EMILIA PARDO BAZAN
• CONDESA DE PARDO BAZÁN
OBRAS POSTUMAS
TOMO XLIII DIv LAS OBRAS COMPLETAS
EL LIRISMO
EN LA
POESÍA FRANCESA
"^
c\
MADRID
EDITORIAL PUEYO
Arenal, 6.
■s propiedad. — Queda
hecbo el depósito que
marca la ley.
Tmp. de Alhsdboob mjl Mundo. Martín de los He ros, 65.
PRÓLOGO
Es para mi honor tan halagüeño como inmere-
cido el haber escogido entre los papeles y apun-
tes inéditos de la condesa de Pardo Bazán, lo que
forma el texto del presente libro y las monogra-
fías literarias que saldrán a luz de aquí a poco
con el título de Escritores de lengua francesa.
Imaginaba yo que la inmortal polígrafa tenía
terminado y dispuesto para su publicación inme-
diata el tomo IV de la Literatura francesa mo-
derna que había de llevar por subtítulo La anar-
quía y decadencia. Los cinco legajos de notas,
esbozos y — lo que era más interesante — cuartillas
ya preparadas para el público que examiné con
toda minucia, no formaban un estudio completo
de la literatura francesa del 90 al 914 que se ajus-
tase al plan de los volúmenes anteriores: El ro-
manticismo, La transición y El naturalismo.
El capítulo relativo a la poesía que se publicará
en el tomo anunciado, de Escritores de lengua
francesa, lleva más extensión que los capítulos
VI PRÓLOGO
similares de las épocas precedentes : romántica, de
transición y naturalista, pero, en cambio, faltan en
absoluto las secciones sobre el teatro y la critica
y hay estudiados muy pocos novelistas. No era
posible, pues, dar a la imprenta un volumen sobre
literatura francesa contemporánea en el que nada
se consignase acerca del influjo extranjero sufri-
do por las letras de la nación vecina con Jorge
Eliot, Dositoieswki, Tolstoi, Ibsen, Bjoernson, Su-
dermann, Hauptmann, Nietzsche, d'Annunzio,
Rudyard Kipling y otros autores europeos y ame-
ricanos cuyos libros principales fueron traducidos
al francés, después de 1890, exceptuando las obras
de la Eliot, y los rusos que estuvieron de moda en
Francia desde 1885 en que publicó el vizconde
Eugenio Melchor de Vogüé su célebre Román
russe. Conocido es también el libro de la condesa,
La revolución y la novela en Rusia.
Aun aprovechando las páginas que sobre Ana-
tolio France, Lemaitre y Brunetiére hay en los
tomos ya publicados, ¿cómo prescindir de Faguet
y en particular de Bourget cuyos Ensayos de psi-
cología contemporánea señalan fecha en la histo-
ria de la crítica?
La novela hállase representada en estos apuntes
por dos nombres tan sólo : Rod y Barres. Faltan,
por consiguiente, Bourget, Huysmans, Loti, Pré-
PRÓLOGO VII
vost, los Margueritte, los Rosny, Pablo Adam y —
no olvidemos el buen gusto y fino instinto litera-
rio de la autora — Gustavo Gef froy y Estaunié, dos
escritores que seguramente hubieran obtenido ba-
jo la pluma de la condesa los elogios que nadie les
regatea, si sabe ver y juzgar.
En el teatro de este período se destacan los nom-
bres de Enrique Becque, Antoine, fundador del
Teatro libre, de Cure!, Brieux, Portoriche, Don-
nay, Hervieu, Lemaitre y Rostand. Doña Emilia
hubiese tratado de ellos, a tener vida y tiempo de
concluir su obra.
¿Qué había, pues, en estos papeles inéditos si
tanto faltaba con ser voluminosos los cinco lega-
jos?
En 1916 un ministro de Instrucción pública re-
paró en parte la deuda que tenía España para con
Emilia Pardo Bazán, que toda su vida trabajó en
pro de la cultura y buen nombre de la patria. En
el doctorado de la Facultad de Letras se creó en-
tonces una cátedra — hoy desaparecida o transfor-
mada, que es lo mismo — con la denominación de
"Literatura de las lenguas neolatinas". La autora
eximia del San Francisco y del Nuevo Teatro Crí-
tico era la persona designada para desempeñar esa
cátedra.
La condesa, que ocupó todos los cargos a ell?.
VIII PROLOGO
t:onfiados cumpliendo escrupulosamente los debe-
res que llevaban anejos y trabajando con tarea in-
grata las más veces, en una proporción que el pú-
blico ignora, entregóse por completo desde aque-
lla fecha a la labor de cátedra ; descuidó su obra
personal; no produjo ya novelas, ni libros de cri-
tica, ni tuvo tiempo que consagrar a sus estudios
comenzados sobre Hernán Cortés y la conquista
de Méjico. El profesor venció en ella al literato.
El deber de su nuevo cargo se sobrepuso a las
legítimas ambiciones del escritor que sueña con
ver concluidas las obras en proyecto.
La Universidad se llevó la mayor parte de sus
energías y los apuntes y tanteos sobre literatura
francesa que ocupaban aquellos cinco legajos eran
sencillamente las explicaciones de clase que la au-
tora preparó con una conciencia y un sentido de
sus deberes dignos de toda alabanza. Ella sí que
pudo hablar mirando a la propia labor de una cosa
que por buen gusto y modestia acertó a callar
siempre: el ** sacerdocio de la cátedra", tomando
la frase en su sentido recto, no en el escaso que
tiene ahora por el mucho valor que ha perdido a
fuerza de ser repetida y profanada.
A pesar de tener ya estudiados y redactados mu-
chos asuntos volvió sobre ellos, les aplicó más
prolijo y profiíndo examen y analizó los temas
PRÓLOGO IX
bajo otros aspectos que no había considerado ne-
cesarios en ocasiones anteriores.
Su primer curso en la Universidad trata del
lirismo en la prosa francesa. El manuscrito no
quedó preparado para ver la luz y es de razón que
permanezca inédito. No así el segundo curso so-
bre el lirismo en la poesía que aprovecho casi todo
en el presente libro, respetando fondo y forma y
modificando tan sólo lo circunstancial y de mo-
mento que pierde su significado al transcurrir, no
los años, los días. También suprimo las expresio-
nes propias de clase — "decíamos ayer", **en la lec-
ción anterior", ''nos ocuparemos mañana", etc.,
etcétera — que no se justifican en volúmenes desti-
nados al gran público. Las alusiones a materias
por estudiar o ya estudiadas, los proyectos de cur-
sos sucesivos acerca de la literatura italiana o
portuguesa, los resúmenes de explicaciones pasa-
das que encabezan algunos capítulos, la lección
compendio de la primera parte del curso, leída el
primer día de clase después de las vacaciones de
Navidad, tampoco había por qué reproducirlas en
estas páginas.
Respeto asimismo el plan que sigue la autora,
en el cual se echará de menos acaso cierto rigor
científico, cosa disculpable, pues a todo ello le fal-
ta el último toque por mano de quien lo compuso.
PRÓLOGO
Añado, porque son menester, los sumarios res-
pectivos de cada uno de los capítulos, que forman
juntos el índice de la obra.
La bibliografía con que aquéllos terminan es a
mi juicio, una de las cosas más importantes de
este trabajo. Pudo dar la autora una lista nutrida
de obras de consulta con sólo transcribir las pá-
ginas que hubiera necesitado del Manual biblio-
gráfico de la literatura francesa de 1500 a 1900,
por Gustavo Lanson (París, Hachette, 1914). Pre-
firió recomendar los estudios que ella conocía, los
cuales en su mayor parte ornan su biblioteca de
las Torres de Meirás. El hecho prueb? la escru-
pulosidad que ponía la condesa en sus escritos y
contribuye a que se haya formado sobre estos
asuntos una bibliografía escogida, de selección,
por persona tan autorizada y de gusto tan delica-
do como la insigne polígrafa.
El presente libro postumo de la condesa de
Pardo Bazán no agota el tema del lirismo en la
poesía de Francia. Proponíase la autora concluir
su estudio con los poetas que vieron estallar la
gran guerra en 1914. El curso no dio más de sí y
el libro acaba en época todavía un poco distante
de nosotros. Ahora, bien, los apuntes de clase aquí
reunidos presentaban puntos de vist.a originales y
certeros, juicios perfectamente formulados, una
PRÓLOGO XI
crítica sana, concienzuda y profunda, sentido ad-
mirable de la historia de las ideas y un acierto en
la visión de enunciados y problemas, que dejar-
los inéditos hubiera sido privar a la crítica espa-
ñola de unas páginas que vienen a glorificarla.
Ei lirismo en la poesía francesa acusa una vez
más en su autora inteligencia extraordinaria, fina
sensibilidad, gusto selecto y copiosa erudición,
cualidades que hace resaltar la magia del estilo.
No en vano su nombre figura con toda justicia al
lado de los de Sainte Beuve y Mme. de StaéI.
Luis Araujo-Costa
El lirismo en la poesía francesa
Lo moderno en literatura.— Por qué se habla de Francia.—
La prosa, poética de los románticos.— Toda manifestación
■ literaria responde a profundas raices sociales.
No es lo mismo lo contemporáneo que lo mo-
derno. Entre ambos conceptos existe una notable
diferencia. Lo moderno es necesariamente con-
temporáneo; pero lo contemporáneo no es mo-
derno muchas veces. Es lo contemporáneo, en
arte y literatura, lo que se produce en nuestros
tiempos, y nuestros tiempos, para este caso, no
son únicamente el dia de hoy, ni el plazo de nues-
tro vivir, sino una época dada, que claramente se-
ñalan y limitan grandes acontecimientos y desarro-
llos de la evolución artística y literaria. Para nos-
otros, lo contemporáneo empieza en el romanti-
cismo; y, sin embargo, al romanticismo, actual-
mente, nadie le da el dictado de moderno. Em-
pie2^ en el romanticismo de escuela: no en el de
tendencia universal, casi tan antiguo como el
mundo.
Si me atengo a la definición corriente en dic-
cionarios, verbigracia el de Rodríguez Navas, que
t. PARDO BAZAN
por SU tamaño fácilmente manejable suelo con-
sultar, contemporáneo es lo que existe al mismo
tiempo que aíguna persona o cosa. Admitida li-
teralmente la definición, nos encontraríamos con
muchas dificultades. Yo supongo que lo con-
temporáneo es aquí lo que desde el romanti-
cismo se cuenta, y que, por tanto, puedo dar
a lo rigurosamente actual su filiación y sus
antecedentes, enlazarlo con su ascendencia, y
aun remontarme a sus orígenes algo más dis-
tantes, en la medida que convenga para facilitar
la comiprenísión del tema, y con la rapidez que im-
pone lo que, aunque conveniente, es a la postre
secundario.
Contemporáneo llamo, pues, a lo de nuestra
época, y nuestra época no la constituye sólo lo
presente, (si es que algo existe que sea presente,
sobre lo cual mucho habría que discutir). Todo
es pasado, hasta el minuto en que hablo; ape-
nas ha resonado mi voz para afirmarlo, y el pa-
sado va criando y desenvolviendo el porvenir. Y
nuestra época, no sólo en el sentido literario, si no
en d social, intelectual y moral, puede decirse que
nace con el romanticismo. De suerte que* nuestra
época comienza a fines del siglo XVIII, y en al-
gunas naciones de Europa, donde no se hablan ro-
mances latinos, podemos decir que a mediados ;
y, al través de cambios de forma y viciisitudes de
combate, el fenómeno del romanticismo no ha ce-
sado de manifestarse en las letras y en el arte en
general. La solución de continuidad se debe a ha-
llamos ahora en uno de esos momentos en que
nada literario excita interés — ¡ confesémoslo nos-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 3
Otros los escritores ! — y en que se ignora del todo
cómo renacerá el arte, si es que renace, después
de la tremenda pugna, y el destrozo, no sólo ma-
terial, que la acompaña.
Pero tampoco pudiera buscar para mi tema una
ñora más propicia. Los contrastes son lo que hace
resaltar, clara y vigorosamente, los caracteres de
cada factor, y el más perfecto contraste con el ad-
venimiento y desarrollo de la profundísima cri-
sis romántica, es ciertamente esta explosión, más
que formidable, de las tendencias contrarias a ella,
que le han ido minando el terreno, y reduciendo
la vida romántica a lo puramente, artístico, a una
sugestión en el vacío, mientras donde quiera se in-
sinuaban y surgían vigorosos los elementos cien-
tíficos y positivos. Esta es la línea divisoria, como
veremos a su tiempo, entre el romanticismo cuan-
do apareció joven, radiante, arrollador, y el otro
romanticismo decadente, que cada vez se aisló más
de la vida general y de las aspiraciones colectivas.
Y hay que hablar detenidamente del primero, si
se ha de comprender el segundo.
O no entiendo lo que está pasando en este mis-
mo instante en Europa, o todo el sentido de la
guerra es enteramente contrario al romanticismo,
y aspira a sentar sobre bases científicas, prácticas,
utilitarias y coherentes las nacionalidades. Cuan-
do digo el romanticismo, quizás debiese decir me-
jor el individualismo, porque ninguna guerra re-
gistrará la historia en que el individuo haya sido
considerado de tal suerte como cantidad sin im-
portancia, y sacrificado a la colectividad y a sus
intereses, más remotos, no dejándole ni lo que
E. PARDO BAZÁN
en otras guerras fué su refugio: el relieve heroi-
co, la esperanza de que el nombre de un individuo
no se pierda; idea poética, hoy relegada, con tan-
tas otras, al desván de los trastos viejos. Por eso,
al iniciar mi explicación, el hecho dominante que
se ofrece a mi pensamiento es que se han vuelto
del revés, como un guante, más cosas de las que
ahora podemos alcanzar, y que el período en que
el individuo fué asunto predilecto de la literatura,
del arte, de la filosofía, se ha terminado, por lo
cual, viéndolo concluso y cerrado sobre sí, hay
mayor facilidad y mayor incitación para estu-
diarlo.
El período individuaHsta, que a mediados del
siglo XIX declina en lo literario, aunque se des-
envuelva plenamente en otros terrenos, está em-
papado de sentimiento, y lo que más interesa en
él es la riqueza sentimental. Legitimado el propio
sentir, se explaya rebosando vida, y su molde es
el lírico. El sentimiento, pues, tendrá que ser par-
te muy integrante de la materia de estos estudios
y de antemano lo advierto, por si se creyese que
no ocupa legítimaimente el lugar que he de otor-
garte. Sería prueba de que no habría yo sabido
hacer notar su significación, su trascendencia, y
hasta su esplendidez, sus múltiples facetas y ma-
tices.
Al ocuparme de Francia, rindo un homena-
je a la gran nación que tanto contribuyó a mi for-
mación intelectual, y a la cual profeso un afecto
que parece haber crecido con las actuales y dra-
máticas circunstancias que han puesto, una vez
más, a prueba su valor y su patriotismo. Francia
EL LIRISMO m LA poesía FRANCESA 5
recogió de nuestras manos, cansadas de tanto com-
batir y vencer, la hegemonía entre las naciones no
sé si con propiedad llamadas latinas ; porque, en
el proceso de la Historia, cada cual mira por sí,
y nosotros debiéramos haber mirado, estoy en ello
conforme.
Sobre literatura francesa he trabajado reitera-
damente, en mis lecciones de la Escuela de Estu-
dios Superiores del Ateneo de Madrid, y en los
tres volúmenes de Historia de la Literatura Fran-
cesa, publicados bajo los títulos de El Romanti-
cismo ^ La Transición y El Naturalismo. Me con-
viene notar que los estudios aquí reunidos, en
su mayoría, los he escrito expresamente, y sólo
en pocos, y siempre con adaptación al tema, uti-
lízale algo de lo allí contenido. Aquel ensayo de
Historia de la Literatura Francesa Contemporá-
nea se diferencia en absoluto de lo que aquí ex-
pondré, pues abarca el conjunto de la Literatura
francesa desde fines del XVIH, y no se circuns-
cribe a un aspecto, capital sí, pero no total. Nece-
sariamente, por esta circunstancia, este libro se
fundará en puntos de vista allí apenas indicados,
y los desenvolverá con sujeción a un plan entera-
mente distinto, intensificando lo que allí reviste
carácter más general.
Otra razón de preferencia para Francia en es-
tos estudios, fué el hecho m.ás conocido, más in-
negable, más constante, más observable, no sólo
aquí, si no en la América española : su influencia
poderosa, literaria, intelectual, y pudiéramos aña-
dir social. No es la única que hemos sufrido, na-
turalmente ; sobre nosotros han actuado moderna-
E. PARDO BAZÁX
mente, Inglaiterra, Alemania y aun Italia y en
cierto respecto Portugal Mas si se suman las de-
más influencias, desde el romanticismo, arrojarán
un total inferior en relación al de Francia, que,
sobre -presentar a nuestra admiración e imitación
series de insignes y diversísimos escritores y poe-
tas, tuvo, para mejor penetrarnos, la ventaja de
la proximidad, amén de cierta especial simpatía,
de un misterioso fluido que esta nación emite, y
por el cual se insinúa e infiltra, y arrastra las vo-
luntades, lo mismo en lo social y político, que en
lo intelectual y literario. Este modo de ser, comu-
nitativo, contagioso, ha dado a Francia en Europa
una hegemonía distinta de la material, un carác-
ter de nación guía, determinadora de estados de
alma que ninguna otra en tal grado ha poseído.
Si a veces este influjo subyugó a nuestra espon-
taneidad, hubo ocasiones en que la auxilió, ayu-
dándola a revelarse por reacción y oposición. No
he 4e asentir al malicioso dicho de que los escri-
tores españoles son como las cubas de vino del
año ocho, en las cuales, mirando al fondo, se ve
al francés muerto. Hasta no diré lo que añadieron
algunos: que cuando el vino de tales cubas tenía
francés, era más sabroso. Me limito a recordar
que tienen francés muchas cubas que parecen de
lo más añejo y castizo, y sería prolijo, pero no
muy arduo, demostrarlo con datos y citas. No
ignoro el valor inestimable de la espontaneidad
nacional, y reconozco que sería preferible no imitar
nunca ; pero creo que esta excelencia rara ningu-
na nación la ha conseguido, y se ha dicho, hasta
la saciedad que la literatura vive de imitaciones
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 7
e influencias recíprocas. La de Francia sobre la
Península y sobre los países americanos que ha-
blan nuestra lengua, y en los cuales es tan capital,
bastaríia para justificar toda la atención que po-
damos dedicar a su literatura, atención que, in-
sisto en ello, es conveniente hasta para emanci-
pamos y tender a la liBertad y originalidad de
nuestras letras, al averiguar de dónde y cómo vie-
ne lo que las encadena y subyuga.
Nuestra originalidad, la estimo como quien más
pueda estimarla, y no quisiera que se me acusase
de no proclamar, mi estimación. Para ser ori-
ginales en lo posible, he dicho que tenemos que
conocer bien las literaturas extranjeras, y es-
pecialmente la francesa, que en nuestra época
ha sido la influyente. Pues bien, para el mis-
mo objeto debemos convencemos de que no
somos enteramente asimilables a Francia, o al me-
nos que varios elementos étnicos de España se di-
ferencian mucho de los de ésta y otras naciones
denominadas latinas. Por eso no me he avenido a
admitir que sea latina toda nación que habla un
idioana derivado del latín. En cuanto a la sangre,
dícese, que sólo Rumania puede llamarse latina con
verdadero derecho. Los caracteres comunes que
indudablemente se reconocen entre las naciones eu-
ropeas calificadas de latinas, así como en las ame-
ricanas de origen español, pueden imputarse a co-
munidad de algunas razas, pero no de raza latina.
Más afines somos a Francia por el elemento cél-
tico, y sin duda hay parentesco racial entre Es-
paña y Francia, y hasta de algunos elementos de
su población pudiera decirse lo que de sí propio
8 t. PARDO BAZÁN
dice el héroe de Loti, Ramuntcho: "Ni soy espa-
ñol ni francés ; soy vasco".
Rechacemos, principalmente, el dictado de la-
tinos, cuanldo con él se quiera expresar un con-
cepto de decadencia. A fuerza de oír repetir y
repetir nosotros también que los latinas estamos
decadentes — en diversos grados — , hemos llegado
a creer igualmente en nuestra pura latinidad y en
nuestro decaimiento efectivo, inevitable. Hemos
dado de barato que sobre el mimdo latino pesa una
especie de fatalidad, sin ver que no hay fatalida-
des, no hay nada arbitrario en la Historia; los
estados transitorios de decaimiento son remedia-
bles, y la Historia está llena de estos ejemplos.
Para fortalecer nuestra voluntad, pensemos en que
nuestra raza, o mejor nuestras razas, las de^ las
naciones latinas, son varias y en general superio-
res, y que hasta no nos faltan componentes bárba-
ros, que es lo que ahora se cotiza más alto y está
más de moda. Y, para no reconocernos irremisi-
blemente decadentes ni vencidos, estudiemos ince-
santemente esa suprema manifestación de la sen-
sibilidad y de la belleza del espíritu humano, que
es la literatura.
Nos hemos ido, al parecer, lejos del asunto
que tratamos ; pero no es si no al parecer. No
habría error más grave que considerar a las letras
y al arte en general como algo aplicado sobre el
hombre, algo postizo. El arte y sus diversas ten-
dencias y matices proceden de la naturaleza misma
del hombre, y las necesidades que nos son comu-
nes con los demás organismos ; sólo que el hom-
bre cincela, pinta, versifica y transforma esas ne-
EL LIRISMO EN LA POESÍA f-'RANCESA 9
cesidades, y hasta se hace a ellas superior, y las
pisotea, y sobre ellas pone la enseña de su espiri-
tualidad.
Al tomar por asunto el lirismo en Francia,
una distinción se me impone desde el primer
momento : la de la poesía rimada y de la prosa ;
pero la prosa del periodo a que me estoy refirien-
do, es algo que a la poesía se asemeja, y que se ha
llamado prosa poética, fenómeno debido a la inva-
sión del lirismo, cabalmente, cuando el romanticis-
mo trajo su triunfo en las letras. Muchas de las
obras que se presentan como modelos de tal pe-
ríodo, son meramente poesía sin rima. Y nadie
ha vacilado en calificar a Chateaubriand y a Juan
Jacobo Rousseau de poetas en prosa. Lamartine,
no lo fué menos en Rafael, que es una novela en
prosa, que en las Meditaciones^ que son rimas.
La novela ha sido clasificada entre lo que pro-
cede de la epopeya: con el género épico guarda
relación. Pero es cierta la atribución, cuando la
novela reviste carácter narrativo, porque la epo-
peya es siempre una narración de hechos, un re-
lato. En este sentido, puede afirmarse que la no-
vela procede de la antigua epopeya, y cupo decir
que la Odisea, por ejemplo, no es si no una gran
novela de aventuras. Mas las novelas de la época
rcHTíántica no pertenecen a este grupo numero-
so y rico que tan varias formas reviste, desde
la Odisea hasta el Quijote. Hállanse por el contra-
rio empap>adas de sentimiento personal, de indivi-
dualismo. Son Pablo y Virginia y la Átala y el
Rene, de Chateaubriand, que sublevó a toda ima
generación contra la vida ; son Lelia, poema sata-
10 e. PARDO BAZAN
nico de*! orgullo, y Valentina, apología del amor
exaltado y en lucha con la sociedad ; son Obermán^
poema del tedio, y Adolfo, poema del cansancio y
de la tortura sentimental ; son la Nueva Eloísa, de
la cual todos los demás proceden, porque si la
madre del lirismo, eii la antigüedad, fué Safo, en
los tiempos modernos el padre de esta criatura,
triste y rebelde, es Juan Jacobo, cuya influencia se
ha dejado sentir hasta este momento, y seguirá
ejerciéndose, en la política, en la pedagogía y ya
no tanto en las letras, pero aun siendo en ellas, re-
conocidamente, un precursor. Son Corina y Delfi-
na, Madama Bovary y el Lirio del valle; son De-
leite, de Sainte Beuve, y la cruel Fanny, de Fey-
deau. Los poetas, no menos influyentes que los
novelistas, en la propagación del romanticis-
mo, darán asunto al presente libro, que compren-
derá toda la poesía francesa moderna, desde An-
drés Chénier y Lamartine hasta los líricos de nues-
tros días, los que sólo han callado, y no han callado
todos, cuando empezaron a movilizarse las tropas
hacia sus frentes de batalla. No han callado todos,
y a su tiempo lo veremos ; pero el momento no es
favorable a las Musas, y nada tiene de extraño que
no lo sea. El momento cierra por completo un pe-
riodo literario, que, como he dicho, comienza en el
romanticismo y termina con la disgregación esco-
lástica absoluta de los primeros años del siglo XX.
De estos estudios resaltarán varios hechos ge-
nerales, cuyo conjunto es el cuadro significativo
de todo lo que cabría llamar la vida moral, social
e intelectual de nuestra época. Toda manifestación
literaria responde a profundas raíces sociales, en-
El. LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA II
tendiendo yo aquí por social, no las leyes, ni las
instituciones, ni aun la Historia, ni esta o aquella
clase, sino la reunión de todas estas cosas, y su
peso y fuerza en la creación espontánea e instin-
tiva, aparentemente, del arte, en especial del lite-
rario. Veremos, sin duda, mucho de natural en la
literatura, pero sometido siempre, aun en sus for-
mas más rebeldes, como el lirismo y el individua-
lismo, a la poderosa acción de todos esos factores,
de los cuales nadie se ha emancipado^JTal poeta
que cree no conocer más ciencia que su alma, que
se tiene por algo aislado dentro de su generación,
que se coloca en actitud de retar a cuanto le ro-
dea, no es — ^si bien se mira — «más que un intérpre-
te, un reflejo, la voz de otros espíritus que hablan
por su boca. Y el que se precia de ser superior a
los dolores y a las inquietudes de la Humanidad,
al querer hacerlo revela, no sólo su propia inquie-
tud, sino la de muchísimos de sus contemporáneos.
Todo viene del conjunto y al conjunto vuelve, y,
por eso, los poetas de cada edad y los novelistas
de cada hora encarnan el período en que crean.
II
Dos tendencias del romanticismo.— ¿Qué es el lirismo? -
Las civilizaciones antiguas de América.— Orígenes del li-
rismo.—El instinto de conservación y el de reproducción. -
El lirismo literario y artístico y el lirismo social.
Habiendo fijado para lo contemporáneo en
la literatura la fecha de la aparición del ro-
manticismo, hago la necesaria distinción entre el
romanticismo y el lirismo, y en ella debo insistir,
como primer jalón del camino que vamos a re-
correr.
Quiero hacer notar que, en el romanticismo,
existen dos tendencias muy distintas: la lírica
y la épica; y meramente con esto, basta para
dejar sentado que no todo romanticismo es li-
rismo, aunque el lirismo, tendencia antigua como
la Humanidad, se haya desenvuelto y tomado in-
cremento desde mediados del siglo XVIII, a favor
de la explosión romántica.
El lirismo, aunque haya sugerido arte, no es úni-
camente tendencia literaria, si bien encuentra su
más ahincada expresión en ciertas obras literarias,
algunas aidmirables y maestras. Pero al estudiar
la evolución literaria sorprende y se impone el he-
cho de la extensión formidable del lirismo, desde
que el romanticismo asoma ; y se hace como invo-
luntariamente la observación de que, caso aislado
o por lo menos singular en otras épocas, el tipo
lírico sobreabundó en la nuestra.
14 E. PARDO BAZAN
Aspiro, al hablar del lirismo, a definirlo con tal
claridad, que ni la menor sombra quede en la men-
te de los lectores. Y para ello tengo que recordar
que el lirismo es la afirmación del individuo, no
diré que siempre contra la sociedad, pero siempre
sin tomarla en cuenta, y muchas veces protestando
contra ella tácita o explícitamente. El individuo
ante la sociedad : así sucintamente puede formu-
larse el caso.
Y conviene añadir que, al decir sociedad, no me
refiero a ésta ni a aquélla, si no en general a to-
das las que se han sucedido sobre nuestro globo,
y en especial a las que podemos, mediante algunos
datos históricos, conocer. En todas partes ha exis-
tido, seguramente, una organización social, más o
menos rudimentaria, más o menos fuerte y cohe-
rente. En las mismas cuevas prehistóricas es pro-
bable que la horda que se refugiaba en ellas se
hubiese organizado y aceptase normas de consti-
tución para fines de utilidad general, mejor o peor
entendidos, que esto no es lo que tratamos ahora.
La rudeza de las costumbres no impide la organi-
zación, y hasta voy a decir algo que es un hecho
constante, tal vez no muy observado en su signifi-
cación.
Creyéramos que la individuaHdad se ha mani-
festado desde el principio del mundo, y que en los
primitivos tiempos se mostró más sublevada y
anárquica: y al creerlo, nos equivocaríamos de
medio a medio : la individualidad es una conquis-
ta, funesta o no, esto no vamos ahora a aquilatar-
lo, de las avanzadas civilizaciones.
Me he fijado en ello al estudiar un poco la his-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 1 5
toría de America. ¿Por qué la historia de Amé-
rica? Porque el estado de América, cuando nues-
tras proas abordaron a sus playas ; la fase de ci-
vilización en que la encontramos, pudiendo, por
rara fortuna, sorprender el secreto de edades que
hacía tanto tiempo Asia y Europa se habían deja-
do atrás, la lección de primitivismo que allí pudi-
mos aprender, nos demostró plenamente que nunca
el hombre fué menos lírico que en semejantes
estados sociales. El ideal, que hoy tanto se pre-
coniza, de una sociedad perfectamente organizada,
reglamentada, sumisa, formulista, nos lo ofrecen
aquellos Estados, Imperios y Confederaciones que,
anárquicamente, e iba a decir líricamente, conquis-
taron con la espada los españoles del siglo XVI ;
los cuales, procedían contra las órdenes o al me-
nos sin las órdenes de la autoridad y de lo que hoy
llamaríamos el Poder central. Todos los cronistas
están conformes en pintar la extraordinaria sumi-
sión, la ciega obediencia que a sus caciques y je-
fes mostraban aquellos pueblos, y lo compacto y
bien trabado de sus instituciones, fundadas en el
acatamiento estricto de la autoridad, la ley y la
costumbre, allí identificadas. De suerte que pode-
mos establecer que los pueblos antiguos — que se
parecían más a los encontrados por nosotros en
América, que a nuestras sociedades modernas —
presentaban la misma coherencia y unidad social.
Cuánto más primitiva es una civilización — -por-
que las de América civilizaciones eran, aunque de
un período evolutivo muy anterior al de sus con-
quistadores— ; cuanto más primitiva, repito, más
social la encontramos y más sometido en ella el
l6 E. PARDO BAZÁN
individuo a la colectividad. Instituciones de hie-
rro, costumbres ya sagradas, contra las cuales no
había resistencia: esto nos presenta la América
conquistada por nosotros. Y sin duda no faltarían
en ella almas líricas, y hasta almas de decadencia
sentimental, y una fué la del Jefe de hombres, co-
múnmente llamado Emperador Moctezuma, tan cu-
riosa y digna de estudio ; pvero no abundan, al me-
nos que sepamos, o no se revelan y descubren ; y
no es ésta la menor diferencia entre aquella his-
toria y la de nuestro Continente.
Y por esta observación que precede, vengo a
otra, que es la de que el lirismo es una manifesta-
ción de sentimiento, o por mejor decir, de senti-
mientos, que pueden expresarse por el arte o por
la acción. Muchos elementos sentimentales, la ma-
yoría, no salen fuera del santuario del espíritu, y
son sin duda los menos aquellos que se afirman
por algo exterior. A nuestro asunto interesan los
que se descubren por medio de las letras, y la
creación de la fantasía, cuando responde a la ver-
dad del sentimiento, tiene el mismo valor, y aun
a veces tiene más, que los seres reales, que mate-
rialmente existieron. Ahí está, por ejemplo, Wer-
ther, encarnación del sentir de Goethe, con más
valor y nadie dudará de que vale y significa
más que un suicida que ayer se lanzó por el Via-
ducto.
El estudio del sentimiento en el arte cada día
gana terreno, y si un día pudo considerarse fútil
y hasta indigno de la crítica con pretensiones de
seriedad, hoy se piensa de otro modo. La raíz hu-
mana son los grandes sentimientos, cuyo origen
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 1/
profundo voy a esbozar, según creo entenderlo
en su más sencilla fórmula.
Los instintos primarios de la Humanidad son
dos, y responden a sus necesidades constantes e
imperiosas : pudieran calificarse de instinto crea-
dor e instinto destructor, pero no sería el nombre
enteramente exacto : prefiero decir instinto de re-
producción e instinto de conservación. En dos pa-
labras: amor y hambre. Lo mismo que el bruto,
clamará indignado todo espiritualista. Si, lo mi>-
mo que el bruto : y aquí no vendría mal citar al
Eclesiastés, que estampa crudamente : "igual es el
ánima del hombre al ánima del jumento". Con
igual indulgencia que se explica piadosamente la
sentencia de Salomón, ruego que se explique la
mía. No hay nadie más convencido de nuestra es-
piritualidad, y encuentro justamente su maravi-
llosa obra en que, de iguales necesidades, nazcan,
en las especies puramente animales y en la huma-
na, tan distintos efectos. El hombre ideaHza la ne-
cesidad y saca de ella el arte, con sus manifesta-
ciones sentimentales. El signo más alto de la no-
bleza humana es por eso el arte, en el cual no pue-
de menos de reflejarse la vida, la interna como la
externa.
Reduciendo, como antes, la cuestión a sus tér-
minos elementalísimos, diríamos que el arte realis-
ta procede del instinto de conservación, y el Iítí-
co, del de reproducción. Parece demasiado escue-
to, y voy a revestir un poco estas afirmaciones so-
brado desnudas, carnadas. El realismo en el arte
tiene su primer documento, que sepamos, en las
pinturas rupestres, por cierto muy hermosas y lie-
E. PARDO BAZÁX
ñas de verdad. Da asunto a estas pinturas la ne-
cesidad de nutrirse: son figuras de los animales
que cazaba, para aprovechar su carne, el hombre
de aquellas edades primitivas. En ese sentido, ta-
les pinturas y diseños son una imagen social llena
de realismo. La arquitectura, que aparece después,
es un arte social y realista por excelencia. Presi-
de a su aparición la necesidad de defenderse, de
resistir a los enemigos, de poseer moradas, y, cosa
doblemente social todavia, de agruparse en la ciu-
dad los que unían intereses comunes. Todo esto
no es comer, materialmente hablando; pero es
sustentarse, es vivir.
¿Y cómo nació otra forma del arte: el idealis-
mo y el Hrismo? Aquí es donde el hombre se ele-
va por cima de la animalidad, si alguna vez pudo
existir dentro de ella, cosa que yo por mí no
creo y que la ciencia no ha demostrado. Aquí po-
nemos la mano en lo más sorprendente y mis-
terioso de los fenómenos morales de la Huma-
nidad. AUadode la moraday de la muralla, y quién
sabe si antes, en los períodos de nomadismo, el
hombre levantó el ara donde cada pueblo invocó
a sus númenes. Las dos grandes tendencias del
arte : el realismo y el lirismo, encontraron en
él anchísimo campo, porque el ara es a la vez
cosa muy real y muy socialmente hablando,
la más organizadora que hoy puede concebirse,
y cosa muy ideal y sentimental, muy lírica, pu-
diendo asegurarse que lo abarca todo. El sen-
timiento de las razas y de los pueblos ha sido lo
que han sido sus creencias religiosas.
Debemos admirar cómo el espíritu del hombre.
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I9
en reñnada alquimia, transforma ios instintos pri-
mitivos y los convierte en tal cúmulo de bellezas
y de energias sentimentales, que nadie los cono-
ciera. El animal cumple sencillamente la función,
y, satisfecho, no pide más, ni intensifica, ni afina,
ni extiende la serie de nociones dependientes de
la noción originaria. El hombre, empujado por la
necesidad de nutrición, va, y en esto no se dife-
rencia tanto de las especies animales, hacia la ne-
cesidad de lucha, a fin de conquistar el sustento;
pero, una vez establecido el sistema del combate
vital para vivir de lo conquistado, crea una serie
de sentimientos que llegan a lo sublime y que en-
noblecen, y dignifican, y derraman el óleo del arte
sobre la necesidad urgente, grosera, ineludible.
Viene, verbigracia, lo heroico, únese a lo heroico
lo patriótico, y ya está abierto el camino a los no-
bles sentires que desprecian la vida, justamente
porque proceden de la necesidad de conservarla.
Llega a olvidarse el motivo de las guerras, ante
su belleza, ante los desenvolvimientos poéticos que
de ellas se originan. Y voy a citar un ejemplo to-
mado de esa historia de América, en la cual tanta
doctrina de belleza encontraríamos si la quisiése-
mos buscar. Hubo en América una raza inteligen-
te y varonil, la azteca, que llegó a redondear sus
Estados y a poseer el territorio que juzgó sufi-
ciente para cubrir todas sus necesidades de ali-
mentación y de cultivo agrícola. Es decir que los
aztecas ya no habían menester guerrear y podían
permanecer pacíficos, sin inquietar a las otras agru-
paciones limítrofes. Mas sentían una necesidad
que me atrevo a llamar espiritual, y lo era, pues-
20 E. PARDO BAZÁN
to qu€ era religiosa, impuesta por esos diases que
Moctezuma declaraba suficientemente buenos para
ellos. El fiero Huitzilo poztli, a quien nuestros sol-
dados llaanaban Huchilobos, pedia para sus aras
sacrificios de hombres y corazones arrancados. No
era, pues, por comer más maíz y más gallinas por
lo que se guerreaba, sino por algo que, en su bár-
baro horror, debo llamar espiritual; algo que no
es reductible a las exigencias del estómago. De
ellas ha venido ciertamente toda guerra: la qtie
estamos presenciando, nos hemos hartado de re-
petirlo y de oírlo, esta guerra ultracientífica, de
humanidad avanzada y en la cúspide de su evo-
lución, no se deriva sino de móviles económicos ;
pero sobre esta base antigua como la vida troglo-
dítica, ¡ qué de bordados y recamos no ha puesto
la fecunda sensibilidad del hombre !
En estos pueblos por España conquistados, ha-
llamos también una nota que no quiero pasar en
silencio : y es la de la ausencia de lirismo. Como
queda diolio, eran sociales por excelencia, y el in-
dividuo no había iniciado allí su protesta. A veces,
un mozo hijo de las mejores familias era señalado
para morir sobre la losa de jade, rasgado el pecho
por un cuchillo, el cuchillo de pyedernal. Y la víc-
tima, no sólo aceptaba su suerte, sino que se en-
orgullecía de ella, y andaba alegre y gozoso el
tiempo que precedía a la inmolación. La mitología
azteca desconoce la fábula sentimental ; hay un
curioso estudio que hacer entre nuestra mitolofá-
bula y la que encontramos en aquellos países, que
se hallaban en un período comparable al primitivo
heroico griego. En Grecia, fué el sentimiento el
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 21
que tal vez desterró el sacrificio humano propicia-
torio, con d caso de Ifigenia, lastimoso caso.
¿Quién sabe si la historia de Atreo no rechazó
para siempre el canibalismo, que no hubo pueblo
primitivo que no practicase?
La humanización, por decirlo así, de la Huma-
nidad, es obra, en gran parte, de la reacción indi-
vidualista, en que se desenvuelve la vida sentimen-
tal. Y he ahí por qué es cosa que de una vez debe
quedar bien esclarecida y definida, el derecho del
sentimiento a ser considerado nervio y médula del
arte, y a que no se le mutile cuando forma parte
de la manifestación artística de cualquier época.
Insisto en esto, y quiero dejar desviado este obs-
táculo, porque en la materia de este libro entran
dos cosas muy desdeñadas, y muy sospechosas, y
muy mal vistas y shocking diré familiarmente,
para no pocos escritores y moralistas. Son las no-
velas, y las historias y cuentos de amores.
El amor es la humanización de uno de los dos
instintos que he considerado como originarios, y
añadiré que, de los dos, es el que más ha sido su-
blimizado, decorado, poetizado y magnificado por
el hombre, distanciándolo tanto de su expresión
animal, como dista del carbón el diamante. Yo no
diré que el hombre, al realizar esta transforma-
ción prodigiosa dentro de sí mismo, ha trabajado
en pro de su felicidad ; sobre tal punto mucho ha-
bría que tejer y destejer ; nada bastante se ha tra-
tado y discurrido; diré sí que, para su dignidad,
para la belleza de su psicología, la transforma-
ción es asombrosa, por más que se realice a cada
paso, ante nuestros ojos. Pensemos una vez m.ás
2.2 E. PARDO BAZÁN
en Werther, y admitamos que muchachas como
Carlota habría veinticinco mil en Alemania, y que
no va;lía la pena de pegarse un tiro por una muy
semejante a las demás. Sin embargo, tales argu-
mentos de sensatez nada explican. Kay más en el
caso de Werther, y lo demostraría con el- análisis
de la novela, si la menor delicadeza crítica no bas-
tase para comprenderlo. ¿Que hay en el Quijote,
si no una novela que presenta con gracia infinita
y con deliciosa penetración una de esas transfor-
maciones amorosas, materializada con tal acierto
en la aparición de las rústicas labriegas y de las
Maritornes y meretrices a quienes hace damas y
princesas la fantasía? Siempre que oigamos repe-
tir que las historias de amores sen fruslerías, nu-
gas, materia indigna de la crítica, pensemos en Don
Quijote y la sin par Dulcinea. No por eso se en-
tienda tampoco que sanciono como arte, ni como
sentimiento tanto y tan enfadoso relato de amo-
res como nos produjo, desde el advenimiento del
romanticismo, la literatura universal. La manifes-
tación del sentimiento se encierra en unas cuan-
tas novelas, unos cuantos versos, algunos dramas.
Es lo único que considero necesario tomar en
cuenta, sin perderse en la intrincada maraña de
la literatura inferior. Cuando decimos que el hom-
bre ha sublimizado un instinto material, no exten-
damos tanto el concepto que no creamos que todo
hombre es Quijote o Ainadís. Lo serán, quizás,
algunos que no conocemos ; la literatura nunca los
cuenta por docenas.
Son, sin embargo, sobrado numerosos y sobra-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 2^
do elcxruentes los testimonios líricos, para que no
veamos en ellos representación completa de la vida
espiritual. La raíz es una misma, es el amor, para
el cual he reclamado todo respeto, ya que de él se
deriva la idealidad humana. Notemos cómo no se
ha. encontrado otra palabra que exprese las fuer-
zas impulsivas de la voluntad, y hoy, lo mismo
que en tiempo de Dante, el Amor es quien mue-
ve al sol y a las demás estrellas. Baste recordar
que las formas más ricas e intensas del misticis-
mo aparecen como derivaciones de amor, y re-
visten tal carácter, y esto sólo sería suficiente
para sugerir la seriedad y la dignidad altísima del
tema lírico.
Y este tema, contenido en las almas desde las
más remotas épocas, ha adquirido en nuestros
días plenitud de desarrollo — insisto en que nues-
tros días no son rigurosamente el día en que vi-
vimos, sino el tiempo en que se han desarrollado
los sucesos que distinguen a nuestra época entre
las demás de la Historia — ; y a juzgar por los
indicios, esa plenitud de desarrollo del lirismo,
desde mediados fines del siglo XVIII acá, pare-
ce cosa terminada, cerrada, conclusa, agotados sus
brotes y seco su tronco y raigambre extensísima.
O mucho me engaño, o el lirismo habrá de luchar
para renacer, otra vez, de las grandes corrientes
de individualismo, que no han dejado de manar.
Puede, es cierto, hacerse distinción entre el
lirismo en el arte y en las letras y el lirismo
en la vida, en la Sociedad y en las costum-
bres; pero esta distinción no la haré, porque
24 E. PARDO BAZÁN
creo en el profundo enlace de la vida y la
sociedad con las letras, ya éstas la retraten y ex-
presen, ya la combatan y reprueben, que es otro
modo de indentificarse con ella. El lirismo estuvo
profunda e íntimamente unido a la evolución so-
cial, siendo, no obstante, antisocial muy a menudo
y casi por naturaleza. Expresión de la sociedad
fueron las novelas líricas y antilíricas del período
romántico. Al abordar el tema, hay que empezar
por distinguir entre lo romántico y lo lírico.
La distinción es estrictcumente necesaria, no sólo
porque es frecuente confundir ambas cosas, sino
porque estamos en un momento en que las escue-
las literarias propiamente dichas, como el roman-
ticismo, parecen relegadas a la penumbra de lo
pasado; pero, fuera de las normas de escuela, el
lirismo tiene que renacer ardiente y poderoso,
como protesta del individuo contra la colectivi-
dad, dominadora del momento presente, hasta un
grado increíble.
El momento presente se diferencia de todos los
demás que la Historia registra, no sólo por la ex-
tensión e intensidad de la lucha material, sino por
el carácter de esa lucha. Ninguna de las que pu-
diésemos recordar, ningún conflicto de pueblos
con pueblos, ha sido tan cerradamente antilírico.
ni tan marcadamente utilitario, ni hasta tal pun-
to obra de las colectividades, llámense éstas pue-
blo, nación o conjunto de razas.
En la serie de estos estudios veremos cómo el
movimiento lírico, que hizo brotar el romanticis-
mo, no sólo como escuela literaria, sino como
agitación universal, con caracteres análogos en las
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 25
diversas naciones, con el romanticismo empezó a
decaer.
El momento culminante del lirismo literario
podemos situarlo entre 1760 y 1840; el momento
culminante del lirismo político y social fué aqtiel
que media entre la Revolución francesa y las dis-
tintas formas del anarquismo, en varios países,
como Rusia, Italia y España. No es el objeto de
este libro estudiar el anarquismo político y su
desarrollo ; pero no cabe entrar en su materia sin
dejar establecido que el lirismo no fué tan sólo
un fenómeno estético, sino que llegó a lo más
hondo de la entraña social y política, a la raíz y
base de las sociedades europeas. El anarquismo
guardó estrecha relación con el lirismo literario,
aun cuando no fuese la misma cosa, pero proce-
día de la misma tendencia ; y en algunos tiix)s de
anarquistas de acción y profesionales no es -difí-
cil descubrir la hibridación literaria, y la morfo-
logía del lirismo artístico.
Por su infiltración en la sociedad, durante al-
gunos lustros, el romanticismo, en el cual se des-
envolvió la tendencia lírica, tuvo un período de
triunfo, y después otro, que al iniciarse la guerra
duraba aún su resurgimiento. Nadie ignora que
si el romanticismo como escuela literaria había
muerto hacia 1850, como escuela literaria reapa-
reció hacia 1889, bajo otros nombres variados,
entre los cuales prevaleció el de decadentismo. Ya
en esta segunda etapa, el romanticismo no es ex-
presión social. La sociedad no se deja empapar
de él, como en los albores del siglo. Los peligros
del lirismo son conocidos v están señalados ; su
26 e;. pardo bazán
expresión políiica ha sido, en cierto modo, pros-
crita, hasta por las multitudes, en las cuales do-
mina la tendencia socialista y empiezan a restau-
rarse las ideas de organización. Esta segunda épo-
ca lirica presenta fenómenos interesantísimos y
personalidades marcadas con fuerte sello de ori-
ginalidad poética; pero se manifiesta como algo
divergente de la sociedad, que, por decirlo asi, la
rechaza de su seno, como en parte había rechaza-
do el romanticismo, aun en los momentos en que
más se había apoderado de ella.
El lirismo, lo sabemos, es en gran parte la pro-
testa del individuo contra la sociedad, la rebeldía
a lo que la sociedad le presenta como fórmula ne-
cesaria de la relación humana. No es nueva ni
desconocida la observación de que en el arte y
en las letras late un instinto de libertad y protes-
ta, una inquietud renovadora, cuyo carácter es de
suyo individualista, profunda y originariamente
individualista, y, por ende, lírico. No diré que sean
líricas por necesidad todas las grandes obras de
arte ; sería una inexactitud patente ; pero digo que
la resistencia a lo que limita y cohibe el criterio y
el sentir individual, es una gran raíz estética, que
hallamos en las letras desde el principio de los
tiernpos.
III
El lirismo en las sociedades primitivas —La antigüedad;
India, Ninlve, Egipto, Grecia y Roma.— Caracteres del li-
rismo cristiano.— Los primeros siglos de nuestra era.
En el capítulo anterior he hablado de las dos
direcciones principales del arte originadas por el
instinto. El concepto primario del reallismo es el
más explicable, es algo que se deriva necesaria-
mente de la esencia misma de las cosas. La vida
humana comienza con la lucha para hacer fren-
te a necesidades apremiantisimas, y el hombre, de-
dicado a cazar fieras y alimañas silvestres para
alimentarse, lo primero que con carácter artístico
produce son las figuras de esas mismas alimañas
y salvajinas que persigue y de cuya carne y gra-
sa se sustenta. Desde los orígenes de la sociedad
humana, la tendencia tiene que ser realista, por-
que esa sociedad forma sus rudimentos, no por
dictados de capricho individualista, sino por apre-
mios de carácter profundamente positivo, inme-
diato, y que siente toda la horda, toda la tribu,
todo el pueblo. Es cierto que acaso en esos primi-
tivos tiempos a que me refiero para iluminar el
problema, se ha señalado más que nunca lo que
llamaré el individualismo de las razas y de los
pueblos diversos, y en tan tempranos períodos se
diseña ya la diferencia de las agrupaciones étni-
cas que tienen cada una su modo lírico, especial.
E. PARDO BAZAN
De este principio de diversidad hay que echar
mano para explicarse esas diferencias tan singu-
lares como profundas y hasta esas oposiciones y
contrastes de creencias y costumbres, que todavía
persisten, y acaso persistan siempre.
Es decir que, a pesar del común origen de los
humanos y de haber tenido todos que afrontar,
desde el primer día, las mismas urgentes necesi-
dades, lo que yo llamo el individualismo étnico se
impuso. Las creencias religiosas son lo más ínti-
mo que puede haber: y supone una gran diferen-
cia entre raza y raza, pueblo y pueblo, esa diver-
sidad de creencias, que podemos llamar espontá-
neas, ya que no sabemos que hayan sido impues-
tas, como lo fué, por ejemplo, la de Mahoma.
Estas creencias influyeron de tal modo en el
desenvolvimiento de los mitos y de las peculiares
creaciones artísticas de cada pueblo, que en mu-
chos de ellos tuvieron que ser poderoso obstáculo
a la normalidad del realismo, creando una red de
idealismos peculiares, reflejados en las primitivas
representaciones artísticas. Las diosas de múlti-
ples senos ; los dioses de cabeza de toro, como el
negro Mo'loch ; tantas y tantas deformaciones de
la verdad, si dieron a la fantasía alas y al senti-
miento inesperadas formas, fueron lo más contra-
rio posible a la nación de la verdad como inspira-
dora de las letras y del arte.
Sentado lo anterior, consagraré al pasado lírico
una rápida ojeada, antes de entrar en el terreno
de lo contemporáneo.
El Hrismo, manifestado o no, sabemos que tie-
ne que ser tan antiguo como el hombre ; siempre
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 29
habrán existido reacciones y protestas de la indi-
vidualidad, o, mejor dicho, siempre ésta, en se-
creto o en público, se habrá rebelado y amotinado
contra lo que impida su expansión. Consciente o
no esta rebeldía — ^y que fué perfectamente cons-
ciente desde muy antiguo lo demostraría el mito
de los Titanes en general, y el de Prometeo en
particular — , la encontramos, no sólo en el origen
de las literaturas, sino en el de las fábulas y
símbolos religiosos, lo más lejos que puede alcan-
zar nuestra vista.
En el vasto río de la poesía india, en las gigan-
tescas epopeyas, está entremezclado buen número
de elementos líricos. En la comedia de Kalidasa,
titulada El matrimonio por sorpresa, el estudiante
Malava y la bella Malati compiten con nuestros
Amantes de Teruel, aunque tengan más triste des-
enlace los amoríos de estos últimos.
Tal lirismo idealista, que brota en singulares
derivaciones y florescencias al lado del realismo
natural, no podíamos menos de hallarlo en la In-
dia, que es la comarca donde se encuentra todo, el
pueblo de los orígenes por excelencia. No hay
raza que más haya sentido la Naturaleza ; no hay
raza que así la haya contemplado, cara a cara,
como esa raza que pobló las dos grandes penínsu-
las asiáticas que divide el Ganges. Sin embargo,
no será en la mera contemplación de la Naturale-
za ni en su imitación artística donde la India ha
descubierto sus reyes y héroes que son encarna-
ción de divinidades, ni sus mágicas metamorfo-
sis, ni sus guerreros que entran y salen a volun-
tad en el cuerpo de los demonios, ni sus serpien-
30 E. PARDO BAZÁN
tes amigas del hombre, ni sus lindas apsaras, ni
sus gandarvas o músicos celestes. Lejos de pare-
cer una fiel transcripción de lo natural, la litera-
tura india hace el efecto de un cuento de hadas,
de un sueño ; en más de una ocasión recuerda las
increíbles aventuras fantásticas de los libros de
caballerías.
Tampoco el arte asirlo, del cual algo sabemos
por las ruinas de Nínive, aunque abunde en re-
presentaciones realistas, de un realismo exacto y
documental, ha evitado los toros con faz humana,
ni los leones alados, como Egipto no evitó la es-
finge, el coloso, ni la zoología semihumana, los
dioses con testa de gavilán o de carnero. Los he-
breos, por tener una religión superior, tuvieron
representaciones más espirituales y más reales a
la vez, dentro de lo simbólico. Odiando al ídolo,
proscribiéndolo, cifrando la religión en el Tem-
plo y el Arca, su literatura, de la cual quedan
muestras tan sublimes y magníficas, lo fué hasta
tal punto, que los modelos del realismo están en
las narraciones de Rut y Ester, en la historia de
José y en otros fragmentos de la Biblia. El liris-
mo aparece, y cuan espléndido, con los Salmos de
David, con los libros de Salomón, con el mismo
libro de Job.
La Biblia, en medio de su alto sentido histórico,
encierra innumerables elementos líricos, y dificul-
to que el lirismo religioso pueda avanzar un paso
desde el poeta Salmista, ni «[ue el romanticismo
llegue a presentar un tipo lírico de la fuerz^ asom-
brosa del de Salomón, a cuyo lado Fausto, Rene,
Manfredo y Don Juan se quedan en mantillas.
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 3 1
Entramada y entretejida de lirismo está la li-
teratura griega. Y conviene hacerlo notar, porque
de la vida y arte griegos se ha formado una idea
cerrada y imiforme, concepción asaz simplista,
contra la cual ha protestado un reciente historia-
dor de la literatura griega, Gilberto Murray, ne-
gando esa serie de griegos todos serenos y olím-
picos, como si fuesen una procesión de estatuas
de mármol, según quiso Vinckelmann. Murray,
ai contrarío, afirma que el rasgo más saliente de
los griegos es su viva energía personal, y a poco
más, dijera su individualismo. Lo que ha llegado
hasta nosotros de la literatura gri \ga, con ser tan
poco en relación a lo que se ha p rdido, confirma
la aserción de Murray, absolutamente.
En la misma litada, en ese milagro de objetivi-
dad, encontramos un alma muy lírica, la de Aqui-
les, con sus melancolías de predestinado volunta-
rio a la muerte; tipo perfecto del lirismo heroico.
Grecia está impregnada de realismo, y más aún,
de antropomorfismo. Todo en su religión y en sus
letras refleja la naturaleza humana. Homero, o
quien fuese, parece, ante todo, un pintor realista.
En el realismo puede encontrarse la nota de uni-
dad de los cantos homéricos, tan discutida por
otra parte.
Y siempre que se quiera saber dónde está ci-
frada la verdad, dentro de los grandes monumen-
tos literarios, habrá que nombrar el elemento ho-
mérico, el más sano de cuantos han inspirado poe-
sía alguna. Creyérase realista y naturalista todo
el arte griego, pero nos desmentirían el centauro,
la quimera, la hidra, la cabeza de Medusa, el Mí-
32 E. PARDO BAZÁN
notauro y tantas infracciones de la sencilla regla
que lo natural ofrece al artista primitivo. En el
arte griego encontramos los primeros gritos líri-
cos: Safo, cualquiera que sea la verdad, tal vez
inaveriguable, de su leyenda, es la maestra de to-
dos los poetas líricos habidos y por haber.
Es la madre del lirismo, que tiene por inspira-
dor al amor y a todas las variadas formas del sen-
timiento. Porque el sentimiento es lo que el liris-
mo emancipa, es lo que el lirismo expresa, lo que
el lirismo presenta en sus mil formas, siendo la
más usual y frecuente el amor humano, pero de-
jando un margen amplísimo, como queda dicho,
a otras formas también sentimentales, entre las
cuales el misticismo ocupa un lugar tan señalado.
El realisano, inspirado por la necesidad de sos-
tener la vida, ha abierto al arte tan vastas pers-
pectivas como las que han aparecido con la lite-
ratura heroica y el arte heroico. Hay un lirismo
de honor en el heroísmo, y de este lirismo es mo-
delo Aquiles, que prefiere morir joven habiendo
engrandecido su nombre, a vivir largos años os-
curamente; pero no cabe dudar que la raíz natu-
ral de toda empresa heroica fué el impulso de
aíbrir caminos a lo que llamaríamos la industria y
el comercio de entonces, y que, por ejemplo, la
contienda de Cartago y Roma fué inspirada por
móviles económicos, los que entonces podían ac-
tuar, según las necesidades de la hora y momento
en que tales luchas se producían. En su esencia,
la inmensa mayoría de las guerras no tiene otro
origen, aunque hay ciertas excepciones, como las
Cruzadas.
EL LIRISMO EX LA poesía FRANCESA 33'
Otra alma lírica de la antigáiedad y aun de la
&'
fábula es Belerofonte, tan parecido a los futuros
caballeros andantes, en su lucha con el monstruo
de la Quimera, en su errática vida, al vagar por
los campos, devorando, cual anticipado Orlando*
furioso, su propio corazón. Y no habrá personaje
más lírico que Safo, sea real o imaginaria su sen-
timental historia. No podemos estar seguros, ni
mucho menos, de que la célebre poetisa se arro-
jase al mar desde el promontorio, pero la creación
de la leyenda es documento lírico, probante como
el heclio más demostrado. Y es documento tan be-
llo y expresivo, que todo el romanticismo moder-
no no ofrece otro de mayor sugestión.
Hay un dramaturgo griego, en quien la crítica:
ha visto a un romántico, especialmente en el tra-
zado de sus figuras de mujer, y que por lo menos,
es un lírico. Y no podía ser otra cosa, si buscaba
ante todo la emoción, ni más ni menos que pudo
buscarla un moderno, que no la encontraría tan
fácilmente. Según el dicho de Quintiliano, Eurí-
pides fué el cultivador de la piedad. Y la piedad
es una inspiradora de lirismo. Lírico se mostró
Eurípides, hasta en la terrible y trágica figura de
Medea.
Tampoco en las letras latinas faltan documen-
tos preciosos de lirismo. Baste nombrar a Virgilio,
y recordar aquellos pasajes de la Eneida, lo me-
jor del poema, lo más sincero y humano, la cueva
de Dido, el romántico fin de la desventurada Rei-
na. Eterno modelo de sentimiento, Virgilio, por
esto solamente, merecería ser llamado precursor
del Cristianismo, en el aspecto especial, opuesto al
34 E. PARDO r.AZAN
de la dura antigüedad, que reviste tan linda fábu-
la. Y, en efecto, con el advenimiento del Cristia-
nismo, el lirismo no tarda en expansionarse. Las
almas se han estremecido, y un temblor lírico va
a propagarse por el Universo que entonces se co-
nocía.
Hemos oído decir y hemos repetido que, con el
Cristianismo, nació una sociedad nueva, distinta
de la anterior ; y acaso se nos ha escapado una de
las más fundamentales razones de tal diferemcia.
La disolución del mundo romano, la aparición del
germano y bárbaro, tantas veces relatadas por los
historiadores, a nada responden como a la irrup-
ción del lirismo. La expansión cristiana es lirismo
puro. Estudiadla y veréis el triunfo de los pocos
sobre los muchos, de la conciencia individual so-
bre la social. Se podrá objetar que esos líricos
humildes, venidos de las orillas de un lago, en Ju-
dea, a subvertir cuanto había fundado una colosal
civilización de fuerza y dominio, en medio de su
lirismo reconocían un dogma común, tenían un
credo y una ley. Y es cierto ; pero el momento en
que proclamaban su estado de conciencia yendo a
los martirios y a los ultrajes, prestaba a sus afir-
maciones, en algunos respectos antisociales, el ca-
rácter más individual. Su sentimiento era emanci-
pador de la conciencia, y, por tanto, esencial-
mente lírico.
Naturalmente, hablo en general, y no pretendo
demostrar de un modo matemático lo que perte-
nece a la vida íntima y varia del espíritu. Pudiera
extenderme en señalar el carácter lírico de parte
del Nuevo Testamento, en que de tan sorprenden-
El. LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 35
te modo se mezcla el realismo más exacto con la
más profunda emotividad ; pero el respeto al tex-
to santo me lo veda, y apenas es, por otra parte,
necesario para apoyar mi tesis.
Huellas de la tendencia encontraríamos en )os
apasionados escritos de los apologistas cristianos,
especialmente en Tertuliano, lo mismo en su pe-
riodo ortodoxo que cuando se entregó a la herejía
montañista. Y huellas de la tendencia encontra-
mos, y más que huellas, en un enemigo del Cris-
tianismo, el Emperador Juliano, conocido por el
Apóstata, y que fué un lírico, a pesar de sus afi-
ciones clásicas, y, como hoy diríamos, un desequi-
librado. Antes que él, habían tenido psicologías
románticas varios Césares, y especialmente Do-
micio Enobarbo Nerón, que encarna la exaltación
del lirismo artístico, sugeridor de las insensatas
acciones, bellas con perversa belleza, que hacen de
él marcado tipo de criminal estético. Y no es ma-
ravilla que los Césares sintiesen exaltarse la indi-
vidualidad y el satánico orgullo que con menos
motivo desplegaron, en nuestra época, los Man-
fredos y los Renes románticos, dado que los Cé-
sares estaban, por decirlo así, fuera y sobre la
Humanidad, al embriagarse en el absoluto poder
y el desenfreno del propio sentir.
Nerón, con su especial temperamento artístico
y su vesania, en que hay tanto de delirio estético,
ha sido un modelo para no pocos decadentes con-
temporáneos, que se entusiasmaron con su amora-
jidad. con su refinamiento cruel y su egolatría.
En la profunda subversión de principios que he-
mos de ver producirse bajo la acción disolvente
36 E. PARDO BAZÁN
del lirismo romántico, Nerón será casi rehabilita-
do, ya que sus rehabilitadores no le puedan imitar
en la acción, siendo hoy difícil encender por an-
torchas humanos cuerpos y hacer luminarias abra-
sando una populosa y magnifica ciudad. No ha
faltado, sin embargo, tal espectáculo en la hora
contemporánea, pero no ha sido un solo hombre,
sino turbas anárquicas, las que lo dieron, intentan-
do destruir por el fuego a París. La diferencia es-
tuvo en que Nerón, siempre guiado por su incli-
nación estética, quemaba a Roma para recons-
truirla más hermosa, de oro y mármoles.
La expansión lírica, como sabemos, procede del
Cristianismo ; pero, desde el primer momento con-
viene una distinción. Lo que propiamente se ha
llamado la Iglesia, la ortodoxia y la jerarquía
eclesiástica, si no son abiertamente opuestas al
lirismo, representan lo que puede contenerle y
reprimirle o encauzarle : el orden, la organiza-
ción social, distinta de la que subsistía con el pa-
ganismo, pero, sin embargo, aprovechadora en no
escasa proporción de lo existente, para adaptar
los nuevos tiempos a los datos de la tradición,
siempre poderosa y atendible. Así, el lirismo en-
cuentra una valla y la religión nueva se consolida,
y se unifica y define. Los gérmenes líricos se reve-
lan en las herejías, tan numerosas, ya desde los
primeros siglos de la Iglesia. El soplo emancipa-
dor de la conciencia individual había sido tan fuer-
te, tan huracanado, que las individualidades su-
blevadas contra la organización religiosa se con-
taron por centenares de millares. He aquí cómo
podemos ver en cada heresiarca un lírico, y no
th LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 37
sólo en los heresiarcas, sino también en los reno-
vadores dentro de la ortodoxia, y citaré para ejem-
plo la ardiente efusión lírica de San Francisco de
Asís y de su escuela. En aquellas primeras here-
jías, que nacen casi al pie de la cuna de la Iglesia,
entran por mucho los lirismos de la mujer, como
entraron en la difusión de la fe verdadera, siendo
las mártires, bastantes de ellas vírgenes y niñas,
uno de los argumentos emocionales de la doctrina
predicada. La mujer, en la antigüedad, no fué
emancipada como individuo, sino que, y esto bien
se vé en las Clelias y las Virginias de la historia
romana, sujetó su personalidad a la patria, a la
ciudad, a la República, en suma. Comenzó a eman-
ciparse individualmente la mujer, y no es parado-
ja, cuando empezó a corromper sus costumbres y
a dar motivo a las tremendas inventivas de Juve-
nal ; y consumó la emancipación de su individua-
lidad el Cristianismo. Extrañará que yo refiera
a un mismo principio dos cosas aparentemente
tan diversas. Hay que tener en cuenta que, por
su esencia misma, el individualismo no conoce uni-
formidad y se resiste a un molde común. Es jus-
tamente expansión del yo, en un sentido o en otro.
Por eso es tan lírico Nerón como Santa Cecilia,
místicamente desposada con San Valeriano, y de-
gollada en su caldario, por afirmar su creencia.
Desde el punto de vista literario, que más par-
ticularmente nos interesa, tenemos, pues, que no-
tar, desde los primeros momentos, la doble co-
rriente que aparece en el Cristianismo. La litera-
tura eclesiástica propiamente dicha es más ajena
al lirismo, pero la literatura, en que entran ele-
3^ E. PARDO BAZÁN
mentos populares, de las leyendas y vidas de san-
tos, milagros, martirios y penitencias, abre al li-
rismo campo anchísimo y le sugiere temas y figu-
ras de sentimiento profundo. Estos temas, en gran
parte, llegan hasta nosotros, los encontramos en
nuestra edad. La Tentación de San Antonio, de
Gustavo Flaubert, es la última transformación de
una leyenda dorada, monacal.
Así, en los primeros siglos cristianos, en que
aún latía y se defendía el paganismo, fué creán-
dose el mundo lírico con un carácter especial que
no debe omitirse: el de la catolicidad, entendida
la palabra en el sentido de universalidad. Estas
leyendas y relatos conmovedores y maravillosos,
que iban naciendo en el período militante, se ex-
tendían al llevarlos de tierra en tierra y de co-
marca en comarca y al través de los mares los
apóstoks y discípulos de Cristo. El lirismo no tie-
ne entonces carácter nacional, ni local, como lo
tendrá más adelante, cuando el Cristianismo triun-
fe, Roma acabe de declinar y cada país recobre
sus derechos. Este fenómeno de la difusión que
pudiéramos llamar evangélica del individualismo,
acaso no vuelva a presentarse hasta las Cruzadas,
y aun así, se habrá restringido l^astante. Con tan-
to como hoy se Habla de cosmopolitismo, nunca
las naciones, o por mejor decir, los pueblos, han
vivido más encerrados en sí mismos que ahora, y
esto lo comprendemos al pensar cómo se esparcie-
ron las semillas cristianas, entre ellas, y principal-
mente, la del sentimiento lírico, tan fecunda y qn?
tanto habrá de dar de sí.
Sin duda esto se hizo a favor de '-^ rown--^ • .-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 30
ción, que pareció en el mundo entonces conocido,
ser gran factor de unidad ; pero la romanización no
fué tan completa como suele suponerse, y los ele-
mentos indígenas persistieron, como fondo y ma-
teria primera, en todas las regiones, de las cua-
les no pocas ni de romanización supieron realmen-
te. Ayudó sin duda la romanización a que cundiese
el Cristianismo, y no contribuyeron poco a ello los
martirios locales, germen del espíritu castizo, en
lo religioso, y no en lo religioso solamente. Roma,
que estaba en todas partes, en todas partes encon-
tró a los cristianos. Donde quiera que fuese ejer-
cida la cruel persecución, nacía la leyenda hagio-
gráfica y con ella brotaba el lirismo sentimental.
Y esta leyenda, sin duda, corría de boca en boca,
popularmente, antes de que algún monje la escri-
biese ; y acaso fuese cantada, antes de ser escrita.
En ella principalmente está contenido el desarro-
llo del sentimiento y del lirismo, al través de mu-
chos sig'los, y en España, por ejemplo, prolongán-
dose hasta derramarse en el teatro, en la rica flo-
ración dramática. \'idas de santos inspiran a Cal-
derón y a Lope.
Al lado de esta literatura de origen popular, que
f-ermentaba. la literatura eclesiástica, propiamente
dicha, estaba inspirada en la tradición clásica ; pro-
cedía de las fuentes latinas y griegas. En ellas be-
bían los historiógrafos, escriturarios, autores de
epístolas y exhortaciones teológicas y morales,
apologistas e himnógrafos cristianos. Sin embar-
go, algunos, en poéticas leyendas, empiezan a sim-
bolizar el alma en el Fénix, y a dar cuerpo a la fi-
gura del Aiiticristo; poetas cristianos son Como-
40 E. PARDO BAZÁN
diano y Lactancio; y San Ambrosio, Obispo de
Milán, en sus himnos, abre camino al lirismo y
prepara el advenimiento del más lírico de los gran-
des escritores cristianos, San Agustín, Obispo de
Hipona.
Con sólo haber existido San Agustín, el lirismo
tendría muy rancios pergaminos dentro de nues-
tra era. Este insigne africano, de alma viril y fo-
gosa, procede en línea recta del delicado y elegia-
co autor de la Eneida, de Virgilio, que fué autor
favorito de San Agustín. No enriquece a la litera-
tura de ningún período un documento lírico tan
importante como sus Confesiones. Leído este libro
sorprendente, la vida interior queda revelada y
legitimada la individualidad. Lo queda doblemen-
te, por lo mismo que el admirable autobiógrafo es
Ain sabio, y un doctor, y un filósofo, y un psicó-
logo de la magnitud que nadie ignora, y su alma
-es de las de mayor altura y profundidad, entre las
que la humanidad puede tasar y medir, porque se
han revelado en múltiples aspectos, para signifi-
car cumplidamente la nobleza y grandeza de su
«sencia. He aquí que, andando el tiempo, un es-
critor suizo publicará otras Confesiones, de in-
calculable influencia sobre su edad literaria y so-
bre la sociedad contemporánea suya; y el alma
que en ellas se desnuda y ofrece, dice el autor,
como ante la mirada de Dios, es por cierto bien
distinta de la de San Agustín y está hecha de un
barro donde fermentan putrefacciones, de un ba-
rro vil, a pesar de todo el interés que la revela-
ción de tal alma suscitó y que vino a convertirse
en culto. Para conocer la diferencia de Agustín y
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 4 1
de Rousseau, nunca recomendaré bastante, a los
que gustan de estos estudios, la lectura sucesiva
de ambas autobiografías.
Conviene notar, en el primer lirismo cristiano,
un ideal propio, que es el de la santidad heroica ;
elevado ideal, que contiene tantos desarrollos pos-
teriores y las actividades espirituales de tantos si-
glos venideros. Las historias de santos son un ele-
mento nuevo, completamente desconocido a la an-
tigüedad, que llegó a muy altas virtudes, pero no
a la santidad, en su especial carácter. De la fuerza
lírica de la santidad proceden tantos desenvolvi-
mientos idealistas de la Edad Media.
Por bastante tiempo, los Santos serán poesía,
lirismo y levadura de romanticismo, y la belleza
sentimental de sus Leyendas preparará las litera-
turas surgentes en Europa. Los poetas considera-
ron a los santos como lo que son, héroes sentimen-
tales, y el español Prudencio, uno de Ips primeros
cantores hagiográficos. formula tempranamente la
teoría del simbolismo, del fenómeno sensible como
figura y señal de la vida interior.
Todos los componentes que vengo reseñando y
que son anteriores a la irrupción de los bárbaros,
momento crítico y que señala una nueva faz ; his-
torias, y relatos, y leyendas imaginativas sobre
santidades, martirios y cenobios, himnos y prosas
eclesiásticas, escritos de apologistas y de maestros
en doctrina y saber, pudieran compararse al hu-
mus o mantillo donde con tal vigor germinan las
simientes y del cual extraen las plantas sus ricos
jugos y su lozanía.
IV
La Edad Media.— Transformación del latín en las lenguas
romances.— Las canciones de gesta.— La "Canción de Rol-
dan". Orígenes aristocráticos de la literatura lírico-ca-
balleresca.- El ciclo bretón: la historia de "Tristán e Iseo"
Artús de Bretaña; la "demanda del Santo Grial".— Los
Templarlos. El lirismo en las producciones del ciclo bre-
tón.—Trovadores y juglares.— El lirismo sincero debe poco
a la poesía provenzal.
Al través de vicisitudes históricas bien conoci-
das, pasó el mundo del último periodo de deca-
dencia clásica, a otro en que se amalgamaron, con
los elementos latinos, los bárbaros y orientales, y,
sobre la base del Cristianismo al fin vencedor, se
preparó la Edad Media.
El período que con tal nombre ha sido designa-
do, dura, aproximadamente, unos nueve siglos,
muy diversos entre sí, aun cuando tengan la nota
común de la expansión cristiana, cada vez más
vivaz y fecunda. Nuestra atención ha de fijarse
principalmente,, dentro de la rápida reseña que es-
tamos realizando, en las transformaciones de la
literatura, tomada la palabra en el sentido popu-
lar y erudito, a la vez. El orden de este estudio,
al referirlo ya principalmente á Francia, exige que
digamos algo, muy brevemente, sobre el instru-
m-ento de que la literatura tiene que servirse, o
sea el idioma. Sabemos que éste nació del latín, y
del latín vulgar, común y plebeyo. Este latín do-
mina al otro, al literario, desde los primeros siglos
44 K. PARDO BAZÁN
de nuestra era, y es data sobradamente conocido
que la bella y pura latinidad se pierde y corrompe
durante esas épocas, aun en los escritores ecle-
siásticos, que difunden el bajo latín. Llegará día
en que algunos escritores franceses muy moder-
nos ensalcen a esa latinidad manida y decadente,
y la saboreen con delicia.
El tránsito del latín al romance debió de ser
gradual e insensible, y muchos se servirían del
habla vulgar, que ya era romance, y creerían que
continuaban hablando latín. Por lo menos, el res-
peto al latín se conservó larguísimos tiempos, y
hubo como una decidida voluntad, en los cultos y
sabios de entonces, de defenderlo y emplearlo lo
más posible. En cada país, la transformación fué
distinta, aunque análoga y con caracteres comu-
nes, pues se derivaba de muy similares aconteci-
mientos.
Conviene fijarse en una circunstancia: que
Roma intentó romanizar a parte de Asia y a toda
Europa, pero sólo en los países que hoy hablan
lenguas neolatinas lo consiguió. En los del Norte,
los idiomas nacionales, o mejor dicho indígenas,
resistieron sin admitir la romanización del habla.
o más exactamente, sin derivar del latín sus len-
guas vulgares.
Al pasar el latín a las provincias romanas con-
quistadas o sometidas, tuvo que sufrir la impron-
ta de éstas, y alterar la estructura de los vocablos
en un sentido indígena, lo mismo que su pronun-
ciación. Por eso son los romances diferentes entre
sí, y encontramos varios, dentro de una misma
nacionalidad.
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 45
En Francia, como en España y en otros terri-
torios— no cabe aún decir naciones — retardaron el
completo triunfo del romance los escritores ecle-
siásticos y los pedagogos, que empleaban, enseña-
ban en las escuelas fundadas por los romanos, y
defendían y veneraban, la lengua oficialmente la-
tina.
Para asentar la formación del romance, o sea
de los dos romances preponderantes en Francia,
el d€ oil y el de oc, fué necesario que la vida po-
pular histórica empezase a expresarse en los can-
tares de gesta. Lo ha dicho con acierto Menéndez
y Pelayo, y transcribo sus palabras: '*Es hecho
siempre comprobado en la historia del arte, el de
la aparición de las formas líricas con posteriori-
dad al canto épico : lo cual no ha de entenderse en
el sentido de que cierto lirismo rudimentario, lo
mismo que ciertos gérmenes de drama, no vayan
implícitos en toda poesía popular y primitiva, si
no que es afirmar solamente que el elemento épi-
co, impersonal, objetivo, o como quiera decirse,
es el que esencialmente domina en los períodos
de creación espontánea, entre espíritus más abier-
tos a las grandezas de la acción que a los refina-
mientos del sentir y del pensar, y ligados entre sí
por una comunidad tal de ideas y afectos, que im-
pide las más veces que la nota individual se deje
sentir muy intensa. La poesía lírica trae siempre
consigo cierta manera de emayicipación del sen-
timiento propio, respecto del sentimiento colec-
tivo, y no es, por tanto, flor de los tiempos he-
roicos, si no de las edades cultas y refc exivas".
Habría que extender un tanto el concepto de
46 E. PARDO BAZÁX
los gérmenes a que se refiere el insigne critico,
pues desde los tiempos más remotos el lirismo
aparece abriéndose paso entre la epopeya ; pero
esa evolución, que reconoce y estudia en el pró-
logo al tomo II de la Antología de poetas líricos
castellanos, es. en su conjunto, exacta. Los monu-
mentos literarios de la Edad Media, los más an-
tiguos, son épicos, o son literatura de fuentes
eruditas, que pertenece a los escritores eclesiásti-
cos, al mester de clerecía. Y, aunque no hubiesen
existido esos precedentes germánicos que los his-
toriadores franceses reconocen, y ese celo de Car-
lomagno por recoger los cantos heroicos, con todo
lo demás que para explicar tal fenómeno se con-
signa, tal vez se hubiesen multiplicado igualmen-
te las gestas, que con tan sorprendente fecundidad
se produjeron en la Edad Media de Francia.
Aun cuando no sea cosa positivamente averi-
guada, podemos suponer que los elementos bárba-
ros ayudaron a la aparición de las canciones de
gesta.
La gesta es propiamente cosa de bárbaros muy
guerreros, que cantan lo que ejecutan ; romancean
su vivir. Es de pueblos rudos, o, sirviéndonos de
la frase de Menéndez y Pelayo, de espíritus abier-
tos a las grandezas de la acción. No hay tiempo
para soñar. Se pelea (como nosotros en la Recon-
quista) y se escribe lo peleado, que primero el pue-
blo ha cantado de diversos modos ; y la imagina-
ción lo borda, y hasta, si llega el caso, lo inventa,
como sucede en la gesta de Roldan y en la nuestra
de Bernardo del Carpió.
Pero, en Francia, nos sería difícil afirmar que
IRISMO EN LA poesía FRANCESA 47
los ciclos, ya de carácter tan lírico, fuesen, en su
formación popular y tradicional, posteriores a las
gestas, de carácter épico. Puede fijarse la misma
época, igual centuria, el siglo XII, para la apari-
ción de la gesta de Roldan y de Carlomagno, -los
primaros poemas feudales, y el ciclo del Santo
Grial, de Tristán y Lanzarote. Y, en Provenza,
desde el siglo XI, los trovadores asoman, para te-
ner, en el XII, su mayor plenitud, hasta la catás-
trofe de los Albigenses, que hizo enmudecer al
serventesio.
Sin duda, aunque se ignore el momento proba-
ble de la aparición de las canciones de gesta y se
haya fijado del siglo XI al XII, parece muy fun-
dada la afirmación de Enrique Mérimée en el pró-
logo a una obra muy interesante del Sr. Menéndez
Pidal : que antes de las gestas más famosas, la de
Roldan, en Francia, y la del Cid, en España, se
adivinan largas series épicas, cuyos primeros es-
labones se enlazan con las consabidas leyendas ger-
mánicas, francesas o góticas, y supongo que con
las germánicas muy especialmente. No está pro-
bada documentalmente la conjetura, pero tiene
mucho de verosímil, y pertenece a un sistema que
los investigadores han empleado también para ex-
plicarse el origen de los cantos homéricos. Parece
creíble que ciertas obras, ya consolidadas, proce-
dan de materia difusa, anterior y olvidada des-
pués.
En la misma época a que pertenecen las can-
ciones de gesta francesas, se marca el trabajo de
transformación del idioma, que, para cuajar de-
finitivamente como romance, necesita dominar, no
48 E. PARDO BAZÁN
sólo los restos de latín, sino los de la lengua cél~
tica empleada antes de la conquista de las Gallas
por Roma, y el alemán, traído a Francia por los
reyes carlovingios, y que se habló, en ciertas es-
feras, y entre cortesanos, durante un largo perío-
do. Tal cambio exigió tiempo y lucha, que los fi-
lólogos han estudiado en detalle, y que tiene mu-
cho de grandiosa, por el vigor de espontaneidad
que descubre en ese pueblo llamado a ejercer de-
cisiva influencia sobre la civilización. De tantos
riachuelos indígenas, dialectales, extranjeros, y
sin desechar muchos elementos, si no apropiándo-
selos, se formó la bella lengua francesa del Norte,
llamada a gloriosos destinos, mientras quedaba;
sentenciada a inferioridad nacional y política la
provenzal. Aun en épocas en que no la blasonan
ricos textos literarios, la lengua francesa tiende
a la unidad, y las diferencias dialectales, en dia-
lectos como el normando, el picardo, el borgoñón,
no alteran su estructura genera], clara y lógica.
Desde el primer momento se revela el genio pro-
pio del idioma y de la raza. El mismo impulso que
iba haciendo salir de la larva la mariposa, puede
suponerse que inspiraría los primitivos y para
siempre perdidos cantos. No pudieron esos can-
tos, sin embargo, ser anteriores a la existencia de
los héroes que celebran, y esta sencillísima obser-
vación basta para comprender que, si existieron
antiquísimos cantos populares, lo cual no está
probado, no fueron indispensables para la crista-
lización de los tipos heroicos, ya reales y efecti-
vos como el Cid, ya casi del todo fabulosos, como
Roldan. La erudición ha necesitado suponer o
Elv LIRISMO KN LA POESÍA FRANCESA 49
conjeturar ese pasado remoto, sin documentales
pruebas.
La más bella de las canciones de gesta france-
sas, la canción de Roldan, celebra las fazañas de
un personaje que sin duda existió, pero no hizo
nada especial que haya consignado la Historia, y
murió oscuramente en un encuentro en las gar-
gantas de Roncesvalles, según refiere Enginardo
en su Vida de Carlomagno. Ocurrió el hecho a fi-
nes del siglo VIII, y no he visto que ningún au-
tor explique cómo pudo, sobre insignificante base,
surgir el mito roldaniano, al cual tan lindo estu-
dio consagró Pablo de Saint Victor en su libro
Hombres y dioses. En los tres o cuatro siglos que
mediaron entre la muerte de Roldan y su gesta,
no es fácil averiguar por qué la musa popular y
anónima eligió este suceso sin realce alguno, para
elevarlo a la dignidad épica, haciendo de Roldan
un coloso.
Si considerásemos el elemento épico en la li-
teratura francesa, podríamos decir algo más res-
pecto a la canción de Roldan o Rolando: ahora
sólo quiero hacer observ^ar que las gestas france-
sas, excepto la de Rolando, que tiene una gran-
deza idealista, hija de la fantasía y no de la rea-
lidad de los hechos, son (a pesar de la calurosa
apoteosis que se les consagró), materia que, si me-
rece la pena de ser estudiada por la erudición, ja-
más habrá de considerarse como valor literario ni
estético. Nadie ignora cuanto rebajó la critica se-
rena de la altísima tasa que de las gestas se quiso
hacer, sacrificando los tesoros de la literatura na-
cional, en conjunto, a esos cantos más bien infor-
50 E. PARDO BAZÁN"
Tm^s. Yo, sin embargo, respeto y me explico el eíi-
:tusiasmo de los filólogos por los textos viejos.
Hay en él, no una cuestión de ciencia, sino una
cuestión de sentimiento, y es exacta la afirmación
de Nisard, que la gesta de Roldan debe leerse con
el corazón. A todos nos palpita ante cosas rudi-
mentarias, pero que despiertan una emoción pecu-
liar, acaso por el misterio que rodea sus orígenes,
y por la misma infantil sencillez de su concep-
ción. Un canto épico gallego, tosco y de arcaico
: ritmo, el del Figueiral Figueiredo, balada de la
<Casa de Figueroa, me ha impresionado más que
muchísimas poesías cultas y bellas, sin excluir las
de Jorge Manrique (que tan trabajadas están so-
bre elementos anteriores). Al pie de una montaña
solitaria, en un paraje romántico, vi un día una se-
pultura, de esas que afectan groseramente la for-
ma de un cuerpo humano, y que se llaman sárfegos
en mi país. Pensando en los cenobitas que allí a la
sombra de su iglesia megalítica, habían dormido
el sueño eterno, no me costaría trabajo convencer-
me a mí misma de que el sártego fuese superior al
mausoleo de don Juan II, verbigracia. Esta es la
estética y la crítica de carácter sentimental, y hay
que vivir prevenidos y en guardia respecto a ella.
Los romanistas franceses, o al menos algunos,
tiene orientación retrospectiva: y de buen grado
pretenderían someter toda la literatura de su na-
ción a las medioeval, gestas, fabliaux y misterios.
As: como veremos a los románticos modernos
proscribir a griegos y latinos, proscriben ellos todo
el clasicismo nacional, Pascal y Montaigne, Bos-
suet, Moliere y Racine.
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 5 1
Al asunto de que tratamos importa especial-
mente una observación: la que, mientras el ele-
mento épico francés poco persiste y apenas deja
rastro, a no ser que consideremos transforma-
ción suya la crónica, que nace con Villehar-
douin — el elemento Úrico está destinado a grandes
influencias, a desarrollos estéticos incalculables — ,
no sólo en el siglo XV, si no en nuestros días.
Ese elemento lírico del cual se originó la novela
cabalkresca, todavía habrá de resurgir en tiem-
pos más próximos. La ironía realista de Cer-
vantes no logró enterrar el lirismo de suerte que
no resucitase en la época romántica.
Al considerar el elemento lírico y compararlo
con el épico, yo no puedo desechar una idea, que
tal vez no sea infundada. El pueblo, en mi ente-
der, si llamamos pueblo a una clase social, y no
entedemos la palabra en el sentido amplísimo con
que se dice, por ejemplo, pueblo francés o pue-
blo español, no debe de tener gran parte en la
creación de los elementos lírico-caballerescos,
mientras no cabe negársela en el origen de las
gestas. La literatura lírico-caballeresca es aristo-
crática, y pudieran establecerse tres divisiones,
correspondientes a las sociales: literatura caba-
lleresco-aristocrática, literatura eclesiástica o mes-
fer de clerecía^ y literatura propiamente de gesta,
de origen popular.
La literatura en que el lirismo encuentra sus
fórmulas, es la caballeresco-aristocrática. El con-
cepto de aristocracia es el que se destaca en todas
esas leyendas de la Tabla redonda, que tan larga
tela de ficciones han de suministrar, en especial
E. PARDO BAZAN
las del ciclo bretón. Lo que se ha llamado ''mate-
ria de Bretaña" es algo aristocrático por esencia,
y trata especialmente de los sentires y acciones
de reyes, reinas, princesas, duques, condes y ca-
'balleros : el pueblo apenas asoma : tampoco des-
empeña gran papel el elemento eclesiástico. Se
está elaborando el concepto de la caballería, que
tanto ha de influir en el desarrollo de la Edad Me-
dia y ha de trascender al Renacimiento, y aun a
nuestra edad, con el culto del honor y la persis-
tencia de sus códigos, hoy acatados también por
la clase media.
Las pasiones, las querellas, las aspiraciones de
ese mundo especial de las leyendas caballerescas,
se apartan de lo que pudieran sentir las gentes
llanas, la multitud, que vive o labrando la gleba,
o trabajando en oficios mecánicos, o siguiendo
banderas como tropa que obedece, o echando re-
des en las costas, o trasquilada en tonsurada en
los monasterios. Esta multitud se compone, en su
mayoría, de gente dependiente, porque la domi-
nación bárbara había creado las clases serviles, y
los hombres se habían dividido en libres y siervos.
Y, p>or encima de los mismos libres, que podían
disponer de su persona, existía y culminaba la
clase superior de los nobles y proceres, clase que
no estaba tan investida de privilegios hereditarios
como se supuso, pues la voluntad de los reyes
podía quitarles lo que les había otorgado, en terri-
torios, riquezas, privilegios y exenciones. Pero
los nobles, alentados por su fuerza y valor, a me-
nudo conquistaban tierras sin que en ello intervi-
niesen los monarcas, y acometían altas empresas,
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 53
por cuenta propia, con ese espíritu de iniciativa
heroica que vemos en los libros de caballerias,
exagerado quizás, pero reflejado como refleja la
literatura las tendencias sociales. Y se desligaban
del poder real, y adquirían dominios en que eran
verdaderos reyezuelos, e inquietaban a monar-
cas y emperadores. El camino de la nobleza no
era vía cerrada y sellada, sino abierta a quien
realizase grandes hazañas, a quien ilustrase su
nombre; lo cual constituía una perpetua incita-
ción al heroísmo. Las novelas caballerescas con-
servan el recuerdo de este aspecto de la organi-
zación social, y vemos el caso de Parsifal, o Per-
ceval, que es un plebeyo, siendo ya su hijo Lo-
hengrin un noble, como si descendiese de diez
generaciones de señores. Para realizar las ha-
zañas caballerescas se necesita ser hombre libre,
y de hombre libre, aunque plebeyo, se asciende
a la nobleza. Los hombres libres y los hijosdalgo,
que no son propiamente lo mismo que los nobles,
suben por el esfuerzo de su brazo de paladines.
El Cid no es un magnate, sino un hidalgo de Vi-
var, y el desdén de los reales o supuestos Con-
des de Carrión hacia sus hijas, nace en gran
parte de una preocupación aristocrática.
La literatura caballeresca tiende a sublimar el
concepto aristocrático con el moral, y a hacer del
caballero un dechado de honor, generosidad y
hasta abnegación: pero este ideal, que parecía
semejante al del santo, en la literatura eclesiásti-
ca, se diferencia profundamente, porque admite,
en la vida del caballero, el elemento de la pasión,
y hace del culto a una mujer y de la adoración
54 E. PARDO BAZÁN
de un tipo femenino objeto de la vida. Ved, por
ejemplo, a uno de los personajes líricos más be-
llos e influyentes, el caballero Tristán de Leonís.
Sería un paladín perfecto, a no ocurrirle la des-
dicha de enamorarse tan perdidamente de la rei-
na Iseo, esposa del Rey jMarcos de Cornualla.
La muy poética ficción de la novela de Tristán e
Iseo quiere que su pasión mutua sea fruto del fil-
tro que ambos beben, y que, escanciado por una
maga, lleva a sus venas el fatal encanto. Esta
creencia en los filtros o bebedizos amatorios es
cosa que dura toda la Edad Media, y tampoco en
la antigüedad dejó de tener ejemplos. Y simboli-
za muy bien la acción lírica, al veneno pasional.
Es la historia de Tristán e Iseo la más lírica,
entre las varias que nos ofrece este período, en
el cual se incluyen las obras de Cristian de Tro-
yes, el fecundo ciclo de Artús de Bretaña, el más
rico seguramente en savia lírica. Como Roldan,
Artús existiría, y fué probablemente un jefe ar-
moricano del siglo VI; pero la historia no sabe
más de él, y su figura pertenece de lleno a la le-
yenda. Su apoteosis comenzó probablemente en
cantos bárdicos, y en él se vio el símbolo de razas
desposeídas y oprimidas, que le convirtieron en
gran Rey, e hicieron de su corte un foco de vida
caballeresca. Diéronle por esposa a Ginebra, y a
Ginebra, por amador, al paladín Lanzarote del
Lago. Las prolongaciones líricas de la ficción de
Artús las encontraremos, sin ir más lejos, en Dan-
te, en el episodio de Paolo y Francesca. El ciclo
de Artús, más adelante, se entreteje con el de las
Cruzadas, y surge la Demanda del Santo Grial.
KL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 55
**En esta nueva forma — dice un critico ilustre —
las redacciones en prosa de los más antiguos poe-
mas de la Tabla redonda serán las fuentes de ins-
piración de los Amadises, y enlazarán la novela
moderna y la literatura clásica a la literatura y la
novela medioeval."
Esta literatura de los ciclos caballerescos, re-
cogida y desenvuelta por Cristian de Troyes, tie-
ne sus caracteres propios, que la diferencian de
la literatura de gesta, propiamente heroica, y de
la poesía de los trovadores provenzales. Aunque
ésta sea en gran parte amatoria, no es pasional,
excepto en algún rasgo aislado. No hay en ella
ese misticismo del amor, que se observa en las
novelas de la Tabla redonda, y que delata su ori-
gen céltico.
Tal literatura, ve^ga de donde viniere, crea el
lirismo a pesar de cuanto se opone a él. Es el li-
rismo como esa maravillosa planta que crecía en
el sepulcro de Tristán e Iseo, cuyo vigor desen-
cajaba las losas, cuyos tallos singulares tan estre-
chamente se anudaban y enlazaban, que no había
medio de separarlos y arrancarlos. Tampoco hubo
medio de impedir que se propagasen por siglos
enteros sus raíces. Insisto en hacer notar que,
mientras las gestas duraron un espacio de tiempo
relativamente corto, y cuando cesó su creación no
dejaron huellas, es decir, no produjeron desarro-
llos sucesivos, cada germen lírico fué engendran-
do la literatura y el sentimiento en las sucesivas
épocas. Al hablar así, me refiero, naturalmente,
a Francia : en España, al contrario, las gestas se
reprodujeron y continuaron en los romances, y
5^ E. PARDO BAZÁN
más tarde en el teatro, y aún retoñaron con el
romanticismo histórico.
Entre los gérmenes vivaces del lirismo senti-
mental hay que incluir, en primer término, la mis-
teriosa leyenda del Santo Grial y su demanda. En
ninguna se vé tan claramente el entrelazamiento
de lo lírico con lo épico, y la preponderancia del
misticismo. Los Templarios, cuyos estatutos y
hazañas son rigurosamente históricos, pero -a quie-
nes envuelve una niebla sombría, parecen la rea-
lidad de lo que la leyenda idealizó en la comuni-
dad de los templistas, guardianes y caballeros de
la sagrada copa. Al apagarse entre oscura trage-
dia el esplendor del Templo, la poesía, rimada o
no, ha difundido su leyenda, saturada de lirismo
místico. Los Templarios son líricos hasta en el
elemento de rebeldía, magia y decadentismo que
se ha visto en ellos, y que, en las mbdernas ver-
siones artísticas del mito del Santo Grial, ha sido
copiosamente aprovechado.
Por todas partes, al través de la poesía épica,
irrumpe la lírica, lo individual asoma. Y es lo cu-
rioso que, aun en aquellos tiempos, la sociedad
se da cuenta del peligro que el lirismo envuelve
para ella, y se fija en el hecho de que las novelas
y las canciones caballerescas no ensalzan ni pla-
ñen si no amores ilícitos, culpables pasiones.
Entre nosotros estuvieron prohibidas, y las Le-
yes de Partida mandan a los juglares que no di-
gan más cantares que "los de gesta, o que fabla-
sen de fechos de armas". La prohibición no bastó,
y por los juglares se difundirían estas historias de
sentimiento, al través de lo que era entonces la
ÉL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 5/
Europa cristiana. Al lado del mester de clerecía,
que nace en los monasterios, el de juglaría viene
de la sociedad, tal cual entonces estaba constitui-
da, y hasta diré de la alta sociedad. El juglar es
el elemento de distracción y emoción que encanta
las veladas de los castillos y las horas vacías y
ociosas de los palacios. Los Reyes se llevan con-
sigo sus juglares, y los tienen en gran estimación,
y seguramente estos juglares no se limitan a re-
ferir cómo murió Roldan, si no que divulgan la
trágica historia de Tristán e Iseo y los devaneos
de Lanzarote y Ginebra. Hay juglares que hasta
componen lo que han de recitar, y hay juglares
que se confunden con los troveros y trovadores,
aunque éstos ya se precien de poetas en toda re-
gla. Los juglares, más generalmente, recitan aje-
nas composicrones, como los rapsodas griegos. En-
tre el estrépito de la campal batalla, el juglar can-
ta a los combatientes la gesta de Roncesvalles, sin
apearse de su caballo. Pronto decae, sin embargo,
el mester de juglaría, y es el momento en que
triunfan los trovadores y con ellos, el lirismo cul-
to, el que ya no procede de las fuentes bretonas.
Es la hora de la poesía provenzal, victoriosa no
sólo en Francia, sino en Italia, y no hay que decir
si en las cortes de los Reyes de Castilla. Dos len-
guas hablaron los trovadores en la Edad Media :
el provenzal y el romance galáico-portugués. Pero
es falsa en general, tal poesía, y el lirismo sincero
poco le debe. Pertenece al elemento aristocrático,
también, pero tiene un sello originario de cosa
cortesana, galante, cortés, fina, discreta, y sin rea-
lidad psicológica muy profunda. Y la prez de
58 E. PARDO BAZÁN
haber dado fuentes y cuerpo al lirismo, hay que
atribuirla a los escritores franceses, ingleses y ale-
manes, que, en aquella época de uniformidad li-
teraria, a un mismo tiempo marcharon en la mis-
ma dirección, y separándose de las gestas propfa-
mente dichas, recopilaron la Gesta de los bretones
o Novela de Brut, escribieron los varios poemas
de Tristán, la crónica de Merlín, las historias r-e-
ferentes al San-to Grial, las aventuras de Parsifal,
las de Langarote — el tesoro lírico que aún no he-
mos agotado.
Influencia de Francia sobre España en la Edad Media.—
El arlstocratlclsmo de las canciones líricas.— Transforma-
ción de la sociedad y la literatura al terminar la Edad
Media.— La "Novela de la rosa".— El lirismo entre los tro-
vadores.—Abelardo y Heloisa.- JLos libros de caballerías.—
Villon: "Las nieves de antaño".— Rebeláis no es un lírico.
Antes de entrar en materia, no quiero omi-
tir algo que se relaciona con lo que al principio
del libro indiqué respecto a la influencia fran-
cesa en España. No falta quien crea y procla-
me, y hasta recalque, en son de acre censura a
los ti-empos modernos, que esta influencia es cosa
de nuestra Edad, y suponga, en el pasado, una se-
rie de siglos honradamente castizos, rebeldes a
cuanto viene de fuera, puros y sin aleación de ex-
tranjerisrao. E igualmente, tampoco falta quien
se figure que la idea de europeización es un per-
feccionamiento recién inventado, y qu , hasta la
fecha, o hasta tiempos cercanísimos, hemos vivi-
do incomunicados con la civilización de otros paí-
ses. No hay supuestos más inexactos, más en con-
tradicción con la realidad histórica.
En la época de que estamos tratando ahora, en
plena Edad Media, la influencia francesa fué tan
extensa y poderosa en España como pudo ser ja-
más, ni ahora, ni en todo el curso del siglo XIX.
Y no fué sólo literaria, sino social, general, y sus
6o E. PARDO BAZÁX
huellas todavía están patentes a quien quiera es-
tudiarlas.
En el siglo XI, reinando Alfonso VI. que pudo
por fin reunir bajo su cetro los tres reinos de su
padre, empezaron a ejercer los altos cargos ecle-
siásticos los monjes franceses de Cluny. Apode-
ráronse de la Iglesia española, que entonces era
apoderarse de todo lo que aquí valía, desterraron
el rito muzárabe, que aún subsiste oscuramente
en Toledo, y trajeron el espíritu literario francés
a la naciente o mejor dicho alboreante literatura
nacional. Por haber tenido gestas Francia, tuvi-
mos nosotros la del Cid, con el metro alejandrino
francés, como más tarde la de Bernardo del Car-
pió. Algunas catedrales españolas se caracterizan
todavía con el nombre de opus francigenum, obra
francesa. El camino de Santiago de Compostela
se llamó camino francés, tal era la cantidad de pe-
regrinos venidos de Francia que lo recorrían.
Nunca estuvimos más en contacto, probablemente,
con la nación vecina: y piénsese cuáles eran en-
tonces las vías de comunicación.
Hasta la letra usada en España, se convirtió en
letra francesa, sustituyendo a la toledana o visi-
gótica. De la Francia propiamente dicha, y de
Provenza también, estuvimos impregnados, du-
rante la Edad Media, desde el siglo XI al XIV.
En la Edad Media. Europa era mucho más
homogénea de lo que fué después; que una
tendencia general la unificaba y la hacía com-
penetrarse. Y, de esta homogeneidad, nadó el
anonimato frecuente, casi habitual, de los pri-
meros escritores.
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 6 1
La literatura y el arte son anónimos, muy a me-
nudo. Se sabe el nombre de un copista, y el de
un autor se ignora, y se ignorará, es verosimil,
eternamente.
En esta homogeneidad se ha solido ver falta de
elementos liricos. Se ha dicho que, en tales épocas,
el individuo, siervo o señor, clérigo o laico, mon-
je o barón, no se pertenece a sí mismo; es el re-
presentante de su clase antes que de sí propio, y
le faltan libertad y espacio para distinguirse. Yo
pienso de manera distinta, y veo en la Edad Me-
dia, y desde luego en la francesa, capitales ele-
mentos líricos, que existen principalmente, en las
leyendas de santidad y en los ciclos caballerescos.
El lirismo tuvo que nacer, y hemos visto que
efectivamente nació, de una división social de
clases. Fué hijo de la nobleza y del feudalismo,
que con la nobleza íntimamente e indivisiblemente
se liga. Lx)s sentimientos líricos pertenecieron a la
clase aristocrática : en ningún libro del mundo está
más marcada tal división que en el de Cervantes,
en la opuesta manera de sentir del caballero y del
escudero, de Sancho y Don Quijote.
Así, la aristocracia tiene su literatura peculiar,
las ya llamadas novelas caballerescas, engendra-
doras de otras novelas caballerescas igualmente,
contra las cuales se inscribió Cerv^antes, reflejan-
do, conscientemente o no, el sentido democrático
del Renacimiento.
En España no es difícil concordar con los di-
ferentes estados sociales de las regiones la ma-
yor o menos preponderancia del lirismo. Donde
existió feudalismo propiamente dicho, como en
62 ^. PARDO BAZÁN
Galicia y Asturias, y sobre todo en Galicia, los
elementos líricos se manifestaron, y la psicolo-
gía—actualmente, que no hay siervos, ni seño-
res— , continúa siendo la que determinó aquel
estado social. Verdad es que hasta hará medio
siglo no desapareció tal estado, y los señores ju-
risdiccionales continuaron ejerciendo mero y mix-
to imperio sobre los siervos, quedando todavía
rastros de estas instituciones, hoy mismo, en las
costumbres. Y por tal razón Galicia impuso a los
poetas líricos y a los trovadores tan típicos como
Macías y Rodríguez de la Cámara o del Padrón,
y por eso el origen de las ficciones caballerescas
donde este ideal se desarrolla, el origen del Ama-
dís, se ha supuesto en Galicia o Portugal, enten-
diéndose que la redacción castellana no es si no
forma nueva de otros textos anteriores y que no
se han encontrado. Tal es, en resumen, la opinión
de Menéndez y Pelayo en sus Orígenes de la no-
vela, donde proclama el carácter lírico de esas
regiones que fueron más marcadamente feudales.
Al aparecer las novelas, no ya caballerescas,
si no de caballerías, que son las que le trastorna-
ron el seso a Don Quijote, venían con retraso,
pero todavía quedaba en pie la armazón del mun-
do feudal y aristocrático-heroico, si bien minada
y atacada en sus fundamentos, y pasada, en rea-
lidad, su hora. Verdaderamente, desde el si-
glo XIV, la Edad Media declina, y la sociedad se
transforma.
¿Y cómo actúa la literatura en tal transforma-
ción en Francia? Haciéndose alegórica, y adop-
tando ese velo para cubrir su sátira de las iiteas
El. LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 6^
y costumbres sociales. En el momento en que la
vida civil va a sobreponerse a la vida guerrera y
heroica; en que, al consolidarse el poder real, la
nobleza tiene que someterse a él y perder tanto
de su libertad individualista, nace una literatura
satírica, que viene a comentar burlonamente el
pasado, a hacer imposible o al menos muy difí-
cil la aparición de otras canciones de gesta, a res-
ponder con la mofa a la lírica afirmación de los
trovadores y juglares. Es la tendencia democrá-
tica y el buen sentido francés, que se manifiestan
tempranamente, sustituyendo a la novela de aven-
turas la de costumbres satirizadas — los cuentos,
los apólogos, los fahliaux.
Y esto, como queda dicho, es una demostración,
un brote de la espontaneidad francesa, mientras
que las gestas, no lo ignoramos, tienen un origen
tudesco, y los ciclos un origen céltico. Es tal li-
teratura el genuino retoño de eso que después se
ha llamado el esprit gaulois, y que ha tenido siem-
pre representación en las letras, hasta cuando pa-
recían dominar las direcciones más contrarias. Va
unido este movimiaito literario, en la época que
reseñamos, a la plena nacionalización de Francia,
que logra por fin romper la uniformidad de tal pe-
ríodo, y diferenciarse, con caracteres propios, de
las otras naciones europeas.
Entre los muchos ejemplares del géneio satíri-
co alegórico, hay dos que se destacan : La novela,
del zorro y La novela de la rosa. La novela del
zorro satiriza al feudalismo. Antes que Cervantes,
un satírico francés puso en solfa los elementos ro-
mántico-feudales, y combatió ese ideal, anuncian-
64 E. PARDO BAZÁN
do SU caída. No fué La novela del zorro un caso
aislado: prueban su carácter de síntoma general
las mil ramificaciones de su idea. Viene escoltada
de los innumerables Esopillos o Isopetes, coleccio-
nes de fábulas, que tanto se divulgaron y que
formaron la epopeya zoológica ; y la sátira, toman-
do por personajes a los animales, se explaya li-
bremente. De origen griego, por Aristófanes, este
género d-e sátira se ha prolongado hasta nuestros
días, y baste para confirmarlo la tan comentada y
trompeteada obra de Rostand, la gesta del gallo
galo Chantecler.
No siempre las fábulas son de gorja y burlas :
las hay morales y las hay amorosas. Y, en gene-
ral, tampoco este nuevo desarrollo, tan genuino,
de las letras francesas, podemos decir que haya
producido obra maestra alguna.
La novela de la rosa, que se destaca en tal mo-
mento, tiene dos autores, Guillermo de Lorris y
Juan de Meung. El uno la principió, el otro la
concluyó, a cuarenta años de distancia. Esta fic-
ción responde también a tendencias que han de
afirmarse a través de la historia literaria y la
historia social francesa: en la segunda parte de
la Novela de la rosa se halla contenida la que
tantos siglos después se llamó "declaración de
^.os derechos del hombre"; y en toda la novela,
bastante licenciosa, se 'desenvuelve esa casuís-
tica erótica, esa preocupación dominante de las
artes amatorias, que en tiempos recientísimos
ha sido, no sin justicia, reprochada a la litera-
tura francesa, y que, como una excrecencia, la
ha afeado, por su exceso y su torpeza. En la
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 65
Novela de la Rosa — título por cierto encanta-
dor— ^se ha visto una nueva redacción de cierto
librito ovidiano. A pesar del éxito y divulgación
enorme de esta ficción, no faltó quien la esti-
mase mucho más abajo que la de Ovidio, y el
Petrarca reprochó a sus autores la falta de pa-
sión, la licencia en frío, escollo fatal del gé-
nero.
En la misma novela se inclina la sátira con-
tra los hipócritas y los falsos devotos : un per-
sonaje es una especie de Tartufo. Anuncíase el
espíritu satírico e irreverente, que desde Molie-
re conduce a Voltaire.
El mismo sentido burlón y la misma objetivi-
dad, con escasa aleación de lirismo, nótanse en
los troveros, por ejemplo, en el bohemio típico
Rutebeuf, contemporáneo de San Luis. Muer-
to de hambre y de frío, dispara sus dardos con-
tra el clero, contra los mogigatos y la beatería.
Y todos los troveros se parecen en un rasgo
esencial, la burla, el desenfado insolente. Son
volterianos antes de Voltaire ; volterianos, como
era posible serlo en su época.
El lirismo pudo encontrar rico campo de cul-
tivo en la brillante y efímera florescencia trova-
doresca del Mediodía, en la hora y momento en
que reyes, condes y barones se sintieron poetas,
y en que la mujer fué como reliquia puesta en
altar y besada con devoción. La idea caballe-
resco erótica, que en los ciclos de Bretaña se
manifiesta ya con tanto lirismo, pudo desenvolver-
se artísticamente en los trovadores. Algunos, es
cierto, fueron de inspiración épica, como el fa-
66 E. PARDO BAZÁN
moso Beltrán de Born; pero la mayor parte can-
tan ternezas y sutilezas sentimentales. No siem-
pre este sentimentalismo es ficción de cortes de
amor, ni afectación poética : hay bastantes tro-
vadores que, no habiendo pasado a la posteridad
por el mérito de sus versos, por el cual, a decir
verdad, no lo merece ninguno, pasaron por ha-
ber bebido el filtro de Iseo y Tristán, y haber
incorporado a la leyenda lírica una nota trágica.
De estos hubo en Cataluña 3^ en Galicia ; pero de
Provenza vino la especie. Lo que no supieron re-
velar intensamente en el verso, lo afirmaron con
su biografía. Un erudito que, como el malogrado
Said Armesto, siguiese pacientemente la pista a
las leyendas y desentrañase su procedencia, pu-
diera de^ir los orígenes y lo que tienen de verda-
dero las terribles leyendas trovadorescas de Gui-
llen de Cabestany y Reinaldo de Coucy, con el
atroz detalle, digno del festín de Atreo, del cora-
zón del trovador arrancado por el celoso marido
y hecho comer a la dama. Sean o no exageracio-
nes de juglares tan espantosas venganzas, tenemos
que notar un retroceso, desde las novelas de la
Tabla Redonda. De un modo más humano pro-
cedieron, en medio de sus desdichas conyugales,
el rey Marcos de Cornualla y el rey Artús de
Bretaña, que rechazó los medios de venganza que
le proporcionaba una bárbara legislación. Son
estas leyendas de un romanticismo truculen-
to, pero seria aventurado darlas por enteramente
falsas. Si la historia no confirmase el suplicio
impuesto por Pedro de Portugal a los asesinos de
doña Inés de Castro, que fué sacarles el corazón
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA (ij
f>or la espalda, tal vez lo juzgásemos invención.
De la idea del corazón como cifra y resumen de
la vida sentimental, encontramos testimonio en la
leyenda de Durandarte, tan artísticamente apro-
vechada por Cervantes en el episodio de la cueva
de Montesinos. Otro testimonio de que la idea
del corazón arrancado y hasta comido era casi
familiar a los trovadores, la encontramos en una
elegía, en que el poeta provenzal Sordel lamenta
la muerte del trovador señor de Blacas, y declara
que es una pérdida tan grande, que sólo podrá
repararse si le arrancan el corazón y se lo hacen
comer a los barones que sin él viven, y al Empe-
rador de Roma, y al Rey de los franceses, y al
Monarca inglés...
El último poeta lírico de la Edad Media france-
sa, es Carlos de Orleans. Hay en sus versos algo
de frivolidad cortesana y de anticipado concen-
trismo; tal defecto proviene de que la literatura
seria y la filosofía propiamente dicha, no eran pa-
trimonio laicos, ni de grandes señores, sino de
clérigos y de sabios — dos categorías que entonces
s€ identificaban diciéndose "gran clérigo" cuando
se quería decir "gran sabio".
De esa sociedad clerical sale un extraordinario
brote lírico, los amores del filósofo escolástico
Abelardo con aquella mujer también empapada de
ciencia y filosofía, la sobrina del canónigo Ful-
berto, y la correspondencia entl-e los amantes,
documento sentimental preciosísimo, cien veces
más precioso que las enseñanzas conceptualis-
tas y nominalistas (el nominalismo es un modo
de 'lirismo filosófico) de Abelardo. Tal correspon-
68 E. PARDO BAZÁN
dencia no es texto de lengua, ya que se escribió
en latín, y sólo apareció traducida en el siglo XVI ;
pero esta historia auténtica no ha influido menos
en el lirismo de Francia que la de Tristán e I seo,
fabulosa y mística, influyó en el de todas partes.
Sainte Beuve, con su sagacidad habitual para se-
guir estas corrientes, encuentra en la figura de
Heloisa el modelo de la duquesa de la Valliére y
de la señorita Aissé, personalidades líricas, hasta
dar en el misticismo del sentimiento.
Y también es justo, al nombrar a Pedro Abe-
lardo, reconocer los servicioisde la Escolástica, que,
contribuyendo a afinar el pensamiento y la com-
prensión, tomó parte muy considerable en la ges-
tación del genio literario francés, en lo que tiene
de claro y razonador, de lógico y de ingenioso y
argudo. Por la Escolástica, se ha definido lo que en
otros países permaneció dentro de la vaguedad, y,
al desenmarañarse el ovillo de las controversias,
se ductilizó y enriqueció el idioma.
Ligada está la historia sentimental de Abelardo
y Heloisa a la del misticismo erótico ; pero el ver-
dadero misticismo, más puro en sus hondos ma-
nantiales, se reveló, entre las sequedades escolás-
ticas y los abrojos satíricos, en un libro maravi-
lloso que se llama La imitación de Jesucristo. Ya
sabemos que, fuese quien fuese su autor (al es-
cribir la vida de San Francisco de Asís, he rese-
ñado las diversas hipótesis), el libro, en efecto,
fué escrito por el Espíritu Santo. No es seguro
que sea un libro francés, aunque parezca proba-
ble: no es seguro, tampoco, que sea obra de nin-
guno de los autores a quienes se atribuye. El ano-
Elv LIRISMO DN LA POESÍA FRANCESA 69
nimato del claustro, donde probablemente nació,
le rodea. Es obra de altísima poesía lírica, y no en
balde grandes poetas modernos, y de los más des-
engañados, han encabezado sus poemas con frag-
m.entos de la Imitación. No menos persuadido de
la vanidad de todo que el Eclesiastés, el autor de
la Imitación conoce los caminos del amor, y los
recorre, guiado probablemente por San Francisco
de Asís. El alma franciscana palpita en las cláusu-
las del libro incomparable.
Yo no puedo examinar aquí los géneros litera-
rios qu-e no guardan relación con el lirismo, y em-
piezan a descollar en último período del siglo XV,
como la crónica que se transforma en historia, los
misterios dramáticos que nacieron en los templos
y van a salir de ellos, el nacimiento del teatro mo-
derno, entre la que llama clercs de la Baso che, y
tantas manifestaciones de la vida literaria, que aun
tratándolas de refilón y a la ligera, como por fuer-
za trato estos antecedentes, acaso no indispensa-
bles, pero útiles a la inteligencia de lo que viene
después, no tendrían aquí cabida. Mas no puedo
omitir la aparición de las novelas de caballerías,
que en tanta copia surgen desde el siglo XIV hasta
el XVI, y que, aun las de pertenencia española,
¿quién sabe si proceden, en sus primeros surgi-
mientos, de Francia? Hemos visto que las ficcio-
nes caballerescas, sea sn raíz céltica o germánica,
en Francia se desarrollan. Menéndez y Pelayo, en
sus Orígenes de la Novela, observa que la epopeya
castellana, de carácter hondamente histórico, no
engendró verdaderas novelas (a excepción de la
Crónica del Rey don Rodrigo), aun cuando, aña-
70 Z. PARDO BAZÁN
diré, en algunos de los Poemas del Cid, de los más
recientes, no falten amplificaciones y alteraciones
novelescas.
Lo cierto es que de Francia se propagó a Es-
paña la primer literatura de fábulas de caballería
andante. Esta literatura, derivada de los ciclos de
la Tabla redonda, fué f ecundisima en Italia en el
siglo XVI, y en España en el siglo XV y parte del
XVI, igualmente. El recuento de las obras, no
cabe en los limites de unos sencillos preliminares.
Como contribución de Francia a este género pu-
dieran citarse libros de los que Luis Vives llamó
pestíferos, como la Historia de Fierres de Pro-
venga y la linda Magalona, Flores y Blancaflor,
la Historia de Faris y Viana, y la fábula de Me-
lusina (que en Galicia encontramos en la leyenda
de los Marinos) con otras historias líricas, de
amor. Es también francés el Oliveros de Castilla,
y el Artús de Algarve. Y de fuera vino a España
la leyenda del Caballero del Cisne, largamente re-
latada en la Gran conquista de Ultramar.
Pero la literatura caballeresca, aunque proceda,
a mi ver, de Francia, ya sabemos que es en Es-
paña, y acaso en Galicia y Portugal, donde arraiga
de un modo profundo.
De materia caballeresca está como impregnada
la Edad media española, desde los siglos XII
y XIII, y las peregrinaciones a Santiago de Com-
postela, adonde tanta gente noble e ilustre acudía
de Francia y de Gemianía, no debieron de tener en
ello poca parte. Así, no es de extrañar si nuestro
T atlante de Ricamonte viene de un poema proven-
zal del siglo XIII, y si el Caballero Cifar, el más
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA Jl
antiguo de nuestros libros de caballerías, muestra
sus orígenes bretones, por más que la leyenda de
la Dama del Lago sea fácil descubrirla en tra-
diciones locales gallegas, y parezca pertenecer a
la mitografía universal,
En cuanto al Amadis, no tengo la menor auto-
ridad para terciar en la disputación de sus orí-
genes, pero que de sus primitivas redacciones,
que se han perdido, algtma por lo menos fuese
francesa, parece seguro. Menéndez y Pelayo re-
conoce que todos los nombres de lugares y per-
sonas en el Amadis, tienen sello erótico, y hace
constar la profunda influencia del Tristón sobre
el Amadis. Naciese donde naciese la novela, cual
hoy la conocemos, y hasta en formas anteriores
a la de Montalvo, su ideal difiere mucho del ideal
rudamente heroico de Castilla. Si fué escrito antes
en portugués-galaico que en castellano, todavía
es verosímil que la raíz sea francesa.
El Amadis fué en España como una moda;
privó en los salones ya entonces dorados, en los
bellos camerinos; se dio a los lebreles favoritos
el nombre de Amadis, pero no llegó tal popula-
ridad a las muchedumbres, y Cervantes, tan ob-
jetivo y realista, tan antirromántico y antilírico,
encontró fácil el camino para arremeter contra
esta poética fábula y contra otras no tan poéticas
y de menos escogida contextura. Los libros de
caballerías, aunque halagasen ciertas propensio-
nes de nuestra alma, estaban expuestos a morir
por la risa y la burla, por la caricatura de su
ideal.
Por señas que, respecto al Amadis, sorprende
'J2 E. PARDO BAZÁN
el desconocimiento y ligereza con que se expresa
un hombre por otra parte tan bien informado y
tan serio como Brunetiére, empezando por es-
cribir ^^Los Amadises", pero vemos que este plu-
ral no se refiere a los libros de caballerías de la
línea de Amadís, sino sólo al Amadís de Gaula;
y, a renglón seguido, decora con el nombre d-e
autor a Herberay des Essarts, que no fué más
que el traductor francés de los ocho primeros
libros, según dos renglones después hace constar
el mismo Brunetiére. Condesciende a reconocer
que "al Amadís no se le puede pasar absoluta-
mente en silencio", pero lo que hace es peor: es
confundir las noticias acerca de un libro que bien
vale, cuando menos, los que inspiró después a
los novelistas sentimentales franceses, y que han
sido muy comentados y estudiados por el mismo
docto crítico.
En el siglo XVI es cuando se traducen al fran-
cés las historias de Amadís y de su dilatada
progenie. Y Francia recibió con entusiasmo las
licencias que habían ayudado a sufrir con pa-
ciencia su prisión en Madrid a Francisco I. Era
el momento en que nuestra literatura y todo lo
nuestro iba a poner la ley en Francia. El Amadís
influyó más en la literatura francesa, que en la
española. Allí no hubo Cervantes que lo ente-
rrase vivo.
Fué un lírico el poeta que, en el siglo XV, se
destaca con nota de originalidad entre los de su
tiempo, y se aparta de toda la tradición de tro-
vadores y de troveros, juglares y religiosos. En
aquella época de transición, salta este poeta sin-
th LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 73
cero a ratos, desvergonzado, estudiante de la tuna,
racimo de horca, hambrón profesional, comido
de miseria, pero gran lírico, ya que nada que no
proceda de si mismo, cantan sus versos: lirico
genuino, pues sólo le inspiraron sus propias
emociones. Y aquel golfo, como ahora diríamos,
fué poco a poco, después de su muerte, ascen-
diendo al lugar preeminente de uno de los pa-
dres de la poesía; Gemente Marot le saludaba
como a un antecesor; Boileau comenzaba por él
la historia de la poesía francesa ; Teófilo Gautier,
en sus Grotescos, le retrataba como a rey de la
vida de Bohemia, y la historia literaria reconocía
que fué Villon quien más hizo progresar a la poe-
sía francesa desde La novela de la Rosa. Sainte
Beuve — que sin piedad ni simpatía le ha dise-
cado— confiesa que Villon fué ''uno de esos in-
dividuos colectivos, el último, la última palabra de
una generación de satíricos olvidados ya; el he-
redero de tantos juglares y autores de fabliaux
V que eslabona la tradición entre Rutebeuf y
Rabelais".
Sin sostener que Francisco Villon fuese un
poeta absolutamente de primer orden, es un poe-
ta que cautivó por su naturalidad, por ese hechi-
zo y talismán de la verdad cruda y desnuda, que
sugestiona. Es un poeta del arroyo, teñido de es-
colástica; un sopista remendado que ha leído a
Aristóteles; pero no es Aristóteles, sino la adver-
sidad, lo que le ha enseñado a sentir. Y canta su
pobreza, canta sus aprietos, y su consuelo es que
la muerte, al fin y a la postre, ha de apoderarse de
todos, mendigos y ricos, poderosos y miserables.
74 E. PARDO BAZAN
Lo mejor de la poesía de Villon es una balada
famosísima, la que se titula Las damas de an-
taño, y que yo, al leer a Villon en otro tiempo,
llamaba Las nieves de antaño. La idea de esta
balada es semejante a la de la famosa elegía de
Jorge Manrique : y así como a esta se le han en-
contrado muy numerosos precedentes, se le en-
cuentran a la balada de Villon, y son una hueste
los poetas medioevales y hasta los padres de la
Iglesia que se han preguntado melancólicamente,
¿ dónde están ahora los que un día asombraron o
encantaron al mundo?
''Los Infantes de Aragón, ¿qué se hicieron?"
Pero es preciso reconocer, y Sainte Beuve lo
reconoce, la superioridad del bohemio estudian-
tón. Jorge Manrique es un poeta mucho más
culto, y en todo aparece como un gran señor y
un moralista cristiano; pero la idea de Villon es
todavía más poética y graciosa : pregunta qué ha
sido de las bellas damas, las enamoradas, las Rei-
nas trágicas, la pucelas heroicas ; y las "nieves de
antaño" parecen más efímeras aun que el rocío
de las eras. La honda melancolía del no ser, se
intensifica al recordar las hermosuras que pasa-
ron, las formas divinas que son polvo y ceniza
leve... ¡Nieves de antaño, y solamente nieves de
antaño !
Es otro encanto de Villon su falta absoluta de
pedantería, cuando el siglo se hacía tan docto, y
no pensaba si no en romanos y griegos, y la her-
mana del Rey, Margarita de Valois, se chapuzaba
Elv LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 75
en retórica, gramática y filosofía para acabar imi-
tando a Bocaccio.
Su grande amigo, admirador, adorador y prote-
gido Clemente Marot, que combatió en Pavía y
vino a España con Francisco I, (delá les monts,
prissonier, nos dice él mismo), es también un lí-
rico, y hay en él rasgos trovadorescos, ya borro-
sos. Enamorado honestísimamente, según afirman
los bien informados en tan arduas cuestiones, de
la Margarita de las margaritas, de la Perla de las
sabias, hacía profesión de amar "muy altamente".
Yo confieso que prefiero a Villon, galán de ''gen-
til salchichera de la esquina". Marot, adscrito a
la corte, paje y criado de Reyes, no desplega esa
originalidad salada y fresca de Villon. Es un in-
genio— tal vez el primero de la serie de los inge-
nios cortesanos.
Cualquiera que sea el atractivo bufonesco de
Rabelais y la viveza y jugo prodigiosos de su lé-
xico, en cuanto al lirismo no tenemos nada con
él. Es un temperamento épico, de epopeya bur-
lesca (igual pudiéramos decir de Cervantes, pero
I cuántas reservas y explicaciones habría que aña-
dir !). Su enorme carcajada barre a una edad y
anuncia otra. Con Rabelais se ha nacionalizado
en Francia el Renacimiento.
VI
Bl Renacimiento y la Reforma.— Rabelais, el revoluciona-
rlo.—Ronsard; sus triunfos en la corte de los Valois; su
dominio de las formas métricas.— Malhcrbe.— El siglo XVII;
los "Salones"; las "Preciosas"; los "libertinos".— San Fran-
cisco de Sales.— Moliere.— Esbozo de bibliografía.
No podía el Renacimiento ser favorable al li-
rismo. Su acción se ejerció, no solamente contra
el cristianismo, sino contra el catolicismo, que ha-
bía dado calor y vida a los ideales románticos y
caballerescos. El Renacimiento es paganismo y
Reforma. Ninguno de estos dos caracteres esen-
ciales es favorable a la tendencia individualista, a
pesar de su aparente sentido emancipador.
Sin que me mueva a expresarme así ningún fa-
natismo, incompatible con la crítica, no puedo ver
en la herejía protestante nada de lírico, sino todo lo
contrario y cierta represión y desvío hacia el arte.
El protestantismo, por su camino, viene a parar
a esa uniformidad rígida, a esa especie de automa-
tismo estatólatra, que nos presentan como cumbre
del desarrollo de las civilizaciones bien organiza-
das. No he de discutir tal tema, pero no se me
negará que no existe ninguno menos lírico.
Hay que reconocer una diferencia radical entre
el Renacimiento y la Reforma. El Renacimiento
es una tentativa de paganización del mundo, y por
consiguiente, de las letras ; la Reforma, un áspero
78 E. PARDO BAZÁN
esfuerzo de austeridad intransigente, la negación
de lo que, en el paganismo y en el ideal clásico
era artísticamente libre. He ahí la raíz de las fa-
mosas indignaciones de Lutero, que nada tenía de
Santo, por otra parte, ante los esplendores de
Roma.
He aquí también el sentido del libro de Calvino,
La institución cristiana, que pasa por clásico, en
cuanto al idioma, pero que no hay manera de leer,
y que vino a hacer amenas las más abstrusas es-
peculaciones escolásticas, con la frialdad y tris-
teza de su estilo hugonote. Los que hablan de
manejos de Madama de Maintenon, de redes te-
jidas por los jesuítas, para cerrar el paso, en Fran-
cia a la Reforma, no se han percatado de que el
momento en que la Reforma riñe en Francia su
batalla decisiva, es el que señala la nacionalización
francesa, que rechaza ese espíritu y que se cles-
germaniza, de una vez, declarándose latina, o lo
que por tal se entiende. La Reforma tiene su cam-
po de acción allende el Rin : Francia puede admi-
tir el Renacimiento, imprimiéndole, en gran parte,
su sello propio; pero no puede transigir con la
Reforma, porque ya Francia se ha reconocido y
definido, instintivamente, y aspira a realizar su
verdadero y típico carácter.
Así, la figura saliente del Renacimiento francés,
en lo literario, y hasta en lo pedagógico, es Fran-
cisco Rabelais, el cura de Meudon, el creador de
Pantagruel.
Hemos dicho, en el capítulo anterior, que Ra-
belais no tiene mucho que ver con la lírica : es pre-
ciso explicar esta afirmación, y también rectificar-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 79
la, en determinado concepto. Lo que en Rabelais
ayuda poderosamente al advenimiento del indivi-
dualismo, es la proclamación de un dogma que an-
dando el tiempo, en el siglo XVIII, impuso a su
edad, con aire de descubrimiento de algo inédito,
Juan Jacobo Rousseau. El dogma es la diviniza-
ción de la Naturaleza, la afirmación de la bondad
del instinto, y no hay otro que traiga más cola,
diriamos familiarmente. Lo proclamó el desafo-
rado párroco a quien Lamartine, con desdén de
cisne ante el pato barbotante, volvia las espaldas
y calificaba de ''gran fangoso".
La pedagogía de Rabelais, el catecismo de la
Abadia de Telema, se reducen a una máxima :
''Haz lo que se te antoje". En seguir a la Natu-
raleza no cabe error; es el camino derecho. Sólo
con enunciar, así, descarnadamente, el principio
fundamental que sostiene Rabelais, se adivina
cuál pudo ser su influencia en la gran desorgani-
zación social que lentamente fué produciéndose
en Francia, y que se comunicó al resto del mun-
do, con mayor o menor intensidad. El hombre
es bueno de suyo, aseguran Rabelais y Rousseau ;
por tanto, no tiene más ley que la que en sí mis-
mo encuentra.
Conviene advertir que Rabelais, en lo natural,
vé principalmente lo físico. Su presunción es que
el género humano, comprimido en sus instintos
más fundamentales por la Iglesia, la Sociedad y
las costumbres e ideas admitidas y tradicionales,
necesita romper esas cadenas, desarrollarse sin
trabas. No es Rabelais un Iítíco que reclame la
expansión de su propia sensibilidad, sino un co-
8o E. PARDO BAZÁN
lectivista anárquico, que trae en su filosofía el
germen de toda revolución. No hay en Rabelais,
leyéndole despacio, fermento revolucionario que
no asome. Es el antepasado legítimo de Diderot,
de Rousseau, de Voltaire; de las más variadas
tendencias de la Enciclopedia, y a la vez, es el
nuncio de las emancipaciones individualistas, jus-
tificadas por él antes de producirse.
A la canonización del instinto, el Renacimien-
to puso un freno: no religioso ni moral, sino ar-
tístico. El arte es también un cimiento social : en
Italia, del siglo XIV al XVI, no creo que exis-
tiese otro de mayor solidez.
La escuela de poesía llamada la Pléyade coin-
cidió, en su aparición, con la muerte de Francis-
co I y la italianización de Francia, bajo Catalina
de Médicis, mujer apasionadamente aficionada a
las artes, y que, reinante o no, rigió largo tiempo
los destinos de Francia, mientras cifíeron corona
sus hijos. Catalina de Médicis, que no es una in-
fluencia moral, y hasta es todo lo contrario, es
seguramente una gran influencia de cultura for-
mal. La nueva escuela poética trae por lema la
belleza de la forma, sinónima, en tal caso, de la
perfecta imitación de los modelos de la antigüe-
dad pagana. Toda la materia poética de la Edad
Media fué tratada de bárbara, y considerada un
testimonio de la ignorancia nacional ; se habló de
resucitar la litada y La Eneida, como si fuese gra-
no de anís, con el aditamento de "algún soneto
de sabia y agradable invención italiana".
Los reformadores se llamaban Du Bellay y
Ronsard. El primero teorizaba; el segundo prac-
El. LIRISMO EN EA POESÍA ERANCESA bl
ticaba. A ambos les faltaba el mismo sentido,
pues eran sordos como paredes. Los sordos son
tenaces y reconcentrados. Ronsard, para crear su
poesía, se encerró con los autores griegos y la-
tinos, años enteros, anotando aqui y estractando
acullá. Por último, salió de su redoma, y dio a
luz sus versos, que fueron acogidos con transpor-
tes de admiración. Reyes y Reinas le obsequiaron
a porfía, y desde su triste cautiverio, María Es-
tuardo le envió un regalo magníáco.
Una apoteosis sólo comparable a la que su si-
glo hizo a Víctor Hugo, consiguió Ronsard, que
se rodeó de la llamada pléyade, una corte de poe-
tas que pretendían ser astros, satélites de un sol.
Había tomado Ronsard muy por lo serio su pa-
pel, sus teorías, su lira, y, (como le sucederá des-
pués a Víctor PH^o), creía tener derecho a los
honores más extraordinarios, y se juzgaba el ins-
pirado, el "ministro de Dios". Desatenderle, es
un delito y una mala vergüenza. No cabe acción
más deshonrosa, para los poderosos de su tiempo,
que no recompensar debidamente al poeta, no in-
clinarse ante él.
Nada se transforma por completo. En la Edad
Media, los Reyes y señores tienen sus juglares.
La Pléyade es una legión de poetas cortesanos
que aspiran, sobre todo, a agradar a los Reyes,
que eran entonces los Valois, equívocos y de sos-
pechosa memoria. Pero los Valois, en medio de
todo, son artistas, son estéticos, son elegantes, y
la idea de apoderarse de la hermosura del arte
literario pagano les place, pues han traído a todo
el paganismo, y en lo plástico, por cierto, con la
82 E. PARDO BAZÁN
mayor fortuna. Protegen, pues, a Ronsard, le
halagan, le endiosan ; y, al hacerlo, creen proteger
a la poesía misma. En medio d-e esta triunfal ca-
rrera y de tal subida al Olimpo, hay un hombre
que no sólo no admira a Ronsard, sino que se ríe
de él, con risa de gigante, por boca de Panta-
gruel: y este iconoclasta es maese Rabelais, el
galo legítimo, el gran bufón irreverente, que si no
lo fué en su vida, cosa que hoy se niega, lo fué en
sus escritos, pues no había perdido el respeto a
todo para ir a profesárselo a un poeta. A la muer-
te de Rabelais, Ronsard se venga, consagrándole
un epitafio burlesco.
Une vigne prendra naissance
de Vestomac et de la panse
du hon Rabelais qui boivait
toujours, pendant qu'il vivait...
"Nacerá una vid en el estómago y la panza del
bueno de Rabelais, que, mientras vivió, bebió..."
El merecimiento positivo de Ronsard, es el do-
minio de la forma : tornea perfectamente el sone-
to : crea la oda, desconocida antes ; innova la es-
trofa de diez versos, tan predilecta de los román-
ticos, y la de cuatro, de metro desigual ; sabe a
fondo, su oficio y su obligación de rimador. Tiene
la ambición de dotar a Francia de una epopeya
como las antiguas — y la empieza, y, por fortuna,
no la acaba — . Entre toda su obra poética, odas,
himnos, elegías, estancias épicas — sólo veo una
perlita, el madrigal elegiaco que empieza así :
Mignonne, allons voir si la rose...
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 83
Con un tema que ha inspirado a muchas poetas
más, Ronsard supo hacer algo seductor, con una
frescura y una gracia que no deben nada a la an-
tigüedad pagana ni a su estudio.
Hasta Enrique IV, con quien advenía al trono
la Casa de Borbón, no aparece Malherbe, apro-
pósito del cual había de entonar Boileau un him-
no análogo, en su terreno, al de Simeón cuando
toma en brazos al divino Infante. "¡Ya puedo
morir!" — exclamaba el Pontífice — . ''¡Por fin
vino Malherbe!" — grita Boileau.
Francisco Malherbe, a quien Boileau dedica
transportes tales, 'fué un oscuro hidalgo norman-
do. Cuando empezó a salir de su penumbra y a
ser conocido en la corte — ambas cosas eran una
misma, y la corte decidía de la fama — ya no era
ningún niño. ¿Es un lírico Malherbe? No le en-
salza por tal concepto Boileau. Lo que Boileau ve
en él, es el legislador del Parnaso, el que va a
traer a la poesía a los senderos del orden y de la
razón, según el genio nacional. Se trata de un
reformador, de un gramático y de un técnico ; de
un hombre que — como le dijeron a Enrique IV —
forjaba los versos mejor que nadie en Francia.
Y además es un hombre que reniega de los dog-
mas de la Pléyade, y cree que la verdadera lengua
francesa hay que buscarla, no en la fuente He-
licona, sino a orillas del Sena. Se cuentan muchas
anécdotas literarias (Malherbe es el poeta más
anecdotizado), que prueban con qué desdén bur-
lón trataba a la posteridad de Ronsard y a los re-
zagados de su escuela ; pero no era Malherbe nin-
gún genio, ni siquiera una naturaleza formada
84 D. PARDO BAZÁN
para la poesía, aunque en algún concepto poseye-
se una sensibilidad original y suya. En la esteri-
lidad poética de su tiempo, tiene suma importan-
cia, por la perfección a que condujo al idioma, en
impecables composiciones, dejándole apto para que
le manejasen los más excelsos entre los venideros.
Hay en Malherbe un temperamento afirmado has-
ta la última hora de una larga vida, un ingenio
certero y mordaz, unido al buen sentido nacional,
que en él se combina con el sentido práctico de su
región normanda. Posee el don del movimiento
lírico, y de una de sus mejores odas, compuesta
en la vejez, ha podido decir un gran crítico: "Ya
está encontrado el tono de Corneille". Conviene
observar que si otros poetas antes que Malher-
be— y por ejemplo Villon — han cantado la tris-
teza del rápido paso de la vida, Malherbe indica
un tema nuevo, lírico, al deplorar tan solamente
el rápido paso de la juventud:
Toiit le plaisir des jours est en leurs matinées;
la nuit est deja proche á qui passe midi...
Traduzco :
''Todo el gusto y sabor de los días, está en sus
[mañanas ;
Cuando pasa el medio día, cerca tenemos la no
[che..."
Al mismo tiempo, el orgullo de la prolonga-
ción de la juventud por los dones de la Musa,
le inspiraba este Úrico arranque:
Elv LIRISMO KN LA POESÍA FRANCESA 85
Je suis vaincn du temps, je cede á ses outrages;
mon esprit seulement, exempt de sa rigueur,
a de quoi témoigner, en ses derniers oiivrages,
sa premier e vigueur.
Les puissanfes faveiirs dont Parnasse m'honore
non loin de mon berceau commencérent leur
[cours;
je les possedai jeune, et les posséde encoré,
á la fin de mes jours...
Traduzco :
"Vencido por el tiempo, cedo a su ultraje,
pero, exento de su rigor, mi espíritu, en sus obras
postreras, atestigua el vigor primero. Los altos
favores que me otorga el Parnaso, comenzaron
no lejos de mi cuna; los poseí en la juventud, y
todavía, al fin de mi jornada, los poseo."
Con ser muy expresivas, como revelación de
un temperamento de poeta, estas estrofas, las su-
pera en belleza la famosísima (la única todavía
famosa de Malherbe), en que compara a la rosa
a una niña muerta, hija de un amigo. La niña ha
vivido lo que la rosa vive : el espacio de una ma-
ñana... Ya sabemos que la comparación está gas-
tadísima y que la empleó con fortuna Ronsard,
aunque sea anterior a las octavas del Tasso, so-
bre la vida de la rosa — de un hechizo tan pene-
trante— . Pero Malherbe la redujo a su esencia
breve de hermosura. En Malherbe sucede asi:
donde menos se creería aparece la belleza, y apa-
rece la independencia interior, nunca perdida por
el vate cortesano, por el mordaz ingenio. "Los
86 E. PARDO BAZÁN
Reyes — dice en su i>aráfrasis de un Salmo — ^son
como nosotros, aunque nos pasemos la vida su-
friendo su desprecio y doblando la rodilla. Nada
pueden : son, como nosotros, hombres verdaderos,
y como nosotros mueren. Y apenas entregan el
espíritu, su pomposa majestad no es sino polvo;
y, en esos grandes sepulcros donde sus almas
altaneras aun se inflan de vanidad, los gusanos
se los comen". Tampoco era nuevo el pensamien-
to: es un lugar común de predicadores; pero
Malherbe estimaba más la perfección en expre-
sar una idea,, que la novedad. Y, cuando en ese
estilo tan selectO' y al mismo tiempo tan amplio
expresaba sentimientos fuertes y sin velo, como
en el trágico soneto que le inspiró el asesinato de
su hijo, y donde pide a Dios venganza, o como
otro soneto en que reclama el exterminio de los
hugonotes, este poeta iguala, en ardor y en ener-
gías, a Coirneille.
Malherbe, con estas condiciones de maestría,
tenía que formar escuela. Era además crítico y
profesor con palmeta, y tuvo sus discípulos ofi-
ciales y su cenáculo, como lo tuvieron después
poetas tan diferentes de Malherbe, bajo el ro-
manticismo. Sólo que el Cenáculo romántico era
enseñanza de antojadiza fantasía y libertad, y el
de Malherbe, lo contrario, una censura, una co-
rrección de cada momento. A sus discípulos, Ma-
lherbe les llama ''sus escolares".
Con Malherbe y sus alumnos — con el poeta que
ha profesado en voz alta la inutilidad de ejerci-
cio de la poesía, porque Malherbe no creía, como
Ronsard, que el poeta es un ''ministro de Dios",
KL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 8y
sino que reputaba tan inútil hacer versas como
jugar a los bolos, y se asombraba de haber pasado
la vida en tan vano ejercicio — con este vate sin-
gular, amanece una nueva era literaria para Fran-
cia. A las traducciones de los libros de caballe-
rias españoles reemplazan las novelas pastoriles,
también imitaciones del español, como la Astrea,
procedente de la Diana de nuestro Montemayor.
La Astrea tiene mucho de lírico, y aun de auto-
biográfico, y contiene un completo estudio psicoló-
gico de las diferentes formas del amor, inclusQ^5
místico y caballeresco, estudio con que el autor de
esa novela pastoril precede a Bourget, Lamartine,
Balzac y Stendhal.
Los comienzos del siglo XVII traen consigo
un cambio en la literatura francesa. Es el cambio
mismo que ha de sufrir dos siglos después, al con-
centrar su espíritu propio por la evolución realis-
ta; es lo que se ha llamado la "nacionahzación"
de la literatura . La imitación de España todavía
hace ley ; pero pronto sacudirá Francia este yugo
(nunca del todo). Van a presentarse en escena los
verdaderos representantes de su espontaneidad,
por encima de las variedades individuales. Uno
de los instrumentos de esta nacionalización, es
el hervir de las tertulias donde se derrocha in-
genio y agudeza a todo trapo por las "preciosas"
damas elegantes que entonces eran marisabidi-
llas, como hoy serían esportivas y anglofilas. La
influencia de la mujer en la sociedad es la cosa
más francesa que existe, como lo es la sociabili-
dad, que representan, con una nota de ridiculez,
si se quiere, pero cumplidamente, las reuniones
t. PARDO BAZAN
en esos hoteles señoriales, donde fraternizan li-
teratos, sabios y grandes señores, bajo la dulce
férula de señoras latiniparlas y hasta muy bo-
nitas. Los ''salones", que en una o en otra for-
ma continuarán ejerciendo un dinamismo polí-
tico, religioso, social, literario, hasta muy ade-
lantado el siglo XIX, nacen en el Hotel de Ram-
bouillet y otras tertulias análogas.
Al amalgamar los diversos elementos de la so-
ciedad, los salones los funden en su turquesa:
los salones no son líricos nunca, y la originalidad,
en ellos, tiene que quedarse a la puerta, mien-
tras que la corrección, cierta corrección distin-
guida y aristocrática, se impone. No hay, pues,
que extrañar que contra las "preciosas" se ejer-
cite la sátira de poetas más bien insurrectos,
como Régnier, que se profesaban "libertinos" y
eran, como los bohemios de nuestra época, líri-
cos a su modo. Y en esta hostilidad de los "li-
bertinos" contra las "preciosas", va envuelta,
bien prematuramente, lo que hoy llamaríamos
una cuestión de feminismo. Los de la escuela de
Régnier entendían que las mujeres no valen sino
para espumar el puchero y expeler robustos in-
fantes ; y las "preciosas" estaban muy conven-
cidas de su derecho al saber, a la cultura, y a la
vez, al respeto, galantería y rendimiento del hom-
bre. Todos reconocen la utilidad de las "precio-
sas" para suavizar y civilizar las costumbres,
para imprimir a Francia ese sello de elegante
cortesía que vino a formar parte integrante de su
espíritu. No son solamente las costumbres lo que
se afina : es también el idioma.
/
El lirismo kn la poi:sia francesa 59
Todo ello es más social que literario, estoy
conforme, pero también en esto las "preciosas"
fueron fieles al sentido nacional. Es este social
por excelencia, y el lirismo, la manifestación sin
trabas de la individualidad, tendrá que luchar
mucho para lograr pasajeras victorias a favor
de circunstancias eventuales. En Francia, hasta
la religión tiende a ser amable, comunicativa, de
buen tono. Comparad a ese atrayente San Fran-
cisco de Sales, en su Pilotea, con nuestros mis-
ticos, tan interiores, tan reducidos en los alcáza-
res del alma ; ved cómo quiere conciliar la socia-
bilidad con la práctica de las Virtudes cristianas ;
cómo se da cuenta de lo que la mujer debe a la
sociedad, y de cómo la devoción, en Francia, no
puede ser cosa huraña y rígida, a la manera de
Calvino. Aunque nacido en Suiza, San Francisco
de Saks es el santo más francés del mundo.
No quiero dejar de decir algo de Moliere, por
haber sido el que dio el golpe de gracia a las
"preciosas"'. Moliere, sin embargo, sólo se pa-
rece a aquella agrupación de bohemios libertinos
que capitaneaba Régnier, en la crudeza del len-
guaje, que raya en grosería. Para explicarse la
mala voluntad del misógino Moliere, puede ser-
vir el conocimiento de su vida íntima, de sus des-
gracias conyugales, de todo lo que se ha escrito
y conjeturado acerca de este aspecto de su vida,
y que en parte no me atrevería a repetir. Lo
cierto es que la comedia de Moliere, Las precio-
sas ridiculas, fué una sátira definitiva, llena de
sales, que tuvo extraordinario éxito, y suscitó im-
pugnaciones y discusiones que omito, como omito
90 D. PARDO BAZÁN
por fuerza tantas cosas. Años después, remachó
el clavo Moliere con Las marisabidillas (Les fem-
mes savantes). Ya no satirizaba, en la mujer, un
amaneramiento literario, sino en general el deseo
de estudiar, la vida intelectual toda. Bajo los
Valois, Francia habia sido más tolerante, en este
particular, que en los siglos de oro, y la época
aparatosa de Luis XIV,
Este siglo XVII, glosiosísimo para Francia, y
en el cual produce escritores tan insignes y va-
rios, Lafontaine, Pascal, Moliere, Corneille, Bos-
suet, La Bruyére, Fénelon, sus verdaderos clásicos
consagrados, y reconocidos, y en que desplega
las cualidades eminentes de su esencia propia
(a pesar de no haberse extinguido la influencia
española, ni aun la italiana, con sus crímenes y
sus venenos, como dijo sin ambajes Boileau), es
un siglo que retrasa más de otros cien años la
germinación de los temas (líricos y románticos,
con las excepciones que luego veremos. La li-
teratura también es social, como sabemos; so-
cial y nacional, ordenada y disciplinada por la
fuerza reguladora del espíritu francés, distin-
to del de otros pueblos; y produce, en ese fe-
cundo período, los hombres en quienes mejor
se refleja su imagen, los que poseen y ejerci-
tan las cualidades propias, o al menos caracterís-
ticas, del país donde escriben y que les ha dado
cuna.
Recordando una vez más que este libro trata
del lirismo, y de sus manifestaciones románticas,
no hay que extrañar si paso tan velozmente por
todo lo que no reviste este aspecto, y si no me de-
ir, LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 9T
tengo ni un instante en la tentadora materia, re-
servada para mejor ocasión, de las grandes figu-
ras del áureo siglo. He de limitarme a con-
siderar aquellas que, sin romper la armonía
y la bella y sólida unidad de la época litera-
ria, anuncian ya los tiempos líricos y románticos,
bien tempranamente.
Según vamos aproximándonos a lo moderno,
empieza a ser conveniente indicar las fuentes y
libros que puede consultar quien desee estudia i"
a fondo lo que aquí sucintamente se expone. Es
como una postdata a estos capítulos, que me creo
obligada a no omitir. Diré, pues, que de Clemente
Marot, existen dos ediciones, una de París, de
1867, que contiene las Obras escogidas, y otra,
de París también, sin fecha, deja cual se han pu-
blicado solamente dos volúmenes. La primera
edición contiene una introducción muy útil para
consultada. En general, hago esta indicación una
vez por todas, son de consulta las Historias gene-
rales de la literatura francesa y los correspon-
dientes artículos de los Diccionarios enciclopé-
dicos. Siempre hay que recelar algo de estas
fuentes, pero sin desaprovecharlas.
Para Margarita d-e Valois (recuérdese que de
Marot y de su protectora hablé en el capítulo an-
terior), consúltense Las damas ilustres, de Bran-
tóme, el Diccionario Histórico, de Bayle, la No-
ticia que figura a la cabeza de sus Cartas, Pa-
rís, 1841, la que encabeza la edición del Hepta-
meron, París, 1853, Y Margarita de Valois, por
la Condesa de Haussonville, París, 1870.
Para Rabelais, consúltese a Brunet, Investí-
92 ^. PARDO BAZÁN
gaciones sobre las ediciones originales de Rabe-
lais, París, 1852; Eugenio Noel, Rabelais y sus
escritos, París, 1870; Emilio Gebhart, en su inte-
resantísima obra Rabelais y el Renacimieto (tra-
duzco los títulos); Pablo Stapfer, Rabelais, su
personalidad, su genio y sus obras, París, 1889;
Rene Millet, Rabelais, París, 1892. No es po-
sible recomendar bastante, a los que gusten de
literatura francesa, la lectura directa de Rabe-
lais. Su léxico es tan curioso y fértil como el de
Quevedo, y tiene igual dominio sobre la lengua,
que amasa y maneja a capricho. Hay un sinnú-
mero de ediciones de Rabelais, entre las cuales se-
ñalo por serme más conocidas, las de Amster-
dam, de 1741, y la de Lemerre, 1868-81,
Acerca de Du Bellay, el legislador de la Plé-
yade, puede leerse el discurso pronunciado con
motivo de la inauguración de su estatua, por Fer-
nando Brunetiére, en Ancenis, 1894; y, sobre
Ronsard, Petrarca y Ronsard, por Piere, Marse-
lla, 1895 ; los dos artículos de Sainte Beuve acer-
ca de él, en el tomo XII de las Pláticas del lunes,
y Pedro de Nolhac, El último amor de Ronsard,
París, 1882,
Sobre Francisco de Malherbe, yo aconsejaría
la edición de sus obras de 1842, de Charpentier,
que lleva los Comentarios de Andrés Chénier;
habiendo otra edición moderna también, de Ha-
chette, 1862 ; y, como complemento de lectura, la
Vida de Malherbe, por Racan, que suele encabe-
zar las ediciones; los varios artículos de Sainte
Beuve, en las Pláticas de los lunes y en Los nue-
vos lunes; el libro de Brutot, La doctrina de
EL LIRISMO tS LA POESÍA FRANCESA 93
Malherbe y la obra del duque de Broglie, titulada
Malherhe, París, 1897.
Y sobre las ''Preciosas" y el preciosismo, léa-
se la obra de Roederer, Memoria para historiar
la sociedad culta, París, 1835 ; y Víctor Cousin,
La sociedad francesa en el siglo XVII, París,
1858.
VII
El lirismo en la tragedla.— Orígenes de este género dra-
mático en Francia.— El "romanticismo épico" de CornelUe
y el "romantismo lírico" de Raclne — El lirismo de algu-
nos clásicos.— Racine; su genio; su obra; examen de *'Fe-
dra"; los dos méritos principales de Racine; su genio in-
discutible.—Esbozo de bibliografía.
No es necesario esperar a que el romanticismo
despunte en el horizonte para encontrar un tipo
perfecto de lírico sentimental : y este tipo se nos
presenta dentro de un género muy nacional en
Francia; justamente el género contra el cual se
alzaron los románticos, siglo y medio después,
en ruidosa manifestación, dando por supuesto que
atacaban al clasicismo. En la tragedia, con sus
reglas aristotélicas, su pomposo aire de corte y
su convencional y majestuoso entonamiento, es
donde Racine ahonda en los tipos líricos, con muy
sup>erior conocimiento del alma humana del que
demostraron los románticos después.
El período de la tragedia clásica en Francia,
empieza en el siglo XVI, llega hasta el X\^III,
y aun se prolonga hasta principios del XIX. Y
la tragedia vino de Italia, mediante traducciones,
como más tarde el teatro romántico había de ini-
ciarse con la traducción de Shakespeare. Ya en
la tragedia contemporánea del Renacimiento se
prescribía la regla de las unidades y entraba
90 i;, pardo bazán
triunfante el elemento histórico. Desde fines
del XVI puede asegurarse que en Francia arrai-
ga la tragedia. Pero no es la historia nacional la
que da asunto a sus producciones, sino la de la
antigüedad y de los países exóticos, y, en particu-
lar, Racine siguió la tradición fielmente. Los trá-
gicos del siglo XVI, Jodelle,. Grévin, los dos de
la Taille, Montchrétien, tratan asuntos como Cleo-
patra, Dido, Medea, Agamenón, Darío y Alejan-
dro, Aquiles, Lucrecia. Apenas se desliza un asun-
to cristiano, y el autor que hizo correr lágrimas
con un episodio de las Cruzadas, fué, tardíamen-
te, ¿quién creeríamos? Voltaire.
Algún trágico del período del Renacimiento ha
dejado nombre; verbigracia, Garnier, que se ins-
pira sobre todo en la tragedia griega. En él apa-
rece por primera vez en la escena francesa el
personaje de Hipólito.
Una de las cosas en que se apoyaron los ro-
mánticos para condenar la tragedia, fué la fa-
mosa ley de las unidades. Recordemos que vino
de Italia a Francia; es decir, que fué resucitada
en Italia por Escalígero, en su Poética, y desarro-
llada por Trisino, recogiendo la doctrina de Aris-
tóteles, que distingue a la tragedia de la epopeya,
porque la primera ha de terminarse en una jor-
nada sola, es decir, en un día natural, y la epo-
peya no tiene tiempo limitado.
No ignoramos que nuestro Cervantes está en
esto conforme con los autores italianos y france-
ses, y aboga calurosamente por la unidad, no sólo
de tiempo, sino de lugar, en términos que luego
ha de renetir Boileau. No fué, pues, en Francia
th LIRISMO EN LA POKSÍA FRANCESA 9/
donde nació y se propagó la teoría de las unida-
des, o al menos donde resurgió. Y esto lo pro-
claman ilustres críticos franceses, como si vin-
dicasen a su patria de un error o de una imputa-
ción injusta.
El propio Boileau protesta contra la influencia
de los italianos en Francia, y al hacerlo recaba el
derecho de legislar en cuestiones estéticas, de in-
troducir la disciplina y el orden, no sólo en el tea-
tro, sino en todos los géneros literarios. Y aun va
más allá, y su doctrina es tal, que no podemos ha-
cer más que declararla perfectamente ortodoxa.
Nada es bello sino lo verdadero ; sólo lo verdadero
es amable; la naturaleza debe ser nuestro único
estudio; el objeto más repugnante, un monstruo,
puede ser grato si el arte lo imita. Al lado de esta
doctrina tan amplia, Boileau expone otra restric-
tiva: la naturaleza no es fin del arte, sino cuan-
do responde al buen sentido y a la razón, que son
de todo tiempo, de todo lugar, de todo pueblo y de
toda estirpe humana. Y ésta es asimismo la opi-
nión de Racine. El buen sentido y la razón, en to-
dos los siglos son iguales. Es decir, que hay un
común humano, de sentimientos v de pasiones,
que lo mismo en el París de Luis XIV, que en la
Atenas de Pericles, puede servir de base trágica
y hasta cómica. I>e esta teoría nace la dramatur-
gia de Racine.
Afortunadamente para él, su inspiración fué
más allá de su sistema. No es únicamente el buen
sentido y la razón lo que campea en Racine.
En la tragedia francesa tenemos que considerar
dos tendencias importantes a nuestro objeto: el
98 E. PARDO BAZÁN
romanticismo épico de Corneille, y el romanticis-
mo lírico de Racine.
Cuando leo que no se sabe de dónde tomaría
Corneille los elementos de su teatro, pues antes de
él no salió a la escena francesa obra di^na de aten-
ción, sino oscuras tentativas y traducciones, lo
ícual tampoco es enteramente exacto, pienso que
>se sabe perfectamente, y que Alejandro Hardy,
al inspirarse en Lope de Vega, abrió el camino
al atitor del Cid, que es en todo un hispanizante.
Y csuando le alaban porque en sus tragicomedias
i ué el precursor del drama^ y hasta del drama bur-
gués y de costumbres, se me ocurre que nuestro
teatro encierra todos esos géneros, y va de lo
trágico a lo cómico, en la vasta escala de sus crea-
ciones.
Y no es solo nuestro teatro, tal cual era cuan-
do Corneille vivía. Son las fuentes de ese teatro
y de tantas formas de nuestra literatura, lo que
Corneille aprovecha al escribir el Cid, cuyos orí-
genes están en el romanticismo heroico del Ro-
mancero. Acaso no lo conociese en sus textos,
pero estaba empapado de su jugo, al través de
Guillen de Castro, aunque en el Cid francés estén
falseados los caracteres del Campeador y de Ji-
niena; aunque se convierta en casuística de de-
ber, honor y amor frío aquella sencillez épica de
ambos personajes en sus gestas castellanas. Es
algo, no obstante, muy español lo que palpita en
el Cid, como es español, calderoniano, de auto
sacramental transformado, Puliuto. Más desem-
bozada y literalmente aun imitó Corneille a los
dramáticos y cómicos españoles, en otras obras.
Kl, LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 99
De suerte que, en pleno Siglo de Oro, encon-
tramos un vibrante romanticismo épico dominan-
do en un género que parece tan genuinamente
francés como la tragedia clásica. Sin salir de
este período clásico, se han advertido otras seña-
les de la inmanencia del elemento romántico y lí-
rico. Una tendencia invisible afirma la persona-
lidad, allí donde menos se creería. El filósofo Des-
cartes deduce su existencia del fenómeno interior
del pensamiento, y un moralista y místico, Pascal,
hace una afirmación muy parecida. La autoridad
y la disciplina literaria y social no son tan respe-
tadas en el Siglo de Oro como a primera vista se
creyera; díganlo aquellos libertinos que capita-
neaba Régnier, dígalo el mismo teatro de Moliere
y la poesía de Lafontaine, que propenden a una
insubordinación latente o manifiesta. Pascal es
realmente una alma lírica, torturada y enferma, si
no del mal siglo, de algo análogo, infinitamente
doloroso. Los que comparan el sufrimiento de
Pascal con el de René^ no carecen de pruebas en
que apoyarse.
Hasta en el grande y venerable Bossuet se des-
cubre la expresión del lirismo, y no falta quien
vea en él a un antecesor de Víctor Hugo, en la
Tristeza del Olimpo^ y de Lamartine, en el Lago,
Claro es que existe una diferencia profunda en
las consecuencias que cada cual saca de la consi-
deración der humano destino, triste y miserable.
Bossuet señala la fe, como solución al enigma.
Pero donde se ha visto más claramente al pre-
cursor del lirismo romántico, es, como hemos re-
conocido, en Racine.
100 E. PARDO BAZÁN
Racine se crió a la sombra de Port Royal ; es
decir, que recibió una primera educación janse-
nista. Los jansenistas eran austeros en su moral,
y bajo su dirección pudo Racine aprender a con-
siderar despacio los problemas del alma humana,
y cultivar un sentimineto ascético y elevado, y
preocuparse del más allá, y del pecado, como ha-
cían ellos. Cuando los jansenistas y la casa de
Port Royal sufrieron persecución, Racine, que
se aproximaba a los veinte años y leía a escon-
didas novelas griegas — por lo cual sus severos
maestros le reprendían y le acusaban de man-
tenerse de veneno — , se apartó de ellos, entró en
el mundo, y, como diríamos hoy, se dedicó al
teatro, cosa que tampoco fué del gusto de aque-
llos santos varones, que no eran tartufos, pero
en arte eran beocios, caso frecuente en solitarios,
ascetas y místicos fríos. No tengo tiempo de fun-
dar la distinción entre los que llamo místicos fríos
y los místicos tan profundamente artísticos co-
mo nuestra Santa Teresa; ni hace falta, para lo
que voy a decir de Racine.
Entre dos períodos de fervor religioso, el de
la primera juventud y el del fin de la vida, des-
pués de lo que se llamó su conversión, y al dejar
de escribir tragedias y comedias, Racine, en la
existencia azarosa del teatro, conoció los secre-
tos del corazón humano, la trama de las pasiones,
y no lo conoció solamente por verlo, sino por-
que lo experimentó personalmente; porque amó
y sufrió, y fué traicionado por mujeres, y pudo
encontrar en sí mismo los sentimientos que tan
cumplidamente expresan sus héroes y heroínas.
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA lOT
Bien se pued« afirmar que en la tragedia de Ra-
cine hay el subjetivismo que falta en los dramas
románticos de Víctor Hugo, los cuales son, por
decirlo así, externos a su autor. Y también con-
viene notar cómo en las tragedias de Racine, cu-
yos asuntos en su mayor parte están tomados de
la antigüedad, bajo el disfraz griego y romano
laten los sentires de su generación, y en especial
de la corte de Luis XIV, y algunos, transparen-
temente (como, por ejemplo, Berenicé), son el
análisis elegiaco de las penas amorosas del gran
Rey, y están como empapados de las lágrimas que
derramó, al tener que renunciar, por razón de Es-
tado, al amor juvenil que le llenaba el pecho. No
hay nada más contemporáneo que el teatro de
Racine, en este sentido. Hasta, en la última épo-
ca, su tragedia bíblica Ester alude claramente a
la caída de la Montespan y el entronizamiento de
la Maintenon.
Y estos elementos de modernismo son, a la vez,
y por razón bien comprensible, elementos de ver-
dad. Todo en Racine tiende a la verdad, y así
como se ha visto en él a un romántico, otros vie-
ron hasta un naturalista, de la escuela del ''docu-
mento humano". La verdad en él puede estar
escondida bajo pelucas rizadas y faralaes, bajo la
retórica y la fraseología de su tiempo, pero las
formas encubiertas se adivinan, y se trasluce su
hermosura. Yo no diría de Racine que es un ro-
mántico, según esta palabra se ha entendido allá
hacia 1830; desde luego, no es un insurrecto;
respeta los cánones de Boileau, y acata los pre-
ceptos a que ha de obedecer la tragedia; cono-
102 K. PARDO BAZÁN
cedor, además, de su época, lo bastante cortesano
para no cometer una salida de tono ni hacer ha-
blar a sus personajes sino como hablaba la gente
de calidad, adoba la superficie de sus creaciones
de manera que no las rechace su siglo, puedan
ser admitidas por el elegante público y no hagan
fruncir el ceño ni al Rey, ni a las duquesas. Pero
¿qué importa? Bajo el dorado cartón de la caja
que lo encierra, está, latiendo, sangrante, el co-
razón humano. Y está estudiado en sus palpita-
ciones íntimas, en sus vuelcos violentos, en el
oleaje tempestuoso de su ritmo pasional. Ningún
autor dramático de la Edad Moderna ha gana'do
en esto a Racine.
Desde luego hay entre Racine y Corneille una
diferencia pro fund^í sima, y es el concepto del amor.
Para Corneille, clamor es una debilidad que no
puede dar cuerpo a la tragedia heroica, y las al-
mas grandes no la consienten sino cuando es com-
patible con otras nobles impresiones. Y Racine,
al contrarío, hace del amor el resorte de la mayor
parte de sus tragedias, y tiene el acierto de no en-
cerrarse en una misma expresión amorosa, en
una misma forma de sentimiento, sino que, en
cada caso, un hábil estudio revela las diferencias
y los matices de esta gran realidad, enlazada y de-
pendiente del instinto eterno y profundo.
Y, per lo mismo, los personajes de Racine, si
se les despoja de su ropaje convencional, de tur-
cos, griegos o romanos, pueden ser de ahora, de
siempre, lo mismo que sucede a no pocos de Sha-
kespeare. Sin embargo, es fuerza añadir que, (sin
incurrir en mayores inexactitudes y anacronismos
ÍL URISMO DN LA POESÍA FRANCESA IO3
de los cometidos a su hora por los románticos),
el fino gusto de Racine le infundió el sentido del
color local y del ambiente de sus obras. Porque
Bayaceto diga Madame a Roxana y Andrómaca
Seigneur a Pirro, no deja de estar sugerida a cada
momento la diferencia entre aquellas épocas y las
actuales. En medio de su modernismo, Racine,
sabe situar a sus personajes y adaptar sus senti-
mientos. El asunto de Bayaceto — tomado de un
hecho histórico reciente — sólo puede desarrollarse
en Turquía, y no en Grecia o Roma.
Hay tres o cuatro tragedias de Racine en que
juega la pasión que fatalmente nace del amor mis-
mo, los celos ; y nótese cuan distintos son los ce-
los de Roxana, los de Fedra, los de Hermione y
los de Nerón. Llevan el sello peculiar de un mo-
mento de la fábula o de la Historia.
En mi concepto, la obra maestra de Racine es
Fedra y la sigue Bayaceto. En tercer lugar, yo
colocaría a Ifigenia, con singular figura verdade-
ramente romántica, de aquella Princesa Erifila,
en la cual Lemaitre vé a una precursora de los
Antony y los Didier.
Se habla mucho de la ternura de Racine ; pero
Fedra no es muy tierna, y Roxana tampoco, ni
miaja. El Eurípides francés, con acierto, no imi-
tó en Fedra a su modelo, si modelo se le puede
llamar ; y si no lo fué principalmente Séneca. Al
contrario: mientras el trágico griego concentró el
interés en la figura de Hipólito, Racine lo cifró
en la de Fedra. Las figuras de mujer tratadas por
Racine son líricas, apasionadas, y, en este res-
pecto, pertenecen de lleno al individualismo : Sha-
104 ^. PARDO BAZAN
kespeare hubiese pintado de un modo más crudo
y material, pero no más intenso, a Roxana y en
cuanto a Fedra, no veo en Shakespeare, a pesar
de Lady Macbeth, un tipo de mujer que asi ex-
treme la pasión, hasta el crimen. En efecto es
Fedra una criminal, incestuosa y por todos estilos
culpable; pero lo es a pesar suyo, por la fuerza
de la fatalidad; de esa fatalidad que pesa sobre
los héroes de tantas tragedias griegas, y los en-
trega a las furias, bajo la implacable mano del
destino. Fedra lleva su pasión reprobada en la
masa de la sangre, como ahora diriamos, y la ley
de herencia (entonces tampoco se decía así), se
cumple en ella de todo punto. Hija de Pasifae,
víctima de la cólera de Venus, la Diosa terrible,
no sonriente ni juguetona, sino agarrada a su pre-
sa, como un vampiro, ha suprimido la voluntad —
]la voluntad, que es el numen de Corneille! — ^y
se ha complacido en derramar por las venas abra-
sadas de la infeliz el filtro contra el cual no hay
(d'efensa. Y Fedra, que no tiene un alma vil, al
contrario, se avergüenza de existir, de ver la luz
del sol; y es imposible expresar mejor de lo que
ella lo hace las fases de su enfermedad, los sín-
tomas de su calentura. En esto radica el interés
de la tragedia, y la explicación de que Fedra nos
interese infinitamente más que el virtuoso Hipó-
lito. La antigüedad dejó expresado todo el ele-
mento trágico del amor fatal ; el romanticismo y
el neorromanticismo, a su hora, supieron apode-
rarse de él; a un tiempo casi Byron y Chateau-
briand se acusaron de sombrías pasiones ; f>ero se
han quedado bien lejos de la emoción, del mis-
i
Klv LIRISMO EN LA POKSIA FRANCESA I05
terío cruel encerrado en el alma de Fedra, a la
cual hoy llamaríamos la más ''inquietante" de
las mujeres.
Para desarrollar semejante tema en el siglo de
Luis XIV, ante Luis XIV, por un poeta corte-
sano, se necesitaba todo el delicado instinto de
Racine. Y nunca lo ejercitó con mayor acierto ; y
asombra, en la tragedia, cómo el ardor y la vio-
lencia de la pasión, hablando su propio lenguaje,
sin falsificar nada, se mantienen en el tono de la
dignidad, sin una crudeza, sin un vulgarismo. No
debió de bastar, sin embargo, porque Fedra, en
virtud de una de esas conjuras hábilmente com-
binadas, se fué al foso, entre silbidos, mientras
se aplaudía a rabiar otra Fedra, obra de Pradon.
El desengaño sufrido por Racine le hizo renun-
ciar a escribir para el teatro, propósito en que
persistió hasta que, por voluntad del Rey y de
la marquesa de Maintenon, produjo Ester y Ala-
lia. Se cuenta que Racine murió de disgusto cuan-
do perdió el favor del Rey, pero no parece vero-
símil, aunque tal suceso le fuese bien doloroso.
Racine tuvo infinitos enemigos, y contra él estu-
vieron aristócratas y literatos. Es jugar con fue-
go aguzar el ingenio y la sátira en una corte, y
no es menos peligroso tomar por asunto de tea-
tro, aun velándolas con nombres antiguos, en-
nobleciéndolas con depurado sentimiento, las fla-
quezas del Rey.
La conjura. Ja injuria rimada, la calumnia, se
ejercitaron contra Racine. Lo que suele calum-
niarse más en los escritores, es el carácter, aun-
que este dato, realmente, no influya en el méri-
I06 t. PARDO BAZÁN
to de la obra. La calumnia del carácter, forma de
la envidia, es la que concita más odios. Y, en li-
teratura como en lo demás, no hay enemigo pe-
queño. Racine los tuvo pequeños y grandes : una
variada colección. Los enemigos son peores que
en todo, en el teatro, porque en el teatro se juzga
por impresiones del momento, y es más fácil ex-
traviar la opinión. Las tragedias y las comedias
de Racine, que ocupan tal lugar en la jerarquía
del arte, nunca obtuvieron éxitos francos: siem-
pre estuvo detrás, para echarlas a pique, la cons-
piración o sorda o declarada.
Sería difícil que entonces se le reconociesen a
Racine varios méritos que hoy, con la fácil pe-
netración del juicio a posteriori, le atribuímos. Y,
en mi concepto, los más grandes son dos: uno,
haber redimido a la escena francesa de la imita-
ción española y haber bebido en las fuentes pu-
ras del teatro griego; otro, haberse empapado en-
teramente en los recónditos manantiales del sen-
timiento humano.
Cuando venga el drama romántico a proscri-
bir la tragedia — indistintamente, sin tomar" en
cuenta su diversidad: la de Racine y la de Cor-
neille, la de Voltaire y la de Quinault — , traerá a
la escena personajes inverosímiles y pasiones de
relumbrón, y la esencia del sentimiento, archivada
en la obra, tan lírica y tan real al mismo tiempo,
de Racine.
Lemaitre hace observar que a las mujeres de
Racine se las ama, se las compadece, y que el au-
tor las estudió tan bien porque igualmente las
amaba, v estaba en su elemento al sumergirse en
El, LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA IO7
los remolinos pasionales, pues, como dijo mada-
me de Sévigné, gustaba de las lágrimas, y como
dijo su hijo, Luis Racine, era todo corazón. Cito
un párrafo de Lemaitre : "Al ponerse en escena el
amor-pasión, Racine inaugura una literatura en-
tera. Lejos estamos del amor galante, del amor
caballeresco y platónico. Antes de Racine, por
ninguna parte aparece el amor-furor, el amor-
pasión, el amor-enfermedad, que impulsa faltal-
mente a sus víctimas al homicidio y al suicidio".
Y luego añade: "Podemos cansamos de todo, has-
ta de lo pintoresco, que con el tiempo cambia;
pero el fondo del teatro de Racine es eterno, o,
|X)r mejor decir, contemporáneo del genio de
nuestra raza, en todo su desarrollo. En estas tra-
gedias se queja un alma que es a la vez la nuestra
y la de nuestros antepasados, lejanos o próximos".
Poco antes, el mismo avisado crítico a quien es-
toy citando, al comparar a Racine con Corneille,
decía que este último era un hombre del Norte,
un bárbaro, y Racine lo más francés, francés de
Francia.
Algo absoluta y combatible es la afirmación de
que Racine inaugurase la literatura de los espe-
ciales sentimientos, cuyo prototipo es Fedra. Pero
en el teatro francés no cabe duda que la inaugu-
ró. En España teníamos algunos ejemplares de
ella, y baste citar El castigo sin venganza, de
Lope, aunque la Fedra española no está tan ahin-
cada ni tan vigorosamente estudiada como la de
Racine.
Podemos preguntar si Racine se atuvo a aque-
lla preferencia concedida a la razón y al buen
I08 E. PARDO BAZÁN
sentido, en que seguía las huellas del legislador
Boileau. Es cierto que Racine la sujetó a la Na-
turaleza y a la verdad, tan desdeñadas por Cor-
neille, que había escrito que el asunto de una tra-
gedia hermosa no debe ser verosímil. Aun cuando
los personajes de Racine sean singulares por su
alta posición social — reyes, reinas, princesas, em-
peradores, conquistadores, héroes — , se mueven y
alientan en lo humano, por lo general y habitual
de sus sentires ; y a este elemento de realidad co-
rresponde la sencillez de la fábula, sin compleji-
dades ni rebuscamientos, y hasta sin aventuras
romancescas. Fontenelle, queriendo censurar a
Racine, dijo que sus caracteres no son verdaderos
sino porque son comunes ; y observa Brunetiére,
con razón, que tal censura es un completo elogio.
El teatro de Moliere, que se funda en la repre-
sentación de tipos que encarnan una manía, un
vicio, una ridiculez social — el avaro, el misántro-
po, el vanidoso, el hipócrita — , se diferencia tan
profundamente del de Racine. no sólo en que es
menos noble, y hasta diré, la mayor parte de las
veces poco noble, sino en que estas encarnaciones
de manías y vicios hacen de los personajes más
bien alegorías y símbolos, y someten la contradic-
toria y movible naturaleza humana a la estrechez
de un molde, del cual no puede salir. En Racine
hay una pintura exacta y honda de psicología;
pero sus caracteres son tan reales porque hay en
ellos lo que pudiéramos llamar la inconsecuencia
de nuestra alma y esa obscuridad, ese misterio
que no explica la razón ni depende del buen sen-
tido ni de la verosimilitud, que va más allá de
Elv LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA lOQ
todo cuanto Boileau dejó estatuido y Racine dio,
en teoría, por aceptado.
Tal fué el motivo de que pareciesen demasiado
verdaderas las pinturas de Racine y escandaliza-
sen ; de que se le acusase de haber hecho amable
a Fedra, como de un delito. El descenso a los
círculos infernales del alma, que realizó este gran
trágico, y en el cual le había precedido el poeta
florentino, haciendo que a fuerza de piedad y emo-
ción ante otra culpable lírica, Francesca, caiga el
poeta corno cuerpo muerto, se le imputó como in-
moralidad y abuso. Nada más distinto, al pare-
cer, que el rudo gibelino Dante y el atildado cor-
tesano Racine ; pero sus heroínas líricas proceden
de la misma obscura selva, y la hermosura, en
vano negada, inútilmente combatida en nombre
de la moral y también de la razón, de los furores
de Roxana y Fedra, y de las melancolías de Be-
renice, del gradual extravío de Nerón, coloca a
Racine a la cabeza de los poetas dramáticos de
su patria.
Y tal es el influjo del ambiente, tal la fuerza
de la sociedad, que en tiempo de Racine era el
po^er más respetado, que el autor de Fedra mu-
rió convencido de que debía hacer hasta peniten-
cia por sus magníficas creaciones, declarando que
lo único que le importaba de sus tragedias era la
cuenta que de ellas tendría que dar un día. A
poco más hubiera exclamado lo que me dijo un
día el gran dramaturgo Tamayo: "¡El arte, el
arte, es el demonio!"
Para documentarse acerca de Racine recomen-
daré los Prefacios de sus tragedias, donde ha que-
lio E. PARDO BAZÁN
dado escrita la historia de las batallas que riñó;
el libro de su hijo Luis Racine, Memorias sobre
la vida de mi padre, ^747 ', el Far alelo entre Cor-
neille y Racine, por Fontenelle, 1693 ; Racine y
Shakespeare, de Stendhal, 1823 ; los Retratos li-
terarios y los Nuevos Lunes, de Sainte-Beuve ;
los Ensayos de Crítica y de Historia, de Taine;
las Épocas del Teatro francés, por Fernando Bru-
netiére; Los enemigos de Racine, París, 1859.
Y para leerle directamente, la edición en siete
volúmenes, editor Agassa, París, 1807; ésta es la
que yo manejé tanto, pues Racine fué para mí
autor favorito antes de que me formase de él una
idea reflexiva, y la cómoda edición de Hachette,
en la Colección de los grandes escritores france-
ses, París, 1873, 1875.
VIII
Bl siglo XVIII; sus dlfereaoias con el siglo anterior.—
Voltaire, precursor del romanticismo.— El abate Prévost;
"Manon Lescaut".— Las "cartas" de la monja portuguesa.—
Juan Jacobo Rousseau; su biografía; sus obras; su influen-
cia, sobre todo entre las mujeres.— Rousseau el escritor y
Rousseau el utopista.— El influjo avasallador de Juan Ja-
cobo dura todavía.— Esbozo bibliográfico.
A pesar de Chénier, un crítico ha dicho '*No
veo ni la sombra de un poeta en todo el siglo
XVIII". Es, sin embargo, el siglo en que la con-
cepción poética y la lírica de la vida empiezan a
prevalecer, al menos en las letras.
Y antes de llegar al que trajo realmente esta
concepción poética, como trajo tantas otras, o
sea a Juan Jacobo Rousseau, diré brevemente algo
acerca de la época en que se presenta este hombre
entre todos influyente, porque el salto desde la
época clásica hasta él no es posible que se dé sin
llenarlo con alguna referencia a los cambios de los
tiempos. Estos cambios, del siglo XVII al XVIII,
son de los más totales que se han verificado nun-
ca. Son dos siglos — al m.enos en Francia — arma-
dos, según la frase del poet , uno contra otro, y
el segundo tiene por característica haber destruí-
do la obra del primero. Destrucción gradual, lu-
112 t. PARDO BAZAN
cha parcial, pero en todos los frentes, como hoy
diríamos.
Si resumimos la obra del siglo XVIII, y claro
es que la hemos de resumir, pues refiriéndola ex-
tensamente, ¿hasta dónde nos llevaría?, diremos
que fué un siglo que atacó todos los fundamen-
tos del anterior, todas las formas de la institu-
ción histórica, hasta echarlas por tierra. La Revo-
lución no la hicieron los portapicas, los desca-
misados, los fogosos marselleses : ni nunca las
turbas han podido tanto. Fué obra de escritores,
filósofos, periodistas, utopistas, tratadistas, dra-
maturgos, y hasta rimadores galantes, como Vol-
taire. Y como quiera que los nuevos fermentos
iban contra la Francia constituida, consolidada
por la Monarquía, la religión, el pulimento social
y el gusto clásico, fué en el siglo XVIII cuando se
imitó más la literatura extranjera; o para expre-
sarme exactamente, cuando las ideas extranjeras
se abrieron camino, con resultados muy distintos'
de los que en el siglo XVII pudieron tener el ita-
lianismo y el españolismo de algunos autores.
La nación que más en contacto estuvo con
Francia en el siglo XVIII, fué Inglaterra. Pero
más característico que el influjo que los otros paí-
ses puedan ejercer sobre Francia, es el que Fran-
cia misma adquiere sobre todos los civilizados o
que aspiran a serlo. Inglaterra, España, Portugal,
Suecia, Rusia, Italia, se embeben día tras día de
ideas francesas; parte de las del siglo XVII, en
las letras; parte de las del XVIII, en el pensa-
miento.
El siglo XVIII, en sus comienzos, presenta to-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA II3
dos los caracteres de una decadencia, por lo mis-
mo quizá que el XVII los había ofrecido de tan
g-loriosa plenitud. Si aplicamos un examen dete-
nido, podremos reconocer en el siglo XVII, em-
brionarias, las direcciones que resaltan en el
XVIII, incluso el escepticismo volteriano. No por
eso es menos señalado el contraste entre las dos
épocas, aunque tampoco en este particular deje de
haber eslabonamiento en la cadena y precedentes
para todo.
Así los tuvo la Enciclopedia en el Renacimien-
to, y las mayores irreverencias y salacidades, de
sentido demoledor, pudieron aparecer como ense-
ñanza de maese Rabelais. Lo que nos importa, en
la prodigiosa ebullición del siglo XVIII (en que la
belleza literaria puede recontar más pérdidas que
provechos), es lo que prepara la literatura fran-
cesa contemporánea ; y sin pretender abarcarlo, se-
ñalaré dos o tres aspectos importantes.
No ha solido figurar Voltaire entre los precur-
sores del romanticismo; pero yo creo que algún
derecho tendría, al menos por dos de sus trage-
dias, Ahira y Zaira. Sin duda que Voltaire no fué
en balde a Inglaterra, ni en vano había conocido el
teatro de Shakespeare, ni en vano ensayado una
desdichada imitación del episodio de Hamleto, en
que el príncipe dinamarqués ve la sombra de su pa-
dre. Si todo ello no le sirvió para hacer un drama
sespiriano, al menos ensanchó los moldes de su
dramaturgia, y le dictó una obra inspirada en el
fondo romántico y caballeresco de la historia
nacional : las Cruzadas, San Luís, Guido de Lu-
signan. Sería demasiado pedir querer que se ele-
114 ^. PARDO BAZAN
vase el personaje de Orosman a la altura de
Ótelo, ni aun de la Roxana, de Racine; pero es
indudable que el primer tipo de caballero cristia-
no, de paladín de la Edad media, que piensa y
siente en romántico, lo encontramos en el Lu-
signan, de Zaira.
Tampoco seria difícil ver en Alzira un anuncio
de esa literatura de exotismo romántico que tie-
ne por tipo a Átala, de Chateaubriand. Desde
luego, Zaira y Alzira son un paso adelante, no
en mérito artístico — en arte no es palabra vana
la de progreso — , pero en lo serial do la lite-
ratura.
Tampoco me parece que debo omitir, puesto
que de lirismo tratamos, la conocida obra de Pré-
vost, Manon Lescaut, novela más sincera, aun-
que haya ejercido menos acción que La nueva
Heloisa. Con Manon Lescaut, entra en escena
la sensibilidad; y veréis qué cadena de ''hom-
bres sensibles'', qué río de lágrimas se prepara,
desde Prévost y Rousseau, Bernardino de Saint
Fierre y Chateaubriand, hasta Lamartine, que
en cuanto a sensible no le cede a nadie el paso.
Desde Manon Lescaut, hay que ser sensible, quie-
ras que no, o estar completamente, como hoy di-
ríamos, fuera del movimiento. Tal oleada de sen-
sibilidad preparaba, es cierto, sucesos históricos
bien sangrientos y feroces ; pero aun en medio de
esos días Velados por la negra nube del terror, he-
mos de encontrar hombres, y hasta terroristas y
acaso mejor los terroristas — que se precian de
extremadamente sensibles.
En la obra de Prévost, lo unas lírico no es la
KL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA II5
figura de la heroína, sino la d^l caballero Des
Grieux, que, sin la aureola de la antigüedad, sin
descender del sol ni de ningún personaje fabu-
loso, sufre, como Fedra, el castigo de una pasión
insensata, que no puede vencer, que lleva en la
sangre, y que le hace olvidar todo, hasta el honor.
En la novela enteramente contemporánea ha ejer-
cido el tipo del caballero Des Grieux no escasa in-
fluencia, y también pudiéramos reconocerla en
el teatro. Pablo Bourget, por ejemplo, en varias,
de sus obras, y señaladamente en Cruel enigma,
ha tratado el caso del am.or sobreponiéndose a
todo, a la dignidad y a la razón ; y Octavio Mir-
beau, en El calvario, trata el mismo tema de psi-
cología.
Influencias sentimentales, más que literarias,
estaban disueltas en el aire antes de que las cris-
talizase Rousseau, y aun mucho antes de que Pré-
vost, recogiendo sus recuerdos autobiográficos
y relatando la historia de su propio corazón,
publicase Manon Lescaut. Salió ésta a luz en
1733; y rnás de medio siglo antes, las almas líri-
cas habían comenzazdo a saborear las Cartas de
la religiosa portuguesa, Mariana Alcoforado,
candentes de pasión, escritas a un caballero fran-
cés que había ido con la expedición de Schom-
berg a Portugal. Las de la señorita Aissé, vieron
la luz poco antes que Pablo y Virginia; hacía
un cuarto de siglo que la Nueva Heloisa se ha-
bía publicado cuando cundió la historia pasional
de la joven esclava circasiana minada por amo-
res a languidez. La superioridad de estas cartas
auténticas sobre lo puramente novelesco, como
l6 E. PARDO BAZÁN
íLa nueva Heloisa, están en la naturalidad, en
la sinceridad, en lo verdadero de su lirismo, don-
de no asoma huella de escuela ni de tendencia
literaria. Este lirismo de la pasión había sido el
ambiente propio del reinado de Luis XIV, y la
romántica figura de la duquesa de la Valliére
^dominaba a las demás : la huella de tales recuer-
dos persistía en el siglo XVIII, y contrastando
'Con lo que entonces se veía alrededor del trono,
lia K^orrupción fría de Luis XV.
iEl siglo era, quien lo duda, corrompido y fri-
cólo, pero en medio de tales tendencias, brotaba
3'a por todas partes la sensibilidad. Rousseau vino
a darle fórmulas románticas y a dirigirla, ence-
xrándola en sus moldes.
Juan Jacobo Rousseau nació en Ginebra, en
•1712. No teniendo que hablar aliora de todas sus
obras, y sí solamente de la Nueva Heloisa y Las
Confesiones, abreviaré los datos biográficos, pero
en Rousseau, menos que en nadie, pueden aislar-
se los escritos y la vida.
Esta ha sido referida mil veces, y juzgada con
severidad, sin más disculpa que el desequilibrio
y hasta la vesania, pues aun cuando no recuerdo
si Lombroso le incluye entre los matoides, hay
que reconocer que, cuando menos, Rousseau, es
tin candidato a la locura. Han existido pocos escri-
tores tan estrechamente dependientes de las cir-
cunstancias. Sus miserias físicas y morales for-
Tnaron parte de su retórica, como en Villon el
cinismo formaba parte de la poesía, pero la retó-
rica de Rousseau fué más peligrosa que el cinismo
de Villon, porque, en los tiempos que advienen
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA II7
con Juan Jacobo, va difundiéndose la tendencia-
de justificar y hasta divinizar los instintos huma-
nos, por el mero hecho de que existen. En el siglo»
XVII, la sociedad toma por modelo a los reyes-
y a los grandes, y por más que no hayan si^o
unos santos, habia en su proceder, aun cuando
cedían a flaquezas, cierto recato, un respeto a la
moral pública, o por lo menos, la idea — cuya jus-
ticia no apologizo — de que el rey podía errar,
sin que por eso todo el mundo tuviese el dere-
cho de imitarle. El siglo XVIII, aun antes de-
sús postrimerías, proclama la igualdad en este
terreno, y sanciona, no sólo la pasión, sino todo-
desvarío.
Rousseau nace plebeyo, y este dato pesa siem-
pre sobre su vida. Villon también era plebeyo;:
pero era humilde, y sabía que a toda hora se le po-
día ahorcar. Juan Jacobo, en su baja condición,
es el primer ejemplo de soberbia demagógica. La
resignación, esa virtud de los pobres, de la cual
renegara otro desequilibrado genial, discípulo de
Rousseau, Federico Nietzsche, le falta en abso-
luto. No cabe duda que Rousseau es un hombre
envilecido, y se saben rasgos de su biografía bien
repugnantes, entre otras cosas, porque tuvo el
desenfado de referirlos él mismo ; pero todo esto,.
que es verdad, no quita para que también sea in-
negable la importancia capitalísima de su figura.
La nueva Heloisa y Las Confesiones funden el
lirismo moderno y el subjetivismo romántico.
En otra ocasión habría que hablar de las ideas-
de Rousseau, de sus escritos políticos, de sus con-
cepciones pedagógicas ; pero, si pensamos en que
Il8 t. PARDO BAZÁN
los escritos de Rousseau están más condicionados
por los impulsos de la voluntad (en cuanto sen-
timiento individual) que por la razón (pese a las
apariencias) no parecerá extraño que los libros
suyos que más sobreviven sean la novela de amor ;
La nueva Heloisa, y la autobiografía, Las Con-
fesiones. El segundo, sobre todo, aun puede inte-
resar hoy a los que no lo lean literariamente sino
por curiosidad del alma.
Yo confesaré mi pecado, si pecado es : no me
atrae excesivamente Rousseau, y doy toda La nue-
va Heloisa por un solo cuento breve de Voltaire.
Nada significa esto en contra del papel que des-
empeñó La nueva Heloisa, de su influjo desme-
dido, ni aun del valor literario, intrínseco, de tro-
zos como la Carta XIV y la XXXVIII de la no-
vela, y los recuerdos de la infancia, en la auto-
biografía.
El haber nacido, como dijimos, plebeyo; el ha-
ber atravesado tan varias condiciones y estados,
alguno ignominioso, como su residencia en casa
de madama de Wárens, sí fué motivo de que el
carácter enfermizo, amargo y frenético que tuvo
siempre, fué útil al desarrollo de su genio, librán-
dole de toda traba, de todo escrúpulo para expre-
sar lo que quería en sus escritos.
Voltaire, por ejemplo, que era un hidalgüelo y
un hombre bien relacionado, y que acabó por ser
amigo de reyes y emperatrices, estaba más sujeto
a las conveniencias. De los dos, a pesar de no
querer Rousseau, según manifiesta, echar abajo
cosa alguna, no es Voltaire el verdadero revolu-
cionario.
Elv URISMO EN LA poesía FRANCESA TI9
Tal vez en esa libertad de expresión esté el se-
creto de la gran cualidad literaria de Rousseau
(cierto que es una cualidad muy peligrosa y ac-
tualmente bien desacreditada) : la persuasión de
su elocuencia. Comparando la de Rousseau con la
de Massillon y Bossuet, cree Brunetiére que la
diferencia capital está en que Bossuet y Massillon
hablaban en nombre de una verdad superior a
ellos, mientras Rousseau no sólo no cree que haya
nada que le sea superior, sino que se forma un
mundo aparte, sólo para él ; y de este modo afir-
ma el individualismo, y lo que llama el mismo
maestro, que tanto ha estudiado esta cuestión, la
reintegración del yo en el ejercicio literario.
En Rousseau (el precursor puede parecer ex-
traño) reaparece Rabelais, con su afirmación de
la licitud de todo instinto, y de la bondad intrín-
seca de la naturaleza. Y — dice el mismo crítico
a que vengo refiriéndome — sobre el dogma de
la bondad de la naturaleza, funda la apología
Rousseau del instinto y de las pasiones. Si no es el
primero — porque, en todo tiempo, en nombre de
la naturaleza, la pasión ha reivindicado sus dere-
chos contra los moralistas que se esforzaron en
limitarlos o restringirlos — nadie, al menos, lo hizo
con tal convicción, ni tuvo la idea de imputar to-
dos los males que sufre la humanidad a la "orga-
nización social". Al hacerlo, la sensibilidad propia
de Rousseau guiaba su mente: se quejaba de la
sociedad, porque había sido humillado, porque ha-
bía sufrido vergüenza y hambre. Pudiera, sin
embargo, quejarse antes que de la sociedad de la
naturaleza, de aquella naturaleza tan buena y sa-
120 E. PARDO BAZÁN
grada: su organización física le había perjudicado
más que su nacimiento.
Hay que hacer una observación referente a La
nueva Heloisa, considerada como piedra angular
del lirismo romántico. Vio la luz en 1760, y has-
ta 1774 no se publicaron Las pasiones del joven
Werthcr. Entre la publicación de la típica novela
de Goethe y el momento en que pudiese ser cono-
cida en Francia, aun tenía que transcurrir algún
plazo. Werther ejerció, es indudable, gran in-
fluencia, y madama de Staél gradúa esta influen-
cia por el número de suicidios que ocasionó ; pero
nunca pudo llegar Goethe, por este libro, a influir
lo que su predecesor Rousseau. La influencia de
Rousseau, desde que se reveló en sus libros más
importantes, abarca de 1755 a 1765, época de la
publicación del Contrato social, del Emilio, de La
nueva Heloisa y de la primera parte de Las con-
fesiones. Aquella sociedad, a la cual acusaba, se
puso de su parte, y se vio convertido en un ídolo.
De la extensión de la influencia de Rosseau, y de
lo duradera que fué en gran parte, tuve yo en
mi familia un testimonio curioso. Mi padre apren-
dió el oficio de encuadernador, porque era moda
seguir la opinión de Rousseau, expresada en el
Emilio, que todo el mundo, perteneciese a la es-
fera social que perteneciese, debe saber ejercer
un oficio manual. Fueron sobre todo las mujeres
las que se uncieron al carro de Rousseau. Sus doc-
trinas, las encontraremos en la Staél, en la Ro-
land, en Jorge Sa/ud, y, tardíamente, se reflejan
en no pocas doctrinas de doña Concepción Are-
nal.
El lirismo en la poesía francesa 121
Quince años después de la publicación de La
nueva Heloisa, el famoso incidente pasional de
Sofia y Mirabeau está colocado en la novela de
Rousseau, y Sofía, en sus incendiarias cartas, in-
tercala pasajes de la novela. De la historia senti-
mental de la señorita de Lespinasse, ha podido de-
cirse que era La nueva Heloisa en acción. Y La
nueva Heloisa, transformada en lirismo platónico,
palpitará después en los mejores versos de La-
martine.
Dejando a un lado las extravagancias del culto
de Rousseau, que las mujeres exageraron, dán-
dose el caso de que recibiesen lecciones de mater-
nidad de un hombre que había enviado sus hijos
a la Inclusa (el género humano será siempre así),
hay que hacer en él una distinción. Hay que po-
ner a un lado al escritor, al otro al precursor e
iniciador de una nueva era. Como escritor, Rous-
seau es seguramente uno de los más grandes que
ha tenido la lengua francesa, y la elocuencia, y la
prosa poética, conquistas suyas, si rozan el preci-
picio de la declamación, no se precipitan en él,
sino raras veces. El período es de énfasis, y no
es Rousseau el más enfático, aun siéndolo bas-
tante.
Como influencia intelectual y social, la ejerció
muy funesta, y si la utopía peligrosa estuviese por
inventar, Rousseau la hubiese inventado. Un his-
toriador de la literatura francesa, Nisard, estudió
a Rousseau desde este punto de vista, el de la
utopía, y la descubre, no sólo en los escritos peda-
gógicos, políticos y sociales, sino en la novela amo-
rosa y en la autobiografía. Y nada más natural,
122 E. PARDO BAZÁN
si consideramos que el lirismo es la utopia senti-
mental. Esta utopia, muchos, antes de Rousseau,
la cultivarían en lo íntimo de su ser : Rousseau la
proclamó y la deificó.
Que el lirismo sentimental sea, esencialmente,
una utopía, apenas parece necesario demostrarlo,
y de común acuerdo la humanidad, al hablar de
ensueños y de desengaños, de lo frágil y perece-
dero de aquello que parece más profundo, lo ha
venido proclamando constantemente. En lo que
tuvo de peor y de mejor. Juan Jacobo aparece
guiado siempre por la utopía.
En todo utopista hay un agitador larvado, y
en Rousseau sabemos hasta qué punto lo fué. Pero
el agitador sentimental, al través del tiempo, se
sobrepone al agitador social; o por mejor decir,
a la distancia en que hoy le vemos, el agitador so-
cial y el sentimental se confunden. Los anar-
quistas literarios y los anarquistas políticos, siem-
pre tendrán un poco de Rousseau, y ciertos bár-
baros sublimes, como Tolstoi, llevan oculto, bajo
su piel de oso polar, mucho del espíritu de Juan
Jacobo.
Hoy Juan Jacobo es principahriente una influen-
cia, pero influencia de tal energía aún, que no sé
hacia donde volveríamos sin encontrarlo. Toda mi
preferencia hacia Voltaire no es suficiente para
que no reconozca que mientras éste ha perdido
por completo la fuerza de sugestión, y las co-
rrientes nuevas van contra él, Juan Jacobo no ha
dejado de inquietar a las nuevas generaciones con
sus doctrinas, en las cuales se mezclan tantos ele-
mentos, tantas corrientes, tantos gérmenes, que
Elv LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 1 23
como se dijo de madama de Staél en la crítica,
puede decirse que son discípulos de Rousseau los
mismos que lo ignoran y renegarían de su escuela,
seguramente. Yo me pongo por testimonio: mu-
cho sentiría estar incluida dentro del mágico círcu-
lo que Juan Jacobo ha trazado, pero seguramen-
te por algún concepto lo estaré, como lo está la
mayoría de mis contemporáneos. Doblemente me
contraría el caso, porque cuanto más me paro a
considerar la figura y la personalidad de Juan
Jacobo, la encuentro menos grata, más contami-
nada de afectación, manía, locura, sentimientos
turbios y cenagosos, y mal trabadas concepcio-
nes mentales. De algunas de éstas me siento sí,
perfectamente independiente ; y esto me pasa con
la teoría de la superioridad del estado primitivo,
el corruptor influjo que atribuye a las ciencias y
a las artes, y la bondad natural de la especie
humana. No porque sea un dogma el del pecado
original, sino más aún porque encarna de mane-
ra gráfica y enérgica una verdad fundamental de
la psicología, creo yo que la naturaleza humana
está en su origen cargada de todos los instintos
animales, y además, sufre otras desviaciones ya
realmente humanas, que el animal ignora. Para
ir elevando el nivel moral de la especie, ha sido
necesario ese misterioso impulso que nos lleva
hacia los ideales ; la humanización de la humani-
dad ha sido lenta, y a cada paso está expuesta a
retroceder. Ved el ejemplo que nos ofrece la
gtierra, y cómo en ella, no este pueblo ni el otro,
sino todos, regresan a estados primitivos, que fue-
ron sin duda los de toda la especie. La caída de
124 E. PARDO BAZAN
los primeros padres, la repiten los hijos a cada
minuto; cae al día el más justo siete veces, y
Juan Jacobo, en su propia vida, tuvo mil ocasio-
nes de comprobar que, ni la filosofía ni el amor
de la Naturaleza podían contenerle y salvarle de
lo rastrero de sus instintos.
El optimismo primitivo de Rousseau no es en
él original: esta idea del hombre naturalmente
bueno, y pervertido por la Sociedad, pertenece a
toydo el siglo XVIII. La paradoja flotaba en el
aire. Todo el trabajo intelectual del Renacimien-
to, que a un siglo de distancia había producido la
bella florescencia del XVll, la edad dorada de las
letras y la filosofía, lo echaba a pique Rousseau,
que fué el verdadero ignorantista, entre los más
o menos sabios que concurrieron a la obra de
la Enciclopedia. '*E1 estado de reflexión", decía
Rousseau, *'es im estado contra Naturaleza, y el
hombre que medita, es un animal depravado".
En ciertos respectos, Rousseau tiene las aspe-
rezas del cenobita, las severidades de los peni-
tentes venidos del desierto. Y del desierto venía;
del desierto del individualismo. Su campaña con-
tra el teatro es digna de un capuchino. Y lo cu-
rioso es que gran parte de sus éxitos con el pú-
blico fueron debidos a obras teatrales.
Veo que sin querer me voy hacia la crítica de
las ideas sociales, o antisociales si se prefiere, de
Juan Jacobo, y, dentro del asunto de mi libro,
lo único que tengo que mirar en él, es el lirismo,
del cual fué verdadero iniciador. El por qué esta
iniciación romántica no nació en forma rimada,
sino que se produjo en la prosa, en la novela y la
th LIRISMO KN LA POESÍA FRANCESA 1 25
autobiografía, es un fenómeno que importa con-
siderar. La rima, (exceptuando los poemas de
Andrés Chénier, que, como sabemos, aunque
fuesen escritos en el siglo XVIII, no vieron
la luz basta algo entrado ya el siglo XIX), estu-
vo inficionada del prosaísmo que caracterizaba a
la generación de la Enciclopedia. De los enciclo-
pedistas, son prosaicos por naturaleza Voltaire,
acaso el que más escribió en verso, D'Alembert,
y no digamos si Condillac, Helvecio, Volney, y
otros menos afamados. Diderot no es tan prosai-
co, aunque escriba en prosa, pero es sensual, es
un materialista con una fantasía caldeada y vigo-
rosa, con una originalidad paradójica que a veces
le asemeja a Rousseau; pero Rousseau, es en la
falanje, el único que posee cantidad de sentimien-
to, y el único que ha medido la profundidad de la
tristeza humana. La necesidad de la poesía es en
él constante, es su fondo mismo; pero no que-
riendo sujetarse a la rima, inventa y desarrolla
la prosa poética, algo tan híbrido y complejo,
como la mentalidad de su creador; y esta inven-
ción de Juan Jacobo, brillantemente desenvuelta
en La nueva Heloisa, es algo que trasciende, que
forma escuela, que produce a Bernardino de Saint
Fierre y a Chateaubriand. La vigorosa sanidad y
virilidad de los escritores del XVII nunca hubie-
se hibridado la prosa y la poesía; para dar ori-
gen a esta forma compuesta, condenada a morir,
fué necesario que Rousseau diese expansión a su
sentimentalismo, en una novela de amor, en la
cual la prosa tiene que desempeñar el papel de la
poesía, y, por decirlo así, rescatarse con ella.
T26 E. PARDO BAZÁN
La psicología de Juan Jacobo es femenina, y
la prosa poética estaba llamada a hacer estragos
en la mujer, de la cual procedía, por las episto-
listas amorosas los siglos XVII y XVIII, que
dieron modelo a las Cartas que componen el
texto de La nueva Heloisa. Y de La nueva He-
loisa se engendraron las novelas líricas de Jorge
Sand.
La bibliografía de Juan Jacobo Rousseau es
numerosísima, y las ediciones mejores serán pro-
bablemente las más modernas, porque se ha es-
tudiado mucho acerca de su personalidad, y, por
ejemplo, aquí mismo, en España, el Sr. Cossío
lleva cuatro años explicando siempre a Juan Ja-
cobo. Una obra que puede ser consultada con fru-
to, es la de Musset Pathay — padre de Alfredo de
Musset — Historia de la vida y obras de Juan Ja-
cobo Rousseau, París, 1821 — . También será útil
la lectura de las correspondencias publicadas por
Strecksein Moulton, bajo el título de Juan Jaco-
bo Rousseau, sus amigos y sus enemigos, París,
1865 ; y Vida y obras de Juan Jacobo Rousseau,
por H. Beaudovin, París, 1891. Y, como estudio
más especial, recomiendo dos libros de Eugenio
Ritter : La Juventud y La Familia, de Juan jaco-
bo Rousseau, de 1878 y 1896.
Ilustran el juicio acerca de Rousseau las Cartas
sobre las obras y el carácter de Juan Jacobo Rous-
seau, de Madama de Staél, 1788; el Cuadro de
la Literatura francesa en el siglo XVIH, de Vi-
llemain, 1828-1840; algunos artículos, en las Char-
las de los Lunes, de Sainte Beuve, la Literatura
francesa en el siglo XVJII, por Vinet, 1853, y
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 1 27
páginas muy bellas del Aniiguo Régimen, de Tai-
ne, 1875.
En las numerosas Historias de la Literatura
francesa, y en el estudio sobre el Rom.anticismo,
en la Historia de las Ideas estéticas, de Menén-
dez y Pelayo, existen datos y juicios sobre Rous-
seau.
IX
La disputa de antiguos y modernos; algunas de sus inci-
dencias.—El abate Delille.— Andrés Chénier; su biografía;
no es un romántico ni un precursor del romanticismo; su
clasicismo helénico; examen de algunas de sus poesías; su
n>uerte trágica; el destino de sus obras.— Esbozo biblio-
gráfico.
Entre los signos precursores de la insurrección
romántica, hay que contar uno muy significativo.,
la llamada disputa de antiguos y modernos. Tie-
n€ la apariencia de una discusión estética, y es,
en el fondo, síntoma de un grave cambio social.
Se acercaban los tiempos de la Enciclopedia, y
aquel ideal clásico, que había sido el del régimen
antiguo, se venía a tierra; o por mejor decir, se
tambaleaba, antes de que llegase la hora en que
por todas partes se desmoronase.
Era aquel el momento en que las ideas estéti-
cas, en vez de enclaustrarse en las Academias,
Universidades y círculos de sabios, eran del do-
minio público, y la opinión, que empezaba a ser
en ellas ley, decía que los modernos valen tanto
o más que los antiguos, y que a la postre deben
ser propuestos siempre como modelos a los anti-
guos, los cuales no pueden interesarnos tanto,
porque no son de nuestra época, porque nos son
ajenos, distantes. Hasta hay quien funda su pa-
recer favorable, a los modernos, en la superio-
ridad del cristianismo sobre el paganismo; pero
130 t. PARDO BAZÁN
mayor es el número de los que van inspirados por
la idea de los adelantos científicos, que inaugu-
ran una era de progreso, ignorada de la anti-
güedad.
Entre los defensores de ésta, se cuentan nom-
bres muy ilustres, Lafontaine, Boileau, Racine;
entre sus impugnadores, en primer término; Fcrr-
tenelle, que es un precursor de la Enciclopedia,
o por lo menos, aquel por cuyo impulso han de
formarse los principales enciclopedistas; y, con
muy distinto carácter, Perrault, el de los nunca
bien ponderados Cuentos, el padre de la Caperu-
cita Roja.
Ambos se reconocían aburridos, hartos de la
antigüedad, y Perrault se arrancó a decirlo un
día, en plena sesión de la Academia, anteponiendo
los escritores, pintores y músicos modernos, a los
tan celebrados de antaño. Al oír tamañas here-
jías, Huet, obispo de Avranches, se levantó indig-
nado, y gritando que semejante lectura era una
vergüenza para la Academia, se retiró. Fontenelle
vino en ayuda de Perrault, exclamando que no hay
cosa más opuesta al progreso, ni que así límite el
ingenio como la admiración de lo antiguo.
Iba en gran parte esta campaña contra la dic-
tadura de Boileau, y contra la fama de Racine ; y
era resultado de tal sublevación, que Perrault sos-
tuvo en varios escritos, entregar al público y al
juicio individual la estimación de la belleza en las
diversas formas del arte, negando el derecho <^e
los eruditos a legislar sobre estas materias sólo
por el hecho de hallarse versados en las humani- i
dades y en el conocimiento de las épocas clásicas.
EL IvIRISMO EN EA POESÍA FRANCESA I3I
Perault, como buen cortesano (y lo eran enton-
ces la mayor parte, y con más razón el colabora-
dor de Chapelain en la '/Lista de los Beneficios
del Rey" y del autor del primer Siglo de Luis
XIV), quería adular diestramente al monarca,
sugiriéndole que su época era la más gloriosa del
mundo. En esta polémica terciaron libros que han
dejado huella, como la Digresión sobre antiguos
y modernos, de Fontenelle, y los Diálogos titula-
dos Paralelos entre antiguos y modernos, de Pe-
rrault.
En tal discusión, como hemos dicho, debe con-
siderarse que, un siglo antes del romanticismo, el
clasicismo ha sido derrotado. Lo ha sido en nom-
bre de una idea falsa, como es la del progreso,
siendo así que en arte y en estética el progreso no
existe ; pero, en lo que la cuestión tTene de social
y de nacional, en lo que se refiere a la proscripción
de los modelos antiguos cuando Francia se ha
dado a sí propia modelos como Racine, Pascal y
Bossuet, no puede distinguirse su justicia. Porque,
si el Arte no progresa, nadie puede negar que lleva
en sí, en su vitalidad misma, un principio de trans-
formación y cambio; y esto es lo que realm.ente
sostenían Perrault y Fontenelle, y los que con
ellos pensaban, aunque no se diesen cuenta de las
. c jnsecuencias vastas de tal principio.
La discusión es instructiva, y puede servir de
norma para comprender cuánto cambiaran las
ideas bajo el romanticismo, y cuan sujetas y limi-
tadas estaban aun mientras Perrault y Boileau dis-
putaban sobre al antigüedad y el modernismo...
Boileau devuelve a Perrault el calificativo de pe-
132 E. PARDO BAZÁN
dante, y tiene razón al declarar que la pedantería
no se halla vinculada a ninguna escuela. En esto
y en otros puntos, Boileau se mantuvo a gran al-
tura en las Reflexiones críticas, con que respondió
al Paralelo entre los antiguos y los modernos, de
Perrault.
Lo que en esto hay de interesante para señalar
la proximidad del romanticismo, es que ya en el
siglo XVII se pusieron en tela de juicio las reglas,
los modelos, la inflexibilidad clásica. El primer pi-
quetazo estaba asestado.
Y en aquella época la poesía lírica es estéril, es
decir, lo parece, porque el único poeta verdadero
que produce el siglo XVIII no se revela hasta
el XIX; es un poeta postumo. Y de otro poeta
muy ensalzado, el abate Delille, podemos decir que
no hay cosa menos lírica que sus versos, y única-
mente hay que tomarle en cuenta, por la ense-
ñanza que contiene su historia.
He aquí un poeta que ganó su fama traducien-
do; que recibió homenajes, honores y recompesas
de todo el mundo, a quien se comparó con los más
grandes de la antigüedad, y al quedarse ciego, a
Homero y Milton ; que fué respetado y ensalzado
casi por unanimidad (aunque José María Chénier
le acusase de dar colorete a Virgilio). Aparte de
traducir directa y fielmente, Delille no hizo sino
lo que pudiera llamarse traducción de traducción :
imitaciones adaptadas al gusto de su época, por-
que, reconozcámoslo, no hubo quien mejor se ci-
ñese a ese gusto, lisonjeándolo en todas sus ten-
dencias, hasta en la científica, e introduciendo en
la poesía los temas descriptivos de los adelantos y
El. I.IRISMO DN LA poesía FRANCESA 1 33
conquistas que empezaban a realizar los sabios ¿e
gabinete y laboratorio. Fué Delille, por excelen-
cia, el poeta descriptivo: lo describía todo, indis-
tintamente, en igual estilo afectado, ampuloso, con
metáforas cuyo objeto era no llamar a las co-
sas por su nombre. Fué mucho más poeta que De-
lille el mismo Voltaire, pero Delille era el amane-
ramiento de entonces, o siquiera uno de los amane-
ramientos predilectos ; era, además, tal vez, el úl-
timo de los ingenios, el último bel esprit; fabri-
caba agudezas, amenizaba las reuniones, era poeta
de salón, de los últimos salones también, antes
de que la Revolución estallase ; y, a pesar del cam-
bio de régimen, de las convulsiones políticas, de
las guerras del Imperio, todavía Delille, que ha-
bía reinado en la sociedad deshecha por la tor-
menta, sigue triunfando. El Terror, que decapitó
a Andrés Chénier, le respeta, y cuando muere,
en 1813, su culto no ha decaído: se le hacen exe-
quias memorables, se expone su cuerpo, embal-
samado, ligeramente arrebolado, sobre un túmu-
lo; ciñen sus sienes con coronas de laurel, y un
devoto, como reliquia, le corta un pedazo de epi-
dermis.
Y no es el único caso, ni un caso infrecuen-
te este extravío de la opinión, tratándose de es-
critores, sobre todo de poetas. Hay que depurar
la crítica, formar la conciencia de lo bello y de
sus condiciones necesarias, para que tales yerros
no se cometan. Los hemos visto cometer en nues-
tros días, en nuestra patria ; y si tratásemos de lí-
rica española, citaríamos nombres convincentes.
El tiempo es un crítico implacable, y recti-
134 ^. PARDO BAZÁN
fica estas nociones equivocadas. Delille, después
de su apoteosis, fué olvidado rápidamente, a pe-
sar de que los primeros románticos le acribilla-
ron a sátiras, y es también un modo de durar el
ser satirizado y combatido. Ya llegó, sin embar-
go, un día en que ni aun en la Academia (a pesar
de ser tan genuinamente académico el tipo de De-
lille), se pudo pronunciar su nombre sin provo-
car rechilla; y los románticos, compadecidos, nos
dice Sainte Beuve, tomaban a veces su defensa.
He aquí, en cambio, a Andrés Chénier, que ha-
biendo trapezado con, el Terror, y perdido la ca-
beza en .el tropiezo, estuvo a pique de perder tam-
bién la gloria, de. quedar sumido en la penumbra.
Andrés Chénier fué guillotinado en 1794, y hasta
1 819 no se publican en volumen sus poesías, difí-
cilmente salvadas y reunidas por manos amigas.
Con motivo de Andrés Chénier, y en mis lec-
ciones en la Escuela de Estudios superiores del
Ateneo, me atreví, hace bastantes años, a disen-
tir del dictamen de Mcnéndez y Pelayo, que le
considera como uno de los precusores del roman-
cismo. Después, en publicaciones de fecha poste-
rior a este incidente, pude ver que críticos fran-
ceses de autoridad pensaban de Chénier lo mis-
mo que yó-.daro es, y huelga decirlo, que no por-
que se hubiesen enterado 3e mi opinión, cosa im-
posible ; ni aun se habían impreso mis conferen-
cias (de las cuales hice luego dos ediciones suce-
sivas). Lejos de parecerme un precursor román-
tico el autor del Oarisfis, me parecía el último
clásico, si esta palabra no se toma en un sentido
estrecho y de escuela. Y hoy, confirmada en mi
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 135
primera impresión por más extensas y detenidas
lecturas, lejos de situar a Chénier entre los pre-
cursores del romanticismo, creo, al contrario, que
fué el poeta verdadero del siglo XVIII, aunque
su época azarosa no le reconociese.
A tan insigne lírico, que no es romántico, hay,
pues, que examinarle aisladamente del romanti-
cismo.
Andrés Chénier nació en 1762, en Constantino-
pla, y fué guillotinado en 1794: no vivió, pues,
más que treinta y un años, y puede decirse de
él, sin faltar a la exactitud del lenguaje, que mu-
rió cuando podía dar mucho de sí; que es un
poeta malogrado. Los críticos franceses, al inda-
gar la razón de que sea incluido entre los precur-
sores románticos, encuentran, entre otras, la de
que el drama de su vida le prestó aureola de cisne
inmolado, que exhala sus últimos cantos armonio-
sos en la agonía. El elemento romántico de Ché-
nier era haber sido llevado al cadalso desde la
prisión donde gemía también aquella joven can^
tiva, aquella señorita de Coigny, cantada en sus
postreras estrofas. Mas el romanticismo no está
en la vida, sino en la obra, y aun en la vida, Ché-
nier no es un romántico, sino, lo mismo que en
sus versos, un pagano, caracterizado perfecta-
mente. Lx)s jacobinos le arrastraron al patíbulo,
porque era enemigo político suyo, el ''ciudadano
Chénier", que había entonado un himno a Car-
lota Corday, y se había mofado de las teatrales
exequias de Marat. Odiosa fué la muerte dada al
poeta, pero con menos motivo, y hasta sin nin-
guno, perecieron entonces no pocos. Chénier era
136 K. PARDO BAZÁN
hombre de valor, y su espíritu de justicia pro-
testó contra los excesos y la ferocidad de los te-
rroristas ; ni un momento cesó de condenarlos, con
valor cívico nunca desmentido, hasta el último mo-
mento ; esta aureola, digna de un Catón, es la que
rodea su frente, en lugar del nimbo de romanti-
cismo melancólico con que le han querido adornar.
Si bien se mira, la actitud clásica de Chénier ante
la libertad manchada por el crimen, es más hermo-
sa que ninguna; y hay en ella poesía, directa-
mente venida de la antigüedad que le había ama-
mantado. Unos versos de Chénier, escritos en la
prisión de San Lázaro, son particularmente expre-
sivos, y le muestran empapado de la idea de que,
según van las cosas, es necesaria, es estética su
muerte. Con viva imagen, se compara al camero
sacrificado entre otros mil, y olvidado en la carni-
cería, para ser servido, destilando sangre, al pue-
blo rey. Y volviéndose a sus amigos, después de
agradecer que al través de las rejas le hayan dicho
una palabra cariñosa, exclanla: ''Ya que todo es
precipicio, vivid, amigos míos ; vivid contentos,
no penséis en seguirme. También yo, alguna vez,
he apartado la mirada distraída del aspecto del
infortunio. Mi desdicha, hoy, sería importunidad.
Vivid en paz, amigos míos".
Así la poesía y el carácter de Andrés Chénier se
identifican, y el soplo de antigüedad heroica, su-
blime, que encontramos en sus versos, no cesa de
animar los actos de un hombre que no tembló, que
no transigió con la bajeza, la crueldad y la iniqui-
dad, y que lo pagó con su cuello. Actitud más no-
ble, no la conoció el romanticismo.
El, LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 1^7
Por la índole de su poesía, y más aún, por sus
aspiraciones, Chénier pudiera considerarse pre-
cursor, si no de los románticos puros, de otra es-
cuela que nació de la evolución del romanticismo :
la del arte por el arte. No otra cosa pudiera sig-
nificar aquella meditación suya sobre "las causas
y los efectos de la perfección y la decadencia d^e
la literatura" y aquella esperanza de "ver rena-
cer las buenas disciplinas". Esta idea de perfec-
ción, de buenas disciplinas, este afán de acopiar
"oro y seda" para sus versos, son estética, pero
no estética genuínamente romántica. Chénier no
reclama la libertad tumultuaria como los román-
ticos, sino que vuelve a las fuentes del helenismo ;
sostiene la división de los géneros, y el respeto a
sus límites; y sólo por esto se aparta ya a for-
midable distancia de los románticos. Su fuerte
culto de la belleza hubiese rechazado, en el arte,
los elementos complejos, lo feo, lo grotesco, que
aclimató Víctor Hugo.
Es decir, que, por su ideal poético, Chénier no
se confunde con los románticos ni un instante ; y,
por su mentalidad, pertenece del todo al siglo
XVIII, hasta en los resabios y amaneramientos
que cada época imprime a los hombres que mejor
han de encarnarla. El espíritu de la Enciclope-
dia está difundido por las venas de aquel hombre
que, como dijo Chenedollé, era "ateo con deli-
cia". Como a tantos de su generación, la fe le
parecía un conjunto de supersticiones, y los sacer-
dotes, embaucadores de oficio. Grande hubiese
sido su asombro al presenciar el renacimiento re-
ligioso, que ya era inminente, que la Revolución
138 K. PARDO BAZÁN
apwesura. Sin embargo, debo hacer restrición,
fundada en un curioso pasaje del fragmento de
poema sobre la Superstición, en que sin ironía,
al contrario, Chénier llama a Cristo ''cordero sin
mancilla'. Dios salvador del hombre" y al Sacra-
mento ''cuerpo sagrado, celeste rnanjar". Si hay
en ello algo más que retórica, lo sabrá quien sa-
berlo puede. Yo me limito a notar el detalle ex-
traño.
Así, pues, los pensamientos nuevos que quería
Chénier traducir en versos antiguos, el vino nue-
vo que quería encerrar en viejas ánforas, era el
espíritu del siglo en que le tocó vivir. Entre Gre-
cia y la Enciclopedia, y, acoplando estos dos ele-
mentos, está Andrés Chénier.
Y en esto se distingue de . los demás de su
tiempo, que procedían, en su clasicismo, del Rena-
cimiento en sus fuentes latinas. Si Chénier nace
diez años antes, y tiene tiempo de desenvolverse
plenamente, el siglo XVIII hubiese poseído, por
lo menos, un gran poeta en verso; y se hubiese
redimido de la mancha de esterilidad que tanto
se le ha echado en cara.
En muchos respectos, no sólo no es un precur-
sor romántico Andrés Chénier, sino que pudiera
ponérsele en contraste con los románticos que se
acercan, Chateaubriand, Lamartine. "El arte an-
tiguo—viene a decir un crítico de fina percep-
ción, Pablo Albert — es ante todo medida, so-
íbriedad, proporciones exquisitas, limpidez trans-
parente. Por estos dones el ideal griego se im-
puso al gusto y a la fantasía de Andrés Chénier,
mente nítida y clara, nada flotante, que aborrece
Elv LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I39
la vaguedad; enamorado de, la perfección, y que,
sin impaciencia de producir, corregía y pulía ince-
santemente. Chénier es un puro pagano. Devol-
vámosle al siglo XVIII, pero aislémosle en él."
Y le aisla, en efecto, algo que no dudo en lla-
mar el genio, esa chispa de fuego, que no en-
cuentro en ningún poeta de sus contemporáneos.
Genial es, en Chénier, medio griego de raza, pues
griega era su madre, la originalidad de haber re-
montado desde el primer instante, la corriente del
clasicismo, para llegar a la antigüedad, en su ma-
nantial helénico, en su propio surgidero.
Cuando murió quedaron de él algunos poemas
esparcidos, como capiteles rotos que atestiguan la
existencia de un templo apolíneo ; sus poesías an-
daban dispersas en varias manos ; las carteras que
contenían su. colección se perdieron al ingresar en
la cárcel el poeta; un sinnúmero, de dificultades
estorbaron la publicación, que, como sabemos,
no se realizó hasta veinticinco años después.
La musa de Chénier no afectó emoción, era
noble y estética, í>ero no elegiaca ; sus acentos son
de bronce ; no hay poesía más enérgica que su can-
to a la Revolución triunfante; nada más artística-
mente pagano y profano que el Oaristis; nada más
penetrado del culto sacro del numen que el El
ciego; nada más expresivo que La libertad, signi-
ficada en el joven pastor a quien no interesa la
vida porque es esclavo; pero, dentro de la clásica
sencillez, la ternura aparece en el bello poema del
Joven enfermo, menos sentido que el otro, tan
diferente, en que Heine nos cuenta cómo la ma-
dre pide a la Virgen que cure el corazón de su
140 E. PARDO BAZAN
hijo. Sentimiento contenido y sobrio lo encontra-
mos en La joven Tarentina y en Inais, poemitas
cuyo fondo es el mismo de la Rosa, de Malherbe :
la juventud sorprendida por la muerte, la melan-
colía de la flor cortada tan temprana. Hay, entre
las poesías de Chénier, una, no de las mejores, ti-
tulada La lámpara, que sería curioso comparar a
las Noches, de Alfredo de Musset: su asunto es el
mismo: un desengaño, una traición femenina:
veríamos entonces qué camino ha recorrido el te-
ma lírico desde el siglo XVIII al XIX. Poemas
de sentimiento, de Chénier, son las dos bellas ele-
gías, escritas en 'la prisión y dedicadas ambas a la
señorita de Coigny, la joven cautiva, que no que-
ría morir aún, y por quien el poeta no quería mo-
rir tampoco. Sea o no auténtica la leyenda que se
basa en estas elegías, su encanto de tristeza repri-
mida, sobria, me parece intensísimo.
El mismo atractivo de cosa vivida, real, tienen
los mismos versos en que Chénier espera la muer-
te sin fanfarronería (ya en otro tiempo había con-
fesado serenamente su apego a la vida), pero sin
miedo cobarde. Lo que siente, lo que deplora, es
morir sin vaciar su caja, sin atravesar con sus
dardos, sin patear en su fango mismo a esos ver-
dugos emborronadores de leyes, esos tiranos que
degüellan a la patria, y sin derramar la hiél y la
bilis de su cólera contra los perversos. Momentos
antes de salir para el suplicio, Chénier describe en
versos hermosos y límpidos el terrible instante, y
el poema ha quedado incompleto, porque, en efec-
to, antes que la hora haya recorrido los sesenta
pasos que limitan su ruta, el mensajero de muerte,
Elv URISMO EN LA POESÍA FRANCESA I4I
el negro reclutador de soi abras, llenó con el nom-
bre del poeta los largos p¿ sillos tenebrosos de la
cárcel. No hay acaso un documento literario más
palpitante de verdad en toda la literatura fran-
cesa; a su lado, parece ficticia la poesía román-
tica.
Alfredo le Vigny decía que se sentía consolado
de la muerte de Andrés Chénier, sabiendo que el
mundo que se llevaba a la tumba, y por el cual ex-
clamaba, hiriéndose la frente, ''¡Aquí hay algo!",
era un poemazo interminable, y que la Providen-
cia, al ver que Chénier desmerecería, le puso pun-
to final. En efecto, ese poema de Mermes, que dejó
en apuntes y fragmentos, nos revela a un Andrés
Chénier que, no siendo ya un artista puro, quiere
versificar las ideas de su siglo, o al menos aque-
llas que aparecen dominándolo y caracterizándolo.
Igual propósito puede observarse en bastantes pro-
sistas y poetas de aquella centuria, hasta en Deli-
lle. Un poema sobre la "naturaleza de las cosas",
una empresa enciclopédica, estaba en el aire. Pero
ninguno de los que se lo propusieron era un Lu-
crecio : no lo era Buf fon, no lo era Fontanes, no
lo era ni el mismo Andrés Chénier. Este plan del
poema interminable, que ha de tentar a Lamartine,
a Quinet, a Víctor Hugo, lleva consigo el fracaso.
Según los planes que se han conservardo, Ché-
nier seguía el mismo camino que Delille, en sus
Tres reinos. Iba a engolfarse en la poesía des-
criptiva y científica, atiborrada de fisiología, quí-
mica y física, y donde los "átomos de vida" des-
empeñan principal papel. Y, al pintar el origen de
las religiones, quería, como buen discípulo de los
142 e:. pardo bazán
enciclopedistas, mostrar una vasta superchería, un
complot fraguado en los templos para engañar al
género humano. Con estos materiales pensó fun-
dir campanas rivales del trueno, y a nosotros nos
hubiese alcanzado el tañido, porque nos ponía
como digan dueñas por lo que en América nos
atrevimos a hacer.
Si es problemático que Hermes añadiese nada
a la gloria de Chénier, en cambio, como poeta
lírico, hay que saludar en él a un ejemplar único
en el período en que apareció, y convenir con
Sainte Beuve en que debe aplicársele la profecía
de Lebrun, (a quien su benévola generación llamó
Lebrun-Píndaro), y que se expresaba así, en un
discurso sobre Tibulo: "Acaso, cuando esto es-
cribo, un autor, realmente animado del ansia de
gloria, desdeñando los éxitos frivolos, compone
en el silencio de su gabinete una obra realmente
inmortal, de 'la cual hablará el porvenir". El año
anterior a la predición, había nacido Andrés Ché-
nier.
Antes de cerrar este estudio sobre Chénier, re-
cordaré que se ha dicho con insistencia que sus
versos fueron retocados y hasta fabricados en
gran parte por Enrique de la Toucfíe (que, por
cierto, no se llamaba Enrique, sino Jacinto). Este
literato fué, el que en 1819 hubo de revisar y pre-
parar para la publicación las obras de Andrés
Chénier. Que modificó y aun adicionó aquellas
poesías postumas del vate guillotinado, es cosa
qije nadie niega : la discusión versa únicamente so-
bre la cantidad e importancia de esas adiciones.
Lo que dio cuerpo a la suposición de que hu-
KL LIRISMO í;n la POESÍA FRANCESA I43
biese en las poesías de Chénier mucho de Latou-
ch€, fué: en primer término, el haber dicho José
Chénier que existía muy poco publicable en los
manuscritos de su hermano ; el haberse hecho eco
Béranger, que no era maldiciente, de esta versión ;
y por último, la conocida habilidad de Latouche
para el pasticcio o imitación literaria, en la cual
se ejercitó, publicando como de otros autores, y
algunos célebres, trabajos suyos. Lo más impor-
tante que se le atribuye como colaborador (otros
han dicho inventor), de Andrés Chénier, es la pa-
ternidad completa de la famosa composición que
interrumpe la llegada de la carreta fatal. *'No
comprendo — dice Béranger — cómo esto no lo han
visto los que juzgan a sangre fría la obra de Ché-
nier."
Latouche no logró nunca extensa fama, y sería
por cierto extraña cosa que mereciese la celebri-
dad por una superchería. Aun cuando nadie nie-
ga que haya limado, corregido, y hasta variado
no poco en la colección postuma de Chénier, la
realidad de las aserciones contradictorias será de
difícil depuración, y la discusión acerca de este
punto de Historia Literaria, se renovará periódi-
camente. Con otros muchos sucede lo mismo, y
serán enigmas perpetuos.
Las Obras completas de Andrés Chénier vie-
ron la luz en París, 1819; edición Beaudoin her-
manos. En 1826 se publicaron las Obras postumas^
en París, editor Guillaume. En 1833 se publicaron
las Postumas e inéditas, dos volúmenes, de Char-
pentier y Renduel. En 1840, editor Gosselin, se
publicaron sus obras en prosa y su proceso. En
144 ^. PARDO BAZAN
1862 y luego en 1872, vieron la luz dos ediciones
de la critica, de Becq de Fouquiéres. Aun pudie-
ra registrarse otras ediciones, posteriores. Y para
consultar acerca de Andrés Chénier, vean los
Retratos literarios y contemporáneos, de Sainte
Beuve; las Cartas griegas de Madama Chénier,
y estudio sobre su vida, por R. de Bonniéres, Pa-
rís, 1879; O. de Vallée, Andrés Chénier y los ja-
cobinos, París, 1881 ; Faguet, El siglo XVIII y
Andrés Chénier, París, sin fecha ; y la edición de
clásicos populares, Andrés Chénier, por Pablo Mo-
rillot.
Téngase en cuenta que la mayor parte de los
escritos de Chénier se ha perdido, y que existen
muchos papeles suyos depositados en la Biblioteca
Nacional de París, y que no han sido comunicados
todavía.
El culto a la naturaleza.— Buffon.— Precursores de Rous-
seau eu el mencionado culto.— Bernardino de Saint Plerre;
su biografía; sus viajes; los '«Estudios de la naturaleza";
obra que constituye un monumento contra el ateísmo;
**Pablo y Virginia"; su carácter, su influencia; compara-
ción con "Dafnls y Cloe'*.— Esbozo de bibliografía.
Parecerá inesperado que a la cabeza de un ca-
pítulo que trata de la escuela de Rousseau y del
romanticismo lírico nacido a su sombra, coloque
a un hombre de ciencia, nada lírico ; a un^ grave
personaje, que mereció el respecto de su edad, y
no la agitó, como Rousseau, ni la enterneció e
hizo llorar, como Bernardino de Saint Fierre. Este
hombre, que nació al principio del siglo XVIII y
murió en 1788, cuando faltaban cinco años para el
Terror, abarcó a su época en los momentos en
que se formaba y crecía y reventaba su ebulli-
ción inmensa. Dentro de la efervescencia, pareció
llena de reposo y serenidad la tarea de tal hombre,
y su vida, noblemente consagrada al estudio, se
desenvolvió fuera y aparte de las luchas políticas
y sociales. Parecía como si en la labor del conde
de Buffon sobreviviese algo del antiguo régi-
men, de su grandiosidad ordenada, clásica. No
obstante, mucha parte del movimiento de las ideas
nuevas encarna en este sabio, y el culto de la na-
turaleza, nota tan característica del siglo y de la
10
146 E. PARDO BAZÁN
renovación y expansión que hierven en él, pro-
cede de Buffon en gran parte.
Los tres ministros del culto, de la naturaleza,
son Rousseau, ahora Buffon, y luego Bernardino
de Saint Fierre; y con el culto de la naturaleza,
traen el cosmopolitismo, el exotismo, el ensancha-
miento de la vida, al derramar por regiones desco-
nocidas, al ver en su conjunto el planeta en que
habitamos, y que siendo en si reducido de dimen-
siones, contiene tan varios aspectos y tan extra-
ñas diferencias de país a país y de raza a raza. En
esta variedad y diversidad encuentra el espíritu
el germen de una libertad infinita. No hay cosa
más emancipadora que recorrer el mundo. En
todas sus comarcas y partes, existen ideas y cos-
tumbres esclavizadoras ; pero lo son para los que
no se han movido de un país, no para eí que lo
visita, abierta la curiosidad y deslumhrados los
ojos por lo nuevo de las perspectivas que se les
ofrecen.
Y de los tres sumos sacerdotes del triunvirato,
Rousseau-Buf fon-Saint Fierre, el primero, Rous-
seau, casi no ha visto más r'no que el de su patria :
de Suiza a París, le ha visto para cultivar el sen-
timiento del paisaje; el segundo, Buffon, ya ha
viajado algo más, no mucho; ha recorrido Ita-
tia y Suiza, luego Inglaterra, bajo los auspicios
de su grande amigo, el duque de Kingston; y el
tercero, o sea Saint Fierre, es el que ha corrido
tierras y cruzado océanos. Más tarde, Chateau-
briand nos familiarizará con la sabana ameri-
cana, los inmensos ríos del Nuevo Continente.
Pero Buffon, es lo cierto, no necesitó tanto
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I47
aparato ni tanta faena para ir lejos; para erigir
a la naturaleza un templo, en el cual todos se pos-
trasen. Lo hizo como suelen hacer sus magnas
obras los eruditos que llegan a conseguir posicio-
nes oficiales, en que el Gobierno les auxilia: re-
presentaos, por ejemplo, a un Menéndez y Pe-
layo, en su Biblioteca Nacional, con un ejército
de secretarios, copistas, rebuscadores y escudri-
ñadores, que le preparan la labor. Buffon tuvo
muchos de estos colaboradores, que extractaban
para él relatos de viajeros, que dibujaban y pin-
taban los animales, y hasta jardineros que trans-
portaban a nuestra zona la vegetación de otras ;
y en el llamado Jardín del Rey, hoy de Plantas,
se reunían bastantes sabios especialistas, a sus
órdenes. Uno de ellos era el célebre Lamarck;
otro el renombrado Lacepéde.
Hoy no se considera sólida la ciencia de Buf-
fon, y entre los hombres de laboratorio y gabi-
nete, ha llegado a: ser su obra, en el sentido cien-
tífico, algo como una antigualla rococó, estilo
Luis: .XVI, bonita y curiosa. Yo aquí le consi-
dero en su influencia en las ideas y en la lite-
r^i^ura, , La ampUtud de su estilo, el lirismo que
a. veces rebosan, sus descripciones, van hacia la
escuela de Rousseau y de Saint Pierre, y en su
Historia natural del hombre (nótese el sabor mo-
derno de este título), hay un presentimiento de
cuanto va a desarrollarse, que también tendrá un
carácter conjetural, y, por tanto, estará fuera de
los límites de la ciencia, hablando estrictamente.
Por esta condición suya, de no aceptar ciega-
mente lo tradicional, Buffon puede ser, en cierto
148 e;. pardo bazán
modo, un precursor de Darwin. Desde luego, re-
probó las clasificaciones, por lo que tienen de
artificial, sin base en la realidad; y, al considerar
la diferencia entre las especiales del Nuevo
Mundo y las del Antiguo, parece que ya adivina
una porción de leyes formuladas por Darwin, y
también anunciadas antes por Montesquieu, en
lo referente a lo que llamaríamos Historia na-
tural social. A su manera, Buf fon sintió la natu-
raleza tanto como pudo sentirla Rousseau ; y a su
manera, también, la sintió poéticamente, aunque
sin efusión, sin la emoción contagiosa del gine-
brino.
Mas no por eso deja de ser Pontifice del mag-
nífico templo donde se profesa el culto de la uni-
dad de las fuerzas físicas, que a pesar del des-
crédito en que Buf fon ha caído, nadie ha expre-
sado mejor que él, al escribir: ''Podemos descen-
der por grados casi insensibles, desde la criatura
más perfecta hasta la materia más informe, del
animal mejor organizado al mineral más bruto...
Nada está vacío : todo se toca, todo se enlaza en
la naturaleza; lo inherente son nuestros métodos
y nuestros sistemas, cuando le señalan límites o
secciones que no se conocen". No sé qué han ade-
lantado, en esta concepción profunda del Uni-
verso físico, los que, como Haeckel, establecen
la escala que va ''desde la mónada amorfa al
hombre locuaz", y observan cómo sale gradual-
mente, de los protoplasmas primitivos, la intensa
y admirable organización de los seres.
Desde Rousseau se esparce ese "sentimiento de
la naturaleza" sobre el cual escribió Víctor de
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I49
Laprade dos volúmenes, algo difusos. Con ellos en
la mano, podemos afirmar que el tema de la na-
turaleza, en el arte, es muy antiguo; que la ar-
quitectura ojival procede de los árboles y las
plantas; que los trovadores provenzales simpati-
zaron con el universo visible ; que en San Fran-
ci ;co de Asís, trovador a lo divino, hay efusio-
n s inspiradas por la naturaleza, el sol y el agua ;
.{ue ya Ronsard retrató fielmente el paisaje fran-
cés; que Camoens es un vibrante paisajista; que
Cervantes boceto paisajes de exacta realidad ; que
en Fénelon, como paisajista, hay algo que anun-
cia a Rousseau. No fué éste, pues, el primero
que se emocionó ante la naturaleza visible.
Pero---nos advierte Laprade — al llegar al si-
glo XVII, el sentimiento de la naturaleza se con-
vierte en un arma contra el cristianismo, la filo-
sofía espiritualista y las instituciones sociales. Y
en el fondo tendrá razón ;no obstante, creo ver,
en el sentimiento de la naturaleza, según Rous-
seau y Bernardino de Saint Fierre, algo más que
un propósito sectario.
Hay que distinguir en ese sentimiento nuevo
y aparatoso. El paisaje y aun su expresión lírica,
son una cosa; la deificación de la natnraleza, es
otra. Rousseau fué el primero en expresar el sen-
timiento de la naturaleza ; y fué el segundo o ter-
cero (recordemos que le había precedido Rabe-
lais) en formular como doctrina la segunda. La
consecuencia necesaria de la doctrina, era la su-
posición de una edad de oro, análoga a la tan
bellamente descrita por Cervantes ; edad anterior
a la formación de la sociedad civilizada, y en la
150 E. PARDO BAZAN
^ ..11 d'd ,
cual reinaban la inocencia, la buena fe, todas las
virtudes. Para que vuelvan a reinar, bastara con
seguir las enseñanzas y mandamientos de esa
natualeza misma. Como decía el criollo Parny:
Et Von yi'est point coupahle en suivant la natnre.
Bernardino de Saint Fierre, que aventaja a
Rousseau en la descripción de una naturaleza dife-
rente de la occidental, más varia, más intensa en
sus fuerzas y manifestaciones, no llega el ex-
tremo de Rousseau; no diviniza lo puramente
natural ; lo que hace es armonizarlo con la Pro-
videncia, y explicar por la bondad de Ta natura-
leza la bondad de su autor.
Es una cosa siempre extraña, aunque frecuen-
te, lo que contrasta la biografía y la complexión
moral de ciertos escritores con el carácter de sus
obras. Tal contraste, en nadie aparece más visible
que en Saint Pierre. No existiendo — dice un crí-
tico— nada más sentimental y suntuoso que sus
escritos, donde se creyera que susurra un alma
inocente, y afectando siempre un tipo de cordia-
lidad patriarcal, visto de cerca es un hombre ma-
lo, maniático y sin escrúpulos, y hasta algo peor,
como veremos.
Bernardino de Saint Pierre nació en el Ha-
vre, en 1737. Habiendo muerto en 1814, se sigue
que alcanzó la respetable edad de ochenta y siete
años, y que, durante tan larga vida, vio cambiar
a su alrededor todo, con cambios, no graduales,
sino fulminantes, análogos a los huracanes por él
tan bien descritos en su Viaje a la isla de Francia,
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I5I
Cuando volvió de sus largos viajes aventureros,
no quedaba en pie nada de lo que pudo conocer
en su juventud, y lo mismo en la literatura que
en la sociedad, todo se había transformado como
por magia escénica. Le estaba reservado presen-
ciar el desprestigio de la Monarquía, el desastre át
la Enciclopedia, la apoteosis de Voltaire, el Tt-"
rror, durante el cual se escondió, trató de eclip-
sarse, y nadie le censurará por ello ; la Revolu-
ción, el Directorio, el Imperio, que le halagó por
boca de Napoleón. Hasta pudo ver, con Qiateau-
briand, el renacimiento religioso, cómo resur-
gían de sus ruinas los templos derribados, y cómo
se restablecía solemnemente el culto.
Para excusar la irritabilidad y la actitud de Saint
Fierre, hay que recordar su larga lucha. En la
casi bancarrota de fines del reinado de Luis XV,
se ve imposibilitado de utilizar su carrera de in-
geniero de caminos, para ganarse el sustento. Ma-
los procederes e intrigas le cierran toda salida;
y, descorazonado, acusado de locura, se expatría,
sale a buscar fortuna por Europa. Cuando llega
a Rusia, su biógrafo, que era su muy allegado
Aimé Martín, nos dice que pudo suplantar a Po-
temkine, ser el favorito de la Emperatriz ; no te-''
nemos ningún motivo para negarlo. El caso es
que no suplantó a nadie. Lo que estuvo a pique
de conseguir fué la realización de la utopía que
perseguía: refugiarse en una isla desierta— las
islas desiertas estaban muy de moda entonces — y
reunir allí a los desgraciados y oprimidos, fun-
dando una nueva Salento donde reinasen la paz,
la virtud y la dicha. Esto y sus propósitos de
152 E. PARDO BAZÁN
combatir por la independencia de Polonia, indi-
can un corazón de filántropo. He aquí que una
joven princesa se enamora de aquel caballero an-
dante de la filantropía, pero la novela no acaba en
boda, como Saint Fierre hubiese deseado. Obli-
gado a alejarse, le proponen que realice en Ma-
dagascar el plan de Salento. Se embarca, y en la
travesía averigua que el navio va a Madasgacar,
no a fundar una Arcadia, sino a hacer el comer-
cío de ébano, la trata de negros. Saint Fierre,
horrorizado, se queda en la Isla de Francia. Tam-
bién allí vio establecida la esclavitud. En la Isla,
que describe con pinceladas encantadoras al situar
allí la acción de Pablo y Virginia, se había, dice
Sainte Beuve, aburrido de muerte. El caso no es
nuevo. El recuerdo poetiza y perfuma de emoción
los lugares, no sólo donde nos hemos aburrido,
sino hasta aquellos en que hemos sido desgra-
ciados.
No se había dicho entonces que un paisaje
fuese "un estado de alma" ; pero es sabido que
nuestra alma es la que presta color y luz a los ob-
jetos ex<-.eriores. Barnardino de Saint Fierre no
podía encontrar muy lindos los paisajes de la Isla
de Francia, en primer lugar, porque parece que no
lo eran, y en segundo, porque su alma empezaba
a ulcerarse ya, con tantas decepciones y desen-
gaños. La diferencia entre la realidad y la idea-
lización, se ve en el Viaje a la Isla de Francia,
compara lo con Pablo y Virginia.
Vuelto a su patria Bernardino de Saint Fie-
rre y creyendo encontrar en ella el camino que
tantos viajes no le pudieron abrir, halló, al con-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 1 53
trario, frialdad y repulsa, en los círculos inte-
lectuales y literarios, en los grandes señores y
los enciclopedistas. Una anécdota recogida en la
Isla de Francia, le había inspirado Pablo y Vir-
ginia; y habiendo querido leer el manuscrito en
el salón de madama Necker, con el temblor del
que llama a las puertas del porvenir, empezó a
bostezar todo el mundo, y Buffon gritó a su
lacavo, que aguardaba en la antesala: "¡El co^
cheí".
Se me dirá que no es mucho si estas cosas en-
gendran hipocondría. Enfermó Saint Fierre de
uno de esos males entre morales y físicos, que
acusan lesiones profundas de la sensibilidad.
Cuando recobró un poco de calma, terminó los
Estudios de la naturaleza, y los publicó, en 1784.
El manuscrito de Pablo y Virginia dormía en al-
gún cajón. Pero los Estudios, de la noche a la
mañana, le hicieron célebre y glorioso.
Los Estudios son una obra que sólo en aquel
momento especial, en el período de pastoral opti-
mismo que precedió a la Revolución ya desen-
cadenada, pudieron encontrar tal ambiente. Hay
en ellos una apología de la Providencia, defen-
dida con argumentos de mayor o menor solidez
científica, y un himno a la naturaleza, con efu-
siones que no igualará Michelet al escribir El
insecto o El Mar, y con cuadros tan lindos como
la descripción del fresal y de las moscas y bi-
che jos que lo animan y lo enjoyan, por decirlo
así; La idea de la obra es demostrar la armonía
bella y profunda, aquello que Goethe llamó "una
secreta ley, un santo enigma", entre las formas
154 H- PARDO BAZÁN
y manifestaciones de la naturaleza visible, y la
soberana intención que las rige y guía. Cuando
se acercaba el triunfo de la Enciclopedia, y el
ateísmo era una moda y Rasta un goce (Chénier
se profesaba "ateo con delicia^') la obra de Saint
Fierre es, al modo que puede serlo en tales cir-
cunstancias, un monumento (en parte de estuco,
no hay por qué negarlo) al espiritualismo y a la
creencia en Dios. A lo cual, en gran parte, se
debió su gran éxito, y a la preparación y leva-
dura que Rousseau había dejado. La afirmación
de que la naturaleza revelaba la bondad divina y
convidaba a la bondad humana, estaba perfec-
tamente dentro de gran parte del criterio del si-
glo XVIII. Era de moda extasiarse ante la natu-
raleza ; la misma reina María Antonieta vivía en
égloga, en actitud pastoril, ordeñando sus vacas,
paseando en barquilla por los estanques de Fran-
cia, y poniendo modas como la de los vestidos
"de indiana'', frescos y sencillos, naturales a su
modo.
A veces, un detalle insignificante dice más res-
pecto al temple de los espíritus, que una larga
disertación. Cual sería la disposición del público,
respecto al culto de la naturaleza y a la sensibi-
lidad, que habiendo Bernardino de Saint Fierre
empezado un discurso con estas sencillas pala-
bras: "Soy un padre de familia y vivo en el cam-
po", no fué necesario más para que se viese Ire-
néticamente ovacionado y aplaudido.
Por los Estudios de la naturaleza, se anticipó
Bernardina de Saint Fierre a Chateaubriand, en
lo que se ha llamado /'renacimiento religioso"
EL LIRISMO EX LA POESÍA FRANCESA 1 55
Acaso fuera esa la causa de su mal humor con-
tra el autor de El genio del crisÍianis7no . En
Chateaubriand, el renacimiento religioso se funda
en lo tradicional ; es católico, para decirlo de una
vez; en Benardino de Saint Fierre se apoya en
una filosofía superficialmente deísta y en el sis-
tema de las causas finales, pero ambos van co];i^r
tra las negaciones del siglo XVIII, ambos se con-^
traponen a la obra de los enciclopedistas.
Y no fué solamente esta la novedad que trajo
Bemardino de Saint Fierre, sino que, con los
Estudios de la naturaleza y con Pablo y Virgi-
nia, entra en la literatura el exotismo, la poesía
de las comarcas lejanas, de los largos viajes. En
tal sentido, Saint Fierre es el precursor, no sólo
de Chateaubriand, sino de Humboldt..., y tam-
bién de Fierre Lx>ti.
De Pablo y Virginia puede decirse, sin más
restricciones que las que se derivan de la fecha en
que apareció y del gusto reinante, no siempre de-
fendible, que es una obra maestra, y ponerla en
parangón con los idilios más bellos que conoce la
humanidad, señaladamente el de Dafnis y Che.
Habiendo en su época hecho correr arroyos de
llanto y producido escalofríos de entusiasmo, hoy
Pablo y Virginia no consigue ni lo uno ni lo otro.
Las estrellas están en distinta posición. Fero no
podemos menos de rendirle el homenaje debido,
desinteresado ya, porque, ¡cuan lejos estamos de
la sensibilidad, de lo patético, del candor, y otras
zarandajas ! Un siglo entero, el XIX, nos ha cur-
tido y educado en su dura escuela, crítica, en
su derroche de experiencia literaria; pero acaso
156 E. PARDO BAZÁN
por lo mismo, por la imposibilidad, que confesa-
mos, de que hoy se escribiese algo como Pablo y
Virginia, hemos de ver claramente la belleza y
la inspirala felicidad de tan linda fábula.
Comparadla con La nueva Heloisa. La afecta-
ción, la hinchazón, la sensualidad de la novela de
Rousseau hacen resaltar la naturalidad del idilio
de Saint Fierre. Lo bastante breve para que no
se fatigue y agote la emoción; lo bastante tier-
no para que la pasión aparezca depurada, infantil,
misteriosa como las fuerzas naturales que la de-
terminan, Pablo y Virginia manifiesta, en su sen-
cillez, todo el encanto de la obra de arte espon-
tánea y definitiva en su categoría; concebida de
una vez, y sin esfuerzo realizada. Acaso no ha-
brá libro de imaginación en que el paisaje y las
figuras estén tan íntimamente ligadas, sean tan
inseparables. El lirismo del corazón se refleja en
el marco y fondo, tan adecuado, de la ficción en-
cantadora. Los grupos de los niños son maravillas
de gracia y de ternura.
Los Estudios de la naturaleza, libro extenso,
que costó no poco trabajo y tiempo a su autor, a
pesar de lo deficiente del elemento científico que
en ellos, por su mal introdujo, no pueden com-
pararse a Pablo y Virginia, librito corto, hecho,
al parecer, como una estrofa lírica que sale de
una vez; la joya que se recoge al paso, y que
enriquece.
Al registrar el resonante éxito de Pablo y Vir-
ginia, y aun de los Estudios, Villemain lo ex-
plica, en una literatura decadente y en una lengua
fatigada de producir obras maestras, porque los
El. LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I57
escritos de Saint Fierre encerraban lo que faltaba
al siglo XVIII; la poesía, y una poesía nueva.
Bernardino de Saint Fierre era poeta, en prosa,
en un siglo en que no hubo poesía. Si Saint Fie-
rre hubiese sido más sabio especial de lo que era ;
si no hubiese conservado la flor de fantasía que
frecuentemente es resultado de la semiignorancia,
tal vez no hubiese escrito Pablo y Virginia. Y
tampoco la escribiría si no hubiese emprendido
tantos viajes por comarcas tan diversas, y si no
se hubiese interesado tanto, desde niño, por las
cosas naturales, plantas y pájaros, insectos y me-
teoros. Hay que oír la voz del mar, atentamente,
hay que penetrar en la selva virgen y no profa-
narla, para concebir ese poemita inmortal.
Ninguna pretensión de innovador tuvo Saint
Fierre: ningún programa literario. Villemain di-
ce, a este propósito, que al innovar da en el arcaís-
mo, y va hacia Montaigne y Amyot, hacia la lite-
ratura entre pedantesca e ingenua del siglo XVI.
Su lenguaje es menos perfecto, menos ligado que
\ lengua clásica, pero es "libre, abundante en
imágenes y en expresiones felices, refrescadas
^^OT el desuso".
Al comparar el idilio de Saint Fierre con
Dafnis y Cloe, la crítica ha visto un mérito y una
superioridad en el sentimiento de pudor, en la
pureza de la obra de Saint Fierre, en el casto
amor, por Chateaubriand calificado de evangé-
lico, de los dos adolescentes Fablo y Virginia. For
aquí se le considera a su creador superior a Longo
y a Teócrito. Ahora bien; es una manía critica
esa de buscar siempre las superioridades. Las co-
158 E. PARDO BAZÁN
sas son buenas en sí, y no respecto a otras. En
tiempos de Longo, no se pintaba como bajo el
reinado de Luis XVI. Las obras literarias no son
abstracto, que quepa considerar en el vacío, fuera
de cuanto ha contribuido a que nazcan. En este
sentido se les aumenta valor si son, como Pablo y
Virginia, profundamente representativas de un
momento que no puede confundirse con otro. Lo
griego tiene una ventaja de puro antiguo, clásico
y natural, parece moderno, y Dafnis y Che pu-
dieran producirnos un efecto más contemporá-
neo que Pablo y Virginia y que Átala.
En cuanto a la Cabana indiana, de Saint Fie-
rre, prefiero a sus declamaciones los cuentos orien-
tales de Vol taire, Zadig, por ejemplo.
Pablo y Virginia es la ficción que señala un pe-
ríodo literario henchido de promesas y de gér-
menes pronto a fructificar en el romanticismo.
Así como un día hasta los barberillos cantarán el
Triste Chactas, las. familias ponen a sus hijos,
antQ5, de da Revolución, los nombres de Pablo y
Tirginia. Es un delirio de sentimentalismo; y en
ello se ve hasta qué punto concuerda la obra, y
el momento en que aparece. Muy olvidado está
hoy, y hasta puede decirse que una capa de suave
ridiculez ha caído sobre la historia de Pablo y
Virginia; pero, ¿acaso se lee más La nueva He-
loisa f ; Acaso el ardoroso episodio de Veleda,
acaso los amoríos y la muerte de Átala no duer-
men en la misma tumba en que excepto conta-
das obras señaladísimas del humano ingenio, pa-
ran todos loS; libros que un día agitaron el espí-
ritu y concretaron el ensueño de una generación?
Zh LIRISMO EN LA poesía FRANCESA 1 59
Cada libro eficaz produce un movimiento, hace
pensar o sentir, o las dos cosas a la vez, y, cau-
sado lo que causar debía, va primero a la penum-
bra, luego a la sombra. Su efecto continúa, mani-
festado en otros libros, en la impulsión general
de una época. La primer prolongación visible de
la escuela de Saint Fierre son Chateaubriand y
Lamartine.
La mejor edición que conozco, pues no las co-
nozco todas, de la Historia natural, de Buffon,
me parece la de 28 volúmenes, empezada a publi-
car por Pancouckt.
Sobre los trabajos generales de Buffon, se ha
escrito mucho, no sólo en los mismos tiempos de
Buffon, sino en todo el siglo XIX ; y ciñéndome
tan sólo al aspecto desde el cual le considero aquí,
y que no es el puramente científico, podrán con-
sultarse El elogio de Buffon, por Michaut, El es-
tudio, de Montégut, en la Revista de Ambos Mun-
dos, del 15 de Marzo de 1878, otro de Brunetié-
re, en Nuevas Cuestiones de critica, 1890, y el li-
bro de Faguet, El siglo XVIII, de 1890.
Las Obras completas de Bernardino de Saint
Fierre, fian sido recogidas y precedidas de una
Biografía, por Luis Aimé Martín, París, 1818.
El mismo Aimé Martín publicó en 1826 la Corres-
pondencia de Bernardino de Saint Fierre.
Acerca de él se puede leer con provecho La vida
privada de Bernardino de Saint Fierre, por
Meaunse, 1856; Bernardino de Saint Fierre, por
Arvéde Barine, 1891, París; Estudios sobre la
vida y las obras de Bernardino de Saint Fierre,
por Fernando Maury, París, 1892.
l60 K. PARDO BAZÁN
Y, en general, todos los historiadores literarios
de su periodo, y hasta los Diccionarios Enciclo-
pédicos, que si no son documentos eruditos, tie-
nen la ventaja de indicar fuente's en qué beber, y
son útiles como memorándum al que sabe un
poco más que ellos, en alguna materia.
XI
El sentimiento religioso en Rousseau y en la Francia de
la Revolución.— Chateaubriand; su biografía; ¿es un cató-
lico y un romántico? Sus obras; examen del "Genio del
cristianismo"; su influencia literaria y social.— JLa exalta-
ción del "yo" o autocentrismo es idea esencialmente ca-
tólica.
Antes de recoger en la personalidad del viz-
conde de Chateaubriand los grandes factores ro-
mánticos, el sentimiento religioso y la melancclía
v^rgullosa del individualismo, tengo que añadir al-
go a lo ya dicho acerca de Rousseau, porque Cha-
teaubriand fué su discípulo, y procede de él y en
parte de Bernardino de Saint Fierre, más que
nadie entre los grandes escritores iniciadores del
periodo romántico: más que el propio Lamar-
tine.
¿Cómo puede un escritor legitimista y cató-
lico beber el sentimiento religioso en otro que pa-
rece representar a la Revolución, a los sucesos que
por bastante tiempo fueron causa de que se ce-
rrasen los templos y se dijese la misa poco menos
que en las catacumbas? Esta pregunta está con-
testada con la lectura de Rousseau, con la más
ligera apreciación de su papel en la evolución espi-
ritual de Francia y aun del mundo, pues las ideas
de Rousseau cundieron, como sabemos, por todas
partes. Y Rousseau, más revolucionario o más
102 K. PARDO BAZÁN
sembrador de agitación que otros enciclopedistas,
io fué de otro modo bien distinto. Lejos de po-
der incluirle en el número de los ateos y de los
materialistas, hay que ver en él a un deista senti-
mental.
Habiéndose contradicho frecuentemente en ma-
terias políticas, y dando lugar tan pronto al con-
cepto de que procede de él el socialismo revolu-
cionario, y tan pronto al de haber proclamado la
anárquica procedencia del yo, con sus consecuen-
cias todas, Rousseau no desmintió nunca su deís-
mo, ni la sangre calvinista que corría por su ve-
nas. Un espiritualismo ardiente le inspiró la Pro-
festón de fe del vicario saboyano; y, en las Con-
fesiones, se explana la misma tendencia.
La afirmación religiosa, en Rousseau, tomó for-
ma sentimental, como la negación de Voltaire la
tomó racionalista. Desde Rousseau, el sentimen-
talismo religioso está creado. Para ello, no ha me-
nester Rousseau ser católico : cabe, y la historia lo
demuestra sobradamente, el sentimentalismo reli-
gioso más exaltado, unido a lo que en la Edad
Media se llamó herejía. Sólo tenemos que tomar
en cuenta, en el caso de Rousseau, y para expli-
carnos cómo los gérmenes y brotes de tal senti-
miento que de él proceden y que encontramos con-
tenidos en la sensibilidad de Bernardino de Saint
Fierre, no tenemos dirección católica hasta Cha-
teaubriand, debido a las circunstancias históricas.
La Revolución, aunque muchos de sus princi-
pales factores estuviesen empapados de la con-
cepción religioso-emocional de Rousseau, trató
de destruir el catolicismo, que era la religión de
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 163
Francia, por razones hasta dependientes de la psi-
cología nacional.
Con odiosa tiranía violentaron la conciencia de
los sacerdotes, obligándoles a prestar juramento
de fidelidad al nuevo régimen ; y este acto llevó a
la apostasía a mucha parte del clero de Francia.
Pero la mayoría no quiso someterse a tal imposi-
ción, y no fué sólo la convicción monárquica ; fué
la fe lo que se alzó contra las conquistas revolu-
cionarias. Creado el sistema de violencia y de
represión feroz que se llamó el Terror, la per-
secución religiosa arreció, y la fe tuvo que ser un
secreto entre los padres y los hijos, porque, en
público, no se podía profesar, y los templos, o
eran demolidos, o estaban cerrados, o dedicados
a usos innobles. Las luchas civiles de la Vendea
y Bretaña ahondaron el abismo, pues tales alza-
mientos de aldeanos eran como nuestra guerra
civil en Navarra, las Vascongadas y Cataluña, una
lucha religiosa. Y, cuando la Revolución, hubo
sentido el freno de la dictadura, el freno del ti-
rano providencial, como dijera Núñez de Arce,
uno de los motivos por los cuales Napoleón no
pareció tirano, fué porque devolvió la libertad a
la conciencia religiosa.
El hombre que dio su fórmula a este momento
memorable, fué Chateaubriand, al publicar El
genio del cristianismo.
Es, pues, un discípulo de Juan Jacobo el que
trae al romanticismo el elemento que inaugura el
período romántico. Pero no procede, como Ger-
mana Necker, baronesa de Staél, del campo libe-
ral. Es un caballero bretón, de familia más rica
104 E. PARDO BAZÁN
Cii blasones que en hacienda, y, por supuesto, le-
gitimista y católica. Su niñez ensoñadora había
corrido a orillas de un mar donde arrulla la triste
sirena del Norte, o bajo los centenarios árboles
del castillo de Comburgo, residencia llena de nos-
talgia, al borde de un lago.
Las lecturas tempranas y asiduas de Juan Ja-
cobo le calaron hasta los huesos, y por mucho que
después renegase de tal influencia, nunca pudo
desecharla. Quizá por eso su catolicismo estuvo
siempre un poco agusanado, y sin quizá, por lo
mismo veremos cómo es híbrida su acción, y el
restaurador de la religión es el innovador de la
enfermedad moral del lirismo ególatra. Por eso
Pablo Bourget al plantear — en una de sus últi-
mas novelas, El demonio del Mediodía — , el pro-
blema de si Chateaubriand ejerció una influencia
conveniente y sana, casi se inclinó a afirmar lo
contrario.
Cuando el vizconde de Chateaubriand embarcó
para América, en 1791, contando veintitrés años
de edad, llevaba, ya que no las ilusiones satur-
nianas de Bernardino de Saint Pierre, por lo me-
nos una viva esperanza de inventar tierras, de
desflorar regiones vírgenes, y de saludar, a fuer
de entusiasta admirador de Pablo y Virginia, co-
marcas intactas aún, que brindan a la pluma co-
lores y paisajes desconocidos. Inverosímil parece
que Chateaubriand sólo pasase en Nuevo Con-
tinente, que tanto lugar ocupa en sus obras, ocho
meses a lo sumo. Una noche, a la luz de la ho-
guera del campamento, leyó un pedazo de perió-
dico que refería el cautiverio de la familia real y
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 165
los progresos de la revolución, y, sin vacilar, el
hidalgo regresó a Francia y se presentó en el cuar-
tel general de los príncipes. Llevaba en la mo-
chila el manuscrito de Átala. Enfermo, extenua-
do, poco faltó para que sucumbiese en una mar-
cha forzada; y Sainte Beuve, que no es blando,
pero es justo con Chateaubriand, se pregunta, al
relatar este episodio, ¡ cómo sería el siglo XIX, a
faltar tal eslabón de la cadena, a perecer hombre
tal antes de que le conociese el mundo!
Mal restablecido pasó Chateaubriand a Lon-
dres, donde escribió un libro, el Ensayo sobre las
revoluciones, que era la escoria depositada en su
mente por el siglo XVIII, y que necesitaba echar
fuera ; uno de esos libros externos a su autor, que
sólo revelan la presión de un ambiente. La muerte
de su madre, la de una hermana, le hirieron en
el corazón; lloró y creyó, son sus mismas pala-
bras. Alguien ha negado la sinceridad de esta con-
versión nacida del sentimiento. Tratándose de un
escritor tan grande y excepcional, creo que lo in-
teresante es ver si la obra responde a esa nueva
forma de sentir. Lo demás, sería perderse en inda-
gaciones contradictorias. Chateaubriand afirmó
reiteradamente y con toda seriedad sus creencias.
**No soy — exdama — un incrédulo con capa de
cristiano; no defiendo la religión como un freno
útid al pueblo. Si no fuese cristiano, no me to-
maría el trabajo de aparentarlo: toda traba me
pesa, todo antifaz me ahoga ; a la segunda frase,
mi carácter asomaría, y me vendería. Vale poco
la vida para que la rebocemos en una farsa. Y ya
que por afirmar que soy cristiano hay quien me
l66 E. PARDO BAZÁN
trata de hereje y de filósofo, declaro que viviré
y moriré católico, apostólico, romano. Me parece
que esto es claro y positivo. ¿Me creerán ahora
los traficantes en religión? No; me juzgarán por
su propia conciencia." Por lo menos, le creyeron
críticos que no se pasan de candorosos, y la cari-
dad nos mandaría que le creyésemos también, si el
juicio no bastase para enseñarnos que, a pesar de
ciertas aleaciones sospechosas, la obra literaria de
Chateaubriand cristiana, es, en conjunto; no pa-
gana ni racionalista. Cristiana, como pudo serlo
en la hora que Dios señaló a su aparición, provi-
dencial en cierto modo; y tan cristiana, que sólo
por el cristianismo llegó al romanticismo, siendo
así que en estética Chateaubriand no soltó nunca
los andadores clásicos, ni vivió un minuto en la
Edad media, cuya belleza no comprendía.
Y no es tal incomprensión el detalle menos
curioso de la figura literaria de Chateaubriand.
La mayor parte de los aspectos del romanticismo
que iba a estallar en Europa, y que en Alemania
e Inglaterra había estallado ya, no influyen en la
concepción peculiar del autor del Genio del cris-
tianismo. Que existe en él la más profunda raíz
romántica, el individualismo lírico, no tardare-
mos en comprobarlo ; y que en p>ocos escritores se
manifiesta con tal triste energía, tampoco será du-
doso. Así y todo, Chateaubriand no es un román-
tico de escuela ; ningún canon literario proclama :
tal papel está reservado a Víctor Hugo. No cre-
yó el emigrado legitimista hacer revolución algu-
na en las letras. Y se hallan en su obra más famosa
de tal suerte entremezclados los restos del clasi-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 1 67
cismo y los brotes originales y nuevos del senti-
miento romántico, que parecen en él abrazarse
las todavía recientes y gloriosas tradiciones lite-
rarias de su patria, a las ideas estéticas venidas
de fuera, de Alemania y de Inglaterra, y hasta de
Italia, y que él no. definía, aun sufriendo su influ-
jo. Lo que sí puede asegurarse es que, cuando
entró verdaderamente en escena, había renegado
de la Enciclopedia para siempre, y desdeñado,
con caballeresca altanería, su programa. Era cató-
lico, y su catolicismo se afirmaba en las letras.
De vuelta a Francia Chateaubriand, preparó la
publicación del Genio del cristianismo, y antes la
del episodio de Átala, que cuantos escriben acerca
de Chateaubriand comparan a la paloma del Arca
portadora del ramo de oliva, así como el Genio re-
presenta el arco iris, señal de alianza entre lo pa-
sado y lo porvenir. Fué la aparición del Genio un
maravilloso golpe teatral ; anuncióse al público
la obra el mismo día en que Napoleón hizo que
bajo las bóvedas de Nuestra Señora se elevase el
solemne Te Deum celebrando el restablecimiento
del culto. En aquella ocasión Chateaubriand lla-
maba a Bonaparte "hombre poderoso que nos
saca del abismo" ; verdad que entonces no había
fusilado al duque de Enghien. El efecto del libro
fué inmenso: ni cabía más oportunidad ni más
acierto en la hora de lanzar una apología com-
pleta, poética y brillante de la religión restaura-
da. Con el Genio del cristianismo, Chateaubriand
sentaba la piedra angular de aquel magnífico re-
nacimiento religioso que se extendió a toda Euro-
pa, y que, por no citar más que nombres fami-
l68 t. PARDO BAZÁN
liares, produjo en España la filosofía de Jaime
Balmes y las teorías de Donoso Cortés.
Como este libro apenas se lee ahora, diré que
es una apología o demostración de las creencias
religiosas por medio del esplendor de su hermo-
sura. Divídese en cuatro partes. La primera tra-
ta de los misterios y sacramentos, de la verdad
de las Escrituras, del dogma de la caída, de la
existencia de Dios demostrada por las maravi-
llas de la naturaleza — asunto favorito para un
paisajista incomparable — y de la inmortalidad
del alma, probada por la moral y el sentimiento.
La segunda abarca la poética del cristianismo, de
las epopeyas, de la poesía en la antigüedad, de la
pasión, de lo maravilloso, del Deus ex machina,
del Purgatorio y del Paraíso. La tercera trata de
las Bellas artes: escultura, arquitectura y mú-
sica; de las ciencias: astronomía, química, meta-
física ; de la historia ; de la elocuencia ; de las pa-
siones ; la cuarta del culto, de las ceremonias, de
la liturgia, de los sepulcros, del clero, de las ór-
denes religiosas, de las misiones, de las órdenes
militares y, en general, de los beneficios que al
cristianismo debe la humanidad.
No cabe plan más vasto ni más alta ambición:
es el mismo ideal de la Edad media, la gran
Suma, la Enciclopedia católica opuesta a la En-
ciclopedia negadora e impía ; y en verdad que si
Chateaubriand hubiese llenado este cuadro in-
menso, en relación a nuestra edad, como Dante
llenó el de la Divina Comedia en relación a la su-
ya, Chateaubriand no sería un genio, sería un se-
midiós.
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 169
Si hoy recorremos las páginas de ese libro que
removió a su época, que fué "más que una in-
fluencia", dice Nisard — nos cuesta trabajo com-
prender su acción: sólo vemos sus defectos, la
estrechez de sus juicios estéticos y literarios — ,
cuyo mezquino clasicismo demuestra hasta qué
punto Chateaubriand era ajeno al espíritu del ro-
manticismo, e inconsciente al fundarlo, la ende-
blez de las pruebas, la frialdad del estilo, lo 'tri-
llado de los razonamientos, lo superficial de la
doctrina. Es preciso, para que nos pongamos en
lo justo, recordar que el Genio del cristianismo,
menos duro de roer que la Divina comedia, no ha
cesado de servir de texto fácil y de ser diluido y
saqueado en el pulpito y en la Prensa católica,
como advierte el mismo Chateaubriand ; por eso
nos parece que está atiborrado de lugares comu-
nes, sin fijarnos en que no lo eran, sino al con-
trario, novedades originalísimas, cuando aún en-
turbiaba el aire el polvo de las demoliciones de
los templos. Una labor más fina, una dialéctica
más acerada y altiva, una erudición sobria, pero
más segura ; una crítica máo honda, un soplo más
directam .nte venido de las cimas y del cielo, no
conseguí ían entonces lo que consiguió la obra de
vulgarización religiosa de Chateaubriand.
Recibiéronla sus contemporáneos como la tie-
rra seca recibe en estío el riego; la absorbieron
con avidez. No hubo al pronto disidentes, o si los
hubo no se atrevieron a levantar la voz; las crí-
ticas, algunas justas, fueron ahogadas; el Genio
del cristianismo armonizaba tan bien con las nece-
sidades del momento, con las miras de Napoleón
170 E. PARDO BAZÁN
y el temple conciliador del Concordato ! La cato-
licidad de la obra cooperó a difundirla y a con-
vertir un acontecimiento literario en aconteci-
miento religioso : cuando Chateaubriand, nombra-
do secretario de Embajada, pasa a Roma y soli-
cita del Papa una audiencia, encuentra al Vicario
de Dios leyendo el Genio del cristianismo.
Nótese bien que un triunfo de esta clase no se
parece a los triunfos literarios que presenciamos
hoy. Ningún escritor moderno puede esperar que
su mejor obra sea recibida como el maná; insen-
sato el que soñase con el doble lauro de restaurar
o vindicar la religión y a la vez renovar la poética
y las corrientes literarias. No se reproducirá proba-
blemente el caso del Genio del cristianismo : al con-
trario, según el siglo adelanta, la literatura va espe-
cializándose y aislándose hasta convertirse en lo
que califica un donosísimo escritor — Lemaitre — de
mandarinato : camino lleva de que lleguen a leerla
sólo los que la producen. Tampoco Chateaubriand
podrá jactarse de conseguir dos veces en su vida
tan feliz conjunción de astros. Siete años después
de la publicación del Genio da a luz la que cree su
obra maestra^ una epopeya concebida entre los
esplendores de Roma, en el seno del catolicismo;
una composición, sin género de duda, superior al
Genio, apHcando las teorías expuestas en él: no
incoherente, como Los Natchez, sino armónica, de-
purada, fruto de una madurez todavía juvenil : el
poema de Los mártires, embellecido por los castos
amores y las gentiles figuras de Endoro y Cimo-
docea, enriquecido como diadema de oro con una
perla, con el episodio de Veleda, breve y admi-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I7I
rabie ; saturado de esas comparaciones y de esas
imágenes que Qiateaubriand rebuscaba en Ho-
mero y conseguía engarzar en su estilo con encan-
to, si no con la sencillez augusta del inimitable mo-
delo ; poema, en suma, que marca el apogeo de un
talento y la plenitud de una manera elevada y bri-
llantísima. Esto sucedía en 1809. Pero el filtro ya
no actuaba, el círculo mágico se había roto ; el mo-
mento era distinto ; la Revolución, semiaplastada,
removía sus miembros de dragón que tiene siete
vidas; las críticas fueron acerbas y crueles, tibio
el entusiasmo; el público, según el dicho de Ché-
nedollé, se vengaren las reputaciones adultas de
las caricias que les prodigó cuando estaban en la
niñez. Hubo quien calificó a Los mártires de
"necedad de un hombre de talento", y Chateau-
briand, con el corazón ulcerado, se despidió de las
musas en las páginas del Itinerario. Resolvió con-
sagrar la segunda mitad de la vida a la política y
a la historia.
El Genio del cristianismo, en conjunto, señala
el momento del renacimiento religioso, en la hora
del albor romárrtico: y es una obra que, llevando
las huellas de la misma aspiración que dictaba a
Chénier su poema de Hermes, a Delille sus Tres
reinos, tiene como valor propio el de responder a
un gran movimiento de sensibilidad, de aparecer
cuando los espíritus necesitaban enlazar la tradi-
ción religiosa, interrumpida y violentamente trun-
cada por los sucesos políticos y la barabúnda de
las incredulidades intelectuales. Este renacimien-
to religioso que tuvo después, produjo los apolo-
gistas de Maistre, Bonald, Lamennais en sus pri-
172 E. PARDO BAZÁN
meros tiempos, y es la fuente de la inspiración de
Lamartine y de las primeras poesías de Víctor
Hugo, inauguró verdaderamente el romanticismo
en Francia. Allí donde tanta sangre se había ver-
tido y tantas luchas se habían realizado, donde
bajo una aparente revolución política lo que se ha-
bía debatido era la afirmación religiosa, tenía el
romanticismo que aparecer respondiendo a la ten-
dencia defensiva de esa afirmación. Por eso el
primer monumento romántico es una vasta apo-
logética cristiana. \
Y este sentimiento, por Chateaubriand restau-
rado, mejor diríamos innovado, en gran parte,
tuvo dos aspectos : el social y político, y el psico-
lógico sentimental, más genuino todavía. Los
grandes apologistas, como un Bonald, o un Veui-
llot, aspiran más que a conmover, a persuadir:
y siempre sus páginas responden a un estado tran-
sitorio de la sociedad y de la historia religiosa.
Por eso suelen envejecer y marchitarse, cuando
tal estado cambia o se modifica. Nadie lee hoy las
controversias de ' los primeros siglos de la Igle-
sia, y acaso nadie tampoco los escritos de Cal-
vino y de Lutefo. No es extraño que el Genio
del cristianismo no haya podido resistir el " paso
de los años. Pero la emoción que suscitó, transfor-
mándose, persiste. Lo observé reiteradamente en
elcapítulo SLnttv'ior: el sentimiento no cesa ya ni
un instante de surgir en diversas formas, en las
letras, y el religioso ocupa muy preferente lugar
en los diversos períodos que siguen al albor ro-
mántico.
Hasta el período más reciente, última modali-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I73
dad de la literatura que ha revestido caracteres
algo generales, el decadentismo y el simbolismo,
el sentimiento religioso impregna el desarrollo li-
terario. Son formas de la preocupación religiosa
muchas que no lo parecen, o que parecen hasta
impiedades, como el satanismo, el magismo, la ce-
lebración, o si no se quiere que en serio se haya
celebrado, la obsesión de la misa negra, y tantos
matices diversos de misticismo, que no será or-
todoxo en conjunto, pvero no olvidemos que, en
la Edad Media, tampoco todos los místicos eran
ortodoxos, ni mucho menos. Cada vez que ha re-
surgido un fermento romántico, se ha producido
un movimiento religioso, con varios y complica-
dos caracteres, y en escala tan extensa, que va
desde la hermosísima novela, pura y delicadamen-
te cristiana, El leproso de la ciudad de Aosta, de
Xavier de Maistre, hasta el sacrilego relato de
Huysmans, titulado Lá Bas. Y en las almas, la
inquietud religiosa, habiendo clavado una vez su
aguijón, lo hace como la abeja, que lo deja allí
para siempre. Esta gran inquietud atormentó a
Lamennais, trajo al retortero a Renán, originó
conversiones, como la de Bourget y la de Brune-
tiére, y, para decirlo pronto, dividió a Francia en
dos campos : porque el error capital, para mí in-
explicable, de las revoluciones, es atentar a la li-
bertad de la conciencia, como si no escribiesen en
sus programas esa misma libertad, y quisiesen re-
coger la herencia, mejorada en tercio y quinto, de
las persecuciones antiguas. Mas ello es así, y las
revoluciones han puesto a las conciencias en el
trance de optar, o por su fe, que ven tan comba-
174 '^' PARDO BAZÁN
tida cual no lo fué jamás la incredulidad en otros
tiempos, o por las instituciones de su patria, que
debieran ser tales, que todo ciudadano las aca-
tase sin tener que mutilar su alma.
Lo que más claro resulta, cuando nos fijamos
en el servicio prestado a la idea religiosa por el
vizconde de Chateaubriand, es que, coincidiendo
también en esto con su maestro Rousseau, con-
tiene una profesión de fe adversa a todo el sen-
tido de la Enciclopedia. Este sentido, lo veremos
renacer, levantar la cabeza : veremos afirmarse en
diversas formas el jacobinismo, la negación bur-
lona y sin comprensión ni sentido histórico de
ninguna especie; pero desde Chateaubriand, no
cabe duda, ha sido abollado ese endriago de car-
tón piedra, y su caricatura y su condena defini-
tiva la hará un gran novelista, Flaubert, en el
personaje divertido del inefable boticario Ho-
mais.
He dicho que faltó a la Enciclopedia el senti-
do de la Historia, y no creo que éste sea un gran
descubrimiento; porque la Historia, según V^ol-
taire y el gran Diccionario, es algo desacreditado,
imposible de tolerar, y aun de leer. En la Histo-
ria, la influencia romántica de Chateaubriand ori-
ginó un cambio profundo. No fué por medio de
El genio del Cristianismo, sino de los Mártires,
como Chateaubriand despertó el genio de Agustín
Thierry, creador de la historia narrativa en Fran-
cia, primero que la transformó, y la modificó de-
nunciando lo que faltaba a los historiadores que
le habían precedido para dar idea un tanto apro-
ximada de los cambios y diferencias que separan
Elv LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I75
a cada período del anterior, y que le dan su pro-
pio carácter.
La magnífica descripción contenida en el li-
bro VI de Los mártires, del campamento de los
Francos, hizo ver a Thierry el elemento de ver-
dad que contiene a veces la poesía — en este caso
no rimada — cuando, a su luz de luna, el historia-
dor se representa lo que fué cual si lo estuviese
presenciando, y con ese tono de realidad que pres-
tan las imágenes de la vida, concebidas por el
arte. Guiado por Chateaubriand, aprendió a dar
a los pasados siglos su tono, su colorido y su sig-
nificación. Así, a la emoción histórica, provocada
por un fragmento de poema, el canto de guerra
de los Francos *'j Faramundo, Faramundo, hemos
combatido con la espada !" se debió la bella obra,
de nadie desconocida y siempre celebrada : Histo-
ria de la conquista de Inglaterra por los nor-
mandos.
Y ahora que hemos considerado la acción de
Chateaubriand en uno de los factores esenciales
del romanticismo, el sentimiento religioso en la
obra apologética, aplacemos para el capítulo si-
guiente el estudio de otro orden de sentimientos
no menos capitales en el romanticismo, y decisivos
en el arte, en sus formas líricas. Vamos a tratar
de Átala y de Rene.
Tal es la levadura que fermenta en el romanti-
cismo, que sin ella sería únicamente una retórica.
Hay una circunstancia que lo decide todo, a mi
ver : y es el hecho innegable de que Chateaubriand
tiene, no sólo cristiana, sino esencialmente católi-
ca, la imaginación, y de los dogmas fundamentales
176 E. PARDO BAZÁN
del cristianismo se derivan hasta los libros por los
cuales se ha dudado de su fe. Rene es el primero
que -está en este caso. Todo en él repugna al ra-
cionalismo protestante, y todo en su espíritu re-
chaza el racionalismo materialista del siglo XVIII,
que se sobrepuso un momento a su verdadera na-
turaleza moral y mental. Todo en él propende al
individualismo, siguiendo en esto la doctrina, nada
racionalista tampoco, al contrario, de su maestro
Rousseau. Sutilizando un poco, no mucho, pudié-
ramos afirmar que no hay tendencia más católica
que la de hacerse centro del mundo, y ha sido en
realidad el yo, en su más exaltada expresión, lo
que ha impulsado a los místicos y a los mártires,
y lo que hacía decir a Felipe II que salvar una
sola alma valía más que adquirir inmensos terri-
torios. No digo que por este camino del yo, del
autocentrismo, no se pueda ir a la heterodoxia, y
Chateaubriand fué un tanto sospechoso siempre;
digo que es una idea que procede directamente del
catolicismo, porque las herejías procedieron siem-
pre de deformaciones de la fe.
XII
La. literatura del primer Imperio.— Los grandes literatos
no son favorables a Napoleón.— El falso Oslan.— Los salo-
nes.—Las damas novelistas: la duquesa de Duras, madame
de Krudener; su novela "Valeria". — Madame de Stael;
"Delfina" y "Corina".— El feminismo y la sociabilidad de
la Stael.— Bibliografía.
Hay en la historia de la literatura francesa un
período en que parece detenerse el movimiento
iniciado por la Revolución, y en que el romanti-
cismo, no afirmado aún poderosamente sino por
un escritor de genio, que fué, como sabemos,
Juan Jacobo Rousseau, parece ensayar su vuelo,
antes de remontarlo. Forman este periodo, los
primeros años del siglo XIX, que llena con sus
fastos y su figura colosal el Corso. Bien hubiese
querido aquel gran Capitán que surgiesen emi-
nentes literatos, siempre que estuviesen de su par-
te y le rindieran pleitesía; y fué todo lo contra-
rio, a decir verdad, lo que sucedió. Napoleón,
que tuvo apasionados admiradores después de
su caída, mientras absorbió el poder omnímodo
vio alzarse en contra suya a los grandes escrito-
res de su época, a pesar de no haber omitido me-
dio de alentar y proteger la literatura, ni de re-
compensar con pensiones y honores a los que la
representaban y se prest-aron a admitir su favor.
Así, la literatura del primer Imperio lleva un
sello especial : es algo donde se mezclan elemen-
12
178 K. PARDO BAZÁN
tos diversos, procedentes de varias épocas, que
han ido dejando residuos que el impetuoso roman-
ticismo no tardará en barrer. Quedan, en la lite-
ratura del primer Imperio, rastros de clasicismo,
del que dominó todavía en el siglo XVIII ; y, por
este carácter de retraso, puede ser incluida en el
número de las literaturas que mueren. Era una li-
teratura sin brío, que contrastaba, por su apoca-
miento, con los arrestos y el fragor de la Historia
que se atropellaba. Abundaban, eso sí, los hom-
bres de ciencia, pero los literatos propiamente di-
chos y adictos al régimen escaseaban, a pesar de
tantos premios y distinciones con que los galar-
donaba Napoleón. Y se diría que las campañas del
Corso, en las que se derrochó tanto heroísmo,
debieran inspirar a la Musa épica ; pero rara vez
han coincidido en el tiempo las hazañas y sus
cantores: es más adelante cuando la Musa re-
cobra sus derechos: Napoleón, para ser cantado,
y magníficamente por cierto, por Manzoni y Víc-
tor Hugo, tenía que sufrir primero su purgatorio
en Santa Elena, y ser inhumado en el triste peñón.
Siendo más bien clásica la literatura del primer
Imperio, no por eso interrumpieron su fermen-
tación los gérmenes ardientes de romanticismo.
Osián, el falso Osián, fué una moda literaria que
siguió el mismo Napoleón con entusiasmo y fe»*-
vor de neófito, llegando a preferir al hijo de Fin-
gal a todos los héroes que ensalzó la epopeya grie-
ga. Y Osián es un testimonio ultrarromántico, que
se aparece unido, del modo más curioso y típico,
a las manifestaciones de ese estilo que se llama
del Imperio por antonomasia, y que campea en
Elv LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 1 79
muebles, telas, porcelanas, relojes, candelabros,
cuadros y grabados. Nosotros todavía hemos vis-
to en nuestras casas viejas a Osear y a Malvina,
en bronce o en estampas con marco de rosetas. Y
un hombre tan positivo y apreciador de la reali-
dad como Napoleón, un hombre de Gobierno, un
estadista, ponía, sin embargo, sobre su cabeza este
romanticismo descabellado, el más irreal de cuan-
tos existieron.
Napoleón tuvo siempre adversos a dos elemen-
tos inestimables : los grandes escritores y la So-
ciedad, representada por los salones, que habían
resucitado y recobrado el influjo que, desde
Luis XIV, ostentaron de continuo en la cultísima
Francia. Y los salones fomentaban la ya inminen-
te restauración de la dinastía borbónica, y esto
ocurría hasta en el salón presidido por la liberal
Madama de Staél. En general, los salones eran
un ambiente favorable al romanticismo. Los salo-
nes representaban siempre la opinión de las mu-
jeres, y mejor diríamos, en este caso, de las seño-
ras, y entre ellas perseveraba el culto devoto de
Juan Jacobo Rousseau, esencialmente lírico. He-
mos notado, constantemente, el hecho de que el ro-
manticismo lírico se inició, no en el verso, sino en
la prosa ; y, bajo el Imperio, es en la novela don-
de se desarrollan los gérmenes románticos, y se
propaga, en mil ramificaciones, la escuela del au-
tor de la JSÍueva Heloisa, Cultivan la novela, en
este primer período, principalmente las mujeres,
la fiel secta de Rousseau. Entre estas mujeres
novelistas, algunas han caído en el olvido y ape-
nas si se hace de ellas la más ligera mención : ver-
l80 E. PARDO BAZÁN
bigracia, de la autora de Carolina de Lichtfield,
y de la en su tiempo muy renombrada Madama
de Genlis, que escribió Las veladas del castillo.
Parecen estas novelistas sentimentales la capa
de mantillo que abonó el terreno donde había de
brotar, vigoroso y todo hecho ramas y retoños,
el árbol de Jorge Sand. Lejos estamos de ella to-
davía, y por ahora nos limitaremos a recordar a
sus predecesoras, a las hijas de Juan Jacobo, me-
lancólicas y exaltadas. La duquesa de Duras,
grande amiga de Chateaubriand, y que reunía en
su salón a la flor de las letras y de la diplomacia,
se animó a publicar, en 1823, una novela titulada
Oiirika, y en 1825 otra titulada Eduardo. Y digo
se animó, porque Madama de Duras no es, como
Jorge Sand o la Staél, una literata profesional,
sino una escritora ocasional de esas a quienes
sus amigos convencen un día de que debe arros-
trar la publicidad, pvero que h'abitualmente la re-
huyen con elegante mohín. Ourika y Eduardo, los
dos héroes de la duquesa de Duras, son dos ena-
morados a quienes las preocupaciones sociales no
permiten realizar su dicha. En el caso de Ourika,
realmente, hay algo más que las preocupaciones
sociales : hay una cuestión de raza. Si Eduardo es
plebeyo, Ourika es negra. El punto por el cual la
duquesa — tal vez — precede a Jorge Sand, es el
que su biógrafo y retratista, Sainte Beuve, ha re-
sumido en estas palabras: "La idea áe Ourika y
de Eduardo — dice — es una idea de desigualdad,
sea natural, sea de posición social, una idea de
obstáculo, de valla, entre el deseo del alma y su
objeto: es algo que nos falta y que nos devora".
EL URISMO EN LA POESÍA FRANCESA l8l
La misma definición puede aplicarse a las crea-
ciones líricas de Jorge Sand, pero la diferencia
es grande: los personajes de la duquesa de Bu-
ras se resignan, niegan su yo, con tal arranque
afirmado por la autora áe Lelia. Ounki,
gra apasionada, que por no ver el color de su
piel había quitado de su habitación todos los es-
pejos, entra, resignada, en un convento y acaba
por decir que no exist'í reposo sino en Dios. Su
lirismo es ese dulce lirismo cristiano, cuyo ejem-
plo más tierno y delicado lo dejó en la vida Luisa
de Lavalliére.
Eduardo, por su origen y significación va más
allá que Ourika. Es la novela de la desigualdad
de condición social, algo como La de San Quintín,
de Galdós; pero es la desigualdad social pues-
ta de relieve por tan terribles acontecimientos
históricos, que en el plebeyo Eduardo y la
aristócrata Natalia parecen simbolizados los dos
siglos ''armado el uno contra el otro", de que
hablaba Manzoni. En estos libros líricos de la
Duras (católica y creyente, como lo acreditan las
Reflexiones cristianas que compuso), hay el fon-
do de melancolía y hasta de desesperación cró-
nica, la frase es de ella misma, que caracteriza a
la generación de Rene. Algo del alma de Chateau-
briand, muy atenuado, existe en el alma de la
duquesa, la cual creía que quien, en su juventud,
había presenciado el Terror y asistido a las es-
cenas espantosas que lo acompañaron, no podía
haber sido joven, y que esta tristeza primera, de
que su espíritu se impregnó, les acompañará has-
ta el sepulcro.
152 E. PARDO BAZAN
Madama de Krudener, rusa de nación, que na-
ció en Riga, el año 1764, y murió en 1824, escri-
bió una de las novelas sentiqíentales más celebra-
das: Valeria. La biografía de la autora, que en
parte se refleja en esta ficción, está, como en las
de Jorge Sand, idealísimamente mezclada al re-
lato. Madame de Krudener anuncia y precede a
Jorge Sand en varios respectos. Uno de ellos, es
el de su manera de entender la relación matri-
monial, basándola en una fusión completa de las
almas, y no sufriéndola como deber, ni como con-
trato, ni como lazo social. En tal concepto lírico
se adelanta a Jorge Sand la aristocrática dama
la cual, poco a poco, había de convertirse en la
predicadora mística, la iluminada y profetisa que
fué en sus últimos años. De gérmenes ya constan-
tes de misticismo, se notan las huellas en la nove-
la, cuya autora protesta de que ha querido hacer
una obra moral, pintar la pureza de las costum-
bres ; su héroe, aquel Gustavo tan finamente pren-
dado de Valeria, insiste muy frecuentemente en las
ideas y manifestaciones religiosas. Pero, con toda
esta pureza y esta religiosidad, Valeria no deja
de ser cosa lírica, apasionada, punto menos que
La nueva Heloisa.
Su autora la escribió el año de 1804, cuando ya
frisaba en los cuarenta y había brillado como un
astro deslumbrador en la sociedad y en el mundo.
Y la escribió en francés, habiendo sido Francia
su patria adoptiva. Sólo en ciertos matices de sen-
timiento marcado con la impronta de la raza, se
podía conocer que aquella novelista procedía del
Norte. El éxito de Valeria, muy preparado, se-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 183
gún parece, hasta por la autora misma, fué com-
pleto y brillante. Chateaubriand, entonces joven,
calificó a Valeria de hermana menor de Kcné y
otras veces la llamó "hija natural de Rene y Del-
fina".
El asunto de Valeria es igual al de H'erther,
como ya notó Sainte Beuve: trátase de un caba-
llero que se enamora de la mujer de su mejor
amigo, y lucha en vano por triunfar de una pa-
sión funesta, hasta que, no pudiendo conseguirlo,
se suicida. La heroína de la historia, parece cosa
averiguada que es la propia Madama Krudener,
que se retrata de un modo apenas disfrazado en
las páginas del libro, y pinta un lindo cuadro de
la época de la Restauración, al describirse a sí
misma bailando aquella "danza del chai", que de
tal modo entusiasmaba cuando la ejecutaba en los
salones.
En la mezcla del misticismo con otro orden de
sentimientos más profanos, también es la Krude-
ner una precursora de Jorge Sand. De ella dice
malignamente Sainte Beuve, que tuvo la costum-
bre de mezclar a Dios con todas las cosas, hasta
con aquellas en que menos debe agradarle que le
mezclen. Y el propio misticismo bastardeado en-
contraremos en las grandes novelas líricas de Jor-
ge Sand.
Al lado de estos nombres que hoy se esfuman
en la penumbra, la Duras, la Krudener, hay que
situar el nombre por tantos estilos glorioso de la
Staél. Hemos estudiado necesariamente, pero sin
insistir, algo de su crítica, poderosa, viril y pro-
funda; algo del influjo de sus ideas, que han pe-
184 E. PARDO BAZÁN
netrado por completo en la moderna mentalidad, y
abierto al romanticismo del pensamiento un cau-
ce hondísimo ; ahora, desde el punto de vista del
tema de este libro, vamos a considerar sus nove-
las líricas, por las cuales precede también a Jor-
ge Sand, si bien la afirmación que de ellas se des-
prende puede ser la contraria de la que la autora
de Lelia dejó establecida. Madama de Staél había
sufrido demasiado el roce de la sociedad; había
contado demasiado con la opinión ; había sido so-
bradamente reina de los salones, de la conversa-
ción, de la relación amistosa can talentos y gran-
dezas, para que cupiese en ella el sentido, entera-
mente derivado de Rousseau, que se insubordina
contra la sociedad, y la niega, en nombre de los
derechos del individuo.
Así, veremos a la Staél dar a ia mujer el con-
sejo contrario: el de la sumisión a las leyes so-
ciales, contra la pasión y sus derechos. Este fué
el verdadero sentido de C orina y Delfina, las dos
a su hora famosísimas novelas de la hija de Nec-
ker, del más prestigioso enemigo de Napoleón, y
el que mayor persecución sufrió por el régimen
imperial.
Delfina, de Madama de Staél, vio la luz en
1802. Es una novela de pasión y de análisis, y hay
en ella, como en todos los documentos personales
que en tal época se publicaron, visible la garra de
Juan Jaccbo. No abundan los sucesos ni los inci-
dentes en Delfina : la trama es sencilla, aunque el
final, trágico, haga de Delfina un Werther hem-
bra, pues Delfina, como tantos héroes de novela,
acaba suicidándose. Delfina, que ha enviudado y
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 1 85
respeta la memoria de su primer marido, se ena-
mora de un extranjero, Leoncio. Hay entre Del-
fina y su preferido un vivo contraste : ella no res-
peta las convenciones sociales si está tranquila
su conciencia: él es capaz de sacrificar a los
respetos humanos la pasión. Y por eso, habiendo
tratado un casamiento antes de conocer a Del fi-
na, lo realiza, aunque es a Delfina a quien quiere.
Casado Leoncio, siguen queriéndose y viéndose
y luchando, hasta que la sociedad, enemiga de
las pasiones, excluye a Delfina, y ésta no tie-
ne más remedio que retirarse a un convento,
donde acaba por tomar el velo. En estas circuns-
tancias, muere la mujer de Leoncio, 3'' corre él
al lado de su amiga; sale ella del convento; él
la abandona, y cuando él, como emigrado, ha
sido condenado a muerte, Delfina se envenena
por no sobrevivirle. En esta heroína desprecia-
dora de la opinión, de las conveniencias socia-
les, del mundo entero, que no reconoce más ley
que su propia conciencia, no es difícil ver, an-
ticipadamente, a Jorge Sand.
Al revég de lo que le había de suceder a Vale-
ria, Delfina fué atacada con verdadero furor. Se
acercaban para madama de Staél las horas malas,
el destierro. Pero también el número y la violen-
cia de los ataques es género de triunfo, y no fal-
taron acérrimos defensores a Delfina. Ha que-
dado vindicada esta novela de la acusación de
disolvente respecto al matrimonio, y hasta no ha
sido difícil ver que su moral consiste en suponer
que la dicha conyugal es más hermosa que la pa-
sión satisfecha. Y, en esto, Madama de Staél, co-
1 86 E. PARDO BAZÁN
mo hemos indicado, difiere profundamente de
Jorge Sand.
Corina, en su línea, es también un alegato con-
tra las conveniencias sociales. Su heroína las des-
deña. Verdad es que no tiene nada de extraño
que un ser tan excepcional como Corina pueda
desdeñar lo que le plazca. Corina, de la cual se ha
dicho que es como quisiera ser la autora, reúne
cuantas perfecciones y méritos se pueden soñar.
Canta, pinta, improvisa, compone versos precio-
sos, y es, además un portento de belleza y de ju-
ventud. Con semejante cúmulo de cualidades, no
hay que extrañar que la conduzcan en triunfo al
Capitolio, y allí la coronen, rindiendo tributo a su
genio. Pero Corina, astro refulgente, no es la mu-
jer que puede dar la felicidad doméstica, y el hom-
bre a quien ama tendrá que buscar esa dicha en
una mujer sencilla, modesta y dulce, y Corina será
la más desgraciada criatura. Y he aquí un concepto
bien lírico, el de la incompatibilidad de la pasión
y del sentimentalismo individualista con la dicha
apacible y obscura del hogar. Las almas marcadas
con el sello de la grandeza lírica, las almas como
las de Corina y Rene, están señaladas por la ga-
rra candente del águila, y así, a Corina, sólo le
queda la facultad de sufrir.
Este carácter de Corina, por el cual la mujer
empieza a afirmar su libertad sentimental en estas
novelas de Madame de Staél, no es si no reflejo y
expresión del alma de la autora, exenta de hipocre-
sía, franca y clara. Este alma se transparenta me-
jor aún en un capítulo del libro titulado De la li-
teratura, y que trata de Las mujeres que cultivan
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 187
las letras. En él, con la penetración que demues-
tra siempre, la Staél se hace cargo de la impor-
tancia capital que para las mujeres tiene la socie-
dad. Y, bien mirado, de lo que trata es de la im-
portancia capital que ha tenido para ella, o mejor
dicho, de lo que por la sociedad ha padecido, de
la injusticia y coacción que la han rodeado ince-
santemente, como a ser superior que era. Tenemos
aquí la misma tesis del Stello, de Vigny ; la so-
ciedad contra el ser superior; tesis de individua-
lismo, forma de la expansión a que la personali-
dad aspira, después de la emancipación que se ha
anunciado, pero que no se ha realizado. Para Chat-
terton, el enemigo es la sociedad inglesa, con su
organización a la vez puritana e hipócrita, con su
desprecio de lo que no es inmediatamente útil, con
su indiferencia hacia el arte, si el arte no llena un
fin conveniente y a la vez muy correcto; para la
Staél, el enemigo es, principalmente, y dentro de
la sociedad, el hombre ; con su tendencia innata a
oprimir al individuo superior si es mujer, valién-
dose, para realizar tal opresión, de las fuerzas so-
ciales, acumuladas desde hace siglos, para estable-
cer un orden de cosas que resiste a las revolu-
ciones.
Y así, dice concisamente: "En las monarquías,
las mujeres que aspiran a la gloria tienen que tts-
mer el ridículo; y en las repúblicas, el odio".
Al analizar los sentimientos que una mujer co-
mo la Staél pudo suscitar bajo la monarquía y ba-
jo la república, la autora pone el dedo en una de
las llagas de la Revolución, que habiendo procla-
mado los derechos del hombre, no pensó siquiera
E. PARDO BAZAN
que pudiesen proclamarse jamás los de la mujer.
Y para la Staél era esto doblemente doloroso,
puesto que aquella Revolución, no en sus excesos,
pero en su tendencia general, era la realización de
sus ideas, de su liberalismo constante, generoso y
hasta utópico, en lo que tuvo de perfectibilista.
Por eso, en el tono de calurosa moderación con
que siempre se expresa, dice en ese capítulo:
"Ilustrar, instruir, perfeccionar a las mujeres co-.
mo a los hombres, a las naciones como a los indi-
viduos, es el mejor secreto para todos los fines
razonables, para todas las relaciones sociales y po-
líticas que han menester duradero fundamento".
Pero la Staél, al protestar, de un modo mesu-
rado, sentido, contra la sociedad en lo que con-
cierne a la mujer; al encontrar en ese m.ismo sen-
timiento de protesta la inspiración lírica de Del-
fina y de Corina, no aspira a destruir la sociedad,
ni a minar sus bases; y aquí tomo la palabra
sociedad en el sentido de sociabilidad, de los la-
zos que establece, y de los cuales se forma y de-
riva la opinión. Madama de Staél es una mujer
eminentemente sociable, acostumbrada a tener su
salón, a frecuentar los de los además; su sociabi-
lidad tiene, es cierto, un color más intelectual que
aristocrático ; pero también en lo intelectual hay
aristocracias, y ella estaba muy habituada a dis-
cernirlas. Nunca pudiera aplicarse a la literatura
de madama de Staél el dictado de antisocial, con
gran razón aplicado a mucha parte de los escri-
tos de Jorge Sand. Y es que para que sea antiso-
cial una mujer francesa, tiene que haber nacido
fuera de la sociedad, si así puede decirse; en el
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 189
campo, en un círculo donde lo social sea entera-
mente accesorio y no influya en toda la vida. La
Staél, que dejó tan elocuentes documentos y ale-
gatos contra la sociedad, en un respecto, en el de
la injusticia cometida incesantemente con la mu-
jer superior, respetaba, sin embargo, profunda-
mente a la sociedad, hasta el extremo de no querer
casarse con Benjamín Constant, a quien amaba,
"por no desorientar a Europa". Y es que, en efec-
to, para la Staél, la sociedad iba más allá de Pa-
rís, y hasta de Francia: había viajado tanto, y
siempre sociablemente, formándose relaciones in-
ternacionales, dejando amigos donde quiera, que
nada tenía de ambiciosa ni de jactanciosa su frase.
En la manera de entender el lirismo que tuvo
madama de Staél, vemos la dificultad que habían
de encontrar las reivindicaciones del invidualis-
mo en el espíritu de sociabilidad francesa. No en
balde se ha afirmado que el carácter esencial de la
literatura francesa era justamente ser una litera-
tura sociable, y, por consiguiente, social, y que
nadie en Francia ha escrito si no mirando a la so-
ciedad, ''sin separar jamás la expresión del pen-
samiento de la consideración del público a quien
la dirigía, ni, por lo tanto, el arte de escribir del
de agradar, persuadir y convencer". Por eso
— suele añadirse — lo que no es claro, no es fran-
cés; por eso los prosistas franceses, en general,
no aspiran si no a hacerse entender, a que el pú-
blico se dé cuenta exacta de lo que han preten-
dido decible. Tal empeño, afirma Brunetiére, ha
sido común hasta a los románticos que al acli-
matar un vocabulario menos noble, menos se-
190 E. PARDO BAZÁN
lecto que el de los clásicos, sólo aspiran a tener
un público más numeroso.
En lo que ya no estoy tan de acuerdo, es cuan-
do el mismo ilustre critico dice que las novelas
francesas, a excepción de Adolfo y Rene, que no
son novelas, parecen todas "imágenes sociales".
Habrá que agrandar mucho la lista de estas ex-
cepciones, de estas obras que no son imágenes
sociales, pero que pudieron serlo también en su
día, aunque significasen algo en contrario a la
sociedad, según estaba formada cuando se escri-
bían tales obras. Son, a mi ver, imágenes sociales
todas las que responden a un momento en la his-
toria.
Bibliografía: Acerca de los novelistas sentimen-
tales que son una nota característica de la litera-
tura del Imperio, léase a Sainte Beuve, en sus Re-
tratos de mujeres, y, en general, en sus Lunes. Con
respecto a Madame de Staél, léanse sus novelas en
la edición de sus Obras completas, en diez y siete
volúmenes, 1820 y 1821. Y acerca de su persona-
lidad literaria y de su carácter, conviene con-
sultar el libro titulado Madama de Stael, por Al-
berto Sorel, París, 1890 ; Madama de Stael et Ita-
lie, por Dejob, París, 1890; D'Haussonville, El
salón de madama Nec'ker, París, 181 1. Copet y
Weimar, París, 1862; y Madama de Stael y su
época, por Lady Blennerhassett : está traducido
al francés, y vio la luz en París, 1890.
XIII
Víctor Hug^o, su biografía, su españolismo.— Caracteres
del lirismo de Víctor Hugo. Es un poeta verbal. Las tres
maneras de su lirismo no son sino dos en realidad.— La
poesía política. Las "Odas", las "Baladas", las "Orienta-
les".—"La tristeza de Olimpio".
Víctor Hugo nació en Besangon, en 1802. Su
familia era originaria de Lorena. Renato, duque
de Lorena, ennobleció a uno de sus antepasados.
El padre de Víctor Hugo, fué el general José
Hugo, uno de los más adictos a Bonaparte, y que
siguió la suerte del rey José, el Intruso. Estuvo a
su lado en Ñapóles, y pasó a España, cuando
José se puso la corona para ser, no Rey de Espa-
ña, si no un prefecto del Imperio. Cuando la fa-
milia del general Hugo vino a reunirse con él, el
niño Víctor fué enviado a «n colegio que se en-
contraba en la calle de San Jorge, a ia que después
se ha dado, y creo ha hecho bien en dársele, el
nombre de Víctor Hugo. Tenía el niño diez años
cuando sus padres hubieron de marcharse de Es-
paña, porque no había en ella seguridad para los
invasores ; pero llevaba Hugo consigo aquella im-
borrable impresión de España, que tanto influjo
ejerció sobre la formación del romanticismo por
lo que a Hugo corresponde en ella. De aquí la
mezcla de afectación y entusiasmo con que Hugo
habló siempre de España, trayéndola más o me-
192 E. PARDO BAZÁN
nos a cuento sin cesar. Hasta parece darle cierto
orgullo el decir que Besangon, donde nació, es
*'una vieja ciudad española", lo cual, entre pa-
réntesis, no es exacto; pero la exactitud no ha
sido jamás una cualidad de Víctor Hugo.
Por este influjo del recuerdo de España, del
sentido más o menos típicamente español de su
obra, había que empezar por este aspecto de su
biografía. Sin el viaje a España, hecho realizado
en circunstancias tan dramáticas, ni sería lo mis-
mo Víctor Hugo, ni el romanticismo que de él
procede y que le reconoció por jefe de escuela.
Ciertamente, si lo que nos representamos de
un modo muy vivo y eficaz es como si fuese ver-
dadero, no hay cosa más auténtica que el espa-
ñolismo de Víctor Hugo. No importa que, al
tratar esos asuntos españoles a que tenía tanta
afición, incurra en errores muy donosos, demos-
trados por el docto hispanófilo Morel Patio en
sus Estudios sobre España. Son lo de menos es-
tos errores: el sentimiento general español de
Hugo estaba impregnado de aquella hinchazón
especial y aquel concepto fantástico que por tanto
tiempo han viciado la idea que de España han he-
cho los franceses. Lo positivo es que la extraor-
dinaria precocidad de Hugo, realmente excep-
cional, contribuyó a que la impresión de España
fuese en él acaso decisiva.
El Víctor Hugo lírico es menos españolizante
que el dramático y menos romántico, también.
En sus comienzos, estuvo algo embebido de cla-
sicismo, y, como todos saben, impregnado de Ic-
gitimismo católico. En 1822, contando el poeta
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I93
veinte años, vio la luz el primer tomo de versos,
las Odas.
Y lo primero que tenemos que notar, en esta
como en las demás colecciones de poemas de Víc-
tor Hugo, es que su fama y nombre, enormes des-
de el primer momento, no fueron nunca el resul-
tado de una aprobación unánime. De Víctor Hu-
go se llegó a hacer, con el tiempo, un Dios ; pero
un Dios que suscitó rabiosos ateos y tenaces he-
rejes. La herejía — continuemos hablando figura-
damente— socavó su altar. La posteridad no ha
empleado un fallo unánime. Y cada vez se acen-
túa la dureza de este fallo.
La causa — o por lo menos una de las causas —
de esta diversidad de pareceres respecto de Víc-
tor Hugo, es el apasionamiento y parcialidad de
su Musa. No hablo ahora sino de su inspiración
lírica, pero en ella, es donde Hugo dio suelta
a su pasión violenta, social, política, y hasta per-
sonal.
Ha podido decirse de él que estableció su im-
perio en medio de las pasiones humanas. Pare-
cido en esto al Dante, la actualidad política le
inspiró, y mientras para todo lo que miraba desde
lejos y desde alto tuvo raudales de benevolencia,
hasta de ternura, para lo que le afectaba y le con-
trariaba poco o mucho tuvo manantiales de amar-
gura y surtidores de cólera y de hiél. Los tuvo
también para personas e ideas que más adelante
abrazó estrechamente, por ejemplo, el Emperador,
Y esta parcialidad, afirmada en tan magnífica
forma, fué lo que le valió a Víctor Hugo un pú-
blico desbordante de entusiasmo, una fama que
13
194 E. PARDO BAZÁN
no ha tenido igual. En las razones y causas de
esa fortuna rápida y deslumbradora, hay una,
sin embargo, que afecta más directamente a estos
estudios, y que hasta es su mismo asunto. El ca-
rácter revolucionario del romanticismo, y la re-
sistencia de las clásicos. Víctor Hugo no fué,
bien lo sabemos, el único romántico; pero fué el
que pareció representar de un modo más signi-
ficativo a la nueva escuela. No se le atacaba como
poeta, si no como innovador, y como innovador
se le ensalzaba también y empezaba a adorár-
sele.
Acaso en el romanticismo de Hugo no se vio,
y, en efecto, no podía verse, un resurgimiento de
las antiguas tradiciones medioevales, si no un
acceso agudo de españolismo y de orientalismo.
Conviene decir que acaso el juicio más equita-
tivo que he leído sobre Hugo, respecto a su pri-
mera época, es acaso el del clasicón a qui^n trató
de insano y de pedante : el historiador de la lite-
ratura francesa, Nisard. Nisard le calificó de. ta-
lento lleno de estro y de novedad — todas las
novedades dejan de serlo alguna vez, digo yo — ,
cuyos pensamientos son fuertes y atrevidos, lle-
nos de colorido y de elemento pintoresco, que
lleva a veces la originalidad hasta la extravagancia,
la sublimidad al extremo; y que no parece que
anda a su paso natural, sino en las alturas, donde
hay amenaza de caída.
Vio también Nisard un elemento en Víctor Hu-
go, y hay que reconocer que lo vfó temprana-
mente: el servicio prestado a la lengua francesa,
empobrecida por el clasicismo. No diré que sólo
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I95
a Hugo s€ deba este beneficio, aunque el poeta
sea uno de los más activos, y hasta de los más
conscientes artífices de la transformación, aun al
lado de Chateaubriand. El se atribuye, por o^ra
parte, el mérito mayor de ella, y se jacta de haber
sido el primero en mezclar el azul del cielo con el
fango terrestre, concediendo iguales derechos a
todas las palabras. Y, en efecto, Chateaubriand,
en su poética prosa, que casi nos obliga a contarle
en el número de los poetas, demostró los inagota-
bles recursos del idioma, su colorido, su música ;
pero Hugo fué más osado ; más radical. Las ense-
ñanzas y doctrinas de la Neología, de Lemercier,
no le cayeron en saco roto. Creyó, como el autor
de la Panhypocrisiade, el catedrático de historia
que quiso introducir tres mil palabras nuevas e:i
el idioma, y que indudablemente era hombre de
cierta originalidad, que las lenguas empobreci-
das estorbaban al pensamiento, y entendía que
fijar una lengua era crucificarla. Tempranamen-
te, Lemercier entendió que ciertas palabras de
los dialectos y de las hablas aldeanas debían ser
admitidas en la lengua general, y anunció que el
escritor que lograse hacer adoptar sus neologis-
mos, legislaría sobre el idioma. Chateaubriand,
sin anunciar nada, hizo innovación en la sintaxis
y dio a la prosa poética un vuelo desconocido.
Su estilo era también nuevo, y es bien sabido
que no era innovador sólo en el idioma. Pero
el poder de Víctor Hugo sobre las palabras, ese
modo de dominar, como un conquistador impla-
cable, la lengua, lo demostró desde los primeros
momentos de su producción literaria, y como
196 E. PARDO BAZÁN
poeta lírico, aunque haya distancia entre las Odas
y los Castigos. Conviene notar que Víctor Hugo
se sirvió de todas las palabras, no sólo popula-
res, sin> pedantescas y gongorinas, y retorció la
frase y el giro con la maestría violenta de un
Quevedo, no conservando la nobleza caballeresca
de un Zorrilla; y nombro a Zorrilla y a Que-
vedo, porque, entre nosotros, y sin exceptuar al
extraño Torres Villarroel, son de los grandes
innovadores y ahondadores del idioma.
Como condición preferente de la lírica de Hugo,
y hasta de su poesía lírica, debemos notar que,
propiamente hablando, no es lÍTÍca, en el sentido
en que el lirismo romántico puede definirse, y ha
sido considerado. Víctor Hugo es un poeta inte-
rior, y no pertenece al número de los sublimes in-
conscientes que sólo refieren la historia de su alma,
y que, si no tuviesen que contarla, nada contarían.
Es la vida externa, el ambiente, el siglo en que
vive, las circunstancias que le rodean, lo que dic-
ta su inspiración, tanto más vigorosa cuanto más
venida de fuera. Eco sonoro, según él mismo
dice ; alma de cristal, que centellea y vibra, co-
locada en el centro de todo, gran campana que
ha menester que alguien la ponga en movimiento,
tal fué Víctor Hugo, desde la Oda a las Vírgenes
de Verdún, hasta los Castigos.
Falta por eso a su poesía algo de recogimiento,
de delicadeza, de intimidad, y sólo en contados
casos, respiran sus sentimientos profundos y per-
sonales en sus versos. Por esta condición de re-
cibir y devolver en espléndida forma la excita-
ción que recibe de lo que le rodea o de lo que
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I97
le €S contemporáneo (hay que fijarse en que Víc-
tor Hugo no tiene nada de tradicional, nada que
evoque el pasado, y sus personajes de cota de
malla o de trusa, excepto quizá en Nuestra Se-
ñora de París, son nombres de hoy, o mejor di-
cho, son portavoces del autor), por esta condición,
digo, de casa con tantas puertas y ventanas, que
todos entran en ella libremente, no pediremos a
Víctor Hugo honduras psicológicas: nos conten-
taremos con que nos deslumbre su verbalismo.
Quisiera, para expresar mejor cómo entiendo es-
ta condición de Víctor Hugo, compararle a otro
poeta lírico; y será San Juan de la Cruz. Pen-
sad de dónde viene la poesía de San Juan de la
Cruz; qué ardiente hoguera, qué mundo inter-
no vemos en esa alma. Y ved cómo Víctor Hugo
es, ante todo, un gran poeta verbal. Lo que se
puede hacer con la palabra, sin llegar al foco del
sentir, lo veréis en Víctor Hugo, con una fuerza,
una energía, una riqueza de vocabulario, un sen-
sualismo y un color fuerte y hondo vigoroso, re-
tórica llena de magia.
Para venir a la primera manera de Víctor Hugo
en la poesía lírica, como quiera que es copiosa,
tendré que elegir lo que me parezca típico y li-
mitarme a ello. En la obra de todo poeta lírico
hay que proceder así : son algunas composiciones
las que marcan huella. Y, ante todo, sepamos qué
es lo que entiendo por qué corresponde a la pri-
mera materia de Víctor Hugo en la poesía lírica.
Son, a mi ver, las obras, colecciones de poesías
que publicó desde 1822 hasta 1835. Comprenden
las Odas, dos tomos, con intervalo de dos años;
19^ E. PARDO BAZÁN
las Odas y Baladas, otros dos años después ; las
Orientales; las Hojas de otoño, publicadas un año
después del estreno de Hernani, y, por último, los
Cantos del Crepúsculo. Podemos referir también
a su primera manera Las voces interiores y Rayos
y Sombras.
Aunque suele decirse que Víctor Hugo tuvo tres
maneras diferentes en su lirismo, yo diría que no
tuvo sino dos, siendo la tercera, no tanto la trans-
formación, sino la decadencia de la anterior, como
fruto de senilidad y de amaneramiento ya irreme-
diable.
En la primera, puede afirmarse que está a la
altura de los poetas más grandes de su época, y
si no les sobrepuja, porque entre ellos se cuen-
tan Lamartine y Vigny, importa que haya- sufrido
la influencia de algunos de ellos, como de los Poe-
mas antiguos, de Vigny, y las Meditaciones, de
Lamartine. No hay quien no sufra influencias, y,
por la misma generalidad del fenómeno, no hay
que extrañar si Víctor Hugo, en sus primeras
obras, no se muestra tan original como en las
que siguen; es decir, que no es áueño de la ple-
nitud de su inspiración. Aunque la edad de la
poesía parezca la de los veinte años, rara vez
se llega a ella antes de la edad viril, nell mezzo
del camin di nostra znta. La edad a la cual Víctor
Hugo publicó sus primeros volúmenes de poesías,
es la de las admiraciones y, por consecuencia, de
las imitaciones.
Lo primero que canta Víctor Hugo en sus
Odas, es la religión y la monarquía, sin la cual la
poesía no se concibe, son sus palabras. Y el ro-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA I99
manticismo, como escuela y teoría, no se deja ver
en tales versos, semejantes a los de Lebrun. Lu-
cha todavía con la tradición clásica y no acierta a
desenvolverse de ella. Con sobrada y extravagante
violencia se desenvolvió luego, al contarnos la his-
toria insensata del antropoide Han de Islandia.
Las primeras Odas, realmente, no son sino po-
litíca sentimental; y sentimental las más veces,
sigue siendo, a decir verdad, la mayor parte de
la política poética de Víctor Hugo. Cantó, en
versos rotundos y valientes, con notas de bellas
imágenes y briosas estrofas, a las vírgenes de
Verdún, guillotinadas por haber presentado fío-
res a los prusianos (cómo cambia el tiempo), al
niño del Temple, a la muerte del Duque de Be-
rry, al bautizo del Duque de Burdeos, aquel niño
del milagro, que luego fué Enrique V; y ana-
tematizó — ensayándose en el aiste de anatema-
tizar, en que fué siempre maestro — al que en-
tonces llamó Bonaparte. ¿ Qué episodio político no
habrá cantado el joven vate? La expedición de
los Cien mil hijos de San Luis a España; el caso,
muy dudoso como autenticidad, del vaso de san-
gre de la señorita de Sombreuil ; la consagración
de Carlos X ; y, sin salir de estas mismas Odas,
pero habiendo transcurrido de cinco a seis o siete
años, viene la conversión al bonapartismo, con la
Oda a la Columna, a la cual tantos versos pa-
trióticos y bélicos habían de seguir.
En la siguiente colección de Odas, la política se
eclipsa un momento, y se inicia, con la Oda titu-
lada El poeta, en la que palpita una de las ideas
que más frecuentemente se ha dilatado en ex-
200 E. PARDO BAZÁN
poner el autor : la de la misión providencial del
poeta, del cual dice en la última estrofa que "los
pueblos le rodean prosternados, el rayo le co-
rona, y todo un Dios va en su frente". Y, en
efecto, tal papel creyó siempre desempeñarlo Víc-
tor Hugo.
Las Baladas son un juego imaginativo y un
ejercicio de rimador ya dueño de los secretos de
su arte. Metros olvidados, arcaicos, resucitaron
en la Casa del Burgrave, en el Paso de armas del
Rey Juan. Y, por cierto, que es en las mismas Ba-
ladas donde se encuentra lo gracioso del relato
españolista de Doña Padilla del Flor con su gra-
cioso y castizo estribillo: "Niñas, que pasan los
bueyes; esconded vuestros delantales rojos".
Con las Orientales, viene un nuevo aspecto de
la inspiración del poeta. Son, sin duda, estos poe-
mas fruto de las circunstancias exteriores, de los
sucesos, de las grandes corrientes de opinión. Su-
cede siempre lo mismo en la poesía de Hugo. Lord
Byron había muerto cinco años antes, en Grecia,
dedicado a defender la causa de un pueblo que
quería redimirse de la tiranía de los turcos ; y el
filohelenismo, que fué en Francia una moda ade-
más de una tendencia, y suscitó hondas simpatías,
más o menos sinceras, como en tales casos suce-
de, produjo, entre otras manifestaciones, este li-
bro interesantísimo desde el punto de vista del ar-
te. Parecen sólo una colección de acuarelas de
vivo colorido, pero son verdaderamente, como en-
señó el propio Víctor Hugo, la realización del ca-
rácter de la belleza por medio del carácter." Y ¿qué
es el carácter, palabra de la cual tanto se abusa?
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 201
Todo el mundo cree saber lo que entiende por ca-
rácter, y oímos decir que tiene carácter un cuadro
y una romeria, una pared vieja y un plato regio-
nal. Y parece que a la idea de carácter va unida la
de autenticidad histórica del objeto o de la cos-
tumbre, y que el carácter es una especie de docu-
mento que revela lo genuino de las cosas. Ahora
bien, el carácter y el color de los románticos, no lo
ignoramos, han sido muchas veces la terrible aven-
tura de espectros de doña Padilla del Flor, o la
Andaluza de Barcelona, de otro poeta no menos
ilustre, aunque no tan grandioso como Víctor
Hugo. ¿Por qué encontramos en las Orientales
carácter, a pesar de las licencias, de no haber cosa
menos auténtica que su Alicante lleno de minare-
tes ni, probablemente, más fantástica que su bajá
inconsolable por que se le ha muerto su tigre de
Nubia? Sucede con esto, cuando es un gran poe-
ta el que desarrolla un tema, algo semejante a lo
que pasa con las tablas de los primitivos: abun-
dan en anacronismos, no responden a la realidad
y, sin embargo, el sentimiento que comunican es
hondo y está en armonía con el asunto, y hasta,
por momentos, nos hace olvidar lo que pudieron
ser aquellas escenas, vistas según un escueto ve-
rismo. Lo que en las Orientales es bello, hace ol-
vidar, le llega, por el camino de los sentidos, al
alma. Tal ocurre con la hermosa composición ti-
tulada Las cabezas del Serrallo. No importa que
jamás hayan coronado seis mil cabezas cortadas
las almenas y las terrazas llenas de rosas y jazmi-
nes en flor del Serrallo turco. El cuadro, por in-
ventado, no es menos trágicamente hermoso.
202 E. PARDO BAZAN
Como tipo de sentimiento lírico y de conver-
sión de un tema general en algo propio y perso-
nal, se toma siempre La tristeza de Olimpio, con-
tenida en la colección titulada Rayos y Sombras.
Olimpio es el mismo poeta, el que en Las Voces
interiores se presenta como combatido por la en-
vidia, la ironía y la calumnia, y no osando acer-
carse a una bella mujer que ha impresionado su
alma, "porque el barril de pólvora teme a la chis-
pa de lumbre". La Tristeza de Olimpio no es, en
el fondo, sino la repetición de un tema mil veces
cantado por los poetas: la rapidez del paso del
tiempo, la melancolía de que todo pase y se borre,
y de nuestras más hondas emociones y nuestros
mayores sufrimientos no quede nada, más que,
tal vez, la fisonomía de los lugares donde se des-
arrollaron. El olvido de la naturaleza, la indife-
rencia del paisaje y la casa y el jardín que llenaba
y cómo transformaba el amor y hoy sólo anima,
dolorosamente el recuerdo...
Y, en bella imagen, nos lo dice el poeta: "To-
das las pasiones se alejan con la edad, unas lle-
vándose su máscara y las otras su cuchillo, como
enjambre cantarín de histriones trashumantes,
cuyo grupo vemos decrecer detrás de la loma"...
La tristeza de Olimpio no proviene de que la
naturaleza olvide, sino de otra melancolía más
vehemente aún: de que el mismo Olimpio pueda
olvidar, perdiendo lo mejor de su yo. Y esto lo
dijeron no pocos poetas románticos, emp>ezando
por Musset, cuando confiesa que el mal de que
tanto ha sufrido desapareció como un sueño; y
es un tema que se remonta a Horacio, por lo me-
EL LIRISMO EN LA POESIA FRANCESA 203
nos, y que el Tasso desarrolló con encantadora
brevedad ; pero nadie lo ha desenvuelto de modo
tan penetrante, en forma tan perfecta, que hacen
de la Tristeza de Olimpio una de las poesías que
no morirán nunca, pues es una de las más bellas
de su autor, libre de ampulosidades, hinchazones
y estilo declamatorio.
XIV
Razones para ocuparse de escritores y obras que no son
de primera línea.— Esteban Senancour; su biografía, su
carácter melancólico. Su novela "Obermann". Examen de
la obra y de sus tendencias.— Benjamín Constant, "Adol-
fo". Examen de la obra.— Bibliografía.
Voy a hablar ahora de dos obras y dos autores,
que no tuvieron, fuera de Francia, resonancia
grande. El público español, en general, no les ha
concedido importancia, ni ha modelado su espíri-
tu en el de ellos, como no dejó de modelarlo en
el de otros escritores de fama estruendosa y uni-
versal. Las románticas de provincias, lectoras in-
saciables, los estudiantes golosos y sedientos de
novedades de lectura, pudieron, hacia 1830, prac-
ticar la devoción de Víctor Hugo, Chateaubriand
y Alfredo de Musset; pero tal vez ni de nombre
conocieron a Senancour y a Benjamín Constant.
Hay escritores que imprimen huella profunda
en su siglo; y la fama de éstos se propaga hasta
más allá de los límites de su suelo patrio, y ejer-
ce una influencia europea y mundial. No son ne-
cesariamente estos escritores que tanto consiguen
los que luego la crítica, ya depurada, coloca en
el más alto lugar: y para ejemplo, citaré a Ale-
jandro Dumas, padre, que fué sin duda, en sn
época, tan famoso como pudiera serlo el que más,
206 E. PARDO BAZÁN
y posteriormente se ha visto relegado tal vez a
un puesto inferior a sus merecimientos. Y en cam-
bio hay otros escritores que, a pesar de las revi-
siones de la critica, no llegan nunca a parecer as-
tros de primera magnitud en el firmamento litera-
rio. A los dos que son ahora asunto de mi es-
tudio, les ha sucedido eso.
Y entonces, se me preguntará, ¿por que otor-
garles igual atención que a los astros que más
resplandecen? En mi, sobre todo, podrá esto pa-
recer una inconsecuencia, pues siempre que he
tenido ocasión de opinar sobre lo que debe hacer-
se en crítica, en buena historia literaria, he repro-
bado el sistema de detenerse en el examen o si-
quiera en la referencia de los autores secundarios
y de las obras que no han de dejar rastro alguno.
He afirmado que lo que caía en olvido, caía casi
siempre con razón, y que en literatura, igual que
en historia, el derecho nace, positivamente, de la
fuerza, cualesquiera que sean las teorías y con-
vicciones generosas que se opongan a esta máxi-
ma. He entendido que con pocos nombres, si esos
nombres responden a tendencias bien caracteri-
zadas de un momento literario, puede hacerse, y
aun debe, el estudio de tal momento. Hay para
ello, por otra parte, una causa : y es que cada día
crece el número de autores y de obras, en aterra-
doras proporciones, y ni aun limitándose a un
índice caben en libro. La selección se impone fa-
talmente, v^i en un estudio parcial, o en una sabia
monograf'a. puede apurarse el contenido de un
aspecto literario, en la historia literaria propia-
mente dicha no cabe hacerlo, a menos que se dis-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 207
ponga de un número ilimitado de volúmenes, y
aun así, seria grave el inconveniente de recargar
la memoria del lector con el peso de tanto nom-
bre y de tanta obra, cuando lo único que le inte-
resa son las corrientes poderosas y los textos ver-
daderamente representativos.
En el asunto de mi libro tampoco quiero com-
prender sino lo que algo significa, y lo que con él
efectivamente se relaciona: y debo repetir, de
cuando en cuando, que no se relaciona con mi li-
bro sino lo que corresponde al lirismo. Tengo pu-
blicados tres volúmenes sobre historia literaria
francesa, con carácter general y abarcando to-
dos los géneros y todas las tendencias.
Al limitarme ahora al estudio del lirismo, ha
cambiado, forzosamente, mi punto de vista y
apartándose del conjunto, en que se disemina la
idea, se ha concretado a las representaciones de
ese lirismo, en los géneros donde encontró molde
más o menos adecuado. Y, mirados así, son do-
cumentos de significación, obras que han abier-
to extraordinario surco, aunque hayan tenido su
hora de celebridad. Son documentos de significa-
ción, porque, aun cuando no hayan sido causa de
determinados fenómenos de conciencia sentimental
y moral, responden a ellos, vienen de la difusión
de esos fenómenos en una o varias generaciones.
Por eso se emplea, apropósito de tales obras, las
palabras testimonio y documento : porque posicio-
nes del alma colectiva, que no habrían encontrado
manera de atestiguarse y acaso ni sabríamos que
hubiesen existido, constan en esos libros, y se apa-
recen, y se comprueban, como pudiera compro-
208 E. PARDO BAZÁN
barse, en una clínica, la invasión de un mal que
no se sospechaba.
Porque, lo iremos viendo al avanzar en la ma-
teria tratada, la explosión del lirismo tuvo carac-
teres morbosos, en lo moral. Esto resalta ya de
algunos de los estudios reunidos aquí, y resal-
taba también en el tomo titulado El romanticismo,
donde asenté que la literatura moderna, en Fran-
cia, se podía llamar un bello caso clínico. Debí
añadir que mucho de ese carácter morboso tenía
también en otras naciones, al menos en determi-
nados escritores, influidos por el movimiento que
arranca de Werther y de Rousseau. Es tentador,
para la crítica, el reseñar una serie de fenómenos
tan coherentes, tan estrechamente enlazados, como
éstos que van sucediéndose en el desarrollo de la
literatura moderna, de la que nace a fines del si-
glo XVIII. Tal vez hemos llegado al momento en
que el lirismo cede el paso a la literatura objetiva
y de acción. Difícil será que esta literatura, que
apenas vislumbramos, compita en fertilidad, va-
riedad, riqueza y fuerza sentimental con la que
viene a sustituir.
Quise explicar esto antes de entrar en el texto
de este estudio, para que se comprenda por qué
hablo de dos autores que, lo repito, apenas han
traspasado los Pirineos, y que no son, ni aun en
Francia, de primera línea.
Esteban de Senancour, autor de Obermann, vi-
vió su n-o corta vida en plena época romántica.
Pudo ver la aurora y el ocaso de la escuela. Na-
ció en 1770 y murió en 1846.
Su padre quiso que se ordenase de sacerdote;
Elv LIRISMO EN LA poesía FRANCESA 209
y, no teniendo vocación, huyó y se ocultó en Sui-
za. Poco después se casó, enviudó, volvió a París,
en la época del Directorio, y vivió solitario en la
gran ciudad donde había nacido. Allí escribió to-
das sus obras, hoy bastante olvidadas, excepto
una ; y murió obscuramente y casi en la miseria.
La biografía es breve, y además, carece de interés
y de acción dramática.
Para comprender la génesis de Obermann, la
novela de Senancour que hoy le salva de la obs-
curidad que hubiese envuelto su nombre, hay que
saber que Senancour fué un melancólico de naci-
miento, y no un melancólico tempestuoso y pasio-
nal, como Chateaubriand, sino un melancólico
aburrido. Fué además un discípulo de Juan Jaco-
bo, y un lírico de la Naturaleza, y un gran paisa-
jista, de los que pudieran afirmar que un paisaje
es un estado de alma. En las magníficas perspec-
tivas de Suiza, puso la desolación de la suya, vien-
do en aquellas montañas imponentes testimonio
de las ciegas fuerzas naturales, que abruman al
hombre.
El héroe de Senancour, el tipo lírico en que se
ha expresado a si propio, es un soñador que pasea
entre neveras y ventisqueros su eterno fastidio y
lo exhala en cartas dirigidas a un amigo, que no
le contesta nunca. Todo en estas cartas de Ober-
mann es sordo, apagado, brumoso como la Natu-
raleza huraña que le rodea; todo respira, no la
desesperación, sino la desesperanza, una situación
moral fúnebre, quieta y profundísima. A los vein-
te años, Obermann tiene la desgracia de no poder
ser joven. No ha sido joven nunca, y, al nacer, su
210 E. PARDO BAZAN
alma era ya como si hubiese habitado en un cuer-
po viejo, usado y exhausto por mil cansancios an-
teriores. El alma vieja de Obermann no posee ni
aun ese elemento de felicidad que aprovechan y
disfrutan bastantes viejos: una calma desengaña-
da y al abrigo de las pasiones. El sentimiento del
aborto del genio, del malograrse en todo, del fra-
caso de la existencia entera, aumenta la tristeza
obscura de Obermann, tan distinta de la brillante
altanería tristona de Rene. Según Sainte Beuve,
el verdadero Rene fué Obermann ; pero, a lo que
se me alcanza, es mucha la diferencia entre am-
bos héroes para que se les pueda identificar, y
Rene tiene muy marcadas las orgullosas lineas de
su fisonomía romántica, para que personaje nin-
guno diga más verdad que él respecto a un mo-
mento dado de la evolución.
Por ahí rara vez encontraríamos a Rene, pero
todos conocemos el tipo de Obermann. Obermann
es semejante a muchos señores contemporáneos
que, sin saberlo, sufren el tedio romántico, den-
tro de un carácter burgués. Abundan más de la
cuenta los que dentro de un cuerpo de no muchos
años llevan un alma gastada y sin vigor para
afrontar las cargas, deberes y problemas de la
vida. Son inútiles, a menos que, como Obermann,
cultiven el ensueño, y de ese ensueño hagan ma-
teria de arte. Pero acaso ha pasado la hora en que
'el arte nazca de las modificaciones de la sensibi-
lidad, y menos de la sensibilidad morbosa. Con
todo, el mal del tedio, debe de ser en la huma-
nidad muy antiguo, pero el romanticismo lo trajo
al arte, y, al analizarlo, lo hizo contagioso. Si ni
El lirismo en IvA pojísia francesa 211
hoy ni nunca s€ vieron muchos Renes, en el piso
tercero de nuestras casas puede haber Obermanes,
que sacan al sol su fastidio y la decrepitud moral
de su espíritu, si no entre los glaciares de Suiza,
por Recoletos.
Y son también innumerables los que, sintiendo
la conciencia de su valer, o creyendo sentirla, que,
para el caso es lo mismo, comprenden también
que ese valer no es aprovechable en cosa alguna,
y que están predestinados a no realizar nada, a
no salir de un surco monótono, prolongado hasta
lo infinito. No es una decepción concreta y posi-
tiva lo que ensombrece esas almas, sino una de-
cepción general, el fracaso descontado de ante-
mano, en todos los terrenos, por lo cual ni aun
intentan pisarlos.
El aspirar a algo concreto sería ya la salva-
ción para Obermann. Las dispersas fuerzas de
su alma se concentrarían, y crearían ese estado
moral, acaso el más dichoso, en que se tiende con
la voluntad a un objeto, y la tensión no permite
aburrirse. Pero justamente el obermanismo es otra
cosa: es tal vez la falta del supremo resorte de
la voluntad, en un hombre que, por confesión
propia, ni sabe lo que es, ni lo que prefiere, que
gime sin causa, que desea sin objeto, subraye-
mos, y que sólo ve que no está en su lugar, y que
se arrastra en el vacío, en infinito desorden de
tedios variados.
Jorge Sand, que no es una autoridad en crí-
tica, pero que por la viveza de su sentir aprecia
bien ciertos matices, ha escrito, a propósito de
Obermann, un párrafo precioso, que pudiera ser-
212 E. PARDO BAZAN
vir de lema a este capítulo. Dice la insigne nove-
lista: "Si el relato de las guerras, empresas y pa-
siones humanas ha tenido siempre el privilegio de
cautivar la atención de la mayoría, si el lado épi-
co de toda literatura es aún hoy el más popular,
también es cierto que, para las almas profundas
y soñadoras y para las inteligencias reflexivas y
delicadas, los poemas más importantes y precio-
sos son los que nos revelan los sufrimientos ínti-
mos del alma humana, descartados del esplendor
y variedad de los acontecimientos exteriores. Es-
tas raras y austeras producciones tienen quizá
mayor importancia que los mismos hechos de la
historia, para el estudio de la psicología al través
del movimiento de las edades... Y, sin embargo,
esas monodias misteriosas y severas en que todas
las grandezas y todas las miserias humanas se
confiesan y se muestran sin velos, como para ali-
viarse, lanzadas fuera de sí mismas, a veces, con-
cebidas en la sombra de la celda, o en el silencio
campestre, suelen pasar inadvertidas entre las pro-
ducciones contemporáneas. Tal fué la suerte de
Obermann."
No es posible establecer mejor la división de
las dos corrientes, ni abogar de más eficaz ma-
nera por la literatura íntima y psicológica. Tam
poco cabe más cumplida clasificación de los gran-
des dolores morales, que son fuente de esta lite-
ratura. Hay — dice Jorge Sand — la pasión con-
trariada en su desarrollo, es decir, la lucha del
hombre contra las cosas; el sentimiento de facul-
tades superiores, sin voluntad para realizarlas ; y,
por último, el sentimiento de facultades incom-
El lirismo en la poesía francesa 213
pletas, claro, evidente, irrecusable, asiduo, reco-
cido: estos tres órdenes de sufrimiento pueátn
explicarse y resumirse en estos tres nombres:
Werther, Rene, Obermann.
Con igual lucidez ve Jorge Sand la capital dife-
rencia entre Werther y los otros dos tipos líri-
cos, nacidos en Francia. Werther pertenece a la
vida activa del alma ; responde al amor, que como
mal moral, ha podido ser observado desde los pri-
meros siglos de la humana historia. Pero los otros
sufrimientos, el de Rene, el de Obermann, no
han podido nacer sino en una avanzada civiliza-
ción. Y la diferencia entre el sufrimiento de Ober-
mann y el de Rene, es que Rene significa el genio
sin voluntad, y Obermann, la elevación moral sin
genio, la sensibilidad enfermiza, monstruosamen-
te aislada por falta de una voluntad ávida de ac-
ción. Rene dice: "Si pudiese querer, podría ha-
cer." Y Obermann dice: "¿De qué me sirve que-
rer? Yo no podría."
Todo lo que voy transcribiendo del perspicacísi-
mo estudio de Jorge Sand, que está fechado en
1833, ^^ el momento de la reimpresión del semi-
olvidado Obermann, con prólogo de Sainte Beti-
ve ; ocasión eri que empezó a ser célebre por esta
obra su autor. Antes, bajo el Imperio, en 1804,
cuando la novela vio la luz, no se pensaba sinc en
glorias militares y energías de acción. Por bas-
tante tiempo, el extraño libro permaneció en la
penumbra. Hacia 1830, habiendo cambiado los
tiempos. Obermann respondió al espíritu de la
época. Obermann era, dice Jorge Sand : "la duda,
y la duda había cundido; pues nuestra época se
214 ^- PARDO BAZÁN
distingue por la gran multiplicidad de enferme-
dades morales, hasta ha poco inobservadas, desde
hoy contagiosas y mortiferas".
Estas palabras exactas son de mayor valor en
boca de la autora de Lelia. Son la severa conde-
nación del lirismo, hecha por el temperamento
más lírico de cuantos crió Francia. Hoy, aun los
más enamorados de la diversidad, del estudio del
alma humana hasta en sus enferm.edades dolo-
rosas, tendemos a vivir persuadidos de que la ac-
ción es la última palabra, y de que el verbo se
encarna en la acción, y no en el ensueño tortu-
rador e infecundo. En 1830, tiene más mérito ha-
ber juzgado así.
Para darnos cuenta de otra novela de análisis
moral, el Adolfo, de Benjamín Constant, consi-
dero muy secundaria la indagatoria de quien haya
sido la mujer que, bajo el nombre de Eleonora o
Leonor, figura en ella. Fuese o no madama de
Staél, y hay partidarios del pro y el contra, el in-
terés del libro no está en ese punto.
Benjamín Constant, autor de Adolfo, procede,
como Rousseau, de Suiza. Fué natural de Laus-
sanne y se recrió en París. Había nacido en 1767,
y murió en 1830, fecha esencialmente romántica.
La novela de Adolfo vio la luz en 1808, contando
el autor una edad muy madura ; pero los elemen-
tos del libro están en él desde los veinte años.
Menos la degradación moral que acompaña al
episodio de juventud de Rousseau, otro parecido
es el de Constant. Desde sus primeros años, la
mujer influyó en él, y fué, a pesar de la política,
la primer ocupación de su vida. Dos veces se casó ;
El lirismo en la poesía francesa 215
la primera se divorció; la segunda, buscó en el
matrimonio un refugio contra pasiones y trage-
dias. Pero la procedencia de Rousseau, que en-
contramos en tal número de escritores de este pe-
ríodo, se caracteriza, en los primeros tiempos de
Benjamín Constant, por una especie de contrafi-
gura de las Confesiones del ginebrino. Ha podido
decirse, con razón, que es el mismo escenario y
el mismo teatro, los mismos errores y las mismas
agitaciones, y casi las mismas ideas. La mujer que
desarrolló en Benjamín Constant el espíritu de
análisis, era una holandesa, madama de Charriére,
a quien Sainte Beuve, gran retratista de mujeres,
dedicó un retrato, examinando sus obras litera-
rias, que no fueron de las que abren surco. No por
eso dejó de ser mujer notable, de vivo y sutil en-
tendimiento, y a su contacto en interminables con-
versaciones y en largas cartas, Benjamín Cons-
tant analizó lo humano y lo divino. Y el análisis,
tal vez, engendró aquella sequedad de corazón,
rasgo visible de su fisonomíia moral. A los veinte
años, como Senancour, Benjamín Constant se
consideraba ya viejo, o al menos, gastado; su
juventud la suponía a la edad de dieciséis. La
aridez de Constant en los días juveniles no se
desmintió en la madurez. Fué siempre un hom-
bre del siglo XVIII, de ironía arenisca, sin
base firme, con fuegos artificiales de ingenio des-
engañado.
Para su época, Benjamín Constant, es sobre
todo un hombre precocísimo, que a los doce años
fué lo que se entiende por un niño prodigio. Es-
tudió en Inglaterra, en Oxford, en Erlangen, en
2l6 E. PARDO BAZÁN
Edimburgo. A los veinte años, estaba introdu-
cido en sociedad, y en los circuios intelectuales,
no muy brillantes en aquel periodo, que precedía
a la revolución. Más tarde fué chambelán del du-
que de Brunsvick. La Revolución apareció a su
espíritu desencantado el cumplimiento de la ley
que quiere que el género humano, compuesto de
necios, sea manejado por unos cuantos bribones.
No le impidió esta convicción tomar parte activa
en la política. Entre sus obras, encontramos mu-
chas que tienen ese carácter; y además lo atesti-
guaron sus discursos. Su matiz político fué el qu^
llamaríamos moderado, a distancia del antiguo ré-
gimen y del Terror, las violencias jacobinas y
terroristas, que le repugnaban. Fué un hombre de
justo medio, sin ardor de convicciones, pero que,
así y todo, logró popularidad, y fué, en general,
más afortunado en lo político que en lo literario,
pues la Academia le cerró sus puertas, y la novela
de Adolfo no es ahora más admirada que enton-
ces. Al lado del político, pondremos al historia-
dor religioso, pues Constant trabajó asiduamente
en una obra titulada De la religión, considerada
en sus orígenes, sus formas y su desarrollo, que
comprende El politeísmo romano considerado en
sus relaciones con la filosofía griega y la religión
cristiana.
En política, también es individualista Cons-
tant. Su política se reduce a restringir la autori-
dad. Consideraba el Gobierno como un mal nece-
sario, que había que limitar de suerte que hiciese
el menos daño posible. Como Rousseau, era tam-
bién individualista en religión. Reprueba las for-
El lirismo en la poesía francesa 217
mas religiosas positivas, y entiende que lo único
duradero es el sentimiento, el instinto que nos
lleva a lo infinito. A pesar de estas ideas, aparece
como un convencido de las excelencias del cris-
tianismo.
Su mayor gloria se dice que está en la oratoria,
y que era un orador extraordinario, cuyo pane-
gírico hizo Cormenin; pero la oratoria es una
cosa que no conserva inmortalidad.
Rotas tempestuosamente sus relaciones con ma-
dama de Staél, publicó Benjamín Constant el li-
brito Adolfo, que ha sido calificado de obra maes-
tra. Byron dijo de él que contiene verdades som-
brías, y que es sobrado triste para ser nunca po-
pular. Madama de Staél, a su vez, lo juzgó dicien-
do que no todos los hombres, sino los vanidosos
solamente, se parecen a Adolfo.
Adolfo — en quien se ha retratado y analizado el
autor de la novelita — , es un carácter complicado,
con mil vueltas y rincones. Era liberal sin entu-
siasmo; por encima de todo, ironista.
Escribiendo con sutil destreza, pudo recoger
sus impresiones de auto-psicólogo, en lo que tu-
vieron de más íntimo y hasta contradictorio y
anómalo. Realizó este examen de conciencia, con
los defectos inherentes a su temperamento, con la
sequedad, el rasgo el más marcado de su fisono-
mía literaria; sin frescura alguna, sin el lirismo
vehemente y desbordado de su modelo Juan Ja-
cobo. Pero el lirismo de Constant llevaba un sello
penoso de verdad, de cosa vivida ; y en esto estu-
vo el secreto de su victoria. Sismonde lo decía :
"Reconozco al autor en cada página, y ninguna
2l8 E. PARDO BAZÁN
confesión ofreció a mis ojos retrato más pare-
cido".
Con ser confesión autobiográfica, Adolfo no
deja de ser un libro de alcance general. Muchos
son como Adolfo, pero no serán capaces de ex-
plicarlo; no tendrán esa porción de sí mismos,
que es como espectadora de la otra. Constant la
tuvo, y la tuvo lucida e implacable.
El héroe. Adolfo, no es ningún hombre extra-
ordinario ; lo que le sucede, le ha sucedido a mu-
chísimos. No es Adolfo, como Rene, una indivi-
dualidad excepcional, y carece de aquella elo-
cuencia fascinadora de Chateaubriand, que re-
vela siempre al gran poeta en prosa, al alma esen-
cialmente lírica. Constant no canta : diseca. Y di-
seca hasta los tejidos más íntimos, hasta las fibras
del corazón.
El caso psicológico es el contrario del de Wer-
ther. Werther sufre porque ama, y Adolfo, por-
que ha dejado de amar. Ligado a una mujer por
lazos que ya le cansan, Adolfo quisiera romper-
los, y no puede. Tal es el único argumento de la
novela. Y es lo bastante para que Gustavo Plan-
che, crítico no muy benigno, dijese que no co-
nocía, en la lengua francesa, tres poemas tan
verdaderos como este.
Nótese que Adolfo, sin haber llegado a ser lo
que se llama popular, fué una obra muy influ-
yente en literatura. Abrió a los escritores veni-
deros, los Balzac, los Bourget, el camino del aná-
lisis de las pasiones, que no es lo mismo que su
pintura fogosa y desbordada. Dentro del análisis,
la pasión no es ni un derecho sagrado humano,
El lirismo en la poesía francesa 219
como quiso Jorge Sand, ni una especie de fatal
fascinación, como resaltó en Rene. El análisis,
hasta cierto punto, es el estudio científico de una
enfermedad del alma. Cuando el lirismo grita en
nombre de la pasión, parece que considera a la
pasión como único objeto de la vida, y pone en
ella la esperanza de toda la felicidad compati-
ble con la condición humana. El libro de Ben-
jamín Constant demostraría lo contrarío: a sa-
ber, que la pasión no es sino uno de los varios
males que afligen al hombre civilizado, y le pre-
paran desilusiones y padecimientos incalculables.
Lo que poéticamente puede llamarse dicha, es, al
contrario, fuente inagotable de dolor. Y esta mis-
ma consecuencia, que se desprende del marchito
y triste libro de Constant. resaltará en las vibran-
tes Noches, de Alfredo de Musset. Porque la pa-
sión no es, como otros sentimientos humanos,
algo perdurable; es, al contrario, un fenómeno
muy transitorio, en su grado máximo, en la cur-
va más alta de su fiebre ; pero, según sucede tam-
bién en las graves enfermedades corporales que
tienen esta fiebre por síntoma, acarrea largos su-
frimientos y estados de depresión, después de que
la fiebre ha pasado.
Tal es la consecuencia que se deduce de ese
libro de profundo desencanto, y* de gran verdad
humana.
Sobre Senancour, léase a Sainte Beuve, y el
hermoso prefacio de Jorge Sand.
Acerca de Constant : Prefacio de la edición de
Adolfo, por Sainte Beuve. — Chateaubriand : Me-
morias de ultratumba. Sainte Beuve: Retratos
220 t. PARDO BAZÁN
literarios y Nuevos lunes. Estudio sobre Adol-
fo, por Jorge Pellissier, incluido en la Historia
de la Lengua y de la Literatura francesa, publi-
cada por Petit de Juleville. — Por último, las mis-
mas obras de Constant, leidas directamente, en
especial, para nuestro punto de vista, las lite-
rarias : Adolfo, Cecilia y la tragedia Valdstein.
XV
Las segundas "Meditaciones".— Carácter de la poesía de
Lamartine.— Qué opinan de ella Lemaitre y Brunetiere.—
La religiosidad de Lamartine.- La evolución del poeta.—
"Jocelyn", "La caída de un ángel".— Cómo desaparece el
lirismo en el alma y la obra de Lamartine.— Bibliografía.
Las segundas Meditaciones de Lamartine no
fueron acogidas con entusiasmo. Si hubo diferen-
cia en la actitud del público, mayor aún entre las
dos colecciones, sin negar que entre las segundas
existen varias muy bellas. Pero el mismo autor lo
ha dejado dicho : las escribió, porque antes un edi-
tor se las habia comprado. Y también confiesa que
le faltó, para las segundas, la pasión de ánimo que
dictó las primeras. El célico fantasma se había
esfumado en la neblina del ayer ; el poeta se sen-
tía contento, reconciliado con la vida. La enfer-
medad romántica entraba en vías de curación.
Esas enfermedades son las que crían la perla.
Lo mejor de las segundas Meditaciones, es el
célebre poema El crucifijo. Y su inspiración pro-
cede todavía de las primeras : es aún el recuerdo
de Elvira lo que dicta sus estrofas. Sin embar-
go, hay que ver en este poema, y en muchos de
Lamartine, desde que se reveló su musa, otro as-
pcto de su inspiración, que convenía a su época,
ansiosa de volver a la sombra de la Cruz : la reli-
giosidad. Así como fué Lamartine romántico ge-
nuino, fué el cristiano sin rebeldía y sin mezcla
222 E. PARDO BAZAN
de paganismo (aunque no sin vagos dejos pan-
teísticos). La religiosidad natural de Lamartine,
se revela en su manera de comprender el amor.
En la poesia de Lamartine, el amor es una
especie de efusión platónica, que por el camino de
la exaltación sentimental viene a abismarse en
Dios. Las almas de los enamorados, píntalas La-
martine ascendiendo juntas al través de los ilimi-
tados espacios sobre las alas del amor, y conver-
tidas en un rayo de luz, cayendo transportadas en
el santuario de la divinidad, y confundiéndose y
mezclándose para siempre en su seno. Es un re-
flejo del Paraíso de Dante, dentro del lirismo mo-
derno. Aspira a remontarse hasta Platón y la es-
cuela alejandrina, cuyas doctrinas bebía Lamar-
tine en las lecciones de Víctor Cousin, ya que no
en el texto mismo del filósofo de la armonía y la
pureza.
Fijémonos bien en esta especialidad de la poe-
sía de Lamartine. Hay en ella algo superior a las
luchas de los tiempos, a las vicisitudes de los gé-
neros y las escuelas; hay, como excelentemente
dijo Lemaítre, a quien no se puede acusar de ce-
gueras entusiastas, la maravilla de un poeta ver-
daderamente inspirado, un poeta como los de las
antiguas edades, aquella cosa ligera, alada y di-
vina, de que habló Platón. Prolongo la cita, "Este
poeta — dice Lemaitre — tan poco literato como
Homero, expresaba sin esfuerzo alguno los her-
mosos sentires, tristes y dulces, acumulados en el
alma humana desde hace tres mil años : el amor
soñador y casto, la simpatía por la vida universal,
un deseo de comunión con la naturaleza, la in-
EL LIRISMO EN LA poesía FRANCESA 223
quietud ante su misterio, la esperanza en la bon-
dad divina que en ella se revela confusamente ; y
algo más, suave mezcla de piedad cristiana, de
ensueño platónico, de voluptuosa y grave langui-
dez".
Si puede el elogio parecer excesivo, segura-
mente no parece inadecuado. Ese "algo más sua-
ve" que Lemaitre halla en Lamartine, lo halla
toda su generación, y, después de un periodo de
injusticia y hasta diré que de desprecio, lo ha
vuelto a hallar otra generación en la cual ya no
influyen las ideas de 1820 a 1840, una generación
gastada y harta de admiraciones. Es nuestra ge-
neración, y es un adorador del clasicismo, Bru-
netiére, el que define el estilo lamartiniano por
su abundancia y facilidad maravillosa, por su lim-
pidez y sosiego, por lo inagotable de su perfecta
pureza; por la amplitud del período y por la
nobleza infundida y derramada en todo, en el
fondo como en la forma.
Para comprender el entusiasmo que pudieron
suscitar las Meditaciones, hay que tener en cuen-
ta, aparte de todo lo que pudieron valer siempre,
el momento de su aparición. Después del siglo
XVIII, de su filosofía triunfante en la convul-
sión revolucionaria, y de la violenta crisis que
trajo el Imperio, Francia, y al través de Francia
mucha parte de Europa deseaba reconciliarse con
dos sentimientos que había perdido : las creencias
cristianas, y el amor. Chateaubriand había hecho
renacer el cristianismo: pero más en su forma so-
cial que en su efusión lírica. Este papel corres-
pondió a Lamartine. En cuanto al amor, el liber-
224 S- PARDO BAZAN
tina je del siglo XVIII lo había cubierto de infe-
cunda arena, a pesar de los casos de lirismo que
conocemos en esa época misma; y es cierto que
uno de los lirismos más típicos en tal concepto fué
el de Rousseau ; pero hemos visto por qué todavía
no pudo Rousseau renovar la vida sentimental
completamente.
De él procede, como hemos dicho, el Lago de
Lamartine ; y en esa poesía-tipo, están las formas
de sentimentalidad que exigía ya la época en que
Lamartine publica las Meditaciones.
Sabemos también por qué Andrés Chénier vino
en mal momento para lograr producir una impre-
sión muy profunda ; y sabemos que Víctor Hugo
vino después que Lamartine, y que es, realmente,
hasta en el sentido cronológico, el primer poeta
lírico del romanticismo.
Cuando un poeta logra encarnar en sí y en su
musa el sentimiento predominante de una gene-
ración, ha hecho ya lo suficiente ; y que Lamartine
lo consiguió, lo demuestra, entre otros documen-
tos que pudiéramos recoger, uno bien significa-
tivo, los hermosos versos de Alfredo de Musset,
en aquella Epístola que por cierto no logró gran
acogida de Lamartine, lo cual hizo exclamar a Al-
fredo de Musset que: "Lamartine estaba viejo y
le trataba de niño". Exclamaba, el autor de las
Noches.
Qui de nous, Lamartine, et de notre jeunesse
ne sait par coeur ce chant, des antants culoré,
qu'un soir, au bord d'un lac, tu nous as soupiré?
Qui n'a lu mille fois, quine relit sans cesse
El lirismo en la poesía francesa 225
ees vers mystérieux oú parle ta maitres^e,
et qui n'a sangloté sur ees divins sanglots,
profonds comme le ciel, et purs comme les flotsf
con lo demás que sigue, y que ya más especial-
mente se refiere a las propias cuitas de Musset.
Y he aquí cómo unos mismos temas líricos — 'y
son contados los que merecen este nombre — 'Se
tras forman según el alma del poeta que los des-
envuelve. El tema del amor, en las Meditaciones,
es un misticismo platónico : muy otra cosa será en
las Noches. Y tampoco Víctor Hugo — excepto
en La tristeza del Olimpo — se asemejará al modo
de comprender e interpretar esos temas eternos:
el amor, la muerte, el ansia de lo infinito, la natu-
raleza, como los entendió Lamartine.
La religiosidad, en Lamartine, es profunda y
natural, pero no enteramente ortodoxa. Al poeta
ortodoxo, católico hasta la médula, lo encontra-
remos más tarde, entre las lacerias de un hospi-
tal y las bascas de la decadencia; y^ será aquel
Verlaine que hizo revivir la Edad Media en su
alma. La serena religiosidad de Lam.artine no
es, como queda dicho, rigurosamente católica:
tiene, en su espiritualismo y platonismo, ciertos
dejos panteísticos. Su modo de entender el amor
es análogo al de Dante y Petrarca. En una de
las obras que escribió pro pane lucrando, y que es
más bien un fárrago, el Curso familiar de litera-
tura, hace Lamartine su profesión de fe petrar-
qnista. *'Hay — dice — dos amores: el de los senti-
dos y el de las almas." Y, describiendo primero
el amor de los sentidos, engendrador de apetitos,
15
2^26 E. PARDO BAZÁN
ensalza el otro, caracterizado en la caballería, en
el heroísmo, ^n la fidelidad, en la santidad místi-
ca, en Eloísa, en Laura. El piadoso sentimiento
atraviesa a la criatura, como el rayo de sol al ala-
bastro, para elevarla a la contemplación de lo be-
llo infinito, qiié es Dios. Así, para Petrarca, Lau-
ra no es una mujer; es la encarnación de lo bello,
y los versos que Petrarca la dedica, nos embria-
gan de incienso, como nos sucedería en un san-
tuario.
Todo esto es noble y muy cristiano, pero hay
una grieta en la religiosidad de Lamartine: su
cristianismo no está empapado de catolicismo,
como el de Dante, y su platonismo tampoco es ar-
dientemente católico, como el de Fray Luis de
León y Ansias March. Por faltarle este resorte
viril, la filosofía religiosa de Lamartine fué, como
declara Menéndez y Pelayo, un deísmo vago y fi-
lajitrópico, una efusión sin la intensidad amarga
y la grandeza elegiaca de esos Salmos de David
que muchos suponen que tomó por modelo.
Pero la hora iba pasando. Casi puede decirse
que había pasado, y el poeta mismo lo sentía y
creía así, y aún sentía algo más doloroso : sentía
que gran parte de sus versos estaban "trabajados
en humo*' como severamente se dijo después.
Siempre dignos de un verdadero poeta, los versos
de Lamartine eran cada vez más desleídos y más
difusos. La emoción que animaba los primeros no
se había reproducido, y por falta de esa llama viva
que enciende la forma, se acentuaban o resaltaban
los descuidos, Tas rimas flojas, lo inconsistente del
pensamiento. Al extinguirse o al menos amorti-
Elv LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 227
guarse su estro lírico, Lamartine se dio a pensar
en la renovación. Ya le parecía que cuanto supo
expresar en El lago y El crucifijo, era cosa bala-
di ; que había que tender a fines más altos ¡ como
si hubiese nada más alto que el espíritu ! Pareció-
le que ya el siglo había dejado de ser joven, y nc
tenía oídos para la poesía del corazón ; que no era
lo bastante ingenuo para sentir la epopeya, y que
ni aun dramático podía ser, puesto que lo activo
de vida tiene más interés que h, ficción de ningún
drama.
Profesó entonces la doctrina de que había que
subordinar al deber deí ciudadano la poesía: la
quiso social, política y filosófica: en suma, la ra-
zón cantada. Cuando tales ideas exponía Lamar-
tine en el prefacio de Jocelyn, en 1835, estaba re-
servado fecundo porvenir y dilatada serie de poe-
tas grandes a la lírica francesa. Era poco antes
de que Musset escribiese las Noches, y este dato
me excusa de aducir otros.
Es cosa frecuente esta ilusión de egoísmo : lo
qué para nosotros acabó, queremos que para todos
haya acabado. Y menos que en nadie sorprende
la pretensión en Lamartine, que era muy auto-
céntrico, poco menos que Víctor Hugo.
^ Fué entonces el momento en que Lamartine, el
cisne, ensalzó al hombre que menos se le parecía
en el mundo, al que casi debiéramos llamar el
pato, pues tiene su salacidad y su afición al lo-
do: Béranger. Entre los singulares casos de la
ifeicología, cabe este que el vate puro, ideal, célico
en tanta parte de su obra, quiera por un momen-
to asimilar su Musa a otra que, por medio de
228 t. PARDO BAZÁN
canciones ligeras cuando no desvergonzadas, ha
difundido sentimientos e ideas de moral social.
No era, sin embargo, fácil a Lamartine hablar,
como deseaba, la lengua del pueblo, y lo demos-
tró la aparición de Jocelyn, que no es lirismo, pero
procede de él, y es enteramente lamartiniano, a
pesar de proponerse, ante todo, ser una imitación
o transposición de la vida humilde y real.
Jocelyn es, según la ficción de Lamartine, el ma-
nuscrito que a su muerte deja un cura de aldea.
El párroco refiere en él que no tiene vocación,
pero que, por dejar sus bienes a una hermana,
aceptó el Seminario. La Revolución le arrojó de
él, y al fin fué nombrado párroco de una aldeilla
en los Alpes. El drama íntimo vino a presentár-
sele bajo la forma de un amor cual gusta de des-
cribirlos Lamartine : tan puro como apasionado y
definitivo. Esta lucha del alma es lo más atrayen-
te del poema.
En Jocelyn encontramos lo que más caracteriza
al genio de Lamartine: el sentimiento peculiar,
profundo, de la Naturaleza. El sentimiento, me-
jor que la descripción. Los Alpes no dan una im-
presión exacta. Nunca había corregido menos,
desacatado más el precepto horaciano, que en este
poema, que tanto entusiasmo suscitó y que se tra-
dujo a todos los idiomas. No cabe duda que, a la
hora presente, Jocelyn ha palidecido, se ha secado
como el heno, y su lectura es fatigosa.
Al escribir Jocelyn, Lamartine pensaba en un
larguísimo poema, del cual la historia del cura
enamorado no fuese más que episodio sentimen-
tal. Es cosa que merece notarse este afán de los
th LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 229
poetas nacidos para líricos, de componer, como
obra definitiva de su madurez y cima de su labor,
un poema de desmedida magnitud. No ignoramos
que a ello aspiraba Andrés Chéiiier, y ese fué el
mundo que se llevaba en la frente cuando le en-
viaron a la guillotina ; y la aspiración y la realiza-
ción (con mayor o menor fortuna, eso ya lo ve-
remos) de la epopeya, constituyó la tarea incesante
de Víctor Hugo pasada la juventud. Fué uno de
los signos del buen gusto de Alfredo Musset, no
solamente no haber tenido tal propósito, sino ha-
berlo satirizado, con el donaire que le caracteriza.
Hay un error nativo, un grueso error crítico, en
suponer que por el hecho de escribir millares de
versos y abarcar en ellos todo lo divino y huma-
no, se hace, en primer lugar, obra útil y redento-
ra, y en segundo, se llega a la inmortalidad. Como
a Lamartine no se la hubiesen conquistado sus
Meditaciones, las primeras, rica esencia en pomo
chino, cual debe ser la poesía, no iría a ella por el
poema que había proyectado y planeado, y en el
cual quería encerrar nada menos que ''el alma
humana", y las sucesivas fases mediante las cua-
les Dios la hace cumplir sus destinos perfectibles
(aquí sale a relucir la influencia de la Staél). Sin
esas sucesivas fases quedábale al poeta tela cor-
tada para cuanto quisiese incluir. Muchos, sin
embargo, suponían que no pensaba Lamartine en
tal poema, y que lo anunciaba por anunciarlo. No
era así. Los fragmentos y notas para su realiza-
ción se encontraron, a su muerte, en sus cajones.
Y más hubiese valido que se consagrase a llevar-
lo adelante, que a satisfacer demandas y caprichos
230 E. PARDO BAZÁN
de editores, que no a otra cosa y a su crónica fal-
ta de recursos por imprek^isión y prodigalidad, res-
ponden ésas obras olvidadas y que no guió su plu-
ma sino la necesidad: la Historia de Turquía, la
Historia de Ruiia, los Retratos literarios de hom-
bres célebres, los Estudios, literarios también, so-
bre la Sévigné y sobre Sakespeare, los Civilizado-
res y conquistadores^ las infinitas biografías, la
impugnación á Rousseau, los periódicos políticos
y literarios que inundó de sus improvisaciones,
pues el trabajo intenso y sólido no lo conoció nun-
ca, como no conoció la exactitud de los datos, la
precisión de los recuerdos, la imposición de lo
real sobre los espejismos de la fantasía, y cambió
la forma' de todo (ya que no hasta la materia)
para amoldar sucesos, personas y lugares a su
modo de ser peculiar. Lo único que no desfiguró,
al menos en cierta parte de su poesía, fueron los
sentimientos, aunoue a veces por eso fué tan ex-
celso poeta, y nadie le negará esta prez.
En la intención de Lamartine, el poema titula-
do La caída de un ángel formaba parte de ese
poema interminable que había de comprender to-
das las edades del mundo y todas las etapas de la
humanidad y de la civilización. Sin embargo, el
escenario de La caída de un ángel no es el mun-
do real, sino otro fantástico e imaginario. Un án-
gel, castigado por haberse enamorado de una mu-
jer, a quien tenía el encargo de guaiviar, es trans-
formado en hombre, y. en unión de su amada, cae
en una sociedad brutal y perversa, donde sufren
crueles dolores y por último mueren de hambre.
El ambiente de La caída de un ángel es antedilu-
ti, IvIRISMO EN LA poesía FRANCESA 23 1
:viano, y, como dice con gracia un critico, es co-
sa ardua un poema antediluviano, cuando no he-
mos habitado el Arca. En el poema, Lamartine,
desmintiendo su wírdadera naturaleza, procede
como procedería Víctor Hugo, o más bien el bel-
ga Wiertz, el pintor de las giganterías y los ho-
rrores, de los lienzos terroríficos donde los fuer-
tes aplastan sin compasión a los débiles y peque-
ños. En la ciudad de Baal — como en las mons-
truosas pinturas de Wiertz — los gigantes — re-
yes y poderosos de la tierra — aplastan y piso-
tean al pueblo, que no les puede resistir. La cruel-
dad y la barbarie, ejercidas por la autoridad,
hacen de la ciudad de Baal un antro espantable
de iniquidad y crimen. Los palacios de los opre-
sores están hechos de cuerpos humanos, y las
alfombras de humanas cabelleras. Apropósitc, el
poeta exagera la deformidad del asunto, y más
que nunca incurre en descuidos, faltas de lengua-
je y, cosa rara en él y hasta opuesta a su carácter
literario, faltas de delicadeza y mesura, y una ma-
terialización de las ideas que nunca había cometi-
do, y una crudeza que pugna con todo cuanto nos
figuramos de Lamartine.
Dícese que la idea de tal poema nació en el via-
je de Lamartine a Oriente, en las ruinas colosales
de Balbek. Dice el crítico Vinet que el sentido
de lo inmenso y lo desmesurado se le reveló allí.
Y creyó que esta impresión de caótica grandeza
primitiva, que esta percepción confusa y visiona-
ria de las edades anteriores al Diluvio, se conver-
tirían en sus versos, en magnífica epopeya. Pero
La caída de un ángel no agradó al público : y La-
232 i;, pardo bazán
martine, dotado en esta ocasión de sentido critico,
comprendió que el público tenia razón. Volvió a
su antiguo estilo, a publicar, en 1839 (La caída de
un ángel es anterior de 1838), sus últimos versos,
Los recogimientos. Tampoco los acogió aquella
simpatía vibrante que obtuvieron las Meditacio-
nes. Veinte años antes, estaban en otra posición
las estrellas. Desde 1839, se extingue definitiva-
mente la inspiración lírica de Lamartine. No sólo
las estrellas han cambiado de posición, sino que
el sacerdote de la poesía ha perdido la fe ; porque
descree de lo poético y cree en lo social y político,
y porque dice y profesa que "un hombre que al
cabo de sus días no hubise hecho mas que rimar
sus ensueños de poesía, mientras los contemporá-
neos riñesen la gran batalla de la patria y la civi-
lización, sería una especie de payaso para divertir
a la gente..." Y el caso es que de todos, o ai me-
nos de muchos de esos combatientes de la gran
batalla nadie se acuerda ya, y por lo que Lamar-
tine hizo en esa gran batalla no se hubiese tampo-
co inmortalizado, si no hubiese sido poeta lírico,
realizándose el dicho de Teófilo Gautier : ''los ver-
sos duran, más fuertes que los bronces".
No es aquí ocasión de recordar la vida política
de Lamartine, que tiene su lugar señalado, no en
el tema de este libro, sino al tratar de los histo-
riadores; pero, como incidentalmente, sus obras
en verso que no pertenecen a la lírica demostra-
ron esa ambición que han sentido tantos literatos
insignes, desde Voltaire a Zola, pasando por La-
martine y Víctor Hugo, de ser saludados como
guías de su siglo, como directores de su desenvol-
Elv LIRISMO EN IvA POESÍA FRANCESA 233
vimiento. Jamás un escritor español abrigó estas
ambiciones, aunque se mezclase en política, como
Espronceda. Y lo que se escribe bajo el influjo de
esta aspiración, suelen ser los telones efectistas
primitivos de La caída de un ángel, o los telones
efectistas humanitarios de Los cuatro Evangelios.
No quisiera que de aqui se dedujese que yo digo
que al poeta escritor no debe importarle un co-
mino de los destinos de la humanidad. Digo sí
que no es reflexivamente, no es deliberadamente,
como se produce la belleza ni se encarnan en la
rima las más altas concepciones filosóficas. Tan
reiterados fracasos lo probaron cumplidamente.
Para conocer a Lamartine, sin perderse en lo
copioso de su producción, recomiendo la edición
de sus Obras escogidas, en catorce tomos (1849),
y los estudios de Gustavo Planche en la Revista
de Ambos Mundos (Junio de 1851; Noviem-
bre de 1856), el tomo I de los Retratos literarios,
de Sainte Beuve y las Pláticas del lunes, to-
mos I y IV ; el estudio de Brunetiére sobre La-
martine, incluido en la Evolución de la Poesía
lírica; y en general, las Historias y Manuales de
literatura contemporánea.
XVI
Bl romanticismo de escuela y la expansión del Individualis-
mo.-Cómo explica Hegel la doctrina romántica.— El ro-
manticismo, el lirismo y el individualismo— Bn qué se dife-
rencian.—Bl romanticismo como factor del individualismo.
El romanticismo de escuela trajo consigo algo
más importante que él: la expansión del indivi-
dualismo.
Para exponer su doctrina, que envuelve una
cuestión metafísica, me serviré de la exposición
que tempranamente, antes de que se presentasen
en Francia los síntomas de la escuela romántica,
hizo el insigne Hegel, cuyas palabras parecen es-
critas hoy mismo.
Formuló Hegel la teoría del arte romántico, por
oposición al clásico y al simbólico; y si bien da
la preferencia al clásico, en el cual vé la completa
encarnación del ideal unido a la realidad, recono-
ce, no obstante, los derechos de la~ poesía lírica,
que ütoa personal. "Él espíritu — dice — se aisla
del objeto, se replega sobre sí mismo, mira a la
propia conciencia, y, en vez de la realidad exte-
rior, se representa sus propios sentimientos, sus
reflexiones, sus impresiones; en suma, el fondo
de su pensamiento. Así, la obra lírica no puede
ser el desarrollo de una acción donde se refleje
todo un mundo en la riqueza de sus manifesta-
ciones, sino el alma del hombre : hay más : del
hombre como individuo, colocado en situaciones
236 E. PARDO BAZÁN
individuales." No es posible definir más claramen-
te el carácter de la poesía lírica: y no menos lu-
minosa es la definición de las especies que se en-
cuentran en la epopeya, pero que pertenecen al
tono lírico. Aplicando el análisis del filósofo de
Stugard, comprendemos perfectamente por qué,
verbigracia, las Orientales de Hugo y los Poemas
bárbaros, de Leconte de Lisie, no son materia
épica, sino lírica, y de lo más genuino.
"No es — dice — la descripción y pintura del he-
cho en sí, sino el modo de concebirlo, el senti-
miento gozoso o melancólico, de energía o de aba-
timiento lo que principalmente importa."
Con la misma justeza añade: "El poeta lírico
vive en sí mismo; concibe las relaciones de las
cosas según su individualidad poética ; y es el mo-
vimiento libre de sus sentires y pensamientos, el
objeto principal". El verdadero poeta lídco es
para sí mismo, un mundo completo : "así el hom-
bre, en su natuarleza íntima, se convierte en obra
de arte". Profundísima observación, cuyo alcance
asombra.
El límite a esta doctrina, es el mismo Hegel
también el que lo marca. "El poeta — dice — tiene
sin duda derecho a descubrir los estados de su
alma ; pero no estamos dispuestos a conocer todo
los que nos quiera contar, sus predilecciones espe-
ciales, sus detalles domésticos, sus historias de al-
coba, sus menudencias." Comentemos un tanto
esta restricción.
Tiene, en efecto, derecho el poeta lírico a re-
velar su alma ; pero es cuando en ella haya algo
digno de interés, que en obra de arte se pueda
El, LIRISMO EN EA POESÍA FRANCESA 237
convertir. Y esta condición es la misma que pon-
dria yo a la doctrina individualista, tan exten-
dida y poderosa. No todos los individuos nos
importan, y hay una cantidad inmensa de indi-
viduos que deben sernos indiferentes (excepto
en lo que tienen de prójimos, como enseñó el cris-
tianismo). Esto es lo que en realidad ocurre.
Con razón dice Hegel que no todo sentimiento
personal y particular es interesante en sí mismo.
Y con igual acierto reconoce que el sentimiento
interior, en un alto poeta, puede dar cabida a los
pensamientos más grandes y las ideas más vastas.
Como modelo de este modo lirico, propone He-
gel a Schiller.
No son enteramente equivalentes, aunque así
lo entiendan ilustres maestros, los tres térmi-
nos de romanticismo, lirismo e individualismo:
la distinción entre estos y el primero es relativa-
mente fácil; la de los dos últimos, más difícil,
sobre todo porque la palabra individicalismo no
es muy exacta, y, si no se prestase a demasiados
equívocos políticos la sustitución, yo la sustitui-
ría por la de anarquismo. Baste decir que un poe-
ma, en verso o en prosa, puede ser romántico, y
no ser lírico.; puede ser lírico, y no ser individua-
lista en el sentido anárquico de la palabra. Si
ese poema, aunque revele algo íntimo, no afirma
la independencia de esa intimidad, será lírico,
pero no individualista.
Lo íntimo y personal es aquello que lleva a la
obra, no el reflejo de lo externo y de lo obser-
vado, sino el reflejo más vivo y hasta en cierto
concepto más real, del alma del escritor o del poe-
238 K. PARDO BAZÁN
ta. Y cuando ese poeta o ese escritor pone su yo
a la sociedad que le rodea ; cuando la desafía no
con las armas ni en la calle, sino con la pluma o ,
con la lira, ya que hemos de aceptar la distin-
ción, puramente formal dentro del romanticismo,
entre el prosista y el poeta, es cuando podemos
diagnosticar el caso de individualismo.
El individualismo, que tenía sus precedentes
desde la Reforma de Lutero, es lógico, profun-
damente lógico, en un momento en que no sólo
han sido echadas por tierra muchas creencias y
dogmas, sino atacada y disuelta en gran parte la
constitución social, y se ha formado, por la anar-
quía, bajo el nombre de Revolución, un régimen
nuevo. Y el lirismo, que ha existido siempre, pero
que no ha estallado hasta que se lo permitió él
romanticismo, tenía que alzarse muy potente des-
pués de tantos dolores y horrores, de tanta san-
gre vertida, de tal compresión de miedo o de in-
dignación oculta en los espíritus. Es cierto, se me
dirá, que el lirismo precede a la Revolución, y
que Juan Jacobo y Bernardino de Saint Fierre
se le anticiparon. No obstante, la generación lí-
rica que viene después de ellos, trae, en su ner-
viosismo, la huella de aquella perturbación psi-
cológica colectiva. Tal vez sea esta la causa de
que encontremos tantos líricos, entre los mayores,
que pertenecen a la clase desposeída, herida por
el trastorno revolucionario : Chateaubriand-, Vig-
ny, Lamartine — y casi diría Víctor Hugo, y hasta
diría con mayor motivo, Jorge Sancl, con su aris-
tocracia de la mano izquierda.
Habiendo consagrado bastantes páginas a re-
El lirismo en la poesía francesa 239
cordar los precedentes y oríg"enes del lirismo, no
necesito. decir que siempre han existido, además
de obras, temperamentos líricos, y casos líricos
en la literatura, y de individualismo también. La
diferencia es que, desde Juan Jacobo, el lirismo
se impone, y a su amigar o, el individualismo re-
clama en alta voz sus derechos. A cada paso, el
individuo tiene mayor conciencia de sí propio, y
sabe mejor diferenciarse del conjunto y de la
sociedad. A veces, dentro de este periodo román-
tico, un hombre se opone él solo a una nación, y
he aquí el caso de Enrique Heine, en parte, y el
de lord Byron. Más adelante, veremos a una
nación aplastar a un individuo genial, que se lla-
mó Osear Wilde, y esto puede decirse que acaba
de suceder, pues la admirable Balada de la cárcel
de Reading, lleva por fecha el año de 1897.
Es decir, que la lucha del individualismo, no
ha terminado, ni terminará tan pronto. Lo que
veremos derrumbarse, será el castillo romántico^
con sus alminares y sus barbacanas, sus torreo-
nes y sus tamboretes, sus blasones esculpidos y su
puente levadizo de hierro; pero, al caer la escuela
del romanticismo, el lirismo seguirá alzándose, y
el individualismo ensanchará sus conquistas, has*
ta qué podamos decir si será el individuo o la
sociedad quien obtiene final victoria.
Dada la situación presente, la lucha parece lar-
ga y empeñada, pero la sociedad es siempre más
fuerte; más compacta, fundándose en necesida-
des más apremiantes y colectivas.
Para confirmar lo que antes dije, respecto al
papel de la Revolución en el desarrollo del indi-
240 E. PARDO BAZÁN
vidualismo, permítaseme citar un párrafo de Bru-
netiére. ''Al derribar las vallas, al abrir toda ca-
rrera, al proponer a todos como premio, sino
como presa placeres y fortunas, Honores y poder,
la Revolución hizo del desarrollo, del perfeccio-
namiento, de la cultura intensiva del yo, el fondo
mismo de la educación". Y, naturalmente, de aquí
se sigue la santificación del individuo, la legiti-
midad de su instinto; y de aqui la proclamación
del derecho a satisfacerlo.
Fijemos bien este carácter del individualismo,
sancionado por las afirmaciones revolucionarias.
No es la proclamación de derechos del indi-
viduo genial, del hombre o de la mujer excep-
cionales como un Vigny o una Jorge Sand. No ;
esta categoría, invocada un momento, está llama-
da a borrarse pronto, y a ser sustituida por un
acratismo radical. El individuo es sagrado, no p)Or
valer, sino sencilla y meramente por su condición
de individuo, inconfundible con la colectividad.
Y claro es que esta suposición es la más incom-
patible con los derechos del arte: porque el arte
será siempre una excepción, y, por tanto, una
especialización individual. Así, a medida que los
principios del individualismo político y social van
avanzando y ganando terreno, el arte pierde su
eficacia sobre las colectividades, y pasa a ser pa-
trimonio y bien y pan espiritual solamente de
unos pocos, cada vez más distanciados del público.
Este hecho no lo comprobaremos, naturalmente,
en la época romántica ; no se ha extendido toda-
vía en ella la doctrina individualista hasta ese
grado. Lo veremos, en cambio, resaltar con cía-
El. LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 24 1
ridad meridiana, cuando llegue el período deca-
dente, y se consolide el aristocrafismo y hasta el
esoterismo del arte.
El individualismo, en efecto, pudo ser la san-
ción de una aristocracia; pero, al difundirse la
doctrina, se convirtió en lo contrarío, y dio base
a la legitimación de todo criterio individual. Era
la peligrosa enseñanza de Rousseau : el individuo
reúne en sí todos los derechos, no por ser excep-
cional, no por ser grande, no por ser fuerte : sola-
mente por ser hombre. Así, todo hombre, el más
ignaro, el más criminal, el más miserable, puede
enfrentarse con la sociedad y afirmarse contra
ella; y todo le será lícito.
He aquí la raíz ideológica del desorden moral
en que vivimos, y de la necesidad de revisar estos
principios por tanto tiempo sostenidos como in-
concusos. Yo creo que, en esta cuestión, nuestros
nietos tendrán mucho que corregir y algo que reír
de la candidez de ciertas doctrinas, por ejemplo,
las penales, que ya van modificándose, pero que
han sido hasta no ha mucho la aplicación de este
individualismo panfilista, que. a pesar de las lec-
ciones que nos da la naturaleza, la diaria obser-
vación y» la razón vigilante, sigue obstinado en
legitimar los instintos de todos, y en no ver las
desigiialdades congénitas que entre individuo e
individuo existen; las desigualdades individua-
les, naturales, imposibles de nivelar.
El romanticismo, primer heraldo y írompetero
de las franquicias del individuo, sobrevivirá, sino
como escuela literaria, como tendencia, por ese
principio de consecuencias incalculables. La con-
16
242 E. PARDO BAZÁN
sagración del yo la encontraremos j no sólo en in-
numerables poetas y novelistas, sino en pensado-
res y. filósofos; el recoger sus opiniones me obli-
garía la extenderme demasiado. Enseña Hegei
en su Poética, como sabemos, que el fondo de
toda obra de arte lírica es siempre el individuo,
su imaginación y su sensibilidad peculiar. Y Fich-
te va más allá que el gran idalista, y afirma que
el yo, al oponerse, se convierte en causa y efec-
to de sí propio, por la cual no hay otra realidad
efectiva sino el yo, y nada, incluso la naturaleza
exterior, existe sino por él y en él. El romanti-
cismo, sin razonarlas, sin admitir cortapisa algu-
na, ha adaptado estas doctrinas. Y la doctrina, por
desgracia, irá más allá del romanticismo de es-
cuela ; y una vez emancipado el yo, la escuela pudo
desaparecer, pero la semilla y la planta ya no ha-
bía quien las arrancase.
En pleno período romántico hemos visto des-
arrollarse el germen del individualismo genera-
•|Ízado y extendido a todos los hombres, en las
ideas de Jorge Sand y en la idolatría humani-
taria que las satura, en determinado período de
su vida. Este culto declamatorio y delirante de
la humanidad no fué exclusivo de unas cuantas
novelas: la idolatría se extendió. Al proclamar
la divinidad del hombre, fatalmente se iba a pro-
clamar la del individuo, consagrado en sus pa-
siones, en inevitable materialidad del instinto, y
del instinto más bajo.
Y el resultado ha sido lo que elocuentemente
expresa un delicado pensador y artista^ Eduardo
Rod : ''La mayor parte de nuestros contempo-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 245
ráneos, arrastrados por la corriente individualista
que arrolla al siglo, y a la cual, en ciertos respec-
tos, debe su grandeza, han introducido el indivi-
dualismo donde sólo puede ser un fermento de
corrupción. En lugar del sacrificio del yo, en que
reposa toda su concepción elevada, han querido
el triunfo del yo". Este mismo escritor, tan idea-
lista, ha sido gran profeta, al señalar la inevitable
reacción que tiene que venir en pos de este perio-
do de demolición sorda unas veces y furiosa otras,
de esta quiebra de todos los valores tradicionales.
"La reacción — escribe — va tan aprisa, que ya se
expone a arrastrar, con las corruptoras doctrinas
que ha encontrado en su camino, algunas de las
mejores conquistas y de los más generosos en-
sueños de libertad. Ya los países cierran sus fron-
teras, con tanta prisa como las abrían antes ; ya
los pueblos se arman sin tregua, la palabra fra-
ternidad arranca sonrisas, y la guerra, si estalla,
nos llevará a tiempos que recuerden la invasión
de los Sarracenos y de los Hunos". Estas pala-
bras de vidente están escritas en 1891, veintitan-
tos años antes del conflicto mundial, a que asisti-
mos, y que bien pudiera ser, sino el término del
individualismo anárquico, por lo menos su eficaz
represión. La forma más positiva del lazo social,
es la nacionalidad, y la nacionalidad es lo que se
afirma con energetismo hasta brutal, heroico y
cada vez más tenaz en su paciente obra de des-
trucción y m.uerte, en la continuidad de esta gue-
rra, sin ejemplo. Y ved cómo, sintiendo todos el
dolor de tanto estrago, vemos, sin embargo, en
*§ta guerra algo que quizá anuncia una resurrec-
244 H. PARDO BAZAN
ción de los ideales colectivos, minados por el in-
dividual, desde hace acaso tres siglos, desde Ra-
belais, que canonizó el instinto, y Montaigne y
Montesquieu, que formularon verdaderos prin-
cipios individualistas. El romanticismo, desde el
siglo XVIII, sirvió de vehículo a esa concepción
nueva, o por lo menos, no difundida hasta en-
tonces.
Ahora, tratándose de Francia, es preciso decir
que ningún país del mundo estaba menos prepa-
rado a acoger las tendencias individualistas que
traía el individualismo romántico. Ningún país
mejor acorazado en sentido comúu; ninguno más
penetrado de las realidades ; ninguno menos anár-
quico, a pesar de su fermentación revolucionaria,
porque en Francia eí orden se impone de suyo,
después de toda convulsión, como orgánicamen-
te en una naturaleza normal y sana, después de
la alteración morbosa viene la reposición enér-
gica de las fuerzas vitales. No es Francia, cual
Küsia, una tierra de alucinación, ni siquiera como
Alemania, en otro tiempo, una nación especulativa
y ensoñadora ; el trabajo y el ahorro sanean, como
drenaje bien entendido, su suelo moral, y la forti-
fican para los trances críticos. Lo que la hizo
accesible al entusiasmo romántico, fué su clase
media intelectual, tan numerosa^ y dotada de tal
suma de curiosidad estética, intelectual y moral,
de tan hospitalario instinto para las ideas, de tal
ansia de no llegar tarde a banquete alguno, que
en Francia tenían que acogerse, durante más de
un siglo, todas las ideas, y todas las palpitaciones
del gusto y del sentimiento universal.
El. LIRISMO EN LA poesía FRANCESA 245
Las tencfencias nacionales no ejercen acción in-
discutible ; sin embargo, las vemos también modi-
ficarse profundamente, ya que nunca del todo des-
aparezcan. En España ha llegado a ser un lugar
común esto del cambio de las condiciones de la
raza. ¿Dónde están los españoles de otros tiem-
pos?, se oye preguntar con dolor patriótico. Y
algo semejante, una protesta patriótica, fué la de
los antirrománticos, que pensaban en las glorias y
en los esplendores del siglo XVII, y apoyaban su
campaña contra la nueva escuela en consideracio-
nes patrióticas, combatiendo la invasión de lo ex-
tranjero en todos los órdenes de la vida espiritual.
Formada estaba Francia para la prosa. Cuando
he oído hablar de los misteriosos sortilegios de
París, he pensado que, teniendo París mucho de
cómodo, grato, artístico y admirable, está, sin
embargo, en prosa, mientras otras ciudades, donde
no es tan grata la vida, según los adelantos mo-
dernos, y algunas donde es hasta difícil, están en
verso, y varias son ciudades, por esencia, esté-
ticas, de poética exaltación, como Florencia, Bru-
jas o Toledo. Estando Francia en prosa — en la
bella prosa del siglo XVII — le trajo la poesía (que
tanto echaba de menos Stendhal), no una cadena
de montañas, como este escritor hubiese querido,
sino el romanticismo; y se la trajo rica y varia.
Dice a este propósito un crítico francés, Da-
vid Sauvageot: "Confesémoslo: París no podía,
tal vez, por su propio impulso, llegar a la exalta-
ción poética. Según la frase de Stendhal, le falta
para eso una cadena de montañas. Pero París fué
hacia la montaña, leyó, y recibió el impulso".
246 h. PARDO BAZÁN
Y la poesía del romanticismo de escuela nace y
arranca del individuo, que es el fermento reno-
vador, el grano de levadura que hace esponjar la
masa. Desde el romanticismo, la noción del indi-
viduo se destaca y prevalece, no sólo en la lite-
ratura, sino en la filosofía y en la naciente socio-
logía. El individuo se afirma contra la sociedad,
y hasta aspira a hacerla a su imagen y semejan-
za, y no consiguiéndolo, la anatematiza. Esto
puede verse al estudiar a los novelistas y dra-
maturgos, y lo veremos ahora, en los poetas de
la rima, y seguiremos viéndolo después de que
haya venido a tierra el romanticismo escolás-
tico, durante todo el período de la decadencia,
en el cual podremos comprobar que el individuo
sale vencido en su lucha contra la sociedad, fatal
e irremisiblemente. Sale vencido, no sin dejar
influencias y reivindicaciones que darán su fruto,
pero que no renovarán a la sociedad en lo fun-
damental, en los elementos indispensables de su
estatismo. Desde el primer día en que el hombre
se agrupó socialmente, ciertos rudimentos fueron
necesarios a la vida del grupo, y el instinto de con-
servación los salvaguardó, y los cristalizó, por de-
cirlo así. El individuo ha podido ejercitar la crí-
tica de la sociedad, y señalar sus deficiencias, y
protestar contra ellas, y hacernos sentir la razón
de sus quejas y el deseo de mejores organizacio-
nes y de deseables perfeccionamientos; pero ja-
más podrá el individuo sustituirse a la sociedad.
El individuo, el más innovador, 'dará por resulta-
do algo social.
Al iniciarse el desarrollo del lirismo, y al em-
th URisMo En la poesía francesa 247
pezar a afirmarse la tesis individualisfe en Fran-
cia— pues de Francia estoy hablando — era en las
letras donde había de establecer sus reales, pues
los tiempos nada tenían de favorables a las eman-
cipaciones en el terreno práctico. Ni el Terror,
ni el Consulado, ni el Imperio, fueron cosa muy
emancipadora, y en el Imperio, especialmente, la
respiración era difícil. Y se respiró por donde se
respira cuando hay compresión muy enérgica de
los instintos individuales, se respiró por una lite-
ratura nueva, refugio de esos instintos, de esas
aspiraciones.
Y na fué en los períodos determinados en su
sentido político por la Revolución, sino, al con-
trario, bajo la Restauración, hacia 1825, cuando el
individualismo se alza potente, y empieza el pe-
ríodo, que aún dura, en que se rompen todos los
días vallas, se aflojan lazos, se abren caminos, y el
individuo avanza, a cada momento, hacia su auto-
cratismo, no interior e incoercible, sino procla-
mado, erigido poco a poco en dogma.
Con la sanción de los instintos desaparecen las
responsabilidades; con la sanción de los instintos
las categorías morales dejan de existir. Y esto es
lo que va a predominar en el desenvolvimiento de
la literatura y de la poesía rimada, hasta llegar a
proponer, en tiempos más recientes, como ideal
la perversidad, y como criterio de belleza la mis-
ma corrupción de las almas, refinada artística-
mente. Esto será, en gran parte, lo que se llama
decadentismo.
^ Y nótese que la represión y el sacrificio del ins-
tinto no son únicamente la base de nuestra moral
248 E. PARDO BAZÁN
social, la que podemos conocer desde hace diez y
nueve siglos que el Cristianismo sentó sus bases ;
es, si bien lo miramos, si leemos despacio a los
grandes legisladores de pueblos y fundadores de
religiones, la que siempre invocó el género Hu-
mano, que bien sabe cómo el instinto es lo que
tiene de común con las especies animales, y que
siendo el instinto un magnifico manantial de vigor
y riqueza psicológica, no puede menos de ser edu-
cado y guiado y hasta reprimido por las leyes y
las costumbres, por la sociedad en suma, por la
sociedad que ha existido siempre, y que siempre
existirá, inalterable en su principio cuanto varia-
ble en sus formas.
Mientras el individualismo fué cosa de litera-
.tura, aunque de literatura rebelde, no alarmó, sí
bien su tendencia era ya conocida y comentada.
Pero, de la literatura, ks tendencias pasan a la
sociedad, y en ella se infiltran, y la socavan lenta-
mente. Y estas tendencias, antes de revelarse en
la literatura, habían estado en la mente de los filó-
sofos, de Kant y de Fichte. Y en Hegel hemos
hallado su definición exacta, y también su correc-
ción anticipada, con la afirmación de que el indivi-
duo no es un valor igual, uniforme, y no puede,
por lo tanto, alegar importarnos igualmente. Yo
tengo fe en esta verdad. Ella es la que puede con-
ciliar nuestra admiración y nuestra involuntaria
simpatía hacia los grandes individualistas artís-
ticos, los Goethe, los Schiller, los Byron, los Vig-
ny, los Musset, los Hugo, más tarde los Baude-
laire y los Verlaine, con nuestra convicción so-
cial, hija de nuestra razón. El individuo superior
El lirismo en la poesía francesa 249
puede invocar privilegios que su excepcionalidad
le concede. El individuo inferior tiene que resig-
narse a tomar su valía del conjunto social a que
contribuye. Le honramos como a héroe anónimo,
pero no podemos creer que tenga nada que decir-
nos, y, especialmente, en el terreno del arte.
XVII
Bl lirismo en Balzac. "La azucena en el valle". Examen y
critica de esta obra.— El estilo de Balzac— "La musa del
departamento", "Ilusiones perdidas", "Beatriz". Examen
de estas tres obras.— Influencias de Balzac sobre Flaubert.—
Crítica que hace Balzac del lirismo.— Bibliografía.
Estamos acostumbrados a considerar en Hono-
rato de Balzac, que nació en Tours en 1799, y
murió en París en 1850, al titánico creador de la
Comedia humana, al padre de la novela épica por
excelencia. Desde este punto de vista, habría mu-
cho que decir de él, pero ahora voy a tomar en
cuenta el elemento lírico, lo que hay en él de ese
romanticismo subjetivo, que no podía faltarle,
dada la época en que nació y en que vivió. No de-
bemos admirarnos de que Balzac sea de su tiempo,
sino más bien de cómo se adelantó a él, genial-
mente.
Voy, pues, a estudiar a Balzac desde un pun-
to de vista parcial, restringido, sin tomar en
cuenta la vasta complejidad de su obra, compues-
ta de documentos históricos y de análisis ahin-
cados de su época, con un sabor de realidad que
inútilmente buscaríamos en los novelistas pura-
mente líricos, indiferentes a este aspecto del arte,
como lo fueron al elemento económico, introdu-
cido en el arte por Balzac, que, en una sociedad
donde aparentemente se luchaba por idealismos
políticos y religiosos, adivinó la verdadera fuerza
252 E. PARDO BAZÁN
que movía la maquinaria, y cada vez había de
moverla con energía mayor : la cuestión econó-
mica imponiéndose a las restantes. Pero Balzac
— que tuvo su época de soñador febril, como Jor-
ge Sand, y aun como Stendhal, porque el indi-
viduo superior, confinado en localidades atrasa-
das y sin movimiento social e intelectual suficiente,
ha de atravesar por fuerza este período — , in-
cluyó el sueño lírico entre los asuntos que había
de tratar su pluma asombrosa, y nos dejó docu-
mentos inestimables sobre el lirismo, no sólo al
estudiarlo con amor, sino al juzgarlo y satirizarlo
vigoramente.
El primer documento sobre el lirismo que apa-
rece en Balzac, es La azucena en el valle. Yo tra-
duzco así el título de esta novela, que común-
mente ha solido traducirse por El lirio en el valle.
El error no es de mucha monta, pero convie-
ne extirparlo. Lys, en francés, es exactamente
azucena, aunque la flor de lis de las armas reales
de Francia no se parezca a una azucena en lo más
mínimo, sin que acierte yo por qué es blanca esa
emblemática y heráldica flor, cuando la verdadera
flor de lis, igual en su forma a las que campearon
en los escudos de los Reyes, y siguen campeando
en el blasón de la casa de los Borbones sea, no
blanca, sino del más bello color de púrpura. La
tengo en mi invernadero y la he visto mil veces.
Hay quien ha traducido el título de la novela de
Balzac por El lirio del valle; y esto es aún menos
exacto, porque el lirio del valle es una florecilla
blanca, muy perfumada, llamada combalaria, y en
Francia, muguet.
El lirismo en la poesía francesa 253
Después de esta acaso inoporiuna disgresión,
diré que La azucena en el valle es del año 1855,
y, en el conjunto de la Comedia humana, figura
entre los estudios y cuadros de la vida dd provin-
cia. La época en que se supone la acción de La
azucena es aún más romántica: 1827. Pero no
echemos en olvido que Deleite, de Sainte Beuve,
tiene por fecha la de 1834.
La novela reviste forma de confesión autobio-
gráfica. El elegante Félix de Vandenese, uno de
los personajes de la Comedia humana, que reapa-
rece en otros estudios de Balzac^ de ambiente pa-
risiense y del gran mundo, refiere a la condesa
de Mannerville los episodios de su relación senti-
mental con una señora de provincia, que consti-
tuyen un verdadero ensueño de juventud. El re-
cuerdo de aquel cariño puro e intenso se alza a
veces como un fantasma en medio de la disipa-
ción y de las seducciones del mundanismo, en la
agitada existencia del elegante joven.
La historia de Félix de Vandenesse no es lírica
como la de Indiana^ como la de Valentina, como
la de Adolfo. Los dos protagonistas, Félix y En-
riqueta de Mortsauf, no proclaman la suprema-
cía del yo, no predican la doctrina del derecího
divino de la pasión; no son teorizadores : i>ero,
de la sucesión de los hechos psicológicos, la mis-
ma consecuencia se deduce. Y se deduce de un
modo más convincente, por lo mismo que es na-
tural, y que la verdad ha inspirado a Balzac en
esta ocasión como en todas, y acaso más que en
otras muchas. La sencillez de la fábula contribu-
ye a hacerla más impresionante.
254 E. PARDO BAZÁN
Félix de Vandenese, niño a quien trató con
dureza su madre, que creció débil y triste, y por
lo mismo tierno y necesitado de afecto, no ha
conocido nada de la vida cuando, en un baile ce-
lebrado en obsequio del duque de Angulema, a
su paso por una ciudad de provincia, ve por pri-
mera vez a la señora de Mortsauf . Aprovechando
un momento favorable, y sin intención ofensiva,
por una especie de irreflexivo movimiento, el mu-
chacho acaricia locamente los lindos hombros de
la dama, que el escote descubre. El amor ha na-
cido, y teniendo un principio tan osado, y hasta
tan insólito, se revela después muy respetuoso,
completamente ideal. La señora de Mortsauf es
casi una santa : casada con un hombre agrio, duro,
epiléptico, que ha transmitido a los dos hijos de
su matrimonio las enfermedades que padece, la
señora de Mortsauf sólo piensa en cuidar a los
niños, en reconstituirles una salud, en fortalecer-
los, en atender a la casa y a la hacienda que
mañana les ha de corresponder. Su abnegación no
desmentida, su honestidad, su dignidad, hacen de
ella un modelo de esposas y de madres. Pero el
novelista, que ha sabido diseñar tan noble figura
de mujer, con los detalles de vida íntima y de
realidad local, en la que Balzac será siempre no
igualado maestro, conoce demasiado bien el cora-
zón humano para no ir más allá de la superficie, y
no adivinar el drama interior, sin el cual ningún
sentido tendría el relato. El mérito de madama de
Montsauf está en que también para ella el fatal
incidente del baile ha abierto un abismo entre el
pasado y el porvenir. Inocente y candida antes de
Div URISMO EN LA POESÍA FRANCESA 255
tal suceso, la pasión ha penetrado con él en lo
más profundo de su alma. La pasión se apodera
de todo su ser, cuando Félix viene a pasar una
larga temporada en la mansión de la familia de
Mortsauf ; pero ninguna transacción con la honra
y la virtud caben en la delicada y generosa natu-
raleza de la ''Azucena", siempre blanca y siempre
erguida : y el programa de aquella pasión violen-
tísima, pero sujeta al deber, lo expresa un diálo-
go entre ella y Félix. Suceda lo que suceda, Félix
la querrá santamente, para siempre, como a una
virgen velada y de nivea corona, como a una her-
mana, como a una madre, y sin esperanza, a estilo
caballeresco.
En este diálogo, y en el conjunto de la novela
también, resalta algo que es característico, y que
la diferencia, por ejemplo, de 'las novelas pasio-
nales de Jorge Sand. Los tipos de madama de
Mortsauf y de Félix de Vandenesse están marca-
dos con el sello peculiar de la vieja aristocracia
de sangre. El espíritu de sacrificio que inspiró a
esta aristocracia ante la Revolución y el Imperio
tantos rasgos heroicos, flota en la renunciación
dolorosa, mortal, de la "Azucena", y la novela, de
Balzac al fin, se sitúa así en su momento : la Res-
tauración. La señora de Mortsauf sabe que, ade-
más de los deberes generales que impone el ma-
trimonio, tiene otros, enlazados con la clase so-
cial a que pertenece, y que la obligan a custodiar
el solar de la raza, a preparar el porvenir de la
descendencia, a no desdorar ni por un momento
la ilustración de la familia. Todo eso le cuesta la
felicidad, pero hay que pagar la deuda.
256 E. PARDO BAZÁN
Domada y enfrenada la pasión, llega un mo-
mento, no obstante, en que recobra sus derechos ;
pero es cuando la "Azucena", marchita por el do-
lor y la fiebre de unos celos tardíos, atacada de
mal que no perdona, dobla su tallo para morir.
Una enfermedad cruel ha ido minando su cuerpo,
y mientras Félix giraba en el torbellino de París,
Enriqueta se extinguía en su residencia campes-
tre. Si otro novelista que no fuese Balzac hubiese
contado esta historia, la enfermedad de la "Azu-
cena" sería algún mal de languidez, un poético
desmayo. Pero Balzac, a fuer de disector, no per-
dona el sello de la realidad : la señora de Murtsauf
muere de una enfermedad del estómago, que cie-
rra el píloro y la sentencia a perecer de inanición.
Y a última hora, cuando Félix, habiendo sabido
la inminencia del desenlace, se presenta, es cuan-
do la señora de Moutsauf, en la agonía, deja es-
capar lo que llevaba oculto en lo más secreto del
santuario de su ser; es cuando echa de menos la
dicha que no gozó, y sueña con curar para poder
disf^rutarla, para bebería a grandes sorbos, para
embriagarse con ella. Este final, que ha sido muy
censurado, no sólo es lo más bello de la novela, si-
no que es profundamente humano. Para ver en él
algo inmoral, hay que tener un criterio mezquino.
Una m.oribunda, que no se alimenta hace tantos
días, en su calentura, sueña un momento, y en ese
sueño revela lo que tanto tiempo calló y combatió.
Este género de lirismo, este triunfo de la pasión,
no puede compararse a otros lirismos esendal-
mente disolventes. La muerte purifica el arrebato,
el transporte cíe la pobre "Azucena".
th LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 257
Hay una crítica fundada, entre las muchas que
se han dirigido a esta novela de Balzac. Recuer-
da, dicen, en sus primeros capítulos, las Confe-
siones, de Juan Jacobo ; la llegada de Rousseau a
casa de madama de Warens. Algo hay de cierto,
pero ahí se acaba la semejanza.
Más análogo a las Confesiones pudiera ser el
principio de Rojo y Negro, de Stendhal, con la
llegada de Julián Sorel a la casa de los señores de
Renal, donde entra como elemento perturbador.
También se han notado en La azucena giros y
locuciones impropias, defectos de construcción y
lenguaje. A toda la obra de Balzac pudiera alcan-
zar el reparo. Balzac no cuidaba gran cosa de la
perfección. El estilo lo mira como medio de de-
cir lo que quiere, o de insinuarlo con ese calor
interior, esa vibración y estremecimiento de vida
que es preciso reconocerle. Balzac, no cabe duda,
sea por instinto o sea por reflexión, y estudio, y
lo primero me parece evidente, sabe su idioma
tanto como el que más, según afirma Taine; lo
sabe desde sus primeros orígenes y verdores y re-
toñares literarios, y basta abrir los Cuentos de
gorja (Contes drolatiques) para cerciorarse de ello.
Pero no se forma un estilo literario por conocer
a fondo el idioma, y hay ignorantes de todo ele-
mento gramatical y retórico que son extraordi-
narios estilistas naturales. Evidentemente, Balzac,
aparte de los juegos retozones de los Cuentos, en
la labor de la Comedia humana no aspira a hacer
estilo, ni aun arte riguroso, sino que, como dijo
felizmente Brunetiére, el arte de Balzac es su na-
turaleza y su temperamento de escritor. "Como
17
258 E. PARDO BAZÁN
escritor — dice — no es de primer orden ; ni siquie-
ra cabe decir que recibió del cielo, al nacer, pren-
das de estilista, y en este respecto no podemos ni
compararle con algunos de sus contemporáneos,
como Víctor Hugo y Jorge Sand." El detallado
análisis que sigue a este fallo nos muestra a Bal-
zac expresándose frecuentemente en galimatías,
corrigiéndose para estropearse más, no escribien-
do ni con casticismo, ni con pureza, ni con cla-
ridad; pero dado que Balzac no se propone la
realización de la belleza, sino la representación de
la vida, animando y vivificando, mediante un ta-
lismán secreto suyo, todo cuanto ha querido re-
presentar, no conviene decir que escribió mal ni
bien, sino que escribió como debía. La revolución
que hace Balzac en literatura no es de forma,
sino de fondo ; inferior en lo verbal, su grandeza
en lo substancial es la que le ha valido subir tan
alto después de su muerte. Y en efecto, yo debo
reconocer, a pesar de mi afición invencible a la
belleza del estilo, que la vida es un don. toda-
vía más rico y precioso, y que los autores sólo
admirables por la forma caen en olvido antes que
aquellos capaces de insuflar a su obra aliento
vital.
Antes que Flaubert realizase el estudio clínico,
que es, al mismo tiempo, sátira contra el lirismo
individualista, y resumen y cuadro de sus desen-
cantos y degradaciones, Balzac, que en esto y en
tantas cosas más caminó delante y señaló la ruta,
escribía páginas en las cuales Madama Bovary está
en germen. Por este concepto, merecen especial
mención novelas suyas que no son de las que más
El lirismo en la poesía francesa 259
se celebran, pero que rebosan verdad. Se titulan :
La musa del departamento e Ilusiones perdidas.
En la primera de estas narraciones se contiene
el drama obscuro y ridiculo de la mujer de lírico
temperamento, que vegeta, y se marchita y con-
sume ansiando otro vivir, otras emociones. Ma-
dama de Bargeton, heroína de la novela, ha sido
deslumbrada y fascinada por la gloria y el renom-
bre de Jorge Sand, y quisiera imitarle, ser reflcr
jo del gran astro. En esto se diferencia la Musa
departamental, de Madama Bovary : la Musa as-
pira nada menos que al genio; Madama Bovary
se contentaría con un poco de lujo, de elegancia,
de poesía a su alrededor. "Jorge Sand — dice Bal-
zac — ha creado el sandismo, y esta lepra senti-
mental ha echado a perder a muchas mujeres que,
si no tuviesen pretensiones al genio, serían encan-
tadoras." La Musa, aparece queriendo recoger
lauros de arte, formarse un nombre ilustre ; pero,
realmente, lo que sucede es que posee una orga-
nización más vibrante que las que la rodean; tie-
ne aspiraciones incompatibles con su situación, y
el cuadro de la fatigosa lucha con el ambiente
atrasado y vulgar, lo traza Balzac con tal certero
pincel, que la impresión de realidad nos sobrecoge
a cada instante. El ambiente : de él nace el drama
de la Musa, como ha de nacer el de Emma Bovary.
Lo que forma ese ambiente tan repulsivo y pe-
ligroso para ías almas líricas, es la provincia.
Balzac lo deja establecido de un modo definitivo,
indiscutible.
"Francia— dice— está dividida, en el siglo XIX,
en dos grandes zonas : París y las provincias : las
200 E. PARDO BAZÁN
provincias envidiando a París, y Paris no pensan-
do en las provincias sino para sacarles dinero."
Esta división, aun hoy, persiste, o al menos, per-
sistía las últimas veces que he visitado a Francia,
y siempre me sorprendió notar el carácter que lla-
maré • doblemente provinciano de las provincias
francesas. En España no está tan marcada esta
separación. Hay más pueblos, más paletos, pero
menos gente rigurosamente provinciana. Y donde
mejor ha sabido Balzac observar y dar la impre-
sión fuerte de verdad íntima, es en los estudios
de la vida de provincia, y en el análisis de los ele-
mentos románticos que la provincia desarrolla y
exalta.
Madama Bovary, que no sale ni puede salir de
su poblachón, ha visto Flaubert con justeza que
tiene que morir, que sucumbir al envilecimiento
de sus ensueños y al desorden por ellos introdu-
cido en su vida ; pero la Musa del departamento,
que iba poco a poco enquistándose en el modo de
ser provinciano, agravado por la ridiculez de las
altas pretensiones que el genio no sanciona, y que
se evade de la provincia rompiendo todos los la-
zos del hogar y de las conveniencias sociales, se
cura con el aire de París y con duras lecciones de
la realidad, de sus lirismos y de sus antojos de
bohemia, y vuelve al hogar y a la familia, a
la misma sociedad, que la perdona y recibe en
su seno otra vez. Balzac señala el camino rec-
to a la descarriada Musa, por medio de ese ele-
mento tan poderoso, cuya fuerza ya hemos visto
que reconoció Madama de Staél en sus novelas
Carina y Delfina; la sociedad, que la mujer ne-
El lirismo en la poesía erancesa 261
cesita como el aire que respira, especialmente en
€l país más social del mundo, que es Francia.
El cuadro, pintado de mano maestra, con el re-
lato de las privaciones, de las humillaciones, de los
dolores de todo género que sufre la emancipada
lírica, constituye, como he dicho, una anticipación
de Madama Bovary, la condenación, de otro modo
y por distintos móviles, de las ilusiones líricas que
también, a pesar suyo, en secreto, alimentaba la
Azucena del valle. Tal condenación del lirismo te-
nía que proceder del gran realista, del que hizo la
transformación de la literatura de imaginación en
literatura científica. La Musa del Departamento
vio la luz en 1844, y Madama Bovary, en 1857.
Estas fechas indican bien de dónde procede la me-
jor obra de Flaubert.
Al lado de La Musa del Departamento, hay que
poner la historia de Madama de Bargeton, en Ilu-
siones perdidas.
Madama de Bargeton es otra intelectual incom-
prendida. Vive recluida en Angulema, y en aquel
cíirculo, las cualidades y los tesoros del espíritu
de la dama, que, como la Musa, pertenece a la
aristocracia de provincia, se pierden y agrian, con-
virtiéndose en manías y amaneramientos. Las
ideas se estrechan, la mezquindad es un contagio.
Madama de Bargeton cae en el error de explicar
en público sus idealismos, de dejar abierta la es-
pita del entusiasmo. Su personalidad lírica la es-
tudia Balzac admirablemente, retratando el des-
bordamiento de su sensibilidad comprimida, de
sus desencantos y tristezas.
AI lado de esta figura de mujer que vive para
202 E. PARDO BAZÁN
la poesía, como la carmelita parai la religión, co-
loca Balzac la del joven poeta de provincia, niño
sublime, a quien empiezan a suponer posible rival
de Víctor Hugo. El primer efecto de la gloria,
o mejor dicho su primera promesa, «s ser recibido
en la tertulia de Madama de Bargeton.
En este estudio, como en el de la Musa, el li-
rismo es vencido por la sociedad. La incompren-
dida de Angulema, que se pone en camino hacia
París en compañía de su poeta, vé, apenas llega
a la gran capital y se pone en contacto con su pri-
ma, la marquesa de Espard, lo burlesco de su
idilio. Y a su vez, el poeta vé en Madama de Bar-
geton los defectos, las rarezas, las disonancias en-
tre el sueño y la realidad. La desilusión es mutua.
La sociedad, el mundo elegante, el dinero, el lujo,
han arrancado el brote lírico en las dos almas.
Era la provincia la que mantenía el espejismo, la
que agrandaba los méritos del poeta, muy relati-
vos, con ese fácil entusiasmo de las localidades,
que quieren haber dado cuna a grandes hombres,
y que no resiste al juicio más desinteresado de
la capital populosa y repleta de celebridades. Y
era la provincia la que rodeaba a la dama ni jo-
ven ni bella, vestida pretenciosamente y sin ins-
piración ni talento, de una aureola sugestiva. Pa-
rís, en corto plazo, desdora a los dos enamorados,
y una vez más, Balzac escribe sobre el lirismo un
juicio amargo, sano, rebosante de verdad.
No contento con perseguir al lirismo en sus es-
condidas madrigueras provincianas, Balzac quiso
condenarlo en la altiva y gloriosa cabeza del ma-
yor propagador del mismo : Jorge Sand. A tal ten.
Elv LIRISMO KN LA POESÍA FRANCESA 263
dencia responde la interesante novela, o, por me-
jor decir, el estudio titulado Beatriz. Beatriz es,
como diriamos hoy, una novela con clave. Se
transparentan los nombres de Jorge Sand y de la
condesa de Agoult, otra literata menos famosa.
En cuanto al tipo físico y al carácter, el retrato
de Jorge Sand, bastante idealizado, o, mejor di-
cho, visto con la intensidad casi visionaria de
Balzac, no hay quien no lo reconozca. Es admi-
rable la pintura del efecto que produce la señorita
Des Touches, en quien el autor representa a Jor-
ge Sand, sobre el fondo, no ya provinciano, sino
campesino, del país bretón de Guerande. Los cu-
ras quieren subir al pulpito y predicar contra ella,
las señoritas legitimistas se persignan al oir su
nombre. Se la odia más, por lo mismo que es tam-
bién noble y bretona y parece su conducta una
apostasía.
La señorita Des Touches, que ha hecho célebre
su pseudónimo literario, y puesto su yo por enci-
ma de las preocupaciones y leyes sociales, no se
cuida del terror que en Guerande produce su pre-
sencia ; pero habiendo conocido a un joven y sim-
pático caballero que reside en un castillo próximo,
se prenda de él con pasión entre maternal y amo-
rosa, llena de abnegación y de pureza, y como al
sufrir un desencanto, sufre también una crisis de
sentimiento religioso, renuncia a su independencia
y a su pluma, y entra, sumisa y arrepentida, en
un convento.
Ciertamente que este desenlace no está en ar-
monía con la vida de Jorge Sand, que, cuando se
arrepintió, no fué para tomar el velo, sino para
264 E. PARDO BAZÁN
declararse humanitaria; es cierto que entonces
renegó de su individualismo; pero la Jorge Sand
penitente que nos pinta en la novela, no se pa-
rece, poco ni mucho, a la prosélita de Michel de
Bourges. De todas suertes, Balzac, en esta narra-
ción, hizo también campaña antilirica. La monja
escribe estas palabras, en una carta dirigida al
hombre por cuyo amor se impone expiación tan
rigurosa :
"La sociedad no existe sin la religión del de-
ber, y ambos la hemos desconocido, dejándonos
llevar de la pasión y de la fantasía. Mi vida ha
sido como un largo acceso de egoísmo." Largo
acceso de egoísmo son, en efecto, los lirismos de
Jorge Sand; y Balzac, al expresarse así, conde-
na, en una frase, la tendencia más general y ro-
mántica, con toda la fuerza de su objetividad, de
su sentido positivo de historiador, a^tes que de
poeta y novelista.
Para leer a Balzac sirve cualquiera de las bue-
nas ediciones que de él abundan en las librerías.
Para estudiarle, recomendaré los Retratos con-
temporáneos, de Sainte Beuve, y el tomo tercero
de las Pláticas del lunes; la Correspondencia de
Balsac] tomo XXIV de la Edición de sus Ohras
completas, París, 1876; los Nuevos ensayos de crí-
tica y de historia, por Taine, y varios artículos y
estudios de Zola, Champfleury, Werdet, Lamarti-
ne (en su Curso de literatura); el libro de Marcel
Barriere, Honorato de BaUac; el de Edmundo Bi-
ré, Honorato de Balzac; Laura de Surville, Bal-
zac, su vida y sus ohras; Gozlan, Balzac en zapa-
tillas; y, si me atreviese, añadiría a esta lista el
th WRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 265
estudio extenso que he consagrado a Balzac en
La transición, tomo segundo de mi Literatura
francesa contemporánea. Hago observar que aquí
hemos visto a Balzac solamente por un aspecto li-
mitado, el que nos podía interesar; y estas indi-
caciones bibliográficas acaso huelgan, por el mo-
mento.
XVIII
Jorge Sand. Su biografía; su estancia en España.— El dere-
cho a la pasión contra la sociedad.— El tema del amor en la
literatura francesa.— Francia no está ni ha estado en deca-
dencia.- El lirismo exaltado en Jorge Sand.— Bibliografía.
Almandina Lucila Aurora Dupin, baronesa de
Dudevant (por ahi dicen baronesa Dudevant, pero
es galicismo), conocida universalmente por su
pseudónimo literario de Jorge Sand, es el escri-
tor en cuya producción puede seguirse, paso a
paso la marcha del romanticismo, y las transfor-
maciones que sufre en los veinte fértilísimos años
comprendidos entre 1830 y. 1850.
No me detendré mucho en la biografía de Jorge
Sand. Aparte de que aquí no voy a estudiar su
producción completa, pues sólo trataré de sus no-
velas líricas, la biografía de Jorge Sand es so-
brado conocida y en extremo efectista; es la bio-
grafía romántica por excelencia, por lo cual no
cabe prescindir de ella enteramente, pero no deben
tomarse en cuenta sino dos o tres rasgos esencia-
les, y conviene cortar el peligro de seguir la ten-
tadora doctrina de Hipólito Taine, cuando sos-
tiene que lo único importante que hay detrás de
un libro, es un hombre o una mujer.
Difícil me parece de admitir la teoría de Taine,
si suponemos por un momento que el libro es,
verbigracia, el Quijote; pues la vida del Manco,
aunque llegue a ponerse más en claro y más diá-
268 E. PARDO BAZÁN
fana que un cristal limpio (único caso en que
una vida vale como documento), nunca nos ins-
piraría el mismo interés que la historia de su
Hidalgo. Tratándose de Jorge Sand, la vida res-
ponde muy exactamente a los libros, o, por me-
jor decir, los libros reflejan y comentan la vida.
Como Víctor Hugo, recibió Jorge Sand las pri-
meras sugestiones de romanticismo en España, en
un viaje que realizaron sus padres, a consecuen-
cia de las guerras napoleónicas. Pudo Jorge Sand
alojarse en el palacio del Príncipe de la Paz, y
ver a su madre ataviada con traje español, bas-
quina y mantilla, y sufrió acosos de la retirada,
y el hambre, y la sama, repugnante enferme-
dad. De su breve estancia en España le quedaron
reminiscencias asaz pintorescas, que pueden leer-
se en sus Memorias, tituladas Historia de mi
vida. Tal vez hubo en estos recuerdos de una
niña alguna inexactitud, y se me figura que tomó
por osos a los árboles, y que confunde las mon-
tañas de Asturias con los desfiladeros de Pan-
corbo; pero la influencia de aquel viaje sobre su
imaginación debió de ser muy gran"de, como lo
fué en su destino. El fogoso caballo regalo de
Fernando VII, entonces Príncipe de Asturias,
mató al padre de Jorge Sand, despidiéndole de
la silla. Si analizo la impresión de España sobre
la fantasía juvenil de Aurora Dupin, diré que,
en ella lo mismo que en sus padres, es de una
truculencia romántica, unida a mucho miedo. Las
manchas de sangre de un cerdo le parecen a la
madre de Jorge Sand, en una venta española,
huellas de un asesinato ; la ceguera del niño que
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 269
da a luz en Madrid, la atribuye a que c^ coma-
drón español aplastó los ojos del recién nacido,
exclamando: "Este no verá el sol de España";
y el potro, regalo del Príncipe, lo supusieron des-
tinado a causar el mortal accidente. Lo positivo
de todo ello, es que la temprana muerte de su pa-
dre truncó el porvenir de la familia Dupin, y re-
cluyó a Jorge Sand en el campo, durante su niñez
y su juventud, excepto el tiempo que pasó en un
convento para educarse.
Quizá hasta sin la intensa, la dominadora in-
fluencia de Rousseau, Jorge Sand hubiese expe-
rimentado ese mismo cariño y devoción a la na-
turaleza, que tantas veces ha demostrado en sus
escritos, y sobre todo en bellísimas novelas pas-
toriles y geórgicas, y también tempranamente re-
gionales.
El claustro la preparó al lirismo, por la crisis
mística que sufrió en éi; y las huellas de este
misticismo, bastardeado y desquiciado, las en-
contraremos donde menos se pudiera pensar, o
mejor dicho, donde, desde Rousseau, suelen apa-
recer: en las efusiones pasionales. Ya recluida
en el campo, y cazando y excursionando, Auro-
ra Dupin empieza a ser la soñadora constante,
que reconcentra en sus sueños, en sus balbuceos
novelescos, inventando imaginarias historias, la
fuerza poética de su temperamento. Casada ya,
con el barón de Dudevant, y antes de ser la insu-
rrecta, Aurora Dupin es la "incomprendida",
tipo especialísimo del romanticismo femenil, y
tipo que, como ya he dicho, abundó en aquella
época. Cuando un alma que es o se juzga superior
270 E. PARDO BAZÁN
languidece en un ambiente estrecho, el de una pro-
vincia, como aquellas ''musas del departamento y
niños prodigiosos", tan magistralmente descritos
por Balzac, si el varón puede buscar salida y aire
libre, la mujer acaba por enfermar de languidez y
de fastidio. El soplo lírico ha afinado su organiza-
ción, y cuanto la rodea la ahoga en prosa, en ma-
terialidad, en vulgaridad — palabra inventada por
la Staél — . Jorge Sand capitanea esa legión de
beldades pálidas, que alisan con una mano mar-
ifileña sus largos bucles, para quienes el marido
es el ser grosero y tiránico, y la provincia o la
aldea, un destierro entre los Sármatas. La Bo-
vary se liberta con el suicidio: Jorge Sand es-
tuvo a pique de precederla en este camino, antes
de emanciparse con la insurrección. Cuando el
romanticismo se hallaba en su apogeo, hacia 1831»
la baronesa de Dudevant, despenes de largo pe-
ríodo de tedio y desencantos, llega a París, re-
suelta a trabajar para sostener a su niña peque-
ña, a quien llevaba consigo.
Antes de dar lo que llamaríamos esta campa-
nada, Jorge Sand liabía vivido en los mundos del
ensueño, lamentando su soledad moral, cultivan-
do el entusiasmo platónico, y resuelta — son sus
palabras — a no proceder sino en virtud de una ley
superior a la opinión y a la costumbre, dado que
ella no pertenecía al gran mundo ni de intención
ni de hecho, y estaba exenta de sus influencias y
trabas.
No siempre hay que creer lo que los autores de
memorias y confidencias dicen de sí propios ; pero
en esto Jorge Sand no mentía. Le explicación del
El, URISMO EN LA POESÍA FRANCESA 27 1
episodio de su juventud que le abrió el camino
de la celebridad, su traslación a París, es, en efec-
to, que no concedió nunca importancia a la opi-
nión, que no pertenecía a la sociedad elegante ni
de hecho ni de pensamiento. Detrás de Madama de
Staél o de la duquesa de Duras, verbigracia, está
la sociedad, con la cual no quieren romper de nin-
gún modo ; pero la sociedad, a Jorge Sand, la cam-
pesina, no la ha preocupado nunca, ni antes ni des-
pués de su época de bohemia literaria. Esa fuerte
cadena que sujeta a la mujer, la rompió resuel-
tamente, sin que se la ocurriese, durante una lar-
ga vida, volver a soldar sus eslabones ; y siempre,
por cima de la sociedad, puso su yo, su yo román-
tico. Y por eso, porque ninguna transación con el
mundo encontramos en Jorge Sand, podemos de-
cir que es altamente romántica su biografía, y su
insurrección sincera y natural, y más, por lo
mismo.
Así entra en París Aurora Dupin, con ideas
muy concretas, ella nos dice, respecto de lo abs-
tracto, pero ignorándolo todo de la realidad, sin
nociones exactas acerca de cosa alguna — y cum-
ple añadir que jamás las adquirió — . Al salir de
Nohant, dejaba allí las cenizas de su primer en-
sueño sentimental, y, al declarar como tal cosa
acaeció, empieza ya a mezclar (como de Madama
de Krüdener se dijo) a Dios en aquello en que
menos le gusta que le mezclen. El galán miñsihl&^
temprana ilusión de Jorge Sand, era para ella,
según nos dice, el tercer término de su exis-
tencia: el primero era nada menos que Dios.
Desde su crisis mística en el convento, donde
2^2 E. PARDO BAZÁN
pasó parte de su adolescencia, Jorge Sand tendrá
siempre, si no el sentimiento — ^y, ¿por qué no
también el sentimiento, en parte al menos? — , la
emotividad mistica. La pasión, en ella, está teñida
de misticismo, como veremos más adelante.
Reducida a una corta pensión mensual, la futu-
ra Jorge Sand, busca trabajo, y lo encuentra difí-
cilmente; halla caros \ molestos sus atavíos fe-
meniles, y, habituada a cazar con ropa casi mas-
culina, adopta el hábito de varón, a fin de poder
satisfacer su curiosidad intelectual asistiendo a
localidades baratas, en el teatro, y pareciendo un
estudiantino de primer año, bajo uno de esos le-
vitones llamados garifas, que no tenían forma.
Y así, con la libertad que da un disfraz, Jorge
Sand lo recorrió todo, contempló, como ella dice,
el espectáculo de su época, del club al taller, del
café a la bohardilla. "Sólo prescindí — nos dice —
de los salones, en los cuales no tengo nada que
hacer." Así iba tras su destino de libertad moral
y de aislamiento poético. El aislamiento, en me-
dio del ruido de París, era una fuerza, y como el
Rene, de Chateaubriand, Jorge Sand se paseaba
en el desierto de los hombres.
No fué desierto mucho tiempo. Jorge Sand,
al relacionarse con escritores, artistas y bohe-
mios, empezó a darse a conocer, rápidamente, lo-
grando en poco tiempo una fulminante celebri-
dad. Después de una primer novela insignificante,
en colaboración con Julio Sandeau, publicó, ya
por su cuenta, Indiana, y, por esta obra, hízose al
punto famoso su pseudónimo varonil.
Desde este momento, la biografía de Jorge
El. LIRISMO UN LA poesía FRANCESA 273
Sand está en sus libros, no porque en ellos la re-
fiera puntualmente la agitada historia de su cora-
zón, que en otros documentos puede encontrarse
también, sino porque los libros expresan la per-
sonalidad de la autora, sin velos y sin equívocos.
El sentimiento lírico es el que ha hecho de Jor-
ge Sand un poeta, un gran poeta, aun cuando no
haya versificado nunca. Es el don poético lo que
brilla en las ideas y en el estilo de Jorge Sand ; y
es el idealismo lo que informa su prosa, cuyas
cualidades han sido mil veces ensalzadas.
La idealización, fué el programa artístico de su
genio. A este propósito, le decía Balzac: "Usted
busca al hombre tal debe ser ; yo le tomo tal cual
es : y créame, los dos tenemos razón. Ambos ca-
minos conducen al mismo fin. A mí también me
gustan los seres excepcionales, y soy uno de ellos.
Además, los seres excepcionales son necesarios
para hacer resaltar a los vulgares, y nunca los
sacrifico sin necesidad. La diferencia, es que esos
seres vulgares a mí me interesan más que a usted.
Yo los agrando, yo los idealizo en sentido inver-
so, en su fealdad o necedad. A sus deformidades,
les doy proporciones aterradoras o grotescas. Us-
ted no puede : para usted hacerlo sería una pesa-
dilla. Idealice usted en lo bonito o en lo bello : es
labor de mujer."
La teoría de Jorge Sand sobre el amor es el
colmo de esa idealización de que hablaba Balzac;
es el refinamiento quintaesenciado de la función
y de la atracción natural, que, no siendo más que
natural, parece a Jorge Sand insufrible e innoble.
Para tales fines, entiende Jorge Sand que no bas-
18
274 K. PARDO BAZÁN
ta ser dos ; que hace falta una triada : un hombre,
una mujer, y Dios en ellos. Abrevio la referencia,
porque es muy escabrosa, y en este y en otros par-
ticulares concernientes a la misma tesis, paso co-
mo sobre ascuas.
Brunetiére, que ha visto en Jorge Sand sim-
bolizado el idealismo, nos dice: "Como Musset y
como Hugo, lo que canta Jorge Sand es el triun-
fo ^de la pasión: entiéndase, para el individuo, eí
derecho a oponerse, en nombre de la pasión, él
sólo, a la sociedad entera. Sus personajes son cria-
turas excepcionales, a quienes la pasión revela
tal excepcionalidad ; son elegidos, no se sabe de
qué oculto Dios; es decir, son seres sobrehuma-
nos, que tienen el derecho de situarse por cima
de las leyes que les estorban". De aquí la apo-
teosis del amor, como forma de la conciencia indi-
vidual, superior a todo. El amor para Jorge Sand,
es de esencia divina; independiente de la volun-
tad humana, viene de lo alto; cuantas considera-
ciones puedan oponérsele, serían vanas. La apro-
ximación de los que se aman, es un decreto de
la Providencia; lo malo es que ese orden admira-
ble de la naturaleza, lo han echado a perder los
humanos, con la sociedad. Por eso, Jorge Sand en
su idolatría del individuo, somete la regla a la
excepción, la sociedad al individuo, y a determi-
nado y escaso número de individuos sublimes. Y
así, en Jorge Sand, tocamos con el dedo más de
bulto que en ningún autor romántico, la inmora-
lidad intrínseca del lirismo individualista y lo
perturbador de su dogma.
Desplómese la sociedad; caigan por tierra las
El, URISMO EN tA POESÍA FRANCESA 275
instituciones, sacudidas, como las columnas del
templo filisteo, por un solo hombre, o mujer, para
aplastar a miles de personas; húndase el mundo
y sálvese la pasión — tal es la fe y las doctrinas de
Jorge Sand. Y la reolusa de Nohant, embriagada
de aire libre, escribe, en efecto, novelas muy in-
morales; pero no según entiende la gente esta
palabra, por lo incentivo y libre de la descripción,
sino con otro género de inmoralidad, que llamaré
filosófica, puesto que envuelve una construcción
sistemática de pensamiento.
Este propósito de glorificar el sentimiento, de
santificar hasta sus extravíos, Jorge Sand lo con-
fiesa paladinamente: "Hay que idealizar el amor
— inos dice — ^y prestarle sin recelo todas las ener-
gías a que aspira nuestro ser, todos los dolores que
padecemos. No hay que envilecerlo nunca entre-
gándolo al azar de las contingencias; es preciso
que muera en tiempo, y no debemos recelar atri-
buirle una importancia excepcional en la vida, ac-
ciones que vayan más allá de lo vulgar, hechizos
y torturas que sobrepujan a lo humano".
Es indiscutible, y a no serlo lo hubiese elimi-
nado, tomar en cuenta este elemento pasional, tan
de manifiesto, no sólo en las obras de Jorge Sand,
sino en otras de insignes maestros del período ro-
mántico. De tal desastre sólo nos librará el realis-
mo objetivo, y los dogmas de la impasiblidad y de
la serenidad artística. En la época que estoy rese-
ñando, la pasión es la musa inspiradora. Hay,
pues, que hablar de todo ello, sin hipócritas re-
pulgos, procurando hacerlo en forma compatible
con la dignidad del historiador y del crítico.
276 E. PARDO BAZÁN
Realizando el conde León Tolstoi un examen
de las obras de Guido de Maupassant, observa que
los novelistas franceses de este siglo no ven más
objeto para la vida que el amor. Aun cuando he-
cha a propósito del más objetivo de los escritores,
la observación no carece de exactitud : de cien no-
velas francesas, ochenta por lo menos dan vueltas
al mismo asunto que Jorge Sand declaraba ser
el único poético e interesante. Y si la observación
del amor y de sus derivaciones más o menos hí-
bridas, morbosas y decadentes, ha producido una
cosecha en doble, de obras de tercera y cuarta cla-
se, también, por los caminos del lirismo, ha ren-
dido frutos de sabor quizá amargo, pero de admi-
rable esencia.
Por muy olvidadas que hoy estén, de éstas fue-
ron las primeras novelas de Jorge Sand; y en
ellas, si quisiéramos aislar lo pasional de lo artís-
tico, tendríamos que realizar una labor semejante
a la que fué preciso hacer en el sepulcro de Tris-
tán e Iseo, para desenredar las ramas de los ro-
sales que se enlazaban estrecha y fortísimamente.
Débese — si puede decirse así — a Jorge Sand la
persistencia de esta forma del lirismo en las letras
francesas. Sólo que, para ser tolerable tal género
de lirismo, tiene que ser muy grande y singular la
personalidad. No es dado a cualquier narrador,
cualquier rimador, querer interesarnos con su his-
toria pasional.
Un biógrafo de Jorge Sand, Caro, cita a este
propósito las ideas de Carlyle. El filósofo inglés,
a pesar de su individualismo, censura en el nove-
lista Thackeray, que representa el amor a estilo
th LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 277
francés, como algo que abarca toda la existencia,
y que forma su interés mayor, siendo asi que, al
contrario, ''la cosa llam.ada amor" (palabras tex-
tuales), sólo comprende corto número de años de
la vida humana, y aun en esta fracción insignifi-
cante de tiempo, no es sino uno de los objetos de
que el hombre tiene que ocuparse, entre una mul-
titud de fines infinitamente más importantes que
este. Y Carlyle añade que todo el asunto del amor
es una futilidad tan miserable, que en épocas he-
roicas nadie se tomaria el trabajo de pensar en él,
y menos de comentarlo.
Sin ir tan lejos como Carlyle, y reconociendo
que sobran ejemplos de la importancia de esa futi-
lidad en las épocas más heroicas, también es pre-
ciso convenir en que el tema ha sido demasiado
explotado por el arte literario francés, y que, por
la necesidad de decir aquello que no se había dicho
antes, se han ideado cosas bien malsanas, violen-
tas, crudas, feas, afectadas y repulsivas, que por
su número han dando un tinte general ultraeró-
tico a esa literatura, al menos a gran parte de ella.
Por desgracia para nuestras razas, impropiamen-
te llamadas latinas, las diversas formas de la vida
sexual han preocupado más de lo debido, y han
ocupado en la vida del hombre más años aun de
los que supone Carlyle. Y es una causa de deca-
dencia, física y moral a un mismo tiempo.
Los pueblos se reblandecen de la médula, no
diré que por culpa de su arte, pero sí cuando este
arte fomenta las tendencias nocivas de la raza.
Sin embargo, no exageremos, "ni los peligros de
la literatura, ni la decadencia de esta raza, toman-
278 E. PARDO BAZÁN
do la palabra en un sentido amplísimo, y nada cien-
tífico, sino adaptado al lenguaje corriente. Ha sido
un lugar común y una preocupación fundada en
apariencias e indicios que era preciso examinar
despacio para no dejarse dominar por ellos, la idea
de la decadencia, corrupción, bizantinismo y po-
dredumbre de Francia. Yo nunca me avine a tal
idea, y en mis libros de viajes y en mis cuentos
la combatí, habiendo observado que en Francia el
fondo era muy distinto de la superficie, y que la
superficie se modifica fácilmente, cuando llegan
circunstancias excepcionales.
Tal corrupción y tal bizantinismo estaba hechc
en gran parte de curiosidades ex:tranjeras, de alg
industrial que se fundaba en nuestra bobería, en
nuestra inocente persuasión de que íbamos a ver
en Francia refinamientos de vicio, exaltaciones d
goce, no verdades en las cosas más viejas del mun-
do, que son las sexuales. Lo que se veía en Fran-
cia, mirándola con ojos desapasionad s, era un
intenso esfuerzo de trabajo, industrial, agrícola,
artístico, científico; una lucha casi incesante po-
reponerse de heridas y desfallecimientos; un es-
fuerzo profundamente patriótico, cuyos resulta-
dos tocamos hoy, ante la conducta admirable d
ese gran pueblo, el que mejor tal vez sabe afron-
tar los campos de batalla y las trincheras espanto-
sas. Perdóneseme esta efusión, pues no es de hoy.
ni aun de ayer, mi afecto hacia Francia, sin el cua
y saqúese en consecuencia de esta que parece di-
gresión, el convecimiento de que hay que refle-
xionar mucho antes de emitir apreciaciones gene-
rales, como la de la decadencia por el erotismo 1¡-
EL URISMO EN LA POESÍA FRANCESA 2/9
terario. Ni el fenómeno fué tan general, al menos
en las obras maestras, ni llegó a las carnes vivas
y a las entrañas de la nación.
Y es de justicia añadir que Jorge Sand, en nin-
gún tiempo, y con todas las exaltaciones líricas de
su primera manera, rindió tributo a ese modo de
ser que con razón se ha echado en cara a tantas
manifestaciones literarias, posteriores en general
al romanticismo. No trató de aberraciones, de de-
formidades, de gangrenas del instinto sexual : sus
novelas, en tal respecto, merecen una mención res-
petuosa. A pesar de las comprometedoras apa-
riencias, Jorge Sand era en todo normal y sana.
Este es un rasgo de su psicología que han recono-
cido unánimes los críticos franceses, viendo en la
autora de Lelia una organización, no sólo exenta
de perversiones, sino plenamente condicionada pa-
ra las funciones de su sexo, las más propias y sen-
cillamente femeniles: el amor y la rñaternidad.
En sus novelas, que tan perturbadoras se juz-
garon, resalta bien el rasgo de la normalidad y de
la repugnancia a los desórdenes morales : hasta
resalta con exageraciones de idealismo intran-
sigente.
Jorge Sand, mejor que novelista ni poeta al-
guno, da la nota más aguda del lirismo, y lo en-
carna y lo expresa, con sinceridad no igualada. El
estudio de sus primeras novelas confirma esta
aseveración.
Para la bibliografía de Jorge Sand, a más de
las colecciones de sus obras completas, que se
acercan a los cien volúmenes, pueden, citarse las
obras siguientes: Caro, Jorge Sand (1887); Fa-
28o K. PARDO BAZÁN
guet, El siglo XIX ; Amic, Mis recuerdos; Ma-
riéton, Jorge Sand y Alfredo de Musset (París,
1897) ; Rocheblave, Cartas de Jorge Sand a Mus-
set y a Sainte Beuve (Paris, 1897) y Jorge Sand
y su hija (1906) ; W. Karénine, Jorge Sand (tres
volúmenes, 1899-1901); Doumic, Jorge Sand
(1909).
XIX
El romanticismo como teoría y escuela literaria.— Sus orí-
genes. Cómo se introdujo en Francia. La "Neologia" de Le-
mercier y la "Poética" de Diderot —La lucha entre clásicos
y románticos.— Shakespeare silbado en París.— El prefacio
de "Cromwell".— El romanticismo encarna principalmente
en la novela.— Temas que dio la nueva escuela a la poesía
lírica: religión, sentimiento de la naturaleza, humanitaris-
mo.—La literatura fácil.— Cómo muere el romanticismo de
escuela.
Desde las primeras obras de Chateaubriand, el
romanticismo, en Francia, era un fenómeno, sino
general, de sobrada fuerza para que, de día en día,
no adquiriese incremento. Poseía los dos elementos
indispensables a la formación de una escuela : mo-
delos y doctrina. La doctrina, la había formulado
Madama de Staél; los modelos, los había dado
Chateaubriand — sin hablar de los autores extran-
jeros en quienes existían los mismos precedentes.
De fuera podían venir los impulsos, y basán-
dose en literaturas extranjeras había predicado
este género de renovación literaria la Staél. Pero
sería desconocer el alcance del movimiento supo-
ner que se reducía a la importación de ideas esté-
ticas. Era mucho más. Para Francia, era, preciso
es decirlo, la desnacionalización literaria. En
cambio, era la influencia universal, confirmada
plenamente, dentro de un cosmopolitismo que
hasta entonces no tenía ejemplo.
282 E. PARDO BAZÁN
Y no tenía ejemplo, porque nunca habían sido
tales las circunstancias históricas. Mucho más que
la Revolución, las guerras del Imperio o que del
Im|>erio se derivan, realizaron la aproximación
y fusión de los pueblos y de las razas. La guerra
siempre ejerce esa función aproximadora, y tam-
bién subversiva. El ejemplo de la que estamos pre-
senciando, bien lo puede demostrar.
Por tal motivo, el movimiento romántico fué
una agitación universal, no limitada a una nación
sola. Registra la historia literaria algunos movi-
mientos generales que pudieran asimilarse a éste,
pero que no extendieron tanto su área de disper-
sión ; y, además, que no se enlazaron con los fenó-
menos del sentimiento y de la conciencia hasta tal
punto. Hubo, en los siglos XV y XVI, a favor de
la invención de la imprenta y del empuje de la
Reforma, una extensión del clasicismo, tenida con
razón por importantísima ; hubo en el siglo XVII
las decadencias amaneradas, los eufuísmos y con-
ceptismos ; hubo en el XVIII la retórica decla-
matoria revolucionaria, extendida por las logias
a varios países, distaron mucho, con todo eso,
tales transformaciones, de alcanzar la transcen-
dencia que al romanticismo no puede regatearse.
Antes de las guerras de Napoleón, sin embargo,
el romanticismo, ya queda dicho que existía, y su
aparición, i>or orden cronológico, pudiera fijarse
así : primero en Alemania, después en Inglaterra,
luego en Rusia, Italia, después en Francia, y, por
conducto de Francia, en España. He oído a emi-
nentes profesores franceses reclamar para su na-
ción la primacía; pero era como si la reclamá'^L-
El lirismo en la poesía francesa 283
mos nosotros ; es decir, nosotros pudiéramos re-
clamarla con mayor derecho, dados los anteceden-
tes románticos, no sólo históricos, sino líricos e
individualistas, de nuestro teatro y de nuestra
tradición en general.
Claro es que son bien antiguas las raíces del
romanticismo, y es lo que quise demostrar en las
primeros capítulos de esta obra; pero ahora tra-
to del romanticismo, no como corriente cons-
tante al través de las edades, sino como manifes-
tación poderosa, relacionada con un período espe-
cial de la historia, y con un orden de sentimiento
engendrado también por la evolución propia de
la edad contemporánea, que tiene en el romanti-
cismo su pórtico y arco triunfal.
Ahora, saliendo de lo general, concretémonos
al terreno de Francia, preparado ya para la trans-
formación.
La batalla empezó el año 18 18, con un folleto
titulado El antirromántico. En un principio, los
clásicos, representantes de la tradición nacional,
eran muy superiores en número, en fuerza, en po-
sición literaria y social. Hoy los nombramos, y sus
nombres parecen borrosos ; pero entonces cuhni-
naban en la república literaria Feletz, Arnault,
Jouy, Baour, Lormian y otros que van olvidándo-
se. Lo primero que caracterizaba a esta hueste de
clásicos, era su culto por Voltaire, su espíritu aun
enciclopedista, y el horror que les inspiraban las
literaturas extranjeras. Sentían que de fuera ve-
nía a Francia la corriente romántica, y renega-
ban de Dante, de Shakespeare y de Calderón. La
influencia de los clásicos en la Academia le? oer-
284 E. PARDO BAZÁN
niitía animar a bastantes escritores con premios y
lauros, y su mano alzada en los escasos diarios que
se publicaban entonces, les hacía, en cierto modo,
arbitros de la fama. El teatro lo tenían copado,
por decirlo así. Lo que se representaba eran frías
tragedias, obra de algún clásico, y el actor Taima
estaba completamente de su parte y prestaba el
realce de su genio a aquellas pálidas creaciones sin
calor y sin vida.
Sin embargo, en el horizonte brillaban ya dos
astros, que realmente habían anunciado el adve-
nimiento del romanticismo : Chateaubriand y Ma-
dama Staél, y, en la sombra aún, se formaban las
huestes del romanticismo batallador, e iban a sur-
gir. Eran Lamartine, Vigny, Agustín Thierry,
Rémusat, Sainte Beuve, Mignet, Thiers, y, pro-
motor más enérgico que todos, destinado al papel
de caudillo, Víctor Hugo. Al lado de los literatos
se alineaban los artistas : Delacroix, Delaroche,
Vernet, Ary Scheffer... Pronto lanzarían su pri-
mer grito de insurrección.
Las doctrinas, como queda dicho, venían de fue-
ra. El libro de literatura dramática de Schlegel
era el polo opuesto del Libro de literatura, de La
Harpe. La Alemania, de Madama de Staél, abría
vastos horizontes al gusto y a la imaginación. Se
empezaba a estudiar a Shakespeare, a leer a Wal-
ter Scott, a prendarse de Byron, a sospechar la
existencia del Wherter, de Goethe. Osian, el fal-
so Osian, iba a ser una moda dominadora. Napo-
león mismo, a quien pudiéramos llamar el último
clásico, se exaltaba con la lectura de Osian.
Un principio de libertad viene contenido en las
Elv LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 285
primeras palpitaciones románticas. Y, con la idea
de libertad, la tendencia democrática.
Asi como Víctor Hugo no quiso que hubiese
palabras plebeyas ni palabras nobles, la escuela
romántica no quiere que asunto alguno ni indivi-
duo alguno sea excluido del arte. Tal principio
lo adoptará después el naturalismo, pero del ro-
manticismo se deriva. Se comprende qué ampli-
tud, qué riqueza de temas ofrece al arte. Pero
también se adivinan los riesgos que corren el gus-
to y la razón con tales concesiones, .sin límite ni
valla.
En toda la doctrina palpitaba el ansia de inno-
var. Hay una sorda rebeldía en cuanto se escribe,
y son nuevas hasta las palabras, muchas al menos ;
otras, son renovadas. Lemercier, en su Neología,
truena contra la podadera académica, que ha des-
truido la riqueza de los arcaísmos ; y hay que notar
en Lemercier una afirmación, que concuerda con
lo dicho en los anteriores capítulos acerca de la
prosa como primer elemento del romanticismo :
''La prosa, dice, es nuestra; su marcha es libre...
Nuestros verdaderos poetas, son los pro "tas ; que
tengan osadía, y el idioma adquirirá acentos nue-
vos del todo".
Es el mismo Lemercier, verdadero precursor, en
extremo olvidado, el que, bajo el influjo de las
excitaciones de Diderot, el más excitador de todos
los enciclopedistas, lanza por primera vez la idea
del drama romántico, mezcla de tragedia y come-
dia. Y, seguramente, los románticos, poco antes
del estreno de Hernani, no irán más allá que Di-
derot en su Poética.
286 E. PARDO BAZÁN
Claro es que también la renovación dramática
viene de fuera para Francia. Empiezan a menu-
dear las traducciones de los grandes autores ex-
tranjeros, como Schiller y Shakespeare. Al mis-
mo tiempo, se traducía a Byron y VValter Scott, y
los poemas del primero eran leídos en los salo-
nes, conmoviendo la juvenil fantasía de Lamar-
tine, que por entonces no había publicado ningún
verso, pero que ya había admirado profundamen-
te a otro extranjero, el falso Osian.
Alarmaba a los clásicos este hervir áe la pasión
literaria, y no perdían ocasión de condenarlo ex-
plícitamente, tratándolo de cisma, de secta y de
peligro para el gusto y la razón. Entonces fué
cuando Stendhal, tomando la defensa de la nueva
escuela, hizo el famoso paralelo entre los nom-
bres nuevos y los nombres antiguos, entre Lamar-
tine, Bóranger, y otros semejantes, y Campenon,
Droz y demás anticuados, cansados veteranos,
que nunca fueron, a decir verdad, gloriosos ven-
cedores. Y Stendhal añadía, no sin profundidad :
"Todos los grandes escritores, en su tiempo, fue-
ron románticos".
Lo entendía así, suponiendo que las obras ro-
mánticas son las que, en el momento actual, pue-
den preferir los pueblos, mientras el clasicismo era
la literatura que gustaba a nuestros antepasados.
Son infinitas las objeciones que hoy pudiéra-
mos hacer a este criterio; pero se enlaza con la
conocida afirmación de que el romanticismo fué
un fenómeno de juventud.
Hay un momento, en las escuelas literarias in-
novadoras, en que todas las conjuras y todas las
EL URISMO EN LA POESÍA FRANCESA 287
condenas de la tradición no logran atajar su im-
pulso.
Está bastante reci-ente, en España, el caso de la
escuela que se llamó naturalista, y que acaso, con
más razón, pudiera nombrarse realista. Todas las
ronías de prensa, todos los ataques fundados en
la moral y en el buen gusto, entendidos al estilo
académico, no impidieron que el realismo en la
novela siguiese su ruta y produjese un floreci-
miento de obras maestras y duraderas. Y es la
>eñal de que una escuela vence esta producción de
testimonios, de lo que podemos llamar ^'hechos"
literarios y artísticos. Los "hechos" románticos
fueron numerosos y brillantes, y los "hombres"
que realizaron esos hechos permanecen en prime-
ra línea en las clasificaciones literarias, hoy que su
tiempo ha pasado. Y aun pudiéramos recontar
otras señales de la vitalidad pujante con que aque-
lla escuela salió a plaza : siendo la más clara y per-
suasiva de todas, el retoñar incesante de sus idea-
les estéticos y de sus consecuencias psicológicas,
al través de todo el resto del siglo XIX, y en lo
que va de nuestro siglo.
Se explica, por otra parte, la oposición al roman-
ticismo, en Francia, donde el clasicismo y las
resalas del buen gusto, la claridad y mesura, cua-
lidades no muy románticas, son la característica
nacional.
Desde que aparece, puede el romanticismo su-
frir derrotas, suponerse eclipsado, pero sino las
formas y la retórica del momento en que triunfa,
sus principios y consecuencias profiíndas se pro-
longan hasta el momento en que esto escribo. Los
288 E. PARDO BAZÁN
mismos conscientes adversarios del romanticismo
están embebidos de él, y uno de los más estrepi-
tosos, Emilio Zola, se declara enfermo de ese
''cáncer".
Asi como el Renacimiento trajo y consagró la
edad clásica, el romanticismo es, puede decirse,
el que consagra la Edad moderna. Por eso, al
estudiar la literatura contemporánea, no es da-
ble prescindir del lomanticismo, ni regatearle su
importancia capital.
Come consecuencia de su carácter de universa-
lidad, el romanticismo no aspira a encauzar el
color local, y a buscar en él la poesía peculiar de
las diversas comarcas. No llegaron los román-
ticos, en esto, a la fidelidad, ni siquiera a la vero-
similitud, y somos los españoles quie-nes más po-
demos atestiguarlo, pues habiendo sido España
la tierra de predilección de la escuela, así en el
terreno del drama como en el de la novela, el
cuento y la poesía rimada, harto sabemos qué
extrañas pinturas, y qué divertidas representa-
ciones hicieron de nosotros, y cómo se parecen a
los modelos españoles los bandidos de Víctor Hu-
go y las andaluzas de Musset. Pero retratar mal
y sin semejanza, es siempre retratar, y no calcar
por patrones.
Esta misma amplitud para inspirarse en todo
lo de fuera, la tiene el romanticismo para la elec-
ción de modelos, que busca indistintamente en
todas las clases sociales, desde el rey hasta el men-
digo. Aún me parece notar en los románticos cier-
ta predilección por las gitanas, los bandoleros y
los verdugos, a los cuales miran con simpatía,
El lirismo en la poesía francesa 289
como Heine miró a aquella jovencita hija del eje-
cutor de la justicia, con quien tejió ameres.
Víctor Hugo, el jefe de la escuela, y el que
como escuela la sostuvo tantos años, galvanizán-
dola y dando colorete a su momia, condensó esta
inclinación del romanticismo hacia los "deshere-
dados" al escribir: "Tengo cariño a la araña y
a la ortiga, porque se las aborrece".
Y en este principio romántico de igualdad y
fraternidad, y de amor a todo, hasta a lo repul-
sivo y deforme, se encierra el porvenir de este
gran fenómeno literario, que, al cesar, dejó tan-
tas huellas y tan imborrables.
No es el momento en que el siglo empieza y
en que todavía la Hteratura llamada del Imperio
se desarrolla, cuando el romanticismo se muestra
militante, y se impone, no sólo como tendencia
literaria, sino como fenómeno social. Hay que
señalar para esta fecha los años de 1820 a 1835,
que son los de la plena expansión romántica, y
los de lucha y ruido, "sturm und drang", como se
dijera en Alemania, en que se le combate furio-
samente.
En 1824, el Director de la Academí francesa
ti ataba de cisma y de movimiento sectario al ro-
manticismo, porque este suele ser el papel de las
Academias, que ante toda tendencia nueva se
crispan y desgarran sus vestiduras, llámese la
tendencia romanticismo, realismo, naturaHsmo o
simbolismo, a reserva de que, más tarde, los re-
presentantes de esas tendencias entren en el re-
cinto, entre contritos, confesos y satisfechos, y
se les acoja con cierta mezcla de indulgencia y
19
290 e:. pardo bazan
ceño aún no del todo desarrugado. En el primer
momento, toda novedad es heterodoxa hasta que,
por la ley ineludible, es admitida, siquiera sea a
regañadientes y con las salvedades que la orto-
doxia exige.
En Francia, hay que reconocer que la Acade-
mia, por lo menos, al rechazar el romanticismo,
podía invocar una tradición, robusta y gloriosa.
Mientras, en España, lo racional es, buscando bien
la entraña de la vida nacional, el romanticismo —
sobre todo el épico — en Francia, insistamos en
esta observación, era algo exótico, pues las cuali-
dades castizas francesas pugnan con el romanti-
cismo. Mas no siempre ocurre que dominen las
corrientes castizas en una nación.
Los clásicos, para combatir, sin discernimiento,
a los románticos, invocaron el patriotismo, con-
tra la barbarie de unos vándalos a quienes era
preciso resistir por todos los medios. Reciente aún
la invasión extranjera, parecía otra invasión que
sometía a Francia a un yugo extranjero también.
Y, combatiendo a los emigrados, como Chateau-
briand y de Maistre, que entraban ahora en triun-
fo, dij érase que defendían la patria.
Cuando unos actores ingleses vinieron a París
a representar algunas obras de Shakespeare, fue-
ron acogidos con estrepitosa silba. — Silbaban a
Shakespeare, diciendo que era un ayudante de
campo de Wellington — . Y este mismo incidente
pudo impulsar a los románticos a tomar por cam-
po de batalla la escena. Siete años había de tardar
aún la victoria, pues la silba a Shakespeare ocu-
rrió en 1823, y el estreno de Hernani, en 1830.
El urismo en ia poesía francesa 291
Se enzarzó la discusión en la Prensa, donde se
verificaba un fenómeno que yo he tenido ocasión
de observar aquí en las discusiones acerca del na-
turalismo : la Prensa liberal estaba contra las in-
novaciones literarias, y la Prensa conservadora,
más bien en favor. En Francia, un diario, el Glo-
bo, vino ya a sostener, de un modo moderado,
pero eficaz, a la nueva escuela. Casi al mismo
tiempo nacían las brillantes reputaciones de tan-
tos historiadores, poetas y filósofos, más o menos,
pero siempre, tocados de romanticismo.
Son los Thierry, los Villemain, Guizot, Thiers.
Mignet, Delavigne, Lamartine, Hugo, sobre todo
Hugo, no porque les superase, sino porque era la
levadura, el germen, el que impulsaba con toda es-
pecie de tentativas aquel movimiento. El teatro
aún resistía ; pero la fortaleza clásica se desmante-
laba también por ese lado. Mientras Taima vivió,
su arte supremo galvanizó la tragedia clásica. Pero
Taima poco había de tardar en sucumbir a la en-
fermedad que le minaba y que trastornaba, por
momentos, su razón. Falleció el excelso trágico en
1826, y en 1827 volvieron a París los actores in-
gleses y fueron aplaudidísimos, y con ellos, aquel
bárbaro de Shakespeare, a quien los clásicos no
se hartaban de ridiculizar. A fines del mismo año,
Hugo lanza el manifiesto de la escuela, en el pre-
facio de CromzucU. Los románticos, vanamente
atacados en folletos, versos, artículos y discursos
de Academia y hasta en obritas teatrales, empie-
zan a estar muy en favor del público. Contribuye
a su reciente popularidad el que la censura pro-
hiba la representación de Marión Delorme. La po-
292 E. PARDO BAZÁX
lítica viene en su ayuda: la revolución está en el
aire que se respira : el ministerio Polignac com-
2)romete a la dinastía borbónica, y los románti-
cos, en conjunto, son considerados adictos y par-
tidarios del cambio que se prepara. Las estrellas
están en posición oportuna, y el estreno de Her-
nani, con sus pintorescos episodios de peluque-
ría, consuma la cons^-gración de la escuela.
Ante todo, ¿qué era el romanticismo, al fin
triunfante? Una renovación: en esto nadie ha
puesto duda. Renovación de principios, y reno-
vación de métodos ; renovación del lenguaje y re-
novación de la sensibilidad. Pero estos innega-
bles servicios y méritos, no fué en el teatro don-
de se demostraron: fué más bien en otros dos
géneros : la novela y la poesía lírica.
En la novela, el romanticismo creó sus tipos:
Rcné, que es el mejor caracterizado; Ohermann,
Adolfo, Julián Sorel; el Stello, de Alfredo de
Vigny, el Amaiiry, de Sainte Beuve; Indiana y
Valentina, donde Jorge Sand quiso reflejarse co-
mo en un espejo, la señora de Mortsauf, de Bal-
zac, o sea el poético Lirio en el valle; y, como sá-
tira de sí propio, Emma Bovary, del impenitente
romántico y precursor naturalista Flaubert. Yo di-
ría que es sobre todo en la novela donde el roman-
ticismo imprimió huella imborrable. La novela ha
sido clasificada como elemento épico ; pero su
contextura se presta a todo. Caben en la novela
los más diversos contenidos, cual si fuese elástico
recipiente que recibe forma del líquido que lo
llena. Estoy, debo advertirlo, refiriéndome al pe-
ríodo romántico. La novela, que con el romanti-
\
El lirismo en la poesía francesa 293
cismo es, tal vez, el más expresivo testimonio,
sugiere otra renovación literaria cuando aparecen
el realismo y el naturalismo. Su decadencia, la se-
ñala el neorromanticismo, que es decadencia
igualmente, y en el cual lo más significativo es la
poesía lírica. Dentro del romanticismo, la poesía
lírica no diré que deba ocupar el lugar secundario
que ya irremisiblemente se ha señalado al teatro ;
pero sería discutible que debiese preceder a la no-
vela. Cronológicamente, sabemos que no la pre-
cede, y que es en novelas como La nueva Heloisa,
Pablo y Virginia, Rene, donde tenemos que bus-
car a los precursores románticos.
La poesía lírica, asunto del presente libro, en-
contró en la nueva escuela tres grandes temas que
parecían, no ya olvidados, sino proscritos: la re-
ligión, el sentimiento de la naturaleza, y la huma-
nidad. El primero lo aprendió de Chateaubriand
y lo desarrolló magníficamente por medio de La-
martine; el segundo se lo había sugerido Juan
Tacobo Rousseau ; el tercero, contenido en tantas
obras anteriores que embebió el humanitarismo
de la Enciclopedia, fué una de las fuentes cau-
dalosas de la inspiración de Hugo. A estos temas
principales pudiéramos añadir otros, y la rica va-
riedad de los temperamentos y tipos de poetas nos
demostrará que algo muy sugestivo, muy remove-
dor, existía en esa revolución literaria, que consti-
tuye una de las épocas decisivas para la historia
del arte, y no del arte solamente, pues la crisis ro-
mántica dejó otras consecuencias, prolongadas
hasta sabe Dios cuándo.
Estas consecuencias son lo que persiste de un
294 E. PARDO BAZAN
movimiento tan discutido, a veces tan mal entena i-
do, tan difundido por el universo, tan digno de
consideración por sus hondos orígenes y deriva-
ciones considerables, y acaso ya perpetuas. Pero,
como ahora hablamos del romanticismo en cuanto
escuela literaria, conviene notar que, en tal aspec-
to, rápidamente se desmoronó. En 1830 triunfa
ruidosamente Hernani, y en 1834, ya como cuerpo
de doctrina estética, recibe el duro coscorrón que
le administra el clásico Nisard, en su Manifiesto
contra la literatura fácil, haciendo constar la evo-
lución que empezaba a producirse en el público.
*'Los escritores a quienes más amenazaba este
cambio no son los últimos que lo notan. Hay libros
que no se venden ya."
Con burla fina, hace observar Nisard que los
nombres más gloriosos de la literatura fácil co-
mienzan a ser admirados en provincias ; y cuando
una reputación llega a la provincia, es que ha
caído en París. De esta penetración del romanti-
cismo en provincia nadie ha dejado un retrato más
entonado y rico.de pormenores que Balzac, en bas-
tantes de sus novelas, sobre todo en la que titula
Un gran hombre de provincia en París. La histo-
ria entera de Jorge Sand es resultado de la pene-
tración del romanticismo en la provincia. Otra,
bien tardía, e¿ la fábula de Madama Bovary.
Y, ¿qué cosa es la literatura fácil? Sin duda,
no es todo el romanticismo, y nadie llamará lite-
ratura fácil, por ejemplo, a los versos de Vigny,
ni a algunas magníficas inspiraciones de Hugo, n'
siquiera a todo lo que constituye su bagaje dra-
mático ; pero, en el romanticismo, hay mucho que
KL I.iki--\io n.M LA POESÍA FRANCESA 2 ^
puede incluirse en el género estigmatizado por
Nisard, y no lo hay sólo en las obras de los secun-
darios, sino también en las de los maestros más
famosos.
En los dramas de Hugo está patente el resbalar
por el plano inclinado de la facilidad, camino se-
guro de la endeblez ; en los versos de Lamartine
hallaremos también esa facilidad funesta, que le
valió el dictado de escultor en humo; en Jorge
Sand, la facilidad induce a la amplificación decla-
matoria ; y las obras marcadas con ese sello fácil,
estaban condenadas a naufragar, a ser desecha-
das como cosa inerte.
Resumiendo lo que ha formado el asunto de este
capítulo, o sea el romanticismo como escuela lite-
raria, es preciso reconocer que presentó muchos
síntomas que anunciaban, desde el primero y más
glorioso momento, la desorganización inevitable.
Una época clásica puede presentar el aspecto de
la unidad, y dentro de las obras más diversas, con-
servar la fuerza organizadora que ha presidido a
su formación. Tal fué la literatura francesa en el
siglo XVII, y no puede discutirse siquiera que
en coherencia, vigor y sanidad, ofrece el más per-
suasivo ejemplo. El romanticismo no podía menos
de presentarlo opuesto del todo. El principio de
libertad y rebeldía lleva en sí la desorganización,
y hasta la disgregación atomística ; el principio de
libertad, no contrastado por la ley, engendra la
anarquía. Es sorprendente que, al desatarse los
lazos escolásticos, al emanciparse el criterio y el
sentido de cada romántico, no perdiesen el res-
peto a V^íctor Hugo, y no renegasen en alta voz
596 E. PARDO BAZÁN
de SU autoridad, caso frecuente en los anales de
las escuelas. Algunos, sin embargo, se habían dis-
tanciado ya del maestro y jerarca. Vigny, Sainte
Beuve, son los primeros que me ocurre citar. Y
los más ardientes admiradores de Hugo, el cual
vinculaba en su persona la supervivencia de la es-
cuela, no sancionaban ya, desde 1836, todo lo que
producía aquella musa infatigable. Ni sus últimos
dramas, m sus poesías líricas, estaban exentos de
señales de decadencia, "La poesía ya escasea, pero
las palabras abundan", declara implacablemente
Nisard. Con mayor exactitud todavía pudiera esta
censura ser aplicable a Lamartine.
Cayó, pues, el romanticismo en la persona y en
la labor de sus mayores corifeos, y de los princi-
pios que proclamó como escuela algunos perse-
veraron, entendidos acaso de otro modo, y varios
fueron rebatidos y pulverizados por Gautier, el
mayor enemigo de la literatura fácil, el teórico de
la labor obstinada, concienzuda, delicada e inten-
sa, el dogmatizador del arte por el arte. Gautier
fué quien, sin críticas acerbas, y hasta con him-
nos al maestro, a quien sinceramente admiraba,
dio el golpe mortal al romanticismo de escuela.
XX
Bl lirismo en la prosa es anterior al lirismo en la poesía.—
Mme. de Stael precursora y definidora del romanticismo.—
"Átala" y "Rene" de Chateaubriand. Su influencia. El "mal
del siglo". -Bibliografía acerca de Chateaubriand.
Antes de que ningún poeta romántico — no ig-
noramos que no lo fué Andrés Chénier — hu-
biese, no diré publicado, sino escrito una sola
estrofa, habían agitado los corazones muchas de
las grandes novelas románticas — las llamo gran-
des en el sentido de su eficacia y acción — . Co-
rrian Werther, La Nueva Eloísa, Pablo y Virgi-
nia, Átala, Rene.
Y la plenitud del lirismo estaba establecida des-
de estas novelas. Toda la efervescencia román-
tica, en ellas se contenía, y aun cuando no hu-
biese rimado Lamartine, ni trazado un renglón
desigual Víctor Hugo, puede afirmase que la pro-
funda transformación se hallaba realizada.
Pero, ¿acaso esa prosa, en la cual se derrama-
ba la esencia romántica, era la misma prosa que
tanta gloria había dado a Francia en los siglos
de oro? ¿No debemos ver en ella algo distinto,
muy distinto? Yo así lo entiendo, y no puedo
comparar aquella prosa viril, sobria, concisa, ner-
vuda, de un Bossuet o de un Pascal, ni aun la
sabrosísima de la Sévigné o de Saint Simón, sa-
zonadas con las sales de la observación y del
ingenio, ni siquiera la prosa tan castiza y nació-
298 E. PARDO BAZÁN
nal de V^oltaire, con la prosa peculiar de los ro-
mánticos.
Ante un gusto depurado, ante una crítica lite-
raria severa, la prosa de los primeros románti-
cos, conteniendo bellezas innegables, no es, en
conjunto, defendible. Es lo que se ha llamado
prosa poética^ y adolece de todos los amanera-
mientos, hinchazones y afectaciones que acaso en-
tonces no se advertían, porque operaba el sorti-
legio, pero que, en desapasionada lectura, saltan
a los ojos, y mueven a asombro, pensando cómo
no vio tales defectos la generación a quien sedu-
jeron estas producciones.
Rousseau, en su novela sentimental, en las
Confesiones, dejó el modelo de la prosa poética.
Los que vengan después, Lamartine en Rafael,
Jorge Sand en las novelas de su primera manera,
no harán más que amplificar y renovar ese estilo
de constante exaltación. Poco a poco, sin embar-
go, el verso ha de reclamar sus derechos y la
prosa poética irá batiéndose en retirada. El senti-
miento adoptará formas menos enfáticas, y más
tersas acaso; desaparecerá el movimiento orato-
rio, propio de una época en que los oradores eran
dueños de la multitud, y cada día se irá exigiendo
más a la prosa para que. sin renunciar a sus pre-
rrogativas, se mantenga en su terreno propio, y
no usurpe el de la rima. Todo ello será, cuando e:
verso haya vuelto también por sus derechos, y
reclamado su lugar.
Entretanto, recordemos que desde 1760, fecha
de la publicación de la Nueva Eloísa, hasta 1819.
en que aparecen Las meditaciones, de Lamarti-
El lirismo ex la poesía francesa 299
ne, es decir, por más de sesenta años, estando
ya enseñoreado de las letras el romanticismo, al
cual se le preparaban triunfos tan ruidosos, fué
la prosa la que hizo todo el gasto, mientras el ver-
so aguardaba su hora.
Nadie negará que la prosa es la que establece
el romanticismo, al menos en Francia, pues en
otros países no podría decirse ya rotundamente
lo mismo. Podríamos aducir hechos ; pero es na-
tural que en Francia llegase el romanticismo con
retraso, por ser la índole nacional no muy favo-
rable a tal tendencia.
Francia no es, por su naturaleza, una tierra
de romanticismo, exceptuada la comarca de Bre-
taña, donde nacen las leyendas y los mitos sen-
timentales. El genio de la nación está mejor re-
presentado por la literatura del siglo XVII y
aun por la del XVIII, que por la del XIX, en
su parte romántica. Sin embargo, esta parte ro-
mántica es fecunda, rica, compleja, más llena
de facetas y de irisaciones que diamante alguno,
y aunque las primeras vibraciones románticas
hayan venido de fuera, a principios del siglo XIX,
las etapas de la historia, las circunstancias quizá,
hicieron que desde entonces Francia ejerciese,
en toda Europa, una dictadura literaria que po-
drá discutirse, pero no puede negarse.
Francia estaba en condiciones para extender el
romanticismo, después de haberlo acogido en su
seno. Las guerras del Imperio la ponían en con-
tacto con Europa entera. Los emigrados traían
un contigente de ideas aprendidas en el destie-
rro. Chateaubriand, lo sabemos, era un emisora-
300 E. PARDO BAZÁN
do. Desde el siglo XVIII, los largos viajes y na-
vegaciones extendían* el horizonte de la sensibi-
lidad. Pablo y Virginia, Átala, son de otro hemis-
ferio. En España entraban las huestes de Napo-
león, y encontraban heroica resistencia: España
invadiría a su vez, muy pronto, la imaginación,
más o menos documentada, de los románticos. Ya
en el período del Imperio, se encuentra una ten-
dencia romántica, que pertenece, en gran parte, al
romanticismo épico : el falso Osian hace su entra-
da triunfal ; Madama Cottin publica novelas como
Amelia de Monsfield y Malvina; y es una fecha
para el romanticismo la aparición del libro de
Madama de Staél sobre La literatura.
No cabe en el plan de este capítulo el examen
de la labor de Madama de Staél, pero aquí es pre-
ciso recordar su papel en el advenimiento de las
corrientes románticas. Madama de Staél encarna
la época de transición : llamada a iniciar a su pa-
tria en el romanticismo, pertenece, por su filia-
ción, al siglo XVIII ; es verdad que de este siglo
se ha fijado en lo que más prepara el romanti-
cismo: en Juan Jacobo Rousseau, de quien es dis-
cípula ferviente.
Hay que reconocer a Madama de Staél el pa-
pel de iniciadora que le atribuye Menéndez y Pe-
layo: algunos de los principios fundamentales de!
moderno lirismo se encuentran ya enunciados en
el libro de La literatura, y desde 1810 — aun cuan-
do el libro no pudo ser del dominio público hasta
tres años más tarde — reveló el mundo nuevo de
las literaturas del Norte, el pensamiento y la poe-
sía germánica. Con Madama de Staél estrena
i:i. LIRISMO EX LA poesía FRANCESA 3OI
Francia ese papel de simpatía universal e inte-
ligente hacia todas las manifestaciones del arte y
del espiritu filosófico, que después se ha preciado
tanto de desempeñar.
Pertenecen a Madama de Staél las siguientes
ideas, hoy generales, pues como afirma'el mismo
Menéndez y Pelayo, todo el mundo es plagiario
de Madama de Staél, aun sin saberlo. El carác-
ter propio de las literaturas, la rehabilitación his-
tórica ae a Edad media (periodo que, sin embar-
go, la Siaél no sentía), el valor estético de Sha-
kespeare y de los humoristas ingleses, la influen-
cia de las costumbres y las instituciones en las le-
tras, el interés psicológico del misticismo, la ac-
ción del espíritu caballeresco, el honor y el amor,
el sentimiento de lo doloroso e incompleto del des-
tino humano, y la distinción entre la poesía clá-
sica y la romántica, palabra, esta última, que por
primera vez fué escrita, en la lengua francesa por
la Staél. Paréceme que en todo ello hay bastante
materia de renovación, y si hoy sabemos todo eso
de memoria, no sucedía lo mismo, sino todo lo
contrario, entonces. Eran grandes novedades,
mundos desconocidos.
Y uno de estos factores indicados por la Staél,
dos mejor dicho — el honor caballeresco, el sen-
timiento de lo incompleto y doloroso del destino
humano — los encontramos expresados y represen-
tados por Chateaubriand, especialmente en el epi-
sodio de Rene.
Con dos novelas, Átala y Rene, que tanto tie-
nen de poéticas como de profundamente líricas,
el individuo viene a situarse frente al mundo en-
302 E. PARDO BAZAN
tero, y a ser la norma y la ley de sí mismo, recha-
zando todo lo que pueda cohibir su anárquica li-
bertad.
Especialmente en el episodio de Rene, está con-
tenido todo el subjetivismo romántico. Rene es
una de esas obras de acción, tan honda, que cuan-
to se diga acerca de este aspecto suyo no dará
idea de la extensión de su influencia.
Dos o tres generaciones sufren el ascendiente
de René^ y las siguientes no están libres de él nun-
ca, aunque no repasen sus páginas. Como se dijo
de Madama de Staél, que sus ideas no han cesado
de actuar en el terreno de la crítica, podemos decir
que Rene sigue actuando en el terreno sentimen-
tal. De él proceden los innumerables enfermos de
ese mal que se llamó después '*el mal del siglo".
En esto estriba, a su hora, la originalidad de Rene.
Rene no carece de precedentes : algunos son tan
ilustres como Werther. Muy anterior en fecha a
la de Chateaubriand, la obra de Goethe encierra
ya el lirismo romántico perfectamente caracte-
rizado, dieciséis años antes de la publicación de la
Nueva Eloísa. Estaba reservado al genio de Gke-
the, vasto como el mundo, producir esa novela que
señala e inicia una época literaria, y no por eso
deja de concebir el poema de la Edad moderna,
el único digno de admiración entre los innumera-
bles que se han intentado: el Fausto.
Tiene mucho de significativo que, en tm momen-
to dado, en circunstancias extraordinarias de la
Historia, en una crisis de los sistemas y orga-
nizaciones sociales, aparezca un tipo especial de
sensibilidad, que no se afirma en la literatura sino
Elv LIRISMO EX LA poesía FRANCESA 303
porque en la realidad existe, siendo la literatura
únicamente su expresión artística, su retrato y
reflejo. Pensad un poco en los caracteres esen-
ciales de otras épocas ; pensad en el Renacimien-
to, con su fuerte y serio humanismo; pensad en
el gran siglo de Francia, el XVII, y al punto no-
taréis el anacronismo que representaría en esas
edades sanas y vigorosas, la aparición de tipos
como Rene, Oberman, Werther, Jacobo Ortis y
Adolfo, y su afirmación por medio de la litera-
tura. Para hallar una figura análoga a la de Rene,
tenemos que remontarnos al autor del Eclestas-
tés. Aquella amargura, aquel desencanto, aquel
hastío, de los cuales tan magnífico ejemplar en-
contramos en Leopardi, son más universales,
menos individualistas, que en Rene y su escue-
la; y Salomón habla a cada paso del "hombre",
pero no tanto de sí mismo. Los Renes, no sólo
se refieren exclusivamente a sí propios, sino que
se consideran un caso aparte, en la humani-
dad ; tal pretensión tenía Rousseau, al escribir sus
Confesiones: así se lo aseguraba al ''Ser supre-
mo" del modo más categórico. ¡ Nadie había sido,
ni era, como él !
La aparición de lo que llamaremos el tipo de
Rene, marca, pues, una fecha, aquella en que el
individualismo adviene y el yo se afirma, recla-
mando todos sus derechos. Las diversas encar-
naciones del personaje, al través de Childe Ha-
rold, Antony, Adolfo, Rolla, Lelia; de tantos
"hijos del siglo" como van a surgir, brotan de
esta raíz única: el individualismo lírico. Lo ha-
bía dicho, antes que Bonald, aunque no tan con-
304 E. PARDO BAZAN
cisamente, la Staél : la literatura es la expresión
de la sociedad. Y la aparición del tipo de Rene
señala focos morbosos en la sociedad, y anuncia
las perturbaciones de la moral y del derecho.
Chateaubriand expresó con una imagen impre-
sionante lo que hay en su espíritu de enfermo, de
dolorosamente orientado hacia el mal. *'E1 cora-
zón, en apariencia más sereno — dice en un párra-
fo de Átala — , es como el pozo natural de la sa-
bana de Alachua: tranquila parece la superficie,
pero si miráis hacia el fondo, veréis un gran co-
codrilo, nutrido en las pacificas aguas."
Donde este cocodrilo saca sobre el agua pro-
funda su cabeza monstruosa^ es en Rene.
Rene, es el autor mismo, en su juventud, ;
quién sabe si toda su vida, aun cuando en los úl-
timos años de ésta renegase de su obra, y afir-
mase que, si no la hubiese escrito, no la escribi-
ría. Es la historia, o mejor dicho, la confesión de
un hombre que, hastiado de todo antes de haber
gozado de nada, desencantado precozmente, huye
a América, no a la América industriosa y labo-
riosa, sino al desierto. Y cuando, en Átala, le
pregunta Chactas cuál es su historia, responde que
no la tiene; que el corazón de Rene no cabe ex-
plicarlo.
Es extremadamente curioso ver cómo Chateau-
briand, en este mismo libro, hace, por boca del
misionero Padre Souel, la crítica de la tendencia
de su vida y de su obra, y de la literatura que
nace. La severa exhortación del misionero, se-
ñala a Rene la medicina para los daños del en-
sueño y corrige su orgullo y su misantropía, fi-
EL LIRISMO EN LA POESIA FRANCESA 305
jando la acción y el servicio de sus semejan-
les, como fin de la vida y medicina contra qui-
meras.
Pero la condición de Rene no se presta a acep-
tar tal remedio. Y no se presta, porque Rene se
complace en su propio mal, lo considera singu-
lar y único, y alza la frente coronada de orgullo,
al considerar lo excepcional de su sentir. Asi nos
dice, en Los Matches : **E1 vacio formado en el
fondo de su alma no podía llenarse. Rene había
-ido señalado por el cielo, con una condena que
formaba a la vez su genio y su tortura: la pre-
encia de Rene lo turbaba todo : las pasiones sur-
gían de él y no podían volver a entrar : pesaba
sobre la tierra, que pisaba impaciente y que le su-
fría de mala gana". Tal era el juicio de Rene
-obre su propia psicología.
"Las señales de afecto — dice — que se le daban,
le pesaban; al quererle se le causaba fatiga."
*'Desde el principio de mi vida — asegura — no he
cesado de nutrir penas : mi existencia es de las
que corrigen de la manía de existir." "El corazón
de Rene no tiene clave: no se puede explicar."
Esto lo escribe en Los Matches, en una carta que
supone dirigida por Rene a la salvaje Celuta.
Esta carta es seguramente el documento más de-
mostrativo del lirismo. Rene declara allí algunas
cosas tan extravagantes, que no me decido ni a
indicarlas ; pero el orgullo y la vanidad más des-
enfrenada campean en el texto. Pretende que la
mujer que ha sido una vez amada de Rene, no
podrá ya pertenecer a otro hombre; y, volvién-
dose hacia el Ser supremo, exclama, en un arran-
20
;o6 E. PARDO BAZÁN
que digno de Rousseau: "Sólo tú, qué me creaste,
tal cual soy, puedes comprenderme".
Véase en estas declaraciones intimas de Rene,
la explicación de tantas y tantas manifestaciones
de la sensibilidad en nuestros tiempos. Desde que
Rousseau se declara singular y único, y Chateau-
briand le sigue íX)r el mismo camino, serán nu-
merosos los que alardeen de no parecerse a nadie,
y esta pretensión durará hasta .el mismo instante
en que esto escribo. El protagonista de una breve
novelita de Unamuno, que acabo de leer, tiene
igual aspiración: ni se parece a nadie, ni a nadie
se asemeja: y en este prurito de diferenciación y
de distanciación está contenido todo el lirismo.
Los tipos líricos que procederán de Rene, mos-
trarán, querrán, como él, situarse a distancia de
la humanidad, y ser de la naturaleza del águila,
que anida en la soledad y en las cumbres. Cuan-
do descienden a los valles, es para afirmar, una
vez más su altiva superioridad, y para desgarrar
con sus uñas cuerpos y corazones. Este mismo
carácter antisocial demostró Byron, y nadie des-
conoce cuál fué su pugna con todo el sentimiento
y los principios arraigados en su patria, ni cómo
en ella se le reprobó. Y existe otra curiosa coin-
cidencia entre Byron y Chateaubriand : el haber-
se acusado los dos de una pasión incestuosa,
acusación que nadie osaría dirigirles si ellos no
fuesen los que la delatasen, más o menos explí-
citamente, en sus confesiones en verso y prosa.
Este sería el monstruoso cocodrilo del pozo na-
tural de Alachua, a que Chateaubriand hace re-
ferencia ; y por mucho que se condene a sí mismo
EL URISMO EN LA POESÍA FRANCESA 307
el hermano de Lucila, yo creo observar, y lo han
creído muchos críticos, que a la comprobación de
la anormalidad sentimental acompaña en Cha-
teaubriand cierta vanidad, como si lo singular de
sus sentires le elevase sobre los demás mortales e
imprimiese una marca luciférica en su hermosa
y despejada frente.
A engendrar este modo de sentir en Chateau-
briand concurrió s'éguramente la acción de la his-
toria, como contribuyó a la rebeldía de Byron la
hipocresía del puritanismo que le rodeaba. El des-
arrollo de los acontecimientos históricos trajo
consigo, para el autor de Rene, la hipertrofia del
orgullo y la invasión de la melancolía. Y no fué
sólo para él, y en esto no pudo alardear de sentir
cosas extraordinarias : no es derrocado un régi-
men, no se derrumba una sociedad, no corre a
torrentes la sangre en luchas civiles y en guerras
extranjeras, no son desposeídas las clases sociales
de cuanto las elevaba y engrandecía, sin que, en
esas clases, surjan estados de alma muy semejan-
te? al de Rene y al de Chateaubriand que creó y
encarnó esa misteriosa figura. La persecución y
despojo de los nobles, exaltó en bastantes de ellos
el orgullo, 1^ altanería caballeresca; y Chateu-
hriand. y Alfredo de Vigny, el de la torre de mar-
fil, el prototipo de los distanciados, encarnaron
especialmente tal modo de ser, que, más adelan-
te, volveremos a encontrar en Barbey d'Aurevilly
y bastantes personajes de sus novelas, en Villier
de risle Adam, y que ha reflejado aquí, guar-
dadas todas las diferencias de latitud, el marqués
de Bradomín, o sea D. Ramón del Valle Inclán. El
308 E. PARDO BAZÁN
aristocratismo en las letras, no pudiendo proceder
de Juan Jacobo, ni de la liberal Staél, que en gran
parte es una hija de la revolución, procede de quien
era natural que procediese: del emigrado legiti-
mista, hijo de Bretaña, vizconde de Chateaubriand.
Y la melancolía, también había de nacer en un
espíritu ulcerado por las amarguras de -los tiem-
pos adversos, e inclinado a la contemplación de
lo que la Staél llamó lo incompleto del destino.
Seguro que adonde quiera que vaya el hombre,
en las grandes ciudades inhospitalarias, como
Londres, donde Chateaubriand emigrado había
luchado con la miseria, o en los desiertos donde
el indio acampa y fuma con el extranjero la pipa
de la paz, lo menos malo es lo más solitario, lo
que más se aparta de la civilización. Idea deri-
vada de Rousseau, y no sólo de Rousseau, sino
también de Bernardino de Saint Fierre, y aun de
los enciclopedistas, que otorgaban al salvaje vir-
tudes superiores.
En efecto, los salvajes de Chateaubriand, sus
Natchez heroicos, su Chactas tan fino amador, su
Átala, tan tierna y tan púdica, descienden en línea
recta de los salvajes ideales, o al menos de los
tipos exóticos de anteriores escritores, que pre-
paraban los dos aspectos románticos : el exotismo
y el color local. Desde luego, ambas corrientes no
respondían a las exigencias de realidad que se
abrieron camino en épocas posteriores; ni Chac-
tas, ni Átala, ni los Natchez son sino, en sus sen-
tires, tipos de civilización, aunque hablen un len-
guaje pintoresco y bello, que puede remedar poé-
ticamente la locución sentenciosa y grave de al-
El lirismo en la poesía francesa 309
gunos indios.^ A veces he discurrido por qué en
España, aparte del Guatjmozin de la señora Ave-
llaneda, ha tenido, tan escasa representación la
novela de salvajes; y creo que será porque aquí,
merced al descubrimiento y reconquista, los sal-
vajes son un elemento puramente histórico, so-
brado real. Lo cierto es que, precursor indudable
de Pedro Loti, abuela la dulce Átala de Aziyadé y
aun de Madama Crisantemo, Chateaubriand, en el
paisaje, no desmerece de ninguno de los que en
pos de él hayan venido a describir tierras desco-
nocidas.
Sin duda hoy es mayor, más detallada, la exac-
titud de las descripciones ; pero no gana en mag-
nificencia a las de Chateaubriand, ni en colorido,
ni en felicidad y acierto de pinceladas, ni en esa
misma tinta melancólica que parece comunicación
directa del espíritu, y por la cual bien se puede
decir de los paisajes de Chateaubriand, que son
estados de alma.
Y puesto que la hemos estudiado rápidamente
según se refleja en las obras que le hicieron ca-
beza del romanticismo, digamos que su orgullo
se transformó bastantes veces en fatuidad, sobre
todo tratándose de mujeres, mejor diré de se-
ñoras. Chateaubriand tuvo mucho de dandy ; fué
hombre de salón, elegante y distinguido como po-
cos, y consiguió una aureola que jamás rodeó las
sienes de Víctor Hugo. Por eso se ha visto en él
al primero de los fatales, tipo absolutamente ro-
mántico, que vino a culminar en el Antony, de
Dumas. El fatal es irresistible en amor, y por no
se sabe qué encanto, seducción o magia, inspira
310 E. PARDO BAZÁN
vioientisimas pasiones, causa tragedias, roba la
paz y ejerce como una influencia hipnótica. Este
tipo lo encontramos, como queda dicho, en Rene,
y también en un tipo femenino, muy digno de
atelición, el de Veleda, predecesora de la Lelia,
de Jorge Sand, que es fatal igualmente. Veleda
tiene algo de maga, mucho de neurótica, y su tris-
teza y su altivez la sitúan por derecho propio en-
tre los tipos marcados con el sello del carácter de
su creador. Y, una vez creados estos tipos, el ro-
manticismo ha llegado.
A Chateaubriand hay que leerle en la edición
de sus Obras, en 36 volúmenes, París 1836-1839.
Esta edición la revisó él mismo, con cuidado. No
figuran, por consiguiente, en ella las Memoñas
de ultratumba, que fué publicación postuma, en
12 volúmenes (1849).
Acerca de Chateaubriand se ha escrito mucho
y con bastante penetración critica. Todo lo de
Sainte Beuve, los Retratos literarios, en que hay
dos artículos sobre Chateaubriand, y los dos to-
mos de Chateaubriand y su grupo literario, bajo
el Imperio (1860), es, si discutible en algunos
puntos de vista, muy interesante y amenísimo.
Debe recomendarse también Chateaubriand, su
vida, obras e influencia, de Villemain, 1858; el
Elogio de Chateaubriand, por H. de Bornier.
1864; la Lucila de Chateaubriand, por Anatolio
France ; el Cuadro de la Literatura francesa bajo
el primer Imperio, por Gustavo Merlet, 1877 ;
Chateaubriand, por Faguet, en El Siglo XIX
(1887) y G. Pailhes, Chateaubriand, su mujer r
sus amigos.
XXI
Béranger. Su biografía; su carácter.— Qué es la canción.— La
canción política.— Béranger durante la Revolución, el Im-
perio, la Restauración, la revolución de 1830, la Monarquía
de Julio y la revolución del 4S.— La canción del "Rey de Ive-
tot". — Las canciones de Béranger se clasifican en cinco
grupos. — ¿Bs Béranger un poeta? — Su popularidad. — Bi-
bliografía.
Sin duda sería exagerar la importancia del poe-
ta de que voy a hablar decir que representó a
Francia, ni aun avenirnos a que, como se dijo
tantas veces, fuese el poeta nacional. En Fran-
cia hay mucho más de lo que cabe en la obra de
Béranger, y es a lo sumo un aspecto del modo de
ser francés el que ha representado completamen-
te, en sus poesías líricas. No ha sido de seguro
el poeta nacional, pero sí el cancionero nacional
por excelencia. Y la canción es cosa muy fran-
cesa, está en su tradición, sobre todo cuando es
política.
Parisiense por inclinación, Béranger lo fué tam-
bién por nacimiento. Nació en una de las más
sucias y ruidosas calles de la ciudad, en casa de
aquel sastre su abuelo, de que habla el propio Bé-
ranger, al proclamarse znlain et tres vilai% villano
y muy villano por linaje. La fecha de su nacimien-
to fué el 19 de agosto de 1780, trece años antes
de la plenitud de la Revolución.
El padre de Béranger era tenedor de libros en
una tienda de ultramarinos.
312 "E. PARDO BAZÁN
A los trece años, desde el tejado del colegio a
que asistía sin estudiar palabra, vio la toma de la
Bastilla. En ese colegio conoció a un viejo, Fa-
vart, que había escrito innumerables canciones, y
a quien el mariscal de Sajonia llamaba el cancio-
nero del Ejército. Poco después vio pasar, en
1879, las sangrientas cabezas de los Guardias de
Corps, paseadas en picas. Grande fué su horror:
mucho tiempo le pareció que seguía viendo aque-
llos lívidos despojos. Por su fortuna, salió de Pa-
rís y fué a vivir en Picardía al lado de una tía
suya que se hizo cargo de él y le amparó. Aque-
lla señora era partidaria del régimen traído por
la Revolución, mientras que el padre del futuro
cancionero era realista y hasta tenía sus preten-
siones de nobleza y su derecho a la partícula, cosa
que aquí no consideramos que tenga nada que
ver con el toque de la aristocracia, pero en Fran-
cia sí. Logró por fin el padre llevarse consigo al
hijo, y se fueron a París los dos. El padre se puso
a negociar, mientras aguardaba la vuelta de los
Borbones; pero quien por entonces volvió fué
Bonaparte, de Egipto, ya casi con ínfulas impe-
riales, y el padre de Béranger, quebrado, sufría
cárcel en completa ruina. Béranger, refugiado en
una bohardilla (¡dans un grenier qu'on est bien
á vingt ans!, dice en una de sus canciones) se
dedicaba a trabajos de erudición para vivir, y ri-
maba ya canciones políticas y satíricas.
De quebrantada salud; con aspecto de viejo
desde la edad juvenil, Béranger pudo librarse del
reclutamiento, de las grandes levas que Bona-
parte no escaseaba. Vivía el poeta en la miseria.
Elv LIRISMO EN LA poesía FRANCESA ^T-?
cuando, en 1804, Luciano Bonaparte le dio un
empleillo, o, más exactamente, un socorro, auto-
rizándole a cobrar en su lugar sus dietas de aca-
démico. Y siempre protegió Luciano al que, por
la lectura de algunos de sus versos, consideraba
un poeta de valía. Obteniendo por fin un emplei-
llo, se creyó rico Béranger. Caracteriza a este
hombre, en la vida, lo que resalta en su Musa:
una gran sencillez, una modestia de aspiraciones
verdadera. Respecto a la carrera literaria, es cu-
rioso que el mayor entusiasmo sentido fuese al
aparecer El genio del cristianismo, de Chateau-
briand. Llegó al extremo de que intentó Béranger
volver a la fe y a las prácticas católicas; y fre-
cuentó las iglesias y leyó asiduamente el Evange-
lio. No prevaleció este impulso y Béranger fué
toda su vida un deísta al estilo de la Enciclopedia.
Hay otra observación que hacer sobre Béran-
ger comparándole a Víctor Hugo y a Vigny, y
aun al mismo Chateaubriand : y es que no creyó
nunca ser, ni algo excepcional y fuera de la ley
común, ni siquiera supuso que el poeta ejerciese
un sacerdocio; lo consideró únicamente un objeto
de lujo en la sociedad moderna.
Escribió Béranger muchos ensayos poéticos y
hasta comedias, sin encontrar todavía la fórmula
d€ su inspiración propia. Su protector, Luciano
Bonaparte, le aconsejaba que cultivase el género
serio y elevado : el temperamento de Béranger le
inclinaba hacia muy otra dirección. Sentía, con
más fuerza que nunca ahora, la inclinación hacia
la política ; la política, entonces, era un volcán en
erupción constante; y Béranger, al triunfar el
314 H. PARDO BAZÁN
Imj>erio, sintió la protesta de su alma republica-
na, y con más fuerza todavía se elevó tal protes-
ta a la caída del Imperio y la restauración del
antiguo régimen. El género favorito de Béranger
se le había revelado en las reuniones de amigos,
en Perona, adonde hacía viajes frecuentes, y
donde algunas alegres comadres se juntaban para
banquetear. Allí Béranger, a los postres, cantaba
alguna de sus composiciones, y el estribillo era
repetido en coro. Eran canciones epicúreas, y los
convidados, a lo Rabelais, se suponían frailes de
cierto regocijado convento.
Laissons diré á la Trappe :
Freres, il faut mourir!
Quand le destín nous frappe,
gaiement sachons souffrir.
Mourir va de soi mente:
n'en ayons point souci.
Bien mvre, est le probtéme
qu'il faut résotidre ici.
Hacia el año 1813, comenzó la reputación de
Béranger a apuntarse. Sus canciones, de las cuales
hacía él poco caso, iban corriendo, ya impresas en
ídguna antología, ya copiadas a mano; y su obra
maestra, el Rey de Ivetof, empezaron a fijar la
atención del público. El Rey de Ivetot era una
crítica del imperialismo y de Napoleón Bonapar-
te: la policía siguió la pista a la subversiva can-
cioncilla. No llegaron a perseguir al autor, pero
de entonces tuvo popularidad naciente. Corrie-
ron también otras cancioncillas libertinas, muy
a propósito para el gusto inveterado de Francia
Elv IJRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 315
por este género. Y como entonces había muchos
salones donde se cultivaba la novedad literaria,
estos salones se abrieron para Béranger, pero sin
que el cancionero se aclimatase en una esfera que
no era la suya, ni se adaptaba a su temperamento.
Lo temperamental en Béranger fué aquella aso-
ciación del Caveau o Bodegón, diriamos, que tan
curiosos contrastes presenta con el Cenáculo ro-
mántico que vino después, y que se formó alre-
dedor de Víctor Hugo. El Bodegón no era inspi-
rado en el recuerdo de otro Bodegón literario y
báquico, donde se reunían en el siglo XVIII no
pocos poetas y muchos bebedores de añejo Bor-
goña y rojo Burdeos. Disuelto este antiguo Bo-
degón, renació varias veces, porque la idea era
muy nacional. El ingreso de Béranger en el Bo-
degón fué la confirmación de su renombre de can-
cionero.
Poco después, entristece a Béranger la entrada
en París de los aliados, de la cual hace una rela-
ción enojada y reveladora de ese patriotismo que
fué tal vez la única pasión de su vida, y que, con
razones basadas en el mejor sentido y hasta pa-
rece que en previsiones lúcidas, recomienda a
todos. La Restauración, fundándose en la can-
ción del Rey de Ivetot, creyó enemigo de los Bo-
napartes a Béranger, y le hizo proposiciones para
atraérselo, y que cantase el restablecim.iento del
nuevo régimen. "Que nos den la libertad a cam-
bio de la gloria, que hagan feliz a Francia, y los
cantaré de balde", contestó el cancionero.
En 181 5, publicó Béranger su primera colee-
ción de Canciones. Béranger contaba treinta y
3l6 E. PARDO BAZÁX
cinco años de edad, y necesitaba luchar, no tenien-
do aún asegurada la subsistencia. El volumen fué
bien acogido, y Luis XVIII mismo habló de
él benévolamente, exclamando: "Hay que per-
donar muchas cosas al autor del Rey de Ivetot'\
El libro hizo de Béranger el cancionero de la opo-
sición, el Aristófanes moderno. Es seguro, no
obstante, que aun cuando no se imprimiesen las
canciones de Béranger y sólo corriesen manuscri-
tas o recitadas de boca en boca, la celebridad de su
autor no hubiese sido menos auténtica.
Béranger -mismo dice que la canción, en otro
tiempo, la canción genuinamente francesa, no ha-
bía necesitado sino ingenio y alegría, y que él le
comunicó intención política. Convencido del pa-
pel que podía desempeñar la canción, se consa-
gró a ella. "Me case con la pobre daifa", dice
crudamente. La canción, en efecto, ocupaba un lu-
gar modestísimo en el Parnaso; de ella dijo acer-
tadamente Béranger: "Nos cuesta trabajo desha-
cernos de todas las aristocracias, y la de los gé-
neros en literatura no ha cesado de reinar entre
nosotros, a pesar de los poderosos esfuerzos rea-
lizados por lo que se llama la escuela romántica. El
propio Rouger de Lisie se enojaba cuando llama-
ban a la Marsellesa canción. A las mías — añade
Béranger — ^para alabarlas, las llamaban odas'*. ^
el caso es que oda y canción son sinónimos. A pe-
sar de cuanto alegue Béranger en natural defensa
de su género, hay que convenir en la inferioridad
de la canción, y no por ningún prejuicio aristocrá-
tico, a no ser que exista, y yo creo que sí existe,
una aristocracia de la belleza. El mismo Béran-
Kl lirismo en la poesía francesa 317
ger pudiera entenderlo asi, en el fondo de su
conciencia poética, puesto que, célebre ya como
cancionero, soñaba escribir y representar una tra-
gedia.
En 1 82 1, publicó el segundo volumen de sus
canciones; por ello le quitaron su empleíllo, pero
ya no lo necesitaba: las canciones producian di-
nero. Béranger fué perseguido judicialmente y
procesado, por alguna de esas canciones, y sufrió
prisión y multa: la popularidad adquirió gigan-
tescas proporciones. En la cárcel, se encontró Bé-
ranger muy a gusto : Santa Pelagia era más con-
fortable que su casa, donde hacia mucho frió y
apenas tenia muebles.
Al consolidarse la reputación de Béranger, pu-
siéronse en relación con él los primates del roman-
ticismo, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Vigny,
Sainte Beuve. No había, sin embargo, nada más
diverso de Béranger que esta nueva escuela que,
para él, tenía el defecto de ''haber transgredido
el pensamiento democrático". Entendía, sin em-
bargo, que acabarían los románticos por separarse
del pasado, porque la lengua que hablaban les
conduciría a las ideas de la Revolución. La pro-
fecía se realizó, en lo concerniente a Víctor Hugo ;
pero, aún jacobino dem.ócrata, Víctor Hugo so-
brepujó bastantes codos de altura a la idea de la
Enciclopedia, que representa Béranger.
^ Constantemente ligado con los jefes del par-
tido liberal, Béranger contribuyó con ellos y más
que muchos de ellos a los sucesos de la Revolu-
ción de Julio, de 1830, que derribó a los Borbones
y trajo a los Orleanes. Pero hay que decir la ver-
3l8 K. PARDO BAZÁN
dad, y es que no le impulsó mira alguna ambiciosa.
Lejos de eso, apenas triunfó la revolución, se re-
tiró, tanto por la molestia como por la filosofía. -
decirle sus amigos que iban a confiarle la cartera
de Instrucción pública, respondió: ''Bueno; hart-
que mis canciones sean textos para los colegios
de señoritas". Y los mismos amigos se rieron.
Rehusó todo Béranger, la entrevista que queria
tener con él Luis Felipe, los favores, los honores ;
y tampoco quiso presentar su candidatura en la
Academia. "La Academia — exclamó — no es sino
la antesala de la patria". Este carácter político,
peste de las Academias, le alejó de la docta Ins-
titución, que pudiera tentarle por lo mismo que
realzaba el carácter de sus versos, tenidos por gé-
nero inferiosísimo.
A propósito de este aspecto de la vida litera-
ria del cancionero, hay que notar que, rehusando
presentarse como candidato a la Academia, de-
claró que esta Corporación, más bien inútil, pu-
diera responder a sus tradiciones y a la idea de
su fundador si utilizase su fuerza resistiendo a
la invasión de los elementos que desfiguran la
lengua nacional ; y, con tal motivo, protesta con-
tra los que intentan resucitar los patuá^; o dia-
lectos rústicos. En esto, como en todo, fué Bé-
ranger fiel a la doctrina de su madre la Revolu-
ción, y hasta de su abuela la Enciclopedia, em-
papadas del convencimiento de la unidad nacio-
nal a toda costa, idea en que Napoleón se ins-
piró también.
Después de la Revolución de febrero, en 184^.
quisieron nuevamente llevar a Béranger a la vida
EL URISMO EN LA POESÍA FRANCESA 319
activa política. Rehusó en una carta que vale más
que todas sus canciones, porque es un documento
de sabiduría. Entre entre otras cosas, dice en ella :
''Cuando tanta gente cree servir para todo, con-
viene que alguien dé el ejemplo de saber no ser
nada". ''Dejadme — repitió después — en mú rin-
cón, que no es el del misántropo."
El rincón predilecto de Bcranger fué una quin-
ta llamada la Grenadiére, que Balzac ha puesto
en escena en una de sus novelas. Pero cambió de
rincón a menudo: vivió en Tours, en Fontenay-
sous-Bois, en Fontainebleau, en Passy. Y, siem-
pre en el retiro, aunque muy visitado de amigos
y escritores, se extinguió Béranger en 1857, a la
edad de setenta y siete años, a consecuencia de
una hipertrofia al corazón.
Al considerar el valor intrínseco de la obra de
Béranger, es preciso reconocer que nadie bebió
así en su vaso, pero que no hubo vaso más vul-
gar, de forma menos artística. Gran parte del
prestigio de estas canciones, sin duda, fué obra
de las circunstancias. Napoleón cansó a Francia
a fuerza de guerras y victorias, que le costaban
lo mejor de su sangre ; y tenía que repercutir don-
de quiera la canción del Rey de Ivetot. Aquel
buen Rey no pedía a sus subditos sino una olla
le vino: Napoleón les exigía a cada paso duros
sacrificios de dinero, y reclutas de hombres, y era
el momento en que las guerras de España y Ru-
-.a, infaustas para el Capitán del siglo, engen-
draban descontento profundo. En cambio, Luis
XVIII ofrecía desde el destierro paz y amnistía.
Y fué entonces cuando Béranger hizo el re-
320 E. PARDO BAZÁN
trato del Rey de Ivetot, caballero en su rucio.
"Había — dice la canción — cierto rey de Ivetot, de
quien la historia no hace caso. Se acostaba tem-
prano, se levantaba tarde, y dándosele un comino
de la gloria, dormía tan ricamente. Su corona era
un gorro de algodón; en su palacio, de techo pa-
jizo, hacía sus cuatro comidas diarias, y para re-
correr el reino, cabalgaba en un asnillo, sin más
guardia ni escolta que un can." No sería gravoso
a sus vasallos si no padeciese una sed inextingui-
ble : a cada moyo de vino le cobraba de impuesto
una olla ; pero, ¡ qué diablo ! Un rey que hace feli-
ces a sus subditos, tam.bién es justo que viva."
Y así, este pacíñco rey pareció un ideal. Los
liberales vieron en él la sátira del despotismo ; los
partidarios de la Restauración, la condenación del
régimen napoleónico. Lo curioso es que Béran-
ger, después de hacerse famoso con la apología
de la paz, apenas cae Napoleón se si.ente inflama-
do de ardor bélico, y como dice un crítico gracio-
samente sólo sueña en aconsonantar gloria con
victoria. Ni el mismo Víctor Hugo contribuyó a
formar la leyenda bonapartista como el autor de
Los mirmidones. La bandera vieja y los Recuer-
dos del pueblo. Sobre el pedestal de la adversi-
dad, más grandioso que el de la fortuna, el ven-
cido de Waterloo, con su levitón gris, la mano en
la solapa, empezaba a señorear la imaginación, y
la literatura, que no era ajena a su caída, iba a
vindicar su empresa.
No se reduj-o la campaña de Béranger.a satiri-
zar a Napoleón para después endiosarlo, ni a los
Borbones. También sacó a relucir el herrumbroso
El. LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 32 1
arsenal de Voltair.e y Diderot contra la Iglesia y
los jesuitas. Todos los recursos tocó el canck)ne-
ro: ya estoico, ya epicúreo, ya deísta bonachón,
ya impío descarnado, no sólo satirizó las creen-
cias, sino que ridiculizó ciertas bases éticas, cris-
tianas en su origen, pero admitidas y respetadas
por los racionalistas, y en conjunto por la socie-
dad, que en ellas se asienta hasta involuntaria-
mente. A la honestidad la calificó Béranger de
sandez; al deccro, de hipocresía; cuantos pisaban
la iglesia fueron para él detestables mojigatos;
escarbó la ceniza hasta reanimar el fuego de la
gruesa ironía dieciochena, y obraron en sus can-
ciones los fermentos más insanos del enciclope-
dismo materialista. Tanto más necesario es reco-
nocer este carácter en la obra de Béranger, cuanto
que, personalmente, y el esbozo biográfico que
queda hecho lo demuestra, era un excelente hom-
bre, de sentimientos nobilísimos.
Dividió Sainte Beuve en cinco categorías las
Canciones de Béranger. La primera, la antigua
canción, tal cual la hallamos antes de él en los
Colle, los Desaugiers y los Panard, regocijada,
báquica, género galo, por el cual comenzó. La se-
gunda, la canción sentimental, como el Buen vie-
jo. El viajero, Las golondrinas ; la tercera, la
canción liberal y patriótica, que fué, y seguirá
siendo su gran innovación, especie de oda chica
que constituye su plena originalidad, y que se ma-
nifiesta en El Dios de la buena gente, La bandera
vieja y otras ; la cuarta, una ramificación pura-
niente satírica, sin sensibilidad alguna, y en que
ataca sin reserva con malicia, amargura y acri-
21
322 E. PARDO BAZÁX
tud, a SUS adversarios de entonces, los ministe-
riales, los de Loyola, y hasta al Papa y al Vati-
cano; y por último una rama superior que Bé-
ranger no produjo sino en sus últimos años y que
ha sido como último esfuerzo de su talento: la
canción balada, puramente poética y filosófica
como Los bohemios, o con temperamento de so-
cialismo, como Los contrabandistas y El viejo
vagabundo.
En ninguna de estas disecciones fué Béranger,
pese a los exagerados elogios de los que, como
Chateaubriand, le compararon a Lafontaine y a
Homero, un gran poeta, lo que por tal se entien-
de. Sus canciones son a menudo adocenadas y
groseras, inficionadas de mal gusto y ordinariez.
Su fuerza residió en su misma brevedad y agili-
dad, en el sonsonete del estribillo que las grabó
en la retentiva y permitió cantarlas al choque ^e
los vasos y al retintín de los cuchillos que los hie-
ren a compás. Y asi se cantaron a los postres, en
las mesas de familia, en las cuchipandas de estu-
diantes y grisetas, en los cafés con ribetes lite-
rarios y en las tabernas y chiscones ; las cantó su
autor, que tenía, según confesión propia, una voz
malísima, y las cantó la burguesía y también la
pkbe; y acaso, si se perdiesen las ediciones en-
teras de la obra de Béranger, se encontraría lo
mejor de sus canciones archivado en la memo-
ria de los franceses, al menos hasta no ha mu-
cho, porque ahora Béranger se ha esfumado y
se ha perdido el eco de sus canciones; aunque
tenga imitadores recientes como el poeta galle-
go Curros Enríquez. Eran las canciones de Bé-
EL URISMO EN LA POESÍA FRANCESA 323
ranger, realmente, un brote genuino del espíritu
de la raza, eran su natural disposición prosaica
y burlona, de los ideales, y más allá de Voltaire,
que le dio el tono, sube hasta Rabelais y Villon,
y hasta los cancioneros medioevales, como Teo-
baldo de Champaña y Colin Misset. Lo que se
ha llamado la gauloiserie, rebosa en la canción de
Béranger, y su sensibilidad peculiar es lo más di-
ferente que se concibe de aquella sensibilidad de
los románticos, que había venido a abrir tal cauce
a la poesía.
Algunas veces, sin embargo, parece un pre-
cursor, no sólo de algunos temas románticos, sino
de otros que el neorromanticismo decadente ex-
plotará. Tal es su canción de Los bohemios, que
parece anunciar la canción de Los hampones, de
Richepin, y que es una perlita.
Siendo un poeta conscientemente plebeyo y de-
mocrático, Béranger es también un ingenio lego,
en toda la fuerza de la palabra. Los clásicos, que
no estudió, no ejercieron influencia sobre él, es-
pecialmente al principio : su tendencia, sin em-
bargo, no deja de ser clásica por la forma, como
'o fué la de tantos enciclopedistas, a excepción
de Diderot. Se advierte en él la influencia de
Moliere y de Lafontaine, por la sobriedad y la
claridad, cualidades tan galas, y que le parecieron
superiores a la elevación y la sublimidad, que tan
cerca están de la hinchazón afectada.
Pero Béranger, que se coloca al nivel del pue-
blo, que hace del pueblo su inspirador y numen,
no fué verdad lo que de él dijo un crítico: que
nadie se coloca impunemente a nivel de las mül-
324 E. PARDO BAZAN
titudes. El poeta debe estar más alto, y aunque
se inspire en las realidades que le rodean, las ha
de idealizar y transformar, por lo cual nunca será
verdaderamente popular el verdadero poeta. Y
Béranger no se ha contentado con penetrar en el
alma del pueblo : ha sido un adulador de las tur-
bas, ha seguido todos los movimientos de la sen-
sibilidad popular. Primero estuvo con el pueblo
liberal; luego estuvo con el pueblo proletario y
socialista, en efervescencia de revolución. Asi,
su popularidad no es extraña : es un fácil secreto.
Duro puede parecer este juicio, pero otros lo
son más, y hay quien niega a Béranger hasta la
vena popular, y al negarle las condiciones del
alma popular francesa, sólo reconoce en él la ex-
presión de lo más burgués que en las tendencias
nacionales existe. No sólo es así, sino que Bé-
ranger es el más hábil adulador de las pasiones,
hasta no compartiéndolas, que su filosofía es
achatada e innoble, y que la bonachonería que se
le ha supuesto, no se revela lo más mínimo en ese
continuo atizar los rencores y los odios de clase,
y en la deslealtad de sus campañas, todas injus-
ticia.
En resumen, la obra de Béranger se ha solido
juzgar así: Es un gran prosista, que ha rimado
su* prosa.
Difícil es llamarle poeta, ha dicho Brunetiére ;
y esto lo hemos visto, añade el citado crítico, a
la luz del lirismo romántico, donde hay más bien
desbordamiento de poesía. Y Gidel, historiador de
la literatura, nos dice igualmente : ''Sean cuales-
quiera sus méritos, Béranger no corresponde a
El. WRISMO líN LA poesía FRANCESA 325
la idea de un poeta al cual el cielo ha otorgado
lo que los antiguos llamaron numen divino, A ve-
ces, en él, la expresión traiciona el pensamiento ;
no es nutrida, es trillada. Y nunca el fuego de la
inspiración, ya oculto bajo la ceniza, ya alzán-
dose en libre y ardiente llamarada, caldea esos
versos que podemos llamar estilo Luis Felipe,
aunque hayan abarcado otros diversos períodos
de la historia. Por eso no es Béranger el poeta,
sino el cancionero. Es lo único que quiso ser, tal
vez porque comprendía que no podia ser otra
cosa. Y esta única pretensión, este arte exquisito
para guardar ocultas sus tentativas en géneros de
categoría más alta, representan, como reiterada-
mente se ha dicho, una suprema habilidad. Hubo
algo en que Béranger gozó de completo dominio :
fué el rey de la canción. La unidad de su vida di-
manó de esto: de ser cancionero y nada más. De
lo mismo nació su papel político, su influencia
sobre las masas, todo. Mientras la ambición de
Víctor Hugo le impulsó hacia todos los géneros,
Béranger se encerró en su huerto, bajo la viña,
copa en mano. Y hubo un momento en que nadie
logró más fama que él."
De las Canciones de Béranger hay múltiples
ediciones. Yo poseo una en un tomo, muy bonita,
con grabados. Para conocerle, consúltese su Bio-
grafía (París, Garnier Hermanos), sin fecha, cos-
tumbre mala de los editores, que creen así asegu-
rar eterna juventud a los libros que publican, pero
que perjudica no poco a las investigaciones biblio-
gráficas. Sobre Béranger se ha escrito mucho,
pero no lo que puede llamarse crítica especial.
XXII
El lirismo en el cbrama romántico.— La palabra "romanti-
cismo'' segÚE^ Víctor Hugo.— Atisbos certeros de Madama
de Stagl.— La lucha entre clásicos y románticos.— La Aca-
demia, baluarte del clasicismo.— 'Los Templarios", deRay-
nonard.— El "Cristóbal Colón", de Lemercier.— El "Herna-
iii".—Eí teatro de Dumas padre "La corte de Enrique III",
"Antony".— Paralelo entre Víctor Hugo y Dumas, por
Larra.— Rehabilitación literaria de Alejandro Dumas.—
Bibliografía.
Empezaré por decir que lo más genuinamente
romántico de escuela, es el drama.
Es habitual que a propósito del drama,, más
que de la novela, se tomen en cuenta los carac-
teres especiales del romanticismo, y se defina
tal palabra, en su sentido escolástico. El lirismo
existió en las letras francesas, como recorda-
remos, desde sus orígenes, en sus leyendas, en
los primeros balbuceos documentales del idioma
ya formado; no es la tendencia nacional genui-
na, ni mucho menos, pero es una gran corriente
que persiste aún a través del Renacimiento, la
época que pudiera serle menos favorable; y ya
en los siglos XVII y XVIII prepara el adveni-
miento del período romántico. El lirismo existía,
repleto; pero con el romanticismo, se desborda.
Por medio del romanticismo, venido del Norte,
mina y destruye los cimientos del ideal clásico, y
en la constitución del romanticismo como escuela
compacta y briosa y llena de fuego innovador, en-
3-S H. PARDO BAZÁN
cuentra armas y medios para completar esa ruina
del clasicismo, definitiva en cierto modo.
El romanticismo de época y de escuela no apa-
rece con tales caracteres hasta lo que suele lla-
marse el periodo de insurrecciónj cuya fecha sue-
len fijar en el estreno de Hernani.
Hay una circunstancia extraña en el romanti-
cismo de escuela: sus iniciadores reniegan de
él, empezando por Chateaubriand, que jamás qui-
so reconocer tal descendencia. Lo mismo sucedió
con Lemercier, que al oír que de él descendían
los románticos declaraba que los tenía por inclu-
seros. Es una de las señales de la hostilidad que
acogía, en tantos círculos, a la nueva escuela, la
cual nunca dejó de necesitar combates para obte-
ner efímeras victorias.
¿Qué más? Hasta Víctor Hugo, el jefe y ca-
beza visible de ella, no quiere aceptar sus respon-
sabilidades. Es él quien ha ¿scrito: "Esta pala-
bra de romanticismo tiene, como toda palabra de
combate, la ventaja de resumir con viveza un
grupo de ideas ; es rápida cosa que conviene para
la lucha; pero yo le encuentro, por su sentido
militante, el inconveniente de parecer que limita
el movimiento que representa a un hecho bélico,
cuando es un hecho de inteligencia, un hecho de
civilización, un hecho de alma] y por eso, quien
traza estas líneas no ha empleado jamás las pala-
bras romanticismo y romántico; no se encontra-
rán aceptabas en ninguna de las páginas de crí-
tica que ha podido escribir".
Y era acertadísima la autocrítica de Víctor
Hugo. El romanticismo no podía encerrarse en
El, WRISMO EN LA poesía FRANCESA 329
tan estrechos límites, y la mejor prueba de su al-
cance y extensión, como hecho de alma, es la va-
riedad y complejidad de sentidos en que la pala-
bra ha sido entendida.
Estos variados sentidos y acepciones de la pala-
bra, tienen de común un movimiento de libertad
y rebeldía; pero, al referirse al romanticismo de
escuela, también un sentido de innovación, un
proceso crítico contra la literatura del siglo XVII,
que sobrevivía, ya quebrantada, en los últimos
clásicos de escuela.
Madama de Staél, cuyo nombre, en este perío-
do, tiene que venir con frecuencia a los labios,
la que primero escribió en Francia el vocablo ro-
manticismo, había visto el problema con un ins-
tinto de orden y concil'ación que era una de las
formas de su entendimiento sereno y firme.
En su libro De Alemania, había observado que
la literatura francesa necesitaba savia extranje-
ra para renovarse, y que la renovación había co-
menzado ya, con Rousseau, Qiateaubriand y Ber-
nardino de Saint Fierre. Con singular acierto —
pues lo muy sabido hoy era nuevo entonces — es-
tableció la diferencia entre la poesía clásica y la
romántica, atribuyendo la primera al paganismo,
al cristianismo la segunda. Notó también — ¿qué
no habrá notado ? — cómo la nación francesa se ha
inclinado siempre a la poesía clásica, mientras las
del Norte prefirieron la romántica y caballeresca.
Y, al tratar del arte dramático, es cuando Ma-
dama de Staél parece profetisa. Sus observacio-
nes acerca de la diferencia entre el teatro fran-
cés V el alemán, y su examen del valor de las
330 E, PATUDO BAZÁX
reglas y unidades, anuncian ya la polémica que
hasta mucho más tarde no se ha de empeñar. Con
razón se ha llamado al estudio de Madama de
Staél, el programa, por adelantado, del romanti-
cismo.
Por todas partes, sordamente, el bello edificio
clásico recibe golpes de piqueta. Y dije sorda-
mente, y pudiera decir abiertamente, si recuerdo
la campaña violenta de Lemercier (el que había de
llamar incluseros a los románticos). Lemercier es
un revolucionario y profesa, acerca del arte dra-
mático, ideas que han de fructificar. Al teatro
clásico prefiere los antiguos Misterios, que han
sido comparados a los autos sacramentales; y
anuncia el drama, que reúne el interés de la tra-
gedia, por sus escenas patéticas, y el encanto de
la comedia, por la pintura de las costumbres. Y
condena la Poética de Aristóteles, la de Horacio,
la de Boileau.
Naturalmente, al lado de los teóricos, vinieron
a preparar la explosión romántica los modelos.
Ya antes de terminar el siglo XVIII, vio la luz
el Nuevo teatro alemán, y más tarde se traduje-
ron las obras de Shakespeare y las de Schiller.
Contra este movimiento creciente se formó una
liga defensiva — ¿dónde había de ser? — en el seno
de la Academia. Es sorprendente — y entiéndase
que no hablo aquí más que de la Academia fran-
cesa, pero pudiera hablar de la española — el es-
píritu reaccionario de este Cuerpo, que parece no
tener más objeto que oponerse siempre a algo
nuevo y vivo, aunque sepa que, a la larga, lo ten-
drá que admitir. Toda sesión de la Academia, to-
%h LIRISMO KN LA POKSIA FRANCE;sA 33 1
dos los discursos de recepción, se enderezaban
contra los románticos. El romanticismo fué cali-
ficado de nuevo cisma, de secta peligrosa.
Es raro que, en estas polémicas, no se extravie
la discusión, mirando sólo el aspecto exterior de
lo que se debate, sin llegar a su fondo, o desvián-
dose de él totalmente. Fué la discusión por el
sendero del arte dramático, y contra la tragedia
Clásica, especialmente contra la de Racine. Un do-
cumento de esta tendencia, es el paralelo que de
Racine y Shakespeare escribió Stendhal. Este es-
tudio influyó no poco en las direcciones que si-
guió el drama romántico : tomaron sus autores el
consejo de Stendhal que no es otra cosa que re-
comendar el romanticismo histórico, buscando
asuntos de tragedias nacionales. No consideró
Stendhal, ni acaso fuese posible entonces, que la
tragedia de Corneille es ya un brote de romanti-
cismo histórico, procedente del teatro español, tan
completamente romántico en todo, menos en lla-
marse así ; ni que ía tragedia dp Racine, con su
aparente elegancia y respeto de las reglas, encie-
rra tanto lirismo sentimental como pudo ostentar
Rene, y mucho más, a decir verdad, que Hernani.
Y tampoco hicieron uso de este argumento, por-
que no querían conceder nada al romanticismo, los
académicos que sin tregua condenaban, en su san-
hedrin, la nueva escuela, y hacían sobre ella chis-
tes, a lo cual — es justo reconocerlo — no dejaban de
orestarse muchos aspectos del romanticismo. Ni
ningún académico de entonces llevó la ironía il
grado que la había de llevar Alfredo de Musset,
que no dejó escapar sin burla, ridiculez ni afecta-
332 E. PARDO BAZAN
ción y que, desde la Balada a la Luna, no cesó
de fustigar, con risueña elegancia, las doctrinas
y los actos del Cenáculo. La sátira literaria de
Musset les hería más, por lo mismo qué procedía
de un adepto de la escuela.
Entre los dos bandos de románticos y clásicos,
había otro, de conciliación, representado por el
diario El Globo.
Pero tenían a su favor los románticos varios
elementos, para ganar siquiera unas cuantas accio-
nes. Afirmaban una verdad: que las literaturas
no pueden estancarse, petrificarse en la imitación
y admiración de los modelos antiguos ; reclama-
ban, nada más justo, la libertad en el arte. Y,
realmente, no la poseían. Los clásicos, atrinchera-
dos en el teatro, en la gloria de los grandes siglos,
llegaban al extremo de dirigirse a los Poderes
constituidos para que prohibiesen los primeros
dramas de V^íctor Hugo. Los clásicos tenían fuer-
za, influencia si'>cial ; eran dueños de mucha parte
de la Prensa, ue la escena ; los empresarios y los
actores, empezando por Taima, eran enemigos del
romanticismo; y, caso no extraño, y que he podi-
do observar aquí, los diarios liberales eran los más
reaccionarios en literatura. Pero el romanticismo
estaba ya sostenido por nombres tan insignes y
citemos solamente a Lamartine y A^íctor Hugo,
que cada día ensanchaba su campo, e iban rele-
gándose al pasado las objeciones que contra él se
formulaban aún. Unos actores ingleses llegan a
París y representan obras de Shakespeare; el
teatro se viene abajo a aplausos. Contra los infi-
nitos folletos en que los clásicos les invectivaban.
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 333
los románticos recibieron su programa perfecta-
mente formado, en el prefacio de Cromwell, de
Víctor Hugo.
Antes de que llegase el momento decisivo, se
habían practicado tentativas de renovación del
teatro, ensayos tímidos, que parecieron tremendos
atrevimientos.
Los primeros se hicieron sin romper el clásico
molde. A esta etapa corresponden las Vísperas Si-
cilianas, de Casimiro Delavigne, y la María Es-
t nardo, de Lebrun. Ya había sido señal de los
tiempos — prematura, mal interpretada aún — cier-
to artículo del Mercurio, del año 1804, que seña-
laba a los autores dramáticos el rumbo de la Edad
Media, y declaraba no menos interesantes las
aventuras y desventuras de Fredegunda y Mero-
veo, que las de Clitemnestra y Agamenón ; a este
atisbo romántico se debió, un año después, la apa-
rición de Los Templarios, de Raynouard, acogidos
con entusiasmo por un público que empezaba a
sentirse ahito de griegos y romanos, de Apolo y
de Júpiter. Y, bien mirado, este cambio de asun-
to y época en la dramaturgia era nada menos que
un cambio de religión social. Al penetrar en el
proscenio la historia nacional, traía de la mano al
cristianismo. También el teatro sintió el latido del
renacimiento religioso.
Poco después, el año nueve, una tragedia de N^-
pomuceno Lemercier, Cristóbal Colón, donde se
prescindía de la unidad de lugar y aparecía una
decoración que representaba el interior de un bar-
co, produjo en los espectadores tremendo alboro-
to, un muerto y varios heridos. Fijémonos en es-
334 H. PARDO BAZAN
tos datos, para que la lid campal del estreno de
Hernani no nos parezca cosa inaudita y sin pre-
cedentes, y para comprender que la pasión lite-
raria siempre se desencadena más en el teatro.
Lo cierto es que el crudo impío Lemercier fué un
precursor de esos que quedan relegados al olvido
y no se dan cuenta de lo tjue anuncian, pues cre-
yéndose fiel adicto a la tragedia clásica, en más
de una ocasión sentó las premisas del drama ro-
mántico.
Advenida ya la Restauración, por todas partes
se oye crujir el vetusto edificio del clasicismo. El
público esperaba sin saber qué, y con cualquier
pretexto se desbordaban su entusiasmo y su ner-
viosa inquietud. Cuando fermenta el alma del pú-
blico, suele desahogar en el teatro. Las Vísperas
Sicilian<is, de Casimiro Delavigne — ¡quién se
acuerda de ellas hoy! — , obtuvieron una ovación
tal, que el autor, conmovido, vertía lágrimas abun-
dantes, y el maquinista, atónito, se atribuía el
triunfo, por lo bien que había dado la campanada,
señal del degüello. Ya reunía en 1819 Casimiro
Delavigne aquella mesnada de admiradores y ami-
gos resueltos a aplaudir, aquella hueste, que más
tarde se agrupó en torno de Víctor Hugo y tomó
el ei'*rcicio de la alabarda con el celo que un de-
voto las prácticas religiosas ; gente siempre dis-
puesta a encender los hachones y a desenganchar
el tronco del coche para la apoteosis popular del
autor dramático.
Debo advertir que este tema del teatro román-
tico es del número de los que no desarrollaré en-
teramente este capítulo .pues no todo el teatro ro •
Elv LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 335
mántico presenta carácter lírico, y sólo desde el
punto de vista del lirismo lo miro aquí. Veo en él,
principalmente, la explosión lírica de la juventud,
y no puedo detenerme, dentro del cuadro de estos
capítulos, a analizar el prólogo de Cromwell, que
tiene suma importancia desde el punto de vista de
la transformación de las ideas estéticas por el
romanticismo. Me limito a decir que al notable
prólog-o iba unido un drama, y que el drama dis-
taba mucho de justificar esas esperanzas que toda
escuela nueva hace concebir.
Fuerza es decir también que, en cualquier tea-
tro extranjero de los que se proponían imitar más
o menos los románticos, existían tipos líricos su-
periores a los que van a subir a escena. Schiller,
en sus Bandidos, ha servido, probablemente, de
modelo a Hernani: pero Carlos Moor achica al
bandido de Víctor Hugo, tan falso y tan imposi-
ble, tan de ópera. ¿-Y qué diremos del teatro de
Shakespeare, que Víctor Hugo quisiera emular?
Le aplastaríamos, ciertamente, si comparásemos a
?u Didier con Hamleto, el personaje más lírico
que habrá creado nunca mente humana. Esto sig-
nifica que el teatro romántico francés nació esté-
ticamente y psicológicamente inferior a todos los
que, antes y después del triunfo del romanticismo
de escuela en la escena, existieron err la literatu-
ra universal. El nuestro, que era romántico sin
llevar ese nombre, 3^ que. teniendo no poco de
épico, tuvo bastante de lírico, es, igualmente, su-
perior al francés del romanticismo, en la sustan-
cia de personajes, no ya como el Segismundo de
La vida es sueño — ¿ y dónde se hallará nada más
33^ ^' PARDO BAZÁN
lírico que el carácter de Segismundo? — sino has-
ta en otras creaciones ya incluidas en la escuela
romántica, por ejemplo, el Don Pedro de Castilla
de El zapatero y el rey, el Gabriel de Espinosa de
Traidor, inconfeso y mártir, y no digamos el Don
Alvaro, del duque de Rivas, mezcla tan singular de
los elementos trágicos griegos con el fogoso ro-
manticismo ibérico.
He aquí la probable razón de que, en el roman-
ticismo dramático francés, no se haya visto nun-
ca un venero de obras maestras, sino un episodio
de batalla, una reclamación de libertad, anárquica
ya, tempranamente. Madama Bovary, por ejem-
plo, aparte de la significación que pueda tener en
contra o en pro del lirismo, será siempre una no-
vela de primera línea ; y, con todas sus afectacio-
nes, lo mismo pedemos decir de Pablo y Virginia,
y de Rojo y negro. En el teatro romántico de es-
cuela, y mejor diré de combate, visto hoy a dis-
tancia, más resaltan las exageraciones e inverosi-
militudes chillonas, que las altas cualidades de la
obra duradera, sino en las tablas, al menos en la
memoria de los hombres.
Convendrá decir que si bien se acostumbra fijar
en el estreno de Hernani el momento en que el
romanticismo pelea y vence, hay que recordar
tinas cuantae fechas, para calcular bien la parte
que corresponde a Víctor Hugo en esta victoria
de sus huestes, y si no tuvo poderosos auxiliares.
Pero no es posible negar que el primer golpe fué
de Hugo quien lo descargó, con el prefacio de
Cromwell. '
Los principios invocados por Hugo son defen-
EL URISMO EN LA POESÍA FRANCESA 337
diMes y hasta justificables. Aun cuando las uni-
dades se fundan en la razón y no son tan tiráni-
cas como se ha pretendido, el derecho a desaca-
tarlas en nombre de la realidad no podía discu-
tirse a la nueva escuela, y hasta parecía licito el
que en el teatro, como en la vida, se mezclasen lo
grave y lo cómico, la prosa y la poesía. Confun-
diendo los géneros, se daba un paso en el camino
de lo natural, y se prescindía de divisiones tantas
veces artificiosas. En 182 1, el poeta y novelista
Italiano Manzoni proscribía las tres unidades ; en
1825, Stendhal, poniendo en paralelo a Shakes-
¡>eare y Racine, sostenía tesis análoga.
Ahora conviene recordar que Alejandro Dumas
padre se anticipó a Víctor Hugo en el drama ro-
mántico. Así es, y bien pudo señalarse, al adve-
nimiento del romanticismo en el teatro, la fecha
en que se representó La corte de Enrique III, en
lugar de la del estreno de Hernani.
No sé si escandalizo a alguien poniendo más
alto a Alejandro Dumas. en el teatro, que a Víc-
tor Hugo; pero esto mismo creía un crítico tan
sagaz como don Mariano José de Larra. A propó-
sito del estreno de un drama de Alejandro Du-
mas, escribía Larra lo siguiente, que al pie de la
letra transcribo : "Entre los escritores-dramáticos
modernos que ilustran a Francia, Dumas es, si no
el primero, el más conocedor del teatro y de sus
efectos, incluso el mismo Víctor Hugo. Víctor
Hugo, más osado, más colosal que Dumas, im-
pone a sus dramas el sello del genio innovador y
de una imaginación ardiente, a veces extraviada
TX)r la grandiosidad de su concepción. Dumas tie-
33^ ' ^. PARDO BAZÁN
ne menos imaginación, en nuestro entender, pero
más corazón; y cuando Víctor Hugo asombra, él
conmueve: menos brillantez, por tanto, y estilo
menos poético y florido, pero, en cambio, menos
redundancia, menos episodios, menos extravagan-
cia ; las pasiones hondamente desentrañadas, ma-
gistralmente conocidas y hábilmente manejadas,
forman siempre la armazón de sus dramas; más
conocedor del corazón humano que poeta, tiene
situaciones más dramáticas, porque son general-
mente más justificadas, más motivadas, más na-
turales, menos ahogadas por el pampanoso lujo
del estilo. En una palabra : hay más verdad y más
pasión en Dumas ; más drama, más novedad, más
imaginación y más poesía, en Víctor Hugo. Víc-
tor Hugo explota casi siempre una situación ve-
rosímil o posible : Dumas, una pasión verda-
dera."
Larga es la cita, pero no quise abreviarla, por-
que también es substanciosa ; encierra un parale-
lo exacto, aunque benévolo en demasía, cuando
otorga a Dumas ese conocimiento del corazón hu-
mano y de las pasiones que no poseía en tanto
grado, teniendo en cambio el don de saber mane-
jar los resortes dramáticos, un instinto doblemente
seguro que el de Víctor Hugo para elegir asuntos
nacionales e históricos, (como aventajado discí-
pulo de Walter Scott), y un tino especial para
abrir caminos al drama romántico, adaptándolo a
los asuntos modernos, al movimiento político y
filosófico, al espíritu revolucionario, carácter que
Larra reconoció en Antony, drama importante de
Dumas padre, donde está en germen todo el tea-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 339
tro de Dumas hijo, ideológico, pasional y esen-
cialmente moderno.
Importábame también la cita de Fígaro, porque
hace justicia a un gran literato popular, desde-
ñado con exceso; a un temperamento exuberante
y lozanísimo, a un escritor prolífico e inexhausto,
a uno de esos pródigos de las letras y del arte a
quienes todo el mundo se cree con derecho a mi-
rar por cima del hombro, pero a quienes se lee
con deleite siempre que el espíritu pide descanso
y solaz : y agrada ver cómo la crítica, no influida
por la rutina del elogio, tiene a veces la misión de
bajar a los poderosos de su silla y exaltar a los
humillados.
Aun antes de crear en Antony el tipo lírico por
excelencia que ha pisado las tablas, ya en La corte
de Enrique III presenta Dumas un anticipo de in-
dividualismo, con la figura de Saint Mégrin, y
otro en la de Cristina de Suecia.
Si en estos dramas existe el lirismo, está do-
minado por el romanticismo histórico, cuyo pri-
mer ejemplar en la escena es Enrique III. Con
Antony, en cambio, estamos en pleno lirismo indi-
vidualista, y en plena revolución romántica; bas-
tante más que con Hernani.
Antony es un hospiciano. Mortificado por las
preocupaciones sociales, está en guerra con la so-
ciedad en que vive y que le trata con desdén. Ena-
morado de una señorita y convencido de que jamás
se la darán en matrimonio sus padres, apenas la ve
casada la seduce, se hace dueño de ella, y, reali-
7ado los deseos que habrá expresado per cuen-
ta propia Rene, la da de puñaladas. Es el paro-
340 E. PARDO I^ZAN
1^2
xismo pasional, que conduce derechamente al cri-
men. Antony es un descendiente directo de Rene :
como Rene, pertenece a la categoría de los fatales ;
sombrío, frenético, rebelde, ejerce sobre la mujer
un prestigio misterioso.
Larra, a quien no pierdo de vista cuando tengo
la suerte de encontrarle, juzgó muy severamente
la moral de Antony^ y calificó el drama de ex-
presión de una sociedad caduca y un grito de
desesperación lanzado por la humanidad. Pero, lo
cierto es que si algún drama romántico pudo
aspirar al dictado de obra capital, aunque imper-
fecta, es Antony, y por ella habría de sobrevivir
el nombre de Dumas padre, aun cuando la co-
rriente del olvido arrastrase sus demás produccio-
nes; porque el hospiciano Antony, con todas su>
exageraciones y énfasis, sello genuino de la épo-
ca, es una figura alta y poderosa, de singular ener-
gía dramática y de gran acción sobre nuestra fan-
tasía. Antony ha tenido posteridad, y ha hecho
soñar y sentir. Las donosas críticas de Fígaro al
asunto de Antony están en pie y conservan todo
su chiste, salpimentado de buen sentido; porque
Larra, que por dentro fué una especie de Antony,
y dígalo su archirromántico suicidio, era en crí-
tica el más templado y razonable de los eclécticos
y hasta el más prudente de los conservadores ,
pero las faltas de lógica que Larra nota en el dra-
ma de Dumas podrían reprenderse en otros que
pasan por inmortales. En nuestro Don Alvaro, en
casi todos los de Schiller, se observan iguales ilo-
gismos, nacidos de que los personajes no discu-
rren bien y tienen una falsa concepción de la
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 34 1
vida. Todo el romanticismo es acaso una falsa
concepción de la vida y no otra cosa, y el gran
romántico Don Quijote, como sabemos, confir-
ma plenamente esta calificación.
Aunque Dumas padre no era uñ gran critico,
fué perspicaz al escribir sobre Antony: ''Esta
fué, no solamente mi obra más original, mi obra
más personal, sino una de esas obras raras que
ejercen influencia sobre una época". Y tenía ra-
zón, porque Antony, cien veces mejor que Her-
nani, representa esa época sobre la cual influyó.
Por su íntima fuerza, Antony es el Werther fran-
cés. Antony es digno hermano de Werther, de
Rene, de Lara, de Jacobo Ortis ; tipos líricos, po-
seídos de una satánica soberbia, que tiene su
grandeza propia. A la acusación de inmoralidad
tantas veces lanzada contra Antony, Dumas res-
pondía que sus dos culpables, Adela y Antony.
recibían terrible castigo : para la una la muerte,
el presidio para el otro. Era verdad, pero no por
eso queda limpio Antony de la inmoralidad esen-
cial romántica: el desenfreno del Hrismo, el yo
hecho centro del mundo y pisoteando cuanto se^-
opone a su expansión, leyes. Códigos, respetos
humanos, conveniencias sociales, y, por último,',
la sacra antorcha de la vida. Y por esta condi-
ción, porque el lirismo romántico no se expresó
jamás en la escena con tanta energía, con tan im-
petuosa y diabólica arrogancia, es Antony el pri-
mer drama del teatro romántico francés.
Para orientarse acerca del teatro romántico,
debe leerse el Prefacio de Cromwell y la Carta
de Manzoni sobre la unidad de tiempo y de lugar.
342 t. PARDO BAZAN
que se publicó unida a dos tragedias suyas, Car-
mañola y Adelgiis, en París, 1834. Esta edición
es difícil de encontrar. Puede completarse la bi-
bliografía con las obras siguientes : Historia de
la literatura dramática, por Julio Janin, Pa-
rís, 1853-1858. Teófilo Gautier, Historia del
arte dramático, París, 1859. Saint Marc Girar-
din, Historia de la literatura dramática; Brune-
tiére, Las épocas del teatro francés, capítulos XIV
y XV ; H. Parigot, El drama de Alejandro Dumas.
XXIII
Alfredo de Musset. Su blograüa.— Por qué es el poeta del
amor. — Paralelo de Taine entre Tennyson y Musset.—
Bl "esprlt" de Musset.— Alusset y lord Byron.— "Las No-
ches".—El misticismo a la inversa del poeta.— "Rolla", "La
esperanza en Dios".- Musset no fué lo que llaman hombre
práctico.— La forma en Musset.— Bibliografía.
Alfredo de Musset nació ocho años después que
Víctor Hugo: en 1810. No es grande la diferen-
cia cronológica, pero basta para situar a Musset
fuera de la primer truculencia romántica, y para
que represente ya la inevitable descomposición de
la escuela, por la reacción del espíritu francés ge-
nuino, que, como sabemos, siempre rechazó los
elementos románticos.
No tenía aún veinte años Musset, cuando pu-
blicó sus primeras poesías. Desde entonces, y en
ésos versos de niño, como él mismo los califica,
se apartó de la escuela, de sus afectaciones, de sus
amaneramientos, de lo falso y gongorino que im-
ponía la musa españolizante de Víctor Hugo. Lo
cual no impidió que Musset, a su vez, españoli-
zase no poco. Fué justamente de los poetas que
vistieron el disfraz español e italiano, sin haber
puesto, Sainte Beuve nos lo dice, en España ni en
Italia el pie. El color local inventado de los ro-
mánticos, en Musset no trataba de engañar a na-
die : mientras Víctor Hugo, en serio, quisiera que
le tomasen por español y a su obra por expre-
344 ^- PARDO BAZAN
sión acabada del punto de honor castellano, Mus-
set sólo intentaba, como en broma juvenil, una
mascarada imaginativa.
La biografía de Alfredo de Musset no ofrece
nada de extraordinario, porque no sale de lo co-
rriente y frecuente el drama íntimo, del cual se
ha hablado tanto, que pudiera omitirse hasta su
mención, a no haber sido origen de sus mejores
versos. Antes, sin embargo, de referirme a esta
historieta de amor, con la brevedad que requiere
el caso, diré que Alfredo de Musset era de estir-
pe literaria. Un tío suyo, el marqués de Cogners,
escribió bastante y fué el primero que llamó la
atención sobre la hoy famosísima leyenda de Rol-
dan. Su padre, Musset Pathay, bibliógrafo y eru-
dito, emborronó muchísimo papel; su hermano,
Pablo de Musset, fué novelista y cuentista, histo-
riador y crítico. Parecía que la Naturaleza se en-
sayaba para producir algo de mayor monta que
estos mediocres escritores y apreciabies eruditos.
Queda dicho que Musset publicó sus primeras
poesías a los veinte años, y poco después, en 1830,
se sitúa la aventura del viaje a Italia con Jorge
Sand y el amargo desengaño en él sufrido, y que
le dictó tan sentidas estrofas. Aventuras análogas
no son cosa inaudita, en los tiempos del romanti-
cismo y en todos los tiempos;, mas si no es un
gran poeta el que sufre la decepción, o siendo poe-
ta no le inspiran cantos, no nos importan ; son un
episodio sencillo, de tantos como surgen. En la
mesa de un café, un amigo las refiere a otro, y,
según los temperamentos y caracteres, se comen-
tan en broma o con dejos de melancolía. Y no ha
%h LIRISMO KN LA Po.,c,ÍA FRANCESA 345
pasado más. En Musset, pasó lo mejor que podía
pasar: se produjeron algunas obras maestras. Di-
gamos, pues : ¡ Feliz culpa !
Fué necesario que una quemante pena amorosa
se encontrara con un especial temperamento de
poeta, para que naciesen Las noches. Porque, ya
antes del viaje a Italia, Alfredo de Musset había
escrito poemas rebosantes de ese especial senti-
mentalismo que hizo de él, entonces, el poeta de
la juventud, y, más tarde, el del amor.
Quizás esto parezca un lugar común, y quizás,
en todas las literaturas, hay sus poetas del amor,
y Villegas ha sido uno, y Campoamor ha sido
otro, y Ausías March lo fué, y lo fué Petrarca, y
también Ovidio, y no hay que decir si lo fué Safo
y, a su hora, lo fué Virgilio. Por docenas se con-
tarían los poetas del amor, en España, y llegará la
hora del recuento, y veremos a un Arólas que tra-
suda pasión por todos los poros. En Francia, La-
martine fué poeta del amor, de un amor que pro-
cede de Platón, pero amor igualmente. Alguna ra-
zón tiene, pues, que haber para que a Alfredo de
Musset se le considere poeta del amor por exce-
lencia, y para que se añada a este dictado el de
poeta de la juventud.
¡La juventud... ! De esta palabra se abusa; po-
cas veces he visto emplearla con justeza. Se oye a
cada paso: "la juventud piensa esto o lo otro...
La juventud quiere aquello o lo de más. allá"...
Ligero examen basta para convencerse de que,
en todo tiempo, hay varias juventudes. En la épo-
ca de Musset, sin embargo, tuvo la juventud una
nota común, y fué el lirismo poético: no cabe
34^ E. rARDO BAZÁN
duda que, bonapartista o legitimista, republicana
u orleanista, la juventud contemporánea de Al-
fredo de Musset estaba embebida de cierto entu-
siasmo sentimental. No era la juventud positi-
va que vino después. Y si tal entusiasmo no es lo
mismo que el amor, es por lo menos una tenden-
cia a considerar el amor como la esencia del vi-
vir ; y no el amor plácido, sereno, que va por sus
cauces naturales y sociales, sino el tormentoso y
fatal, trágico con interior tragedia, unido al goce
por un hilo y al dolor por mil lazos — como el mis-
mo poeta dice.
No cabe duda que es la coincidencia entre los
sentimientos generales y el sentimiento individual
lo que hace que un hombre sea el poeta de su si-
glo, o por lo menos, para no sacar nada de quicio,
de parte de su siglo y gran parte de su nación.
Hay una página de la Historia de la Literatura
inglesa, de Taine, que nos hace ver esto clara-
mente, por medio de la extraña elocuencia colo-
rista que en Taine rebosa, al establecer compara-
ción entre dos poetas favoritos de dos naciones,
Tennyson y Alfredo de Musset. Pinta Taine el
medio ambiente en que se mueven ambos; el de
Tennyson compuesto de gentes equilibradas y po-
sitivas, activas y sanas ; gentes de negocios y de
deporte, con principios de moralidad y sólidas
convicciones religiosas, y, a su alrededor, un fon-
do de vida campestre y confortable hasta dar en
elegante, las necesidades bien atendidas, los sen-
tidos apaciblemente recreados en la belleza de
parques y jardines y la comodidad del home, del
hogar íntimo y dulce. Para tal público, Tennyson
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 347
es el poeta, con su carácter de conformidad so-
cial, con su emoción moral, delicada y profunda.
Y Taine pasa de Inglaterra a Francia, y especial-
mente a París; porque París es el medio único
en que pudo incubarse y desarrollarse la sensibi-
lidad especial de Alfredo ^e Musset, y, París
tuvo que mecer su cuna, y fué París el inverna-
dero de la encendida rosa de su poesía de amor
moderno. Así, Taine, desde el primer momento,
encuentra la clave de Musset: su público es el
público nervioso, inquieto, de los centros pari-
sienses; y de los nervios, más que del corazón,
nace el genio de Musset. Ese público está satu-
rado de ironía, y Musset ironiza, desde el primer
momento, satirizando las exageraciones de la es-
cuela romántica, los paseos nocturnos a contem-
plar la luna, que asoma sobre amarillento cam-
panario, ''como un punto sobre una I". Y esta
ironía y este humorismo de Musset, están difu-
sos en su público ; son la protesta del buen sen-
tido francés contra las afectaciones que, de la
literatura, pasan a las costumbres. Para llenar
bien su cometido, Musset poseía la más francesa
de las cualidades : esa clase de ingenio chispean-
te, que se llama esprit. Ningún poeta de los ilus-
tres de su generación la tuvo, y Víctor Hugo
fué el más desprovisto de ella. Musset, al apli-
car el esprit a la crítica literaria, recogió la he-
rencia del siglo XVIII ; no faltó quien se lo echfí
en cara.
Lo cierto es que entre los primeros síntomas de
la transformación del lirismo romántico, figura
la crítica donosa y traviesa de Musset. La trave-
348 E. PARDO BAZÁN
sura €s otro rasgo de su talento; y le caracte-
riza, desde la época en que, según confesión pro-
pia, hacía versos de niños. Ya entonces, y acaso
más que nunca, poseía en alto grado esa agilidad
y vivacidad, ese don de cazar al vuelo las ridicu-
leces y satirizarlas con gracia nifinita.
Hay en Alfredo de Musset otro elemento pecu-
liar, al cual se ha llamado el dandismo. La pala-
bra no es castiza ; pero la uso y apruebo, porque
no encuentro en castellano otra equivalente.
¿En qué consiste el dandismo? No se es dandy
por el nacimiento — ^Alfredo de Musset pertene-
ció a una familia de la clase media acomodada —
ni por llevar vida de calavera, ni por alternar
con el gran mundo, ni por desafíos, ni por nin-
guna otra particularidad de las que hoy distin-
guen a nuestros jóvenes de la crema (ya sé que
estoy sirviéndome de un galicismo). El dandismo
es un aura, un vapor, un incopiable estilo propio,
un desenfado que subyuga, una elegancia como
involuntaria. Y el dandismo literario, el de Mus-
set, lleva consigo una superioridad de criterio
personal, que puede oponerse al de las muchedum-
bres. El dandismo es una forma de superioridad,
y toda superioridad es distanciación.
Y al hablar del dandismo como particularidad
poética de Alfredo de Musset, es preciso decir que
le precede lord Byron, el cual, en este respecto, y
en otros muchos, ha ejercido influencia sobre el
poeta de Las noches. La cronología es genealogía,
y en este caso nos bastará. Jorge Gordon nació
el año 1788, Alfredo de Musset el 1810; y cuan-
do, en 1830, empieza a darse a conocer Musset,
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRAN^CESA 349
hace seis años que lord Byron ha sucumbido, en
Grecia, a la fiebre.
Nadie puede decir que Musset calcase su per-
sonalidad en la de Byron. Sería empresa difícil,
porque Byron es figura muy original, y la suerte
lo dispuso todo para realizar su papel literario,
inseparable de su biografía. No conoció Musset
los transportes de furor casi epiléptico del autor
de Manfredo, aunque los excesos que minaron
la salud de Musset se asemejan a los que arrui-
naron la de Byron, y en materia de excesos no
cabe gran variedad, y aunque sean compañeros
del mal del siglo, de tedio; pero el de Byron es
más sombrío, esplenético, como de buen hijo de
la vieja Inglaterra.
Ahora bien; Byron, que tantas cosas desdeñó,
no desdeñó el dandismo; al contrario. Ni envi-
diando a poeta alguno, envidiaba al célebre dandy
Brummel, admirándole a la vez con fervor.
El desdén, en Alfredo de Musset, no tiene la
acerbidad que tuvo en Byron. Byron, rodeado de
una sociedad celosa del bien parecer, esclava de la
regla, ha de insubordinarse contra ella furiosa-
mente ; Musset, en el ambiente francés, ligero y
escéptico de suyo, no necesita sublevaciones. La
sociedad casi no le preocupa. No la tiene contra sí.
Existe otra fundamental diferencia entre el
alma anglosajona de Byron y el alma esencial-
mente latina de Musset. La poesía de Byron es
Byron mismo, y todos sus personajes, son su pro-
pia individualidad, por lo cual no hay nada tan
verdaderamente lírico como sus poemas. Musset,
en cambio, es, por la misma pasión que anima
35^ E. PARDO BAZÁN
SUS mejores obras, Las noches, señaladamente, un
poeta general, humano. Sus desengaños, sus dolo-
res, han repercutido en las almas, porque no hace
falta, para sentir así, ser una naturaleza excep-
cional, un fenómeno de orgullo, un rebelde. Lo
extraordinario de Las noches no es ciertamente lo
que dicen, sino la forma inspiradísima en que está
dicho.
Sería ya analizar por analizar el que averiguá-
semos si en efecto la pasión que dictó a Alfredo
de Musset Las noches fué la más honda de su
vida. A la poesía eso no le importa. Sin negar
que todo lo biográfico trasciende más o menos a lo
literario, no siempre la biografía concuerda exac-
tamente con la literatura. Lo único que nos inte-
resa es que a la cruenta herida del alma de Mus-
set se deben sus obras maestras, las que le harán
Inmortal; sus helios clamores, sus gritos dizñnos,
según la frase de Gustavo Flaubert ; las incompa-
rables Noches, más sentidas que el Lago, de La-
martine, y casi tan puras como él, porque Mus-
set, al contacto del dolor, acendró su inspiración
y la elevó a la dignidad y a la hermosura que sólo
procede del verdadero sentimiento; dejó de ser
el pajecillo, el dandy, y fué el hombre. Ni Rolla,
ni Namuna, ni los proverbios, cuentos y come-
dias, ni la Balada a la Luna, ni aun el tierno
[Acuérdate! consagraron a Musset para la inco-
rruptibilidad de la gloria, sino Las noches y la
Epístola a Lamartine, poesías donde vierte sangre
un corazón desgarrado, y donde la variedad y el
contraste de los efectos, la indignación terrible y
la repentina calma dolorosa, la invectiva y el rué-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 35 1
go, los sollozos y los himnos, alternan con el mag-
nífico desorden y el soberbio empuje de las olas
del mar en día de desatada tormenta. Bien com-
prendía Musset que de sus lágrimas iba a for-
marse su corona de laurel, y en La noche de Mayo
pone estas palabras en boca de la Musa, consejera
del poeta: ''Por más que sufra tu juventud, deja
ensancharse esa santa herida que en el fondo del
corazón te hicieron los negros serafines. Nada en-
grandece como un gran dolor : que el tuyo no te
haga enmudecer; los cantos desesperados son los
más hermosos, y los conozco inmortales que se
reducen a un gemido. El manjar que ofrece a la
humanidad el poeta es como el festín del pelícano :
pedazos de entraña palpitante".
Cuatro son las admirables elegías tituladas Las
noches : La noche de Mayo, La noche de Diciem-
bre, La noche de Agosto, La noche de Octubre.
Están escritas en tres años : desde mayo de 1835 a
octubre de 1837: tanto duró la. impresión violenta
y trágica que dicta sus estrofas. Tres de ellas tie-
nen forma de diálogo del poeta con la Musa : el
poeta solloza y se retuerce, y la Musa, la consola-
dora, la amiga, la hermana, la única fiel, le mur-
mura al oído frases de esperanza, le vierte en el
corazón los rayos lumínicos de su túnica de oro.
En La noche de Diciembre no es ya la Musa quien
habla al poeta, sino una fúnebre visión, un hombre
vestido de negro, que se le parece como un her-
mano. "Dondequiera que he llorado ; dondequiera
que he seguido ansioso la sombra de un sueño;
dondequiera que, cansado de padecer, he deseado
morir... ante mis ojos se apareció ese infeliz ves-
35- E. PARDO BAZÁX
tido de negro, mi propia imagen." Al final de la
elegía sabemos el nombre de la visión : es la socie-
dad, es el abandono..., compañero eterno del poe-
ta, hermano gemelo de su alma. Sin duda, La no-
che de Mayo y la de Octubre son las más bellas de
las cuatro elegías, y así lo declaran los críticos jX)r
unanimidad ; pero en la de Diciembre hay una me-
lancolía más penetrante y más incurable.
Cuando se cicatriza la llaga; cuando se mitiga
el padecimiento y vuelve al espíritu de Musset la
serenidad perdida ; cuando la Musa cumple su mi-
sión consoladora ; cuando atónito le parece que es
otro y no él mismo el que tanto sufrió, al disipar-
se la embriaguez de la pena se disipa el estro : las
últim.as producciones de Musset ya no traen el se-
llo de fuego, ni son obra de los negros serafines :
el poeta acaba decadente y frío como placa de hie-
rro apartada del horno. El ejemplo de Alfredo de
Musset debiera hacer reflexionar a los que creen,
como creía Flaubert, que la efusión del senti-
miento, el grito arrancado por la pena, son co-
barde exhibición de flaquezas vergonzosas, y que
el poeta ha nacido para callarse cuanto realmente
le importa, a ejemplo de cierto diplomático famo-
so, que suponía que la palabra nos ha sido otor-
gada, no para revelar, sino para encubrir y dis-
frazar el pensamiento. Si fué flaqueza la que nos
valió esas Noches incomparables — la verdad mis-
ma, porque brotan empapadas en lágrimas amar-
gas ; Noches en las cuales, según la sugestiva fra-
se del poeta, diríase que fermentaba a deshora el
vino de la juventud — no deploremos tal flaqueza,
cristalizada en poesía.
•Elv LIRISMO EN LA POESIA FRANCESA 353
Las noches son la obra maestra de Alfredo de
Musset, por la cual pudo decirse que, a su lado,
los demás poet3.s parecen fríos y mentirosos. Por
Las noches, fué la encarnación del lirismo, por
ellas salió del círculo de los propios afectos y sen-
timientos, ya que su generación encontró en Las
noches la clave de sus penas íntimas, elevadas a la
dignidad poética. Los desengaños de todos, las
ansias de todos, la insaciable sed de todos, fueron
revelados por Musset.
Contra él, principalmente, y no contra Víctor
Hugo ni contra Lamartine, pudo dirigirse la dia-
triba de Leconte de Lisie, condenación del liris-
mo, tan enérgica y despreciativa como cruel, pues
niega al género humano el derecho a la queja y a
la compasión, aquella compasión que hizo caer al
Dante como un cuerpo muerto, cuando las almas
líricas y dolientes de Francesca y Paolo le expu-
sieron su desventura. La diatriba de Leconte de
Lisie, encerrada en un soneto, se titula Los exhi-
bicionistas, y la traduciré en prosa:
''Pasee en enhorabuena, el que guste, su ensan-
grentado corazón, ante el cinismo de la plebe, cual
va azotando calles la pobre alimaña encadenada,
cubierta de mataduras y polvo, que aulla bajo el
ardor del sol estival.
"Por encender estéril centella en tus atontadas
pupilas ; por mendigar tu risa o tu grosera com-
pasión, ¡oh plebe!, que otro rasgue, si gusta, la
túnica divina y luminosa del pudor y del goce.
"En mi silencioso orgullo, en mi olvidada tum-
ba, aunque la negra eternidad me trague, yo no
venderé mi embriaguez ni mi dolor ; yo no entre-
354 E- PARDO BAZÁN
garé mi vida al vocerío ; yo no bailaré en vil ta-
blado, entre histriones y rameras!''
Lo injusto del soneto — que encierra el progra-
ma de una escuela literaria, el dogma de objeti-
vidad del naturalismo — , lo injusto, digo, de tan
dura invectiva, está en que habría que observar
que Musset no enseñó su corazón por halagar a
la plebe, fuese o no plebe ilustrada. Musset mos-
tró su corazón, porque la Musa lo quiso ; y palpi-
taban con él tantos y tantos, que pudiera aplicár-
sele la estrofa que Heine, otro exhibicionista, di-
rige a la niña que se asoma a la ventana, para ver-
le pasar, y le pregunta por qué va tan abatido :
Und was niir fehlt, du Kleine,
Fehlt manchem im deiitschen Land;
Nennt man die schUnimsteii Schinerzen,
So wird aiich der meine genannt.
"Y en cuanto a lo que sufro...
muchos, niña, lo sufren en mi patria :
ya te dirán la mía,
si te dicen las penas más amargas."
No sólo en la patria alemana, sino en muchas
patrias europeas, las penas cantadas en Las no-
ches, y el acíbar en ellas destilado, fueron senti-
mientos muy generales, aunque circunscritos a las
almas naturalmente líricas, que existirán siempre.
Para experimentar el dolor de un desengaño amo-
roso, no hace falta ser de la generación román-
tica; pero en esta generación hay algo distinto
de las anteriores : hay — al menos en gran parte
Elv LIRISMO EN LA POESIA FRANCESA 355
de ella — el escepticismo respecto a otros ideales,
quedando el amoroso en pie, como único fin de la
vida. Y, al derrumbarse también este ideal, se
presenta el fenómeno de que es ejemplo Musset:
el misticismo que nace de la sociedad y de la va-
nidad del goce, de la imposibilidad de llenar con
el goce el abismo del corazón. No quiero decir que
tal sociedad sea ningún descubrimiento de Mus-
set : antes que él, lo expresaron bastantes poetas,
y, con más intensidad que nadie, el Eclesiastés
Salomón, hijo de David. Después de Musset, ven-
-á Baudelaire, en Las flores del mal, habiand'
del ángel que, a las primeras luces de la aurora,
después de una crapulosa noche, se despierta en
la bestia satisfecha y harta. Pero Musset, si no
descubrió formas de sentimiento conocidas del
undo oriental y del mundo pagano, las encarnó
en nuestra edad, y las envolvió en la transparente
fábula de poemas como Rolla y Namuna, Este
misticismo invertido, que nace de la fatiga de los
sentidos y de la insania de los placeres — ¿quién
libe si nació del mismo origen en tantos y tantos
|.enitentes, solitarios, eremitas, trapenses y arre-
pentidos, que llegaron a santos, lo cual me apre-
suro a decir que no le sucedió a Musset? — , tuvo
en él un carácter peculiar, derivación de una co-
rriente típica del siglo XIX: la falta de fe reli-
giosa, unida al anhelo desesperado de recuperarla,
o por lo menos, a la nostalgia del tiempo en que
el alma reposaba en ella, y la añoranza continua
de ese reposo, único capaz de reconciliarnos con
el destino y con el vivir. Tal añoranza fué la cla-
ve de todo el neolirismo renanista, y cambió por
356 E.. PARDO BAZÁN
completo el fondo de la crítica religiosa, abriendo,
en esta cuestión, un abismo entre el siglo XVIII
y. el XIX.
En España hemos visto infinidad de casos.
¿ Quién no recordará versos conocidísimos, de uno
de los poetas españoles, por cierto más externos,
menos condicionados para el lirismo, de Núñez
de Arce? A pesar del carácter objetivo de sus can-
tos, Núñez de Arce supo encontrar acentos no
desprovistos de virtud emotiva, para exclamar
qu€, buscando los restos de su fe perdida,
"por hallarla otra vez, radíente y bella,
como en la edad aquella,
¡desdichado de mí!, diera la vida."
Algo semejante declaró un poeta de más alma,
y hoy totalmente olvidado, Manuel de la Revilla,
que hizo sinónimas la duda y la tristeza, y todo
esto, y mucho más, procede del magnífico canto
primero de Rolla, que compite, en fascinadora
vehemencia y en amargura embriagadora, con lo
mejor de Lcis noches. Aunque Musset no hubiese
escrito sino este maravilloso canto, por él ten-
dríamos que preferirle, como lírico, a Víctor Hu-
go; y ante la precisión y la esmaltada belleza de
sus ardientes preguntas, sentiríamos palidecer la
Musa, casta y fluidamente sentimental de Lamar-
tine. Es uno de los admirables atrevimientos de la
j>oesía el encararse con la divinidad, el dirigir la
palabra a lo sobrenatural ; y, cuando se vence en
tal empresa, se es gran poeta, poeta excelso. Es-
pronceda se enfrenta con el Sol, y le ordena que
El. LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 2>S7
se pare : el arranque tiene mucho de sublime, pero
no puede, sin embargo, sufrir comparación con el
de Job dirigiéndose a Jehová, o el de Musset, que
dejados los disfraces italianos y españoles, qui-
tándose la librea de dandy, renunciando a su re-
tórica de desdén, ligereza e ironía, a su alada
burla, y a su queja de amor traicionado, y apos-
trofando a Jesucristo, exclama desesperadamen-
te que somos tan viejos otra vez como en tiempo
de Tiberio y Claudio, y pregimta quién va a reju-
venecernos, e implora el permiso de besar el polvo
del celeste cadáver, caído, en el transcurso de los
siglos, al pie de su Cruz salvadora.
Rolla es un poema cuya acción de desarrolla
en una mancebía — digámoslo en castellano — . La
niña mancillada y el libertino arruinado y que va
a suicidarse sienten un instante el verdadero
amor, nacido de la piedad. Rolla bebe el láudano,
porque no tiene fe ; y antes de referirnos la triste
historia, Musset exhala la apasionada queja, la
aspiración hacia esa fe, sin la cual las almas es-
cogidas no saben vivir.
Cinco o seis años después de Rolla, Musset
compuso un poemita, La esperanza en Dios^ que
atestigua la persistencia de su ansia de lo infinito,
y le muestra hasta inclinado a la conversión. Es,
por lo menos, una invocación al Dios 'bueno y
justo, rogándole que desgarre el. velo de la crea-
ción, que alce el velo del mundo, que se mani-
fieste en un milagro, ya que, desde el punto en
que una inmensa esperanza atravesó la tierra,
tenemos, sin querer, que alzar al cielo los ojos.
No tiene este poema el estro que resplandecía
358 E. PARDO BAZÁN
en Rolla. Empezaba a apagarse el fuego del nu-
men. Para estimar el valor de un verso de Mus-
set, basta consultar su fecha. Según se acerca el
año 40 del siglo XIX, la Musa (no menos trai-
dora que la amada), va alejándose, vuelto el ros-
tro. Y observad con cuanta justicia pudo pre-
tender Musset el dictado de poeta de la juventud.
Es juventud lo que le ha dictado los clamores de
pasión; es juventud cuanto escribió, entre ilu-
siones y desencantos. Cuando la juventud pasa,
puede afirmarse que pasa con ella la Musa, fugi-
tiva, envuelta en su airoso peplo.
Y es un rasgo más de juventud, en Musset, el
haber prescindido por completo y deliberadamen-
te de la política, que tanto dio que hacer a Víctor
Hugo y a Lamartine. Deliberadamente, digo, fun-
dándome en diversos pasajes de sus obras. "Nues-
tra gran miseria, es la política", declara, enco-
giéndose de hombros. Y no faltaron, por cierto,
majaderos que le echaron en cara esta absten-
ción. Según ellos, Musset debiera interesarse por
los "problemas políticos y sociafes" de su edad.
De las rosas de su poesía, quisieron que hiciese
una nutritiva mermelada.
Nunca faltan de estos utilitarios simples o fa-
náticos, y su clamoreo es a veces ensordecedor.
Temedles, porque son los únicos representantes
de la intolerancia que ya van quedando, los ene-
migos de la individualidad. Si no entráis en el
troquel de esas ideas, os proscriben. Es inútil de-
mostrarles^ que cada uno es como le hizo Dios, y
no como el vecino quiere. Andan los tales a caza
de las glorias aceptadas ya, para adulterar su esen-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 359
cia, aplicándolas a los usos domésticos de la bene-
ficencia, la politica, el progreso, la redención del
género humano, y sabe Dios cuántas cosas más.
Y la redención del género humano consiste en que
haya individualidades, y que libremente se des-
envuelvan, y realicen lo que son por mandato
divino. Como decía, Musset no se metió en poé-
tica ni por valor de un ochavo, y cuando la bú-
hente juventud desapareció a lo lejos, no la quiso
sustituir por los ruidos de la calle y las vocife-
raciones de la tribuna.
Y quizá a fuerza de oír repetir que la obra del
poeta y del soñador es vana, un día grita Musset :
"Tres veces feliz el hombre cuyo pensamiento
se escribe con el filo del sable o de la espada ! ¡ Có-
mo despreciará a los soñadores insensatos que
modelan en fango vil una fantástica figura ! Nada
es el pensamiento ante la acción". Declaraciones
que parecerían extrañas si la lectura de todo Mus-
set no nos demostrase que no es el pájaro trina-
dor e inconsciente, dedicado sólo a gorjear ende-
chas amorosas, sino con frecuencia el Jorge Man-
rique, pensador y meditador de los aspectos del
destino humano, aun cuando su buen gusto y su
poética coquetería le lleven a disfrazar lo grave
de la consideración continua de la vida y de la
muerte.
Una coquetería análoga es la que le impide es-
clavizarse a la rebusca de la perfección en la for-
ma. Hay algo de la forma, de Alfredo de Musset,
porque desde que asoma la escuela parnasiana, y
ya, al fundar Gautier la del arte por el arte, y du-
rante ese período de desestimación que sufren to-
360 t. PARDO BAZÁN
dos los triunfadores (al mudar la piel la genera-
ción nueva), fué moda considerar a Musset como
un poetilla incorrecto, para grisetas y estudiantes
del barrio latino. No ^piensa asi Teodoro de Ban-
ville, el técnico por excelencia, cuando afirma que
la incorrección de Musset es voluntaria, y que
siendo hasta muy sabio versificador, se finge des-
cuidado e inocente, para hacer una jugarreta a
los rimadores excesivamente rebuscados y limados.
Tan persuadido está Banville de lo injusto de
la censura a Musset en este respecto, que, a título
de conquista de la poesía francesa sobre el arte
extranjero, cita la estrofa de seis versos o sexti-
na que emplea Musset, por ejemplo, en el canto
a la Malibran. Alábale también por haber sabido
apropiarse el ritmo del alejandrino, en el admi-
rable canto primero de Rolla.
Como quiera que sea, el elemento técnico no
es lo que interesa en Musset. Le tienen sin cui-
dado la rima rica, el epíteto escogido, el artificio
poético, en que sobresalieron Gautier y Hugo.
No consideró, en el arte, lo que hay de artificio,
lo que nunca puede ser espontáneo. La espon-
taneidad, la sinceridiad consigo mismo, eran ten-
dencias dominantes en Musset; y lo dejó dicho
en La copa y los labios: "Malas son mis rimas.
No tengo sistema alguno; me ha parecido siem-
pre vergonzoso el ripio ; a los poetas que lo usan,
los comparo a ebanistas". Esto, y "beber en su
vaso", aunqite el vaso fuese diminuto, es el pro-
grama poético de" Musset.
Y su programa ha sido el mejor, como lo son
todos los programas que responden a la natura-
EL LIRISMO EN LA POESÍA ERANCESA 361
leza; la critica hoy lo reconoce, declarando que
hubiese sido grave error pulimentar Las noches^
y que en Musset, la naturalidad fué el más sabio
artificio. De poco le hubiese servido resucitar los
antiguos metros y los poemitas de forma fija,
usados en el siglo XVI, labor a que otros se dedi-
caron.
Teófilo Gautier dijo de si mismo que él era
un hombre para quien existía el mundo exterior.
Musset podría decir: "Yo soy un hombre para
quien existe buena parte del mundo interior*'. Y
razón tuvieron ambos. De suprimir alguno de es-
tos mundos, acaso suprimiéramos al que realmen-
te fundó el Parnaso, la belleza formal, la aspira-
ción a la perfección, lo cual lleva en sí elementos
hasta de prosaísmo.
Musset, diré resumiendo, fué más poeta, y los
que aspiraron a la perfección, más artistas, título
que a Musset se le ha negado. Verdad es que, en
esto, va acompañado de Lamartine y Víctor Hu-
go. Ninguno de ellos, en opinión de un críti-
co sagaz, Mauricio Spronck. autor de Artistas li-
terarios, puede aspirar al dictado de artista.
Los que deseen leer a Alfredo de Musset, de-
Iben hacerlo en cualquiera de las infinitas edicio-
nes completas que se han publicado en lengua
francesa, porque este poeta, tan galo, tan nacio-
nal en el fondo, pierde mucho al ser traducido.
Hay una buena edición de Charpentier, en un vo-
lumen, que contiene hasta las poesías postumas.
Para formarse idea de él, debe acudirse a Sainte
Beuve, en sus Coloquios del lunes y sus Retratos
contemporáneos; a la biografía que nos ha dejado
362 E. PARDO BAZÁN
SU hermano Pablo, publicada en París, en 1877;
a Arvéde Barine, en su Alfredo de Musset, en la
Colección de los grandes escritores franceses; a
Fernando Brunetiére, en la Evolución de la poesía
lírica (lección 7.") y la Evolución de la poesía dra-
mática (conferencia 15/) y a León Séché en Al-
fredo de Mnsset (1907, dos volúmenes).
XXIV
Gustavo Plaubert. Su biografía.— Bs un romántico y un de-
voto de la forma con fond > de observación pesimista.— L,a
sátira contra el lirismo.— "Ma dame Bovary". Examen de
esta obra.— La objetividad de Plaubert.- Por qué nuestra
época no puede producir arte popu ■ ar.— Bibliografía.
Gustavo Flaubert nació en Ruán, el año 182 1.
Había muchos médicos en su familia, pero no
quiso seguir la carrera. Como es frecuente, em-
pezó por hacer versos. No se contó, sin embargo,
en el número de los que se ensayan en periódicos.
Cabe afirmar que no tuvo juventud literaria. Suo
primeras armas, las hizo a los treinta y seis años,
publicando Madama Bovary.
Habiendo heredado una modesta holgura, pudo
seguir sin lucha la corriente de sus aficiones. Era
hombre de fuerte complexión, pero, desde sus pri-
meros años, epiléptico. Su naturaleza moral esta-
ba viciada por una especie de desequilibrio ro-
mánticp, su modo de discurrir era siempre para-
dójico, y, digámoslo de una vez, en opinión de sus
mayores apasionados y amigos, carecía Flaubert
de sentido común. Gustábale desarrollar, en voz
estentórea y con gritos feroces, tesis exageradas,
y hasta hay quien escribe absurdas ; le encantaba
vestirse con ropajes estrambóticos, de turco, ma-
meluco y calabrés, para, decía él, y perdónese el
bárbaro galicismo, epatar a los burgueses. En lo
cual veo, a distancia, un reflejo del chaleco rojo
364 E. PARDO BAZÁN
de Gautier, en el estreno de fíernani. Por tales
detalles de su vida, y por lo que no es difícil ad-
vertir en sus mismas obras, Flaubert es un reza-
gado del romanticismo, y lleva en las venas eso
que llamó Zola el cáncer romántico, al cual pocos
se sustraen, aun en medio de la época de transi-
ción y del período naturalista.
Siendo Flaubert, en el fondo, un burgués bueno
y sencillo, como aquellos a quienes quería epatar,
y no teniendo nada de la sustancia romántico-aris-
tocrática de los Chateaubriand y los Vigny, se le
hubiese dado un disgusto si se le hiciese convenir
en estas verdades, a él, que en el colegio dormía
con un puñal bajo la almohada, y un día quiso
dar de puñaladas o acogotar a Luisa Colet, y se
contuvo porque "creyó sentir crujir bajo su cuer-
po el banquillo de los criminales". En tales ba-
rras, por cierto, no se había parado Antony.
Siempre habrá que mirar estos casos como inci-
dentales en la vida de Flaubert, que, así como sus
antecesores se encerrarían en el laboratorio, se
encerró en el trabajo literario, mirando con indi-
ferencia los demás fines de la vida. Toda ella
transcurre así, pendiente de un capítulo en que
invierte dos o tres meses, perfeccionando deses-
peradamente el estilo, evitando las asonancias, y
no pudíendo avenirse a colocar dos genitivos en
un mismo período.
Y, por este 'culto de la perfección, no de la seca
perfección del estilo clásico, sino de una perfec-
ción íntima, férvida, que da a su estilo la consis-
tencia del tronco de cedro que flota en la amargura
de los mares, ya está Flaubert fuera de la hues-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 365
te (Í€ los románticos puros. Algunos de éstos, jus-
to es decirlo, atendieron a la técnica, y sabemos
que Gautier, por los cañiinos de la técnica y por
el dogma de la perfección y la impecabilidad, ini-
ció la desorganización del romanticismo como es-
cuela. La influencia de Gautier sobre Flaubert va
más allá del reflejo del famoso chaleco: es la doc-
trina del arte por el arte lo que involuntariamen-
te Flaubert siguió.
Hay que considerar en Flaubert una dualidad
persistente toda la vida, y que él reconocía y con-
fesaba: el romántico por naturaleza y el devoto
de la forma, con fondo de observación pesimis-
ta. La devoción de la forma era la base de las pa-
radojas que desenvolvía en las tertulias del do-
mingo, en su modesta asa de París, ante Gau-
tier, Zola, Feydeau, Taine y los Goncourt que
eran asiduos concurrentes. Hartábase de repetir
que, fuera del arte, no hay en el planeta sino ig-
norancia ; que Nerón es el hombre culminante del
mundo antiguo (el neronismo es una de las sub-
tendcncias del decadentismo, o por lo menos uno
de süf*^ temas favoritos) y que el artista no ha dt
tener patria ni religión. Respecto a la patria, con-
viene advertir que Flaubert, ante la invasión, pro-
bó grandes sufrimientos de patriota. Hay cosas
de que se reniega fácilmente en una reunión á
intelectuales, pero que no se arrancan así como
quiera: tienen muy larga raíz.
Termino la sucinta reseña de la vida de Flau-
bert, recogiendo estos datos: no quiso ser de la
Academia, rehusó la cruz sencilla que como úni-
ca recompensa le daban ; empobreció a última hora
366 K. PARDO BAZÁN
por haber venido en ayuda, generosamente, al
marido de su sobrina; hubo de aceptar, para vi-
vir, un empleillo en una Biblioteca, y murió de
un ataque epiléptico, de los que con relativa fre-
cuencia sufría. Su pueblo, Ruán, que en vida le
había mirado poco menos que como a un ser es-
trafalario, cuya facha hace reir, persistió en des-
conocerle y no le acompañó al cementerio.
Los diversos elementos del alma de Flaubert
se revelan en su primer obra, y yo diría la mejor,
si Salamhó no existiese y me hiciese dudar; se
revelan, digo, en Madama Bovary. Este libro, por
tantos respectos magistral, es la sátira del lirismo,
como fué el Quijote la sátira, no de los libros de
caballerías, sino de un ideal caballeresco de la
Edad Media; pero la misma oculta y misteriosa
devoción que hay en Cervantes por ese ideal bur-
lado, hay en Flaubert por el que satiriza. La ima-
ginación, el corazón de Flaubert, ni un momento
dejan de estar de parte de su heroína romántica.
Como sabemos, el tipo de la ''incomprendida'"
que parte de Jorge Sand, había sido estudiado por
Balzac varias veces. Al insistir Flaubert en este
tipo, que ni aun tenía el mérito de la novedad, ci-
fró la enfermedad del lirismo, no en una mujer
intelectual, no en una señora de alto copete, que
acepta una moda impuesta por grandes escritores
de alma orgullosa, los Chateaubriand y los Byron .
sino por una pueblerina que no reside en castillos
ni da el tono en ciudades de provincia, sino que
se mueve en el círculo más prosaico, pero cuyo
espíritu adivina los lirismos, y las elegancias, y
los sentimentalismos y las ironías de los tempera-
El* LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 367
>entos refinados, que sin un sentido poético no
conciben la existencia.
Emma Bovary es una señorita de lo más mo-
lesto de la clase n^edia, que ha recibido educa-
ción algo escogida en un colegio y se ha casado
con un médico de partido. Algo afinada por la
-nstrucción, Emma es de suyo mujer de gustos
lelicados y de sentidos vibrantes ; más espiritual,
con todo, que sensual ; soñadora, y de impresio-
nable y plástica fantasía, aspirando, como dice
Sainte Beuve, a una existencia más elevada, más
escogida, más brillante, de la que le ha tocado en
suerte. Reconoce el sagaz crítico (que ha sido tan
motejado de duro, y hasta de incomprensivo, con
la labor de Flaubert) que Emma no sucumbe a
su tedio, sin haberlo combatido día por día; y
confiesa que, en anáhsis finísimo, con la misma
delicadeza que en la novela más íntima de anta-
ño, estudia Flaubert la lenta invasión del mal en
el alma de la romántica, bajo la desorganizadora
icción del aburrimiento y de la prosa que la abru-
man por todas partes.
Pero si Emma, en sus ensueños de poética fe-
licidad, se parece a las demás heroííias líricas y
anhela lo mismo que ellas, hay, en el terrible es-
tudio de Flauliert, un aspecto que también Bal-
zac, había visto, pero que Flaubert fijó y grabó
en un episodio de los más felices: el de la invi-
" ación que Emma recibe y acepta para una fiesta
del gran mundo, la comida y baile en el castillo
de la Vaubyessard, fecha que cava en la vida de
^a mujer del médico un gran hoyo, de los que
libre el rayo en una sola noche.
^6S Ü. PARDO BAZÁN
Respira Emma, en el fatal sarao, las emanacio-
nes del lujo y de la alta sociedad, y queda como
emponzoñada. En otras épocas, la disciplina so-
cial sujetaba a la mujer a la esfera en que había
nacido, sin que puedan citarse contra esta verdad
histórica más que excepciones siempre contadas,
un capricho regio que hace una favorita de una
muchacha de origen tan popular como la Duba-
rry: y el hecho nunca dejó de causar escándalo.
La Revolución, el Imperio mismo, con sus prin-
cesas y mariscalas sin abolengo, pero encumbradas
de repente, contribuyeron a la profunda subver-
sión social, y si para el hombre esta subversión
tomó la forma de acceso a todos los puestos, para
la mujer revistió la de derecho a todas las elegan-
cias, lujos y exquisiteces, sin más cortapisa que
la de poder o no costearlos. He aquí un problema
a que parece muy indiferente la autora de Valen-
tina, que se vestía con poco dinero y desdeñaba el
trapo, el trapo, rey de la existencia femenina en
nuestros días. Desde la Revolución, como he di-
cho, se rompen las vallas sociales, se desestanca
el lujo y van calentándose cada vez más las ca-
bezas femeniles, en el pugilato de lo que acrece la
hermosura o el atractivo del sexo. La mujer se
desvive por reinar femeninamente, por empare-
jar con lo más encopetado de las demás mujeres, y
ese afán, no necesitaré decir cómo cunde, cómo
no ha cesado de extenderse y las formidables pro-
pordones que reviste, en los países donde el oro
se conquista y gana. Y no es el lujo en sí; es el
lujo como manera de entrar en círculos cada día
más elevados, lo que Emma quisiera poseer, para
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 369
que SU existencia no saliese nunca de ese centro
aristocrático y mundano en que por azar penetra
un día. En el lenguaje impuro e híbrido de la ac-
tualidad, la infección que coge Emma en la fiesta
a que, en mal hora la invitan, se nombrajia esno-
bismo agudo, que ataca a una cursi de aldea, gua-
pa y con disposiciones para lucir.
Los lectores que no ahondan, ven, sencillamen-
te, en Emma Bovary una esposa infiel más, de las
innumerables que en la novela encontramos ; pero,
mejor mirado, es, sobre todo, una criatura humi-
llada y mortificada por la posición social que ocu-
pa, y que trata de salir de ella por cuantas puertas
ve. Este instinto de la elevación, tan marcado en
los héroes líricos, no lo echó en olvido Cervantes,
y su Caballero de la Triste Figura, por redento-
rista y humanitario que sea, y reconocedor hasta
exagerado de la universal dignidad humana, no
deja de soñar con ínsulas y reinos, y hasta impe-
rios, ni de hallarse en su esfera, él, pobre hidal-
güelo de aldea, entre proceres y magnates, ni de
recordar a cada momento la diferencia entre su
condición y la de Sancho, villano y escudero.
A la aspiración a salir de su prosa, ya que no
por medio de la altura social, para ella inaccesible,
al menos por medio de la poesía, responden los
anhelos de Emma Bovary, de huir en una silla de
posta, a comarcas distantes, a grandes ciudades
en que el arte y la historia tienen su asiento. A me-
dida que se da cuenta de que su marido, excelente
muchacho que la adora, no tiene capacidad para
hacer carrera, para sacarla del poblacho donde
" consume, Emma va gradualmente desprecián-
24
370 E. PARÓO BAZÁN
dolé. Con tal compañero, se ve condenada a no
salir del lugarón, a vegetar siempre ante la botica
del grotesco Homais, entre la gente simplona de
lonville. Y por tedio, más que por otros estímulos,
Emma cae; y desde la primera caída, la enferme-
dad lírica se desenvuelve como un caso clínico,
cuyo desarrollo anota el novelista, iba a decir el
médico, con rigurosa exactitud. Avivado por la
exaltación de los sentidos y las fantasmagorías
románticas de la imaginación, el instinto del lujo
se desborda y conduce al derroche, a la trampa.
Llega un momento en que no puede hacer frente
a la situación ; las últimas nociones morales se bo-
rran; capaz sería hasta de robar, por desembara-
zarse del acreedor, del usurero ; pero Emma nun-
ca sería capaz, en cambio, de la tacañería misera-
ble de los dos hombres a quienes tanto quiso y
que rehusan salvarla sacrificando unas monedas.
Aun en medio del desorden de su vida, Emma no
haría nada pequeño, nada vil; pudiera salir del
apuro con una gran vileza ; y no la comete. Algo
de la grandeza del lirismo hay en este carácter de
mujer, y lo hay hasta el último día, hasta su ago-
nía horrible, cuando, pisoteado y en ridículo el
ensueño, resuelve morir, y come arsénico a pu-
ñados.
El autor de Madama Bovary no ha perdonado
ningún desencanto a su heroína, no le ha ahorra-
do ningún género de desilusión, como Cervantes
no perdonó a su héroe ni las pezuñas en la aven-
tura cerdosa, ni los yangüesés, ni uñas de gatos,
ni mofa de dueñas y pajes, ni pedradas de galeo-
tes. No quiero equiparar el lirismo puro, amadi-
Elv LIRISMO EN LA POKSÍA FRANCESA 3/1
siáco, de Don Quijote, con el lirismo bastardeado
de Emma Bovary. Hay un mundo entre ambos
tipos; pero el ideal, aun profan&do y torcido,
siempre proyecta luz, y Emma Bovary lleva esa
aureola en medio de sus yerros y su alucinación,
tan bien razonada por el autor y tan explicable.
si no justificable, dentro de las corrientes gene-
rales de la sociedad. No soy propensa a echar a
la sociedad la culpa de todo ; jamás fué de mi gus-
to esta tesis favorita de Rousseau y su escuela.
No obstante, es imposible desconocer los casos en
que el ambiente social tiene parte de culpa como
diez, y como uno solamente el individuo. Si la so-
ciedad crea a la mujer una situación excepcional,
distinta de la del hombre; si da a éste mayores
facilidades para abrirse camino, y no le presenta,
socialmente hablando, obstáculos para su libre des-
envolvimiento ; si en cambio, señala a la mujer
como esfera propia, en la cual ha de encerrarse,
que ha de ser su único campo de acción, la del lujo
y coquetería, el recordar que las cosas son así, que
Emma Bovary, como toda mujer, se ve acorrala-
da, podrá servir de atenuante a las transgresiones
morales de su conciencia.
Teniendo yo la convicción de que la idea de
Flaubert, en Madama Bovary, fué la sátira del
lirismo dentro del más minucioso y ahincado es-
tudio de la realidad, es decir, sin seguir el proce-
dimiento juvenalesco de mirar por vidrio de au-
mento los errores, los vicios y las debilidades so-
ciales, sino conservándoles sus proporciones, con
diseño y colorido justo y vigoroso; y, además de
la sátira del lirismo — el cual, desde el castillo de
372 E. PARDO BAZÁN
Combourg y las regiones sugestivas del Nuevo
Mundo, había descendido hasta lonville, y comu-
nicado el contagio de las almas excepcionales a las
que no podían aspirar a serlo — , la sátira de es-
tados sociales tal vez más peligrosos, por alcanzar
a la mayoría de las mujeres, y por tanto, al ho-
gar y a la familia teniendo, digo, la convicción de
que este libro, que no asusta sino porque es verda-
dero y artístico a la vez, es muy sano y ejemplar,
para quien pueda aprovecliar la lección nada re-
cóndita que encierra, me hubiese sorprendido ver
que persiguió a su autor la justicia y que fué lle-
vado ante los tribunales, si algo pudiese sorpren-
der nunca en la manera que de entender la litera-
tura tienen las greyes.. No hay cosa peor definida
que esta de la moralidad de los libros ; y, por otra
parte, reconozco que . cuando los libros son tan
fuertes, tan impregnados de esencia de verdad,
como Madama Bovary, sii mismo vigor contribu-
ye a alarmar, a que los pusilánimes vean en ellos
un peligro.
Por su carácter de sátira lírica, y por su inspi-
ración íntimamente realista, Madama Bovary pu-
do inspirar la frase de Anatolio France, al llamar
a Flaubert el San Cristóbal gigante de las letras
francesas, que las pasó de una orilla a otra, del
romanticismo al naturalismo. La imagen es doble-
mente exacta, por cuanto sabemos que. Flaubert
tiene un pie en lo romántico y otro en lo positivo
y experimental, por lo cual Sainte Beuve excía-
maba, hablando de él: "Anatómicos. y fisiológicos^
¡que os he de encontrar en todas partes!" Brune-
tiére, crítico en extremo severo con Flaubert, y
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 373
en general con la escuela que de él procede, reco-
noce, sin embargo, las singulares cualidades del
libro, y aun proclama, de acuerdo con France, que,
en la historia de lo novela francesa, señala el fin
de un período y el nacimiento de otro. Distingue
Brunetiére entre la oportunidad que consiste en
seguir ciegamente los caprichos de la moda ; y la
que estriba en "reconocer por instinto el estado
actual del arte, y satisfacer sus legítimas exigen-
cias".
El romanticismo había muerto, y el realismo de
Alürger y de Chamfleury, que mejor debiera lla-
marse el vulgarismo, no bastaba. ''Se esperaba a*
go, y lo que apareció, fué Madama Bovary" Y
as^rega el mismo eminente crítico, cuyo testimo-
nio prefiero porque nadie le considerará sospe-
choso de blandura con Flaubert, ni de indulgen-
cia con las ideas positivistas, que Madama Bova-
ry contenía, en justa proporción, lo que hubiese
sido lástima perder del romanticismo, y lo que
debía concederse al realismo. '*Si es cierto — di-
ce— que ha existido, desde hace algún tiempo, un
constante esfuerzo en la literatura de imagina-
ción, y hasta en la poesía, para adaptar más es-
trictamente la invención literaria a lo vivo de la
realidad, a Madam-a B ovar y, en gran parte, hay
que referir este movimiento."
Cuéntase, no obstante, que Flaubert escribió
Madama Bovary violentando sus naturales incli-
naciones, que le llevaban hacia la Tentación de
San Antonio y Salamhó. Muchos críticos se pre-
guntan por qué, si Flaubert detestaba lo moder-
no, no sólo escribió Madama Bovary, sino La edu.
374 ^' PARDO BAZAN
cación senfiMental y Bouvard y Pécuchet. La ex-
plicación está en esa misma antipatía hacia lo ac-
tual, y el propósito de satirizarlo, no para corre-
girlo, pues no es Flaubert un moralista optimis-
ta, y considera irremediables la necesidad, mise-
ria y ridiculez humanas, y en comprobarlas se re-
crea con goce acerbo. El moralista optimista, al
fustigar, pretende enmienda ; Flaubert, no. En su
pesimismo, no sin razón calificado de nihilista, el
descanso y el triunfo están en las concepciones
imaginativas, como Salamhó, donde hay más gran-
deza. No sólo prefería esta novela a Madama Bo-
vary, sino que a Madama Bovary, harto de que
se la elogiasen, le aplicaba, en sus diatribas con-
tra todo, el pestífero vocablo atribuido a Cam-
bronne.
Algo semejante sucedía a otro epiléptico genial,
nuestro don José Zorrilla, con el Tenorio, que le
enfurecía ver antepuesto a sus demás obras. Sólo
que el enojo de Zorrilla contra su gallardo Bur-
lador se fundaba en que un editor lo había com-
prado muy barato y sacaba de él millones. No su-
cedía lo mismo a Flaubert. asaz indiferente al di-
nero. Lo que le enojaba era que en Salamhó te-
nía cifrada una ilusión de poesía romántica, y que
en el fondo (igual que varios pontífices del natu-
ralismo) romántico fué la vida entera.
Uno de los caracteres esenciales de Flaubert, en
su crítica del lirismo, es lo que se ha llamado su
objetividad. Los líricos sacaban la obra de sí mis-
mos; Flaubert, aunque romántico por la fantasía,
supo salir de la cáYcel interior y entrar en la rea-
lidad, que me atrevo a calificar de épica y de his-
I
El. LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 375
tórica, con firme pie. Aquélla solidez del terreno
a que decía aspirar la consiguió. Supo hasta evi-
tar los escollos de la tesis; sin duda, que Mada-
ma B ovar y prueba algo ; i>ero lo prueba por su so-
lo vigor íntimo, sin que el autor intente corregir
ni persuadir de cosa alguna. Más bien que de que-
rer moralizar, pudiera acusarse a Flaubert, y se
le ha acusado, de impasibilidad marmórea ante el
espectáculo de la vida humana. En esta impasi-
bilidad fué el precursor de muchos insignes ar-
tistas, y señaladamente de Leconte de Lisie. Y
tal impasibilidad le ha situado igualmente fuera
de la escuela lírica, .que alardeaba de lo contra-
rio, de mostrar al primero que llega las heridas
del corazón. Sin embargo, no todos los grandes
líricos lo entendieron asi. El poeta Alfredo de
Vigny difiere mucho, por ejemplo, de otro lírico
como Alfredo de Muset; pero siempre, en el he-
cho de exponer su propia sensibilidad, difiere de
Flaubert más aún, y no digamos de un Leconte
de Lisie, que entiende que el poeta debe ver las
cosas humanas como las vería un dios desde lo
alto de su Olimpo.
Tal concepción del arte procede de las teorías
de Teófilo Gautier ; es la concepción estética por
excelencia.
Jorge Sand, ante tales principios, se indignaba,
protestaba. ¿ Qué arte era ese, sólo para iniciados ?
El arte se hace para todo el mundo, y en especial
se dirige al corazón de las multitudes. Sin saberlo,
la discusión de Jorge Sand y Flaubert sobre tal
tema encerraba el problema transcendental del fin
del arte y de su relación con la sociedad, en cuyo
3/6 E. PARDO BAZÁN
seno ha de brotar, y crecer, y ramificarse y exten-
derse, o encerrarse, altivo e ignorado, en el templo
solitario, en la marfileña torre. De Gautier, al tra-
vés de Flaubert, tan intenso artista igualmente,
sale una escuela que tiene más garantías de dura-
ción y fuerza, por lo mismo que limita la libertad
de la inspiración, y se funda en contados princi-
pios de evidencia y claridad innegable. La multi-
tud no sirve para adaptarse al arte; el arte no es
susceptible de vulgarización ; cuanto más al al-
cance de las masas quiera ponerse, más habrá de
rebajar su nivel; en suma, el arte es incompatible
con las democracias populares basadas en el régi-
men político de lo que se entiende por igualdad.
Porque sí es cierto que existe un arte popular, o
que existió, mejor dicho, era fruto justamente de
la organización social, que hacía del pueblo un niño
con alma de gigante; era fruto de las edades he-
roicas y los siglos creyentes y de mórbida sensibi-
lidad. Hoy el arte no nace del pueblo — esío es cosa
demostrada — , y tampoco logra penetrar en él. La
suposición de que el pueblo llegue a tal plenitud
de cultura o de afinación de gusto, que para él
pueda hacerse arte, arte puro, olímpico, no pasa
de buen deseo y de noble ilusión, que, actualmen-
te, en nada se basaría.
Y confirma lo ilusorio de tal supuesto observar
cómo el pueblo, obreros y agricultores, se desinte-
resa cada vez más de las cuestiones artísticas, y
en las científicas sólo ve lo aplicable a ventajas que
anhela conseguir. Espoleado por el afán de la rei-
vindicación económica, el pueblo demuestra pétrea
indiferencia hacia lo demás. Mide los valores li-
EL LIRISMO EN LA POESIA FRANCESA 3//
terarios y artísticos por la adaptación que les su-
pone a su ca-.sa y por las opiniones políticas y so-
ciales que el artista profesa, no por la belleza ni
aun por la suma de verdad que pueden contener
sus obras.
Y se realizaría la profecía de Renán, anuncian-
do la desaparición próxima del arte, a no existir
fatalmente, dentro de las más caracterizadas de-
mocracias, una aristocracia en perenne gestación
y formación, que es la de los individuos que por al-
gún motivo se destacan, y una mesocracia inteli-
gente, catadora de arte, eso que se ha llamado la
moyenne illustrée, que, sin componerse de mi-
llonarios, ni mucho menos, puede despreocuparse
un momento de los problemas económicos y con-
ceder atención a las cosas del arte y del espíritu.
Según la importancia de esta clase social y su nú-
mero, prospera, o al menos se defiende, el arte. Y,
sentado el principio, apliquémoslo a España, com_
parándola, verbigracia, con Francia, y comprende-
remos por qué aquí el arte arrastra vida angus-
tiosa y no asegura la de sus cultivadores.
Las obras de Flaubert han tenido bastantes edi-
ciones (aunque muchas menos que las de Javier
de Montepin o de Jorge Ohnet, verbigracia). La
de Charpentier es siempre de las mejores. Para
estudiar a Flaubert, no sólo en Madama Bovary,
sino en el resto de su corta e intensísima labor,
puede consultarse el tomo XTII de las Pláticas
del lunes, de Sainte Beuve ; el Estudio sobre Flau-
bert, de Guido de Maupassant ; los Recuerdos li-
terarios, de Máximo du Camp ; La novela natura-
lista, por Fernando Brunetiére, 1877 Y 1880 ; La
378 E. PARDO BAZÁN
crítica científica, por Emilio Hennequin; los En-
sayos de psicología contemporánea, de Pablo Bour-
get, 1883 ; la correspondencia del mismo Flaubert,
muy interesante, donde una sobrina del novelista
ha incluido unos Recuerdos íntimos (la obra cons-
ta de cuatro volúmenes, 1887- 1883) y, siempre, los
Artistas literarios, de Mauricio Spronck, un criti-
co muy sagaz, que dejó las letras para consagrar-
se a la magistratura.
XXV
Los Orleanes en la historia de Francia.— Luis Felipe de Or-
leans 7 su reinado de 1830 a 1848. — El poeta Augusto Bar-
bier.— Cómo le juzgan Sainte Beuve y Máximo du Camp.—
Los "Yambos", la "Ralea", el "Planto".— Examen de estas
obras.— Popularidad y decadencia de Barbier.— Bibliografía.
Como quiera que Augusto Barbier — a pesar
de Víctor Hugo — es el representante más carac-
terizado del lirismo político en su forma satírica,
es preciso decir cuales fueron las circunstancias
en que apareció, el momento que atravesaba Fran-
cia al darse a conocer este poeta.
Enrique Augusto Barbier había nacido en Pa-
rís, en 1805, (murip en Niza, en 1882), y tenía,
por consiguiente, veinticinco años, cuando ocurrió
un suceso asaz previsto: la Revolución de julio,
qu€ llevó al trono a los Orleanes.
Los Orleanes tenían una tradición y un sino
•"atal a la Casa y dinastía de los Borbones. Desde
su tronco, Luis I, fundador de la Casa de Orleans,
el que incitó y dio nacimiento a las facciones de
Armañac y Borgoña, y murió asesinado en una
emboscada en lo más céntrico de París; siguien-
do por su hijo Carlos, el poeta, que ensangren-
tó más a Francia con las luchas de los dos po-
derosos bandos ; continuando por Gastón de Or-
leans, que se pasó la vida entera intrigando para
dividir y enflaquecer a su Patria ; no o 1 v i -
380 E. PARDO BAZÁN
dando a Enrique de Orleans, hermano de
Luis XIV, a quien tantos historiadores suponen
envenenador de su esposa, la atractiva Enrique-
ta de Inglaterra; ni menos al otro Felipe, tam-
bién de Orleans, Regente del Reino, ambicioso,
químico y hasta alquimista, a quien la voz públi-
ca atribuyó las súbitas e inexplicables muertes
del duque y duquesa de Borgoña y del Delfín, la
acusación se repitió con insistencia, pero la Corte
no le dio crédito y se formaron dos facciones —
alrededor de los Orleanes hubo facciones siem-
pre— , una a favor del Duque y otra que quería
quitarle la regencia y atribuírsela al duque de
Maine. Y cuando obtuvo, por fin, el poder el Or-
leans, después de hábiles maniobras, comenzó a
halagar los instintos del pueblo, tal cual enton-
ces se manifestaban. Es la táctica usual de lo:-
Orleanes, que, colocados siempre, cual segundo-
nes, al margen del trono, necesitasen arrostrar
los peligros de la popularidad y aceptar sus re-
bajamientos.
En los ocho años de la regencia de este Or-
leans, la monarquía y la sociedad francesa fueron
empujadas a su ruina. La Revolución nació de la
Regencia, tanto como de la inmoralidad de
Luis XV. Mal pudiera dar otro resultado el man-
do de un hombre que ha dejado en la Historia
huella tal, que p..^^ hablar de algo libertino se
dice que recuerda las orgías de la Regencia.
Transcurrido algún tiempo, aparece el Orlean
más típico, el famoso Felipe Igualdad. Bajo el
reinado de Luis XVI, sucedió lo que bajo otro-
tantos ; el Duque de Orleans formó su partido en
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 38 1
la corte, contra el de la Reina, que no podía su-
frirle : el instinto la guiaba bien en esto. La gue-
rra de difamación a María Antonieta, las intrigas
r)ara agitar el espíritu público, fueron, en gran
arte, obra del Duque.
Con su abierta campaña política contra la cor-
te, el duque de Orleans iba haciéndose popular,
tan popular que, en la jornada del 12 de julio,
su busto fué paseado en triunfo por las turbas.
Y era él quien las excitó a asaltar el Palacio
Real, en Versalles, y él quien acaparó el trigo
para provocar el motín por falta de subsistencias.
Buscaba, por este y otros medios no menos repro-
bables, la corona, que siempre los Orleanes ha-
bían visto, en sus sueños, figurar en el horizon-
te. Desatada la Revolución, se lanzó sin reparo
a su turbia corriente, admitió oficialmente el nom-
bre de Felipe Igualdad, y, por último, al ser juz-
gado y sentenciado Luis XVI, votó por su muer-
te, con frase enfática. Y bien pronta fué la ex-
piación. El mismo año que vio caer la cabeza de
Luis XVI, vio asimismo la muerte de Felipe
Igualdad.
Ahora bien; de este odioso personaje era hijo
el monarca que ascendió en 1830. En él, el eterno
sueño de la familia y del nombre y título de Du-
que de Orleans, se realizó; y, ¿necesitaré re-
cordar que aquí, en España, a pique estuvo de
realizarse por los manejos que presenciamos del
duque de Montpensier para sustituir a su cuñada
en el trono ?
El Monarca en quien, por fin, llegó la Casa de
Orleans a la apetecida cuanto breve posesión de
382 E. PARDO BAZÁN
la diadema, era un hombre educado en el sistema
pedagógico de Juan Jacobo Rousseau, y, como
fiel a la tradición familiar, era muy avanzado en
ideas, muy liberal en opiniones, a pesar de la cruel
lección que hubiese debido recoger del cadalso
donde sucumbió su padre. Cuéntase del que luego
fué Luis Felipe que, en el monte de San Miguel,
para mostrar su odio al despotismo, dio el primer
go^pe para destruir la famosa jaula, cruel prisión
usada en tiempo de Luis XVI; pero añade la
historia que después, durante su reinado, en las
prisiones del monte de San Miguel encerró a va-
rios republicanos de los que conspiraban. Los
reyes no pueden ser enteramente populares, por-
que no es ese el papel que la Providencia les ha
señalado.
Este Orleans era hombre de valía, inteligente y
además instruido, nada cobarde, capaz hasta de
trabajar para ganarse el sustento, como lo hizo
durante un determinado período de la emigra-
ción, y le hacían simpático sus costumbres senci-
llas y severas, su tendencia a la vida burguesa y
de famiMa. Durante el reinado de Luis XVIII y
de Carlos X, período que se conoce bajo el nom-
bre de Restauración, y en el cual tanto vuelo tomó
el romanticismo, el hijo de Igualdad espera pa-
cientemente, convencido — la frase se le escap
alguna vez de los labios — de que su turno llegará.
Espera a la sombra del trono, sin poder formu-
lar una queja contra los Borbones, pues hasta Cv
los X le había devuelto el tratamiento de Alteza
Real, que Luis XVIII, más cauto, no quiso con-
cederle nunca. Al mismo tiempo que protestab:
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 383
de SU fidelidad a la dinastía, halagaba al partido
liberal e invitaba a festines a sus miembros más
conspicuos.
En una de esas fiestas, en honor del Rey de
Ñapóles, hubo quien dijo al dueño: "Monseñor,
no se dirá que la fiesta no es napolitana : bailamos
sobre un volcán". Y, la erupción del volcán sólo
se hizo esperar dos meses. El 31 de julio de 1830,
Carlos X ya no fué rey sino de nombre ; el 12 de
agosto, abdicaba ; el 7 de agosto, la Cámara de di-
putados ofrecía a Luis Felipe la corona, y empe-
zaba aquel reinado de diez y ocho años, que na-
ció en una revolución y acabó con otra, más dra-
mática, la de 1848, estableciéndose la segunda
República.
Para explicarse la poesía de Barbier y su éxito
fulgurante, hay que pensar cómo se encontraba
Francia en el momento de publicarse La Ralea,
primero de los Yambos, que fué exactamente el
momento en que sube al trono Luis Felipe. Nó-
tese que este título afortunado, La Ralea, es el
mismo de la novela en que Emilio Zola retrata
la situación de Francia bajo el régimen del golpe
de Estado de Napoleón III ; el desate de apetitos
que se produjo con la fiebre de especulación y ga-
nancia.
La clase media no había logrado aún su mo-
mento de dominio. Bajo la Revolución, mandó un
s:rupo de políticos; bajo Napoleón, los mlitares;
bajo la Restauración, los emigrados que regresa-
ban ansiosos de reivindicaciones. La clase media
creyó segura su victoria con la Monarquía de Ju-
lio, y se lanzó al halalí. Y entonces es cuando aso-
384 K. PARDO BAZÁN
ma el cantor de los Yambos, uniendo a la pasión
de un Juvenal la forma radiante de un Andrés
Chénier. De esta poesía fulminante, he aquí lo que
opina Sainte Beuve : "La Ralea ha sido no más
que un accidente en la vida de Augusto Barbier :
en este poema, y en los demás que a él se unen, no
ha hecho sino transportar de 1793 a 1830, el yam-
bo de Andrés Chénier, con sus crudezas, con sus
ardores, tomando todo de él, la forma y el estilo,
con más pasión que delicadeza, recalcando los
rasgos, ampliando y espesando las tintas, y todo
ello ha parecido a los ignorantes una original in-
vención. Barbier, por otra parte, es un refinado
aristócrata literario ; no debiera haber hecho nun-
ca sino cosas del género de Planto y sonetos artís-
ticos, pero se ha visto empujado a un desate como
La Ralea, sobrado rudo para su temperamento,
como un hijo de familia a quien disfrazan de san-
so un martes de carnestolendas, y para lanzarle a
una juerga sublime. El poeta es inferior a), gé-
nero de literatura que ha abrazado ; su organiza-
ción, endeble y mezquina, no está en relación con
tal vena poética. Talento, sí lo tiene ; pero no sabe
dominarlo, y cambia sin dirección y a tientas, se
pierde, se ahoga, como el hombre que camina en
el agua cuando el agua le llega a la barbilla. Por
mucho talento que se tenga, hay que tratar siem-
pre de dominarlo, de ser superior a él. Por eso
digo de Barbier que es un poeta de casualidad."
Después de este juicio asaz duro, aunque encierre
su parte de verdad, Sainte Beuve, transcurrido
medio siglo, aún protestó contra el renombre de
Barbier, al enterarse de esa especie emitida por
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 385
Máximo du Camp, según la cual, el poeta de los
Yambos es, en unión de Víctor Hugo, Lamartine,
Alfredo de Vigny y Balzac, uno de los contados
hombres a quienes puede discernirse el título de
"fuertes de nuestra raza", de la raza francesa.
Según Máximo du Camp, ''cuando estos hombres
fuertes aparecieron entre la multitud, de repente
se estableció en torno suyo un gran silencio ; cada
palabra suya fué cuidadosamente recogida, luego
ha estallado el aplauso, y, de un solo empuje, se
les ha puesto tan arriba, que, en nuestros días,
nadie ha logrado alcanzarles".
Sainte Beuve observa, y con sobrada razón,
que el destino literario de estos fuertes no es tan
idéntico como parece suponer du Camp. No todos
lograron, desde el primer instante, esa religiosa
aprobación, ni ese gran silencio ; hay algunos que
no lo consiguieron nunca. En especial, Balzac dis-
tó mucho de obtener su fama con un solo empuje,
y le faltó a Sainte Beuve, en su atinada refutación
de las ligerezas de du Camp, que el único a quien
sería aplicable esta seña, es Barbier. Como nues-
tro Zorrilla después de que leyó sus versos en
la tumba de Larra, Barbier, que se acostó desco-
nocido la víspera de publicar La Ralea, al otro
día siguiente se levantó célebre.
¡ Qué tiempos tan plásticos aquellos ! Ya casi
nadie lee la sátira política; sería difícil hoy fun-
dar una gloria en veinticuatro horas. Del juicio se-
vero de Sainte Beuve, lo que conviene aprobar
sin discusión, es lo que afirma acerca de la pro-
cedencia de Barbier: es el descendiente direqto
de Andrés Chénier, de su temblor de pasión poli-
386 E. PARDO BAZÁN
tica y patriótica. Y también es exacto el califica-
tivo de poeta casual. Pero lo son, en cierto modo>
todos los cultivadores de la sátira política, desde
el Dante, que la ejercitó con el brío que nadie ig-
nora, hasta Núñez de Arce, para - venir entera-
mente a lo contemporáneo. Nadie es poeta satí-
rico y político, toda la vida. El mismo Víctor
Hugo, no lo fué. No lo hubiese sido Chénier, si
hubiese escapado de la guillotina. La sátira po-
lítica es esencialmente hija de las circunstancias,
que, como no ignoramos, son pasajeras. Carlos
Rubio, que escribió una de las sátiras política,^
más intencionadas y vibrantes, ya no las escribi-
ría otra vez después de la Revolución de Sep-
tiembre. Yo considero que esta es una de las infe-
rioridades del género; y hay que ser el Alighieri^
para impresionamos hoy todavía con la lucha
de güelfos y gibelinos.
Es natural que los Yambos fuesen un brote de
juventud y un acceso de lirismo. Un crítico que
ha escrito cosas muy bien pensadas, a quien sue-
lo citar porque sin razón se le desdeña, Nisard,
dijo que del pavimento salían entonces chispas*
y que entraron en el cerebro de Augusto Barbier.
Y esas chispas determinaron una verdadera y
fuerte inspiración poética. Todo el mundo cita,
todo el mundo ensalza la magnífica descripción,
llena de energía hasta el frenesí, de la yegua indo-
mable y rebelde en quien el poeta simboliza a
Francia :
O, Corsé aiix cheveus plats! Que ta France
• [était helle
EL LIRISMO KN LA POESÍA FRANCESA 387
au grand soleil de Messidor!
Cétait une cávale indomptable et rebelle
sans frein d'acier ni renes d'or.
Quinze ans son dtir sahot, dans sa course r a pide,
broya les générations,
quinze ans elle passa, fumante, á toute bride,
sur le ventre des fiations...
Por este ejemplar puede juzgarse de la rá-
pida, febril, ardorosa forma que Barbier dio a
esas composiciones que tanta nombradla le valie-
ron. Abundaban en bellas imágenes, en expresio-
nes atrevidas; la lengua era, como quiso Victor
Hugo, popular ; y una quemante reprobación con-
denaba a los intrigantes o a los parásitos, que acu-
dian a ampararse del nuevo reinado, a requerir
puestos ascensos, honores y provechos de toda
suerte. Y, apenas hubo dado este golpe de inaudi-
ta sonoridad, apenas húbose revelado, en algunas
composiciones de primer orden, hombre de genio,
la pregunta más frecuente fué si continuaría, o si
se extinguiría la inspiración... Porque todos sen-
tían que el triunfo de Augusto Barbier iba unido
a la pasión del momento, y que del contacto de
esta pasión con el genio hasta entonces descono-
cido, había brotado el rayo.
Su efecto en la opinión fué superior al de todos
los cantos que hasta entonces habían inflamado
los ánimos en Francia; superior al de la misma
Marsellesa, porque Barbier era un poeta más per-
fecto y grande que Rouget de Lisie, o quien haya
escrito ese trozo de innegable poesía.
Si Barbier hubiese muerto al día siguiente de
388 E. PARDO BAZÁN
publicar sus Yambos, o solamente La Ralea, la
inmortaliad de Barbier — ^y que perdone Sainte
Beuve, que en este caso es injusto — no hubiese
sido ni mayor ni menor. Como que — y he aquí
una de )as cosas que deben observarse en Bar-
bier— todo cuanto hizo después, no sólo fué infe-
rior a los Yambos, sino que cayó en medio du
la más profunda indiferencia del público.
Todavía fué obra de poeta, y de gran poeta,
la colección de poesías tituladas el Pianto. Eran
poemas sobre Italia, sobre sus muertos esplendo-
res. Pero, desde el Pianto, el poeta murió, aun
cuando, por desgracia, siguiese escribiendo, si-
guiese publicando. Publicó Lázaro, publicó Eros
trato, Cantos cívicos y religiosos. Canciones v
odas, pero de esta parte de su labor apenas ha
quedado recuerdo. Asi como no se había dado
caso de tan rápida subida, tampoco se vio pos-
tración más absoluta, decadencia más repentina e
innegable. No hubo transición, no hubo esa gra-
dación tan bien matizada que pareciera inexisten-
te, como pudo notarse, verbigracia, en Hugo.
Cayó Barbier a plomo, extraño fenómeno que ca-
rece de satisfactoria explicación.
El Juvenal que había estremecido las almas tan
poderosamente en 1830, acababa escribiendo cosi-
llas de azúcar cande, del género más infantil. V
lo peor fué que incurrió en la debilidad de publi-
car también algunos versos — en el volumen titu-
lado Silvas — que reconoció como anteriores a los
Yambos; revelando así que su esplendorosa apa-
rición en el campo de la poesía no era aquel fenó-
meno repentino que se supuso, sino que otro pe-
r.L I rriSMO KN LA POESÍA FRANCESA 389
ríodo de inferioridad había precedido a la apari-
ción genial y fulminante de su gloria satírica.
Es para hacer meditar en la esencia de eso que
se llama genio, un caso como el de Barbier. Tan
inmensa diferencia entre las producciones de un
mismo cerebro y de una misma sensibilidad hu-
mana, ¿cómo se explica? No se explica, y, sin em-
bargo, existe. Es otro síntoma de la debilidad hu-
mana, análogo al que hemos observado en Víctor
Hugo, al comprobar que escribe, a veces, absurdos
y extravagancias sin talento, y otras, cosas llenas
de sublimidad. El pasmo que causa tal fenómeno,
lo he notado en un pasaje de una crítica escrita
por un acérrimo admirador de Hugo. Después de
censurar algunos de sus defectos y rarezas de ex-
presión, añade el ferviente admirador : "A la ver-
dad, escribir así es ridículo". Y, apenas estam-
pado el calificativo, échase a temblar y exclama :
''Perdón, perdón, divino Maestro".
El caso de Barbier no es el de Hugo, insisto en
ello ; porque la musa del autor de Las contempla-
ciones no ha descendido nunca a la mediocridad,
aun en sus mayores extravíos. Barbier, en sus úl-
timas obras, se mantuvo siempre a ras del suelo.
Nada d-e esto, ni el genio antes, ni la total infe-
rioridad después, fueron, sin duda, obra del mis-
mo poeta, sino de aTgo extraño a él, como si al-
guien le hubiese encendido en mitad de la frente
una llama, y al cabo de un instante la hubiera
soplado y extinguido. El tipo físico de Barbier
acrecentaba esta idea, de que su viril y vigorosa
poesía era en él cosa externa, algo que desde fue-
ra se había impuesto. Barbey d'AurevilIy le des-
390 !?• PARDO BAZÁN
cribe con gafas de oro, aspecto mezquino, de bur-
gués borroso, semejante a un notario.
Me preguntaréis — y será muy natural )a pre-
gunta— esos Yambos, que tanto ruido hicieron,
que nacieron a raíz de una revolución, ¿qué ideal
político perseguían; qué movimiento intentaban
suscitar ; qué tendencia les animaba ? Sorprenderá
si digo que tendría derecho a no saberlo, porque,
en ninguno de los libros que acerca de Barbier he
consultado, se dice del caso esplícitamente una pa-
labra. Acudo, pues, a lectura directa de los Yam-
bos, y especialmente de La Ralea, que resume el
espíritu de todos, y que voy a traducir en prosa, a
fin de hallar en el texto algo que nos saque de du-
das. He aquí ^a mil veces renombrada poesía. La
Ralea :
''Cuando abrasador el sol quemaba las grandes
losas de los desiertos muelles y puentes de París :
cuando aullaban las campanas, y la granizada de
balas silbaba al llover en el aire; cuando la ciudad
entera, como la marea que sube, clamoreaba, y, a'
lúgubre acento de los viejos cañones de bronce,
respondía la Marsellesa; ¡no veréis, por cierto,
como ahora, junto tanto uniforme'" era bajo los
andrajos donde latían los corazones viriles, eran
sucios dedos los que cargaban el mosquete y de-
volvían el rayo ; era la boca hecha a viles jura-
mentos la que mascaba el cartucho, y negra de
pólvora, gritaba a los ciudadanos : ¡ Hay que mo-
rir!
Y todos estos petimetres de penacho trico-
lor, de buena ropa blanca, de elegante frac ; esto.
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 39 1
hombres con corsé, esos afeminados semblantes,
héroes del bulevar, ¿qué hacían, mientras que al
través de la metralla y bajo el odioso sable, la ca-
nalla santa y el gran populacho trepaban a la in-
mortalidad ? Mientras que todo Paris era un puro
milagro de abnegación, estes señores tienen la tem-
bladera; pálidos, sudando miedo, en los oídos las
líanos, agazapados tras de una cortina. ¡ Ah ! La
libertad no es una condesa del barrio de San Ger-
mán ; no es una mujer que se desmaya si oye un
grito, y que se da colorete y blanquete ; no : la li-
bertar es una mujeraza de potente seno, de ronca
voz, de duros encantos ; morena es su piel, en sus
pupilas hay fuego ; es ágil y camina a largos pa-
sos, ?e hacen fuerte los gritos populares, los lar-
gos redobles del tambor, el olor de la pólvora y los
lejanos ecos de las campanas y los cañonazos.
Más tarde, entonando bélica marcha, harta ya
de sus primeros cortejos, se hizo cantinera de u:
capitán de veinte años. Es, en suma, esta mu-
jer que, siempre bella y desnuda, con sólo 'h.
banda de ]os tres colores, regresando a nues-
tros ametrallados muros, vino a secar nuestro
llanto. En tres días, ha depositado alta corona en
manos de los sublevados franceses, y ha aplas-
tado a un ejército y hecho migajas un trono con
unos cuantos montones de piedras. Pero, ¡ oh bo-
chorno! París, tan bello en su cólera; París, tan
Heno de majestad, en el tempestuoso día en que
el huracán popular desarraigó la realeza; París,
tan espléndido con sus funerales, sus restos hu-
manos esparcidos, sus calles desempedradas y
39^ E. PARDO BAZAN
SUS lienzos de murallas agujereados como viejas
banderas gloriosas ; París, la ciudad toda laurea-
da, la que mira con envidia el mundo... Paris no
es hoy sino una sentina impura, una sórdida al-
cantarilla fangosa, en que mil corrientes de ba-
sura y limo arrastran sus vergozosos oleajes. Hoy
es París un cuchitril lleno de cobardes granujas,
de azota salones, que van de puerta en puerta y
de piso en piso mendigando un trozo de galón que
coserse; un mercado cínico, insolente, clamoraso,
en que cada cual trata de apropiarse un misera-
ble pingajo de las ensangrentadas traperías del po-
der que acaba de espirar.
Así, cuando abandonando su solitario escondri-
jo, el jabalí, herido ya de muerte, está allí palpi-
tante, tendido en tierra, bajo el sol que le muer-
de ; cuando, blanco de espuma, con la lengua fue-
ra, ya incapaz de resistir, espira, y la trompa sue-
na el halalí a la jauría de ardientes canes, la jau-
ría palpita como inmensa ola, aulla gozosamente
y prepara los colmillos para el festín. Y viene el
tropel, y los feroces ladridos ruedan de valle en
valle; y alanos, podencos, mastines, galg;os, se
lanzan gritando a su modo: "¡Vamos alláí" Al
caer y rodar sobre la arena el jabalí, los canes
son reyes. ¡Nuestra es la presa, desquitémonos!
¡Ya no hay picador que nos reprima, que nos
contenga a trallazos ; venga sangre caliente, ven-
ga carne tibia, refocilémonos, hartémonos de una
vez!
Y todos, como obreros que desempeñan una
tarea, registran con los hocicos el tronco del ja-
KL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 393
bali ; y trabajan con dientes y uñas, porque cada
cual quiere un pedazo. Es preciso que cada cual
vuelva a la perrera con un hueso semirroído, y
que, hallando en el umbral a su orgullosa hembra,
celosa, en acecho, pueda mostrar su hocico to-
davía sanguinolento y rabioso, el hueso atravesa-
do en sus dientes, y gritar arrojándola el pedazo
de carroña : *'¡ Aquí está mi parte de realeza !"
Dos tendencias y afirmaciones se desprenden
de esta poesía: una, que la Revolución de 1830
no se hizo para el pueblo, para la que Barbier
llama "santa canalla"; otra, que se hizo para sa-
tisfacer ambiciones y codicias de gentes más aco-
modadas, más altas en posición. Igual acusación
formuló Zola, en su novela que lleva igual títu-
lo que esta poesía de Barbier, y en alguna más,
contra el régimen que implantó el golpe de Es-
tado. He aquí todo el sentido político de estas
ardientes diatribas de poetas. Y si aparece un poe-
ta cuyas tendencias sean más bien conservadoras,
y cito para ejemplo a Núñez de Arce, sus invec-
tivas enérgicas irán contra el pueblo, contra su
ciega impulsión, contra la anarquía y el desorden,
contra la ininteligente furia destructora de las
Revoluciones desencadenadas. Es decir, que todo
puede sostenerse en verso, y que si los versos, se-
gún la frase de Gautier, persisten, duros como
los bronces, es por la forma, por la belleza.
Si esta y otras poesías de Barbier lograron tal
aplauso, bien merecido, atribuyámoslo, en gran
parte, a la oportunidad de su aparición, regueros
de pólvora en un inflamado ambiente, pero com-
394 H. PARDO BAZAN
prendamos que no por eso hubiesen sido lo que
fueron, ni hoy las recordaríamos, si no contuvie-
sen trozos de la fuerza del soberbio cuadro de la
muerte del jabalí, que puede parangonarse con
los mejores cuadros de Snyders, que admiramos
en el Museo.
Barbier publicó varios volúmenes de poesías.
Los Yambos, El Llanto y Lázaro; después, estos
tomos fueron reunidos en un solo volumen, bajo
el título de Yambos y Poemas. Más tarde, en 18.41,
sacó a luz los Cantos cívicos y religiosos y las Ri-
mas heroicas, y por último, canciones y oditas,
que imprimió en muy corto número de ejemplares.
Para conocer a Barbier, se puede leer a los his-
toriadores literarios, de 1830 a 1860, pues los más
modernos no conceden gran lugar ni extrem^ada
importancia a este poeta, que, hijo de las circuns-
tancias, con ellas muere.
Puede consultarse también el volumen de Blaze
de Bury, Augusto Barbier (París, 1882).
XXVI
Los secundarlos del romanticismo.— Hegeslpo Moreau, Im-
bcrto Gallolx, Gerardo de Nerval .—Examen de sus vidas y
sus tendencias respectivas.
No por sus merecimientos, aun cuando alguno
les falte, sino por lo que tienen de significativo,
dentro de la tendencia, sus personalidades, ha-
blaré de algunos secundarios del romanticismo,
eclipsados, después de algún brillo efímero, o
hasta sin haberlo logrado, entre el gran resplan-
dor de los astros de primera magnitud.
Y ya que de romanticismo se trata, debe co-
rresponder el primer lugar a los que tuvieron
vida romántica, vida de protesta contra la socie-
dad, o, al menos, fueron abandonados por ella.
Así, citaré en primera línea a los del trágico des-
tino: Hégésippe Moreau, Imbert Galloix, Gerar-
do de Nerval.
Hegesipo Moreau nació bajo la fatalidad ro-
mántica del nacimiento ilegítimo. No ignoramos
cómo una circunstancia análoga inspiró a Dumas
padre, el más caracterizado de los dramas román-
ticos, Antony. Nació Moreau en 1810, en París,
y habiéndole enseñado el oficio de impresor, no
se avino con la vida de provincia, donde le ha-
bían encontrado trabajo, y se fué a París. Colo-
cado en la imprenta de Didot, fué muy mal ca-
jista y se dejó invadir por la pereza y comer por
396 E. PARDO BAZÁN
la miseria. Vivió, no se sabe cómo, de casuales
lecciones en colegios obscuros. Después de la Re-
volución de 1830, el director de la Imprenta Real
quiso dar una buena plaza al poeta y tenerle a su
lado. No se sabe si por altaneria, si por horror al
trabajo, Moreau rehusó. Prefirió el hambre y las
privaciones, que le llevaron presto al hospital.
Algo repuesto, volvió a su vida normal ; pero si el
organismo había mejorado, el alma estaba más
enferma que antes. En una ciudad pequeña como
Provins, no se le ocurrió cosa mejor que publicar
una sátira semanal, contra todo y contra todos.
El pueblo se alborotó y hasta hubo desafio por
medio.
Regresó a París. Sobrábale trabajo, pero no
quería realizarlo. ¡Historia de tantos bohemios,
unos con talento y otros sin él ! Sin domicilio, sin
pan, Moreau dormía en las gradas de una iglesia,
en un desmonte, en donde la noche le sorprendía.
Unas veces le recogían por vago, otras le dejaban
conciliar el sueño como se le antojase. Al cabo, y
después de muchos episodios, y de ir poco a poco
declinando hacia el fin de una vida tan azarosa,
ajpareció un editor para los versos de Moreau,
que vieron la luz con el título de Los miosotis.
Cuando llegó hasta el público la voz de aquella
musa, el poeta iba a morir en el Hospital de la
Caridad, donde falleció, en diciembre de 1838. a
los veintiocho años. Murió convertido y resig-
nado.
Hago notar que murió en tan buenas dispo-
siciones, porque había manifestado otras, en el
segundo período de su corta vida. Sainte Beuve,
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 397
que ha estudiado a Moreau con el interés y la
perspicacia que demuestra al tratarse de los se-
cundarios, le pinta agriado e irritado, rehusando
las protecciones, las bondades y atacado de esa
enfermedad del amor propio, y de la sensibilidad
que "es la del siglo", la del aristocrático Rene,
igual que la del plebeyo Obermann o del munda-
no Adolfo, y antes que de todos ellos, de Juan
Tacobo, y, en pos, de tantos como la han sufrido
bajo formas y manifestaciones diversas. Era ésta
la viruela endémica de su tiempo: descontento,
hosco, ulcerado, evitando y rechazando lo posi-
ble, queriendo otra cosa, no definiéndola, "en
semejante estado de alma, la protesta contra lo
social, surge como una paja parásita en un mu-
ro." Moreau tomó parte en las jornadas de 1830,
ocupó su puesto en las barricadas, pero como se-
guía teniendo hambre, escribía cantos donde se
reflejaba su situación moral.
Sobre este poeta actuaron tres influencias prin-
cipales : Andrés Chénier, el satírico Barthélemy
y Béranger, al cual algunas veces ha sido com-
parado. Pero, si no pudo ser su émulo en la can-
ción, en otros respectos, el desgraciado y débil
Moreau, tenía, quizás, un alma más poética. Bé-
ranger nunca hubiese hablado de esa alma como
habló Moreau, en aquellos versos que empiezan
así:
Filis, ame blanche, d'un corps malade et nu :
filis en chantant vers le monde inconnu!
Ne trouvant pas la manne qu'elle implore,
39^ E. PARDO BAZÁN
ma faim mordit la poussiére, insensé!
mais toi, mon ame, a Dieu, ton fiance,
tu peux demain te diré vierge encoré!
Y, entre las mejores poesías líricas de este mo-
mento, puede ocupar lugar escogido la preciosa
composición, d canto al río de su patria, pequeño
río, más bien arroyo, que corre con un murmullo
tan dulce como su nombre.
Uii tout peiit ruisseau coulant visible á peine;
un géant alteré le hoirait d'une haleine ;
le nain vert Ohéron, jouant au bord des flots,
sauterait par dessus sans mouiller ses grelots.
Mais faime la Voulzie et ses bois noirs de mures,
et dans son lit de fleurs ses bonds et ses murmures,
Enfant, j'ai bien souvent, á Vombre des buissons,
dans le langage humain traduit ees vagues sons,
pauvre écolier reveur et qu'on disait sauvage,
quané fémiettais mon pain á l'oiseau du rivage,
ronde semblait me diré: "Espere! aux mauvais
[jours
Dieu te rendra ton pain!'' Dieu me le doit tou-
[ jours!
Al leer esta queja amarga, no hay manera de
no considerarla injusta. Dios no le debía su pan
al poeta, pues le había dado amigos que por él se
interesaron y no cesaron de buscar para él colo-
caciones y medios de que, sin gran esfuerzo, se
ganase la vida. Y fué el poeta quien rechazó to-
das estas buenas voluntades y huyó de los que le
Elv LIRISMO ÜN LA POESÍA FRANCESA 399
querían favorecer. Dios no envia el maná, y la
naturaleza de hombres como Moreau es ésa : mo-
rirse o de miseria o de las consecuencias de la
miseria, y el caso es bien típico.
Como Moreau hemos encontrado a no pocos,
y pasado el momento romántico de escuela, no
han pasado aun ni esa misteriosa enfermedad del
ánimo que se llamó el mal del siglo, ni esa ten-
dencia a?i ensueño — y acaso, hablando más prosái-
mente, diríamos esa falta de voluntad, que com-
probaremos en los decadentes, en los cuales re-
nacieron las disposiciones psicológicas del roman-
ticismo— . Como otros románticos, como el autor
de Relia, Moreau hubiese podido consolarse y
tal vez regenerarse por la fe religiosa; o al me-
nos podría encontrar la paz en un convento, cual
cierto poeta que yo conocí, que firmaba sus ver-
sos Romántico, y que hoy viste con mucha san-
tidad el sayal de San Francisco... Moreau, a pe-
sar de su berangerismo, permítase la palabra, no
era refractario al sentimiento religioso. Muchas
de sus poesías lo prueban; y no se puede acha-
car a este poeta asomo alguno de hipocresía. Fué
en todo sincero, y no lo fué menos cuando desde
el recinto de un templo solitario, pedía a Dios la.
fe en hermosas estancias, y exclamaba por últi-
mo: "De pronto, sentí que, en el fondo de mi
corazón, guardaba aún un poco de mi fe antigua,
como un disipado perfume." Y en los últimos
días de su dolorida existencia, la piedad le inspi-
ró las estancias a la Virgen, que si no pueden
compararse con las de Veríaine, respiran el mis-
mo filial sentimiento.
400 E. PARDO BAZAN
Más característico, si cabe, es el tipo de Im-
berto Galloix, otro poeta, que llegó a Paris en el
mes de octubre de 1827, y murió de miseria en
el mes de octubre de 1828.
Cuando murió, contaba veintiún años de edad.
Obsérvese que los tipos románticos necesitan la
aureola de la juventud, y pasada ésta, el interés
de su psicología desaparece. No en balde se dijo
repetidamente que el romanticismo es achaque de
mocedad; no por algo los románticos militantes
injuriaban a los clásicos llamándoles viejos.
Hubo, sin embargo, un romántico, el más cé-
lebre, el jefe de la escuela, que envejeció y llegó
a edad muy avanzada sin modificar su romántica
actitud, seguro de que, mientras alentase, el ro-
manticismo no sería borrado. No ignoramos cuán-
tos recursos desplegó Víctor Hugo para defen-
der la fortaleza romántica, por todas partes ata-
cada y combatida. Y por esa variedad de recur-
sos, la epopeya, el teatro, la lírica, la novela, e;
prefacio, el manifiesto, hasta la crítica, sin hablar
de la política, que tanta parte tuvo en su apoteo-
sis, pudo mantener la resistencia del romanticis-
mo o galvanizarlo. Fué el mismo Víctor Hugo,
en la plenitud de sus facultades y de su fama li-
teraria, en 1833, quien reveló al mundo la perso-
nalidad de Imberto Galloix, de ese efímero ar-
bustillo que crecía entre las nieves de Ginebra —
pues Galloix era suizo y ginebrino, como aquel
otro inadaptado de Rousseau, que a tantos pegó
su enfermedad moral — , y que en el aire de Pa-
rís languideció tan rápidamente.
El artículo de Víctor Hugo sobre Imberto Ga-
KL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 40I
lloix reconoce que no le faltó quien le tendiese
la mano, quien le diese consejo y socorro y hasta
dinero; y, añade, no hay que decir que algunos
se cotizaron para pagar su última habitación y
su último médico, y que no es al carpintero a
quien se debe su ataúd. Pero — exclama, con ra-
zón, el autor de Hernani — , ¿qué es esto, sino
morir de miseria ?
El retrato que hace Víctor Hugo de Imberto
Galloix es digno del novelista más observador de
la realidad. Vemos como de bulto al bohemio fe-
bril, semitísico, que tose, que esconde los pies
bajo la silla, para que no se vea que lleva unos
zapatos semiaguj creados que embarcan el agua
de la lluvia. No está menos acertadamente sor-
prendido que el aspecto físico el asi>ecto moral
de aquella figura. Imberto Galloix, atacado de
ardiente sed de curiosidad literaria, ávido de co-
nocer el pensamiento de París, la misión literaria
de París, buscaba las discusiones, esas discusio-
nes tan a menudo estériles, y que nunca valdrán
para la formación mental lo que valen la soledad
o la discreta compañía, selecta y beria. En Ma-
drid, Imberto Galloix hubiese sido un ateneísta
de cacharrería, un discutidor eterno. Y, dice Víc-
tor Hugo, **La fuerza de las discusiones vino en
Imberto Galloix a def rmar completamente sus
ideas, y cuando murió, no tenía una sola que no
estuviese torcida".
No obstante haber reconocido todo esto, haber
empezado diciendo que Galloix encontró amigos
y valedores, y que fué culpa de su curiosidad,
llevada a un extremo malsano, el que su mente
26
402 t. PARDO BAZAN
se deformase, algunas páginas más adelante de
este estudio sobre Galloix desarrollan la misma te-
sis de Vigny en Stello; y acusan a )a sociedad
porque no favorece la aparición del poeta. ''Im-
Jberto Galloix, dice, es un símbolo. Representa,
para nosotros, gran parte de la juventud contem-
poránea. En su interior, un genio mal compren-
dido que le devora ; fuera, una sociedad más cons-
tituida que le ahoga. El genio, encerrado en el
cerebro, no tiene salida'; el hombre, sujeto por la
sociedad, no tiene escape." Ya, al comentar a
Vigny, hemos visto lo vano de esta tesis. Victor
Hugo, para comprenderlo, no necesitaba sino mi-
rarse a sí mismo. En nada comprimió el vuelo de
su genio la sociedad. Hasta pudiéramos asegurar
que la sociedad, si por sociedad entendemos la
mayoría de los contemporáneos de un poeta, le
impulsó, le alentó, le halagó y hasta le divinizó.
Y lo propio pudiéramos decir de Lamartine, y
otro tanto de Chateaubriand, y poco menos de
Alfredo de Musset. Si en el caso de Imberto Ga-
lloix no sucedió lo mismo, fué porque, valga la
verdad, estos secundarios, que además no han lle-
gado a presentar ante su siglo ningún testimonio
valedero de su genio, puesto que nada menos que
de genio se habla, mal pudieran suscitar un en-
tusiasmo que sería como fuego artificial en el
vacío. Hasta cinco años después de su muerte, no
vierf)n la luz sus Poesías, en un volumen publica-
do en Ginebra.
La sociedad, para cada uno de nosotros, es
aquella parte de gente que conocemos, con la cual
estamos en contacto. Y este círculo social en que
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 403
se movió Galloix, nos ha dicho cómo era el pro-
pio Hugo que no negó. su auxiUo al joven poetilla
venido de Ginebra, todo impregnado de la aspira-
ción y de ?a decepción de Juan Jacobo, a quien
llama "alma tierna". No solamente el pobre mu-
cliacho, que no residió más de un año en París,
halló en él quien le abriese hasta su bolsa, sino
que fué recibido en todos los cenáculos y reunio-
nes literarias y trabó amistad con los más famo-
sos : él es quien lo proclama, en la carta a un ami-
go, que Víctor Hugo nos da a conocer.
No veo lo que la sociedad pudo hacer por Im-
berto Galloix. \^íctor Hugo, que increpa a la so-
ciedad por no haberle adivinado, empieza por
clasificarle de espíritu de segundo orden; y, más
adelante, le juzga más severamente aún, diciendo
que su poesía no fué nunca más que un esbozo y
negándole las cualidades esenciales del poeta. Lo
único que le concede para quedar después de su
muerte salvado del completo olvido es una carta ;
admirable, sin duda, elocuente, profunda, enfer-
miza, loca, extraña, verdadera carta de poeta,
llena de visión y de verdad. Y concedido que esa
larga carta, de carácter autobiográfico y que real-
mente interesa, sea todo lo que Víctor Hugo afj
ma que es, queda por averiguar cómo ha de hacer
la sociedad para adivinar a un genio que sólo se
ha descubierto en una epístola a un amigo...
No todos los versos de Galloix son bocetos. L<!
composición titulada Los sueños del pagado con-
tiene una queja elegiaca muy sentida y muy bella.
El poeta se lamenta de no ver sus horizontes del
Leman, sus Alpes natales, las orillas de su lago ;
404 E. PARDO BAZÁN
y confiesa su ensueño de gloria, su desencanto, su
convicción tristisima de no ser nada, de haber na-
cido y sufrido en balde. Víctor Hugo habla de su
profundo desaliento, de esa inacción voluntaria
que apresuró su fin, de aquel triste cruzarse de
brazos, no se sabe si por pereza, si por cansan-
cio, si por estupor, y, probablemente, por las tres
cosas a un tiempo. '*Tuvo — son las palabras de
Hugo — un acceso de ociosidad, como un via-
jero sorprendido por la nieve lo tiene de sueño".
Y vino la fiebre, vino el mal que acechaba. Tal
vez ese mismo mal explicase lo restante.
Otro poeta romántico que puede servir de tipo,
es Gerardo de Nerval, el suicida. Gerardo de
Nerval es un seudónimo. El padre del poeta, tra-
ductor de Gcethe, se llamaba Labrunie, y era mé-
dico militar. Nerval nació en 1808, y, compañero
de colegio de Teófilo Gautier, desde la primera
hora figuró entre la falange romántica y tomó
parte en la batalla de Hcrnani. Siguiendo la este-
la de Gautier, Nerval no buscaba por ese medio
la gloria. El rasgo más conocido de su carácter
es justamente una especie de miedo a la gloria, a
la fama ; y lo ha dejado consignado en una de sus
poesías. El punto negro, del que traduzco :
"El que ha mirado fijamente al sol, cree ver
volar obstinadamente, ante sus ojos, y en torno
suyo, en el aire, una marcha lívida. Así yo, joven
aún y más audaz, me atreví a contemplar la gloria
un instante ; y un punto negro quedó en mi ávida
mirada. Mezclado en todo, como una señal de
duelo, donde quiera que mis ojos se fijen, allí
se posa la mancha negra. Siempre, siempre, in-
EL LIRPSMO EN LA POESÍA FRANCESA 405
terpuesta entre la felicidad y yo. ¡ Sólo el águila,
desdichados de nosotros, contempla impunemen-
te el sol y la gloria!"
En esta poesía declara Nerval su convicción
de no ser, fatalmente, un secundario, entre aque-
lla pléyade romántica que produjo a Hugo, a
Vigny, a Musset, al mismo Gautier.
Sin embargo, no veamos en Nerval un caso se-
mejante al de esos poetas como Imberto Galloix.
que, no habiendo producido nada, o poco menos,
mueren en la penumbra. Nerval produjo bas-
tante, y no pudo quejarse del olvido de su gene-
ración. Tal vez no le pareciese que todo ello era
la gloria; pero, por lo menos, fué el renombre.
La lista de sus obras, entre las cuales figuran mu-
chas teatrales, y algunas narraciones de viajes y
cuentos, no es breve. Aunque haya escrito más
en prosa que en verso, su naturaleza era de poe-
ta, y su fantasía estaba teñida con los reflejos y
luces de la gnosis, del ocultismo, y, al final, di-
ciéndolo de una vez, de la locura. Si los otros
poetas de que he hablado eran desesperados, Ner-
val era loco. Teófilo Gautier lo dice, en los pre-
ciosos Recuerdos que a Nerval, su admirador, su
íntimo amigo, su compañero de bohemia artís-
tica en el callejón sin salida de^i Doyen, en una
vieja casa semirruinosa, al lado de una iglesia
casi ruinosa completamente; y aun cuando Gau-
tier dormía en otra casa de la misma calle, por el
día se juntaban los bohemios, y hasta daban fan-
tásticas fiestas.
Es el mismo Gautier el que reconoce que Ner-
val, aunque bohemio, no era víctima de la mise-
406 E. PARDO BAZÁN
ría, ni por ese camino fué a su triste -fin. Siem-
pre tuvo a su disposición las columnas de los pe-
riódicos, y trabajo cuanto quisiese. Hasta tuvo
una pequeña herencia, unos cuarenta mil francos.
No era hombre que concediese excesiva impor-
tancia al dinero. Hasta se diria que le estorbaba.
Gautier, al explicar cómo la locura fué invadiendo
el cerebro de Nerval, da una explicación intere-
sante del por qué ninguno de su amigos se dio
cuenta de ello. Eran, dice, momentos de excentri-
cidad literaria, y las rarezas, los paroxismos y las
exaltaciones voluntarias o involuntarias de todos,
hacían muy difícil que nadie se distinguiese por
extravagante. Todo delirio parecía plausible, y el
más razonable de todos nosotros se parecía como
destinado al manicomio. Es decir, que el estilo
del romanticismo era exactamente el de Gerardo
de Nen^al, y, además, Gerardo de Nerval, al ha-
cer prácticamente las cosas más extrañas, con-
servaba el equilibrio mental hasta un grado sor-
prendente, y su locura no atacó a las cualidades
de su inteligencia. Para aquellos melenudos y
bousingots exaltados, no era inquietador nada
de lo que Ner\^al decía y hacía. Sus viajes a
Oriente, sus residencias en Alemania, no eran
lo bastante para que se dudase de su razón, Jui-
cio, cordura y sanidad mental. Algo más alar-
mante pudo ser su pasión enteramente poética por
una célebre cantante, Jenny Colon, pasión que
tuvo todos los caracteres del ensueño ; pero nadie
suele ver en la locura amorosa la señal de la lo-
cura morbosa, y todo enamorado está en peligro
de loco. *"
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 407
Con todo eso, y con ser locos aparentes tantos,
y hacer tales extravagancias, les sobresaltó verle
un día paseándose por el Pagáis Royal, llevando
iin lobagante, crustáceo análogo a la langosta, vi-
vo, sujeto con una cinta azul, y que le seguía por
fuerza. *'¿Por qué — alegaba Nerval — ^ha de ser
más ridículo un lobagante que un perro o un gato ?
Los lobagantes no ladran y son formales y discre-
tos". Poco después de este episodio, tuvo Ner-
val que ingresar en un sanatorio, el del doctor
Blanche. No salió curado, aunque saliese algo
calmado, Ya se acentuaba en él el tipo especial
de locura romántica, que define así su amigo:
''Nadie como él mezclaba nuestras dos existen-
cias, la diurna y la nocturna, y para él el sueño
no se diferenciaba de la acción. Así perdió las
nociones de lo que es real y de lo que es quimé-
rico, y pasó de la razón a lo que la humanidad
llama locura, y que acaso no es sino un estado
en que ei alma, más exaltada y más sutil, percibe
relaciones invisibles, coincidencias no observadas,
y goza de espectáculos que los ojos materiales no
ven".
En las últimas páginas que salieron de su plu-
ma, y que se titulan Aurelia o La locura y el sue-
ño, todavía existe el equilibrio literario, al menos
al principio, en medio de la tesis alucinatoria de
la estrecha identificación de lo sobrenatural y lo
natural, y del ansia imposible de volver a la vida
a una persona que ya no es de este mundo. Pero,
al final, ya también invade la insania ese último
reducto en que se defendía Nerval para no zozo-
brar por completo ; y la pesadilla de la demencia
40S E, PARDO BAZÁN
se declara. Las últimas páginas son las que se en-
contraron en sus bolsillos después de su muerte.
El suicidio de Gerardo de Nerval fué, por exce-
lencia, el suicidio romántico. De los tres poetas
de que he tratado en este capitulo, Gerardo de
Nerval es el único que se da muerte violenta ; pero,
en realidad, suicidas son todos, de im modo direc-
to o indirecto, porque las muertes de miseria son,
generalmente, casos de indefensión de la vida, y
tanto da entregar la v-ida pasivamente como
arrancársela violentamente. Nerval se suicidó lo
mismo que había vivido, medio en sueños.
Fué en el mes de enero de 1855. cuando el
mísero demente, saliendo de im cafetucho, o me-
jor dicho taberna, donde habia pasado la noche,
y habiendo llamado a la puerta de una posada
que estaba toda llena y donde no le quisieron
abrir, sacó del bolsülo un cordón y se colgó do
las rejas de im ventanuco, ante la boca de tma
alcantarilla, y sobre los peldaños de una esca-
lera donde saltaba un cuervo domesticado. Nadie
negará la belleza de horror que con una deco-
ración semejante rodeó la última hora del poeta.
Sus amigos nada sabían de él hacía algunos días :
había desaparecido, ocultándose en otra posada
de la habitual. Hizo, por lo lúgubre del fondo y
por lo inesperado de la resolución, gran efecto la
muerte de Nerval. Algo contribuye, no cabe duda,
a que no se haya extinguido el eco de su nombre.
He aquí cómo el romanticismo encamó en al-
gimas almas, poéticas y hasta hermosas, como fué
la de Nerval, a qufen la Iglesia concedió sepul-
tura en sagrado, porque no cabía dudar de la per-
CL UBiSMO £31 JJL POESÍA FKAVCCSA 409
turbadón que le condujo al suicidio, pasando,
como dice bien Gautíer, del sueño de la TÍda al
sueño de la eternidad. BX romanticismo tteró a
esas almas, más bien siq)eriores, sos gérmenes de
desorganízaóóo, más peligrosos paia los me«fio-
cres y secundarios que para los grandes. £n con-
traste con estos tristes ejemplares de poeáa, no-
temos la robusta salud <k los Hugo y de los La-
martine, y la fuerza de votnntad heroica de un
Vigny. Es que el romanticismo indívíduaiista, ya
lo he didio, es doctrina para individuos exondo-
nales, para cerdiros vigorosos, y al difundirse en-
tre 'os secundarios, no da otro fruto que la in-
adaptadón para la vida, y hasta para el arte. De
las doctrinas no hay que ju^^^ar por los frutos que
reo^ el genio, sino por las manzanas de Sodoma
que engañan a los secundarios y les dejan en la
boca el gusto de la ceniza. Las doctrinas fecundas,
sanas, fuertes, son aquellas que derraman luz so-
bre todos !o5 hombres. Y esas doctrinas serán
siempre lo más contrario al yo de los mmántiros;
serán, como quiere Rod. doctrinas de sacrificio;
y son el desquiciamiento de todas las nodooes
morales y hasta, intelectuales que observamos en
la decadencia, último brote ád romantídsmo indi-
vidualista, y consecuencia !a más lógica de esa
enfermedad del ensueño, dd amor propio^ de eso
que se ha llamado d mal del agk>, de eso qne
Chateaubriand definió con «n^ imagen, al haUar
del pozo de la sábana de Ahdma, que parcda tan
sereno, de tan dormidas aguas, pero en cayo fon-
do, fijándose bien, se descubría la ^gara, de mi
monstruoso cocodrilo.
XXVII
Casimiro Delavlgne. Su biografía.— Las "Mesenianas''. Ori-
gen de este nombre. -Tendencia clásica de Delavlgne.— Su
teatro.— Por qué no pudo ser un romántico.— Juan Reboul.—
Félix Arvers. Su soneto.— El conde Fernando de Gramont.
Su -oneto. — Amadeo Pommier.— Marcelina Desbordes Val-
more.— Juicio que la consagra Sainte Beuve.— Varias poe-
tisas.—Pedro Dupont. "Los bueyes", La poesía campesina
y de los obreros.
Uno de los olvidados hoy es Casimiro Delavig-
ne, que fué, a su hora, de los poetas y autores
dramáticos más celebrados, y cuyo Luis XI toda-
vía poco ha se representaba en España y arran-
caba aplausos estruendosos.
Delavigne, nacido en 1793, y muerto en 1843,
fué calificado, como Béranger y como entre nos-
otros Zorrilla, de poeta nacional. Tan glorioso
dictado lo debió a los cantos que le inspiró la pri-
mer invasión de Francia, en 1815, cuando el poe-
ta tenia veintidós años.
A diferencia de Béranger, que es un ingenio
lego, Delavigne, hijo de un rico armador del Ha-
vre, educado en el Liceo de Enrique IV, poseía
suficiente cultura clásica, y los poetas griegos y
latinos, que le transportaron, habían de servirle
de modelo después, cuando empezó a versificar,
imitando a Horacio, Propercio y Tibulo. No vol-
vió, como Chénier, a la inspiración directa helé-
nica, sino que tomó sus maestros en Roma. Asi
es que este poeta, que figura entre los del roman-
ticismo, es en el fondo un clásico más. Por el ca-
412 i:, pardo bazan
mino de los latinos no hubiese llegado a ser po-
pular nunca; fué necesario para lanzar su nom-
bre a la gloria que el patriotismo le dictase, en
1815, las Mesenianas.
Para comprender el efecto que produjeron,
hay que recordar que el desastre de Waterlóo no
fué solamente la caída definitiva de un Imperio
fundado por la gloria militar, sino también una
humillación para Francia toda, y que una inva-
sión extrajera es siempre un profundísimo dolor
patriótico, cualesquiera que sean sus orígenes y
sus resultados. Y la epopeya vivida por Bona-
parte era al cabo honor de todos los nacidos en
el suelo francés, y los acentos vibrantes del can-
tor tenían que encontrar eco en muchos cora-
zones, en la mayoría. Como él, todos veían algo
propio en la sublimidad de la guardia vieja del
Emperador, "los viejos de la vieja", muriendo
y no rindiéndose:
Parmi les tourhilloíis de flamme et de fuméc,
O douleur! quel spectacle á mes yeux vient
[s'offrir :
le bataülon sacre, seid devant une armée,
s'arréte pour mourir.
C'est en vain que, surpris d'une vertu si rarc,
les vainqueurs dans Icurs niains retiennent le
[trepas.
Fier de le conqt rir, il court^ il s'en empare.
La gardc. a-f-il Jit, mciirf et ne se rcnd pas.
On dit qu'en les voyant cauches sur la poussíere,
i'énnemi, Voeil fixé sur leur face gu^rriére,
les regarda satis peur pour la premiére fots.
e;í, lirismo en la poesía francesa 413
Por cierto que en este hermoso cántico, Dela-
vigne se equivoca al asegurar que aquellos gue-
rreros, verdaderamente heroicos, habían domado
a toda Europa, y también a Castilla, "cuyos mon-
tes cruzaron", porque ni Castilla tiene montes,
al menos como nota característica, ni fué do-
mada por la vieja guardia, ni por las restantes
tropas que con tal propósito mandó Napoleón.
Llamáronse Mesenianas estos poemas patrió-
ticos por Delavigne, porque en el Viaje del joven
Anacarsis, Barthélemy había lamentado las des-
venturas de Mesenia invadida y oprimida por
implacable vencedor. Y si su ditirambo sobre la
desventura de la derrota de Wartelóo encierra
los errores que he señalado y que pueden acha-
carse al patriotismo, también hay un falso juicio
en lo que dice de los cuadros y obras de arte que
se llevaron los aliados, en otra ocasión. No sé
si todas, pero no pocas de esas obras de arte,
había empezado Napoleón por arrebatárnoslas
a nosotros y a otros países, y era bien natural
que si las naciones despojadas podían recobrar-
las, lo hiciesen. Todavía quedan en el Louvre al-
gunas joyas que nos pertenecieron y la invasión
nos arrebató.
Las tres primeras Mesenianas, atrayendo la
atención del barón de Pasquier, valieron a Dela-
vigne una plaza de bibliotecario en la Cancillería,
que le permitió consagrarse a la literatura.
Y continuó Delavigne la serie de sus Mese-
nianas, pero aquella repentina fama, aquel entu-
siasmo ardoroso del público iban enfriándose.
Delavigne, en poesía lírica, volvía al clasicismo.
14 E. PARDO BAZÁN
y era aquel el momento en que el romanticismo
advenía, arrollador y conquistador. Puede afir-
marse que Delavigne no estuvo nunca dentro,
sino al margen, de la escuela romántica. Con ra-
zón ha dicho de él un crítico de los más justos,
Vinet, que la tradición del siglo XVIII vive en
Casimiro Delavigne todavía. Fáltale por com-
pleto el sentimiento religioso, que en el roman-
ticismo tanto papel desempeña. Fáltale el senti-
miento amoroso. La cuerda de su lira que le hizo
célebre un momento es el patriotismo, pero en
este patriotismo hay aleación de política, y no
puede llegar a Tirteo el que depende de algo tan
circunstancial como la política.
Cuando Casimiro Delavigne, a los treinta años,
hizo un viaje a Italia, encontró al romanticismo
en todo su empuje, y su propia reputación co-
menzó a eclipsarse. Desde 1828, no bastaba al
público aquella especie de clasicismo mitigado que
Delavigne le ofrecía. Y en vano intentó adaptarse
a las reglas románticas. Para admitirlas en la
lírica era tarde ; pero se había dedicado al teatro,
y en él cultivó una especie de romanticismo his-
tórico, siendo preciso decir que, por ejemplo, su
Luis XI resiste mejor el paso del tiempo de lo
que, por ejemplo, resistió Hcrnani. También me-
recerían perdurar sus Hijos de Eduardo.
De la fértil camada romántica es otro poeta,
que, al contrario de Casimiro Delavigne, fué rea-
lista acérrimo, partidario de los Borbones. Era
un humilde obrero panadero, y se llamaba Juan
Reboul. Militó entre los voluntarios realistas, y
permaneció toda la vida fiel a esta causa. Cuan-
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 415
do. años adelante, quiso el conde de Chambord
socorrerle con una cantidad, pues se hallaba en la
mayor estrechez, rehusó inflexiblemente.
Aquel hombre del pueblo, que habia tenido des-
de 1828 a 1842, horas de gloria, de cuyas poe-
sías se agotaban las ediciones, que fué el poeta de
moda, a quien aprendían de memoria los entu-
siastas, a quien Lamartine dedicó su composi-
ción titulada El genio en la obscuridad, por el
cual Alejandro Dumas fué expresamente a Ni-
mes sólo para conocerle y saludarle, y que pare-
cía destinado a emparejar con los más altos, mu-
rió completamente olvidado en 1864, después de
haber realizado varios ensayos que no añadieron
nada a su renombre, y, al contrario, lo extinguie-
ron, cansada ya de interesarse por él la inteli-
gente curiosidad de París, ¡ Cuántos jóvenes he
visto morir!, dice en una de sus poesías Víctor
Hugo. Todos hemos visto morir reputaciones jó-
venes, repentinas, que a su hora parecieron des-
tinadas a alumbrar como soles, y para las cuales
poco tardó en sobrevenir la noche, las obscuri-
dades sin remedio. Es mucho más fácil ganar
una fama, que conservarla, y consolidarla ante
las generaciones venideras.
En cambio, hay poetas que por sólo algunos
renglones están al abrigo del olvido. El ejemplar
de estos es Félix Arvers.
Félix Arvers, que disfrutaba de una buena po-
sición, escribió no poco : compuso más de veinte
obras teatrales, publicó volúmenes de versos; y,
por todo ello, no ^ogró salir de la penumbra. De-
rrochó su fortuna, y murió paralítico a los cua-
4l6 E. PARDO BAZÁN
renta y seis años, en 1859. Habiéndole devuelto
una comedia un director de teatro porque *'no te-
nia movimiento", contestó el tullido : ¡ Movimien-
to... ! ¡Para mi lo quisiera!"
Y esta existencia fallida lo hubiese sido del
todo, a no ser por un soneto, un soneto nada más,
y del cual se ha dicho reiteradamente que es una
traducción del italiano.
Este afortunado soneto está en la memoria de
cuantos sienten la poesia, y es obra de esas que
en laG Antologías no pueden faltar. Dice asi :
Mon ame a son secret, ma vie a son mystire :
un amour étcrncl en un moment conqii :
le mal est sans espoir, ainsi j'm dü le taire :
Et celle qui l'a fait nen a jamáis rien su.
Helas I faurai passé prés d'elle inapergu,
toujours á ses cotes et pourtant solitaire;
et faurai jusqu'au bout fait mon temps sur la terrc
n'osant rien demander et n'ayant rien rcgu.
Pour elle, quoique Dieu Vait faite douce et tendré,
elle suit son chemin, distraite, et sans entendre
ce murmure d' amour elevé sur ses pas.
A faustére devoir picuscment f id ele,
elle dirá, lisant ees vers tout remplis d'elle
''Quelle est done cctte feminef" ct ne compren-
\dra pos.
Por otro soneto se salvará de la eterna noche
el conde Fernando de Gramont. Este aristócrata
es un versificador de gran destreza : los ritmos
más varios y dificultosos le atraen. Compuso so-
netos en tabla, del siglo XVI ; cultivó la sextina.
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 417
y manejó con maestría el metro genuí ñámente
francés, el alejandrino. Pero el soneto que puede
competir con el celebrado de Arvers, es lo que le
sitúa en<ia historia literaria de aquel período to-
davía romántico, de 1840. Este soneto es toda una
psicología en catorce versos, y psicología tan ro-
mántica como la de Rene, como va a verse :
Touf homme n'est pas né pour les sentiers fa-
Yciles;
pour le monde de Vhomme á tous les pieds ouvert
il en est que Dieu fit pour rester au désert,
qui n'aiment que l'air libre et les ierres stérites,
Comme f homme sauvage, ils mépriscnt les villes,
le torrent les ahreuve, et les hois au toii veri
sont avec le ciel vif leur unique couvert;
Vombre d'un joug repugne á ses fronts indóciles.
Arrétés tout le jour sur le sommet d'un mont,
ils ruminent en paix leur tristesse farouche,
et les ¡lommes, de loin, demandent ce qu'ils font.
Mais le Seigneur a dit : "Malheur á qui les
[touche!''
Leur exil ni'appartient, inutile ou fécond,
et c'est moi qui du mors ai delivré leur bouche."
Amadeo Pommier, nacido en 1804, es un poeta
complejo en el cual no sólo se encuentran mez-
clados los elementos románticos y los clásicos,
sino los bufonescos y crudamente naturalistas. Su
poema El infierno es una obra muy original, que
yace en el olvido, o se menciona sólo para conde-
narla por sus crudezas y sus bufonadas. Como
Teodoro de Banville, Pommier es un juglar de la
rima y la compara a la abeja o a la libélula, que
4^8 E. PARDO BAZÁN
coge al vuelo y clava en el papel; que ensarta
como perlas, jugando y solazándose con ellas
como el malabarista que lanza al aire las bolas y
los discos con los cuales realiza sus habilidades
ante el público. Pero no bastaba a su ambición ar-
tística esta maestría de ejecución; Pommier tenía
un sueño, una aspiración ardiente y, como dijo
Teófilo Gautier, al expresarla la realizó, repro-
duciendo un fragmento de reducidas dimensiones,
joya de metal precioso finamente cincelado, per-
la engarzada en oro, flor de las más frescas que
cave recoger en el ramillete de una antología.
He aquí la joya :
J'ai revé nmintes fois de faire une élégie
digne de trouver place en quelque anthologic,
un de ees morccaux fins, longuement travaillés,
polis, damasquines, incrustes, émaillés;
non point un monument amhitieux ct vaste,
pyramidcj ou colonne, ou palais plein de jaste,
mais un rien, un atonte, une création,
sublime seulenient par sa perfection,
oeuvre de patience, oeuvre humhle, oeuvre petite,
formée avec le?iteur comme la sfalactite,
valant un gros poéme en sa tcnacité,
ct faite pour durer toute Véternité,
Oh! montrer ce que peut la constance et Vétude
Creer avec amour, avec soUicitude !
Laisser un médaillon, relique dont le prix
dans deux ou trois miUe ans puisse etre encor
[compris!
Así sucede — ^como se vé por este trozo — , que
un secundario expresa a veces, con mayor inten-
El. LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 419
sidad y eficacia que los maestros, una idea, una
aspiración, un sentimiento profundamente poéti-
cos. Y es lo bastante para asegurarle lo que lla-
maré inmortalidad de antología; lejos del ruido,
en la selección delicada de los que rebuscan la
perla buceando en las aguas del tiempo y de la
falta de memoria de una generación.
Entre estos poetas que giran alrededor del ro-
manticismo, habría que incluir a la que alguna
vez se vio llamada la divina Marcelina ; a Mada-
ma Desbordes Valmore. Su larga vida de ochenta
y dos años, permitió a esta poetisa, nacida en
1787, asistir al nacimiento, desenvolvimiento y
caída de la escuela romántica ; y pudo formar, in-
mediatamente después de la caída de Napoleón,
parte del primer cenáculo y del círculo literario
que, teniendo por órgano a La Musa francesa,
inició la tentativa romántica, antes del levanta-
miento general. Marcelina Desbordes fué de aqué-
llas a quienes los hombres perdonaron su gloria :
porque la encontraban muy femenina en toda su
inspiración, y, según la frase de Sainte Beuve, "se
contentó con esa gloria discreta, templada, de mis-
terio, la más hermosa para una mujer que poeti-
za". A pesar de la autoridad de Sainte Beuve, yo
no puedo menos de pensar que no hay glorias espe-
ciales para cada sexo. Y, con lo más íntimo, cori
lo más lírico del sentir, cuando la mujer ha re-
cibido el don y la consagración del genio, no es
a una gloria discreta y templada, de misterio, sino
a la vibrante gloria de Safo, a lo que aspira.
Arruinada por desgracias de familia, Marcelina
Desbordes abrazó la carrera del teatro, para la
420 t. PARDO BAZAN
cual tenía disposiciones y una hermosa voz. Ca-
sada ya con el actor ValmorCj publicó, en 1818,
su primer volumen, Elegías y romanzas, que jus-
tifican lo que ella dice de sí propia: "¡No he sa-
bido sino amar y sufrir: mi Hra es mi alma!"
Para definir en qué consistió el atractivo de esa
poesía tan esencialmente femenil, nada mejor que
recoger lo que de ella dijo Sainte Beuve. Este cri-
tico eminentísimo y capaz de todos los aciertos,
así como de algunas injusticias notorias, fué
siempre muy favorable a los secundarios, y lejos
de pensar, como han pensado y practicado gran-
des críticos que le sucedieron, que es preciso des-
escombrar la historia literaria, excesivamente re-
llena de nombres y obras, entendió que, en gran
parte, esa historia la constituyen, en su tejido in-
terior y vital, las producciones y, sobre todo, las
personalidades de esos secundarios, todas signi-
ficativas y dignas de interés. En la labor crítica
de Sainte Beuve, los secundarios ocupan un lu-
gar casi mayor que las grandes figuras. Dado este
criterio del autor de los Lunes, no es de extrañar
que desplegase con Marcelina Desbordes la ma-
yor simpatía, y que le otorgase el elogio a ma-
nos llenas. Dice de la poetisa que es *'un poe-
ta tan tierno, tan instintivo, tan elegiaco, tan
pronto y dispuesto a lágrimas y transportes, tan
extraño al arte y a las escuelas, que, contem-
plándole, no hay medio de no considerar la poe-
sía como cosa, sino como objeto alguno, como
solamente un medio de llorar, de quejarse y de
sufrir". Alabanza espléndida, la más grande tal
vez que a un poeta cupiese tributar, y de la cual
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 421
casi estoy tentada a decir que no conoció Sain-
te Beuve todo el alcance. Porque ese don de la
espontaneidad, de .^a poesía como involuntaria,
como efusión natural de un alma linca, seria lo
más alto que recibiese del cielo un vate, y le co-
locaría sin duda al frente de los más insignes de
su tiempo, y de todos los tiempos. Pero, en Sain-
te Beuve, en medio de su sistema especial de
comprender la historia literaria, vela el espíritu
crítico, le inspira una duda : ¿ se acordará el por-
venir de madama Desbordes? Y añade: *'No todo
lo que ha escrito sobrenadará". De suerte que la
incluye entre los poetas menores, y espera que,
en una antología de estos poetas de segundo or-
den, se incluyan algunos idilios, romanzas y ele-
gías de la divina Marcelina. Y hasta aquí bien
podemos llegar, pero sin ir más allá, y recono-
ciendo que su corazón dictaba su poesía.
Es de notar que, al influjo del romanticismo,
las poetisas abundaron. Mencionemos a Ama-
ble Tastu, también muy ensalzada por Sainte
Beuve, que no sólo tiene debilidad por los secun-
darios, sino por las literatas y poetisas; y el ro-
manticismo suscitó bastantes sin conseguir que
una sola llegase a la altura de la prosista Jorge
Sand, el verdadero poeta lírico que vistió — ^y no
siempre — por la cabeza. En la hueste figuran Me-
lania Wal.dor, que publicó sus primeros versios en
183 1, sin lograr franca aceptación del público, y
a la cual ni aun Sainte Beuve dedicó mención al-
guna, y, sobre todo, Luisa Colet, más conocida por
su biografía tempestuosa que por sus versos ; que
aun cuando la Academia le otorgase cuatro veces
422 E. PARDO BAZÁN
seguidas el premio de poesía, insistencia de recom-
pensa que inspiró una sátira de Alfonso Karr en
sus Avispas, y de la cual se vengó la poetisa dando
al critico una cuchillada en la espalda, sin efecto,
y seguida de ?as burlonas represalias que pocos ig-
noran. La intervención de Luisa Colet en el plei-
to amoroso-difamatorio entre Alfredo de Musset
y Jorge Sand, contribuyó también a que el públi-
co tuviese fija la atención en ella, y le dictó una
novela, animada y no sin interés, que se titula El,
y que fué comentario de las otras dos novelas au-
tobiográficas en contra y pro de Musset, tituladas
El y ella y Ella y él, episodio romántico escanda-
loso, sobre el cual tanto se ha hablado y escrito.
Y es preciso confesar que algunos versos de Lui-
sa Colet no son indignos de supervivencia, sobre
todo el poemita que se titula Celo.
También forman parte de la pléyade Delfina
Gay, casada con Girardín, y nacida en 1804, col-
mada <ie todos los dones de la Naturaleza y la
fortuna, y que estuvo a pique de ser reina de
Francia, porque el conde de Artois, destinado
al trono, se prendó de ella, y si no muere
Luis XVIII, acaso le ofrecería su mano, habien-
do también estado a pique de ser princesa en Roa.
Su unión con Emilio de Girardín fué venturosa,
aunque el marido, al principio, borrosa figura de
principiante literario, llegó a eclipsar, con sus éxi-
tos políticos y de prensa a su mujer. Algunas
poesías de ésta, y en primer término la titulada
La noche, son dignas de la antología que ha de
juntar en un haz las prendas poéticas de su
tiempo.
EL LIRiSMO EN LA POESÍA FRANCESA 423
Un rezagado de esta época romántica, un poe-
ta de última hora, fué Pedro Dupont, hijo de
un obrero que también fué obrero, y que, aun
saliendo de esta condición, fué siempre del pue-
blo, y fué el poeta de la tierra, el poeta rús-
tico. No sintió la Naturaleza al modo lírico, sino
al modo labriego y popular : y éste fué el secreto
de su originalidad, el hechizo de su musa.
Pedro Dupont hizo, con los temas agrestes, can-
ciones, que parecen derivarse de la inspiración
campesina de esas preciosas novelas de Jorge
Sand, a las cuales la critica no ha podido poner
reparos, y que son el modelo de la novela regio-
nal en Francia, tituladas Frangois le Champí y
La mare au diáble. "Eran los versos de Dupont —
dice un crítico — , como páginas de Jorge Sand, ca-
denciosas y rimadas." En las pastorales de Du-
pont no hay afectación académica, no hay menti-
ra convencional, de égloga clásica : todo es since-
ro, y no sin razón se les ha llamado las geórgicas
de Francia.
La canción titulada Los bueyes, que apareció
en 1845 y 1^ valió una fama instantánea, es sin
duda la mejor de sus inspiraciones.
J'ai deux granes hoeufs dans mon étable,
deux grands bceufs blancs marqués de roux ;
la charrue est en bois d'érable,
Vaiguillon en branche de hoii.v.
Cest par leur peine qu'on voit la pla/ine
verte Vhiver, jaune Veté,
ils gagnent dans une semaine
plus d'argent qu'ils n'en ont coüté.
424 E. PARDO BAZAN
S'il me fallait ¡es vendré,
faimerais mieux me pendre;
faime Jeanne ma femme; eh bien! faimerais
[mieux
la voir mourir, que voir mourir mes bostifs.
I Cuan lejos estamos, con esta poesía, del ro-
manticismo m-elenudo y exaltado, y cuan cerca ya
del naturalismo ! Y es que exista en Francia, al
mismo tiempo que la influencia dominadora de
París, que es lo único que se vé desde fuera, otra
Francia distinta, agrícola, en prosa, que Balzac
va a estudiar en sus novelas sobre los campesinos,
que Jorge Sand, con un resto de idealismo, can-
ta en sus narraciones rústicas de la comarca del
Berry, y que, por último, Zola retratará con pe-
simismo negro en La tierra. Pedro Dupont ha en-
contrado en esa misma tierra nutriz del género
humano, la fuente de su vena poética, y ha can-
tado a la granjera rodeada de sus criaturas, va-
cas, pollos, pavos, mozos y mozas de labor... y
hasta la borrachera del marido que vuelve y la
pega. Desde esta corriente, aldeana y humilde, fá-
cil era el tránsito a la poesía socialista, y Dupont
la cultivó, escribiendo, poco antes de la Revolu-
ción de 1848, El canto del obrero. Lo entonaron
a coro miles de voces, de 1848 a 1852 ; el adveni-
miento del segundo Imperio lo extinguió y fué
olvidado, como también el poeta.
El hecho fué reconocido ya por Carlos Baude-
laire, que consagró cariñosas páginas a Dupont,
agradeciéndole el servicio de haber socorrido al
romanticismo contra ^a nueva invasión clásica,
UL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 425
que se produjo de 1843 ^ 1845. Su juicio sobre
Dupont es exacto: reconoce en él a un poeta es-
pontáneo, a quien falta el gusto y el sentido de
la perfección, pero que, cancionero como Béran-
ger, es de más noble naturaleza.
XXVIII
Bl drama romántico.— Vietor Hugo. <*Hernani<S ''Marión
Delorme", "Blrey se divierte", '>Luoreola Borgla", "Ange-
lo, tirano de ;Padua<S "Ruy Blas", — Alfredo de Vigny.
^'Chatterton'*.— Acierto de colocar la acción de este drama
en Inglaterra.— Blbllogn^afía.
Antes de reseñar el pasajero triunfo del drama
romántico, hay que recordar que, en plena época
de la tragedia clásica, había florecido, si así pue-
de decirse, un género que anuncia la transforma-
ción de la escena — porque la tragedia recibía de
él golpe mortal — . Este género es el melodrama,
cultivado desde 1797 por el tristemente famoso
Pixérécourt, con bastantes autores más, y que
atraía al público poderosamente. Un crítico de
autoridad, Geofír4>y, lo había anunciado: el día
en que el melodrama tomase carácter literario,
¡ay de la tragedia! Y, a darle ese carácter lite-
rario que le faltaba, vinieron Dumas y Hugo,
pero Hugo sobre todo, pues Dumas, especial-
mente en Antony, subió más alto, y desenvolvió
el gran tema lírico, con energía extraordinaria.
Víctor Hugo no tiene, en todo su repertorio,
obra que valga lo que Antony. Fué, sin embargo,
un drama de Víctor Hugo, de efectismos melo-
dramáticos, lo que consagró la victoria de la es-
cuela en el teatro, y desde allí, en los géneros res-
tantes.
428 i:, pardo bazán
Antes de la aventura de Hernani, habia escrito
Víctor Hugo otro drama, titulado Marión Delor-
me, en el cual aparece un tipo lírico, el del inclu-
sero Didier, perfectamente definido. La censura
prohibió Manon Delorme, y entonces fué presen-
tado Hernani al teatro francés. Esta vez había
acertado el autor, no a crear una obra maestra,
pero sí algo extraño y novísimo, con esa especial
electricidad de lo que marcha de acuerdo con la
exigencia vehemente de la hora y del día.
El triunfo del romanticismo como escuela, fué
consagrado en la noche del estreno de Hernani,
el 25 de febrero de 1830. Estaba en su momento
crítico la cuestión y románticos y clásicos se ha-
bían preparado en son de batalla, con armas de
llaves para el silbido, de bastones y palos para la
defensa. Los románticos eran jóvenes, impetuo-
sos, y se repartían en pelotones, a fin de echarse
encima de los clásicos, apenas quisiesen manifes-
tarse en contra.
Los que describen el estreno de Hernani, sin
pensarlo, se sirven de la fraseología militar. Los
espectadores no se sentaban, tomaban posiciones ;
no buscaban el sitio mejor para ver, sino el punto
estratégico para combatir ; y cual los ligueros en
la noche de San Bartolomé, tenían sus jefes y
capitanes y se daban contraseñas para recono-
cerse y caer en masa sobre el enemigo. Divididos
en destacamentos de veinte o treinta, requerían
en el fondo del bolsillo las huecas llaves, o frega-
ban las palmas preparándose al aplauso que ha-
bía de cubrir el estridente silbido. Hasta en el
traje y el pelo parecían irreconciliables los dos
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 429
bandos. Mientras los clásicos movían con despre-
cio sus burlonas cabezas trasquiladas y ostenta-
ban sus calvas lucías, los románticos desplegaban
orgullosos sus luengas crines merovíngias y sus
barbas dignas de un estuche como el que gastaba
el Cid Campeador ; y sobre los pantalones verde
mar, la nota rabiosa del jubón rojo de Teófilo
Gautíer recordaba el trapo con que se cita al toro
para enfurecerle y la bandera de las revolucio-
nes. Los de la nueva escuela tenían en su favor
el arrojo, esa misteriosa tensión de la voluntad y
esa acometividad ciega e irreflexiva que todo lo
arrolla. Eran la mocedad, mientras los secuaces
del clasicismo representaban la fuerza de inercia,
la resistencia de lo inmóvil. Como uno de los del
bando clásico demostrase en alta voz desaproba-
ción, levantóse una cuadrilla de jaleadores román-
ticos y gritó: ¡Fuera ese calvo! ¡fuera! ¡que se
largue ! Y al punto el jefe de otra brigada se alzó
más indignado todavía y clamó : ¡No, que no se
escape! ¡Matarle, que es un académico!
La contienda de Hernajii, \ cosa curiosa !, pue-
de reducirse a un altercado de peluquería. La in-
juria de los 'jmánticos a los clásicos era llamar-
les pelucones y también rodillas, aludiendo al pa-
recido de una calva con una rodilla desnuda. Los
clásicos replicaban mofándose de los melenudos
y amenazando trasquilarles como a borregos ino-
centes.
Con elementos tan extraordinarios, se impuso
el romanticismo de escuela. A la primer repre-
sentación de una obra que hoy no resiste el exa-
man, iban unidas ideas de distinto alcance y sig-
430 í^. PARDO BAZÁN
nificación, parque Victor Hugo, en su primera
juventud legitimista, había pasado ya a otro cam-
po, y no era únicamente con la revolución lite-
raria con lo que soñaba : la tendencia política, el
liberalismo, entraba en su obra con vigor, y no en
balde coincidía el estreno con el movimiento revo^
lucionario. Sacaba la consecuencia de que, pues
había caducado la antigua forma política, tenia
que caducar la poética. El ano 1830 debía presen-
ciar la dable caída del clasicismo y de la dinastía
borbónica.
Veamos si Hernani es un tipo lírico verdade-
ro, como el Antvny, de Dumas. Lo indudable es
que pertenece a la estirpe de los fatales, cuyo
malsano prestigio roba los corazones. El modelo
de Hernani es evidentemente Carlos Moor, pro-
tagonista de los Bandidos, de Schiller. Ambos
héroes se han alzado contra la sociedad, y al fren-
te de una partida de malhechores, viven libres,
esperando el momento en que paguen con la ca-
beza su libertad y sus fechorías. Ni Hernani ni
Carlos Moor son unos malvados, al contrario : en
su pecho alientan sentimientos generosos. Los dos
son de nobilísima estirpe, pero circunstancias aza-
rosas les han impelido a echarse al campo, como
decimos aquí. Hernani es el upo del bandido ge-
neroso, ese héroe romántico, lírico a su manera,
lírico de acción, del cual España ha presentado
tantos ejemplares; y Víctor Hugo acierta doble-
mente al situar a su bandido en España, pues en
otro país difícilmente se le concebiría. Al hacer
español a Hernani — cuyo nombre es también es-
pañol, un nombre de pueblo, que Víctor Hugo oyó
r
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 43 1
en la niñez — demostró un sentimiento fino, y ade-
más, sintió, tal cual él podía hacerlo, el profundo
romanticismo del honor español, de ese sentimien-
to que, nacido de nuestras gestas y romanceros,
ha llenado nuestro teatro, hasta que se disolvió en
las frías aguas de nuestro clasicismo, para rena-
cer poderosamente en el siglo XIX. La idea de
Víctor Hugo era de alcance, aun cuando la hayan
desnaturalizado tantas cosas. Sólo en las tierras
del romanticismo genuino, Alemania y España,
pudieron ser concebibles dos fguras como las de
Carlos Moor y Hernani.
Ambos héroes encuentran en la mujer que ado-
ran con sombría pasión, un fanatismo de amor
igual al suyo. La Amelia de Carlos Moor sabe que
su adorado está al frente de una gavilla de mal-
hechores, y no por eso renuncia a entregarle su
vida ; doña Sol, por su parte, cuando Hernani la
manifiesta que al extremo de su carrera está afren-
toso cadalso, contesta declarándose esclava, ex-
clamando que pertenece a Hernani, que le seguirá
a donde quiera, a todas partes, sin saber por qué.
Tal es la forma del amor romántico, considerado
como una fuerza incoercible, sin freno.
Aun cuando todo el teatro de Víctor Hugo sue-
la fundarse en pasiones de exagerada violencia,
sus tipos no son líricos a la manera de Rene o de
Rafael. Quizá el de más genuino lirismo, lirismo
de alma y no de amaneramientos, sería el bufón
de El rey se divierte. El amor paternal del bufón
es de una vehemencia enteramente romántica, pero
no se aleja de la verdad, porque se basa en el úni-
co sentimiento duradero, eterno, que acaso existe
432 E. PARDO BAZÁN
en el corazón humano. En Triboulet, este senti-
miento está exaltado por razones liricas : Tribou-
let es un individualista en guerra con la sociedad,
que ha hecho de él un juguete y un paria. En el
fondo de su alma, el odio antisocial ha echado rai-
ces : es corcobado, es bufón, es un hazme reír, y
mucho antes de que roben y deshonren a su hija,
siente una animosidad inconfesable contra los que
le rodean, los señores de la corte, y el rey mismo.
Cuando el rey se burla del infeliz padre que le
maldice, Triboulet siente her . r la hiél de su odio,
y jura vengarse de los poderosos de la tierra. El
estudio de este carácter está bien hecho, y es mu-
cho más real que el de los de Didier y Hernani ;
en estos hay una afectación, una pintura a bro-
chazos violentos ; en Triboulet, motivos más na-
turales determinan las pasiones, incluso las más
bajas, como la envidia y la ira vengadora. En vez
de protestar contra la sociedad echándose por bre-
ñas y riscos, a mandar bandoleros, el bufón, situa-
do en el marco de la sociedad francesa de su épo-
ca, lo que hace es preparar, con el disimulo, la
venganza. El disimulo es la defensa de los débi-
les, y Triboulet sabe que es débil y que está ro-
deado de fuertes. De aquí su satánica alegría
cuando piensa que ha logrado, él, el despreciado,
el paría, dar muerte secreta al rey, al héroe de
Marigny, al grande de la tierra. Una rebeldía con-
tra los poderes y las jerarquías sociales se for-
mula en Triboulet. En ese sentido, es un tipo lí-
rico, sumamente significativo.
Triboulet, antisocial y regicida, fué causa de
que, de orden del Gobierno, se prohibiesen las
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 433
representaciones de El rey se divierte. El público,
a decir verdad, no había acogido la obra con gran
entusiasmo. Al contrario : con una silba, que bien
puede considerarse el desquite clásico del triunfo
de Hernani. Así es que la obra no volvió a subir
a las tablas hasta la respetable fecha de cuarenta
y nueve años después.
Violentando la fórmula romántica hasta el des-
quiciamiento, Víctor Hugo dio al teatro, en 1833,
Lucrecia Borgia. Definitivamente, el drama ro-
mántico se a^j^azaba al melodrama y lo sobrepu-
jaba en horror, xiay que reconocer que, dentro del
género, supo Víctor Hugo encontrar los persona-
jes y el fondo más adecuado. El Renacimiento
italiano y la familia de los Borgias o Borjas, se
prestaban a la nota sobreaguda, no de lirismo, sino
de romanticismo truculento, que en Lucrecia en-
contramos, y que tan bien sé adaptó a la música
resonante del maestro Ver di, cuando del drama
se extrajo el libreto de una ópera. Esta familia de
los Borjas era española, y había logrado ejercer
en Italia el mando supremo y llegar a la más alta
categoría social. Papas, magnates y duquesas rei-
nantes procedieron de los que tal vez, en Valen-
cia, fuesen humildes aldeanos. Su encumbramien-
to excitó la envidia, y su modo de ejercer el man-
do, no distinto realmente del que era en Italia ha-
bitual en aquellos tiempos, suscitó enemigos. La
calumnia debió de jugar gran papel en la leyenda
feroz de los Borjas. Sobre todo, el personaje de
Madona Lucrecia, hija del Papa Alejandro VI,
dio probablemente alas a la fantasía, y se le atri-
buyeron crímenes sin cuento, que muchos histo-
434 E. PARDO BAZÁN
riadores desmienten, presentándonos a Lucrecia
hasta dulce y tímida, dominada por cuantos la ro-
dearon, y arrastrada por la fatalidad a desórdenes
y crímenes en que tuvo papel de testigo. Victor
Hugo no sólo aceptó la Lucrecia de la leyenda,
la Lucrecia criminal por instinto, sino que forzó
la nota y retinto los trazos, para acentuar su ne-
grura.
Entendía Víctor Hugo, y es una de sus teorías
originales, por lo cual merece la pena de recordar-
la, que la deformidad moral más espantable, la
que hace del hombre o de la mujer un monstruo,
puede transformarse en sublimidad también moral
bajo la acción de un sentimiento noble y puro. Tri-
boulet, al par que físico, es un jorobado moral ;
su alma rebosa odio y cólera ; pero ama a su hija ;
y basta para que sea interesante, y excite la pie-
dad. Marión Delorme es una cortesana, pero ama
a Didier, y este amor la redime. El mismo tema
desarrollará más tarde Alejandro Dumas, hijo, en
La dama de las camelias. Lucrecia Borgia es una
tigresa sedienta de venganza ; pero es madre, ma-
dre apasionadísima ; y por esta maternidad, eleva-
da a sacrificio, se dignifica un momento ante nues-
tros ojos. Yo confieso que, de cuanto sostiene Víc-
tor Hugo en su estética especial, acaso sea este
el principio más defendible. En toda alma hay
una zona de luz, o por lo menos un destello ; y
es lo suficiente para reconocer en ella la huella
divina.
Las consecuencias que de esto se deriven, ya no
son tan aceptables : ni sería prudente casarse con
las Mariones, ni convendría por madre, con toda
El, LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 435
SU exaltación maternal, una mujer semejante a
Lucrecia. Pero el perdón ideal, la corriente de sim-
patía, ya no cabe regatearla ; y, para la concepción
del poeta, es bastante.
Hay un critico francés que entiende que Lucre-
cia, en el drama de Hugo, no ha sido purificada
por el amor maternal, una vez que continúa, hasta
última hora, maquinando venganzas y envenena-
mientos colectivos. He aquí, en mi concepto, al
contrario, un rasgo loable en Víctor Hugo.
Nadie se convierte con esa facilidad ; los ins-
tintos siguen prevaleciendo; además, en la época
de Lucrecia Borg^a, no existía este blando senti-
mentalismo que dicta hoy conversiones inverosí-
miles. En algo había de ser real y natural el perso-
naje de Lucrecia. Ama a su hijo como la loba a su
cachorro, pero, ¿convertirse?
Por primera vez, en Lucrecia Borgia, Víctor
Hugo sustituyó la prosa al verso en su teatro. La
innovación, sospechosa a los románticos, fué tole-
rada, porque la prosa era bella, como un puñal
incrustado de pedrería. Pero con Lucrecia había
empezado la decadencia del drama romántico.
María Tudor la consumó. Es difícil falsificar
más atrevidamente un personaje histórico, de lo
que en Miría Tudor hizo Hugo. Parecería que
después de Lucrecia Borgia no cabía tomarse con
la historia más libertades, y he aquí que María
Tudor raya en lo absurdo, es pura invención de
pies a cabeza. Cabalmente María Tudor, a quien
los protestantes llaman la Sanguinaria, pudo ex-
tremar el celo de su fe católica, como extremó
más tarde Isabel el suyo anglicano, pero no hay
436 E. PARDO BAZÁN
nadie que le atribuyese pasiones de otro género,
y menos con la falta de decoro de proclamarlas
ante toda la cort«. Otra pura fantasía es el asun-
to de Angelo, Tirano de Padua. Dice a este pro-
pósito un historiador de la literatura: "En esta
obra, estrenada en 1835, Víctor Hugo vuelve a
Italia, donde encuentra los ingredientes habitua-
les de sus composiciones dramáticas, el veneno,
el puñal, las escaleras secretas, las puertas ocul-
tas, las paredes huecas por donde se camina, los
proscritos, los espías, el horror y el crimen bajo
la seda y el terciopelo. Víctor Hugo se sentía más
libre en Angelo, porque no son históricos los per-
sonajes que en el drama figuran".
Por razones especiales, porque encierra una pin-
tura del estado de España bajo Carlos H, que
siempre pudiera ser de actualidad, encuentro más
altura en la concepción de Ruy Blas, que fué es-
trenado en 1838.
La acción de Ruy Blas, como la de Hernam,
pasa en Espvaña, y el nombre es evidente desfigu-
ración del de Gil Blas, el lacayo al cual sus aven-
turas ponen en contacto con eminentes perso-
najes de la corte. Aquí acaba la semejanza. Nó-
tese la curiosa procedencia : Gil Blas, obra de un
francés, Lesage, viene de nuestros novelistas pi-
carescos ; y en Víctor Hugo este persoiiaje lleno
de verdad se convierte en un figurón romántico,
con todas las de la ley. Más filiación picaresca
que en Ruy Blas, lacayo enamorado nada menos
que de la reina de España — y en aquellos tiem-
pos— ^veo en don César de Bazán, el noble caído
en la bohemia y en la miseria, aventurero y casi
Elv LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 437
saltador, tipo de picaro generoso, que es segura-
mente un acierto.
Es de todos modos muy superior Ruy Blas a
Hernani, y aun hallándose plagado de errores his-
tóricos, genealógicos y de otra especie, que recti-
ficó con su acostumbiada maestría Morel Fatio,
tan conocedor de España, tiene ese drama un no
sé qué genuínamente español, algo que evoca pe-
ríodos y aspectos y modos de ser nuestros, que
entendieron del mismo modo que Víctor Hugo
otros escritores más serios en su información.
Hay mucho en Ruy Blas de esa adivinación ge-
nial, que conviene reconocer y respetar en aquel
poeta que tenía la pretensión de ser "el primer
grande de España" en letras, y a quien, tan an-
ciano ya, vi emocionado con mi visita, al saber que
yo era española.
Al hablar del drama romántico no puedo pres-
cindir de recordar el de Alfredo de Vigny, Chat-
terton, que fué estrenado en 1835 y obtuvo un éxi-
to clamoroso. Era la edad de oro del romanticis-
mo, y se podía contar con el momento favorable.
Chatterton es también una víctima, como Antony,
como Triboulet, de la sociedad, contra la cual lan-
za formidables diatribas. A diferencia de otros
dramas románticos, el asunto de Chatterton está
fundado en una historia real. El poeta inglés To-
más Chatterton, que murió a los diez y ocho años
de edad, suicidándose por veneno, fué un caso cu-
rioso de mala suerte. Anticipándose a Macpher-
son, al cual tan buen resultado dio su superchería
osiánica. Chatterton, aficionado a estudios litera-
rios y lingüísticos, falsificó unas poesías de un
43^ K. PARDO BAZÁN
supuesto monje del siglo XV. Al pronto, agra-
daron mucho las poesías; pero, apenas se sospe-
pechó que podían ser un engaño, perdieron inte-
rés (como al fin sucedió, igualmente, con las de
Osián), y el joven autor no halló protección algu-
na que le salvase de la negra miseria en que cayó.
Entonces, después de varios días de hambre, re-
currió al veneno. Este tema sirvió a Alfredo de
Vigny para desahogar sus resentimientos contra
la sociedad, contra el público, cuyo favor no ha-
bía logrado. Su tesis era que el genio muere aho-
gado en un ambiente de ignorancia, de mal gusto,
y sobre todo, de bárbara indiferencia, de egoísmo
materialista. La Inglaterra a quien Vigny acusa
de la desdichada suerte de Chatterton, es la misma
que, no ha mucho, torturó e infamó a un hombre
de verdadera inspiración poética, cualesquiera que
sea el juicio que en otro terreno haya merecido.
Osear Wilde ; y es la misma que, poco después de
la muerte de Chatterton, formó como una cruzada
de conveniencias sociales contra el autor de Man-
fredo^ el propio lord Byron ; y son tantas las con-
sideraciones que sugiere esta serie de hechos, que
entraría a exponer sucintamente algunas, si no me
pareciese que, al hacerlo, tocamos con la mano a
la esencia misma del lirismo, en su aspecto indi-
vidualista. Nunca, en nuestras sociedades latinas
y católicas, se ha acentuado así la resistencia so-
cial contra los principios desorganizadores, como
en la protestante Inglaterra. Y, desde temprano,
esta nación práctica rechazó el lirismo individua-
lista, como se rechaza un tósigo, antes que se infil-
tre por las venas. Nunca desfrunció el ceño, en
EL LIRISMO EN LA POESÍA FRANCESA 439
este sentido, y quizá, no me atrevo a afirmarlo,
pues siempre es temeroso sacar estas consecuen-
cias históricas, a este espíritu, tan frecuentemente
enraizado como enraiza todo en ese pueblo, el más
tradicionalista del mundo, se deba el que Ingla-
terra haya atravesado sin trastornos las edades re-
volucionarias, y sean tan escasos los nombres de
subditos ingleses en las listas del anarquismo de
acción, donde abundan los de españoles e italia-
nos. Para pintar y reprobar una sociedad sin idea-
lismo, refractaria a la bella inutilidad poética, Vig-
ny eligió bien el personaje de Chatterton.
Pero, se ha dicho, los Gobiernos no pueden sa-
ber dónde reside el genio, para protegerlo, para
tenderle la mano. Así será; y, sin embargo, no
cabe comparar el ambiente en que respiró Chat-
terton, el ambiente de lord Byron, con el de los
escritores franceses del siglo de oro, llenos de pen-
siones y recompensas que prodigaban los Reyes,
y halagados por la gente de mejor tono. No puedo
comparar la sociedad que expulsaba de su seno a
Byron, con aquella en que un Monarca, restau-
rado, de la rama legítima, contestaba, cuando le
instaban a que persiguiese al autor de Marión De-
lornie, que él, en el teatro, no tenía más puesto
que el de espectador. Y no entro en el examen de
cuál de estas dos maneras de considerar el arte, el
talento y hasta el genio, es más conveniente o más
peligrosa para el orden social ; me limito a decir
que Vigny situó bien en Inglaterra el asunto de
su drama.
Con Chatterton^ el drama romántico se eman-
cipó del melodrama, de sus efectos y recursos.
440 E. PARDO BAZÁN
cosa que no había podido lograr por medio de
Hugo ni Dumas. En Chatterton no ocurre cosa
que no sea natural. Lo que causa la muerte d^l
héroe es sencillamente la falta de dinero. Por tal
motivo no se agitaron y conmovieron ni Hernani,
ni Ruy Blas, ni Didier, ni ninguno de los "fata-
les" del drama romántico.
Y como no estaba fundado en la verdad, el ro-
manticismo, en la escena, tuvo una vida breve (nó-
tese que hablo de Francia: en España, por ejem-
plo y en alguna otra nación, llegó más tarde y fué
más duradero el drama romántico). Sorprende re-
cordar que sólo trece años habían transcurrido
desde el estreno de Hernani, cuando cayeron al
foso Los burgraves, y allí se quedaron para siem-
pre jamás; y, al mismo tiempo que sucumbía, en-
tre la indiferencia y la severidad del público, el
último drama de Víctor Hugo, resonantes aplau-
sos saludaban a una tragedia, la Lucrecia, de Pon-
sard : con ella resucitaba lo que se creía enterrado.
Es cierto que después de la caída de Los burgra-
ves, Alejandro Dumas, padre, siguió escribiendo
para el teatro, bajo la inspiración romántica; pero
las obras de este autor, que yo considero superio-
res a las teatrales de Víctor Hugo, y más signifi-
cativas aún, son de su primera época.
El fracaso de Los Burgraves determinó a Víc-
tor Hugo a renunciar para siempre a la escena.
Era el año de 1843.
Para leer los dramas de Víctor Hugo y de Ale-
jandro Dumas, recomiendo las adiciones de Obras
completas y Teatro completo, esta última de Mi-
chel Lévy, en 24 volúmenes. Como crítica, Bruñe-
KL LIRISMO ÍN LA POESÍA FRANCESA 44I
tiére, Épocas del Teatro francés, Nebout, El dra-
ma romántico, H. Parigot, El drama de Alejan-
dro Dumas, y el estudio de Rene Doumic sobre
El Teatro romántico.
ÍNDICE
Páginas.
Prólogo v
I. — Lo moderno en literatura. — Por qué se ha-
bla de Francia. — La prosa poética de los ro-
mánticos. — Toda manifestación literaria
responde a profundas raíces sociales i
IL — Dos tendencias del romanticismo. — ¿Qué
es el lirismo? — Las civilizaciones antiguas
de América ? — Orígenes del lirismo. — El ins-
tinto de conservación y el de reproducción.
El lirismo literario y artístico y el lirismo
social 13
IIL — El lirismo en las sociedades primitivas.
La antigüedad; India, Nínive, Egipto. Gre-
cia y Roma. — Caracteres del lirismo cristia-
no.— Los primeros siglos de nuestra era. ... 27
IV. — La Edad Media. — Transformación del la-
tín en las lenguas romances. — ^Las canciones
de gesta.— La "Canción de Roldan". — Orí-
genes aristocráticos de la literatura Jírico-
caballeresca. — El ciclo bretón : la historia de
de "Tristán e Iseo"; Artús de Bretaña; la
"demanda dé. Santo Grial". — Los Templa-
rios.— El lirismo en las producciones del ci-
clo bretón. — Trovadores y juglares. — El li-
rismo sincero debe poco a la poesía proven-
^zal....... 43
V. — Influencia de Francia sobre España en la
Edad Media. — El aristocraticismo de las
^
444 ^' PARDO BAZAN
Páginas.
canciones líricas. — Transformación de la so-
ciedad y la literatura al terminar la Edad
Media. — La "Novela de la rosa". — ^El liris-
mo entre los trovadores. — Abelardo y He-
loisa.— 'Los libros de caballerías. — Villon:
"Las nieves de antaño". — Rebeláis no es un
lírico 59
VL — ^El Renacimiento y la Reforma. — Rabe-
lais, el revolucionario. — ^Ronsard ; sus triun-
fos en la corte de los Valois; su dominio
de las formas métricas. — Malherbe. — El si-
glo XVII; los "Salones"; las "Preciosas";
los "libertinos". — ^San Francisco de Sales. —
; Moiliére. — ^Eslbozo de bibliografía yy
\ VIL — El lirismo en la tragedia. — ^Orígenes de
este género dramático en Francia. — El "ro-
manticismo épico" de Corneille y el "ro-
manticismo lírico" de Racine. — El lirismo
de algunos clásicos. — 'Racine; su genio; su
obra; examen de "Fedra"; los dos méritos
principades de Racine; su genio indiscutible.
Esbozo de bibliografía 95
VIII. — ^El siglo XVIII ; sus diferencias con
el siglo anterior. — Voltaire, precursor del ro-
manticismo. — El abate Prévost; "Manon
Lescaut". — Las "cartas" de la monja portu-
guesa.— Juan Jacobo Rousseau; su biogra-
fía ; sus obras ; su influencia, sobre todo en-
tre las mujeres. — Rousseau el escritor y
Rousseau el utopista. — El influjo avasalla-
dor de Juan Jacobo dura todavía. — Esbozo
biibliográfico iii
IX. — La disputa de anti.guos y modernos; al-
gunas de sus incidencias. — El abate Delille.
Andrés Chénier ; su biografía ; no es un ro-
ÍNDICE 445
Páginas.
mántico ni un precursor del romanticismo;
su clasicismo helénico ; examen de algunas
de sus poesías ; su muerte trágica ; el destino
de sus obras. — ^Esbozo bibliográfico 129
X. — 'El culto a la naturaleza. — Buffon. — Pre-
cursores de Rousseau en el mencionado cul-
to.— Bemardino de Saint Fierre ; su biogra-
fía ; sus viajes ; los "Estudios de la natura-
leza"; obra que constituye un monumento
contra -el ateísmo; "Pablo y Virginia"; su
carácter, su influencia ; comparación con
"Dafnis y Cloe". — ^Esbozo de bibliografía.. . 145
XI. — El sentimiento religioso en Rousseau y
en la Francia de la Revolución. — Chateau-
briand; su biografía; ¿es un católico y un
romántico? Sus obras; examen del "Genio
del cristianismo" ; su influencia 'literaria y
social. — La exaltación del "yo" o autocen-
trismo es idea esencialmente católica 161
XII. — La literatura del primer Imperio. — ^Los 'f^
grandes literatos no son favorables a Napo-
'león. — El falso Osián. — 'Los salones. — Las
damas novelistas: la duquesa de Duras, ma-
dame d-e Krudener: su novela "Valeria". —
Madame de Stáel ; "Delfina" y "Corina".—
El feminismo y la sociabilidad de la Stáel. —
Bibliografía. ^,378
XTIT. — Víctor Hugo, su biografía, su españo-
lismo. — Caracteres del lirismo de Víctor
Hugo. Es un poeta verbal. Las tres manera?;
de su lirismo no son sino dos en realidad. —
La poesía política. Las "Odas", las "Bala-
das", las "Orientales". — "La tristeza de
Olimpio". 191
^IV. — Razones para ocuparse de escritores y
44^ E. PARDO BAZÁN
Páginas.
obras que no son de primera 'línea. — Esteban
Senancour; su biografía, su carácter melan-
cólico. Su novela "Obermann". Examen de
la obra y de sus tendencias.— Benjamín Cons-
tant. "Adolfo". Examen de la obra.— Biblio-
grafía 205
XV. — 'Las segundas "Meditaciones". — Carác-
ter de la poesía de Lamartine. — Qué opinan
de ella Lemaitre y Brunetiere. — La religio-
sidad de Lamartine. — La evolución del poe-
ta.— "Jocelyn", "La caída de un kngéi". —
^ Cómo desaparece el lirismo en el alma y la
obra de Lamartine. — Bibliografía 221
XVT. — 'El romanticismo de escuela y la expan-
^ sión del individualismo. — Cómo explica He-
gel la doctrina romántica. — El romanticismo,
el lirismo y el individualismo. — En qué se di-
ferencian.— El romanticismo como factor del
individualismo 235
^-OCVIL — 'El lirismo en Balzac. "La azucena en
el valle". Examen y crítica de esta obra. —
El estilo de Balzac. — "La musa del departa-
mentó", "Ilusiones perdidas", "Beatriz".
Examen de estas tres obras. — ^Influencias de
Balzac sobre Flaubert. — Crítica que hace
Balzac del lirismo. — Bibliografía. 251
XVIIL — Jorge Sand. Su biografía : su estan-
cia en España. — ^El derecho a la pasión con-
tra la sociedad. — El tema del amor en la li-
teratura francesa. — Francia no está ni ha es-
^ tado en decadencia. — El lirismo exaltado en
Jorge Sand. — Bibliografía ". 267
^XTX. — El romanticismo como teoría v escuela
literaria. — Sus orígenes. Cómo se introdujo
en Francia. La "Neología" de Lemercier v
ÍNDICE 447
Páginac.
la "Poética" de Diderot. — La lucha entre
clásicos y románticos. — Shakespeare silbado
en París. — El prefacio de "Cromwell". — El
romanticismo encarna principalmente en la
novela. — Temas que dio la nueva escuela a
'la poesía lírica : religión, sentimiento de la
naturaleza, humanitarismo. — La literatura
fácil. — Cómo muere el romanticismo de es-
cuela. 281
XX. — El lirismo en la prosa es anterior al li- ^^'
rismo en la poesía. — Mme. de Stáel, precur-
sora y definidora del romanticismo. — "Ata-
la" y "Rene", de Chateaubriand. Su influen-
cia. "El mal del siglo". — Bibliografía acerca
de Chateaubriand 297-
XXL — Béranger. Su biografía; su carácter. —
Qué es la canción. — La canción política.-^
Béranger durante la Revolución, el Imperio.,
la Restauración, la Revolución de 1830, la
Monarquía de Julio y la Revolución del 48.
La canción del "Rey de Ivetot". — ^Las can-
ciones de Béranger se clasifican en cinco
grupos. — ¿Es Béranger un poeta? — Su po-
pularidad. — Bibliografía 311
XXIL — El lirismo en el drama romático. — La .^
palabra "romanticismo", según Víctor Hugo.
Atisbos certeros de Mme. de Stáel. — La lu-
cha entre clásicos y románticos. — La Acade-
mia, baluarte del clasicismo. — "Los Templa-
rios", de Raynouard. — El "Cristóbal Colón",
de Lemercier. — El "Hernani". — El teatro de
Dumas, padre: "La corte de Enrique IH",
"Antony". — Paralelo entre Víctor Hugo y
Dumas, por Larra. — Rehabilitación literaria
de Alejandro Dumas. — Bibliografía 327-
448 E. PARDO BAZÁN
Páginas.
XXIIL — Alfredo de Musset. Su biografía. —
Por qué es el poeta del amor. — Parívlelo de
Taine entre Tennyson y Musset. — El "es-
prit" de Musset. — 'Musset y lord Byron. —
"Las Noches". — 'El misticismo a la inversa
del poeta. — "Rolla", "La esperanza en
Dios". — Musset no fué lo que llaman hom-
bre práctico. — ^La forma de Musset. — ^Bi-
bliografía 343
XXIV. — Gustavo Flaubert. Su biografía. — Es
un romántico y un devoto de la forma, con
fondo de observación pesimista. — La sátira
c^^contra el lirismo. — "Madame Bovary". Exa-
men de esta obra. — tLa objetividad de Flau-
bert.— 'Por qué nuestra época no puede pro-
ducir arte popular. — Bibliografía 363
XXV. — ^Los Orleanes en la historia de Fran-
cia.— Luís Felipe de Orleans y su reinado
de 1830 a 1848. — ^El poeta Augusto Barbier.
Cómo le juzgan Sainte Beuve y Máximo du
Camp. — Los "Yambos", la "Ralea", é
"Pianto". — Examen de estas obras. — Popu-
laridad y decadencia de Barbier. — Biblio-
grafía 379
XXVI. — Lo? secundairios del romanticismo. —
Hegesipo Moreau, Imberto Galloix. Gerardo
de Nerval. — ^Examen de sus vidas y sus ten-
dencias respectivas 395
XXVI. — Casimiro De'avigne. Su biografía. —
Las "Mesenianas". Origen de este nombre.
Tendencia clásica de Delavigne.— Su teatro.
Pcíf qué no pudo ser romántico. — Juan Re-
boul. — Félix Arvers. Su soneto. — El conde
Fernando de Gramont. Su soneto. — Amadeo
Pommier. — Marcelina Desbordes Valmore.
ÍNDICE 449
Págmas.
Juicio que la consagra Sainte Beuve. — Va-
rias poetisas. — Pedro Dupont. "Los bueyes",
La poesía campesina y de los obreros 411
XXVin. — El drama romántico. — Víctor Hu-
go. ''Hernani", "Marión Delorme", "El rey
se divierte", "Lucrecia Borgia", "Angelo, ti-
rano de Padua", "Ruy Blas". — Alfredo de
Vigny, "Chatterton". — Acierto de colocar la
acción de este drama en Inglaterra. — Biblio-
grafía 427
585527
Baz&n, íinilia
L lirismo en la poesía francesa.
a:
1
ir
01
0
m
ü.
0
bJ
2
<
Z
■ 1
1
1
1
1
Universíty oi Toronto
Library
DO NOT /^
REMOVE /
THE //
CARD 11
FROM ^
THIS \
POCKET \
/
UJ
h
<
Q
i
Acmé Library Card Pocket
LOWE-MARTIN CO. Umited
i