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Full text of "El orden económico-social cristiano;"

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OEC  IG  iStil 
>^EOlOGICALSt*^ 
BT738 


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in  2014 


https://archive.org/details/elordeneconomicoOOpius 


PONTIFICIA  UNIVERSIDAD  CATOLICA  DEL  PERU 
INSTITUTO    mVA  AGÜERO 


í  -  14 


Antonio  San  Cristóbal-Sebastián,  C.  M.  F. 


EL  ORDEN 
ECONOMICO -SOCIAL  CRISTIANO 


DOCUMENTOS  DE  S.  S.  PIO  XII 

Selección,  Clasificación  e  índices 


LIMA 
EDITORIAL  CLARETIANA 
19  5  9 


Imprenta  de  la  Universidad  Nacional  Mayor  de  San  Marcos 
Restauración   3 1 7  Lima  -  Perú 


HOMENAJE 

de  la  Pontificia  Universidad  Católi- 
ca del  Perú  a  la  memoria  de 

PIO  XII 

En  testimonio  de  adhesión  a  la  PRI- 
MERA SEMANA  SOCIAL  DEL  PERU. 


"Por  lo  que  hace  a  la  solución 
de  la  actual  cuestión  social,  nadie 
ha  presentado  un  programa  que  su- 
pere a  la  doctrina  de  la  Iglesia  en 
la  seguridad,  consistencia  y  realis- 
mo" 

(Pío  XII,  11  de  marzo  de 
1951,   a   los  trabajadores 
españoles). 


APROBACIONES 


NIHIL  OBSTAT: 

Juan  Miguel  Atucha,  C,M.F. 

Censor. 


IMPRIMI  POTEST: 
Angel  M.  Tanyá,  C.M.F. 
Sup.  Viceprovincialis 


NIHIL  OBSTAT: 
Mons.  Luis  Lituma, 
Censor. 


IMPRIMATUR: 
Umae,  6  ion.  1958 
t  Fidelis 

Ep.  aux.  et  Vic.  gen. 


INTRODUCCION 


Con  la  presencia  de  S.S.  Pío  XII  en  la  Silla  de  San  Pedro,  el  Pon- 
tificado Romano  está  viviendo  una  época  de  esplendor  pocas  veces 
igualado  en  su  larga  historia.  La  clarividencia  en  el  enfoque  de  los 
problemas,  sus  dotes  de  estadista,  su  dominio  y  penetración  en  el  es- 
tudio de  las  más  arduas  cuestiones  modernas,  y  sobre  todo  su  bondad 
paternal  y  las  extraordinarias  virtudes  cristianas  que  convierten  su  fi- 
gura en  la  reproducción  exacta  de  la  del  Buen  Pastor,  unido  todo  con 
una  laboriosidad  incansable,  han  sublimado  la  persona  del  Papa  con 
inigualado  prestigio  e  influencia  sobre  todas  las  clases  sociales  des- 
de los  Jefes  de  Estado  hasta  el  más  humilde  trabajador  o  la  feliz  pare- 
ja de  recién  casados.  Los  grandes  problemas  de  nuestro  tiempo  han  ad- 
quirido expresión  cristiana  al  ser  abordados  por  S.S.  Pío  XII  en  sus  poli- 
facéticos Discursos.  Ahí  están,  para  testiíicarlo,  uno  tras  otro,  los  ma- 
gistrales volúmenes  que  cada  año  recogen  sus  Discursos  y  Radiomen- 
sajes. 

El  presente  volumen  contiene  las  enseñanzas  de  S.S.  Pío  XII  sobre 
la  cuestión  por  autonomasia:  la  cuestión  económico-social.  Convulsio- 
nada por  luchas  y  odios,  y  envuelta  en  densas  tinieblas,  requería  es- 
ta cuestión,  más  que  cualquier  otra,  ser  iluminada  por  la  luz  de  Cristo. 
Porque,  además,  en  la  lucha  por  el  sustento  de  los  cuerpos,  se  ventila 
también  la  salvación  de  las  almas.  S.S.  Pío  XII  es  el  continuador  en  es- 
ta tarea  de  la  gloriosa  tradición  de  sus  inmediatos  Predecesores  León 
XIII  y  Pío  XI.  Con  el  mismo  celo  e  intrepidez,  y  sin  apartarse  de  las 
sendas  de  la  verdad,  de  la  caridad  y  de  la  justicia,  S.  S.  Pío  XII  ha  pro- 
yectado las  enseñanzas  de  sus  Predecesores  sobre  los  problemas  de 
nuestro  tiempo,  y  ha  entrado  decididamente  en  lo  que  El  mismo  llama 
"la  segunda  etapa  de  las  controversias  sociales". 

Tan  abundante  mi&s  estaba  madura  para  la  siega.  Sólo  exigía 
cuidadosa  selección,  para  no  dejar  perder  ningún  fragmento;  y  la  clasi- 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


ficación  sistematizadora,  que  la  hiciera  utilizable  para  ei  gran  público. 
Mediante  la  selección  recogemos  todo  cuanto  encierra  una  doctrina,  un 
planteamiento,  una  norma  de  conducta  en  materia  económico-social. 
Hemos  creído,  por  otra  parte,  que  la  selección  era  necesaria  dado  el 
carácter  de  los  Documentos  PontHicios.  Adoptamos  este  criterio:  ofre- 
cer los  textos  íntegros  y  con  la  mayor  amplitud  posible,  para  que,  sin 
omitir  ningún  fragmento  importante,  no  resulten  afectadas  las  partes  se- 
leccionadas por  posibles  deformaciones  al  ser  separadas  de  sus  contex- 
tos. Por  esta  misma  razón,  no  separamos  los  textos  de  un  mismo  Docu- 
mento, a  no  ser  en  dos  ocasiones,  aunque  digan  referencia  a  la  mate- 
ria de  otros  capítulos.  Solamente  hemos  desglosado  de  los  Docurrventos 
aquellas  parles  que  contienen  alusiones  personales,  saludos,  congra- 
tulaciones, etc.,  y  que,  por  tener  carácter  meramente  circunstancial,  no 
afectan  para  nada  al  fondo  o  al  contenido  de  la  doctrina.  De  igual  ma- 
nera, cuando  los  temas  doctrinales  son  varios,  hemos  seleccionado  de 
los  Documentos  aquellas  partes  que  tocan  la  cuestión  económico-social. 

La  selección  está  hecha  sobre  la  base  del  Anuario  "PETRUS",  y 
de  la  edición  castellana  del  Osservatore  Romano.  Algunos  Documentos 
han  sido  traducidos  directamente  del  original  publicado  en  Acta  Apos- 
tolicae  Sedis.  Son  ios  siguientes:  el  Radiomensaje  de  24  d\e  diciembre 
de  1942,  el  Discurso  de  13  de  junio  de  1943;  el  Radiomensaje  de  1^  de 
septiembre  de  1944,  el  Radiomensaje  de  24  de  diciembre  de  1944,  el 
Discurso  de  11  de  marzo  de  1945,  la  Carta  de  10  de  julio  de  1946  y  el 
Discurso  de  15  de  noviembre  de  1946. 

Hemos  adoptado  por  su  utilidad  la  clasificación  en  capíiulos  y 
apartados,  que  se  complementa  con  un  sumarlo  de  cada  Documento. 
Estos  sumarlos  se  reúnen  en  la  página  Inicial  de  cada  capítulo,  y  en 
el  índice  general.  Más  utilidad  aún  ha  de  tener  el  índice  analítlco-sls- 
temátlco  elaborado  sobre  la  base  de  la  clasificación. 

Aspiramos  con  este  volumen  a  que  la  luz  de  Cristo  luzca  en  las  ti- 
nieblas. Para  ios  cristianos  sinceros,  la  palabra  de  S.S.  Pío  XII  será  la 
luz  de  su  conducta.  ¡Ojalá  que  lo  sea  también  para  iodos  los  hombres 
de  buena  voluntad!  Y  esperamos  que  a  los  que  viven  apartados  de 
Cristo  les  prestará  este  volumen  el  servicio  de  no  seguir  oscureciendo 
con  su  desconocimiento  o  deformaciones,  o  con  sus  calumnias,  en  el 
peor  de  los  casos,  la  clara  luminosidad  de  la  doctrina  social  de  la 
Iglesia. 


Capítulo  I 


LA  IGLESIA  ANTE  LA  CUESTION  SOCIAL 


1.—  DERECHO  DE  LA  IGLESIA  A  INTERVENIR  EN  LA  CUESTION  SOCIAL: 

2  de  noviembre  de  1954:  El  derecho  de  la  Iglesia  a  intervenir  en  la 
cuestión  social  se  basa  en  que  ésta  es  una  cuestión  moral  y  reli- 
giosa. 

2  — SOLICITUD  DE  LA  IGLESIA  POR  LA  CUESTION  SOCIAL: 

11  de  marzo  de  1951:  La  Iglesia  no  se  ha  desentendido  de  la  cuestión 
social.  Nadie  ha  presentado  un  programa  social  que  supere  al 
de  la  Iglesia. 

25  de  octubre  de  1954:  Solicitud  de  la  Iglesia  por  la  cuestión  social. 


3.  —  CUALIDADES  DE  LA  ACCION  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA: 

31  de  octubre  de  1958:  Eficacia:  La  Iglesia  estimula  la  justa  defensa 
en  la  tierra  de  los  derechos  de  los  trabajadores,  porque  sólo  Ella 
tutela  la  libertad  y  la  dignidad  humanas. 

24  de  diciembre  de  1940:  Universalidad:  La  Iglesia  intenta  tutelar 
únicamente  los  principios  del  orden  social;  y  deja  plena  liber- 
tad para  el  establecimiento  de  las  más  variadas  formas  de  siste- 
^  mas  políticos. 

4.  —  FINALIDAD  DE  LA  DOCTRINA  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA: 

22  de  febrero  de  1944:  Fin  de  la  doctrina  social  de  la  Iglesia  es  alcan- 
zar un  orden  económico  que  proporcione  a  la  clase  trabajado- 
ra una  condición  de  vida  segura  y  estable  conforme  a  la  justi- 
cia social. 


5.— PROBLEMAS  QUE  LA  IGLESIA  PRETENDE  RESOLVER: 

14  de  septiembre  de  1952:  Dos  etapas  en  las  discusiones  sociales  mo- 
dernas; el  fin  de  la  primera  época  fué  la  elevación  y  defensa 
del  proletariado;  fines  de  la  segunda  época  son  la  cooperación 
orgánica  de  las  profesiones,  y  la  protección  del  individuo  contra 
una  socialización  total. 


1— DERECHO  DE  LA  IGLESIA  A  INTERVENIR  EN  LA  CUESTION 

SOCIAL 


DISCURSO  A  LOS  CARDENALES  Y  OBISPOS 
(2  de  noviembre  de  1954) 
(fragmento) 


Se  advierten  hoy  inclinaciones  y  maneras  de  pensar  que  intentan 
impedir  y  limitar  el  poder  de  los  Obispos  (sin  exceptuar  al  Romano 
Pontífice)  en  tanto  en  cuanto  son  Pastores  de  la  grey  a  ellos  confiada. 
Reducen  su  autoridad,  ministerio  y  vigilancia  a  unos  ámbitos  estricta- 
mente religiosos:  predicación  de  las  verdades  de  fé,  dirección  de  los 
ejercicios  de  piedad,  administración  de  los  Sacramentos  de  la  Iglesia  y 
ejercicio  de  las  funciones  litúrgicas.  Intentan  separar  la  Iglesia  de  to- 
dos aquellos  asuntos  que  tocan  de  cerca  "la  realidad  de  Ic^vida",  como 
ellos  dicen,  por  ser  cosas  fuera  de  su  competencia.  Esta  manera  de  pen- 
sar se  deja  ver  en  las  conversaciones  públicas  de  algunos  seglares  ca- 
tólicos, aún  de  aquellos  que  ocupan  cargos  eminentes,  cuando  dicen: 
"muy  a  gusto  vamos  a  los  templos  para  ver,  oir  y  acercarnos  a  los  Obis- 
pos y  sacerdotes  dentro  del  ámbito  de  su  jurisdicción;  pero  en  la  calle 
y  lugares  públicos,  donde  se  tratan  y  deciden  asuntos  de  vida  terrena, 
no  nos  agrada  verlos  ni  escuchar  sus  opiniones.  En  dichos  lugares  so- 
mos nosotros,  los  seglares,  no  los  clérigos  cualquiera  que  fuere  su  dig- 
nidad y  grado,  los  únicos  jueces  legítimos". 

Contra  tales  errores  ha  de  sostenerse  clara  y  firmemente  que  el  po- 
der de  la  Iglesia  no  se  restringe  a  "las  cosas  estrictamente  religiosas", 
como  suele  decirse,  sino  que  todo  lo  referente  a  la  ley  natural,  su  anun- 
ciación, interpretación  y  aplicación,  pertenece  bajo  su  aspecto  moral  a 
la  jurisdicción  de  la  Iglesia.  En  efecto,  la  observancia  de  la  ley  natu- 
ral, por  disposición  de  Dios,  está  en  relación  con  el  camino  por  el  que 
el  hombre  ha  de  llegar  a  su  fin  sobrenatural.  Ahora  bien,  la  Iglesia 
es,  en  orden  a  este  fin,  guía  y  custodia  de  los  hombres  en  dicho  cami- 
no. Esta  forma  de  actuar  la  practicaron  los  Apóstoles  y  la  Iglesia  des- 
de los  tiempos  primeros,  ejerciéndola  aún  hoy  por  mandato  y  autoridad 
del  Señor,  no  como  guía  y  consejera  privada.  Por  tanto,  al  tratarse  de 
preceptos  y  opiniones  que  los  legítimos  Pastores  — el  Romano  Pon- 
tífice para  toda  la  Iglesia,  y  los  Obispos  para  los  fieles  confiados  a  su 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


cuidados —  promulgan  sobre  cuestiones  de  ley  natural,  los  fieles  no 
pueden  recurrir  al'dicho,  que  suele  emplearse  en  las  opiniones  de  los 
particulares,  "tanto  vale  su  autoridad  cuanto  valen  sus  razones".  De 
ahí  que,  aunque  lo  que  monde  la  Iglesia  no  convenza  a  alguien  por 
las  razones  que  se  den,  sin  embargo  tiene  obligación  de  obedecer.  Es- 
te fue  el  pensamiento  y  estas  las  palabras  de  San  Pío  X  en  su  Corta 
Encíclica  Singulari  quadam  del  24  de  septiembre  de  1912  (Acta  Apost. 
Sedis,  vol.  IV,  1912,  póg.  658):  "No  es  lícito  al  cristiano  descuidar  los 
bienes  sobrenaturales  aun  en  el  orden  de  las  cosas  terrenas.  Al  con- 
trario, le  incumbe  la  obligación  de  encaminarlo  todo,  según  las  pres- 
cripciones de  la  sabiduría  cristiana,  al  Sumo  Bien  como  fin  último;  y 
sujetar  todas  sus  acciones  en  cuanto  buenas  o  malas  moralmente,  o 
sea,  en  cuanto  conformes  o  disconformes  con  el  derecho  natural  y  divi- 
no, a  la  potestad  y  juicio  de  la  Iglesia".  E  inmediatamente  aplica)  es- 
ta norma  común  a  la  materia  social:  "La  cuestión  social  y  las  contien- 
das con  ella  relacionadas ...  no  son  problemas  meramente  económi- 
cos y  por  ende  de  tal  género  que  puedan  resolverse  dejando  a  un  lado 
la  autoridad  de  la  Iglesia;  pues,  por  el  contrario,  es  una  verdad  clarísi- 
ma que  la  cuestión  social  es  antes  que  nada  una  cuestión  moral  y  re- 
ligiosa, y  por  lo  mismo,  ha  de  encontrar  principalmente  solución  satis- 
factoria en  los  dictámenes  de  la  religión  y  en  las  leyes  de  la  moral" 
(1.  c,  págs.  658-659). 

En  materia  social  no  una,  sino  muchas  y  gravísimas,  son  las  cues- 
tiones, o  meramente  sociales  o  político-sociales,  que  tocan  de  cerca  el 
orden  ético,  la  conciencia  y  la  salvación  de  las  almas,  no  pudiendo  por 
tanto  decirse  que  caen  fuera  de  la  autoridad  y  vigilancia  de  la  Iglesia. 
Más  aún,  fuera  del  orden  social  existen  cuestiones  no  estrictamente  "re- 
ligiosas" sino  políticas,  o  relacionadas  con  las  naciones  entre  sí,  que 
tocan  íntimamente  el  orden  ético,  pesan  sobre  las  conciencias  y  pue- 
den exponer  y  muchas  veces  exponen  a  grave  peligro  la  conservación 
del  último  fin.  Así  son:  el  ámbito  del  poder  civil;  las  relaciones  entre 
cada  hombre  y  la  sociedad;  los  llamados  "estados  totalitarios",  cual- 
quiera que  sea  el  principio  de  origen;  el  total  laicismo  del  Estado  y  de 
la  vida  pública;  el  absoluto  laicismo  de  las  escuelas;  la  naturaleza 
ética  de  la  guerra;  la  legitimidad  o  ilegitimidad  de  la  misma,  tal  como 
en  nuestros  tiempos  se  realiza;  la  cooperación  o  resistencia  a  ella  por 
parte  de  un  individuo  de  conciencia  religiosa;  los  vínculos  y  razones 
morales  que  unen  y  obligan  a  las  naciones. 

Ahora  bien,  está  en  abierta  contradicción  con  la  realidad  de  las  co- 
sas y  con  la  misma  recta  razón  quien  afirma  que  todos  los  problemas 
aludidos,  y  otros  muchos  del  mismo  género,  quedan  al  margen  del  or- 
den ótico,  y  por  lo  tanto  caen  fuera  del  poder  de  la  Autoridad  estable- 
cida por  Dios  para  velar  por  el  orden  jurídico,  para  guiar  y  dirigir  las 
conciencias  de  los  hombres  y  sus  acciones  por  el  camino  recto  hacia 
el  fin  último,  no  sólo  en  oculto,  ni  sólo  dentro  de  las  paredes  del  Tem- 
plo y  de  las  sacristías,  sino  principalmente  a  plena  luz,  predicando 
"super  tecta"  para  usar  la  palabra  del  Señor  (Mat.,  X,  27),  en  el  mis- 


La  Iglesia  ante  la  Cuestión  Social 


13 


mo  campo  de  batalla,  en  medio  de  la  lucha:  entre  la  verdad  y  el  error, 
entre  la  virtud  y  el  vicio,  entre  el  "mundo"  y  el  reino  de  Dios,  entre  el 
príncipe  de  este  mundo  y  Cristo  Salvador  del  mismo  mundo. 


2.— SOLICITUD  DE  LA  IGLESIA  POR  LA  CUESTION  SOCIAL 


RADIOMENSAJE  A  LOS  TRABAJADORES  CATOLICOS  ESPAÑOLES 

(11  de  marzo  de  1951) 

Amadísimos  hijos,  empresarios,  técnicos  y  trabajadores  españoles, 
reunidos  en  Madrid  y  provincias  para  consagraros  a  Cristo  Redentor  y 
rendir  vueá^ro  ferviente  homenaje  de  filial  devoción  a  su  Vicario  en  la 
tierra  : 

¡Qué  hermoso  espectáculo  — dejadnos  comenzar  así —  el  de  una 
masa  imponente  de  obreros,  como  la  vuestra,  aclamando  a  Jesucristo 
como  a  su  verdadero  Redentor! 

Porque  al  trabajador,  al  obrero,  al  hombre  de  una  vida  áspera  y 
difícil,  donde  los  problemas  de  hoy  no  alcanzan  a  hacer  olvidar  las 
preocupaciones  del  mañana,  son  muchos  los  que  se  le  han  presentado, 
y  se  le  presentan,  especialmente  en  estos  últimos  tiempos,  enarbolan- 
do  la  bandera  de  la  redención.  Vosotros,  sin  embargo,  seguís  aferra- 
dos a  la  bandera  de  Cristo.  Y  confesáis  abierta  y  solemnemente  con 
el  primer  Papa  San  Pedro:  "No  hay  que  buscar  la  salvación  en  ningún 
otro.  Pues  no  se  ha  dado  a  los  hombres  otro  nombre  debajo'  del  cielo, 
por  el  cual  debamos  salvarnos"  (Hechos  de  Apost.,  IV,  12).  A  El,  a  su 
Iglesia,  al  sucesor  de  Pedro,  vosotros  queréis  permanecer  fieles,  cueste 
lo  que  cueste- 
Pero  lealtad  con  lealtad  se  paga.  Y  como  seguramente  vosotros  es- 
peráis de  Nos,  en  estos  momentos,  una  palabra  sobre  lo  que  la  Iglesia 
puede  ofreceros  para  la  seguridad  de  vuestra  existencia  y  la  satisfac- 
ción de  vuestras  justas  aspiraciones,  esa  palabra,  con  todo  Nuestro 
afecto  paternal,  es  la  que  queremos  decir.  Héla  aquí,  pues,  en  tres 
puntos : 

1. — Nadie  puede  acusar  a  la  Iglesia  de  haberse  desinteresado  de  la 
cuestión  obrera  y  de  la  cuestión  social,  o  de  no  haberlas  concedido  la 
importancia  debida.  Pocas  cuestiones  habrán  preocíupado  tanto  a  la 
Iglesia  como  esas  dos,  desde  que,  hace  sesenta  años,  Nuestro  gran  Pre- 
decesor León  XIII,  con  su  Encíclica  Rerum  novarum,  puso  en  las  ma- 
nos de  los  trabajadores  la  Carta  Magna  de  sus  derechos. 

La  Iglesia  ha  tenido  y  tiene  conciencia  plena  de  su  responsabilidad. 
Sin  la  Iglesia  la  cuestión  social  es  insoluble;  pero  tampoco  ella  sola 
la  puede  resolver.  Le  hace  falta  la  colaboración  de  las  fuerzas  intelec- 
tuales, económicas  y  técnicas  de  los  poderes  públicos. 


14 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


Ella,  por  su  pcírte,  ha  ofrecido,  para  la  fundctmentación  religioso- 
moral  de  todo  orden  social,  programas  amplios  y  bien  pensados.  Las 
legislaciones  sociales  de  los  diversos  países  no  son  más  que  aplicacio- 
nes, en  gran  parte,  de  los  principios  establecidos  por  la  Iglesia.  No  ol- 
vidéis tampoco  que  todo  lo  bueno  y  justo  que  halláis  en  los  sistemas, 
se  encuentra  ya  en  la  doctrina  social  católica.  Y  cuando  ellos  asignan 
metas  al  movimiento  obrero  que  la  Iglesia  rechaza,  se  trata  de  bienes 
ilusorios  que  sacrifican  la  verdad,  la  dignidad  humana,  la  justicia  so- 
cial o  el  verdadero  bienestar  de  todos  los  ciudadanos. 

2.  — En  su  historia,  dos  veces  milenaria,  la  Iglesia  ha  tenido  que 
vivir  en  medio  de  las  más  diversas  estructuras  sociales,  desde  aquella 
antigua  con  su  esclavitud,  hasta  el  moderno  sistema  económico  carac- 
terizado por  las  palabras  capitalismo  y  proletariado.  La  Iglesia  nun- 
ca ha  predicado  la  revolución  social;  pero  siempre  y  en  todas  partes, 
desde  la  Epístola  de  San  Pablo  a  Filemón,  hasta  las  enseñanzas  so- 
ciales de  los  Papas  en  los  siglos  diez  y  nueve  y  veinte,  se  ha  esforza- 
do tenazmente  por  conseguir  que  se  tenga  más  cuenta  del  hombre  que 
de  las  ventajas  económicas  y  técnicas,  y  para  que  cuantos  hacen  de 
su  parte  lo  que  pueden,  vivan  una  vida  cristiana  y  digna  de  un  ser 
humano. 

Por  eso  la  Iglesia  defiende  el  derecho  a  la  propiedad  privada,  de- 
recho que  Ella  considera  fundamentalmente  intangible.  Pero  también 
insiste  en  la  necesidad  de  una  distribución  más  justa  de  la  propiedad, 
y  denuncia  lo  que  hay  de  contrario  a  la  naturaleza  en  una  situación 
social  donde,  frente  a  un  pequeño  grupo  de  privilegiados  y  riquísimos, 
hay  una  enorme  masa  popular  empobrecida.  Siempre  habrá  desigual- 
dades económicas.  Pero,  todos  los  que  de  algún  modo  pueden  influir 
en  la  marcha  de  la  sociedad  deben  tender  siempre  a  conseguir  una  si- 
tuación tal,  que  permita  a  cuantos  hacen  lo  que  está  en  su  mano,  no  só- 
lo vivir,  sino  aún  el  ahorrar. 

Son  muchos  los  factores  que  deben  contribuir  a  una  mayor  difu- 
sión de  la  propiedad.  Pero  el  principal  será  siempre  el  iusío  salario. 
Vosotros  sabéis  muy  bien,  queridos  hijos,  que  el  justo  salario  y  una  me- 
jor distribución  de  los  bienes  naturales  constituyen  dos  de  las  exigen- 
cias más  apremiantes  en  el  programa  social  de  la  Iglesia. 

Ella  ve  con  buenos  ojos,  y  aún  fomenta  todo  aquello  que,  dentro 
de  lo  que  permiten  las  circunstancias,  tiende  a  introducir  elementos  del 
contrato  de  sociedad  en  el  contrato  de  trabajo,  y  mejora  la  condición 
general  del  trabajador.  La  Iglesia  exhorta  igualmente  a  todo  lo  que 
contribuye  a  que  las  relaciones  entre  patronos  y  obreros  sean  más  hu- 
manas, más  cristianas,  y  estén  animadas  de  mutua  confianza.  La  lu- 
cha de  clases  nunca  puede  ser  un  fin  social.  Las  discusiones  entre 
patronos  y  obreros  deben  tener  como  fin  principal  la  concordia  y  la  co- 
loboración. 

3.  — Pero  esta  obra  la  pueden  llevar  a  cabo  solamente  hombrse  que 
viven  de  la  íe  y  cumplen  en  el  espíritu  de  Cristo.  Nunca  fué  fácil  la  so- 


La  Iglesia  ante  la  Cuestión  Social 


15 


lución  de  la  cuestión  social.  Pero  las  indecibles  catástrofes  de  este  si- 
glo la  han  hecho  angustiosamente  difícil.  La  reconciliación  de  las  cla- 
ses, la  disposición  al  sacrificio,  y  al  mutuo  respeto,  la  sencillez  de  la 
vida,  la  renuncia  al  lujo  e^íigida  imperiosamente  por  la  actual  situa- 
ción económica:  todo  esto,  y  tantas  otras  cosas,  sólo  se  podrán  obte- 
ner con  la  ayuda  de  la  Providencia  y  de  la  gracia  de  Dios.  Sed,  pues, 
hombres  de  oración.  Elevad  vuestras  manos  a  Dios  pora  que,  por  su 
misericordia,  y  a  pesor  de  todas  las  dificultades,  se  realice  esa  gran 
labor. 

Con  esta  ocasión  no  podemos  menos  de  dirigir  algunas  palabras 
de  elogio  paternal  a  esas  Instituciones  que  habéis  creado  y  continuóos 
creando  en  gran  número  con  el  fin  de  educar  a  los  jóvenes  trabajado- 
res, haciendo  de  ellos  excelentes  obreros  especializados,  y  al  mismo 
tiempo  cristianos  convencidos.  No  podrían  hacer  cosa  mejor.  En  el  au- 
ge y  florecimiento  de  esa  obra  vemos  un  signo  prometedor  para  el  por- 
venir. 

Se  suele  acusar  a  la  fe  cristiana  de  consolar  al  mortal,  que  lucha 
por  la  vida,  con  la  esperanza  del  más  allá.  La  Iglesia,  se  dice,  no  sa- 
be ayudar  al  hombre  en  su  vida  terrena .  Nada  más  falso.  Os  basta  mi- 
rar al  gran  pasado  de  vuestra  querida  España;  ¿quién  ha  hecho  más 
que  la  Iglesia  para  que  la  vida  familiar  y  social  fuera  ahí  feliz  y  tran- 
quila? 

Por  lo  que  hace  a  la  solución  de  la  actual  cuestión  social,  nadie 
ha  presentado  un  programa  que  supere  la  doctrina  de  la  Iglesia  en  se- 
guridad, consistencia  y  realismo- 

Por  eso  es  tanto  mayor  su  derecho  a  exhortar  y  consolar  a  todos, 
recordándoles  que  el  sentido  de  la  vida  terrena  está  en  el  más  allá, 
en  la  vida  eterna.  Cuando  más  vivamente  os  penetréis  de  esta  ver- 
dad, tanto  más  os  sentiréis  impulsados  a  colaborar  pora  una  solución 
aceptable  de  la  cuestión  social.  Siempre  será  verdad  que  lo  más  pre- 
cioso que  para  ese  fin  puede  dar  la  Iglesia  es  un  hombre  que,  firme- 
mente anclado  en  la  fe  de  Cristo  y  de  la  vida  eterna,  cumpla,  impul- 
sado por  ella,  las  toreas  de  esta  vida. 

Esto  es  lo  que  os  queríamos  decir. 

Una  palabra  todavía,  amadísimos  trabajadores  españoles,  pora 
aceptar  y  agradecer  el  homenaje  a  Nuestra  humilde  persona.  Y  en 
cuanto  a  Nuestra  correspondencia,  ¿qué  os  hemos  de  decir?  Duranfe  to- 
do el  Gran  Jubileo  que  acaba  de  terminar  hemos  visto  con  Nuestros 
propios  ojos,  hemos  tocado  con  Nuestras  propias  manos  el  fervor  entu- 
siasta del  pueblo  español  por  el  Papa.  Pero  los  peregrinos  españoles, 
entre  los  que  os  recordamos,  queridos  trabajadores,  especialmente  a 
los  que  estuvisteis  en  la  clausura  de  la  Puerta  Santa,  han  podido  ver, 
han  podido  también  experimentar  el  amor  que  el  Papa  les  reserva. 
"España  por  el  Papa"  era  su  grito  apasionado  e  incontenible;  al  que 
Nos  hemos  contestado  con  paternal  amor:  "Y  el  Papa  por  España". 

Que  Dios  os  bendiga,  hijos  queridísimos  y  bendiga  igualmente  a 
vuestra  patria  y  a  vuestros  dirigentes,  como  Nos,  con  plena  efusión  de 
afecto  paternal,  a  todos  os  bendecimos. 


16  El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


DISCURSO  A  LOS  PRODUCTORES  BARCELONESES 
(25  de  octubre  de  1954) 


Hijos  amadísimos,  productores  barceloneses,  que  en  tan  crecido  nú- 
mero habéis  querido  llegaros  hoy  a  la  casa  del  Padre  común,  que  tan- 
to os  ama,  para  manifestarle  vuestro  religioso  fervor  y  vuestro  amor  fi- 
lial: bien  venidos  seáis  una  y  mil  veces,  y  que  el  cielo  os  pague  el 
consuelo  que  hoy  Nos  procuráis  con  vuestra  visita. 

Y  si,  entre  los  no  pocos  cuidados  de  Nuestro  ministerio  pastoral, 
hemos  querido  disponer  de  unos  minutos  para  recibiros  y  para  conver- 
sar con  vosotros,  no  necesitamos  deciros  el  por  qué:  sois  a  Nuestros 
ojos  los  dignos  representantes  de  una  nación  particularmente  amada 
por  su  viva  fe  y  por  su  fidelidad  al  Papa;  venís  de' una  región  digna  de 
especial  estima  por  su  espíritu  de  iniciatva,  su  laboriosidad  y  la  pro- 
tección que  en  ella  encuentran  todas  las  ideas  buenas  y  grandes:  Nos 
recordáis  una  espléndida  ciudad,  a  Nos  no  totalmente  desconocida,  cu- 
yo nombre  evoca  todavía  los  recentísimos  esplendores  del  inolvidable 
Congreso  Eucarístico;  sois,  en  fin,  trabajadores,  sois  de  los  que  espe- 
cialmente experimentan  a  diario  lo  dura  que  es  la  lucha  por  la  vida  y 
éstos  — el  que  se  fatiga,  el  que  sufre —  han  sido,  son  y  serán  siempjie 
los  predilectos  del  Vicario  de  Aquel  que  vino  al  mundo  "evangeliza- 
re pcruperlbus",  a  evangelizar  a  los  pobres  (Lucas,  IV,  18),  de  Aquel 
que  dió  como  contraseña  de  su  divina  misión  "pauperes  evangelizan- 
tur",  los  pobres  son  evangelizados  (Mateo,  XI,  5). 

Sí,  queridísimos  hijos,  la  Iglesia  — como  decíamos  hace  poco  más 
de  tres  años,  por  medio  de  la  radio,  a¡  todos  los  productores  españoles — 
la  Iglesia  os  ama  con  amor  de  Madre;  la  Iglesia  vive  con  vuestras  mis- 
mas ansias;  la  Iglesia  se  preocupa  y  se  ha  preocupado  siempre  de  la 
cuestión  obrera,  de  la  cuestión  social,  ofreciendo  sobre  todo  aquellos 
grandes  principios  que  han  de  ser  la  única  base  de  toda  verdadera  so- 
lución, y  descendiendo  también,  cuando  le  es  posible,  a  aquellas  ini- 
ciativas prácticas  que  están  a  su  alcance.  La  Iglesia  desea  que  quie- 
nes trabajan  puedan  vivir  una  vida  realmente  humana,  para  luego  po- 
der vivir  una  vida  cristiana,  sin  que  las  excesivas  preocupaciones  te- 
rrenas les  impidan  mirar  al  cielo;  la  Iglesia  propugna  una  más  justa 
distribución  de  los  bienes  naturales,  partiendo  principalmente  de  la 
base  de  un  justo  salario,  que  garantice  la  vida  presente  vuestra  y  de 
vuestra  familia,  abriendo  las  puertas  al  ahorro,  como  garantía  del  por- 
venir. Pero  dejadnos  añadir  una  vez  más  que  la  Iglesia  desea  que  to- 
das las  redenciones  materiales  tengan  por  base  una  anterior  eleva- 
ción intelectual  y  moral,  porque  no  de  sólo  pan  vive  el  hombre  (Deu- 
teronomio,  8,  3),  y  está  escrito:  "buscad  primero  el  Reino  de  Dios  y  su 
justicia,  y  todo  lo  demás  se  os  dará  por  añadidura"  (Mateo,  VI,  33). 

Precisamente  en  este  sentido.  Nos  esperamos  mucho  de  esas  ins- 
tituciones que,  para  este  fin,  van  surgiendo  en  vuestra  patria,  de  las 


La  Iglesia  ante  la  Cuestión  Social 


17 


cuales,  lo  mismo  que  de  vuestra  legislación  social,  deseamos  ver  cuan- 
to antes  los  saludables  frutos. 

Productores  barceloneses,  hijos  amadísimos,  cuando  mañana,  a  lo 
mejor  inclinados  sobre  vuestras  máquinas,  sintiendo  todo  el  peso  de  la 
fatigo  cotidiana,  os  detengáis  un  momento  para  secaros  el  sudor  de  la 
frente;  o  al  entrar  en  vuestro  hogar  vaciléis  un  instante,  asaltados  por 
las  justas  preocupaciones  que  suponen  el  mantenimiento  y  el  porve- 
nir vuestros  y  de  vuestras  familias,  no  os  olvidéis  que  vuestro  Padre 
de  Roma  está  a  vuestro  lado,  os  recuerda,  os  manda  unas  palabras  de 
consuelo  y  de  aliento  y  os  desea  toda  clase  de  bienes.  Jesús  divino 
obrero,  sea  siempre  vuestro  modelo;  la  oración,  vuestro  refugio;  y  la 
esperanza  en  los  bienes  eternos,  el  lenitivo  de  todos  vuestros  dolores. 
Que  la  Virgen  Santísima,  especialmente  en  este  Año  Mariano,  os  tenga 
bajo  su  manto  para  defenderos  de  todos  los  peligros.  Y  estad  bien 
ciertos  de  que  la  Iglesia  os  ama  y  que  solamente  en  Ella  podréis 
hallar  la  serenidad  y  la  paz  de  vuestras  almas. 

Prenda  de  todos  estos  bienes  quiere  ser  la  Bendición,  que  ahora  os 
damos  y  que  deseamos  que  llegue  no  solamente  a  vosotros,  aquí 
presentes,  con  todo  lo  que  lleváis  en  la  mente  y  en  el  corazón,  sino 
también  a  vuestras  organizaciones  con  sus  dirigentes  a  la  cabeza,  a 
todos  vuestros  hermanos  en  el  trabajo,  a  todas  vuestras  familias,  a  Bar- 
celona, a  toda  la  región  catalana  y  a  España  entera,  objeto  siempre 
de  las  especiales  predilecciones  Nuestras. 


3— CUALIDADES  DE  LA  ACCION  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA 

DISCURSO  A  LOS  TRABAJADORES  DE  LAS  FABRICAS  FIAT 
(31  de  octubre  de  1948) 

(fragmento)  " 

¿Qué  impulso  y  qué  ansia  os  ha  traído  aquí,  a  vosotros,  hombres 
y  mujeres  del  trabajo  del  modernísimo  y  hoy  tan  urgente  trabajo  de  los 
célebres  establecimientos  Fiat?  Desde  el  campo  de  vuestras  fatigas, 
incansables,  habéis  venido  en  peregrinación  hasta  el  centro  de  la  san- 
ta Iglesia  Católica  porque  estáis  persuadidos  de  que  ni  el  trabajo  só- 
lo, ni  su  perfecta  organización  con  los  más  potentes  medios,  sirven  pa- 
ra fraguar  y  garantizar  la  dignidad  del  trabajador,  sino  la  religión  y 
todo  lo  que  ella  ennoblece  y  santifica.  El  hombre  es  imagen  de  Dios 
uno  y  trino,  y  por  consiguiente,  también  él  es  persona,  hermano  del 
Hombre-Dios,  Jesucristo,  y  con  El  y  por  El,  heredero  de  una  vida  eter- 
na. Esta  es  su  verdadera  dignidad .  El  trabajador  mejor  que  nadie  en 
el  mundo  debe  ciertam.ente  convencerse  y  empaparse  cada  vez  más  de 
esta  verdad. 


18  El  Orden  Económico-Social  Cristiano 

Hace  mucho  que  se  ha  afirmado,  y  si  sigue  afirmando  que  la  re- 
ligión vuelve  al  trabajador  ílojo  y  descuidado  en  la  vida  cotidiana,  en 
la  defensa  de  sus  intereses  públicos  y  privados;  que,  como  el  opio, 
le  adormece,  -annquilosóndolo  completamente  con  la  esperanza  de  la 
vida  del  más  allá.  Error  manifiesto.  Si  la  Iglesia,  en  su  doctrina  social, 
insiste  siempre  en  el  respeto  debido  a  la  íntima  dignidad  del  hombre, 
si  pide  para  el  trabajador  un  justo  salario  en  el  contrato  de  trabajo, 
si  para  él  exige  una  asistencia  eficaz  en  sus  necesidades  materiales 
y  espirituales,  ¿por  qüé  lo  hará  sino  porque  el  trabajador  es  una  perso- 
na humana,  porque  su  capacidad  de  trabajo  no  debe  ser  considera- 
da y  tratada  como  una  mercancía,  y  porque  su  actividad  representa 
siempre  una  prestación  personal? 

Precisamente,  esos  renovadores  del  mundo  que  reivindican  para 
sí  el  cuidado  de  los  intereses  de  los  obreros,  como  si  fuese  monopolio 
suyo,  y  declaran  que  su  sistema  es  el  único  verdaderamente  social,  no 
tutelan  la  dignidad  personal  del  trabajador,  sino  que  hacen  de  su  capa- 
cidad productiva  una  simple  cosa  de  la  cual  la  sociedad  dispone  co- 
mo quiere  y  según  su  real  gana.  La  Iglesia,  amados  hijos,  quiere  y 
busca  sinceramente  vuestro  bien;  Ella  os  dice  que  la  libertad  humana 
tiene  sus  límites  en  la  ley  divina  y  en  los  múltiples  deberes  que  le  vi- 
da trae  consigo;  pero,  al  mismo  tiempo,  se  esfuerza,  se  seguirá  esfor- 
zando hasta  el  fin,  para  que  todos  y  cada  uno,  en  la  felicidad  del  ho- 
gar, y  en  las  circunstancias  tranquilas  y  honestas,  pueda  pasar  sus 
días  en  paz  con  Dios  y  con  los  hombres  (cf.  I  Tim.,  II,  12).  La  Iglesia 
no  promete  aquella  igualdad  absoluta  que  otros  proclaman,  porque  sa- 
be que  la  convivencia  humana  produce  siempre  y  necesariamente  to- 
da una  escala  de  graduaciones  y  de  diferencias  en  las  cualidades  fí- 
sicas e  intelectuales,  en  las  disposiciones  y  tendencias  interiores,  en 
las  ocupaciones  y  en  las  responsabilidades;  pero,  al  mismo  tiempo,  ase- 
gura la  plena  igualdad  dentro  de  la  dignidad  humana,  y  también  ante 
el  corazón  de  Aquel  que  llama  a  sí  a  todos  los  que  están  cansados  y 
agobiados,  y  los  invita  a  tomar  sobre  sí  su  yugo  para  hallar  paz  y  re- 
poso para  sus  almas,  porque  "su  yugo  es  suave  y  su  carga  ligera" 
(Mat.  XI,  28-30). 

Así  la  Iglesia,  para  tutelar  la  libertad  y  la  dignidad  humana,  y  no 
para  favorecer  los  intereses  particulares  de  un  grupo  determinado,  re- 
chaza todo  totalitarismo  de  Estado,  y  no  debilita  con  la  idea  del  más 
allá  la  defensa  justa  en  la  tierra  de  los  derechos  de  los  trabajadores. 
Lo  que  pasa  más  bien,  es  que  aquellos  renovadores  del  mundo  que  he- 
mos indicado,  mientras  hacen  relumbrar  ante  los  ojos  del  pueblo  con  la 
superstición  de  la  técnica  y  la  organización  el  espejismo  de  un  por- 
venir de  prosperidad  quimérica  y  de  una  riqueza  imposible,  sacrifican 
la  dignidad  de  la  persona  humana  y  de  la  felicidad  doméstica  a  los 
ídolos  de  un  progreso  terreno  mal  entendido. 

.  . .  Solamente  esta  idea  religiosa  del  hombre  puede  conducir  tam- 
bién a  una  concepción  única  de  sus  condiciones  de  vida.  Donde  Dios 
no  es  principio  y  fin,  donde  la  ordenación  de  su  creación  no  es  para  to- 
dos la  guía  y  la  medida  de  la  libertad  y  de  la  acción,  la  unidad  entre 


La  Iglesia  ante  la  Cuestión  Social 


19 


los  hombres  no  es  factible.  Las  condiciones  materiales  de  la  vida  y 
del  trabajo  tomadas  en  sí  mismas,  no  pueden  jamás  ser  el  fundamento 
de  la  unidad  de  la  clase  trabajadora,  sobre  la  base  de  una  pretendida 
uniformidad  de  intereses.  ¿Acaso  no  significaría  esto  hacer  violencia 
a  la  naturaleza,  y  originar  nuevas  opresiones  y  divisiones  de  la  familia 
humana  en  un  momento  en  que  todo  honesto  trabajador  aspira  a  un 
orden  justo  y  pacífico  en  la  economía  púbHca  y  privada  y  en  toda  la 
vida  social? 

DEL  RADIOMENSAJE  DE  24  DE  DICIEMBRE  DE  1940 
^  (fragmento) 

El  "Nuevo  Orden" 

Hoy  Nos  encontramos  ante  un  hecho  que  tiene  una  notable  impor- 
tancia sintomática.  De  las  varias  polémicas  apasionadas  de  las  partes 
beligerantes  sobre  los  fines  de  la  guerra  y  sobre  la  reglamentación  de 
la  paz,  surge  cada  vez  más  clara  una  especie  de  communis  opinio, 
que  afirma  que  tonto  la  Europa  anterior  a  la  guerra,  como  sus  públi- 
cas instituciones,  se  encuentran  en  un  proceso  de  evolución  tal  que  se- 
ñalan el  comienzo  de  una  nueva  época.  Europa  y  el  orden  de  los  Es- 
tados, se  afirma,  no  serán  lo  que  fueron  antes;  es  algo  nuevo,  mejor, 
más  desarrollado,  orgánicamente  más  sano,  libre  y  fuerte  lo  que  debe 
sustituir  a  lo  pasado,  para  evitar  así  sus  defectos,  su  debilidad,  sus  de- 
ficiencias, que  se  dice  haber  aparecido  manifiestamente  a  la  luz  de  los 
nuevos  acontecimientos. 

Es  verdad  que  las  diversas  partes  discrepan  en  las  ideas  y  en  los 
fines,  bien  que  concuerden  en  la  aspiración  de  un  nuevo  orden  y  en 
no  retener  como  posible  ni  deseable  una  pura  y  simple  vuelta  a  las 
condiciones  anteriores.  Ni  vale  para  explicar  suficientemente  seme- 
jantes corrientes  y  sentimientos  la  mera  "rerum  novarum  cupiditas"  — el 
simple  afán  de  novedades — .  A  la  luz  de  las  experiencias  de  esta  épo- 
ca de  agobio,  bajo  la  abrumadora  presión  de  los  sacrificios  que  re- 
quiere e  impone,  nuevas  ideas  y  nuevas  aspiraciones  nacientes  se  apo- 
deran de  las  mentes  y  de  las  almas.  Clara  confesión  de  la  imper- 
fección de  lo  presente.  Aspiración  resuelta  hacia  un  orden  que  pon- 
ga en  seguro  las  normas  jurídicas  de  la  vida  estatal  e  internacional. 
Y  nadie  podrá  maravillarse  de  que  ansia  tan  acuciante  se  haga  sen- 
tir con  mayor  agudeza  entre  los  dilatados  grupos  de  quienes  viven  con 
el  trabajo  de  sus  manos,  obligados  siempre,  tanto  en  paz  como  en  gue- 
rra, a  gustar  más  que  nadie  la  amargura  de  los  desacuerdos  económi- 
cos, estatales  o  internacionales;  menos  se  sorprende  aún  de  ello  la 
Iglesia,  que,  madre  común  de  todos,  siente  y  comprende  mejor  el  grito 
que  se  escapa  espontáneo  del  alma  atormentada  de  la  humanidad. 

Inútil  es  pretender  que  la  Iglesia  se  muestre  más  partidaria  de 
una  tendencia  que  de  otra,  entre  los  opuestos  sistemas  que  varían  con 
los  tiempos  y  dependen  de  ellos.  En  el  ámbito  del  valor  universal 


20 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


de  la  ley  divina,  cuya  autoridad  tiene  fuerza  no  sólo  para  los  indivi- 
duos, sino  también  para  los  pueblos,  hay  un  amplio  campo  y  una  li- 
bertad de  movimiento  para  las  formas  más  variadas  de  los  sistemas 
políticos;  mientras  la  práctica  afirmación  de  un  sistema  político  o  de 
otro  depende,  en  una  parte  muy  grande  y  a  veces  decisiva,  de  cir- 
cunstancias y  de  causas  que,  consideradas  en  sí  mismas,  son  extrañas 
al  fin  y  a  la  actividad  de  la  Iglesia.  Tutora  y  abanderada  de  los  prin- 
cipios de  la  fe  y  de  la  moral,  ella  tiene  el  único  interés  y  el  solo  deseo 
de  transmitir,  por  sus  medios  educativos  y  religiosos,  a  todos  los  pue- 
blos sin  excepción  alguna,  la  clara  fuente  del  patrimonio  y  de  los  va- 
lores de  vida  cristiana,  de  tal  suerte  que  cada  pueblo,  según  corres- 
ponde a  sus  varias  peculiaridades,  pueda  servirse  de  los  conocimien- 
tos y  de  los  impulsos  éticos,  religiosos  y  cristianos,  para  establecer  una 
sociedad  humanamente  digna,  espiritualmenle  elevada,  fuente  del  ver- 
dadero bienestar. 


4._FINALIDAD  DE  LA  DOCTRINA  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA 

ALOCUCION  A  LOS  PARROCOS  Y  CUARESMEROS  DE  ROMA 
(22  de  febrero  de  1944) 
(fragmento) 

La  doctrina  social  de  ¡a  Iglesia 

Queremos  también  manifestar  algo  respecto  a  algunas  nuevas  y 
peligrosas  doctrinas  y  tendencias  que  hallan  acogida  entre  no  pocos 
jóvenes  que  se  apellidan  católicos.  Abrigamos  la  esperanza  de  que 
aquellos  que  se  dejan  llevar  de  semejantes  ideas,  estén  movidos  por 
rectas  intenciones.  Nos  vemos,  sin  embargo,  en  la  necesidad  de  recor- 
darles la  grave  amonestación  de  Nuestro  inmortal  predecesor  Pío  XI  en 
su  Encíclica  Quadrogesimo  anno:  "Los  que  quieran  ser  apóstoles  entre 
los  socialistas,  deben  confesar  abierta  y  sinceramente  la  verdad  cris- 
tiana plena  e  íntegra,  sin  connivencias  de  ninguna  clase  con  el  error. 
Procuren  primeramente,  si  quieren  ser  verdaderos  heraldos  del  Evan- 
gelio demostrar  a  los  socialistas  que  sus  postulados,  en  lo  que  tienen 
de  justicia,  se  defienden  con  mucha  mayor  fuerza  desde  el  campo  de 
los  principios  de  la  fe  cristiana,  y  se  promueven  más  eficazmente  por  la 
fuerza  de  la  caridad  cristiana". 

La  Iglesia,  sociedad  universal  de  los  fieles  de  toda  lengua  y  po- 
blación, tiene  su  propia  doctrina  social,  por  Ella  elaborada  profunda- 
mente desde  los  primeros  siglos  hasta  hoy,  y  estudiada  por  todas  sus 
fases  y  bajo  todos  sus  aspectos  en  su  desarrollo  y  perfeccionamiento. 
El  valor  y  la  dignidad  de  la  naturaleza  humana,  redimida  y  elevada 


La  Iglesia  ante  la  Cuestión  Social 


21 


di  orden  superior  por  la  sangre  de  Cristo  y  por  la  gracia  divina  que  la 
destina  para  el  cielo,  están  permanentemente  ante  los  ojos  de  la  Iglesia 
y  de  los  católicos,  que  son  siempre  aliados  y  defensores  de  cuanto  pro- 
cede según  la  naturaleza;  y  por  eso  han  estimado  ahora,  como  un  he- 
cho que  va  contra  ella,  el  que  una  parte  del  pueblo  — llamada  con  du- 
ro nombre,  que  recuerda  las  antiguas  distinciones  romanas,  "proletaria- 
do"—  deba  permanecer  en  una  continua  y  hereditaria  pobreza  de  vi- 
da. Pueden  ellos  reivindicar  para  sí  el  honor  de  haber  combatido  en 
primera  fila  cada  vez  que  se  ha  tratado  de  mitigar  o  mejorar  aquel 
precario  estado  del  pueblo  por  medios  legislativos.  Pero  la  Iglesia, 
maestra  y  guardiana  como  es  de  todo  bienestar  familiar,  por  más  que 
alabe  y  acoja  aquellas  medidas  de  auxilio  y  alivio,  tiende,  avanzando 
aún  más,  a  alcanzar  un  orden  económico,  que,  por  su  misma  estructu- 
ra, cree  a  la  clase  trabajadora  una  condición  segura  y  estable;  todo  es- 
to según  las  máximas  de  la  justicia  social  dichas  y  comentadas  por 
Nuestro  predecesor:  "Dése,  pues,  a  cada  cual  la  parte  de  bienes  que 
le  corresponde;  y  hágase  que  la  distribución  de  los  bienes  creados  se 
verifique  y  conforme  con  las  normas  del  bien  común  o  de  la  justicia 
social;  ya  que  cualquier  persona  sensata  ve  cuán  grave  daño  trae 
consigo  la  actual  distribución  de  bienes  por  el  inmenso  contraste  en- 
tre unos  pocos  acaudalados  y  los  innumerables  pobres".  Los  Papas  en 
múltiples  ocasiones,  y  los  católicos  de  doctrina  y  acción  social  han  se- 
ñalado luminosamente  los  caminos  que  llevan  a  dicha  meta,  emplean- 
do no  menor  fuerza  de  convencimiento  que  madurez  de  reflexión  y  de 
juicio. 

Pero  lo  que  importa  es  que  la  colaboración  de  los  fieles  en  la  in- 
mensa labor  no  vacile  en  llevar  a  la  práctica,  resuelta  y  valerosamen- 
te, los  principios  de  la  doctrina  social  de  la  Iglesia,  y  sepa  defender- 
los y  propagarlos;  de  manera  que,  como  advertíamos  antes  sobre  la 
discrepancia  entre  el  conocimiento  religioso  y  la  conducta  religiosa, 
no  acontezca  también  aquí  que  los  conocimientos  sociales  de  los  cató- 
licos sean  vigorosos,  mientras  resulta  débil  la  acción  social.  A  ningún 
fiel  se  le  dé  motivo  u  ocasión  de  recurrir  a  otros  maestros  de  dudosa 
fe  y  falsa  ciencia,  ni  de  buscar  en  otra  parte  lo  que  la  Iglesia  le  brinda 
copiosamente:  el  campo,  el  plan,  el  orden,  el  ejemplo  de  actividad 
social  y  de  cristiana  caridad  para  salvar  al  género  humano  de  su  pro- 
funda miseria  y  para  renovarlo  en  el  espíritu  y  la  fuerza  de  Jesucristo. 


22 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


5.— PROBLEMAS  QUE  LA  IGLESIA  PRETENDE  RESOLVER 

RADIOMENSAJE  EN  EL  "DIA  DE  LOS  CATOLICOS  AUSTRIACOS" 
(14  de  septiembre  de  1952) 
(fragmento) 

No  podemos  dirigirnos  a  los  católicos  de  Viena  y  de  toda  Austria 
sin  tocar  la  cuestión  social.  Si  Viena,  precisamente,  fué  siempre  uno 
de  los  focos  del  movimiento  social  católico.  Por  eso  dedicamos  con  mu- 
cho gusto  en  estos  solemnes  momentos  unas  palabras  de  agradecido 
recuerdo  a  todos  aquellos  de  entre  vuestras  filas  que  contribuyeron  con 
su  estudio  y  acción,  desde  que  aquella  cuestión  se  hizo  apremiante,  a  la 
elaboración  de  la  doctrina  social  de  la  Iglesia. 

La  Iglesia  vuelve  hoy  su  vista  atrás  hacia  la  primera  época  de  las 
discusiones  sociales  modernas.  En  su  centro  estaba  lo  cuestión  obre- 
ra: la  miseria  del  proletariado,  y  la  misión  de  elevar  esta  clase  de 
hombres  expuestos  sin  defensa  a  las  alternativas  de  las  coyunturas  eco- 
nómicas, hasta  hacerla  una  clase  tan  respetada  como  las  demás,-  con  de- 
rechos claramente  definidos.  Este  problema  está  resuelto,  al  menos  en 
lo  esencial,  y  el  mundo  católico  ha  colaborado  honrada  y  eficientemen- 
te en  su  resolución.  Aun  cuando  en  ciertos  grupos  de  países  se  llegó 
tarde,  a  la  hora  undécima,  al  reconocimiento  y  ataque  del  problema, 
las  directrices  y  consignas  sociales  que  han  dado  los  Sucesores  de  San 
Pedro  desde  hace  más  de  sesenta  años,  se  han  convertido,  en  su  con- 
junto, en  bien  común  del  pensar  y  obrar  católicos. 

Si  los  signos  del  tiempo  no  engañan,  en  la  segunda  época  de  las 
controversias  sociales,  en  que  ya  hemos  entrado,  se  encuentran  en  lu- 
gar prominente  otras  cuestiones  y  problemas.  Dos  de  ellos  sean  cita- 
dos en  este  lugar: 

La  solución  de  la  lucha  de  clases  por  una  ordenación  recíproca 
orgánica  del  patrono  y  el  obrero,  pues  la  lucha  de  clases  no  podría 
nunca  ser  una  meta  de  la  ética  social  católica.  Lq  Iglesia  se  sabe  siem- 
pre responsable  de  todas  las  clases  y  capas  del  pueblo. 

Después,  la  protección  del  individuo  contra  la  corriente  que  ame- 
naza arrastrarlo  a  una  socialización  total,  en  cuyo  extremo  se  haría 
pavorosa  realidad  la  imagen  terrorífica  del  Leviatán.  La  Iglesia  lle- 
vará esta  lucha  hasta  el  extrerao,  pues  se  trata  aquí  de  valores  durade- 
ros: la  dignidad  del  hombre  y  la  salvación  del  alma. 

Por  eso  la  doctrina  social  católica  defiende,  entre  otros,  tan  cons- 
cientemente, el  derecho  de  la  propiedad  del  individuo.  Aquí  están  tam- 
bién los  motivos  más  hondos  de  por  qué  los  Papas  de  las  Encíclicas 
sociales,  y  Nos  mismo  se  han  negado  a  derivar  directa  o  indirectamen- 
te de  la  naturaleza  del  contrato  de  trabajo  el  derecho  de  co-propiedad 
del  obrero  en  el  capital  de  la  empresa,  y,  en  consecuencia,  su  dere- 


La  Iglesia  ante  la  Cuestión  Social 


23 


cho  de  participar  en  las  determinaciones.  Había  de  ser  denegado  por- 
que detrás  de  ello  aparece  el  otro  problema  mayor.  El  derecho  del  in- 
dividuo y  de  la  familia  a  la  propiedad  es  consecuencia  directa  de  la 
esencia  de  la  persona,  un  derecho  de  la  dignidad  humana,  desde  lue- 
go un  derecho  cargado  de  deberes  sociales.  Pero  no  es  una  función 
social  exclusivamente. 

Nos  apremia  advertiros  a  vosotros  y  a  todos  los  católicos  que  des- 
de los  principios  de  las  nuevas  controversias  se  atengan  a  la  línea  cla- 
ramente trazada  de  la  doctrina  social  católica  sin  desviarse  ni  cf  la  de- 
recha ni  a  la  izquierda.  Una  desviación  de  aquella  línea,  no  fuera  más 
que  de  pocos  grados,  quizá  al  principio  podría  parecer  sin  trascenden- 
cia. Pero  si  se  mide  a  distancia  podría  resultar  peligroso  desviarse  del 
camino  recto,  y  podría  traer  funestas  consecuencias.  Por  lo  tanto,  la 
consigna  del  momento  ha  de  ser:  pensar  reposado,  dominio  propio,  fir- 
meza ante  los  atractivos  de  los  extremos.  Esto  es  lo  que  deseábamos 
deciros  con  motivo  del  Día  de  los  Católicos  de  este  año. 


Capítulo  IT 


FUNDAMENTOS  DE  LA  SOCIOLOGIA  CATOLICA 


1.  — FUNDAMENTOS  MORALES 

4  tle  septiembre  de  1949:  Tres  fundamentos  morales:  la  verdad,  la 
justicia  y  la  caridad- 

2.  — LA  DIGNIDAD  DE  LA  PERSONA  HUMANA 

20  de  mayo  de  1948:  La  dignidad  de  la  persona  humana  es  raíz  del 
derecho  a  la  propiedad  privada. 

16  de  junio  de  1947:  Respeto  a  la  personalidad  humana,  solidaridad 
de  los  pueblos  y  primacía  del  bien  común  sobre  el  particular. 

4  de  marzo  de  1956:  La  verdadera  seguridad  humana  no  depende  del 
progreso  técnico,  ni  del  acrecentamiento  cuantitativo  de  los  bie- 
nes materiales.  La  Iglesia  subordina  el  progreso  material  a  la 
dignidad  espiritual  del  hombre.  Estos  pi'incipios  garantizan  la 
solidez  interna  de  los  Estados. 

3.  — LA  LEY  NATURAL 

10  de  octubre  de  1955:  Existencia  de  la  ley  natural  como  base  común 
de  todos  los  derechos  y  deberes. 

4.  —  NATURALEZA  DE  LA  VIDA  ECONOMICA 

9  de  septiembre  de  1956:  Difíciles  alternativas  que  acarrea  en  la  eco- 
nomía la  ley  del  progreso.  Ni  el  determinismo  de  los  fisiocráti- 
cos,  ni  el  socialismo  marxista  han  considerado  el  hecho  econó- 
mico en  toda  su  amplitud  material  y  humana,  individual  y  so- 
cial. Predominio  de  las  responsabilidades  personales  y  sociales 
en  los  problemas  económicos  sobre  el  interés  material. 

7  de  marzo  de  1948:  Tres  principios  sobre  la  vida  económica:  1^  quien 
dice  vida  económica,  dice  vida  social.  2^  la  vida  económica,  en 
cuanto  social  y  humana,  no  puede  concebirse  sin  libertad.  3^  la 
economía  nacional  es  una  unidad  que  pide  al  desarrollo  de  los 
medios  de  producción  del  territorio  habitado  por  un  pueblo. 

27  de  abril  de  1950:  Los  bienes  económicos  distribuidos  por  el  comer- 
cio están  ordenados  a  la  prosperidad  social  de  todos. 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


17  de  febrero  de  1956:  La  función  del  comerciante  consiste  en  ser  un 
animador  de  la  economía.  En  el  comerciante  no  debe  prevalecer 
la  preocupación  por  la  seguridad  social  sobre  la  responsabilidad 
individual.  Justo  equilibrio  entre  la  misión  organizadora  del  Es- 
tado y  la  fuerza  motora  de  la  empresa  privada  al  servicio  del 
bien  común.  Dignidad  moral  del  comerciante. 

10  de  junio  de  1955:  Las  riquezas  están  destinadas  a  la  prosperidad 
común  de  los  hombres  y  de  las  naciones. 

21  de  noviembre  de  1953:  La  economía  nacional,  como  unidad  natu- 
ral se  fundamenta  en  el  territorio  habitado  por  un  pueblo- 


1.— FUNDAMENTOS  MORALES 


RADIOMENSAJE  A  LOS  CATOLICOS  ALEMANES 
(4  de  septiembre  de  1949) 
(fragmento) 

Las  deliberaciones  concretas  de  vuestras  reuniones  de  trabajo  en 
estos  días  se  han  referido  al  reordenamiento  social.  Ahora  bien,  si  co- 
mo deseáis,  toca  a  Nos  indicar  por  vía  de,  conclusiones  algunas  normas 
de  orientación,  las  encerramos  en  los  puntos  siguientes: 

Primero.  En  el  país  del  Obispo  Guillermo  Emmanuel  von  Ketteler, 
ningún  hombre  honesto  osará  acusar  a  la  Iglesia  de  no  haber  tenido  en 
su  mente  y  en  su  corazón  el  problema,  de  los  trabajadores,  y  sobre  to- 
do, la  cuestión  social  en  general.  Desde  que  Nuestro  predecesor  León 
XIII,  hace  ya  sesenta  años,  publicó  la  Encíclica  fíerum  novarum,  po- 
cos fueron  los  problemas  que  han  reclamado  más  la  solicitud  de  los 
pastores  supremos  de  la  Iglesia  que  este  de  la  cuestión  social.  Todo 
cuanto  pudieron  hacer  para  colaborar  con  la  doctrina  y  con  los  precep- 
tos a  su  solución,  o  al  menos  a  la  disminución  de  las  desigualdades 
sociales,  lo  han  hecho.  Lo  que  importa  es  que  la  doctrina  social  de 
la  Iglesia  venga  a  hacerse  patrimonio  de  toda  conciencia  cristiana,  y 
que  esta  doctrina  se  traduzca  en  la  práctica.  Pero  la  actitud  social  exi- 
ge sacrificios  de  parte  de  todos  los  interesados.  Estos  sacrificios  deberán 
ser  cumplidos,  y  no  toleran  prórrogas,  hoy  menos  que  nunca. 

Segundo.-  El  problema  social  de  la  Iglesia  Católica  está  basado 
sobre  tres  poderosos  fundamentos:  la  verdad,  la  justicio  y  la  caridad 
cristiana.  Prescindir,  aunque  fuera  levemente,  de  las  exigencias  de  es- 
tos principios  sería  imposible  para  la  Iglesia,  aun  cuando  por  ello  de- 
biera renunciar  a  los  éxitos  momentáneos  propagandísticos  y  a  desilu- 
sionar el  fervor  de  la  íucha,  ya  de  una  parte,  ya  de  la  otra.  Lü  Igle- 
sia ha  estado  siempre  a  favor  de  aquellos  que  buscan  el  derecho  y 
que  tienen  necesidad  de  ayuda;  pero  por  principio  jamás  se  ha  situa- 
do contra  ningún  grupo  o  clase  social,  sino  que  mira  al  bien  común  de 
todos  los  miembros  del  pueblo  y  del  Estado. 

Tercero.  La  Iglesia,  además  no  desiste  de  actuar  eficazmente  a 
fin  de  que  la  aparente  contradicción  entre  el  capital  y  el  trabajo,  entre 
el  empresario  y  el  trabajador,  se  transforme  en  una  unidad  superior; 


28 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


es  decir,  en  aquella  cooperación  orgánica  de  las  dos  partes  que  la  mis- 
ma naturaleza  pretende,  y  que  consiste  en  la  colaboración  de  ambas 
partes  conforme  a  la  actividad  o  al  sector  económico  y  el  orden  de 
las  profesiones.  Quiera  Dios  que  no  se  halle  muy  lejos  el  día  en  el 
que  puedan  cesar  las  funciones  de  aquellas  organizaciones  de  auto- 
defensa que  los  defectos  de  los  sistemas  económicos  hasta  ahora  vi- 
gentes y,  sobre  todo,  la  falta  de  una  mentalidad  cristiana,  han  hecho 
necesarias. 

Os  loca  o  vosotros  preparar  el  advenimiento  de  este  día  en  vuestro 
país.  Las  circunstancias  no  son  favorables.  La  tremenda  catástrofe  que 
se  ha  abatido  sobre  vosotros  ha  producido,  sin  embargo,  el  beneficio 
de  que  grupos  ingentes  de  la  sociedad  se  han  liberado  de  los  prejui- 
cios y  del  egoísmo  de  clase,  y  los  contrastes  sociales  se  hayan  en  gran 
parte  disminuido,  y  los  hombres  se  hayan  acercado  más  los  unos  a 
los  otros.  La  miseria  común  fué  una  amarga,  pero  saludable,  maestra 
de  disciplina.  Ella  obliga  a  aprender  el  difícil  arte  de  tolerarse  mutua- 
mente, de  comprenderse  y  de  ayudarse  los  unos  a  los  otros,  y  de  re- 
sistir en  los  años  de  la  desgracia.  Cuanto  en  tales  años  ha  florecido 
preciosamente,  no  debe  ahora  perderse.  No  debe  suceder  de  nuevo 
que  el  contraste  entre  el  rico  y  el  pobre,  entre  el  que  posee  y  el  que 
vive  del  trabajo  de  las  propias  manos,  se  ahonde  y  profundice.  ¿Quié- 
nes, amados  hijos  e  hijas,  serán  llamados  más  que  vosotros  para  pre- 
parar el  camino  en  este  punto  decisivo  de  la  reorganización  social,  a  fin 
de  dar  eficacia  a  la  ley  y  al  espíritu  de  Cristo? 

Cuarto.  La  política  cultural  cristiana  y  la  social  no  pueden  estar 
separadas  entre  sí;  porque  el  mismo  nombre  de  cristiano  es  principio  y 
fin  de  la  una  y  de  la  otra.  La  política  cristiana  social  pertenece  a  la 
política  cristiana  cultural,  como  el  órgano  particular  pertenece  al  orga- 
nismo total.  Separado  de  éste,  aquél  perece.  Sí,  pues,  estáis  empeña- 
dos en  una  política  cristiana  cultural;  y  si,  para  citar  un  ejemplo,  de- 
fendéis la  escuela  católica  — atended  que  se  trata  de  un  bien  insus- 
tituible— ,  con  ello  consolidáis  las  bases  de  una  política  cristiana  ^social. 

Quinto.  No  debe  suceder  que  el  mundo  de  los  trabajadores  caiga 
en  el  materialismo  ateo.  Es  necesario  realizar  un  esfuerzo  supremo 
con  el  fin  de  salvarle  por  Dios  y  por  Cristo.  Cread  en  vuestro  campo 
un  domicilio  espiritual  para  la  juventud  obrera.  Los  intereses  particu- 
lares de  las  organizaciones  de  la  juventud  y  de  los  trabajadores,  que 
quizá  se  opondrían  o  apartarían  de  esta  meta,  han  de  ser  sacrificados 
generosamente  a  un  fin  tan  vital. 

Si  recientemente  se  ha  trazado  una  línea  de  separación,  obligato- 
ria para  todos  los  católicos,  entre  la  fe  cristiana  y  el  comunismo  ateo, 
esto  se  ha  hecho  por  el  mismo  motivo,  a  saber,  para  levantar  un  di- 
que con  el  fin  de  salvar  no  sólo  a  los  trabajadores,  sino  a  todos  sin 
excepción,  del  marxismo  que  niega  a  Dios  y  la  religión.  El  decreto  no 
tiene  nada  que  ver  con  el  contraste  entre  los  pobres  y  los  ricos,  entre 
los  capitalistas  y  los  proletarios,  entre  los  propietarios  y  los  que  nada 
poseen.  Solamente  concierne  a  la  conservación  y  a  la  pureza  de  la 
religión  y  de  la  fe  cristiana,  a  la  libertad  de  su  acción  y,  por  lo  mismo. 


Fundamentos  de  la  Sociología  Católica 


29 


a  la  felicidad,  a  la  dignidad,  los  derechos  y  la  libertad  del  trabajai- 
dor.  Ciego  sería  verdaderamente  el  que  habiendo  vivido  en  estos  úl- 
timos decenios  no  quisiese  comprenderlo. 

He  aquí  las  advertencias  particulares  que  Nos  hemos  creído  de- 
ber presentaros  en  esta  ocasión  solemne. 


2.—   LA  DIGNIDAD  DE  LA  PERSONA  HUMANA 


DISCURSO     AL     INSTITUTO     INTERNACIONAL  PARA 
LA    UNIFICACION    DEL    DERECHO  PRIVADO 

(20  de  mayo  de  1948) 

(fragmento) 


No  se  podría,  en  efecto,  pretender  unificar  el  derecho  privado  de 
los  pueblos  sin  estar  primero  convencido  de  la  existencia  ineluctable 
y  siempre  válida  de  este  derecho.  Por  otra  parte,  ¿cómo  se  podría  es- 
tar convencido  de  su  existencia  y  de  su  valor  universal  sin  estarlo  del 
destello  necesario  de  la  personalidad  humana  sobre  las  múltiples  re- 
laciones de  los  hombres  entre  sí,  incluso  y  sobre  todo  en  el  dominio  de 
los  bienes  y  de  los  servicios?  Sólo  aquellos  que  no  quieren  ver  en  el 
individuo  sino  una  simple  unidad  que  hace  número  con  otras  innume- 
rables o  igualmente  anónimas;  sino  un  simple  elemento  de  una  masa 
amorfo,  de  un  conglomerado  que  es  lo  diametrolmente  opuesto  de  una 
sociedad,  pueden  adormecerse  en  la  vana  ilusión  de  regular  todas  las 
relaciones  entre  los  hombres  únicamente  sobre  la  base  del  derecho  pú- 
blico. Sin  contar  con  que  el  derecho  público  se  desmorona  desde  el  mo- 
mento en  que  la  persona  cese  de  ser  considerada  con  todos  sus  atri- 
butos, como  el  origen  y  el  fin  de  toda  vida  social. 

Estos  consideraciones  valen  ante  todo  en  las  cuestiones  de  dere- 
cho privado  relativas  o  lo  propiedad.  Es  ahí  donde  está  el  punto  cen- 
tral, el  foco  en  torno  al  cual,  por  la  fuerzo  de  las  cosas,  gravitan  vues- 
tros trabajos.  El  reconocimiento  de  lo  dignidad  personal  del  hombre, 
con  el  reconocimiento  de  los  derechos  y  deberes  imprescriptibles  inse- 
parablemente inherentes  a  la  personalidad  libre  que  él  ha  recibido  de 
Dios.  Sólo  aquel  que  rehusa  al  hombre  esta  dignidad  de  persono  libre 
puede  odm.itir  la  posibilidad  de  sustituir  el  derecho  a  la  propiedad  pri- 
vada — y  por  consiguiente,  la  propiedad  privada  misma —  por  no  sé 
qué  sistema  de  seguros  o  garantías  legales  de  derecho  público. 


30 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


DISCURSO  A  LOS  FUNCIONARIOS  Y  TECNICOS  NORTEAMERICANOS 
PARTICIPANTES  EN  LA  CONFERENCIA  DE  LA  OFICINA 
INTERNACIONAL  DEL  TRABAJO 

(16  de  junio  de  1947) 

Venís,  ¡oh  señores!,  de  asistir  a  una  importante  reunión  de  aquella 
Organización  Internacional  que  se  propone  mejorar  las  condiciones  del 
trabajador.  Se  trata,  sin  duda  ninguna,  de  un  cometido  vasto,  hasta, 
al  parecer,  interminable,  pero  digno  de  interesar  a  todo  lo  que  hay  de 
más  noble  en  el  corazón  humano.  Por  eso  nunca  podremos  alabar  su- 
ficientemente vuestros  trabajos. 

La  historia  es  testigo  de  la  gran  solicitud  con  que  la  Iglesia  ha 
tratado  siempre  esta  cuestión,  no  porque  ella  tenga  el  encargo  de  re- 
gular directamente  la  vida  económica,  sino  porque  el  orden  económi- 
co-social no  puede  ser  desligado  de  lo  moral,  y  ofirmar  y  proclamar 
los  principios  imutables  de  la  moralidad,  es  precisamente  privilegio 
y  deber  de  la  Iglesia.  Estos  principios  se  alzan  sobre  el  mar  agitado  de 
las  controversias  sociales  como  faros  cuya  fúlgida  luz  ha  de  servir  de 
guía  a  todas  las  tentativas  que  pretendan  sanar  los  males  de  la  so- 
ciedad. 

El  trabajador  honesto  no  ha  de  buscar  la  mejora  de  su  situación 
pisoteando  la  libertad  de  los  demás,  que  para  él  ha  de  ser  tan  sagra- 
da como  la  propia.  Pero  en  su  corazón  está  profundamente  arraigado 
el  legítimo  deseo  de  una  posesión  segura  e  independiente  de  todo  lo 
que  es  necesario  para  alcanzar  un  nivel  de  vida  pora  sí  y  para  su  fa- 
milia, de  acuerdo  con  su  dignidad.  Por  eso  la  Iglesia  lo  defenderá 
siempre  contra  cualquier  doctrina  que  tratase  de  negarle  tales  inalie- 
nables derechos,  que  se  derivan  no  solamente  de  la  organización  so- 
cial, sea  la  que  sea,  sino  más  bien  de  su  misma  personalidad,  y  que 
pretendiese  sujetarlo  a  una  oligarquía  burocrática,  árbitro  del  poder 
civil. 

Estamos  seguros  de  que  vosotros,  ¡oh  señores!,  nos  concedéis  que 
cualquier  organización  en  favor  del  trabajador  será  un  organismo  sin 
alma,  y  por  consiguiente  sin  vida  y  sin  fecundidad,  si  su  constitución 
no  proclama  y  no  prescribe  eficazmente  antes  que  nada  el  respeto  a 
la  personalidad  humana  en  todos  los  hombres,  cualquiera  que  sea  su 
posición  social;  luego,  el  reconocimiento  de  la  solidaridad  de  todos  los 
pueblos  en  el  ámbito  de  la  familia  humana,  creada  por  la  paternal  om- 
nipotencia de  Dios;  y  finalmente,  la  exigencia  categórica  de  que  la  so- 
ciedad ponga  el  bien  común  por  encima  del  interés  personal,  y  que 
cada  uno  esté  para  el  servicio  de  todos.  El  día  en  que  los  sentimientos 
de  los  hombres  estén  enderezados  conforme  con  estas  verdades,  habrá 
mejorado  la  condición  del  trabajador. 

Ningún  poder  estatal  será,  capaz  de  reformar  el  espíritu  humano. 
Esta  reforma  es  función  sagrada  de  la  Religión.  Y  el  Estado  que  se  fun- 
de sobre  la  moral  y  la  religión  será  el  más  seguro  protector  y  defensor 
de  la  clase  trabajadora.  . 


Fundamentos  de  la  Sociología  Católica 


31 


Pedimos  al  Señor  que  bendiga  vuestros  diligentes  trabajos  en  este 
campo,  y  que  sus  mejores  gracias  desciendan  sobre  vosotros  y  sobre 
todos  aquellos  que  lleváis  en  el  corazón. 

DISCURSO  ANTE  EL  CUERPO  DIPLOMATICO 

(4  de  marzo  de  1956) 
(fragmento) 

...  Se  siente  a  menudo  caracterizar  a  la  época  presente,  y  no 
sin  una  nota  de  complacencia,  como  la  de  la  "segunda  revolución  téc- 
nica", y,  sin  embargo,  a  pesar  de  las  perspectivas  de  un  porvenir  me- 
jor que  esa  expresión  parece  llevar  consigo,  hoy  que  constatar  al  mis- 
mo tiempo  la  supervivencia  de  la  angustia,  de  la  inseguridad  política 
y  económica,  tanto  entre  los  pueblos  más  ricos  como  en  las  zonas  atra- 
sadas. Bastaría  para  explicarlo  la  amarga  experiencia  del  pasado  si- 
glo: las  promesas  de  un  mundo  económica  y  técnicamente  perfecto 
¿no  circularon  por  entonces  como  ahora?  ¿Y  no  han  provocado  desilu- 
siones crueles?  Los  trastornos  sociales  que  la  aplicación  de  las  ciencias 
con  espíritu  demasiado  a  menudo  materialista  ha  causado,  han  destruí- 
do  un  orden  existente,  sin  reemplazarlo  con  una  construcción  mejor  y 
más  sólida. 

La  Iglesia,  por  el  contrario,  no  ha  perdido  jamás  de  vista  las  verda- 
deras necesidades  del  ser  humano,  y  se  impone  la  misión  de  preser- 
var la  verdadera  estabilidad  de  su  existencia.  Sobe  que  el  destino  tem- 
poral del  hombre  no  encuentra  su  sanción  y  su  realización  más  que 
en  el  más  allá.  Sin  de  ningún  modo  renegar  de  las  conquistas  de  la 
ciencia  y  de  la  técnica,  las  mantiene  en  su  justo  medio,  y  les  confiere 
su  auténtico  sentido:  el  de  servir  al  hombre  sin  comprometer  el  equi- 
librio de  todas  las  relaciones  que  constituyen  la  trama  de  su  vida:  la 
familia,  la  propiedad,  la  profesión,  la  comunidad,  y  el  Estado. 

Basar  la  seguridad  y  estabilidad  de  la  vida  humana  en  el  acrecen- 
tamiento meramente  cuontitativo  de  los  bienes  materiales,  es  olvidar 
que  el  hombre  es  ante  todo  un  espíritu  creado  a  imagen  de  Dios,  respon- 
sable de  sus  actos  y  de  su  destino,  capaz  de  gobernarse  por  sí  mismo, 
y  que  en  ello  encuentra  su  más  elevada  dignidad.  Se  tiene  razón  de 
defender  esta  libertad  contra  las  presiones  externas,  contra  el  imperio 
de  sistemas  sociales  que  la  paralizan  y  la  hacen  ilusoria.  Pero  precisa- 
mente el  que  sostiene  esa  lucha  tiene  que  saber  que  la  economía  y  la 
técnica  son  fuerzas  útiles  e  incluso  necesarias,  mientras  permanecen  so- 
metidas a  la  obediencia  de  las  exigencias  espirituales  superiores;  y 
que  resultan  peligrosas  y  nocivas  cuando  se  les  consiente  un  indebido 
predominio,  y,  por  decirlo  así,  la  dignidad  de  fin  en  sí  mismo.  La  fun- 
ción de  la  Iglesia  consiste  en  hacer  respetar  el  orden  de  los  valores  y 
la  subordinación  de  los  factores  de  progreso  material  a  los  elementos 
propiamente  espirituales. 


32 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


Los  Estados  que  sigan  una  política  inspirada  en  estos  principios 
conservarán  una  solidez  interior  contra  la  que  se  quebrantará  el  ma- 
terialismo militante.  En  vano  éste  se  3síorzará  en  hacer  brillar  ante 
sus  ojos  los  atractivos  de  una  paz  engañosa  y  pretenderá  mostrar  su 
camino  en  el  establecimiento  de  relaciones  económicas  o  en  el  inter- 
cambio de  experiencias  técnicas.  Que  los  pueblos  que  avancen  por  ese 
camino  puedan  hacerlo  con  una  prudencia  y  una  reserva  inspiradas 
por  la  preocupación  aguda  de  un  orden  espiritual  a  salvaguardar.  Que 
recuerden  siempre  que  se  les  orienta  en  una  dirección  que  no  conduce 
ni  puede  conducir  por  sí  misma  a  una  verdadera  paz.  Fórmulas  como 
"unidad  nacional"  o  "progreso  social"  no  deben  inducir  a  engaño;  para 
el  materialismo  militante,  el  tiempo  de  "paz"  no  representa  sino  una  tre- 
güe, una  tregua  muy  precaria,  durante  la  cual  espera  el  derrumbamien- 
to social  y  económico  de  los  demás  pueblos. 


3.—   LA  LEY  NATURAL 

DISCURSO  AL  CENTRO  ITALIANO  PARA  LA  RECONCILIACION 

INTERNACIONAL 

(10  de  octubre  de  1955) 

(fragmentos) 

2. —  Principios  conciliadores  de  ¡a  Iglesia 

Repetidas  veces  hemos  hablado  de  estos  principios  en  preceden- 
tes discursos,  especialmente  en  la  tercera  parte  del  último  Mensaje 
de  Navidad.  Hoy,  pues,  nos  limitaremos  a  mencionar  sólo  dos:  la  ley 
natural  y  la  doctrina  de  Jesucristo. 

1°  El  primer  postulado  de  cualquier  acción  pacificadora  es  re- 
conocer la  existencia  de  una  ley  natural,  común  a  todos  los  hombres  y 
a  todos  los  pueblos,  de  la  cual  promanan  las  normas  del  ser,  del  obrar 
y  del  deber,  y  cuya  observancia  facilita  y  asegura  la  convivencia  pací- 
fica y  la  colaboración  mutua.  Para  los  que  rechazasen  esta  verdad,  las 
relaciones  entre  los  pueblos  serían  siempre  un  enigma,  tanto  teórico 
como  práctico;  y  si  el  rechazarlo  llegase  a  ser  doctrina  común,  el  mis- 
mo curso  de  la  historia  humana  sería  un  vagar  eterno  por  un  mar  pro- 
celoso y  sin  puertos.  Por  el  contrario,  a  la  luz  de  este  principio  pueden 
todos  fácilmente,  al  menos  en  cuanto  a  las  líneas  generales,  discernir 
lo  justo  de  lo  injusto,  y  el  derecho  del  agravio,  indicar  las  normas  con 
que  resolver  los  contrastes,  comprender  la  enseñanza  genuino  que  da 
la  historia  para  las  relaciones  entre  los  pueblos,  y  caer  en  la  cuenta 
de  la  formación  y  del  carácter  obligatorio  del  derecho  internacional. 
En  una  palabra,  la  ley  natural  es  la  sólida  base  común  de  todos  los 
derechos  y  deberes  y  el  lenguaje  universal  necesario  para  cualquier 


Fundamentos  de  la  Sociología  Católica 


33 


convenio;  es  aquel  tribunal  supremo  de  apelación,  que  la  humanidad 
ha  deseado  siempre,  pora  poner  fin  a  los  eventuales  conflictos. 

Pero,  ¿de  dónde  nacen  estos  conflictos,  y  por  qué?  ¿Cómo  es  po- 
sible que  tengan  lugar,  existiendo  una  ley  natural,  común  a  todos  y 
por  todos  fácilmente  reconocible?  Al  asomarse  a  la  existencia,  los 
hombres  reciben  de  la  naturaleza  una  grande  abundancia  de  cualida- 
des y  de  energías,  con  que  dar  forma  tanto  a  la  vida  individual  como 
a  la  social.  Tales  dones  e  impulsos  de  la  naturaleza  muestran  los  fi- 
nes, las  direcciones  y  los  caminos,  como  líneas  maestras  del  plan  de 
orden  establecido  por  el  Creador;  pero  el  cómo,  el  cuándo  y  el  dónde 
actuarlos,  el  fijar  un  fin  con  preferencia  a  otro,  el  usar  este  medio  más 
bién  que  aquel,  todo  esto  lo  deja  la  naturaleza  a  la  determinación  li- 
bre y  razonable  de  los  individuos  y  de  los  grupos.  La  convivencia, 
pues,  no  menos  que  la  conducta  privada  del  individuo,  no  se  constitu- 
ye automáticamente  por  sí  misma,  como  la  vida  asociada  de  las  abe- 
jas, determinada  por  la  fuerza  del  instinto;  sino  que,  en  último  término, 
se  establece  por  la  voluntad  consciente  de  los  mismos  pueblos,  o  me- 
jor, de  los  hombres  que  los  componen.  Ahora  bien,  esa  voluntad  pue- 
de sufrir  el  influjo  de  dos  fuerzas  diferentes  y  contrarias:  la  de  la  ra- 
zón y  juicio  sereno,  y  la  de  los  instintos  ciegos  y  pasiones  desenfrena- 
das. Inclinándose  a  la  fuerza  de  la  razón,  la  acción  de  los  pueblos  sa- 
brá sacar  de  la  ley  natural  los  medios  con  que  resolver  los  conflic- 
tos y  transformar  la  diversidad  de  las  disposiciones  naturales,  de  las 
condiciones  externas,  de  los  mismos  intereses  — que  de  suyo  no  son 
causa  inevitable  de  conflictos  violentos —  en  otras  tantas  fuentes  de  co- 
laboración y  de  armonía.  En  cambio,  si  las  pasiones  arrollan  a  la  vo- 
luntad, esas  mismas  diferencias  producirán  tensiones  intolerables,  cu- 
ya solución  se  confiará  a  la  preponderancia  de  las  armas. 

Pero  ¿cómo  podrán  los  pueblos  y  los  individuos  reconocer  con  cer- 
teza la  dirección  que  deben  dar  a  su  actividad:,  en  conformidad  con  el 
plan  establecido  por  la  naturaleza?  En  tal  oficio  es  necesario  evitar  las 
simples  suposiciones  y  conjeturas.  Las  líneas  directrices,  las  dan  el 
conocimiento  claro  y  la  consideración  de  la  naturaleza  del  hombre  y  de 
las  relaciones  y  exigencias  que  de  ello  se  derivan. 

A  este  fin  es  muy  útil  estudiar,  en  los  documentos  y  en  los  textos 
legislativos,  el  pensamiento  de  los  siglos,  deberíamos  más  bien  decir, 
de  los  milenios  pasados.  Ellos  muestran  cómo  las  exigencias  de  la  con- 
vivencia de  los  pueblos,  en  sus  líneas  fundamentales,  han  sido  siem- 
pre las  mismas,  porque  la  naturaleza  humana  permanece  substancial- 
mente  la  misma  siempre;  manifiestan,  además,  que  siempre  se  repiten 
los  mismos  actos  de  justicia  y  de  injusticia  en  la  vida  privada  y  en  la 
pública,  en  la  vida  interna  de  las  naciones  y  en  las  relaciones  entre  los 
Estados.  No  menos  instructivo  es  ver  cómo  se  ha  reconocido  siempre  la 
necesidad  de  establecer,  mediante  tratados  y  convenios  internaciona- 
les, lo  que  no  consta  con  certeza  según  los  principios  de  la  naturaleza, 
y  completar  aquello  en  torno  a  lo  cual  la  naturaleza  calla.  Más  aún. 
El  estudio  de  la  historia  y  de  la  evolución  del  derecho  enseña,  por  una 
parte,  que  una  transformación  de  las  condiciones  económicas  y  socia- 
les Cy  a  veces  aun  políticas)  exige  también  nuevas  formas  de  los  pos- 


34 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


tulados  del  derecho  natural,  que  los  sistemas  hasta  ahora  dominantes 
no  aceptan  ya  más;  por  otra,  que,  sin  embargo,  las  exigencias  funda- 
mentales de  la  naturaleza  vuelven  continuamente,  en  estos  cambios,  y 
se  transmiten,  con  mayor  o  menor  urgencia,  de  una  generación  a  otra. 
Aquí  encuentra  un  observador  el  reconocimiento  de  la  personalidad 
del  hombre,  con  sus  derechos  fundamentales  sobre  los  objetos  materia- 
les e  inmateriales,  reconocimiento  que  de  alguna  manera  siempre  vuel- 
ve a  aparecer,  y  como  consecuencia,  la  indestructible  repulsión  a  que 
la  persona  sea  absorbida  por  la  comunidad  y  la  actividad  personal  con- 
siguientemente extinguida.  Al  contrario,  sin  embargo,  se  encuentra  la 
repulsa  de  la  afirmación  excesiva  de  cada  individuo  particular  y  de 
cada  pueblo  particular,  que  no  sólo  no  deben  sustraerse  al  necesario 
servicio  de  la  comunidad,  sino  están  obligados  a  prestarlo.  Se  encuen- 
tra también  el  principio  básico  de  que  la  fuerza  y  el  éxito  afortimodo 
no  legitiman  los  abusos  ni  de  suyo  constituyen  el  derecho;  que  los  vio- 
ladores del  derecho  en  la  comunidad  de  los  pueblos  deben  ser  consi- 
derados como  criminales,  y  como  tales  deben  ser  llamados  a  dar  cuen- 
ta de  sus  acciones  (circunstancia  de  que  ya  hablamos  en  el  discurso 
al  Congreso  Internacional  de  Derecho  penal,  el  3  de  octubre  de  1953). 

De  algunas  de  las  exigencias  del  derecho  natural,  que  hoy  día 
prevalecen  en  las  relaciones  internacionales  de  los  pueblos,  tratamos 
en  la  alocución  al  V  Congreso  Nocional  de  Juristas  Católicos,  el  6  de 
diciembre  de  1953,  que  tenía  por  tema:  "Naciones  y  Comunidad  inter- 
nacional" .  .  .Más  aún,  indicamos  algimas  exigencias  en  particular:  el 
derecho  a  la  existencia,  el  derecho  al  uso  de  los  bienes  de  la  tierra  pa- 
ra la  conservación  de  la  vida,  el  derecho  al  respeto  y  al  buen  nombre 
del  pueblo  propio,  el  derecho  a  dar  una  impronta  propia  al  carácter 
del  pueblo,  el  derecho  a  su  desarrollo  y  a  su  expansión,  el  derecho  al 
cumplimiento  de  los  tratados  internacionales  y  de  otros  convenios  se- 
mejantes. Aun  cuando  el  contenido  de  estos  pactos  fuese  puramente 
de  derecho  positivo,  la  obligación  de  cumplirlos  (siempre  que  no  con- 
tengan nada  contrario  a  la  sana  moral)  es  una  emanación  de  la  na- 
turaleza y  del  derecho  natural.  De  esta  manera,  el  derecho  natural  pre- 
side y  corona  todas  las  normas  de  derecho  piiramente  positivo  vigen- 
tes entre  los  hombres  y  los  pueblos. 

Si,  pues,  las  normas  del  derecho  natural  arriba  indicadas  regulan 
las  relaciones  entre  los  pueblos,  ¿no  quedarán  acaso  notablemente 
reducidas  las  materias  de  conflicto?  Y  cuando  los  contrastes  y  las  ten- 
siones sean  así  mitigadas,  ¿no  se  facilitará  acaso  el  mutuo  acuerdo,  si 
se  pregunta  sinceramente  a  la  naturaleza  sobre  sus  reales  exigencias? 
La  experiencia  demuestra  que  no  se  necesita  una  larga  enseñanza  pa- 
ra convencer  a  los  hombres  y  a  los  pueblos  de  la  racionabilidad  de 
esas  exigencias.  El  que  lo  enseña,  tiene,  por  así  decir,  el  más  pode- 
roso auxiliar  en  la  misma  naturaleza  humana  y  en  la  sana  intuición 
del  oyente.  En  confirmación  de  lo  cual  está  también  el  hecho  de  que, 
cuando  los  hombres  y  los  pueblos  prescinden,  en  vida,  de  esas  exi- 
gencias, y  sustituyen  su  contenido  con  otro  diametralmente  opuesto,  en 
la  práctica,  sin  embargo,  no  renuncian  a  conservar  la  letra  de  las  mis- 
mas, llamando  libertad  a  la  esclavitud,  derecho  a  lo  arbitrario,  dispo- 


Fundamentos  de  la  Sociología  Católica 


35 


sición  de  sí  mismo  a  la  ©jecución  impuesta.  Esto  demuestra  que  es  muy 
difícil  poder  sofocar  del  todo  la  voz  profunda  de  la  naturaleza.  Obtener 
que  esa  voz  sea  oída,  comprendida  y  obedecida,  es  un  paso  de  gran 
valor  hacia  la  pacificación. 

Por  ello  ha  sido  siempre  una  solicitud  constante  de  la  Iglesia,  el 
suscitar,  mantener  despierto  y  hacer  eficaz  el  conocimiento  y  la  con- 
ciencia del  derecho  natural;  no  de  un  derecho  natural  falso  y  vago,  si- 
no de  uno  claro  y  bien  determinado,  como  aquí  hemos  procurado  des- 
cribirlo. Y  mediante  la  clara  y  segura  afirmación  de  esta  máxima  la 
Iglesia  se  ha  esforzado  por  abrir  a  los  pueblos  un  camino  hacia  el  mu- 
tuo acuerdo  y  la  pacificación,  no  obstante  los  conflictos  de  intereses, 
que,  por  desgracia,  es  muy  difícil  desterrar  del  mundo. 

29    El  segundo  principio  es  el  mensaje  de  Cristo. 

.  .  .  Existe  un  doble  Mensaje  de  Cristo:  el  de  la  palabra  y  de  la 
doctrina,  y  el  Mensaje  de  la  acción  y  de  la  vida. 

. . .  Como  bien  es  sabido,  existe  una  doctrina  social  cristiana,  cu- 
yos principios  fundamentales  han  sido  fijados  por  los  mismos  Sumos 
Pontífices  en  documentos  oficiales.  Es  por  demás  conocido  cuón  pro- 
fundamente influyen  y  han  influido  las  condiciones  sociales  en  la  for- 
mación de  la  vida  de  los  pueblos  y  de  sus  vicisitudes;  y  así  mismo, 
cuántas  discordias  han  tenido  su  origen  en  dichas  condiciones  y  có- 
mo de  continuo  se  manifiestan  y  actúan  extendiéndose  también  en  el 
campo  internacional.  Así,  pues,  el  colaborar  a  la  solución  y  alivio  de 
las  miserias  y  de  las  luchas  sociales  es  una  acción  importantísima  pa- 
ra la  reconciliación  y  la  paz  entre  los  pueblos. 


4.—   NATURALEZA  DE  LA  VIDA  ECONOMICA 


DISCURSO  AL  PRIMER  CONGRESO  DE  LA  ASOCIACION 
INTERNACIONAL  DE  ECONOMISTAS 

(9  de  septiembre  de  1956) 


(Preceden  unas  palabras  de  saludo)  Estabilidad  y  progreso  en 
la  economía  mundial,  es  el  tema  que  habéis  elegido,  y  ese  simple  tí- 
tulo es  ya  de  por  sí  suficiente  pora  evocar  las  difíciles  alternativos,  a 
veces  terribles,  con  que  a  menudo  tiene  que  enfrentarse  el  economista. 
En  el  vasto  organismo  social,  cuyas  diferentes  funciones  se  influencian 
y  se  condicionan  recíprocamente,  es  imposible  tocar  una  sin  mover  to- 
das las  demás,  obligándose  a  prever  las  medidas  compensadoras.  Así, 
por  ejemplo,  es  peligroso  acrecentar  la  producción  industrial  sin  asegu- 
rar la  salida  de  los  bienes  producidos,  modificar  el  volumen  de  la  cir- 
culación monetaria  sin  tener  en  cuenta  el  volumen  correspondiente  de 
transacciones  comerciales,  buscar  la  plena  ocupación  descuidando  el 


36 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


prevenir  los  riesgos  de  la  inflación.  Por  lo  tanto,  la  ley  de  toda  activi- 
dad humana,  la  del  progreso,  impone  cambios  y  mejoras  que  no  se  rea- 
lizan sin  desequilibrios  transitorios.  La  gran  solicitud  de  los  especialis- 
tas consistirá,  por  lo  tanto,  en  atenuar  en  máximo  grado  las  consecuen- 
cias nocivas  de  medidas  preconizadas,  en  aprovechar  coyunturas  fa- 
vorables, evitando  toda  dura  penalidad  de  los  períodos  de  crisis.  En  el 
orden  internacional,  graves  discordancias  se  revelan  actualmente  en- 
tre los  países  pobres  que  tienen  cada  vez  más  conciencia  de  sus  inmen- 
sas necesidades,  y  las  naciones  abundantemente  provistas  de  lo  nece- 
sario y  de  lo  superfino.  En  esas  regiones  económicamente  atrasadas, 
el  progreso  es  deseado,  buscado,  a  veces  con  violencia  y  no  sin  amena- 
zas para  la  paz  internacional.  Y,  por  lo  tanto,  la  misión  del  economis- 
ta resulta  cada  vez  más  vasta,  más  ardua  que  nunca  y  más  llena  de 
responsabilidades. 

En  un  planeta  en  que  las  distancias  cuentan  coda  vez  menos,  don- 
de las  ideas  se  difunden  con  asombrosa  rapidez,  el  destino  de  la  hu- 
manidad se  desliza  cada  vez  más  unánime,  las  decisiones  de  todo  hom- 
bre de  Estado  y  las  de  los  técnicos  que  lo  secundan,  se  repercuten  en 
la  vida  de  miles  y  de  millones  de  hombres,  y  determinan  en  ellos  a  ve- 
ves  felices  mejoras,  y  otras  veces  dramáticas  perturbaciones.  Verdade- 
ramente, ya  no  es  la  hora  de  las  teorías  alocados,  de  las  construccio- 
nes artificiales  que  tal  vez  satisfacen  al  espíritu  que  razona  en  abstrac- 
to, pero  que  se  hallan  en  profundo  desacuerdo  con  la  realidad,  ya  que 
un  error  ha  viciado  su  principio-base.  Por  ello  vosotros  no  pesaréis  ja- 
más lo  suficiente  las  conclusiones  y  juicios  que  formuléis  al  controlar 
adecuadamente  el  carácter  científico,  es  decir,  plenamente  conforme 
con  las  leyes  del  pensamiento  y  del  ser  humano  y  con  las  condiciones 
objetivas  de  la  realidad  económica.  Sin  entrar  en  la  discusión  de  pun- 
tos técnicos.  Nos  quisiéramos,  señores,  haceros  partícipes  de  algunas 
breves  reflexiones  que  la  presente  ocasión  Nos  sugiere. 

La  ciencia  de  la  economía  empezó  a  surgir,  como  las  demás  cien- 
cias de  la  época  moderna,  partiendo  de  la  observación  de  los  hechos; 
pero  si  los  fisiocráticos  y  los  representantes  de  la  economía  clásica  cre- 
yeron hacer  obra  sólida  tratando  de  hechos  económicos  como  si  hu- 
bieran sido  fenómenos  físicos  y  químicos,  sometidos  al  determinismo 
de  las  leyes  de  la  naturaleza,  la  falsedad  de  esa  concepción  se  mani- 
festó en  la  contradicción  clamorosa  entre  la  armonía  teórica  de  sus 
conclusiones  y  las  terribles  miserias  sociales  que  dejaban  subsistir  en 
la  realidad.  El  rigor  de  sus  deducciones  no  podía  poner  remedio  a  las 
debilidades  del  punto  de  partida:  en  el  hecho  económico  no  habían 
considerado  más  que  el  elemento  material,  cuantitativo,  despreciando 
el  esencial:  el  elemento  humano,  las  relaciones  que  unen  al  individuo 
con  la  sociedad,  y  que  le  impone  normas  que  no  son  en  absoluto  ma- 
teriaJes,  sino  normales  en  cuando  al  modo  de  usar  de  los  bienes  mate- 
riales. Separados  de  su  fin  comunitario,  éstos  se  convertían  en  medios 
de  explotación  del  más  débil  por  parte  del  más  fuerte,  bajo  la  ley  úni- 
camente de  la  despiadada  competencia. 

Para  remediar  esos  defectos,  el  marxismo  se  esfuerza  en  volorizar 
de  nuevo  el  aspecto  social  de  la  economía  y  en  evitar  que  elementos 


Fundamentos  de  la  Sociología  Católica 


37 


individuales  acaparen,  para  su  exclusivo  provecho,  los  medios  de  pro- 
ducción. Pero,  por  un  error  no  menos  íunesto,  pretende  ver  en  el  hom- 
bre solamente  un  agente  económico  y  hacer  depender  todas  los  estruc- 
turas de  la  sociedad  humana  de  las  relaciones  de  producción.  Si  ya  no 
se  encuentra  a  mercad  del  juego  arbitrario  de  las  potencias  del  dine- 
ro, el  hombre  se  halla,  sin  embargo,  encerrado  y  anulado  en  el  cua- 
dro social  de  una  sociedad  endurecida  por  la  eliminación  de  los  valo- 
res espirituales  y  ton  despiadada  en  sus  reacciones  y  exigencias  co- 
mo el  capricho  de  las  voluntades  particulares.  Por  una  parte  se  ha  ol- 
vidado considerar  el  hecho  económico  en  toda  su  amplitud:  a  la  vez 
material  y  humana,  cuantitativa  y  moral,  individual  y  social;  más  allá 
de  las  necesidades  físicas  del  hombre  y  de  los  intereses  que  reclaman, 
más  allá  de  su  inserción  en  las  relaciones  sociales  de  producción,  ha- 
bía que  considerca-  la  actividad  verdaderamente  libre,  personal,  y  co- 
munitaria del  sujeto  de  la  economía.  Este,  cuando  produce,  compra, 
vende,  consume  bienes,  se  siente  movido  siempre  por  una  intención  de- 
terminada, que  puede  ser  la  simple  satisfacción  de  un  apetito  natural, 
pero  también  la  expresión  de  una  actitud  totalmente  subjetiva,  movida 
por  el  sentimiento  y  por  la  pasión.  Y  de  ahí  motivos  de  amor  propio,  de 
prestigio,  de  venganza  pueden  cambiar  completamente  la  dirección  de 
una  decisión  económica.  Sin  embargo,  estos  factores  introducen,  sobre 
todo  en  la  economía,  perturbaciones  y  desórdenes,  y  escapan  al  obje- 
tivo de  una  verdadera  ciencia;  por  consiguiente,  hay  que  remontarse 
aún  más  alto,  y  apreciar  la  importancia  de  la  decisión  verdaderamente 
personal  y  libre,  o  sea,  plenamente  racional  y  motivada,  susceptible, 
por  lo  tanto,  de  entrar  en  la  construcción  de  una  ciencia  económica  co- 
mo elemento  positivo.  Eminentes  representantes  de  vuestra  especiali- 
dad han  subrayado  fuertemente  el  significado  verdadero  de  la  misión 
del  patrono,  su  acción  constructiva  y  determinante  en  el  progreso  eco- 
nómico. Por  encima  de  los  agentes  subalternos  que  ejecutan  simple- 
mente el  trabajo  prescrito,  se  encuentran  los  jefes,  los  hombres  de  ini- 
ciativa, que  imprimen  a  los  acontecimientos  el  sello  de  su  individuali- 
dad, descubren  nuevas  vías,  transmiten  un  impulso  decisivo,  transfor- 
man métodos  y  multiplican  en  proporciones  asombrosas  el  rendimien- 
to de  los  hombres  y  de  las  máquinas.  Y  sería  un  error  creer  que  esa  ac- 
tividad coincide  siempre  con  su  propio  interés,  y  que  no  responde  más 
que  a  fines  egoístas.  Debe  comparcrrsela  más  bien  con  la  invención 
científica,  con  la  obra  artística  surgida  de  una  inspiración  desinteresa- 
da, y  que  se  orienta  más  bien  hacia  el  conjunto  de  la  comunidad  hu- 
mana que  se  enriquece  con  un  nuevo  sabor  y  con  nuevos  medios  de 
acción  más  potentes.  Y  así,  para  apreciar  con  exactitud  los  hechos  eco- 
nómicos, la  teoría  debe  descubrir  a  la  vez  el  aspecto  material  y  huma- 
no, personal  y  social,  libre  pero  al  mismo  tiempo  plenamente  lógico  y 
constructivo,  inspirarse  en  el  verdadero  sentido  de  la  existencia  hu- 
mana. 

No  cabe  duda  de  que  muchos  hombres  obedecen  más  a  menudo 
en  su  conducta  cotidiana  a  las  tendencias  naturales  e  instintivas  de  su 
ser;  pero  queremos  creer  que  pocos  son  verdaderamente  incapaces, 
por  lo  menos  en  los  momentos  críticos,  de  hacer  predominar  los  sentimien- 


38 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


tos  altruistas  y  desinteresados  sobre  las  preocupaciones  de  interés  ma- 
terial; hechos  recientes  han  demostrado  una  vez  más  hasta  qué  punto, 
incluso  entre  los  más  humildes  e  indefensos,  la  solidaridad  y  la  abne- 
gación se  han  traducido  en  gestos  de  generosidad  conmovedora  y  he- 
roica. Es  igualmente  uno  de  los  aspectos  felices  de  la  época  presente 
que  ésta  acentúe  el  sentimiento  de  interdependencia  entre  los  miembros 
del  cuerpo  social,  y  los  lleve  a  reconocer  cada  vez  más  que  la  perso- 
nalidad humana  no  alcanza  sus  verdaderas  dimensiones  más  que  a 
condición  de  reconocer  sus  propias  responsabilidades  personales  y  so- 
ciales, y  que  muchos  problemas  humanos  o  simplemente  económicos 
no  encontrarán  solución  más  que  mediante  un  esfuerzo  de  comprensión 
y  de  mutuo  amor  sincero. 

Séanos  permitido  prolongar  aún  más  esta  perspectiva  refiriéndo- 
nos a  la  palabra  del  Evangelio,  que  traduce  la  visión  cristiano  del  pro- 
blema de  la  producción  y  de  la  utilización  de  los  bienes  materiales: 
"Buscad  ante  todo  el  Reino  de  Dios  y  su  justicia,  y  todo  lo  demás  os 
será  dado  como  añadidura"  (Maíeo,  VI,  33).  Incluso  como  sujeto  de 
la  economía,  el  hombre  no  puede  disponer  jamás  una  separación  com- 
pleta entre  los  fines  temporales  que  persigue  y  el  fin  último  de  su  exis- 
tencia. La  palabra  de  Cristo  ha  desencadenado  un  cambio  verdadera- 
mente radical  de  los  modos  comunes  de  concebir  las  relaciones  del  ser 
humano  con  el  mundo  material;  ¿no  sugiere,  en  efecto,  un  apartamien- 
to en  todo  lo  posible  total  de  las  sugestiones  económicas  pora  poner 
todo  su  pensamiento,  todas  sus  propias  fuerzas,  al  servicio  del  orden 
divino?  Enseña  a  dominar  el  instinto  que  impulsa  a  gozar  sin  freno 
de  la  riqueza;  invita  a  preferir  la  pobreza  como  medio  de  liberación 
personal  y  de  servicio  social.  Ni  siquiera  en  la  época  moderna,  ávida 
de  comodidades  y  de  placeres,  faltan  almas  muy  nobles  que  eligen 
el  camino  del  apartamiento  y  prefieren  los  valores  espirituales  a  to- 
do lo  que  con  el  tiempo  pasa. 

Si  los  trabajos  de  los  técnicos  de  la  economía  no  afrontan  directa- 
mente este  plano  de  realidades,  pueden,  sin  embargo,  encontrar  su 
orientación  en  una  concepción  de  conjunto  de  su  ciencia  que  deje  lu- 
gar para  ese  comportamiento  y  para  los  principios  que  presuponen; 
encontrarán  en  ello,  estamos  seguros,  inspiraciones  muy  felices.  (Ter- 
mina con  la  Bendición  Apostólica). 


DISCURSO  A  LOS  MIEMBROS  DEL  CONGRESO  DE  POLITICA  DE 
INTERCAMBIOS  COMERCIALES  INTERNACIONALES 

~~  (7  de  marzo  de  1948) 

Nos  ha  sido  sumamente  grato,  ilustres  miembros  del  Congreso  de 
Política  de  Intercambios  Internacionales,  el  deseo  por  vosotros  expre- 
sado de  ser  recibidos  por  Nos  y  de  escuchar  una  palabra  Nuestra,  por- 
que nos  da  un  claro  testimonio  de  la  alta  idea  que  tenéis  del  objeto 
asignado  a  vuestros  trabajos  y  a  vuestras  deliberaciones.  Lo  que  de 


Fundamentos  de  la  Sociología  Católica 


39 


Nos  esperáis  no  será  ciertamente  un  consejo  de  orden  puramente  téc- 
nico, que  sería  superfluo  por  vuestra  competencia,  sino  más  bien  al- 
gunas consideraciones  sobre  el  aspecto  moral  de  los  problemas  que 
ocupan  vuestro  estudio. 

Nadie  mejor  que  vosotros  está  en  condiciones  de  conocer  y  valo- 
rar el  contraste  entre  el  desorden  que  desde  hace  tiempo,  y  en  muchos 
países,  reina  en  el  campo  de  los  intercambios  económicos  y  la  ley  de 
orden  y  de  armonía  impresa  por  Dios  en  toda  la  creación.  Los  bienes, 
cuyo  intercambio  debería  servir  para  establecer  y  mantener  el  equili- 
brio económico  entre  las  naciones,  se  han  convertido  en  objeto  de  es- 
peculación política.  Y  no  sólo  los  bienes  materiales,  sino  por  desgra- 
cia, hasta  el  mismo  hombre,  humillado  en  muchos  casos  al  grado  de 
un  artículo  que  se  explota.  Y  así  asistimos,  por  desgracia,  al  juego  de 
una  política  que  no  es  más  que  una  carrera  cuya  meta  es  el  poder  y 
la  hegemonía. 

Las  relaciones  económicas  que,  además  de  esto,  existen  entre  los 
pueblos,  muchas  veces,  si  quisiéramos  hablar  con  propiedad,  se  redu- 
cen no  a  un  intercambio,  cuyo  flujo  y  reflujo  debería  llevar  a  todas 
partes  el  bienestar,  sino  más  bien  a  una  simple  corriente  de  bienes  que, 
puesta  en  movimiento  por  la  caridad  cristiana  o  por  una  benevolencia 
más  o  menos  desinteresada,  se  dirige  unilateralmente  hacia  los  pue- 
blos necesitados.  A  pesar  de  estos  nobles  esfuerzos,  estamos  todavía 
bien  lejos  de  un  estado  normal  de  cosas,  en  donde  el  intercambio  in- 
ternacional es  al  mismo  tiempo,  complemento  necesario  para  cada  una 
de  las  economías  nacionales,  y  señal  visible  de  su  florecimiento.  En 
este  campo,  Italia  no  se  encuentra,  por  desgracia,  en  mejores  condicio- 
nes que  otras  naciones,  aunque  se  deba  reconocer  con  gusto  que  en 
breve  tiempo  se  ha  hecho  mucho  en  el  campo  de  la  industria,  de  la 
agricultura,  del  comercio  y  de  los  servicios  ferroviarios,  para  sanar 
un  estado  de  cosas  que,  al  principio  era  desastroso. 

Por  eso  tenemos  grande  interés  en  demostraros  las  dificultades  y 
la  importancia  de  vuestra  labor.  E^tas  dificultades  no  serían  tan  graves, 
y  su  solución  no  sería  tan  ardua  si  no  se  añadiera  la  incertidumbre  y 
la  constante  discordancia  de  las  ideas  directrices.  Los  unos  proponen 
la  vuelta  a  la  economía  mundial  tal  como  existía  en  el  siglo  pasado; 
los  otros  sostienen  la  unidad  regional,  o  sea  interestatal  de  cada  una 
de  las  economías;  unos  esperan  la  prosperidad  para  todos  los  pueblos 
del  restablecimiento  del  mecanismo  del  mercado  libre  en  todo  el  mun- 
do; otros,  en  cambio,  ya  no  esperan  nada  de  semejante  automatismo, 
y  piden  una  dirección,  un  impulso  central  de  toda  la  vida  económica, 
incluso  de  las  fuerzas  humanas  del  trabajo. 

No  es  Nuestra  intención  penetrar  en  el  examen  de  la  parte  prác- 
tica de  estos  problemas  y  de  sus  soluciones.  Querríamos  solamente  lla- 
mar vuestra  atención  sobre  el  hecho  de  que  esta  diametral  discordan- 
cia que  hemos  indicado  entre  las  opiniones,  tiene  raíces  y  causas  más 
profundas  que  la  simple  consideración  de  la  realidad  presente  de  la 
economía.  Y  esas  causas  son,  por  una  parte,  una  deplorable  falta  de 
reflexión  que  lleva  a  contentarse  con  un  fácil  y  superficial  empirismo; 
por  otra,  una  verdadera  e  intrínseca  discrepancia  de  ideas  cuando  se 


40 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


trata  de  saber  lo  que  es  o  debe  ser  la  economía  social,  y  cómo  el  hom- 
bre debe  considerarla  y  tratarla.  Aquí  es,  precisamente,  donde  los  prin- 
cipios sociales  cristianos  han  de  decir  una  palabra,  y  palabra  defini- 
tiva, si  es  que  los  hombres  quieren  ser  verdaderamente  cristianos  y 
mostrarse  tales  en  todo  su  modo  de  obrar.  Por  eso  Nos  vamos  a  poner 
de  relieve  algunos  conceptos  fundamentales. 

Primero.  Quien  dice  vida  económica  dice  vida  social.  La  finalidad 
a  la  cual  tiende  por  su  misma  naturaleza,  y  a  la  que  los  individuos  es- 
tán obligados  a  servir  en  las  diversas  formas  de  su  actividad,  no  es 
otra  que  poner  al  alcance  de  todos  los  miembros  de  la  sociedad,  de 
una  manera  estable,  aquellas  condiciones  materiales  de  vida  que  son 
necesarias  para  el  incremento  de  su  vida  cultural  y  espiritual.  Así, 
pues,  no  se  puede  conseguir  ningún  resultado  sin  un  orden  exterior,  sin 
normas  sociales  que  tiendan  a  la  consecución  duradera  de  este  fin.  Y 
el  recurrir  a  un  automatismo  mágico  es  una  quimera  no  menos  vana 
en  la  vida  económica  que  en  los  demás  campos  de  la  vida  en  general. 

Segundo.  La  vida  económica,  vida  social,  es  vida  humana,  y  por 
consiguiente,  no  se  puede  concebir  sin  libertad.  Pero  esta  libertad  no 
puede  ser  ni  la  fascinadora  y  engañosa  fórmula  de  hace  cien  años,  es 
decir,  de  una  libertad  puramente  negativa  de  la  voluntad  reguladora 
del  Estado;  y  ni  siquiera  la  pseudo-libertad  de  nuestros  días  de  so- 
meterse a  las  órdenes  de  organizaciones  gigantescas.  La  genuino  y 
sana  libertad  no  puede  ser  más  que  libertad  de  hombres  que,  sintién- 
dose sólidamente  ligados  a  la  finalidad  objetiva  de  la  economía  so- 
cial, están  en  el  derecho  de  exigir  que  la  ordenación  social  de  la  eco- 
nomía, lejos  de  traer  consigo  el  mismo  atentado  contra  su  libertad  pa- 
ra elegir  aquellos  medios  mejores  que  les  han  de  llevar  a  este  fin, 
les  garantice  y  les  proteja.  Y  esto  mismo  vale,  por  la  misma  razón,  ya 
se  trote  del  trabajo  independiente  o  del  trabajo  dependiente,  porque  por  lo 
que  toca  al  fin  de  la  economía  social,  todo  miembro  productor  es  sujeto 
y  no  objeto  de  la  vida  económica. 

Tercero.  La  economía  nacional,  en  cuanto  que  es  economía  de  un 
pueblo  incorporado  en  la  unidad  del  Estado,  es  en  sí  misma  una  uni- 
dad natural  que  pide  el  desarrollo  más  armónico  posible  de  todos  sus 
medios  de  producción  en  todo  el  territorio  habitado  por  el  pueblo  mis- 
mo. Por  consiguiente,  las  relaciones  económicas  internacionales  tienen 
una  función  ciertamente  positiva  y  necesaria,  pero  solamente  subsi- 
•  diaria.  La  alteración  de  estas  relaciones  ha  sido  uno  de  los  grandes 
errores  del  pasado,  cuya  vuelta  podría  favorecer  fácilmente  la  situa- 
ción que  a  la  fuerza  padece  hoy  un  buen  número  de  pueblos.  En  tales 
coyunturas,  acaso  fuese  conveniente  examinar  si  una  unión  regional 
de  diversas  economías  nacionales  no  haría  posible  un  desarrollo  más 
eficaz  que  el  anterior  de  las  fuerzas  privadas  de  la  producción. 

Cuarto.  Pero  sobre  todo,  es  menester  que  la  victoria  sobre  el  fu- 
nesto principio  de  la  utilidad  como  base  y  regla  del  derecho,  la  victo- 
ria sobre  estos  gérmenes  de  conflicto  que  consisten  en  las  discrepan- 
cias demasiado  estridentes  y,  o  veces,  determinadas  por  coacción  en 
'el  campo  económico  mundial,  y  la  victoria  sobre  el  espíritu  del  egoís- 
mo frío  traigan  aquella  sincera  solidaridad  jurídica  y  económica  que 


Fundamentos  de  la  Sociología  Católica 


41 


es  la  colaboración  fraternal  entre  los  pueblos,  de  acuerdo  con  la  Ley- 
divina,  garantizando  su  autonomía  y  su  independencia.  Solamente  la 
fe  en  Cristo  y  la  observancia  de  sus  Mandamientos  podrán  conducir 
a  tan  benéfica  y  saludable  victoria. 

Tales  son  los  principios  fundamentales  que  Nos  ha  parecido  opor- 
tuno exponer.  No  querríamos  hablar  de  la  fatal  incoherencia  de  quie- 
nes, pretendiendo  para  sus  mercancías  el  libre  tráfico  mundial,  nie- 
guen al  individuo  esta  libertad  natural.  Igualmente  querríamos  'abs- 
tenemos de  calificar  la  conducta  práctica  de  algunos  autores  del  dere- 
cho de  propiedad  privada,  que,  con  su  manera  de  interpretar  el  uso  y 
el  respeto  a  la  propiedad  misma,  consiguen  mejor  que  sus  adversa- 
rios poner  en  peligro  esta  institución  tan  natural  e  indispensable  para 
la  vida  de  la  humanidad,  y  especialmente  de  la  familia. 

Por  ahora  Nos  basta  concluir  estas  palabras  con  un  deseo:  que 
en  las  escuelas  profesionales,  igual  que  en  las  Universidades,  se  in- 
culquen debidamente  estos  principios  de  la  vida  social  económica.  Lo 
exige  la  necesidad  urgente  de  superar  cuanto  antes  el  espíritu  mate- 
rialista de  nuestro  tiempo  en  el  campo  de  la  economía.  En  la  misma  me- 
dida en  que  contribuiréis  a  hacer  brotar  y  fructificar  en  la  inteligencia 
de  la  juventud,  y  con  eso  mismo  de  las  futuras  generaciones,  este  sen- 
tido espiritual  y  social,  incluso  en  el  campo  económico,  en  esa  misma 
cooperaréis  al  progreso  de  vuestra  amada  Patria  en  la  estima  y  en 
el  amor  al  trabajo,  en  la  confiada  colaboración  de  todos  sus  hijos,  rein- 
tegrando su  economía  a  la  vida  económica  internacional.  Este  es,  si 
no  Nos  equivocamos,  vuestro  ideal.  Pedimos  a  Dios  que  os  ayude  con 
su  gracia  a  realizarlo. 

DISCURSO  A  LOS  PARTICIPANTES  EN  EL  CONGRESO  MUNDIAL 
DE  LAS  CAMARAS  DE  COMERCIO 

(27  de  abril  de  1950) 

(fragmento) 

No  deja  de  tener  una  significación  muy  expresiva  que  la  mitolo- 
gía hubiera  dado  alas  a  Mercurio,  ¿No  debemos  ver  en  ello  el  símbolo 
de  la  libertad  de  actuación  de  que  el  comerciante  tiene  necesidad,  lo 
mismo  más  allá  que  más  acá  de  las  fronteras  de  un  país?  Ciertamen- 
te, no  se  trata  — y  ninguno  de  vosotros  piensa  en  ello —  de  reivindicar 
una  libertad  ilimitada,  incompatible  con  el  fin  y  las  exigencias  de  la 
economía  nacional  y  con  el  cuidado  permanente  de  la  prosperidad  ma- 
terial de  todos.  Por  el  contrario,  es  precisamente  con  miras  a  esta  pros- 
peridad por  lo  que  vosotros  aspiráis  a  una  mayor  libertad  de  comer- 
cio. Y  tenéis  razón. 

No  basta  desgraciadamente,  tener  razón  en  la  serena  región  de 
los  principios,  mientras  los  deseos  más  legítimos  permanezcan  prác- 
ticamente irrealizables  porque  motivos  de  orden  puramente  políticos 


42 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


persisten  en  obstaculizar  la  circulación  y  las  comunicaciones  de  las 
personas  y  de  las  mercancías.  Hasta  hay  países  en  que  se  ha  origi- 
gido  en  sistema  la  entrega  más  o  menos  absoluta  de  todo  comercio  en 
manos  de  la  autoridad  pública.  Digámoslo  claramente:  en  ello  hay  una 
tendencia  en  oposición  con  el  concepto  cristiano  de  la  economía  social. 
El  comercio  es  fundamentalmente  un  actividad  del  individuo,  y  es  esta 
actividad  privada  la  que  le  imprime  su  primer  impulso  que  enciende 
la  llama  y  el  acicate  en  el  que  se  dedique  a  ella. 

Fuera  de  todo  esto,  no  llegaréis  al  fin  intentado,  es  decir,  a  alcan- 
zar la  prosperidad  general,  sino  a  condición  de  poner  en  plena  luz  el 
ejercicio  personal  del  comercio  al  servicio  del  bienestar  material  de  la 
sociedad.  El  comerciante,  se  dirá,  debe  ser  hábil:  sin  duda.  ¡Debe  ser 
hombre  de  negocios,  prudente  más  que  sentimental:  sin  duda  también! 
Pero  a  estas  cualidades  estrictamente  profesionales  debe  unir  un  con- 
cepto elevado  del  ideal  de  su  profesión.  Hombre  de  negocios,  debe  con- 
siderarse igualmente  como  servidor  de  la  comunidad.  Si  no  tuviera 
otra  ambición  que  meter  en  su  caja  cada  vez  más  dinero  y  enrique- 
cerse, traicionaría  su  vocación,  porque  bien  puede  llamarse  con  este 
nombre  la  misión  que  Dios  le  asigna,  sobre  todo  en  coyunturas  parti- 
cularmente difíciles,  en  cuanto  comerciante.  Así  haría  el  juego  a  los 
malvados  que  se  aplican  a  hacer  del  comercio  un  vampiro  que  vive 
a  expensas  de  toda  la  vida  económica. 

Si,  por  el  contrario,  intenta  y  se  esfuerza  por  hacer  circular  los  bie- 
nes de  la  tierra  destinados  por  Dios  para  beneficio  de  todos,  de  modo 
que  lleguen  allá  donde  deben  servir  y  de  modo  y  en  medida  necesa- 
rias para  servir  bien,  entonces,  ciertamente,  el  comerciante  es  un  bue- 
no y  verdadero  servidor  de  la  sociedad,  una  garantía  contra  la  mise- 
ria, un  promotor  de  la  prosperidad  general. 


DISCURSO  AL  CONGRESO  NACIONAL  DE  LA  CONFERENCIA 
GENERAL  ITALIANA  DEL  COMERCIO 

(17  de  febrero  de  1956) 
(fragmento) 

...  A  pesar  de  ello,  no  es  raro  en  nuestros  días  que  la  función  del 
comerciante  no  sea  apreciada  en  su  justo  valor.  Se  pone  en  duda  su 
utilidad;  se  procura  prescindir  de  sus  servicios;  se  sospecha  que  quie- 
re obtener  un  beneficio  exagerado  de  su  función  económica.  Pues  bien, 
vosotros  mismos  tenéis  el  máximo  interés  en  indagar  sobre  si  estos  jui- 
cios son  o  no  fundados;  sobre  si  tal  vez  en  algún  punto  el  comercio 
inútilmente  alarga  y  complica  el  camino  del  productor  al  consumidor. 
Sin  embargo,  ahora,  como  en  todas  las  épocas  de  la  historia,  el  co- 
merciante ejerce  una  función  específica.  Se  calificaría  mal  si  se  viera 
en  él  solamente  un  mediador  entre  el  productor  y  el  consumidor;  es 
también  esto,  y  posee  con  este  fin  una  experiencia  preciosa  adquirida 
no  sin  esfuerzo  y  riesgos;  pero  es  también,  y  en  primer  lugar,  un  ani- 


Fundamentos  de  la  Sociología  Católica 


43 


mador  de  la  economía,  capaz  no  solamente  de  asegurar  la  oportuna 
distribución  de  los  productos,  sino  también  de  incitar  eficazmente  al 
productor  a  facilitar  objetos  de  mejor  calidad  a  menor  precio,  y  a  abrir 
en  la  mayor  medida  al  consumidor  el  acceso  al  mercado.  Todo  inter- 
cambio de  productos,  en  efecto,  a  m-ás  de  satisfacer  determinadas  ne- 
cesidades o  deseos,  hace  posible  la  utilización  de  nuevos  medios,  sus- 
cita energías  latentes  y  a  veces  insuspechadas,  estimula  el  espíritu  de 
inicicrtiva  y  de  invención.  Este  instinto,  innato  en  el  hombre,  de  crear, 
de  mejorar,  de  progresar,  explica  la  actividad  comercial  tanto  e  inclu- 
so más  que  el  simple  afán  de  lucro  . .  . 

Con  el  fin  de  que  el  comerciante  piaeda  actuar  con  utilidad,  tie- 
ne necesidad  de  encontrar  ante  sí  campo  abierto,  en  el  que  una  orga- 
nización demasiado  complicada  o  demasiado  restringida  no  cierre  el 
camino  con  muchos  obstáculos.  El  comerciante  se  augura  afrontar  una 
competencia  leal,  operante  en  la  mismas  condiciones  en  que  él  mismo 
se  encuentra,  que  no  disponga  de  privilegios  injustificables;  y  se  atre- 
ve, al  mismo  tiempo,  a  esperar  que  impuestos  demasiados  numerosos 
y  gravosos  no  substraigan  una  parte  excesiva  de  sus  merecidos  bene- 
ficios. 

Indudablemente,  se  siente  ahora  más  que  en  el  pasado  el  deseo 
de  asegurar  a  todas  las  clases  sociales  garantías  que  las  preserven 
de  reveses  y  de  casos  inherentes  a  las  fluctuaciones  de  la  economía, 
que  protejan  el  empleo  y  la  retribución,  que  prevean  enfermedades  e 
incapacidades  susceptibles  de  reducir  a  un  hombre  a  la  inactividad, 
de  privarlo  de  los  medios  de  sustento.  Se  trota  de  preocupaciones  muy 
justificadas;  en  muchos  casos,  por  lo  demás,  el  sistema  de  seguridad 
social  no  logra  aún  hacer  cesar  condiciones  penosas  y  curar  Hagas  to- 
davía abiertas.  Lo  importante,  sin  embargo,  es  que  la  preocupación 
por  la  seguridad  no  prevalezca  sobre  la  preparación  para  el  riesgo 
hasta  el  punto  de  convertir  en  árida  toda  voluntad  creadora,  imponer 
a  la  empresa  condiciones  de  ejercicio  demasiado  pesadas,  desalentar 
a  los  que  a  ella  se  dedican. 

Desgraciadamente,  es  una  tendencia  muy  humana  la  de  obedecer 
a  la  ley  del  mínimo  esfuerzo,  de  evitar  cargos,  de  eximirse  de  uno  prác- 
tica personal  poro  recurrir  ol  apoyo  de  lo  sociedad  y  vivir  a  costo  de 
ésto.  Se  troto  de  soluciones  muy  fáciles  en  las  que  lo  responsobilidod 
del  individuo  se  atrinchero  tras  lo  de  lo  colectividod  onónima.  Si  el 
comercionte  tiene  intereses  propios  que  defender  y  hocer  prosperar,  si 
él  mismo  arrostro  las  consecuencias  de  sus  actos,  trotará  y  resolverá 
los  problemas  económicos  con  más  ardor,  más  habilidod  y  moyor  pru- 
dencia. 

Nadie  negoró  lo  necesidod  de  inspecciones,  de  una  vigiloncio  ejer- 
cido por  lo  outoridod  pública  en  beneficio  de  los  comerciantes  mis- 
mos, así  como  del  bien  común.  Pero  sea  lícito  esperar  que  el  Estodo 
sepo  montenerse  en  los  límites  de  su  función  de  suplir  o  lo  empresa 
privodo,  siguiéndola,  y,  si  fuero  necesario,  ayudándola,  pero  no  subs- 
tituyéndose o  ello,  cuando  puede  octuor  con  utilidad  y  buen  éxito.  En- 
tre los  dos  componentes  del  movimiento  económico,  los  fuerzos  del  pro- 


44 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


greso  y  los  elementos  de  orgctnización,  el  equilibrio  debe  ser  manteni- 
do si  no  se  quiere  caer  en  la  anarquía  o  en  el  estancamiento. 

Si  a  vosotros  corresponde  representar  en  la  economía  nacional  el 
elemento  motor  que  facilita  y  estimula  los  intercambios,  reivindicáis 
con  buen  derecho  la  libertad  de  cumplir  verdadera  y  eficazmente  con 
esa  fimción,  y  deseáis  hacer  uso  de  ella  no  solamente  al  servicio  de 
intereses  privados  o  de  los  de  una  determinada  categoría,  sino  tam- 
bién en  beneficio  de  todo  el  país.  En  efecto,  del  comerciante  se  espera 
que  tenga  una  conciencia  profesional  y  una  integridad  reconocidas. 
No  faltan  las  tentaciones,  conformes  con  las  debilidades  de  la  natura- 
leza humana,  de  conseguir  provechos  ilícitos,  de  sacrificar  la  digni- 
dad moral  ante  la  atracción  de  bienes  materiales.  Tentación,  incluso, 
más  peligrosa  en  un  tiempo  en  el  que  el  progreso  técnico  y  la  expan- 
sión de  la  economía  tienden  a  consolidar  aún  más  en  los  espíritus  la 
preocupación  por  aumentar  al  máximo  grado  la  cantidad  y  diversidad 
de  los  mismos  bienes.  Esa  aspiración  no  es  condenable  mientras  se 
mantenga  equilibrada  por  el  deseo  incluso  más  vivo  del  progreso  es- 
piritual, y  por  la  voluntad  de  promover,  tanto  en  los  individuos  como 
en  los  grupos  sociales,  el  verdadero  desinterés,  la  premura  por  aliviar 
los  sufrimientos  y  las  miserias  de  los  demás.  El  hombre  debe  conven- 
cerse de  que  su  destino  no  se  limita  a  procurar  la  más  cómoda  forma 
de  vida  temporal.  Quien  se  contenta  con  este  ideal  no  puede  encon- 
trar en  sí  mismo  las  energías  suficientes  para  resistir  a  los  impulsos 
menos  nobles  derivados  del  fondo  de  su  naturaleza,  de  los  ejemplos  y 
enseñanzas  de  aquellos  entre  los  cuales  vive,  así  como  también,  por 
desgracia,  de  la  necesidad  de  defenderse  de  manejos  semejantes  pro- 
cedentes de  los  demás.  La  libertad  de  acción  económica  no  puede  jus- 
tificarse y  mantenerse  más  que  a  condición  de  servir  a  una  libertad 
más  elevada,  y  de  saber,  si  fuera  necesario,  renunciar  a  una  parte  de 
sí  misma  para  no  faltar  a  imperativos  morales  superiores.  De  otra  for- 
ma, será  difícil  frenar  el  impulso  progresivo  hacia  un  tipo  de  sociedad 
cuya  organización  económica  y  política  constituye  la  negación  misma 
de  toda  libertad  . . . 

. . .  Habéis  puesto  de  relieve  las  condiciones  difíciles  que  se  os  pre- 
sentan en  nuestros  días,  los  obstáculos  que  se  oponen  al  feliz  éxito  de 
vuestras  empresas,  las  cargas  que  pesan  gravemente  sobre  vosotros. 
Nos  bien  comprendemos  las  razones  de  esas  quejas.  Sin  embargo,  os 
exhortamos,  aun  teniendo  en  cuenta  la  defensa  y  protección  de  vues- 
tros intereses,  a  hacer  uso  de  una  justa  moderación,  que  tenga  en  cuen- 
ta la  condición  de  la  economía  general  y  de  los  factores  numerosos  y 
delicados  que  intervienen  en  la  regulación  de  la  estructura  social.  Con 
la  voluntad  de  llevar  a  cabo  las  reformas  oportunas,  aportad  un  espí- 
ritu constructivo,  deseosos  de  respetar  todos  los  aspectos  de  una  reali- 
dad económica  y  social  muy  compleja,  sin  olvidar  lo  esencial,  es  de- 
cir, los  valores  permanentes  de  orden  espiritual  que  escapan  a  todas 
las  miras  particulares  y  son  siempre  los  únicos  capaces  de  asegurar  la 
salvación  de  la  civilización  moderna,  (termina  con  la  Bendición  Apos- 
tólica). 


Fundamentos  de  la  Sociología  Católica 


45 


DISCURSO  AL  IV  CONGRESO  MUNDIAL  DEL  PETROLEO 
(10  de  junio  de  1955) 
(fragmento) 


Esos  diversos  jalones  que  Nos  hemos  puesto  en  relieve,  logran  a- 
penas  sugerir  la  extensión  de  los  esfuerzos  llevados  a  cabo  pora  res- 
ponder o  las  necesidades  siempre  más  variadas  y  más  numerosas  a 
las  cuales  debe  hacer  frente  la  industria  petrolera.  Permiten,  sin  em- 
bargo, evocar  la  actividad  de  tantos  hombres  cuyas  suertes  están  li- 
gadas a  la  suya,  puesto  que  están  empleados  en  ello  o  porque  pade- 
cen los  contragolpes  de  los  movimientos  económicos  que  ella  determi- 
na. Este  hecho  invita  a  la  reflexión  y  pone  en  evidencia  la  responsabi- 
lidad particular  de  aquellos  que  cumplen  un  cometido  en  la  dirección 
en  esta  industria.  En  esta  hora  en  la  que  se  percibe  cada  vez  mejor  la 
preponderancia  que  deben  tener  los  problemas  sociales  sobre  los  de 
la  economía  pura,  en  la  que  se  hacen  esfuerzos  por  promover  las  "re- 
laciones humanas"  en  el  seno  de  la  empresa,  nadie  tiene  derecho  a 
atrincherarse  en  la  especialización  técnica  o  en  las  tareas  administrati- 
vas. Una  sección  de  vuestro  Congreso  se  ocupa  de  la  formación  del 
personal,  y  en  ella  se  ha  felizmente  subrayado  que  las  preocupacio- 
nes de  los  dirigentes  han  de  acentuarse  cada  vez  más  sobre  los  hom- 
bres que  les  sirven  de  colaboradores;  importa  que  éstos  desplieguen 
en  favor  del  empleador  todos  los  recursos  de  su  iniciativa.  Pero  no  se- 
rán conducidos  a  ellos  si  la  empresa  no  se  preocupa  de  antemano  por 
responder  a  estas  profundas  necesidades  humanas  que  no  se  satisfa- 
cen ni  con  un  justo  salario,  ni  con  la  estima  debida  a  la  competencia 
profesional. 

Lo  que  es  verdad  para  los  individuos  lo  es  también  para  las  colec- 
tividades. Las  riquezas  naturales  de  una  región,  de  un  país,  de  un  con- 
tinente, están  destinadas  no  al  exclusivo  provecho  económico  de  un 
pequeño  número  sino  al  mejoramiento  de  las  condiciones  de  vida, 
materiales  ante  todo,  pero  también  y  sobre  todo  morales,  y  espiritua- 
les, de  los  grupos  humanos  que  han  de  vivir  de  la  explotación  de  los 
recursos  del  suelo.  El  carácter  mundial  de  la  economía,  que  se  hace 
cada  vez  más  visible,  y  los  deberes  que  incumben  a  las  naciones  pri- 
vilegiadas para  con  los  menos  favorecidos,  incidirán  sobre  la  reparti- 
ción de  los  bienes  producidos.  Así,  Señores,  osamos  esperar  que  las 
solicitudes  inherentes  a  cometidos  importantes  cual  son  los  vuestros, 
no  os  impidan  encarctr  'esta  cuestión  fundamental,  ineluctablemente 
planteada  desde  que  los  hombres  se  reúnen  pora  discutir  problemas 
internacionales.  Contribuiréis  así  en  manera  amplia  a  asegurar,  por 
encima  de  las  conquistas  económicas,  las  de  una  elevación  moral  de 
la  humanidad,  que  supone  en  primer  lugar  la  abolición  de  todo  egoís- 
mo individual  o  colectivo. 


46 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


DISCURSO  AL  INSTITUTO  ITALIANO  DE  CASAS  POPULARES 

(21  de  noviembre  de  1953) 
(fragmento) 


Las  crutoridades  competentes  no  deben  ni  pueden,  sin  duda,  sus- 
traer directa  o  indirectamente  a  la  propiedad  todo  incremento  de  valor 
derivado  en  exclusiva  de  la  evolución  de  las  circunstancias  locales; 
pero  la  función  social  de  la  propiedad  exige  que  tal  ganancia  no  im- 
pida a  los  otros  satisfacer  convenientemente  y  a  precio  justo  una  ne- 
cesidad tan  esencial  como  la  de  una  vivienda.  Combatid,  pues,  con 
todos  los  medios  qúe  el  bien  común  justifica,  la  usura  fundiaria  y  to- 
da especulación  financiera  económicamente  improductiva  con  un  bien 
tan  importante  como  el  suelo .  . . 

...  En  tal  coyuntura  os  encontráis  de  nuevo  de  acuerdo  con  un 
principio  fundamental  de  la  doctrina  social  de  la  Iglesia.  El  país,  el 
territorio  que  habita  un  pueblo  unido  en  el  Estado  y  ligado  por  el  bien 
común,  no  es  simplemente,  incluso  en  el  aspecto  económico,  como  quie- 
re el  liberalismo  económico,  el  campo  extenso  donde  el  mecanismo  de 
los  gastos  momentáneamente  menores  y  las  más  favorables  condicio- 
nes del  mercado  determinan  la  suerte  y  el  distanciamiento  de  los  hom- 
bres. Pero  el  suelo  nacional  es  más  bien  el  lugar  en  el  que  el  pueblo, 
con  todas  sus  actividades  vitales  y  en  la  sucesión  de  las  generaciones, 
clava  sus  raíces  igual  que  la  planta  profundiza  en  el  terreno.  El  suelo 
nacional  debe,  por  tanto,  cultivarse  y  cuidarse  si  se  quiere  que  con- 
tribuya a  una  verdadera  fertilización,  incluso  económica,  de  la  nación. 


Capítulo  III 


NATURALEZA  Y  MISION  DEL  ESTADO 


1.— NATURALEZA  DEL  ESTADO  Y  CRISIS  DE  CIVISMO: 

14  de  julio  de  1954:  Noción  del  Estado:  es  un  organismo  fundado 
en  el  orden  moral  del  mundo.  Vínculos  morales  del  Estado,  la 
autoridad  y  la  persona  humana.  Amplitud  de  la  crisis  de  ci- 
vismo en  el  orden  personal  y  colectivo.  Fin  del  poder  público. 
Extensión  del  poder  público  frente  a  las  iniciativas  particu- 
lares. 


2.— LIMITES  Y  FIN  DE  LA  AUTORIDAD  DEL  ESTADO: 

8  de  enero  de  1947:  Fin  y  norma  del  Estado  es  la  realización  del 
bien  común,  y  la  tutela  de  la  verdadera  libertad  de  los  indi- 
viduos. 


5  de  agosto  de  1950:  Extensión  y  poder  del  Estado  frente  al  indi- 
viduo y  a  la  familia. 


1.—   NATURALEZA  DEL  ESTADO  Y  CRISIS  DE  CIVISMO 


CARTA  A  LA  XLI  SEMANA  SOCIAL  DE  FRANCIA 
(14  de  julio  de  1954) 
(parte  doctrinal) 


La  misión  del  Estado,  como  Nos  recordábamos  en  el  comienzo  de 
Nuestro  Pontificado,  consiste  "en  controlar,  ayudar  y  ordenar  las  acti- 
vidades privadas  e  individuales  de  la  vida  nacional,  para  que  con- 
verjan armónicamente  en  el  bien  común,  el  cual  no  puede  ser  determi- 
nado por  concepciones  arbitrarias,  ni  recibir  su  norma  primariamen- 
te de  la  prosperidad  material  de  la  sociedad,  sino  más  bien  del  desa- 
rrollo armónico  y  de  la  perfección  natural  del  hombre  al  que  la  so- 
ciedad está  destinada,  como  medio,  por  el  Creador"  (Encíclica  Summi 
Pontiíicatus').  En  una  palabra,  la  verdadera  noción  del  Estado  es  la 
de  un  organismo  fundado  en  el  orden  moral  del  mundo;  y  la  primera 
misión  de  una  enseñanza  católica  consiste  en  disipar  los  errores  — es- 
pecialmente el  del  positivismo  jurídico —  que,  desvinculando  el  Poder 
de  su  esencial  dependencia  con  respecto  a  Dios,  tiende  a  romper  el 
nexo  eminentemente  moral  que  lo  une  a  la  vida  individual  y  social. 

Tan  sólo  este  orden  soberano,  por  otra  porte,  puede  dar  un  fun- 
damento a  la  "autoridad  verdadera  y  efectiva"  del  Estado,  cuya  im- 
periosa necesidad  Nos  repetimos  en  nuestro  último  radiomensaje  de 
Navidad.  Sobre  esa  base  común  la  persona,  el  Estado,  la  autoridad 
pública  con  sus  derechos  respectivos,  se  encuentran  indisolublemente 
ligados:  "La  dignidad  del  hombre  es  la  dignidad  de  la  imagen  de 
Dios,  la  dignidad  del  Estado  es  la  dignidad  de  la  comunidad  moral 
querida  por  Dios,  la  dignidad  de  la  autoridad  política  es  la  dignidad  de 
la  participación  en  la  autoridad  de  Dios"  (Radiomensaje  de  Navidad 
de  1944).  En  virtud  de  esta  íntima  conexión,  por  lo  tanto,  el  Estado  no 
podrá  violar  las  justas  libertades  de  la  persona  humana  sin  lesionar  su 
propia  autoridad,  o,  inversamente,  el  abuso  de  la  libertad  personal 
del  individuo,  no  obstante  su  responsabilidad  con  respecto  al  bien  ge- 
neral, significaría  la  ruina  de  su  misma  dignidad. 

Así,  pues,  si  se  deplora  u»a  crisis  cívica  habrá  que  preguntarse 
primeramente  cuál  es  el  respeto  que  unos  y  otros  conceden  a  esas  ne- 


50 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


cesidades  esenciales  de  la  moral  política.  Aun  cuando  algunas  circuns- 
tancias hicieran  en  nuestros  días  más  difícil  el  ejercicio  del  Poder, 
no  habrá  de  temerse  denunciar  esa  carencia  espiritual  y  moral.  En  un 
aspecto,  amplio,  una  crisis  del  Poder  es  una  crisis  de  civismo,  es  de- 
cir, en  último  análisis,  una  crisis  del  hombre. 

Por  lo  demás,  ¿no  confirma  todo  esto  la  experiencia  cotidiana? 

Si  es  verdad  que  en  un  Estado  democrático  la  vida  cívica  impone 
elevadas  exigencias  a  la  madurez  moral  de  cada  ciudadano,  no  se  de- 
be temer  el  reconocer  que  muchos  de  los  que  se  dicen  cristianos  tie- 
nen su  parte  de  responsabilidad  en  el  actual  trastorno  de  la  sociedad. 
He  aquí  algunos  aspectos  que  hay  que  corregir.  Son  — para  no  citar 
más  que  los  más  notorios —  la  indiferencia  por  los  asuntos  públicos, 
que  se  traduce,  entro  otras  cosas,  en  la  abstención  electoral,  de  gra- 
ves consecuencias;  la  evasión  fiscal,  con  sus  repercusiones  sobre  la 
vida  moral,  el  equilibrio  social  y  la  economía  nacional;  la  crítica  es- 
téril de  la  autoridad  y  la  defensa  egoísta  de  los  privilegios  en  daño 
del  interés  general. 

En  la  reacción  necesaria  contra  ese  estado  de  cosas,  el  católico 
debe  dar  el  ejemplo.  Ya  que  "lejas  de  existir  la  mínima  incompatibili- 
dad entre  la  fidelidad  a  la  Iglesia  y  la  consagración  a  los  intereses  y 
al  bienestar  del  pueblo  y  del  Estado,  los  dos  órdenes  de  deberes,  que 
el  verdadero  cristiano  ha  de  tener  siempre  presente  en  su  espíritu,  se 
encuentran  íntimamente  unidos  en  la  más  perfecta  armonía"  (Radio- 
mensaje  de  Navidad  de  1950).  ¿No  enseñaba  ya  el  Príncipe  de  los  A- 
póstoles:  "estad  sujetos  a  toda  autoridad  humana,  por  amor  del  Se- 
ñor..  .  Tal  es  la  voluntad  de  Dios?  (I  de  S.  Pedro,  II,  13-15). 

La  falta  de  virtudes  ciudadanas  sin  embargo,  de  individual  pron- 
to pasa  a  ser  colectiva.  Y  la  constitución  de  grupos  de  intereses,  po- 
derosos y  activos,  es  tal  vez  el  aspecto  más  grave  de  la  crisis  que  es- 
táis analizando.  Ya  se  trate  de  sindicatos  patronales  u  obreros,  de  trusts 
económicos,  de  agrupaciones  profesionales  o  sociales  — algunas  de 
las  cuales  incluso  están  al  servicio  del  Estado —  estas  organizaciones 
han  alcanzado  una  fuerza  que  les  permite  gravar  sobre  el  gobierno  y 
sobre  la  vida  de  la  nación.  En  lucha  con  tales  fuerzas  colectivas,  a  me- 
nudo anónimas,  y  que  a  veces  bajo  un  título  u  otro,  rebasan  los  con- 
fines del  país  así  como  los  límites  de  su  competencia,  el  Estado  demo- 
crático, nacido  de  las  normas  liberales  del  siglo  XIX,  a  duras  penas 
consigue  dominar  fines  cada  día  más  vastos  y  más  complejos. 

Indudablemente,  la  enseñanza  de  la  Iglesia  recomienda  la  existen- 
cia, en  el  ámbito  de  la  nación,  de  esos  cuerpos  intermediarios  que 
coordinan  los  intereses  profesionales  y  facilitan  al  Estado  la  gestión 
de  los  asuntos  del  país.  Sin  embargo,  "¿se  atreverían  a  vanagloriarse 
de  servir  a  la  causa  de  la  paz  interior  las  organizaciones  que  para  la 
tutela  de  los  intereses  de  sus  miembros  no  recurrieran  ya  a  las  normas 
del  derecho  y  del  bien  común,  sino  que  se  apoyaran  en  la  fuerza  del 
número  organizado  y  en  la  debilidad  de  los  demás?"  (Radiomensaje 
de  Navidad  de  1950).  El  mismo  sentido  cristiano  de  trabajo  desintere- 
sado, de  respeto  a  los  deberes  de  justicia  y  de  caridad,  se  requieren 
también  aquí.  Y  si  los  responsables  de  esos  organismos  no  saben  ade- 


Naturaleza  y  Misión  del  Estado 


51 


cuar  sus  propios  horizontes  a  las  perspectivas  de  la  hación,  si  no  saben 
sacrificar  su  prestigio,  y  eventualmente,  sus  beneficios  inmediatos  al 
reconocimiento  leal  de  lo  que  es  justo,  mantienen  en  el  país  un  estado 
de  tensión  nocivo,  paralizan  el  ejercicio  del  poder  político  y  compro- 
meten, por  último,  la  libertad  de  aquellos  a  los  que  pretenden  servir. 

Los  poderes  públicos,  por  lo  tanto,  deben  ejercer  su  actividad  con 
firmeza  e  independencia,  tanto  para  tutelar  la  libertad  del  ciudadano 
como  para  servir  al  mismo  tiempo  al  bien  común  mediante  la  coopera- 
ción activa  de  todas  las  fuerzas  vivas  de  la  nación.  Lo  harón  con  una 
clara  visión  de  su  misión  y  de  sus  límites;  lo  harón  "con  esa  concien- 
cia de  la  propia  responsabilidad,  esa  objetividad,  esa  imparcialidad, 
esa  lealtad,  esa  generosidad  y  esa  incorruptibilidad  sin  las  cuales  un 
gobierno  democrótico,  como  dijimos  hace  poco,  difícilmente  consegui- 
ría obtener  el  respeto,  la  confianza  y  la  adhesión  de  la  mejor  parte 
del  pueblo".  (Radiomensdje  de  Navidad  de  1944). 

La  fidelidad  de  los  gobernantes  a  ese  ideal  será  para  ellos,  por  lo 
demás,  la  mejor  protección  contra  la  doble  tentación  que  está  en  ace- 
cho en  la  creciente  vastedad  de  su  misión:  tentación  de  debilidad  que 
les  obligaría  a  renunciar  bajo  la  presión  conjunta  de  los  hombres  y  de 
los  acontecimientos;  tentación  inversa  de  estatolatría,  que  conduciría  a 
los  poderes  públicos  a  substituir  indebidamente  las  libres  iniciativas 
privadas  para  regir  en  forma  inmediata  la  economía  social  y  los  de- 
más sectores  de  la  actividad  humana.  Ahora  bien,  si  no  puede  negar- 
se hoy  al  Estado  un  derecho  que  le  discutía  el  liberalismo,  no  es  me- 
nos verdad  que  su  misión  no  es,  en  línea  de  principio,  la  de  asumir  di- 
rectamente las  funciones  económicas,  culturales  y  sociales  que  corres- 
ponden a  otras  esferas;  es  más  bien  la  de  asegurar  la  verdadera  in- 
dependencia de  su  autoridad  en  forma  que  pueda  conceder  a  todo  lo 
que  representa  una  fuerza  efectiva  y  válida  en  el  país  una  parte  justa 
de  responsabilidad  sin  peligro  para  la  propia  misión  de  coordinar  y 
orientar  todos  los  esfuerzos  hacia  un  fin  común  superior.  Y  si  bien  para 
realizar  una  mejor  integración  de  algunos  cuerpos  intermediarios  en 
la  comunidad  nacional  podría  en  alguna  ocasión  parecer  oportuno 
invitarlos  a  una  colaboración  más  estrecha  y  más  orgánica  con  los  po- 
deres públicos,  esa  cuestión  sería  susceptible  de  formar  objeto  de  nue- 
vos y  prudentes  estudios. 

Sin  embargo,  deseamos  repetir,  como  conclusión,  que  la  reflexión 
sobre  las  instituciones  y  la  búsqueda  de  remedios  en  el  orden  de  las 
estructuras  políticas  no  haga  perder  nunca  de  vista  los  orígenes  mora- 
les de  toda  crisis  de  civismo.  Durante  demasiado  tiempo  el  sentido 
jurídico  ha  sido  alterado  por  la  práctica  de  un  utilitarismo  de  parte  al 
servicio  de  los  intereses  particulares  de  individuos,  de  clases,  grupos 
y  movimientos.  Es  preciso  que  el  orden  jurídico  se  sienta  vinculado  de 
nuevo  al  orden  moral.  Y  quiera  Dios  que  el  que  manda,  lo  mismo  que 
el  que  obedece,  no  vuelvan  a  tener  ante  sí  más  que  la  obediencia  a 
las  leyes  eternas  de  la  verdad  y  de  la  justicia  .  .  . 

Plus  PP.  XII 

Del  Vaticano,  14  de  julio  de  1954. 


52 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


2.— LIMITES  Y  FIN  DE  LA  AUTORIDAD  DEL  ESTADO 


DEL  DISCURSO  AL  PATRICIADO  Y  NOBLEZA  ROMANOS 
(8  de  enero  de  1947) 
(fragmento) 


Ahora  bien,  este  bien  común,  es  decir,  la  realización  de  condicio- 
nes públicas  normales  y  estables,  tales  que  tanto  a  los  particulares  cuan- 
to a  las  familias  no  les  resulte  difícil  vivir,  gracias  al  recto  uso  de 
sus  propias  fuerzas,  con  una  vida  conforme  a.  la  ley  de  Dios,  firme,  re- 
gular y  feliz,  es  el  fin  y  la  norma  del  Estado  y  de  sus  órganos.  Los 
hombres,  tanto  privados  como  en  sociedad,  y  su  bien  común,  van  siem- 
pre unidos  al  orden  absoluto  de  los  valores  establecidos  por  Dios.  Y 
precisamente  para  llevar  a  la  práctica  y  hacer  eficaz  esta  unión  de. 
una  manera  digna  de  la  naturaleza  humana  se  ha  dado  al  hombre,  la 
libertad  personal,  y  la  finalidad  de  toda  ordenación  jurídica  digna  de 
este  nombre  es  precisamente  la  tutela  de  tal  libertad.  Pero  de  aquí  se 
sigue  también  que  no  puedan  existir  la  libertad  y  el  derecho  de  violar 
aquel  orden  absoluto  de  valores.  Se  vendría  así  a  lesionar  y  a  des- 
quiciar la  defensa  de  la  moralidad  pública,  que  es,  sin  duda  alguna, 
uno  de  los  elementos  principales  para  el  mantenimiento  del  bien  común 
por  parte  del  Estado,  si  por  ejemplo  se  concediese,  sin  tener  en  cuen- 
ta aquel  orden  supremo,  una  libertad  incondicional  a  la  prensa  o  al 
cine.  En  este  caso  no  se  reconocería  el  derecho  a  la  verdadera  y  ge- 
nuina  libertad,  sino  que  quedaría  legalizada  la  licencia  cuando  se 
permitiera  a  la  prensa  y  al  cine  socavar  los  cimientos  religiosos  y  mo- 
rales de  la  vida  del  pueblo.  Para  comprender  y  admitir  este  principio 
no  hace  falta  ser  cristiano;  basta  hacer  uso,  sin  turbación  de  las  pa- 
siones, de  la  razón  y  del  buen  sentido  moral  y  jurídico- 


DISCURSO  A  LOS  PARTICIPANTES  EN  EL  CONGRESO  INTERNACIONAL 
DE  CIENCIAS  ADMINISTRATIVAS 

(5  de  agosto  dei  1950) 
(fragmento) 

Sobre  la  verdadera  noción  del  Estado. 

En  todos  los  tiempos  ha  habido  que  deplorar,  acá  o  allá,  exce- 
sos en  el  poder  del  Estado;  pero  en  el  nuestro,  estos  casos  de  hipertro- 
fia se  suceden  casi  sin  interrupción,  con  consecuencias  que  demasiado 


Naturaleza  y  Misión  del  Estado 


53 


cloras  se  ven.  -Nos,  naturalmente,  hablamos  de  los  excesos,  porque 
nadie  pone  en  duda  la  necesidad  para  el  Estado,  en  el  desenredar 
las  actuales  condiciones  sobre  todo  sociales  del  mundo,  de  ensan- 
char su  campo  de  acción  y  de  intensificar  también  su  poder.  Esto  po> 
dría  hacerse  sin  ningún  peligro  si  el  claro  conocimiento  y  la  justa  apre- 
ciación de  la  importancia  real  del  Estado  y  de  su  fin  hubieran  progre- 
sado con  el  mismo  nivel.  En  ello  h\ibiera  hallado  el  Estado  como  un 
regulador,  un  control  que  le  hubiera  impedido  la  extensión  de  sus  po- 
deres en  virtud  de  consideraciones,  bien  diversas  de  las  necesidades 
económicas  y  sociales,  a  otros  dominios,  especialmente  culturales,  que 
hubiera  sido  mejor  dejar  a  la  iniciativa  de  los  ciudadanos. 

En  cambio,  ¿qué  es  lo  que  ha  pasado?  Con  demasiada  frecuencia 
este  conocimiento  y  esta  apreciación  se  han  hallado,  por  el  contrario, 
en  razón  inversa  del  aumento  de  los  poderes,  y  esto  no  solamente  por 
parte  de  los  que  sufren  a  causa  de  él,  sino  aun  de  parte  de  los  que  tie- 
nen la  misión  de  dar  al  Estado  su  constitución  y  su  forma. 

Estos,  sin  embargo,  deberían  vivir  en  la  justa  idea  del  Estado  pa- 
ra poder  inspirarse  en  ella.  Es  su  deber  primordial,  y,  por  decirlo  así, 
es  su  razón  de  ser.  ¿Cuál  es,  pues,  la  verdadera  noción  del  Estado  sino 
la  de  un  organismo  moral  fundado  en  el  orden  moral  del  mundo?  No 
es  una  omnipotencia  pora  oprimir  toda  legítima  autonomía.  Su  fun- 
ción, su  magnífica  función,  es  sobre  todo,  favorecer,  ayudar,  promover 
la  íntima  coalición,  la  cooperación  activa  en  el  sentido  de  una  unidad 
más  alta  de  los  miembros,  que,  respetando  su  subordinación  al  fin 
del  Estado,  cooperen  de  la  mejor  manera  posible  al  bien  de  la  comuni- 
dad, precisamente  en  cuanto  conservan  y  desarrollan  su  carácter  par- 
ticular y  nacional .  El  Estado  no  tiene  que  absorber  al  individuo  ni  a 
la  familia;  cada  uno  conserva  y  debe  conservar  su  libertad  de  mo- 
vimientos en  la  medida  en  que  no  quede  el  peligro  de  causar  per- 
juicio al  bien  común.  Además,  hay  ciertos  derechos  y  libertades  indi- 
viduales — de  cada  individuo — ,  o  familiares,  que  el  Estado  debe  siem- 
pre proteger,  y  que  nunca  puede  violar  o  sacrificar  a  un  pretendido 
bien  común.  Nos  referimos,  para  citar  solamente  algún  ejemplo,  al  de- 
recho de  honor  y  a  la  buena  reputación;  al  derecho  a  la  libertad  de  ve- 
nerar al  verdadero  Dios;  al  derecho  originario  de  los  padres  sobre  sus 
hijos  y  su  educación.  El  hecho  de  que  algunas  recientes  constitucio- 
nes hayan  adoptado  estas  ideas  es  una  promesa  feliz  que  saludamos 
con  alegría,  como  la  aurora  de  una  renovación  en  el  respeto  a  los 
verdaderos  derechos  del  hombre  tal  como  han  sido  queridos  y  estable- 
cidos por  Dios. 

La  época  presente  asiste  a  una  exhuberante  floración  de  planes  y 
unificaciones.  Con  gusto  reconocemos  que  en  sus  justos  límites  pueden 
ser  deseables  y  aun  requeridos  por  las  circunstancias,  y  todavía  una 
vez  más  repetimos  que  lo  que  Nos  rechazamos  no  es  más  que  el  exceso 
de  un  secuesti-o  por  parte  del  Estado.  Pero,  ¿quién  no  ve  en  estas 
condiciones  el  mal  que  resultaría  del  hecho  de  que  la  última  palabra 
en  los  asuntos  del  Estado  hubieran  de  decirla  los  puros  técnicos  en  or- 
ganización?   No;  la  última  palabra  les  toca  a  los  que  ven  en  el  Esta- 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


do  una  entidad  viva,  una  emanación  normal  de  la  Naturaleza  huma- 
na; a  los  que  administran  en  nombre  del  Estado,  no  inmediatamente 
al  hombre  sino  los  asuntos  del  país,  de  tal  manera  que  no  venga  a  su- 
ceder jamás  a  los  individuos  que  su  vida  privada  o  social  se  encuen- 
tre ahogada  bajo  el  peso  de  la  administración  del  Estado.  La  última 
palabra  corresponde  a  aquellos  para  quienes  el  derecho  natural  es  al- 
go distinto  de  una  regla  puramente  negativa,  de  una  frontera  cerrada 
para  los  usurpaciones  de  la  legislación  positiva,  de  un  simple  ajustje 
técnico  a  las  circunstancias  contingentes;  antes  reverencian  en  él  el  al- 
ma de  toda  legislación  positiva,  alma  que  le  da  forma,  sentido  y  vida. 
¡Ojaló  que  esta  última  palabra,  la  palabra  decisiva  en  la  administra- 
ción de  los  asuntos  públicos,  pueda  ser  el  patrimonio  de  tales  hombres. 


Capítulo  IV 


SISTEMAS  SOCIALES 


LA  IGLESIA  FRENTE  AL  SOCIALISMO  MARXISTA  Y  FRENTE  AL  CA- 
PITALISMO: 

23  de  septiembre  de  1950:  Condenación  del  socialismo  marxista  y  del 
capitalismo. 

2  de  junio  de  1951:  Condenación  del  socialismo  marxista  y  del  ca- 
pitalismo. 

1  de  mayo  de  1955:  La  Iglesia  frente  al  socialismo  marxista  y  frente 
al  capitalismo.  No  basta  la  promulgación  de  buenas  leyes,  sino 
que  es  necesario  que  los  hombres  se  sientan  apoyados  en  sus  le- 
gítimas exigencias. 


EXHORTACION  "MENTI  NOSTRAE"  AL  CLERO  CATOLICO 
SOBRE  LA  SANTIDAD  DE  LA  VIDA  SACERDOTAL 


(23  de  septiembre  de  1950) 
(fragmento) 


El  Clero  y  la  cuestión  social 

Posición  igualmente  recta  se  requiere  con  respecto  a  las  doctrinas 
sociales  del  tiempo  presente.  Hay  algunos  que  frente  a  la  iniquidad 
del  comunismo,  que  intenta  arrancar  la  fe  de  aquellos  mismos  a  quie- 
nes promete  el  bienestar  material,  se  muestran  temerosos  e  inciertos; 
pero  esta  Sede  Apostólica,  con  documentos  recientes,  ha  indicado  con 
claridad  la  vía  que  hay  que  seguir,  de  la  cual  nadie  deberá  alejar^ 
si  no  quiere  faltar  a  su  propio  deber. 

Otros  se  muestran  no  menos  temerosos  e  inciertos  frente  a  aquel 
sistema  económico  que  se  conoce  con  el  nombre  de  capitalismo,  del  que 
la  Iglesia  no  ha  dejado  de  denunciar  las  graves  consecuencias.  La 
Iglesia,  en  efecto,  ha  indicado,  no  sólo  los  abusos  del  capital  y  del  mis- 
mo derecho  de  propiedad  que  tal  sistema  promueve  y  defiende,  sino 
que  ha  enseñado,  además,  que  el  capital  y  la  propiedad  deben  ser  ins- 
trumentos de  la  producción  en  beneficio  de  toda  la  sociedad,  y  medios 
de  sostenimiento  y  de  defensa  de  la  libertad  y  dignidad  de  la  persona 
humana. 

Los  errores  de  los  dos  sistemas  económicos  y  las  dañosas  conse- 
cuencias que  de  ellos  derivan  deben  convencer  a  todos,  y  especialmen- 
te a  los  sacerdotes,  a  que  se  mantengan  fieles  a  la  doctrina  sociali.de 
la  Iglesia  y  difundan  su  conocimiento  y  aplicación  práctica.  Tal  doc- 
trina, en  efecto,  es  la  única  que  puede  remediar  los  males  denunciai- 
dos  y  tan  dolorosamente  difundidos:  ella  une  y  perfecciona  las  exi- 
gencias de  la  justicia  y  los  deberes  de  la  caridad,  y  promueve  un  or-' 
den  social  que  no  oprime  a  los  individuos  y  no  los  aisla  en  un  egoís"- 
mo  ciego,  sino  que  los  une  a  todos  en  la  armonía  de  relaciones  y  en 
el  vínculo  de  la  solidaridad  fraterna. 

A  ejemplo  del  Divino  Maestro,  el  sacerdote  vaya  al  encuentro  de 
los  pobres,  de  los  trabajadores,  de  todos  aquellos  que  se  encuentran, 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


en  angustia  y  miseria,  entre  los  que  hay  también  muchos  de  la  clase 
media  y  no  pocos  hermanos  de  sacerdocio.  Pero  no  olviden  también  a 
aquellos  que,  aún  siendo  ricos  de  bienes  de  fortuna,  son  con  írecuenr 
cia  los  más  pobres  de  alma  y  tienen  ncesidad  de  ser  llamados  a  reno- 
varse espiritualmente  para  hacer  como  Zaqueo:  "Doy  a  los  pobres  la 
mitad  de  mis  bienes,  y  si  he  defraudado  a  alguien  en  algo,  le  restituyo 
el  cuadruplo"  (Luc.  XIX,  8).  En  el  campo  de  las  disputas  sociales,  el 
sacerdote,  no  debe,  pues,  perder  nunca  de  vista  el  fin  de  su  misión. 
Con  celo,  sin  temor,  debe  exponer  los  principios  católicos  sobre  la  pro- 
piedad, la  riqueza,  la  justicia  social  y  la  caridad  cristiana  entte  las 
diversas  clases  y  dar  a  todos  el  ejemplo  manifiesto  de  su  aplicación.. 

De  modo  ordinario,  la  realización  de  estos  principios  sociales  cris- 
tianos en  la  vida  pública  es  oficio  de  los  seglares,  y  donde  no  los  hcp- 
ya  capaces,  el  sacerdote  debe  poner  todo  cuidado  en  formarlos  ade- 
cuadamente. 


ENCICLICA  "EVANGELII  PRAECONES"  SOBRE  LAS  MISIONES 

(2  de  junio  de  1951) 
(fragmento) 


Pero  es  deber  de  todos  aliviar  cuanto  sea  posible  las  angustias, 
las  miserias  y  los  dolores  de  sus  hermanos  aun  en  esta  vida  terrena. 
La  caridad  podrá  llevar,  ciertamente,  algún  remedio  a  muchas  injus- 
ticias sociales,  pero  no  basta;  ante  todo  es  preciso  que  florezca,  domi- 
ne y  se  aplique  realmente  la  virtud  de  la  justicia.  A  este  propósito 
Nos  es  grato  recordar  las  palabras  que  Nos  mismo  pronunciamos  an- 
te el  Sacro  Colegio  Cardenalicio  en  el  radiomensaje  de  1942: 

La  Iglesia  condenó  los  varios  sistemas  de  socialismo  marxista,  y 
los  condena  todavía  hoy,  puesto  que  es  deber  y  derecho  permanente 
suyo  preservar  a  los  hombres  de  las  corrientes  e  influjos  que  ponen  en 
peligro  su  salvación  eterna.  Pero  la  Iglesia  no  puede  ignorar  o  dejar 
de  ver  que  el  obrero,  en  el  esfuerzo  de  mejorar  su  condición,  tropier- 
za  contra  una  condición  de  cosas  que,  lejos  de  estar  conforme  con  la 
naturaleza,  contrasta  con  el  orden  de  Dios  y  con  el  fin  que  El  ha  asig- 
nado a  los  bienes  terrenos.  Por  muy  falsas,  condenables  y  peligrosas 
que  sean  las  vías  que  se  han  seguido,  ¿quién  y,  sobre  todo,  qué 
sacerdote  y  qué  cristiano  podría  permanecer  sordo  a  los  gritos  que 
salen  de  lo  más  profundo,  y  que  invocan  de  un  Dios  justo  justicia  y  es- 
píritu de  fraternidad?  Este  sería  un  silencio  culpable  e  injustificable  an- 
te Dios,  y  contrario  al  sentido  iluminado  del  Apóstol  que,  como  incul- 
ca que  hay  que  ser  resuelto  contra  el  error,  sabe  también  que  hay  que 
tener  toda  clase  de  consideraciones  con  los  que  yerran  y  mantenerse 
con  el  ánimo  abierto  para  escuchar  sus  aspiraciones,  sus  esperanzas  y 
sus  motivos. . .  La  dignidad  de  la  persona  humana  exige  normalmente 
como  fundamento  natural  para  vivir  el  derecho  al  uso  de  los  bienes  de 


Sistemas  Sociales 


59 


la  tierra,  a  lo  cual  responde  la  obligación  fundamental  de  proporcionar 
una  propiedad  privada,  si  es  posible,  a  todos.  Las  normas  jurídicas  po- 
sitivas que  regulan  la  propiedad  privada  podrán  cambiar  y  conceder 
un  uso  más  o  menos  circunscrito;  pero  si  se  quiere  contribuir  a  la  paci- 
ficación de  la  humanidad,  habrá  que  impedir  que  el  obrero,  que  es 
o  que  será  padre  de  familia,  se  vea  condenado  a  una  dependencia  y 
servidumbre  económica  inconciliable  con  sus  derechos  de  persona. 
Que  esta  servidumbre  derive  de  la  prepotencia  del  capital  privado  o 
del  poder  del  Estado,  los  efectos  son  iguales;  más  aún,  bajo  la  presión 
de  un  Estado  que  lo  domina  todo  y  regula  enteramente  la  vida  pública 
y  privada,  penetrando  hasta  en  el  campo  de  las  concepciones  y  per- 
suasiones de  la  conciencia,  esta  falta  de  libertad  puede  tener  conse- 
cuencias todavía  más  graves,  como  la  experiencia  manifiesta  y  testimo- 
nia (Acta  Apost.  Sedis,  1943,  págs.  16-17). 

DISCURSO  DEL  1?  DE  MAYO  DE  1955  A  LAS  A.C.L.I. 
(fragmento) 

. . .  Las  ACLI  pues,  deben  mejorar  cada  vez  más  esta  formación, 
persuadidas  como  están  de  que  de  este  modo  ejercitan  el  apostolado 
del  trabajador  entre  los  trabajadores,  que  Nuestro  predecesor  Pío  XI 
de  feliz  memoria,  deseaba  en  su  Encíclica  Quadragesimo  anno.  La  for- 
mación religiosa  cristiana  y  en  especial  la  del  trabajador  es  uno  de 
los  principales  oficios  de  la  acción  pastoral  moderna.  Como  los  inte- 
reses vitales  de  la  Iglesia  y  de  las  almas  han  impuesto  la  institución 
de  escuelas  católicas  para  los  niños  católicos,  así  también  la  verdade- 
ra y  profunda  instrucción  de  los  adultos  es  una  necesidad  de  primer 
orden .  De  modo  que  vosotros  váis  por  buen  camino;  continuad  animo- 
sos y  perseverantes,  y  no  os  dejéis  extraviar  por  principios  erróneos. 

Porque  estos  principios  erróneos  están  actuando.  ¡Cuántas  veces 
Nos  hemos  afirmado  y  explicado  el  amor  de  la  Iglesia  hacia  los  obre- 
ros! Sin  embargo,  se  propaga  difusamente  la  atroz  calumnia  de  que 
"la  Iglesia  es  la  aliada  del  capitalismo  contra  los  trabajadores".  Ella, 
madre  y  maestra  de  todos,  ha  tenido  siempre  particular  solicitud  por  los 
hijos  que  se  encuentran  en  condiciones  más  difíciles,  y  también  de  he- 
cho ha  contribuido  poderosamente  a  la  consecución  de  los  apreciables 
progresos  obtenidos  por  varias  categorías  de  trabajadores.  Nos  mismo 
en  el  radiomensaje  natalicio  de  1942  decíamos:  "Movida  siempre  por 
motivos  religiosos,  la  Iglesia  condenó  los  diversos  sistemas  del  socialis- 
mo marxista  y  los  condena  también  hoy,  siendo  deber  y  derecho  suyo 
permanentes  preservar  a  los  hombres  de  las  corrientes  e  influjos  que 
ponen  en  peligro  su  salvación  erterna.  Pero  la  Iglesia  no  puede  igno- 
rar o  dejar  de  ver  que  el  obrero,  al  esforzarse  por  mejorar  su  propia 
condición,  se  encuentra  frente  a  una  organización,  que,  lejos  de  ser 
conforme  a  la  naturaleza,  contrasta  con  el  orden  de  Dios  y  con  el  fin 
que  El  ha  señalado  a  los  bienes  terrenales.  Por  falsos,  condenables  y 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


peligrosos  que  hayan  sido  los  caminos  que  se  han  seguido,  ¿quién: 
y  sobre  todo  qué  sacerdote  o  cristiano  podrá  hacerse  sordo  al  grito  que  se 
levanta  de  lo  profundo,  y  que  en  el  mundo  de  Dios  justo  pide  justicia 
y  espíritu  de  hermandad?" 

lesucristo  no  espera  que  se  le  abra  el  camino  para  penetrar  en  la 
vida  social,  con  sistemas  qué  no  se  derivan  de  El,  así  se  llamen  "hu- 
manismo laico"  o  "socialismo  desmaterializado".  Su  reino  divino,  rei- 
no de  verdad  y  de  justicia,  se  halla  también  presente  en  las  regiones 
donde  la  lucha  de  clases  amenaza  implantarse  a  cada  momento. 
Por  eso  la  Iglesia  no  se  limita  a  invocar  este  orden  social  más  justo,  si- 
no que  .indica  también  sus  principios  fundamentales,  exhortando  a  go- 
bernantes, legisladores,  patronos  y  directores  de  empresas  o  ponerlos 
er;  práctica. 

Pero  Nuestro  discurso  se  dirige  ahora  especialmente  a  aquellos  ca- 
tólicos italianos  que  se  ha  dado  en  llamar  "desengañados".  No  faltan, 
en  efecto,  sobre  todo  entre  los  jóvenes  aun  de  óptimas  intenciones,  quie- 
nes habían  esperado  algo  más  de  la  acción  de  las  fuerzas  católicas  en 
la  vida  pública  del  país. 

No  hablamos  aquí  de  aquellos  cuyo  entusiasmo  no  siempre  va 
acompañado  de  un  sentido  práctico  tranquilo  y  seguro,  al  juzgar  los 
hechos  presentes  y  futuros  y  las  debilidades  propias  del  hombre.  Nos 
referimos  más  bien  a  aquellos  que  reconocen,  sí,  los  progresos  nota- 
bles realizados,  a  pesar  de  las  difíciles  condiciones  del  país,  pero  que, 
por  otra  parte,  lamentan  que  sus  cualidades  y  su  capacidad,  de  las 
que  tienen  plena  conciencia,  no  hallen  campo  adecuado  donde  pue- 
dan dar  todo  su  rendimiento.  Sin  duda  que  hallarían  una  respuesta  a 
sus  quejas,  si  leyesen  atentamente  el  programa  de  la  ACLI,  que  exi- 
ge la  participación  efectiva  del  trabajo  subordinado  en  la  elaboración 
de  la  vida  económica  y  social  de  la  nación,  y  pide  que  dentro  de  las 
empresas  cada  uno  sea  realmente  reconocido  como  un  verdadero  co- 
laborador. 

No  tenemos  que  insistir  en  esta  materia,  tratada  ya  suficientemen- 
te por  Nos  en  otras  ocasiones.  Pero  quisiéramos  que  esos  desengaña- 
dos reflexionasen  que  ni  leyes  ni  instituciones  nuevas  son  suficientes 
para  dar  a  cada  uno  la  seguridad  de  hallarse  defendido  de  cualquier 
coacción  abusiva,  o  de  poder  desenvolverse  libremente  en  la  sociedad. 
Todo  será  inútil  si  la  generalidad  de  los  hombres  viven  con  el  temor 
de  sufrir  la  arbitrariedad,  y  no  logra  libarse  del  sentimiento  de  estar 
a  merced  de  la  voluntad  buena  o  mala  de  los  que  aplican  las  leyes 
o  de  los  que,  como  empleados  públicos,  dirigen  las  instituciones  y  or- 
ganizaciones; si  cae  en  la  cuenta  que  en  la  vida  cotiodiana  todo  depen- 
de de  relaciones  de  los  que  él  quizá  no  goza  como  otros;  si  sospecha 
que  tras  la  apariencia  de  lo  que  se  llama  Estado  se  oculta  el  juego  de 
poderosos  grupos  organizados. 

La  acción  de  las  fuerzas  cristianas  en  la  vida  pública  mira  cierta- 
mente a  que  se  promueva  la  promulgación  de  buenas  leyes  y  la  forma- 
ción de  instituciones  adaptadas  a  los  tiempos;  pero  también  y  más  aún 
significa  el  destierro  de  frases  huecas  y  de  palabras  engañosas,  y  el 


Sistemas  Sociales 


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sentirse  la  generalidad  de  los  hombres  apoyados  y  sostenidos  en  sus 
legítimas  exigencias  y  esperanzas.  Es  necesario  formar  una  opinión 
pública  que,  sin  buscar  el  escándalo,  señale  con  franqueza  y  valor 
las  personas  y  las  circunstancias  que  no  se  conforman  con  las  leyes 
e  instituciones  justas,  o  que  deslealmente  ocultan  la  realidad.  Para  lo- 
grar que  un  ciudadano  cualquiera  ejerza  su  influjo  no  basta  ponerle  en 
la  mano  la  papeleta  del  voto  u  otros  medios  semejantes.  Si  desea  aso- 
ciarse a  las  clases  dirigentes,  si  quiere,  para  el  bien  de  todos,  poner 
alguna  vez  remedio  a  la  falta  de  ideas  provechosas  o  vencer  el  egoís- 
mo invasor,  deben  poseer  personalm.ente  las  necesarias  energías  in- 
ternas y  la  ferviente  voluntad  de  contribuir  a  infundir  una  sana  moral 
en  todo  el  orden  público. 

He  aquí  el  fundamento  de  la  esperanza  que  Nos  manifestábamos  a 
las  ACLl  hace  diez  años,  y  que  repetimos  hoy  con  redoblada  confian- 
za ante  vosotros.  En  el  movimiento  obrero  pueden  padecer  desenga- 
ños reales  sólo  aquellos  que  únicamente  se  fijan  en  el  aspecto  político 
inmediato,  en  el  juego  de  las  mayorías.  Vuestra  acción  se  desenvuel- 
ve en  el  estado  preparatorio  — aunque  tan  esencial—  de  la  política.  Se 
trata  de  educar  y  encaminar  por  vuestro  medio  al  verdadero  trabaja- 
dor cristiano  mediante  vuestra  "formación  social",  a  la  vida  sindical 
y  política,  y  de  sostener  y  facilitar  toda  su  conducta  por  medio  de  vues- 
tra "acción  social",  y  de  vuestro  "servicio  social".  Continuad,  pues,  sin 
debilidades  la  obra  hasta  ahora  realizada;  de  este  modo  abriréis  a  Cris- 
to una  entrada  directa  al  mundo  obrero  e  indirectamente  también  a  los 
otros  grupos  sociales.  Esta  es  la  "apertura"  fundamental,  sin  ia  cual 
toda  otra  colaboración  en  cualquier  sentido  no  sería  sino  una  capitula- 
ción de  las  fuerzas  que  se  dicen  cristianas. 


Capítulo  V 


PUNTOS  DEL  PROGRAMA  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA 


1.  — TRES  VALORES  FUNDAMENTALES  DE  LA  VIDA  SOCIAL  Y  ECO- 

NOMICA: 

1  de  junio  de  1941:    Los  tres  valores  fundamentales  de  la  vida  social 

y  económica:  1*?. — derecho  fundamental  de  todo  hombre  al  uso 
de  los  bienes  de  la  tierra.  2<?. — El  trabajo  se  halla  unido  íntima- 
mente al  uso  de  los  bienes  de  la  tierra-  3"?. — La  familia  es  una 
unidad  natural  que  debe  ser  garantizada  por  la  propiedad  priva- 
da familiar. 

2.  — PRIMER  VALOR  FUNDAMENTAL: 

7  de  septiembre  de  1947:  Una  distribución  más  justa  de  la  riqueza 
es  una  alta  aspiración  social  digna  de  vuestros  esfuerzos. 

7  de  julio  de  1952:  Una  más  justa  y  digna  distribución  de  las  rique- 
zas. Se  realiza  mediante  el  salario  como  retribución  del  trabajo, 
pero  debe  tender  a  realizarse  mediante  la  propiedad  privada. 
Misión  del  Estado  respecto  de  la  sana  distribución  de  las  riquezas. 

2  de  junio  de  1948:  Toda  reforma  social  está  vinculada  al  problema 

de  una  ordenación  sabia  de  la  producción. 

3.  — SEGUNDO  VALOR  FUNDAMENTAL: 

18  de  julio  de  1947:  El  trabajo  es  capaz  de  dar  nuevamente  forma 
y  estructura  a  la  sociedad. 

4.  —  TERCER  VALOR  FUNDAMENTAL: 

1  de  septiembre  de  1944:  Para  todo  recto  orden  económico  y  so- 
cial debe  ponerse  como  fundamento  inconcuso  el  derecho  a  la 
propiedad  privada.  La  propiedad  privada  es  el  fruto  natural 
del  trabajo.  la  Iglesia,  al  defender  la  propiedad  privada  contra 
el  marxismo  y  el  capitalismo,  pretende  un  elevado  fin  ético  y  so- 
cial. El  Estado  al  servicio  de  los  valores  personal  y  social  de  la 
propiedad  privada. 


1— TRES  VALORES  FUNDAMENTALES  DE  LA  VIDA 
SOCIAL  Y  ECONOMICA 


EN  EL  CINCUENTENARIO  DE  LA  -RERUM  NOVARUM" 
(1  de  junio  de  1941) 


La  solemnidad  de  Pentecostés,  gloriosa  navidad  de  la  Iglesia  de 
Cristo,  es  para  Nuestro  ánimo,  amados  hijos  de  todo  el  mundo,  una  in- 
vitación dulce  y  propicia,  fecunda  en  profundos  avisos,  para  dirigiros,  en 
medio  de  las  dificultades  y  luchas  de  lo  presente,  un  mensaje  de  amor, 
de  exhortación  y  de  consuelo.  Os  hablamos  en  un  momento  en  que 
todas  las  energías  y  fuerzas  físicas  e  intelectuales  de  una  porción  ca- 
da día  mayor  de  la  humanidad  se  hallan,  en  medida  y  con  ardor  nun- 
ca antes  conocidos,  tensas  bajo  la  férrea  e  inexorable  ley  de  la  guerra; 
y  desde  otras  antenas  parlantes  vuelan  acentos  impregnados  de  exas- 
peración y  de  acritud,  de  escisión  y  de  lucha. 

Pero  las  antenas  de  la  Colina  Vaticana,  de  la  tierra  consagrada  co- 
mo centro  inmaculado  de  la  Buena  Nueva  y  de  su  difusión  bienhechora 
en  el  mundo  por  el  martirio  y  por  el  sepulcro  del  primer  Pedro,  no  pue- 
den transmitir  sino  palabras  informadas  y  onimadas  por  el  espíritu  con- 
solador de  lc(  predicación  que  resonó  en  Jerusalén  y  que  la  conmovió 
en  la  primera  Pentecostés  por  boca  de  Pedro:  espíritu  de  ardiente  amor 
aposiólico,  espíritu  que  no  siente  ansia  más  viva  ni  alegría  más  santa 
que  la  de  conducir  a  todos,  amigos  y  enamigos,  a  los  pies  del  Crucifica- 
do en  el  Gólgota,  al  sepulcro  del  glorioso  Hijo  de  Dios  y  Redentor  del 
género  humonO,  para  convencer  o  todos  de  que  sólo  en  El,  en  la  ver- 
dad por  El  enseñada,  en  el  amor  de  hacer  el  bien  y  sanar  a  lodos  de- 
mostrado y  vivido  por  El  hasta  sacrificarse  por  la  vida  del  mundo,  puede 
enconlrarse  lo.  verdadera  salvación  y  la  felicidad  duradera  para  los  in- 
dividuos y  para  los  pueblos. 

En  esta  hora,  plenamente  saturada  de  acontecimientos  pendientes 
del  designio  divino  que  rige  la  historia  de  las  naciones  y  vela  por  la 
Iglesia,  Nos  es  alegría  y  satisfacción  íntima  el  haceros  sentir  amados 
hijos,  la  voz  del  Padre  común,  al  llamaros  como  a  una  breve  pero  uni- 
versal asamblea  católica,  para  que  en  el  vínculo  de  la  paz  podáis  por 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


experiencia  probar  la  dulzura  del  cor  unum  y  del  anima  una  (cí.  He- 
chos de  Apost.,  IV,  32)  que,  bajo  el  impulso  del  divino  Espíritu,  unía¡ 
a  la  comunidad  de  Jerusalén  en  el  día  de  Pentecostés.  Cuanto  más 
difícil  se  hace  en  muchos  casos  el  contacto  directo  y  eficaz  entre  el  Su- 
mo Pastor  y  su  grey,  a  causa  de  las  condiciones  de  la  guerra,  con  gra- 
titud tanto  mayor  saludamos  este  rapidísimo  puente  de  unión  que  el 
genio  inventivo  de  nuestra  época  lanza  por  un  rayo  a  través  del  éter, 
uniendo  entre  sí  todos  los  rincones  de  la  tierra,  a  través  de  los  mon- 
tes, mares  y  continentes.  Y  esto,  que  para  muchos  es  arma  de  lucha,  se 
transfoirma  para  Nos  en  providencial  instrumento  de  un  apostolado  ac- 
tivo y  pacífico  que  cumple,  alzándola  a  un  nuevo  significado,  la  palabra 
de  la  Escritura:  "In  omnem  terram  exivit  sonus  eorum;  et  in  fines  orbis 
terrae  verba  eorum"  (Salmo  XVIII,  5;  Rom.,  X,  18).  Así  parece  reno- 
varse el  gran  milagro  de  Pentecostés,  cuando  las  diversas  gentes,  de  re- 
giones distintas  por  sus  lenguas,  reunidas  en  Jerusalén,  escucharon,  ca- 
da una  en  su  idioma,  la  voz  de  Pedro  y  de  los  Apóstoles.  Con  sincera 
complacencia  Nos  servimos  hoy  de  este  maravilloso  medio  para  llamar 
la  atención  del  mundo  católico  sobre  una  conmemoración  que  merece 
esculpirse  con  caracteres  de  oro  en  los  fostos  de  la  Iglesia;  esto  es, 
sobre  el  quincuagésimc  aniversario  de  la  publicación  — -esta  tuvo  lu- 
gar el  15  de  mayo  de  1891 —  de  la  fundamental  Encíclica  social  ñerum 
Novarum  de  León  XIII. 

Estado  e  Iglesia  en  el  orden  social 

León  XIII  dirigió  al  mundo  su  mensaje  movido  por  la  profunda 
convicción  de  que  a  lo  Iglesia  le  corresponde  no  sólo  el  derecho  sino 
también  el  deber  de  pronunciar  una  autorizada  palabra  sobre  las  cues- 
tiones sociales.  No  fué  su  intención  el  establecer  normas  tocantes  al  la- 
do puramente  práctico,  cósi  diríamos  técnico,  de  la  constitución  social; 
pues  bien  sabía  y  le  era  evidente  — lo  ha  declarado  Nuestro  Prede- 
cesor, de  santa  memoria.  Pío  XI,  hace  ahora  diez  años,  en  su  Encí- 
clica conmemorativa  Ouadragesimo  anno —  que  la  Iglesia  no  se  atri- 
buye tal  misión.  En  el  ámbito  general  del  trabajo,  én  el  desarrollo  sa- 
no y  responsable  de  todas  las  energías  físicas  y  espirituales  de  los  in- 
dividuos y  en  sus  libres  organizaciones  se  abre  un  vastísimo  campo  de 
acción  multiforme,  en  que  el  poder  público  interviene  con  una  actua- 
ción suya  integrante  y  ordenadora,  primero  por  medio  de  corporacio- 
nes locales  y  profesionales,  y  en  último  término  con  la  fuerza  del  mis- 
mo Estado,  cuya  autoridad  social,  que  ha  de  ser  superior  y  moderado- 
ra, tiene  el  importante  deber  de  prevenir  las  perturbaciones  del  equili- 
brio económico  que  pudieren  surgir  de  la  pluralidad  y  de  la  oposición 
de  los  encontrados  egoísmos,  individuales  y  colectivos. 

Es,  por  el  contrario,  competencia  indiscutible  de  la  Iglesia,  en  aque- 
lla parte  del  orden  social  en  que  éste  se  acerca  y  aún  llega  a  tocar  el 
campo  moral,  juzgar  si  las  bases  de  un  determiriado  ordenamiento  so- 
cial están  de  acuerdo  con  el  orden  inmuable  que  Dios  Creador  y  Re- 
dentor ha  manitestado  por  medio  del  derecho  natural  y  de  la  revela- 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


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ción:  doble  manifestación,  a  que  León  XIII  se  refiere  en  su  Encíclica. 
Y  con  razón;  porque  las  enseñanzas  del  derecho  natural  y  las  verda- 
des de  la  revelación  se  derivan,  por  diversos  caminos,  como  dos  arro- 
yos de  aguas  no  contrarias  sino  acordes,  de  la  misma  fuente  divina,  y 
porque  la  Iglesia,  que  custodia  el  orden  sobrenatural  cristiano,  en  el 
que  convergen  la  naturaleza  y  la  gracia,  es  la  que  ha  de  formar  las 
conciencias,  aún  las  de  quienes  están  llamados  a  encontrar  solucio- 
nes para  los  problemas  y  los  deberes  impuestos  por  la  vida  social.  De 
la  forma  que  se  dé  a  la  sociedad,  conforme  o  no  a  las  leyes  divinas, 
dspende  y  se  insinúa  a  su  vez  el  bien  o  el  mal  en  las  almas;  es  decir, 
el  que  los  hombres,  llomados  todos  a  ser  vivificados  por  la  gracia  de 
Cristo,  en  las  terrenas  contingencias  del  curso  de  la  vida,  respiren  el 
sano  y  vivificante  hálito  de  la  verdad  y  de  la  virtud  moral,  o  el  ba- 
cilo morboso  y  a  veces  mortífero  del  error  y  de  la  depravación.  An- 
te tal  consideración  y  previsión,  ¿cómo  podría  la  Iglesia,  Madre  tan 
amorosa  y  solícita  del  bien  de  sus  hijos,  permanecer  cual  indiferente 
espectadora  de  sus  peligros,  callar  o  fingir  que  no  ve  ni  aprecia  las 
condiciones  sociales  que,  queridas  o  no,  hacen  difícil  y  prácticamente 
imposible  una  conducta  de  vida  cristiana,  ajustada  a  los  preceptos  del 
Sumo  Legislador? 

Consciente  de  tan  gravísima  responsabilidad,  León  XIII,  al  dirigir 
su  Encíclica  al  mundo,  señalaba  a  la  conciencia  cristiana  los  errores  y 
los  peligros  de  la  concepción  de  un  socialismo  materialista,  las  fa- 
tales consecuencias  de  un  liberalismo  económico,  harto  empeñado  en 
ignorar,  olvidar  o  despreciar  los  deberes  sociales,  y  exponía,  con  tal 
magistral  claridad  como  admirable  precisión,  los  principios  convenien- 
tes y  adecuados  para  mejorar  — gradual  y  pacíficamente —  las  condi- 
ciones materiales  y  espirituales  del  obrero. 

Espléndida  mies 

Si  ahora,  amados  hijos,  transcurridos  ya  cincuenta  años  de  la  pu- 
blicación de  la  Encíclica,  Nos  preguntáis  hasta  qué  punto  y  medida 
correspondió  la  eficacia  de  su  palabra  a  las  nobles  intenciones,  a  los 
pensamientos  tan  ricos  en  verdades,  a  las  bienhechoras  directrices 
queridas  y  sugeridas  por  su  sabio  Autor,  sentimos  el  deber  de  respon* 
deros:  Precisamente  para  dar  a  Dios  Omnipotente,  desde  el  fondo  de 
vuestro  ánimo,  humildes  gracias  por  el  don  que  hace  cincuenta  años 
otorgó  a  la  Iglesia  con  aquella  Encíclica  de  su  Vicario  en  la  tierra,  y 
para  alabarlo  por  el  soplo  del  Espíritu  renovador  que  por  medio  de  ella 
se  derramó  desde  entonces  cada  vez  más  creciente  sobre  la  humanidad 
entera,  Nos  hemos  propuesto,  en  esta  solemnidad  de  Pentecostés,  diri- 
giros Nuestra  palabra- 

Ya  nuestro  Predecesor  Pío  XI  exaltó  en  la  primera  parte  de  su 
Encíclica  conmemorativa  la  espléndida  mies  que  debió  su  madurez  a  la 
Rerum  Novarum,  germen  fecundo  en  desarrollar  una  doctrina  social 
católica,  que  ofreció  a  los  hijos  de  la  Iglesia,  sacerdotes  y  seglares,  or- 
denaciones y  medios  para  una  reconstrucción  social,  exuberante  en 


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El  Orden  Económtco-Social  Cristiano 


frutos;  de  suerte  que  gracias  a  ella  surgieron  en  el  campo  católico  nu- 
merosas y  variadas  instituciones  benéficas  y  centros  florecientes  de  mu- 
tuo auxilio  en  favor  propio  y  ajeno.  ¡Qué  prosperidad  material  y  na- 
tural, qué  frutos  espirituales  y  sobrenaturales,  no  se  han  derivado,  pa- 
ra los  obreros  y  para  sus  familias,  de  las  uniones  católicas!  ¡Cuán 
eficaz  y  oportuna  ha  sido,  según  las  necesidades,  la  labor  de  los  Sin- 
dicatos y  de  las  Asociaciones  en  pro  de  la  clase  agrícola  y  media,  pa- 
ra aliviarles  las  angustias,  asegurarles  la  defensa  y  la  justicia,  y  de  es- 
ta suerte,  al  mitigar  las  pasiones,  preservar  de  perturbaciones  la  paz 
social! 

No  fué  ésta  la  única  ventajo.  La  Encíclica  fíerum  novarum,  al  acer- 
carse al  pueblo,  abrazándolo  con  estimación  y  amor,  penetró  en  los  co- 
razones y  en  las  mentes  de  la  clase  obrera  e  infundió  en  ella  el  senti- 
miento cristiano  y  la  dignidad  civil,  hasta  tal  punto,  que  el  poder  de  su 
influencia  se  desarrolló  y  difundió  tan  eficazmente,  en  el  correr  de  los 
años,  que  llegó  a  convertir  sus  normas  en  patrimonio  casi  común  de  la 
familia  humana.  Y  mientras  el  Estado,  durante  el  siglo  XIX,  por  una 
soberbia  exaltación  de  la  libertad,  consideraba  como  único  fin  suyo  tu- 
telar la  libertad  con  el  derecho,  León  XIII  le  avisó  que  también  era 
deber  suyo  el  aplicarse  a  la  previsión  social,  cuidando  el  bienestar 
del  pueblo  entero  y  de  todos  sus  miembros,  particularmente  de  los  dé- 
biles y  de  todos  los  desheredados,  con  una  amplia  política  social  y  con 
la  creación  de  un  derecho  del  trabajo.  Un  eco  potente  respondió  a  su 
voz,  y  es  sincera  obligación  de  justicia  reconocer  los  progresos  que  la 
solicitud  de  las  Autoridades  civiles  de  muchas  naciones  ha  procura- 
do a  la  condición  de  los  trabajadores.  Con  mucha  razón  se  ha  dicho, 
pues,  que  la  Rerum  novarum  fué  la  Magna  Charta  de  la  actividad  so- 
cial cristiana. 

Mientras  tanto  iba  pasando  medio  siglo  que  ha  dejado  surcos 
profundos  y  tristes  fermentos  en  el  terreno  de  los  naciones  y  de  las 
sociedades.  Las  cuestiones  que  los  cambios  y  las  revoluciones  socia- 
les y  sobre  todo  las  económicas,  ofrecían  a  un  examen  moral  después 
de  la  Rerum  novarum,  han  sido  tratadas  con  penetrante  agudeza  por 
Nuestro  inmediato  Predecesor  en  la  Encíclica  Quodragesimo  anno.  El 
decenio  que  la  ha  seguido  no  ha  sido  menos  rico  que  los  años  anterio- 
res por  sus  sorpresas  en  la  vida  social  y  económica,  lanzando  sus  in- 
quietas y  oscuras  aguas  al  piélago  de  una  guerra  que  puede  levantar 
olas  imprevistas  que  choquen  violentas  con  la  economía  y  con  la  so- 
ciedad. 


Los  problemas  futuros  nuevos  y  graves 

El  momento  presente  hace  muy  difícil  el  señalar  y  el  prever  los 
problemas  y  asuntos  especiales,  tal  vez  completamente  nuevos,  que 
a  la  solicitud  de  la  Iglesia  presentará  la  vida  social  después  del  con- 
flicto que  trae  enfrentados  a  tantos  pueblos.  No  obstante,  si  lo  futuro 
tiene  sus  raíces  en  lo  pasado  y  si  la  experiencia  de  los  últimos  años 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


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Nos  es  la  maestra  para  lo  porvenir.  Nos  pensamos  servirnos  de  la 
conmemoración  de  hoy  para  dar  ulteriores  directrices  morales  sobre 
tres  valores  fundamentales  de  la  vida  social  y  económica;  y  lo  haremos 
animados  por  el  mismo  espíritu  de  León  XIII  y  desarrollando  su  visión, 
más  que  profética,  anunciadora  ya  del  surgiente  proceso  social  de  los 
tiempos.  Estos  tres  valores  fundamentales,  que  se  entrecruzan,  se  unen 
y  se  completan  mutuamente  son:  el  uso  de  los  bienes  materiales,  el 
trabajo  y  la  familia. 

Uso  de  los  bienes  materiales 

Lo  Encíclica  Rerum  novarum  expresa  sobre  la  propiedad  y  sobre 
el  sustento  del  hombre  principios  que  con  el  tiempo  nada  han  perdido 
de  su  primitivo  vigor  y  que  hoy,  pasados  ya  cincuenta  años,  conser- 
van todavía  y  difunden  vivificadora  su  íntima  fecundidad.  Nos  mismo 
ya  reclamamos  la  atención  de  todos  sobre  su  punto  fundamental  en 
Nuestra  Encíclica  Sertum  laeütiae,  dirigida  a  los  Obispos  de  los  Esta- 
dos Unidos  del  Norte;  punto  fundamental  que  consiste,  como  allí  de- 
cíamos, en  la  afirmación  de  la  ineludible  exigencia  de  "que  los  bienes, 
creados  por  Dios  para  todos  los  hombres,  afluyan  equitativamente  a 
todos,  según  los  principios  de  la  justicia  y  de  la  caridad". 


Derecho  íundamental 

Todo  hombre,  como  viviente  dotado  de  razón,  tiene  de  hecho,  por 
naturaleza,  el  derecho  fundamental  de  usar  los  bienes  materiales  de  la 
tierra,  aunque  se  haya  dejado  a  la  voluntad  humana  y  a  las  formas 
jurídicas  de  los  pueblos  el  regular  más  particularmente  su  realización 
práctica.  Semejante  derecho  individual  no  puede  en  modo  alguno  ser 
suprimido,  ni  siquiera  por  otros  derechos  ciertos  y  pacíficos  sobre  los 
bienes  materiales.  Sin  duda  que  el  orden  natural,  que  se  deriva  de 
Dios,  requiere  también  la  propiedad  privada  y  el  libre  comercio  recí- 
proco de  los  bienes  por  medio  de  cambios  y  donaciones,  así  como  la 
función  reguladora  del  poder  público  sobre  estas  dos  instituciones.  Sin 
embargo,  todo  esto  permanece  subordinado  al  fin  natural  de  los  bienes 
materiales,  y  no  se  podría  hacer  independiente  del  derecho  primero  y 
íundamental  de  su  uso  que  corresponde  a  todos,  sino  que  más  bien  ha 
de  servir  para  hacer  posible  su  realización  conforme  a  su  fin.  Sólo 
así  se  podrá  y  se  deberá  lograr  que  la  propiedad  y  el  uso  de  los  bienes 
materiales  lleven  a  la  sociedad  una  paz  fecunda  y  una  consistencia 
vital,  y  que  no  sean  tan  sólo  condiciones  precarias,  generadoras  de  lu- 
chas y  de  odios,  y  abandonadas  al  arbitrio  del  despiadado  juego  de  la 
fuerza  y  de  la  debilidad. 

El  derecho  originario  sobre  el  uso  de  los  bienes  materiales,  por  es- 
tar en  íntima  conexión  con  la  dignidad  y  con  los  demás  derechos  de  la 
persona  humana,  le  ofrece  con  las  formas  antes  indicadas  una  base 
material  segura,  de  suma  importancia  para  elevarse  al  cumplimiento 


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El  Ohden  Económico-Social  Cristiano 


de  sus  deberes  morales.  La  tutela  de  este  derecho  asegurará  la  dig- 
nidad personal  del  hombre  y  le  facilitará  el  atender  y  el  satisfacer  con 
justa  libertad  aquella  suma  de  obligaciones  y  decisiones  estables  de 
que  es  directamente  responsable  ante  el  Creador.  Pertenece,  en  efecto, 
al  hombre  el  deber  personalísimo  de  conservar  y  conducir  a  la  perfec- 
ción su  vida  material  y  espiritual,  para  conseguir  el  fin  religioso  y  mo- 
ral que  Dios  ha  señalado  a  todos  los  hombres  y  les  ha  dado  cual  nor- 
ma suprema,  obligatoria  siempre  y  en  cada  caso,  antes  que  todos  los 
demás  deberes. 


El  bien  común 

Tutelar  el  intangible  campo  de  los  derechos  de  la  persona  humana 
y  facilitarle  el  cumplimiento  de  sus  deberes  ha  de  ser  oficio  esencial 
de  todo  poder  público.  ¿No  es  acaso  esto  lo  que  llevo  consigo  el  sig- 
nificado genuino  del  bien  común,  que  es  lo  que  el  Estado  debe  promo- 
ver? De  aquí  nace  que  el  cuidado  de  tal  bien  común  no  lleva  consigo 
un  poder  tan  amplio  sobre  los  miembros  de  la  comunidad,  que  en  su 
virtud  esté  concedido  o  la  autoridad  pública  disminuir  el  desarrollo  de 
la  acción  individual  antes  descrita,  decidir  directamente  en  torno  al  co- 
mienzo o,  excluido  e!  caso  de  una  legítima  pena,  sobre  el  final  de  la 
vida  humana,  determinar  por  su  propia  voluntad  el  modo  de  ser  de 
su  movimiento  físico,  espiritual,  religioso  y  moral  en  oposición  a  los 
derechos  y  deberes  personales  del  hombre,  y  para  ello  abolir  el  dere- 
cho natural  a  los  bienes  materiales,  o  dejarlos  sin  eficacia.  Deducir  del 
cuidado  del  bien  común  una  extensión  tan  grande  del  poder,  sería  tan- 
to como  trastornar  el  significado  mismo  del  bien  común  y  caer  en  el 
error  de  afirmar  que  el  propio  fin  del  hombre  sobre  la  tierra  es  la  so- 
ciedad, que  la  sociedad  es  el  fin  de  sí  misma,  y  que  el  hombre  no  tiene 
otra  vida  que  esperar  sino  la  que  se  termina  en  la  tierra. 


lia  verdadera  riqueza 

La  misma  economía  nacional,  como  fruto  que  es  de  lo  actividad 
de  los  hombres  que  trabajan  unidos  dentro  de  lo  comunidad  del  Es- 
tado, no  tiene  otro  fin  que  asegurar  sin  interrupción  los  condiciones  ma- 
teriales en  que  puedo  desarrollarse  plenamente  la  vida  individual  de 
los  ciudadanos.  Donde  esto  se  lograre  en  forma  duradera,  el  pueblo  se- 
rá económicamente  rico,  porque  el  bienestar  general,  y  por  consiguien- 
te, el  derecho  personal  de  todos  al  uso  de  los  bienes  terrenos,  se  reali- 
zará entonces  conforme  o  lo  finalidad  establecida  por  el  Creador. 

De  todo  lo  cual  fácil  os  será,  amados  hijos,  el  deducir  que  la  ri- 
queza económica  de  un  pueblo  no  consiste  propiamente  en  lo  abun- 
dancia de  bienes  medida  según  el  cómputo  mera  y  estrictamente  ma- 
terial de  su  valor,  sino  más  bien  en  que  tal  abundancia  represente  y 
ofrezca  real  y  eficazmente  lo  base  material  suficiente  para  el  debido 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


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bienestar  personal  de  sus  miembros .  Si  no  se  realizare  esta  distribución 
de  los  bienes  o  lo  fuere  sólo  imperfectamente,  no  se  logrará  el  verda- 
dero fin  de  la  economía  nacional,  pues,  por  muy  gfande  que  fuera  'la 
afortunada  abundancia  de  los  bienes  disponibles,  el  pueblo,  al  no  ser 
llamado  a  participar  de  ellos,  no  sería  económicamente  rico,  sino  po- 
bre. Haced,  por  el  contrario,  que  esa  justa  distribución  se  realice  ple- 
namente y  en  forma  duradera,  y  veréis  cómo  un  pueblo  se  hace  y  es 
económicamente  sano,  aunque  disponga  de  menor  cantidad  de  bienes. 

Particularmente  oportuno  Nos  parece  poner  hoy  ante  vuestra  con- 
sideración estos  conceptos  fundamentales,  que  se  refieren  a  la  riqueza 
y  a  la  pobreza  de  los  pueblos,  cuando  es  común  la  inclinación  a  pesa;- 
y  juzgar  tal  riqueza  y  pobreza  con  balanzas  y  con  criterios  simple- 
mente cuantitativos,  ya  del  espacio,  ya  de  la  abundancia  de  los  bie- 
nes. Mas  si  se  pondera  rectamente  el  fin  de  la  economía  nacional,  en- 
tonces éste  se  tornará  luz  para  los  esfuerzos  de  los  hombres  de  Estct,- 
do  y  de  los  pueblos,  y  los  iluminará  para  dirigirse  espontáneamente 
por  un  camino  que  no  les  exigirá  continuos  gravámenes  en  bienes  y 
en  sttngre,  sino  que  les  dará  frutos  de  paz  y  de  bienestar  general- 


El  trabajo 

Vosotros  mismos,  amados  hijos,  comprenderéis  cómo  el  trabajo  se 
halla  unido  con  el  uso  de  los  bienes  materiales.  La  Rerum  novarum 
enseña  que  son  dos  los  propiedades  del  trabajo  humano:  es  personal 
y  es  necesario.  Es  personal,  porque  se  realiza  con  el  ejercicio  de  las 
fuerzas  particulares  del  hombre;  es  necesario,  porque  sin  él  no  se  pue- 
de procurar  lo  indispensable  para  la  vida,  mantener  la  cual  es  un  de- 
ber natural,  grave  e  individual.  Al  deber  personal  del  trab<bfjo  impuesto 
por  la  naturaleza  corresponde  y  sigue  el  derecho  natural  de  cada  indi- 
viduo para  convertir  el  trabajo  en  el  medio  de  proveer  a  su  propia 
vida  y  a  la  de  sus  hijos.  ¡Tan  altamente  está  ordenado  a  la  conserva- 
ción del  hombre  el  imperio  sobre  la  naturaleza! 


Deber  y  derecho  natural 

Pero  notad  que  tal  deber  y  su  correlativo  derecho  al  trabajo  se 
ha  impuesto  y  se  ha  concedido  al  individuo  primordialmente  por  la  na- 
turaleza, y  no  por  la  sociedad,  como  si  el  hombre  no  fuera  sino  un 
simple  siervo  o  funcionario  de  la  comunidad.  De  donde  se  deriva  que 
el  deber  y  el  derecho  de  organizar  el  trabajo  del  pueblo  pertenecen  ante 
todo  a  los  inmediatamente  interesados:  patronos  y  obreros.  Si  estos  no 
cumplen  con  su  deber  o  no  lo  pueden  cumplir  por  especiales  circuns- 
tancias extraordinarias,  corresponde  entonces  al  Estado,  como  deber 
suyo,  el  intervenir  en  el  campo,  en  la  división  y  en  la  distribución  del 
trabajo,  según  la  forma  y  medida  que  requiera  el  bien  común  recta- 
mente entendido. 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


Derechos  y  deberes  supereminentes 

En  todo  caso,  cualquier  intervención  legítima  y  bienhechora  del  Es- 
tado en  el  campo  del  trabajo,  ha  de  ser  tal  que  salve  y  respete  su  ca- 
rácter personal,  así  en  la  teoría  como  en  la  práctica,  dentro  de  los  lí- 
mites de  lo  posible.  Y  esto  se  cumplirá  cuando  las  normas  estatbles 
no  abolieren  ni  hicieren  irrealizable  el  ejercicio  de  otros  derechos  y 
deberes  igualmente  personales.  Tales  son  el  derecho  al  verdadero  culto 
de  Dios;  el  derecho  al  matrimonio;  el  derecho  de  los  cónyuges,  del 
padre  y  de  la  madre,  a  realizar  su  vida  conyugal  y  doméstica;  el  de- 
recho a  una  razonable  libertad  en  la  elección  de  estado  y  en  seguir 
una  verdadera  vocación.  Derecho  este  último  personal,  como  ningún 
otro,  del  espíritu  del  hombre;  y  excelso,  cuando  se  le  vienen  a  añadir 
los  derechos  superiores  e  imprescindibles  de  Dios  y  de  la  Iglesia,  co- 
mo sucede  en  la  elección  y  en  el  cumplimiento  de  las  vocaciones  sa- 
cerdotales y  rehgiosas. 

La  Familia 

Según  lo  doctrina  de  la  Rerum  novarum,  la  misma  naturaleza  ha 
unido  íntimamente  a  la  propiedad  particular  con  la  existencia  de  la  so- 
ciedad humana  y  con  su  verdadera  civilización,  y  en  grado  eminen-- 
te  con  la  existencia  y  con  el  desarrollo  de  la  familia.  Tal  vínculo  apa- 
rece con  uno  claridad  que  ya  no  puede  ser  mayor.  ¿Acaso  no  debe  lo 
propiedad  privada  asegurar  al  padre  de  familia  la  sano  libertad  de 
que  tiene  necesidad  para  cumplir  los  deberes  que  el  Creador  le  ha 
señalado,  concernientes  al  bienestar  físico,  espiritual  y  religioso  de  la 
familia? 

En  la  familia  es  donde  la  Nación  encuentra  la  raíz  natural  y  fe- 
cunda de  su  grandeza  y  de  su  poderío.  Si  la  propiedad  privada  ha  de 
conducir  al  bien  de  la  familia,  todas  las  normas  públicas,  más  aún, 
todas  las  del  Estado  que  regulan  su  posesión,  deben  no  sólo  hacer  po- 
sible y  conservar  tal  función  — función  que  en  ciertos  aspectos  es  su- 
perior a  todo  otra  de  orden  natural — ,  sino  también  perfeccionarlo  co- 
do vez  más.  Sería  en  verdad  antinatural  un  pretendido  progreso  ci- 
vil que,  o  por  la  superabundancia  de  cargos  o  por  excesivas  ingeren- 
cias inmediatas,  hiciese  vacío  de  sentido  la  propiedad  privado,  qui- 
tando prácticamente  a  la  familia  y  o  su  cabeza  la  libertad  de  conse- 
guir el  fin  señalado  por  Dios  al  perfeccionamiento  de  la  vida  familiar. 


La  propiedad  familiar 

Entre  todos  los  bienes  que  pueden  ser  objeto  de  la  propiedad  pri- 
vada ninguno  es  más  conforme  o  lo  naturaleza,  según  enseña  lo  ñe- 
rum  novarum,  que  la  tierra,  esto  es,  la  finco  en  que  habito  todo  una 
familia  y  de  cuyos  frutos  soco  íntegramente,  o  al  menos  en  parte,  lo 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


73 


necesario  para  vivir.  Y  en  el  espíritu  de  la  Rerum  novarum  está  el  afir- 
mar que,  regularmente,  sólo  aquella  estabilidad  que  arraiga  en  un  pa- 
trimonio propio  hace  de  la  familia  la  célula  vital  más  perfecta  y  fe- 
cunda de  la  sociedad,  reuniendo  espléndidamente  con  su  progresiva 
cohesión  a  las  generaciones  presentes  con  las  futuras.  Si  hoy  el  con- 
cepto y  la  creación  de  los  espacios  vitales  ocupa  el  centro  de  los  me- 
tas sociales  y  políticas,  ¿no  se  debería  pensar  tal  vez,  antes  que  en 
ninguna  otra  cosa,  en  el  espacio  vital  de  ia  familia  y  en  librarla  de 
las  trabas  de  condiciones  que  ni  siquiera  permiten  formarse  la  idea  de 
una  casa  propia? 


Los  verdaderos  espacios  vitales 

En  nuestro  planeta,  que  posee  tan  extensos  océanos,  mares  y  lagos, 
con  montes  y  llanos  cubiertos  de  nieve  y  de  hielos  perpetuos,  con  dila- 
tados desiertos  y  tierras  inhóspitas  y  estériles,  no  faltan,  sin  embargo, 
regiones  y  lugares  vitales  abandonados  al  capricho  vegetativo  de  la 
naturaleza  y  que  se  prestan  al  cultivo  por  la  mano  del  hombre,  para 
sus  necesidades  y  sus  operaciones  civiles;  y  más  de  una  vez  es  inevita- 
ble que  algunas  familias,  emigrando  de  acá  y  de  allá,  busquen  en  otra 
región  una  nueva  patria.  En  este  caso,  según  señala  la  Rerum  nova- 
rum, se  respeta  el  derecho  de  la  familia  a  un  espacio  vital.  Donde  es- 
to suceda,  la  emigración  logrará  — según  a  veces  confirma  la  expe- 
riencia—  su  fin  natural,  esto  es,  la  distribución  más  favorable  de  los 
hombres  en  la  superficie  terrestre  que  se  preste  para  colonias  de  agri- 
cultores; superficie  que  Dios  creó  y  preparó  para  el  uso  de  todos.  Si  las 
dos  partes,  la  que  concede  permiso  para  dejar  el  lugar  de  origen  y  la 
que  admite  a  los  emigrados,  se  mantienen  lealmente  solícitas  para  eli- 
minar cuanto  pudiere  impedir  que  nazca  y  se  desarrollo  la  verdadera 
confianza  entre  el  país  de  emigración  y  el  país  de  inmigración,  todos 
los  que  participen  en  tal  cambio  de  lugares  y  de  personas  reportarón 
sus  ventajas:  las  familias  recibirán  un  terreno  que  paro  ellas  serán  tie- 
rra patria  en  el  verdadero  sentido  de  la  palabra;  las  tierras  de  den- 
sa población  se  verán  aligeradas  y  sus  pueblos  se  crearán  nuevos  ami- 
gos en  territorios  extranjeros;  y  los  Estados  que  acogen  a  los  emigra- 
dos se  habrán  ganado  unos  laboriosos  ciudadanos.  De  esta  suerte  las 
Naciones  que  dan  emigrados  y  los  Estados  que  los  reciben  contribui- 
rán a  porfía  al  incremento  del  bienestar  humano  y  al  progreso  de  la  ci- 
vilización. 

La  "Rerum  Novarum" 

Tales  son,  amados  hijos,  los  principios,  los  conceptos  y  las  normas 
con  que,  ya  desde  ahora,  querríamos  Nos  cooperar  a  la  futura  organi- 
zación de  aquel  nuevo  orden  que  todos  esperan  y  se  prometen  que  na- 
cerá del  horrendo  fermento  de  la  guerra  presente,  de  suerte  tal  que 
tranquilice  a  los  pueblos  en  la  paz  y  en  la  justicia.  ¿Qué  Nos  queda 


74 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


ya  sino,  con  el  mismo  espíritu  de  León  XIII  y  con  las  mismas  intencio- 
nes de  sus  enseñanzas  y  fines  tan  nobles,  exhortaros  a  proseguir  y  pro- 
mover la  obra  que  la  precedente  generación  de  vuestros  hermanos  y 
vuestras  hermanas  ha  fundado  con  tan  valeroso  ánimo?  Que  no  se  ex- 
tinga en  vosotros  ni  se  haga  débil  la  voz  insistente  de  los  dos  Pontífi- 
ces de ,  las  Encíclicas  sociales,  que  proclama  gravemente,  a  los  que 
creen  en  la  regeneración  sobrenatural  de  la  humanidad,  el  ineludible 
deber  moral  de  cooperar  al  ordenamiento  de  la  sociedad  y,  en  modo 
especial,  de  lo  vida  económica,  excitando  a  la  acción  no  sólo  a  quie- 
nes participan  de  dicha  vida,  sino  también  al  mismo  Estado.  ¿No  es  es- 
to un  deber  sagrado  para  todo  cristiano?  No  os  acobarden,  amados  hi- 
jos, las  dificultades  externas,  ni  os  desanime  el  obstáculo  del  crecien- 
te paganismo  de  la  vida  pública.  No  os  conduzcan  a  engaño  los  sus^ 
citadores  de  errores  y  de  teorías  malsanas,  perversas  corrientes,  no  de 
crecimiento,  sino  más  bien  de  destrucción  y  de  corrupción  de  la  vida  re- 
ligiosa; corrientes  que  pretenden  que,  al  pertenecer  la  redención  al  or- 
den de  la  gracia  sobrenatural  y  al  ser  por  lo  tanto  obra  exclusiva  de 
Dios,  no  necesita  nuestra  cooperación  en  este  mundo >  ¡Oh  miserable 
ignorancia  de  la  obra  de  Dios! :  "Dicentes  enim  se  esse  sapientes,  stulti 
facti  sunt"  (Rom.  I,  22X  Como  si  la  primera  eficacia  de  la  gracia  no 
fuera  el  corroborar  nuestros  sinceros  esfuerzos  para  cumplir  diariamen- 
te los  mandatos  de  Dios,  como  individuos,  y  como  miembros  de  la  so- 
ciedad; como  si  hace  dos  milenios  no  viviera  y  perseverara  en  el  alma 
de  la  Iglesia  el  sentido  de  la  responsabilidad  colectiva  de  todos  por  to- 
dos, que  ha  movido  y  mueve  a  los  espíritus  hasta  el  heroísmo  carita>- 
tivo  de  los  monjes  agricultores,  de  los  libertadores  de  esclavos,  de  los 
curadores  de  enfermos,  de  los  abanderados  de  la  fe,  de  la  civiliza- 
ción y  de  la  ciencia  en  todas  las  épocas  y  en  todos  los  pueblos,  parcr, 
crear  las  únicas  condiciones  sociales  que  a  todos  puedan  hacer  posi- 
ble y  placentera  una  vida  digna  del  hombre  y  del  cristiano.  Pero  voso- 
tros, conscientes  y  convencidos  de  ton  sacra  responsabilidad,  no  os  con- 
forméis jamás,  en  el  fondo  de  vuestra  alma,  con  aquella  general  me- 
diocridad pública  en  que  el  común  de  los  hombres  no  puede,  si  no  es 
con  actos  heroicos  de  virtud,  observar  los  divinos  preceptos,  siempre 
y  en  todo  caso  inviolables. 

Si  entre  el  propósito  y  la  realidad  apareció  alguna  vez  evidente 
desproporción;  si  hubo  errores,  comunes  por  los  demás  a  toda  humana 
actividad;  si  surgieron  diversos  pareceres  sobre  el  método  seguido  o  el 
que  habría  de  seguirse,  todo  esto  no  puede  en  modo  alguno  ni  hacer 
decaer  el  ánimo,  ni  detener  vuestro  paso,  ni  suscitar  lamentos  o  acu- 
saciones; tampoco  se  ha  de  olvidar  el  hecho  consolador  de  que  el  ins- 
pirado mensaje  del  Pontífice  de  la  fíerum  novarum  hizo  nacer,  pura  y 
vivificadora,  una  fuente  de  espíritu  social  intenso,  sincero  y  desinte- 
resado; fuente  que,  si  en  parte  puede  estar  hoy  oculta  por  una  avalan- 
cha de  acontecimientos  diversos,  y  más  fuertes,  mañana,  removidas 
las  ruinas  de  este  huracán  mundial,  al  iniciarse  el  trabajo  de  recons- 
trucción de  un  nuevo  orden  social  que  todos  imploramos,  digno  de  Dios 
y  del  hombre,  infundirá  un  nuevo  y  fuerte  impulso  y  una  nueva  olea- 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


75 


da  de  vida  y  de  creciiniento  a  toda  la  floración  de  la  civilización  hu- 
mana. Conservad  la  noble  llama  del  fraterno  espíritu  social  que,  ha- 
ce m.edio  siglo,  encendió  en  los  corazones  de  vuestros  padres  la  lumi- 
noso y  esplendente  antorcha  de  la  palabra  de  León  XIII;  no  dejéis  ni 
permitáis  jamás  que  le  falte  el  alimento  y  que  muera  con  sus  últiraaa 
luces  al  terminar  vuestras  solemnidades  conmemorativas,  apagada  poi 
una  cobarde,  despectiva  y  recelosa  indiferencia  hacia  las  necesidades 
de  nuestros  más  pobres  hermanos,  o  envuelta  en  el  polvo  y  en  el  fan- 
go por  el  tempestuoso  soplo  de  un  espíritu  anticristiano  o  no  cristiano. 
Nutridla,  avivadla,  elevadla;  ensanchad  esta  llama;  llevadla  doquier 
que  oyereis  vosotros  un  gemido  de  sufrimiento,  un  lamento  de  miseria, 
un  grito  de  dolor;  reanimadla  sin  cesar  con  el  fuego  del  amor  bebido 
en  el  Corazón  del  Redentor,  a  quien  está  consagrado  el  mes  que  hoy 
comienza.  Acudid  a  aquel  Corazón  divino,  manso  y  humilde,  fuente 
de, todo  consuelo  en  el  trabajo  y  en  el  peso  de  toda  actividad:  es  el 
Corazón  de  Aquel  que  a  toda  obra,  genuino  y  pura,  realizada  en  su 
nombre  y  con  su  espíritu,  en  favor  de  los  que  sufren,  de  los  angustiqf 
dos,  de  los  abandonados  por  el  mundo  y  de  los  desheredados  de  todo 
bien  y  fortuna,  ha  prometido  la  eterna  recompensa  de  la  bienaventu- 
ranza: ¡Vosotros,  benditos  de  mi  Padre!  ¡Cuánto  hicisteis  al  más  peque- 
ño de  mis  hermanos  me  lo  hicisteis  a  Mí. 


2.—   PRIMER  VALOR  FUNDAMENTAL:  JUSTA  DISTRIBUCION 

DE  LA  RIQUEZA 


DISCURSO  A  LOS  HOMBRES  DE  ACCION  CATOLICA 

(7  de  septiembre  de  1947) 
(fragmento) 


Cuarto.  Justicia  social.  Confirmamos  lo  que  recientemente  tuvimos 
ocasión  de  exponer  para  los  católicos,  el  camino  que  han  de  seguir 
en  asuntos  sociales  está  claramente  marcado  por  la  Iglesia.  La  ben- 
dición de  Dios  descenderá  sobre  vuestro  trabajo  si  no  os  separáis 
lo  más  mínimo  de  ese  camino.  No  debéis  ser  ganados  por  fórmulas  fá- 
ciles y  sin  resultado.  Lo  que  debéis  y  por  lo  que  tenéis  que  luchar  es 
por  una  distribución  más  justa  de  la  riqueza.  Este  es,  y  continúa  sien- 
do un  capítulo  de  la  doctrina  social  católica.  El  desarrollo  natural  de 
las  cosas  lleva  consigo,  indudablemente,  ciertos  límites,  con  una  des- 
igual distribución  de  productos  del  mundo.  La  Iglesia  se  opone  a  la 
acumulación  de  estos  bienes  en  manos  de  unos  relativamente  reduci- 
dos grupos,  mientras  que  grandes  masas  están  condenadas  al  ham- 
bre y  a  unas  condiciones  económicas  que  no  se  merecen  los  seres  hu- 
manos. Una  distribución  más  justa  de  la  riqueza  es,  por  lo  tanto,  una 


76 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


alta  aspiración  social  digna  de  vuestros  esfuerzos.  Su  realización  su- 
pone que  los  individuos,  así  como  los  grupos  de  ellos,  mostrarán  la 
misma  comprensión  de  los  derechos  y  las  necesidades  de  los  otros  que 
tienen  por  los  suyos  propios.  Ser  conscientes  de  esto  en  vuestras  pro- 
pias vidas  y  hacer  que  otros  lo  comprendan  es  una  de  las  más  nobles 
tareas  de  los  Hombres  de  Acción  Católica. 


CARTA  AL  PRESIDENTE  DE  LAS  SEMANAS  SOCIALES 
DE  FRANCIA 

(7  de  julio  de  1952) 

En  la  tradición  de  los  grandes  temas  económicos  y  sociales  de 
vuestras  reuniones  anuales,  la  Semana  Social  que  se  celebrará  pró- 
ximamente en  Dijón,  se  propone  abordar  uno  de  los  problemas  que 
condicionan  hoy,  sin  duda  alguna,  la  paz  social  e  internacional.  "Ri- 
queza y  miseria",  ese  contraste  intolerable  para  la  conciencia  cris- 
tiana, que  os  ha  puesto  de  manifiesto  el  espectáculo  del  mundo  con- 
temporáneo, y  al  que  buscaréis  remedio  en  el  acrecentamiento  y  me- 
jor distribución  de  la  renta  nacional. 

La  cuestión  no  es  nueva.  Ya  Nuestro  Predecesor  inmediato,  ha- 
ciéndose eco  de  las  enseñanzas  de  León  XIIL  escribía  en  1931:  "Es 
necesario  dar  a  cada  uno  lo  que  le  pertenece  y  atender  a  las  normas 
del  bien  común  y  de  la  justicia  social  en  cuanto  a  la  distribución  de  los 
recursos  de  este  mundo,  cuyo  flagrante  contraste  entre  un  puñado  de 
ricos  y  una  multitud  de  indigentes  pone  de  manifiesto  en  nuestros  días, 
a  los  ojos  de  cualquier  hombre  de  corazón,  graves  desviaciones"  (cf. 
Ouadragesimo  anno,  Acta  Apost.  Sedis,  1931,  pág.  197).  Pío  XI  invi- 
taba a  los  responsables  a  "esforzarse"  para  que  las  riquezas,  creadas 
tan  abundantemente  en  nuestra  época  de  industrialismo,  fueran  más 
equitativamente  repartidas.  Reconocemos  con  satisfacción  que,  des- 
pués de  algunas  décadas,  gracias  a  los  esfuerzos  perseverantes  y  a  los 
progresos  de  la  legislación  social,  la  diferencia  de  condiciones  se  ha 
reducido  generalmente  bastante,  a  veces  en  proporciones  notables.  Sin 
embargo,  este  problema  ha  adquirido,  a  raíz  de  la  postguerra,  una  no- 
table agudización;  se  plantea  en  un  plano  mundial  en  el  que  las  acti- 
tudes opuestas  son  todavía  sorprendentes;  y  se  agrava  con  las  nuevas 
aspiraciones  que  despiertan  en  el  corazón  de  las  masas  un  sentido  más 
vivo  de  desigualdad  de  condición  entre  los  pueblos,  entre  las  clases, 
incluso  entre  los  miembros  de  una  misma  clase. 

Por  esto  Nos  hemos  deplorado  en  varias  ocasiones  recientes  (v.  gr., 
los  Discursos  del  2  de  noviembre  de  1950,  y  del  8  de  marzo  de  1952)  el 
crecimiento  intolerable  de  los  gastos  en  lujo,  de  los  gastos  superfluos 
e  irrazonables,  que  duramente  contrastan  con  la  miseria  de  un  gran 
número,  ya  entre  las  clases  proletarias  de  las  ciudades  y  de  los  cam- 
pos, ya  entre  la  multitud  de  los  llamados  económicamente  débiles.  "A 
lo  que  vosotros  podéis  y  debéis  tender",  hoy  como  ayer,  "es  a  una  más 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


77 


justa  distribución  de  la  riqueza.  Ella  es  y  seguirá  siendo  un  punto  del 
programa  de  la  doctrina  social  católica"  (Discurso  del  7  de  septiem- 
bre de  1947  a  los  hombres  de  Acción  Católica  Italiana). 

Hemos,  por  ello,  de  exhortar  a  la  Semana  Social  de  Dijón  a  enfren- 
tarse con  realismo  con  un  tan  grave  problema,  y  a  estudiar  sobre  el 
plano  económico,  social,  nacional  e  internacional  las  soluciones  posi- 
bles y  prudentes  a  la  luz  de  la  doctrina  de  la  Iglesia.  Lo  que  acaecerá 
en  esa  ciudad  universitaria  de  antiguo  renombre,  gracias  al  concur- 
so de  experimentados  especialistas,  y  sin  duda  encontrará  en  el  Pas- 
tor de  la  diócesis  que  la  acoge,  una  acertada  orientación. 

Abordando  este  tema  de  la  riqueza  y  de  la  miseria,  ¿se  podrá,  por 
otra  parte,  no  tener  presentes  las  imprescriptibles  lecciones  de  la  Escri- 
tura dedicadas  a  aquellos  que  poseen  en  este  mundo  recursos  y  son 
tan  fácilmente  tentados  de  complacerse  en  ellos  y  de  abusar  de  los  mis- 
mos? Todo  el  Evangelio  invita  al  desprendimiento  como  condición  sal- 
vadora, y  el  discípulo  de  Jesús  aprende  en  El  a  considerar  los  bienes 
de  este  mundo  como  orientados  hacia  la  vida  del  espíritu  y  a  una  más 
alta  perfección;  no  existe  peor  desgracia  para  el  hombre  que  poner  sus 
esperanzas  en  la  posesión  de  estos  tesoros  perecederos:  "¿Cuán  di- 
fícil es  a  los  ricos  penetrar  en  el  reino  de  Dios!  .  .  .  ¡Bienaventurados 
vosotros,  los  pobres,  porque  el  reino  de  Dios  os  pertenece,  pero  desgra- 
ciados de  vosotros,  los  ricos,  porque  ya  habéis  recibido  vuestro  con- 
suelo!" (Luc,  XIII,  24;  VI,  20  y  24). 

Y,  ¿qué  decir  de  los  ricos  opresores,  contra  los  que  el  Apóstol  San- 
tiago fulmina  sus  solemnes  imprecaciones?:  "He  aquí  que  grita  con- 
tra vosotros  el  salario  que  habéis  defraudado  a  los  obreros  que  traba- 
jaron en  vuestros  campos,  y  los  gritos  de  los  segadores  han  llegado  a 
los  oídos  del  Señor  de  los  Ejércitos"  (Jac,  V,  4). 

Esta  enseñanza  eleva  particularmente  la  cuestión.  Cualquiera  que 
sea  el  objeto  propio  de  su  reflexión,  el  pensador  católico  está  asenta- 
do en  una  soberana  libertad  espiritual,  en  relación  con  los  atractivos 
de  la  riqueza,  tanto  de  aquella  que  se  tiene  como  de  la  que  se  envidia. 
El  pensador  católico  profesa  alta  estima  de  la  pobreza  cristiana,  res- 
peto y  estima  del  pobre  que  honra  a  Jesucristo;  se  defiende  de  las  se- 
ducciones de  una  igualdad  irreal,  pero  se  guarda,  siguiendo  el  conse- 
jo de  Santiago,  de  hacer  jamás  acepción  de  personas,  a  la  vista  de 
su  situación  económica  (cf.  Jac,  II,  1);  nunca  olvida  que  en  la  visión 
cristiana  de  una  sociedad  donde  la  riqueza  estuviera  mejor  distribui- 
da habrá  siempre  lugar  para  el  renunciamiento  y  el  dolor,  herencia 
inevitable,  pero  fecunda,  aquí  en  la  tierra,  que  en  vano  una  concep- 
ción materialista  de  vida,  o  la  ilusión  de  una  justicia  perfecta  durante 
este  peregrinar  por  el  mundo,  intentarían  raer  de  las  perspectivas  hu- 
manas. Por  último,  frente  a  la  multitud  de  indigentes,  cuyo  abandono 
clama  al  cielo,  el  llamarriiento  insistente  de  San  Juan  le  señala  su  de- 
ber: "Si  alguno  posee  los  bienes  de  este  mundo,  y  viendo  a  su  herma- 
no en  necesidad  le  cierra  sus  entrañas,  ¿cómo  el  amor  de  Dios  puede 
permanecer  en  él?  .  .  .  No  amemos  de  palabra  y  de  lengua,  sino  con 
actos  y  en  verdad"  (Joan.,  III,  17-18). 


78 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


¿Cómo,  pues,  insertar  en  el  mundo  contemporáneo  esta  caridad 
efectiva  y  eficaz  en  el  orden  económico  y  social?  ¿Cómo  expresarla  en 
términos  de  justicia,  puesto  que,  para  ser  auténticamente  verdadero  la 
caridad,  debe  siempre  mirar  a  instaurar  la  justicia  y  no  contentarse  ton 
sólo  con  paliar  los  desórdenes  y  las  deficiencias  de  una  injusta  condi- 
ción? 

El  fin  del  organismo  económico  y  social,  al  que  es  necesario  refe- 
rirnos aquí,  es  el  procurar  a  sus  familias  todos  los  bienes  que  los  recur- 
sos de  la  naturaleza  y  de  la  industria,  así  como  la  organización  social 
de  la  vida  económica  tienen  ocasión  de  procurarles.  La  encíclica  Qua- 
dragesimo  anno  precisa;  "Estos  bienes  deben  ser  lo  suficientemente 
abundantes  para  satisfacer  las  necesidades  de  una  honesta  subsisten- 
cia y  para  elevar  o  los  hombres  a  aquel  grado  de  asistencia  que  en 
tanto  que  de  él  se  haga  recto  uso  no  implique  obstáculo  pora  la  virtud, 
sino,  por  el  contrario,  facilite  grandemente  su  ejercicio"  (Acto  Apost. 
Sedis,  1931,  pág.  202).  Ahora  bien,  si  es  cierto  que  para  atender  a  es- 
ta obligación  el  medio  más  seguro  y  natural  es  el  acrecer  los  bienes 
disponibles  por  un  sano  desenvolvimiento  de  la  producción,  es  necesa- 
rio también  en  lo  ejecución  de  este  esfuerzo  atender  o  repartir  justa- 
mente los  frutos  de  lo  labor  de  todos.  "Si  una  tal  justa  distribución  de 
los  bienes  no  estuviere  realizado  o  no  fuere  más  que  imperfectamente 
asegurado,  el  verdadero  fin  de  lo  economía  nocional  no  se  habrá  cum- 
plido; puesto  que,  por  grande  que  fuese  la  abundancia  de  bienes  dis- 
ponibles, cuando  el  pueblo  no  es  llamado  o  participar  en  ellos,  no  será 
rico,  sino  más  bien  pobre"  (Radiomensaje  de  1  de  junio  de  1941). 

Esto  distribución,  en  principio,  se  realizo  originaria  y  normalmente 
en  virtud  del  dinamismo  continuado  del  proceso  económico  y  social 
que  acabamos  de  invocar,  y  es  pora  un  gran  número  de  hombres  el 
origen  del  salario  como  retribución  de  su  trabajo.  Pero  es  necesario 
no  olvidar  que,  bajo  el  signo  de  lo  economía  nocional,  este  salario 
corresponde  o  lo  renta  del  trabajador.  Jefes  de  empresa  y  obreros  son 
así  cooperadores  en  una  obro  común,  llamados  a  vivir  conjuntamente 
del  beneficio  neto  y  global  de  lo  economía;  y  bajo  este  aspecto,  sus 
relaciones  mutuas  no  colocan  en  modo  alguno  a  los  unos  al  servicio 
de  los  otros.  "Mermar  su  retribución  —decíamos  Nos —  es  un  atentado 
contra  lo  dignidad  personal  de  cualquiera  que,  bajo  uno  forma  u  otro, 
presta  su  concurso  productivo  al  ■  rendimiento  de  la  economía  nocio- 
nal" (7  de  mayo  de  1949). 

Mas,  puesto  que  todos  "comen  o  lo  mismo  meso",  por  así  decir- 
lo, resulta  equitativo,  considerando  la  diversidad  de  funciones  y  de  res- 
ponsabilidades, que  la  participación  de  codo  uno  seo  conforme  a  la 
común  dignidad  del  hombre,  de  modo  que  aquello  permita,  en  particu- 
lar a  un  gran  número,  llegar  o  la  independencia  y  o  la  seguridad  que 
da  la  propiedad  privado,  y  participar  con  sus  familias  en  los  bienes 
del  espíritu  y  de  la  cultura,  o  los  que  están  ordenados  los  bienes  de  lo 
tierra. 

Por  otra  porte,  si  patronos  y  obreros  tienen  un  interés  común  en  la 
sano  prosperidad  de  la  economía  nocional,  ¿por  qué  no  ha  de  ser 
legítimo  atribuir  a  los  obreros  uno  justa  parte  de  responsabilidad  en 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


79 


la  constitución  y  el  desarrollo  de  esta  economía?  Esta  observación,  que 
Nos  hicimos  poco  ha  (7  de  mayo  de  1949),  nunca  más  oportuna  que 
en  las  dificultades,  la  inseguridad  y  la  solidaridad  de  la  hora  presente, 
en  que  decisiones  de  orden  económico  se  imponen  a  veces  al  país, 
comprometiendo  el  futuro  de  la  comunidad  nacional,  y  a  veces  tam- 
bién el  de  la  comunidad  de  los  pueblos. 

Estas  pocas  reflexiones  ponen  de  manifiesto  la  dificultad  de  una 
sana  distribución;  para  responder  a  las  exigencias  de  la  vida  social, 
ésta  no  deberá  ser  abandonada  al  libre  juego  de  fuerzas  económicas 
ciegas,  sino  que  debe  ser  mirada  al  nivel  de  la  economía  nacional, 
porque  es  entonces  cuando  se  tiene  una  clara  visión  del  fin  que  se  per- 
sigue: el  servicio  del  bien  común  temporal.  Ahora  bien,  quien  conside- 
ra así  el  problema  queda  en  el  trance  de  preguntarse  sobre  las  fun- 
ciones normales  y  sin  restricciones  asignadas  al  Estado  en  esta  mate- 
ria. 

En  primer  lugar,  el  deber  de  acrecentar  la  producción  y  de  pro- 
porcionarla prudentemente  a  las  necesidades  y  a  la  dignidad  del  hom- 
bre trae  a  primer  plano  la  cuestión  del  ordenamiento  de  la  economía 
sobre  el  dato  de  la  producción.  Pues  bien,  sin  sustituir  por  su  omnipo- 
tencia opresiva  la  legítima  autonomía  de  las  iniciativas  privadas,  los 
poderes  públicos  tienen  en  este  campo  un  papel  innegable  de  coordina- 
ción, que  se  impone  sobre  todo  en  la  confusión  de  las  condiciones  ac- 
tuales, sobre  todo  sociales. 

En  particular,  no  puede  constituirse  sin  su  concurso  una  política 
de  unión  que  favorezca  la  activa  cooperación  de  todos  y  el  acrecenta- 
miento de  la  producción  de  las  empresas,  fuente  directa  de  la  econo- 
mía nacional.  Mas  si  se  piensa  en  tantas  riquezas  que  duermen  o  se 
pierden  en  el  despilfarro,  y  que  puestas  en  circulación  podrían  concu- 
rrir, por  un  empleo  razonable  y  provechoso,  al  bienestar  de  tantas  fa- 
milias, ¿no  es  servir  al  bien  común  el  contribuir  oportunamente  a  ha- 
cer renacer  la  confianza,  a  estimular  el  crédito,  a  acabar  con  el  egoís- 
mo y  a  favorecer  así  un  mejor  equilibrio  de  la  vida  económica? 

Propio  del  Estado  es  velar  para  que  los  más  pobres  no  sean  injus- 
tamente lesionados.  Sobre  este  extremo  la  enseñanza  de  Nuestros  pre- 
decesores es  terminante:  en  la  protección  de  los  derechos  privados,  los 
gobernantes  deben  sobre  todo  preocuparse  de  los  débiles  y  de  los  in- 
digentes. La  clase  rica  —observaba  León  XIII—  se  construye  como  un 
refugio  en  sus  riquezas,  y  tiene  menos  necesidad  de  la  protección  pú- 
blica. La  masa  indigente,  por  el  contrario,  sin  recursos  para  ponerse  a 
cubierto,  cuenta  sobre  todo  con  la  ayuda  del  Estado  CQuadragesimo 
anno,  citando  la  Rerum  novarum,  Acta  Apost.  Sedis,  1931,  pág.  185). 

De  ahí  que,  ante  la  inseguridad  creciente  de  un  gran  número  de 
familias,  cuya  condición  precaria  amenaza  comprometer  los  intereses 
materiales,  culturales  y  espirituales,  las  instituciones  se  esfuercen,  des- 
de hace  algunos  años,  por  corregir  los  males  más  flagrantes  que  resul- 
tan de  una  distribución  demasiado  mecánica  de  la  renta  nacional.  De- 
jando una  legítima  libertad  a  los  responsables  privados  de  la  vida  eco- 
nómica, estas  instituciones,  suficientemente  independientes  del  poder 
político,  pueden  llegar  a  ser,  para  la  masa  de  los  pequeños  asalaria- 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


dos  y  de  los  pobres  de  toda  categoría,  una  indispensable  compensa- 
ción a  los  males  engendrados  por  el  desorden  económico  o  monetario. 
Conviene  sin  embargo,  estudiar  con  prudencia  sus  modalidades,  y  no 
será  posible  confiarse  sin  reservas  en  un  camino  donde  los  excesos  de 
la  fiscalización  pondrían  en  riesgo  de  comprometer  los  derechos  de  la 
propiedad  privada,  y  donde  los  abusos  de  la  seguridad  colectiva  po- 
drían reportar  un  atentado  a  los  derechos  de  la  persona  y  de  la  fa- 
milia. 

Así,  a  igual  distancia  de  los  errores  del  liberalismo  y  del  estatis- 
mo, la,  Iglesia  os  invita  a  proseguir  vuestras  investigaciones  en  el  ca- 
mino que  Ella  os  ha  trazado  en  repetidas  ocasiones.  "La  gran  miseria 
del  orden  social,  decíamos  Nos  recientemente,  es  que  aquél  no  es  ni 
profundamente  cristiano,  ni  realmente  humano,  sino  únicamente  téc- 
nico y  económico,  y  que  no  reposa  en  modo  alguno  sobre  aquello  que 
debería  ser  su  base  y  el  fundamento  sólido  de  su  unidad;  es  decir,  el 
carácter  común  de  los  hombres  por  su  naturaleza,  y  el  de  hijos  de  Dios 
por  la  gracia  de  la  adopción  divina"  (31  de  enero  de  1952). 

Que  los  trabajos  de  esta  Semana  Social  consigan  proyectar  una 
serena  luz  sobre  este  conjunto  de  problemas,  cuyas  repercusiones  son 
considerables.  Quiera  Dios  apartar  a  los  ricos  de  los  escollos  espiri- 
tuales de  la  riqueza;  a  los  proletarios  de  las  pruebas  inhumanas  de  la 
miseria;  atraer  a  los  unos  y  a  los  otros  al  espíritu  evangélico  de  pobre- 
za y  de  servicio;  y  permitir  a  todos  realizar,  en  las  condiciones  mejor 
equilibradas  de  la  vida  económica  y  social,  la  obra  de  todo  punto  ne- 
cesaria: la  de  su  salvación. 

Con  estos  votos,  de  todo  corazón  invocamos  sobre  las  próximas  se- 
siones de  vuestra  universidad  social  una  amplia  efusión  de  gracias 
divinas,  enviándoos,  así  como  a  todos  los  profesores  y  asistentes  a  la 
Semana,  Nuestra  Bendición  Apostólica. 

En  el  Vaticano,  a  7  de  julio  de  1952. 

Pío  PP.  XII. 


DISCURSO  AL  SACRO  COLEGIO  DE  CARDENALES 
(2  de  junio  de  1948) 
(fragmento) 

Pero  la  reconquista  de  tantos  corazones  errantes  o  exacerbados 
que  han  perdido  el  verdadero  concepto  y  la  sana  doctrina  acerca  del 
mundo,  de  Dios,  y  de  sí  mismos,  dependerá  esencialmente  de  la  se- 
riedad, lealtar,  energía  y  desinterés  que  todos  los  espíritus  rectos  pon- 
drán en  juego  para  la  solución  de  los  problemas  fundamentales  naci- 
dos de  las  desolaciones  y  de  los  transtornos  bélicos  y  postbélicos.  En 
el  centro  de  tales  cuestiones,  y  dominándolas  todas,  están  como  bien 
se  sabe,  las  reformas  sociales  justas  y  necesarias,  y  en  especial  la  ur- 
gente necesidad  de  dar  a  las  clases  menos  pudientes  casa,  pan  y  tra- 
bajo. 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


81 


Sin  embarcjo,  sería  peligroso  porque  llevaría  fácilmente  a  amar- 
gas desilusiones,  querer  sacar  de  aquellas  reformas  unas  quiméricas 
esperanzas  y  espectativas  de  un  pronto  resultado  plenamente  satisfac- 
torio. Actualmente  no  se  trata  tan  sólo  de  proveer  a  una  repartición  de 
las  rentas,  de  la  pública  economía  de  manera  más  equitativa  y  más 
conforme  con  el  trabajo  y  con  las  necesidades  de  los  particulares. 
Sin  embargo,  por  muy  importante  que  pueda  ser  esta  exigencia  en  las 
presentes  condiciones,  sobre  todo  después  de  las  enormes  destruccio- 
nes y  trastornos  causados  por  la  guerra,  toda  reforma  social  está  es- 
trechamente unida  al  problema  de  una  ordenación  sabia  de  la  produc- 
ción. Las  relaciones  entre  la  agricultura  y  la  industria  en  cada  una 
de  las  economías  nacionales,  y  de  éstas,  a  su  vez,  con  las  demás;  el 
modo  y  el  grado  de  la  participación  de  cada  pueblo  en  el  mercado 
mundial,  son  problemas  difíciles  que  se  presentan  en  la  actualidad  ba- 
jo un  nuevo  aspecto,  y  de  diverso  modo  al  que  se  presentaban  antes. 
De  su  razonable  solución  depende  la  productividad  de  cada  una  de 
las  naciones,  y  por  consiguiente,  también  el  bienestar  de  los  indivi- 
duos; porque  claro  es  que  donde  no  hay  suficiente  producción,  no  pue- 
de haber  tampoco  suficiente  repartición. 

Hay  pueblos,  sin  duda,  que  se  precian  actualmente  de  una  poten- 
cia productiva  cuyo  progresivo  aumento  se  muestra  cada  vez  más.  Pe- 
ro si  esta  productividad  se  obtiene  con  una  desenfrenada  competencia, 
con  un  uso  sin  escrúpulos  de  la  riqueza,  o  bien  con  la  opresión  y  la 
explotación  despótica  del  trabajo  y  de  las  necesidades  de  los  particu- 
lares por  parte  del  Estado,  no  puede  ser  sana  y  genuino,  porque  la  eco- 
nomía social  es  una  ordenación  de  productores,  de  los  cuales  cada  uno 
está  dotado  de  dignidad  de  persona  y  de  libertad.  La  explotación  in- 
moderada de  los  verdaderos  valores  humanos,  de  ordinario  avanza  al 
mismo  paso  que  la  de  los  tesoros  de  la  naturaleza,  especialmente  de 
la  tierra,  y  conduce  tarde  o  temprano  al  decaimiento. 

Sólo  dentro  de  los  principios  cristianos,  y  de  acuerdo  con  su  es- 
píritu, se  pueden  llevar  a  cabo  las  reformas  sociales  tal  cual  imperiosa- 
mente las  requieren  las  necesidades  y  las  aspiraciones  de  nuestro  tiem- 
po. Ellos  exigen  a  los  unos:  espíritu  de  renuncia  y  de  sacrificio;  a  los 
otros,  sentimiento  de  responsabilidad  y  de  tolerancia;  a  todos,  duro 
y  arduo  trabajo.  Por  eso  Nos  dirigimos  a  los  católicos  del  mundo  ente- 
ro exhortándolos  a  no  contentarse  con  buenas  intenciones  y  magnífi- 
cos programas,  sino  a  proceder  valientemente  a  la  actuación  prácti- 
ca de  los  mismos.  No  vacile  en  unir  sus  esfuerzos  con  los  de  aquellos 
que,  aun  estando  fuera  de  sus  filas,  van,  sin  embargo,  de  acuerdo  con 
la  doctrina  social  de  la  Iglesia  católica,  y  están  dispuestos  a  recorrer 
el  camino  trazado  por  Ella,  que  no  es  la  vía  de  las  perturbaciones  vio- 
lentas, sino  la  de  la  probada  experiencia  y  de  las  enérgicas  resolu- 
ciones. 


82 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


3.—   SEGUNDO  VALOR  FUNDAMENTAL:  EL  TRABAJO 


DE  LA  CARTA  AL  PRESIDENTE  DE  LAS  SEMANAS  SOCIALES 

DE  FRANCIA 

(18  de  julio  de  1947) 
(fragmento) 


Pero  esta  doctrina  puede  ofrecer  a  nuestro  tiempo  una  lección  y 
una  orientación  de  gran  significado.  Por  encima  de  la  distinción  en- 
tre dadores  de  trabajo  y  trabajadores,  que  amenaza  convertirse  cada 
vez  más  en  una  separación  inexorable,  está  el  trabajo  mismo;  el  tra- 
bajo, función  de  la  vida  personal  de  cada  uno,  que  sirve  para  procu- 
rar a  la  sociedad  los  bienes  y  los  servicios  que  le  son  necesarios  o 
útiles.  El  trabajo  entendido  así  es  capaz  de  unir  por  su  misma  natura- 
leza a  los  hombres  real  e  íntimamente;  es  capaz  de  dar  de  nuevo  for- 
ma y  estructura  a  lá  sociedad,  que  ha  llegado  a  ser  una  cosa  amorfa 
y  sin  consistencia,  y  por  ello  restaurar  otra  vez  las  relaciones  de  la 
sociedad  con  el  Estado.  Mientras  que,  por  el  contrario,  se  quiera  ha- 
cer de  la  sociedad  y  del  Estado  una  pura  y  simple  reunión  de  traba- 
jadores, se  desconoce  lo  que  constituye  la  esencia  de  ambos,  se  arre- 
bata al  trabajo  su  verdadero  sentido  y  su  íntima  potencia  de  unir,  y 
se  organizan,  en  fin  de  cuentas,  no  hombres  — trabajadores  conside- 
rados como  tales — ,  sino  una  gigantesca  adición  de  utilidades  y  sala- 
rios. El  peligro  de  que  el  Estado  sea  dominado  por  las  fuerzas  econó- 
micas, con  grande  daño  del  bien  común,  es  exactamente  tan  grave  en 
este  caso  como  en  aquel  en  que  la  dirección  del  Estado  está  sometida 
a  la  presión  del  capital. 


4.—   TERCER  VALOR  FUNDAMENTAL:  JUSTA  DISTRIBUCION 

DE  LA  RIQUEZA 


RADIOMENSAJE  DE  1?  DE  SEPTIEMBRE  DE  1944 
(fragmento) 

I.  —  La  defensa  de  la  civilización  cristiana 

...  La  historia  está  pasando  por  una  grave  hora  decisiva  para 
toda  la  humanidad.  Un  mundo  viejo  yace  en  ruinas.  Ver  surgir  un 
mundo  nuevo  en  esas  ruinas,  un  mundo  más  sano,  jurídicamente  me- 
jor ordenado  y  más  en  armonía  con  las  necesidades  de  la  naturaleza 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


83 


humana,  todo  eso  es  ansia  que  sienten  los  pueblos  martirizados.  ¿Quie- 
nes serán  los  arquitectos  que  trazarán  las  líneas  esenciales  del  nue- 
vo edificio;  quienes  serán  los  pensadores  que  le  darán  su  íorma  de- 
finitiva? ¿A  los  tristes  y  lamentables  errores  del  pasado  sucederán 
quizá  otros  errores  no  menos  deplorables,  y  el  mundo  oscilará  indefi- 
nidamente de  un  extremo  al  otro?  ¿O  quizá  el  péndulo  se  detendrá 
gracias  a  la  acción  de  dirigentes  sabios  de  los  pueblos;  bajo  directri- 
ces y  soluciones  que  no  contradigan  al  derecho  divino,  y  que  no  con- 
trasten con  la  conciencia  humana  y  sobre  todo  cristiana? 

De  la  respuesta  a  estas  preguntas  depende  el  destino  de  la  civili- 
zación cristiana  en  Europa  y  en  todo  el  mundo.  Civilización  que,  le- 
jos de  proyectar  sombras  o  prejuicios  sobre  las  formas  peculiares  y 
tan  variadas  de  vida  civilizada,  en  las  cuales  se  manifiesta  la  índo- 
le propia  de  cada  pueblo,  se  halla  mezclada  con  ellas  y  revive  en 
los  más  altos  principios  éticos:  la  ley  moral  escrita  por  el  Señor  en  el 
corazón  de  los  hombres,  el  derecho  natural  que  deriva  de  Dios,  los  de- 
rechos fundamentales  y  la  inviolable  dignidad  de  la  persona  humana; 
y  para  mejor  inclinar  la  voluntad  a  su  observancia,  infunde  en  cada 
hombre,  en  todo  el  pueblo  y  en  la  convivencia  de  las  naciones,  esas 
energías  que  ningún  poder  humano  puede,  ni  siquiera  de  lejos,  confe- 
rir, mientras  que,  a  semejanza  del  poder  de  las  fuerzas  de  la  naturale- 
za, protege  de  gérmenes  ponzoñosos  el  orden  moral,  impidiendo  su 
ruina. 

Así  resulta  que  la  civilización  cristiana,  sin  sofocar  ni  debilitar  los 
elementos  sanos  de  las  más  variadas  culturas  nativas,  los  armoniza 
en  el  aspecto  esencial,  creando  en  esa  forma  una  amplia  unidad  de 
sentimientos  y  de  principios  morales  — fundamento  solidísimo  de  la  paz 
verdadera,  de  la  justicia  social,  y  del  amor  fraterno  entre  todos  los 
miembros  de  la  gran  familia  humana. 

Los  últimos  siglos  han  visto,  en  una  de  esas  evoluciones  llenas  de 
contrastes  de  las  cuales  está  escalonada  la  historia,  de  un  lado  sis- 
temáticamente amenazados  los  fundamentos  mismos  de  la  civilización 
cristiana;  y  del  otro,  a  la  herencia  de  esa  civilización  que  se  difundía 
cada  vez  más  a  través  de  todos  los  pueblos.  Europa  y  los  demás  con- 
tinentes está  viviendo  todavía,  en  grado  variable,  de  las  fuerzas  vita- 
les y  de  los  principios  que  la  herencia  del  pensamiento  cristiano  les  ha 
trasmitido  algo  así  como  en  una  espiritual  transfusión  de  sangre. 

Algunas  personas  llegan  a  olvidar  esta  herencia  preciosa,  a  pre- 
terirla y  hasta  a  repudiarla,  pero  sigue  en  pie  el  hecho  de  esa  suce- 
sión hereditaria.  Un  hijo  podrá  renegar  de  su  madre,  pero  no  por  eso 
dejará  de  estar  unido  a  ella  biológica  y  espiritualmente.  Así  también 
esos  hijos  que  se  han  alejado  y  se  han  desvinculado  de  la  casa  pa- 
terna sienten  por  siempre,  tal  vez  inconscientemente,  como  llamado  de 
la  sangre,  el  eco  de  esa  herencia  cristiana  que,  a  menudo,  les  preser- 
va de  dejarse  enteramente_  dominar  y  guiar  en  los  propósitos  y  en  las 
acciones  por  las  falsas  ideas  a  las  que,  involuntariamente  o  de  hecho, 
se  adhieren. 

La  clarividencia,  la  devoción,  el  valor,  el  genio  inventivo,  el  sen- 
timiento de  la  caridad  fraterna  de  todos  los  espíritus  rectos  y  honestos 


84 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


determinarán  en  qué  medida  y  hasta  qué  grado  será  dado  al  pensa- 
miento cristiano  mantener  y  apoyar  la  gigantesca  obra  de  la  restau- 
ración de  la  vida  social,  económica  e  internacional  mediante  un  plan 
que  no  contraste  con  el  contenido  religioso  y  moral  de  la  civilización 
cristiana. 

De  conformidad  con  esto,  hacemos  a  todos  Nuestros  hijos  e  hijas 
en  todo  el  vasto  mundo,  así  como  a  aquellos  que,  si  bien  no  pertenecen 
a  la  Iglesia,  se  sienten  unidos  a  Nos  en  esta  hora  de  decisiones  quizó 
irrevocables,  un  urgente  llamamiento  para  que  ponderen  la  extraordi- 
naria gravedad  del  m.omento  y  consideren  que,  por  encima  de  toda 
colaboración  con  otras  divergentes  tendencias  ideológicas  y  fuerzas 
sociales,  surgida  quizó  por  motivos  puramente  contingentes,  la  fideli- 
dad al  patrimonio  de  la  civilización  cristiana  y  su  esforzada  defensa 
contra  las  tendencias  ateas  y  anticristianas,  es  la  piedra  angular  que 
no  puede  sacrificarse  nunca  por  una  ventaja  transitoria  o  por  cualquier 
combinación  mudable. 

Esta  invitación,  que  confiamos  encontrará  acogida  favorable  en  mi- 
llones de  almas  sobre  la  tierra,  tiende  principalmente  hacia  una  leal  y 
eficaz  colaboración  en  todos  aquellos  campos  en  los  que  la  creación 
de  un  más  recto  ordenamiento  jurídico  se  manifiesta  como  particular- 
mente requerida  por  la  misma  idea  cristiana.  Esto  vale  de  modo  espe- 
cial para  aquel  grupo  de  grandes  problemas  que  se  refieren  a  la  orga- 
nización de  un  orden  económico  y  social  más  en  consonancia  con  la 
ley  eterna  divina  y  más  conforme  con  la  dignidad  del  hombre.  En  esto 
el  pensamiento  cristiano  proclama,  como  elemento  sustancial,  la  ele- 
vación del  proletariado,  cuya  resuelta  y  generosa  actuación  aparece  a 
todo  verdadero  seguidor  de  Cristo,  no  sólo  como  un  progreso  terreno, 
sino  también  como  el  cumplimiento  de  una  obligación  moral. 


II.  —  Algunos  aspectos  de  la  cuestión  econónnica  y  social 

Después  de  amargos  años  de  necesidad,  de  restricciones,  y  espe- 
cialmente de  ansiosa  incertidumbre,  los  hombres  esperan,  al  final  de 
la  guerra,  una  mejora  profunda  y  definitiva  de  semejantes  tristes  con- 
diciones. Las  promesas  de  los  hombres  de  Estado,  los  muchos  proyec- 
tos y  propuestas  de  los  sabios  y  de  los  especialistas,  han  suscitado  en 
las  víctimas  de  un  m.alsano  orden  económico  y  social  una  ilusoria  es- 
pectación  de  total  restauración  del  mundo,  una  exaltada  esperanza  de 
un  milenio  de  felicidad  universal.  Tal  disposición  ofrece  terreno  fértil 
para  la  propaganda  de  los  programas  más  extremistas,  predispone  a 
las  mentes  de  los  hombres  a  una  impaciencia  muy  comprensible,  pero 
irrazonable  e  injustificada,  que  nada  confía  de  reformas  orgánicas  y 
que  todo  lo  espera  de  trastornos  y  de  la  violencia.  Ante  estas  tenden- 
cias extremas,  el  cristiano  que  medita  seriamente  en  las  necesidades  y 
miserias  de  su  época,  permanece  fiel,  al  elegir  los  remedios,  a  esas  nor- 
mas que  la  experiencia,  la  sana  razón,  y  la  ética  social  cristiana  indi- 
can como  los  fundamentos  y  los  principios  para  toda  reforma  justa. 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


85 


Ya  Nuestro  inmortal  predecesor  León  XIII,  en  su  famosa  encíclica 
Eerum  novarum,  había  establecido  el  principio  de  que  pora  todo  recto 
orden  económico  y  social  "debe  ponerse  como  fundamento  inconcuso 
el  derecho  a  la  propiedad  privada".  Si  es  patente  que  la  Iglesia  ha  re- 
conocido siempre  "el  derecho  natural  a  la  propiedad  y  a  la  transmisión 
hereditaria  de  los  propios  bienes",  no  es  menos  cierto  todavía  que  es- 
ta propiedad  privada  es,  de  modo  especial,  el  fruto  natural  del  traba- 
jo, el  producto  de  una  intensa  actividad  del  hombre,  que  la  adquiere 
mediante  su  enérgica  voluntad  de  asegurar  y  desenvolver  por  sus  pro- 
pias fuerzas  la  existencia  propia  y  la  de  su  familia,  y  de  crear  para  sí 
y  para  sus  seres  queridos  un  campo  de  justa  libertad,  no  sólo  económi- 
ca, sino  también  política,  cultural  y  religiosa. 

La  conciencia  cristiana  no  puede  admitir  como  justo  un  orden  so- 
cial que  niega  en  principio,  o  que  hace  imposible  o  vano  en  la  prácti- 
ca, el  derecho  natural  a  la  propiedad,  ya  sea  sobre  artículos  de  consu- 
mo, o  sobre  los  medios  de  producción.  Tampoco  puede  aceptar  esos  sis- 
temas que  reconocen  el  derecho  a  la  propiedad  privada  según  un  con- 
cepto de  la  misma  completamente  falso,  y  que,  por  lo  tanto,  se  oponen 
a  un  orden  social  verdadero  y  sano.  Por  esto,  allí  donde,  por  ejemplo, 
el  capitalismo  se  base  en  tales  conceptos  falsos  y  se  arrogue  un  dere- 
cho ilimitado  sobre  la  propiedad,  sin  subordinación  alguna  al  bien  co- 
mún, la  Iglesia  lo  ha  reprobado  como  contrario  al  derecho  de  la  natu- 
raleza. 

Vemos,  en  verdad,  las  filas  siempre  crecientes  de  los  trabajadores 
enfrentarse  con  frecuencia  a  esa  concentración  excesiva  de  los  bienes 
económicos  que,  ocultos  a  menudo  bajo  formas  anónimas,  logran  con 
éxito  subtraerse  a  sus  deberes  sociales,  y  casi  colocan  al  trabajador 
en  la  imposibilidad  de  formarse  una  propiedad  suya  efectiva.  Vemos  a 
la  pequeña  y  media  propiedad  disminuir  y  debilitarse  en  la  vida  so- 
cial, acorralada  y  constreñida  a  participar  en  una  lucha  defensiva  ca- 
da vez  más  dura  y  sin  esperanza  de  éxito.  Por  un  lado  vemos  cómo  ri- 
quezas inmensas  dominan  la  economía  pública  y  privada,  y  con  fre- 
cuencia hasta  la  vida  civil;  por  el  otro,  la  innumerable  multitud  de  a- 
quellos  que,  desprovistos  de  toda  seguridad  directa  o  indirecta  respec- 
to de  su  propia  vida,  que  no  interesándose  ya  por  los  valores  verdade- 
ros y  más  elevados  del  espíritu,  abandonan  su  aspiración  a  una  liber- 
tad genuino,  y  se  entregan  al  servicio  de  cualquier  partido  político,  es- 
clavos de  cualquiera  que  les  prometa  en  alguna  forma  pan  y  tranqui- 
lidad, y  la  experiencia  muestra  de  cuánta  tiranía,  en  esas  circunstan- 
cias, es  capaz  la  naturaleza  humana,  aun  en  nuestros  tiempos. 

Al  defender,  por  lo  tanto,  el  principio  de  la  propiedad  privada,  la 
Iglesia  persigue  un  elevado  fin  ético-social.  Ella  no  pretende  ya  defen- 
der pura  y  simplemente  el  actual  estado  de  cosas  como  si  viera  en 
él  la  expresión  de  la  voluntad  divina,  ni  tampoco  proteger  como  cues- 
tión de  principio  al  rico,  al  plutócrata  contra  el  pobre  y  el  indigente. 
¡Muy  lejos  de  ello!  Desde  sus  orígenes  mismos,  Ella  ha  sido  la  defen- 
sora del  débil  oprimido  contra  la  tiranía  del  poderoso,  y  ha  patrocina- 
do siempre  las  justas  reclamaciones  de  todas  las  clases  trabajadoras 
contra  toda  injusticia.  Pero  la  Iglesia  aspira,  más  bien,  a  lograr  de  este 


86 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


modo  que  la  institución  de  la  propiedad  privada  sea  tal  cual  debe  ser, 
conforme  a  los  designios  de  la  sabiduría  divina  y  a  las  disposiciones 
de  la  naturaleza:  un  elemento  de  orden  social,  una  necesaria  presupo- 
sición a  la  iniciativa  humana,  un  incentivo  al  trabajo  en  provecho  de 
los  fines  temporales  y  transcendentes  de  la  vida,  y  por  lo  tanto,  de  la 
libertad  y  de  la  dignidad  del  hombre  creado  a  semejanza  de  Dios,  quien 
desde  el  principio  le  concedió,  para  beneficio  suyo,  el  dominio  sobre  las 
cosas  materiales. 

Quitadle  al  trabajador  la  esperanza  de  adquirir  algún  bien  en  pro- 
piedad privada,  y  ¿qué  otro  estímulo  natural  podéis  ofrecerle  para  in- 
citarle a  un  trabajo  intenso,  al  ahorro,  a  la  sobriedad,  cuando  no  pocos 
hombres  y  pueblos  han  perdido  hoy  todo,  y  nada  les  queda,  sino  la  ca- 
pacidad para  trabajar?  O  ¿quizá  se  desea  perpetuar  las  condiciones 
económicas  del  tiempo  de  guerra,  en  virtud  de  las  cuales  en  algunos 
países  la  autoridad  pública  fiscaliza  iodos  los  medios  de  producción 
y  provee  todo  y  para  todos,  pero  con  el  látigo  de  una  severa  discipli- 
na? O  ¿bien  se  querrá  someterse  a  la  dictadura  de  un  grupo  político 
que  como  clase  gobernante  disponga  de  los  medios  de  producción  y,  al 
mismo  tiempo,  del  pan  de  cada  día,  y  en  consecuencia,  de  la  volun- 
tad de  trabajo  de  los  individuos? 

La  política  social  y  económica  del  futuro,  el  poder  fiscalizador 
del  Estado,  de  organismos  locales,  de  instituciones  profesionales,  no 
podrán  lograr  permanentemente  su  fin,  que  es  la  verdadera  fecundi- 
dad de  la  vida  social  y  el  normal  rendimiento  de  la  economía  nacio- 
nal, a  no  ser  respetando  y  tutelando  la  función  social  de  la  propiedad 
privada  en  sus  valores  personal  y  social.  Cuando  la  distribución  de  la 
propiedad  es  un  obstáculo  para  ese  fin  — lo  cual  no  es  necesariamen- 
te ni  siempre  consecuencia  de  la  extensión  del  patrimonio  privado — , 
el  Estado  puede,  en  interés  común,  intervenir  para  regular  su  uso;  o 
también,  si  no  se  puede  proveer  equitativamente  de  otro  modo,  decre- 
tar la  expropiación  dando  una  adecuada  indemnización.  Con  el  mis- 
mo propósito  las  pequeñas  y  medianas  posesiones  en  la  agricultura, 
en  las  artes  y  en  los  oficios,  en  el  comercio,  y  en  la  industria,  deben 
ser  garantizadas  y  desarrolladas;  las  uniones  cooperativas  deben  ase- 
gurarles las  ventajas  de  las  grandes  explotaciones;  donde  la  gran  em- 
presa aun  hoy  se  muestre  más  productiva,  debe  darse  oportunidad  de 
moderar  el  contrato  de  trabajo  con  el  contrato  de  sociedad  (cf.  Encí- 
clica Cuadragésimo  anno'). 

Y  no  se  diga  que  el  progreso  técnico  es  contrario  a  este  régimen, 
y  que  arrastra  irresistiblemente  toda  la  actividad  hacia  empresas  y  or- 
ganizaciones gigantescas,  ante  las  cuales  un  sistema  social  fundado 
en  la  propiedad  privada  de  los  individuos  debe  desmoronarse  inevita- 
blemente. No,  el  progreso  técnico  no  determina  como  factor  fatal  y  ne- 
cesario la  vida  económica.  En  realidad,  ha  cedido  con  demasiada  fre- 
cuencia a  las  exigencias  de  los  planes  egoístas,  ávidos  de  acrecentar 
el  capital  indefinidamente;  ¿por  qué,  pués,  no  ha  de  subordinarse  tam- 
bién a  la  necesidad  de  mantener  y  asegurar  la  propiedad  privada  para 
todos,  piedra  angular  del  orden  social?  Tampoco  el  progreso  técnico, 


Puntos  del  Programa  Social  de  la  Iglesia 


87 


como  hecho  social,  debe  prevalecer  sobre  el  bien  general,  antes 
bien,  debe  estar  ordenado  y  subordinado  al  mismo. 

Al  final  de  esta  guerra,  que  ha  trastornado  toda  la  actividad  de  la 
vida  humana,  y  la  ha  encauzado  por  nuevos  canales,  el  problema  de 
la  futura  conformación  del  orden  social  dará  origen  a  una  violenta 
lucha  entre  las  diversas  tendencias,  en  medio  de  la  cual,  la  concep- 
ción social-cristiana  tiene  la  ardua,  pero  noble  misión  de  poner  en  evi- 
dencia y  demostrar  en  la  teoría  y  en  la  práctica,  a  los  partidarios  de 
otras  doctrinas,  que  en  este  campo  tan  importante  para  el  desarrollo 
pacífico  de  la  convivencia  humana,  los  postulados  de  la  verdadera 
equidad  y  los  principios  cristianos  pueden  estar  unidos  en  íntima  vin- 
culación generadora  de  prosperidad  y  de  bienestar  para  cuantos  se- 
pan despojarse  de  los  prejuicios  y  de  las  pasiones  y  presten  oídos  a 
la  enseñanza  de  la  verdad. 

Confiamos  en  que  Nuestros  fieles  hijos  e  hijas  del  mundo  católico, 
como  heraldos  de  la  idea  social  cristiana,  contribuirán,  aun  al  precio 
de  considerables  sacrificios,  al  progreso  hacia  esa  justicia  social  de  la 
cual  deben  tener  hambre  y  sed  todos  los  verdaderos  discípulos  de 
Cristo. 


Capítulo  VI 


FALSOS  CAMINOS  DE  SOLUCION  AL 
PROBLEMA  SOCIAL 

84  de  dieiembre  de  195^:  No  debe  esperarse  únicamente  la  salvación 
de  los  técnicos  de  la  producción  y  de  la  organización,  ni  tampoco 
de  las  fuerzas  espontáneas  de  los  individuos  y  de  los  pueblos; 
sino  de  la  tutela  de  la  dignidad  de  la  persona  humana  por  el 
Estado,  por  la  familia  y  por  la  propiedad  privada.  El  drama  de 
la  "despersonalización  humana".  La  solidaridad  de  los  pueblos 
y  de  los  hombres. 

24  de  diciembre  de  1943:  Insuficiencias  de  la  expansión  mundial  de 
la  vida  económica. 

24  de  diciembre  de  1954:  La  paz  social  no  se  puede  logar  por  el  au- 
tomatismo del  libre  intercambio,  ni  por  el  incremento  de  la  pro- 
ducción. 

24  de  diciembre  de  1955:  El  olvido  de  la  presencia  de  Cristo  ha  pro- 
vocado el  sentimiento  de  extravío  y  la  falta  de  seguridad  en  la 
sociedad  moderna.  La  seguridad  se  debe  buscar  volviendo  a  res- 
tablecer los  principios  de  la  verdadera  naturaleza  humana  que- 
rida por  Dios:  la  familia  y  la  propiedad  como  bases  primarias, 
y  el  Estado  y  las  asociaciones  como  factores  complementarios. 
Las  modernas  conquistas  de  la  ciencia  y  de  la  técnica,  de  carác- 
ter puramente  cuantitativo,  son  incapaces  de  transformar  por  sí 
sólas  la  tierra  en  paraíso  y  de  establecer  la  seguridad  social.  An- 
ticomunismo insuficiente.  Juicio  definitivo  sobre  el  comunismo. 
Justificación  de  la  acción  social  de  los  cristianos.  El  trabajo  no 
es  un  valor  moral  supremo  y  absoluto,  sino  un  instrumento  al 
servicio  de  la  dignificación  de  la  persona  humana. 


RADIOMENSAJE  DEL  24  DE  DICIEMBRE  DE  1952 


Grande  esperanza  de  salvación. 

"Lévate  capita  vestra:  ecce  appropinquat  redenptio  vestra";  "Alzad 
la  cabeza,  porque  vuestra  redención  se  acerca"  (Luc,  XXI,  28).  Este 
fuasto  anuncio  del  Divino  Maestro,  destinado  al  último  día,  en  el  cual 
volverá  El  nuevamente  a  la  tierra  "con  gran  poder  y  majestad"  (ibid., 
27),  para  reanudar  con  la  humanidad  su  diálogo  en  calidad  de  juez 
supremo,  lo  recuerda  y  aplica  a  los  creyentes  la  liturgia  de  Navidad, 
como  invitándolos  a  que  se  quiten  de  la  frente  todo  velo  de  angustia, 
y  den  entrada  en  sus  almas  a  la  gran  esperanza  de  salvación  que,  re- 
novándose cada  Nochebuena,  irradia  la  humilde  cuna  de  Belén,  re- 
veladora de  la  divinidad  y  de  la  misericordia  del  Sumo  Dios  (Tit.,  III, 
4).  Esta  misma  invitación  a  levantar  vuestros  ojos  hacia  el  sol  de  la 
esperanza  queremos  hacerla  hoy  Nuestra,  como  saludo  y  felicitación 
de  Padre  a  todos  vosotros,  queridos  hijos  e  hijas.  Que  el  dulce  misterio 
de  la  Navidad  cristiana  os  impela  a  llevar  a  sabo  lo  que  el  Niño  ce- 
lestial ha  comenzado  con  su  nacimiento;  que  el  místico  fulgor  de  la  No- 
chebuena, precursor  de  esperanza  cierta  y  de  consuelo  seguro,  se  re- 
fleje en  vuestras  almas,  sedientas  más  que  nunca  de  esos  dos  bienes, 
que  en  vano  buscaríais  en  la  reseca  tierra,  pues  son  perlas  del  cielo. 


El  COTO  lastimero  de  los  pobres  y  de  los  oprimidos. 

Pero  Nuestra  felicitación  se  dirige,  antes  que  a  nadie,  a  los  pobres, 
a  los  oprimidos,  a  los  que  por  cualquier  motivo  gimen  en  la  aflicción, 
a  aquellos  cuya  vida  está  como  condicionada  al  hálito  de  esperanza 
que  se  les  acierte  a  infundir  y  al  grado  de  socorro  que  se  les  logre  pro- 
curar. ¡Y  son  tántos  estos  queridos  hijos!  El  coro  lastimero  de  oraciones 
y  de  llamadas  de  auxilio,  lejos  de  indicar  la  disminución  que. los  no  po- 
cos años  ya  transcurridos  desde  que  acabó  el  conflicto  mundial  permi- 
tían esperar  con  pleno  derecho,  perdura  y  a  veces  se  intensifica  a  ra- 
zón de  múltiples  y  urgentes  necesidades,  dirigiéndose  a  Nos,  puede  de- 
cirse, de  todas  las  partes  del  mundo  y  destrozando  Nuestro  corazón  por 
lo  que  revela  de  angustias  y  de  lágrimas. 


92 


El  Orden  Económico-Social  Cbistiano 


Una  triste  experiencia  ya  Nos  ha  enseñado  que  aun  cuando  de 
una  nación  determinada  llega  la  noticia  de  que  las  condiciones  genera- 
les han  mejorado,  hay,  sin  embargo,  que  estar  preparados  al  posible 
anuncio  de  nuevas  desgracias  en  otra,  con  nuevas  desgracias  y  nuevas 
necesidades.  Por  mucho  que  entonces  pesen  sobre  Nuestro  corazón  las 
incesantes  penas  de  tantos  hijos,  la  palabra  del  divino  Maestro:  "Non 
turbetur  cor  vestrum,  ñeque  formidet .  . .  vado  et  venio  ad  vos".  "No  se 
turbe  vuestro  corazón,  ni  se  acobarde  .  .  .;  me  voy  y  vuelvo  a  vosotros" 
(Joan.,  XIV,  27-28),  Nos  sirve  de  poderoso  incentivo  a  poner  por  obra 
cuanto  de  Nos  depende  para  consolar  y  remediar. 

Verdad  es  que  en  este  deseo  de  proveer  y  socorrer  no  estamos 
solos.  Innumerables  propuestas  y  proyectos,  que  miran  a  prevenir  las 
desgracias  y  aplicarles  remedio,  se  formulan  diariamente  por  entida- 
des públicas  y  privadas.  Muchos  de  esos  proyectos,  que  se  Nos  pre- 
sentan de  parte  de  individuos  o  de  grupos,  denotan,  sin  duda,  la  buena 
voluntad  de  sus  autores;  pero  su  misma  extraordinaria  abundancia  y 
las  frecuentes  contradicciones  en  que  incurren  revelan  un  estado  de 
general  perplejidad. 

La  salvación  no  puede  venir  únicamente  de  ¡a  producción  y  de  la 
organización. 

Diríase  que  la  humanidad  actual,  a  pesar  de  que  ha  podido  cons- 
truir la  admirable  y  completa  máquina  del  mundo  moderno  sometien- 
do a  su  servicio  ingentes  fuerzas  de  la  Naturaleza,  se  declara  incapaz 
de  dominar  su  curso,  como  si  se  le  hubiese  escapado  de  la  mano  el  ti- 
món y  corriese  por  eso  el  peligro  de  verse  arrollada  y  desbaratada  por 
ellas.  Esta  incapacidad  de  dominio  debería  por  sí  misma  sugerir  a  los 
hombres,  que  son  sus  víctimas,  que  no  deben  esperar  la  salvación  úni- 
camente de  los  técnicos  de  la  producción  y  de  la  organización.  El  es- 
fuerzo de  éstos,  sólo  cuando  esté  ligado  y  enderezado  a  mejorar  y  re- 
forzar los  verdaderos  valores  humanos,  podrá  contribuir,  y  notablemen- 
te por  cierto,  a  resolver  los  graves  y  extensos  problemas  que  angus- 
tian a  la  tierra;  pero  de  ningún  modo  — ¡oh,  cómo  querríamos  que  todos 
cayesen  en  la  cuenta  de  esto,  los  de  acá  y  los  de  allá  del  océano! — , 
de  ningún  modo  podrá  forjar  un  mundo  sin  desgracias. 

Entre  tanto,  en  este  problema  tan  urgente  de  acudir  en  socorro  a  las 
almas  angustiadas,  es  menester  que  la  humanidad  levante  su  mirada 
a  la  acción  de  Dios  para  aprender  constantemente  de  su  obrar,  infini- 
tamente sabio  y  eficaz,  el  modo  de  ayudar  y  redimir  a  los  hombres  de 
sus  males.  Pues  bien,  precisamente  el  misterio  de  Navidad  proyecta 
sobre  este  punto  una  luz  maravillosa.  En  efecto,  ¿en  qué  consiste  sus- 
tancialmente  este  inefable  misterio  sino  en  la  obra  emprendida  por 
Dios,  y  conducida  gradualmente  a  término  en  ayuda  de  su  criatura, 
para  levantarla  del  profundo  de  la  más  grave  y  general  miseria  en 
que  había  caído:  la  miseria  del  pecado  y  el  alejamiento  del  Sumo 
Bien? 


Falsos  Caminos  de  Solución  al   Problema  Social  93 

Dos  conceptos   fundamentales  de  la  obra  salvadora  de  Dics. 

Mirad  con  humilde  e  iluminante  contemplación  cómo  conduce  Dios 
su  obra  salvadora.  Dos  conceptos  fundamentales,  dos  como  cánones 
dictados  por  su  infinita  sabiduría,  rigen  y  guían  lo  ejecución  de  su  pro- 
grama de  redención,  imprimiéndole  el  inconfundible  carácter  de  la  ar- 
monía y  eficacia,  propio  del  estilo  divino. 

En  primer  lugar,  lejos  de  turbar  el  orden  preexistente,  establecido 
por  El  en  la  creación,  mantiene  Dios  firme  todo  el  vigor  de  las  leyes  ge- 
nerales que  gobiernan  el  mundo  y  la  naturaleza  del  hombre,  a  pesar 
de  encontrarse  ésta  enervada  por  las  debilidades  contraídas.  En  este 
orden,  constituido  también  para  salvar  a  la  criatura,  El  no  perturba  ni 
retira  nada,  sino  que  introduce  un  elemento  nuevo  destinado  a  inte- 
grarlo y  superarlo:  la  Gracia,  con  cuya  luz  sobrenatural  el  ser  creado 
podrá  conocerlo  mejor,  y  con  cuya  fuerza  sobrehumana  podrá  obser- 
varlo mejor. 

En  segundo  lugar,  paro  que  el  orden  general  sea  eficaz  en  cada 
caso  concreto,  pues  nunca  un  caso  es  igual  a  otro,  establece  Dios  con 
los  hombres  un  contacto  personal  e  inmediato,  y  lo  realiza  en  el  miste- 
rio de  la  Encarnación,  por  el  que  la  segunda  Persona  de  la  Santísima 
Trinidad  se  hace  hombre  entre  los  hombres,  tendiendo  así  un  como 
puente  sobre  la  infinita  distancia  que  media  ante  la  majestad  miseri- 
cordiosa y  lo  criatura  indigente,  y  concordando  mutuamente  la  efica- 
cia inmutable  de  la  ley  general  con  las  exigencias  propias  de  cada 
uno. 

Quien  contemple  esta  inefable  armonía  de  lo  acción  divina,  que 
empeña  la  sabiduría,  la  omnipotencia  y  el  amor  de  Dios,  no  puede 
menos  de  exclamar  con  absoluta  confianza:  "O  Rex  gentium  .  . .,  qui 
íacis  utroque  unum  veni  et  salva  hominem",  "¡Oh  Rey  de  las  gentes  .  .  ., 
que  haces  que  dos  cosas  sean  una:  ven  y  salva  a  la  Humanidad!" 
(Brev.  Rom.,  antif.  O  Nativ.,  22  dec);  no  puede  menos  de  señalarla 
como  modelo  cuando  se  trate  de  organizar,  en  un  nivel  terreno,  una 
acción  de  socorro  poro  las  miserias  humanas. 


Dos  falsos  caminos. 

Diríase,  por  desgracia,  que  la  hum.anidad  moderna  ya  no  es  ca- 
paz, especialmente  si  se  trata  de  calamidades  de  gran  extensión,  de 
realizar  esta  dualidad  en  la  unidad,  esta  necesaria  adaptación  del  or- 
den general  a  las  condiciones  concretas  y  siempre  diversas,  no  sólo  de 
cada  individuo,  sino  también  de  los  pueblos  a  los  que  se  quiere  soco- 
rrer. O  se  hace  depender  la  salvación  de  una  ordenación  rigurosamen- 
te uniforme  e  inflexible,  que  abarco  a  todo  el  mundo,  de  un  sistema 
que  debería  obrar  con  la  seguridad  de  una  medicina  bien  experimen- 
tada, de  una  nueva  fórmula  social  redactada  en  fríos  artículos  teóri- 
cos; o  rechazando  toda  receta  ^general,  se  lo  entrega  o  las  fuerzas  es- 
pontáneas del  instinto  vital,  y  en  lo  mejor  de  las  hipótesis,  a  los  impul- 
sos afectivos  de  los  individuos  y  de  los  pueblos,  sin  preocuparse  de 


94 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


que  de  aquí  pueda  derivarse  la  perturbación  del  orden  existente,  por 
más  que  sea  evidente  que  la  salvación  no  puede  nacer  del  caos. 

Entrambos  métodos  son  falsos,  y  por  lo  mismo,  no  reflejan  la  sa- 
biduría de  Dios,  primero  y  ejemplar  remediador  de  la  desgracia.  Espe- 
rar la  salvación  de  fórmulas  rígidas,  aplicadas  materialmente  al  or- 
den social,  es  superstición,  porque  les  atribuye  un  poder  casi  prodigio- 
so que  no  pueden  tener;  mientras  que  poner  la  esperanza  exclusiva- 
mente en  las  fuerzas  creadoras  de  la  acción  vital  de  cada  individuo  es 
contrario  a  los  designios  de  Dios,  Señor  del  orden. 

Sobre  ambas  deformaciones  deseamos  llamar  la  atención  de  los 
que  se'  ofrecen  a  socorrer  a  los  pueblos,  pero  particularmetne  sobre  la 
superstición  según  la  cual  se  daría  por  cierto  que  la  salvación  debe  bro- 
tar de  la  organización  de  hombres  y  de  cosas  en  una  estrecha  unidad, 
capaz  del  más  alto  poder  productivo.  Si  se  logran  — piensan  ellos — 
coordinar  las  fuerzas  de  los  hombres  y  las  disponibilidades  de  la  na- 
turaleza en  un  complejo  orgánico  único  encaminado  a  asegurar  la  ca- 
copicad  de  producción  máxima  y  siempre  creciente,  mediante  una  or- 
ganización estudiada  y  llevada  a  efecto  con  la  solicitud  más  minucio- 
sa-, así  en  las  grandes  líneas  como  en  los  más  pequeños  pormenores, 
resultará  de  aquí  toda  clase  de  bienes  deseables:  la  prosperidad,  la  se- 
guridad individual,  la  paz. 


La  vida  social  no  puede  construirse  a  la  manera  de  una  gigantesca 
máquina  industrial. 

Sabido  es  dónde  se  ha  de  buscar  el  tecnicismo  en  el  pensamiento 
social:  en  las  empresas  gigantescas  de  la  industria  moderna.  No  tene- 
mos la  intención  de  proferir  ahora  un  juicio  sobre  la  necesidad,  la  uti- 
lidad y  los  inconvenientes  de  semejantes  formas  de  producción.  Sin 
duda  son  actuaciones  maravillosas  del  poder  inventivo  y  constructivo 
del  espíritu  humano;  con  razón  se  ofrecen  a  la  admiración  del  mundo 
estas  empresas,  que,  según  normas  nacidas  de  madura  reflexión,  con- 
siguen en  la  fabricación  y  en  la  administración,  coordinar  y  conglobar 
la  acción  de  los  hombres  y  de  las  cosas;  asimismo,  es  indudable  que 
su  sólido  orden  y  no  pocas  veces  la  belleza  enteramente  nueva  y  pro- 
pia de  sus  formas  externas,  son  motivo  del  legítimo  orgullo  para  la 
presente  edad.  Lo  que,  en  cambio,  debemos  negar  es  que  puedan  y  de- 
ban tener  valor  de  modelo  general  para  la  conformación  y  ordenación 
de  la  moderna  vida  social. 

Ante  todo,  claro  principio  de  sabiduría  es  que  todo  progreso,  para 
ser  verdaderamente  tal,  ha  de  saber  añadir  nuevas  conquistas  a  las  an- 
tiguas, nuevos  bienes  a  los  ya  adquiridos  en  el  pasado;  en  una  pala- 
bra, ha  de  saber  aprender  de  la  experiencia.  Ahora  bien,  la  historia 
enseña  que  otras  formas  de  la  economía  nacional  han  tenido  siempre 
un  influjo  positivo  sobre  toda  la  vida  social,  influjo  del  cual  se  han 
aprovechado  ya  las  instituciones  esenciales,  como  la  familia,  el  Esta- 
do, y  la  propiedad  privada;  ya  las  constituidas  en  virtud  de  libre  aso- 


Falsos  Caminos  de  Solución  al  Problema  Social 


95 


dación.  Ponemos  por  ejemplo  las  indiscutibles  ventajas  obtenidas  don- 
de predominaba  la  empresa  agrícola  y  artesana. 

Sin  duda  también  la  empresa  industrial  moderna  ha  tenido  efec- 
tos benéficos,  pero  el  problema  que  hoy  se  presenta  es  este:  ¿podrá 
igualmente  ejercer  un  influjo  feliz  sobre  la  vida  social  en  general,  y 
sobre  aquellas  tres  instituciones  fundamentales  en  particular  un  mun- 
do que  sólo  reconozca  la  forma  económica  de  un  enorme  organismo 
productivo?  Tenemos  que  responder  que  el  carácter  impersonal  de  se- 
mejante mundo  contrasta  con  la  tendencia  totalmnle  personal  de  las 
instituciones  que  el  Creador  ha  dado  a  la  sociedad  humana.  En  efec- 
to, el  matrimonio  y  la  familia,  el  Estado,  la  propiedad  privada  tien- 
den por  su  naturaleza  a  formar  y  desarrollar  al  hombre  como  persona, 
a  protegerlo  y  a  hacerlo  capaz  de  contribuir,  con  su  voluntaria  colabo- 
ración y  responsabilidad  personal,  al  mantenimiento  y  al  desarrollo, 
también  personal,  de  la  vida  social.  La  sabiduría  creadora  de  Dios 
queda,  pues,  ajena  a  ese  sistema  de  unidad  impersonal,  que  atenta  con- 
tra la  persona  humana,  fuente  y  meta  de  la  vida  social,  imagen  de 
Dios  en  su  más  íntimo  ser. 


La  despersonalización  del  howbre  moderno. 

Desgraciadamente,  no  se  trata  ahora  de  hipótesis  y  previsiones, 
pues  es  ya  un  hecho  esta  triste  realidad:  donde  el  dominio  de  la  or- 
ganización invade  y  tiraniza  al  espíritu  humano,  enseguida  se  revelan 
las  señales  de  la  falsa  y  anormal  orientación  del  desarrollo  social.  En 
no  pocas  naciones  el  Estado  moderno  se  va  convirtiendo  en  una  gigan- 
tesca máquina  administrativa  que  extiende  su  mano  sobre  casi  toda 
la  vida:  la  escala  completa  de  los  sectores  político,  económico,  social, 
intelectual,  hasta  el  nacimiento  y  la  muerte,  quiere  que  sea  materia  de 
su  administración.  No  es,  pues,  de  maravillar  que  en  este  clima  de  lo 
impersonal,  que  tiende  a  penetrar  y  envolver  toda  la  vida,  el  senti- 
miento del  bien  común  se  embote  en  las  conciencias  de  los  individuos, 
y  que  el  Estado  pierda  cada  vez  más  el  carácter  primordial  de  una 
comunidad  moral  de  ciudadanos. 

De  este  modo  se  revela  el  origen  y  el  punto  de  partida  de  la  co- 
rriente que  arrastra  al  hombre  moderno  a  un  estado  de  angustia:  su 
"despersonalización".  Se  le  ha  quitado  en  gran  parte  el  rostro  y  el  nom- 
bre; en  muchas  de  las  más  importantes  actividades  de  la  vida  ha  que- 
dado reducido  a  mero  objeto  de  sociedad,  porque  ésta,  a  su  vez,  se  ha 
transformado  en  su  sistema  impersonal,  en  una  fría  organización  de 
fuerzas. 


Electos  del  múltiple  desconocimiento  de  la  persona  humana. 

El  que  aún  abrigue  dudas  acerca  de  este  estado  de  cosas,  vuel- 
va sus  ojos  al  numeroso  mundo  de  la  desgracia,  y  pregunte  a  las 
categorías  tan  variadas  de  los  indigentes  qué  respuestas  suele  darles 


96 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


la  sociedad,  encaminada  ya  hacia  el  desconocimiento  de  la  persona. 
Pregúntese  al  indigente  común,  privado  de  todo  recurso,  que  no  esca- 
sea ciertamente  ni  en  las  ciudades,  ni  en  los  pueblos  y  los  campos; 
pregúntese  al  padre  de  familia  necesitado,  cliente  asiduo  de  la  Ofi- 
cina de  asistencia  social,  cuyos  hijos  no  pueden  esperar  plazos  leja- 
nos y  vagos  de  una  edad  de  oro  que  está  siempre  por  venir;  pregún- 
tese también  a  todo  un  pueblo  de  nivel  de  vida  inferior  y  muy  bajo, 
que  entrando  a  formar  parte  de  la  familia  de  las  naciones  junto  a  her- 
manos que  viven  en  la  suficiencia  o  aun  en  la  abundancia,  aguarda 
en  vano  de  una  Conferencia  internacional  a  otra  una  mejora  estable  de 
su  suerte.  ¿Cuál  es  la  respuesta  que  muchas  veces  da  la  sociedad  actual 
aun  al  desocupado  que  se  presenta  a  las  ventanillas  de  la  Oficina 
del  trabajo,  dispuesto  tal  vez,  por  costumbre,  a  recibir  un  nuevo  desen- 
gaño, pero  sin  acabar  de  resignarse  al  inmerecido  destino  de  tenerse 
por  un  ser  inútil?  Y  ¿cuál  es  la  que  se  da  a  un  pueblo  que,  por  más 
que  haga  y  se  esfuerce,  no  logra  librarse  de  la  mordedura  depauperan- 
te de  la  desocupación  en  masa? 

A  todos  estos  hace  tiempo  se  repite  incesantemente  que  su  caso  no 
se  puede  considerar  como  personal  e  individual;  que  la  solución  se 
debe  encontrar  en  una  ordenación  que  hay  que  establecer,  en  un  sis- 
tema que  abrazará  todo  y  que,  sin  perjuicio  esencial  de  la  libertad, 
conducirá  hombres  y  cosas  a  una  fuerza  de  acción  más  unida  y  cre- 
ciente, sirviéndose  del  empleo  cada  vez  más  profundo  del  progreso  téc- 
nico. Cuando  se  ponga  en  práctica  este  sistema  — se  afirma —  resulta- 
rá automáticamente  la  salvación  para  todos:  un  tenor  de  vida  en  cons- 
tante aumento  y  plenitud  de  ocupación  por  doquiera. 

Lejos  de  creer  que  el  persistente  remitirse  a  la  poderosa  organiza- 
ción futura  de  hombres  y  cosas  sea  un  miserable  medio  de  desviar  la 
atención,  inventado  por  el  que  no  quiere  prestar  socorro;  estimando  que 
sea  más  bien  una  promesa  firme  y  sincera,  apta  para  engendrar  con- 
fianza, todavía  no  se  ve  en  qué  fundamentos  serios  pueda  apoyarse,  ya 
que  las  experiencias  hechas  hasta  ahora  inducen  más  bien  al  escep- 
ticismo respecto  del  preferido  sistema.  Este  escepticismo  está,  por  lo  de- 
más, justificado  por  una  especie  de  círculo  cerrado,  en  el  cual  el  fin  pre- 
fijado y  el  método  adoptado  se  persiguen  mutuamente  uno  detrás  del 
otro,  sin  alcanzarse  nunca  ni  concertarse  de  hecho:  cuando  se  quie- 
re asegurar  la  plena  ocupación  con  un  continuo  crecimiento  del  tenor 
de  vida,  hay  motivo  para  preguntarse  con  ansia  hasta  donde  podrá 
crecer  sin  provocar  una  catástrofe,  y  sobre  todo,  sin  producir  desocu- 
paciones en  masa.  Parece,  pues,  que  se  debe  tender  a  conseguir  el 
grado  de  ocupación  más  alto  posible,  pero  tratando  al  mismo  tiempo 
de  asegurar  su  estabilidad. 

Ninguna  confianza  puede,  pues,  iluminar  este  panorama  domina- 
do por  el  espectro  de  esa  contradicción  insuluble;  ni  se  podrán  romper 
los  anillos  de  esta  espiral,  si  se  persiste  en  apoyarse  sobre  el  único  ele- 
mento de  la  altísima  productividad.  Es  menester  no  considerar  más 
los  conceptos  de  tenor  de  vida  y  empleo  de  la  mano  de  obra  como 
factores  puramente  cuantitativos,  sino  más  bien  como  valores  humanos 
en  el  pleno  sentido  de  la  palabra. 


Falsos  Caminos  de  Solución  al   Problema  Social  97 


Así  que  quien  quiere  socorrer  a  las  necesidades  de  los  individuos 
y  de  los  pueblos  no  puede  poner  la  esperanza  de  salvación  en  un  sis- 
tema impersonal  de  hombres  y  de  cosas,  por  muy  desarrollado  que 
esté  desde  el  punto  de  vista  técnico.  Todo  plan  o  programa  debe  ins- 
pirarse en  el  principio  de  que  el  hombre,  como  sujeto,  custodio  y  pro- 
motor de  los  valores  humanos,  está  por  encima  de  las  cosas,  por  enci- 
ma también  de  las  aplicaciones  del  progreso  técnico,  y  que  es  menes- 
ter, sobre  todo,  preservar  de  una  malsana  "despersonalización"  las 
formas  fundamentales  del  orden  social  que  acabamos  de  mencionar, 
y  utilizarlas  para  crear  y  desarrollar  las  relaciones  humanas.  Si  las 
fuerzas  sociales  van  dirigidas  a  esta  meta,  no  sólo  cumplirán  una  fun- 
ción natural  suya,  sino  que  constribuirán  poderosamente  a  satisfacer 
las  presentes  necesidades,  ya  que  a  ellas  toca  la  misión  de  promover 
la  plena  solidaridad  recíproca  de  los  pueblos. 


La  solidaridad  recíproca  de  los  hombres  y  de  los  pueblos. 

Sobre  la  base  de  esta  solidaridad  Nos  invitamos  a  edificar  la  so- 
ciedad, y  no  sobre  vanos  e  inestables  sistemas.  Ella  exige  que  desapa- 
rezcan las  desproporciones  estridentes  e  irritantes  en  el  tenor  de  vida 
de  los  diversos  grupos  de  un  pueblo.  Para  esta  finalidad  urgente,  en  vez 
de  la  coacción  externa,  dése  la  preferencia  a  la  acción  eficaz  de  la  con- 
ciencia, la  cual  sabrá  poner  límites  a  los  gastos  de  lujo,  e  igualmente 
inducirá  a  los  que  tienen  menos  a  pensar  ante  todo  en  lo  necesario  y 
útil  y  después  a  economizar,  si  es  posible,  el  resto. 

La  solidaridad  de  los  hombres  entre  sí  exige  no  sólo  en  nombre  del 
sentimiento  fraterno,  sino  de  la  misma  conveniencia  recíproca,  que  se 
utilicen  todas  las  posibilidades  para  conservar  los  puestos  de  trabajo 
existentes,  y  para  crear  otros  nuevos.  Por  eso,  los  que  tienen  capitales 
que  invertir,  consideren,  en  vista  del  bien  común,  si  pueden  conciliar 
su  conciencia  con  no  hacer  semejantes  inversiones,  en  los  límites  de  las 
posibilidades  económicas  y  en  el  momento  y  proporciones  oportunas, 
y  con  retirarse  por  vana  cautela.  Por  otra  parte,  obran  contra  concien- 
cia los  que,  explotando  egoístamente  las  propias  ocupaciones,  son  cau- 
sa de  que  otros  no  logren  encontrar  trabajo  y  queden  desocupados. 
Cuando  la  iniciativa  privada  queda  inactiva  o  es  insuficiente,  los  po- 
deres públicos  están  obligados  a  dar  trabajo  en  la  mayor  medida  po- 
sible, emprendiendo  obras  de  utilidad  general  y  a  facilitar  con  el  con- 
sejo y  con  otras  ayudas  la  incorporación  al  trabajo  a  los  que  lo  soli- 
citan. 

Nuestra  invitación  a  hacer  eficaz  el  sentimiento  y  la  obligación 
de  la  solidaridad  se  extiende  también  a  los  pueblos  en  cuanto  tales: 
que  todo  pueblo,  en  lo  que  concierne  al  tenor  de  vida  y  a  la  incorpora- 
ción al  trabajo,  desarrolle  sus  posibilidades  y  contribuya  al  progreso 
correspondiente  de  otros  pueblos  menos  dotados.  Aunque  la  situación 
más  perfecta  aún  de  la  solidaridad  internacional  difícilmente  pueda 
conseguir  la  igualdad  absoluta  de  los  pueblos,  sin  embargo,  urge  prac- 
ticctrla  al  menos  de  modo  que  modifique  sensiblemente  la  actual  con- 


98 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


dición,  que  está  bien  lejos  de  representar  una  proporción  armónica. 
En  otros  términos,  la  solidaridad  de  los  pueblos  exige  que  cesen  las 
enormes  desproporciones  en  el  tenor  de  vida,  y,  con  esto,  en  las  inver- 
siones y  en  el  grado  de  productividad  del  trabajo  humano. 

Pero  este  resultado  no  se  obtendrá  por  medio  de  una  ordenación 
mecánica.  La  sociedad  humana  no  es  una  máquina,  ni  se  la  debe  con- 
vertir en  máquina,  aun  en  el  campo  económico.  Al  contrario,  hay  que 
hacer  palanca  incesantemente  en  la  aportación  de  la  persona  huma- 
na y  de  la  individualidad  de  los  pueblos,  como  en  apoyo  natural  y 
primordial,  del  cual  habrá  que  partir  siempre  pora  tender  hacia  el  fin 
de  la  economía  pública,  o  sea  para  asegurar  la  satisfacción  permanen- 
te en  bienes  y  servicios  materiales,  encaminados  a  su  vez  al  incremen- 
to de  las  condiciones  sociales  morales,  culturales  y  religiosas.  Así  que 
la  solidaridad  y  las  mejores  proporciones  de  vida  y  de  trabajo  que 
deseamos,  deberían  efectuarse  en  las  diversas  regiones,  aun  en  las  re- 
lativamente grandes  donde  la  naturaleza  y  el  desarrollo  histórico  de 
los  pueblos  interesados  pueden  con  mayor  facilidad  ofrecer  para  ello 
una  base  común. 

(Sigue  un  análisis  de  ios  sufrimientos  de  conciencia  en  ¡a  socie- 
dad actual,  y  de  la  cuestión  de  la  natalidad  y  el  problema  de  la  emi- 
gración). . . 


Opresiones  y  persecuciones. 

Las  conciencias  sufren,  además,  hoy  día  otras  opresiones.  Poi 
ejemplo:  donde  se  les  imponen  a  los  padres,  contra  sus  convicciones 
y  su  voluntad,  los  educadores  de  sus  hijos;  o  cuando  se  hace  depen- 
der el  acceso  al  trabajo  o  al  lugar  del  trabajo  de  la  afiliación  a  deter- 
minados partidos  o  a  organizaciones  que  proceden  del  mercado  del 
trabajo.  Semejantes  discriminaciones  son  síntomas  de  una  idea  inexac- 
ta de  la  función  propia  de  las  organizaciones  sindicales  y  de  su  fin 
propio,  a  saber:  la  tutela  de  los  intereses  del  obrero  asalariado  en  el 
seno  de  la  sociedad  actual,  transformada  cada  vez  más  en  anónima 
y  colectivista.  En  efecto,  ¿cuál  es  la  meta  esencial  de  los  sindicatos 
sino  afirmar  prácticamente  que  el  hombre  es  el  sujeto  y  no  el  objeto 
de  las  relaciones  sociales,  escudar  al  individuo  contra  la  irresponsa- 
bilidad colectiva  de  propietarios  anónimos,  y  representar  a  la  persona 
del  trabajador  ante  el  que  tiende  a  considerarlo  solamente  como  fuer- 
za productiva  a  un  determinado  precio?  ¿Cómo,  pues,  podrían  ellos 
encontrar  normal  que  la  defensa  de  los  derechos  personales  del  tra- 
bajador esté  cada  vez  más  en  manos  de  una  colectividad  anónima, 
que  obra  mediante  organizaciones  gigantescas  de  carácter  monopoli- 
zador?  El  trabajador,  herido  así  en  sus  derechos  personales,  tendrá 
que  sentir  especialmente  penosa  la  opresión  de  su  libertad  y  de  su  con- 
ciencia, como  cogido  entre  las  ruedas  de  una  gigantesca  máquina  so- 
cial. . . 


Falsos  Caminos  de  Solución  al  Problema  Social  99 


Los  sufrimientos  de  los  pobres. 

Y  ahora  Nuestro  pensamiento  se  dirige  son  solicitud  particular  y 
afectuosa  al  ejército  sufriente  de  los  pobres  esparcidos  en  el  mundo; 
pobres  conocidos  o  desconocidos,  en  naciones  civilizadas  o  en  regiones 
no  regeneradas  aún  por  la  cultura  cristiana  o  simplemente  humana. 

Pasan  delante  de  los  ojos  del  espíritu  las  familias  sobre  las  que 
^'S^^iér^e  como  espectro  amenazador  el  peligro  de  que  se  seque  la  fuen- 
te de  toda  ganancia  con  el  cese  repentino  del  trabajo;  para  otras,  a 
lo  precario  del  salario  se  añade  lo  insuficiente  del  mismo,  que  no  les 
permite  procurarse  el  vestido  conveniente  y  ni  siquiera  la  comida  ne- 
cesaria para  no  enfermar.  La  condición  empeora  cuando  se  ven  obli- 
gadas a  vivir  en  pocas  habitaciones,  sin  muebles  y  totalmente  priva- 
das de  las  modestas  comodidades  que  hacen  la  vida  menos  dura. 
Si,  además,  la  habitación  es  única,  y  tiene  que  servir  para  cinco,  siete, 
diez  personas,  cualquiera  puede  imaginarse  los  inconvenientes.  Y  ¿qué 
decir  de  las  familias  que  tienen  algún  trabajo,  pero  carecen  de  casa  y 
viven  en  barracas  provisionales,  en  cuevas  que  no  se  destinarían  ni 
a  los  animales?  Amarga  es  también  la  desgracia  de  los  que  habien- 
do quedado  casi  despojados  de  toda  su  renta  por  la  constante  y  casi 
crónica  devaluación  de  la  moneda,  han  caído  en  la  más  miserable  in- 
digencia, muchas  veces  después  de  una  vida  de  ahorro  y  duro  tra- 
bajo, para  acaben-  sin  remedio  en  la  vergüenza  del  mendigar . . . 

. . .  Mientras  Nuestro  pensamiento  se  dirige  a  estas  visisiones  de 
pobreza  y  de  miseria.  Nuestro  corazón  se  llena  de  ansia  y  se  siente  opri- 
mido — podemos  asegurarlo —  con  una  tristeza  mortal.  Pensamos  en  las 
consecuencias  de  la  pobreza  y,  sobre  todo,  en  las  consecuencias  de  la 
miseria. . . 

, . .  ¡Queridos  hijos,  pobres  y  desgraciados  de  toda  la  tierra!  Nos 
pedimos  a  Jesús  que  os  haga  conocer  cuón  cercanos  a  vosotros  esta- 
mos con  Nuestra  ansia  paternal,  angustiosa  y  palpitante.  Sobe  el  Se- 
ñor cómo  Nos  querríamos  tener  la  omnipresencia  y  la  omnipotencia  de 
El  para  entrar  en  cada  una  de  vuestras  moradas  a  llevaros  ayuda  y 
consuelo,  pan  y  trabajo,  serenidad  y  paz.  Querríamos  estar  allí  a  vues- 
tro lado,  mientras  estáis  oprimidos  por  el  cansancio  en  los  campos  y  en 
los  talleres,  mientras  estáis  desolados  por  las  enfermedades  que  os 
afligen,  o  desgarrados  por  las  mordeduras  del  hambre. 

No  podríamos,  por  último,  dejar  de  observar  que  la  mejor  organi- 
zación caritativa  no  bastaría  por  sí  sóla  a  la  asistencia  de  los  desgra- 
ciados. Es  menester  de  todo  punto  añadir  la  acción  personal,  llena 
de  atenciones,  deseosa  de  franquear  la  distancia  entre  el  necesitado 
y  el  que  socorre;  y  que  se  acerca  al  indigente  porque  es  hermano  de 
Cristo  y  también  hermano  nuestro.  La  gran  tentación  de  una  época 
que  se  llama  social,  en  la  cual  — además  de  la  Iglesia—  el  Estado,  los 
municipios  y  otras  entidades  públicas  se  dedican  a  tantos  problemas 
sociales,  es  que  las  personas,  aun  creyentes,  cuando  el  pobre  llama 
a  su  puerta,  lo  remiten  sencillamente  a  la  obra,  a  la  oficina,  a  la  or- 
ganización, pensando  que  su  deber  personal  está  ya  suficientemente 


100 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


satisfecho  con  las  contribuciones  entregadas  a  esas  instituciones  me- 
diante el  pago  de  impuestos  o  donaciones  voluntarias.  Sin  duda  que 
el  necesitado  recibirá  entonces  vuestra  ayuda  por  esa  otra  vía.  Pero 
muchas  veces  él  cuenta  también  con  vosotros  mismos,  a  lo  menos  con 
una  palabra  vuestra  de  bondad  y  de  aliento.  Vuestra  caridad  debe  ase- 
mejarse a  la  de  Dios,  que  vino  personalmente  a  traernos  el  socorro. 
Y  este  es  el  contenido  del  mensaje  de  Belén  . . . 


RADIOMENSAJE  DE  24  DE  DICIEMBRE  DE  1943 
(fragmento) 


I. — A  ios  ilusionados... 

a)  Aquellos  que  ponen  su  confianza  en  la  expansión  mundial  de  la 
vida  económica. 

En  la  turba  de  tales  afligidos  e  ilusionados  no  es  difícil  reconocer 
a  aquellos  que  ponen  su  entera  confianza  en  la  expansión  mundial  de 
la  vida  económica,  reputándola  como  la  única  idónea  para  unir  total- 
mente los  pueblos  en  fraternidad,  prometiéndose  de  su  grandiosa  orga- 
nización, cada  vez  más  perfeccionada  y  aquilatada,  inauditos  e  insos- 
pechados progresos  de  bienestar  para  el  consorcio  humano. 

¡Con  cuánta  complacencia  y  orgullo  contemplan  el  acrecentgjaien- 
to  mundial  del  comercio,  el  intercambio  que  sobrepasaddTlos  cÓñtinen- 
tes,  de  todos  los  bienes  y  de  todas  las  invenciones  y  producciones,  el 
camino  triunfal  del  progreso  técnico  que  supera  todos  los  confmes  del 
espacio  y  del  tiempo!  Hoy,  en  compensación,  ¿qué  experimentan  en  la 
realidad?  Ven  ahora  que  esta  economía,  con  sus  gigantescas  relacio- 
nes y  vinculaciones  mundiales,  y  con  su  superabundante  división  y 
multiplicación  del  trabajo,  cooperaba  de  mil  modos  a  tornar  genera! 
y  más  grave  la  crisis  de  la  humanidad;  mientras  que,'  sin  la  modera- 
ción de  ningún  freno  moral,  y  sin  visión  ultraterrena  que  la  iluminase, 
no  podría  dejar  de  terminar  en  un  indigno  y  humillante  agotamiento 
de  la  persona  humana  y  de  la  naturaleza,  en  una  triste  y  pavorosa 
indigencia  de  una  parte  y  en  una  soberbia  y  provocativa  opulencia  de 
la  otra,  en  una  tormentosa  e  implacable  discordia  entre  los  privilegia- 
dos y  los  indigentes:  desgraciados  efectos  que  no  han  ocupado  el  úl- 
timo puesto  en  la  larga  cadena  de  causas  que  han  conducido  a  la  in- 
mensa tragedia  presente. 

No  teman  de  presentarse  estos  ilusionados  de  la  ciencia  y  de  la 
potencia  económica  al  pesebre  del  Hijo  de  Dios.  ¿Qué  cosa  les  dirá  a 
ellos  el  Niño  que  allí  ha  nacido  y  es  adorado  por  Moría  y  José,  por 
los  Pastores  y  los  Angeles?  Sin  duda,  la  pobreza  en  el  establo  de  Be- 
lén es  una  condición  por  El  escogida  puramente  para  sí,  ni  por  esto 
ella  importa  alguna  condenación  o  repudio  de  la  vida  económica  en 


Falsos  Caminos  de  Solución  al  Problema  Social 


101 


lo  que  tiene  de  necesctria  para  el  adelantamiento  y  perfeccionamiento 
físico  y  natural  del  hombre.  Pero  esta  pobreza  del  Señor  y  Creador  del 
mundo,  libremente  querida  por  El,  que  le  acompañará  también  en  el 
taller  de  Nazaret  y  en  todo  el  tiempo  de  su  vida  pública,  significa  y 
manifiesta  qué  autoridad  y  superioridad  tenía  El  sobre  las  cosas  ma- 
teriales, indicando  así  con  poderosa  eficacia  el  natural  y  esencial  or- 
denamiento de  los  bienes  terrenos  a  la  vida  del  espíritu  y  a  una  más 
alta  perfección  cultural,  moral  y  religiosa,  necesaria  al  hombre  razo- 
nable. Aquellos  que  esperaban  la  salvación  de  la  sociedad  del  meca- 
nismo del  mercado  económico  mundial,  han  quedado  así  ilusionados, 
porque  se  han  transformado,  no  en  los  señores  y  amos,  sino  en  los  es- 
clavos de  las  riquezas  materiales,  a  las  cuales  habían  servido,  desvin- 
culándolas del  fin  superior  del  hombre  y  haciéndolas  fin  en  sí  mismas. 


RADIOMENSAJE  DE  24  DE  DICIEMBRE  DE  1954 
(fragmento) 
II. — La  coexistenciia  en  el  error. 

La  "guerra  fría"  — y  lo  mismo  dígase  de  la  "paz  fría" —  si  bien 
mantiene  el  mundo  en  una  escisión  nociva,  no  impide,  sin  embargo,  que 
en  los  actuales  momentos  vibre  en  él  un  ritmo  intenso  de  vida.  En  rea- 
lidad, se  trata  de  una  vida  que  se  desarrolla  casi  exclusivamente  en 
el  campo  económico.  Es  innegable  que  la  economía,  sirviéndose  del 
apremiante  progreso  de  la  técnica  moderna,  ha  alcanzado  tan  sorpren- 
dentes resultados  con  su  actividad  febril,  que  hacen  prever  una  trans- 
formación profunda  en  la  vida  de  los  pueblos,  aun  de  aquellos  que 
hasta  ahora  se  creían  un  tanto  atrasados.  Sin  duda  alguna  no  se  le 
puede  negar  el  tributo  de  admiración  por  lo  que  ha  realizado  y  por  lo 
que  promete.  Con  todo,  la  economía,  en  virtud  de  su  capacidad  apa- 
rentemente ilimitada  de  producir  bienes  sin  cuento,  y  gracias  a  la  mul- 
tiplicidad de  sus  relaciones,  ejerce  sobre  muchos  contemporáneos  una 
fascinación  superior  a  sus  posibilidades,  y  en  campos  que  le  son  ex- 
traños. El  yerro  de  tal  confianza  cifrada  en  la  economía  moderna  es 
común  también  a  las  dos  partes  en  que  está  desmembrado  el  mundo  de 
noy .  Una  de  estas  partes  enseña  que,  si  el  hombre  ha  demostrado  tanto 
poder  para  crear  el  maravilloso  conjunto  técnico-económico  de  que  hoy 
se  jacta,  tendrá  también  capacidad  para  organizar  la  liberación  de  la 
vida  de  todas  las  privaciones  y  males  que  la  aquejan,  operando  en 
cierta  manera  una  especie  de  auto-redención.  En  la  otra  parte,  en  cam- 
bio, gana  terreno  la  concepción  de  que  la  solución  del  problema  de  la 
paz  se  debe  esperar  de  la  economía  y  en  particular  de  una  forma  es- 
pecífica suya,  que  es  el  Ubre  intercambio. 

Otras  veces  hemos  tenido  ocasión  de  exponer  lo  infundado  de  ta- 
les doctrinas.  Va  pora  cien  años  que  los  seguidores  del  sistema  del 
comercio  libre  se  prometían  maravillas  de  él,  atribuyéndole  un  poder 


102 


El  Ohden  Económico-Social  Cristiano 


casi  mágico.  Uno  de  los  más  ardientes  prosélitos,  no  duda  en  compa- 
rar el  principio  del  libre  intercambio,  en  cuanto  a  la  amplitud  de  sus 
efectos  en  el  mundo  moral,  con  el  principio  de  la  gravedad  que  impera 
en  el  mundo  físico,  asignándole,  como  efectos  propios,  el  acercamien- 
to de  los  hombres,  la  desaparición  de  los  antagonismos  de  raza,  de  fe 
y  de  lengua,  y  la  unidad  de  todos  los  seres  humanos  en  una  paz  inalte- 
rable (ver  RICHARD  COBREN,  Speeches  on  question  oí  public  Policy. 
London,  Macmillan  and  Co.,  1879,  vol.  I.  págs.  362-363). 

El  curso  de  los  acontecimientos  ha  demostrado  cuán  engañosa  es 
la  ilusión  de  confiar  la  paz  al  sólo  intercambio  libre.  No  de  otra  manera 
acontecerá  en  el  futuro,  si  es  que  se  quisiera  persistir  en  esa  fe  ciega, 
que  confiere  a  la  economía  una  imaginaria  fuerza  mística.  Actualmen- 
te, por  lo  demás,  faltan  los  fundamentos  de  hecho  que  puedieran  ga- 
rantizar de  alguna  manera  esas  esperanzas  de  color  de  rosa  que  abri- 
gan, aún  hoy,  los  partidarios  de  dicha  doctrina.  Porque,  mientras  en  una 
de  las  partes  que  coexisten  en  la  paz  fría,  la  tan  exaltada  libertad  eco- 
nómica en  realidad  todavía  no  existe,  en  la  otra  se  rechaza  incluso 
como  principio  absurdo.  Se  da  entre  ambas  un  contraste  diametral 
en  el  concepto  de  los  fundamentos  de  la  vida,  contraste  que  no  pue- 
de ser^  superado  por  fuerzas  meramente  económicas .  Más  aún,  si  me- 
dian, como  en  realidad  median,  relaciones  de  causa  y  efecto  entre  el 
mundo  moral  y  el  económico,  deben  éstos  jerarquizarse  de  modo  que 
el  primero  tenga  el  primado;  pues  corresponde  al  mundo  moral  com- 
penetrar de  su  espíritu  con  plena  autoridad  aun  la  economía  social. 
Una  vez  que  se  establezca  esta  jerarquía  y  se  permita  su  actuación, 
la  misma  economía  consolidará  el  mundo  moral  en  cuanto  le  es  dado, 
reforzando  los  fundamentos  espirituales  y  las  fuerzas  de  la  paz. 

Por  otra  parte,  el  factor  económico  podrá  oponer  a  ésta,  serios 
obstáculos,  en  particular  por  lo  que  hace  a  la  paz  fría  entendida  co- 
mo equilibrio  de  grupos,  si  llegase  a  debilitar  a  una  de  las  partes  con 
sistemas  erróneos.  Esto  sucedería  sobre  todo  donde  pueblos  de  un  mis- 
mo grupo,  sin  discernimiento  y  sin  tener  cuenta  con  los  demás  se  aban- 
donasen a  un  incesante  aumento  de  producción  y  a  levantar  constan- 
temente el  propio  tenor  de  vida.  En  este  caso  no  se  podría  evitar  que 
surgieran  resentimientos  y  rivalidades  entre  los  pueblos  contiguos,  y, 
en  consecuencia,  la  debilitación  de  todo  el  grupo. 

Mas  prescindiendo  de  esta  consideración  particular,  es  necesario 
rener  la  persuasión  de  que  las  relaciones  económicas  entre  las  nacio- 
nes en  tanto  serán  factores  de  paz  en  cuanto  obedezcan  a  las  normas 
del  derecho  natural,  se  inspiren  en  el  amor,  tengan  miramiento  por  los 
demás  pueblos  y  sean  fuentes  de  ayuda.  Téngase  por  cierto  que  en  las 
relaciones  humanas,  aun  en  las  puramente  económicas,  nada  se  pro- 
duce por  sí  mismo,  como  sucede  en  la  naturaleza,  sujeta  a  leyes  ne- 
cesarias; pues,  al  fin  y  al  cabo,  todo  depende  del  espíritu.  Sólo  el  es- 
píritu, imagen  de  Dios,  y  ejecutor  de  sus  designos,  puede  establecer 
el  orden  y  la  armonía  sobre  la  tierra;  y  lo  conseguirá  en  la  medida  en 
que  se  hagp  intérprete  fiel  e  instrumento  dócil  del  único  Salvador  Je- 
sucristo, que  es  la  misma  Paz. . . 


Falsos  Caminos  de  Solución  al  Problema  Social  103 


RADIOMENSAJE  DE  24  DE  DICIEMBRE  DE  1955 
(fragmento) 


II. — Cristo  en  la  vida  histórica  y  social  de  la  humanidad. 

Solamente  Jesucristo  da  al  hombre  esa  firmeza.  "Cuando  vino  la 
plenitud  del  tiempo"  (Gálatas,  IV,  4),  el  Verbo  de  Dios  descendió  a 
esta  vida  terrena,  tomando  una  verdadera  naturaleza  humana,  y  de 
este  mundo  entró  en  la  vida  histórica  y  social  de  la  humanidad,  tam- 
bién en  esto  "hecho  semejante  a  los  hombres"  (Filip.,  II,  7),  bien  que 
fuese  Dios  desde  toda  la  eternidad.  Su  venida,  por  lo  tonto,  indica 
que  Cristo  pretendía  ofrecerse  por  guía  de  los  hombres  y  sostén  de 
ellos  en  la  historia  y  en  la  sociedad.  El  haber  conquistado  el  hombre 
en  la  presente  era  técnica  e  industrial  un  poder  admirable  sobre  las 
cosas  orgánicas  e  inorgánicas  del  miindo,  no  constituye  un  título  de 
emancipación  del  deber  de  estar  sometido  a  Cristo,  Rey  de  la  historia, 
ni  disminuye  la  necesidad  que  el  hombre  tiene  de  ser  sostenido  por  El. 
Y  de  hecho,  el  ansia  de  la  seguridad  se  hace  cada  vez  más  vehemente. 

La  experiencia  moderna  muestra  precisamente  que  el  olvidar  o 
desatender  la  presencia  de  Cristo  en  el  mundo,  ha  provocado  el  senti- 
miento de  extravío  y  la  falta  de  seguridad  y  de  estabilidad  pro- 
pia de  la  era  técnica.  El  olvido  de  Cristo  ha  llevado  a  desatender  tam- 
bién la  realidad  de  la  naturaleza  humana,  puesta  por  Dios  como  fun- 
damento de  la  convivencia  en  el  espacio  y  en  el  tiempo. 


Principios  de  la  verdadera  naturaleza  humana,  iundamento  de  la  se- 
guridad del  hombre. 

Entonces,  ¿en  qué  dirección  se  debe  buscar  la  seguridad  y  la  ín- 
tima firmeza  de  la  convivencia,  si  no  es  volviendo  de  nuevo  la  mente 
a  conservar  y  despertar  los  principios  de  la  verdadera  nativrale23d 
humana  querida  por  Dios?  Existe,  en  efecto,  un  orden  natural,  aunque 
sus  formas  cambian  con  los  progresos  históricos  y  sociales;  pero  las 
líneas  esenciales  han  sido  y  son  aún  las  mismas:  la  familia  y  la  pro- 
piedad, como  base  del  abastecimiento  personal;  luego,  como  factores 
complementarios  de  seguridad,  las  entidades  locales  y  las  uniones 
profesionales,  y  finalmente  el  Estado. 

En  estos  principios  y  normas  se  inspiraron "  hasta  aquí,  en  la  teo- 
ría y  en  la  práctica,  los  hombres  fortificados  por  el  Cristianismo,  pa- 
ra realizar,  en  cuanto  estaba  en  su  poder,  el  orden  que  garantiza  la 
seguridad.  Pero,  a  diferencia  de  los  modernos,  nuestros  antepasados 
sabían  — también  por  los  errores  de  los  que  no  estaban  libres  sus  apli- 
caciones concretas —  que  sus  fuerzas  humanas,  al  establecer  la  segu- 
ridad, son  intrínsecamente  limitadas;  y  por  eso  recurrían  a  la  oración, 


104 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


para  obtener  que  un  poder  mucho  más  alto  supliese  su  insuficiencia. 
En  cambio,  el  descuido  de  la  oración  en  la  llamada  era  industrial  es  el 
síntoma  más  relevante  de  la  pretendida  autosuficiencia,  de  la  que  se 
gloría  el  hombre  moderno.  Son  demasiados  los  que  hoy  no  oran  más 
por  la  seguridad,  teniendo  como  superada  por  la  técnica  la  petición 
que  el  Señor  puso  en  los  labios  de  los  hombres:  "El  pan  nuestro  de 
cada  día  dánosle  hoy"  (Mateo,  VI,  11),  o  a  lo  más  la  repiten  sólo  con 
los  labios,  sin  uno  persuasión  íntima  de  su  necesidad  perenne. 

Falsa  aplicación  de  las  conquistas  modernas  de  la  ciencia  y  de  la 
técnica  a  la  seguridad- 
Pero,  ¿se  puede  con  motivo  afirmar  que  el  hombre  ha  conquista- 
do o  esté  ya  paro  conquistar  lo  completa  autosuficiencia?  Las  conquis- 
tas, ciertamente  admirables,  realizadas  modernamente  en  el  desarrollo 
técnico  y  científico,  podrán,  bien  es  verdad,  dar  al  hombre  un  vasto 
dominio  sobre  los  fuerzas  de  lo  naturaleza,  sobre  las  enfermedades 
y  aun  sobre  el  principio  y  término  de  la  vida  humana;  pero  es  igual- 
mente cierto  que  tal  señorío  no  será  capaz  de  transformar  la  tierra  en 
un  paraíso  de  gozo  cumplido.  ¿Cómo,  pues,  se  podrá  razonablemente 
esperar  todo  de  las  fuerzas  del  hombre,  si  ya  los  hechos  de  nuevos 
progresos  falsos  y  de  nuevas  enfermedades  están  mostrando  el  carác- 
ter unilateral  de  un  pensamiento  que  pretende  dominar  la  vida  exclu- 
sivamente a  base  de  análisis  y  síntesis  cuantitativos?  Su  aplicación 
a  la  vida  social,  no  solamente  es  falsa,  sino  que  es  también  una  sim- 
plificación peligrosa  en  la  práctica,  de  procesos  mucho  más  complica- 
dos. Estando  así  las  cosas,  aun  el  hombre  moderno  tiene  necesidad 
de  orar,  y,  si  es  cuerdo,  estará  asimismo  dispuesto  a  orar  por  la  se- 
guridad. 

Con  todo,  esto  no  significa  que  el  hombre  deba  renunciar  a  nuevas 
formas,  o  seo,  a  adaptar  en  orden  a  su  seguridad  a  las  condiciones 
presentes  el  orden  indicado  hace  un  momento,  que  refleja  la  verda- 
dera naturaleza  humana.  Nada  impide  que  se  asegure  la  incolumi- 
dad, utilizando  también  los  resultados  de  la  técnica  y  de  la  industrio; 
pero  también  es  necesario  resistir  a  la  tentación  de  hacer  que  el  or- 
den y  la  seguridad  dependan  del  aludido  método  puramente  cuanti- 
tativo, que  no  tiene  en  cuenta  el  orden  de  lo  naturaleza,  como  quisie- 
ran los  que  confían  el  destino  humano  al  inmenso  poder  industrial  de 
nuestra  época.  Pretenden  éstos  fundar  toda  suerte  de  seguridad  so-' 
bre  la  productividad  en  continuo  aumento  y  sobre  el  no  interrumpido 
curso  de  la  producción  de  la  economía  nacional,  cada  vez  mayor  y  más 
fecunda.  Dicho  economía,  afirman,  cimentada  sobre  un  sistema  auto- 
mático completo  y  cada  vez  más  perfecto  de  producción,  y  apoyada 
en  los  mejores  métodos  de  organización  y  de  cálculo,  asegurará  a  to- 
dos los  hombres  activos  un  continuo  y  progresivo  rendimiento  del  tra- 
bajo. Tal  progreso,  en  una  fose  sucesiva,  llegará  a  ser  tan  grande, 
que,  mediante  providencias  que  tome  la  comunidad,  podrá  ser  suíi- 


Falsos  Caminos  de  Solución  al   Problema  Social  105 


ciente  para  la  seguridad  aun  de  aquellos  que  no  son  aún  o  no  son 
ya  hábiles  para  el  trabajo,  como  los  niños,  los  ancianos  y  los  enfer- 
mos. Para  establecer  dicha  seguridad,  dicen,  no  será,  por  tanto,  ne- 
cesario recurrir  a  la  propiedad,  ya  sea  privada  ya  colectiva,  en  es- 
pecial o  en  capital. 

Ahora  bien,  semejante  modo  de  ordenar  la  seguridad,  no  es  una 
de  esas  formas  de  adaptación  de  los  principios  naturales  a  los  nue- 
vos progresos,  sino  casi  un  atentado  a  la  esencia  de  las  relaciones  na- 
turales del  hombre  con  sus  semejantes,  con  el  trabajo  y  con  la  socie- 
dad. En  este  sistema,  demasiado  artificial,  la  seguridad  del  hombre 
con  respecto  a  su  propia  vida  se  encuentra  peligrosamente  separada 
de  la  disposiciones  y  energías  inherentes  a  la  verdadera  naturaleza 
humana  que  sirven  a  la  ordenación  de  la  comunidad,  las  únicas  que 
hacen  posible  una  unión  solidaria  entre  los  hombres.  En  cierta  ma- 
nera, aunque  con  las  adaptaciones  necesarias  a  nuestros  tiempos,  la 
familia  y  la  propiedad  deben  quedar  como  bases  de  una  organiza- 
ción personal  libre.  A  su  modo,  las  comunidades  menores  y  el  Es- 
tado, deben  poder  intervenir  como  factores  complementarios  de  se- 
guridad. 

Por  consiguiente,  nuevamente  se  comprueba  que  un  método  cuan- 
titativo, por  perfeccionado  que  esté,  no  puede  ni  debe  dominar  la  rea- 
lidad social  e  histórica  de  la  vida  humana.  El  tenor  de  vida  en  conti- 
nuo aumento  y  la  productividad  técnica,  que  se  multiplica  incesante- 
mente, no  son  criterios  que  de  por  sí  autoricen  a  creer  que  existe  un 
genuino  mejoramiento  de  la  vida  económica  de  un  pueblo.  Tan  sólo 
una  visión  unilaterial  del  presente  y  quizás  del  futuro,  puede  quedar 
satisfecha  con  semejante  criterio,  pero  nada  más.  De  aquí  se  deriva, 
a  veces  por  mucho  tiempo,  un  consumo  inconsiderado  de  las  reservas 
y  de  los  tesoros  de  la  naturaleza,  y  desgraciadamente  también  de  la 
energía  humana  disponible  para  el  trabajo;  de  ahí  también  resulta, 
paulatinamente,  una  desproporción  cada  vez  mayor  entre  la  necesi- 
dad de  mantener  la  colonización  del  suelo  nacional  en  una  adapta- 
ción racional  a  todas  sus  posibilidades  productivas,  y  un  desmesura- 
do aglomeramiento  de  trabajadores.  Añádase  a  todo  esto  la  descom- 
posición de  la  sociedad  y  especialmente  de  la  familia,  en  sujetos  par- 
ticulares y  separados  del  trabajo  y  del  consumo,  el  creciente  peligro 
de  un  seguro  de  la  vida  basado  sobre  los  proyectos  de  la  propiedad 
en  todas  sus  formas,  tan  expuesto  a  la  desvalorización  de  la  mone- 
da, y  el  riesgo  de  fundamentar  únicamente  dicha  seguridad  en  la  ga- 
nancia variable  del  trabajo. 

Quien  en  nuestra  época  industrial  acusa  con  derecho  al  comunis- 
mo de  haber  privado  de  la  libertad  a  los  pueblos  por  él  dominados,  no 
debería  dejar  de  notar  que  también  en  la  otra  parte  del  mundo,  bien 
dudosa  será  la  posesión  de  la  libertad,  si  la  seguridad  del  hombre 
no  se  hace  derivar  de  estructuras  que  correspondan  enteramente  a  su 
verdadera  naturaleza. 

La  creencia  errónea  que  cifra  la  salvación  en  el  proceso  cada  vez 
mayor  de  la  producción  social,  es  una  superstición,  quizás  la  única 


106 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


de  nuestra  era  industrial,  imbuida  de  racionalismo,  pero  también  de 
más  peligros,  pues  parece  considerar  como  imposibles  las  crisis  eco- 
nómicas, que  enterañan  siempre  el  riesgo  de  volver  a  la  dictadura. 

Por  lo  demás,  esto  superstición  no  es  apta  ni  siquiera  para  levan- 
tar un  sólido  baluarte  contra  el  comunismo,  puesto  que  de  ella  parti- 
cipan tanto  la  parte  comunista,  como  no  pocos  de  la  parte  no  comu- 
nista. Ambas  partes  coinciden  en  esta  creencia  errónea,  establecién- 
dose con  esto  un  tácito  entendimiento,  capaz  de  inducir  a  los  aparentes 
realistas  del  Occidente  a  soñar  con  la  posibilidad  de  una  verdadera 
coexistencia. 

El  pensamiento  de  la  Iglesia  sobre  el  comunismo. 

En  el  Mensaje  de  Navidad  del  año  pasado  expusimos  el  pensa- 
miento de  la  Iglesia  acerca  de  este  punto,  y  ahora  tenemos  intención 
de  confirmarlo  una  vez  más.  Rechazamos  el  comunismo  como  sistema 
social  en  virtud  de  la  doctrina  social  cristiana,  y  debemos  afirmar  en 
particular  de  los  fundamentos  del  derecho  natural.  Por  la  misma  razón 
rechazamos  asimismo  la  opinión  de  que  el  cristiano  deba  hoy  consi- 
derar el  comunismo  como  un  fenómeno  o  una  etapa  en  el  curso  de 
la  historia,  como  si  fuese  un  necesario  "momento"  evolutivo  de  ello,  y 
que,  por  tanto,  haya  que  aceptarlo  como  decreto  de  la  Providencia  Di- 
vina. 

Amonestación  a  los  cristianos  en  la  presente  era  industrial. 

Pero  al  mismo  tiempo,  de  nuevo  y  con  el  mismo  espíritu  de  Nues- 
tros Predecesores  en  el  supremo  oficio  pastoral,  y  de  magisterio,  amo- 
nestamos a  los  cristianos  de  la  era  industrial  a  no  contentarse  con  un  an- 
ticomunismo fundado  en  el  lema  y  en  lo  defensa  de  una  libertad  va- 
cía de  contenido;  y  los  exhortamos  a  que  edifiquen  más  bien  una  so- 
ciedad en  la  cual  la  seguridad  del  hombre  repose  sobre  el  orden  mo- 
ral, cuya  necesidad  y  repercusiones  hemos  expuesto  muchas  veces,  y 
que  refleja  la  verdadera  naturaleza  humano. 

Ahora  bien,  los  cristianos,  a  los  que  particularmente  Nos  dirigimos, 
deberían  saber  mejor  que  los  demás  que  el  Hijo  de  Dios  hecho  hom- 
bre es  el  único  y  sólido  sostén  de  la  humanidad,  aun  en  la  vida  so- 
cial e  histórica,  y  que,  al  tomar  la  naturaleza  humana,  ha  confirma- 
do la  dignidad  de  esta  como  fundamento  y  norma  de  dicho  orden  mo- 
ral. Es,  pues,  su  principal  oficio  lograr  que  la  sociedad  moderna  vuel- 
va a  estructurarse  sobre  los  principios  consagrados  por  el  Verbo  de 
Dios  hecho  carne.  Si  los  cristianos  descuidasen  este  oficio  suyo,  dejan- 
do inactiva,  en  cuanto  de  ellos  depende,  la  fuerza  ordenadora  de  la  fe 
en  la  vida  pública,  cometerían  una  traición  contra  el  Hombre-Dios,  que 
apareció  visible  para  nosotros  en  la  cuna  de  Belén.  Y  valga  esto  pa- 
ra atestiguar  la  seriedad  y  el  motivo  profundo  de  la  acción  cristiana 
en  el  mundo,  y  juntamente  para  disipar  cualquier  sospecha  de  preten- 
didas miras  de  prepotencia  terrena  de  porte  de  la  Iglesia. 


Falsos  Caminos  de  Solución  al  Problema  Social  107 

Así,  pues,  si  los  cristianos  se  unen  con  tal  finalidad  en  diversas 
asociaciones  y  organizaciones,  no  tienen  otra  intención  que  la  de  pres- 
tar un  servicio  querido  por  Dios  en  beneficio  del  mundo  entero.  Por  es- 
te motivo,  y  no  por  debilidad,  los  cristianos  se  asocian  mutuamente. 
Pero  ellos  — y  sobre  todo  ellos — ,  permanecen  abiertos  o  toda  sana  em- 
presa y  a.  todo  progreso  genuino,  y  no  se  encastillan  en  un  recinto 
cerrado,  como  para  librarse  del  mundo.  Al  consagrarse  a  promover  el 
bienestar  común,  no  desprecian  o  los  demás,  quienes,  por  su  parte,  si 
son  dóciles  a  la  luz  de  la  razón,  podrían  y  deberían  aceptar  de  la 
doctrina  cristiana  al  menos  lo  que  se  funda  sobre  el  derecho  natural. 

Guardaos  de  los  que  desprecian  el  servicio  que  los  cristianos  pres- 
tan al  mundo,  y  le  oponen  el  llamado  cristianismo  "puro"  y  "espiri- 
tual". Estos  ciertamente  no  han  comprendido  esta  divina  institución, 
comenzando  por  su  fundamento  :  Cristo  verdadero  Dios,  pero  también 
verdadero  hombre.  El  Apóstol  San  Pablo  nos  da  a  entender  la  volun- 
tad integral  y  plena  del  Hombre-Dios,  que  mira  a  ordenar  también  es- 
te mundo  terreno,  al  tributarle  o  honor  suyo  dos  títulos  elocuentes:  el 
de  "mediador"  y  el  de  "hombre"  (I  Timoteo,  II,  5).  Hombre,  sí,  como 
lo  es  coda  uno  de  sus  redimidos. 


III. — La  vida  humana  necesariamente  ha  de  completarse  y  fundarse  en 
Cristo. 

Jesucristo  no  sólo  es  el  firme  sostén  de  la  humanidad  en  la  vida 
social  e  histórica,  sino  también  en  la  de  cada  cristiano,  de  modo  que 
como  "todas  las  cosas  fueron  hechas  por  medio  de  El  y  ninguna  sin 
El"  (Juan,  1,  3),  así  ninguno  podrá  jamás  llevar  a  cabo  obras  dignas 
de  la  sabiduría  y  de  la  gloria  sin  El.  El  concepto  de  que  toda  vida  hu- 
mana ha  de  completarse  y  fundarse  en  Cristo  fué  inculcado  a  los  fie- 
-  les  desde  los  albores  de  la  Iglesia. . . 

Límites  del  poder  humano. 

¿Cómo  podría,  por  lo  demás,  el  individuo,  aun  no  cristiano,  aban- 
donado a  sí  mismo,  creer  racionalmente  en  su  propia  autonomía,  per- 
fección y  firmeza,  si  lo  realidad  le  presenta  por  todas  partes  límites, 
con  los  cuales  la  naturaleza  le  cerca,  y  que  podrán  sí  ser  ensancha- 
dos, pero  nunca  del  todo  derribados?  La  ley  de  la  limitación  es  pro- 
pia de  la  vida  en  la  tierra,  y  de  su  imperio  no  se  sustrajo  ni  el  mismo 
Jesucristo,  en  cuanto  hombre,  cuya  acción  tenía  límites  fijados  por  los 
inescrutables  planes  de  Dios  y  conforme  a  la  misteriosa  operación  con- 
junta de  la  gracia  divina  y  de  la  libertad  humana.  Sin  embargo,  mien- 
tras Cristo-Hombre,  limitado  en  su  vida  terrena,  nos  conforta  y  con- 
forma en  nuestra  limitación,  Cristo-Dios  nos  infunde  un  aliento  superior, 
porque  tiene  la  plenitud  de  la  sabiduría  y  del  poder. 

Sobre  el  fundamento  de  esta  realidad,  el  cristiano  que  se  dispone 
animoso  y  con  todos  los  medios  naturales  y  sobrenaturales  a  edificar 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


un  mundo  según  el  orden  natural  y  sobrenatural  querido  por  Dios,  ele- 
vará constantemente  la  mirada  a  Cristo  y  contendrá  su  acción  dentro 
de  los  confines  determinados  por  Dios.  Desconocer  esto  sería  querer 
un  mundo  contra  la  disposición  divina,  y  por  lo  mismo  pernicioso  para 
la  misma  vida  social- 

Acabamos  de  indicar  las  dañosas  consecuencias  que  se  derivan 
de  la  errónea  sobreestimación  del  poder  humano  y  del  desprecio  de 
la  realidad  objetiva,  que  con  un  complejo  de  principios  y  de  normas 
— religiosas,  morales,  económicas,  sociales —  establece  límites  y  mues- 
tra la  .justa  dirección  de  las  acciones  humanas.  Ahora  los  mismos  erro- 
res con  semejantes  consecuencias  se  repiten  en  el  campo  humano  y 
más  en  particular  de  la  actuación  y  producción  en  la  economía. 

A  vista  del  sorprendente  desarrollo  de  la  técnica  y  más  frecuen- 
temente aún  en  virtud  de  sugestiones  recibidas,  el  trabajador  se  siente 
dueño  y  señor  absoluto  de  su  existencia,  capaz  sin  más  de  obtener  to- 
dos los  fines,  y  de  realizar  todos  los  sueños.  Encerrando  en  la  natu- 
raleza tangible  toda  la  realidad,  él  vislumbra  en  la  vitalidad  de  la 
producción  el  camino  pora  hacerse  hombre  cada  vez  más  perfecto.  La 
sociedad  productora,  que  se  presenta  al  trabajador  permanentemen- 
te como  la  realidad  viva  y  única  y  como  el  poder  que  sostiene  a  to- 
dos, da  la  medida  a  toda  su  vida;  ella  es  consiguientemente  su  único 
apoyo  firme  para  el  presente  y  para  el  porvenir.  En  ella  vive  él,  en 
ella  se  mueve,  en  ella  está;  ella  acaba  por  ser  para  él  un  sucedáneo 
de  la  religión.  De  este  modo,  se  piensa,  brotará  ese  nuevo  tipo  de  hom- 
bre, al  que  el  trabajo  ciñe  con  la  aureola  del  más  alto  valor  ético  y  la 
sociedad  trabajadora  venera  con  una  especie  de  fervor  religioso. 


Alto  valor  moral  del  trabajo 

Ahora  se  pregunta  si  la  fuerza  creadora  del  trabajo  constituye  de 
veras  el  firme  sostén  del  hombre  independientemente  de  otros  valores 
no  puramente  técnicos,  y  si  consiguientemente  merece  ser  como  divi- 
nizada por  los  hombres  modernos.  No,  ciertamente;  como  tampoco  nin- 
gún otro  poder  o  actividad  de  naturaleza  económica.  Aun  en  la  épo- 
ca de  la  técnica  la  persona  humana,  creada  por  Dios  y  redimida  poi 
Cristo,  sigue  elevada  en  su  ser  y  en  su  actividad,  y  por  lo  mismo  su 
fuerza  creadora  y  su  obra  tienen  una  consistencia  muy  superior.  Asi 
consolidado,  aun  el  trabajo  humano  es  un  elevado  valor  moral,  y  la 
humanidad  trabajadora  una  sociedad  que  no  sólo  produce  objetos,  si- 
no que  glorifica  a  Dios.  El  hombre  puede  considerar  su  trabajo  como 
un  verdadero  instrumento  de  su  propia  santificación,  porque  trabajan- 
do perfecciona  en  sí  la  imagen  de  Dios,  cumple  el  deber  y  el  derechcj 
de  procurar  para  sí  y  para  los  suyos  la  necesaria  sustentación  y  se 
hace  elemento  útil  a  la  sociedad.  La  actuación  de  este  orden  le  pro- 
curará la  seguridad  y  al  mismo  tiempo  la  "paz  en  la  tierra"  anuncian 
da  por  los  ángeles. 


Capítulo  VII 


EL  TRABAJADOR:    SU  CONDICION  Y  SUS 
JUSTAS  ASPIRACIONES 

VERDADERA  CONDICION  DEL  TRABAJADOR: 

14  de  mayo  de  1953:  No  puede  haber  verdadero  orden  humano  pa- 
ra los  trabajadoi-es  si  sólo  se  mira  a  la  tierra,  y  se  aparta  la 
mirada  del  cielo.  El  móvil  del  orden  social  es  la  dignidad  hu- 
mana común  a  los  hombres,  derivada  del  fin  trascendente.  Efi- 
cacia de  esta  dignidad  humana  para  la  dignificación  de  la  em- 
presa, para  la  prosperidad  material,  y  para  la  seguridad  eco- 
nómica. 

9  de  octubre  de  1953:  La  doctrina  social  de  la  Iglesia  hace  respe- 
tar el  orden  de  las  exigencias  del  hombre  total.  Una  considera- 
ción comprensiva  y  total  del  trabajador  descubre  en  él,  antes 
que  un  productor  de  bienes,  un  ser  espiritual  ennoblecido  por 
el  trabajo. 

JUSTAS  ASPIRACIONES  DEL  TRABAJADOR: 

3  de  septiembre  de  1950:  Entre  las  justas  aspiraciones  de  los  traba- 
jadores hay  que  incluir  también  los  valores  espirituales  y  cul- 
turales. 

13  de  junio  de  1943:  Próvidas  reformas  sociales  para  el  trabajador 
y  para  la  sociedad  entera.  Cuáles  son  las  justas  aspiraciones 
del  trabajador,  defendidas  también  por  la  Iglesia.  Falsos  pro- 
fetas sociales  que  predican  la  revolución  social.  Vana  aparien- 
cia de  la  revolución  social  para  elevar  al  trabajador.  La  salva- 
ción está  en  la  consolidación  de  las  instituciones  naturales.  La 
Iglesia  frente  a  la  auténtica  solidaridad. 

MEDIOS  PARA  SATISFACER  LAS  JUSTAS  ASPIRACIONES  DEL 
TRABAJADOR: 

1  de  mayo  de  1956:  La  unidad  de  los  trabajadores  en  Cristo  es  el 
alma  de  su  apostolado.  Fracaso  histórico  de  todo  otro  intento  de 
unir  a  los  trabajadores.  El  trabajador  cristiano,  impulsado  por 


El  Orcen  Económico-Social  Cristiano 

los  principios  eternos,  es  el  guia  más  calificado  del  actual  mo- 
vimiento obrero. 

29  de  junio  de  1948:  Los  trabajadores  deben  apoyarse  sobre  sus  pro- 
pios esfuerzos,  y  sobre  la  mutua  asistencia  solidaria.  Ayuda  que 
les  presta  la  enseñanza  técnica  y  familiar.  La  solidaridad  con 
las  demás  clases  sociales. 

1  de  mayo  de  1953:  La  Iglesia  está  de  pai'te  del  trabajador  en  sus 
problemas  de  trabajo.  Ineptitud  de  la  lucha  de  clases  para  servir 
los  intereses  del  trabajador. 

24  de  enero  de  1946:  La  lucha  de  clases  no  viene  exigida  por  la  na- 
turaleza del  capital  y  del  trabajo.  No  conduce  a  la  pacificación 
social.  Las  asociaciones  profesionales  son  factores  de  concordia 
como  formas  transitorias. 


1.— VERDADERA  CONDICION  DEL  TRABAJADOR 


DISCURSO  A  10.000  TRABAJADORES  DE  LA  ASOCIACION 
CATOLICA  DE  TRABAJADORES  ITALIANOS 

(14  de  mayo  de  1953) 


Quienes  crean  que  el  cristianismo  es  tristeza  y  tedio,  deberían  pre- 
senciar una  de  las  numerosas  audiencias  que  se  vjenen  multiplicando 
en  estos  últimos  tiempos  hasta  igualar  casi  el  ritmo  del  Año  Santo.  La 
alegría  Nos  inunda  al  encontrarnos  entre  estas  devotas  muchedum- 
bres que  buscan  una  palabra  de  consuelo  y  una  bendición.  Aquí  esta- 
mos, pues,  para  dar  la  acogida  a  millares  de  trabajadores,  en  su  ma- 
yoría romanos,  por  ello  doblemente  caros  a  Nuestro  Corazón,  y  que  han 
acudido  sabiendo  que,  al  recibirles  en  esta  insignie  Basílica,  les  expre- 
saríamos el  mismo  tierno  afecto  que  sintió  y  siente  por  ellos  Jesús,  el 
divino  trabajador  de  Nazareth. 

Queridos  hijos,  la  Iglesia  celebra  hoy  la  Ascensión  del  Señor  a  los 
cielos;  la  sagrada  liturgia  ha  sido  desde  la  Pascua  de  Resurrección 
un  continuo  prorrumpir  de  alegres  melodías  y  brillantes  armonías,  en 
las  que  predomina  siempre  el  Aleluya,  repetido  por  cada  alma,  y  por 
todos  los  coros  de  almas.  Y  aunque  hoy  continúan  esos  cantos  de  glo- 
ria, no  falta  con  todo  una  nota  de  mal  contenida  tristeza,  pues  Jesús 
deja  a  sus  discípulos  para  subir  al  cielo.  Enviará  sí,  al  Espíritu  Santo, 
mas  entre  tanto  El  no  está  ya  vivo  y  visible  entre  ellos.  Después  de  que 
los  Apóstoles  contemplan  a  Jesús  que  se  eleva  y  oculta  tras  una  nube, 
aparecen  dos  ángeles  de  diáfanas  vestiduras  y  les  dicen:  "Varones  de 
Galilea,  ¿qué  estáis  mirando  al  cielo?".  Es  decir,  invitan  a  los  apósto- 
les a  interrumpir  esa  mirada  fija  inútilmente  en  lo  alto,  para  indicarles 
que  les  espera  la  tierra,  donde  está  la  tarea  que  los  llevará  a  la  meta, 
donde  está  la  viña  que  deben  cultivar,  para  que  vuelvan  a  ver  a  Jesús 
en  el  cielo,  lleno  de  poder  y  majestad. 

Mas  he  aquí  que  esta  reflexión  invoca  a  la  vez  otras  en  sentido 
completamente  opuesto,  que,  quizás  hayan  llegado  a  vuestros  oídos 
incontables  veces:  "Hombres,  ¿por  qué  estáis  mirando  al  cielo?  El 
cielo  no  existe,  y  es  inútil,  por  consiguiente,  querer  alcanzarlo.  No  hay 
Dios,  ni  el  alma  es  inmortal.  Mirad,  pues,  a  la  tierra,  a  sus  proble- 


112 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


mas;  desvelaos  por  encontrar  aquí  su  solución.  Hombres  no  miréis  al 
cielo;  que  si  alguno  desea  un  cielo,  procure  alcanzarlo  aquí  abajo,  por 
todos  los  medios''. 

Ciertamente  estas  palabras  no  salen  de  los  mismos  labios,  pero 
el  enemigo  es  siempre  el  mismo,  que  hasta  la .  consumación  de  los 
siglos  continuará  tratando  de  quebrantar  las  huestes  del  bien  para  sem- 
brar en  ellas  la  destrucción  y  la  muerte.  Tampoco  las  pronuncia  con 
tal  brutal  franqueza;  en  efecto,  cuando  le  conviene,  el  espíritu  de  las 
tinieblas  sabe  revestirse  incluso  de  ángel  de  luz,  y  entonces  cambia  de 
tono  y  de  lenguaje  según  el  lugar,  las  circunstancias  y  el  ánimo  de 
quien  le  presta  oídos,  aunque  sin  abandonar  jamás  la  esencia  del  ra- 
zonamiento:  "Hombres,  no  miréis  al  cielo;  pensad  tan  sólo  en  la  tie- 
rra". 

Esta  reflexión,  que  ha  movido  y  mueve  a  personas  de  las  más 
diversas  condiciones  sociales,  ha  sido  por  muchos  años,  y  lo  es  toda- 
vía, el  arma  de  ataque  más  peligrosa  y  mortífera  para  las  almas  de 
muchos  obreros,  protagonistas  también  del  drama  del  mundo  obrero. 
Hoy  muchos  han  olvidado  al  cielo,  y  se  empeñan  en  mirar  únicamente 
a  la  tierra,  pidiéndole  que  se  transforme  en  paraíso  donde  nada  falte, 
y  donde  el  corazón  humano  vea  colmadas  las  ansias  y  saciado  el  va- 
cío que  lo  atormenta.  La  verdad  es  que  cada  día  es  menos  realizable 
en  la  tierra  este  paraíso;  por  una  parte,  aquellos  hombres  en  posesión 
de  las  comodidades  tedas  de  la  riqueza,  no  han  alcanzado  así  la  fe- 
licidad ansiada,  y  les  falta  a  veces  el  mínimo  de  serenidad  y  de  paz. 
Por  otra  parte,  los  que  viven  sin  Dios,  dispuestos  únicamente  a  blasfe- 
mar y  a  maldecir,  y  desprovistos  de  los  alientos  que  sólo  la  fe  sobre- 
natural puede  dar  en  las  pruebas  más  dolorosos,  gimen  en  los  tormen- 
tos de  la  inquietud  y  de  la  rebeldía. 

¡Amados  hijos,  queridos  trabajadores!  La  jornada  de  hoy,  que 
conmemora  la  proclamación  de  la  Rerum  novarum,  ha  sido  escogida 
este  año  muy  oportunamente.  Y  es  importante  que  las  ideas  inspira- 
das por  la  gran  fiesta  del  día  coincidan  de  algún  modo  con  las  ense- 
ñanzas expuestas  en  la  memorable  Encíclica  del  Papa  León  XIII  de 
feliz  memoria,  que  han  sido  el  pensamiento  fundamental  de  la  Igle- 
sia sobre  la  cuestión  obrera. 

Y  alguno  preguntará  entonces:  ¿No  ha  dirigido  así  el  Papa  la  mira- 
da de  todos  los  creyentes,  de  todos  los  justos,  no  al  cielo  precisamen- 
te, sino  hacia  la  vida  presente  actual,  hacia  la  triste  condición  de  los 
jornaleros  de  su  tiempo,  en  medio  de  una  industria  todavía  des- 
ordenada y  sin  freno?  ¿No  ha  exigido  León  XIII  con  toda  energía,  y  en 
nombre  de  Cristo,  la  reforma  social,  el  mejoramiento  de  las  condicio- 
nes y  de  las  instituciones  terrenas?  ¿No  ha  dirigido  El  a  los  propie- 
tarios de  los  medios  de  producción,  y  a  los  jefes  de  las  empresas,  aque- 
lla amonestación  que  hoy  todavía  merece  atenderse:  "que  ni  las  leyes 
divinas  ni  humanas  permiten  que  se  oprima  para  el  propio  medro,  o 
los  necesitados  y  a  los  desgraciados,  y  se  trafique  con  la  miseria  de 
los  otros"?  ¿No  ha  unido  aquel  sabio  Pontífice  la  verdadera  vida  cris- 
tiana con  el  recto  orden  de  este  mundo,  cuando  haciendo  suyas  las 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Iustas  Aspiraciones  113 


palabras  de  Santo  Tomás  de  Aquino,  confirmaba  con  la  Encíclica  que 
el  uso  de  los  bienes  temporales  "es  necesario  para  el  ejercicio  de  la 
virtud",  y  por  consiguiente,  para  llevar  sobre  la  tierra  una  vida  cristia- 
na digna  del  hombre?  Ciertamente,  así  es. 

Al  paso  que  León  XIII  domaba  por  la  verdad  y  la  justicia  en  la 
cuestión  obrera,  quería  que  los  hombres,  y  particularmente  los  traba- 
jadores, tuviesen  firmemente  plantados  los  pies  sobre  la  tierra,  donde, 
como  cristianos,  deben  procurar  el  verdadero  orden.  Sin  embargo, 
el  hombre  criatura  creada  y  redimida  por  Dios,  no  puede  tener  los 
pies  sobre  lo  tierra  sin  tener  al  mismo  tiempo  la  mirada  hacia  Dios, 
hacia  el  verdadero  fin  de  la  vida  humana,  la  unión  con  el  Padre  en 
el  cielo,  allí  donde  se  consuma  única  y  definitivamente  todo  orden'  y 
toda  justicia. 

Por  eso,  aquellos  hombres  que,  en  su  pensamiento  y  en  sus  obras, 
se  entregan  totalmente  a  la  tierra,  o  que  sin  más  niegan  la  patria  ce- 
lestial, no  descansan  en  una  sólida  base,  aunque  digan  estar  en  este 
mundo,  y  aunque  exteriormente  afecten  poseerla  y  se  gloríen  de  un 
pretendido  sentido  de  la  realidad.  Porque  un  verdadero  orden  huma- 
no aquí  en  la  tierra  no  puede  ser  perfedto,  ni  puede  perfeccionarse  si 
no  se  orienta  hacia  el  más  allá;  esta  es  una  idea  esencial  en  la  Eerum 
novarum:  "No  es  posible  comprender  y  valorar  cómo  se  debe  ver  las 
cosas  terrenas,  si  el  alma  no  se  eleva  a  la  contemplación  de  otra  vi- 
da, es  decir,  la  vida  eterna,  sin  la  cual  la  verdadera  noción  del  bien 
moral  se  desvanece  necesariamente,  y  más  aún  todo  el  universo  se 
vuelve  un  misterio  inexplicable".  En  verdad  se  engañan  aquellos  ca- 
tólicos que  promueven  un  nuevo  orden  cuando  predican  que  la  refor- 
ma social  debe  venir  entes  que  todo  lo  demás,  y  que  después  se  pue- 
de atender  a  la  vida  religiosa  y  moral  de  los  individuos  en  la  socie-- 
dad.  De  hecho  una  cosa  no  puede  separarse  de  la  otra,  ya  que  el 
mundo  social  no  puede  amputarse  del  religioso  y  moral,  como  no  pue- 
de desm.embrarse  al  hombre  que  vive  com.o  un  todo.  León  XIII,  gran 
defensor  de  los  trabajadores  cristianos,  ha  indicado  con  toda  claridad 
el  camino,  la  senda  de  un  genuino  cristianismo.  Según  la  Encíclica, 
no  sólo  la  restauración  del  orden  social  en  el  mundo  está  vinculada 
íntimamente  al  fin  trascendental  del  hombre,  sino  también-  la  reforme 
de  las  relaciones  mutuas  entre  quienes  se  consagran  a  la  actividad 
económica  atendiendo  al  cuidado  de  las  relaciones  humanas  cotidia- 
nas y  concretas  entre  los  que  proveen  el  trabajo  y  los  obreros;  entre 
los  jefes  y  los  subordinados  de  las  empresas.  Antes  de  los  textos  aquí 
citados,  y  en  estrecha  relación  con  ellos,  la  Encíclica  enseña  que  la 
Iglesia  no  sólo  quiere  un  orden  justo  en  la  economía,  sino  que  aspi- 
ra "incluso  más  alto:  a  acercar  otra  vez  lo  más  posible  a  las  dos  cla- 
ses, y  a  hacerlas  amigas". 

Y  ¿cuál  es  el  móvil  preciso  y  determinante?  La  dignidad  humana 
común  a  todos,  nacida  a  la  vez  del  fin  trascendental  de  todos  los  hom- 
bres, de  modo  que  ante  esta  trascendencia,  ante  esta  patria  común 
que  es  el  cielo,  todas  las  diferencias  entre  los  hombres  resultan  secun- 
darias. León  XIII  escribe  expresamente:  "Que  tu  tengas  riquezas  y 


114 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


otros  bienes  de  la  tierra  en  abundancia,  o  a.ue  carezcas  de  ellos,  no  tie- 
ne importancia  alguna  para  la  felicidad  eterna;  pero  el  buen  o  mal 
uso  de  los  bienes  que  tengas,  eso  es  lo  que  interesa  principalmente". 

Cuando  se  viven  en  verdad  día  a  día  la  genuina  dignidad  del 
hombre  y  su  destino  trascendente,  la  empresa  se  convierte  entonces 
en  aquella  comunidad  laboriosa  que  la  Reium  novarum  propone,  don- 
de los  unos  tratan  a  los  otros  con  respeto  en  sus  palabras  y  en  sus  ac- 
tos; donde  el  trabajo  se  facilita  y  estima,  por  humilde  que  sea,  don- 
de se  estudia  el  modo  de  asignar  a  cada  uno  la  función  que  meior  co- 
rresponda a  su  capacidad,  a  su  vocación  y  a  su  responsabilidad.  Se 
ve,  pues,  que  ya  desde  el  tiempo  de  León  XIII  la  Iglesia  había  ense^ 
ñado  la  importancia  del  cultivo  de  las  relaciones  humanas  en  la  em- 
presa. 

No  faltaron  círculos  que  entonces  se  mofaron  de  semejantes  ideas 
como  si  se  tratara  de  un  sueño  compasivo.  Para  esas  gentes,  ¿en  qué 
estima  se  tenía  la  dignidad  humana  del  trabajador  en  la  economía  y 
en  la  producción?  Para  ellos  sólo  valía  la  medida  de  la  fuerza  de 
trabajo  y  el  modo  de  aplicarla  con  el  mayor  rendimiento  posible  a  los 
recursos  naturales.  Hoy,  por  el  contrario,  se  pone  suma  atención  en  fo- 
mentar las  relaciones  humanas  en  la  producción,  muchas  veces  hasta 
por  motivos  no  muy  nobles,  o  con  métodos  más  teóricos  que  prácticos. 

Afirmémoslo  una  vez  más:  muchos  errores  se  habrían  evitado  si, 
atendiendo  a  la  sabiduría  de  León  XIII,  y  a  la  prudencia  de  la  Igle- 
sia, se  hubiera  considerado  al  trabajador  en  lo  que  realmente  es;  her- 
mano de  Cristo  y  coheredero  del  cielo.  Da  tristeza  el  ver,  porilo  tanto, 
cómo  algunos  católicos  se  niegan  hoy  a  aplicar  en  las  empresas  las  ad- 
mirables conquistas  del  humanismo  cristiano,  y  lo  sustituyen  con  la 
forma  disipada  de  un  humanismo  laicista,  separado  de  la  fe,  con  lo 
cual  confunden  un  tesoro  con  un  derecho,  lo  auténtico  con  lo  sintético. 

Finalmente  el  autor  de  la  fíerum  novorum  estaba  firmemente  con- 
vencido de  que  la  ordenación  de  la  vida  al  fin  último,  que  es  el  cié'»- 
lo,  y  por  consiguiente  la  práctica  de  una  vida  cristiana,  "contribuye 
también  por  sí  misma  a  la  prosperidad  exterior",  donde  quiera  exista 
y  se  cultive.  ¿Por  qué?  Porque  conduce  o  las  virtudes  que  libran  al 
hombre  de  la  excesiva  estima  de  las  cosas  de  este  mundo,  y  que  en  es- 
pecial a  los  ricos,  confieren  el  acierto  en  lo  que  justamente  se  ha  lla- 
mado áurea  mediocritos,  la  áurea  moderación.  Así  la  justa  medida,  la 
armonía  y  la  estabilidad  genuinas  favorecen  el  progreso  de  la  socie- 
dad humana,  conforme  con  la  naturaleza  y  por  lo  mismo,  grato  a  Dios. 

Hoy  la  producción  y  el  consumo  de  \ob  bienes  económicos  ocurren 
en  una  sociedad  que  no  sabe  impartir  al  progreso  una  medida  de  ar- 
monía, de  estabilidad.  He  ahí  la  fuente  de  la  que  brota  — y  quizó  mu- 
cho más  de  esta  razón  que  de  las  circunstancias  externas  de  nuestro 
tiempo —  el  sentimiento  de  incertidumbre,  la  falta  de  seguridad  que  se 
observan  en  la  economía  del  presente,  incertidumbre  que  ni  siquiera 
la  esperanza  del  futuro  parece  atenuar.  En  vano  se  puede  ofrecer  co- 
mo remedio  las  posibilidades  de  la  ciencia  y  de  la  organización,  que 
hacen  mágicas  promesas  de  producir  más  y  a  un  costo  menor.  En 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Justas  Aspiraciones  115 

vano,  lo  hemos  dicho,  se  puede  ofrecer  un  panorama  futuro  de  mejo'- 
res  condiciones  de  vida,  o  un  aumento  mayor  en  las  necesidades  ma- 
teriales que  la  humanidad  pueda  tener  en  todo  el  mundo.  En  vano 
hemos  dicho,  porque,  al  contrario,  cuanto  más  se  multiplique,  exclusi- 
va y  continuamente,  la  tendencia  al  consumo,  más  se  aleja  la  econo- 
mía de  su  objeto  normal  qué  es  el  hombre  y  su  realidad,  ese  hombre 
que  ordena  y  ajusta  las  exigencias  de  su  vida  terrena  de  acuerdo  con 
su  fin  último  y  con  la  ley  de  Dios.  Porque  si,  como  lo  da  entender  ¡el 
cuadro  ideal  que  muchos  pintan,  la  máquina  estuviera  destinada  a  dis- 
minuir cada  vez  más,  como  si  dijéramos,  el  tiempo  del  trabajo  y  del 
esfuerzo  físico,  entonces  el  tiempo  del  descanso  perdería  su  significa- 
do normal  de  esparcimiento  tranquilo  entre  dos  momentos  de  activi- 
dad, con  lo  cual  sería  el  ocio  el  elemento  primordial  de  la  vida  y  la 
ocasión  de  nuevas  necesidades,  con  frecuencia  costosas,  al  mismo  tiem- 
po que  una  fuente  de  mayores  ganancias  para  quienes  satisfacieran 
sus  necesidades. 

De  esta  manera  se  transformaría  la  genuina  relación  entre  una,  ne- 
cesidad real  y  las  exigencias  creadas  de  una  manera  artificial.  Nece- 
sariamente aumentarían  las  rentas,  pero  muy  pronto  serían  insuficien- 
tes; perduraría,  pues,  la  falta  de  seguridad,  porque  la  economía  social 
continuaría  alimentándose  en  una  humanidad  desviada  de  la  medida 
recta  y  justa  de  su  propia  naturaleza.  En  cambio,  en  la  Rerum  novamm, 
León  Xni  propone  al  hombre  justo  que  lleva  una  vida  conforme  con 
los  principios  cristianos-  La  técnica  moderna  puede  progresar  en  forma 
armónica  y  duradera  únicamente  cuando  produce  al  servicio  de  este 
tipo  de  hombre,  y  bajo  su  orientación. 

En  este  espíritu  León  XIII  insiste  en  su  Encíclica,  por  ejemplo,  en 
la  observancia  de  los  días  festivos;  para  El,  este  descanso  en  las  fies- 
tas de  guardar  era  signo  que  le  mostraba  hasta  qué  grado  existían  en 
la  sociedad  humana  una  organización  sana  y  una  verdadera  armonía 
y  progreso.  Con  claridad  y  hondura  este  Pontífice  ve  esta  verdad  cuan- 
do relaciona  la  cuestión  obrera  con  el  reposo  festivo  y  la  santificación 
del  domingo:  precisamente  el  bienestar  del  trabajador  no  puede  se- 
pararse de  una  técnica  de  producción  que  exige  regularmente  de  él  y 
de  su  familia  el  sacrificio  del  domingo.  Es  todavía  mejor  que  el  do- 
mingo sea,  como  Dios  lo  quiere  un  día  de  desconso  y  de  recupera- 
ción en  un  clima  de  elevada  piedad.  La  técnica,  la  economía  y  la  so- 
ciedad manifiestan  su  grado  de  salud  moral  por  el  modo  en  que  fa- 
vorecen o  centrarían  la  santificación  del  domingo. 

No  hay,  pues,  duda  de  que  la  afirmación  del  destino  trascenden- 
te del  hombre  constituye  el  nervio  de  la  doctrina  de  León  XIII  sobre 
la  cuestión  social.  Toca  a  vosotros,  queridos  hijos,  hacer  constante- 
mente en  cada  uno  de  los  casos  las  aplicaciones  prácticos  de  los  pun- 
tos a  que  no  hemos  podido  aludir  sino  brevemente. 

Queridos  hijos,  Jesús  dijo  un  día  que  aquellos  que  busquen  en  pri- 
mer lugar  el  reino  de  Dios  y  su  justicia,  tendrán  todo'  lo  demás  por 
añadidura.  A  aquella  porción  de  la  humanidad  que  vive  sin  esperan- 
za sobre  la  tierra,  porque  ha  querido  desinteresarse  del  reino  de  Dios, 


116 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


es  necesario  repetir  con  energía,  y  al  mismo  tiempo  con  persuación, 
que  existe  sí  una  solución  que  resuelve  los  problemas  humanos  tam- 
bién: buscar  de  nuevo  a  Dios,  mirar  de  nuevo  al  Cielo. 


DISCURSO  AL  PRIMER  CONGRESO  INTERNACIONAL 
DE  INGENIEROS 

(9  de  octubre  de  1953) 

(fragmento) 

Sin  embargo,  es  necesario  tener  el  valor  de  ir  más  lejos.  Si  las 
aplicaciones  de  la  técnica  han  aumentado  grandemente  la  prosperidad 
económica  y  extendido  cierto  bienestar  real  entre  más  vastos  sectores 
de  la  población,  esto  no  es  aún  más  que  una  adquisición  parcial.  Nos 
diríamos  de  buena  gana  que  se  trata  de  una  primera  fase,  que  será 
el  punto  de  apoyo  de  todas  las  demás,  pero  que  no  puede  bastarse  a  sí 
misma.  La  historia  demuestra  que  las  eras  de  los  descubrimientos  y 
de  las  invenciones  abren  por  lo  general  una  crisis  más  o  menos  pro- 
funda de  las  instituciones  y  de  las  costumbres.  Una  especie  de  revolu- 
ción intelectual  y  espiritual  trastorna  los  espíritus  y  las  maneras  de  vi- 
vir. Es  preciso  entonces,  algún  tiempo  antes  de  que  la  sociedad  recu- 
pere plenamente  la  posesión  de  sí  misma  y  domine  los  nuevos  medios 
de  acción  que  le  han  sido  puestos  en  sus  manos  para  lograr  el  verda- 
dero florecimiento,  el  maduro  equilibrio  de  todos  los  campos  de  la 
cultura.  Puede  decirse  en  ese  sentido  del  ingeniero  que  cumple  una  la- 
bor de  precursor,  que  va  delante,  tendiendo  hacia  las  nuevas  adqui- 
siciones y  hacia  la  continua  extensión  del  potencial  técnico.  Sin  em- 
bargo, esto  no  basta.  Para  ejercer  sobre  su  tiempo  la  influencia  que 
ambiciona,  debe  saber,  por  decirlo  así,  retroceder  y  medir  su  acción 
no  en  relación  con  el  progreso  de  la  organización  científica  e  industrial, 
éino  del  conjunto  del  desarrollo  de  la  humanidad.  No  se  trata  de  nin- 
gún modo  de  discutir  la  excelencia  de  la  técnica,  los  innumerables  ser- 
vicios que  presta,  las  cualidades  intelectuales  y  morales  que  exige  de 
quienes  a  ella  se  entregan.  Ahora  bien,  no  satisface  más  que  un  tipo  de 
necesidades  de  la  humanidad:  exaltada  por  ella  misma  e  independien- 
temente de  lo  demás,  resulta  nociva  y  trastorna  el  orden  existente  más 
que  lo  que  ea  realidad  lo  mejora. 

Es  decir,  que  sí  el  ingeniero  aspira  a  desempeñar  un  papel  de 
guía  y  de  iniciador  de  los  hechos  sociales,  lo  importante  en  primer  lu- 
gar es  que  posea  una  percepción  reflexiva  de  los  fines  generales  de 
la  sociedad  humana  y  de  todos  los  elementos  que  condicionan  su  evo- 
lución. No  es  que  deba  ser  competente  en  todas  las  materias  de  las 
ciencias  jurídicas,  económicas  y  otras,  aun  cuando  puedan  aportarle 
un  útil  complemento  de  información,  sino  que  debe  adquirir  una  idea 
personal  y  lo  suficientemente  profunda  de  las  leyes  naturales  que  go- 
biernan al  hombre  y  rigen  su  actividad  como  individuo  y  como  miem- 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Justas  Aspiraciones  117 


bro  de  los  diversos  grupos  sociales,  especialmente  de  la  familia  y  de 
la  nación.  Con  este  fin,  no  puede  contentarse  con  considerar  al  hom- 
bre de  nuestros  días;  es  necesario  explicarlo  siguiendo  su  elaboración 
a  través  de  los  períodos  que  han  marcado  el  desarrollo  de  la  civiliza- 
ción. Se  aprecia  mejor  la  significación  de  los  elementos  particulares 
volviéndolos  a  colocar  en  el  plano  general,  donde  se  integran  y  apa- 
recen en  su  justa  perspectiva.  ¿No  está  ahí,  por  otra  parte,  el  signo  de 
la  verdadera  cultura,  que  aspira  a  distinguir  lo  especial  de  lo  acceso- 
rio, y  a  discernir  en  un  resultado  global  la  parte  que  corresponde  a  ca- 
da uno  de  los  componentes?  No  se  trata  en  absoluto,  repitámoslo,  de 
llegar  a  ser  especialistas  en  esos  campos,  sino  de  mantener  el  espíri- 
tu bien  abierto  a  todas  las  formas  del  bien  y  de  la  belleza  creadas  por 
la  iniciativa  y  la  abnegación  de  los  hombres,  las  de  nuestra  época  y 
las  del  pasado,  percibiendo  las  relaciones  que  las  encadenan  y  rigen 
su  jerarquía. 

De  esa  amplitud  de  espíritu  da  la  misma  Iglesia  un  ejemplo  muy 
poco  observado.  Encargada  desde  hace  veinte  siglos  de  educar  la  vi- 
da religiosa  y  moral  del  hombre,  no  se  ha  desinteresado  de  ningún 
modo  de  sus  demás  preocupaciones  y  de  sus  necesidades,  ya  se  trate 
de  su  situación  material  o  jurídica,  de  su  educación,  de  la  organización 
familiar  y  civil.  La  Iglesia  no  ha  permanecido  jamás  arrinconada  en 
una  concepción  restringida  del  hombre,  porque  sabe  lo  complejo  de 
su  naturaleza  y  conoce  mejor  que  otros  la  condición  humana.  Su  doc- 
trina social  se  refleja  muy  exactamente  en  esta  posición  central  tratan- 
do de  hacer  respetar  el  orden  de  las  exigencias  del  hombre  total,  cuer- 
po Y  alma,  individuo  y  miembro  de  la  sociedad,  hijo  de  los  hombres  e 
hijo  de  Dios.  He  aquí  por  qué  los  principios  cristianos  son  las  garan- 
tías más  seguras  de  una  evolución  normal  y  feliz  de  la  humanidad. 

Nos  hemos  alabado  mucho  vuestro  deseo  de  responder  plenamen- 
te a  vuestra  función  social.  Vuestra  situación  en  el  seno  de  las  empre- 
sas, en  las  que  constituís  el  lazo  entre  la  dirección  general  y  los  agen- 
tes de  ejecución,  reclama  de  vosotros  no  solamente  aptitudes  profesio- 
nales sino  un  sentido  profundamente  humano.  Tenéis  que  dirigir  a  per- 
sonas inteligentes  y  libres.  Si  procuráis  mirar  por  delante  de  vosotros 
la  vista  total  y  comprensiva  del  hombre,  de  que  acabamos  de  hablar, 
no  encontraréis  difícil  daros  cuenta  de  que  los  problemas  personales 
que  empeñan  vuestra  vida  y  vuestro  destino,  los  que  afectan  a  los  es- 
tratos más  íntimos  de  vuestro  espíritu  y  de  vuestro  corazón,  se  plan- 
tean con  igual  agudeza,  aunque  de  m.anera  menos  reflexiva,  para  el 
más  humilde  de  vuestros  subordinados.  Os  place  que  se  os  confíen 
responsabilidades,  que  se  os  deje  la  libertad  de  tomar  iniciativas;  de- 
seáis percibir  el  fin  perseguido  e  ir  marcando  paso  a  paso  las  etapas 
que  al  mismo  os  acercan;  deseáis  desbordar  el  cuadro  puramente  pro- 
fesional para  desplegar  vuestra  personalidad  por  entero;  todo  ello  es 
bueno  y  legítimo.  Es,  pues,  deseable  que  el  más  modesto  trabajador 
participe  en  todo  ello  progresivamente.  Después  de  haberle  tratado  du- 
ramente demasiado  tiempo  como  instrumento  de  producción,  como  en 
•  régimen  feudal,  se  ha  llegado  a  preocuparse  de  las  condiciones  mate- 
riales de  su  existencia.  Hoy  día  se  reconoce  que  sería  insuficiente  de- 


118 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


tenerse  ahí.  Dado  que  el  trabajo  es  para  todo  hombre  una  necesidad, 
es  preciso  que  las  ocupaciones  profesionales  no  dañen  sus  sentimien- 
tos más  naturales  y  más  espontáneos,  respetando  plenamente  su  dig- 
nidad. Es  decir,  no  puede  bastar  ver  en  él  un  productor  de  bienes,  sino 
que  hay  que  tratarlo  como  ser  espiritual  al  que  debe  ennoblecer  su  tra- 
bajo y  que  espera  de  sus  jefes,  más  aún  que  de  sus  iguales,  la  com- 
prensión de  sus  necesidades  y  una  simpatía  verdaderamente  fraternal. 


2.—   JUSTAS  ASPIRACIONES  DEL  TRABAJADOR 


RADIOMENSAJE  AL  CONGRESO  INTERNACIONAL  DE  LA  J.O.C. 
(3  de  septiembre  de  1950) 
(fragmento) 


Hoy  que  vuestro  Congreso  ofrece  en  una  vista  de  conjunto  el  her- 
moso cuadro  del  pasado,  y  la  visión  de  un  porvenir  lleno  de  esperan- 
za, Nos  deseamos,  con  la  mirada  fija  a  la  vez  sobre  vuestro  alto  ideal  y 
sobre  los  condiciones  actuales  del  mundo  de  los  obreros  en  sus  rela- 
ciones con  las  otras  clases  del  pueblo,  recomendar  a  vuestras  medita- 
ciones las  dos  consideraciones  siguientes: 

Primera.  El  pensamiento  que  ha  suscitado  vuestro  movimiento  y 
el  fin  que  lo  regula  han  posado  hoy,  en  determinados  aspectos,  a  la 
corriente  de  los  ideas,  incluso  fuera  de  las  esferas  católicas;  o  saber: 
que  se  trata  del  alma  de  los  trabajadores,  de  su  orientación,  de  su  pro- 
greso. Y  los  materialistas  mismos,  que  se  jactaban  en  otro  tiempo  de 
satisfacer  sus  aspiraciones  preconizando  la  lucha  de  clases,  llegan  aho- 
ra a  querer  dar  al  obrero  un  valor  cultural.  De  ahí  el  deber  paro  la 
J.O.C.  de  uno  atenta  vigilancia,  de  ahí  igualmente  la  ocasión  favora- 
bilísima de  su  éxito. 

Deber  de  vigilancia  por  el  motivo  de  que  determinados  medios 
que  se  ocupan  del  mundo  obrero  desde  el  punto  de  vista  de  la  cultu- 
ra, son  los  representantes  de  la  concepción  de  una  vida  puramente  te- 
rrena, extraño  o  la  religión  y  o  la  Iglesia.  De  ello  resulta  para  vosotros 
la  necesidad  de  velar  para  mantener  inviolable  la  justo  línea  de  de- 
marcación. 

Esta  situación  es  también,  decíamos  Nos,  una  ocasión  de  las  más 
favorables  al  éxito.  Pretender  suministrar  al  obrero  valores  espiritua- 
les como  una  m.erconcía  importada  de  fuera  será  siempre  una  tarea 
vano  y  decepcionante.  Un  sólo  elemento  de  unión  junto  interiormente 
el  obrero  al  mundo  del  espíritu,  a  saber:  su  fondo  religioso,  lo  centella 
que  dormita  en  lo  más  íntimo  de  su  ser.  Despertarla,  atizarla  es  el  úni- 
co medio  de  levantarle  por  encima  del  materialismo  vulgar  y  del  uti- 
litarismo. Tal  es  la  toreo  que  el  Señor  os  confía,  y  cuyo  feliz  oportuni- 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Justas  Aspiraciones  119 


dad  os  ofrece  este  momento.  ¡Aprovechaos  de  ella;  no  dejéis  pasar 
estériles  la  gracia  de  vuestra  vocación! 

Segunda.  Es  necesario  integrar  con  sabiduría  y  discernimiento  el 
apostolado  de  los  obreros  en  la  economía  general  del  apostolado  del 
hombre  moderno.  Y  esto  nos  conduce  a  ponernos  en  guardia  contra  una 
equivocación,  por  desgracia  demasiado  corriente  incluso  entre  los  ca- 
tólicos, es  decir,  contra  la  clasificación  de  las  almas  en  categorías.  No, 
no  hay  dos  clases  de  hombres:  los  obreros  y  los  no  obreros.  Pensar 
así  es  engañarse  sobre  el  aspecto  actual  de  la  cuestión  social;  es  dar 
prueba  de  una  miopía  intelectual  indigna  de  un  católico;  es  mecerse 
en  la  enojosa  ilusión  de  que  la  Iglesia  no  conquistará  a  los  obreros  si- 
no con  la  condición  de  plegarse  a  todas  las  exigencias,  aunque  sean 
las  más  irrealizables. 

Ahora  bien,  la  Iglesia  no  puede  separarse  de  la  línea  recta  de  la 
justicia  y  de  la  caridad,  del  orden  natural  y  sobrenatural.  A  la  Iglesia 
no  se  le  oculta  que  lo  que  aleja  de  ella  a  una  porción  notable  del  mun- 
do obrero  es  lo  mismo  que  le  arrebata  también  muchos  espíritus  en 
las  demás  clases  de  la  Humanidad  moderna,  o  sea,  el  empobreci- 
miento de  las  almas  exangües,  vacías  de  toda  savia  espiritual  y  reli- 
giosa, víctimas  de  una  epidemia  que  hace  estragos  sobre  tantos  hom- 
bres de  hoy.  Fantasmas  de  hombres  que,  nunca  hartos  de  frecuentar 
cines  y  campos  de  deportes,  día  y  noche  ahitos  de  fútiles  noticias,  de 
ilustraciones  excitantes,  de  música  ligera,  están  interiormente  dema- 
siado vacíos  para  poner  interés  en  ocuparse  de  sí  mismos.  ¿Se  puede 
decir  de  éstos  que  viven  en  medio  del  mundo,  pero  superiores  al  mun- 
do; ellos,  a  quienes  la  corriente  del  mundo  arrastra  a  la  deriva,  pasivos 
como  cadáveres  a  flor  de  agua?  Puede  ser  que  gran  número  de  entre 
ellos  no  sean  fundamentalmente  hostiles  a  la  religión,  pero  — y  esto  es 
casi  peor —  son  incapaces  de  comprenderla. 


DISCURSO  A  LOS  TRABAJADORES  ITALIANOS  EN  EL  XXV 
ANIVERSARIO  DE  SU  EXALTACION  AL  EPISCOPADO 

(13  de  junio  de  1943) 

(fragmento) 

Alegría  Paterna. 

Vuestra  grata  presencia,  queridos  hijos  e  hijas,  que  pasáis  las  ho- 
ras y  las  jornadas  en  el  trabajo  para  ganar  la  vida  pora  vosotros  y 
para  vuestras  familias,  despierta  en  Nos  un  gran  pensamiento  y  un 
gran  misterio:  el  pensamienío  de  que  el  trabajo  fué  impuesto  por  Dios 
al  primer  hombre,  después  del  pecado,  para  pedir  el  pan  a  la  tierra 
con  el  sudor  de  su  rostro;  y  el  misterio  de  que  el  Hijo  de  Dios,  habiendo 
descendido  del  Cielo  para  salvar  al  mundo  y  habiéndose  hecho  hom- 
bre, se  sometió  a  esta  ley  del  trabajo  y  pasó  su  juventud  trabajando  la- 
boriosamente en  Nazaret  con  su  Padre  adoptivo,  de  tal  modo  que  fué 


120 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


estimado  y  llamado  "el  hijo  del  carpintero".  ¡Misterio  sublime  que  El 
comenzase  primero  a  trabajar  que  a  enseñar,  humilde  operario  prime- 
ro que  maestro  de  todas  las  gentes! 

Seáis  bien  venidos  a  Nos  como  al  Padre,  que  ama  tanto  más  en- 
tretenerse con  sus  hijos,  cuanto  más  duro  e  incesante  es  su  trabajo  co- 
tidiano, más  difícil  y  grave  de  angustias  es  su  vida.  Seáis  bien  veni- 
dos a  Nos  como  al  Vicario  de  Cristo,  que  constata  en  Sí,  perpetuado 
por  inefable  participación  de  la  potencia  divina,  aquel  sentido  de  ter- 
nura y  de  conmiseración  por  el  pueblo  del  cual  estuvo  movido  el  Re- 
dentor' al  exclamar  un  día:  "Misereor  super  turbam",  "Tengo  compa- 
sión de  este  pueblo"  (Mat.  VIH,  2).  Seáis  bien  venidos  a  Nos  como  al 
Pastor,  que  en  vosotros  y  más  allá  de  vosotros  extiende  la  solicitud  so- 
bre la  abundantemente  más  numerosa  porción  de  la  grey  a  El  confia- 
da por  el  amor  de  Dios,  y  en  vuestro  acatamiento  y  en  vuestra  devo- 
ción recoge,  como  de  fiel  representación,  los  sentimientos,  los  votos  y 
el  afecto  de  tantos  hijos  suyos  lejanos. 

De  todo  corazón  os  agradecemos  esta  viva  alegría  que  Nos  ofre- 
ce también  la  oportunidad  de  dirigiros  una  palabra  de  íntima  benevo- 
lencia y  de  estímulo,  una  palabra  que  sea  pora  vosotros  guía,  sostén 
y  confortación  en  estos  días  tormentosos  de  afanes  y  de  luchas. 


Próvidas  reformas  sociales. 

La  multitud  de  los  operarios,  agravada  y  afligida  más  que  otros 
por  las  duras  condiciones  presentes,  no  está  sin  embargo,  sola  para  re- 
sistir el  peso;  cada  clase  debe  llevar  su  carga,  cual  más,  cual  menos 
penosa  y  molesta;  ni  sólamente  el  estado  social  de  los  trabajadores  y 
de  las  trabajadoras  demanda  retoques  y  reformas,  sino  toda  la  entera  y 
complicada  estructura  de  la  sociedad  tiene  necesidad  de  endereza- 
mientos y  de  mejoramientos,  profundamente  sacudida  como  está  en  su 
ensambladura.  ¿Quién  no  ve,  por  esto,  que  la  cuestión  obrera,  por  la 
dificultad  y  la  variedad  de  los  problemas  que  implica,  y  por  el  vasto 
número  de  miembros  a  quienes  interesa,  es  tal  y  de  tan  gran  necesi- 
dad e  importancia  que  merece  más  atenta,  vigilante  y  previsora  soli- 
citud? Cuestión  como  ninguna  otra  delicada;  punto,  se  diría,  neurál- 
gico del  cuerpo  social;  pero  también,  a  veces,  terreno  movedizo  e  in- 
fiel, abierto  a  fáciles  ilusiones  y  a  vanas  esperanzas  irrealizables  para 
quien  no  tenga  delante  de  la  mirada  de  la  inteligencia  y  del  impulso 
del  corazón  la  doctrina  de  justicia,  de  equidad,  de  amor,  de  recíproca 
consideración  y  convivencia,  que  inculcan  la  ley  de  Dios  y  la  voz  de 
la  Iglesia. 


La  Iglesia  defensora  de  las  justas  aspiraciones  del  pueblo  trabajador. 

Ciertamente  vosotros  no  ignoráis,  queridos  hijos  e  hijas,  que  la  Igle- 
sia os  ama  intensamente  y,  no  sólamente  de  hoy,  con  ardor  y  afecto 
materno  y,  con  vivo  sentimiento  de  la  realidad  de  las  cosas,  ha  con- 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Justas  Aspiraciones  121 


siderado  la  cuestión  que  os  toca  a  vosotros  más  particularmente;  Nues- 
tros Predecesores  y  Nos  mismo  con  enseñanzas  repetidas  no  hemos 
desperdiciado  ocasión  alguna  de  hacer  comprender  a  todos  vuestros 
menesteres  y  vuestras  necesidades  personales  y  familiares,  procla- 
mando como  fundamental  exigencia  de  concordia  social  aquellas  as- 
piraciones que  lleváis  tan  en  el  corazón:  un  salario  que  asegure  la  exis- 
tencia de  la  familia,  tal  que  haga  posible  a  los  progenitores  el  cumpli- 
miento de  su  deber  natural  de  criar  una  prole  sanamente  nutrida  y  ves- 
tida; una  habitación  digna  de  personas  humanas;  la  posibilidad  de  pro- 
curar a  los  hijos  una  suficiente  instrucción  y  una  conveniente  educa- 
ción, de  prever  y  proveer  para  el  tiempo  de  estrechez,  de  enfermedad 
o  de  vejez.  Estas  condiciones  de  providencia  social  deben  conducirse 
a  cumplimiento,  si  se  quiere  que  la  sociedad  no  sea  a  todo  tiempo  agi- 
tada por  turbios  fermentos,  y  por  sobresaltos  peligrosos,  sino  que  se 
tranquilice  y  avance  en*  la  armonía,  en  la  paz  y  en  el  mutuo  amor. 

Ahora  bien,  por  laudables  que  sean  varias  providencias  y  conce- 
siones de  los  poderes  públicos,  y  el  sentimiento  humano  y  generoso 
que  anima  a  no  pocos  dadores  de  trabajo,  ¿quién  podrá  verdaderamen- 
te afirmar  y  sostener  que,  después  de  todo,  tales  intentos  han  sido  al- 
canzados? De  todos  modos,  los  trabajadores  y  las  trabajadoras,  cons- 
cientes de  su  gran  responsabilidad  por  el  bien  común,  sienten  y  ponde- 
ran el  deber  de  no  agravar  el  peso  de  la  dificultad  extraordinaria  por 
la  cual  se  encuentran  oprimidos  los  pueblos  (Nota;  el  Papa  hablaba 
en  plena  guerra)  presentando,  clamorosamente  y  con  inconsiderados 
impulsos,  sus  reivindicaciones  en  esta  hora  de  universal  e  imperiosa 
necesidad;  pero  persisten  en  el  trabajo  y  continúan  allí  con  disciplina 
y  con  calma,  aportando  un  inestimable  sostén  a  la  tranquilidad  y  al 
provecho  de  todos  en  la  convivencia  social.  A  esta  pacífica  concordia 
de  los  ánimos  Nos  tributamos  Nuestro  elogio  y  os  invitamos  y  exhorta- 
mos paternalmente  a  perseverar  en  ella  con  firmeza  y  dignidad;  lo  cual, 
sin  embargo,  no  debe  inducir  a  alguno  a  mantener,  como  amonestába- 
mos ya  en  Nuestro  último  Mensaje  natalicio,  que  toda  la  cuestión  de- 
ba considerarse  resuelta. 


Los  falsos  profetas. 

La  Iglesia,  custodia  y  maestra  de  la  verdad,  al  afirmar  y  propug- 
nar animosamente  los  derechos  del  pueblo  trabajador,  en  varias  oca- 
siones, combatiendo  el  error,  ha  debido  poner  en  guardia  para  no  de- 
jarse engañar  por  el  espejismo  de  engañosas  y  fatuas  teorías  y  visio- 
nes de  bienestar  futuro;  y  por  los  engañosos  halagos  e  incitaciones  de 
falsos  maestros  de  la  prosperidad  social  que  llaman  bien  al  mal  y  mal 
al  bien,  y  que,  jactándose  de  amigos  del  pueblo,  no  consienten  entre 
el  capital  y  el  trabajo,  y  entre  los  dadores  de  trabajo  y  los  obreros, 
aquellos  mutuos  entendimientos  que  mantienen  y  promueven  la  con- 
cordia social  para  el  progreso  y  la  utilidad  común.  Tales  amigos  del 
pueblo,  vosotros  los  escuchásteis  ya  en  las  plazas,  en  los  rincones,  en 
los  congresos;  conocisteis  las  promesas  de  sus  hojas  volanderas;  los 


122 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


escuchasteis  en  sus  cantos  y  en  sus  himnos;  ¿pero  cuándo  jamás  han 
respondido  a  sus  palabras  los  hechos,  o  han  concordado  las  esperan- 
zas con  la  realidad?  Engañados  o  ilusionados  quedan  y  quedarán  los 
particulares  y  los  pueblos  que  les  prestaron  fe  y  les  siguieron  por  ca- 
minos que,  lejas  de  mejorar,  empeoraron  y  agravaron  las  condiciones 
de  vida  y  de  progreso  material  y  social.  Tales  falsos  pastores  inducen 
a  creer  que  la  salvación  debe  provenir  de  una  revolución  que  trasmute 
la  consistencia  social  o  revista  carácter  nacional. 

No  rev.oluciones  sociales. 

La  revolución  social  se  vanagloria  de  enaltecer  al  poder  la  clase 
obrera:  ¡vana  palabra  y  mera  apariencia  de  imposible  realidad!  De 
hecho  vosotros  veis  que  el  pueblo  trabajador  permanece  ligado,  sojuz- 
gado y  estrechado  por  la  fuerza  del  capitalismo  del  Estado,  el  cual  o- 
prime  y  somete  todo,  no  menos  la  familia  que  las  conciencias,  y  trans- 
forma a  los  obreros  en  una  gigantesca  máquina  de  trabajo.  No  diferen- 
temente que  los  otros  sistemas  y  ordenamientos  sociales  que  pretende 
combatir,  él  reagrupa,  ordena  y  constriñe  en  un  espantable  instrumen- 
to de  guerra  que  demanda  no  sólo  la  sangre  y  la  salud,  sino  también, 
los  bienes  y  la  prosperidad  del  pueblo.  Y  si  los  dirigentes  se  jactan  so- 
berbios de  esta  o  de  aquella  ventaja  o  mejoramiento  conseguido  en  el 
ámbito  del  trabajo,  agitando  y  difundiendo  rumorosa  presunción,  tal 
provecho  material  no  es  nunca,  aunque  tenga  buen  éxito,  una  digna 
compensación  a  las  renuncias  impuestas  a  cada  uno,  que  dañan  los 
derechos  de  la  persona,  la  libertad  en  la  dirección  de  la  familia,  en  el 
ejercicio  de  la  profesión,  en  la  condición  de  ciudadano,  y  de  manera 
particular  en  la  práctica  de  la  religión,  y,  en  fin,  en  la  vida  de  la  con- 
ciencia. 

¡No!,  no  está  en  la  revolución,  queridos  hijos  o  hijas,  vuestra  sal- 
vación; y  es  contra  la  genuino  y  sincera  profesión  cristiana  el  tender 
— pensando  sólo  en  el  propio,  exclusivo  y  material  provecho,  que  apa- 
rece sin  embargo,  siempre  incierto —  a  una  revolución  que  proceda  de 
la  injusticia  y  de  la  insubordinación  civil;  y  hacerse  tristemente  culpa- 
bles de  la  sangre  de  los  ciudadanos  y  de  la  destrucción  de  los  bienes 
comunes.  Desgraciados  los  que  olviden  que  una  verdadera  socie- 
dad incluye  la  justicia  social,  exige  una  justa  y  congrua  participación 
de  todos  en  los  bienes  del  País;  de  otro  modo  considerad  vosotros  que 
la  Nación  acabaría  en  simulación  sentimental,  en  un  delirante  pretex- 
to, paliativo  de  grupos  particulares  pora  substraerse  a  los  sacrificios 
indispensables  para  conseguir  el  equilibrio  y  la  tranquilidad  pública. 
Y  percibiréis  entonces  cómo  debilitada  en  el  concepto  de  sociedad  na- 
cional la  nobleza  que  Dios  le  ha  otorgado,  las  contiendas  y  las  luchas 
internas  se  volverían  para  todos  una  terrible  amenaza. 

Sino  concorde  y  benéfica  evolución. 

No  en  la  revolución,  sino  en  una  evolución  concorde  está  la  salva- 
ción y  la  justicia.  La  violencia  no  ha  hecho  jamás  otra  cosa  que  abatir, 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Justas  Aspiraciones  123 


no  ensalzar;  encender  las  pasiones,  no  calmarlas;  acumular  odios  y 
ruinas,  no  hermanar  a  los  contendientes;  y  ha  precipitado  a  los  hom- 
bres y  a  los  partidos  a  la  dura  necesidad  de  reconstruirse  lentamente, 
después  de  contiendas  dolorosos,  sobre  los  fragmentos  de  la  discordia. 
Sólo  una  evolución  progresiva  y  prudente,  intrépida  y  conveniente  con 
la  naturaleza,  iluminada  y  guiada  por  las  santas  normas  cristianas  de 
justicia  y  equidad,  puede  conducir  al  cumplimiento  de  los  deseos  y  de 
las  necesidades  honestas  del  obrero. 

No  destruir,  por  tanto,  sino  edificar  y  consolidar;  no  abolir  la  pro- 
piedad privada,  fundamento  de  la  estabilidad  de  la  familia,  sino  pro- 
mover su  difusión  como  fruto  de  la  fatiga  concienzuda  de  todo  traba- 
jador o  trabajadora,  de  modo  que  venga  de  ello  la  disminución  gra- 
dual de  aquella  masa  de  pueblo  inquieta  y  audaz  que,  unas  veces  por 
profunda  desesperación,  otras  veces  por  ciegos  instintos,  se  dejan  arras- 
trar por  todo  viento  de  falsas  doctrinas,  o  por  dolosos  artificios  de  agi- 
tadores carentes  de  toda  moral. —  No  destruir  el  capital  privado,  sino  pro- 
mover su  ordenamiento  prudentemente  vigilado,  como  medio  y  apoyo 
para  obtener  y  ampliar  el  verdadero  bien  material  de  todo  el  pueblo. — 
No  impulsar  ni  dar  exclusivamente  preferencia  a  la  industria,  sino  pro- 
seguir el  armónico  coordenamiento  con  la  artesanía  y  la  agricultura, 
que  hace  fructificar  la  múltiple  y  necesaria  producción  del  suelo  na- 
cional.—  No  poner,  en  el  uso  de  los  progresos  técnicos,  la  mira  única- 
mente en  el  mayor  provecho  posible,  sino  ayudarse  de  los  frutos  que 
de  ello  se  recaben  para  mejorar  la  condición  personal  del  obrero,  pa- 
ra hacer  menos  ardua  y  dura  su  fatiga  y  reforzar  los  vínculos  de  su  fa- 
milia, en  el  terreno  donde  habita,  en  el  trabajo  del  que  vive. —  No  mi- 
rar a  hacer  depender  totalmente  la  vida  de  cada  uno  del  arbitrio  del 
Estado,  sino  más  bien  procurar  que  el  Estado,  cuyo  deber  es  promover 
el  bien  común  con  instituciones  sociales  como  son  las  sociedades  de 
aseguración  y  de  previsión  social,  supla,  favorezca  y  complete  lo  que 
ayuda  a  confirmar  en  su  acción  a  las  asociaciones  obreras,  y  especial- 
mente a  los  padres  y  a  las  madres  de  familia,  que  aseguran  con  el  tra- 
bajo la  vida  para  sí  y  para  los  suyos. 


La  íe  en  Cristo  y  la  íídelidad  a  ¡a  Iglesia,  raíces  profundas  de  verdadera 
íraternidad. 

Vosotros  diréis  acaso,  que  esta  es  una  bella  visión  de  la  realidad, 
¿pero  cómo  se  podrá  actuarla  y  darla  vida  en  medio  del  pueblo?  Es 
menester  hoy,  ante  todo,  gran  providad  de  voluntad  y  perfecta  lealtad 
de  propósitos  y  de  acción  en  la  conducción  y  en  el  gobierno  de  la  vida 
pública,  tanto  de  parte  de  los  ciudadanos  como  de  parte  de  la  Autori- 
dad. Es  menester  hoy,  que  un  espíritu  de  verdadera  concordia  y  frater- 
nidad anime  a  todos,  superiores  e  inferiores,  directores  y  obreros,  gran- 
des y  pequeños,  en  una  palabra  a  todos  los  órdenes  del  pueblo. 

Esta  vuesta  reunión  en  torno  a  Nos,  queridos  hijos  e  hijas,  a  la  cual 
exalta  el  hecho  de  proceder  de  varios  de  vuestros  campos  de  actividad 
los  que  convenís  en  la  casa  del  Padre  como  representantes  de  todos 


124 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


los  grupos,  es  para  Nos  prueba  y  testimonio  de  que  vosotros  conocéis, 
sentís  y  comprendéis  donde  tenga  sus  raíces  profundas  el  divinamen- 
te genuino  sentido  social  de  "hermanos,  reunios  en  un  pacto",  "todos 
hechos  a  semejanza  de  uno  Solo,  hijos  todos  de  una  sola  redención": 
esto  es,  en  la  santa  religión  común,  en  la  misma  profesión  de  fe  hacia 
el  Redentor  de  todos,  en  la  igual  fidelidad  a  su  santa  Iglesia  y  a  su  Vi- 
cario. Y  Nos  elevamos  a  Dios  Nuestra  ferviente  plegaria  para  que  todo 
el  vasto,  inmenso  pueblo  de  los  trabajadores  y  de  las  trabajadoras  par- 
ticipen de  nuestra  fe;  por  eso  conceda  el  Señor  que,  por  entre  las  dife- 
rencias de  opiniones  y  de  medios,  se  abra,  en  justicia  y  caridad,  el  ca- 
mino hacia  aquel  progreso  benéfico  y  pacífico  por  Nos  tan  ardiente- 
mente auspiciado,  que  haga  a  Italia  próspera  y  fuerte  en  una  firme  y 
cristiana  cohesión. 


3.-  MEDIOS  PARA  SATISFACER  LAS  JUSTAS  ASPIRACIONES 
DEL  TRABAJADOR 


PiADIOMENSAJE  A  LOS  TRABAJADORES  REUNIDOS  EN  MILAN 
(1  de  mayo  de  1956) 
(fragmento) 


...  En  efecto,  se  ven  entre  vosotros  numerosísimos  y  entusiastas 
representantes  de  las  Asociaciones  de  trabajadores  católicos,  no  sólo 
de  todas  las  regiones  de  Italia,  sino  también  de  otras  muchas  naciones, 
venidos  a  dar  testimonio  no  tanto  de  una  unidad  internacional  imagi- 
naria de  la  clase  obrera,  cuanto  de  la  unidad  estrecha  de  los  trabaja- 
dores católicos  como  miembros  de  la  Iglesia,  deseosos  de  llevar  de 
nuevo  a  Cristo  el  mundo  entero  del  trabajo,  que  a  El  pertenece  como 
todo  otro  campo  de  la  vida  social. 

A  tal  propósito  quisiéramos  se  advirtiese  que,  cuando  se  trata  de 
los  obreros  católicos,  es  menester  no  tonto  crear  su  unidad,  cuanto  re- 
conocerla y  reafirmarla  en  las  conciencias  propias  y  de  los  demás, 
puesto  que  ella  se  halla  ya  en  la  substancia  y  en  la  raíz  de  su  fe  en 
el  único  Cristo,  Redentor  de  todos  los  hombres,  y  en  la  única  Iglesia, 
madre  de  todos  los  fieles,  más  allá  de  toda  frontera,  y  por  encima  de 
cualquier  interés  particular.  En  esta  unidad  substancial  y  granítica,  los 
trabajadores  católicos  hallan  además  el  motivo  impulsor,  más  aún,  el 
deber,  de  abrirse  a  todo  el  mundo  que  les  rodea  para  difundir  por  todas 
parles  el  reino  de  Dios,  que  es  reino  de  justicia  y  de  amor.  La  pro- 
funda razón  de  ser  de  vuestra  asociación,  como  de  toda  otra  asocia- 
ción católica,  se  ha  de  buscar  no  en  el  temor  de  otros  movimientos,  ni 
en  la  lucha  contra  otros,  ni  tampoco  en  aquel  sentido  de  solidaridad 
que  une  a  los  miembros  de  una  misma  clase,  sino  en  el  deber  íntimo  y 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Justas  Aspiraciones  125 

en  el  celo  que  sentís  como  católicos,  de  haceros  apóstoles  de  Cristo  entre 
vuestros  hermanos  que  ignoran  o  rechazan  su  mensaje  salvador. 

Unidos  en  Cristo,  centro  vital  de  vuestra  unidad,  vosotros  queréis 
ser  sus  apóstoles  no  sólo  porque  participáis  con  El  de  aquellas  condi- 
ciones de  vida  que  fueron  en  otro  tiempo  las  suyas  por  largos  años  du- 
rante su  permanencia  en  la  tierra,  cuando  las  gotas  de  sudor  en  el  tra- 
bajo brillaban  en  su  frente  como  perlas,  sino,  sobre  todo,  porque,  como 
discípulos  más  fieles  y  más  resueltos  os  sentís  envueltos  en  su  llama 
divina  de  amor  hacia  todos  los  hombres  de  la  tierra.  El  amor  y  la  fuer- 
za apostólica  de  Cristo  os  impulsan  a  ver  en  todo  obrero  al  hombre  que 
Dios  ha  creado  y  redimido,  para  restituirle  lo  que  por  voluntad  divina 
le  corresponde.  Por  eso  Nos  podíamos  afirmar  acerca  de  la  actividad 
de  vuestras  Asociaciones:  "El  amor  hace  latir  sus  corazones,  al  mismo 
amor  que  hizo  latir  el  corazón  de  Cristo,  y  les  inspira  la  solicitud  por  la 
defensa  y  respeto  de  la  dignidad  del  trabajador  moderno,  y  el  celo  ac- 
tivo para  ponerle  en  condiciones  de  vida  material  y  social  en  armonía 
con  tal  dignidad"  QDiscorsi  e  Radiomessaggi,  vol.  X.,  pág.  334). 

Amados  hijos,  mantened  intacto  y  firme  este  fundamento  religioso 
cristiano  de  vuestras  agrupaciones,  seguros  de  que  ningún  desarrollo 
histórico  del  movimiento  obrero  podrá  destruir  su  razón  de  ser,  ni  su 
unidad,  ni  su  derecho  de  expansión,  porque  mientras  haya  trabajado- 
res, aquel  supuesto  desarrollo  no  podrá  cambiar  las  relaciones  entre 
vosotros  y  Cristo,  y  entre  vosotros  y  vuestros  hermanos.  Cualquiera  pu- 
diera ser,  en  efecto,  el  porvenir  del  mundo  del  trabajo,  siempre  será  ne- 
cesario que  un  núcleo  mayor  o  menor  de  apóstoles  imprima  o  manten- 
ga en  la  vida  social  el  sello  del  reino  de  Cristo,  actuando  o  sostenien- 
do los  valores  que  aprecian  sumamente  todo  hombre  y  todo  trabajador 
maduro  y  consciente,  como  son,  la  justicia,  la  libertad  y  la  paz  en  la 
colaboración  positiva  de  las  clases.  En  esa  comunicación  de  bienes 
sobrenaturales  y  humanos  consisten  el  derecho  y  el  deber  de  expan- 
sión- de  las  ACLI,  expansión  que  Nos  deseamos  sea  diligente  y  con- 
creta en  la  amada  Italia,  ya  que  todos  los  trabajadores,  aun  conside- 
rados solamente  como  hombres,  pertenecen  a  su  Creador  y  Redentor, 
a  Cristo,  al  cual,  por  tanto,  si  se  hallan  alejados,  deben  volver  con  con- 
ciencia iluminada. . . 

. . .  Cualquier  movimiento  social,  por  lo  tanto  también  el  obrero,  su- 
pone como  principio  y  fin  al  hombre  con  su  destino  sobrenatural  y  con 
su  conjunto  de  derechos  y  deberes  naturales,  de  los  que  no  se  puede 
prescindir,  aun  cuando  el  movimiento  se  proponga  directamente  fines 
económicos  y  contingentes. . . 

. . .  Por  lo  demás,  la  unidad  del  movimiento  obrero  en  cuanto  tal, 
en  el  mundo,  no  parece  que  haya  sido  favorecida  por  el  curso  de  la 
historia.  La  vida  social  de  los  últimos  ciento  y  más  años  en  el  indus- 
tralismo  americano  y  europeo,  nos  muestran  otra  realidad.  Ni  siquie- 
ra donde  se  difundía  entre  los  obreros  la  idea  de  la  unidad  del  proleta- 
riado como  la  de  una  clase  en  lucha  con  la  clase  capitalista,  se  lo- 
gró un  movimiento  duradero  de  unión  de  los  trabajadores.  Diferencia- 
ciones sociales  insuperables,  a  más  de  otras,  entre  los  factores  del  con- 


126 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


trato  de  trabajo,  se  oponían  a  la  unidad  del  proletariado,  y  es  por  de- 
más notorio  cómo  la  idea  de  la  unidad  internacional  de  la  clase  obre- 
ra se  ha  malogrado  siempre  a  causa  de  las  diferencias  nacionales  en 
las  complicaciones  bélicas. 

¡Animo,  pues,  y  firmeza,  amados  hijos!  Haced  cada  vez  más  estre- 
cha vuestra  unión  alrededor  de  vuestra  pacíficas  banderas,  a  las  que 
ya  parece  sonreír  un  espléndido  porvenir  rico  en  fundadas  esperanzas. 
Las  ACLI  entrañan  en  sí  una  fuerza  viva  e  interna  que,  desplegada 
íntegramente,  contribuirá  de  manera  eficaz  a  apresurar  el  ansiado  ad- 
venimiento de  la  verdadera  paz  social.  Los  trabajadores  cristianos,  im- 
pulsados por  los  eternos  principios,  y  sacando  de  la  fe  y  de  la  gracia 
la  suave  fuerza  para  superar  los  obstáculos,  no  están  quizá  lejos  del 
día  en  que  podrán  ejercer  el  oficio  de  guías  en  medio  del  mundo  del 
trabajo.  Y  ¿por  qué  no?  La  doctrina  sana  que  profesan,  los  rectos  sen- 
timientos que  los  animan,  son  otros  tantos  títulos  legítimos  para  llegar 
a  ser  los  guías  del  movimiento  obrero  en  la  actualidad.  La  unión  de 
los  obreros  cristianos  que  se  forman  en  las  ACLI,  inspirada  en  estos 
principios,  puede  confiar  en  que  obtendrá  mayores  conquistas  y  más 
rápidas-  Todo  espíritu  sereno  puede  fácilmente  comprobar  en  vosotros 
la  honradez  de  los  propósitos,  la  mesura  en  los  medios  empleados,  un 
concepto  recto  de  la  justicia  y,  sobre  todo,  vuestra  independencia  de 
fuerzas  e  intereses  extraños.  En  cambio,  una  vez  que  se  dan  motivos 
fundados  de  sospecha  respecto  de  la  honradez,  la  rectitud  y,  particular- 
mente, la  capacidad  de  presuntos  guías  para  dominar  las  concupis- 
cencias después  de  haberlas  estimulado,  cuando  el  derecho  reivin- 
dicado se  torna  injusto,  es  comprensible  que  se  encuentre  resistencia  o 
se  hagan  concesiones  aparentes  que  no  cambian  la  substancia  de  las 
cosas.  Ahora  bien,  ninguna  de  tales  sospechas  mancha  la  confianza 
que  la  sociedad  ha  depositado  en  vosotros,  trabajadores  cristianos;  bien 
sabe  ella  de  qué  manantiales  y  por  qué  cauces  corre  vuestro  movimien- 
to. . . 


DISCURSO  A  LAS  ASOCIACIONES  CATOLICAS  DE  TRABAJADORES 

ITALIANOS 

(29  de  junio  de  1948) 
(fragmento) 

Sin  embargo,  sería  un  modo  de  juzgar  superficial,  exterior  y  por 
decirlo  así,  puramente  deportivo,  el  considerar  el  camino  recorrido  tan 
sólo  desde  estf  punto  de  vista.  Las  ACLI  no  están  ahí  únicamente  por- 
que ahí  está  el  adversario.  Quien  lo  afirmase  falsearía  la  verdad  his- 
tórica, e  ignoraría  por  completo  el  impulso  propio  de  la  Iglesia  y  de  los 
cristianos  dignos  de  este  nombre  hacia  la  acción  social.  Este  impulso 
no  les  viene  del  exterior,  no  es  el  miedo  de  la  revolución  o  de  la  su- 
blevación de  las  masas  lo  que  les  impulsa  al  trabajo  en  favor  del  pue- 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Justas  Aspiraciones  127 


blo;  no.  Lo  que  hace  latir  sus  corazones  es  el  amor,  es  el  amor  que 
hacía  latir  el  corazón  de  Cristo,  expresándole  sus  solicitudes  por  la  de- 
fensa y  el  respeto  a  la  dignidad  del  trabajador  moderno;  y  su  activo 
celo  para  procurarle  aquellas  condiciones  de  vida,  materiales  y  socia- 
les, que  están  en  armonía  con  tal  dignidad. 

Si  ponderáis  seguidamente  todo  esto,  no  caeréis  en  la  tentación  de 
complaceros  sin  más  ni  más  por  el  camino  que  ya  habéis  recorrido. 
Las  A.C.L.I.  deben,  de  acuerdo  con  sus  principios,  ejercitar  el  aposto- 
lado entre  los  obreros;  ante  todo  entre  sus  propios  miembros,  y  luego 
también  entre  los  demás:  un  apostolado  del  obrero  por  el  obrero.  ¿En 
qué  punto,  pues,  se  halla  entre  vosotros,  el  progreso  en  la  santificación 
de  la  vida  mediante  una  concepción  verdaderamente  cristiana  del  tra- 
bajo? ¿Qué  actuación  tiene  por  vuestro  medio,  aquel  apostolado  ar- 
diente del  ejemplo  entre  tantos  que,  aun  jóvenes,  todos  los  días  se  arras- 
tran al  trabajo  casi  como  a  la  fuerza,  sin  alegría,  sin  ninguna  elevada 
aspiración?  ¿Cómo  va  vuestro  apostolado  tan  precioso  del  ejemplo  en 
el  uso  cristiano  del  tiempo  disponible,  en  la  santificación  del  domingo 
y  de  las  fiestas,  y  en  toda  la  vida  de  familia? 

Guardaos  bien  de  decir:  son  exigencias  importantes  sin  duda  nin- 
guna, pero  que  no  tocan  inmediatamente  a  las  circunstancias  del  pre- 
sente. ¿Es  así  realmente?  ¿Qué  espera  hoy  el  trabajador?  ¿Acaso  la 
ayuda  del  Estado  o  de  la  Iglesia  por  medio  de  sus  obras  de  asistencia? 
Ciertamente,  nadie  piensa  privar  a  la  clase  trabajadora  de  semejan- 
te contribución,  pero  no  es  ella  sóla  quien  lo  pide,  y  en  estos  años,  de- 
masiado largos,  de  crisis  económica,  los  que  piden  ayuda  son  tan  nu- 
merosos que  la  misma  Iglesia,  y  en  especial  esta  Santa  Sede,  a  pesar 
de  sus  múltiples  cuidados,  muchas  veces  no  puede  más  que  lamentar 
su  insuficiencia  para  librar  todas  las  miserias  y  para  escuchar  a  cuan- 
tos a  Ella  se  dirigen. 

Por  eso,  los  trabajadores,  como  todas  las  demás  clases  del  pueblo, 
deben  apoyarse  más  que  sobre  la  ayuda  ajena,  sobre  sus  propios  es- 
fuerzos, sobre  su  propia  defensa,  sobre  su  mutua  asistencia,  en  cuyo  ejer- 
cicio el  punto  fundamental  es  el  sentimiento  de  íntima  solidaridad  entre 
los  que  dan  y  los  que  reciben.  Y  en  esto  consiste  la  importancia  de 
las  exigencias  de  que  hemos  hablado,  y  del  trabajo  apostólico  que 
las  A.C.L.I.  están  llamadas  a  llevar  a  cabo,  impregnando  de  los  ver- 
daderos principios  de  Cristo  toda  la  vida  del  trabajador. 

Consideremos  las  cosas  prácticamente  y  con  toda  sinceridad. 
Hay  por  todas  partes  una  sensación  de  malestar  y  de  disgusto.  El  tra- 
bajador no  está  contento  con  su'suerte  y  la  de  su  familia.  Asegura  que 
lo  que  gana  no  es  proporcionado  a  sus  necesidades.  Ninguno,  como 
!a  Iglesia,  ha  defendido  y  defiende  las  justas  peticiones  de  los  trabaja- 
dores. Pero  semejante  desproporción  e  insuficiencia,  ¿se  debe  siempre 
y  únicamente  a  la  escasez  de  lo  que  se  gana?  ¿No  entra  en  ello  pcdro 
nada  el  aumento  de  las  necesidades?  Sin  duda  alguna  que  hay  nece- 
sidades que  tienen  que  ser  satisfechas  urgentemente:  los  alimentos,  el 
vestido,  la  habitación,  la  educación  de  los  hijos,  lo  necesario  para  el  al- 
ma y  para  el  cuerpo.  Pero  queremos  aludir  a  otras  exigencias  que  de- 


128 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


muestran  de  qué  manera  la  moderna  y  anti-cristiana  ansia  desenfrena- 
da de  placer  y  la  despreocupación  tienden  a  penetrar  también  en  el 
mundo  obrero.  Las  arduas  circunstancias  económicas  del  tiempo  de  gue- 
rra hicieron  perder  hasta  la  posibilidad  del  ahorro.  Pero  hoy  todavía 
no  se  ha  vuelto  a  su  sentido,  ni  a  su  idea.  En  semejantes  condicio- 
nes de  espíritu,  ¿cómo  se  podrá  tener  una  clara  y  recta  conciencia  de 
la  responsabilidad  en  el  uso  y  en  la  administración  de  los  fondos  pú- 
blicos destinados  a  las  cajas  populares,  al  seguro  social  y  a  los  ser- 
vicios de  sanidad?  ¿Cómo  se  podrá  asumir  aquella  corresponsabili- 
dad en  la  dirección  de  toda  la  economía  del  país  a  que(  aspiran  las  cla- 
ses trabajadoras,  sobre  todo  ahora  que  la  grave  plaga  de  la  desocu- 
pación no  puede  sanarse  con  la  demagogia,  sino  con  la  prudencia  y  con 
la  disciplina;  no  con  la  profusión  de  ingentes  sumas  para  poner  reme- 
dio solamente  a  las  necesidades  inmediatas  del  momento,  sino  con  me- 
didas prudentes  y  previsoras?  De  esto  se  sigue  la  misión  tan  difícil  y 
tan  importante  de  las  A.C.L.I.  que  consiste  en  promover  en  cada  uno 
el  espíritu  de  parsimonia  cristiana,  de  cuidadosa  delicadeza  en  todo  lo 
que  se  refiere  al  bien  común,  para  que  siempre  prevalezcan  aquellos 
que  tienen  plena  conciencia  de  su  responsabilidad. 

Es  importante,  sin  duda  ninguna,  la  altura  de  los  salarios  y  de  los 
sueldos  que  el  padre  de  familia,  y  acaso  también  los  hijos  mayores, 
cada  mes  o  cada  semana  traen  a  casa .  Es  todavía  más  importante  el 
cuidado  común  de  gastarlo  en  verdaderas  necesidades  de  la  familia. 
Por  eso  es  de  gran  importancia  que  la  madre  de  familia  sepa  llevar 
bien  el  manejo  de  los  asuntos  domésticos.  Y  nadie  podrá  negar  que  a 
las  A.C.L.I.  se  les  ofrece  un  nuevo  campo  de  múltiples  actividades 
en  este  sector  para  la  ayuda  de  las  clases  trabajadoras,  instruyendo 
a  sus  miembros  con  oportunos  institutos  de  enseñanza  para  las  madres 
y  para  las  jóvenes,  organizando  distracciones  para  los  tiempos  dispo- 
nibles especialmente  para  una  distracción  espiritual  y  corporal  sana 
y  apropiada  de  la  juventud. 

En  realidad,  el  sueldo  o  el  salario  no  son  las  fuentes  únicas  de  ri- 
queza para  el  hogar  doméstico.  Los  conocimientos  adquiridos  en  la  es- 
cuela, o  los  que  se  refieren  al  propio  oficio,  arte  o  industria;  la  salud 
física,  el  bienestírr  de  la  madre  y  del  niño,  una  habitación  sana  y  lin- 
da, son  elementos  que  concurren  también  al  embellecimiento  y  a  la 
alegría  del  hogar  con  gran  provecho  de  los  miembros  de  la  familia. 
iOué  nuevo  campo  de  trabajo  este  para  las  A.C.L.I.!  ¡Cuántos  maes- 
tros católicos,  médicos,  juristas  y  otros  semejantes,  hombres  y  muje- 
res, en  la  ciudad  y  en  el  campo  se  prestarían  con  gusto  para  la  edu-- 
cación  del  pueblo!  Pero  el  pueblo  debe  estar  íntimamente  dispuesto  a 
cooperar  en  este  trabajo  apostólico,  a  querer  ayudarse  a  sí  mismo,  a 
tener  de  sí  mismo  un  concepto  alto  y  verdaderamente  cristiano.  Y  así 
venimos  a  encontrarnos  de  nuevo  en  el  punto  esencial:  ¿sois  apóstoles 
entre  vosotros,  y  recíprocamente?  ¿Sois  apóstoles  para  los  que  no  es- 
tán, pero  deberían  estar  con  vosotros?  Solamente  así  podrá  ser  perfec- 
ta vuestra  satisfacción  por  el  camino  que  habéis  recorrido! 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Justas  Aspiraciones  129 


Pero  para  no  desfallecer  a  lo  largo  del  camino,  para  inflamar  a  los 
corazones,  especialmente  para  ganar  a  la  juventud  a  vuestra  causa, 
tenéis  que  conservar  siempre  ante  los  ojos  el  elevado  fin  a  que  debe 
tender  vuestro  movimiento,  es  decir,  d  la  formación  de  trabajadores  emi- 
nentemente cristianos  que  siendo  igualmente  excelentes  por  su  capa- 
cidad en  el  ejercicio  de  su  arte  y  por  su  profundidad  religiosa,  sepan 
armonizar  la  firme  tutela  de  los  intereses  económicos  con  el  más  estric- 
to sentido  de  la  justicia,  y  con  el  más  sincero  propósito  ^e  colaborar 
con  las  demás  clases  de  la  sociedad  en  la  renovación  cristiana  de 
todo  la  vida  social. 

Tal  esta  la  alta  finalidad  del  movimiento  de  trabajadores  cristia- 
nos, aunque  se  divida  en  uniones  particulares  o  distintas,  de  las  que 
unas  se  dedican  a  la  defensa  de  sus  legítimos  intereses  en  los  contro- 
les de  trabajo,  cosa  que  es  oficio  propio  de  los  Sindicatos;  otros  a  los 
obras  de  asistencia  mutua  en  el  campo  económico,  como  las  cooperati- 
vas de  consumo;  y  otras,  por  fin,  al  cuidado  religioso  y  moral  del  tra- 
bajador, como  las  Asociaciones  Obreras  Católicas. 

No  os  dejéis,  pues,  desviar  de  este  fin,  más  importante  que  cual- 
quier otra  forma  transitoria  de  la  organización  sindical.  El  porvenir  de 
los  sindicatos  mismos  depende  de  la  fidelidad  o  falta  de  ella  en  el 
tender  a  esto  meta;  porque,  efectivamente,  si  alguna  vez  se  dedicasen 
a  procurar  el  dominio  exclusivo  en  el  Estado  y  en  la  sociedad,  si  qui- 
sieran ejercitar  un  poder  absoluto  sobre  el  obrero,  si  se  apartasen  del 
estricto  sentido  de  la  justicia  y  de  lo  sincera  voluntad  de  colaborar  con 
las  demás  clases  sociales,  entonces  habrían  engañado  la  expectación 
y  los  esperanzas  que  tiene  puestas  en  ellos  todo  trabajador  honesto  y 
consciente.  ¿Qué  habría  que  pensar  de  la  exclusión  de  un  obrero  del 
trabajo  porque  no  es  persona  grata  al  Sindicato;  de  lo  cesación  for- 
zosa del  trabajo  con  finalidades  políticas;  de  perderse  en  no  pocos  otros 
senderos  equivocados  que  llevan  lejos  del  bien  verdadero  y  la  invo- 
cada unidad  de  lo  clase  trabajadora?  Tal  verdadera  unidad  se  consi- 
gue solamente  cuando  se  reconoce  lo  verdadero  finalidad  del  movi- 
miento de  los  trabajadores,  por  lo  menos  en  sus  fundamentos  naturales. 


DISCURSO  A  LOS  TRABAJADORES  ITALIANOS 
(1  de  mayo  de  1953) 
(fragmento) 

...  El  mundo  celebra  hoy,  1  de  moyo,  la  "Fiesta  del  trabajo". 
¿Quién  mejor  que  el  verdadero  cristiano  podrá  dar  a  esto  fiesta  un  pro- 
fundo sentido?  Para  él  es  éste  un  día  en  que,  con  mayor  intensidad, 
venera  y  adora  al  Hombre-Dios,  a  Nuestro  Señor  Jesucristo,  el  cual  pa- 
ra ser  nuestro  modelo,  pora  nuestro  consuelo  y  satisfacción,  pasó  la 
mayor  parte  de  su  vida  ejercitando  un  oficio  manual,  como  un  simple 
obrero  (cí.  Mot.  XIII,  55;  Marc.  VI,  3);  es  el  día  de  agradecimiento  o 


130 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


Dios  por  parte  de  todos  los  que  tienen  asegurada  con  su  trabajo  una 
vida  tranquila  y  pacífica  para  sí  y  para  los  suyos;  es  el  día  en  el  cual 
se  afirma  la  voluntad  de  vencer  la  lucha  y  el  odio  da  clases  con  la  fuer- 
za que  deriva  de  la  actuación  de  la  justicia  social,  del  aprecio  re- 
cíproco y  de  la  mutua  caridad  fraterna  por  amor  de  Cristo;  es  el  día, 
finalmente,  en  el  que  la  humanidad  creyente  promete  con  toda  solem- 
nidad crear  con  el  trabajo  de  su  espíritu  y  de  sus  manos  una  cuítwct 
para  la  gloria  de  Dios,  una  cultura,  qué,  en  vez  de  alejar  al  hombre 
de  Dios,  lo  acerque  siempre  más  a  El. 

Pero  la  "Fiesta  del  trabajo"  no  debe  hacer  perder  de  vista  el  pro- 
blema del  trabajo  mismo.  Son  todavía  demasiados  los  que  están  ba- 
jo el  azote  de  la  desocupación,  y  son  también  muchos  los  que,  aúji 
estando,  momentáneamente  empleados,  se  encuentran  amenazados  por 
un  posible  paro.  Ni  podemos  olvidar  a  aquellos  —tan  numerosos,  espe- 
cialmente entre  los  braceros —  que  sufren  en  un  estado  de  colocación 
parcial,  la  cual  por  el  número  limitado  de  las  horas  de  trabajo,  o  por 
disminución  de  las  mismas,  no  asegura  al  obrero  un  salario  suficiente 
para  satisfacer  las  necesidades  fundamentales  suyas  y  las  de  su  fa- 
milia. Nos  reconocemos  de  buen  grado  las  múltiples  iniciativas  toma- 
das en  estos  últimos  tiempos  en  beneficio  de  los  obreros;  pero  ¡Cuánto 
queda  aún  por  hacer!  Y  Nos  quisiéramos  deciros,  amadísimos  hijos, 
con  cuánto  interés  tomamos  parte  en  vuestras  preocupaciones  y  en  las 
de  vuestros  seres  queridos. 

Pero  si  Italia  sufre  dolorosamente  el  paro,  éste,  y  sobre  todo  su 
espectro  tan  espantoso,  no  son  un  mal  que  aflige  solamente  a  Italia, 
sino  también,  en  mayor  o  menor  escala,  a  todos  los  pueblos  de  Europa. 
Y  asimismo  resulta  evidente  a  todo  imparcial  observador  que  la  falta 
de  trabajo,  al  menos  ahora,  no  depende  solamente  de  la  mala  volun- 
tad o  del  abuso  del  poder  de  quienes  podrían  procurarlo.  Esto  aparece 
más  claro  todavía  si  se  piensa  que  algunas  de  las  condiciones  esen- 
ciales que  durante  más  de  cien  años  fueron  favorables  al  desarrollo 
económico  de  Europa  hoy  se  han  transformado  por  completo. 

Ciertamente,  tanto  ahora  como  siempre,  la  Iglesia  estará  de  parte 
del  trabajador  cuando  sufra  por  un  contrato  injusto  de  trabajo  o  cuan- 
do no  se  observen  los  contratos  colectivos  de  trabajo,  o  cuando,  sin 
lesión  de  los  derechos  ajenos,  pueda  ser  mejorada  su  condición  jurídi- 
ca, social  y  económica.  Ahora,  sin  embargo,  el  problema  del  traba- 
jo se  ha  convertido  en  una  cuestión  más  vasta,  que  afecta  solidaria- 
mente a  toda  Europa.  Los  esfuerzos  presentes  para  dar  a  Europa  su 
unidad  — de  cualquier  modo  que  sea,  con  tal  que  se  muestre*  eficaz — , 
llevan  consigo  la  instauración  de  nuevas  condiciones  para  su  desarro- 
llo económico;  sólo  en  esta  forma  se  puede  esperar  la  solución  del  pro- 
blema del  trabajo.  Se  equivoca  quien  piensa  que  sirve  a  los  intereses 
del  obrero  con  los  viejos  métodos  de  la  lucha  de  clases;  y  se  engaña 
más  todavía  el  que  cree  que  tiene  que  justificar  sus  esfuerzos,  como 
si  fuesen  el  único  medio  de  ejercer  todavía  una  influencia  religiosa  en 
el  mundo  del  trabajo. 

Sin  duda,  la  ventaja  de  una  economía  europea  no  consiste  sim- 
plemente en  un  espacio  unificado  y,  amplio,  en  el  que  el  llamado  me- 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Justas  Aspiraciones  131 


carlismo  del  mercado  regule  la  producción  y  el  consumo.  Es  todavía 
más  importante  que  en  el  ámbito  de  la  competencia,  junto  con  la  cons- 
trucción de  la  economía  europea,  se  tienda  a  la  estabilización  de  una 
vida  verdaderamente  social,  al  sano  desarrollo  de  la  familia  de  gene- 
ración en  generación;  y  bajo  este  aspecto,  y  poniendo  siempre  la  mi- 
ra en  este  fin,  se  hagan  valer  los  criterios  naturales  de  una  organi- 
zación de  la  producción  en  el  espacio  y  en  el  tiempo  y  de  un  racional 
consumo- 

Esta  es  la  única  manera  en  la  que  pueblos  con  abundancia  de  fa- 
milias numerosas,  como  Italia,  pueden  ofrecer  a  la  economía  europea 
la  importante  aportación  de  sus  riquezas  en  mano  de  obra  y  potencial 
de  consumo. 

Antes  de  dejaros,  amados  hijos,  queremos  deciros  otra  palabra 
que  llevamos  en  el  corazón.  La  recogemos  del  Evangelio  que  hemos 
leído  en  la  Misa  de  hoy.  Después  de  la  última  cena,  dijo  Jesús  d  sus 
Apóstoles,  y  Nos  os  rep.etimos  a  todos  los  que  Nos  escucháis:  No  se 
turbe  vuestro  corazón;  Non  turbetur  cor  vestrum  (Juan,  XIV,  1).  Cuan- 
do estáis  preocupados  por  vosotros  mismos,  cuando  penséis  en  la  suer- 
te de  vuestros  seres  queridos,  cuando  nazca  en  vuestro  corazón  la  preo- 
cupación por  lo  que  podría  pasar  en  el  mundo,  no  se  turbe  vuestro 
corazón,  ¡non  turbetur  cor  vestrum!  Parece,  es  verdad,  que  la 
voluntad  de  algunos  poderosos  y  prepotentes  es  la  que  rige  los 
destinos  de  los  hombres  y  dirige  las  cosas  y  los  acontecimientos;  pero 
es  en  las  manos  de  Dios  donde  está  todo,  sin  que  nada  pueda  escapar 
a  su  Providencia  fuerte  y  paternal.  Ciertamente,  los  tiempos  que  atra- 
viesa el  mundo  de  hoy  no  son  para  dejar  tranquilos  a  los  que,  priva- 
dos de  una  fe  viva,  ponen  toda  su  esperanza  en  las  personas  y  en  los 
cálculos  humanos.  No  así  vosotros,  amados  hijos;  tendréis  que  obrar 
sin  duda  con  empuje  y  entusiasmo,  y  quizá  os  veréis  obligados  a  lu- 
char en  defensa  de  la  vida  y  del  trabajo.  Pero  esto  no  turbará  la  se- 
renidad de  vuestras  almas,  porque  pondréis  siempre,  aun  en  vuestras 
luchas  e  inquietudes  cotidianas,  vuestra  confianza  en  el  Padre  que  está 
eñ  ios  cielos. 


DISCURSO  A  UN  GRUPO  DE  PATRONOS  Y  OBREROS  DE  LA 

ELECTRICIDAD 

(24  de  enero  de  1946) 

Vuestra  presencia,  amados  hijos.  Nos  resulta  especialmente  grata 
no  sólo  porque  Nos  manifiesta  vuestra  filial  devoción,  sino  por  el  sig- 
nificado moral  y  social  que  tiene  vuestra  unión  fraternal,  que  tiende 
a  conseguir  un  acuerdo  provechoso  para  las  dos  fuerzas  productoras, 
el  patrono  y  el  obrero,  en  el  mejor  incremento  de  la  prosperidad  na- 
cional y  del  progreso  humano.  Una  doctrina  errónea  afirma  que  vo- 
sotros, los  representantes  del  trabajo,  y  vosotros,  los  que  poseéis  el  ca- 


132 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


pital,  estáis  como  por  ley  natural  destinados  a  luchar  recíprocamente 
con  lucha  áspera  e  implacable,  y  que  solamente  a  este  precio  se  po- 
drá obtener  la  pacificación  industrial.  Pero  vosotros  habéis  intuido,  sin 
necesidad  .de  razonamientos  demasiado  sutiles  que  la  pacificación  so- 
cial, si  quiere  ser  razonable  y  humana,  no  puede  obtenerse  con  qui- 
tar de  en  medio  pura  y  simplemente  a  uno  de  los  elementos  en  lucha, 
porque  en  tal  caso  se  extinguiría  la  paz  laboriosa  que  da  vida  y  vigor 
a  la  economía  pública  y  privada.  Y  ni  siquiera  se  puede  pensar  que 
con  la  organización  colectivista  que  vendría  después,  realmente  queda- 
ría evitada  la  cuestión,  porque  cambiados  los  términos  de  la  lucha,  el 
conflicto  apagado  entre  el  trabajo  y  el  capital  privado  volvería  a  en- 
cenderse entre  el  trabajo  y  el  capitalismo  del  Estado.  Efectivamente,  co- 
mo quiera  que  fuera  dispuesta  por  el  colectivismo  la  distribución  de  la 
ganancia:  o  a  partes  iguales,  o  en  proporción  a  las  horas  de  trabajo,  o 
según  las  necesidades  de  cada  uno,  no  podría  evitarse  que  existieran 
discrepancias  o  desacuerdos  o  sobre  las  condiciones  de  trabajo,  o  so- 
bre la  conducta  no  siempre  incensurable  de  los  dirigentes,  y  que  ame- 
nazase a  la  clase  obrera  el  peligro  de  caer  esclava  del  poder  público. 
Por  eso,  para  obtener  la  concordia  deseada  entre  el  capital  y  el  tra- 
bajo, se  ha  recurrido  a  la  organización  profesional  y  al  sindicato,  en- 
tendidos no  como  arma  exclusivamente  destinada  a  la  guerra  ofensiva 
y  defensiva,  que  provoca  reacciones  y  represalias;  no  como  un  torrente 
que  se  desborda  y  se  divide,  sino  como  un  puente  que  une. 

Nos  ya  hemos  tenido  ocasión  de  exponer  que,  por  encima  de  las 
disensiones  entre  patronos  y  obreros,  existe  otra  unidad  más  alta  que 
une  entre  sí  a  todos  los  que  colaboran  en  la  producción.  Esta  unidad 
debe  ser  el  fundamento  de  todo  el  orden  social  futuro.  La  organiza- 
ción profesional  y  el  sindicato  son  auxiliares  provisionales,  formas  tran- 
sitorias. Su  fin  es  procurar  la;  unión  y  solidaridad  de  los  patronos  y 
de  los  obreros  para  proveer  juntos  al  bien  común  y  a  las  necesidadtes 
de  la  comunidad  entera.  Sin  embargo,  queridos  hijos,  ni  la  organiza- 
ción profesional,  ni  el  sindicato,  ni  la  organizcíción  mixta,  ni  el  con- 
trato colectivo,  ni  el  arbitraje,  ni  todas  las  prescripciones  de  la  más 
vigilante  y  adelantada  legislación  social,  podrán  conseguir  una  plena 
y  duradera  concordia  y  producir  todos  sus  frutos  si  una  acción  previso- 
ra y  constante  no  interviene  para  infundir  un  soplo  de  vida  espiritual 
y  moral  en  la  armazón  misma  de  las  relaciones  económicas. 

Hoy,  después  de  una  guerra  espantosa  que  ha  cubierto  el  mundo 
de  matanzas  y  de  ruinas,  renace  en  los  espíritus  más  reflexivos  y  saga- 
ces la  necesidad  de  una  vuelta  a  las  tradiciones  espirituales  de  esta 
amada  Patria  italiana  de  la  que  sois  hijos,  tradiciones  que  en  todo  tiem- 
po se  han  mostrado  fuente  perenne  de  nobles  sentimientos,  baluarte  in- 
sustituible de  la  paz  entre  los  individuos  y  entre  los  diversos  grupos 
nacionales. 

Vemos,  pues,  con  satisfacción  los  esfuerzos  encaminados  a  crear 
en  las  empresas  una  atmósfera  inspiradora  de  espiritualidad  que  hctga 
que  los  adelantos  técnicos  no  resulten  ineficaces  y  mucho  menos  se 
transformen  en  instrumento  de  agitación  y  de  lucha.- Por  eso  bendecj- 


El  Trabajador:  Su  Condición  y  sus  Justas  Aspiraciones  133 

mos  efusivamente  la  obra  de  los  capellanes  del  Trabajo  que,  en  las  fá- 
bricas, por  encima  de  todos  los  partidos  y  lejos  de  cualquier  interés  ma- 
terial, traen  a  Dios  y  con  Dios  la  luz  de  la  verdad  y  la  llama  del  amor 
que  hermana  los  espíritus. 

En  el  grupo,  cada  vez  más  numeroso,  de  trabajadores  que  todos 
los  años  templan  su  espíritu  en  el  recogimiento  y  en  la  oración,  salu- 
damos la  levadura  que  ha  de  hacen  fermentar  la  clase  obrera,  y  con  pa- 
ternal solicitud  recordamos  a  los  patronos  el  deber  de  asistencia  y  de 
apxístolado,  común  a  todos,  pero  que  en  ellos  es  más  urgente  pora 
con  sus  maestranzas.  (Termina  con  la  Bendición  Apostólica). 


Capítulo  VIII 


CONCEPTO  CRISTIANO  DE  LA  EMPRESA 


RELACIONES  PERSONALES  EN  LA  EMPRESA: 

6  de  septiembre  de  1956:  La  función  de  los  técnicos  industriales  en  la 
empresa,  armonizadora  entre  empresarios  y  productores,  tiene 
apoyo  incomparable  en  la  doctrina  social  católica. 

4  de  febrero  de  1956:  Complejidad  e  importancia  de  las  relaciones 
humanas  en  el  trabajo.  El  juicio  de  la  Iglesia  sobre  estos  proble- 
mas depende  de  la  idea  que  Ella  tiene  del  hombre.  Por  el  con- 
trato de  trabajo  se  asocia  un  hombre  como  valor  transcendente, 
mediante  la  empresa,  al  servicio  de  la  sociedad. 


ORGANIZACION  JURIDICA  PUBLICA  DE  LA  ECONOMIA  SOCIAL: 

7  de  mayo  de  1949:  Interés  común  de  obreros  y  empresarios  en  los 
beneficios  de  la  empresa.  Programa  de  la  Iglesia:  la  organiza- 
ción profesional  de  la  economía  fundada  en  la  comunidad  de  res- 
ponsabilidad entre  los  que  toman  parte  en  la  producción.  Insu- 
ficiencia de  la  nacionalización.  La  naturaleza  jurídica  de  la  em- 
presa no  reclama  el  derecho  a  la  cogestión. 

3  de  junio  de  1950:  Evolución  hacia  el  sometimiento  del  propietario 
privado  a  obligaciones  jurídicas  en  favor  del  obrero:  sus  lími- 
tes en  el  derecho  a  la  propiedad  privada.  La  naturaleza  de  la 
empresa  y  el  derecho  a  la  cogestión. 

31  de  enero  de  1952:  Concepto  cristiano  de  la  empresa.  Necesidad  de 
que  el  sentido  humano  penetre  en  todos  los  organismos  de  la  em- 
presa. La  Iglesia  no  alienta  modificaciones  jurídicas  de  las  rela- 
ciones entre  trabajadores  sujetos  al  contrato  de  trabajo,  y  el  ca- 
pital, si  ellas  conducen  a  formas  de  responsabilidad  anónima  co- 
lectiva. El  programa  de  la  Iglesia  es  la  idea  del  orden  corpo- 
rativo profesional  de  toda  la  economía. 


TUTELA  DE  LA  PEQUEÑA  INDUSTRIA  Y  DE  LA  EMPRESA 
PRIVADA: 

10  de  julio  de  1946:  Ventajas  del  sistema  cooperativo  sobre  la  nacio- 
nalización de  las  empresas. 


136 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


20  de  enero  de  1956:  Al  defender  la  iniciativa  privada,  la  Iglesia  apli- 
ca otra  doctrina  más  alta:  la  vocación  transcendente  de  la  per- 
sona humana.  La  empresa  privada  en  relación  con  la  colectivi- 
dad nacional.  Función  que  desempeña  el  patrono  privado.  Ne- 
cesidad de  una  colaboración  fiel  con  sus  empleados. 

6  de  jimio  de  1955:  La  doctrina  social  católica  afirma  la  primordial 
importancia  de  la  empresa  privada  con  respecto  a  la  función  sub- 
sidiaria del  Estado.  Esta  tesis  se  debate  más  en  los  hechos  que 
en  las  palabras.  El  fin  a  que  tienden  el  Estado  y  los  particula- 
res es  la  legítima  autonomía  social,  económica,  y  cultural  de  los 
ciudadanos. 

li  de  abril  de  1956:  La  Iglesia  defensora  de  la  actividad  privada  con- 
tra la  excesiva  ingerencia  del  Estado.  Tampoco  defiende  Ella  el 
régimen  de  absoluta  libertad  económica.  Invitación  a  realizar 
efectivas  aplicaciones  prácticas  de  los  principios  sociales  ca- 
tólicos. 


I 


1.— RELACIONES  PERSONALES  EN  LA  EMPRESA 


DISCURSO  A  LOS  TECNICOS  INDUSTRIALES  DE  BARCELONA 
(6  de  septiembre  de  1956) 
(fragmento) 


...  Y  si  nos  preguntáis  cuáles  son,  más  en  especial,  los  motivos 
de  Nuestro  interés,  os  responderemos  brevemente  que  son  tres. 

1.  — Antes  que  nada  creernos  especialmente  oportuno  poner  de  re- 
lieve la  función  delicadísima  que  os  toca  ejercitar  al  quedar  coloca- 
dos — en  esa  compleja  maquinaria  que  es  la  empresa —  entre  el  em- 
presario y  el  productor,  entre  la  rueda  y  el  eje  propulsor,  como  si  do 
vosotros  se  exigiera  armonizar  estos  elementos,  cuyos  intereses  a  veces 
podrían  aparecer  encontrados,  pero  que  en  realidad  es  necesario  que 
se  entiendan  y  se  compenetren,  para  que  la  máquina  funcione.  ¡Cuán- 
tas veces  dependerá  de  vosotros  la  realización  práctica  de  esta  mu- 
tua comprensión,  y  cuántas  virtudes  exigirá  esta  función,  apoyándose 
en  el  tacto  y  en  la  intuición  de  las  ventajas  reales  de  cada  uno,  desa- 
rrollándose dentro  de  los  límites  de  la  posibilidad  y  de  la  prudencia, 
teniendo  siempre  como  mira  el  bien  común,  inspirándose  continuamen- 
te en  la  verdadera  caridad] 

2.  — Pero  la  dificultad  de  esta  misión,  en  el  caso  vuestro,  encuen- 
tra un  apoyo  incomparable,  y  un  sostén  inquebrantable  en  la  madu- 
rez, en  la  amplitud,  en  la  solidez  de  la  doctrina  social  católica  que, 
arrancando  de  los  principios  evangélicos,  y  teniendo  siempre  en  cuen- 
ta los  postulados  fundamentales  de  la  moral,  no  menos  que  los  inalie- 
nables derechos  de  la  persona  humana,  os  podrá  servir  siempre  de  guía 
segura  en  vuestro  difícil  camino.  ¡Y  cuánta  confianza  debe  inspiraros 
una  doctrina  cuya  excelencia  vemos  cada  día  en  la  práctica,  a  lo  me- 
nos por  las  tremendas  consecuencias  que  trae  consigo  el  olvidarla  o 
el  querer  prescindir  deliberadamente  de  ella!  Y  bien  inútil  será  buscar 
tranquilidad,  paz  y  orden  entre  los  hombres,  mientras  este  orden,  esta 
paz  y  esta  tranquilidad  no  comiencen  en  el  interior  mismo  de  las  na- 


138 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


ciones  y,  especialmente,  en  las  relaciones  entre  las  diversas  categorías 
sociales. 

3.— Por  fin,  para  cumplir  mejor  con  vuestros  deberes  técnicos,  pro- 
fesionales y  apostólicos,  habéis  querido  organizares  como  una  rama  es- 
pecializada dentro  del  cuerpo  de  la  Acción  Católica,  recibiendo  de  tan 
fecunda  planta  la  savia,  la  vida  y  el  vigor,  y  correspondiendo  por  vues- 
tra parte  a  restituirle  vida  nueva  y  esplendor  constante  con  vuestra 
fructuosa  labor. . . 


DISCURSO  A  LA  CONFERENCIA  INTERNACIONAL  SOBRE  LAS 
RELACIONES  HUMANAS  EN  LA  INDUSTRIA 

(4  de  febrero  de  1956) 


Al  responder  a  vuestro  deseo  de  ser  recibidos  en  audiencia,  tene- 
mos la  satisfacción  de  acoger  en  vosotros,  señores,  a  los  representantes 
de  las  empresas  y  de  los  sindicatos  que  acaban  de  estudiar  juntos,  con 
la  cooperación  de  numerosos  especialistas,  las  relaciones  humanas  en 
la  industria.  El  tema  es  de  suma  actualidad,  y  Nos  somos  el  primero 
en  alegrarnos  de  ello,  por  lo  que  representa  de  unión  de  las  dos  gran- 
des fuerzas  que  colaboran  en  la  producción:  patronos  y  empleados. 

Vuestra  finalidad  era  la  de  estudiar,  en  una  atmósfera  de  compren- 
sión mutua,  los  factores  que  pueden  contribuir  a  mejorar  las  relaciones 
humanas  en  la  industria  y  examinar  la  aportación  de  la  investigación 
científica  en  este  campo.  En  efecto,  es  primordial  conocer  exactamen- 
te por  ambas  partes  los  datos  del  problema.  Son,  en  verdad,  muy  com- 
plejos, y  las  medidas  preconizadas  por  las  ciencias  del  hombre,  socio- 
logía, psicología  y  psicotecnia,  tropiezan  con  enormes  resistencias,  en- 
durecidas por  el  tiempo,  por  el  juego  de  instituciones  y  por  la  acumu- 
lación de  errores  y  prejuicios.  No  tan  sóloi  los  espíritus  luchan  con  gran- 
des dificultades  para  juzgar  objetivamente,  sino  que  también  las  liber- 
tades se  ven  más  o  menos  paralizadas  por  poderosas  fuerzas,  como  las 
presiones  sociales  o  la  competencia  técnica,  que  arrojan  todo  su  peso 
sobre  las  decisiones  a  tomarse. 

Comprobamos,  sin  embargo,  con  satisfacción,  que  la  pura  técni- 
ca ha  puesto  de  relieve  la  importancia,  durante  tanto  tiempo  descono- 
cida, de  las  relaciones  humanas  en  el  trabajo.  Nuestro  Predecesor  de 
veneranda  memoria.  Pío  XI,  al  evocar  el  desprecio  en  que,  a  menudo, 
eran  tenidos  los  intereses  superiores  de  los  obreros,  exclamaba:  "Con- 
tra los  planes  de  la  Providencia,  el  trabajo,  destinado  incluso  después 
del  pecado  original,  al  perfeccionamiento  material  y  moral  del  hombre, 
tiende,  en  estas  condiciones,  a  convertirse  en  instrumento  de  deprava- 
ción: la  materia  inerte  sale  ennoblecida  del  taller,  mientras  que  los  hom- 
bres se  corrompen  y  depravan  en  él"  (Ene.  Quadiaqesimo  anno,  cí. 
Acta  Apost.  Sed.,  XXIII,  1931,  págs.  221-222).  Nos  quisiéramos  poder 


Concepto  Cristiano  de  la  Empresa 


139 


decir  que  esto  ya  no  es  así  en  ningún  punto  de  la  tierra,  pero,  ¡ay!  to- 
do el  mundo  sabe  que  los' progresos  son  lentos,  mucho  más  lentos  en 
este  punto  esencial,  en  muchos  países,  en  continentes  enteros. 

Si  habéis  solicitado,  señores,  la  audiencia  que  os  concedemos,  fué 
seguramente  para  escuchar  la  voz  de  la  Iglesia  sobre  las  cuestiones 
que  os  preocupan.  Lo  que  la  Iglesia  desea  en  esta  materia  depende 
evidentemente  de  la  idea  que  Ella  tiene  del  hombre.  Para  Ella,  todos 
los  hombres  son  iguales  en  dignidad  ante  Dios;  por  consiguiente,  deben 
serlo  también  en  las  relaciones  libres  o  necesarias  que  los  unen. 

Pues  bien,  la  comunidad  de  trabajo,  que  en  nuestro  días  se  esta- 
blece moralmente  sobre  la  base  de  los  contratos  entre  patronos  y  em- 
pleados de  las  grandes  empresas,  constituye  por  parte  de  los  primeros 
un  auténtico  compromiso  con  respecto  a  los  segundos,  pues  exigen  de 
estos  lo  mejor  de  su  tiempo  y  de  sus  fuerzas.  No  es,  por  lo  tanto,  tan, 
sólo  un  trabajador  lo  que  se  toma,  y  cuyo  trabajo  se  compra;  es  un 
hombre,  un  miembro  de  la  sociedad  humana  que  viene  a  colaborar 
por  el  bien  de  esta  misma  sociedad  en  la  industria  de  que  se  trate. 
Ciertamente  que  una  empresa,  incluso  moderna,  no  es  totalitaria;  no 
acapara  iniciativas  que,  puestas  al  margen  de  su  actividad  particular, 
pertenecen  personalmente  a  los  trabajadores.  Además,  una  empresa 
moderna,  no  se  resuelve  en  un  juego  de  funciones  técnicas  coordenadas 
de  manera  anónima.  Une  por  contrato  a  los  asociados,  cuyas  respon- 
sabilidades son  diferentes  y  jerarquizadas,  pero  a  los  que  el  trabajo 
debe  proporcionar  el  medio  para  cumplir  cada  vez  mejor  con  sus  obli- 
gaciones morales,  personales,  familiares  y  sociales.  Tienen  que  pres- 
tarse lealmente  un  servicio  mutuo,  y  si  el  interés  de  los  patronos  co)> 
sisle  en  tratar  a  sus  empleados  como  hombres,  no  sabrían  contentar- 
se con  consideraciones  utilitarias:  la  productividad  no  es  un  fin  en  sí 
mismo.  Cada  hombre,  por  el  contrario,  representa  un  valor  transcen- 
dente y  absoluto,  pues  el  autor  de  la  naturaleza  humana  le  ha  dado 
un  alma  inmortal.  Y  más  aún;  se  ha  hecho  hombre,  y  se  identifica  mo- 
ralmente con  quien  espera  de  los  demás  el  suplemento  de  ser  que  le 
falta:  "En  verdad  os  digo  que  cuantas  veces  hicisteis  eso  a  uno  de 
estos  mis  hermanos  menores,  a  Mí  me  lo  hicisteis"  (Mateo,  XXV,  40). 
El  mismo  no  ha  venido  para  ser  servido,  sino  para  servir  (Mateo,  XX, 
28),  y  no  ha  vacilado  en  ofrecer  su  vida  por  salvar  a  los  hombres. 
He  ahí  de  donde  procede  la  eminente  dignidad  de  toda  persona  hu- 
mana y  la  responsabilidad  de  todo  el  que  utiliza  un  hombre  a  su  ser- 
vicio. 

Y  he  ahí  por  qué  Nos  deseamos  vivamente  que  los  trabajos  de 
vuestras  jornadas  de  estudio  hayan  aportado  no  solamente  luz  a  los  es- 
píritus, sino  una  comprensión  más  profunda  de  las  dificultades  de  los 
demás,  una  benevolencia  recíproca  más  sincera  y  la  voluntad  de  bus- 
car por  ambas  partes  los  acuerdos  necesarios  dentro  del  mutuo  respeto 
y  de  la  preocupación  constante  por  el  bien  general.  (Termina  con  la 
Bendición  Apostólica). 


140 


El  Orden  Económico-Social  Cristíano 


2.— ORGANIZACION  JURIDICA  PUBLICA  DE  LA  ECONOMIA 

SOCIAL 

DISCURSO  A  LOS  DELEGADOS  DE  LA  UNION  INTERNACIONAL 
DE  ASOCIACIONES  PATRONALES  CATOLICAS 

(7  de  mayo  de  1949) 

Con  una  misma  solicitud  y  con  un  mismo  interés  vemos  venir  a 
Nos,  unos  después  de  otros,  a  los  obreros  y  a  los  representantes  de  las 
organizaciones  cristianas.  Unos  y  otros  Nos  exponen,  con  una  confian- 
za que  Nos  conmueve  profundamente,  sus  preocupaciones  respectivas. 
Por  eso,  al  daros  de  todo  corazón  la  bienvenida,  aprovechamos  la  oca- 
sión que  Nos  ofrecéis,  queridos  hijos,  para  expresaros  Nuestra  pater- 
nal benevolencia,  y  para  alabar  vuestro  celo  por  hacer  penetrar  en 
el  campo  de  la  economía  la  doctrina  social  cristiana. 

Acabamos  de  hacer  alusión  a  las  preocupaciones  de  los  que  par- 
ticipan en  la  producción  industrial.  Erróneo  y  íunesto  en  sus  conse- 
cuencias es  el  prejuicio,  desgraciadamente  demasiado  extendido,  que  ve 
en  ellas  una  oposición  irreductible  de  intereses  divergentes.  La  oposi- 
ción no  es  más  que  aparente.  En  el  dominio  económico  hay  una  co- 
munidad de  actividad  y  de  intereses  entre  los  jefes  de  empresa  y  los 
obreros.  Desconocer  este  vínculo  recíproco,  trabajar  por  romperlo,  no 
puede  ser  más  que  índice  de  una  pretensión  de  despotismo  ciego  e 
irracional.  Empresarios  y  obreros  no  son  antagonistas  inconciliables; 
son  cooperadores  en  una  obra  común.  Comen,  por  decirlo  así,  en  una 
misma  mesa,  ya  que  viven,  en  fin  de  cuentas,  del  beneficio  neto  y  glo- 
bal de  la  economía  nacional.  Cada  uno  recibe  su  parte,  y  bajo  este 
aspecto,  sus  relaciones  mutuas  no  ponen  de  ninguna  manera  los  unos 
a  merced  de  los  otros.  Tomar  la  parte  que  a  uno  le  corresponde  es  exi- 
gencia que  se  deriva  de  la  dignidad  personal  de  cualquiera  que,  bajo 
una  forma  o  bajo  otra,  como  patrono  o  como  obrero,  presta  su  con- 
curso productivo  al  rendimiento  de  la  economía  nacional. 

En  el  balance  de  la  industria  privada,  la  suma  de  los  salarios  pue- 
de figurar  a  título  de  gastos  del  empresario,  pero  en  la  economía  na- 
cional no  hay  más  que  una  clase  de  gastos,  que  consiste  en  la  de  los 
bienes  naturales  utilizados  en  vista  de  la  producción  nacional,  y  que  es 
preciso,  por  consiguiente,  reponer  continuamente.  Se  sigue  de  esto  que 
las  dos  partes  tienen  interés  en  hacer  que  los  gastos  de  la  producción 
nacional  estén  en  proporción  con  su  rendimiento;  pero  desde  el  mo- 
mento en  que  el  interés  es  común,  ¿por  qué  no  se  podría  traducir  en 
una  expresión  común?  ¿Por  qué  no  sería  legítimo  atribuir  a  los  obreros 
una  justa  parte  de  responsabilidad  en  la  constitución  y  desenvolvi- 
miento de  la  economía  nacional?  Sobre  todo  hoy,  que  las  penurias  de 
capital,  la  dificultad  del  intercambio  internacional  paralizan  el  libre 
juego  de  las  fuentes  de  la  producción  nacional.  Los  recientes  ensayos 


Concepto  Cristiano  de  la  Empresa 


141 


de  socialización  no  hacen  más  que  poner  más  en  evidencia  esta  peno- 
sa realidad.  Este  es  un  hecho  que  ni  lo  ha  creado  la  mala  volunt,ad 
de  unos,  ni  lo  logrará  eliminar  la  buena  voluntad  de  otros.  Pero  enton- 
ces, ¿por  qué,  cuando  es  todavía  tiempo,  no  se  intenta  poner  las  cosas 
en  su  punto  con  plena  conciencia  de  la  responsabilidad  común,  de 
suerte  que  se  asegure  a  los  unos  contra  las  injustas  desconfianzas,  y  a 
los  otros  contra  las  ilusiones  que  no  tardarían  en  venir  a  ser  un  peligro 
social? 

De  esta  comunidad  de  intereses  y  de  responsabilidades  en  la  obra 
de  la  economía  nacional.  Nuestro  inolvidable  Predecesor  Pío  XI  sugi- 
rió la  fórmula  concreta  y  oportuna  cuando  en  su  Encíclica  Ouadrage- 
simo  anno  recomendaba  la  "organización  profesional"  en  las  diversas 
ramas  de  la  producción.  Nada,  en  efecto,  le  parecía  más  a  propósito 
para  vencer  el  liberalismo  económico  que  el  establecimiento,  para  la 
economía  social,  de  un  estatuto  de  derecho  público  fundado  precisa- 
mente sobre  la  comunidad  de  responsabilidades  entre  todos  los  que 
toman  parte  en  la  producción.  Este  punto  de  la  Encíchca  fué  objeto  de 
encontradas  protestas.  Los  unos  veían  en  esto  una  concesión  a  los  co- 
rrientes políticas  modernas;  y  los  otros,  una  vuelta  a  la  Edad  Media. 
Hubiera  sido  incomparablemente  más  cuerdo  deponer  los  viejos  pre- 
juicios inconsistentes,  y  ponerse  de  buena  fe  y  de  buena  voluntad  a 
la  realización  de  la  cosa  misma  y  de  sus  múltiples  aplicaciones  prác-» 
ticas.  Pero,  al  presente,  esta  parte  de  la  Encíclica,  casi  parece  ofrecer- 
nos desgraciadamente  un  ejemplo  de  esas  ocasiones  oportunas  que  se 
han  dejado  escapar  por  no  haberlas  cogido  a  tiempo. 

Entre  tanto,  se  han  lanzado  a  elaborar  otras  normas  de  organiza- 
ción jurídica  pública  de  la  economía  social,  y  por  el  momento  el  favor 
se  inclina  con  preferencia  a  la  estatificación  y  a  la  nacionalización  de 
las  empresas.  No  es  cosa  dudosa  que  la  Iglesia  también,  dentro  de  cier- 
tos límites  justos,  admite  la  estatificación,  y  juzga  "que  se  pueden  le- 
gítimamente reservar  a  los  poderes  públicos  ciertas  categorías  de  bie- 
nes, aquellos  que  presentan  tanta  potencia  que  no  se  podría,  sin  po- 
ner en  peligro  el  bien  común,  abandonarlos  en  manos  de  los  particu- 
lares" íOuadragesimo  anno,  Acta  Apost,  Sedis,  XXIII,  (1931),  pág.  214). 
Pero  hacer  de  esta  estatificación  una  regla  normal  de  la  organización  pú- 
blica de  la  economía,  sería  trastornar  el  orden  de  las  cosas. 

La  misión  del  derecho  público  es,  en  efecto,  servir  al  derecho  pri- 
vado, no  el  absorberlo.  La  economía  — no  de  otra  manera  que  las  de- 
más ramas  de  la  actividad  humana —  no  es  por  su  naturaleza  una  ins- 
titución del  Estado;  es,  por  el  contrario,  el  producto  viviente  de  la  libre 
iniciativa  de  los  individuos  y  de  las  agrupaciones  libremente  constitui- 
das. 

No  se  estaría  tampoco  en  lo  verdadero  si  se  quisiera  afirmar  que 
toda  empresa  particular  es,  por  su  naturaleza,  una  sociedad,  de  ma- 
nera que  las  relaciones  entre  los  participantes  sean  en  ella  determina- 
das por  las  normas  de  la  justicia  distributiva,  de  suerte  que  todos,  in- 
distintamente, — propietarios  o  no  de  los  medios  de  producción—  ten- 


142 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


drían  derecho  a  su  parte  en  la  propiedad,  o  por  lo  menos  en  los  bener 
ficios  de  la  empresa. 

Una  tal  concepción  parte  de  la  hipótesis  de  que  toda  empresa  entra, 
por  su  naturaleza,  en  la  esfera  del  derecho  público.  Hipótesis  inexacta. 
Ya  sea  que  la  empresa  esté  constituida  bajo  la  forma  de  fundación  o 
de  asociación  de  todos  los  obreros  como  copropietarios;  o  bien  sea  ella 
propiedad  privada  de  un  individuo,  que  firme  con  todos  sus  obreros  un 
contrato  de  trabajo;  tanto  en  un  caso  como  en  el  otro,  ella  entra  en  el 
orden  jurídico  privado  de  la  vida  económica. 

Todo  esto  que  Nos  acabamos  de  decir  se  aplica  a  la  naluralezcr 
jurídica  de  la  empresa  como  tal.  Pero  la  empresa  puede  abrazar  toda- 
vía otra  categoría  de  relaciones  personales  entre  los  participantes,  de 
las  cuales  también  hay  que  tener  en  cuenta,  incluso,  relaciones  de  res- 
ponsabilidad común.  El  propietario  de  los  medios  de  producción,  cual- 
quiera que  él  sea  — propietario  particular,  asociación  de  obreros,  o  fun- 
dación—  debe,  siempre  dentro  de  los  límites  del  derecho  público  de  la 
economía,  permanecer  dueño  de  sus  decisiones  económicas.  Se  com- 
prende que  el  beneficio  que  él  percibe  sea  más  elevado  que  el  de  sus 
colaboradores.  Pero  de  aquí  se  sigue  que  la  prosperidad  material  de 
todos  los  miembros  del  pueblo,  que  es  el  fin  de  la  economía  social,  le 
impone,  a  él  más  que  a  los  otros,  la  obligación  de  contribuir  por  el  aho- 
rro al  acrecentamiento  del  capital  nacional.  Como  es  preciso,  por  otra 
parte,  no  perder  de  vista  que  es  sumamente  ventajoso  para  una  sa- 
na economía  social  que  este  acrecentamiento  del  capital  provenga  de 
fuentes  lo  más  numerosas  posibles,  es,  por  consiguiente,  muy  deseable 
que  los  obreros  puedan  también  ellos  participar  con  el  fruto  de  su  aho- 
rro en  la  constitución  del  capital  nacional. 

Un  buen  número  de  hombres  industriales  como  vosotros,  católi- 
cos y  no  católicos,  han  declarado  expresamente  en  muchas  ocasiones 
que  la  doctrina  social  de  la  Iglesia,  y  solamente  ella,  está  en  disposi- 
ción de  proporcionar  los  elementos  esenciales  para  una  solución  de  la 
cuestión  social.  Ciertamente,  el  concretar  y  el  aplicar  esta  doctrina  no 
puede  ser  obra  de  un  día.  Su  realización  exige  de  todos  los  partici- 
pantes una  cordura  clarividente  y  previsora,  una  fuerte  dosis  de  sen- 
tido común  y  de  buena  voluntad.  Esto  reclama  sobre  todo  de  ellos,  una 
reacción  radical  contra  la  tentación  de  buscar  cada  uno  su  propio  pro- 
vecho a  costa  de  los  demás  participantes,  cualquiera  que  sea  la  natura- 
leza y  la  forma  de  su  participación,  y  en  detrimento  del  bien  común. 
Esto  requiere,  en  fin,  un  desinterés  tal,  que  sólo  puede  inspirarlo  una 
auténtica  virtud  cristiana  sostenida  por  la  ayuda  y  la  gracia  de  Dios. 

DISCURSO  AL  CONGRESO  INTERNACIONAL  DE  ESTUDIOS  SOCIALES 

(3  de  junio  de  1950) 

Os  dirigimos  Nuestro  saludo  de  bienvenida,  miembros  del  Congre- 
so Internacional  de  Estudios  Sociales  y  de  la  Asociación  Internacio- 
nal Cristiana,  y  experimentamos  un  placer  muy  especial  al  podéroslo 


Concepto  Cristiano  de  la  Empresa 


143 


expresar  aquí  en  el  Año  Santo.  Este  encuentro  es  algo  más  que  una 
feliz  coincidencia:  por  vuestra  parte,  es  la  manifestación  de  vuestras 
propias  disposiciones;  para  Nos,  este  encuentro  es  el  fundamento  de 
una  alegre  esperanza,  la  de  que  vuestras  deliberaciones  y  resolucio- 
nes contribuirán  en  gran  medida  a  hacer  madurar  aquellos  frutos  que 
Nos  prometemos  de  este  año  de  retorno  y  reconciliación  universal,  a 
saber;  la  renovación  y  el  florecimiento  en  la  gran  comunidad  humana 
del  espíritu  de  justicia,  de  amor  y  de  paz. 

Ya  que  es,  en  efecto,  en  la  ausencia  o  la  decadencia  de  ese  espíritu 
donde  es  preciso  ver  una  de  las  causas  principales  de  los  males  que 
sufren  en  la  sociedad  contemporánea  millones  de  hombres,  toda  lo 
inmensa  muchedumbre  de  desgraciados  a  los  que  el  paro  forzoso  ha 
condenado  al  hambre  o  amenaza  con  reducirlos  a  ella.  Y  es  en  su 
miseria  y  en  su  desaliento  en  lo  que  confía  el  espíritu  del  mal,  a  fiq 
de  separarlos  de  Cristo,  el  verdadero  y  único  Salvador,  y  arrojarlos  a 
la  corriente  del  ateísmo  y  el  materialismo  para  implicarlos  en  meca- 
nismos de  organizaciones  sociales  en  contradicción  con  el  orden  esta- 
blecido por  Dios.  Deslumbrados  por  la  luz  cegadora  de  bellas  prome- 
sas, por  las  audaces  afirmaciones  de  éxitos  incontrolables,  se  hallan 
bien  dispuestos  a  abandonarse  a  ilusiones  fáciles  que  no  pueden  de- 
jar de  conducirlos  a  nuevas  y  terribles  conflagraciones  sociales-  ¡Qué 
despertar  les  prepara  la  realidad  después  de  estas  sonrosadas  ilusiones! 

Solamente  la  coalición  de  todos  los  hombres  de  bien  del  mundo 
entero  en  una  acción  de  gran  envergadura,  lealmente  emprendida  y 
con  perfecto  acuerdo,  puede  traernos  el  remedio.  ¡Basta  de  esas  an- 
teojeras que  restringen  el  campo  visual  y  reducen  el  vasto  problema 
del  poro  forzoso  a  un  simple  intento  de  una  mejor  distribución  de  la 
suma  de  las  fuerzas  físicas  individuales  del  trabajo  en  el  mundo! 

Es  preciso  considerar  bien  de  frente,  en  toda  su  amplitud,  el  de- 
ber de  dar  a  innumerables  familias,  en  su  unidad  natural,  moral,  jurí- 
dica y  económica  un  justo  espacio  vital  que  responda,  aun  de /manera 
modesta,  pero  al  menos  suficiente,  a  las  exigencias  de  la  dignidad 
humana. 

Basta  de  preocupaciones  egoístas  de  nacionalidades  y  de  clases 
que  puedan  estorbar  en  lo  más  mínimo  una  acción  lealmente  empren- 
dida y  vigorosamente  conducida  hacia  la  integración  de  todas  las  fuer- 
zas y  todas  las  posibilidades  en  la  superficie  del  globo  terráqueo,  ha- 
cia el  concurso  de  todas  las  iniciativas  y  de  todos  los  esfuerzos  de  los 
individuos  y  de  los  grupos,  hacia  la  colaboración  universal  de  los  pue- 
blos y  los  estados,  aportando  cada  uno  su  respectiva  contribución  de 
riquezas,  bien  sean  materias  primas,  o  capitales,  o  mono  de  obra. 
Y  junto  a  esto,  todos  los  participantes  en  este  esfuerzo  común  deben 
apreciar  el  socorro  que  les  procura  la  Iglesia. 

He  aquí  el  gran  problema  social:  el  que  se  yergue  en  la  encru- 
cijada de  la  hora  presente.  ¡Ojalá  se  le  encamine  hacia  una  solución 
favorable,  aun  a  expensas  de  los  intereses  materiales,  y  al  precio  de 
sacrificios  por  parte  de  todos  los  miembros  de  la  gran  familia  humana! 
Sólo  así  es  como  se  eliminará  uno  da  los  factores  de  mayor  preocupa- 
ción en,  la  actual  situación  internacional:  aquel  que,  en  mayor  medida 


144 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


que  otro  alguno,  alimenta  hoy  la  ruinosa  "guerra  fría",  y  amenazo  con 
hacer  restallar  la  incomparablemente  más  desastrosa  "guerra  calien- 
te", la  verdadera  guerra. 

Bien  rutinario  se  mostraría  quien  en  los  viejos  países  industriales 
pensase  que  hoy,  como  hace  un  siglo  o  solamente  cincuenta  años, 
sólo  se  trata  de  asegurar  al  obrero  asalariado,  liberado  de  los  lazos 
feudales  o  pratriarcales,  además  de  la  libertad  jurídica,  la  libertad  con- 
creta de  hecho.  Semejante  concepción  manifestaría  un  total  descono- 
cimiento de  la  médula  de  la  actual  situación.  Pues,  ya  desde  hace 
decenas  de  años,  en  la  mayoría  de  los  países,  y  con  frecuencia  bajo 
el  decisivo  influjo  del  movimiento  católico  social,  se  ha  formado  una 
política  social  que  se  caracteriza  por  una  evolución  progresiva  del 
derecho  del  trabajo,  y  de  modo  correlativo  por  el  sometimiento  del  pro- 
pietario privado,  que  dispone  de  los  medios  de  producción  a  obligaciones 
jurídicas  en  favor  del  obrero.  Quien  quiera  impulsar  hacia  adelante 
la  política  social  en  esta  misma  dirección  choca  sin  embargo,  con  un 
límite,  es  decir,  allí  donde  surge  el  peligro  de  que  la  clase  obrera  siga 
a  su  vez  los  errores  del  capital,  que  consistían  en  sustraer,  principal- 
mente en  las  grandes  empresas,  la  disposición  de  los  medios  de  pro- 
ducción a  la  responsabilidad  personal  del  propietario  — individuos  o 
sociedad —  para  transferirla  a  una  responsabilidad  diluida  en  formas 
anónimas  colectivas. 

Una  mentalidad  socialista  se  acomodaría  fácilmente  a  una  tal  si- 
tuación; sin  embargo,  ésta  no  dejaría  de  inquietar  a  quien  conoce  la 
importancia  fundamental  del  derecho  a  la  propiedad  privada  para  fa- 
vorecer las  iniciativas  y  fijar  las  responsabilidades  en  materia  de  eco- 
nomía. 

Un  peligro  similar  se  presenta  igualmente  cuando  se  exige  que 
los  asalariados  pertenecientes  a  una  empresa  tengan  en  ella  el  dere- 
cho de  cogestión  económica,  sobre  todo  cuando  el  ejercicio  de  ese 
derecho  se  ejercita,  en  realidad,  de  modo  directo  o  indirecto,  por  orga- 
nizaciones dirigidas  al  margen  de  la  empresa.  Pero  ni  la  naturaleza 
del  contrato  de  trabajo,  ni  la  naturaleza  de  la  empresa,  comportan  por 
sí  mismas  un  derecho  de  esta  clase. 

Es  incontestable  que  el  trabajador  asalariado  y  el  empresario  son 
igualmente  sujetos  y  no  objetos  de  la  economía  de  un  pueblo.  No  se 
trata  de  negar  esta  paridad;  éste  es  un  principio  que  la  política  social 
ha  destacado  ya,  y  que  una  política  organizada  en  un  plano  profesio- 
nal valoraría  mucho  más  eficazmente  aún.  Pero  no  hay  nada  en  las 
relaciones  del  derecho  privado,  tal  como  las  regula  el  simple  contrato 
de  salario,  que  esté  en  contradicción  con  esta  paridad  fundamental. 
La  cordura  de  Nuestro  Predecesor  Pío  XI  lo  ha  mostrado  en  la  Encícli- 
ca Quadragesimo  anno,  y  en  consecuencia.  El  negó  allí  la  necesidad 
intrínseca  de  ajusfar  el  contrato  de  trabajo  al  contrato  de  sociedad. 
Con  esto  no  se  desconoce  la  utilidad  de  lo  que  ha  sido  realizado  has- 
ta el  presente  en  este  sentido,  de  modo  muy  diverso,  pora  la  común 
ventaja  de  los  obreros  y  de  los  propietarios  (Acta  Apost.  Sedis,  XXIII, 
póg.  199);  pero,  en  razón  de  los  principios  y  de  las  mismas  realidades, 


Concepto  Cristiano  de  la  Empresa 


145 


el  derecho  de  cogestión  económica  que  se  reclama  está  fuera  del 
campo  de  estas  posibles  realizaciones. 

El  inconveniente  de  estos  problemas  es  que  hacen  perder  de  vista 
el  más  importante,  el  problema  más  urgente,  aquel  que  gravita  como 
una  pesadilla  precisamente  sobre  estos  viejos  países  industrializados. 
Nos  queremos  recordar  el  problema  de  la  inminente  y  permanente 
amenaza  del  paxo  forzoso,  el  problema  de  la  obtención  y  la  seguri- 
dad de  una  productividad  normal,  de  aquella  que  tanto  por  su  origen 
como  por  su  fin  está  intimamente  unida  a  la  dignidad  y  al  bienestar 
de  la  familia  considerada  como  unidad  moral,  jurídica  y  económica. 

En  cuanto  a  los  países  en  los  que  hoy  se  empieza  a  plantear  su 
industrialización.  Nos  no  podemos  sino  alabar  los  esfuerzos  de  las  au- 
toridades eclesiásticas,  a  fin  de  ahorrar  a  las  poblaciones  que  viven 
todavía  en  un  régimen  patriarcal  o  incluso  feudal,  y  sobre  todo  a  las 
aglomeraciones  humanos  heterogéneas,  la  repetición  de  las  penosas 
omisiones  del  liberalismo  económico  del  pasado  siglo.  Una  política 
social  conforme  a  la  doctrina  de  la  Iglesia,  sostenida  por  organizacio- 
nes que  garanticen  los  intereses  materiales  y  espirituales  del  pueblo, 
y  adaptada  a  las  presentes  condiciones  de  vida;  una  tal  política  debía 
contar  con  el  apoyo  de  todo  católico  verdadero,  sin  excepción  alguna. 

Incluso  en  la  hipótesis  de  estas  nuevas  industrializaciones,  el  pro- 
blema permanece  íntegro  e  incluso  se  plantea  la  cuestión  de  si  estas 
nuevas  industrias  contribuyen  o  no  a  la  reintegración  y  al  logro  segu- 
ro de  esa  sana  productividad  de  la  economía  nacional,  o  bien  no  ha- 
cen sino  multiplicar  aún  más  el  número  de  industrias  siempre  a  la 
merced  de  nuevas  crisis.  Y  además,  ¿qué  cuidado  se  podrá  tener  en 
consolidar  y  desarrollar  el  mercado  interior  al  que  se  ha  hecho  produc- 
tivo en  razón  de  la  importancia  de  la  población  y  de  la  multiplicidad 
de  sus  necesidades,  allí  donde  la  inversión  de  los  capitales  no  es  diri- 
gida sino  con  el  ansia  de  efímeras  ventajas  o  donde  una  ilusoria  va- 
nidad de  prestigio  nacional  determina  las  decisiones  económicas? 

Demasiado  se  ha  hecho  ya  el  ensayo  de  la  producción  en  masa, 
de  la  explotación  hasta  el  agotamiento  de  todos  los  recursos'del  suelo 
y  del  sixbsuelo;  sobre  todo,  demasiado  duramente  se  ha  sacrificado  ya 
a  estos  intentos  la  población  y  la  economía  rurales.  Igualmente  cie- 
ga es  la  confianza  casi  supersticiosa  en  el  mecanismo  del  mercado  mun- 
dial para  equilibrar  la  economía,  como  la  de  quienes  todo  lo  fían  aun 
Estado  providencial  encargado  de  procurar  a  todos  sus  súbditos  y  en 
todas  las  circunstancias  de  la  vida  el  derecho  a  satisfacer  unas  exi- 
gencias, al  fin  y  al  cabo,  irrealizables. 

Ante  el  acuciante  deber,  en  el  campo  de  la  economía  social,  de 
acomodar  la  producción  al  consumo  cuerdamente  acomodado  a  las 
necesidades  y  a  la  dignidad  del  hombre,  el  problema  de  ordenar  y  de 
establecer  esta  economía  en  el  orden  de  la  producción  se  nos  presen- 
ta hoy  en  día  como  un  problema  de  primer  plano.  No  es  posible  pe- 
dir su  solución  ni  a  la  teoría  puramente  positiva,  fundada  sobre  la  crí- 
tica neokantiana  de  "las  leyes  del  mercado",  ni  al  formulismo,  igual- 
mente artificial,  del  "pleno  empleo".  He  aquí  un  problema  sobre  el  cual 
querríamos  ver  a  los  teóricos  y  a  los  prácticos  del  movimiento  social 


146 


El  Orden  Económico-Social  Cristla.no 


ccrtólico  concentrar  su  atención  y  hacer  converger  todos  sus  estudios. 

Como  prenda  del  interés  paternal  que  Nos  ponemos  en  vuestras 
investigaciones  y  en  vuestros  trabajos  bajo  los  auspicios  del  Espíritu 
Santo,  al  que  rogamos  que  os  colme  con  sus  dones,  Nos  os  otorgamos 
de  todo  corazón  a  vosotros  y  a  todos  los  sociólogos  católicos,  con  la 
mayor  efusión  de  Nuestro  corazón,  nuestra  bendición  apostólica. 


DISCURSO  AL  CONSEJO  NACIONAL  DE  LA  UNION  CRISTIANA  DE 
DIRECTORES  DE  EMPRESAS 

(31  de  enero  de  1952) 


Con  todo  corazón  os  damos  las  gracias,  amados  hijos,  y  Nos  con- 
gratulamos con  vosotros.  Con  no  menor  modestia  que  celo  os  dedi- 
cáis a  una  obra  que  creemos  de  gran  importancia.  Un  alto  ideal,  bien 
digno  de  vosotros,  la  ha  inspirado.  La  obra  es  joven  todavía;  sin  em- 
bargo, en  el  curso  de  sus  primeros  cinco  años  de  vida  ha  producido  ya 
buenos  frutos,  y  todavía  los  promete  mejores  y  más  abundantes,  y  sus 
promesas  están  aseguradas,  más  que  por  poderosos  apoyos  humanos, 
■  por  el  mismo  fin  que  persigue,  por  la  ayuda  divina  que  invoca.  El 
celo  os  ha  hecho  comenzar  vuestro  trabajo  sin  esperar  a  ser  muchos  y 
provistos  de  todos  los  medios  deseables;  la  modestia  os  ha  permitido 
avanzar  prudentemente  con  paso  seguro,  sin  planes  grandiosos  y  mi- 
nuciosamente concebidos,  pero  con  la  claridad  y  la  precisión  del  ideal 
que  os  anima. 

¿Cuál  es  el  pensamiento,  cuál  es  este  ideal  que  va  de  día  en  día 
concretándose  e  iluminándose  más  y  más?  Nos  parece  ser  el  con- 
cepto claro,  elevado,  y  cristiano  que  vosotros  tenéis  de  la  empresa-  Pa- 
ra vosotros  la  empresa  es  algo  más  que  un  simple  medio  de  ganarse 
la  vida  y  de  mantener  la  legítima  dignidad  del  propio  estado,  la  in- 
dependencia de  la  propia  persona  y  de  la  propia  familia.  Es  más  que 
la  colaboración  técnica  y  práctica  del  pensamiento,  del  capital,  de  las 
múltiples  formas  de  trabajo  que  favorecen  a  la  producción  y  al  pro- 
greso. Es  más  que  un  factor  importante  de  la  vida  económica;  más  que 
una  simple,  aunque  laudable,  ayuda  al  desarrollo  de  la  justicia  social; 
y  si  no  fuera  más  que  esto,  sería  todavía  insuficiente  para  establecer 
y  promover  el  orden  completo;  porque  el  orden  no  es  tal  sino  cuando 
reina  en  toda  la  vida'  y  en  toda  la  actividad  material,  económica,  so- 
cial y,  sobre  todo,  cristiana,  fuera  de  la  cual  el  hombre  queda  siempre 
incompleto. 

Sin  duda,  vosotros  no  habéis  pretendido  — sería  una  quimera,  por 
más  que  fuese  generosa —  conseguir  de  un  golpe  este  orden,  ni  siquie- 
ra trazar  de  una  vez  el  programa  definitivo.  Pero  vuestra  finalidad 
está  netamente  determinada,  y  vosotros  no  tenéis  a  este  propósito  nin- 
guna duda.  Esta  finalidad  la  lleváis  en  el  corazón,  por  así  decirlo,  in- 
corporada a  vuestro  espíritu,  y  habéis  resuelto  trabajar  esforzadamen- 


Concepto  Cristiano  de  la  Empresa 


147 


te  para  conseguirla,  aún  sabiendo  que  no  podréis  verificarla  más  que 
por  etapas  a  la  luz  de  la  experiencia. 

Resultados,  ciertamente,  habéis  ya  obtenido,  aunque  sólo  fuesen 
vuestra  agrupación,  vuestra  inteligencia,  vuestra  acción  común,  vues- 
tro progreso  en  los  acuerdos,  en  la  estima,  en  el  cumplimiento  de  vues- 
tras actividades.  Sois  todavía  un  número  no  elevado,  pero  que  influye, 
trabajando  cada  uno  en  su  propio  campo,  pero  sin  encerraros  en  divi- 
siones individualistas.  Al  contrario,  movidos  del  más  ardiente  espí- 
ritu de  solidaridad  y  de  conquista,  vosotros  aspiráis  a  engrosar  vues- 
tras filas,  ganando  poco  a  poco  otros  jefes  animados  del  mismo  deseo, 
también  cada  uno  en  la  esfera  de  la  propia  empresa,  pero  cooperando 
con  todos  los  demás,  mirando  menos  a  crecer  en  número  que  a  promo- 
ver entre  vosotros  la  pureza,  y  la;  grandeza  de  vuestra  intención,  la  con- 
vicción eficaz  de  vuestro  trabajo  y  de  vuestro  ideal. 

Este  oficio,  este  ideal,  os  hemos  dicho,  es  el  ejercicio  pleno,  eleva- 
do, cristiano,  de  vuestra  empresa,  penetrado  por  sentimientos  huma- 
nos en  la  más  amplia  y  más  alta  acepción  de  la  palabra.  Es  necesa- 
rio que  este  sentido  humano  penetre,  como  la  gota  de  aceite  en  el  en- 
granaje, todos  los  miembros,  todos  los  órganos  de  la  empresa,  los  je- 
íes,  los  colaboradores,  los  empleados,  los  trabajadores  de  todos  los  gra- 
dos, desde  el  artesano  y  desde  el  obrero  más  calificado  hasta  el  más 
modesto  peón. 

Si  se  multiplicaran,  uniéndose  a  vosotros,  una  después  de  otra,  las 
empresas  efectivamente  penetradas  del  verdadero  sentido  humano;  si 
se  convierten  en  otras  tantas  grandes  familias,  y  si  no  contentas  de  su 
vida  privada,  como  en  vaso  cerrado,  se  unieran  entre  sí,  todas  juntas 
tenderían  a  formar  una  sociedad  fuerte  y  feliz.  Ciertamente,  sería  una 
utopía  si  se  pretendiese  efectuarla  de  un  solo  trazo.  Y  he  aquí  por 
qué  hemos  alabado  arriba  el  celo  confiado  que  se  oireve,  sin  esperar 
más,  a  abrir  el  camino,  y  la  prudencia  que  regula  la  marcha.  Conti- 
nuad así;  sin  duda  trabajaréis  eficazmente  para  procurar,  siempre  me- 
jor, la  solidez  y  la  extensión  de  una  sociedad  cristiana  vigorosa  y  sa- 
na. La  gran  miseria  del  orden  social  está  en  que  no  es  profundamente 
cristiano,  ni  reolmente  humano,  sino  únicamente  técnico  y  económico; 
y  que  no  descansa  precisamente  sobre  lo  que  debiera  ser  su  base  y  el 
fundamento  sólido  y  de  su  unidad,  es  decir,  el  carácter  común'  de  hom- 
bres por  la  naturaleza  y  de  hijos  de  Dios  por  la  gracia  de  la  divina  adop- 
ción. 

En  cuanto  a  vosotros,  que  estáis  resueltos  a  introducir  este  factor 
humano  en  todas  partes,  en  la  empresa,  entre  los  diversos  grados  y  ta- 
reas que  la  componen,  en  la  vida  social  y  pública,  por  medio  de  la  le- 
gislación y  de  la  educación  del  pueblo;  vosotros  tratáis  de  transformar 
la  masa  que  permanecería  amorfa,  inerte,  inconsciente,  a  merced  de 
agitadores  interesados,  en  una  sociedad  cuyos  miembros,  distintos  en- 
tre sí,  constituyen  cada;  uno  según  su  función  la  unidad  de  un  solo  cuer- 
po. Este  paralelo,  bien  conocido  de  vosotros,  os  es  familiar  (I  Cor., 
XII,  12  y  sigts.).  Sea  ese  siempre  vuestro  programa  y  como  la  carta 
de  vuestra  unión.  Manteniéndoos  fieles  a  ella  estaréis  seguros  de  edi- 


148 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


íicar  sobre  la  piedra  sólida  que  es  Cristo,  sobre  la  piedra  que  Cristo 
ha  dado  como  fundamento  a  su  Iglesia. 

Amados  hijos:  se  habla  hoy  mucho  de  una  reforma  en  la  estruc- 
tura de  la  empresa,  y  aquellos  que  la  promueven  piensan  en  primer 
lugar  en  modificaciones  jurídicas  entre  todos  los  miembros,  sean  ellos 
empresarios  o  dependientes  incorporados  a  la  empresa  en  virtud  del 
contrato  de  trabajo.  No  han  podido  huir,  sin  embargo,  a  Nuestra  con- 
sideración las  tendencias  que  en  tales  movimientos  se  infiltran,  las  cua- 
les no  aplican  cual  conviene  las  intestables  normas  del  derecho  na- 
tural g  las  mudables  condiciones  del  tiempo,  sino  que  simplemente  las 
excluyen.  Por  esto,  en  Nuestros  discursos  del  7  de  mayo  de  1949  a  la 
Unión  Internacional  de  las  Asociaciones  Patronales  Católicas,  y  de  3 
de  junio  de  1950  al  Congreso  Internacional  de  Estudios  Sociales,  Nos 
hemos  opuesto  a  estas  tendencias,  no  ya,  verdaderamente  para  favo- 
recer los  intereses  materiales  de  un  grupo  más  que  los  otros,  sino  pa- 
ra asegurar  la  sinceridad  y  la  tranquilidad  de  conciencia  a  todos  aque- 
llos a  los  cuales  estos  problemas  atañen. 

Ni  podríamos  ignorar  las  alteraciones  con  las  cuales  se  daban  de 
lado  las  palabras  de  alta  sabiduría  de  Nuestro  Predecesor  Pío  XI,  dan- 
do el  peso  y  la  importancia  de  un  programa  social  de  la  Iglesia  en 
nuestro  tiempo,  a  una  observación  completamente  accesoria  en  torno 
a  las  eventuales  modificaciones  jurídicas  en  las  relaciones  entre  los  tra- 
bajadores sujetos  al  contrato  de  trabajo  y  la  otra  parte  contrayente;  y 
pasando,  por  el  contrario,  más  o  menos  bajo  silencio  la  parte  principal 
de  la  encíclica  Quadragesimo  anno,  que  contiene,  en  realidad,  aquel 
programa;  es  decir,  la  idea  del  orden  corporativo  profesional  de  toda  la 
economía.  Quien  se  dedica  a  tratar  problemas  relativos  a  la  reforma 
de  la  estructura  de  la  empresa  sin  tener  en  cuenta  que  cada  empresa 
particular  está,  por  su  fin,  estrechamente  ligada  al  conjunto  de  la  eco- 
nomía nacional,  corre  el  riesgo  de  poner  premisas  erróneas  y  falsas, 
,con  daño  del  orden  económico  y  social  entero.  Por  eso,  en  el  mismo 
discurso  del  3  de  junio  de  1950  os  exhortamos  a  poner  en  su  justa  luz 
el  pensamiento  y  la  doctrina  de  Nuestro  Predecesor,  para  el  cual  na- 
da estuvo  más  ajeno  que  cualquier  exhortación  a  proseguir  el  camino 
que  conduce  hacia  formas  de  una  anónima  responsabilidad  colectiva. 

Vosotros,  en  cambio,  camináis  por  el  sólo  camino  seguro,  aquel  que 
tiende  a  avivar  las  relaciones  personales  con  sentimientos  de  frater- 
nidad cristiana;  camino  que  es  practicable  en  todas  partes,  y  circula 
ampliamente  en  el  plano  de  la  empresa.  Esta  intención  vuestra  os  ha- 
rá ingeniosos  y  hábiles  para  hacer  que  la  dignidad  personal  del  traba- 
jador, lejos  de  perderse  en  la  ordenación  general  de  la  empresa  mis- 
ma, la  lleve  a  una  mayor  eficacia  no  sólo  materialmente  sino  también, 
y  sobre  todo,  procurándole  los  valores  de  una  verdadera  comunidad. 

Avanzad,  pues,  y  trabajad  con  confiada  perseverancia  bajo  la 
protección  divina,  en  prenda  de  la  cual  impartimos  de  corazón  a  vo- 
sotros, a  cuantos  están  unidos  o  se  unirán  con  vosotros,  a  todas  las  per- 
sonas y  las  cosas  que  os  son  queridas,  Nuestra  paternal  Bendición  Apos- 
tólica. 


Concepto  Cristiano  de  la  Empresa 


149 


3.— TUTELA  DE  LA  PEQUEÑA  INDUSTRIA  Y  DE  LA  EMPRESA 

PRIVADA 


CARTA  AL  PRESIDENTE  DE  LAS  SEMANAS  SOCIALES 
DE  FRANCIA 


(10  de  julio  de  1946) 
(fragmento) 


Un  espíritu  comunitario  de  buena  ley  debe,  pues,  informar  a  los 
miembros  de  la  colectividad  nacional,  como  informa  naturalmente  a  los 
miembros  de  esta  célula-madre  que  es  la  familia.  Solamente  con  esta 
condición  se  verá  prosperar  los  grandes  principios  de  libertad,  de  igual- 
dad, y  de  fraternidad,  a  los  cuales  quieren  adherirse  las  democra- 
cias modernas,  pero  que,  bajo  pena  de  las  peores  falsificaciones,  de- 
ben ser  entendidos,  dicho  se  está,  como  los  entienden  el  derecho  na- 
tural, la  ley  evangélica  y  la  tradición  cristiana,  que  son  simultánea- 
mente, y  sólo  ellos,  sus  inspiradores  y  auténticos  intérpretes. 

Esta  advertencia  se  aplica,  por  ejemplo,  al  caso  particular  que 
os  interesa  en  este  momento:  la  nacionalización  de  las  empresas.  Nues- 
tros Predecesores  y  Nosotros  mismos  hemos  tocado  más  de  una  vez 
el  aspecto  moral  de  esta  medida.  Desde  luego,  es,  sin  embargo,  eviden- 
te que  en  lugar  de  atenuar  el  carácter  mecánico  de  la  vida  y  del 
trabajo  en  común,  esta  nacionalización,  incluso  cuando  es  lícita,  corre 
más  bien  el  riesgo  de  acentuarlo  más;  y  que,  por  consiguiente,  el  pro- 
vecho que  ella  aporta  en  beneficio  de  una  verdadera  comunidad,  tal 
como  vosotros  la  entendéis,  es  muy  sospechoso.  Nos  estimamos  que  el 
establecimiento  de  asociaciones  cooperativas  en  todas  las  ramas  de 
la  economía  nacional  sería,  además  de  ventajosa  para  el  fin  que  vo- 
sotros perseguís,  más  ventajosa  al  mismo  tiempo  para  el  mejor  rendi- 
miento de  las  empresas. 

En  todo  caso,  esto  vale  ciertamente  en  cualquier  parte  donde,  has- 
ta el  presente,  la  concentración  de  las  empresas  y  la  desaparición  de 
los  pequeños  productores  autónomos  no  redundan  más  que  en  favor 
del  capital,  y  no  de  la  economía  social.  Nadie  duda,  por  lo  demás,  de 
que  en  las  circunstancias  actuales,  la  forma  cooperativa  de  la  vida 
social,  y  especialmente  de  la  economía,  favorece  prácticamente  la  doc- 
trina cristiana  concerniente  a  la  persona,  a  la  comunidad,  al  trabajo 
y  a  la  propiedad  privada. 


150 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


DISCURSO  AL  PRIMER  ENCUENTRO  NACIONAL  DE  LA 
PEQUEÑA  INDUSTRIA 

(20  de  enero  de  1956) 
(fragmento) 

.  Entre  los  motivos  que  justificaban  la  convocatoria  de  vuestro 
Congreso,  habéis  puesto  en  primer  lugar  "la  reivindicación  de  la  no  subs- 
tituible función  del  patrono  privado",  que  manifiesta  en  forma  eminente 
el  espíritu  de  libre  iniciativa  al  que  se  deben  notables  progresos  reali- 
zados sobre  todo  en  los  últimos  cincuenta  años,  y  principalmente  en  el 
sector  industrial.  Este  tema  corresponde  perfectamente  no  tan  sólo  a 
una  necesidad  de  la  situación  actual,  sino  también  a  la  enseñanza 
de  la  Iglesia,  que  de  esta  manera  aplica  en  las  cuestiones  sociales  una 
doctrina  más  alta  y  fundamental,  la  de  la  vocación  trascendente  de 
la  persona  humana  y  de  su  responsabilidad  personal  ante  Dios  y  ante 
la  sociedad  humana. 

Las  palabras  "empresa  privada"  podrían  ser  entendidas  errónea- 
mente, como  si  ella,  y  especialmente  la  pequeña  industria,  se  encontra- 
ran abondonadas  en  su  organización  y  en  su  actividad  a  la  discreción 
del  patrono,  atento  únicamente  al  juego  de  sus  intereses  personales. 
Pero  vosotros  habéis  afirmado  explícitamente  vuestras  intenciones, 
poniendo  de  relieve  que  la  tutela  de  la  empresa  privada  y  de  la  peque- 
ña industria  debe  ser  concebida  con  relación  a  la  colectividad  nacio- 
nal, con  respecto  a  la  cual  tienen  derechos  y  deberes.  El  sentimiento 
más  neto,  que  emana  de  una  reunión  como  la  vuestra,  es  el  del  consi- 
derable potencial  económico  que  representan  esas  setenta  mil  empre- 
sas industriales.  Piénsese  en  la  suma  de  servicios  prestados  a  la  comu- 
nidad nacional  con  tontas  y  tan  diversas  actividades,  ya  se  trate  de 
la  construcción  o  del  vestuario,  de  la  alimentación,  de  la  mecánica  o 
de  la  electricidad;  en  todos  estos  campos  hay  que  poner  al  servicio 
del  público  una  mano  de  obra  especializada,  competente,  capaz  de  res- 
ponder ágilmente  a  tan  variadas  necesidades. 

Estos  carácteres  de  calificación  técnica  y  de  adaptabilidad  a  la 
demanda  del  consumidor  imprimen  sus  exigencias  en  la  estructura  y 
desarrollo  de  vuestras  empresas.  Nos  quisiéramos  poner  de  relieve  la 
necesidad  que  tienen  los  dirigentes  de  poseer  la  cualidades  de  verda- 
dero jefe,  y  la  de  los  subordinados  del  propósito  de  una  colaboración 
de  confianza  sincera  con  la  dirección.  Si  en  las  grandes  fábricas  las 
funciones  del  patrono  se  ejercen  por  medio  de  numerosos  empleados  y 
delegados  seleccionados,  en  las  empresas  pequeñas,  por  el  contrario, 
tienden  a  ser  ejercidas  por  él  personalmente,  y  tanto  más  inmediata- 
mente cuanto  más  limitado  es  el  número  de  trabajadores.  Las  dificul- 
tades técnicas,  económicas  y  sociales  terminan  casi  siempre  en  Ja 
misma  persona,  que  tiene  que  responder  de  todo,  y  ocuparse  del  con- 
junto lo  mismo  que  de  los  detalles,  de  las  cuestiones  prácticas  lo  mismo 
que  de  los  problemas  humanos.  Estos  supone,  con  las  cualidades  in- 


Concepto  Cristiano  de  la  Empresa 


151 


telectuales  más  variadas,  un  carácter  fuerte  y  versátil,  y,  sobre  todo, 
sentido  moral  abierto  y  generoso.  Especialmente  si  se  espera  del  jefe 
de  la  empresa  un  intenso  deseo  de  verdadero  progreso  social.  No  fal- 
ta, ciertamente,  en  muchos  la  buena  voluntad,  pero,  a  veces,  hay  que 
observar  que  un  excesivo  apego  a  los  beneficios  económicos  ofusca 
de  una  manera  más  o  menos  vasta  la  percepción  del  desequilibrio  y 
de  la  injusticia  de  algunas  condiciones  de  vida.  Vuestro  sentido  cris- 
tiano os  ayudará  ciertamente  a  superar  este  obstáculo,  y  a  ejercer 
vuestra  autoridad  de  una  manera  conforme  con  el  ideal  del  Evangelio. 

Una  premisa  indispensable  para  el  feliz  éxito  de  las  pequeñas  em- 
presas es  la  de  poder  contar  con  la  colaboración  fiel  de  sus  emplea- 
dos. Diremos  enseguida  que  el  factor  determinante  de  ella  será  el  pa- 
trono mismo,  porque  de  él,  en  primer  lugar,  depende  el  espíritu  que 
anima  a  sus  dependientes.  Si  se  observar  en  él  el  afán  de  poner  el 
interés  de  todos  por  encima  del  beneficio  individual,  resultará  mucho 
más  fácil  mantener  esta  disposición  de  los  subordinados.  Los  cuales 
comprenderán  sin  dificultad  que  el  jefe  al  que  se  someten,  no  desea 
lucrar  injustamente  a  su  costa  y  aprovechar  al  máximo  de  su  traba- 
j casino  que,  en  cambio,  proveyéndoles  de  medios  para  su  sustento  y 
el  de  sus  familias,  les  proporciona  también  el  modo  de  perfeccionar 
sus  propias  capacidades,  de  realizar  labor  útil  y  benéfica,  de  contri- 
buir, en  lo  que  de  ellos  depende,  al  servicio  dé  la  sociedad  y  a  su  eleva- 
ción económica  y  moral.  Y  entonces,  en  lugar  del  sentimiento  depri- 
mente de  desilusión  y  de  actitudes  reivindicatorías,  se  instaurará  una 
atmósfera  de  vivacidad,  de  espontaneidad,  de  aportación  voluntaria 
al  mejoramiento  de  una  comunidad  de  trabajo,  que  se  ha  vuelto  intere- 
sante, comprensiva  y  constructiva.  Cuando  una  fábrica,  un  laborato- 
rio, ha  creado  ese  espíritu,  el  trabajo  vuelve  a  tener  todo  su  significa- 
do, toda  su  nobleza;  es  más  humano,  aproxima  más  a  Dios. . . 


DISCURSO  AL  CONGRESO  NACIONAL  DE  LA  UNION  CRISTIANA 
DE  EMPRESARIOS  Y  DIRIGENTES 

(6  de  junio  de  1955) 


Habéis  celebrado  en  Ñápeles,  amados  hijos,  vuestro  VII  Congre- 
so Nacional  sobre  el  tema  "El  empresario  y  el  porvenir  del  Sur  de 
Italia",  y  ahora  habéis  querido  informarnos  sobre  vuestros  trabajos  y 
pedirnos  que  los  bendigamos.  Con  gusto  acogemos  vuestra  petición,  con- 
vencidos como  estamos  del  valor  de  vuestra  deliberaciones  y  deseosos 
de  que  los  fecundos  intercambios  de  puntos  de  vista,  que  han  hecho  no- 
table vuestro  congreso,  os  inspiren  la  firme  voluntad  de  pasar  a  las 
conclusiones  prácticas. 

Desde  hoce  algunos  años  la  suerte  de  las  regiones  meridionales  en 
Italia  ha  ocupado  vivamente  la  atención  de  los  autoridades  públicas 
del  país.  Esta  parte  tan  vasta  y  tan  importante  del  territorio  nacional 
ha  pasado  a  través  de  todas  las  fases  de  un  continuo  empobrecimien- 


152 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


lo.  Sus  generosas  poblaciones,  ricas  en  bienes  de  la  mente  y  del  cora- 
zón, impacientes  por  desarrollar  su  actividad  en  un  terreno  que  res- 
ponde a  sus  energías,  fueron  mantenidas  en  una  condición  económica 
a  menudo  deplorable  entre  la  miseria  y  lo  desocupación  convertidas 
en  realidad  cotidiana.  La  injusticia  latente  de  este  estado  de  cosas  ha 
gravado,  puede  decirse,  sobre  toda  la  nación,  y  por  ello  cuantos  sien- 
ten toda  la  importancia  de  los  hechos  sociales  y  prevéen  los  consecuenr 
cias,  tal  vez  lejanas  pero  a  menudo  fatales,  de  su  desequilibrio,  se  han 
complacido  intensamente  ante  las  empresas  públicas  y  privadas  que 
con  vivo  impulso  y  loable  resolución  se  dedican  ahora  a  terminar  con 
semejante  condición.  La  amplitud  del  mal  y  de  los  remedios  a  poner 
era  tal  que  la  intervención  de  los  poderes  públicos,  intérpretes  de  lo 
volundad  común  de  la  nación,  era  aquí  absolutamente  necesaria.  Pero, 
con  el  fin  de  que  estos  esfuerzos  logren  el  esperado  resultado  feliz, 
exigen  la  colaboración  de  todos  los  ciudadanos,  que  disponen  de  una 
considerable  posibilidad  económica,  es  decir,  en  primer  lugar,  de  los 
dirigentes  de  empresas. 

Vosotros,  amados  hijos,  habéis  comprendido  perfectamente  que. 
en  una  labor  tan  indispensable  y  de  tal  alcance  social  y  moral,  los 
emprensarios  católicos  tienen  una  grave  misión  que  cumplir,  y  Nos 
os  alabamos  por  haber  inscrito  en  el  programa  de  vuestro  congreso 
el  estudio  de  la  misión  del  empresario  en  el  reajuste  económico  del  sur 
de  Italia. 

Siempre  fué  uno  de  los  puntos  esenciales  de  la  doctrina  social 
cristiana  la  afirmación  de  la  primordial  importancia  de  la  empresa  pri- 
vada con  respecto  a  la  subsidiaria  del  Estado.  No  ya  para  negar  la 
utilidad  y  la  necesidad,  en  algunos  casos,  de  lo  intervención  de  los  po- 
deres públicos,  sino  para  poner  de  relieve  esta  realidad,  o  sea  que  la 
persona  humana,  así  como  es  el  fin  de  la  economía,  es  su  motor  más 
importante.  Hoy  más  que  nunca  esta  tesis  es  objeto  de  amplio  debate, 
que  se  desarrolla  más  en  los  hechos  que  en  las  palabras.  Pues  bien, 
vuestro  congreso  se  proponía  examinar  los  medios  para  renovar  el  as- 
pecto económico  a  un  grupo  social  considerable.  No  es  que  todo  haya 
de  crearse  allí,  indudablemente,  porque  una  gran  labor  se  ha  realizado 
ya.  Pero  en  muchos  lugares,  el  esfuerzo  principal  queda  aún  por  ha- 
cer, empezando  por  las  infraestructuras:  medios  de  comunicación,  vi- 
viendas, trabajos  de  irrigación  y  de  saneamiento  del  suelo,  desarrollo 
de  la  maquinaria  agrícola,  mejora  de  las  industrias  existentes  y  crea- 
ción de  nuevas  empresas,  formación  técnica  de  la  mano  de  obra  y  de 
los  cuadros,  formación,  sobre  todo,  de  una  selección  de  trabajadores 
que  sean,  entre  los  demás,  los  artesanos  del  progreso  socioT  y  cultu- 
ral. Y  se  recuerdan  naturalmente  las  palabras  del  Evangelio:  "¿Quién 
de  vosotros,  si  quiere  edificar  una  torre,  no  se  sienta  primero  y  calcula 
los  gastos,  a  ver  si  tiene  para  terminarla?"  (Lucas,  XIV,  28).  Se  tra- 
ta, en  efecto,  no  solamente  de  invertir  capitales,  de  correr  tal  vez  gra- 
ves riesgos  finacieros,  sino  especialmente,  de  aplicar  un  pensamiento 
social,  una  concepción  de  la  economía,  de  sus  leyes,  de  su  finalidad  y 
de  sus  límites.  Se  trata  d©  dirigir  todo  un  movimiento  de  progreso  con 


Concepto  Cristiano  de  la  Empresa 


153 


una  perspectiva  perfectamente  definida.  He  ahí  los  motivos  que  jus- 
tifican vuestras  reflexiones  y  vuestras  investigaciones,  a  las  que  da- 
mos de  buen  grado  Nuestro  apoyo  y  Nuestro  aliento. 

El  primer  pensamiento  de  un  empresario  cristiano,  cuando  se  dis- 
pone a  resolver  tal  problema,  debe  ser  el  de  rebasar  los  elementos  in- 
mediatos. Con  esa  sola  condición  se  mantendrá  fiel  al  principio  que 
acabamos  de  recordar,  es  decir,  a  las  máximas  de  la  sociología  cris- 
tiana en  torno  al  valor  trascendental  de  la  persona  humana. 

Las  cuestiones  que  ocupan  vuestra  mente  en  relación  con  el  por- 
venir del  Sur  se  encuentran  ante  todo  circunscritas  en  un  cuadro  geo- 
gráfico: una  región  determinada  de  Italia.  Pero,  ¿quién  no  ve  hasta 
qué  punto  toda  la  nación  se  halla  interesada  en  ellas?  Es  más,  pue- 
de decirse  que  también  la  economía  de  otros  países  depende  de  ellas 
en  cierto  modo.  Esta  es  una  razón  para  ellos  para  aportar  su  ayuda 
a  esa  labor  de  reajuste.  Semejante  colaboración,  sumamente  deseable, 
os  invita  a  considerar  el  problema  desde  un  aspecto  menos  estricta- 
mente nacional,  y  dar  a  vuestras  intervenciones  una  dimensión  más 
vasta  y  significativa. 

Es  preciso,  además,  dirigir  la  atención  hacia  la  evolución  social 
que  producirán  en  el  Sur  los  progresos  económicos.  Fácil  es  imaginar 
el  embarazo  y  las  dificultades  de  los  que  durante  decenas  de  años  han 
tenido  que  resignarse  a  una  doloroso  pasividad,  y  que  ahora  se  ven 
inducidos  a  modificar  su  género  de  vida,  a  interesarse  por  las  nue- 
vas empresas,  a  tomar  activamente  en  sus  propias  manos,  su  suerte. 
Mas  no  por  esto  puede  detenerse  a  la  mitad  del  camino,  sustituir  una 
forma  antigua  de  tutela  con  un  nuevo  tipo  de  sometimiento  que,  libe- 
rando al  hombre  de  una  servidumbre  económica,  le  impusiera  en  com- 
pensación una  dependencia  social  incluso  menos  soportable.  Pues  bien, 
así  ocurriría  si  los  empresarios,  trabajando  en  la  transformación  del 
Sur,  subordinaran  su  desarrollo  a  sus  propios  intereses.  Importa  con- 
vencerse perfectamente  desde  el  comienzo  de  que  el  fin  económico  o 
que  tienden  los  particulares  y  el  Estado  como  tal  es  la  verdadera  ele- 
vación de  una  población  y,  por  consiguiente,  la  conquista  de  su  legí- 
tima autonomía  económica,  social  y  cultural.  Por  lo  tanto,  desde  el  prin- 
cipio deben  admitir  plenamente  los  derechos  de  los  demás  sus  justas 
necesidades,  sus  profundas  aspiraciones,  deseando  satisfacerlas  ade- 
cuadamente. Esta  actitud  obliga  a  quien  presta  su  concurso  a  un  no- 
table esfuerzo  de  desinterés,  condición  del  sentido  verdadero  católico 
de  su  intervención.  De  este  modo  tenéis  ocasión  de  practicar  lo  equi- 
dad y  la  caridad  en  una  forma  excelente,  porque  dáis  a  estas  su  di- 
mensión social,  en  la  que  se  convierte  en  sumo  grado  en  una  prueba  de 
espíritu  cristiano  a  través  de  los  mismos  hechos.  Con  ello  mismo  pres- 
táis también  un  considerable  servicio  a  poblaciones  particularmente 
abiertas  a  los  valores  espirituales,  a  la  autonomía  de  lo  persona,  a  las  ri- 
quezas morales  de  la  vida  familiar,  a  la  utilidad  de  los  vínculos  so- 
ciales más  vastos,  que  unen  a  las  colectividades  en  ciudad,  en  región  y 
en  nación. 

¿Quién  podrá  dudar  de  que  esa  misión  requiere  por  parte  del  jefe 
de  la  empresa  cristiana  una  seria  preparación?  Vosotros  mismos,  por 


154 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


lo  demás,  habéis  tocado  este  tema  en  vuestras  discusiones.  Por  consi- 
guiente, Nos  limitaremos  a  poner  de  relieve  ahora  la  necesidad  para 
él,  si  quiere  ser  verdaderamente  digno  de  su  misión,  de  vivir  intensa- 
mente la  doctrina  que  profesa  con  los  labios.  Esto  significa  que  con  el 
corazón  y  con  la  mente  penetre  en  sus  necesidades  interiores  y>  se  so- 
meta a  sus  generosas  inspiraciones.  La  enseñanza  de  la  Iglesia,  que 
da  una  fórmula  clara  de  los  principios  católicos,  corre  el  peligro  de  no 
ser  bien  comprendida  ni  aplicada,  si  no  encuentra  en  el  dirigente  res- 
ponsable, en  lugar  de  una  acogida  resignada  y  pasivida,  la  plenitud 
de  una  vida  interior  intensa,  que  se  alimenta  en  las  fuentes  sacramen- 
tales de  la  gracia.  Nos  parece  que  un  pensamiento  social  cristiano  de- 
be ser  profundamente  orgánico;  lejos  de  construirse  únicamente  par- 
tiendo de  enunciaciones  abstractas,  debe  corresponder,  con  constante 
fidelidad  a  las  intenciones  de  la  Divina  Providencia,  tal  y  como  se  ma- 
nifiestan en  la  vida  de  todo  cristiano  y  en  la  de  la  comunidad  univer- 
sal a  la  que  pertenece. 

El  acto  creador  de  Dios,  que  ha  lanzado  los  mundos  al  espacio,  no 
deja  de  suscitar  jamás  la  vida  con  una  abundancia  y  una  variedp4 
que  asombran.  En  el  individuo  como  en  la  sociedad,  la  inspiración 
hacia  lo  mejor  y  hacia  la  perfección  natural  y  sobrenatural  exige  una 
continua  superación  y  a  menudo  también  una  penosa  abnegación. 
Para  seguir  ese  camino  ascendente,  poya  guiarlo  y  atraer  a  él  a  los 
demás,  se  impone  un  duro  trabajo.  Nos  vemos  con  alegría  que  esto  no 
os  desanima  y  que  estáis  dispuestos  a  haceros  cargo  de  todas  las  res- 
ponsabilidades que  se  derivan  de  vuestra  misión  en  la  sociedad  cris- 
tiana. 

¡Amados  hijos!  Dejad  que  al  final  de  nuestras  palabras  os  expre- 
semos de  nuevo,  bajo  un  aspecto  particular.  Nuestra  complacencia  por 
haber  elegido  como  tema  de  vuestro  congreso  una  cuestión  que  cierta- 
mente afecta,  a  vuestros  fines  e  intereses  económicos,  pero  que  os  toca 
también  como  ciudadanos  y  como  cristianos:  como  ciudadanos,  cons- 
cientes de  deber  colaborar  en  la  unidad  y  prosperidad  de  la  Nación; 
como  cristianos,  conscientes  de  vuestra  responsabilidad  en  formentar 
la  religión  y  la  cultura  cristiana  entre  los  que  son  vuestros  hermanos 
y  hermanas  en  Cristo.  Esta  doble  misión  asume  pora  vosotros  una  for- 
ma concreta  en  el  "problema  del  Sur",  y  vosotros  no  queréis  substrae- 
ros a  ese  compromiso. 

Tal  vez  los  empresarios  se  hallaban  desde  hace  tiempo  acostum- 
brados a  mantenerse  en  el  estrecho  círculo  de  sus  propios  cuidados  y 
de  sus  fines  económicos,  y  a  no  interesarse  activamente  por  la  vida 
común  de  la  sociedad  y  del  Estado.  Lo  cual  — incluso  más  que  algunos 
determinados  acontecimientos  deplorables —  ha  causado  y  difundido 
ampliamente  la  voz  de  que  la  economía,  o  sea,  los  dirigentes  de  ella, 
son  la  potencia  oscura,  que  entre  bastidores  dirige  todo  aquello  de  lo 
que  depende  la  suerte  de  los  pueblos. 

Por  ello.  Nos  nos  alegramos  por  vuestra  poderosa  acción  en  pú- 
blico y  por  el  público.  Indudablemente  sois  del  número  de  aquellos 
cuyo  trabajo  en  la  edad  de  la  técnica  no  ha  disminuido,  sino  que  ha  au- 


Concepto  Cristiano  de  la  Empresa 


155 


mentado.  Sin  embargo,  en  vuestro  bien,  redunda  el  haber  dedicado  vues- 
tro tiempo  en  los  días  del  Congreso  a  las  cosas  públicas.  De  otra  for- 
ma es  de  temer  que  hoy,  cuando  gigantescas  organizaciones  tienen  o 
hacen  pesar  su  fuerza  en  las  cosas  sociales,  las  cuestiones  de  la  vida 
pública  sean  resueltas  sin  vuestra  cooperación.  También  los  empresa- 
rios, en  efecto,  tienen  derecho  a  ser  escuchados  y  que  su  competen- 
cia, particularmente  apta  para  juzgar  en  las  cuestiones  con  serenidad 
y  ponderar  la  gravedad  de  los  peligros,  ejerza  su  justo  influjo. 

En  este  campo,  especialmente,  en  vosotros  pensamos,  amados  hi- 
jos, y  el  tema  de  vuestra  asamblea  Nos  ofrece  la  garantía  de  que  que- 
réis ser  empresarios  católicos  en  el  sentido  más  amplio  y  noble  de  la 
palabra:  hombres  de  la  economía  pero  al  mismo  tiempo  probos  ciuda- 
danos y  cristianos. 

Con  el  fervoroso  augurio  de  que  vuestra  unión  pueda  continuar 
su  labor  constructiva  en  bien  de  la  Nación  y  de  otros  pueblos,  invoca- 
mos sobre  vosotros  los  más  excelsos  favores  celestiales,  de  los  que 
es  prenda  la  Bendición  Apostólica  que  de  todo  corazón  os  impartimos. 


DISCURSO  A  LA  DIRECCION  DE  LA  "SOCIETA  ITALIANA 
PER  CONDOTTE  D'  ACQUA" 

(14  de  abril  de  1956) 
(fragmento) 

. . .  1. — Este  trabajo  vuestro  sirve  para  indicar  una  vez  más  cuan- 
to, en  el  campo  de  la  producción,  puede  la  actividad  privada  bien  en- 
tendida y  convenientemente  libre.  Ella  contribuye  a  acrecentar  la  ri- 
queza común,  a  más  de  atenuar  el  esfuerzo  del  hombre,  a  elevar  el  ren- 
dimiento del  trabajo,  a  disminuir  los  costos  de  producción,  a  acelerar 
la  formación  del  ahorro.  Por  eso  la  Iglesia  no  ha  cesado  ni  cesará  de 
reaccionar  ante  los  intentos  que,  en  algunos  países,  se  han  realizado 
para  atribuir  al  Estado  poderes  y  funciones  que  no  tiene.  La  Iglesia, 
con  su  Fundador,  da  al  césar  todo  lo  que  es  del  césar;  pero  no  podría 
darle  más  sin  traicionar  a  su  misión  y  al  mandato  que  le  confirió  Cris- 
to. Por  esto,  del  mismo  modo  que  no  se  mantiene  vacilante,  y  eleva 
la  voz  donde  quiera  que  el  poder  civil  trata  de  atribuirse  el  monopo- 
lio de  la  instrucción  y  de  la  educación  juvenil,  así  también  se  opone, 
por  lo  que  se  refiere  a  los  principios  morales,  a  todo  el  que  quisiere 
una  excesiva  ingerencia  del  Estado  en  la  cuestión  económica.  En  el 
caso  de  que  esa  ingerencia  no  fuera  frenada,  el  problema  social  no  po- 
dría ser  resuelto  adecuadamente;  donde  de  hecho  se  ha  llegado  a  la 
completa  "planificación",  se  han  obtenido  algunas  finalidades,  pero 
el  precio  ha  sido  el  de  innumerables  ruinas,  provocadas  por  un  ímpe- 
tu insano  y  destructor:  heridas  las  justas  libertades  individuales,  tur- 
bada la  serenidad  del  trabajo,  violado  el  amor  de  patria,  destruido  el 
preciosísimo  patrimonio  religioso. 


156 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


Nos  hacemos  votos,  por  consiguiente,  para  que  los  hombres  res- 
ponsables no  cedan  ante  la  fácil  tentación  de  acceder  a  la  excesiva 
ingerencia  estatal  que  mortificaría,  desalentaría  y  cdixiaría  la  libre  ac- 
ción de  los  que,  aun  operando  por  sus  propios  y  legítimos  intereses, 
contribuyen  al  bien  de  los  individuos  y  al  destino  de  la  Patria. 

2 — Mas  Nos  hemos  de  añadir  otra  palabra,  y  con  la  misma  fran- 
queza pastoral.  Sucede,  a  veces,  oir  comprensibles,  mas  no  justifica- 
das, lamentaciones  a  propósito  de  algunas  intervenciones  del  Estado 
que  tienden  no  a  impedir  el  impulso  de  la  producción,  sino  a  regular 
una  distribución  más  equitativa  del  bienestar  que  la  industria  huma- 
na produce.  Esas  intervenciones  no  pueden  ser  declaradas  ilegítimas 
sin  más.  Rechazada  la  "planificación"  que  destruye  toda  iniciativa  in- 
dividual, no  queda  dicho  que  pueda  aceptarse  el  régimen  de  la  liber- 
tad absoluto  en  las  actividades  económicas;  demasiado  fácil,  en  efec- 
to, sería  el  desentendimiento  e  incluso  el  desprecio  de  algunos  inderoga- 
bles,  y,  hoy  más  que  nunca  urgentes,  normas  dictados  por  la  frater- 
dad  humana  y  cristiano.  Esto  no  debe  ocurrir  entre  vosotros,  amados 
hijos. . . 

. . .  Pero  esta  vuestra  fe,  y  esta  vuestra  vida  cristiana  deben  ser 
también  las  efectivas  inspiradoras  de  toda  vuestra  actividad  social.  En 
este  campo  hacen  falto  ejemplos  claros  e  indicadores,  si  se  quiere  coo- 
perar en  lo  edificación  de  un  mundo  basado  en  la  doctrina  de  Jesucris- 
to. Meditad,  pues,  lo  que  Nuestros  Predecesores  y  Nos  mismo  hemos 
dicho  sobre  lo  elevación  del  trabajador,  sobre  su  dignidad  de  miem- 
bro de  la  familia  humano,  sobre  la  misteriosa,  aunque  real  participa- 
ción que  tiene  — como  todos  los  hombres —  en  la  vida  del  Cristo  Místi- 
co. Meditadlo,  y  haced  en  lo  posible  que  seo  una  realidad.  Los  prin- 
cipios ya  son  conocidos;  siguen,  desgraciadamente,  siendo  aún  esca- 
sas los  aplicaciones  inteligentes,  audaces,  aunque  invadidas  de  realís- 
tico equilibrio  cristiano.  Ciertamente,  no  es  coso  sencilla,  ni,  por  consi- 
guiente, cabe  esperar  improvisadas  reformas  de  estructura;  pero  todo 
lo  que  hagáis  en  ese  sentido  será  por  Nos  de  modo  especial  bendecir 
do,  porque  pocos  cosos  se  exigen  hoy  tanto  de  los  cristianos  como  la 
de  establecer  uno  estructura  social  nuevo  sobre  las  ruinas  de  viejos 
edificios  construidos  por  los  que  prescindían  de  la  religión  y  negaban 
a  lo  Iglesia,  o  Jesucristo  y  al  mismo  Dios . . . 


Capítulo  IX 


ASOCIACIONES  TECNICAS  Y  PROFESIONALES 


1.— FINES  DE  LAS  ASOCIACIONES  DE  TRABAJADORES: 

26  de  junio  de  1955:  Fines  de  las  asociaciones  de  trabajadores:  1*?. — 
Es  conforme  a  la  doctrina  de  la  Iglesia  hacer  valer  los  justos  de- 
rechos de  los  trabajadores  por  todos  los  medios  lícitos.  2"?. — La 
acción  social  de  las  asociaciones  de  trabajadores  no  debe  exten- 
derse únicamente  al  orden  material. 


2.— POSICION  DE  LA  IGLESIA  RESPECTO  DE  LAS  ASOCIACIONES 
PROFESIONALES: 

11  de  septiembre  de  1949:  Posición  de  la  Iglesia  frente  a  los  Sindi- 
catos. Libertad  de  acción  del  trabajador  cristiano.  Peligros  que 
implica  la  fuerza  de  la  organización  sindical.  Aspiración  de  la 
Iglesia:  elaboración  de  un  estatuto  de  derecho  público  de  la  vi- 
da económica  y  social  según  la  organización  profesional. 

11  de  marzo  de  1945:  Misión  de  las  asociaciones  católicas  de  traba- 
jadores: 1"?. —  Son  células  del  apostolado  moderno.  2<?. —  Son 
¡fuente  de  honestidad  cristiana  y  hombres  probos  para  las  aso- 
ciaciones obreras.  3^. —  El  Sindicato  y  las  asociaciones  católicas: 
su  fin  común  es  elevar  las  condiciones  de  vida  del  trabajador. 
Aspiración  de  la  Iglesia:  un  nuevo  ordenamiento  de  las  fuer- 
zas productoras  del  pueblo  basado  en  la  unión  de  todos  aque- 
llos elementos  que  colaboran  en  la  producción. 


3.— ASOCIACIONES  TECNICAS  ESPECIALIZADAS: 

19  de  noviembre  de  1954:  La  Organización  Internacional  del  Traba- 
jo responde  a  uno  de  los  votos  más  amados  de  los  Papas  socia- 
les. Importancia  que  debe  darse  al  factor  humano  en  la  legis- 
lación del  trabajo.  La  Organización  Internacional  del  Trabajo 
debe  proponerse  como  fin  la  colaboración  de  todos  en  el  bien 
general  de  la  sociedad;  a  ello  debe  tender  el  movimiento  obrero. 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 

3  de  abril  de  1955:  Adelantos  en  la  lucha  contra  los  accidentes  del 
trabajo.  Factores  humanos  en  los  accidentes  del  trabajo.  Nece- 
sidad de  garantizar  estos  factores  humanos  con  medidas  de  se- 
guridad e  higiene.  Medios  de  seguridad  y  protección. 


8  de  mayo  de  1955:  Ventajas  de  la  colaboración  internacional  de  las 
"paises  no  adelantados". 

asociaciones  de  trabajadores,  especialmente  para  los  llamados 


1.— FINES  DE  LAS  ASOCIACIONES  DE  TRABAJADORES 


DISCURSO  A  LOS  FERROVIARIOS  ROMANOS 

(26  de  junio  de  1955) 
(fragmento) 


Cuando  contemplábamos  el  1°  de  mayo  de  este  año  en  la  Plaza 
de  San  Pedro  a  150.000  obreros  y  obreras,  que  con  ardiente  entusiasmo 
afirmaban  su  fe  en  esucristo  y  su  plena  confianza  en  la  Iglesia,  no 
pudimos  menos  de  pensar,  por  cierto,  que  algo  nuevo  flotaba  en  el  ai- 
re que  lo  hacía  para  ellos  más  límpido  y  respirable.  Pues  de  veras  ha- 
bía sucedido  que  el  mundo  de  los  que  están  más  necesitados  de  de^ 
íensa  jurídica  y  social,  al  par  que  adquiría  cada  vez  más  conciencia 
de  su  dignidad  humana,  y  veía  gradualmente  reconocidos  muchos  de 
sus  derechos,  era,  con  todo,  objeto  de  una  acción  engañosa  y  disgrega- 
dora  de  parte  de  hombres  dispuestos  a  engañar  con  falsas  promesas 
a  las  almas  de  los  obreros,  y  resueltos  a  apartarlos  de  la  práctica  de 
la  vida  cristiana  hasta  hacerlos  vacilar  en  su  misma  fe. 

Hoy  día  no  faltan  señales  de  un  estado  de  cosas  que  tiende  a  cam- 
biarse en  mejor,  que  si  no  consiente  se  retarde  el  paso,  ni  menos  de- 
tenerse a  descansar,  hace  que  alimentemos  la  esperanza  de  que  en  el 
mundo  del  trabajo  se  preparan  también  tiempos  mejores.  Por  eso, 
cuando  esta  misma  mañana,  celebrábamos  la  Santa  Misa,  al  leer  en  el 
Evangelio  cómo  la  multitud  se  agolpaba  en  torno  a  Jesús  para  oir  la 
palabra  de  Dios  (Lucas,  V,  13),  se  hacía  cada  vez  más  firme  en  Nos 
la  confianza  de  que  dicha  escena  era  el  símbolo  de  los  tiempos  que 
Nos  preparamos  a  vivir  y  que  no  debe  estar  muy  lejano  el  día  en  que 
después  de  vencido  el  error  y  apareciendo  en  toda  su  justeza  la  solu- 
ción cristiana  del  problema  social,  sea  posible  iniciar  una  verdadera 
marcha  de  retorno  de  las  falanges  obreras  hacia  Cristo,  Jesús,  Maestro 
único  y  Salvador  divino. 

...  1°.A  pesar  de  que  — teniendo  delante  el  espectáculo  de  vuestra 
grandiosa  falange — ,  saludamos  regocijados  este  recobrar  de  posiciones 
del  mundo  cristiano  del  trabajo,  no  por  eso  disminuyen  Nuestras  preocu- 


160 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


paciones.  Puesto  que  la  cristiandad  de  una  nación  es  una  parte  del 
Cuerpo  Místico  de  Cristo,  en  cualquier  porte  que  el  enemigo  ata- 
que siempre  afecta  todo  el  organismo.  La  conciencia  del  peligro  co- 
mún para  Italia  cristiana  debe  lograr  que  se  refuerce  en  vosotros  el 
propósito  de  colaborar  con  todos  los  hombres  de  buena  voluntad  para 
combatir  el  espíritu  de  desunión  y  de  odio  entre  los  miembros  de  un 
mismo  pueblo. 

A  ningún  grupo  ciertamente,  es  lícito  abusar  de  esta  vuestra  dispo- 
sición y  buena  voluntad.  Ningún  cristiano  verdadero  hallará  nada  que 
objetar  si  vosotros  os  unís  en  fuertes  organizaciones  para  tutelar  — bien 
que  con  pleno  reconocimiento  de  vuestros  deberes — ,  vuestros  dere- 
chos y  lograr  mejorar  vuestras  condiciones  de  vida.  Más  aún,  preci- 
samente porque  la  acción  concorde  de  todos  los  grupos  de  la  Nación 
es  una  obligación  cristiana,  ninguno  de  ellos  debe  ser  víctima  de  la 
arbitrariedad  y  de  la  opresión  de  los  demás.  Vosotros,  por  lo  tanto, 
obráis  en  plena  conformidad  con  la  doctrina  social  de  la  Iglesia  cuan- 
do, con  todos  los  medios  moralmente  lícitos,  hacéis  valer  vuestros  jus- 
tos derechos. 

Hemos  dicho:  con  todos  los  medios  moralmente  lícitos.  No  es  ne- 
cesario recordaros  que  los  verdaderos  cristianos  ni  siquiera  deben  to- 
mar en  consideración  los  actos  de  violencia  que  ofenden  la  libertad  y 
perjudican  los  bienes  de  otros.  Y  cuando  ellos  usan  del  poder  de  sus 
asociaciones  para  lograr  sus  derechos,  conviene  que  ante  todo  se  val- 
gan de  los  medios  aptos  para  obtener  una  inteligencia  pacífica.  Lue- 
go, es  preciso  examinar  en  particular  si  los  resultados  que  se  preten- 
de obtener  guardan  proporción  con  el  daño  que  se  derivaría  de  una 
acción  de  fuerza.  Este  agrava  de  modo  especial  la  responsabilidad  de 
un  gremio  como  el  vuestro,  ferroviarios  cristianos,  cuya  actividad,  co- 
mo hemos  indicado,  tiene  una  función  vital  pora  la  economía  de  toda 
la  Nación. 

2'. — Hay,  sin  embargo,  otro  peligro:  el  que  también  vosotros  — co- 
mo tantos  hermanos  vuestros  alejados  — limitéis  vuestra  atención,  vues- 
tras preocupaciones  y  el  consiguiente  empeño,  al  problema  de  la  vi- 
da material.  En  vosotros  hay  otra  vida,  la  misma  que  Dios  infundió  en 
vuestra  alma  el  día  del  bautismo.  Perder  esta  vida,  descuidarla^  no 
ocuparse  de  conservar  la  gracia  habitual  santificante,  y  consolarse  con 
el  pensamiento,  por  ejemplo,  que  uno  es  siempre  fiel  a  una  política  cris- 
tiana, no  sería  suficiente  y  podría  llevar  a  una  peligrosa  ilusión.  Voso- 
tros, en  efecto,  debéis  ser  ante  todo  en  lo  interior  cristianos  verdade- 
ros; de  aquí  fluye  luego,  como  consecuencia  natural,  el  adherir  a  la  po- 
lítica cristiana.  Algunos  piensan  y  lo  dicen  sin  rebozo,  que  no  se  pue- 
de, y  ni  siquiera  se  debe,  pensar  en  el  alma  mientras  no  se  haya  pro- 
visto convenientemente  a  las  necesidades  materiales  del  cuerpo. 

¿Es,  acaso,  éste  el  sentido  de  la  palabra  eterna  de  Jesús:  "¿qué 
aprovecha  al  hombre  ganar  todo  el  mundo  si  pierde  su  alma?"  (Mar- 
cos, VIII,  36)?  Esta  palabra  fué  la  que  inspiró  y  sostuvo  a  los  mártires 
de  la  Iglesia  naciente,  y  lo  mismo  enseñan  ahora,  con  su  ejemplo  pre- 
claro, los  confesores  de  la  fe  en  aquellas  tierras  donde  quisieran  ma- 


Asociaciones  Técnicas  y  Profesionales 


161 


tar  a  Dios,  y,  no  siendo  esto  posible,  atormentan  los  cuerpos  de  los 
que  permanecen  fieles  a  El . 

La  vida  material,  sí.  Pero  Jesús,  al  enseñarnos  a  orar,  nos  hace 
pedir  el  pan  nuestro  de  cada  día,  después  de  haber  pedido  que  se  ha- 
ga la  voluntad  del  Padre  celestial  (Mateo,  VI,  10-11).  Por  otrai  parte, 
El  mismo  se  ha  comprometido  a  dar  el  resto  por  añadidura  a  cuontps 
busquen  ante  todo  el  reino  de  Dios  y  su  justicia  (Mateo,  VI,  33). 

Nos,  amados  hijos,  os  exhortamos  vivamente  a  que  os  guardéis  del 
fermento  venenoso  de  los  modernos  fariseos:  acción  social,  sí,  y  opor- 
tuna, concorde,  decidida  cuanto  sea  posible;  pero  no  la  acción  que  pro- 
viene del  odio,  la  cual  preocupándose  únicamente  de  la  vida  material, 
ignora  o  niega  los  valores  preeminentes  del  alma.  A  la  Iglesia,  por  cier- 
to, importa  muchísimo  el  ver  resuelto  el  problema  social,  pero  no  de 
tal  manera  que  entre  tanto  se  pierdan  las  almas. 

3*?. — Por  último,  una  palabra,  amados  hijos,  antes  de  dejaros  y 
bendeciros. 

Está  bien  gozar  de  las  ventajas  ya  obtenidas,  y  es  razonable  mi- 
rar complacidos  el  terreno  conquistado.  Tanto  más  que  con  vuestra 
victoria  no  habéis  pretendido  el  mal  de  nadie  y  queréis  contribuir  al 
bien  de  todos.  Pero  también  es  verdad  que  ninguno  que  pone  la  mono 
en  el  arado  y  mira  atrás,  es  apto  para  el  reino  de  los  cielos  (Lucas, 
IX,  62).  Pensad,  amados  hijos,  en  tantos  como  están  aún  alejados. 
Vosotros  sois  ciertamente  nunierosos;  otros  impedidos  por  el  servicio 
han  tenido  que  contentarse  con  estar  presentes  en  espíritu.  Pero  hoy 
otros  también,  que  pudiendo,  no  han  querido  venir.  Engañados  por 
una  propaganda  maléfica,  creen  aún  — ¡oh  tremenda  equivocación!  — 
que  la  Iglesia,  que  los  ama  ton  tiernamente,  les  quiere  cerrar  el  pttso 
en  el  camino  de  sus  justas  mejoras  y  temen  acercarse  a  Ella;  no  te- 
men, por  el  contrario,  alejarse  de  quien  en  realidad  no  puede  cfuerer  su 
bien  si  destruye  en  ello  la  paz  con  Dios,  si  traisforma  en  odia  el  amor, 
y  en  lucha  la  conveniente  y  justa  acción  en  defensa  de  los  propips 
derechos . 

Hablad  a  esos  hermanos  alejados  con  la  fuerza  de  vuestra  persua- 
sión y  de  vuestro  ejemplo.  Decidles  que  lejos  de  Jesús,  hay  tan  sóJo 
aflicción  y  tristeza,  aun  cuando  hubiese  abundancia  de  bienes  mate- 
riales. Tranquilizedles :  Jesús  no  quiere  que  les  falte  el  pon;  El,  que 
hizo  milagros  para  que  las  turbas  que  le  seguían  no  quedasen  priva- 
das del  necesario  sustento. 

Así  la  gracia  de  Dios,  y  la  buena  voluntad  de  todos  vosotros,  y  de 
todos  los  demás  trabajadores  cristianos  esparcidos  por  toda  Italia,  ace- 
lerarán la  venida  de  aquel  día  en  que  Jesús  reinará  en  los  corazones 
y  en  el  mundo. 


162 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


2.— POSICION  DE  LA  IGLESIA  RESPECTO  DE  LAS 
ASOCIACIONES  PROFESIONALES 


DISCURSO  AL  MOVIMIENTO  OBRERO  CRISTIANO  BELGA 

(11  de  septiembre  de  1949) 
(fragmento) 

Sed  bienvenidos  a  la  casa  del  Padre  común  de  la  cristiandad,  que- 
ridos hijos  y  queridas  hijas,  que  representáis  aquí  a  la  gran  familia 
de  los  trabajadores  cristianos  de  Bélgica.  Gozáis  en  este  instante  de 
una  de  las  más  dulces  alegrías  de  vuestra  vida.  Lo  sabemos  y  vemos 
prueba  de  ello  en  vuestra  diligencia  en  reunir,  centavo  a  centavo,  lo 
necesario  para  subvenir  a  los  gastos  crecidos  de  vuestra  peregrina- 
ció  y  — testimonio  emocionante  de  caridad  fraternal — ,  para  hacer  par- 
tícipes a  otros  más  necesitados  del  favor  de  esta  visita  a  la  Ciudad 
Eterna- 

Venís  de  un  país  que,  por  la  amplitud  y  la  pujanza  de  sus  empre- 
sas industriales,  es  la  admiración  de  todos.  Vosotros  mismos,  por  vues- 
tro Movimiento  Obrero  Católico  de  Bélgica,  constituís  \m  ejército  per- 
fectamente encuadrado  y  formando  por  luchas  frecuentemente  tempes- 
tuosas, compuesto  de  combatientes  enrolados  en  el  servicio  de  Jesu- 
cristo en  el  mundo  del  trabajo;  un  ejército  distribuido  al  mismo  tiempo 
en  formaciones  múltiples  bien  distintas  y  fuertemente  unificadas  por  su 
voluntad  resuelta,  por  su  ambición  ardiente  de  preparar  en  el  campo 
del  trabajo  belga  el  camino  de  la  soberanía  de  Cristo. 

Vuestro  Movimiento  lleva  consigo  una  fuerte  organización  sindical 
que  trata  de  salvaguardar  en  vasta  esfera  los  derechos  del  trabajador 
y  mantenerlos  al  nivel  de  las  exigencias  modernas.  Los  sindicatos  han 
surgido  como  una  consecuencia  espontánea  y  necesaria  del  caoitalismo 
erigido  en  sistema  económico.  Como  a  tales  sindicatos,  la  Iglesia  les 
ha  dado  su  aprobación,  condicionándola  a  que  siempre  se  apoven  so- 
bre las  leyes  de  Cristo  como  su  base  inquebrantable,  y  se  esfuercen 
por  promover  el  orden  cristiano  en  el  mundo  obrero.  Esto  es  lo  aue  pre- 
tendí:^ vuestro  sindicato  y  éste  es  el  título  por  el  cual  Nos  le  bendecimos. 

...  El  obrero,  ser  viviente,  persona  humana,  tiene  otras  necesida- 
des de  orden  superior,  y  si  no  las  satisfaciera,  todas  las  mejoras  de  or- 
den material  serían  en  fin  de  cuentas  sin  provecho.  He  aquí  por  qué 
Nos  alabamos  altamente  vuestros  esfuerzos  al  desarrollar  la  cultura 
espiritual  del  obrero,  y  os  bendecimos. 

.  . .  1  Ojalá  pudiera  particularmente  Nuestra  bendición  hacer  cada 
vez  más  eficaz  y  más  perfecto  vuestro  Movimiento.  El  nombre  mismo, 
¿no  lo  está  ya  significando?  Un  movimiento  no  es  una  simple  construc- 
ción, una  organización  puramente  estática,  por  ingeniosa  y  gigantesca 
que  sea.  Movimiento  dice  vida;  y  la  vida  quiere  decir  capacidad  de 


Asociaciones  Técnicas  y  Profesionales 


163 


adaptación  día  por  día  a  todos  los  deberes,  a  todas  las  actividades  que 
vienen  a  sugerir  el  tiempo,  el  lugar  y  las  circunstancias  más  diversas. 
Vida  que,  brotando  de  las  profundidades,  corre  franca  y  abundante 
por  la  iniciativa  sin  cesar,  vigilante,  de  cada  individuo  y  de  cada  gru- 
po. Persuadios  de  ello;  es  esta  precisamente  la  fuente  interior  en  que 
radica  vuestra  verdadera  fuerza,  mejor  que  el  número  de  vuestros  ad- 
heridos. 

iOjalá  pudiera,  además.  Nuestra  bendición  obtener  para  vosotros, 
— siempre  en  unión  estrecha  con  vuestros  Obispos  "establecidos  por  el 
Espíritu  Santo  pora  gobernar  la  Iglesia  de  Dios"  (Hechos  de  Apost., 
XX,  28) —  el  que  perm.anezcáis  inquebrantablemente  miembros,  y  miem- 
bros devotos  e  insignes  de  esta  Iglesia,  y  el  que  impregnéis  con  la  le- 
vadura de  ia  fe  y  de  la  acción  cristiana  toda  la  vida  privada  y  pública. 

Vuestra  conducta  debe  ser  una  respuesta  clamorosa  a  las  calum- 
nias de  los  adversarios  que  acusan  a  la  Iglesia  de  que  tiene  a  los  ser 
glares  celosamente  maniatados  sin  permitirles  ninguna  actividad  per- 
sonal, y  sin  asignarles  una  tarea  propia  de  su  dominio.  Ni  es  ni  ha  si- 
do jamás  esta  su  actitud.  No  hablamos  aquí  del  crecimiento  interior 
de  la  fe  y  de  la  vida  sobrenatural,  en  la  pureza  del  corazón  y  en  el 
amor  de  Dios  y  en  la  semejanza  divina  que  la  gracia  opera  en  el  se- 
creto de  las  almas.  En  esto,  es  bien  claro  que  cada  uno,  sea  cualquie- 
ra su  clase,  sacerdote  o  seglar,  de  más  alta  o  más  baja  condición,  go- 
za indistintamente  de  los  mismos  derechos  y  los  mismos  privilegios. 
Pero  echad  una  mirada  sobre  la  historia  ya  más  secular  de  vuestra 
Bélgica  moderna;  si  vosotros  habéis  podido  conseguir  resultados  tan 
magníficos,  mejorando,  consolidando  y  perfeccionando  las  posiciones 
católicas  para  el  mayor  bien  de  vuestra  querida  Patria,  ¿no  ha  sido 
en  buena  parte  como  fruto  del  papel  activo  desempeñado  por  los  segla- 
res católicos?  Se  podría  decir  lo  mismo  de  muchos  otros  Estados.  ¿No 
es,  por  tanto,  tan  ridículo  como  odioso  acusar  al  clero  de  haber  con- 
denado a  los  laicos  a  una  humillante  inacción?  Ya  se  trate  de  cues- 
tiones familiares,  escolares  o  sociales;  ya  se  trate  de  la  ciencia,  del 
arte,  de  la  literatura  o  de  la  prensa,  de  la  radio  o  del  cinema;  ya  se 
trate  de  campañas  políticas  para  la  elección  de  los  cuerpos  legisla- 
dores o  para  la  determinación  de  sus  poderes  o  sus  atribuciones  cons- 
titucionales, por  todas  partes  los  seglares  católicos  encuentran  abierto 
ante  ellos  un  vasto  y  fértil  campo  de  acción. 

¡Ojalá,  en  fin,  pudiera  Nuestra  bendición  ayudar  a  la  clase  tra- 
bajadora cristiana  de  Bélgica  a  salir  sana  y  salva  del  peligro  que  en 
este  mismo  tiempo  amenaza  por  todas  partes  al  movimiento  obrero! 
Nos  referimos  a  la  tentación  de  abusar  — hablamos  de  abusar,  y  en 
manera  alguna  de  usar  legítimamente — ,  de  abusar  decimos,  de  la  fuer- 
za de  la  organización,  tentación  tan  rechazable  y  peligrosa  como  la  de 
abusar  de  la  fuerza  del  capital  privado.  Esperar  de  un  tal  abuso  la 
implantación  de  las  condiciones  estables  para  el  Estado  y  la  sociedad, 
sería,  por  parte  de  todos,  vana  ilusión,  por  no  decir  ceguera  y  locura;, 
ilusión  y  locura  doblemente  fatales,  por  lo  demás,  para  el  bien  y  la 
libertad  del  obrero,  que,  de  esta  suerte,  se  precipitaría  a  sí  mismo  en 
lo  esclavitud. 


164 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


La  fuerza  de  la  organización,  por  poderosa  que  se  la  quiera  supo- 
ner, no  es  por  sí  misma  un  elemento  de  orden;  la  historia  reciente  y 
actual  nos  da  constantemente  la  prueba  trágica  de  ello:  quien  tenga 
ojos  para  ver,  puede  convencerse  plenamente.  Hoy  como  ayer,  en  el 
porvenir  como  en  el  pasado,  una  situación  firme  y  sólida  no  puede  edi- 
ficarse sino  sobre  bases  cimentadas  por  la  naturaleza  — en  realidad 
por  el  Creador —  como  fundamento  de  la  estabilidad  únicamente  ver- 
dadera. 

He  aquí  por  qué  Nos  no  dejamos  de  recomendar  constantemente 
la  elaboración  de  un  estatuto  de  derecho  público  de  la  vida  económica 
y  de  toda  la  vida  social  en  general,  según  la  organización  profesional. 
He  aquí  por  qué  no  cesamos  de  recomendar  la  difusión  progresiva  de 
la  propiedad  privada  y  de  las  medianas  y  pequeñas  empresas.  El  sen- 
tido de  la  realidad,  que  es  uno  de  los  distintivos  del  carácter  belga,  ©1 
sentido  cristianamente  clavado  en  el  corazón  mismo  de  vuestro  pueblo, 
queridos  hijos  y  queridas  hijas,  apartará  de  vosotros,  según  firmemen- 
te confiamos,  un  peligro  tan  grave,  si  algima  vez  trata  de  asaltaros. 
No;  sois  de  aquellos  que  edifican  con  el  Señor  la  casa  y  la  ciudad  (Sal- 
mo 126)  para  procurar  el  bien  común,  con  justicia  y  caridad  para  to- 
dos, con  el  espíritu  y  según  la  ley  de  Jesucristo. . . 


DISCURSO  A  LAS  ASOCIACIONES  CRISTIANAS  DE 
TRABAJADORES  ITALIANOS 

(11  de  marzo  de  1945) 

Nuestro  Predecesor  de  sonta  memoria.  Pío  XI,  conmemorando  la 
inmortal  Encíclica  Reium  novarum  de  León  XIH,  recordó  con  cuánta 
alegría  fué  ella  acogida  por  los  trabajadores  cristianos,  "los  cuales  se 
sintieron  protegidos  y  defendidos  por  la  más  alta  autoridad  de  la  tie- 
rra" (Ene.  Quadragesimo  anno).  Vuestra  presencia  en  torno  a  Nos,  que- 
ridos hijos,  es  un  testimonio,  bien  dulce  a  Nuestro  corazón,  de  que  aquel 
sentimiento,  y  aquella  confianza  están  todavía  vivos  en  las  clases  tra- 
bajadoras. Y  Nos,  que,  conociendo  plenamente  su  condición,  quere- 
mos con  toda  Nuestra  alma  sostener  la  causa  de  los  trabajadores  cris- 
tianos, y  también  de  todo  el  vasto  mundo  del  trabajo,  os  damos  con  afec- 
to paterno  la  bienvenida  y,  al  mismo  tiempo,  que  expresamos  Nues- 
tros más  fervientes  votos  por  vosotros  y  por  vuestras  Asociaciones,  de- 
seamos desarrollar  algunas  breves  palabras  de  instrucción  y  de  es- 
tímulo . 

1 . — Y  en  primer  lugar,  ¿qué  son  las  Asociaciones  Ckitólicas  de  obre- 
ros para  sus  propios  miembros?  Ellas  son,  ante  todo,  células  del  apos- 
tolado cristiano  moderno.  No  ya  en  el  sentido  de  que  puedan  o  deban 
sustituir  a  la  parroquia.  Mas  ellas  mantienen,  cultivan  y  custodian  en 
el  mundo  del  trabajo  el  fundamento  religiosó  y  moral  de  la  vida,  de 
una  manera  siempre  adaptada  a  las  particulares  circunstancias  de  to- 


Asociaciones  Técnicas  y  Profesionales 


165 


do  tiempo.  ¡Observar  los  enemigos  de  Cristo!  Ellos  enderezan  a  su  pro- 
vecho toda  la  dificultad  y  los  problemas  de  la  vida  obrera,  para  cap^ 
tar  el  alma  del  trabajador  cristiano,  para  descarriar  su  conciencia  y 
finalmente  distanciarlo  y  apartarlo  del  Salvador  divino.  ¿No  es,  qui- 
zá, esta  una  prueba  evidente  de  que  las  Asociaciones  de  trabajadores 
cristianos  son  hoy  un  medio  indispensable  de  apostolado?;  indispen- 
sable también  allá  donde  el  enemigo  de  Cristo  todavía  no  parece  ha- 
ber puesto  el  pie,  ni  dar  señales  especiales  de  movimiento  y  de  acción, 
porque  después  de  todo,  las  condiciones  prácticas  y  las  necesidades 
cotidianas  del  trabajo  asalariado  conmocionan  las  mentes  incluso  de 
los  hombres  profundamente  creyentes,  y  suscitan  problemas  que,  por 
afectar  a  los  intereses  religiosos  y  morales,  demandan  el  socorro  y  la 
asistencia  de  la  Iglesia.  Llevad,  pues,  por  medio  de  vuestras  Asocia- 
ciones, los  principios  de  la  fe  y  una  sólida  formación  cristiana  a  la 
vida  religiosa  y  moral  del  trabajador  y  de  su  familia;  haced  de  las  Aso- 
ciaciones r(iismas  otros  tantos  centros  de  ima  vida  espiritual  que,  ali- 
mentada abundantemente  por  los  Sacramentos,  expanda  sus  benéficos 
frutos  en  la  palabra  y  en  los  actos  de  una  mutua  caridad  verdaderon 
mente  evangélica.  Firmemente  asentado  sobre  este  sólido  fundamen- 
to, el  trabajador  cristiano  encontrará  al  mismo  tiempo  en  las  Asocia- 
ciones la  posibilidad  de  extender  su  saber  y  su  poder  a  los  otros  carrt- 
pos  de  la  vida  privada  y  pública.  Mas,  sobre  todo,  una  tal  Asocia- 
ción debe  contribuir  a  hacer  apta  la  familia  del  trabajador  cristiano, 
no  menos  sino  todavía  más  que  las  otras  familias,  para  educar  bien 
la  prole  y  para  gobernar  la  casa  con  provecho  espiritual  y  mat^iol 
de  sus  miembros.  Si  ella  corresponde  a  esta  misión,  la  Asociación  ve- 
rá surgir  de  su  seno  verdaderos  apóstoles,  trabajadores  convertidos  en 
apóstoles  entre  sus  compañeros,  a  fin  de  impregnar  y  animar  de  es- 
píritu cristiano  todo  lo  que  circunda  al  operario,  su  campo  de  trabajo, 
su  hogar  doméstico,  y  hasta  sus  honestas  recreaciones. 

2. — Mas  aquí  Nos  tocamos  un  segundo  punto,  que  Nos  llevamos 
sumamente  en  el  corazón:  ¿qué  representan  las  Asociaciones  de  los 
trabajadores  cristianos  para  ias  oirás  ínsíií aciones  obreras?  Nos  pen- 
samos aquí  no  sólo  en  las  sociedades  de  mutua  asistencia,  como  son, 
por  ejemplo,  las  cooperativas  de  consumo,  sino  también  en  los  institu- 
tos públicos  de  seguridad,  para  los  cuales  es  necesaria  la  contribución 
del  trabajador.  Todos  vosotros  sabéis  cuánto  depende  el  buen  éxito  de 
semejantes  empresas,  por  sí  mismas  saludables  y  provechosas,  de  la 
providad,  de  la  honestidad  y  de  la  mutua  confianza  de  aquellos  que 
forman  parte  de  ellas .  Vosotros  conocéis  también  — y  no  falta  cada  día 
más  la  amarga  experiencia —  las  terribles  ruinas  que  la  guerra,  con  sus 
funestas  consecuencias  ha  producido  en  la  moral  social  del  pueblo,  rui- 
nas mucho  más  graves  que  los  mismos  ingentes  daños  materiales.  La 
Asociación  obrera,  sin  esta  virtud  cristiana,  se  convertirá  en  el  peor 
enemigo  de  sí  misma.  En  la  lucha  contra  este  peligro,  las  Asociacio- 
nes cristianas  simiinistrarán  a  las  otras  sociedades  y  obras  de  asisten- 
cia de  las  clases  trabajadoras,  una  ayuda  preciosa.  Si,  en  efecto,  ellas 
fueren  el  vivero  de  la  virtud  sociaL  de  la  rectitud,  de  la  fidelidad,  del 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


obrar  según  conciencia,  proporcionarán  a  las  otras  instituciones  sus  me- 
jores miembros,  sus  más  seguros  dirigentes,  hombres  y  mujeres,  que 
sabrán  suscitar  y  mantener  vivo  el  espíritu  de  responsabilidad  y  de 
solidaridad,  sin  el  cual  ninguna  mutualidad,  ninguna  asegurizadóln 
puede  prosperar;  aquel  espíritu  que  el  Apóstol  Pablo  calificaba  con 
las  palabras  admirables:  "Ayudaos  mutuamente  a  llevar  vuestras  car- 
gas" . 

3.  ; — Examinamos  ahora  brevemente  las  relaciones  de  las  Asocia- 
ciones cristianos  con  los  sindicatos.  Contrariamente  al  sistema  anterior, 
se  ha  logrado  recientemente  en  Italia  la  constitución  de  la  unidad  sin- 
dical. Nos  no  podemos  más  que  esperar  y  augurar  que  la  renuncia  con- 
sentida, con  su  adhesión  también  de  parte  de  los  católicos,  no  acarree 
daño  a  su  causa,  sino  que  aporte  el  fruto  esperado  por  todos  los  traba- 
jadores. Esto  supone  como  condición  fundamental  que  el  Sindicato  se 
mantenga  en  los  límites  de  su  fin  esencial,  que  es  el  de  representar  y 
defender  los  intereses  de  los  trabajadores  en  los  contratos  de  trabajo. 
En  el  ámbito  de  este  oficio,  el  Sindicato  ejercita  naturalmente  un  in- 
flujo sobre  la  política  y  sobre  la  opinión  pública.  Mas  él  no  podrá  tras- 
pasar aquel  límite  sin  ocasionar  grave  perjuicio  a  sí  mismo.  Pero  si 
el  Sindicato  como  tal,  en  virtud  de  la  evolución  política  y  económica, 
viniese  a  asumir  como  un  patronato  o  derecho  de  disponer  libremen- 
te del  trabajador,  de  sus  fuerzas  y  de  sus  bienes,  como  acaece  en  otras 
partes,  el  concepto  mismo  del  Sindicato,  que  es  una  unión  ordenada 
a  la  propia  ayuda  y  defensa,  permanecería  por  esto  alterado  o  destruí- 
do.  Puestas  estas  premisas,  el  Sindicato  y  las  Asociaciones  de  los  tra- 
bajadores cristianos,  tienden  a  un  fin  común,  que  es  el  de  elevar  las 
condiciones  de  vida  del  trabajador.  Los  dirigentes  del  nuevo  Sindi- 
cato único  han  reconocido  "la  altísima  contribución  espiritual  que  los 
trabajadores  católicos  aportan  a  la  obra  de  la  Confederación",  y  han 
rendido  homenaje  al  "soplo  de  la  espiritualidad  evangélica"  que  ellos 
infunden  en  la  Confederación  misma  "para  el  bien  de  todo  el  movi- 
miento obrero".  ¡Quiera  Dios  que  estas  manifestaciones  sean  estables 
y  eficaces,  y  que  el  espíritu  del  Evangelio  constituya  verdaderamente 
la  base  de  la  acción  sindical!  Porque  en  realidad,  si  no  queremos  con- 
tentarnos con  vanas  palabras,  ¿en  qué  consiste  prácticamente  este  es- 
píritu del  Evangelio  sino  en  hacer  prevalecer  los  principios  de  la  jus- 
ticia, según  el  orden  establecido  por  Dios  en  el  mundo,  sobre  la  fuerza 
puramente  mecánica  de  las  organizaciones,  el  amor  y  la  caridad  so- 
bre el  odio  de  clases?  Vosotros  comprendéis  así  qué  importantes  de- 
beres y  obligaciones  de  impulso,  de  vigilancia,  de  preparación  y  de 
perfeccionamiento  corresponden  a  las  Asociaciones  de  los  trabajado- 
res cristianos  en  la  solicitud  por  el  trabajo  sindical. 

4.  — El  cumplimiento  de  esta  obligación  Nos  conduce  a  considerar 
un  cuarto  punto:  ¿qué  parte  tendrán  las  Asociaciones  cristianas  de  los 
trabajadores  en  el  establecimiento  del  nuevo  orden  social?  Hagamos 
aquí  abstracción  del  presente  estado  de  cosas;  este  es  anormal,  y  deja 
por  el  momento  sólo  la  posibilidad  de  determinar,  conforme  a  las  reglas 


Asociaciones  Técnicas  y  Profesionales 


167 


de  la  justicia  y  de  la  equidad,  la  parte  respectiva  de  los  empleado^ 
res  y  de  los  operarios  —  y  éstos  según  sus  diversas  categorías —  en 
sobrellevar  la  carga  derivada  del  elevado  costo  de  la  vida.  Además, 
también  en  condiciones  normales,  las  Asociaciones  cristianas  saben 
que  no  puede  tratarse  de  erigir  en  principio  estable  del  orden  social  el 
simple  acomodamiento  o  armonía  entre  las  dos  partes  — dadores  y 
prestadores  del  trabajo — ,  aun  cuando  él  sea  dictado  por  el  más  puro 
espíritu  de  equidad.  Aquel  principio  tendería,  en  efecto,  a  encontrarse 
en  defecto  desde  el  momento  en  que  la  armonía,  en  contradicción  con 
su  propio  sentido,  abandonase  el  sentimiento  de  justicia  y,  o  se  tras- 
mutase en  una  opresión  o  en  un  ilícito  explotamiento  del  trabajador,  o 
bien  hiciese,  por  ejemplo,  de  lo  que  hoy  se  llama  nacionalización  o 
socialización  de  la  hacienda,  y  democratización  de  la  economía,  un 
arma  de  combate  y  de  lucha  contra  el  dador  privado  del  trabajo  en 
cuanto  tal. 

Las  Asociaciones  cristianas  asienten  a  la  socialización  solamente 
en  el  caso  de  que  aparezca  realmente  requerida  por  el  bien  común, 
vale  decir,  como  el  único  medio  verdaderamente  eficaz  para  remediar 
un  abuso  o  para  evitar  un  despilfarro  de  las  fuerzas  productivas  del 
País,  y  para  asegurar  el  ordenamiento  orgánico  de  estas  mismas  fuer- 
zas y  dirigirlas  al  provecho  de  los  intereses  económicos  de  la  nación^ 
esto  es,  con  la  finalidad  de  que  la  economía  nacional,  en  su  reguilat- 
ción  y  pacífico  desenvolvimiento,  abra  la  puerta  a  la  prosperidad  ma- 
terial de  todo  el  pueblo,  prosperidad  tal  que  constituya  al  mismo  tiempo 
un  sano  fundamento  también  pora  la  vida  culturül  y  religiosa.  En  to- 
do caso,  pues,  ellas  reconocen  que  la  socialización  importa  la  obliga- 
ción de  una  congrua  indemnización,  vale  decir,  calculada  según  lo 
que  en  las  circunstancias  concretas  es  justo  y  equo  para  todos  los  in- 
teresados. 

En  cuanto  a  la  democratización  de  la  economía,  ella  está  no  menos 
amenazada  por  el  monopolio,  o  sea  por  el  despotismo  económico  de  un 
anónimo  conglomerado  de  capital  privado,  que  por  la  fuerza  prepon- 
derante de  multitudes  organizadas  y  prontas  a  usar  de  su  potencia  en 
daño  de  la  justicia  y  del  derecho  ajeno. 

Es  llegado  ahora  el  tiempo  de  abandonar  frases  vacías,  y  de  pen- 
sar con  la  Quadragesimo  anno  en  un  nuevo  ordenamiento  de  las  fuer- 
zas productoras  del  pueblo.  Por  encima  de  ello,  esto  es,  de  la  distin- 
ción entre  dadores  y  prestadores  del  trabajo,  sepan  los  hombres  ver  y 
reconocer  aquella  más  alta  unidad,  la  cual  une  dentro  de  sí  todos  aque- 
llos que  colaboran  en  la  producción,  vale  decir,  la  unión  y  la  solida- 
ridad en  el  deber  de  los  que  han  de  proveer  juntos  establemente  al 
bien  común  y  a  las  necesidades  de  toda  la  comunidad.  ¡Que  esta  so- 
lidaridad se  extienda  a  todos  los  ramos  de  la  producción;  que  llegue 
a  ser  el  fundamento  de  un  mejor  orden  económico,  de  una  sana  y  jus- 
ta autonomía;  y  abra  a  las  clases  trabajadoras  el  camino  para  adqui- 
rir honestamente  su  parte  de  responsabilidad  en  la  conducción  de  la 
economía  nacionall  En  tal  modo,  gracias  a  esta  armónica  ordenación 
y  cooperación,  a  esta  más  íntima  unión  del  trabajo  con  los  otros  fac- 


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El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


tores  de  la  vida  económica,  el  trabajador  llegará  a  encontrar  en  su  ac- 
tividad una  ganancia  tranquila  y  suficiente  para  el  sostenimiento  su- 
yo y  de  la  familia,  una  verdadera  satisfacción  de  su  espíritu,  y  un  po- 
deroso estímulo  hacia  su  perfeccionamiento. 

¡Puedan  las  Asociaciones  cristianas  de  los  trabajadores  italianos, 
en  este  tiempo  de  miseria,  promover  la  unión  y  la  solidaridad  de  los 
hombres  en  toda  la  vida  económica!  Entonces,  un  espíritu  nuevo  hará, 
sí,  que  el  trabajo  nacional  pueda  superar  la  dificultad  derivada  de  la 
estrechez  del  espacio  y  de  la  penuria  de  los  medios. 

El  fermento  más  eficaz  ^podríamos  también  decir,  el  sólo  verda- 
deramente eficaz —  para  crear  este  sentido  de  solidaridad,  garantía  se- 
gura de  rectitud  y  de  paz  social,  reside  en  el  espíritu  del  Evangelio,  y 
se  difunde  en  vosotros  desde  el  corazón  del  Homibre-Dios,  Salvador  del 
mundo.  Ningún  trabajador  ha  estado  jamás  tan  perfectamente  y  pro- 
fundamente penetrado  por  él  como  el  que  vivió  con  Cristo  en  la  más 
estrecha  intimidad  y  comunidad  de  familia  y  de  trabajo,  su  Padre  adop- 
tivo, San  José. 

Bajo  el  poderoso  patrocinio  de  El,  Nos  ponemos  por  consiguiente 
vuestras  Asociaciones  obreras  católicas,  a  fin  de  que  les  sea  dado,  en 
una  hora  de  tan  graves  resoluciones  y  peligros  para  todo  el  mundo  del 
trabajo,  corresponder  plenamente  a  su  providencial  misión.  Entre  tan- 
to, como  prenda  de  las  más  abundantes  gracias  divinas,  impartimos 
desde  el  fondo  de  Nuestro  corazón  a  vosotros,  a  todos  los  miembros  de 
vuestras  Asociaciones,  a  vuestras  familias,  a  todas  las  personas  que 
os  son  queridas.  Nuestra  Bendición  apostólica. 


3.—   ASOCIACIONES  TECNICAS  ESPECIALIZADAS 


DISCURSO  AL  CONSEJO  DE  ADMINISTRACION  DE  LA  ORGANIZACION 
INTERNACIONAL  DEL  TRABAJO 

(19  de  noviembre  de  1954) 


Si  a  lo  largo  de  este  año  hemos  tenido  a  menudo  ocasión  de  conver- 
sar con  los  representantes  de  las  más  diversas  asociaciones  profesio- 
nales, y  de  decir  a  cada  uno  de  ellos  Nuestro  interés  y  Nuestra  solici- 
tud. Nos  es  particularmente  grato,  señores,  recibir  ahora  a  los  delega- 
dos de  esta  Organización  Internacional  del  Trabajo  que  representa,  en 
verdad,  a  la  inmensa  multitud  de  los  trabajadores,  con  sus  preocupa- 
ciones, sus  dificultades  y,  sobre  todo,  su  deseo  de  un  mundo  mejor  y 
más  justo. 

Desde  hace  más  de  treinta  años,  paciente  e  incansablemente,  ha- 
béis edificado  una  obra  de  las  que  con  buen  derecho  podéis  considera- 
ros orgullosos,  no  solamente  porque  habéis  contribuido  al  progreso  de 


Asociaciones  Técnicas  y  Profesionales 


169 


la  legislación  social  de  los  diversos  Estados,  sino,  sobre  todo,  porque 
habéis  reunido  en  una  colaboración  valiente  y  fecunda  a  los  gobiernos, 
a  los  empleados  y  a  los  obreros.  Los  habéis  llevado  a  dominar  toda 
pasión,  todo  sentimiento  de  dura  reivindicación,  cualquier  obstinada 
oposición  en  relación  con  una  evolución  inevitable,  para  escucharos 
recíprocamente,  para  sopesar  serenamente  los  datos  de  un  problema 
sumamente  complejo,  para  proponer  de  común  acuerdo  las  necesarias 
mejoras.  De  esta  forma  habéis  abierto  una  especie  de  íorum  interna- 
cional, un  lugar  de  intercambios  en  donde  todas  las  informaciones  in- 
dispensables y  las  sugerencias  útiles  son  recogidas,  comprobadas  y 
divulgadas.  Tras  una  larga  elaboración,  un  severo  trabajo  de  crítica 
y  discusión,  la  conferencia  general  elabora  las  convenciones  que,  aún 
sin  tener  fuerza  de  ley,  en  los  diversos  Estados  miembros,  tienen,  sin 
embargo,  que  ser  discutidas  por  ellos,  y  después  de  la  ratificación,  pue- 
den llegar  a  ser  verdaderos  tratados  internacionales. 

Baste  comparar  el  estado  actual  de  la  legislación  del  trabajo  con 
el  que  existía  en  el  momento  de  la  primera  guerra  mundial,  para  apre- 
ciar la  vastedad  de  la  labor  realizada.  Ya  en  el  pasado  siglo  se  pre- 
sentía la  necesidad  de  un  organismo  de  coordinación,  capaz  de  unifi- 
car los  esfuerzos  de  los  trabajadores  en  la  lucha  contra  las  situaciones 
inhumanas  en  las  que  se  debatían.  Se  comprendía  perfectamente,  en 
efecto,  que  las  medidas  de  defensa  y  de  protección  social  impondrían 
pesos  económicos,  y  pondrían  en  estado  de  inferioridad  al  país  que  se 
decidiera  a  aplicarlas. 

Nuestro  predecesor  León  XIII  supo  percibir  exactamente  la  gran 
importancia  de  la  colaboración  internacional  en  la  cuestión  social.  Ya 
en  1890,  un  año  antes  de  la  publicación  de  la  Encíclica  Rerum  nova- 
rum,  escribía  a  propósito  de  la  Conferencia  Internacional  que  iba  a 
reunirse  en  Berlín  para  buscar  los  medios  apropiados  para  mejorar  las 
condiciones  de  las  clases  trabajadoras,  que  respondía  "a  uno  de  sus 
votos  más  amados",  y  añadía  (Nos  traducimos  este  texto  del  italia- 
no): "La  conformidad  de  los  puntos  de  vista  y  de  las  legislaciones,  en 
cuanto  al  menos  lo  permiten  las  diversas  condiciones  locales  de  los  paí- 
ses, será  de  tal  naturaleza  que  hará  progresar  grandemente  la  cues- 
tión hacia  una  justa  solución"  (Carta  al  Emperador  Guillermo  II,  14 
de  marzo  de  1890;  Leonis  XIII  P.  M.  Acta,  vol.  X,  págs.  95-96).  Poco 
después,  en  1893,  aprobó  el  proyecto  que  se  proponía  reunir  un  congre- 
so de  delegados  obreros  sin  distinción  de  nacionalidades  y  de  opinio- 
nes políticas- 

En  1900  fué  creada  la  Asociación  Internacional  para  la  protección 
legal  de  los  trabajadores,  pero  la  guerra  vino  muy  pronto  a  interrum- 
pir sus  tareas.  De  todas  formas,  no  se  tratabct  más  que  de  una  inicia- 
tiva privada.  Más  serias  esperanzas  podían  ponerse  en  una  institu- 
ción oficialmente  reconocida  por  los  diversos  Estados.  El  voto  unáni- 
me se  realizó  por  fin  en  1919,  y  la  Organización  Internacional  del  Tra- 
bajo no  ha  dejado  a  partir  de  entonces  de  corresponder  cada  vez  en 
forma  más  adecuada  a  las  esperanzas  de  los  trabajadores  y  de  todos 
los  hombres  sinceramente  consagrados  a  la  justicia. 


170 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


Ya  sea  mediante  su  estructura  central:  Conferencia  general,  Con- 
sejo de  Administración,  Oficina  Internacional  del  Trabajo,  o  bien  con 
el  concurso  de  sus  órganos  más  especializados:  Conferencias  Regiona- 
les y  Comisiones  de  la  Industria,  la  "Organización  Internacional  del 
Trabajo"  ha  apoyado  eficazmente  a  los  sindicatos  obreros  en  su  acción 
en  pro  de  la  mejora  del  estado  de  los  trabajadores.  Mientras  que  la 
Carta  Internacional  del  Trabajo,  que  tiende  sobre  todo  a  la  supresión 
de  los  abusos,  fijaba  vuestros  objetivos  principales  en  la  época  de  la 
fundación,  la  Declaración  de  Filadelfia,  formulada  en  1944,  se  preocu- 
paba de  adaptarlos  a  las  nuevas  circunstancias.  La  lucha  combcrtida 
durante  las  dos  guerras  había  hecho  que  se  sintiera  más  claramente 
la  necesidad  de  una  solución  positiva  y  señalaba  sus  primeros  elemen- 
tos. La  limitación  de  la  duración  del  trabajo,  la  reglamentación  del 
trabajo  de  las  mujeres  y  de  los  adolescentes,  las  medidas  de  protec- 
ción contra  la  enfermedad,  el  paro  y  los  accidentes,  exigían  un  comple- 
jo orgánico  de  realizaciones  que  se  retiene  poder  incorporar  en  las  fór- 
mulas de  asistencia  social  y  de  ocupación  total  de  los  trabajadores. 
Entre  todos  los  sectores  en  los  que  se  desarrolla  hoy  vuestra  actividad, 
digno  de  especial  relieve  es  el  de  las  relaciones  entre  patronos  y  obre- 
ros, que  constituye  uno  de  los  aspectos  más  delicados  de  la  evolución 
de  la  sociedad  moderna.  Ya  la  Organización  Internacional  del  Tra- 
bajo se  ha  ocupado  de  los  contratos  colectivos,  de  la  conciliación  y  del 
arbitraje,  de  la  colaboración  entre  patronos  y  obreros  en  el  ámbito  de 
la  empresa-  En  la  hora  actual  el  factor  humano  que  fué  muy  descui- 
dado — aunque,  sin  embargo,  jamás  por  la  doctrina  social  católica — 
llama  la  atención  sobre  todo  de  los  sociólogos.  Y  Nos  consta  que  vo- 
sotros deseáis  colocarlo  en  el  primer  plano  de  vuestras  preocupaciones. 

La  eficacia  de  vuestra  institución  y  su  autoridad  derivan  en  líneas 
generales  del  respeto  que  profesa  al  alto  ideal  que  anima  a  los  pro- 
motores de  una  civilización  completamente  abierta  a  las  aspiraciones 
de  los  trabajadores.  La  Organización  Internacional  del  Trabajo  no  ha 
querido  representar  solamente  a  una  clase  social,  ni  convertirse  en  el 
medio  de  expresión  de  una  exclusiva  tendencia.  Acoge  todo  lo  que  es 
constructivo,  todo  lo  que  responde  a  las  necesidades  reales  de  una 
sociedad  armoniosamente  compuesta,  y  por  ello  nuestro  predecesor  Pío 
XI  no  vaciló  en  subrayar  la  notable  coincidencia  de  los  principios  ex- 
puestos en  la  Carta  del  Trabajo  con  los  contenidos  en  la  encíclica  fíe- 
rum  novarum.  Los  movimientos  cristianos,  por  su  parte,  han  dado  su 
plena  adhesión  a  la  Organización  Internacional  del  Trabajo,  y  se  hon- 
ran en  tomar  parte  en  sus  deliberaciones.  Esperan  de  esta  formó  al- 
canzar antes  y  más  seguramente  su  objetivo  social.  Lo  cual  supone 
ante  todo  el  establecimiento  de  condiciones  de  vida  que  tutelen  los 
derechos  imprescindibles  de  la  persona  humana,  contenidos  en  la  ley 
natural  o  formulados  en  la  ley  positiva;  pero  la  ley,  como  tal,  no  es 
más  que  una  norma  indiferente,  una  barrera  que  contiene  las  desvia- 
ciones: lo  esencial  es,  en  todo  caso,  el  espíritu  que  anima  a  sus  defen- 
sores, el  arrojo  que  supera  las  perspectivas  actuales,  indudablemente 
mejores  que  las  del  pasado,  pero  aún  oscuras  en  muchos  puntos,  en- 


Asociaciones  Técnicas  y  Profesionales 


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vueltas  en  la  incertidumbre  que  hace  pesar  sobre  ellas  la  debilidad 
humana.  Para  entregarse  con  ardor  a  la  edificación  de  una  sociedad 
temporal  en  la  que  pueda  florecer  sin  temor  alguno  la  iniciativa  pri- 
vada; en  la  que,  dentro  del  absoluto  respeto  de  la  personalidad  hu- 
mana, desaparezcan  los  repliegues  y  expedientes  del  individuo;  en  la 
que  se  pueda  dar  con  toda  el  alma  la  adhesión  a  los  principios  supa- 
riores  morales  y  religiosos,  es  necesario  creer  en  los  valores  espiritua- 
les y  contar  firmemente  con  su  triunfo  sobre  todas  las  fuerzas  de  dis- 
gregación y  de  discordia. 

Se  hallan  en  juego  no  solamente  los  intereses  de  la  clase  traba- 
jadora y  su  acceso  al  pleno  ejercicio  de  sus  propias  responsabilida- 
des, sino  todo  el  porvenir  de  la  sociedad  humana.  El  movimiento  obre- 
ro no  puede  contentarse  con  victorias  materiales,  con  un  sistema  más 
perfecto  de  garantías  y  de  seguros,  con  una  parte  más  vasta  de  in- 
fluencia sobre  el  régimen  económico:  no  puede  concebir  su  futuro  en 
función  de  una  oposición  a  los  demás  clases  sociales  o  al  exagerado 
dominio  del  Estado  sobre  los  individuos.  El  fin  a  que  tiende  debe  ser 
considerado  en  el  plano  mismo  en  que  lo  ha  puesto  vuestra  organiza- 
ción, es  decir,  el  mundial  — como  lo  ha  entrevisto  la  encíclica  Quadrct- 
gesimo  anno — ,  en  un  orden  social  en  el  que  el  bienestar  material  sea 
el  resultado  de  una  sincera  colaboración  de  todos  en  el  bien  general 
y  sirva  de  sostén  de  valores  más  sublimes,  los  de  la  civilización,  y,  so- 
bre todo,  de  la  indefectible  unión  de  los  espíritus  y  de  los  corazones. . . 
(Termina  con  la  Bendición  Apostólica). 


DISCURSO  AL  CONGRESO  MUNDIAL  DE  PREVISION  DE  LOS 
ACCIDENTES  DEL  TRABAJO 

(3  de  abril  de  1955) 

Al  acogeros  aquí,  señores  asistentes  al  Primer  Congreso  Mundial 
de  Previsión  de  los  accidentes  del  trabajo,  Nos  nos  trasladamos  en  es- 
píritu al  mes  de  noviembre  del  año  posado,  en  que  tuvimos  el  placer 
de  recibir  en  Costelgandolfo  a  los  miembros  del  Consejo  de  Adminis- 
tración de  la  Organización  Internacional  del  Trabajo.  Nos  felicitamos 
entonces  vivamente  a  este  organismo  por  haber  contribuido  en  gran 
medida  al  desarrollo  de  la  legislación  social  en  muchos  países,  y  por 
dedicarse  con  ardor  al  estudio  de  los  problemas  actuales  que  plantean 
las  relaciones  entre  patronos  y  obreros.  Uno  de  esos  problemas,  conse- 
cuencia del  desarrollo  continuo  del  maquinismo,  es  el  aumento  del 
número  de  accidentes  del  trabajo,  particularmente  agudizado  tras  la 
última  guerra.  Para  hacer  frente  al  mismo  el  Ente  Nazionale  di  Preven- 
zíone  degii  Infortuni  su!  lavoro,  con  el  concurso  del  Bureau  Internatio- 
nal du  travail  os  ha  invitado  a  este  Congreso.  Muy  reconocido  al  ho- 
menaje que  vosotros  queréis  tributarnos,  aprovechamos  gustosos  es- 
ta ocasión  para  dirigiros  unas  palabras  de  la  más  sincera  felicitación 
y  de  aliento. 


172 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


Desde  hace  algunos  decenios,  la  lucha  contra  los  accidentes  del 
trabajo  continúa  con  energía  al  amparo  de  organismos  técnicos  es- 
pecializados. Puede  verse  en  ello  una  de  las  consecuencias  más  pro- 
vechosas del  impulso  que  le  dieron  en  el  siglo  último,  en  aumento  cons- 
tante desde  entonces,  tantos  hombres  generosos,  preocupados  por  me- 
jorar la  condición  material  y  moral  de  los  traba[adores,  y  cuyos  esfuer- 
zos fueron  sostenidos  y  orientados  por  Nuestros  predecesores  León 
XIII  y  Pío  XI  con  sus  Encíclicas  sociales.  Se  han  creado  importantes 
asociaciones  que,  muchas  veces  con  el  apoyo  de  los  poderes  públicos, 
se  dedican  a  estimular  la  acción  de  los  sabios,  de  los  técnicos  y  de 
todos  los  responsables  en  materia  de  seguridad  e  higiene  del  trabajo- 
Pero  se  dejaba  ver  cada  vez  más  la  necesidad  de  evitar  la  dispersión 
de  fuerzas,  de  poner  en  común  el  fruto  de  las  experiencias  y  de  las  in- 
vestigaciones realizadas  en  diversos  frentes,  de  coordinar  las  inicia- 
tivas en  un  plan  internacional  lo  más  vasto  posible.  Tal  es  el  obje- 
to de  este  Congreso  Mundial,  que  invita  a  sus  reuniones  a  represen- 
tantes de  los  organismos  de  previsión  de  los  Estados  miembros  de  la 
Organización  Internacional  del  Trabajo. 

Entre  los  temas  de  las  comunicaciones  y  discusiones  que  figuran 
en  vuestro  programa,  observamos  en  particular  el  estudio  del  objeto 
y  fiincionamiento  de  los  comités  de  seguridad,  las  exigencias  que  im- 
pone a  los  constructores  la  seguridad  de  las  máquinas,  la  influencia  de 
los  factores  humanos  y  especialmente  de  la  selección  y  formación  pro- 
fesionales, los  problemas  de  colaboración  internacional  en  materia  de 
seguridad.  Temas  muy  generales,  sin  duda,  pero  que  exigen  solucio- 
nes particulares  y  que  deben  ser  abordados  por  este  primer  Congreso 
Mundial. 

Sin  perder  de  vista  el  papel  de  los  factores  técnicos  en  la  previsión 
de  los  accidentes  del  trabajo,  factores  tan  diversos  según  las  industrias, 
convenía  poner  en  evidencia  un  aspecto  más  delicado,  la  intervención 
de  motivos  humanos.  La  lucha  que  vosotros  conducís  prolonga,  en  efec- 
to, el  esfuerzo  incansable  que  el  hombre  realiza  desde  el  principio 
para  dominar  la  materia,  su  resistencia  ciega,  sus  reacciones  descon- 
certantes y  a  veces  repentinas  y  terribles  para  quien  trata  de  ence- 
rrarla más  y  más  en  la  red  de  sus  invenciones.  Toda  obra  humano 
lleva  consigo  cierto  riesgo,  físico,  económico  o  moral;  se  puede  y  hasta 
debe  ser  aceptado,  cuando  este  no  pasa  los  límites  que  señala  la  pru- 
dencia. El  hombre,  por  lo  demás,  encuentra  en  esta  especie  de  reto 
un  poderoso  estímulo  psicológico.  Pero  por  otra  parte,  nadie  puede 
comprometer,  sin  razón  grave,  su  salud  o  la  de  sus  semejantes,  exponer 
su  vida  o  la  de  otro.  Y,  sin  embargo,  ¿cuántas  imprudencias,  cuántas 
negligencias  culpables,  cuántos  riesgos  deliberadamente  aumentados 
no  lleva  consigo  el  solo  deseo  de  evitar  las  cargas  económicas  y  los 
sacrificios  materiales,  que  supone  toda  aplicación  de  las  medidas  de 
protección?  La  pendiente  de  la  facilidad  interviene  aquí  para  todos  en 
el  mismo  sentido:  con  el  fin  de  evitar  pérdidas  de  tiempo  y  para  acre- 
centar la  producción  y  el  provecho,  o  simplemente  para  ahorrarse  un 
esfuerzo  psicológico  desagradable,  se  afloja  toda  vigilancia  o  se  des- 
cuidan precauciones  a  veces  las  más  elementales. 


Asociaciones  Técnicas  y  Profesionales  173 


Si  se  considera,  en  cambio,  la  evolución  social  reciente  y  si  se  pien- 
sa-en  ella  un  poco,  se  percibirá  sin  dificultad  lo  bien  fundado  y  útil 
que  es  semejante  esfuerzo.  Nadie  al  presente  pone  ya  en  discusión  la 
parte  que  tienen  las  disposiciones  subjetivas  en  el  rendimiento  del  tra- 
bajador. El  desconocimiento  de  las  exigencias  físicas,  afectivas,  mora- 
les del  ser  humano  acaban  por  exasperarlo  y  por  dirigirlo  contra  aque- 
llos que  desprecian  su  dignidad.  ¿Cómo  podría  subsistir  el  interés  que 
cada  uno  pone  en  su  cometido  y  la  conciencia  profesional  que  le  mue- 
ve a  desempeñarlo  con  perfección,  mientras  pese  sin  cesar  la  amena- 
za de  un  accidente  que  privaría  al  individuo  y  a  su  familia  del  salario 
del  que  depende  su  sustento  material?  Bajo  el  punto  de  vista  econó- 
mico simplemente,  estas  razones  bastarían  para  suscitar  en  los  em- 
presarios la  voluntad  de  garantizar  a  sus  obreros  condiciones  conve- 
nientes de  seguridad  y  de  higiene. 

Entre  los  medios  de  orden  general  usados  a  este  efecto,  es  cierto 
que  la  selección  y  la  preparación  profesional,  igual  que  el  perfeccio- 
namiento de  la  mano  de  obra,  tienen  una  importancia  capital.  El  he- 
cho proviene  claramente  del  aumento  de  la  frecuencia  de  accidentes 
entre  los  obreros  emigrados,  dedicados  a  trabajos  industriales,  para  los 
que  no  están  preparados  ni  por  un  largo  aprendizaje,  ni  por  una  tradi- 
ción familiar  o  regional.  Considerada  desde  este  punto  de  vista,  la 
cuestión  se  presenta  con  una  vastísima  amplitud  y  manifiesta  uno  de 
sus  caracteres  típicos:  los  problemas  específicos  de  seguridad  ooin- 
tra  los  accidentes  del  trabajo  no  encontrarán  completa  solución  más 
que  considerándolos  de  nuevo  en  un  plan  de  conjunto,  que  deberá  te- 
ner en  cuenta  todos  los  aspectos  de  la  vida  del  trabajador,  y  que  da- 
rá satisfacción  a  todas  sus  legítimas  aspiraciones.  La  aplicación  de  me- 
didas de  orden  técnico  se  facilitará  con  esto  y  producirá  excelentes  re- 
sultados seguros,  que  no  obtendrían  ni  la  coacción,  ni  otros  medios  ex- 
ternos de  persuasión. 

Estas  breves  consideraciones  bastarán  para  ilustrar  lo  complejo 
de  los  problemas  que  afrontan  los  organismos  de  previsión.  ¡Cuántas 
pacientes  investigaciones,  cuánta  competencia,  cuánto  espíritu  de  co- 
laboración es  menester  emplear  pora  resolver  los  problemas  técnicos! 
Y  ¡qué  decir  de  los  múltiples  obstáculos  con  que  tiropieza  la  aplicación 
de  los  medios  de  protección!  Dificultades  provenientes,  a  veces,  de 
los  mismos  interesados,  que  no  llegan  a  comprender  el  alcance  de  lo 
que  se  les  pide,  las  trágicas  consecuencias  de  los  actos  que  se  les  pro- 
hibe, o  que,  sin  negar  la  necesidad  de  los  reglamentos  impuestos,  se 
deja  poco  a  poco  de  aplicarlos  y  cuya  buena  voluntad  hay  que  esti- 
mular sin  descanso. 

Con  el  fin  de  mantener  el  ardor  que  os  incita  a  estudiar  estos  pro- 
blemas y  a  promover  sus  soluciones,  os  proponéis,  señores,  el  noble  fin 
de  un  servicio  social  indispensable  en  la  época  presente.  En  su  as- 
pecto temporal,  vuestra  intención  se  asemeja  a  la  de  la  Iglesia  y  su  di- 
vino Fundador,  cuya  vida  y  muerte  estuvieron  consagradas  a  la  huma- 
nidad doliente  para  proporcionar  un  remedio  a  sus  males.  Si  toca  o 
Cristo  sólo  el  mitigar  las  muchas  miserias  y  servidumbre  que  pesan 


174 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


sobre  el  género  humano,  haciendo  brillar  la  esperanza  de  la  reden- 
ción, es  también  necesario  buscar  en  Ella  la  fuerza  interior,  tan  nece- 
saria a  quien  se  inspira  en  su  ejemplo  y  desea  extender  entre  los  hom- 
bres de  hoy  la  acción  bienhechora  que  El  ejercitó.  Las  solemnes  con- 
memoraciones de  esta  semana  sugerirán  a  la  mayor  parte  de  vosotros, 
Nos  estamos  seguros  de  ello,  las  disposiciones  de  alma,  que  les  sos- 
tendrán en  su  labor  con  frecuencia  penosa  e  ingrata. 

En  prenda  de  los  auxilios  divinos  que  Nos  imploramos  para  voso- 
tros, vuestras  familias,  vuestros  colaboradores  y  todos  vuestros  seres 
queridos,  os  damos  de  todo  corazón  Nuestra  Bendición  Apostólica. 


CARTA  AL  CONGRESO  DE  LA  FEDERACION  INTERNACIONAL  DE 
MOVIMIENTOS  OBREROS  CRISTIANOS 

(8  de  mayo  de  1955) 

A  Nuestros  amados  hijos  Sac.  Hermonn  Joseph  Schmitt  y  Joseph 
Gockeln,  Delegados  de  la  Fédérotion  Internationale  des  Mouvements 
Ouvriers  Chrétiens: 

Con  especial  interés  hemos  sabido  por  vuestra  carta  del  30  de 
abril  último,  que  la  Fédération  Internationale  des  Mouvements  Ouvriers 
Chrétiens  se  dispone  a  celebrar  en  Düsseldordf  un  Congreso  Interna- 
cional, el  primero  en  esta  postguerra. 

No  diversamente  de  Nuestro  Predecesor  Pío  XI,  de  veneranda  me- 
moria, saludamos  Nos  igualmente  la  actividad  de  las  asociaciones  na- 
cionales de  obreros  católicos  en  el  campo  internacional,  y  no  pode- 
mos dejar  de  augurar  Nos  que  el  Congreso  de  Düsseldorf  ponga  de  re- 
lieve, en  forma  aún  más  viva  y  más  difusa,  la  necesidad  y  utilidad  de 
esa  colaboración. 

La  tendencia  a  construir  asociaciones  internacionales  en  los  más 
diversos  sectores  toma  cada  vez  más  incremento,  tanto  con  el  apoyo  gu- 
bernamental como  por  obra  de  la  iniciativa  privada.  Incluso  quienes, 
y  no  sin  motivo,  creen  poder  descubrir  en  este  campo  peligros  de  un 
excesivo  desarrollo  en  el  campo  de  la  organización,  habrán  de  tener 
presente,  sin  embargo,  la  necesidad  de  que  la  influencia  del  pensa- 
miento y  de  la  acción  de  los  católicos  sea  más  fuerte  que  nunca.  He 
aquí  una  misión  que  habrá  de  ser  resuelta  necesariamente,  y  que  co- 
rresponde a  vosotros  hacer  prevalecer  ya  sea  directamente  como  en 
forma  indirecta,  en  el  seno  de  las  organizaciones  internacionales  ofi- 
ciales o  no  oficiales,  por  el  bien  de  la  Iglesia  y  de  los  trabajadores  cris- 
tianos. 

Además,  tan  sólo  mediante  la  colaboración  internacional  de  las 
asociaciones  de  trabajadores  católicos  puede  llegarse  a  una  visión  pre- 
cisa de  la  situación  y  de  las  necesidades  del  trabajador  cristiano  y  ca- 
tólico. Ya  que,  indudablemente,  esa  visión  — comparada  con  los  tiem- 


Asociaciones  Técnicas  y  Profesionales 


175 


pos  de  la  Encíclica  Rerum  novarum —  resulta  en  la  actualidad  mucho 
más  varia  y  diversa.  El  motivo,  como  bien  sabéis,  hay  que  buscarlo 
ante  todo  en  la  diversidad  del  desarrollo  económico  en  los  distintos 
países,  sobre  todo  en  el  campo  industrial  no  menos  que  en  el  de  la  pro- 
ducción agrícola.  Vuestra  Federación  Internacional,  por  consiguiente, 
habrá  de  contribuir  a  la  clasificación  de  esa  visión,  mediante  intercam- 
bio de  informaciones  y  con  estudios  propios,  haciéndose  de  este  modo 
útil  también  a  la  Iglesia,  cuya  doctrina  social  no  solamente  orienta  en 
forma  constante  la  actividad  práctica,  sino  que  a  su  vez  es  también 
orientada  por  ésta.  No  diverso,  por  lo  demás,  es  el  caso  que  ee  regis- 
tra en  la  cura  de  almas,  que  se  lleva  a  cabo  conforme  al  espíritu  de 
los  tiempos. 

La  necesidad,  a  la  que  vosotros  mismos  aludís,  en  vuestra  carta, 
de  ocuparse  de  lo  trabajadores  en  los  llamados  "países  no  adelanta- 
dos" se  impone  indudablemente  desde  ahora.  Vuestra  actividad  inter- 
nacional os  pondrá  en  condiciones  de  ayudar  eficazmente  a  la  causa 
de  los  trabajadores  católicos  en  dichos  países,  con  el  fin  de  que  no 
sean  despreciados  o  lleguen  a  ser  presa  de  tendencias  no  cristianas. 
Nos  no  pensamos  tan  sólo  en  las  ayudas  materiales  sino  también  en 
la  preparación  de  dirigentes  capaces,  en  la  misión  de  ayudar  a  los 
Obispos,  y  en  la  formación  adecuada,  en  esos  países,  de  sacerdotes 
y  de  seglares.  Y  sobre  esas  finalidades  es  sobre  las  que  Nos  invoca- 
mos la  clemente  guía  de  la  divina  Providencia,  con  el  fin  de  que  fa- 
cilite vuestra  labor  con  las  autoridades  competentes,  llevándola  a  buen 
fin. 

No  menos  significativa  será  la  aportación  de  vuestra  Federación 
Internacional  igualmente  en  los  casos  que  revisten  carácter  menos  ur- 
gente. 

La  visión  que  ofrecen  los  trabajadores  católicos,  asociados  en  la 
esfera  internacional,  atraerá  y  apasionará,  en  primer  lugar,  a  vuestra 
juventud.  De  no  pocos  países  llegan  lamentaciones  de  que  los  jóve- 
nes, en  cuanto  sus  intereses  puramente  personales  y  materiales  re- 
sultan en  algún  modo  asegurados,  se  muestran  poco  propensos  a  las 
cuestiones  y  a  las  necesidades  de  la  comunidad.  Es  más,  se  desinte- 
resan en  ella.  Sin  embargo,  nadie  pretenderá  que  no  sea  posible  des- 
pertar en  ellos  interés  a  este  propósito.  No  deben  negarse,  precisamen- 
te hoy,  cuando  las  aspiraciones  de  la  clase  media  obrera  en  la  vida  so- 
cial, se  hallan  camino  de  su  logro.  jOjalá  que  vuestra  Federación  In- 
ternacional pueda  estimular  el  celo  de  los  jóvenes  por  la  causa  cató- 
lica y  por  su  irradiación  en  todos  los  campos  de  la  vida!  |Y  que  pue- 
da encontrar  los  medios  aptos  para  hacer  cada  vez  más  vastos  los  ho- 
rizontes espirituales  de  los  jóvenes  trabajadores! 

Vuestra  Federación  Internacional  Nos  es  de  garantía  de  que  una 
orientación  unitaria  con  respecto  a  la  constitución  del  Estado  y  de  la 
sociedad  se  va  afirmando  cada  vez  más  en  vastos  sectores  del  pueblo 
trabajador  católico.  La  justicia  y  el  amor,  en  las  relaciones  persona- 
les entre  los  hombres,  decaen  en  casi  todas  partes,  y  ello  es  preciscí- 
mente  porque  — en  nombre  de  la  justicia  y  del  amor—  se  ha  queíido 


176 


El  Orden  EcoNÓMico-SoaAL  Cristiano 


organizar  todo  más  allá  de  cualquier  límite,  incluso  donde  el  rigor  or- 
ganizativo no  es  apropiado.  Esto  se  encuentra  en  contradicción  con  las 
enseñanzas  sociales  de  la  Iglesia.  El  afán  de  organización  no  debe 
hacer  caso  omiso  de  la  conciencia  y  de  la  responsabilidad  personal: 
los  pequeños  centros  de  vida  deben  ser  mantenidos  y  reforzados;  des- 
de la  base  habrá  de  darse  de  nuevo  posibilidad  a  los  hombres  de  asu- 
mir responsabilidades  para  sus  fines  comunes.  Entonces  también  el  Es- 
tado podrá  contar  con  ciudadanos  que  saben  hacer  buen  uso  de  su 
derecho  de  voto,  y  con  representantes  del  pueblo  que  no  se  dobleguen, 
como  cañas  con  el  viento,  ante  intereses  fortuitos  e  impropios. 

Si  vosotros,  juntamente  con  vuestra  Federación  Internacional,  pro- 
cedéis unidos  en  la  dirección  justa,  ello  será  de  gran  beneficio  para  la 
Iglesia  y  para  la  sociedad  humana.  Trabajaréis,  en  este  caso,  con  arre- 
glo a  un  programa  práctico  que  se  inspira  en  el  ordenamiento  divino,  y 
que  huye  de  la  línea  de  un  humanismo  y  de  un  socialismo  que  tienden 
a  las  cosas  de  acá  abajo,  cualquiera  que  sea  su  denominación  y  co- 
mo quierrt  que  se  mimeticen. 

Nos  invocamos  los  favores  y  la  gracia  divina  para  vuestro  Congre- 
so, sus  trabajos  y  deliberaciones,  y  en  prenda  de  ello  impartimos  a  to- 
dos vosotros  de  todo  corazón  la  implorada  Bendición  Apostólica- 

Desde  el  Vaticano,  8  de  mayo  de  1955. 

PIUS  PP.  XII 


Capítulo  X 


EL   PROBLEMA  AGRARIO 


ESTADO  ACTUAL  DEL  PROBLEMA  AGRARIO: 

10  de  Junio  de  1953:    Situación  anormal  del  sector  agrícola- 

2  de  Julio  de  1951:  Influencias  perniciosas  del  marxismo  y  del  ca- 
pitalismo sobre  el  campo  alterando  el  carácter  específico  de  la 
vida  rural.  Orientación  deseable  de  la  economía  rural  al  con- 
junto de  la  economía  social.  Solución  que  la  Iglesia  propon-i:  la 
propiedad  agraria  familiar. 


SOLUCIONES  DE  LA  DOCTRINA  SOCIAL  CATOLICA  AL  PROBLE- 
MA AGRARIO: 

29  de  febrero  de  1952:  Programa  social  de  la  Iglesia:  el  proletaria- 
do rural  debe  desaparecer;  la  familia  es  la  base  sólida  de  la  eco- 
nomía rural. 

15  de  noviembre  de  1946:  El  carácter  familiar  de  la  propiedad  agra- 
ria la  hace  particularmente  apta  para  la  prosperidad  social  y 
económica  del  pueblo.  Oposición  entre  la  ciudad  y  el  campo; 
entre  la  ciudad  como  fruto  del  predominio  del  capital  sobre  la 
vida  económica  y  sobre  el  hombre,  y  el  campo  como  expresión 
de  la  propiedad  privada  familiar.  Influencias  perniciosas  del  ca- 
pital sobre  la  vida  del  campo-  Aspiración  fundamental  de  la 
Iglesia:  la  unión  de  todos  los  grupos  profesionales  del  pueblo 
en  una  gran  comunidad  de  trabajo. 

19  de  abril  de  1955:  Solidaridad  profesional  del  agricultor.  Funda- 
mento familiar  de  la  economía  agrícola.  El  fomento  de  la  peque- 
ña propiedad  privada  rural. 

11  de  abril  de  1956:  La  doctrina  social  de  la  Iglesia  es  piedra  de 
parangón  de  cualquier  programa  social.  Cuáles  son  los  deberes 
de  la  sociedad  para  con  los  trabajadores  agrarios-  Manera  de 
exigir  su  cumplimiento.  El  agricultor  como  cultivador  de  la  na- 
turaleza, como  miembro  de  la  sociedad  y  como  cristiano. 


i. —ESTADO  ACTUAL  DE  PROBLEMA  AGRARIO 


DISCURSO  A  LA  FEDERACION  INTERNACIONAL  DE  PRODUCTORES 

AGRICOLAS 

(10  de  junio  de  1953) 
(fragmento) 


La  Iglesia  ha  deplorado  siempre  —  y  esto  en  perfecto  acuerdo  con 
vuestra  organización,  y  con  los  hombres  de  buena  voluntad —  la  situa- 
ción actual  anormal:  por  una  parte,  la  producción  agrícola  amenaza 
quedar  limitada  por  su  falta  de  rentabilidad;  mientras  que  por  otra  par- 
te se  comprueba  en  pueblos  enteros  la  subalimentación  y  la  dieta  más 
aguda.  El  remedio  habría  que  buscarlo  en  la  dirección  de  un  estímulo 
nuevo  y  de  una  estabilización  racional  de  las  relaciones  económicas 
de  los  pueblos,  y  esto  no  vale  solamente  en  el  dominio  de  la  agricxil'- 
tura.  Pero  se  puede  también,  quedando  dentro  del  espíritu  de  la  doc- 
trina social  de  la  Iglesia,  denunciar  un  error  esencial  del  desarrollo 
económico  a  partir  de  la  aparición  del  industrialismo  moderno:  el  sec- 
tor agrícola  ha  venido  a  ser,  de  un  modo  absolutamente  anormal,  un 
simple  anejo  del  sector  industrial,  y,  sobre  todo,  del  mercado.  Cierto 
número  de  economías  nacionales  no  han  conseguido  desarrollar  armo- 
niosamente la  posibilidad  de  producción  que  la  naturaleza  les  ha  da- 
do. No  podemos  omitir  el  llamar  vuestra  atención  sobre  esta  cuestióffi 
que  es  una  de  las  bases  de  todas  las  relaciones  internacionales.  Esto 
supuesto,  una  Federación  Internacional  como  la  vuestra  puede  normal- 
mente ejercer  una  influencia  de  importancia  mundial,  contribuir  a  una 
mejor  organización  de  los  mercados,  a  una  intensificación  del  comer- 
cio, a  una  elevación  del  nivel  de  vida  de  la  gran  familia  de  los  culti- 
vadores. 


180 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


DISCURSO  AL  CONGRESO  MUNDIAL  CATOLICO  DE 
LA  VIDA  RURAL 

(2  de  julio  de  1951) 


Sed  bienvenidos,  queridos  hijos  e  hijas,  a  quienes  una  común  ad- 
hesión a  los  principios  cristianos  y  a  la  doctrina  social  católica  ha  reu- 
nido 'de  todas  portes,  desde  los  más  lejanos  países  de  ultramar,  como 
desde  las  más  próximas  regiones  de  Europa,  para  tratar  de  los  proble- 
mas de  la  vida  rural.  En  este  momento  subrayáis  el  espíritu  con  el  que 
habéis  conducido  vuestros  debates,  expresando  el  deseo  de  que,  por  su 
virtud  sobrenatural,  la  bendición  del  Vicario  de  Jesucristo  venga  a  fe- 
cundar sus  conclusiones  y  resultados. 

Con  una  doble  amplitud  de  miras,  vuestro  Congreso  ha  querido  ex- 
tender su  estudio  a  todos  los  hombres  que  viven  en  el  campo,  a  voso- 
tros, ocupados  directamente  en  trabajar  el  suelo  perra  hacerle  entregar 
los  productos  vegetales  y  animales  destinados  a  satisfacer  sus  propias 
necesidades  y  las  de  sus  semejantes;  y  a  otros  viviendo  junto  a  ellos 
y  entre  ellos  para  rendirles  diversos  servicios  que  les  son  necesarios. 

Una  doble  comprobación,  antes  de  todo  razonamiento,  impone  a  los 
menos  atentos  la  convicción  de  la  importancia  de  estos  problemas.  Por 
una  parte,  el  hecho  de  que  la  más  amplia  fracción  de  la  humanidad 
vive  así  en  el  campo,  sea  en  fincas  aisladas,  sea  en  aldeas,  sea  en  pue- 
blos; por  otra  parte,  el  hecho  de  que,  aun  concerniendo  inmediatamen- 
te a  estas  poblaciones  estos  problemas,  por  su  resonancia  mediata 
interesan  de  modo  extraordinario  a  la  humanidad  entera,  y  están  en 
relación  con  la  estructura  interna  del  Estado  y  aun  de  la  Iglesia,  por 
la  influencia  profunda  ejercida  sobre  la  evolución  biológica  e  intelec- 
tual, espiritual  y  religiosa  de  la  humanidad. 

Ya  Nuestro  Predecesor  Pío  XI,  de  santa  memoria,  en  su  Encíclica 
Quadrogesimo  anno,  hablando  de  las  consecuencias  favorables  o  des- 
favorables del  régimen  económico  de  la  capitalización  industrial,  ha- 
bía llamado  la  atención  sobre  los  habitantes  de  la  campiña  (Acta 
Apost.  Sedis,  XXIII,  1931,  pág.  210).  La  cuestión  no  ha  perdido  nada  de 
su  gravedad.  Juntamente  con  su  influencia  sobre  la  evolución  de  con- 
junto de  toda  la  economía  — y  este  estado  de  cosas  dura  aún — ,  este 
sistema  económico  debía  forzosamente  hacer  sentir  igualmente  su  in- 
fluencia sobre  las  condiciones  espirituales,  sociales  y  materiales  de  las 
poblaciones  rurales.  Más  aún:  ¿se  puede  decir  hoy,  que  el  destino  de 
toda  la  humanidad  está  en  juego,  se  llegará,  sí  o  no,  a  reguíar  mejor 
esta  influencia  de  suerte  que  conserve  a  la  vida  espiritual,  social  y 
económica  del  mundo  rural  su  fisonomía  propia,  y  asegure  sobre  toda 
la  sociedad  humana  una  acción,  si  no  preponderante,  al  menos  igual? 
¿Podrá  decirse  que  hay  en  este  terreno  causas  de  conflictos  irreconci- 
liables? De  ninguna  manera.  Mientras  nos  mantengamos  en  las  con- 
diciones naturales  de  la  vida  humana  y  de  su  perfeccionamiento,  la  di- 
visión de  los  trabajos  y  de  las  funciones  no  puede  engendrar  inevita- 


El  Problema  Agrario 


181 


blemente  tales  conflictos.  Todo  buen  espíritu  debe  reconocer  que  el 
régimen  económico  del  capitalismo  industrial  ha  contribuido  a  hacer 
posible  y  aun  a  estimular,  el  progreso  del  rendimiento  agrícola;  que 
ha  permitido  en  muchas  regiones  del  mundo  elevar  a  un  nivel  supe- 
rior la  vida  física  y  espiritual  de  la  población  del  campo.  No  es,  pues, 
el  régimen  mismo  al  que  hay  que  atacar,  sino  al  peligro  que  engen^- 
draría  si  su  iníuencia  viniese  a  alterar  el  carácter  específico  de  la  vi- 
da rural,  asimilándolo  a  la  vida  de  los  centros  urbanos  e  industriaies, 
y  haciendo  del  campo  tal  como  aquí  se  le  entiende,  una  simple  ex- 
tensión o  anejo  de  la  ciudad. 

Tal  práctica  y  la  teoría  que  la  apoya  es  falsa  y  nociva.  Es,  como 
se  sabe,  el  marxismo  el  que  la  profesa;  porque  ha  caído  en  la  supers- 
tición del  tecnicismo  y  de  la  industrialización  a  ultranza.  La  "colecti- 
vización" del  trabajo  a  la  manera  de  una  fábrica;  la  degradación  del 
campo  reducido  a  no  ser  sino  una  reserva  de  mono  de  obra  pora  la 
producción  industrial;  he  aquí  a  donde  conduce  el  marxismo.  Pero  he 
aquí  a  donde  conducen  igualmente  los  principios  fundamentales  del 
liberalismo  económico,  desde  el  momento  en  que  el  afán  de  lucro  por 
parte  del  capitalismo  financiero  echa  todo  su  peso  sobre  la  vida  eco- 
nómica, desde  el  momento  en  que  los  encadenamientos  de  la  economía 
nacional  son  considerados  unilateralmente  con  miras  al  mercado,  como 
un  simple  mecanismo  de  los  precios.  Y  he  aquí  consecuencias  idéntir 
cas  para  las  poblaciones  rurales,  de  qiaienes  abusa  el  capitalismo  in- 
dustrial: o  simple  reserva  de  mano  de  obra,  o  letargo  en  una;  existencia 
miserable,  sometidas  a  las  más  peligrosas  tensiones. 

Sin  ser  la  causa  única  del  "éxodo"  rural,  que  en  nuestros  días  se 
deplora  un  poco  en  todas  partes,  la  parte  preeminente  dada  a  los  inte- 
reses del  capitalismo  industrial  en  la  producción  y  la  distribución  de 
la  renta,  juega  en  ello  su  papel.  Sería,  pues,  minimizar  el  doloroso  fe- 
nómeno hablando  solamente  de  abandono.  Se  debe  con  toda  lealtad 
decir  éxodo  a  fin  de  hacer  sentir  bien  a  todos  cómo  una  evolución  uni- 
lateral de  la  economía  termina  por  disgregar  a  la  estructura  humana 
y  social  de  todo  un  pueblo.  Finalmente,  falto  de  una  población  rural 
capaz  y  emprendedora,  el  suelo  abandonado  por  incuria  o  agotado  por 
una  explotación  inhábil,  pierde  gradualmente  su  productividad  natu- 
ral, y  la  economía  social  misma  entra  en  una  crisis  de  las  más  graves. 

Hoy  se  presentan  ocasiones  de  decidir  si  se  continuará  una  "ren- 
tabilidad" unilateral  de  corta  vista,  o  bien  se  intenta  orientarla  hacia  el 
conjunto  de  la  economía  social,  que  es  su  fin  objetivo.  He  aquí  algu- 
nos ejemplos:  las  ayudas  proyectadas  para  las  regiones  retrasadas; 
la  reforma  agraria,  felizmente  iniciada  aquí  y  allá;  la  emigración  y  la 
inmigración,  favorecida  por  reglamentos  internacionales;  una  mejoT. 
agrupación  regional  de  economías  nacionales  complementarias;  una 
distribución  mejor  de  las  fuerzas  productivas  en  el  territorio  nacional. 
Todas  estas  medidas  deben  tener  por  fin,  entre  otras,  asegurar  por  do- 
quier al  pueblo  a  cumplir  su  propio  carácter,  su  propio  ascendiente,  su 
valor  propio  en  la  economía  y  en  la  sociedad.  Esto  es  exactamente  lo 
que  hay  que  recordar  cuando  se  deploran  los  defectos  y  los  rozamien- 


182 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


tos  de  las  relaciones  humanas  que  resultan  de  las  estructuras  del  tra- 
bajo en  el  mundo  de  la  industria  capitalista. 

Se  quejan,  en  efecto,  de  que  el  trabajo  haya,  por  decirlo  así,  per- 
dido su  alma;  es  decir,  el  sentido  personal  y  social  de  la  vida  humana; 
se  quejan  de  que  el  trabajo  oprimido  por  todas  partes  por  un  conjunto 
de  organizaciones,  ve  esta  vida  humana  transformada  en  gigantesco 
automatismo  del  que  los  hombres  son  los  engranajes  inconscientes;  se 
quejan  de  que  la  técnica,  "standardizando"  todos  los  gestos,  juega  en 
detrimento  de  la  individualidad  y  de  la  personalidad  del  trabajador. 

Un  remedio  universalmente  aplicable  puede  ser  difícil  de  encontrar; 
no  queda  sino  que  el  trabajo  de  los  que  se  dedican  a  la  tierra  oponga 
a  todos  estos  desórdenes  una  poderosa  defensa.  Ante  todo,  pensemos 
en  la  explotación  "campesina",  en  la  explotación  familiar.  La  clase  ru- 
ral es  tal  que,  por  el  conjunto  de  su  carácter  social  y  por  su  papel  eco- 
nómico, forma  como  el  núcleo  de  un  sano  campesinado.  Esto  no  equi- 
vale a  negar  la  utilidad,  y  con  frecuencia  la  necesidad,  de  explotacio- 
nes agrarias  más  vastas.  Sin  embargo,  en  contacto  permanente  con  la 
Naturaleza,  tal  como  Dios  la  ha  creado  y  la  gobierna,  el  trabajador  del 
campo  sabe  por  experiencia  diaria  que  la  vida  humana  está  en  las 
manos  de  su  Autor.  Ninguna  otra  agrupación  de  trabajo  está  tan  adap- 
tada como  la  suya  a  la  vida  de  familia,  en  tanto  en  cuanto  unidad  es- 
piritual, económica  y  jurídica,  y  aun  en  lo  que  concierne  a  la  produc- 
ción y  al  consumo.  Por  duro  que  sea  este  trabajo,  el  hombre  se  encuen- 
tra todavía  señor  de  su  mundo  por  la  actividad  en  el  seno  de  la  co- 
munidad, de  la  familia,  de  la  vecindad  y  también,  subsidiariamente, 
de  cooperativas  económicas  variadas,  con  tal  de  que  éstas  sigan  es- 
tando de  veras,  y  no  solamente  por  su  forma,  fundadas  sobre  la  respon- 
sabilidad de  todos  los  participantes.  En  cuanto  a  la  técnica  moderna, 
en  toda  la  medida  en  que  debe  hoy  ponerse  al  servicio  de  la  explo- 
tación agrícola,  se  adoptará  naturalmente  a  los  datos  concretos  de  ca- 
da caso  particular;  de  esta  suerte  dejará  indemne  el  carácter  indivi- 
dual del  trabajo  agrícola. 

Lejos  de  Nos  todo  romanticismo  irreal.  Con  mucha  paciencia  y  ha- 
bilidad hay  que  volver  a  poner  al  mundo  campesino  en  el  camino  de 
su  salvación,  combatir  sus  defectos,  vencer  las  inclinaciones  de  un  mun- 
do que  les  es  extraño. 

Además,  la  legislación  social  moderna  debe  ofrecer  también  sus 
ventajas  a  las  poblaciones  rurales,  pero  en  conformidad  con  su  propio 
carácter.  Ante  todo,  que  se  les  dé  la  posibilidad  de  una  educación 
cuidada,  sabiamente  adaptada  a  sus  necesidades,  que  estimule  su  per- 
feccionamiento profesional.  Además,  y  esto  cae  por  su  propio  peso, 
no  sabríamos  insistir  con  demasiado  vigor  en  que  se  dé  a  las  poblacio- 
nes católicas  una  seria  formación  católica. 

Nos  es  particularmente  agradable  poder  acoger  a  vuestro  Congre- 
so, precisamente  en  esta  época  en  que  organizaciones  e  instituciones 
internacionales  de  agricultura,  que  ya  han  hecho  sus  pruebas  loable- 
mente, instalan  su  sede  en  la  Ciudad  Eterna,  o  continúan  desarrollan- 
do en  ella  su  actividad.  Nos  alegramos  de  asegurar  a  todas  las  ofici- 
nas e  institutos  de  las  Naciones  Unidas  destinadas  a  llevar  una  ayu- 


El  Problema  Agrario 


183 


da  internacional  al  hombre  del  trabajo,  que  la  Iglesia  está  siempre  pres- 
ta a  sostenerlas  con  su  más  simpática  colaboración- 
De  todo  corazón  rogamos  a  la  Divina  Providencia  que  bendiga  tan- 
tos esfuerzos,  y  os  damos  con  el  más  vivo  afecto  Nuestra  Bendicióhj 
Apostólica. 


2.— SOLUCIONES  DE  LA  DOCTRINA  SOCIAL  CATOLICA  AL 
PROBLEMA  AGRARIO 


DISCURSO  AL  IV  CONGRESO  DE  LA  CONFEDERACION  ITALIANA 
DE  CULTIVADORES  DIRECTOS 

(29  de  febrero  de  1952) 
(fragmento) 

En  segundo  lugar,  no  olvidéis  que  la  sólida  base  de  la  economía 
y  del  bienestar  de  los  miembros  de  vuestra  Confederación  es  la  familia. 
He  aquí  la  fuente  de  vuestro  vigor  físico  y  moral,  el  secreto  de  vuestro 
influjo  y  de  vuestra  importancia  en  el  Estado  y  en  la  política.  Vues- 
tra organización  y  la  familia  van  a  un  mismo  paso;  la  decadencia  de 
una  de  las  dos  llevaría  consigo  la  decadencia  de  la  otra.  Para  salvar 
la  familia  dirigid  también  vuestros  cuidados  al  proletariado  rural:  ese 
proletariado  debe  desaparecer. 


DISCURSO  AL  CONGRESO  NACIONAL  DE  CULTIVADORES 

DIRECTOS 

(15  de  noviembre  de  1946) 


A  ]a  particular  complacencia  que  Nos  experimentamos  cada  vez 
que  Nos  es  dado  acoger  a  los  representantes  de  las  diversas  profesio- 
nes, cuyas  variadas  actividades  constituyen  en  su  conjunto  la  vida  eco- 
nómica y  social  del  pueblo,  se  añade  en  este  momento  la  satisfacción 
que  sentimos  de  saludaros  a  vosotros,  queridos  hijos  y  delegados  de 
una  vasta  Confederación  Nacional  que  comprende  un  gran  número  de 
agricultores,  que  cultivan  ellos  mismos  con  su  familia  la  tierra  que  o 
les  pertenece  en  propiedad,  o  que  les  ha  sido  encomendada  por  los 
propietarios  en  virtud  de  un  contrato.  Son  las  dulces  tierras,  dulcía  arva, 
tan  queridas  al  afable  Virgilio,  las  tierras  de  Italia,  de  las  cuales  Plir 
nio  exaltaba  la  vital  y  perenne  salubridad,  los  fértiles  campos,  las  co- 
linas soleadas,  los  bosques  umbrosos,  la  feracidad  de  las  vides  y  de 
los  olivos,  los  pingües  ganados.  ¡Oh  fortunati  nimium,  sua  si  bond  no- 


184 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


rint,  agiicolasl;  ¡Oh  verdaderamente  afortunados  agricultores,  exclama- 
ba el  gran  poeta  campestre,  si  conocieran  sus  bienesi 

No  quisiéramos  dejar  pasar  de  aquí  esta  ocasión  sin  desarrollar 
una  palabra  de  estímulo  y  de  exhortación,  tanto  más  cuanto  que  bien 
sabemos  en  qué  medida  depende  la  salud  moral  de  todo  el  pueblo, 
de  una  clase  de  agricultores  socialmente  íntegros  y  religiosamente  fir- 
mes. 

,  1. — Más  que  otros,  vosotros  vivís  en  contacto  permanente  con  la 
naturaleza:  contacto  material  por  el  hecho  de  que  vuestra  vida  se  de- 
senvuelve en  lugares  todavía  apartados  de  los  excesos  de  una  civili- 
zación artificial,  y  está  dedicada  de  continuo  a  hacer  surgir  de  la  pro- 
fundidad del  suelo,  bajo  el  sol  del  Padre  Divino,  las  abundantes  rique- 
zas que  su  mano  os  hace  brotar;  contacto  también  altamente  social,  por- 
que vuestras  familias  no  solamente  son  una  comunidad  de  consumo 
de  bienes,  sino  también  y  particularmente  una  comunidad  de  produc- 
ción. 

En  este  arraigo  profundo,  general,  completo,  y  por  consiguiente  tan 
conforme  con  la  naturaleza,  de  vuestra  vida  en  la  familia,  consiste  la 
fuerza  económica  y,  en  los  tiempos  críticos,  también  la  capacidad  de 
resistencia  de  la  cual  estáis  dotados,  como  igualmente  vuestra  experi- 
mentada importancia  para  el  recto  desenvolvimiento  del  derecho  y  del 
orden  privado  y  público  de  todo  el  pueblo;  y  finalmente,  lo  indispen- 
sable función  que  estáis  llamados  a  ejercer  como  fuente  y  defensa  de 
vida  pura,  moral  y  religiosa,  como  vivero  de  hombres  sanos  de  alma  y 
de  cuerpo  para  todas  las  profesiones,  para  la  Iglesia  y  para  el  Estado. 

Por  esto  se  debe  tener  esmerado  cuidado  para  que  los  elementos 
esenciales  de  aquella  que  podría  llamarse  genuino  civilización  rural 
sean  conservados  para  la  Nación:  laboriosidad,  sencillez  y  sinceridad 
de  vida;  respeto  a  la  autoridad,  sobre  todo  de  los  padres;  amor  a  la  pa- 
tria y  fidelidad  a  la  tradición,  que  se  han  manifestado  en  el  correr  de 
los  siglos  como  fecundas  en  bienes;  presteza  al  socorro  recíproco,  no 
sólo  en  el  círculo  de  la  propia  familia,  sino  también  de  familia  a  fami- 
lia, de  casa  a  coso;  finalmente,  aquel  otro,  sin  el  cual  todos  aquellos 
valores  no  tendrían  consistencia  alguna,  perderían  todo  su  precio,  y 
se  resolverían  en  una  desenfrenada  avidez  de  ganancia:  el  verdadero 
espíritu  religioso.  El  temor  de  Dios,  la  confianza  en  Dios,  una  fe  viva 
que  encuentra  su  expresión  cotidiana  en  lo  plegaria  en  común  de  la  fa- 
milia nutriendo  y  guiando  la  vida  de  los  trabajadores  del  campo;  lo 
Iglesia  constituye  el  corazón  de  la  aldea,  el  lugar  sagrado  que,  según 
la  santa  tradición  de  los  padres,  de  domingo  a  domingo  reúne  en  sí  a 
los  habitantes,  para  elevar  sus  ánimos  por  encima  de  los  cosas  ma- 
teriales, en  alabanza  y  gloria  de  Dios,  para  impetrar  la  fuerza  de  pen- 
sar y  vivir  cristianamente  en  todos  los  días  de  la  próxima  semana. 

El  hecho  de  que  la  hacienda  familiar  tenga  un  carácter  eminente^ 
mente  familiar,  la  vuelve  tan  importante  pora  la  prosperidad  social  y 
económica  de  todo  el  pueblo,  y  confiere  a  los  agricultores  un  título  es- 
pecial para  sacar  de  su  trabajo  el  propio  conveniente  sustento.  Sin  du- 


El  Problema  Agrario 


185 


da,  el  que  mirase  solamente  a  una  renta  lo  más  alta  y  rápida  posible 
de  la  economía  nacional,  o  a  un  aprovisionamiento  el  más  barato  po- 
sible de  la  Nación  con  productos  de  la  tierra,  podría  estar  tentado,  ba- 
jo este  aspecto  de  sacrificar  más  o  menos  la  hacienda  agrícola;  det  lo 
que  hay  muchos  y  no  alentadores  ejemplos  en  el  último  siglo  y  en  el 
tiempo  presente. 

A  vosotros,  por  tanto,  pertenece  mostrar  que  ella,  justamente,  por 
su  carácter  familiar,  no  excluye  las  ventajas  reales  de  las  otras  formas 
de  hacienda,  y  evita  sus  daños.  Mostráos,  pues,  adaptables,  atentos  y 
activos  cuidadores  de  la  zona  nativa,  que  siempre  debe  ser  cultivada, 
nunca  esquilmada.  Mostráos  hombres  reflexivos,  abiertos  al  progreso, 
que  animosamente  empeñan  el  propio  y  el  ajeno  capital,  en  cuanto 
ayuda  al  trabajo  y  no  perjudica  al  porvenir  de  la  familia.  Mostráos  ho- 
nestos vendedores,  no  codiciosos  calculadores  con  daño  del  pueblo,  y 
bien  dispuestos  compradores  en  el  mercado  interno  del  País. 

Nos  sabemos  bien  cuánto  adolezca  este  ideal  de  no  raros  defec- 
tos. Cualquiera  que  puedan  ser  la  rectitud  de  las  intenciones  y  la  dig- 
nidad humana  de  la  conducta,  gloria  de  muchos  productores  agríco- 
las, no  es  menos  verdadero  que  es  menester  hoy  una  gran  firmeza  de 
principios  y  energía  de  voluntad  para  resistir  a  la  diabólica  tentación 
del  provecho  fácil  que  especula  indignamente  con  la  necesidad  del 
prójimo,  más  bien  que  ganándose  la  vida  con  el  sudor  de  la  frente. 

A  menudo  este  defecto  proviene  también  de  la  culpa  de  los  pa- 
dres, que  emplean  demasiado  pronto  a  los  hijos  en  el  trabajo,  y  des- 
cuidan su  espirtual  formación  y  educación,  o  bien  de  la  falta  de  la  ne- 
cesaria instrucción  escolar  y  sobre  todo  profesional.  No  es,  en  efecto, 
menos  erróneo  prejuicio  creer  que  los  cultivadores  del  campo  no  ten- 
gan necesidad  de  una  seria  y  adecuada  cultura  para  desempeñar,  en 
el  curso  del  año,  su  trabajo  indefinidamente  variado  en  toda  ocasión. 
El  pecado  verdaderamente  ha  vuelto  penoso  el  trabajo  de  la  tierra,  pe- 
ro no  lo  ha  introducido  él  en  el  mundo.  Antes  del  pecado  Dios  había 
dado  al  hombre  la  tierra  a  fin  de  que  la  cultivase,  como  la  ocupación 
más  bella  y  más  noble  en  el  orden  natural.  Continuando  la  obra  del 
pecado  de  nuestros  primeros  padres,  los  pecados  actuales  de  toda  la 
humanidad,  han  hecho  gravar  cada  vez  más  la  maldición  sobre  la  tie- 
rra. Azotada  sucesivamente  por  todos  los  flagelos,  diluvios,  cataclis- 
mos telúricos,  miasmas  pestilenciales,  guerras  desvastadoras,  el  sue- 
lo desierto  en  algunas  partes,  estéril,  malsono,  y  encubriendo  astutos 
homicidas  que  atacan  insidiosamente  a  sus  víctimas,  ha  rehusado  en- 
tregar espontáneamente  al  hombre  sus  tesoros.  La  tierra  es  la  gran  he- 
rida, el  gran  enfermo.  Inclinado  sobre  ella,  no  como  el  esclavo  sobre 
la  gleba,  sino  como  el  médico  sobre  el  lecho  del  paciente,  el  cultlvcn- 
dor  le  prodiga  sus  cuidados  con  amor.  Mas  el  amor,  aunque  sea  ne- 
cesario, no  basta.  Para  conocer  la  naturaleza,  y  por  así  decirlo,  el  tem- 
peramento de  su  pedazo  de  tierra,  tal  vez  de  alguna  manera  diferen- 
te aunque  también  inmediatamente  semejante  al  del  enfermo,  para  des- 
cubrir los  gérmenes  que  la  dañan,  los  roedores  que  la  socavarán,  los 
gusanos  que  devorarán  su  fruto,  las  cizañas  que  infestarán  sus  mieses, 


186 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


para  encontrar  los  elementos  que  le  faltan,  para  elegir  los  cultivos  su- 
cesivos que  la  enriquecerán  en  su  mismo  reposo,  para  estas  y  tantas 
otras  cosas,  son  menester  vastos  y  variados  conocimientos. 

Además  de  ésto,  el  terreno  tiene  necesidad,  en  muchas  regiones, 
— prescindiendo  de  la  reparación  de  ios  daños  bélicos —  de  cuidado- 
sas y  ponderadas  precauciones  preliminares  antes  de  que  se  pueda 
realizar  una  reforma  de  las  condiciones  de  la  propiedad  y  de  las  re- 
laciones contractuales.  Sin  esto,  como  la  experiencia  y  la  historia  en- 
señan,, uno  semejante  reforma  improvisada  se  reduciría  a  ser  una  pu- 
ra demagogia,  y  por  lo  tanto,  más  bien  que  útil,  inútil  y  perjudicial, 
particularmente  hoy,  cuando  la  humanidad  debe  temer  todavía  por  su 
pan  cotidiano.  Ya  muchas  veces  en  la  historia,  los  discursos  descom- 
puestos de  los  seductores  han  convertido  a  las  poblaciones  de  la  cam- 
piña en  esclavos  de  su  dominio,  al  cual  ellos  íntimamente  repudian, 
y  que  es  objeto  innominable  de  explotamiento. 

2. — Tal  injusticia  aparece  tanto  más  grande,  cuanto  que  en  mayor 
grado  la  vida  del  aldeano  tiene  su  fundamento  en  la  familia,  y  es,  por 
consiguiente,  próxima  a  la  naturaleza.  Ella  encuentra  su  verdadera 
expresión  en  la  oposición  entre  la  ciudad  y  el  campo,  que  es  en  dema- 
sía particularmente  característica  de  nuestro  tiempo.  ¿Cuál  es  el  ver- 
dadero motivo  de  ello?. 

Las  ciudades  modernas,  con  su  constante  engrandecimiento,  con 
su  aglomeración  de  habitantes,  son  el  producto  típico  del  dominio  de 
los  intereses  del  gran  capital  sobre  la  vida  económica;  y  no  sólo  sobre 
la  vida  económica,  sino  también  sobre  el  hombre  mismo.  Como,  en 
efecto.  Nuestro  glorioso  Predecesor  Pío  XI  ha  demostrado  eficazmente 
en  su  Encíclica  Quadragesimo  anno,  acaece  demasiado  frecuentemen- 
te que  las  necesidades  humanas  no  regulan  preponderantemente,  según 
su  importancia  natural  y  objetiva,  la  vida  económica,  y  el  empleo  del 
capital;  sino  que,  al  contrario,  el  capital  y  sus  intereses  de  adquisi,- 
ción,  determinan  qué  necesidades,  y  en  qué  medida,  deban  ser  satis- 
fechas; que,  por  consiguiente,  el  trabajo  humano,  destinado  al  bien  co- 
mún, no  atrae  hacia  sí  el  capital,  y  lo  pone  a  su  servicio,  sino  que,  en 
lugar  de  esto,  el  capital  mueve  de  acá  para  allá  al  trabajo  y  al  hom- 
bre mismo  como  pelota  de  juego. 

Si  ya  el  habitante  de  la  ciudad  sufre  por  este  estado  antinoturcd, 
tanto  más  ello  es  contrario  a  la  íntima  esencia  de  la  vida  del  agri- 
cultor. Porque,  no  obstante  toda  la  dificultad,  el  trabajador  del  campo 
representa  todavía  el  orden  natural  querido  por  Dios,  y  este  es  que  el 
hombre  debe  dominar  con  su  trabajo  las  cosas  materiales,  y  no  las 
cosas  materiales  al  hombre. 

Esta  es,  por  lo  tanto,  la  causa  profunda  del  moderno  contraste  en- 
tre la  ciudad  y  la  campiña;  esto  forma  hombres  diamentralmente  di- 
versos. Y  tal  contraste  deviene  tanto  más  grande,  cuanto  que  el  capi- 
tal, abdicando  de  su  noble  misión  de  promover  el  bien  de  la  sociedad 
en  cada  una  de  las  familias  que  la  componen,  penetra  más  y  más  en  el 
mundo  mismo  de  los  cultivadores,  o  de  otro  modo  lo  complica  en  los 


El  Problema  Agrario 


187 


mismos  daños.  Esto  hace  centellear  el  oro  y  una  vida  de  placer  delan- 
te de  los  ojos  deslumhrados  del  trabajador  del  campo,  para  inducirlo 
a  abandonar  la  tierra;  y  a  perder  en  la  ciudad,  que  no  le  reserva  las 
más  de  las  veces  sino  desengaños,  los  ahorros  laboriosamente  acumu- 
lados, y  no  raramente  también  la  salud,  las  fuerzas,  la  gloria,  el  ho- 
nor, el  alma  misma.  A  esta  tierra  así  abandonada,  el  capital  se  apre- 
sura a  hacerla  suya;  ella  ahora  no  es  ya  más  objeto  de  amor,  sino 
de  frío  esquilmamiento.  La  tierra,  nutriz  generosa  de  la  ciudad,  no  me- 
nos que  de  la  campiña,  no  produce  más  que  para  la  especulación,  y 
mientras  el  pueblo  sufre  hambre  y  el  agricultor,  gravándose  de  deu- 
das, camina  hacia  la  ruina  lentamente,  la  economía  del  País  se  agota 
por  adquirir  a  precio  caro  los  aprovisionamientos  que  es  constreñida  a 
hacer  venir  del  extranjero. 

Esta  perversión  de  la  propiedad  privada  agrícola  es  grandemen- 
te dañosa.  Como  ella  no  tiene  ya  más  amor  ni  interés  por  el  campo, 
que  tantas  generaciones  habían  trabajado  afectuosamente,  así  tampo- 
co tiene  corazón  para  las  familias  que  lo  trabajan  y  que  en  él  moran. 
Esto  no  depende,  sin  embargo,  de  la  institución  de  la  propiedad  pri- 
vada en  cuanto  tal.  También  allí  donde  el  Estado  avoca  a  sí  entera- 
mente el  capital  y  los  medios  de  producción,  los  intereses  de  la  indusi- 
tria  y  del  comercio  extranjero,  propios  de  la  ciudad,  reciben  la  ofensa. 
El  verdadero  agricultor  sufre  entonces  todavía  más.  De  todos  modos, 
permanece  violada  la  verdad  fundamental  siempre  sostenida  por  la 
doctrina  social  de  la  Iglesia,  según  la  cual  la  economía  de  un  pueblo 
es  un  todo  orgánico  en  el  cual  todas  las  actividades  productivas  del 
territorio  nacional  deben  ser  desarrolladas  en  sana  proporción  recípro- 
ca. Pero  no  habría  llegado  a  ser  tan  grande  la  oposición  entre  la  ciur 
dad  y  la  campiña,  si  esta  verdad  fundamental  hubiese  sido  observada. 

Vosotros,  cultivadores,  no  queréis  un  contraste  semejante;  queréis 
que  o  cada  parte  de  la  economía  nacional  se  le  de  lo  suyo;  queréis, 
por  este  motivo,  conservar  también  lo  vuestro.  Por  consiguiente,  una 
razonable  política  económica  y  un  sano  ordenamiento  jurídico  deben 
prestarse  su  apoyo.  Mas  la  ayuda  principal  debe  venir  de  vosotros 
mismos,  de  vuestra  unión  cooperativa,  especialmente  también  en  el  pro- 
blema del  crédito.  Acoso  entonces  del  sector  de  la  agricultura  vendrá 
el  restablecimiento  de  toda  la  economía. 

3. — Finalmente,  una  palabra  en  torno  al  trabajo.  Vosotros,  cultiva- 
dores, constituís  con  vuestras  familias  una  comunidad  de  trabajo.  Vo- 
sotros sois,  por  esto,  también  con  vuestros  compañeros  y  consocios,  una 
comunidad  de  trabajo.  Vosotros  queréis  finalmente  formar  con  todos 
los  grupos  profesionales  del  pueblo  una  gran  comunidad  de  trabajo. 
Esto  es  según  el  ordenamiento  de  Dios  y  de  la  naturaleza;  esto  es  el 
verdadero  concepto  católico  del  trabajo.  Eso  une  a  los  hombres  en 
un  servicio  común  para  las  necesdades  del  pueblo,  en  un  mismo  es- 
fuerzo para  el  perfeccionamiento  propio  a  honra  de  su  Creador  y  Re^ 
dentor. 

De  todos  modos  permaneced  firmes  en  considerar  vuestro  trabajo 
según  su  íntimo  valor,  como  contribución  vuestra  y  de  vuestras  fami- 


188 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


lias  a  la  pública  economía.  Con  esto  permanece  fundado  el  derecho  o 
una  suficiente  renta  para  el  sostenimiento  correspondiente  a  vuestra 
dignidad  de  hombres  y  también  a  vuestras  necesidades  culturales;  pe 
ro  importa  también  vuestro  reconocimiento  de  la  necesaria  unión  con 
todos  los  otros  grupos  profesionales  que  trabajan  por  las  varias  nece- 
sidades del  pueblo,  y  con  esto  también  vuestra  adhesión  al  principio 
de  la  paz  social.  (Termina  el  discurso  con  la  Bendición  Apostólica). 


DISCURSO  A  LOS  CULTIVADORES  DIRECTOS 
(19  de  abril  de  1955) 

Os  tenemos  reunidos  en  Roma,  amados  hijos.  Cultivadores  direc- 
tos, que  habéis  venido  de  todas  las  regiones  de  Italia,  para  confirmar 
unidos  vuestro  propósito  de  actuar  el  ideal  cristiano  de  vuestra  hermo- 
sa actividad.  Tres  veces  ya  os  hemos  dirigido  la  palabra  para  ani- 
maros y  daros  Nuestra  Bendición.  Os  recibimos  hoy  con  la  más  viva 
satisfacción  y,  al  contemplar  vuestro  grandioso  grupo,  pensamos  tam- 
bién en  todos  aquellos  que  no  han  podido  acompañaros,  a  saber,  en 
los  casi  dos  millones  y  medio  de  agricultores,  que  vuestra  Coníederai- 
ción  cuenta  agrupados  en  más  de  doce  mil  secciones.  A  todos  los  en- 
viamos Nuestro  saludo,  recordando  con  paternal  gratitud  el  cúmulo  de 
fatigas,  de  empresas  que  lleváis  a  cabo  diariamente,  con  valor,  en  me- 
dio de  toda  clase  de  dificultades,  que  hacen  de  vuestra  agremiacióln 
una  de  las  bases  sociales  y  morales  más  sólidas  de  la  Nación. 

El  número  de  los  que  forman  parte  de  vuestra  Confederación  basta- 
ría por  sí  sólo  para  probar  la  importancia  que  tiene  y  para  calificarla 
como  la  organización  profesional  más  poderosa  en  este  campo.  Pues- 
to que  aporta  más  del  60%  de  la  producción  agrícola  nacional,  ¿có^ 
mo  podría  dejar  de  influir  ampliamente  en  la  vida  económica  del  país? 
Por  esta  razón.  Nos  place  congratularnos  con  vosotros;  tanto  más,  cuan- 
to que  realizáis  vuestra  labor  con  el  propósito  de  poner  en  práctica  los 
principios  de  la  doctrina  social  católica,  que  son  los  más  conformes  a 
las  exigencias  de  la  vida  humana  natural  y  sobrenatural,  y  conducen 
a  buscar  una  solución  a  los  problemas  que  incesantemente  plantea  la 
rápida  evolución  de  la  economía  y  de  las  condiciones  generales  de 
la  sociedad  humana.  De  esa  manera,  respetando  el  orden  y  las  insti^ 
tuciones,  contribuís  con  el  esfuerzo  paciente  de  cada  día,  a  la  cons- 
trucción de  un  mundo  menos  duro,  menos  impregnado  de  materialis- 
mo y  menos  esclavizado  por  el  ansia  persistente  de  buscar  un  interés 
puramente  egoísta. 

Bien  sabéis  vosotros  que  este  es  un  ideal  difícil  de  realizar  y  que 
os  queda  aún  por  recorrer  un  camino  largo  y  a  veces  penoso.  Pero 
basta  echar  una  mirada  al  camino  recorrido  desde  que  nació  vuestra 
Confederación  en  1944  hasta  hoy,  para  que  encontréis  motivos  de  alien- 
to. Si  llama  la  atención,  ante  todo,  el  continuo  aumento  de  socios,  es 
todavía  más  de  admirar  la  extensión  progresiva  de  su  organización  y 


El  Problema  Agrario 


189 


actividad .  Sin  duda,  la  Confederación  era  la  respuesta  a  una  verda- 
dera necesidad  y  habiendo  comprendido  las  aspiraciones  justas  del 
agricultor  no  ha  desmentido  las  promesas  que  hiciera.  Tal  vez  uno 
de  los  servicios  más  señalados  que  ha  prestado  a  sus  miembros,  es  el 
de  hacerlos  conscientes  de  la  parte  que  les  corresponde  en  la  vida  eco- 
nómica de  la  Nación.  La  Confederación  los  ha  invitado  a  librarse  de 
un  "particularismo"  a  veces  bastante  tenaz  y  bien  comprensible  en  el 
trabajador  de  los  campos,  fuertemente  apegado  a  su  tierra  y  a  quien 
no  se  puede  inducir  fácilmente  a  que  levante  su  mirada  a  un  horizon'- 
te  más  vasto- 

Para  un  grupo  social  tan  considerable  como  el  vuestro,  y  ocupa- 
do en  un  sector  tan  fundamental  de  la  producción,  es  esencial  mante^ 
ner  el  contacto  con  los  movimientos  de  opinión  y  con  las  grandes  co-: 
rrientes  de  ideas,  que  dirigen  la  evolución  de  la  Nación,  y  ejercitar  en 
ella  un  influjo  provechoso,  no  con  el  fin  único  de  obtener  de  aquí  ven- 
tajas particulares  sino  con  miras  al  mismo  bien  general.  Porque,  en 
efecto,  no  basta  tener  principios  justos,  ni  aplicarlos  al  círculo  estrecho 
de  la  propia  vida  personal,  sino  que  es  preciso  difundirlos  en  torno  a 
sí,  y  hacer  que  otros  también  se  aprovechen  de  ellos,  mostrando  clara- 
mente su  valor  y  eficacia  para  el  bien  de  la  Nación.  Vuestra  Organi- 
zación, al  reforzar  el  sentido  de  la  solidaridad  en  los  cultivadores  di- 
rectos, confiere  a  su  acción  una  eficacia  reforzada  y  una  amplitud  que 
las  elevadas  virtudes  de  su  tradición  familiar  y  su  adhesión  al  patrio 
suelo,  justifican. 

Mientras  hoy  día  algunos,  por  desgracia,  cada  vez  temen  más  el 
riesgo  personal  y  buscan  la  seguridad  aun  a  costa  de  la  independen-» 
cía,  vosotros  permaneced  fieles  a  una  vocación,  que  de  modo  especial 
está  y  estará  siempre  expuesta  al  riesgo,  pero  que  precisamente  por 
eso  es  el  modelo  del  esfuerzo  humano  no  reconocido  suficientemente  en 
la  actualidad;  esfuerzo  que  dió  siempre  c  la  vida  de  los  pueblos  la 
garantía  de  perseverancia  y  de  fecundidad. 

Sin  duda  alguna  no  es  de  Nuestra  incumbencia  enaltecer  especí- 
ficamente todos  los  resultados  positivos  obtenidos  mediante  la  labor 
de  la  Confederación  en  casi  un  decenio;  Nos  agrada  con  todo  mencio- 
nar al  menos  algunos  particularmente  significativos:  los  conseguidos 
en  el  campo  contractual,  en  materia  de  reducción  de  impuestos,  en  la 
asistencia  social  con  la  extensión  a  los  Agricultores  Directos  del  segu- 
ro de  enfermedad  y  la  propuesta  de  ley  en  caso  de  invalidez  y  vejez; 
y  bajo  el  aspecto  técnico  y  económico,  en  la  acción  emprendida  pora 
la  estabilización  y  defensa  de  los  productos  en  crisis. 

Pero  vosotros,  con  mucha  razón,  no  habéis  querido  restringir  vues- 
tra actividad  al  campo  puramente  económico,  porque  se  presentaba  con 
insistencia  a  vuestra  consideración  el  problema  fundamental  de  la  fa- 
milia agrícola.  En  el  discurso  dirigido  a  los  miembros  de  la  Confede- 
ración el  29  de  febrero  de  1952,  Nos  decíamos:  "Procurad  conquistar 
la  juventud  rural.  Mostrad  a  estos  jóvenes  interés  afectuoso;  formad- 
les y  preparadles  con  cursos  especiales  a  sus  deberes  de  agricultores; 
educadles  con  miras  espirituales  y  sociales  más  amplias  y  elevadas". 


190 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


Vosotros  acogisteis  filialmente  esta  exhortación,  y  ahora  podéis  ende- 
rezar a  los  jóvenes  agricultores  hacia  cursos  de  preparación  profesio- 
nal y  sindical,  que  los  harán  aptos  para  cumplir  más  tarde  su  noble 
misión  con  competencia  y  con  la  seguridad  de  estar  a  la  altura  de  su 
responsabilidad  social.  Pero  en  el  seno  de  la  familia  campesina  la  mu- 
jer desarrolla  siempre,  además  de  su  función  de  esposa  y  de  madre, 
una  parte  más  o  menos  importante  en  la  misma  administración.  Un  sin- 
dicato de  agricultores  debería  tener  esto  en  cuenta  y  procurar  que  la 
mujer , campesina  participe  en  la  vida  sindical.  Y  vosotros  podéis  ya 
mirar  con  satisfacción  el  fruto  de  vuestros  esfuerzos  en  este  sentido. 

De  esta  manera,  el  fundamento  familiar  de  vuestra  economía  os 
hará  vencer  la  gran  tentación  de  nuestros  días,  ante  la  cual  tantos  sur 
cumben,  la  de  trocar  la  aspiración  a  la  felicidad  con  la  consecución 
de  un  nivel  de  vida  cada  vez  más  alto  y  de  una  productividad  del  tra- 
bajo siempre  más  elevada.  Porque  la  familia  representa  además  en 
la  economía  lo  que  es  duradero  y  lo  que  asegura  la  sucesión  de  las 
generaciones  futuras.  La  sola  abundancia  de  bienes  a  precios  redu- 
cidos, lo  mera  disminución  del  cansancio  en  el  trabajo  son  un  resulta- 
do dudoso  porque  no  quitan  la  preocupación  por  el  porvenir,  sino  que 
más  bien  la  acrecientan,  excitando  deseos  desordenados  que  nunca 
satisfacen  al  hombre. 

Habría  que  señalar  también  los  Institutos  fundados  por  la  Con- 
federación para  la  instrucción  profesional  agrícola  en  orden  a  favore- 
cer la  formación  y  desarrollo  de  la  pequeña  propiedad  para  ayudar  al 
labrador  en  el  logro  de  las  ventajas  previstas  por  la  ley.  Finalmente, 
como  muchas  familias  de  braceros  han  entrado  recientemente  o  entra- 
rán aún  en  posesión  de  una  pequeña  propiedad  rural  por  la  aplica- 
ción de  la  reforma  agraria,  parece  necesario  darles  un  apoyo  moral 
y  técnico  que  facilite  el  período  de  transición;  por  esta  razón  se  ha  ins- 
tituido una  Federación  nacional  de  pequeños  propietarios,  que  tiene  en- 
tre otros  fines  el  de  promover  el  desarrollo  de  cooperativas,  instrumento 
poderoso  de  sostén  y  de  progreso  de  las  nuevas  comunidades  rurales. 
El  campo  así  ampliado  de  la  economía  agraria  contribuirá,  junto  con 
otras  medidas,  a  reforzar  el  mercado  interior  de  la  Nación  y  con  esto  a 
dar  también  a  la  producción  industrial  un  apoyo  de  incomparable  se- 
guridad cuya  necesidad  va  siendo  cada  vez  más  clara. 

Esta  enumeración,  aunque  rápida  e  incompleta,  de  las  múltiples  ac- 
tividades de  la  Confederación  Nacional  de  Cultivadores  Directos,  de- 
searíamos fuese  para  vosotros  un  estímulo  y  una  promesa.  Un  estímu- 
lo, porque  en  poco  tiempo  habéis  obtenido  resultados  que  demuestrcfn 
la  existencia  de  un  espíritu  serio  de  colaboración,  una  voluntad  común 
de  mejorar  sustancialmente  las  condiciones  de  vida  del  labrador.  ¿No 
es  acaso  confortante  para  cada  uno  de  vosotros  el  saber  que  no  se  en- 
cuentra solo  en  la  realización  de  este  esfuerzo,  sino  que  forma  parte 
de  una  organización  extensa,  sólida,  bien  dirigida,  animada  de  un 
dinamismo  que  ha  dado  prueba  de  su  eficacia? 

¡Qué  motivo  de  confianza  para  el  porvenir!  ¡Qué  felices  previsio- 
nes acompañan  vuestro  camino!  Si  permanecéis  fieles  a  vuestros  prin- 


El  Problema  Agrario 


191 


cipios,  vuestras  actividades  alcanzarán  con  el  tiempo  una  extensión 
aún  más  amplia;  se  os  ofrecerán  nuevas  posibilidades  de  acrecentar 
la  asistencia  sindical,  de  multiplicar  pora  cada  uno  de  vosotros  las  oca- 
siones de  contribuir  al  bien  de  todos,  de  reavivar  el  amor  activo  del 
prójimo,  la  caridad  cristiana  que  lleva  por  doquier  el  calor  y  la  vida. 

El  Señor  no  dejará  de  ayudaros,  de  inspiraros  valor  y  perseveran- 
cia para  superar  todos  los  obstáculos.  Tanto  en  la  próspera  como  en 
la  adversa  fortuna,  conservad  siempre  para  con  Dios  sentimientos  de 
vivo  agradecimiento.  ¿No  es  El  por  ventura  el  autor  de  todo  bien,  el 
dispensador  de  las  realidades  terrenas  más  humildes,  sin  las  cuales 
el  hombre  no  podría  vivir,  como  también  de  los  dones  más  elevados 
del  espíritu  y  del  corazón?  De  esta  manera  vuestra  vida  personal,  fa- 
miliar y  social  aunque  esté  dedicada  a  trabajos  sin  brillo,  se  elevará  a 
la  dignidad  que  supera  a  todas  las  demás,  la  de  hijos  del  Padre  ce- 
lestial en  quien  podéis  y  debéis  poner  una  confianza  sin  límites. 

Quiera  la  Divina  Providencia  guiaros  y  derramar  sus  favores  sobre 
vosotros,  sobre  vuestras  familias,  y  sobre  todos  los  que  amáis.  Como 
prenda  de  estas  gracias  y  como  testimonio  de  Nuestro  afecto  pater-^ 
no,  os  impartimos  de  todo  corazón  Nuestra  Bendición  Apostólica. 

DISCURSO  AL  X  CONGRESO  DE  LA  CONFEDERACION  ITALIANA  DE 
CULTIVADORES  DIRECTOS 

(11  de  abril  de  1956) 


(Palabras  iniciales  de  saludo)...  Muy  oportunamente  la  Confe- 
deración desde  hace  casi  diez  años,  está  multiplicando  sus  premuras 
con  el  fin  de  asegurar  a  los  cultivadores  el  reconocimiento  de  sus  jus- 
tos derechos,  y  también  para  fomentar  entre  ellos  la  observancia  de 
las  obligaciones,  derivándose  unos  y  otras  de  los  principios  sociales 
cristianos.  Quienes,  en  efecto,  examinan  los  fines  que  vuestra  asocia- 
ción se  propone,  encuentran  en  ellos  fácilmente  el  propósito  de  sus  di- 
rigentes de  inspirarse  en  aquellos  dictámenes,  así  como  la  voluntad 
de  respetar  los  valores  humanos  y  sociales,  que  la  Iglesia  defiende 
y  promueve  en  el  mundo  del  trabajó.  Todo  ello,  al  mismo  tiempo  que 
es  para  Nos  motivo  de  consuelo,  os  proporciona  a  vosotros  la  certeza 
de  ir  por  el  buen  camino,  no  siempre  ni  por  todos  reconocido  y  seguido. 

A  los  cultivadores,  como  a  todos  los  trabajadores,  siguen  llegando 
de  diferentes  partes  sugerencias  y  programas  de  todas  clases,  y  son 
tales  que  confunden  sus  ideas,  de  tal  modo  que  a  menudo  no  saben 
distinguir  lo  justo  de  lo  injusto,  el  derecho  de  la  avidez,  la  libertad  de 
la  esclavitud,  en  una  palabra,  su  verdadero  bien  de  la  ruina  común. 
¿De  qué  manera  podréis  vosotros  substraeros  a  semejantes  insidias,  y 
distinguir  lo  verdadero  de  lo  falso?  No  hay  más  que  un  medio:  com- 
probar si  esos  programas  están  de  acuerdo,  o  por  el  contrario,  en  con- 
traste, con  los  principios  de  la  doctrina  social  cristiana.  Esta  es,  en 
efecto,  la  auténtica  piedra  de  parangón,  que  merece  la  plena  confian- 


192 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


za  del  trabajador  honesto,  pues  es  el  resultado  de  la  más  amplia  visión 
de  la  realidad;  se  basa  en  el  orden  establecido  por  Dios,  manifestado 
por  la  naturaleza;  sirve  para  salvaguardar  la  dignidad  de  la  persona, 
como  principio  y  fin  de  las  relaciones  entre  los  hombres;  no  se  doble- 
ga ante  intereses  unilaterales  de  clase;  respeta  la  justa  jerarquía  de 
los  valores;  no  sacrifica  un  bien  por  otro,  sino  que  tiende  a  armonizar- 
los todos  en  la  justicia  y  en  el  amor. 

Al  afirmar,  pues,  los  derechos,  al  exponer  las  necesidades,  y  al 
perfeccionar  los  programas  de  vuestra  categoría,  procurad  no  alejaros 
del  espíritu  de  esa  doctrina  de  la  que  podéis  aprender  cuales  son  los 
deberes,  pero  también  los  derechos  en  una  sociedad  bien  ordenada. 

No  toca  a  Nos  definir  las  medidas  particulares  que  la  sociedad  de- 
be adoptar  para  cumplir  con  la  obligación  de  prestar  ayuda  a  la  ca- 
tegoría rural;  sin  embargo.  Nos  parece  que  los  fines  perseguidos  por 
vuestra  Confederación  coinciden  con  los  deberes  de  la  sociedad  mis- 
ma con  respecto  a  vosotros.  Estos  son,  por  ejemplo,  fomentar  la  pro- 
piedad agrícola  y  su  desarrollo  productivo;  poner  a  los  agricultores  no 
propietarios  en  condiciones  de  salarios,  de  contratos  y  de  renta  tales 
que  permitan  su  estabilidad  en  las  tierras  por  ellos  cultivadas,  y  facilitar 
la  consecución  de  la  plena  propiedad  (siempre  dejando  a  salvo  la  con- 
sideración debida  a  la  productividad,  a  los  derechos  de  sus  propieta- 
rios y  sobre  todo  a  sus  inversiones);  alentarles  con  ayudas  concretas 
a  mejorar  los  cultivos  y  el  patrimonio  zootécnico,  de  tal  modo  que  re- 
sulte beneficio  para  su  renta  y  para  la  prosperidad  nacional;  promover, 
además,  en  su  favor,  las  formas  de  asistencia  y  de  seguros,  comunes 
a  los  demás  trabajadores  (aunque  administradas  con  arreglo  a  las  es- 
peciales condiciones  del  agricultor);  facilitar  la  preparación  técnica,  es- 
pecialmente de  los  jóvenes,  conforme  a  métodos  racionales  y  modernos 
en  continuo  progreso;  y,  por  último,  tratar  de  que  sea  eliminada  esa 
demasiado  llamativa  diferencia  entre  la  renta  agrícola  y  la  industrial, 
que  es  causa  del  abandono  de  los  campos,  con  tanto  daño  para  la  eco- 
nomía en  un  país  como  el  vuestro,  basado  en  buena  parte  en  la  pro- 
ducción agrícola.  A  esos  fines  de  la  sociedad  en  beneficio  vuestro, 
únanse  los  que  se  derivan  de  las  especiales  condiciones  de  vuestros 
campos,  aún  no  provistos  suficientemente  en  algunas  partes  de  vivien- 
das, de  calles,  escuelas,  acueductos,  energía  eléctrica  y  consultorios  mé- 
dicos. 

Pues  bien,  mientras  que  se  os  consiente  pedir  a  la  comunidad  na- 
cional la  realización  de  estas  y  parecidas  medidas,  no  debéis  olvidar 
vuestra  obligación  de  no  exigirla  sin  tener  en  cuenta  las  verdaderas 
posibilidades  de  la  nación,  o  con  la  impaciencia  de  quien  mira  al  Es- 
tado como  simple  servidor  de  los  individuos  y  de  las  clases.  Todo  es- 
to os  enseña  el  espíritu  y  la  letra  de  la  doctrina  social  cristiana,  que 
habéis  tomado  como  norma  de  vuestra  asociación  y  a  la  que  vuestros 
dirigentes  desean  atenerse  para  procurar  vuestro  mejoramiento. 

Pero,  en  la  espera  de  que  vuestros  votos  y  propósitos,  expresados 
durante  las  jornadas  del  actual  Congreso,  se  transformen  lo  antes  po- 
sible en  realidad,  a  vosotros  toca  emprender  o  continuar  la  misión  per- 
sonal de  cultivaros  a  vosotros  mismos  como  trabajadores,  como  miem- 


El  Problema  Agrario 


193 


bros  de  la  sociedad,  como  hijos  de  Dios.  Por  lo  tanto,  deseamos  deci- 
ros algunas  palabras  sobre  cada  uno  de  estos  tres  deberes- 

1.  — Cultivaos  como  trabojadores. 

Suele  decirse  corrientemente  que  "la  naturaleza  lo  hace  todo"  en 
los  campos.  Esto  es  verdad  cuando  se  atribuye  al  maravilloso  poder 
de  la  naturaleza  ese  prodigio  de  germinación,  crecimiento  y  madura- 
ción que  ninguna  fuerza  de  arte  humano  puede  reproducir  y  substituir. 
Pero  la  naturaleza  espera  ser  ayudada  y  guiada  por  la  inteligencia  y 
por  la  mano  del  hombre  para  desarrollar  su  poder,  casi  ilimitado,  en 
beneficio  de  los  hombres.  La  labor  del  agricultor,  por  lo  tanto,  es  una 
forma  de  colaboración  casi  directa  a  la  obra  de  Dios,  y  honra  grande- 
mente a  quien  la  realiza.  Pues  bien,  cuanto  la  colaboración  es  más  in- 
teligente, asidua  y  vigilante,  tanto  más  la  naturaleza  está  dispuesta  a 
corresponder  generosamente  a  los  esfuerzos  humanos.  Ya  sabéis  que 
las  ciencias  modernas  han  abierto,  y  siguen  descubriendo,  nuevos  ca- 
minos para  reforzar  la  colaboración  del  hombre  con  la  naturaleza,  con 
el  fin  de  utilizar  más  sabiamente  sus  recursos.  Es  preciso  conocer,  es- 
tudiar y  adoptar  los  métodos  que  las  ciencias  sugieren.  Esto  implica  el 
abandono  de  sistemas  empíricos  y  rudimentarios,  que  constituyen  no 
solamente  un  derroche  de  energías  humanas,  sino  también  la  renuncia 
a  importantes  resultados,  tanto  más  valiosos  cuanto  más,  sobre  todo  en 
Vuestro  país,  la  tierra  resulta  inadecuada  para  el  número  de  sus  habi- 
tantes. El  agricultor  de  nuestros  días  no  puede  contentarse  con  los  lla- 
mados métodos  patriarcales,  sino  que  debe  llegar  al  conocimiento  téc- 
nico de  su  profesión,  dejándose  guiar  con  confianza  por  los  que  en  la 
agricultura  reconocen  una  ciencia  y  un  arte. 

Los  jóvenes,  especialmente,  deben  ser  estimulados  a  adquirir  una 
cultura  profesional  moderna,  dándoles  para  ello  tiempo  y  medio.  En 
esto  os  ayudará  vuestra  Confederación,  que  ha  organizado  ya  las  opor- 
tunas empresas  para  preparar  adecuadamente  a  la  juventud  rural  pa- 
ra las  responsabilidades  técnicas,  económicas  y  sociales,  y  para  trans- 
formarlos en  óptimos  jefes  de  hacienda. 

2.  — Cultivaos  como  miembros  de  la  sociedad. 

La  vida,  casi  apartada,  de  agricultores  podría  induciros  a  conside- 
raros a  vosotros  mismos  como  ajenos  a  la  obra  de  la  nación,  y  ade- 
más en  condiciones  de  inferioridad  con  respecto  a  los  demás  ciudada- 
nos. Nada  más  erróneo.  La  clase  agrícola,  especialmente  en  Italia, 
ha  sido  y  sigue  siendo  la  base  de  la  vida  de  la  nación,  tanto  por  la  re- 
levante aportación  económica  que  le  da,  como  por  el  carácter  sano,  el 
vigor  y  la  moralidad  de  que  abunda.  Las  familias  rurales  italianas  que, 
hasta  hoy,  han  dado  siempre  a  la  Nación,  y  lo  mismo  a  la  Iglesia, 
innumerables  santos  e  insignes  hombres  de  ciencia,  artistas,  hombres 
de  gobierno,  devotos  a  la  Patria,  demuestran  seguir  siendo  la  buena 
linfa,  del  gran  árbol.    Continuad  esta  espléndida  tradición;  convencí- 


194 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


dos,  por  otro  parte,  de  que  vuestra  ordinaria  aportación  a  la  vida  so- 
cial consiste  en  mejorar  el  rendimiento  de  vuestro  trabajo,  en  vigilar 
con  el  fin  de  que  no  os  seduzcan  las  fuerzas  disgregadoras  que  an- 
sian atraeros  a  su  órbita,  y  en  dedicaros  activamente,  mediante  una 
acción  sólida,  a  que  la  comunidad,  tanto  en  el  centro  como  en  la  pe- 
riferia, esté  guiada  y  regida  por  hombres  honrados  a  toda  prueba. 

Deseamos  añadir  aquí  una  palabra  especial  para  los  jóvenes, 
tan  a  menudo  tentados  de  abandonar  el  campo  tras  el  falaz  sueño 
de  una  fácil  vida  en  la  ciudad.  El  eco  que  a  vosotros,  queridísimos 
jóvenes,  os  llega  desde  las  grandes  ciudades,  por  medio  de  la  pren- 
sa, de  la  radio,  de  la  televisión  y  del  cine,  se  presta  a  falsear  en  vo- 
sotros una  realidad.  Muy  otra  es  la  vida  descrita  a  la  luz  del  arte  y 
de  la  diversión,  de  la  vida  cotidiana  de  todos  los  días-  De  todas  for- 
mas, la  ley  de  la  compensación,  se  cumple  también  cuando  se  con- 
frontan las  ventajas  de  la  ciudad  y  las  del  campo.  Las  grandes  ga- 
nancias de  la  ciudad  se  ven  diezmadas  por  las  fáciles  ocasiones  de 
despilfarro;  las  diversiones  espectaculares  no  valen  la  serenidad  de 
las  horas  transcurridas  en  la  paz  familiar;  ni  la  abundancia  de  co- 
modidades vale  el  sacrificio  de  la  independencia,  de  la  salud,  de  la 
seguridad  del  mañana,  prerrogativas  todas  estas  de  la  vida  rural.  To- 
das las  alabanzas  que  siempre,  y  en  todo  tiempo,  recibió  la  vida  del 
campo,  no  carecen  de  fundamento.  Por  lo  demás,  corresponderá  a 
vuestra  sabiduría  el  elegir;  pero  si  hubiérais  de  decidiros  o  cambiar 
de  trabajo,  procurad  no  basaros  en  relumbrantes  y  vanas  esperanzas. 

3. — Cultivaos,  en  fin,  religiosamente. 

Suele  decirse  que  el  agricultor  está  más  cerca  de  Dios,  pues  asis- 
te casi  hora  tras  hora  a  los  prodigios  de  su  Providencia.  Sin  embargo, 
puede  acontecer  que  el  continuo  trabajo,  las  dificultades  y  las  mis- 
mas distancias,  impidan  que  la  semilla  religiosa  encerrada  en  su  co- 
razón, germine  y  madure  en  frutos  de  instrucción,  de  prácticas  reli- 
giosas, y  también,  pues  ello  es  posible,  de  genuino  santidad.  Por  su 
parte,  la  Iglesia  no  ha  descuidado  nunca  a  esta  selecta  porción  de 
su  grey  de  Cristo,  enviando  a  celosos  sacerdotes  a  establecerse  entre 
ella  para  atender  a  sus  necesidades  espirituales.  Al  contrario  de  los 
primeros  días  del  Cristianismo,  la  población  agrícola  se  ha  manteni- 
do hasta  hoy  casi  poseedora  de  la  pura  tradición  cristiana.  Pero  en 
la  actualidad,  las  nuevas  condiciones  de  la  vida  rural  han  planteado 
no  pocos  graves  problemas  de  índole  espiritual  y  material,  cuya  solu- 
ción debe  preocupar  tanto  al  sacerdote  como  al  agricultor  y  a  la  mis- 
ma comunidad  civil. 

¿Cuál  debe  ser  en  esto  vuestro  deber  fundamental?  Manteneos 
en  el  contacto  más  estrecho  con  el  sacerdote.  Dios  se  ha  hecho  visi- 
ble en  el  Hijo  Unigénito  que,  a  su  vez,  continúa  "habitando  entre  no- 
sotros" en  el  eterno  sacerdocio  de  la  Iglesia.  El  sacerdote  es  el  ca- 
mino hacia  Cristo,  es  el  tesorero  de  los  medios  de  santificación,  es  el 
autorizado  heraldo  de  su  Evangelio...  (Termina  el  discurso  con  una 
hermosa  evocación  de  la  vida  del  campo). 


Capítulo  XI 


ACCION  SOCIAL 


1.  —  FUNDAMENTOS  DE  LA  ACCION  SOCIAL: 

12  de  septiembre  de  1948:  La  fe  católica  es  la  única  fuerza  moral 
necesaria  para  realizar  un  orden  social  justo. 

24  de  diciembre  de  1954:  La  paz  debe  ser  coexistencia  en  la  verdad. 
Para  construirla  debemos  apoyarnos  en  los  hombres,  y  no  en 
los  sistemas  sociales.  Son  incapaces  de  contruir  la  paz  los  es- 
cépticos  y  los  cínicos  del  materialismo;  y  también  los  que  no 
aceptan  obligaciones  morales  en  la  vida  social.  Responsabili- 
dad de  sacerdotes  y  seglares  que  cierran  sus  ojos  y  su  boca 
ante  las  injusticias  sociales. 

2  de  septiembre  de  1956:  Como  contribuye  la  Iglesia  a  la  construc- 
ción de!  orden  social.  No  se  puede  edificar  solamente  sobre 
las  condiciones  materiales;  es  menester,  además,  formar  la  con- 
ciencia sobre  un  orden  moral  absolutamente  válido.  Cual  es  la 
verdadera  "coexistencia  en  la  verdad". 

23  de  marzo  de  1956:    Cualidades  que  exige  la  evolución  interna  de 

la  sociedad  hacia  una  más  justa  contextura. 

2.  —  REQUISITOS  PARA  LA  ACCION  SOCIAL: 

24  de  diciembre  de  1953:    Exhortación  a  los  estadistas  a  la  acción  so- 

cial. Deben  tener:  enfoque  práctico  de  los  problemas,  tenacidad 
para  poner  en  práctica  la  doctrina  social  cristiana,  determinación 
de  poner  el  poder  de  la  autoridad  y  de  la  ley  al  servicio  de  todas 
las  clases  sociales. 

12  de  octubre  de  1953:  Conciencia  social  como  noVma  de  la  activi- 
dad profesional. 

2  de  junio  de  1947:  Ningún  temor  puede  autorizar  a  los  verdaderos 
cristianos  para  desviarse  de  la  doctrina  social  de  la  Iglesia. 

1  de  abril  de  1956:  Está  prometida  la  victoria  a  la  fe  que  se  tradu- 
ce en  obras  de  cumplida  justicia.  Firme  confianza  superadora 
del  pesimismo.    Dinamismo  vital  de  la  paz. 


196 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


3.—  ACTUACION  SOCIAL  DE  LA  MUJER: 

15  de  ag^osto  de  1945:  Conducta  de  la  obrera  con  respecto  a  la  Igle- 
sia, a  la  vida  pública  y  al  programa  social  de  la  Iglesia. 

21  de  octubre  de  1945:  Deber  de  la  mujer  de  participar  en  la  vi- 
da pública.  Vasto  campo  de  su  actividad.  Preparación  de  la 
mujer  para  la  acción  social  y  para  la  actuación  práctica  en  el 
campo  privado  y  público. 


1.—   FUNDAMENTOS  DE  LA  ACCION  SOCIAL 


DISCURSO  A  LOS  JOVENES  DE  ACCION  CATOLICA  ITALIANA 

(12  de  septiembre  de  1948) 
(fragmento) 

Debe  ser  una  victoria  sobre  las  miserias  sociales  para  tutelarlas 
con  la  fuerza  de  la  justicia  y  del  amor.  La  cuestión  social,  queridos 
hijos,  es  sin  duda  también  una  cuestión  económica,  pero  mucho  más 
una  cuestión  que  se  refiere  a  la  regulación  ordenada  de  la  sociedad  hu- 
mana, y,  en  su  sentido  más  profundo,  una  cuestión  moral,  y  por  con- 
siguiente, religiosa.  Considerada  bajo  este  aspecto,  se  reduce  a  lo 
siguiente:  ¿poseen  los  hombres,  desde  los  particulares  a  través  del 
pueblo,  hasta  la  comunidad  de  los  pueblos,  la  fuerza  moral  de  crear 
tales  condiciones  cívicas  que  en  la  vida  social  ningún  individuo  y 
ningún  pueblo  sea  solamente  cosa,  es  decir,  que  esté  privado  de  todo 
derecho  y  expuesto  a  la  explotación  de  los  otros;  sino  que  más  bien 
sean  todos  personas,  es  decir,  partícipes  legítimos  en  la  formación  del 
orden  social;  y  que  todos,  cada  uno  conforme  a  su  arte  y  profesión, 
puedan  vivir  tranquilos  y  felices  con  suficientes  medios  de  sustento, 
protegidos  eficazmente  contra  las  violencias  de  una  economía  egoís- 
ta, en  una  libertad  limitada  por  el  bien  general  y  en  una  dignidad 
humana  en  que  cadcf  uno  respete  a  los  demás  "como  a  sí  mismo?  ¿Se- 
rá capaz  la  Humanidad  de  engendrar  y  poseer  la  fuerza  moral  para 
la  actuación  de  tal  orden  social?  De  todos  modos,  una  cosa  es  cierta: 
sólo  hay  una  fuente  de  donde  pueda  brotar  esta  fuerza:  la  fe  cató- 
lica, vivida  hasta  en  sus  últimas  consecuencias,  y  alimentada  por 
los  torrentes  sobrenaturales  de  la  gracia  que  el  Divino  Redentor  otor- 
ga a  la  Humanidad  juntamente  con  la  misma  fe. 

RADIOMENSAJE  DEL  24  DE  DICIEMBRE  DE  1954 

(fragmento  b) 

ni. —  La  Coexistencia  en  la  Verdad 

Aunque  es  triste  notar  cómo  la  presente  fractura  de  la  familia  hu- 
mana se  produjo  al  principio  entre  hombres  que  conocían  y  adora- 


198 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


ban  al  mismo  Salvador  Jesucristo,  sin  embargo,  Nos  parece  fundada 
la  confianza  de  que  en  el  nombre  deJ  mismo  Cristo  se  pueda  echar 
aún  un  puente  de  paz  entre  las  dos  orillas  opuestas  y  restablecer  el 
vínculo  común  dolorosamente  roto. 

Se  espera,  en  efecto,  que  la  coexistencia  actual  acerque  a  la  hu- 
manidad a  la  paz.  Pero  para  justificar  esta  esperanza,  debe  ser  en 
algún  modo  una  coexistencia  en  la  verdad.  Y  no  se  puede  construir 
en  la  verdad  un  puente  entre  dos  mundos  separados,  si  no  es  apo- 
yándose en  los  hombres  que  viven  en  el  uno  y  en  el  otro,  y  no  sobre 
sus  regímenes  o  sistemas  sociales.  Porque  mientras  una  de  las  dos 
partes,  consciente  o  no  ,  hace  aún  grandes  esfuerzos  por  preservar 
el  derecho  natural;  en  cambio,  el  sistema  en  vigor  en  la  otra  parte 
se  ha  apartado  completamente  de  esta  base.  Tanto  un  sobrenatura- 
lismo  unilateral  que  no  quiera,  en  modo  alguno,  tener  en  cuenta  tal 
disposición  de  ánimo  con  el  pretexto  de  que  vivimos  en  el  mundo  de 
la  redención,  y  por  lo  tanto  sustraídos  al  orden  de  la  naturaleza;  co- 
mo el  pretender  que  se  reconozca  como  "verdad  histórica"  el  carác- 
ter colectivista  de  aquel  sistema,  como  si  también  él  correspondiera 
al  querer  divino,  son  errores  que  un  católico  no  puede  en  modo  al- 
guno aceptar.  La  recta  vía  es  otra.  En  ambos  campos  son  millones 
los  que  han  conservado,  en  grado  más  o  menos  activo,  la  huella  de 
Cristo:  ellos,  no  menos  que  los  fieles  y  fervorosos  creyentes,  deberían 
ser  los  llamados  a  colaborar  para  establecer  una  nueva  base  de  uni- 
dad de  la  familia  humana... 

. .  .  Son  muchos  los  que  se  ofrecen  a  preparar  la  base  de  la  uni- 
dad humana.  Pero  debiendo  ser  esta  base  o  puente  de  naturaleza 
espiritual,  no  están  ciertamente  cualificados  para  esta  obra  los  escép- 
ticos  y  los  cínicos,  que,  formados  en  la  escuela  de  un  materialismo 
más  o  menos  larvado,  reducen  a  reacciones  físicas  aun  las  más  augus- 
tas verdades  y  los  valores  espirituales  más  altos,  o  los  consideran 
como  meras  ideologías.  No  son  aptos  para  este  fin  aquellos  que  no 
admiten  verdades  absolutas  ni  aceptan  obligaciones  morales  en  el 
terreno  de  la  vida  social.  Estos  úhimos,  que  ya  en  el  pasado  con  su 
abuso  de  la  libertad  y  con  una  crítica  destructora  e  irracional  prepa- 
raron, a  menudo  inconscientemente,  un  clima  favorable  a  la  dictadu- 
ra y  a  la  opresión,  se  presentan  de  nuevo  para  impedir  la  obra  de  paci- 
ficación social  y  política  emprendida  bajo  la  inspiración  cristiana.  No 
es  raro  que  aquí  y  allá  levanten  la  voz  contra  los  que  conscientemen- 
te, como  cristianos,  se  interesan  con  pleno  derecho  por  los  problemas 
políticos,  y  en  general  de  la  vida  pública.  A  veces  denigran  también 
la  seguridad  y  la  fuerza  que  el  cristiano  saca  de  la  posesión  de  la  ver- 
dad absoluta;  y  por  el  contrario  difunden  la  persuasión  que  torna  a 
honra  del  hombre  moderno  y  es  mérito  de  su  educación,  el  no  tener 
ideas  o  tendencias  determinadas  ni  estar  ligado  a  ningún  mundo  es- 
piritual. Se  olvida  entre  tanto,  que  precisamente  de  estos  principios 
se  originaron  las  confusiones  y  los  desórdenes  actuales,  y  no  se  quie- 
re recordar  que  precisamente  las  fuerzas  cristianas,  a  las  que  se  com- 
bate ahora,  fueron  las  que  lograron  recuperar  en  muchos  países  la 


Acción  Social 


199 


libertad  por  ellos  disipada.  Cierto,  no  puede  esperarse  que  hombres 
de  esa  laya  construyan  el  puente  de  la  verdad  o  la  base  espiritual 
común;  en  cambio,  es  de  temer  que,  llevados  del  oportunismo,  no  en- 
cuentren inconveniente  en  simpatizar  con  el  falso  sistema  de  la  otra 
orilla,  y  adaptarse  a  permanecer  en  él,  aun  arrastrados,  si  llegase  a 
triunfar  momentáneamente .  . . 

...  Ni  cumplirían  con  su  deber  los  sacerdotes  y  seglares  que  ce- 
rrasen voluntariamente  los  ojos  y  la  boca  ante  las  injusticias  sociales 
que  están  presenciando,  dando  así  ocasión  a  ataques  injustos  contra 
la  capacidad  social  del  cristianismo  y  contra  la  eficacia  de  la  doctri- 
na social  de  la  Iglesia,  que,  gracias  a  Dios,  ha  dado  de  ello  tantas  yi 
tan  manifiestas  pruebas,  aun  en  estos  últimos  decenios.  Donde  esto 
tuviere  lugar,  recaería  también  sobre  ellos  la  responsabilidad  de  que 
grupos  de  jóvenes,  y  aun  de  pastores  de  almas,  se  dejasen  arrastrar 
en  algún  caso  a  radicalismos  y  progresismos  erróneos. 

Consecuencias  más  graves  causaría  al  orden  social,  y  también 
al  político,  la  conducta  de  los  cristianos  — ya  sean  de  condición  ele- 
vada o  humildes,  ya  gocen  de  mayor  o  menor  bienestar — ,  que  no 
se  resolviesen  a  reconocer  y  observar  sus  obligaciones  sociales  en  el 
manejo  de  los  negocios  económicos.  Todo  el  que  no  esté  dispuesto  a 
ajusfar  debidamente  al  bien  común  el  uso  de  los  bienes  privados,  ya 
sea  libremente  conforme  a  la  voz  de  su  conciencia,  ya  también  me- 
diante formas  organizadas  de  carácter  público,  contribuye,  en  cuanto 
de  él  depende,  a  impedir  la  indispensable  preponderancia  del  impulso 
y  de  la  responsabilidad  personal  de  la  vida  social. 

En  los  sistemas  democráticos  se  puede  caer  fácilmente  en  tal  error, 
cuando  el  interés  individual  está  bajo  la  protección  de  aquellas  or- 
ganizaciones colectivas  o  de  partido,  a  las  cuales  se  pide  la  protec- 
ción de  los  intereses  individuales,  más  bien  que  el  fomento  del  bien 
común;  de  este  modo  la  economía  viene  a  ser  fácilmente  presa  de 
fuerzas  anónimas  que  la  dominan  políticamente. 

MENSAJE  AL  77  KATHOLIKENTAG  ALEMAN 
(2  de  septiembre  de  1956) 
(fragmento) 

.  . .  2.—  Se  pedirá  hoy  a  una  Iglesia  que  afirma  ser  el  estandarte 
elevado  sobre  las  naciones,  cual  es  su  contribución  a  la  construcción 
del  orden  social.  La  Iglesia  Católica  puede,  sin  presunción,  afirmar 
que  ha  dado  en  el  curso  de  su  historia  una  enorme  contribución  a  la 
foririación  y  al  perfeccionamiento  de  la  vida  social;  y  la  investigación 
histórica  ha  dado  testimonio  de  ello  desde  hace  tiempo-  De  hecho, 
la  Iglesia  no  tiene  los  ojos  cerrados  ante  los  abismales  desórdenes  so- 
ciales que  la  era  de'  la  técnica  y  del  capitalismo  ha  aportado.  Ella 
no  ha  pensado  que  podría  por  sí  sólo  resolver  la  cuestión  social.  Pue- 


200 


El  Orden  Económtco-Social  Cristiano 


de,  sin  embargo,  mostrar,  con  la  frente  muy  alta,  los  valores  que  pre- 
paró y  que  tiene  prontos  para  resolverla.  Uno  de  tales  valores  es, 
precisamente,  su  doctrina  social  que  se  basa,  aún  en  sus  mínimos 
particulares,  en  el  derecho  natural  y  en  la  ley  de  Cristo.  La  doc- 
trina social  de  la  Iglesia  ha  sostenido  la  prueba,  manifestándose  gran- 
demente fecunda,  y  ello  ocurre  particularmente  entre  vosotros  en  Ale- 
mania. No  tiene  pues,  necesidad  de  retocar,  en  sus  puntos  esencia- 
les, su  doctrina  social.    Esta  permanece  así  como  es,  en  pleno  vigor. 

La  Iglesia  ha  puesto  siempre  de  relieve  que  para  formar  un  or- 
den social  sólido  no  basta  ver  las  condiciones  materiales,  sino  que  es 
necesario,  además,  cultivar  la  mentalidad:  es  decir,  enderezar  la  con- 
ciencia hacia  una  visión  del  orden  y  de  las  fuerzas  morales  absolu- 
tamente válida,  a  fin  de  obrar  siempre  en  conformidad  con  la  concien- 
cia. La  Iglesia  reclama  para  sí  el,  derecho  de  poder  formar  hombres 
con  esta  mentalidad,  y  ha  presentado  pruebas.  Aun  bajo  este  as- 
pecto, la  primavera  eucarística  que  la  Iglesia  ha  mostrado  en  el  si- 
glo XX  es  obra  visible  y  palpable  de  la  divina  Provincia. 

.  .  .  Este  no  quita  que  ella  tenga  que  sufrir  junto  con  todos  aque- 
llos que  por  la  Fe  han  sufrido  y  continúan  padeciendo  atroces  sufri- 
mientos. La  Iglesia,  además,  debe  preocuparse  por  el  porvenir  de 
las-  vastas  regiones  donde  se  opera  la  persecución,  puesto  que  el 
enemigo,  con  los  recursos  coercitivos  de  un  estado  totalitario  y  con 
los  pérfidos  métodos  de  inhibición  psíquica,  especialmente  de  las  jó- 
venes generaciones  y  de  los  niños,  dispone  de  medios  que  no  poseían 
los  perseguidores  de  la  Iglesia  en  el  pasado.  La  Iglesia  exhorta,  en 
fin,  a  los  fieles  en  los  países  en  los  que  vive  libre  a  darse  cuenta  del 
peligro  que  representa  aquel  adversario,  y  los  amonesta  una  vez  más, 
a  no  dejarse  engañar  con  la  visión  de  una  falsa  coexistencia,  enten- 
dida como  si  entre  la  Fe  católica,  el  concepto  universal  de  los  católi- 
cos, y  aquel  sistema  fuese  posible  un  compromiso,  un  acercamiento 
más  íntimo. 

Hay  una  "coexistencia  en  la  verdad".  Nos  hemos  hablado  de 
ella  en  ocasiones  precedentes,  y  a  cuanto  entonces  habíamos  dicho 
quisiéramos  ahora  agregar:  La  Iglesia  Católica  no  obliga  a  nadie  a 
pertenecerle.  Pide  sí,  la  libertad  de  poder  vivir  en  el  Estado  según 
su  Constitución  y  su  Ley,  teniendo  cuidado  de  sus  fieles,  y  predican- 
do libremente  el  mensaje  de  Jesucristo.  Esta  es,  por  cierto,  la  condi- 
ción fundamental  e  indiscutible  para  cualquier  coexistencia  sincera. 
La  Iglesia,  mientras  tanto,  continúa  combatiendo,  no  en  el  campo  de 
la  política  y  de  la  economía,  de  lo  que  a, menudo  se  le  acusa  en  falso, 
sino  con  las  armas  que  le  son  propias:  la  perseverancia  de  sus  fie- 
les, la  oración,  la  verdad  y  el  amor... 


Acción  Social 


201 


ALOCUCION  AL  COLEGIO  PONTIFICO  ESPAÑOL 

(23  de  marzo  de  1956) 
(fragmento) 

...Los  tiempos  avanzan  y  evoluciona  rápidamente  la  organiza- 
ción interna  de  la  más  íntima  contextura  de  la  sociedad,  marchando 
hacia  una  más  justa  distribución  de  los  bienes  de  producción  y  de 
consumo,  una  mayor  aproximación  entre  las  diversas  categorías  so- 
ciales y  una  más  razonable  satisfacción  de  las  justas  exigencias  de 
la  persona  humana;  que  en  un  momento  tan  crítico  de  la  historia  del 
mundo  no  falte  en  vosotros  la  debida  sensibilidad  para  percibir  en 
cada  caso  el  problema,  la  necesaria  preparación  para  resolverlo  y 
hasta  aquel  valor  que  sea  indispensable  para  recordar  a  cada  uno, 
no  solamente  sus  derechos,  sino  también  sus  deberes. 


2.—   REQUISITOS  PARA  LA  ACCION  SOCIAL 

RADIOMENSAJE  DE  24  DE  DICIEMBRE  DE  1953 
(fragmento) 

Acción  Social  Cristiana 

Sin  perder  ni  un  momento  de  vista  esta  meta,  exhortamos  por 
igual  a  los  estadistas  cristanos  a  la  acción  dentro  de  la  órbita  de  sus 
propias  naciones;  si  no  reina  el  orden  en  la  vida  interna  de  los  pue- 
blos, en  vano  puede  esperarse  la  unión  de  Europa  y  la  paz  y  seguri- 
dad del  mundo.  En  tiempos  como  los  que  atravesamos,  cuando  los 
errores  se  convierten  fácilmente  en  catástrofes,  un  estadista  cristiano 
no  puede,  hoy  menos  que  nunca,  agravar  las  tensiones  sociales  de 
su  patria  con  ponerlas  dramáticamente  de  relieve  al  paso  que  ignora 
un  enfoque  positivo  de  los  problemas;  con  lo  cual  se  permite  perder 
de  vista  la  ponderación  justa  de  lo  que  es  razonablemente  posible  ha- 
cer para  remediarlos- 
Debe  tener  tenacidad  para  poner  en  práctica  la  doctrina  social 
cristiana,  tenacidad  y  fe  en  sus  propios  principios,  mayores  que  los  de 
los  adversarios  en  sus  falsas  doctrinas.  Si  durante  el  último  siglo  se 
ha  ido  desenvolviendo  mejor  la  doctrina  social  cristiana,  e  incluso  ha 
dado  frutos  en  la  política  práctica  de  muchas  naciones  (infortunada- 
mente no  en  todas),  los  que  han  llegado  tarde  al  teatro  de  la  lucha 
no  tienen  razón  para  quejarse  de  que  el  Cristianismo  deja  que  desear, 
en  el  campo  social,  algo  que,  según  ellos,  debe  venir  de  una  llamada 


202 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


revolución  en  las  conciencias  cristianas.  El  fracaso  no  está  en  el 
•Cristianismo,  sino  en  la  mente  de  sus  acusadores. 

De  allí  que  el  estadista  cristiano  no  sirve  a  la  causa  de  la  paz  na- 
cional o  internacional  cuando  abandona  el  fundamento  sólido  de  la 
experiencia  objetiva  y  de  los  principios  claros  para  transformarse,  por 
decirlo  así,  en  el  heraldo  divinamente  inspirado  de  un  nuevo  orden 
social,  con  lo  cual  sólo  lleva  mayor  confusión  a  las  mentes  ya  deso- 
rientadas. Y  es  reo  de  esto  falta  quien  piensa  que  puede  experimen* 
tar  con  el  orden  social,  y  en  especial  quien  no  tenga  de  antemano  la 
determinación  de  hacer  que  la  autoridad  legítima  del  Estado  y  el  cum- 
plimiento de  las  leyes  justas  prevalezcan  entre  todas  las  clases  de  la 
sociedad.  ¿O  es  que  quizá  será  necesario  demostrar  todavía  que  la 
crisis  de  la  autoridad,  más  que  cualquier  otra  debilidad,  mina  la  for- 
taleza de  una  nación;  y  que  la  debilidad  de  una  nación  provoca  lo 
debilidad  de  Europa  entera  y  pone  en  peligro  la  paz  mundial? 

La  autoridad  del  Estado.—  Es,  pues,  preciso  predicar  contra  la  fal- 
sa opinión  de  que  el  poder  de  la  autoridad  y  de  la  ley,  aunque  íazo- 
nable,  abre  el  camino  o  lo  tiranía.  Ya  Nos  mismos  dijimos  hoce  al- 
gunos años  por  este  tiempo  de  la  Navidad  (24  de  diciembre  de  1944), 
al  hablar  de  la  democracia,  que  en  un  Estado  democrático,  lo  mismo 
que  en  cualquiera  otra  Nación  bien  ordenada,  la  autoridad  debería 
ser  real  y  efectiva.  Desde  luego,  la  democracia  persigue  poner  en 
práctica  el  ideal  de  la  libertad;  pero  la  libertad  ideal  es  sólo  aquello 
ajeno  por  completo  o  la  licencio,  aquello  libertad  que  junto  lo  con- 
ciencia de  los  propios  derechos  con  el  respeto  o  la  libertad,  la  digni- 
dad y  derechos  de  los  demás,  y  al  mismo  tiempo  reconoce  la  propia 
responsabilidad  hacia  el  bien  común. 


DISCURSO  A  LA  UNION  EUROPEA  DE  EXPERTOS  CONTABLES 
(12  de  octubre  de  1953) 
(fragmento) 

3. —  En  tercer  lugar.  Nos  quisiéramos  hablaros  de  lo  conciencia 
social.  El  sentido  de  lo  comunidad  y  la  voluntad  de  servirla  deben 
caracterizar  vuestra  íntima  actitud  y  vuestra  actividad  profesional. 
Existe  un  "apego  a  sí  mismo",  por  no  decir  "un  repliegue  sobre  si'' 
financiero  y  económico,  que  implica  a  lo  vez  un  error  intelectual  y 
una  desviación  baja  e  inmoral  de  los  sentimientos  y  de  la  voluntad. 

Los  industrias,  las  sociedades  financieras  y  los  bancos,  el  comer- 
cio al  por  mayor,  en  una  palabra,  todo  lo  vida  económica  con  su  me»- 
conismo  tan  complicado  en  nuestros  días,  y  sus  relaciones  internacio- 
nales, intervienen  en  lo  vida  de  lo  sociedad  y  la  influencian  por  todos 
lodos  de  uno  manera  profunda.  Pero  lo  sociedad  tiene  derecho  a  la 
existencia  y  pretende  no  ser  sacrificado  o  los  intereses  privados  de 
particulares.    La  consecuencia  es  que  quienes  tienen  influencia  sobre 


Acción  Social 


203 


el  funcionamiento  de  la  economía  y  de  la  finanza  deben  orientar  sus  jui- 
cios y  su  acción  conforme  a  los  principios  de  la  moral  social-  La  so- 
ciedad en  la  que  se  mueven  es  un  cuerpo  en  el  cual  los  organismos 
particulares  tienen  misiones  y  funciones  diversas;  comprende  dife- 
rentes clases  y  debe  servirlas  a  todas,  no  solamente  a  una  de  ellas, 
a  la  de  los  empresarios,  por  ejemplo,  o  a  la  de  los  obreros,  a  la  de 
los  grandes  o  a  la  de  los  pequeños  propietarios;  las  exigencias  de  la 
justicia  social  son  en  todas  las  mismas  en  su  formulación  abstracta, 
pero  su  forma  concreta  depende  también  de  las  circunstancias  de  tiem- 
po, de  lugar  y  de  cultura. 


DISCURSO  AL  SACRO  COLEGIO  DE  CARDENALES 
(2  de  junio  de  1947) 
(fragmento  b) 


El  miedo,  avergonzado  de  sí  mismo,  una  de  las  cosas  que  hace 
mejor  es  disfrazarse.  En  unos  se  disimula  bajo  la  mentirosa  vestidu- 
ra de  un  amor  hacia  los  oprimidos,  que  consiste  sólo  en  palabras,  co- 
mo si  los  pueblos  que  sufren  pudieran  sacar  provecho  del  error  y  de 
injusticia,  de  tácticas  demagógicas  y  de  promesas  que  jamás  podrán 
ser  cumplidas.  En  cambio,  en  otros,  el  miedo  se  cubre  con  las  apa- 
riencias de  la  prudencia  cristiana,  y  con  tal  pretexto  se  está  callado, 
cuando  el  deber  exigiría  que  se  dirigiera  a  los  ricos  y  a  los  poderosos 
el  intrépido  "non  licet",  y  que  se  les  reprendiese  claramente;  no  es  li- 
cito apartarse  por  seguir  el  ansia  del  lucro  o  del  dominio,  de  la  línea 
inflexible  de  los  principios  cristianos,  fundamento  de  la  vida  social  y 
política  que  la  Iglesia  ha  recordado  repetidamente  y  con  toda  clari- 
dad a  los  hombres  de  nuestro  tiempo.  A  vosotros  principalmente  se 
dirige  la  invitación  para  colaborar  sin  reservas  en  el  advenimiento 
de  una  ordenación  de  la  sociedad  que  realice  lo  más  pronto  posible 
una  sana  economía  y  una  justicia  social,  de  tal  manera  que  a  los  exr 
plotadores  de  la  lucha  de  clases  se  les  quite  la  posibilidad  de  embau- 
car a  los  desengañados  y  a  los  desheredados  de  este  mundo,  pintán- 
doles le  fe  cristiana  y  la  Iglesia  católica  no  como  una  aliada,  sino  co- 
mo una  enemiga. 

Por  disposición  de  la  divina  Providencia,  la  Iglesia  católica  ha 
elaborado  y  promulgado  su  doctrina  social.  Ella  nos  indica  el  cami- 
no que  hemos  de  seguir.  Que  ningún  temor  de  perder  los  bienes  o 
provechos  temporales,  de  parecer  menos  amantes  de  la  civilización 
moderna,  o  menos  patriotas,  o  menos  sociales,  podría  autorizar  a  los 
verdaderos  cristianos  para  desviarse  de  este  camino  ni  un  sólo  paso. 


204 


El  Obden  Económico-Social  Cristiano 


ALOCUCION  PASCUAL 
(1  de  abril  de  1956) 
(fragmento) 

. . .  Está  prometida  la  victoria  a  la  íe  que  se  traduce  en  obras  de 
cumplida  justicia,  en  la  observancia  de  los  mandamientos  y  de  los 
deberes  de  cada  uno;  que,  en  una  palabra,  se  concreta  en  amar  a  Dios 
y  por  El  y  en  El  a  los  hermanos,  a  los  hombres  todos,  mayormente  a 
los  humildes  y  a  los  pobres .  En  cambio,  sería  una  apariencia  de  íe  des- 
tinada a  la  derrota  ese  vago  sentimiento  de  cristianismo  muelle  y  vano 
que  no  rebasa  el  umbral  de  la  persuación  en  las  mentes  ni  el  del  amor 
en  los  corazones,  que  no  está  puesto  como  cimiento  o  coronación  ni  de 
la  vida  privada  ni  de  la  pública,  que  sólo  ve  en  la  ley  cristiana  uno* 
ética  puramente  humana  de  solidaridad,  y  una  disposición  cualquie- 
ra para  promover  el  trabajo,  la  técnica  y  el  bienestar  exterior.  Los  que 
agitan  la  engañosa  bandera  de  ese  cristianismo  vago,  lejos  de  estar 
al  lado  de  la  Iglesia  en  la  lucha  gigantesca  en  que  está  empeñada 
para  salvaguardar  para  el  hombre  del  siglo  presente  los  eternos  valo- 
res del  espíritu,  más  bien  aumentan  la  confusión,  haciéndose  así  cóm- 
plices de  los  enemigos  de  Cristo.  Tales  serían,  en  concreto,  los  cristia- 
nos que,  arrastrados  por  el  engaño  o  doblegados  por  el  terror,  diesen 
su  cooperación  a  sistemas  discutibles  que  exigen,  como  contraparti- 
da, la  renuncia  a  los  principios  sobrenaturales  de  la  íe  y  a  los  dere- 
chos naturales  del  hombre. 

La  Iglesia,  cimentada  sobre  la  roca  viva  de  la  fe,  d©  cuya  integri- 
dad es  la  única  depositario,  enarbola  la  bandera  salvadora  de  esta  mis- 
ma fe  en  medio  de  los  pueblos,  a  fin  de  que  los  creyentes  verdaderos 
y  activos,  guiados  por  ella,  realicen  lo  salvación  común. 

La  Iglesia  nada  teme  del  mundo  ni  en  el  mundo,  porque  vive  en 
cada  instante  el  misterio  de  la  Pascua  con  el  saludo  animador  que  es 
a  la  vez  promesa  del  Redentor  Resucitado:  Pax  vobis,  Paz  a  vosotros. 
Por  la  omnipotente  asistencia  de  El,  la  Iglesia,  así  como  no  ha  temido 
en  el  pasado  ni  a  los  tiranos  ni  a  los  obstáculos  interpuestos  en  su  be- 
néíica  intrepidez,  aun  en  el  campo  de  las  conquistas  civiles,  así  ahora 
siente  en  sí  el  valor  y  la  fuerza  para  afrontar  los  problemas  más  es- 
pinosos que  torturan  a  la  humanidad,  como  es  el  de  establecer  entre 
los  pueblos  la  coexistencia  en  la  verdad,  en  la  justicia  y  en  el  amor. 

La  firme  confianza  es  premisa  indispensable  al  triunfo  de  la  paz. 
Por  eso,  no  son  ciertamente  factores  de  paz  aquellos  que  se  dejan  do- 
blegar por  el  viento  del  pesimismo,  difundido  arteramente  y  que  halla 
expresión  en  dichos  tan  descorazonadores  como  éste:  "tanto  trabajo 
para  no  conseguir  nado";  ni  tampoco  la  favorecen  los  que  cerrando  los 
ojos  a  no  pocas  actuaciones  en  las  reformas  de  orden  económico  y  so- 
cial, de  las  que  también  ellos  se  benefician  — ventajas  obtenidas  no 
pocas  veces  mediante  extenuantes  fatigas  y  venciendo  obstáculos  casi 


Acción  Social 


205 


insuperables — ,  no  ven  sino  lo  que  falta,.  lo  que  no  se  ha  conseguido 
plenamente,  y  prestan  fácilmente  oídos  a  las  sugestiones  de  los  sem- 
bradores de  descontento. 

El  verdadero  amigo  de  la  paz  ha  de  saber  reaccionar  por  sí  mis- 
mo contra  semejantes  instigaciones  y  persuadirse  de  que  el  enemigo 
de  la  paz  se  aprovecha  precisamente  de  la  parte  débil  del  hombre,  co- 
mo el  pesimismo,  la  codicia,  la  envidia,  la  manía  de  la  crítica  infun- 
dada, para  sembrar  en  los  ánimos  la  turbación.  Se  sirve  una  vez  de 
una  de  estas  pasiones,  otra  vez  de  otra,  estimulando  ya  una,  ya  otra, 
amenazando  o  lisonjeando;  discutiendo  aquí,  hiriendo  allá;  hoy  exal- 
tando sus  mitos,  mañana  condenándolos;  hoy  alejándose  duramente, 
mañana  acercándose;  hoy  anunciando  un  nuevo  sistema,  mañana  vol- 
viendo al  antiguo. 

Por  otra  parte,  amados  hijos,  hay  que  notar  que  la  paz  verdadera 
no  es  un  descanso  semejante  a  la  muerte,  sino  más  bien  potencia  y 
dinamismo  de  vida.  De  esto  se  sigue  que  cuanto  más  elevada  es  la 
condición  del  ser  y  más  intenso  su  obrar,  tanto  más  profunda  se  debe 
manifectar  la  armonía  de  la  paz,  la  cual,  por  lo  tanto,  no  se  opone  a 
ninguna  conquista  del  pensamiento  ni  al  desarrollo  de  las  actividades 
productivas  y  técnicas,  sino  que,  al  contrario,  crea  las  condiciones 
más  aptas  para  el  progreso  de  toda  obra  artística,  económica,  política 
y  científica. . . 


3.— ACTUACION  SOCIAL  DE  LA  MUJER 


DISCURSO  A  LAS  OBRERAS  CATOLICAS  ITALIANAS 

(15  de  agosto  de  1955) 


En  nutrido  número  os  habéis  reunido  hoy  en  torno  a  Nos,  amadas 
hijas,  deseosas  de  testimoniar  vuestra  firme  adhesión  a  la  verdad  de  la 
fe  católica  y  vuestro  filial  homenaje  al  Vicario  de  Cristo.  Con  íntima 
complacencia  Nos  os  saludamos  en  nombre  de  Aquella,  que  es  la  glo- 
ria, la  alegría,  el  honor  de  todas  las  mujeres,  la  Santísima  Virgen  y 
Madre  de  Dios  María,  cuya  Asunción  al  Cielo  la  Iglesia  hoy  festeja  so- 
lemnemente. ¡Asunción  de  María  en  cuerpo  y  en  alma  al  Cielo!  Lo 
que  significa  la  consecución  del  fin,  el  término,  el  último  cumplimiento, 
el  júbilo,  la  bienaventuranza  "que  no  le  será  arrebatada"  (Lucas,  X, 
42).  Nosotros  todos,  amadas  hijas,  caminemos  hacia  nuestro  fin  supre- 
mo con  segura  fe  y  ferviente  esperanza,  pero  no  lo  hemos  todavía  lo- 
grado; Todavía  andamos  luchando  en  la  realidad  terrena,  en  esta  rea- 
lidad tan  dura  y  angustiosa.  Por  eso  vosotras  deseáis  oir  de  Nuestros 
labios  una  palabra  que  os  sirva  de  guía  y  de  aliento,  a  fin  de  que  se 
os  haga  más  fácil  el  camino,  y  podáis  alcanzar  segura  la  meta  ansiada. 

Nos  proponemos,  agradando  al  Señor,  hablaros  en  una  ocasión 
próxima  acerca  de  las  condiciones  y  de  los  deberes  de  la  mujer  en  la 


206 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


vida  contemporánea.  Mas  se  impone  que  os  hagamos  en  esta  oca- 
sión a  vosotras,  obreras  católicas,  algunas  breves  y  simples  considera- 
ciones, que  deben  regular  vuestra  conducta  con  respecto  a  la  familia,  a 
la  vida  pública  y  a  la  Iglesia. 

La  obrera  y  ¡a  lamilia. 

La  mujer  es  el  corazón  de  la  familia:  el  cuidado  de  la  casa,  en  la 
que  ella  es  reina,  constituya  el  centro  y  la  palestra  de  su  actividad  prin- 
cipal. Pero  en  este  orden  de  cosas,  la  industria  con  sus  portentosos 
progresos  ha  introducido  una  transformación  sin  precedentes  en  la  his- 
toria de  la  civilización  humana.  Ella  — vosotras  bien  lo  sabéis —  se  ha 
apoderado  de  una  notable  parte  de  los  trabajos  domésticos,  propios, 
por  naturaleza,  de  la  mujer,  y  viceversa,  ha  obligado  a  grandes  mu- 
chedumbres del  mundo  femenino  a  salir  del  hogar  y  a  prestar  su  obra 
a  las  fábricas,  en  los  oficios,  y  en  los  quehaceres.  No  pocos  deploran 
un  tal  cambio  de  cosas;  pero  ya  es  hecho  consumado,  del  que  aJ  pre- 
sente es  imposible  retroceder. 

Nos  en  otras  ocasiones  ya  hemos  indicado  las  profundas  repercu- 
siones que  dicha  transformación  ha  producido  en  el  pueblo  italiano. 
Porque  aquí,  más  tal  vez  que  en  otros  países,  la  tradicional  limitación 
de  la  actividad  femenina  en  el  seno  de  la  familia  era  un  elemento 
fundamental  en  la  salud  y  moralidad  pública,  de  modo  que  en  el  cam- 
bio ha  tomado  un  aspecto  de  una  verdadera  revolución  social. 

¿Cuál  es,  pues,  vuestro  deber  en  tales  condiciones?  Haced  que  aho- 
ra más  que  nunca  la  familia  sea  el  santuario  de  vuestra  vida.  Aque- 
llas, entre  vosotras,  que  no  están  casadas,  permanecen,  generalmente, 
en  la  intimidad  de  la  casa  paterna.  Ellas  dedican  voluntariamente  sus 
ganancias  y  sus  horas  libres  en  primer  lugar  a  sus  seres  queridos 
— padres,  hermanos,  hermanas — ,  aunque  esto  importe  la  renuncia  a 
una  vida  más  independiente  y  a  los  placeres,  a  los  cuales  irreflexi- 
vamente se  entregan  tantas  compañeras.  Aquí  se  trata,  amadas  hi- 
jas, de  nadar  contra  la  corriente  para  permanecer  fiel  a  un  deber  cris- 
tiano. Pero  el  cumplimiento  de  este  deber  os  proporcionará  la  felici- 
dad y  la  paz  del  corazón,  y  hará  caer  sobre  vuestro  porvenir,  como  llu- 
via de  primavera,  las  bendiciones  del  cielo. 

Y  a  aquellas  entre  vosotras  que  ya  son  esposas  y  madres,  les  de- 
cimos, sabéis  bien  qué  difícil  es  satisfacer,  con  fidelidad  a  la  ley  de 
Dios,  los  deberes  de  obrera  en  úna  ocupación  pública  y  al'  mismo  tiem- 
po los  de  madre  de  familia,  y  no  ignoramos  que  muchas  no  resisten 
y  caen  bajo  la  carga  que  una  y  otroi  imponen.  Los  esfuerzos  de  la  Igle- 
sia a  favor  de  un  salario  suficiente  al  sostenimiento  del  obrero  y  de  su 
familia  tenían  y  tienen  por  fin  (bien  difícil  por  cierto  de  conseguirlo) 
de  restituir  a  la  esposa  y  a  la  madre  a  su  propia  vocación  en  el  calor 
del  hogar. 

Que  si,  también,  queridas  hijas,  debéis  ganar  el  pan  de  cada  día 
en  las  fábricas  o  en  las  oficinas,  entregad  las  demás  horas  que  os  res- 
tan para  la  casa  a  vuestro  marido  y  a  vuestros  hijos,  y  con  ^edobda^ 


Acción  Social 


207 


do  fervor  confortadlos  con  el  buen  ejemplo,  con  el  cuidado  afectuo- 
so, con  el  amor  constante.  Hacéd  que  vuestra  presencia  sea,  para  usar 
la  expresión  del  Apóstol  San  Pablo,  un  lugar  de  "vida  tranquila  y 
quieta,  con  toda  piedad  y  dignidad"  (1  Tim.,  II,  2),  siempre  movidas 
del  propósito  de  asegurar  vosotras  mismas  con  sabiduría  a  vuestra  fa- 
milia aquellos  saludables  efectos  que  las  antiguas  costumbres  cristia- 
nas, ahora  ausentes,  obraban  casi  sin  darse  cuenta.  De  la  santifica- 
ción de  las  fiestas,  de  la  devota  asistencia  al  Santo  Sacrificio  de  la  Mi- 
sa,-de  la  frecuencia  a  la  Mesa  Eucarística  sacaréis  el  valor  para  la  pro- 
fesión de  vuestra  generosa  longanimidad  para  las  adversidades  y  con- 
trariedades de  la  vida,  la  fuerza  para  mantener  la  pureza  de  la  men- 
te y  de  las  costumbres,  la  fidelidad  conyugal,  el  amor  materno  pron- 
to a  toda  renuncia,  y  sobre  todo  abundará  la  gracia  de  Jesucristo  en 
vosotros,  en  vuestra  familia,  en  vuestras  compañeras  de  trabajo,  a  fin 
de  que  la  rectitud  y  la  lealtad,  el  respeto  del  derecho  y  de  la  dignidad 
ajena,  y  la  solicitud  para  la  mutua  ayuda  sean  las  cualidades  caraote- 
rísticas  de  vuestras  mutuas  relaciones. 

La,  obrera  y  la  vida  pública. 

Todo  lo  que  hemos  dicho  en  la  audiencia  del  1 1  de  marzo  pasado 
a  las  Asociaciones  Cristianas  de  trabajadores  italianos  acerca  de  sus 
derechos  y  deberes  en  la  vida  pública,  vale  también  para  vosotras, 
amadas  hijas.  Por  lo  tanto  Nos  detendremos  aquí  a  tocar  dos  puntos. 

En  primer  lugar,  no  tenemos  necesidad  de  recordaros  a  vosotras, 
que  tenéis  larga  experiencia  en  las  cosas  sociales,  cómo  la  Iglesia  ha 
siempre  sostenido  el  principio  de  que  a  la  trabajadora  se  le  debe  re- 
munerar por  su  trabajo  con  relación  a  su  rendimiento,  aun  la  misma 
recompensa  que  al  trabajador,  y  cómo  sería  injusto  y  contrario  al  bien 
común  disfrutar  sin  ninguna  contemplación  del  trabajo  de  la  mujer  so- 
lamente porque  se  puede  tener  a  menor  precio,  con  daño  no  sólo  de  la 
trabajadora,  sino  también  del  trabajador,  que  se  expondría  así  al  pe- 
ligro de  la  desocupación. 

Igualmente  es  apenas  necesario  recordar  que,  cuando  se  trata  de 
los  fundamentos  morales  de  la  familia  y  del  Estado,  los  derechos  de 
Dios  y  de  la  Iglesia,  todos,  hombres  y  mujeres,  de  cualquier  clase  o 
condición,  están  estrechamente  obligados  a  hacer  uso  de  sus  derechos 
políticos,  al  servicio  de  la  buena  causa. 

Mas  os  recomendamos  particularmente  una  cosa.  En  Italia,  como 
se  sabe,  fué  constituido  el  Sindicato  único,  al  que  se  alistaron  también 
los  católicos,  si  bien  conscientes  no  solamente  de  las  esperadas  ven- 
tajas, sino  también  de  los  peligros  que  eso  les  podría  presentar.  En  su 
fundación  fué  expresamente  reconocido  el  altísimo  valor  del  influjo  que 
el  soplo  de  la  espiritualidad  evangélica  habría  ejercido  en  la  obra  de 
la  Confederación.  ¿Esta  confortable  previsión  luego  se  ha  tenido  en 
cuenta?  No  Nos  animamos  a  afirmarlo.  De  todos  modos,  nadie  como 
vosotras,  trabajadoras  católicas,  está  llamado  a  hacer  que  las  bellas 
palabras  entonces  pronunciadas  no  sean  sólo  una  voz  vana  y  estéril, 


208 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


que  los  vientos  de  las  pasiones  políticas  bien  pronto  disipan,  sino  que 
sean  verdaderamente  la  fuerza  iluminadora  y  tutelar  de  la  actividad 
sindical.  Con  aquel  coraje  y  aquella  confianza,  que  es  prez  de  las  jó- 
venes generaciones  de  las  trabajadoras,  tened  cuidado  que  el  Sindi- 
cato no  se  desvíe  de  su  campo  propio  y  que  no  sea  cambiado  en  ins- 
trumento de  lucha  de  clases  o  de  intereses  de  partido. 

La  obrera  y  ¡a  Iglesia. 

Este  tercer  punto,  del  que  ya  hemos  hablado  en  otras  ocasiones,  se 
puede  compendiar  con  las  palabras:  la  Iglesia  es  la  Abogada,  la  Pa- 
trono, la  Madre  del  pueblo  trabajador.  Quien  pretendiera  afirma  lo  con- 
trario y  levantar  artificiosamente  un  muro  divisorio  entre  la  Iglesia 
y  el  mundo  del  trabajo,  llegaría  a  negar  hechos  de  evidencia  luminosa. 

Si  gloriari  oportet,  diremos  con  San  Pablo  (2  ad  Corl.,  XI,  30),  ¿quién 
puede  mostrar  un  programa  social  tan  sólidamente  fundado,  tan  rico  de 
contenido,  tan  vasto  y  al  mismo  tiempo  tan  proporcionado  y  justo,  como 
el  de  la  Iglesia  Católica?  ¿Quién,  desde  que  existe  el  proletariado  de  la 
industria,  ha  combatido  como  la  Iglesia  Católica  en  lucha  leal  por  la 
defensa  de  los  derechos  humanos  de  los  trabajadores?  En  lucha  leal: 
porque  es  acción  a  la  cual  la  Iglesia  se  siente  obligada  delante  de 
Dios  por  la  ley  de  Cristo;  en  lucha  leal,  no  para  excitar  el  odio  de  cla- 
ses, sino  para  garantizar  al  grupo  de  los  obreros  una  condición  se- 
gura y  estable,  que  otras  clases  del  pueblo  ya  gozaban,  y  a  fin  de  que 
la  clase  de  los  trabajadores  entrase  a  formar  parle  de  la  comunidad 
social  con  iguales  derechos  a  semejanza  de  los  otros  miembros. 

Visitad  los  países  donde  la  Iglesia  Católica  puede  vivir  y  obrar  li- 
bremente, aunque  sus  fieles,  como  por  ejemplo  en  los  Estados  Unidos 
de  América,  en  el  Canadá,  en  Inglaterra,  son  minoría;  penetrad  allí 
en  las  grandes  aglomeraciones  de  la  vida  industrial;  no  encontraréis 
ningún  vestigo  de  contraste  entre  la  Iglesia  y  el  mundo  del  trabajo. 
Aun  en  la  Alemania  anterior  a  1933  — vale  decir  antes  del  principio 
del  régimen  nacionalista—  las  organizaciones  sociales  católicas  en  los 
más  potentes  baluartes  de  la  industria  — Nos  pensamos  principalmen- 
te en  el  Rhin  y  allá  en  el  Ruhr—  representaban  una  fuerza  altamente 
benéfica,  no  menos  para  la  protección  del  obrero,  que  para  el  justo'  y 
equitativo  arreglo  de  los  conflictos  económicos.  Solamente  donde  la 
Iglesia  está  oprimida  e  impedida  de  trabajar  y  vivir,  el  pueblo  igno- 
rante puede  ser  inducido  a  creer  en  la  enemistad  de  Ella  para  con  el 
obrero. 

¡Trabajadores  y  trabajadoras  de  Italia,  hijos  de  una  patria  y  de 
una  civilización  sobreabundante,  más  que  ninguna,  de  encuentros  y  de 
contactos  entre  la  Iglesia  y  el  pueblo,  donde  el  pensamiento  católi- 
co a  través  de  los  siglos  ha  penetrado  tan  profundamente  en  la  con- 
ciencia y  en  la  vida  de  las  poblaciones,  donde  la  Ecclesia  Mater  tiene 
una  resonancia  tan  admirable  ,que  los  tiempos  remotos  se  funden  ar- 
moniosamente con  el  vivo  presente,  no  os  dejéis  engañar  o  desviar 
por  ninguna  desleal  propaganda!  Pensad  también  en  los  últimos  años 


Acción  Social 


209 


de  la  atrocísima  guerra.  ¿La  Iglesia,  por  ventura,  os  ha  abandonado? 
¿No  han  permanecido  unidos  la  Iglesia  y  el  pueblo?  ¿Él  pueblo  que  su- 
fría y  la  Iglesia  que  ha  querido  y  que  ha  podido  eficazmente  ir  en  su 
ayuda? 

Pero  tratándose  de  vosotras,  amadas  hijas,  no  hay  por  qué  insistir 
en  esta  verdad.  Vosotras  la  conocéis  y  con  sonto  orgullo  seguís  el  pen- 
dón social  de  la  Iglesia. . . 


DISCURSO  A  LAS  DELEGADAS  DE  LAS  SOCIEDADES 
CRISTIANAS  DE  ITALIA 

(21  dé  octubre  de  1945) 
(fragmento) 

II. — Deber  de  la  mujer  de  partícipar  en  la  vida  pública  en  el  tiempo 
presente. 

¿Habríamos  de  concluir  entonces  que  vosotras,  mujeres  y  jóvenes 
católicas,  habéis  de  mostraros  reacias  al  movimiento,  que  de  buena 
o  mala  gana  de  vuestra  parte,  os  arrastra,  os  lleva  a  la  órbita  social  y 
política?  De  ninguna  manera. 

Ante  las  teorías  y  los  métodos  que  por  diversos  senderos  arrancan 
!a  mujer  de  su  misión  y  con  el  halago  de  una  emancipación  desenfre^ 
nada  o  en  la  realidad  de  una  miseria  sin  esperanza  la  despojan  de 
su  dignidad  de  mujer,  hemos  escuchado  el  grito  de  aprensión  que  re- 
clama lo  más  posible  su  presencia  activa  en  el  hogar  doméstico. 

La  mujer,  es,  en  efecto,  mantenida  fuera  de  su  casa  no  sólo  por 
su  proclamada  emancipación,  sino  también  a  menudo  por  las  necesi- 
dades ae  la  vida,  por  la  continua  angustia  del  pan  de  cada  día.  En 
vano  entonces  se  predicará  su  vuelta  al  hogar  mientras  perduren  las 
condiciones  que  no  pocas  veces  la  constriñen  a  mantenerse  alejada  de 
ella.  Manifiéstase  así  el  primer  aspecto  de  vuestra  misión  en  la  vida 
social  y  política  que  se  abre  ante  vosotras.  Vuestra  entrada  en  esta 
vida  pública  se  ha  verificado  de  repente,  de  resultas  de  las  convulsio- 
nes sociales  de  las  que  somos  espectadores;  no  importa.  Sois  llamadas 
a  tomar  parte  en  ella:  ¿dejaréis  acosa  a  otras  que  se  conviertan  en  pro- 
motoras o  cómplices  de  la  ruina  del  hogar  doméstico,  les  dejaréis  el 
monopolio  de  la  organización  social  de  la  que  la  familia  es  el  elemen- 
to principal  en  su  unidad  económica,  jurídica,  espiritual  y  moral?  Es- 
tán en  juego  las  suertes  de  la  familia,  las  suertes  de  la  convivencia 
humana;  ¡tua  res  agitur!  Toda  mujer  entonces,  sin  excepción,  oídlo  bien, 
tiene  el  deber,  el  estricto  deber  de  conciencia  de  no  dejar  de  entrar  en 
acción  (en  las  formas  y  modos  que  más  condigan  con  la  condición 
de  cada  una)  para  contener  las  corrientes  qu.e  amenazan  el  hogar,  pa- 
ra combatir  las  doctrinas  que  socavan  sus  cimientos,  pora  preparar,  or- 
ganizar y  lograr  su  restauración. 


210 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


Añádase  q  este  motivo  urgente  para  la  mujer  católica  de  entrar 
en  la  senda  que  hoy  se  abre  a  su  laboriosidad,  otro  motivo:  su  dignidad 
de  mujer.  Ella  ha  de  concurrir  con  el  hombre  al  bien  de  la  civifas  en 
la  que  ella  es  igual  a  él  en  dignidad.  Cada  uno  de  los  dos  sexos  de- 
be tomar  la  parte  que  le  compete  según  su  naturaleza,  sus  caracteres, 
sus  aptitudes  físicas,  intelectuales  y  morales.  Ambos  tienen  el  dere- 
cho de  cooperar  al  bien  total  de  la  sociedad,  de  la  patria;  pero  es  ola- 
ro  que  sí  el  hombre,  por  su  temperamento  es  llevado  a  tratar  los  asun- 
tos exteriores,  los  asuntos  públicos;  generalmente  hablando,  la  mujer 
tiene  mayor  perspicacia  y  más  fino  tacto  para  conocer  y  resolver  los 
delicados  problemas  de  la  vida  doméstica  y  familiar,  base  de  toda  la 
vida  social;  ello  no  quita  que  algunas  sepan  realmente  dar  pruebas 
de  gran  pericia  aun  en  todos  los  campos  de  la  actividad  pública. 

Es  todo  ello  una  cuestión  no  tanto  de  atribuciones  distintas  cuanto 
del  modo  de  juzgar  y  de  venir  a  las  aplicaciones  concretas  y  prácticas- 
Tomemos  el  caso  de  los  derechos  civiles:  hoy  en  día  son  para  ambos 
los  mismos.  Pero  con  cuanto  mayor  discernimiento  y  eficacia  serán 
usados  si  el  hombre  y  la  mujer  se  integran  mutuamente.  La  sensibili- 
dad y  la  fineza  propias  de  la  mujer,  que  podrían  llevarla  a  juzgar  por 
sus  impresiones  e  implicarían  el  riesgo  de  pertubar  la  claridad  y  la  am- 
plitud de  sus  miras,  la  serenidad  de  las  apreciaciones,  la  previsión  de 
consecuencias  remotas,  son,  por  el  contrario,  preciosa  ayuda  para  po- 
ner en  luz  las  exigencias,  las  aspiraciones,  los  peligros  de  orden  domés- 
tico, asistencial  y  religioso. 

El  vasto  campo  de  la  actividad  de  la  mujer  en  la  vida  civil  y  política 
de  hoy. 

La  actividad  femenina  se  desarrolla  en  gran  parte  en  los  trabajos 
y  en  las  ocupaciones  de  la  vida  doméstica  que  contribuyen  más  y  me- 
jor que  lo  que  generalmente  podría  creerse,  a  los  verdaderos  intereses 
de  la  verdadera  comunidad  social.  Pero  estos  intereses  reclaman,  ade- 
más, una  pléyade  de  mujeres  que  dispongan  de  mayor  tiempo  para 
poder  dedicarse  a  ellos  más  directa  y  enteramente. 

¿Cuáles  podrán  ser  estas  mujeres  sino  especialmente  (no  entende- 
mos por  cierto  decir  exclusivamente)  aquellas  a  las  cuales  Nos  alu- 
díamos poco  ha,  aquellas  a  las  que  imperiosas  circunstancias  han  dic- 
tado la  misteriosa  "vocación",  aquellas  a  las  que  los  acontecimientos  han 
colocado  en  una  soledad  que  no  era  su  pensamiento  ni  era  sus  aspira- 
ciones, y  que  parecía  condenarlas  a  una  vida  egoísticamente  inútil  y 
sin  fin  determinado?  He  aquí,  por  el  contrario,  que  hoy  su  misión  se 
manifiesta  como  múltiple,  militante,  que  empeña  todas  sus  energías 
y  de  tal  monta,  que  pocas  otras  más  retenidas  por  el  cuidado  de  la 
familia  y  por  la  educación  de  los  hijos,  o  tal  vez  sometidas  al  santb 
yugo  de  la  regla,  estarían  en  grado  da  poder  cumplir  por  igual. 

Dedicábanse  hasta  ahora  algunas  de  aquellas  mujeres,  con  celo 
a  menudo  admirable,  a  las  obras  parroquiales;  otras,  con  miras  más 
amplias,  se  consagraban  a  una  actividad  moral  y  social  de  gran  en- 


Acción  Social 


211 


vergadura.  Su  número  a  causa  de  la  guerra  y  de  las  calamidades 
que  la  han  seguido,  ha  aumentado  considerablemente;  muchos  hom- 
bres valerosos  han  caído  en  la  horrible  guerra,  otros  han  vuelto  enfer- 
mos; muchas  jóvenes  esperarán,  por  ende  en  vano  la  llegada  de  un 
esposo,  la  floración  de  nuevas  vidas,  en  su  casa  solitaria;  pero  al 
mismo  tiempo  han  surgido  a  reclamar  su  concurso  nuevas  necesida- 
des creadas  por  la  entrada  de  la  mujer  en  la  vida  social  y  política. 
¿Es  esto  acaso  nada  más  que  una  coincidencia,  o  hay  que  ver  tal  vez 
en  ello  una  disposición  de  la  Providencia  Divina? 

Vasto  es,  pues,  el  campo  de  acción  que  se  abre  hoy  a  la  mujer  y 
puede  ser,  según  las  aptitudes  y  el  carácter  de  cada  una,  intelectual  o 
prácticamente  activo.  Estudiar  y  exponer  el  puesto  y  el  oficio  de  la 
mujer  en  lo  sociedad,  sus  derechos  y  sus  deberes,  convertirse  en  edu- 
cadora y  guía  de  sus  propias  hermanas,  enderezar  ideas,  disipar  pre- 
juicios, aclarar  confusiones,  explicar  y  difundir  la  doctrina  de  la  Igle- 
sa  para  derrotar  con  mayor  seguridad  el  error,  la  ilusión,  y  la  men- 
tira, para  deshacer  más  eficazmente  la  táctica  de  los  adversarios  del 
dogma  y  de  la  moral  católicos:  trabajo  inmenso  y  de  imperiosa  nece- 
sidad sin  el  cual  todo  el  celo  apostólico  no  obtendría  sino  resultados 
precarios. 

Pero  también  la  acción  directa  es  indispensable  si  no  se  quiere 
que  las  doctrinas  sanas  y  las  convicciones  sólidas  resulten  si  no  ab- 
solutamente platónicas,  pobres  por  lo  menos  en  resultados  prácticos. 

Esta  parte  directa,  esta  colaboración  efectiva  a  la  actividad  so- 
cial y  política  no  alteran  en  nada  el  carácter  propio  de  la  acción  noí- 
mal  de  la  mujer.  Asociada  a  la  obra  del  hombre  en  el  campo  de  las 
instituciones  civiles,  ella  se  aplicará  principalmente  a  las  materias  que 
exigen  tacto,  delicadeza,  instinto  maternal  más  que  rigidez  adminis- 
trativa. ¿Quién  mejor  que  ella  puede  comprender  lo  que  reclaman  la 
dignidad  de  la  mujer,  la  educación  y  la  protección  del  niño?  ¡Cuántos 
problemas  reclaman  en  estos  lemas  la  atención  y  la  acción  de  los  go- 
bernantes y  de  los  legisladores!  Sólo  la  mujer  sabrá,  .por  ejemplo,  tem- 
plar con  la  bondad  y  sin  detrimento  de  la  eficacia  la  represión  del  li- 
bertinaje; ella  sola  sabrá  hallar  los  caminos  para  salvar  de  la  humilla- 
ción y  educor  en  la  honestidad  y  en  las  virtudes  religiosas  y  civiles  a 
la  infancia  abandonada;  ella  sola  será  capaz  de  hacer  fructuosa  la 
obra  del  patronato  y  de  la  rehabilitación  de  los  liberados  de  la  cárce>i 
o  de  la  joven  caída;  ella  sola  hará  brotar  de  su  corazón  el  eco  del  gri- 
to de  las  madres  a  las  que  un  Estado  totalitario,  sea  cual  fuere  el  nom- 
bre con  que  se  tilde,  quiera  arrancar  la  educación  de  sus  hijos. 

Algunas  consideraciones  conclusivas. 

A)    Sobre  la  preparación  y  lormación  de  ¡c  mujer  en  la  vida  social  y 
política. 

Queda  así  trazado  el  programa  de  los  deberes  de  la  mujer  cuyo  ob- 
jeto práctico  es  doble:  su  preparación  y  formación  para  la  vida  social 


212 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


y  política,  el  desarrollo  y  la  actuación  ds  esta  vida  social  y  política 
en  el  campo  privado  y  en  el  público. 

Claro  es  que,  así  comprendido,  el  oficio  de  la  mujer  no  se  impro- 
visa. El  instinto  maternal  es  en  ella  un  instinto  humano,  no  determii- 
nodo  por  la  naturaleza  hasta  en  los  fines  particulares  de  sus  aplica- 
ciones. Es  dirigido  por  una  voluntad  libre,  y  esta  a  su  vez  es  guiadcr 
por  la  inteligencia. 

De  aquí  el  valor  moral  y  su  dignidad,  pero  también  de  aquí  su 
imperfección  que  necesita  ser  compensada  y  rescatada  con  la  educa- 
ción. 

La  educación  femenina  de  la  joven,  y  no  pocas  veces  de  la  mujer 
adulta,  es,  por  ende,  una  condición  necesaria  para  su  preparación  y 
para  su  formación  para  una  vida  digna  de  'ella.  El  ideal  sería  evidente- 
mente que  esta  educación  pudiera  remontarse  a  la  infancia,  a  la  inti- 
midad de  un  hogar  cristiano  bajo  el  influjo  de  la  madre.  Desgraciada- 
mente, no  siempre  sucede  así  ni  tampoco  es  siempre  posible.  Pero  se 
puede,  sin  embargo,  suplir  en  parte  esa  carencia  proporcionando  a  la 
joven  que  debe  por  necesidad  trabajar  fuera  de  casa  una  de  aquellas 
ocupaciones  que  son  de  alguna  manera  un  adiestramiento  a  la  vida  a 
la  que  está  destinada.  A  ello  tienden  las  escuelas  de  economía  do- 
méstica que  tratan  de  hacer  de  la  niña  y  de  la  joven  de  hoy  la  muf- 
jer  y  la  madre  de  mañana. 

¡Cuán  dignas  de  encomio  y  de  aliento  son  estas  instituciones! 
Constituyen  una  de  las  formas  en  las  que  puede  ampliamente  ejercitar- 
se y  transfundirse  vuestro  sentimiento  y  vuestro  celo  maternal,  y  es  una 
de  las  más  apreciables  porque  19I  bien  que  realizáis  en  ella  se  propon- 
ga infinitamente  poniendo  a  vuestras  alumnos  en  condiciones  de  hacer 
a  otras,  en  su  familia  y  fuera  de  ella,  el  bien  que  vosotras  les  habéis 
hecho.  ¿Qué  decir,  además,  de  tantas  otras  obras  por  medio  de  las 
cuales  vosotras  corréis  en  ayudo  de  las  madres  de  familia,  tanto  en  fa- 
vor de  su  formación  intelectual  y  religiosa  como  en  las  circunstótncias 
dolorosos  o  difíciles  de  la  vida? 

B  j    Sobre  la  actuación  práctica  de  la  mujer  en  la  vida  Eocial  y  política. 

Pero  en  vuestra  acción  social  y  política  mucho  depeixle  de  la  le- 
gislación del  Estado  y  de  la  administración  de  las  comunas.  Por  ello, 
la  papeleta  electoral  es  en  manos  de  la  mujer  católica  un  medio  impor- 
tante para  cumplir  su  riguroso  deber  de  conciencia  sobre  todo  en  los 
tiempos  presentes.  El  Estado  y  la  política  tienen,  en  efecto,  por  natu- 
raleza el  oficio  de  asegurar  a  las  familias  de  toda  categoría  las  condit- 
ciones  necesarias  para  que  puedan  existir  y  desarrollarse  como  unida- 
des económicas,  jurídicas  y  morales.  Entonces,  la  familia  será  verda- 
deramente célula  vital  de  hombres  que  buscan  su  bien  terrenal  y  eter- 
no. Bien  comprende  tcdo  esto  la  mujer  que  es  verdaderamente  tal.  Lo 
que,  por  el  contrario,  ella  no  comprende  ni  puede  comprender  es  que 
por  política  se  entiende;  el  predominio  de  una  clase  sobre  las  otras,  la 
mira  ambiciosa  de  una  simple  mayor  extensión  de  imperios  económi- 


Acción  Social 


213 


co  y  nacional,  sea  cual  fuere  el  motivo  por  el  cual  es  pretendido.  Bien 
sabe  ella  que  tal  política  abre  el  camino  a  la  guerra  civil,  oculta  o  vi- 
sible, al  peso  siempre  creciente  de  los  armamentos  y  al  constante  peli- 
gro de  guerra;  ella  conoce  por  experiencia  que  de  todas  maneras  aque- 
lla política  resulta  en  daño  de  la  familia  que  deberá  pagarla  a  caro 
precio  con  sus  bienes  y  con  su  sangre.  Por  esto  ninguna  mujer  sagaz 
es  favorable  a  una  política  de  lucha  de  clases  o  de  guerra.  Su  cami- 
no hacia  las  urnas  electorales  es  camino  de  paz.  En  el  interés  y  por 
el  bien  de  la  familia  la  mujer  recorrerá  aquel  camino  y  rechazará  siem- 
pre su  voto  a  toda  tendencia,  venga  de  donde  viniere,  a  toda  tenden- 
cia a  subordinar  a  egoísticas  aspiraciones  la  paz  interna  y  externa  del 
pueblo . 

Animo,  pues,  mujeres  y  jóvenes  católicas;  trabajad  sin  descanso, 
sin  dejaros  jamás  desalentar  por  las  dificultades  y  por  los  obstáculos; 
sed  bajo  el  estandarte  de  Cristo,  bajo  el  patrocinio  de  la  Madre  admi- 
rable, Reina  de  las  madres,  las  restauradoras  del  hogar,  de  la  fami- 
lia, de  la  sociedad.  Desciendan  copiosos  sobre  vosotras  los  favores  di- 
vinos en  prenda  de  los  cuales  os  impartimos  con  toda  la  efusión  de 
Nuestro  corazón  paternal  la  Bendición  Apostólica. 


Capítulo  XIT 


ORDEN  SOCIAL  DE  LIBERTAD  Y  DE  PAZ 


NATURALEZA  DEL  ORDEN  SOCIAL: 

24  de  diciembre  de  1951:  El  orden  social  es  orden  de  verdadera  li- 
bertad. Exhortación  de  la  Iglesia  al  orden  social  de  paz  funda- 
do en  la  verdadera  libertad.   Factores  adversos  de  la  libertad. 

FUNDAMENTOS  DEL  ORDEN  SOCIAL: 

24  de  diciembre  de  1942:  Fundamentos  morales  del  orden  social: 
1^ —  Dios  es  primera  causa  del  orden  moral.  2*? —  El  fin  de  la  vi- 
da Social  es  el  perfeccionamiento  de  la  persona  humana.  3*? —  Or- 
denamiento jurídico  de  carácter  ético  y  espiritual,  derivado  del 
orden  establecido  por  Dios.  Fundamentos  económico-sociales; 
Condenación  de  los  sistemas  marxistas  y  capitalistas.  Cinco  pun- 
tos fundamentales;  1? —  Dignidad  y  derechos  de  la  persona  hu- 
mana. 2^ —  Unidad  social.  3<? —  Dignidad  y  prerrogativas  del 
trabajo.  4"? —  Reintegración  del  orden  jurídico.  5*? —  Concepción 
cristiana  del  Estado. 

EL  ORDEN  SOCIAL  POLITICO: 

24  de  diciembre  de  1944:  Anhelo  común  por  la  democracia  como  sis- 
tema más  compatible  con  la  dignidad  y  la  libertad  de  los  ciu- 
dadanos. La  Iglesia  define  la  democracia  no  en  cuanto  a  su  or- 
ganización externa,  sino  en  cuanto  a  su  fundamento,  que  es  el 
hombre  como  sujeto  de  la  vida  social.  Libertad  y  dignidad  de 
los  ciudadanos  en  el  "pueblo";  negación  de  estos  atributos  en  la 
"masa".  Los  gobernantes  en  un  régimen  democrático.  Autoridad 
y  absolutismo  del  Estado. 

ACTUACION  DEL  ORDEN  SOCIAL: 

2  de  junio  de  1947:  La  libertad  sólo  puede  florecer  donde  el  dere- 
cho y  la  ley  tutelan  la  dignidad  de  los  pueblos  y  de  los  individuos. 

24  de  diciembre  de  1941:  Los  males  económico-sociales  del  mundo 
actual  nacen  de  la  progresiva  descristianización  individual  y  so- 
cial. 

24  de  diciembre  de  1950:  Paz  interna  de  los  pueblos:  sólo  puede  es- 
perarse de  quienes  trabajan  por  la  seguridad  social  natural  con 
elevado  espíritu  de  solidaridad. 


1.—   NATURALEZA  DEL  ORDEN  SOCIAL 


RADIOMENSAJE  DE  24  DE  DICIEMBRE  DE  1951 
(fragmento) 


Orden  de  verdadera  libertad. 

Pero  la  Iglesia  aquí  choca  con  una  dificultad  particular  debida  a 
las  actuales  circunstancias  sociales:  su  exhortación  en  favor  del  orden 
cristiano,  como  factor  principal  de  pacificación,  es  al  propio  tiempo  un 
estímulo  al  justo  concepto  de  la  verdadera  libertad.  Porque,  al  fin  el  or- 
den cristiano,  como  ordenación  de  paz,  es  esencialmente  orden  de  li- 
bertad. Este  es  el  concurso  solidario  de  hombres  y  de  pueblos  libres  por 
la  progresiva  actuación  en  todos  los  campos  de  la  vida,  de  los  fines  se- 
ñalados por  Dios  a  la  humanidad.  Es,  con  todo,  un  hecho  doloroso  que 
hoy  ya  no  se  estima  o  no  se  posee  la  verdadera  libertad.  En  estas  con- 
diciones, la  convivencia,  como  ordenación  de  la  paz,  está  interiormen- 
te enervada  y  exangüe,  y  exteriormente  expuesta  a  peligros  en  todo 
instante. 

Los  que,  por  ejemplo,  en  el  campo  económico  o  social  pretenden 
hacer  a  la  sociedad  responsable  de  todo,  aun  de  la  dirección  y  de  la  se- 
guridad de  su  existencia,  o  los  que  esperan  hoy  su  único  alimento  espi- 
ritual diario  cada  vez  menos  de  sí  mismos  — es  decir,  de  sus  propias  con- 
vicciones y  conocimientos —  y  cada  vez  más,  y  ya  preparado,  de  la 
prensa,  la  radio,  el  cine,  la  televisión,  ¿cómo  podrán  concebir  la  verda- 
dera libertad?  ¿Cómo  podrán  estimarla  y  desearla,  si  ya  no  tiene  ella 
lugar  alguno  en  su  vida?  No  son  más  que  simples  ruedas  de  los  diver- 
sos organismos  sociales;  ya  no  son  hombres  libres,  capaces  de  asumir 
y  de  aceptar  una  parte  de  responsabilidad  en  las  cosas  públicas.  Por 
eso^  si  hoy  gritan:  "¡No  más  guerra!",  ¿cómo  será  posible  fiarse  de 
ellos?  No  es  realmente  su  voz;  es  la  voz  anónima  del  grupo  social  en 
que  se  hallan  comprometidos. 

Esta  es  la  situación  dolorosa  que  entorpece  la  acción  de  la  Iglesia 
en  sus  esfuerzos  por  la  paz,  en  sus  llamadas  a  la  conciencia  de  la  ver- 
dadera libertad  humana,  elemento  indispensable,  según  la  concepción 
cristiana,  del  orden  social  considerado  como  organización  de  paz.  En 
vano  multiplica  Ella  sus  llamamientos  a  _  hombres  privados  de  esa  con- 


218 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


ciencia,  y  aún  más  inútilmente  los  enderezará  hacia  una  sociedad  que 
ha  quedado  reducida  a  puro  automatismo.  Tal  es  la  demasiado  difundi- 
da debilidad  de  un  mundo  que  gusta  llamarse  con  énfasis  "el  mundo 
libre".  O  se  engaña,  o  no  se  conoce  a  sí  mismo;  no  se  asienta  su  fuerza 
en  la  verdadera  libertad.  Es  un  nuevo  peligro  que  amenaza  a  la  paz,  y 
que  hay  que  denunciar  a  la  luz  del  orden  social  cristiano.  De  ahí  pro- 
viene también,  en  no  pocos  hombres  aiitorizados  del  llamado  "mundo 
libre",  una  aversión  contra  la  Iglesia,  contra  esta  importuna  amonesta- 
dora  de  algo  que  no  se  tiene,  pero  que  se  pretende  tener,  y  que,  por 
una  rara  inversión  de  ideas,  injustamente  se  le  niega  precisamente  a 
Ella:  hablamos  de  la  estima  y  del  respeto  de  la  genuino  libertad. 

Mas  la  invitación  de  la  Iglesia  todavía  encuentra  menor  resonancia 
en  el  campo  opuesto.  Aquí,  en  verdad,  se  pretende  estar  en  posesión  de 
la  verdadera  libertad,  porque  la  vida  social  no  fluctúa  sobre  la  incon- 
sistente quimera  del  individuo  autónomo,  ni  hace  al  orden  público  lo 
más  indiferente  posible  a  valores  presentados  como  absolutos,  antes 
bien,  todo  está  estrechamente  ligado  y  dirigido  a  la  existencia  o  al  pro- 
greso de  una  determinada  colectividad. 

Pero  el  resultado  del  sistema  de  que  hablamos  no  ha  sido  feliz,  ni 
ha  hecho  más  fácil  la  acción  de  la  Iglesia;  porque  aquí  está  menos  tu- 
telado aún  el  verdadero  concepto  de  la  libertad  y  de  la  responsabilidad 
personal.  Y  ¿cómo  podría  ser  de  otro  modo,  si  Dios  no  tiene  allí  su  pues- 
to soberano,  si  la  vida  y  la  actividad  d=l  mundo  no  gravita  en  torno  de 
El,  ni  tiene  a  El  por  centro?  La  sociedad  no  es  más  que  una  enorme  má- 
quina, cuyo  orden  es  sólo  aparente,  porque  ya  no  es  el  orden  de  la  vi- 
da, del  espíritu,  de  la  libertad,  de  Iq  paz.  Como  en  una  máquina,  su  ac- 
tividad se  ejercita  materialmente,  destruyendo  la  dignidad  y  la  liberte-^ 
humana.  En  tal  sociedad  la  aportación  de  la  Iglesia  a  la  paz  y  su  ex- 
hortación al  orden  verdadero  en  la  verdadera  libertad  se  encuentran 
en  circunstancias  muy  desfavorables.  Los  pretendidos  valores  social-es 
absolutos  pueden,  sí,  entusiasmar  a  una  cierta  juventud  en  un  momento 
importante  de  la  vida;  mientras  no  es  raro  que  en  el  otro  bando  otra  ju- 
ventud prematuramente  desengañada  por  amargas  experiencias,  se  ha- 
ya vuelto  escéptica  e  incapaz  de  interesarse  por  la  vida  pública  y  social. 


2.—   FUNDAMENTOS  DEL  ORDEN  SOCIAL 


RADIOMENSAJE  DEL  24  DE  DICIEMBRE  DE  1942 

(fragmento) 

...  El  lema  "tengo  compasión  de  estos  gentes"  es  poro  Nos  una 
consigna  sagrada,  inviolable,  válido  y  ocucicmte  en  todos  los  tiempos 
y  en  todos  los  situaciones  humónos,  como  ero  lo  divisa  de  Jesús;  y  lo 
Iglesia  renegaría  o  sí  mismo,  cesando  de  ser  madre,  si  se  volviese  sor- 
da al  grito  angustioso,  y  filial  que  todos  las  clases  sociales  de  lo  huma- 


Orden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


219 


nidad  hacen  llegar  a  su  oído.  Ella  no  pretende  tomar  partido  por  una  u 
otra  de  las  formas  particulares  y  concretas  con  las  cuales  cada  uno  de 
los  pueblos  y  Estados  tienden  a  resolver  los  problemas  gigantescos  de 
la  armonía  interna  y  de  la  colaboración  internacional,  cuando  ellos  res- 
petan la  ley  divina;  mas,  de  otra  parte,  "columna  y  fundamento  de  la 
verdad"  (Tim.  II,  15),  y  custodio,  por  voluntad  de  Dios  y  por  misión  de 
Cristo,  del  orden  natural  y  sobrenatural,  la  Iglesia  no  puede  renunciar 
a  proclamar  delante  de  sus  hijos,  y  delante  del  universo  entero  las  in- 
concusas normas  fundamentales,  preservándolas  de  todo  tergiversa- 
miento,  oscuridad,  impureza,  fcílsas  interpretaciones  y  errores;  tanto 
más  cuanto  que  de  su  observancia,  y  no  solamente  del  esfuerzo  de  una 
voluntad  noble  y  apasionada,  depende  la  firmeza  final  de  cualquier  nue- 
vo orden  nacional  e  internacional  invocado  con  ardiente  anhelo  por  to- 
dos los  pueblos.  Pueblos  de  los  cuales  conocemos  las  dotes  de  valor  y 
de  sacrificio,  mas  también  las  angustias  y  los  dolores,  y  a  los  cuales 
todos,  sin  ninguna  excepción,  en  esta  hora  de  indecibles  pruebas  y  con- 
trastes, Nos  sentimos  ligados  con  profundo  e  imparcial  e  imperturba- 
ble amor  y  con  inmenso  anhelo  de  llevarles  todo  alivio  y  socorro  que,  en 
cualquier  modo,  esté  en  Nuesto  poder. 


Relaciones  Internacionales  y  Orden  Interno  de  las  Naciones. 

Nuestró  último  Mensaje  natalicio  exponía  los  principios,  sugeridos 
por  el  pensamiento  cristiano,  para  establecer  un  orden  de  convivencia 
y  colaboración  internacional  conforme  a  las  normas  divinas.  Hoy  que- 
remos detenernos,  seguros  del  consentimiento  y^-del  interés  de  todos 
los  honestos,  con  cuidado  particular  y  con  igual  imparcialidad,  sobre 
las  normas  fundamentales  del  orden  interno  de  los  Estados  y  de  los 
pueblos.  Relaciones  internacionales  y  orden  interno  están  íntimamente 
conexos,  siendo  dependientes  el  equilibrio  y  la  armonía  entre  las  Na- 
ciones del  equilibrio  interno  y  de  la  madurez  interna  de  cada  uno  de  los 
Estados  en  el  campo  material,  social  e  intelectual.  Ni  resulta  posible  de 
hecho  que  sea  realizado  un  sólido  e  imperturbado  frente  de  paz  respec- 
to del  extranjero,  sin  un  frente  de  paz  en  el  interior,  que  inspire  con- 
fianza. Por  consiguiente,  sólo  la  aspiración  hacia  una  paz  integral  en 
los  dos  campos  vendrá  a  liberar  a  los  pueblos  de  la  cruel  pesadilla  de 
la  guerra,  a  disminuir  o  superar  gradualmente  las  causas  materiales 
y  psicológicas  de  nuevos  desequilibrios  y  convulsiones. 

Doble  eJemenío  de  paz  en  la  vida  social. 

Toda  convivencia  social,  digna  de  tal  nom^bre,  así  como  se  origina 
en  la  voluntad  de  paz,  así  tiende  a  la  paz;  a  aquella  tranquila  conviven- 
cia en  el  orden  en  la  cual  Santo  Tomás,  haciendo  eco  al  conocido  di- 
cho de  San  Agustín,  ve  la  esencia  de  la  paz.  Dos  elementos  primordia- 
les rigen,  por  lo  tanto,  la  vida  social:  convivencia  en  el  orden,  convi- 
vencia en  la  tranquilidad. 


I 


220 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


I. —    Convivencia  en  e]  Orden. 

El  orden,  base  de  la  vida  asociada  de  los  hombres,  esto  es,  de  seres 
intelectuales  y  morales,  que  tienden  a  realizar  un  fin  conveniente  a  su 
naturaleza,  no  es  una  mero  conexión  extrínseca  de  partes  numéricamen- 
te diversos;  es,  más  bien,  y  ha  de  ser,  tendencia  y  realización  siempre 
más  perfecta,  de  una  unidad  interior,  lo  que  no  excluye  las  diferencias 
realmente  probadas,  y  sancionadas  por  la  voluntad  del  Creador  o  por 
normas  sobrenaturales. 

Uno  clara  inteligencia  de  los  fundamentos  genuinos  de  toda  vidq 
social  tiene  una  importancia  capital,  hoy  más  que  nunca,  mientras  la 
humanidad,  intoxicada  por  lo  virulencia  de  errores  y  descarriamientos 
sociales,  atormentada  por  la  fiebre  de  la  discordia  de  deseos,  doctrinas 
e  intentos,  se  debate  angustiosamente  en  el  desorden  creado  por  ella 
misma,  y  se  resiente  de  los  efectos  de  la  fuerza  destructora  de  ideas 
sociales  erróneas,  las  cuales  olvidan  las  normas  de  Dios  o  son  contra- 
rias o  ellos.  Y  porque  el  desorden  no  puede  ser  superado  sino  con  un 
orden,  que  no  seo  meramente  forzado  o  ficticio  (no  de  otro  modo  como 
lo  oscuridad  con  sus  deprimentes  y  temerosos  efectos  no  puede  ser  des- 
terrada sino  por  la  luz,  y  no  por  fuegos  fatuos);  lo  salvación,  el  resta- 
blecimiento y  un  progresivo  mejoramiento  no  pueden  esperarse  y  ori- 
ginarse sino  de  un  retorno  de  amplios  e  influyentes  grupos  a  lo  rec- 
ta concepción  social;  un  retorno  que  requiere  una  extraordinaria  gra- 
cia de  Dios  y  uno  voluntad  inquebrantable  pronta  y  presta  al  sacrifi- 
cio, de  los  hombres  buenos  y  de  mirado  amplio.  De  estos  grupos  más 
influyentes  y  más  abiertos  poro  penetrar  y  ponderar  la  belleza  atroyen- 
te  de  las  justas  normas  sociales,  posará  y  entrará  después  en  lo  multi- 
tud la  convicción  del  origen  verdadero,  divino  y  espiritual  de  lo  vida 
social,  explanando  de  tal  modo  el  camino  al  despertar,  al  incremento 
y  a  lo  consolidación  de  aquellas  concepciones  morales,  sin  las  cuales 
las  más  orgullosos  realizaciones  representarán  uno  Babel,  cuyos  habi- 
tantes, aún  cuando  tengan  muros  comunes,  hablan  lenguas  diversas 
y  contrastantes. 

Dios  Primera  Causa  y  Ultimo  Fundamento  de  la  Vida  Individual  y  Social. 

De  la  vida  individual  y  social  conviene  ascender  o  Dios,  Pri- 
mera causo  y  último  fundamento,  como  Creador  de  la  primera  socie- 
dad conyugal,  fuente  de  lo  sociedad  familiar,  de  la  sociedad  de  los 
pueblos  y  de  los  naciones.  Reproduciendo  sólo  imperfectamente  su 
ejemplar.  Dios  Uno  y  Trino,  que  con  el  misterio  de  la  Encarnación  re- 
dimió y  ensalzó  lo  naturaleza  humano,  lo  vida  asociado,  en  su  ideal 
y  en  su  fin,  posee  a  lo  luz  de  la  rozón  y  de  lo  revelación  uno  autoridad 
moral  y  absolutez  que  trasgrede  toda  mudanza  de  los  tiempos;  y  uno 
fuerza  de  atracción  que,  lejos  de  ser  amortiguada  y  menguado  por  de- 
silusiones, errores,  contradicciones,  mueve  irresistiblemente  los  espíri- 
tus más  nobles  y  más  fieles  al  Señor  a  tomar  de  nuevo  con  renovado 
energía,  con  nuevo  conocimiento,  con  nuevos  estudios,  medios  y  mé- 


Orden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


221 


todos,  lo  que  en  otros  tiempos  y  en  otras  circunstancias  fué  intentado 
en  vano. 

Desenvolvimiento  y  Perfeccionamiento  de  ¡a  Persona  humana. 

Origen  y  fin  esencial  de  la  vida  social  es  menester  que  sea  la  con- 
servación, el  desenvolvimiento  y  el  perfeccionamiento  de  la  persona 
humana,  ayudándola  a  realizar  rectamente  las  normas  y  los  valores 
de  la  religión  y  de  la  cultura,  señalados  por  el  Creador  a  cada  uno  de 
los  hombres  y  a  toda  la  humanidad,  ya  sea  en  su  conjunto,  ya  sea  en 
sus  naturales  ramificaciones. 

Una  doctrina  o  construcción  social  que  reniegue  de  tal  interna 
esencial  conexión  con  Dios  de  todo  lo  que  respecta  al  hombre,  o  pres- 
cinda de  ella,  sigue  falso  camino;  y  mientras  construye  con  una  ma- 
no, prepara  con  la  otra  los  medios  que,  tarde  o  temprano,  tenderán  em- 
boscadas o  destruirán  la  obra.  Y  cuando,  desconociendo  el  respeto  de- 
bido a  la  persona  y  a  la  vida  propia  de  ella,  no  le  conceda  ningún  pues- 
to en  sus  ordenamientos,  en  la  actividad  legislativa  o  ejecutiva,  lejos 
de  servir  a  la  sociedad,  la  perjudica;  lejos  de  promover  y  animar  el 
pensamiento  social  y  realizar  las  expectativas  y  las  esperanzas,  le  qui- 
ta todo  valor  intrínseco,  sirviéndose  de  ella  como  de  frase  utilitaria,  la 
cual  encuentra  en  grupos  cada  vez  más  numerosos  resuelta  y  franca 
repulsa. 

Si  la  vida  social  importa  unidad  interior,  no  excluye,  sin  embargo, 
las  diferencias,  a  las  cuales  apoya  la  realidad  y  la  naturaleza.  Pero 
cuando  se  está  firme  en  el  supremo  regulador,  de  todo  lo  que  respecta 
al  hombre.  Dios,  las  semejanzas  no  menos  que  las  diferencias  de  los 
hombres  encuentran  el  puesto  conveniente  en  el  orden  absoluto  de  los 
seres,  de  los  valores,  y  por  consiguiente,  también  de  la  moralidad.  Por 
el  contrario,  quitado  este  fundamento,  se  abre  entre  los  varios  campos 
de  la  cultura  una  peligrosa  discontinuidad,  aparece  una  incertidumbre 
y  debilidad  de  contornos,  de  límites  y  de  valores,  tal  que  sólo  meros 
factores  externos,  y  a  menudo,  ciegos  instintos,  vengan  después  a  de- 
terminar, según  la  tendencia  dominante  del  día,  a  quienes  concierne 
el  predominio  de  una  o  de  otra  dirección. 

A  la  economía  dañosa  de  los  pasados  decenios,  durante  los  cuales 
toda  vida  estuvo  subordinada  al  estímulo  de  la  ganancia,  sucede  aho- 
ra una  no  menos  dañosa  concepción,  la  cual,  mientras  defiende  todo  y 
a  todos  bajo  el  aspecto  político,  excluye  toda  consideración  ética  y 
religiosa.  Engaño  y  descarriamiento  fatales,  plenos  de  consecuencias 
imprevisibles  para  la  vida  social,  la  cual  nunca  está  más  próxima  a 
la  pérdida  de  sus  más  nobles  prerrogativas  que  cuando  se  ilusiona  de 
poder  renegar  u  olvidar  impunemente  la  fuente  eterna  de  su  dignidad: 
Dios. 

La  razón  iluminada  por  la  fe  asigna  a  las  personas  singulares  y 
particulares  sociedades  en  la  organización  social  un  puesto  fijo  y  no- 
ble; y  sabe,  por  hablar  sólo  del  más  importante,  que  toda  la  actividad 
del  Estado,  política  y  económica,  sirve  para  la  realización  duradera  del 
bien  común,  esto  es,  de  aquellas  condiciones  que  son  necesarias  al 


222 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


conjunto  de  los  ciudadanos  para  el  desenvolvimiento  de  sus  cualidades 
y  de  sus  deberes,  de  su  vida  material,  intelectual  y  religiosa,  en  cuanto 
que,  por  un  lado,  las  fuerzas  y  las  energías  de  la  familia  y  de  los  otros 
organismos  a  los  cuales  pertenece  una  natural  precedencia,  no  son 
suficientes;  y  por  otro  lado,  la  voluntad  salvífica  de  Dios  no  había  de- 
terminado en  la  Iglesia  ninguna  otra  sociedad  universal  al  servicio  de 
la  persona  humana  y  de  la  realización  de  sus  fines  religiosos. 

En  una  concepción  social  transida  y  sancionada  por  el  pensamien- 
to religioso,  la  laboriosidad  de  la  economía  y  de  todos  los  otros  cam- 
pos de  la  cultura  representa  una  nobilísima  forja  universal  de  activi- 
dad, riquísima  en  su  variedad,  coherente  en  su  armonía,  donde  la  se- 
mejanza intelectual  y  la  diferencia  funcional  de  los  hombres  consiguen 
su  derecho  y  tienen  adecuada  expresión;  en  caso  diverso  se  deprime  ©1 
trabajo  y  se  rebaja  al  obrero. 


Ordenamiento  jurídico  de  la  Sociedad  y  sus  fines. 

f  A  fin  de  que  la  vida  social,  cual  es  querida  por  Dios,  obtenga  su 
ifin,  es  esencial  un  ordenamiento  jurídico  que  sirva  de  apoyo  externo, 
de  defensa  y  protección;  ordenamiento  cuya  función  no  es  dominar,  si- 
no servir,  tender  a  desenvolver  y  acrecentar  la  vitalidad  de  la  socie- 
dad en  la  rica  multiplicidad  de  sus  fines,  conduciendo  hacia  su  per- 
feccionamiento todas  las  diferentes  energías  en  pacífico  concurso  y  de- 
fendiéndolas con  medios  apropiados  y  honestos  contra  todo  lo  que  es 
desventajoso  a  su  pleno  desenvolvimiento"?  Un  tal  ordenamiento,  para 
garantizar  el  equilibrio,  la  seguridad  y  la  armonía  de  la  sociedad,  tie- 
ne también  el  poder  de  coacción,  contra  aquellos  que,  sólo  por  esta  vía, 
■pueden  ser  mantenidos  en  la  noble  disciplina  social;  pero  propiamen- 
te, en  el  justo  cumplimiento  de  este  derecho,  una  autoridad  verdadera- 
mente digna  de  tal  nombre,  no  lo  será  jamás  si  no  siente  la  angustio- 
sa responsabilidad  frente  al  Eterno  Juez,  en  cuyo  tribunal  toda  falsa 
sentencia,  y  sobre  todo,  todo  desorden  de  las  normas  queridas  por  Dios, 
recibirá  su  infalible  sanción  y  condena. 

l^os  últimas,  profundas,  lapidarias,  fundamentales  normas  de  la 
sociedad  no  pueden  ser  ofendidas  por  intervención  del  ingenio  huma- 
nó; se  podrán,  negar,  ignorar,  despreciar,  transgredir,  pero  nunca  jamás 
abrogar  con  eficacia  jurídical  Ciertamente  con  el  tiempo  que  cambia, 
mudan  las  condiciones  de  vi3a;  pero  no  se  da  jamás  falta  absoluta,  ni 
perfecta  discontinuidad  entre  el  derecho  de  ayer  y  el  de  hoy,  entre  la 
desaparición  de  antiguos  poderes  y  constituciones  y  el  surgir  de  nue- 
vos ordenamientos.  De  todos  modos,  en  cualquier  cambio  o  transforma- 
ción, el  fin  de  toda  vida  social  permanece  idéntico,  sagrado,  obligato- 
rio: el  desenvolvimiento  de  los  valores  personales  del  hombre,  como 
imagen  de  Dios;  y  permanece  la  obligación  de  todo  miembro  de  la  fa- 
milia humana  de  realizar  sus  fines  inmutables,  cualquiera  que  sea  el 
legislador  y  la  autoridad  a  quienes  obedece.  Permanece,  por  consiguien- 
te, siempre  y  no  cesa  por  oposición  alguna,  también  su  derecho  inalie- 
nable, que  ha  de  reconocerse  por  amigos  y  eriemigos,  a  un  ordena- 


Orden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


223 


miento  y  a  una  práctica  jurídica  que  sientan  y  comprendan  ser  su  esen- 
cial deber  el  servir  al  bien  común. 

El  ordenamiento  jurídico  tiene,  además,  el  alto  y  arduo  fin  de  ase- 
gurar las  armónicas  relaciones  sea  entre  los  individuos,  sea  entre  las 
sociedades,  sea  también  en  el  interior  de  éstas.  A  esto  se  llegará  si 
los  legisladores  se  abstienen  de  seguir  aquellas  peligrosas  teorías  y 
prácticas,  infaustas  a  la  comunidad  y  a  su  cohesión,  las  cuales  traen 
su  origen  y  difusión  de  una  serie  de  postulados  erróneos..  Entre  estos 
hay  que  enumerar  el  positivismo  jurídico,  _que  atribuye  una  engañosa 
majestad  a  la  emancipación  dé"  Teyés  puramente  humanas  y  allana 
el  camino  para  una  perniciosa  desvinculación  de  las  leyes  respecto  de 
la  moral;  además,  la  concepción  que  reivindica  a  particulares  naciones 
o  estirpes  o  clases  el  instinto  jurídico,  como  último  imperativo  o  inape- 
lable norma;  en  fin,  aquellas  teorías  que,  diversas"*entre  sí  y  procedien- 
do de  puntos  de  vista  ideológicos  contrastantes,  concuerdan,  sin  em- 
bargo, en  considerar  al  Estado,  o  a  un  grupo  que  lo  representa,  como 
entidad  absoluta  y  suprema,  exenta  del  control  y  de  la  crítica,  incluso 
cuando  sus  postulados  teóricos  y  prácticos  desembocan  y  topan  en  la 
abierta  negación  de  las  notas  esenciales  de  la  conciencia  humana  y 
cristiana. 

Quien  considere  con  mirada  limpia  y  penetrante  ki  vüal^  connexjón, 
entre  genuino  orden  social  y  genuino  ordenamiento  jundico,  y  tenga 
presente  que  la  unidad  interna  en  su  multiformidad  depende  del  predo- 
minio de  fuerzas  espirituales,  del  respeto  a  la  dignidad  humana  en  sí- 
y  en  los  otros^  del  amor  a  la  sociedad  y  a  los  fines  a  ella  señalados 
por.  Dios,  no  puede  maravillarse  sobre  los  tristes  efectos  de  concepcio- 
nes jurídicas  que,  alejándose  del  camino  real  de  la  verdad,  proceden 
sobre  el  terreno  frágil  de  postulados  materialistas;  mas  percibirá  al 
momento  la  improrrogable  necesidad  de  un  retorno  a  una  concepción 
espiritual  y  ética,  seria  y  profunda,  calentada  por  el  calor  de  verdade- 
ra humanidad,  e  iluminada  por  el  resplandor  de  la  fe  cristiana,  la  cual 
hace  contemplar  en  el  ordenamiento  jurídico  una  refracción  externa 
del  orden  social  querido  por  Dios,  luminoso  fruto  del  espíritu  humano, 
también  él  mismo  imagen  del  espíritu  de  Dios  . . . 

JI. — Convivencia  en  ¡o  tranquilidad. 

El  segundo  elemento  fundamental  de  la  paz,  hacia  el  cual  tiende 
casi  instintivamente  toda  sociedad  humana,  es  la  tranquilidad.  ¡Oh 
bienavonturada  tranquilidad,  tú  no  tienes  nada  de  común  con  el  afe- 
rrarse duro  y  obstinado,  tenaz  e  infantilmente  terco  en  lo  que  es;  nada 
con  la  repugnancia,  hija  de  cobardía  y  de  egoísmo,  a  fijar  la  mente 
en  las  cuestiones  que  el  mudar  de  los  tiempos  y  el  curso  de  las  gene- 
raciones, con  sus  necesidades  y  con  el  progreso,  hacen  madurar,  y 
traen  ccnsigo  como  improrrogoble  necesidad  del  presente.  Pues  para 
una  cristiano  consciente  de  su  responsabilidad  incluso  para  con  el  más 
pequeño  de  sus  hermanos,  no  existe  tranquilidad  perezosa,  ni  se  da  hui- 
da, sino  lucha,  y  acqión  contra  toda  inacción  y  deserción  en  el  gran 


224 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


combate  espiritual  donde  se  arriesga  la  construcción  y  también  el  alma 
misma  de  la  sociedad  futura. 

Armonía  entre  tranquilidad  y  actividad. 

Tranquilidad  en  el  sentir  del  Aquinatense,  y  ardiente  actividad  no 
se  contraponen,  sino  que,  antes  bien,  se  acoplan  en  armonía  para  aquel 
que  está  compenetrado  de  la  belleza  y  de  la  necesidad  del  sustrcrto 
espiritual  de  la  sociedad  y  de  la  nobleza  de  su  ideal.  Es  propio  de 
vosotros,  jóvenes,  inclinados  a  volver  la  espalda  al  pasado  y  dirigir 
al  futuro  la  mirada  de  las  aspiraciones  y  esperanzas,  decíamos,  mo- 
vidos de  vivo  amor  y  de  paterno  solicitud:  exhuberancia  y  audacia 
por  sí  no  bastan,  si  no  están,  como  es  menester,  puestas  al  servicio  del 
bien  y  de  una  bondad  inmaculada.  Vano  es  el  agitarse,  el  fatigarse, 
el  afanarse  sin  reposar  en  Dios  y  en  su  ley  eterna.  Conviene  que 
estéis  animados  del  convencimiento  de  combatir  por  la  verdad,  y  de 
hacer  consagración  de  las  propias  simpatías  y  energías,  de  los  an- 
helos y  de  los  sacrificios;  de  combatir  por  las  leyes  eternas  de  Dios, 
por  la  dignidad  de  lo  persona  humana,  y  por  la  consecución  de  sus 
fines.  Donde  hombres  maduros  y  jóvenes,  anclados  siempre  en  el  mar 
de  lo  eternamente  vivo  tranquilidad  de  Dios,  coordinan  la  diversidad 
de  temperamento  y  de  actividad  en  genuino  espíritu  cristiano,  allí,  si 
el  elemento  propulsor  se  acopla  con  el  elemento  refrenador,  la  diferen- 
cia natural  entre  las  generaciones  no  se  volverá  jamás  peligrosa,  sino 
que  conducirá,  antes  bien,  vigorosamente  a  la  realización  de  las  l'eyes 
eternas  de  Dios  en  el  curso  mudable  de  los  tiempos  y  de  las  condicio- 
nes de  vida. 


El  mundo  obrero. 

En  un  campo  particular  de  la  vida  social,  donde  durante  un  siglo 
surgieron  movimientos  y  duros  conflictos,  se  encuentra  hoy  calma,  al 
menos  aparente;  en  el  mundo,  esto  es,  vasto  y  siempre  creciente  del 
trabajo,  en  el  ejército  inmenso  de  los  obreros,  de  los  asalariados  y  de 
los  dependientes.  Si  se  considera  el  presente,  con  sus  necesidades  bé- 
licas, como  una  situación  de  hecho,  esta  tranquilidad  podría  decirse 
exigencia  necesaria  y  fundada;  pero  si  se  mira  el  estado  presente  des- 
de el  punto  de  vista  de  la  justicia,  dsi  un  legítimo  y  regulado  movimien- 
to obrero,  la  tranquilidad  no  subsistirá  más  que  como  aparente  has- 
ta que  este  fin  sea  alcanzado- 

Movida  siempre  por  motivos  religiosos,  la  Iglesia  condenó  los  va- 
rios sistemas  del  socialismo  marxisla. . .  (sigue  el  importante  fragmento 
citado  por  S.  S.  Pío  XII  en  el  texto  transcrito  de  la  Encíclica  Evangelii 
Praecones,  de  2  de  junio  de  1951,  y  que  puede  encontrarse  en  este  últi- 
mo texto  copiado  en  el  capítulo  IV;  ver  supra  p.  58). 


Orden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


225 


Cinco  puntos  fundcanentales  para  el  orden  y  la  pacificación  de  ia  so- 
ciedad humana. 

Quien  pondere  a  la  luz  de  la  razón  y  de  la  fe  los  fundamentos  y  los 
nes  de  la  vida  social,  cjue  Nos  hemos  rastreado  en  breves  líneas,  y  los 
contemple  en  su  pureza  y  altura  moral  y  en  los  benéficos  frutos  en  to- 
dos los  campos,  no  podrá  dejar  de  tener  la  convicción  de  los  podero- 
sos principios  de  orden  y  de  pacificación  que,  energías  encauzadas  a 
grandes  ideales  y  resueltas  a  afrontar  los  obstáculos,  podrían  otorgar 
o  diríamos  mejor,  restituir  a  un  mundo  interiormente  desquiciado,  cuan- 
do hubieran  abatido  las  barreras  intelectuales  y  jurídicas  creadas  por 
prejuicios,  errores,  indiferencias,  y  por  un  largo  proceso  de  seculari- 
zación del  pensamiento,  del  sentimiento,  de  la  acción,  que  separó  y 
libertó  la  ciudad  terrena  de  la  luz  y  de  la  fuerza  de  la  ciudad  de  Dios. 

Hoy  más  que  nunca  suena  la  hora  de  reparar,  de  remover  la  con- 
ciencia del  mundo  del  grave  letargo  en  el  que  los  tóxicos  de  falsas 
ideas  largamente  difundidas,  le  han  hecho  caer;  tanto  más  cuanto  que, 
en  esta  hora  de  destrucción  material  y  moral,  la  conciencia  de  la  fragi- 
lidad y  de  la  inconsistencia  de  todo  ordenamiento  puramente  humano 
se  sobreañade  al  desengaño  incluso  de  aquellos  que,  en  días  aparen- 
temente felices,  no  sentían  en  sí  y  en  la  sociedad,  la  carencia  de  con- 
tacto con  lo  eterno,  y  no  la  consideraban  como  un  defecto  esencial  en 
sus  construcciones. 

Lo  que  aparecía  claro  al  cristiano  que,  profundamente  creyente, 
sufría  a  causa  de  la  ignorancia  de  los  otros,  nos  lo  presenta  clarísim¡Q 
el  fragor  de  la  espantosa  catástrofe  del  presente  trastorno  que  reviste 
la  terrible  solemnidad  de  un  juicio  final,  hasta  para  los  oídos  de  los  ti- 
bios, de  los  indiferentes,  inconscientes;  esto  es,  una  verdad  antigua 
que  se  manifiesta  trágicamente  en  formas  siempre  nuevas . . . 

No  lamentos,  sino  acciones  es  el  precepto  de  la  hora;  no  lamentos 
sobre  lo  que  es  o  lo  que  fué,  sino  reconstrucción  de  lo' que  surgirá  o  de- 
be surgir  para  bien  de  la  sociedad.  Dominados  por  un  entusiasmo  de 
cruzados,  pertenece  a  los  mejores  y  más  selectos  miembros  de  la  cris- 
tiandad reunirse  en  el  espíritu  de  verdad,  de  justicia  y  de  amor,  al 
gritos  de  ¡Dios  lo  quierel ,  prontos  a  servir,  a  sacrificarse  como  los  an- 
tiguos cruzados.  Si  entonces  se  trataba  de  la  liberación  de  la  tierra 
santificada  por  la  vida  del  Verbo  de  Dios  Encarnado,  hoy  se  trata,  si 
podemos  así  expresarnos,  de  la  nueva  travesía,  superando  el  mar  de 
los  errores  del  día  y  del  tiempo,  para  liberar  la  tierra  santa  espiritudl 
destinada  a  ser  el  sustrato  y  el  fundamento  de  normas  y  de  leyes  im- 
mutables  para  construcciones  sociales  de  sólida  consistencia  interna. 

Para  tan  alto  fin,  del  Pesebre  del  Príncipe  de  la  paz,  confiados  de 
que  su  gracia  se  difundirá  en  todos  los  corazones.  Nos  dirigimos  a  vo- 
sotros, queridos  hijos,  que  reconocéis  y  adoráis  en  Cristo  a  nuestro  Sal- 
vador, a  todos  aquellos  que  están  unidos  a  Nos  al  menos  con  el  víncu- 
lo espiritual  de  la  fe  en  Dios,  a  todos,  en  fin,  cuantos  anhelan  librarse 
de  las  dudas  y  de  los  errores,  anhelantes  de  luz  y  de  guía;  y  os  exn 
hortaraos  con  suplicante  insistencia  paterna  np  sólo  a  comprender  ín- 


226 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


timomente  la  angustiosa  seriedad  de  esta  hora,  sino  también  a  medi- 
tar en  sus  posibles  auroras  benéficas  y  sobrenaturales,  y  a  unirse  y 
trabajar  juntos  por  la  renovación  de  la  sociedad  en  espíritu  y  en  verdad. 

Fin  esencial  de  esta  Cruzada  necesaria  y  santa  es  que  la  estre- 
lla de  la  paz,  la  estrella  de  Belén,  despunte  de  nuevo  sobre  toda  la  hu- 
manidad en  su  rutilante  fulgor,  en  su  confortación  pacificadora,  como 
promesa  y  augurio  de  un  porvenir  mejor,  más  fecundo  y  más  feliz.. 

Verdad  es  que  el  camino  desde  la  noche  hasta  una  luminosa  ma- 
ñanee será  largo;  pero  son  decisivos  los  primeros  pasos  sobre  el  senr 
dero,  que  lleva  sobre  las  cinco  primeras  piedras  miliarias  esculpidas 
con  escoplo  de  bronce  las  siguientes  máximas: 


1°. — Dignidad  y  derechos  de  la  persona  humana. 

El  que  desee  que  la  estrella  de  la  paz  despunte  y  se  afirme  sobre 
la  sociedad,  concurra  de  parte  suya  a  dar  de  nuevo  a  la  persona  huma- 
na la  dignidad  concedida  por  Dios  desde  el  principio;  opóngase  al  ex- 
cesivo agrupamiento  de  los  hombres,  casi  como  masas  sin  almas;  a  su 
inconsistencia  económica,  social,  intelectual  y  moral;  a  su  carencia  de 
sólidos  principios  y  de  fuertes  convicciones;  a  su  sobreabundancia  de 
excitaciones  instintivas  y  sensibles,  y  a  su  volubilidad; 

favorezca  con  todos  los  medios  lícitos,  en  todos  los  campos  de  la 
vida,  formas  sociales  en  las  cuales  se  posibilite  y  se  garantice  una  ple- 
na responsabilidad  personal,  tanto  por  lo  que  respecta  al  orden  terre- 
no, como  por  lo  que  respecta  al  eterno; 

sostenga  el  respecto  y  la  realización  práctica  de  los  siguientes  fun- 
damentales derechos  de  la  persona  humana:  el  derecho  a  mantener 
y  desarrollar  la  vida  corporal,  intelectual  y  moralT  y  pá'fticularmente 
el  derecho  a  una  formación  y  educación  religiosa;  el  derecho  al  cul_tQ_ 
.,4©  Dios  privado  y  público,  comprendida  una  acción  caritativa  religio- 
sa; el  derecho,  como  norma,  al  matrimonio,  a  la  consecución  de  su  fin; 
el  derechp  a  la..-SQciedad  conyugal  y  doméstica;  el  derecho  de  trabce- 
jqr  como  medio  indispensable  para  el  mantenimiento  de  la  vida  fami- 
liar; el  derecho  a  lq_libre  elección  de  estado,  . por  consiguiente  también 
del  estado  sacerdotal  y  religioso;  el  derecho  a  un  uso  de  los  bienes 
materiales  consciente  de  sus  deberes  y  de  las  limitaciones  sociales. 

2?. — Defensa  de  la  unidad  social  y  particularmente  de  la  familia. 

El  que  desee  que  la  estrella  de  la  paz  despunte  y  se  afirme  sobre 
la  sociedad,  deseche  toda  forma  de  materialismo  que  no  ve  en  el  pue- 
blo sino  una  grey  de  individuos,  los  cuales,  separados  y  sin  interna 
consistencia,  vengan  considerados  como  materia  de  dominio  y  arbi- 
trio; 

procure  cornpremder  la  sociedad  gomo  una  unidad  interO-íl.  creci- 
da y  madurada  bajo  el  gobierno  de  la  Pxoviderícia,  unidad  que,  en  el 
espado  asignado  a  ella  y  según  sus  peculiares  dotes,  tiende,  _inedian- 


Orden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


227 


te  la  colaboración  de  los  diversos  grupos  y  profesiones,  a  los  eternos 
y  siempre  nuevos  fines  de  la  cultura  y  de  la  religión; 

defienda  la  indisolubilidad  del  matrimonio; '  de  a  la  familia,  insus- 
tituible célula  del  pueblo,  espacio,  luz,"réspiro,  a  fin  de  que  pueda  aten- 
der a  la  misión  de  perpetuar  nueva  vida  y  de  educar  a  los  hijos  en  un 
espíritu  que  corresponda  a  las  propias  verdaderas  convicciones  reli- 
V-  giosas;  conserve,  fortalezca  o  reconstruya,  según  sus  fuerzas,  la  propia 
unidad  económica,  espiritual,  moral  y  jurídica:  procure  que  las  venta- 
jas materiales  y  espirituales  de  Id  familia  vengan  también  a  ser  par- 
ticipadas por  los  domésticos;  piense  en  procurar  a  toda  familia  un  ho- 
gar donde  una  familia  sana  materialmente  y  moralmente  logre  mani- 
festarse con  vigor;  procure  que  los  lugares  de  trabajo  y  las  habitadk> 
nee  no  estén  tan  separados  que  hagan  al  jefe  de  familia  y  al  educai- 
dor  de  sus  hijos  como  extraño  en  su  propia  casa;  procure,  sobre  todo, 
que  entre  la  escuela  pública  y  la  familia  renazca  aquel  vínculo  de  con- 
fianza y  de  mutua  ayuda  que  en  otros  tiempo  maduró  frutos  tan  bené- 
ficos, y  que  hoy  ha  sido  substituido  por  desconfianza  allí  donde  la  es- 
cuela, bajo  el  influjo  o  el  dominio  del  espíritu  materialista,  envenena 
y  destruye  lo  que  los  padres  habían  infundido  en  el  alma  de  los  hijos. 

39. — Dignidad  y  prerrogativas  del  trabajo. 

El  que  desee  que  la  estrella  de  la  paz  despunte  y  se  afirme  sobre 
la  sociedad,  de  al  trabajo  el  puesto  que  Dios  le  ha  asignado  desdj© 
el  principio.  Como  medio  indispensable  para  el  dominio  del  mundo, 
querido  por  Dios  para  su  gloria,  todo  trabajo  posee  una  dignidad  ina- 
lienable.y,  al  mismo  tiempo,  una  íntima  vinculación  con  el  perfecciona- 
miento de  la  persona;  noble  dignidad  y  prerrogativas  del  trabajo,  a  las 
cuales  en  modo  verdadero  no  envilecen  la  fatiga  y  el  peso,  que  han  de 
soportarse  como  efectos  del  pecado  original,  en  obediencia  y  sumisión 
a  la  voluntad  de  Dios. 

El  que  conoce  las  grandes  Encíclicas  de  Nuestros  Predecesores  y 
Nuestros  precedentes  Mensajes,  no  ignora  que  la  Iglesia  no  duda  en 
inferir  las  consecuencias  prácticas  derivadas  de  la  nobleza  moral  del 
trabajo,  y  en  apoyarlas  con  todo  el  nombre  de  su  autoridad..  Estas,  exi- 
gencias comprertden,  además  de  un  salario  justo,  suficiente  a  las  nece- 
sidades del  obrero  y  de  la  familia,  la  conservación  y  el  perfecciona- 
miento de  un  orden  social  que  haga  posible  una  segura,  aunque  mo-' 
desta,  propiedad  privada  a  todos  los  grupos  del  pueblo,  favorezca  una 
formación  superior  para  los  hijos  de  la  clase  obrera  particularmente 
dotados  de  inteligencia  y  de  buena  voluntad,  promueva  el  cuidado  y  la 
actividad  práctica  del  espíritu  social  en  la  vecindad,  en  la  comarca,  en 
la  provincia,  en  el  pueblo  y  en  la  nación,  que,  mitigando  los  contras'- 
tes  de  intereses  y  de  clases,  libre  a  los  obreros  del  sentimiento  de  la  se- 
gregación con  la  experiencia  confortante  de  una  solidaridad  genuino- 
mente  hurnana  y  cristianamente  fraterna. 

"Ef  progreso  y  el  grado  de  las  reformas  sociales  improrrogables  de- 
pende de  la  potencia  económica  de  cada  nación.  Sólo  con  un  inter- 


228 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


cambio  de  íuerzas,  inteligente  y  generoso,  entre  los  fuertes  y  los  débi- 
les será  posible  llevar  a  cabo  una  pacificación  universal  de  manera 
que  no  queden  focos  de  incendio  y  de  infección,  de  los  cuales  podríb 
originarse  desgracias. 

Señales  evidentes  inducen  a  pensar  que  en  el  fermento  de  todos 
los  prejuicios  y  sentimientos  de  odio,  inevitable,  mas  triste  porte  de  es- 
ta aguda  psicosis  bélica,  no  se  ha  extinguido  en  los  pueblos  la  con- 
ciencia de  su  íntima  dependencia  recíproca  en  el  bien  y  en  el  maJ, 
sino  que,  antes  bien,  se  ha  hecho  más  viva  y  activa.  ¿No  es  acaso  ver- 
dad que  siempre  más  claramente  pensadores  profundos  ven  en  la  re- 
nuncia al  egoísmo  y  al  aislamiento  nacional  la  vía  de  solución  gene- 
ral, prontos  como  están  a  postular  a  sus  pueblos  una  parte  gravosa 
de  sacrificios  necesarios  para  la  pacificación  social  de  otros  pueblos? 
¡Pueda  este  Nuestro  Mensaje  natalicio,  dirigido  a  todos  aquellos  que 
están  animados  de  buena  voluntad  y  de  corazón  generoso,  estimular 
y  aumentar  las  falanges  de  la  Cruzada  social  en  casi  todas  las  nacio- 
nes! íY  quiera  Dios  conceder  a  su  pacífica  bandera  la  victoria,  de  la 
cual  es  digna  su  noble  empresa! 


4°. — fíeintegración  del  ordenamiento  jundíco- 

El  que  desee  que  la  estr"fella  de  la  paz  despunte  y  se  afirme  sobre 
la  vida  social,  colabore  en  una  profunda  integración  del  ordenamiento 
jurídico.  — — -  — _  - — _ 

El  sentimiento  jurídico  de  hoy  es,  a  menudo,  alterado  y  convulsio- 
nado por  la  proclamación  y  por  la  práctica  de  un_go^vismo_y  por 
un  utilitarismo  ligado  y  vinculado_gl.  servicio  de  determinados  grupos, 
clases  y  movimientos,  cuyos  programas  trozan  y  determinan  lo  vio  a 
la  legislación  y  a  lo  práctico  judiciol. 

El  saneamiento  de  esta  situación  llegará  o  ser  posible  de  obtener 
cuando  ge  despierte  la  conciencia  _de  _un  ordenamiento  jurídico  que 
descgnse_en_  el  sumo  dom^^  ^e_  todo  orbittrio 

humano;  conciencia  c3e  un  ordenamiento  que  tienda  su  mano  protec- 
toro  y  castigadora  también  sobre  los  inviolables  derechos  del  hombre, 
y  los  proteja  contra  los  ataques  de  todo  poder  humano. 

Del  ordenamiento  jurídico  querido  por  Dios  dinamo  el  inviolable 
derecho  del  hombre  a  la  seguridad  jurídica,  y  con  esto  mismo,  o  uno 
esíero  concreta  de  derechos  protegida  contra  todo  otoque  orbitrario. 

Lo  relación  del  hombre  pora  con  el  hombre,  del  individuo  poro 
con  lo  sociedad,  poro  con  lo  autoridad,  poro  con  los  deberes  civiles, 
lo  relación  de  lo  sociedad  y  de  lo  autoridad  poro  con  los  singulares, 
deben  ser  puestos  sobre  un  cloro  fundomento  jurídico,  y  tuteladas,  o 
tiempo,  por  lo  outoridod  judiciol.  Esto  supone: 

a)  un  tribunal  y  un  juez  que  tomen  los  directivas  de  un  derecho 
cloramente  formulado  y  circunscrito; 


Ohden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


229 


b)  claras  normas  jurídicas,  que  no  puedan  ser  trastornadas  con 
abusivas  apelaciones  a  un  supuesto  sentimiento  popular  y  por  meras 
razones  de  utilidad; 

c)  reconocimiento  del  principio  de  que  también  el  Estado  y  los 
funcionarios  y  las  organizaciones  dependientes  de  él  están  obligadas  a 
la  reparación  y  al  retiro  de  medidas  lesivas  de  la  libertad,  de  la  propie- 
dad, del  honor,  del  adelanto  y  de  la  salud  de  los  individuos. 

5°. — Concepción  del  Estado  según  el  espíritu  cristiano. 

El  que  desee  que  la  estrella  de  la  paz  despunte  y  se  afirme  sobre 
la  sociedad  humana,  colabore  al  resurgimiento  de  una  concepción  y 
una  praxis  estatal  fundadas  sobre  razonable  disciplina,  noble  huma- 
nidad y  responsable  espíritu  cristiano; 

ayude  a  conducir  de  nuevo  el  Estado  y  sus  poderes  al  servicio  de 
la  sociedad,  al  pleno  respeto  de  la  persona  humana  y  de  su  actividad 
para  la  consecución  de  sus  fines  eternos; 

esfuércese  y  obre  por  disipar  los  errores  que  tienden  a  desviar  al 
Estado  y  a  sus  poderes  del  sentimiento  moral  y  a  desatarlos  del  víncu- 
lo eminentemente  ético  que  liga  la  vida  individual  y  social,  y  a  ha- 
cerlos renegar  o  ignorar  prácticamente  la  esencial  dependencia  que  le 
une  a  la  voluntad  del  Creador; 

promueva  el  reconocimiento  y  la  difusión  de  la  verdad,  que  ense- 
ña, incluso  en  el  campo  terreno,  como  el  sentido  profundo  y  la  última 
legitimidad  moral  y  universal  del  "reinar"  es  "servir". 


3.~EL  ORDEN  SOCIAL  POLITICO 


RADIOMENSAJE  DE  24  DE  DICIEMBRE  DE  1944 
(fragmento) 

La  sexta  navidad  de  guerra. 

Benignitas  et  humaniias  apparuit  Salvatoris  nostri  Dei.  Por  sexta 
vez  desde  el  comienzo  de  la  terrible  guerra,  la  santa  liturgia  pascxiql 
nuevamene  saluda  con  palabras  que  expresan  apacible  serenidad  al 
Advenimiento  entre  nosotros  de  Dios,  nuestro  Salvador.  La  humilde  y 
pobre  cuna  de  Belén,  con  admirable  encanto,  atrae  el  pensamiento 
de  todos  los  creyentes. 

En  lo  profundo  del  corazón  de  los  que  están  en  las  sombras,  de  los 
afligidos,  de  los  abatidos,  se  enciende,  y  todo  lo  ilumina,  un  poderoso 
haz  de  luz  y  de  alegría.  Las  cabezas  que  estaban  inclinadas,  de  nue- 
vo se  yerguen  serenamente,  porque  la  Navidad  es  festividad  de  la  dig- 


230 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


nidad  humana,  del  admirable  cambio  por  el  cual  el  Creador  de  la  es- 
pecie humana,  tomando  un  cuerpo  vivo,  se  dignó  nacer  de  la  Virgen, 
y  con  su  Advenimiento,  le  ha  otorgado  su  divinidad. 

Mas  Nuestra  vista  se  proyecta  espontáneamente  desde  el  Niño 
radiante  de  la  cuna,  sobre  el  mundo  que  nos  rodea,  y  entonces,  viene  a 
Nuestros  labios  el  suspiro  triste  de  Juan  Evangelista:  "y  la  luz  brilla 
en  las  tinieblas,  y  las  tinieblas  no  le  abrazaron". 

Porque  por  cierto,  también  esta  sexta  vez,  el  alba  de  Navidad  rom- 
pe de  nuevo  sobre  campos  de  batalla  siempre  más  extensos;  sobre  ce- 
menterios donde  se  acumulan  los  restos  de  las  víctimas  en  número  cada 
vez  mayor;  sobre  tierras  desiertas  donde  unas  cuantos  torres  que  se 
desmoronan,  señalan  con  su  silenciosa  tristeza,  las  ruinas  de  las  ciuda- 
des poco  hace  florecientes  y  prósperas,  y  donde  las  campanas  caí- 
das o  robadas  ya  no  alegran  a  los  habitantes  con  sus  jubilosos  repji- 
ques  pascuales.  Son  otros  tantos  testigos  mudos  de  este  borrón  en  la 
historia  de  la  humanidad,  la  cual  deliberadamente  ciega  a  la  lumino- 
sidad de  Aquel  que  es  esplendor  y  luz  del  Padre,  deliberadamente  apar- 
tada de  Cristo,  ha  descendido  y  caído  en  la  ruina  y  en  la  abdicaciótn 
de  su  propia  dignidad.  También  la  pequeña  lámpara  del  Sagrario  se 
ha  extinguido  en  muchos  templos  majestuosos,  en  muchas  modestas  ca- 
pillas, donde  junto  al  Tabernáculo  compartía  las  vigilias  del  divino 
Huésped  sobre  un  mundo  dormido.  [Qué  desolación!  jOué  contraste! 
¿Puede  haber  aún  esperanzas  pora  la  humanidad? 


Aurora  de  Esperanza 

|Bendito  sea  el  Señor!  De  entre  los  lúgubres  lamentos  del  dolor,  de 
las  intimidades  de  la  atomentadora  angustia  de  los  individuos  y  de 
los  países  oprimidos,  se  levanta  una  autora  de  esperanza.  En  una  fa- 
lange siempre  creciente  de  almas  nobles  brota  un  pensamiento,  una 
voluntad  cada  vez  más  definida  y  firme:  hacer  de  esta  guerra  mun- 
dial, de  esta  conmoción  universal,  el  punto  en  el  cual  tome  comienzo 
una  nueva  era  para  la  renovación  profunda  y  la  completa  reorganiza- 
ción del  mundo.  De  este  modo,  mientras  las  fuerzas  armadas  conti- 
núan empeñadas  en  combates  homicidas,  con  armas  cada  vez  más 
mortíferas,  los  estadistas  y  los  dirigentes  responsables  de  las  naciones 
se  reúnen  en  conversaciones  y  conferencias  a  fin  de  determinar  los 
derechos  y  deberes  fundamentales  sobre  los  cuales  deberá  ser  cons- 
truida una  comunidad  de  los  Estados,  y  abierto  el  camino  hacia  un  fu- 
turo mejor,  más  seguro,  más  digno  de  la  humanidad. 

¡Extraña  paradoja:  la  coincidencia  de  una  guerra,  cuya  ferocidad 
tiende  a  alcanzar  los  límites  del  paroxismo;  y  del  notable  progreso  rea- 
lizado en  las  aspiraciones  y  en  los  propósitos  hacia  el  anhelo  de  una 
paz  sólida  y  duradera!  Sin  duda,  se  puede,  muy  bien,  discutir  el  valor, 
la  practicabilidad  o  la  eficacia  de  esta  o  de  aquella  proposión;  se  pue- 
de dejar  en  suspenso  el  juicio  respecto  de  ellas;  pero  es  evidente  que 
el  proceso  ha  comenzado. 


Orden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


231 


El  Problema  de  la  Democracia 

Además,  y  quizá  sea  este  el  punto  más  importante,  bajo  el  sinies- 
tro respandor  de  la  guerra  que  los  envuelve,  en  el  ardor  sofocante  del 
del  horno  que  los  aprisiona,  los  pueblos  han  como  despertado  de  un 
prolongado  sopor.  Han  adoptado  frente  al  Estado  y  frente  a  los  que  go- 
biernan, una  nueva  disposición  interrogadora,  crítica  y  desconfiada. 
Enseñados  por  una  amarga  experiencia,  se  oponen  con  mayor  ímpetu 
al  monopolio  de  un  poder  dictatorial,  no  sujeto  a  rendición  de  cuentas 
e  intangible,  y  exigen  un  sistema  de  gobierno  que  sea  más  compati- 
ble con  la  dignidad  y  la  libertad  de  los  ciudadanos. 

Estas  multitudes  inquietas,  agitadas  por  la  guerra  hasta  en  los  más 
profundos  estratos,  están  hoy  dominadas  por  la  persuasión,  de  primer 
momento  vaga  y  confusa,  pero  en  adelante  incoercible,  de  que  si  no 
se  hubiera  perdido  la  posibilidad  de  exigir  cuentas  y  corregir  los  actos 
de  los  poderes  públicos,  el  mundo  no  hubiera  sido  arrastrado  al  torbe- 
llino desastroso  de  la  guerra;  y  que,  para  evitar  en  el  futuro  la  repe- 
tición de  semejante  catástrofe,  es  menester  crear  en  el  propio  pueblo 
garantías  eficaces.  En  tal  disposición  de  los  ánimos,  ¿es  para  admi- 
rarse que  la  tendencia  democrática  se  apodere  de  los  pueblos,  y  que 
obtenga  en  gran  medida  el  consentimiento  y  el  apoyo  de  aquellos  que 
aspiran  a  colaborar  más  eficazmente  en  los  destinos  de  los  individuos 
y  de  la  sociedad? 

Apenas  hace  falta  recordar  que,  según  las  enseñanzas  de  la  Igle- 
sia, "no  está  prohibido  preferir  gobiernos  moderados  y  de  forma  popu- 
lares, dejando  a  salvo,  sin  embargo,  la  enseñanza  católica  sobre  el 
origen  y  el  uso  del  poder  público",  y  que  "la  Iglesia  no  desaprueba 
ninguna  de  las  distintas  formas  de  gobierno,  con  tal  de  que  sean  aptas 
de  por  sí  para  procurar  el  bienestar  de  los  ciudadanos". 

Si,  pues,  en  esta  festividad  que  conmemora  simultáneamente  la 
benignidad  del  Verbo  Encarnado  y  la  dignidad  del  hombre  (entendida 
esta  dignidad  no  sólo  en  su  aspecto  personal,  sin  también  en  la  vida 
social).  Nos  dirigimos  Nuestra  atención  al  problema  de  la  democracia, 
para  examinar  las  normas  por  las  que  debe  ser  regulada  para  poder- 
se llamar  una  verdadera  y  sana  democracia,  conveniente  a  las  cir- 
cunstancias de  la  hora  presente;  esto  indica  claramente  que  el  interés 
y  la  solicitud  de  la  Iglesia  se  enderezan  no  tanto  a  su  estructura  ex- 
terna y  a  su  organización  exterior,  que  dependen  de  las  aspiraciones 
especiales  de  cada  pueblo,  cuanto  al  hombre  como  tal,  que  lejos  de 
ser  el  objeto  y  un  elemento  pasivo  en  la  vida  social,  es  más  bien,  debe 
ser  y  continuar  siendo,  su  sujeto,  su  fundamento  y  su  fin. 

Dado  que  la  democracia,  tomada  en  sentido  amplio,  admite  dis- 
tintas formas,  y  se  puede  actualizar  tonto  en  las  monarquías  como  en  las 
repúblicas,  se  presentan  dos  cuestiones  a  Nuestra  consideración: 

1°  ¿Qué  características  deben  distinguir  a  los  hombres  que  viven 
en  la  democracia  y  bajo  el  régimen  democrático? 

2"?  ¿Qué  características  deben  distinguir  a  los  hombres  que  ejer- 
cen el  poder  público  en  la  democracia? 


232 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


I- —  Caracteres  Propios  del  Ciudadano  en  el  Régimen  Democrático 

Expresar  el  propio  parecer  respecto  a  los  deberes  y  sacrificios  que 
se  le  imponen,  y  no  verse  obligado  a  obedecer  sin  haber  sido  escu- 
chado: he  aquí  dos  derechos  del  ciudadano  que  encuentran  en  la  de- 
mocracia, como  lo  indica  su  nombre  mismo,  su  expresión.  De  la  soli- 
dez, armonía  y  buenos  resultados  de  este  contacto  entre  los  ciudada- 
nos y  el  gobierno  del  Estado,  se  puede  reconocer  si  una  democracia 
es  realmente  sana  y  equilibrada,  y  cual  sea  su  energía  vital  y  poder 
de  expansión.  Por  lo  que  respecta  a  la  extensión  y  naturaleza  de  los 
sacrificios  exigidos  a  todos  los  ciudadanos  — especialmente  en  nuestros 
días,  cuando  la  actividad  del  Estado  es  ton  vasta  y  decisiva — ,  la  for- 
ma democrática  de  gobierno  aparece  a  muchos  como  un  postulado 
natural  impuesto  por  la  propia  razón.  Cuando,  sin  embargo,  se  pide 
más  democracia  y  mejor  democracia,  tal  demanda  no  puede  tener  otro 
significado  que  colocar  al  ciudadano  siempre  más  en  situación  de  for- 
marse su  propia  opinión  personal  y  de  expresarla  y  de  hacerla  preva- 
lecer en  una  forma  conveniente  con  el  bien  común. 


Pueblo  y  "Masa" 

De  esto  se  sigue  una  primera  conclusión  necesaria,  con  su  conse- 
cuencia práctica.  El  Estado  no  contiene  en  sí  mismo,  y  no  aduna  me- 
cánicamente en  un  territorio  dado,  a  un  conglomerado  amorfo  de  in- 
dividuos. Es,  y  en  la  realidad  debe  ser,  la  unidad  orgánica  y  organi- 
zadora de  un  verdadero  pueblo. 

El  pueblo  y  una  multitud  informe,  o  como  suele  llamarse  "masa", 
son  dos  conceptos  distintos.  El  pueblo  vive  y  se  mueve  por  su  propia 
energía  vital;  la  masa  es  inerte  por  sí  misma,  no  puede  ser  movida  más 
que  desde  el  exterior.  El  pueblo  vive  por  la  plenitud  de  la  vida  de  los 
hombres  que  lo  componen,  cada  uno  de  los  cuales,  en  su  lugar  propio 
y  según  su  propia  manera,  es  una  persona  consciente  de  su  propia  res- 
ponsabilidad y  de  sus  propias  opiniones;  la  masa,  por  el  contrario,  es- 
pera el  impulso  desde  el  exterior,  es  juguete  fácil  en  las  manos  de  cual- 
quiera que  explota  sus  instintos  e  impresiones,  dispuesta  siempre  a  se- 
guir por  turno  hoy  esta  bandera  y  mañana  aquella-  De  la  vida  exhube- 
rante  del  verdadero  pueblo,  se  difunde  una  vida  rica  y  abundante  en 
el  Estado  y  en  todos  sus  órganos,  impartiendo  a  los  mismos,  con  vigor 
que  constantemente  se  renueva,  la  conciencia  de  su  propia  responsabili- 
dad y  el  verdadero  sentido  del  bien  común.  Del  poder  elemental  de  la 
masa,  hábilmente  manejado  y  empleado,  también  puede  servirse  el  Es- 
tado: en  manos  ambiciosas  de  uno  o  de  varios  a  quienes  hayan  agrupa- 
do artificialmente  las  tendencias  egoístas,  el  propio  Estado  con  apoyo  de 
la  masa,  reducida  a  la  condición  de  una  simple  máquina,  puede  impo- 
ner su  arbitrio  a  la  parte  mejor  del  verdadero  pueblo:  el  interés  común 
queda  por  largo  tiempo  lesionado  por  este  proceso,  y  la  lesión  es  con 
frecuencia  difícilmente  curable. 


Orden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


233 


De  esto  se  deduce  claramente  otra  conclusión:  la  masa,  tal  como 
Nos  la  acabamos  de  definir,  es  el  enemigo  capital  de  la  verdadera  de- 
mocracia y  de  su  ideal  de  libertad  e  igualdad.  En  un  pueblo  digno  de 
tal  nombre,  el  ciudadano  siente  en  sí  mismo  la  conciencia  de  su  pro- 
pia personalidad,  de  sus  deberes  y  de  sus  derechos,  de  su  propia  li- 
bertad vinculada  al  respeto  de  la  libertad  y  de  la  dignidad  de  los  de- 
más. En  un  pueblo  digno  de  tal  nombre,  todas  las  desigualdades  de- 
rivadas, no  de  la  voluntad,  sino  de  la  naturaleza  misma  de  las  cosas, 
desigualdades  de  cultura,  de  bienes,  de  posición  social  — bien  entendi- 
do que  sin  perjuicio  de  la  justicia  y  de  la  caridad  mutua — ,  de  ningu- 
na manera  constituyen  un  obstáculo  para  la  existencia  y  prevalencia 
de  un  auténtico  espíritu  de  comunidad  y  de  fraternidad.  Lo  que  más 
bien  sucede  es,  que  lejos  de  perjudicar  en  forma  alguna  a  la  igualdad 
civil,  la  confieren  su  legítimo  significado,  que  consiste  en  que,  ante 
el  Estado,  cada  uno  tiene  el  derecho  de  vivir  honorablemente  su  pro- 
pia vida  personal  en  el  lugar  y  en  las  condiciones  en  que  los  designios 
y  disposiciones  de  la  Providencia  le  han  colocado. 

En  contraste  con  este  cuadro  del  ideal  democrático  de  libertad  e 
igualdad  en  un  pueblo  gobernado  por  manos  honestas  y  próvidas,  ¡qué 
espectáculo  ofrece  un  Estado  democrático  abandonado  al  arbitrio  de 
la  masa!  La  libertad,  en  cuanto  deber  moral  de  la  persona,  se  con- 
vierte en  una  aspiración  tiránica  de  dar  rienda  suelta  a  impulsos  y 
apetitos  de  unos  hombres  en  detrimento  de  otros.  La  igualdad  degene- 
ra en  una  nivelación  mecánica,  en  una  uniformidad  sin  colorido;  el  sen- 
tido del  verdadero  honor,  la  actividad  personal,  el  respeto  a  la  tradi- 
ción, la  dignidad,  en  una  palabra,  todo  lo  que  confiere  valor  a  la 
vida,  gradualmente  se  desvanece  y  desaparece.  Y  solamente  sobre- 
viven, de  una  parte,  las  víctimas  engañadas  por  el  resplandor .  apa- 
rente de  la  democracia  ingenuamente  confundido  con  el  espíritu  mis- 
mo de  la  democracia,  con  la  libertad  e  igualdad;  y  de  otra  parte,  los 
explotadores,  más  o  menos  numerosos,  que  han  sabido,  mediante  el 
poder  del  dinero  y  de  la  organización,  asegurarse  sobre  los  demás 
una  posición  privilegiada  y  el  poder  mismo. 

II. —  Caracteres  de  los  Hombres  que  detentan  el  Poder  Público  en  la 
Democracia. 

El  Estado  democrático,  ya  sea  monárquico  o  republicano,  debe, 
como  cualquiera  otra  forma  de  gobierno,  estar  investido  del  poder  pa- 
ra mandar  con  una  autoridad  verdadera  y  efectiva.  El  mismo  orden 
absoluto  de  los  seres  y  de  los  fines,  que  muestra  al  hombre  como  per- 
sona autónoma,  es  decir,  como  sujeto  de  deberes  y  derechos  inviola- 
bles, como  raíz  y  término  de  su  propia  vida  social,  comprende  tam- 
bién al  Estado  como  sociedad  necesaria,  dolada  de  autoridad  sin  la 
cual  no  podría  ni  existir,  ni  vivir.  Si  los  hombres,  prevaliéndose  de 
la  libertad  personal,  negasen  toda  dependencia  de  la  autoridad  su- 
perior, dotada  del  derecho  de  coacción,  por  esto  mismo  estarían  mi- 
nando el  fundamento  de  su  propia  dignidad  y  libertad,  vale  decir: 
aquel  orden  absoluto  de  los  seres  y  de  los  fines. 


234 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


Estando  íundctmentados  sobre  la  misma  base  la  persona,  el  Esta- 
do y  el  poder  público,  con  sus  respectivos  derechos,  están  de  tal  mo- 
do entrañados  y  connexos  que,  o  subsisten  juntos,  o  juntos  se  arruinan. 

Y  puesto  que  aquel  orden  absoluto,  a  la  luz  de  la  recta  razón,  y 
señaladamente  de  la  fe  cristiana,  no  puede  tener  origen  más  que  en 
un  Dios  personal,  nuestro  Creador,  resulta  que  la  dignidad  del  hombre 
es  la  dignidad  de  la  imagen  de  Dios;  la  dignidad  del  Estado  es  la  dig- 
nidad de  la  comunidad  moral  querida  por  Dios  y  la  dignidad  de  la 
autoridad  política  es  la  dignidad  de  su  participación  en  la  autoridad 
de  Dios. 

Ninguna  forma  de  Estado  puede  dejar  de  tener  en  cuenta  esta 
íntima  e  indisoluble  connexión;  menos  que  todas,  la  democracia.  Por 
lo  tanto,  si  quien  detenta  el  poder  no  la  ve,  o  más  o  menos  la  olvida, 
se  conmocionorá  desde  sus  cimientos  su  propia  autoridad.  Paralela- 
mente, si  tampoco  tuviera  suficientemente  en  cuenta  esta  relación,  y 
no  viera  en  su  cargo  la  misión  de  cumplir  el  orden  querido  por  Dios, 
surgiría  el  peligro  de  que  prevaleciera  el  egoísmo  del  poder  o  de  los 
intereses  sobre  las  exigencias  esenciales  de  la  moral  política  y  social, 
y  de  que  las  vanas  apariencias  de  una  democracia  de  pura  fórmula 
sirvan  como  de  máscara  a  cuanto  hay  allí,  en  realidad,  de  menos  de- 
mocrático. 

Solamente  la  clara  inteligencia  de  los  fines  asignados  por  Dios 
a  toda  sociedad  humana,  junto  con  el  sentimiento  profundo  de  los  su- 
blimes deberes  de  la  acción  social,  puede  poner  a  aquellos  a  quie- 
nes se  ha  confiado  el  poder  en  condiciones  de  cumplir  las  propias  obli- 
gaciones, ya  sean  de  orden  legislativo,  ya  sean  de  orden  judicial  o 
ejecutivo,  con  aquella  conciencia  de  la  propia  responsabilidad,  con 
aquella  generosidad  y  con  aquella  incorruptibilidad  sin  las  cuales  di- 
fícilmente un  gobierno  democrático  acertaría  a  lograr  el  respeto,  la 
confianza  y  la  adhesión  de  la  mejor  parte  del  pueblo. 

El  sentimiento  profundo  de  los  principios  de  un  orden  político  y 
social  sano  y  conforme  o  las  normas  del  derecho  y  de  la  justicia,  es 
de  particular  importancia  a  quienes  detentan,  como  representantes  del 
pueblo,  en  cualquier  forma  de  régimen  democrático,  en  toda  o  en  par- 
te, el  poder  legislativo.  Y  puesto  que  el  centro  de  gravedad  de  una 
democracia  normalmente  constituida  se  encuentra  en  esta  representa- 
ción popular  desde  la  cual  las  corrientes  políticas  se  irradian  hdda 
todos  los  campos  de  la  vida  pública  — tanto  para  el  bien  como  para 
el  mal — ,  el  problema  de  la  elevación  moral,  de  la  idoneidad  prácti- 
ca, de  la  capacidad  intelectual  de  los  representantes  al  parlamento,  es 
cuestión  de  vida  o  muerte,  de  prosperidad  o  de  decadencia,  de  reco- 
brada salud  o  de  perpetuo  malestar,  pora  todo  pueblo  en  un  régimen 
democrático. 

Para  desarrollar  una  acción  fecunda,  para  concillarse  la  estima 
y  la  confianza,  cualquier  cuerpo  legislativo  debe  congregar  en  su  se- 
no — como  lo  atestiguan  experiencias  indubitables —  una  selección  de 
hombres  espiritualmente  eminentes  y  de  carácter  firme,  que  se  consi- 
deren como  los  representantes  de  todo  el  pueblo,  y  no  como  los  man- 
datarios de  una  multitud  a  cuyos  intereses  particulares  son  sacrifica- 


Orden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


235 


dos,  demasiado  frecuentemente,  las  verdaderas  necesidades  y  las  ver- 
daderas exigencias  del  bien  común.  Una  selección  de  honibres  que 
no  esté  reducida  a  alguna  profesión  o  clase,  sino  que  más  bien  sea  la 
imagen  de  la  polifacética  vida  de  todo  el  pueblo.  Una  selección  de 
hombres  de  sólida  convicción  cristiana,  de  juicio  justo  y  seguro,  de 
sentido  práctico  y  ecuánime,  coherentes  consigo  mismos  en  todas  las 
circunstancias;  hombres  de  doctrina  clara  y  sana,  de  propósitos  fir- 
mes y  rectilíneos;  hombres,  sobre  todo,  capaces,  en  virtud  de  la  auto- 
ridad que  emana  de  su  pura  conciencia  y  que  se  irradia  abundante- 
mente en  derredor  suyo,  de  ser  guías  y  jefes,  especialmente  en  los 
tiempos  en  que  las  apremiantes  necesidades  sobreexcitan  la  impresio- 
nabilidad del  pueblo  y  le  vuelven  más  fácil  de  ser  descarriado  y  de 
extraviarse;  hombres  que  en  los  períodos  de  transición,  generalmente 
agitados  y  lacerados  por  las  pasiones,  por  las  divergencias  de  opi- 
nión, y  por  el  antagonismo  de  los  programas,  se  sientan  doblemente 
en  el  deber  de  hacer  circular  por  las  venas  del  pueblo  y  del  Estado, 
abrasados  por  mil  fiebres,  el  antídoto  espiritual  de  la  mirada  clara, 
de  la  bondad  solícita,  de  la  justicia  igualmente  favorable  a  todos,  y 
de  la  tendencia  de  la  voluntad  hacia  la  unión  y  la  concordia  nacio- 
nal en  un  espíritu  de  sincera  fraternidad. 

Los  pueblos  cuyo  carácter  espiritual  y  moral  es  lo  suficientemen- 
te sano  y  fecundo,  encuentran  en  sí  mismos,  y  pueden  ofrecer  di 
mundo,  los  heraldos  y  los  instrumentos  de  la  democracia,  que  vivan 
en  las  predichas  condiciones  y  las  sepan  poner  realmente  en  prác- 
tica. Por  el  contrario,  donde  falten  tales  hombres,  otros  vendrán  a 
ocupar  su  puesto  para  hacer  de  la  actividad  política  la  palestra  de  su 
ambición,  una  carrera  en  busca  de  ganancias  para  sí  mismos,  para  su 
casta,  y  pora  su  clase,  mientras  que  la  prosecución  de  los  intereses 
particulares  hace  perder  de  vista  y  poner  en  peligro  el  verdadero  bien 
común. 

E¡  Absolutismo  del  Estado 

Una  democracia  sana,  basada  en  los  principios  inmutables  de  la 
ley  natural  y  de  la  verdad  revelada,  será  resueltamente  contraria  a 
aquella  corrupción  que  atribuye  a  la  legislación  del  Estado  un  poder 
sin  freno  e  ilimitado,  y  que,  hace  también  a  la  democracia,  no  obstan- 
te las  contrarias  pero  vanas  apariencias,  un  puro  y  simple  sistema  de 
absolutismo. 

El  absolutismo  del  Estado,  (que  no  debe  confundirse  con  la  mo- 
narquía absoluta,  de  la  cual  no  se  trata  aquí),  consiste,  en  efecto,  en 
el  falso  principio  de  que  la  autoridad  del  Estado  es  ilimitada;  y  que 
frente  a  la  misma  — aun  cuando  da  rienda  suelta  a  sus  miras  despci- 
ticas,  traspasando  las  fronteras  del  bien  y  del  mal — ,  no  se  admite 
ninguna  apelación  a  una  ley  superior  y  moralmente  obligatoria. 

Un  hombre  compenetrado  de  ideas  rectas  acerca  del  Estado  y 
de  la  autoridad  y  el  poder  de  los  que  está  revestido,  en  cuanto  guioir- 
dlán  del  orden  social,  nunca  pensará  en  herir  la  mejestad  de  la  ley 


236 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


positiva  dentro  del  ámbito  de  su  competencia  natural.  Pero  esta  ma- 
jestad del  derecho  humano  positivo  solamente  entonces  es  inapela- 
ble cuando  se  ajusta,  o  al  menos  no  se  opone,  al  orden  absoluto  es- 
tablecido por  el  Creador  y  puesto  en  nueva  luz  por  la  revelación  del 
Evangelio.  En  tanto  puede  existir,  en  cuanto  que  respete  el  funda>- 
mento  sobre  el  cual  se  apoya  la  persona  humana,  no  menos  que  el 
Estado  y  que  el  poder  público.  Este  es  el  criterio  fundamental  de  to- 
da sana  forma  de  gobierno,  incluida  la  democracia;  criterio  según  el 
cual  se  debe  juzgar  del  valor  moral  de  toda  ley  particular. 


4.—   ACTUACION  DEL  ORDEN  SOCIAL 


DISCURSO  AL  SACRO  COLEGIO  DE  CARDENALES 
(2  de  junio  de  1947) 
(fragmento  a) 


También  se  hablado  tanto  de  la  reglamentación  de  la  libertad, 
que  sería  otro  fruto  exquisito  de  la  victoria,  libertad  triunfante  del  ar- 
bitrio y  de  la  violencia.  Pero  esta  libertad  solamente  puede  florecer 
donde  el  derecho  y  la  ley  imperan  y  aseguran  eficazmente  el  respe- 
to a  la  dignidad,  así  de  los  particulares  como  de  los  pueblos.  Entre 
tanto,  el  mundo  está  todavía  esperando  y  pidiendo  que  el  derecho  y 
la  ley  establezcan  condiciones  estables  para  los  hombres  y  para  las 
sociedades.  Entre  tanto,  millones  de  seres  humanos  continúan  vivien- 
do bajo  la  presión  y  la  tiranía.  No  hay  seguro  nada  para  ellos:  ni 
el  hogar,  ni  los  bienes,  ni  la  libertad,  ni  el  honor;  y  así  se  apaga  en 
su  corazón  el  último  rayo  de  serenidad,  la  última  centella  de  entu- 
siasmo. En  Nuestro  mensaje  natalicio  de  1944,  Nos,  dirigiéndonos  al 
mundo  lleno  de  fervor  por  la  democracia,  y  ansioso  de  ser  su  canv- 
peón  y  su  propagador,  procuramos  exponer  los  principales  postulados 
morales  de  una  recta  y  sana  ordenación  democrática.  No  pocos  te- 
men que  la  esperanza  de  semejante  ordenación  padezca  con  el  hi- 
riente contraste  entre  la  democracia  de  la  palabra  y  la  concreta  reali- 
dad. Si  Nos  elevamos  en  este  momento  Nuestra  voz  no  es  para  des- 
corazonar a  las  muchas  personas  de  buena  voluntad  que  ya  han  pues- 
to mano  a  la  obra,  o  para  menospreciar  lo  que  hasta  ahora  se  ha  con- 
seguido, sino  únicamente  por  el  deseo  de  contribuir,  en  cuanto  está  a 
nuestro  alcance,  a  un  mejoramiento  del  presente  estado-  Aún  no  es 
tarde  para  que  los  pueblos  de  la  tierra  puedan  llevar  a  la  realidad, 
mediante  un  común  y  leal  esfuerzo,  las  condiciones  indispensables, 
tonto  para  la  verdadera  seguridad,  la  prósperidad  general,  o  al  me- 
nos la  implantación  de  un  régimen  tolerable  de  vida,  como  para  una 
beneficiosa  ordenación  de  la  libertad. 


Orden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


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RADIOMENSAJE  DE  24  DE  DICIEMBRE  DE  1941 
(fragmento) 

Ahondemos  en  el  fondo  de  la  conciencia  de  la  sociedad  moder- 
na, busquemos  la  raíz  del  mal:  ¿donde  radica  ella?...  Pero  no  po- 
demos cerrar  los  ojos  a  la  triste  visión  de  la  progresiva  descristianiza- 
ción individual  y  social,  que  de  la  relajación  de  costumbres  ha  pasa- 
do al  enflaquecimiento  y  abierta  negación  de  verdades  y  fuerzas  des- 
tinadas a  iluminar  los  entendimientos  acerca  del  bien  y  del  mal,  a 
vigorizar  la  vida  familiar,  la  vida  privada,  la  vida  estatal  y  pública . . . 

Arrastrado  el  espíritu  a  la  sima  moral,  al  apartarse  de  Dios  y  de 
las  prácticas  cristianas,  no  podía  menos  de  ser  que  los  pensamientos, 
propósitos,  iniciativas,  estima  de  las  cosas,  acción  y  trabajo  de  los 
hombres  se  dirigieran  y  orientaran  hacia  el  mundo  material,  afanán- 
dose y  sudando  por  dilatarse  en  el  espacio,  por  crecer  como  nuncCi, 
más  allá  de  todo  límite,  en  la  conquista  de  las  riquezas  y  del  poder; 
por  rivalizar  en  la  velocidad  para  producir  más  y  mejor  todo  lo  que 
el  adelanto  y  el  progreso  material  parecía  exigir. 

De  aquí,  en  la  política,  el  prevalecer  de  un  impulso  desenfrena- 
do hacia  la  expansión,  y  el  mero  crédito  político  despreocupado  de 
la  moral;  en  la  economía,  el  dominio  de  las  grandes  y  gigantescas 
empresas  y  asociaciones;  en  la  vida  social,  el  afluir  y  hacinarse  de 
muchedumbres  de  pueblos  en  las  grandes  ciudades  y  en  los  centros 
industriales  y  comerciales  con  gravoso  exceso,  con  aquella  inestan 
bilidad  que  sigue  y  acompaña  a  una  multitud  de  hombres  que  cam- 
bia de  casa  y  de  residencia,  de  país,  de  oficio,  de  pasiones  y  amis- 
tades. 

De  aquí  nació  entonces  el  que  las  recíprocas  relaciones  de  la 
vida  social  tomaran  un  carácter  puramente  físico  y  mecánico.  Con 
desprecio  de  todo  razonable  freno  y  miramiento,  el  imperio  de  la  vio- 
lencia externa,  la  escueta  posesión  del  poder  se  sobrepuso  a  las  nor- 
mas del  orden,  regidor  de  la  convivencia  humana,  las  cuales,  dima- 
nando de  Dios,  establecen  qué  relaciones  naturales  y  sobrenaturales 
median  entre  el  derecho  y  el  amor  hacia  los  individuos  y  la  sociedad. 

La  majestad  y  dignidad  de  la  persona  humana  y  de  las  sociedo;- 
des  particulares  quedó  herida,  rebajada  y  suprimida  por  la  idea  de  la 
fuerza  que  crea  el  derecho;  la  propiedad  privada  llegó  a  ser  para 
los  unos  un  poder  dirigido  a  la  explotación  de  la  labor  ajena,  y  en  los 
otros  engendró  celos,  impaciencias  y  odio,  y  la  organización  que  de 
ésto  se  derivó  se  convirtió  en  poderosa  arma  de  lucha  para  hacer  pre- 
valecer intereses  partidistas.  En  algunos  países,  una  concepción  atea 
o  anticristiana  del  Estado  vinculó  a  sí,  con  vastos  tentáculos,  al  indi- 
viduo, de  tal  forma  que  casi  lo  despojó  de  su  independencia,  tanto  en 
la  vida  privada  como  en  la  pública. 

¿Quién  podrá  maravillarse  hoy  día  si  tan  radical  oposición  a  los 
principios  de  la  doctrina  cristiana  ha  acabado  por  transformarse  en 


238 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


ardiente  choque  de  tensiones  internas  y  externas,  hasta  conducir  al  ex- 
terminio de  vidas  humanas  y  destrucciones  de  bienes,  como  lo  vemos 
y  presenciamos  con  pioíunda  pena?  La  guerra,  consecuencia  funesta 
y  fruto  de  las  condiciones  sociales  ahora  descritas,  lejos  de  detener 
su  influjo  y  desarrollo,  lo  promueve,  acelera  y  amplía,  contando  ma- 
yor ruina  cuanto  es  más  larga,  haciendo  aún  más  general  la  catás- 
trofe . 


RADIOMENSAJE  DE  24  DE  DICIEMBRE  DE  1950 
(fragmento) 

La  paz  interna  de  los  pueblos. 

Si  dirigimos  ahora  nuestra  mirada  hacia  el  futuro,  la  paz  interna 
de  cada  pueblo  se  presenta  como  el  primero  y  más  urgente  proble- 
ma. Por  desgracia,  la  lucha  por  la  vida,  la  preocupación  por  el  traba- 
jo y  por  el  pan  dividen  en  campos  adversos  a  los  hombres  que  habitan 
una  misma  tierra  y  son  hijos  de  una  misma  patria.  Unos  y  otros  man- 
tienen la  exigencia,  en  sí  legítima,  de  ser  considerados  y  tratados  no 
como  objetos,  sino  como  sujetos  de  la  vida  social,  sobre  todo  en  el  Es- 
tado y  en  la  economía  nacional. 

Por  eso  muchas  veces,  y  con  una  insistencia  cada  vez  mayor,  Nos 
hemos  señalado  la  lucha  contra  el  paro  forzoso  y  el  esfuerzo  hacia  una 
bien  entendida  seguridad  social  como  condición  indispensable  para 
unir  a  todos  los  miembros  de  un  pueblo,  altos  y  bajos,  en  un  sólo  cuerpo. 

Ahora  bien,  ¿osaría  tal  vez  lisonjearse  de  servir  a  la  causa  de  la 
paz  interna  el  que  hoy  día  viese  egoísticamente  en  los  grupos  qu©  se 
oponen  a  sus  propios  intereses  la  fuente  de  todas  las  dificultades  y  el 
obstáculo  a  la  restauración  y  al  progreso? 

¿Osarían  lisonjearse  de  servir  a  la  causa  de  la  paz  interna  aque- 
llas organizaciones  que  para  tutelar  los  intereses  de  sus  miembros  no 
recurriesen  ya  a  las  armas  del  derecho  y  del  bien  común,  antes  se 
apoyasen  en  la  fuerza  del  número  organizado  y  en  la  debilidad  de  los 
demás,  que  no  están  igualmente  organizados  o  que  tienden  siempre  a 
subordinar  el  uso  de  la  fuerza  a  las  reglas  del  derecho  y  del  bien 
común? 

La  paz  interna,  pues,  no  pueden  esperarla  los  pueblos  sino  de  hom- 
bres — gobernantes  o  gobernados,  jefes  o  meros  partidarios —  que  al 
defender  sus  particulares  intereses  y  sus  propias  opiniones  no  se  obs- 
tinan ni  se  empequeñecen  en  sus  puntos  de  vista,  antes  bien  sobfen 
ensanchar  sus  horizontes  y  elevar  sus  miras  al  bien  de  todos-  Si  en 
no  pocos  países  se  lamenta  una  deplorable  falta  de  participación  de 
las  jóvenes  generaciones  en  la  vida  pública,  ¿no  es  quizás  una  de  las 
causas  el,  que  poco  o  rara  vez  se  les  ha  ofrecido  el  fulgurante  y  arre- 
batador ejemplo  de  hombres  como  los  que  ahora  hemos  descrito? 


Orden  Social  de  Libertad  y  de  Paz 


239 


Bajo  la  superficie  de  indudables  dificultades  políticas  y  económicas 
se  esconde,  pues,  una  más  grave  miseria  espiritual  y  moral:  el  gran 
número  de  espíritus  estrechos  y  de  corazones  mezquinos,  de  egoístas 
y  de  "arribistas",  que  corren  tras  del  que  está  más  en  auge,  que  se 
dejan  mover,  con  ilusión  o  con  pusilanimidad,  por  el  espectáculo  de 
las  grandes  masas,  por  los  clamores  de  las  opiniones,  por  la  ebriedad 
de  la  excitación.  Ellos  solos  no  darían  un  paso,  cual  es  el  deber  de 
cristianos  de  fe  viva,  para  avanzar  firmes,  guiados  por  el  espíritu  de 
Dios,  a  leí  luz  de  los  principios  eternos  con  imperturbable  confianzjcs 
en  su  Divina  Providencia.  Esta  es  la  verdadera,  la  íntima  miseria  de 
los  pueblos. 

Como  la  hormiga  blanca  corroe  las  casas,  de  igual  manera  esa 
miseria  social  consume  interiormente  a  los  pueblos,  y  antes  que  apa- 
rezca de  fuero,  los  vuelve  incapaces  de  cumplir  con  su  misión.  Así, 
las  bases  del  régimen  industrial  capitalístico  han  sufrido  cambios  esen- 
ciales, acelerados  por  la  guerra,  pero  preparados  ya  de  antiguo.  Pue- 
blos servidores  desde  siglos  se  obren  el  camino  hacia  la  independen- 
cia; otros,  privilegiados  hasta  ahora,  se  esfuerzan  por  caminos  antiguos 
y  nuevos  a  conservar  su  posición.  El  anhelo,  cada  vez  más  alto  y  más 
extendido,  hacia  la  seguridad  social  no  es  más  que  el  reflejo  de  una 
humanidad  en  la  cual  muchas  cosas  que  en  cada  pueblo  eran  o  pare- 
cían tradicionalmente  sólidas  se  han  vuelto  caedizas  e  inciertas. 

¿Por  qué,  pues,  esa  comunidad  de  incertindumbre  y  de  peligros 
creada  por  las  circunstancias  no  engendra  también  en  cada  pueblo 
una  solidaridad  entre  los  individuos?  Bajo  este  aspecto,  ¿no  son  aca- 
so las  inquietudes  del  patrono  las  mismas  de  sus  obreros?  ¿Acaso  la 
producción  industrial  no  está  ligada  como  nunca  en  todos  los  pueblos 
con  la  producción  agrícola,  dado  el  influjo  recíproco  de  sus  destinos? 
Y  vosotros,  los  que  permanecéis  insensibles  ante  las  angustias  del  pró- 
fugo, errante  y  sin  hogar,  ¿no  deberíais  sentiros  solidarios  con  él,  cuya 
triste  suerte  de  hoy  puede  ser  la  vuestra  de  mañana? 

¿Por  qué  esa  solidaridad  de  cuantos  se  sienten  intranquilos  y  en 
peligro  no  ha  de  ser  para  .todos  el  camino  seguro  de  alcanzar  la  salva- 
ción social?  ¿Por  qué  ese  espíritu  de  solidaridad  no  ha  de  ser  el  ci- 
miento del  orden  social  natural  en  sus  tres  formas  esenciales  de  fami- 
lia, propiedad  y  Estado,  .para  volverlos  a  llevar  a  su  orgánica  colabora- 
ción, adaptada  a  las  circunstancias  presentes;  circunstancias  que,  a  pe- 
sar de  todas  las  dificultades,  son  un  don  de  Dios  para  confirmar  nues- 
tro espíritu  cristiano? 


INDICE  CRONOLOGICO  DE  LOS  DOCUMENTOS 

Página 


1940  : 


24  de  diciembre  :  Rodiomensaje  de  Navidad    19 

1941  : 

1  de  junio  :  Radiomensaje   en  el   Cincuentenario  de   la    encíclica  Rerum 

Novarum    65 

24  de  diciembre  :  Radiomensaje  de  Navidad    237 

1942: 

24  de  diciembre  :  Radiomensaje  de  Navidad    218 

1943: 

13  de  junio  :  Discurso  o  los  trabajadores  italianos   119 

24  de  diciembre  :  Radiomensaje  de  Novidad    1 00 

1944  : 

22  de  febrero  :  Alocución  a  los  Párrocos  y  Cuaresmeros  de  Roma    20 

1  de  septiembre  :  Radiomensaje  en  el  aniversario  del  comienzo  de  la  guerra  82 

24  de  diciembre  :  Radiomensaje  de  Navidad    229 

1945: 

n  de  marzo  :  Discurso  a  los  Asociaciones  Cristianas  de  Trabojadores  Ita- 
lianos   164 

15  de  agosto  :  Discurso  a  los  obreras  cotólicos  italianas   205 

21  de  octubre  :  Discurso  a  los  delegados  de  las  sociedades  cristianas  de 

Italia    209 

1946  : 

10  de  julio  :  Carta  al  Presidente  de  las  Semanas  Sociales  de  Froncio  ...  149 
15  de  noviembre:  Discurso  al  Congreso  Nocionol  de  Cultivodores  Directos  183 


242 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


1947  : 


8  de  enero  :  Discurso  al  Potriciado  y  Nobleza  romanos   52 

2  de  junio  :  Discurso  ol  Socro  Colegio  de  Cardenales   203  y  236 

16  de  junio  :  Discurso  o  los  funcionarios  y  técnicos  norteamericanos  de  lo 

Conferencia  de  la  Oficina  Internacional  del  trabajo    30 

18  de  julio  :  Corto  al  Presidente  de  las  Semanas  Sociales  de  Francia  ....  82 

7  de  septiembre  ;  Discurso  o  los  Hombres  de  lo  Acción  Católica  Italiano  .  .  75 

1948  : 

7  de  marzo  :  Discurso  oí  Congreso  de  Política  e  Intercombios  comercióles 

internacionales    38 

20  de  mayo  :  Discurso  al  Instituto  Internacional  paro  la  Unificación  del 

Derecho  Privado    29 

2  de  junio  :  Discurso  al  Sacro  Colegio  de  Cardenales  .   80 

29  de  junio  :  Discurso  o  las  Asociociones  Católicas  de  Trabajadores  Italianos  1 26 

12  de  septiembre  :  A  los  jóvenes  de  la  Acción  Católica  Italiano   197 

31  de  octubre  :  Discurso  o  los  trobojodores  de  las  fábricas  FIAT   17 

1949: 

7  de  mayo  :  Discurso  a  lo  Unión  Internocionol  de  Asociaciones  Patronales 

Católicas    140 

4  de  septiembre  :  Rodiomensaje  o  los  Católicos  Alemanes   27 

1 1  de  septiembre  :  Discurso  ol  movimiento  Obrero  Cristiano  Belga   162 

1950: 

27  de  abril  :  Al  Congreso  Mundiol  de  Cómoras  de  Comercio   41 

3  de  junio:  Al  Congreso  Internacional  de  Estudios  Sociales   142 

5  de  agosto  :  Discurso  ol  Congreso  Internocionol  de  Ciencias  Administra- 

tivas   52 

3  de  septiembre  :  Discurso  al  Congreso  Internacional  de  lo  J.  O.  C   118 

23  de  septiembre  :  Exhortación  Menti  Nostroe  Al  Clero  sobre  la  sontidad 

de  la  vida  sacerdotal    57 

24  de  diciembre  :  Rodiomensaje  de  Novidod   238 

1951  : 

1 1  de  marzo:  Discurso  o  los  Trabajadores  católicos  españoles    13 

2  de  junio:  Encíclica  Evangelii  Praecones  sobre  las  Misiones   58 

2  de  julio  :  Discurso  al  Congreso  mundial  de  lo  vida  rural   180 

24  de  diciembre  :  Rodiomensaje  de  Navidad    217 


1952: 


31  de  enero  :  Discurso  ai  Consejo  Nocional  de  lo  Unión  Cristiano  de  Di 
rectores  de  Empreso   


146 


Indice  Cronológico  de  los  Documentos  243 

■»  V 

29  de  febrero  :  Discurso  al  Congreso  de  lo  Confederación  italiana  de  Cul- 
tivadores  Directos    183 

7  de  julio  :  Carta  al  Presidente  de  los  Semanas  Socioles  de  Froncia   76 

14  de  septiembre  :  Rodiomensaje  en  el  "Dfa  de  los  Católicos  austríacos"  22 

24  de  diciembre  :  Radiomensoje  de  Navidad    91 

1953: 

1  de  mayo:  Discurso  a  los  trabajadores  italianos    129 

14  de  moyo  :  Discurso  o  los  Asociaciones  Católicas  de  Trabajadores  Ita- 
lianos   111 

10  de  junio  :  Discurso  o  lo  Federoción  Internacional  de  productores  agrí- 
colas   179 

9  de  octubre  :  Discurso  al  I  Congreso  Internacional  de  Ingenieros   116 

12  de  octubre  :  Discurso  o  lo  Unión  Europea  de  expertos  contables   202 

21  de  noviembre  :  Discurso  al  Instituto  Italiano  de  casas  populares   46 

24  de  diciembre  :  Radiomensoje  de  Navidad    201 

1954  : 

14  de  julio  :  Carta  ai  Presidente  de  las  Semanas  Socioles  de  Francio  ....  49 

25  de  octubre  :  Discurso  o  los  Productores  Barceloneses   16 

2  de  noviembre  :  Discurso  al  Sacro  Colegio  de  Cardenales   11 

19  de  noviembre  :  Discurso  al  Consejo  de  Administración  de  la  Organiza- 
ción Internacional  del  Trabajo    168 

24  de  diciembre:  Radiomensoje  de  Navidad    101  y  197 

1955  : 

3  de  obril  :  Discurso  al  Congreso  Mundial  de  Previsión  de  accidentes  del 

trobajo    171 

19  de  abril  :  Discurso  o  los  Cultivadores  Directos   188 

1  de  moyo  :  Discurso  a  las  Asociaciones  Católicas  de  Trabajadores  Italianos  59 

8  de  moyo  :  Discurso  a  lo  Federación  Internocional  de  Movimientos  Obre- 

ros Cristianos    174 

6  de  junio  :  Discurso  o  lo  Unión  Cristiana  de  Directores  de  empresa  ....  151 

10  de  junio  :  Al  Congreso  Mundial  del  Petróleo   45 

26  de  junio:  Discurso  o  los  Ferroviarios  Romanos   159 

10  de  octubre  :  Al  Centro  italiano  paro  la  reconciliación  internacional  ...  32 

24  de  diciembre  :  Radiomensoje  de  Navidad    103 

1956: 

20  de  enero  :  Discurso  al  I  Encuentro  Nacional  de  la  Pequeña  industria  .  .  150 

4  de  febrero  :  Discurso  o  la  Conferencia  Internocionol  sobre  las  Relaciones 

Humanas  en  la  industrio    138 

17  de  febrero  :  Discurso  al  Congreso  Nocional  de  la  Confederación  General 

Italiano  del  Comercio    42 

4  de  marzo  :  Discurso  al  Cuerpo  Diplomático    31 

23  de  marzo  :  Alocución  oí  Colegio  Pontificio  Espoñol   201 


244 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


I  de  abril  :  Alocución  Pascual    204 

I I  de  abril  :  Discurso  al  X  Congreso  de  la  Confederación  italiono  de  Culti- 

vadores Directos   191 

14  de  abril  :  Discurso  a  lo  Dirección  de  lo  "Societó  Italiano  per  Condotte 

d'acqua"    1 55 

1  de  mayo:  Radiomensaje  a  los  Trabajadores  reunidos  en  Milán    124 

2  de  septiembre  :  Mensaje  al  77  Katholikentag  alemón   199 

6  de  septiembre  :  Discurso  a  los  técnicos  industriales  de  Barcelona   137 

9  de  septiembre  :  Discurso  al  I  Congreso  de  la  Asocioción  Internacional  de 

Economistas    35 


INDICE   ANALITICO  -  SISTEMATICO 


CAPITULO  I 
LA  IGLESIA  ANTE  LA  CUESTION  SOCIAL 

1.  — DERECHO  DE  LA  IGLESIA  A  INTERVENIR  EN  LA  CUESTION  SOCIAL. 
Tendencia  a  restringir  el  poder  de  la  Iglesia  a  lo  estrictamente  religioso:  11. —  Au- 
toridad de  la  Iglesia  paro  actuar  en  público  y  en  el  "mundo"  :  12-13,  106. —  Tiene 
el  deber  de  Intervenir  en  la  cuestión  social  :  66,  218-219. —  La  Iglesia  interviene  en 
la  cuestión  social  porque  esta  es  uno  cuestión  religiosa  y  moral  :  12,  30,  197. —  Lai 
condiciones  del  trabajo  suscitan  problemas  que  demandan  el  socorro  y  la  asistencia 
de  la  Iglesia  :  164-165. —  El  poder  de  lo  Iglesia  se  extiende  o  todo  lo  referente  o- 
la  ley  notural  bajo  el  aspecto  moral  :  11,  66-67,  106. —  La  Iglesio  juzga  acerca  de 
los  bases  del  ordenamiento  social  :  66,  219,  231. —  La  Iglesia  ofrece  los  fundamen- 
tos religioso-morales  de  todo  orden  social  :  14,  20,  39,  60. —  No  establece  normas 
puramente  prócticos  :  36,  66,  192,  231. —  Aversión  del  "mundo  libre"  contra  la 
Iglesia  por  defender  un  orden  social  de  poz  fundado  sobre  la  verdadera  libertad  :  200, 
217-218. —  Circunstancias  desfavorables  a  la  exhortación  de  la  Iglesia  a  la  verda- 
dera libertad  en  el  mundo  comunista  :  200,  218. 

2.  — SOLICITUD  DE  LA  IGLESIA  POR  LA  CUESTION  SOCIAL,  Pocas  cues- 
tiones han  preocupado  tanto  a  la  Iglesia  :  13,  27,  199-200. —  Motivos  de  lo  solici- 
tud de  la  Iglesia  :  30,  67. —  Aspiración  hacia  un  orden  nuevo:  19,  80. —  Solicitud 
por  mantener  el  derecho  natural  como  base  de  la  paz  social  :  35. —  Preocupación  por 
los  problemas  humanos  antiguos  y  nuevos  :  68-69,  1  1 7. —  Amor  y  solicitud  por  los 
trabajadores:  16,  17,  59,  75,  91-92,  99,  120,  164,  169,  191-192,  227.—  Busco 
sinceramente  el  bien  del  trabajador:  18. —  Ayuda  prestada  por  la  Iglesia  a  la  cla- 
se trabajadora:  127,  130,  208. —  Solicitud  por  todos  las  clases  sociales:  137-138, 
218. 

3.  —CUALIDADES  DE  LA  ACCION  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA.  Principios  Ge- 
nerales. Sin  la  Iglesia  lo  cuestión  social  es  insoluble  :  13. —  Nadie  ha  presentado 
un  programa  social  que  supere  al  de  la  Iglesia  :  1  5. —  Lo  bueno  y  lo  justo  de  otros 
sistemas  se  encuentra  en  lo  doctrina  social  católica:  14,  20,  21,  191-192,  201, 
208. —  El  pensamiento  social  cristiano  debe  ser  orgánico,  adoptado  a  las  circunstan- 
cias y  o  la  comunidad  universal  a  que  se  pertenece:  106-107,  224,  227,  239.  Lo 
doctrina  social  de  lo  Iglesia  oriento  lo  actividad  práctico  y  es  orientado  por  esta  : 


246 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


175. —  La  Iglesia  no  toma  partido  por  ningún  sistema  temporal  :  19-20,  219,  231. — 
Lo  doctrino  social  de  lo  Iglesia  se  ha  hecho  patrimonio  común  de  lo  humonidod  :  68, 
118. —  La  doctrina  social  de  lo  iglesio  es  fundomento  de  la  paz  y  de  la  sociedod  : 
32,  35,  83,  87,  117,  137-138,  203. —  Lo  doctrino  sociol  de  la  Iglesia  es  único 
remedio  pora  los  moles  octuales  ;  57,  142,  188. —  Sentido  realista  de  la  doctrina 
de  lo  Iglesia  :  120-121. —    Lo  Iglesio  llevará  la  lucho  hosta  el  extremo:  22,  208. 

Lo  Doctrina  Sociol  de  lo  Iglesio  onte  los  Problemos  Socicles. —  Tutela  lo 
justicia,  lo  coridod  y  lo  solidoridod  :  57,  58,  112-113. —  Posee  un  conocimiento  in- 
tegral del  hombre  total:  117,  138. —  Lo  doctrino  social  de  lo  Iglesia  es  lo  mós 
conforme  o  la  vida  humono  natural  y  sobrenatural:  188,  191-192,  200. —  Sólo  lo 
religión  garantizo  lo  dignidad  del  trabajador:  17-18. —  Tiene  eficacia  poro  mejoror 
al  trobajador  :  59,  199. —  Nadie  como  lo  Iglesia  defiende  las  justas  aspiraciones 
del  trobojodor  :  127,  130,  169,  208. —  Poderoso  influjo  de  la  espiritualidad  evan- 
gélica poro  el  bien  del  movimiento  obrero  sindical:  166,  207. —  Lo  Iglesia  pone 
en  guardia  contro  los  falsos  profetas  de  lo  lucho  de  clases:  121,  203. —  Frutos  de 
lo  doctrina  social  católico:  67-68,  74,  191-192,  201. —  Socorro  que  presta  o  la 
solidaridad  económico  universal  de  los  pueblos  y  nociones  :  143. —  Lo  Iglesia  no 
puede  resolver  solo  la  cuestión  social:  como  contribuye  o  resolverla:    199-200. — 

4.  — FINALIDAD  DE  LA  DOCTRINA  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA.  Deseo  que 
todos  vivon  una  vido  humano,  poro  luego  vivir  uno  vida  cristiano  :  16. —  Deseo 
que  se  resuelva  el  problema  social,  pero  sin  que  se  pierdon  los  olmos  :  112-113,  160- 
161. —  Exige  la  reforma  social  :  112;  no  sólo  del  estodo  de  los  trobojodores,  sino 
de  todo  lo  sociedad  :  120,  170-171,  236. —  No  defiende  los  intereses  de  ningún  gru- 
po determinado:  18,  148. —  Miro  al  bien  común  de  todos:  27. —  Protege  a  los 
que  buscan  el  derecho  y  lo  oyudo  :  27,  91,  119,  130,  159. —  Aspira  o  establecer 
uno  poz  fundado  sobre  la  verdadero  libertad  humono:  217-218. —  Lo  Iglesia  tiene 
más  cuenta  del  hombre  que  de  los  ventajas  técnicos  y  económicas  :  14,  31. —  Deseo 
que  los  redenciones  humónos  tengan  una  base  onterior  intelectuol  y  moral  :   16,  28, 

59,  200. —  Deseo  que  se  realice  lo  más  pronto  posible  una  sana  economía  y  una 
justicia  social  :  203. —  Aspira  o  crear  al  trabajador  uno  condición  seguro  y  estable  : 
21,  30,  69,  208. —  Desea  que  todos  puedan  vivir  y  ahorrar  :  14,  16. —  Qué  apor- 
to de  ello  o  los  obreros  :  1  1  9. 

5.  — PROBLEMAS  QUE  LA  IGLESIA  PRETENDE  RESOLVER.  Progreso  expe- 
rimentado en  lo  situación  y  necesidades  de  los  trobojodores:  174-175. —  Cambios 
esenciales  sufridos  por  el  régimen  del  capitalismo  industrial  :  144,  148,  239. — '  Dos 
épocos  en  las  discusiones  sociales  :  elevación  del  proletoriodo,  solución  de  lo  lucho 
de  clases  y  defenso  del  trabojador  contra  lo  sociolizoción  total  :  22,  68,  144-145, 
201. —    Iglesia  y  Estado:  50. —    El  Sacerdote  ante  los  problemas  sociales:  57-58, 

60,  175,  194,  199,  201. —    Lo  gran  obro  de  los  Copellones  del  trobojo  :  133. 

6 — FALSAS  ACUSACIONES  CONTRA  LA  IGLESIA.  El  cristianismo  debe  ser 
sólo  "espiritual":  107. —  La  obra  de  lo  Redención  no  necesita  de  nuestra  colabo- 
ración en  este  mundo:  74,  198. —  El  cristianismo  deja  que  desear  en  el  campo 
social  :  201. —  Lo  religión  vuelve  al  trobojodor  flojo  en  lo  defensa  de  sus  intereses  : 
18. —  Lo  Iglesia  no  sobe  oyudor  al  hombre  en  su  vida  terrena  :  15,  199. —  Lo 
Iglesio  se  hd  desinteresado  de  lo  cuestión  social  :  13,  27. —  La  Iglesia  cierro  el  po- 
so o  los  trabajadores  en  el  camino  d«  sus  justos  ospiraciones  :  161. —    No  permite 


Indice  Analítico-Sistemático 


247 


o  los  seglares  ninguna  actividad  personal  propia  de  su  dominio:  173. —  Es  aliada 
del  capitalismo  contra  los  obreros  :  59,  85,  203,  208. —  La  Iglesia  tiene  miras  de 
prepotencia  terrena:  106. —  Hay  incompatibilidad  entre  la  fidelidad  a  la  Iglesia  y 
la  fidelidad  al  Estado  :  50. —  Lo  Iglesia  combate  en  el  campo  de  la  política  y  de 
la  economía  :  200. 


CAPITULO  II 
FUNDAMENTOS  DE  LA  SOCIOLOGIA  CRISTIANA 


1  .—FUNDAMENTOS  MORALES.  La  verdad,  la  justicia  y  lo  caridad:  27, 
102,  113,  119,  143,  203,  225. —  La  doctrina  social  de  la  Iglesia  tutela  la  justicia, 
la  caridad  y  la  solidaridad  :  57,  60,  67,  166,  191-192. —  Anhelo  de  justicia  social  : 
87,  203;  sobre  los  intereses  particulares  :  199,  202. —  Victoria  sobre  el  egoísmo  y 
sobre  las  discrepancias  estridentes:  40,  153-154. —  No  basta  lo  caridad,  sino  que 
tiene  que  florecer  lo  justicia:  58,  78,  153. —  Carácter  personal  que  debe  tener  lo 
coridad  :  99-100. —  Las  exigencias  de  la  justicia  social  son  las  mismas  en  sus  fun- 
damentos, pero  se  acomodan  a  las  circunstancias  concretas  :  203. —  La  doctrina  de 
la  Iglesia,  de  justicia  y  equidad,  preserva  de  ilusiones  y  de  esperanzas  irrealizables  : 
120;  y  de  vanas  teorías  contra  lo  verdad:  121-122,  191-192. —  Lo  justicia  social 
y  la  caridad  superan  la  lucho  de  clases:  130,  153,  164,  166-167,  225. —  Lo  igle- 
sia combate  con  la  oración,  lo  verdad  y  el  amor  :  200. —  El  mundo  moral  debe  com- 
penetrar lo  economía  social:  14,  20,  38,  44,  102,  105,  132,  137,  197,  199,  202, 
221. 

2.— LA  DIGNIDAD  DE  LA  PERSONA  HUMANA.  Reconocimtento  de  lo  Di9-^=? 
nidad  de  la  Persona  Humana.  Criterio  histérico-cultural  indispensable  paro  el  cono- 
cimiento pleno  del  desarrollo  humano:  116-117. —  Conocimiento  que  la  Iglesia  tie- 
ne de  la  naturaleza  del  hombre  total  :  117. —  La  verdadera  dignidad  de  la  persona 
humana  es  la  de  un  ser  personal,  imagen  de  Dios  y  heredero  de  la  vida  eterna  :  17-18, 
31,  70,  80,  147,  191,  234. —  La  Iglesia  lo  tiene  siempre  presente:  20-21,  31,  82- 
83,  114,  115,  126-127,  138-139,  156,  192,  231. —  Dignidad  personal  del  trabajo: 
18,  81,  98,  108,  118,  139,  182,  187-188,  227. —  La  insustituible  función  del  pa- 
trono privado  es  consecuencia  de  la  dignidad  individual  y  social  de  lo  persono  huma- 
no :  150. —  La  gran  miseria  del  orden  social  es  que  no  descansa  sobre  lo  dignidad 
de  la  persono  humano  :  80,  147,  237. —  Lo  economía  social  es  uno  ordenación  de 
productores  dotados  de  dignidad  humana:  81,  114,  139. —  El  hombre  es  sujeto  y 
no  objeto  de  lo  economía  y  de  la  vida  social  :  37,  40,  115,  144,  152,  186,  197,  231, 
238. —  Origen  y  fin  esencial  de  la  vida  social  es  el  perfeccionamiento  total  de  lo 
persona  humano  :  221,  222,  233. —  Carácter  personal  de  lo  vida  social  :  95. — 
Despersonalización  del  hombre  moderno:  95-96,  100,  175-176,  182. —  Efectos  de 
esta  despersonalización:  96,  103,  232. —  Efectos  perjudiciales  para  la  sociedad, 
derivados  del  desconocimiento  de  lo  dignidad  humana  :  221,  223,  230,  233,  237- 
238. —  Los  principios  de  lo  ley  natural  se  derivan  de  lo  dignidad  de  lo  persona  hu-.^ 
mano:  33-34,  106. —  Dignidad  humana  y  libertad:  52,  160,  171,  197,  202,  223, 
228,  232-233,  236. —  La  dignidod  humana  supone  plenitud  de  responsabilidad 
personol  :  37,  176,  217,  226,  232, —    La  técnica  y  el  desarrollo  armónico  de  la  hu- 


248 


El  Orlen  Económico-Social  Cristiano 


manidod  :  31,  116,  138. —  Respeto  o  lo  personalidad  humono  y  superación  del  in- 
dividuolismo  en  lo  nuevo  sociedod  :  171,  197. —  Lo  dignídod  de  lo  persono  humono 
y  lo  dignidod  del  Estodo  :  49,  233-234. 

Derechos  de  lo  Persona  Humano.  Lo  acción  sociol  cristiono  trabajo  poro  pro- 
curor  oí  obrero  uno  condición  de  vida  en  ormonía  con  su  dignidod  de  persono  :  52, 
125,  127,  171,  197,  201,  226,  236. —  Lo  dignidod  de  lo  persono  humano  es  el 
punto  de  partido  poro  tender  ol  fin  de  lo  economío  social  ;  32,  80,  98,  101,  114- 
115,  13,7. —  Su  reconocimiento  es  lo  bose  pora  mejorar  ol  trabajador:  30,  79-80, 
84,  156,  207. —  Cuáles  son  los  exigencios  derivados  de  lo  dignidod  humono  del 
trobojador:  18,  22-23,  29,  34,  58-59,  121,  143,  162,  171,  173,  188,  226,  227.— 
El  uso  de  los  bienes  moterioles  está  en  conexión  con  la  dignidad  humano  :  69-70,  78, 
140,  197. —  Disminuir  el  solorio  es  un  atentodo  contro  lo  dignidad  humono:  78, 
207. —  Derecho  del  hombre  o  lo  seguridod  jurídico  y  a  uno  esfero  invioloble  de  de- 
rechos fundomentoles  :  228-229. —  Los  relociones  humanos  en  lo  producción  o  lo 
luz  de  lo  dignidad  de  lo  persona  humona  :  14,  114,  117-118,  137-139,  147,  148, 
170,  175-176. —  Es  necesario  ocomodor  lo  producción  o  un  consumo  acorde  con  la 
dignidod  del  hombre:    145-146. — 

Tutela  de  los  Derechos  de  la  Persona  Humana. .  Los  derechos  de  lo  persona 
humano  deben  ser  tutelodos  por  el  Estado:  53,  70,  71-72,  79-80,  95,  228-229, 
231,  233,  238.-7-  Los  orgonizociones  en  favor  del  trobojodor  deben  reconocer  su 
dignidad  humano:  30,  79-80,  98,  125. —  Lo  formo  de  cooperativo  de  lo  economío 
fovorece  la  doctrina  cristiono  sobre  lo  persona  :  149. —  Poro  mantenerse  fiel  o  lo 
doctrino  cristiono  sobre  lo  dignidad  de  lo  persona  humono  el  empresorio  debe  rebosar 
los  elementos  inmediatos:  153. —  El  copitol  y  lo  propiedad  privodo  ol  servicio  de 
esto  dignidod  :  57,  85-86,  95. —  Lo  Iglesia  condena  el  comunismo  porque  no  defien- 
de esto  dignidad  humono  :  28-29,  58,  122,  218. —  El  copitolismo  del  Estodo  busco 
ventajas  moterioles  con  daño  de  lo  persona  humono  :  122. —  Lo  común  dignidod 
humono  es  lazo  de  unión  entre  los  clases  socioles  :  113-114,  139,  140. —  Lo  mu- 
jer, iguol  ol  hombre  en  dignidod,  debe  cooperor  según  ello  al  bien  de  lo  sociedod  : 
210,  211-212. 

3. — LA  LEY  NATURAL.  Esencia  y  Propiedades  de  la  Ley  Naturol.  El  po- 
der de  lo  Igiesio  se  extiende  o  todo  lo  referente  o  la  ley  noturol  bojo  el  aspecto  mo- 
rol  :  11,  66-67,  219. —  Lo  Iglesia  defiende  cuonto  procede  según  lo  naturaleza: 
20-21. —  Lo  doctrino  social  cotólico  se  basa  en  el  orden  naturol:  191-192,  199- 
200. —  Lo  ley  naturol  está  en  relación  con  lo  consecución  del  fin  sobrenatural  :  11, 
67. —  El  comunismo  niego  los  fundamentos  de  lo  ley  noturol  :  106,  198. —  El 
mundo  occidental  hoce  aún  grandes  esfuerzos  por  conservar  el  derecho  natural  : 
198. —  Lo  ley  natural  interpreta  rectamente  los  postulados  democráticos  de  libertad, 
iguoldod,  fraternidad  :  149,  235-236. —  Lo  ley  noturol  es  fundomento  de  todo  ac- 
ción pocificodoro,  y  de  todo  derecho  positivo  :  32-33,  34,  53-54,  83,  235-236. — 
Lo  ley  naturol  y  lo  libre  determinación  de  lo  conducta  humono  :  33. —  No  es  lícito 
cooperor  con  sistemas  que  exijan  lo  reununcio  o  los  derechos  naturales  del  hombre  : 
204. 

Principios  Porticulores  Contenidos  en  lo  Ley  Natural. .  Los  principios  de  lo 
ley  noturol  los  ofrece  la  noturolezo  del  hombre  :  33-34. —  Los  líneas  fundamen- 
tales del  orden  naturol  son  lo  fomilio,  lo  propiedad  privado  y  el  Estado:  31,  54, 


Indice  Analítico-Sistemático 


249 


94-95,  97,  103,  105,  116-117,  123,  131,  143,  164,  190,  206,  217,  221-222,  226- 
227,  235-236,  237,  239. —  Cuáles  son  las  exigencias  derivadas  de  la  ley  natural  : 
34;  son  razonables  :  34-35. —  Es  necesario  establecer  condiciones  de  vida  que  tute- 
len los  derechos  de  la  persona  humana  derivodos  de  lo  ley  natural  :  52,  125,  170, 
197. —  El  derecho  natural  es  fundamento  de  las  relaciones  económicos:  102. — 
El  derecho  natural  de  todo  hombre  al  uso  de  los  bienes  debe  prevalecer  sobre  todo 
otro  derecho  positivo  :  69. —  Derecho  natural  a  convertir  el  trobajo  en  medio  de 
proveer  a  la  vida  propia  y  a  lo  de  lo  familia  :  71,  184,  187-188. —  El  derecho  na- 
tural ordena  lo  propiedod  privada  o  la  familia:  72,  116-117,  183,  184,  227, — 
Las  modernas  reformas  jurídicas  de  lo  estructura  de  la  empreso  no  oplicon  rectamen- 
te el  derecho  noturol  :    148. — 

4.— NATURALEZA  DE  LA  VIDA  ECONOMICA.  Principios  sobre  ta  Natura- 
leza de  la  Vida  Económica.  Falsa  concepción  de  los  fisiocróticos  acerco  de  la  cien- 
cia económica  :  36. —  El  marxismo  intenta  revolorizor  el  aspecto  social  de  la  eco- 
nomía :  su  error  :  36-37. —  Lo  ciencia  de  la  economía  debe  descubrir  el  aspecto 
material  y  humano,  personal  y  social  del  hecho  económico  :  37-38. —  El  sujeto  de 
la  economía  es  el  hombre:  36-37,  115,  144,  152,  186,  197,  231,  238. —  La  dig- 
nidad humana  es  el  fundamento  del  orden  económico-social  :  31-32,  80,  81,  94-95, 
98,  101,  137,  153. —  Fin  social  de  la  vida  económica  :  40,  41-42,  44,  45,  46,  57, 
76-77,  78,  86,  98,  142,  153,  181,  186. —  El  bien  común  es  determinado  por  el  fin 
sociol  de  la  vida  económica  :  49,  52. —  El  bien  común  es  el  fin  y  norma  del  Esta- 
do :  49,  51,  52,  53,  70,  86,  153,  212,  221-222,  229,  232,  234-235. —  Bien  común 
y  la  economío  nocional  :  70-71,  78,  122. —  Libertad  como  garantía  de  lo  ordenación 
social  de  lo  economía  :  40,  81,  141;  y  del  comercio:  40-41,  43-44,  79. —  Valor  pri- 
mario de  lo  economía  nocional  en  el  suelo  nacional  :  40,  46,  70-71,  81,  86,  112. — 
Prevalencia  de  la  economía  nacional  sobre  la  economío  privada  :  78-79,  140,  148. — 
Relación  de  lo  empresa  privado  con  lo  comunidad  nocional:  150. —  Falsas  aprecia- 
ciones sobre  lo  riqueza  de  los  pueblos:  70-71,  78. —  Ordenamiento  armónico  de 
lo  agricultura,  la  artesanía  y  lo  industria  en  lo  economía  nacional:  81,  123,  179, 
187. —    Lo  economía  no  es  una  institución  del  Estado:  141. 

Aplicación  o  la  Economio  Real.  Oposición  a  lo  economía  social  :  42-43. —  Lo 
situación  actual  es  contraria  al  fin  de  lo  vida  económica:  58,  100-101,  186-187. — 
Miseria  del  actual  orden  económico-social:  80,  138,  147. —  Injustas  desigualdades 
entre  los  naciones  :  36,  97-98. —  El  fin  del  intercambio  de  bienes  es  establecer  el 
justo  equilibrio  entre  los  nociones:  39,  45,  81,  179. —  Integración  económica  de 
todos  los  pueblos  y  naciones:  143. —  El  fin  social  de  lo  economía  nocionol  puede 
hacer  lícita  lo  nacionalización  de  bienes  y  empresas:  167. —  La  evolución  unilateral 
de  lo  economía  nocional  dominado  por  el  capitalismo  industrial  disgrega  lo  estructu- 
ro social  y  humona  del  pueblo:  180-181,  186,  221. —  Rentabilidad  orientado  ol 
conjunto  de  lo  economía  nocionol:  181. —  Eliminar  lo  excesiva  diferencio  entre  lo 
renta  agrícola  y  lo  industrial  :  192. —  Constitución  del  capítol  nocionol  por  el  aho- 
rro de  empresarios  y  trobojodores  :  142. —  Lo  ciudad  moderno  es  el  resultodo  del 
predominio  del  gron  copitol  sobre  lo  vido  económico:  186. —  Deformación  de  lo 
civilización  industrial  :  el  hombre  no  regula  lo  vida  económica,  sino  que  el  trabajo 
es  dominado  por  el  capital  :  186. —  Lo  sabio  ordenación  de  lo  producción  es  base 
de  todo  reforma  sociol:  35-36,  81,  130-131,  145-146. —  En  lo  renovación  del  os- 
pecto  económico  de  un  grupo  social  se  troto  de  opiicor  un  pensamiento  socio!  y  uno 
concepción  de  lo  economía  :  152. —    El  mundo  moral  debe  compenetrar  lo  economía 


250 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


sociol  :  14,  20,  38,  44,  102,  105,  132,  137,  197,  199,  202-203,  221.   El  co- 
merciante es,  ante  todo,  un  cnimodor  de  la  economía  :  43-44. 


CAPITULO  III 


NOCION  Y  FINES  DEL  ESTADO 


1  . — NATURALEZA  DEL  ESTADO.  Fundamento  último  del  Estado  es  la  ley 
naturol  :  53-54,  97,  103,  234-236,  237. —  Noción  del  Estado  como  organismo  mo- 
ral :  49,  51,  53-54,  95,  229. —  Dignidod  del  Estado,  de  su  autoridad,  y  de  la  per- 
sona humano  :  49,  233-234. —  El  Estado  es  un  factor  natural  complementario  de  se- 
guridad social:  31,  54,  94-95,  97,  103,  105,  116-117,  123,  164,  221-222,  237, 
239. —  Autoridad  efectiva  del  Estado  :  su  dignidad  :  49,  66,  202,  222,  233-234. — 
El  Estodo  y  las  sociedades  naturales:  v.  grj'lo  familia^  etc.  :  212,  221-222. —  Es- 
tado e  individuo  :  53. —  Cuolidades  que  deben  tener  (os  gobernantes  democráticos  : 
51,  cf.  cap.  XII,  3  :  EL  ORDEN  SOCIAL  POLITICO.—  Crisis  de  civismo  :  49-50;  sus 
moles  :  50. —    Fidelidad  a  lo  Iglesia  y  al  Estado  :  50. 

2.— LIMITES  Y  FIN  DE  LA  AUTORIDAD  DEL  ESTADO.  La  Iglesia  rechazo 
el  totolitorismo  del  Estado:  18,  51,  53,  59,  80,  223,  235-236,  237. —  Los  pueblos 
exigen  un  sistema  de  gobierno  sujeto  o  rendición  de  cuentas:  231. —  Campo  de  ac- 
ción del  Estado,  sus  límites  :  52-53,  70,  95;  con  respecto  al  campo  de  acción  de  lo 
Iglesia  :  66-67. —  Abuso  de  la  fuerzo  organizado  con  perjuicio  de  lo  noción  del  Es- 
tado ;  50-51,  129,  163-164. —  Peligros  de  someter  el  Estado  o  lo  presión  del  traba- 
jo o  del  capital  :  81,  122,  132,  163-164. —  Efectos  perniciosos  del  capitalismo  del 
Estado:  81,  122,  132,  171,  187,  218,  232. —  Misión  del  Estado  al  servicio  del 
bien  común:  49,  51,  52,  53,  70,  86,  153,  212,  221-222,  229,  232,  234-235.— 
Misión  del  Estado  en  lo  tutela  de  los  derechos  de  lo  persona  humona  :  53,  70,  72,  79, 
95,  153,  192,  212,  221-222,  228-229,  231,  233,  238.—  Misión  del  Estado  al 
servicio  de  lo  genuino  libertad  personal  :  49,  51,  52,  53,  72,  95. —  Deber  de  coope- 
rar al  ordenamiento  económico-social  :  74,  79. —  El  Estado  y  lo  ordenación  de  lo 
producción:  81,  145,  156. —  Misión  del  Estodo  en  el  normal  rendimiento  de  la 
economía  nocional:  86. —  Lo  economío  no  es  uno  institución  del  Estado:  141, 
152. —  Fin  de  lo  economía  nacional  en  los  que  forman  lo  comunidad  de  un  Estado  : 
40,  46,  70-71,  81,  86,  112.—  Estado  y  plonificoción  :  53-54,  79,  152,  155.— 
El  fin  social  de  la  economía  nocional  puede  requerir  lo  nacionalización  de  algunos 
bienes:  167. —  El  Estado  puede  decretar  lo  expropiación  poro  promover  lo  justo 
distribución  de  los  bienes  :  86. —  Juicio  de  lo  Iglesia  sobre  lo  estotificoción  de  los 
empresas:  141,  149,  167. —  Función  regulodoro  del  Estado  sobre  lo  propiedod  pri- 
vodo  y  sobre  el  comercio  :  43,  69,  72. —  Función  subsidiaria  del  Estado  respecto  de 
lo  empresa  privado  :  43,  152. —  El  Estodo  y  los  orgonizociones  profesionales  :  50-51, 
66,  74-80,  123. —  Ayudo  complementorio  del  Estodo  por  medio  de  obros  de  asis- 
tencia en  beneficio  de  lo  cióse  trabajadora:  123,  127,  192. —  Deber  de  propor- 
cionor  trobojo  :  97. —  Deber  supletorio  de  orgonizor  el  trobojo  :  71-72. —  El  Es- 
tado y  la  emigración  :  73. —  El  problema  agrario  está  en  reloción  con  lo  estructura 
interna  del  Estodo:  180. —  No  considerar  ol  Estodo  como  simple  servidor  de  las 
ciases  o  de  los  individuos:  192. 


Indice  Analítico-Sistemático 


251 


CAPITULO  IV 
SISTEMAS  SOCIALES 


1  . — PRENOTANDOS. —  Lo  bueno  y  lo  justo  de  otros  sistemes  se  hallo  en  lo 
doctrina  social  de  la  Iglesia  :  14,  20,  21,  191-192,  201,  208. —  Cuando  los  sistemas 
estón  en  oposición  con  lo  doctrina  de  la  Iglesia  es  que  sacrifican  la  verdad,  la  digni- 
dad humana  o  la  justicia  social  :  14,  18. —  O  bien  no  tutelan  la  dignidad  del  tra- 
bajador :  18. —  Efecto  disolvente  de  las  ideos  sociales  que  olvidan  las  normas  de 
Dios,  o  que  les  son  contrarias  ;  220. —  La  sociedad  se  ha  de  edificar  sobre  la  soli- 
daridad de  los  hombres,  y  no  sobre  sus  sistemas:  97,  198. —  Falsa  ilusión  de  una 
posible  coexistencia  entre  los  sistemas  de  oriente  y  de  occidente  :  106. —  En  los  sis- 
temas democráticos  se  puede  caer  en  el  error  de  someter  la  economía  a  fuerzas  orga- 
nizadas que  procuren  sus  intereses  particulares  más  bien  que  el  bien  común:  199, 
202. —  El  mundo  occidental  hoce  aún  grandes  esfuerzos  por  conservar  el  derecho 
natural  :  198. —  Es  de  temer  que  quienes  no  admiten  verdades  absolutos  en  el  orden 
moral,  llegarían  o  simpatizar  con  el  comunismo,  si  este  llegase  a  triunfar  momentó- 
neomente  :  198-199. —  Engañosa  cooperación  con  sistemas  que  exijan  la  renuncia 
a  los  principios  sobrenaturoles  o  o  los  derechos  naturales  del  hombre  :  204. 

2.  — LIBERALISMO  ECONOMICO.  Vanos  ilusiones  de  solucionar  el  problema 
de  la  paz:  101-102. —  Posición  de  la  Iglesia  frente  al  liberalismo  económico:  67, 
80,  156. —  Influencia  perniciosa  del  liberalismo  económico  sobre  la  economía  ru- 
ral :  181. —  Su  error:  36,  101-102. —  Desconoce  la  jerarquía  entre  el  mundo  mo- 
ral y  el  económico:  102. —  De  hecho  no  existe  libertad  económica  :  102. —  Con- 
fía en  un  automatismo  de  la  vida  económica  :  40,  102. —  Perniciosas  omisiones  del 
liberalismo  económico  poro  con  los  trobapodores  :  145. —  Pora  vencer  el  liberalismo 
económico  nodo  es  más  apto  que  la  organización  profesional  de  la  economía  nacio- 
nol  :  141;  cf.  cap.  VIII,  LA  EMPRESA;  4,  ORGANIZACION  DE  LA  ECONOMIA  SO- 
CIAL :  PROGRAMA  DE  LA  IGLESIA. 

3.  — CAPITALISMO.  Incertidumbre  frente  al  capitalismo:  57;  radicalismos 
y  progresismos  erróneos:  199. —  La  Iglesia  denuncia  lo  actual  situación  capitalista 
como  contrario  a  la  naturolezo  :  14,  21,  57,  58,  59,  59-60,  85,  85-86,  224. — 
Condenación  de  los  abusos  del  capital  y  de  la  propiedad  privada  :  57,  199,  237. — 
Influencia  sobre  la  estructura  social  y  humano  del  pueblo  :  frutos  benéficos  y  peli- 
gros de  lo  misma:  180-181,  186,  221-222. —  Las  bases  del  régimen  industrial  ca- 
pitalista han  sufrido  grandes  cambios  esenciales  preparados  ya  de  antiguo  :  239. — 
El  Estado  sometido  a  lo  presión  del  capital  :  81. —  El  capitalismo  se  deja  seducir  por 
la  superstición  del  tecnicismo  y  de  lo  productividad:  101,  104-105,  105-106. —  Se 
ha  servido  frecuentemente  del  progreso  técnico  :  86-87. —  El  capitalismo  tiene  un 
concepto  falso  de  la  propiedad  privada  :  85. —  Imposibilita  a  los  trabajadores  lo 
formación  de  uno  propiedad  privada  efectiva  :  85. —  Los  defectos  del  copitolismo 
hicieron  necesario  la  formación  de  sindicatos  de  auto-defensa  :  28,  1 62. 

4.  — ESTATISMO.  Posición  de  la  Iglesia  frente  al  estatismo;  80. —  Condu- 
ce a  la  despersonalización  humana  :  95,  122. 


252 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


5.  — SOCIALISMO  DESMATERIALI2AD0.  Su  insuficiencia;  60,  )76.—  El 
único  medio  de  elevar  al  trabajador  por  encima  del  materialismo  es  su  fondo  reli- 
gioso :  118. —  El  socialismo  desmaterializado  se  acomoda  al  establecimiento  de  res- 
ponsabilidades colectivos  en  los  grandes  empresas:  144. 

6.  — COMUNISMO.  Naturaleza  del  Comunismo.  El  marxismo  intenta  reva- 
lorizor  el  aspecto  social  de  lo  economía  :  su  errror  :  36-37. —  La  Iglesia  pone  en 
guardia  contra  sus  falsos  teorías:  121-122;  y  contra  uno  falso  coexistencia  con  el 
mismo  :  200. —  Posición  de  la  Iglesia  frente  al  comunismo  :  57,  58,  59,  67,  85, 
224. —  La  condenación  del  comunismo  no  se  debe  o  lo  lucho  de  clases,  sino  a  que 
este  sistema  no  defiende  la  moral  ni  la  dignidad  del  trabajador  :  28-29,  58. —  El 
comunismo  no  es  un  "momento"  necesario  de  la  historia:  106,  198. —  Niego  los 
fundamentos  del  derecho  natural  :  106,  198. —  Alienta  la  falsa  ilusión  de  establecer 
lo  paz  y  la  justicia  perfecta  sobre  la  tierra  :  77,  84,  92,  101,  104-105. —  Niega  lo 
libertad  económica:  102. —  Pretende  estar  en  posición  de  la  verdadera  libertad: 
218. —  Preconiza  lo  lucho  de  clases:  118. —  Pone  su  esperanzo  en  lo  superstición 
del  tecnicismo  y  de  la  productividad:  36-37,  101,  104-105,  106,  181. —  Verdadero 
y  falso  onti-comunlsmo  :  106. 

Defectos  que  ocasiono  su  Implantación  en  la  Sociedad.  Prepotencia  del  poder 
del  Estado  :  59. —  Transforma  lo  sociedad  en  una  máquina  cuyo  orden  es  sólo  opa- 
rente  :  218. —  Influencio  perniciosa  del  marxismo  sobre  la  economía  rural:  181. — 
Consigue  algunos  ventajas  materiales  con  detrimento  de  los  derechos  de  lo  persona 
humana:  28-29,  122. —  Destruye  la  libertod  y  dignidad  humano:  218. —  Ha  su- 
primido la  libertad  de  los  pueblos:  105. —  No  logrará  suprimir  la  lucho  de  clases, 
puesta  ésto  estollorío  entre  el  trabajo  y  el  capitalismo  del  Estado:  132. 

7.  — HUMANISMO  LAICO.  Su  insuficiencia:  60,  176.—  Es  un  falso  sus- 
tituto del  humanismo  cristiono  ;  114. 


CAPITULO  V 

PUNTOS  DEL  PROGRAMA  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA 

1  . — EL  USO  DE  LOS  BIENES  MATERIALES.  Aspiroción  de  lo  Iglesia.  Los 
principios  de  la  encíclica  Rerum  novarum  conservan  todo  su  vigor  :  69. —  Lo  Iglesia 
denuncia  la  injusta  distribución  de  lo  riqueza  :  21,  57,  58-59,  59-60,  75. —  Es 
necesario  tender  hocia  uno  más  justo  distribución  de  la  riqueza  :  14,  75^76,  76-77, 
201. —  Establecer  una  justa  distribución  de  los  bienes  según  el  bien  común  o  lo 
justicia  social:  21,  69,  75-77,  79,  199. 

Sus  Fundamentos.  El  derecho  de  todos  los  hombres  al  uso  de  los  bienes  mo- 
terioles  es  uno  exigencia  de  lo  ley  natural  :  34,  69. —  El  uso  de  los  bienes  es  exi- 
gencia de  la  dignidad  de  la  persona  humano:  58-59,  69-70,  75-76,  112-113,  140, 
188,  197,  226, —  El  uso  de  los  bienes  está  unido  al  trabajo:  71,  81,  184,  226.— 
El  fin  social  de  la  vida  económica  exige  la  justa  distribución  de  los  bienes  :  78. — 


Indice  Analítico-Sistemático 


253 


El  derecho  de  todos  al  uso  de  los  bienes  y  el  fin  de  la  economía  nocional  :  70-71, 
78-79,  132,  140. —  Lo  verdadera  sociedad  nacional  exige  la  congrua  participación 
de  todos  en  los  bienes  del  País  según  la  justicia  social  :  81,  122. —  Fundamento  de 
la  justa  distribución  del  producto  de  la  economía  nacional  :  los  obreros  y  los  empre- 
sarios son  cooperadores  en  una  obra  común:  78,  132,  140;  cf.  Cap.  VIII,  LA  EM- 
PRESA, 4,  ORGANIZACION  DE  LA  ECONOMIA  SOCIAL  :  PROGRAMA  DE  LA  IGLE- 
SIA. 

Camino  para  Realizarla.  Urgencia  de  buscar  soluciones  paro  establecer  la 
justa  distribución  de  los  bienes  :  77. —  La  justa  distribución  de  los  bienes  no  evitará 
completamente  el  dolor:  77,  81,  84,  112. —  Base  moral  para  esta  justa  distribución 
es  el  desprendimiento  de  la  riqueza:  77,  81,  97,  114. —  La  justicia  social  vence 
la  lucha  de  clases  :  1 30. —  Factores  que  contribuyen  o  establecer  la  justa  distribu- 
ción de  lo  riqueza  :  el  principial  es  el  salario  justo:  14,  16,  78. —  Supone  la  sabia 
ordenación  de  lo  productividad:  80-81. —  Injusta  distribución  de  los  bienes  produ- 
cida por  lo  técnica  y  la  organización:  100. —  El  Estado  debe  tutelar  este  derecho 
fundamental  :  70,  79. —  Las  instituciones  y  la  justa  distribución  de  la  renta  nacio- 
nal :  79-80. —  Responsabilidad  de  sacerdotes  y  seglares  que  cierran  lo  boca  y  los 
ojos  ante  los  injusticias  sociales  que  contemplan;  son  causa  de  injustos  ataques  contro 
lo  eficacia  social  del  cristianismo:  199. 

2 — EL  TRABAJO.  Dignidad  y  Derechos  del  Trabajo.  El  Hijo  de  Dios  se  so- 
metió a  lo  ley  del  trabajo:  119-120,  129. —  Naturaleza  del  trabajo  bajo  la  ley 
del  pecado:  119,  185,  227. —  Elevado  valor  moral  del  trabajo:  108,  117-118,  151, 
182,  227. —  El  trabajo  no  es  una  mercancía,  sino  una  prestación  personal  :  18,  81, 
98,  118. —  El  trabajo  es  factor  de  unidad  entre  potrones  y  obreros:  81;  une  a  los 
hombres  en  lo  prestación  de  un  servicio  común  poro  los  necesidades  del  pueblo  :  139, 
187-188. —  Propiedades  del  trabajo:  es  personal  y  necesario:  71,  118,  182. — 
El  trabajo  está  unido  al  uso  de  los  bienes:  71,  81,  184,  226. —  Derecho  natural 
de  todos  a  convertir  el  trabajo  en  el  medio  de  proveer  a  la  vida  propia  y  a  la  de  lo 
familia:  71,  81,  139,  151,  187-188,  226,  227. —  Lo  propiedad  privada  es  el  fruto 
natural  del  trabajo:  85,  227. —  Trabajo  y  tiempo  de  descanso:  115,  127. —  Sen- 
tido de  lo  Fiesta  del  Trabajo:  129-130. 

Tutela  del  Trabajo.  Amplitud  del  problema  del  trabajo:  130,  145. —  Si- 
tuación actual  :  el  trabajo,  que  debería  atraer  hacia  sí  al  capital,  es  dominado  por 
este:  186. —  El  trabajo  actual  instrumento  de  depravación  humana  :  138. —  Cau- 
sas del  problema  del  trabajo  :  las  condiciones  favorables  al  desarrollo  económico  : 
130-131. —  Falsa  solución  al  problema  del  trabajo:  143-144,  145-146. —  Produc- 
tividad desordenada  y  trabajo:  81. —  Vanos  esperanzas  de  la  productividad  paro 
establecer  lo  plena  ocupación  :  96. —  Quienes  deben  organizar  el  trabajo  según  el  de- 
recho natural:  71-72. —  Misión  de  los  sindicatos:  tutelar  lo  dignidad  personal  del 
trabajo  :  98. —  Es  fin  de  los  sindicatos  lo  defensa  de  los  trabajadores  en  el  contrato 
de  trabajo:  129,  166. —  Peligro  de  lo  explotación  del  trabajo  por  parte  del  Estado: 
81,  122,  132,  218,  232. —  Libertad  que  garantice  el  trobojo  :  40,  98. —  Deber  de 
ampliar  las  oportunidades  de  trabajo  :  97. —  Empleo  de  la  técnica  paro  mejorar  la 
dureza  del  trabajo:  123,  182. —  La  nacionalización  de  las  empresas  acentúa  el 
carácter  mecánico  del  trabajo  :  149. —  Lo  forma  cooperativa  favorece  lo  doctrino 
social  cristiana  sobre  el  trabajo:  149. —  Sobreestimación  del  trabajo  inspirodo  por 
el  progreso  técnico:  108. 


254 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


3. — LA  PROPIEDAD  PRIVADA     Verdadero  Concepto  de  Propiedod  Privado. 

Al  defender  la  propiedad  privoda,  la  Iglesia  persigue  un  elevodo  fin  ético-mora!  :  85- 
86,  150. —  La  Iglesia  aspira  a  que  la  propiedad  privada  sea  tal  cual  debe  ser: 
86. —  La  Iglesia  considera  fundamentalmente  intangible  el  derecho  natural  a  la 
propiedad  privada  familiar:  14,  41,  85. —  Este  derecho  es  consecuencia  de  lo  dig- 
nidad de  la  persona  humano  :  22,  29,  57,  58-59,  86,  94-95,  143. —  Lo  propiedad 
privoda  está  vinculado  por  ley  natural  con  la  familia:  72-73,  116-117,  183,  184, 
227. —  Asegura  la  plena  libertad  o  los  individuos  y  o  lo  familia:  85-86,  143. — 
Lo  propiedad  privodo  familiar  sobre  la  tierra  es  lo  más  conforme  al  derecho  natural  : 
72-73,  85-86,  182,  183. —  La  propiedad  privado  aseguro  el  fin  del  Estado,  de  los 
asociociones  profesionales  y  de  lo  política  social  :  86,  94-95. —  Es  base  primario  de 
la  organización  sociol  natural:  31,  94-95,  97,  103,  105,  123,  143,  164,  227,  237, 
239. —  Es  fruto  natural  del  trabajo  :  85,  227. —  Lo  propiedad  privado  y  el  fin 
social  de  lo  vida  económica  :  40. —  Fin  social  de  lo  propiedad  privada  :  57. —  La 
formo  de  orgonización  de  lo  propiedad  privada  está  subordinada  ol  derecho  hoturol 
de  todos  los  hombres  al  uso  de  los  bienes:  69,  85-86,  184. —  Es  estímulo  pora  el 
trabajador:  86. —    Relación  de  lo  empresa  privado  con  lo  comunidad  nocional  :  150. 

Defensa  de  lo  Propiedad  Privoda  en  su  Doble  Valor  Personal  y  Social.  La 

Propiedad  privada  se  convirtió  en  armo  de  explotación  de  los  trabajadores  :  237. — 
Perversfón  de  lo  propiedad  privada  agrario  por  el  gran  capital  :  187. —  Defensa  de 
lo  pequeño  y  medio  propiedad  privado:  85,  86,  164;  oun  sobre  otros  ventajas  eco- 
nómicas: 185. —  Obligación  de  otorgor  o  todos  uno  propiedad  privada:  58-59, 
143. —  Lo  justa  distribución  de  los  beneficios  de  lo  producción  debe  permitir  o  todos 
formarse  una  propiedad  privado  :  78. —  La  difusión  de  lo  propiedad  privado  debe 
conducir  a  lo  disminución  gradual  del  proletariado:  123,  164,  183,  190,  192,  227. — 
El  capitalismo  imposibilita  o!  trabajador  formarse  uno  propiedad  privado  :  85. —  Lo 
propiedad  privada  es  regulable  por  ley  positivo  y  por  el  Estado  :  59,  69,  72,  86, 
103. —  Justa  defensa  de  lo  propiedad  privada  y  los  instituciones:  79-80. —  El 
progreso  técnico  debe  estar  ol  servicio  de  la  función  social  de  lo  propiedad  privado  : 
86-87,  182,  185. —  Lo  propiedad  privado  es  incompatible  con  el  sometimiento  de 
las  grandes  empresas  o  formas  de  responsabilidad  anónimo  colectiva  :  144. —  Lo 
nacionalización  y  democratizoción  de  la  economía  pueden  ser  armas  de  combate  con- 
tra la  propiedad  privado  :  167. —  Lo  formo  cooperativa  favorece  lo  doctrina  cris- 
tiana sobre  lo  propiedad  privado:    149,   182,   187,  190. 


CAPITULO  VI 


FALSOS  CAMINOS  DE  SOLUCION 


1  . — FALSOS  CAMINOS  DE  SOLUCION.  La  abundancia  de  soluciones  es  indi- 
cio de  general  perplejidad  :  39-40,  92. —  Dos  soluciones  :  el  mecanismo  del  merca- 
do libre,  y  el  impulso  central  de  la  vida  económica  :  39,  101-102. —  Dos  falsos  ca- 
minos :  uno  ordenación  rigurosamente  inflexible,  y  lo  entrega  a  las  fuerzas  espontá- 
neas creadoras:  93-94,  100. —  Contraste  entre  los  dos  soluciones  fundamentales: 
102. —    Factores  cuontitativos  de  seguridad  sociol  contra  factores  humanos:  96-97, 


Indice  Analítico-Sistemático 


255 


104-105,   115. —    Fascinación  que  ejerce  la  economía  asociada  a  la  técnica:  101, 

104-  105,  190;  es  común  a  los  dos  sectores  del  mundo  actual:  36-37,  101,  104, 
106,  181. —    La  creencia  en  la  eficacia  de  la  productividad  es  la  superstición  actuol  : 

105-  106,  145,  190. —  Insuficiencia  de  la  técnica  y  de  la  productividad:  31,  92, 
94-95,  96-97,  100,  104-106,  190. —  Insuficiencia  de  la  teoría  positiva  neokantiana 
de  las  "leyes  del  mercado",  y  del  formulismo  del  "pleno  empleo"  :  36,  145. —  Los 
espectativas  de  la  organización  y  de  la  productividad  carecen  de  serios  fundamentos  : 
96,  101. —  La  técnica  organizadora  de  las  grandes  empresas  no  es  modelo  para  la 
organización  de  la  vida  social  :  94-95. 

2.— SUS  DEPLORABLES  CONSECUENCIAS.  La  gran  miseria  del  orden  social 
es  que  no  es  cristiano  ni  humano,  sino  técnico  y  económico:  80,  138,  147,  237. — 
Efectos  funestos  de  la  productividad  desordenada  :  81,  105,  145. —  Carácter  imper- 
sonal de  los  grondes  organismos  productivos  :  95. —  Efectos  despersonalizadores  de 
lo  técnica  y  de  la  organización:  95-96,  100,  175-176,  182. —  El  peligro  de  la 
productividad  cuantitativa  contra  la  libertad  es  igual  en  las  dos  partes  del  mundo 
actual  :  105. —  La  organización  ha  suplantado  a  la  justicia  y  al  amor  en  las  rela- 
ciones humanas:  181-182. —  Sobreestimación  del  trabajador  y  del  trabajo,  inspirada 
por  el  progreso  técnico:  108. —  Influencias  nocivas  de  la  organización  y  del  tecni- 
cismo sobre  la  vida  rural:  181. —  La  técnico  y  lo  organización  degeneran  en  gra- 
ves desigualdades  económicas:  100. —  Lo  continua  productividad  conduce  o  graves 
desigualdades  entre  los  pueblos:  102. —  Ruinas  acarreadas  por  la  completa  "pla- 
nificación" estatal:  53-54,  155-156. —  La  Iglesia  y  las  funestes  consecuencias  de 
la  técnica  :  199-200. 

3.— SOLUCION  DE  LA  DOCTRINA  SOCIAL  CATOLICA.  Los  conquistas  téc- 
nicas no  independizan  al  hombre  de  Cristo:  103,  104. —  Ningún  esfuerzo  humano 
podrá  formar  un  mundo  sin  desgracias:  77,  81,  84,  92,  96,  101,  104. —  Necesidad 
de  uno  ordenación  total  que  sea  fruto  del  espíritu  :  40,  102. —  Se  debe  tender  a  lo 
estabilizoción  de  uno  vida  verdaderamente  social  :  131. —  El  verdadero  camino  con- 
siste en  salvar  el  carácter  personal  de  los  instituciones  naturales  :  Estado,  familia  y 
propiedad  privada:  31,  54,  94-95,  97,  103,  105,  116-117,  123,  131,  143,  164, 
190,  206,  217,  221-222,  226-227,  235-236,  237,  239.—  Se  debe  subordinar  el 
progreso  técnico  al  conjunto  del  desarrollo  de  la  humanidad:  116. —  Productividad 
normal  subordinada  a  la  dignidad  y  al  bienestar  de  la  familia  :  145,  190. —  Empleo 
de  la  técnica  para  mejorar  lo  condición  del  trabajo  y  del  trabajador:  123,  138-139, 
182,  193. —  Todo  reforma  social  está  unido  o  uno  sabio  ordenación  de  la  produc- 
ción: 35-36,  81,  130-131,  145-146. —  Lo  industrialización  y  uno  sano  productivi- 
dad: 145. —  Ventajas  y  límites  de  lo  técnica  :  116. —  Lo  productividad  no  es  un 
fin  en  sí  mismo;  necesidad  de  trotar  o  los  empleados  como  hombres  :  139. —  La  paz 
verdadero  no  se  opone  ol  desarrollo  de  las  actividades  productivas  y  técnicas  :  205. 


CAPITULO  VII 
EL  TRABAJADOR  Y  SUS  ASPIRACIONES 

1  .—VERDADERA  CONDICION  DEL  TRABAJADOR.    Lo  Verdodero  Condición 
del  Trabajador.    Lo  dignidad  humano  es  verdodero  sostén  del  trabajador  :  108,  207. — 


256 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


1*.-  üt  -A-iriíf. '  'i  "'1 

Verdadera  dignidod  del  trabajador  ;  114,  117-118,  191,  226;  cf.  Cap.  II,  FUNDAMEN- 
TOS DE  LA  SOCIOLOGIA  CRISTIANA,  2,  LA  DIGNIDAD  DE  LA  PERSONA  HUMANA. 
Por  el  contrato  de  trobajo  no  se  toma  solamente  un  trobajodor,  sino  un  hombre 
que  colobora  mediante  la  empresa,  por  el  bien  de  la  sociedad:  139. —  Noble  dig- 
nidad personal  del  trabajo:  17,  81,  98,  108,  117-118,  139,  i82,  187-188,  227.— 
Necesidad  de  un  conocimiento  Integral  del  hombre:  117. —  Etapas  en  el  reconoci- 
miento de  lo  verdadera  dignidad  del  trabajador:  117-118. —  Cuál  es  la  verdadero 
igualdad  entre  los  hombres  que  no  rebaja  al  trabajador  :  18,  139,  149,  220,  221-222, 
223,  233. —  El  trabajador  es  sujeto  y  no  objeto  de  la  economía  y  de  la  vida  social  : 
37,  115,  144,  152,  186,  197,  231,  238. 

Su  Eficacia  para  Procurar  la  Elevación  del  Trabajador.  El  gran  peligro  de  la 
clase  trabajadora  es  mirar  sólo  o  lo  tierra:  111-112,  160-161. —  Necesidad  de  te- 
ner presente  el  verdadero  fin  de  la  vida  humana:  112-113,  115-116. —  Inseporo- 
robilidod  de  la  reforma  social  y  de  la  vida  religioso-moral  :  113. —  Los  olmos  no  se 
clasifican  en  dos  categorías:  obreros  y  no-obreros:  119. —  León  XIII  expuso  los 
principios  para  mejorar  al  trabajador:  67-68,  112-113,  115,  156. —  Cuáles  son  los 
bases  para  mejorar  al  trabajador  :  30,  78-79,  84. —  El  factor  humano  debe  ser  co- 
locado en  el  primer  plano  de  las  preocupaciones:  138,  170. —  El  hombre  debe  do- 
minar con  su  trabajo  las  cosos,  y  no  ser  dominado  por  ellos:  186. —  El  empobre- 
cimiento de  los  olmas  aparto  a  los  obreros  de  la  Iglesia  :  119. —  Visión  eufórico 
del  trabajador  o  lo  luz  del  progreso  técnico:  108. —  Su  defecto  radical  es  la  divi- 
nización de  lo  fuerza  creadora  del  trabajo:  108. —  Influencia  de  los  motivos  humo- 
nos  en  lo  previsión  de  los  accidentes  del  trabojo  :  172. 

2. — JUSTAS  ASPIRACIONES  DEL  TRABAJADOR.  Las  Instituciones  onte  las 
Aspiraciones  del  Trabajador.  Lo  Iglesia  defensora  de  las  justas  aspiraciones  del  tra- 
bajador :  127,  130,  169,  191-192,  208. —  Lo  Iglesia  no  aspira  a  conquistar  a  los 
obreros  plegándose  o  sus  exigencias  irreolizables  :  119,  120,  143. —  Lo  encíclica 
Rerum  novarum  es  la  carta  magno  de  los  derechos  del  trabajador  :  68. —  Los  prin- 
cipios de  la  Corto  del  Trabajo  de  lo  Organización  Internacional  del  Trabajo  coinci- 
den con  los  de  lo  Rerum  novarum:  170. —  Mejoras  introducidas  en  el  estado  de 
los  trabajadores  por  la  Organización  Internacional  del  Trabajo:  170. —  El  pueblo 
trobojodor  es  sojuzgado  y  aplastado  por  el  capitalismo  del  Estado  :  81,  122,  132,  171, 
187,  218,  232. —  El  capitalismo  del  Estado  se  jacto  de  ventajas  conseguidos  con 
daño  de  la  dignidad  humano  :  122. —  Lo  elevación  del  trabajador  es  fin  común  de 
los  sindicatos  y  de  los  asociaciones  cristianas  de  trabajadores:  166,  188-189,  190, 
208. —  Defensa  de  lo  libertad  personal  frente  o  la  irresponsabilidad  anónimo  colec- 
tiva :   98.  . 

Las  Aspiraciones  del  Trabajador  a  la  Luz  del  Movimiento  Obrero.  El  traba- 
jador católico  no  necesita  crear  la  unidad  de  los  trabajadores,  sino  reconocerla  y  reo- 
firmarlo  :  18-19,  123-124,  125. —  La  unidad  de  lo  clase  trobajodoro  se  consigue 
cuando  se  reconoce  lo  verdadera  finalidad  del  movimiento  trabajador:  129. —  Fro- 
coso  histórico  de  lo  unidad  del  movimiento  obrero:  18-19,  125-126. —  Gravedad  e 
importancia  de  lo  cuestión  obrera  :  120. —  Todavía  no  se  han  alcanzado  las  aspi- 
raciones fundamentales  del  trabajador:  121,  130,  170-171,  224,  236. —  Un  solo 
elemento  elevo  ol  trabajador  o  los  valores  espirituales:  su  fondo  religioso;  118. — 
Lo  elevación  del  trabajador  es  uno  obligación  moral  :  22,  84,  153,  183. —  Necesi- 
dades justas,  y  necesidades  desenfrenadas  y  onti-cristionas  ;   127-128. —     El  deseo- 


Indice  Analítico-SistemÁtico 


257 


nocimiento  de  las  exigencias  humanas  del  trabajodor  le  enfrento  contra  el  que  des- 
precia su  dignidad:  173. —  Las  aspiraciones  del  trobajador  y  las  desigualdades  en- 
tre los  hombres:  76-77,  97,  153,  208. —  La  opresión  del  trabajador  destruye  la 
armonía  social  entre  las  clases:  167. —  Las  aspiraciones  del  trabajador  son  funda- 
mento para  la  paz  :  58-59,  117,  224,  226,  227,  238. —  Son  una  fundamental  exi- 
gencia de  concordia  social:  120-121. —  Sometimiento  del  capital  privado  a  obliga- 
ciones jurídicas  en  favor  del  trabajador  :  144. —  El  movimiento  obrero  no  puede  con- 
tentarse con  ventajas  moterioles,  ni  con  un  sistema  de  seguros,  ni  con  influencio 
en  la  vida  económica  :  su  fin  debe  ser  la  orgonización  corporativa  profesional  de  lo 
vida  económica:  171:  cf.  Cap.  VIII,  LA  EMPRESA,  4,  ORGANIZACION  DE  LA 
ECONOMIA  SOCIAL  :  PROGRAMA  DE  LA  IGLESIA. —  Mediante  este  ordenamiento 
corporativo  profesional  de  la  economía,  el  trabajador  podrá  satisfacer  sus  justas  es- 
piraciones :  78,  167-168. 

Cuáles  son  las  Verdaderas  Aspiraciones  del  Trabajador.  Respeto  al  orden 
de  las  exigencias  del  hombre  total  :  117-1  18. —  Que  los  redenciones  materiales  ten- 
gan por  base  una  elevación  intelectual  y  moral  :  16,  59,  200. —  Política  social  cris- 
tiana y  política  cultural  cristiano:  28,  118,  162. —  Establecimiento  de  condiciones 
de  vida  que  tutelen  los  derechos  fundamentales  de  la  persona  humano  contenidos  en 
la  ley  naturol  :  52,  170,  197,  201,  212,  226,  236. —  Lo  necesario  pora  un  nivel  de 
vida  conforme  a  su  dignidad  :  21,  30,  69,  80,  125,  127,  208. —  Los  deberes  de  lo 
sociedad  pora  con  los  agricultores  coinciden  con  las  aspiraciones  de  estos  :  cuales  son 
ellos  :  192. —  Cuales  son  los  profundas  necesidades  humanas  del  trabajador  :  45,  58- 
59,  121,  162,  171,  173,  188,  226,  227. —  La  difusión  de  la  propiedad  privado  de- 
be conducir  o  la  disminución  gradual  del  proletariado:  123,  164,  183,  190,  192, 
227. —  Un  orden  social  que  posibilite  al  trabajador  formarse  uno  propiedad  privo- 
da  :  78,  85,  227. —  Lo  propiedod  privado  es  estímulo  poro  el  trabajador  :  86. — 
Condiciones  de  seguridad  e  higiene:  173. —  Un  justo  salario:  14,  128,  227;  tam- 
bién pora  lo  trobojodoro  :  207. —  Un  salario  familiar  suficiente  que  permita  lo 
vuelta  de  lo  mujer  o  su  vococión  en  el  hogar  :  206. —  El  justo  salario  debe  contri- 
buir o  establecer  la  mejor  distribución  de  los  bienes:  16,  78. —  La  lucha  contra  los 
accidentes  del  trabajo  sólo  se  solucionoró  cuando  se  tengo  cuenta  de  lo  satisfacción 
de  todos  sus  legítimas  aspiraciones:  173. —  Lo  elevación  del  trabajador  y  la  lucha 
contra  los  accidentes  del  trabajo:  172. —  La  elevación  del  trabajador  y  el  tiempo 
de  descanso:  115. —  Poder  vivir  y  ahorrar:  14. —  Que  el  ahorro  del  trabajador 
puedo  entrar  o  constituir  el  capital  nacional:  142. —  Uno  más  justa 'distribución 
de  los  bienes  de  producción  :  201. 

3.— MEDIOS  PARA  SATISFACER  LAS  JUSTAS  ASPIRACIONES  DEL  TRABA- 
JADOR. Superación  de  la  Lucha  de  Clases.  Presencia  de  lo  Iglesia  donde  amenazo 
la  lucha  de  clases:  60,  164-165. —  Lo  Iglesia  rechoza  lo  revolución  social:  14, 
81,  84,  208. —  El  orden  octuol  injusto  conduce  o  muchos  a  la  violencia  :  85,  237- 
238;  y  suscita  problemas  y  conmociones:  165,  236.  —  La  lucho  de  clases  es  pre- 
conizada por  el  materialismo:  118. —  Lo  Iglesia,  defensora  de  los  trobojodores,  pone 
en  guardia  contro  los  falsos  profetos  enemigos  de  lo  concordia  sociol  entre  patronos 
y  obreros:  121-122,  203,  227. —  Lo  lucha  de  clases  no  puede  ser  un  fin  social  : 
14,  22,  131-132,  171. —  Lo  revolución  social  empeora  las  condiciones  de  vida  y 
el  progreso  material  y  social:  122. —  Vano  oporiencio  de  lo  revolución  social  poro 
elevar  al  trabajador:  122-123,  130. —  A  la  lucha  entre  el  trobojo  y  el  capital 
privado  sucedería  en  el  comunismo  lo  lucho  entre  el  trabajo  y  el  capitalismo  del  Es- 


258 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


todo:  132. —  El  trabajador  no  debe  pisotear  la  libertad  de  los  demos:  30,  50-5 í, 
160. —  No  se  puede  querer  el  bien  de  los  trabajadores  si  se  transforma  el  amor  en 
odio  y  la  acción  social  en  lucha  :  161,  238, —  Error  de  entender  por  político  el 
predominio  de  una  clase  sobre  las  otros:  212. —  El  acercamiento  de  las  clases  esto 
vinculado  ai  fin  sobrenatural  del  hombre  :  113;  y  o  una  sólida  contextura  de  la  socie- 
dad: 201. —  Lo  común  dignidad  humono  es  lazo  de  unión  social:  113. — •  Lo 
salvación  está  en  la  justicia  social  que  osegura  la  participación  de  todos  en  los  bie- 
nes del  País:  122. —  La  justicia  social  y  lo  caridad  vencen  la  lucha  de  clases: 
125,  130,  153,  163-164,  166-167,  224. —  Fomento  de  las  relaciones  humónos  den- 
tro de  lo  empresa:  14,  114,  117-118,  137,  138-139,  147,  148,  170,  175-176.— 
Afecto  y  comprensión  poro  el  trobojodor  :  117-118. —  Benéficos  frutos  de  lo  con- 
cordia entre  el  patrono  y  el  trabajador:  131,  151. —  Acción  social  que  no  provenga 
del  odio,  y  que  no  se  preocupe  sólo  de  la  vida  material  e  ignore  los  valores  del  almo  : 
113-114,  161. —  Es  vana  ilusión  esperar  implantar  por  el  abuso  de  lo  fuerza  con- 
diciones estables  paro  el  Estado  y  poro  la  sociedad:  163. 

Instituciones  de  Solidaridad.  El  cumplimiento  de  los  justos  necesidades  del 
trabajador  se  logrará  mediante  uno  evolución  progresiva  conforme  o  lo  justicia  y  o 
los  instituciones  de  lo  naturaleza  :  123. —  Providencias  que  deben  tomarse  pora 
mejorar  la  condición  del  trabajador:  123. —  Los  instituciones  de  solidaridad  con- 
tribuyen o  lo  justo  distribución  de  la  renta  nocional  :  79-80. —  Posibles  peligros  de 
las  instituciones  de  seguridad  :  80. —  Espíritu  de  firmeza  en  lo  defenso  de  los  de- 
rechos junto  con  sentido  de  justicia:  129. —  Es  conforme  o  lo  doctrina  social  ca- 
tólica defender  sus  derechos  por  medios  morolmente  lícitosj  160. —  Nadie  debe 
ser  victimo  de  la  opresión  o  arbitriaridod  de  los  demás:  160. —  Condiciones  moró- 
les poro  el  uso  de  la  fuerzo  en  lo  propia  defenso  :  160. 

Obras  de  Asistencio.  Lo  primera  ayudo  del  trabajador  debe  venir  de  su  mu- 
tuo defensa  y  solidaridad:  127,  129,  165-166,  187,  207. —  Finalidad  de  los 
obras  de  asistencia  mutua,  v.  gr.  los  cooperativas  de  consumo  y  de  crédito  :  129,  182, 
187,  190. —  Es  necesaria  lo  contribución  del  trobojodor  poro  los  sociedodes  de 
mutua  asistencio:  165. —  El  buen  éxito  de  ellos  depende  de  lo  honestidod  y  pro- 
bidad de  los  que  los  integran:  165-166. —  Deben  estar  fundodos  sobre  el  espíritu 
de  solidoridod  :  165-166. —  Lo  ayuda  que  prestan  lo  Iglesia  y  el  Estado  es  tan 
sólo  complementaria:  127,  192. —  Ayudo  importonte  paro  el  trabajador  de  lo 
economío  doméstica:  128. — ■  La  educación  del  pueblo  facilita  nuevas  fuentes  de 
riqueza  poro  el  hogar:  128,  212.—  Importancia  de  lo  selección  y  preporación  pro- 
fesional del  trobojodor:  15,  152,  173,  182,  185,  189-190,  193.—  Ayudo  a  los 
trobojodores  de  los  llamados  "países  no  adelantados":  175. 


CAPITULO  VIII 
CONCEPTO  CRISTIANO  DE  LA  EMPRESA 

1  .  RELACIONES  PERSONALES  EN  LA  EMPRESA.    Miseria  del  orden  sociol  : 

no  es  cristiono  ni  humono,  .sino  técnico  y  económico:  80,  138,  147. —  Lo  orgoni- 
zación  ha  suplantado  a  lo  justicio  y  oí  omor  en  los  relaciones  humónos:  175-176. — 


Indice  Analítico-Sistemático 


259 


Factores  y  resistencias  en  el  mejoramiento  de  las  relaciones  humanas:  138,  151. — 
Por  el  contrato  de  trabajo  no  se  tomo  solamente  un  trabajador,  sino  un  hombre  que 
colabora,  mediante  lo  empresa,  por  el  bien  de  la  colectividad:  139. —  La  producti- 
vidad no  es  un  fin  en  sí  mismo;  los  patronos  deben  tratar  a  sus  empleados  como  hom- 
bres :  139. —  El  fin  social  de  la  economía  y  los  rozamientos  de  las  relaciones  huma- 
nos: 181-182. —  Importancia  del  factor  humano  en  los  relaciones  entre  patronos 
y  obreros  en  el  ámbito  de  la  empresa  :  170. —  Hacer  que  las  relaciones  entre  em- 
presarios y  trabajadores  sean  más  humanas  :  14,  113-114,  117-118,  137,  147,  170. — 
Es  el  camino  más  seguro  y  practicable:  148. —  Es  legítimo  otorgar  al  trabajador 
una  justa  responsabilidad  en  el  desarrollo  de  la  vida  económica  nacional  :  78-79, 

140-  141,  142. —  El  ordenamiento  corporativo  profesional  de  la  economía  debe 
abrir  a  la  clase  trabajadora  el  camino  para  lograr  una  justa  responsabilidad  en  la 
economía  nacional  :  167. —  Uno  de  los  problemas  que  plantean  los  relaciones  en- 
tre patronos  y  trabajadores  es  el  de  los  accidentes  del  trabajo:  171. —  Misión  del 
patrono  en  el  progreso  económico:  37,  150-151. 

2.  — RELACIONES  JURIDICAS  EN  LA  EMPRESA.  Reformo  de  la  estructura  de 
la  empresa:  148. —  Evolución  hacia  el  sometimiento  del  propietario  privado  a  obli- 
gaciones jurídicas  en  favor  del  trabajador:  144,  148,  239. —  Esto  evolución  tiene 
sus  límites  en  el  reconocimiento  de  la  propiedad  privada  :  1 44;  y  en  el  derecho  na- 
tural :  148. —  La  Iglesia  alienta  a  introducir  elementos  del  contrato  de  sociedad 
en  el  controto  de  trabajo:  14,  86,  144. —  La  acomodación  del  contrato  de  traba- 
jo al  de  sociedad  es  una  observación  completamente  accesoria  en  lo  doctrina  social 
de  Pío  XI  :  148. —  No  es  intrínsecamente  necesario  ojustar  el  contrato  de  trabajo 
al  controto  de  sociedad  :  144-145. —  El  contrato  de  trabajo  no  se  opone  a  la  paridad 
fundamental  entre  trabajadores  y  empresarios  como  sujetos  de  lo  vida  económica  del 
pueblo:  144. —  El  derecho  a  la  congestión  y  a  la  co-propiedad  no  se  derivan  del 
contrato  de  trabajo:  22-23,  144-145. —  El  derecho  o  lo  co-propiedod  y  a  la  parti- 
cipación en  los  beneficios  no  se  derivon  de  la  naturalezo  jurídica  de  la  empresa  : 

141-  142,  144-145. —  Lo  empresa  no  entra  en  la  esfera  del  derecho  público,  sino 
en  la  del  derecho  privado  :  141-142. 

3.  — ORGANIZACION  JURIDICA  PUBLICA  DE  LA  ECONOMIA  SOCIAL.  FAL- 
SAS SOLUCIONES.  Oposición  de  lo  Iglesia  a  la  excesiva  ingerencia  del  Estado  en  la 
economía:  peligros  de  la  completa  "planificación":  53,  79,  155. —  Posición  de  la 
Iglesia  frente  a  la  estotificación  de  las  empresas:  141,  149. —  Licitud  de  la  na- 
cionalización cuando  es  requerida  por  el  bien  común:  167. —  La  nacionolizoción  o 
socialización,  y  la  democratización  de  lo  economía  son  una  amenaza  contro  la  ar- 
monía de  las  close^  :  167. —  Son  también  un  armo  de  combate  contra  la  propiedad 
privada:  167. —  La  democratización  de  la  economía  está  amenezada  por  el  abuso 
de  lo  fuerza  organizado  :  167. —  La  nacionalización  ocentúa  el  carácter  mecánico 
del  trabajo:  149. —  La  Iglesia  no  exhorta  a  implantar  formas  de  responsabilidad 
anónima  colectiva:  148. —  Peligro  que  ello  representa:  144. —  Defensa  del  tra- 
bajador contra  lo  socialización  total  :  22. —  Incompatibilidad  de  esta  responsabi- 
lidad anónima  colectiva  con  el  derecho  natural  o  lo  propiedad  privado  :  144. —  No 
puede  aceptarse  el  régimen  de  libertad  absoluta  en  las  actividades  económicas  :  40, 
67,  79-80,  93-94,  101-102,  106,  156. 

4.  — ORGANIZACION  DE  LA  ECONOMIA  SOCIAL:  PROGRAMA  DE  LA 
IGLESIA.     No  se  puede  erigir  como  principio  estable  del  orden  social  la  simple  or- 


260 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


monía  de  capital  y  de  trabajo:  sus  amenazas:  167. —  El  fin  o  que  debe  tender 
el  movimiento  obrero;  insuficiencia  de  cualquier  otra  medida  material  de  seguridad, 
de  influencia  sobre  lo  vida  económica,  o  de  la  lucha  de  clases:  171. —  Cooperación 
orgánica  de  empresarios  y  trabajadores  según  el  orden  de  las  profesiones  :  27-28,  78, 
132;  de  todos  los  grupos  profesionales  del  pueblo:  187-188,  226-227. —  Un  esta- 
tuto de  derecho  público  fundado  en  esta  organización  profesional  de  la  economía 
es  apto  pora  superar  el  liberalismo  económico:  141,  164. —  La  dignidad  personal 
de  todos  los  que  cooperan  a  la  obra  común  de  la  producción  exige  que  cada  uno  re- 
ciba lo  porte  que  le  corresponde:  78,  140. —  Existencia  de  comunidad  de  actividad 
e  intereses  entre  jefes  de  empresa  y  trobojadores  en  la  economía  nocional  :  78-79, 
132,  140,  167. —  Prevalencia  de  la  economía  nocional  sobre  el  criterio  de  la  eco- 
nomía privada:  78-79,  140-141,  148. —  Esto  unión  profesional  corporativo  de  to- 
dos los  que  cooperan  en  la  producción  debe  ser  el  fundomento  del  orden  social  futu- 
ro :  132,  167,  187-188,  201,  239. —  Este  orden  corporativo  profesional  es  la  idea 
fundamental  de  lo  encíclico  Quadragesimo  onno  :  148,  167. —  La  comunidad  de 
intereses  y  de  responsabilidades  en  lo  economía  nocional  fué  sugerida  por  Pío  XI  en 
eso  encíclica;  reacciones  que  provocó:  141,  148,  171. —  Este  orden  corporativo 
profesional  de  la  economío  gorontiza  la  sotisfocción  de  los  justos  aspiraciones  del 
trabajador:  78,167-168. —  La  cooperación  orgánico  profesional  debe  hacer  super- 
fluos  los  orgonizQciones  obreras  de  outodefenso  :  27-28,  78,  132,  164. 

5.— SUPERACION  CRISTIANA  DE  LA  GRAN  EMPRESA.  El  concepto  cris- 
tiano de  lo  empresa  es  fundamento  del  orden  social  :  146,  155-156. —  Ventajas  de 
lo  gron  empresa  :  94,  182. —  El  carácter  impersonal  de  lo  gran  empresa  contrasto 
con  el  personal  de  los  instituciones  naturales  :  94-95. —  Los  relaciones  humanos  en 
lo  empresa  se  cultivan  con  el  reconocimiento  de  la  dignidad  humano  :  114,  117- 
118. —  Lo  espiritualidad  hará  que  en  los  empresas  el  progreso  técnico  no  seo  un 
instrumento  de  lucha:  132. —  El  acercamiento  entre  jefes  y  subordinados  de  las 
empresas  está  vinculado  al  fin  trascendente  del  hombre:  113,  151. —  El  progreso 
técnico  no  conduce  necesariamente  hacia  lo  forma  de  gran  empresa:  86-87,  182. — 
Deplorables  efectos  del  predominio  del  gran  capital  sobre  lo  economía  :  181-182,  186- 
187,  187. —  Peligros  que  representa  lo  industrialización  que  no  conduce  o  una  sana 
productividad:  35-36,  81,  130-131,  145. —  La  industria  ha  modificado  substan- 
ciolmente  lo  vida  familiar  de  la  mujer  :  205-206. —  Primordial  importancia  de  lo 
empresa  privodo  sobre  lo  función  subsidiaria  del  Estado:  43-44,  152,  155. —  La 
insustituible  función  del  patrono  privodo  es  consecuencia  de  la  dignidad  individual 
y  social  de  lo  persona  humano  :  150. —  Relación  de  lo  empresa  privada  con  lo  co- 
munidad nocional;  150. —  Beneficios  de  lo  actividad  privada  convenientemente 
libre:  155. —  Difusión  de  lo  pequeña  y  mediona  empresa:  85-87,  164,  184-195, 
190. —  Los  cooperativas  deben  asegurar  o  lo  pequeña  propiedad  los  beneficios  de 
las  grandes  empresas:  86,  149,  182,  190. —  Ventajas  de  las  asociaciones  coopera- 
tivos sobre  lo  nacionalización:  149. —  Lo  formo  cooperativa  de  lo  vida  social  fa- 
vorece lo  doctrina  cristiono  en  sus  puntos  principales:  149,  187. —  Misión  del  em- 
presario en  el  reajuste  económico  de  uno  región  nacional  :  152-155. 


Indice  Analítico-Sistemático 


261 


CAPITULO  IX 

ASOCIACIONES  TECNICAS  Y  PROFESIONALES 

FINES  DE  LAS  ASOCIACIONES  DE  TRABAJADORES.  Fines  Generales  de  los 
Asociaciones.  La  ayuda  del  trabajador  debe  provenir  primeramente  de  su  mutua 
ayuda  llevada  a  cabo  con  espíritu  de  solidaridad:  127,  129,  165-166,  187,  207. — 
Inseparabilidad  de  la  acción  social  material  y  de  la  vida  religioso-moral:  113,  160- 
161. —  Los  asociaciones  en  favor  del  trabojador  deben  reconocer  su  dignidad  hu- 
mana: 30,  7'9-80,  98,  125. —  Para  lograr  su  fin  deben  tutelar  la  propiedad  priva- 
da :  86. —  Las  instituciones  corrigen  los  defectos  de  la  injusta  distribución  de  la 
renta  nacional  :  79. —  Peligro  de  que  asociaciones  dirigidas  al  margen  de  la  empresa 
ejerzan  sobre  esta  el  derecho  de  cogestión  económica  :  144. —  Mantener  los  dere- 
chos del  trabajador  al  nivel  de  los  exigencias  sociales  modernas  :  162. —  Movimiento 
obrero  y  capacidad  de  adaptación  a  las  circunstancias:  162-163,  164-165. —  Las 
asociaciones  y  el  Estado:  50-51,  66,  79-80,  123. 

Fines  de  los  Asociaciones  Especiales.  Los  sindicatos  y  las  osociaciones  cris- 
tianos de  trabajadores  tienen  por  fin  común  elevar  al  trabajodor  :  166,  188-189, 
190,  208. —  Los  asociaciones  cristianas  deben  impregnar  de  los  principios  de  Cristo 
la  vida  del  trabajador:  124-125,  127,  165. —  Fin  de  las  asociaciones  cristianas  es 
la  formación  de  trabajadores  y  familias  con  firmeza,  y  con  espíritu  de  justicia  y  de 
colaboración  social:  129,  165. —  Las  asociaciones  cristianas  cultivan  el  fundamen- 
to religioso  y  moral  en  el  mundo  del  trabajo:  164. —  Son  un  medio  indispensable 
de  apostolado:  125,  127,  165. —  Los  sindicatos  tienen  por  finalidad  defender  al 
trabajador  en  los  contratos  de  trabajo:  98,  129,  166,  189. —  El  reconocimiento  de 
esta  finalidad  salvaguarda  la  unidad  de  los  trabajadores:  129. —  Fracaso  histórico 
de  la  unidad  del  movimiento  obrero:  125-126. —  Aportará  el  fin  esperado  por  los 
trabajadores:  166. —  Las  asociaciones  profesionales  y  el  sindicato  no  deben  ser 
arma  de  guerra,  sino  puente  que  une  el  capital  y  el  trobajo  :  131-132,  208. —  El 
sindicato  no  puede,  sin  viciarse  a  sí  mismo,  disponer  libremente  del  trabajador  : 
98,  166. —  Sindicato  y  política;  límites  de  este  Influjo:  166. —  Los  sindicatos  han 
estado  apoyados  en  la  defensa  de  los  trabajadores  por  la  Organización  Internacional 
del  Trabajo  :   1  70. 

2.— POSICION  DE  LA  IGLESIA  RESPECTO  DE  LAS  ASOCIACIONES  PROFE- 
SIONALES.    Posición  de  la  Iglesia  Respecto  de  las  Organizaciones  Sindicales.  Los 

organizaciones  profesionales  y  los  sindicados  son  formas  transitorias:  132. —  Aspi- 
ración de  la  Iglesia  :  que  las  asociaciones  de  autodefensa  puedan  ser  sustituidas  por 
una  cooperación  orgánica  según  el  orden  profesional  :  27-28,  78,  132,  164;  cf.  Cap. 
VIII,  LA  EMPRESA,  4,  ORGANIZACION  DE  LA  ECONOMIA  SOCIAL  :  PROGRAMA 
DE  LA  IGLESIA. —  La  unión  de  todos  los  que  colaboran  en  la  producción  debe  ser 
el  fundamento  del  nuevo  orden  social  :  132. —  La  Iglesia  recomienda  la  existencia 
de  las  asociaciones  profesionales  :  50. —  Motivos  que  tienen  los  católicos  para  aso- 
ciarse :  107. —  Nadie  tiene  que  objetar  nada  si  los  católicos  se  unen  en  fuertes 
asociaciones  para  tutelar  sus  derechos  :   1 60. —     Las  organizaciones  de  autodefensa 


262 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


fueron  necesarias  por  defecto  de  los  sistemas  capitalistas:  27-28,  162.  —  Es  con- 
forme o  lo  doctrina  social  católica  defender  sus  derechos  por  todos  los  medios  moral- 
mente  lícitos:  160. —  La  Iglesia  da  su  oproboción  a  los  sindicatos  condicionándolo 
a  que  promuevan  el  orden  cristiano  en  el  mundo  obrero:  162. —  Posición  de  la 
Iglesia  frente  al  sindicóte  único:  166,  207-208. —  Las  uniones  profesionoles  son 
factores  naturales  complementarios  de  seguridad:  94-95,  103,  105,  132. —  El  por- 
venir de  los  sindicatos  depende  de  la  fidelidad  o  su  fin  propio  :  129,  166. —  Altísimo 
valor  de|  influjo  de  la  espiritualidad  evangélica  para  el  bien  del  sindicato  obrero  : 
166,  207. —  Qué  ayuda  prestan  los  asociaciones  cristianas  a  los  sociedades  de  se- 
guridad y  de  mutua  asistencia  :  165-166. —  La  mujer  y  la  actividad  sindical  :  190, 
207,  209. 

El  Gran  Peligro  del  Movimiento  Obrero.  El  gran  peligro  del  movimiento  obre- 
ro es  el  abuso  de  la  fuerza  organizado:  50,  129,  163-164,  174,  238. —  La  fuerzo 
organizada  no  es  por  sí  misma  un  elemento  de  orden  :  164. —  Hacer  que  prevalez- 
ca la  justicia  sobre  la  fuerza  mecánica  de  las  asociaciones  :  1 67. —  Hoy  obuso  de 
la  fuerza  organizada  cuando  se  protejen  los  intereses  particulares  ontes  que  el  bien 
común:  199. —  El  abuso  de  la  fuerzo  orgonizoda  contra  la  justicia  es  uno  amena- 
zo permanente  contra  lo  democratización  de  la  economía:  167. —  Nadie  debe  ser 
víctima  de  lo  arbitrariedad  o  de  la  opresión  de  los  demás:  160. —  Hacer  prevale- 
cer el  pensomiento  y  lo  acción  de  los  católicos  para  contrarrestar  el  peligro  del  abu- 
so de  la  fuerza  orgonizoda  :  174,  207. 

3.— ASOCIACIONES  TECNICAS  Y  PROFESIONALES.  León  XIII  aprueba  y 
alienta  a  la  Organización  Internacional  del  Trabajo:  169;  también  Pío  XII:  172. — 
Lo  Organización  Internocional  del  Trabajo  representa  los  deseos  de  los  trobojadores 
de  un  mundo  mejor  y  mas  justo:  168-169. —  Tarea  de  la  Org.  Inter,  del  Trabojo 
es  dominar  toda  pasión  pora   proponer  de  común  acuerdo  los  mejoras  necesarias  : 

169.  —  Coordina  los  esfuerzos  de  los  trabajadores  en  la  lucho  contra  las  situaciones 
inhumanas:  169-170. —  Apoyo  prestado  a  los  sindicatos  paro  lograr  la  mejora  de 
les  trobojadores:  170. —  Mejoros  conseguidas:  170. —  La  eficacia  de  la  Org. 
Inter,  del  Trabajo  deriva   de  estar  abierta  o   las  aspiraciones  de  los  trabajadores  : 

170.  —  Ha  encontrado  pleno  adhesión  en  los  movimientos  católicos:  170. —  Su  fin 
debe  ser  el  que  indicaba  la  encíclica  Quodragesimo  onno  :  el  orden  corporativo  pro- 
fesional de  la  vida  económica:  171;  cf.  Cap.  VIII,  LA  EMPRESA,  4,  ORGANIZA- 
CION DE  LA  ECONOMIA  SOCIAL, —  La  preocupación  por  la  seguridad  social  no  debe 
prevalecer  sobre  la  preparación  pora  el  riesgo  :  43. —  Las  asociaciones  para  la  lucha 
contra  los  accidentes  del  trobajo  contribuyen  o  lo  elevación  del  trabajador:  172. — 
La  colaboración  internacional  de  los  asociaciones  de  trabajadores  católicos  facilito 
la  visión  completa  de  lo  situación  y  necesidades  del  trabajador:  174-175. 

CAPITULO  X 
EL  PROBLEMA  AGRARIO 

1.— ESTADO  ACTUAL  DEL  PROBLEMA  AGRARIO.  Gravedad  e  importancia 
del  problema  agrario:  180. —  La  Iglesia  deplora  la  actual  situación  anormal:  es- 
casa rentabilidad  e  insuficiente  olimentación  :    179,    192. —     Está  sometido  a  uno 


Indice  Analítico-Sistemático 


263 


evolución  uniloterci  de  la  economía:  181. —  Explotoción  inmoderada  de  la  tierra: 
81. —  Sacrificio  de  la  economía  rural  a  una  producción  en  masa  :  145. —  Contraste 
entre  la  civilización  de  la  ciudad  y  la  del  campo:  sus  causas:  186,  187,  194. — 
Elementos  esenciales  de  la  genuino  civilización  rural:  184,  186,  194. —  Influencio 
deplorable  del  capital  sobre  la  civilización  rural  y  sobre  los  cultivadores:  186-187. — 
Un  grave  error  derivado  del  industriolismo  :  la  subordinación  del  sector  agrícola  al 
industrial:  179,  181. —  Influencia  del  sistema  capitalista  sobre  la  vida  rural:  el 
sistema  no  es  molo  en  sí  mismo,  sino  por  el  peligro  de  alterar  el  carácter  propio  de 
la  vida  rural  :  180-181. —  Influencia  perniciosa  del  marxismo  sobre  la  vida  rural  : 
181. —  La  misma  ejerce  también  el  liberalismo  económico:  181. —  Perversión  de 
la  propiedad  privada  agrícola  por  el  gran  capital:  187. —  Causas  del  llomado 
"éxodo  rural":  181,  192,  194. —  El  cultivo  de  la  tierra  bajo  la  ley  del  pecado: 
185-186. 

2.— SOLUCIONES  DE  LA  DOCTRINA  SOCIAL  CATOLICA  AL  PROBLEMA 
AGRARIO.  Principio  fundamental  :  establecer  armónicas  relaciones  entre  Id  agricul- 
turo,  lo  artesanía  y  la  industrio  en  la  economía  nacional  ;  81,  123,  179,  187. — 
Una  rentabilidad  orientada  al  conjunto  de  la  economía  social  :  medidas  tendentes  a 
este  fin  :  181,  192. —  Estabilidad  racional  de  las  relaciones  económicas  entre  los 
pueblos:  39,  45,  81,  179. — -  Que  el  agricultor  preste  su  reconocimiento  a  la  unión 
corporativa  profesional  de  la  economía  :  188;  cf.  Cap.  VIH,  LA  EMPRESA,  4. —  Que 
el  mundo  rural  conserve  el  carácter  propio  de  su  vida  espiritual,  social  y  económica  : 
180,  184,  193-194. —  Elevación  del  nivel  de  vida  de  la  gran  familia  de  los  agri- 
cultores: 179,  190. —  El  proletariado  rural  debe  desaparecer:  183;  por  la  difusión 
de  la  propiedad  privada  familiar:  123,  164,  190,  192,  227. —  La  propiedad  pri- 
voda  familiar  es  la  más  conforme  a  la  naturaleza  :  72-73,  182,  183. —  La  propie- 
dad privado  agraria  vinculada  a  la  vida  familiar:  72-73,  182,  184. —  El  derecho  o 
la  propiedad  privada  familiar  agraria  confiere  un  título  al  trabajador  para  sacar  de 
su  trabojo  el  propio  sustento:  184,  188.—  Defensa  de  la  propiedad  agraria  familiar 
sobre  otras  ventajas  de  orden  económico:  185. —  Ventajas  de  la  pequeña  propiedad 
privada  agrario  sober  lo  gran  empresa  :  94-95,  182. —  Hacer  que  la  propiedad  fa- 
miliar produzca  les  ventojos  de  la  gran  hacienda  y  evite  sus  doños  :  185. — -  Ayuda 
de  los  uniones  cooperativas  al  pequeño  propietario;  182,  187,  190. —  Reforma 
agraria  precedida  de  ponderados  medidas  pora  aumentar  la  productividad:  186. — 
Formación  profesional  del  agricultor;  152,  182,  185-186,  189-190,  193. —  La  emi- 
gración produce  el  fin  natural  de  distribuir  los  hombres  sobre  la  tierra  ;  73. —  Em- 
pleo de  la  técnica  moderna  para  salvaguardar  el  carácter  individual  del  trabajo  agrí- 
cola ;  182;  y  paro  aumentar  la  producción  :  193. —  Que  la  legislación  social  ofrez- 
co sus  ventajas  al  trabajador  rural  :  182,  189,  192. —  No  mirar  al  Estodo  como  sim- 
ple servidor  de  les  individuos  o  las  clases:  192. 

CAPITULO  XI 
ACCION  SOCIAL 

1  .—FUNDAMENTOS  DE  LA  ACCION  SOCIAL.  Deber  de  cooperar  al  justo 
ordenamiento  económico-social  :  74,  225. —  Lo  solución  de  la  cuestión  social  sólo 
la  pueden  realizar  hombres  que  viven  la  fe  católica  y  cumplen  en  Cristo:  14-15,  156, 
197,  225-226. —    El  impulso  hacia  la  acción  sociol  les  viene  o  los  católicos  del  amor 


264 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


cristiano:  124-125. —  Funesto  error  de  aceptar  un  cristianismo  vago,  muelle  y  so- 
lamente humano:  60,  114,  176,  203-204. —  Acción  social  que  no  provenga  del 
odio:  161. —  Orientar  los  juicios  y  lo  acción  conforme  a  los  principios  de  la  moral 
social  :  87,  200,  202-203. —  No  son  aptos  pora  la  acción  socicl  los  materialistos 
que  no  acepton  los  valores  espirituales:  171,  198. —  Tompoco  los  que  no  admiten 
verdades  absolutas  y  morales  en  el  orden  social  :  52,  198,  200. —  El  arma  más 
peligrosa  para  el  mundo  obrero  es  mirar  sólo  o  lo  tierra:  112-113. —  Inseparabili- 
dad de  ta  acción  social  moteriol  y  de  la  vida  religioso  y  moral  :  113,  160-161. —  Es 
falso  anteponer  la  reformo  social,  y  postergar  el  cuidado  de!  almo:  113,  160. — 
Hace  prevalecer  el  pensamiento  y  la  acción  de  los  católicos  para  contrarrestar  el  pe- 
ligro del  obuso  de  la  fuerzo  organizado:    174,  199. 

2. — REQUISITOS  PARA  LA  ACCION  SOCIAL  Condiciones  Moróles  y  Per- 
sonales. Que  no  exista  uno  acción  social  débil  y  un  conocimiento  vigoroso:  21,  81, 
154,  156. —  La  obro  salvadora  de  Dios  es  modelo  de  lo  acción  social  :  92-93,  173- 
174. —  Contener  lo  acción  dentro  de  los  límites  determinodos  por  Dios:  107-108. — 
Es  necesario  buscar  en  la  Iglesia  la  fuerza  interior  para  lo  acción  sociol  :  174. —  Fi- 
delidad o  la  doctrina  social  de  la  Iglesia  sin  desviaciones:  23,  75,  84,  163,  203, 
208. —  Tenacidad  para  poner  en  práctica  la  doctrina  social  católica:  201. —  No 
bastan  la  exhuberoncio  y  la  audacia  si  no  están  al  servicio  de  lo  verdad  y  de  uno 
bondad  inmaculada  :  224. —  Valentía  para  denunciar  los  injusticias  sociales  que  se 
están  presenciando:  199,  201,  203. —  Probidad  de  voluntad  y  lealtad  de  propósi- 
tos en  la  autoridad  y  en  los  particulares:  123,  220,  234. —  Conciencia  de  respon- 
sabilidad en  lo  que  se  refiere  al  bien  comiin  :  37-38,  128,  142,  154,  197,  199,  202, 
234,  238. —  Firmeza  en  la  defensa  de  los  intereses,  junto  con  espíritu  de  justicia  : 
126,  129,  130. —  Espíritu  de  desinterés  cristiano  :  38,  142,  151,  153,  188. —  Ven- 
cer lo  diabólica  tentación  del  provecho  fácil  e  injusto:  44,  185. —  Clorividencio  y 
bueno  voluntod  :  142. —  Huir  del  miedo  disfrazado  de  un  falso  amor  o  los  oprimidos 
o  de  una  falsa  prudencia  cristiano  :  203. —  El  sentido  de  solidaridad  acrecienta  la 
eficacia  de  lo  acción  sociol  :  189. —  Espíritu  de  concordia  y  de  fraternidad  :  123. — 
Sentimiento  de  íntima  solidaridad  entre  los  que  dan  y  los  que  reciben:  127. —  Li- 
brorse  de  todo  particularismo:  189. —  Huir  de  la  cobardía  y  del  desaliento:  74, 
223-224. —  Disconformidad  con  lo  mediocridad  común  :  74. —  La  acción  social 
católica  exige  sacrificios  a  todos  los  interesados,  que  deben  ser  cumplidos:  27,  81, 
199. —  El  espíritu  evangélico  debe  constituir  lo  base  de  la  acción  sindical  :  166, 
207. —  El  clero  ante  los  problemas  socioles  :  57-58,  59-60,  175,  194,  199,  201. — 
Desinterés  de  los  jóvenes  por  lo  acción  social,  sus  cousos  y  sus  remedios:  41,  127, 
129,  175,  218,  238. 

Condiciones  de  Orden  Sociol.  Colaboración  con  todos  los  hombres  de  buena 
voluntad,  aunque  no  pertenezcan  o  lo  Iglesia:  81,  83-84,  107,  143,  160,  198. — 
Coloboroción  con  todos  los  clases  socioles:  125,  129,  147,  149. —  La  ley  y  el  im- 
pulso creador  del  espíritu  en  lo  edificación  de  lo  nueva  sociedad  :  170. —  No  basto 
la  promulgación  de  buenas  leyes  :  60. —  Es  necesario  sentirse  apoyado  en  los  legí- 
timos exigencias  y  derecho*  :  60-61,  228-229,  236. —  Hay  que  hacer  que  los  leyes 
justas  y  lo  autoridad  efectiva  del  Estado  prevalezcan  sobre  todas  los  clases  sociales  : 
202,  202,  238. —  Cualidades  y  deberes  de  los  gobernantes  en  un  régimen  democrá- 
tico :  234-236. —  No  agravar  los  tensiones  sociales  poniéndolas  de  relieve  mientros 
que  se  ignora  el  enfoque  positivo  de  los  problemas:  201. —  Influencia  de  lo  opinión 
pública  ;  61. —    Mantener  contacto  con  los  movimientos  de  opinión  y  con  les  corrían- 


Indice  Analítico-Sistemático 


265 


tes  de  ideos  :  189. —  Trabajar  con  arreglo  a  un  programa  práctico  inspirado  en  •«! 
ordenamiento  divino:  176. —  Una  acción  adaptada  a  los  progresos  del  tiempo  y  a 
la  sociedad  en  que  se  vive  :  154,  224,  227-228,  239. —  Formación  de  seglares  paro 
lo  acción  social  :  58,  129,  175,  190,  211-212. —  Necesidad  de  la  formación  social 
del  trabajador:  6!,  129. —  Católicos  "desengañodos"  en  materia  social:  60. — 
Católicos  pesimistas  en  materia  social  :  204. 

3. — ACTUACION  SOCIAL  DE  LA  MUJER.  Es  necesaria  una  pléyade  de  mu- 
jeres especialmente  dedicadas  a  la  actividad  social  y  política:  210. —  No  sólo  la 
emancipación  femenina  ha  sacado  a  lo  mujer  fuera  del  hogar  :  209. —  La  industria 
ha  modificado  substancialmente  la  vida  familiar  de  la  mujer  :  205-206,  209. —  Fun- 
damento último  de  la  actuación  social  y  pública  de  la  mujer  :  su  dignidad  humana 
igual  a  la  del  hombre:  210,  211-212. —  Pero  sin  menoscabo  de  la  diferencia  que 
media  entre  sus  actividades  y  las  del  hombre:  209-210,  211. —  Vasto  campo  de 
acción  que  se  abre  a  la  mujer:  211. —  La  preparación  de  la  mujer  poro 
la  acción  social  es  resultodo  conjunto  de  su  Instinto  maternal  y  de  la  educa- 
ción :  211-212. —  La  mujer  es  el  corazón  de  la  familia  .'  205. —  Es  deber  de  la 
mujer  en  las  actuales  circunstancias  hacer  que  la  familia  sea  el  santuario  de  su  vida  : 
206-207,  209. —  Es  conservadora  de  las  antiguas  costumbres  cristianas  :  206. — 
La  Iglesia  pretende  restituir  la  mujer  al  hogar  mediante  su  campaña  en  favor  del  sa- 
lario familiar  suficiente  :  206. —  Influjo  de  lo  mujer  en  la  vida  social  y  política 
a  través  del  voto  electoral  :  212-213. —  Que  la  mujer  campesina  participe  en  la  vi- 
da sindical  :   1  90. 


CAPITULO  XII 
ORDEN  SOCIAL  DE  LIBERTAD  Y  DE  PAZ 

1  . — NATURALEZA  DEL  ORDEN  SOCIAL.  Dinamismo  y  potencia  de  vida 
de  la  paz  verdadera  :  205. —  El  orden  social  cristiano  es  orden  de  verdo- 
dera  libertad:  217,  236. —  Es  lo  actuación  progresiva  de  los  fines  señala- 
dos por  Dios  o  la  humanidad  :  217. —  El  orden  social  no  es  una  conexión  extrínseca 
de  hombres,  sino  una  unidad  interior:  147,  220,  221,  226-227,  232-233. —  Ver- 
dadero concepto  de  libertad  :  es  ajena  a  la  licencia  :  52,  202;  es  uno  libertad  limi- 
tada por  el  reconocimiento  del  bien  común  :  18,  44,  142,  197,  199,  202,  232;  junto 
la  conciencia  de  los  propios  derechos  con  el  respeto  a  la  dignidad  y  a  los  derechos  de 
los  demás:  52,  160,  171,  197,  202,  223,  228,  232-233,  233,  236.—  Lo  ordena- 
ción social  de  lo  economía  exige  libertad  :  40,  43-44,  81,  141. —  Peligros  contra  la 
libertad  originados  el  olvidar  la  naturaleza  humana  :  105. —  Muchos  renuncian  a  la 
verdadera  libertad  al  ser  desposeídos  por  el  actual  orden  social  injusto:  85,  189. — 
Las  olmos  vacías  de  vida  espiritual  y  religiosa,  son  elementos  pasivos  como  cadáveres 
a  flor  de  aguo  :  119,  217,  226. —  La  gran  debilidad  del  llamado  "mundo  libre"  es 
la  ausencia  de  lo  verdadero  libertad  :  217-218. —  Y  el  gran  número  de  "arribistas", 
egoístas  y  de  espíritus  estrechos  que  se  dejan  mover  por  el  éxito  o  por  la  influencio 
de  la  masa  :  239. —  También  el  mundo  comunista  carece  de  la  verdadera  libertad 
y  responsobtíidad  personal  :  218,  236.—  El  copitali-smo  del  Estado  se  jacto  de  ven- 
tajas moterioles  conseguidas  con  daño  de  lo  libertad  humana:  28-29,  122. —  Insu- 
ficiencia de  una  libertad  sin  contenido  como  método  anti-comunista  :    106. —  Los 


266 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


fuerzas  cristianas  recuperaron  la  libertad  disipada  por  quienes  no  admiten  verdades 
obsolutas  :  198. 

2— FUNDAMENTOS  DEL  ORDEN  SOCIAL.  Fundomentos  de  la  Convivencia 
en  el  Orden  Jurídico.  Importancia  de  una  clara  inteligencia  de  ios  fundamentos  de  la 
vida  social  :  220,  225,  234-235. —  Dios  es  primera  causo  y  último  fundamento  da 
toda  sociedad  y  de  su  ordenamiento  jurídico  :  220-222,  223,  225,  228. —  Origen 
y  fin  esencial  de  la  vida  social  es  el  perfeccionamiento  total  de  la  persona  humana  : 
221,  222,  233. —  Carácter  supratemporal  de  los  fines  de  la  vida  social  :  222. — 
Necesidad  de  un  ordenamiento  jurídico,  cuyo  fin  es  contribuir  al  cumplimiento  de  los 
fines  de  la  vida  sociol  :  222-223,  228-229;  teorías  y  prácticas  opuestas  o  este  orde- 
namiento jurídico  :  223,  228. —  El  ordenamiento  jurídico  como  refracción  externa 
del  orden  querido  per  Dios  :  223. —  Positivismo  jurídico  :  atenta  contro  los  fines 
del  ordenamiento  jurídico  :  49,  223,  228. —  Orden  jurídico  vinculado  al  orden  mo- 
ral :  51. —  Necesidad  de  admitir  verdades  absolutos  y  obligaciones  morales  en  el 
orden  social:  52,  171,  198-199,  200. —  Orden  moral  y  orden  social  compenetrados 
al  servicio  de  la  paz:  14,  20,  38,  44,  102,  105,  132,  137,  197,  199,  202,  221. — 
Derecho  de  todo  hombre  o  la  seguridad  jurídica  y  o  una  esfara  inviolable  de  derechos 
fundomentales  :  228. —  Medios  para  garantizar  ambas  exigencias  humanes  :  228- 
229. —  El  orden  interno  de  les  pueblos  es  un  presupuesto  poro  el  orden  entre  las 
naciones:  201,  219. —  Verdadera  solidez  interior  de  los  Estados:  32. —  El  orden 
social  no  es  completo  cuando  no  reina  la  actividad  cristiana:  146. 

Fundamentos  de  la  Convivencia  en  la  Tranquilidad  Eccnómíco-Social.  La  gran 
miseria  del  orden  social,  es  que  no  es  cristiano  ni  humano,  sino  técnico  y  económico  : 
80,  138,  147,  237. —  Lo  doctrino  cristiano  fundamento  de  la  paz  social:  31-32, 
35,  83-84,  87,  117,  137,  191-192,  203. —  Un  orden  social  fundado  sobre  la  ley 
eterna  y  la  dignidod  de  lo  persona  humona  :  84,  200-201,  221-222,  223,  226. — 
El  hombre  en  cuanto  tal,  es  sujeto  y  no  objeto  de  la  vida  económico-social  :  37,  40, 
115,  144,  152,  186,  197,  231,  238. —  Fundamentos  económico-sociales  de  la  paz 
justa  :  73-74. —  Para  octuar  el  orden  sociol  es  necesario  solver  el  carácter  personal 
de  los  instituciones  naturales:  El  Estado,  la  familia  y  la  propiedd  privado:  31,  54, 
94-95,  97,  103,  105,  116-117,  121,  131,  143,  164,  190,  206,  217,  221-222,  226- 
227,  235-236,  237,  239. —  Como  la  propiedad  privada  y  el  uso  de  los  bienes  con- 
tribuyen a  la  poz  social  :  69-70,  85-86. —  La  propiedad  privada  creo  lo  pleno  li- 
bertad del  trabajador:  85-86,  123,  164,  190,  227. —  El  capitalismo  se  opone  a  un 
orden  social  verdadero:  85,  199. —  Hoy  paz  social  cuando  se  tutela  la  verdadera 
riqueza  de  los  pueblos:  70-71. —  El  orden  social  requiere  lo  elevcción  del  proleta- 
riado: 22,  84,  153,  183. — -  Exigencias  del  trabajador  indispensables  para  la  paz 
social  y  la  concordia:  58-59,  120-121,  201,  225,  226,  227,  238. —  La  organiza- 
ción profesional  de  la  vida  económica  es  el  fundamento  del  orden  social  futuro  : 
27-28,  78,  132,  167-168,  226-227;  cf.  Cap.  VIII,  LA  EMPRESA,  4. 

3. — EL  ORDEN  SOCIAL  POLITICO.     Naturaleza  de  la  Verdadera  Democracia. 

Lo  tendencia  democrático  se  ha  opcderado  de  los  pueblos:  21. —  La  Iglesia  no 
desaprueba  ninguna  forma  de  gobierno  que  seo  opta  pero  procurar  el  bien  del  ciu- 
dadano :  231. —  Lo  Iglesia  dirige  su  atención  sólo  al  fundamento  de  la  democracia 
que  es  el  hombre,  no  a  su  organización  externa  :  231. —  El  desconocimiento  de  la 
dignidad  de  la  persona  humana  en  la  actividad  legislativa  o  ejecutiva  lejos  de  servir 
a  la  sociedad,  la  perjudica:  221.- —  Fundamentos  de  la  democracia:  la  ley  natural 
y  lo  verdad  reveloda  :  149,  235-236. —    Dignidad  moral  del  Estado  y  de  la  persona 


Indice  Analítico-Sistemático 


267 


humana  :  49,  233-234. —  El  Estodo  debe  estar  dotodo  de  autoridad  efectiva,  su 
fundomento  último:  49,  66-67,  201-202,  222,  233-234. —  La  democracia  no  pue- 
de dejar  de  tener  en  cuenta  la  conexión  entre  lo  dignidad  humana,  la  del  Estado  y 
la  de  su  autoridad  :  234. —  Sentido  cristiano  de  lo  libertad,  igualdad  y  fraternidad  ; 
18,  139,  149,  222,  233. —  Verdadera  unidad  de  los  trabajadores:  18-19,  123-124, 
125. —  El  orden  social  no  excluye  las  diferencias  probodas  entre  los  hombres:  220, 
221,  222,  223,  233. —  Derecho  fundamental  a  una  seguridad  jurídica  que  tutele 
los  derechos  inviolables  del  hombre  :  228-229. —  En  los  sistemas  democráticos  se 
puede  caer  en  el  error  de  someter  la  economía  o  la  sociedad  o  fuerzas  organizadas 
que  sólo  tutelan  los  intereses  particulares  y  no  el  bien  común  :  199,  202,  234-235, 
235. —  Un  falso  concepto  entiende  por  política  el  predominio  de  una  clase  sobre  las 
otras  :  212. 

Gobernantes  y  Ciudadanos  en  la  Vida  Democrática.  Deberes  y  cualidades  de 
los  gobernantes  democráticos  :  51,  234-236.- —  Espejismo  del  juego  de  las  mayorías  : 
61. —  Pueblo  y  masa,  sus  característicos  y  sus  diferencias,  repercusiones  que  ejercen 
en  la  vida  democrática  :  232-233.- — -  Tronsformoción  de  uno  masa  amorfa  en  pue- 
blo orgánico:  147,  220,  221,  226-227,  232-233. —  Influencia  de  los  grupos  se- 
lectos sobre  la  multitud  en  el  establecimiento  de  un  orden  social  justo  :  220. —  De- 
rechos del  ciudadano  en  lo  democracia  :  expresar  el  propio  parecer  y  no  verse  obligado 
a  obedecer  sin  haber  sido  consultado  :  232. —  Posibilidad  de  formarse  y  hacer  pre- 
valecer la  propia  opinión  personal  :  232. —  Deber  de  hacer  uso  de  los  derechos  po- 
líticos poro  salvar  los  fundamentos  morales  del  Estado  y  de  la  familia  :  207. —  No 
basto  el  voto,  sino  que  se  requiere  energía  interna  moral  :  61. —  El  buen  uso  del 
voto  supone  plenitud  de  responsabilidad  personal  :  176,  217,  226,  232-233. —  In- 
flujo de  las  mujeres  en  la  vida  social  y  política  a  través  del  voto  electorol  :  212-213. 

4 — ACTUACION  DEL  ORDEN  SOCIAL.    Actuación  del  Orden  Sociol  Juridico. 

El  olvido  de  Cristo  y  de  la  naturaleza  humana  son  causas  de  la  actual  inseguridad  : 
103,  143,  237-238. —  Necesidad  de  la  oración  para  la  seguridad:  103-104. — 
La  seguridad  se  debe  buscar  despertando  los  principios  de  la  verdadera  naturaleza 
humana:  103-104,  170-171,  236. —  Edificar  la  sociedad  sobre  la  solidaridad  de  los 
hombres  y  no  sobre  los  sistemas:  97,  105,  198,  239. —  La  ausencia  de  la  verdade- 
ra libertad  pone  en  peligro  continuo  la  convivencia  como  ordenación  de  paz  :  217- 
218. — •  El  actual  desorden  de  lo  sociedad  no  puede  ser  superado  sino  por  el  retorno 
de  amplios  grupos  influyentes  o  una  recto  concepción  social  :  220,  223,  225-226. — 
No  sirven  a  la  causa  de  la  paz  los  estadistas  que  abandonan  los  principios  claros  y 
la  experiencia  objetiva  para  experimentar  un  nuevo  orden  social  :  201. —  Respeto  a 
lo  majestad  de  la  ley  positivo  dentro  del  ámbito  de  su  competencia  natural  :  32-33, 
34,  53-54,  83,  235-236. —  La  civilización  cristiana  no  puede  ser  sacrificada  a  ven- 
tojos  transitorias  :  83-84. —  La  coexistencia  que  conduzca  a  la  paz  debe  ser  coex- 
istencia en  lo  verdad  :  198,  200. — -  La  Iglesia  siente  en  sí  el  valor  y  la  fuerza  poro 
establecer  esta  coexistencia  en  lo  verdad  :  204. —  Fundada  esperanza  de  echar 
un  puente  de  paz  en  el  nombre  de  Cristo  entre  las  dos  orillas  del  mundo  actual  : 
198. —  La  coincidencia  de  oriente  y  occidente  en  la  superstición  del  tecnicismo  y 
de  la  productividad  seduce  o  muchos  y  los  induce  a  soñar  en  una  posible  coexistencia  : 
105-106. —     Coexistencia  sincera  que  la  Iglesia  demanda  para  sí:  200. 

Actuación  del  Orden  Económico-Social.     Lo  Iglesia  combate  no  el  campo  de 
lo  economía,  sino  con  la  oración,  lo  verdad  y  el  amor  :  200. —    El  espíritu  evangélico 


268 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


es  el  fermento  más  eficaz  de  solidaridad  sociol  :  168. —  La  civilización  cristiana 
instaurodora  de  lo  vida  económico-social  :  32,  83,  143,  171,  199-200.   La  Igle- 
sia pide  la  reforma  no  sólo  de  lo  condición  de  los  trabajadores,  sino  de  toda  la  socie- 
dad :  120,  171,  236. —  Necesidad^  de  otender  ol  conjunto  del  desorrollo  de  la  hu- 
manidad: 116-117. —  Se  debe  tender  o  la  estabilización  de  una  vida  verdoderb- 
mente  social:  130-131,  238-239. —  Un  falso  concepto  que  entiende  por  política  la 
extensión  de  imperios  económico  y  nocionol,  conduce  a  la  guerro  :  212. —  El  pen- 
samiento social  católico  debe  ser  orgánico,  adoptado  o  la  comunidad  universal  o  que 
se  pertenece:  154,  224,  227. —  Para  mantenerse  fiel  a  la  doctrina  social  católica 
se  deben  rebosar  los  elementos  inmediatos:  153. —  Colaboración  de  todas  las  clases 
para  la  renovación  de  la  vida  social:  37-38,  129,  143,  227,  235. —  Compenetra- 
ción del  orden  morol  y  de  la  economía  social  :  14,  20,  38,  44,  102,  105,  132,  137, 
197,  199,  200,  202,  221. —  Hacer  prevalecer  el  bien  común  sobre  los  intereses  par- 
ticulares :  37-38,  86-87,  199,  202,  234,  234-235,  238.—  Hocer  prevalecer  los 
sentimientos  desinteresados  sobre  los  intereses  materiales  :  37-38. —  No  se  puede 
erigir  en  principio  estable  lo  simple  armonía  entre  copital  y  trabajo:  167. —  La 
solidaridad  de  todos  los  que  colaboran  en  la  producción  debe  ser  el  fundamento  del 
nuevo  orden  social  futuro:  27-28,  78,  132,  167,  187-188,  201,  239. —  Como 
se  logrará  la  colaboración  entre  el  potrono  y  sus  empleados:  151. —  Cada  empresa 
particular  está  vinculada  al  conjunto  de  la  economía  nacional:  78-79,  140-141, 
148. —  Elaboración  de  un  estatuto  de  derecho  público  de  la  vida  económica  y  social 
según  el  orden  profesional  :  27-28,  78,  132,  141,  164,  167-168.—  Un  orden  social 
fundado  sobre  el  concepto  cristiano  de  lo  empreso  :  146. —  La  estabilización  ra- 
cionol  de  los  relaciones  económicas  de  los  pueblos  es  una  base  de  los  relaciones  in- 
ternacionoles  :  39,  45,  81,  179. —  Solidaridad  de  los  pueblos  y  las  injustos  desi- 
gualdades entre  ellos:  76,  97-98,  102-103,  143,  227-228. —  Solidaridad  entre  los 
países  paro  que  la  aplicación  de  las  reformas  sociales  no  les  ponga  en  estado  de  in- 
ferioridad :  143-144,  169,  227-228. —  El  trabajador  católico  no  necesita  crear  la 
unidod  de  los  trabajadores,  sino  reconocerla  y  reafirmarla:  18-19,  123-124,  124. — 
La  unidod  de  la  cíese  trabajcdora  se  consigue  cuando  se  reconoce  la  verdadero  fina- 
lidad del  movimiento  de  trabajadores:  129.- —  Solidaridad  humano  y  ampliación  de 
las  facilidades  de  trabajo  :  97-98. —  Importancia  de  lo  solidaridad  entre  los  que 
dan  y  los  que  reciben  para  la  mutuo  asistencia  de  la  clase  trabajadora  :  127,  166, 
207. 


INDICE  GENERAL 


Página 


INTRODUCCION    7_  8 

(DOCUMENTOS)    9-239 

CAP.  I  :  LA  IGLESIA  ANTE  LA  CUESTION  SOCIAL   9-23 

1  . — DERECHO  DE  LA   IGLESIA  A   INTERVENIR  EN   LA  CUESTION 

SOCIAL    11 

2  de  noviembre  de  1954  :  El  derecho  de  la  Iglesia  a  intervenir  en 
lo  cuestión  social  se  basa  en  que  ésta  es  uno  cuestión  moral 
y    religiosa    1  ^ 

2.  — SOLICITUD  DE  LA  IGLESIA  POR  LA  CUESTION  SOCIAL    13 

1 1  de  marzo  de  1951  :  La  Iglesia  no  se  ha  desentendido  de  la 
cuestión  social.  Nadie  ha  presentado  un  programa  social  que 
supere  ol  de  lo  Iglesia    13 

25  de  octubre  de  1954  :  Solicitud  de  la  Iglesia  por  lo  cuestión 

social    16 

3.  — CUALIDADES  DE  LA  ACCION  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA   17 

31  de  octubre  de  1948  :  Eficacia  :  Lo  Iglesia  estimula  lo  justa 
defensa  en  la  tierra  de  los  derechos  de  los  trabajadores,  por- 
que sólo  ello  tutela  la  libertad  y  la  dignidad  humana   17 

24  de  diciembre  de  1940  :  Universalidad  :  La  Iglesia  intenta  tu- 
telar únicamente  los  principios  del  orden  social;  y  deja  plena 
libertad  para  el  establecimiento  de  los  más  variadas  formas 
de  sistemas  políticos    19 

4.  —FINALIDAD  DE  LA  DOCTRINA  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA   20 

22  de  febrero  de  1944  :  Fin  de  la  doctrina  social  de  la  Iglesia  es 
alcanzar  un  orden  económico  que  proporcione  o  la  clase  tro- 
bajadora  una  condición  de  vida  segura  y  estable  conforme  o 
la  justicia  social    20 

5.  —PROBLEMAS  QUE  LA  IGLESIA  PRETENDE  RESOLVER    22 

14  de  septiembre  de  1952  :  Dos  etapas  de  los  discusiones  sociales 
modernas  :  el  fin  de  la  primera  fué  lo  devoción  y  defensa  del 


270 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


proletariado;  fines  de  lo  segunda  época  son  lo  cooperación 
orgónica  de  los  profesiones  y  lo  protección  del  individuo  con- 
tro  la  socialización  totol    22 

CAP  II  :  FUNDAMENTOS  DE  LA  SOCIOLOGIA  CATOLICA   25-46 

1  .—FUNDAMENTOS  MORALES    27 

4  de  septiembre  de  1949  :  Tres  fundamentos  moróles  :  la  verdad, 

la  justicia  V  lo  caridad    27 

2.  — LA  DIGNIDAD  DE  LA  PERSONA  HUMANA   29 

20  de  moyo  de  1948  :  Lo  dignidad  de  la  persona  humano  es  raíz 

del  derecho  o  lo  propiedod  privodo    29 

16  de  junio  de  1947  :  Respeto  o  lo  personalidad  humano,  solida- 

ridad de  los  pueblos  y  primacía  del  bien  común  sobre  el  par- 
ticular   30 

4  de  marzo  de  1956  :  La  verdadera  seguridad  humana  no  depende 
del  progreso  técnico,  ni  del  acrecentamiento  cuontitativo  de 
los  bienes  materiales.  La  Iglesia  subordino  el  progreso  ma- 
terial a  lo  dignidad  espiritual  del  hombre.  Estos  principios 
garontizon  lo  solidez  interna  de  los  Estados    31 

3.  — LA  LEY  NATURAL   32 

10  de  octubre  de  1955  :  Existencia  de  lo  ley  natural  como  base 

común  de  todos  los  derechos  y  deberes   32 

4.  — NATURALEZA  DE  LA  VIDA  ECONOMICA   35 

9  de  septiembre  de  1956  :  Difíciles  alternativos  que  ocorreo  en  lo 

economía  lo  ley  del  progreso.  Ni  el  determinismo  de  los  fi- 
siocróticos,  ni  el  socialismo  morxisto  han  considerado  el  hecho 
económico  en  todo  su  amplitud  material  y  humano,  individual 
y  social.  Predominio  de  los  responsabilidades  personales  y  so- 
cioles  en  los  problemas  económicos  sobre  el  interés  material  35 

7  de  morzo  de  1948  :  Tres  principios  sobre  lo  vida  económica  ;  1° 
quien  dice  vida  económica,  dice  vida  social.  2^  la  vida  eco- 
nómica, en  cuanto  social  y  humano,  no  puede  concebirse  sin 
libertad.  3°  lo  economía  nocional  es  uno  unidad  que  pide 
el  desarrollo  de  los  medios  de  producción  del  territorio  habi- 
tado por  un  pueblo    38 

27  de  abril  de  1950  :  Los  bienes  económicos  distribuidos  por  el 

comercio  están  ordenados  o  lo  prosperidad  social  de  todos  .  .  41 

17  de  febrero  de  1956  :  La  función  del  comerciante  consiste  en  ser 

un  animador  de  lo  economía.  En  el  comerciante  no  debe 
prevalecer  la  preocupación  por  lo  seguridad  social  sobre  lo 
responsabilidad  individual.  Justo  equilibrio  entre  lo  misión 
organizadora  del  Estado  y  la  fuerza  motora  de  lo  empresa 
privado  al  servicio  del  bien  común.  Dignidad  morol  del  co- 
merciante   42 

10  de  junio  de  1955  :  Los  riquezas  están  destinadas  o  lo  prospe- 

ridad común  de  los  hombres  y  de  los  naciones   45 

21  de  noviembre  de  1953  :  Lo  economía  nocional,  como  unidad 

naturol,  se  fundamenta  en  el  territorio  habitado  por  un  pue- 
blo   46 


Indice  General 

cap.  iii  :  naturaleza  y  mision  del  estado  

1  .—naturaleza  del  estado  y  crisis  de  civismo  

14  de  julio  de  1954  :  Noción  del  Estado  :  es  un  organismo  fun- 
dado en  el  orden  moral  del  mundo.  Vínculos  moróles  del 
Estado,  la  autoridad  y  la  persona  humana.  Amplitud  de  la 
crisis  de  civismo  en  el  orden  personal  y  colectivo.  Fin  del 
poder  público.  Extensión  del  poder  público  frente  o  los  ini- 
ciativas particulares   

2. — LIMITES  Y  FIN  DE  LA  AUTORIDAD  DEL  ESTADO   

8  de  enero  de  1947  :  Fin  y  norma  del  Estado  es  la  realización  del 
bien  común,  y  la  tutela  de  la  verdadera  libertad  de  los  indi- 
viduos  "  

5  de  agosto  de  1950  :  Extensión  y  poder  del  Estado  frente  al  indi- 
viduo y  o  la  familio   


CAP.  iV  :  SISTEMAS  SOCIALES   

LA  IGLESIA  FRENTE  AL  SOCIALISMO  MARXISTA  Y  FRENTE 
AL  CAPITALISMO   

23  de  septiembre  de  1950  :  Condenación  del  socialismo  marxista 
y  del  capitalismo   

2  de  junio  de  1951  :  Condenación  del  socialismo  marxista  y  del 
capitalismo   

1  de  moyo  de  1955  :  Lo  Iglesia  frente  al  socialismo  marxista  y 
frente  al  capitalismo.  No  basto  la  promulgación  de  buenos 
leyes,  sino  que  es  necesario  que  los  hombres  se  sientan  apo- 
yados en  sus  legítimas  exigencias   

CAP.  V  :  PUNTOS  DEL  PROGRAMA  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA  

1  .—TRES   VALORES   FUNDAMENTALES   DE   LA   VIDA   SOCIAL  Y 
ECONOMICA   

1  de  junio  de  1941  :  Los  tres  valores  fundamentales  de  lo  vida  so- 
cial y  económica  :  1°. —  Derecho  fundamental  de  todo  hom- 
bre al  uso  de  los  bienes  de  lo  tierra.  2'^. —  El  trabajo  se 
halla  unido  íntimamente  al  uso  de  los  bienes  de  la  tierra. 
3'. —  La  familia  es  una  unidad  natural  que  debe  ser  garan- 
tizada por  la  propiedad  privada  familiar   

2.— PRIMER  VALOR  FUNDAMENTAL:  JUSTA  DISTRIBUCION  DE  LA 
RIQUEZA   

7  de  septiembre  de  1947  :  Uno  distribución  más  justa  de  la  ri- 
queza es  una  alta  aspiración  social  digna  de  vuestros  esfuer- 
zos   

7  de  julio  de  1952  :  Uno  más  justa  y  más  digna  distribución  de 
las  riquezas.  Se  realiza  mediante  el  salario  como  retribución 
del  trobojo,  pero  debe  tender  a  realizarse  mediante  la  pro- 
piedad privada.  Misión  del  Estado  respecto  a  la  sana  distri- 
bución de  las  riquezas   


271 

47-  54 
49 

49 
52 

52 
52 

55-  61 
57 
57 
58 

59 

63-  87 
65 

65 

75 

75 
76 


272 


El  ORDEfí  Económico-Social  Cristiano 


2  de  junio  de  1948  :  Todo  reforma  social  está  vinculado  al  pro- 
blema de  uno  ordenación  sabio  de  la  producción    80 

3.  — SEGUNDO  VALOR  FUNDAMENTAL:  EL  TRABAJO    82 

18  de  julio  de  1947  :  El  trabajo  es  capaz  de  dar  nuevamente  for- 
ma y  estructura  a  lo  sociedad    82 

4.  — TERCER  VALOR  FUNDAMENTAL  :  LA  PROPIEDAD  PRIVADA  .  .  82 

1  de  septiembre  de  1944  :  Poro  todo  recto  orden  económico  y 
socio!  debe  ponerse  como  fundamento  incluso  el  derecho  a  lo 
propiedad  privado.  La  propiedad  privada  es  el  fruto  natural 
del  trabajo.  La  Iglesia,  al  defender  la  propiedad  privada 
contra  el  morxismo  y  el  capitolismo,  pretende  un  elevado  fin 
ético  y  sociol.  El  Estodo  al  servicio  de  los  valores  personol 
y  social  de  lo  propiedad  privodo   82 

CAP  VI  :  FALSOS  CAMINOS  DE  SOLUCION  AL  PROBLEMA  SOCIAL   89-108 

24  de  diciembre  de  1952  :  No  debe  esperarse  únicamente  lo  sal- 
vación de  los  técnicos  de  la  producción  y  de  lo  organización, 
ni  tampoco  de  los  fuerzas  espontáneas  de  los  individuos  y  de 
los  pueblos;  sino  de  lo  tutela  de  lo  dignidad  de  la  persona 
humano  por  el  Estado,  por  lo  familia  y  por  lo  propiedad  pri- 
vada. El  drama  de  la  "despersonolizoción  humano".  Lo 
solidaridad  de  los  pueblos  y  de  los  hombres    91 

24  de  diciembre  de  1943  :  Insuficiencias  de  la  expansión  mundial 

de  la  vida  económica    1  00 

24  de  diciembre  de  1954  :  Lo  paz  social  no  se  puede  lograr  por  el 
automatismo  del  libre  intercambio,  ni  por  el  incremento  de  la 
producción    101 

24  de  diciembre  de  1955  :  El  olvido  de  la  presencia  de  Cristo  ha 
provocado  el  sentimiento  de  extravío  y  la  falta  de  seguridad 
en  la  sociedad  moderna.  Lo  seguridad  se  debe  buscar  vol- 
viendo a  restablecer  los  principios  de  lo  verdadero  naturaleza 
humana  querida  por  Dios  :  la  familia  y  la  propiedad  privado 
como  bases  primarios,  y  el  Estado  y  las  asociciociones  como 
factores  complementarios.  Las  modernas  conquistas  de  la 
ciencia  y  de  la  técnica,  de  carácter  meramente  cuantitativo, 
son  incapaces  de  transformar  por  sí  solas  la  tierra  en  paraíso 
y  de  establecer  la  seguridad  social.  Anticomunismo  insufi- 
ciente. Juicio  definitivo  sobre  el  comunismo.  Justificación 
de  lo  acción  social  de  los  cristianos.  El  trabajo  no  es  un 
valor  normal  supremo  y  obsoluto,  sino  un  instrumento  al  ser- 
vicio de  la  dignificación  de  lo  persona  humano    103 

CAP.  VII  :  EL  TRABAJADOR  :  SU  CONDICION  Y  SUS  JUSTAS  ASPIRA- 
CIONES   109-133 

1  .—VERDADERA  CONDICION  DEL  TRABAJADOR    111 

14  de  moyo  de  1953  :  No  puede  haber  verdadero  orden  humano 
poro  los  trabajadores  si  sólo  se  mira  o  lo  tierra,  y  se  aparto 
lo  mirado  del  cielo.  El  móvil  del  orden  social  es  lo  dignidad 
humana  común  o  los  hombres,  derivado  del  fin  transcendente. 
Eficacia  de  esta  dignidad  humano  poro  lo  dignificoción  de  la 
empresa,  poro  la  prosperidad  material  y  para  lo  seguridad 
económica    111 


Indice  Geneiral  273 

9  de  octubre  de  1953  :  La  doctrina  social  de  la  Iglesia  hace  res- 
petar el  orden  de  las  exigencias  del  hombre  total.  Una  con- 
sideración comprensiva  y  total  del  trabajador  descubre  en  él, 
antes  que  un  productor  de  bienes,  un  ser  espiritual  ennoble- 
cido por  el  trabajo    116 

2.  — JUSTAS  ASPIRACIONES  DEL  TRABAJADOR    118 

3  de  septiembre  de  1950  :  Entre  las  justos  aspiraciones  de  los  tra- 

bajadores hay  que  incluir  también  los  valores  espirituales  y 
culturales    118 

13  de  junio  de  1943  :  Próvidas  reformas  sociales  para  el  traba- 
jador y  paro  la  sociedad  entera.  Cuales  sor*  los  justas  aspira- 
ciones del  trabajador,  defendidas  también  por  la  Iglesio. 
Falsos  profetas  sociales  que  predican  la  revolución  social. 
Vana  apariencia  de  la  revolución  social  para  elevar  al  traba- 
jador. La  salvación  está  en  la  consolidación  de  las  institu- 
ciones naturales.    La  Iglesia  frente  a  la  auténtica  solidaridad  119 

3.  —MEDIOS  PARA  SATISFACER  LAS  JUSTAS  ASPIRACIONES  DEL 

TRABAJADOR    124 

1  de  moyo  de  1956  :  La  unidad  de  los  trabajadores  en  Cristo  es 
el  alma  de  su  opostolado.  Fracaso  histórico  de  todo  otro 
intento  de  unir  a  los  trabajadores.  El  trabajador  cristiano, 
impulsado  por  los  principios  eternos,  es  el  guía  más  calificado 
del  actual  movimiento  obrero    124 

29  de  junio  de  1948  :  Los  trabajddores  deben  apoyorse  sobre  sus 
propios  esfuerzos,  y  sobre  lo  mutuo  asistencia  solidario.  Ayu- 
da que  les  presta  la  enseñanza  técnica  y  familiar.  La  soli- 
daridad con  las  demás  clases  sociales   126 

1  de  moyo  de  1953  :  La  Iglesia  está  de  parte  del  trabajador  en  sus 
problemas  de  trabajo.  Ineptitud  de  lo  lucho  de  clases  paro 
servir  los  intereses  del  trabajador   1  29 

24  de  enero  de  1946  :  La  lucha  de  clases  no  viene  exigida  por  la 
naturaleza  del  capital  y  del  trabajo.  No  conduce  a  la  paci- 
ficación social.  Los  asociaciones  profesionales  son  factores 
de  concordia  como  formas  transitorias    131 

CAP.  VIII  :  CONCEPTO  CRISTIANO  DE  LA  EMPRESA  135-156 

1  .—RELACIONES  PERSONALES  EN  LA  EMPRESA    137 

6  de  septiembre  de  1956  :  La  función  de  los  técnicos  industriales 
en  la  empresa,  armonizadora  entre  empresarios  y  productores, 
tiene  apoyo  incomparable  en  la  doctrina  social  católica  ....  137 

4  de  febrero  de  1956  :  Complejidad  e  importancia  de  los  relaciones 

humanas  en  el  trabajo.  El  juicio  de  la  Iglesia  sobre  estos 
problemas  depende  de  la  idea  que  Ella  tiene  del  hombre. 
Por  el  contrato  de  trabajo  se  osocia  un  hombre  como  valor 
trascendente,  mediante  la  empresa,  al  servicio  de  lo  sociedad  138 

2.— ORGANIZACION    JURIDICA    PUBLICA    DE    LA  ECONOMIA 

SOCIAL    140 


7  de  moyo  de  1949  :  Interés  común  de  obreros  y  empresarios  en 
los  beneficios  de  la  empresa.    Programa  de  la  Iglesia  :  la  or- 


274 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


ganización  profesional  de  lo  economía  fundada  en  la  comu- 
nidad de  responsabilidades  entre  los  que  toman  porte  en  lo 
producción.  Insuficiencia  de  lo  nacionalización.  Lo  natura- 
leza jurídico  de  la  empresa  no  reclamo  el  derecho  o  lo  co- 
gestión    140 

3  de  junio  de  1950  :  Evolución  hocio  el  sometimiento  del  propie- 
tario privado  a  obligaciones  jurídicas  en  favor  del  obrero  : 
sus  límites  en  el  derecho  o  la  propiedad  privado.  La  natu- 
raleza de  la  empresa  y  el  derecho  o  lo  cogestión    142 

31  de  enero  de  1952  :  Concepto  cristiano  de  lo  empresa.  Nece- 
sidad de  que  el  sentido  humano  penetre  todos  los  organismos 
de  lo  empresa.  Lo  Iglesia  no  alienta  modificaciones  jurí- 
dicas de  los  relaciones  entre  trabajadores  sujetos  al  contrato 
de  trabajo,  y  el  capital,  si  ellas  conducen  o  formas  de  res- 
ponsabilidad anónima  colectiva.  El  programo  de  la  Iglesio 
es  lo  ideo  del  orden  corporotivo  profesional  de  todo  lo  eco- 
nomío    146 

3.— TUTELA   DE   LA   PEQUEÑA   INDUSTRIA   Y   DE   LA  EMPRESA 

PRIVADA    149 

10  de  julio  de  1946  :  Ventojos  del  sistema  cooperativo  sobre  lo 

nacionalización  de  los  empresas    149 

20  de  enero  de  1956  :  Al  defender  lo  iniciativa  privado,  la  Iglesia 
aplico  otra  doctrina  más  alto  :  lo  vocación  transcendente  de 
lo  persona  humano.  Lo  empresa  privado  en  relación  con  la 
colectividad  nacional.  Función  que  desempeña  el  patrono 
privado.  Necesidad  de  una  coloboroción  fiel  con  sus  em- 
pleados   150 

6  de  junio  de  1955  :  Lo  doctrina  socio!  católico  afirmo  lo  primor-  * 
dial  importancia  de  lo  empresa  privado  con  respecto  a  la 
función  subsidiaria  del  Estado.  Esto  tesis  se  debate  mós  en 
los  hechos  que  en  los  palabras.  El  fin  a  que  tienden  el  Es- 
tado y  los  particulares  es  lo  legítima  autonomía  social,  eco- 
nómica y  cultural  de  los  ciudadanos   151 

14  de  obril  de  1956  :  Lo  Iglesia  defensora  de  lo  actividad  privada 
contra  lo  excesiva  ingerencia  del  Estado.  Tompoco  defiende 
Ello  el  régimen  de  absoluto  libertad  económica.  Invitación  o 
realizar  efectivas  aplicaciones  prácticos  de  los  principios  so- 
ciales católicos    155 


CAP.  IX:  ASOCIACIONES  TECNICAS  Y  PROFESIONALES    157-176 

1  .—FINES  DE  LAS  ASOCIACIONES  DE  TRABAJADORES   159 

26  de  junio  de  1955  :  Fines  de  los  asociaciones  de  trabajadores  : 
19. —  Es  conforme  a  lo  doctrina  de  lo  Iglesio  hacer  valer  los 
justos  derechos  de  los  trabajadores  por  todos  los  medios  lí- 
citos. 2^. —  La  acción  social  de  los  asociaciones  de  trabaja- 
dores no  debe  extenderse  únicamente  al  orden  material  ....  159 

2. — POSICION  DE  LA  IGLESIA  RESPECTO  DE  LAS  ASOCIACIONES 

PROFESIONALES    162 


1 1  de  septiembre  de  1949  :  Posición  de  la  Iglesia  frente  a  los  Sin- 
dicatos.    Libertad  de  occión  del  trabajador  cristiano.  Pe- 


Indice  General 


275 


ligros  que  implica  la  fuerza  de  la  organización  sindical. 
Aspiroción  de  la  Iglesia  :  elaboración  de  un  estatuto  de  de- 
recho público  de  la  vida  económica  y  social  según  la  organi- 
zación  profesional    162 


11  de  marzo  de  1945:  Misión  de  las  asociaciones  cotóiicas  de 
trabajadores  ;  1''. —  Son  células  del  apostolado  moderno. 
2°. —  Son  fuente  de  honestidad  cristiana  y  de  hombres  probos 
para  las  asociaciones  obreras.  3*^ —  El  Sindicato  y  las  aso- 
ciaciones católicos  :  su  fin  común  es  elevar  las  condiciones 
de  vida  del  trabajador  :  Aspiración  de  la  Iglesia  :  un  nuevo 
ordenamiento  de  los  fuerzas  productoras  del  pueblo  basado 
en  lo  unión  de  todos  aquellos  elementos  que  colaboran  en  la 
producción    1 64 

3. —ASOCIACIONES  TECNICAS  ESPECIALIZADAS    168 


19  de  noviembre  de  1954  :  La  Organización  Internacional  del  Tro- 
bajo  responde  a  uno  de  los  votos  más  amados  de  los  Papos 
sociales.  Importancia  que  debe  darse  al  factor  humano  en  la 
legislación  del  trabajo.  La  Organización  Internacional  del 
Trabajo  debe  proponerse  como  fin  la  colaboración  de  todos 
en  el  bien  general  de  la  sociedad;  a  ello  debe  tender  el  movi- 


miento obrero    168 

3  de  abril  de  1955  :  Adelantos  en  lo  lucha  contra  los  accidentes 
del  trabajo.  Factores  humanos  en  los  accidentes  del  trabajo. 
Necesidad  de  garantizar  estos  factores  humanos  con  medidas 
de  seguridad  e  higiene.     Medios  de  seguridad  y  protección  171 

8  de  moyo  de  1955  :  Ventajas  de  la  colaboración  internacional  de 
los  asociaciones  de  trabajadores,  especialmente  pora  los  lla- 
mados "países  no  adelantados"    174 

CAP.  X  .  EL  PROBLEMA  AGRARIO    177-194 

1  .—ESTADO  ACTUAL  DEL  PROBLEMA  AGRARIO    179 

10  de  junio  de  1953  :  Situación  onormoi  del  sector  agrícola  ....  179 

2  de  julio  de  1951  :  Influencias  perniciosas  del  marxismo  y  del 
capitalismo  sobre  el  campo,  alterando  el  carácter  específico 
de  la  vida  rural.  Orientación  deseable  de  la  economía  rural 
al  conjunto  de  lo  economía  social.  Solución  que  la  Iglesia 
propone:  lo  propiedad  agraria  familiar    180 

2.— SOLUCIONES  DE  LA  DOCTRINA  SOCIAL  CATOLICA  AL  PRO- 
BLEMA AGRARIO    183 

29  de  febrero  de  1952  :  Programa  social  de  lo  Iglesia  :  el  prole- 
tariado rural  debe  desaparecer;  la  fomilio  es  lo  base  sólida 
de  la  economía  rural   183 


15  de  noviembre  de  1946  :  El  carácter  familiar  de  la  propiedod 
agraria  la  hoce  particularmente  opto  poro  la  prosperidad  so- 
cial y  económica  del  pueblo.  Oposición  entre  la  ciudad  y  el 
campo  :  entre  la  ciudad  como  fruto  del  predominio  del  capital 
sobre  la  vida  económica  y  sobre  el  hombre,  y  el  campo  co- 
mo expresión  de  la  propiedad  privado  familiar.  Influencias 
perniciosas  del  capital  sobre  lo  vida  del  campo.  Aspiración 
fundamental  de  la  Iglesia  :  la  unión  de  todos  los  grupos  pro- 
fesionales del  pueblo  en  uno  gran  comunidad  de  trabajo  ...  183 


276 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


19  de  abril  de  1955  :  Solidaridad  profesional  del  agricultor.  Fun- 
damento familiar  de  lo  economía  agrícola.  El  fomento  de 
la  pequeña  propiedad  privada  rurol    188 

1 1  de  abril  de  1956  :  Lo  doctrina  social  de  lo  Iglesia  es  piedro 
de  parangón  de  cualquier  programo  social.  Cuales  son  los 
deberes  de  lo  sociedad  pora  con  los  trabajadores  agrarios. 
Manera  de  exigir  su  cumplimiento.  El  agricultor  como  culti- 
vador de  lo  naturaleza,  como  miembro  de  la  sociedad,  y  como 
cristiano    191 

CAP.  XI:  ACCION  SOCIAL    195-213 


I  .—FUNDAMENTOS  DE  LA  ACCION  SOCIAL   197 

12  de  septiembre  de  1948  :  Lo  fe  católica  es  la  único  fuerza 

moral  necesario  pora  realizar  un  orden  social  justo   197 

24  de  diciembre  de  1954  :  Lo  paz  debe  ser  coexistencia  en  la  ver- 
dad. Poro  construirla  debemos  apoyarnos  en  los  hombres, 
y  no  en  los  sistemas  sociales.  Son  incapaces  de  constuir  la 
paz  los  escépticos  y  los  cínicos  del  materialismo;  y  también 
los  que  no  aceptan  obligaciones  morales  en  la  vida  social. 
Responsobilidod  de  sacerdotes  y  seglores  que  cierran  sus  ojos 
y  su  boca  ante  los  injusticias  sociales    197 

2  de  septiembre  de  1956  :  Como  contribuye  lo  Iglesia  o  la  cons- 
trucción del  orden  social.  No  se  puede  edificar  solamente 
sobre  los  condiciones  moterioles;  es  menester,  odemós  formar 
lo  conciencia  sobre  un  orden  moral  absolutamente  válido. 
Cuol  es  lo  verdadero  "coexistencia  en  lo  verdad"   199 

23  de  marzo  de  1956  :  Cualidades  que  exige  lo  evolución  interna 

de  la  sociedad  hacia  uno  más  justa  contextura    201 

2.  — REQUISITOS  PARA  LA  ACCION  SOCIAL    201 

24  de  diciembre  de  1953  :  Exhortación  o  los  estadistas  o  la  acción 

social.  Deben  tener  :  enfoque  práctico  de  los  problemas,  te- 
nacidad poro  poner  en  práctica  la  doctrina  social  cristiana, 
determinación  de  poner  el  poder  de  la  autoridad  y  de  la  ley 
al  servicio  de  todas  los  clases  sociales    201 

12  de  octubre  de  1953  :  Conciencia  social  como  norma  de  la  acti- 
vidad profesional    202 

2  de  junio  de  1947  :  Ningún  temor  puede  autorizar  a  los  verda- 
deros cristianos  poro  desviarse  de  lo  doctrino  social  de  lo 
Iglesia    203 

1  de  obril  de  1956  :  Está  prometida  la  victorio  a  lo  fe  que  se 
traduce  en  obras  de  cumplida  justicia.  Firme  confianza  su- 
peradora  del  pesimismo.    Dinamismo  vital  de  lo  paz   204 

3.  — ACTUACION  SOCIAL  DE  LA  MUJER   205 

15  de  agosto  de  1945  :  Conducta  de  la  obrera  con  respecto  a  lo 

Iglesia,  o  lo  vida  pública  y  al  programo  social  de  lo  Iglesia  .  .  205 

21  de  octubre  de  1945  :  Deber  de  la  mujer  de  porticipor  en  la 
vida  pública.  Vasto  campo  de  su  actividad.  Preparación  de 
lo  mujer  pora  lo  acción  social  y  poro  lo  actuación  práctico 
en  el  campo  privodo  y  público   209 


Indice  General 


277 


CAP.  XII  :  ORDEN  SOCIAL  DE  LIBERTAD  Y  DE  PAZ   215-239 

1  .—NATURALEZA  DEL  ORDEN  SOCIAL    217 

24  de  diciembre  de  1951  :  El  orden  social  es  orden  de  verdadera 
libertad.  Exhortación  de  la  Iglesia  ol  orden  social  de  paz  fun- 
dado en  lo  verdadero  libertad.  Factores  adversos  de  la  li- 
bertad   217 

2.  — FUNDAMENTOS  DEL  ORDEN  SOCIAL   218 

24  de  diciembre  de  1942  :  Fundamentos  morales  del  orden  social  : 

1?. —  Dios  es  causa  primera  del  orden  social.  2°. —  El  firu^ 
de  la  vida  social  es  el  perfeccionamiento  de  lo  persona  hu-  ^ 
mono.  3*^ —  Ordenomiento  jurídico  de  carácter  ético  y  espi- 
ritual, derivado  del  orden  establecido  por  Dios.  Fundamentos 
económico-sociales  ;  Condenación  de  los  sistemas  morxistos  y 
capitalistas.  Cinco  puntos  fundamentales  :  1°. —  Dignidad  y 
derechos  de  lo  persona  humana.  2°. —  Unidad  social.  S"'. — 
Dignidad  y  prerrogativas  del  trabajo.  4"?. —  Reintegración 
del  orden  jurídico.     5''. —    Concepción  cristiano  del  trabajo  218 

3.  — EL  ORDEN  SOCIAL  POLITICO    229 

24  de  diciembre  de  1944  ;  Anhelo  común  por  lo  democraria  como 
sistema  compatible  con  la  dignidad  y  la  libertad  de  los  ciuda- 
danos. La  Iglesia  define  lo  democracia  no  en  cuanto  a  su 
organización  exterior,  sino  en  cuanto  o  su  fundamento,  que 
es  el  hombre  como  sujeto  de  la  vida  social.  Libertad  y  dig- 
nidad de  los  ciudadanos  en  el  "pueblo";  negación  de  estos 
atributos  en  la  "masa".  Los  gobernantes  en  un  régimen  de- 
mocrático.   Autoridad  y  absolutismo  del  Estado    229 

4.  — ACTUACION  DEL  ORDEN  SOCIAL    236 

2  de  junio  de  1947  :  La  libertad  sólo  puede  florecer  donde  el  de- 
recho y  lo  ley  tutelan  lo  dignidad  de  los  pueblos  y  de  los  indi- 
viduos   236 

24  de  diciembre  de  1941  :  Los  males  económico-sociales  del  mun- 
do actual  nocen  de  la  progresiva  descristianización  individúala 
y  social    237 

24  de  diciembre  de  1950  :  Paz  interna  de  los  pueblos;  sólo  puede 
esperarse  de  quienes  trabajan  por  la  seguridad  social  natu- 
ral con  elevado  espíritu  de  solidaridad    238 


(INDICES)    241-279 

INDICE  CRONOLOGICO  DE  LOS  DOCUMENTOS    241-244 

INDICE  ANALITICO-SISTEMATICO   245-268 

CAP  I  :  LA  IGLESIA  ANTE  LA  CUESTION  SOCIAL   245-247 

1  . — Derecho  de  la  Iglesia  o  intervenir  en  la  cuestión  social  ;  245.  2. — 
Solicitud  de  lo  Iglesia  por  lo  cuestión  social:  245.  3. — Cualidades 
de  lo  acción  social  de  lo  Iglesia,  Principios  generales  :  245;  Lo  doctrina 
sociol  de  la  Iglesia  ante  los  problemas  sociales:  246.    4. — Finalidad 


278 


El  Orden  Económico-Social  Cristiano 


de  la  doctrina  social  de  la  Iglesia  :  246.  5. — Problemas  que  la  Iglesia 
pretende  resolver;  246.  6. — Folsas  ocusociones  contra  la  Iglesio  : 
246, 

CAP.  II  :  FUNDAMENTOS  DE  LA  SOCIOLOGIA  CRISTIANA   247-250 

1. — Fundamentos  moróles:  247.  2. — Lo  dignidad  de  la  persona  hu- 
mana, Reconocimiento  de  la  dignidad  de  la  persona  humana  :  247;  De- 
rechos de  la  persona  humana  :  248;  Tutelo  de  los  derechos  de  la  per- 
sona humano  :  248.  3. — La  ley  natura!,  Esencia  y  propiedades  de  la 
ley  noturol  :  248;  Principios  particulares  contenidos  en  la  ley  natural  : 
248.  4. — Naturaleza  de  lo  vida  económica,  Principios  sobre  la  natu- 
ralezo  de  la  vida  económica  :  249;  Aplicación  o  lo  economio  real  : 
249, 


CAP.  III    NOCION  Y  FINES  DEL  ESTADO   250 

1. — Naturaleza  del  Estado:  250.    2. — Límites  y  fin  de  la  autoridad 
del  Estado  :  250, 

CAP.  IV:  SISTEMAS  SOCIALES   251-252 

1. — Prenotandos  :  251.  2. — Liberalismo  económico:  251.  3. — 
Capitalismo:  251.  4. — Estatismo:  251.  5. — Socialismo  desmate- 
riolizado  :  252.  6. — Comunismo,  Naturaleza  del  comunismo:  252; 
Defecto;  que  ocasiona  su  implantación  en  la  sociedad:  252.  7. — 
Humanismo  laico  :  252. 


CAP.  V  :  PUNTOS  DEL  PROGRAMA  SOCIAL  DE  LA  IGLESIA   252-254 

1  . — El  uso  de  los  bienes  materiales.  Aspiración  de  la  Iglesia  :  252; 
Sus  fundamentos  :  252;  Camino  pora  realizarla  :  253.  2. — El  trabajo, 
Dignidad  y  derechos  del  trabajo  :  253;  Tutela  del  trabajo  :  253.  3. — 
La  propiedod  privado,  Verdadero  concepto  de  propiedad  privada  :  254; 
Defensa  la  propiedad  privada  en  su  doble  valor  personal  y  social  : 
254. 

CAP  VI  :  FALSWS  CAMINOS  DE  SOLUCION    254-255 

1. — Falsos  >Qminos  de  solución:    254.     2. — Sus  deplorables  conse- 
cuencias: 255.     3. — Solución  de  la  doctrina  social  católica:  255. 

CAP.  VII  :  EL  TRABAJADOR  Y  SUS  ASPIRACIONES    255-258 

1  . — Verdadera  condición  del  trobojodor,  Lo  verdadero  condición  del 
trabajador  :  255;  Su  eficacia  pora  procurar  lo  elevación  del  trabajador  : 
256.  2. — Justas  aspiraciones  del  trabajador.  Las  instituciones  y  los 
justas  aspiraciones  del  trabajador  :  256;  Las  aspiraciones  del  trabajador 
a  la  luz  del  movimiento  obrero  :  256;  Cuales  son  las  verdaderas  aspi- 
raciones del  trabajador:  257.  3. — Medios  para  satisfacer  los  justas 
aspiraciones  del  trabajador,  Superación  de  los  luchas  de  clases  257; 
Instituciones  de  solidaridad  :  258;  Obras  de  asistencia  :  258. 

CAP  VIII  :  CONCEPTO  CRISTIANO  DE  LA  EMPRESA   258-260 

1. — Relaciones  personales  en  la  empresa:  258.     2. — Relaciones  ju- . 
rídicos  en   lo  empresa:  259.     3. — -Organización  jurídica  pública  de 
la  economía  social:  259.     4. — Organización  de  la  economía  social: 
programa  de  la   Iglesia:   259.     5. — Superoción  cristiana  de  la  gran 
empresa  :  260. 


Indice  General 


279 


CAP.  IX:  ASOCIACIONES  TECNICAS  Y  PROFESIONALES    261-262 

1  . — Fines  de  las  asociaciones  de  trabajadores,  Fines  generales  <•«  los 
asociaciones:  261;  Fines  de  las  asociaciones  especiales:  261.  2. — 
Posición  de  la  Iglesia  respecto  de  los  asociaciones  profesionales.  Posi- 
ción de  lo  Iglesia  frente  a  las  organizaciones  sindicales:  261;  El  gran 
peligro  del  movimienh)  obrero  :  262.  3. — Asociaciones  técnicos  y  pro- 
fesionales :  262. 

CAP  X  :  EL  PROBLEMA  AGRARIO    262-263 

1. — Estado  actual  del  problema  agrario:  262.    2. — Soluciones  de  la 
doctrina  social  católica  al  problema  agrario  :  263. 


CAP.  XI  :  ACCION  SOCIAL    263-265 

1  . — Fundamentos  de  la  acción  social  :  263.  2. — Requisitos  paro  la 
acción  social,  Condiciones  moróles  y  personales  :  264;  Condiciones  de 
orden  social  :  264.     3. — Actuación  social  de  la  mujer:  265. 

CAP  XII  :  ORDEN  SOCIAL  DE  LIBERTAD  Y  DE  PAZ   265 

1. — Naturaleza  del  orden  social:  265.  2. — Fundamentos  del  orden 
social,  Fundomentos  de  lo  convivsncio  en  el  orden  jurídico  :  266;  Fun- 
damentos de  la  ccnviveneio  en  lo  tranquilidad  económico-social  :  266. 
3. — El  orden  social  político.  Naturaleza  de  lo  verdadera  democracia  : 
266;  Gobernantes  y  ciudadanos  en  la  vida  democrática  :  267.  4. — Ac- 
tuación del  orden  social,  Actuoción  del  orden  social  jurídico  :  267. 
Actuación  del  orden  económico-social  :  267. 


INDICE  GENERAL 


269-279 


PUBLICACIONES  DEL  INSTITUTO»  RIVA-AOÜERO 
NP  25 

La  primera  edición  de  este  libro  se  acabó  de  imprimir  en  la 
Imprenta  de  la  Universidad  Nacional  Mayor  de  San  Marcos. 
Restauración,  317,  en  Lima,  el  día  29  de  junio,  festividad  de 
San  Pedro  y  San  Pablo,  y  Día  del  Papa,  del  año  del  Señor  de 
mil  novecientos  cincuenta  y  nueve.  Carátula  y  dirección 
gráfica  de  Antonio  San  Cristóbal,  C.M.F. 


LAUS  DEO 


DEL  MISMO  AUTOR: 


Controversias  acerca  de  la  voluntad  desde  1270  a  1300,  Estudio  hístórico-doctrinal, 
Madrid,  1958,  280  págs.,   17  x  25. 

Naturaleza  teológica  de  la  muerte  de  Mario,  en  Ilustración  del  Clero,  Madrid,  1950. 

Los  dos  exposiciones  de  Santo  Tomás  acerca  de  los  dones  del  Espíritu  Sonto,  en  Re- 
vista Españolo  de  Teología,  Madrid,   1952,  págs.  339-371,  521-557. 

El  tratado  "De  necessitate  et  contingentia  causarum"  en  la  tradición  doctrinal  de 
1250  a  1270,  en  Arqué,  Revista  de  Metafísica,  (Universidad  de  Córdoba, 
Argentina),  1952. 

Acerco  de  "Lo  evolución  homogénea  del  dogma  católico"  del  P.  Morin  Sola,  O.  P.,  en 

Arqué,  Revista  de  Metafísica,  (Universidad  de  Córdoba,  Argentina),  1952. 

Antropología  social  de  Pío  XII,  en  El  Comercio,  Suplemento  dominical,  Lima,  2  de 
octubre  de  1955. 

Sociología  de  lo  educación  peruana  según  José  Carlos  Mariótegui,  en  Revista  de  la 
Focultad  de  Educación,  (Universidad  Católico,  Lima),  N''  8,  1956;  reprodu- 
cido en  La  Prensa,  Lima,  Nos.  25355  y  25362. 

Planteamientos  históricos  acerca  de  lo  categoría  fundamental  del  proceso  educativo, 

en  Revisto  de  lo  Facultad  de  Educación,  (Universidad  Católico,  Limo),  N°  9, 
1957. 

El  realismo  peruanista  de  Víctor  Andrés  Belaúnde,  en  Mercurio  Peruano,  1958. 


Proyecciones  sociológicas  de  los  modos  del  proceso  educativo,  en  Revista  de  la  Facultad 
de  Educación,  (Universidad  Católica,  Lima),  N''  10,  1958. 


V9/ 


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