos perfectamente dis*
puestos á dar crédito á todos los absurdos
posibles.
— Bien lo espero... Pasar por loca á los
ojos de loi necios es muy lisonjero.
— Sí, pero probar á los necios que lo
son, y esto en presencia de todo París, es
bastante divertido; ahora bien, empiezan
á inquietarse por vuestra desaparición ;
habéis interrumpido vuestros acostumbra-
dos pasaos; mi sobrina se presenta sola
hace mucho tiempo en nuestro palco de la
ópera : queréis matar , quemar el tiempo
hasta mañana... Hé aquí una ocasión es-
célente: son las dos... i las tres y media
mi sobrina está aquí en coche : el dia está
magnífico... habrá muchísima gente en el
bosque de Boulogne : dais un buen paseo;
iLtVH.
âi
"Y» OS Ten a'llí.... además el aire fresco, el
movimiento calmarán vuestra fiebre de fe-
licidad y esta noche, aquí es cuando
empieza mi poder mágico, os conduzce á
la ludia.
—¿A la India?
— En medio de una de esas agrestes sel-
vas donde se oye el rugido del león, de la
pantera y del tigre... Tendremos á la vis-
ta, real y terrible.... ese combate heroico
que tanto os ha conmovido hace poco,
— Francamente, mi querido conde, ¿es
una broma?
— Absolutamente; os prometo haceros
▼er verdaderas bestias feroces, terribles
huéspedes del pais de nuestro semi-dios...
tigres y leones que rugen... ¿ Esto no val
drá tanto como vuestros libros *?
—Pero repito...
— Vamos, es menester confiaros el se-
creto de mi poder sobrenatural; de vuelta
de vuestro paseo comeréis en casa de mi
sobrina, y en seguida vamos á un espectá-
culo muy curioso que hay en el teatro de
la puerta de San Martin Un domador
de las fieras mas eÁtraordinarias, muestra
animales perfectamente feroces en medio
de una selva (aquí únicamente empieza la
ilusión ) y finge con los tigres , leones y
panteras combates terribles. Todo Paris
va á estas representaciones, y todo Paris
es verá allí mas bella y mas encantadora
que nunca.
— Acepto, acepto, dijo Adriana con una
alegría infantil. Sí... tenéis razón... espe-
rimentará un placei estraíío en ver esos
monstruos feroces, que me recordarán los
que mi semi-dios ha combatido tan heroi-
camente. Repito que acepto, porque por
la primera vez de mi vida tengo un deseo
ardiente de parecer muy hermosa... hasta
por todo el mundo.... acepto... ea fin....
porque...
La señorita de Gardoville fué interrum-
pida primero por un ligero golpe dado á
la puerta , y Inego por Florina, que entró
anunciado á Mr. Rodin.
V.
EJEClCIOt.
Rodin entró y con una ojeada rápida
dirigida á Mile, de Gardoville y á Mr. de
Montbront, adivinó que iba á encontrarse
en una posición difícil. En efecto, nada
presagiaba menos tranquilidad para él que
el semblante de Adriana y del conde.
Este, ya hemos dicho que cuando no !e
gustaban las personas, manifestaba su an*
tipatía por unos modales de una i^l^)erli-
nencia agresiva, sostenida ademas por un
buen oúmeTO de duelos; así al ver á Ro-
din , sus facciones tomaron súbitamente
una espresion insolente y dura; apoyado
con el codo en la chimenea y hablando con
Adriana , volvió desdeñosamente la cabe-
za por encima del hombro, sin contestar
al profundo saludo del jesuíta.
Ala vista de este hombre, Mlle, de Gar-
doville se sorprendió de no esperimentar
ningún sentimiento de irritación ó deodio.
La brillante llama que ardía en su cora-
zón la justificaba de todo resentimiento
vengativo.
Al contrario se sonrió dirigiendo una
mirada altiva y dulce al Baco Indio, des-
pués á sí misma, preguntándose lo qu«
dos seres tan bellos, tan libres, tan ena-
morados, podían tener que temer de aquel
viejecillo grasiento, de fisonomía común y
baja, que se adelantaba tortuosamente,
con ios círculos de un reptil. En una pa-
labra, lejos de esperimentar cólera ó aver-
sion contra Rodin , lo joven solo sintió un
acceso de alegría burlona y sus grandes ojos
resplandecientes ya de felicidad , chispea-
ron pronto de malicia é ironía.
No estaba muy desahogado. Las perso-
nas de su especie prefíf^ren mucho mas los
enemigos violentos á los burlones; á veces
esquivan la cólera que provocan, arrodi-
llándose, llorando, gimiendo y dándose
22
ALfiin.
golpes de pecho; otras la arrostran levan -
IímhJoío armado» é ¡mpKicables : pero ;m-
Icla-i Imrl.is picantes se tiesconriertan ciin
fdCiliil.iiJ ; así sticediú á Uodin : pre>íiiti'í
tpiL- entre Adriana y -Mr.de Montbron iba
á toner, como se'dice vulgarmente, u» jJtr-
Vfrso ruarlo de hura.
Kl COI. (le íüuipio el fuego, y vulviendo
6ti cabe/a p ir encima de su lioníbr», dijo
á Uodin :
— ¡A II! ¡ali! ¡ Ik^os aqui, sefuir hoin-
bff «le bien !
. — Acercaos, acerrao-;, añadió Adriana
con sonrisa Siirca>liea ; vds, la perla do
los anii:;!'», il modi-lo de ¡os íilúst.fiis
vos, ei enemigo declarado de t"d'i enga-
llo, de tuda mentira, teiigu mil enhora-
buenas i|i!C daros.... *
—Todo lo acepto de vos, ijtierida se-
ñorita;... hasta las enlxjrabuenas no inei-
recidas, contestó el jesuíta esforzáiuiose
en sonreír, mostrando de ese niodo mis
feos, am-uillos y descarnados dientes.
Pero puedo saber ¿porqué lie niereciOo
estas b liiitaciones?
— l'ur vuestra penetración, que es es-
traotdiiiaria , contestó Adriana.
— Yo tributo homenaje, dijo el con-
de, á vuestra veracidad, no menos es-
traordinaria, demasiado estraordinario tal
vez.
— Mi penetración.... yo.... ¿en qué,
señorita ? dijo Kuilin eon fiialdad; yo....
Verídico.... ¿e^ (¡ué? srñor conde, añadió
volviéndose a Mr. de Montbron.
— ¿ i!n ;qué? dijo Adriana. ¿ í'UcS no
liibeis adivinado ym secreto rodeado de
(iiíicuitade-) y misterios sin nútneio; en
una paldbra, nu habéis sabido leí r en la
|irofuíididad del corazón de uiía ñiu'ger?
— ¿ Yo, s« ííontá?
— Vos y ali'gr .» ; ha tenido vues-
tra penetración los m s felices resulta-
dos.
— Y vuestra veracidad ha obrado ma-
i'avillas, añadió el conde
— Es prato al coriazon olirar bien aWñ
Ignorándolo, dijo Rodin , siemj re sobre
la (lefi nsiva y espiando con miradas obli-
cuas altt rnati\amente al conde yá Adria-
na. ¿ l'ero podré saber la causa de estos
elogios?
— Fl reconocimiento me obliga á daros
parte de ella , dijo Adriana con malicia;
habéis descubierto y dicho al príncipe l^jal-
m (jiu' yo amaba apasionadamente.... á
dlgHieii pues bien, glorificad vuestra
pt I!'. Iraiion.... era verdad.
— Habéis descubierto y dicho á esta se-
ñorita, que el príncipe Djalma amaba apa-
sionadamente... á alguien, añadió el con-
de, pues bien, gloriíicad vuestra pene-
traciiui , (|uerido amigo..., era veidad.. .
Kodin quedó confundiiio, atónito.
— Ese alguien á (piien amaba tan apa-
sionadamente, dijo Adriana, era el prín-
cipe....
— Ksa persona á quien el príncipe ama-
ha tan apasionadamente.... repuso el con-
de, era esta señorita.
Kstas revelaciones graves y angustio-^
sas, hechas una tras otra, aterraron á
Kodin: permaneció enmudecido, asustado,
peuNando en el porvenir.
— ¿(Comprendéis ahora nuestra grati-»
lud hacia vos? preguntó Adriana con un
tono cada vez mas burlón. (íraciasá vues-
tra sagacidad , al tierno interés que to-
mabais por nosotros, el principe y yo os
«Jebemos el estar enterados de nuestros
mutuos sentimientos.
El jesuila recobró poco á poco su san-
gre íiia^, y su c^lma aparente irritó mu-
cho á Mr. de Monlbron, quien sin la pre-
sencia de Adriana hubiera dado un giro
muy distinto á aquella conversación sar-
castica.
— ilay un error, dijo Rodin, en )o
que me híucis el honor de dicirmc, que-r
' nda señorita; jaTiias !ie hablido, del sen-
jtimiento, por lo deruas Duiy decoroso y
•í
ii&îjii.
23
Vespelable , que íiül)reraiS J)odido ¿spcrr-
nieiilar por el principe Djalma....
—lis cierto, contestó Adriana, que por
Un esct úpnl'j tle discreción esquisita, cuan-
do me hablabais del profundo amor del
príncipe Djalhia , llevabais ia reserva , lá
delicadeza hasta el estremo de decirme
que no.... no era yo quien lo había ins-
pirado....
^^Y el írtíSnio escrúpulo os hacia decir
íl príncipe que la señorita de Cardovilie
amaba apasionadamente á alguien... que
no (era él.
^^Señor conde, contestó Rodin con se
quedad , no poíi'ia escusarme de deciros,
'que no tengo una gran necesidad de mez-
clarme en intrigas amorosas.
— ¡Vaya I ¡vaya! *¿es modestia ó amor
propio? dijo el cohde con insolencia : por
Vuestro interés, no cometáis otra torpeza
Semejante.... si os cojiesen la palabra....
Si «e divulgase.... manejad un poco me-
jor los honraditos oficios que ejercéis sin
duda....
— Hay uno por lo tríenos, dijo Roaíñ
imosirándose tan agresivo como el conde^
buyo duro aprendizaje os deberé, señor
conde; el pecado oficio de oiros.
— ¡ Hola i amigo, conlcstóel conde corj
desprecio, ¿ignorais acaso que hay todij
especie de niedíos para castigar á los iiii-j
pertinentes y embaucadores?.... i
— ¡ Mi querido conde ! dijo Adriana a
Mr. de Montbron ea tono de feconven-l
cien. . i
Rodin añadió con lá mas perfecta tran-j
quilidad : _
— No veo cla'ramehíe, Señor cohde, prí
ínéio/er valor de amenazar y llamar im-
t)erlijiehle 4 un pobre' viejo como yo; se-
cundo.. ^i.¿ . ' _
— ^Mf . Ródíín , 'íííjd élconde inlerrùrn-j
piendo ail jesuíta, primero, un pobre viet
jb Côfrio Vtis, íjfüe procede con maidaq
escudándose con su anciaóidad que dè$-
fionra, es á la tcí malvado y cobarde,
y merece Un doble castigo; segundo, en
cuanto á la edad , no >é que cazador de
lobos ó gendarme se incline con resf eló
ante la piel blanquizca de los lobos viejos,
ó ante las canas de los tunantes vujos,
¿qué pensais de esto, quendn amign?
Rodil) siempre impasible, levantó sus
cada\éricos pá>pádí)s, fijando pur un se-
gundo sus ojillos de reptil en el conde," y
lanzándole una mirada rápida, fria y pe-
tíVtr^hle cc)mo Un dardo.... en seguida el
íívido párpado volvió á cubrir la empana-
da pupila de esté hotübre de fisonomía ca-
davérica.
— No tehietido ériri'cohveniente de sfer
un lobo viejo y hiénos aun un tunante,
contestó Rodin pacíücamente, me permi-
tiréis, señor conde, que no me inquiete
mudio acerca de las maneras de los ca-
ladores de lobos, ni die los gendarmes; erí
cuanto á las reconvenciones que se me
haceh, tengo una manera muy sencilla
de responder á ellas.;., no digoyo dejus-
tilicarríit?, porque jamás lo hago.
— ¡ De veras I dijo el cdride.
. — Jamás, repitió Rodin cen frialdad,
mis acciones se loman este trabajo. Res-
ponderé, pues, sencillafíiénte'íjüe viendo
la impresión profunda , violenta , casi es-
pantosa, que hizo esta señorita én el prin-
c'ipe...; ,
^— -| CSmo os absuelve detíñat'qüe ha-
béis querido hritëi-hie , dijo Adriana "con
üi^a sonrisa encantadora, interrumpiendo
á Rùdtn , la segutldad q(je tht dais del
amor del pfíhcipe ! la vista de nuesira
prócsima dicha será Vuestro ¿olo castigo.'
-^Tal véí bo tenga necesidad de abso-
lución ó Castigo, porque cOmo acabó dé
tener ef honor de 'hácér presente al señor
Conde,'íhi querida señorita, el porvenir
justifiéará ibis mis accidíiés; si, he debido'
decir al príncipe que timabais á otro; a^i
cuino he débito deciros que él aiñab«r A
7**
otra.... y no soy infalible.... pero des-
pues de la conduela que he observado con
vos anteriormente, querida 9t?ñorita, ten-
go derecho de admirarme de que se me
trate asi; no es esto ona queja por-
gue si nunca me justiíico, lanipoco me
qoejo jamás.
— Por vida mia que eso es cosa muy
heroica , señor mió, dijo el conde, os dig-
náis no quejaros ni justificaros del mal que
liaceis.
— ¿Del mal que hago?... y Rodin miró
ajámente al conde.
— ¿Eátamus acertando charadas? ¿Y
qué llamáis, esclamó el conde con indig-
nación, liaber mu vuestras mentiras su-
mido al príncipe en una desesperación tan
espantosa, que lia querido dos veces aten
tar contra su vida; que llamáis, haber
lambien con vuestros enpanos impulsado
á esta señorita á un error tan cruel y tan
completo, que, sin la resolución que he to-
mado hoy , este error duraría aun y hu-
biera tenido las consecuencias mas funes-
l;»s?
— ;Y podréis hacerme el honor de de
cirme, qué interés tengo en estJs errores,
en estas desesperaciones, aun admitiendo
que yo haya querido causarlos?
— Un gran interés sin duda, dijo el con-
de con dureza, y tanto mas peligroso cuan-
to que es mas oculto, porque sois de aque-
llos á quienes ei mal del prójimo debecau
sar placer y provecho.
— Cs demasiado, señor conde, me bas-
taría el provecho , contestó Rodin incli-
nándose.
— Vuestra impudente sangrej fría no
roe engañará, dijo el conde; todo esto es
muy grave, añadió, es imposible que un
embrollo tan pórfido sea un hecho aisla-
do... ¿quién sabe si será un efecto del odio
que la princesa de Saint- Dizier profesa á
Mlle. deCardoviite?
precedente con una profanda atenciolK
L>« repente se estremeció como ilustraba
por una súbita revelación.
Después de un momento de silencio,
dijo ó Rodin sin amargura, sin cólera;
pero con una calma llena de dulzura y'de
serenidad.
— Dícese que el amor feliz hace prodi-
jios.... estoy por creerlo, porque después
de alfiunos minutos de rt-flecsion, y re-
cordando algunas circunstancias, vuestra
conducta se me preseDta bajo un punto
de vista enteramente nuevo.
— ¿Cual es esa nueva perspectiva, mi
querida señorita?
— Para que podáis c*.isideraT la cues-
tión bajo el mismo puhto de vista que yo,
permitidme queinsista en algunos hectios:
me estaba generosament'e adicta la Gibo-
sa ; me había dado pruebas inequívocas
de afecto; su talento valía tanto como, su
noble corazón.... pero esperrmentaba por
vos un despego invencible.... De repente
desaparece de mi casa... y no ha sido cul-
pa vuestra si no he tervido odiosas sospe-
chas de ella. Mr. de Monlbron me profe-
sa un afecto paternal , pero debo confe-
sarlo, pocas simpatías hacia vos; también
habéis tratado de hacerme desconfiar d»
él.... En fin, el príncipe Djalma esperi-
menta un profundo sentimiento por mí...
y vos empleáis «I ei'gaño mas pérfido pa-
ra destruir este sentimiento; ¿qué objeto
I evais en obrar de esta manera? Lo
ignoro; pero seguramente me es hostil.
— Me parece, señorita , dijo Rodin con
severidad, que á vuestra ignorancia se une
el olvido de los servicios prestados,
— No quiero negar que me habéis sa-
cado de casa de Mr^ Baleinier; pero al
fin, algunos dias después hubiera sido io*
faliblemente puesta en libertad por Mr.
de Montbron....
— Tenéis razón, amiga mia, puede ser
Adriana hat)ia escuchado la disausioo I muy bien que hayan querido bacera* un
iLBtiai
•m'^rito de lo qne debia S4iceder muy pron-
to, gracias á vuestros verdaderos amigos.
— Os ahogabais, os salvo, ¿me sois
agradecida? no, dijo Rodin con amargu-
ra ; alguno de los que pasaban os hubiera
calvado mas tarde.
— La comparación no es -muy exacta,
dijo Adriana sonriendo : una casa de lo-
cos no es un rio, y aunque os crea ahora
muy capar de nadar en re dos aguas, la
•natación os ha sido inútil en esta circuns
tancia.... y me habéis únicamente abier-
to una puerta... que debia abrirse ínevi
dablemente un poco mas tarde.
— ¡Muy bien 1 amiga., dijo el conde
Tiendo á carcajadas al oir la contestación
^e Adriana.
— Bien sé que vuestros esceíentes cui-
'dados no íse han estendido solamente á
mí... Las hijas del mariscal Siuionie fue-
ron devueltas por vos.^. pero ee de creer
que las reclamaciones del mariscal duque
de Ligny acerca de sus hijas no hubiesen
sido vanas; habéis llegado hasta á enlre-
.gar á un antiguo suldado su cruz imperial,
verdadera reliquia sagrada para él : es
muy bienhecho.... Habéis en fui quita-
do la máscara al abate d*Aigri^ny y á
Mr. Baleinier.... pero yo estaba dtcidida
á hacerlo.,. Por lo deuias todo esto prue-
ba que sois un hombre de un gran ta-
lento.
•^ I Ah, señorita! dijo humUdemente
Kodiu.
— Lleno de recursos y de Inveocion.
— J Ah, señorita!
— No es culpa mia si en nuestra larga
conferencia en casa del doctor Baleinier,
habéis manifestado esa superioridad que
me llamó la atención, lo confieso, pro-
íundameiite y de la que tan embara-*
zado parecéis ahora.... ¡Qué queréis! es
muy difícil á un raro talento como el
vuestro permanecer oculto; sin embargo
como podía ser queporcamiuos distintos.
25
¡oh! muy disHntos, auadió la joven ciui
malicia, caminásemoü al mismo punto....
(Mempre, según nuestra conferencia en
casa de Mr. Baleinier) quiero por interés
de nuestra comn'iion venidera, como de-
cíais, daros un consejo.... y hablaros con
franqueza.
Rodin habia escuchado á Mlle. deGar-
doville cur. una aparente impasibilidad,
con su sombrero bajo del brazo, con las
«n<)nos cruzadas sobre el chaleco, y dando
vueltas á s^us dos pulgares; la sola n»ueí-
tra esterior de la terrible turbación que
le causaban las tranquilas palabras de
Adiiana , fué que los párpados lívidos del
jesuita^ fiipócritamente bajos, se pudieron
poco á poco muy colorados, por la mucha
sangre que á ellos afliiia con violencia.
No obstante, contestó á Mlle, de Car-
doville con una voz segura é inclinándose
profundamente:
— Un buen consejo y hablar con fran-
queza son siempre cosas escelenles....
— Ya veis añadió Adri<)na con una
lyera exaltación; el amor correspondido
da tal penetración, tal energia, tal valor,
que se bur'a una de los peligros... se des-
cubren las emt)oscadas...: y se arrostran
los odios. Creedme, la divina claridad que
brilla al rededor de los coraaones enamo-
rados bas'a á disipar todas las tinieblas, á
descubrir todos los lazos.... Mirad en
la India, escusad esa debilidad, me gusta
mucho hablar de la India, añadióla joven
con una sonrisa indefiniblemente gracio-
sa: en la India, los viajeros, para asegu*
rar su tranquilidad durante la noche, en-
ciendan grandes hogueras e« torno de su
ajoupa (iperdonad esta pincelada de color
local) y por todo el espacio en que se es»
tiende esta auréola iumínosa pone en fu-
ga, con su claridad, todos los reptiles im-
puros, venenosos , à los que la luz asusta
y solo viven en las tinieblas.
•^No he comprendido hasta ahora el
26
ALBIM,
sentido de la compararion , dijo Rodin
continuando en dar viielias à sus dodos y
nu'ilia levantando sus párpados, rada vez
mas encendidos.
— Voy á hablar niasdaramontOi dijo
Adriana sonriendo. SUpi^n-^ainos (pie el
lillimo servicio que nos habéis beefio
af príncipe y á mí, porijiiu no procí'dris
• sino por wrTicios Ik'CIk'Sí.íps niüy nuevo
y hábil lo rtníunorct».
— Ufavo, hija ijuerida , dijo l'l co;-.de
con alcjiria, la cjirtirion s» rá comp'efa.
— ¡Ali!... ¡esto es Una ej.''i)oi(>n ! dijo
Rodin siempre impa-tb!»-.
—No, eonfi'sló.\driaria suitrk'Mdo; oslo
es una !>in)(>te conversacton entre tuia po-
bre j ivín y Un Iriejo filósofo auiigo del
bien. Suponfjnmos. pues, que los frecuen
les servidoí que tne liabois hecho á
mí y á los niios, n>e hayan de repente
abierto los ojos; ó mas bien , añadió la
joven con gravedad, supon<»íímosqne11ios
que da á la madre t^l instinto de la con-
servación do su hij 1 me haya dado el
de «-sta folioidad, y que no se (jue presen-
timit'nto, aclarándome niil circunstancias
hasta ahora oscuras, uie liaya reveládti
de reponto (jue en tUfíar de sor mi amigo,
sois tal voz el enemigo ítias peligroso uiio
y de m> familia.
— Asi pasamos de las ejecucío'hes á laS
suposiciones, dijo Tludin siempre imper-
turbable.
— Y de la suposición , piicsfo qué és
meno>ter decirlo, á la certeza, co/itestd
Adriaua con una firmeza digna y serena:
sí, ahora creo que he ¿ñdo durante algún
'tienido víctima de vuestrírs eiígañós..;..
y os lo dijio sin ótiio y siir Cólera, pero con
sentimiento; es muytriote ver á Un lio'ni-
bre de vuestra intt linoncia , de vuestro
talento bajarse á tale» maniobras....
y de.<pties de liaAVrpm'sio en juego tan
tos recortes diabi'»licos no coiiso<{UÍr ál fin,
UDO ser ridículo... porque ¿hay cosa .ñas
ridíclila qu'è el veráún hombire cómo Vos
vencido por una j'Wen (jue no tiene mai
arm:ls, mas defon.^a , mas luces que
sU amor?...
Kn lina píitabra, Mt". Rodin ,' os miro
desdo hoy como un enemigo implacable
y polii;roso; poripié entreveo vuestro ob-
jeto sin adivinar por que medios queréis
alcaníarlo; sih dtida sefráh dignos de lo
pasad i; pues bien, á pesar de todo, ñtí
(>s tenii); (losdf mañana mi familia será
ínstniiila de todo; y una uni )n activa;
ihloliutnlo; (IOS tendrá alerla ; ponjue se
trata i'eci'sa ría mente de t-sa enorme he-
rencia que ya por poro nos roban. Ahora,
que relación piioi'a llab^^ entre lo que Oá
echo en cara y este interés pecuniario....;
lo ignoro abí(iíiitamente... pero vos miá-
mo me lo habéis dicho, mis enemigos son
tan peligrosamente hábiles, sus manejos
sfin siempre tan ocultos, que es menestéf
temerlo todo, pre\ orlo todo; recordaré
\á lección... os hahia prometido ser fran-
ca , me parece qtie lo he sido.
— Seria pdt lo menos imphiden'le.....
ser franca, si fuese vuestro enemigo, dijo'
Hodin siempre impasible; pero también
me habiais ofrecido uh consejo, querida
señorita.
— E>le será breve: río tratéis de luchar
contra mí, pófqiie ya veis (CUe hay algo'
(le n>as fuerte que vos y los vuestros; üHst
mugór (jue dorrofitie su dit'ha.
Adriana pronunció estas últimas pala-
bras con una coiiííaiiia tan grande; su
hermoso mirar respiándecia, por decirlo
así, con uña felicidad tan intrépida, que
Kodin á pesar de su nirdacia flemática, se
asuntó por un inomento.
Sin embargo no pareció absofutamértíe'
desconcertado, y después (te un momeiito*
de silencio, conte>t<í Con un airé dé com'-
pasion casi díSdeñoSa :
— Mi qiíerida señorita , jamas nos Vó!-
veremos á ver, es probable..... recffrdad
Vínicamente un cosa que os repito : jamás
tn€ jii-fiíico el porvenir se torna e-ie
trabajo.... á pesar de esto, querida s'-ño-
rila,soy vuestro afectísimo servidor — .
Y saludó.
— Señor conde á vuestras «ordenes,
añadió inclinándose ante Mr, de Montbron
con major fiumildad aun, y salió.
Apei'BS hubo salido Kodin , cuando
Adriana se dirigió á su bufete y dijo á Mr.
de Montbron :
— No veré al príncipe hasta mañana...
tanto por superstición de corazón corno
Iporque es n-oesario para mis proyectus
que esta entrevista sea rodeada de algu-
nas solemnidades Todo lo sabréis
pero quiero escribirle al instante..^,, por
que con un enemigo tomo ñir. Uodin es
VRenester preverlo todo
— Tenéis razón, querida amiga... pron-
to esa carta.
Adriana se la entrego.
— Le digo en ella l<< bastante para cal-
mar su dolur y no lo suliciínte para
privarme de la soberana felicidad de la
sorpresa que le preparo mañana.
— Todo esto está lleno de razón y amor:
voy corriendo á casa del príncipe para
que le entreguen vuestra «squela no
lo veré porque no puedo responder de
mí ¡Ali! nuestro paseo de esta tarde,
y nuestro teatro de esta nocbe se harán
en todo caso.
— Ciertamente, tngo /ñas necesidad
que nunca de aturdirnie hasta mañana...
ademas conozco qut el aire libre me hará
bie\D; esta conversacioo ^op Mt, Rodin
tne ha irritado un poco.
— ¡Miserable viejo!... pero ya vol-
veremus á hablar de él voy corriendo
á cas^ del prmcipe y vuelvo por vos
con Mme.deMorinval, para ir á Jos Cam-
pos Elíseos.
Y el conde de Montbron salió precipi-
tadamente, tan contento y alegre como
habia entrado triste y desconsolado.
m
VI.
LOS CAMPOS elíseos.
Unas dos horas habrían pasado desde
la conferencia de Uodin y Mlle, de Caf
doviüe : numerosos paseantes atraídos^
los ('ampos K.liseos por la serenidad de
un hcmoso dia de primavera, (iba ya á
finalizar el mes de mar^o,) se detenían
para admirar un elegante carruaje.
Figi'ireso el lector una carretela azul ,
lirada de cuatro soberbios caballos depu-
ra sangre, ron los arnescs adornados de
plata, y conducidos á ia Damonl por dos
postillones de una estatura perfectamente
igual, con capa corta de terciopelo negrOj
chaqueta de casimir azul claro con cuellos
blancos, calzón de ante y botas de campa-
na; dos lacayos altos, con polvos en la ca-
beza, con librea del mismo color azul claro,
cuellos y galones blancos, estaban senta-»
dos detrás.
No puede verse un carrungo mejor con-
ducido, mejor tirado; los caballos llenos
de fuego, hábilmente dirigidos por los dos
postillones andaban á un paso igual, mo-
viéndose con gracia, mordiendo el freno
cubierto de espuma,y sacudiéndose de vez
en cuando sus cucardas de seda azul y
blanca, con cintas flotantes, y en cuyo
centro se veía una hermosa rosa.
Un hombre á caballo, vestido con una
elegante sencillez que iba por el otro
lado de la avenida, contemplaba con una
especie de prgullosa satisfacción este car-
ruaje y sus caballos, que había, pordecir-
lo asi, creado; este hombre er,a Mr. de
Bone-ville , el escudero ó cabaUerizo de
Adriana, como decía Mr. de Montbron,
porque el carruaje era el de \fi joven.
Un cambióse había verificado en elpro-
grama del dia mágico.
Mr. de Montbron no habia podido en-
tregar á Djalma el billete deMlle.deCar-
doville, porque el príncipe se habia mar-
chado al campo aquella mañana con el
8"
28
&L6ulí.
mariscal Simon, según habia dicho Fariii-
ghea; pero estarla de Mielta á la noclie,
y le seria entregada la carta.
Completamente tranquila acerca de
Djalma, sabiendo que enconlraria algunos
renglones, que sin hacerle conocer la di-
clia que le esperaba, se la harían al me-
nos presentir. Adriana cediendoá los con-
sejos de Mr. de Montbron, habia ido á
paseo en su propio carruaje, á fin de nia-
nifestar á los ojos del mundo que e>taba
decidida á pesar de los pérfidos rumores
esparcidos por la princesa de Saint- Dizier,
á no cambiar en nada su resolución de vi
vir sola, y mantener su casa.
Adriana llevaba una capota blanca me-
dio cubierta con un velo de blonda que
rodeaba su semblante sonrosado y sus ca-
bellos de oro; su vestido alto de terciopelo
color de granate, casi se ocultaba bajo un
gran mantón de cachemira verde. La jó-
-ven marquesa de Morinval, también muy
bonita y elegante, estaba sentada á su de-
recha , y Mr. de Montbron ocupaba en
frente de ellas el asiento inferior de la car-
retela.
Los que conocen ia sociedad pai isiense,
ó mas bien c?a imperceptible fracción de
la sociedad parisiense, (|ue durante una 6
dos horas va diariamente á tomar el sol á
los Campos Eliseos para ver y ser vista,
comprenderán que la presencia de Mlle.
de Cardoville en este brillante paseo debia
ser uoacontecímientoestraordinario, algo
inaudito.
Lo que se Dama la sociedad no podia
dar crédito á sus ojos al ver aquella joven
de 18 años, rica, perteneciente á la clase
mas elevada deja nobleza, que venia, por
decirlo asi, á mostrarse á los ojos de todos,
presentándose en su carruaje, que en efec-
to vivía enteramente libre 6 independien-
te, en contra de todos los usos y costum-
bres. Esta especie de emancipación pare-
cía algo monstruosa y casi se admiraban
de que el aspecto de la joven lleno dé
gracia y dignidad , desmintiese completa-
mente las calumnias esparcidas por la
princesa de Saint -Dizier y sus amigos
acerca de la pretendida locura de su so-
brina.
Varios ;)o/íme/r« aprovechándose de co-
nocer á la marquesa de .Morinval t^ á Mr.
de Montbron, \inieronuno tras otro á sa-
ludarla y anduvieron algunos minutos á
caballo al lado de la carretela á fin de te-
ner ocasión de ver, admirar, y tal vtz de
oir á la señorita de Cardoville; esta colmó
todos sus deseos hablando con su encanto
y su talento habitual; de marera que la
sorpresa y el entusiasmo llegaron al últi-
mo tístremo; lo que al principio se habia
calificado de rareza casi insensata fuó una
originalidad encantadora, y solo hubiera
dependido de la señorita de Cardoville ser
declarada desde aquel día la reina de la
elegancia y de la moda.
La j()ven comprendía perfectamente la
impresión que causaba, y estaba contenta
y enorgullecida al pensar en Djalma; y
cuando le comparaba cotí aquellos hom-
bres á la moda, su dicha aumentaba aun.
Y en efecto, aquellos jó>enes, la niayor
parte de los cuales no habían nunca sali-
do de París ó á lo mas se habían arriesga-
do hasta Ñapóles ó Badén, le parecían 7/1 uj/
pálidos, al lado de Djalma, que á su edad
habia tantas veces mandado y combatido
en guerras sangrientas, y cuya reputación
de valor y heroica generosidad, citadas con
admiración por los viajeros, llegaba desde
el interior de la India hasta Paris. Y úl-
timamente, los mayores elegantes de Pa-
ris, con sus sombreritos, sus escasas levi-
tas y sus grandes corbatas ¿podían acaso
compararse con el príncipe indio cuya
graciosa y varonil hermosura estaba aun
realzada por un traje á la vez tan rico y
tan pintoresco?
Todo era pues en aquel día de felicidad.
l'LCfl'M.
?ï>
'^fYiór y alegría para Adriana; el sol po
niéndose en un cielo de una esplendida
serenidad, llenaba el paseo con sus rayos
dorados; el aire estaba tennplado; joscar-
ruajes se cruzaban en todas direcciones,
los caballos de los elegantes pasaban y re-
pasaban con rdpidcz y brio; una brisa ti-
jera agitaba los chales de las mujeres, las
plumas de sus sombreros; por ludas par-
tes en fin, habia ruido, movimiento y luz.
Adriana en elfondo del carruaje se en-
tretenía en ver pasar todo este torbellino
brillante con todo el lujo parisiense; pero
en medio de aqut:! brillantecaos. veia con
la imaginación dibujarse la melancólica y
dulce físonomia de Djalma , cuando cayo
algo en sus rodillas y se estremeció.
Era un ramo de violetas algo marchi-
tas.
Rh el mismo momento, oyó una voz
infantil que decia siguiendo la carretela :
— I*or el amor de Dios mi buena
señora... una limosna.
Adriana volvió la cabeza y vio una po
bre niña pálida y macilenta, de una fiso-
nomía dulce y triste, apenas vestida de
liarapos y cjue tendía su niano levantando
sus ojos suplica riles.
Atmque este contraste tan grande de
la miseria estreñía en el seno del lujo mas
suntuoso era tan común que no era ya
notable, Adriana se afectó doblemente;
el recuerdo de la Gibosa, tal vez eiiton
ees víctinia de la mas honible miseria, le
vino á la imagioaciin.
— 1 Ah I al menos, diji» entre sí la jc)-
ven, que este di a no sea únicamente para
mí un día de radiante felicidad.
Ificlifiéndose un puco hacia fuera del
carruaje dijo á la niña:
— ¿Tienes madre?
— No, señora; no tengo padre ni ma-
dre....
— ¿Quién tiene cuidado de tí?
— Nadie, señora.... me dan ramos de
flores para vender; y es menes(< i que
lleve cuartos.... ó áv lo contrario tne pe-
gan.
— ¡ Pobre niña !
— Un cuarto mi buena seiíora , un
cuarto por el amor de Dios, dijo la niña
siguiendo siempre á la carretela (}ue iba
al paso.
— Querido conde, drjo .Adriana son-
riendo y dirigiéndose á Mr. de Montbron,
desgraciadamente noserá este vuestro pri-
mer rapto inclínaos hacia fuera de la
carretela, tended vuestras dos manos á
esa niña, subidla cotí presteza .. la ocul-
taremos entre Mme. de .Vlorinval y yo...
y saldremos del paseo sin que nadie se
h^aya apercibido de este audaz rapto.
— ^¿Cómo? dijo el conde Sürprendid<%
(juereis
— Sí, os lo suplico.
— ¡Qué locura !
— Ayer hubierais tal vez podido Ira-^
tar este capricho de locura, pero hoy, y
Adriana cargó el acento sobre esta pala-
bra mirando á Mr. de Montbron con aire
de inteligencia; pero hog, debéis com-
prender que es casi un tlel>er.
—Sí, lo comprendo, bondadoso y no-
ble corazón, dijo el conde conmovido,
mientras que Mme. de Morinval (|ue ig-
noraba comp elanunteelaníordeMlie.de
Cardoville á Djalma, con tanta sorpresa
como curiosidad miraba al conde y á la
joven.
Mr. de Montbron se inclinó hacia fuera
del carruaje, y tendiendo sus dus manos
á la niña , le dijo :
— Dame tus uianos, chiquita.
Aunqtie muy adníirada la niña obede-
ció maiiuinalmenle y alargó sus hracitos;
entoíices ti conde la cogió por las muñe-
cas y la subió con suma ligereza con tanta
mas facilidad, cuanto que el carruaje era
muy bajo, y como hemos dicho, iba al
paso.
30 At.BDB.
La niila mas adniiraJa ann que asus- ; mer.... ¿Ru esla vireslra opinion, anilgfl
lada , no aij<) una palüftra. A'Iriana y nki« ? dijo á Adriana.
Mme. (le Murinval, dejaron un hueco en-
tre ellas, donde im-tieron á la niùa, la
«juc desapariTu') a* mninento haJD las pun-
tas de los diales de las do* j>ven«'s.
Todo esto se verifioó cnn tr«nta rapidez,
que apenas al<:iinaÑ personas (|(iepa>alian
por las avenidas lateraK-s ^e apercibieron
de este rapio.
— Aliorrf, mi querido conde, d jo Adria-
na ale<:rísinia, Vcinonos pronto con nues
Ira jresa.
Mr. (le Monlbron se levantó un poco,
y djo á los postillones :
— Al pa'acio.
Y li>s cuatro caballos salieron á la vez
con un trole rápido é igual.
— .Me parece (¡ue este dia de placer
está ahora consagrado, y que mi hijoestá
ya escusaUo, decia entre si 'Adrián;), mien
tras que puedo encontrar á esa pobre Gi-
bo>a di>poniindo desde hoy (pie se hagan
mil pes(|uisas , su lugar ai menos no es-
tará vacío.
Hay á veces coincidencias estraordina-
rias
Kn el momento en qtie esta idea favo-
rable á la GitH)>a, se presentaba ala ima-
ginación de Adriana , un fijan ^rupn de
gente se formaba en una avenida lateral,
muchos pascantes se retwueron y otras
muchas personas corrieron á aumentar
este firupo.
— Mirad, lio, djo Mme. de Morinval,
¡cuanta íiinte se reúne ail.i abajo I ¿qué
podrá ser? si hiciéramos di tener el car-
rnage para enviar á saber la causa dee>a
reunión de gente?...
-^(Juerida mía , lo siento mucho, pero
vuestia curiosidad no será satí>fecha, dijo
el Cunde sac ndo el reloj : son cerca de
las seiti ; la representación de las bestias
feroces empieza á las ocho ; tenemos el
tiempo preciso para llegar á casa y co-
— ¿Ks la vuestra, Julia? pregunl(3 Mije,
de Cardoville a la marquesa.
— Sin duda . contestó esta.
— Os agradeceré ademas el que do nos
rttarJeuiüS, añadió el conde, porque des-
pués de llevaros al teatro de la puerta de
San Martin, me veré obligado a ir alc/u&
por una media hora á lin de votar en fa-
vor de lord Campbell á quien presento.
— ¿Nos (juedaremos solas Adiiana y yo
en el li'atro , tío ?
— Pito sujvngo q»ie vuestro marido
vendrá con nosotros.
— Tenéis razón, lio, pero nonos aban-
doniis nuicho tiempo por eso.
— Kslad segura de ello, porque tengo
á !o uienos tanta curiosidad como vos, do
ver esos horribles animales y al famoso
Morok, el incomparable domador de fie-
ras.
Algunos minutos después el carrua-
ge de Mlle de Cardoviile había salido de
los Campos liliseos llevándose á la niiia y
con dirección á la calle de Anjou.
Kn el momento en ijue desaparecía el
brillante carruage, el grupo de que he-
mos hablado se había aumentado mas{
una multitud compacta rodeaba uno de
los campos Elíseos, oyéndose en medio
de aquel grupo esclamacíones de lástima.
Un paseante, acercándose à un joven
colocado en la últiuia fila del grupo, le
lujo :
— iQné hay ahí?
— ."se dice que una pobre.... una joven
jorobada (¡ueacaba de desmayarse de ¡na-
nícíun
— ¡Una jorobada.... buena lástima....
siempre quedan jorobadas bastantes!....
dijo brutalmente el paseante con ima son-
risa prosera.
— Jorobaiia o no.... si muere de ham-
bre.... conlestü el joven conteniendo con
.lAl.aUH.
31
i dificultad su indignación , no es menos
triste, y no hay en eso nríotivo de risa.
•—Morir de hambre ¡bahl dijo el pa-
seante encogiéndose de hombros. Nó hay
mas que la canalla que no quiere trabajar
que se muera ád hambre y es bien
hecho.
^^Y yo apuesto á que hay una enfef-
tViedail de la que jamás moriréis vos, es-
clamó el joven indignado de la cruel insó-
, iencia del paseante.
— :¿ Qué queréis decir? preguntó este
con altanería.
— Quiero decir que jamás os ahogará
lo grande de vuestro corazón.
— ¡Caballero! esclamó el paseante
^íttojado.
— >; Y bien ! ¿qué? contestó el joven mi-
rando fijamente á su interlocutor.
— Nada...
• Dijo el paseante, y volviendo súbita*-
hiente la espalda se dirigió hablando en-
tre dientes hacia Un cabrioló pintado de
color de naranja , en el que se veía un
enorme escudo de armas con corona de
baron.
Un lacayo ridiculamente galoneado de
oro sobre fondo verde , adornado con un
enorme espadín que le daba en las pan-
torrítlas, estaba de pié aliado deíi;aballo
y no vio á su amo.
— Estas embobado, animal, le dijo el
■ « paseante dándole con la. punta del bastón.
El lacayo se volvió. confundido. ;
-.•,*— -Señor... es que...
..Î .rfnJamássabrás deciriSeíiox baron, jtu-
¡níhantfeliesíelamó el paseante. Heno 4e có-
lera. Vamos, abre.
. i Es.te individuo era Mr. Tripeaud , ba-
;.!,ton industrial, jjsurero., egoista;
La pobre jorobada era Ir- Gibosa que
acababa en efecto de caer estenuada de
miseria y, necesidad, en el momento en
i que se dirigía á casa de Mlle^ de CardO' ¡
* ''tille*
Esta desgraciada joven habla hallado el
valor de arrostrar la vergüenza y las bur-
las atroces que temía al volver á aquella
casa de l;i que se liabia voluntariamente
desterrado, porque no se trataba tsta vez
de ella, sino de su hermana Ceíi-,a la
reina Bacanal, que liabia vuelto á Paris el
día antes, y á quif'n la Gibosa quería, por
medio de Adriana, sacar de la situación
mas horrible.
Dos horas después de estas diversas es^
cenas una vasta multitud se agr(i¡)aba eil
las inmediaciones de !a puerta de San Mar-
tin á fin de asistir á la función de Morok
que debía representar un combate con la
famosa pantera negra de Java, llamada
lá Muerte.
Poco después, Adriana y Mr. y Mmé.
Morinval bajaron del carruaje delante de
lia puerta del teatro; donde debía venir á
reunirse con ellos el conde de Montbron á
quien habian dejado al paso en el club.
VII.
DETRÁS DEL TELÓN.
El inmenso teatro de la puerta de San
Martin estaba lleno de una multitud im-
pacieole.
Como iiabia dicho Mr. de Montbron á
Mlle, de Cardoville, todo París se dirigía
con una viva y ardiente curiosidad á las
represen taoiones de Morok: jnútil es de-
cir que e\ domador de (ieras había com-
pletamente abandonado el pequeilocomer-
cío de fruslerías de devoción que ejercía
tan fructuosamente en la posada dei Hal-
cón Blanco \ún\o à Leipsick ; lo mismo su-
cedió con las grandes enseñas en que es-
taban tan estrañamente pintados los efec-
tos sorprendentes de ia conversion de Mo-
rok; estasibellaquerías anticuadas no hu-
bieran tenido efecto en París.
Morok acababa de vestirse en uno de
los cuartos de los actores que le habían
I dado; por encima de su cota de malla y
^ ALBim
demás piezas de armadura, llevaba un an-
cho pantalon rojo sujVto al tobillo con ani-
llos d* cobre dorado. Su largo caftan de
tela labrada de negro, púrpura y oro, es-
taba ajustado á su cintura por otrosgran-
des anillos de metal también dorado. Ksle
traje sombrío daba al domador de fieras
un aspecto mas siniestro aun. Su espesa
y amarillenta barba caía sobre su pecho,
y había rodeado gr^ivcmente una larga
pieza de muselina blanca alrededor de su
casquete rojo. Profeta devoto en Ali-ina-
nia, cómico en Paris, Morok sabia, a>í
como sus protectores, acomodarse á las
circunstancias.
Sentadoen un rincón del cuarto, ycon-
templándole con una especie de admira-
ción estúpida estaba Santiago Reneponl,
alias Duerme-en-cueros. Desde el dia en
que el incendio habia devorado la fabrica
de Mr. Hardy , Santiago no se habia se-
parado de Morok , pasando las noches en
orgías, cuya funesta influencia arrostraba
la organización de hierro del domador de
fieras.
Las faccionesde Santiago empezaban al
contrario á alterarse profundamente; sus
megillas enjutas, su color marmóreo, su
mirada á veces estúpida , y otras brillan-
te con un fuego sombrío, manifestaban
los estragos del desorden ; una especie de
sonrisa amarga y sardónica erraba casi
continuamente en sus labios descoloridos
y secos. Su inteligencia antes viva y ale-
gre, luchaba aun contra la estupidez de
una embriaguez casi continua. Habiendo
perdido la costumbre de trabajar, no pu-
diendo ya dejar de entregarse á placeres
groseros, tratando de aliogar en el vino
un resto de honradez (jue se indignaba en
su pecho, Santiago habia llegado á acep-
tar sin vergüenza la limosna de sensuali-
dades embrutecedoras que le baria Mo-
rok , que pagaba siempre los gastos de las
orgías, pero sin darle jamás dinero, á Qn
de tenerle siempre bajo su dependencia.
Después de haber contemplado á Mo-
rok durante algún tiempo, Santiago le
dijo:
— No importa , es un valiente oficio el
tuyo (ya se tuteaban): puedes vanaglo-
riarte de que no hay dos hombres como
tú en el mundo entero..... eso es lisonje-
ro... Ks lastima que no te contentes cor
e>e hermoso oficio.
— ¿Qué qmeres decir?
— ¿ Y esa conspiración á costa de la
cual me regalas todos los días y todas las
noches?
— Se presentí bíen^ pero como el mo-
mento no ha llegad(», quiero siempre te-
nerte á la mano hasta el gran día.... ¿te
quejas?
— ¡Caramba! no ', contestó Santiago,
¿qué me baria? Quemado con el aguar-
diente, aunque hubiera querido trabajar
no hubiera tenido fuerza para «lio..., no
tengo como tú una cabeza de nármol y
un cuerpo de hierro.... pero meacomoda
embriagarme con pólvora en vez de otra
cosa y no sirvo para otra especie de
trabajo y ademas me impide «so et
pensar ..
— ¿ Kn qué ?
— Ya sabes.... que cuando pit?nso
no pienso mas que en una cosa, dijo San-
tiago con aire sombrío.
— ¿En la Reina Bacanal? ¿Todavía?
dijo Morok con desden.
— Siempre... uo poco : cuando no pien-
se en eíla absolutamente será porque ha-
bré muerto... ó estaré enteramente em-
brutecido... ¡demonio I
— Jamas has estado mejor... ni ha» te-
nido tanto talento... ¡ tonto ! contestó Mo-
rok poniéndose el turbante.
La conversación fué interrumpida.
Goliath entró precipitadamente.
La estatura gigantesca de este Hércu-
les se habia aumentado; estaba vestido
'ñe Alcides, sus miembros enormos. surca-
dos de venas del grueso de un dedo pul
gar, se hencfíian bajo una almilla color
de carne sobre la cual llevaba un calzón
rojo.
— ¿A (]ué entras aqui como una tem-
pestad? le dijo Morok.
— Hay otra tempestad en el teatro;
empiezan á perder la paciencia y á gritar
como condenados; ¡ pero si no fuera mas
^ue eso I
— ¿Qué mas hay?
— La Muerle no podrá salir esta no-
che.
Morok se volvió bruscamente, casi con
inquietud.
— ¿Porque? esclamó.
— Acabo de verla.,^ está echada en el
fondo de la jaula.... sus orejas están tan
pegadas á su cabeza , que parece se las
lian cortado.... ya sabéis lo que quiero
decir.
— ¿ Es eso todo? dijo Morok volvién-
dose hacia el espejo para terminar su to-
cado.
— Es bastante, porque tiene un acceso
de rabia. Desde aquella nocheqne en Ale-
mania despedazó aquel caballejo blanco,
jamas la he visto con un aire tan feroz;
sus ojos brillan como dos bujías.
— Entonces se le pondrá su hermoso
collar, dijo sencillamente Morok.
— ¿Su hermoso collar?
— Sí , el de resorte.
— Y será menester que os ayude como
doncella, dijo el gigante { ¡ lindo tocador
por cierto!...
—Calla...
— No es eso todo... anadió Goliath con
embarazo.
— ¿Qué mas?
— Lo mismo aie da decíroslo... al mo-
mento...
— ¿Hablarás?
. — ¡ Pues bien !... él está aquí.
— ¿Oiiiéo? bestia.
— ¡ Fl inglés!
Morok se estremeció y dejó caer sus
brazos.
Santiago notó la palidez y la contrac-
ción de las facciones del domador de fie-
ras.
—]¥.] inglés!.... ¿le has visto? escla-
mó Morok dirijiéndose á Goliath; ¿estas
seguro?
— Segurísimo. Estaba mirando por los
agiigeros del telón, cuando le vi en un
palco pequeiio casi sobre el teatro; quie-
re ver las cosas de cerca.. . es fácil reco-
nocerle por su frente puntiaguda , por iU
larga nariz, y por sus ojos redondos.
Morok. volvió á estremecerse.
Este hombre, generalmente de una im-
posibilidad feroz, pareció cada vez mas
turbado, y tan asustado, que Santiago
le dijo :
— ¿Quién es ese inglés?
— UnhombrequemeseguiadesdeSlras-
burgn, donde me había encontrado, con-
testó Morok sin poder ocultar su abati-
miento; viajaba á cortas jornadas como
yó, con sus caballos, deteniéndose donde
yo me detenia, á fin de no faltar á nin-
guna de mis representaciones. Pero dos
diasantes de llegar á París me había aban-
donado... y me creía libre de él, añadió
Morok suspirando.
— {Libre!. . ¡como pronunciaseí^a pa-
labra !... contestó Santiago sorprendido:
|un parroquiano tan bueno, un admirador
semejante !
— Si , dijo Morok , cada vez mas triste
y abatido, ese miserable.... ha apostado
una cantidad enorme á que yo sería de-
vorado delante de él en alguna de mis re-
presentaciones.... espera ganar su apues-
ta.... hé aqui la causa porque no se separa
de mi.
Duerme-en-Cueros halló la idea del in-
glés de una escentricidad tan alegre, nud
31
por la primera >eí; -^spiíes' de mucho
tiempo, soltó una franca carcajada.
Morok , Kvido de calera , se precipitó
sobre él con un ain'tan amenazador, que
Goliath se vid obligado á interponerse.
-^Vamos vamos.... dijo Santiago,
no te enfades; puesto que es cosa s<?ria...
ya no me rio....
"^ «Motok se calmó y dijo i Dnerme eh-
Cueros ron voz ronca :
— ;Mo crees cobàrdeî
— ¡ No , por n>i ^ida !
— ¡ Pues bien ! sin embargo, eso Inglés
de una fi-jura tan grotesca, me asusta mas
que mi li};re ó mi pantera.
— Me lo dices.... le creo, contestó San-
tiajjo; pero no comprendo porque te asus-
ta la presencia de e<e hombre....
— Pero piensa, miserable, esclamó Mo-
rok, que oHígado á e&pisr sin cesar los
menores movimientos de la bestia feroz
que tengo dominada con mi gesto y tní
mirada, hay para mí algo do terrible en
saber que hay alli dos ojos... siempre dos
ojos fijos..... esperando que la menor
distracción me entregue á los dientes de
los animales.
—Ahora comprendo, respondió San-
tiago , y se estremeció á ^u vez. Causa
miedo.
::i'S— Si.;:iporq8eii]na vez alli. ...i por ímás
que haga para no percibir áese-ingles del
diablo, siempre me parece que lo vvo de-
lante de mí con sus dos ojos redondos, fi
jos y ahierlos.... Poco ha faltado'una vez
para que mi tigre Cain me devorase un
brazo.... durante una distracciort que me
'causó esi» ing'és, á quien el infierno con-
funda. I Sangre y rayos! esClamÓ .M'OTok,
ese hombre me será fatal....
Y Morok se' puso á piisear en el cuarto
con agitación.
— Sin contar que la Muerte tiene' esta
noche las orejas pegadas al cráneo, añadió
brutalmente Gotialh. Si us obslioais... yo
soy quien os ló digo, el inglés ganará su
apuesta esta noche...
-^Sal d«> aquí, animal... no me rompas
la cáhi'za con' tus predicciones dé desgra-
cia , esclamo Morok , y vé á preparar el
collar de la Mtierle.
— Vamos, cada cual tiene su gtisto
Vos queréis ínie la pantera guste vuestra
carne, dijo «?l gigante saliendo lentamente
después de esta broma.
— Pero, puesto que tienes estos temores,
lüj • Duerme- en-cueros, ¿porqué n'o dices
qije la p;uitt'ra e-<tá malaf
.Morok se encojió de liO'ubros y respon-
dió con una especie de exaltación feroz:
— ¿Uas oi<lo hablar del amargo placer
del jugador que pone su honor, su vidaá
una carta? Pues bi^jn; yo también. ...¿
en esos ejercicios diarios en que juego mi
vida, encuentro un amargo y bárbaro pla-
cer en arrostrar la muerte delante de una
mu!litu(! estremecida, asustada de mi as*
tucia.... En íin, hasta en el terror queme
inspira ese inglés, liallo algunas veces á
pesar mió no sé que cosa terriblemente
incitativa que aborrezco y que sufro.
El director que entró en el cuarto in-
terrumpiéndole, dijo.
— ¿Se pueden dar los tres golpes, Mr;
Morok? le dijo ; la sinfonía no pasiará de
diez minutos.
— Dadlos, contestó Morok.
— lil comisario de policía acalva deeia-
rninar de nuevo la doble cadena destinada
á la pantera y U argolla sujeta en el sue-
lo del teatro en eh fondo de la caverna del
primer término, añadió el director, y to-
do lo ha encontrado de una solidez que
inspira tranquilidad.
— *Si tranquilidad escepto para
mi.... dijo en vor baja el domador de fie-
ras.
— Así, Mr. Morok, ¿se pueden dar los
tres golpes?
— Se pueden dar, contestó Morokw
•îM»
ALE
Y el director salió.
VIII.
LA SUBIDA DEL TELÓN.
Oyéronse solemnemente detrás del te-
lón los tres golpes acostumbrados, la sin-
fonía empezó, y menester es confesarlo,
fué escuchada con poca atención.
El interior del teatro ofrecía una vista
„ii)|jy animada. A escepcion de dus palcos
de escenario, uno á la derecha y otro á la
izquierda del espectador, todas las locali-
tiades e>laban ocupadas.
Un gran núniero de señoras, elegantes^
atraídas como siempre por la selvática es-
trañeza del cspeclácjjlq,, llenaban los pal-
cos., En l?is lunetas ¿e veían la. mayor
parte de los jóvenes que por la mañana
habían recorrido los Campos Elíseos á ca-
ballo.
Algunas palabras dichas denna luneta
á otra darán una idea de su conversación.
— ¿Sabéis, amigo mió, que no habría
tanta gente ni de tan buen. tono para ver
la Alalia?
— Ciertamente. ¿Qué son los pobres
âhullidos de ün cómico comparados con
los rujidos de un león?
— Yo no comprendo como se permite
á ese Morok que ate la pantera en un
rincón del teatro con una cadena y una
argolla de hierro-... ¿Si se rompiese una
ü otra? ' < ,
— A propósito de cadenas rotas.... allí
está Mme. de Blimville que no es un ti-
gre.... ¿no la veis en ios palcos segundos
.;4Íe eiífrefíte.?
->n..i — Le siepta bien haber rolo, como de-
cís, la cadeaa coayugal; esta muy her-
mosa e*«te año.
— 1 Al»! alli está la bella duquesa de
Saint-Prix... Pero toda la gente elegante
está aquiesta ooche.i. no lo digo por bo
Sotros.
; . — Es una verdadera concurrencia del
teatro italiano.... ¡qué aspecto de alegría
y de fiesta !
üM. 35
— Después de todo hace uno bien en di-
vertirse.... ¡no durará tal vez mucho!
— ¿Por qtié?
— ¿Y sí el cólera viene á París?
— ¡Ah! ]bahí
— ¿Acaso creéis vos en el cólera?
— ¡ Vaya ! viene del norte paseando con
un bastun en la mano.
— ¡Ojalá se lo lleve e! diablo en el ca-
mino y no veamos aquí su cara verde!
— Dícese que está en Londres.
— ¡ Buen viaje !
— Yo prefiero hablar de otra cosa ; es
una debilidad si queréis; pero encuentro
triste esta conversación.
— Ya lo creo.
— ¡ Ah !... señores... iio me engaño....
no... ¡ es ella !...
— ¿Quien?
— ¡La señorita de Cardoville! entra en
ese palco con Morínval y su mujer. Es
una completa resurrección : esta mañana
en ios campos Elíseos, esta noche aquí.
— ¡Esciertoá fé mía! Es efectivamente
la señorita de Cardoville.
— ¡ Que hermosa es 1
— Dadme los gemelos.
— ¿Eh... que decís?
— ¡ Encantadora... soberbia í
— Y con esa bellleza , un ingenio como
un diablillo, 18 años, 300 mil libras de
renta , un gran nombre y..... libre como
el aire.
— Sí , decir en fin que con tal que íe
agradase podría yo ser mañana.... y aun
hoy mismo , el hombre mas feliz.
— ¡ Es cosa de volverse loco ó rabioso !
— Asegúrase que su palacio de la calle
de Anjou tiene algo de mágico, hablase de
una sala de baño y de una alcoba digna de
las Mil y una noches.
— Y libre como el aire... Siempre vuel-
vo á lo mismo.' sneíe <- 'y •
— ¡ Ah! si estuviese en su lugar...
— Sería yo muy lijero de cascos.
10**
— ¡ Ali !... seilores... ¡que felii mortal
el que sea su primer imante I
— ¿Creéis pues que tonga muchos?
— Siendo libre como el airo...
— Ya están todo? los palcos llenos, á es-
cepcioD del que eslá enfrente del de Mlle.
de Cardoville: ¡ felices los que lo ocupen I
— ¿Habéis visto en los palcos bajos á la
embajadora de Inglaterra?
— Y la princesa de Alvimar.. | Que ra-
mo de flores tan enorme !
— Quisiera saber el nombre... de aquel
ramo.
— ¡ Vaya I ¿es Germiny?
— ¡ Cuan lisonjero es para los leones y
los tigres atraer una concurrencia tan lu-
cida !
— Observad, señores, como todos los
elegantes echan el lente á Mlle, de Cardo-
ville...
— Causa un acontecimiento....
— Tiene mucha razón; la hacían pasar
por loca.
— ¡ Ah ! señores... ¡qué buena... qué
escelente figura !
— ¿Dónde? ¿dónde?
— En aquel palco debajo del de Mlle.
de Cardoville.
— Parece un hombre de madera.
— ¡Qué ojos tan redondos y fijos liene!
— I Y aquella narizl
— ¡ Y aquella frente 1
— Es un hombre grotesco.
— ¡ Ah I señores, ] silencio t se levanta
el telón.
Kn efecto se alzó el telón.
Algunas palabras de esplicacion son ne-
cesarias para entender lo que sigue.
La platea de escenario à la izquierda
del espectador eslá dividida en dos pal-
cos; en uno de ellos se hallaban varias
personas designadas por los jóvenes de las
lunetas.
La otra mitad de la platea mas inme-
diata al teatro estaba ocupada por el in-
gles, ese ser escénfrico y siniestro qneitc*
su estraña apuesta causaba tanto terror á
Morok.
Seria menester estar dotado con el ra-
ro y fantástico genio de Huffman para
describir dignamente aquella lísonomia á
la vez grotesca y espantosa , que salia de
las tinieblas del fondo del patio.
Rste ingles tendría unos 50 años, y una
frente completamente calva y prolongada
en figura de cono^ debajo de aquella fren-
te, y coronados de unas cejas eo forma de
acentos circunflejos, brillaban dos gran-
des ojos verdes, singularmente redondos
y fijos, muy inmediatos á una nariz muy
encorvada y saliente; una barba , como
se dice vulgarnrtente , hablando en toz ba^
ja con la nariz, se perdía á medías en una
ancha corbata de batista blanca , no me-
nos bien almidonada que el cuello de la
camisa, con puntas redondas, que llega-
ban casi á la punta de la oreja. El color
de aquella cara en estremodetgada y hue-
sosa, era sin embargo muy encendido,
casi color de «púrpura lo que ponía masen
evidencia el brillante verde de sus pupi-
las y el blanco de sus ojos ; su boca a uy
grande, tan pronto sílvaba impercepti-
blemente una canción popular escocesa
(siempre la misma), como se levantaba
lijeramente en sus estremidades contraí-
das por una sonrisa sardónica.
El ingles estaba ]M)r lo demás vestido
con mucho gusto : su frac azul con boto-
nes dorados dejaba ver su chaleco de pi-
qué tan blanco como su corbata: dosmag-
níGcos rubíes formaban los botones de su
camisa , y apoyaba en el borde del palco
unas manos aristocráticas con guantes
perfectamente ajustados.
Cuando se sabia el estraño y cruel de-
seo que traía á este hombre á todas aque-
llas representaciones, su grotesca aparien-
cia, en lugar de escitar una risa burlona,
era casi terrible ; entonces se comprendía
la especie de espantosa pesadilla que cau-
saban á Morok aquellos dos grandes ojos
Tedondos y fijos, que parecían esperar con
paciencia la muerte del domador de fie-
ras (ly qué muerte tan horrible I ) con
una confianza inexorable.
Encima del tenebroso palco del ingles,
y ofreciendo un coirtraste gracioso, se en-
contra^ban en el palco mas cercano al esce-
nario Mr. y Mme.de Morinval con Mlle.
de Cardoville. Esta se habia colocado de
espaldas á las tablas. Llevaba rizos y tin
■vestido de crespón de China azul celeste,
adornado en el pecho con un alfiler ide
'Colgantes de perlas de Oriente, nada mas;
y Adriana estaba hermosísima asi. En la
mano tenia un gran ramo de las flores
inas Taras de la India ; la Slephmotis y la
Gardenia mezclaban su blancura su bri-
'Ho á la púrpura del hibiscus y las amary-
lis de Java.
Mme. de Morinval, colocada en el asien-
to principal del palco,estaba también ves-
tida con gusto y sencillez; Mr. de Morin-
val, joven, buen mozo y rubio, muy ele-
gante, estaba de pié detras de las dus se-
íioras; y Mr. de Monlbron debía volver
de un momento á otro.
Recordemos en fin al lector que á la
derecha del espectador , el palco bajo de
escenario que estaba frente aJ de Adria-
na, habia quedado hasta entonces vacio
El teatro representaba un gigantesco
bosque de la India; en el fondo, grandes
árboles ex'Hicos se dibujaban en figura de
paraguas ó de flecha sobre moles de pi-
cos de roca , dejando ver apenas algún
cielo rojizo. Cada bastidor formaba un
bosquecillo de árboles mezclados con ro-
cas; en fin á la izquierda del espectador
y absolutamente bajo el palco de Adria-
na, se veia la abertura irregular de una
caverna negra y profunda que parecía
medio sepultada bajo uo montón de pe-
dazos de granito arrojados alli por algu-
na erupción volcánica.
Este paisaje de una aspereza y de una
grandeza selvptiea, estaba maravillosa-
mente compuesto, y la ilusión era tan
completa como era posible; la tabla que
cubre los quinqués estaba bajada, y por
medio de un reflfjador color de púrpura,
daba á este siniestro paisaje un colorido
ardiente y velado que aumentaba aun su
aspecto lúgubre y agri'Ste.
Adriana, algo inclinada hacia fuera del
palco, con las mejillas lijeramente anima-
das, con los ojos brillantes, palpitándole el
corazón, trataba de encontrar en aquel
cuadro el bosque solitario descrito en la
narración de aquel viajero, al contar la
generosa intrepidez con que Djalma se ha-
bia arrojado sobre un tigre furioso para
salvar la vida de un pobre esclavo negro
refugiado en una caverna.
Y en efecto, el azar servia maravillosa-
mente á la memoria de la joven. Absorta
en la contemplación de este paisaje, y con
las ideas que despertaba en su corazón, no
pensaba absolutamente en lo que sucedía
en el teatro.
Sin embargo, ocurría algo sumamente
curioso en el palco de escenario, que ha-
bia quedado vacío frente al de Adriana.
La puerta se habia abierto.
ün hombre de unos 40 años, de color
negruzco, habia entrado en él vestido á la
india con una larga túnica color de naran-
ja sujeta con un cinlurun verde, y llevando
en la cabeza un pequeño turbante blanco;
después de haber dispuesto dos sillas en la
delantera del palco y mirado un mo-
mento á uno y otro lado del teatro, se
estremeció y sus negros ojos brillaron vi-
vamente.
Este hombre era Faringhea.
Esta aparición causaba ya en el ti .itro
una sorpresa mezclada de curiosidad ; la
mayoría de los espectadores no tenia, como
Adriana, mil motivos para estar absorta
con la sola contemplación de una decora-
ción pintoresca.
38 ALBUM
La atención pública aumentó con ver
entrar en el palco del que acababa desalir
Fariiiuliea un joven tU- una rara belleza ,
también vestido á la india, con una túni-
ca de cachemira blaiu-a con man^a> flotan-
tes, y cubierta la cabeza con un turbante
escarlata y rayas de oro, como su cintu
ron, en el que brillaba un puñal cubierto
de piedras preciosas...
Este joven era Djalma.
Por un momento se dt'invo á la puerta
echando desde el fondo del palco una mi-
rada casi indiferente, á aquel teatro tan
lleno de una multitud inmensa poco
después danJo altiutios pasos con una es-
pecie de magestad traiiijiiila y graciosa, el
principe se sentó con negligencia en una
de las >illas; en seguida volviendo la cabe-
za háciá la piierla al cabo de algunos mi-
nutos, pareció admirado de no ver á una
persona á quien sin duda esperaba.
Ksla apareció al fin, habÍL-ndo acabado
de quitarle la capa la mujer que ^bria los
palcos...
Vn esta persona una encantadora jóven
rubia, vestida con mas brillantez quegus-
lo, con un traje de seda blanca con an-
chas listascolor de cereza, indecenti mente
escotado y con mangas cortas; dos gran-
des \i>% >< de cinta de color de cereza co-
locados en ambos lados de sus cabellos ru-
bios, rodeaban la carita mas linda, mas
traviesa y mas vivaradia de! rniiiido.
Ya habrán reconocido los lectores á Ro-
sa Ptmipon, con guantes blancos, largor,
ridifulainente cubiertos de brazaletes; los
que á lo menos no ocuüab^tn í-ino á me-
dias >us lindos brazos; la joven tenia co
la m.'uiü un enorme ramo de rosas.
Lejos de imitar lus tranijuilos modales
de Djalma, Ho-^a Pompon entró saltando
en el palco, movió con ruido lasdossillas,
se volvió un poco en el asiento antes de
sentarse a fin dem"slrar su hermoso ves-
tido; luego sin iolímidarse lo mas mínimo
por aquella brillante asamblea, ^lizp con
un gesto de agasajo respirar el perfume
do su ramo de llores al príncipe Djalma,
y pareció equilibrarse definitivamente en
la Mlla que ocupaba.
Faringhea entró, cerró la puerfa del
palco , y se sentó detras del príncipe.
Adriana siempre profundamente absor-
ta en la contemplación del bosi|ue indio,
y en sus dulces recuerdos, no había pues-
to la menor atención en los recien llega-
dos....
f.oiiio loiiia vuelta completamente la
cabeza hacia el foro, y Djalma no podía
percibirla en a(,uel momento sino de per-
fil, tampoco iiabia reconocido á la señorita
de Cardoville.
JX.
LA Ml.ERTli.
La especie de libreto en que se hallaba
intercalado el combale de Morok y de la
pantera negra, era tan insignificante que
la mayoría del público no prestaba la me-
nor atención, reservando todo su interés
para la escena en que debía aparecer el
domador de fieras.
Esta indiferencia del público esplica la
curiosidad producida en el teatro por la
llejzada de Faringhea y de Djalma, curio-
sidad que se manifestaba (como posterior-
mente en nuestros días al presentarse los
arabes en algún lugar público) por un li-
jero rumor y un movimiento general de
Id multitud.
El semblante travieso y gracioso de Ro-
sa Pompon, siempre encantadora á pesar
de su reimnhranle traje, y de sus preten-
siones ridiculas para un teatro seittejante,
sus modales lijeros y mas que familiares y
respecto al hermoso indio que la aeom-
>paùaba , aumentaban aun la sorpresa:
|)ori|ne en aquel mismo momento Rosa
l'uni pon ceiliendo, como ya hemos dicho,
a un movimiento de graciosa coquetepfa ,
había acercado un gran ramo de rosas á
AtBÍJBi.
3D
la cara de Djalma para dárselo á oler.
Pero el príncipe aJ ver aquel paisaje que
le recordaba su pais, en lugar de apare-
cer sensible á esta provocación, perma-
neció algunos minutos pensativo con los
ojos fijos en el escenario; entonces Rosa
Pompon empezó á llevar el compas con
su ramo en la delantera del palco, mien-
tras que el movimiento decadencia desús
lindos hombros anunciaba que aquella
bailarina endiablada empezaba á poseerse
de ideas coreográficas mas ó menos bor-
rascosas, al oír un paso redoblado muy
animado que estaba tocando la orquesta.
Colocada precisamenteenfrente del pal
co en que se hablan sentado Faringhea,
Djalma y Rosa Pompon, Mme. de Mo
rinval se apercibió muy pronto de la lle-
gada de estos nuevos personajes , y sobre
todo de las coquetas escentri 'idades de
Rosa Pompon; asi la joven marquesa, in-
clinándose hacia la seiloritade Cardoville,
siempre absorta en sus inefables recuer-
dos , le dijo :
— Querida , lo que hay mas divertido
aquinoestáen el escenario.... Mirad fren-
te á nosotras.
— ¿linfrente de nosotras? repitió ma-
quinalmente Adriana.
y después de haberse vuelto hacia ma-
dame de Morinval con aire sorprendido,
dirigió la vista hacia donde le indicaban.
Miró hacia allá...
¿Qué vio?... A Djalma sentado al lado
de una joven que le hacia oler con fami-
liaridad el perfume de su ramo de Qores.
Aturdida, herida casi físicamente en el
corazón con un golpe eléctrico , profundo
y agudo, Adriana se puso pálida como la
muerte.... por instinto cerró los ojos du-
rante un Segundo, á fin de no ver...... así
como se trata de desviar el puñal que, ha-
biéndoos ya herido, os amenaza aun...
Después, repentinamente, á estasensa-
:feion de dolor por decirlo así material, su-
cedió
un pensamiento terrible para su
amor y para su justo orgullo. — Djalma
está aquí con esa uiuger.... y ha recibido
mi carta, so decia á sí misma, mi carta...
en la que ha podido leer la felicidad que
esperaba.
A la idea de este ultraje, el sonrojo de
la vergüenza, de la indignación, reeiDpla-
zó la palidez de Adriana, que ani(|uilada
ante la realidad , se decia también á si
misma :
Rodin no me había engañado.
Menester es renunciará describirla ra-
pideií de estas emociones que os atormen-
tan , que os matan en un minuto así
Adriana habia sido precipitada de la dicha
mas radiante al fondo de un abismo de do-
lores atroces, en menos de un segundo...
porque apenas tardó un segundo en con-
testar á Mme. de Morinval.
—¿Qué hay de curioso en frente de no-
sotros, querida Julia?
Esta respuesta evasiva permitía á Adria-
na recobrar su sangre fria. Afortunada-
mente gracias á sus largos rizos que de per-
fil ocultaban casi enteramente sus meji-
llas, su palidez y su sonrojo súbitos no
fueron percibidos de Mme. de Morinval ^
que añadió alegremente.
— ¿Cómo? No veis á esos indios qué
acaban de entrar en aquel palco de pros-
cenio.... mirad... ailá.... precisamente en
frente del nuestro.
— ¡ Ah í si... muy bien... les veo, con-
testó Adriana con voz firme.
— ¿Y no los encontráis muy estraordi-
ñarios? Añadió la marquesa.
■ —Vamos, señoras, dijo Mr. do Morin-
val riendo, iina poca indulgencia para unos
pobres estranjeros; ignoran nuestros usos;
á no ser por eso ¿se presentarían en tan
mala compañía delante de todo París?
—En efecto, contestó Adriana, con una
amarga sonrisa ¡ su sencillez es tan tier-
na!... que es uienester compadecerles...^
ir*
40
albüv,
— Pero desgraciaditmente eslá esa mu- 1 pertinente es esa muchacha ! ¡ pueS t\o e$>
chacha encantadora, con su vestitlo deseo I tá echándonos el lente I...
tado y sus brazos desnudos, dijo la mar-
quesa; eso debe tener diez y seis á diez y
siete años á lo mas. Miradla, querida Adria-
na, ¡qué lástima !...
— Estais hoy muy caritativos vos y vues-
tro marido, querida Julia, contestó Adria-
na; es menester compadecer á esos in-
dios... compadecer á esa criatura... vea-
mos á quien compadeceremos ahora....
— No compadeceremos á ese hermoso
indio con el turbante rojo y oro, dijo el
marqués riendo, por^|ue si eso dura.... la
muchacha de los lazos color de cereza va á
darle un beso... ¡ por mi vida ! mirad co-
mo se inclina hacia su sultan...
— Están muy divertidos, dijo la mar-
quesa, participando de la hilaridad de su
marido, y echando el lente á Rosa Pom-
pon; despues anadió al cabo d - un minu-
to dirigiéndose á Adriana :
— Estoy stgura de una cosa... de que
á pesar de su apariencia frivola , esa mu-
chacha está loca por ese indio... acabo de
sorprender una mirada que dice mu-
chas cosas...
— ¿Para qué sirve tanta penetración,
mi buena Julia? dijo Adriana con dulzu-
ra, ¿qué interés tenemos en leer... en el
corazón de esa joven?
— Si ama á su sultan tiene razón,
contestó el marqués echando el lente á su
vez, porque en mi vida he visto á nadie
mas admirablemente hertnosoque ese in-
dio; no le veo mas que de perfil; pero ese
perfil es tan puro y tan fino como el de un
camafeo antiguo.... ¿No lo encontráis asi
señorita? añadió el marqués inclinándose
hacia Adriana. Entendamos que es una
mera pregunta artística... que me permi-
to dirigiros...
—¿Cómo objeto de arte? contestó Adria
na ; en efecto, es muy hermoso.
— ; Hola ! dijo la marquesa , ¡ qué im-
— ¡ Rienj! añadió el marqués; miradla
como pone sin cumplimiento la mano en
el hombro de su indio para hacerte sin du'
da participar de la admiración que le ins-
pirais, señoras...
En efecto, Djalma, distraído hasta en-
tonces con la vista de la decoración que le
recordaba su pais, habia permanecido in-
sensible á los agasajos de Rosa Pompon ,
y no habia visto aun á Adriana.
— ¡Ahí i bien ! decía Rosa Pompon
moviéndose en el palco y continuando
echando el lente á Mlle, de Cardoville,
porque era esta y no la marquesa la que
llamaba entonces su atención, esto sí que
es raro... una joven bellísima con cabellos
rojos pero de un rojo muy bonito; es
menester decirlo mirad, ¡príncipe en-
cantador !
Y como hemos dicho, dio un ligero gol-
pe en el hombro de Djalma que se estre-
meció al oir estas palabras; volvió la ca-
beza, y por primera vei vio á Mlle, de
Cardoville.
Aun(|ue lo habían casi preparado á es-
te encuentro, el príncipe esperimentó una
sensación tan violenta, que estraviadoiba
involuntariamente á levantarse; pero sin-
tió sobre su hombro la mano de hierro de
Faringliea que, colocado detras de él, es-
clamó rápidamente eo voz baja y en len-
gua india:
— ¡Valor I.... y mañana esa mujer es-
tará á vuestros pies....
Y como Djalma hacía un nuevo esfuer-
zo, el mestizo añadió para contenerle:
— Ahora poco palideció, enrojeció de
celos no seáis débil ó todo está per-
dido.
— ¡ Hola ! ya estais otra vez hablando
vuestra horrible gerigonza, dijo Rosa Pom-
pon á Faringhea volviéndose. En primer
lugar es descortesía, y ademas esa lengua
&Î.8UM.
41
ISS lan rara , que se diria que al hablarla
«slais rompiendo nueces.
— Hablaba de vos al principe, dijo el
mestizo. Trátase de una sorpresa que os
prepara.
— ¡ Una sorpresa 1... es diferente. En-
tonces despacliaos; ¿lo ois, príncipe en-
cantador?... añadió mirando con ternura
i Djalma.
— Se me parte el corazón, dijo Djalma
con voz ahogada á Faringhea, siempre en
jndio.
— Y maiíana latirá de alegría y de
amor, contestó el mestizo. Solo á fuerza
de desprecio se reduce uoa mujer altiva.
Maiíana, os digo, trémula y confusa es-
tará suplicando á vuestros pies.
— j Mañana me aborrecerá á
muerte,' contestó el príncipe coo abati-
miento.
— Si si ahora os vé débil' y cobar-
de.... En este momento no hay que vol-
verse atrás.... miradla á !a cara y des-
pués tomad el* I amo de esta muchacha y
llevadlo á los labios Inmediatamente
rereis á esa mujer tan orgullosa, ponerse
pálida y roja como ahora poco; ¿enton-
ces me creeréis?
Djalma, reducido por la desesperación
á tentarlo todo, y sufriendo á pesar suyo
la fascinación de los consejos diabólicos de
Faringhea, miró á la cara á Mlle, de Car-
doville durante un segundo: tomó con
mano trémula el ramo de flores de Rosa
Pompón, y dirigiendo de nuevo los ojos á
Adriana, lo tocó cun sus labios.
A este ultraje, Mlle, de Cardoville no
pudo reprimir un estremecimiento tan
brusco y tan doloroso, que el príncipe lo
noló.
— Ella es vuestra.... le dijo el mestizo;
mirad, señor, como se ha estremecido....
de celos... ella es vuestra, j valor I y pron-
to os preferirá á ese hermoso joven que
está detrás de ella.... porque es él.... á
quien creia amar hasta ahora.
Y como si el mestizo hubiese adivinado
el odio y la rabia que esta revelación debía
pscitar en el corazón del príncipe, añadió
con rapidez:
— Calma.,., desden... ¿no es ese hom-
bre quien debe aliora aborreceros?
El príitcipe se contuvo y pasó la mano
por su frente, que estaba ardiente de có-
lera.
— ¿Que le estais contando que le inco-
moda tanto? dijo Rosa Pompon á Farin-
ghea como enojada: eneguida dirijiéndo-
se á Djalma añadió: veamos, príncipe en-
cantador, como dicen en los cuentos de
majía, volvedme mi ramo.
Y lo tomó.
— Lo habéis llevado á los labios y casi
tengo deseos de comérmelo,.,
Y añadió en voz baja suspirando y echan-
do una mirada apasionada á Djalma:
— Ese monstruo de Nini-Moulinno me
ha engañado.... todo esto es muy casto;
no tengo que echarme encara ni tampoco
esto....
Y con sus blancos dientes mordió !a
punta de la uña rosada de su mano dere-
cha, de la que habia quitado el guante.
¿Es necesario decir que la carta de
Adriana no habia sido entregada al prín-
cipe, y que no habia ido tampoco á pasar
el dia en el campo con el mariscal Simon?
en los tres dias que Mr. de Monlbron no
habia visto á Djahua, Faringhea le habia
persuadido que manifeslai\ilo estar ena-
morado de otra, vencerla á Mlle, de Car-
doville. En cuanto á la presencia de DjaU
ma en el teatro, Rodin habia sabido por
Florina que su señora iba aquella noche
al de San Martin.
Antes que Djalma lo hubiese conocido,
Adriana sintiéndose desfallecer habia es-
tado á punto de salir del teatro; el hom-
bre que hasta entonces habia llevado tan
alto en su corazón ; el que ella habia ad-
mirado como á un héroe y á un Dios; el
43 ALBUM;
que ella había creído sumido on una de-
sesperación tan horrible, que arrastrada
por la compasión mas tierna, le había es-
crito con lealtad , á (in de que una dulce
esperanza calmase sus dolores... eslc hom-
bre en fin correspondía á una generosa
prueba de franqueza y de amor, ponién-
dose ridiculaníenle en evidocicia con «ina
criatura indiana de él. ; l'ara la altivez
de Adriana cuantas heridas incurables!
Poco leiinpiTlabaqueDjalnia creyeseóno
hacerla testigo di aquella indigna afrenta.
Pero cuando vio que el príncipe la ha-
bía reconocido, pero cuando llevó el ul
traje hasta mirarla á la cara, hasla desa-
liarla , llevándose i los iáhios el ramo de
flores de la criatura que le acompañaba ,
Adriana, llena de una noble indignación,
se sintió con el valor de quedarse* lejos
de cerrar los ojos á la evidencia, esperí-
mentó una especie de placer bárbaro en
asistir á la agonía, á ta muerte desujus-
to y divino amor.
Con la cabeza erguida, con los ojos al-
tivos y brillantes, con las mejillas encen-
didas y los labios desdeñosos, miró á su
\ez al príncipe con una firmeza despre-
ciativa; una sonrisa sardónica erró en sus
labios, y dijo á la marquesa que estaba
ocupada , así como un gran número de
los espectadores, con lo que pasaba en el
palco de proscenio.
— Esta repugnante exhibición de cos-
tumbres barbaras está á lo menos perfec-
tamente de acuerdo con el resto del pro-
grama.
— Cierlamenle, contestó la marquesa,
y mi querido tío líabrá perdido lo que se
rá tal vez mas divertido.
— ,\Ir. de Monlbron? dijo vivamente
Adriana, con una amargura apenas re-
primida, sí... sentira no haberlo visto lo-
do deseo con ansia que venga.... ¿no
es á él á quien debo esta agradable no-
che?
Tal vez hubiera notado Mme. de Mo*
rínval la espresion de ironía que Adriana
no pudo coippletaniente disimular, si de
repente un rujido ronco, prolongado, so-
noro , no hubiese llamado su atención y
la de todos los espectadores , que según
hemos dicho habían estado hasta entonces
muy indiferentes á las escenas de>linada5
á ()rudiicir la aparición de Morok en las
tablas.
Todos los OJOS se volvieron instíntiva-
muiite hacia la caverna situada á la izquier-
da del foro, debajo del palco de Mlle, dé
Cardovilfe; un estremecimiento de ardien-
te curiosidad circuló por todo el teatro.
Oiro rugido mas sonoro aun y quepa-
recia mas irritado que el primero, salió
esta vez del subterráneo, cuya abertura
se ocultaba casi entre arbustos arlifícia-
les fáciles de apartar. Al oír este rugido^
el inglés se puso de pié en su pequeño
palco , sacó casi medio cuerpo y se frotó
las manos; en seguida, sus grandes ojos
verdes, fijos y redondos, no se separaron
ni un momento de la entrada de la ca~
Ver na.
A estos feroces rugidos se había estre-
mecido también Djalma, á pesar de todas
las escítaciones de amor, odio y celos dó
que estaba poseído. La vista de aquel bos-
que, los rugidos de la pantera, le causa-
ron una eniocion profunda, despertando
de nuevo en su pecho el recuerdo de su
país y de aquellas cacerías homicidas, que
asi como la guerra (raen consigo una em-
briaguez terrible. Aunque hubiera oído
los instrumentos guerreros del ejército dé
su padre tocar ataque, no se hubiese po-
seído de ur. ardor mas salvaje. Poco des-
pués , rugidos sordos, seniejantes á un
trueno lejano, casi ahogaron los ahullidos
estridentes de la pantera ; el león y el ti-
gre , Judas y (Aun, le contestaban desde
el fondo del teatro, donde e^lal)an sus
jaulas... A este espantoso concierto, cuya
ALbUltl
música habia oido tantas veces en medio
de los desiertos de la India , cuando es-
taba acampado en ellos, para la guerra ó
para la caza .Ma sangre de Djalma hirvió
en sus venas; sus ojos brillaban con un
ardor feroz; con la cabeza algo inclinada
hacia afuera, las manos contraidas en la
delantera del palco, todo su cuerpo se es-
tremecía con un temblor convulsivo. Los
espectadores, el teatro y Adriana no exis-
tían ya para él; estaba en un bosque de
su pais y sentía al tigre...».
Se mezclaba entonces á su hermosura
una espresion tan intrépida, tan feroz,
qupRosa Pompon-jecontemplaba con una
especie de terror y de admiración apasio
nada. Por la primera vez en su vida tal
vez, sus lindos ojos azules, generalmente
tan alegres, tan malignos, manifestaban
una emoción seria; ella no podia espli-
carse lo que sentía. Su corazón se opri-
mía y palpitaba con violencia como si pre-
sintiese alguna desgracia
Cediendo á un movimiento de temor
involuntario, cojió el brazo de Djalma y
le dijo:
— No miréis asía esa caverna; me asus
tais.....
El príncipe no la oy6.
— ¡Ah! I helo ahíl ¡helo ahí! Dijo la
multitud casi á una vez.
Morok apareció en el fondo del teatro.
Morok, vestido como hemos dicho, lle-
vaba ademas un arco y un largo carcax
Heno de flechas, y bajaba con rapidez la
cuesta de rocas figurada que llegaba en
descenso hasta en medio del tablado; de
vez en cuando se detenia fingiendo pres-
tar el oído y adelantarse con circunspec-
ción.
Y al dirigir sus miradas de un lado á
otro, involuntariamente sin duda, encon-
tró los grandes ojos del inglés, cuyo palco
estaba precisamente al lado de la caverna.
^Inmediatamente las facciones del do-
43
mador de fieras se contrajeron de una ma-
nera tan espantosa, que Mme. do Mo-
rinval, que lo examinaba con atención
con un catalejo escelente, dijo vivamente
á Adriana :
— Querida, ese hombre tiene miedo...
le sucederá alguna desgracia
— ¿Acaso suceden desgracias, contestó
Adriana con una sonrisa sardónica, des-
graciasen medio de una multitud tan bri-
llante, tan adornada, tan animada
desgracias a(|uí esta nocfie? Va-
mos, nu querida Julia no penséis en
ello en la oscuridad , en la soledad es
donde suceden las desgracias... jamas en
medio de una multitud alegre, á la cla-
ridad de las luces
— ¡ Cielos 1 Adriana... ¡tened cuidadol
esclamó la marquesa no podiendo repri-
mir un grito de terror, y eojiendo el bra-
zo de la joven, como para atraerla hacía
si , ¿la veis?
Y la marquesa con la mano trémula
designaba la abertura de la caverna.
Adriana sacó vivamente la cat)eza.
— ¡Tened cuidado!... no avancéis tan-
to, le dijo Mme. de Mprinval.
-—Estais loca con vuestros terrores,
amiga mía, dijo el marqués á su muger.
La pantera está perfectamente encadena-
da, y aunque rompiese !a cadena lo que
es imposible, estaríamos aquí fuera de su
alcance.
Un gran rumor de curiosidad palpitante
salió de los espectadores, y todas las mi-
radas se fijaron invenciblemente en la en-
trada de la caverna.
Entre los arbustos artificiales que apar-
tó con sus anchos pechos, la pantera ne-
gra apareció de repenlo; por dos veces
alargó su cabeza aplastada, iluminada con
sus ojos amarillos y relucientes.... Des-
pués abriendo á medias su boca roja... .
lanzó un nuevo rugido mostrando dos ü'
liS de colmillos formidables.
12**
u
ALBCl
Uoa duble cadena de hierro y un collar
del mismo metal pintado de negro con-
fundiéndose con su piel color de ébano, y
con la sombra de la caverna , hacían la
ilusión completa.
— Señoras, dijo de repente el marqués
mirando á los indios, están magníficos con
la emoción que experimentan.
En efecto, á la viAta de la pantera, el
ardor feroz de Djalina había llegado á su
colmo, sus ojos centelleaban en su órbita
anacarada, como dos diamantes negros;
su labio superior se levantaba convulsiva-
mente con una espresion'de ferocidad ani-
mal, como si estuviese en un violento pa-
rasismo de cólera.
Faringhea, entonces echado de bruces
en la delantera del palco, era también
presa de una emoción profunda , causada
por una estrafia casualidad. Esta paniera
negra, de una especie tan rara, decía
«jntre sí mismo, que veo aqui en un tea-
tro, en Paris, debe ser la que el malayo
{el thug 6 estrangulador que había punza-
do los caracteres misteriosos en el brazo
deíHjalma en Java durante su sueño) ro'
bó siendo pequeña de su carnada, y ven-
dió á un capitán europeo El poder de
Bohwmie se reconoce en todas parles ,
añadió el thug en su sanguinaria supersti-
ción.
— ¿No encontráis á esos indios magní-
ficos? añadió el marqués dirigiéndose á
Adriana.
— Tal vez... hayan asistido á unacace-
rla semejante en su pais), contestó Adriana
como queriendo evocar y arrostrar toda la
crueldad de su recuerdos.
— Adriana dijo de repente la mar-
quesa con una voz alterada , ahora que
está el domador de' fieras bastante cerca
de nosotros ¿su cara no está espanto-
sa?... os digo que eso hombre tiene mie-
do
— Lo cierto es, añadió el marqués muy
seriamente esta vez, que su palidez eS
horrible y que parece aumentar por mi-
nutos.... á medida que se acerca á este
lado.... dícese que si perdiera su sangre
fria por un momento , correría el mayor
peligro.
— ¡Ahí... seria horrible, esclamó la
marquesa dirigiéndose á Adriana, si á
nuestra vista... fuese herido...
— ¿Se muere acaso de una herida?....
contestó Adriana con tal tono de frialdad
é indiferencia, que la marquesa miró á
Mlle, de Cardoville con sorpresa y le
dijo :
— ¡ .\h querida, lo que decís es muy
cruel I
— ¿Qué queréis? La admósfera queme
rodea obra en mi organización, respondió
la joven con una sonrisa glacial.
— ;Mirad, mirad... el domadorde fieras
va á tirar una flecha á la pantera, esclamó
el marqués , y sin duda después fingirá ei
combate cuerpo á cuerpo.
Morok estaba en este monienfo delante
del teatro, pero necesitaba atravesar su
anchura para llegar á la entrada de la ca-
verna. Detúvose un momento, puso una
Qccha cu el arco, y colocándose de rodi-
llas detrás de un pedazo de roca , apuntó
largo tiempo... el dardo silvó y fué á per-
derse en la profundidad de la caverna,
donde se habia retirado la pantera des-
pués de haber mostrado un momento su
terrible cabeza.
Apenas hubo desaparecido la flecha,
cuando la Muerte irritada á propósito
por Goliath , entonces invisible, lanzó un
rugido de cólera como si hubiera sido he-
rida...
La pantomima de Morok era tan espre-
siva, manifestó con tanta naturalidad su
alegría por haber herido á la fiera , que
frenéticos aplausos estallaron en todo el
teatro. Tirando entonces el arco lejos de
sí , sacó un 'J)uñal del cinturon , lo tomó
ALBOS.
43
«Pfilre los dientes, y empezó á arrasírarse
á cuatro píes como si hubiera querido sor-
prender en su cueva á la pantera herida.
Para hacer la ilusión mas perfecta, la
Muerte, irritada de nuevo por Goliath que
la pegaba con una barra de hierro; la Muer-
te, repetimos, lanzó del fondo del subter-
ráneo rujidos horribles.
El sombrío aspecto del bosque apenas
iluminado con reflejos rojizos, causaba
un efecto tan imponente, los rujidos de la
pantera eran tan furiosos, los gestos, la
actitud y la fisonomía de Morok tan llenos
de terror... que los espectadores, atentos,
estremecidos, permanecían en un silencio
profundo, todas las respiraciones estaban
suspendidas; hubiérase dicho que un estre-
mecimiento general los hacia temblar, co
tno si «sperasen un acontecimiento horri-
ble.
Lo que hacia que la pantomima de Mo-
rok tuviere todo el carácter de una ver-
dad terrible, era que al aproximarse asi
paso á paso á la caverna, se acercaba tam-
bién al palco del inglés... A pesar suyo el
domador de fieras, fascinado por el miedo,
no po lia apartar sus ojos de los de tste
hombre; hubiérase dicho que cada uno de
los movimientos que hacia al arrastrarse,
correspomJía á un sacudimiento magnéti-
co causado por la mirada fija del siniestro
personaje... asi mientras mas se aproxi-
maba Morok á éi mas descompuesta y lí-
vida se ponía su fisonomía.
Lo repetimos, al ver aquella pantomi-
ma, que no era ya un juego, sino la es-
presioD verdadera del terror, el silencio
profundo, palpitante, que reinaba en el
teatro , fué interrumpido por aclamaciones
y transportes, á los que se unieron los ru-
jidos de la pantera y los ahullidos lejanos
del león y del tigre.
El inglés, con el cuerpo casi fuera del
palco, con los labios contraidos por su ter-
rible sonrisa sardónica , con sus grandes
ojos siempre fijos, estaba fallo de respira-
ción, oprimido. El sudor corría por su
frente calva y encendida como si hubiese
verdaderamente gastado una increíble fuer-
za magnética en atraerá Morok que pron-
to se vio á la entrada de la caverna.
El momento era decisivo.
Encojido, con su puñal en la mano, si-
guiendo con sus gestos y su vista los me-
nores nioviniienlos de la Mtierle, que ru-
jiendo irritada y abriendo su enorme boca,
parecía querer defender la entrada de su
cueva, Morok... esperaba el momento de
arrojarse sobre ella.
Hay tal fascinación en el peligro, que
Adriana participó, á pesar suyo, del mo-
vimiento de viva curiosidad mezclada de
terror que hacia palpitar á todos los es-
pectadores; inclinada como la marquesa,
dirigiendo su vista á esta escena de un
terrible interés, la joven tenía ma(|uínal-
mente en la mano un ramo de flores in-
dias que había conservado.
De repente Morok lanzó un grito sal-
vaje, arrojándose sóbrela Af«er/e que con
testó con un terrible rujido, lanzándose
sobre su amo con tanta furia, que Adria-
na asustada, creyendo que este hombre
era perdido, se echó hacía atrás, ocul-
tando su cara entre las manos.
Su ramo de flores se escapó de ellas,
cayó en el escenario y rodó dentro de la
caverna, donde luchaban la pantera y
Morok.
Pronto como el rayo, ágil como un ti-
gre, cediendo á la violencia de su amor
y al ardor feroz escitado en él por los ru-
gidos de la pantera , Djalma se puso de
un salto en el teatro, sacó su puñal y se
precipitó en la caverna para coger el ramo
de Adriana. Kn este momento un grifo
penetrante de Morok herido pedía socorre
La pantera mas furiosa aun a la vista de
Djalma, hizo un esfuerzo desesperado para
romper la cadena : no pudicndo conse-
46
▲LBDM.
guirlo se levantó sobre sus pies traseros á
lin de arrojarse sobre Djalma entonces al
alcance de su» garras a^uüa:>. Bajar la ca-
beza , ectiarse de rodillas, y al mispio
tiçmpo clavarle dos veces su puñal en ^1
viontre con la rapidez del rayo, así fué
como Dejalmase libnide una mut-rte cier-
ta; la pantera ríigió cayendo con todo el
peso de su cuerpo sobre el príncipe... por
un segundo que duró su agonía solo se
vio una masa confusa y convulsa de miem-
bros negros y vestidos blancos ensañaren
tados; despues se levantó DJalina al fia
pálido, cubiiTto de sangre y herido.: en-
toncesdepij^, coo los ojos centellanda cofi .
ini orgullo salvaje, con el pié sobre el ca*
d<i.Vfr de la pantera..... teniendo en ja;,
mano el ramo de llores de Adriana, lanzó,
á esta una mirada que espresaba todo su
amor insensato.
l'rUonces únicamente sintió Adriana que
le falt^b^n las fuerzas , porque un yalQjT
sobrenatural le babia ayudad^ £Í asistir ^
las horribles peripecias de aquella lucha.
li'
Eli CO^X'lIilO.
■^aeo— ■" —
X.
EL YIAJEBO.
Es de noche.
La luna está c'ara , las estrellas brillan
en medio de un cielo melancólicamente
sereno: los agudos silvidos de un viento
Norte , brisa funesta , seca y glacial , se
cruzan serpentean y estallan en ráfagas
violentas; con su soplo áspero y estriden
le barren las alturas de Montmartre.
En la cumbre mas elevada de esta co-
lina un hombre está de pié.
Su sombra se proyecta en el terreno
pedragoso iluminado por la luna
Este viajero mira la ciudad inmensa
que se esliendo á sus pies
París cuya oscura sombra dibuja
sus torres, sus cúpulas, sus campanarios,
en la azulada limpidez del horizonte, mien-
tras que de en medio de este océano de
piedras se eleva un vapor luminoso que
enrojece el estrellado azul del zenit.
Es el resplandor lejano de mil fuegos
que de noche, á la hora de los placeres»
iluminan alegremente la ruidosa capital.
«No, decia el viajero, no sucederá
el Señor no querrá.
«Ks bastante con dos veces.
aHace cinco siglos que la mano venga-
dora del Omnipotente me impelió desde
el fondo del Asia hasta aqui Viajero
solitario, dejó detras.de mí mas luto, mas
desesperación, mas desastres, mas muer-
tes que hubieran dejado los ejércitos,
innumerables de cien conquistadores de-
vastadores Entró en esta ciudad.... y
también fué diezmada
♦»8UM.
«Hace dos siglos, esa mano inexorable
íque me conduce á través del mundo, me
trajo aqoí de nuevo, ,y esta vez cumo la
anterior, esa plaga. que desde tan lejos el
Omnipotente une á mis pasos hizo estra-
gos en esta ciudad y atacó desde luego á
mis hermanos ya exliaustos por el trabajo
y la miseria.
«Mis liCrinanos el artesano de Je»
Tesulen , el artesano maldito del Señor,
que en mi persona ha maldecido la raza
de los trabajadores, raza siempre entre-
gada al sufrimiento, siempre desheredada,
y que, como yo, anda sin tregua ni re-
poso, sin recompensa, ni esperanza hasta,
que mugeres, lionribres, rïinoï:, anciano^,,
mueren bajo un yugo de hierro yugo
homicida que otros toman á su vez y los
trabajadores llegan asi de siglo en siglo.
Bobre sus iiombros dóciles y magullados;
a Y h»^ aquí, que por la tercera Vez en
cinco siglos, llego á la cumbre de las co-
linas que dominan esta ciudad;
«Y tal VfcZ vuelvo á traer conmigo el
«espanto, la desolación y la muerte. (1)
«Y esta ciudad embriagada con el ruido
de su> placeres, de sus fiestas nocturnas,
no sabe , i oh I que estoy á sus puertas...
«l*ero no, no, mi presencia no será una
nueva calamidad.....
« El Señor, en sus miras impenetrables,
me ha conducido hasta aquí á través de
47
(1 ) En 1346 la famosa peste negra que
devastó el globo^ ofrecía los mismos sin to-
mas que el cólera, y ei mismo fenómeno
inesphcable déla marcha pp'gresi va ypor
jornadas, según un camino dado. En 1660,
otra epidemia análoga diezmó también el
mundo. - -
Es sabido que el cólera sé, declaró 9I
principio en París, interriimpiertdo, si
ptiede asi decirse, su marcha progresiva
con un salto enorme é ineaplicabíe;' re-
cuérdese también que el viento nordeste
sopló constantemente durante ios mayo-
res estragos del Cóiera.
la Francia, haciéndome evitar en, el ca-
mino hasta la aldea mí»s humilde;-a'>inin-
gün sonido fúnebre ha marcado mi paso.
«Y ademas el espectro me ha abando-
nado
«Ese espectro lívido.... y verde.... con
los ojos hundidos y sangrientos... ciir.ndo
lie pisado el suelo de la Francia su
mano húrneda y helado dejó la niia
desapareció.
«Y sin embargo.... sii-nto... que laad-
mósfera mortífera me rodea aua.
«No cesan los agudossi' vid jsdeeso vien-
to mortífero, que rodeándome en su tor-
bellino, parece propagar la plaga con su
soplo emponzoñado....
« Sin duda se aplaca La cólera del Se-
ñor....
«Tal Vez mi presencia aqui es una ame-
naza.... de que dará conocimiento á los
que debe iatimidár....
«Si, porque á no ser asi , querría al
contrario dar un golpe de un estruendo
mas espantoso.... lindando desde luego el
terror y la muerte en el corazón del pais,
en el seno de la ciudad inmi-nsa.
« ¡ Oh ! 1 po.... nol el Señor tendrá pie-
dad... no... no me condenará á este nuevo
suplicio
« ¡ Ay i en esta ciudad, mis hermanos. .¿
son mas numerosos y mas miserables que
en otras partes^
« Y soy yo quien les trae la muerte. .j.
«No, el Señor se compadecerá, por-
que ¡ ay ! los siete descendientes de mi
hermana estén al fin reunidosen está ciu-
dad....
íY soy yo quien les traefá la muer-
te?....
«¿La muerte... en lugar del poderoso
'apoyo que reclaman ?■
« Porque esa muger, que como yo, va-í
g? de un esítremo del ntundo'á otro, des-
pués, de haber ¡una vez destruido Ids tra-
mas de sus enemigos... esa muger ha con-
tinuado su marcha eterna^
13*»
48 ALBUB.
«En vano he presentido que grandes! «Serían su único objeto, sus i'inicofS
desgracias amenazan de nuevo á los que | medios.
amo por la sangre de mi hermana..
a La mano invisible que me condu-
ce.... impele delante de mi á la mugir
errante....
«Como siempre arrastrada por ol irre
sistible torbellino, en vano esclauío, su-
plicando, en el momento de abandonar á
los mies :
— j A lo menos, Señor... que acabe mi
obra!
—«¡Marcha !!I
. — «¡Algunos dias, por piedad, nada
mas que algunos dias !
— «¡ .Marcha !!!
— « i (Jue dejo á los que protejo en el
borde del abismo !
— «¡ Marcha... Marcha !
x( Y el astro errante se lanzó de nuevo
i su rula eterna.
« Y su vuz atravesó ol espacio llamán-
dome en socorro de los mios....
« Cuando su voz llegó hasta mi, lo sen-
tía los descendientes de mi hermana
estaban aun espuestos á terribles peli-
grros Fstos peligros se aumentan
aun
— «¡Oh! decidme, decidme, Sefior,
¿los descendientes de mi hermana se li-
brarán de la fatalidad que hace tantos si-
glos pesa sobre mi raza?
«i Me perdonareis en ellos? ¿me casti
gareis en ellos?
M I Oh I haced que cumplap la última
voluntad de su abuelo.
•«Haced que puedan unirse sus carita-
tlvos corazones, sus valientes fuerzas, sus
nobles inteligencias, sus grandes rique-
zas.
« Asi trabajarán en provecho de la di-
cha futura de la humanidad..,. ¡ Asi res-
catarán tal vez mi castigo eterno I
« Estas palabras del hijo de Dios :
«Amaos uüos a otros.
« Con ayuda de estas palabras otnni*
potentes , combatirían , vencerían á esos
falsos sacerdotes que han desmentido los
preceptos de amor, de paz y de esperan-
za del Hombre-Dios, con otros llenos dé
odio , de violencia y de desesperación.
o Kstos falsos sacerdotes..... que sub-
vencionados por k)8 poderosos y los dicho-
sos de este mundo..... sus cómplices en
todo tiempo..... en lugar de pvdir aquí
abajo un poco de felicidad para mis her-
manos que padecen , que gimen hace si-
glos, se atreven á decir en vuestro nom-
bre. Señor, que el pobre está condenado
para siempre á los tormentos en este mun-
do.... y que el deseo ó la esperanza de
sufrir menos en la tiera es un crimen á
vuestros ojos... porque ¡a dicha de tos me-
nos.. . y la desgracia de casi toda la ftu-
manidad.... tal es vuestra voluntad , ¡oh
blasfemia ! ¿no es lo contrario á esas pa-
labras homicidas lo que es digno de lavo-
luntad divina?
« Por piedad , escuchadme, Señor
Librad de sus enemigos á los descendien-
tes úé mi hermana, desdeel artesano has-
ta el príncipe.... No dejéis de destiuir e!
gormen de ima poderosa y fecunda aso-
ciación, que gracias á vos, constará tal vez
eo los fastos de la felicidad de la humani-
dad.
«Dejadme, Señor rcunirlos puesto que
los dividen ; defenderlos , puesto que los
atacan.... dejadme dar esperanzas á lus
que ya no esperan , valor á los abatidos ,
levantar á los que están amenazados de
caer, sosteocr á ios que perseveran en el
bien....
«Y tal vez sus luchas, su sacrificio, su
virtud, sus dolores, espiarán la falta que
cometí.... yo, á quien la desgracia ¡oh!
la desgracia sola había hecho injusto y
malvado.
tíSeñor, puosto que vuestra mano om-
nipotente me conduce aqui con un fin
que ignoro..... desarmad al fin vuestra
cólera.... que no sea mas instrumento de
vuestras venganzas
«¡Baste de luto en la tierra I Hace dos
aíios que vuestras criaturas caen por mi-
llares á mis pies
«El mundo está diezmado, un velo de
luto se estiende por todo el globo.
«Desdo el Asia hasta los hielos del po-
lo he andado,.... y han muerto
«^No oís, Señor, ese gemido prolon-
gado que desde la tierra stibe hasta vos?...
«Misericordia para todos y para mí
«Que un dia , que un solo dia... pueda
.reunir á los descendientes de mi herma-
na..... y est^n salvados,,..,»
a1 decir «stas palabras, el viajero cae
^e rodillas.,, levantando al cielo sus manos.
De repente el viento rugió con mayor
violencia; sus agudos silvidos se cambia-
ron en una tormenta
El viajero se estremeció.
Con voz espantada esclamó :
Señor, el viento de muerte ruge con
rabia n\f parece que su torbolliiio me
levanta..,.. ¿Señor, no escucháis mi sú-
plica?
El espectro..... ¡oh! el espectro... alií
está otra vez su semblante ver-
doso está agitado con movimientos con-
vulsivos sus rtj'ís oj )S dan vueltas en
su órbita... ¡vete!... ¡ v^te !... Su mano
helada ha cojido la mía ¡Señor, pie-
dad!...
— ] Marcha !
— lOli 1 ¡ Señor... esa plaga, esa plaga
terrible! j llevarla otra vez á esta ciu-
dad!... mis hermanos van á perecer de
los primeros! ¡ellos!... tan miserables...
i gracia!...
— iM archa!
— Y los descendientes de mi hermana...
¡ gracia ! ¡ gracia !
— ¡Marcha!
— ¡Oh!... ¡Señor, compasión!., ya
no puedo detenerme en el su»'!o el es
pectro me arrastra hacia el declive de la
colina mi paso es tan rápido como el
viento de muerte que sopla detrás de mf...
Ya veo I'is muros de la ciudad..... ¡Oh !
¡piedad. Señor, piedad para los descen-
dientes de mi liermanal... Libradlos
haced que no sea yo su verdugo, que triun-
fen de sus enemigos,
— ¡Marcha...., marcha!
— El suelo huye siempre de mis pies...
Ya estoy á las puertas <le la ciudad... ¡oh!
ya..... Señor aun es tiempo.... ¡0\\l
gracia para esta ciudad dormida, j (Jué
no se despierte con gritos de espanto , de
desesperación y de muerte! Señor, toco
el umbral de la puerta ¿lo queréis
asi? pues es cosa hecha ¡ Paris
la plaga está en tu seno!... ¡Ah, mal-
dito, siempre n»aldito!
— ¡Marcha... marcha... march^!..,
XI.
LA COLACIÓN.
El dia siguiente á a(iu>;l en que el si-
niestro viajero, bajando de las alturas de
Montmartre, entró en Paris, reinaba la
mayor actividad en el palacio de Sainl-
Dizier.
Aunque apenas eran las doce, la prin-
cesa sin estar adornada , tenia demasiado
buen gusto para ello; estaba sin embargo
puesta con mas elegancia que de costua»-
bre. sus cabellos rubios, en lugar de es-
tar simplemente alisados en cocas, for-
maban dos bucles atufados que sentaban
muy bien á sus mejillas IKnas y floridas.
Su cofia estaba adornada de cintas color
de rosa; en fin, al ver que la princesa de
Saint Dizier tenia un talle casi esbrlto,
con su vestido de moaré color de lila , se
adivinaba que Mme. Grivois habia debid »
requerir la asistencia y los esfuerzos de
otra doncella de la princesa , para em-
50
ILKtJI,
prender con buen áxito «quella disminu- Scvres> «I uno con crema decafé/jr dotrô
don de la gniew cintura de su ama. con chocolate con vainilla ambarada, esla-
Pronto diremos la causa ediiicante de
aquella lijera reminiscencia de co.|Uc*ter(a
mundana.
La princesa, seguida de Mme Grivois,
su ama de gobierno, daba las ú timas ór-
deiies relativas á ciertos preparativos tjue
estaban haciendo en un va^itit sak>^. Kn
medio de esta pit zí Irabia una fjran mesa
redonda, cubierta de un tápele de tercio
pelo carmesí, y rodeada de varias sillas,
entre las cuales se observaba en el lugar
preferente un sillon do madera dorada.
Kn uno de los an<íulos del salon, no le-
jos de la chimenea , en la que ardia \¡n
escele ni e fuego, estaba una especie de apa-
rador improvisado, en el i]Ue se "veian los
elementos variados de la colación nías
apetitosa y mas esquísitai
Asi, en platos de plata, se levantaban
en ÍQí^ma de pirámide, sancoeclies de le-
checillas de carpa, 'Con manteca deán-
chuas, mezcladas con escabeche de atún
y criadillas de tierra del Perigord (era
cuaresma); mas lejos, sobre chufetas de
plata en (|ue ardía espíritu de vino, para
conservarlos calientes, pastelillas de can-
grtjos del rio Meusa , con manjar blanco,
humeaban en su pasta de hoja tierna y
dorada, qiio p.irecian desaliar en escelen-
cia y sabor á los pastelillos de ostras de
Marennes , ibaííados en vino de Madera,
y realzados con un picadillo de sollo cofi
especias.
AI lado de esto» plafosN-mos habla otros
mas liji ros, cimobizcochitos desopliliode
pilla, fori'ianie^ de fresas, primerizas en-
tonces muy raras, jaleas de narairja ser-
vidas en -ia c^tscara entera de estas frutas
artísticamente vaciaila al efecto; cual ru-
bíe- y lopaciiis, los' vinos de Iturdeos, Ma
dera y Alic;uite brillab.m en prandes fras-
cos de cristal, mientras que el vino de
Champaña y dos jarrones de porcelana de
ban Va «asi «n estado de sorbete, sumer-
jidos en un gran jarrón de plata cincelada
lleno de hielo.
Poro lo r|Ue daba á esta esqiiisita cola-
ción un carácter singularmente apostólico
y romatio» eran ciertos producios de la
repostería relifjlosamente elaborados. Aái
se veían pequeños calvarios do paSla de
aH>arico(|nes, mitras sacerdotales de alff>-
uiinie, emees episcopales de mazapán, á
las que la princesa habia aíiadido, con una
delicada atención, un birrete de cardenal,
de azúcar colorado, adornado de cordones
de caramelos; la piet* mas impoHanle dé
estos confites religicii^os , la obi'a maestra
del gefe de cocina de la princesa deSaint-
Diírer, era un soberbio Crucifijo de pasta
con su corona de espiûas de azúcar pie-
dra.
K>las profana<;tone3 soneslrafiás^ y Se
ndi^nan de ellas hasta las personas poco
devolas: pero desde la impudente truane-
ria de la túnica de Troves hasta la chanza
indecorosa del relicario de Argenteuil, tas
persona.4 piadosas por el estilo de la prin-
cesa üe Saint-^Dizier parecen tratar de po-
ner en ridículo á fuerza de celo las tradi-
ciones roas respetables.
Después de ech'tr una mirada de satis-
facción á la colación, la princesa dijo á
Mme. Grivois utostrándole el sillon dora-
do que parecía destinado al presidente de
esta reunión.
— ¿Han puesto mí folgo bajo la mesa
para que pueda S. K. poner los pies? Siem-
pre se (|ueja de frío.
— Si , señora , contest)^ Mme. Grivois.
— Decid tanitiien que llenen de agua
hirviendo una bola de estaño para en ca-
so de que S. 1^. no tenga bastante con ef
calentador....
— Si, íií'flora.
— Poned también mas leña en ia chi-'
menea.
Al M M,
51
■^^Pero, îcnura, y a es un brasero t-orn
plelo.,.. ¡Miradlo! Y luego si S. K. tiene
siempre frío, el seilor obispo de Il;iiíagen
siempre tiene calor, y está conlinuarneiue
sudando.
La princesa seencojió de hombros y dijo
á Mme. Grivois.
— ¿Aca>o S. II. e! cardenal de Malpie-
ti no es un superior del obispo de Uaiía-
geti?
•^— Si, señora.
* •^— ¡ Pues bien ! Segnn la gerarquía , el
obispo debe sufíir el calor y no S. E. el
frió.... Así, haced loqueos digo, poned
mas lefia. Por lo demás, nada mas senci-
llo, S. K, es italiano, y el obispo pertene-
, ce al norte de la Bélgica ; es muy natural
que estén acosttuiibrados á distintas tem-
peraturas.
— Gomo gustéis; señora, contestó el ama
de gobierno echando dos enormes pedazos
de leña á la chimenea ; pero con el calor
que hace aquí, el señor obispo es capaz de
sofocarse.
— ¡ Eh I yo también encuentro que ha-
ce aquí demasiado calor; ¿pero nuestra
?anta religion no nos ensena el sacrificio
y la mortificación? contestó la princesa
con una tierna espresion de abnegación.
Ya conocemos la causa del tocador algo
esmerado de la princesa de Saint Dizi-er.
Tratábase de recibir dignamente á va-
rios prelados, que unidos al padre d'Ai-
grigny y á otros digmtarios de la iglesia ,
habían ya ¡elebrado en casa de la prin-
cesa lie Saint Dizier una especie de con
cilio en pequeño.
Una joven recién casada que dá su pri-
mer baile, un uienor emancipado que ( ;
su primera comida de jóvenes solteros,
una inuger de talento que lee por prime
ra vez su obra inédita,, no están mas ra-
diantes , mas orgullosos, y al mismo
tienfipo tan cuidadosamente ocupados de
sus huéspedes como la princesa de sus pre-
lados.
Ver graves intereses agitarse, debatii-
se en su casa y delante de sí, oir á pej-
sonas muy rapaces pedirle su dictamen
sobre ciertas disposiciones prácticas rela-
tivas á la iníluencia de las congregación» s
de mugeres, ora para la princesa retxmtar
de orgullo-', porque sns eminencias y sui
grandezas, consagraban asi para siempre
su preten>ÍMn de ser considerada..,., casi
como una n a^lre de la igle.sia..,.. ílahia
desplegado con estos prelados inihgenss à
exóticos una porción de monauales aga-
sajos y devotas coqueterías.
JPor lo demás , ñadí mas lógico que las
sucesivas transfiguraciones de esta muger
sin corazón, pero que amaba sincera, apa-
sionadamente la intriga y la dominación
de camarilla. Habia , según los progresos
de su edad , pasado naturalmente de las
intrigas auiorosas, á las intrigas políticas,
y de estas á las relijiusas.
En el momento mismo en que la prin-
cesa terjTiinaba la inspección de sus pre-
parativos, ün ruido de carruages que se
oyó en el patio de palacio le anunció la
llegada de las pcisonas que esperaba; sin
duda eran estas del rango mas alto, por-
que contra todos los usos salió á recibirlos
á la puerta del primer salon.
En efecto, era el cardenal Maípieri^
que siempre tenia frió, y el obispo belga
de Haifagen, que siempre tenia calor,
con el padre d^Aigrigny que les acompa-
ñaba.
El cardenaí romano era uu hombre al •
to , mas huesoso que delgado , y con una
fisonomía altiva y sagaz á la par ijue ama-
rillenta é inflada^ era muy vizco y teni.i
grandes ojeras. El obispo belga era bajo
de cuerpo, grueso, con uo abdomen muy
prominente, con aspecto apoplético, mi-
rada rtsuelta^ y coa n»ai\os regurdelas^
suaves y delicadas.
14**
5-2
ALBUa»
Pronto se reunieron los convidados en
el salon; el cardenal fuó ininediatamenle
á colocarse junto á lacliimenea, mientras
que el obisp» , (jiie onipezi'i á «tidar y á
Scplar, miraba de tiempo en tiempo al
café helado, que dehia ayudarle á sopor-
tar los ardores de a(|uella canícula arliií-
ciaf.
El padre d'Aigrigny acercándose á la
princesa le dijo en voz baja :
— <, Queréis dar orden de qtie introduz-
can i)(|uial abate (iabriel deRenepont que
vendrá á preguntar por mi?
— ¿l'.se joven sacerdote está aqui? pre-
gunto la princesa con gran sorpresa.
— Desde antes de ayer. Le hemos he-
cho venir á Paris por sus superiores.. To-
do lo sabréis... Fn cuanto á Mr. Rodin ,
.Mme. (írivoisle hará entrar, como el otro
día, por la puerta de la escalera escu-
sada.
— ¿Vendrá li-.>y?
— Tiene cosas muy importantes que co-
municarnos, y ha deseado que el carde-
nal y el obispo estén presentes á la con-
ferencia , por haber sido puestos al cor-
riente de lodo en Roma por el padre ge-
íieral, como afiliado^....
La princesa tiró de la campanilla, dio
sus órdenes, y volviendo al lado del car-
denal, le dijo con el acento déla mas tier-
na solicitud :
— ¿Empieza V. E á calentarse un po-
co? ¿Quiere V. E. una vasija de estaño
con agua caliente para los pies? ¿Desea
V. E. que se haga mas fuego?...
A esta proposición el obispo belga, que
limpiaba el sudor de su frente, lanzó un
suspiro de desesperación.
— Mil gracias, señora princesa, respon-
dió el cardenal en muy buen francos, pero
con un acento intolerable; verdadera-
mente estoy confundido con tantas bon-
dadf5.
— ¿No aceptareis nada? dijo la princesa
al obispo indicándole al aparador.
— Tomaró, si lo permitís, señora prin*
cesa, un poco de café helado.
Y el prelado dio un prudente rodeo á
fu) de acercarse á la colación sin pasar por
delante de la chimenea.
— ¿Y V. E. no tomará uno deesos pas-
telillos de ostras? están quemando, dijo la
princesa.
— Ya los conozco, señora princesa, con-
testó el cardenal en tono de inteligente,
s n esqiiisitos y no me resisto.
— ¿Qué vino tendré el honor de ofre»
cer á V. E.? añadió afablemente la prin-
cesa.
— Un poco de Burdeos , señora , si
gustáis.
Y como el padre d'Aigrigny se prepa-
raba á dar de beber al cardenal, la prin-
cesa le disputó este placer.
— Tal vez V. E. aprobará lo que he
hecho, dijo el padre d'Aigrigny al carde-
nal mientras este probaba gravemente los
.pastelillos de ostras, no he crei Jo oportu-
no convocar para hoy al señor obispo de
Mogador, ni al señor arzobispo de Nan •
terre, ni tampoco á nuestra santa madre
Perpetua, superiora del convento de San-
ta Maria , por ser enteramente privada y
confidencial la conferencia que debemos
tener con S. R. el padre Rodin y con el
abate Gabriel.
— Nuestro querido padre ha teni Jo mu-
cha razón, contestó el cadernal, porque
si bien por sus posibles consecuencias, es-
te negocio de Renepont interesa á toda
la Iglesia apostólica romana, hay ciertas
cosas que es menester tener secretas.
— También aprovecharé esta ocasión
para dar gracias á V. E. por haberse dig-
nado fiacer una escepcion en favor de una
servidora de la Iglesia, tan humilde y os-
cura, dijo la princesa haciendo al carden-
nal una respetuosa y humilde reverencia.
ALBUM.
53
— Ëra tina cosa jusfa y di4)i<U , rontes-
\6 el cardenal inclinándose después de ha-
ber colocado sobre la mesa su copa vacía,
sóbennos lo mucho que c debe la lüilesia
por la buena dirección que dais a las obras
religiosas de que s\)is patri na.
—En Olíanlo á esto, V. E. puede es
far seguro de que hago nog^r todo socor
fo al indigente (¡ue no puede justificarse
con una cédula de confesión.
— Solamente asi, señora; añadió el car-
denal dejándose tentar por la vista apeti-
tosa de «in pasfelil'o de colas de cangrejo,
solauíente asi puede tener efecto la cari
contra lo que llaman el despotismo de los
obispos.
— Para evitar esto, replicó con dureza el
cardenal, es menester que los; (it>isp(isseaíi
mas severos , y que recuerden siempre
ijue son rumanus antes ipie franceses,
ponjue en Francia repre-entan al Santo
Padre y los intereses de la Ig'esia , como
un enibaj.idor representa en el eslranje-
ro á su piíis, á su rey y los intereses de
su ndcioo.
— Ks evidente, contestó el P. d' N'srig-
ny; a>i esp<>ramos que, yracias a' impulso
vigoroso qui* V. E. acah^j de dar al epis •
dad.... poco me importa que la impiedad copado, obtendremos la libertad de en-
esté handirienta... la piedad... esdiferen- señniiza. Entonces, en lugar de jóvenes
' " franceses infectos con la filosofía y c<.n el
esliípido patrintismo, tendrenios buen-s
católicos romanf)S, muy obedientes y dis
cipîinados, y que llegarán é íer subditos
respetuosos de nuestro Santo Padie.
— Y de ese m"di, en un tiempo dado.
te, y el prelado se tr.igó de un bocado el
pastelillo. Por lo demás, contitiuó, tam-
bién sabemos el ardiefite celo con que
perseguís inexorablemente á los impios y
á los rebeldes contra la autoridad de nues-
tro Santo Padre.
— V. E. puede o>tar persuadido de que ai'iadió el obispo belga sonrierdo, si nues
soy romana de corazón, deaima y porcon-
vencimiento ; no b;igi> la menor diferen-
cia entre lio angücano y un turco, dij)
con valor la princesa.
— La sefiiira princesa tiene razón , dijo
el obispo belga ; diré mas, un angücano
debe ser mas odioso á la Iglesia (¡ue un
pagano, y sobre esto soy de la opinion de
Luis XIV ; pedíanle un favur ¡)ara uno
de sus cortesanos :
« — Jamas, dijj el rey ; ese es janse
nista.
— «¡ El! ¿«^eñor? es ateo.
— «líntónces es diferente, le concedo lo
que pide, contestó el rey.»
Esta chanza episcopal Jiizo roir bas-
tante. Después el padre de Aigrigny aña-
dió seriamente ffiriuiéndose al cardenal:
— Dt>sgraciadamente, comodiré líespiies
é V. E. acerca del abate (iabriel, sino se
vigilara mucho el bajo clero se infeclaria
con clanglitanismo y conideaí derebelion
tro Santo Padre qtiisiera . por ejeíuplo,
desatar á los católicos de Francia de su
obediencia al poder temporal existente,
piidfia , reconociendo otro poder, asegu-
rarse asi lili partido católico, considerable
y organizado.
Diciendo estoolobi.-p'^ erq'u^ó sii fri nto
y fué á buscar un poco de S iberia en »■!
fondo de uno de los jarrones llenodeebo-
célate ho'ado.
— Ahora bien: un poder se muestra
siempre agradecido á sem«janle regalo,
dijo la princesa sonriendo ¿í su vez; y Cv-n-
cede entonces grandes inmunidades la
Iglesia.
— Y a>i la Iglesia vuelve á tomar pose-
sión del lugar que debe ocupar y (¡ue des-
graciadamente no ocupa en Franri;i cu
estos tiempos de impiedad y anarjuía, ibj.»
el cardenal. Afortunadamente he visto 1 11
el camino gran tuímei'o de preladosá quie-
nes he reprendido su tibieza j reanimadu
51 AMirM
su celo, invitándoles en nombre del Santo
Padre á atacar abierlamenle con inlre-
piílez la libertad de la prtMisa y de cnltus,
aiHKjiie esl(!> recitnntida por abominables
lejes revolucionarias.
— i'^yl l^' ■ ''^- "i> se ha retraiilo con
Jos temliies [jelif-ros con los crueles
martirios á que serán e>piit'stos nuolros
prelados por obedecerle? dijo ale^renienie
la princesa. Y esas terribles apehicinneg
como de ubuxo, por (pii', en íiii , >i V. 1*1.
residiese en Francia, atacaría á las leyes
del pais como dice esa raza i\f aboga
dos y parlamentario^: ¡ptie.s bien! ¡cosa
terrible el consejo de t'staiio declara
ria qu«* liay al)ns«> en vuestra pastoral....
¡Hay abuso! ¡ coni[)ri'ii'le V. li» !o que
liay de terrible para un príncipe de la
Iglesia , que sentado en su trono pontifi-
cal, rodeado de sus dijíiiatarios y de su
capítulo, oye á lo lejos algunas docenas
de oficinistas ateos , con librea negra y
azu!, gritar en todas voces de^de el falsete
hasta el bajo: ¡hay abuso! En verdad que
si hay abuso en alguna parte, es el abuso
de !a ridiculez en esas gentes.
Esta salida de la princesa fué acojida
con una hilaridad general.
£1 obispo belga añadió :
•^Yo encuentro que esos bravos defen
sores de las leyes, al hacer el {tapel de
fanfarrones, «jbran con tina completa hu-
mildad cristiana; un prelalo aboít-tea ru-
damente su impiedad, y ellos contestan
rudamente haciendo reverencia-; ¡ahí
Sr. limo., h.iy abuso.
Nuevas risas coriteslaron á este chisteí
— lis menester dejar que se diviertan
en estas inocentes griterías de estudiantes
incomodados por la ruda férula del maes-
tro, (lijo sonriendo el cardenal. Siempre
estaremos entre ellos, á pe.-ar de ellos y
contra ellos. Primero, porque ntas que
ellos mismos que remos su salvación, y des-
pués porque, los poderes tendrán necesi-
dad de nosotros para consagrarlos y para
sujetar al populacho. Por lo demás, mien-
tras que los altoiiados, los parlamentarios
y los ateos univ< rsilarios laiizan griios de
odio inipotenie, las almas verdaderamen-
te cristianas se unen y se ligan contra la
impiediid.... Al paso por Lyon.... me en'*
ternecí profundamente esta es uiiaciu-
tlad veriladeramente romana: hermanda-
des, penitentes, obras de todas clases....
nada falla.... y lo que es mas, cerca de
trescientos mil escudos de donación al cle-
ro i-n im año.... ¡Ahí Lyon es la digna
cíipiialde la Francia católica.... Trescien-
tos mil e^cu(los.... de donación.... fié aqui
con que confundir la impiedad.... ¡Tres-
cientos mil escudos 1 ¿qué contestarán á
esto ios señores filósofos?
— Desgraciadamente, respondió el pa-
dre d .\igrigny, todas las ciudades de Fran-
cia no se parecen á Lyon, y debo preve-
nir á V. E. que se manifiesta un hecho
grave: algunos miembros del bajo clero
pnlenden hacer causa común con el po-
pjiiaclivj, de cuya pobreza y privaciones
participan, y se preparan á reclamar en
nonil)re de la igualdad evangélica, contra
lo que llaman el despotismo aristocrático
de los obispos....
— Si tuviesen esa audacia, esclamó eí
caidcnal, no habria interdicción ni penas
liaslante severas contra semejante rebe-
lu)!).
— ^Se atreven á mas aun; algunos pien-
san hacer un cisma; pedir la separación
absoluia de la iglesia de Francia de la de
Roma, bajo el pretesto de que el ultra-
muiitanisnío ha desnaturalizado y corrom-
|)ido la primitiva pureza de los preceptos
de Je^ucristo. Un joven sacerdote, pri-
mero misionero y luego cura de aldea, el
abate Gabriel de Henepont, á tjuien he
hecho llamar á Paris por sus superiores,
se ha hecho el centro de una especie de
propaganda ; ha reunido varios curas do
Îàs municipalidades cercanas á la suya^ y
recomendándoles una obediencia absoluta
á sus obispos, en tanto que nada se cam-
biase á la gerarquia existente, les ha invi-
tado á usar de sus derechos de ciudada-
nos franceses, para lo que llama la liber-
tad del bajo clero. Porque según él lossa-
cerdotes de las parroquias están entrega-
dos á la voluntad de los obispos, que les
quitan el pan, sin apelación ni interven-
ción.
— ] Pero ese Joven es un lulero cató-
lico 1 dijo el obispo.
Y andando de puntillas, fué á echarse
un buen vaso de vino de Madera, en el
que mojó lentamente un mazapán en foí"-
ma de cruz episcopal.
. Invitado con su ejemplo, el cardenal,
bajo pretesto de ir á calentar á la chime-
ilea sus pies siempre helados, juzgó con-
veniente regalarse con un vaso de esce-
Icnle vino añejo de Málaga, que bebió con
lentitud y con un aire de meditación pro-
funda, después de lo cual añadió:
— De modo que eie abate Gabriel que
se presenta conio reformador, debe ser
iln ambicioso; ¿es peligroso?
— Siguiendo nuestros consejos, por tal
ohan juzgado sus superiores; hanle man-
dado que se presente aquí; no tardará en
venir y diré á V. E. porque lo he llama-
do; pero antes he aqui una nota que en
pocos renglones espone las funestas ten-
dencias del abate Gabriel. Se le han diri
jido las preguntas siguientes sobre varias
de sus acciones; ha contestado de ese mo-
do y en consecuencia sus superiores 'e han
llamado.
Diciendo esto, el padre d'Aígrignysacó
de su cartera un papel que leyó en estos
términos:
Pregunta :
— « ¿ Ks cierto que hayáis dado sepul-
« tura religiosa á un habitante de vuestra
« parroquia , muerto en la impenitencia
« mas detestable, habióndose suicidado ¿»
Respuesta del abate Gabriel:
— «Se le ha dado sepultura religiosa,
«porque mas que otro alguno, á causa
«de su Un culpable, necesitaba de lasora-
« cienes de la iglesia ; durante la noche
« que siguió á su entierro imploré tam-
« bien en su favor la mi^erícordia divina.
Pregunta :
— «¿Es cierto que hayáis rehusado va-
«sos sagrados de plata sobredorada y va-
arios adornos con (|ue una de vuestras
«ovejas, cediendo á un celo piadoso, que-
« ria dotar vuestra iglesia?»
Respuesta :
— - « He rehusado estos vasos de plata
«sobredorada y estos adornos, porque la
«casa del Señor debe siempre ser humil-
«de y no tener fausto, á fin de recordar
«sin cesar á los Heles que el Divino Sal-
« vador nació en un establo; he invitado
«á la persona que queria hacer á mi par-
« roquia éstos inútiles dones, á que em-
« please este dinero en limosnas concien-
« zudas, asegurándole que esto seria mas
«agradable al Señor».
— 1 Pero es una amarga y violenta de-
clamación contra el ornamento délos tem-
plos I esclamó el cardenal. Este joven sa-
cerdote es de Jos mas peligrosos..., conti-
nuad, mi querido padre.
Y en su indignación , Su Eminencia se
comió una tras otras varias fondantes dé
fresas.
El padie d'Aigrigny continuó :
Pregunta :
— «¿Es cierto que hayáis recogido en
«vuestro presbiterio y cuidado durante
«muchos dias á un habitante de vuestra
« parroquia, suizo de nacimiento y miem-
«bro dé la religion protestante? ¿F> ciet-
«to que no solamente no li^btis ír.:tado
« de convertirlo á la fé católiríi , .ipoistóli-
« ca y romana, sino que habéis llovadotl
«olvido de vuestros deberes hasta el pun*
15**
í*
56 ALiítJS,
ir ko de enterrar á este hereje en el ce-
« menterio consagrado á los de nuestra
« santa comunión?»
Respuesta :
— «Uno de mis hermanos estaba sin
«asilo. Anciano, las fuerzas le füllaban
«para el trabajo. Después enfermó; casi
« moribundo fué echado de su miserable
« habitación por un hombre inexorable á
«quien debia un año do aliiuiler ; reco-
«jí al anciano en mi casa y cotisoló sus
«últimos dias. Esta pobre criatura ha-
«foia sufrido y trabajado durante (oda su
«vida; en el momento de morir no ha
« pronunciado una palabra de amargura
«contra la suerte: se ha recomendado
<i á Dios piadosamente besando el Cru-
«cifíjo. Su alma sencilla y pura se ha
« exhalado en el seno del Criador... Cer-
« ré sus ojos con respeto, le amortajé yo
« mismo, oré por él, y aunque mtierto en
«la comunión protestante, le he juzgado
«digno de entrar en el campo del rcpo-
« so ».
— Cada vez mejor, dijo el cardenal : esa
es una tolerancia monstruosa , un ataque
horrible contra esta máxima que es el ca-
tolicismo entero : Fuera de la iglesia no
hay salvación.
— Todo esto es tanto mas grave, aña-
dió el padre d'Aigrigny, cuanto que la
dulzura, la caridad, la abnegación crístia
na del abate Gabriel, han ejercido, no so
lo en su parroquia sino en las inmediatas,
un verdadero entusiasmo. Los curas de
estas lian cedido al impulso general , y
menesteres confesarlo, sin su moderación
hubiera empezado un cisma.
— Pero, ¿qué esperáis trayéndole á
nuestra presencia? dijo el prelado.
— La posición de Gabriel es complica-
da : primero como heredero de la familia
de Ilenepoot.
— ¿Pero ha hecho cesión de sus dere-
chos? preguntó el cardenal.
— Sí, señor eminentísimo, y esta cesiol^,
al principio tachada de viciosa en sus fot-
mas, fué hace poco, por su consentimien-
to, es menester añadir, perfectamente re-
gularizada, porque habia hecho juramen-
to, sucediera lo que quisiese, de hacer
Completo abandono á la cmpañía de J^-
sus de su parte de bienes. No obstante, el
reverendo P.Rodin cree(jȒe si V.E., des-
pués de haber mostrado al abate Gabriel
que iba á ser rechazado por sus superio-
res, le propusiera una posición eminente
en Roma... se podria tal vez hacerle salir
de Francia y despertar en él sentimientos
do ambición, que dormitan sin duda, pof-^
que como V. E. ha dicho con sumo jui-
cio: «todo reformador debe ser ambi-
cioso.»
— Apruebo esta ¡dea , dijo el cardenal
después de un momento de silencio; co»
su mérito, con su poderosa acción sobre
los hombres , el abate Gabriel puede su*
bír muy aitu si es dócil.... y si no lo
es vale mas para el bien de la iglesia
que esté en Ruma que aquí... porque ert
Roma... tenemos, bien lo sabéis, mi que-
rido padre garantías que desgraciada^
mente no tenéis en Francia...
Después de algunos instantes de silen-
cio, el cardenal dijo de repente al padre
de Aigrigny :
— Puesto que hablamos de P. Rodin...
francamente, ¿qué pensais del él?
— V. E. conoce su capacidad... contes-
tó el padre d'Aigrigny con aire contraído
y desconfiado; nuestro reverendo padre
general...
— Le ha dado la comisión de reempla-
zaros, añadió el cardenal, ya lo sé me lo
dijo en Roma; ¿pero qué pensáis del
carácter del P. Rodin? ¿Se puede te-
ner en él una confianza ciega?
— Es un carácter tan agudo, tan secre-
to, tan impenetrable... dijo eljpadred'Ai-
grigny vacilando, que es difícil formar acer-
ca de él un juicio exacto.
*--¿Le creéis ambicioso? preguntó el
«ardenal después de un momento de si-
lencio. ¿No le suponéis capaz de tener
otras miras que U de la mayor gloria
de su Compañía?.... Sí.... tengo razones
para hablar así añadió el prelado con
intención.
— Pero, contestó el padre d'Aigrigny no
sin desconfianza , porque entre gentes de
la misma especie se fins;e hasta el fin,
¿qué piensa V. E. , bien por sí mismo ó
por los informes del padre general?
— Pienso. ..que si su aparente adhesión
á su orden ocultase algún pensamientose-
crelo, seria menester penetrarlo á cual-
quier precio... porque con los influjos que
se ha procurado en Roma hace mucho
tiempo... y que he sorprendido.... podría
ser algún dia y en un tiempo dado... muy
temible.
— ¡ Pues bien I eslamó el padre d'Ai-
grigny arrastrado por sus celos contra Ro-
<lin,en cuanto á esto soy de la misma opi-
nion que V. E.; porque algunas veces he
sorprendido en él relámpagos de una am
brcion tan terrible como profunda, y pues-
to que es menester decirlo todo á^..V;E...
El padre d'Aigrigny no pudo proseguir.
En este momento Mme. Grivois, des
pues de haber llamado, entreabrió la puer-
ta é hizo una señal á su señora.
La princesa contestó con unnioviraien
to de cabeza.
Madame Grivois volvió á salir.
Un segundo después, Rodiu entró en el
salon.
XII.
EL LIBRO DE CUENTAS CORRIENTES.
Al ver á Rodin , los dos prelados y el
padre d'Aigrigny se levantaron espontá-
neamente, por lo mucho que les imponía
la superioridad real de este hombre; sus
semblantes poco antes cojjtraidos por la
desconfianza y los celos , se dilataron de
repente, parecienilo sonreír al reverendo
padre con una afectuosa deferencia, y la
princesa salió algunos pasos á su encuentro.
Rodin, siempre sórdidamente vestido,
dejando sobre la suave alfombra las h»Hí-
lias enfangadas de sus gruesos zapatos,
puso su paraguas en un lincon y se ade-
lantó hacia la mesa, no con su humildad
acostumbrada, sino con paso firme, la ca-
beza erguida y un mirar muy seguro; no
solamente se sentía en medio de los suyos,
sino que conocía que los dominaba con su
inteligencia.
— Ki-tábamos hablando de V. R., mi
(¡uerido padre, dijo el cardenal con una
afabilidad encantadora.
— ¡Ah! contestó Rodin, mirando fija-
mente al prelado, y¿ qué se decía?
— Pero... dijo el obispo belga enjugan-
do el sudor de su frente, todo el bien que
puede decirse de V. R.
—¿No aceptaréis alguna cosa, querido
padre? dijo la princesa á Rodin mostrán-
dole el espléndido aparador.
— Gracias, señora, he comido esli ma-
ñana mis rábanos.
— Mí secretario el abale Berlini que
asistió esta mañana á vuestro desayuno,
me ha edificado en efecto con la frugali-
dad de V. R., añadió el prelado^: es dig-
na de un anacoreta.
— Si hablásemos de negocios... dijo brus-
camente Rodin como hombre acostumbra-
do á dominar, á conducir la discusión.
— Siempre nos alegraremos de oíros,
contestó el cardenal, V. R. ha fijado este
dia para conferenciar sobre este gran ne-
gocio de Renepont..... tan grande, que
entra por mucho en la causa de mi viaje
á Francia... porque sostener los intereses
de la gloriosísima compañía de Jesús en la
que tengo el honor de estar afiliado , es
sostener los intereses de Roma, y he pro-
metido al R. P. general que me pondría
enteramente á vuestras órdrnes.
— No puedo menos de repetir lo que
58 . ÀLBi;iî
acaba de decir S. E... añadió el obispo.
HdbieDilosalido junto» óv Rjiiia, nuL'Stra>
ideas son las mismas.
— Ciertameíiíc, dijo H idin, dirigiéndo-
se al cardenal, V. l\. puede servir a nues
tra causa.... y mucho.... Poco tafdaré en
decirle cómo...
En seguida dirigiéndose á la prinsesa
añadió:
— He enviado á decir al doctor Balei-
nier que venga aijuí, scfuira, porque no
será malo instruirle de ciertas cosas.
— Le dejarán entrar comusiempre, con
testó la princesa.
Desde la llegada de R.i)din , el padre
d'Aigrigny había guardado silencio; pare
cia entregado á una amarga meditación,
y sufría una ludia interior muy violenta;
al fu) dirigiéndose al prelado dijo coa una
voz agridulce :
— Ño trato de suplicar á V. E. que sea
uez entre el R. P. Kodin y yo: nuestro
general ha hablado y yo he obedecido.
Pero V. E. debe volver á ver pronto à
nuestro superior, y desearla, si V. E. me
concede esta gracia, que pudiese relatarle
fielmente las respuestas del K. P. Rodiii
á algunas de mis preguntas.
Ki prelado se inclinó.
Kodin miró al padre d'Aigrigny Con aire
sorprendido, y le dijo secamente:
— Siendo una cosa juzgada... ¿á qué
sirven estas preguntas?
— No "á manifestar mi inocencia, coi-
testó el padre d'Aigrigny, sino á manifes-
tar de una manera precisa á los ojos de
S. E. el estado de las cosas.
— Entonces, hablad.... pero sobre todo
sin palabras inúUles; después sacando Ro-
din un abultado reloj de plata, lo miró y
añadió: es menester que esté á las dos en
San Sulpicío.
— Seré lo mas breve posible, contestó
el padre d'Aigrigny con un resentimiento
Cuando ^'. R. (íreyó deber sustituir su di-
rección á la mia inculpando... muy seve-
ramente tal vez, la manera con que habia
cindiu'ido los intereses que me estaban
confiados confieso lealmente que estos
interese^ estaban comprometidos.....
— ¿Comprometidos? replicó Rodin cotí
ironía. Decid... perdidos... puesto queme
or leñasteis i'scribir á Roma que era me-
nester renunciar a toda esperanza.
— Es verdad, contestó el padre d'Ai-
grigny.
—Ha sido, pues, un enfermo absoluta-
ineníe desesperado, desahuciado por... los
mejores niédicos, continuó Kodin con iro-
nía, al que emprendí hacer vivir. Conti-
nuad
Y metiendo sus manos en los bolsillos
del pantalon , miró cara á cara al padre
d'Aigrigny.
— V. R. me inculpó duramente, aña-
dió el padre d'Aigrigny , no por no haber
procurado por todos los medios posibles,
obtener la pose&ion de unos bienes odio*
sámente su>tiaidosá nuestra Compañía...
— fodo.- los casuistas us autorizan con ra-
zón, dijo el cardenal: los testos sondaros^
positivos , tenéis un completo derecho á
recuperar ;)er fas aut nefas, una hacienda
traidoramenle sustraída.
— Asi, continuó el padre d'Aigrigny, el
revcretido padre Kodio me echó única-
mente en cara la brutalidad militar de mis
medios, su viulencia , en peligroso desa-
cuerdo, decia , con las costumbres de la
época Enhorabuena... Pero desde lue-
go no podía ser iegalinente objeto de nia-
gun procedimiento, y en fin, sin una cir-
cunstancia de una fatalidad inaudita, el
éxito consagraba la marcha que había se-
guido, por brutal y grosera que fuese
Ahora.... puedo preguntar a V. R. lo
que....
— ¿Lo que he hecho mas que vos? di-
'ontenido, y dirigiéndose ¿ Rodin añadió: jo Kodio al padre d'Aigrigny, cediendo á:
... . iUBtU.
SU impertinente costumbre de interrum-r
pir; ¿lo que he hecho mejor que vos?
¿quó he hecho para adelantar el negocio
de llenepónf después de liaberlo recibido
de vos absolutamente desesperado? ¿Es
esto lo que queréis saber?
— Positivamente, dijo con sequedad el
padre d'^Aigrigny.
— ¡Pues bienl lo confieso, contestó Ro-
din con un tono sardónico, lanías cosas
grandes, groseras, turbulentas como ha-
béis hecho..,, otras tantas he hecho mez-
quinas, pueriles, ocultas. ¡ Si ' yo queosa-
ba presentarme como un hombre de mi-
ras muy vastas, no podréis imaginaros el
estúpido oficio que he estado haciendo por
espacio de seis semanas.
, — Jamas me hubiera permitido hacei á
y, R.. semejante feconvercion... porme-
fc^çida que pareciese, contestó el padre
d^Aígrijgny con una amarga sonrisa.
— ¡Una reconvención! esclamó Fiodin
encojiéndose de hombros, ¡una reconven-
ción i Ya estais juzgado, i Sabéis lo que
escribía yo de vos hace seis semanas? He-
lo aquí : El padre <ff Aigrigny tiene escelen.'
tes cualidades, me servirá de mucho (y des
de mañana os emplearé muy activamen-
te) dijo Rodín á manera de paréntesis);
pero añadí: no es bastante grande pata sa-
ber hacerse pequeño en ocasión oportuna....
¿comprendéis?
— No muy bien, dijo el padre d*Aigrigny
sonrojándose.
. — Tanto peor para vos, continuó Ro-
din; eso prueba que tenía razón. Pues
^ien ; puesto que es menester decíroslo,
Vo he tenido suficieiite talento para liacer
el oficio mas estúpido del mundo durante
seis semanas. Si, tal como me veis he cu
chicheado con una griseta; ^e hablado di
progreso, de humaiiidaxl, de libertad, dt-
emancipación de la mujer.^... con una jo-
ven de imaginación exaltada; he dicho,
gran Napoleón , fidelidad bonapartista , á
59
un viejo soldado imbécil: gloria imperial»
humillación de la Francia, esperanza eri
el rey de Roma, á un honrado mariscal
de Francia, que sí tiene el corazón lleno
de adoración por ese ladrón de tronos que
ha muerto en Santa Elena, tiene la cabe-
za tan vacía, tan sonora como una trom-
peta de guerra.... asi, soplad en aquella
caja sin seso algunas notas guerreras ó
oatriólicas, y veréis como produce toca-
tas marciales sin saber por (pnén , para
qué, ni como. ¡ Hé hecho masa femia!...,
I¡e hablado de amoríos con un joven tigre
salvaje, ¡Cuando os decia que era lamen-
table ver á un hombre de algún talento
descender, como yo lo he hecho, á hacer
iiso de estos medios mezquinos para anu-
dar tan laboriosamente los innumerables
hilos de esta tramaoscura! Relloespectá-
culo, ¿es verdad? ver la araña tejer obs-
tinadamente su lela.... ¡cuan interesante
es un asqueroso animald o negruzto, ten-
diendo hilo sobre hüo , anudando estos,
reforzando aquellos, alargando otros! os
encojéis de hombros, enhorabuena.... pe-
ro volved dos horas después.... ¿que ha-
lláis? el animalillo negruzco bien repleto,
y en su tela una docena de moscas locas
tan enlazadas, tan amarradas, que el ani-
mal, jo no tiene mas que escoger á su co-
modidad la hora y el momento de alimen-
tarse... . , _ , ' .;
Al de^i*esía§ ppíabras, Rodin se sonrio
de una manera esíraña: sus ojos, ordiiía-
riamento medio velados por sus lívidos
párpados, se abrieron y parecieron brillar
mas que de costumbre: el jesuíta sentía
liacia algunos momentos una especie de
escitacion febril, ()ue atribuía á la lucha
que sostenía ante estos eminentes perso-
iMJes, los que sentiat) ya la ínilueticia de
su eoeuei'Cía origínale inci^va.
hl padre d'Aigrigny empezaba a sen-
tir haber provocado esta lucha ; pero ud
obstante, anadió con una ironía mal re-
primida:
16**
w
aLBI'M.
— Yo no contesto la tenuidad! de vues-
tros medios.... Estoy de acuerdo con vos.
Son pueriles son muy vulgares; pero
esto no es suficiente para dañina alta idea
de vuestro mérito me permiliró pues
preguntaros...
— ¿Lo que han producido estos medios?
Interrumpió Rodin con una exaltación que
no le era habitual : mirad en mi tela de
araña y veréis á esa hermosa é insolente
joven, tan orgullosa hace seis meses con
su belleza, su talento y su audacia.... á
esta hora pálida y mortalmente herida en
el corazón.
— Pero ose arranque caballeresco del
príncipe indio de que todo Paris habla,
¿no ha enternecido á Mlle, de Cardo-
>ille?
— Si, perú he paralizado el efecto de
este acto estúpido y feroz, demostrando á
este joven que no basta matar panteras
negras para probar que unces un amante
sensible, delicado y fiel.
— Enhorabuena , dijo el padre d'Ai-
grigny. Este es un lu-cho; hé aquí q
Mlle, de Cardoville herida en el corazón.
— Pero ¿que resulta de esto en favor del
negocio de Renepont? preguntó el carde-
nal con curiosidad, poniéndolos codos so-
bre la me<;a.
— Resulta desde luego, dijo Rodin, que
cuando el enemigo mas peligroso está
herido gravemente, abandona el campo
de batalla; ¿ y esto ya es algo , me pa-
rece?
— En efecto, dijo la princesa ; el lajen-
to, la audacia de Mlle, de Cardoville, po-
dían ser el alma de la coalirion dirigida
contra nosotros.
— Enhorabuena, añadió obstinadamen-
te el padre d'Aigrigny; bajo este punto de
vista ya no es de temer, es una ventaja;
pero estar herida del corazón no la impe-
dirá heredar?
— ¿Quién os lo ha dicho? preguntó
Rodin con frialdad y con seguridad. $a«'
beis porque he trabajado tanto en acer»
caria al principio, y á pesar suyo, al
príncipe Djalma; y después para alejarla
de él?
— Os pregunto, dijo el padre d' Aigrigny,
¿en que impedirá esta borrasca de pa-
siones que el príncipe y Mlle, de Cardovi-
lle hereden?
— ¿Es de un cielo sereno ó de entre las
nubes de una tempestad de donde sale el
rayo que hiere? dijo Rodin con desden:
tranquilizaos, ya sabré donde colocar el
pararayos. En cuanto á Mr. Hardy , ese
hombre vivia por tres cosas, por sus obre-
ros, por un amigo y por su querida ; ha
recibido tres dardos en medio del corazón.
Yo apunto siempre al corazón ; es legal y
es seguro.
— Es legal, es seguro, y es laudable,
dijo el obispo, porque si no he entendido
mal, ese fabricante teniauna concubina...
ahora bien , es muy bueno hacer de una
mala pasión el castigo del malo...
— Es conducente, añadió el cardenal;
tienen malas pasiones se vale uno de
ellas... esculpa suya.
— Nuestra Santa Madre Perpetua ha
coadyuvado con todos sus medios al des-
cubrimiento de este abominable adulterio,
dijo la princesa.
— Ya tenemos á Mr. Hardy herido en
sus mas queridos afectos, lo admito, dijo
el padre d'Aigrigry que cedia el terreno
palmo á palmo; ya lo tenemos herido en
su fortuna.... pero por eso tendrá mas
ahin(0 en la posesión de esa inmensa he-
rencia.
Este argumento pareció grave á los dos
prelados; todos miraron á Rodin con su-
ma curiosidad: en lugar de contestar, este
se dirijió al aparador y contra su sobrie-
dad estoica acostumbrada , y á pesar de
su repugnancia por el vino, examinó los
frascos y dijo:
▲lbüh.
61
^— ¿Qué hay en eslos?
^Vioo de Jerez y de Burdeos.... con-
testó la princesa de Saint- Dizier, adnrii-
rada de este capricho de Rodin.
Esle tomó un frasco á la ventura y se
echó un vaso de vino de Madera que se
bebió de una vez. Hacia algún tiempo que
se estremecía de una manera estraña. A
estosestremecimienlos habia sucedido una
especie de debilidad , y esperaba que el
"vino lo reanimase.
Después de haber enjugado los labios
con el revés de su mano asquerosa , se
acercó á la mesa y dijo al padre d'Ai-
igrigny :
— ¿Qué me decíais acerca de Mr. Hardy?
—Que habiendo perdido su fortuna,
tendrá mayor ahinco en recojer esta in-
>inensa herencia, repitió el padre d\Vi-
"grigny , interiormente ofendido del tono
imperioso de su superior.
— ¿Mr. Hardy pencar en el dinero?
dijo Rodin encojiéndose de hombros: ¿aca-
so piensa? todo está roto en su imagina-
ción. Indiferente á las cosas de la vida,
está sumido en un estupor del que solo
sale para deshacerse en lágrimas; enton-
ces habla con una bondad maquinal.... á
los que le rodean de los cuidados mas es-
quisilos (le he puesto en buenas manos).
Sin embargo empieza á mostrarse sensi-
ble á la tierna conmiseración que le ma-
niñestan sin cesar.... Porque es bueno....
estélente, tan escelente como débil, y á
esta escelencia os dirijiré, padre d'Ai-
grigny, á fin de que terminéis lo queque-
da por hacer.
— ¿Yo? dijo el padre d'Aigrigny sor
prendido.
— Si, y entonces conoceréis si el resul
tado que he obtenido.... no es considera-
ble.... y....
Después interrumpiéndose, Rodin se
dijo á si mismo pasándose la mano por la
frente.
— 1 Esto es muy raro I
— ¿Qué tenéis? dijo la princesa con in-
terés.
— Nada , señora, contestó Rodin estre-
meciéndose : será sin duda e! vino.... que
he bebido.... no estoy acostumbrado....
Siento Jin poco de dolor de cabeza... ello
pasará.
— Tenéis en efecto los ojos muy encen-
didos, mi querido padre, añadió la prin-
cesa.
— Es porque he mirado con demasiada
atención á mi tela, contestó el jesuíta con
siniestra íonrisa, para hacer ver al P. d'Ai-
grigny que hacia el papel de miope.,, mis
otras moscas las dos lujas del-g<ífleral Si-
mon, por ejemplo, cada día mas tristes,
mas abatidas, sintiendo que se levanta
un^ barrera glacial entre ellas y el ma-
riscal.... Y este.... desde la muerte desu
padre, es menester verle, es menester
oírle; atormentado, desgarrado por dos
pensamientos contrarios, creyéndose hoy
deshonrado si hace esto, deshonrado ma-
ñana ú no lo hace; ese soldado, ese hé-
roe del imperio, está ahora mas débil, mas
irresoluto que un niño. Veamos.... ¿quién
resta de esa familia impía?.... ¿Santiago
Renepont? Preguntad á Morok en quo
estado de estupidez y orgía ha puesto á
ese miserable y hacia que abismo se diri-
je. Hé aquí mi libro de cuentas corrientes.
Hé aquí el estado de aislamiento y aba-
timiento en que se encuentra hoy esa fa-
milia que reunía hace seis semanas tantos
elementos poderosos, enérgicos, peligro-
sos sí se hubiesen concentrado.... mirad,
pues, á esos Renepont que según la he-
rética voluntad de su abuelo debían unir
sus fuerzas para combatirnos y aniquilar-
nos y eran mny de temer.... ¿Quédí-
je? Que obraría en sus pasiones. ¿Qué lie
hecho? He obrado en sus pasiones; a&ien
vano hacen esfuerzos en mi tela.... que
los enlaza por todas parles.... son míos...
os digo.... son míos....
61 ALBDÉ.
Desde algunos momentos antes y á me-
dida que hablaba , là nsoiiorníá y la voz
de Rodin ttyfri.an una alteración singular;
su color siempre cadaNÓrico, se habla son-
rosado cada vez nia>; poro sin igualüdd y
como jaspeado; después, ] raro rfiióiiu'no!
sus ojos ai ponerse cada vez nías brillan-
tes , parecian liundirse ntas; sü voz vi-
braba stca y estridente.
La altt-racion de la fisonomía de Rodin
de la que él no parecía apercibirse, era
tan notable, que los d«'nias actores dees-
cena le miraban con temor.
Engañándose sobre la causa de esta
impresión , Rodin indignado, esclanió c>)n
una vuz interrumpida por profundas y di
ííciles aspiraciones :
— ¿ Ks acaso lástima por esa raza impía
Jo que leo en vuestros semblantes? ]Com
pasión 1.... ¿por esa joven que jamas po-
jíe los pies en la iglesia , y que levanta
en su casa altares paganos?.:. ¿Compasión
por ese Mr. Hardy , ese blasfemador sen
ti'iu-ntal, ese ateo filantrópico (jue no te-
nía capilla en su fábrica, y que osaba unir
el nombre de Sócrale ¿ de Marc > Aurelio,
y de Solón al de nuestro S.ilva<lor, á quien
llamaba Jesús el divino fi ónoful
¿Compasión por ese indio sectario de
Bramü?... ¿Compasión para esas dosher
manas que no han recibido el bautisfno?
¿Compasión por ese truto Santiago Rehe-
ponl? Compasión por ese estúpido soldado
imperial <|ue tiene por Diosa Napoleón, y
por Evangelios los boletines del grande
rjércitü? ¿Lástima por esa familia de
renegados, cuyo abuelo, infame relapso,
no contento con habernos robado nuestra
hacienda escita aun desde el fondo del se-
pulcro, al cabo de siglo y medio, á su ra-
za maidita á (jiie levante la cabeza contra
nosotros?.... ¡Gomo! ¡para defendernos
de estas vívoras no tendríamos el derecho
de ahogarlas én el veneno (|iie Jestilan!
Y yo 08 digo, yo, que esto es servirá Dios,
dar un egemplo saludable en presencia de
todos, condenando por el mismo desenfre-
no de sus pasiones à esa familia impia, ai
dolor, á la desesperación , á la muerte!
, UoJin estaba espantoso de ferocidad al
hablar asi; el fuego de sus ojos era cada
Vez rpas vivo: sus Labios estaban secos j
áridos; up sudor, frió bañaba sus sienes i
cuyos precipitados latidos se veían; nue-
vos estremecimientos helados corrieron por
t )do,s» cuerpo: at/ huyendo esta énferme-
cj.td á un dolor de ríñones, porque ha^ia
pn^áfio esri-ibíendo la mayor parte de la
noche, y (|Ueriendo poner remedio á i^n
auevo desfallecimiento, fué al aparador^
se vertió liii vaso devino, que bebió deuri
rago, y volvió á sü lugar en el momento
en que el cardenal le decía:
— ^Si la marcha que habéis seguido res-
pecto á esta fami ía necesita ser justíñca-
da , mí querido padre, vuestras últiíniis
palabras lo hubiesen hecho TÍctoriosameu-
te.... no solamente según los casuistas,
estais en vuestro derecho, sino que nada
hay en esto, de contrario á las leyes huma-
nas; en cuanto á las divinas, es agradar
al Señor combatir y ecliar por tierra al
impío con las armas que dá contra si
mismo.
Vencido asi como jos demás por la dia-
bólica segundad deRodiny esperímentañ-
do una especie de admiración tímida , el
padre d'Aígrígh^ le dijo:
— Confieso que he hecho mal en dudar
del talento de V. U., engañado por )a apa-
riencia de los medios que habéis emptéado^
considerándolos aisladamente, no habia
pbdido juzgar de su terrible reunion y so-
bre lodo de los resultados que han produ-
cido en efecto. Ahora lo veo; su buen éxi-
to, gracias á vos, no es ya dudoso.
— Y esto es una exageración , añaiJuS
Rodin con una impaciencia febril; todas
estas'pasibn'es están ahora en fernrientacíonf
pero el momento és crítico.... como él áf-
'quimísla inclinado sobrlî'su crisol, donde
Íiiervé una mezcla que puede darle los
tesoros o la muertí'.... yo solo puedo aho-
ra....
Rodih no acabó, llevando súbilamenfc
sus dos manos á la frente con Un grito de
dolor ahogado.
— ¿Qué teneist le dijo el padre d'Aigrig
"ny; desde hace algunos momentos os
ponáis mortájente palídó.
— No sé lo que tengo .cohlesló Tlodin
con Una voz alterada^ mi doíor de cabeza
Se alinierifa, una especie de vértigo mé
ha aturdido por iin momento.
— Sentaos, dijo la princesa con interés.
— Tomad alguna cosa, añadió el obispo.
— No será nada, añadió Kodin haciendo
un esfuerzo. Ño soy delicado, á Dioe gra-
cias....; he dormido poco la última no-
che estoy fatigado..... nada mas. De-
cía, pues, que yo únicamente podía ahora
dirigir este asunto... peroho ejecutarlo...
es menester que desaparezca... pero qu<r
Vigile incesantemente en la oscuridad,
desde la que tendré todos los hilos que yo
solo puedo.... hacer obrar.... añadió
Ílodin con voz oprimida.
— ^Mi querido padre, dijo el cardenal
con inquietud , estoy seguro de que estais
gravemente indispuesto vuestra pali-
"dcz se pone lívida
—Es posible, contesto Rodin con va-
lor, pero no me abato por tan poco
Volvamos á nuestro negocio..... he a-juí,
padre d'Aigrigny, donde vuestras cualida
des, y las tenéis muy grandes, jamas las
he negado... pueden servir de mucho...
sois seductor.... atnable.... una elocuen-
cia penetrante..... será menester.....
Rodih volvió á interrumpirse.
Su frente fstabá bañada en un sudor
frió; sintió flaquear sUs piernas, y dijo -^
jposar de su obstinada energía í
— Lo confieso... no me sietílo bueno...
iiin embargo, esta mafïàna estaba niejor
¿LBl'M. 63
que nunca estoy temblando, estoy he-
lado
— Acercaos al fuego es una indiÑ-
pó^¡cion súbifá, dijo el obispo ofricién-
dole el brazo con una abnegación horóica;
no tendráUialas consecuencias.
—Si tomaseis alguna bebida, una taza
de té, dijo la princesa. Afortunadíunente
Mr. Baleinier no tardará en venir, y nos
tranquilizará acerca de Obta indispo-
sición
— Kn vert|ád..... es inesplicable, ana-
dió'el cardenal.
A' oir estas palabras, Rodin que se iia-
bía acercado con trabajo á la chimeneai
volvió la vista hacia el prelado y le miró
fijamente durante un segundo; despues,
fortaleciéndose con su energía, á pasar de
la alteración de sus facciones que se des-
componían visiblemente, Rodin dijo con
una voz que á pesar de sus esfuerzos era
muy débil ':
— El fue^o me ha calentado, no será
nada..... á buen tiempo me iba áapoUro-
nar..... ¡Qué ocurrencia, caer malo en ej
momentoen que el negocio de Renepont...
no puede tener bUen éxito sino por mi sclo !
Volvamos, pues, á nuestro asunto.... Os
decia, padre d'Aigrigny, quepodriais ser-
virme de hiuchb y vos también, se-
ñora princesa , porque habéis abrazado
esta causa como si fuera vuestra; y.....
Roditi se interriímpió de nuevo.
Esta vez arrojó un grito agudo, cayó
sobre una silla colocada detrás de él , y
apoyando las dos manos en el peclio es-
clamó:
— ¡Oh I ¡ cuánto sufro !
Entonces, j cosa espantosa ! á la|altera-
cion de las facciones de Rodin suce<lió una
descomposición cadavérica, casi tan rápi-
da como el pensamiento..... Sus ojos yá
tundidos, se inyectaron de sangre y pa-
recieron retirarsè'âl fondo de su órb¡,ta(V-
cuya sombra así "aumentada, formó ¿dS
17**
Gl
agujeros negros en el fondo de los cuales
lucian dos pupilas de fuego; movimientos
nerviosos estiraron y apegaron á los me-
nores huesos de su cara el cutis húmedo,
lívido y helado, que se puso en un mo-
mento verdoso ; de sus labios contraídos
por el rictus de un dolor atroz se escapa-
ba un aliento abrasado, interrumpido de
vez en cuando por estas palabras:
— ¡Oh!... estoy sufriendo... ardiendo...
Después cediendo á un esfuerzo furioso,
Kodín desgarraba su pecho con las uñas,
porque habia hecho saltar los botones de
su chaleco, y medio desgarrado su camisa
negra y asquerosa , como si la presión de
estos vestidos hubiese aumentado la vio-
lencia de los dolores que padecía.
El obispo, el cardenal y el padre d'Ai-
grigny se acercaron con ansiedad á Rodin
,y le rodearon para contenerle; de repen-
te reuniendo sus fuerzas , se puso de pié ,
tieso como un cadáver; entonces con sus
cabellos en desorden, con sus raros cabe-
llos erizados al rededor de su semblante
verde, fíjaudo sus encendidos y centellean-
tes ojos en el cardenal, que en este instan-
te estaba inclinado hacia él , le cogió con
-tus dos manos convulsivas, y esclamó con
voa ahogada.
— Cardenal Malpieri.... esta eníerwe-
dad es demasiado súbita desconfinao
de mí en Roma sois de la raza de lo»
Borgias y vuestro secretario... ha es-
tado en mi casa esta mañana.
— ) Desgraciado !..,. ¿qué se atreve á
decir? esclamó el prelado tan estupefacto
como indignado de esta acusación.
Diciendo esto, el cardenal trataba de
desembarazarse de las manos del jesuíta,
cuyos dedos contraidos tenían la firmeza
del hierro.
— Me bao envenenado... esclamó Ro-
din.
Y no pudiéndose sostener cayó en los
trazos del padre d'Aígrigny.
A pesar de iu espanto, el cardenal Tq-
vo tiempo de decir á este en voz baja :
— Ote que quieren envenenarle.... al-
go peligroso intenta pues.
Abrióse la puerta del salon: era el doc-
tor Baleinier.
— ¡Allí doctor, esclamó Id princesa pá-
lida, asustada y saliéndole al encuentro
corriendo; el padre Rodin acaba de ser
atacado súbitamente de convulsiones hor-
ribles... venid... venid...
— Convulsiones. ..noes nada; calmaos
señora, dijo el médico arrojando su som-
brero sobre un sofá , y acercándose apre-
surado al grupo que rodeaba al mori-
bundo.
— ¡ Aquí está el médico !.., esclamó la
princesa.
Todos se separaron menos ei padre
d'Aigrigny que sostenía á Rodin recosta-
do en una silla.
— jCielo I... i qué síntoma !... esclamó
el doctor , examinando con gran terror el
semblante de Rodin, quede verdoso se
ponía azulado.
— ¿Qué hay? pregutHaron todos á una
voz.
— ¿Lo qué hay?.... respondió el mé>-
dico dando un paso atrás, como si hubie-
ra pisado á una serpiente: El cólera, y es
contagioso.
A esta palabra espantosa , mágica , et
padra d'Aigrigny abandonó á Rodin, que
rodó en la alfombra.
— ¡Está perdido! esclamó el doctor
Baleinier; sin embargo, voy corriendo á
buscar lo necesario para hacer el último
esfuerzo.
Y se preciptió hacia la puerta.
La princesa de Saint- Dizier, el padre
d'Aigrigny, el obispo y el cardenal se lan-
zaron en pos de! médico.
Todos se apresuraban á salir del apo-
sento, y tal era su turbación que nadie
podía abrir la puerta.
&i.mj!H.
'ïritretantoabriiise esta por la parti es-
Ueïior.... y apareció Gabriel.
Gabriel, el tipo del verdadero sacerdo-
te, del santo sacerdote, del sacerdote
evangélico, á quien nunca podrá tributar-
se suficiente respeto, ardiente simpatía y
tierna admiración.
Su semblante de arcángel de una sere-
nidad tan dulce, ofncia un contraste sin-
■gular con todos aquellos, contraídos, al-
terados por el terror....
Por poco el joven sacerdote fué echado
al suelo por los que huían precipitándose
por la salida que acababa de abrir, y es-
clamando:
— ¡No entréis..... está agonizando del
cólera.. .. idos I
 estas palabras, empujando dentro del
salón al obispo qut habiendo <|uedado el
último trataba de forzar la puerta^ Ga-
briel se dirigió á Rodin mientras el prela-
do huía por la puerta que había quedado
libre.
Kodin tendido en la alfombra, con los
miembros contraidos por calambres hor-
ribles, se revolcaba con dolores atroces:
la violencia de su caída había sin duda
despertado sus espíritus vitales , porque
decía en voz baja y sepulcral :
— Me dejan... morir... morir... aquí...
«orno un perro.... ; oh ! cobardes.... ¡so-
corro 1... nadie...
Y habiéndose vuelto boca arriba el mo
ribundo con un movimiento convulsiva,
dirigiendo al tedio su cara decondenado,
donde estaba pintada una desesperación
infernal, repetía aun:
— Nadie nadie....
Sus OJOS centellantes y feroces encon-
traron de repente lo? grandes ojos azules
de la angelical físenomia de Gabriel , que
arrodillándose junto á él, le decía con una
voz dulce y grave :
— Aquí estoy, padre mío vengo á
socorreros, si podéis ser socorrido.... y á
orar por vos, si el Señor os llama á sí.
— ¡Gabriel!... dijo Rodin <;on voz apa-
gada, perdón.... por el mal.... q«e os.....
he hecho..... .¡Piedad! no me abando-
néis no...,
Rodin no pudo concluir: Tiabia conse-
guido sentarse^ y dando un gran grito,
cayó sin movimiento.
El mismo día se leía en los periódicos
de la tarde lo siguiente:
f( El cólera está en Paris el primer
caso se ha manifeslado hoy á las tres y me'
dia en la calle de Babilonia , en el palacio
de Saint- Dizier ».
FIN DE LA PABTE PRIMEBA«
-<H>«^
<^
àLkiik,
S!
«
)^AATE SEGUfiflÀi
I.
SL ÁTRIQ PEJtlUESTRi SEÜÓRÁ.
Han pasado oelio días desde aquel en
iqne sucumbió Rodín al cólera , cuyos es-
\ra(i;Oj van aumentando de dia en día.
¡Terrible tiempo , era aquel!
Estendíá^^e sobre j'acis, poco ánteá tan
alegre, un velo fiíueb/e» No obstante, ja
ma^ Ijabia tenido el cielo, un aiulado tan
puro, l.^n contante; janiás había irradia .
do el sol con iníi!» vivos resplandores.
Esta inexorable serenidad de la natura
leza, mientras. Contiouiba haciendo estra-
gos el azote rrtortífero, presentaba un es
Iraño y nusterioso r^ntrasle.
La insolente luz de un sol deslumbra-
dor liacia mas visible aun la alteración de
los semblantes ocasionada por las mil an-
gustias del terror. Porque todos tembla-
ban; este pof sí mismo, aquellos por lo-«
T^res que amaban. Manifestaban tod&s las
fisonomías al^^o de inquieto, de maravilla
do, de febrd. Eran mas precipitados los
pasos como si andando mas aprisa hubie-
se mayor esperanza de huir del peligro y
después cada utto se apresuraba en volver
t su casa. Al salir, dejaba uno en ella sa
lud, vida y felicidad; al entrar se encon-
tijaba en ella con mucha frecuencia, agor
nía , muerte y desesperación.
A cada instante ofendían á los ojos co-
sas nuevas y siniestras; pasaban á menu-
do por ias calles carros ¡leïios de ataúdes
amontonados con cierta simetría. Se dele-
nf.in á la puerta de cada casa; en el um-
bral estaban esperando unos hombres ves-
tidos de firis y negro; alargaban estos los
brazos, y recibían unas veces un ataúd ^
otras veces dos, tres, y hasta cuatro eri
la misma casa, de modo que muy á me-
nudo, habiéndose agotado las provisiones
de at udes, no eran servidos los muertos
de la calle, y el carro, que habia venido
l!jno, se volvía vacío.
En casi todas las casas, de abajo arriba
y de arriba ab.ijo.se oía un ruido de mar-
tillos, que aturdía. Se clavaban cajas, pe-
ro tantas, tantas, (]ue de tiempo en tiem-
po se detenían de cansados los que las cla-
vaban.
Entonces estallaban toda especie de grí-
tos de dolor, de gemidos lastimeros, de
imprecaciones desespcraiias. Eran las gen-
tes á quienes los hombres del vestido gris
y negro habían arrancado alguno para po-
nerlo en la caja.
• *í bVm.
Ü7
Llenábanse pues los ataúdes, y se cla-
vaban dia y noche, pero de dia antes biea
quede nocbe; porque así que llegaba el
crepúsculo, como eran insuficieiiles los
carros mortuorios, llegaba una lúgubre
lila de carruajps de toda especie converti-
dos en carros mortuorios provisionales;
carros ordinario'*, carretas, carros de la-
picero, coches simones, carromatos, todo
servia sucesivamente al fúnebre transporte;
al contrario de los otros que entraban en
las calles llenos y salían vacíos, estos úl-
timos carruajes entraban vacíos y pronto
sallan llenos.
Durante ese tiempo se ¡liíminnban los
cristales de las casas y ardían las luces
íiasla llegar el dia : era la estación de los
bailes. Se parecía bastante aquella clari-
dad á los rayos luminosos de las locas no-
ches de fiesta: soIan)*ínte que las velas fú-
nebres reemplazaban las arañas y la psal-
modia de las oraciones por los difuntos al
alegre zumbido del baile. Ademas en las
calles, en lugar de las trasparentes bufo-
tierías de las muestras de los que alíjuilan
trajes para los disfraces, se balanceaban
de trecho en trecho grandes faroles de co-
lor de sangre de toro con estas palabras
len letras negras:
Socorros á los c<déricr>s.
En donde había fiesta por la noche
era en los cementerios... se pervertían...
Ellos, siempre tan taciturnos, tan mudos
len a(|uellas horas nocturnas, horas en que
se oye el ligero estremecimiento de las ho-
jas del ciprés ajitadas por la brisa:
Ellos, que jamás se alegraban un poco
sino á los pálidos rayos de la Urna, cuan-
do juguetea sobre el mármol de los sepul
cros...
Ellos, tan solitarios que no se oía du-
rante la ¡noche m un solo paso humano
que turbase la tranquilidad de su fúnebre
-silencio.... se habían animado repentina-
A la luz ahumada do las hachas que es-
parcían claridades grandes y rojizas sobre
los negros pinabetes y sobre las piedras
blancas de las sepulturas, gran número,
de enterradores enterraban cantando ale-
gremente. Se pagaba entonces á peso de
oro a<juel peligroso y duro oficio: era tal
la necesidad que había de a(|uel¡a gente
honrada que con lodo eso era necesario
tener .^ni rain i en los con ellos: si bebían a
menudo, también bebian mucho; si es-
taban siempre cantando, también canta-
ban en alta voz; y esto solamente por sos-
tener sus fuerzas y su buen humor, ausi-
liares poderosos para semejante ocupación.
Si por casualidad algunos no concluían la
hoya comentada, no faltaban complacien-
tes companeros que la concluían ^para
ellos ( 1 ) (ese era el término que emplea- .
ban) y los colocaban en ella con muerta
amistad.
A los alegres estribillos de los enterra-
dores respondían otras cantinelas lejanas.
Habíanse improvisado tabernas en las cer-
canías de los cementerios, y los cocheros
de los muertos, asi que habían llevado bus
parroquianos á sit paradero, como decían
ingeniosamente, los cocheros de los muer-
tos enriquecidos con un salario estraordi-
nario, banqueteaban, parrandeaban como
señores: muchas veces les sorprendió la
aurora con el vaso en la mano ty el estri-
billo colorado en .los labios... ¡ Observa-
ción estraila 1 Entre esas gentes de fune-
rales que vivían en las entrañas de la pes-
te, fué casi nula la mortandad.
En los barrios sombríos, infectos, en
donde, en medio de una atmósfera mór-
bida vivían amontonados una caterva de
proletarios estenuados por las privaciones
(I) Hay aquí un juego de voces que re-
sulla de la ambigüedad de la esoresion
francesa pour eux que quiere decir en
mente, estaban ruidosos, estrepitosos é 1 ciertos casos, ?n /uí^a?- suyo, y en otros pa
inundados de luces brillantes
ra ellos,
18*'
iV. del T.
C8
ALBI'M.
mas duras, y como se decía enírgicamcn- (hd; un arco sombrío y bajo la Icrmms-
l« entonces, enteramente mns/icai/ospara ba por el otro.
el cólera, no se trataba ya do individuos
sino de familias enteras arrebatadas por
el cólera en pocas líoras : sin embargo, á
veces, ¡oh clemencia divinal se quedaban
solos en un cuarto frió y arrtiinado dos
niños pequeños, después do haber salido
en sus ataúdes el padre, la n)adre, el her-
mano y la hermana.
Hubiéronse también de cerrar con fre-
cuencia , por falta de habitantes, algunas
de aquellas casas, pobres coltDenas de la-
boriosos trabajadores , completamente de-
siorlas en un solo dia por los estragos del
azote, desde la bóveda , en donde, según
su costumbre, dormían sobre la paja al-
gunos pobres niños deshollinadores, hasta
las boardillas, en donde, macilento y me-
dio desnudo, se estiraba sobre los ladri-
llos helados algún pobre sin pan y sin qué
kàacer.
De todos los barrios de Paris , el que
durante el período ascendente del cólera,
presentaba el espectáculo mas horroroso
acaso, fué el barrio de la Ciudad^ y en
la Ciudad el atrio de Nuestra Señora era
casi todos los dias teatro de escenas ter-
ribles, porque afluían á esa plaza la ma-
yor parle de los enfermos de las calles in-
mediatas, que llevan al Bótel-Dieu. (1)
No leoia el cólera una fisonomía;
tenia mil. Asi es que ocho dias después de
liaber sido Rodin súbitamente acometido,
acaecían eo el atrio de Nuestra Señora
muchos acontecimientos, en los que se
disputaban la palma lo estraño y lo hor-
rible.
Kn lugar de la calle de Arcóle, que en
el dia va directamente á aquella plaza, se
iba entonces por un lado, poruña calle
a-ijuerosa como todas las otras de la ciu~
( 1 ) El hospital y al mismo tiempo el
mayor de l'ari«. ( M, lid T.J
•\1 enlrar en el atrio, se encontraba á
la izquierda la portatía do la inmensa ca-
tedral , y on frente el oilificio del Holel-
Dieu. Un poco mas allá podiala vista, por
un hueco, ver el parapeto del muelle de
Nuestra Sonora.
En la pared negruzca y hendida dol ar-
co se podia leer un cartel, puo>to pocf-»
tiempo hacia, el cual contonia las (Kalabras
siguientes, trazadas con una l)rütha y le-
tras de cobre : (I)
; Venganza I... j venganza !...
Las gentes del pueblo que mandan que ¡os
lleven al hospital son envmenado» alli, por-
que parece demasiado considerable el mime -
ro de los enfermos: cada noche tajan alShe»
na barcos llenos de cadáveres.
¡ Venganza , xj mueran los asesinos del
pueblo !
Dos hombres envueltos en sus capas y
medio escondidos en la sombra del arco,
escuchaban con inquieta curiosidad un
rumor que se iba levantando, cada vik mas
amenazador de una multitud de gente
reunida en las cercanías del Rótel-Dieu.
Pronto llegaron á los oídos de los hom-
bres que estaban emboscados bajo el arco
estos gritos :
"/ Mueran los médicos!... ¡ Venganza !
— Producen su efecto los pasquines,
decía el uno; está el fuego encima de ia
pólvora.... Póngase una vez el populacho
(1) Sabido es que eo tiempo del cólera
<ie pusieron con profusion en Parí > carteles
de esa especte, los cuales fueron atril ui-
dos sucesivamente á diversos partidos, y
entre otros al partido-cura, porque va-
rios obispos habían pubücado pastorales ó
habían ordenado que so hiciese saber en
las iglesias de su dióco>i$ que el Z?ufn Dios
había enviado el cólera para castigai á la
Francia, por haber doslerrado á sus legí-
timos reyes y haber asimilado elcultoca-
tólico á los otros cultos.
■«■(îc Tirar,., después se le lanrará cotilra
<jHiet) se quiera.
— Pues, di, respondió el olro hombre,
mira por alia..... aquel Hércules gigan-
lesctj cuyo taire domina toda esa ranalja.
¿No es uno de los amofinadores furiosos
de cuando se destruyó la casa de iMr.
Hardy?
— Por vida mia que si.... lo reconozco.
tn donde quirt-a que se haya de hacer
alguna maldad, se encuentran esos tunan-,
■tes.
— Ahora creóme; no estemos m-is ralo
bajo esta bóveda , dijo e! otro hombre ;
hace oqni un viento hjjlado'; yaunqüecs-
toy por ahora colchado de IVanela...
— Tienes razón: el calera es brutal co-
mo un demonio. Ademas todo se prepara
muy bien por esta parte, y se asegura
también que el compíót republicano va á
estallar en el arrabal de 8an Antonio. ¡ \í-
ma ! ¡ alma ! Nos sirve eso, y la santa cau-
sa de la religion triunfjrá de la impiedad
revoiiifionaria... Vamos á reunimos con
el padre de Aigr¡gr>y.
— ¿ Kn dónde le hallaremos?
— Aqui cerca, ven... ven.
Y desaparecieron los dos hombres pre-
cipitadamente.
El sol, comenzando á declinar, arro-
jaba sus rayos «obre las negras esculturas
de la portada de Nuestra Señora, y so-
bre la impotiente masa de sus dos torres
que se [«^vaníaban en medio do un cielo
perfectamente a^ul, porque reinaba de
algunos dias á aquella parte un viento nor-
deste seco y helado que harria hasta las
,Tiubes mas lijeras.
Una multitud bastante numerosa .em-
barazando como hemos dicho los accesos
del Hôtel-Dieu, se agrupaba junto á las
rejas de que está rodeado el peristilo del
hospital: detras de las rejas se veia for-
mado un piquete de iiiíanteria, porque
los gritos de ¡ Mueran loa nicdico'^ ! iban
69
haciéndose cada vt-z mas amenazadores.
Las gentes que vo(:¡f,raban así perlc-
neeian a! populacho ocioso, vaüaliundo y
cofrompido á la hez de Paris: asi es
que, cosa espantosa, los dosgraiiadosque
alli traian, atravesando por necesidad
aquellos í:riipos horroro-'os , entraban en
el Hotel- Dieu en me io de siniestros cla-
mores y de gritos de muerte.
A cada instante llegaban en sillas de
manos y en bayflrles luievas víctimas; las
sillas de manos, cubiertas de cortinas de
terliz, ocultaban los enfermos; pero como
los bayarles no tenian cubierta ningima ,
á veces los movimientos convulsivosde un
agonizante apartaban la sábana, dt-jando
ver una faz cadavérica.
tn lugar de espantar á 'los miserables
que estaban reunidos delante de! hospital,
semejantes espectáculos eran para ellos
ocasión de chanzas de canilaies, ó de atro-
ces predicciones sobre la suerte de aque-
llos desgraciados asi que cayesen en las
manos de los módicos.
El Cantero y G-6f>//c<a , acompañados de
un gran nún»ero de sus acólitos, estaban
mezclados con aijuei populacho^
Después del desastre de la fabrica de
Mr. Hardy, el cantero, solemnemente cs-
pulsado de la cofradía por los Lobos que
no hablan querido conservar ninguna so-
lidaridad con aquel miserable; el cantero,
decimos, sumergiéndose desde entonces en
la crápula mas vil, y especulando con su
fuerza hercúlea, se habia h^cho, fnedian-
te salario, el defensor oficioso de Cebolleta
y sus semejantes.
Rscepto algunos transeúntes que venían
por casualidad al atrio de Nuestra Señora,
la andr<yosa turba de que estaba cubierto
se componía pues de la escoria del pueblo
de Paris, miserables no menos dignos de
compasión que de vituperio, porque la
miseria, !a ignorancia y el abandono en-
gendran íj'almcnte e! vicio y el crfmer •
ALkCÉ.
à esos salvaji'S de la civilización, los vt-
pantoso<« cuadros de que á cada instante
se veían rodeados, no les inspiraban ni
compasión, ni ideas, ni terror j, poco c»ii-
daiiusos de una vida ijtie cada dia estaban
defendiendo contra t'l liambre ó las tenta-
ciones del crimen, arrostraban el cólera
con una audacia infernal ó sucumbían con
la bla>femia en la boca.
Dominaba los grupos la alia estatura del
cantero; con los ojos sanguinolentos y las
ficciones inflamadas, vociferaba con todas
sus fuerzas:
— Mueran los carabim {I )... Eüos en-
venenan al pueblo.
— Es mas fácil que alimentarlo, gritaba
C^billeta.
Hablando después á un anciano que
estaba agonizando, á (|iiien llevaban en
una silla dos hombres ijue apenas podían
penetrar la turba, le dijo la Megera:
— ¡Oh I no entres ahí. moribundo; re
bienta aqui en campo raso, en lugar de
rebenlar en esa cavertia en donde te en-
venenarán como á una rata vieja.
—Si, añadió el cantero, después te echa
rán al rio para alimentar los barbos que
uo podrás tu comer...
Oyendo esas atroces chanzas, el ancia-
no giró al rededor suyo los ojos estravia-
dos y arrojó sordos gemidos: Cebolleta
quiso detener a los que lo llevaban, y no
se libertaron de esta Megera sino con mu-
cha dificultad. EÏ fiúna'ro de los coléricos
que llegaban al Hôtel- Üieu, iba aumen
lando de minuto en miniito: habiendo
faltado los medios ordinarios de transpor-
te, faltan'l^ las sillas dciuano y losbayar-
{es. I'evabau los enfermos á brazos.
Pur acá y por acullá manifestaban al-
cu'ios episodios espantosos la instantánea
rapidez del azote.
( I ) Nombre que se da á vects por
burla y otras por aírenla á los estudiantes
en medicina.
Dos liombres llevaban un bayarle èn-
bierto con una sábana manchada de san-
gre, el uno de ellos se siente súbitamente
acometido con violencia; se detiene inme-
diatamente, sus brazos desfallecidos dejan
ciier el bayarte; pierde el color, vacila,
cae casi patas arriba sobre el enfermo, y
se pone tan l'vido como (-] el otro que
llevaba el bajarte, asu-^lado, huye desati-
nado, dejando á su compañero y al mori-
bundo en medio de la turba. Aléjanse
iiiv>s horrorizados; riéndose otros con una
carcajada sólvaje.
— Se ha espantado el tiro, dice el can-
tero, y ha plantado ahi el carrunge...
— (Socorro! gritababa el moribundo
con voz doliente, j Por Diosl Llevadme al
lios|)itali
— Ya no hay asientos en el patio, res-
pondió una voz burlona.
— Y no pueden subir tres piernas al
gallinero, añadió otro.
Hizo el enfermo un esfuerzo para le-
vantarse: pero le abandonaron las fuerzas;
Ciiyó de nuevo extenuado sobre el colchón:
de repente vino hncia aquella parte la tur-
ba, echó por tierra el bayarle; el anciano
y el qu-- antes lo traía fueron pisoteados j
y su.s gemidos se perdieron en medio del
grito :
— ¡Mueran los carabinsi
Y comenzaron otra vez los alaridos con
nueva furia. Aquella banda salvaje que,
en su delirio ft roz, nada respetaba, se vio
obligada algunos instanlesdespues á abrir
sus filas ante varios artesanos que abrían
vigorosamente paso á dos de sus camara-
das, los cuales traían entre sus brazos en-
lazados un artesano, joven aun; su cabeza
perlada ya y lívida, se apoyaba sobre el
hombro de uno de suscamaradas: un uífío
seguía sollozando y asiendo la falda de la
blu^a de uno de los artesanos.
H-ícia algún ralo que se oía razonar en
lias calles tortuosas de la ciudad el ruido
ktbtm.
sonoro y C)mp3sado de muchos tambores;
tocaban llamada porque amenazaba un
motín en el arrabal de San Antonij: los
tambores, saliendo por el arco, atravesa-
ban la plaza del atrio de Nuestra Seiiora;
uno de a(jiiellos, SDÍdado veterano con bi-
gotes grises, interrumpió súbitamente los
redobles soooros de su caja, y sequedóun
paso atrás: sus companeros sorprendidos,
vuelven la cabeza... está ya verde, se do-
blan sus rodillas, dice tartamudeando al-
gunas palabras ininteligibles y cae muerto
sobre el empedrado antes que hayan cesa-
do de tocar los tambores de la primera
fila. La fulminante instantaneidad de aquel
golpe espantó por un momento á los mas
endurecidos. Sorprendidos de la brusca in-
terrupción de la llamada, una parte de la
jgente corrió por curiosidad hacia los tam-
bores.
Al ver aquel soldado agonizante á quien
sosteoian dos de sus compañeros entre sus
brazos, uno de los dos hombres que, bajo
el arco del atrio, habían asistido al prin-
cipio de la emoción popular, dijo á los
otros tambores :
—^Vuestro compaííero ha bebido pro-
bablemente porel camino en alguna fuente?
■ — Sí, señor, respondió el moldado, se
,moria de sed y ha bebido dos bocanadas
de agua en la plaza del Chatelet.
^ — En tal caso está envenenado, dijo el
hombre.
— 2 Envenenado! esclamaroa muchas
Voces.
— No seria gran maravilla , respondió
aqtiel hombre cun tono mi>teriosü; echan
veneno en las fuentes públicas; esta ma-
ñana han muerto aun hombre en la calle
Beaubourg: lo hablan sorprendido echando
una papeleta de arsénico en la colodra de
un vmatero (I).
71
(t) Sabniu es (|ue en aquella desgra
ciada época mataroná varias personas con
el falso protesto de enveneDamiento.
Después de haber pronunciado estas pa-
labras, desapareció aquel hombre entre
la multitud.
Esa voz no menos estúpida que la que
corría sobre los envenenamientos del ¿¿¡r
tel-Dieu, fué acogida con una esplusion
de gritos de indignación: cinco ó seis hom-
bres cubiertos de andrajos, verdadero*
bandidos, agarraron el cuerpo del tam-
bor espirante, lo alzaron sybre sus hom-
bros á pesar de los esfuerzos de sus cama-
radas , y llevando aciuel siniestro tr(^feo ,
recorrieron el atrio precedidos del cantero
y de Cebolleta, quienes gritaban por to-
das partes al pasar;
— ¡Dejen pasar el cadáver I jVcan co-
mo se envenena al pueblol
La llegada de una berlina de posta con
cuatro caballos dio otro movimiento á la
muchedumbre: no habiendo podido pasar
por el muelle Napoleón , que estaba en-
tonces desempedrado en parle, se habia
aventurado aquella berlina á través de la$
calles tortuosas de la Ciudad á fin de pa-
sar á la otra orilla del Sena por el atrl6
de Nuestra Señora.
Asi como oíros muchos, aquellos emi-
grantes huian de Paris para tscaoarse de
la calamidad que diezmaba sus habitantes
un criado y una doncella sentados en el
asiento de airas se miraron recíprocamente
con espanto al pasar delante del Hôlël-
Dieu , mientras un joven colocado en la
parte delantera del interior, abajó el cris-
tal para recomendar al postiIJun que an-
dijviese al paso porque no sucediese nin-
guna desgracia, ptiestslaba entonces muy
apretada la gente. Aquel joven era Aír.de
Morinval ; en el fondo del carruaje esta-
ban Mr. de Muntbron y su sobiínaXIme,
de IVlurínval.
La palidez y la alteración de las faccio-
nes de aquella joven dama indicaban bas*
tante su espantoi Mr. de Montbron , à
pesar de la firmeza de su aima , parecía
19**
72 ALBl'M.
bastante inquieto, y aspiraba de tiiMnpo
en liempû, así como su sobrina, un Tras-
quito lleno de alcanfor.
Durante algunos minutos adelantó el
carruaje lentamente; los postillones guia-
ban á los caballos con muciía precaución;
de repente un rumor, primeramente sor
do y lejano, comenzó a circular en la mul-
titud y se fut' acercando : aumentó el
rumor á medida que se pudo distinguir
mas claramí'nte el rimbombo de cadenas
y de hierro viojo, ruido generalmente es-
trepitoso, propio de los carros de ia arti-
llería : en efecto uno de aquellos carros
(¡ue venia por el muelle de Nuestra Se-
ñora opuesto á la berlina , se cruzó junto
con ella. ¡Cosa estraña! Rstaba compact'1
la muchedumbre , la marcha de aquel
carro era rápida; y al acercarse aquel
carruaje se abrieron por encanto las filas
apretadas.
Pronto se esplicó ese prodigio con estas
palabras que se repetían de boca eo boca.
—¡El furgón de los muerlo$!... ¡el fur-
gón de lo$ muertos!...
Como eran iasuficientes para traspor-
tar los cadáveres los medios de que dis-
pone la administración de Pompas fúne-
bres , habíase echado mano de algunos
carrosdelaartillerfa, en los que se amon-
tonaban precipitadamente los ataúdes.
Mientras un gran número de transeún-
tes miraban con espanto aquel siniestro
carruaje, el cantero y su banda repitieron
sus horribles chanzonetas.
— ¡Déjese pasar el omnibus de los di-
funtos! gritó Cebolleta.
— En ese omnibus no hiya miedo que
le pisen á uno los pies; dijo el cantero.
— Son viajeros que dan poco engorro,
los qae tan ahí dentro.
— Al menos jamas dÁeen que se detenga
el carruaje para echar pié á tierra.
— ¡Toma I jNo hay mas que un sol-
dado dt^l Ircu por postillon !
— Ks verdad; los caballos de delante
los guia un homhre de tilusa.
— Es que probab'emcnte se ha^rá can-
sado el otro soldado. ¡Dciicadu!... Habrá
subido al omnibus de los muertos; se ha-
brá puesto entre los otros que no se
apean ^ino en la grande hoya.
— Y por cierto que lo verilican de cabe/a.
— Sí; dan una cabezada en un montón
de cal.
— V cíadan boca arriba (I), como se
puede decir con verdad.
— ¡Ah! Ahora sí que se podría seguir
con los ojos cerrados el carruaje de los
muertos Es peor (jue en .Monljainon
(2)
— Es verdad Ilu<^!e á muerto
ya corrompido, dij > el cantero hacien-
do alusión al olor infecto y cadavérico que
dejaba tras sí aquel fúnebre vehículo.
— ¡Ahí bien, dijo Cebolleta , el om-
nibus de la muerte va á enganchar aquel
hermoso carruaje; me alegro... Sentirán
aquellos ricos el olor de los muertos.
En efecto se hallaba entonces el furgón
á poca distancia y precisamente enfrente
de la berlina con la cual se cruzaba ; un
hombre con blusa y zapatos de palo guia-
ba los caballos de delante; un soldado del
tren, los de la vara.
Estaban tan apiñados los ataúdes en
aquel carro, que no se cerraba sínoá me-
días su tapa 8emícírcular,{de, manera que,
á cada salto quedaba el carruaje, el cual,
yendo muy aprisa en un empedrado muy
(t) Faire la planche, literalmente hacer
la tabla , es sostenerse en el agua boca
arriba sm hucer ningún movimiento.
(N. del T.J
(2) Es el sitio á donde se llevan todos
los animales muerto«-. Su hediondez, sus
horribles emanaciones, y sobre todo el uso
que se hace de algunas de aquellas carnes
son cosas mejores para calladas (|ue pa-
ra dichas. (N. del T.J
ALBl M
desigual, vacilaba á cada instante, se veían
las cajas chocar tinas con otras.
Por los ojos ardientes He) hombre (ie la
Musa, por su color inflamado, se adivina
ba que estaba medio borracho: escitaba á
los caballos con gritos, con ios talones, y
con el ¡aligo, á ()esar de las stipeifluas re-
comendaciones del soldado del tren, quien
conteniendo apenas sus caballos, seguía á
pesar suyo el paso desordenado que im-
primía al tiro el carretero. Por eso , ha-
biéndose desviado de su drcocion el bor-
racho, fué directamente hacia la ber'ina
y la enganchó.
Volvióse con aquel choque la tapa de!
furgón, y uno de los ataúdes, arrojado
afuera por aquel golpe violento, después
de haber maltratado la porleztjela de la
berlina, :cayó al suelo produciendo un rui-
do sordo y wa(e.
Dislocó aquella caida las labias do pina
beta clavadas de prisa , y en medio de los
pedazos de la caja se vio rodar un cadj-
ver azulado, me^jo cubierto con una mor-
taja.
Viendo aquel , espectáculo, Mme, de Mo
rinval , que se había asomado ma(]uinal-
mente á la puerta, perdió el sentido dan-
do un grande alarido.
Retrocedió la turba con espanto; no
menos asustados, ios poslilionesde la ber-
lina , aprovecharon el espacio que quedó
libre delante de ellos, por la brusca reti-
rada de la gente cuando pasaba el furgón,
dieron de latigazos á los caballos, y se fué
la berlina hacia el muelle.
Kn el momento en que pasaba ese car-
ruaje por delante de los úllimos edificios
del Hotel- Dieu, se oyó á lo íejo> el bulli-
cioso estrépito de una música alegre, yes
tos gritos que repetían los unos después
de íos otros.
— ¡ La mascarada M có'eru !
Anunciaban esas palabras uno de aque-
llos episudios seini-bufjnes y semi-terrí-
73
bles, apenas crtíbles, que se notaron en
el períudo arCindcnte de aquella cala-
midal.
En verdad, si no esluviosen los testi-
monios de los contornp >r,ineos entera -
nuMili" conformes con las reldcioni'S de los
periódicos por lo (¡iie iniraá esa mascara-
da , se creería que , en vcz de un hecho
(•ii-rt<',se trata únicanii'nfede la elucubra-
ción de al^tin cerehru delirante.
Prcsenióse put-s la mascarada del cóle-
ra en el atrio de Ntra. Sra. al mismo tiem-
po que desaparecía el carruaje de Mr. de
Morinval por el lado del muelle, después
de haberle enganchado el furgón de los
muertos.
II.
LA MASCARADA DEL CÓLERA. (1)
Precedía la mascarada un gran tropel
de gente del pueblo, é hizo súbitamenle
irrupción por el arco del atrio, dandogran-
des gritos: soplaban algunos niños en las
embocaduras de varias trompetas, otros
ahullaban, otros silvaban.
El caiítero, Cebolleta y su banda, atraí-
dos por aquel nuevo espectáculo, se diri-
gieron en masa hacia el arco.
En lugar de las dos fondas que se ven
(1) Léese en el Constitutionnel de\ sá-
bado 31 de marzo de 1832:
«Conformándose los parisienses con la
parte de la instrucción popular sobre el
có/era, que, entre otras recetas preserva-
tívas, prescribe el no tener miedo de la
enfermedad, el distraerse, etc. etc. , las
diversiones de la mitad de la cuares-
ma (*) han sido tan ¡briliantes y tan locas
como las del cartiaval mismo. Mucho tiem-
po hacia que no se habían visto, en se-
mejante época del año, tantos bailes. El
mismo cólera ha sido el objeto de una
mascarada ambulante.»
(*) Pedimos perdón á nuestros lectores
del monstruoso anacronism,o que hemos co-
metido . poniendo el dia de la mitad de la
ninrcxma de 1832 antes del mes de abril.
71 ALBÜH.
ahora en las dos es<|n¡na!i de la calle de
Arcóle, no había entonces sino uní, si-
tuada cerca dol arco, y, muy celebrada de
la turba alegre de l->> e>uidiantes por su-»
escelentes vin)S y su-; «guisos provcnzalc*.
A los primeros sonidnsde las clarinadas
que dat)an algunos volantes de librea que
precedían la mascarada , se abrieron re-
pentinamente las venlitnas del gran »aloií
de la fonda , y se asomaron varios motos
con la servilleta on el brazo, impaciente^
dever llegar los singulares convidadosque
estaban esperando.
Apareció al fin la grotesca comitiva m
medí» de un clamor inmenso.
Compi>nia«e la maxarada de un carro
de cuatro ruedas, esc Itadode hombres y
de mugeres á caballo: caballeros y anía-
lonas llevaban trajes de fantasía, ricos á
la vei y elegantes; la mayor parte de
aquellos enmascarados pertenecían á la
cla<e media y ac' modada.
Hdbia corritlo la voz de que se organi-
xaba una mascarada para iicfur al cólera,
y alentar con aquella alegre demostración
d moral de la p<>b ación asustada: alins
tante varios arlistas, estudiantes, jóvenes
(de alta suciedad, criados de couiercio,
etc., respondieron á aquel llamamiento,
y aunque desconocidos unos deotros, fra-
ternizaron inmediatamente; muchos para
completar la íiesta llevaron sus cortejos;
lo« ga>los de la fiesta se hacia n con el pro-
ducto de una suscripción, y á la mañana,
después de haber hecho un espléndido de-
sayuno en la otra eslreinidad de París, la
alegre banda se había puesto valerosamen-
ie en camino para ir á concluir la joma-
ba con una comida i.-u el atrio de Nuestra
Señora.
Decimos valerngamenle , porque les era
tiecesario, i aquellas jóvenes mujeres,
un temple muy singular de corazón, una
fiereza estraordinaria de carácter para
atravesar asi aquella gran ciudad sumida
en la consternación y en el espanto; para
cruzarse «tsi á cada paso sin perder el co-
lor, c )n los bayarles cargados de mori-
bundos y o.-n !(»s carros llenos de cadáve-
ri'<i ; para arrostrar tan de frente, con la
befa mas estraordinaria , al azote que
estaba diezmando á París.
— Fuera de eso, únicamente en París»
y únicamente en cierta clase de la pobla-
ción de París podía nacer y realizarse es-
la idea.
I) ts hombres grotescamente disfrazados
en postillones de las pompas fútif'bres,
con formidables narices falsas, lloronas de
crespoii de color de rosa en el sombrero ^
grandes ramilletes de rosas y borlíllas de
i'iespon en los ojales de la casaca , guia-
ban el carro de cuatro ruedas.
Kn la plataforma del carro estaban agrii
pados personajes que representaban:
EL VINO. — LA LOCURA. — EL AMOR. — EL
JLEGO.
La misión de aquellos p 'rsonajes sim-
bólicos era de darle la pftr vida que pu-
diesen, á fuerza de chillidos, de chungas
V de sarcasmos, al bum hombre cólera,
especio de burlesca y fúnebre Casandra,
á (juien bufoneaban de mil modos.
Li moralidad de todo eso era :
« Para arrostrar con seguridad al có-
lera , es menester beber , divertirse , ju»
gár y cortejar.»
El vino tenia por representante un grue-
so y panzudo sileno, obeso, rechoncho,
cornudo, con una corona de hiedra en là
cabeza , una piel de pantera en lus hom-
bros, y en la mano una gran copa ador-
nada de flores.
Nadie en el mundo podía presentar á
ios espectadores admirados y contentos
una oreja mas escarlata, un abdomen mas
utagestuoso, un narigón mas grueso y mas
colorado que ISíni-Muulin, el escritor mo-
ral y religioso.
A cada instante aparentaba Ninl-MoU-
'^'h^.ir -^
ïin beberse la copa , y despues venia con j
insolencia á reírse en sus bigotes, del burn
'hombre cólera.
El buen hombre cólera, cadav(^r¡co (íe-
ronte , eslaba riiedioenvueltoen una m.r
taja : su careta de verdoso carton con los
ojos encarnados y cóncavos, parecía a ca-
da instante que hacia el gesto de agonizar
de un modo inuy divtrlido: bajosii p»'!u-
ca de (res marlillus bástante empolvada ,
y coronada de un gorro piramidal de al-
godón blanco^ se Veían salir por encima
de su mortaja su cuello y sus brüzos pin-
tados de un bonito color verdoso, su
descarnada mano casi sienipt-e agitada por
un calofrío febril, (no íiiigido sino natu-
ral) se apoyaba cn un ha>ton con puño
encorbado; en fin, lleVaba como convíe-
he á todo Gcronte, medias encarnadas,
ligas con hebilla, y chínelas altas de cas-
tor negro.
Ese grotesco representante del cólera
"era Duerrtie-én-cueros,
A pesar de una calentura lettta y peli-
gfosa , ocasionada por el abuso d^l aguar-
diente y por el libertinaje, calentura que
Jo minaba sordamente, Santiago sie había
visto comprometido pot Morok á entrar
len aquella rtiascarada.
El domador de fieras, vestido dé rey
de bastos, representaba el jilegc. (]oro-
hada la frente de ílna diadema de carton
dorado; su cara impasible y macilenta,
rodeada de una barba espesa y larga que
bajaba ha^^ta la parte delantera de su tú-
hica , compuesta de cuadros de colores
inúy vívo>, ¡Vlorok tenía perfectamente
)a traza del papel quD representaba. De
tiempo en tiempo agitaba ctín ademan
burlón á los ojos del buen hombre cólera
un costal lleno de fichas estrepitosas, con
naipes Je todas especies pintados por de-
fuera. Cierta incomodidad en los movi-
mientos del brazo derecho mostraba que
el domador de fieras se resentía auo de
m. 75
la herida que le habia hecho la pantera
antes de haberla muerto Djalma.
La locura, simbDlizaiuiu la risa, iba
también á su vez á sacudir la clásica mu-
ñeca , con sus cascabeles sonoros y dora-
dos á los oídos <iel buen hombre cólera, a
locura era una pobre joven alerte y ligera,
que üeVaba sobre sus hermosos caheiks
un gorro frijiode color de púrpura; reem-
plnrdba cerca de Duerme-en Cueros á ia
reina liacannlv que no hubiera dejado de
Venir á sen>ejatite fiesta, ella tan animosa
y tan alegre, que poco anles había ligu-^
rado en otra mascarada acaso menos (i-^
losófica en su objeto , pero no menos di-^
vertida.
Otra hermosa criatura, la señorita Bor-
níchoux (|ue servía de modelo para pintar
el cuerpo é un pintor de reputación (tam-
bién estaba él en la comitiva), represen-
taba el amor y lo representaba á las mil
maravillas; no te podían atribuir al amor^
On rostro mas delicioso ni formas mas
graciosas. Cubierta con una túnica azul
bordada de lentejuelas, con una cinta
azul y plata 8ol)re sus cabellos castaños j
y dos pe(|ueñas alas trasparentes tras de
sus blancas espaldas, el amor cruzando
el íüdicp de la mano izquierda con el dé
su derecha , hacia de tiempo en tiempo
gentiles y lindas muecas al bum hombre
cólera,
Al rededor del grupo principal otras
mr'scaras mas ó menos grotesca», agitaban
banderas en las cuales se leían las inscrip-
ciones siguientes ; bastante anacreónticas
para la circuustancia.
■ — / Enterróse el cólera /
— j Corta pero buena !
— / Ks menester reírse^.. í reírse y siem-
pre reírse I
—¡ Los chuscárradós Quemarán al có-
lera f
— / Viva el amor /
— / Viva el vino I
20**
"i G ALBUM
— ¡Llega, pues, azote infame!
Habia verdaderamente tanta y tan au-
daz alegría en aquella mascarada quo la
mayor parle de los espectadores, cuando
pasó por el atrio de Nuestra Señora, para
ir á comer á la fonda , en dundo les esta-
ban esperando, le dieron repelidos aplau-
sos: aquella especie de admiración que
inspiran siempre el valor por loco, por
ciego que sea , pareció á otros espectado-
res , poco numerosos á la verdad , una
especie de desafío que echaban á la cóle-
ra del cielo, y asi recibieron á la comiti-
va con murmullos irritados.
Aijuel espectáculo eslraordinario y las
diversas impresiones (jiie producia estaban
demasiado fuera del círculo de los acon-
tecimientos ordinarios para poderse apre-
ciar con justicia : no sabe unoá la verdad
si aquella atrevida baladronada merece
alabanza ó vituperio.
, Ademas, la aparición de estas calami-
dades quede siglos en siglos afligen y des-
truyen á la especie humana, ha ido casi
siempre acompañada de una especie de
escitacion moral, que no podia evitar nin-
guno de los que se libertaban del conta-
gio. ¡Vértigo febril y estraño que á veces
pone en movimiento las preocupaciones
mas estúpidas, las pasiones mas feroces,
y á veces inspira, al contrario, los sacri-
ficios mas sublimes, las acciones mas va-
lerosas; en fin, ecsalta en los unos el mie-
do de la muerte hasta los terrores mas
locos, mientras por parte de otros el des-
precio de la vida se manifiesta en las ba-
ladronadas nías atrevidas!
Pensando muy poco en las alabanza» ó
el vituperio que podia merecer, la mas-
carada llegó á la puerta de la fonda, y en-
tró en ella en medio de aclamaciones uni
versales.
Parecía quese habia todo preparado pa-
ra completar aquella estrañ.i idea con los
tüiitiastts mas sifigulares.
A si es qtie, estando la tal)ern3 rn don-
de se iba á celebrar nqiiella bacanal su-
prema , preei'íaiiuMile >il(i.i(lii no lejos de
la antigua catedral y del siniestro hospi-
tal, los coros rolíjiosos d > la antigua ba-
sílica , los alaridos de lis agonizantes, y
los cantos b;í(|uicos de los del |ian(|iielese
hahian de cubrir y oir á su vez.
Habiéndose apeado los enmascarados
del carro y de sus caballos, fueron á to-
mar asiento al banquete (jue les liabian
preparadí).
Sentados están á la mesa los actores de
la mascarada en una gran sala de la Tm-
da. Están alegres, ri'unidi'S, estrepitoso*;;
sin enibargo tiene nn carácter estraño su
alegría.
A las veces los mas resnellns recuerdan
involuntariamente que están jugando su
vida en aquella lucha loca y audaz conlra
el azote.... Es a<piel siniestro pensamien-
to rápido como el herizo febril que le hie-
la á uno en un instante: asi es (]ue de
cuando en cuatulo se manifiestan aijuellas
ideas pasajeras en los bruscos silencios
que duran apenas un segundo, pero de-
saparecen pronto en medio de la esplo-
sion de gritos alegres, porque cada uno
se dice á si mismo: — Fuera debilidades;
me están mirai\domi camarada y mi cor-
tejo,
Y ríese cada uno y echa cada vez mas
brindis, trata de tú al que está á su lad;^>
y bebe con preferencia en el vaso de la
que está junto á él.
Habíase quitailo Puermc-en -Cueros la
careta y la peluca del buen hombre cóle-
ra; la flaqueza de sus f.icci<in'^s aploma-
das, su palidez enfermiza, el S'mbrio res-
plandor de su> ojosliundiíJos ¡ndical)an los
progresos lento i de la enfermedad que iba
consumiendo á aquel desgraciado, llegado
va por MIS csresos ai úílimo firado de la
esteiiuacion ; antique sentia uii fu''go kii-
ALBUM,
77
to que devoraba 5:us enlraùas, ocultaba
siii dolores cou uiia risa ficticia y ner-
viosa.
A la izquierda de Santiago c?-i<jba Mo-
rok cuya fatal innuencia iba sirrnpre au-
mentando, y á su derecha la joven dis-
frazada en Locura; se llanuiba Maria; al
lado de esta estendia su niaj.'sluosa gor-
dura Nini-Moulin y fingia á las veces que
recogía la servilleta debHJo I;i ttiesa, con
el objeto de apretar las rodillas de su ve-
cina por la otra parle, ¡a «icñürita Modes-
ta que representaba al Amor.
Se babian colocado la mayor parte de
los convidados sepuii sus gusfits; cada uno
al lado de su cada una y y los célibes en
donde li;ibian podi lo. listaban entonces
en el segundo servicio; los escelentes vi-
nos, la comida regalada, las palat)ras ale-
gres , y aun la eslraiu-z de la situación ha
bian exaltado muchísimo las cabezas, co-
mo será fácil de conocer por los inciden-
tes eslraordinarios de la escena siguiente.
111.
EL COMBATE SI>GULAR.
Dos Ó 1res veces uno de los mozos de
la fonda había venido, sin que lo advir-
tiesen los convidados, á hablar á sus ca-
ntaradas, !nostrandoles con gesto espresi-
vo el cielo raso de la sala del festín : pero
sus compañeros no habían hecho caso nin-
guno de sus observaciones ó de su'» temo-
res, sin duda porque no querían incomo-
dar á los convidados cuya loca alegría iba
aumentando cada vfz mas.
— ¿Quién dudará ahora de la supe-
rioridad de nuestro modo de curar ese
impertinente cólera? ¿Ha tenido el atre-
vimiento de atacar á nuestro batallón sa-
grado? le decía un magnífico lurco salíin-
i;anco, que era uno de los fjue llevaban
los e?-taf»dartes de la mascarada.
— Kn eso est i todo p! misterio, dijo
olro, no hay mas ijue rdr-ele en sus bi-
gotes al hombre cólera , y al instante vuel-
ve la espalda.
— Se hace justicia á sí mismo, porque
son muy tontas sus ol)ras, dijo una /'út-
rclle, bebiendo list.uncnle su vaso,
— Piene razón, Choux choux, es ton-
t'S arclíitonlo, i espundio ti Pierrot de la
Piericlle, por(|ue a! lin se está uno tran-
(|iii!o, giizaiiilo (le la felicidad de la vida,
y súbitanienie , dtspues de haber hecho
una mueca atrez se va uno al otro mur-
do... ¡ Pue> biiii ! ¿(|ue.>í^nirica eso? ¡Oi.é
agudiza I ¡ Qn(' diver>ion ! Deci Jinesi pu-
di'is , lo que prueba eso.
— Es'o prueba, respondió un ilustre pin-
tor romántico disfrazado de roniano de la
escuela de Darío, eso prueba que el có-
lera es un desdichado colorista , puesli»
(pie no tiene su paleta ^in^ un solo matiz,
un verdoso malo Sin duda que ha es-
tudiado ese galafate con aquel fa.slidíoso
Jacobus el r'-y de los pintores clásicos,
azoto de otra especie.
— Sin embargo, maestre, anadio respe-
tuosamente el discípulo del gran pintor,
he visto coléricos cuyas convulsiones te-
nían mucha Immure , cuya agonía no es-
taba desprovi.-ta de chic.
— Señores, e-^clamó un escultor no me-
nos célebre, resuiiiamos la cuestión. El
cólera es un detetable colorista; pero es
un dibujante endenioniado... hace la ana-
tomía del cuerpo humano perfectamente.
¡Voto á brios ! ¡ Cómo descarna 1 Compa-
rado con él, Miguel Ángel no seria mas
que un discípulo.
— Concedido gritaron todos á una
vez. El cólera mal colorista pero di-
bujante endemoniado.
— Por otra parte, caballeros, replicó
Nini Moulin ron una gravedad cómica, ha^
en ese azote ima pilla lección de la Provi-
dencia como diría el gran Bossuet.
— ¡La leci'ion I ¡ La lección !
— Sí señore- me parece quo oigo
78
ALBtJM.
una voz He lo alto que nos grita : bebed
^e\ mejur vino; gastad lo que tenéis; dadle
biienns besos á la imipiT de vuestro pró-
jinv»... porque acaso eslán coiitaJas vues-
tras horas desprai-iados !
Dii'ifudoesto, elorl.)dt.x>-ï>ili'nosfapro
vochó de un momento de distracción de
la sefu^rita Mode-ta su vecina, para darle
en su fresca mejilla al .-Imor un beso fuerte
y eslrepiloso.
Conta::iosi) fué el ejetnplo, y Á las ale
gres raroaJHdas se mezcló tiu turbulento
chis rlias de besos.
— ¡Por vida del diablo, dil dcnionio y
del iiifiírn-'! exclamó el uraii pintor an)e
nazaod.» aU'^rt'in nteá Niiii - Moulin; bue-
muy incierto por desgracia, de la ioteríá
de la viudt'dad! Apareces, y les vuelve la
alejiria ; gracias á ti , ¡ oh , complaciente
azote I ven cenluplicarse las eventualida-
des de su libertad.
— ¡Y los lured. ros! ¡qué reconocimien-
to! Un frío, un chis un nada y
crac, en una hora el que antes no era mas
que lio ó un colateral, se hace un bien-
hechor vt-norado.
— Y las mnl<'S (|ue tienen la mania dé
envidiar siempre les empleos de los oíros,
I (juó esrelente compadre encuentran ert
el colora !
— ^¡Y cuánfo> juramentos de constancia
se vnn a realizar pnr ese medio! drjo sen-
na fortuna tenéis quesea prob.it¡lenienle ; llm.iit.ilmente la señorita Modesta
mañana el fin del mundo, que sino os ha
bia de desafiar por el beso que le habéis
dado al Amor, que es mis amores.
— E-io mismo os demuestra , ó Rubens
ó Uafael, pues lo sois, las mil ventajas
de! cólera a (juien proclamo yo como esen-
cialmente sociable y cariAoso*
— ¿Y filantrópico? dij » uno de los con
\idaiios: gracias ai cólera, los acreedores
cuidan de la salud de susdeudoresi.. Esta
mañana un «isurero, ntie toma el mayor
interés por mi existencia, me ha traido
toda especie de drogas anli coléricas , su-
pliciíndume que las emplease.
¡cu;intos tunantes le han jurado á una
muger dulce y débil que la amarán mien-
tras vivan, y no esperaban los beduinos
ser tan fieles á sh palabra í
— Señores, esclamó Nini-Moulin. pues-
to que estamos aqui reunidos, acaso en
vaporas del fin del mundo, como dice este
célet're pintor, propongo que juguemos
al mundo al revés. Pido que estas señoras
nos exciten, nos provoquen, nos inquic
len , nos cojan besos, en fin, que tomen
con nosotros toda especie de libertades, y
á todo rigor (tanto peor para nosotros),
que nos insulten ; sí, dec'aro que me de-
— V á mí, decia el di>cípu!o del gran jaré insultar; invito á que me iiSuten..;
pintor, mi sastre quiria ponern>e sobre
ios ríñones una cintura de fr'>nel.»< por()ue
Por consiguiente, ílnior, me podéis favo-
recer con el insulto mas grosero que se
le debo 1res md franco-^; á es<» le he res- p^ede hacer á un célibe virtuoso y pudi
pondido yo: « ¡Olí . sastre 1 dadme fini
quito y mt! t-nfranelo al uistant.- por con-
servaros mi parroquia, ya que tanto apego
le l« neis.
— ¡Oh c 'dera ! à ti te echo un brindis,
dijo Nini Moulin en tono de grotesca in-
vocación. Noeres lú la (ie>esperacion; an-
les, al contrario, simbolizas la esperanza;
sí, la esperanza. jCuántos mandos, r.uan-
Uü mug res no tenían sino un número,
bundo, añadió el escritor religioso, incli-
nándose hacía la señorita Modesta, quien
lo rectiazó riéndose como una loca.
Hecibióse a descabeltaila proposición deí
Nini Moulin con una risotada general, y
tomó nuevo incremento la orgia.
En medio de ese tumulto atronador^
volvió de nuevo el mozo, (|ue habia entra-
do ya varias veces para hablarles á sus ca-
maradas en voz baja, mostrándoles el cíe-
ll»^'
Ï9
\o raso de la sala , tenia el rostro pálid
descompuesto; se acercó ai que l<aci,a vu.-^
«es de metrolel, y le dijo en tony bajo con
voz conmovida :
— Aciiban de llegar...
— ¿Qui('Mie>?
;— Ya lo sabéis... para allá arriba é
indicó el techo.
— ¡ Ahí (lijo el metrotel ponióndoso
inquieto. ¿Y en dónde esleír) ?
— Acaban de subir... ya están allí, aña-
dió el mozo con aire ahusladp.; .aHí.e,sl¡áD.
—¿Qué dice el amo?
-^tí>lá desconsolado. .4 con motiyode...
y el m >2o echó una mirada circular alre-
dedor de la mesa; no sabe que Ufi-ev
ine eiwia á que os hab'e...
—¿Y ({uó diablo ([uiere que baga... yo?
dijo el otro enjugándose la frente: se de-
bía contar c>m eso... ya no li^y n^edlpnip-
^uno de evitarlo.
— Pues no lue (|uedo yo aquí: va á co
menzar la gresca.
-^Bien harás, pirque con tu cara tras-
tornada estás llamando la atención; vete
y düe al amo que es menester eí^perar lo
que venga.
Pasó inadvertido este incidente ep me-
dio del tumulto cada vez mayor dí^l alegre
festin.
.Mientras tanto entre los convidados uho
solo no bi-bia ni se reía; era Ouerme-en-
cuero-; cotí los <ij>s tristes y fijos, miraba
a! aire: indiferente á cuanto acaecía aljre-
dedor suyo, el desgraciado pensaba única
mt'nteen bi reina Bacanal que hubiera es
tado tan brillante, tan alegre e» semejan
te salurual. tCl n-cuerdo de aquella cria-
tura que amaba siempre con un an>or es-
Iravagaiite, era el úiiio pensamiento que
de tii'mpo en tiempo venia á distraerle de
su efnSrule-'imii'ntM.
¡i'.o>a eslrañd! No liabia consentido
Santiag) en entrar en esla mascarada !»i-
no pprqu \lc\recorüdbaeáu luco pa:|iü^t;in-
po el último dia de fiesta que p^só con
Ceíisa : aquel receill malin (almuerzo) dtg-
pues de una noche de baile de miscaras»
alegre banquete en medio del cual la rei-
na Bacanal por un est rano presentimiento
había echadj este brindis con motivo del
azote que se iba acercando, según decían,
á Francia: al cólera , había dicho Cefisa.
Que perdone à los que desean licir y se l't-
i-ejHiiloê á los que no quieren sepçirarse.
ii\\ aquel i!)>lante, pensando en esas pa-
labras, estaba Santiago entregado á tris-
tes ideas. Advif tiendo Morok supre('CU.;a-
cion, le dijo en voz baja :
— ¡Pues que! ¿N>» bebes mas, Santia-
go? ¿Has bebido bastante vino? ¿Tienes
gana de aguardiente?... Voy á pedir.
— No tengo necesidad de vino ni de
aguardiente... respondió bruscamenteSan-
tiagp, y volvió á caer en sus trilles pensa-
mientos.
: — íin verdad tienes razón, respondió
Moruk con una risa sardónica y alzando
cada vez nfias la voz, haces bien en mirar-
te... loco estaba yo. en hablarte de aguar-
diente...,, en el tiempo en que nos halla-
mos... seria tanta temeridad el ponerse en-
frente de una bjtella de aguardiente como
á la, boca del canon de una pistola cargada.
Al oir poaer en duda su animo de be-
bedor, ütierme-en-cueros miró á Morok
con sen»b!ante irri^t^d».
— ¿Cun qué así, es por cobardía el no
atrevi-nne a beber aunardienle? esclamó
el desgraciado cuya inteligencia , medio
muerta, se despertaba para defender lo
que llamaba él su dignidad: ¿rehii->o be-
ber por cobardía? ¡eii! .Morok, responde.
— ^Vamos, hombre honrado, todos cuan-
tos estamos aquí hemos dado boy pruebas
de valor, dijo a Santiago uno de los con-
vidados, Vus sobre todo que, estando en-
feroíO. habiis |enido ámoK» para hacer el
papel del bu>-n hoiiifire có'tra.
— Seaore;í, úijo Moruk, viendo que to-
2r»
80
desfijaban los ojos en ól yon Duerme-en-
ciieros. Me estaba chaiiceaiidj, porijiie si
ei camarada (é indicó á Santiago) hubiese
convelido la imprudencia do aceptar mi
oferta, hubiera sido, no intrépido, sino lo-
co... por fortuna tiene la prudencia de re-
nunciar á esta fanfarronada, tan peligrosa
en este instante, y yo...
— ¡Muchacho I dijo [)ucrme-en-cue-
ros, interrumpiendo á .Morok ccn una im-
paciencia colérica , dos botellas do aguar-
diente y dos vasos...
— ¿Qué vas hacer? dijo Morok, fingien-
do una sorpresa ini]uieta. ¿Con qué obje-
to esas dos botellas de aguardiente?
— Para un desafío dijo Santiago en
tono frió y resuello.
— ¿Para un desafío? gritaron de todas
partes con sorpresa.
— Sí... respondió Santiago, un desafío...
á Cognac (1) : pretendes que hay tanto pe-
hgroen ponerse ante una botella de aguar-
dienlecomo delante un cañón de pi^tola...
tomemos cada uno una botella llena, ya
vcremosquien de los dosechará pié atrás.
Esta eslraùa proposición de Duerme-
cn cueros fué recibida por unos con gran-
des gritos de alegría, por lus otros con
muestras de una verdadera itujuietud.
— j Bravo los campeones de la botella 1
gritaban unos.
— No, no: seria demasiado peligrosa se-
mejante lucha, decían otros.
— Ese desafío eo el tiempo en que esta-
mos... es tan serio como un desafío á
ntuerte: aiíadía otro.
— Ya oyes, dijo Morok con una sonrisa
diabólica. ¿Oyes, Santiago?.... mira pues
si quieres retroceder ante el peligro.
Al oir esas palabras (jue le recordaban
el peligro que iba á correr, so estremeció
Santiago, como >i le hubiese venido al
pensamiento una i lea nueva; levanti) con
arroga'ii.ia la cobe/J , y se esparció sobre
sus mejillas un ligero colorido; brillaba en
sus miradas una especie de sali>faccion si-
niestra, y esclamó con voz (irme:
— ] Por vida del demonio! ¿listas sor-
do murliacho? ¿N) le he pedido dos bo-
tellas de aguardiente?
— Ya voy, sefior, respondií) el mozo ca-
si espantado de lo (|ue iba á suceder du-
rante aquella lucha báquica.
Nu obstante, la mayoría, aplaudió la lo-
ca y peligrosa resolución de Santiago.
Nini Moulin , revolviéndose en su silia
y perneando gritaba en al'a voz:
— ¡ üaco y mi sed! ¡Mi vaso y mi
pinta!... 1 Abiertos están los gaznates ! ..
¿ Al ataque Cognac !... ¡ Liberalidad ! ¡Li-
beralidad! (1).
Y abrazó á la señorita Modesta como
verdadero campeón del torneo, diciendo
paia escusar esta libertad :
— .4 mor, vos seréis la reina de la bel-
dad... yo pruebo la felicidad del vencedor.
— ¡Al ataque Cognac! ¡repitiéronlos
circunslantesen coro: ¡al ala(|ueCognac!
— Señores, añadió Nini-Moulin: sere-
mos indiferentes al noble ejemplo que nos
dá el buen hombre cólera? {é indicó á San-
tiago); él ha dicho valerosamente ¡Gognacl
respondámosle gloriosamente: ¡ ponche !
— Si, sí : ponche!
— ;AI ataque ponche!
— Muchacho, gritó el escritor moral y
religioso con voz estentórea : ¿tenéis a!giin
barreño, alguna caldera, slguna cuba,
una inmensidad cualquiera (¡ue sea... para
poder hacer un ponch»* monstruo?
(1) Ciudad en donde se fahrii-a el aguar-
diente de mas reputación en Francia,
(i\ola. (id T.J
(I) Esasesclamaeíones ylasipie siguen,
in)posibIes para el traductor y difíciles pi-
ra el lector, son um ¡¡nr uJía de los anti-
uijos gritos do guerra de la monarquía
francesa. (.Wuta dJ T.J
— iTJn poncho babilónico!
— lUií ponche lago 1
— ¡ Un ponche Océano !
Tai fué el ambicioso crescendo, (¡tie se
oyó á continuación déla proposición de Ni
ui-Moiilin.
— Señor, respondió el mozo en tono de
triunfo, tenenuis una oÜa de cubre (pie
precisamente se estañó li-ice muy poco:
aun no se ha estrenado, y ha de contener
Ireinia hutelias á !o menos.
— Tratd !a olla, dijo magostuosamenle
Nini-Moulin.
—¡Viva la olla! gritaron todos en coro.
— Kchad en ella veinte botellas de kirch
(í), seis panes de azúcar, doce limones,
una libra de canjlii.... jy furgo, fueg^!..
j fuego por tod.is partes! esclanió el escri-
tor relijioso, dando gritos desaforados.
—Si, si, ¡fuego por todas pa^te^¡ re-
pitió el coro.
La proposición de Nini-Mouün daba
nuevo vuelo á la alegría general. Cruzá-
banse los dichos mas locos, mezclándose
con el ruido de los besos tomados de sor-
presa ó concedidos baj.» pretesto que no
eesistiría acaso el dia de mañana, (¡iieera
menester resignarse, etc. , ele.
De repente, en íino de aquellos instan-
tes de silencio que aconfeceti á voces en
las reuniones mas tumultuosas, se oye-
ron encima de la sala del festin varios
golpes sordos y compasados.
Callaron todos y escuharon atenta-
mente.
IV.
¡AL ATAQUE COC^^VC I
Al cabo de algunos n nnientos, el ruido
que tanto liabia sorprendido á ios del con-
vite, resonó de nuevo mas ftierte y mas
continuo.
— Muchacho, dijo uno de los convida-
dos, ¿t|in'' diablo de ruido es ese?
( 1 ) Aguardiente de cerezas.
(N: del T.)
ALBVM. 81
Kl mozo, mirando á sus carneradas con
inquietud y espa/.lo, rispondió tartamu-
deando.
— Señor.... es.... e>....
— ; Por vida de (>i.«,to!.... es a'gun in-
(luiiino malévolo y regañón, algún ene-
oii^o do la alegría (jue da golpi-s en el
suelo jiara decirnos (¡ne caí. temos en voz
mas i)aja.... dijo Nini-Moulin.
— KnlíMi'.es, regla g neral , respondió
ron énfasis el discípulo del gran pintor ;
cuando un ini¡uilino ó propietario, cual-
(]uiera que sea , pide silencio, manda la
tradición (¡ue se le dé inmedialamenteuna
cencerrada infernal, con el objeto de en-
•íordecer enteramente, si es posible, aire-
clamante. Ksas son al menos, añadió mo-
destamente el rapin ( t ) , e.-.as son las re-
uniones estrunjeras que, según he visto
siempre, median enlro potencias /ei7¡i-
trópicas.
Aquel neologismo aventurado fué reci-
bido con risas y bravos universales.
Durante aquel tumulto, Alurok hizo
una pregunta á uno de los muchachos de
servicio, y después de haber oido su res-
puesta, esclamó con voz aguda que do-
minó todo aquel estrépito:
— Pido la palabra.
— Concedida respondieron alegre-
mente.
Mientras duraba el silencio que sigufó
á la esclaniaciondoMorok, oyóse de nue-
vo el ruido, y era esta vez mas precipi-
tado.
— Está enteramente inocente el inqui-
lino, dijo Moruk con una sonrisa siniestra,
es incapaz de oponerse de ningún modoá
la vehemencia de nuestra alegría.
— Pues entonces, ¿porque está dando
golpes ahi encinia como un sordo? dijo
Nini Moulin agotando su vaso.
(I) Se indican con esta voz los discípu-
los de los pintores, y á veces los malos
pintores. (S.dclT.J
S-2 ALBUM.
— Como un sordo que ha perdido el
bastón, dijo el rapin.
— N'> e^ el inqiiiliiio qnirn da golpe-*.
dijo Moritk con su voz seca y breve, lo
están encerrand'í en >u caja.
Un ¡«üencio súttilo y profundo sucedió a
estas palabras.
— L» eiicic*rran.... no... me e(|UÍvoco,
«ñadii) Moriik, los enciinan hubiera de-
bido decir. pi>rc|U • cono no e-tá el tiem-
po de sobra, h^n pii«'>lo a la madre y al
uino en la misma caja.
— Si, nuestra ama, una mujer de vein-
te años, respondió el mozo de servicio ;
íu pobre niña (|ue crijl»a. lia mui-rlo pu-
co de>pues lodii eso en uienos de dos
horas.... H trio siente el aun) incomodar-
les á esos Caballeros duijíiite la ct)mida...
Pero no podia prever ayer esta desgrac'a.
puesto que ayer mañana aquella niuger
tan joven no estaba aun eníirma : alcon-
trario canlaba que se las pelaba, y estaba
Aleare cual nadie.
Hubiérase diclio t|ue esa-* palabras echa-
ban un crespón fúnebre sobre ai^iiella es-
cena, poco antes tan aleare; todas aijue-
llas caras tan rubicundas y lan dilatadas
Se cuolrisldron MÍbitamcnte ; na<lie o>ó
decir una sola chanza >ol>re a(|uella ma-
dre y su niña que enceiraban en la mis-
ma caja.
Fue lan profundo el silencio, que se
oían algunas re.- pira<iones opiiinidas por
el terror ; pareciT) que |(»s últimos marti-
llazos resonaban dol«. rosamente en todo.s
los corazones : se huÍMera .podido decir
q«ie todos ios sentimit utos Instes y.petio
Kos, contenidos hasta entonces, iban á es-
tallar y r«'ein|»lazar a»|Uel'a al"gria, aqU''
lia alfiarara, mas rdcticia'> que sinceras.
Kra crític(» aquel instante: e.ra menes-
ter dar un [l'an }¿ol|ie para animar el cu
ra/.'Mi de os convidado^ que comenzaban
á desanimarle; ponjue niuolioa rostros
liúdos ) rosados comenzaban á ptrder el,
color: muclifls orejas escarlatas comenz;!-
¡bail á ponerse.blancas : las de Niui 'Mou-
lin cr^n d<* este númir»i,
Duerme-en cm tos, al contrario, tenia
cada vez mas audacia y mas arrojo: eo-
iltrczando ^u cuerpo (lobl< gado por la es-
leniiacion, con el rostro lijeramente co-
lorado, jirilii :
— ¡ l'ues bien, muchacho! ¿Y las bo-
telliis de a.i^uardienle? [Voto á mi padrel
¿V el ponrlit? ¡ l'»»r v.da del denioniol
¿H 111 de hacer los muertos temblar á los
VIN. -?
— llene raziin: p fuera la tristeza ! si,
si, el lí'-nche, gritaron muchos convida-
dos >|ue seiilian la necesidad de toniar
aiiioio.
— I Adelante el ponche !
— I Afuera los p-sares I
— ¡ Viva la alegría !
— Señores, a(|ui está el ponche, dijo i^n
nutiliacho abriendo la puer'a.
A la vista de aquel Uamígero Ji.CQr.que
debía reanimar todos los espíritus, Te^p-^
narco bravos frení'licos.
Atiababa de ponerse el sol: el salon de
cíen cubiertos en dotide se celebraba aquel
lestin era prohiiido, pocas las ventanas,
estrechas y medio cubiertas con cortinas
de al(¿odon encarnado. Y autujue no ha-
bía l!e;.ado aun la noche, la parte mas le*
jana dt.-í saion estaba casi suniergida en la
oscuridad: dos uio/o» iia]eron.el pofirlie
monstruo con una barra de hierro que
atra\esaba pi-r debajo el asa de un [yi-
meiiso perol de cobre, brillante cual oro,
y coronado de llaiujis tornasoladas. Colo-
cóse sobre la mesa la brillante bettida, con
^uma satisfacción de los convidados, quie-
nes comenzaban á olvidar las pasadas
alarmas.
— Ahora, dijo Duerme-en cueros á
M<>idk con tono de des.iiii): mientrias ar-
de el pont he ... comencemos nuestro de-
salió : loá espectadores serán los jueces.
ALBt'M.
Mostrando despues á so rival las dos
botellas de aguardiente que habia traído
«1 nDuchaclio, Santiago añadió:
— Escoje las armas.
— Kscójelas tú, respondió Moruk.
— Pues bien.... ahi tienes tu frasco....
y tu vaso. Nini Mouün será juez de las
estocadas.
— No rehuso ser juez de la lid, respon-
dió el escritor religioso; p^ro debo adver-
tiros, caniaradas, que corréis nmclio pe-
ijgro , y que en tiempos como estns (asi
como ba dicho uno de esoscaballe^o^) po-
nerse entre los dientes el cuello de una
botella de aguardiente, es acaso mas pe-
ligroso que el meterse en la boca una pis-
tola cargada, y....
— Mandad el fuego, camarada , inter-
rumpió Santiago, ó lo mandaré yo.
— Puesto q«ie lo queréis hágase
vuestra voluntad.
— El primero que renuncie será el ven-
cido, dijo Santiago.
— Estamos de acuerdo, dijo Morok.
— En ese caso, caballeros, atención...,
y juzguemos los golpes (que bien merecen
este nombre), replicó Nini Moulin; pero
veamos primeramente si son igua'es las
botellas.... ante todo igualdad üe amias.
Mientras se hacían esos preparativos
reinaba en la sala el mas profundo silen-
cio.
El moral de loscircunstantes, animado
por un instante con ¡a llegada del ponctie,
Vülvia á decaer bajo el pesodt tristes pen
samientos: presentíase confusamente el
peligro del desafio entre Santiago y Mo-
ruk. Aquella impresión unida á las tristes
ideas que habia escitado el incidente de
la caJH, entristecía mas ó menos todas las
fisonomías. Sin embargo, muchos de los
del banquete ostentaban aun buen bu
mor; pero se veia que era violenta su
«Jegria. •
Supuestas ciertas circunstancias, lasco
sas mas pequeíias producen efectos bas-
tante grandes.
Ya hemos dicho que, después de ha-
berse puesto el sol, se habia qutdado os-
cura una gran parte de aquella sala; asi
es que los convidados que estaban en
aquella parle aUjada , no se veían poco
ralo después sino á beneficio de la luz
que despedía el puncfie que estaba ar-
diendo. Sabido es que la llama de aquet
licor derrama sobre las cnras un matiz
lívi'lo, azuléidii; era por consiguiente un
espectáculo estraordinario, casi espantoso,
el ver un gran niunero de convidados á
la luz de aquellos ri flejes, mas ó menos
fantásticos, según estaban mas ó menos
alijados de las ventanas.
El pintor mas atento que los demás á
ese efecto de colorido, esclamó:
— Mirí^monos los que estamos en esta
parte de la mesa; estamos tan verdosos y
tan a/ulados, que parecemoscoléricosque
ban(¡(ietean unos con oíros.
Poco gustó esa chanza, l^r fortuna la
voz sonora de Nini Moulin, quien recla-
maba la atención, distrajo por un instan -
fe á los circunstantes.
-^Abierta esta la lid, esclamó el escri-
tor religioso haciendo esfuerzos para disi-
mular lasincera inquietud y el espanto que
tenia. Estais dispuestos, valerosos cam-
peones? anadió.
— Dis[)uestos estamos, respondieron
Santiasjo y MoTok.
— Apunten.... fuego... dijo Nini Mou-
lin dando una palmada.
Los dos bebedttres bebieron de un tra-
go uo vaso ordinario lleno de aguar-
<liente.
Mornk no hizo movimiento ninguno;
quedóse Impasible su cara de mármol y
volvió á poner el vaso eo la mesacon ma-
no segura.
I'ero santiago, al ponerel vasoenla mesa
üu pudo disimular un pequeño movioiiento
22*
84 ALBUB
convulsivo causado por un sufrimienlo
inlerno.
— Valerosamente bebido, dijo Nini
Moulin; echarse al coleto de un sulo tra-
go un cuartillo de aguardiente es mucho
triunfo Nadie en esta reunión seria
capaz de semejante proeza, y, si seguís
mi consejo, no irá mas lejos el desafio.
— Mandad el fuego, dijo intrépidamen-
te Duerme-en-cuoros.
Y con su mano febril y agitada empu-
iló la botella ; pero de repente en lugar
de echar el aguardiente al vaso, dijo á
Morok :
— i Bah ! ¡fuera vasos! ¡Bebamos
¿chorro!.... es mas atrevido. ¿Osarás
tú?....
La única respuesta que dio Morok fué
el echarse la botella á la boca, levantan-
do los hombros.
Apresuróse Santiago á imitarle.
A través del vidrio verdoso y transpa-
rente de las boiellas se podía observar la
disminución progresiva del liquido.
La cara petrificada de Moruk y el fla-
co y pálido rostro de Santiago, bañado
ya en gotas gruesas de sudor frío, estaban
entonces alumbrados, asi como los de 'os
demás, por la luz azulada del ponche:
estaban puestos todos los ojos en Morok
y en Santiago con aquella bárbara curio-
sidad que inspiran los espectáculos ciue-
les.
Santiago al beber tenia la botella con
la mano izquierda: de repente cerró la
mano derecha y apretó los dedos con un
movimiento de crispatura involuntaria;
apegáronse sus cabellos á la helada fren-
te» y» por espacio de un segundo, mani-
festó su fisonomía un dolor agudo : sin
embargo continuó bebiendo, pero sin
apartar de sus labios el cuello de la bo-
tella, la abajó un instante como si hubie
ra querido tomar aliento.
Kiicoiilráronse los ojos de Santiago con
la mirada sardónica de Morok, qu¡ei\
continuaba bebiendo con su impa>ibilídaii
acost'jmbrada.
Creyendo leer en las miradas de Mo-
rok la espresion de un triunfo insultantet
Santiago levantó Mitiit.iini'ule el codo y
bebió aun cun ansia algunos tragos.
Kstaban ajiotaiias sus fuerzas; un fue-
go inestit)jiuible abrasaba su pecho; era
su sufrimiento demasiado atroz... no pu-
do resistir.... cayóse hacia airas sii cabe-
za ; cerráronse convulsivamente sus qui-
jadas; rompió cen los dientes el cuello de
la botella; se puso tieso su cuello; retor-
ciéronse sus miembros en medio de so-
bresaltos espasmódicos y perdió al fin el
sentido.
— Santiago... mtjchacho.... no es nada
eso, esclamó Morok, cuya feroz mirada
resplandecía con una alegría diabólica.
Y después, poniendo la botella en la
mesa, se levantó para ayudar á Nini
Moulin, quien hacía vanos esfuerzos para
contener á Duerme-en-cueros.
No ofrecía aquella crisis súbita síntoma
de cólera; sin embargo un tfrror repen-
tino se apoderó de los circunstantes; una
de las mugeres tuvo un ataquede nervios
muy violento, y otra se desmayó dando
alaridos penetrantes.
Nini Moulin, dejando á Sanliagoen po-
der de Morok, corrió á la puerta pa-
ra pedir socorro : abrióse de repente la
puerta.
El escritor religioso retrocedió asom-
brado á la vista del personaje inesperado
que se presentaba á sus ojos.
V.
RECCEBDOS.
La persona ante quien se había deteni-
do Nmi Moulin con tanta sorpresa era la
reina Bacanal.
Descolorido y macilento el lostro, los
cabellos desordenados, 'descarnadas las
megillas, vestida casi de andrajos, aque-
íla brillante y alegre reina de tantas y
tan locas orgias, no era ya mas que la
sombra de si misma. La miseria y el du-
lor liabian ajado aquellas facciones, otro
liempo tan graciosas.
Apenas entró en la sala, se dcfuvo Ce-
físa ; sus miradas tristes é intinielas tra-
taban de penetrar por medio de la semi-
oscuridad para descubrir al que buscalía...
Estremecióse de repente y dio un gran
grito....
Acabiba de ver al otro lado de la larga
mesa, con la luz azulada del ponche, á
Santiago, cuyos movimientos convulsivos
podian sostener apenas Morok y los otros
convidados.
A semejante vista, Cefisa, f n el primer
movimiento de su espanto, llevada de su
afecto, lo que tan á menudo habia hecho
otras veces en medio de la alegría y del
placer, lista y ágil , en lugar de perder
un liempo precioso haciendo un largo ro
deo, saltó sobre la mesa, atravesó lijera
p(M" entre los platos y los vasos y de un
brinco se halló cerca de Duorm* en-cue-
ros,
— ¡Santiago! esclamó, sin notar aun
al domador de fieras, y echándose al cue-
llo desu amante, I Santiago!... soy yo...
Cefisa
Pareció que Duerme en-cueros ola aque
lia voz tan conmovida , aquel grito tan
desgarrador salido délo íntimo del alma;
volvió maquinalmen'e la cabeza hacia el
lado de la reina Bacanal, abrió los ojos
y lanzó un profundo suspiro. Pronto co-
menzaron á ponerse flexibles sus miem-
bros tan tiesos poco hacia; en lugar de
las convulsiones se advertía únicamente
un lijero temblor; y al cabo de algunos
instantes, abriéndose con dificultad sus
pesados párpados, dejaron ver sus mira-
das vagas y apagadas.
Atónitos y mudos los espectadores de
aquella escena esperimenlaban una curio-
sidad inquieta.
&L6ÜH. 85
Cefisa, arrodillada delante de su aman-
te, cubria sus manos de lágrimas y besos,
y esclamaba en medio de profundos so-
llozos:
— ^Santiago! soy yo; Cefisa... te vuel-
vo á encontrar No es culpa mia si (e
abandoné..... Perdóname.
— Infeliz, esclaniü Morok irritado de se-
mt jante eiicueniro, funesto acaso para sus
provectos, ¿queréis pues matarlo? En el
estado en que se halla, le será fatal ese
sobresalto retiraos.
Y ccjió duramente por el brazo á Ce-
fisa, mientras Santiago, como si desper-
tase de un sueno penoso, comenzaba á
percibir lo que pasaba alrededor suyo.
— ¡Vos!... ¡Sois vos!... respondió con
asombro la reina Bacanal, reconociend.»
á iMorok, vos que me habéis separado de
Santiago !
Interrumpióse, porque habiendo Duer-
me-en-cueros fijado en ella sus miradas
obscurecidas, pareció que se reanimaba
el infeliz.
— ¡Cefisa I.... j Eres tú!.... murmuró
Santiago.
— Si soy yo, respondió Cefisa con el
acento de una profunda emoción. Soy yo...
vengo á voy á decirte
No le fué posible continuar; unió sus
manos apretándolas con fuerza, y se pudo
leer en su rostro pálido, asombrado, la
desesperada sorpresa que le causaba la
alteración profunda de las facciones do
Santiago.
Comprendió él la causa de aquel asom-
bro, contemplando á su vez el rostro en-
flaquecido, macilento de Cefisa y le dijo:
— ¡Pobre muchacha! {también tu
has t nido trabajos!... ¡Mucha miseria!...
tampoco yo te puedo reconocer.
— Sí, dijo Cefisa, muchas penas, mu-
cha miseria y peor aun que miseria,
ai*«ad¡ó estremeciéndose, al mismo tiempo
que se mostraba sobre sus facciones des-
carnadas un vivo rubor.
M ALBtJ»
— ¡Peor que la miseria! dijo atónito
Santiago.
— Pero lu eres tú eres quien ha
sufrido se apresuró á decir Celina sin
responder á su amante.
— Pero hace un instante estaba yo
para concluir mi carrera; me has venido
a llamar, y he vuelto por un instante, por
que lo (]tie siento a(|tií. y puso la njano ai
pecho, no perdona. I*ero importa poco...
Ahora te he visto... y niorirécontenlo...
— No morirás. ..Sanliag.í... estoy a(|uí...
— Escucha, hija mia... mw cuando tu-
viese yo... aquí... en el estómago una fa
nega de carhin ardiendi», n» me (¡uema
ria mas. ¡Mira! Hace mas de un mes que
siento (jue me está consumiendo un fuego
lento. Por otra parte es este caballen), y con
un ademan de cabeza indicó á Morok, es-
te querido amigo... quien se ha encarga-
do siempre de alizar el fuego... Fuera de
eso... no siento el morirme... He perdido
la costumbre de trabajar... y he adquiri-
do... la de hacer orgías... Concluirla sien-
do al fin un picaro de mala especie... mas
quiero que se divierta mi amigo encen-
diéndome un brasero en el pecho. Con lo
que acabo de beber hace poco, estoy se-
guro quií hay en mi pecho llamaradas co-
mo las de este ponche, que está sobre la
mesa...
— Kres un loco y un ingrato, dijo Mo-
nk, l(;vautando l'>s himil)ro>. Has alargó-
do el va<-o y te lie dad » de ht'bi-r Por
vida una, que aun hemos de beber juntos
largo linnipo y a menudo.
De algunos instantes á a(|uella parte
Cefisa no apartaba sus ojos de Morok.
■— Digole t|ue*irtce niuclio tiempo que
atizas el fmgo en qui; se habrá consumi-
do mi pelltjo, ílijo Santiago c(m voz débii
dirigiéndose á .Morok, para que no pien-
Si-n que me muero ron el cólera... Cree-
rían que he tenido miedo de mi papel....
Tampoco le liago reproche iiinguoo, tier
no amigo', anadió con una sonrisa sardo*
nica, has abierto muy alegremente mi se-
pultura... Ks verdad qiie algunas veces, al
ver ese agujero negro en (jue iba á raer,
retrocedía algunos oasos... pero tú, tier-
no amigo, me empujabas su ivemente ha-
cia el declive, diciendo; « atida pues, bur-
lón... and 1...» Y andaba yo... y hé aquf
que he llegado...
Diciendo estas palabras, Duerme-en-
cutTos dio una carc.njada estridente que
dejó helado á todo el auditurio cada vei
mas conmovido con atjuella escena.
— .Muchacho, respondió con frialdad
Morok, escúchanie; sigue mi consejo y...
— Gracias... ya conozco tus coíisejos...
y en lugar de escucharlos mas quiero
hablar con mi potire Celisa Antes de
bajar á donde están los topos le diré
lo que tengo en mi corazón....
— Cállate, Santiago, respondió CeGsa,
DO sabes el mal que me estás haciendo;
te digo que no morirás.
— En tal caso, mi querida Gefisa á
ti es a quien deberé mi salud , dijo San-
tiago con un tono grave y penetrado que
conmovió profundamente á todos los es-
pectadores. Sí, dijo Üuermeen-cueros,
cuando volviendo en mí te he visto
tan mal vestida, he sentido algo de bueno
en lo íntimo de mi corazón, y ¿sabes por
qué?... por que me he dicho a mí mis-
mo ; Pobre muchacha 1 Me ha cum-
plido valerosamente su palabra... ha pre-
ferido trabajar, sufrir, aguantar priva-
ciones q»íe tomar íin amante que le
hubiera dado lo que le di yo... mien-
tras pude y ese pensamiento... ¿ves,
Celisa?... me lia refrescado el a ma y
tenia necesidad.... porque estaba ardien-
do y ahora también ardo, añadió coo
los j:uùos conlraiíJos por el dolor en
iin, he sido feliz, me ha hecho provc-
clio y asi gracias, mi buena
mi esceleute Ccíisa... sí, has sido buena.
ALBUM.
87
'êsceli'nle has tenido razón.... porque
yo no he amado sino á tien esie mundo...
y si algunas veces, en medio de mi em-
irutecimienlo... tenia yo un pensamiento
que me sacase del lodazal.... que escitase
en n>i petho un sentimiento denoserme
jor... ese pensamiento me venia siempre
por relación á tí...... gracias pues, pol)re
amiga mia, cuyos ardientes y secos ojos
se pusieron entonces húmedos, gracias
otra vi'Z , y alatgó á Ceíisa su mano ya
Tria , si muero..... moriré contetilo si
vivo... viviré ft-liz también... dame la ma-
no.... mi buena Cefi.sa ; tu mano..... has
«brado como leal y honrada criatura...
En lugar de tomar la mano (pie la alar-
gaba su amante, Cefi^a siempre arrodi-
llada bajó la cabeza y no se atrevió á le-
vantar los ojos 3 Santiago.
— ¿No nte respondes? dijo este inc'inén-
•dose hacia aquella joven ; ¿no me tomas
la mano? ¿pues por (¡ué?
La infeliz joven no respondió ;sino con
ísolh Ï0S ahogados: agoviada por la ver
güenza, estaba en una actitud tan humil-
de , tan deprecatoria, que [su frente to-
caba casi á los pies de so amante.
Atónito Santiago del silencio y de la
conducta de la reina Bacanal, la estaba
mirando «on una sorpresa cada vez ma-
yor. De repente, allerándost de grado en
grado sus facciones , temblándole los la-
bios, dijo casi tartamudeando:
— Cefisa, le conozco... si no tomas mi
mano... es que... y enseguida, faltándole
?a voz, añadió con bajos acentos, después
de una hre^e pausa: cuando hace seisse-
Tnanas me llevaron preso, me digiste
Santiago, te lo juro por mi vida... traba-
jaré... viviré, si es necesario^, en una mi-
seria horrible..», pero viviré honrada....
Eso es, lo que me prometiste... Ahora, c(>-
mo sé que jamás has mentido... dime (¡ue
has ciunplido tu palabra... y te creeré.
Cefisa no respondió sino con ud sollozo
desgarrador apretando las rodillas de San-
tiago contra su ahogado pecho.
Contradicción estraña y mas frecuente
que lo que se cree... Aquel hombre em-
brutecido por la borrachera y el ¡liberti-
nagi'i a'juel hombre que, desde que salió
de la cárcel,* habla cedido brutalmente,
de orgia en orgia, á todas las escitaciones
mortales de Morok; aquel hombr-' recibía
un golpe horrurt)Sô al conocer, por la mu-
da confesión Je Cefisa , la infidelidad de
aquella criatura que había él amado á pe-
sar de la degradación que , a la verdad,
jamás habia disimulado Cefisa á San-
tiago.
Terrible fué el primer movimiento de
Santiago; á pesar de su postración y de
su debilidad, logró ponerse en pié: en-
tonces con el rostro contraído po."- la ra-
bia y la desesperación, cogió un cuchillo,
y antes que nadie hubiese podido impedir-
lo, lo levantó sobre Cilisa.
Pero al instante de, darle oí golpe, arre-
drado por la idea de un homicidio, arrojó
iejus de sí el cuchillo y volvió á caer des-
fallecido en su silla, cubriéndose la cara
con las dos manos.
Al grito de Nini Mouün, quien se ha-
bla echado, demasiado tarde, sobre San-
tiago para arrancarleel cuchillo, alzó Ce-
fisa la cabeza; el doloroso abatimiento de
Ouerme-en-cueros le despedazó el cora-
ion : se levantó de repente, se le echó al
cuello á pesar de su resistencia y esclamó
en medio de los sollozos que ahogaban su
voz:
— Santiago... si supieses... jDios miu!..
si supieses... escucha... no me condenes
sin oírme... te lo voy á decir todo... telo
juro... todo... Este hombre (índicóáMo-
r«ik) no se atreverá á negar... ha venido...
y me ha dicho... Tened ánimo para...
— Yo no te,hago reproche ninguno... no
tengo derecho para ello... Déjame morir
tranquilo..,, yo.... jpido anas que eso....,
23**
fis ALBUM.
ahora... dijo Santiago con voz mas debi-
litada , rechazando á Cefisa. Y después
añadió con una sonrisa lastimosa y amar-
ga : Felizmente... ya está heclia ídí cuen-
ta... bien sabia yo... lo queliacia... acep-
tando... el desafío... á Cognac...
— No... no morirásy meoirás... escla-
mó Cefisa desatinada, me oirás... y me
oirá lodo el mundo...y severr«..si es cul-
pa mia...N) es verdad. i. señores?., si me
rezcojcompasion... voso'ros pediréis á San-
tiago que me perdone... porque en fin...
si arrastrada por la miseria... no hallando
qué hacer, me he visto precisada á ven-
derme... no por tener lujo; ya veis estos
andrajos... sirio por ganar pan y propor-
cionar un abrigo á mi pobre hermana ,
que estaba enfern)a... moribunda y aun
mas miserable que yo habia en todas
estas circunstancias motivo para tener
compasión de mí porque se cree que
cuando se vende una, lo hace porsu {ius-
to... y al decir esto soltó la infeliz una car-
cajada espantosa... después añadió en voz
baja con un estremecimiento de horror:
jOhl si supieses tú... Santiago... es cosa
tan infame, tan horrible, escucha, el ven-
derse así... que mas he querido morir
que comenzar de nuevo semejante... Iba
á matarme.... cuaRdo me han dicho que
estabas aquí. Y después, viendo que San-
tiago sin responderla sacudía tristemente
!a cabeza, aplomándose sobre sí mismo,
aunque lo sostenía Nini Moulin, Cefisa es-
clamó, presentándole las manos unidas en
actitud de quien suplica :
— ) Santiago! ¡una palabra ! luna sola
palabra I ¡de compasión... de perdón!
— Señores, por gracia, echad fuera
á esa muger, esclamó Morok, su vista
causa una emoción demasiado penosa á
mí amigo.
— Vamos, querida muchacha, sed ra-
zonable, dijeron varios convidados pro-
fundamente conmoYÍUos, tratando de sa-
car á Cefisa , de.adle en paz ; venid -con
nosotros; no corre peligro ninguno.
— ¡Señores ! ¡ oh , señores ! escíamó la
infeliz criatura , deshaciéndose en lágri-
mas y levantando sus manos suplieantes,
escuchadme, permitidme que os diga...-.,
haré lo que queráis me iré pero
por Dios enviada buscar quien le socorra,
no le dejéis morir asi. Pero mirad... ¡Oh
Dios n)io ! está sufrieiido dolores atroces":
sus ronvuláiones son horribles.
— Ti ne razón , dijo uno de los convi-
dados corriendo hacía la puerta , es nece-
sario enviar á buscar un médico.
— No se hallará médico ninguno por
ahora, dijo otro, están todos demasiado
ocupados.
— Lo mejor que podemos hacer, dij >
otro interlocutor, ya que está enfrente
el Hótel-Dieu, seria el llevar allí á esto
pobre muchacho: una añadidura de la
mesa servirá de bayarle y un mantel de
sábana.
— Sí, sí; eso es: dijeron muchas voces,
llevémoslo y salgamos de esta casa.
Santiago corroído por el aguardiente,
trastornado por su conversación con Ce-
nsa , habia caído de nuevo en otra crisis
violenta de nervios.
Era lá agonía de aquel infeliz fué
neces^ri.') atarlo con los largos cabos del
mantel, dos de los del banquete se ofre-
cieron ion muy buena voluntad átraspor*
larlo.
Cedieroo á las súplicas de Cefisa quien
habia solicitado como última gracia que le
permitiesen acompañar á Santiago hasta
el hospital.
Cuando salió aquel siniestro convoy de
la gran sala de la fonda , hubo entre los
convidados una escena de deserción gene-
ral : hombres y mugeres se envolvieron
apresuradamente con sus capas para cu-
brir sus trajes. Por fortuna habían llegado
ya los carruajes qus se habían pedido en
mntTioro siificií nto para la aïolta de la
mascarada. Se liabia llevadu hasta el cabo
•€l desafío. Cuncluida la valentonada se po-
dían retirar con los honores de la guerra.
Aun estaba en la sala buena parte de los
convidados, cuando se oyó un clamor al
principio lejano, pero que fué poco a poco
aceicindose y estalló en el alrio de Nues-
tra Señora con una fuerza increible..
Hablan bajado á Santiago hasta la puerta
esterior de la taberna. Morok y Ninh-Mou
lin iban delante del bayarte improvisado,
tratando de abrirse un caminoá través de
la gente, para poder llegar hasta el Hôtel-
Dieu.
Pronto vino un reflujo de gente que les
forzó á detenerse, y un acrecentamiento
de clamores salvajes resonó á la utra estre-
«nidad de la plaza, al ángulo de la iglesia.
— Pues, ¿qué hay? preguntó Nini-AJou
lin á un hombre de innoble íigura que
saltaba detrás de él ¿qué gritos son
esos?
— Es otro envenenador que acuchillan
como al primero cuyo cuerpo acaban de
arrojar al rio poco hace.... respondió el
hombre Si queréis divertiros, se-
guidme, añadió entonces, y dad buen co-
dazo, sino llegaremos demasiado larde.
Apenas había pronunciado aquel mise-
rable estas palabras, un grito horroroso
resonó por encima del rumor que produ-
cía toda aquella turba que con tanta di-
ficultad iban atravesando los que llevaban
el bayarte de Duerme-en-cueros, prece-
didos de MoTí.k y de Nini-Moulm. Cefisa
era quien habia dado aquel grito desgar-
rador... Santiago, uno de lus siete here-
deros de la familia Rt-nepont, acababa de
espirar en sus brazos...
I Coincidencia fatal! En el instante mis
mo en que la desesperada esclamacion de
Cefisa anunciaba la muerte de Santiago..,
se alzó otro grito en la otra parte del atrio
de Nuestra Señora, donde daban muerte
á UD envenenador...
S9
Aquel <¿x\[o Iijano, deprecatorio, y He-
no de un espanto horriljle y palpitante co-
mo el último alarido de un hombre que
forcejea para evitar los go'pes que le dan
sus asesinos, dejó helado á Morck en me-
dio de su triunfo execrable.
— j Infierno! esclamó este hábil asesi-
no, que habia escojido por armas homi-
cidas, pero legales la embriaguez y la or-
gía.... I Infierno!.... es la voz del abate
de Aigrigny que est.ín matando.
VI.
ER E>VENE>ADOR.
Son necesarias algunas líneas retrospec-
tivas para poder emprender la narración
de los acaecimientos relativos al padre de
'^'gi^igny.cuyo desesperado alarido habia
cajisado tanta impresión á Morok en el
instante mismo en que acababa de morir
Santiago Henepont.
Las escenas que vamos á describir son
atroces Si nos fuese permitido el es-
perar que sirvan algún dia de escarmien-
to, este horroroso cuadro tendría por ob-
jeto el prevenir, por el horror mismo que
acaso inspirará, esos escesos de una bar-
barie mo^truosa á que se deja arrastrar á
las veces la multitud ignorante y riega,
cuando imbuida en los errores mas funes-
tos, consiente en que la guien cabecillas
estúpidos y feroces.
Ya lo hemos dicho, circulaban en Pa-
ris los rumores mas absurdos y alarman-
tes; no solamente se hablaba delenvene-
namiento de los enfermos y de las fuentes
públicas, sino que se anadia también que se
habían sorprendido algunos miserables que
echaban arsénico en las colodras que los
vinateros tienen por lo ordinario prepa-
radas y llenas sobre sus mostradores.
Goliath debía ir á reunirse con Morok ,
después de haberle llevado un recado al
Padre de Aigrigny , quien le oslaba espe-
rando en una casa de la plaza del palacio
del arzobispo.
Tèd ALBIM
Habia entrado Goliath en la tienda de
un vinatero de la calle de la Calan Ire,
para¿)i'ber un Iragi; despues de haber
bebida dos vasos de vino, los pagó.
Mientras la (abeniera bus aba en el ca
jon moneda menuda para volverle, (loliath
apoyo ruaquinalmeiite yc»n la mayor i(io-
cencia su mano en el orificio de una colo-
dra que estaba junto á él.
La graniie estatura de ese hombre, su
cara tan desapradable , su fisononiía >al
vaje, hatiian itispirado recelos á la taber-
nera, prevenida ya y alarmada p «r lo*; ru-
mores públicos en cuanto á envenenado-
res; pero cua ido vio á G liaili poner su
tnano en la boca de una de las colodras,
llenóse de espanto y esclamo:
— i Ay ! ¡ Dios mió! Acabáis de echar
«Igó en esa vasija.
Al oir atiuellas palabras, dichas en alta
voz con el acento del terror, dos ó tres
bebedores que estaban sentados jimto á
una mesa de la taberna se levantaron, se
acercaron al mostrador, y uno de ellos di
jo aturdidamente :
— ¡ Ks \\n envenenador !
Goliath, ignoran lo los rumores que cir-
culaban por aquel barrio, no comprendió
al principio de (|uó le acusaban. Los be-
bedores levantaron cada vez mas la voz
interpelándole; él, confiado en sus fuer-
zas, levanto los hombros con desprecio y
pidió groseramente los cambios, que la ta-
bernera, piliila , y amctlrentada^ ni pen-
saba sii|u¡era en volverle.
— ¡Bindido! gritó unj de los bebedo-
res con tanta violencia, que se detuvieron
los (jije pasaban por la calle... ¡ le se vol-
verán los cambios cuando íüsas que es lo
que has échalo en la colodra I
— ¡Cómo! ¿ha echado algo en la colo-
d:a? «hjo un trans*'unte.
— ¡Puede que sea un envenenador!
anadió otro.
— En tal caso seria necesario prendeí-
lo, dijo otro nuevo inlerloiMltor.
— Si, sí, dijeron lo> bebedores, hom-
bres de bien acaso, pero dominados por el
terror pánico general... es nt cesario pren-
derlo... se le ha sorprendido echando ve-
neno en una de las va-ija« del mostrador.
A(iii('ltas palabras ¡'■s un envenenador !
circularon rápidamente en nied ode aquel
uriipo, que, formado al principio de 1res
ó cuatro personas solamente, iba afreoen-
tiindose a (¡¡da instante en la puerta del
vinaUro: comenzáronse á levantar gritos
Surdos y amenazadores t el bebedor qué
hall. a acu>ad)a Goliath, viendo sus temo-
res propagados, y por eso mismo justifi-
cados, creyó hacer acto de buen ciudada-
no poniéndole la mano al cuello y dicién-
dolé :
— ¡ Ven á esplicarle en el cuerpo de
guardia, bandido !
El gigante, muy irritado ya de todas
aquellas injurias, cuyo verdadero sentido
ignoraba, se exasperó con aquella brusca
arremetida; cediendo á su brutjlidad or-
dinaria» echó sobre el mostrador á su ad-
versario y lo escachó á puñetazos.
Durante aquella coli>ion, algunas bote-
llas y dos ó 1res cristales se rompieron con
estrepito', mientras tanto, la tabernera ca-
da vez mas amedrentada, giitaba con to-
djs SUN fuerzas ;
— j Socorro !.... ¡ Qué envenenan }....»
¡ que asesinan ! ... ¡La guardia... la guar-
dia ! ..
Al estrepitoso rui.lo de vidrios rotos, á
a(|uellos grito-i de apuro , los transeúntes
reunidos en tropel, muchos de los cuales
crcian que habia emponzofiadores, sepre*
cipitaron á la taberna p^ira ayudar á los
bebedores á apoilerarsedeGoiiath. Gracias
a nus liierzas lienúleas, éste, despu»s de
haber lui hado algún rato contra siete ú
ocho, eclíó á tierra dos de los que le asal-
laban mas furiosos, apartó á ios otros, se
¡acercó al mostrador, y lomando un' vigo-
toso arranque, se precipitó, con la cabeza
baja como un loro en la plaza coi.tra la
multitud que obstruía la puerta, y des
pues, ensanchando con el ausilto de sus
enormes espaldas y sus brazos de atleta ,
■el hueco que habla producido, se abrió ca-
mino á través de aquel tropel, y se puso
á correr cuanto podia hacia el atrio do
Ntra. Sra. con los vestidos desgarrados,
la cabeza descubierta y el rostro pálido y
encolerizado.
Inmediatamente un gran número de los
que componían aquel tropel se pusieron á
correrdelrás de Goliath, y mas de cien
Voces irritaron:
— j Üetenedlo..» detened al envenena-
dor!
Oyendo aquellos gritos y viendo huir á
un hombre de mala traza y tan inmutado,
el criado de un carnicero que pasaba por
alli llevandoen la cabeza una gran canasta
vacía , la echó á los pies de Goliath; sor-
prendido por semejante obstáculo, dio és-
lé un traspiés y cayó en tierra. El criado
del carnicero creyendo hacer ima acción
tan heroica como si se hubiese arrojado
sobre un perro rabioso, se echó sobre Go
tiaih, y, dando vueltas coo él por tierra,
gritaba;
—¡Socorro I ¡ es un envenenador !....»
Î Socorro I
Pasaba esta escena a corta distancia de
la catedral; pero bastante lejos de la muT •
titud que se aglomi-raba delante del Hô-
tel- Üit-u, y de la casa del fondista en don-
de había entrado ya la mascarada del có-
lera {porq»?e sucedía esto hacia el fin del
día.) Al oir losgiitos del carnicero, varios
grupos al frente de los cuales estaban Ce
bolleta y el cantero, corrieron ai teatrode:
la lucha mientras los transeúntes que per-
seguían á Goliath desde la calle de Cala-
landre, llegaban por su parte al atrio.
Al aspecto de aquella turba amenaza-
dora que venia hacia él, Goliath, quiefï
continuaba defendiéndose contra el mozo
carni<^ero que lo combatía con la tena, i*
dad de un dogo, vio que estaba perdido si
no se libertaba primeramente de aquel
adversario. De un terrible puHetazj le
roiTipió la quij.ída al carnicero, quien por
en'onces e<>latia encima, logró desa;;r-;pr'e
sus lazos, se levantó, y aunque sturdido,
dio algunos pasos hacia adelante.
Se detuvo súbitamente.
Se vio cercado.
Detrás de él se levantaban asaltas pa--
redes de la catedral: á su derecha, su iz-
qinerda y en frente venia una rnucheJum.
bre hosti'é
L'»s atroces alaridos que arrancaba
el dolor al carnicero, á quien acababan de
levantar lleno de sangre, aumentalnín aun
mas la cólera de aquel populacho.
Hubo entonces un instante territHè pa-
ra Goliath;.... fué a(ju«-l en que salôâun,
en medio del espacio que se iúa estre-
chando de seg^undo en segundo, vio pnr
todas partes enemigos encolerizados que
se precipitaban sobre él dando gritos de
muerte.
Asi como. el jabalí acosado por los per-
ros dá una ó dos vueltas al rededor suyo
antes de decidirse á hacer írente á la en-
carnizada jauría, asi también Goliath,
atontado por el terror, dio hacia acá y
hacia acullá algunos pasos bruscos, inde-
cisos, y después, renunciandoá una huilla
imposible, y advirtíéndole su instinto qnj
no tenia que esperar ni gra-ia ni compa-
sión de una multitud poseiija de un furor
sordo y ciego, furor tanto mas deS3p;ad=ído
cuanto se cree legítimo, Goliath quiso al
menos vender cara su' vida; busco su cu-
ciiiilo en la faldriquera, y no lialUndo/o,
arijuecí su pierna' izquierda tomando una
postura atlética, "echó hacia adeldute
medio desplegados sus feraz js musculosos'
duros y triesos eomo dos barras de bierro
24*. '
'"88 ALBl'M
y, afirmando el pió, esperó valiontomonte
el choque.
La primera persona que llegó cerca de
Goliath fué Cebolleta.
La megera, sofocada por el sobrealien-
to, en lugar de arrojarse sobre él, se de-
tuvo, se abajó, cogió uno de los enormes
zapatos de palo que llevaba, y lo tiró á la
cabeza del gigante con tanto vigor, con tan
to acierto, que le encajó el golpe en medio
del ojo, sacándoselo casi todo ensangren-
tado de la órbita.
Echó Goliath las dos manos á la cara ,
lanzando al mismo tiempo un grito dedo-
lor atroz.
— Le he hecho mirar de través, dijo
Cebolleta riéndose á carcajadas.
Goliath, enfurecido por el dolor, en lu-
gar de aguardar los golpes que vacilaban
en darle-sus enemigos, á quienes causaba
mucho respeto su apariencia de fuerzas
hercúleas, (el cantero digno adversario
suyo habia sido rechazado por un movi-
miento de aquella turba) Goliath, im-
pelido por la rabia, se arrojó sobre el gru-
po que estaba cerca de él.
Era demasiado desigual semejante lu-
cha para poder durar mucho tiempo, pero,
doblando la desesperación la fuerzas del
gigante, hubo un momento de combate
terrible.
El infeliz no ca^ó inmediatamente
Durante algunos segundos, desaparecien-
do casi enteramente bajo el enjambre de
agresores encarnizados , se vio tan pronto
uno de sus brazos de Hércules levantarse
y caer machucando cráneos y rostros, tan
pronto su cabeza enorme, lívida y ensan-
grentada se caia hacia atrás, arrastrada
por un combatiente asido á sus cabellos
crespos. Por acá y por acullá, los bruscos
apartamientos, las violentas oscilaciones
de la multitud manifestaban la increíble
energía de la defensa de Goliath. Llegó al
fina Goüath el cantero, y cayó aqael tm
tierra.
Un largo clamor de alegría anunció
aquella caida, porque en semejantes cir-
cunstancias caer... es morir.
Asi es que mil voces sofucadas y coléri-
cas repitieron al instante el grito de,..
= ¡ Muera el envenenador!
Entonces comenzó ima de aquellas es-
cenas de asesinato y de tortura, dignas de
caníbales, escesos horribles, tanto mas
increibics cuanto tienen por testigos im-
pasibles y acaso por cómplices muchas
veces gentes honradas, humanas, las cua-
les estraviadas por creencias ó por preo-
cupaciones estúpidas, se dejan arrastrará
toda especie de actos bárbaros , creyendo
que no hacen mas que cumplir un acto do
inexorable justicia.
Asi como sucede muchas veces, la vista
de los arroyos de sangre que salía de las
heridas de Goliath embriagó á sus agreso-
res y redobló su rabia.
Mas de cien brazos cayeron sobre«qeei
infeliz: le pisotearon, le escacharon la ca-
ra, le desencajaron el ipecho. De tiempo
en tiempo, en medio de los gritos furiosos
de : j Muera el envenenador ! se oían va-
rios golpes sordos seguidos de gemidos so-
focados: era una ralea espantosa: cada cual
cediendo á un vértigo sanguinario, quería
dar su go.pe, arrancar su pedazo de car-
ne; se vieron mujeres... sí, mujeres y aun
madres... que se encarnizaban contra
aquel cuerpo mutilado.
Hubo un instante de espantoso ter-
ror.
Goliath, con el rostro magullado y Ikno
de lodo, con los vestidos hechos pedazos,
con el pecho desnudo... ensangrentado...
abierto... Goliath, aprovechando un ins-
tante de cansancio en sus verdugos que lo
creían muerto, logró con uno de aquellos
sobresaltos frecuentes en las agonías, po-
nerse en pié por algunossegundüs;enlon-
«CPS, ciego ya por sns licridas, y agitando
stis brazos como para defenderse de gol-
pes (jue nadie pensaba en darle, mtirmu-
ró las palabras siguientes, que salieron de
su boca envueltas en arroyos de sangre.
— Gracia... no he envenenado... gracia.
Esa especie de resurrección produje; un
efecto tan grande sobre aquella multitud,
que por un instant*», retrocedió con asom-
bro: cesaron los clamores; dejaron un po
co de espacio al rededor de la víctima... y
comenzaban á compadecerse algunos co-
razones cuando el cantero, viendo á Go-
liath, cegado por su sangre, estender sus
manos hacia uno y otro lad'), liizo una
alusión feroz á un juego conocido y dijo:
— / Casse- cou J
Y después, dándole una patada terrible
en el estómago, echó de nuevo por tierra
á aquella víctima, cuya cabeza rebotó dos
veces en el suelo.
Al instante en que caía el gigante, salió
una voz de en medio de la multitud , di-
ciendo:
l(g^ — Es Goliath... deteneos.,. está inocen
te ese desgraciado.
Y el padre d'Aigrigny (porque era él),
cediendo á un sentimiento generoso, hizo
violentos esfuerzos para llegar bástala pri-
mera línea de los actores de aquella esce-
na; lo logró y entonces, pálido, indignado
y amenazador esclamó^
— jSois unos viles, unos asesinos! Este
hombre es inocente; le conozco. Respon-
deréis de su vida.
Con gran rumor fueron recibidas aque-
llas vehementes palabras del padre d"'Ai-
grigny.
— Tu conoces á ese envenenador, dijo
el cantero, cojiendo por los cabellos al je-
saita: puede que seas tu también un en-
venenador.
— ¡ Miserable! esclamó el padre d''A¡-
grigny tratando de libertarse de las manos
del cantero; ¿tú te atreves á ponerme las
roanos?
^f'^
— Si... ¡me atrevo á todo, yo! respon-
dió el cantero.
— Le conoce.... luego es un envenena-
dor... como el otro.
Eso comenzaban á gritar en la muolic-
dumbre que se acercaba á los dos adver-
sarios, mientras (it)liaih, quien al caer se
liabia abierto la cabeza, daba ruidosas re-
solladas (le agonizante.
Hizo 1 1 padre d^Aigrigny, liabiéndose
desprendido del cantero, un movimiento
brusco y cayó en tierra, rodando hasta
junto al cuerpo de Goliath, un frasquito
de cristal, muy grueso, de forma muy sin-
gular, lleno de un licor verdoso.
Al ver aquel frasquito, gritaron muchas
voces:
— Es veneno... miradlo, lleva frascos en
el bolsillo.
Con aquella acusación redoblaron I» s
gritos, y comenzaron á estrechar tan de
cerca al abate d'Aigrigny, que esclamó
este:
— No me toquéis... no os acerquéis á mí.
— Si, es un envenenador, dijo una voz;
no haya mas gracia para él que para el
otro.
— Yo i envenenador ! respondió el
abate lleno de estupor.
Cebolleta se había arrojado sobie el fras-
quito: cojiólo el cantero, le quitó el cor-
cho y presentándoselo al abate d'Aigrigny
le dijo ;
— ¿Y esto qué es?
— Eso no es veneno, respondió el padre
d'Aigrigny.
— Entonces bébelo, replicó el cantero.
— Si. sí; que lo beba, gritó la multitud.
— ¡Jamás! respondió el padre d'Ai-
grigny espantado.
Y retrocedió, rechazando vivamente el
frasquito con la mano.
— ¿Lo veis?... Es veneno... no se atre-
ve á beberlo, gritaron entonces.
Y estrechado por todas partes, el padre
i
J&e ALBCS.
d^Aigrigny daba traspiés es sobre el cuerpo
de (loljalh.
— Amigos m i os, esclamó el josiiita, quien
sin ser envenenador se hallaba sin embar-
go en una allernativa muy terrible, por-
que el fraN(|iiilo cootenia >ali'S presorvati-
vas tan fuertes y tan peligro<ia<i para (|iiíen
los bebieNe como una punzitila , ¡amibos
mios! os equivucais; en nombre del Se-
ñor os juro que...
— Si no es veneno, b«'b»^dlo pues, re-
plicó el cantero presentando su frasquito
«I jcsiiita.
— ¡Si' ¡Muera... muera!
'—Pero, miserables, esr>amó el padre
dWijirigny con los cabellos erizados de ter-
ror, ¿<ne queréis asesinar?
— ¿Y lodos los que habéis envenenado
tú y lu camarada. bandido?
— Pero no es verdad... y...
— Pues entonces bebe... respondía el in-
flexible cantero; por la última vez... de-
cídete.
— Beber... pero eso... es morir (1), es-
clamó el padre d'.\igrii;ny.
— ¡ .\h I veo al infaine, respondió la
multitud apretándose mas; lo conflesa....
lo confiesa...
— j Se ha descubierto !
—Ha dicho : b» ber eso... es morir.
— Pero escucha. ime esclamó el pa-
dre d'Aigri^ny juntando las manos, ese
frasco... es...
Interrumpieron al aba'e gritos furioso-^.
— ¡ Cebolleta ! concluye con ese, dijo el
cantero eoipujando con el pié el cuerpo
del infeliz Goliath, yo voy á comenzar es
te oír t.
(1) Ksie heclio es verdadero. Un hom-
bre ru<^ fierho pedazos porque llt-vaba un
fra<quilo lleno de sal amoniaco. Habiendo
rehusado el beber'o, el populacho creyen
do que era veneno, mató á aquel desgra- es necesario encadenarlos en el bitño, ó
ciado y lo hizo aùicos.
Y echó mano al cuello del padre d''Ai*
grigny.
Al oiraquellds palabras se formaron dos
grupos.
Kl uno, á cuyo frente estaba Cebolleta,
acabó con (lolíath, a patadas, á zapata-
zos y á pedradas: poco tiempo después no
era su cuerposino una cosa horrible, mu-
tilada, sm nonibre, sin forma, una masa
iirt rte, amasada cun ludo y carnes moli-
das.
Oi<'> Cebolleta >u tartan; !o anudaron á
uno de los pies dislocados del cadáver,
y lo arrastraron ha»ta el parapeto del
muelle.
Y allí, en medio de los gritos de una
alegría feroz, echaron al rio aquellos res<-
tos en>angrentados,
Y ahora ¿no se estremece uno al pen-
sar, que, en una época de emoción po-
pular, basta una palabra, una sola pala-
bra, dicha por un hombre honrado yaca-
so sin odio ninguno, para provocar un
homicidio tan espantoso?
— Puede que sea un envenenador.
Eso e» lo que habia dicho aquel bebe-
dor de la calle de la Calandre nada
mas y hablan asesinado despiadada-»
mente á (r)liath.
¡Cuantas razones imperiosas para que
se difundan las lú«*es y la instrucción en
lo mas profundo de las masas jo^iulares,
y puedan asi n)uclios infelices defenderse
contra tantas preocu|iaciones estúpidas»
tantas supersticiones fujiestas, tantos fa-
nati>mos implac;<bles !
¿Cómo se ha de ecsigir la calma, la
rell'Csion, el imperio sobre sí mismo, el
sentimiento de la jii^tícia á esos seres aban-
donados, á quienes embrutécela ignoran-
cia, á quienes deprava la minería, á quie-
nes encolerizan los sufiiniienlos, y en
quienes no piensa la sociedad sino cuando
«alarlos para enltegarlus al verdugo?
iLWai.
flïS
El grilo terrible que espantó i Uotok
rr»e\ quelapïo el padre (TAigfJgny, rata
4o poniéndole el cantero encima su îor-
midable mano, dijo á Cel>oH«ta indicán-
dole al agonizante Goliath:
— Concluye con «se; yo voy á comen-
tar con «ste olro.
VII.
LA CATfiDBAL.
Ya era enteramente de noche ruando
echaron al rio ei cadáver mutilado de Go^
liath.
Las oscilaciones de la muchedumbre
habían rechazado hasta la calle que está
á lo largo del lado izquierdo de la cate-
tedral el grupo en cuyo poder estaba el
padre d^Aigrigny , el cual habia bgrado
libertarse de las manos del cantero , pero
estrechado siempre por la turba que to
«prétaba cada vez mas, gritando ] muera
<el envenetiadorJ retrocedía paso á paso tra-
tando de evitar los golpes que le querían
dar. A fuerza dé serenidad de espfritu,
tie destreza y de valor, recuperando en
«q»ei momento crítico su antigua «nerjfa
militar, habia podido resistir i)«sta enton-
ces y tenerse de pié, sabiendo por la es-
pertencta de Goliath, que caer era mO"
rir.
Aunque tenia poca esperanza de que le
oyeren óti 'mente, no dejaba ée pedir con
todas sus fuerzas ayu((a y socoro.... Ce-
diendo el terreno pié á pié , maniobraba
de modo que acercándose á una de las
paredes laterales de la iglesia, logró al frn
frrínconarse en un ángulo formado por
la esquina saliente de una pilastia junto
al marco de una puerta pequeña.
Aquella posición era bastante favorable
al padre d^Aigrigny, quien, apoyándolas
«spaldas á la pared , estaba asi á cubierto
de una parte al menos de sus agresores.
Pero queriendo el cantero quitarle esta
liitima esperanza de salud , se arrojó á él
pata agarrarlo y llevarlo al centro delcír-
.culo donde lo hubieran pisoteado: dando»
le al padre d'Aigrigny el teirory la muer-
te una fuerza estraordinaria, pudo rocha-
zar aun vigorosamente al cantero y que-
darse como incrustado en el ángulo enuuc
se liabia refugiado.
La resistencia de la víctima dohió lará-
hia de los agresores, y resonaron de nue-
vo con mayor violencia grilos de n^iortt*.
Rl cariíero se echó dt nuevo sobre ti
padre d\\igrigny, diciendo:
—] Conmigo, amigos!.... esto dura de-
masiado.... ) concluyámoslo]
Vióse perdido el padre d'Aigrígny.
Kstaban agotadas sus fuerzas.... se sen-
lía desfallecer.... le temblaban las pier-
nas>... una nube obscurecía sus ojos...,
los ahullidos de aquellos furiosos no lle-
gaban ya á sus oidossino medio encubier-
tos. Comenzaba ya á sentir el dolor de
varias contusiones violentas que habia re-
cihido durante la lucha en la cabeza y
sobre todo en el pecho^ Dos ó tres veces
llegó á los labios del abate una espuma
sangrienta; era desesperada su posición.
— j Morir aporreado por aquellos bru-
tos después de haberse libertado tantas
veces en la guerra de peligros mortales!
Tal era el pensamiento del padre dWí-
grigny cuando se arrojó sobre él el can-
tero.
be repenleen el instante mismo en que
el abate, ce<fi^do al instinto de ia con-
servación y pedia por última vez socoi ro
con una vea penetrante, se abrió la puer-
ta á la cual estaba apoyado y lo enlró en
la iglesia un puño lirme.
Gracias á aquel movimiento tan rápido
como el relámpago, el cantero que se ha-
brá 'anzado hacia adelante para coJít al
V. d^Aigrigny, no pudo contener su Ím-
petu y se encontró vara á cara con el per-
sonaje que acaluba de sustituirse por de-
cirlo asi á la víctima que habia faltado.
25»*
96
ALBOH.
Detúvose de repente el cantero, y des-
pués retrocedió dos pasos, atónito como
la multitud, de esa brusra aparición, y
conmovido como la multitud por un vago
sentimiento de admiración y de respeto á
la vista del que acababa de socorrer tan
milagrosamente al P. d'Aigrigny.
£ra el abate Gabriel.
El joven misionero permanecía de pié
en el umbral de la puerta.
Se divisaban las formas de su larga so-
tana negra en la profundidad semi-luciente
de la catedral, mientras su adorable ros-
tro de arcángel, encerrado en el cuadro
de sus largos cabellos rubios, pálido, con
movido de compasión y de dolor, «taba
suavemente iluminado por los úllimosvis-
lumbres del crepúsculo.
Resplandecía aquella fisonomía con una
bondad casi divina; espresaba una com-
pasión tan conmovenle y tan tierna , que
se sintió la multitud enternecida cuando
Gabriel , humedecidos con las lágrimas
sus grandes ojos azules , reuniendo y ele-
vando las manos, esclamó con una voz
sonora y palpitante.
— Gracia... hermanos mios... sed hu
roanos spd justos.
Reponiéndose el cantero de un movi-
miento involuntario de sorpresa y de eoM)
cion, dio un paso hacia Gabriel, diciendo:
— No hay gracia para el envenenador...
tenemos que cojerlo que nos lo entre-
guen ó entraremos á buscarlo.
— ¿Pensais lo que decís, hermanos
mios?.... respondió Gabriel, en esta igle-
sia en un lugar sagrado... para cuan-
tos se ven perseguidos
— Le hemos de echar mano al envene-
nador aunque esté en el altar, respondió
brutalmente el cantero, asi pues entre-
gádnoslo.
— Escuchad, hermanos mios dijo
Gabriel levantando los brazos al cielo.
— ¡Fuera los solideos I gritó el cantero,
el envenenador se oculta en la iglesia, en-
tremos en la iglesia.
— ¡Sí, sí, gritó de nuevo la turba arras-
trada por la violencia de aquel miserable,
fuera los solideos !
— Se entienden entre ellos.
— jFuera los monigotes 1
— Entremos ahí como al arzobispado,
— Como á Saint Giírman-el-Auxerrois.
— ¡Qué nos importa á nosotros que sea
una iglesia !
— Si los monigotes defienden á los en-
venenadores , al rio los munigites.
— ¡Sí, si !
— Y os voy á ensenar yo el camino.
Diciendo esto, el cantero seguido de Ce-
bolleta y de un buen número de hombres
resueltos, dio un paso hacia Gabriel.
El misionero , viendo que se iba rea-
nimando de algunos segundos á aquella
parte la cólera de la multitud, habia pre-
visto aquel movimiento; entrando de re-
pente en la iglesia, logró á pesar de los
esfuerzos de los agresores, mantener la
puerta casi cerrada , y barrearla lo mejor
que pudo con una palanca que apoyó por
un cabo en las losas y por el otro en el
ángulo de uno de los travesanos horizon-
tales: gracias á esa especie de estribo po-
día la puerta resistir aun durante algunos
minutos.
Gabriel sin cesar de mantener así la
puerta, le gritaba al P. d'Aigrigny.
— Huid, padre mió huid por la sa-
cristía... todas las otras salidas están cer-
radas
El jesuíta anonado, cubierto de contu-
siones, inundado de un sudor frió, sin-
tiendo que le iban á abandonar las fuer-
zas, y creyéndose al fin en salvo, se ha-
bia echado medio desmayado encima de
una silla.
A la voz de Gabriel se levantó el abatQ
con mucho trabajo, y con pasos trémulos
y apresurados trató de llegar al coro que
«»BTJM.
97
estaba Sfparadvj por una nja de lo demai
de la iglesia.
— Pronto, padre nnio añadió Ga-
briel con espanto sosteniendo con todas
sus fuerzas la puerta vigorosamente ala-
cada por los agresores, apresuraos
j Dios mió Î... apresuraos Dentro de
pocos minutos... será demasiado tarde...
Después anadió el misiunero cun de-
sesperación :
— Y estar solo... solo contra todos esos
iflsensatoí
Estaba solo en efecto.
Cuando comenzó el ruido del primer
ataque, habla en la iglesia tres ó cuatro
sacristanes ó empleados de Fábrica (ad-
ministración de lo material de la iglesia);
pero recordando el saqueo del arzobis-
pado y de Saint German-el-Auxorruis,
huyeron inmediatamente llenos de espan
to : los unos se refugiaron y ocultaron en
€\ órgano, al cual subieron con niuclia ra
pidez; los otros huyeron por la sacristía,
cerrando las puertas por dentro, privando
así de todo recurso para escaparse á Ga-
briel y al P. d'Aigrigny.
Este último con el cuerpo arqueado por
el dolor, escuchando las urgentes reco-
mendaciones del misionero, apoyándose
«n las sillas que encontraba al paso, hacia
vanos esfuerzos para llegar hasta la r» jíi
del coro.
Al cabo de algunos pasos, vencido por
la emoción y por el padecimiento, vaci-
ló.., se agovió sobre sí mismo... cayó so-
bre las losas.., y perdió el sentido.
En aquel mismo instante Gabriel, á pe
sar de la increíble energía que lo inspira-
ba el deseo de salvar al padre d'Aigrigny,
sintió que temblaba al fin la puerta bajo
un terrible sacudimiento y que ¡baá caer.
Volviendo entonces la cabeza para ase-
gurarse que al menos había podido el je-
suíta salir de la iglesia, Gabriel lo vio, con
el mayor espanto , tendido en tierra sin
movimientoaíguno.á pocos pasos del coro.
Abandonar la puerta medio rola, cor-
rer al padre d'Aígrigny, levantarlo y ar-
rastrarlo á la parte de alentro dt; !a reja
del coro...fuó para Gabriel una acción tan
rápida como el pensamiento, puesto qi¡e'
volvía á cerrar la reja en el ínstanle mi--
mo en que el cantero y sm banda, ha-
biendo echado por tierra la ¡puerta , se
precipitaban en la iglesia.
De pié, fuera del coro, con las manos
cruzadas sobre el pecho, Gabriel aguardó
tranquilo é intrépido aijriella turba exas-
perada entonces por una resistencia ines-
perada.
Echada por tierra la puerta , hicieron
inmediatamente los agresores una violen-
ta irrupción; pero hubo entonces una es-
cena muy eslraordiiiaria.
Era ya de noche.
Algunas lámparas de plata esparcían,
solas, una luz pálida en el í>antuario, cu-
yas naves bajas desaparecían anegadas en
la sombra.
Cuando entraron súbitamente en aque-
lla inmensa cafeúral, oscura, silenciosa y
desierta, se quedaron atónitos los mas osa-
dos, temblando casi a/ite la imponente
grandeza de aquella soledad de piedra.
Los gritos, las amenazas espiraron en
los labios de aquellos furiosos. Hubiérase
podido decirque temían despertar los ecos
de aquellas bóvedas enormes, de aquellas,
bóvedas negras, por las cuales rezumaba
una humedad sepulcral, que heló las fren-
tes inflaiuadas de cólera y les cayó sobie
los hombros como unr* capa glacial de
plomo.
La tradición reüg'osa, la rutina, los há-
bitos y los recuerdos de la nifiez tienen
tanto imperio en ciertos hombres que, así
que entraron, muchos de los compañeros-
del cantero se quitaron respetuosamente
la gorra, inclinaron la cabeza descubierta,
y anduvieron con precaución á fin de amor-
98 ALBua,
tigoar el ruido de sus pasos sobre las lo-
sáis sonoras.
Y después se dijeron enire ellos al^^u-
nas palabras en voz baja y tínoida.
Oíros poniendo tírNÍdamonte los ojos í*
una altura inconmensurable en los arcoü df
aquella nave gigantesca perdidos entonces
en la oscuridad, se sentían casi arredra-
dos, viéndose tan pequeños en medio de
aquella inmensidad llena de tinieblas.
Pero á la primera chanza d<'l cantero
que rompió aquel respetuoso silencio, pa-
só pronto aquella emoción.
— ¡Vamos pues, mil truenos! esciamó,
¿lomamos acaso aliento para cantar vis-
peras? Si liubiese vino en el agua bendi-
ta enhorabuena.
Produjeron aquellas palabras algunas
carcajadas salvajes.
— Y mientras tanto se nos escapa e|
bandido, dijo uno.
— Y nos lo roban , añadió Cebolleta.
— Diríase que hay aqui cobardes y que
tienen miedo de ios sacristanes, »oadió el
cantero.
— Jamás... respondieron en coro, janois:
DO se teme é nadie.
— ¡ Adelante!
— Si, si... adelante... gritaron por to
das partes.
Y la animación, calmada un instante,
redobló en medio de un nuevo tumulto.
Poco rato después habiéndose acostum-
brado los agresores á aquella obscuridad
percibieron en medio de la pálida auréola
de luz que despedía una hmpara de plata,
el imp'-nente rostro de Gabriel, de pie á
Ja parte de afuera de la reja del coro.
—El envenenador está aqui escondido
en un rincón, dijo el canluro, t>s menestei
forzar a esle cura á que nus entregue el
bandido.
— Kl responde por el otro.
— Kl e« qiiiea k) lia faciüt^^ les^nedios
de ttwt»vé99$ 9 — !• tghwia.
— Pagará por ambos si no seeDcuenttht
i-l otro.
A medida que se iba borrafldo ta pri-
•ñera impresión de íespelo involuntario
que habia sentido la omltitttd , se le-
vantaban mas las viaces y se ponran loe
rostros tanto mas adustos, tanto mas ame-
nazadores, cuanto era mayor la vergikenn
que tenia cada uno de un instante de be-
«itacíon y debilidad.
— j Si, si! esclamaron muchas voces tem-
bando de cólera, nos es necesaria b Tid«
del uno ó la del otro.
— O la de ambos.
— j Tanto peor para ese monigote I
¿ iN)r qué n(>s impide el acuchillar al en-
venenador?
— ] Muera , muerai
Al oir aquella esplosíon de gritos fero-
ces que resonó de un modo espantoso en
medio de los gigantescos arcos de la cate-
dral, la multitud, embriagada de rabia, se
¡precipitó hacia la reja del coro, á la^uer-
ta del cual estaba de pié Gabriel.
Kl joven misionero, quien, clavado en
una cruz por los salvajes de las montañas
'Roqueñas, rogaba atm al Señor que perdo-
nase á sus verdugos, tenía demasiado áni-
ifno en el pecho, demasiada caridad en el
alma para no arriesgar mil veces su vida
Icón el objeto de salvar al padre dWigrignjr
á a<]uel houibre que le habia engañado
con tan vil y culpable hipocresía.
VIII.
LOS nOMICIDAS.
Kl cantero seguido de su banda, y cor-
riendo hacia Gat>fiel que l»abia dad(r al-
gunos pasos delante de la reja del eoro,
esclamó cuo los ojos eiieendrdof 4e' ra-
bia:
— I Donde está d envenenador? Es ne-
cesario entregárnoslo.
— ¿Y «fyién os ha disho que cseinrene-
nador, hermanos mioa? iespundió'6«lMÍel
c«s su <««( penetrante y sonora. ; Uo en-
ALBLM.
99
vetTonaflor I ¿Y en donde eM,íín las prue-
bas?... ¿L',)s tpsfigos?... ¿Lasvíctima^?...
— Uasta... No estanfiosaqui confesándo-
nos... respondió brulaltnente e' canlero
avanzando con'aire amenazador, entrenad-
nos á e>e liomhri'; es menester que perez-
ca... sino pagaréis por <'•!.. .
— I Si , si!... grifaron nsuchas voces.
— Se entienden entre ellos.
— Nos e» menester e! nno ó el otro.
— ¡ Pues bien , aiini estoy yo! d-jo G;-
briel levantando la cabeza y aielantrind )-
secón un aire iK^no de res gnacion y dt^
majestad. Yo ó él, anadió, ¿qoeosiinpor
ta? Tenéis sed de sangre , tomad la mia.
y os perdonaré, hermanos míos, porque
está turbada vuestra razón por un funesto
delirio.
Ksas palabras de Gabriel, su ánimo, la
nobleza de su actitud , la belleza de sus
facciones hablan impresionado ya á algu-
nos de los agresores, cuando de repente
esclamó tma voz:
— ] Hola ! I amigos !.... ahi está el en-
venenador... detrás de la reja.
— ¿En donde está, en donde esta? co-
menzaron á gritar.
— Mirad... ahi... lo veis... tendido en
el suelo.
Al oir aquellas palabras, las gentes de
aq ella banda que hasta entonces hablan
estado siempre reunidos en masa compac-
ta en la especie de pasadizo que se forma
bsijo la nave entre las sillas que están a.lM
colocadas, se dispersaron por todas partes
para correr á la reja del coro, última' y
única barrera que de-fendia al padre d'Ai'
grlgry.
Eniretlanto el cantero. Cebolleta y algu-
nos otros se adelantaron directamente ha-
cia Gabriel, gritando con una alegría fe-
roz:
— Por esta vez ya le tenemos... j Mue-
ra el envenenador 1
Por salvar al padre d'Aigrigny se hu-
biera dejado (labriel aclichillíh 4 íü pucr^
ta de la reja; pero un poco mas lejis, la
reja no tenia sino cuatro pies de altura i
lo mas y podían por consiguiente eí:li3r!a
por tierra ó saltar por encima c^n la ma-
yor facilidad.
Kl misionero perdió toda e peranza dé
libertar al jesuíta de una muerte horroro-
sa... Sin embargo, esclamó:
— Det'^neoí--... ¡ pobres ¡nsérisíítfyá !
Y se lanzó á la turba estendiendo hacia
ella sus m;MKis.
Su clamor, su aderfiah' y sú fisonomfa
manifestaron una autoridad tan tierna y
tan fraternal á la vi'z, que hubo nn instan-
te de indec'sion entre aquella gente; pero
á a(¡uclia indecisión sucedieron muy pron-
to gritos cada vez mas furioíoá.
— ¡ Muera ! j muera Î
-— ¡QuerZ-is su miwrfe ! d^jo Gabriel
perdienda de nuevo el coTór.
—¡Sil... ¡sí!...
-^Pues bien, que muera, esclamó r|
misionero arrebatado por una inspiración
súbita; sí... que muera al instante.
Estas palabras de! joven sacerdote lle-
naron de eslupt>r á aquella gente.
Durante algunos segundos , aquellos
hombres, mudos, inmóviles, y por decirlo
así, paralizados, miraton á Gabriel sor-
prendidos y atontados.
— Üecís q«e este fiombre es culpable,
ailadíó el joven misionero con una voz
trémula de emoción; lo habeisjuzgadosin
prut4)as.... sin testigos.... ¿qué importa?
Morirá.... Le echáis en cara el ser enve-
nenador.... ¿Y sus víctimas... donde e<.-
tán?... Lo ignorais... ¿Quéimpi ría? con-
denado está Su defensa , ese derecno
sagrado de todo acusado... rehusáis oiría...
¿Qué importa tampoco? Está pronuncia-
,da la sentencia... Sois é la vez sus acusa-
dores, sus jueces y suà verdugos En-
horabuena... No habéis visto jamás á ese
infeliz... no os ha hecho mal ninguno, b*
26**
100 ALIDV.
sabéis si el ha hecho fnalá nadie... yante
]os hombres cargáis con la terrible res-
ponsabilidad de su muerte... Ya lo o(>...
desu muerte. ..Hágase vuestra voluntad...
vuestra conciencia os absuelvi... consien
to en ello... Morirá el condenado.... va á
morir... No le salvará la santidad de la ca-
sa del Señor...
— No... no... gritaron muchas voces con
encarnizaniiento.
— ISo... replicó Gabriel con mayor ca-
lor cada vez... Queréis derramar sangre y
la derramareis Run en el templo mismo del
Señor... Tal es Nuestro derech'','>e}iun de
CÍs... hacéis acto de te^rib¡ejll^licia... Pe-
ro entonces, ¿-jué nt-cesidad hay de tan-
tos brazos robustos, para acabar á este
hombre que está espir.Todo? ¿lué necesi-
dad hay de esos grito.»? ¿de es«)S furores?
¿de esas violencias ? ¿ se ejecutan aüi las
sentencias del pueblo, del pueblo equita-
tivo y fuerte ? Nu: e! pueblo equitativo y
fuerte no castiga como ciego, como furio-
so, dando gritos de rabia como si se qui-
siese aturdir para cometer algún vil y hur-
roso asesinato... No: no se ha de cumplir
asi el formidable derecho que queréis ejer-
cer... porque lo queréis ejercer...
— Sí, lo queremos;
Esclamaron el cantero, Cebolleta y al-
gunos de los mas implacables , mientras
guardaban silencio otros muchos, con-
movido*; por las palabras de Gabriel, quién
acababa de pintarles con tan vivos colores
el horroroso acto que querían cometer.
— Sí, respondió el cantero, es nuestro
derecho: queremos matar al envenena-
dor...
Diciendo estas palabras, el miserable
coD los ojos sanguinolentos y las mejillas
innamadas, se abalanzó al frente de uo
grupo resuelto, y adelantándose hizo un
gesto como si hubiese querido rechazar y
Separar del paso á Gabriel, siempre de pié
y delante de la reja.
Pero en lugar de resistir al bandido» el
misionero dio dos pasos hacia él, lo tomó
por el brazo y le dijo con vi-z firme :
— Venid...
Y arrastrando, I por decirlo asi, con la
mano al cantero asonibrado, i quien sus
compañeros, atolondrados por aquel nue-
vo incidente, no se atrevieron á seguir por
el pronto... Gabriel, andando rápid«nten>
te el espacio que había Je al!í al c^ro ,
abrió la puerta de la rej^; llevó al canlero
teniéndole siempre asido p«>r la mano»
hasta el cuerpo del P. de Aigí igny , ten-
dido sol)re las losas y le dijo:
— Ahí estala victima... ya está conde-
nada... dadle el golpe.
— ¡Yol esclamo el cantero vacilando ,
¡yo... sol«»l
— ¡Olil respondió Gabriel con amargura
no hay peligro r.inguno... le acabareis con
suma facilidad... Mirad... lo ha aniquila-
do el sufrimiento... apenas lequeda un so-
plo de vida... no hará resistencia ningu-
na... no tengáis temor ninguno...
Quedaba inmóvil el cantero mientras la
turba, estraordinariamente impresionada
por aquel incidente, se iba acercando po-
co á poco á la reja sin atreverse a pa-
sarla.
— Dadle pues el golpe, replicó Gabríe!
dirigiéndose al cantero y mostrándole to-
da aquella gente con un gesto solem-
ne... Esos son los jueces... y vossoi3...e)
verdugo...
— (Not esclamó el cantero retrocedieit-
do y volviendo \w ojos á otra parte. ¡No
sey verdugo,., yo!
Enmudecieron todos.... Durante algn-
Dos segundos no turbó el silencio de la
imponente catedral una sola palabra » imi
solo grito.
Viéndose en un caso desesperado , ha-
bla obrado Gabriel con un conocimiento
profundo del corazón humano.
Cuando la multitud estraviada por una
ALBDM.
101
püsíon ciega, se lanza sobre una víctima
con feroces alarulos , y da cada uno su
golpe, a(|uella esoecie de espantoso lio-
mi«!Ídio, cometido por todos juntos , les
parece á cada uno de ellos nienos liorri-
We, porque se diviiie entre todos ellos fa
solidaridad... Además, los prit(»s, la vista
de la sangre, la defensa desesperada del
hombre (|iie acuchillan, tienen casi siem-
pre por re-ultado el proUicir una especie
de embriaguez feroz. Pero cójase á uno
de esos li>cosfurioso<que han tornado par-
le en el homicidio: póngasele solo en fren-
te de unavíclima incapaz de defenderse,
y dígaseifí «Dale el golpe!» casi nunca se
atreverá á darlo.
Asi habia sucedido con el cantero.
Aquel miserable se estremecía á la vi>ta
de un homicidio cometido por él solo, á
sangre fria.
La escena que se acaba dedescribir ha-
bia pasado muy rápidamente ; entre los
compañeros del cantero (]<ie mas se ha-
blan actrcadu á la reja , algunos no po-
dían entender una impresión que hubíe
rao sentido ellos mi^^mos , como aijuei
hombre indómito, si como á él se les iiu-
biese diclio: «Haced de verdugo.»
Por consiguiente, muchos de l<is de su
banda murmuraban y vituperaban alta-
mente su debilidad.
— No se atreve á acabar con el enve-
Denador, decía uno.
— jVil!
— I Poltron !
— ¡ Retrocede!
Oyendo aquellos rumores, corrió el can
tero á la reja , la abrió de par en par, y
mostrando con un ademan el cuerpo del
padre d'Aigrigny, esclamó :
— Si hay alguno mas atrevido que yo,
iqué vaya á acabarlo! ¡qué haga de
verdugo veamos!
Cesaron los murmullos al oír aquella
proposición.
Reinó de nuevo en la catedral un pro-
fundo silencio: todas ai|U( lias (isonontias,
irritadas poco antes, se pusieron taciturnas,
confusas, casi espantada^; a({uella multi-
tud estraviada comenzaba sobre ludo á
copí prender la vil ferocidad del acto que
quería cometer.
Nadie se atrevía á ir solo y darle el úl-
timo golpe á aquel hombre que estaba es-
pirando.
De repente el padre d'Aigrigny dio una
especie de alentada de agonizaiiti ; su ca-
beza y uno de sus brazos se levantaron
con una especie de movimíenfo convulsi-
vo, y cayeron de nuevo sobre la losa co-
mo si hubiese espirado.
Dio (labríel un grito de angustia y se
puso de rwdillasjunto al padred'Aigrígny,
diciendo :
— ¡(irán Dios I ya e>tá muerto.
E.>traña movilidad de la muehediimhre,
tan impreaioiíada para lo malo como para
lo bueno.
Al alarido desgarradorde Gabriel, a(|uo-
l!as gentes que un instante antes pedían
con grandes gritos q«ie se acuchillase al
padie d'Aigrifiny, se sintieran súbitamen-
te llenas de compasión.
Aqu lias palabras / ya está mu rí<>! cir-
cularon en voz baja entre la nmltilud,
acouipaùadas de un pequeño estrenuci-
mierto, mientras Gabriel levantaba con
una mano la pesada cabeza del padre
d'Aigrigny, y con la otra le estaba touian-
do el pulso á través de su helado culis.
— Señor cura, dijo el cantero inclinán-
dose h¿cia Gabriel... ¿de veras? ¿no que-
da ya recurso ninguno?
Con mucha ansiedad aguardaron la res-
puesta de Gabiiel en medio de un silen-
cio profundo, apenas se atrevían á decir
en voz baja algunas palabras.
— ¡ Bendito Seáis, Dios mió! esclamó
de repente Gabriel ; aun palpita su cora-
zón....
102 ALBIM.
— Aun palpita su coraziii ... ropitici el
ranltTo vo'viondo la rab»>za hacia la mul-
titod para dirle a(]iiclla Imcna nuli«-ia.
— ¡ Ali I >u ci-ra/ >n pal()iia aiin, res
pondii) en vdz baja toda acjnella }ienh'.
— Aun queda alguna esperanza lo
podremos salvar, anadió G:íl)riel cun una
espresion de felicidad indecib'e.
— l'i.dn mos salvar lo: respcn lió maqiii-
•nalinente e! cantero.
— Podremos salvarlo: dijo en voz haj i
la lurb<.
— ¡ Pn-nto, pronto! dijo Gnbriel diri-
eiéiidi)se <tI caiiiero , ayudad:ne lurmino
mi »... IraspTlénio»!.» a .iljinna casa próc-
^ilna... al'í se lo pooran aplicarlos prirne-
ro< remedio?.
Olie leci') el canlt ro con la mayor soli-
citud : mientras el misionero levantaba el
cuerpo d«d padre de Aigrigny, asiéndola
por debajo de los sol>acos, el cantero co-
jió la-: piernas de aquel cuerpo casi ina-
nimado, y entre los dos lo sacaron del
coro.
Al ver al fjrfnidaMc catilero ayudando
al j'iven sacerdote a socorrer, á salvar aquel
nríismo hombre que poco antes perseguía
con gritos de muerte, esperimentó aque-
lla multilu I un repentino mov!mi<'nt<) de
compasión. Ooedeci.in aipudlos hombres
á la pénétrant»- influencia de las palabras,
dvd ejemplo de Gabriel; se sintieron en
terneviilos y entonces comenzaron todos á
ofrecer á porfía sus serv ciix.
— Stfi tr cura, mijor e>taraenuna silla
que se podrá llevar á brazis, dijo Cebo -
Meta.
— ¿Queréis (jue vaya á pedir iin ba-
jarte al Hôtel-Dieu? dijo otro.
— Señor cura, deadme tjue me ponga
en lugar vue>lro; es demasiado pesado
para "OS ese cuerpo.
— No toméis tanto trabaj >, dijo tin hom
í>r* vigoroso, acercándose n-^petu-isamen
te al misionero, ya lo llevan^ yo, y bien.
— ¡Y si fuese yo á buscar un cocho,
«^enor cura! dijo un horroroso gamin qui-
Inndose la gorra griíga.
— Tienes ra/.>n, dijo el cantero, corre
pronto , clii(|uillo.
— Pero antes pregi'intale al señor cura
si quiere que vayas á buscar un coflie-,
dijo ('(bóllela deteniendo al impacietile
mensajero.
— Ks verdad, dijo uno de los circtins •
t.intes, estamos aqui en una iglesia, y él
e^ (¡wirn manila; e>tá en su casa.
— Si, sí: enrred, hijo mió, dijo Gabriel
.¡I ob>equiosu muchacho.
Mit-niras atravesaba este la multitud-,
se oyó una voz que dijo :
— Aqui tengo yo un frasco cubierto de
mitiibres con aguardiente; ¿podrá ser-
vir de algo?
— Sin duda , respondió con viveza Ga-
briel, dádmelo, dádniclo se le frota'
ráii las sienes al enfernu) con ese licor y
se le hará respirar.
— V'itign el franco gritó Cebolleta»
y S(d)re todo no lo destapéis.
Pasandi» con precaución de mano en
mano llegó al fin el frasco intacto hasta
las de Gal)r¡el.
Mientras iba á llegar el coche, habian
pue>to provisionalmente al P. d'Aigrigny
sentado en una silla, y mientras algunos
houibres de vuena voluntad sostenían con
iniiclio cuidado al abale, el misionero le
l.aíia aspirar un poco de aguardiente;, al
eatio de algunos m¡iuit()s, piodujo la po-
leiuia de aquel espíritu sus efectus en
el jesuíta; hizo algunos movimientos aun
que pequeños, y se levantó su oprimido
pecho dando un profundo suspiro.
— ¡Ya está salvado, ya vivirá I escla*
mó Gabriel con voz triunfante, ya vivirá,
hermanos mies.
— ¡Ah! tanto mejor... dijeron muchas
voces,
— ¡Oh! sí; tanto mejor, hermanos
»»BTJfl!.
103
ïiiios, replicó Gabriel, porqiie en lugar
de veros agoviados por el remordimiciilü
de un crimen, os acordareis de haber he-
cho una acción justa y compasiva.... De-
mos gracias á Dios porque ha cafnbiado
vuestro ciego furor *^n un sentimiento de
compasión. Invociiiéniosle para que
vosotros mismos y cuantos amáis tierna -
mente no se vean jamas espuestos al ter-
rible peligro de que acaba de libertarse
este infeliz. ¡Oh hermanos mios ! anadió
Gabriel mostrando el Cristo con una emo
cion conmovente que se iba hacier)do cada
vez nías comunicativa por la espresion de
su angélico rostro j oh hermanos mios!
No olvidemos jamas que el que ha muerto
en aquella cruz por la defensa de los opri-
midos, gentes oscuras 4pI pueblo como
nosotros, ha dicho aquellas tiernas pala-
bras tan dulces para el corazón; ¡amaos
los unos á los otros! ¡ No las olvidemos ja-
mas ! Ámemenos, hermanos mios; socor
ramones, y asi nosotros que somos po
bres , nos harenios m-jores y mas juntos.
Amémonos amémonos, tiermanos
mios, y posternémonos ante el Cristo, ese
Dios de todos I03 oprimidos, de todos los
débiles y de todos los que sufren en este
mniulo.
Diciendo esto, se arrodilló Gabriel.
Todos le imitaron respetuosamente; tal
había .^ido la influencia desa palabra sim-
ple y convencida.
Ya hemos dicho qué pocos momentos
antes que el cantero y su banda hicieí^en
la irrupción en la iglesia , habían huido
Varias personas que estaban en ella. Dos
se habían refugiado en el órgano y desde
allí habían asistido invisibles á toda la es
cena que acabamos de describir; una de
ellas era un joven que estaba encargado
de cuidar del órgano y sabia lo bastante
para poderlo tocar; profundamente con-
moviilo con el desenlace de aquel acaeci-
miento tan trágico al principio; cediendo
entonces á una inspiración de artista,
aquel ji'ive¡), en el instante mismo en que
vio á la gente arrodillarse junto á Ga-
briel, no ptido menos de echaría mano al
teclado.
Entonces pareció que se exhalaba del
sci'O de la vasta catedral una especie de
suspiro, casi imperceptible al principio,
como una aparición divina, y después tan
suave, tan aéreo como el balsámico olor
del incienso, subiendo y espnrcíéfiflo«e
hasta las bóvedas sonoras; poco á poco
aquellos débiles y suaves acordes, sin per-
der lo que tenían de velado y de misterio-
so, se cambiaron en una melodía indeíi-
nib'e, á la vez religiosa, melancólica y
tierna que se elevaba hasta el cielo como
un canto inefable de reconocimiento y de
amor.
Habían sido al principio aquellos acor-
des tan débiles, tan atenuados, que la
multitud arrodillada se había abandunado
sin sorpresa á la irres slible influencia de
aquella encantadora armonía.
Muchos ojos hasta entonces secos v ai-
rados se llenaron de hígrimas muchos
corazones endurecidos palpitaron enton-
ces dulcemente recordando aquellas pala*
bras que había dicho Gabriel con un acen-
to tan tierno: amémonos los unos á to$
otros.
En aquel momento fué cuando el pa-
dre d'Aígrgoy volvió en sí. abrió los
ojos.
Creyóse bajo la influencia de un surn >.
Había perdido el sentido á la vista de
un populacho furioso, que injuriándole y
profiriendo blasfemias, le perseguía con
Mjs gritos de muerte hasta el sanio tem-
plo.... Abrió los ojos el jesuíta; yá la pá-
lida luz del santuario, al sonido de los relí
giosos acordes del órgano, veía aquella
ntisma turba poco antes tan amenazado-
ra , tan implacable, arrodillada enton-
ces, silenciosa, conmovida, y plegando hu-
27**
104
inildemente la cabeza ante la magislad
del sacrosanto asilo.
Algunos momentos despues, Gabriel
llevado eo triunfo en brazos de aquella
multitud, subia a! coche, en el fondo del
cual estaba ya tendido el padre d' Aigrigny ,
quien poco á pocohabia recbrado entera-
mente los sentidos.
Aquel carruaje, siguiendo las órdenes
que habia dado el jesuíta , se detuvo de-
lante de la puerta de una casa de la calle
Vaugirard: tuvo el padre d'Aigrigny áni-
mo y fuerza para entrar solo en aquella
morada , en la cual no recibieron á (ia-
briel, y á la que sin embargo ilevaremoü
al lector.
IX.
EL PASEO.
A la eslremidad de la calle de Vaugirard
se veia entonces una pared muy alta ¡sin
mas abertura en toda su estension que
una sola puerta muy pequeña con una re-
jilla. Por esa puerta se entraba en un pa-
tio rodeado de rejas, cubiertas por detrás
con persianas que no permitían ver por
entre los hierros de la reja; íbase después
á un vasto y hermoso jardin, plantadocon
simetría, en cuyo fondo se alzaba un edi-
Ccio de dos pisos, de aspecto enteramente
confortable, y construido sin lujo, pero con
una sencillez rica ( perdóneseme esta voz)
signo evidente de la opulencia discreta.
Pocos días habían corrido desde aqijel
en queGabriel habia salvado con tanto va
lor al padre d'Aigrigny de las garras de
los asesinos. Tres eclesiásticos con sus so-
tanas negras, sus alzacuellos blancos y sus
bonetes cuadrados se paseaban en el jar-
din i paso lento y mesurado; el mas joven
de aquellos tres eclesiásticos podria tener
algunos treinta años: era su rostro pálido,
crasiento é impregnado de cierta rudeza
ascética: sus dos compañeros, de edad en-
tre cincuenta y sesenta años, tenian, al
ÁLBUM,
contrario, fisonomías medio beatas y me*
dio astuciosas : resplandecían á los rayos
del sol sus mejillas encarnadas y redon-
das, con pliegues de gordura, que descen-
dían muellemente hasta la ñna balista de
sus alzacuellos. Según las reglas de su ór-
d>;n (porque pertenecían á la compañía de
Jesús) que les prohibe el pa>earse de do*
en dos, no se separaban ni un instante
aquellos 1res congregantes.
— Mucho temo, decía uno de ellos, con-
tinuando una conversación comenzada y
hablando de una persona ausente; mucho
temo que la continua agitación á que está
sugeto el reverendo padre desde el día en
que le acometió e| cólera, haya destruido
sus fuerzas... y ocasionado la peligrosa re-
caída que nos inspira tantos temores por
sus días.
— Jamás, según dicen, respondió el otro
padre, se han visto inquietudes y angui-
tias semejantes á las suyas.
— Por eso, dijo con amargura el sacer-
dote mas joven , es tan penoso el pensar
que su reverencia, el padre Rodín, ha sido
un objeto de escándalo por la obstinación
con que se negó antes de ayerá hacer una
confesión pública, cuando pareció tan de-
sesperada su situación y se creyó necesa-
rio el proponerle, entre dos accesos de de-
lirio, que recibiese los últimos sacramentos,
— Pretendió su reverencia que no esta ■
ba tan mal como se suponía , replicó uno
de los padres, y que cumpliría con sus úl-
timos deberes cuando lo creyese necesario.
—Lo cierto es que en los diez días que
hace que lo trajeron aquí casi espirando ,
su vida 00 ha sido mas que una larga y
dolorosa agonía , y sin embargo aun está
vivo.
— Yo pasé cerca de él las 1res primeras
noches de su enfermedad en compañía de
Mr. Rousselet, discípulo del doctor Balei-
nier, dijo el padie mas joven, y no reco-
bró casi un instante su conocimiento, y
▲LBDM.
105
cnan<ÎJ le conredia el Señor algunos ¡n-
lérvalos lucidos, los emp'eaba en cóleras
détestables contra la suerte que lo tenia
clavado en la cama.
— Se alirma, añadió el otro reverendo
padre, que el padre Kodin habla respon-
didoá monseñor cardenal Malpieri, quien
habia venido para exhortarle á hacer una
muerte ejemplar digna de un hijo de San
Ignacio de Loyola, nuestro funihidor; (in-
clináronseá estas palabras los tres jésuites
como si les hubiese dado impulso el mis-
mo resorte) se afirma, digo, que el padre
Rodin respondió á su eminencia. — «Yono
tengo necesidad de confesarme públicamenle;
QUIERO VIVIR Y VIVIRÉ.»
— Yo no he sido testigo de semejantes
palabras, dijo con viveza y con aire indig
nado el jesuíta joven ; pero si el padre Ro-
din ha dicho eso, es un...
Pero viniéndole sin duda á tiempo la
reflexión , dio una mirada oblicua á sus
dos compañeros, mudos, impasibles, y
añadió:
— Es un grande infortunio para su al-
ma , pero estoy persuadido que han ca-
lumniado á su reverencia.
— Así es que he repetido esas palabras
únicamente como un rumor calumnioso,
dijo el otro sacerdote mirando al tercer
compañero que también lo miraba.
Siguió á esa conversación un silencio
bastante largo.
Así conservando y paseando habian an
dado las tres congregantes una larga calle
de árboles que iba á parar á un tresbo-
lillo.
En medio de aquel círcuio, del cual sa
lian como los rayos de una estrella otras
muchas calles , liabia una gran mesa re-
donda, de piedra; un hombregveslido tam-
bién de eclesiástico estaba de rodillas so-
bre aquella mesa : le hablan atado sobre
la espalda y encima del pecho dos grandes
rótulos.
El uno f€nla estas palabras escritas con
letras muy gordas :
INDÓCIL.
El otro:
CARNAL.
El reverendo padreque sufría, según la
regla, en la hora misma del pasco, aquel
tonto y humillante castigo, era un hom-
bre de cuarenta años, con unas espaldas
de Hércules, un cuello de toro, los cabe-
llos negros y crespos, el rostro att-zado;
aunque confirmándose á la costumbre,
abajaba constante y humildomenfe los ojos,
fácil era adivinar por la ruda y frecuenfe
contracción de sus espesas cejis, que su
resentimiento interior no estaba por cier-
to de acuerdocon su aparente resignación,
sobretodo cuando vio á los reverendos pa-
dres, los cuales bastante numerosos y siem-
pre de tres en tres ó aislados, se paseaban
en las callesde árboles que venían á parar
á la mesa redonda en donde estaba él es-
puesto.
Cuando pasaron junto á aquel vigoroso
penitente, los tres reverendos padres de
quienes estamos hablando, obedeciendo á
un movimiento de una regularidad y de
una simultaneidad admirables, levantaron
al mismo tiempo los ojos al cielo como pa-
ra pedirle perdón de la abominaron y de
la desolación que causaba uno de entre
ellos, y después con una mirada no menos
mecánica que la primera , confundieron
con la misma simultaneidad al pubre dia-
blo de los rótulos, robusto galafateque pa-
recía reunir en su persona todos los dere-
chos posibles para ser indócil y carnal;
después de eso lanzando como si no hu-
bieran sido mas que un solo hombre, tres
suspiros de santa indignación, con una en-
tonación idéntica, comenzaron de nuevo
su paseo los reverendos padres con una
precisión automática.
Entre los otros reverendos padres que
se paseaban en el jardin, se veían por acá
106
I
y por aoullá algunos seculares; nacia es
di'l motivo sigiiicnU' :
Posoían los reverendos padres \ina cbsh
inmediatü, separada solamente de la suya
por un seto de ojaranzos: venian en cier-
tas épocas del año á ainulla casa gran mí
miTO de devotos para vivir en ella y hacer
lo (jiie llaman en su geiigonza ejercicios.
Kra una cosa cncanl.idora : por ese me-
dio encontraban reunido v\ placer de una
comi'la regil.d.i y el de una pcij eña j
deli.i tsa capilla, combinación nueva y fe-
liz del C'Mifesoiiario y (le! aioj.imiento allia
jado, de la mesa redonda y del scimon.
Preciosa era por cierto la idea de aque-
lla santa liosteria , en donde los alimentos
así corporales como espirituales eran no
menos apetitosos que selectos y servidos
con delicadeza, en donde se restauraban al
mismo tiempo el cuerpo y el alma á tanto
por barba, en donde se podia comer de
earne con toda seguridad lus dias de vigi-
lia, gracias á una disp nsa de liorna, pia-
dosamente comprendida en la cuenta del
gasto, inmediatamente después, del café y
del aguardiente. Así es que (forzoso es con-
fesarlo en elogio de la profunda habilidad
rentística y de la eminente destreza de los
reverendos padres), reunían muchísima
parroquia.
¿Y lomo hubieran podido dejar de te-
nerla? K>taba la caza manida tañen ptuí
to, era el cau)ino d I cielo tan fácil, el
pescado tan fre»co, el á>.pero camino de la
salvación tan bien barrido, tan limpio de
espinas, tan graciosamente arenado con
una arena de color de lusa , la» frutas y
legU(nbres primerizas tan abundantes, las
penitencias tan ligeras, sin contar ni los
£scelente$ salchichones de llilia,ni las in-
dulgencias del Santo Piídre que venian di-
rectamentede Roma, de la mano del pro-
ductor mi>mo y de primera calidad, que
no es de despreciar.
— ¿Qué metías redondas hubieran po
dido sostener semejante competencfa? ¡Se
liallaban en aijiiel retrete tranquilo, craso
y opulento tantos medios de comp(merse
con el cielo! Para muchas gentes, ricas
á la vez y devolas, tímidas y delicadas,
qiienes al mi>.mo tiempo que tienen un
miedo atroz de los cuernos del diablo, nx»
pindén sin embargo renunciar á una ca-
terva de pecados de preferencia muy de-
leitosos, era inapreciable la complaciente
ilireccion y la moral elástica de los reve-
rendos padres.
Kn efecto, ¡cuan vivo debia ser el re-
loriocimieiito (K" y\n anciano corrompido»
egoista y C(»barde para con aquellos revé
r nd'is padres, (piienes le aseguran con*
tra las horquilladas de Belzebú, y le garan-
tizan las eternas bienaventuranzas, y todo
eso, sin exigir el sacrificio de sus gustos
viciosos, de sus depravados apetitos, ó de
los horrorosos sentimientos fe egoísmo que
son ya para él un dulce hábito! Y por
eso mismo ¿romo ha de recompensar á
e<os confesores tan atrevidamente indu!*
gentes, á esos directores espirituales, tan
complaciintesy tanespavilados? j Ah, Dios
miol Kso se paga simple y bend lamente en
herencias futuras de buenos y bellos bie*
nes raices, en doblones brillantes y bien
estampadas; con mucho detrimento, todo
ello, de herederos legítimos, muchas veces
polires , honrados y laboriosos, á quitüos
'le-ip'jan con la mayor piedad por ese me-
dio los padres jesuítas.
Uno de los religiosos ancianos de quie-
nes hemos hablado, haciendo alusión á la
presencia de los seculaies en el jardin de
casa, y (jueriendo roniper sin duda un si-
lencio que cada vez se iba haciendo mas
embarazoso, dijo al jóven religioso del ros-
tro oscuro y fanático :
— ¿Kl penúltimo pensionario que traje-
ron herido á nuestra casa de recolección
continua sin duda mostrándose siempre
tan salvaje, pues que no le vemos cou los
otros pen-ionario>?
ÁLBCM.
107
--Puede ser , respondió el otro religio-
so, que pr< fiera pasearse solo en el jar-
din del edificio nuevo.
— Yo íio (Teo que aqtie! hombre desde
que hafíifa nuestra casa haya hajado ni
tjna Silla vex .il pequeño jarOin de flores.
conliiíU'» al pabellón aislado que ocupa en p!
fond'tdel estabtecirnientc: el P. d'Ai;íripi:y,
que es el línko que comunicabü con él,
se (|aeJ4ba úHímamenle de la negra apa
lía de aquel pensionarií...... á quien no
hemos visto ni una sola vez en la iglesia,
-añadió severamente el religioso jiWen.
— Puede ser «|ue no esté aun en estado
de ir allá , respondió uno de los reveren-
dos padres.
— Sin dula, respondió el otro, porqiie
he oido decir al doctor Baleinier, quefiu
biera sido el ejercicio muy saludabfe para
ese pensionario convalecienle, pero que
rehusaba con obstinación á salir de su
cuarto.
En lodo caso, podia dedr qiie lo lleva-
sen á la capilla, dijo el joven sacerdote
con voz breve y dura; quedóse después
de nuevo en silencio y continuó andnndo
bI lado de sus dos compañeros, los cuale-*
por su parle continuaron su coloijuio del
modo siguiente:
— ¿No sabéis el nombre de ese pensio-
nario?
— Quince dias hace que sé que eslá
aquí, y j-inias le he oido dar otro nom-
bre que i'l cnb llero ¡tel pfiheUon,
— Uno de nueNfrus sirvientes que está
encargado de servirle, y t;inipoco le <ia
jíunas otro nombre , me ha dicho que e«
Un houïbre de extremada líjil/iira, y ¿tf.-e-
tad» á lo (|ue parece , de una pinfiuid-i
tristeza: no habla casi nunca, y pa>a muy
á meiiul > horas eutera* api>\anii<i la ca-
beza entrn las d«>s manos; ailem»s pare
Ce (jue so halla muy á fc.u>toen t'>ta ea>a:
pero, ¡co>a eslranal prefiere á lá luz una
seini -oscuridad, y por otra singularidad,
le causa la luz del fuego una desazón tan
insoportable, que á pesar dd Irio de ios
últimos dias de marzo, no ha querido con •
sentir en que se encienda fuego en su
cuarto.
— Puede que sea un maniaco.
— No; el sirvierte me decia al contra-
rio que el caballero del pab llon está muy
(■abal y es muj juiciosií, pero que ía cla-
ridad del fuego le representa probable-
mente a'gun recuerdo penoso.
— V.n (uantit á lo que toca al cahaUeró
(id pdbillon , ya que asi se ha de llaoiar,
nadie puede estar mejor informado que
el padre d'Aigrigny, pues que pasa casi
todus los diás en largas conferencias con
éí.
— El padre d*Aigrigny ha interrumpi-
do al menos de tres dias á esta parle sus
conferencias, pues, no ha salido de su
cuarto desde que lo trajeron la otra
nofthe, en tm coche simón, gravemente
enfermo, según dici-n.
— Es verdad; pero yo vuelvo á hab'ar
dé ío'qiíedeéia háie poco tiempo nue.>tro
hermanó, dijo el otro indicando al jóvm
sacerdote que'anda ha junto á ellos con los
fjos bajos, y parecía que contaba Ls gra-
no», dt arena de la calle: es muy singu-
ar que ese Convaleciente, ese desconoci-
do.... no se haya presentado aun en la
Caf)illa, Nuestfiís otros pensionarios Vie-
nen sobre lodo aqu! para retirarle y re-
dwb ar su fervor religio-o ¿(lomo no
•i' lie, "a Jo que paiece el mi>mu Ceio, c/
cubnUeh) del paheHonf
— ¿ Peio en en* raso por(|Ué ha esc jí-
do pitra su morada nuestra casa cju p.e-
fer- nria a otra?
— Pui-ie ser (|ue sea una conversion;
|)tii-de ser que haya venido a.|:jí para ins-
truirse en nuestrit santa r**litjîon.
Y eontinuaion pascando los tres sacer»
dotes.
Al nir aquella conversación sin funda-
28**
108 AI.B
mentó, pueril, y llena de habladuriaj so-
bre algunas gentes [ personajes, á la ver-
dad, importantes de esta hi>toria), liu-
biérase podido creer que eran atiuellos
tres reverendos padres personas moilunas
ó vulgares, pero iiutiiera sido gravo t-rrur;
cada uno según el papel qne tenia iiiuto-
{>resentar en la trooa devota, tenia algiin
mérito raro y eminente acornpaùadosiem
pre con aquel e-^píritu ni¡(!az é insinuanlf,
terco y astuto, ílt'XibK- y (li>imuladt», par-
ticular ? la mayor parle de los mitnibro>
de aquella sorif'Jfl'l. IVro gracias á la dbli-
gacion impuesta á cada uno de ellos de
espiar á los otros, gracia» á la enea
nada desconfianza que de alii resultaba ,
en medio de la cual vivian aquellos reli-
giosos, jan73s se docian entre ellos sino
cosas aisladas que no podian ser materia
de delación, reservando todos los recur-
sos, todas las facultades de su ingenio pa
ra ejecutar pasivamente la voluntad del
gefe, uniendi» entonces, en el cumplimien-
to de las órdenes que les daba él, la obe-
diencia mas absoluta y mas ciega en cuan-
to al fondi), á la destreza mas inventiva y
mas diabólica en cuanto á la forma.
Asi es que se contarían con dificultad
las ricas sucesiones, los opulentos dones
que ai|uellos dos reverendos padres con
rostros tan apacibles y tan buenazos ha-
bían hecho entrar en el talego siempre
abierto, siempre anchuroso, sii-mpre as-
pirante de la congregación , empleando,
para ejecutar aquel juego de manos hecho
á espensas de espíritus débiles, de enfer-
mos y do moribundos, unas veces la zala-
mera seducción, la embelecadora astucia,
las promesas de muy buenos pue>titos en
«I paraíso, etc. etc., y otras la calumnia,
las amenazas y el espanto.
El mas joven de los tres revereudos pa-
dres.... preciosamente dotado de una ca-
ra pálida y descarnada, de una mirada
sombiia y fanática, de un tono acerbo é
OM.
intolerante, era una especie de prospecíd
ascético, de muestra viviente, que la Com-
pañia empleaba en ciertas circunstancias,
cuandii era necesario per>uadir á algunos
ximph-x que no hay cosa mas ruda, mas
au>lera que los hijos de Ignacio de Layó-
la , y que, á fuerza de abstinencia y do
mortificacione'í,se harían huesosos y diá-
fanos como anacoretas, creencia que hu-
bieran propagado con suma jd.ficuliad \<^a
(ladres que tenían panzas vijluiiiino>aí y
gruesas mejillas; en una palat)ra, a>i co-
mo sucede en todas las conipaùias d<.' co-
mediantes viejos, se trataba en cuanU)
ora pi»>ible, que cada uno de los repre-
sentantes tuviese uí) físico en armonía con
su papel.
Hablando asi como acabamos de decir-
lo, habían llegado los reverendos padres
Curca de un edificio contiguo á la habita-
ción principal y dispuesto en forma de al-
macén ; llt'gábdse á aquel sitio por una
entrada particular que no podía ver>cpor
hallarse detras de una pared baslantealta:
por entre los hierros de la reja de una ven-
tana abierta se oía el retintín metálico de
un movimiento casi continuo de p ezas de
moneda; tan pronto parecía que corrían
como si las hubiesen vaciado de un tale-
go sobre la mesa; tan pronto produriar>
aíjuel ruido seco de las colunnas de di-
nero que se amontonan.
iin aquel edificio estaba la caja comer-
cial á donde venían á pagar los libros, las
láminas , los rosarios, etc. etc. , fabrica-
das en Paris, y desparramadas con pro-
fusion en Francia , teniendo á la iglesia
por cómplice, libros por la mayor parte
estúpidos, insolentes, licenciosos { 1 ) ó
( 1 ) Por no citar sino uno solo de esos
libros indicaremos un opúsculo vendido
en el mes de María: en él se hallaf> los
pormenores mas indecentes sobre el par-
lo de la Virgen. Kstá destinado ese libro
á Ijs muchachas jóvenes.
*Th('n>i.-ûsos; uLr^s di-listablcs on las que
ludo'lo grande, lod» lo bello y lo ilustre
que hay en la gloriosa liisloria de nuestra
inmortal revolución se ve (ii>frazad(> o iü-
í>ullad() con e.-presiones de ganapon. Kn
cuanto á las láminas que ro[)ie>eiitan I»
milagros modernos, conteriian notas de
una desverfiüi liza burlesca que sobreimja
"v mucho á 'os carteles uias bufones de los
saltinbanquis de la feria.
Después de haber escuchado con com-
placencia el ruido metálico (jue producía
ta moneda, uno de aquellos reverendos pa
dres dijo:
— 1 Y no es hoy dia sino de peijuí na «n
tradal iMe deciainlimamenteei padre uja
yordomo (|uelos liendicios del pri>nertri-
tnestre del año corriente han ascendido á
ia suma de S3,000 francos.
— Al menos, dijo con aspereza el pa-
dre joven, se le habrán quitado á la im-
piedad todos esos medios de hacer el
mal.
— Por mas que hagan los impíos, están
con nosotros las gentes reüjiosas, auadió
el tercero de aquellos padres, no hay mas
que ver con que prisa se van despachan-
do, á pesar de las inquietudes que oca-
siona el cólera , los números de nuestra
piadosa lotería.... Y ademas nos traen ca
da dia nuevos lotes.... Ayer fué nuiy bue-
na la cosecha: 1." una co[)Í3 prqueùita
de la Venus Callipyge, de miirmoi l)lanco
(mas modosti) hul)U'ra podido >er el dun;
pero el fin justifica los niedios); 2." un
pedazo de la cuerda con que ataron á Ro-
bespierre en el cadalso, en la cual se ve
aun una gota de aquella sangre maldita;
3." un colmillo de san Fruclu so, engas-
tado en un relicario de oro; 4.° una caja
para arrebol, del tiempo de la Hegenoia
de laca magnifica de coroman del adornado
de perlas finas.
ILBCM. i^
ble. Figurao?, mis queridos padres, un
magnífico puñal con man<:o de plata s»-
iiredorada; fstá hueca la hoja que es muy
iinclia, y por medio de U!> niecanismoque
se puede llamar un veriiadcio milagro,
al instante (|iie se mete el puñal en el cuer-
po , la fuerza misuia de aquel golpe liacô
salir va?ias licjilas transvi-rsules (jue pe-
netran en las carnes (' iín()idin absoluta-
mente el sacar la hoja- ir. adre , si se pue-
de unoespre>ar de ese modo; no ereo que
se pueda iuia|^itiar una arma mas mortal;
la vaina ts de terciopelo de seda adoina-
da soberbiamente con chapas de plata
sobredorada muy Dien labradas.
— ¡Oti! i olí I dijo el otro sacerdafe, lo-
te será ese muy apetecido.
— Y^a lo creo, le respondió el otro re-
verendo padre, asi es que lo han puesto
á una con la Venus- Calhpyge y la C3ja
para arrebol entre los lotes importantes
de la eslraccion de la Yirg( o.
— ¿(Jtíó t|utreis di'cir? respondió el
otro con sorpre>>a , ¿que es eso de la ts-
traccinn de la virgen?
— ¡Corno! ¿oo lo sabéis?
— No por cierto.
— Ks una lu cliicera invención de la ma-
dre Santa Perpetua. Fgurar-s mi (¡ueriilo
padre , que los lotes iui[)ortantes los hn
de sacar una pequt na virgen con resur-
tes; se le d.ira cuerda por dt hajo del ves-
tido con una llave de rehj^ y tetidr.i per
ese medio un movimitnto c'reular de mo-
do que el riúmero en (¡ue se pare \i san-
ta níadredelSa!vad<;r sern ei quegaoe (2).
(¿) Esta iiipenio-a parodia del modo
de jugar á la tnletu y ai biribi, aplicado á
una lUMgende la Virgen, !»e vio hace mes
y medio en un convento de niugeres don-
de se hizo una estraccion de lotería reli-
jiosa. l'ara los creyentes debe ser eso un
monstruoso sacrilegio: para lo? indilef en-
tes , es un deplorable ridíeulo, porque de
todas las tradiciones cristianas, una de
-^Esta maûana , dijo el otro sacerdote I las mas tiernas y mas ^e^pelableses la de
anciano, nos han traído un lote admira j la virgen María.
i 10 ALBlitt.
— jAli! es una ¡día vcrda-liTamente
deliciosa, rcsp indio el otro reverendo pa-
■dre, y adornas niuy np.irfijna... lan Taha
«^e po»|iien • iJetall»*... ¿ INto sah»*i«i cuan
to (-o^la^a la ciislodiü (|ik> st* lia do pj^ar
con fl prodinti) do e>? Inlt ría?
— Me liadicli>» el (¡adro procurador (JHO
la cuslotlia, ¡iifliisas la< piodraÑ proc¡o>ia.s,
no costtria tnen >s de 35,000 fr...sin on
tar Id vioj-í ijiie nis han \uello á t miar
por ol valor hruto del uro... la hjn ev i-
4uado. si no mo engaño, en 9.000 fr.
— Gomodehe produi-.ir la I ilona 40,000
francos, estamos en rp'^la, replicó el otro
rovcrondo pailro, i'nloncts al monos no se
verá eclipsada nuestra capilla por el inso-
leiilf liij t de los seù.)res lazaristas.
lill.is son al contrario los que lian de
envidiar ahora, puesto que su custodia de
oro macizo con jue tan orgullosos esta
ban, no vale ni la mitad de io que sacare-
mos de f!ue>tra lotería, porcjue no sola-
mente será mucho mtyor nuestra C(i>to-
dia sino (¡ue estará cubiorla de piedras
preciosas.
Interrumpii>»e por desgracia aquella in
teresanle conversación, y fnó mucha lá-»-
tiina ; ¡era tan horuiosíi ! A'juelios sacer-
dotes de una ri'li^íion fundrida en la pobre
za y la hiuniídad, en !a moile>tia y la ca-
rid id. rpciirnen-lo á ¡os juegos de fortuna
Iprohihidos por la ley, y pidiemlo limosna
al púiilico paraailornar sus aliares con un
lujo irritante, niieiilras mulares de sus
hermanos nuioren de miseria y de ham-
bre a la ()U<Mia de sus rapilla>d slumhra-
dofa»; mi>erables rivaliilades de relii|uias
^ue no tienen otra cmisa sino un senti -
Yriieiilo vulgar y b^j > de envidia. N » por-
lian, no, a quien >()correrá mas pohres,
sino á qui'-n ositMitará mayores liquezas
en la mesa rltd atar (I).
(1) l'.Si rilasostaliaii \a Osla^ iínea>. cuan
do na llegado a noticia (iue>trü si no un
Abrióse una de las puertas de la nja del
jardin, y viendo al personaje que acababa
de llegar, dij ) uno de los tres reverendos
padres :
— ¡ \h! H.^ aquí íí su eminencia el car-
d<'nal lio Malpieri (]ue viene á visitar al
pailre Hoilm. * •
— ¡Quiera Dios, liijo el mas joven de
aqii.'llos r»'verendos padres con aire muy
lloro, que esta visita de su eminencia sea
mas pr.rverho^a para el padre Rodin que
la l'iliiiiH!
'mi líe. lo , el cardenal de Malpieri lie»-
fió al f -n lo (hl jardín , para siihir al apo*
Millo en que estaba ol padre R 'din.
Il' i-tio al menos una «■>peranza i|ue nos ha
llenado de aiegiia, así como á todos los
hombres de buen corazón. Se trata de la
lotería que se habia destinado á la recons-
trucción del órgano de San Ku»taquio, lo-
tería que Mama en el día la atención de
l.ido »-aris, y de la cual se ha apoderado
11(1 vorg'iizoso a<iii»faje.
Una piMsona muy bi, n inforinada nos
ha ase-urailo que «I arz.ibi>pado de l'aris
m VKJ.i por un escrúpulo profunilamente
cristiano, al cual le pciJimos permiso para
unirnos sMiceramonte, ha aconsejado aise*
ñor cura de San Kustaquio que emplee de
de un modo iiobletnente útil, generoso y
caritativo la su. na enorme que produce
aquella lulería , suma que asciende á '250
mil francos, dotinada primitivamento á la
eoiistru cion de un órgano nuevo para la
P'irrK|Uia de San Ku-taqiro.
S) no son errados nui^tros informes, el
proyecto il'l M ñ .r arzo|)i>pi) esil si¡¿uienie:
Los 250.000 fr., mvirliéndoU» en ri'n-
tas sot)ri' el l'%la :o , proiliiciri n anual-
mente 10,000 ir. poco mas ó m«*nos, (^)n
una renta aou il 'le 10,000 fr. ^e pueden
dar socorros efi'aces cala año á veinte ó
treinta familias dcsLiraciadas, concediendo
.1 cada una d''300a 500 fr. : se^un las in-
toncioíi.'s di'l «oùor ?r/o!nspo, i'i cura de
San Kn>iaquio >e liabria de enlr-ndcr con
ol maire y la comisión de candad de s>U
distrito para la jusla y lijitima distiibu-
cijü de e^os subsidios inosperadoSé
EL ENFERMO.
ïll cardenal Malpieri, á quien ya hornos
visto cuando asislió á aquella espt'cie de
concilio que se c^'lebró en casa de la prin-
cesa de Saiii-Dizier, iba entonces al apo-
sento que ocupaba Kodin : estaba vestido
de sejilar y cubierto con una amplia duHe-
ta de ^etla de color de pulga , la que des-
pedía un olor muy fuerte de alcanfor,
por(|ue estaba rodeado el prelado di' cuan-
tos preservativos anti coléricos se putiden
imagmar.
Asi que llegó á uno de los pasos del se-
•gundo ()is() de la ca^a, el cardenal se de-
tuvo y llamó á una ptierla gris: no res-
pondit^nd denadie, la abrió, y, como quien
conocia perfectamente a(|ael lugar, atra-
vesó una espacie de antecámara, y llegó á
un cuarto en que habia una cama de tije-
ra ; encima de una mesa de madera negra
con estantis se veian varios frascoií'y re-
domas en que habia habido medicinas.
Parecía la fisunomia del prelado inquie-
ta y morosa: estaba siempre su tez ama-
rilleüta y biliosa : el cerco oscuro que ro-
Cuando llegue el dia de la distribución
de ia lotería, el señor cura de San l'^usta
qiiio, con aquella elocuencia que nunca le
abandona y que seguramente jamas habrá
recibido inspiraciones de uii sentimiento
mas cristiano, pediría á la reunion una es-
pecie de bilí de indem-iiad, relativo á esa
mudanza en cuant(»ií! empleo de los fondos.
No puede caber duda ninguna en que
la mayoría de los donadores y de los sus-
critores consentirá con el mayor gusto, y
aun podríamos decir con sumo reconoci-
miento, en esa delerminacion , cuando el
señor cura con voz conmovida ysobie lo-
do convencida, les hable de la inefable fe
licidad que esperimeiilarán al pensar que.
en lugar dn ¡laber contribuido á la fulíl
constnn-cion de una supcinuiílad tan cos-
tosa, y al menos poco dt-contsa en la igle
sia de un ) de los barrios mas pobres de
París, düode pululan tantas miserias hor-
deaba sus negros y vincos ojos parecía
mas tiznado que de ordinario.
Deteniéndose un instante, miró con ¡n-
qiji«tud al redr^Jor suyo; aspiró muchaí
veces y con mucha fuerza el olor de un
frasco anti colérico; después viendo (¡ue
e>taba solo, se acercó á un espejí que es-
taba encima de la chimenea, y obNervó
muchas veces y con mucho cuidado el co-
lor de mi lengua ; después <le haber em-
pleado algunos iiiinulos en ese ex men
escrupuloMi, deUual pareció quedaba muy
satisfecho, tomó de una Cijita de oro al-
gunas pastillas preservalivas, y las dejó
deshacerse en la boca cerrando los ojos
con suma compunción.
Después de haber tomado todas esas
precauciones necesarias, apegándose de
nuevo el frasco á la nariz, iba ja el pre»
lado á entrar en el cuarto próximo, cuan-
do oyendo a través del d,elgado tabujue
que les separaba, un ruido bastante fuer-
te, se detuvo súbitamente para escuchar,
porque cuanto se decia en el cuarto in-
rorosas, habrán asegtirado para en ade-
lante, para siempre, socorros anuales para
UQ gran número <¡e infortunios interesan-
tes; porque Solamente en el trascurso de
diez años se puedtMi sacar de una miseria
á veces desesperada trescientas ó cuatro-
cientas (amilias.
Aplüudioíos con el mayor {.'ozo esa pru-
dente y carita'iva determinación del señir
arzobispo de París; muy digno es de aso-
ciarse 3 ella el senor cura de fean liiista-
qiiío: pensamos como ellos que las beiid:-
cíones de las familias socorridas cun esa
limosna inteligente se^án para l)i'>s im
concierto mucho mas agradable ijue i-l so-
nido de un organillo colosal, aun cuando
cueste su construcción 250, (too francos.
' Iiiúli! es sin duda el añadir (|ue se..0t>n-
cederá probatdtmente una indcniíiizatriün
p los obraros quedebian trabajar «n el ur-
gano, lo» cuales ademas no se hutMerau
vÍNti> sin que hacer sino se hubiese ima^ji-
oado la lotería.
Ifi ALBUM.
mediato llegaba muy fácilmente á sus^ — Enhorabuena
oidos.
— Ya que se me han puesto los reme-
dios... me quiero levantar, decía unn voz
débil, pero breve é imperiosa.
— No pensais en lo que decís, mi revé
rendo padre, respondió una vozmasfíior
te, ei cosa imposible.
— Vais á ver s¡ es imposible, replicó la
otra Toz.
—Pero, reverendo padre os mata-
reis... no estais en estado de levantaros...
es esponeros á una recaída mortal... y yo
no puedo consentir en ello....
Sucedió de nuevo á esas palabras el
ruido de una lucha débil, interrumpida
con gemidos mas irritados que lastimosos,
y al Gn se oyó la voz fuerte que decía :
— No, no padre mío; y para mayor se-
guridad, no dejaré á vuestro alcance vues-
tros vestidos.... Luego va á llegar labora
de vuestra poción; os la voy á preparar.
Y casi en el mismo instante se abrió la
puerta y vio el prelado entrar á un Joven
como de veinticinco años, quien tiaia ba-
jo el brazo una levita vieja de color de
aceituna y un pantalon negro no menos
raido que arrojó sobre una silla.
Era aquel personaje Mr. Augusto-Mo-
desto Rousselet, primer discípulo del doc-
tor Baleinier: la fisonomía del joven pra
tícante era humilde, melosa y reservada:
sus cabellos rasos por la parte delantera ,
flotaban detras del cuello; hizo un peque-
ño movimiento de sorpresa al ver ai car-
denal, y lo saludó profundamente dos ve-
ces sin atreverse á ponerle los ojos.
—Ante todas cosas, dijo el prelado con
an acento italiano muy fuerte, teniendo
siempre bajo la nariz el frasco de alcan-
for, ¿se han vuelto á manifestar los sín-
tomas coléricos?
— No, monseñor; sigue su curso la ca-
lentura perniciosa que hasucedido al ata-
que de «olera.
¿ Pero no quiere t'\
reverendo padre ser razonable? ¿cual es
el ruido que acabo de oír?
— ¡ Monseñor ! quería su reverencia le-
vantarse absolutamente y Vestirse; pero
es tan grande su debilidad que no hubie>>
ra podido dardos p8S')s fuera déla cama.
Le devórala impaciencia.... y siempre es'»
de temer que esa irritación cscesiva causé
una recaída mortal.
— ¿Ha venido esta mañana el doctof
Baleinier?
— Acaba de salir de aqui , monseñor.
— ¿Qué piensa del enfermo?
— Le parece que está en una situación
muy alarmante, monseñor.... Hasidolan
mala la noche que el doctor Baleinier te*
nía esta mañana graves inquietudes. Es-
tá el padre Rodin en uno de aquellos mo-
mentos críticos en que la crisis puede de-
cidir en pocas horas la vida ó la muerte
del enfermo Mr. Baleinier ha ido á
buscar todo lo necesario para tina opera-
ción reactiva muy dolorosa y volverá luego
para hacérsela al enfermo.
— ¿Y han ido á advertir al padre d'A.»-
grigny ?
— El padred'Aigrigny está también en-
fermo, como lo sabe su eminencia... Iiace
ya tres días que no ha podido salir de la
cama.
— Ya he preguntado por su salud al
subir, replicó el prelado* é iré luego¡á ver-
le. Pero volviendo al padre Rodin, ¿han
avisado á su confesor, puesto que se ha-
lla en una situación casi desesperada y se
le vá á hacer una operación grave?
-^Mr. Baleinier le ha dicho dos pala^
britas tanto acerca de eso como acercado
los líltímos sacramentos; pero ha escla-
mado con irritación el padre Rodin que
no le dejan un instante de reposo, que le
hostigan sin cesar, que tenía tanto cui^-
dado de la salvación de su alma como
cualquiera otro que fuese y que....
ithVV,
iÙ
=^]Pèr Bacal no se frata de él, dijo
el cardenal Malpieri, interrumpiendocon
aquella esclamacion pagana á Mr. Au
pnsto-Modesto Rousseiet y alzando la voz,
J»aslante aguda y chillona de por si, nos^e
Irata de él , sino que se trata del interés
lie la compafiía. lis iîïdisponsab'le qtie el
reverendo padre reciba los sacramentos
con la mayor solemnidad , y qiie tenga no
solamente una muerte cristiana, sino tam-
bién una muerte que cause mucho ruido
y mucho efecto. Es necesario qiie se les
invite á asistir á este espectáculo á todos
los habitantes de esta casa y aun á los de
fuera para qne produzca su muerte tjem-
plar una escelente sensación.
— Eso es, monseñor, lo que el reve-
Vendo padre Grison y el reverendo padre
lirunet han tratado de hacer entender al
Tcvetendo padre; pero su eminencia sabe
ton que impaciencia ha recibido sus con-
sejos el padre Rudin, y Mr. Baleinier,
temiendo el provocar una crisis peligrosa,
no se ha atrevido á insistir.
— Pues bien, yo me atreveré, porque
«n esta época de impiedad revolucionaria,
producirá un efecto muy saludable sobre
el público una muerte solenmemenle cris-
tiana. Y aun seria muy bueno, en caso de
muerteel prepararlo todo paraembalsamar
al reverendo padre, y de ese modo se le
podría esponer, durante algunos días en
una capilla ardiente conforme á lacostum
bre de Roma. Mi secietariodará (I dibujo
del catafalco; es cosa muy espléndida^ niiiy
imponente: por su posición en la orden,
el padre Rodin tiene derecho á lodo lo mas
suntuoso que se pueda liacer. Serán ne-
cesarias á lo menos seiscientas velas y al-
guna docena de lámparas sepulcrales con
espíritu de vino, que se colocarán encima
de SH cuerpo para alumbrarlo de arriba
abajo, lo cual produce muy buen efecto:
se podrían también imprimir y distribuir
al público algunos pequeños escritos sobre
la vida piadosa y ascética del padre Rodi'rt
Oyóse en el cuarto inmediato, en el cual
estal)a el enfermo, un ruido bronco y seco
como de algún objeto metñlico que se ar-
roja al suelo con cólera y se interrumpió
el prelado.
—Con tal que no os haya oido hablar
de su embalsamatiiienlo el padre Rodin..;
monseñor , dijo Augusto Modesto Rousse-
iet en voz baja, está su cama junto á esté
labi(]ue y se oye de ella cuanto se dictí
a(]ui.
— Si me ha oido hablar el padre Rodin^
replicó el cardenal hablando entonces en
voz baja y retirándose á la otra eslremi-
dad del cuarto, esa circunstancia servirá
para entrar en materia..-., en todo caso»
persisto en la creencia de que el embalsa-
mamiento y la esposicion serian muy nece-
sarios para escitar con viveza la atención
pública. Está ya aterrado el pueblo por
los estragos del cólera; una pompa fúne-
bre de esa especie produciría mucho efec-
to en la imaginación del pueblo.
—Permítame su eminencia el hacer una
observación ; no permiten aqui las leyes
semejantes esposiciones, y...
— Las leyes.-... siempre las leyes, rcs-^
pondió colérico elcardenal. ¿No tiene r»o-
ma sus leyes? ¿No es todo sacerdote sub-
dito de Roma? ¿No es al fin tiempo de
que...
Pero no queriendo sin duda el prelado
entrar en una conv':'r>acion mas esplícita
con el joven médico, continuo:
—Mas tarde se pensará en eso; pero
decidme: ¿después de mi última visita ha
tenido el reverendo padre nueVos accesos
de delirio?
— Si, monseñor, esta noclie ha delirado
á lo menos dos horas y media.
Diciendo esto Mr. Augusto Modesto
Rousselet tomó en el estante una nota que
le entregó al prelado.
111 ALBl
Recordamos al ledor, que, como esta
última parte de la rur.vt rsacion liabia te-
niiiu lii(¿ar l< jn;» del laliii|iii>, el padre Uu
din no liabia podidcioT onda, n>i«-iitras que
la conversarjiM) re!at:vaalemba's)mamíen
(o Ii»l)ia podido imi) lütiiiiieiiU- U'i^ar á
su$ oídos.
Kl cardenal, al recibir la nota de manos
<ie Mr. Ui'U"iselel, la loifió con una es|irf-
sinn muy \iva df curiosidad. Después de
lial'erla leído, eslref¡<'i el papel entre lus
<Jed.>> ) se d jo con de.-jieolio;
— Siempre di»lios incolitrentes No
hay dos palabras de donde se pueda s<icar
induc'it'ii ninguna razonabU-.... se podría
creer vi rdaderamente qtje tiene este hom
bre la faeullad de pos«-erse aun durante el
delirio y denoderírdt salinos sino en pun-
to acosas insignificantes.
Dirigiénduse después á Mr. de Rousse-
let añadió:
— ¿ Kstaís bien seguro de haber relacio-
nado cuanto se le ha escapdu durante el
delifi"?
— Ksceptuando las frases que repelía sin
cesar y que no he esrrítu sino una vez,
su eminencia puide estar persuadido que
no he omitido ni una palabra , por eslra-
vagante que me haja parecido.
— Vais á introducirme alcuarlo del padre
Hodin, dijo el prelado después de un si-
lencio de algunos instantes.
— INro... monsefior... dijo el discípulo
-vacilando , no hace mas de una hora que
ha pasa<lo el a<ceso, y e>lá muy débil en
este momento el reverendo padn .
— r^inio uKjor, respondió con bastante
indí»»rt-tion el preladd.
Y después, advírlíendo su falta, aña-
dió:
— Tanto mejor hará mayor apre-
cio de l'is consuelos t|ue le traigo... si es-
tá dormido, despenadle y anunciddie mí
visita.
— Mí deber es obfdrcer á las órdenes
de su eminencia, «lijo Mr. Kousselet ha-
cíeudü una revt reacia.
Viéndose solo, comenzó i decirse el car*
denai en ademan pensativo:
— Siempre vuelvo á lo mismo.... Cuan-
do acometió al padie Rodín aijuel golpe
súbito d« lolera.... se crejó envenenado
por ordm de la Santa Sede Apostólica;
por consiguiente debía estar maquinando
Contra la corte de Koma alguna cosa for-
midable, puesto que había podido conce-
bir lan horrible tt-mor. ¿St-iian fundadas
nuestras sospechas? ¿Obraría él subter-
rifieainen'e y con mucho efecto, según se
•ne. sobre una parle notable del sacro
colegio? ¿ Pero (|ue objeto podría tener?
K>!a su secreto tan rigurosamente guar-
dado por sus cómplices, que hasta ahora
nada hemos podido descubrir acerca de
eso... Había yo creído que durante su de-
lirio... se le escaparía alguna palabra que
me diese algún indicio sobre lo que tanto
interés tenemos en saber, porque casi
siempre el delirio, si'bre todo en un espí-
ritu tan inquieto, tan activo, no es mas
que la exageracior» de la idea dominante {
sin enibargo van ya cinco accesos qtie me
han eslenografindo , por decirlo asi, con ¡a
mayor fidelidad, y nada... no, nada sino
fra-es vanas ó sic» relación entre ellas.
Volvió a entrar Mr. Uousselet y dio fío
á sus rell xiones el pre'ado.
— I'stoy df'sronsoliído de tener que de-
cir á su Kmínencia que el reverendo pa-
dre Kodín rehusa con ob>linaci'>n el verá
nadie.... prçlende {|ue tiene necesidad de
un re|>oso absoluto.... aunque está abati-
do, tiene un aire sombrío y encoleriza-
do.... N>) me estrañana (|iic haya oído á
su Kminencía hablar de embalsamarlo....
y que...
Interrumpiendo el cardenal á Mr. Rous-
selet, le dij':
— ¿<À»n t|ue ha tenido el padre Rodin
su iiMimo acceso de delirio esta noche?
— Sí, monseñor; de las 1res a las cinco
y media de la inuñana.
-^De las trcs...ú las cinco y medía de la
A»B>JM.
Ito
•mañana, repitió el prelado como si fmbie-
se qtierido lijar en su memoria ai^uel de-
talle; ¿y no ha ofrecido el acceso cosa nin-
guna de parlicu'ar?
— No, monseñor; como lia podido con-
vencerse su Eminencia con la lectura de
esa nota, y es imposible reunir mas pala
bras incoherentes.
De>pups vit iidu que el prelado iba ha-
cia la puerta del otro cuaflo, Mr.Kousse
let añodró.
— ¡Pero, monseñor! no quiere abso-
lutamente ver á nadie el reverendo pa-
dre tiene necesidad de un reposo ab-
soluto antes de la operacjort. que se le va
^ hacer al instante acaso seria peli-
groso el
Sin responder á psfa observación entró
el cardenal en el cuarto de Rodirv.
En aquella pieza bastante vasta y amue-
blada con mucha sencillez y mucha co-
modidad, entraba la luz por dos grandes
ventanas; quemándose lentamente en el
fuego del hogar dos tizones, y habia ade
mas una cafcttra, una jarra de loza y un
cazo en donde se estaba secando una mez
"cla espesa de harina de mostaza; encima
<ie la chimenea se Veian esparcidos mu-
chos pedazos de lienzo y algunas vendas
de tela.
Reinaba en dicho cuarto aquel olor far
macéutico que resulta de lus remedios,
propios de los sitios donde hay enfermos,
mezcla de olores tan acres, tan pútridos,
tan n3u>eabundüs, que se detuvo por un
instante el cardenal cerca de ta puerta,
sin dar un paso.
Asi Como lo habían pretendido los re
verendos padres durante su pasto, Hodin
vivia, porque se habia dicho:
— Es necesario que viva y viviré .
Porque asi como las imaginaciones dé-
biles sucumben á veces al solo terror del'
mal, asi tiímbien, como lo prueban infi-
nitos acaecimientos, el vigor de carácter
y la energ/a moral pueden á veces luchar
con obstinación control el mal y triunfará
menudo íle situaciones desesperadas.
Asi habia sucedido con el jesuíta... La
inmutable lirmeza de su caráíter, y aun
pudiera decirse, la formidable tenacidad
de su voluntad (porque la voluntad ad-
quiere á veces una e.-pecie de omnipoten-
cia misteriosa (lue asombra) habia ayu-
dado a las hábiles indicaeioües del di'Ctor
Bileinier y se habia salvado Koílin riel
azote, que con tanta rapidez le habia acó»
metido.
Pero á aquella repentina perturbaron
física habia sucedido una calentura de las
mas perniciosas , que ponia en peligro la
vida de Kodin,
Habia causado áqUel acrecentamiento
de peligro las mayores alarmas al P.d"'Ai-
grigny , quien á pesar de Su rivalidad y
de su envidia, sentia que eTi el punto á
que habiati llegado ya las cosas, como el
P. Rudin era el único que tenia en sus
manos todos los hHus de la trama , «^i era
también el único que podía concluir lo
comenza<lo.
Estaban las cortinas del cuarto de' pn-
férmo medio cerrad»^, y por consiguiente
no llegaba hasta la cama en que cataba
pOvttrado Hodií), sino'wna claridad es''asa.
Habia perdidoíel rostro del jesuíta aquel
color verdoso propio de los coléricos, pero
le habia quedado un color cárdeno y ca-
davérico: estaba tan flaco, que su piel
seca y arrugada , se pefíal>a a las mas pe-
queñas protuberancias de sus huesos : loa
mútgulos y tas venas de su cuello lar^-^
pelu Jo y descarnado cumo el de un bui-
tre, se parecían al centro de un es[i¡)rvvi:
■'U cabeza cubierta cun un gorro de seda
negro, rojo y crasicuto, bajo del cual se
veian algunas mechan de ca! ellos grises
descoloridos, estaba apoyada encima de
una almohada sucra'. Kodin no qm-ria ab-
solutamente que le mudasen la ropa déla
cama. No habiéndose afeitado mucho tiem-
po hacia , su barba clara y blanquecina
30**
116 AlBTlJl
saKa por acá y por acullá como las cerdas
de una escobilla, á través de su piel ter-
rosa: bajo la camisa tenia un chaleco viejo
de lana agujereado en varias parle«; habia
sacado un brazo de la cama , y en la ma-
no huesosa y peluda con unas unas azu-
ladas, tenia un píñuelo para tabaco cuyo
color es imposible describir.
Hubiérase podido creer un cadáver sin
las dos ardientes centellas que brillaban
en la sonibra que formaba la profundidad
de sus órbitas. Aquella mirada en la que
parecía que se hablan refugiado y cun
centrado toda la vida, toda la energía que
le quedaban aun á aquel hombre, mani-
festaba una inquietud devoradora : tan
pronto revelaban sus facciones un dolor
agudo; tan pronto la crispatura de sus
manos y los bruscos estremecimientos qtie
le agitaban , indicaban bastante su deses
peracion de verse clavado sobre aquella
cama de dolor, mientras reclamaban toda
la actividad de su espíritu los grandes in-
tereses de que se habia encargado: asi es
que su pensamiento, en medio de aquella
tension y aquella superescitacion continuas,
se debilitaba muchas veces y se le esca-
paban las ideas: entonces esperimenlaba
momentos de desvario, accesos de delirio,
de los cuales salia como de un sueño pe-
noso, cuyo recuerdo le espantaba.
Según los prudentes consejos del doc-
tor Baleinier, quien le creia incapaz de
ocuparse en negocios importantes, había
evitado hasta entonces el P. d'Aigrigny
responder á las preguntas de Rodin so
bre el estado en que se hallaba el negocio
de la familia de Renepont , tan capital
para él bajo dos conceptos, y que temía
ver comprometido ó perdido por efecto de
la inacción á que le condenaba su enfer-
medad. Aquel silencio del P. d'Aígrigny
por lo que tocaba á la trama , cuyos hilos
estaban todos en la mano de Rodin, la
ignorancia en que se hallaba de los acae-
cimientos que habían podido ocurrir des9e
que cayó enfermo, aumentaban aun su
exasperación.
Tal era la situación física y mora^ de
Rodin, cuando contra su espresa volun-
tad entró efi su cuarto el cardenal MíA'
pieri.
XI.
LA TRAMPA.
Para q»ie se comprenda mejor el tor-
mento de Rodin, reducido á la inacción
por la enfermedad, y para esplicar la im-
portancia de la visita del cardenal Malpie-
ri , recordemos en pocas palabras las au-
daces miras de la ambición del jesuíta , el
cual se creía émulo de Sixto V, y esperaba
el día en que llegase á ser su igual.
Llegar , logrando lo que quería en el
negocio de la familia de Renepont, al g«-
neralate de la Orden dejeaus, y después,
en caso de una abdicación casi prevista,
disponer, con el ausilío de una espléndida
corrupción , de la mayoría del Sacro Co-
legio para subir al trono pontifical, y en-
tonces, modificando los estatutos de la
Compañía de Jesús, enfeudar, por decirlo
asi, la Santa Sede apostólica á dicha socie-
dad; en lugar de dejarle su independencia
Igualar y casi siempre dominar al poder
pontifical , tales eran los secretos proyec-
tos del padre Rodin.
En cuanto á su posibilidad... consagra-
da estaba por numerosos antocedeotcs,
puesto que muchos simples frailes ó curas
habían ascendido de repente al trono pon-
tifical.
En CAiaoto á la moralidad... el adveoi-
mienlo de los Borgías, de Julio II y de
otros muchos vicarios de Jesucristo no
menos estraordinarios, comparado con los
cuales era Rodin un santo venerable, es-
cusaba y aun autorizaba las pretensiones
del jesuíta.
Aunque el objeto de sus intrigas sut-
I terráneas en Roma habia estado hasta en-
iionceî scpuUaclo on e'I mas profundo mis-
îerio, habian llamado la atención sus in-
teligencias secretas con muclios miembros
del Sacro Colegio: habiendo espeiimenla-
do algunas inquietudes una fracción de
dicho colegio, al frente de \a cual estaba
«I cardenal Malpieri, se aprovecliaba éste
de su paso por la Francia, para tratar de
descubrir los designios secretos del jesuita.
Si en la escena que acabamos de descri-
"bír habia mostrado el cardenal tanta obs-
•tinacion en querer tener una conferencia
€on el reverendo padre, quien con tanta
obstinación también se negaba á recibir
su visita, es porque esperaba el prelado,
asi como se va á ver, empleando la astu-
cia, llegar á sorprender el secreto tan bien
.guardado hasta entonces en punto á las
intrigas que le suponía en Roma.
En medio de esas circunstancias tan
importantes, tan capitales, se veía Hodín
la presa de una enfermedad que paraliza-
ba sus fuerzas, cuando mas que nunca
hubiera tenido necesidad de toda su acti-
vidad, de todos los recursos de su ingenio.
117
Después de haberse quedado por algu-
nos momentos inmoble en la puerta , el
■cardenal, teniendo siempre el frasco bajo
la nariz, se acercó á la cama de Rodin.
Irritado este de aquella perseverancia,
y queriendo evitar una conversación que
por muellísimas razones le era muy odio-
fia, volvió süt»itamente la cabeza á la par-
te de la pared, y fingió que dormía.
Inquietándose muy poco de esa disimu-
lación y bií'n decidido á aprovecharse del
estado de debilidad en que sabia que es-
taba el jesuíta, tomó una silla el prelado,
y á pesar de su repugnancia, se sentó ala
cabecera de la cama de Rodin.
— Reverendo y carísimo padre mió,
¿como estais? le dijo con una voz muy
melosa, que su acento italiano hacia mas
hipócrita aun.
Hizo Bodin el sordo , respifó ruidosa-
mente y no respondió.
El cardenal acercó, no sía hastío aun-
que tenia guantes, su mano á ladel jesuí-
ta , le dio un pequeño sacudimiento, re-
pitiendo en Voz mas alta:
— Reverendo y carísimo padre mío...,
responded me, os lo íuplico.
No pudo Rodin contener un movimiento
de cólera impaciente; pero continuó ha-
ciendo el mudo.
El cardenal no erahombrepara disgus-
tarse con tai» poco motivo; dio «n sacu-
dimiento algo mas fuerte al brazo del je-
suíta, repitiendo con una tenacidad flemá-
tica que hubiera sacado de (juicios al hom*
bre mas pacienzudo del mundo.
— Reverendo y carí>imo padre mío, ya
que no dormís, escuchadme, os lo su*
plico.
Irritado por el dolor, exasperado por la
terquedad del prelado, el padre Rodin
volvió bruscamente la cabeza, fijó en el
prelado romano sus ojos hundidos, que
brillaban con un fuego sombrío, y con los
labios contraídos por una sonrisa sardóni-
ca, dijo amargamente:
— ¿Tenéis mucho empeño, monseííor,
en verme enbalsamado, como lo decíais
hace poco, y espuesto en una capilla ar-
diente, puesto que venís asi á atormentar-
me en la agonía yá apresurar mi muerte?
— jYo, mi querido padre! ¡Gran
Dio<i|... ¡ que es lo que decís 1...
Y levantó el cardenal las manos al cie-
lo, como llamándole por testigo del tierno
interés que tomaba por el jesuita.
— Digo lo que acabo de oír, monseñor;
porque este tabique es muy delgado, re»
plicó Rodin con un acrecentamiento de
amargura.
— Si con esas palabras queréis dei'ir (jue,
con todas las fuerzas de mi alma os he de-
seado y os deseo una muerte entera-
mente cristiana y ejemplar.... loh! en tal
11B ILBCH,
-caso no os engañáis, csrísimo padre... me
liafeis entendido perfir-clamente , porijiie
me seria muy sati>factorio el Yeros , des-
pués de una vida tan bien «mpleadji, ser
rn la muerte un objeto de adoración para
los fieles.
— Y yo os digo, monseilor, esclamó Ko-
din ron voz di'bil y muy sacudida, que es
cosa ítTuz el manifestar semejantes deseos
en la cresoncia de un enfermo qiieestáen
una situación di'sesperada; sí, volvió á decir
•con una animación creciente (|ue formaha
contraste con su postración, tengan cuidado
jin o(>! porque... si me atormentan.... si
nie líDStiiían sin ccsar si no me deja;i
dar tranquilamente las últimas alentadas
de mi a}:»>nía... me forzarán á morir de
un modo muy poco cristiano... os advier-
to de>de ahora... y si cuentan con un es*
pectáculo edificativo para sacar partido de
él... se engañan...
Habiendo aquel acceso de cólera fatiga-
do dolorosamente á Kodin , dejó de nue-
vo caer la cabeza sobre la almohada , y
enjugó sus labios hendidos y ensangrenta-
dos con el pañuelo para tabaco.
— ; Vamos, vamos! calmaos , mi muy
querido padre , respondió el cardenal con
lina voz muy paterna), no tengáis ideas
tan funestas: sin duda tiene la Providen-
cia grandes miras puestas en vos, puesto
que os ha libertado ya de un peligro tan
grande. E«perem^s queos salvará también
del que os e>>tá amenazando ahora.
Rodin respondió con un murmullo ron-
co y volvió de nuevo la cabeza á la pa-
red.
El imperturbable prelado continuó:
— Nu se litnitan á vuestra salud las mi
Tas de I» I'r<)\idenci3; también se ha ma-
nifestado de otro modo su poder... Loqtie
Voy à deeiros es <ie la mayor importan-
cia : escuchadme , pues, con suma aten
don.
— Qkiieren mi ntuerte.... Tengo el pe-
cho ardienda... la cabeza despedazada...
y no tienen compasión ninguna ¡Olit
» síoy sufrien<lo como im condenado....
— ¡Tan pronto! dijo en voz baja el ro-
mano sonriendo de aquel sarcasmo; y lue-
go comenzó en voz alta : Permitidure ,ÍD*
sistir , carísimo padre mió Haced un
pequeño esfuerzo para escucharme; no lo
st ntireis después.
Uodin, siempre estendido en aquelh ca-
ma , levantó los ojos al cielo sin decir una
pilabra; pero con un gesto desesperado,
reunidas y acrispadas las dos manos sobre
su pañuelo para tabaco, y después vol-
vieron á caer sus brazos agoviadusá l<) lar-
go de su cuerpo.
Levantó lij<'ramente los hombros el car-
denal, y acentuó lentamente las palabras
(jue siguen para que no se le escapase ni
una sola á Hodin.
— ¡Mi querido padre! ha qtierido la
Providencia que durante vuestros accesos
de delirio, hayáis hecho revelaciones muy
importantes.
Y aptiardóel cardenal con una curiosi-
dad inquieta el resultado de la piadosa
emboscada que acababa de armar sd es'>
píritu debilitado del pobre jesuita.
Pero este, vuelta siempre la cara hácit
la pared, ni paieció siquiera oirte y cod-
linuó enmudecido.
— ReQtxionais sin duda en mis pala-
bras, mi querido padre, continuó el car*
denal, porque se trata de un negocio muy
grave; si, ya us lo he dicho; ha permitido
la Providencia que, durante vuestro deli'^
rio, haya manifestado vuestra boca las in-
tenciones mas secretas de vuestro cora-
zón, revelándome felizmente á mi solo...»
cosasque os comprometen n)uy gravemen-
te. Kn fin, durante vuestro arceso de de-
lirio de esta noche, que ha durad*» cerca
de dos horas, me habéis descubierto el
objeto oiulio de vuestras intrigas en lio-
rna con varios miembros del Sacro Colegio'
ALBUM.
119
Y el raidenal, levantándose sin fiacer, bles á la vt-nlud on una revelación lieclià
ruido, iba á inclinarse sobre la cama de
Kodiíi para examinar la espiesiou de su
íi^onuiní»...
Pero no le dio éste tiempo para ello.
Así, como un cadáver sometido á la ac
cii-n de la pila de V'olt3,se mueve con so
brejaltos bruscos y eslraordinarios , así
taníbien Rodin sa'.tó sobre su cama, se
volvió, se incorporó y se sentó, ai oir las
tiitíinas palabras del j)r4>fado.
— Se tía desi;ubierto dijo el prelado
en voz baja y en italiano.
Y después senlán ;ose repentinamente,
fij ) sobre el jesuíta sus ojos resplandecien-
tes on una alegría Iriunlante.
Aunque no habia oido la esclamaoiofide
Malpieri, aunque no habia notado la es -
presión gloric^sa de su íisonomía, a pesar
de su debilidad, comprendió Rodinla gra-
ve imprudencia de su primer movimiento,
demasiado significativo Se pasó leuta-
mente la nianosobie la frexite como si hu
biese e?perimeniado una especie de vérti-
go; dio después al rededor de sí algunas
miradas confusas, estraviadas, acercando
á sus trémulos labios el viejo pañuelo pa-
ra tabaco que mordió maquinalmuite du
rante algunos segundos.
— Vuestra viva emoción, vueslroespan-
to, me confirman ¡ ay I el descubrimiento
q;ie he hecho, continuó el í'ardenal cada
vez mas triunfante con el éxito de su as
tucia , y viendo que estaba muy cerca de
penetrar al fin un secreto tan importante;
asi es que ahora, mi muy querido padre,
añadió él , es para vos de la mayor im-
portancia el entrar en los mas nimios por-
menores acerca de vuestros proyectos y
de vuestros cómplices en Roma; de ese
modo, mi querido padre, podréis esperar
en la indulgencia de la Santa Sede apos-
tólica, sobre todo, si es vuestra confesión
bastante esplícita, bastante circunstaDcia
durante el ardor de un delirio de calen-
tura.
Vuelto en síR')din de su primera nnio-
cion, advirtió, pero demasiado (arde, que
se babian burlado de él , y que se había
comprometido, no por sus palabras sino
por un movimiento de sorpresa y de es-
panto muy peligrosamente significativo.
Kn efecto, habia temido el jefuita por
algunos momentos el haberse descuhiertti
durante el delirio puesto que se veía acu-
sado de intrigas tenebrosas con Roma ;
pero después de algunos minutos de re-
flecsion , se dijo á sí mismo el jesuíta con
mucha razón :
« Si supiese este astucioso romano mí
secreto, se guardaría muy bien de adver-
tírmelo; no tiene por consiguiente sino
sospechas, agravadas por el movimienlo
involuntario que no he podido reprimir
hace pjCd.»
Y enjugó Rodin el sudor frió que cor-
ría de su abrasada frente. La eniucion de
aquella escena aumentaba suspadecinu'en-
tosy agravaba nías su situación, tan alar-
madora ya. Agoviado de fatiga , no pudo
estar mas tiempo sentado, y se dejó caer
hacia atrás sobre la almohada.
— ¡ Per Baccol se dijo en voz baja el
cardenal asustado de la espresion del ros-
tro del jesuíta. ¡Si viniese á morir sin ha-
ber dicho nada y se libertase así del lazo
que con tanta habilidad le he puesto!
E inclinándose con viveza hacia Roda»,
le dijo el prelado:
— ¿Qué tenéis pues , querido padre
mío?
— Ale siento muy debilitado, monse-
ñor.... lo que yo siifro no es posible
decirlo....
— Esperemos, mi muy querido padre,
que no tendrá esta crisis ningún resultado
faíal pero como puede suceder lo con-
da, para llenar algunos huecos, inevita- trarjo, está Interesada la salud de vuestra
ai-
120
ALnUM.
alma en que me hagáis inmediatamente
]a confesión mas completa mas dola-
llada aun cuando hubiese de agolar
esa confesión vuestras fuerzas la vida
eterna... es d»» mayor precio que esta vida
perecedera
— ¿De qué confesión queráis hablar,
monseñor? dijo Rodin con voz débil y to-
no sardónico.
— ¡ Cómo, de qué confesión ! respondió
el cardenal asombrado; de vuestra confe-
sión sobre las peligrosas intrigas que te-
neis trabadas en ilouia.
— ¿Qué intrigas? respondió Rodin.
— Las que me habéis descubierto du-
rante vuestro delirio, respondió el prelado
con una impaciencia cada vez mas irrita
da. ¿No es vuestra confesión bastante cs-
phcita? ¿Por qué pues ahora, esa culpa-
ble indecisión en completarla?
— ¿Ha sido mi confesión... esplícita....
vos me lo aseguráis?...
Dijo Rodin interrurnpiéndose casi á ca-
da palabra, tal era su opresión. Pero no
le abandonaron aun la energía de su vo-
luntad ni su presencia de espíritu.
— Sí, os lo repito, dijo el cardenal; sal-
vo algunos huecos, vuestra confesión es
de las mas esplícitas.
, — Entonces... ¿de qué servirá... el re-
petírosla? Y apareció una sonrisa iró-
nica en los labios azulados de Rodin.
—¿De qué serviría? replicó el prelado
encolerizado; para merecer el perdón,
porque si son debidas la indulgencia y la
remisión al pecador arrepentido que con-
fiesa sus culpas, no merece el pecador en-
durecido sino anatema y maldición.
— lOh!.... jqué tormento I.... esto es
morir quemado á fuego lento, dijo Rodin
entre dientes, y después añadió en voz
alta: Puestoque he dicho todo... nada ten-
go que añadir... lodo lo sabéis...
— Sé todo sí, sin duda lo sé todo;
añadió el prelado con voz aterradora:
¿pero cómo lo he sabido? Por medio de
confesiones que hacíais en medio del deli^
rio, sin saber lo que hacíais ni tener cono-
cimiento de vuestra acción; ¿y pensáis que
íeos tendrá endienta eso? No, no.Creed-
me; es solemne este instante: os está ame-
nazando la muerte... si... os está amena*
zando. . temed pues el hacer una mentira
sacrilega esclamó el prelado cada vt-E
mas encolerizado sacudiendo con fuerza 1 1
brazo de Kodin; ten>ed el fuego eterno si
negáis lo que sabéis, que es la verdad....
¿lo nejjais?
— Nada negaré, respondió con mucho
trabajo Rodin; pero dejadme estar.
— En fin. Dios os inspira, dijo el carde-
nal dando un suspiro de sati>iaccíon.
Y creyendo llegar al término empezó de
nuevo :
— Escuchad la voz del Señor; ella os
guiará seguramente, mi (|uerido padre;
¿así no negáis nada?
— Estaba delirando... Yo... no... pue-
do... pues... negar... ( ¡ ay, cuánto padez-
co ! añadió Rodin á guisa de paréntesis)
yo no puedo pues.... negar.... las locuras
que haya dicho... durante... mi delirio...
— Pero cuando |están esas pretendidas
locuras conformes con la realidad : escla-
mó el prelado furioso de ver de nuevo
burladas sus esperanzas; pero cuando es
el delirio una revelación involuntaria
providencial...
— Cardenal Malpier¡...vuestiaastu(ia...
no está... ni aun al nivel... de mi agonía,
respondió Rodin con vozapagada. La prue-
ba... que no he dicho mi secreto, .si ten-
go un secreto... es que vos... quisierais...
hacérmelo decir.
Y el jesuíta á pesar de sus dolores, á
pesar de su debilidad creciente, tuvo la
fuerza para incorporarse un poco en la ca-
ma y para mirar cara á cara al prelado,
burlándose de él con una sonrisa diabólic.
Después de eso volvió á dejarse cera Ro-
álElM.
121
•¿íin soliTe su almoIiaJa, acercando sus dos
manos crispadas al pecho, y dando un
gran-suspiro de angustia.
— I Maldito sea ! Ese infernal jesuíta me
ha adivit)ado, se dijo el cardenal dando
una patada de rabia. Ha advertido que le
había comprometido su primer movimien-
to, y se ha puesto sobre sí No sacaré
nada de él... á no aprovechar el estado de
debilidad en que se halla... y á fuerza de
obsesiones... de amenazas... de espatito...
No pudo concluir el prelado: abrióse la
puerta súbitamotife y entró el pa Iré d"'Ai-
grigny , eseiamando con una eápre>ion de
•alegría indecihle:
— ^Escelente noticia I
XII.
lA BUENA NOTICIA.
A la alteración de las facciones de! pa-
tlre d'Aígrígny , á su palidez, y á la debi-
lidad de sus pasos , se veía (|ue la terrible
«seena del atrio de Nuestra Seùora habia
producido sobre su salud una reacción vio-
lenta. Sin embargo se puso su fisonomía
irradiante y triunfante, cuando entró en
€l cuarto de Kodin, e^cla^lando:
— ] Estélenle noticia I
Estremecióse Rodin al oír aijuellas pa-
labras; á pesar de su descaeciiriento en-
derezó súbitamente la cabeza ; brillaron
sus ojos, inquietos, curiosos, penetrantes;
y haciendo st ñas con su mano desornada
para que se acercasen á su cama, le dijo
con una voz tan interrumpida y tan débil
que apenas podía oírle :
—Siento que estoy muy mal.... casi ha
acabado conmigo el cardenal... pero si esa
escelente noticia se refiere al negocio
Renepont cuyo pensamiento me está
siempre devorando... y del cual nunca me
hablan... me parece... que me salvaré....
— ¡ Salvado seáis puesl esclam« el pa-
dre d'Aigrigny olvidando las recomenda-
ciones del ductor Baleinier, quien se ha-
bia opuesto hasta entonces á que se le lia-
blase á U odin de intereses graves.
— Sí, repitió el padre d'Agrigny ; sal-
vado seáis leed,... y glurilicáos fo-
m enza á realizarse lo que habíais anun-
ciado.
Diciendo esto sacó del l)oIsil!o un rapel
y lo entregó á Ho lin ijuicn lo tomó ion
una mano ávida y trémula.
Atüunos minutos antes se liub era ha-
llado Rodiíi realmente incapaz de sostener
una conversación con el cardetjal Mal-
pieri, aun cuando le hubiese permitido la
prudencia el continuarla: hubiera sido no
menos incapaz de leer una sola línea p< r
lo turbados y velados que estaban sus ()jo>;
sin embargo, al oir las palabras del padre
d\\igrigny sintió tal ímpetu y tal e.-pe-
ran/a, qiie, por un eshjerzo todo pode-
roso de energía y de voluntad, se incor-
poró en la cama, y, con un espír'tu suel-
to y ojos animados é inteligentes, leyó r.;-
pidamente el pape! que acababa de entre-
garle el padre d'Aigrigny.
Atónito el cardenal de aquella lran>fi-
guracion repentina, se preguntaba á sí
mismo si eraaijíiel el mismo hombre, (jue
pocos minutos antes acababa de caer ex-
hausto encima de su cama.
Apenas hubo Uido, dio Kodin un grito
de alegría contenido, diciendo con un
acento indescriptible:
— Y va uno.... ya comienza.... ya co-
mienza el baile.
Y cerrando los ojos con una especie de
arrebatamiento estático, apareció sobre
sus facciones una sonrisa de triunfo or-
gulloso que las hizo mas feas auu, des-
cubriendo sus dientes amarillos y descar-
nados. Fué tan violenta su emoción que
se cayó de su mano estremecida el ¡'apel
que acababa de leer.
— ¡ Se va á desmayar! esclamó el pa-
dre d'Aigrigny inclinándose con inquietud
hacia Kodin ; la culpa la tengo yo por ha.
12Ü
ALBUl
tïcr olvidado que v\ doctor Bjlfinior lia
prohibido que se leliablede negocios gra-
>es.
No... no... no os echéis nada en ca-
ra, dijo Rodin en voz baja, levantándost
un poco é ini(«rpor;iiidose para tranquili-
zar al reverendo padre. Esta ale^ria tan
iresperada.... sera acaso causa de mi
restablecinuento...si, yonosélo queespe-
riniei.to.... pero tened, mirad mis carri-
llos. .. me parece que por la priineía vez
desde que estoy clavado en esta cama de
Tniserias se ponen un poco encarna-
dos... Y aun sienli» ca-i un jioco de calor.
Trnia razón Rodin.
Un color húmedo y lij^ro apareció sú-
bitamente sobre sus carrillos cárdenos y
helados; aun su voz, aunque siempre dé-
4)il, estaba menos cascada, y esclamó cun
acento de convicción tan exaltado que se
estremecieron el padre d'Aigrigny y el
card nal.
— Kste primer óxilo es una garantía de
lo> otros.... estoy leyendo el porvenir...
si, si, añadió Uodin en tono cada vez mas
inspirado; triunfara nuestra causa.... pe-
r»ccrán todos los individuos de la execra
ble familia de Renepont.... y esto antes
de poco... lo \ereis.... lo veréis....
Y después interrumpiéndose se echó
Rodin sobre la almohada, diciendo:
— ¡ Oh 1 me ahoga la alegría.... pierdo
la voz.
— ¿De qué se trata pin's? preguntó el
card» nal al padre d'Aigrigny.
Y este le re.-p"ndió con un tono hipó-
crita V penetrado.
— L'no de los herederos de la familia
de Renepont, un miserable artesano gas-
lado pnr los escesos y el libertinaje, ha
mu.-rto hace tres dias, al salir de una abo
minable orgia, en la qtie si habian mofa
do dtl cólera con una impiedad sacrile-
ga Uoy solamente, con motivo de la
indisposición ijue me ha forzado á que-
darme siempre en nu' cuarto.... lie podi-
do tener en mi poder la fé de muerto bien
üi reglada de esta víct ma de la inttinpe-
raiuia y de la irreligion. Por otra parte,
lo proclamo en alabanza de su reveren-
cia, (é indicó á Rodin)(|Uicn habia dicho:
« Los peores enemigos que pueden tener
l('S descendientes de ese infame renegado
>on sus malas pasiones.... sean pues ellas
nuestros ausiliares contra esa raza un-
cía... » Eso es lo que acaba de suceder á
Santiago Renepont.
— Va lo V(is; replicó Rodin con voz
tan apagada que pronto fué casi iniíileli-
gil)le; ha comenzado el castigo.... uno...
de los Renepont ha muerto y
pensad bien en eso... esa fé de muerto...
añcidií) e' jesuita , indicando el papel <|ue
tenia en la manoel padred'Aigrigny, pro-
ducirá algún dia á la compañía de Je-
sús.... cuarenta millones... y eso... por-
que... os... tie...
Los labios de Rodin, solos, acabaron
esa frase. De algunos instantes á aquella
parle se iba oscuriciendo tanto su \ozt|ue
al fin llegó á no ser perceptible, y se apan-
gó completamente: contraida la laringe
por una emoción violenta no permitió ya
salir acento ninguno.
líl jesuita, lejos de turbarse por atjuel
accidente, acabó su frase, por di cirio asi,
por medio de una pantomima espresiva,
alzando con arrogancia la cabtza, allivoy
orgulloso el rostro, se dio en la frintedos
ó tres golpes con la punía del índice, ma-
nifestando asi que, á su inteligencia, á su
dirección , era a quienes se debia ese pri-
mer resultado tan feliz.
I'ero bien pronto Rodin volvió á dejar-
se caer sobre la cama, abrumado, exhaus-
to, jadeando y desanimado, acercando el
pañuelo á sus secos labios: aquella buena
íio/jnVi , como decia el padre u'Aigri;;n*,
no habia curado á Rodiu; habia podido,
por uu momento solamente, olvidar sus
ir.uiiül.
123
'dolores; pero pronto desapareció aquel ¡i
gero color encarnado que había animado
Un poco sus mejillas : púsose de nuevo
cárdeno su rostro, y sus padecimientos,
suspendidos por un instante , redoblaron
con tal violencia, que se retorció convul-
sivanifíite bajo la ropa de la cama, y í-e
estendió á lo largo con la cara encima d<-
la alfnohdda , cruzando sobre la cabeza
sus dos brazos acrispados y tiesos cimho
dos barras de hierro.
De>pu<-s de esta crisis tan intin-a como
rápida durante la cual el P. d'Aigrigny
y ei prelado prodigaron atenciones á Ho-
diii , este, con su cara itujndada de un
sudor fiio, les hizo señas de que sufVi;!
rnenos , y que «leseaba beber de una po-
ción (¡ue les indicaba con su ademan; la
cual estaba encima de la mesa. Fué a co
jerla el P. d'Aigrigny, y mientras ei car-
denal, con un hastio evidente, sostenía á
liodm , daba el P. d'Aigrigny al enfermo
algunas cucharadas de la poción, y pro-
dujo esta por lo pronto alguna calma.
— ¿Queréis que llamea Mr. Kousselel?
dijo el P. d'Aigrigny á Kodin asi que se
hubo tendido este de nuevo en la cama.
Meneó Rodin negativamente la cabtza,
y después, haciendo otro esfuerzo, levantó
la mano derecha, la abrió enteramente y
recorrióla con el dedo índice de la mano
izquierda: hizo señas al P. d'Aigrigny, n\os
Irándoie con los ojos un bufelito que es-
taba en un rincón del cuarto, que no pu
diendo hablar, quería al menos escribir.
— Siempre entu'ndo á vuestra reveren-
cia, dijo el P. d'Aigrigny; pero calmaos
primeriimente. Al itislante. si es necesa
rio, os daré cuanto se necesita para es
cribir.
Dos golpes violentos que dieron , no á
la puerta del cuarto de Rodin, sino á la
puerta esterior del cuarto inmediato, in-
terrumpieron aquella escena; por pru-
dencia y porque fuese mas secreta su coa-
versación con Rodin, el P. d'Aigrigny ha-
bía rogado á x\lr. Rou>selet (jue es»u viese
en el primero de aquellos cuartos.
Kl P. d'.Aigrigny, después de haber
atravesado el segundo cuarto, abrió la
puerta de la antecámara, en la que halló
a Mr. Roussclet, el rual le entregó un
piiígo cerrado bastante abultado, dicién-
dolé:
— Peídonadnie, padre mi), el lu.brros
incomódalo; pero me han dicho que era
preciso eritrcgaros al instante ese pliego»
— Gracias, señor Rousselet, dijo el l'a-
dre d'Aigrigny; y después añadió: ¿Sa-
béis á gue hora ha de venir el ductor
Haleiniei ?
—No puede tardar mucho, padre mió;
puesto que quiere hacer antes de la no-
che la operación tan dolorosa que ha de
prT)ducir un efecto tan decisivo en la sa-
lud del P. Rodin, y estoy preparándolo todo
con e>e objeto, añadí,) Mr. Ronsselet,
mostrando un apanjo estraño, formida .
ble, que consideraba con una especie de
espanto el P. d'Aigrigny.
— Yonoséf'i es este grave síntoma, dijo
el je>uita; pero acaba de esperimentar el
P. Rodin una eslu)CÍon de la voz.
— Es ya la tercera vez, de ocho días á
esta parte, que se renueva ese accidente*
dijo Mr. Rousselet, y la operación del
señor Baleinier inlluira así sóbrela laringe
como Síbre los pulmones.
— ¿Yes muy dolorosa la la! operación?
dijo el P. d'Aigrigny.
— No creo que la haya mas cruel en
toda 'a cirujía , dij > el discípulo : a^i es
que el doctor Baleinier ha ocultado su im-
portancia al P. Rodin.
^— Tened la bondad de continuar aguar-
dando aqui ai doctor Baleinier, y de de-
cirle que entre al instante que llegue; re-
pitió el P. d'Aigrigny, y volvió al cuarto
del enfermo. Sentándose entonces á su ca*
becera , le dijo mostrándole ia carta:
32**
121
ALBUM.
— Hé aqui varios infarmes cûnlr.idio-
torios relativos á diversos mionibr^s de la
fafnilia Kenepont, quienes me lian par»'cido
dignos de una vij^ilancia cjpecial;.... co-
mo de algunos días áe«l.i parte no mo ha
permitido mi indisposición el ver nada p.-ir
mi mismo... porque hoy es el primer dia
que me levanto... pero no sé, padre mió,
añadió dirigiendo la pil.i')ra á Hodin, si
vuestro estado os pennilirá oir
Hizo Uodin un ademan tan deprecato-
rid á la vez y tan desesperado, que cono-
ció el P. d'Aigrigny que habría á lo me-
nos tanto peligroen rehusará Rodin lo que
pedia como en conformarse á sus deseos:
volviéndose pjies al cardenal, quien per
manecia siempre inconsolabie de no ha-
ber podido arrancar su secreto al je-
suíta, le dijo con una respetuosa deferen-
cia, mostrándole la carta :
— ¿Permite vuestra eminencia?
El prelado inclinó la cabeza y respon-
dió:
— Vuestros negocios son también los
nuestros, querido padre mío, y la iglesia
se debe alegrar siempre de lo que alegra
á vuestra gloriosa Compañía.
Rompió el P. d'Aigrigny el nema del
pliego; habia en él diversas notas de le-
tras diferentes.
Después de haber visto la primera , se
obscurecieron súbitamente sus facciones
y dijo coD voz grave y penetrada :
— Esto es una desgracia una gran
desgracia.
Volvió Rodin súbitamente la cabeza ha-
cia él, mirándole coo aire inquieto é in-
terrogativo.
— Ha muerto Florina coo el cólera, dijo
el P. d'Aigrigny continuando , y lo peor,
añadió el reverendo padre , estregando la
nota entre sus dedos, es que, antes de
morir, esta miserable criatura ha confe-
sado á la señorita de Cardoville, que la
estaba espiando hacia mucho tiempo, con-
forme á las órdenes de vuestra reverencia,,
La niuerte de Florina y la confesión
que habia hecho á su señora contrariaban
sin du Id los proyectos del I*. Rodin , por
que se le oyó una especie de murmullo
inarticulado, y á pesar desuabatiuíietito,
manifestaron sus facciones im gran dis-
gusto.
Pagando á otra nota, leyóla el p.idre
d'Aigrigny y dijo:
— Esta nota relativa al mariscal Simon
no es absolulanvenle mala, pero no es ab-
solutami'ute buena, puc-ito -lue anuncia,
en suma, una mejora on ^u situación. Ve-
remos despues, por los infornies de otras
fuentes, si merece i-Tila nota entera fé.
Rodin con un gesto impaciente y brus-
co, hizo señas al padre d'.\igrigny que le-
yese prontaiuento.
Entonces leyó el reverendo padre lo que
sigue:
— «Se asegura que, do algunos días á
«esta parte, está menos triste, menos in-
« quieto y menos agitado el espíritu del
«mariscal: ha pasado últimamente dos
«horas con sus hijas, lo que no le habia
« sucedido hace mucho tiempo. Como la
« dura fi-onomia de su soldado Dagoberlo
«se va aclarando cada dia mas se
« puede mirar ese síntoma como una
« prueba cierta del estado de la salud de(
« mariscal.
« Habiéndose conocido la escritura de
«las últimas cartas anónimas, las ha de-
« vuelto al factor el soldado Dagoberto sin
«que las haya abierto el mariscal; se pro-
te porcionarán medios de que lleguen á sus
« manos de otro modo. »
Mirando después á Rodin, el padre
d'Aigrigny le dijo:
— ¿Sin duda piensa vuestra reverencia
como yo, que podría ser mas satisfactoria
esta nota ?
Bajó Rodin la cabeza. Mostraba su fiso-
nomía contraída cuanto sentía el no poder
ALBUM,
125
Îi8])!:ir-; do- vorcs pti^o la mano en lagar-
f;onta, mirai)(]u con angustia al padre
(iWifírigny..
— ¡ Allí... escliimó el padre d'Aigrigny
=Cifn cólera y amargtira, dc'S[)ues de haber
dado una ojeada á otra not>i , ¡ por una
eventualidad feliz.... hay muchas desgra-
ciadas hoy I
Al oir at|uelias palabra'^, vu!vió>e Ilodin
"hacia el padre d''Aigiig!iy,esU'ndiendL)su>
ntanos trémulas, interrogáiidolo con los
ademanes y con los ojos.
Kspenmen lando también la misma in-
quietud , el cardennl dijo al padre d'Ai-
grigny:
— ¿Que os anuncia pues esanota? que
íido padre mió.
— Creíamos que se igfloraba completa-
mente que vive en nuestra casa e! señor
llardy , respondió el padre d'Aigrigny, y
se teme ahora que hayade^cubiorlo Agri-
col Baudoin la murada de su antiguo amo,
y que le haya enviado una carta pur me-
dio d¿ uno de los hombres de esta casa...
Asi, añadió con cólera el padre d'Ai-
grigny, durante ^stos tres dias,enloscua
les me ha sido imposible el ir á ver á Mr.
Hardy al pabellón en que habita, se habrá
dejado seducir uno de los sirvientes... Hay
entre nosotros un tuerto de quien me he
desconíiadj j miserable 1 Pero no; no
puedo creer en semejante traición. Serian
■demasiado deplorables sus consecuencias,
porque nadie sabe mijor (jue yo en qiie
puesto están las cosas, y declaro que po-
dria echarlo á perder todo semejante cor-
TCspondencia; despertando en la imagina
cion de Mr. Hardy recuerdos é ideas con
tanto trabajo adormecidas, se echarla por
tierra en un solo dia , por decirlo así,
cuanto l»e hecho desde que está en nues-
tra casa de recolección.... pero felizmente
se trata solamente en esta nota de dudas,
de recelos, y esperoquelosotros informes,
que á mi parecer son mas seguros, no los
confirmarán.
—Mi querido padre, dijo «I cardenal,
no se debe desesperar Ja buena »;auáa
tiene siempre el apoyo del Señor.
Parecía que aquella confianza no le ins-
piraba muciia seguridad al padre d"Ai-
grigny, el cual estaba pensativo, agovia-
do , mientras Uodín , estendido sobre su
cama de dolor, se estremecía convulsiva-
mente en un acceso de cólera muia , al
pensar en aquel nuevo contratiempo.
— V\>amos lo que dice esta última nota,
dijo el padre d'Aigrigny , después de ha-
ber pensado al^un rato. Tengo bastante
confiatiza en la persona que ii>e la envia
para no dudar ni un solo instante de la
exactitud de los informes que contiene....
¡Quiera Dios que rae contradigan entera-
mente los otrosí
Para no interrumpir el encadenamiento
de los hechos contenidos en esta última
nota , que causó i.na impresión tan terri-
ble á los actores de esta escena , dejamos
al lector que supla con su imaginación to-
das las esclamaciones de sorpresa , de ra-
bia , de odio, de temor del padre d'Aigri-
gny, así como la espantosa pantomima de
Uodin , mientras duró la lectura de a(|ue
documento tan formidable, resultado de
las investigaciones de un agente secreto y
fiel de los RR. PP.
XMI.
LA NOTA SECRETA.
Leyó pues el padre d'Aigrigny lo que
sigue :
« Hace tres días llegó el abate Gjbríel
«de Renepont á la una y media de la tar-
it de á casa de Mlle, de Cardoville, en la
«que no había estado jamás, y se quedó
«con esa señorita hasta cerca de las cinco.
« Casi al instante que salió el abate, sa-
«lieron también de aquella casa dos cria-
«dos; el uno fué á casa del mariscal Si-
»mon, el otro á casa de Agrícol Baudoin ,
«el obrero herrero!, y después á casa del
« príncipe Djalma.
Î26
àlb; ta.
« Ayer hacia modio dia vinieron á casa
««le Mlle.de Cardoville el rrn riscal Si ¡non
«y sus dos lujas: poco tirmpodosptifs Me-
tí gó también por sü parte el abaU'(i:»briel
« 'It^ Kcnepont, ai-ompanado de Agricol
<( B^ud'in.
« Ha habido una confi'rencia muy larga
«entre Mlle, de Cardoville y esos pcrso-
t nnjfS (¡iiienes han permanecido con ella
« hasta las tres y ini*dia.
o Kl mariscal Siin"n (|ne habia venido
«en coche, se ha ido á pié con sus dos hi-
wjas: parecían los tres muy salisfi-ehos, y
« atin le lian visto en tina de las calles de
w árboles apartadas de los (>atnpos Kliseos
«al mariscal, abrazar con efusión yenler-
«necimiento á su> dos hijas.
« El abate dabriel de Renepont yBau-
doin han salido los últimos.
« El abate Gabriel ha vuelto á su casa ,
« como se ha sabido mas tarde : el herre-
« ro, á i|uien habia muchas razones para
• vijiilar , ha ido á casa de un vinatero de
« la calle de la Harpa. Le han seguido y
«han vi>to (jue, habiendo pedido una bo-
« tella de vino, so ha setitadoen un rincón
« retirado del gabinete del fon<ío, á mano
« izijiiierda : no bebia y parecía muy preo-
«cupado: se ha supuesto por consiguiente
«que estaba esperando á al-^uno.
« En efecío, al cabo de med a hora ha
« Üegado un h inbre de algunos treinta
H años, moreno, alto de esiaiura , tuerto
« del «'jo iz'|UÍerdo , vestido con levita de
«color de casl;ina y pantalon negro, y sin
n nada en la cabeza. Debia venir de algún
« sitio próximo, se ha puesto á la mesa
« con el herrero.
« Han entablado ambos una conversa-
«cion nmy animada, de la que, por des-
« gracia , no se ha podido oir ni una pa-
«labra. Al cabo de una media hora, Agrí-
«col Baudoin ha puesto m manos del tuer-
ff lo un paquete pequeño , que ¡según pa- '
«recia .conlenia oro, juzgando por su cor-,
'( lovo!úm»'n y por las manifestaciones dé
'< profundo reconocimiento del tuerto, el
«cual ha recibido después de Agricol Bau-
«doiii con mucha atención una carta que
<t parecía recon^endarle aquel con muchas
« instancia^ : la ha puesto el tuerto en su
n bolsillo con el mayor cuidado y después
«^elian depara io, diciendo el herreroal
« otro: H ista mañana.
« l)e>piic»* de este abocamiento se ha
'(jiiz;.'ado p II tuno seguir con el mayor cui-
« dado al hombre tuerto: saliendo de la
« calle de la H irpa , ha atravesado el Lu-
« X'Mnburgo y ha entrado en la casa de
« recolección de la calle de Vaugirard.
« Han ido el dia siguiente muy tem-
« prano á los alrededores déla taberna de
« la calle de la Harpa, porque se ignoraba
« la hora de la cita que habia dado la vis
« pera á Agricol el hombre tuerto: se ha
desperado hasta 'a una y media, y en-
« tonces ha llegado el In-rrcro.
ftdomo, por temor de ser reconocido»
«se habían tomado precauciones para dis-
«frazarse entiTamenle , se ha podido, asi
a como se habia hecho la víspera, entrar
«en la tal taberna y sentarse á una mesa
«cerca de la del herrero, sin escitaren
«este sospecha ninguna: poco tiempo des-
« pues tía llegado el hombre tuc»rto y le
« lia dado una carta sellada de negro.
«Al Ver aquella carta ha parecido Agri-
« col tan conmovido, que, aun antes de
«leerla, se ha visfo claramente correr una
« lágrima subre su>i bigotes.
«Muy corta era la carta, puesto que
« no le ha costado al herrero el leerla mas
«de dos minutos; no obstante, ha pare-
« cido tan contento de ella, tan feliz, que
«saltaba de alt-gria en su bancoy ha apre-
« tado cordialmente la mano del hom-
«bre tuerto; despui-s parecía (¡ue pedia
«con iiiílaiicia alguna cosa que rehusaba
«el tuerto; pero al fin ha parecido que
«cedía este, y han salido ambos jiintot
« de la taberna.
** tren.
i 21
« Se les ha seguido Á lo lejos : como
«ayor el hombre tuerto ha entrado en la
«casa io licada calle Vaugirard: Agricol,
«despms de haberlo acompañado hasta la
« putT'a.ha dado muchas vueltas al tede-
« dor de las paredes, pareciendo que es-
a. ludiaba el terreno; de tiempo en tiempo
«escribía algunas palabras en un carla-
« pació.
« En segíiida ha ido m«jy de prisa el
« herrero á la plaza del O león y ha to-
«n^ado un cupé: se le ha imitado, se le
« ha seguido, y se ha visto que ha ido á
« la calle de Anjou á casa de la señorita
« de (Jardoville.
«Poruña casualidad feliz, en el ins-
« tante en que entraba Agricol en aquel
« hotel, se ha visto salir un coche con la
«librea de la señorita de Cardoville-; en
« él estaba el escudero de dicha señorita
«con un hombre de muy mala traza, muy
«pobremente vertido y muy pálido.
« Merecía alguna atención este inciden
^( te bastante estraordinario; asi es que
« no se ha perdido de vista e] cit.-do co^
ti che, el cual ha ido directamente á la
« prefectura de policía.
« Ha salido del coche el escudero de la
«señorita de Cardoville, con el hombre
«de mala traza, y han entrado ambosen
«el despacho de los agentes de vigilancia;
«al cabo de media hora ha salido solo el
«escudero de la señorita de Cardoville,
« y subiendo al coche, ha dado orden que
« lo llevasen al palacio de justicia, y ha
«ido aldtspaeho del procurador del rey;
« aUi ha pasado como cosa de media hora,
« y después ha vuelto á la calle de Anjou
« al liótel de Cardovil'e. Se ha sabido por
« una via estremadamente segura, que el
« mismo dia á las ocho de la noche Mrs.i
«de Ormcsson y Valbelle, abogados de
« mucha reputación, y el jitez de ÍQstruc<!
« cien que ha recibido la queja ^ por ie-\
v cuestracion de la señorita de CardoViJIe
«cuando estaba reffntí/a mía casa del doc-
« tor Baleinier, han teciido con esa seño"
«rita, en el hotel de Cardoville, una con-
« ferencia que se ha prolongado hasta casi
«media noche, i la cual asistían AgnVol
« Baudoin y otros dos obreros de lafábrí-
« ca de íMr. Hardy.
« Hoy ha ido el príncipe Djalma á casa
« del mariscal Simon y se ha quedado tres
«horas y media; al cabo de este tiempo
«han ido el marí>ca! y el príncipe, rmiy
« probabiemenle, á casa de la señorita de
«Cardoville, puesto que se han detenido
« en su puerta , calle de Anjou : un acci-
« dente imprevisto ha impedido que se
« pudiese completar este último informe.
'X Se acaba de saber que se ha despa-
«chado muy poco hace, orden de poner
« preso al llamado Leonardo, antiguo /ac-
((totum del baron Tripeaud. Se supone
« que ha sido ese Leonardo el autor delin-
wcendio de la í-ibiica de Mr. Francisco
«Hardy; porque Agricol Baudoin y dos
«de sus camarades han indicado unhom-
« bre qtie tiene con Leonardo una seme-
«janza eslra^rdinaria.
« De todo esto resulta , que de pocos
«días é esta parte el hotel de Cardoville
«es el foco en donde se reúnen y de don-
« de parten los pasos mas activos y mas
« multiplicados^ que se dan siempre, se-
« gun parece, alrededor del mariscal Si-
« mon, desús hijas y de Mr. Francisco
«Hardy; pasos en los que la señorita de
«Cardoville» el abate (iabriel y Agrírol
(Soinlos agentes niâs infatigables, y según
«se teme los ¡mas pdjgroüosi*»
Comparando «sta nota con los otros rn-
formes y recordando lo pasado, resnl-
Laban íie todo esto, descubrimientos que
abrumaban i aquellos. revereDdos padres.
Asi t
Tenia Gabrielifr^cuentes y largas eon-
iureticiasGoo Adriana,: q.uienlMista entoo-
ees le había sido descooocida.
33 ••
128 ALBIM.
Había entablado Agn'col Baudoin rota-
ciones con Mr. Hardy , y lenia ya la jus-
ticia algunos indicios acorra délos autores
y de los instigadores del niolin que liabia
arrninadoé incendiado la fábrica del com
petidor del baron Tripeaud.
Parecía casi ciertoque el príncipe Ojal -
ma había tenido una coiirerencia ccn la
señorita de Cardoville.
Ese conjunto de hechos probaba haslí)
la evidencia , que, fiel á la amena/a que
había hecho á Kodin , cuando se descu-
brió la doble perlidia del reverendo padre,
la sefiorita de Cardoville se ocupaba ac-
tivamente en reunir al rededor suyo los
miembros dispersos de su familia con ob-
jeto de cscitarlús á ligar>e contra el ene-
migo peligroso, cuyos detestables proyec-
tos, asi descubiertos y valerosamente com
batidos, no debian tener en adelante nin-
guna probabilidad de salir bien.
Ahora se comprende cual debió ser el
el terrible efecto que produjo aquella nota
en el padre d'Aigrígny y en Rodín.... en
Kodín, agonizante, clavado en una cama
por el padecimiento y reducido a la im-
potencia, mientras veía desplomarse trozo
por trozo su laborioso edificio.
XIV.
LA OPERACIÓN.
Hemos renunciado á pintar la fisono-
inia, la actitud y e¡ ademan de Rodín du-
rante la lectura de la nota que arruinaba
al parecer las esperanzas concebidas tanto
tiempo hacia: iba á faltarle todo á la vez,
y al momento mismo en que una confian-
za casi sobrehumana en el écsito de su
trama le daba la suficiente enerjía para
dominar aun su enfermedad. Saliendo
apenas de una agonía dolorosa, un solo
pensamiento fijo, devorador, le había aji-
lado hasta el delirio. iQue progreso enmal
ó en bien habia hecho durante su enferme-
djd aquel negocio tan inmenso para éll Se
le {anunciaba primeramente una noticia
feliz , la muerto de Santiago; pero inme-
diatamente las ventajas deesa nuierteijue
reducía de siete á seis el número de los
herederos de Renepont , quedaban ano-
nadadas. ¿De qiióservia esa muerte, pues-
to que 3()U('lla familia dispersada , ataca-
da en su aislamiento con una perseverancia
infernal, se reunía , y conocía en fin los
enemijjosque tatito tiempo liatia le daban
golpes secretos? Si todos aipiellos cnr.izü-
nes hi-ridos, lastimados, de.-pedazados, se
renoíaii, se consolaban, dándose un apo-
yo firme y recíproco, ganado estaba su
pleito y los reverendos padres perdían la
enorme herencia.
¿Quó hacer? iQué hacer?
¡ Estraño poder es el de la voluntad hu-
mana ! Tiene ya Rodin un pié en la se-
pultura, está casi agonizando, le falta la
voz, y sin embargo aquella alma tenas y
fecunda en rtcursos no desespera aun :
i|iie le vuelva un milagro !a salud y aque-
lla impertérrita confianza en el écsito de
sus proyectos que le ha dado el poder de
resistir á su enfermedad, á la cual hubie-
ran sucumbido otros muchos, aquella con-
fianza le dice que podrá remediarlo todo...
pero es menester la salud, la vida.
j La salud... la vida !...é ignora su mé-
dico si sobrevivirá ó no á tantos sacudi-*
mientos...si podrá soportar una operación
terrible... ¡La salud... la vidai... Y poco
antes oía el mismo Rodin hablar de las
solemnes exequias que se le harían....
¡ Pues bien! La salud, la vida, las ten-
drá; se lo ha dicho á sí mismo... Sí; ha
querido vivir hasta ahora... y ha vivido...
¿Por qué no vivirá aun mas tiempo?
Vivirá pues... ¡asi lo ha determinado I
Cuanto acabamos de decir, Rodín lo ha-
bia pensado en un segundo por decirlo
así.
Necesario era que sus facciones, desor-
denadas por esta especie de tormento rnf -
ral, revelasen alguna cosa muy eslrafia,
ALrin
piK^s le miraban ol padre d'Aigrigny y el
cordenal silenciosos y atónitos.
Una vez re>iiclto á vivir con ol obj.'to
de sostonor una lucha desesperada contra
]a familia de Renopont, Hodin obró en
consecuencia de esa delemiinaeion ; así es
que el prelado y el padre d'A¡¿^ri^ny cre-
yeron durante aljiunos it^tantes ()ue esta-
ban bajo la influencia de un sueño.
Por un esfuerzo de voluntad de una
energía increíble, y como si se hubiese
movido por un resorte, se arrojó Hodin
fuera de la c:una, llrvándose una sabana
que arrastraba por el suelo como una mor-
taja tras de su cuerpo cjírdeno y descar-
nado... El cuarto estaba frió; inunda!)a el
sudor el rostro del ji'suita, y sus pies hú-
medos y huesosos dejaban la marca en los
ladrillos.
— ¡Infeliz! ¿(jué estáis hai'iendo? Es
daros la muerte, esclamó el padre d'Ai-
grigny abalanzíndose á Kovlin para for-
zarlo á que se volviese á la cama.
Pero éste, estendiendo uno de sus bra-
zos de esqueleto, duro como el tiierro, re-
chazó lejos al padre d'Aigrigny con un vi-
gor increíble para quien pensase en el es-
tado de inanición en (]ue se hallaba hacia
mucho tiempo.
— Tiene la fuerza de un epiléptico
mientras está con el accidente.
Dijo al prelado el padre d'Aigrigny en-
derezándose.
Rodu» se dirigió con paso grave hacia
el bufete en donde se hóillaba todo lo ne-
cesario para que escribiese cada dia sus
recelas el doctor Baleinier; sentándose
después junto á aquella mesa, tomó el je-
suíta una pluma y papel y comenzó á es-
cribir con puno firme.
Sus movimientos calmados, lentos y se-
guros, tenían algo de la niesura reflexio-
nada que se advierte en lossonimbuius.
Mudos, inmóviles, sin saber si estaban
129
despiertos ó dormidos, al ver aquel pro-, ble y...
digio, el cardenal y el padre d'Aigrigny se
quedaron con la boca abierta ante la in-
creíble serenidad de Kodin. (piien medio
desnudo escribía con una perfecta tranrjui-
liddd.
Sin embargo el padre d'Aigrigny se acer-
có á él y le dijo:
— Padre mío pero es una insensa-
tez
Levantó los hombros Rudín, volvió la
cabeza hacia él, é interrumpiéndolo con
un ademan , le hizo señis para que se
acercase y leyese lo que estaba escribiendo.
Pensaba el reverendo padre que vería
las elucubraciones de un cerct)ro enfermo^
y tomó la hoja que escribía el padre Ro-
dín mientras se ponía [este á hacer otra
ñola.
— Monseñor... esclamó el padre d'Ai-
grigny, leed esto.
Leyó el cardenal la hoja, y volviéndola
al padre d'Aigrigny, no menos asombrado
que él:
— Kstá lleno de razón, de habilidad, de
recursos: así se neutralizará el peligroso
concierto del abate Gabriel y de la seño-
rita de Gardoville, que parecen en efecto
los promotores mas peligrosos de esta coa-
lición.
— En verdad es esto n>ílagroso, djo el
padre d'Aigrigny.
— i Ah ! querido padre mío I dijo en voz
baja el cardenal, oyendo aquellas palabras
del jesuíta y sacudiendo la cabeza con una
espresion de sentimiento triste. ¡Qué lás-
tima que seamos los únicos testigos de lo
que pasa! ¡Qué magnífico milagro se
hubiera podido hacer con estol... Un hom-
bre agonizando.... trasportado así súbita-
mente... Y presentando la cosa bajo cier-
to aspecto... Casi valdría esto tanto como
la resurrección de Lázaro...
— ¡Qué idea, monseñor! dijo el padre
d'Aigrigny á media voz, es perfecta, y no
se ha de abandonar es muy acepta-
130
iLirD«,
Es'e inocente y peqoeño complot tan na-
Túr>:Jcoriié iitterrtiiit))! jo pur Kuilin, qmtMi
\(>ivu'inJo la cabera, hizo señas al padn-
d'Aigri^ny para que se arerrase, y le dió
otra ti'j't aco(iipana<ia di' un papclilo en
el que se leían las palahras !>i;.uii>nti's :
« Paraque se haga Jenlrntic una hora. »
El pailre ü'Aigrigity leyó rapidaiiientt-
la nota nueva, y esclanió:
— Es verdad no liabia pei'í'íado en esn:
de ese nmilo, en lnL.''»r <le >er fufust-i la
currespi'nd'ütii le Hiuliin yde.Mr.Har
dy puede tener esieli.-(ites roullados, Kii
verdad, anadio en viz t),íja y acercándose
;il cardtMial el pailre d^Ainrii;ny , ni!eulra«¿
conluMHua escribiendo Uodin, estoy con-
fundido.... veo.... leo y apenas puedo
creer á mis ojos... tiace un instante abru
mado, moribundo... y ahora con el espí-
ritu tan claro, tan brillante como cuando
mas ¿Somos acaso testigos de uno de
«os fenónirnos de sonambulismo, du-
rante los curiies el aima obra sola y domi-
na ai cuerpo?
Abrióse de repent." la puerta y entró
con viveza el señor Baleinier.
Al ver á Kodin sentado en su bufete,
medio desnudo, con los pies en los laori
líos, esclamó el doctor en tono de repro-
che y de espanto:
— l*ero, monseñor... pero, padre mió...
es un homicidio el dejarle á ese infeliz en
ese estsdo. Si tiene un acceso de labardi
lio, es necesario atarle en la cama y po-
nerle la caminóle de force (1).
Diciendo esto, el doctor Baleinier se
•cercó raoidainenle á Kodin y le asió el
brazo: pensaba encontrar el cutis seco y
nielado, y estaba al contrario dixible, casi
húmedo.
(1) Así se llama una túnica y á veces
un sayo (los hay de divrr>as f'">rmas) (jue
les p'tneri en Francia á los locos y á los
condenadlos á nuierle para que ni Jta<>an
ni se hagan daño alguno. {N. del T.)
Quiso el doclor , lleno de sorpresa , to-
marle el pulso de la mano izquierda , que
le abandonó Kodin continuandoescribien»
do con la derecha.
— ¡Ooó pro. ligio! esclamó el doctor Ba-
ie nier, qaien contaba las pulsaciones de
Kitdín. Ocho días hace que está , y aun
estaba esta mañana, el pulso brusco, in-
termitente, casi insensible, y ahora se le
vanta... se arregla... no sé qué pensar...
¿Qué hasucedido pue^?... Nopuedocreer
io (|ue veo.
K>to deiia volviéndose al padre d'Ai-
urigiiy y ai cardenal.
— Kl reverendo padre Ita e-^perimen-
tado primeramente una eslincion de voz,
y despijes un acio de desesperación tan
vinleiito, tan furioso, causado por unas
noticias deplorables, respondió el padre
d\\igrigny, que durante un instant- Ive-
mos temblado por su vida niientras al
Contrario ha tenido el reverendo padre
fuerzas para ir á i se bufete, en donde
está escribiendo hace diez minutos con una
claridad de razonamiento, una puri'za de
espre^ion, que nos ha dtjadu confundidos
á monseñor y á n>l.
— No hay duda ninguna, esclamó el
doctor, e' violento acceso de desespera -
cien que lia esperimenlado, ha proiiucido
en él una perturbación violenta que pre*
para adinirablemenle la cri>is reactiva que
ahora estoy casi seguro de lograr por me-
dio de la operación.
— I'ersi>tis pues en hacerla, dijo en voz
muy baja el p^dre d'Aigrigny al doctor
Baleinier, mientras C(>ntinuaba Kodin es-
ciibiendo.
— Esta mañana liubiera podido titu-
bear; pero ahora dispuc>to cual está....»
voy á aprovechar el instante de eata gran-
de surescitacion , la cual, según preveo,
será se|¿uida de un grande abatimiento.
— Asi, dijo el cardenal, sin la opera'-
ciofl
ALBUM.
— Aborta csla crisis tart feliz, Ion Inés
perada y su reacción puede matarle,
•monseñor
— ¿Y le habéis advertido de la grave
dad dü la operación?
— Poco mas ó menos monseñor; '
dijo el ductor Baleinier.
y acercándose á Kodin , quien, como
continuaba escribiendo y pensando, nada
liabia oidü de esa conversación en voz bsj^:
— Reverendo padre mió, le díji> el doc-
tor en voz firme: ¿queréis estar en pié
dentro de ocho dias?
Hizo Kodin un ademan lleno de con-
fianza , que significaba :
— ¡Pues en pié esto\ !
— No os llaméis á engaño, respondió
e! doctor, esta crisis es escelente; pero
durará poco, y ^i no la aprovechamos....
al instante..... para hacer la operjcion de
que os he tiablado un poco, á fe mia
*ôs lo digo brutalniente..... después de se-
mejante sacudimiento de nada res-
pondo.
Aquellas palabras llamaron tanto mas
la atención de Kodin, cuanto qiie medía
hora antes habia esperimentado cuan corta,
habla sido la duración de la mejoria efé-
mera que te había ocasionado \abnenano-
licia del padre d'Aigrigny , y cumenzaba
a sentir de nuevo un acreceritamiento de
opresión al pecho.
— En una palabra, mi reverendo pa-
dre, ¿«juereis vivir ó no?
Kodin escribió rápidamente estas pala-
bras qtie le dio al doctor.
— Por vivir..,., me dejaría corlar los
•cuatro miembros; estoy dispu stn á lodo.
É liiztt un movimiento ()ara levatitarse.
— Debo declararos, reverendo padre
mió, no para haceros vacilar, sino para
que no sea sorprendido vuestro coraje ,
añadió el doctor Baleinier, que esta ope
ración es cruelmente dolorosa.
Levantó los ojos Kodin, y escribió.
r¿i
—Dejadme la cabeza y toread todo Id
demás.
El doctor habia leido en alta voz estas
palabras; el cardenal y el pariré ü'Ai-
i^rigny se miraron sorprendiduá de aquel
indómito Valor.
— Keverendo padre mió, riij) f! doc-
tor Baleinier, seria neceaariu voivtros á
acustar.
Kodin escrüiii'i :
Preparaos tngo que cscrihir órduiei
urgentes. Me advertiréis cuando sea nece-
saria.
Plegando d.spues un papel , que cerró
con una oblea, Rodin hizo señas al padre
d'Aigrigny , que leyese lo que iba á escri-
bir , y esctibió estas palabras:
— Enviad al instante esta nota al agente
que ha dirigido lat cartas unt^imas al ma-
riscal Siviott.
— Al in^t3nte mismo, reverendo padre
mi.t, dij) el padre d'Aigrigny, voy s darle
este encargo á una persona muy segura.
— Revefendojpadretiiio, dijo el ductor
Baleinier, ya que tanto empeño ten-ib en
escribir, volveos á acostar y escribiréis en
!a cama , mientras preparamos lo nece-
sario.
Hizo Rodin un gesto aprobativo y se
levantó.
Pero ya comenzaba á realizarse la pro-
nosticado por el doctor; apenas pudo el
jesuíta estarse en pié un sulo segunde, y
se drjó caer subre la silla Efitonces
miró angustioso al doctor Baleinier y su
respiración comenzó á sofocarse cdda >^'2
mas.
El doctor, queriendo tranquilizarle, le
dijo:
—No tengáis inquietud ninguna... pero
es necesario apresuraros apoyaos so-
bre el padre d'Aigrigny y sobre mí.
Con aquellos dos apoyos pudo al fin Ro-
din ir á su cama, y habiéndose incorpo-
rado, mostró coD un ademan el bufelito
34**
f32
ALBLU.
y el papel para que se los trajerai). Sir-
viole de atril una cartulina, y continuó
«scribicndo sobre sus rodillas, interrum-
piéndose de tiempo en tiempo para aspi-
rar aire con mucho trabajo como si se hu-
biera sofocado, pero sin hacer caso nin-
guno de cuanto pasaba al rededor suyo.
— Reverendo padre mió, dijo el doctor
Baleinier al padre d'Aigrigny, ¿sois ca-
paz de ayudarme y asistirme en la opera
cion que voy á hacer? ¿tenéis esa especie
de valor?
— No, respondió el reverendo padre.
En el ejército jamas he podido asistir á
«na amputación: al ver sangre me des-
mayo.
— No hay sangre, dijo el doctor Balei-
nier; pero fuera de eso aun es peor... te-
ned pues la bondad de enviarme tres de
nuestros reverendos padres; ellos me ayu-
darán... tened también la bondad de ad-
vertir á Mr. Housselet que venga con su
aparejo.
Salió el padre d'Aigrigny.
El cardenal se acercó al doctor Balei-
nier y le dijo con voz baja, mostrándole
i Rodin :
— ¿Está fuera de peligro?
— Si resiste á la operación, sí, mon-
señor.
— Y.... ¿estais seguro que resistiiá?
— A él le diria, si; à vos, monseñor,
os digo : es de esperar.
— ¿Y si sucumbe, habrá tiempo para
administrarle en público los sacramentos
con cierta pompa, cosa que ocasiona síem
pre algunas lentitudes?
— Es probable que su agonía durará...
al menos un cuarto de hora.
— Poco es pero al fin es menester
contentarse, dijo el prelado.
Y se retiró junto á una de las venta-
nas, en cuyos cristales se puso inocente
mente á tocar el tambor con la punta de
los dedos, pensando en el efecto que pro-
duririan las luces del catafalco que tamlo
deseo tenia de preparar para U »din.
En aquel instante entró ¡Vlr. IVousselti
con una gran caja cuadrada bajo del bra-
zo ; se acercó á una cómoda y comenzó á
preparar su aparejo encima del mármol
que la cubría.
— ¿Cuantos habéis preparado? dijo *l
doctor Baleinier.
— Seis, señor.
— Bastan cuatro.; pero mejor »»s e>taT
prevenido. ¿No está el algodón demasiado
apretado?
— Mirad, señor.
— Muy bien.
— ¿Y cómo vá el reverendo padre?...,
preguntó el discípulo al maestro.
— Uum.... hum respondió en vot
baja el doctor. Terrible es el e-mbarazo
del pecho, y al respirar, sifla la voz
siempre apagada.... pero en fín hay una
eventualidad,
— Todo lo que yo temo , señor , es que
el reverendo padre no pueda resistir á un
dolor tan horroroso.
— Esa es también otra eventualidad..,
pero en semejante situación es necesario
arriesgarlo todo.... Vamos querido mió,
encended ona vela que ya oigo venir á
nuestros enfermeros.
En efecto, pronto entraron acompaña-
dos por el padre d'Aigrigny los 1res con-
gregantes que por la mañana se estaban
paseando en el jardin de la calle do Vau-
girard.
Los dos ancianos de las caras rubicun-
das y floridas, y el joven del rostro ascé-
tico, vestidos los tres, como á lo ordina-
rio, de negro, con alzacuellos, y en la ca-
beza bonetes cuadrados; parecían, por
otra parte, muy bien dispuestos á ayudar
al doctor Baleinier durante la formidable
operación.
EL TORMENTO
■ — Reverendos padres míos, d^j» gra-
ciosamerile el doctor Baleinier á los tres
congregantes, os agradezco vuestra Imena
cooperación.... lo que habéis de hacer es
wuy sencillo, y con la ayuda dei Señor,
salvará esta operación á nuestro querido
y reverendo padre.
Las tres sotanas negras levantaron los
ojos al cieio con compunción y después
■hicieron una reverencia, como si no hu-
biese habido mas que un solo hombre.
Rodin muy indifirente á cuanto pasa-
í)a a! rededor suyo, no hahia oe-adoniun
«olo instante, sea de escribir, sea de pen
sar.... sin cmbarg», de tiempoen tiempo,
á pesar de aquella tramiuilidad aparente,
había esperimentado una dificultad tan
grande para respirar, que el doctor Ba-
leinier habia vuelto la cabeza con suma
inquietud al oir la especie de süvido sofo
cado que salia de la garganta del enfer-
mo; asi es que, después de haber hecho
una seña al discípulo, el doctor se acercó
Á Kodin y le dijo :
— Vamos, reverendo padre mió.... es-
te es el gran momento... j valor 1
No se manifestó en las facciones del je-
suita indicio ninguno de espanto, y se que-
dó su rostro impasible corno el de un ca-
dáver : solamente sus peíjueñuelos ojos
de reptil resplandecieron aun mas brillan-
tes en el fondo de su oscura órbita ; estu-
vo mirando un instante á los testigos de
•aquella escena; poniéndose después la plu-
ma entre los dientes, dobló y cerróaun otro
plieguecito, lo puso encima de «u mesa de
noche, y en seguida hizo al doctor Balei-
nier una seña quequeria decir: dispuesto
€stoy.
— En primer lugar, es necesario quita
ros la almilla de lana y la camisa, padre
mío.
Por vergüenza ó pudor, Rodin vaciló
un instante.... solamente tn instante
porque cuando el doctor dijo de nuevo:
— Es necesario, reverendo padre mió;
Rodin, siempre sentado en su cama, obe-
deció con la ayuda del doctor Baleinier ;
quien añadió sin duda para consolar su
pudor ofendido:
— No tenemos r.ecesidad absolutamen-
te sino de vuestro pecho, querido podre
mió, el lado derecho y el izquieido.
En electo, tetidido llodin boca arriba,
teniendo siempre en la cabeza aquel gor-
ro de seda grasienlo, dejó ver la parte
anterior de un tronco medio macilento y
amarillento, ó por mejor decir, el arma-
zón huesoso de un es(¡uekto, puesto que
las sombras que producian lo elevado de
las costillas y de las ternillas sellaban su
cuerpo con surcos negros, profundos s,^
circulares. En cuanto á susbrazos, se-ííu^'
biera podido crecf que eran huesos ro-
deados de cuerdas gruesas y cubiertas cen
pergamino atezado, por el gran relieve
que daba á sus huesos así como á sus ve-
nas el abatimiento muscular.
— Vamos, Mr. Rousselet, los aparejos,
dijo el doctor Baleinier. Y después, ha-
blando á los tres congregantes. Acercaos,
señores... lo que habeisde hacer... e? muy
sencillo ya os lo he dicho, como vais
á ver.
Y comenzó el doctor Baleinier á insta-
lar el negocio.
Fué cosa muy sencilla en efecto.
üió el doctor á cada uno de sus enfer-
meros una especie de trébede de acero,
de algunas dos pulgadas de diámetro y
tres de altura : el centro circular de aque-
lla trébede estaba lleno de algodón apila-
do y muy espeso; teníase en la mano
aquel instrumento por medio de un man-
go de madera.
En la mano derecha estaba armado ca-
da uno de los enfermeros de un pequeño
tubo de hoja de lata de diez y ocho pul-
134
ALBUM.
gadas de largo: en una de <us eslremida-
(Its hahia una embocadura para que pu-
<li''se aplicar sus hbios el practicante, y
en la otia estaba enccrbado el tubo y se
ensanchaba de modo ipie pudia servir de
cobertera á la penui ûa Irébedf.
No ofrecían aqut'ilus pr<'parativos nada
de espantoso, el padre d'Aigri^ny y elcar
denal, (|iii' lo miraban lodo de Ujos, no
comprendían como podia ser lan doloro-
«a aque'Ia oprraci<'n.
Pronlo lo cinipr^ndiernn.
Habiendo e! doclor Baleinier arma<lo
8si à sus cuatro enfermero-i , se acercó á
Rudin , cuya cania habiatí heclio rodar
hasta la n>itad del cuarto.
— Ahora. señi>re«, dijii el doctor Balei-
nier, encended el algodón., colocad la par-
te encendida sobre la piel de su reveren
cia por medio de la tróbede que contiene
la mecha... cubrid la tróbede con la parte
en^a^chada del cano, y soplad por la em-
bocadura para avivar el fuego..... es cosa
iiíuy simple como vos veis.
Én effcto , tiabia en a(|uella operación
una ingenuidad patriarcal y primitiva.
Cuatro mechas de als^odon encendido,
pero preparado de modo que no se que-
mase sin.) poco á poco se aplicaron á de-
recha é izquierda del pi-cho del padre Uo-
din...
Se llama e-^o vulgarmente inax'is. Asi
<jue se ha quemado todo el espesor de la
piel con aquel fuego lento, eslá concluido
el apunto dura eso como unos ocho
niinulos. Dicen, que, comparada con
eso, una ainputaci.ia no es mas que una
baílatela.
Uodin habia examinado los preparativos
de la oprracion con una curiosidad intré-
pida; pero al primer contacto de aquellos
cuatro braseros dtvnrü(h>res, se incorporó
y se retorció como una culebra sin poder
dar un solo ^ffito, poique estaba mudo;
le estaba po nbida tiasla U espausion dei
dolor.
Como aquel movimiento biu=;co de
Rodin levantó los aparejos de los cuatro
eiifei meros, húbose de comenzar de nue-
vo la o[)('raciün.
— Animo, mi (juerido padre, ofreced
vuestros pndrcimientos al Señor los
aceptará... dij > el doctor Baleiniei con un
hmo eaihelecador, ya os lo he advertido;
es muy dolorosa esta operación, pero tan
saludat.'le como dolorosa. Es cuanto se
jinede decir.... Vamo-*.... vos <|tie habéis
manifestado hasla ahora tanta resolución,,
no la ptidais en este instante tan deci-
-ÍV'>.
Ko lin h.'ibia cerrado los ojos, vencido
p ir aquella primera sorpresa del dolor;
los Volvió a abrir, y miró al doctor con
aire casi coiu'uso du haber manifestado tan-
ta debilidad.
Y sin embargo, á derecha é izquierda
de su pecho se veian ya cuatro anclias es-
carras, rojizas, sanguinolenta^ por lo
aguJas y profundas que habían sido las
quemadura-:...
Al instante en que se iba á estender de
nuevo en la cama de dolor, hizo señas
Rodin, indicando con el tintero, que que-
ría escribir.
Podia satisfacerse a(|uel capricho.
Alargóle el doctor la cartulina, y Rodirt
escTÍbió como por reminiscencia.
Mas vale no perder tiempo... Haced que
aivierlan imnedialamcnte al baron Tri-
peaud de la orden que se ha dado para po-
tier preso á su factoluin Leonardo; asi po-
drá lomar medidas.
Escrito que hubo aijuella noticia, la dio
elJHSuitaal doctor Baleinier, haciéndole
señas que la pusiese en mano del padre
d'Aigrigny ; óste lan admirado como el
doctor de íem<jante serenidad vn medio
de tan atroces dolores, se quedó atónito
por un mon)enlo. Rodin con los oj'>s cK*-
vadiis'con im|)aciencia en el reverendo pa ■
_dre parecía que esperaba inquieto que sa-
»'8tJM.
133
ïifse del cuarlo para ¡r á cumplir sus ór-
denes.
Adivinando el doctor el penaámiVnlode
Rodin, dijo una palabra ai padre d' Aigrigny
el cual salió al instante.
— Vamos, reveri'ndo padre mió, dij>fl
doctor á Rodin, es n»enester comenzar df
tiut'vo; esta vez no os meneéis; ya sabéis
lo que es...
No respondió Rodin: juntó las dos ma-
uos encima de su cabezu: ofreció sU pecho
y cerró los ojos.
Era aquel im espectáculo estraño, lúgu-
bre y casi fantástico.
Aquellos tres sacerdotes cubiertos con
sus largas túnicas negras, inclináutlose bu
cia aquel cuerpo reducido casi.al estado
de cadáver, con los labios colados á aque-
llas trompas que daban en el cuerpo del
paciente.... parecia que estaban aspiran-
do su sangre, ó ligándolo con algún en-
canto nriágico.
Couienzó á esparcirse en aquel cjiarto
silencioso un olor decarnequemada, nau-
seabundo, penetrante, y cada uno de los
enfermeros oyó baj)su trébede y del hu-
mo un pequeño chisporroteo ; era el pe-
llejo de Radin que se tendía bajo la in-
fluencia del fuego y se abria en cuatro pa-
rajes de su pecho....
Kl sudor que inundaba su rostro maci-
lento lo hacia brillar al mismo tiempo; á
sus sienes estaban coladas algunas mechas
de cabellos grises, tiesos y húmedos. Era
tan fuerte á veces la violencia de los es-
pasmos, que se hinchaban las venasdesus
brazos endurecidos, y se tendían como
cuerdas que se van á romper.
Aguantando aquel horroroso tormento
con tan intrépida resignación como el sal-
vaje , cuya única gloria consiste en des-
preciar el dolor, Rudin sacaba su valor y
su fu('rza de la esperanza y aun casi
diríamos de la certidumbre de vivir.....
Era tal el temple de aquel iodómíto ca-
rácter y la omnipolt'ncia de aquel espíri-
tu enérgico, que en uiedio de aquellos in-
decibles tormentos no perdía de vista ni
un solo instante su idea fija.... Durante
las cortas ititermitencias que le dij.iba el
padecimiento, á veces desigual, auiH|ue
siempre en el mismo grado de intensidad,
Rodin pensaba en el negocio Rencpont,
calculaba las tveníua'uiades, combinaba
las medidas mas pronta*, sintiendo \;uan
necesario era el no perder ni uuiírstante.
No le «juitaba ios (ijos el doctor Balei-
nier, exaininando con la mayor atención
asi los efectos del dolor como la reacción
saludable de ese dolor tu el enfermo,
quien parecia, en electo, que respiraba
ya cou. mayor libertad.
iJe repente echó Rodin la mano á Ja
frente, como incitado por una inspiración
súbita ; volvió con viveza la cabí*za-hscía
el doctor Baleinier, y le pidió por seiias
qjuí suspendiese ia operación por un ins-
tante.
— Debo advertiros, reverendo padre
mío, que ya está hecha mas de la mitad,
respondió el doctor, y (jue .««í se interrum-
pe os parecerá n»as .doloroso aun el
volverla á coiuenzar.
Respondió por señas Rodin que pecóle
importaba, pero que quería esciibir.
— Señores.... su-pended un initaote...
dijo el doctor Balí-inier.... no levantéis
las m xas.... pero no avivéis el fuego.
Es decir que el fuigo continuarla sua-
vemente quemándole el peí ejo al enfermo
en lugar de quemárselo vivamente.
A pesar de aquel dolor, menos atroz
pero siempre agudo y profundo, se pu>o
á escribir Rodin boca arriba , viéndose
forzado por la situación en que estaba á
tener con la mano izquierda la cartulina
al nivel de la altura de los ojos y á escrí-
br con la mano derecha, como quien pin-
ta lechos, por decirlo as».
Trazó primeramente en una hoja algu-
35**
Vdb AL
nos signos alfabcticoà üc una clave que
habia compuesto par» sí solo con el ol»jo-
lo de notar ciertas cosas seiTi-las. P>)l-os
momentos antes, m medio de suliombíe
tormento, le liabia venidounü idea lumi-
nosa: la creiabih'tia y Ni nntab.i. tcii.itn-
do olvidarla en medio de sus padeci-
mientos, aunque ititerrnnipii>i!dose dos ó
tres Teces, porque si no ardia su pellejo
con tanta rapidez como ¡mtes, no por eso
se dejaba de (jucmar: continuó sin em •
bargo Rodin y escribió en otra hoja las
palabras siguientes que, conformándose á
una seña suya, se pusieron en nianos del
padre dWigrigny :
Enviad al instante B.... para que vea á
Faringhca, de quien recibirá la cuenta que
dé de los acaecimientos dcrsfos últimos dias,
por lo que toca al príncipe Djalma; volverá
inmediatamente aquí B con esa relación.
Apresuróse á salir el padre d'Aigrigny
para dar aquella nueva orden.
El cardenal se acercó un poco al teatro
de la operación, porque, á pesar del mal
olor de aquel cuarto, se complacia en ver
asar parcialmente al je$<iita, á quien le
tenia un rencor de cura italiano.
— Vamos, reverendo padre mió, dijo el
doctor á Rodin, continuad siendo tan ad-
inirablemenle valeroso; ya comienza á
desembarazarse vuestro pecho..... tenéis
que pasar aun un rato muy malo, y poco
después, buena esperanza
Se volvió á poner como antes el pa-
ciente, y entró en aquel instante el padre
d'Aigrigny. Interrogólo con una mirada
Rodin , y respondió el padre d'Aigrigny
afírmativamente.
A una señal que dio el doctor, ios cua-
tro enfermeros acercaron los labios á los
caños y comenzaron á activar el fuego so-
plando precipitadamente.
Fué tan atroz aquella recrudescencia
de tormento, que, á pesar del imperio
que sobre si tenia Rodin, le rechinaron
DIM.
los dientes que parecía que se iban á Ci3%-
car, dio un sobresalto convulsivo, y se
hinchó con tal fuerza su pecho jadeante
bajo aquel brasero, que después de tin
violento espasnm salió al lin de sus pu'-
mones un alarido terrible de dolor... pero
libre, sonoro y retumbante.
— ¡Ya está desembarazado el pecho!
rsclamóel doctor íídleinier triunf.inle, ¡ya
eslá salvado 1... hacen sus funciones los
pulmones. ... vuelve la voz ha vuelto
la voz Soplad, señores, soplad y
vos, reverendo paître tnio, dijo alegre-
mente á Rodin, -i podéis liacerlo, gi'i-
tad... ahullad... sin embarazo ningurio...
me alegraré de oiro« y os aliviará eso.....
Animo, ahora respondo de vos. lis
una cura maravillosa la publicaré....,
la pregonaré con cajas y clarines.
— Permitid, doctor, dijo en voz baja
el padre d'Aigrigny, acercándose con vi-
veza al doctor Baleinier, testigo es mon-
señor que me había yo reservado de an-
temano la publicación de este aconteci-
miento, que pasará como puede ,pa>
sar verdaderamente por un milagro.
— Pues bien, será una cura milagrosa,,
respondió el doctor Baleinier, que tenia
mucho apego á sus obras.
Cuando oyó Rodin decir que estaba sal^
vado, aunque eran sus dolores acaso los
mas agudos que habia padecido, porque
llegaba ya el fuego á la última capa de la
piel, Rodin estaba verdaderamente her-
moso, con una hermosura infernal.
A través de la penosa crispatura de sus
facciones, estallaba el orgullo de un triun-
fo salvaje : se veia que aquel monstruo
tenlia que se iba á poner de nuevo fuerte
y poderoso , y que tenia conciencia de los
males terribles que iba á causar su funesta
resurrección; asi es que, auuíjue se es-
taba retorciendo bajo el fuego de aquel
horno que le devoraba, pronunció estas
palabras, las primeras que salieron de su
ALT ri».
m
fpprhr. fa'îa vez mas libre y di-sambara-
zado.
— ¡Ya lo decia yo pues..... que vi-
'virial...
— Y deiiai» verdad, e«c!amó el doctor
lomándole el pulso á Rodiii.. .. Y.i esta
ali ira vuestro pulso pleno, firme, arre-
glado, y los pulmones libres. La reacción
es complela : ya estais salvado.....
Ya se liabian (jueinado en aque\ ins-
tante hs últimas hebras de algodón: (jun-
táronse las trébedes, y se vier: n sobre e.
pecho huesoso y descarnado deRodin cua-
tro escaras anchas y redondas El pe-
llejo carbonizado y humeand-) unt) dejaba
ver ia carne viva y roja.
Con motivo de uno de los bruscos so-
bresaltos de Rodin que habia descom-
puesto una de las trébedes, se h; 'Ma es»
'tendido una de sus quemaduras mas tpu'
las otras, y presentaba, por decirlo asi,
un cerco doble .-ínegruicc) y abrasado.
Dajií los ojjs Rodin para mirar ai|uella>
llagas: después de algunos instantes de
contemplación silenciosa, brilló en sus la-
bios una sonrisa estraùa; eotonces, sin
mudar de postura , pero dando á la parte
del padre d'.xigrigny una mirada de inte-
ligencia que seria imfosibie describir, le
díj.) contando lentamente y una á una sus
llagas con las puntas del dedo, y su uña
aplastada y sucia :
— Padred'Aigrigny... Jiué presagio!...
Ved, pues un Kenepont dos Re-
nepont 1res Reneponl cuatro Re
nepont £ interrumpiéndose después:
¿Dónde está el quinto? ¡Ahí... aqui
esta llaga cuenta por dos. ..es gemela.. .(1).
(1) Habiendo muertoSantiagoy nocon
tando entre los interesados al abate Ga
briel, en virtud de su donación regulan
zada , no quedaban sino cmco personas
de la familia; Rosa y Blanca, Ujalma ,
Adriana, Mr. Hardy.
Y se oyó su risa , pequeña, seca y
aguda.
El padre d'Aigrignv, el cardenal y ti
doctor Baleinier comprendieron solos el
mentido de aquellas misterios y siniestras
palabras, qu pronto completó Rodin es-
clamando con voz profélica y acento íns-
()irado:
— Sí: lo digo; se hará polvos la raza
del impio , asi como los pedazos de mi
carneacaban de hacerse cen^zas. Lo digo...
y será,., porque he querido vivir y vivo,
X\I.
VICIO Y VIRTUD.
Dos dias habi;)n pasado desde aquel en
que Rodin volvió milagrosamente á la vi-
da. No ha olvidado acaso el lector la ca.^a
de la calle Clovis, en donde tenia el reve-
ren lo padre un apeadero, y en donde es-
taba también el aposento de Filemon (jue
habitaba Rosa Pompoiu
Son poco mas ó menos las seis delatar-
de: un rayo de viva luz penetra por el
agujero redondo hecho en una de las ho-
jas de la puerta de la tienda semi-subter-
ránea de la lia Aisenia, la frutera-carbo-
nera, y forma cimlraste con las tinieblas
de esta especie de bodega.
Cae ese rayo de luz sobre un objeto si-
niestro:
En medio de las gavillas, de las horta-
lizas marchitas , junto á un gran montón
de carbón, hay una mala cama, y en él
se divisa la forma angulosa y tiesa de un
cadáver bajo la sábana que lo cubre.
Es el cuerpo de la tia Arsenia , á quien
acometió el cólera pocos dias antes, oca-
sionando su muerte desde el antevíspe-
ra ; pero son tantos los entierros, que no
se ha podido aun darsepultura á su cadá-
ver.
Está por entonces la Clovis casi desier-
ta : reina en ella un triste silencio apenas
interrumpido por los agudos silvidos del
138 áLirn,
viento nordeste; óyese á veces entre dos
ráfagas un hormigueo pequeño, seco y
brusco; son ralas enormes nu»? van y vie-
nen por aquel montón de rart)on.
De repente se advierte un lijero ruido,
y desaparecen a {uellos innitindos anima
les, ocultándose en sus agujeros.
Trataban de abrir por fuerza la puerta
de la tienda que dá al patio: no podia es-
ta puerta hacer mucha resistencia, y en
• fecto, ced'ti á breve rato su mala cerra-
ja: entró entonces und muger y se quedó
algunos instantes inm(n'il en medio de
aquella bodega húniei)a y fria.
üe^p'ies de hal»er vacdddo algunos mi-
nutos, ad.lantó>e aquella mujer: viérunse
por medio del rayo de luzque entraba por
el agujero de la otra puerta las fdcciones
de la reina Bacanal, quien poco á poco se
fué acercando al lecho fúnebre.
Habíase aunienlado después de la muer-
te de Santiago la alteración del roftro de
Cefi>a : espantosamente pálida, con sus
hermosos cabellos desordenados, desnuda
de pié y piern-J, aponía podia cubrirsecon
una mala saya llena do remiendos y un
pañuelo enteramente desgarrado.
Llegada que fué junto á la cama, echó
la reina Bacanal sobre la mortaja una mi-
rada firme y casi salvaje...
ü-í repente se retiro dando un gritoin-
volunlario de terror.
Había notado una ondulación rápida,
que corrió, agitando la sábana fúoebre,
desde los pies basta la cabeza de la difun-
ta. Pronto se esplicó la agitación de la
mortaja, viendo que se escapaba una rata
enorme de lai tablas cafcomidas de la ca
ma. Tranquilizada ('e(i»a, se puso á bus-r
car y á recoger con preci()itacion diversos
objetos como si hubiese tenido miedo de
que la sorprendiesen en aquella miserable
tienda.
Apoderóse primero de una cesta y la
d> por ,nc.í y por alió, á derecha é ¡zi]nier-
da, descubrió en un lincon una estufilla
de tierra (jue cojió con un ímpetu 'espan-
toso de ategria.
— N ' es esto todo no es esto todo,
ilecia Cefisa , registrando de nuevo al re-
dedor suyo con aire inquieto.
Descubrió al íin junto á la esfufa de
liierro fiiulido una cajita de hoja de lata
en (|ueliabia un eslabón, piedra de fuegos
y pajueLiS. Puso en la ce-ta todo esto, la
r «jió con una mano y en la otra se llevó
Irt exlníi'l't.
— Os rob(», pobre tía Arsenia , pero no
me aprovechará mucho mi hurto.
Sa^ió Cefisa de la tienda, volvió á cer-
rar la puerta lo mejor que pudo, y se fué
atravesando el patio pequeiío que separa-
ba el cuerpo principal de la habitaciondel
otro cuerpo en donde estaba el apeadero
de Rodin.
'Kscepto las ventanas del aposento de Pi-
leoion, en cuyo antepecho llosa P.'mpon,
ap'ty^á'da como titi ()MJaro, habia goigeado
taoras veces su Beranger, todas las venta-
nas de aquella casa estaban abiertas: en
el primero y segundo piso habia muertos,
quienes, como otros muchos, estaban es-
perando (|Ue viniese el carro en que se
an^inntonabiin los a(au(K-s.
Subo la reina Bicaual la escalera que
va á parar al aposento ocupado poco an-
tes por Rodin; Pega al paso, sube enton-
ces una pequeila escalera medio arruina-
da , derectia como una escalera de albañíl
y por baranda una cuer<ía, y se detiene a!
lio á la puerta de una boardilla bajo la
teja vana.
Estaba tan arruinada aquella casa que
en nuicbos sitios el tejado, lleno de aguje-
ros , no impedia cuando llovia (jue entrât»**-
se el agua en aquel tabiKiiiito de diez piéS
cnadradoí, sin otra luz (jue la (]ue entra-
ba por una ventana de granero. No se
llenó de carbón: después de haber mira- ^ veía otro mueble sino, á lo largo de lade#-
ÁLBUM.
139
troiada pared, sobre los ladrillo?, un ger- y aun cuando Ino falte, tendría í|U'' vivir
gon viejo, roto, de donde salían a'gunas
pajas, y al lado de esta cart»a, una peque-
ña cafetera de loza, desmoronada, con un
poco de agua.
La Gibosa, vestida de harapos, estaba
sentada en la orilla del gergon con los co-
dos en las rodillas, y la cara cubierta con
sus dos manos blancas y 'itrasparenles.
Oj ndo entró Cefisa , levantó la cabeza la
hermana adoptiva de Agricol; su pálido y
suave rostro parecia mastMiflaquecidoaun,
mas estenuado por el padeí'imiputo, el
pesir y miseria: sus ojos hundidos, enro-
Ç n cuatro ó cinco francos p-^r semana.
¡ Vivir 1 Es decir morir poco á pocoá fuer-
zade privaciones... ya lo conozco yo eso...
mas quiero morir inmediatamente El
p.Iro partido es..... continuar, para ganar
de comer, el infame oficio que ya he pro-
bado una vez... y no quiero... me es im-
p S'ble... Francamente, hermana, ¿entre
una horrorosa miseria , la ignominia ó la
muerte, puede ser dudosa la elección?
Re-ponde.
Y continuando en seguida sin dej ir ha-
blar á la Gibosa , Cefísa añadió com voz
jecidos por las lágrimas, se fijaron en su br ve y sacudida
horrUana con una espresion de ternura
melancólica.
— Hermana, tengo lo que necesitamos,
'tlijo Gefisa con voz breve á la vez; en es-
ta cesta está el fin d* nuestras miserias.
y enseñando después á la Gibosa los
objetos que habia puesto sobre los ladri-
llos, añadió:
— Por la prin>era vezdeími vida... he...
robado. He tenido vergüenza y miedo ...
Positivamente no me ha hecho Dios para
ladrona, ni aun para cosa peo^. ¡ Lnsfima
es! anadió comentando á reirse sardóni-
camente.
Hubo algunos momentos de silencio, y
^ijo después la Gibosa á su hermana con
acento lastimero.
— Cefisa... mi buena Cefisa... ¿quieres
■pues absolutamente morir?
— ¿Cómo hemos de poder vacilar? res-
pondió Cefisa con voz firme. Vamos, her-
mana mia, hagamos, si quieres, otra Vez
mi cuenta: aun cuando pudiese olvidar
tui oprobio y los desprecios 'de '^atitiago al
tiempo de morir, ¿qué me queda? Dos
par ^os solamente; el primero hacerme
de i.nevomuger honrada y trabajar: ¡Pues
bien ! yí« sabes quej, á pesar de mi buena
Volimtad , nos faltará muy á nienudo el
tlrabajo como nos falta {^ace algunos dias,
Por otra parte ¿de qué sirve discu-
tir? Estoy resuelta, y nada en este
mundo me impedirá el morir, püesloque
tú.... tú.... mi querida hermana, solo
has podido lograr una dilación de algunos
dias, esperando que nos dispensaría de ese
trabaji> el cólera.... Por darte gusto, con-
siento en ello.... llega el cólera..., mata
á todos en esta casa... y nos dt-ja á noso-
tras... Ya ves que es mejor hacer uno m¡^-
mo sus negocios, afiadió sonriendose de
nuevo sardónicamente, y después conti-
nuó: Y á mas, hí que hablas, pobre her-
mana mia... tienes tanta gana como yo....
de concluir... la vida.
— Es verdad, Cefisa. respondió la Gi-
bosa que parecia agoviada; pero..., sola...
no rc.-poiide una sino por si misma.... y
me parece que morir contigo, añadió es-
tremeciéndose, es ser cómplice de fif
muerte.
—¿Te gu«taría mas concluir lií por un
lado.... y yo por el otro?.... Sería cosa
mUy alegre.... dijo Cefisa , mostrando ert
un momento tan terrible aquella especia
de ironía amarga , desesperada , mas fre-
cuente délo que se cree en medio de preo-
cupaciones mortales.
— ¡Oh no... no! dijo la Gibosa: no so*
la.... ¡oh ! YO no quiero morir soU.
30"
140 ALBim
— Pues ya lo ves, (¡lUTiJa lnrniana....
tenemos razón en no separarnos y sin
embargo, anadió Ceíisa con voz conmo-
vida, se n>e despedazj á veces el corazón
cuando pienso que quier'.'S marir cotno
yo....
— ¡Egoísta! dij) la Gibosa , sonriondo
con aire lacerado; ;qiié mas motivos ten-
go yo que tú para amar la vi.la? ¿f|ué
vacio dejaré después de mi muerte?
— ¡Pero tú, hermana inia, tú eresuna
pobre mártir! Hablan los curas de las san-
tas, ¿poro hay una sola que valiza lo que
tú vales? y quieres no obstante morir co-
mo yo.... que lie sido siempre t)cios¿)....
siempre tan descuidada.... siempre tan
culpable.... como tú has sido laboriosa y
afectuosa para cuantcssiifrian. ¿Qu-óquie-
res que le diga? Hso es la pura verdad...
tú. un ángel en la tierra vas á norir
tan desesperada como yo que estoy en
el grado mas ínfimo de degradación á que
puede llegar una muger, añadid la des-
graciada bajando l(<s ojos.
— Es cosa estraña , dijo la Gibosa pen-
sativa. Hemos partido del mismo princi-
pio, hemos seguido vias opuestas y
llegamos al mismo punto.... al fastidio de
la vida.... Para tí, pobre hermana rnia ,
tan bella, tan animosa, tan loca de place-
res y de alegría pocos días hace, la vida
€S en este momento tan penosa como pa-
ra mi, triste é infeliz criatura.... Aíiádase
que he cumplido hasta el cabo lo que con-
sideraba yo como un deber; añadióla Gi-
bosa con dulzura. Agrícol está casado
lio tiene ncsidadde mi, ama, es amado...
es cierta su ventura A la señorita de
Cardüvillenada !e queda que desear. Her-
mosa, rica, ít'liz, he hecho por ella cuan-
to podía hacec una criatura de mi espe-
cie...:. Cuantos han tenido bondades para
conmigo son felices ¿pues qué me
importa ahora el irme á di^^scansar?
; r.stoy tan cansada !
— 1 Pobre hermana! dijo Cefisa con una
conmoción tierna, que dilató sus facciones
contraídas: cuando p'enso (|ue sin adver-
tirme y á pesar do Id resulucicn de no vol-
ver jamás é casa de aquella señorita, lii
protectora, has tenidt» énimo para arras-
trarte, muricodo de fatiga y de cansancio
liasta su casa.... si, muriendo piusto
que te faltaron las fuer¿as en los campos
tlise<is.
— Y cuando pude al fin llegar al hotel
de la señorita de Cardoville, estaba por
desgracia ausente.... ] i»h ! ; por ^rdndísi-
ma desgracia! repitió la Gibusa mirando
3 Ceí¡>a con dolor, por.jue el día siguiente
viendo (jue nos faltaba el último recurso.....
pensando aun mas en mi qtie en tí, (jue-
riendo, de cualijuier modo que fuese, ga-
nar pan
No pudo concluir la Gibosa, y se cubrió
ia cara con las dos manos estremecién-
dose.
— ¡Pues bien! Fui á venderme como
otras muchas desgraciadas cuando le< fal-
ta el pan ó es insuficiente lo que ganan..,
y no aprieta demasiado el hambre... aña-
dió Ceíisa con voz sacudida : solamente en
lugar de vivir de mi oprobio como ^iven
tantas, yo muero de él.
— j Ay ! Ce(¡!ia,ese terrible oprobio, de
que le estás muriendo porque tienes pun-
donor... no lo hubieras conocido si hutiití-
se podido ver yo á la señorita de Cardovi-
lle ó si hubiese respondido á la carta que
pedí permiso para escribirle en la garita
del portero. . pero su silencio me prueba
que está justamente ofendida de mi brus-
ca salida de su casa... lo concibo... ha de»
bido atribuirlo á una negra ingratitud
>>i... porque para que no me haya respon-
dido, iw cesario es (|UP esté muy ofendi-
da... y tiene derecho á estarlo Así es
que no me he atrevido á escribirle otra
vez... Hubiera sido inútil, estoy persuadi-
da... porque buena y equitativa cual es...
irohtjsa ¡no"xirabIemftit « qi/icn no ciee
nuTi'fi'dor.,. y ««lemas de ♦•si»... ¿<le qué
hiilM«;ra servi<l..?...era demasiado tarde,.,
eslahas resm-Ita a coiicluir...
— ¡Ohl mny resuella... porque me raía
el corazón mi infamia... y lia mnertuSan
1ia«»o en mis brazos despreeiámloino y
le amat)a yo... ¿ent^iendes? añadió Cefisa
•con una exaltación aiia^^ionmla ; le awaha
yo conm no se ania sino una sola vez en
la vida.
— ¡Cúmplase pues nuestra ¡.uerle'
•dijo la Gibosa |)ensativa.
— Y la causa de tu sHiiila de casa de la
señorita de Cirdoville, no tue la luisdicho
jamás... repücü Cefisa , después de algu-
nos mome.'itos de silencio.
— Kse ser.í el únice secreto que me He
Taré conmigo mi buena Cefisa, dijo la Gi-
ibosa bajando los ojos.
Y pensaba con una alegría amarga que
■pronto se veria libre de aipiel temor que
feabia envenenado todos los unimos dias de
su existencia.
Hallarse cara á cara con 'Agricot... sa-
bedor ya del ridículo amor que le tenia. ^.
Porque, necesario es decirlo, aquel amor
fatal, dese^perad,) , era una de las causas
del suicidio de aij'.jeüa infeliz Después
de la desaparición del diario, creía que el
lierrero conocía el triste secreto de aque-
llas doloro^as páginas: aunque no dudaba
de ¡a generosidad y del buen corazón de
Agricol, desconfiaba tanto de sí misma ,
tenia tanta vergue n/a de aquella pasión ,
(astiz noble y pura por larito) que en la
esftremidad á que se hallaban reducidas
ella y Cefisa , faltándoles el pan y el tra-
bajo para ganarlo, ningún poder humano
hubiera 'podido decidirla á arrostrar las
miradas de Agricol.,. para pedirle ausilio
y compasión.
Sin duda hubiera mirado la Gibosa ba-
jo otro aspecto su situación, si no hubiese
estado turbada su espíritu por aquella es-
pecie de vértigo que sietilená menudo los
caracteres mas firmes, cíiando sale de sus
límites la desgracia que los persigue: pero
la miseria, pero el hambre, pero la in-
fluencia, por decirlo a^i contagiosa en se-
mejante ocurrencia , de las ideas de mií-
cidio de Cefisa : pero el cansanoi» de una
vida sometida tanto tiempo nada a! dolor
y á las mortificaciones, di< ron el úliimo
gídpe á la razón de la pobre Gibosa : des-
pués de haber lucliado largo tiempo con-
tra el funesto designio de su hermana, la
pobre criatura, agoviada, anonadada, con-
siufiü al fin en seguir la suerte de C«fi-a
esperando al menos con la muerte el fin
de sus males.
— ¿ Kn (]ué piensas pues, hermana? di-
jo Ctfisa, admirada del largo silencio de
la Gibosa,
Estremecióse esta y respondió:
— Pienso en el motivo que me hizo sa-
lir tan repentinamente <]e casa de la sefio-
rila de Cardoville y pasar á sus ojos p'-r
una ingrata.... | En fin, quiera Dios que
esa fatalidad que me ha espulsado de su
casa no haya hecho otras víctimas que no-
sotras dos 1 ] Quiera Dios que mi apasio-
nada ternuia, por oscura é ínfima que fue-
se, no le haga falta jamás á la (jue alargó
su noble mano á la jornalera y I) llamó su
h(rmana\... ¡Quiera Dios que ella *iea f.--
lizl ¡oh! ¡siempre feliz! dijo la Gibosa
jimtando las manos con el ardor de una
invocación sincera.
¡ — Kso es eosa muy hermosa her-
mana semejante voto en e.ste mo-
mento , dijo Cefija.
— ¡Oh! es lo que estás oyendo, dijo
con viveza la Gibosa; anjaba yo, admi-
raba aquella maravilla de ingenio, de co-
razón y de belleza ideal con un piadoso
respeto, porque jamas se ha revelado el
poder de Dios en una obra mas adorable
y mas pura al menos habrá sido para
eWa uno de mis últimos pensamientos.
ll'2 ALBUn
— Sí: habrás amado y reípi'laílo é lu
'-generosa htenhi'cliora..... hasta el fin
— Sí, hasta el (íii, (hj'i la Gihosa , des-
pués de un curto silencio: es verdad
tienes razón. .^.. pronto dentro de un
ifislante estará todo concluiílo... Mira
ton qué tran(|uilidad e>tanios halilando
de lo (]iie tanto e>pantu chci<i1 á otros.
— Hermana , estafóos tranquilas, por-
que eslamn.s dccídi<ias.
— ¡Unn deddida>! diji>la Oibo«a dando
de nuevo á Cilisa una mirada ldr¿:a y pe
tietrante.
— Olí, sí.... ¡Quiera Dios (jue lo estos
tanto c^imo yoj
— Tranquilízate: si do dia en dia retar
daba yo el instante faTal. respondió la Gi-
bosa , era porque quería dejarte tiempo
para refloe.sionar enello^..pero en cuanto
à mí
No dijo mas la Gibosa , pero hizo una
tncluiacion de cabeza con una tristeza de
«esperada.
— Put-s bien, hermana abracémo-
nos dij>> Cefisa , \ aniuio.
Levantándose la Gibosa, se arrojó á los
brazos de su hermana.
Estuvieron largo tiempo abrazadas.
Hwbo alginios monientos de un silen-
cio profundo, solemne, interrumpido so-
ianiente por l<>s Síil!< z<>s de la-> dos her-
manas, purqiie entonces se pu>ieron am-
bas á llorar.
— ¡Oh Dios mió I díj > (]( fia , amarse
así y separarse para hi<'mpre..t.. es
cosa cruel sin emhaigo
— jSepariirset esclainu la Gibosa, y su
pálido y suave roslro in(uuiado de lágri-
mas resplandeció >i'ihitameiitecon una es-
peranza divina. S<*par;jrse, ¡oh no, no!
Lo que me Irainiuiliza tanto, ¿sabes? e>
el senlir aqui , en lo j)rorwniio del cora-
ion una aspiración uroíurula, secura, há-
■cia aquel mundo mejor, en donde nos
«guarda una vida también m<'j<^r. Dios...
tan grande, tan clemente, fan pródigo y
tant>u<'no, no ha «{uerido que sus cein-
turas fuesen despraciadas por siempre;
pero ai^untts hombres egoístas, dando un
sentido falso á su ubra. reducen á sus her-
manos á la mist-ria y á la desesperación.
Cofnpadezranioslos á esos malvndos, v de-
jémoslos V*n allá arriba, heroíana...
Aili no son nada los hombres Dios es
el 'tínico (jiii' reina Ven allá arriba^
h'rmana... esti una mejor allí... Vft.nos
¡«ronfo qui' se fiare larde.
Dirifiido i'vto, mn.-tr.) la Gibosa las vrs-
Inmbrí's rojizas drl poniente, qlie comen-
■/."Unn á purpurar los cristales de a ven-
tina.
Ofisa, arrastrada por la exaltación re-
ligiosa do su hermana, cuyas facciones
trasfiguradas, por decirlo asi, con la es-
peranza de una libertad próxima, brilla-
ban suavemente coloradas por los rayos
del sol (jutí se ponia; Cefisa cojio jas dos
manos de su hermana y mirándola con
un profundo enlernecimiento, esclamó:
— jOli hermana, (jue hermosa estas asít
— Un poco larde me llega la beldad:
dijo la Gibosa sonriendo con tristeza.
— No, hermana, porque me pareces
tan feliz que los líllimos escrúpulos
que me quedaban aun por tí, desapare-
cieron entiMamenfi'.
— Vauív's: despachemos: dijo la Gibosa
á su hermana, moslr.'.ndole la estufilla.
* — Tranquilízate, heimana.;... no será
cosa larga : d j > Ci-fi-a.
Y fué á coji'r la estufilla llena de car-
bon que hattía dejado en un rincón de la
boardilla; y la llevó al medio de aquel
pequcfio cu-irlo.
— ¿Sabes lií coino se compone....»
eso? le dijo la Gibosa a(íerc<:nduse.
— ¡Olí Dios mío!... Es cosa muy sim-
ple... respondió Ceíisa, se cierra la puer
ta la ventana y se enciende el
carbón.
ALBCH
—Si, huítmana... jîero creo haher oido
*iàedr que se han de lapar con stímo cui-
dado todos las agujeros para que ho pue-
da entrar aire ninguno.
— Times razón... y precíisamcnte cier-
ra tan mal esta puerta....
— ¿Y el tejado?.... ¿Ves esas grietas?
— ¿Cófno haremos.... hermana?
—Estoy pensando.... dijo la tiibosa, la
paja de nuestro jergón , bien retorcida ,
nos servirá para eso.
• — Sin duda, dijo Cefisa* guardaremos
algo psra encender el carbón y con lo dé-
nias haremos tapones para las grietas del
tejado, y rodetes para la puerta y la ven-
tana....
Sonriendo después con una if-onia amar
ga, frecuente (lo repelimos) en semejantes
casos, anadió Cefisa ":
— Pues di, { hermana I.... j rodetes en
la puerta y en la ventana para intercep-
tar el aire!... ¡(|ue luju! somos delicadas
Como la gente rica.
^'^Rn este momento bien podemos po-
nernos... un poco holgadamente, dijo la
Gibosa tratando de ciíancearse como la
reina Bacanal.
Y las dos hermanas, con una increíble
serenidad de espíritu, comenzaron á re-
torcer la paja haciendo una especie de ro-
detes bastante delgados para poderlos po'
ner entre las tablas de la puerta y las del
entarimado: después hicieron una especie
de tapones gruesos para cubrir los agu-
jeros del tejado.
Mientras duró aquella ocupación sinies-
tra, no se desmintió ni un solo instante la
trantiuila y silenciosa resignacioii deaque
\Us dos infelices. •
XVII.
EL SUICIDIO.
Cefisa y la Gibosa continuaban con cal
ma los preparativos de su ntuerte.
j Ay Î I cuántas pobres muchachas, co-
mo «saa dos hermanas p bao sido y serán
143
»uti fatalmente arrastradas á buscar CR el
suicidio un refugio contra la desespera-*
cioh, contra la infamia, ó contra una exis-
tertcia demasiado miserable I
V no puede menos de suceder eso
y recaerá sobre la sociedad la responsa-
bilidad de esas muertes desesperadas,
niientras tantos miliares de criaturas hu-
manas, no puíiierido vivir malerialmenU
con el in>ultanfe y escaso salario <uie se
les dá, se vean precisadas á optar entre
estos tres abismos do malt's , de oprobios
y de dolores.
Una vida de trabajo servante y de pri-
vaciones mortales, causas de una muerte
prematura.
La prostitución, que mata también^ pera
lentamente^ con los dcsprecioa, con las bru-
ta idades, con enfermedades inmundas.
El suicidio.... que mata al Ínstame.
Cefisa y la Gibosa personificaban esas-
dos fracciones de la clase trabajadora entre
las mugeres.
Asi como la Gibosa , alguna de entre
ellas, juiciosas^ perseverantes Juchan encr-
jicamente con una admirable constan-
cia contra las malas tentaciones, contra
las fatigas de un trabajo superior á sus
fuerzas ,. contra una horrorosa miseria;*..
Humildes, dulces, resignadas, andan.....
esas buenas y animosas criaturas, andan
mientras pueden andar, aunque son muf
di^biles, endebles i muy llenas de dolo-
res.... porque siempre tienen hambre y
frío, y casi nunca reposo, aire y sol.
Andan valerosanjente hasta el fin
hasta que, debilitadas por un frabaj.' ec-
sajerado, minadas por una pobreza ho-
micida.... les van á faltar las fuerzas
Entonces, heridas casi siempre de enfer-
medades de estenuacion, el mayor nú-
mero vá á apagarse dolomsamente en el
hospital y á servir para las esperiencias
de anatomía en los anfiíealro»!,.,. esplo-
tadas durante su vida^^... esploladas des-
37 ••
1-ii ALItrB
pues de muertas siomprp útiles à los
vivos....
¡Pobres mngeres.... sanias mñrlires!
Las otras, menos sufridas, enrienden
un brasero de carbón; y viuy criisadaf,
como decia la tiibosa, ¡oh! muy cunsadiis
de esta vida pálida , sombría , sin alegría
ni recuerdos, ni esperanzas, de>(-an>an
al'fin.... se duermen en la eternidad sin
pensar en maldecir un mundo que no Íes
deja sino ia obcion de suicidio.
Si, la obcion del suicidio... porque, de-
jando aparte los oficios, cuya mortal in-
salubri<iad diezma periódicamente las cla-
ses trabajadoras, la miseria mata como
la asfixia en un tiempo dado.
Por el contrario, otras mugeres dota-
das como Cefisa de una organización ar-
diente y vivaz, de una sangre caliente y
vigorosa, de apetitos fuertes, no pueden
resignarse á vivar con un salario que no
les permite ni aun el comer á medida de
sa hambre. En cuanto á algunas distrac-
ciones, por modestas que sean, algunos
vestidos, no e'egantes, sino limpios, ne-
cesidades tan imperiosas como el hambre
en la mayor parte de las mugeres, no hay
que pensar en ello...
¿Qué sucede?
Preséntase un amante y le habla á una
pobre muchacha de fiestas, de bailes, de
paseos en el campo; á una muchacha que
palpita de juventud de los pies á la cabe-
za, y está clavada en una silla diez y ocho
horas al dia.... en algún tabuquito som>
brio é infecto; habla el tentador de ves-
tidos nuevos y elegantes, cuando el pobre
vestido que cubre el cuerpo de la desgra-
ciada jornalera puede apenas defenderla
del frió.... habla el tentador de manjares
delicados.... y el pan que devora la infe-
liz es insuficiente para satisfacer su ape-
tito de diez y siete aiios....
Entonces, cede á esas ofertas irresisti
bles para ella.
Y llegan pronto la infidelidad, elaíl).m-
dono del tmanle; p» ro >e lia coiitraido
ya el liábilode la ociosidad, y ha ido cre-
ciendo el licrror de la mi.teria á medida
que se hacia mas refinada la ecsístencia':
no ba>>laría ya el trabajo, por incesante
que fuese, á los g«stos »eo;«tuinbrados....
entonces por debilidad, por miedo.... por
indolencia bajan un escdlon uta> en
el vicio, y caen al fin en lo mas profundo
del oprobio, y a^i ct.mo decia C»fi»a , las
unas viven de la infamia. .. las olrasmue-
ren de ella.
¿Mueren como Cefi-a? Mas dignas son
de compasión que de vituperio.
¿No pierde la sociedad el derecho de
vituperar, desde el instante en que toda
criatura humana, laboriosa en un prin-
cipio y honrada, no ha podido hallar '(no
nos cansamos de decirlo) en cambio de su
asiduo trabajo, un alfjamienlo sano, ves-
tidos abrigados, alimentos suficíi'ntes, al-
gunos dias de descanso y algunos medios
para estudiar, para instruirse, pues que
se les debe á todos asi el pan del alma
como el pan del cuerpo , en cambio de su
trabajo y de su probidad?
Si ; una sociedad egoisla , una sociedad
madrastra es responsable de tantos vicios
y de tantas malas acciones cuya primera
y única causa ha sido :
La imposibilidad material de vivir sin
pecar.
Si, lo repetimos, hay un número es-
pantoso de mujeres que no tienen sino la
elección entre :
Una miseria homicida....
La prostitución....
El suicidio....
Y eso (digámoslo aun para que al fio
nos entiendan) porque su salario es insufi*
cíente, insultante y no porque sean
generalmente sus amos duros é injustos,
sino porque, como padecen ellos mismos
también, por las continuas recciones de
ALBUai.
195
Hína cotTipef encía anárquica; como se ven
abrunriados bajaelpeso de una feudalidad
industrial implacable (estado de cosas que
mantiene, que impone la inercia, el in-
terés ó la mala voluntad de los que go-
biernan), se ven forzados á disminuir cada
día los salarios para evitar una ruina com
pleta.
¿Y son algunas veces aliviados tantos
infortunios deplorables con una esperanza,
aunque lejana, de un mejor porvenir?
4Ay I no se atreve uno á creerlo.
Supongamos que un hombre sincero,
s\n acrimonia f sin pasión, sin amargura,
sin violencia , pero con el corazón doloro-
samente afligido con tantas miserias, vi
niese sencillamente á ponerles esla cues-
tión á nuestros legisladoies:
«Resulta de los hechos palent^'S, com-
« probados, irrecusables, que millares de
« mugeres en Paris se ven forzadas á vi
« vir con CINCO francos á lo mas á la se
«mana oídlo bien; cinco francos á
« la semana... para aposentarse, vestirse,
«calentarse y alimentarse. Y muchas de
«esas pobres mugeres son viudas y tienen I
« hijos. No har<^, como se dice ordinaria-
« mente, frasse, pero os conjuro que pen-
« seis en vuestras hijas, vuestras herma-
wnas, vuestras esposas y vuestras ma-
« dres Como ellas, sin embargo, esos
« millares de mugeres condenadas á una
«suerte horrorosa, y por consiguiente des
« moralizadora, son madres, hijas, her-
« manas y esposas. Os lo pregunto en nom-
«bre d- la caridad, en nombre del buen
«sentido, en nombre del interés de todos,
«en nombre de la dignidad humana, ¿es
«tolerante semejante estado de cosas, que
« por otra parte se va agravando cada día?
«¿es posible? ¿lo sufriréis sobre todo si
«pensais en los espantosos males, en los
««nnumerab'.es vicios que engendra seme
«jante mist^ria?»
¿Qué hariao en tal caso nuestros legis-
ladores?
Sin duda responderían dolorosamente
afligidos de su impotencia (como se debe
creer ) :
« i Nada podemos hacer nosotros I »
De todo estose deduce una moral sim-
ple, una conclusion fácil y al alcance de
todos... sobre todo de los (|ue p»decen...
y esto<, sí)mamenle numerosos con-
cluyen á menudo...... concluyen mucho y
á su modo y esf)eran.
Asi llegará acaso un dia en que la so-
ciediíd «enlirá amargamente el haber ¿ido
tan indolente: entonces los felices de este
mundo habrán de pedir cuentas horribles
á los hombres que en la actualidad nus
gobiernan, porque hubieran podido sin
crisis, ni violencias, ni perturbaciones,
asegurar el bienestar del trabajador y la
tranquilidad del rico.
Y mientras no haya una solución , sea
cual sea, de esas cuestiones tan dolorosas
que interesan el porvenir de 1^ sociedad...
del mundo acaso, muchas infelices cria-
turas Como la Gibosa , como Cefisa, mo-
rirán de miseria y de desesperación.
En pocos instantes acabaron las dos her-
manas de hacer con la paja de su cama
los rodetes y los tripones destinados a in-
tercepiar el aire y asegurar mas e! efecto
de la a'-íixía, asi como su rapidez.
La Gibosa dijo á su hermana :
— Tú que eres mas alta , Cefisa , cui-
darás del lecho; yo de la puerta y de la
ventana.
— No tengas cuidado, hermana... con-
cluiré antes que lú, respondió Cefisa.
Y comenzaron las dos jóvenes á inter-
ceptar CoD el mayor cuidado todos los aires
colados que ha»ta entonces silvaban en la
boa'dilla medio arruinada.
Cefisa, gracias á su alta estatura, tapó
herméticamente todas las grietas del tedio.
Concluido aquel Inste quehacer, fue
ron ambas hermanas una junto á otra,
se miraroD sileociosameote.
146
ALBoa;
A^rercábíse^l momento falal; sas fiso-
nomías, aunque siempre tranquilas, pa-
recían lijeraincnte anim;i(ias por aquella
supérese] I ación estraoniinaria que acum-
palia sieTiipre los »tiicidios d>/M«s.
— Ahora... dijo la Gibosa... pronto, la
-estuñl!a..>.
Y se arrodilló ante laestufiíla llena de
carbón; pero Cefi-.a. asiendo á su lierma-
na por debajo del sobaco, la abligó á le-
vantarse, diciéndule:
— Dígame rncender el fuego...,, á mi
me corresponde eso..».
—Pero. Cefisa....
— Ya sabes, p -bre bermana, cuanto
dolor de cabeza tv da el olor del carbón
de piedra.
A esa sencillez (porque hablaba sería-
mente la leina Bacanal), no pudieron me-
nos de sonreírse tristemente las dos her-
manas.
— Poco importa, replicó Ofisa ; ¿de
qi)e sirve el darte un padecimiento
mas.... y antes?
Enseñando desptt?<i á su hermana el
{(prgon que aun tenia alguna paja, te dijo
Ceíisa.
— Acuéstate ahí, queridita hermana...
cuando esté encendida la eslufíila , iré á
sentarme junto á tí.
— No tardes mucho.... Cefisa.
— En cuatro minutos... . e3tará con-
cluido.
La parte del ediHcio que daba á la ca-
lle estaba separada de la parte en que esta
ba la habitación de las dos hermanas p(»r
un patio estrecho, y dominaba tanto la
printera á la segunda , que asi que desa ■
pareció el sol detras de lo aito de la casa,
se puso bastante osaira la boardilla: la
Juz débil de la ventana con sus cristales
'Opacos^ á fuerza de estar sucios, alum-
braba un poco el viejo marre^pn de cua-
dros acules y blancos en el que e.-«taba
medio acoalada la Giboi^ , cubierta coa
un Vé>ti(fo andrajoso: reclinátidose en*
tonces en el brazo izquierdo, con la bar-
ba apoyada en la palma de la mano, se
puso á mirar á su hermana con una es-
presion desgarradora.
Cefisa, arrodillada ante la estufilla, con
el rostro inclinado hacia el negro carbón
á través del cual comenzaban ya á chis-'
porrotear por diversas parles algunas lla-
mas azuladas.... Cefísa soplaba con fuer-
r^ unas pocas brasas encendidas que lan*
?iban aJ rustro pálido de aquella iriucha-
clia reflejos ardientes.
Kra profundo el silencio ...
N<» se oía mas ruido que el del soplo
jadeante de Cefísa..^. y á veces el lijero
chisporroteo del carbón que, comenzando
ya á encenderse, despedía un olor nau-
seabundo y propio á escitar vómitos; se
levantó, y acercándose á su hermana , la
dijo:
— Ya está hecho....
— Hermana mia, respondió la Gibosa
poniéndose de roilillas delante delgergon,
mientras estaba aun enpiéCefi>a; ¿cómo
debemos coloi-arno.'»? Yo quisiera estar
muy cerca de It hasta el fín....
—Espera.... dijo Cefisa ejecutando los
mivioiientos á medida que los iba indi-
cando: voy á sentarme en la cabecera del
gergon , apoyando en la pared las espal-
das; ahora, hermanila, ven.... acuéstate
aquí ¡bueno! apoya tu cabeza sobre
mis rodillas.... y dame la mano... ¿Estas
bien asi?
— '-^i ; pero no puedo verte....
— Mas vale eso...i parece que hay un
instante... muy corto á la verdad, en (|ue
se padece mucho, y.... añadió C»fi<a con
voz conmovida, mejor es no vernos pade-
cer.
— Tienes razón, Cefisa.
— I)éjame besar por a ú'tima vez tus
hermosos cabellos , dijo Ccíj^a apretando
SUS labios contra la suave madeja que co-
roñaba el rostro pálido y melancólico de
ia Gibosa ; y luego después eslareinos muy
quietas....
— Hermana.... tu mano.... dijo la Gi-
bosa : por la úllinia vez.... tu mano.... y
después, como dices.... no nos meneare-
mos ya... y después no esperaremos mju-
cho tiempo.... porque, según creo.... co
mienzo ya á aturdirme ¿y tu herma-
na?....
— ¿Yo?... aun no... dijo Cefi>a ; yo no
advierto.... sino el olor del carboti.
— ¿No prevés tú en que cen»eiiterio...
nos enterrarán? dijo la Gibosa después de
111) rato de silencio.
— No; ¿porque me haces esta pregunta?
— Porque prefeniía el <Jeí i\ Lachai-
se... Fui allí una vez con Agricol y su
madre... ¡Qué hermoso golpe de vistal.».
For todas partes árboles... flores... már-
moles..... ¿Sabes que los muertos tienen
mejor habitación.... que los vivos..» y...?
— ¿Qué tienes, hermana? dijo C< lisa á
la Gibosa quien se habla interrumpido
después de haber hablado con mucha len-
titud.
— Tengo... como vértigos... me zum-
ban las sienes... respondió la Gibosa... ¿y
tú como estás?
— Yo comienzo solamente á hallarme
un poco aturdida: es cosa singular que
en mí.... el efecto es mas lentoque en tí.
— ¡Oh I es porque yo... respondió la
Gibo.sa tratíindo de sonreírse, he sido
Siempre.... tan precoz... ¿te acuerdas?...
en la escuela de las monjas... decían que
estaba yo... siempre mas adelantaba que
las otras.... lo mismo me sucede ahora...
como ves...
—■Si pero espero alcanzarte dentro de
poco, dijo Cefisa.
Lo que parecía tan estrañoá las dos
hermanas era muy iqaiural, porqpe ja
reina Bacanal, aunque debilitada por los
pesares y la miseria, cQfno era (je uiía
147
constitución tan fuerte y tan robusta
cuafito era débil y delicada la de la Gibo-
sa, dtbia .senlir mucho mas tarde que su
hermana los efectos de la asfixia.
Hubo un instante de silencio, y Cefisa
lo interrumpió, poniendo la niano en la
frente de la Gibosa, cuya cabeza sostenían
siempre las rodillas.
— No me dices nada... hermana. Pa-
deces ¿no es verdad?
—No, dij ) ¡a Gibosa con voz debiüla-
da, me pesan los párpados como si fueran
de plomo.... me voy entorpeciendo.... y
advierto que hablo con mayor lenti-
lud.... pero no siento aun.... ningún do-
lor vivo.. . ¿Y tú hermana?
-- Mientras me estabas hablando he
sentido un vahído.... ahora me zumban
con mas fuerza las sienes.
— Como me zumbaban á mí hace po-
co.... creería uno que es mas díficil..,. y
mas doloroso que esto... el morir....
Hubo aun otro rato de silencio, y dijo
de repente la Gibosa á su hermana:
— ¿Crees que Agricol sentirá mucho
nii muerte? ¿Y qué pensará mucho
tiempo en mi?....
— ¿Cómo puedes preguntar semejante
cosa? respondió Cefisa en Iodo de repro-
che.
— Tienes raz'jn.... replicó blandamen-
te la Gibosa, en esa duda hay un malsen-
limienfo.... pero sí supieses....
— ¿Qiié.li^çpqana?
Vaciló |a (libóla ^por algunos instantes,
y después dijo agoviada :
—Nada.
Pero ailadió de nuevo :
— Por fortuna muero muy convencida,
que jamas tendrá necesidad de mí.... se
ha casado con una joven hechicera.... se
aman.... estqy persuadida.... que hará
ella.... su felicK^ad.
Al pronunciar estas últimas palabrasse
Ijabia debii^íafjk) cada vez njas.ei aceolc
38**
148
ALBUB.
de la Gibosa.... Estremecióse de ropcnteUus rfcflejjs rojizos sobre el grupo qneToT-
y dijo á su hermana con voz trémula, casi
temblando:
— Hermana mia.... apriétame bion....
en tus brazos.... ] oh !.... tengo miedo...
veo.... todo.... do azul oscuro y lodos
los objetos.... se revuelven al rededor de
mi....
Y la infeliz criatura, levantándose, un
poco, ocultó su rostro en el seno de su
hermana que estaba siempre sentada , y
la cojíó con sus débiles brazos.
— Animo hermana dijo Ccfisa
apretándola contra su seno y con voz que
también se iba debilitando.... pronto se
"vá á concluir....
Y añadió después Cefisa con aire me-
dio envidioso, medio espantado.
— ¿Porqué pues se ha desfallecido tan
pronto mi hermana?.... Aun conservo to-
dos mis sentidos y sufromenos queella...
i Oh I pero no durará esto.... si creyese
que ha de morir antes que yo.... irla á
poner la cara encima de la estufilla....
sí.... allá voy....
Al hacer Cefísa un movimiento para le-
vantarse, detúvola un pequeño agarrón
de su hermana.
— Padeces, infeliz muchacha dijo
CeBsa temblando....
— I Oh! si.... en este instante.... mu-
cho.... No te separes de mi.... te lo su-
plico....
— Y yo.... nada.... casi nada aun....
se dijo Ceûsa dando una mirada salvaje á
la estufilla. ¡Ahí si no obstante....
añadió con una sonrisa siniestra, comien-
zo á sofocarme.... y,... me parece.... que
s« vá á romper.... mi cabeza.
En efecto el pernicioso gas comenzaba
á llenar aquel cuarto, del que habia es-
pulsado ya todo aire respirable....
Se iba concluyendo el dia: se habia os-
curecido la boardilla, y la alumbraba la
rcverberacioD de la estufilla que despedía
maban las dos hermanas abrazadas.
Hizo de repente la Gibosa algunos lije-
ros movimientos convulsivos y pronunció
con voz apagada las palabras siguientes:
— Agrícol Mlle, de Cardoville
¡Oh! a.lios.... Agrícol.,,. yo.... te....
Murmuró después algunas otras pala-
bras ininteligibles: cesanjn sus movimien-
tos convulsivos, y sus brazos queenlazaban
ásu hermana cayeron inertes sobre elger-
gon.
— ^Hermana mial esclamó Ofisa asus-
tada , levantando taire sus manos la ca-
beza de la Gibosa para mirarla: tú ya....
hermana mia..,. ¿pero yo? ¿pero yo?
No estaba mas pálido que de ordinario
el suave rostro de la Gibosa; pero no mira-
ban á ninguna partesus ojos medio abier-
tos; apareció aun durante un instante una
semi-sonrisa llena de tristeza y de bondad
sobre sus labios amoratados, por entre
los cuales salia un soplo apenas percepti-
ble.... quedóse después inmóvil su boca ,
conservando su rostro una grande espre-
sion de serenidad.
— Pero no debes morir tú antes que
yo.... esclamó Cefisa con un acento des-
garrador llenando de besos las mejillas de
su hermaoa que se iban enfriando b^jo
sus labios. Hermana mia.... espérame...
espérame....
No respondió la Gibosa. Su cabeza que
dejó Cefisa un instante, cayó lentameotQ
en el gergon.
— I Dios mío! te lo juro, no es por mi
falta el no morir al mismo tiempo, escla*
mó Cefisa desesperada y arrodillada anle
el gergon en que estaba estendida su her-
mana.
— I Muerta I.... esclamó Cefisa espan-
tada : ahi está muerta.... antes que yo...
puede que sea.... porque soy mas fuer-
te.... ¡Ahí.... por fortuna.... yacomicn-
ALBVH.
1Í9
¡Eo.... como ella.... poco hace.... á ver...
un azul oscur. ¡Oh !.... estoy pade-
ciendo.... ¡qué dicha!.... ¡Oh!.... Me
falta el aire.... ¡Hermana! anadió echan-
do sus brazos al cuello de la Gibosa: aquí
estoy.... ya vengo.
Oyóse de repente un ruido de pasos y
de voces en la escalera.
Conservaba Cefisa bastante presencia
de espíritu para oir aquel ruido.
Estendida siempre encima del cuerpo
de su hermana, levantó la cabeza.
Acercóse cada vez mas el ruido y pres-
to se oyó una voz que esclamaba por de-
fuera junto 3 la puerta :
— ¡Gran Dios, que olor de carbón!
Y al mismo tiempo hicieron bambolear
las tablas de la puerta , mientras escla-
maba otra voz:
— ,¡ Abrid.... abridl....
— Van á entrar.... á salvarme á
mi.... y está muerta mi hermana.... ¡Oh!
no.... no tendré la vileza de sobreviviría.
Ese fué el último pensamiento de Ce
físa.
Empleando cuantas fuerzas le queda-
ban, corrió á la ventana y la abrió
al mismo tiempo casi que cedia la puerta
á un vigorosoempellon... La infelizcria-
tura se arrojó al patio de lo alto de aquel
tercer piso. En aquel mismo instante apa-
recieron en el umbral de la puerta la se-
ñorita Adriana y Agrícol.
A pesar del olor sofocante del carbón ,
Mlle.de Cardoville se precipitó en laboar
dilla , y viendo la estufilla esclamó:
— La pobre infeliz se ha dado la
muerte.
— No se ha arrojado por la ventana
esclamó Agrlcol, porque habia visto en el
instante en que se hacia pedazos la puerta,
desaparecer una forma humana por la ven
tana, á donde corrió él inmediatamente.
— jAhl jes cosa horrorosa! volvió á
escianaar de nuevo, y lanzando un grito
lastimero, se poso la mano ante los ojos y
se volvió pálido, aterrado, hacia MÜe. de
Cardoville.
Pero equivocándose en cuanto al moti-
vo de espanto de Agricul, Adriana, que
acababa de descubrirá la Gibosa en medio
de la oscuridad, re>pondió:
— No... ahí está.
É indicó al herrero e! pálido roslrr» de
la Gibosa tendida encima del gergon. Ar-
rodillóse junto á ella Adriana, y tomando
las manos de la pobre obrera, las ííallo he-
ladas... Poniéndole después la mano en el
corazón, no le sintió latir... Sin embargo
al cabo de un segundo, comoentraba mu-
chísimo aire por la puerta y la ventana,
que estaban abiertas, creyó Adriana ad-
vertir una pulsación casi imperceptible, y
esclamó:
— Aun late su corazón. ; Pronto, socor-
ro! ¡Corred! señor Agricol! Buscad au-
silios... Felizmente aquí tengo mi frasco.
— Sí, sí... socorro para ella... y para la
otra... si aun hay tiempo; dijo el herrero
desesperado precipitándose á la escalera y
dejando á Mlle, de Cardoville arrodillada
junto al gergon en que estaba tendida la
Gibosa.
XVIIL
LA CONFESIÓN.
Mientras duró la penosa escena que aca-
bamos de describir, una viva emoción ha-
bia aniaiado las facciones de .Mlle.de Car-
doville, pálida y debilitada por la tristeza;
sus megillas, tan puras y tan redondas po-
CJ antes, estaban ya ligeramente ahonda-
das, y un cerco de trasparente y claro azul
rodeaba sus grandes ojos negros, velados
tristemente en lugar de ser romo anterior-
mente, vivos y brillantes: sus hechiceros
labios, aunque contraidos por una doloro-
sa inquietud , habían conservado sin em-
bargo su encarnado .húmedo y suave.
Para cuidar con mayor facilidad de la
Gibosa, habia ehado Adriana á lo lejos su
m
Sombrero, y la suavr masa de su bella ma-
deja de cabellos ocu'taba cas» todo su ros-
tro inclinado h Jcia el ^erjion, jiinlo al cual
estaba arrodillada, teniemlo e*jlr sus de-
licadas manos de marfil las manos delga-
ditas de la pobre obrera , la cual había
vuelto completamente á ja vida algunos
minutos hacia, tanto por la saludable fres-
cura Jel aire, como por la actividad de las
sales <)e queestaba lleno el frasco de Adria
na. Por fi>rtiina el desmayo de la Gibosa
era antes bien producto de s'i emoción y
de su debilidad que de la acción de la 3'^-
fntia, p'>r(|ue la acción perniciosa del car-
bon no habia llegado aun al üitinio grado
de intensidad cuando cayó desmayada la
infeliz.
,\ntes de continuar la narración de esta
escena entre la jornalera y la patricia , se
hacen necesarias a'gunas palabras retros-
pectivas.
De>de la escena estraordinaria del lea-
tro de la puerta de San Martin, cuando
el principe Djalma.cnn peligro de su vida
se habia arrojado «obre una pantera negra
á los ojos de Mlle, de Cardoville, esperi-
mentó esta joven diversas y profundas im
presiones.
Olvidando sus celos y su humillación al
ver á Djalma á Djalma mostrándose á
los ojos de todos con una muger que pa-
recía tan poco digna de él , Adriana, des-
lumbrada por ia acción del príncipe caba-
llerosa V heroica á la vez , se liabia dicho
á sí mi'ma :
«No ob-itante odiosas apariencias, me
« ama bástanle Djalma para haber arros-
« Irado la muerte cju el único objeto de
a recoger mi ramillete. »
Pero en aquella jWen tan delicada de
alma, tan generosa de carácter, de un es-:
píritu tan justo y tan recto, la reflexion,,
el buen sentiilo habvaii de demostrar muy
pronto la vanidad de semejantes consue-
lo*, muy ina potentes, par-a cerrar. las.heri-
ALBl'M.
das de su amor y de su dignidad tan cruel'
mente lastimados.
— ¡ Cuántas veces, se decia Adriana, el
prmcipe Djalma ha arrostrado por puro
capricho y sin motivo un peligro semejan-*
te al que ha arrostrado para recojer mi
ramillete! y <iun...¿(|uién measeguraqiie
no lo ha hecho para ofrecerlo á la mu^^r
que estaba en su compaiiía?
E<-traordinariasacaíioá los ojos del mun-
do, pero ju'las y grandes á los oj"S de
i^io<i, |.i«; idvHS (|ue tenia Adriana s<dire el
■itnor, unidas a su ju^to orgullo, eran un
oi>siaculo insuperable para que pudiese
pensar jamás en suceder i aquella muger
(fuese ella quien fuese) de quien «I prínci-
pe había hecho públicamente alarde como
de 11(1 cortejo.
Y sin embargo esperimentaba Adriana,
sin atreverse casi á confesárselo á ai mis-
ma, unos celos de su rival tanto mas pe-
nosos, tanto mas humillantes, cuanto (ne-
nos digna le parecía aquella de podérsele
parantionar.
Otras veces, al contrario, á pesar de ja
conciencia que tenia do su propio mérito,
Mlle, «le Cardoville, recordando las hechi-
ceras facciones de Rosa Pompon , se pre-
.guntaba si el mal gusto, si los modales
poco convenienteáde aquella linda criatu-
ra resultaban de una desvergüenza precoz
y depravada ó de la ignorancia completa
de las costumbres: en esta última suposi-'
cion,e>a misma ignorancia, resultado aca-
so de un carácter candido, ingenuo, podía
tener mucho atractivo. Kn íin, si á ese
encanto y al de una beldad incontestable
se reunían un anior sincero y una alma
pura, puco importaba ia bajeza de Ja cu^
na , y la mala educación de aquella jo-
ven ; podía iuspirar á Djalma una pa>Joa
profunda.
Si vacilaba á vec(.>s Adriana , en consi--
derar, à pesar de apariencias tan fatales,
i Rosa jPomponconio á tina muger |>er-
ALBUM. 151
tjidi, ora porque, recordando lo que con- j abah'do. H ,iina, vencida pot aquella nup*
va ¡prueba de bondad , no pml.j ocultar
laban tantos viajeros de la elevacinn de
alma del príncipe, recordando sotire todo
la conversación ()ue habiaoido undia en-
tre él y Rodifi, no podia decidir.>e á creer
que ua íiombre dotado de un ingruio tan
elevado, de un corazón tan tierno, de una
;;lina tan poética, tan imaginativa, tan en-
tusiasta de lo ideal, fuese capaz di' amar
á una criatura depravada, vuiyar, y de
ninslrarse en público osadamente Cun
eüa... lin eso estaba el misterio que Adria-
na hacia vanos esfuerzos para penetrar.
Esas dolorosas dudas, esa curiosidad
crut'l alimentaba de nuevo ei ainor de
por mas tien^po la horrible traición deque
tanto tiempo hacia era ella cómplice. Pues-
to que la muerte la iba á libertar de la
ofliosa lirnnía de las gente? bajo cuyo yu-
g » habia vivido hastaentonces, podia re-
velar I todoi s¡! temor ninguno, á Adriana.
Así supo e>ta el incesante espionaje de
Florina y el motivo de la repentina desa-
parición de la (iibosa.
Con a juellas revelaciones sintió Adrir*.
na aumentarse aun su afecto y su tierna
compasión para con la pobre jornalera, y
. , st' dieron pt)r su orden los pasos mas ac-
Adr.ana, y se concebirá fac.lmonle su m- | ^,,„, j,,,^ descubrir las huellas de la po
curabledesesperacioureeonooiendoq.iela:|,re Gibosa; y aun tuvo otro resultad
indil'erencia y aun los desprecios mismos
de Djaíma no podían apagar aquel amor,
mas ardiente y mas apasionado (jue nun-
ca. Unas veces adoptando ciertas ideas de
fatalidad en amor, se decia que dehia es-
periinentar aquel amor, que lo merecía
Djalina, y que algún día, lo quií habia de
incomprensible en la conducta del prínci-
pe, se esplicana de un modo ventajoso
para él: otras veces, al contrario, aver-
gonzándose de escusar á Djalma , la con-
ciencia de esta debilidad era para ella un
remordimiento, un tormento de todos los
instantes: víclitima en fin de sus inaudi-
tos pesares, vivió desde entonces en una
profimda soledad.
Poco tiempo después estalló el cólera i jos, vio Adriana no solamente el loa bley
como un rayo. Kra demasiado desgracia^ ! pe,jgro,a deber de quitar la miscara á la
da Adriana, para tener ningún temor por; j.jj^^.resfa y i la codicia, sino también,
sí misma, pero se conmovió por los pade-j p„ ^3,^ .^y^ „^ ,g gj^^j^^^ ^^ ^^^^^^,^
cimientos del prójimo, y fué una de las y^^a generosa distracción al menos para
primeras que hicieron aquellas dádivas .g^s },orrorosos pesares,
cuantiosas, que pronto comenzaron á lie- De.de aquelinstanteisucedió á la triste y
gar abundantemente por todos lados con dolorosa apatía en que se consumía aque-
un sentimiento admirable de caridad. n^ joven, una actividad inquieta y febril.
Habiendo acometido súbitamente laepi- .Convocó al rededor suyo á todos los m iem-
demia á Florina, su señora, á pesar delí brot» de su familia que podían responder
peligro, quiso verla y animai su corazón , á su llamamiento, y-, como decia la nota
do
mas ifnportante la confesión de Florina,
porque Adriana, justamente alarmada de
las malvadas intrigas de Rodin, se acordó
de los proyectos formados cuando, cre-
yéndose amada, le descubrió el ¡n-tinlode
su amor los peligros que corrían Djalina
y los otros miembros de la familia de Re-
nepont. Jimtar á todos los de su raza,
reunirlos contra el enemigo común , tal
fué el pensamiento de Adriana después de
las revelaciones de Florina : este pensa-
miento, consideró ella como un deber el
llevarlo á efecto: en aquella Incha contra
enemigos tan peligrosos, tan poderosos co-
mo el padre Rodin , el padre d'Aígrígny ,
la princesa de Saint Dizier y sus prohija-
152
ai.bui.
secreta entregada al padre d'Aigrigny.
pronto llegó á ser el hotel de Cardoville
e\ foco de diligencias activas, incesantes,
d centro de reuniones frecuentes <ie fa-
milia, en dunde se discutian con sutna vi-
veza ios medios de ataípie y de defensa.
Perfectantente exacta en cuanto decía
la Dota secreta de (lue ya se ha hablado(y
aun la indicación siguiente no aparecía en
ella sino como cosa dudosa ) la nota se-
creta, decimos, suponía (|ue Mlle, de Car
doville había tenido un abocamiento con
Djalma : era falso eso. iMas adelante se
sabrá cual es el motivo que pudo dar cré-
dito i semejante suposición; pero lejos
de eso, apenas hallaba Mlle de Cardovi-
lle en la preocupación de los grandes in-
teresesde familia de que ya hemos habla-
do, una distracción pasagera al funesto
amor que la minaba sordamente, y que se
echaba ella en cara con tanta amargura.
La mailaña misma del diaenque Adria
na, conociendo al fin la morada de la Gi-
bosa, venia á libertarla tan milagrosa-
mente de la muerte, se hallaba en aquel
momento en el hotel de Cardoville, Agri-
col Baudoin para tratar del negocio de
Mr. Hardy, y suplicó á Adriana que le
permitiese acompañarla á la calle de Cío-
vis, á la cual se encaminaron ambos en
efecto con suma prisa.
Así es que, otra vez aun ( ¡ noble es-
pectáculo! ¡símbolo tierno!...) Mlle, de
Cardoville y la Gibosa, estremidades am-
bas de la cadena social, se tocaban y se
confundían en una igualdad enternecedo-
ra... porque la jornalera y la patricia va-
lían tanto la una como la otra por su en-
tendimiento, por su alma y por su cora-
zón valían tanto la una como la otra
porque era aquella un ideal de gracia, de
riqueza y de beldad y esta un ideal de
resignación y de no merecida desgracia.
I Ay 1 ¿no tiene también su auréola la des
gracia soportada con aliento y dignidad?
Tendida en el gergon la Gibosa , pare-
cía tan débil, que, aim cuando Agricolno
hubiese estado ocupado en el piso llano
de la casa con Cefisa que estaba espiran-
do en una agonía horrorosa, hubiera es-
perado algún tiempo aun Mlle, de Cardo-
ville antes de aconsejar á la liibosa que
se levantase y bajase á ponerse en el co-
che.
Gracias á la serenidad de rspíriln y á
unacompasivamentira de Adiiana, estaba
persuadida la Gibosa qtie habían podido
llevar á su hermana á uno de los mas
próximi'S hospitales provisioiiíles, en don-
de se le piodigaban todas las aten<*iones
necesarias, que según parecia, habían de
tener el mejor écsíto. Como las facultades
de la Gibosa no iban saliendo de su en-
torpecimiento , sino poco á poco, por de-
cirlo asihabía aceptado desde el principio
esta fábula sin ninguna sospecha, igno-
rando también que Agrícol hííbiese acom-
pañado á Mlle, de Cardoville.
— Y á vos, señorita, esa quien Cefisa y
yo deberemos la vida, decía la Gibosa vol-
viendo hacía Mlle, de Cardoville su ros-
tro melancólico y enternecido; vos arro-
dillada en esta boardilla.... cerca de este
lecho de miseria en donde queríamos mo-
rir mi hermana y yo.... porque Cefisa....
¿me lo aseguráis, no es verdad?.... ha
recibido como yo socorros oportunos.
— Si, tranquilizaos: poco hace han ve-
nido á decirme que ya volvia en s:'.
— Y le han dicho que yo vivía.... ¿no
es verdad , señorita?.... porque sino sen-
tiría acaso el sobrevivirme.
— Estad sin cuidado ninguno, querida
niña, dijo Adriana apretando entre su»
manos las de la Gibosa y fijando en ellas
sus ojos húmedos de lágrimas. Se ha di-
cho cuanto era necesario decir. No os in-
quietéis, no penséis sino en volver á la
vida, y como lo espero... á la felicidad ..
xfwe tai) poco habéis conocido hasta ahora
pobre niña.
— ; Cuantas bondades, setiorila!.,. des-
pués de haberme escapado de vuestra ca-
sa.... cuando debJais creer que soy una
iiígratal
— Bien pronto.,., cuando estéis menos
débil..-, os diré muchas cosas.,., queaho
ra fatigarían demasiado vuestra atención.,,
¿pero como os halláis?
— Mejor.., seilurita.... este buen aire..,
y á mas el pensar que estais \os ahi....
no se verá ya reducida á la desesperación
mi pobre hermana.,,, porque yo también
os diré todo.... y, estoy segura de ello,
tendréis compasión de Ofisa,... ¿no es
verdad, sefiorita
— ^Contad siempre conmigo, hija mia;
respondió Adriana disimulando apenas su
penoso embarazo: Ya lo sabéis; me in-
tereso en cuanto os interesa; pero decid-
me, añadió Mlle, de Cardoville con voz
conmovida; antes de tomar esta resolu-
ción tan desesperada, me habéis escrito,
¿no es verdad?
— Si , señorita,
— I Ay ! replicó tristemente Adriana,
«G recibiendo respuesta de mi, ¡ cuan ol-
vidadiza os he debido parecer.... cruel-
mente ingrata !
— ¡ Oh I jamas os he acusado, señorita;
mi pobre hermana os lo dirá. Os he esta
do recouccida hasta el fin,
— Os creo... conozco vuestro corazón...
pero en íin,.. mi silencio, ¿como lo ha-
béis podido espiioar?
— Os he creido justamente ofendida de
mi fuga repentina, señorita.
— Yo... ofendida... ¡ Ayl vuestra car-
ta... no la he recibido.
— Y sabéis, por tanto, señorita, que
os la he escrito.
—Si, pobre amiga mia, y sé también
que me la habéis escrito en el cuarto de
mi portero; por desgracia ie dio la carta
IS3
á una de mis sirvientas llamada Florina ,
diciéndole que venia de vuestra parte....
—Lo señorita Florina, aquella joven
tan linda y tan buena para conmiao.
— Me engañaba indignaniente Florina;
vendida á mis enemigos, les servia de es-
pía.
— ¡Ella! ; Dios mió I... esclamó la Gi-
bosa . ¿es posible?
— Ella misma ; respondió Adriana con
aniargura; peroante todose le debecom-
padecer tanto como vituperar: se via for-
zada á obedecer á una necesidad terrible,
y su confesión y su arrepentimiento le
han asegurado mi perdón antes de su
muerte.
— I Muerta también ella.,. tanjcWen...
tan hermosa!..,
— A pesar de sus culpas me conmovió
muchísimo su muerre; porque confesó sus
faltas con un sentimiento que despedaza-
ba el corazón. Entre las otras cosas que
me confesó, me dijo que me había inter-
ceptado una carta en la cual me pedíais
un abocamiento que podia salvar la vida
de vuestra hermana.
— Es verdad, señorita: esos eran ios
términos de mi carta; pero ¿qué interés
tenia en ocultárosla?
— Temian el que volvieseis junto á mi,
pobre ángel custodio mió.... ¡me aniabais
con tanta ternura!.... Han tenido miedo
mis enemigos de vuestro fiel afecto secun-
dado por el admirable instinto de vuestro
corazón... ¡ Ahí jamas olvidaré cuan me-
recido era el horror que os inspiraba un
miserable , al cu il defendía yo contra
vuestras sospechas.
— ¿Mr. Rudin?.... dijo la Gibosa es-
tremeciéndose.
— Si respondió Adriana; pero no
hablemosahora deesas gentes.... su odio-
so recuerdo echaría á perder ladwliciaqüe
esperimento al veros renacer.... porque
está meóos débil vuestra voz , poco á po-
1M &LBW,
ro van lomando culor vutslras mrjillas.
i Hendilo sea Dio»! ¿R> para mi tanta fe-
lifidad l'I volveros a hallar? Si s»jpie»íeis
lodo lo (¡lie aguardo, todo lo que espero
de Diiestra reunion, porque no nos sepa-
raremos ya nías, ¿no es verdad? ¡Olí I
pron»etcdmelo.... tii noinltre de la amis-
tad.
— ¡Yo sonorita. ... vuestra amiga I
dijo la Gibosa, bajando timidaniente los
ojos.
— Hace algunos dias, antes de vuestra
sa'ida de mi casa, ¿n>> os Hrfmcítni ami-ia,
mi hermana? ¿Y qué liay ahnra de nue-
vo? Nd'la nada añadió Mlle, de
Cardoville con un profundo enterneci-
mier.lo, se diria , al contrario, que una
semejanza fatal de niie>lras situaciones me
hace vuestra amistad aun mas grata
mas preciosa aun y la he adquirido,
¿no es verdad?... ¡Oh, no me desechéis...
tengo tanta necesidad de una amiga
— ¿Vos señorita vos tendríais
neceiidad de la amistad de utia criatura
infeliz como yo?
— Sí: respondió Adriana nu'rando á la
Gibosa con una espresion de dolor des-
consolado y aun hay mas sois
acaso la tínica persona á quien podría
á quien osaría confiar penas... muy amar-
gas.
Y se cubrieron de un color encendido
las m«'jillas de MHe. de ('ardoville.
— ¿Y qué es lo que me acarrea una
prueba tan grande de confianza , seño-
rita? dijjla Gibosa cada vez mas sorpren
dida.
— La delicadeza de muestro corazón, la
seguridad de vuestro carácter: respondió
Adriana titubeando lijeramente : Y ade-
mas, muger; concebiréis nw'jor que nadie.
Sois, estoy bien persuadida, cuanto padez-
co... y me tendréis lástima.
— ¿Teneros lástima, señorita?.... dijo
la Gibosa cuya admiración aumentaba aun
mas, yo, á vos, señora de alto tono, lah
envidiada ¿yo tan humilde, tan Ínfi-
ma, podria teneros compasión?
— Decid, pobre amij;a mia , respondió
Adriana de pues de algunos instantes de
silencio. ¿No son los dolores mas agudos
los que no se atreve una á confesar á na-
die por temor de que se burlen de una ó
l«t desprcoit n?... ¿(]úmo se ha de atrever
una á solicitar que se interés» n en sus pa-
decimientos ó tengan Ci)mpnnsion de ellos,
cuando no n^a confesarlos ni nim á sí
niistna, porijue tiene vergüenza de sí?
Apenas podia la Gibosa creer lo que
oia ; aunque hubiera esperimenlado sU
bienhechora un amor des-iraciado como
el suyo, no se hubiera espresado de otro
modo; pero no podia la jornalera admitir
semejante suposición : asi es que atribu-
yendo á'otro motivo los pesares de Adria-
na, respondió pensando con tristeza en su
fatal amor hacia Agricol.
— ¡Oh! sí, señorita. Una pena de que
so averjiüenza uno debe ser cosa muy
horrorosa ¡ahí muy horrorosa.
— Pero ai ui¡>ino tiempo ¡qué felicidad
es el encontrar un corazón no solamente
bastante noble para inspirarlo á uno en-
tera cunfidtjza, sino también bastante es-
perimenlado por mil pesares para poderle
ofrecer á uno compa^ion, apoyo, y con-
sejo Decid, hija mia (|uerida ; añadió
Mlle, de Cardoville, lijando con atención
sus ojos en la Gibosa , si os vieseis ago-
viada por uno de a(]uellos padecimientos,
de que tiene uno vergik-nza , ¿no os len-
driais por feliz, por muy feliz en encon-
trar una alma hermana de la vuestra, á
la cual pi driais confiar vuestras penas ali-
viándolas muchísimo por medio de esa
confianza entera y bien merecida?
Por la primera vez de su vida miró la
Gibosa á la señorita do Cardoville con un
sentimiento de dcsconfídiiza y de tri^ileza;
«t.Bua^
155
îe paTecian sobre tpdo significativas las
liltimas palabras de aquella joven.
«Sabe sin duda mi secreto; se decia la
« Gibosa ,, ha caído en sus manos mi día-
te rio; conoce mi amor para con Agriœl ó
«lo supone: lo que me ha dicho hasta
«ahora tiene puf ül>jeto el tscitarme, á
«hacerle confidencias, para ver si está
« bien informada. »
No producían esas ideas en el alma de
la Gibosa sentimiento uiuguno amargo ó
injusto para con su bienhechora; pero te-
nia el corazón de la infeliz una delicadeza
tan asombradiza, una susceptibili'tad tan
tlülorosa en lo que tocaba á su funesto
amor, que á pesar de su profundo y tier-
no afecto á Mile, de Cardoville, padeció
cruelmente, cuando creyó que coñuda su
secreto.
Aquella idea tan penosa al principio,
t)e que estaba Mlle, de Cardoville in>truida
de su amor para con Agricul , se trans-
formó pronto en el corazón de la Gibosa,
gracias á los generosos instintos de aque-
lla eslraordmaria y escelente criatura , en
un sentimiento tierno que manifestaba
toda su adItesion,toda su veneración para
con Adriana.
« Puede ser, se decía la Gibosa, que
« vencida por la adorable bondad que tíe-
« ne conmigo mi bienhechora, le hubiese
«hecho yo una cpnfesion que no hubiera
« hecho á nadie; i\na confesión que hace
w un inslanSe creía yo llevarme al sepul-
« ero..... hubiera sido eso á lo menos una
« prueba de mi reconocimiento á Mlle, de
«Cardoville; pero por desgracia me veo
« privada de la triste felicidad de contar
« á mi bienhechora el secreto de mi vida,
w Y ademas, por generosa que sea siicom-
« pasión para conmigo, por inteligente que
«sea su afecto, no pue.de ser que ella
«tan hermosa, tan admirada, no puede
« ser que ella copiprenda tqdo el horror
.«4e la siluacioD en que se encuentra una
« persotia tan desgraciada como yo> que
« oculta en lo mas profundo de sii lace-
« rado pecho un amor tan desesperado
« como ridículo. N(»..>.. no: y á pesar de
« la delicadeza de la amistad que me tiene,
t( aun tíompadecióndome, me ofender < sin
« advertirlo mi bienhechora, porque ¡os
« infortunios hermanos son los únií^os que
« ^e pueden consolar ¡Ay! ¿Por qué
« no me ha dejí'lo morir?»
Se habían presentado e.sras reí!, xiones
al entendimiento de la Gibosa con la ra-
pidez del pensamiento. Observábala Adria-
na con mucha atención , y notó que las
facciones de la jornalera que hasta enton-
ces se iban serenando cada vez tnas, se
habían oscurecido de nuevo, y descubrían
un sentimiento de dolorosa humillación.
Asustada de aquella recaída de triste aba-
límieoto, ctjyas consecueucias podían ser
fatales, porque la Gibosa , muy débil
aun , estaba , por decirlo asi, á la orilla
del sepulcro, Mlle, de Cardovi'lie dijo pron-
tamente:
—Amiga mia... ¿no pensais pues como
yo.... que el dolor mas cruel.... y aun el
mas humillac.te se alivia .. cuando se pue-
de confiar á ¡un corazón fiel y .esperimen-
tado?
..-r*^S¡,,señor(¡ta, dijo corvamargura la Gí-
.hQsaV pero el corazón que padece debiera
ser el único que juzgase la oportunidad
del uiomento en que haría una C(mfesíon
tan penosa..., Hasta entonces habría r<c»so
.humanidad en respetar su doloroso secre-
to... sí por casualidad se ha descubierto.
— 'Tenéis razón, hija .mia, dijo l^i^re-
,meote Adr¡ana;;SÍ ,escoj'> este momeiito
casi solemne para haceros unaconfideiicia
muy penosa... es porque, cuando me ha-
yáis oído, estoy convencida que tendréis
tanto mayor apego á la *xis!encia cuanto
mayor sea, como veréis, la necesidad que
tengo de vuestra ternura de vuestros
consuelos... de vuestra compasión.
40**
156
ALBUH.
Al oir aquellas palabras hita la ditiosa
un esfuerzo para incorporar?e, y apoyán-
dose en el jergón, miró asombrada a Alilo.
de Cardoville. No podia creer lo que esta-
ba oyendo: lejos de pensar en violentar ó
sorprender su confianza, su bienechora
venia, según decia, á hacerle una con-
fesión muy penosa , y á implorar *us con-
suelos, su compasión... deelia... de la Gi-
bosa.
— ¡Como! esclamó balbuciente: vossois,
-señorita, la que venís...
— Yo soy la que vengo á deciros... Pa-
dezco... y tengo vergüenza de lo que pa-
dezco... Si, añadió la joven con una espre-
sion desgarradora, si : de todas las confe-
Mooes vengo á haceros la mas penosa.....
amo y tengo vergüenza... de mi amor.
— Como yo... esclamó involuntariamen-
te la Gibosa, juntando las dos manos.
— Amo... replicó Adriana con una es-
plosion de dolor i'ontenido mucho tiempo,
amo... y no me aman... y es mi amor mi-
serable, imposible... me devora... me ma-
la... y no me atrevo á conGar á nadie....
ese fatal secreto...
—Como yo... repitió la Gibosa mirando
fijamente. Ella... reina por la beldad, por la
condición , por el talento.... padece como
yo, continuó diciendo, y como yo, pobre
desgraciada criatura... ama ella... y oola
aman...
— Pues bien... sí... como vos... amo...
y no me aman... esclamó Mlle, de Cardo
ville. ¿Me fallaba la razón para deciros
que en vos sola podia yo confiarme... por-
que habiendo padecido los mismos males,
vos sola podríais tener compasión de ios
míos?
— Conque asi , señorita , dijo la Gibosa
bajando los ojos y saliendo de su profunda
sorpresa, sabíais vos...
— Todo lo sabía, pobre niña... pero ja
más os hubiera yo hablado de vuestro se-
creto, si yo misma.... oo hubiera tenido
que confiaros otro mas penoso sran. ¥}(
vuestro es cruel , el mío es humillanlL".
¡Oh, hermana mía! ya lo veis, añado
Mlle, de Cardoville con nn acento quese-
ría imposible de pintar, la desgracia ha'ce
desaparecer, acerca , cunfunde lo que stj
llama... distancias... Y con freciiencia esos
felices del mondo que tanta envidia inspi-
ran, son, ¡ayl por los horr»;ro.«.üS dolores
que padecen, tmry inferioresá losmas hu-
mildes, á los mas miserabits, puesto ijire
á estos es á q'uieoes piden compasión...,,,
coiísuelo.
Enjugando después Iss abundantes lá-
grimas -que derramaba, Mlle, de Cardoville
continuó con voz conmovida,*
— Vamos hermana ¡ánimo, áni-
mo!.... ámemenos, sostengámonos, y h'-
guenos para siempre «sle triste y miste-
rioso lazo.
— ¡Ah, señorita] perdonadme; pero
ahora que sabéis el secreto de mi vida, dijo
la Gibosa bajando los oj'os y sin poder su-
perar su confusión ; me parece que no os
podré mirar sin sonrojarme.
— ¿Por qué? ¿por qué amáis apasiona-
damente á Mr. Agricol? dijo Adriana:
ipero en ese caso, será menester que yo
muera de vergüenza á vuestra vista, porque
menos esforzada que vos, no he tenido
va'or para padecer, resignarnr>e, y ocultar
mi amor en lo mas profundo de mi cora-
zonl El que yo amo, con un amor impo-
sible de aquí en adelante, ha conocido este
amor.., y lo ha desechado... prefiriéndo-
me á una mujer que el escojerlatan solo
seria para mí otro ultraje sangriento
si no me engañan las apariencias en el
concepto que formo de ella... aei es queá
veces espero habcrtne equivocado.... De-
cidme ahora... ¿sois vos la que ha de ba-
jar los ojos?
— ¡Vos desechada por una muger
indigna de seros comparada !... jAh , se-
'iñ
înorila'! no pueJo creerlo, esclamó la Gi-
'bosa .
— Tampoco yo lo puedo creer á veces,
y eso no por orgullo, sino porque sé lo
•que vale mi corazón... Entonces me digo;
no: la que prefiere tiene mérito para con-
mover el alma, el espíritu y el corazón
•del que me desprecia por ella.
— ^^¡Ay, señorita ! si no es sueño cuanto
■estoy oyendo si no os estravian apa-
riencias falsas, grande es vuestro dolor.
— '.¡Sí, querida amiga mia ! grande.....
,"j oh ! muy grande... y sin embargo, aho-
ra, gracias á Dios, tengo la esperanza
que acaso se debilitará esta pasión funesta;
acaso hallaré fuerzas para subyugarla
':porque cuando lo sepáis todo, absoluta-
mente todo, no quiero avergonzarme de
>veros..... vos...... la mas noble y \a mas
digna entre las mugeres..... vos..... cuyo
■esfuerzo y resignación son y serán siem-
pre para mí un ejemplo.
— ¡Ah, señorita!... No habléis tanto
de mi esfuerzo cuando tengo que aver-
gonzarme tanto de mi debilidad.
— ¡Avergonzaros! ^Dios miol ¿Hay al
contrario cosa mas patética, mas heroica
y mas rendida que vuestro amor? ¿Vos
avergonzaros? ¿De qué? ¿Es de haber
mostrado el afecto mas santo á un arte
sano que desde niña aprendisteis á amar?
¿Avergonzaros? ¿E< de haber sido para su
madre la hija mas tierna? ¿\vergonzaros?
¿ Es de haber sopoitado sin qutjaros ja-
mas, 4 pobr€ muchacha! mil padecimien
tos tanto mas agudos cuanto que las per-
sonas que os los causaban no tenían con-
ciencia ninguna del mal que os hacían?
¿Pensaban acaso en iiijuriaros, cuando
en lugar de daros vuestro modesto nom-
bre de Magdalena, os daban siempre, se
gun deciais, sin pensar jamas en ello, un
apodo ridículo é injurioso? Y por tanto,
¡cuantas humillaciones, cuantos pesares
habéis devorado en secreto !
AtllM. 157
— ¡Ay, señorita! ¿quién os ha podido
decir?...
— ¿Lo que no habláis confiado sino á
vuestro diario? ¿es verdad? Pues bien, sa-
badlo todo..... Florina , moribunda , me
confesó todas siis maldades. Habia come-
tido la indignidad de robaros aquellos pa-
peles, (es verdad que se \eia forzada a
hacerlo por las gentes que la dominaban...)
pero ese diario lo había leido. Y como no
eí»taban muertos en ella todos los buenos
sentimientos, aquella lectura, revelándole
vuestra admirable resignación, vuestro
amor triste y piadoso, aquella lectura le
habia causado tal impresión que, e/i el
punto en que iba á morir , ha podido ci-
tarme algunos pasajes, esplicándome asi
la eaMsa de vuestra súbita desaparición,
porque no dudaba ella que el temor de
ver divulgado vuestro amor hacia Agricoí
habia ocasionado vuestra huida
— jAyl demasiada razón tenia, seño-
rita.
— ¡Oh! sí: respondió con amargura
Adriana, los que hacian obrará aquella
desgraciada, sabian muy bien á donde iba
á parar el golpe no eia aquel el pri-
mero... os reduelan á la desesperación...
os mataban pero también... ¿porijué
me estabais adieta con tanta ternura?
¿Porqué los habláis adivinado? ¡Oh! Esas
túnicas negras son implacables y su poder
es grande, dijo Adriana estremeciéndose.
— Es eso espantoso, señorita.
— Tranquilizaos, querida niña: las ar-
mas de los malvados no hieren á menudo
sino á ellos mismos, porque desde el ins-
tante mismo en que supe el motivo de
vue>tra salida de mí casa, os tomé aun
mayor cariño. Desde entonces he hecho
cuanto he podido para volveros á encon-
trar, y, al fin, después de haber dado
mil pasos, esta mañana solamente, la
persona á quien habia encargado este oe^
godo, ha llegado á saber que vivíais en
158 \\m9\m
«áU cà$a. Como esliba con Mr. Agricole
<iic ha pedido licpiicía de aconipaivarnii .
— ¡Agricoll (!sclam<s la Gibosa juntan-
do las manos, ha witido..,.
— Si, hija mia calmaos. Mientras
estaba yo dándoos los primeros auoilios...
estaba él ocupado con vueslra pobre her-
mana pronto le \ereis.
— i Ay . señorita!..,, respondió espan-
tada la Gibosa, sabe sin duda....
— ¿Vuestro amor? No, no: tran(|uili-
zaos y no penséis sino en la feli<-idad de
volveros a hallar junto a ese hombre tan
bueno y tan leal.
— ¡Ay.... señorita Î..,. ¡Quiera Dios
que ignore siempre.... lo <|ue me causa-
ba tanta vergüenza (|ue por eso quería
morir!... ¡ Bendito seáis Dios miol Nada
sabe....
— ¡No! y ssi, vayan afuera los pen-
samientos tristes, querida niña: pensad
en el hermano querido para deciros que
ha llegado á tiempo para evitar que tu-
viésemos nosotros sentimientos eteçnos ,■.
y.... y que cometieseis vos.... una falta
grande.... Y no os hablo yo de las preo-
cupacÍDnes del mundo por lo que toca al
derecho que tiene la criatura de volverle
¿ Díus Ja vida que es para ella una carga
demasiado pesada — Os digo solamente
que no debíais morir, porque los que os
aman y amáis, tienen aun necesidad de
\os.
— Os creía feliz, señorita: Agrícol es-
taba yacasadocon una mujer joven, quien
hará, estoy segura, su felicidad.... ¿á
quien podia ser útil?
— A mi en primer lugar.... ya lo veis.
¿'Y ademas quien os dice que Agrícol no
tendrá jamás necesidad de vos? ¿Q.uién
os asegura que su felicidad ó la de los su-
yos durará siempre, ó no rewbirá recios
golp«íS? Y aun cuando los que os ^man
hubieran debido ser siempre lelices. ¿seria
«.Completa su felicidad sin vos? Y vuestra
muerte, que acaso se hubieran eciiad^
ellos en cara , ¿no les hubiera dejado pe-
sare* sin fin?
— Ks verdad, señorita: cespondió la
Gibosa, no he tenido razón: se ha apo-
derado de mi un vértigo de desespera-
ción.... y ademas nos agoviaba la miseria
mas horroro.Na.... hacia muchos dias que
fio podíamos encontrar que hacer.... vi-
NÍamos con las caridades de una pobre
niijgrr que nos ha arrebatado el cólera...
Mauana ó dt-spues de mañana nos hubie-
ra .^ldo necesario morir de hambre.
— ¡Morir de tianibre,... sabiendo mi
vai>a !
r— Os habia escrito, señorita : coioo no
he recibido .respuesta , he creído que os
habia ofendido mi huida de vuestra casa.
— ¡ Pobre hija querida ! Estabais como
lo decís, en aquel horroroso momento ba-
jo la influencia de una especie de vértigo.
Asi es qui- no tengo aliento para echaros
en cara el haber dikiado de mi ni un solo
instante. ¿Como os podría yo vituperar?
¿n(j he tenido yo tauíbienla idea <lesuici<
darme?
— ¡Vos, señorita I e'sclamó la Gibosa.
— Si... en ello estaba pensando... cuan-
do vinieron á decirme que Florina , ago-
nizante, me quería hablar.... La he oído:
sus revé aciones han mudado súbitamen-
te mis proyectos; se lia iluminado de re-
pente e^ta vida sombría y triste, qu^ me
era insoportable: se ha despertado en mi
la conciencia del deber; estabais, sin du-
da ninguna, en manos de la mas horro-
rosa miseria , era de mi deber buscaros y
salvaros: lo confesado por Florina me ma-
nifestaba las nuevas ti amas de los enemi-
gos de mi familia aislada, dispersadla por
dolorosos pesares, por péroidas crueles;
«;r,a de jni deber el advertir á los mios de
los peligros que ignoraban acaso^ y eUeu-
nirlos contra el enemigo «omun. Habia
ALBUM
sido víctima de odiosas maniobras, y era
de mi deber el perseguir á mis autores,
ten iendo que, animados con la inipuni-
dad , esos hombres de las túnicas nngra ,
no hiciesen nuevas víctimas líntonces
Tne dio nuevas fuerzas ia conciencia de mi
deber, y pmle salir de mi aniíiuilamieiifo :
con el ayuda del abate Gabriel, sacerdolc
sublime; ¡ oh I ¡sublime! el ideal del
verdadeio cristiano el digno hermano
adi»otivi> de Mr. Agricol, he emprendido
animisamcnte la lucha. iQué os ,l;ré, hi-
ja mia? ËI cumplimiento de esos deberes,
ia incesante espcrania de volveros á en-
contrar, han suavizado un poco mis pe-
nas: si no me han consolado, me iisn dís-
Iraido... vuestra tierna amistad y el <ji=ni-
plo de vuestra resignación completaran la
obra... lo creo... estoy segura y olvi-
daré este fatal amor.
Al instante en que decía Adriana ostaN
palabras, se oyó en la escalera im andar
rápido y una voz jóvtm y fresca. ¡u^' decía i
— ¡Aii! ¡Diosmio! ¡qué á tiempo llego!
J Ksa pobre Gibosa !.... Si puedo servirla
en alguna cosa...
Y casi al mismo tiempo entró 3on pre-
cipitación en la boardilla Rosa Pompon.
Pronto siguió Agricole la griseta, y en
señándole á Adriana la ventana abierta ,
trató de darle á entender con una ^etia
que no se le debia hablar á la joven de la
deplorable muerte de la reina Bacanal.
Superllwa fué esta pantomima para Mlle,
de Cardoville. *
El corazón de Adriana saltaba de dolor,
de indignación y de orgullo, al reconocer
á la muchacha que habia visto en el tea
tro de la Puerta vSan Martin en compañía
de Djalma, la cual era la única causa do
los ¡horrorosos males que padecía desde
aquella terrible noche.
A mas... ¡espantosa burla del destino'!
ien ei instante mismo en que acababa
Adriana de hacer la humillante y cruel
159
if
confesión de su desderlado amrr, aparecía
ante sus ojos ia muger á quit n so creía
sacrilioada.
Si la sorpresa de Mile, de Cardoville
fiabia sido profunda, no lo f.ié menos ¡a
de Ilusa Podipitn.
No solamente reconocía en Adriana la
muctiaclia jóviM) de loscabellosde oroijue
estaba enfrente de ella, en un palco del
teatro de la Puerta de San M;utití, cuan-
do ocurrió la estrafía aventura de !> pan-
tera negra : sino que tenia también gra-
ves motivos para desear este encu'Mitri}
tJti inopinado^ tan poco pr'>bable: por e^o
es imposible el pintar la mirada maliciosa
y triunfante que afectó lanzar á Adriana.
El primer movimiento de Mile, de Car-
doville fué el salir inmediatamente de la
boardilla; pero no solamente h- cosiaba
muchísimo el abandonar á la Cibasa en
aquella circunstancia, y el tener que dar,
delante de Agricol , uf» motivo de aijUei
repentino marcharse, sino que también, á
pesar de lo ofendido que estaba su orgu-
llo, la detenía una curiosidad inesplicable
y fatal.
Se quedó, pues.
Iba á ver, si puede uno esplicarse así,
de cerca, oir á aquella rival y fjrrnar de
ella un concepto, habiendo estado ante-
riormente á pique de morir por su rival,
á quien en sus angustias de celos, ha-
bia atribuido tantas fi-onomías diferentes,
y podría al fin esplicarse el amor que te-
nía Djalma á semijante criatura.
XX.
LA$ RIVALES.
Rosa Pompon, cuya presencia caucaba
una emoción tan viva á Mlle, de Cardo-
ville, estaba vestida con el mal gusto mas
chocante y mas chillón del mundo.
Su bibi (sombrerillo) de ra-o de color
de rosa con videra muy estiecha, puesto
tan hacia delante y tan á lo perro, qu<í
41*'
160
AI.BIH.
bajaqa casi hasta la punta Je su pequeña
nariz], dejaba descubierta en rocompi'nsa
la mitad de su rubio y suave nioñj; su
vestido escoces, con cuadros estravaLçan-
tes por lo grandes, estaba abierto por de-
lante, y su pañoli'ta trasparente, cerra-
ba muy poco herméticamente, y muy po-
co celosa de los deliciosos globos que ma-
nifestaba con demasiada franqueza , ape-
nas cohonestaba, como con una gasa muy
ligera , la descarada escotadura de su
corpino.
Como habla subido apresurada la gri-
stta, teniendo con las dos manos las pun-
tas de su mantón azul de palmas, habla
este abandonado sus espaldas, hahia caí-
do hasta lo bajo de su talle de abíspa , y
se habia detenido en (in , en donde habia
encontrado un obstáculo natural.
ËI insistir en todos estos pormenores es
porque', al ver ¡aquella gentil criatura,
vestida de un modo tan impertinente y
tan desaholonado,^l\ie. de Gardoville, cre-
yendo encontrar en ella una rival feliz, sin-
tió redoblar su indignación, su dolor y su
veroüenza.
Juzgúese pues cual debió ser la sorpre-
sa, cual la confusion de Adriana, cuando
Kosa Pon)¡ion le dijo con la mayor soltu-
ra y desembarazo :
— Me alegro infinito de encontraros
aquí, madama: tengo que deciros cuatro
palabritas;... solamente quiere abrazar é
esa pobre Gibosa, si lo permitís ma-
dama.
Para imaginar el tono y el acento que
acompañaron la voz madama, es necesa-
rio haber presenciado algunas discusiones
entre dos Rosas Pompones celosas y riva-
les; entonces se comprenderá todo loque
esa voz madama, pronunciándola en se-
mejantes circunstancias, encierra de pro-
vocaciones y de hostilidades.
Atónita la señorita de Gardoville al ver
la impudencia de Rosa Pompon, estaba
enmudecida , mientras Agricol distraigo
por el cuidado que tomaba de la (îibosa^
cuyos ojos no se apartaban un instante
de los suyos desde el instante en que ha-
bía llegado, distraído también por el re-
cuerdo de la doli»rosa e-sornaípie acababa
de presenciar, decía ci\ voz baja á Adria*
na, sin advertir el descaro de la griseta.
— ¡ Ay señurita ! es asontoconcliiido...
acaba de dar Ceíisa el último suspiro.....
sin haber vuelto en sí.
— ¡Desgraciada joven' dijo Adriana
con emoción olvidando poi* -un in!>t<if)te á
Rosa INimpon,
— Habráse de ocultar esta funesta no-
ticia á la Gibosa, y hacérsela saber utas
tarde, tomando para ello las mayores pre-
cauciones, replicó Agricol, felizmente na-
da sabe de eso Rosa Pompon.
Y con una mirada le indicó á la seño-
rita de Gardoville la griseta, quien se ha-
bia acurrucado junto á la Gibosa,
Al oir que Agricol trataba tan familiar-
mente á Rosa Pompon, redobló el asom-
bro de Adriana : imposible seria el decir
lo que ella sintió porque, aunque pa-
rezca estraordinario, lo cierto es que le
pareció que sufría m'-nos y i|ue iban
disminuyendo sus angustias á medida que
iba notando en que términos se espresaba
la griseta.
— j Al), mi querida Gibosa! decia esta
con tanta volubilidad como emoción, pues
estaban llenos de lágrimas sus lindos ojos
azules, ¿es posible hacer semejante .ton-
tada? ¿No se ayuda también entre sí la
gente pobre?... Hubiera vendimiado por
la última vez el |bazar de Filemon , aña-
dió aquella singular muchacha, redoblan-
do al mismo tiempo su enternecimiento,
sincero á la vez, patético y grotesco; hu-
biera vendido sus tres botas, sus pipas en-
negrecidas, su traje de barquero de San
Flambart, su cama y hasta su vaso de
grandes parrandas y oo os hubicrais^
AXlft'M
*vi>fo rc(Iiici(î<i á tan brutal estremidad...
îio se hubiera enfadado Filemon , porque
es escelenlemiicliacho, y si se hubiera en-
fsdado no se tne hubiera dado un pito....
f;racias á Dios no estamos casados es
solamente todo esto para deciros vjue hu-
bierais debido pensar <;n Rosa Pompon.
— Ya sé que sois servicial y buena, se-
Tlorita ; respondió la Gibosa, porque ha-
bla sabido por su hermana (jue llosa Pom-
pon tenia, como otras muchas de sus se-
^lejanles, corazón grande y generoso.
— Ademas, replicó liosa Pompon enju-
gándose con la mano una lágrima que ha
bia corrido hasta la punta de su pequeña
nariz de color de rosa , me diréis que no
cabíais donde habia puesto yo mi nido de
^Igun tiempo á esta parte... Es una his-
toria muy chusca , pero no debiera decir
'cIuK-ca... al contrario: y dio Rosa Pom-
pon un gran suspiro, en fin se me da muy
■poco: continuó Rosa Pompon, yo no ten-
go que hablar de eso: lo cierto es que es-
tais mpjor. No volveréis á hacer, ni tam-
poco Cefisa, semejante cosa.... dicen que
está ella muy débil... y que no se puede
ver aun... ¿No es verdad señor Agricol?
— Sí; dijo el herrero embarazado, por-
que no apartaba un instante ladibosa los
ojos de los suyos : es menester tener pa-
ciencia
— Pero podré verla hoy, ¿no e^ verdad,
Agricol? dijo la Gibosa.
— Ya hablaremos de eso; pero cálma-
te, te lo suplico...
— Tiene razón Agricol; esnecesario te-
ner juicio, replico Rosa Pompon, aguar
daremos yo aguardaré meneando la
remojada dentro de poco con Madama (y
dio Rosa Pompon una mirada cazurra de
gata encolerizada) si, aguardaré, porque
quiero decirle á esa pobre Ceíisa que pue-
de contar conmigo asi como vos: y se pu-
so sopladita con mucha gracia Rosa Pom-
pon, vivid tranquilas; ¡toma! eso es Iode
menos, que cuando se encuentra una en
grande, se aprovechen de ello sus amigas,
que no son felices. ¡Graciosa cosa seria e\
guardar para sí sola la felici.Jad ! Eso es...
Empajad inmediatamente vu€,tra felid-
dad; ponedla inmediatamente bnjo una
campana de cristal ó en un frasco para
que nadie la toque.... Ademas de eso
cuando digo mi felicidad .. eso es un mo-
do de hablar... es verdad que bajo un as-
pecto... ¡ah! si por cierto: pero bajo ei
olro, mirad, mi querida Gibosa, en eso
está el ••uento... pero ¡ bah! me rio yode
todo eso; no tengo mas que diez y siete
años.... En fin, poco me importa... y ca-
llo el pico, porque continuarla hablando
do ese modo hasta mañana y no sabríais
mas que ahora... Dejadme pues abrazaros
otra vez aun con toda mi alma... y fuera
tristeza... y lo mismo Cefisa... ¿lo entena
deis? que aqui estoy yo.
Y sentada encima de sus talones, Ro-
sa Pompon abrazó cordjahnenle á la Gi-
bosa.
Necesario es renunciará espresar loque
esperimentó la señorita de Cardoville du-
rante esa conversación... ó por mejor de-
cir durante el monólogo déla griseta acer-
ca de la tentativa de suicidio de la Gibosa
y de tu hermana. La gerigonzaescénirica
de la griseta, su liberal facilidad en cuanto
al bazar de Filemon, con quien, según ella
decia, felizmente no estaba casada, la bon-
dad de su corazón, que se manifestaba de
cuando en cuando en las ofertas de servi-
cios que hacia á la Gibosa, aquellas im-
pertinencias, aquellas chuscadas; todo eso
era tan nuevo, tan incomprensible para
la señorita de Cardoville, que se quedó
desde el principio muda é inmóvil de sor-
presa.
¿Y esa era la criatura, á quien la habia
sacrificado Djalma ?
Si habia sido penoso, horroroso, el pri-
mer movimiento de Adriana al verá Rosa
162
4LBnB,
Pompon, pronto le despertó la reílix^on
dudas ^\xle poco á poco se fueron cambian-
do en int-fdbles esperanias: recordábase
de nuevo la conversacion que habia st«r-
prendidoenfreel príncipe y Itodin, cuando
oculta en su invern iculo.ihaá cerciorarse
de la lidelidad del jfsuita. No se pregun-
taba ya Adriana si era posible, si era ra-
zonable el creer i|ue el príficipe, cuyas
ideas en amor parecían tan poéticas, tan
elevadas, tan puras, pudiese encontrar el
mas mínimo atractivo en la impudente y
descabellada charlatantría de a^juella jó
ven Ailriana pi>r e^la vez no vacilaba
ya; miraba la cosa como impnsible, vien
do, por decirlo asi, de cerca, (juelaestraor-
dinaria rival, oyéndola como la oía, espre-
sar.>e en términos tan vulgares dacdoesos
modales y ese lenguaje á sus lindas faccio-
nes, sin destruir su gentileza, un carác-
ter trivial y poco hala<¡üeño.
Pronto se cambiaron pues en una ¡n-
cerlidiimbre completa las du'lasque tenia
Adriana en cuanto al profiin lo amor (|ue
podia iiispirar al principe Rosa Pompon;
tenia ella demasiado ingenio, demasiada
penetración para no presentir (jue esa re-
lación, tan in"spticab!e p:)r parte del prin-
cipe, debia encubrir algún misterio, y sen
tía renacer todas sus esperanzas la señorita
de Cardoville.
A medida ijue se iba desplegando esa
idea consoladora en el aliiia de Adriana,
se dilat-iba su corazón doloro>ameíile opri-
mido hista entonce*, y nacian en lo inte-
rior de su pt'cho vivas a«^piraci mes íiácia
un porvenir mas feliz: advertida sin em-
■4)argo por las crueles esperiencias de lo
;pasado, y temiendo ceder á una ilusión
demasiado f.icil, se recordaba los hechos
<Jemasiado comprobados por desgracia,
del príncipe haciendo alardeen púhlicode
aquella joven: pero por lo mjsmo que en
tonces podía la señorita de Cardoville
.apreciar por s¡,n)i^ma; aquella criatura,
por eso mismo le parecía cada vez mas
incomprensible la conducta del príncipe.
¿Y como se lia de juzgar sanamente, con
seguridad lo ijue está rodeado de miste-
rio>? Y se tranquilizaba después, porque
á pesar de todo, le decia un presentimien-
to secreto, que acaso en la cabecera de la
cama de la pobre jornalera (¡ue ai-ababa
(le arrmcar ile los brazos de la nuierle,
eiiconlraria por un azar providencial una
revelación de (jue dependía la felicidad de
su vida.
Eran tan vistas las emociones que agi-
l^ib.sn ti coraz>n de Adriana, que ftié to-
mando su hermoso rostro un encarnado
rosado, latía su |)echo con violencia, y sus
grandes ojos negros, tristemente velados
habita entonces, brillaban suaves y radian-
tes á la vez; y aguardaba con una impa-
ciencia ind'cible en el abt cimiento, con
que la habia amenazado Rosa Pompen
durante ia conversación, y que pocos mo-
iiientos antifs, hubiera rechazado Adriana
on loda la altivez ilesu legítimo indignado
orgullo; esperaba encontrar al fin la es-
plicacion de un misterio que tan iuiportante
le parecía el penetrar.
Ko'ía Pompon , despues de haber abra*
zado de nuevo y con ternura á la Gibosa,
se levantó y volviéulose hacia Adriana, U
miró de !os pies ¡i la cabeza c^n aire muy
descarado , diciéndole Con suina imperti-
nencia:
— Ahora las tendremos entre nosotras
dos, madama: (pronunciando siempre
la voz madama eon t-l tonillo que ya se
sabe); tenemos que desenredar cierta ma-
deja.
— Kstiiy á vuestras órdenes, señorita;
respondió Adriana con mucha dulzura y
sencillez.
Al ver la facha animosa y resuelta de
Ro>a Pompon, al oir su provocación á la
señorita de (^irdoville, el digno Agricol,
después de al^^uuas [rases cariñosas que se
M.BtH
habían dicho recíprocamente él y la Gibo
sa, abrió cnanto pudo sus oidús y se que-
dó por un momento pasmado de la des-
vergüenza de la griseta: dando después
algunos pasos hacia ella, la dijo en \ozbaja
tirándola por la manga:
— ¿Pues, chica, estais loca? ¿sabéis á
xjuien habláis?
— Pues bien, ¿y qué?... no vale una
Tnuger hermosa tanto como otra? Yo
digo eso por madama... Supongo que no
me comerá nadie... respondió en vuz alta
y en tono guapo Rosa Pompon; tengo que
1£3
— Kscusadme si os dejo por pocos ins-
tantes recobrad aun algunas fuer-
zas.... y volveré á buscaros para llevaros
á nuestra casa, mi querida y buena her-
mana.
Volviéndose después hacia Rosa Pom-
pon, quien estaba cada vez mas sorpren-
dida de oir aquella grande dama darle
el nombre de hermana á la Gibosa, le
dijo :
— Cuando queráis, bajaremos, Sf^ùo-
rita. Perdonad, señora, si paso la prime-
ra para enseñaros el camino, pues es un
hablar con madama... estoy persuadida i verdadero desnuca-cristianosesta barraca;
tjue sabe de qué y porqué... sino yo se b
diré; no será cosa larga.
Temiendo Adriana alguna esplosion ri-
dicula por lo que tocaba al príncipe
Djalma delante de Agricol, hizo una se-
ña á éste y respondió ton bondad á la gri-
seta:
— Dispuesta estoy á oiros, señorita.....
pero no aqui...... bien comprendéis por-
qué....
— Tenéis razón, madama.... aqui t«n-
go mi llave. .... si queréis, vamos á mi
«uarlo.
Ese á mi cuarto fué pronunciédoconla
mayor pompa.
— Vamos pues á vuestro cuarto, puesto
tjue estais dispuesta á hacerme el tionor
de rectbirme en él, respotidió Mlle, de
Dardovilie con su voz dulce y afectuosa,
haciendo una reverencia lijera áRosa Pom-
pon con una cortesía tan esquisita que, á
pesar de todo su descaro, s^ quedó cortada
Rosa Pompon.
— ¿Como, señorita, dijo Agricol á Adria
na, tenéis bastante bondad par^?...
— Señor Agricol, dijo Mlle, de Cardo-
ville interrumpiéndole, tened la bondad de
quedaros con mi pobre amiga... dentrode
poco volveré.
respondió Rosa Pompon apegando los co-
dos al cuerpo y apretando los labios para
hacer ver que no le eran desconocidos los
buenos modales ni el buen lenguaje.
Y salieron las dos rivales de la boardi-
lla en donde quedaron solos Agricol y la
Gibosa.
Por fortuna habían entrado á la tienda
subterránea de la tía Arsenia el cadAver
ensatigrentado de la reina Bacanal; asi es
que ílos curiosos que siempre atraen los
acaecimientos desgraciados, se amontona-
ron en la puerta de la calle, y Rosa Pom-
pon, no encontrando á nadie enei peque-
ño patio que atravesó con Adriana, con-
tinuó ignorando siempre la muerte de Ge-
fisa su antigua amiga. Poco tiempo des-
pués llegaron al aposento de Filemon laf
grisetíi y Mlle^. de Cardoville.
Estaba aun a^uel 'uarto singular rn el
pintoresco desorden en que lo habia dxja-
do Rosa Pompon, ctiando vino á buscarla
Níni-Moulin píra que fuese la heroína de
una aventura misteriosa.
Ignorando complelamente Adriana las
costumbres de los estudiantes y de las es-
íudiantas, á pesar de sU preocupación, no
pudo menos de examinar con ur»à atención
Y acercándose después á la Gibosa, Ja | curiosa aquel bùârro y grc^tesco caos de
cual noestaba menos asonnbrada que Agri
col, ia dijo:
los objetos mas disparatados; trajes de bai-
le de niáscaras, calaveras futiiâuJa en pi-
42**
16i ALBU)I.
pa, botas dispersas en los estantes do una
biblioteca, vasos monstruo'?, vestidos de
hombre, pipas ennegrecidas etc.
A la primera impresión de sorpresa que
esperimentó Adriana, sucedió una impre-
sión de repugnancia de«agradablt'; sesen-
tia desazonada acuella joven y fneradesu
esfera en aquel a.-i!o, node la pobreza sino
del desorden, siendo asi que no le liabia
inspirado repulsion ninguna la miserable
boardilla de la Gibosa.
A pesar de su aire resuelto, Rosa Pom-
pon esperimenlaba una emoción muy viva
desde que se habia quedado á solas son
Mlle, de Gardoville: en primer lugar la
estraordinaria beldad de la joven patricia,
su mucha gallardía , la elevada distinción
de sus modales, el modo digno y afable á
la vez con que habia respondido á las im-
pertinentes provocaciones de la griseta ,
comenzaban á infundir á esta mucho res-
peto; á mas, como á pesar de todo era
Rosa Pompon escelente muchacha, la ha-
bia conmuvido profundamente el oir á
Ml'e. de Cardoville darle el nombre de
hermana , de amiga á la Gibosa.
Aunqiio no sabia Rosa Pompon ningu-
na pariicularidad en cuanto á Adriana,
no ignoraba sin embargo que pertenecía á
¡a clase mas rica y mas elevada de la so-
ciedad : tenia pues ya algunos remordi-
mientos de haber obrado tan libremente;
asi es que sus intenciones, muy hostiles al
principio para con Mlle, de Cardoville, se
iban modificando poco á poco.
Sin embargo como tenia Rosa Pompon
muy mala cabeza, y no quería dejar que
se advirtiese que cedía á una influencia
contra la cual se revelaba su amor propio
trató de volver á tomar su aplomo, y,
después de haber echado el cerrojo á la
puerta, dijo á Adriana:
— Daos la pena de sentaros, madama.
Asi se espresó con la intención sobredi-
Iba á tomar maquinalmente una sifla
Mlle, do Cardoville, cuando Rosa Pompen
muy digna por cierto de practicarla anti-
gua hospitalidad que miraba como un
huésped sagrado aun al mayor enentigo,
esclamó:
— No toméis esa silla, madama, le falla
un pió.
Puso la mano Adriana á otra silla.
— No toméis tampoco esa, que apenas
se sostiene su respaldo, esclamo de nuevo
Rosa Pompon.
Y tenia razón, pues el respaldo de aque-
lla silla (el cual representaba una lira) se
le quedó en la mano á Mlle, de Cardoville
quien lo puso discretamente en la misma
silla, diciendo:
— Creo, señorita, que podremos hablar
con la misma facilidad en pié.
— Como queráis, madama, repondió
Rosa Pompon enderezándose con tanto
mayor garbo cuanto mayor era también
la turbación que comentaba á esperimen-
tar.
Y la conversación de Mlle. deCardovi-
lle y de la griseta comenzó en los términos
siguientes:
XXI.
LA CONFERENCIA.
Después de haber vacilado un corto
instante, Rosa Pompon dijo á Adriana,
cuyo corazón latía con violencia:
— Os voy á decir inmediatamente, ma-
dama , lo que tengo en el corazón : no os
hubiera buscado, pero ya que es he ha-
llado, es muy natural que me aproveclie
de la ocasión.
— Pero, señorita, dijo nuevamente
Adriana; ¿no podré yo saber cual es el
objeto de la conversación que vamos á en-
tablar?
— Sí, madama; dijo Rosa Pompon re-
doblando su osadía con mas afectación
cha de mostrar que no le era desconocido que naturalidad; en primer lugar no os
el lenguaje culto. .imaginéis que me tengo por desgraciada
tTHUM.
16o
•y qne vny á haceros tina escena de celosa
ó dar gritos como iiDa abandonada no
Û3 lisonjeéis de eso á Dios gracias, no
tengo por cierto de qué queja rnne de nii
Principe hechicero, (ese es el nombre fa-
R)iliar que le doy); al contrario me ha
hecho muy feliz, y, si me he separado de
ál, es muy á pesar suyo y porque to he
querido yo absolutaminfe.
Al decir e^lo Kosa Pi m¡ on , que á pe
sar de su continente resuelto, tetiia el co-
razón opiimido, no pudo contener un sus
piro.
— Sí, madama, continuó diciendo Ros^
Pompon, por mi guslo me he separado
de él, pues estaba prendado de mí
hasta tal punto, que, si huhiera querido
yo, se hubiera casado conmigo: sí, ma-
dama, casado tanto peor para vos, si
os aflige lo que os digo... Ademas, cuan
do digo tanto peor , es verdad que quería
mortificaros ¡Oh! eso es cosa muy
cierta; pero cuando os he visto hace un
momento tener tanta bondad para con la
Gibosa; aunque tenia por mi parte la ra-
zón he sentido aqui alguna cosa
En fin, lo mas claro es que os detesto y
que lo merecéis muy bien... añadió Kosa
Pompon dando una patada.
Por todo eso, aun para cualquiera per-
sona menos interesada en conocer la ver-
dad y menos penetrante que Adriana, era
evidente, que, á pesar de sus triunfantes
baladronados con respecto al que estaba
tan prendado y quería casarse con ella, I h
sefiorita Rosa Pompon estaba enteramen-
te abandonada , y cometía una mentira
enorme; que no la amaban y que un vio
lento despecho amoroso le habia inspirado
el deseo de encontrar à Mlle, de Cardo-
ville, con objeto de vengarse haciéndole
lo que se llama en términos vulgares una
escena, puesto que miraba á Adriana,
(pronto se verá por qué) como una rival
feliz; pero iba ya dominando á Rosa Pom-
pon su buen natural , y en corisectiencia
de estoseveia muy emttarazada para con-
tinuar su escena, catjsándnie Adriana, por
las razones que hemos dicho, mucho res-
peto.
Aunque ya contaba Mile, de Cardovi-
llt, sino con la singular salida de la gri-
seta, al nenos con este resultado, que
era impasible que tuviere el príncipe por
aguda muchacha un afielo serio; á pesar
de lo estraordinario de aquel encuentro,
se alegró infinito desde un pruicipio, viendo
á su rÍKal confirmar tan c'aramente una
ruarte de sus pre>entimientos; pero súbi-
tamente á sus esperanzas, convertidas casi
en realidades, sucedió una aprensión cruel.
Espliquémonos.
Lo que acababa de oír Adriana hubiera
debido tranquilizarla completamente. Se-
gún los usos y costumbres de lo que se
llama el mundo, segura en adelan;e que
no habia dejado de pertenecerle el cora-
zón del príncipe Djalma , poco le impor-
taba que, en la efervescencia de wna ju-
ventud ardiente, hubiese ó no cedido aijuel
'á un capricho efímero inspirado por aque-
lla criatura, muy bonita de seguro y muy
apetecible, puesto que, aun suponiendo
que hubiese cedido á aquel capricho, re-
conociendo el error de los sentidos, se se-
paraba de Rosa Pompon.
A pesar de tan escelentes razones , no
podia perdonar Adriana aquel error de Jos
sentidos, ni entendía esa separación abso-
luta del cuerpo y del alma por la cual las
manchas del uno no mancillan á la otra.
No le parecía que pudiese ser cosa in-
diferente el pensar en esta entregándose
á aquella: su amor joven, casto y apa-
sionado, tenia una exigencia absoluta,
exigencia tan justa á los ojos de Dios y de
la naturaleza como ridicula y tonta a los
ojos de los hombres.
Por lo mismo que tenia ella la religion
de los sentidos, que los refinaba y los ve-
166 ALBIM.
aeraba como tina manifestacion adorable sin duda los liombres á ri'cojer ramille
y divifia, por eso mismo tenia Adriana
con respecto á los sentidos, esrrúpulos,
delicadezas, repugnancias inauditas, in-
vencibles, completamente ignoradas de
aquellos austeros espiritualistas, de aque
líos mojigatos a>céliros que, so pretesto
de la vileza , de la índi<inidad de la nia^e-
ria , mirai sus eslravios como absoluta-
mente insignificantes y se mofan de ellos
para prubiirle bien á esa infante, á esa
cenagosa, todo el desprecio que les ins-
pira.
No era Mlle, de Cardoville de esas al-
mas ariscas, pudibundas, que moririan
de Confusion antes de confesar en térmi-
nos claros que quieran un marido joven,
hermoso, ardiente y puro, y por eso se
casan con hombres muy feos, muy estra-
gados, muy corrompidos, salvo el recurso
de toMíar al cabo de seis meses uno ó dos
amantes: no; Adriana sentia instintiva-
mente toda la frescura virginal y celestial
que encuentra un hombre en los recuer-
dos tiernos é inefables que conserva de un
primer anior, que fué al mismo tiempo
su primera posesión.
Ya lo hemos dicho pues; Adriana no
estaba tranquilizada sino á medias por
mas que el despecho de Kosa Pompon la
confirmase cada vez mas en la idea de
que jama» le h;ibia inspirado esa mucha-
cha a Djalma tm afecto serio.
Habia concluido su epílogo la griseta
con aquellas palabras que eran una hos
tilidad n.igranle y significativa:
— Fn fin, madama, os detesto.
— ¿Y porqué me detestáis, señorita?
respondió dulcemente Adriana.
— lOh, Dios mió! madama, replicó
Rosa Pompon , olvidando enteramente su
papel de sultana y cediendo á la s nceri-
dad natural de su carácter; haced como
si no supieseis qué y quién son el motivo
de qUe os deteste )o.... y con e8u.... van
tes hasta en la b<ca de una pantera por
mugeres que no son para ellos nada, ab-
solutamente na<la.... ¡Y si no fuese mas
que eso! añadió Rosa Pompon que se iba
animando poro á poco, cuya linda cara ,
crntraiila lijt rameóte hasta entonces pot
un momo de nial humor, tomó la espre-
sion de un pesar verdadero, aunque có-
mico á veces.
¡ Y si no fuese mas (¡ue la historia
del raniil'.cte ! continuó diciendo: auníjue
\'i> hizo mi saiigrn mas que dar una vuel-
<a entera , al ver al principe hechicero sal-
tar al teatro cumo un cabrito.... me hu-
biera dicho yo é mí misma : j bah ! esos
indios tienen cortesías cumo suyas: aqui...
si deja caer su ramillete una muger, ua
hombre de buena educación lo recoje y
se lo vuelve; pero eo la India no anda asi
el cuento; el hombre recoje el ramillete,
no se lo vuelve á la señora, y mata ante
sus ojos á una pantera; ese es el estilo del
país.... á lo (|Ue parece; pero lo que no
esta bien en ningún pais, es el haberme
tratado como me lian tratado.... Y estoy
segura que os lo debo á vos.... madama.
Ksas quejas de Hosa Pompon, amar-
gas á veces y á veces divertidas, concor*
daban muy mal con lo (]ue habia dicho
anteriormente del loco amor que le tenia
el principe : pero se guardó rnuy bien
Adriana de hacerle ver esas contradiccio-
nes y se cun tentó con responderla muy
suavemente.
— Señorita, os engañáis, á lo que creo
suponiendo que tengo yo alguna parte en
vuestros pesares; pero en todo caso senti-
fia sinceramente que os hut)iese maltra-
tado quien quiera que fuese.
— Si creéis que me han aporreado, os
engañáis, replicó Rosa Pompon. ¡Pues
bien! esta si que es buena... Nu, no es eso...
pero en fin estoy segura que sino por vos
hubiera concluido al üu, el hechicero prin-
ALBDli.
167
'cipe amándome un poco.... que al cabo,
al cabo ya meiezco la pena y en 6o
hay ademas amar.... y amar.... no soy
tan eesif^ente, pero ni aun esto.... y se
mordió Rosa Pompon la uña rosada del
pulgar. jAhl cuando vinoaquiNmi Mou
lin trajéndome joyas y encajes para de-
cidirme 4 seguirle, tenia razón en decir-
me que no me esponia á nada...i.*. que
no fuese cosa muy honrada....
— ¿Nini-Moulin? preguntó la señorila
de Cardoville interesándose cada vez oías
^quián es ese Nini-Moulin, señorita?
— ün escritor relijioso, respondió Rosa
Pompon haciendo momos, la alma con-
denada de un atajo de vitj »s monigotes,
cuyo dinero mete en el bolsillo so pretes-
to de escribir moral y relijion.... ¡ guapa
moral, guapa relijion !
Al oir aquello de escritor relijioso y de
■monigoíee, comenzó Adriana á descubrir
•el hilo de alguna trama de Rudin ú del
padre d^'Aigrigny, trama de la cual ha-
bían estado espuestos á ser víctimas ella
y el príncipe Djalma; comenzó á vislum-
brar vagamente la verdad y dijo:
— ¿Pero, señorita con qué pretesto os
sacó de aqui ese hombre?
— Vino diciéndome que ningún peligro
tenia que correr mi virtud, que no len-
■dria mas que ponerme bien maja; enton-
■ces dije entre mi; Filemon está en su
tierra, y yo me estoy fastidiando aquiso-
íh; me parece que seria eso cosa muy cu-
riosa ¿qué peligro Curro? ¡Ah! no
sabia yo el peligro que iba á correr, aña-
dió Rosa Pompon suspirando. F,n fin Ni-
ni-Muulin me llevó en un coche muy bo-
nito, nos detuvimos en la plazi del Pala-
cio real; llegó un hombre solapado con
tez amarilla, y se puso en el coche en
lugar de Nini-Mouün, llevándome des-
pués á casa del príncipe hchicero en donde
meestableció. Guando le vi... os tan her-
moso, ¡diantre! tan hermoso que me
quedé inmediatamente deslumbradj : pa-
rece al mismo tiempo tan dulce, tan bue-
no ast es que me dije desde Im o<>i
ahora si que baria bien yo en sei pruden-
te.... no creia decir tanta verdad.... me
he conservado prudente.... ¡ ay ! masque
prudente.
— ¿Como, señorita, tenéis sentir>ii(.'nto
de habiTos mostrado virtuosa?
—••Toma.... tengo el sentimiento de no
haber tinido el gusto de poder reg.'r al-
go..... pero negad algo cuando no os pi-
den... pero nada, maldita la cosa... cuan-
do os desprecian lo bastan-e para no de-
ciros ni la mas pequeña palabrada amor.
— Pero permitidme, señorita... el ha-
ceros observar que la índiferencia que,
según decís, os han manifestado, no os lia
impedido hacer una larga mansión en la
casa de que habíais.
— ¿Acaso sé yo por qué me ginrdaba
en su casa el príncipe hechicero? ¿ Pof qué
me hacia pasear en coche, y me llevaba
al teatro? ¿Qué queréis que os diga? i'ue-
de que sea" también de buen tono en su
pais de salvages el l«ner á su lado una
jovencita muy bonita con objeto de no te-
ner con ella la menor atención , la me-
nor...
— ¿Pero entonces poT qué continuabais
viviendo en aquella casa?
— ¡ Ah, Dios mió! estaba yo alli\ res-
pondió Rosa Pompon dando una patada
con despecho, porque sin saber c^mo ha
sucedido eso, comencé á amar al principe
'hechicero, y lo estraño es que yo qtie soy
mas alegre que una gaita le amaba á
él precisamente porque estaba triste, lo
cual prueba que era séria mi pasión. En
fin, un dia no me pude contener... y dije
entre mí: «tanto peor I sucederá lo que
«suceda. Filemon me está haciendo mil
« malas partidas en su tierra , estoy per-
ce suadida de ello, eso me alienta.» Y me
vestí una mañana á mi modo, coq tanta
43**
1G8
ALBIM.
gracia, coq tanta coquetería, que Inbién
dome mirado al espejo, me dije é mi mis-
ma: ¡Oh! es cosa segura... no me ri-sis-
tirá Voy á su cuarto; pierdo el seso;
le digo cuantas ternuras me vii-nen á la
raheza; me poiso á toit, á llorar y le
declaro en fin que le adoro... ¿Qué me
respondió entonces él con su voz >iiave,
pero mns (ria que un mármol? « Pobre
muchacha.» ¡l'obre muchacha! repitió
Rosa Pompón con indignación, ni mas ni
menos que si hubiese ido á quejarme de
uo dolor de muelas, porque me venia ya
la muría del juicio... Pero lo hurroroso es
que estoy segura, que, si no fuese, por su
parle, desgraciado con otro amor, seria
un verdadero alquitrán; ¡pero está tan
triste tan abatido!
Y luego interrumpiéndose por un mo-
mento prosiguió :
— Pero no no quiero deciros lo de
mas por lo mismo que sé que habíais
de alegraros...
Y después de otra breve pausa , prosi-
guió :
— Pero en fio os lo voy á decir es-
clamó aquella loquilla mirando con cierto
cariño y deferencia á la señorita de Car-
doville. ¿Por qué he de callar? Reco-
menzado esta conversación, haciéndola
orguilosa y diciendo que el príncipe habia
querido casarse conmigo, yá mi pesar he
acabado manifestando que casi me ha pues-
to á la puerta de la calle. ¡Caramba! pe-
ro no es culpa mia. Cuando quiero echar
una mentira, me sucede siempre que me
embrollo. Con que escuchad , señorita :
voy á deciros la pura verdad. Cuando os
encontré en la habitación de la Gibosa,
me puse mas soberbia que un pavo con-
tra vos pero al veros, á pesar de ser
tan hermosa y tan elevada señora, tratar
como una hermana á aquella pobre cos-
turera, se me disipó la cólera.... Cuando
nos hemos visto ya las dos solas aquí en
este cuarto , he hecho todo lo posible por
encolerizarme de nuevo pero imposi-
ble... Cuanto mas iba conociendo la dife-
rencia que existe entre las dos. tanto mas
me convencía de la razón tjue el príncipe
encantador tenia para no pensar mas que
en vos... Porque por vos os por quien es-
tá enteramente perdido... Ioc(í... sí, seño-
ra... lo que se llama loco... Y no croáis qtíe
yo «ligo esto fundándome solamente on la
escena del tigre que mató por vos on el
teatro de la puerta de San Martin , sino
que... ¡ Dios mió! ¡Si supiórais las locu-
ras que él hacia con vuestro ramillete!
Desde entonces pasaba las noches enteras
sin acostarse, y muchas llorando en un
salon en donde según me han dicho os
vio la primera vez.... ¿Sabéis? Allí cerca
de la estufa del jardín en donde tiene vues-
tro retrato que ha trazado el de memoria
en un espejo á estilo de su pais... Kn fin,
yo que le amaba y que sabia y veía todo
esto, empecé por ponerme furiosa; pero
luego viendo el interés que todas estas co-
sas le inspiraban, no pude ya contener las
lágrimas que se me asomaban á los ojos...
como ahora al acordarme solamente de
aquel joven encantador. ¡Ah, señora!
prosiguió diciendo Rosa Pomp ,n con sus
ojos azules y hermosos arrasados de lá-
grimas y con una espresioo tan sincera
de sentimiento, que la señorita de ('ar-
dovilleno pudo menos de sentirse también
profundamente coHmovida ; ¡ah, señ>ral
vos que parecéis tan buena y tan amable,
no le hagáis infoliz Vmad algún tanto á
ese pobre príncipe. Decidme, ¿qué de ma-
jo puede haber en que le améis?
Y al decir esto Rosa Pompon por un
movimiento demasiado familiar, pero lle-
no de ingenuidad, cojió la mano de .\dria-
na como para dar mayor espresion á su
súplica.
Necesario habia sido á la señorita todo
el dominio que sobre sí misma tenia para
At.BTJV.
1C9
•Soîocar y para conti^ner el impulso de ale-
gría que desde el corazón quería asomar-
«e á sus labios, así como para detener el
torrente de preguntas que ansiaba dirigir
á Rosa Pompon, y para no dar libre cur
so á las lágrimas de gozo que se ajilaban
debajo de sus párpados. Y (fosa singtijar!
cuando Rosa l'ompon le cjió la mano,
Adriana en lugar de retirarla había apre-
tado afectuosamente la de aquellií, llevan
do luego á la joven cerca de la ventana
como por un movimiento maquinal, y co-
mo si hubiera querido examinar con mas
atención las seductoras facciones de Rosa
Pompon.
Esta ai entrar en su cuarto habiaarro-
jadoencima de una silla su chai y su gor
ro, de manera que Adriana podia admi-
rar las pobladas y sedosas fajas de su her-
moso cabello castaiio claro, que circunda
ban el fresco y gracioso rostro de aquella
joven encantadora cuyas redondas y son-
rosadas mejillas, cuyos labios encendidos
como una cereza , y cuyos ojos azules le
daban un conjunto seductor. Adriana pu-
do así mismo notar, gracias á lo escotado
del traje de Rosa Pompon, la gentileza y
las gracias de su talle de ninfa.
Por estraño que esto parezca, Adriana
se alegraba inñnito en ver que esta joven
era aun mas hermosa que lo que ai prin-
cipio le habid parecido.... La indiferencia
estoica de Djalma para con esta criatura
encantadora, revelaba suficientemente la
sinceridad del amor de que el príncipe es-
taba dominado.
Rosa Pompon, después de haber co-
jido la mano de Adriana , se quedó tan
confusa como sorprendida de la bondad
de la señorita de CainJoville, que tan fa-
miliar acojida le hacia; y animada por es-
ta indulgencia y por el silencio de Adria-
na , que hacia algunos instantes la estaba
mirando atentamente con una espresíon
casi de gratitud, dijo á esta:
— ¡ Ah !.,. vos os compadeceréis de ese
pobre príncipe... ¿No es verdad, señora?
No sabemos lo (|ue Adriana Iiubiera
contestado á aquella pregunta indiscreta
de Rosa Pompon, como se pre()araba á
hacerlo, cuandode repenteseoyó un graz-
nido agudo, destemplado y chillón que
aparentaba querer imitar el canti) delü-i-
llo,el cual sonaba á la parte de afuera de
la puerta.
Adriana se estremeció asustada, así co-
mo por el contrario la fisonomía de Rosa
Pompen, tan melancólica no liace mucho,
lomó una espresionde alegría reconocien-
do aquella señal, y esclamó dando pal-
madas :
— ¡ Es Fileraon !!1-
— ¿Quién ?...¿Filemon? preguntó pre-
cipitadamente Adriana.
— Sí... mi amante... Ese monstruo pue-
de ser que haya subido callandito... para
hacer el gallo... Eso es muy propio de él.
Otro qui-quiri-qui aun mas estrepitoso
que el primero sonó en aquel momento
detras de la puerta.
— ¡Dios mió! ¡Es tan atolondrado y
tan loco! Siempre gasta las mismas chan-
zas y siempre me está haciendo reir, dijo
Rosa Pompon.
y al acabar estas palabras se enjugólas
lágrimas con la mano, riéndose cumouna
loca de la gracia de Filemon (¡uele pare-
cía nueva y divertida , á pesar de que la
había oido muchas veces.
— No abráis, dijo Adriana en voz baja
y mas turbada cada vez. No respondáis
tampoco. Os lo suplico encarecidamente.
— El caso es que la llave está puesta en
la puerta por la parte de afuera y el cerro-
jo echado, y Filemon debe conocer cla-
ramente que hay gente dentro.
— No importa.
— Pero, señora, habéis de saber que
'esta habitación en que nosotros estamos,
,es la suya, dijo Rosa Pompon.
no Alfil!».
Filemon cansándose sin duda del poco
•efecto de sus dos imitaciones ornitholóji
cas, dio vuelta á lalldve que estaba puos
ta en la cerradura; y como no putlieso
abrirá pesar de esta tentativa, dijo con
una voz de tenor bajo :
— ¡Que €S eso, gatlta querida.... demi
corazón ! ¿E-^tamos encerrados....?
^Kstainus haciendo oración á San Flam-
barJ por la vuelta de Mon mon^. (léase
Filemon).
Adriatia no queriendo ya aumentar la
confíisidn de Rosa Pompon y lá ridicula
situación t-n que se <'nc()n(ral)an prolon-
ganilola mas, se dirij') ella resueltamente
hacia la puerta y Id abrió encontrándose
frente á frente con FilenDon que retroce-
dió dos pasos.
La señorita de Cardoville á pesar de
ese disgusto, no pudo menos de sonreírse
á la vista del amante de Rosa Pompon y
de los objetos que Iraia en la mano y de-
bajo del brazo.
Filemon era alto, moreno y encarnado
y traia en la cabeza una boina blanca. Su
barba negra y espesa caia en grandes me-
chones sobre su chaleco azul á lo Robes-
pierre, traia una levita corta de terciope-
lo de color de aceituna y un anchísimo
pantalon con cuadras escoceses deun«es-
tension enorme. Por lo que toca á los
objetos accesorios que habían provocado
la risa de Adriana, deben saber nuestro>
lectores que se redurion , I." á una rtia
.k'lita de la cual salian la cabi'ZH y las pa-
tas de un pájaro, la cual traia Filemor)
debajo del brazo; y 2.* á un gran conejo
ro el estudiante lejos de Cepatat en verse
sacrifu-ado a su orejudo compafioro y con
ojos de rubies, se sonrió alegremente al
ver la sorpresa que este causaba á suqUB''-
rida, y «|ue era tan bien recibido.
Todo esto pasó muy rápidamente.
Mientras (]ue Rosa Pompon arrodilla'-
fia delante de la jaula prorrumpía en es-
clamaciones de admiración por el conejo,
Filemon sorprendido del aspecto noble y
elevad) de la señorita de Cardoville ; se
eih<'> mano á la boina y la saludó respe-
tuosamente retirándose hacia la pared.
Adnuia le devolvió su saludo con una
;^racia ili iia de divinidad, baje precipita-^
itairiente la escalera y desapareció.
Filemon tan deslunibrado de su belle-
za como admirado de su nobleza y ma-
íiostad , y particjilarmente ntuy curioso
de saber como diablos habia adquido Ro-
sa Pompon semejantes relaciones , pre-
fíuntó a esta en su amorosa y tierna ge-
rigonza.
— Gata querida, dijja á su Mon-inon
(Fil»'m(in), (piien es esa hermosa señora.
— Una de mis ami^'as de colcjio... ¡sa-
lira mayorl, contestó Rosa Pompon pa-
sando la mano por el lomo al conejo
blanco.
Y luego fijando los ojos en una cajitá
que Filemon habia dejado al lado de la
jaula y de la maleta añadió:
— ¡ Apostarla á que ma traes aquí uvas
conservadas con vino dulce !
—•Mon -mon trae «IgUna cosa mejor que
eso á su gata querida, dijo el estudiante
alentando dos robustos besos en las fres-
cas mejillas (le Rusa Pompon que ya se
liabia levantado; Mon- mon la trae su co-
razón.
— ¿De v( ras?.,, dijo la joven poniendo
"raciosano'iile stdjre >u sonrosada nariz
blanco, vivo y encerrado en una jaula que h'' «-^Iremo d. I dedo pulgar de la mano
■aquel tenia en la mano.
— ¡ Ay qué contjo blanco tan hermo-
Sül... i Y tiene los oj)s encarnados!
K* preciso confesar que estas fueron las
primeras palabras que pronunció Rosa
Pompon, sin dirijirse á Filemon á pesar
de que volvia de una larga ausencia. Pe-
izcluiérdií , estendietido luego lodü la ma-
no y agilaiiUola suavemente á uno y otro
lado.
Filemon contestó á esta monada dépo-
sa Pompon cogiéndola amorosamente pur
la cintura, y la afortunada pareja cerró
la puerta de su cuarto.
FIN ÜE LA SEGLiNDA PARTE.
ALBUM.
171
JPAftTÈ TERCERA.
Eli CÓliERA.
■«a»-oe'ü «^
flO^'i'V
MTentrias duraba la' conversación de
Àdriànâ y deKosa P^ómpoh, pasaba úria es-
'Céna' ihlèt-esante eíilre Agrícul y la G¡Í)o-
sa que liabian qütdaíó sorpreíididos de
Ver la corvd'Stendèhcià que la primera
habia mániTestado resipecto â la segunda.
Tan pfonto como'salieroñ las dos de la
boardilla , se arrodillo Agn'cbl junto al
pobre lecho de la Gibosa , y dijo con una
piofunda conmoción:
-^Ya estamos solos.... ya pu)édo decir
le loque está pesando sobre mi corazón...
Atiende...; ¿ Lo ves?.... ¿Conoces lo que
acabas de hacer?.... j Morirse de mise-
ria.... de desesperación.... y no acudir á
mi....!
— A^rícol.... escúchame....
— No.... tu no tienes disculpa. ..k ¿De
\\uè sirve cjue nos hayamos llamado her-
manos?.,.. ¿De qué sirve que por espa-
cio de quii\ce años hayamos eslado dán-
donos recíprocamente pruebas de un ver-
dadero afecto^ si en un dia de desgracia te
resuelves tii á arrancarte la vida de esa
manera, sin acordarte siquiera de los que
quedan en el mundo.... sin reflecsionar
que qtiitarte la vida es lo noismo que de'
cirles: ff Vosotros no sois nada para mí?
—¡Perdón, Agrícol!... Tienes razón..*
yo rio he jp^en^ado en eso, dijo ta Giboîa
bajando los oj,os.. Pero.... la miseria la
•falta de trabajo.... ^
-i-¡ La miserilí I.... jLá falla 'de tra-
bajo!,.,. Pero qué, ¿no estaba yo en el
mundo9 '
— La desesperación....
— ¿Y porqué desesperarse?.... Esa ge-
nerosa señorita te habla acojido en su ca-
sa; apreciándote el) lo que vales, te tra-
taba cc»o[)o á su amiga....; y justamente
cuando encontrabas mas. garantías para
• u ftli:;idadi... para tu porvenir, justa-
mente entonces fué cuando tan repenti-
namente abandqr^aite la casa de la siño-
rita de Cardovillej..,, dejándonos á todos
en la mayor ansiedad respecto á tusuertu*
-~Yü.... yo.;., temia ser una carga^.
para m¡j)ienlivcíjpr¡*.... 4is|u balbuciente
ia Gibosa. , ,. ,
— ¡lu una carga.... para la señorita
deCardoville.^..^^ue^^^t^a|y^^r^i<|8ï^nJ>i^
nal:... , ■ ,' _ .-,,..-., j;i
' -^TeÍila imieoo íe cometer iñÍJiscrecio-
nes... dijo la Gibosa mas turbada y con-
tusa cnda vez.
44-*
172 ALB\!fl
ügrícol eo lugar de responder á su her-
mana adoptiva, guardó silencio, la con-
templó por espacio de algunos instantes
coa una espresion indefiniblo, y luego es-
clamó como si se contestara á una pre-
gunta que él mismo se hubiese hecho.
— Ella me perdonará de liaberla deso-
bedecido.... si : estoy seguro.,.
Enlunces dinjiéndose á la Gibosa que
le miraba cada V(z mas sorprendida, dijo
con una voz conmovida y rápida :
— Yo no puedo menos de ser franco...
Esta situación DO es soslenible.... Yo te
reconvengo..,, yo te reprendo.... y si he
decir la verdad , yo no estoy en lo que
digo.... Estoy pensando en otra cosa...
— ¿En qué, Agríco!?
' — rengo traspasado el corazón al re
flecsionar el mal que te he causado....
— No te entiendo.... amigo mió.... tu
no me has causado nunca ningún mal....
— ¿Nunca?... j Ah , si !... Hasta en las
cosas mas insignificantes.... Pues qué ¿no
te causaba un mal cuando por ejemplo
cediendo á una costumbre detestable ad-
quirida en la niñez, yo que te amaba tan-
to y que te respetaba como á una her-
mana te injuriaba cieo veces c^da
dia?
— ¿Tú me injuriabas?
— ¿No era injuriarte darte continua-
mente uu apodo odiosamente ridículo,...
en lugar de llamarte por tu propio nom-
bre?
Al oir la Gibosa estas palabras, miró
aterrada al herrero temblando que estu-
viera instruido de su triste secreto, ape-
gar de las seguridades que para deshacer
este temor le habia dado la señorita de
Cardoville; pero se consoló reflecsionan-
do que Agrícol habia pedido meditar so-
bre la humillación que á ella debía cau-
sarle la circunstancia de estarse oyendo
llamar siempre la Gibosa ; y esforzándose
para sonreírse , contestó :
— ¿Y por tan poco le enlristenes? }Lso^
como tu dices , era una costumbre de la
niñez.... tu madre tan tierna y tan bon-
dadosa que me trataba como si fuera su
hija... me llamaba también la Gibosa. Ya
lo sabes.
— Y mi madre... ¿ha llegado ella por
ventura hasta consultarte acerca de mi
matrimonio?,... ¿á hablarle de la belleza
demi prometida?.... ¿á rogarte que fue-
ras á estudiar su carácter conliandoen que
el instinto del afecto que me profesas, te
^reveieria.... si mi elección era ó no acer-
tada?.... D¡me¿ha llevado tan adelante
mi madre su crueldad?.... No, no.... Yo
soy quien ha <lesgarrado tu corazón.
Los temores de la Gibosa se renovaron
otra vez.
Ya no habia duda: Agrícol sabia su
secreto. Al penetrar este descubrimiento,
se sentía desfallecer de confusion; tiero
sin embargo haciendo todavía un último
esfuerzo para no creerlo pudo murmurar
aunque con voz débil :
— En efecto.... Agrícol.... no ha sido
tu madre..,, quien me ha hecho esas sú-
plicas..,, sino que has sido tu.... y yo te
he agradecido esta prueba de tu confian-
za....
—¡Tu me la has agradecido Î.... ¡ po-
brecilla ! esclamó el herrero con los ojos
arrasados de lágrimas, no.... eso no es
cierto Porque yo te causaba un mal
4iorrible.... Y yo era contigo estremada-
mente cruel sin saberlo... ] Dios mió!
— Pero.... dijo la Gibosa con una voz
casi ininteligible, ¿porqué te acuerdas
ahora de esas cosas?
— ¡ P«rquél.... ¡Porqué tu me ama-
bas!! esclamó el herrero con una voz pal-
pitante y sobremanera conmovida, estre-
chando paternalmente á la Gibosa entre
sus brazos.
— ¡Oh!.... I Dios mío! murmuró la
infeliz, queriendo taparse el rostro con las
dos manos, j Todo lo sabe I
1
*^vfm.
173
— Si..„ lodo lo fi6, replicó el herrero
•con una espresion de loriiura y de inde-
cible respero. Si, todo lo sé... Y yo no
quiero que le averguences de un senti-
iniento (jue me honra en estrenio y que
íne envanece. Si: lo sé lodo, y yo me
ícontíplazco y me felicito con orgullo de
que el corazón mejor que hay en el mun
do es mió, y será siempre mió.... .¡ Mag-
dalena I.... dejemos la vergu<M)za paralas
pasiones malas.... levanla tu frenle, alza
lus ojos, mírame..^. Tú sahesque mi ros-
tro no ha mentido jamás; tu sabes que
nunca se ha reflejado en él un sentimien-
to falsa.... Pues bien: mírame, le digo..,
mírame cara á cara.,... y «Minuceras en
■mis facciones lo orgulloso y lo envanecido
que estoy: si, óyelo claramente, lo orgu-
lloso y lo envanecido que estoy con tu
■amor..,.
La Gibosa abrumada de dolor y per-
dida de confusion, no se hat)ia atrevido
hasta entonces á levantar sus ojos para
mirar á Agricol; pero las palabras del
herrero llevaban tal espresion de conven
cimiento, su vibrante voz tenia un sonido
áe tao tierna conmoción, que aquella in-
feliz sentía ír»e desvaneciendo poco apoco
su vergüenza ; y muy particularmente
cuando Agricol anadió con mayor exalta-
ción todavía:
— Vamos, serénate, mi noble y dulce
Magdalena... Yoseré digno deeseamor...
«réeme El te causará tanta felicidad
como turbación le causa en este momen-
to. ¿Por qué ha de ser de hay en ade-
lante ese amor un motivo de tristeza, de
turbación y de t^mor? ¿Qué es el amor
tal como tu corazón lo comprende? Un
manantial continuo de afecto, de ternura:
«na estimación profunda y correspondida:
una mutua , una ciega confianza. Pues
bien, Magdalena: ese afecto, esa ternura,
esa estimación, esa confíanza las tendre-
mos aosotros el uno para el otro, aun
mas que las hemos l^nido antes de ahora.
Tu secreto te inspiraba en mil ocasión»*
temor y desconfianza;... desde ahora al
contrario, tu me verás ansioso y anlje-
lando siempre salisfacef á tu corazón ,
tanto que tu serás feliz por la felicidad
misma que me proporcionarás á mí
Esto qtieteestoy diciendo puede que ten-
ga algo de egoísmo yo no sé iruMitir.
Cuanto mas hablaba el herrero, tant»
nías ánimo cobraba laGibosa,..P-T()iiepor
lo que mas había temido la revelación de
su secreto, era por esponerse á recoger la
burla , el desden ó una iiumillanle com-
pasión: pero lejos de esto veia retratadas
en el semblante franco y varonil de Agri-
col la alegría y la satisfacción. La Gibosa
sabia que él era incapaz de fingir; y Ssi
fué, que sin confusion ya, y antes por el
contrario, con una especie de orgullo es-
clamó:
— Toda pasión sincera y pura lleva den-
tro de sí ¡ Dios mió! el principio bueno,
hermoso y consolador de inspirar un tier-
no interés, cuando no se ha podido resis-
tir en sus primeros impulsos; y no puede
menos de honrar siempre al corazón que
la inspira y al corazón que la siente. Gra-
cias á tí, Agricol, gracias á tus buenas
palabras, yo me levanto á mis propíos
ojos, y conozco que en higar de avergon-
zarme, debo envanecerme de este amor...
Tiene razón mi bienhechora... tienes ra-
zón tú también ¿Por qué me he de
avergonzar? ¿No es puro y casto miauíor?
Mirarme siempie eu tu vida: amarte: de-
círtelo: demostrar cunlinuamente mi ca-
riño, ¿qué mas puedo yo esperar? Y sin
embargo, ¡la vergüenza y el temor uni-
dos al vértigo que dá la desgracia estre-
ma, me han impulsado al suicidio!... ¡Ay
amigo mío! Ya ves que tienes que per-
donar algo á las mortales desconfianzas
de una pobre criatura, condenada al ri-
dículo desde su infancia... Este secreto...
debiera haber muerto conmigo, á oo ser
171 AI.BtS,
pof la casualidad Casi imjjTísible depreVtr
q\ie ha venido á rcvrlarlelo Ahora...
tienes razón: sejítjra de mi misma y se-
gura también de tí, yo no tengo ya nada
tjue temer Pefo necesito indulgencia.
La desconfianta, ta cruel desconfía) nza de
sí propio hace desgracia<lamente que
se dude de ios demás..... Olvidemos todo
esto..^.. K-cucha, Agricol, mi generoso
hermano|2 yo te diré ahora lo que tú me
derlas hace un m'imetito Mírame cara
á cara jamúas, ya lo sabes, ha men-
tido mi rustro: pues bien, .mira como mis
oj'is no huyen d<? los tuyos.... Diine si en
mí vida he tenido yo u^ia espresion de ie-
iicidad..... como ahora... y ^in embargo
Qo h ice todavía un momento que yo iba
í morir.
La Gibosa decia la terdad
El mismo Agricol no hubiera esperado
tan pronto el efecto de sus paUbras. Ape^
sar de la^ huellas profundas qtie la mise-
ria , e| ha^nbre y la enfermedad habifin
iaipreso en el. sembJanle de aquella j>^
yen, apárcela en aquel. momento f adiarte
de nobleza y de serenidad, al p aboque
sus «jos azule)!, dulces y puros como su
alma , s^ ñj iban desembarazadamente en
Iü9 de .Agricol.
— ^}0h! ; gracia*.,, w, graclaitl esclaraó
el herrero fuera de sí. \\ mirarle lan traiv
quila y tan feliz no puedes compren-
der la gratitud que >ietit<>. ,
'«■>(..... tranquila. .w... m, feliz, con-
tentó l« Gibosa, sí: fi liz para Meat^rret.,.
porv|ue desde ahora sabrás mis mas íiiti
mos pensamientos Sí, Miz;, porque
t>te dia que ha empezado de una manera
tan funesta, acaba como un sueilo di-
vino Ya lejos de tener miedo de mi-
rarte, te miro con esperanza, con em-
briaguez: he encontrado a iid generosa
bienhechora, y estoy tranquila porel por-
venir de mi pobre hermana... j^Oli! alio,
ra mismo aiuy pronto.... ¿no es ver-
dad? iremos á veV)a pak-a qtie patlicipe dó
nuestra alegría.
La Gibosa era tan feliz que el herrero
no se atrevió ni quiso anunciártela muerte
de Cefisa^ reservándose noticiársela, pre-
parándola antes con muchas precauciones;
y respondió :
— Por la nusma razón de que Cefisa es
mas -robusta que ttí, ha padecido mas, f
según me han dicho seria muy prudente
dt'jarla por todo el dia de hoy en un so-
Mego cnmpleío. ■ ' 1- * '
— Bien : esperaré. Tengo con que dis-
traer mi impaciencia ¡Tengu tantas
co^âs que decirle !
— ¡Querida Magdalena I
— .Vtiende, amigo mío, esclamó la Gi-
bosa interrumpiendo á Agricol y llorando
de alegría, no puedo cspresar loque sieríto
dentro de mí cuando te oigo que irre das
el nombre de Magdaleha^i. ¡ Es una'sen-
!>aciun lan dulce, tan suave, tan consola-
dura , que se inunda de alegría el cora-
zón!
— j Pobreciía 1 ¡ Cuanto ha debido
sufrir. Dios mío! esclamó el herrero con
una ine-íplicable ternura. ¡Cuanto ha de-
bido padecer puesto que tanta satisfacción
le causa ahora el oírse llamar por su mo-
desto nombre!. ti '
— ¿No cotíoces, mi querido amigo, qiiia
e>ta palabra reasume para mí toda una
v/da eiikraiiiente nueva? ¡Si supieras las
esperanza', las delicias que descubro para
el porvenir! ¡ *^l supieras todas las mas
caras anibutioncs de mi ternura! Tu
esposa, oa ericaiiUd()ra Angela con su
rostro de ángel y su alma de ángel tam-
bién... ( I oh ! yo también te digo ahora á
mi vez: mírame, y verás como ese dulc0
nombre no solamente es dulce en los la-
bios míos, sino también en e! fondo del
corazón!. .) ¡»í; lu eticanladora y bon-
dadosa esposa riie llamar») también Mag-
dalena su buena Magdalena y tus
/LBUH
hijos, Agricol... tus liijüs... tambirn para
ellos ser(^ Magdalena.... su buena Magda-
lena.... Y que ¿no me pertenecerán á mí
también corno á su madre por el amor
que !yo les profese? Porque yo reclamo
nu parte en los cuidados maternales. ElhíS
nos pertenecerán á los tres. ¿No es verdad,
Agricoi?.... ¡Ohl dójame... déjame llo-
rar ¡ Sort tan buenas las lágriiira> cuando
no son amargas y no se ocultan! \ Oios
sea benditol... Gracias á tí, amigo mío...
el manantial de las lágrimas de dolor se
ha secado para sempre.
Hacia ya algunos inst^.ntes que esta es-
cena de ternura tema nn testigo que ni
Agricol ni la Gibosa liabian vi>;to.
Demasiado afectados los dos no pudieron.
Teparar en la spfioriía de Cardoviile que
se hallaba de pié en la puerta.
Este día, como habia dicho muy bien la
ijibosa, comenzado bajo tan funesl'vsaus-
.pícios, había llegado á ser para todos un
•día de inefable Telicidad.
Adriana estaba también radiante de a!e-
:gria : Djalma le habia sido fiel : Ojalma la
amaba con pasión. Aqtíeltas odiosas apa
nencias de que ella habia sido el juguete
y la víctima, eran evidetítementeuna tra-
ma nueva de Rodin , y ya no (|tiedaba á
la sefiorita de Cardoviile mas que descu-
brir el objeto de estas njaquinaciones.^
Todavía le estaba reservada una úllírha
alegría..-.
Por|ó que toca á felicidad ninguna
^:osa tiace á una persona mas penetrante
•que la felicidad misma. Por las tíltimas
palabras de la Gibosa , adivinó Adriáiía
i|ue ya no había secreto entre elherreroy
4a pobre costurera ; y asi no pu lo meros
de esclamar:
— 1 A h ! este día es él mas hermoso de
mt vida; porqué no soy yo solamente quien
encuentra la felicidad]
Agricol y Ja Gibosa se volvieron repen-
tinamente al oír ésta Vbï.
1^5
— Serlorita, dijo el herrero, apesar de
la promesa que os habia hecho, no he po-
dido ocultar á Magdalena que sabia que
ella me amaba.
— Ahora que ya no me avergüenzo de
mi amor delante de Agricol , como habia
de avergonzarme deíante de vos, mi que-
rida señorita, cuando vos mi'-ma me de-
cíais no hace murho : envaneceos de ese
amor.... porque esnohle y puro? íiijo la
Gibosa errcoiifrandoje/i su fe'i^idad fuerza
suficiente para ponerse en pié apoyándose
en el brazo de Agricol...
— ,¡ Bien !... ¡ bien , mi querida amiga I
le dijo Adriana acercándose á ella y echán-
dola un brazo por la cintura con el fin de
sostenerla también. Debo deciros una pa-
labra para disculpar una indiscreción de
tjue podría reconvenirme... si yo he dicho
vuestro secreto á Agricol...
— ¿Sabes porque ha sido, Magdalena?
esclamó el herrero interrumpiendo ó Adria-
tia; por otra muestra mas de esa delicada
generosidad de corazón qtie no desmiente
nunca esta señorita. « Re vacilado mucho
tiempo si os confiaría ó no este secreto,
me ha dicho esta mañana, pero al fin me
he decidido. Vamosá volverá ver ávues»
ira hermana adoptiva; vos sois para ella
el mejor de los hermanos; pero sin saber-
lo y sin pensar en ello muchas veces la
herís cruelmente e.nel^orazon. Ahora que
sabéis su secreto.... espero que al mismo
tiempo que lo guardareis fielmente, evi-
taréis á esa pobre criatura mil dolares
agudos.... tatito mas amargos para ella
cuanto que vienen de vos, y qtie la infe-
liz tiene que sufrirlos en silencio. Asiruan-
lio la habléis de vuestra esposa, de vues-
tra felicidad, procurad hacerlo con las de-
bidas precauciones para ao lastimar aquel
corazón tan bueno, tan tierno y tan gene-
roso....» Si, Magdalena, esa ha sido i«
causa porque la señorita ha cometido eso
que ella llarñia una indiscrecíoo.
45*
17G ALBIM.
— Soñorita, no encuenlro palábiassufi j — Nada tienen de particular. Mr.ïliif
cíenles para espresaros nuevam»^nlo niijdyesuno de los individuos de mi raza.
gratitud... dijo la Gibosa
— Ya veis, amiiía mi;i, repücó Adriana,
como las astucias de los malvados so vuel-
ven contra ellos mismos. Temían el af<'0-
to que me profesabais: liabian encarando
á la desgraciada Fiorina que os arrancara
vuestro manuscrito...
— Para á fuerza de vergüenza obligar-
me á dejar vuestra casa , sen<>ritJ , en el
riiomenlo mismo en que yo supiera que
mis mas íntimos y secretos pensamientos
estaban espuestos á la mofa y á 'a burla
de todos... Ahora lo conozco de una ma-
nera que no me deja la menor duda , dijo
la Gibosa.
— Asi era, bija mía. Pues bien, esa hor-
rible intriga que ha estado tan cerca de
ser causa de vuestra muerte, se vuelve
ahora en confusion para los malvados; su
trama afortunadamente está ya descubier-
ta... en este punto y en otros muchos
también, dijo Adriana acordándose de
Rosa Pompon.
Y luego continuó diciendo con una pro
funda alegría:
— Knfin, hónos aquí unidos y felices
como nunca , y nuestra misma felicidad
nos dá nuevas fuerzascontra nuestrosene-
nugos; y digo, nuestros enemigos, porque
todo lo que yo amo es odiado por esos
miserables... Pero ¡valori La hora ha lle-
gado y las gentes de corazón van á llenar
su misión...
— Dios mediante, serior¡la...dijoelher-
rero, prometo que no seré yo á quien fal-
te celo. 1 Que dicha !... Poder arrancarles
la máscara!
— Permitidme señor Agricol, que los
recuerde que mañana debéis tener una
entrevista con Mr. Hardy.
— No me he olvidado de eso, señorita,
como tampoco de vuestros generosos ofre-
cimientos.
lU'potidle ciara y esplícitamenle loque yo
voy por otro lado á escribirle esta noche :
que tiene á su disposicioi lodos los fondos
que necesite para restabU-cer su fábrica;
que no obro de vsU ntanera solan eiile
por í'l, sino tambicn por cien familias (|uc
se ven reducidas á una suerle precaria...
Suplicadle muy parlicularmenle (¡ue abap'-
done cuanto antes esa cosa á que ha sido
conducido..... que fs necesario que do!>-
conlie de todo cu-uito le rodea.
— Podéis estar tranquila, hcñorita. L«
carta que me ha escrito en coni. estación á
la que yo hice que llegara á sus manos,
escorta y afectuosa, aunque melancóli-
ca, y nie concede una entrevista... estoy
seguro de que le decidiré... á salir de esa
triste casa , y tal vez á llevarlo conmigo,
porque ha tenido siempre mucha confian-
za en mí por el afecto que le profesaba.
— Vamos pues, ánimo, señor Agricol,
dijo Adriana quitándose de los hombros
su pañuelo mantón, poniéndoselo á la Gi-
bosa y envolviéndola con mucho cuidado,
yámonos, que ya se va t'aciendo tarde.
En cuanto lleguemos á mí casa, os d.tré
la carta para Mr. Hardy, y mañana ¿no
es verdad? mañana volvereis adarme no-
ticias del resultado de vuestra visita
Pero reflexionando Adriana un momento
se la colorearon algún tanto las mogillas,
y añadió: no... mañana no.... aví^3dnR-
lo por escrito.... y pasado man ma hacía
el mediodía venid á verme.
Algunos instantes después de estas pa-
labras, bajaba por la escalera la pobre
Gibosa apoyada por Agricol y Adriana, y
cuando llegaron á la cale los tres perso-
nages entraron en d coche de la señoiita
de Cardoville, á pesar de las vivas instan-
cias de la Gibosa para ver á Cefisa, á las
cuales contestó Agricol que era imposible
íXFtJM.
rn
^T^r aqnel momento, y que al diasiguien
!e la veria.
Teniendo en cuenta las noticias que le
Itabia dado Rosa -Pompon, y desconfian-
do de todo cuanto rodeaba á Dja'ma , la
svfioriía de Cardoville creyó lial)er encon-
trado un medio de hacer (]ue II<^gara aqiie-
t)a misma noche una caria :»uya á manos
del príncipe.
II.
LOS DOS COCHF.S.
Acababan de dar las once de la noche
del mismo dia; la señorita de Cardoville
habia evitado el suicidio de la Gibosa, el
■viento soplaba reciamente y lanzaba gran-
des nubarrones negros que interceptaban
el pálido resplandor de la luna , cuando
im coche de alquiler subia lenta y peno-
samente al paso de los caballos que hija-
deaban, por la calle Blanca, bastante pen-
diente por cerca de la puerta, no bjos de
Ja cual estaba situada ia casa del principe
Djalma.
Paróse el carruage y el cochero jurando
y maldiciendo una carrera interminable;
y al terminar aquella cuesta difícil sevol-
vió hacia el vidrio del coche, y con aire
amostazado dijo á la persona que iba den-
tro:
— ¡Vamos! ¿ Es aqu¡ por fin? Desde el
alto de ia calledeVaugirard hasta la puer
ta Blanca, se puede contar por una bue-
na jomad?. Ademas la noche está taños
riua que á cuatro pasos no se distinguen
los objetos , ¡ porque como no se encien-
den los faroles por respeto á la luna
que en verdad no alumbra !....
— Buscad una puerta pequeña con un
sobradillo.... pasad á ella.... unos veinte
pasos nada mas.... y luego haced alto....
junto á la pared, respondió una voz des-
templada é impaciente, con acento mar-
cadamente italiano.
— ¡Quó apostamos á que este picaro
alemán me vuelve tarumba! dijo entre si
el cochero. Pero ¡con mil diablos! si os
digo que no se ve nada, ;cómo queréis
que encuentre esa puertecita de que me
habláis?
— ¿Sois tonto? Caminad al lado de la
pared... casi tocándola, la luz de vuestros
faroles os ayudará y encontrareis esa puer-
ti'cita que está pasado el número 50
Si después de todo esto no ia encontráis,
será porque estaréis borracho , respondió
mas destempladamente ia vu/, de acento
italiano.
Kl cochero no di(j otra respuesta que
jurar terriblemente y comenzó á azotar
nuevamente á los cansadoscaballos, y ar-
rimando el carruaje á la pared recogió la
vi>ta cuanto pudo para leer los mímeros
de la calle con el ausilio de la luz de sus
fa rujies.
Al cabo de algunos minutos se detuvo
de nuevo el carruaje.
— Ya hemos pasado el núm. 50, y aqui
está esa puertecita con su sobradillo, dijo
el cochero. ¿No es esa?
— Si, dijo la V z. Ahora dad unos vein-
te pasos y deteneos,
— ¡Todavía! Vamos andando
— Luego os parais, bajiis de vuestro
asiento, os acercáis á la puerta y dais en
ella seis golpes, haciendo una pausa después
délos tres primeros... ¿Os habéis enterado
bien?... primero tres golpes... luego otros
tres....
— ¿Es eso lo que me vais á dar para
echarme un trago? eselamo exasperado
el cochero.
— Cuando me hayáis vuelto al arrabal
de S»n Germán que es en donde vivo,
entonces os daré una buena propina si os
portais bien.
— ¡Bueno!... ¡Con que todavía al ar-
rabal de San Germán!... ¡Pues no tene-
mos mala tirada aun! dijo el cochero con-
teniendo su cólera, i Y yo que habia ar-
Teado ruanto he podido é mi^srahallos pa-
ra estar ceica del teatro al acabarse la
íuncion "!.... ¡Por vida de!... Pero liiegt»
haciendo de las tripas corazón y contando
con li) buena propina que se le liabia pro-
metido anadió: Vamos i dar los seis gol-
pes en la puerta.
— >i : primero 1res: luego una piusa:
•y luego otros tres golpes ¿Lo habéis
comprendidí?
— ;Y luego?
— üi'cid a la persona q»ie salgü á abrir:
Y marchando delante del hombre «n*'
capad'» que lo contestó con un movimien-
to de cabeza , lo guió hasta donde estaba
el coche. Se preparaba yaá abrir la puer-
ta y á UrtjiT el estribo, cuando la voz del
iiiteri'ir le dijo:
— No hay necesidad.... El señor no va
á subir,.. Hablaré con ó! aquí en la por-
ti'zuela.^-. Ya os avisaíé cuando hemos de
eclinr n andar.
— 1 Cjtm eso tendré tiempo para echar-
li' iWM^nMntHs maldiciones I murmuró el
0< e>lân aguardando.... y Iraedta aqui. ! '*' '•"•^'''■^•'"
al coí'he. 'coolicro, y aprovecharé el tiempo para
— ¡Qué no <:argír3 contigo el iktmonió! ; '1'" >»!»••'*» cuantos pageos y desenlumecer-
dijo el cochero volviendo a ponerse dere-
cho en su asiento, y sacudiendo á los ca-
ballos atladió: Este tuno de alemán gasta
mas misterios que un (racmason, y anda
con mas cautela que un C(Mtrabandista...
jSi será algo de estol .. No le estaría muy
mal empleado que le denunciara aunque
no fuera mas que por itaberme traido
desde la calle de Vau;<irard hasta aqui.
El carrnage se 'detuvo otra vez después
de haber andado como unos veinte pa<«os
mas allá de la puerta, y el cochero se ba-
jó entonces de su asiento para ir á cum-
plir las órdenes qtie li.ibia recibido.
Cuando llegó a la puerta pequeña dio
primero tres golpes, hizo en seguida una
pausa y luego repitió otros trns guipes de
la misma manera que se le había enco>
mendado.
Knuni-es, menos oscuras y menos den
sas las nubes que ha^ta al. i habían dete-
nido los rayos de la luna, len dejaban lie
me las piernas.
Y en seguid « se puso á pasear á lo an-
cho de la callo par d'jude estaba la puer-
ta p>^(jueria.
Al cabo de pocos momentos sintió el
ruido It'jano al principio, pero que iba
acercándose progresivamente, de un car-
ruií^e que subía muy de prisa la cuesta,
el cual se detuvo á alguna distancia aotes
(Je lli'^ar á la puerta del jardín.
— jCallal... Este debe ser carruaje de
propiedad partictilar. dijo el cochero. Arro*
gantes caballos nece>íta tr^r para subir
tan de prisa esa montana de la calle B!anca..
Acababa de hacer esta reílecsioo el co-
chero, cuando gracias á un re>p^andor
inonit-ntáneo vio que bajaba del cuche un
Immbre que se acercó á la puerta peque-
ña , se detuvo allí un instante, la abrió,
entró p'>r ella y desapareció, después de
haberla cfriado otra vez.
— jVaya (|u«' e*ti> se va complicando!...
^ar ha>ta el siiel- ; y la puerta i-e abrió ^'"" sal«---- ^^f'' «'''•'»
■después de hecha a(|uel!a señal, viendo el
•«•ocheru salir un liombre de mediana es-
tatura rebocado en una capa y con una
gorra tíe color.
Este tiombre cerró la puerta por don-
de había salido, y dio dos pas'rsen ta calle.
— Os están aguardando , le dijo el co-
cWro; voy á conduciros al carrua^^e.
Al decir esto Se dirigió ai carruaje qtie
acababa de llegar, y vio que estaba ti-
rado por «los magníficos y vigorosos caba-
llos, y el cochero inmóvil en su asiento
con su librea de diez cuellos que tenia el
látigo levantado y el bra2o apoyado en la
rodilla derecha como debe estât*.
— ¡.Mal el tiempo e$tá para que llagan
ALBUM.
179
"estar mucho tiempo aqúiánnoscaballos tan
liermosos como los vuestros! dijo el liii-
milde cochero del carruaje de aiquiler al
del coche aristocrático que permaneció
mudo é impasible como si no hablaran
con él.
Sin duda no entiende el francés
Puede que sea algún inglés Sí: oe se
guro; á la legua se conoce en los caballos,
dijo el cochero interpretando asi aquel si-
lencio. Y luego divisando un gigantesco
volante que estaba cerca de la portezuela
vestido con una larga levita de librea, de
color gris oscuro con cuello azul claro y
bolones áe plata , se dirigió á él como en
compensación, y sin variar mucho su te
ma le díjn:
— ¡Mal el tiempo está para aguardar,
amijíol
El lacayo guardó el mismo impertur-
bable silencio que el cochero.
— Vamos, son ingleses los dos... , dijo
filosóficamente el cochero > y aunque no
d(jaba de estar algún tanto admirado del
incidente de la pequeña puerta , volvió á
sus paseos acercándose masa su carruaje.
En tanto que sucedían los hechos que
acabamos de referir, el hombre de la capa
y el del acento italiano continuaban su
conversación, el uno desde dentro del co-
che y el otro en pié apoyando la mano en
el asiento de la portezuela.
La conversación duraba hacia ya algún
tiempo, y era en italiano. Se refería á una
persona ausente como puede conocerse
por las siguientes palabras:
— Conque, según eso, decia la voz que
salía del coche, está convencido?
— Sí, monseñor, Contestó el de la capa,
pero solamente en el caio de que el águila
se vuelva serpiente.
— Y en caso contrario desde que reci-
báis la otra mitad del crucifijo de marfil
que acabo de entregaros..., ^
— Ya sabré yo lo que eso significa, mon-
señor.
— Continuad procurando merecer y con-
servar su confianza.
— Yo la mereceré y la conservaré, mon-
señor, porque yo admiro y respeto á ese
hombrt? dotado de un corazón mas (uerte
y de una voluntad mas enérgica que los
hombres mas poderosos del mundo... Yo
me he arrodillado delante de él como de-
lante de uno de esos 1res ídolos sombríos
que existen entre Bowhaoie y sms adora-
'dores.... porque él tiene como yo pnr re-
ligion el principio de cambiar la vida
por la nada.
— Esas... dijo refunfuñando la voz con
acento cortado, esas son reconvenciones
inútiles, é inexactas No penséis mas
que en obedecer sin raciocinar acerca
de la obediencia
— Que hable.... que yo obraré: yo es-
toy entre sus manos como un cadáver,
como él suele decir El ha visto y está
viendo todos los días mi fidelidad por los
servicios que le estoy prestando al lado
del príncipe Djalma.». El medirá: Mata...
que e>te es hijo de rey
— Por amor del cielo no tengáis ¡deas
semejantes, osclamó la voz de dentro del
Coche interrumpiendo al hombre de la
capa. Gracias á Dios no se os pedirán
nunca semejantes pruebas de sumisión.
— ^Lo que se me manda lo cum-
plo Bowhanie me mira.
— No dudo de vuestro celo sé que
sois una barrera viva y con entendimiento
puesta entre el prinfipe y muchos intere-
ses cu'pables; y bajo este aspecto se me
ha hablado de vos encareciéndome Nues-
tro celo y vuestra habilidad para tenor
siempre rodeado á ese príncipe indio, y
cobre todo me han hablado muy particu-
larmente de vuestro ciego fariatismo en
ej"cutar las órdenes (jue se os dan; por
eso he querido enteraros de todo Vos
sois fanático por aquel á quien servís
Eso es bueno El hambre debe ser es-
4G-
180 ALBUM
clavo sumiso del Dios que haya ^legiJo.,.
— Si, monseñor... en tanto que Dios...
sea Dios...
— Nos comprendemos perfecla.iu'ntc.
Por lo que toca á vuestra recompensa, ya
sabéis... mis promesas...
— Mi recompensa... la tengo ya, mon-
seoor.
— ¿ Qué decí-í ?
— Vo me entiendo.
— sea enhorabuena... En cuanto al se-
creto...
— Vos tenéis garantías, monsoñor.
— Si... bastantes.
— Y ademas el interés de la causa que
yo sirvo os responde de mi celo y de mi
discreción.
— Ks verdad, sois un hombre de ardien-
te y firme convicción.
— Eso procuro.
— Y sobre todo muy religioso... á vues-
tro modo. Es una cosa muy laudable te-
ner una manera , cualquiera que sea en
estos asuntos, en medio de la impiedad
que domina, y es tanto mas laudable cuan
to que por este motivo podéis asegurarme
vuestra cooptracion.
— Os aseguro, monseñor, por esta ra-
zón que un cazador intrépido prefiere un
chaca! á diez zorras, un tigre é diez cha-
cales, un león á diez tigres, y el ouelmis á
diez leones.
— ¿Qué es el ouelmist
— Es lo que el espíritu parala materia,
lo que la hoja para el cuchillo, lo que el
perfume para la flor, lo que la cabeza pa
ra el cuerpo.
— Comprendo.... comprendo.... Nunca
he oido comparación mas exacta Sois
un hombre de mucha discreción. No os
olvidéis jamás de lo- que me habéis dicho
hace un momento , y procurad ser cada
vez mas digno de la confianza de vuestro
(dolo, de vuestro Dios.
— ¿Estará pronto en estado de que yo
pueda verlo, monseñor?
— Dentro de dos ó tres dias á maslíT-
dar. Ayer ha pasado por una cri>is provi-
dencial que lo ha salvado... Kstá dotado
de una voluntad tan enérgica (|ue su cura
no podrá menos de ser mas rápida.
— ¿Le veréis mañana vos, monseñor?
— Si, debo verlo antes de marcharme
para despedirme de él.
— Pues entonces, decidle lo siguiente,
(|ue es una cosa muy singular, y de <iue
no he podido infunnarle hasta ahora, por-
(lue fia pasado ayer.
— H.íblad.
— Habia ido al jardin de los muertos...
por todas partes funerales, arjtorchas que
liician en medio de ia oscuridad de la no-
che.... iluminando los sepulcros-.. Bo-
whanie sonreía desdo su cielo de ébano>
Censando en esta santa divinidad de ta
nada, estaba yo mirando con alegria va-
ciar un carruaje lleno de féretros La
hoya inmensa tragaba como si fuera ia
boca del infierno... Se le arrojaban cadá-
veres y mas cadáveres... y la hoya seguía
tragando. De repente al resplandor de una
antorcha vi á mi lado á un anciano... qnc
lloraba... yo habia visto antes á este an-
ciano... era un judio... el conserje de esa
casa... de la calle de San Francisco.... de
que ya tenéis noticia.
Y el hombre de la capa se detuvo ha-
ciendo un estremecimiento.
— Si ya sé de que casa habláis
¿Pero que tenéis? ¿Por qué os inter-
rumpís?
— Es ipje en osla casa...... existe hace
ciento cincuenta años.... el retrato de un
hombre... de un hombre... que encontré
yo en otro tiempo en el fondo de la India
en las orillas del (jauges....
Y el hombre de la capa se detuvo y se
estremeció nuevamente.
— Alguna semejanza singular sin du-
da....
*» BTTM.
181
*— Si, monsîMlor... una semejanza singu-
lar... no puede ser otra cosa...
— Pero.... ¿y el viijo judío? ¿y el
jnd;o?
—Voy ahora, monseñor...... Ese vieja
judío dijo, sin dtjar de llorar, á uno de ios
sepultureros: « Decidme, ¿y !a caja? Te
« niais razón. La he encontrado en la se-
«gunda fila de la otra fioja, contestó el
«enterrador. Tenia por señal una cniz
« formada con siete puntos negros. Pero
«¿como habéis podido saber el sitio y las
«señas de esa caja? ¡ A y ! eso os importa
«muy poco á vos, contfstó el judío con
«una amarga tristeza. Ya veis que yoes-
« taba bien uiformado; ¿en donde esta esa
«caja ahora? Detrás del sepulcro grande
«de mármol negro que ya conocéis. Allí
«está oculta á flor de tierra. Pero daos
« prisa. Pasad al través del tiKnulo y na-
« die reparará en vos, añadií) el enterra -
« dor. Me habéis pagado demasiado bien
«y deseo que salgáis con vuestro em-
« peño. »
— ¿Y [que hizo el viejo juiío con esa
caja señalada con los siete puntos ne-
gros?
— Le iban acompañando dos hombres,
monseñor, que llevaban unas anganillas
con cortinas. Encendió una linterna y se
guido de aquellos dos hombres se dirigió
íiácia el punto designado por el enterra-
dor... Un convoy de carruages me hizo
perder la huella d^.'l viejo judío tras de
quien habia comenzado á andar por en-
tre los sepulcros, y lu<^go no le volví á ver
mas...
— ¡ En efecto es cosa singular I... ¿Que
quería hacer ese judío con aquella caja?
— Dicen que eSa gente emplea los cadá-
veres para formar sus encantos mágicos,
monseñor.
— Esos impíos son capaces de todo
hasta de entablar comercio con el enemigo
de los hombree... Por lo demás, allá ve-
remos... Ta! vez este descubrimiento pue-
da ser importante...
En aquel instante se oyeron dar las do-
ce en un reloj lejano.
— ¡ Las doce ya I...
— Sí, monseñor.
— Pues necesito marcharme al mónden-
lo... Con que adiós... Por última Vfz ¿ino
jurais que cuando llegue la circunstancia
convenida en el momento que 'recibáis la
otra mitad del crucifijo de marfil que aca-
báis de recibir de mi mano, cumpliréis
vuestra promesa?
— Os lo he jurado por Bowhanie, mon-
señor.
— No os olvidéis de que para mayor se-
guridad, la pprsona que venga á eí.trcgarrs
la otra mitad del crucifijo, os dirá.,. «¿Os
acordáis?... ¿qué es loque debedeciro>?...
— Deberá decirme: Desde el plaU> á la
boca se pierde la sopa.
— Muy bien... Con que, ádios... secre-
to y fidelidad.
— Secreto y fidelidad, monseñor, res-
pondió el hombre de la capa.
Algunos minutos después el coche de
alquiler se ponia en camino conduciendo
al cardenal Malpieri.
Este era el interlocutor del hombre de
la capa.
Este último (en el cual habrán recono-
cido sin duia nuestros lectores á Farin-
ghea ) se dirigió hacia la puerlecita del
jardin de la casa que ¡labitaba Djalma.
En el momento de ir á meter la llave en
la cerradura vio con indecible sorpresa
abrirse la puerta y presentarse en ella un
hombre que salia.
Faringhea se arrojó sobre el descono-
cido y le agarró violentamente por el cue-
llo esclamando.
— ¿Quién sois?... ¿De donde venís?
El tono en que se le dirigieron estas
preguntas, no debió parecer al descono-
cido muy tranquilizador, porque en vez
182 àLBlM,
do responderá ellas, hito lodos losesfuer
Z)s que piulo para (Jo^prcnlerse d<» las
garras de Faringhea , gritando fuerte-
mente :
— Pedro... ven aquí...
Inmediatamente el coclie qne estaba
cerca de allí estacionado, llei;ó á trote lar-
g'i, y Pedro que era el lacayo, de estatu-
ra de giííante, aí^arró al mestizo por la es-
palda y !o arr.ijó Incia atr:is á alguna dis-
tancia, danio de este tn »do lumr al des-
conocido á (jwe se librara del estado en
que se encontraba.
—Ahora, señor mió, dijo este último á
Faringhea. tranquilizándose al verse pro-
tejido por el gigante, estoy ya en disposi-
ción de contestar á vuestras preguntas...
á pesar de que tratáis muy mal á »in an-
tiguo conociiio... Sí: yo soy Mr. Dupont,
administrador del palacio de Cardoville...
y por Sfiíasque yo fui el(]iie ayudé á sal-
varos del naufragio del buque en que ve
niais embarcado.
Kn efecto, al resplandor de los faroles
del coche , reconoció el mestizo el franco
y bondadoso aspecto de Mr. Dupont, ad-
ministrador en otro tiempo y ahora ma-
yordomo, como ya hemos dicho, de la
casa de la señorita de Cardoville.
Acaso no habrán olvidado nuestros lec-
tores que Mr. Dupnnt fué el primero que
escribió 3 la señorita de Cardoville para
reclamar su compasión á favnr de Dj.ílina,
detenido en el castillo de Cardc)vi!le por
una herida que recibió en el naufragio.
— Pero.... ¿qué es lo que veníais á ha-
cer aquí? ¿!'or qué habéis entrado de esa
manera clandestina en esta casa, dijoFa-
Tinghea coíi un tono brusco y receloso.
— Debo deciros en primer lugar que no
hay nada clandestino en mi modo de pro-
ceder. He Venido aqiii en el carrua'ge de
la señorita de Cardoville , encargado por
ella muy ostensiblemente.... muy clara -
íiicnle á entregar de su parte una carta
al príncipe Djalma , su primo, conlesló
.Mr. Dupont con dignidad.
Al oir estas palabras Faringhea se es*
trenu'ció de rabia aunque procuró conte-'
nerla y replicó :
— ¿Y ponpie vinis tan tarde.... á es-
tas horas? ¿ l*or(|u»' habéis entrado por
esta puerta >«'creta ?
■ — He venido á estas horas porque tales
han sido las órdenes déla señorita de Car-
doville; y he entrado por esta puerta,
piir(|Uc luy fundamento para creer c|ue
-•i me liiibi<ra dirijido á la puerta prin-
cipal no hubiera llegado á ver al prínci-
pe....
— Os equivocáis, contestó el mestizo.
— Puede ser... pero como se sabia que
el príncipe pasaba una parte de la noche
en el salon pequeñt que tiene comu-
nicación con el invernadero de las plan-
tas cuya puerta es esta, y como la seño-
rita de Cardoville ha conservado una lla-
ve de ella cuando amuebló esta casa, he
creido que tomando este camino podia po-
ner Con seguridad en manos del piíncipe
rA carta de su prima. Y esto es lo que
acabo de tener el honor de hacer, ha-
biendo quedado completamente satisfecho
de la benevolencia con que me hd reci-
bido y tratado, acordándose de mi.
— ¿Y quien os lia instruido tan porme-
nor de los u->os dt'l príncipe? dijo Farin-
ghea , no pudiendo dominar enteramente
la c*tlera.
— Si yo he rci'ibido tan verdaderas ins-
trucciones re>i..clo al príncipe, no me
puedo decir lo mismo respecto á vos, con-
testiS Mr. Üuponlcoii acento irónico; por-
que puedo aseguraros que no contaba en-
contraros en e>te sitio,... como tampoco
me parece que me esperaríais vos ámi.
Y diciendo esto Mr. Dupont, saludó
con cierta espresion de ironía al mestizo,
subiendo en el coche que se alejó rápida-
mente dejando á Faringhea tan asombra-
do como colérico.
AI.BtJlM.
Í83
m.
LA CITA.
Al dia siguiente del encargo desempe
nado por Dupont para con íjalma, se
paseaba este con pasos impacientes y pre-
cipitados en la pequeña sala indiana de la
calle Blanca: esta sala tenia, como iietnus
dicho, comunicación con la estufa P' r
donde Adriana habla aparecido la priaitra
vez. Había querido el príncipe recordar
aquel dia, y vestirse de la misma manera
que estaba cuando medió aquella entre-
vista. Tenia puesta una túnica da cache-
mira blanca, con un turbante de color de
cereza y un ceñidor de lo mismo; y sus
pantuflas de terciopelo encarfiado, bor-
dadas de plata, delineaban el elegante
talle de su pierna, bajando á escotarse
gracioí>amente sobre unas babuchas de ta-
filete blanco con tacón encarnado.
La felicidad ejerce una acción tan ins-
tantánea y tan material por decirlo asi,
en las organizaciones juveniles, vivas y
ardientes, que iíjalma que el dia antes
estaba silencioso, abatido y desesperado,
apenas era ya conocido. Un colorido lívi-
do no empañaba ya el oro bajo, mate y
trasparente de su semblante: sus vjoi r^ís-
gado?, qtie no hace mucho estaban medio
apagados, como lo estarían dos liermosos
brillantes os(.jrec!dos por el humo, bri-
llaban ahora en el centro de su órbita na-
carada: sus labios, pálidos antes, hablan
vuelto á recobrar su vivo colorido de ter
ciopelo como las mas hermosas florei de
^u pais.
Tan pronto deteniendo sus pasos preci-
pitados, se paraba repentinamente sa-
cando del pecho un peqtícño papel cuida-
dosamente doblado, el cual llevaba á sus
labios con una especie de loco entusiasmo:
otras veces no pudiendo contener los im-
pulsos de su alegría , se escapaba de en-
tre sus labios un grito de contento varonil
y sonoro, y de un salto se presentaba de
lante del espejo que no tenia estaño de-
trás del azogue, y que separaba á la sala
de la estufa por donde habia visto entrar
!a primera vez á la señorita de Cardoville.
¡Poderosa influencia de los recuerdos 1
¡Admiración maravillosa de una alma in^
vadida y dominada por un pensamiento
único, fiji) é incesante! ¡Cuantas veces
Djaima había cruido ver, ó por mejor de-
cir, cuantas veces habia visto la imagen
adorada de Adriana que se le aperecia al
través de aquella mampara de crisla! ¡Y
cuaiitas veces la ilusión habia sido tan com-
pleta, que con los ojos ardientemente cla-
vados en ¡a vision que continuamente evo*
caba, habia podido con et auailio de un
pincel empapado en carmin (I) trazar con
admirable exactitud los contornos de la
figura ideal que el delirio de su imagina-
ción presentaba á su vista 1
Aqui , delante de estas líneas realzadas
por el mas vivo carmin , era en dt-nde
Üjalma se estasiabaen una contemplaciun
profunda , después de haber leido y re-
leído, después de haber estrechado ar-
dientemente Cintra sus labios la carta que
habia recibido en la noche anterior de ma-
nos de Dupont.
Djalma no estaba solo.
Fariogliea observaba todos los movi-
mientos del príncipe con miradas escudri-
ñadoras, atentas y sombrías, permane-
ciendo respetuosamente en pie en un es-
tremo de la sala , aparentando estar ocu-
pado en desdoblar y estender el bedej de
Djalma, que era una especie de capotillo
de seda de la india , de un tegido ligero y
lino, pero cuyo fondo oscuro desapaie.'ia
casi enteramente bajólos bordados de oro
Y plata que lo adornaban.
Kstaba elrostro del mestizo preocupa-
(I) Algunos curiosos poseen objetoíde
este genero que son producios del arle in-*
dio de noa primitiva seuciliez.
184
AXBDH.
do, siniestro, pues veia claramente que
solo la carta de la señorita de Cardoville
qoe habia traido la víspera el sefior Du-
pont, podía causarle semejante albnrfzo,
viéndose amado sin duda. Fn semejantes
circunstancias el silencio obstinado de!
príncipe, quien no decia ni una sola pala-
bra á Faringhea desde que entró en la
salita , era para el iiltimo causa de mu-
chas sospechas, y no sabia como inter-
pretarlo.
La víspera asi que se separó del seííor
Dupont, fué apresurado al salon para exa-
minar el efecto (jue habia producido en
el príncipe la carta de la señorita de Car-
doville, pero encontró la salita cerrada.
Lleno de angustia y de despecho llamó á
)a puerta, pero nadie respondió. Enton-
ces aunque estaba muy adelantada la no-
che, envió á toda prisa una carta á Mr.
Rodin, haciéndole sabir la visita del se-
ñor Dupont, y el objeto probable de ella.
Djalma habia pasado toda la noche
embriagado de felicidad y de esperanza,
abrasado de impaciencia y de ardor, y su
estado era tal qua seria inútil el quererlo
describir. Solamente al rayar el dia , ha-
bia ido á su cuarto, habia descansado al-
gunos momentos y se habia vestido.
Muchas veces habia ido Faringhea á
llamar á la puerta, peroinútilmentesiem-
pre: únicamente á las doce y media déla
mañana habia llamado Djalma y dado or-
den que estuviese el coche preparado pa-
ra las dos y media. Cuando llegó Farin-
ghea, el príncipe le dio esa orden sin mi-
rarle, del mismo modo que la hubiera da
do á cualquiera de sus criados: ¿era eso
desconfianza, despego ó distracción de
parle del príncipe? En esoestaba pensan-
do con \à mayor ansiedad Faringhea, por-
que los proyectos en que participaba él
oomo el instrumento mas activo, se podían
arruinar en un instaute si concebía Djal-
ma Ja menor sospecha.
— ¡Oh!.... ¡ijué lentas!.... ¡qué Un-
tas.... son las horas! esclamó de repente
el joven indio en voz baja y palpitante.
— ¡Cuan largas son las horas! de-
cíais antes de ayer, monseñor.
Al pronunciar estas palabras acercóse
Faringhea á Djalma para llamar su aten-
ción, y viendo que no lograba loque que-
ría, dio algunos pasos mas, y continuó:
— Muy grande parece vur>tra alegría,
monseñor; dadle á conocer á vuestro po-
bre y leal servidor el motivo que la pro-
duce para que pueda alegrarse y regoci-
jarse con vos.
Si habían resonado en los oidos de
Djalma las palabras del mestizo, no las
habia oído ni escuchado, ni respondióco-
sa ninguna: sus grandes cjos negros es-
taban mirando al aire, y parecía que son-
reía alguna vision encantadora, cruzando
sobre su pecho ambas nianos asi como lo
hacen en sus oraciones los de su país.
Salió de aquella contemplación estática
al cabo de un rato y dijo:
— ¿Qué hora es?
Pero parecía que se hacia esta pregun-
ta á sí mismo y no á otros.
— Luego van á dar las dos , monseñor:
dijo Faringhea.
Oyó esta respuesta Djalma, se sentó y
se cubrió la cara con las manos para re-
cojerse y dejarse absorver completamen-
te en una meditación inefable.
Apurado Faringhea por sus inquietu-
des cada vez mayores, y queriendo á to-
da costa llamar la atención del príncipe,
se ícercó á Djalma y , casi seguro del efec-
to que producirían las palabras que iba á
pronunciar, le dijo con voz lenta y pene-
trante:
—Monseñor.... esa felicidad que osar-
rebata , estoy seguro que se la debéis á la
señorita de Cardoville.
Apenas hubo pronunciado este nombre»
se estremeció Djalma , saltó en su sillón ^
XLBUÎH.
185
■se Vranti^ , y miraïKÎo cara à oara á Fa-
THiülioa, eselamó cuino si lo advirtiese en
tóoces :
— Faringliea.... ¿«res lú?.... Qué ha-
c<'s aquí?
— Vuestro fiel servidor os acompaña en
\uestra grande alegría, monseilor.
— ¿Qué alegría?
— La que os causa la carta de la seño-
rita de Cardoville, rnonseil >r.
No respondió Djalina, pero brillaba en
sus ojos tanta felicidad, tanta serenidad,
que se quedó completamente tranquiliza-
do el mestizo; no obscurecía la frente ra-
diosa del príi cipe ninguna nube, ni aun
üjera, de desconfianza ó de duda.
Después de algunos instantes de silen-
cio, Djalina levantó los ojos empañados
en lágrimas, de alegría, y respondió á
Djalma con la espresion de un corrazoii
lleno de amor y de felicidad.
— jOli! la felicidad... lafelicidad.... es
toena y grande cual Dios es el mis-
rao Dios.
— Bien merecíais esa felicidad . mon-
señor, después de tantos padocimienlos.
— -¿Cuando?.... ¡AhJ sí, padecí en otro
tiempo; estuve también en otro tiempo
en Java... hace muchos años ya,
— Ademas, monseñor, nomesorpren
de ese acaecimiento feliz. ¿Qué os había
dicho siempre? No os desconsoléis: fingid
una pasión violenta á otra... y esa orgu-
llosa joven...
Al oir a(|uellas palabras, Djalma dio al
mestizo una mirada tan penetrante, que
se quedó parado éste; pero el príncipe le
-dijo con la bondad mas efectuosa:
— Continú.i..,. te escucho.
Puso el codo en la rodilla y en la mano
la barba, fijando en Faringliea una mi-
rada tan profunda, pero tan dulce, tan
inefable y tan penetrante, que el mestizo,
aquella aitna defiierro, se sintió un ins-
tante conmovido por un lijero remordi-
miento.
— Decía monseñor, continuó él. que,
siguiendo los consejos de vuestro firl es-
clavo.... fingiendo un amor apasionado
para con otra mujer, habéis reducido á la
SiMlorita de Cardoville tan orgullosa , tan
altanera, á ven r á buscaros.. ¿No os lo
habia pronosticado?
— Sí... lo habías pronosticado; respon-
dió Djalma, con la mano siempre bajo la
t);»rba, y examinando siempre al mestiza
con la misma atención con la misma es-
presion de bondad suave.
Aumentábase cada vez mas la sorpresa
de Faringhea , porque ordifíariamenle el
príncipe, aunque lo trataba sin dureza,
conservaba para con él las tradiciones un
poco altivas é imperiosas de su comim
pais, pero no le habia hablado jamas coh
tanta dulzura; sabiendo cuanto mal le ha-
bia hecho á su amo, y desconfiáiidosecn-
mo todos los malvados, se persu idió eí
mestizo que la dulzura d« su amo encu-
bría alguna trampa , y así continuó con
menos aplomo..
— Creedme, monseñor, este dia, si sa-
béis aprovecharos devuestra situación, es-
te dia os censolará de todas vuestras pe-
nas, quehan sido grandes, pui'stoque aun
ayer mismo... aunque tenéis la generosi-
dad de olvidarlo, (en lo cual vais erra-
do), ayer mismo estabais padeciendo, pe-
ro no erais el único cjue padecía... tam-
bién esa orgullosa joven lia padecido.
— ¿Lo crees? dijo Djalma.
— ¡Oh I sí por cierto: no finéis mas
que pensar en lo qjie ha debido padicer
al veros en e\ teatro con otra mujer... Si
era débil su amor, ha recibido un golpe
terrible su amor propio... Si os aínaba
apasionadamente, ha recibido el golpeen
el corazón.... y así «s que cansada de pa-
decer, viene á buscaros.
— De suerte que, según piensas, de lo-
dos modos ha tenido que padecer mucho...
mucho. ¿No la tienes compasión? dijo
IgR
Ai.nuM.
Djílma con voz contonida , poro sienipn'
•cotí un acento lleno de dulzura.
— Ante» <le pen^a^ on ronipadi-CiTrnc
de los otros — pienso, monscñ r, en vtjps-
tras penas.... y me conmueven esas de-
masiado para ijue pienseeo las de lusotros..
Añadió liipócrítamenle Farii>hea : la in
fluencia de Rodin habla modíncado ya al
ph;in<i'Kar.
— Estran.) es e<o... dij > Dja'ma hablan
dose á sí mismo . poniendo) en el inestiz <
sus oj ís penei raiites, pero mirándole siem
pre con suma bondad.
— ¿Q II'' es lo que os parece estraño.
monseñor?
— Nada. Pero dime, ya que me han
salid'» tan bien lus consejos en lo pasado...
.¿qué piensas del porvenir?
— ¿Del porvenir, monseñor?
— Si.... dentro de una hora... estaré
junto á la señorita de Cardoville.
— Es gr.ive eso, monseñor todo el
porvenir depende de esa primera entre-
vista.
— Fn eso pensaba yo liace poco.
— Creedme, monseil 'r.... las mujeres
no se apasionan jamas sino por el hom-
bre atrevido que las libra del embarazo
de negar.
— Esplícate mejor.
— I'uesbien. señor, di'Sprecian ellas
al atn Hite limi 'o y I liquido, que con voz
humilde solicita lo que debiera lomar de
«salto.
— Pero voy á ver hoy á la señorita de
Cardoville por la primera vez...
— Lihat>ei< visto mil vi'c>'s en vuestros
su'íuos monseri>)r, y lo mismo lehasucedi
do áella, puesto que os ama. Todos vues-
tro-; pensamientos amorosf>s ti»'nen nece-
sariamente un ecoen el suyo... No tiene ei
•amor (\'>i ltngU3J<^s , y , sin v.-ros , os ha
beis dicho.... cuanto leniai'-cpje deciros...
Ah >ra.... hoy mí.tino... obrad como quien
fuanda... y es vuf»>trâ.
— Eso es eslrafio.,.. estraíio, dijo por
secunda vi z Djalma sin levantar los ojos
de Faringhea.
Engañóse el mestizo en cuanto al sen-
tido que daba el príncipe á aquellas pa-
labras , y continuó:
— Creedíoe, monseñor; por estraño
que of par»'zca eso, es prudente.... Re-
cordad lo pasado.... Si habéis forzado á
esa orgullosa joven a venir á echarse á
vuestros pie*, ¿lo habéis logrado hacien-
d(> el amnnte tímido?.... No, monseñor:
-ino al contrario, fingiendo que la dese-
chabais por oira mujer... Conque asi, fue-
r.i debilidades.... no ha de suspirar el león
Corno la débil tórtola : poco le importan
al orgullos») sultan del desierto algunos rti-
gidos lastimeros de la leona... menos en-
colerizada á la verdad que reconocida d«
sus caricias rudas y salvajes, y asi es que
■ r(tnto sooietida , feliz y temerosa , se ar-
rastra, sigtjiendo las huellas del amo.
i!re>'dme, monseñ -r, osad... osad...yse-
r 'is hoy el mismo sultán adorado de esa
orgüllo^a joven , admirada de todo Paíis
por su beid'id...
Hubo algunos minutos de silencio, y
después Djalma, sacudiéndola cabeza con
una espre.-ion de coniniseracion, dijo al
(ueslizo con su voz dulce y sonora :
— ¿Porqué me en-iañas así? ¿Porqué
Míe aconsejas con maldad el emplear In
violencia, el lerr<ir, la .sorpresa... con un
ingel de pureza... (](ie respeto como á tiii
m;idre? ¿No te basta el sacrificarte á mis
enemig »s , á l.'S t|ue me -lan perseguido
aun en la isla de Java?
Si arretiatado <ie cólera, con los ojos
encendidos, la frente terrible y el puiíal
en la mano, «e huíiiese arrojado Djalma
>obre Faruighea , hubiera sido acaso me-
nor la sorpresa, menor también acaso el
espanto del mestizo, (jue al oir al príncipe
hablarle de su traición y echársela en ca-
ía cjn un acento tan du!cc.
Dio prontamente un paso atrás Farin-
ghea, como si hubiera tratado de defen-
derse.
Djalma continuó con la misma manse-
dumbre:
— No temas nada..... ayefr te hubiera
muerto te lo aseguro..... pero hoy^l
amor feliz me hace equitativo y clemen-
te: te tengo compasión sin hiél; te com-
padezco porque has debido ser muy des-
agraciado... para haberte hecho tan mal-
eado.
— ^ Yo, monseñor!..... dijo el mestizo
xreciendo cada vez mas su asombro.
— Mucho has debido padecet , macha
crueldad han debido tener contigo para
que seas implacable en tu odio , y no te
desarme el ver una felicidad como la mia.
ï)n verdad..... al oírte poco hace, sentía
una conmiseración sincera para contigo,
"viendo tu triste perseverancia en el odio.
— Monseñor.. > yo no sé... pero...
Y el mestizo balbuciente no pudo res-
ponder una sola palabra.
— Vamos, ¿qué mal te he hecho?
— Ninguno monseñor, respondió el
mestizo.
— Pues entonces , ¿ por qué me persi-
gues así? ¿por qué me tienes nn odio tan
encarnizado? ¿No te bastaba el haber-
me dado el pérfido consejo de fingir un
amor vergonzoso á aquella joven que tra-
jiste aquí... que, cansada del triste papel
que hacia junto á mi, se ha ido al (in de
esta casa?
— El amor que habéis fingido pafa con
esa joven... es^ tnonseñor, dijo Faritighea
volviendo en sí poco á poco, el que ha
vencido la frialdad de...
— No digas semejaote cosa , replicó el
príncipe interrumpiéndüle con la misma
dulzura, si goza de jesta felicidad que me
in.<íp¡ra compasión para tí, y me hace su-
perior á mí mismo , es porque la señorita
de Cardovílie sabe ahora que no he cesa-
do un solo instante de amarla como sede* ,
be amar... adorándola y respetándola; y
tú al contrario, aconsejándome como lo
has hecho... no tenias mas objeto que el
separarme de ella para siempre, y en po-
co ha estado que no lo has logrado.
— Monseñor.... si tal pensais de mí....
me debéis mirar como á vuestro mayor
enemigo.
—No tengas temor ninguno, ya te lo
he dicho..... no tengo derecho de vitupe-> ■
rarte... Delirando y penando... te he es"fn
cuchado^ he seguido tus consejos... no me
he dejado engañar... pero he sido tu cóm-
plice^... Pero confiésalo ahora, al verme á»>ri
tu disposición, abatido, desesperado, ¿no r'
era mucha crueldad de tu parte el acoB-,im
Sf jarme lo que mas me podía Iperjudicar •:■,
en este mundo? . !
— Me habrá estraviado el ardor de mi
celo, n^ooseñor.
—Quisiera creerte... Pero aunhoy mis-, >
mo... me «stás escitando al mal... no has
tenido compasión ninguna de mi felicidad,
como tío la había» tenido tampoco de mi
-desgracia Las delicias del corazón en
que ves anegado no te inspiran mas que
un deseo.... el de convertir este alborozo
en desesperación.
— ¿Yo, monseñor? ' ' '•*-''
— 5í, tú has creidd (|uéj sPguíendái '
tos consejos, me perdería para ^siempre y
quedaría deshonrado ert el concepto de la
señorita de Cardovílie... Vamos, di: ¿de
dónde nace ese odio encarnizado? ¿Por
qué me aborreces? Dílo ai fin... ¿Qué te
he hechor ' "-"'^H- r ""s '" ^""^'"
— Monseñoh.'." twe jflifgafe'rhal, y yo. ..
— Escúchame , oo t|UTero que seas en
aderante mala y traidor, quiero volverte
bueno..; En nuestro país se encantan las
serpientes mas terribles , se amansan los
tigres... ; Pues bien I yo quiero domarte
á fuerza de dulzura, á tí que eres lih hom-
bre á (( que tienes un entendímitnto
48'
198
Ai.Bra.
para conducirle y un coraron para amar...
este día me da una felicidad divina... has
de bendecir esle dia... ¿Qué puedo hacer
por tí? ¿Qué quieres, dinero?... tendrás
dinero ¿Quieres mas que dinero?
¿Quieres un amigo tierno que te consue-
le, y, haciéndote olvidar los posares que
te han hecho malo, le haga bueno?
Aunque soy hijo de rey, ¿quieres que sea
yo tu amigo? Lo seré si ¿ pesar del
mal... no... por el mal mismoque me has
hecho... seré para tí un amigo sincero, y
me creeré feliz, pudiéndome decir á mí
mismo, grande fué mi felicidad el dia que
medijo el ángel que me amaba : á la ma-
ñana tenia yo un enemigo implacable, en
la noche se habia cambiado su odio en
amistad ¡ Ay! Farínghea, créeme: la
desgracia hace ios malvados; la felicidad,
los buenos: sé fí-liz...
£n aquel instante dieron las dos.
Estremecióse el príncipe: era t\ mo-
mento de partir para su cita con Adriana.
El admirable ro.stro de (tjaima , mas
hermoseado por la dulce é inefable espre-
sion que habia tomado hablando al mes-
tizo, pareció iluminarse con un rayo di-
vino.
Acercándose á Farínghea , le alargó la
mano con un ademan de mansedumbre y
de gracia, diciéndole:
— Dame la mano.
El mestizo, cubierta la frente de un su-
dor frió, alterado y descolorido el rostro,
casi de^ngürado, vaciló un instante; pero
dominado, vencido, fascinado, alargó tem-
blando la mano al príncipe quien la apre-
tó, diciendo á estilo de su país:
— Hooes lealmente tu mano en la ma-
no de un amigo leal... Esta mano estará
siempre abierta para tí.... Adiós, Farín-
ghea... Me encuentro ahora mas digno de
•rrodillarme i los pies de mi ángel.
Yifalió Djalma para irá casa de Adriana.
A pesar de su ferocidad , á pesar del
odio implacable que le tenía á la especrà
humana, trastornado por las palabras no-
bles y clementes de Djalma, el sombrío
sectario de Buhwanie, se dijo con terror:
— He tomado su mano.... desde ahora
es sagrado para mí.
Después de un instante de silencio, ha-
biendo hecho sin duda alguna reflexión ,
esclamó:
— Sí; pero no es sagrado para el que,
según me han dicho, lo ha de esperar en
la puerta de esta casa.
Diciendo esto , corrió el mestizo á un
cuarto inmediato que daba á la calle, le-
vantó la cortina y dijo con ansiedad :
— Ya sale el coche.... y viene el hom-
bre... ] Idíierno!... Ya se ha ido el coch»
y no veo nada.
IV.
ESPERANDO.
Por una coincidencia de ideas muy sin-
gulares Adriana habia querido vestirse en
aquel dia con el mismo traje que tenia la
primera vez que vio á Djalma en la casa
de la calle Blanche.
Para aquel abocamiento tan solemne y
tao importante para su felicidad futura ,
Adriana, con su tacto natural, habia es-
cogido el gran .salon de ceremonia del ho-
tel de Cardoville, en donde habia varios
retratos de familia: los que masinanines-
tos estaban eran los de su padre y »u ma-
dre. Aquel salon muy espacioso y eleva-
do estaba amueblado con el gusto impo-
nente del siglo de Luis XIY. Estaba pin-
tado en el techo el triunfo do Apolo : en
esa pintura brillaba Lebrun por la gran-
deza del dibujo y el vigor del colorido, en
medio de una magnífica cornisa esculpida
y dorada, apoyada en los ángulos sobre
cuatro pechinas, icompuestas de cuatro
grandes figuras, doradas también, que re-
presentaban las cuatro estaciones: algu-
nos cuarterones cubiertos de damasco car-
mesí rodeados de marcos servían de fon-
ALBUIH
•ño á los retratos de familia colocados en
avjnella pieza.
Mas fácil es el concebir que el pintar
las numerosas y diversas emociones que
afollaban á la señorita de Cardoviile á me-
■«lida que se iba acercando e! in^lanfe de
su conversación con Oja'ma. Habia encon-
trado ha'ila entonces su reunion obstácu-
los tan dolorosos; sabia A<Jriana que sus
189
Pero nada oyó...
Dieron las tres y media.
No pudiendo superar el terror que la
iba ganando, y asiendo la úllima esperan-
za que !<' quedaba, vino juntoá lacliiini'-
nea , compuso, por decrlo asi, su rostro
para que no manifestase ninguna emoción ,
y tiró de la campanilla.
Al cabo de algunos minutos abrió la
|_.jj — „. ^ ,,.
puerta un lacayo con cabellos grises, ves-
y tan pérfidos, que aun dudaba Adriana
su felicidad. A cada instante interrogaban
sus ojos, á pesar suyo, el reloj; fallaban yi
pocos minutos y pronto iba á sonar labora
de la cita.
Dio al fin aquella hora.
Cada campanillada resonaba largamente
«n lo profundo del corazón de Adriana.
Pensó que Djalma, por reserva sin duda,
no habia tomado la libertad de adelantar
el instante que habia indicado: lejos de
\ituperar esa discreción, se la agradeció;
pero desde aquel instante, al menor ruido
que oía en los salones inmediatos, suspen-
día el respirar y escuchaba con tanta ateo
cíon como esperanza.
Durante los primeros minutos que si-
guieron la llora en que debía venir Ojai-
ma, no tuvo la señorita de Cardoviile nin-
guna aprensión séria, y calmó su impacien-
cia un poco ín(|iiieta con un calculo muy
pueril, muy tonto para las gentes queja-
más han conocido la agitación febril del
alma contenta que está esperando; pensa-
ba Adriana, que podía muy bien discrepar
«Igo ei reloj de la calle Blanche del reloj de
la calle de Anjou.
Pero á medida que la supuesta diferen-
cia baslantç admisible, no siei.do escesi-
va, se fué cambiando en un retraso de un
cuarto de hora... de veinte minutos.... y
mas Adriana sintió una angustia cre-
ciente, y dos ó tres veces, levantándose,
palpitándole el corazón, fué de puntillas á
escuchar á la puerta del salon...
tido de negro, y aguardó en un silencio
respetuoso las órdenes de su señora , la
cual le dijo con calma:
— ¡ Andrés! suplicad á Hebé que os dé
un frasquito que he dejado encima de la
chimenea y traédmelo.
Hizo una reverencia Andrés, y al ins-
tante en (¡ue iba á salir para cump'ir la
orden de su señora, (la cual no la habia
dado sino para tener ocasión de hacer una
pregunta, cuya importancia (jneria ocul-
tar á los que sabian de antemano que ha-
l)ia de venir el príncipe Djabna), la seño-
rita de Cardoviile añadió con un aire in-
diferente, indicando el reloj:
— ¿ Anda. bien... este reloj?
Sacó Andrés el suyo del bolsillo, y dijo:
— Si, señorita esta mañana he ar-
reglado nii 4-eloj con el de las Tul'erias, y
Son también en el mió las tres y media
dadas.
— Está bien.... gracias.... dijo Adriana
con bondad.
Hizo una nueva reverencia Andrés y
dijo antes de salir:
— Se me habia olvidado el advertir ala
señorita que el mariscal Sitnon ha venido
hace una hora ; pero como está la puerta
de la señorita cerrada para todos escepto
para el señor príticipe, se le ha respondido
que no recibia la señorita.
— Rstá bien, dijo Adriana.
Hizo por la tercera vez' una reverencia
Andrés, salió del ialon y reinó de Duevu
un profundo sileocio.
Por lo mismo que liasia el último mi '
vyilo de la hora señalada para su aboca-
miento con Djalma, no habia turbado la
mas pequeña duda las esperanxas de Adria- '
na, por eso mismo era mas horroroso el
desengaño que comenzaba ya i padecer ;
dando entonces una mirada dolorosay'an-
gustiada á un retrato que estaba enci-
ma de ella, á ur lado de la chimenea,
murmuró con un acento lajítlmero y des-
consolado:
— ¡ Oh madre miaT
Ap>>nas había pronunciado aquelhs pa-
labras, temblaron lijeramente los vidrio."
por el ruido surdode un coche que entra-
ba en el patio del hotel-.
Estremecióse la joven y no pudo conte-
ner un pequeño grito de alegría ; saltaba
su corazón hacia Djalma, porque, pores
ta vez, $entia ella, por decirlo asi^ qaeera
él. Estaba tan segura como si hubiese vis-
to al príncipe con sus propios ojos.
Volvióse á sentar enjugando una lágri-
ma que pendia de sus largos párpados;
temblaba su mano como una hoja.
Pronto jiistincó la exactitud de las pre-
visiones de la joven un ruido bastante es-
Irepitoso de diversas puertas (píese abrían
sucesivamente. Rodaron en sus qiiicios los
dos tableros dorados du la puerta del sa-
lon y apareció el príncipe.
Mit-niras cerrábala puerta otro lacayo,
Andrés que habia entrado un poco des-
pués «nif Djalma, niit^ntras se acercaba
e>teá .\(lriana , puso en una mesa dorada
junto a la joven un platillo de plata sobre-
dorada , y en él un frasquito de cristal , y
despue¿ salió'.
V.
ADRIANA Y DJALMA.
Babiase acercado IciiUniente él prín-
Wpe á la señorita de Cardoville." ^
A pesar de la impefufíiidad d'é \Í9 tfàr-
siones del joven indio, iü déscUbna'su
emoción en su andar mal asegurado, en
su hechicera timidez. No se habia atre-
vido aun á levantar los ojos á Adriana : se
habia puesto súbitamente muy descolo-
rido, y sus manos cruzadas religíosament(|
encima del pecho según el modo de ado* ^
rar de su pais , temblaban muchísimo: se
quedó á alguna distancia de Adriana con
la cabfza inclinada.
Aquel embarazo , ridículo de parte dp
cualquiera otro era patético de parle de., ^
aquel príncipe, joven de veinte años, de^^^
una intrepidez casi fabulosa, de un car^c*^
ter tan heroico, tan generoso, que no lia>- ..
biaban los viageros del hijo dei rey Kadja
Sing dno con admiración.
(Dulce emoción, t>asta reserva, mas in-,j,
teresante aun al pensar que las fogosas ./j
pasiones de aquel joven eran tanto ma^, ..
inflamables, cuanto que hdsta entonces
habían, estado contenidas! . j.,. ^^^
No menos embarazada , no menos tur-
baaa la señorita de Cardoville habia per-
irianecido sentada : asi como Djalma , te-
nia los ojos bajos; pero el ardiente colo-^
rido de sus mejillas, los latidos precipita-
dos de su seno virginal, revelaban una-
emoción que no pensaba ella en ocultar^
A pesar de la firmeza de su espíritu»
puro y alegre á la vez, gracioso é incen>
livo; ,á pesar de la, resolución de su ca^^
racler independiente y orgulloso , á pes^r .
de su htucho mundo, Adriana manifes-
taba una inhabilidad candida, una turba-
ción encantadora , aquella especie de ani-
quilación pa!>ajt'ra é itiefable, que ano-
nada al parecer dus individuos enamora-'
dos, ardientes y puros; como si la fuese
imposible soportar al mismo tiempo los '
ardores palpitantes de su» sentidos, y la
arrebatada exaltación de su corazón.
Y por tanto no se habían encontrado
aun sus oíos... Temían ambos aquel prí-
'mer cho(|ue clt^ctrico dt? (a mirada, aque-
lla invencible atracción de dos sereâ aman-
ALBUM
tes y apasionados uno de otro, fiiogo sa-
grado., mas rápido que el rayo, que en-
ciende, abrasa la sangre, y A veces, sin
saberlo los dos, los arrebata de la tierra
«y los sube al píelo: porque es acercarse á
Dios el seguir con un religioso enajena-
miento la inclinación mas nobie y mas
irresistible qi»e nos ha dado..... la única
¡Dclinacion que, en su adorable sabidu-
ría, el dispensador ne todas las rosas lia
querido santificar otorgándole, una chispa
"de su divinidad criadora.
Djalma fué quien levantó primero los
ojos: estaban húmedos y encendidos á la
vez: el ímpetu de un amor apasionado,
el inflaniaiJo ardor de su edad, tanto tiem-
po comprimido, la exaltación de una bel
dad ideal, se léiaa en aquella mirada a!
mismo tiempo que una timidez, respetuo-
rf>a , y daban alas facciones de aquel man-
cebo una espresion inJefínibie..... irresis-
tible.
Irresistible porque al encontrarse
sus ojos con los de Adriana.... se estre-
meció esta de los pies á la cabeza , y se
sintió como atraida á un torbellino mag-
nético. Ya se cerraban sus ojos bajo el
peso de un cansancio enajenador, cuantío
^or un esfuerzo supremo de voluntad y
de dignidad, sopr-ró aquella deliciosa tur-
baci-n, se levantó del silion, y con voz
trémula, dijo a Djalma:
— Celebro intinito , príncipe, el vero>
aqui, y después indicándole un retrato de
los que estaban colgados detras de ella,
hizo Adriana un ademan y añadió, Comí-
si se tratase de una preseníacion : Prínci-
pe.... mi madre.
Por una idea de una delicadeza estraor-
dinaria Adriana ponia presente á su ma-
*dre en la conver.^acion con Djalma.
Era eso defenderse, tanto ella como e!
príncipe, de lassedu;?ciünes do un primer
encuentro, tanto mas peligroso cuanto
sabian ambos que se amaban locamente;
191
que eran libres.... y no lenian que dar
cuenta sino á Dios de los tesoros de feli-
cidad y de deleite que l.'s había prodiga-
do con tanta magíiiíicencia.
Conocí.') el príncipe el pensamiento áp
Adriana : asi es que cusndo ly hubo in-
dicado la joven el retrato de su mudre
Djalma, por un movimiento espoülil.neo
lleno de gracia y de candor, se ir.ciinó,
dobló una rodilla antt- aquel retrato, y
dijo en voz suave y vigorota dirijitndose
á aquella pintura :
— Os amaré y os bendeciré como a mi
madre; y también mi madre esf3r,i en mi
pensamiento aqui al lado de vuestra hija.
No era posible responder mejor al sen-
timiento que había decidido á la señorita
áe Cardovíüe á ponerse p(;r decirlo asi
bajo la protección de su madre, y asi es
que desde entonces tranquüa en cudnto á
ujalma, tranquila también en cuatitu á si
misína, estuvo la joven muy desabocada,
y el delicioso buen huí-iior di? la feiitidad
reemplazó poco á poco la enjocion y la
turbación que la había ajitado.
Volviéndose á sentar entonces, le dijo
á Djalma mdícándole un asiento enfrente
del suyo :
—Tened la bondad de sentaros mi
qui^rido primo y permilidme llamares
a.>¡, porque me paiece demasiado de eti-
quétala voz de príncipe, y en cuanto a vos
llamadme también vue^tra prima , porijutí
la palabra señorita me parece muy {/rave.
Arreglado este asunto hablemos prime -
rameíKe como buenos amigos.
—Si, prima mía; respondió Djalma
que se habiá puesto dé color de fuego al
oir la palabra primeramente.
— Como la franqueza es de derecho en-
tre amigos, dtjo Adriana, os haré un re-
proche; anadió qiedio sonriendo y miran-
do al príncipe.
Este, en lugar de sentarse, estaba en
pié junto á la chimenea, apoyando en ella
49**
192
▲Xbini.
loi codos, eo uoa actitud llena do gracia
y de respeto.
— Si, primo mío.... continuó Adriana,
un reproche que me perdonareis sin du-
da... en una palabra, os estaba esperan-
do.... un poco antes.
— Acaso me vituperareis, prima, de no
haber venido mas tardo.
— ¿Qué quoróis docir?
— Al inflante en que salia.... de mi ca-
sa para venir aqui, un hombre que no co-
nozco se ha acercado á mi coche.... y me
ha dicho con tanta sinceridad que lo lie
creído... podéis salvar la vida de un hom-
bre que ha sido para vos un padre.... es-
tá en gran peligro el mariscal Sinton....
pero para poderle socorrer es necesario
seguirme inmediatamente.
— Era un ardid , esclamó con viveza
Adriana, hace á lo mas una hora.... que
estaba aqui el mariscal Simon....
— El.... dijd üj^lma con alegría y co-
mo si se hubiese levantado un gran peso,
¡ah! no se entristecerá al menos este her-
moso dia.
— ¡Pero, primol replicó Adriana, ¿co-
mo no habéis desconfiado de ese emi-
sario?
— Algunas palabras que se le han es-
capado me han inspirado recelos, dijo
Djalma; pero al principio le he seguido,
temiendo que corriese algún peligro el
mariscal porque sé que tiene ene«
migos. ^
— Ahora que roflecsiono, tenéis razón,
primo; era verusimil alguna nueva trama
contra el mariscal..., A la menor duda
debíais correr á su casa.
— Lo he heclK).... pero me estabaises-
perando.
— Ese es un sacrificio generoso; y se
aiimpntaría h estimación qtie os tengo sí
fuese posible dijo Adriana, ¿peroqué
se ha hecho aquel hombre?
— Le he hecho entrar en mí coche. In-
quieto por el mariscal , y desesperándo-
me al mismo tiempo de ver que corría 'A
tiempo que debía pasar junto á vos, pri-
ma , mía le he hecho mil cuestiones á
aqupl hombre.
" Y le he visto muchas veces embara-
zado para responderme. Entonces me vi»
no la idea que me tendían acaso algún la-
zo. Recordando todo lo que habían hecho
para echarme á perd«T en vne>tro con-
cepto.... mudé inmedíaiamente de cami-
no. Ha sido entonces tan claro el despecho
del hombre que me acompañaba que hu-
biera debido dí-«ipar mis dudas, sin em-
bargo, pensando en el mariscal Simon,
sentía un remordimiento vago, que acá»
bais de calmar, prima.
— Son implacables esas gentes , dijo
Adriana , pero nuestra felicidad será mas
fuerte que su odio.
Hubo un momento do silencio y des-
pués dijo ella con su franqueza acostum-
brada :
—Querido primo mió; me es imposible
callar ú ocultar lo que tengo en el cora-
zón... Hat)lemos algunos instantes, siem-
pre como amigos, hablemos \in poco de
un pasado que nos han hecho tan an^argo;
después lo olvidaremos para siempre como
uo sueño pesado.
»0s responderé con franqueza , aun
cuando me haya de hacer perjuicio , dijo
el príncipe.
—¿Cómo os habéis podido decidir ápa>
recer en público con.....
— ¿Con aquella joven? dijo Djalma in-
terrumpiendo á Adriana.
— Sí, primo mío, dijo Adriana espe-
rando la respuesta de Djalma con una cu-
riosidad inquieta.
— Ignorando las costumbres de este
país, roí-pondíó Djalma sin embarazo por
que decía la verdad; debilitado mi espí-
ritu por la desesperación, estraviado por
los consejos de un hombre vendido á nue»-
ALBUM.
W3
'%os enemigos, he creído que, asi como
él me lo deoia, ostentando á vuestros ojos
otro am*)r, escitaria vuestros celos, y
— Bssfa, primo; entiendo lo demás,
dijo Adriana interrumpiendo al príncipe
para evitarh una conf»'5Íon penosa; nece
sario ha sido que estuviese yo tauíbien
muy obcecada por la desesperación, para
DO t.aber adivinado ese perverso complot,
sobre lodv dfspues de vuestra arción tan
intrépida y tan loca : ¡ potierse á peligro
de muerte para rectjer mi ramdleie!
añadió Adriana e>lreme<'iéndi)se al recor-
dar aquello: decidme una sola palabra;
aunque conozco de antemano vuestra res-
¡pue>la : ¿no recibisteis una carta mia en
la mañana del día mismo que os vi en el
'teatro?
•Nada respondió Hjalma ; una nube ne
gra pasó sobre sus facciones, y durante
un segundo tomaron una espresion tan
amenazad<^ra , que se espantó Adriana;
pero pronto se apaciguó como por nflec-
«ion a(|ueila agitación, y volvieron la cal
ma y la serenidad á la frente de Dj^lma.
— He sido mas clemente de lo que creia,
dijo el príncipe á Adriana , que lo con-
templaba con sorpresa; he querido venir
«erca de vos... digno de vos, prima mia.
He perdonado ai que, por servir á mí>
efiemigus, me ha dado y me daba aun
consejos funestos. Estoy seguro que ese
hombre ha interceptado la carta... Pen-
sando al instante en tod(»s los males que
me ha causado, me he arrepentido de mi
clemencia Pero he pensado en vues-
tra carta de ayer y se ha desvanecido
mi cólera.
— iSea pues concluido ese p3sado fu-
nesto, esos temores, esas desconfianzas.
esas sospechas, que nos han atormentado
tanto tiempo hacinándome du^lar «le vos
como os hacían dudar de mí! ¡Oh! sí.
j alejemos ese pasado funesto! e>clauió la
señorita de Cardoville con una alegría pro
funda.
Y como si hubiese libertado á su cora-
zón de los últimos pensamientos que la
hubiesen podido entri.stecer, anadió:
— ¡Nuestro es ahora el porvenir....,
nuestro enteramente : un pt-rvenir la*
dioso, sin nubes sin obsiácMlo>: un
horizonte tan hermoso.... tan puro en su
Mite'nsidad que no alcanza sus límitus la
vi»ta I
Es imposible describir la exaltación ine-
fable, el acento seductor de esperanza que
acompañó las palabras de Adriana : de
repente irKanifcstó su rostro una melaoco-
lía paiética, y añadió con voz profunda-
mente Conmovida :
— ¡Y decir que ahora mismo hay des-
graciados que están padeciendo!
Aijuel pensamiento de conmiseración
cáudiia para con los desgraciados en el
initante mismo en que llejiaba aijueila jo-
ven al colmo de una felicidad ideal, le
hizo tanta impresión á l>jalma , que invo-
hintariamente se arrodilló á los pies do
Adriana, junio ambas manos, y volvió
hacia el a su licch cero ios'ro, en donde
aparecía una adoración casi divina.
Y cubriéndose despues la cara con las
manos, bajó la cabeza sin dec r nada.
Hubo un silencio profundo durante un
momento.
Adriana fué quien lo interrumpió la
primera , viendo que pasaba una lagrima
entre los dedos delgados de Djalma.
— ¿Qué tenéis, amigo mió? le dijo.
Y por un müviiniínto mas rápido que
el pensamiento, se inclinó hacia el prín-
cipe y bajó las manos que tenia él siem-
pre en la cara.
Su rostro estaha bañado de lágrimas.
— ¡Estais llorando!... esclamo la seño-
rita de Cardoville (an conmovida, (|ue
guardó entre sus manos las de Djalma, y
no pudiendo este enju^nrlas, las dejaba
correr como otras tantas gotas de críttal
sobre el oro pálido de sus mejillas.
191 ALfirií
— No hay en el mimd>) feliridad comí")
la mia , dijo el príncipe con vor suave y
"viltrante , con una especie de poslracio!)
indecible, y siento una {jran triste?». N»'
puede menos de suceder asi... me dais e!
cielo... y aun cuandu os diese yo la tier-
ra... seria ingrato con vos... ¡ Ay ! lí]ue
puedo el homhrt' por la divinidad? Ht-nde
cirla , adorarla pero t>o Vdlverie los
tesoros de que lo ha colma<it>... y por eso
padHi'c, no en su orgullo... sino en su co-
faz'n...
N-» cx^jeraba Djalma; decia loi|uopt»n-
saba realíuente, y 'a forma hiperbólica de
las lenguas de Oriente era la única qut-
podia espresar sus conceptos.
Fué tan sincero el acento de su senti-
miento, tan candida su humildad, que
Adriana, conmovida y llorosa, le respondió
con una ternura prave:
— ] Amigo mió! estamos ambos en el
colmo de nuestra felicidad.... No tiene li-
mites el porvenir de nuestra dkha , y sin
embargo nos lianv«^nido á ambos, aunque
por motivos diferentes, pensamientos tris-
tes... Mirad: es que hay felicidades que
asombran por su misma grandeza.... Du-
rante un momento... ni el corazón... Tiiel
espiritu... ni el alma... pueden contener-
las... Se derraman y nos agovian... Tam-
bién las fl«res se doblan á veces bajo los
rayos demasiado ardientes del sol, que es
su vida y su amor... ¡Oii, amiiío mió I
es grande esta tristeza, pero es suave.
Al decir aquellas palabras, se fué apa-
gando la voz de Adriana y se inclinó sua-
vemente su cabeza, como si en efecto la
hubie-e agoviado el peso de su felicidad.
Djalma estaba arr.idillado junto á ella
con las man'>s entre las suyas... de modo
^(ue, al inclinarse, la frente de marlilylos
xa bellos de oro de Adriana rasáronla fren-
ir de color de ámbar y los cabellos negros
úc^ Djalma.* ' ' ■ >
Y calan lentas y sileuciosas las dulces
lágrimas de aquellos dos jóVeneS, confun-
dit^ndose sobre sus hermosas manos enla-
zadas.
Mientras pasaba esto en el hotel de
Cardoville. Auricol iba á la calle de Vau-
üirard á llevar al seùor Hardy una carta
de Adriana. -,
VI.
LA IMITACIÓN.
Mr. Hiirdy ocupaba un pabellón, como
\a se ha dicho anteriormente, en la casa
de recoletos adjunta á la morada que te-
nían en la calle de Vau'.iirard un buen
núiiHTo de reverendos padres de la Com-
pafíia de Jesús. No se puede ver cosa mas
tranquila, mas silenciosa que aquella ha-
bitación ; no se hablaba sino en voz baja ;
hasta los mismos criados tenían algo de
meloso en el hablar, algo de beato en el
andar. Asi como en todas las cosas que
están sometidas á la acción comprensiv<) y
aniquiladora de a(¡uellos hombres, falta-
lian también en aquella casa triste y apa-
gada la animación y la vida. Tenian sus
habitantes una existencia monótona y pe-
sada , re^ulsr, glacial, interrumpida de
cuando en cuando por alguna desús prác-
ticas de devoción; asi es que, en poco
tiempo, conforme lo han previsto y lo de-
sean los reverendos padres, el espíritu,
sin comercio esterior, sin escilacion , des-
rnaya pronto en la soledad; parece que
late mas despacio el coraz>n, se entorpe-
ce el alma y so debilita poco apoco la mo-
ra!; se apawfl en lin todo el libre albedrío,
tijda vo'u itad, y Ins retirados v sometidos
al mismo método de '>mbriit<'CÍn»iento
complet.! que los novicios de la Compañía,
se haidan cadi veres también entre las ma-
nos de los congregantes.
Claro y sencillo era el objeto de esas
maniobras; e'las aseguraban el buen (^Xito
de la-i captaci<,'nes i|e luda especi*', térmi-
no perenne ^e la pulílica hábil y delaim-
placable fcôdîcîa fle àqùéuûrs sorerdótes;;
con tas sumas enormes de que, por esos
medios, se hacían dueños ó poseedores,
aTianzahan y asegíiraba'n el t^xito de siisi
proyectos, auh cuándo elhomicid o, elin i
cendio, la nbelion, y en fin todos los lior-,
rores de la guerra civil escitada y pagada
por ellos, hubiesen de ensangrentar lo>
paises en donde querían establecer sil tene-
broso gobierno.
Como medio: empleaban el dinero, ad
quiriéndolo por todos los modos posibles,
desde los mas bajjos hasta los mas crimi
líales; como objeto: se proponía ii la do-
minación despótica de los entendintientos
y de las conciencias para esplutarlos útil
fnente en beneficio de la compañía de Je-
sús: tales han sido en todos tiempo»*, ta-
les serán siettlpre ios nrediós y el fíh de
■esos religiosos. ;
Asi es que entre los medio? que habían;
empleado los jesuítas para atraer el dine-
ro á sus cajas siempre abiertas, hijbian
imaginado esos revereíidos padres, el es-
tablecer la casa de recoletos en que se;
hallaba Mr. Hardy.
, Las personas enfermas de espíritu, con
el corazón despedazado, con el entendi-
miento debilitado, ó estraviadns por !a¡
falsa devoción, y engañadas ademas por
ías recomendaciones de los mienibros ma^-
influyentes del parMdo clerical, eran atrai-
tJas, festejadas, y después insent^ibietnen-
te aisladas, secuestradas-, y por último,
despojadas en aquel antro religioso, todo
eso lo mas benditamente posible, y sobre
todo od majorem Dei gloriain , según la
diviía de la honorable sociedad.
Kn la gerigonza jesuítica, como se pue
de ver en los prospectos hipócritas des-
tinados á las buenas gentes ((^ue engañan
esos niauias, se ilanaan generalmente esas
cavernas!
Asilos santos abiertos á ¡as almas fatiga-
das de los vanos ruidos del mundo.
ALBDM. i^$
O bien se apellidan :
Tranquilos retretes, donde el pJ, pía-
mente libfrtado d- los aféelos perecederas de
la tierra, y de tos la:^os terrestres de la fa-
milia, juede al fin, á solas con IHos, tra-
bajar eficazmente en su salvucío ', etc.
Estableéido esto, (jiie |)or desgracia sfe
comprueba con mil ejemplos de Cíiptacio-
rtes indignas hechas en una multitud de
casas religiosas, con perjuicio de Ids fami-
lias de ios retirados; est.iblicido esío, de-
cimos, admitido y comprobado.,., levan-
te la voz uh espíritu recto, y échele én
Cara al g()bierno su negligencia en vigilar
esos sitios peligrosos; entonces se oirán
i'os alaridos del partido clerical, sus invo-
caciones á ^a libertad individual... el des-
consuelo y las lamentaciones sobre esa ti-
ranía que quiere oprimir las conciencias.
¿No se podría ¡espondér que, para ad-
mitir cón>o legítimas tan singulares pre-
tensiones, los amos de las casas de juegos
prohibidos tendrían también derecho pa-
ra invocar la libertad individual y recla-
mar contra las decisiones de los que lian
mandado cerrar sus infames zahúrdas?
Pues,eó verdad también ha habido aten-
tado contra la libertad individual de los
jugadores que veni'an libre y alegremente
á enterrar su patrimonio en esas caver-
nas: se ha tiranizado su concieiicia que
íes permitía perder en Un naipe los re-
cnirsos de su familia.
"SI; preguntam'os ï)Osiliva, senciffa y
sinceráVnénle, ¿qiVé diíérencia hay entre
un hombre qUe de; poja ó arruina a los
suvus á fuerza de jugar á la negra ó á la
encarnada, y el que arruina y despoja á
los suyos con la esperanza dudosa de ser
jugador feliz en el juego del cielo y del in-
fierno que híin tenido ciertos cUVigos la
'aü'ddéía de íníagTrfar, cou'el i'bjélo"desér
etfos lós'bahquéróíí? (!)
(1) La Democracia pacifica y «.! Aacto-
50**
196 ALBÜH,
No hay cosa mas opuesta al vercjadoro
espíritu divino del cri>l¡anisnio qm- estjs
espoliaciones osadas: el cristianijmi) con-
siste en el arrepenliniienfo de luu'^iras
faltas, en la practica de todas las virtudes,
en la connniseracion y los servicios á cuan-
tos padecen, en el amor de^ prójimo : oso
es lo que merece el cielo y no una canti-
dad mas ó menos con«iiderab!e de dinero
que se aventura como vt\ un jue^o con la
esperanza de ganar el cielo, que desapa-
receen la mano de falsos sacerdotes, muy
entendidos en esa especie de juego , los
cuales explotan los déhilcs de (Spínlu con
prestidigitaciones estremadameníe lucrati-
vas.
Tal era el asilo de paz y de inocencia
en que ^e hallaba Mr. Hardy.
nal hablaron poco tiempo ha de una cap-
tación que hcieron vari )S clérigos , em-
pleando medios abominables: se trata de
una herencia de 8 millones de francos, y
pronto entenderán de este negocio los tri-
bunales. He aqui una nota que nos han
comunicado; aseguramos que es auténtica;
pero pasamos en silencio los nombres pro-
pios por respetos y miramientos.
íM.... industrial muy rico, dueño de la
fábrica de.... cerca de.... acaba do hacer
donación (ante .M escribano en Paris),
de un millón para que, cuando muera, se
establezca una casa de jesuítas: no sead-
miliráii en ella los niños sino después de
haber tomado informes en cuanto á la de-
voción de los padres y de los abuelos; ha
habido muchas dificultades para legalizar
este acto; y aun ha habido una oposición
bastante viva de parte del goSierno; pe-
ro ha vencido ¡a habilidad de los secuaces
de Ignacio de Loyola. Por otra parte, los
reverendos padres han abusado de tal
modo de la credulidad del donador, que
afirma este que, á no ser por un milagro
que les hd proporcionado lo n«?cesario á
los reverendos padres de ¡a calie de las
Postas, se hubieran muerto de hambre
este invierno. M. . tiene algunos parien-
tes bien acomodados, pero tiene otros su-
midos en una pobreza honrosa.
Ocupaba el piso llano de un pabellíjn
que caia al jardin de la casa; se habia es-
cojido con mucho acierto aqu».'! aposento,
porque sabida es la profunda y diabólica
habilidad con queemplean los reverendos
padres los aspectos y los medios materia-
les para producir impresiones vivas en los
espíritus en que operan.
Figúrese pues el lector, como la única
perspectiva de aquel aposento una pared
enorme negrí y gris cubierta de y«dra,
la yerba de la ruinas; una calle sonit»ria
de tejos antiguos, árboles de los sepulcros
con su fvmesta sombra, la cual vá a parar
por una parte á la pared ya dicha, á aque-
lla siniestra pared; y por la otra á un pe-
queño semicírculo, que estaba delante del
cuarto que habitaba ordinariamente IV'In.
Hardy: dos ó tres monficulillos rodeados
de box cortados simétricamente, comple-
taban las delicias de aquel jardin , seme-
jante en todo punt<» á los que están alre-
dedor de los cenotaíios.
Eran ya las dos de la larde, y aunque
hacia un hermoso sol del mes de abril,
sus rayos, interceptándolos la pared d»
que se ha' hablado, no penetraban ya en
aquella partedel jardin, oscura, húmeda,
fría como una bodega, á la cual caía la
ventana del cuarto en que estaba ordina-
riamente Mr. Hardy.
Estaba amueblado aquel cuarto con un
conocimiento perfecto del confortable :
cubría el entarimado un tapiz suave; la
escelente cama, asi como la puerta ven-
tana que daba al jardin, tenian cortinas
de casimir verde oscuro senu jante al pa-
pel quo cubría las paredes.... Adornaban
también el cuarto algunos muebles de
caoba, nmy simples pero brillantes por
su estremada limpieza. Encima del escri-
torio, enfrente de la cama, se veía un
crucifijo de marfil sobre terciopelo negro:
y encima de la chimenea un leloj deéba-
.'no con embutidos de marfil represen-
ALRL'Sï
indo emblemas siiiioNtroscctmo relij-síie
-arena, guaJanas del Tiempo, calave-
ras , ele.
Échese ahora sobre todo ese cuadre»
lina triste semi-luz, y recuérdele (jiie es-
taba aijuella soledad sumergida en el si-
lencio mas profundo, esccpio á ías hora.',
de los oficios , que !e interrtimuía el lú-
gubre relintin de la f'ampaiia de la ca-
pilla de los reverendos psdies, y se ha-
brá de reconocer la iiiferfial habilidad
con que esos peli^^rosus sacerdotes saben
sacar partido de los oi>j\-tos esteriores,
según desean impresionar de un modo
ó de otro el espíritu délos que quieren cap
tar.
Y no era eso todo :
Después de haberse dirijido á lus ojos,
era menester dinjirse a! entendimiento.
Hé atjui de que modo hablan procedi-
do los reverendos padres.
ün solo libro..... uno solo quedó
como por descuido á la disposición deAJr.
Ilardy.
Ese libro era la Imitación.
Pero como poiiia suceder que Mr. Har-
dy no tuviese ánimo ó gana de leerlo, se
leian en algunos cuadros negros, colga-
dos tanto en lo interior déla alcoba, como
en los cuarterones mas espiiestos á sus
ojos, pensamientos y reflecsiones sacados
de aquella obra de implacable desolación,
escritos con letras grande^; de modo que
involuntaristneiile en medio de la triste
libertad t¡u<" dejaba su abrumadora ociosi-
dad , casi p<>r fufTza .>ie habia» do parar
en ellos sus oj'is.
Es menester citar algunas de las mác-
simas con que rodeaban asi los reveren-
dos padres á su víctima; por ellas se verá
en (¡ue círculo fatal y desesperado encer-
raban ei espíritu debilitado de aquel infe
liz, despedazado desde algnn tiempo á
aqueüd parte con atroces pesares (1 ).
197
He aqui lo que leía cada instante del
dia y de ia noche, maf|uinalmenle, cuan-
do iiuia de sus f j is eiiroj..cidos pur las la-
f^rim.TS, e¡ benéfico sueño:
— Muy vano es aquel (¡ne pone am exne-
ranzas en los hombres ó cualquiera crialu-
ra que sea.
— Pronto dejan isdeccsislir aqui abajo...
pensad en que situación e tais.
— El hombre que vive hoy, no parère yn
mañana..... y cuando ha d':sapareci 'o ne
nuestros ojos, pronto se borra de nuestro
pensamiento.
— Cuando estais m la mañana , pensad
que acaso no llegareis á la tarde.
— Cuando estais en la tarde no os lison-
ijeeis de ver la mañana.
— ¿Quien se acordará de vos después de
vucsíra muerte.?
— ¿Qíiien rezará por vos?
— Üs engañáis si buscáis otra cosa que
padecimientos.
— Tilda esta vida mortal está llena de
miserias y rodeada de cruces; llevad esas
cruces y sujetad vuestro cuerpo ; despreciaos
á vos mismo y desead que os desprecian los
otros.
— Estad persuadido que vuestra vida debe
ser una muerte continua.
— Cuanto mas uiuere un hombre para
sí, tanto mas vive para Üios (1).
(1) En el ^íVcc/orium, esplicando los
medios que se han de emplear para atraer
á la Sociedad de Jesus las personas que
se quieren esplotar, se dice lo que ^igue:
Para atraer alguno á la Saciedad , uo
se debe obrar bruscamente: es necesario cs-
pcrar alguna ocasión, como por eje7nplo,
QUE TENGA LA PKRSONA UlNVIULEííTO PR
SAR, Ó que se arruine en su co'iicrrio: se
encuentra una escelente cumotidaden losvi-
cios mismos.
f^Véanse con esta ocasión los escelentes
comentarios de Mr. Dezamy sobre las cons-
tituciones de los jesuítas en su obra del
Jesuitismo vencido por el socialismo. — Pa-
ris: 18ÍO.)
(1) Superfluo es añadir que lodos esos
pasaji'S son testuales y eslractados de Id
Imitación: (traducción y prologo del re-
verendo padre Gonclieu).
tÍ8 VtifTjíi.
No b'aVfi'bi ¿1 }íer1r ¥li el «fM! <f¿ la
■\ictima en una dt-sesperacion incurable
por medio de esas máxim'as devuradvira:>:
era necesario al mismo tiempo acostum-
brarla á la Qbedit*flcia cadavérica de la
Sociedad de Jesús, Asi es que los reve-
rendos paires iiaf)ian escogido cun ffiucho
acierto varios pasajes dé la Irn ilación, por
que se encitenlrán en aífuel éspanlóso li-
bro mil terrores para asustar, mil máxi-
mas de esclavo para encadenar y sujetar
al hombre pusilánime.
Leíase pues también:
— Es mucha ventaja el vivir en la o'k-
diencia, el tener un superior...... y no ser
dueño de sus acciones.
— Mncho «tai seguro -es obedecer que
mandar.
— Es uño feliz no defendiendo sino á Dios
B?C LAS PERSONAS DE SIS SUPERIORES
QUIEWES SON SUS VICARIOS.
Y ni atjn eso básía ; después de haber
desespeiááo y aferrado tá víctima; des-
pués de haberla privado de luía libertad
y haberla acostumbrado i una obediencia
ciega, embrulecedora; después de haberla
persuadido con ud increible cinismo de
orgullo clerical, que sonfieierse pasiva-
mente al primer sacerdote que se pre-
sente , es someterse á Dios mismo , era ne-
cesario gttardár á la víctima en casa y
remachar el clavo dé su C8<íéi»a.
Leíanse pues táíiiblen 1as rnakrm'k^ si
guíenles: _ , . . - , .
—Corred por este lado w por el otro: rio
hallareis reuoio, sino sometiéndoos Humil
demente a la dirección de un superior.
— Murhos se han engañado por la espe
ranza de estar mejor en otra parte, y por
et ¡leseo de mudar.
figúrese ahura uno á M^r. Hardy, tras
portado con una herida a aquella cásá , y
con el corazón lastimado, destrozado por
penas horrorosas, por úíia tr'aicíoñ ésp^n-
toí>a , en fin , sángranío ni'as qûo íás Ifá
gas de su cuerpo.
Gracias al cuidado alentó y esmerado
que de él tuvieron, y sobre lodo á la co-
nocida habilidad del doctor Baleinier, p'roo*
lo se curó Mr. H irdy de las heritíás que
habia recibido precipílandóse en medió
del incendio qire dévora1)à is\i fábrica.
Nó obstante, para favorecer los pro-
yectos de los reverendos padres se bià'btà
apíicado á Mr. Hárdy un método cura-
tivo, bastante inocente á la verdad,, désti*
liado á influir en el moral, euipíeado muy
á monuij'), ct'mo >a hemos dicho, por el
iluclor Baleinier en otras circunstancias
i np )rlanies; con el cual íiabian íogfa'd'o
durante algún tiempo adormecer sü éh-
lendim'ento.
Para una alma despedazada por airo-
ees desengaños^ es una apariencia nñ be-
neficio inestimable; el anegarse en un en-
torpecimiento que, al menos, le impid«
á uno el pensar en un pasado desespera-
do. AbanJonindose á aquella apatía prO'*
funda, Mr. Hardy llegó prontamente á
mirar el entorpecimiento del tspírifu co-
mo un bien supremo..... .\si aceptan con
reconocimiento !os desgraciados que se
ven atormentados por enfermedades crue-
les, el opio que los mata lentamente, pero
adormece al menos sus padecimientos.
Al bos ;uojar anteri()rmente el retrato
de Mr. Hardy , hemos tratado de hacer
conocer I9 esquisita delicadeza de aquella
alma tan tierna, su dolorosa susc«.'ptibili-
dad en punto á cuanto era vil ó malvado,
su bondad inerible, su rectitud, su ge-
nerosidad.
Recordamos esas adorables cualidades,
porque es necesario comprobar, que tan-
to en él como en lodos los que las poseen,
no estaba:) acompañadas ni podían estarlo,
de un carácter enérgico y determinado.
Tenia aquel hombre una perseverancia
admirable en el bien, era su acción pe-
netrante, irresistible, pero no dominaba:
XTr. Hardy no habla realizado lo» prodi-
ALBtM
^ios ñe su ca^a común con la rivi-i ener-
gía, la voluntad un poco áspera, peculiar
de otros hombres de corazón grande y
bueno, sino á fuerza de persuasion afec-
tuosa: en aquel hombre la ternura per-
suasiva tenia lugar de fuerza. A la vista
de una maldai , de una injusticia , no se
rávoivia irritado, amenazando, sino que
palecia. No atacaba al malvado cuerpo á
cuerpo: volvía á otra parte la cabeza tris-
te V amargamente, y ademas aqnel cora-
zón amante, de una delicadeza entera-
mente femenina, tenia una necesidad ir-
resistible del benéfico contacto de los afe>o
tos mas caros al alma; ellos solos le vivi-
ficaban. Así muere helado de trío un po-
bre y débil oajarito, cuando no pui^de re-
cibir de MIS hermanos, así como ellos lo
recibijn de é!, el dulce calor que los sos-
tenia á todos en el nido maternal. Yaque-
lia organización de sensitiva tan estrema
damente susceptible, esperimenta, uno
tra> otro, los guipes de varios dcseng.iàos
y pesares tales, que uno sjIo bastaría, si-
no para abatir completamente, al me-
nos para trastornar el carácter de mejor
temple.
El amigo mas fiel de Mr. Hardy le hace
una traición infame.
Su cortejo adorado le abandona»
La casa que había fundado para la fe-
licidad de sus obreros á quienes amaba
como hermanos, no es ya masque ruinas
y ceniza.
¿Qoé sucedifí entonces?
Se rompieron lodos los resortes de su
alma.
Demasiado débil para resistir á .golpes
tan duros, demasiadoabalído por las trai-
ciones mas crueles, para buscar otros
afectos... demasiado desanimado para vol
ver á poner la primera piedra de una nue
va Cíisa común aqud pobre corazón,
aislado ademas de todo contacto saluda-
ble busca el olvido de todo y aun de sí
199
mismo en un entorpecimiento que te ano-
nada.
Sí, á veces, algimos instintos de vida y
de afecto comienzan á dospertarsedeüem-
po en tiempo; sí, entreabriendo su <>spíri-
tu los ojos que tiene cerrados por no ver
ni lo pasado, ni lo presente, ni el porve-
nir, mira Mr. Hardy al rededor suyo...
¿Qué encuentra? e.'ítas 'onlenciai, im-
pregnadas de la desesperación trias horro-
rosa :
— No eres mas que polvo y ceniza.
— Has nacido para el dolor y para las
'lágrimas.
— No creas en nada de la ii rra.
— No hay parientes ni amigos.
— Todiis los afectos son mentirosos.
— ,Muere 4sta mañana te olvidarán
por la tarife.
— fíum Hale, iespréciate, sé despreciado
por los otros.
— No pienses , no discurras , no vivas ,
entrega tu triste destino en manos de un
director; el discurrirá por tí.
' — J^^ llora y padece , y piensa en la
muerte.
— 5i\ la muerte siempre la muerte;
ese debe ser el término, el objeto de todos tus
pensamientos.... si piensas mejor es no
pensar.
Ten solamente el sentimiento de un dolor
incesante: eso es todo lo necesario para ga-
nar el cielo.
— No ei uno bien recibido por el Dios
terrible é implacable que adoramos, sino á
fuerza de miserias y de tormentos
Estos eran los consuelos que ofrecían
á aquel infeliz... Espantado entonces, vol-
vía á cerrar los ojos y á caer de nuevo eo
un silencioso letargo.
Salir de aquella triste casa, no lo podía
é! ó por mejor decir no lo pensaba le
faltaba la voluntad, y ademas, necesario
es decirlo... se había acostumbrado al fin
á a(|nel!a morada y aun se hallaba bíeneQ
51**
200 ALBCH
ella; ¡ tenían con él atenciones tan discre-
tas; le dejaban tan solo con su dolor; rei-
naba en aquella casa un silencio tan con-
forme al silencio de su corazim , el cual
no era ya mas que una tumba en que es-
taban enterrados su último amor y su úl
tima amistad, sus últimas esperanzas del
porvenir para sus obreros!
Uabia muerto en él toda energía.
Entonces comenzó á esperimentar una
transformación lenta , pero inevitable y
prudentemente prevista por Rodin , que
era quien dirigía con tanta habilidad auue-
11a combinación en sus detalles mas dimi-
nutos.
Mr. Hardy , espantado al principio de
las máximas siniestras de que se hallaba
rodeado, se había acostumbrado poco á
poco á leerlas casi maquinalmente, co-
mo cuenta el preso durante su triste cau-
tiverio los clavos de la puerta de su cala-
bozo ó los ladrillos de su celda...
Ya era esc un gran resultado para los
reverendos padres.
Pronto llamó la atención de su espíritu
abatido la aparente razón de algunos de
aquellos afurismos mentirosos y descon-
solados.
Así, leía él.
— No se debe contar con el afecto de nin-
guna criatura en el mundo.
Y en efecto, le habían engañado indig-
namente.
— El hombre ha nacido para vivir des-
consolado.
Asi vivía él.
— No hay descanso êino en la abnegación
del pensamiento.
Y el sueño de su espíritu era el único
que ponía alguna tregua á 3us dolores.
Dos grietas preparadas hábilmente bajo
de las colgaduras y en las tablas de aque-
lla casa, permitían el ver y oir á todas
horas á ios retirados y sobre »odo el obser-
>ar su Osonomia, sus hábitos, cosas que
tanto descubren al hombre, cuando se
cree solo.
Algunas esclamaciones dolorosas que se
le habían escapado á Mr. Hardy en su
triste soledad, le fueron referidas al padre
dWigrigny por un celador misterioso. El
reverendo padre conformándose rigurosa-
mente alas instrucciones del padre Rodin,
no habia visitado sino muy rara vez al
principio á Mr. Hardy. Y:^ se ha dicho
que el padre d'Aigrigny, cuando quería,
tenia en su conversación un hechizo, una
seducción irresistibles; haciendo sus visi-
tas con la mayor destreza, con el mayor
tacto, no se presentó las primeras veces
sino para pedir noticias de Mr. Hardy.
Pero pronto vio el reverendo padre in-
formado por su espía y ayudado por su
sagacidad natural, t(/do el partido que se
podia sacar de la postración física y mo-
ral del pensionista; convencido de ante-
mano que no cedería este á sus insinua-
ciones, le habló muchas veces de la tris-
teza de la casa , escitándole sea á salir de
ella, si le pesaba la monotonía de la exis-
tencia que allí tenia; sea á buscar a' me-
nos fuera de ella algunas distracción! s ,
algunos placeres.
En el estado en que se hallaba aquel
infeliz, hablarle de distracciones y de pla-
ceres era hacer ofertas que necesariamen-
te habia de rehusar; eso es lo que suce-
dió. El padre d'Aigrígny no trató de sor-
prender los secretos de Mr. Hardy , ni le
habló de sus penas, pero «cada vez (¡ue
fué á verle, le manifestó un ínteres mas
tierno con algunas palabras sencillas, lle-
nas de sentimiento y afecto.
Poco á poco aquellas conversaciones,
raras y cortas en un principio, se fueron
haciendo mas frecuentes y mas largas:
como estaba dotado de una elocuencia
melosa, insinuante y persuasiva, el padre
d'Aigrigiiy lomó por testo las desconsola-
doras máximas en que se fijaba con pre-
i
ALBTTM
ToTí'nc^a í^l p'^n<:Rmi<nîo do Mr. Hardy.
Flexible, prudt-nle, hábil, sabiencJoijiie
hasta enfomces liab/a profesado Mr. Har-
dy aqdfc'lla generosa religion naliiral que
predica una adoración reronociria para
con Dios, el amor de la liiiirisnidad , ei
culto de lo justo y de lo bueno, y que,
desdeñando el dogma prof< sa la misma
veneraiion á Marco Awre io que á Con
fucio, á Platon que á Cristo, á Moisés que
á Licurgo, el padre dWigrigny no trató ai
principio de convertir á Mr. Hürdy ; co-
menzó recordando á cada instante al pen-
samiento de aquel infeliz, á quien queria
privar de toda esperariza, losaboniinable-
desengaños que había padecido : en lugar
de mostrarle aquellas traiciones como es
cepciones de la vida ; en lugar de calmar
le, alentarle y reanimar aquella alma
abatida"; en lugar de escitar á Mr.tíardy
á tratar de olvidar y de consolarse de sus
penas cumpliendo sus deberes con la hu-
manidad , con sus hermanos que había
amado y socorrido tanto ya, avivó el pa
dre d'Aigrigny las llagas, frescas aun, d^
aquel mfeliz, le pintó los hombres con los
colores mas atroces, se los ponderó mal-
vados, intrigantes, perversos, y logró ha
cer incurable su desesperación.
Conseguido este objeto, dio el jesuíta
un paso mas. Conociendo la adorable bon-
dad de corazón de Mr. Hardy, aprove-
chándose del estado de abatimiento en
que estaba su espíritu, le habló del con-
suelo que hallaba un hombre cargado de
penas desesperadas en creer, (anadia há
bilmenle el reverendo padre) que sola-
mente al peí le es concedido ulilizar sh do-
lor ^ en favor de otros tan desgraciados
como él, y de hacerlo dulce para el Señor.
Toda la desesperación y la impiedad,
todo el atroz maquiavelismo político qu*i
encubren esas mácsimas, liaciendo de un
Criador lan magnífico, tan bueno y tan
20Í
sediento de las lágrimas de la humanidad,
lo velaba con esmero á lus ojos de Mr.
Hardy, cuyos generosos instintos subsis-
tían siempre. AqueMa alma lie. na y ge-
nerosa (|uc eso> tacerdotes iudigrios csci-
íaban á una e>petie de suicidio moral,
enc<infró al cabo de poco tiempo un amar
go consuelo en esta fn/ciop : que al nunas
sus pesares aprovecharían á otros hombrea.
A! principio -lo le parech» esto s;no una
(ii'cioii, pero un espíritu dcíbilitado que se
ciimplace en semtjante ficción, tarde ó
ti^mprano la admite como realidad y so-
(lorta todas sus coiiíecuencias.
K>te era el estado fí~ico y moral de
Mr. Hardy, cuando recibió por la luter-
vencicn de un criado ganado por Agrícol
Baudoin una carta en que le pedia este
ufia entrevista.
Había llegado el dia de la entrevista.
Dos ó lies horas antes del instante fi-
jado para la vi^ita de Agrícol, el padre
d'Aigrigny entró en el cuarto de Mr.
Hardy.
VH.
LA VISITA,
Cuando entró el padre d'Aigrigny en
el cuarto de Mr. Hardy , estaba este sen-
tado en un grart sillon: su actitud mani-
festaba un abatimiento indecible; encima
de una mesa pequeña junto a él había
una poción que había recetado el doctor
Baleinier; porque la constitución débil de
Mr. Hardy liabia padecido mucho con los
golpes que había recibido; no parecía ya
sino la sombra de sí mismo; en su cara
muy pálida y muy enflaquecida se adver-
tía al mismo tiempo una especie de triste
tranquilidad. En poco tiempo se habían
puesto enteramente grises sus cabellos,
y sus miradas oscurecidas erraban acá y
allá, lánguidas, casi apagadas: tenía la
cabeza apoyada en el respaldo de su alien-
to, y sus manos delgadas, ñiera de las
mangas de su bata parda, descansaban ea
paternal, un Dios implacable, siempre] los brazos del sillon.
202 ALBIM.
Al ac»TParse á su peTisionistn , pi padre'
d'Ai^rifiny le habia dado á su ro>tro la
^•spresioii mas melosa . mas afectuosa:
abmi'lrtban en su mirar la dulzura y la
amenidaa; jamas <e habia oido ioflecsioti
dtí V07 fan carin<'S.i.
— ¡Ruónos días, mi (|uerido hij.i!dij)á
Mr. Hardy, abrazándole con una efusión
hipócrita (es de suyo muy abrazador el
jesuil') : ¿cómo estais lu>y?
— «lomo à lo ordinario, padre mió.
— ¿K»tais siempre satisfeclio del ser-
vicio de las gentes que están encargí)(la>
de ello?
— ">i , padre miiv.
— ¿No se ha turbado, querido hijo mió,
ese silencio que tanto os gusta? Asi loes-
pero.
— No.... os agradezco....
— ¿Vuestro cuarto es siempre de vues
tro gusto?
— Siempre....
— ¿No os hace falta nada?
— No, padre mió.
— Nos dá tanto gu<(o el ver que estais
contento en nuestra ca»a, mi querido hi-
jo, que quisiéramos adivinar vuestros de-
seos.
— No deseo nada padre mió
nada sino dormir ¡ Ks el sueno tan
benéfico! añadió Mr. Hardy agoviado.
— El sueño.... es el olvido: y en este
mundo mas vale olvidar que acordarse,
porque son todos los honibres tan ingra-
tos, tan malvados, que casi todos los re-
•cuerdos son amargos, ¿no es verdad, hijo
«oio?
-— ¡Ay! demasiado cierto es, padre
vmio.
— Siempre admiro vuestra piadosa re-
signación , mi querido hijo. ¡Ahí ¡cuan
agradable es para Dios esa dulzura cons
tanteen la aflicción! ¡Oeedme, tierno
íiijo miol Vuestras lágrimas y vuestro
inagotable dolor son para el Señor una
ofrenda muy grata que <er.í útil para vos
y para vuestros hermanos.... Si, porque
el hombre no ha nacido sino para padecer
en este mundo... sufrir con reconocimien-
to para con Dios, que nos envia nu> stras
pee.as.... es rezar.... y quien reza no re-
za por SI solo.... sino por toda la humani-
dad.
-^Quiera al menos el cielo que no
sean e?léri'es mis padecimiento^... I'ade-
cer es K'zar repitió .Mr. Hardy como
linhUiniíj cunsigQ mismo para meditar so-
bre aquella idea. I'adecer es rezar... rezalr
¡)i>r toda la humanidad.... sin euibargo...
me (larecia en otro tiempo... au.uiió, ha-
ciemlo un esfuerzo sobre sí mismo, que «|
destino del hombre...
— Continuad, mi querido hijo: decid
vuestro pensamiento... entero, dijo el pa-
dre d'Aigrigny viendo que se interrumpía
Mr. Hardy.
Des¡jues de haber vacilado un momen-
to, éste, que para hablar se habia ende-
rezado un poco, se echó de nuevo hacia
atrás en un sillon y dijo con voz tolalmt'nte
abatida:
— ¿De que sirve pensar? Es cosa fati-
gosa... y yo no tengo aliento.
— Decís verdad, mi querido hijo... ¿De
que sirve pensar?... Mas vale creer.
— Si, padre m:o : mas vale creer, pa-
decer; pero sobre todo es necesario olvi-
dar... olvidar...
Nn acabó su frase Mr. Hardy; apo-
yó lánguidamenf-e la cabeza en el respal-
do del sillon y se tapó los ojos con la
mano.
— 1 Ay, mi querido hijo! dijo el padre
d'Aigrigny, llenos de lágrimas los ojos»
poniéndose al mismo tiempo aquel esce-
lente cómico de rodillas á los pies de Mr.
Hardy: ¡ay! ¿como ha podido descono-
cer vuestro buen corazón aíjuel amigo <jtie
tan vilmente os ha engañado?... Pero
siempre sucede eso, cuando va uno en bus*
▲LPÜU
ca del afecto de las criaturas en liigir de
no pensar sino en elCríador... y aquel in-
digno amigo...
— ¡Olí I... I í'or compasión !.... no me
habléis de aquella traición;.. dijo.Mr. Har
dy interrumpiendo a'i padre d'Aigrigny con
voz deprecaltiria.
— ¡ Pues bien 1 No hablaré mas de él,
mi (juerido hijo. Olvidad á a(]lJ^•l perjir
vol.. Olvidad á aquel infame, que tarde (5
lemprano lealcanzütií la venganza de Dios,
porque se ha burlado muy odiosamente
de vuestra noble confianza Olvidad
también á aquella desgraciada mugir,
-cuytí crimen ha sido muy grande, porque
por vos ha hollado deberes sagrados, y i|e
reserva el señor un casttgo terrible. .. un
■día.
Interrumpiendo de nuevo Mr. Hardy
al padre dWigrigny ^ le dijo ct>n acento
contenido que manifestaba sin embargo
^ha emoción desgarradora:
— Es demasiado no sabéis, padre
mió, tfl mal que me estais haciendo......
; óh, no I.... no lo sabéis.
— ¡Perdonadme! ¡oh! perdonadme,
hijo mió.... ¡pero ay!.... ya lo veis.... el
recuerdo solo de esos afectos terrestres os
causa aun en este mismo instar.fe coumb-
ciones dolorosas.... ¿No os prueba tudo
tisb que debéis buscar consuelos ciertos y
seguros úias arriba de este rnundo corrup-
tor-^ coi rompido?
— ¡Oh, Dios mió! ¿Los hallaré jamas?
tespomiió el infcFi'z con un abalimieoto
tlesfsperado.
— ¡ Si los hallareis, carísimo hijo mió!
esclantó el padre d'Aigrigny, fingiendo
admirablemente la emoción; ¿podéis dh-
dardeello? ¡Oh! que dis tan her-
moso será aquel en que, dando nuevos
pasos en la \ia- religiosa de la salvación
que labráis cort vuestras lágrima*, todo lo
que ahora os parece rodeado de tinieblas
oscuras, os aparecerá iiuminado con una] de v»^nir hoy á veros.
i 52*
iC3
luz inefable y divina.... ¡Oh! ¡Ouédia
tansai.to! ¡Qué dia tan feliz I cuando
destruidos los últimos lazos que os Hgan
á esta (ieri'a inmunda y cenagosa, streis
uno do nosotros, y, como nosotros, noas-
pirareis sino á las felicidades eternas.
— Si.... á la muerte....
— í)ecid á la vida eterna... al paraíso...
dulce lujo mió, y ocupareis un asiento glo-
rioso no íéj.Ks del To¿i>potJ,.rov.i,... mi co-
razón |)aternal lo desea tanto como lu es-
pera pties cada dia se halla vuestro
nombre eo mis oraciones y enlasdel <)dos
nuestros padres^.
— Hago al menos cuanto puedo para lle-
gar á esa fó ciega , á ese desprendimiento
de todas las cosas, en donde me asegu-
ráis que hallaré el descanso.
— ¡Pubre hijo mió! Si os permitiese
vuestra modestia cristiana el comnarar lo
que sois ya en el dia á lo qtie erais coan-
do vinisteis á esta casa... y esograciasso-
lamente á vuestro deseo sincero de adqui-
rir la fé, osquedaríaisconfundido... ¡Qué
diíerencia, Dios mió! A vuestra agita-
ción , á vuestros gemidos desesperados
ha suce<lido ur.a calma religiosa, ¿no es
verdad?
— Si.... es verdad: á veces, cuando he
padecido mucho, no late ya mi corazón...
estoy calmado..... taiTibien los muertos
están calmadbs..... dijo Mr, Hardy de-
jándose caet* 1& cabeza sobre el peeho.
— ¡Ah, mi querido hijo.... mi querido
hijtl Me despedrtzais el corazón cuíin-
do os oigo á veces hablar de ese modo.
Siempre temo que no echi-ismén >sí>(¡ue-
lla vida mimdana tan fértil en abomina-
bles desengaños.,.. Por otra parto... hoy
mismo.... habéis de hacer felizmente una
esperiencia decisiva en esa parte.
— ¿Cómo, padre mió?
— Aquel escelente artesano, uno de
los mejores obreros de vuestra fábrica üa
201
— ¡Ah, sí!, dijo Mr. Hardy, des-
pués de haber reflexionado un minuto,
porque, asi como su espíritu, se fiabia
debilitado también su memoria; ha de
venir Agricol.... V aun croo que tendré
placer en verle.
— ¡Pues bien, hijo mió! Vuestra en-
trevista con él será la esperiencia de que
yo hablo.... La presencia de ese buen mu
chacho os recordará la vida tan activa ,
tan ocupada , que poco tiempo íiá teníais;
puede que esos recuerdos os inspiren des-
víos hacia la piadosa tranquilidad de que
estais gozando ahora : acaso desearéis el
•emprender de nuevo una carrera llena de
emociones de todas especies , renovar otras
amistades, buscar nuevos afectos, en fin,
volver á vivir como en otro tiempo y te-
ner una existencia bulliciosa y agitada. Si
se os despiertan semejantes deseos, será
porque no estais bastante maduro para el
retiro.... entonces obedecedles, mi que-
rido hijo; buscad de nuevo los placeres,
las diversiones, las fiestas, os acompaiía
rán mis votos en todos los parajes, aun
en medio del tumulto del mundo; pero
acordaos siempre, mi dulce hijo, que si
un dia se vé de nuevo vuestro corazón
desgarrado por torpes traiciones, os que
dará abierto este pacífico asilo, y que en
él nie hallareis siempre dispuesto á llorar
con vos la dolorosa vanidad de las cosas
humanas....
A medida que hablaba el padre d'Ai-
grigny, leiba escuchando Mr. Hardy cada
vez con mayor espanto. A la sola idea de
arrojarse de nuevo en medio de las bor-
rascas de una vida que tan dolorosamen-
te habia esperimentado, se replegaba en
si misma aquella alma trémula y abatida:
por eso esclamó el desgraciado coa tono
ca^i deprecatorio :
— Yo, padre mió, volver á ese mun-
do en que tanto he padecido.... en donde
jje dejado mis últimas ilusiones.... yo.,..
ALáCM,
meterme en sus fiestas, en sus placeres.-..
¡ ah ! es una burla cruel....
— No es una burla, hijo mió querido...
Debéis pensar que la vista y las palabra
de ese honrado artesano despertarán en
vos ideas y pensamientos que creéis en
este instante aniquilados para siempre.
En tal caso, querido hijo mió, probad
otra vez aun la vida mundana. ¿No os
quedará siempre abierto este asilo des-
pués de nuevas penas, después de nuevos
desengaños?
— ¿Y de qué me servirá i gran Dios 1
el ir á esponerme á nuevos padecimien-
tos?.... esclamó Mr. Hardycon una es-
presion estremadamente dolorosa: ape-
nas puedo soportar los que estoy pade-
ciendo: ¡Oh jamas !.... ¡jamas!.... El
olvidQ de todo.... de mi mismo.... la na-
da del sepulcro..... hasta el sepulcro
eso es todo lo que yo deseo para en ade-
lante....
— Asi os parece, querido hijo mío, por-
que ninguad^voz esterior ha llegado hasta
ahora p-afa turbar vuestra tranquila so-
ledad.... ó á debilitar vuestras santas es-
peranzas, las cuales os dicen que después
de la tumba estaréis con elSenor.... pero
eseüt)rero, pensando menos en vuestra
salvación que en su interés y en el de los
suyos.... llegará pronto.
— ¡ Ay , padre mió ! dijo Mr. Hardy,
interrumpiendo al jesuíta : he sido bas-
tante feliz para poder hacer por mis obre-
ros cuanto puede humanamente liaceruu
hombre.... no me ha permitido el desfi-
no continuar por mas tiempo.... he pa-
irado mi tributo á la humanidad : ahora
están a.<otadas mis fuerzas.... y no pido
en el dia sinoolvido, descanso.... ¡Es de-
masiado ecsigir , Dios mió ! esclamó el
infeliz con una espresion indecible de fa-
tiga y de desesperación.
— Sin duda, hijo mío, ha sido sin igual
vuestra gf^nerosidad.... pero en nombre
Àï-ri'Ji.
205
*{îe esa tnisma generosidad os querrá im-
■¡)oner ese artesano nuevos sacrificios:
si.... porque para los corazones como el
vuestro, lo pasado orea ublgaciories para
ío futuro, y será casi imposible el nega-
ros á las intancias de vuestros obreros....
os veréis en lanecesiiad de hallar de nue-
vo una actividad incesante, para levantar
de sus ruinas ei edifuio, de comenzar df
nuevo á fundar hoy lo^nie fundasteis Iia-
ceveinte años, cuando teniais l(«ia lafuer-
líH , todo el ardor de la juventud , de re-
novar aquellas numerosas relaciones de
comercio en que tan amenudo se vio ofen
dida vuestra lealtad, de volverá tomar
aquellas cadenas de toda especie que en
cadenan á los grandes industriales á una
vida de inquietudes y de trabaja.
«Pero también, ¡qué compensacio-
nes!.... Dentro de pocos años llegareis,
á fuerza de trabajo, al punto en í)ue es-
tabais, cuando os sucedió aquella terri-
ble catástrofe,... Y ademas de'eso lo que
sobre todo os debe animar, es que du-
rante ese rudo trabajar, no seréis al me-
nos, como en otro tiempo, engañado por
un amigo indigno, euya finjida amistados
parecía tan dulce, y érala delicia de vues-
tra ecsistencia... No tendréis ya que echa-
ros en cara un afecto adúltero, en el que.
cada día creiais tomar nuevas fuerzas, nue-
^0 aliento para hacer el bien... ¡ay! (co-
mo si lo que es culpable pudiese jamás
tener buen íinl... ¡No, no! Llegado ya
al punto en que deilina vuestra cairera ,
desengañado de la amistad, reconociendo
la nada de las pasiones culpables, solo,
siempre solo, vais á arrostrar de nuevo
valerosamente la borrasca de la vida. Sin
duda al salir de este asilo tranquilo y si-
lencioso , en donde ningún ruido turba
vuestro recojimiento, vuestro reposo; se-
rá grande al principio el contraste... pero
ese contraste mismo,..,
— Basta.... ¡oh! ¡ de gracia !
¡ Basta !.... interrumpió Mr. Hardy con
voz débil al padre d'Aigrigny , solo ctm
oiros hablar de las agitaciones de seme-
jante vida, padre niio, esperimento crue-
les vértigos.... apenas puedo re>isfir....
mi cabeza.,.. ¡ Oh no !... ¡ no !.... la cal-
ma.... ante todo.... la calma.... aunque
sea, os lo repito aun, la de la tumba... .
— Pero entonces, ¿cómo habéis de re-
sistir á las instancias de ese artesano?...
Los que han recibido beneficios tienen
derechos con respecto á sus bienhecho-
res No podéis negaros á sus súpli-
cas
— Pues bien.... padre mió.... si es ne-
cesario — no le veré... Esperaba una es-
pecie de placer con ese abocamiento..^,
ya lo veo ahora, es mas prudente renuo-
ciar á él....
— Pero no renunciará el otro... insisti-
rá en veros.
— Tendréis la bondad, padre mió... de
decirle que estoy indispuesto, que me es
mposible el ver á nadie.... estoy pade-
ciendo demasiado.
— Escuchad , hijo mió.... reinan des-
graciadamente en nuestra época grandes
preocupaciones en cuaihto á los pobres
servidores de Jesucristo.... Por lo mismo
que, después de haberos traido por casua-
lidad herido y medio muerto á esta casa,
habéis querido voluntariamente permane-
cer enella... si ven que reusais una con-
versación quehabiaisaceptado en un prin-
cipio, podian creer que estais sometido á
una influencia estraña; por absurda que
sea esta suposición , se puede hacer, y no
queremos -que se acredita.... con que lo
mejor es el recibir á ese artesano....
— ¡ Padre mió! lo que ecsigis de mi es
superior á mis fuerzas.... Me siento en
este instante aniquilado.... me ha este-
nuado nuestra conversación.
— Pero, mi querido hijo, luego llegará
ese obrero : le diré que no le queréis re-
206
«*BOB.
cibir, enhorabuena; pero no lo creerá él...
— ¡ Ay , padre inio ! ¡ tened compasión
de raí!... Os aseguro tjue me es iiriposf-'
ble el ver á nadie... estoy padeciendo de-
masiado.
— I'ues bien,., vamos,., busquemos un
medio... si le escribieseis, se ledaria vuei
tra carta al instante... le indicaríais otra
■cita... para mañana... !supo^^().
— Ni mañana ni nunca; esclamó »>! in-
ítíliz fuera de sí: no nuieru yo vlt á na-
die... <|uií'ro estar solo... siempre solo...
pues á nadie perjudiC'i eso... ¿pur qué no
me han de conceder esa libertad?
— ijalináos, lujo mió. ..seguid mis con-
sejos; no veáis hoy á ese escelente mu-
chacho, puesto que os asusta esa conver-
sación, pero no comprometáis ei porve-
nir : acaso manaría podréis cambiar de
modo de pensar; que sea vago vuestro
modo de rehusar..,
— Como queráis, padre mió,
— Pero aunque está lejana la hnra i
que ha de ve«ur ese artesano, aíiadió el
padre d'Aigrigny, mai Vale escribirle la
carta inmedialameikte.
-^No tendré la fuerza necesaria para
ello, padre mió.
— ^Knsayad.
— Imposible me siento demasiado
flébil.
— Veamos... ¡ un poco de ánimo! dijo
el reverendo padre.
Y fué á crjjer en el escriti>rio todo lo
necesario para escribir : puso una cartu-
lina y ima hoja de papel encima de las ro
dillas de Mr. Hardy, leniendoen la mano
el tintero y la pluma que le presentaba.
— Os asejsuio, padre mió... que no po-
dré escribir: dijo Mr. Hardy cotí vi^ este-
nuadii.
— Algtmas palabras solamente; replici»
el padrt- d"Ai^rr)ÍMy con tina persistencia
impfacablc; y puso la ploma entte los de-
dos uitM-tes de Mr. Uardy.
— |Ay, padre mío! está tan turbada
mi vista que no veo nada.
Y tenia razón el desgraciado porque es-
i tallan sus ojis llenos de Ligrimas por las
|do¡orü>as emociones que las palabras del
i jesuíta habian despertado en él.
— 'Tranquilizaos, hijo mió yo guia-
iré vuestra mano querida dictad so a'-
I nienie...
I -^Puitre mió: escribid vos mismo, os
I ) ruet,N«... yo firmaré...
! — No. mi querido hijo. . por mil razo-
nes..... es neeesario que todo esté escrito
de vuestra mano... pocas líneas bastarán,
— Pero , padre mió...
— ¡ V^amosl... es necesario, o sino de-
jaré entrar á ese artesano; dijo con se-
(¡ue lad el padre d\\igrigny, viendo por
la debilidad cada vtz mas notable del en-
tondimienln de Mr. Hardy, que podia, en
esta drcun<;tancia grave tratar de emplear
la firniiza. salvo el volver después á em-
plear medios mas suaves.
Y (iji con aire severo sus pupilas an-
chas, i^rises, redondas y brillantes en Mr.
Hardy: estremecióse ti infi-liz bajo la in-
fluencia de aquella mirada fascinadora, y
respondió suspirando:
— Kscnbiré... padre fH¡o... escribiré*.,
pero os lo suplico... dictadme... tengo la
cabeza tan débil... dij.i Mr. Hardy enju-
gando las ldgríma> coa la mano ardiente
y íebril.
i)ictó!c el padre d'Aigrigny las líneas
siguientes :
« ¡ Mi querido Agritol I he reflexionado
fíil'je sena mútil una conversación entre
« nosotros dos, no serviría sinoá despertar
« dolores agudos, que he llegado á olvidar
«con la ayuda de Dios y de los dulces
« consuelos (jue me ofrece 'a religion...»
Interrumpióse por un instante él revé-'
reiidj padre: Mr. H>irdy se iha poniendo
i cada vez (na> pálido y su mano devfalle-
jcida podía apenas sostener la pluma: ba-
ALBUM.
207
naba su frente un sudor frió. Sac<^ el pa-
dre d'Aigrigny un pañuelo del bolsillo, y,
enjugando el rostro á su víctima, le dijo
lomando de nuevo un tono afectuoso:
— Vamos, mi querido y dulce hijo: un
poco de ánimo: yo no os he escitado á
rehusar esta conversación... ¿no es ver-
dad? ai contrario... pero ya que por vues
tra tranquilidad queréis aplazarla, tratad
ideconcluir esta carta... porque alfin ¿qué
es lo que yo deseo? veros gozar en ade-
lante de una calma inoíable y religiosa
después de tan penosas agitaciones.
— Sí, padre mió lo sé sois bue-
no respondió Mr. Hardy con voz re-
conocida; perdonad mi debilidad.
— ¿Podréis continuar esta carta mi que-
rido hijo?
— Sí padre mió.
— Escribid pues.
Y el reverendo padre continuó dic-
tando:
«Gozo de una paz profunda, tienen mu
«clío cuidado de mí, y, gracias á la mise-
« ricordia divina, espero morir muy cristia-
« ñámente, lejos del mundo, cuya vani-
« dad reconozco... No os digo adiós; pero
•abasta ntas ver, mi querido Agricol.....
« porque deseo mucho deciros los votos
« que hago por vos y por todos vuestros
«escelentes camaradas Sed mi intér-
« prête para con ellos: al instante que juz-
«gue oportuno recibiros, os lo escribiré:
« hasta entonces creedn^e, como siempre,
*« afecto vuestro etc. »
Y después dirigiéndose á Mr. Hardy, le
dijo el padre d'Aigrigny:
— ¿Os parece conveniente esta carta,
hijo mió?
— Sí, padre onio.....
— Tened pues la bondad de firmarla.
— Sí, padre mió
Y el de.^graciado, después de haber fir
mado, sintió agotadas sus fuerzas y se
(cl.i '^.ácia atrás estiruado.
— No basta eso, querido hijj mió; aña-
dió el padre d'Aigrigny sacaodo Un pa-
pel del bolsillo; es necesario que firméis
este nuevo poder que otorgáis á nuestro
reverendo padre procurador para arreglar
los negocio* que sabéis.
— ¡Oh Di"=: mío! ¡Dios mió I... Aun;
esclainó Mr. Hardy con una especie de
impaciencia febril y enfermiza. — Pues ya
lo veis, padre mió, están agotadas mis
fuerzas.
— No tenéis mas que firmar después de
haber leido, mi querido hijo.
V oresentó empadre d'Aigrigny á Mr,
Hardy un gran papel sellada cubierto de
una letra casi ilegible.
— Padre mió no podré leer eso
hoy.
— Pero es menester, querido hijo mío...
perdonad mi indiscreción; pero estamos
muy pobres y
— Voy á firmar pa-Jre mió
—Pero es necesario leer lo que firmáis,
hijo mió.
■i-¿Para qué? ¿Para qué?... Dadme...
dadme dijo Mr. Hardy, rendido, por
decirlo así, por la inflexible terquedad del
reverendo padre.
-*-Puesto que lo queréis absolutamente,
mi ¡querido hijo dijo este presentán-
dole el papel.
Firmó Mr. Hardy;y eayó de nuevo en
su abatimiento. , .
En aquel mismo instante un criado,
después de haber llamado, entró y dijo, ai
padre d'Aigrigny :
—El señor Agricol Baudoin desea ha-
blar á Mr. Hardj; dice que está citado
para esta hora.
-rEsta bien..,,, que espere, dijo el pa-
dre d'Aigrigny con tanto despecho como
sorpresa, y con un ademan hizo seña al
criado que se fuese; disimui.T^f'' de>|.ues
el vivo disgusto que esperunentaba , dij»
á Mr. Hardy:
23-
208 ALBUM
«¡Querido hijo mío! ee digno arte-
sano tiene mucha prisa de veros , puesto
que ha venido dos horas antes déla seña
lada Vamos; aun es tiempo... ¿que-
réis recibirle?
— Pero, padre mió; dijo Mr. Hardy
con una especie de irritación dolorosa; ya
Teis en que estado de debilidad me hallo...
tened pues compasión demi... ¡Reposo,
por Dios!... os lo ruego, aun que sea el
reposo del sepulcro; pero por el amor de
Dios ¡ reposo!
— Un día gozaréis de la paz eterna de lo
escogidos, mi querido hijo: dijo aftcluo-
samenteel padre d'Aigrigny; porque vues-
tras lágrimas y vuestras miseriasson agra-
dables al Señor.
Diciendo esto, salió.
Quedóse solo Mr. Hardy, juntó lasipa-
nos desesperado, y deshaciéndose en lágri-
mas, dejá.idose caer de su sillon de rodi-
llas al suelo, esclamó:
— ¡Oh Dios mió... Dios mió! Sacadme
de este mundo.... soy demasiado desgra-
ciado.
Apoyando después la cabeza en el asien-
to del sillun , se cubrió la cara con las
manos , y continuó llorando amarga-
mente.
Oyóse de repente un ruido de voces,
que iba siempre aumentando, y después
como una especie de lucha; pronto se
abrió violentamente la puerta, empujada
por el padre d'Aigrigny, quien entró vaci-
lando y hacia atrás.
Acababa de rechazarle Agricol con su
brazo vigoroso.
— Señor... ¿tenéis la osadía de emplear
la fuerza y la violencia? esclamó el padre
d'Aigrigny despavorido de cólera.
— Osaré todo por ver á Mr. Hardy, dijo
el herrero.
Y se arrojó hacia su antiguo amo que
vio arrodillado en medio del cuarto.
VIII.
AGRICOL BAIDOIN.
Conteniendo apenas su despecho, sncó»
lera, el padre d'Aigrigny no solamente
lanzaba miradas furiosas y amenazadoras
á Agricol, sino que también daba dectian»
do en i'uando una ojeada inquieta é irri-
tada por la parte de la puerta, como si
hubiese tenido miedo que llegase á cada
instante otro personaje, cuya l'egada temia
también.
El herrero, asi que pudo ver á su anl •
guo amo , retrocedió espantado y dolo-
rosamente sorprendido, viendo el ros-
tro de Mr. Hardy devorado por los pesa-
res.
Durante algunos segundos quedaron
silenciosos los tres actores de esta es-
cena.
No imaginaba aun Agricol la debilidad
moral de Mr. Hardy, estando acostumbra-
do el buen artesano á encontrar tanta ele-
vación de espíritu como bondad de cora-
zón en aquel escelenle hombre.
El padre d'Aigrigny fué quien rompió
el silencio el primero, diciendo á su pen-
sionista lentamente, y apoyándose en ca-
da una de sus palabras:
— Comprendo, mi querido hijo, que
después de haberme manifestado hace pu-
co tan positiva y (an espontáneamente eí
deseo de no recibir á.... al señor.... com-
prendo en verdad que os sea penosa su
presencia... Espero pues que por deferen-
cia... ó al menos por reconocimiento para
con vos.... el señor (é indicó con un ade-
man á Agricol) pondrá fin, retirándose,
á esta situación poco conveniente y dema-
siado prolongada ya.
No respondió Agricol al padre d'Aigrigny
volvióle la espalda , dirigiéndose á Mr.
Hardy á quien contemplaba algunos mo-
mentos hacia, con una profunda emoción»
mientras corrían de sus ojos gruesas lágri>
mas:
ALBUM.
— j Ah, señor î... Cuan bueno es elve-
îos, aunque parecéis aun muy postrado,
j Gomo se calma, se tranquiliza el cora-
zón I... iQue felices serian mis compañe-
ros, si estuviesen donde yo estoy 1.... ¡ Si
supieseis lodo lo que me han dicho para
209
vos!... porque paraq-iererosy para vene-
raros, no tenemos todos nosotros masque
una alma.
Oió el padre d'Aigrigny á Mr. Hardy
nna ojeada que queria decir: «¿Que os,
habia dicho yo? Y después dirigiéndose
con impaciencia á Agricol y acercándose
áél:
— Ya os he hecho notar antes que vues-
tra presencia en este lugar es poco conve-
niente.
Pero Agricol sin responderle, y sin vol-
verse hacia él:
— jMr. Hardyl tened la bondad de de-
cirle á ese hombre que se vaya... mi pa-
dre y yo le conocemos, bien lo sabe él.
Y después , volviéndose solamente en-
tonces al reverendo padre, le dijo Agricol
COR dureza, mirándole de ios pies á la ca
beza con una indignación mezclada con
hastio:
« Si tenéis mucho empeño en oir io
que tengo que decir á Mr. Hardy en
cuanto á vos.... podréis venir dentro de
poco, caballero; ahura tengo que hablar
á mi antiguo amo de cosas particulares y
entregarle una carta de la señorita de
Cardoville, que os conoce también... con
harta desgracia suya».
Se quedó impasible el jesuíta , y res-
pondió:
— Tomaré el permiso, caballero, de de
ciros que cambiáis un poco los papeles...
Yo estoy aqui en mi casa en donde tengo
el honor de recibir á Mr. Hardy. Yo soy
pues quien tendría derecho y facultad pa-
ra haceros salir de aquí inmediatamente,
y...
— ¡Padre mío, por favor! dijo con de-
ferencia Mr. Hardy, escusad á Agricol:
le lleva demasiado lejos el afecto que me
tiene; pero ya que está aqui, y me tiene
que comunicar cosas particulares, permi-
tidme, padre mió, el tener un rato de
conversación con él.
— ¿Qué os lo permita yo? dijo el padre
d'Aigngny haciendo el sorprendido. ¿Y
porque pedirme ese permiso? ¿No sois
enteramente libre de hacer lo que osaco-
mode? ¿No sois vos quien hace un ins-
tante, á pesar mió, escitándoos yo á que
recibieseis al señor, habéis rehusado for-
malmente esta conversación?
— Es verdad, padre mió.
Después de semejante respuesta , hu-
biera sido inhabilidad del padre d'Áígrig-
ny el insistir de nuevo: se levantó por
consiguiente, apretó la mano á Mr. Har-
dy, y le dijo con un ademan espresivo:
— Hasta luogo, hijo mió.... pero acor-
daos.... de vuestra conversación de hace
poco y de cuanto os he pronosticado.
— Hasta luego, padre mió Estad
tranquilo : respondió tristemente Mr.
Hardy.
Salió el reverendo padre.
Aterrado y confundido Agricol, se pre-
guntaba á sí mismo si era verdaderamen-
te bU antiguo amo el que con tanta defe-
rencia y tanta humildad llamaba Padre
mió al padre d'Aigrigny. Y después á me-
dida que iba ecsaminando el herrero con
mayor atención las facciones de Mr. Har-
dy, notaba en su apagada fisonomía una
espresion de decaimiento , que le partía
el corazón y le espantaba al mismo tiem-
po; y asi le dijo, tratando de ocultar su
penosa sorpresa :
— En fin, señor vamos á veros de
nuevo.... pronto vamos á veros en medio
de nosotros ] Ah ! ¡ Cuántos dichosos va á
hacer vuestra vuelta!... ¡Cuantas inquie-
tudes se van á calmar!.... que, si fuera
posible, os amaríamos mas aun, ahora que
hemos temido perderos.
210 iLBra.
— í Escelente y dîgno nnichacho ! dijo
Mr. Hardy , sonriéndose con melancólica
boodad y alargando ta mano á Agrícol;
jamás he dudado un solo instante de vos ,
oi de vuestros cimaradas.... su recono-
cimienlo me l>a recompensado siempre
cuantos beneficios he podido hacerles.
— Y los que les haréis aun, señor
porque vos....
Interrun)pió á Agrícol Mr. Hardy y le
dijo:
— Kscuihadme; anles deconlinuar e^ta
converfacion, os debo hablar francamen-
te, para no daros ni á vos ni á vuestros
camaradas esperanzas que no se han de
realizar... Estoy decidido á vivir, de aqui
en adelante, sino en el claustro al menos
en el mas profundo reliro, porque estoy
muy cansado: ya lo veis muy can-
sado.
— Pero nosotros, señor, no estamos aun
cansados de amaros; esclamó A^rícoicada
vez mas asustado de las palabras y del
abatimiento de Mr. Hardy. Nosotros so-
mos ahora los que nos hemos de sacrifi- — ¡ Knemiposl... y se sonrió Mr. Har
car por vos, y ayudaros á fuerza de tra-
bajo, de celo y de desprendimiento, á
Jevantar de nuevo vuestra fábrica , vues-
tra noble y {generosa obra.
Sacudió tristemente la cabeza iM. Hardy.
— Os lo repito, amigo mió, respondió,
se concluyó para mi la vida activa; en
poco tiempo he envejecido veinte años,
como estais viendo; no tengo ya ni la
fuerza, ni la voluntad, ni el ánimo de
C( «lenzar de nuevo, como en el tiempo
pasado: he hecho, y me felicito de ha-
berlo ht^iho, cuanto he podido por el bien
• de la humanidad He pagado mi deu-
^a... pero por ahora no inequeda ya mas
que un Jeseo.... el descanso.... una espe
ranza , los consuelos de la paz que pro-
porciona la religion.
vivir aqui, en este Wgubre «islamienlo»
que en medio de nosotros, que os ama-
mos tanto!.... ¿Creéis que seréis mas fe-
lif aqui, en medio de esos clérigos, que
en vtiestra fabrica , que nacerá de sus
ruinas y se pondrá mas floreciente que
nunca?
— No hay en este mundo felicidad posi-
ble para mi, respondió con amargura Mr»
Hardy.
Despues de haber vacilado un mo-
mento, Ajifcol dijít con viveza y en voz
alterada :
— Señor... os engañan... osengañande
un modo infame.
— ¿Qué queréis decir, amigo mió?
— Os digo , Mr. Hardy . que los cléri-
gos que os rodean tienen siniestros pro-
yectos.... Pero, ¡por Dios, señor! ¿ig-
norais acaso en donde estais aqui?
— Kn casa de los buenos relijiosos de la '
Compañía de Jesús.
— ¡Si, vuestros enenigcs mas encar-
nizados!
dy con una indiferencia dolorosa. No ten*
go ya nada que temer á mis enemigos...,
¿ Fn donde me darian el golpe? ¡oh. Dios
iniol no hay ya sitio para recibirlo.
— Quieren privaros de vuestra porción
de una inmensa herencia , señor, respon-
dió el herrero: es un plan hecho con una
habilidad infernal. Las hijas del mariscal
Simon, la señorita de Cardoville, vos, el
abate Gabriel, nii hermano adoptivo
en fin to'ios cuantos pertenecen á vues-
tra familia, han estado ya en peligro de
perecer victimas de sus complots : os
aseguro que esos clérigos no tienen mas
objeto que el abusar de vuestra confian-
za por eso después del incendio de
vuestra fábrica han consefjiiido traeros
aqui herido, casi moribundo, á esta casa,
— ¡(]omo, señor! dijo Agrícol asom- 'y ocultaros á los ojos de todos.... Si, por
fado en el mayor grado, ¡os ¿usía was eso... han...
Mr. Hardy interrumpió á Agrícol
ALBOM. 211
— ]An»ioo Olio! ¿de qnó sirvo recordar
— Os equivocáis en lo que mira i esos lo pasado?... respondió con dulzura Mr.
buenos relijiosos, amigo mió: han tenido , Hardy ; íf he obrado bien á los <ias del
de mí el mayor cuidado y en cuanto
á la pretendida herencia... . añadió Mr.
Hardy con una indolencia triste, ¿qué me
importan en este momento los bienes de
este mundo, amigo mió?... Las cosas y
los afectos de este valle fie miseria y (>»■
Mgrimas no son ya nada para mí
Ofrezco mis padecimientos al Señor, y
espero que me llame á sí en su miseri-
cordia
— No.... no.... señor es imposible
í|uo hayáis cambiado á tal punto : dijo
Agricol que no podia resolverse é creer lo
■que oia : ¡vos, señor! j vos creer esas
máximas desconsoladoras! ¡vos que nos
hacíais siempre amar y admirar la bon-
dad de un Dios paternal y nosotros os
<'reí«mos portiue os habla enviado él en
tre nosotros 1.,.
— Mi deber es el someterme á su volun
tad , puesto que me ha sacado de entre
vosotros, amigo mió; sin duda porque, á
pesar de mis buenas intenciones, no lo
servia yo como debe ser servido..... Pen-
saba yo siempre mas en la criatura que
-en el Criador
— Pero ¿cómo hubierais podido, señor,
servir y honrar mejor á Dins? esclamó el
herrero cada vez mas desconsolado: ¡alen-
tar y recompensar el trabajo y la probi-
dad^ hacer mejores á los hombres asegu-
fando su felicidad; tratará vuestros obre
ro« como á hermanos; desarrollar su in-
teligencia , inspirarles el gti-íto de lo bello
y de lo bueno, aumentar su bieíiostar,
propagat entre ellos, con vuestro ejem-
plo, lus sentimientos de igualdad , de fra
ternidad y de comunidad angelical !.....
¡Ah, señor! para tranquilizaros, recor-
dad solamente los beneficios que habéis
Señor, puede que lo tome en cuenta.
Lejos de glorificarme... debo humillarme
en el polvo, porque temo haber andado
co una via mala, fuera de su iglesia
acaso me h.sbra eslraviado la soberbia á
mi que soy ínfimo y obscuro, mientras
se han sometí lo á esa iglesia tantos gran-
des g<inios; por eso me propongo espiar
mis fallas en las lágrimas, en el aisla-
miento y en la mortificación: sí por-
que espero que me las perdonará un dia
el Dios vengador y que mis padeci-
mientos no serán perdidos, á lo menos
j)ara!osquesonaunmas culpables que yo.
No encontraba Agricol una sola pala-
bra para responderle; contemplaba á Mr.
Hardy con un espanto mudo y cada vez
mayor á medida que le iba diciendo todas
aquellas banalidades desesperadoras oou
voz casi apagada á medida que exa-
minaba aquella fisonomía «batida, se pre-
guntaba con un secreto terror, con que
fascinaciones aquellos clérigos, esplotando
los pesares y el abatimientomoral de aquel
infeliz, habían conseguitib aislarlo dé todo
y de todos, eslerdizar, aniquilar asi uno
de los mas generosos entendimientos, uno
de los espíritus mas benéficos, mas ilus-
trados que jamas se habían sacrificado á
la felicidad de la especie humana.
Kra tan profundo el asombro del her-
rero , que no tenia ni ánimo ni voluntad
de <îuRitinuaruna<liïCusion, tanto mas do*
lorosa para él, cuanto que á cada instante
penetraban mas sus ojos el abismó de in-
curable desconsuelo en qué los reverendo»
padres habían sepultado á Mr. H^rdy.
Eí»le, por su parte, volviendo á caer
en su triste apatía, estaba silencioso, mren-
hecho, las bendiciones diarias de toda una .tras erraban sus ojos acá y zllá en las si-
pequeña población que os era deudora de i niestras máximas de la imitación,
la felicidad inesperada que gozaba. j Rompió al fin Agricol el silencio, y sa-
64**
cando del bolsillo la carta de la señorita
de Gardoville, carta en la que ponia ó! sii
última esperanza, la presentó á Mr. Hardy
diciéndole:
—Señor una de vuestras pariente»,
qiie no conocéis sino de nomtire, sin dud;i,
me ha encargado que os entregue esta
caria
— ¿De qué servirá... esa carta... amigo
mío?
— 0> lo suplico señor haceos cargo
de ella. Está esperando vuestra respuesta
la señorita de Gardoville: se trata de in-
tereses muy graves!
— No hay para mí sino un solo in-
terés muy grave amigo mió dijo
Mr. Uardy levantando hacia el cielo sus
ojos enrojeridos por las lágrimas.
— Mr. Hardy, respondió el herrero
cada vez mas conmovido, ¡leed esta car-
ta, leedla en nombre del reconocimiento
que os tenemos todos nosotros, en el cual
criaremos también á nuestros hijos... que
no habrán tenido como nosotros la felici-
dad de conoceros... Sí... leed esta carta...
y si después no mudáis de opinion
¡ Mr. Hardy !... i pues bien ! ¿qué le he-
mos de hacer?... Estará todo concluido...
para nosotros pobres trabajadores
Habremos perdido para siempre á nues-
tro bienhechor... al que nos trataba como
hermanos... al que nos amaba como ami
gos al que predicaba generosamente
un ejemplo que otros corazones hubieran
seguiíiü tarde ó temprano de modo
que poco á poco, y de grado en grado,
gracias á vos, habria comenzado la eman
cipacion del pueblo... En fin, no importa;
para nosotros, lujos del pueblo, vuestra
memoria será siempre sagrada ¡ah,
sil... y no pronunciaremos jamas vuestro
nombre sino con respeto, con enterneci-
miento porque jamás podremos me-
nos de tener lástima de vos
Hacía algunos momentos que no podia
hablar Agricol sino sollozando, ni pudo
concluir lo que estaba diciendo , porque
llegó á lo sumo su emoción; á pesar de la
vigorosa energía de su carácter, no pudo
contener sus lágrimas, y csclamó:
— Perdonad, perdonad si lloro, pero
no ei por mí solo... no por mí solo, por-
que se n>e está despedazando el corazón
al pensar en todas las lágrimas que der-
raiiinrán p'tr largo tiempo tantos hombres
de bien dicit-ndo: « ¡ Ya no veremos mas
a Mr. Hardy... nunca jamás ! »
Eran tan sinceros el acento y la emo-
ción de Agricol, tan noble y tan franco sit
rostro cubierto de lágrimas, tan patética
la espresion de su ternura afectuosa (|ue,
por la primera vez desde que habia veni-
do á habitar en la casa de los HK. PP.,
sentía, por decirlo así, Mr. Hardy, el co-
razón un poco alentado y reanimado: pa-
recíale que un rayo vivificador del sdI pe-
netraba en fin las tinieblas glaciales en
medio de las cuales vejetaba hacia ya lar-
go tiempo.
Mr. Uardy alargó á Agricol la mano y
le dijo con voz alterada :
— Amigo mió.... grac as.... esta nueva
prueba de vuestro apasionado cariño
esos pesares... todo eso me conmueve....
perocon una emoción dulce... y sinamar-
gtira... me hace mucho bien...
— ¡ Ah, señor! esclamó el herrero
con una vislumbre de esperanza, no os
contengáis, escuchad la \oz de vuestro co-
razón.... ella os dirá que hagáis la felici-
dad de todos los (]ue os quieren , y para
vos.... ver gentes felices.... es ser feliz...
Mirad leed la carta de esta generosa
señorita... puede que acabe ella loque yo
he comenzado... y si no basta eslo... ve-
remos...
Diciendo esto , interrumpióse Agricol
dando una mirada de esperanza hacia la
puerta, y después añadió, presentando de
nuevo la carta á Mr. Hardy :
-Ai.vrm.
— ^.¡Oh! os lo nip^o sonor.,... leed. La,
iieñorita de Card'iville me lia encargado
que os confirme cuanto contiene su carta.
— No... no debo yo,., no debería leer-
la, dijo Mr. Hardy vacilando. ¿De qti^
sirve... darme pesares?... p)r(jue es cier-
to, jay!... os amaba mucho á todos... y
liabia hecho muchos proyectos para vos
-en el porvenir; anadió Mr. Hardy enter-
-neciéodose involuntariamente; y después
•continuó, luchando contra aijuel movi-
miento de espaníiion : pero, ¿de (]ué sirve
el pensar en eso? lo pasado no puede
volver.
— ¿Quién sabe, Mr. H&rdy? ¿quien
sabe? respondió Áfrico!, cada vez mas
■contento al ver la escitacion de sU antiguo
amo: leed en primer lugar, la carta de la
•señorita de Cardoville.
Cediendo Mr.Hirdy á las instancias de
Agricol , tomó la carta casi á pesar suyo,
Ja abrió y la leyó: poco á poco manifestó
su semblante sucesivamente el enterneci-
miento, el reconocimiento y la admira-
ción; y se interrumpió muchas veces pa-
ra decir á Agricol, |con una espansion que
jjarecia sorprenderle á el :
— ¡Oh! j Es cosa muy buena !... ¡muy
hermosa !...
Concluida de leer la carta, dijo Mr. Har-
dy á Agricol acompañando sus palabras
con una sonrisa melancólica.
— jQué corazón tiene la señorita de
Cardoville 1 j Cuánta bondad! ¡Cuánta
agudeza !.,. ¡ Qué pensamiento tan eleva
do!... jAh!... ¡ Jamás olvidaré la noble
za de sentimientos que le inspiran el ha-
cerme ofertas tan generosas... á mí!
¡Quiera Dios al menos que sea ella feliz...
al menos en este mundo!...
— ¡ Ah, creedme, señor ! replicó Agri
col con impetuosidad. Un mundo que en
cierra en su seno semejantes almas y otras
muchas también, que, aunque nc tienen
el ínaprecíableméritode esa señorita, me-
recen sin embargo el afecto de las gentes
honradas, no es únicamente fango, mal-
dad y corrupción... es al contrario, el me-
jor elogio de la humanidaJ. Esto mundo
es el que os está llamando, e! que os e<«tá
aguardando: ¡vamos, Mr. Hardy! escu-
chad los consejos de la señorita de Cardo
ville, aceptad sus ofertas, volved entre
nosotros volved á la vida.... q^ie esla
casa es la muerte...
■ — Volver á un mundo en que he pade-
cido tanto... abandonar la calma de este
retiro dijo vacilando Mr. Hardy; no,
no... no lo podria... ni lo debo liacer...
— ¡Oiri no he confiado decidiros por
mi solo, esclamó el herrero, cuyas espe-
ranzas ibanaumentándosecada vezmas...
ahí tengo un poderoso ausiliar, é indicó
la puerta , que he reservado para dar el
último golpe... y vendrá cuando lo quer-
ráís.
— ¿Qué queréis decir, amigo mió? pre-
guntó Mr. Hardy.
— ¡Oh! es también otro buen pensa-
miento de la señorita de Cardoville... ja-
mas tiene otros. Sabiendo en que peligro-
sas manos habíais caido, conociendo la
pérfida astucia de las gentes que os quie-
ren captar, me ha dictío: «señor Agricol,
«el carácter de Mr. Hudy es tan leal y
« tan bueno, que acaso se di'jará engañar
«fácilmente porque les repugna á los
« corazones rectos el creer infamias... ade-
« mas de eso podrá creer que estais inte-
« resado en decidirle á aceptar las ofertas
«que le hago... pero hay un hombre, cu-
ayo carácter sagrado deberá en esta cir-
«cunstancia inspirar una confianza abso-
« luta á Mr. Hardy... porque aqueladmi-
« rabie sacerdote es pariente nuestro, y
«ha estado en peligro de ser también é'
« victima de los enemigos implacables dé
« nuestra familia. »
— ¿Y quién es ese sacerdotej? pregunta
Mr. Hardy.
2U
ATBfJH.
— RI abate! (îabriel de Renepont, mi
hermano adoptivo, esclamó con orgullo
el herrero. Eíe si que es un nuble sacer-
dote... ¡ Ah soilor!.... Si lo hubieseis co-
nocido, antes de desesperar tiubiérais
«sperado.No hubiera podido resistir vues-
tro pesar á sus con>uelos.
— ¿Pero es»* sacerdote... en donde es-
tá? prt-gnnló Mr. Hirdy cuiitatita curio-
sidad como sorpresa.
— Ahí, en la antecámara. Cuando lo
ha vioto el paJred'Aigri^my, se ha puesto
furioso: nos ha ordenado que saliéserrios
jntnelialamenle; pero mi buen Gübriei
ha respondido que acaso tendria que ha-
b'ar con vos de intereses graves, y que
por consiguiente espt-raria... yo, con me-
nos paciencia que el abate, he dado un
t-mpiij in al padre d'Aigrigny que me que
ria estorbar el entrar aquí, porque tenia
tantos deseos de veros Ahora se-
« ir vais á ver á Gabriel ¿no es
verdad? No huliiera (juerido ó\ entrar sin
recibir orden vuestra Voy á decirle
que entre Habláis de religion.... j La
suya si (|ue es verdadera, porque hace
bien, anima y consuela ya veréis 1...
en fin. gracias á í^I y á la señorita de Car
doville vamos á veros entre nosotros, es-
clamó el herrero, no pudiendo ya coute-
ntr su alegre esperanza.
— Amigo mió no yo no sé, te-
mo dij.) Mr, Huily Imiheando cada
7ez mas, poro sintiéndose invoiunlaria
mente reanimado, alentado con las pala
bras cordiales del h(>rrero.
Aprovechándose este de la feliz escita -
cion de su at»liguo amo, corrió á la puer
ta , U ■abrió y dijo ;
— Gabriel.;, hermano mió.., mi bu¿>n
hermano ven, ven; desea verte Mr.
Hardy
— ¡ Vmigo mió! replicó titubeanrb de
nuevo Mr: Hardy, quien sin eiubarg ,
ban p< r fueria su consentimiento: amigo
mió... ¿(|ué hacéis?
— Llamo :i vuestro salvador y al nues-
tro, respondió Agricol embriagado de fe-
licidad , y Seguro del buen éxito de la in-
tervención de Gabriel con Mr. Hardy.
Acudiendo á la voz de su hermano, en-
tró pronto . I abate Giibriel en el cuarto
de Mr. Hardy.
IX.
EL ESCONDITE.
Como ya hecnos dicho anteriormente,
juiili> a los cuartos que ocupaban los pen-
sionistas en la casa de los reverendos pa-
dres hal)ia escondites, que facilitaban el
espionaje incesante que pesaba dia y no-
che sobre los individuos á quienes que-
rían observar a juellos religiosos. A esta
clase perlenecia Mr. Hardy : junto á su
aposento habían hecho un relíete miste-
rioso en donde cabian dos personas; una
especie de cañón de chimenea ancho daba
luz y aire á «'-e gabinete, al cual venia á
parar el orificio de un caño acústico dis-
puesto con tal arte, que todas las pala-
bras que se decianenel cuarto inmediato
jle^^ban al gabinete con toda la claridad
posible: en fin varios agujeros redondos,
hechos con mucha destreza y encubiertos
en varios parages, permitían también ver
cuanto (ia>aba en el cuarto.
E^taban entonces en el escondite el pa-
dre d\\igrigiiy y Rodin.
Al instante (|Ue entro tan bruscamente
Agricol y decinró con tanta firmeza Ga-
briel que eiitraria al cuarto de Mr. Hardy,
si lo llamaba e»te , no queriendo dar un
escarníalo para evitar la entrevista de Mr.
Hardy con el herrero y el joven misio»
ñero, entrevista cuyas consecuencias po-
dían ser tan funestas á los proyectos de
la Compañía , el padre d'Aisjrigny fué i
consultar á Rotlln.
lí:Nte, (hirante su r.íjiida y feliz conva-
parccia satisfecho de ver (jue ie airanca- Jecencia hahilaba la casa inmediata reser'
áLBlll
Vada á los RÍl. PP. Conoció b estrema
gravedad de la situación, y aunque reco-
nocia que el padre d'Aigrigny habla se-
guido hábilmente sus instrucciones para
impedir la entrevista de Agrícol con Mr.
Hardy, lo cual se bubiera llevado á efecto-
si no hubiese llegado demasiado pronto el
■herrero, queriendo Rodin ver, oir. jtizgar
y tomar determinación p<»r sí mismo, fué
al instante á emboscarse con el padre
'd'Aigrigny en el consabido escondite, des-
pués de haber enviado inmediatamente
un emisario al arzobispo de París con un
objeto qiie mas tarde se verá.
Hablan llegado al escondite los dos re-
verendos padres, cuando estaban en me-
dio de su conversación Agricol y Mr.
Hardy.
Tranquiliïoles desde un principio la tris-
te apatía en que estaba, sumido el último,
pero pronto vieron los ÏIR. PP. aumen-
tar pucoá poco el peligro, y sobre todo se
alarmaron cada vez mas desde el momen-
to en que Mr. Hardy, conmovido por las
generosas escitaciones del artesano, consin-
tió en tomar conocimiento de la carta de
ia señorita de Cardoville hasta el instante
en que Agricol trajo al abale tjabriel pa-
ra darles el ultimo golpe á las escitaciones
de Mr. Hardy.
Hodin, gracias á la indómita energía de
su carácter, que le hab a dado fuerzas pa
Ta soportar los terribles remedios del doc-
tor Baleinier, no corria peligro ningimo,
pues llegaba su convalecencia al último
período : sin embargo era espantosa su
fliqueza. Como venia lá luz de arriba y
taía sobre su cráneo amarillo y relucien-
te, sobre sus huesudos juanetes y sobre
su nariz angulosa, parecían con niUclia
mayoT claridad todas esas partes salientes,
mientras se quedaba lo demás del rostro
sulcddo de sombras duras sin ninguna
trasparencia.
Hubiérase podido decir que era e! mo-
215
délo vivo île aquellos frailas ascéticos de
la escuela de pintura española, cuadros
sombríos en que se ve, bajo alguna capi-
lla parda medio echada, un cránfo de co-
lor de marfil viejo, un juanete macilento,
y unos ojos apagados en elfondodesus ór-
bitas, mi(^ntra« desaparece lo demás áeÍ
rostro en una penumbra oscura, á través
de la cual se distingue aperMs una f rma
lAimana arrodillada y envuelta en un há-
bito con un dogal á la cintura.
Parecía esa semejanza mucho mas com-
pleta, porque Rodin, bajainlp de prisa.de
su celda, no se habia quitado su larga ba-
ta de lana negra : ademas confio le hacia
aun el frió mucha impresión , se habia
echado sobre los hombros una mucetacon
capilla para preservarse del Tiento del
norte.
El padre d'Aigrigny no recibía verti-
calmente la luz que venia de arriba, y se
hallaba por consiguiente en lo menos cla-
ro de aquel escondite.
En el momento de que estamos hablan-
do, y presentamos al lector los dos jesuí-
tas, acababa de salir del cuarto Agricol para
llamar á Gabriel. y traerlo al lado de su
antísuo amo.
Mirando el padre d'Aigrigny á Rodin
con una angustia profunda al mismo tiem-
po que colérica, fe dijo en voz baja :
— Si no hubiera sido por la carta de I»
señorita de CárdoviOe, poco efecto liubie-'
ran 'producido las instancias del herrero;
¿Será pues esa maldita joven siempre y
en todas partes el obstáculo en que se es-
trellen nuestros proyectos? A pesar, dé
cuanto se ha hecho, ya está ahora r« nhí-
da con aíjuel indio; si viene ahora ef aba-
te Gabriel á colmar la medida; si gracias
á él se nos escapa Mr. Hardy, ¿ijué ha-
romos?... ¿qué harém»»s?... ¡Aíil padre
jnio motiVo hay paia desespeiar del
porvenir,
— No, dijo secamente Rodin, si en el
55"
ALbUl
palacio del arzobispo ejeeultfn ionaediata-
inente mis órdenes.
— ¿Y en ese caso?...
— Aun respondo de todo..» pero i>$ ne-
cesario que tenga yo anles de medís hora
ios consabidos papeles.
Deben estar preparados y Grmadoshaee
tres dias, porque conformándome á vues-
tras óniones , escribí el día mismo de la;;
moxas... y...
Rodiü ea lugar dp rdrHmjar acuella
converiiacion en voz baja, puso e] ojo en
uno de l'í J>gujeros que permitiar» ver
cuanto pasaha en »>l cuarto inmediato, y
después con la mano hizo señas al padre
d'Aigrigny que callase.
X.
EL SACERDOTE SEGÚN JESUCRISTO.
En aquel instante veía Kodiná Agricol
-entrar en el cuarto de Mr. Hardy llevan-
<)o por la mano al abate Gabriel.
La presencia de estos dos jóvenes , el
uno con figura tan varonil, tan abierta,
el otro tan angelicalmente bello, presen-
taba un contraste tan fuerte con las fiso-
nomías hipócritas que rodeaban ordina-
riamente á Mr. Hardy, que conmovido
ya por las calurosas palabras del artesa-
no, le pareció que su corazón, comprimi-
do tanto tiempo hacia , se dilataba bajo
una induenria saludable.
Aunque jamás habia visto Gabriel á
Mr. Hardy, le llamó la atención la alte-
ración de su rostro: reconocía en aquella
cara dolorida y abatida el sello de sumi-
sión enervante, de anonadamiento moral
que siempre queda impreso en las vícti-
mas de la compañía de Jesús, cuando nu
se libertan á tiempo de su influencia ho-
micida.
Rodin con el ojo pegado al agujero, y
el padre d'Aigrigny con el oido atento á
escuchar, no perdieron ni una sola pala-
bra de la conversación siguiente, á la cual
asistieron invisibles.
— Aquí está... mi esceletite hermano;
dijo Agrícola Mr. Hardy, presentándole al
abate Gabriel; aquí está el mejor, el mas
dígnode todos los sacerdotes... Escuchad-
le; volveréis á la esperanza y á la felici-
dad , y os veremos de nuevo entre noso-
tros. Escuchadle; veréis como arranca It
careta á los malvados que os están enga-
ñando con falsas esperanzas religiosas: sí,
sí; les arrancará la máscara, porque tam-
bién él ha sido víctima de es.)s perversos;
¿no es verdad, Gabriel?
El joven misionero hizo un ademan con
la niai'o para moderar la ersaltaciou del
herrero ; y dijo á Mr. Hardy con su voz
Miave y vibrante.
— Caballero, si en las penosas circuns-
tancias en que os halláis, pueden seros
útiles los consejos de uno de vuestros her-
manos en Jesucristo, disponed de mi....
Ademas, permitidrae^çl añadirque os ten-
go ya un cariño muy respetuoso.
— ¿A mi, señor abate? dijo Mr. Hardy.
— Conozco, caballero, respondió Ga-
briel, vuestras bondades con mi herma-
no adoptivo; conozco vuestra admirable
generosidad con todos vuestros obreíos:
os quieren, os veneran, caballero: ;Sean
vuestra recompensa del bien que les ha-
béis hecho la conciencia de Su reconoci-
miento y la consolación de haber sido
agradable á Dios cuya eterna bondad se
regocija de todo lo que es bueno, y sir-
van al mismo tiempo para animaros al
bien que les habéis de hacer aun!...
— Os agradezco, señor abale; dijo Mr.
Hardy conmovido con aquel Icnguage tan
diferente del del padre d'Aigrigny; para
un hombre sumido, como lo estoy yo, en
la tristeza , es la mayor dulzura para su
corazón el oír hablar de un modo tan con-
solador; y confieso, añadió Mr. Hardy
con aire pensativo , que la elevación y la
gravedad de vuebtro carácter dan mucha
peso á vuestras palabras.
ALBtJH.
— Tîso es 1o que era de temer ; dijo en
"VOZ baja el padre d'Aigrigr.y à Rodin,
<quíen estaba siempre con el ojo en el agu
fero y el oído alerta:; ese Gabriel hará
-cuanto pueda para sacar á Mr. Hardy de
«u apatía y volverle á meter en la vida
activa.
— No tengo miedo de eso , respondió
Mr. Rodin con voz breve y resuelta. Pue-
de que olvide Mr. Hardy su situación por
un mstante; pero si trata de andar, ya
verá que tiene las piernas rutas^.
— ;¿ Pues qué teme en ese caso vuestra
reverencia?
— La lentitud de nuestro reverendo pa-
dre el arzobispo.
— ¿Pero qué esperáis de....?
Pero Rodin cuya atención estaba esci-
lada de nuevo, hizo otro ademan al pa-
gare d^Aigrigny que se quedó como mudo.
Habia sucedido un silencio de algunosse-
gundos al principio de la conversación en-
tre el abate Gabriel y Mr. Hardy, por-
que estaba este absorto en las reflecsiones
que le inspiraban las palabras del abate
Gabriel.
Durante aquel momento de silencio,
habia puesto Agrícol maquinalmente los
ojos en algunas de aquellas lúgubres sen-
tencias de que estaban , por decirlo asi ,
entapizadas las paredes del cuarto de Mr.
Hardy: tomando súbitamente á Gabrii^l
por el brazo, esclamó con un gesto es-
presivo:
— ¡ Ah, hermano mió.... Ue esas mác-
siroas... y lo comprenderás todo... ¿Qué
hombre, ó Dios mió, viviendo en esta
soledad, y á solas con tan desoladores pen-
samientos, dejaría de caer en la desespe-
ración mas horrorosa.... que lo conduci-
rla acaso hasta el suicidio? ¡Ah I jes hor-
rible esto, es infame! añadió indignado
el artesano; ¡es un asesinato moral Î
— Sois jóveo , amigo mió , respondió
Mr. Hardy sacudiendo tristetneote la ca-
217
beza ; habéis sido siempre feliz; tro habéis
esperimentado ningún desengaño.... esas
máximas pueden paroceros, engañosas pero
¡ ty I para mi... y para el mayor númerode
tiombres, demasiado verdaderas son : »n
este mundo todo es nada, miseria, dolor,
porque el hombre ha nacido para pade-
cer.... ¿no es verdad, señor abate? aña-
dió dirigiéndose á Gabriel.
Habia dado también este una ojeada á
las diversas mácsirr.as que le Itabia indi-
cado el herrero: el joven sacerdote no
pudo menos de sonreírse con amargura
al pensaren el odioso cálculo que habia
dirijido la elección de aquellassentencias.
Asi es que respondió á Mr. Hardy con
acento conmovido:
— No, no, señor: todo lo de este mun-
do no es miseria, mentira, engaños vani-
dades... no, no ha nacido el hombre para
padecer; no. Dios, cuya suprema esencia
es una bondad paternal, no secomplace en
los padecimientos de las criaturas que ha
hecho para que sean amantes y felices en
este mundo....
— ¡Olí I ¿Lo oís, Mr. Hardy? ¿Lo ois?
esclamó el herrero: también él es sacer-
dote.... pero un sacerdote verdadero y
sublime que no habla como los otros....
— Sin embargo, señor abale, dijo Mr.
Hardy , se han sacado esas mácsimas de
un libro que comparan casi á los libros
divinos.
— De ese libro, señor, dijo el abate,
se puede abusar como de toda obra hu-
mana. Escrito con el objeto de tener en-
cadenados á los pobres frailes en la abne-
gación, en elaislamiento,|en la obediencia
ciega de una vida ociosa, estéril; ese li-
bro, predicando el desprendimiento de
todas las cosas, el desprecio do si misKios,
la desconfianza de sus hermanos, y im
servilismo aniquilador, tenia por objeto
e¡ persuadir á aquellos desgraciados frai>
les , que los tormentos que se les iinp<H
218
L^1|IT1
'ni»n en esl« vida , opoestos enterimenlç
Á la» miras de Dios sobre la humanidad...
serian ajjradables al Señor.
— ¡Ahí esplicado de ese modo, mepa
rece mas espantoso ese libro, dijo Mr.
Hardy.
— ¡Blasfemia ! { impiedad ! dijo él aba-
le Gabriel no piidíendo ya contener su in-
dignación : ¡atreverse á santificar la ocio-
sidad , el aislamiento, la desconfianza de
Hndus, coando la tínica cosa divina que
hay en el mundo es el santo trabajo, el
santo amor de sus semejantes, y la santa
comunión con ellos I ¡ iSaciitejiio I ^\ Atre-
verse á decir (jue un padre, cuya bondad
"es inmensa, infinita, se regocija de los do-
lores de sus hijos I... i Kl ! ¡ Kl, justo cie-
lo, que no tiene otros padecimietilos que
los de sus hijos; él, que no tiene masque
un deseo, su felicidad; él, (|ue los ha do-
lado magníficamente con todos los teso-
ros de la creación^ en fin , él que los ha
Unido á su inmortalidad por la inmortali
dad del alma I
— i Olí , cuan liermosas y cuan conso-
laduras son vuestras palabras! esclamó
Mr. Hardy cada vez mas conmovido; pe-
to ¡ay! ¿porqué hay tantos desí^raciados
en la tierra á pesar de ia bondad provi-
dencial del señor?
-^Si oh, si.... Hay en esto mundoi
horribles mi erias, respondió Gabriel en-
ternecido y irisle. Si, muctios p.ibres pri-
vados de toda alegría, ij." toda esperaniaj
tienen hambre, tienen frió, y les faltan
Vesliilüs y liabitacioiies, en niedio de iaá
riquezas inmensas que ha dispensado el
Criador, no solo p.wa ia felicidad de ál-*
gunos Mno para la Mk-idad de lodos, por-
que ha querido que se hiciese la distribu-
ción con equidad (1)..., pero se han apo-
derado algunos de la herencia coinun con
la isíbcia , con la fuerza.... de eiio es de
loque Dios se afiíge. Si, si se afiige. es
de ver que , por satisfacer el cruel egoís-
mo- de algunos, huy masas innumerables
de criaturas condenadas á una suerte de-
plorable. Por eso los opresores de lodos
tiempos y de todos países, osando lomar
á Dios por cómplice, se han unido paVa
proclamar en su nombre esta espantosa
máxima : El hombre ha nucido pnra pidé-
cer, »us huíiiitlariones , .<«« padecí m ientóls
jión agradables á Dius. Si, lo lian procla-
mado^ de' modo que cuanto mas ruda,
mas dolorora y mas humillante es la suer-
te de la criatura que esplotan; ensotó
más sudor', mas lágrimas, y mas sangré
vierte la criatura , mas satl^fecho y mas
glorificado esta el Señor, según esos ho-
micidas...^
— ¡ vlii... 05 entiendo... revivo... me
acuerdo, esclamó Mr. Hardy como si sa-
liese de un sueño, couio si brillase repert-
tinamentc la luz en su entendimiento os-
cnrVcido: ¡Oh arl... eso es lo que siem-
pre lie creido.... lo que crei...-. antes <fue
inehtiliiesen debilitado la inteligencia pe-
sares horrorosos.
(1) La doclnna , no de la dntrihuóion,
«ino de la comunidad , no de la division,
vino de la axociaciori, esfá enlt^ra enel pa-
isaje Mguienle del Nuevo reslameolo:
«Todos los qiíe se convier'en á la fé,
if ponen S«is bienes, sus trabajos y su vida
« en común ; no iJenen todos sino ün soló
«cuerpo; una sola alma; no forman lo-
« dos sino un Solo cuerpo ; nadie posee
«nada ert particular; sino son combines
« todas Cosas eiifre elli.s; por exo ño Háij
« pobres entre ellos. (Actos de los aposto-
« les Miin. 44, IV, 32). »
Hemos sacado eslaeita de un escelenle
artículo de M. F. Vidal; (</f la justicia
dislributiva , hevii^ta indef-endiente J que
encierra un anaii-is profundo y notable
de los diferentes sistemas socialistas, y de
muchos escritos sobre esas materias de
los señores Luis lílanc, Villegardelle, Ke-
quens; inteligencias escogidas, pettsadorëà
generosos que honran al socialii^mo. (Ci-
temos también la (\wcordattcia tfe Ion in-
ierexvx en la asociación, del señor de Vi-
llegardelle, llena de ideas ingeni^^as so-
bre las inmortales teorías de Fouriier.
ALBDH.
219
■■^¡Si ; eso PS lo que habéis éh'ido, co -
ï'azon noble y generoso! esclamó Gabriel,
y no pensabais entonces que todo era mi-
seria en vfste mundo', puesto que, gracias
á Dios, vivian felices vuestros obreros:
todo no era pues engaño y vanidad, pues-
to que vuestro corazón gozaba cada día
del reconocimiento de vuestros hermanoí-;
no era pues todo lágrimas y desconsuelo,
puesto qutí os veíais siempre rodeado de
caras alcgies..^. No estaba pues la cria-
tura inexorablemente condenada á la des-
gracia , puesto que la colmabais de felici-
dad. jAh, creedmel cuando entra uno
lleno de ardor, de amor, y de fé en las
verdaderas miras de Dios... del Dios sal-
vador que ha dicho: amaos los unos á los
bíros", se ve, se siente que el objeto de la
humanidad es la felicidad de todos, y que
el hombre ha nacido para ser feliz..» ¡ Ah,
hermano mío! añadió Gabriel llorando de
emoción é indicando las máximas que se
leían al rededor del cuarto: mucho mal
nos ha hecho ese libro terrible.... ese li-
bro que se han atrevido á llamar la Imi-
tación de Jesucristo^ añadió Gabriel indig-
nado: ¡ese libro, la imitación de la pala-
bra de Jesucristo ! ¡ Ese libro desolador
x\\xe no tiene sino ideas de venganza, de
desprecio, de muerte, dé desesperación,
cuando no ha tenido Jesucristo sino pala-
bras de paz, de perdón, de esperanza y
de amor I....
— ; Oh ! os creo.... esclamó Mr. Har-
<ly dulcemente alborozado; os creo; me
es necesario creeros.
— ¡Si, hermano mió! respondió Ga-
briel cada vez mas conmovido : liermano
mió — creed en un Dios siempie bueno,
siempre misericordioso, siempre amante;
creed en un Dios que bendice el trabajo,
que padecería cruelmente por sus hijos,
si en ugar dé prodigar en provecho de to
dos los bienes qiíe os ha prodigado per-
sistieseis en aislaros para siempre en una
desesperación enervante y estéril...: No,
no; no lo quiere Dios... arriba, hermano
mió ... añadió Gabriel tomando cordial-
mente la mano á Mr. Hardy, quien se le-
vantó como si hubiese obedecido á un "e-
neroso magnetismo; arriba, hermano
mío... todo ese numdo de trabajadores os
bendice y os ilaniü : uejad esta tumba. ..
Venid.... venid.. i venid al cielo raso.... á
la luz del sol, en medio de los corazones
cilurosi's y simpáticos.... dejad esle aire
sofocador por el aire .^aludabie y vi\iGca-
dor de la libertad; dejad este triste retiro
por el asilo que animan los cantos de los
trabajadores; venid, venid á encontrar
aquel pueblo de laboriosos artesanos para
los cuales sois la Providencia: elevado por
sus robustos brazos j estrechado entre sus
generosos pechos, rodeado de mujeres, de
niños, de ancianos, que lloraran de ale-
gría al volveros á ver, es sentiréis rege-
nerado, sentiréis que eglsn en vos ta vo-
luntad y el poder de Dios puesto que
podéis tanto por la felicidad de vuestros
hermanos....
— Gabriel.... tienes razón.... á tí.... á
Dios.... deberá lodo nuestro pequeño pue-
blo de trabajadores la vuelta de su bien-
hechor; esclamó Agricol, echándose en
brazos de su hermano, y apretándole con-
tra su pecho; ¡ Ah! nada temo ya... vol-
verá entre nosotros .Mr. Hnrdy....
— Si, tenéis rázon ; á él es.... á este
admirable sacerdote según Jesucristo es á
quien deberé yo »)i resurrección.... jior-
qué aquí estaba enterrado vivo en Wn se-
pulcro: dijo Mr. Hardy, que eslat)a le-
vantado, derecho, íirme, con los carrillos
lijeramente encarnados, y los ojos brillan-
tes; él que estaba antes tan pálido, tan
abatido, y tan corbado.
— ¡ En fin... sors nuestro ! esclamó el
herrero; no me queda ya duda ninguna.
— Lo espero, amigo mío, dijo Mr,
Hardy.
56*
220 ALBOB,
— ¿Aceptáis pues )as ofertas de la se-
ñorita de Cardovíl!e?
— Pronto le escribiré con este objeto...
pero antes.... añadió en tono grave y se-
rio, deseo tener un rato de conversación
con mi hermano; y ofreció con efusión la
mano á Gabriel ; me permitirá que le dé
el nombre de hermano.... puesto que es
el apóstol generoso de la fraternidad....
— jOh!.... tranquilo estoy puesto
que os dejo con él, dijo Agricol; yo,
entre tanto voy corriendo á casa de la se-
ñorita de Cardovillc á darle esta buena
noticia.... pero ahora que pien?o en ello;
¿si salis hoy de esta casa, adonde iréis?...
¿Queréis que busque?....
— De todo eso hablaré con vuestro dig-
no y escelente hermano, respondió Mr.
Hardy; os ruego que rayais á ver á la se-
ñorita de Cardoville, y á darle gracias,
asegurándola que esta tarde tendré el ho-
nor de responderla.
— ¡ Ah , señor ! tengo que contener mi
corazón y mi cabeza para no volverme lo-
co de alegría; dijo el buen Agricol, po-
niéndose alternativamente las manos en
el corazón y en la cabeza, embriagado de
felicidad, y después volviendo junto á Ga-
briel, le apretó de nuevo contra su pecho
y le dijo al oido: Dentro de una hora....
vuelvo... pero no solo.... un alzamiento
en masa.... ya verás.... oo le digas nada
á Mr. Hardy; tengo una idea.
Y salió el herrero con una embriaguez
indeCnihle.
Quedáronse solos Gabriel y Mr. Hardy.
Rodin y el padre d'Aigrigny hablan
asistido, como ya se sabe, inviaiblemente
á aquella escena.
— ¡Pues bien I ¿qué piensa vuestra
reverencia? dijo el padre d'Aigrigny con
asombro á Rodin.
— Pienso que han tardado demasiado
en votver del palacio del arzobispo y que
este misionero herege va á perderlo lodo;
respondió Rodin royéndose las uñas has-
ta derramar sangre.
XI.
LÁ CONFESIÓN.
Cuando salió del cuarto Agricol, Mr.
Hardy, acercándose á Gabriel, le dijo:
— Señor abate
— No, decid hermano mió me ha-
béis dado ese nombre y le tengo mu-
cho apego; respondió afectuosamente el
joven misionero, alargando la mauoáMr.
Hardy.
Apretóla este cordialmente, y con-
tinuó:
— j Pues bien, hermano miol.. . Me
han reanimado vuestras palabras, y me
han recordado deberes que habia olvidado
en medio de mis penas. ¡Quiera Dios que
no me falte ahora la fuerza en la nueva
tentativa que voy á hacer... porque, ¡ayl
no lo sabéis todo.
— ¿Qué queréis decir? respondió Ga-
briel inquieto.
' — Tengo que haceros penosas confesio-
nes replicó Mr. Hardy despues de ha-
ber callado y reflexionado un instante.
¿Tendréis la bondad de oirme en confe-
sión?
— Os ruego hermano mió que
roe hagáis vuestra confidencia , dijo Ga-
briel.
— ¿No podéis acaso oirme como con-
fesor ?
— En cuanto puedo, respondió Gabriel,
evitó la confesión oficial... si asi se puede
llamar, porque tiene á mi parecer tristes
inconvenientes; pero soy feliz, ¡oh I muy
feliz cuando consigo inspirar aquella con«
fianza que decide á un amigo á abrir su
corazón á otro amigo y decirle: pa-
dezco... consoladme dudo... aconse-
jadme soy feliz.... partid conmigo mi
alegría... ¡Oh! ¡mirad! para míesacon-
fesion es la cosa mas santa de todas, y asi
ALBUM.
221
lo quería Jesucristo cuando decía, «con-
fesaos los unos con los otros: » i Desgra-
ciado el que no ha haliadoen toda su vida
un corazón fiel y segtiro para confesarse
así!... ¿Nu es verdad, hermano mió? Sin
embargo, como estoy sometido á las leyes
de la iglesia por consecuencia de votos he-
chos voluntariamente, dijo el joven sa-
cerdote sin poder contener un suspiro,
obedezco á las leyes de la iglesia y si
lo deseáis, hermano mió os oiré como
confesor.
— ¿Con qué obedecéis á las leyes, que
no aprobáis?... dijo Mr. Hardy maravi-
llado de aquella sumisión.
— ¡Hermano miol sea lo que sea lo que
DOS enseña la esperiencia, lo que nos des-
cubre..,., respondió tristemente Gabriel,
«n voto hecho libremente á sabien-
das es para el sacerdote una promesa
sagrada para él hombre de honor una
palabra jurada... Mientras esté en el gre
fnio de la iglesia obedeceré á su dis
ciplina , por pesada que sea á veces para
oosotros esa disciplina.
— ¿Para vos, hermano mió?
— Sí, para nosotros curas del campo,
-ó vicarios de las ciudades, humildes pro-
letarios del clero, simples obreros de la
viña del Señor; la aristocracia que poco
é poco se ha introducido en la iglesia, es
muy á menudo para nosotros un poco ri
gurosa, un poco feudal; pero es tal la
esencia divina del cristianismo que resiste
á los abusos que podrían mudarlo; en las
filas oscuras del clero inferior, es donde
puedo, mejor que en cualquiera otra par-
te, servir la causa de los desheredados y
y predicar su santa emancipación con al-
guna independencia... Por eso, hermano
mió, permanezco en la iglesia , y perma-
neciendo en ella, rne someto á su disci-
plina; digo eso, añadió Gabriel con es-
pansion, porque vos y yo trabajamos am-
bos por la misma causa; los artesano» que
habéis convidado á partir con vos el fruto
de vuestros trabajos, no están ya deshe-
redados Y, asi, por consiguiente ser-
vís á Jesucristo mas eficazmente que yo
por el bien que hacéis.
— Y continuaré sirviéndole, os lo re-
pito con tal que tenga la fuerza nece-
saria.
— ¿Porqué os ha de faltar esa fuerza ?
— ¡Si supieseis cuan desgraciado soy!...
¡Si conocieseis lodos los golpes que he re-
cibido!...
— Es verdad que son deplorables la ruina
y el incendio que han destruido vuestra
fábrira
— ¡Ah, hermano mió! dijo Mr.Hardy
interrumpiendo á Gabriel; ¡qué es eso,
gran Dios!... No me desanimaría yo por
una desgracia que se puede reparar con
dinero: pero ¡ah! otras desgracias exis-
ten que con nada se pueden reparar
No; y sin embargo, hace un instante ce-
diendo á la persuasion de vuestras gene-
rosas palabras, el porvenir, tan sombrío
hasta ahora para mí, se ha aclarado: me
habéis alentado y reanimado recordán-
dome la mii^ion que tengo aun que cum*
plir en este mundo
— ¡Pues bien, hermano mió!
— ¡Ay! que me aquejan nuevos temo-
res cuando pienso en volver á entrar
en esa vida agitada en ese mundo en
que tanto he padecido
— Pero esoS temores ¿quién los pro-
duce? dijo Gabriel con un interés cada
vez niayor.
— Escuchadme, hermano mió, respon-
dió Mr. Hardy; había concentrado cuanto
tenia de ternura y de acendrado afecto
en el corazón, en dos personas en un
amigo que creia sincero... y en un afecto
mas tierno el amigo me ha en^^ailado
de un modo atroz la muger des-
pues de haberme sacrificado todos sus de-
beres, ha tenido aliento, y por eso la ve-
222
Ar.tta.
ñero mas aun, para sacrificar nuestro
amor á la tranquilidad de su madre, y se
tía alejado para siempre de la Francia....
|Ay ! temo que sean incurables esos pe-
sares, y que me reduzcan á la nada en la
nueva via que me aconsejáis que em -
prenda. Coniieso mi debilidad... es gran-
de y me espanta tanto mas cuanto
que no len^o dereclio de estar ocioso, ais-
lado, niienlras puedo hacer algo aun por
la humanidad. Me habéis ilustrado en
cuanto á ese deber, hermano mió so-
lamente temo »)ue, á pesar de mi buena
resolución... me lleguen á fallar las fuer-
zas, como os he dicho ya, al volverme á
hallar de nuevo en ese mundo que jamas
Sera para mí sino frío y desierto.
— ¿Pero esos honrados artesanos que
os bendicen, que os esperan, no poblarán
ese mundo?
— Sí... hermano mió, dijo Mr. Hardy
amargamente; pero en otro tiempo...», á
ese dulce sentimiento <ie obrar el bien, se
unían para mí dos afectos que se dividían
mi vida .. ya no existt;n esos dos afectos,
y dejan en mi corazón un vacío inmenso.
Había contado con la religion... para lle-
narlo; pero, layl para reemplazar loque
tan amargos pesares me causa, no le han
dad<» por único alímoiito, á mi alma des-
consolada, sino una sola desesperación....
dif'iéndome que cuanto mas la profundi-
zase, y mas tormentos descubriese en
ella, tanto mas merecedor si na á los ojos
del señor...
—Os aseguro, hermano mío, que os han
engañado : la dicha y no el dolor es, à los
ojo» de Dios, fl (>l)j>to de la lHimanida<l:
(}uiere que st»a el hombre feliz, porque
quit-re tiue sea ju>lo y bueito.
— ¡Ohl I si hubiese oido antes esaupa
labras (te e-peranza ! djo Mr. Hardy, se
hubiesen curado mis heridus en lugar de
hao+Tse incurables". hiibiiTa cornenzaiio
prender; hubiera hallado et) ella el con*
suelo y acaso el olvido de mis males. En
cuanto al presente.... | oh ! ¡mirad.... es
horroroso el conft'>arlu !... Me han hecho
el dolor tan familiar, me han encarnado
tan fuertemente con él.... que] me pare-
ce que ha de paralizar para siempre mi
vida...
Y avergonzándose después de esta re-
caída en el abatuniento, añadió Mr. Har-
dy en voz dolorosa, cubriéndose la cara
con las ntariiís :
— ¡Olí! ¡ perdonad... perdonad mi de-
bilidad! ¡Pero si supieseis lo que es
una pobre criatura que no vivía sino por
el corazón , á la cual le lia faltado todo á
la vez! ¿Qué queréis que os diga?... Tra-
ta entonces la infeliz criatura de aficio-
narse á cualquiera cosa que sea; sus per-
plejidades, sus temores , y aun sus iínpo-
tencias, son mas dignas, creedme, decom-
f>asion que de desprecio.
Kn la liumíldad de aquella confesión
había alguna cosa tan patética , que tia-
briel se sintió con'iiovido hasta el punto
de verter lágrimas. "T' •< h i.m • , i^ —
F)n atpiellos accesos de postración casi
enfermiza reconocía el joven misionero
con espanto los lerríblesefectosde las ma-
niobras de los \{\{. PF. tan habiles para
envenenar, para hacer mortales las lla-
gas de las almas tiernas y delicadas, qijtí
desean ellos aislar y captar, destilando en
ellas largo tiempo y gota á gota el acre
V(^neno de las máxiuus mas de»consola-
diiras.
Sabiendo que el abismo de la desespe-
ración produce taüibien atracciones verti-
ginosas , ahondan esos sacerdotes y pro-
fundizan ese abismo al rededor de su víc-
tima, hasta que, perdida... fascinada., .se
pone á mirar sin cesar, con los ojos íijos
y ardientes, el fon lo del precipicio que la
ha de tragar... naiifiagio siniestro, tuyos
anlcí la buena obra que inecscitais à eiu 'despcjjs los recogen elius...
ALübM.
En Vano brillan eh el firmamento el
azulado éter y el irradiante sol; en vano
siente e! inffliz que seria salvado , si le-
vantase los ojos al cielo... y aun en vano
le da de cuando en cuando una mirada
furtiva , píirque luego , sucumbi»>ndo á la
omnipotencia infernal del {hechizo que le
han ochado aquellos malvados clérigos,
vuelve á poner los ojos en el fondo de la
sima profunda que lo atrae...
Eso es lo que suoedia con Mr. Hardy.
Conoció el abate Gabriel la situación de
aquel infeliz, y reuniendo todas sus fuer-
ieaspara sacarlo de aquella postración, es-
clamó :
— ¿Qué habíais, hermano mió, de com-
pasión, de menosprecio? pues ¿qué cosa
hay en el mundo mas sagrada y mas san
ta á los ojos de Dios y de los hombres que
Una alma que busca la fé para fijarse en
ella después de la tormenta de las pasio-
ne^? Tranquilizaos, hermano mió; no son
incurables vuestras heridas.... asi que sal-
gáis de esta casa.u. creedme, se curarán
rápidamente.
~ 1 Ay 1 1 cómo esperarlo 1
— Creedme, hermano mió, se curarán
desde el instante en que Vuestros pesares
pasados, lejos de despertar en vos esos
pensamientos de desesperación... despier-
ten pensamientos consoladores, casi dul-
«es.
-r-¿ Pensamientos consoladores.... casi
dulce.-?... esclamó Mr. Hárdy^ nopudíen-
<lo creer lo que oia.
— Si, respondió Gabriel sonriendo con
una bondad angelical, si, porque hay, te-
ned'oenlendido, grandesdulzuras y gran-
des consuelos en la compasión.... en el
perdón. Decid..... decid , hermano mió:
¿la vista de los que le hablan perseguido
escitó jamas en el alma de Jesucristo idea'^
de odioj de desesperación ó de venganza?
No, no halló en su corazón palabra-
llenas de mansedumbre y de perdón
223
sonrió en medio de sus lágrimas cjn una
indulgencia inefable, y después rogó por
sus enemigos, i Pues b en ! en lugar de
padecer con tanta amargura por la trai-
ción de un amigo.... compadecedle, her-
mano mió.... rogad tiernamente por él...
porque de vosotros dos... el mas des^ra-
ciadonosois voo.;. Decidme: ¿cuan gran-
de es el tesoro que ha perdido vuestro in-
fiel amigo perdiendo vuostra amistad?....
¿Quién os dice que no eslá arrepentido y
padeciendo?.... jAyl verdad es que, si
estais siempre pensando en el mal que os
hizo su traición... se romperá vuestro co-
razón en un desconsuelo incurable... pen-
sad al contrario en el hechizo del perdón,
en la dulzura de la oración , y se ensan-
chará vuestro corazón, y será feliz vuestra
alma , porque será según la voluntad de
Dios.
Abrir de repente á aquella naturaleza
tan generosa , tan delicada, tan amante,
las vias adorables é infinitas del perdón y
y de la oración era responder á sus ins-
tintos, era salvar á aquel infeliz, mientras
el encadenarlo á una sombría y triste de-
sesperación, era matarlo asi como lo ha-
blan esperado los reverendos padres.
Quedóse por un momento Mr. Hardy
como deslumhrado á la vista del radiosa
horizonte que por la segunda vez evoca-
ba de repente á mis (>jos ía palabra evan-
gélica del abate Gabriel.
Entonces, palpitándole el corazón con
emociones contrarias, esclamó:
— ¿Cónu) podéis mudar asi casi súbita-
mente la amargura en dulzura? Va me
parece que renace la calma en mi pedio,
pensando como decis, en el perdón.... en
la oración llena de mansedumbre y de es-
peranza.
— lO.'i! ya veréis, respondió Gabriel
con calor, ¡qué dulces alejirias os espe-
ran! Rogar por lo que se ama rogar
por lo que se ha amado; poner á Tíos»
57-
32i ALBDM
por nuestras oraciones, en coinunion con
los quo queremos... y aquella muger, cu-
yo amor os era tan precioso.... ¿¡lorqut*
os ha de hacer asi desgraciado su recuer-
do? ¿por qué evitarlo? ¡Ah, hermano
mió! pensad en él, al contrario; pero pa-
ra purificarlo, para sanlincarlo con la ora-
ción... haced que suceda á ese airor ter-
restre un amor divino un amor cris-
tiano, el amor celesli?! de un ¡lermano
por su hermano en Jesucristo Y ade-
mas, si ha sido esa mujer culpable á los
ojos de Dios, ¡qué dulzura el rogar por
ella!... j()ué alegría inefable el poder ha-
blar de el/a cada dia á Dios, á Dios, que
siempre elemento y bueno, enternecido
con vuestras súplicas, la perdonará; por-
que lee en el fondo de los corazones.... y
sabe ¡ay ! que muchas de las caldas soo
fatales... No ha intercedido el Cristo con
su padre en favor de Magdalena la peca-
dora, y de la muger adúltera? ¡ Pobres
criaturas! No las rechazó, ni las n^aldijo,
sino que les tu^'o compasión y rogó por
ellas... porque habían amado mucho... di-
jo el Salvador de los hombres.
— ¡Oh ! al fio os comprendo , esclamó
Mr. Hardy, orar.... es también amar....
orar, es esperar en lugar de desesperar-
se.... en fin, rogar.... es derramar lágri-
mas que vuelven á caer sobre el corazón
como un roció benéfico.... en lugar délas
lágrimas ardientes que lo abrasan.... Si;
os comprendo á vos... porque no me de-
cís.... padecer es orar No, no, lo
siento; decís verdad cuando decís, espe-
rar y perdonar es orar: si, gracias á
vos, ahora volveré á entrar en la vida sin
temor.
Y después, con los ojos llenos de lágri-
mas, alargó los brazos á Gabriel dicién-
dolé:
— I Ah, hermano mío! por la segunda
vez vos me salváis.
Aquellas dos buenas y valientes criatu-
ras se echaron en brazos una de otra.
Ya se sabe que Rodin y el padre d^Ah-
grigny hablan asistido invisibles á esta es-
cena: Kodin escuchando con una atención
devoradora, no habia perdido ni una sola
palabra de aquella conversación.
En el instante en que Gabriel y Mr.
Hardy se echaron «n brazos uno de otro,
retiró siibitamente Rodin síi ojo de reptil
del agujero por donde miraba.
Tenia la fisonomía del jesuíta una es-
presion diabólica de alegría y de Iriuiir^.
Kl padre d'Aígrigny que estaba al contra-
río desconsolado por el desenlace de aque-
lla escena, consternado y no sabiendo que
significaba el aire triunfal de su compa-
ñero, lo contemplaba con una sorpresa
indecible.
— /To le he cojidól le dijo bruscamente
Rodin con su voz breve é imperiosa.
— ¿O'ié queréis decir? respondió el pa-
dre d'Aígrigny asombrado.
— ^¿Hay aquí un coche para viajar? re-
plicó Rodin sin responder é la pregunta
del padre d'Aígrigny.
Aturdido este por aquella pregunta-»
abrió sus espantados ojos, y repitió ma-
quinalmente:
— ¿Un coche para viajar?
— Sí sí dijo Rodin con impa-
ciencia; ¿hablo acaso yo en griego? Ün
coche para viajar. ¿Es bastante claro?
— Sin duda tenemos el mió.... dijo
el reverendo padre.
— En ese caso enviad á que traigan ca-
ballos de posta al instante mismo.
— ¿Y para qué?
— Para llevarse á Mr. Hardy.
— ¿Llevarse á Mr. Hardy? esclamó el
padre d'Aigrigny creyendo que deliraba
Rodin.
— Sí: replicó este; lo llevareis esta no-
che á Saint-Herem.
— ¿A aquella triste y profunda sole-
dad él Mr. Hardy?
ÀLnUM.
^25
■^ creía soïiar el padre d'Aigrigny.
— Él, Mr. Hardy; respondió afirma-
îivarnenle Uodin , encojiéndose de hom-
bros.
— Llevar á Mr. Hardy ahora.....
cuando acaba ese Gabriel de
— Antes de media hora me ha de su-
plicar Mr. Hardy de rodillas, que lo sa-
que de Paris, que lo lleve al cabo del
mundo, á un desierto, si es posible.
—¿Y Gabriel?
— ¿Y la carta que me han traído del
palacio del arzobispo hace un ¡vístanle?
— Pero decíais hace poco que era dema-
siado tarde.
— Pero hace poco no le había cojido,
y ahora le tengo, respondió Kodin con
Voz breve.
Diciendo esto, salieron con precípíta-
don los doe reverendos padres del miste-
rioso escondite.
XH.
LA VISITA.
Supérfluo es notar qoe, por una re-
serva llena de dignidad, se habia conten-
tado Gabriel con emplear los medios mas
generosos para libertar á Mr. Hardy de
la influencia homicida de los reverendos
padres: le repugnaba á la grande y her-
mosa alma del joven misionero el descen-
der hasta la revelación de las odiosas tra-
mas de aquellos clérigos. No hubiera re-
currido á ese espediente estremado sino
en el caso que hubiese sido impolenle su
palabra penetrante y simpática para ven-
■cer la ceguedad de Mr. Hardy.
— Trabajo, oración y perdón; decia re
gocijado Mr. Hardy despues de haber es-
trechado entre sus brazos á Gabriel. Con
iísas tres palabras me habéis vuelto la vi-
da, la esperanza.
Acababa de pronunciar esas palabras,
cuando se abrió la puerta, entró un cria-
do, puso silenciosamente en manos del
joven sacerdote un pliego ancho, y salió.
Bastante sorprendido, tomó Gabriel p'l
pliego y lo miró, prijnero maquinaimente,
después viendo en uno de sus ángulos un
sello particular, lo abrió precipitadamente,
sacó de él un papel plegado como los des-
pachos oficíales, del cual estaba culgando
un sello encarnado.
— ¡Oh, Dios mío!... esclamó Gabrii 1,
y denotaba su voz una emoción dolorosa.
Dirigiéndose después á Mr. Hardy :
— Perdonad seíinr.
— ¿Qué hay pues? ¿Os comunican al-
guna mala noticia? le dijo con ínlerY'S
Mr. Hardy.
— Sí muy triste respondió Ga-
briel abatido.
Y después anadió hablándose á sí mismo.
— Con que así.... para eso me han he-
cho venir á París no se han dignado
e>cucharme, me castigan sin perníitirme
que me justifique.
Después de un rato de silencio, dijo
con un suspiro de profunda resignación.
— No importa debo obedecer y
obedeceré... á ello me obligan mis voto.-;.
Mirando Mr. Hardy al joven sacerdote
con tanta sorpresa como inquietud , le
dijo afectuosamente:
— Aun que son muy recientes aun mi
reconocimiento y mi atnislad... ¿no pue-
do serviros en algo? Os debo tanto... que
me tendría por muy feliz en poder paga-
ros un poco.
— Mucho habéis hecho por mí, her-
mano mío, d^jándome un buen recuerdo
de este día asi me haréis mas fácil la
resignación á una pena muy cruel.
— ¿Tenéis una pena? dijo con viveza
Mr. Hardy.
— Una pena ó antes bien.... una sor-
presa penosa , respondió Gabriel.
Volvió entonces la cabeza á otro lado,
enjugó una lágrima que corría por su me-
jilla, y añadió:
— Pero rae diríjiré al Dios bueno, al
226 ALBUM.
Dios ^usto , y no me faltarán los consue-
los... ya comientan puesto que os dejo con
buenas y generosas intenciones Adiós
pues.... hermano mió.... hasta luego...
— ¿Me dfjais?
— Es menester. Deseo en primer lugar
saber como me ha llegado aqui esta carta:
ademas tengo que obedecer inmediata-
mente auna orden que acabo de recibir...
Mi buen-A^iicol va á volver para lomar
Vuestras órdenes; ól me dirá la resolución
que toméis y la habitación en que os po-
dré encontrar... y cuando lo deseéis, nos
volveremos á ver.
Por di.screciun no se atrevió Mr. Har-
dy à in>istir para saber el motivo de la
pena súbita d»- Gabriel, y le respondió:
— Me preguntáis cuando nos veremos;
mañana, porque hoy mismo salgo de esta
casa.
— Pues hasta mañana, hermano mió;
dijo (íabriel apretando la mano á Mr.
Hardy.
Esif, por un movimiento involuntario,
acaso instintivo, al retirar Gabriel la ma-
no la apretó y la guardó entre las suyas,
como si, temiendo al verlo partir, hubie-
se querido guardarlo junto á si.
Sorprendido el joven sacerdote, miró á
Mr. Hardy, quien le dijo sonriéndose
dulcemente y dejando la mano que apre-
taba.
— PíTilonad, hermano mi' ; pero mirad .
gracias á lo (¡ue he padecido aqui.... me
he puesto como los niños, que tienen mie-
do.... cuando los dcjaii solos....
— Y yo estoy tranqu'lo en cuanto á
Vos.... os dejo con pensamientos tranqui-
lizadores, con esperanzas ciertas, que bas-
tarán para ocupar vuestra soledad hasta
que llegue mi buen Agricol que no
puede tardar en venir.... Coii quedenue-
Vo, adiós y hasta mañana, hermano
niio.
vtdor mío, ¡Oh ! no dejéis de venir, poi-
que me seria muy necesario aun vuestro
benéfico apoyo para dar los primeros pa-
sos á la luz del sol.... ya que he e»tado
tanto tiempo inmóvil en las tinieblas.
— Hasta mañana pues: dijo Gabriel, y
hasta entonces, ánimo, esperanza y ora-
ción.
— Animo, esperanza y oración; repitió
Mr. Hardy, con esas palabras es uno muy
fuerte.
Y se qued<V solo.
j Cosa e>lraordinaria ! La especie de te-
mor involuntario que habia esperimenla-
do Mr. Hardy al momento en que iba a
salir el abate Gabriel, se representaba á
su espíritu bajo otra forma : asi que salió
el joven sacerdote , el pensionista de los
reverendos padres se figuró que veia una
sombra siniestra y creciente que sucediá
al puro y suave centelleo del abate Ga-
briel.
Muy fácil es de concebir esa especie de
reacción después de las emociones diver-
sas y profundas de aquel dia , sobre- todo
pensando en el estado de debilidad física
y moral en que se hallaba tanto tiempo
hacia Mr. Hardy.
Hacia como cosa de un cuarto de hora
que se habi^i ido el abate Gabriel, cuan-
do entró el criado que estaba particular-
mente encargado de. servido del pensio-
nista de los reverendos padres y puso en
>us manos una carta.
— ¿De quién es esa carta? preguntó
Mr. Hardy.
— De un pensionista de esta casa í re«-
poríd ó el eriado haciendo una reverencia.
Tenia aquel ho»ibr(í una cara socarro-
na y beata, lís>)S los cabellos; hablaba
siempre en voz baja, y tenia siempre los
ojos puestos en tierra ; mientras estaba
esperando la respuesta , se cruzó las ma-
nos y-omenzó devotamente á darles vuel-
à
'^^Adios, Y Hasta mañana, querido eal- jtas a los pul¿jares alrededor uno de [otro.
ALBUM.
2-27
Abrió ¡Vír, Hardy la carta que le aca-
baban de entregar, y leyó lo que sigue:
«Caballero:
« Acabo de saber hoy mismo solamente,
«en este instante y por casualidad, que
V me hallo al mismo tiempo que vos en
«esla respetable casa: una larga enfer-
« medad que he tenido, y el profundo re-
tí tiro en que vivo, os esplicarán bastante
«como he ignorado esta circunstancia.
« Aunque no nos hemos visto sino una so-
»la vez, caballero, la circunstancia que
wme proporcionó poco tiempo hace el lio
« Bos de veros fué tan grave para vos. que
«me parece imposible que la hayáis olvi-
« dado.»
Hizo Mr. Hardy un movimiento de sor
presa, apeló á su memoria, y no recor-
dánJole esta cosa ninguna que le pudiese
guiaren aquella circunstancia, continuó
leyendo:
« Ademas esa circunstancia esciló en mi
«una simpatía tan profunda y tan respe-
«tuosa para con vos, caballero, que no
« puedo resistir al vivo deseo que tengo
t( ;le manifestaros mi respeto, sabiendo so-
mbre lodo que vais á salir de esta casa,
« como acaba de decírmelo en este mismo
«instante el escelente y digno abate Gâ-
te briel,imo de los hombres que mas amo,
« admiro y venero en este mundo.
« ¿ Podré esperar, caballero, que al ins-
te tante en que vais á salir de nuestro co-
tí mun retiro para entrar de nuevo en el
« mundo, os dignéis hacer favorable aco-
« jida á la súplica, acaso indiscreta, de un
« anciano, consagrado de aquí en adelan-
w le á una profunda soledad, que no pue-
«de esperar el hallaros en medio del tor-
« bellíno de la sociedad , puesto que la ha
x( abandonado para siempre?
« Mientras llega vuestra apetecida y fa
«vorecida resptiesta, recibid, caba'lero,
« la espiesion de los sentimientos di; pro-
« fundu estimación del que tiene el honor
« de ser.
« Caballero :
«Con la mas alta consideración.
«Su muy humilde y obediente ser-
vidor. — RODIN.»
Después de haber leido esta carta y el
nombre del que la firmaba, apeló de nue-
vo Mr. Hardy á su memoria , pensó mu-
cho tiempo, y no pudo recordar ni el nom-
bre de Kodin, ni la grave circunstancia á
que hacia alusión.
Después de un largo silencio, dijo al
criado :
— ¿Es el seiíor Rodin el qye os ha en-
tregado esta carta?
— Sí, señor.
— ¿Y quién es ese señor Rodin?
—Señor, es un buen anciano que aca-
ba de salir de una enfermedad que por
poco se lo ha llevado al otro mundo. Ha-
ce apenas algunos dias que está convale-
ciente, pero está siempre tan débil y tan
triste que aílige el verlo; y es mucha lás-
tima porque no hay en toda la casa hom*
bre mas digno y mas escelente... á no ser
vos, que el señor Rodin; añadió el criado
inclinándose con aire respetuosamente li-
sonjero.
— ¡ íSI señor Rodin I dijo pensativo Mr.
Hardy, es cosa muy singular, pero no me
acuerdo ni de ese nombre ni de ningún
acaecimiento á que pueda referirse.
— Si quiere el caballero darme la res-
puesta , se la llevaré al señor Rodin, está
en el cuarto del padre d'Aigrigny, de quien
ha ido á despedirse.
— ¿A de^ pedir se?
— Sí, caballero; acaban de Hogar los
caballos de posta.
— ¿Para quién? preguntó Mr. Hardy.
— Para el padre d'Aigrigny, caballero.
— ¿Va pues de viaje? dijo Mr. Hardy
bastante sorprendido.
— ¡Oh I será sin duda para corlo tiem-
po; dijo el criado tomando un aire medio
.confidencial; porque el reverendo padre
58**
iî28 4L8UM,
no lleva á nadie consigo y lleva también
poca ropa. Ademas el reverendo padre
vendrá á despedirse del caballero... ¿Pero
qué respuesta le lie de Jar al señor llodin?
La carta que arababa de recibir de Ko-
din, Mr. Hardy estaba escrita en térmi-
nos tan corleses; se hablaba en ella con
tanto respeto del abate Gabriel, que Mr.
Hardy, impelido ademas por una curiosi-
dad natural, y no viendo molivo alguno
para rehusar aquella entrevista, en el mo
mentó en que^ba á salir de aquel'a ca<a,
respondió al criado:
Decid al señor Rodin, que si quiere
tomarse la molestia de venir, aquí le es-
pero.
Voy á advertirle inmediatamente,
dijo el criado haciendo una reverencia , y
salió.
Habiéndose quedado solo, Mr. Hardy,
aunque pensaba siempre quien podia ser
ese señor Uodin , se ocupaba en algunos
preparativos de viaje; no hubiera querido
por cosa ninguna del mundo, pasar !a no-
•che en aquella casa , ly para fortificar su
ánimo, se recordaba á cada instante el
evangélico y dulce lenguaje de (iabriel,
así como para no sucumbir á la tentación
los creyentes rezan algunas letanías.
Pronto volvió el criado, y le dijo :
Ahí está el señor Kodin, caballero.
— Suplicadle que entre.
Entró Rodin con su larga bata negra ,
teniendo en la mano su viejo gorro de
seda.
Volvió á salir el criado.
Comenzaba á disminuir la luz del dia.
Levantóse Mr. Hardy para ir á recibir
al señor Rodin , cuyas facciones no veía
bien aun, pero cuando llegó el reverendo
padre ¿ la zona mas iluminada del cuar-
to, que estaba cerca de la puerta-venta-
na', habiendo examinado Mr. Hardy por
un instante la cara del señor Rodin , no
pudo contener un grito ligero que le ar-
rancaron la sorpresa yun recuerdo crael.
Pasado aquel primer movimiento de
sorpresa y de dolor , volviendo en sí Mr.
Hardy, le dijo á Rodin con voz alteradas
— Vos aquí... caballero... ¡Ahí tenéis
razón... la circunstancia en que os vi por
la primera vez, es muy grave.
— ¡ Ah, querido señor mió! dijo Rodin
con una voz paternal y sati'>fecha; estaba
muy seguro que no me habríais olvidado.
XHI.
LA ORACrOX.
Ni) se ha olvidado sin duda que Rodin
fué á casa de Mr, Hardy (aunque enton-
ces no le conocía aun), á descubrirle la
indigna traición de Mr. de Bessac, dándole
aquel golpe horroroso que precedió algu-
nos instantes solamente á otro golpe aun
mas terrible, puesto que apenas estabao
reunidos Rodin y Mr. Hardy , vinieron á
decirle á este último que se habia ido la
mujer que adoraba. De ahí es fácil cole-
gir cuan cruel hubo de ser para Mr. Har-
dy la inesperada aparición de Rodin. Sin
embargo, gracias á la saludable influencia
de los consejos de Gabriel, se fue serenan-
do poco á poco, sucediendo á la contrac-
ción de sus facciones una calma triste. En-
tonces dijo á Rodin:
— No esperaba en efecto, caballero, en-
contraros en esta casa.
— i Ay, Dios mió! caballero, respondió
Rodin suspirando; no creía yo tampoc9
haber de venir aqui á concluir probable-
mente mis tristes dias, cuando fui sin co-
noceros, con el único objeto de iiacer un
servicio á un hombre honiado... á descu-
briros una grande infamia.
— En efecto, caballero, me hicisteis en-
tonces un gran servicio... y acaso me hu-
biera sido imposible el manifestaros en
aquel instante mi reconocimiento cual de
bia... porque en el momento mismo en
que me acababais de descubrir la traidor»
de Bessac...
Ai.mií.
229
-.«.'Os agJvió otra noficii , que os fu¿
'muy (iulorosa, (Jijo Rodin interrumpiendo
á Mr. Hardy; jamás olvidaré la brusca
llegada de aquella pobre sefiora , pálida,
descompuesta, que sin advertir que esta-
ba yo alli, vino á decirosqtie una persona,
en quien habíais puesto todo vuestro afec-
to, acababa de irse de Paris.
— Si, señor, y sin pensar en daros las
gracias, partí precipitadamentr; respondió
melancólicamente Mr. Hardy.
— ¿Sabéis, caballero, dijo Rndin des-
pués de un corto silencio, que haya veces
semejanzas estraordinarias?
— ¿Que queréis decir?
— Mientras iba á advertiros de la trai-
ción infame que os estaban hacieftdo......
;yo... yo mismo...
Interrumpióse Rodin súbitamente como
'si hubiese sucumbido á una emoción do-
lorosa , manifestaba su fisonomía un tor-
mento tan vivo, que Mr. Hardy le dijo
con interés:
— ¿Qué tenéis, caballero?
— Perdonad, caballero, respondió Ro-
<Jin sonriendose amargamente, gracias á
los religiosos consejos del angelical abate
Gabriel, he llegado á comprender la re
signacion : sin embargo á veces con cier-
tos recuerdos esperimento dolores muy
agudos.... Os decia pues, añadió Rodin
con voz massegura.quela mañana siguien-
te al día en que fui á deciros : « os enga-
ñan, caballero...» era yo también víctima
de un engaño horroroso..,. Ua hijo adop-
tivo, un infeliz niño abandonado que yo
habia recogido é interrumpiéndose de
nuevo y pasando sobre los ojos su mano
trémula, dijo: perdonadme, caballero....
el hablaros de penas qu- os son indiferen-
tes... físcusad el indiscreto dolor de un
pobre anciano muy abatido...
— Señor, he padecido mucho para que
me sea indiferente ningún pesar, respon-
dió Mr. Hardy; ademas no sois para mi
un estrangero me habéis hecha u»
verdadero servicio y tenemos ambos
una veneración iguala unescelentesaccr-
dofe....
— j K\ abate Gabriel ! dijo Rodin inter-
rumpiendo á Mr. Hardy : i Ah, señor! Ks
mi salvador... mi bien'iechor I... ¡ Si co-
nocieseis todas sus atenciones, toda su es-
merada ternura mientras ha durado la
larga enfermedad que me causó aqu.l
horroroso dolor.... si supieseis la dulzura
inefable de los consejos que nie daba !....
— ¡Sí, losé! caballero, e;clamó Mr.
Hardy; ¡Oh! ¡Síi sé cuan saludable es
su influencia,
— ¿No es verdad, caballero, que en su
boca los preceptos de la religion están llenos
de mansedumbre? replicó Rodin con er-
sallacion. ¿No es verdad que consuelan?
¿No es verdad que hacen amar y esperar
en lugar de temer y temblar?
— ] Ay, caballero! en esta misma casa,
dijo Mr. Hardy, he podido hacer esa com-
paración.
— Yo he sido bastante feliz, dijo Rodin,
para tener desde el principio al abateGa-
briel por confesor... ó por mejor decir por
confidente...
— Si, respondió Mr. Hardy; porque
prefiere la confianza.... á la confesión
— jCuan bien le conocéis 1 dijo Rodin
con un acento de hombría de bien y de
candor, que no se puede imaginar, y des-
pués añadió: No es un hombre, es un án-
gel... Su penetrante pa'abra convertía á los
mas endurecidos. Mirad... por ejemplo, \o,
sin ser impío, habia vivido profesando los
principios de la pretendida religion natu-
ral, pero el angelical abate Gabriel ha fi-
jado poco á poco mis creencias vagas, les
ha dado un cuerpo... una alma... en fin,
me ha dado la íé.
— ¡Ahí esclamó Mr. Hardy; esees
un verdadero sacerdote según Jesucri>^
to, un sacerdote todo amor, todo per-
don.
230
kts^U.
— Es tan cierto cuanto estais diciendo,
replicó Rodin, que habla venido yo aquí
casi furioso de pt^êr , pensando anas ve-
ces en aquel infeliz qnehabia correspondi-
do á todas mis bondades paternales con la
ingratitud mas monstruosa, me entregaba á
todos los transportes de la desesperación;
otra^ veres caia en un abatimiento silen-
cioso, g'acial como el de un septiicro
pero aparece de repente el abate Ga-
briel y se disipan las tinieblas, y luce
el día para mi.
— Tenéis razón, caballero; liay seme
janzas estraordlnarias, dijo Mr. Hardy,
dejándose llevar cadu vez mas de la sim-
patía y de la confianza, que forzosamente
habían de escitar tantas relaciones entre
su Situación y la pretendida situación de
R')din. Mirad pues; francamente me ale
gro ahora de haberos visto antes de salir
de esta casa. Sí hubiese sido capazde vol-
ver á caer de nuevo en los accesos de una
vil debilidad, vuestro ejemplo bastaría pa-
ra Sostenerme Desde que habéis co-
menzado a hablarme, me siento cada vez
mas firme en la noble carrera que me ha
abierto el angelical abate, como cun tanta
razón decís....
— No tendrá pues que arrepentirse el
pobre anciano de haber seguido el primer
movimiento de su corazón , que le impe-
lía liaría vos, dijo Rodin con expresión pa
lética ; ¿ Me conservareis un recuerdo en
ese mundo al cual vais á volver?
— Tcnedlo por muy sij^uro, caballero;
peíoperinílidme una pregunta: ¿ Ks ver-
dad, caballero, que os quedáis como me
lo han dicho en esta casa 7
— 1 Q'íé querei-í, cabalero 1 ¡ Se goza
en ella una calma tan perfecta 1 ¡ Le dis-
traen á uno (an puco de sus oraciones !
Porque mirad, añadió Kodín en tono lle-
no de mansedumbre; ¡me han h-cho
tanto mal! ¡me han hevho padecer
tanto!..,, la conducta del iuíciiz que me
ha engañado ha sido tan horrorosa, se ha
dejado arrastrar á tan graves desórdenes,
que debe estar Dios muy irritado... con-
tra él. Soy tan viejo, que apenas puedo
esperar, pasando lo que me queda de vi-
da en oraciones ardientes, aplacar la ira
del Señor. ¡Oh ! ¡ La oración ! ¡ La ora-
cionl Kl abate (îabriel es quien me ha re-
velado todo su poder, tuda su dulzura....
y al mismo tiempo los tremendos deberes
que impone.
— Kn i'ficto, son esos deberes... gran-
des y sagrados, dijo Mr. Uardy con aire
pen>alivo.
— ¿Conocéis la vida de Rancey? dijo
súbitamente Kodín dando a Mr. Hardy
una mirada de una espresíon estraordi-
naria.
— ¿'Il fundador de la abadía de la Tra-
pa? dijo Mr. Hardy sorprendidode la pre-
gunta de Rodin. Hace mucho tiempo que
he oído hablar muy vagamente de los mo-
tivos de su conversion.
— lis que no hay ejemplo mas grande,
según creo, de la omnipotencia de la ora-
ción.... y del estado de estasis casi divino
á que puede llevar las almas religiosas...
Kn pocas palabras, he aqui !a instructiva
y Ir gica historia. El señor de R»ncey....
I'ero perdonad, señor... Temo abusar de
vuestra conJescendencia....
— No... no.... replicó con viveza Mr.
Hardy. Al contrario, no podríais creer
cuanto me inttresa todo loque m*e decís...
Se ha inlerrunipíd>< hrusomente mi con-
versación con el abate Gabriel, y se me
fifiura , mientras os escuiho, que estais
desarrollando sus p<nsamientos... Conti-
nuad pues, os lo sup'i'.'u.
— Con el mayor gusto, porque quisie-
ra que la lección que, gracias á nuestro
angelical abate, he sacado de la conver-
sion del señor Uancey, os aprovechase
tanto como á mí.
— ¿Es también el abate Gübriel?....
áLfcüH
— Quien , para apoyar sus exhortacio-
nes, me citó esa especie de parábola, res-
pondió Rodin. ¡Ah, Dios mío I caballe-
ro, todo lo que me ha dado nuevo tem-
ple, ha asegurado y tranquilizado mi po-
bre corazón medio destrozado.... ¿no se
io debo á la palabra consoladora de ese
joven sacerdote?
— Entonces os escucharé con mayoi in-
terés.
— Era Mr. de Rancey muy hombre de
mundo , dijo Mr. Rodin observando con
mucha atención la ñsonomía de Mr. Har-
dy, un militar joven, ardiente, hermoso;
amaba á una joven de noble prosapia.
¿Cuales fueron los obstáculos que se opu-
sieron á sU enlace? Lo ignoro; pero lo
cierto es que el amor hasta entonces ha~
bia sido oculto y feliz: cada noche Mr.
de Rancey iba por una escalera secreta a!
cuarto de su amante. Era uno de aque-
llos amores apasionados que no se espe-
rimentan sino una vez á la vida. Hasta el
misterio, hasta el sacrificio mismo que
hacia la desgraciada señorita olvidando
todjs sus deberes , parecia que daban á
aquella pasión culpable un hechizo mas.
Cubiertos asi en la sombra y en el silen-
cio del secreto los dos amantes pasaron
dos años en un delirio del corazón, en una
«mbríaguez de deleite que se asemejaban
al estasis.
Al oir aquellas palabras, enternecióse
Mr. Hardy.... por la primera vez de mu-
cho tiempo á aquella parte, se cubrió su
frente de un color encarnado y ardiente;
latió su corazón con fuerza , porque re-
bordaba que poco antes tahia gozado él
también de la abrasadora embriaguez de
X\n amor misterioso y culpable.
Áunijue iba disminuyendo cada vez mas
la luz, di«S Rodin una mirada oblicua y
penetrante á Mr. Hardy, y viendo la im-
presión que le producia, continuó ;
— No obstaute, Â veces, pensando en
231
el peligro que corria su querida , si llega-
ban á descubrir sus relaciones, queriaMr.
de Rancey romper aquellos nudos tan que-
ridos; pero la joven embriagada de amor,
echaba los brazos al cuello de su amante
y le amenazaba con el leoguage masapa-
sionado, que lo revelarla todo, que lo ar-
rostraría todo, si pensaba aun en aban-
donarla.... era demasiado débil y estaba
demasiado enamorado para resistir á las
súplicas de su querida cedía Mr. de
Rancey, y abandonándose ambos al tur-
rente de delicias que los arrastraba, em-
briagados de amor, olvidaban al mundo
entero y aun á Dios mismo.
Mr. Hardy escuchaba con ansia febril
y devoradora á Rodin. El empeño que
ponia el jesuíta en pintar en todos sus
pormenores y de un modo casi sensual,
aquel amor ardiente y oculto^ avivaba ca-
da vez mas los ardientes recuerdos del alma
de Mr. Hardy, anegados hasta entonces
en las lágrimas: á la calma benéfica en
que hablan dejado á Mr. Hardy las sua-
ves palabras del abate Gabriel, sucedía
una reacción sorda , profunda , que com^
binada con la reacción de los acoDteci-
mientos de aquel dia , comenzaba á pro-
ducir en su espíritu una perturbación es-
traordinaria.
Habiendo conseguido Rodin lo que se
propoma , continuó del modo siguiente :
— Llegó al tin el dia fatal: obligado Mr*
de Rancey, á incorporarse en el ejército
que iba á entrar en campaña, se separó
de la joven; perocoacluyóse pronto la cam-
paña y volvió el caballero mas enamora-
do que nunca. Habia escrito secretamente
que llegaría casi al mismo tiempo que su
carta. Llega en efecto; era de norlu': su-
be según costumbre por la'escalera secre-
ta que vá al cuarto de su qoirida, entra
palpitándole el corazón de deseo y de es-
poranra.t.. su querida.... haba muerto
la inafuna misma de aquel día.
50"
232 ALBLH
— ¡ Ail ! esclamó Mr. Hardy , cubrién-
dose la cara coq las dos niaiius, lleno do
terrer.
— Estaba muerta, continuó Uodio, ar-
dían dos velas junto á su lecho fúiiLbre.
No cree iMr. de Kaneey , ni quiere creer
que está oiuerta: se pone de rodillas jun-
to á It cama : en su delirio toma aquella
cabeza joven tan hermosa , tan querida,
tan adorada para cabrilla de besos... se-
párase la cabeza del cuirpo y se le
queda en las manos.... Si. añadió Rodio,
■viendo que retrocedía Mr. Hardy desco-
lorido y mudo de terror.... si; liabia su-
cumbido la joven á una enfermedad tan
rápida, tan eslraordinaria que no habia
podido recibir los últimos sacramentos.
Después de muerta, los midióos, para
tratar de descubrir la causa de aquel mal
desconocido, habían despedazado aquel
hermoso cuerpo....
Cuando llegaba á aquel punto la nar-
ración de Rodin , comenzaba á concluir
el día; no había en aquel cuarto silencio
so mas que una débil luz crepuscular, en
medio de la cual aparecía vagamente la
siniestra y pálida Ggura de Rodin , ve^t¡-
do con su larga bata negra; parecía que
centelleaban sus ojos con un fuego diabó-
lico.
Conmovido Mr. Hardy por las violen-
tas emociones que le causaba aqueHk nar
ración, aquella mezcla estraña de muerte,
de delirio, de amor y de horror, se que-
daba aterrado, inmóvil, escuchando las
palabras de Rodin con una curiosidad in-
decible á la que se agregaban una grande
angustia y un gran terror.
— ¿Qué liizü entonces Mr. de Rancey?
preguntó al fin ion voz alterada, enju-
gando su frente innundada de un sudor
frío.
— ¿Pasó dos días enteros en un delirio
insensato, dijo continuando Rodin; des-
pués renunció al mundo y se encerró en
una soledad impenetrable... Fueron "hor-
rorosos los primeros tiempos de su re-
tiro en su desesperación daba gritos
de dolor y de rabia que se oian de lejos. .>
dos veces se quiso matar por libertarse de
visíoius espantos.is
— ¿Tenia visiones? dijo Mr. Hardy re-
doblando su curiosidad y su angustia.
— Sí, respondió Rodin con voz solem-
ne; tenia vl^iones espantosa»... ^Aquella
joven que liabia muerto por él en estado
cié pecado mortal, la veia sumergida ♦'n
las llamas eternas! En su hermoso rostro
de^figuradopor los tormentos del infierno,
se notaba la risa de los condenados
Rechinábanle de rabia los dientes, y se
retorcía los brazos de desesperación
Lloraba gotas de sangre, y con voz ago-
nizante y vengadora , gritaba á su seduc-
tor ¡Maldito seas tú que me has per-
dido!... n)aldito!... maldito!...
Al pronunciar estas tres palabras, dio
tres pasos Rodin hacia Mr. Hardy acom-
pañando cada paso con u(\ gesto amena-
zador.
Si no se ha olvidado el estado de debí
lídad, de turbación y de espanto, en que
estaba el espíritu de Mr. Hardy ; >i se ad-
vierte que el jesuíta acababa de mover y
agitar en c! fondo del alma de aquel in
feliz todos los fermentos sensuales y espi-
rituales de un amor entibiado por las lá-
grimas, pero no apagado; si se piensa en
fin que Mr. Hardy se echaba también en
cara el haber seducido á una muger, á
quien el olvido de sus deberé» podía, se-
gún la religion de los católicos, llevar á
las llamas del fuego eterno, se compren-
derá el efecto aterrador de aquella fantas-
magoría evocada en a(]uella soledad silen-
ciosa, al caer del día, por aquel sacer-
dote con su cara siniestra.
Así es que produjo en Mr. Hardy un
efecto inmediato, profundo y tanto mas
peligroso , cuanto el jesuíta no hacia mas
<qnp dpsarrolíar, pprn baji ofro punto de
«vista, las ideas del abate Gabriel.
¿No habla convencido el jjven sacor-
dote á Mr. H^rdy que no hay cosa mas
suave, mas inefable que el pedir á Dios
perdón para los que nos han hecho mal,
ó los que liemos extraviado?... Pues quien
dice perdón , dice castigo , y ese castigo
es el que Rodin so esforzaba en pintar á
s-u víctima con tnn terribles colores.
Mr. Hardy con las manos unidas, y los
ojos fijos y dilatados por el espanto, es-
tremeciéndose de los pies á la cabeza, pa-
recía que e'^cuchaba aun á Rodin, aun-
que habia cesado este de hablar y re-
petía magni almenle; ¡Maldito !... ¡Mal-
dito I... ¡Maldito!...
Y después esclamó de repente como si
hubiese desvariado ;
— Yo tgnibien..... seré maldito. Esa
muger á quien he hecho olvidar deberes
sagradosálos ojos de los hombres, á quien
he hecho mortalmente culpable á los ojos
de Dios..... esa muger, sumida también
un dia en medio délas llamas eternas... .
con los brazus retorcidos por la desespe-
ración llorando gotas de ¿angre
me gritará del fondo del abism(>.... ¡Mal-
dito!... ¡Maldito!... ¡Maldito!... Algún
dia, anadió redoblando cada vez su ter-
^'^^ y ¿y quién sabe? acaso en esta misma
hora me está maldiciendo porque
ese viage á üilramar si le ha sido fa-
tal si un naufragio ¡Oh Dios mió!
también ella ha muerto muerto
en pecado mortal... condenada para siem-
pre ¡Oh, misericordia. Dios mió!...
misericordia para ella agoviadnie con
vuestra cólera pero tened misericor-
dia de ella yo solo soy culpable.
Y el infeliz casi delirando, cayó de ro-
dillas con las mano^ juntas.
— Caballero, dijo Rodin con voz afec-
tuosa y penetrada, apresurándose á le-
vantarle; mi querido caballero, mi que-
rido amigo calmaos, tranquilizaos....
233
no me podría consolar de fiaberos desps-
perad<J I-^yl es muy diferente mi in-
tención.
— ¡Maldito!.... ¡Maldito!..., siempre
me maldecirá ¡Ella que tanto he que-
rido!... ¡consumida porel fuegoetcrno!...
murmuraba Mr. Hardy, sin oir según pa-
recía á Rodin.
— Pero, mi querido caballero, tened
la bondad de escucharme; os lo suplico,
decía este; dejadme concluir esta pará-
bola , y entonces os parecerá tan consola-
dora como ahora os parece espantosa
Kn nombre del cielo recordad las adora-
bles palabras de nuestro angelical abale
Gabriel sobre la dulzura de la oración....
Al dulce nombre de Gabriel Mr. Hardy
volvió en sí, y dijo con'^ternado :
— ¡Ah ! sus palabras eran dulces y be-
néficas... ¿dónde están ahora? ¡Oh! por
piedad repetídmelas, aquellas santas pa-
labras.
— Nuestro angelical abate Gabriel, con-
tinuó diciendo Rodin, hablaba de la dul-
zura de la oración
— Sí, sí la oración
— ¡Pues bien, querido señor mió! es-
cuchadme y veréis que la oración es la
que salvó á Mr. de RanC'y la que ha
hecho de él un santo. Sí, aíjiiellos tor-
mentos horrorosos (jue os acabt) de
pintar aquellas visiones amenazado-
r.is la oración es la que las ha con-
jurado ia que las iia cambiado en de-
licias celestiales.
— Por Dios, caballiro, dijo Mr. Early
con voz abatida: habladme de Gabriel....
habladme del cielo... ¡oh! perojam.ísde
esas llamas... de ese infierno en donde las
m ugeres culpables lloran gotas de sangre...
— No, no: dijo Rodin, y así como an-
tes en la pintura del infierno habia sido
su acento duro y amenrzador, así mismo
se hizo tierno y caluroso al pronunciarlas
palabras siguientes : No : fuera esas imá-
ÁLBUM.
genes de desesperación... porque, ya os lo
ht' dicho, después de haber padecido tor-
mentos infernales, gracias á la oración,
como os decia el abate Gabriel, Mr. de
Hancey gozó de la« delicias del para so.
— ¿Lasdeliciasdel paraíso? repitió Mr.
Hardy escuchando con ansia.
— Un día en lo mas fuerte de su dolor,
un sacerdote... un buen sacerdote... un
abate (Gabriel... llegó á donde estaba Mr.
de Rancey. ¡Oh dicha!... ¡Oh providen-
cia I... En pocos dias inició á aquel infeliz
en los sacrosantos misterios de la ora-
ción de esa piadosa intercesión de la
criatura para con el Criador en favor de
un alma espuesta á la cólera celestial.
Entonces parece que se transforma Mr.
de Rancey se apaciguan sus dolores:
hace oración, y cuanto mas ora, mas au-
mentan su fervor y su esperanza. ..Siente
que le escucha Dios.... En lugar de olvi-
dar á aquella rouger tan querida.... pasa
las horas en pensar en ella rogando
por su salvación. Sí; encerrado y feliz en
el fondo de su oscura celda , á solas con
aquel recuerdo adorado , pasa los dias y
las noches orando por ella.... en un esta-
sis inefable, ardiente, casi diria... aífio-
roso.
Es imposible pintar el acento de aque-
lla energía casi sensual con que pronun-
ció Rjdin la palabra amoroso.
Estremecióse Mr. Hardy y sintió de los
pies á la cabeza un movimiento ardiente
á la vez y glacial: su debilitado espíritu
se dejó atraer por la idea ¡de ios funestos
«deleites del ascetismo, del estasis de aque-
lla catalépsis, muchas veces erótica, de las
âaut^s Teresas y otros santos y santas de
la misma especie.
Penetrando Kodin el pensamiento de
Mr. Hardy, continuó:
— ¡Oh I No se hubitíra coçtenlado Mr.
de Rancey cao esa or^cio/i vaga, distraí-
da, hecha por acá y por acullá en n^e-
dio de las agitaciones mundanas que la
absorven é impiden que llegue á los oídos
del Señor.... No... no.... ¡aun en lo mas
profundo de su soledad, busca medios pa-
ra que sefl su oración aun mas eficaz,
por(|Utí desea ardientemente la salvación de
aquella querida de la otra vida !
— ¿Pues qué hizo?... jOhl ¿Pues qué
hizo en la soledad? esclamó Mr. Hardy ,
entregado desde entonces siii defensa á las
obsesiones del jesuíta.
— Kn primer lugar, dijo Rodin acen-
tuando lentamente las palabras, se hizo»..
fraile.
— 1 Fraile! repitió Mr. Hardy cou
aire pensativo.
— Sí, replicó Rodin; se hizo fraile, por-
que de ese modo seria su oración mejor
acogida en el cielo... y á mas... como en
medio de la soledad mas profunda está su
alma muy á menudo distraída por la ma-
teria, ayuna, se mortifica, se doma, ma-
cera cuanto tiene de carnal, para hacerse
lodo espíritu y para que salga de su pecho
la oración brillante, pura como una lla-
ma , y suba hacia el Señor como el aro-
ma del incienso.
— ¡Oh, que sueiïo tan embriagador !...
esclamó Mr. Hardyj, cada vez mas sub-
yugado: para orar con mas eficacia por
una muger adorada... hacerse espíritu...
aromas... luz...
— Sí, espíritu, aromn, luz: dijo Rodin
apoyando el acento en ;cada una de es-
tas tres palabras : pero no es un sueño.
¿Cuántos frailes hay, cuantos enclaustra»
dos, que como Mr. de Rancey, llegan á
fuerza de oraciones , de austeridades y
de maceracionesá un óstasis divino 1 ¡Ah!
¡ Sí conocieseis los celestiales deleites de
esos estasis! Así, pues, á las visiones
terribles de iMr. de Rancey sucedieron vi-
siones encantadoras ¡Cuádtas veces
después de un dia de ayuno y una nocbe
empleada en orar y macerarse, caia este*
ALBDn.
235
miado, desmayado en las piedras de su | como la gloria, inmenso coreo la eterui-
celda !.... Entonces ;ai anonadamiento dt
la materia sucedía la exaltación de los es-
píritus Un bienestar indecible se a[)n.
deraba de todos sus sentidos... llegaban á
sus oídos divinos conciertos que Iüs delei-
taban... una luz dulce y deslumbradora á
ía vez, luz que no es de este mundo, pe-
netraba por entre sus parpados medio
abiertos, y después a las vibraciones ar-
moniosas de las harpas de oro de los se-
rafines, en medio de¡ una auréola de luz,
mil veces jnas brillante que el sol, veía
aparecer la imagen de aquella muger ado-
rada...
— ¡ A'iuella muger, á quien con sus
oraciones liabia sacado al fin de las llamas
eternas! dijo Mr. Hardy, palpitándole ei
corazón y la voz.
— Sí, elia misma: respondió Rodincon
una elocuencia verdadera y suave, porque
aquel monstruo habhíba todos los lengua-
jes: .y entonces, gracias á las oraciones
del amante, que habia escuchado el Se-
ñor, aquella muger no lloraba ya gotas
de sangre... no se retorcía ya los brazos
en medio de las contorsiones infernales.
No, no siempre hermosa... ¡Oh ! mil
veces mas hermosa que cuando'éstaba en
la tierra... hermosa con la bpiieza eterna
de los ángeles... sonreía con 'ifn,ar,dor ine-
fable, y despidiendo sus ojos rayos de una
llama húmeda, le decia con voz tierna y
apasionada :
«Gloria al Señor, gloria á tí, ó aman-
te rpio querido... tus inefables oraciones,
tus austeridades me han salvado.... el se
ñor mo ha colocado entre -sus escogidos...
gloria á tí, amanta mió querido ... Krn-
briagada de felicidad se iticlinaha enton
ees, y l'H'sba con sus labios perfun'ados
de inmortalidad los labios del religioso....
y pronto se exhalaba su alma en un be^o
dad. (1).
— ¡Ohl esclamó Mr. Hardy, completa-
mente estravisdo ya, ¡oh! ven^a una vida
entera de oraciones, de ayunos, de tor-
mentos... por un solo momento como ese
con la que estoy llorando con la que
acaso he condenado...
— Qué decís de U7i so!o momento como
ese, esclamó Kodin, cubierto el cráneo
amarillo de sudor como el de un magne-
tizador, tomándole la mano á Mr. Hardy
para hablarle de cerca, como si liutiiese
querido soplarle el delirio ardiente en que
trataba de sumirle: no una sola vez en su
vida religiosa... sino cada día Mr. deRan-
cey arrebatado del estasis de un divino as-
cetismo, gozaba esos deleites profundos,
inefables, inauditos, sobrehumanos, que
son, comparados con los deleites terres-
tres... lo que es la eternidad á la vida hu-
mana.
Viendo á Mr. Hardy en elpuotoenque
le quería poner, y como habia cerrado ya
la noche, tosió dos ó tres veces el reveren-
do padre de un modo significativo, miran-
do hacia la puerta. En aquel mismo ins-
tante Mr. Hardy, delirando completamen-
te, esclamó con voz deprecatoria, iosen-
sata.
— Una celda... una tumba... y el esta-
sis en eila...
Abrióse la puerta del cuarto y entró el
padre d'Aigrigny con una maleta bajo del
brazo.
Seguíale
mano.
un criado con una luz eo la
(1) ln)po^il)ie nos seria el ciiar para
jiiviilicar ht que aquí decimos, aM«(»6r/en-
ií/i>i'a.< con u» ¡JOCO de gasa , 'as elactibracio'
(/!?>• lie sor Tire>a Con ocasinn de s'm amor
'■esidlico ]>or Crí^iO. fesas eníeinn tildes no
e piiedei) desi ribir snio en el diccionario
de deleite, ardiente como el amor, ca^lo tle ci.i.r.as médicas ó eo.el c^Mí-endw:».
60
236
4LBCH,
Unos diez (nínutc^ después de aquella
escena una docena de hombres robustos,
de fisonomía franca y sencilla, guiados por
Agricol, entraron en la calle de Vaugirard,
y se dirigieron alegremente hacia la casa
de los reverendos padres jesuítas.
Era una diputación de los antiguos
obreros de Mr. Hardy quoiban á buscarle
y ¿ darle gracias de la determinación que
habia tomado de volver á vivir en medio
de ellos.
Agricol iba i su frente. De repente vio
de lejos salir un coche de la casa de reti-
ro: ios caballos puestos ya en movimiento
y vivamente escitados con el látigo, llega-
ban á trote apresurado.
Sea casualidad ó instinto, cuanto mas
se acercaba afjuel coche al grupo en que
estaba Agricol, tanto mas se le comprimía
á éste el corozon...
Fué tan viva aquella impresión que
pronto se mudó en una previsión terrible
y al instante en que iba á pasar aquel co-
che, cuyas corlinasestaban todas cerradas,
obedeciendo á un presentimiento insupe-
rable, se arrojó á la rienda de loscaballos,
gritando:
— j Amigos... ayuda !
— Poslillon... diez doblones.... á galo-
pe... escáchalo bajo las ruedas, gritó de-
trás de las cortinas ia voz militar del padre
d'Aigrigny.
Estaba entonces el cólera en todo su vi-
gor; el postil'on habia oido hablar de ase-
sinatos de envenenadores, y muy asusta-
do de la brusca agresión de Agricol le dio
en la cabeza un golpazo con el mango del
látigo, y cayó á tierra aturdido el herrero;
metiéndole entonces la espuela hasta el
talon á su caballo, y dando vigorosos lati-
gazos á los otros, partieron los tres caba-
llos á carrera tendida; desapareció rápida-
mente el coche, mientras los compaíloros
de Agricol que no habían compiendido ni
su acción ni lo que les decia , se esmera
ban al rededor suyo y trataban de haceríe
volver en sí.
XIV.
LOS RECIERDOS.
Sucedieron varios acontecimientos al-
gunos días después de aquella tarde fu-
nesta, en que Mr. Uardy, fascinado, es-
traviado hasta la locura por la deplorable
exaltación mí>tica que habia conseguido
inspirarle Hodin, habia suplicado, cruzan-
do los brazos, al padre d\-\igrigny que le
llevase lejos de París, á alguna soledad
profunda para poder entregarse en ella
lejos dfl mundo á una vida de oraciones y
de austeridades ascéticas.
Desde que vino á París, vivia el rr.aris-
cal Simon con sus dos hijas en una casa si-
tuada en la calle de Trois- frères.
Antes de introducir al lector en aquella
modesta habitación, es necesario recordar
sumariamente á su memoria algunos he-
chos anteriores.
£1 dia mismo del incendio de la fábrica
de Mr. Uardy habia ido el mariscal Simon
á consultará su padre en un asunto de mu-
cha importancia y gravedad, y á confiarle
las tristes aprensiones que le causaba la
tristeza, cada día mayor, de sus hijas,
tristeza cuya causa le era imposible pene
trar.
No se ha olvidado que el mariscal Si-
mon profesaba un culto religioso á la me-
moria del emperador; no tenia límites su
reconocimiento para con aquel héroe; era
ciego su acendrado cariño; pero estribaba
su entusiasmo en la razón, y era su afec-
to tan profundo como la amistad mas sin-
cera y mas apnsionada.
No es eso todo.
Uo dia el emperador, en una «fusion de
regocijo y de ternura paternal, llevando
al mariscal junto á la cuna del rey de Ro-
ma que estaba durmiendo, le dijo, mos-
trando orgullosamente á su admiración la
dulce beldad de aquel Diño :
ALBVII.
-—1 Amigo miol ¡ Amigo vîtjo,! júrame
«que te saüriíicará» al hijo como le has sa
crificado al padre.
El mariscal Simon hizo aquel juramen-
to y lo cumplió.
Mientras duró la restauración, al fren-
te de una conspiración militar que se tra-
maba en nombre de Napoleón II, habia
tratado, pero en vano, de apoderarse de
un regimiento de caballería que mandaba
«ntonces el marqués dWigrigny: vendido,
denunciado), el mariscal , después de ha-
berse batido en un desafio encarnizada-
mente con el futuro jesuila, consiguió re-
fugiarse en Polonia y libertarse por «se
medio de la pena capital á que le conde-
naron.
Inútil es recordar los acontecimientos
■que llevaron al mariscal desde la Polonia
ó la India, y el trajeron después á Paris
cuando estalló la revolución de julio , en
cuya época varios de sus amigos solicita-
ron, sin que lo supiese é) , y consiguieron
la confirmación del título y del grado que
le habia concedido el emperador en el
campo de batalla de Waterloo.
Cuando volvió á Paris el mariscal Si-
mon, á pesar del placer que disfrutaba en
abrazar al fin á sus hijas después de un
destierro tan largo, recibió un golpe pro-
fundo al saber la muerte de s¡i muger
que adoraba , porque conservó hasta el
último instante la esperanza de verla en
Paris; fué horroroso su desengaño, y su
dolor muy cruel, aimque le ofrecía muy
dulce consuelo la ternura de sus hijas.
Pronto se vio aíligida su existencia con
el fermento de turbación , de discordia y
de agitación que introdujeron eo ella las
intrigas de Rodin.
Gracias á las secretas maniobras del
reverendo padre en las cortes de Viena y
de Roma, un emisario capaz de inspirar
toda confianza á causa de sus anteceden-
tes, apoyándose ademas sus palabras y
S37
sus protestas con testimonios, con prue-
bas, con hechos irrecusables, se presentó
al mariscal Simon, y le dijo:
« El hijo del emperador se muere, víc-
« tima deJ terror que inspira á la Europa
« el nombre de Napoleón.
« Vos, mariscal Simon; vos, uno de
« los amigos mas fieles del emperador,
K VOS podéis sacar á aquel desgraciadi
« príncipe de la lenta agonía que le de-
« vora,
« La correspondencia que os presento
«prueba que se podrán entablaren Viena
« segura y secretamente inteligencias con
« una de las personas mas influyentes
« que están junto al rey de Roma , y es-
« ta persona está dispuesta á facilitar la
« evasión del príncipe.
« Es por consiguiente posible, si se ha-
c; una tentativa injprevista , atrevida, ar-
« rebatarle Napoleón II á la Austria , que
«le está dt'JMido perecer en una atmós-
« fera mortal para él.
« Es temeraria la empresa , pero prê-
te senta probabilidades de salir bien, que
«nadie puede afianzar como vos, maris-
«cal Simon, porque vuestro rendido afec-
« to al emperador es conocido, y se sabe
«también con qué audacia aventurosa
«conspirasteis en 1815, en nombre de
« Napoleón II.
Era entonces público y notorio en Fran-
cia el estado de languidez y de menoscabo
en que se hallaba la salud del rey de Ro-
ma : y aun se aseguraba (]ue el hijo de
Napoleón recibía su educación de algunos
sacerdotes qne le ocultaban con el mayor
esmero la gloría y la reputación de su
padre, y hacían diariamente esfuerzos
para comprimir y apagar los instintos va-
lientes y generosos que manifestaba aquel
niño: las almas mas frías se conmovían
entonces y se enternecían oyendo la his-
toria de aquella existencia patética y fa-
Ual.
288
*'.8Ü1I.
Recordando el carácter heroico y la
lealtad cab-illeresca del mari!>cal Simon,
admitiendo el culto apasionado que tenia
al emperador, fácilmente so concibe que
se debia interesar el padrode llosa y Blan-
ca con mayor ardor que nadie en la suer-
te del príncipe, y que, si se presentase la
ocasión, se habria de creer el mariscal
obligado á no limitarse ¿ sentimientos es-
tériles.
En cuanto á la realidad de la corres-
pondencia que presentaba al mariscal el
emisario de Uodin, habiéndola sometido
indirectamente á una prueba contradic-
toria, gracias á uno de sus antiguos com-
pañeros dde armas, que habia estado mu-
cho tiempo de misión en Viena, resultó
de la investigación que se hizo con tanta
prudencia como destreza para que no pu-
diese traslucirse cosa ninguna , que podia
el mariscal dar oidos seriamente alas pro-
puestas que se le harian.
Desde entonces puso aquella propuesta
al padre de Rosa y Blanca en una per-
plejidad cruel, porque para hacer una ten-
tativa tan atrevida, tan peligrosa, le era
necesario abandonar de nuevoásus hijas;
si, al contrario, espantado de esa separa-
ción , renunciaba á hacer una tentativa
para salvar al rey de Roma, cuyadoloro-
sa agonia era real y conocida de lodos, se
consideraba el mariscal como perjuro á
la promesa que había hecho al empera-
dor.
Para poner un término á aquellas pe-
nosas dudas, el mariscal Simon lleno de
confianza en la ínflexijjle rectitud del jui-
cio de su padre, fué á pedirle consejo:
desgraciadamente el antiguo artesano re-
publicano, herido mortalmente mientras
atacaban la fabrica de Mr. Hardy, pero
preocupado aun en sus últimos momen-
tos de las graves cotifidencias que le ha-
bia hecho su hijo, espiro dicióndole:
«Hijo mió: tienes que cumplir una
« grande obligación , so pena de no obrar
«como hombre de honor, so pena de de-
«sobedecerámi última voluntad, debes...
« sin titubear.... »
Poro por una deplorable fatalidad, las
últimas palabras que pronuniio el ancia-
no artt;>ano para completar su pensa-
miento, las pronunció con voz tan apaga-
da y tan débil, que fueron completamen-
te iniíileiígibles, y murió dejando al ma-
riscal en una ansiedad tanto ma>runeÑta,
cuanto que uno de los únicos partidos
que podía tomar , lo condenaba foruial-
mente su padre, en cuyo juicio tenia él
la confianza mas absoluta y mas merecida.
Kn una palabra, se martirizaba el pen-
samiento eníndagarsi su padre habia que-
rido aconsejarle en nombre del honor y
del deber el no abandonar á sus hijas y el
renunciar á una empresa demasiado pe-
ligrosa; ó sí, al contrario, le habia que-
rido aconsejar que no vacilase un momen-
to en abandonar á sus hijas por algún
tiempo para cumplir con el juramento que
habia liecho al emperador, y que tratase
al menos de arrancar á Napoleón II de
una cautividad mortal.
Aquella perplegidad que hacian mas
cruel aun ciertas circunstancias que se co-
nocerán mas tarde: el profundo dolor que
habia causado al mariscal el fin trágico
de su padre, muerto en sus- brazos; el
recuerdo incesante y doloroso de su mu-
ger, que habia muerto eYi la tierra del
destierro;- el pesar que le cati-oba cada
dia la tristeza siempre creciente de sus
hijas, le habían dado golpes dolorosos y
repetidos al mariscal biinun : en fin, es
de añadir que, á pesar de su in,trep¡dez
natural , desplegada con tanto valor en
veinte afios de guerra , los estragos del
cólera , de aquella enfermedad terrible
que habia dado la muerte á su rauger en
la Siberia, causaban al mariscal un terror
involuntario: sí, aouel hombre de hierro
âMiLU
^ne en tantas batallas había arrostrado la
muerte con la mayor serenidad, sentiar á
veces debilitarse la firmeza ordinaria de
su carácter al ver las escenas de desola-
ción y de loto que presentaba París á cada
paso.
hin embargo, cuando reunió ila seño-
rita de Carduville al rededor suyo á todos
los miembros de su familia, para adver-
tirlos de las tramas de sus enemigos, la
afectuosa ternura que manifestó Adriana
á Rosa y á Blanca tuvo al parecer una
míluenda tan grande en su misteriosa
tristeza^ que el mariscal, olvidando por
un instante sus funestos pcnsamiento^í, no
pensó sino en gozar de aquella mudanza
feliz, pero desgraciadamente poco dura-
dera.
Alïora que se l'an recordado y espli-
ca^io al lector esos hechos, va el autor á
cotitinuar ia narra'cion suspendida.
XV.
JOCRISO(l).
Ya se ha dicho que vivía el mariscal
Simon en una casa modesta de la calle de
Ttoü frères; acababan de dar las dos de
la tarde en el reloj del cuarto particular
del mariscal, el cual cuartoestaba amue«
blado con una sencillez enteramente mi-
litar: veíase en lo interior de su alcoba
una panoplia compuesta de armas que
había usado el mariscal en sus campañas;
encima del escritorio enfrente de la alco-
ba an busto pequeño de Napoleón, único
■adorno dt» aquel cuarto.
El aire esterior estaba muy lejos de sor
templado, y como el mariscal, durante
su larga permanencia en Iâ6 iodías, se
habia hecho muy sensible al frió, ardía
■en la chimenea un fuego bastante consi-
<ierable. Abrióse una puerta encubierta
por la colgadura, la cual caía al paso de
«na escalera escusada , y entró un hom-
239
(!) Personaje grotesco y ridículo muy
popular en Francia.
bre que llevaba una canasta de leña, el
cual se acercó lentamente hasta cerca de
la chim-^nea y sepu>o de rodillas comen-
zando á poner simétricamente los leñazos
en una caja colocada junto al ho^ar: des-
pués de haber empleado en eso algunos
minutos, el dicho criado, siempre arro-
dillado, se acercó insensiblemente á otra
puerta que estaba junto á la chimenea, y
pareció que aplicaba eloido con una aten-
ción profunda, como si hubiese querido
tratar de oír si hablaban en el cuarto inme-
diato.
Ese hombre, empleado como criado
subalterno de aquella casa , tenia la traza
mas ridicula que se puede imagmar: con-
sistían sus ocupaciones eo llevar leña, ha-
cer recados, etc., etc.; por otra parte ,
servía de mofa y de escarnio á todos los
otros criados : eo un momento de buen
humor, Dagoberto, quien tenía poco mas
ó menos el empleo de mayordomo, leba-
bia dado á aquel tonta el sobrenombre de
Jocríso; do se le cayó el gpodo, que te-
nía muy bieo merecido, pítocicrto, y bien
aplicado por su desaliiío, ppr su majade-
ría y por suancba cara, coola nariz aplas-
tada grotescamente, la barba puntiaguda
y los ojos tontos y muy abiertos; añádase á
esas señas su vestido, qu« era una chaqueta
de sarjeta encarnada en la que brillaba el
triángulo de un delantal, y será menes-
ter convenir que le caia muy bien, al bo-
balote, el sobrenombre que le habían da-
do. Sin embargo , en el momento en que
Jocríso escuchaba con tanta atención lo
que podían. decir en el cuarto inmediato,
se animaron sus ojjs, ordinariamente va'
gos y estúpidos, cun una chispa de viva
inteligencia.
Después de haber eschuchado de aquel
modo por un momento en la puerta, vol-
vió Jucriso junto á la chimene.-), andando
siempre de rodillas; levantándose des-
pués, cojió la canasta en la cual quedaba
62
340 ALBiJia
aun la. mitad pocü mas ó meDOS do !<i le-
ña, volvió de nuevo á la puerta, y dio un
golpecíto discreto para llamar.
No respondió nadie. •
Dio otro golpe un poco mas fuerte que
el primero.
Igual silencio.
Entonces, con voz roerá, acre, clii-
llona y grotesca en esceso, gritó :
— ¡Señoritas! ¿tencii necesidad de le-
ña en vuestro cuarto? tened la bondad de
decírmelo.
Como no recibía respuejta ninguna ,
puso Jocri>o en tierra su canasta, al)riú
con tiento la puerta y entró en el cuarta
inmediato, después de haber dado una
ojeada rápida , y salió al cabo de algunos
sesuodos, mirando á un lado y después á
otro con mur;ha ansiedad, como si acaba-
se de cumplir algún encargo importante
y misterioso.
Volviendo entonces á cojer la canasta,
iba á salir del luarto del mariscal Simon,
cuando se abrió de nuevo y con precau-
ción la puerta de la escalera escusada y
entró Dagoberto.
Sorprendió indudablemente al soldado
la presencia de Jocriso, arqueó las cejas,
y le dijo bruscamente :
— iQué haces aqui?
A esta súbita interpelación, acompa-
ñada de un gruñido de malhumor deQui
tasolaces, que venia siguiendo los pasos
de su amo, dio Jocriso un grito de espan
to verdadero ó Hngido; suponiendo este
último caso, para dar mayor verosimili-
tud á su emoción, el supuesto tonto dejó
caer en el entarimado su canasta medio
llena de leña , como si se le hubiesen ar-
rancado de las maoos la admiración y el
miedo.
— ¿Qué haces aqui.... imbécil? replicó
Dagoberto, cuya Gsonomía estaba enton-
ces muy triste y él muy poco dispuesto,
según parecía, á reírse de la poltronería
4e Jocriso.
— ¡Ahí ¡señor Dagoberto T.... ¡q«6
miedo!.... ¡Dios mió!.... ¡Qué lástima
({ue no haya tenido en las manos algunas
docenas de platos, cuando habéis entrado,
para probar que no era por culpa mía si
rompia ...
— Te pregunto que es lo •que haces
aquí.... replicó Dagoberto.
— l*(!?s ya lo estais viendo,, señor Da-
goberto, respondió Jocriso «nseñando la
canasta, acabo de traer leña al cuarto del
Señor duque, p-.ra que la queme si tiene
frío.... pofíjue haí-e frío.,..
— Está bien; recoje la canasta y saltle
aqui.
— ¡.\h, señor Dagoberto! aun tengo
las piernas trastornadas. ¡Que miedo!...
¡que miedo!... ¡que miedo!.,.
— ¿Saldrás de aquí? replicó el vete-
rano.
Y cojiendo por el brazo á Jocriso, lo
empujó hacia la puerta, mientras Quila-
solaces, abatiendo sus orejas puntiagudas
y herizándose como un puerco espjn, pa-
recía dispuesta á acelerar la retirada de
Jocriso.
— Ya voy, señor Dagoberto, ya voy,
dijo el tonto, recogiendo la leña y la ca-
nasta ; decid solamente à Quítasoiaces
que...
— ¡Ojalá te lleve el demonio, hablador
imbécil! dijo Dagoberto echándole fuera
del cuarto.
Entonces Dagoberto pasó el cerrojo á
la puerta de la escalera escusadf, fue des-
pués á la que comunicaba con el cuarto de
las dos hermanas, y dio vuelta á la llave
en la cerraja.
Hecho esto, el soldado pasó rápidamen-
te á lo interior de la alcuba , desenganchó
un par de pistolas caigadas, pero no pre-
paradas, quitó con mucho cuidado lascáp»-
sulas del piston , y sin poder contener urt
profundo suspiro, volvió aponer las armas^
en el sitio eo que estaban antes : iba ya á
•salir de ta álooba , rnaiido por rtflecsion
tomó tambifn en la panoplia un cangiar
indiano, con hoja muy puntiaguda, la sa-
có de la vaina de piata sobredorada y des-
puntó aquella arma mortal, introducién-
dola bajo una de las ruedas de hierro que
sostenian la cama.
Fué en seguida Dagoberto á abrrr las
dos puertas, y volvió después^ la cliime-
ves, en cuyo mármol apoyó los codos con
aire triste y pensativo. Quifasolaces, aga-
zapado junto al hogar, seguia con susmi-
Tadas hasta los mas pequeños movimien
los de su amo: y aun dio Síiuel digno perro
una prueba de su perspicacia rara y aten-
ta, pues, habiendo el ¡soldado sacado el
pañuelo del bolsillo, y habiendo dejado
caer sin advertirlo un papel con un peque
ño r«llo de tabaco para mascar, Quitaso
Uces, que lo recojia'todo como un rttriver
'deRulland,cojió el papel entre losdientes,
y poniéndose en pió, sosteniéndose con las
patas posteriores, lo presentó respetuosa-
mente á Dagoberto; pero éste recibió ma-
quinalmente el papel, y pareció iudilerente
á la destreza de su perro,
Manifestaba la fisonomía del antiguo
granadero de á caballo tanta tristeza co-
mo ansiedad. Después de haber estado du
raote algunos minutos de pié junto á la
chimenea, con los ojos fijos y meditabun-
dos, comenzó á pasearse con agitación alo
largo y á lo ancho del cuarto, teniendo
una mano en el pecho entre las solapas de
au larga levita azul abotonada hasta el
cuello, y la otra meti(ja en unodelosboU
sillos traseros.
De tiempo en tiempo se detenia brus-
camente Dagoberto, y respondiendo en
Vüi alta á sus pensamientos tiernos , se
dejaba escapar por acá y por acullá algu-
nas esclamaciones de duda y de inquietud;
volviéndose después hacia el trofeo de ar-
mas meneaba tristemente la cabeza, y de-
cía:
211
— Si , será menesler gae me lo diga.,.,
me inquieta demasiado.... ¡y esas pobres
niñas! ¡ Ah I Se le parte á uno ti cora-
zón.
Y frotaba con viveza Dagoberto su bi-
gote con el dedo ííidice y el pulgar, mo-
vimiento casi convulsivo y síntoma evi-
dente en él de una grande agitación.
Algunos mimitos después comenzó de
nuevo á hablar el soldado, respondiendo
siempre á sus pensamientos internos.
— ¿Qué puede ser eso?... No son osas
cartas ] Es cosa demasiado infame...,
las desprecia... y sin embargo... pero no,
no... es superior á todo eso.
Y comenzaba de nuevo á pasearse Da-
goberto precipitando el paso.
De repente Quitasolaces levantó las ore-
jas, volvió la cabeza liácia la puerta do
la escalera escusada y dio un gruñido
sordo.
Pocos instantes después llamaron á aque-
lia puerta.
— ¿Quién eftá ahí? dijo Dagoberto.
No respondieron, pero llamaron otra
vez.
Impacientóse el soldado y fué rápida-
mente á abrir, encontrándoseentonces con
la cara estúpida de Jocriso.
— ¿Porqué no me respondes cuando
pregunto quién llama? dijo el soldado irri-
tado.
— Señor Dagoberto, como hace poco me
habéis hecho salir de aquí, no decia quien
era por medio de enfadaros diciendo que
era yo.
— ¿Qué quieres pues? habla. Pt^ro en-
tra animal, esclamó Dagoberto eias-
pcrado, entrando en el cuarto á Jocriso
que se quedaba siempre en el umbral de
la puerta.
— ¡Señor Dagoberto I aqui estoy
aqui estoy al instante.... no os enfadéis...
os voy á decir es un joven
— ¿Y qué mas?
212 ALBrn
— Dice que quiere hablaros inmediata-
mente, 8<»ru)r Dagobertu.
— ¿(]ómo se llania?
— ¿Cómo se llama? repitió Jocriso ba-
Idnceandose y burlándose con aire tonto.
— Sí; cómo se llama, majadero. ^Ha-
blarás?
— ¡Ali! Bnetio está eso señor Da-
goberto. Es de chanza el preguntarme
como se llama.
— ¡Miserable! ¿has hecho juramento
de hacerme salir de mis casillas? esclamó
el soldado agarrando á Jocriso por el eue
ilo: dime c< mo se llama ese joven.
— iícñor Dapoberto, no os enfadéis, y
tened la bondad de escucharme, pero es
inútil el deciros como se llama ese jóveo.
puesto que lo sabéis.
— ¡Oiil i Bruto! i Bruto aforrado de
bruto! dijo Ddgoberto apretando los puños.
— Pues sí; lo sabéis, señor Üagoberto,
puesto que ese ji>ven es vuestro hijo
vsli ah'íjo y quiere hablaros inmediata-
mecite inmediatamente.
Kepre^entaba Jocriso la estupidez con
tanta perfección, que se dejó engañar Da-
goberto; compadecido mas bien que irri-
tado de tanta imbecilidad, miró fijamente
al criado, encogió después los hombros,
y se fué hacia la escalera, diciéndole:
— Sigúeme
Obedeció Jocriso; pero antes de cerrar
la puerta, echó la mano al bolsillo, sacó
misteriosamente una carta, que arrojó
hacía atrás sin volver la cabeza, y di-
ciendo al contrarioá Dagoberto, sin duda
para traer ocupada su imaginación:
— Vue>tro hijo está en el patio, señor
Dagoberto.... N » ha querido subir... por
eso ^e lia quedado abajo
Diciendo eso cerró la puerta Jocriso,
bien persuadido que estaba la carta muy
manifiesta encima del entarimado del cuar
to del mariscal Simon.
Pero Jocriso hacia sus cuentas sin Qui-
jasolaces.
Sea que mirase como mas prudente el
formar la retaguardia, sea por deferencia
re«>petuosa para con un bipède, el digno
perro no salió del cuarto sino el último»
y como traía muy bien á la mano (como
acababa do probarlo), viendo la carta que
acababa de dejar caer Jocriso, la dejó de-
licadamente entre los dientes y salió del
cuarto sin que hubiese advertido este la
prueba de habilidad y de entendimiento
que daba Quitasolaces.
XVI.
LOS A>ÓNIMOS.
Luego diremos en que vino á parar la
carta que tenia entre dientes Quitasolaces,
y por que se separó éste de su amo cuan-
do corrió Dagoberto a ver á Agricol.
Algunos días hacia que no habia visto
Dagoberto á su hijo; le abrazó cordial-
mente y le llevó á una de las piezas del
piso llano que componían su aposento.
— ¿Y cómo está tu muger? dijo el sol-
dado á su hijo.
— Gracias, padre mió: está muy bien.
Notando entonces la alteración de las
facciones de Agricol, le dijo Dagoberto.
— ¡Parece que estás triste! ¿Te ha su-
cedido algo desde la última vez que nos
hemos visto?
— Padre mío todo está concluido...
todo está perdido para nosotros dijo
el herrero desesperado.
— ¿De (ju én habláis?
— De iVlr. Hardy.
— ¿De Mr. Hardy? ¡Pues hace fres
dias me decías que habías de ir a verle I
— Sí, padre mío, le he visto, y mi
digno hermano (iabriel le ha visto tam-
bién.... y le ha habUdocoiuo habla él....
Con la voz del corazón ; asi es que le ha-
bia dado tanto aliento, tanto animo que
se habia decidido Mr. Hardy á venir i
vivir en atedio de nosotros; entonces yo,
loco de alegría , corrí á darles esa buena
noticia á algimus de mis camaradas que
iiLBCJH
me estaban esperando para saber ti re-
siiIta(^o de nuestra entrevista: volvimos
todos juntos para darle las gracias, y es-
tábamos apenas á cien pasos de la casa
de las túnicas negras
— ¿Las túnicas negras? dijo Dago-
berto tomando «n aire muy triste. Kn
ese caso ha debido haber alguna des-
gracia los conozco yo á esos vestidos
negros.
— No te equivocas, padre mió; respon-
dió Agricül suspirando; corria pues con
mis camaradas, cuando vi de lejos acer^
carse ifȒ coche: no se (|ue presentinuetito
me dijo que en él llevaban á Mr. Hardy.
— ¿Por fuerza? dijo con viveza Dago-
berto.
— No : respondió con amargura Agri-
col; no: son esos clérigos demasiado as-
tutos para eso saben siempre hacerle
á uno cómplice del mal que le hacen.....
¿no sabes cómo se condujeron con mi
buena madre?
— Si... digna muger... Otra pobre mos
ca que han cojido en sus telas de araña,. .
¿Pero ese coche de que me estás hablando?
— Viéndolo salir de la casa de los ves-
tidos negros, dijo Agricol continuando, se
comprimió mi corazón, y por un movi
miento que me dominó , me arrojé á la
brida de los caballos, llamando á mis ca-
maraiids á que me ayudasen; pero me dio
el postillón un porrazo con el mango del
látigo en la cabeza y me aturdí, me caí en
lierra... Guando volví en mi ya estaba lé
jos el coche.
— ¿Has recibido alguna herida? di
jo vivamente Dagoberto examinando con
mucho cuidado á su hijo.
— No. padre mió.,, un arañazo.
— ¿Y (|ue hicistes después, muchacho?
— (jorri inme.iiatamente á" casa del buen
ángel, á casa de la señorita de Cardoville
y se lo conté todo. « Es necesario, me dijo
«ella, seguir al instante las huellas de Mr.
24*
«Hardy : cojeréis uno de mis coches y lo-
« maréis caballos de posta. Os acompaña -
«rá Mr. Dupont, y seguiréis á Mr. Har-
«dy de posta en posta, y m llegáis á al-
«canzarlo, puede que vuestra presencia
« y vuestras súplicas consigan vencer la '
« funesta iníluencia que esos clérigos mal-
« vados han sabido imponerle. »
— Eso era lo mejor que se podia ha-
Ci'r tenia mucha razun esa digna se-
ñorita.
— Una hora después ya estábainos si-
guiendo las huellas de Mr. Hardy, porque
habíamos sabido por los postillones, cuan-
do volvían, que iba por el camino de Or-
léans; le seguimos hasta Etampes: allinos
dijeron que habia tomado un camino tras-
versal para ir á una casa aislada en un va-
lle á cuatro leguas de todo camino real;
que aquella casa, llamada el valle de
Saint- Heren, pertenece á los sacerdotes:
anadian que estaba la noche tan oscura y
los caminos tan malos que haríamos muy
bien en quedarnos aquella noche en la
posada y partir á la mañana siguiente.
Seguimos ese consejo y nos pusimos en
coche al amanecer el dia, dejando un cuar-
to de hora después el camino real y to-
mando un camino montuoso y desierto:
no se veian por todas partes sino rocas de
asperones y algunos álamos blancos. Cuan-
to mas íbamos adelantando, tanto mas
salvaje era el sitio: hubiéramos podido
creernos á cien leguas de distancia de Pa-
rís. Nos detenemos al íin delante de una
casa grande, vieja, negruíca, con «nuy po-
cas ventanas; construida al pié de una
montaña toda cubieria de esos asperones.
Jamas he visto cosa mas desierta ni mas
triste. Bajamos del coche, tiramos de la
campanilla v vino á abrirnos la puerta un
hoint)re. ¿Ha llegado esta nitche el abate
d'Aigrigny con un caballero? ilije á aquel
hombre liai-ienJo cotno que tenia conoci-
miento de todo eso: advertid al instante i
62**
244
ALBUl
ese caballero que vengo aqui por un ne-
gocio de mucha importancia y ien'^o que
hablarle inmedialamenlo. Creyendo aquel
hombre que estaba de acuerdocon el ala-
te d'Aigrigny, nos hizo entrar inmediata-
mente: al cabo ile un instante alire la
puerta el abate d'Aigri^ny, me ve , re-
trocede y desaparece; pero cinco minu-
tos después estaba en mi presertcia Mr.
Uardy.
— ¿Pues bien? dijo Dagoberto con inte-
rés.
Agricol sacudió tristemente la cabeza y
continuó:
— Asi que vi la fisonomía de Mr. Har-
dy, conocí que estaba todo concluido. Di-
rigiéndose á mi con voz dulce, pero firme
Mr. Hardy me dijo:
« Concibo y aun escuso el motivo que
«os trae aqui; pero estoy decidido á vivir
a de aqui en adelante en el retiro y en la
«oración; tomo esta resolución libre y es-
« ponláneameute porque p'enso en la sal-
« vaclon de mi alma: ademasdecidá vues-
« tros camaradas que, según las disposi-
« ciones que he do tomar, conservarán un
'.( buen recuerdo demi.
Iba yo entonces á hablar: pero me in-
terrumpió Mr. Hardy diciéndome: «Es
«inútil, amigo mió; es irrevocable mide-
^ terminación: no me escribáis, porque se
«quedarian vuestras cartas sin costesta-
«cion. En adelante la oración me absor-
« verá enteramente... perdonadme, si os
« dejo, pero me ha cansado el viaje :
«adiós... '^''■J '='
Y decía veVdad, porque estaba pálido
como un espectro, y aun tenia los ejo», si
DO me engaño, un poco estraviados, y
comparándolo con la víspera, apenas se le
podia conocer: la mano que nos dio al se-
pararnos estaba seca y ardiente. El padre
d'Aigrigny volvió á entrai. Padre mió, le
dijo Mr. Hardy , tendréis la bondad de
acompañar al sefior Agricol Baudoin. Di-
ciendo estas palabres, me despidió denn^
vo con un movimiento déla mano y entró
en el cuarto próximo. Estaba todo con-
cluido y le perdíamos nosotros parasiem^
pre.
— Si, dijo Dagoberto; esas túnicas ne-
gras le han embrujado como á otros mu*
cho'^.
— Entonces, continuó Agricol desespe*
rado, he vuelto aqui con Mr, Dupont»
EíO es lo que los clérigos han ci.n.-eguido
hacer de Mr. Hardy... de aquel honibfe
generoso que daba de comtr á cerca de
trescientos artesanos laboriosos, en f I or-
den y la felicidad, desarrollando su enten-
dimiento, mejorando su corazón, gran-
jeándose las bendiciones de todo aquel
pueblo para el cual era una Providencia. >.
En lugar de eso, Mr. Uardy está ahora
condenado á un vida contemplativa, sinies'
tra y estéril...
— ¡Malditas túnicas negras!... dijo Da-
goberto estremeciéndose sin poder o¿ul^
tar un espanto indefinible; cuanto mas
vivo... mas miedo tengo.... Ya has visto
lo que han hecho esas gentes con tu po-
bre madre Ya ves lo que acaban de
hacer con Mr. Hardy sabes sus intri-
gas contra mis dos pobres huérfanitas,
contra esa generosa señorita... j Oh ! son
muy poderosas esas gentes .Mas qui-
siera arrostrar un escuadrón de granade-
ros rusos que Una docena de esas sotanas.
Pero no hablemos mas de eso; otros mO'
tivos de tristeza y de temor.
Viendo después cuan sorprendido que-
daba Agricol, y no pudiendo contener su
emoción , el soldado se echó á los bra-
zos de su hijo, esclamando con voz opri-
mida :
— No puedo mas se me está reven-
tando el cora^pn : es necesario que ha-
b'e...y¿áquien me he de confiar sinoáií?
— Padre mió me espantáis; diji>
Agricol; que es lo que te sucede?
JÍI/BUM.
245
^^IWira, mira..... sino por lí, y por
•«sas dos pobres criaturas, veinte veces
me hubiera levantado ya la tapa do los
sesos antes de ver lo que estoy vien-
do y sobre todo de temer..... lo que
estoy temiendo
-^Pues que temes, padre mioí
— No sé lo que tiene el general hace
algunos dias; pero me espanta.
— Sin embargo las últimas conversa-
ciones con la señorita de Cardoville
^---Sí, estaba algo mejor..... con sus
buenas palabras aquella señorita habia
derramado como un balsamo en sus he-
ridas; la presencia del joven indio le ha-
bla distraido también..... No parecía ya
casi receloso, y comenzaban también sus
hijas á advertirlo Pero de pocos dias
á esta 4>arte.... No sé que demonio se ha
desencadenado contraía familia. Perdería
uno la cabeza..... En primer lugar estoy
seguro que las cartas anónimas que ha-
bian cesado han comenzado denutívo (1).
— ¿Qué carias, padre mió?
•^Las cartas anónimas.
''—Y esas cartas ¿con qué objeto?
—Ya sabes el odio que tenia anterior-
mente el mariical contra ese renegado>
«i padre d'Aigrigny, cuando supo que es-
taba aquí y que habia perseguido á las
dos líuerfonitas, como habia perseguido
(1) Sabido es cuan familares son á los
reverendos padres y á otros cingregantes
las denunciaciones, las amenazas y las ca
lumnias anónimas. El venerable cardenal
deLatourd'Auhergne se ha quijado poco
liá en ima carta que han publicado los
diarios de las maniobras indignas, de las
amenazas anónimas que se le han hecho
porque rehusaba el adherir sin examen á
la pastoral de Mr. de Bonald contra el
manual de Mr. Dupin, cuyo libfo, á pe-
sar de los esfuerzos del partioo clerical,
se conservará como un manual de razón,
de derecho y de independencia. Hemos
tenido á la vista las piezas de un pleito
á la madre hasta la muerte pero
que se habia hecho sacerdote: creí en-
tonces que el mariscal se volverla loco de
indignación y de furor Queria ir á
buscar á ese renegado Le calmé con
una sola palabra: «Es sacerdote; lo dij;^;
« por mas que hagáis, aunque lo injuriéis,
«aunque lo maltratéis, no se batirá. Ha
«comenzado sirviendo contra su pais, y
«concluirá siendo mal sacerdote; eso es
« muy sencillo, y no merece la pena ese
« hombre que se le escupa á la cara. Pero
« seria necesario que lo castigase yo del
« mal que ha hecho á mis hijas; que ven-
« gase la muerte de mi muger; esclamó
« el mariscal exasperado. Bien sabéis que,
«según dicen, hay tribunales que os pue-
«den vengar; le dije; la señorita de Car-
adoville ha presentado una queja contra
«el renegado por haber querido secues-
« trar á vuestras hijas en un convento. ..w
«Es necesario tascar el freno espe-
« rar »
— Sí, dijo tristemente Agricol; pero
faltan por desgracia las pruebas contra el
abate d'Aigrigoy..... El otro dia, cuando
me interrogó el abogado de la señorita do
Cardoville en punto á nuestro escala-*
miento del convento, me dijo que se ha-
llarianácada paso obstáculos por falta de
pruebas materiales, y que esos sacerdotes
liabian tomado medidas tan acertadas, que
por captación, pendiente actualmente ante
el consejo de Estado, entre las cuales se
hallan muchas cartas anónimas, escritas
al ancianoque querian captar los clérigos,
llenas sea de amenazas contra él, si no
desheredaba á sus sobrinos, sea de denun-
ciaciones abominables contra su honrada
familia. De los hechos mismos consignado^
en el proceso, resulta que esas cartas son
de dos frailes y una monja que no aban-
donaban al anciano en sus últimos mo-
mentos , los cuales han conseguido al Tin
despojar á la fa milia de mas de quinien-
tos mil francos.
2i6
4I.BÜB.
acaso no tendría éxito ninguno la qiioja.
— Eso es lo que piensa también el nía-
riscal, hijo mío; y por eso mismo se au-
menta mas su irritación.
— Deberla despreciará osos miserables.
— ¿Y las cartas anónima.s?
— ¿(Jué quieres decir con eso, padre
mió?
— Es necesario (|iie lo sepas todu.Sien
do el mariscal ¡¿allardo y leal cual es, asi
que pasó el primer movimiento de indifj-
nacion, reconoció que insultar al renega-
do ahora que ese vil se ha disfrazado de
sacerdote, seria lo mismo que ii)SuUar á
una muger ó á un anciano: le ha despre-
ciado por consiguiente cuanto ha podido;
pero le han comenzado á llegar todos los
dias cartas anónimas, y en esas cartas
tratan de despertar, de escitar por todos
los medios la cólera del mariscal contra el
renegado, recordándole todo el mal que
ha hecho el abate d'Aigrigny, á él ó los
suyos. En fín se le echa en cara al ma-
riscal el ser bastante cobarde para no atre-
verse á tomar venganza de ese sacerdote
perseguidor de su mujer y de sus hijas ,
que cada dia se está mofando do él con
insolencia.
— ¿Y esas cartas.... á quien las atribu-
yes tú, padre mió?
— No lo sé.... Es cosa de volverse uno
loco.... Vienen sin duda de los enemigos
del mariscal, y no tiene otros enemigos
que esas sotanas negras.
— Pero, padre mió, pue>to que esas
cartas escitan la cólera del mariscal con-
tra el padre d^Aigrigny, no' pueden escri-
birlas esos sacerdotes.
*— Eso es lo que me he dicho.
—¿Pero cual puede ser el objeto de esas
cartas anónimas?
— ; El objeto? demasiado claro está:
respondió Uagoberto. El mariscal es vivo,
ardiente, y tiene mil rarones para que-
rerse vengar del renegado. Pero no quie- y tiene Cicesos de cólera tales... que.
re tomarse la justicia por sí mismo y le
falta la otra justicia.... entonces hace es''
fuerzos, trata de olvidar y olvida. Pero
llegan cada dia nuevas cartas insolentes,
provocativas, (jiic reaniman y ecsasperan
ese odio tan lejitimo con mofas, con inju-
rias.... Por vida de doscientos mil demo-
nios.... No tengo yo ¡a cabeza mas débil
(|ue otros.... pero con semejante barullo
me volvería loco.
— ¡Ali, padre mió! Seria esa combi-
nación horrorosa, digna del infierno.
— Y no es eso todo.
— ¿Qué decís?
— También ha recibidoel mariscalotras
cartas..., pero e»as no me las ha enseña-
do: solamente cuando leyó la primera, se
quedó como aterrado del golpe, y dijo en
voz baja: «Ni aun eso respetan... ¡Oh!...
Es demasiado.... Es demasiado.... y cu-
briéndose la cara coalas manos... se puso
á llorar.
— ¡El!... ¡el mariscal llorar! dijoAgri-
col , no pudiendo creer lo que oía.
— Si, respondió Dagoberto; él... ha llo-
rado... como un niño.
— ¿Y qué podian contener esas cartas,
padre mío?
— No me he atrevido á preguntárse-
lo.... por lo adijido y agoviado que me
parecía.
— Pues el pobre mariscal, asi hostiga-
do y atormentado »'\i\ cesar, ita de llevar
una vida alri'Z.
— ¡Y sus pobres niíias, que están ca-
da dia mas tristes sin poder adivinar el
motivo de sti tri>fezn ! ¡ Y la muerte de
su padre.... que espiró en sus brazos! A
ti te se figura sin duda que debiera bas-
tar eso, ¿no es verdad?.... Pues bien,
no.... Estoy seguro.. . el mariscal esperi-
menla alguna co>a mas penosa: hace mu-
cho tiempo que no es ya el mismo: aho-
ra por una bagatela se irrita se ecsaspera,
AJ.PtJM.
247
Titnbpó Un momento el soldado y dijo:
— Fn fin, ya te puedo decir eso.... po-
bre hijo mío. ; Pues bien ! hace poco he
subido al cuarLo del mariscal.... y he qui
tado e! cebo de sus pistolas...
— 1 Ah! j padre mió!.... esclamó Agrí-
col; temeríais...
— En el estado de ecsasperacion en que
estaba ayer el mariscal, todo se puede
temer,
— ¿Pues que ha habido?
— Bace algún tiempo que tiene conver-
saciones secretas con un caballero que
parece tin militar antiguo, hombre digno
y respetable; he untado que la agitncion
y la tristeza del mariscal aumentar, siem-
pre después de sus visitas: dos ó tres ve-
ces le he hablado de eso y he visto, por su
fisonomía, que no le agradaba, por con-
siguiente no he insistido.
Ayer noche vino ese caballero; estuvo
aqui hasta cerca de las once: su mujer
vino después á hnsciírle y lo a2U3rdó en
un coche simón; cuando se fué, subí á
Ver si tenia el mariscal necesidad de algo,
estaba muy pálido pero tranquilo, me di-
jo que no me necesiba y bajé. Ya sabes
que mi cmrto, que está aqui al lado, es-
tá precisamente debajo del suyo; a<i que
entré en él , oí al mariscal que iba y vp-
tiia, andando á lo que parecía con mucha
agitación, y pronto me pareció que em-
pt)j:iba y echaba por tierra los muebles con
estrépito. ANtisfado subo inmediatamente
y mn pregunta irritado ¿qué es lo que
quiero ?diciéndomeqtie me vaya. Fn topees
viéndole en Semejante e'^tado me quedo ; se
encoleriza , pero me qutdo, y advirtien-
do una silla y una mesa en tierra , se las
indico con tristeza y me entiende, y co-
mo es tan bueno como lo mejor que hay
en el mundo, me alárgala mano y me
dice: Perdóname el inqiTOtarte asi, que-
rido Üagoberto; pero he tenido poco ha-
ce un momento de cólera tan absurdo;
habia perdido la caíicza: creo que me hu-
biera echado por la ventana, si hubiese
estado abierta, añadió yendo de puolillas
á abrir la pueita (jue comunica al cuarto
en donde se acuestan sus hijas: después
de haber escuchado por algunos momen-
tos con angustia en aquella puerta, como
nada oía, volvió cerca de mi: feüzmenle
están durmiendo, me dijo. Entonces le
pregunté cual habia sido la causa de su
agitaciun, si habia recibido á pesar de
niis precauciones alguna carta anónima.
¡ No 1 me respondió con aire inquieto ;
pero déjam.e, amigo mió, siento que es-
toy mejor; me ha liecho provecho el ver-
te; buenas noches, mi antiguo carnera-
da; baja á tu cuarto y vete á descansar.
Pero buen cuidado he tenido de i, o bajar;
he hecho como que bajnba la escalera, y
he í-ubido de puntillas á sentarme en el
líUimo escalón con el oido atento. Para
calmarse completamente íin duda ha ido
el oiariscai á abrazar á sus hijis, porqtie
he oido abrir y volver á cerrar la puerta
que dá á su cuarto. Después ha vuelto,
se ha paseado de nuevo largo tiempo en
el cuarto, pero con paso mas tranquilo;
en fin he oido que se metia en la cama y
no he bajado á mi cuarto liasta el ama-
necer : felizmente lo demás de la Docho
lo ha pasado tranquilamente.
— ¿ Pero qué puedo tener, padre mío?
— iNo sé, cuando he subido, me ha lla-
mad) la íitencion la alteración de su ros-
tro, el resplandor de sus ojos.... aunque
hubiera tenido un acceso de delirio ó de
locura no hubiera estado de otro modo...
y por eso oyéndole d(C¡r, que si hubiese
estado abierta la ventana, se hubiera ar-
rojndo por ella, me ha parecido prudente
quitarles el cebo á las pistolas.
— Estoy atónito... dijo A^rícol; el ma-
riscal... un hombre tan funje, tan intré-
pido, tan calmado... dejarse llevar de la
.cólera....
03*^
248 ALBUV.
— Te digo qae está pasando con él al-
guna cosa estraordinaria : dos días hace
que DO ha visto una sola vez á sus hijas,
lo cuales, de su parte, mala señal, amas
de que las pobres ninas están desespera-
das, porque se figuran esos dos ángeles
que han dado á su padre alguo mulivo
de disgusto, y redobla entonces su triste-
za. Dcscontentarlor... ellas... si supieses
su vida.... pobres ninüs... Uo paseo á pió
ó en coche conmigo y su aya , porque
jamas las dejo ir solas, y asi que vuelven,
se ponen á estudiar, á leer ó á l'ordar,
siempre juntas.... y después se acuestan:
su aya , quien según creo, es una mu-
ger respetable, roe ha dicho que algunas
veces á la noche las habia visto llorar
-durmiendo, j Pobres ninas I Hasta ahora
poco han conocido la felicidad, dijo el sol-
idado suspirando.
En aquel instante oyendo andar en el
palio á pasos precipitados, levantólos ojos
2)agoberto y vio al general Simon pálido
-el semblante, estraviados sus ojos, te-
niendo en las manos una carta que leia ,
que meditaba con ansia.
XVII.
LA CIUDAD DB ORO.
Mientras el mariscal Simon atravesaba
ei patio, agitado con la lectura de la car-
ta anónima que habia recibido por la via
estraordinaria de Quitasolaces, Rosa y
Blanca estaban solas en la salas que ocu-
paban ordinariamente, en la cual habia
entrado Jocriso un instante mientras es-
taban ellas fuera.
Las pobres niñas parecian condenadas
á vestirse de luto eternamente; en el ins-
tante mismo en que se iba á concluir el
luto de su madre , la muerte trágica del
abuelo las habia cubierto de nuevo de
crespones fúnebres.
Ambas estaban vestidas de negro de
pies á cabeza y sentadas en un camapé
junto á la mesa de labor.
La tristeza produce i veces el eTe<;t»
de los años, envejece: asi es que Rosa y
Blanca se habian hecho en pocos meses
mozas viejas. A la gracia infantil de sus
rostros, tan redondos y tan rosados en otr«»
tiempo, pálidos y descarnados entonces,
habia sucedido una espresion de tristeza pa-
tética ; sus grandes ojos azules, limpios y
dulces, pero siempre pensativos; no se
veían ya jamás bañados de aquellas lá-
grimas de regocijo que una risa franca é
ingenua suspendía á sus párpados do se-
da, cuando la serenidad cómica de Dago-
berto ó alguna burla muda de Quitasola-
ces les daban un poco de distracción en m
penosa peregrinación.
En una palabra, aquellas hechiceras ca-
ras, que solo la paleta florida de Greuze
hubiera podidocopiar con su frescura sua-
ve, eran entonces dignas de inspirar el pin
cel tan melancólicamente del ideal pin'or
de Mignon echando menos el cielo, y de
Margarita echando menoi á Fausto. (1)
Rosa, apoyada en el respaldo del cama-
pé tenia la cabeza un poco inclinada ha-
cia el pecho, cubierto con un pañuelo de
crespón negro: la luz que venia de una
ventana de enfrente brillaba suavemente
en su frente pura y blanca , coronada de
dos bandas de cabellos castaños; miraba
fijamente , y el arco delicado de sus cejas
contraidas indicaba una preocupación pe-
nosa ; sus pequeñas manos blancas, (lacas
también, habian caido sobre las rodillas
sin dejar por eso la tapicería en que esta-
ba trabajando.
Blanca, estaba de perfil , con la cabeza
un poco vuelta hacia su hermana, mirán-
dola con una espresion de tierna é inquie-
ta solicitud, teniendo aun maquinalmente
en la mano la aguja que habia pasado por
(1) No es ne^sario nombrar al señor
ScheíTer , tino d^os mayores pintores de
la escuela moderna , y el mayor poeta de
nuestros grandes pintores.
ALBUM.
'eîl cafiamaro, como si estuviese traba-
jando.
— Hermana, dijo Blanca con voz suave
»l cabo de algunos instantes, durante los
cuales se hubiera podido ver, por decirlo
así, subirle las lágrimas á los ojos, herma-
na... ¿En qué estás pensando? Pareces
tan triste.
— Pienso en la ciudad de oro.... de
nuestros sueiios, dijo Rosa con voz lenta
baja, después de un corto silencio.
Comprendió Blanca la amargura de
aquellas palabras, y sin dar respuesta nin-
guna se levantó y se echó al cuello de su
hermana, vertiendo abundantes lágrimas.
4 Pobres jóvenes!... la ciudad de oro de
sus sueños.... era Paris.... y su padre...,
Parts, la ciudad de la alegría, de las fíes-
tas, por encima de las cuales les aparecía
â las huérfanitasel rostro placentero y ra-
diante de su padre.
I Pero ay I La hermosa ciudad de oro
se ha transformado para ellas en ciudad
de lagrimas, de muerte y de luto: el ter-
rible azote que le dio el golpea su madre,
en sus propios brazos , en el fondo de la
Siberia , parece haberles seguido por to-
das partes como una nube sombría y fu-
nesta, que siempre estendida enL:ima de
«lias, les ha ocultado el dulce azulado del
cielo, y el resplandor alegre del sol.
La ciudad de oro de sus sueños era
también la ciudad en donde acaso un dia
Sü padre, presentándoles sus pretendien-
tes tan buenos, tan hermosos como ellas,
les diría : «Os aman... sus almas son dig-
« ñas de las vuestras: haced que cada una
«de vosotras tenga un hermano y yo
« dos hijos, » ¡Cómo se hubiera turbado
entonces casta y hechiceramente el cora-
ron de las huerfanitas, puro como el cris-
tal , que no había reflpjado j^ás sino la
imagen celestial de Gabriel, Mángel en-
viado del cielo por su madre para prote-
gerlas !
249
Fácilmente se concebirá la penosa emo*
cion de Blanca , cuando oyó decir á sa
hermana, con una tristeza amarga, aque-
llas pocas palabras que resumían su co-
mún tristeza :
— Pienso.. .en la ciudad de orodenues»
tros sueños...
— ¿Quién sabe? respondió Blanca, en-
jugando las lágrimas de su hermana, aca-
so nos vendrá mas tarde la felicidad.
— ] Ay I Puesto que no nos ha hecho
felices la presencia de nuestro padre, ¿lo
seremos jamás?
— Sí: cuando nos hayamos reunido con
nuestra madre: dijo Blanca Jevantando
los ojos al cie'o.
— Entonces, hermana mía... eso es una
advertencia que el sueño. ... aquel sueño
que tuvimos en otro tiempo... en Alema-
nia
— La diferencia que hay, es que enton-
ces el ángel Gabriel bajaba del cielo para
venir á vernos , y que esta vez nos aleja-
ba de esta tierra para llevarnos allá arri-
ba... á nuestra madre.
Puede que se cumpla ese sueño como
el otro, hermana mía... soñamos que nos
protegería el ángel Gabriel... y nos salvó
del naufragio.
—Esta vez hemos soñado que nos
llevaría al cíelo... ¿por qué no ha de su-
ceder también así'*
— Pero para eso... hermana mía... ¿se-
rá necesario que muera nuestro Gabriel
que nos salvó del naufragio? Entonces
no; no sucederá eso: hagamos oraciones
para que no le llegue la muerte.
— No, mira: no llegará; porque es el
ángel custodio de Gabriel, paree do á ese,
el que hemos visto en sueños.
— Hermana mia... ¡ Qué cosa tan par-
ticular ! Esta vez también , así como en
Alemania, hemos tenido ambas el mismo
sueño... tres veces el mismo sueño.
— Es verdad. El ángel Gabriel se ba
250 ALBUM.
inclinado hacia nosotras, mirándonos sua-
ve y tristemente y nos ha dicho ; venid,
hijas mías venid, hermanas mias
vuestra madre os está esperando. Pobres
niñas, venidas de tan lejos, anadió con su
voz Jlena de ternura ; habéis atravesado
este mundo inocentes y dulces cual dos
palomas, para ir á reposar eternamente
en el seno maternal....
— Si esas son en efecto las palabras
del arcángel, dijo la otra Imerfanita con
aire pensativo: no hemos hecho mal á
nadie: hemos amado á los que nos han
amado.... ¿porqué nos ha de espantar e!
morir?
— Por eso mismo nos liemos sonreído
en lugar de llorar, cuando cojiéndonos
por la mano, ha desplegado sus hermosas
alas blancas y nos ha llevado al azul del
cielo.
— .\ I cielo, en donde nuestra buena ma-
dre nos alargaba los brazos... con el ros-
tro enteramente cubiirto de lágrimas.
— ¡ 01» I mira, hermana.... los sueños
de esa especie no son vanos como los
otros Y ademas, añadió mirando á
Rosa con una sonrisa dolor^sa y un aire
de inteligencia; acaso esa circunstancia
haría cesar una pena cruel, de queson^os
causa... va sabes...
— ¡Ay, Dios mió I No es por culpa
nuestra; le queremos tanto.... Pero esta-
mos en su presencia tan tímidas y tan
tristes que puede que crea qoe no le que-
remos...
Al decir aquellas palabras, queriendo
enjugar sus lágrimas, cojió llosa su pa-
ñuelo en un canastillo de labor, y cayó
de él un papel plegado en forma de carta,
Al verlo se estremecieron las dos her-
manas, se apretaron una contra otra, y
Kosa dijo á Blanca con voz trémula :
— Otra de esas cartas.... ¡ühl teago
miedo es como las otras segura-
mente....
— Es necesario recojerla inmediatamen-
te.... (|ue no la vean; ya sabes.... dijo
Blanca inclinándose y recojiendo la carta
precipitadamente; sino las personas que
toman tanto ínteres por nosotras, corre-
rían acaso grandes peligros.
— ¿Pero cómo está ahí esa carta?
— ¿Cómo hemos encontrado siempre
las otras también á la mano, mientras no
e?taba con nirs.Jras nuestra aya?
— Hs verdad.... ¿De qué nos servirla
el buscar la •'splícacion de ese misterio?...
No la podríamos hallar... V^eamos la car-
ta; puede que sea mejor para nosotras
que las anteriores.
Y las dos hermanas leyeron lo que si-
gue :
« Continuad adorando á vuestro padre,
«queridas niñas, porque es muy de^gra-
,« ciado, y vosotras sois ()iiienes involun-
«taríamente causais todas sus penas: ja-
« mas sabréis los terribles sacrificios que
«le impone vuestra presencia; pero ¡ayl
« es víctima de sus deberes de padre, sus
« penas son mas crueles que nunca; evi-
« tad sobre todo hs demostraciones de
«afecto, las cuales le causan n^as dolor
« (|ue satisfacción : cada una de vuestras
« caricias e> para él una pañalada , por-
«qne ve en vosotras la causa inocente de
« sus pena? ».
« No desesperéis sin ernb.irgo, queridas
«niñas; si os dominais lo bastante para
« no esponerlo á la dolorosa esperiencia
«de una ternura derna>iiado ispansiva,
«sed reservadas aunque afectuosas, y asi
«aliviareis muclio mis padecimientos.
'( Guardad siempre el secreto, aun para
«con el escelente Dagolierto que os (|uie-
« re tanto: sino, él, vuestro pa Iré, voso-
« tras, y el amigo desconocido íjue os es*
«cribe, cí^jtríaís grande?, ■«"l'jíros, por-
« i|ue tenei^erribles enemigo.*.
« Animo y esperanza , que se desea pu*
« riûcar de toda la tristeza la ternura de
ALB
« vuestro padre para con vosotras : ¡ qué
«dia tan hermoso será aquel!... Y acaso
«no está lejos ».
Estaba, escrita aquella carta con tai des-
treza que, aun suponiendo que la mos-
trasen á Dagoberto ó á su padre, hubie
ran considerado esas líneas á lo mas co-
mo una indiscreción estraordinaria , de-
sagradable, pero casi escusable, por el
modo con que estaba redactada. En una
palabra, no se puede imaginar combina-
ción mas pérfida, si se recuerda la terri-
ble perplejidad en que se habia hallado el
mariscal Simon , luchando sin cesar con-
tra el dolor de tener que abandunar de
nuevo sus hijas, y el oprobio de faltar á
lo que miraba como un deber sagrado,
(^^omo esos avisos diabólicos escitaban la
ternura y la susceptibilidad de corazón de
las huerfanitas, las dos hermanas advir-
tieron muy pronto que su presencia era
un efecto dulce y cruel al mismo tiempo
para su padre: con solo verlas, algunas
veces, se sentia incapaz de abandonarlas,
y entonces, invohintariamente la idea de
un df-ber no satisfecho oscurecía su frente.
Asi es que las pobres niñas daban ale-
das esas mudanzas la esplicacion que cua-
draba con el sentido funesto de las cartas
anónimas. Se habían persuadido que, por
un motivo misterioso que no podían pe-
netrar > su presencia era muy á menudo
imporluna y aun penosa para su padre.
De ahí nacía la tristeza creciente de
Rosa y Blanca; de ahí nacía también
cierta tristeza, cierta reserva que comprí-
niia, a pesar suyo, laespsnsion de su ter-
nura fiüal; embarazos dolorosos que el
mariscal engañado también por las apa-
riencias inesplicables para él. alribuia á
]a tib ùel afecto; entonces se despe-
dazaba n corazón, y su franca figura des
cubría una .vt-na amarga, y^^eces, para
ocultar sus Ligrimas, se separaba brubca-
mente de sus hijas....
UBI. 25 1
— Somos causa de la tristeza de nues-
tro padre: nuestra presencia es la que le
hace tan infeliz.
Juzgúese ahora de los estragos que se-
mejante idea, permanente, incesante, ha-
bia de causar en aquellos dos corazones
amantes, tímidos y sencillos. ¿Cómo hu-
bieran podido desconfiarse las huerfanitas
de aquellos avisos anónimos, puesto que
hablaban con veneración de cuanto ellas
amaban, y que, ademas, se justificaban
diariamente con la conducta de su padre
para con ellas? Víctimas ya de muchas
tramas, habiendo oído decir que estaban
cercadas de numerosos enemigos, se con-
cibe que, dóciles á las recomendaciones
de su amigo desconocido, no hubieran
descubierto jamas á Dagoberto esas car-
tas, en que lo apreciaban con tanta jus-
ticia.
En cuanto al objeto de todas aquellas
maniobras, es cosa muy sencilla : hosti-
gando continuamente al mariscal por to-
das partes, persuadiéndole que era muy
libio el afecto dé sus hijas, esperaban na-
turalmente superar la indecisión que aun
esperimentaba y determinarle á acometer
la aventurada empresa, y derramar tan-
ta amargura en la existencia del maris-
cal, que mirase como una circunstan-
cia feliz el hallar el olvido de sus tor-
mentos en las violentas emociones de
un proyecto temerario, generoso y caba-
lleresco; ese era el objeto deRodin ; y no
le faltaba á su proyecto, ni lógica, ni po-
sibilidad....
Después de haber leído aquella carta,
se quedaron las dos jóvenes silenciosas
durante un rato, y agoviadas; después
Rosa, que tenia la carta en la mano, se
levantó con viveza, se acercó á la chime-
;nea, la echó al fuego, y dijo con aire te-
niert)so :
— F.s necesario quemar pr<intsmente
esta carta jnque sino liauria acaso
grandes desgracias.
SS2
ALIOB,
— Ninguna mayor que la qne tenemos,
dijo Blanca abatida. ¡Causar tales pesa-
res á nuestro padre! ¿Qué motivo puede
haber para eso?
— Mira Blanca , acaso , dijo Rosa der-
ramando algunas lágrimas, no nos en-
cuentre tales cuales hubiera querido que
fuésemos: nos ama mucho como las hijas
de nuestra pobre madre que adoraba
pero para él... no sumos las hijas que ha-
bía soñado. ¿Me entiendt\<;,!'ermana mia?
— Si.... si.... puede que sea eso lo que
tanta tristeza le causa. Somos tan poco
instruidas,' tan salvajes, tan torpes, que
se avergüenza probablemente de nosotras,
y como nos ama á pesar de eso.... pade-
ce....
— ¡Ay! no es por falta nuestra... Nues-
tra pobre madre nos ha criado en aquel
desierto de la Siberia como ha podido....
— ¡Ayl en lo interior de su corazón no
nos lo echa en cara nuestro padre, sin du-
da ninguna, pero como tu dices, padece.
— Sobre todo si tiene amigos con hijas
muy hermosas, muy llenas de habilidades
y de agudeza; entonces siente que no sea-
mos nosotras asi.
— ¿Te acuerdas cuando nos llevó á ca-
sa de nuestra prima, la señorita Adriana,
que estuvo tan tierna y tan afectuosa con
nosotras, como nos decia él admirándose:
«¿Habéis visto, hijas mias? ¡Qué her-
mosa es la seiíorita Adriana ! ] qué agu-
deza ! ¡ qué noble corazón 1 y con todo eso,
i qué gi icia 1 j qué atractivo I
— ¡Oh! tenia razón.... la señorita de
Cardoville estaba tan hermosa, era tan
suave su voz que, solo con mirarla y es
cucharla dos parecía que no teníamos mas
penas.
— Y mira, Rosa, por eso misnio, com-
paráiKlonos con nuestra prima y con otras
iDUchas señoritas , no puede nuestro pa*
dre estar muy orgulloso de nosotras
)Y él tan estimado, tan amado, hubiera
tenido tanto gusto en poderse envanecer
de sus hijas I
De repente Rosa, poniendo la mano en
el brazo de su hermana , le dijo con ao-
itiedad :
— Escucha escucha Hablan en
voz muy alta en el cuarto de nuestro pa>
dre.
— Sí dijo Blanca escuchando tam*
bien; y andan.... es su modo de andar...
— ¡Ay, Dios mío!.... ¡Cómo levanta
la voz! parece que está muy encoleriza-
do... Puede que >enga aquí....
Y al pensar que podría llegar su pa-
dre.... su padre que las adoraba, las dus
niñas se miraban con temor.
Como cada vez se oian mas claros y
mas estrepitosos los gritos , Rosa , tem-
blando de pies i cabeza, dijo á su her-
mana :
— No estemos aqui.... veo á nuestro
cuarto...
— ¿Porque?
— Porque oiríamos involuntariamente
las palabras de nuestro padre, y tal vez
ignora que estamos aquí....
— Tienes razón... vamos, vamos: res-
pondió Blanca levantándose con precipi-
tación.
— ¡ Oh I Me estoy temblando... Jamás
lo he oído hablar en tono tan irritado.
— ! Ay, Dios mío!.... dijo Blanca per-
diendo el color y deteniéndose involunta-
riamente; con Dagoberto es con quieo
habla así...
— ¿Qué sucede pues en tal caso?....
¿Por qné habla de ese modo?...
— ¡ Ay ! alguna desgracia.
— ¡ Oh I... ¡ Hermana mía!... ¡No nos
quedemos aquí! ¡ Es tan triste el oir
tratar asía Dagoberto I
El ruidos^strépito de alguna cosa que
se había arreado !ó roto con furor en eK
cuarto inmediato, espantó tantoi lashuér-
fanas, que pálidfs, temblando de emo-
ALBtn.
SS3
tíon , se precipitaron en sa coarto y cer
raron iomediatamente la puerta.
Ëspliquemos ahora la causa de la cóle-
ra vioteota del mariscal Simoo.
xvin.
EL LEON HERIDO.
La ruidosa escena que tanto habia es-
pantado á Rosa y á Blanca era la siguiente:
Primeramente el mariscal Simon , solo
en su cuarto, y en un estado de exaspe-
ración difícil de pintar, se habia puesto á
andar con mucha precipitación , inflama-
do de cólera su hermoso y varonil rostro,
resplandecientes de indignación los ojos,
mientras en su ancha frente coronada de
cabellos grises, cortados casi rasos, se ad-
vertían algunas venas tan hinchadas que
«e hubieran podido contar sus latidos y
parecía que se iban á r*;beotar. A veces
sus bigotes negros y espesos se agitaban
con un movimiento convulsivo, bastante
semejante al que producen las contorsio-
nes en la cara de un león enfurecido. Y
así como un león herido, hostigado, ator-
mentado de mil picadas invisibles, va y
viene con una cólera salvaje en la jaula
en que lo tienen encerrado , así también
el genera] Simon, jadeando, furioso, iba
y venia por su cuarto, dando saltos por de-
cirlo así: tan pronto andaba encorbándose
un poco como si lo hubiese agoviado el
peso de su propia cólera : tan pronto al
contrario deteniéndose súbitamente , en-
derezándose con firmeza, cruzando los
brazos en el robusto pecho, alta y ame-
nazadora la frente, terribles las miradas ,
parecía que desafiaba á un enemigo invi-
sible, murmurando algunas esclamacíones
confusas: entonces era el hombre de las
guerras y de las batallas en todo su fuego
é intrepidez.
Pronto se detuvo el mariscal , dio una
patada con cólera , se acercó ^ la chime-
nea y tiró de la campanilla con tanta vio-
lencia que se le quedó en las manos el
cordoo.
Acudió un criado i aquel retintín pre-
cipitado.
—¿No habéis dicho á Dagoberlo que te-
nia que hablarle? esclamó «I mariscal.
— He cumplido las órdenes del seiíor
duque; pero el señor Dagoberlo acompa-
ñaba á su hijo hasta la puerta del pa-
tio y...
— Está muy bien : dijo el mariscal ha-
ciendo con la mano un ademan imperioso
y brusco.
Salió el criado y c ontinuó su amo el
paseo dando grandes pasos, estregando
con rabia una caria que tenia en la mano
izquierda. Esta carta se la habia entrega-
do inocentemente Quitasolaces , quien al
verle entrar, habia ido hacia él para aca-
riciarle.
Abrióse en ñn la puerta, y se presentó
Dagoberlo.
— Hace ya mucho tiempo que os he
enviado á llamar, caballero; esclamó el
mariscal en tono irritado.
Dagoberlo, mas afligido que sorprendí-
do de ese nuevo acceso de cólera , que
atribuía con razón al estado de superesci-
tacion continúa en que estaba el maris-
cal, respondió con dulzura :
— Perdonad, mi general, pero acom*
pañaba á mi hijo... y...
— Leed eso, caballero; dijo el mariscal
interrumpiéndole bruscamente y alargán-
dole la carta.
Y mientras leía Dagoberlo, comenzó
de nuevo á pasearse el mariscal con una
cólera que iba aumentando cada vez mas,
y echó á tierra de una patada una síUtt,
que halló á mano.
— Con que así, aun aquí, aun emmi
propia casa hay miserables vendido» sin
duda á los que me hostigan con tasla en<
carnizamiento. ¡ Pues bien t ¿Habéis leí-
do, caballero?
— Es una nueva infamia..... para rea-
nirla á tantas otras; respondió con fria^*
dad Dagoberlo.
251
4T.BCH.
Y arrojó la carta é la chimenea.
— Es infame esa carta... pero dice la
verdad; replico el mariscal.
Dagoberto le miró sin comprenderle.
El mariscal continuó:
— ¿Y esa carta infame sabéis quién la
ha puesto en mis manos? Porque parece
que lo está enredando el demonio. Es
vuestro perro.
— ¿Quilasulaccs? dijo Dagoberto lleno
de asombro.
— Sí, respondió amargamente el ma-
riscal: ¿Es pues una chanza de vuestra
invención?
— No tengo el corazón para chanza?,
mi general: respondió Pagoberto cada vez
mas entristecido del estado de irritación
en que se hallaba el mariscal, no puedo
concebir como ha acaecido eso... Quita-
solaces trae muy bien á la mano; habrá
encontrado sin duda la carta en casa y
entonces.
— ¿Y esta carta quién la habia traido
aquí? ¿Estoy pues rodeado de traidores?
¿No vigiláis nada vos, en quien he pues-
to toda mi confianza?
— Mi general... escuchadme...
Pero el mariscal continuó sin querer-
le oir.
— 1 Por vida deldemoniol yo que he es-
tado guerreando durante veinticinco años,
que he hecho frente á muchos ejércitos,
que he luchado victoriosamente contra los
tiempos mas malos del destierro y de la
proscripción, que he resistido á los golpes
de maza... sucumbiría á puntadasdealiiler.
¿Cómo? ¡me perseguirán en mi propia
casa, me hostigarán impunemente, me
irritarán, me atormentarán á cada ins-
tante por consecuencia de yo nu sé queodio!
Cuando digo que no sé... me equivoco...
el renegado d'Aigrigoy es la base de todo
eso. No tengo sino un enemigo en elmu/i-
do.... y ese hombre.... Es menester que
concluya con él; estoy cansado.... es de-
masiado esto.
— Pero, mi general , pensad que es sa-
cerdote, y....
— ¿Y tjué me importa que sea sacer^^
dote? Ya le he visto manejar la espada,
y sabré obrar de modo que suba á la ca-
ra de ese renegado su sangre de soldado.
— Pero, mi general....
— Os digo de nuevo que es necesario
que las tome con alguno, esclamó el ma-
riscal poseído de una violenta ecsaspera-
cion; os digo que es necesario que les dé
yo un nombre y una figura á esas vilezas
tenebrosas, para poder concluirlas... me
están apretando por todas partes, y traj-
forman mí vida en un infierno.... Ya lo
sabéis... y nadie hace nada para dispen-
sarme de esa cólera que me quema á fue-
go lento. Yo no puedo contar con nadie.
— Mi general, yo no puedo dejar pasar
esas palabras, dijo Dagoberto con voz tran-
quila, pero firme y penetrada.
— ¿Qué quiere decir eso?
— No puedo permitir, general, que di-
gáis que no podéis contar con nadie; pue-
de que al fin lo creyeseis vos mismo, y
seria eso mas triste aun para vis que para
los que saben á que atenerse en punto á
su acendrado rendimiento, que se arro-
jarían al fuego por vos y.... de esos soy
yo... bien lo sabéis....
fCsas palabras sencillas, dichas por Da-»
goberto con un acento prufundament*)
conmovido, hicieron entrar en sí al ma-
riscal; porque aijuel carácter generoso y
leal podía de cuando en cuando agriarse
por la iriitacion, pero pronto volvía á su
rectitud primera; asi es que, hablando
siempre á Dagoberto, continuó con unto-
no menos brusco, en el cual se manifes-
taba sin embargo una agitación muy viva:
— Tienes razón; no debo dudar de ti...
la irritación me hace salir de tino.... esa
carta infame me ha puerto fuera de mí ..
es cosa de volverse uno loco... Soy injusto,
regañón ,' ingrato Sí, ingrato ¿Y
ALEta
para con quien?.... Para conligo.i.. Da-
goberto....
— No hablemos de mi, oem-ral : con
semejantes palabras y eun el tono (|iie las
decis podriaii maltratarme todo el año sin
255
oir una «jiieja d.; mi parte — ¿ l'ero que
-os ha s(ícedido?. ...
Púsose de nuevo sombría la fisonomía
del mariscal, y dijo con voz breve y rá-
pida :
— Lo que me lia sucedido..... es que
me desprecian, que me desdeñan.
.— jí\ vos!... jA vosl...
— ^Sí, á mí; y al fin, dijo con amar-
gura el mariscal, ¿porqué ocultarte es-
ta nueva llaga? He dudado de tí; por
consiguiente te debo uf)a indtMTinizdcion;
sábelo pues todo: hace aigun tiempo que
cuando encuentro á mis queridas cama-
radas de armas > se alejan poco á poco
de mí.
— ¿Cómo... esa carta anónima de hace
xin rato..... á eso era?...
— ^A lo que hacia alusión sí.... dijo
«1 mariscal con un suspiro de rabia y de
indigna2Íon.
— Perúes imposible, mi general; vos
tan amado, tan respetado.....
— Todo eso son palabras, nada mas, y
yo te liablo de hechos; al instante que
llego, se corta inmediatomeiite la conver
sacion comenzada ; en lugar de tratarme
como un camarada de campañaS; afectan
conmigo un cortesía rigurosa y fria ; en
fin, son mil bagatelas, mil nadas que ofeo
den el corazón sin que pueda uno forma-
lizarse
-—Lo qlie me estais diciendo.... mi ge-
neral, me confunde, respondió Dagoberto
atorrado. Me lo decís , y yo no puedo
menos de creerlo
— Es intolerable. He querida saber lo
que hay en el particular, y con ese objeto
lie ido esta mañana á casa del general
d'Harvincourt : era coronel, al mismo
tiempo que yo, de la guardia Im perial; e
el honor y la lealtad en persona. He ido
á él con el coraion en la mano, y le he
dicho: « advii-rlo hace algún tiempo que
«me tratan con frialdad; preciso es que
«circule alguna calumnia contra mí: de-
«ciJnie cuanto sepáis, conociendo los ata-
« qui'S me defenderé alta y lealmenle. »
— ¿Y qu'? ha respondido?
— ü'Harvincourt se ha quedado impa-
sible, ceremonioso, y ha respondido coa
frialdad á mis preguntas: «no ha llegado
«á mis oidos, caballero mariscal, ningún
« rumor calumnioso que corra contra vos. »
No se trata en esta circunstancia de lla-
marme caballero mariscal, mi querido
d^Harvincourt; nosotros somos soldados
viejos, au^igos viejos; se inquieta mi pun-
donor, lo conñeso, porque se me figura
que ni vos ni los otros camaradas no me
recibís cordialmente como por lo pasado.
Eso no se puede negar lo veo, lo sé,
lo siento Entonces ó'Harvincourt me
ha respondido siempre con la misma frial-
dad : «Jamas he notado que nadie haya
« dejado detener con vos los miramientos
«debidos*» No os hablo yo de miramien-
tos, he esclamado apretando afectuosa-
mente su mano, la cpal he notado que
correspondía débilmente á mi apretón, os
hablo de cordialidad^ de la confianza que
se me manifestaba , mientras ahora pa-
rezco cada vez mas desconocido. ¿De dón-
de viene eso? ¿De dónde tal mudanza?
Siempre frió y reservado, me respondió:
« Son matices tan delicados, caballero ma-
« riscal , que es imposible el daros un con-
« sejo en esa materia.» Saltaba mi cora-
zón de cólera y de dolor. ¿Qué hacer?
Provocar á d'Harvincourt , era una lo-
cura; por mi propia dignidad, he dado
fin á nuestra conversación, la cual no ba
hecho mas que confirmar mis temores...
Por consiguiente, continuó el mariscal,
por consiguiente, he decaído de la e$ti-
65'^
251) A L^
tnacion que merezco, y me desprocian
acaso sin saber siquiera el motivo. ¿No es
eso odioso? Si se circulase al luetMs un
hecho, tin rumor cual(|uiera que fuese,
encontraria entonces medios para defen-
derme, para venparnie o para responJor.
Pero nada; ni una palabra: sulamenic
una cortesía tan ofensiva como un insul-
to ¡Oh! te üifio que es demasiado
es demasiado porque se reúne esto á
otros cuidados. ¿Óué vida es la que llevo
desde que murió m¡ padre? ;Ho hallado
almenes algún reposo, alguna satisfac-
ción en mi propia casa? No. Cuando en-
4ro en ella, es para leer cartas infames,
y amas, añadió el mariscal con tono do-
•loroso después de haber vacilado un mo
mentó, y ademas cada dia son mis hijas
mas indiferentes para conmigo... Sí, aña
dio el mariscal viendo el asombro de Da-
-goberto, y no sabeo sin embargo cuanto
las quiero.
— ¡Indiferentes vuestras olnasl... ¿Les
hacéis ese reproche?
— ¡Ah, Dios mió! No las vitupero:
apenas han tenido tiempo para conocerme.
— ¡No han tenido tiempo para conoce-
ros ! respondió el soldado en tono de re-
proche y animándose á su vez. ¡Ahí ¿De
qué les hablaba pues su madre sino de
vos? ¿Y yo? ¿No estabais á cada instante
presente en nuestras conversaciones? ¿Y
qué hubiéramos podido enseñarles á vues
tras hijas sino á conoceros y á amaros?
— Las defendéis es de justicia
os quieren mas que á mí, dijo el maris-
cal, aumentándose su amargura.
Dagoberto se sintió tan penosamente
conmovido que miró al mariscal sin res-
ponderle.
— (Pues bien, sí! esclamó el mariscal
con una espansion dolorosa; si es eso vi-
leza é ingratitud, lo confieso, pero no im-
porta.... Veinte veces he estado celoso...
ii, celoso de la coDÛanza sencilla que os
t'M.
manifestaban mis hijas, mientras al lado
mió siempre parecen intimidadas. Si sus
rostros melancólicosse animan alguna vez
con una espresion un poco mas alegre
que á lo ordinario, es al veros, al habla-
ros, mientras para mi no hay sino res-
pelo, embarazo y frialdad..... y eso me
mala.... Si hubiese estado seguro del ca-
riño de mis tí'jas, hubiera arrostra'lo to-
do hubiera superado toda.r...
Y después viendo que Dagoberto 9«
abalanzaba á la puerta que comunicaba
al cuarto de sus iiijas, le dijo el maris-
cal :
— ¿A donde vas?
— A buscar á vuestras hijas.
— ¿Para qué?
— Para ponéroslas cara á cara y decir-
los: « hijas Duas, vuestro padre cree que
no le amáis...» ^o los di^rémas q»eeso..,
y verei*..,
— ¡ Dagoberto, os lo prohibo ! respon-
pondiü el padre de Rosa y Blanca.
— No hay Dagoberto que valga.... Na
tenéis derecho de ser injusto para con esas
pobres niñas.
Y dio el soldado de nuevo un paso ha-
cia la puerta.
— ¡Dagoberto! gritó el mariscal; os
mando que no salteáis de aqui.
— Escuchad, mi general; soy vuestro
soldado, vuestro inferior, vuestro servi-
dor también si os place; dijo con dureca
ei ex -granadero de á caballo; pero no hay
rango ni grado que valga cuando se trata
de defender á vuestras hija.*.... Todo se
esplieará... Poner las gentes cara acara...
No hay cosa mejor....
Y si no le hubiese cojido por el brazo
el mari«ical, ya iba Dagoberto á entraren
el aposento de las huérfanas.
— ¡Quieto ahi! dijo el mariscal tan im-
periosamente, j:]ue ei soldado acostumbra-
do á la obediencia , no <^e moneó.
— ¿Qué ibais á hacer? dijo el mariseaf.
4 decirles á mis híjis que creo que no me
antan? ¿Provocar asi manifestaciones de
la ternura que no sienten en su corazón
esas pobrecitas?.... No tienen ellas la cul-
pa... sino yo sin duda.
— j Ali, general! respondió Dagoberto
con un acento muy doloroso, ya nosiento
cólera ninguna aloiros hablarasi de vues
tras hijas.... sino dolor... me de&pedazais
el corazón....
Conmovido el mariscal de la espresion
-de la fisonomía del soldado, replicó menos
'bruscamente:
— Vamos: sea enhorabuena; no tengo
razón, y sin embargo.... vamos, os lopre-
igunlo sin amargura.... sin celos.... ¿No
soomis hijas mas confiadas y mas fami-
liares con vos que conmigo?
— Por vida del demonio, general, res-
pondió Dagoberto, si por ahi vais...Tam-
bieD son uias familiares con Quitasolaces
que conmigo.... sois su padre.... y por
•bueno que sea un padre , siempre impo-
ne. ¿Son familiares conmigo? ¡ Escelente
maula, por vida mia! ¿Qué diablo de respe-
to queréis que me tengan á mí, que, escepto
mis bigotes y mis seis pies de altura, soy
poco mas ó menos como una vieja chocha
que las ha mecido en la cuna?.... Yade-
inas, es menester decíroslo, ya estabais
triste antes de la muerte de vuestro pa-
dre.... y preocupado.... lo han notado las
ninas.... y lo que os parece frialdad des»
parle.... estoy seguro -que es inquietud
para tos.... Mirad, mi genera), no sois
justo... os quejáis de que os aman dema*
siado vuestras hijas.
—Me quejo, dijo -el mariscal con una
impaciencia dolorosa; de lo que padezco;
yo solo.... conozco mis padecimientos.
— Muy vivos tienen que ser.... mi ge-
neral, dijo Dagoberto, yendo mucho mas
lejos probablemente de lo que quería, por
afecto á sus huérfanas. Si , necesario es
que sean muy vivos, puesto que alcanzan
aun á los que os aman.
—¿De nuevo reprodies, caballero?
— ¡Pues bien! sí, nrii genere!. Repro-
ches.... esclamó Dagoberto; vijestras hijas
si que podrían enojarse do vos, acus^ir-.-j
de frialdad, pue'-to que las desconocéis
tanto.
— i Caballero !,„ dij i el mariscal con -
teniéndose apenas, señor.... Basta.... Y
aun sobra....
— ¡ Gh ! si, basta.... respondió Dago-
berto aumentando sienrpre su emoción,
en efecto, ¿de qué sirve el defenderá unas
desgraciadas niñas, que no saben sino re-
.*ignar*e y amaros?... ¿De qué sirve de-
fenderlas contra vuestra desgraciada ce-
guedad?
El mariscal hizo un movimiento de im-
paciencia y de cólera , y después dijo coa
una serenidad foríMda:
Tengo nece.Mdad de recordar todo lo
que os debo.. ^ y no lo olvidaré... por mas
que hagáis.
— Pero, mí general, esclamó Dagoberto
¿porqué no queréis que vaya á buscar á
vuestras hijas?
— ¿Pues no veis qne me está despezan-
do, matando esta escena? esclamó el ma-
riscal ecsasperadü. ¿No conocéis p\iesque
no quiero que sean mis hijas testigos de
lo que padezco?... Los pesares de un pa-
dre tienen su dignidad, caballero; lo de-
bierais sentir y respetarlos.
— ¿Respetarlos?... No; porque es «toa
injusticia la que los causa.
— Basta... caballero... Basta...
— Y no contento con atormentaros asi,
dijo Dagoberto oo pudiéndose contener ,
¿sabéis lo que haréis? Haréis morir de
dolor á vuestras hijas: ¿lo oís?... Y no os
las he traído para eso del fondo de la Si-
bería.
— ¿Reproches?
— Sí, porque la verdadera ingratitud
para conmigo, es el hacer desgraciadas á
, vuestras hijas.
258 ALBUM.
— Salid al instante de aqu(, caballero, on dnhde se hablan refugiado Rosa y
dijo el mariscal completamente fuera <)•> Blanca.
sí, y tan espantuso de cólera y de di>lor ,
que Oagoberto, sintiendo el haber ido tan
l^jos, dijo:
— Mi general, confieso mi error... Pue
de tpie os haya faltado al respeto... per-
donadme... pero...
— Enhorabuena, os perdono, y os su-
plico qtie me drj-'is solo, dijo el mariscal
conteniondo.se con dificu'lad.
— Mi ¿¡enera!, tina sola palabra...
— Os pido el favor de (jue me dejéis
solo os lo pido Como un servicio
¿Rasta eso? dijo el mariscal redoblando
sus esfuerzos para contenerse.
Y sucedió una gran palidez al color vivo
que durante aquella escena penosa habia
inflamado e! rostro del mariscal. Asustado
Oagoberto de aquel síntoma, dobló sus
instancias.
— Os suplico, mi general, dijo con voz
aterrada, permitidme un solo momento...
el...
— Ya que lo exigís, yo soy quien sal-
dré, caballero, dijo el mariscal dando un
pa-o hacia la puerta.
Esas palabras fueron dichas en tal to-
no, que no se atrevió á insistir Dagober-
to, bajó la cabeza agoviado, desesperado,
y miró aun un instante al mariscal, silen-
cioso y suplicando; pero viendo otro mo
vimiento de cólera (|ue no pudo contener
el padre de Hosa y Blanca, salió el solda-
do á paso lento.
Apenas habían pasado algunos minutos
después de la salida de Dagoberto cuando
el mariscal, el cual, después de un largo
y triste silencio, se habia acercado mu-
chas veces á la puerta del aposento de sus
hijas con una indecÍMon llena de angustia,
hizo un esfuerzo violento, enjugó el sudor
frió que bailaba su frente, trató de disi-
mular su agitación, y entró en el cuirto ¡ nias contra el mariscal, difundida* con
XIX.
LA ESI'ERlliNCIA.
Tenia razón Dagoberto en defender á
sus lujas, como llamaba paternalmente á
Uüsa y IJ.'atica; no obstante eso, las es-
presiimes del mariscal en cuanto á la ti-
bieza de afecto que echaba en «ara á sus
lujas se fundaba en las apariencias. Así
como habia dicho á su padre , no pudien-
do concet)ir el »'mbarazo y la tristeza casi
temerosa de sus hijas, cuando estaban de-
lante de é\, trataba en vano de indagar el
motivo de lo ijue llamaba su indiferencia.
Unas Veces echuidose en cara amarga-
mente el no haber podido ocultar un poco
el dolor que le habia causado la muerte
de su madre, teniia el haberles persuadi-
do por ese medio que eran incapaces de
consolarle, otras veces tenia aprensiones
de no haberse mostrado bastante tierno,
bastante espansivo para con ellas, de ha-^
herías helado con su dureza militar; y en
fin otras veces se decia con un sentimien-
to de dolor agudo, tjue habiendo vivido
siempre lejos de sus hijas, dehia ser para
ellas como un estraño. Kn una palabra,
se presentaban á su espíritu una caterva
de suposiciones á cual menos fundadas, y
cuando hay en un afecto semejantes géne-
ros de duda, de desconfianza ó de temor,
tarde ó temprano se desarrollan con una
tenacidad funesta.
Sin embargo, a pesar de aquella frial-
dad que tanto le hacia padecer, era tan
profundo el afecto del mariscal para con
sus hijas, que el sentimiento de separarse
de ellas de nuevo era el único que causa-
ba las perplejidades que desconsolaban su
existencia, lucha incesante entre el amor
paternal y un deber que consideraba co-
mo sagrado.
En cuanto al hecho fatal de las calum-
ILE m.
539
basta ate habilidad píira que pudiesen dar- jinglante tan espresiva , qne cuando pasiS
les a'gUD créJilo gentes de honor, «li* an i e! primer movimiento de temor, Vas dos
tigijos or-mpafieros de amias, 'as habían | huérfanas esfu'-i.Ton por arrrjar^e á los
propa^jado los amigos de la píincesa de j brazos di.' su padre; pero recordando las
Saint- Dizier cen una destreza esp»rít.>sa; ! recamen Jaciooes del escrito anónimo que
mas ta^de se salwá el sentido y d objeto
de es'is cooíores odiosos, qne, unidos á
tantas y tan diversas tlagas vivas hechas
á su corawn , coUnaiban la exasperación
del mariscal.
Domina<lo por la cólera, por \a$u^'res-
cita («n que le causaban aquellas picidu-
ras de alfi'ere? incesantes, comn p| tas lla-
maba. chi>cado de alminaspa'abrasde &a
les decía cuan penosas eran para sup»dca
las manifestaciones de su ternura. >e die-
ron rápidamente una mirada reciproca y
se contuvieron.
Por una fatalidad cruel, en aquel raism©
instante el mariscal estaba ardi^-nio ea
deseos de abrir los brazos á sus hjas, las
miraba con id>latría, y aun hizo no n»o-
vimiento íisiero como para Ikmarlas hacia
goberlo, lo habta tratado con dureza; pero*', no atreviéodjse á hacer mas te ir.endo
cuando saÜó t- 1 so!da(ío, cuando llegó eíjque ¡o comprendiesen, Pero laspotresni-
monrx^nto de la rcQecsion. el marise-l, re i ñas paralizadas por los pérfilos avisos
cordando la espresion convencila y ca'u-; l^e reeibian, se quedaron inmóvi.ei, tem-
rosa del defensor de sus hijas, habia sen- blando.
tido nacer en su pecho algtma duda enj -^1 ^f" aqaeüa aparente inseosibíüdad ,
cuanto á la frialdad que les achacaba, y "^7^ el mariscal (jue.seiba á desmayar;
Va no podía dudar, sus hijas no coni pren-
dían ni su terrible dolor, ni sudesespiera-
da ternura.
— ¡Siempre la misma frialdad! pensó,
00 me había engañado.
S'n embargo , tratando de OMUar sus
sentimientos, se adelantó hacia e; d» y
Íes dijo dando á su vo^ toda la cala.a qu«
después de haber tooiado una resolución
terrible para el caso de confirniarse sus
sospechas desconsoladoras, entró, como se
ha dicho, en el aposento de sus hijas.
Habta sido tanto el ruido de la discusión
con Dasoberto, que el sonido de las vo
ees, atravesando el saion habia Hegadoen
parte á los oídos de las dos hermanas ijiie
se hablan refugiado ea el cuarto en que P"'-^*^*
dormían. Asi es que cuando 'legó su padre — í^uenos dias, hijas mías...
manifestaban sus rostros pálidos el temor' —Buenos dias, padre ralo, respondió
y la ansiedad. Al v.r al mariscal, cuvas j ^""^*^ ' '"'^"O* intimidada quesu hern-ana.
facciones estaban tnmbien alteradas, se le | " ^' P"^^ ^eros... ajer. dij . tl.na.is-
vanlaron respetuosamente las dos mucha- ! '^' <^^" ^^^ a lerada, poriue. mirad, es-
citas, pero se quedaron apretadas una con [ tuve muy ocupado; se trataba dent-gocios
tra ntra y temblando de pies á cabeza. | graves.... de cosas.... relativas al servi-
Y sin embargo no era la dureza ni lajcio---- En fm ¿no estais erfadadas de mi
cólera lo que espresaba el semblante pa- neg'igenda? y trato de soi.reir^e, noatre-
terno, sino un dolor profundo, casi depre- j viéndose á decirles que durarste la noche
catorio. que parecía decir: ú'tima, después de un acceso de e:ler»
— Hijas mías..:, estoy padeciendo.... y terrible, para calmar sus aogu tras, habia
vengo á vosotras: tranquilrtadme, amad-: ido á contemplarlas dormidas, ¿N- e^ ver-
me... ó sino muero... '. d^d. replicó, que me perdooai» «;i ba¿tr09
L« espresion del mariscal era en equel oiridado^...
66-
260 4LBU9Í,
— Si, padre mió... dijo Blanca bajando
íbs ojos.
— ¿Y si me viese forzado á ausentarme
durante alguo tiempo... dijo lent^menle
el ntariscal, me lo perdonáis también... y
os consoiariais de mi ausencia, no eà ver-
dad?
— Tendríamos mucho sentimiento... si
por nosotras os hicienis violtUíCia i>inj;u-
na... dijo Rosa recordando el escrito anó-
nimo que les hablaba de los sacrificiosque
su presencia imponía á su padre.
Al oir esta respuesta hecha con tanto
embarazo como timidez, en la cual creyó
el mariscal una indiferencia candida, no
dudó ya del poco afecto que le tenían sus
hijaí.
— ¡Se acabó! pensó el desgraciado pa-
dre mirando á sus h'jas; no hay cosa nin
guna que vibre en ellas... que me vaya...
ó que me quede... poco lesimporta. No...
no no soy yo nada para ellas, puesto
que en el instante supremo en que acaso
me ven por la última vez no les dice
el instinto filial que me salvaría su ternu-
ra....
Durante aquella reflecsíoo que le ago-
viaba, el mariscal no había cesado demi-
rar á sus hijas con enternecimiento, y su
varonil rostro tomó una espresion tan pa-
tética y tao desgarradora á la vez, sus
miradas manifestaban tan dolorosameute
los tormentos de su alma desesperada, que
Rosa y Blanca, trastornadas, cediendo á
un movimiento espontáneo é irreflecsívo,
se echaron al cuello de su padre y lo cu-
brieron de lágrimas y de caricias.
El mariscal Simon no había dicho ni una
palabra: tampoco habían dicho ninguna sus
hijas, y se habían entendido los tres... Un
choque simpático había electrizado de re-
pente y confundido en uno aquellos tres
corazones.
Temores vanos, dudas falsas, avisos mis»
tcriosos, todo había cedido ante aquel ím-
petu terrible que arroja las hijas á los bt^
zos de su padre: una revelación súbita les
daba la fé en el instante fatal en que una
desconfianza incurable iba á separarlos
para siempre.
Todo eso lo sintió el mariscal en un se-
gundo; pero le faltaron las espresiones
para manifestarlo. Palpitando, estraviado.
t'esando la frente, los cabellos y las ma-
nos de sus hijas, llorando, suspirandu -y
sonriéndose todo junto, estaba loco, de-
liraba, estaba embriagado de felicidad; al
fin esclamó :
—Ya las he hallado..... 6 por mejor
decir... no, no las había perdido jamas...
Me amaban ¡Oh! No dudo de ello
ahora Me amaban no se atrevían
á decírmelo...,, Lts imponía yo Y yo
que creía pero la culpa la tengo yo...
¡Ah: Dios mío! ¡Cuanto bien me hace
esto, cuanta fuerza me da, cuanto aliento
y cuanta esperanza! ¡Ahí ¡Ah! esclamó
riendo y llorando á la vez, y cubriendo á
sus hijas de caricias: ¡qué vengan ahora
á desdeñarme, á hostigarme! desafío aho-
ra todo. Vamos, herniosos ojos azules
míos, miradme bien , ¡ oh ! muy cara á
cara asi renaceré de nuevo.
— ¡Oh, padre mío I... ¿nos amáis tan^a
como os amamos? dijo Rosa con un can-
dor hecliicero.
— ¿Podremos pues, á menudo, muy á
menudo todos los días, echarnos á vues-
tro cuello, abrazaros y deciros cuan feli-
ces somos de estar jimto á vos?
— ¿Manifestaros, padre mío, los teso-
ros ne ternura y de amor, que amonto-
nábamos para vos en el fondo de nuestro
corazón , con tanta tristeza de no poder-
los espeoderí
— ¿l*odremos decir en voz alta lo que
pensábamos en voz baja?
— Sí, lo podréis lo podréis dijo
el mariscal Sínion, balbuciente de alegría;
i¿y qué es lo que os lo estorbaba hijas.
i
ALBUM.
261
iniaí? Pf ro no, no me rcsponJais... basta 'de Quitasolaces.que apuntaba á la altura
de lo pasado sé todo, comprendo to-
do mis inquietudes las habéis in-
terpretado de un modo eso os ha en-
tristecido yo, por mi parte vues-
tra tristeza, bien lo concebís la he in
terpretado... pero mirad, no hagáis aten-
ción á nada de cuanto os digo. No pienso
sino en miraros, eso me aturde me
deslumhra..... es el vértigo de la alegría.
— ¡Oh ! ¡ miradnos, padre nuol... mi-
rad bien el fondo de nuestros ojos, el fon-
do de nuestro corazón I dijo Rosa arre-
batada.
— Y leeréis felicidad para nosotras;
amor para vos, padre mió, añadió
Blanca,
— Vos..... vos ^iji el mariscal en
'tono de afectuoso reproche, ¿qué signi
fica eso? ¿Queréis tener la bondad de de
cirme /«?... yo os digo vos, porque sois dos.
— Padre mió dame la mano, dijo
Blanca tomando la mano de su padre y
poniéndosela encima del corazón.
— Dame tu mano, padre, dijo Rosa
tomando la otra mano del mariscal.
— ¿Crees ahora en nuestro amor y en
nuestra felicidad? dijo Blanca.
Es imposible el pintar todo el orgullo
delicioso y filial que había en la divina fi-
sonomía de aquellas dos jóvenes, mien-
tras su padre, apoyando lijeramente sus
valientes manos encima del pecho de sus
hijas, contemplaba enajenado suf latidos
alegres y precipitados.
— ¡Ah, sí!... la felicidad y la ternura
tan solamente pueden hacer latir asi los
corazones*
Una especie de suspiro ronco, opri-
mido, que se oyó á la puerta del cuarto,
Ja cual estaba entreabierta, hizo volver
súbitamente las dos cabezas de los cabe-
llos negros y la de los cabellos grises , y
advirtieron entonces la grande figura de
de las rodillas de su amo.
El soldado, enjugándose las lágrimas y
los bigotes con su peíiocuo pañuelo de
cuadros azules, estaba inmóvil como el
dios Término: cuando al fin pudo hablar,
se dirigió al mariscal, y pronunció en voz
ronca, porque el buen hombre se tragaba
las lágrimas:
— ¿No os lo doria yo?...
— Silencio le dijo el mariscal ha-
ciéndole un signo de inteligencia ; eras
mejor padre que yo, amigo viejo mió;
ven pronto á abrazarlas; no estoy ya ce-
loso.
Y alargó el mariscal la mano al sol-
dado, quien la apretó cordiahnente, mien-
tras las dos huérfanas se le echaban al
cuello; y Quitasolaces , queriendo, según
su costumbre, tomar parte en aquella
fiesta , poniéndose derecho ¿obre los pies
traseros, apoyaba familiarmente las patas
en las espaldas de su amo.
Hubo un instante de profundo silencio.
La felicidad, celestial de que gozaban
el mariscal, sus hijas y el soldado en aquel
momento de espansion inefiíble, fué in-
terrumpida por un ladrido de Quitasolaces,
que acababa de tomar su postura ordina-
ria de cuadrúpedo.
Desunióse el grupo dichoso; miró y vio
la estúpida cara de Jocriso. Tenia la facha
mas tonta , mas imbécil aun que á lo er-
dinario, y se quedaba tieso en el umbral
de la puerta abierta , abriendo espanto-
samente los ojos, teniendo en una mano
su eterna canasta de leña y en la otra una
escobilla.
No hay cosa que inspire mas alegría
que la felicidad; asi que, aunque llegó
con tan poca oportunidad, los labios pur-
purinos de Rosa y de Blanca saludaron
aquella aparición grotesca con una car-
cajada fresca y deliciosa.
Da^oberto, y á su lado el hocico negro) Gomo Jocriso hacia reír á las hijas del
362 «•B'ja
mariscal , entristecidas t^nto tiempo ba-
cía , logró inmediatamente la indulgencia
del mariscal, quien le dijo con buen liii
mor:
— ¿Qué quieres, miicliachot
— Señor duque, no soy yo, respondió
J.ocriso poniendo la mano en el pecho co
mo si líubiese lioclio un juramento; de
modo que se le cayó la escubillaque tenia
en la nuu<o.
— ¿('.cmo, no eres tú? dijo el mariscal.
— ¡ Quit'lo allí , Quilasolaecs! esciamó
Dagoberto, porque el buen perro parece
que tenia un prest-nlimiento secreto poco
favorable "al pretendido tonto, y se acer-
caba á él de un modo sospecl^oso.
— iNo , señor duque , no soy yo, repe-
tió Jocriso, sino el lacayo, el cual me ha
ílicho qu»*, al subir la leña, dijese al se-
ñor Da^obtrto que dijese a! señor duque,
pueblo que la «ubia yo en una canasta,
que deseaba verlo el señor Roberto.
Al oir aquella nueva sandez dçJocriso,
redoblaror^ Us carcajadas dç las ()o$ jó-
venes.
\í\ mariscalse cstremecióaj oír. elnom-
bre del señor Roberto.
El s»-ñor Robertij era el emisario secre-
to de Rodin en la pi^oyeclada empresa,
posible pero arrie^^3da, que se habia de
hacer para arrebatar á Napoleón II.
Hubo uu »n>tanle de Mlencio, y des-
pués el mariscal, cuyo rostroestaba siem-
pre ralliante de fi-licidad , dijo á Jocriso :
— Dile al señor Roberto que espere un
poco abajo... en mi gabinete.
— Si, señor duíjue, respondió Jocriso
inclinándose hasta el suelo.
Asi que salió el tonto, el mariscal dijo
á sus hijas en tono muy alegre:
— Rien sentiréis que en un dia como
este, no se separa uno de sus hijas.... ni
aun por el señor Roberto. ■
— ¡Oh! ¡me alegro mucho, padre mió!
esclamó alegremente Blani'a , porque el
señor Roberto me desagradaba ya mu-
cho.
— ¿Tenéis lo necesario para escribir?
preguntó el mariscal.
— Si, padre mió... ahi... encima de la
mes<i dijo Rosa con viveza, indicando al
mariscal un escritorio pequeño, cojocado
al lado de una de las ventanas de su apo-
sento, hacia el cual fué el niaiiscal rápi-
damente.
Por discreción las dos hermanas se que-
daron junto á la chimenea en que estaban
y se alirazaron tiernamente, como para
alegrarse entre iierminas, ei.tre sí solas,
de aquel dia tan inesperado.
El mariscal se sentó al escritt>riodesus
hijas é hizo seña á Dagoberto que so acer-
case.
Sin dejar de escribir rápidameate y con
mano firme algunas palabras, dijo son-
riéndose ai soldado, y en voz bastante ba-
ja para que les fuese imposible á sus hi-
jas el oiilo :
— ¿Sa besa qué estaba casi decidido ha-
ce poco, antes de entrar aquí?
— ¿A qué estabais decidido, mi gene-
ral?
— A levantarme la tapa ae:los sesos...
A mis li'jais es á quien dtbo la vida...
Y continuó el mariscal esíyibiendo con
puño firme.
Al oir aquella confidencia, liizo D?go-
berlo un movimiento, y después respon-
dió sien)pre en voz baja :
— En todo caso, no lo hubierais hecho
.non vuestras pistolas.... les habin quitado
yo el cebo...
Volvió'vc súbitamente hacia éf el ma^
lisral, y lo miró muy sorprendido.
El soldado bjjó la cabeza afirmativa-
mente, y añíidió :
i — Gracias á Dios.... se acabaron ya se-
mejantes ideas.
No dio el mariscal otra respuesta sino
enseñarle á sus ti'jas, mirándolas coa ojos
llenos de ternura , brillantes de f «licidad :
cerrando después el billete de pocas líneas
qne acababa de escribir, lo dio amoldado,
dicióndole :
— Entrégal? esto al seilor Uoberto.,..
le veré mañana.
Tomó la carta Dagoberto y sali-'l.
Volviendo el mariscal á sus bijas , les
alargó los brazos alegremente y les dijo:
— Abora, señoritas, vengan dos buenos
besos por haberos sacrificado al pobre se
ñor Roberto. ¿Los he ganado bastante?
Rosa y Rlanca se echaron al cuello de
su padre.
263
En el instai\te poco mas ó menos en
que sucedían estas cosas en Paris, dos via -
geros estraordinarios, aunque separados
uno de otro, se comunicaban á través del
espacio pensamientos misteriosos.
XX.
Ï,AS RUINAS DE LA ABADÍA DE SAN JUAN
EL DEGOLLADO.
Se iba á poner el sol.
En lo mas profundo de uni espeso pinar,
en medio de la soledad mas profunda , se
alzan las ruinas de una abadia coneagra-
da anfigoamenle á San Juan el Degollado.
La ytdra, las yerbas parásitas, el mus
go, cubriaH las piedras ennegrecidas ya
por la »ejez; solamente quedaban aun en
pié alg<mos arcos desinoronados, algunas
ventanas ojivales, cuya silueta se notaba
en medio de la oscura sábana.que forma el
bosíjue.
Una estatua colosal de piedra mutilada
■en mucbos parajes, colocada en un pe-
destal descantillado, tíif dio encubierto por
las lianas, domina todo ese montón de
escombros.
Es ai|uélla estatua eslraordinaria , si-
niestra.
Representa á un hombre degollado.
Vestido con la toga antigua , tiene en
sus manos una fuente; en la fuente hay
una cabeza... esa cabeza es ia suya.
Es la estatua de San Juan mártir,
muerto por orden de Herodias.
Reina un silencio profundo.
Únicamente se oye de cuando en cuan-
do el mido sordo de las ramas de los
enormes pinos que agita el viento.
Algunas ntibes de color de cobre enro-
jecidas por el sol que se está poniendo,
vagan lentamente por encima de In selva
y se reflt^jan en el limpio cristal de unar-
royutílo de agua viva que atraviesa las
ruinas de la abadia, y tiene su origen un
poco nías lejos en medio de una masa
confusa de rocas.
Curre el agua , pasan las nubes, se es-
tremecen los árboles seculares , murmu-
ra la bri.^a.
De repente á través de la penumbra
que forma la cumbre espesa de aquella
arboleda, cuyos innumerables troncos se
pierden en profundidades infinitas
aparece una forma humana....
Es una muger.
Adelántase hacia las ruinas.... las exa-
nuna pisa aquel suelo en otro tiempo
bendito....
Está pálida aquella muger; son tristes
sus miradas; su largo vestido, flotante;
sus pies cubiertos de polvo; anda c-jn di-
ficultad y con pasos vacilantes.
Fn la orilla de ia fuente hay una gran
piedra , casi debajo dé la estatua de Sao
Juan el Degollado.
La muger se drja caer jadeando , es-
tenuada de fatiga, encima de aquella pie-
dra.
Y sin embargo hace muchos dias
muchos meses, muchos años que an-
da.... anda.... siempre infatigable.
Pero por la primera vez... espetimen-
ta un cansancio insuperable.
Por la primera vez están sus pies
llenos de dolores.
Por 'a primera vez, la que atravesaba
,'coa paso igual, indiferente y seguro^ la
67*'
964 ALBUn
lava movediza d.- los desitTlos lórri.Ios.
mientras aquellas olas de arena candente
tra.^aban caravanas enteras
Li que .pisaba con paso firn;e y a livo
las nieves eternas de las conian-as hórra-
les, en donde no puede vivir iii(i}í«u» ser
humano....
La que respetaban la>' llamas devora-
doras del incendio y las aguas impetuosas
de los torrentes
En fin, la que, tantos siglos hace, no
tenia nada común con !>> Iiumaiudad
esperimenta por la primera vez los dolo-
■tfs.
Le sangran los pies, le ha rolo los
miembros la fatiga, y la devora una sed
ardiente....
Siente esas enfermedades... se aflige...
y apenas se atreve á creerlo.
Seria insensata su alegría....
Pero su garganta , cada vez mas seca,
se contrae, su pecho está ardiendo... Ad-
vierte la fuente y se arrodilla precipitada-
mente, para apagar su sed en aquel espe-
jo cristalino y trasparente.
¿Pero qué es lo que sucede?
Apenas han tocado aíjiieMa agua fres-
ca y pura sus labios inílímados, arrodi-
llada siempre en la orilla del arroyuelo, y
apoyándose con las manos, cesa súbita-
mente de beber aquella muger, y se mira
con estrema curio^iidad eo el espejo líquí
do....
De repente, olvidando la sedqueaunla
devora, lanza un gran grito.... de alegría
profiini'a , inmensa , rt-ligiosa , como una
acción de í¿ra>:iao MifiD taSdingida al S'ñor.
En aquel espijo profundo.... acaba de
advertir que lia envejecido....
En pocos dias, en pocas horas, en po-
cos minutos, acaso en aquel mismo ins-
tante.... acaba de llegar á la eddd madu-
ra....
Ella que, diez y ocho siglos hacia, tenía
siempre veinte aùos, y anaslraba á tra-
vés de los mtmdos y de las generaciones
aquella juventud inmarcesible....
Habia envejecido.... podía en fin aspi-
rar á la muerte.
Cada minuto de su vida la aproximaba
al sepulcro.
Kn.íjenada con aquella esperanza ine- '
fable, se enderezó, levantó los ojos al cie-
lo, y juntó sus dos manos en actitud de
una oración fervorosa...
Entonces advirtieron sus ojos la esta-
tua de San Juan el Degolladn...
La cabeza que tenia el santo en las ma-
nos parecía que abria sus párpados de
granito, cerrados ya por la muerte, y da-
ba a la judía errante una mirada de com-
pasión y de misericordia...
¡ .\que!la muger es precisamente Hero-
diasque en medio de la cruel embriaguez
de una fiesta pagana , pidió el suplicio de
aquel santo !...
Y al pié de la imagen de aquel mártir
es donde por la primera vez... después de
tantos siglos parece suavizarse la in-
mortalidad que agoviaba á Herodías...
« ¡ Oh misterio impenetrable I ¡ Oh di-
« vina esperanza 1 esclamó, se aplaca al
« fin la cólera celestial... la mano del St -
« ñor me trae á los pies de este santo
o mártir... á sus pies es donde comienzj
«á ser una criatura humana... Y fui^ por
« vengar su muerte el haberme condena -
«do el Señor á aolar eternamente I...
«I Oh Dios mió! ¡Haced que no sea
« yo la única perdonada ! Aquel tam-
« bien , el artesano que como yo, hija de
n rey .. anda tiaee tantos siglo» aquel
«¿puede esperar como yo llegar al lér-
« niino de su eterno andar?...
«¿En donde está, Señor?... ¿En don-
ar de esta?... ¿.\quel poder que me ha-
o biais dado, de verle y de oirle á travé*
«de los espacios, me lo habéis arrebata-
«do? ¡Oh! en este instante supremo, vof-
(Tvediue aquel don divino... Señor... por-
ALBUM
f(^np á mciliiîa qtie voy sintienrJo estas
« enffrmi'datles hu'nanas, las cuales ben-
wdigo como el fin <le mis eternos ma'es,
« pierde mi vista el poder de atravesar la
))ifimensida i, y mi oido la facultad de oír
« al hnmtíre errante de un cabo del mun-
it do al otro.»
Híbia llegado la noche obscura
tempestuosa...
Se liabia levantado el viento de enme-
dio de los altos pinos.
Detrás de su negra cima comenzaba á
subir á través de pardas nubes el discu
argentado df la luna.
Puede que fuese oida la invocación de
la judia errante...
De repente se cerraron sus ojos, rejun-
taron sus manos... y se quedó arroddla-
da en medio de las rumas... inmóvil co-
mo una estatua de ¡os sepulcros...
¡ Kntónces tuvo una -vision eatraordi-
nariaü!
XXI.
EL CALVARIO.
Esta fué la visiun de Htrodías.
En la cumbre de una montana alta ,
desierta, pedreg':)sa y escarpada, se levan-
taba un calvario.
Iba^e á poner el sol, así como se iba á
poner cuando se arrastró la judía, este-
nudda de cansancio, á las ruinas de San
Juan e¡ Dtgoliado.
El grao Cristo cru ificado que domina
al Calvario, á la montaña y a la llanura
árida, solítari.t , iofinita; el gran Cristo
crucificado aparecía p^ilrdo y blanco en las
nubes de color negro azulado que cubrían
el cielo por todas partes, y se ponían de
color de violeta cerrado, degradándose los
colores en el horizonte...
En el horizonte donde hí dejado el
sol al ponerse largos rastros de una luz
siniestra... de un color de sangre...
En cuanto puede alcanzar la vista, no
se divisa vegetación ningunaena juel tris-
265
te desierto, cubierto de arena y de casra-
jos, como el áheo de algún Océano que
se ha secado.
Boina en aquella comarca desolada un
silencio de muerte.
A veces algunos gigantescos buitres ni'-
<;ros, con cuello encarnado y pehdo, con
•jos amarillos y ardientes, deteniendo su
largo vuido en medio de aquellas soleda-
des, se ponen á ilevorar la ensangrentada
r;ilea que han cojido en otro país menos
salvage.
¿Como hanedifiado aquel calvari^^, en
inodio de aquella soledad de piedras, tan
l<^jos...tan léjjs de las habilacionis de los
hombres?
Aquel calvario, lo ha edificado á costa
de muchos gastos un pescador arrepenti-
do H.bia hecho mucho mala los otros
hombres, y para lograr el perdón de sus
crímenes, ha subido de rodillas aquella
montaíía, se ha hecho cenobita, y ha vi-
vido ha>ta la muerte al pié de aquella
cruz, apenas defendida entoncesde las in-
clemencias por un tejado de paja , que
mucho tiempo hace se llevaron los vientos.
Continúa siempre declinando el sol...
Se pone el cielo cada vez mas sotii-
brio... las rayas luminosas del horizonte,
rojas poco antes, comienzan á oscurecer-
se lentamente, como barras de lÚL-rro....
que salen cand( ntes del fuego y van des-
pués enfriándose poco á pi»co.
Oyese de reptante en la bnjada del cal-
vario opuesta al uccideiite ei ruido de al-
gunas piedras que se desprenden y van
rodando y saltando hasta el pié de la
montaña.
El pié de un viajero, quien, después de
haber atravesado la llanuia, estaba su-
biendo hacia una hora 8(|uella cuesta es-
carpada, ha hecho rodar aquellos casci» jos
hasta lo lejos.
No se ve aun el viajero, pero se oyen
sus pasos lentos, iguales y firmes... Al 6n
2G6 ALBUH.
'lega á la cumbre de li montana, y su
sombra dibuja en el cielo tempestuoso su
alto talle.
Kstá aquel viagero tan pálido como el
Cristo crucificado; cruza su ancha frente
de la una á la otra sien una raya negra.
Ese <'s el artesano de Jcrusalen.
El artesano que se liabia hecho malo
por la miseria, la injusticia y la opresión,
el que sin compasión por los padecimien-
tos del hombre divino (¡ue llevaba la cruz,
le habia rechazado de su morada dicién-
dole : Marcha marcha.... marcha
Desde aquel dia, un Dios vengador ha
dicho á su vez al artesano de Jerusalen :
Marclia.... marcha.... marcha....
Y ha marchado ha marchado eter-
namente.
Y no limitando á eso su venganza, ha
querido à veces el Señor unir la muerte
á los pasos del hombre errarle, y que
marcasen las leguas de su marcha homi-
cida á través del mundoiniiumerables se-
pulcros.
Y para el hombre errante eran dias de
reposo los que pasaba, cuando la invisible
man" de Dios le enviaba á soledades pro-
fundas, semejantes a los desiertos en que
estaba entonces dando pasos: al menos,
al atravesar aquella llanura desolada, al
íubir aquel Calvario montuoso, no o>a ya
•el ruido fúnebre de las campanas tocando
á muertos , que siempre resonaban tras
de él.... en las comarcas pobladas.
Todo el dia , y aun entonces mismo,
sumido en el negro abismo de sus pensa-
mientos, siguiendo su camino fatal... yen-
do á doiMe le l'evaba la mano invisible,
con la cabeza inclmada hacia el pecho, los
ojos puestos en tierra, el hombre errante
había atravesado la llanura y subido la
montaña sin levantar los ojos al cielo, sin
advertir el Calvario, sin ver al Cristo
frucilicado.
)*eñsaba el hombre en los últimos des-
cendientes de su raza, y sentia , por lo
despedazado que estaba su corazón, que
les amenazaban aun grandes peligros
Y sunúd ) en una desesperación amar-
ga, profun<la como el Ooéano, el hombre
errante se ser»tó al pié del calvario.
En a(|uel instante, el último rayo del
sol, atravesando las nubes oscuras que
estaban amontonadas en el horizonte, es-
parció sobre la cumbre de la montana,
sobre el calvario, una luz ardiente como
el reflejo d-" un incendio
Apoyaba entonces el judio en la mano
la frente pensativa : sus largos cabellos,
agitados por la brisa crepuscular, acaba-
ban de cubrir su pálido rostro, cuando
apartando los cabellos de su cara, se es-
tremeció de sorpresa él que de nada
podia maravillarse ya
Miraba ansioso , contemplaba asom-
brado la larga mecha de cabellos que te-
nia en la mano sus cabellos, negros,
poco hacía, como el ébano se habían
^juesto grises.
Habia envejecido como Uerodías.
Ki curso de sus años, detenido hacia
diez y ocho siglos comenz-tba de nute-
vo Asi como la pobre judia errante,
también él podia por consiguiente aspirar
desde entonces la tumba
Poniéndose de rodillas, alargó las ma-
nos, levantó los ojos al cielo para pe-
dirle á Dios la espücacion de aquel mis-
terio que le arrebataba de esperanza
Entonces por la primera vez puso los
ojos en el Cristo crucificado que dominaba
el calvario, asi como la judía errante ha-
bia fijado los suyos en los párpados de
granito del santo mártir.
El Cristo con la cabeza inclinada bajo
el peso de la corona de espinas, parecía
que conti^nplaba desde lo alto de la cruz
con dulzura y misericordia ai artesanoque
lo habia maldecido tantos siglos har-ia
y que do rodillas, inclinada hacia atrás
ALbüiU
la cabcïa, en una actitud de espanto y de
plegaria, alargaba sus manos suplicando:
«¡Oh. Cristo!... esciamó el judio: el
« brazo del Seíior me trae al pie de esa
«cruz pesada que ¡levabas agoviado por
«el cansancio..... ¡Oh, Cristo! cuandc»
«(|uisis(e detenerte para descansar en el
«umbral de mi pobre morada, y te re-
« chacé con implacable dureza , diciéndote:
«Marcha.... marcha.... y ahora después
«de mi vida errante me vuelvo á hnílar
«delante do esta cruz y comienzan á
«ponerse blancos mis cabellos iOh,
«Cristo! ¿Me ha perdonado acaso tu bon
«dad divina? ¿He llegado al fin al tór-
« mino de mi carrera eterna? ¿Me con-
« cede al fin tu celestial clemencia el re-
« poso del sepulcro, que hasta ahora, ¡ay!
« nunca habia podido alcanzar?... ¡Olí!
«Si desciende hasta mí tu clemencia.....
«Que descienda también hasta aquella
« muger... cuyo suplicioes igual al mió...
« Protege también á los descendientes de
«mi raza. ¿Cual será su suerte? Señor,
« ya ha desaparecido de este mundo uno
«de ellos, el único que la nfíiseria habla
'« pervertido, ¿üan tlinqiiedo por eso mis
« rabellos? ¿No estará espiado mi crimen
« hasta que no quede en este muíido ni
« uno solo de los retoùos de nn^slra raza
« maldita? ¿O acaso esta prueba de vues-
« tra bondad , joh, Sefior! que se somete
a á la ley de la humanidad, anuncia vties-
« tra clemencia y la felicidad de los mios?
«¿Saldrán al fin triunfantes d-* los peli-
« gros que les amenazan? ¿Podri.in llevar
« á efecto todo el bien que su abuelo quc-
« ria hacer á lá humanidad, y merece asi
«su gracia y 'a mia? ¿O acaso condena-
ce dos inexorablemente, por vo«; ¡olí! Se-
rt ñor! como los vastagos malditos de mi
«raza n>aldita, habrán de espiar su pe-
« cado original y mi crimen?
« ¡Oh! Decid , decid , Señor. ¿Me per-
« donareis á una con ellos, ó los castiga-
« reis á una conmigo?...
Habia desaparecido el crepúsculo bajo
el manto de una noche negra, tempestuo-
sa..... pero el judio oraba siempre arro-
dillado al pié del calvario.
riN DE Lk TERCERA PARTE.
PARTE CUARTA.
»^0> BT I
I.
EL CONSEJO.
Lá escena que sigue pasaba el dia si-
guiente al de la reconciliación áel maris-
cal Simon con sus dos hijas en el hotel de
la princesa de Saiul-Dizier.
La princesa escuchaba con la mas pro-
funda atención las palabras que le decia
Hodin. ÊI reverendo pailre estaba, seguo
su costumbre, de pié y apoyando la es-
palda á la chimenea , con las manos me-
lisas en los bolsüíos traseros de su vieja
20)8
ALBUH.
levita parda: sti> zapatos citlodadoN lian
dejado vestigios »n la alfombra df armi-
niü, estendida delante iJe la cliimenca del
salon. Se notaba una sal¡>f<)ciiüt» profun-
da en el rostro csd^vérico del josnita.
La señora de íainl-Dizier , puesta con
aquella especie de roqneteria que le está
bien á una madre de la ifjlesia, y de hu
esperie, no separaba los ij >s <le Kodin,
porque este habia suplanlado enteramen-
te al padre d'Aigripny en el espíritu de
la devota. Lb (lema, la audHci;», la alta
iolelipencia, el earacíor rudo y dominador
del e:;-S()n'i<s , impotíiao á aquella mujer
altiva, la dominaban y le inspiraban una
admiración sincera, y aun atractiva; has
ta la suciedad cínica, l)asta las réplicas mu-
chas veces brutales de aquel sacerdote le
agradaban y eran para ella como una es-
pecie de guisado estragado que prefería
entonces, y con mucho, á las formas es-
quisitas y á la elegancia perfumada del
hermoso padre d'Aigrigny.
— Si señora , decia Uodin con un tono
convencido y penetrado, porque esas gen-
tes no se quitan la máscara ni aun entre
cómplices, las noticias de nuestra casa de
retiro de Saint-Herem son esrelentcs.
Mr. Hardy el espíritu fuerte el
pensador libre ha entrado en fin en el
gremio de nuestra santa madre la ig'esia
católica, apostólica y romana.
Habiendo gangueado hipócritamente
Uodin estas últimas palabras... la devota
inclinó respetuosamente la cabeza.
— La gracia ha llegado al impío... aña
dio Uodin, y con tanta fuerza , que en su
entusiasmo ascético , ha querido ya pro-
nunciar los votos que le ligan á la com-
pañía.
— |Tan pronto padre mioldijo la prin-
cesa maravillada.
— Nuestra regla se opone á semejante
precipitación.... á no ser sin embargo un
pL'Ditkfite convertido que, encontrándose
in articulo mords (en ti artículo de lí
muerte) considere como soberanamente
eficaz para la salvación de su a!ma el mo-
rir con nuestro hábito y dejarnos tf»dos
sus bienes ad majorem Dei gloriam
(para la mayor gloria de Dios).
— ¿Está acaso Mr. ííardy en una si-
tuación tan desesperad.», padre mió"*
— Le está devorando b rü!<iiluri» : des-
pués de tantos golpes sucesivos ipK'lehan
impelido milagrosamente al camino ile la
salvación, respondió Uo-lin muy c.-mpun
pido, a(|uel hombre tan déliil y tan deli-
cado dtí complíxiun eslá en este momen-
to casi enteramente aniquilado fisica y
moralmente. Asi es que las austeridades
las maceraciones, los goces divinos del
estasis le abrirán dentro de muy poco
tiempo el camino de la vida eterna, y es
muy probable que antes de pocos días...
y meneó la cabeza el sacerdote con aire
siniestro.
— ¿Tan pronto, padre mió?
— Es casi seguro; por consiguiente he
podido, usando de mis dispensas, man-
dar que se recibiese en el senode nuestra
compañía ese querido penitente in articu-
lo inortis, abandonando, según lo manda
nuestra regla, á la sociedad todos sus bie-
nes habidos y por haber.... es otra vícti-
ma del filosofismo que se escapa de las
garras de Satanás.
— ¡ Ah , padre mío ! esclamó la devota
admirada: es una conversion milagrosa...
El padre d'Aigrigny me ha dicho cuanto
habíais tenidoquelucharconlra la influen-
cia del abate (jabriel.
— El abate (jabriel, respondió Rodin,
ha recibido el castigo que merecía por !ia-
berse metido en lo que nada tenia que
ver, y por otras cosas también... He exi-
gido que le interdijesen... y le ha ijuita-
do su obispo las licencias, al mismo tiem-
po que el curato.... Se dice que para pa-
sar el tiempo anda corriendo los huspi-
afiles anihiilanlcs (1<= rulencos, y distribu-
yendo consuilu» cristianos nüdie se
ptitde oponer á es ». Pero ese consolaJor
ambulante huele á herege de una legua.
— Ese es un espíritu peiijíroso, dijo la
princesa, porque tiene roncha itifluencia
en los hombres; asi es que ha sido nece-
saria toda vue.-lra tli»cu<n(i;i admirable ó
irresistible para echar por tierra los de-
fHítab'es consejos de ese abate Gabriel,
quien habia imaginado qu" podría de nue-
vo arraslrar á Mr. Hardy á la vida mun
daña.... En verdad, padre niio, sois un
San Cris(5>tomo.
— ¡Bueno! ¡Bueno, seriara! dijo brus-
camente Rodin muy poco sensible á las
lisonjas, guardad esos cumplimientos para
otros.
— -Oí digo que sois un San Crisóslomo,
repitió la princesa con calor, porque co-
'rnoél, padre mió, merecéis el sobrenom-
bre de San Juan pico de oro.
— ¡Veamos, seíiiora ! dijo bruscamente
Rodin, encojieodo los hombros. ¡ Yo un
pico de oro! tengo los labios demasiado
cárdenos y los dientes demasiado negros...
Os chanceáis con vuestro pico de oro.
— Pero, padre mió....
— ¡ Pero, señora I Nadie me coje á mí
con semejante liga, replicó duramente Ro-
din; aborrezco las lisonjas, nunca lison-
jeo á nadie.
— Perdóneme vuestra modestia , padre
mió, dijo humildemente la devota: no he
podido renunciar á la dicha de manifesta
ros mi admiración, porque, así como lo
habéis adivinado... ó previsto, ya hay dos
miembros de la familia Renepont desin-
teresados en la cuestión de la herencia.
Rodin miró a la princesa de Saint- Oi-
zier con fisonomía suavizada y aprobativa
al oir como forntulaba !a situación de los
dos difuntos herederos: porque según pen-
saba Rodin, Mr. Hardy, por su donación
y su ascetismo homicida, no pertenecia ya
á este mundo.
lí.BftJM. 269
La devota continaó :
Al uno de los dos, miserable artesano,
lo ha llevado á su pérdida la exaltación de
sus vicios... y vos habéis llevado al otro
al camino de la salvación exaltando sin
calidades de amor y de ternura. Sed pues
glorificado en vuestras previsiones , p<.r-
(jtie lo liabeis dicho: '( Me serviré de as
pasiones para conseguir mi olijeto.w
— No me glorilit|ueis tan pronto, os lo
rueijo: dijo llodin impaciente, ¿y vuestra
sobrina ? ¿Y el ipdin? ¿Y las dos li'jjs del
mariscal .^imon? Han tenido también esas
personas un fin cristiano, ó están desinte-
resadas en la cuestión de la liercncia para
glorificarnos tan pronto?
— No, sin duda.
— Pues bien, ya lo veis señora. No per-
damos el tiempo en congratularnos de lo
pasado; pensemos en lo venidero El
primero de junio no está lejos... ¡quiera
el cieloque no veamos á los cuatro miem-
bros de esta familia que aun existen, con-
tinuar viviendo siempre en la impeniten-
cia hasta aquella época y apoderarse de
esa enorme herencia... motivo de nuevas
perdiciones en sus manos, y motivo de
gloria para el Señor y su santa iglesia er<
las manos de la compañía.
— Es verdad, padre mió.
— Ya que hablafnos de eso debierais
ver á los encargados de vuestros negocios
y hablarles de vuestra sobrina.
— Los he visto padre rnio, y por in-
cierto qup sea el medio de que os he ha-
blado, se debe proceder. Espero saber
hoy mismo si legalmente es posible...
— Puede ser que entonces, en la situa-
ción en que la pondría esa noticia S'.í
hallase... medio de... conseguir... su con-
version; dijo Rodin con una sonrisa es-
traordinaria é irónica: porque hasta aho-
ra, desde que por fatalidad se reconcilió
con aquel indio, la felicidad de esos dos pa-
ganos parece inalterable y esplendente co-
270
roo el diamante. No hay cosa que les pue-
da hacer mella ni aun los dientes de
Faringhea Pero esperemos «pie el Se-
fior hará justicia de isos vanos y culpa-
bles df k'ites.
interrumpió esta C()nvl'r^acion el padre
d'Aigri^ny , entrando en el salon con una
fisonomía radiante, y gritando desde la
puerta :
— ¡ Victoria !
— ¿OuiÓM dice esa?... dijo la princesa.
— Se ha ido... esta noeh*;: dijo el padre
d'Aisrigny.
— ¿Pero quién?... preguntó Rodin.
— Kl mariscal Simon; respondió el pa-
dre d'Aigrigny.
— En fin...,, dijo Rodin sin ocultar su
alegría profunda.
—Su conversación con el general d'Ha-
vriiicourt habrá hecho rebosar el vaso sin
duda, esclarnó la devota, porque sé que
ha tenido una entrevista con el general,
el cual ha creido,como otros nujchos, los
rumores mas ó menos fundados que he
difundido yo... todos los ipedios son bue-
nos para abatir al iinpio: añadió la prin-
cesa en guisa de correctivo.
— ¿Sabéis algunos pormenores? dijo
Rodin.
— Acabo de ver al sefior Robert, dijo
el padre d'Aigrigny ; sus spuas y su edad
?e pueden atribuir á las señas y á la edad
del mariscal : este se ha i<lo con el pasa-
porte del otro. Solamente una cosa ha
sorprendido y mucho à vuestro emisario.
— ¿Cuál? dijo Rodin.
■ — ()ue hasta ahora habia tenido que
combatir las escítarJones del mariscal:
habia notado también su fisonomía som-
bría, desesperada Ayer, al contrario,
lo encontró con una fisonomía tan feliz y
lan irradiante, que no pudo menos de
preguntarle el motivo de esa mudanza.
— ¡Pues bien! dijeron á un mismo
tiempo Rodin y la princesa muy sorpren-
didos ambos.
ALBUM.
— En efecto, soy e\ hombre mas feliz
del mundo, respondió el mariscal, porque
voy á cumplir con un deber sagrado.
Los tres actores de aquella escena se
miraron en silencio.
— ¿Y qué es lo que ha podido ocasio-
nar esa mudanza tan repentina del espí-
ritu del mariscal? preguntó la princesa de
Saint Dizior: habian contado al contrario
Cutí los pesares y las irritaciones de toda
especie para lanzarlo en esa ehipresa aven-
turada.
— No sé (jiié pensar; decía Rodin re-
fit xionando; pero poco importa, se ha
ido.^o se ha de perder ni un solo ¡n'étan-
te para atacar á sus hijas... ¿Se ha lleva-
do aquel maldito soldado?
— No; respondió el padre d'Aigrigny :
por desgracia no. Gomo es desconfiado y
está instruido por lo pasado, va á redo-
blar las precauciones, y un hombre qué
en caso desesperado hubiera podido ser-
virnos contra él, acaba de entrarle el có-
lera.
— ¿Y quién es? preguntó la princesa.
— Morok.... P:dia contar con él en lo-
do, por lodo y para lodo,... y está perdi-
do, porque si sale del cólera, es de temet"
que sucumba á una enfermedad horroro-
sa é incurable.
— ¿Qué decis?
— Hace pocos dias le mordió lino de loa
dogos de su colección de fieras y el dia si-
guiente murió de rabia el perro.
— ¡Ah! es eso horroroso: esclamó la
princesa; ¿y en donde está ese infeliz?
— Lo han llevado á uno de los hospita-'
les ambulantes de Paris, porque hasta
ahora no se han manifestado mas sínto-
mas (jue los del cólera.... y repito que es
doble desgracia , porque era un hombre
enteramente decidido, adicto y resuelto á
todo.... Sera muy difioil el acercarse al
soldado, guardián de las niñas, y solamen-
te por él es posible el llegar hasta las hijas
del mariscal Simon.
▲LBUU.
271
— Es evidente.... dijo Rodio con aire
pensativo.
—Sobre lodo desde que han desperta-
do de niievo sns sospechas las cartas aííó-
nimas; añadió el padre d'Aigrf^ny... y...
— A propósito de cartas anónimas, dijo
de repente Rodin interrumpiendo al pa-
dre d'Aigrigny; es bueno que conoicais
un heclíu; ya os diré por qué.
— ¿ De qué se trata?
— Ademas de las cartas que sabéis, el
mariscal lia recibido otras muchas queig
norais, en las cuales se trataba, por to-
dos los medios posibles, de ecsasperar su
irritación contra vos recordándole todas
las razones que tenia para aborreceros,
y motejándolo, porque vuestro carácter
sagrado os ponia al abrigo de su venganza.
El padre d'Aigrigny miró á Rodin con
estupor, y esclamó ruborizándose invo-
luntariamente.
— ¿Pero con qué objeto.... ha obrado
asi... vuestra reverencia?
— En primer lugar con objeto de alejar
de mi las sospechas que hubiieran podido
producir esas cartais; en segundo lugar,
para ecsaltar hasta el delirio la rabia del
marisca, record'indole sin cesar los justos
motivos que tiene para aborreceros, y h
imposibilidad en que se halla de alcanza-
roscón su venganza. Esto junto á los otro*
fermentos de pesar, de cólera y de iirita-
cion que bullen con tanta facilidad en aque!
hombre de batallas, gracias á sus pasio-
nes brutales, debian impelerlo á esa loca
empresa, que es la consecuencia y el cas-
tigo á ta vez de su idolatría hacia un mi-
siEfrable usurpador.
— i Enhorabuena ! dijo el padre d'Ai-
grigny un poco embarazado; pero per-
mítame vuestra reverencia hacerle notar
que era muy peligroso el escitar contra
mi la irritación del mariscal Simon.
— ¿Por(]ué? preguntó Kodin fijando una
mirada escrutadora en el padre f^.'Al-
grigny.
— Porque el mariscal, no acordándose
mas que de nuestros odios mutuos, y fue-
ra de sí..,, podia buscarme, encontrar-
me
— ¿Y qué mas? preguntó Rodín.
— Pues bíen.... podria olvidar.... que
«oy sacerdote... y...
— ¡ Ali! Habéis tenido miedo: dijo con
desden Rodin interrumpiendo al padre
d' Aigrigny.
Al oir aquellas pafabras de Rodin, ha-
béis tenido miedo, sa-ltó el reverendo nadre
en la silla, pero recobrando al instante
su serenidnd, añadió:
— No se equivoca vuestra reveíencia;
sí, hubiera tenido miedo.... sí.... en se-
mejante circunstancia.... hubiera tenido
miedo de olvidar que soy sacerdote... y de
acordarme que he sido soldado.
— ¿ De veras? dijo Rodin con úo des-
precio soberbio; ¿aun estais en eso... en
ese tonto y salvaje punto de honor? ¿No
ha apagado vuestra solana esa hermosa
llama? Con que así ese acuchillador, cuyo
cerebro vacío y sonoro como un tambor
estaba yo seguro de desarreglar con solo
pronunciar algunas palabras mágicas pa-
ra esos bataüadoreseslúfjidos: Honor mi-
litar... Juramento... ,Napoleoo II... ¿con-
que si ese acuchillador hubiera cometido
alguna violencia contra vos, os hubiera
sido necesario hacer un esfuerzo muy grao-
de p^ra permanecer tranquilo?
Y fijó de nuevo Rndin en el reverendo
padre sus ojos penetrantes.
— Es inútil á lo que pienso, para vues-
tra reverencia, el hacer semejantes supo-
>iciones, dijo el padre de Aigrigny conte-
niendo con dificutad su agitación.
— Como vuestro superior, replicó se-
veramente Rodin, tengo derecho para
preguntaros, que hubierais hecho si el
mariscal gimon os hubiese levantado la
mano....
— ■¡Señor! esclainó el reverendo
'padre.
69*»
Ü72 ALBIJI.
— No hay aqui ¡•ehore!^; no hay aqui d'Aigrigiiy, si viniese sabríais, no me
sino sacerdotes; re<poriilii.'ii'()nílurr2,i Uo (¡ueda duda ninguna, hacer ver á ese sol-
din, idüd», á pesar de sus violencias, toda la
Kl padre de Aiíírigny bajó la cabi'za, : lesi^nacion y toda la'humildad que se en-
cuentra en una alma verdaderamente cris-
tiana.
Üt>s golpecilos que dieron discretamen-
te á la puerta del cuarto, interrumpieron
conteniendo con dificultad su cólera.
— Os preguntó, añaili(') conob^tin-írion
Kodio , qué hubierais hecho si os hubu'se
dado un golpe el mariscal. ¿Es claro?
•¡ Basta... de graii-» ! dijo ei padre de un instante la conversación.
Aigri^ny ; ¡ basta !
Entró un lacayo que traia en un aza-
—O si mas os aromoda , ¿qué hiibié- i fate una carta ancha y sellada , i|Up en-
rais hecho si os fiubiese dailo im bof.tun itreiióáU princesa y saiió inmediatamente.
en cada mejilla? re^püfó Rndin con una
flema obstinada.
El padre d'Aigrigny, macilento, apre-
tando los dientes, crispados los puños, es
taba poseído de una especie de vértigo
solo con pensar en semejante ultraje, mien-
tras Rodin , quien sin duda no habia he-
cho sin motivo aquella pregunta, levan-
tando sus párpados desmazalados, parecía
sumamente atento á los síntomas que se
manifestaban en la Gsonomia trastornada
del antiguo coronel.
La devota cada vez mas dominada por
el cjc-socius, pareciéndole la situación del
padre d'Aigrigny tan penosa como falsa,
sentia crecer su admiración por el padre
Hodin.
En íin , recobrando poco á poco el pa-
dre d'Aigrigny su serenidad, respondió á
Rodin en tono calmado y contenido:
— Si tuviese jamas que soportar seme-
jante ultraje, le rogaría á Dios queme
diese la resignación y la humildad.
— Y seguramente escucharía el Señor
vuestra súplica; dijo con frialdad Rodin,
satisfecho del ensayo que acababa de ha-
cer en el padre d'Aigrigny. Ademas ahora
tfslais prevenido y es muy poco probable,
añadió con una sonrisa horrorosa, que
vuelva el mariscal con objeto de poner
vuestra humildad á tan ruda prueba
pero si viniese, y Rodio 6jó de nuevo sus
miradas largas y peoetranles en el padre
La señora de Saint- Dizicr, antes de
abrirla, pidió con una mirada peí miso á
Rondín; la leyó y pronto apareció en su
rostro una satisfacción cruel.
— ¡Hay esperanza! esclamó dirigién-
dose á Rodin, la demanda es rigorosa-
mente legal, se concreta á la instancia de
interdicción; sus consecuencias pueden ser
las que deseamos. En una'palabra, mi so-
brina se puede ver amenazada, de la no-
che á la mañana , de la miseria mas hor-
rorosa... ¡Ella tan pródiga!... ¡Quétras-
torno en su existencia !...
— Puede que entonces se pudiese Jo-
minar ese carácter indómito dijo Ro-
din con aire meditabundo, porque hasta
ahora nada ha salido bien ; ce podría de-
cir que ciertas felicidades nos hacen irt-
vulnerables, murmuró el jesuíta royendo
sus uñas anchas y sucias.
— Pero para lograr el resultado que de-
seo, es necesario exasperar el orgullo de
mi sobrina por consiguiente es ebso-
liitamente indispensable que la vea y ha-
ble con ella ; dijo la princesa de Saint-
Dizier reflexionando.
— La señorita de Cardoville rehusará
esa entrevista; dijo el padre d'Aigrigny.
— Puede que no: dijo la princesa; es
tan feliz que ha de haber llegado al colmo
su audacia. Sí, sí la conozco le
escribiré de modo que venga.
— ¿Lo creéis? preguntó Rodin en tonor
dubitativo.
ALBUM.
— -Tío la (1ii(îi-is, padro inio, replicó la
^princesa , vendrá , y si se legra escitar su
prgullo se podra esperar mucho.
— En ese caso, señora, es necesario
^b^ar; dijo Rodin , obrar prontamente:
se acerca el instante; se van despertando
los odios y las descunfianza'-... No se pue-
de perd<r ni un solo instante.
— En cuanto á los odios, dijola prin-
cesa, la señorita de Gardoville ha podido
ver en que viene á parar el pleito qire me
ha puesto por lo que ilatna su detención
en una casa de salud y la secuestración
de las dos hermanasSimonenel convento
tie Santa Maria. Gracias á Dios, tenemos
amigos en todas partes, y sé por buen
conducto que no se tendrá cuenta nin-
guna de todas esas griterías, por faltar
¡pruebas suficientes, á pesar de! encarni-
zamiento de algunos magistrados parla-
mentarios, que serán notados, y muy bien
notados
— En estas circunstancias, dijo Rodin,
la partida del marisca! da toda latitud: es
necesario obrar inmediatamente con res-
pecto á sus hijas.
— ¿Pero C'Amo? dijo la princesa.
— Primeramente es necesario verlas,
dijo Rodin, hablar con ellas, estudiar-
las después se tomarán las medidas
según lo que resulte.
— Pero el soldado no las dejará ni un
segundo, dijo el padre d'Aigrigny.
— En ese caso será necesario, dijo Ro-
<lin, hablar con ellas delante del soldado,
y atraerlo á nuestro bando.
— ¡.\ él I... Es insensata semejante es-
peraoza: esclamó el padre d'Aigrigny :
00 conocéis esa probidad militar; no co-
nocéis á ese hombre.
— ¿No lo conozco? dijo Rodin encogién
do los hombros. ¿No me ha presentado á
él la señorita de Cardoville como á su li-
bertador, cuando os denuncié como el
alma de esta intriga? ¿No soy yo quien
273
le he vuelto su ridicula reliquia imperial..,
su cruz de honor en casa del doctor Ba-
leinier?... En fin, ¿ no soy yo (juien se
ha llevado del convento las niñas y (juien
las ha puesto en brazos de su padre?
— Si, respondió la princesa; pero des-
pués mi maldita sobrina ha adivinado tw
do, ha descubierto todo. Os ha dicho á
vos mismo, padre mio.„.
— Que me consideraba como su ene-
migo mas irreconciliable; dijo Rodin. En-
horabuena. ¿Pero le ha dicho eso a! ma-
riscal? ¿Me ha nombrado delante de él?
Y si lo ha hecho, ¿le ha dicho el maris-
cal esta circunstancia al soldado? Puede
ser, pero no es cosa segura; en todo caso
es necesario cercior3r^e de ello. Si me
trata el soldado como enemigo descu-
bierto.... veremos.... pero yo trataré en
primer lugar que me reciban como amigo.
— ¿Y cuándo? preguntó la devota.
— Mañana por la mañana, respomlió
Rodin.
— ¡Gran Dios! ¡Querido padre mió Î
esclamó la princesa de Saint-Dizíer con
temor ; si ve ese soldado en vos un ene-
migo.... tened cuidado.
—Siempre tengo yo cuida Jo señora...
he domado camaradas mas terribles que
él... y se sonrió el jesuíta ensenando sus
dientes negros; por ejemplo, el cólera.
— Pero si os trata como enemigo.... se
negará á recibiros. ¿De que niodo os acer-
careis entonces á las hijas del mariscal
Simon? dijo el padre d'Aigrigny.
— No lo sé por cierto, dijo Rodin , pe-
ro como quiero llegar hasta ellas lle-
garé.
— Padre mió; dijo de repente la prin-
cesa reflexionando; esas muchachas no
me han visto jamas... si pudiesesin non»-
brarme introducirme cerca de ellas....
— Seria muy inútil, señora; porque es
necesario primeramente que sepa yo que
resolución he de tomar con respecto á
274
ALBCI
esas huérfanas.... Por consiguiente quie-
ro verlas á toda costa y hablar mucho
tiempo con ellas entonces solamente,
cuando a&iente bien mi plan... podr.i ser
útil vuestra cooperación En todo ca-
so.... tened la bondad de estar dispuesta
mañana por la mañana para acompa-
ñarme.
— ¿A dónde, padre mió?
— A casa dtl mariscal Simon.
— ¿A su c»<a?
— No prec'amente a su casa : vos iréis
en vue-tro ctiche , y yo tomare un coíhe
simún; tratara' de conseguir poder hablar
â las niñas; mientras tanto me estaréis
esperando á pocos pasos de la casa del
marÍMal: si logro mi intento, si tengo ne-
cesidad de vuestra ayuda, iré á buscar
vuestro coche; recibiréis mis instrucciones
y no se advertirá que nus hayamos con-
certado.
— Hágase vuestra voluntad, reverendo
padre mió; pero tiemblo en verdad al
al pensar en vuestra entrevista con aquel
soldado brutal, dijo la princesa.
— El Señor tendrá cuidado de su ser-
vidor, señora; dijo Rodin. En cuanto á
vos, padre mió, anadió liablando al padre
d'Aiprifiny , haced (|ije parla al instante
para Vicoa la nota que estaba dispuesta,
para anunciar á quien sabéis, la partida
yMa prócsima llegada del mariscal. Todo
está previsto: esta noche escribiré yo mas
estensaniente.
El dia siguiente, á las ocho de la ma-
fiana, la princesa de Saint Dizier en su
carriia^ie; y Hodin en un coche simón se
dirigieron hacia la casa del mariscal Si-
mon,
II.
LAFliLlCIDAD.
Dos días hacia (¡ue se habia ¡do el ma-
riscal Simon. Eran los ocho de la maña-
na, y Dagoberlo aodando de puntillas con
la mayor precaución para que no crnjiese
el entarimado, atravesó la sala que caía
al cuarto en ()ue dormían Rosa y Manca,
\ fué diredamenle á pegar el oido á la
fuirta del aposento de las dos niñas. Qui-
lüsolaccs siguió ecsactamente á su amo,
y pareció que andaba con no menos pre-
caución que él.
Estabj» el rostro del soldado inquieto,
preocupado; y al acercarse á la puerta,
decia á media voz :
' — ¡ (^on tal que no hayan oido nadáos-
la noche est s pobres niñas!.... Las es-
pantarla eso, y es mejor que no sepan es-
te acontecimiento sino lo mas tarde posible.
I'odria entristecerlas muchísimo: ¡pobres
niñas! ¡Son tan felices desde el dia en que
conocieron el amor que les tiene su padrel
¡ Han soportado con tanto ánimo su par-
tida!... ¡ í'ero que no sepan el aconteci-
miento de esta noche! Las alhgiría de-
masiado....
Y aplicando despue« el oido, el soldado
dijo :
— No oigo nada.... nada.... ¡Ellas qoe
se despiertan ordinariamente tan tempra-
no!... Fu'^de que sea el pesar
Dos grandes carcajadas frescas y deli-
ciosas que sallan del interior del cuarto
que habitaban las dos hermanas, inter-
rum[)ieron los reílecsiones del soldado.
— ] Vamos! no están tan tristes como
yo creía; dijo Dagoberto respirando coa
mas libertad; probablemente no saben
nada de lo <jiit; ha ocurrido esla noche.
Proííto aunienlaron las carcaj idas has-
ta tal punto que Dagoberto encantado de
aquel acceso de alegría tan cslraordinaria
por parle de sus hijas se sintió desde hie-
go enternecido: un instante se le arrasa-
ron de lágrimas los ojos, pensando que
sus pupilas hablan recobrado al fin la se-
renidad dichosa de su edad; después pa-
sando del enrernecimiento á la alegría,
cun el oido atento y siempre pegado á la
fihfV».
273
ptierta, el cuerpo me4¡í> ip{vKíi?dQ y Ips
manos puestas ífn U$ rp,4iJli9?. JD3gaber.to,
dilatándosele el c.or^zo.o , ,r jadi^sp levan-
tados los labios con una esprejipfi de jo-
vialid^dipuda, meneando Ja.cabe^a, acon»-
pañó con una risa sord.a las carcajadas de
alearía cada vez m8yo,rt;sd,e sus pupilas...
AI fin como no hay cosa mas contajiosa
que la aiegria, y el digno soldado se en-
sanchaba de regocijo , se puso á reir en
alia voz y con todas sus fuerzas sin saber
de (jué, únicamente porque Rosa y Blan-
ca se reian como unas Jocas.
Jamás habia visto Quitasolacesá su amo
■en tal acceso de jovialidad; le miró pri-
meramente con una sorpresa süeticiosa y
profunda, y se puso después áah-ullarcon
aire ¡nferrogativo.
Al oir aquel acento tan conocido, cesa-
ron de repente las risas de las muchachas,
y una voz fiesca , un poco inmutada aun
<ie la reciente y alegre emoción, esclamó:
— ¿ Eres tú , Qaítasolaces que vienes á
dispertarnos?
Entendió Quitasolaces, meneó la cola,
bajó las orejas , y poniéndose en tierra
junio ala puerta como un perro de mues-
tra, respondió con un gruñido lijero á la
voz de su joven señf/ra.
— Señor Quitasolaces, dijo la vo? de
Rosa cjnteniendo apenas otro acceso de
risa , muy madrugadqr estais.
— En ese caso, gritó Blanca, ¿tendríais
la bondad y la complacencia de decirnos
qué hora es?
— Sí, señoritas: son las ocho dadas,
respondió de repente la voz de bajo de
Dagoberto, el cual acompasó ese chiste
con una inmensa carcajada.
Oyóse un grito ligero de sorpresa agra-
dable, y después dijo Rosa:
—Huenostlias, Dagoberto.
— Buenos dias, bijas mías muy pe-
rezosas estais hoy ; sea dicho sin injuria.
—No es por culpa nuestra; respondió^
Rosa, nuestra querida Agustina no Ita en-
trado aun en nuestro cuarto; la e: tamos
esperando.
— lín eso está el apuro; dijo í)a;;nberto
poniófidüse de nuevo muy pensativo' v
en seguida respondió en l-tno muy emba-
razado, porque el buen hombre no -àbia
muy bien mentir.
— Hijas mías, vuestra aya ha saliooosta
mañana muy temprano ha iJo al
campo por por ciertos negocios y
no volverá sino dentro de algunos días...
,con que por hoy haréis bien en vestiros
solas,
— ^Esa .buena señora Agustina res-
pondió Blanca manifestando interés: ¿No
ps por ningún motivo desagradable ef ha-
berle ido asi tan de repente, no es ver-
dad, Dagoberto?
— No, no, de ningún modo; es por oe*
gocios, respondió el soldado, por ver
á uno de sus parientes.
— jAh! me alegro mucho; dijo Rosa.
Pues bieo, Dagoberto, cuando te llame-
mos podrás entrar.
— Dentro de un cuarto de hora vol-
vere, y después añadió, pensando: es
necesario que le dé una lección á ese Jo-
çriso, porque es tan tonto y tan hablador
que lo puede d.eícubrir todo.
El nombre del supuesto tonto servirá
da transición para dar á conocer el mo-
tivo de la alegría, loca de las dos herma-
nas, las cuales se reian de las numerosas
patochadas de Jocriso.
Ya se habían levantado las dos nmcha-
cbas y se habjan vestido, àirvi«?ndose mu-
tuamente de doocellas. Uüsa peinó y arre-
gló el pelo de Blanca, la cual hacia el
mismo servicio á,Uosa : agrupadas asi las
dps hermanas, p,reseflíabaQ un cuadro gra*
oio>Í!jimo.
E^taba Rosa sentada junto al tocador,
B'auca en pié tras ide ella le alisaba sus
hermosos cabellos negros.
70**
276 ALBCM,
¡ Dichosa y hechicera edad, fan cercana
auD de la infancia que la alegría presente
hace olvidar inmediatamente los males
pasados ! Es verdad que no solo esperi
mentaban iasdos jóvenes alegría sino tam-
bién felicidad; m', felicidad profunda é
inalterable en adelante. Las adoraba su
padre, y su presencia, lejos de serie im-
portuna, le encantaba. En fin, tranqui-
lizado en punto al cariño de sus hijas, no
tenia que temer ya, gracias á t-llas, nin-
gún pesar. ¿Qué importancia po<lia tener
para aquellos tres seres tan seguros de su
tnútuo é inefable afoctu una separación
momentánea?
Dicho y entendido esto, fácilmente se
concibirá la inocente alegría de las dus
muchachas á pesar de la partida de su pa-
dre y la espresion de regocijo, de felici-
dad que animaba sus rostros encantado-
res, en que comenzaban ya á aparecer los
colores muertos poco tiempo antes: su
confianza eo el porvenir comunicaba é so
físonomia cierta resolución, cierta deci-
sión que anadia un atractivo gustoso á sus
deliciosas facciones.
Alisando los cabellos de su hermana,
dejó caer el peine Blanca: cuando se ba-
jaba para cojerlo , se adelantó Rosa y se
lo dio diciendo :
— Si se hubiese roto, lo hubieras puesto
ea la canasta de las asas.
Y se pu.^ieron i reir como locas las dos
hermanas aloir aquellas dos palabras que
les recordaban una de las mayores pato-
chadas de Jocriso.
El fingido tonto había roto el asa de
una taza, y riñéndole la aya , respondió:
• Perded cuidado, he puesto la asa en la
canasta de las asas, o
— En la canasta de tas o$as? mSi, se-
ñora , ahí es donde pongo todas las asas
que rompo y pondré todas las que rompa.»
-«¡Vayal dijo Rosa enjugándose las lá
grioaas qut la risa había hecho asomar á
sus ojos: ¡qué necedad es reírse de se-
mejantes simplezas !
— Pero si es una cosa tan chistosa, re>
plicó Blanca , ¿cómo se ha de poder con-
tener la risa?
— Lo que yo siento que nuestro padre
no nos vea reir con tantas ganas.
— ¡Es tan feliz cuando ve que estamos
alegres!...
— Es preci'Oque le escribamos hoy mis-
mo la historia del canastillo de las asas.
— Y la del plumero también, para que
vea que cumplimos nuestra promesa , j
que no estamos tristes durante su au<-
sencia.
— Escribámosle, hermana mia... Pero
no ya sabes que él ha de ser quien
nos ha de escribir..... pero nosotras no
podemos contestarle
— Es verdad pues entonces.... una
idea se me ocurre... Escribámosle todo lo
que nos suceda con el sobre para aquí.
Cuando vuelva, echará Dagoberto las car-
tas en el correo , y nuestro padre leerá
nuestra correspondencia,
— Tienes razón; es una idea magnífica;
¡ cuántas locuras le hemos de contar su-
puesto que él nos ama !
— Y nosotras también. .►preciso es con-
fesarlo, lo que deseamos es estar alegres.
— ¡Ohl seguramente que f-í ¡Las
últimas palabras de nuestro padre nos han
dado tanto valor 1... ¿No es verdad, her-
mana?
— Yo puedo decirte que al oírle hablar
me sentía intrépida respectóla su marcha.
— ¡Y cuando nos dijo: «Hijas mías,
« voy á confiaros... todo loque me es po-
« sible confiar... Yo tenia que cumplir un
«deber sagrado... para ello me era abso-
«lutamente indispensable separarme de vo-
«sotraspor algún tiempo; yá pesar de que
«estaba bastantemente ciego para dudar
a de vuestra ternura, no podía resolverme
K à abandonaros. Pero mi Goocicncia es-
ALBTJIB
«taba inquieta y agitada. Las penas aba- 1
«ten de 'tal manera que yo no tenia la,
«fuerza necesaria para adoptar una reso
«lucion. y entre tanto se pasaban J.s dias
« en medio de indecisiones y de angustias.
«Pero ya que estoy seguro de vuestro ca-
prino, ha cesado repentinamente mi ir-
« resolución; he comprendido que no te-
«nia ya que sacrificar un deber á otro,
«preparándome así los remordimientos,
«sino .que ipoôia y era preciso cumplir dos
«deberes á la vez: deberes sagrados am-
« bos, y esto es lo que yo hago con la ma-
«yor alegría, de toda voluntad, y conií-
«derándome feliz en poderlo hacer así.»
—I Olí! ¡Sigue, sigue, hermana mía I
esclamó Blanca acercándose mas á Rosa.
Me parece que estoy oyendo á nuestro pa-
dre. Recordemos á menudo sus palabras,
y «lias TÍOS sostendrán si nos vemos aco-
metidas en su ausencia por la tristeza.
—Así es, hermana mia. ¿No nos iode-
cia así mismo nuestro padre? « En vez de
« estai tristes durante mi ausencia , hijas
«mias, estad alegres: no os dfjéis abatir.
« Yo os dejo para un objeto bueno y ge-
«neroso. Atended. Suponeos que liay en
«otro punto un pobre huérfano enfer-
«mo, oprimido, abandonado por lodos;
«que el padre de este huérfano ha sido
«mi bienhechor; que yo le he jurado sa-
«crrficarme por su hijo... y que ahora se
« ven amenazados los dias de este hijo....
« Decidme, hijas mias, ¿os entristeceríais
« al ver que me separaba oe vosotras pa-
« ra ir á socorrer á ese pobre huérfano?»
¡Oh! no, no: nuestro querido y ge-
neroso padre, le "respondimos. Entonces
no mereceríamos ser fus hijas, esclamó
Rosa con exaltación. Vete y está segu-
ro de nosotras. Nos creeríanws dema-
siado infelicfs en pensar que nuestra tris-
teza podía debilitar tu valor. Vé, parte, y
4iosotras repetiremos todos los dias con
orgullo: Nuestro padre se ha_separadode
nosotras para cumplir tin deber nobfe y
generoso; por eso mismo es dulce para
nosotras el esperarlo.
— iQué hermoso es ese pensamiento!
I Cómo anima la ¡dea del deber y del
cumplimiento de una obligación afectuo-
sa, hermana mia ! replicó Rosa con exal-
tación. Ya lo ves. EíO dio á nuestro pa-
dre el valor necesario para separarse de
nosotras sin pesar, y á nosotras el ánimo
suficiente para aguardar su vuelta con
alegría.
¡ Y qué tranquilas estamos en este
nfiomentol Ya no nos atormentan aquellos
sueños que nos presagiabas tristes acon-
lecimiontos.
— Sí, hermana mia, desde ahora nos
hallamos en ua estado de completa feli-
cidad...
—¿Te sucede á tí loque á mí? Me pa-
rece que me siento ahora mas fuerte, mas
animosa, y que desafiaría todas las des-
gracias posibles.
—Yo por mí parte lo creo también. Ya
ves si nos hallamos fuertes ahora... Nues-
tro padre en medio, tu á un lado, yo al
otro, y,..
— üagoberto delante de vanguardia
Quitasolacesde retaguardia.... un ejército
completo. Con que así, que vengan á ata-
carle.
— Aunque sean mil escuadrones, ana-
dió repentinamente una voz gruesa y ale-
gre interrumpiendo á la joven; y en se-
guida apareció Dagoberto á la puerta del
salon que entreabrió {satisfecho, radiante
de alegría ! Era preciso verlo para cono-
cer hasta que punto llegaba su contento,
porque el viejo , algún tanto curioso', ha-
bía estado escuchando á las jóvenes un
poco de tiempo antes de presentarse.
¡Ola, curioso' ¿Con quó nos estabas
escuchando? dijo alegremente Rosa sa-
liendo con su hermana desde la pieza de
dormir al salon, en donde las dos abraza-
ron afectuosamente al soldado.
S78 *#.io«.
— ¡ Ya \o creo qwe os estaba escnrhan- ||l)C3síoti traída oporlnnamcnte
do ! y lo que siento es no teuer las ortja^
tao grandes como laspde Qitilasolacespura
haber oido mas. ¡Buenas mucliachH>! notue miitier
j As( es como yo osi|ii»ero !... Uo poco U>- — Nuestro pa
quillas, ¡ par dú'Z ! y diciendo a la tri>to-
za : vamos... ¡media viit^ta á la izquier-
da !... Bastante hemos hablado... ] A ota
porte con la iTiúsira !
— ¡ Bien ! Ya verás como á ese -las
nos va á decir que jmenios, d jo Rosa á
su hermana riéndose como una loca.
— ¡Qué! n\\ià\ ¡ \ fé mia que de tiem-
po en tiempo no viene eso mal! contesto
el Soldado. Eso con>uela.... eso caima....
porque si para soportar los percances de la
miseria no >e ptidiera jurar délos qui-
nienlos mil nomUres de..,,
— ¿Quieres callar? dijo Rosa poniendo
alegremente su mano sobre el bigote gris
de Dagoberto para cortarle la p#lai)ra.
¡Si le oyera la señora Agustina!,..
— j Pohre aya , tan dulce , ta« tímida !
anadio iíianca. ¡Qué oiieito le dartas !
— Si, dijo Dagoberto esforzándose para
ocultar su naciente turbación, pero no nos
oye supuesto que.... lia salido fuera de
Paris.
^iQué buena y que amable es! aña-
dió Blanca con el mayor interés, tila nos
dijo respecto a ti una espresion bien sen-
cilla que retrata la esceiencia de su cora-
zón.
— Es vrdad, replicd Uo'^a. Hablándo-
fios de t( 1106 decía : ¡ Ah señoritas ! al ver
el cariño (]Ue Oí> profesa el señor t)a^o-
berto, conozco que mi recieríje afecto no
debe tener para vosotras grande impor-
tancia , conozco también que no tenéis
grande necesidad de mi y sin emt^argo sien-
to que tengo el derecho de dedicarme
también pur vosotras.
— ¡Sin duda era... un corazón de oro !
esclaiuó Dagoberlo, y luego añadió hn-
blaodo coosígo mi&niu. tsto parece una
He aq^ii
i]iie ellas ntismas me ponen en el caso de
f'n tablar la conversación acerca de esta
dre ha tenido acierto en
ía eleocion , csclamó Ro*a. Ks viuda de
un aiHigiio multar que lia heciio la gue/-
ra con é\.
— Kn el tiempo en que hemos estado
tristes, añadió Blanca, era preciso ver la.
inquietud con (|'ie vivia , su p»'na y todo
(o i)ue tan íntimamente mtentai)a parA
hacernos reir.
— Nfas de veinte veces he visto desli-
zarse griie«;as lágrimas de sus ojos que
noSHiuaban furtivamente, dijo Rosa. ¡Ohl
ella nos ama tiernamente y nosotros la
corespondemos con justicia.... Y en ver?
dad que tenemos sobre este partícula» y
para cuando venga nuestro padre, un pro-
yecto que no sabes lú cual es, Uagobeclo.
— Calla, hermana, no se lo digas. ...r.e»
piicó Blanca sotiriándose. Miraquenoj)05
ha de guardar el secreto.
—¿Quién? ¿Dagoberto?
— ¿No es verdad, Dagoberto? ¿TÚ, 009
guardarás el secreto? ¿ Kh»?
— .Mirad , dijo el soldado mas turbada
cada vtz, me haríais un bien mpy gran*
i)e en no decirp^e nada....
— >Hues qMÓ ¿po pqedgs opultar nfd^i
\^ señora AnM^M'^^--
— ¡ .\h señor bagoh^rlo, señor Uj^q-
h'^rto! dijo alegremente Blanca, ame^ia-
z^lido con la punta del dedo al soldadp.
Sospecho que liabeis andado en. e&tremi)
galanteador con nuestra qui rida aya.
— ¡Yol... ¡galanteador! esclamó el üol*
dado.
El tuno y la espresion con que Dago-
Ijerto pronunció estai' palabras, fueron
t^n graves y tan naturales, que lasaos
l/ernidiia!> no puilieron conteni^r una eA-
trepU>i^u carcajada.
La alegiia y la lisa de las jóvenes esta-
ALBUM.
ba en so colmo cuando se «bflo là frtier-
1a del fi3\on.
Apareció eh elfe el hthúó tdnto, elcual
datirjo àlgtinb's pasos dérílro dé la sala, di-
jo eh alta voz rtniíncíatídO:
-^Kl señor Koditu
En eftíct'» , en segtiidá se deslizó preci-
pitadarriíefrle eh la habitación el jesuíta
«orno para tomar posesión de áu terreno.
Cuando se vio ya dentro, creyó que tenia
y» ganada la partida , y sus ojos de reptil
trillaron de alegría.
Difícil ^eria pintar la sorpresa de las
dos hermanas y la tiólei'a del soldado al
Ver aíiuelia inesperada visita.
Latízáíidusé Dagoberto liácia el cViado
y abarrándole por el cutllo, esclaaió:
—¿Quién (e ha permitido introducir
aqui a nadie.,., sin avisármelo antes?
— jPor Dios, señor Dagoberto! gritó
e\ criado poniéndose de rodillas y juntan-
do las manos con adeiïiân de simpleza y
de súplica,
— Vete... sal de aqui. Yvostambicn...
y \os mas particularmente, añadió el sol-
dado con tono amenazador volviéndose ha-
cia Rodin que iba acercándose á las jóve-
nes sonriéndose y con aire afectuoso.
— Estuy á vuestras órdenes, u)i queri-
do señor, dijo coa Irtjmildad el sacerdote
haciendo uua ÍDCÜnacion pero sin retro*
ceder.
— ¿Te largarás de aqui?.... esclamó el
soldado al criado, el cual seguia puesto de
rodillas p irque sabia que en esta postura
podía proferir algunas palabras antes que
Dágober!ij le hiciera tomar la puerta.
— ) Señor Dagoberto! decia el cria-
do con voz doliente, perdonadme que
haya introducido aqui al señor sin habe-
ros avisado antes. Pero ¡ ay I tengo per-
dida la icabezii con la desgracia que ha
oiMirridó á la señora Auuslioa.
— ¿(Jiié desgracia I esciamaron al \-\o-
f¡9
—¿No te vas? volvió á decirle Dago-
berto conduciéndolo por el pescuezo y
obhgándole á que se levantara.
— Hablad, hablad, repuso lilanca io-
terponiénduse entre Daguberto y el cria-
do. ¿Qué es lo que hasucedidu a la seño-
ra Agustina?
— Señorita, dijo precipitadamerde el
criado apesar de los golpes que le daba el
soldado; la señora Agu.-lina ha sido ata-
cada del cólera; y se le ha...
No pudo el criado acabar la frase, por-
que Dagoberto le asentó en la cara el pu-
ñetazo mas glorioso que había dado de
alguo tiempo a esta parte; y luego usan-
do de su fuerza estraordinaria todavía para
su edad el antiguo granadero de caballe-
ría alzó con su vigoroso puño al criado
(jue permanecía arfodiüado, lo envió a
rodar por la pieza inmediata, ¡habiéndo-
le dado Un puntapié debajo de los ríño-
nes.
En seguida se volvió á Rodin , y con
las facciones alteradas, las mejilias encen-
didas y los ojos SHitaodo de cóiera , n)^s-
trandole la puerta con un gesto espresivo,
le dj'» con un tono irritado:
— Ahora vos.... ¡si no os largáis pron-
to... y sin replicar !...
— S«toy á vuestra disposición, mi que-
rido señor, dijo Rodin dirijiéndose de es-
paldas hacia la puert*', y saludando á las
jóvenes.
Verificando ïlodin lentamente su reti-
rida bajo el fuego de liscoléricastniradas
de Dagoberto, ganó l« puerta marchando
de espaldas y dirijienuo oblicuaniente sus
penetrantes ojos hacia las dos jóvenes no-
tablemente conmovidas por la calculada
indiscreción del criado, á quien Dagober-
to había prevenido que no hablara delan>
fe de las niñas acerca de la enfermedad
<ip su ay:i ; pero el supuesto tnnti s'n re-
porsr en nada había hoclio enferamente
mentó Rosa y Blanca, acercándose con ! |o contrario de lo que se le había u)a:i-
Dot&ble inquietud al criado. i dado.
71*
280
aLBCH.
Uosa acercándose precipiladanu nte al
s Idado le dijo :
— ¡ Dios mió... ! ¿ Fs verdad ijiie la po-
bre señora Agu>lina ha sido ataiaila del
cólera ?
— No... Yo no sé nada... No lo creo...
conlestóel soldado des|>»ies de uiimumen-
lo de vacilación. Y adi-nias ¿i|iJé us im-
porta eso?
— ¡ Dagoberto!. .. la quieres ocultar-
nos alguna (ltsi;raciii , diji> Bianca.
Ahora me acuerdo dv tu tuibiicion cuan-
do hace un niiiriiento nos hablabas de
nuestra aya.
— Si está enferma... no deLemosaban-
dooarla. Ella se lia compadecido de nues-
tras penas, y nosotros debemos compade-
cernos de sus sufrimientos.
— Sigúeme, hermana mia.... Vamos á
su cuarto, dijo Blanca dando un paso ha-
cia la puerta en donde se veia Rodin de-
tenido y prestando una cstremada aten-
ción á esta imprevista escena que parecía
sugerirle profundas reflecsiones.
— No saldréis de aquí, dijo con tono
severo el soldado dirigiéndose á las dos
hermanas.
— Dagoberto, replicó Rosa cor. cnerjía,
se traía de un deber sagrado, y seria una
cobardía faltar á él.
— ¡ Os digo que no saldréis de aqui... I
repuso el soldado dando una patada en el
suelo con muestras de impaciencia.
— Querido Dagoberto, añadió Blanca
con un tono no menos resuelto que el de
su hermana, y con cierta ecsaltacion que
coloreó vivamente su hermoso rostro.
Nuestro padre a! separarse de nosotras
nos ha dado un ejemplo admirable de fi-
delidad á sus deberes y no nos per-
donaria que dos olvidáramos de su lec-
ción.
— ¡Cómol esclamó Dagoberto fuera de
íí y adelantándose hacia las deshermanas
como para impedirlas que saliesen de la
habitación. ¿Creéis que si vuestra aya lo»
viera el cólera consentiría yo que bajo él
pretesto del deber fueseis á verla? Vues-
tro deber es el vivir, y vivir felices y con-
tentas para vuestro padre.... y para mi
también.... Con que j ea ! no hablemos
mas sobre este particular.
— Nosotras no corremos ningún riesgo
en ir á ver á nuestra aya en su cuarto,
dijo Rosa.
— Y aunque lo hubiera, añadió Blan-
ca, no deberíamos titubear un solo ins-
tanle. Asi, Dagoberto, sé condescendien-
te.... déjanos pasar.
Rodin que había estado escuchando con
estremada atención la escena precedente,
concibió alguna esperanza repentina y
apareció en sus ojos y en su fisonomía un
rayo de siniestra alegría.
— Dagoberto, no te opongas á nuestro
deseo, añadió Blanca, porque en ese caso
tu harías respecto á nosotras lo que tií
mismo nos reconvendrías si quisiéramos
hacerlo con otra persona.
Hasta entonces Dagoberto habia cerra-
do , por decirlo asi , el paso al jesuíta y á
las diis hermanas, poniéndose delante de
la piuría; pero después de un momento
de reflecsion , encojiéndose de hombros y
separándose á un lado dijo con calma :
— Hasta ahora he sido un viejo loco.
Id, señoritas... id...; si encontráis á lase-
ñora Agustina dentro de casa.... os per-
mito que permanezcáis á su lado.
Sorprendidas por el tono de seguridad
con que Dagoberto habia pronunciado es-
tas palabras, quedaron inmóviles y sus-
pendas las dos jóvenes.
— Si no está aqui nuestra aya.... ¿eo
donde está? preguntó Rosa.
— ¿Y creéis que yo os lo he de decir,
en el estado de agitación en que os en-
cuentro?
— ¡Ha muerto!... esclaraó Rosa, po-
oiéndosc pálida.
ALBUM
^ — "No: no. Tranquilizios, contestó con
viveza el soldado. No... Oí juro por vues-
tro padre que no Sitio ijue al primer
síntoma que ella ha sentido del mal, ha
pedido (]ue se la trasladara fuera do casa
temiendo que contagiara á los que habi-
tan en ella.
—¡Qué muger tan buena!... esclamó
Rosa con acento de ternura ¿Y no
quieres tú?...
— No, yo no quiero que salgiisde aquí,
y no saldréis aunque para conseguirlo tu
viera que encerraros en este cuarto, es-
clamó el soldado dando una patada de co-
lera. Y acordándose luego de que la des-
graciada indiscreción del criado liabia da-
do margen á este desagradable incidente,
añadió con una violenta irritación.
— ¡0!il tengo que romper mi bastón
en las costillas de ese picaro...
Y al dt:cir esto se volvió hacia la puer-
ta en donde estaba todavía Rodm silen-
cioso y atento, disimulando con su habi-
tual impasibilidad las funestas esperanzas
que acaba de concebir.
Las dos jóvenes convencidas de la mar-
cha de su aya y de que Oagobertu no les
diría á donde había sido tra»ladada, se
quedaron tristes y pensativas.
Al ver alsacerdolede quien por un mo
mentó se habia olvidndo, sintió Dagober-
to aumentársele la cólera , y con un tono
brusco le dijo:
— ¿Todavía estáis aquí?
— I^ermilidtne que os haga presente,
mi querido señor, dijo Rodin con toda la
espresiondel jovial alecto que sabia tomar
cuando le era necesariaj, que como esta-
bais delante de la puerta', no me permi-
tíais salir.
— jBuenol..... Pues ahora nada os lo
impide... con que así, desfilad...
— Yo me apresuraré a... úe^ filar... se-
ñor mió, á pesar de |que me parece que
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— No se trata de recibimiento sino de
marchar. Idos cuanto antes.
— Habia venido para hablaros...
— No es ahora ocasión de hablar...
— Se trata d^ negocios muy graves.
— Yo no tengo ningún negocio mas gra-
ve que el de permanecer aquí al la !o de
estas niñas...
— I En hora buena I dijo Rodin pisando
ya el dintel de la puerta; no os importu-
naré por mas tiempo. Perdonad mi indis-
creción... 0-i traía noticias... muy buenas,
noticias dul mariscal Simon... Venia á...
— i Noticias de mi padre! esclamó con
viveza Rosa acercándose á Rodin.
— i Oh I I hablad , hablad ! añadió
Blanca.
— ¿Tenéis noticias del mariscal? ¿Vos?...
dijo üagoberto lanzando una mirada de
desconfianza á Rodin. ¿Y que noticias son
esas?
Pero Rodin sin contestar desde luego á
esta pregunta se volvió desde la puerta,
entró otra vez en el salon, y contemplan-
do á su vez á Rosa y á Blanca con aire
admirado, dijo :
— ¡Qué felicidad siento al venir otra
vez á traer algún motivo de alegría á e>-
tas queridas señoritas ! ¡ Helas aquí como
yo las dejé! ¡ Sirmpre tan graciosas y tan
encantadoras aunque menos tristes que
aquel dia en que ynfuí á buscarlas al con-
vento en donde las tenían prisioneras I...
¡Con cuánta satisfacción las vi yo enton
ees lanzarse en los brazos de su glorioso
padre I
— Kste es su sitio; y el vuestro no es
aquí... d jo rudamente Dagoberto tenien-
do abierta la hoja de la puerta detrás de
Rodin.
— Confesad al menos qtie estaba en mi
sitio en casa del doctor Baleinier... dijo el
jesuíta mirando al soldado con aire mali-
tengo derecho para admirarme del reci- 'cioso. Ya os acordaréis de aquella casa de
bimiento que me hacéis. ^ curación aquel dia en que os devolví
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ALttlH.
esa orne imperial qile tanto echabais de
mellos... aquel dia en que la buena séflo-
rita de Carduvil^ dJL'iéndoos que yo era
su libertadur us inapidió ipie me apri>la<
seis el pescueío un poco mas... mi queri-
do señor... ] Al) ! pasó,