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El PERENNE MILAGRO GUADALUPANO
OBRAS DEL MISMO AUTOR:
Pajas de Jacal (Novela típica) 1943
Francia del Mundo (Estudio) 1947
Tintas de por Acá (Poemas) 1950
Puntas de Flecha (Pensamientos) la. Edición 1950
2a. Edición 1957
Francia Está Así (Relato) 1951
La Carroña (Cuentos Económico-Sociales) 1952
Ensayo Sobre el Periodismo, 1953
Frases, S. A. (Pensamientos) 1957
Ediciones agotadas.
Inédito:
Y los Hombres Tuvieron Alas (Novela de Fanta-
sía)
El Compañero de Camino
En Preparación:
Los Salvajes Están en la Ciudad.
Los Problemas de Juan Sánchez.
Cajita de Pensamientos
La Experiencia Más Terrible de la Vida
Los Corazones Sangrantes
Este Mundo sin Dios.
Psicoanálisis del Mexicano.
JESUS DAVID J AQUEZ
EL PERENNE MILAGRO
GUADALUPANO
(LA VIRGEN DE JUAN DIEGO)
EDICIONES BOTAS
México, D. F.
19 6 1
Primera edición, 1961
1560 ejemplares en papel Tablet.
340 ' Novela.
100 „ „ „ Rotocuché.
Total: 2,000 ejemplares.
Derechos reservados con-
forme a la ley © 1961
Ediciones Botas. Juste
Sierra No. 52. México.
Impreso y hecho en México
Printed and made in México
(MPRENTA M . LEON SANCHEZ, S. C. L. , K . R. DEL TORO DE LAZARIN 7. MEXICO, D.
nvocación ~ Dedicatoria:
"Vergine bella, che di sol vestita,
cotonata di stelle, al sommo Solé
piacesti si che n te sita luce aseóse.
Amor mi spinge a dir di te parole;
ma non so incominciar senza tua aita
e di Colui che amando in te si posse,
invoco Lei che ben sempre rispóse
chi la chiamo con fede."
PETRARCA
(Canzone alia Vergine)
Virgen hermosa, que de sol vestida,
coronada de estrellas, al Sol sumo
de tal modo, agradaste, que su [uego
dignóse en Ti esconder.
Amor me mueve a hablar de tu belleza;
mas no puedo empezar sin tu socorro
y el de Aquel que amoroso en Ti Encarnara,
y por eso os invoco, ya que siempre
al que os llama con fe dais fiel respuesta.
(Traducción de J. D. f.)
MOTIVACION
"El primer deber que nos impone un beneficio
tan singular como el que debemos a Dios por
habernos dado la celestial Imagen de María
Inmaculada de Guadalupe, "Madre del Dios
Verdadero" , es el de conocerlo, para más es-
timarlo, agradecerlo y pagarlo".
México 12 de abril de 1931.
LEOPOLDO RUIZ
Arzobispo de Morelia.
Delegado Apostólico.
El hecho más extraordinario de la historia mexica-
na entera, es el de la aparición guadalupana; no sólo
es extraordinario, sino extranatural, es decir, sobreña-
tural. Los acreyentes pueden discutir este aserto, los
católicos no. Deben creerlo, so pena de hacerse sos-
pechosos, no sólo de acatolicidad, sino aun de antime-
xicanismo. Lo primero, porque, aun no siendo estric-
tamente un dogma de fe, es sin embargo, un legado de
fe en un hecho divino patente —más delante diré tam-
bién que perdurante^ al cual todo buen católico debe
dar su adhesión. Tanto más, que lo acredita la historia
y no hay en todo él cosa alguna que se oponga a ¡a
razón y por tanto, a una fe razonable e instruida. Lo
segundo, porque la Guadalupana, hecho histórico im'-
posible de desvincular de los fastos mexicanos al tra-
8
Jesús David Jaquez
vés de más de cuatro siglos, los ilustra y vivifica y los
eleva a planos de grandeza, presidiendo la espirituali-
dad, la civilización y aun la epopeya mexicanas. Y tam-
bién, porque el hecho guadalupano es núcleo de unión
entre todos los hijos de la tierra azteca.
Empero, existe ■ — y no de ahora — una triste igno-
rancia y un indisculpable olvido de este gran hecho.
Que lo ignore el rústico y el indígena alejado de todo
medio de conocerlo, puede ser explicable. Pero que gen-
tes cultas, sedicentes católicos, lo ignoren o lo desde-
ñen, es imperdonable.
Yo pienso pues, que los que creemos y los que ama-
mos, no debemos desentendernos de esta lamentable
ignorancia, antes bien poner un granito de arena o una
chispita de luz, para hacerlo saber de quienes no saben
o no quieren saber. Estos últimos son acaso los más
necesitados.
Y este último pensamiento, que una lamentable ex-
periencia ha elevado en mi espíritu a convicción y a
deseo de cooperar a la verdad y a ta luz, es lo que ha
motivado este esfuerzo. Haga la Guadalupana, si es
para su gloria, que cristalice y llene su finalidad.
Jesús David Jaquez.
INTRODUCCION,
Este libro no dice: inicia a decir. No narra: bal-
bucea. Silabea lo impronunciable o murmulla lo in-
audible.
Arranca de un punto y de un hecho y ensaya as-
censiones hacia zonas no álcanzables, si no es por la
fe y por el amor. Pero intentarlo al menos, algo es.
El punto: la Colina del Tepeyac; el hecho, la ma-
ñanita del 9 de diciembre de 1531: ¡Juan Diego, la Vir-
gen Morena de la tilma indígena: María!
¡Qué tema! ¿Osadía querer meterlo en letras a mi
modo y por mi mano? Quizá. Pero es una osadía de
creyente, una osadía filial de fe y de amor. Sea ello mi
disculpa, si alguna cabe.
Pero yo arranco de ese punto como el avión de
su pista, en ruta hacia miríficos azules incaptables: el
azul del regio manto de la Señora. Aspirar a ellos es
aspirar al ideal, aspirar a la estrella de luz. Esto es lo
noble, lo espiritual; no alcanzarlos, es lo humano, lo
cautivo de ta materia. Mas quien ahora aspire, un día
llegará, no importa que sea tras la jornada de esta vida,
esto es, después de haber recorrido la pista, como él
avión, cuyo elemento no es la pista misma sino el azul.
10 Jesús David Jaquez
Por eso este libro inicia apenas a decir. Al acabar
la última página, el autor habrá terminado su tarea,
pero la idea debe seguir su vuelo. Y esto no toca ya
sino al espíritu de todo lector y de todo mexicano gua-
dalupano. Y todo guadalupano debe ser, por el mismo
hecho, guadalupanista por el estudio, por la propaga-
ción: él bien es de suyo difusivo. El máximo bien me-
xicano es Ella: difundámoslo.
• • •
Intentando adentrarme, del brazo del lector, en este
tema apasionante, debo confesar mi temor. Porque el
tema es sublime e insospechadamente grandioso, como
todo aquello que roza los imponderables linderos de lo
sobrenatural. Se tiene la impresión de un horizonte cós-
mico, ilímite y más aún: una infinitud en espacio, en
elevación, en profundidad: lo sobrenatural es la mani-
festación del Eterno y El pone en ello su marca infini-
ta, su huella de omnipotencia que rebasa totalmente las
cosas naturales y las leyes del Universo visible y cog-
noscible.
De ahí mi temor. No soy teólogo ni místico, ni mi-
raculógrafo ni historiador y ni escritor siquiera. Sim-
plemente escribidor. . . Por lo tanto, en todas las ase-
veraciones aquí contenidas, que rocen al dogma, me
someto a la autoridad de la Iglesia Católica, Apostólica
y Romana: en estos terrenos, sólo ella tiene palabra
firme. Lo hago también en cuanto al calificativo de mi-
lagroso y a los hechos considerados como milagros.
Igualmente en lo que se refiere al dictado de santidad
que aplico a Juan Diego. Por ello, mis afirmaciones
únicamente tienen el valor de la afirmación humana y
el respaldo de los hechos, cuya calificación sólo la
El Perenne Milagro Guadalupano 11
Iglesia puede dar oficialmente. A su criterio infalible
me remito.
Por lo que hace a datos, fechas, documentos del
terreno histórico, éstos quedan sujetos al mejor saber
y entender de los sabios y expertos en esta ciencia.
Por último: la finalidad toda de este trabajo es bien
clara: fomentar el conocimiento y el afán de estudio de
los guadalupanistas, de lo que debe derivar más fé y
más amor a la Virgen del Tepeyac. Y también, coope-
rar a esclarecer la empolvada, olvidada figura históri-
ca y la fisonomía espiritual del manso vidente del Te-
peyac, para que se dé impulso a una canonización de-
seada de muchos y que dará gloria a la Guadalupana,
al Catolicismo y a México.
CAPITULO 1
LO PERENNE DEL HECHO Y LO
. INAPREHENSIBLE POR LA HISTORIA
"Adentrarse en el estudio del milagro guada-
lupano es hundirse en un océano de luz en el
que a cada paso se hacen nuevos y cada ver
más maravillosos descubrimientos."
ALFONSO MARCUE GONZALEZ.
Hay hechos que la historia no alcanza a captar.
Por demasiado sutiles o por demasiado trascendenta-
les. Más comúnmente, por demasiado sublimes. Porque
la Historia es la narración de hechos humanos, el re-
ferir prolijo de las contingencias de la vida en cuanto
seres humanos intervinieron en ellas: donde no hay
hombres, no hay historia. Pero no versa acerca de lo
sobrenatural, acerca de lo extraterreno, salvo en sus
aspectos exteriores visibles o tangibles, como no puede
versar ninguna ciencia humana, puesto que rebasa su
ámbito y excede a su limitada capacidad de aprehen-
sión. Las ciencias de este mundo son de los hombres
y sólo la ciencia divina es de Dios.
¿Dice acaso la Historia de cómo fue en lo hondo
de la eternidad el movimiento de la voluntad divina
para formular el "fíat lux"? ¿de cómo el Creador tenía
in mente desde siempre y amaba en potencia y por mo-
El Perenne Milagro Guadalupano 13
do inconcebible su obra a realizar? ¿de la esencia mis-
ma y la trascendencia hasta el fin de los tiempos, del
drama primero del hombre en el paraíso terrenal? ¿de
lo íntimo y profundo y grandioso del ideal divino en
la gesta de la Redención? De estas cosas, debemos re-
conocerlo humildemente, con humildad a un tiempo hu-
mana y cristiana, la Historia no sabe nada, al menos
por sí sola.
Hay asimismo un hecho que, si bien histórico en
todo el sentido ordinario del vocablo, tiene aspectos
suprahistóricos: éstos no se acometen por el cronista,
por el recopilador de acontecimientos temporales, por
el hurgador de archivos ni por el mero historiógrafo,
sin que esto sea en modo alguno pretender restar mé-
ritos a su meritísima labor. Pero lo alto, lo sublime,
lo trascendental de ese suceso, está más allá de los
ámbitos del arte historiográfico: pertenece a la fe, per-
tenece al amor y es con fe y con amor y con compren-
sión de la teología, como se ha de acometer, en forma,
por lo demás, meramente intentativa: alcanzar su. pleni-
tud, desentrañar plenamente su contenido, cosa es de
iluminados o de santos y eso, en la medida de la reve-
lación divina que de lo alto se les concediere; no de
simples humanos escasos de luces, como desde luego,
quien ahora escribe; meior dicho, quien, como ya expre-
sé, intenta apenas escribir: levantar levemente la punta
del velo del misterio y atisbar con amorosa audacia, al-
go de lo que, con ayuda de ajenas y mejores luces,
pueda captar y lo que otros le han mostrado: las pri-
meras chispitas de una inmensa luz.
Pues bien: el hecho guadalupano cae dentro de esa
esfera de lo incaptable con los solos recursos e ins-
trumentos humanos. Ellos son el dedo que señala, mas
el ojo que ve, exige una luz: esa luz es la fe. Dije "el
14 Jesús David Jaquez
hecho guadalupano" y no el suceso guadalupano, pero
no. El suceso guadalupano es del dominio de la his-
toria y ésta ya lo recogió, siglos ha. Pero el hecho no
es de su dominio, porque sigue en hecho, no ha termi-
nado, no tiene ciclo cerrable a la vista: es perdurable.
Así considerada, la aparición guadalupana fue un
suceso, pero sigue siendo un hecho: lo es hoy, lo será
aún mañana. Tiene un carácter de perennidad, como
que tiene un sello que es el sello de Dios y como que
siendo una fuente y un aura y una realidad, como
fuente sobrenatural, tiene que seguir manando, como
aura refrescando y como realidad persistiendo; si cesa-
ra, se extinguirían sus efectos. Y esto es quizá lo que
la Providencia planeó al realizar el hecho: que conti-
nuara indefinidamente siendo un hecho, que no termi-
nara, que no prescribiera, espiritualmente hablando. Y
aun materialmente. Porque las obras de Dios son espí-
ritu y verdad, pero están encaminadas a los hombres
y éstos somos materia y como tal, necesitamos los sig-
nos exteriores para poder percibir lo extramaterial
Dice la filosofía escolástica que "nada hay en el intelec-
to que primero no haya estado en los sentidos". Esta es
la condición humana y ésta nuestra naturaleza corporal.
Por ello Dios exterioriza su acción hacia los hombres,
por medio de elementos materiales, perceptibles por
nuestros sentidos y éstos, al captarlos, los transmiten a
la mente; es entonces cuando el espíritu desmaterializa,
por decirlo así, las percepciones sensoriales y extrae de
ellas la idea, que es un movimiento espiritual. En tan-
to pues, el signo permanece, su captación, transmitida
al cerebro y elevada en la mente a la categoría de idea,
actualiza el hecho y lo mantiene'dentro de nuestro ám-
bito de comprensión. Si quitáis el signo, desaparecien-
do la percepción, quedaría sólo el recuerdo. Pero el
recuerdo es esencialmente algo perteneciente al pasado,
El Perenne Milagro Guadalupano 15
algo marchito y que se esfuma en la lejanía del tiempo
ido; no tiene la fuerza de la cosa actual, no es de suyo
operante, no convence ni mueve ya, sino en la débil
forma romántica y evocativa.
Acaso no se haya insistido lo bastante en este as-
pecto, el aspecto hecho, el aspecto perennidad. Histo-
rias de la aparición guadalupana hay muchas y bien
escritas. Pero todas, como historias que son, narran el
acontecimiento, subrayan sus circunstancias, su auten-
ticidad, su valor histórico y aun invitan al consenso de
la voluntad y a la devoción filial de los creyentes. Mas
versan sustancialmente sobre el suceso, marginando el
hecho, asumen obligadamente una forma retrospectiva,
como tomando toda su fuerza del memorable suceso his-
tórico, pero sin subrayar como es deseable, su proyec-
ción hasta el hoy y hasta el devenir, sin deletrear bas-
tantemente el mensaje como en plena actualidad, me-
nor acaso en lo histórico que en 1531, mayor acaso en
la trascendencia en 1961. Y en esto hay que insistir:
en la perennidad. Porque lo contingente es el hombre
y lo perenne es el espíritu y porque el hombre pasa,
pero Dios permanece. Y con Dios, lo que es de Dios:
la Virgen, las almas.
El hecho guadalupano cae pues dentro de la esfe-
ra de la plena actualidad, no mirado desde su aspecto
humano de suceso histórico, sino desde su aspecto di-
vino de hecho sobrenatural que se continúa materiali-
zando o sensibilizando, por decirlo así, en ese signo
divino persistente, que es la sagrada tilma de Juan
Diego. Es "de hecho un hecho" y seguirá siéndolo
mientras exista el milagroso ayate y mientras haya
un alma creyente sobre la haz de México o del Mundo.
Es conveniente insistir en que hay hechos que se
prolongan más allá de su propia contingencia histórica
en el tiempo y en el espacio, porque su propia sustan-
16
Jesús David Jaquez
cia contiene un germen de grandor que en el tiempo no
cabe, como no cabe un día en un minuto. Por eso se
proyectan actuales, perennes, vivientes, en el espacio
y en el evo: ad aevum et ultra.
Bien, mas ¿dónde está el hecho? ¡Que dónde está'
Entrad a la Basílica, mirad hacia el altar mayor, al
fondo, a lo alto y con el pensamiento dirigido a fondo
y a lo alto: ¿qué veis? ¡El hecho! Volved ahora la vista
atrás, hacia la nave: ¿qué veis? ¡El hecho, sencilla-
mente! Arriba el hecho es la tilma; abajo, algún pobre
indito que ora y llora y mira > — él también sabe bien
a dónde ha de mirar— hacia el altar. Y ese hecho,
o sea el hecho en sí, que es el milagro perdurante aún,
y la fe en el milagro, o sea una faceta, una luz re-
fleja del milagro mismo, eso es "el hecho", porque
tiene la plena actualidad de que aconteció hoy y dé
que seguirá aconteciendo mañana: no recula en ningún
ayer, no se hace materia histórica, no se esfuma; se
mantiene en la actualidad de cada minuto de los que
nosotros mismos estamos viviendo hasta el momento:
el hecho y ¡qué hecho!
Las grandes cosas de Dios son realizadas de la.
manera más simple y, podríamos decir, la más breve,
y son expresadas también con las menos palabras. La
palabra retrocede ante el gesto de la Divinidad, enmu-
deciendo como poseída de respeto. Acá, entre los hom-
bres, las grandes emociones son mudas, como mudos
son los grandes amores. No se dicen, no se expresan:
se sienten. A lo sumo, se comprenden. Y esto es más
que ser dichos. En cierto sentido, lo expresó así Sor
Juana Inés de la Cruz: dicha que es dicha, no es dicha".
Lo dijo en el sentido de negación, pero también podemos
tomarlo, a contrario sensu, en el sentido de afirmación
y sigue teniendo validez.
El Perenne Milagro Guadalupano 17
El Evangelio se muestra así: dice pocas palabras y
aun éstas, casi siempre se hacen más pocas a medida
que se acercan más al anotamiento de un gran hecho.
Pocas palabras da para la Encarnación, para la fun-
dación de la Iglesia, para la Eucaristía, para la sus-
tancia misma de la Redención. Pero nos da las sufi-
cientes. Porque el Evangelio, siendo historia, es más
que histórico y porque no fue escrito para diverti-
miento de curiosos ni para satisfacción de eruditos, sino
para la cimentación de la fe. Del Evangelio dice ge-
nialmente Ernest Helio, que tiene los siglos por comen-
tadores y hasta que tiene a los siglos por comentario.
Dice bien.
El hecho guadalupano nos fue originalmente narra-
do con bien cortas palabras, con bien breve y discreto
relato. Y el epicentro humano de todo él, Juan Diego,
el mensajero, era de pocas palabras. Porque era indio
y el indio es callado e introspectivo, y porque era hu-
milde. El humilde casi siempre habla poco, lo preciso
sólo, sobre todo si es cristiano y si es sencillo. Ser
sencillo es ser más apto para la palabra, para el men-
saje de Dios. No hay peligro de que se superpongar
las palabras de la soberbia o de la sabiduría human;
que son vanas, que son fofas, ante las del Verbo, qup
es el único que, en última instancia, tiene la palabra,
todas las palabras y hasta —y esto es de fe— la últi-
ma palabra.
Así todos los hechos sobrenaturales, todos los mila-
gros, todas las apariciones. Se diría que la palabra de
[Dios, que es la obra de Dios, porque Dios es el Verbo,
íes reacia, casi refractaria a la artificiosa, a la quebra-
diza, a la mistificable y efímera palabra de los hombres.
Cuando Cristo resucitó, no dijo nada y pocas fueron
las palabras dichas en torno a El y en torno a tal
9
18 Jesús David Jaquez
hecho, de primerísima magnitud. Y ni siquiera nadie
lo vió resucitar, porque Dios rehuye las exteriorida-
des, porque no es afecto a espectacularismos. La Re-
surrección no fue vista por nadie, porque nadie debía
verla: era cosa de Dios solo. Si hubiese sido vista,
habría sido un acontecimiento de ojos humanos, un
hecho materia de relato histórico, nada más. Que es
histórico, no puede discutirse, so pena de impiedad.
Pero no en el sentido que los humanos damos a lo
histórico, sino en el sentido que le da, permítasenos la
expresión, Dios mismo. En rigor, pertenece a algo
que trasciende lo histórico, para situarse en lo per-
manente, en lo esencial, ya que lo histórico, humana-
mente hablando, es necesariamente fugaz y transito-
rio. El hecho histórico de la Resurrección de Jesús
traspasa de un vuelo divino todo esto; lo supera, y
por ello se inserta en pleno ambiente divino, en el es-
píritu de Dios mismo, en quien no hay historia, porque .
no hay tiempo: ni pasado ni porvenir, porque Dios es
todo presente y lo será por la eternidad, como lo fue
antes de toda historia humana y aun de toda historia
angélica. De Dios sólo puede decirse una palabra: ES
y nada más.
Por eso dice sabiamente la teología que Dios es un
acto purísimo, es decir, que en El no hay, no puede '<
haber, pasado ni futuro, sino todo es actual. Pasado y ]
futuro son cosas esenciales al tiempo y Dios es la éter- ]
nidad. Son contingencias humanas propias de nuestro \
actual estado imperfecto y Dios está por encima de lo
contingente y de lo humano. Acto purísimo, eterna ac-
tualidad: ¡qué misterio! ¡El misterio del Eterno!
Qué difícil, qué arduo resulta para la mente huma-J
na compaginar esta inserción de lo temporal en lo éter-»
no, de lo contigente en lo esencial. Pero hay que inten- j
El Perenne Milagro Guadalupano 19
tar algo, necesariamente incompleto y fallo, balbucien-
te y limitado si hemos de vislumbrar siquiera una
cosa que tanto necesitamos: la comprensión, al menos
con nuestra mente de niños de pecho, de lo más visi-
ble, de lo más captable de la acción de Dios sobre sus
criaturas. Esto sólo es la vida y la vida cristiana, prin-
cipalmente.
Volvamos al hecho guadalupano. Aceptemos que
mucho de lo antes considerado, puede serle aplicado,
como que cae dentro de la órbita de lo sobrenatural, en
la esfera de Dios actuando desde su eternidad de EL
SER, en lo contigente y eventual de lo humano, que
apenas si es en cuanto Dios lo hace ser y lo sostiene.
La aparición guadalupana entra pues, plenamente,
dentro de estas altas esferas. Y no podía ser de otro
modo, puesto que se trata de un hecho de Dios, de
una obra a perennidad, en favor del hombre y rea-
lizada por medio de su Creafura Maestra, de su obra
más perfecta, que es María. ¡María! Ella también,
siendo como es, únicamente humana, está dentro del
ámbito de la perennidad. En cierto modo, de la eter-
nidad. En la mente de Dios fue concebida ab aeterno,
porque desde lo más recóndito de su eternidad, Dios,
atrevámonos a decir, la preveía. Como preveía la crea-
ción del hombre, su caída y su inevitable, necesaria
redención.
Maqa, al hollar con su virgíneo pie la áspera roca
del Tepeyac, vino no sólo a traer el más exquisita-
mente dulce mensaje marial qué el mundo haya recibi-
do jamás, sino que vino a traer la acción de Dios al
yajo mundo tan urgido de ella: a esa Nueva España
apenas en inicio de cristianización.
La acción de Dios: es decir, un hecho de Dios mis-
mo. Y los hechos de Dios tienen un nombre que la cris-
20
Jesús David Jaquez
tiandad repite con frecuencia cada vez que se da cuen-
ta de que han superado, de que han trascendido el
orden natural del mundo. Ese nombre es "milagro".
No todos los milagros, apresurémonos a declararlo,
tienen un carácter igual y no todos son permanentes.
Las apariciones de la Señora del Cielo en el Tepeyac
fueron cada una, de un breve rato. Dios tiene una
infinita variedad de modos en su acción, adaptados
asombrosamente a la finalidad que su sabiduría busca
en cada hecho y a las circunstancias de acá abajo en
que éste se efectúa.
Así, entre las más célebres apariciones marianas,
séame permitido tomar otra, tanto por su trascenden-
cia, como por su carácter universal y también por sus
íntimas analogías con la del Tepeyac: la de la Inma-
culada Concepción de Lourdes, en Francia. Las ana-
logías y las diferencias entre uno y otros hecho, ayu-
darán a ilustrar éste como aquel, no perdiendo de vista
esa "variedad de modos" en la acción de Dios, de que
acabo de hablar.
Lo mismo en Lourdes, donde las apariciones de la
Señora a Bernadette fueron dieciocho, que en el Tepe-
yac, donde fueron cuatro, no contando la de Juan Ber-
nardino, que fue complementaria, podríamos decir que
no se efectuó en el Tepeyac, sino en la casa del
tío moribundo ni la del Obispado, que no fue ya apa-
rición personal, sino en imagen, las apariciones de la
Reina del Cielo, extraterrenas en sí mismas, fueron sin
embargo transitorias. Una vez desaparecida la Señora
de la mirada del vidente, nada qiiedó pOr el momento,
salvo la iluminación de gloria celestial en el alma de
uno y otro bienaventurado. Pero exterior y tangible-
mente, nada subsistió por el momento.
Pero no debía ser así, según la Providencia de Dios.
El Perenne Milagro Guadalupano 21
Por ello y precisamente por ello, para que la maravilla
celestial no se esfumara con la vida del vidente y para
que no quedara su acción santificante y gloriosa cir-
cunscrita al alma de éste durante su vida terrenal, es
por lo que la Señora del Cielo, conjugando misteriosa
y maravillosamente su voluntad con la del Omnipoten-
te, dejó algo en permanencia a fin de que se perpetua-
ra entre los hombres esa gracia traída por Ella a la
tierra.
Esa gracia en permanencia, ese don y favor per-
durante, en Lourdes fue la fuente milagrosa brotada
bajo los morenos dedos de la iluminada pastorcilla.
En el Tepeyac, fue el retrato "dedicado" a nosotros,
los hijos de esta tierra y a todos sus amadores, por
extensión. He aquí en estas dos apariciones, aparte del
hecho mismo de la venida al mundo de la Reina Celes-
tial, otro milagro más: el que perdura hasta nuestros
días en la forma más adecuada y necesaria a una tierra
y a otra, a un pueblo y al otro, a unas necesidades y
circunstancias y a otras; fuente y tilma: milagros que
se perpetúan.
La Virginal Señora no se ha vuelto a aparecer en
Lourdes en forma ostensible y conocida de todos; tam-
poco lo ha vuelto a hacer en el Tepeyac. En uno y otro
caso son posibles las apariciones privadas a una alma
privilegiada, pero éstas, en el supuesto admisible de
que hayan acaecido, son de dominio privado espiritual:
la Iglesia no ha dicho nada sobre el particular ni el
pueblo las ha conocido. He ahí pues, bien claramente,
i el milagro temporal; pero he ahí también, el milagro
i perdurante.
La milagrosa fuente de la gruta de Massabielle
sigue manando sus aguas milagrosas (122,000 litros
diarios jamás agotados) y por medio de esas aguas
22
Jesús David Jaquez
completamente naturales en apariencia, Dios verifica
los milagros de las curaciones. Se calculan ya cerca de
8,000 en poco más de un siglo: las apariciones lourde-
sas fueron en 1858. De esta cifra impresionante, sólo
unos cuántos milagros han sido reconocidos oficialmen-
te por la Iglesia, para no dar pábulo a supercherías o
a acusaciones de superficialidad o de mentira.
Acá, la milagrosa tilma del hijo de Cuautitlán lleva
429 años de existencia. Esa existencia misma, en las
condiciones que luego anotaremos, difícilmente sería
explicable en lo natural. Pero hay algo más. Dije que
la Señora de los cielos nos dejó su retrato y ¡un retra-
to dedicado! Dedicado y con su firma. La firma de
Dios, séame tolerado el decirlo, es el milagro. Y la
Madre de Dios bien puso esa firma en su retrato, bajo
la voluntad del Señor: la firma del milagro. Esto es
lo que hace tan asombrosa la imagen del Tepeyac: el
milagro. Si éste no hubiera existido, a buen seguro
que tantas generaciones y tantos millones de creyen-
tes irían a postrarse aún, llenos de fe y de amor, ante
el altar mayor marmóreo de nuestra Basílica Nacional:
probablemente no. Probablemente no habría podido flo-
recer durante más de cuatro siglos un guadalupanismo
impresionante en nuestro pueblo, como impresionantes
son las manifestaciones religiosas de la linda poblacion-
cita pirenáica.
Pero el milagro está aquí, como está allá, bajo dis-
tinta forma, pero con idéntica autoridad sobrenatural:
la firma de Dios, como me he atrevido a decir.
Todo este trabajo está encaminado a expresar la
evidencia de la perennidad del milagro; por eso, en este
primer capítulo, sólo debo afirmar que el milagro gua-
dalupano consiste en que la santa imagen es, sin len-
guaje hiperbólico ni exaltatorio, sino verista y nada
El Perenne Milagro Guadalupano 23
más, una imagen viviente. No sólo por la sobrenatura-
lidad de su origen, de su impresión, sino por los as-
pectos maravillosos que esa imagen ostenta apenas se
la comienza a estudiar: una imagen con vivencia sobre-
natural, sin que esto quiera decir, entiéndase bien, que
a tilma es la Señora misma, su persona, no. Es única
y solamente su retrato, su imagen. Pero como es una
imagen realizada por obra divina, tiene, como es lógico
pensar, características divinas, es decir, milagrosas. Y
esas características únicas en tela, pintura o imagen al-
guna de este mundo, son las que le dan precisamente
su unicidad extraordinaria y milagrosa.
Es largo sin duda de deletrear este hecho que con-
sidero medular en toda la obra de la Virgen de Gua-
dalupe, en toda su historia y en lo que sobrepasa a la
historia, como antes expuse. Pero ¡qué estudio tan ma-
ravilloso, qué tema tan venerable, qué asombro ante
cada detalle, cada observación y cada descubrimiento
que se hace, con paciencia, con lealtad y hasta con
la ayuda de la ciencia, en la tilma guadalupana!
24 Jesús David Jaquez
CAPITULO 2
PANORAMA CULTURAL Y RELIGIOSO
DE LA ERA PREGUADALUPANA
Y SUS PROYECCIONES
"El día en que no se adore a la Virgen del Te-
peyac en esta tierra, es seguro que habrá des-
aparecido, no sólo la nacionalidad mexicana,
sino hasta el recuerdo de los moradores del
México actual."
IGNACIO M. AL TAMIRAN O
(Tradiciones y costumbres de México)
Tomemos una fecha casi del último cuarto del si-
glo XV: el año de 1474. En el imperio mexicano rei-
naba el cruel emperador Ahuízotl, tío de Moctezuma
Xocoyotzin. Diez años hacía que había muerto Moc-
tezuma Ilhuicamina (flechador del cielo) y que se ha-
bían extinguido las glorias de ese monarca indiano,
otrora famoso. El pueblo azteca estaba sumido en pleno
paganismo: se adoraban los ídolos, se hacían bárbaros
sacrificios humanos, había ignorancia, miseria y escla-
vitud.
Y faltaban aún 18 años para que Cristóbal Colón
descubriera la tierra americana, un 12 de octubre de
1492. Castilla y León predominaban en España e Isa-
bel la Católica no había llegado aún al trono con
Fernando.
26
Jesús David Jaquez
Cuautitlán: una población importante del Imperio,
acaso más importante, para sus tiempos, que el Cuau-
titlán de hoy y más populosa. Era además, cuna de
proceres indianos y aun lugar de origen de hombres
de sangre real.
Allí y en el año dicho, sin que se sepan día ni mes,
nace un niño indio. En oscura ceremonia pagana se le
impone un nombre, como a todos los hombres: Cuau-
tlatóhuac, vocablo náhuatl que significa "el que habla
como águila". Otros dicen Cuautlatoatzin o Cuatitla-
toatzin. Pero estas diferencias, comprensibles dada la
lejanía del tiempo, la diferencia de idioma y sobre todo,
la ausencia de una escritura fonética, ya que en Aná-
huac imperaba la escritura ideográfica que iba culmi-
nando hacia la jeroglífica, tienen una importancia sólo
relativa. Remmy Simeón, sabio francés autor de un
excelente diccionario náhuatl, afirma que el idioma me-
xicano o náhuatl estaba, a la llegada de los conquis-
tadores, en un proceso de derivación hacia la escritura
fonética; la guerra de conquista y la furia destructora
de los españoles capitaneados por Hernán Cortés, de-
tuvo este proceso, como detuvo todo el desarrollo de
la civilización azteca, muy avanzada en algunos as-
pectos, superior a la occidental en otros y con acusados
rasgos de terrible barbarie en no pocos, sobré todo en
lo religioso: la idolatría y los sacrificios humanos.
Sobre las discrepancias en cuanto a la correcta
grafía y la consiguiente pronunciación del nombre de
Cuautlatóhuac, toca a investigadores curiosos y a na-
huatlacas expertos discutir. Se ha observado no obs-
tante con buen criterio, que la forma Cuautlatoatzin
posible deformación de Cuautlatóhuac, contiene la ter-
minación tzin, o sea la forma gramatical del reverencial
azteca; forma reverencial por cierto única entre las len-
El Perenne Milagro Guadalupano 27
guas, pues se aglutina al nombre como posposición,
formando un todo con él. Los aztecas no decían, v. g.
Cuauhtémoc, pues era una falta de respeto al soberano,
sino Cuautemotzin, que los primeros españoles, entre
ellos el cronista Bernal Díaz del Castillo entendieron
xpn torpe oído, Guatimuza.
En el nombre de Cuautlatoátzin creen algunos en-
contrar una huella de descendencia honrosa para el
niño azteca de Cuautitlán, tanto más que, como ya dije
y aseveran varios escritores, Cuautitlán era pueblo de
prosapia: de ahí quizá surgieron los "Caballeros Agui-
las" y los "Caballeros Tigres", guerreros distinguidos
del Imperio. El reverencial tzin del futuro Juan Diego,
podría tener así una explicación, aunque de todos mo-
dos, de mera validez conjetural, puesto que no tene-
mos (ni habremos seguramente de tener en lo futuro)
prueba alguna de prosapia real en la genealogía juan-
dieguina. Recordando que José y María eran de la estir-
pe real de David, vienen deseos de aplicar a nuestro
indio una analogía y hacerlo lejano descendiente de
reyes; pero toda la comparación claudica, pues José y
María tenían qué ser de la descendencia de David
para que se cumplieran las Escrituras que vaticinaban
un Mesías de la casa y de la sangre de David, aquel
"Rey según el corazón de Dios". En Juan Diego, no
cabe la comparación en buen sentido común.
Sin embargo, bien pudiera ser que el indio elegido
por la Virgen Madre de Dios para ser su mensajero,
fuese de antemano un hombre acreditado por su ori-
gen noble, para que pudiese hacer fe y dar respaldo
humano entre sus compatriotas, al futuro prodigio; nada
pugna en buena lógica a esta suposición.
Que el tzin reverencial, denotador de prosapia o
autoridad moral le fuese aplicado a su nombre des-
28
Jesús David J a q u e z
pués de las apariciones, no es muy creíble. Se sabe en
cambio, que sus compatriotas lo solían apellidar "el
peregrino", sin duda en razón de sus cotidianos viajes
de Cuautitlán a la primera Ermita del Tepeyac, para
dedicar todo el día al servicio y culto de la Señora,
regresando cada noche a su pueblo. Parece que esto
acontecía al menos durante las primeras semanas o
meses después de las apariciones.
La significación de "el que habla como águila", que
traduce del vocablo náhuatl el nombre pagano de Juan
Diego, puede hoy aparecemos emblemática, simbólica,
acaso hasta semiprofética. Da lugar a consideraciones
religiosas o místicas, pero nada más que consideracio-
nes. Además, a partir de su bautismo en el año de
1524, habiéndole sido impuesto el nombre de Juan Die-
go, es seguro que el nombre pagano se desvaneció, no
sólo en su mente, sino en la denominación que le da-
ban sus coterráneos bautizados, a quienes los frailes
franciscanos que fueron los primeros evangelizadores
de Anáhuac, deben sin duda haber inculcado muy bien
el deber que les incumbía como cristianos de llamarse
y hacerse llamar por su nuevo nombre, inclusive por-
que éste podría servir para diferenciarlos de los no
evangelizados ni bautizados.
Pese a las suposiciones con viso de algún funda-
mento, sobre la alcurnia de Juan Diego, en la época
de su cristianización no era sino un pobre macehual,
como si dijéramos hoy peón, cargador, mozo o labriego
perteneciente llanamente a la plebe, al pueblo. Y tam-
poco se cuenta con dato alguno para suponer visicitu-
des o peripecias que lo hubiesen abajado a su modesta,
quizás mísera condición.
En suma, salvo la fecha de su nacimiento, por ma-;
ravilla llegada hasta nosotros, nada hay en la vida
El Perenne Milagro Guadalupano 29
pagánica del elegido, sino tinieblas e ignorancia histó-
rica. Y ni siquiera después, como que no existe —y
quizá no existió nunca — su partida o acta de bautismo.
Es posible que haya sido bautizado "en montón", co-
lectivamente con otros pobres indios recién sacados de
sus tinieblas idolátricas a la luz de la verdad cristiana.
Sobre ésto hay algo que hablar posteriormente.
Pero el panorama general de los tiempos del Juan
Diego preguadalupano, durante todos los años ante-
riores a su evangelización, que suman medio siglo, sí
nos es conocido. El Anáhuac, como toda la América
poblada, en toda su latitud y su longitud, vivía en
plena gentilidad. La idolatría imperaba, con todas sus
tenebrosidades, con todas sus falsedades, con todas sus
supersticiones y fanatismos, del uno al otro confín del
Continente y sus islas. El sol era adorado por los incas,
i un "gran espíritu" confuso, inconcretado y vago, por
las tribus nómadas de Norteamérica, las que creían que
ese "gran espíritu" recompensaría en un más allá im-
preciso a los guerreros valientes, después de su muerte,
regalándoles para sus correrías praderas inmensas, pro-
digas en caza y arcos y flechas a su antojo. En Aná-
huac Huitzilopoxtli campaba por sus respetos, con otros
dioses secundarios. Por innúmeras regiones de América
han sido descubiertos ídolos groseros, pirámides y tem-
plos y vestigios de cultos idolátricos muy varios.
La casta guerrera imperaba en general sobre los
pueblos: el militarismo primitivo de aquellos tiempos
; bárbaros, similar en esencia al militarismo de los siglos
modernos. Y castas sacerdotales usufructuaban el res-
peto y veneración populares, con todo su cortejo de
: supersticiones, fanatismos y fraudes, bajo caciques o
reyezuelos o aun emperadores faustuosos, como en Mé-
30
Jesús David Jaquez
xico, oprimiendo a las masas con sus despotismos, exac-
ciones y tiranía moral.
En Anáhuac, la vieja leyenda de Quetzacoatl, da-
tante del siglo XII, no era más que eso: una leyenda
Los sabios hacían memoria de que ese personaje mis-
terioso, blanco y barbado, había llegado de lejana:
tierras trayendo una cultura mejor y una religión má;
elevada, que había vaticinado la venida de hombre;
blancos y barbados como él, desde Oriente y. . . se
había ido, . .
Las disquisiciones del Rey de Texcoco, Netzahual-
cóyotl, el filósofo-poeta que había llegado a atisbai
la existencia de un Dios inmaterial muy por encimé
de los groseros ídolos, no eran del dominio del pueblo
Además, sólo eran filosofías teologizantes, junto con
cantos a la brevedad y miseria de la vida terrenal, perc
no constituían una religión ni menos eran mantenidas
con un culto. Estos vislumbres espirituales y estos atis-
bos de verdad, eran por tanto, completamente inope-
rantes, a más de muy poco conocidos.
Dentro de éste triste marco se fue desenvolviendo
la vida infantil y juvenil de nuestro indio y en las mis-
mas condiciones había llegado a la plena madurez de
la vida hasta las cercanías de 1524.
No se sabe nada tampoco de la época en que Juan
Diego abandonó el celibato, ni siquiera el nombre indí-
gena de su mujer, la futura María Lucía; todo lo que
se diga y se ha dicho sobre esto, no pasa de meras
suposiciones, elucubraciones y deducciones probables,
más bien de orden moral, que histórico.
Sin embargo, la importancia de estas indagacionei
decrece considerablemente ante la eminencia y calidad
de los sucesos ulteriores, de los que, en contraste con
El Perenne Milagro Guadalupano 31
¡ la ignorancia biográfica anterior, hay muy claros datos,
|| al menos en lo sustancial de los días de las apariciones.
Pero una cosa sí resalta: que la situación social,
económica, cultural y política dé los tiempos pregua-
dalupanos, era por todos conceptos lamentable. En lo
político, un Estado que en realidad no era institucio-
i nal ni mucho menos, pues lo constituía el monarca ab-
|; soluto y que gobernaba a su albedrío, con su corte,
i! sus parientes y allegados, sus dignatarios, guerreros y
I sacerdotes, acaparando en su persona las dignidades
y atribuciones de éstos.
En lo religioso, ya lo hemos dicho y es uno de los
aspectos más resaltantes: la idolatría, los sacerdotes res-
petados pero temidos, los brujos, hechiceros, curande-
ros y demás formas burdas del gran fraude espiritual;
una carencia absoluta de fe y hasta de creencias, como
no fueran las oscuras ideas incoherentes, teñidas de
temores vagos a dioses imaginados según las pasiones
humanas: vengativos, crueles, exigentes, arbitrarios.
Ninguna fe, en el sentido filosófico, anímico y huma-
no de la palabra, puede surgir de una trama de false-
dades y tinieblas. Había culto a esos dioses hijos a
un tiempo de la ignorancia y la flaqueza humanas y
del buen aprovechamiento de Satanás. Pero ese culto
era un ritual y un formulismo vacuos, sin consenso cla-
ro de la voluntad, sin amor del corazón, sin razón
aparente, sino sólo por hábitos ancestrales y por los
dictados de un uso social-religioso compelente y que
no era conveniente abandonar ni menos repudiar. Hay
otro aspecto más terrible aún en este terreno.
Muchos modernos pueden sonreír, pero el demonio
existe, como ha sido constante creencia firme de la
Iglesia, la que se basa para ello en la Sagrada Escri-
tura y la tradición. La historia del demonio y su ac-
32
Jesús David ) aquez
tuación en el mundo y entre los hombres, o mejor
dicho, contra los hombres, data nada menos que del
paraíso terrenal y su serpiente. Es materia de fe y el
Evangelio a cada paso nos lo muestra poseyendo a in-
felices seres humanos, tentando a los buenos y hasta
atreviéndose con el mismo Jesucristo, cuya calidad divi-
na quizá sospechaba y trataba de poner en claro. Léan-
se en el Evangelio las tentaciones que el Hijo de Dios
resistió después de su ayuno en el desierto, de parte del
maldito ansioso de saber con quién tenía que habérselas
en aquel Hombre Justo por excelencia.
Nuestros abuelos creían en él demonio y ie acha-
caban más de lo qué es razonable: espantos, travesuras,
sustos a los mortales, malaventuras de la vida, eran
atribuidas al diablo. Modernamente, las gentes suelen
sonreír y hasta reír francamente de estas cosas. Se ven
en estas dos actitudes, la de los antiguos y la de los
contemporáneos, los dos extremos. El justo medio y en
él, la verdad, lo tiene la Iglesia, la que no ha variado
en nada sustancial su creencia al respecto. El demonio
existe. Bossuet, el gran obispo y orador francés, en su
siglo XVII escribió un admirable sermón sobre el de-
monio. Más modernamente el abate también francés,
Monnin, ha hablado rectamente sobre él a propósito
de la vida del santo Cura de Ars. A la fecha, ya sé
han escrito doctos tratados sobre "demonología", lo
que no es ninguna ciencia teológica o religiosa nueva,
sino la esencia de las constantes creencias de la cato-
licidad, del Evangelio y de la Iglesia, sobre este punto,
aunque ahora organizadas, racionalizadas y puestas en
lenguaje moderno y a la altura de la moderna men-
talidad.
Pues bien: el demonio usufructuaba ampliamente
todas las prácticas, todas las idolatrías, todas las su-
El Perenne Milagro Guadalupano 33
persticiones de los pueblos americanos antes de la lle-
gada del cristianismo. Es común sentir de la teología
que los ídolos son objeto de adoración diabólica, en
razón a que en ellos el hombre adora a una criatura
suplantando a Dios; no importa para el caso que esa
criatura sea una escultura tosca en madera o piedra
hecha por un artífice rudo, fanático o fanatizado, o
un ser viviente, como un buey o cósmico, como el sol
o la luna: la esencia de la idolatría es siempre la misma:
la adoración a una criatura, suplantando al ser único
que debe ser adorado: el Ser Supremo.
Por cierto que la frase que como epígrafe he puesto
encabezando este capítulo, contiene un error, si bien
sólo de forma ignorante y de uso necio: Ignacio Manuel
Altamirano, poeta y escritor notable, abogado y gene-
ral de los liberales del pasado siglo, incurre en él al
decir implícitamente cómo, en su sentir, la Guadalupana
es prenda y garantía de perdurancia para México y su
pueblo. El célebre hombre de letras, en esa frase dice:
"El día en que no se adore a la Virgen del Tepe-
yac. . . " Y es oportuno rectificar el error, a sabiendas
de que seguramente es más de forma que de fondo,
más de ignorancia del significado de las palabras y de
contagióle ésta ignorancia tan común, que de torcida
intención. A la Virgen no se la adora: solamente se
adora a Dios. A la Virgen se la venera, se la honra,
se la ama, se le rinden homenajes de devoción y de
finalidad, pero no se la puede ni se la debe adorar.
El homenaje de adoración, o sea el rendimiento abso-
luto, total e incondicional del ser humano a su Crea-
dor, sólo a El se le tributa.
El culto a los ídolos, falseado y falseante, se deno-
mina idolatría y es indigno de todo ser racional, mayor-
mente de un creyente. El culto único y de rendimiento
34
Jesús David Jaquez
total, como antes dije, se tributa única y exclusivamente
a Dios. El culto a los santos y a los ángeles, es de-
nominado por los teólogos como culto de dúlía; la teo-
logía, que es la ciencia de Dios y la ciencia sagrade
de la Iglesia, clasifica este culto en un grado inferió)
al de latría, o sea de adoración, exclusivo y absoluto
del Ser Sumo. El culto que tributamos a la Virger
es de hiperdulía, un grado, diríamos, superior al que
se da a los santos, pero distinto necesariamente de \í
latría o adoración a Dios,
Puede pensarse que éstas son distinciones, clasifica-
ciones y minucias teológicas y que la teología no e¡
ciencia popular aprendida por todo fiel cristiano. Este
es un error, por lo menos, de apreciación. Y ya que
la ignorancia religiosa es tan pavorosa y común, no e¡
fuera de lugar aclarar estos puntos en un libro que
trata sobre la Santísima Virgen y su culto.
Dejando a un lado las denominaciones técnico-teo-
lógicas, que desde luego están basadas en la verdac
revelada y divina, y reducidas a ciencia organizada
todo creyente debe entender en su sustancia que h
criatura debe adorar a Dios Creador y sólo a El; que
un culto de naturaleza diferente, relacionado obliga-
damente y hasta obligatoriamente con el primero, debe
ser rendido a la Virgen, criatura humana como nos-
otros, aunque exenta de pecado, llena de gracia y pre-
dilecta de Dios, y que un culto inferior aún, se rinde í
los santos, seres humanos de nuestra misma naturalezé
y aun de nuestras mismas debilidades, pero elevado;
por sus virtudes y por la gracia de Dios, a un grade
de heroísmo que amerita el respeto venerativo de los
fieles. Esta es la verdad clara y sustancial de la cues-
tión. Volvamos ahora a nuestro tema.
La situación histórico-económica de los tiempos gen-
El Perenne Milagro Guadalupano 35
tiles que Juan Diego vivió en los dos primeros tercios
de su vida, o al menos antes de su bautismo, era igual-
mente deprimente y miserable. Cierto es que en el Im-
perio Azteca estaba instituido, al modo de aquellos tiem-
pos, el calpulli antecesor del ejido revolucionario actual
y seguramente tan inestable y pobre como el de hoy
o más, y que existía el derecho de propiedad, pero
ello no obsta para que la situación del pueblo en gene-
ral, de la masa o plebe, fuese misérrima por todos con-
ceptos. El trabajo era rudo, la producción escasa, los
instrumentos y ayudas materiales, raros. No había bes-
tias de carga, los animales domésticos eran pocos y
nada productivos; prueba es que Fray Juan de Zumá-
rraga, condolido, hizo traer el burro de España y que
el caballo, la vaca y otros ganados, fueron también de
importación europea. Y tampoco había abundancia de
herramientas para el trabajo: palas, picos, arados y
otros enseres, vinieron en los primeros tiempos, de
allende el mar. Los métodos de cultivo agrícola y las
artesanías eran sumamente primitivos. De todo esto re-
sultaba la pobreza, la dureza de toda faena y la escla-
vitud del trabajo mismo.
Y sin embargo, los antiguos códices, entre ellos el
Mendocino, nos presentan cosas admirables, tanto en la
destreza para los trabajos manuales, en el arte e ins-
piración de los artesanos y artistas indígenas, como en
algunos aspectos de las costumbres, superiores a los
usos sociales y familiares de muchos otros países: el
respeto al anciano, el honor al padre, la sujeción a los
mayores de la familia, el recato y educación imbuido
a los jóvenes, la obediencia, las buenas maneras, la mo-
destia, hasta el pudor. . . Cosas admirables que indican
la buena calidad moral escondida en el fondo de la
sangre india, la pasta de excelente clase humana de
36 Jesús David Jaquez
aquel pueblo, su fino sentido de las virtudes natura-
les y de las consideraciones sociales y familiares. Y to-
do ello, en un mundo corroído por el pecado, por la
poligamia y por otros vicios degradantes.
En este mundo extraño y apenas descriptible para
nosotros, mexicanos de 1960, vivía y se movía el men-
sajero admirable de la aparición guadalupana. Flor del
fango o ejemplar limpio de las mejores virtudes natu-
rales del azteca de esos tiempos negros y en ciertos
aspectos morales, hasta paradójicos que hoy arduamen-
te tratan de reconstruir para saboreo de estudiosos in-
digenistas, nuestros modernos sabios y arqueólogos.
Juan Diego vivía en ese mundo como cualquier otro
indio de su condición. Iba a los tianguis, ejecutaba la-
bores de artesanía y filatura, de trabajo rural y de
exigencias domésticas, tanto familiares como personales,
asistía a las celebraciones, presenciaba los ritos, habla-
ba, conversaba, se movía en su ambiente pobre y pri-
mitivo.
De aquellos siglos oscuros ha recibido nuestro país
un legado también extraño y algo paradójico: la senci-
llez de alma congénita de todos los indígenas mientras
no los contagia de sus vicios la civilización; la simpatía
y el sentimiento de lo bello en el arte autóctono: alfa-
rería, hilandería, bordados y otras artes, cierto grato y
natural fondo de humanitarismo y un gran sentido de
hospitalidad, el respeto a los mayores viviente aún en
las comunidades indígenas no modernizadas; y también,
los aspectos brutales, la embriaguez, el espectáculo san-
griento, los últimos residuos del complejo de Huitzilo-
poxtlí.
En resumen: mezcla de bien y de mal, como en todc
hombre y como en toda raza, pero con salientes cua-
lidades primitivas denunciadoras de la bondad natu-
El Perenne Milagro Guadalupano 37
ral que el Hacedor puso en los hombres, pero oscure-
cidas y malversadas por sucesivas y superpuestas ci-
vilizaciones.
38 Jesús David Jaquez
Estatuilla esculpida en alabastro representando a Juan Diego,
hecha por un artista indio en el siglo XVI. Esta pieza de-
muestra la veneración del pueblo al vidente del Tepeyac,
desde aquellos tiempos. Museo Guadalupano de la Basílica.
CAPITULO 3
CONATO DE RECONSTRUCCION DE LA
FISONOMIA ESPIRITUAL DEL JUAN
DIEGO PREGUADALUPANO
"Ya que Dios mismo no es reconocido al tra-
vés de las magnificencias de su creación, se
ha reservado en su misericordia hacer, fuera
del curso usual de la naturaleza, no ya obras
más grandes en si mismas, sino obras desacos-
tumbradas, por las cuales despierta la atención
de los hombres y se muestra más fácilmente a
ellos."
SAN AGUSTIN.
(Célebre Padre de la Iglesia)
La figura de Juan Diego, el mensajero de la Virgen
María, surge casi repentinamente del fondo de las os-
curidades del paganismo americano, brilla por brevísi-
mo lapso de tiempo (del 9 al 12 de diciembre de 1531)
como un fulgor reflejo del que la Señora de los Cielos
trajo a las entenebridas tierras de Anáhuac y casi in-
mediatamente se esfuma de nuevo, quedando tan sólo
como silueta de trasfondo y dejando un trazo leve y
sutil en el que apenas unos breves datos nos recuerdan
todavía su existencia.
Muchos otros santos y siervos de Dios brotaron
igualmente de las oscuridades del gentilismo. Así Ma-
40
Jesús David Jaquez
teo el publicano, así Pablo de Tarso, así Dionisio el
Areopagita, así mil más en todos los siglos del cristia-
nismo y en todas las latitudes.
Juan Diego fue también de esos: de los convertidos,
de los que habían pasado la mayor —aunque no la
mejor— parte de su vida, alejados de la gran verdad
de la vida. Hay en esto dos cosas: las circunstancias
y la situación real del mundo, y los ocultos designios
de Dios. '
Esas circunstancias de la situación cultural y moral
del pagánico mundo indígena antes de ser conquistado
por el cristianismo, han sido estudiadas por infinidad
de sabios arqueólogos, paleógrafos e historiadores, pero
hay otro aspecto que hace a nuestro caso.
Millones de almas, muchas de ellas buenas y sen-
cillas, vegetaron la vida entera en esa oscuridad. Aún
en nuestros días, la civilización cristiana no ha llegado
a un gran número de regiones del mundo, en Oceanía,
en Asia, en Africa, en América misma; los esfuerzos de
la cristiandad, de la Iglesia, a lo largo de veinte siglos,
no han alcanzado aún a iluminar a muchos millones de
seres candidatos a la verdad. ¿Por qué?
Esta interrogante es a la verdad terrible. Se ocurren
en el acto las explicaciones humanas, condensables en
aquella frase de Jesucristo mismo en su vida mortal:
"la miés es mucha y los operarios pocos; rogad pues al
señor de las miés que envíe operarios a su campo". Los
católicos no hemos de seguro rogado suficientemente
al Señor de las miés. Vienen luego las explicaciones
materiales: distancias, climas, latitudes, problemas de
idiomas, escasez de vocaciones misioneras, falta de me-
dios materiales, sobre todo pecuniarios para empren-
der amplias labores evangelizadoras, etc. Estas son las
El Perenne Milagro Guadalupano 41
explicaciones humanas. La realidad lamentable, ya la
dijo el Señor: "La miés es mucha y los operarios pocos".
Pero la terrible interrogante sigue en pie: ¿Por qué
Dios ha permitido y sigue permitiendo que tantos mi-
llones de almas languidezcan en la gentilidad? Por la
misma razón que permitió que Juan Diego viviera me-
dio siglo sin un conocimiento del verdadero Dios. ¿Y
cuál es la razón suprema de ésto? La respuesta es
única: los secretos designios de Dios, el arcano del Al-
tísimo, al que todos los seres humanos juntos no tene-
mos el menor derecho a formular interrogaciones.
San Agustín sin embargo, como uno de los grandes
Padres de la Iglesia, afirma que Dios no permitiría el
mal en el mundo, si no fuese El capaz en su sabidu-
ría y en su omnipotencia, de extraer bienes hasta del
mismo mal. De esta afirmación elevada, algo ha captado
la cristiana sensatez de nuestros antepasados que repe-
tían la sentencia, admirable en su fondo, de que "Dios
sabe escribir derecho con renglones torcidos". Es la
interpretación popular de una afirmación de índole teo-
lógica: la contenida en el pensamiento precitado, del
célebre Obispo de Hipona.
Si a la consideración del católico contemporáneo el
espectáculo del paganismo existente aún en la tierra
se presenta como un cuadro lamentable, precisamente
a ese católico de nuestros días debe parecerle más do-
loroso aún, el espectáculo del moderno paganismo que
pulula, que impera en el seno mismo de nuestra civi-
lización, prohijado justamente por ella, es decir, por
sus desviaciones — su máxima desviación consiste en su
descristianización — lo mismo en México que en Nueva
Esa descrístianización, esa paganización, con harta fre-
cuencia integral de la vida en millones de gentes civi-
42 Jesús David J a q u e z
lizadas y aun de sedicentes católicos, es lo que yo llamo,
en lenguaje moderno, "catolicismo epidérmico" es de-
cir, superficial, aparente, infundamentado por falta de
instrucción religiosa y que forma la lacra más terrible
y la más peligrosa de eso que genéricamente llamamos
"el espíritu modernista".
Claro que de ello no tiene la culpa la religión mis-
ma: si el catolicismo no ha alcanzado a hacer buenos
y observantes a todos los católicos, no es por falta de
fuerza moral, sino de observancia cordial. Porque esos
millones de sedicentes católicos, muchas veces católicos
tan sólo porque fueron bautizados o porque en su hon-
do subconsciente guardan dormida alguna lejana noción
de la religión a la que pertenecen o quizá tan sólo, de
que pertenecen, siquiera nominalmente a una religión,
son incomparablemente más culpables que los pobres jí-
baros, papúes, hotentotes, indostanos o budistas a los
que no se les puede exigir que crean, cuando nadie los
ha invitado aún a ello.
No rehuyamos de ninguna manera el problema, va
que nos incumbe y que nos toca tan de cerca. Tan de
cerca, que no hay hombre de bien ni gente alguna
sensata que no lamente la inmoralidad, la licenciosidcd,
la voracidad, la falsía que imperan en esas sociedades
que se llaman a sí mismas cristianas, pero que no prac-
tican el catolicismo.
En esta práctica del catolicismo hay una infinita
gama de actitudes mentales: desde el que dice creer y
no cree en nada, aunque se titula católico, el que piensa
que creer en Dios es bastante, el que no tiene el menor
interés en enterarse de lo que afirma creer, el que opina
que para ser católico basta guardar allá en sus muy
adentros algunos retazos del lejano y olvidado catecis-
mo, el que reduce su catolicidad a las solas prácticas
El Perenne Milagro Guadalupano 43
exteriores, más o menos mal y exterioristamente reali-
zadas ■ — no cumplidas — el que formalmente juzga que
eso de la religión es bueno para beatas o ratones de
sacristía, el que considera la religión sólo como un re-
curso para la hora de la muerte, el que practica más o
menos exactamente asistiendo a los ritos y ceremonias,
sin importarle la fe del corazón, el que asegura con
estúpida suficiencia que la religión no tiene por qué
ser estudiada, pues son mucho más importantes, prác-
ticas y sobre todo productivas la electrónica, la ciencia
nuclear, la química orgánica o el estudio de la estratos-
fera, la ionosfera y los sputniks, etc. Una gama infi-
nita de necedades, ignorancias, indiferencias y hasta
formales desprecios. He aquí a los jíbaros y polinesios
de la selva, muchas veces muy cultos y con cargos de
gerentes, altos militares, funcionarios, directores, cate-
dráticos, profesores, escritores, profesionistas, intelec-
tuales, etc.
En México mismo, en la gran urbe el porcentaje de
los bautizados y de los sedicentes católicos (los católi-
cos epidérmicos), es altísimo; pero ¿cuál es el porcen-
taje de los católicos reales, practicantes verdaderos y
que poseen siquiera las verdades esenciales de la reli-
gión, firmes e incontaminadas? Y queda todavía el in-
contable número de los que piensan o sienten falsamen-
te que la religión es una especie de sentimiento román-
tico o dulzón, bueno para "ambientar" ciertas ceremo-
nias o fiestas sacras o para mover hacia una que otra
ocasión de rezo sincero, sobre todo en la iglesia.
Estas gentes que, en todas las variedades tan some-
ramente enumeradas, suman millones y dan porcentajes
que nos asustarían si pudiéramos conocerlos, ignoran
que la fe es no sólo la creencia teórica y la piedad sen-
siblera, sino la práctica moral consiguiente a esa creen-
44
Jesús David Jaquez
cia; es decir, los Diez Mandamientos y el Credo; que
la religión católica es precisamente sencilla, clara, ter-
minante y sin complicaciones, a diferencia de muchas
falsas religiones. La religión es Dios, el alma y el lazo
que los une; de esto derivan dogmas, mandamientos,
culto, conducta moral. La religión informa todas las
actividades de la vida y preside todas las actitudes
del espíritu y del corazón; porque no es- religión de
muertos, sino de vivos y porque es religión de hom-
bres, no de cobardes o claudicantes: ésta es la verdad.
Ante este espectáculo tristísimo del paganismo mo-
derno y civilizado, ¿qué es el espectáculo de los gen-
tiles e idólatras de la Micronesia, Nueva Zelandia
Tasmania o Islas de la Sociedad? Un juego de ino-
centes.
Ahora tenemos, desde uno de sus meros aspectos
humanos, la explicación histórico-sociológica, bosqueja-
da apenas, del paganismo de los tiempos preguadalu-
panos. Pero retornemos a nuestro tema.
Cincuenta años de vida en el gentilismo deben ha-
ber dejado un rastro muy superficial en el alma de
Juan Diego. Ya dije antes que el paganismo, la idola-
tría, como falsos, incoherentes, irracionales y menda-
ces, no son aptos para engendrar fe alguna, menos una
creencia organizada y mucho menos pueden penetrar
francamente al corazón y calentarlo e informarlo con
una sensación de realidad espiritual digna de ser plena-
mente poseída y observada.
Desde el punto de vista de esta consideración, que
hace recordar que las tinieblas por sí mismas no pueden
jamás producir luz ni el frío engendrar calor, es muy
probable que el alma de Juan Diego no haya sido mo-
vida jamás por la influencia idolátrica, no obstante que
El Perenne Milagro Guadalupano 45
le rodeó des.de su infancia. Mejor que rodeó, debería-
mos probablemente decir que le sofocó.
Aun cuando casi toda la luz que sobre la figura de
Juan Diego pueda arrojarse, proceda del hecho de la
aparición guadalupana y aun cuando las únicas noticias
de ciencia cierta que sobre esa figura egregia tenemos,
procedan de los relatos contemporáneos más o menrs
próximos del gran suceso y de las tradiciones y leyen-
das llegadas hasta nuestros días, el simple Relato de
Valeriano, tantas veces apellidado "el evangelio de la.?
apariciones", arroja ya una luz bien clara y nos proyec-
ta una silueta de contornos parcos, sí, pero perfecta-
mente definidos, del venerable vidente del Tepeyac. Al
reflejar así con parca nitidez, esa silueta, nos dan una
especie de "retroluz" o de aclaración de la personalidad
del admirable indito, que alumbra en gran manera un
buen trecho de su pasado preguadalupano. Pero hay
aún otro aspecto: el aspecto divino, el aspecto predesti-
nación.
La predestinación de las almas: he ahí uno de los
grandes arcanos de Dios. Muy brevemente lo toco,
sólo de temor de errar en terrenos tan delicados, tan
profundamente teológicos y misteriosos, en los que sólo
espíritus verdaderamente doctos, inteligencias sabias y
debidamente puestas bajo las disciplinas de las ciencias
sagradas, pueden aventurarse con confianza.
Sin embargo, ante mi comprensible miedo al error,
me remito tan sólo a las grandes verdades reveladas,
de orden dogmático, únicas que, creo yo, nos pueden
dar seguridad sobre la cuestión.
Es absolutamente indiscutible que Dios creó al hom-
bre y a todos los hombres, sin que a esta verdad obsten
las leyes naturales de la generación, porque esas leyes,
tienen también como autor supremo, al Creador de la
46
Jesús David Jaquez
vida y del universo. Por tanto, Dios creó a las almas.
Y las creó para su gloria y para la felicidad personal
de ellas mismas. He ahí, de modo genérico pero uni-
versal, la predestinación. Toda alma que es creada por
Dios en cada cuerpo humano, está predestinada por El
a glorificarle y a gozar de la vida eterna. Esto es de
fe. Y tan lo es, que el misterio de la Redención huma-
na, responde a esta verdad: Cristo se hizo hombre, so-
lamente como el único medio de satisfacer a la justicia
divina por la deuda de la humanidad. Esa deuda fue
el pecado original de Adán y Eva, transmitido espi-
ritualmente al través, de todas las generaciones, a todos
los hombres y fue también el cúmulo inmenso de pe-
cados de todos los hombres, de cada uno en lo perso-
nal, insatisfacible por el hombre mismo: misterios ad-
mirables y misericordiosos de la economía y la políti-
ca divinas.
Si pues Dios predestinó a toda alma sin excepción,
a la vida eterna y a la glorificación de su Creador,
también predestina a cada una de las almas a este
doble y admirable fin. Lo segundo no podría explicar-
se sin lo primero y la predestinación toda de la huma-
nidad como raza, no tendría validez ni justificación sin
la predestinación de cada alma en particular.
Juan Diego pues, como ser humano, como alma crea-
da pop Dios, estuvo también predestinado a la gloria
de Dios y a la vida eterna personal suya. Esto es in-
concuso. Insisto en ello por recordar que durante los
primeros tiempos de la dominación o al menos de la
conquista española hubo hombres blancos y barbados
que sostuvieron que el indio no era ser humano como
ellos. Y fue necesaria una expresa declaración pontifi-
cia —creo que una bula — para erradicar tan inicuo
error. Claro que el mismo sólo tenía una razón, por
El Perenne Milagro Guadalupano 47
cierto, la razón de la sinrazón: tener un pretexto espe-
cioso para poder vejar al indio, explotarlo y hasta ma-
tarlo si así convenía a los intereses de algunos de los
conquistadores. El Papa romano defendió a la pobre
raza sojuzgada desde el primer momento, contra tal
iniquidad.
Bien, pero, además de la predestinación general,
digamos, de todas las almas creadas por Dios, ¿tuvo
nuestro héroe alguna predestinación especial, con mira
a la misión que el cielo le tenía asignada? Se podría
responder con otra pregunta:
¿Sabía Dios que Juan Diego iba a ser un día el men-
sajero terrenal de la Virgen, Hija predilecta de Dios
y Madre suya en cuanto Dios se hizo carne y habitó
entre nosotros? ¿Sabía la importancia y la trascenden-
cia de esa misión, lo que la misma significaría para
toda una raza, la elevación de dicha misión y las cua-
lidades requeridas en el mensajero para que pudiera
llenar su cometido de acuerdo con el querer de Dios
mismo, y hasta con el deseo expreso — y expresado — ■
de la Señora de los Cielos? ¿Sí o no? Responded.
Claro que sabía todo esto y mucho más. Ahora
bien: Dios es un Ser infinitamente grande, infinita-
mente perfecto, infinitamente sabio, infinitamente pro-
vidente y previsor; todas estas calidades son inheren-
tes a la perfección absoluta del Ser Divino. Y ese Ser
Divino, por el mismo hecho de serlo, es también infi-
nitamente bueno, esto es, infinitamente comprensivo,
compasivo, misericordioso. Adunando todas estas cua-
lidades, como teológica y aun filosóficamente tienen
que ser adunadas la consecuencia lógica es que cuan-
do Dios hace una obra, la hace bien. Bien en cuan-
to al objetivo, en cuanto a la forma, en cuanto a la
ejecución, en cuanto a la cristalización o realización
48 Jesús David Jaquez
plena de ella y bien por lo tanto, en cuanto a los me-
dios. Porque Dios para obrar en lo temporal, en lo
humano, tiene que valerse de medios. No porque los
necesite El, sino, entiéndase rectamente, porque los ne-
cesitamos nosotros. Este es el orden natural que El ha
establecido y jamás la humanidad podrá hacer cambiar
ese orden que es el orden de Dios. Permitidme un
ejemplo.
¿Puede Dios en una fracción de segundo sanar de
cualquiera dolencia a los miles de enfermos que acuden
a Lourdes, a la venerada Gruta de Massabielle, todos
los días desde hace 102 años? ¿Sí o no?
Y sin embargo, no lo hace sino cuando le place;
ño con todos los enfermos, ni en todas las ocasiones.
¿Por qué? La respuesta absoluta es: Porque no place
así a ,su soberana voluntad. Pero hay también una res-
puesta humana. No lo hace sino en determinadas con-
diciones y bajo determinados medios: la invocación sin-
cera a la Virgen Santísima de Lourdes, la fe y vene-
ración a Ella en ese lugar santo, el agua milagrosa —esa
agua que en sí misma no tienen cualidad ninguna cura-
tiva— aplicada al enfermo, el viaje, la permanencia, la
imploración, el sufrimiento previo, hasta el agotamiento
de los medios curativos naturales de la ciencia y el des-
ahucio, etc. ¿Por qué? Ya dijimos que porque no le
place. ¿Pero por qué no le place, siendo su bondad in-
finita y tan grande, tan inagotable también la bene-
volencia de la Inmaculada Concepción? Probablemente
porque no conviene así, en su providencia inescrutable,
sino en determinados casos. He ahí pues la acción de
Dios acomodada a la sabiduría divina y a la necesidad,
conveniencia y capacidad de los humanos. No podemos
decir más.
Pues bien: en el caso de la aparición de la Santa
El Perenne Milagro Guadalupano 49
Virgen en el Tepeyac, Dios, según su manera de obrar,
"su política", diríamos, se valió de un medio. Como
esa acción celestial era entre hombres y en favor de
los hombres, se valió de un hombre. Y como era espe-
cialmente para pobres, para desvalidos, para sufrientes
y necesitados e "injusticiados" de la humanidad, se
valió de un ser de esos mismos; y como era para los
inditos, especialmente, se valió de un indito. Es decir
- — y esto es lo admirable siempre en la acción de Dios —
se valió del instrumento más adecuado, no según la
previsión humana, sino según la previsión divina, de la
que la humana discrepa tan frecuentemente. Y a veces
tan sustancialmente.
He ahí pues la predestinación de Juan Diego hasta
donde nos es dable exponerla, dentro de la verdad ca-
tólica y dentro del dogma cristiano indiscutible e intor-
cible en sí.
Es por lo demás lógico pensar que si Dios tenía
reservado a Juan Diego para una misión, lo prepara
para ella y lo preparara no al modo humano, como ya
he observado, sino al modo divino. Ese modo divino
generalmente es un misterio para nosotros, pero como
misterio debemos acatarlo y respetarlo. Posteriormente,
admirarlo.
Y la esencia de esa preparación divina en el alma
del elegido, tenía que ser espiritual. Por eso es razona-
ble creer que Juan Diego, no ya el preguadalupano, si-
no hasta el anterior a la cristianización, tuviese, infun-
didas por Dios, ya a nativitate, ya desde la época de
su vida en que debía empezar la sagrada y misteriosa
acción de Dios para con el elegido, aquellas virtudes
y cualidades espirituales y naturales, apropiadas para
su futuro cometido.
Ernest Helio, en su admirable obra "Fisonomías de
4
50 Jesús David J a q u e z
Santos", explica que no todos los santos son iguales,
como no todos los hombres son idénticos, como si fue-
sen fabricados en serie y bajo un rígido molde stan-
darizador, y dice que "muchos santos son muchos hom-
bres y no hay sino- una sola Iglesia". Esto es exacto y
es humano. Cada sentó es diferente en su naturaleza
humana, en su carácter humano, en la forma de su
santificación, en la calidad, cantidad, forma y varie-
dad de las gracias sobrenaturales que recibe, en el fin
especial divino de esas gracias, en la manera con que
el santo las emplea: una maravillosa e infinita variedad
dentro de una absoluta unidad.
Sin embargo, hay rasgos comunes a todos los san-
tos y aun a todos los elegidos. La santidad supone obli-
gadamente la caridad o amor de Dios, el amor al pró-
jimo, la fe ardiente, la humildad, muy frecuentemente
aun la sencillez, a la que no se oponen por cierto ni
el talento ni la sabiduría misma. Jesús mismo, que es la
verdad infalible, no sólo reunió en su persona humana
todas estas cualidades en el grado más eminente y que
deja atrás a todos los santos, sino que trazó sencilla y
terminantemente el camino de la perfección, es decir, de
la santidad: "Si quieres ser perfecto, vende todo cuan-
to tienes y dalo a los pobres y luego, ven y sigúeme."
He ahí la fórmula plena e indiscutible de la santi-
dad. La renunciación a sí mismo y a los bienes innece-
sarios y el seguimiento de Jesucristo.'
Pero en medio de estos rasgos comunes esenciales
a todo santo, hay también rasgos particulares determi-
nantes de la personalidad de cada uno y también rasgos
especiales pero comunes al género de su misión. Porque
un santo tiene una misión en mayor grado que cualquie-
ra simple alma fiel: la misión de glorificar a Dios y de
El Perenne Milagro Guadalupano 51
atraerle almas a su derredor, es decir, una misión de
misionero espiritual, en cierto modo.
Y se ha observado y Helio lo hace notar bien, que
la sencillez de alma, la simplicidad y la humildad suma
y natural, suelen ser las características de aquellos san-
tos, de aquellos elegidos y predestinados ál milagro. Los
santos que vulgarmente suelen ser considerados como
más milagrosos, fueron precisamente los más sencillos,
los más simples de alma. Ahí está Francisco de Asís,
ahí está Antonio de Padua, ahí está el mismo Simón
Pedro, el pescador y tantos otros.
Y es también frecuente que los grandes videntes
destinados por Dios a la transmisión de un mensaje
suyo a los hombres, a los pueblos, sean almas sencillas.
Sencilla y llena de simplicidad era Bernardita Soubi-
rous, la mozuela más pobre del lugar, sencillos y sim-
ples de alma fueron Francisco y Jacinta Martos, ya fa-
llecidos, y Lucía Dos Santos, viviente aún en un con-
vento de Portugal, covidentes todos tres, siendo niños,
y niños pobres y simples de alma, de la aparición de
la Santísima Virgen en Cova Leiría . — Fátima— , el
13 -de mayo de 1917—; sencillos fueron igualmente los
pequeños campesinos franceses de la aparición de la
Señora en la Salette. . . Y sencillo y simple de alma
fue el humilde indito del Tepeyac. Tanto él como Ber-
nardita, como Lucía Dos Santos y Jacinta y Francisco
Martos, eran portadores de un mensaje de Dios por
conducto de la Virgen María. Y hay una interesan-
tísima coincidencia en el hecho de que estos grandes
mensajes del Cielo a la humanidad, hayan tenido todos
— y son los más trascendentales y siqnificativos de los
siglos últimos, incluyendo el siglo XVI con la apari-
ción del Tepeyac— como mensajeros, a pobres perso-
nas humildes, desdeñadas, infantiles de edad y sobre
52
Jesús David Jaquez
todo de alma. Ya dije en el primer capítulo que la sen
cillez es condición para la transmisión de la palabr;
de Dios.
Juan Diego debe haber sido por naturaleza, un alm;
sencilla, un alma ingenua. Estos rasgos campean ei
toda su actuación desde el primero hasta el último mo
mentó de las apariciones, y aun después, se prolongai
con claridad. Y precisamente la sencillez, la simplici
dad, hasta la ingenuidad como de niño, son cualidade
características de todos los indígenas de nuestro Alti
plano, mientras el roce con los civilizados y su malicia
no los han maleado y desnaturalizado. Mientras se con
servan como primitiva y racialmente fueron, es decii
en tanto que se conservan naturales, permanecen sien
do ellos, idénticos a sí mismos; candorosos, ingenuoí
dóciles.
Juan Diego tuvo indudablemente estas cualidade
y es altamente razonable creer y hasta sostener, basán
donos en argumentos a posteriori, pero muy lógicamen
te fundamentados, que tuvo dichas calidades en grad
eminente. Se desprende así, de la misma manera que s
desprende olor a rosa de una rosa, del admirable Reía
to de Valeriano, que todo él es sencillo, candorosc
oliente a "Fioretti" de San Francisco de Asís y hast
a Evangelio: menos autorizado desde luego que ést«
pues no es revelación divina propiamente; más inge
nuo, natural y espontáneo, que el librito franciscano pie
doso que no es, con todo, sino un pequeño poema míí
tico a la mansedumbre y sencillez admirable del Poví
relio de Asís. Todas las actitudes, todas las accione;
todas las palabras de Juan Diego consignadas en es
Relato de Valeriano que no ha sido apreciado ni difun
dido entre los mexicanos como lo merece, respiran sin
El Perenne Milagro Guadalupano 53
plicidad y candor de alma, como más delante expondré
detenidamente.
A propósito de Juan Diego vienen a la mente de
una manera muy fuerte y espontánea, las palabras sa-
gradas de Jesús: "Nisi efficiamini sicut parvuli. . ." "si
no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de
los cielos". Niños debemos ser, espiritualmente, todos
los creyentes para merecer la recompensa prometida por
el Señor; niños por la inocencia, conservada o rehecha
a base de oración, penitencia y fe, niños por la senci-
llez candorosa e ingenua, niños por la consiguiente
ausencia de malicia, de segundo o secreto pensamiento,
por la* llaneza y amabilidad y por la buena voluntad:
Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
¡Si toda la actuación de nuestro encantador indico
es justamente de una infantilidad admirable, sin que ello
quiera decir que se descartan la prudencia, el raciocinio,
la inteligencia, ¡hasta un buen grado de elocuencia! ¡y
la postura varonil que denuncia a todo un hombre, mo-
ralmente hablando! Y físicamente también, como pron-
to diré.
Juan Diego, precisamente por esa sencillez de co-
razón y por una especial providencia de Dios, en la que,
repito, es muy aceptable creer, se conservó bueno, sen-
cillo y noble en medio de todas las tinieblas, embustes
y torpezas de la idolatría y perversión humanas que
lo rodeaban, más para asfixiarlo, que para- contami-
narlo.
Juan Diego debe quizá algunas veces haber sentido
cierta especie de asco moral hacia los groseros ídolos
y los brutales ritos y holocaustos a ellos ofrecidos, aun
cuando algunos historiadores han afirmado que en la
región de Cuautitlán no eran acostumbrados los sacri-
54 Jesús David j aquez
ficios humanos, sino sólo ofrendas u holocaustos de
animales y frutos del campo.
Por su bondad y nobleza humana, debe haber sido
también preservado, supuesta, como dije que debemos
suponerla, una especial providencia divina preservatriz,
de los contagios más peligrosos para un alma: los con-
tagios de la lujuria. Nos enseña Ripalda que los ene-
migos del alma son tres: mundo, demonio y carne. ¿Sa-
bemos hasta qué punto Juan Diego tuvo que defender-
se, con ese instinto natural en las almas puras, y ser
defendido por la protección divina a su futuro héroe,
a su mensajero y embajador exclusivo, como después
expresamente le dijo la Señora del cielo, contra estas
tres formas de la contaminación espiritual?
El demonio, ya lo dije, campaba por sus respetos
al través del grosero culto a los ídolos; el mundo lo
rodeaba, felizmente no muy de cerca, pues no frecuen-
taba las clases dominantes en Cuautitlán, los señores
prominentes, los guerreros, los sacerdotes idólatras: su
condición de humilde macehual lo protegía contra el
mundo, al mantenerlo uncido a los rudos trabajos ma-
nuales que, como imperativos para el logro de su diario
sustento, lo traían ocupado totalmente en la labor cor-
poral. Juan Diego fue simple trabajador manual, como
José de" Nazaret, como ¡oh! admiración, Jesús mismo:
"faber et filius fabri", que dice el Evangelio refirién-
dose a Jesucristo y a su padre nutricio, según de ellos
opinaban sus coterráneos: artesano e hijo de artesano.
Miles de santos han sido también trabajadores manua-
les, como la mayoría de los apóstoles, que fueron pes-
cadores, como después San Isidro Labrador, el bien-
aventurado Sebastián de Aparicio, mexicano, aunque
nacido en España, pero que en México vivió, se santifi-
có y actuó trazando caminos e introduciendo la carreta
El Perenne Milagro Guadalupano 55
en tiempos coloniales (su cuerpo reposa en la Iglesia de
San Francisco, en Puebla), como San Crispín zapate-
ro, como Santa Bernardita Soubirous. En la Sagrada
Biblia vemos constantemente santos dedicados a las
primitivas labores y el pastoreo y la pesca ocupan alto
lugar en los anales de los tiempos bíblicos; el Rey Da-
vid, profeta, salmista y gran santo del Antiguo Tes-
tamento, ¿qué era sino un pastorcillo humilde apacen-
tando en el valle del Hebrón, las ovejas de su padre
Isaí? Y Siendo pastorcillo, el profeta Samuel lo ungió
en nombre de Jehová como Rey de Israel.
El trabajo manual, acaso por humilde y por mante-
ner la mente sosegada y en un silencio que permite
hacer oír internamente la voz de Dios, parece haber
tenido siempre una especial bendición de El; es posi-
ble que esa bendición o predilección prevengan, desde
los tiempos evangélicos, del hecho de que Cristo Jesús
se dedicó a él por espacio de veinte o más años: faber,
artesano, que dice el Evangelio sin que se sepa con
rigor qué clase de artesanía: muy probablemente la de
carpintero, como ha sido creencia constante de la cris-
tiandad.
En cuanto al tercer enemigo del alma, la carne,
bien puede Dios haber protegido también muy particu-
larmente a quien iba a ser su siervo y embajador espe-
cial de la Madre de Dios: la gracia divina obra como
le place y cuándo y dónde le place, como su espíritu,
que sopla dónde y cuándo quiere, según entiendo que
está escrito.
Además, hay una natural propensión entre las al-
mas verdaderamente buenas y sencillas, hacia la pure-
za. Si bien las inquietudes de la carne están dentro de
nosotros mismos, muchas veces son la malicia y la
imaginación las que las despiertan. Hay pueblos racial-
56 Jesús David Jaquez
mente lúbricos y otros más equilibrados en este deli-
cado terreno. Si los mexicanos actuales generalmente
somos proclives a este vicio, a causa de nuestra natu-
raleza impetuosa, ardiente, a nuestra cabeza y sangre
caliente, según afirman algunos —y también a causa
de nuestra muy sutil y despierta malicia—, no así el
indígena simple ni tampoco el indígena del siglo XV.
Todavía en algunas comunidades indias de la actua-
lidad, en lugares apartados y como casos excepciona-
les, se ven ejemplos de sencilla continencia. No hace
mucho tiempo que un médico rural de nuestro México
Central, narraba el caso de un matrimonio de campe-
sinos indígenas, admirable en este terreno, por simple
inocencia infantil. El médico calificaba el caso con acri-
tud sensualista y en un terreno crudamente materia-
lista: yo lo califico de admirable.
No se sabe en qué fecha casó Juan Diego con la
futura María Lucía, cuyo nombre gentil antes de su
bautismo, se ignora en absoluto. Pero es seguro, dadas
las calidades mencionadas y dado lo delicado, casi es-
piritual, lo dulce y romántico, como hoy diriamos, del
alma del futuro elegido, que Juan Diego casó por ino-
cente simpatía, por atractivo espiritual, por amor: no
ese sensual y burdo que hoy corre en el mundo moder-
no que a veces lo encubre hipócritamente bajo el misti-
ficante título de "romance", como cuando dice elegante-,
mente, del sucio concubinato de un astro y una estrella
de cine, que "están viviendo un romance", sino con sen-
cillo amor casto y primitivo de buena ' ley. Algo nos
sugiere en este sentido, al menos como argumento ne-
gativo, pero sintomático de mi opinión, el hecho de que
ese matrimonio no haya tenido descendencia.
Afirman algunos guadalupanistas, entre ellos el li-
cenciado Primo Feliciano Velázquez, que Juan Diego y
El Perenne Milagro Guadalupano 57
María Lucía vivieron y murieron vírgenes; don Fran-
cisco de Florencia y otros, más conservadoramente, sólo
se limitan a mencionar su castidad de vida "al menos,
dicen, desde que oyeron a uno de los primeros minis-
tros de la evangelización", o sea uno de aquellos apos-
tólicos franciscanos venidos en los primeros tiempos a
la Nueva España, hablar sobre lo* mucho que agrada
a Dios y a su Santísima Madre, la virtud de la pureza,
sermón que los movió a una santa castidad aun dentro
de su matrimonio.
Si el argumento de tipo meramente negativo de su
falta de descendencia puede tener alguna fuerza, si
bien relativa pero insinuante, hay otro argumento, pero
de tipo moral o mejor, místico: la reiterada observación
de que las grandes apariciones de la Virgen María
han sido siempre hechas a los más puros, a personas
virginales. Hay una como secreta analogía en esto: la
Virgen María, la pureza suma, ama como natural, como
instintivamente, la pureza de aquellos a quienes su
Hijo destina para una especial predilección. Cabe re-
cordar que también sobre Francisco de Asís llegó a
discutirse el mismo asunto. Por ese motivo de la sagra-
da virginidad de la que es llamada y se llamó a sí misma
en el Tepeyac, "la siempre Virgen María, Madre de
Dios", no considero errada la suposición de la perfecta
pureza, aun conyugal, del por lo demás sencillo y lim-
pio matrimonio de Juan Diego y su consorte. Si el
Señor Jesús dijo "Bienaventurados los limpios de cora-
zón, porque ellos verán a Dios", nada obsta para pen-
sar piadosamente, que los limpios de corazón y de
cuerpo, es decir los puros y virginales, sean los desti-
nados a ver esa gloria de Dios que es su Virginal Ma-
dre, aun desde esta vida y con sus ojos aún de carne,
como la vió Juan Diego, y como la vió también, ese
58 Jesús David Jaquez
otro covidente más olvidado todavía y más marginado:
Juan Bernardino, su anciano tío.
Pero todo el panorama espiritual de esa alma en-
cantadora de Juan Diego, comienza ya a aclararse en
cuanto llega el día de su bautismo. Sobre la especial y
oculta preservación que de sus virtudes naturales había
ejercido la Providencia, viene ahora la infusión de las
tres virtudes teologales mediante el bautismo, dador
ante todo, de fe. El rito católico de ese Sacramento
salvador lo dice claro. ¿Qué pides a la Iglesia de Dios?
El bautismo, la fe. "¿Quid petis ab Ecclesia Dei? Fi-
dem." El bautizando, por sí o por sus padrinos llega al
dintel del templo pidiendo la fe. El sacerdote le da el
bautismo, luego con él le da la fe, según se desprende
del diálogo ritual mencionado.
Juan Diego, y con él su mujer, recibieron en el Sa-
cramento la fe, la esperanza y la caridad, como virtu-
des infusas, en semilla para que a su tiempo florezcan;
¡y cómo florecieron en el alma Cándida de Juanito!
Es de fe cristiana que el bautismo borra el pecado ori-
ginal y cualquiera otro si lo hubiere, según explica Ri-
palda. Esto es lo que simboliza el lienzo blanco con
que ceremonialmente es cubierta la cabeza del bauti-
zado, como la llama del cirio simboliza la fe. Juan Diego
salió de las aguas lústrales con una credencial autén-
tica de fe y de las demás virtudes cristianas; si algún
contagio, seguramente apenas acusable, de paganismo
y sus pecados, tenía acaso, allí salió su alma limpia
como un lirio; y alma lilial fue desde entonces hasta
su muerte cabe la ermita del Tepeyac. Aquí es donde
se desvanecen todas las dudas y donde se borran todos
los sospechables residuos de paganidad. Después del
bautismo de Juan Diego, ni hablar de ello.
Viene ahora otro punto, esta vez de historia, que
El Perenne Milagro Guadalupano 59
parece querer ensombrecer la fisonomía espiritual de
nuestro bendito indio: la no existencia de su partida o
acta de bautizo. Monseñor José de Jesús Manriquez y
Zárate, Obispo de Huejutla, en su excelente librito
"Quién fue Juan Diego", admite, como todos, la inexis-
tencia del acta de bautizo de nuestro héroe; es muy
admisible, no que se haya perdido, sino que jamás haya
sido extendida, escrita: lo explican y justifican las cir-
cunstancias del tiempo. Si los franciscanos, que eran
muy pocos en 1524, fecha la más probable del bautizo
de Juan Diego, apenas se daban abasto a bautizar, pese
a que aún no llegaba la gran masa de aborígenes a
dejarse cristianizar, menos se darían abasto si hubieran
tenido que redactar las actas o partidas correspondien-
tes, en tiempos de escasos escribanos y escasos capa-
citados para escribir debidamente tales documentos.
Monseñor Manriquez y Zárate, con buen criterio,
afirma que la no existencia de tal documento, no prue-
ba que Juan Diego no haya sido bautizado y que por
tanto, tal carencia de dicho testimonio, no es hoy día
obstáculo formal para la introducción, ante la Sagrada
Congregación de Ritos, de su proceso de beatificación.
Tiene razón, inclusive en terrenos canónicos y de for-
malismos y leyes que presiden las prácticas procesales
y beatificatorias del citado tribunal romano. Pero hay
otro argumento, por cierto doble y poco aprovechado
hasta la fecha por los historiadores y aun por los esca-
sísimos panegiristas del venturoso vidente del Tepeyac.
¿Cómo o de dónde se trocó el nombre pagano de
Cuautlatóhuac, sea cual fuere su correcta grafía, en el
nombre auténticamente cristiano de Juan Diego? El
nombre pagano de nuestro héroe nos suena hoy a mera
reminiscencia histórica, en tanto que el nombre de Juan
Diego es plenamente conocido y usado desde la primera
60 Jesús David Jaquez
mención de nuestro hombre. Sólo el bautismo explica
bastantemente esta mudanza de nombre.
Además, hubo una persona de especial autoridad
que lo usó desde el primer momento, para llamar a
nuestro indígena; esta persona fue nada menos que la
Virgen del Tepeyac, cuyas primeras palabras dirigidas
en vocativo al vidente, fueron precisamente estas: "Jua-
nito, Juan Dieguito''; ''Juantzin, Juan Diegotzin", que
dice a la letra el original náhuatl del Relato de Vale-
riano.
¿Cómo iba a llamar la Señora a su siervo por ese
nombre, por cierto repetido y con la fórmula tzin, re-
verencial, como ya expuse y además denotadora de
cariño y predilección, si el humilde macehual no se
llamaba así? ¿Por qué no le dijo: "Cuautlatoatzin"?
Sencillamente porque ya no se llamaba así. Y he aquí
mis dos argumentos complementándose y explicándose
uno al otro y reforzados a parre ante y a parre posf. Y es
claro que si la Señora del cielo, tan tenedora en cuenta
de la Iglesia y sus ministros, como que lo mandó ante
todo a ver al obispo, envió el recado único al obispo
y produjo una señal, conforme a los deseos generales
del obispo, llamó a Juan Diego por su nombre cristia-
no y bautismal, como ya argumenté, es porque tuvo en
cuenta que ese era su nombre válido y sancionado por
la Iglesia mediante el Sacramento. Y recuérdese que
también la Señora en Lourdes envió a Bernardita "a
decir a los sacerdotes que quería una iglesia y que
deseaba que fueran las multitudes". La Virgen María
nos da ejemplo de dar su lugar a los ministros de Dios
y a no salvar los trámites debidos humana y divina-
mente. ¿Son apodícticos estos argumentos?
Entramos ya a la nueva fase de la vida de nuestro
gran hombre, bajo una nueva luz que sustituye a las
El Perenne Milagro Guadalupano 61
inseguridades y dudas anteriores: su vida cristiana.
Comienza aquí quizá la grande preparación espiritual,
ya más directa, del elegido de la Virgen.
Juan Diego cristiano, nos inspira naturalmente más
confianza y seguridad que el Juarí Diego pagano de
cincuenta años anteriores. Y este Juan Diego cristia-
no se revela, bajo esa "retroluz" de que, falto de mejor
término hice uso, con nueva y embellecedora claridad.
Pero aún estamos dentro de su etapa preguadalupana.
Retrocedamos pues un poco, con ayuda de esa cla-
ridad, hacia los últimos días paganos que nuestro héroe
vivió.
Juan Diego era un hombre bueno, como ya expuse.
Sencillo, pobre y laborioso —no se sabe que haya ha-
bido santos holgazanes— trabajaba en su solar, pro-
bablemente con su tío, el futuro Juan Bernardino, y con
su mujer. La historia nos ha dejado llegar dos o tres
noticias dispersas, como esos pecios o botellas conte-
niendo el mensaje de un náufrago, que la marea arroja
a veces a alguna lejana costa solitaria. Quiere la leyen-
da que las madres indígenas de Cuautitlán hayan dicho
frecuentemente a sus hijos: "Ojalá llegues» a ser un
hombre como Juan Diego". Admitiendo esto antes de
su evangelización, deben haber dicho "como Cuautla-
tóhuac". Y dentro de este supuesto, ese Cuautlatóhuac
que todavía se nos antoja extraño y que no acabamos
de asimilar ni comprender, debe haber sido un hombre
sumamente bueno, un hombre verdaderamente ejemplar.
Posible es que haya tenido un padre y, sobre todo
una madre, que lo hayan educado en la ley natural, en
la rectitud, el respeto, la obediencia, la laboriosidad:
las madres aztecas educaban a sus hijos, a su modo,
pues no tenían otro; muchas madres actuales no educan
ni tienen modo alguno y por eso sus hijos son lo que son.
62 Jesús David Jaquez
Dice un Padre de la Iglesia que "el alma humana
es naturalmente cristiana". Dice muy bien. Cuautlató-
huac, alma humana plena de naturalidad, debe haber
sido naturalmente cristiano y creo que esta considera-
ción es muy importante. Si Cuautlatóhuac no conocía
aún a Dios, quizá lo presentía, casi lo intuía. De esto
hay ejemplos en algunas vidas de santos y de conver-
tidos. Y no sin fundamento, puesto que el salmista dice:
"Los cielos narran la gloria de Dios y el firmamento
anuncia la obra de sus manos''. Cuautlatóhuac, intros-
pectivo y contemplativo natural, como indígena, puede
haber tenido un lampo de claridad espiritual del Ser
Sumo. Además, no olvidemos que era un preelegido.
Pertenecía al alma de la Iglesia, antes de pertenecer
a su cuerpo, porque la Iglesia no tenía cuerpo aún en
aquel Anáhuac todavía no evangelizado. El cuerpo mís-
tico de la Iglesia, que es, dicen los teólogos y los mís-
ticos, el Cuerpo Místico de Cristo, lo trajeron tiempo
después y por cierto a pie, tras haber cruzado procelo-
sos mares, los primeros apostólicos evangelizadores de
la naciente Nueva España. Gracias a esa gesta provi-
dencial, nosotros hoy pertenecemos también al cuerpo
de la Iglesia, si bien nos separamos de su alma cada
vez que violamos la Ley de Dios: ese catolicismo epi-
dérmico de que antes hablé, es del cuerpo, pero nunca
puede ser del alma de la Iglesia, a menos que vuelva
en sí. Y el alma es lo que vale, no el cuerpo precisa-
mente. ¿Queréis saber lo que vale nuestro cuerpo? Id
a un cementerio y abrid un sepulcro: he ahí nuestro
cuerpo. ¿Queréis saber lo que es nuestra alma? Entre-
gaos, mientras lleqa la hora, a la meditación espiritual
de las cosas de allá arriba, de la vida eterna. Pero como
somos por hoy, compuesto de cuerpo y alma, ambos
tienen importancia y ningún creyente puede lícitamente
El Perenne Milagro Guadalupano 63
permanecer fuera del cuerpo de la Iglesia, pues queda-
ría automáticamente también, fuera de su alma. Así
igualmente sucede en nuestra naturaleza mortal.
Francés Parkinson Keyes, norteamericana, nos da
en su simpático libro "The Grace of Guadalupe", un
poético cuadro de Juan Diego y su mujer, consagrados
a sus humildes ocupaciones puebleriegas; nos pinta al
marido en sus habituales faenas domésticas y a María
Lucía tejiendo, bordando, tiñendo el ixtle de sus ropas...
TIn cuadro bello y de vida simple e idílica en el rústico
Cuautitlán indiano.
Pero un día, a los oídos de ese pueblerino pacífico
y manso, llegaron extrañas noticias: raros y maravi-
llosos hombres blancos y barbados —los anunciados
legendariamente por Quetzalcoatl — habían hecho su
aparición en México-Tenoxtitlan. Venían encaramados
en extraños monstruos de largas patas, piafantes y re-
linchantes y cubiertos de hermosos arneses y gualdra-
pas de fuertes colores. Los hombres iban revestidos de
metal luciente, esgrimían lanzas con puntas que no eran
de pedernal y apuntaban contra el indio con unos hie-
rros que vomitaban trueno, fuego y humo. Y venían en-
coraginados, bravos, buscando guerra, y al son de ello,
incendiaban, saqueaban, robaban, tomaban los víveres
de grado o por fuerza, mataban indios y violaban a
sus doncellas: horrísono cuadro para un pueblerino de
alma pacífica, blanca y meditativa.
De Cuautitlán a Tenoxtitlán la distancia no es gran-
de: poco más de dos docenas de nuestros kilómetros de
hoy; y ya desde entonces, como desde siempre, las
noticias tenían pies; ¡y hasta alas! Y comenzaron a lle-
gar noticias cada vez más claras y pavorosas, de la
i guerra y de la depredación. Todo daba a entender que
todo un mundo y todo un modo de vivir expiraba, y se
64
Jesús David- ] aquez
echaba encima otro mundo distinto, harto fiero en sus
comienzos: el destino, los hados, los dioses quizá así
lo ordenaban. ¿Cómo y con qué espíritu recibiría Cuau-
tlatóhuac tales primeros informes? Quizá tan sólo con
azoro natural, con extrañeza admirativa, con explicable
inquietud. Quizá temió por su tío, por su solarcillo, por
su jacal y sobre todo, por su dulce y buena compañera
cuyo nombre indio me duele no saber.
Bien pronto Cuautlatóhuac pudo comprobar por sí
mismo la veracidad de las extrañas noticias. Sus ojos
estupefactos deben haber contemplado por encima de
las piedras de su tecorral, un día cualquiera mientras
partía leña, daba maíz a las pipilas, limpiaba pencas de
nopal o maceraba pencas de maguey para preparar el
ixtle, a los advenedizos monstruos. Acaso los vió con
ojos llenos de azoro desde la honda verdura de alguna
milpa y su primer movimiento instintivo debe haber sido
el de esconderse entre sus largas y sonantes hojas.
- • Y con ojos inmensamente abiertos, tensos hasta
cansarse, debe haber visto cómo las gastaban esos hom-
bres traídos hasta su terruño por quién sabe qué incom-
prensible fatalismo. Los vió entrar a su Cuautitlán, de-
rribar altares y adoratorios, quebrar y despedazar y
patear los ídolos venerandos en so fealdad, con furia
iconoclasta que su simple mentalidad no podía sin duda
entender sino con algo de terror religioso, como quien
presencia una profanación. El no podía entonces sos-
pechar que algún tiempo después le sería develado el
misterio y explicado aquel temible proceder.
Y los guerreros fueron dispersados o muertos y los
señores domeñados y las riquezas entradas a saco: los
hombres blancos traían sed insaciable de oro. Y Tenoxt
titlán fue incendiado y demolido literalmente" tras muy
largas semanas de asedio, y cayó prisionero el gran.
El Perenne Milagro Guadalupano 65
Tlatoani Cuauhtemotzin y lo hicieron tributario, perdo-
nándole la vida con otros grandes del imperio y los
blancos se asentaron bien en la tierra conquistada, la
tierra azteca, la suya, y lentamente las bocas de fuego
se fueron silenciando y los incendios apagándose y
dejó de haber guerra y furia devastadoras.
El alma azorada y pávida del índico quedó teñida
de asombro inexplicado, de extraños, subconscientes e
incoherentes ¿por qué? incontestados. Los dioses de pie-
dra yacían ya por tierra, rotos y además, los dioses
nunca se habían apiadado de los hombres. ¿Á quién
preguntar, a quién recurrir en busca de apaciguamiento
anímico? El alma del indio, como la de todos sus com-
patriotas se hundió en nostalgia meditativa y larga,
silenciosa y un poco hosca. Hoy, después de casi cua-
tro siglos y medio, esa nostalgia mansa y muda sigue
aposentada aferrándose tenazmente en el alma indíge- *
na y todas las prédicas pseudocivilizadoras, emancipa-
torias y falsamente incorporatorias "del indio a la ci-
vilización", no han alcanzado a disiparla. Ni hay traza
de que lo hagan. ¿Cuándo la política y ménos aún la
simple y baja e interesada politiquería ha redimido a
un pueblo? Ni lo hará jamás: no tiene fuerza, ni siquie-
ra intención sincera ni menos espíritu.
Pero luego a poco fueron llegando otros hombres
blancos, aunque bien diferentes. No portaban lanzas ni
esos nunca vistos instrumentos que escupían lumbre,
trueno y humo, no lucían penachos en las cabezas ni
se protegían con corazas, yelmos ni escudos. Llevaban
largas ropas pobres, sandalias como los huaraches in-
dios, sonreían y buscaban fraternizar con el indio: le
hablaban, trataban de aprender su idioma dulce y can-
tarino, se acomedían a curar sus heridas y dolencias y
r-mparaban a los "chilpayates" y a las huérfanas y a
66
Jesús David Jaqjuez
los viejos: eran hombres buenos: demasiado buenos
para poder ser comparados en nada con los rudos gue-
rreros blancos, los "cactzopini", los que talonean, según
la significación náhuatl de esa palabra simple y llana
convertida con el tiempo en el injuriante gachupín: los
frailes nunca fueron "cactzopini", nunca taloneaban es-
poleando un caballo: ellos no tenían caballos, pues eran
tan pobres como el indio empobrecido por la conquista,
o acaso más. Y no buscaban oro, buscaban amistad:
lágrimas qué enjugar, dolores qué mitigar, tinieblas qué
aclarar. El fraile se hizo amar desde el primer día. Y
el indio al verlo, no decía azorado: "Cactzopini", decía
"Motolinía'', es decir, pobrecito.
Y por eso, bien pronto, aunque aún con timidez,
pues las experiencias de la etapa de la conquista bélica
y de los siglos de idolatría no podían ser borrados tan
prestamente, los indios se fueron acercando al fraile, al
franciscano. Primero de lejos, ocasionalmente; después,
poco a poco, un tanto más, hasta dejarse prender en las
redes de la palabra: el Evangelio se abría paso, "los
caminos del Señor se preparaban", si bien aún muy tra-
bajosamente y en escaso número de almas. Pero ya
era algo.
Es seguro que Juan Diego fue uno de los primeros
catequizados, junto con su mujer. Seguramente también
con su tío. Fue edificado Tlaltelolco, comenzó a darse
misión y doctrina y nuestro indio bien pronto fue un
catecúmeno, con su mujer. Puede creerse que también
con el tío, si bien por otra parte éste, como viejo, puede
muy bien haber sido más rehacio a la nueva doctrina:
es muy suponible.
En 1524, aunque con incertidumbre de fecha, que
otros ponen un poco antes, un año no más, Juan Diego,
buen sabedor ya del Credo, Mandamientos, Oraciones
El Perenne Milagro Guadalupano 67
y Sacramentos, recibe con su compañera el primero de
ellos: la gran puerta franca a la verdad: el bautizo.
Se asegura que fue ese Motolinía compadecido por los
indios, quien derramó el agua lustral sobre la cabeza
del catecúmeno: no es dato seguro si bien probable.
Juan Diego cristiano, se dedicó desde inmediatamen-
te a ser buen cristiano, como había sido ya antes buen
hombre, buen trabajador, buen ciudadano y buen ma-
rido: era y había sido siempre integralmente bueno. Y
empezó a hacer largas y constantes caminatas desde su
pueblo, al convento e iglesia de Santiago Tíaltelolco.
A la misma Virgen María se lo explicó asi, en su len-
guaje llano y lleno de verdad. Juan Diego empezó a
ser el "peregrino" de que otro perdido retazo de his-
toria, o más bien de tradición, nos habla después, como
de pasada.
Muchos días de la semana sin duda, dejaba su
solar, su jacal, su tecorral y sólo o acompañado de su
María Lucía, cosa que ahora rememorativamente me
place más, venía a Tíaltelolco a "seguir las cosas divi-
nas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, dele-
gados de Nuestro Señor" como textualmente se lo dijo
a la siempre Virgen María, Madre de Dios, en el Te-
peyac. El no conocía quizá el pasaje evangélico en que
Jesucristo dice a Marta y a Magdalena: "Una sola cosa
es necesaria", pero la practicaba, con su ardor deJieó-
fito. Porque, como bien dijo siglos después el Cura de
Ars, San Juan Bautista María Vianney, "aquellos que
son iluminados por el Espíritu Santo, saben mucho más
que los letrados". Palabras que, por lo demás, no son
sino eco de las palabras divinas del Salvador cubando
dijo en sus últimos días, según narra el Evangelista:
"Gracias te doy, oh! Padre, porque escondiste estas
68 Jesús David Jaquez
cosas de los sabios y los soberbios y las revelaste a
los humildes y pobrecitos".
Juan Diego, el neófito, sabía más de la religión, esa
"única cosa necesaria", como dijo el Señor, que muchos
millones de católicos de hoy, ricos y pretenciosos que
pasean por la Avenida Juárez, Madero o San Juan de
Letrán, sabiendo todo de iodo, pero nada en realidad
de eso único necesario" que para todos nosotros dijo
el Maestro de Galilea, a cuya palabra nos hacemos
tan elegantemente — ¡pobrecitos de nosotros, ay!. — di-
simulados.
Entre las cosas que Juan Diego tiene forzosamen-
te que haber aprendido con su memoria, su intelecto
y su corazón, como son un Dios único, espiritual e in-
finito, un pecado original fatal para la especie huma-
na, una Encarnación, una Redención, una Iglesia, sin
duda que aprendió muy primariamente a saber de la
siempre Virgen María. Admirativamente y con gozo
espiritual, él que era puro, acaso virginal, supo de una
Señora más pura aún y sin mancha alguna, y que es
Madre espiritual de todos nosotros: revelación conso-
ladora para una pobre alma melancólica y colectiva-
mente entristecida y adolorida por su sometimiento in
virga férrea, con vara de hierro, por los indomables his-
panos, junto con todos los de su raza abronzada.
Hay ung especie de intuición admirable en este
primer conocimiento de la Virgen María por toda alma
casta. Si el conocimiento de Jesucristo, esencial en
absoluto, reviste caracteres de grandeza majestuosa,
como que es Dios y Hombre, y engendra respeto ama-
ble pero viril, el primer conocimiento de la Virgen es
suave, lilial, exquisitamente femenino, con una femini-
dad espiritual única en nuestra religión.
No puede uno eximirse de pensar con lógica y
El Perenne Milagro Guadalupano 69
cristiana espontaneidad, que Juan Diego amó a la Se-
ñora del cielo apenas tuvo noticia de ella. La amó y
la amó bien y largamente. Se hizo su devoto, su ad-
mirador y servidor. Esto se prueba a parte ante por el
carácter esencialmente marial de su vocación divina,
de su predestinación para mensajero y embajador de
la Señora, y a parte Post por su conducta, histórica-
mente' certificada y abonada. El sábado es el día de
la semana dedicado devotamente por la Iglesia al culto
de la Virgen y cada sábado Juan Diego hacía los
veintitantos rudos kilómetros entre su Cuautitlán y
Tlaltelolco, "su casa", como expresamente lo dijo a
Ella misma en el Tepeyac. Venía a dos cosas: a se-
guir aprendiendo, perfeccionándose en la doctrina cris-
tiana y a oír la misa sabatina, misa marial en la devo-
ción católica.
Hay cosas que la historia no alcanza a captar, dije
al principio: La Historia no captó, por sutil, el detalle
ni la noticia de los largos ratos en que Juan Diego
de rodillas, debe haber permanecido contemplando
aquella imagen traída de España por los franciscanos
y puesta en lugar de honor en el altar de Tlaltelolco:
la imagen de Nuestra Señora. ¡Cómo pensaría en ella,
cómo la invocaría, cómo se encomendaría a Ella y le
reiteraría su adhesión filial y se santiguaría larga y
devotamente, con sus dedos toscos y aún no muy dies-
tros para hacer la señal de la cruz ante la "Virgen-
cita"!
Mas nos queda aún el último aspecto del Juan Die-
go preguadalupano: el aspecto dolor. Bien debe haber
él sufrido durante la guerra de conquista y el subsi-
guiente duro y terminante sometimiento a la fiera raza
guerrera y aventurera de los primeros conquistadores
cortesianos. Pero a este sufrimiento general, poco per-
70
Jesús David Jaquez
sonalizado aún, ya que su pobreza de macehual olvi-
dado por insignificante, no lo había tocado sino gené-
ricamente, la providencia, en sus fines ocultos y no
escrutables por el hombre, agregó el sufrimiento per-
sonal, el verdadero, el que certeramente toca de muerte
al corazón: Juan Diego quedó viudo.
La dulce y buena María Lucía que amorosamente
nos pinta otra mujer, Francés Parkinson Keyes; la ha-
cendosa, la limpia, la solícita, modelo, de ama de casa
pobre y modelo de esposa de un pobre, fue atacada
por la fiebre; probablemente por la que los indios lla-
maban la fiebre cocolixtli y un día triste, acaso una
noche inmensamente triste, la amable compañera de la
vida del próximo vidente, cerró los ojos y, confortada
por la religión y acompañada del llanto, quedo pero
inagotable del buen Juan Diego, pasó a mejor vida; a
mucho mejor vida que la pobre e incolora de su viaje
por este mundo mísero.
El dolor es la marca de Dios, o mejor, de la obra
de Dios sobre un alma: no hay santo que no haya sido
alcanzado por esta prueba divina. Es más: muchas ve-
ces, cuando Dios quiere llamar la atención a un alma
distraída, suele hablarle con esta voz, cruda al princi-
pio, rectificadora, purificadora y espiritualizadora en
final de cuentas. Y Juan Diego recibió este llamado
de Dios, que es el dolor, hacia una mayor perfección
y caridad. Acaso aquí comienza ya la preparación in-
mediata y directa del ya muy pronto embajador de la
Señora.
Sepultada cristianamente su Máría Lucía, no sabe-
mos ■ — tampoco la Historia alcanzó a captar* — de las
interminables infinitas horas de soledad helada, olien-
te a difunto, de la tristeza intensiva, del dolor laceran-
te e insoltable, enroscado como serpiente de anillos
El Perenne Milagro Guadalupano 71
fatales y estrujantes, al corazón del pobre y buen in-
dito. ¿Quién iba a ocuparse del dolor de viudez de un
indio, por santo que hubiese sido, en aquellos tiempos?
¿Ni en estos ni en ningunos?
¿Quién iba a dedicar una palabra a la pobre habi-
tación muerta y entenebrecida, con olor a cirio, a copal
y a zempasúchil, la flor de los difuntos, en un desde-
ñable barrio de la caída Cuautitlán?
De estas cosas el mundo no sabe nada. Pero sabe
Dios, que es el único que cuenta. El mundo, dador de
muchos dolores, no quiere saber nada de ellos; sabe
causarlos, pero nunca curarlos. No hay en todo este
mundo bálsamo ni lenitivo para la aflicción. El mundo,
sobre todo el moderno, es alérgico al dolor y no fabri-
ca analgésicos para él, como no sean los comerciales
que salen de un laboratorio industrial contra un dolor
corporal. De los dolores del alma y del corazón, el
mundo no entiende ni comprende nada. Es notable y
casi paradójico que ya que el mundo no sabe compren-
der el dolor, los que sufrimos seamos generalmente los
que mejor podemos comprender el mundo. Pero no el
espíritu del mundo, que nos es hostil. Non pro mundo
rogo, dijo Jesús con frase teñida ya de tristeza en la
víspera de su sacrificio: "yo no ruego por el mundo";
es decir, por la rñundanalidad, por el espíritu del mun-
do. Por ese, ni siquiera se puede rogar. Porque se pue-
de orar por el pecador, pero nunca por el pecado: es
imposible.
Ved ahí a Juan Diego vagando por su solar solo,
por su tecorral abandonado, por su milpa cuyo susurro
le sonaba triste; a veces acaso yéndose a las lomas y
los cerros y los lugares solitarios a dar rienda suelta
a sus lágrimas. Lágrimas de hombre que el mundo no
veía ni era capaz de ver, pero que conmovían al cielo
72
Jesús David Jaquez
y que venían a ser como perlas con las que iba com-
prando el alto precio de su entrada al goce de la futura
celestial visión, mucho más rica y fuerte que todos los
dolores humanos. Los ángeles pueden haberse arrodi-
llado, si los ángeles se arrodillan espiritualmente, ante
aquellas lágrimas legítimas de hombre. Dice por ahí
un decir que ^'cuando los hombres lloran, los ángeles
se arrodillan". Espíritu celestes, incapaces de sufrir,
son sin embargo más capaces de compadecer, que todos
los hombres.
Y Juan Diego, empujado severa pero suavemente,
como es la acción de Dios, por el dolor, se refugió en
la religión, consuelo único de los sufrientes de este
mundo. La mano de Dios se acercaba a él.
No hay santo sin dolor, no hay santidad sin sufri-
miento. Es la prueba de fuego de Dios para con sus
elegidos. Y no tan sólo para los santos: para toda alma
cristiana que El quiere salvar para sí. Este pensamien-
to es consolador para toda alma. llorosa.
Díganlo los ascetas, díganlo los místicos, que lo
saben por el doble conocimiento de su ciencia y de
su experiencia humana personal. Yo no sé qué tan
cerca esté el dolor del milagro, qué relación de ante-
cedencia o preparación haya entre aquél y éste, pero
sí sé qne el dolor es un signo de Dios y una terapéu-
tica de Dios: la única que resulta "indicada" y efi-
ciente, dada nuestra mísera condición humana, frágil,
distraída, egoísta. Y de todos modos, las vidas de
todos los santos, las vidas de todas . las almas pías,
llevaron siempre el signo del dolor. Juan Dieguito no
podía ser la excepción.
La obra lenta y exteriormente invisible e impalpa-
ble de la santificación del vidente ya muy próximo,
se apresura y se acrisola con esta prueba del fuego
ineludible para todos los que son o van a ser de Dios.
El Perenne Milagro Guadalupano 73
Juan Diego sufriente, nos resulta más claramente en-
caminado hacia la santidad. Un poco más y vendría
el consuelo, el inefable consuelo de lo alto. Pero hasta
en medio de él, el héroe debía de sufrir. Por algo se
humilló y lloró a los pies de su prelado, entre la segun-
da y la tercera aparición. Y también sufrió entre la
primera y la segunda, cuando vió o creyó ver fraca-
sada su cara misión. Y sufrió también antes de la
última, por la inminencia de la muerte de su tío, único
refugio y consuelo humano que le quedaba en su des-
amparo de pobre indito desvalido y pueblerino.
Yo creo por lo menos, que cuando el dolor se en-
carniza, Dios está cerca. La vida de Juan Diego pare-
ce corroborarlo.
Jesús David Jaquez
La Cruz de Cuautitlán, ante la cual se arrodilló Juan
Diego. Fue construida, según Manuel Orozco y Berra,
en 1525. Tiene todos los atributos de la Pasión tallados
admirablemente en cantera. Es una de las más bellas de
la República.
CAPITULO 4
ULTIMOS PREPARATIVOS DIVINOS PARA
EL MILAGRO Y SU ECLOSION
"Yo concibo claramente que si las muchedum-
bres fuesen capaces del estudio, el razona-
miento podría ser el camino hacia la verdad.
Pero ya que las necesidades de la vida y la
misma flaqueza humana vuelven impractica-
ble este medio, ¿es posible imaginar otro más
seguro que aquel que ha escogido Jesús: el
milagro?"
ORIGENES
^(Epístola contra Celso.)
Para actuar sobre los hombres, Dios no necesita
medios, procedimientos ni preparativos, pero los nece-
sitamos nosotros: ya antes lo dije. Es nuestra condi-
ción mortal, nuestra miseria proveniente de la precaria
situación en que nos dejara natural y extranaturalmen-
te el pecado original, nuestro triste conocimiento tra-
bado, desde Adán y Eva, con el árbol y el fruto de la
ciencia del bien y del mal, en donde desde la madre
de todos los vivientes — que de entonces sustancial-
mente comenzamos a ser murientes — hasta el último
de los nacidos de mujer, salvo dos: Jesús y su virgi-
nal Madre, aprendimos casi todo lo del mal y nada o
casi nada de lo del bien; es todo esto lo que hace que
Dios, que en todo momento tiene muy en considera-
76
Jesús David Jaquez
ción nuestra flaqueza, ponga en juego sus medios, con
la debida preparación y al través de los humanamente
necesarios procedimientos.
Pero es muy de notarse que los procedimientos y
preparativos y medios de Dios, no son los de los hom-
bres, sino otros muy distintos. Y hasta aparentemente,
muy opuestos. Dios obra así, porque El lo sabe todo;
nosotros pensamos de otro modo, porque nosotros no
sabemos nada, como no sea nuestra triste ciencia del
mal, que tan cara nos ha resultado y nos seguirá re-
sultando, pero en la que no cejamos, amontonando pe-
cado sobre pecado personal y propio, como si no hu-
biera sido bastante el pecado heredado de nuestros
primeros padres, no imputable por cierto a nosotros,
pero que no por ello cesa de pesar sobre nuestra na-
turaleza. Es por eso que Dios, que no puede ser injus-
to ni en un ápice, nos proporcionó por sí mismo y de
sí mismo, un redentor: el Verbo, que es El mismo,
dentro del misterio de su Trinidad, inescrutable por
los tiempos de los tiempos a nuestra escasa mente.
Oh felix culpa, exclama ante tamaño remedio a la des-
gracia colectiva dé la estirpe de Adán, la sabia y santa
Iglesia.
¿Hubiera mente alguna humana imaginado que el
instrumento primero para la redención de la caída es-
tirpe, fuese una pobrísima y desconocida jovencita de
la modesta y desdeñada aldea de Nazaret? De cierto
que no. ¿Y hubiera podido imaginar mente alguna dé
prelado, capitán, oidor de la naciente Nueva España,
que para evangelizar y civilizar a millones de indios
derrotados y dispersos y llenos aún de idolatrías, su-
persticiones y miserias morales, el instrumento indica-
do, el más apto, el más seguro y eficiente fuese jus-
tamente uno de esos pobres indios y tomado para
mayor aparente contradicción, de entre los más pobres,
■ v El Perenne Milagro Guadalupano 77
Lht
insignificantes e inadecuados para ser tenidos en cuen-
ta? Es también seguro que no.
Pero Dios no piensa con nuestra microscópica y
cerrada mentalidad. Y por ello la Virgen de Guada-
lupe no se apareció ante Cortés, Alvarado o Sando-
val, ni ante el obispo, el prior, el abad, la dama hispa-
na de prosapia ni siquiera ante Cuauhtémoc o uno de
sus mejores hombres, ex-guerreros y ahora aliados del
Conquistador.
El 9 de diciembre de 1531, a la hora del alba,
cuando México entero aún dormía, nadie hubiera ima-
ginado ni en sueños, que ya la obra de Dios estaba
en marcha. Ni Juan Diego mismo lo sabía, con ser él
el conducto mismo y el instrumento: Y sin embargo. . .
La víspera había sido un viernes 8 de diciembre.
Aun cuando faltaban tres siglos más veintitrés años
para que el dogma de fe de la Concepción Inmaculada
de María fuese definido "ex cátedra" por Pío IX (lu-
men in coelo) , la ciudad de México había celebrado
con pompa religiosa una fiesta en honor de esa advo-
cación de la Señora del cielo. Sabido es que fue siem-
pre lema franciscano, inscrito habitualmente en sus con-
ventos, sostener este blanco misterio marial, aun antes
de su incorporación como verdad obligatoria a creer,
por la Iglesia. Lo cual de paso comprueba una vez más
que la Iglesia, el Papado, no inventa dogmas a placer,
como nuevas marcas industriales; simplemente recoge
la creencia constante, firme, sostenida y fundamen-
tada de la cristiandad, y la erige, dada la ocasión, en
dogma de fe. Lo mismo ha hecho, muy en nuestros
tiempos, con la Asunción de la Virgen, también sabi-
da, creída y reverenciada por la cristiandad, nada me-
nos que desde los tiempos apostólicos.
Pues bien: aquel 8 de diciembre de 1531, la cris-
tiandad hispana de esta tierra recién de España, y al-
78
Jesús David Jaquez
gunos pocos cientos de indios ya conversos, bajo los
auspicios franciscanos, celebraron dicha conmemora-
ción religiosa. Quieren algunos escritores piadosos que
este hecho haya inclinado a la Señora del cielo a des-
cender de una vez a la tierra azteca, como correspon-
diendo al agasajo católico. Bien está como creencia
piadosa. Pero no son los sucesos del tiempo los que
actúan sobre la .eternidad, sino más bien viceversa,
pues que Dios sabe cómo y cuándo van a teaaer lugar
los hechos humanos, con ochocientos quintillones de
años de antelación, que es una forma de decir que los
conoce, hasta en sus mínimos detalles, d,esde siempre:
ab aeterno.
Y sin embargo, puede haber cierta validez en la pia-
dosa idea coincidencial: no se premia, en lógica buena,
una acción loable, sino hasta que ha sido realizada.
Sea como fuere, la hora había llegado, era el 9 de
diciembre dicho. Parece que bien poco antes, se ha-
bían registrado aún ciertos actos atropellatorios y de
conculcación entre los indios, por parte de algunos in-
honestos o crueles capitanes de la conquista. Mas no
queramos compaginar la historia humana con los fas-
tos divinos. Ya expuse que no hay que pensar con tal
lógica. La lógica divina sólo Dios la sabe y la pone
por obra independientemente de nuestras previsiones
o conclusiones.
Juan Diego, sin sospecharlo siquiera, estaba ya ma-
duro. En la lista de presente de Dios, su nombre había
sonado, si vale hablar así. Y la aparición vino, justa
en su momento. El milagro fue obrado por el Eterno,
con la admirable y gustosísima colaboración de la Ma-
dre Divina del Verbo: Mater Dei et Mater gratiae. La
que es medianera de todas las gracias, vino a la tierra
como gentil y gozosa portadora de una muy grande
y trascendente. Bien es Ella llamada por la Iglesia, en
El Perenne Milagro Guadalupano 79
la letanía lauretana, "Causa de nuestra alegría". Y al
venir Ella, vino con Ella el buen querer de Dios; por-
que la Celestial Señora no puede ^esencialmente querer
nada que no sea querer y voluntad del Altísimo.
El relato Cándido, lilial y diáfano de las aparicio-
nes, mejor que nadie después, lo hace otro indio, a
quien sin duda Dios también debe haber asistido en
algún modo: Antonio Valeriano. Yo me limito a sub-
rayar, a hacer comentario, a intentar adentrarme en lo
humanamente perceptible de esa maravilla aún no bas-
tantemente explorada por la mente humana creyente y
respetuosa, la que jamás agotará el tema, como en ati-
nada frase dijo a quien ahora escribe, el estimable y
asiduo guadalupanista don Alfonso Marcué González.
Debe ser católicamente comprensible que las apa-
riciones de la Virgen hayan venido siendo mucho más
frecuentes a los hombres, que las de Jesucristo Nues-
tro Señor mismo. Ello quizá se explique, salvo mejor
y más autorizada opinión, porque la Señora es la me-
dianera de todas las gracias a los mortales, y quizá
también por eso que antes apunté sobre la especial
sensibilidad espiritual de las almas, hacia la Virgen
María, por su calidad de meio ser humano, por su fe-
minidad santísima, por su mismo carácter de Madre,
auxilio y consolación de los cristianos. Acá en lo mera-
mente humano la madre siempre puede influenciar me-
jor al hijo que el padre; tiene más dulzura, más tino,
más fina sensibilidad de insinuación; Claro está que la
comparación es apenas tolerable desde su punto de vista
humano, pues no hay cualidad alguna que la Señora
Celestial tenga, que no le provenga de Dios, fuente
única de toda cualidad, de toda bondad y de toda be-
lleza y que en El se encuentran en grado infinito y en
la criatura no.
Pero plugo al Altísimo proceder así porque a Ella
80
Jesús David Jaquez
la tiene encargada, sobre todo desde el momento en
que, Hombre y Dios, estaba elevado en la cruz por
nosotros, de velar por nosotros como madre: "Madre,
he ahi a tu hijo", dijo indicando a Juan, el apóstol
amado, en cuya persona vé la Iglesia representados a
todos nosotros, los fieles católicos,
Hay un detallé entré otros, qué observar: la glo-
riosa Señora sé apareció en la cumbre de un cerrillo
sin importancia alguna. Arido, agreste, sin belleza ni
significación. En su falda había habido una aldehuela
azteca, datante de algo así como 1223 y desaparecida
desde 1245. En la fecha de las apariciones, ni rastros
quedaban del ya olvidado pueblecillo de Tepeyácac, ni
moraba nadie en sus poco atractivas inmediaciones. En
cambio, en su altura había existido un adoratorio ido-
látrico, por cierto a una diosa imaginada por los az-
tecas y denominada "Tonantzin", que significa "nues-
tra madre". Ese ídolo, cuya figura más probable se
conserva en los dibujos de viejos códices precortesía-
nos y que es evidentemente femenina, había sido derri-
bado y destruido por los conquistadores, no sin el dis-
gusto de los falsos adoradores de entonces y de los
asiduos arqueologistas de ahora que, aun comprendien-
do la necesidad conquistatoria, política y civilizadora
que forzosamente tuvo que mover la mano furiosamen-
te iconoclasta de los nuevos civilizadores, lamentan no
poder estudiar el histórico-mitológico monigote, como
hacen — y hacen biei..— con el calendario azteca y la
repugnantemente evocadora Piedra de los Sacrificios,
cuyo gran valor arqueológico nadie deja de compren-
der y hasta estimar. Pero todo esto pertenece a un
pasado histórico y nosotros estamos, en todo lo sus-
tancial de este libro, en un pleno presente, en cuya
contemplación sólo retromiramos, para estudiar el ori-
gen, para afianzar más el hilo conductor que nos permi-
El Perenne Milagro Guadalupano 81
te captar el hecho entero desde sus preliminares y su
eclosión, hasta su plena florescencia en nuestros días
y hasta los venideros. Porque la milagrosa tilma fue
de ayer, es de hoy y será de todo el futuro y el mila-
gro en ella puesto, en ella indisolublemente junto y
conjugado, también fue, es y será, aparte de toda fecha
cronológica, de toda etapa histórica, bañado y satura-
do de perennidad emocionante y bendita para siempre.
El Tepeyácac preguadalupano era un sitio inatrac-
tivo; casi indeseable. Y aquí una coincidencia más: la
gruta de Massabielle, que el 11 de febrero de 1858 se
iluminó, como el Tepeyácac, de celestes resplandores
extraterrenos, era también un lugar no grato. Tiradero
de basuras, rincón más que suburbano, cueva penum-
brosa donde los aldeanos de la regioncita de Bigorre
no gustaban de penetrar, imbuidos de cierto supersticio-
so temor ante los rumores de quién sabe qué desagra-
dables "diableries", era un sitio marginado. Fátima
(Cova de Leiría), en Portugal, La Salette, en lo abrup-
to del centro montañoso de Francia, no eran tampoco
sitios bellos. Pero ni Oporto, ni la Costa Azul, ni la
bucólica y linda Normandía, ni el eglógico, virgiliano
Xochimilco, ni el esmeraldino Pátzcuaro, fueron los
sitios de elección para la topografía de lo sobrenatu-
ral: fueron, por no sabemos ni quizá sabremos por aho-
ra qué razones de lo alto, sitios tristes y abandonados
y hasta sitios de histórico resabio demoníaco. Quizá la
que vino a aplastar la cabeza de la serpiente, quísolo
así para consagrar y regenerar viejos realmos del ene-
migo eterno de ella, de todas las mujeres y de todos
los hijos de mujer.
Sobre la espinosa, desolada y agria roca tepeya-
cense, la Reina del Cielo aparece. Y aparece de pie,
en la actitud más gallardamente humana, la actitud de
señorío, de dominio activo y de dinamismo potencial
6
El Perenne Milagro Guadalupano 83
y dispuesto, como el caminante que va a partir. O
como el que habla a otros brevemente y sólo cosas
esenciales. Todas las apariciones guadalupanas fueron
en esta posición. Y también lo fueron —todas las die-
ciocho.— , las de Lourdes, en la oquedad de la cueva de
Massabielle, y también las de La Salette y las de Fá-
tima. La soberana permanece de pie, los súbditos son
los que se arrodillan: así debe ser.
Sin embargo, en el Tepeyac Ella camina: "La vió
bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando
hacia donde antes él la veía; salió a su encuentro a un
lado del cerro. . ." Bajada divina cuya áspera ruta no
supimos luego después localizar y venerar. Pero hay
más.
Aun cuando el relato príncipe de las apariciones
no lo consigna, afírmase y creo que lo sostiene la tra-
dición, que esa salida al encuentro de Juan Diego por
la Señora, fue en las inmediaciones de un manantial
de aguas aluminosas, adonde posteriormente fue cons-
truido un templo: El Pocito, que sustancialmente nada
tiene que ver con las apariciones, sobre todo si lo
desvinculamos de la descendente ruta mencionada y
de la que luego diré. Como nada tiene qué ver ni
nunca me lo he podido explicar razonablemente, la Ca-
pilla de las Rosas, erigida tiempo después por una pie-
dad loable pero ajena a los hechos y los lugares, ma-
yormente cuando de sobra sabemos que el sitio a donde
Juan Diego fue a cortar las rosas de milagrería, fue la
cumbre del Tepeyac. Bien está la devoción y bien la
piedad, mayormente cuando erige templos, pero deben
ser siempre razonadas y concordes con los hechos rea-
les, no falseadoras ni desorientadoras en lo material.
De este sitio más o menos inmediato al manantial
—extinto ya por cierto — la Divina Señora y Juan Die-
go caminaron mano a mano —¡oh! encantadora, con-
84
Jesús David Jaquez
movedora, arrobadora familiaridad santa de Madre
hijo — hasta el lugar donde se alzaba un árbol. L
afirman viejos documentos, aunque no está contenid
sino sólo implícitamente y de un modo apenas sup(
nible, en el Relato de Valeriano. Ese árbol era u
Quauzáhuatl, hoy día popularmente conocido com
cazahuate; abunda en diversas regiones montañosas d
centro del altiplano mexicano; es silvestre, tristón, tii
ne flores blancas en su tiempo y su nombre azteca sij
nifica "árbol de telas de araña" o "árbol ayuno"; est
porque -no produce fruto y lo anterior porque sus flon
son ligeras y deleznables, poco consistentes y con
amontonadas o enracimadas. El P. Lauro López Be
trán, de Cuernavaca, dedicadísimo al guadalupanism
su estudio y propaganda, afirma, apoyándose en la ai
toridad de Cayetano de Cabrero en su obra "Escuc
de Armas", que la Virgen esperó « Juan Diego "ba
un árbol, entonces, después tronco, y hoy, raíz apena
cae a la parte oriente, frente al Pozo, y permane
en la memoria de los ancianos del Pueblo, con el ñor
bre de Arbol de la Virgen, en que se mudó el (gen
rico) de Quauzáhuatl". El mismo guadalupanista <
Cuernavaca nos da otra cita referente. Dice que
P. Francisco de Florencia, en su Estrella del Norl
anota que en el subterráneo de la vetusta sacristía <
la Parroquia Archiprestal de Santa María de Guad
lupe otrora venerando lugar donde se levantaron 1
tres primeras ermitas, encontramos todavía un cer
de tabiques fijando el sitio exacto donde estuvo e
"cazaguate", paraje hollado por la virgínea planta <
la Celestial Señora del Tepeyac.
La distancia entre el probable sitio del encuent
de la Divina Madre y su humilde hijo indiano, y
árbol desaparecido, es de unas 65 varas, en medid
españolas de aquel tiempo, o sea aproximadamen
El Perenne Milagro Guadalupano 85
unos 50 ó 54 metros, más o menos. Ese sendero ben-
dito, no menos y quizá más que el antes mencionado,
deberían haber sido conservados, embellecidos sin mo-
dificarlos y venerados, y hubiera sido hermoso cami-
nar en piadosa procesión siguiendo exactamente los
pasos de Nuestra Señora y de nuestro dulce y ventu-
roso vidente. Por la última senda mencionada, cruza
diagonalmente una asfaltada avenida y autos y camio-
nes pasan raudos y prosaicos, casi profanadores, don-
de un 12 de diciembre.de 1531, en la mañana, pasa-
ron celestialmente tamaña Divina Señora y tan hermoso
hijo y siervo suyo.
Los sitios santos, sagrados por excelencia del Te-
peyac, aun perdidas estas dos sendas, son la cumbre
del Tepeyac, lugar eminente donde por tres veces con-
secutivas la luz de la gloria eterna brilló sobre la tierra
azteca, y el pie del cerrillo, donde la Señora acabó su
breve recorrido con Juan Díeguito, le dió,sus últimas
órdenes y esperó a que el bienaventurado vidente su-
biera la colina a cortar y traer las flores. Media hora
por lo menos de presencia física, corpórea de la Seño-
ra del cielo en ese pedazo bendito de suelo.
Sería interesante y bello escribir, por mano de quien
tenga vocación y capacidades para ello, una obra de lo
que yo llamaría "Topografía Mariana", fijando y des-
cribiendo los sitios exactos de todas las apariciones de
la Virgen en los diversos lugares conocidos del mun-
do, como teatro de esas apariciones. Un trabajo tal
tendría no poco interés histórico y topográfico y ade-
más, estableciendo analogías quizá insospechadas entre
los diversos sitios, mostraría, en los diversos aspectos
y detalles de las apariciones de la Virgen María, esa
unidad en la variedad y variedad en la unidad de las
obras divinas en favor de los hombres. ¡Hay tanto qué
86
Jesús David Jaquez
Grabado de Principios del siglo XVIII.
El Perenne Milagro Guadalupano 87
decir sobre este tema y, bien tratado, sería tan instruc-
tivo y novedoso!
Discuten algunos si el milagro de la impresión de
la imagen de la Reina del Cielo en la tilma de Juan
Diego fue allí mismo, al pie del Tepeyac y bajo el
cazahuate mencionado, o en el Obispado, en el acto
preciso de la entrega de las rosas a Fray Juan de
Zumárraga. El Relato de Valeriano parece dar a en-
tender claramente lo segundo. Pero hay motivos para
adherirse a la primera opinión. Si bien el cronista prín-
cipe de las apariciones dice textualmente que "así que
se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas
de Castilla, se dibujó en ella (en la blanca manta) y
apareció de repente la preciosa imagen de la siempre
Virgen Santa María", esto, que puede ser literal,
puede también, sin llegar a una interpretación dema-
siado forzada, o acomodaticia a un criterio prejuzgan-
te, entenderse como que de repente los circunstantes,
que estaban atentos al primer portento que miraron sus
ojos y que ya había sido vaga o genéricamente pedido
por el Obispo, de repente fijaron sus ojos en la tilma,
objeto aparentemente secundario y sin importancia y
vieron entonces de repente cómo estaba dibujada en el
ayate la santa imagen. Sin porfiar en esta segunda
creencia, aduzco dos razones, una de ellas de enorme
peso. La primera es que ni Juan Diego mismo sabía
que llevaba dibujada sobrenaturalmente la santa ima-
gen; esto es lógico y casi seguro. El había sido, y en
esto sí hay que hacer el debido hincapié, el primer altar,
humano y caminante, para la sagrada efigie; había sido
su trono, y la figura visible, aunque no vista aún, de
la Virgen María, había caminado como en una proce-
sión altamente religiosa, desde el Tepeyac hasta el
Obispado, santa y unciosamente acompañada y vene-
rada por el admirando indito que, si no sabía que llevaba
88 Jesús David Jaquez
la imagen pintada físicamente en el ayate, que quizá
él mismo había tejido días antes, sí en cambio llevaba
guardada en su retina y puesta vitalmente en su cora-
zón, la figura fresca y viva de la Santísima Virgen que
acababa de contemplar extasiado, al pie del Tepeyac.
Juan Diego por tanto, no hizo él mismo el menor apre-
cio de su tilma, tanto más cuanto que ni su misma pos-
tura, portando la tilma a manera de delantal, era pro-
picia a mirar la imagen dibujada en él; además, estaba
atento a las milagrosas rosas y a espiar en las faccio-
nes y en la reacción del prelado, si éste se daba por
convencido y satisfecho con la prueba de evidencia so-
licitada. Le iba en ello su veracidad y su palabra em-
peñada, palabra de la que la Santísima Virgen había
explícitamente indicado que tenía que ser garante, como
explicaré en el apéndice de Exégesis del Relato de
Valeriano.
Hay una segunda razón de más peso. Cuando los
criados del Obispo intentaron curiosear qué ocultaba
el indio en su ayate y Juan Diego, por no verse for-
zado a desviarse de la orden de la Virgen les dejó
entrever que sólo eran flores, ellos intrigados y burdos,
intentaron cogerlas, y cada vez que lo pretendieron,
que fueron tres ocasiones, no vieron ya rosas, sino sólo
sus apariencias, como que estaban cosidas o labradas en
la tilma. Esto fue un milagro, en el que poco se ha
hecho hincapié por cierto. Pero parece apoyar la idea
de que aun tal suceso inexplicable, tenía sólo por fin
salvaguardar la sagrada imagen contra miradas pro-
fanas e insolentemente adelantadas. Si no hubiera ha-
bido ya la imagen, ¿a qué propiamente el tres veces
repetido milagro? No se ve causa suficiente.
Pero hay un argumento más, ya de otro orden
superior y más admirable aún. Cuando recientemente
examinaba yo varias fotografías amplificadas de la
El Perenne Milagro Guadalupano 89
sagrada tilma, en fotos transparentes sobre cristal, en
una caja luminosa, o sea de luz proyectada por abajo,
en la casa de ese estimabilísimo aunque modesto gua-
dalupanista que es D. Alfonso Marcué González, le
pregunté el por qué de ciertas manchitas como de gotas
de agua sobre una acuarela fresca, en la fig'ura de la
Guadalupana; dicho señor sonrió y me dijo: "esas
manchitas son causadas, o más propiamente lo fueron,
desde el momento de la impresión sobrenatural de la
venerada imagen. . . por las gotas de rocío de las fres-
cas rosas", gotas de rocío en las que por cierto bien hace
hincapié el Relato de Valeriano, que dice: "Estaban
muy fragantes y llenas de rocío de la noche, que se-
mejaban perlas preciosas." Esas gotas de rocío acusan
la temprana hora, como las 6 de la mañana, en que
Juan Diego las cortó, corroboran el portento y perpe-
túan un ángulo más de su calidad sobrenatural. Y quizá
no fueran explicables si la impresión hubiese sido en
el Obispado, hora y media o acaso dos horas o poco
más después de la impresión ultraterrena. De todo esto
yo concluyo, con el Sr. Marcué, que ésta tuvo lugar
en el sitio santo de las apariciones, el Tepeyac.
Cuando Juan Diego regresó de la cumbre adusta
de ese Tepeyac, trayendo, todo lleno de santa euforia
espiritual, las rosas de prodigio, milagro patente, aun-
que no tan grandioso como la presencia radiante de la
Señora, las presentó a ésta, puestas dentro de su tilma,
que para ello, para guardar y cargar objetos la había
tejido, como la tejían todos sus compatriotas pobres;
la Celestial Reina las cogió y las reacomodó en el pobre
ayate, seguramente nuevo y recién tejido, por otra me-
nuda providencia de lo alto; en ese acto, las manos
purísimas de la Reina de los Angeles y los Querubines,
rozaron físicamente !a tilma de ixtle. Y fue entonces,
al contacto de esas manos celestiales, las mismas que
90 Jesús David Jaquez
sostuvieron y mecieron a Jesús Niño y tocaron ungién-
dolo, el cadáver de Jesús ya muerto, cuando el milagro
se -produjo: el nuevo milagro asombroso y magnífico,
el permanente, el que confirió a la santa imagen "de-
dicada" con amor de madre a nosotros todos, sus hijos,
sus cualidades extranaturales que después la Iglesia
Romana reconoció: "Non fecit taliter omni nationi",
no hizo cosa igual con ninguna otra nación; exclama-
ción admirativa de Benedicto Papa XIV, tomada del
sagrado Libro de los Salmos.
Cuando Bernardita Soubirous regresaba de la gru-
ta de Massabielle, la mañana del Día de la Anuncia-
ción, 25 de marzo de 1858, ella llevaba guardado un
secreto, pero ni ella misma lo sabía. Llegó en derechu-
ra a la casa parroquial y sin saludar, dijo al enérgico
y severo Cura María Domingo Peyramale: ¡"Qué soy
éra Immaculado Conceptiou!" Acababa de preesnciar,
ella sola, la décimaqúinta aparición de la "damizélo".
Bernardita ni siquiera sabía francés: hablaba su "pa-
tois bigourdain": el dialecto pueblerino de la región de
Bigorre: "¡Qué soy éra Immaculado Conceptiou!". . .
"Tengo miedo de olvidarlo, explica; la "damizelo"
(la damita, la señorita) acaba de decirme eso" ¡Yo soy
la inmaculala Concepción!
¡Pequeña orgullosa! exclama el rudo y enérgico Cura
Peyramale; ¿Sabes tú lo que significa eso?
Bernardita, portadora de la revelación divina que,
cuatro años más tarde venía a confirmar el dogma de
la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por
Pío IX, no había siquiera oído jamás pronunciar tal
nombre: llevaba apenas algunas semanas asistiendo al
catecismo. ¡Llevaba la gran revelación y no lo sabía
siquiera! Oh, misterios del cielo!
Juan Diego, caminando casi cinco kilómetros des-
El Perenne Milagro Guadalupano 91
de el Tepeyac hasta la casa del Obispo de México,
llevaba también la revelación divina y tampoco él lo
sabía. La Dama de la Gruta, que allá también, como
acá, había pedido un templo, debe haberle ordenado
a la pastorcilla que guardara el secreto; la Dama de
los ásperos y pelones riscos del Tepeyac había man-
dado expresa y terminantemente a Juan Diego que a
nadie mostrara lo que llevaba en su tilma. Juan Diego,
al parecer • — al parecer de acá abajo, del mundo te-
rrestre— sabía más catecismo que Bernardita; sin em-
bargo, la Señora le reiteró terminantemente su orden:
"Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo
despliegues tu manta", le había dicho. Ni Bernardita
debía desplegar los labios ni nuestro indito su manta:
ambos celaban un secreto del cielo. Y "el secreto del
Rey debe ser guardado", dice un proloquio. Y. . . tam-
bién el secreto de la Reina, que manda junto con el
Rey. Muchas veces mensajeros, sobre todo militares
tienen que llevar un mensaje secreto al través de tie-
rras extrañas u hostiles; llevan su secreto en un sobre
lacrado; saben que lo llevan, pero ignoran su natura-
leza. Y ¡ay de ellos si lo violan! Mas nadie puede
revelar un secreto que ignora. Si Juan Diego no hu-
biera llevado escondido en los repliegues de su mo-
desta tilma el secreto de la imagen de la Santísima
Reina y Señora, ¿a qué tan rigurosamente le fue or-
denado no develarlo? Ni en Lourdes ni acá el secreto
debía de revelarse antes del momento preciso y ante
la persona precisa: allá un cura respetable, acá un pre-
lado; ¿entendemos ahora un poquitillo de la política del
cielo?
Al menos entenderemos la admirable eficiencia del
mensajero del Tepeyac, como de la mensajera de Lour-
des; su perfecta obediencia, su docilidad, su fe ciega,
que es la fe que vale„ porque es la que place a la Di-
92
Jesús David J a q u e z
i
vinidad, que no escoge para sus misiones a sabios, res-
petables o personajes, sino a almas candorosas, en las
que la fe no sea empañada por conocimientos ni letras
ni razonamientos humanos: la fe que cree porque tiene
que creer, no porque le haya sido demostrada con ra-
zones la conveniencia o la sensatez de creer.
Si buscamos en todo este suceso el origen exacto,
la causa eficiente, es decir, operante o actuante de la
estampación en el ayate de nuestra admirable imagen,
no lo podremos encontrar sino en un instante que bien
claro nos fue referido en la historia de las apariciones:
aquel en que las manos de la Celestial Señora entra-
ron en contacto físico con el áspero ayate: no hay otro
momento en qué situarlo razonada y verosímilmente:
ese fue el instante preciso del milagro permanente. Yo
no encuentro otro.
Y mediante esto, creo que se explican muy satis-
factoriamente las características de mir aculo sidad, es
decir, de sobrenaturalidad instantánea y fuerte, como
un impacto de lo de allá arriba, grandioso e incom-
prensible, con lo que acá abajo, mezquino y rastrero,
que encontramos en la tilma del milagro, como las' en-
contramos también, de otro modo y bajo otras caracte-
rísticas, en el agua montañera de Lourdes. Allá, el mi-
lagro ha sido estudiado, observado científicamente, so-
metido al análisis del laboratorio, a los rayos X, al
electrocardiograma y al endocardiograma y al encéfalo-
grama, etc., porque la naturaleza de las curas extra-
ordinarias, no explicables por los medios naturales y
científicos, impulsaba a los sabios a estudiar tan des-
concertantes hechos, por lo menos en sus efectos visi-
bles y tangibles y controlables ante cada cura extra-
natural. Acá, han pasado más de cuatro siglos y ape-
nas comenzamos a darnos cuenta, en forma inicial, de
El Perenne Milagro Guadalupano 93
algunas de las asombrosas características de la santa
tilma. Modernamente físicos, químicos, técnicos en pin-
tura y fotografía, médicos y oftalmólogos, comienzan a
aplicar su ciencia al milagro perenne y modestamente
oculto en la indiana tilma. Y lo que han descubierto
en ella, es, humanamente desconcertante. A su tiempo
trataré de este aspecto maravilloso.
En el Tepeyac, fue el contacto físico o el acerca-
miento muy grande de las manos celestiales a la tilma
terrenal, lo que debe haber determinado el milagro;
en Lourdes, sede del otro milagro permanente, parece
que pasó algo semejante. Cuando la bella Dama ordenó
a Bernardita ir a un rincón de la gruta, cuyo perímetro
interior por cierto es reducido, y beber de aquella
agua, no había agua ninguna que beber, sólo un poco
de lodo. Bajo un ademán de insistencia de la Señora
y bajo su mirada, Bernardita comenzó a rascar en
aquella tierra medio lodosa. Ella le había dicho: "Ve
a beber de aquella agua y a lavarte en ella". No había
agua. Pero había fe. Y Bernardita fue y con sus dedos
y sus uñas, dedos y uñas de una mano pobre de aldea-
na desnutrida y ruda, manos descuidadas hechas a
recoger leña, a lavar ropitas y a rezar rosarios; pero
bajo las miradas y la mano extendida de la Inmacu-
lada, brotó el agua, lodosa al principio; agua que desde
entonces mana sin cesar atrayendo a millones de cre-
yentes — no menos de tres millones por año— y a
millaradas de enfermos de todas las dolencias imagi-
nables: leprosos, cancerosos, tuberculosos, sifilíticos,
ciegos, tullidos, hipertrofiados todas las miserias hu-
manas.
En la gruta no había agua: en el Tepeyac no había
flores; bien lo sabía Juan Diego, como expresamente
lo declaró y como era completamente lógico. Pero ni
el indito ni la pastora dudaron. Y por eso se hizo el
94
Jesús David Jaquez
milagro. Los colores de las rosas milagreras pasaron a
la tilma, al contacto de María; la virtud de Dios pasó
al agua, ante el ademán y la mirada de María. El mi-
lagro, como tal, es sencillo, el milagro es modesto: pe-
culiaridades de la manera de ser, permítaseme la ex-
presión, de Dios.
Por cierto que en estas dos apariciones mariales,
únicas de las que sé que haya quedado, como ya dije,
un milagro en permanencia, la Señora caminó y la
Señora bajó. "La vió bajar del cerrillo", dice el evan-
gélico Antonio Valeriano. La Señora bajó de la oque-
dad algo elevada, en la pared pétrea de la gruta y
caminó algunos pasos por el suelo de ésta. En ambas
apariciones la Señora camina y la Señora baja. Simbó-
lico acto que nos expresa físicamente el descenso de
la celestial visión hacia la bajeza humana. Siempre las
apariciones de la Santísima Virgen han sido en algún
lugar un poco elevado, pero Ella ha bajado físicamente
—¿se puede aplicar correctamente la palabra físico a
lo que sustancialmente y por naturaleza es ya suprafí-
sico? No lo sé. Pero el hecho, recalco, fue así en Mas-
sabielle lo mismo que en el Tepeyac. Y nada de lo que
la divinidad hace deja de tener una profunda, miste-
riosa y trascendental significación, no importa que por
ahora los mortales no alcancemos a percibirla. Ni me-
nos a interpretarla. Dios siempre se excede en nues-
tras necesidades y en nuestras aspiraciones; siempre se
excede, se muestra amplia y plenamente generoso. Por
eso sus dones, como los regalos de un rey, son ricos
y colmados. Así es El.
Dije que el milagro, como tal, es sencillo y es mo-
desto: ahora insisto en estos dos términos. Sí, el mila-
gro es sencillo: no es aparatoso, no es espectacular,
no es complicado ni ruidoso; no se anuncia ni se pro-
El Perenne Milagro Guadalupano 95
clama ni se grita a sí mismo, no se hace propaganda,
no se difunde a todo el público, no se avisa con trom-
petas de fama, con campanas o clarines o altoparlan-
tes: es característicamente sencillo y silencioso. Y ca-
balmente por eso, entre otras razones, es ejecutado al
través de los sencillos y los silenciosos, como Bernar-
dita, como Juan Diego. En su ejecución misma, en ese
instante divino de su eclosión, el instante preciso en
que se plasma, en que aflora, en que se hace realidad
perceptible en la tierra, el milagro es realizado por mé„
todos, por sistemas, por procedimientos de una senci-
llez, de una primitividad desconcertante. Agua, flores,
tilma: cosas sencillas, llanas, comunes y corrientes.
Hasta cosas pobres. ¿Podéis darme un objeto más po-
bre que el ayate de ixtle de un indito? ¿Que le sirve
al mismo tiempo de manta, de cobija, de abrigo, de
maleta para cargar no los pretenciosos objetos necesa-
rios a la vanidad y a la soberbia, sino los simples ob-
jetos esenciales a la vida y sus necesidades; sus nece-
sidades más primarias y elementales: elotes, leña, pollos,
comida? Y las flores ¿no son en concepto humano y
también • — ahora caigo en la cuenta — en concepto
Guadalupano, o sea de la misma Virgen María, obje-
tos naturales y llanos? Y también objetos de entre los
mejores de esta vida: son bellos, son aromáticos, sim-
bolizan las virtudes: la rosa el amor, la violeta la mo-
destia, el lirio la pureza, etc. Y el agua ¿no es sím-
bolo y elemento esencial de la limpieza, del aseo, de
la salud y de la vida? "donde hay agua hay vida",
suele decirse. ¿Y el agua lustral del bautismo?
Estos son los instrumentos de Dios en sus milagros:
los elementos materiales más humildes y llanos, como
sus mensajeros son también los más pequeños y des-
deñados de los hombres.
¿Y qué decir del instante supremo del milagro?
Jesús David Jaquez
Ese instante también tiene particularidades semejan-
tes: es modesto. Hasta cierto punto podríamos decir
que se oculta. Y se oculta a tal grado, se recata de
tan fina, de tan exquisita manera, que ni el portador
del mismo, su siervo y factor humano, suelen saberlo,
Bernardita rio sabía ni de lejos las calidades milagro-
sas de la fuente que al rascar con sus deditos brotaba,
ni menos su repercusión en una, serie inacabable y no
acabada de milagros. Juan Diego no sabía que en su
tilma y sobre su mismo pecho palpitante, pecho humil-
de por dentro y aun por fuera, pecho de pobre rnacé-
hual de carné morena india, se había ejecutado un
milagro asombroso. Ambos eran vehículo del milagro,
ambos debían ignorarlo en los primeros momentos.
¿Véis cómo el milagro es modesto?
En Lourdes se ha hablado, no con mala intención
desde luego, de la "técnica del milagro", de la "mecá-
nica del milagro", del sistema del milagro. El milagro
no tiene técnica ni sistema ni mecánica; porque estas
cosas son de pobre ciencia o de pobre ejecución hu-
mana. La técnica no es sino el conjunto de reglas para
ejecutar correctamente una cosa. Pero la "técnica" de
Dios, "el sistema" de Dios, "los procedimientos de
Dios", de Dios son y no de este mundo. Ni se miden
con centímetros o metros o kilómetros de este mundo,
ni se aplican a ellos reglas ni fórmulas humanas, ni se
analizan con microscopios o aparatos científicos ultra-
avanzados y perfectísimos. Estos medios nos sirven sin
duda para su comprobación, para su constatación ante
los ojos humanos, para poder decir: he aquí algo que
la ciencia no explica, que la pura razón no comprende,
no alcanza a captar. Certifican el milagro y lo mues-
tran — esa cabal y solamente es su misión— como fe-
nómeno excedente al orden natural, habitual, humano,
material, al juego de las fuerzas físicas, químicas, etc.
El Perenne Milagro Guadalupano 97
Pero nada más. Pero dentro de ese terreno y esa misión
rigurosamente circunscrita y plenamente aceptable y
hasta laudable, puesto que la Iglesia nunca la ha re-
chazado, antes admitido, únicamente nos dejan ver
que el hecho o fenómeno es incompatible con las leyes
naturales o humanas de este mundo. Esta y nada más
es su misión.. Y la ciencia por sí sola, ni siquiera está
autorizada a pronunciar la palabra milagro; no es ese
su cometido porque no es ese su ámbito de acción. El
"Bureau des Constatations de Lourdes", constituido por
un respetable y numeroso cuerpo de médicos, al que
por cierto tienen acceso pleno los de creencias no cató-
licas: protestantes budistas, shintoístas, mahometanos
o de cualquiera otra religión, jamás declara que tal
cura es milagrosa: no es ese su terreno y no invade
jamás el que le está vedado. Se limita a declarar que
tal curación, dentro de las circunstancias en que se ve-
rificó y dados sus antecedentes, índole, etc., no se
puede explicar por la ciencia: nada más.
Roger Mauge, en su bello libro "Lourdes, Son Pé-
lerinage", dice con fino esprit francés: "Todos los
análisis que han sido hechos del agua descubierta por
la pastorcita, han mostrado simplemente que es una
buena fuente de montaña, pura, sin ninguna propiedad
curativa. Los laboratorios, no obstante sus análisis in-
finitamente precisos, no han podido evaluar la canti-
dad de sobrenatural que esa agua contiene, ni en milé-
simas de miligramos."
Tampoco en la tilma guadalupana han podido ni
podrán en lo futuro los científicos que la estudien, aun
muy rigurosamente, llegar a evaluar la cantidad de so-
brenatural escondida entre la filatura y la trama de la
pobre, tosca y vieja tilma del indio Juan Diego.
Llegarán —y aun van llegando ya— a atisbar que
ahí hay algo que no se explica por los solos medios
7
98
Jesús David J a q u e z
naturales, como en Lourdes, pero nada más. Y esto
será lo que nos ayude —y nos va ayudando ya — a dar
con la explicación, con la certificación y comprobación
del milagro, al excluir de él, de su plasmación y super-
vivencia, todo ingrediente natural y humano. Nada
más. Y esto cabalmente, es lo que nos hace entrever
la mano de Dios y exclamar: ¡Así son las obras del
Omnipotente!
CAPITULO 5
LA SUBSISTENCIA FISICA DEL AYATE Y LA
IMAGEN DURANTE 429 AÑOS ¿ES TAMBIEN
UN MILAGRO?
"A las orillas del Lago de Texcoco floreció
el milagro: en la tilma del pobrecito Juan
Diego, pinceles que no eran de este mundo,
dejaban pintada una imagen dulcísima que la
labor corrosiva de los siglos maravillosamente
respetaría."
PIO PAPA XII
(Mensaje radiado el 12 de octubre
de 1945).
El 12 de diciembre de 1531 la tilma de Juan Diego
fue desatada del cuello del humilde vidente por las
manos venerables del Obispo Fray Juan de Zumárraga
y colocada reverentemente en lo alto del altar de su
pequeño oratorio episcopal. Allí comenzaron la devo-
ción, admiración y veneración de ese lienzo sin par.
Pero allí también comenzaron las indelicadezas y las
involuntarias y hasta piadosas imprudencias que, a lo
largo de 429 años hasta hace poco, han atentado "—con
muy buena y santa intención casi siempre'— contra la
preservación de la milagrosa tilma.
Antes de describirlas; sin omitir crudezas, torpezas
y hasta un atentado sacrilego, ya que todo esto sirve
100 Jesús David J a q u e z
El Perenne Milagro Guadalupano 101
justamente para demostrar más y evidenciar irrefraga-
blemente las cualidades extraterrenas de la sagrada
imagen, mencionaré un detalle: el detalle de las rosas.
Ya sabemos el origen sobrenatural de esas rosas.
El relato de Valeriano dice textualmente: "Y así que
se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas
de Castilla. . ."
El silencio sobre las rosas se hizo a partir de ese
momento: nadie jamás, que yo sepa, volvió a hablai
de esas rosas plenamente milagrosas. Ante la maravi-
lla de la imagen, las rosas, consideradas solamente como
un signo provisional, quedaron relegadas al olvido.
Un guadalupanista eximio, D. Alfonso Marcué
González, de la Villa de Guadalupe, me dijo que hace
años, sin determinación ninguna de fecha, había exis-
tido en un altar lateral de la Catedral de México, una
gaveta donde, entre otras reliquias sagradas, se con-
servaban algunas cuantas flores (rosas) secas, que se
afirmaba eran de las que Juan Diego había cortado
por mandato de la Señora del cielo en el Tepeyac y
entregado al obispo como señal de la voluntad divina.
• Con buena lógica me explicó a continuación el pa-
radero de dichas rosas, salvo las que se dice estuvieron
guardadas en el sitio ya mencionado. Los frailes, las
monjas, las personas piadosas de la ciudad de México,
una vez sabido el milagro, iban a pedir al Obispo si-
quiera una rosita de aquellas que ningún jardinero del
mundo cultivó. Y las rosas, una por una, fueron repar-
tidas y... se perdieron. Quizá sea explicable que
Zumárraga no pudo negarse a dar una rosa a una dama
linajuda, a un prior o una superiora de convento de
monjas, a un piadoso franciscano o a algún distingui-
do y pío capitán de Cortés y aun a este mismo y a la
"señora Marquesa" y a los oidores de la Segunda Au-
diencia, cuya noticia de arribo a Veracruz llegó a Mé-
102 Jesús David Jaquez
xico el 7 de diciembre de ese mismo año. En suma, las
rosas desaparecieron. Aquellas rosas que la Celestial
Virgen había cogido en sus manos y acomodado en la
tilma de su "hijo el más pequeño". Lamentable si no
criticable proceder humano, ante el exquisito y amable
proceder divino. A la fecha no se sabe con certeza que
exista una sola de esas rosas milagrosas, por seca y
hecha polvo que estuviere.
Es muy lógico suponer que, queriendo todos ver
la sagrada imagen, ya que "la ciudad entera se con-
movió", como afirma Valeriano, cronista sobre todos
autorizado, fueran también innumerables los que qui-
sieran, con impetuosa devoción humanamente explica-
ble, mirarla de cerca, palparla, tocarla, certificar mate-
rialmente su verdad. Y empezaron probablemente en-
tonces, a tocar a la sagrada tilma objetos devotos: me-
dallas, rosarios, crucifijos, etc. Esta práctica duró in-
interrumpida hasta tiempos relativamente recientes, pues
la santa tilma estuvo sin cristal alguno protector, algo
así como tres siglos.
Durante algunos días, la tilma estuvo en el ora-
torio episcopal. Luego, para que todo el mundo la viera,
la admirara y venerara, la trasladó, sin duda solemne-
mente, a la Iglesia Mayor, o sea la antecesora de la
Catedral de México. Estuvo allí expuesta a la venera-
ción de los fieles, hasta el día de su solemnísima trans-
lación procesional a la ermita que a toda prisa había
sido edificada al pie del Tepeyac, en el lugar justo
que Juan Diego indicara. Esto acaeció, con la mayor
probabilidad, el 26 del mismo mes de diciembre.
Durante esa procesión tuvo lugar el primer mila-
gro de la Imagen de Santa María de Guadalupe, que
todos los escritores han narrado ya: la curación o más
probablemente resurrección del indio flechado por ac-
cidente durante los festejos procesionales, celebrados
El Perenne Milagro Guadalupano 103
El Tepeyac y ws nlrededores en el. Siglo XVIII.
El Perenne Milagro Guadalupano 105
a la manera de aquel tiempo y con gran euforia de
muestras indígenas, de gozo, como era, entre otras co-
sas, el lanzamiento de flechas al cielo. El indio fue
llevado, desangrándose, ante la sagrada imagen, en
tanto que algún franciscano le extraía la flecha cla-
vada en plena garganta y todos los asistentes rogaban
a la Santa Virgen. Ella, ante su imagen, le devolvió
la vida o al menos la salud en forma plenamente mi-
lagrosa.
Ved ahí ya la venerada tilma en su capillita. El
nombre lo dice: una mera ermita, la "Ermita Zumá-
rraga", como la llamaron posteriormente todos los his-
toriadores y cronistas hasta la fecha.
Esa Ermita levantada en doce días, o sea a toda
prisa, y cuyos restos — los cimientos y algo de muro
de adobe'—, subsisten hasta la fecha bajo el piso de
la sacristía de la Parroquia de la Villa de Guadalupe,
era una muy pobre iglesia. Levantada apenas a flor del
suelo sobre unos cimientos albañilados de acuerdo con
su pequeñez, con muros de adobe —material tosco y
permeable—, con techo de vigas, con un humilde altar
sobre el que simplemente fue suspendida la maravillo-
sa tilma, no reunía las condiciones de seguridad física
encaminadas a su mejor conservación. Y Juan Diego,
el encantador vidente que desde el principio la sirvió
y custodió con un celo que ningún otro en toda Nueva
España hubiera podido emular, nada podía hacer.
Es necesario tener en cuenta que la Villa no era
entonces topográficamente lo que es ahora. Estaba ro-
deada por el oriente, por el sur y por gran parte del po-
niente, por el Lago de Texcoco. Esto hace que su clima
fuese clima pantanoso, húmedo, y que el salitre inva-
diera toda cosa abajo del Tepeyac.
Sobre la cumbre de éste, el sitio exacto donde Juan
Diego vió la celestial visión las primeras veces, fue
106 Jesús David Jaquez
marcado con una tosca cruz de madera, sostenida erec-
ta simplemente con piedras. Todas estas cosas y mu-
chas subsiguientes, no pueden menos de darnos una
impresión de descuido material, de indolencia física
que, si aparentemente incompatible con la floración
de la piedad guadalupana y el inmenso prestigio que
comenzó desde luego a desarrollarse y crecer por toda
la Nueva España y aun fuera de ella, se explica sin
embargo por el atraso de aquellos siglos, por lo no
estabilizado aún de la civilización europea, pues un
pueblo no es sacado de su barbarie material en sólo
diez años, por la inercia de la vencida raza azteca,
por la brusquedad racial de un gran número de espa-
ñoles y sobre todo, por la escasez de elementos mate-
riales, sobre todo pecuniarios. Estas son las razones
humanas. La razón divina, quizá haya sido la Provi-
dencia que en sus nunca escrutables y menos prees-
crutados fines, haya permitido todas esas vicisitudes
materiales, para más recalcar el carácter sobrenatural
de su obra en el Tepeyac, haciendo que la santa tilma
subsistiera a pesar de todo, en circunstancias y bajo
condiciones en que cualquier otro lienzo hubiera que-
dado totalmente destruido. Su Santidad Pío XII, en
el epígrafe hecho con palabras de ese admirable y
hermoso Pontífice que en el Año Santo de 1950 tuve
el gozo de conocer muy de cerca, parece darlo a en-
tender así y por eso he puesto su frase al comenzar
este capítulo.
No fue por cierto sino hasta el año de 1666, cuan-
do sobre "la mayor altura que tiene el cerro por la
parte que mira al poniente", fue levantada una modesta
capilla, debida a la piedad de un panadero de la Capi-
tal, Cristóbal de Aguirre y su esposa Teresa Pere-
grina. Esta capilla fue iniciada en la fecha dicha y
terminada al año siguiente, o sea en 1667; en el
El Perenne Milagro Guadalupano 107
"Diario de Sucesos Notables", del Pbro. D. Antonio
Robles, se dice: "Febrero (1667) miércoles 2. Día
de la Purificación de Nuestra Señora, se abrió y dedi-
có la ermita que edificó sobre el Cerro de Guadalupe,
Cristóbal de Aguirre, vecino de esta ciudad, panadero:
en el lugar donde se fabricó, había estado una cruz
desde el aparecimiento de la Señora". La actual fue
levantada en el mismo sitio entre 1745 y 1750 por el
sacerdote Juan José de Montúfar. Al fin y al cabo,
primero con una cruz, después con una capilla y luego
con la actual, la piedad' cristiana perpetuó honrándolo,
el sitio sagrado donde posó sus plantas la Señora del
cielo. ¡Cuán hermoso hubiera sido que se hubiese in-
dicado y conservado la roca o risco preciso donde la
Madre de Dios se dignó posarse, roca o risco que
Juan Diego no podía sin duda ignorar ni haber olvi-
dado!
Mas la milagrosa tilma estuvo, como ya dije, largos
decenios en su humilde ermita levantada "aquí en el
llano", como pidió María. Allí la veneraron, oraron
ante ella y recibieron favores mil, no pocas genera-
ciones; la segunda ermita (Ermita Montúfar), cons-
truida hacía 1556, no fue tampoco un gran santuario
ni la sagrada efigie se halló en condiciones más propi-
cias para su perfecta conservación. Pero estas dos fe-
chas, distantes entre sí escasos 25 años, nos dan una
idea de lo provisional, inestable y pobre de la primera;
la segunda no fue mucho mejor, aunque sí más am-
plia, debido al gran auge que iba tomando el conoci-
nfiento y amor a la Guadalupana y por tanto, la devo-
ción y afluencia de peregrinos; sin embargo, resistió
menos de un siglo.
A la humedad, salitre y emanaciones pantanosas
del cercano lago, débese agregar otro factor que es
seguro que nadie en aquellos tiempos tuvo en cuenta
108 Jesús David Jaquez
ni previo: las moscas, mosquitos, polilla, comején, cu-
carachas, arañas y quizá hasta ratones y ratas que en
tal lugar y sin los modernos insecticidas, DDT, naf-
talina, etc., hubieran dañado la santa tilma y hasta
causádole graves perjuicios materiales. Sabido de sobra
es que bichos de esos han carcomido, roído y destro-
zado venerables pergaminos, papiros y viejos papeles en
las bibliotecas y dañado igualmente en las pinacote-
cas, lienzos notables y cuadros de célebres artistas del
pincel. Modernamente tan sólo, existen ya elementos
y métodos de lucha contra esos animalejos, muchos de
ellos microscópicos. Como existe también toda una téc-
nica para la preservación y restauración de las obras
maestras de los pintores de pasados siglos. Y sin em-
bargo, la mano del tiempo, ayudada por los factores
antedichos, no cesa de atentar contra la integridad
física de esas valiosas piezas en todos los museos y
pinacotecas del mundo.
Yo conozco algunas de esas obras maestras en Eu-
ropa, algunas mucho menos antiguas que nuestra ben-
dita tilma. Los grandes frescos de Miguel Angel Buo-
narroti, muerto en 1564, ostentan cuarteaduras, res-
quebrajaduras, descarapeladuras y otros signos de los
siglos. Grandes y magníficas obras maestras en el Mu-
seo del Vaticano y en el de El Louvre, en París, y en
muchos otros, exhiben también trazas de su antigüe-
dad. Examinando con atención los frescos de Miguel
Angel en la Capilla Sixtina, del Vaticano, se obser-
van claramente dichas huellas. Y además, numerosos
lienzos se han ido lenta y casi insensiblemente oscu-
reciendo o decolorando parcialmente; no tienen ya aque-
lla lozanía y frescura de colores que debieron tener
cuando los genios del arte los pintaron. Y téngase
en cuenta que Miguel Angel, Leonardo da Vinci, Ra-
fael, Murillo, Rubens, Vanuzzi el Perugino, Ghirlan-
El Perenne Milagro Guadalupano 109
daio, etc. no eran sólo maestros ea pintar, sino en mez-
clar y preparar sus colores y que al ejecutar sus obras
escogian los materiales más firmes y resistentes al
tiempo y sus vicisitudes, pues pintaban para siempre
y no para un breve tiempo y tenían un explicable y
claro interés en que sus obras geniales se perpetuaran.
Sin embargo, esas obras no tienen la frescura, la loza-
nía, la inalteración de nuestra tilma indiana, y eso que
seguramente no sufrieron las duras condiciones bajo
las cuales el ayate juandieguino ha logrado llegar in-
cólume hasta nuestros días.
Simplemente: en la Basílica de San Pedro, en Ro-
ma, en la nave lateral de la Espístola, hay una estatua
monumental de San Pedro, hecha en bronce. El apóstol
está representado sedente en bella silla antigua y uno
de sus pies asoma hacia adelante por debajo de su
túnica en bronce macizo y antiguo toda la obra. Este
pie del Pescador viene siendo objeto de la veneración
de los fieles hace largo tiempo. Todos, • — yo entre
ellos — • lo besan devotamente, tocan a él objetos pia-
dosos, lo palpan pasando largamente sus dedos con
devoción. Pues ese pie, como me consta ocularmente,
está desgastado ya por el roce y casi han desaparecido
los dedos y la parte última superior del pie. Por cierto
que las estatuillas de souvenir hechas en bronce, que
los romeros compran, muestran intencionadamente este
detalle. Comparad ahora la resistencia y dureza física
del bronce con la del ayate de ixtle: no hay compa-
ración posible.
Cuando por fin, la sagrada tilma fue puesta en un
marco, aún sin cristal, hubo que restirarla sobre un
bastidor de madera, el mismo que aún tiene, y esta
operación fue hecha sin las precauciones debidas: a los
restirones, se reventaron los hilos del mismo material
que unían desde siempre sus dos partes, como tosca
110 Jesús David Jaquez
!
costura; las fotografías que han sido tomadas en ta-
maño grande, del sagrado original, muestran claramen-
te las pequeñas aberturas causadas por ese indebido e
imprudente manejo. Pero felizmente este accidente en
nada perjudicó al lienzo ni a la figura virginal impresa
en él. La costura pasa a un lado del rostro celestial
de la Señora y no afecta para nada en esas pequeñas
descosidas, a la perfección de la imagen.
Más tarde hubo otro accidente: Don Alfonso Mar-
cué en su artículo que pongo en un apéndice al final
de este trabajo, lo menciona. Un platero, al limpiar el
marco de plata de la imagen, dejó volcarse por des-
cuido, el frasco de ácido sulfúrico con que hacía su
trabajo. El ácido sulfúrico come y destruye totalmen-
te cualquier tela y hasta el cuero y araña y muerde
los metales: en la santa tilma no hizo nada, dejando
tan sólo una leve huella al lado izquierdo del rostro
de la Virgen, como de una gotera: un milagro más de
la Patrona de México.
Y de peripecia en peripecia, llegamos a varias cau-
sadas directa e intencionadamente por la mano huma-
na. En tiempo ya lejano, una mano piadosa, tan piado-
sa como imbécil, discurrió dorar los rayos de sol que
rodean la figura de la Virgen, creyendo en su estupi-
dez, que se verían más bonitos. Y lo hizo, no siendo
lo raro tamaña profanación de ir a meter la torpe y
brutal mano humana donde la Virgen y Dios mismo
habían puesta la suya divina, sino que hubiese quien
lo permitiera. Apenas es concebible tamaña imbecili-
dad casi sacrilega. Pues bien: la necia pintura huma-
na, el tal dorado, se ha ido cayendo descascarado o
desconchado, como se aprecia en una buena y grande
fotografía directa de la venerable efigie. Así es. de
perecedero y frágil lo humano, así es de estable lo
divino. ,
El Perenne Milagro Guadalupano 111
Pero hay algo más. Otras manos, execrables a
todas luces, guiadas por quién sabe que mente brutal,
decidieron un día, antes de los tiempos del daguerro-
tipo e impresión fotográfica, hacer una copia exacta
de la santa imagen, igual en medidas, posición etc.
Aplicaron, en aquellos tiempos en que no había celo-
fanes ni papeles transparentes, un papel opaco, quizá
de estraza, sobre la superficie del lienzo de Juan Die-
go; como la figura no se transparentaba, dieron al tal
papel una mano de grasa o aceite, para hacerlo más
translúcido; pero como ni así se transparentara la ima-
gen, cogieron sacrilegamente un crayón y con él traza-
ron fuertes líneas negras sobre la venerable figura de
Nuestra Señora. Merced a tan criminal arbitrio, pudie-
ron tomar en calca sus dimensiones y figura general,
para hacer algún cuadro semejante a la imagen autén-
tica. La mente se resiste a creer semejantes profanacio-
nes, aun cuando no las guiara una mala intención.
Pero la mala intención aparece al fin. El 14 de
noviembre de 1921, ya en nuestros tiempos, manos cri-
minales, enviadas, se dice,-por algún personaje de nota,
antiguadalupano y antiméxicano, colocaron un gran
ramo de flores al pie de la bendita efigie, que estaba
exactamente en el mismo sitio y forma en que está aho-
ra. Dentro de ese gran ramo de flores iba escondida
una bomba de dinamita. A eso del mediodía, hora en
que entonces como hoy, había muchos fieles en la Basí-
lica, la bomba explotó. El templo se llenó de humo y
de polvo, cayeron en pedazos los floreros, los cande-
leras y cirios fueron arrojados al suelo y el gran cru-
cifijo de bronce que siempre estaba al centro del altar,
cayó también doblado y semiquebrado. Hoy se le con-
serva en una vitrina en la capilla lateral del Santísimo
Sacramento. En el sitio donde la bomba estalló, a
menos de un metro de la tilma santa, se hizo un bo-
112 Jesús David Jaquez
quete y el mármol, hecho astillas y hasta polvo en el
sitio central o epifoco de la explosión, voló en todas I
direcciones. Mas el sagrado ayate no sufrió en lo más
leve y ni siquiera su cristal se rompió ni se rajó. Atri-
buir esa preservación admirable a factores humanos,
es ilógico y no hay quien lo haya creído así jamás.
Todo el mundo ha afirmado y también yo lo creo
firmemente, que una particular providencia de lo alto,
de la Virgen María misma, quiso entonces y ha que-
rido en todos los siglos de existencia de su dulce re-
trato, preservarlo a un tiempo de la torpeza y la per-
versidad humanas, que nada han podido contra él, y I
de los elementos naturales adversos, pues "la labor
corrosiva de los siglos maravillosamente respetaría",
como dijo el admirable Papa Pío XII, esta imagen
única en el mundo.
Y así la Guadalupana sigue estando entre nosotros,
pese a los tiempos, pese a las desfavorables condiciones
de los primeros siglos, pese a las torpezas, pese a cri-
minales intenciones.
Y sigue estando no obstante nuestra indiferencia,
nuestros desdenes, la incomprensión de muchos, la hos-
tilidad de unos pocos y aun las irreverencias, desaca-
tos, descortesías que a diario le hacen sus hijos, cre-
yentes, sí, pero rudos e ineducados, como chiquillos
malcriados ante una madre toda bondad y delicadeza.
Todos los días vemos, al par que fieles admirable- J
mente respetuosos y filiales, al par que gentes que en- .
tran de rodillas a su templo tras haber hecho descalzas
la peregrinación desde la Glorieta de Peralvillo, punto
de reunión de las peregrinaciones y procesiones, tras
haber venido a pie desde Toluca, Tulancingo, Puebla,
Querétaro y hasta otras poblaciones más lejanas, a
otras que, distraídas, irreverentes e ignaras crasamen-
te del respeto al lugar santo, llegan a él sin devoción
El Perenne Milagro Guadalupano 113
como quien entra a un teatro, o bien con arreos y tam-
bores militarescos que desdicen 'del respetuoso silencio
debido al santuario donde no solamente residen en
casa propia el retrato, la maravilla y las amabilidades
de María Reina del cielo, sino la presencia misma,
real y verdadera de Jesucristo, en el Sacramento del
Altar.
Yo me he emocionado en Lourdes, en lo que allá
se llama bellamente "le domaine de la Sainte Vierge",
el dominio o solar de la Virgen Santa, del respeto y
unción religiosa de los visitantes de las cuatro partes
del mundo que allí acuden. He asistido a la célebre
"procession des flambeaux" (la procesión de las an-
torchas) con cincuenta y sesenta mil almas cantando
el Ave María entre una euforia de luz y con voces
que masivamente retumban en los inmediatos Pirineos,
como he asistido en grupos de ocho o diez personas
cantando esa misma Ave María suavemente, bajo la
nieve y ateridos de frío; he visto el respeto absoluto,
la reverencia filial de todos cuantos allí acuden, chinos,
turcos, pieles rojas, escandinavos, ingleses, senegaleses
o australianos, lo mismo en la Gruta que en la Basí-
lica del Rosario, que en la Cripta, que en las arcadas
y en el grande parque de hipocastaños sombrosos y
altos, que en el Calvario de bronce a un lado de la
Basílica, subiendo la colina al lado opuesto del Río
Gave de Pau: en todas partes silencio, respeto, piedad.
Toda operación comercial, toda conversación, toda irre-
verencia están terminantemente prohibidas, aun en el
parque, en el que está vedado hasta encender un ci-
garrillo o calarse el sombrero. En 1958, con motivo
del Centenario de las Apariciones, esos santos luga-
res fueron mejorados y embellecidos, pero sin tocar
un ápice de los sitios venerandos. Se proyectó una
gran basílica para 20,000 personas y, para no ensom-
8
114 Jesús David Jaquez
brecer ni alterar los sitios, para que su mole no pesara
sobre el lindo panorama de Lourdes, se la construyó
subterránea vecina a los venerandos sitios, empotrada
debajo, cabe el río, como las catacumbas de los primi-
tivos cristianos en Roma y con 200 metros de longitud.
En ese Lourdes que respira marianismo y fe y tam-
bién dolor, hasta en los hoteles (son 450) y en las 500
tiendas de souvenirs, está el "Diorama": una rotonda
donde en finas figuras de bulto y bajo una decoración
casi exacta del Lourdes del tiempo de las apariciones,
se ven todas las escenas de éstas y de la vida de Ber-
nardita, para presentar gráficamente a todos los ojos
creyentes, aquellos grandes hechos cuya perdurancia
vive y vibra invisible e impalpable en las aguas de la
fuente milagrosa.
Yo hablé personalmente con Madame Camp Sou-
birous, una ancianita sobrina de la santa y que me
mostró cartas personales de Bernardita, retratos viejos
de familia, prendas y objetos personales de la vidente,
todo ello conservado con amor y mostrado con respeto
al visitante comprensivo.
Así se cuidan, se conservan, se respetan los luga-
res y las cosas santas y se fomenta el culto marial
que es la esperanza de salvación de este mundo dis-
traído. Es consolador que en nuestro Tepeyac se ha
hecho ya mucho y muy laudable; pero veamos con
sinceridad lo que falta aún por hacer, no ya en lo
material, sino en los otros órdenes. Ni siquiera sabe-
mos del sepulcro de Juan Diego. . .
En Estados Unidos, en 1940 se comenzó a intro-
ducir el proceso de beatificación de una piadosa don-
cella piel roja: Catherine Tekakwitha, apellidada "el
lirio de los mohawks" (una tribu piel roja) y muerta
en 1680 cerca de Nueva York. Se alzó un templo y,
no pudiendo dedicarlo a ella, pues aún no está cano-
El Perenne Milagro Guadalupano 115
nizada, lo dedicaron a la Virgen. Esa piel roja virtuo-
sa será quizás pronto orgullo de Estados Unidos y de
su catolicidad creciente. Pero allá, como en Lourdes,
obispos, clero, fieles, ricos y pobres se han unido y
han cooperado a sus obras que bien entienden son glo-
ria de su país no menos qué de la cristiandad.
En nuestra misma América Latina, en Lima, Capi-
tal del Perú, Isabel Flores, monja dominica nacida
en 1586, muerta en 1617, fue bien estimada, compren-
dida y admirada por sus compatriotas y gracias a ello,
hoy se gozan con su Santa Rosa de Lima, gloria pe-
ruana y católica y patrona de su ciudad. Su fiesta so-
lemnísima se celebra en esa Capital y en su vieja
Catedral, cada 30 de agosto. Y yo pregunto: ¿Y nos-
otros, que hemos hecho con nuestro Juan Diego? Nos-
otros que tenemos no sólo el santo recuerdo del pío
vidente, sino el testimonio mismo de su bondad y del
favor especialísimo de la Virgen María en la porten-
tosa imagen que está en el ayate del indio, ¿estamos
ya a la altura de los deberes que tan rico don nos im-
pone como cualquiera lógicamente puede comprender-
lo? ¿No nos falta aún mucho por hacer?
Y no digáis que las comparaciones son odiosas:
al contrario, son emulatorias y dan buen ejemplo, que
nosotros tenemos tanta razón y tanto derecho como
los otros de seguir.
"A orillas del Lago de Texcoco floreció el mila-
gro: en la tilma del pobrecito Juan Diego, pinceles que
no eran de este mundo, dejaban pintada una imagen
dulcísima que la labor corrosiva de los siglos mara-
villosamente respetaría". Estas fueron palabras de ese
encantador Papa Pío XII, de quien ya se dice que va
a iniciarse el proceso de beatificación.
La Iglesia Católica pues, ha declarado milagro el
aparecimiento guadalupano, luego, por consecuencia, la
11,6
Jesús David Jaquez
imagen guadalupana. Las palabras papales ¿se refie-
ren únicamente al carácter de la impresión de esa
imagen en la tilma? Primariamente sí. Pero el Papa
reconoce que la labor corrosiva de los siglos la respe-
tó maravillosamente. ¿Esta calificación incluye también
el carácter milagroso de la preservación del ayate
hasta hoy? ¿En qué sentido, teológica o canónicamen-
te hablando, debe entenderse la palabra maravillosa*
mente? Si se trata de un mero fenómeno admirable,
pero natural, ¿vale la pena de una afirmación pontifi-
cia, aunque sea admirativa? ¿El Vicario de Cristo es
simple admirador de fenómenos naturales notables o
raros? Yo creo que es también algo más. Puede ad-
mirar algo muy notable, como puede admirarlo todo
el mundo. Pero él hablaba a la cristiandad, no a los
turistas o a los observadores o sabios. Creo que la
frase pontificia incluye llanamente el reconocimiento
de la sobrenaturalidad en él hecho guadalupano todo,
y no únicamente en el suceso, según la idea que ex-
presé en el primer capítulo.
Y si ahora nuevas luces y los frutos de una pa-
ciente y cristiana observación, nos descubren ángulos
extraordinarios, no nuevos en sí desde luego, sino co-
nocidos o percibidos hasta ahora ¿esos aspectos re-
cién observados o descubiertos quedan al margen de
la calidad de milagroso de toda la divina obra guada-
lupana? No se me alcanza la razón de tal distingo.
Hemos aceptado — y todo fiel guadalupano lo ad-
mite simplistamente y sin necesidad de razonamientos
o estudios especiales — , que la fe no necesita de las
admirables ciencias modernas; hemos aceptado, repito,
que el origen del bendito ayate, es decir, la estampa-
ción de la imagen de la Virgen en él es de naturaleza
sobrenatural: la Santa Iglesia lo admitió y reconoció así
terminantemente. Es absolutamente lógico entender que,
El Perenne Milagro Guadalupano 117
si fue de origen divino, tuvo calidades sobrenaturales
lo mismo en el acto mismo de la producción del mila-
gro, que en la obra producida por el mismo, o sea en
la imagen que el milagro produjo y que quedó ahí
producida por milagro. Siendo esto así, ¿tiene algo
de extraño que esa imagen lleve características sobre-
naturales intrínsecas, o sea en la realidad misma de la
imagen? Como si dijéramos, ¿es difícil de aceptar que
Dios, artista de ese cuadro, haya puesto en él su
firma, al modo como el Señor suele firmar, o sea con
hechos y realidades milagrosas, o sea superiores al
orden natural y más bien de orden divino, como quien
los hizo? No encuentro contradicción alguna en tal cosa,
sino sólo congruencia y "naturalidad en lo sobrenatu-
ral", si se me permite hablar así.
Y en esta forma, procediendo de los orígenes has-
ta el presente, hemos tratado de aquilatar y hacer re-
saltar dos de los ángulos admirables, asombrosos, ex-
traordinarios y por tanto extranaturales, de las verda-
des guadalupanas. Nos queda el tercero.
Este tercer aspecto no es menos maravilloso ni
quizá más extraordinario que todo lo antérior. Mila-
gro más impresionante que el de la venida a México
de la Reina de los Cielos, no lo sé encontrar. Pero
los milagros no se miden por su grandor externo, por
su volumen, como los melones. No es la medida de lo
externo, de lo perceptible ni de lo aparatoso, lo que
nos da la medida o el grado de miraculosidad o de
grandeza y sublimidad de una manifestación divina.
Esa medida, ese grado, no es de nosotros evaluarlo ni
medirlo. Sólo Dios sabe la inmensidad de sus milagros
y sólo El tiene su grado y su medida.
Nosotros nos dejamos llevar por los efectos, por la
fuerza del impacto emotivo que producen, por una es-
pecie de evaluación tamañística, si me toleráis el extra-
118 Jesús David Jaquez
ño neologismo; o bien de su trascendencia en lo histó-
rico, en lo humano. Pero todo esto es lo externo, lo
visible o lo palpable, es decir, lo extrínseco del hecho
milagroso. Su esencia es lo intrínseco, el grado y la
intensidad de la derogación de las leyes naturales
físicas, químicas o de cualquier otro orden, con que
Dios haya obrado. Y esto, cosa de Dios es y arcano
suyo que no nos toca curiosamente investigar, entre
otras razones, por la muy patente de que no nos darían
conclusión alguna espiritual ni con mira a nuestra sa-
lud eterna ni a la gloria de Dios en el mundo: ambas
cosas son del dominio del Omnipotente y nada más.
CAPITULO 6
EL AYATE JUANDIEGUINO, APICE DEL
MILAGRO; EL MILAGRO PERMANENTE
"Glorifica mi alma al Señor, y mi espíritu se
transporta de gozo en el Dios salvador mío;
porque ha puesto los ojos en la humildad de
su sierva. Y he aquí por qué desde ahora me
llamarán bienaventurada todas las generacio-
nes. Porque ha hecho cosas grandes en mí el
que es Todopoderoso y su nombre es santo,
y cuya misericordia se extiende de generación
en generación a todos cuantos le temen ..."
(Palabras de ta Santísima Virgen
Marta a Santa Isabel, su prima).
El culto marial crece y se exulta cada día más en
todo el mundo católico, siendo motivo de admiración
y aun atractivo hasta para los no creyentes. No hay
en la actualidad un solo sitio de la civilización, donde
no se alce un altar, un santuario, una ermita o una
catedral dedicada a la Madre de Dios. Este culto arran-
ca inmediatamente de los mismos tiempos apostólicos:
San Ignacio de Antioquía, discípulo del Apóstol San
Juan, el discípulo amado de Jesús y aquel a quien El
desde la cruz encomendó a su Sagrada Madre, ya ha-
blaba de Ella con palabras venerativas: las mismas que
le habían sido transmitidas directamente por el Cuarto
Evangeliíta. El culto a María, Virgen y Madre de
120 Jesús
David Jaquez
Grabado de principios del siglo XVIII.
El Perenne Milagro Guadalupano 121
Jesucristo, arraigó entre la cristiandad y se fue des-
envolviendo en la vida cristiana y en la liturgia misma,
desde aquellos lejanos tiempos: María, Reina de los
Profetas, como la llama la Santa Iglesia, lo había pro-
fetizado así, plena de humildad y plena del Espíritu
de Dios: "Beatam me dicent omnes generaciones": Me
llamarán • bienaventurada todas las generaciones". Y
así fue desde las primeras.
Créese que la Santísima Virgen murió a edad algo
avanzada, quizás hacia los 63 o 65 años de edad y
muy probablemente en Efeso. Unas revelaciones, por
cierto tenidas en gran estima por uno de nuestros
grandes Papas, Pío IX, las de Ana Catalina Emme-
rich, afirman que los Apóstoles, que se congregaron
todos en torno al lecho de María moribunda, por una
inspiración común y sin haber sido avisados ni pues-
tos de acuerdo, la colocaron, una vez muerta, en un
sitio a manera de sepulcro provisional y al tercer día,
el sagrado cuerpo de la Señora había sido resucitado
por Dios y elevado al cielo: de ahí arranca la idea
cierta de la Asunción de María, en nuestros días hecha
ya dogma. Estas afirmaciones de la iluminada de Flams-
ke, Alemania, Ana Catalina Emmerich, coinciden sus-
tancialmente con la tradición primitiva de la naciente
Iglesia. La visionaria agrega que los Apóstoles corta-
ron con gran respeto los cabellos de la Santa Virgen
y los guardaron como reliquia sacra, repartiéndolos en
varias porciones.
El culto a María fue tomando incremento en toda
la cristiandad y al correr de los siglos no ha variado
de esencia, sino sólo acrecentádose y asumido nuevas
advocaciones, a causa de nuevas apariciones de la Se-
ñora o nuevos favores suyos.
Cosa admirable y que corrobora la sublimidad y
amplitud del cristianismo: el culto marial, por jocundo,
122 Jesús David Jaquez
por entusiasta y tierno que haya sido siempre, jamás
ha opacado o suplantado el culto a Dios ni a Jesu-
cristo, Dios y Hombre y cabeza de la Iglesia y la cris-
tiandad toda; antes bien lo ha ayudado: la Madre no
suplanta ni opaca ni sustituye al Hijo, sino que colabo-
ra a su gloria.
Los títulos admirables que la Iglesia da a María,
no son nuevos en la mariología; desde los primeros
siglos no solamente se reconocieron sus prerrogativas
esenciales implícita o, la mayor parte de las veces ex-
plícitamente, sino que los dictados de Madre de la
Divina Gracia, Virgen Poderosa, Virgen Clemente,
Rosa Mística, Sede de la Sabiduría, Causa de Nuestra
Alegría, Puerta del Cielo, Salud de los Enfermos, Au-
xilio de los Cristianos, Refugio de los Pecadores, Con-
suelo de los Afligidos, Reina de los Angeles y de las
Vírgenes, Mediadora de todas las Gracias y Reina de
la Paz, son en lo sustancial tan antiguos como el mismo
culto católico.
El culto marial tiene no sé qué de especial, de dulce,
de bello, que siempre ha enamorado a'todas las almas.
Igino Giordani, en su exquisito libro "María di Na-
zareth", al decir que "hablar de la Virgen es casi in-
evitable", rememora a los primeros Padres de la Igle-
sia que la admiraban y la alababan, diciendo que es
"toda santa, templo santo de Dios, lirio inmaculado,
gloria de la Iglesia, madre de la santidad, escala hacia
el cielo, puente único entre Dios y los hombres", etc.
Los mismos títulos, las mismas alabanzas que hoy día
le tributamos. Y hace notar que aun los acatólicos, los
protestantes mismos, no pueden sustraerse a su admi-
ración y simpatía; narra cómo los más antiguos pue-
blos de Oriente y Occidente, apenas cristianizados, es-
plenden en el amor a María y cómo hombres como
Milton, puritano anticatólico, Wordsworth, enemigo de
El Perenne Milagro Guadalupano 123
la Iglesia, Longfellow, protestante, Hawthorne, pro-
testante, Rudyard Kipling, el pagano que fue Goethe,
el descreído Víctor Hugo y cien más, la alaban y le
dedican bellas poesías. Giordani, al mencionar estos
rasgos como "los cantos de los prófugos ', hace notar
cómo los teólogos, al hablar de María, insensiblemen-
te se vuelven poetas.
¡Bien profetizó la humilde doncella de Nazarét
toda poseída del Espíritu Santo: Me llamarán bien-
aventurada todas las generaciones!
Era y sigue siendo así el querer de Dios que, co-
nociendo hasta el fondo la naturaleza del hombre, que
El creara, le da un medio fácil, grato, tierno, harto
accesible, para. que se acerque a El: ese medio es Ma-
ría. "Ad Iesum per Mariam", dicen teólogos, ascetas
y místicos: A Jesús por María. Ese ha sido siempre
el sentir católico, apostólico y romano, como también
el opinar que "el amor a la Virgen María es signo de
predestinación", idea íntima bien arraigada en la cris-
tiandad. ¡Y cuántas veces se ha visto que almas enca-
llecidas en la maldad y en el vicio, guardan secreta-
mente un resto o un detalle de amor a María y gra-
cias a ello se convierten, siquiera sea en su último
momento!
Pues bien: ese admirable culto marial, esa htper-
dulía de los teólogos, de tiempo en tiempo es confir-
mado, autorizado, renovado por Dios mismo, por me-
dio de nuevas apariciones de la Virgen Santa o nue-
vos milagros otorgados a los hombres por su interven-
ción: el del Tepeyac es uno de los más salientes en
nuestros siglos, como lo es el de Lourdes. Y uno y
otro llevan ostensiblemente el carácter de perpetuidad,
de perennidad. Veamos cómo, por lo que se refiere a la
tilma sagrada de nuestro Juan Diego.
En las grandes obras geniales de Miguel Angel,
124 Jesús David Jaquez
el Ticiano, Murillo o Da Vinci, no sólo (y no siempre)
está la firma acreditadora del maestro: pero en todos
sus lienzos auténticos, brilla a los ojos de cualquier
conocedor la técnica del Ticiano o de Da Vinci, su
estilo, su inspiración, su genio, en forma inconfundi-
ble para los críticos de arte. En el lienzo tosco del
Tepeyac, obra de la divinidad, está igualmente impre-
so, radicado y residente intrínsecamente en la obra,
inseparable de ella y plenamente reconocible a quien
lo observe, la técnica, el estilo, la inspiración, el genio
de su autor: Dios, No veo en ello nada que pugne a la
razón ni a la fe y hasta he llegado a pensar que lo
raro sería que no fuese así.
Ya lo dije antes: el sello de Dios es el . milagro.
Hablando de los de Lourdes Monseñor Théas, Obispo
de Tarbes y Lourdes, dice: "¿Hay entonces interven-
ción extraordinaria de Dios, hay milagro? Para respon-
der a esta cuestión con una autoridad canónica, sólo
la Iglesia está calificada. La Iglesia, por medio de sus
obispos, estudia. La Iglesia, por medio de sus obispos,
decide. Los milagros contradicen la experiencia. ¿Cuál
es pues su razón de ser? Son signos: signos de Dios,
signos de lo sobrenatural, "signos completamente se-
guros de la Revelación", como dice el Concilio Vati-
cano. Podríamos agregar: El milagro es un signo rea-
lizado por Dios, para remediar el adormecimiento de
la conciencia religiosa, ante el orden habitual de las
cosas".
Dado esto, el milagro viene a ser confirmatorio de
ciertas obras divinas, como son, v. g. las apariciones
de la Virgen María en este mundo. Las refrenda, las
garantiza, les asegura vivencia, vigencia y permanen-
cia para después de que el suceso milagroso de la
aparición ha dejado de manifestarse. Si en Lourdes
no hubiera subsistido la fuente de aguas sobrenatu-
El Perenne Milagro Guadalupano 125
raímente operadoras de curaciones ajenas al orden na-
tural, el culto a María Inmaculada allí, o sea el culto
a Nuestra Señora de Lourdes hubiese quizá languide-
cido pronto. Si en la tierra azteca no hubiese subsis-
tido un retrato, una imagen extraterrena de la Virgen,
sensibilizada y visible en la tilma juandieguina y con
características que rebasan toda otra imagen, figura u
objeto maríal, el amor y el culto a Nuestra Señora de
Guadalupe no se hubiera tampoco perpetuado, robusto
y rozagante y cada día más extenso y más impresio-
nante, hasta el presente. Tanto en uno como en otro
caso, el milagro acredita la verdad. Esa verdad es sen-
cillamente la visita de María al mundo. En Lourdes
hay el milagro: luego la Señora se apareció a Berna-
dette, luego le dio un mensaje, luego la pastorcilla lo
transmitió fielmente. En Guadalupe, Distrito Federal
hay milagro, luego Juan Diego vió y habló a la Señora
Celestial, luego Ella le entregó ciertísimamente su men-
saje oral, luego Juan Diego lo transmitió a su vez
fielmente a Zumárraga, luego toda la realidad guada-
lupana y todo el culto guadalupano están bien fun-
dados, luego el guadalupanismo no viene a ser sino la
respuesta de las almas a la voz de María, solicitadora
de ese culto, de ese templo, de esos homenajes y de
ese amor de sus hijos.
He aquí cómo se cumplen los deseos de la Reina y
la voluntad del Padre que está en los cielos, y de su
Hijo y del Espíritu, Santo, o sea la plenitud de la vo-
luntad redentriz, salvadora, regeneradora y espiritua-
lizadora, de la Divinidad, por medio de María: "Ad
Iesum per Maríam".
Es muy de pensarse que allá en la economía divina,
ignota para nosotros, ningún pueblo de América' en
aquel momento histórico necesitaba tan- grandemente
126 Jesús David J a q u e z
de esa gracia; ninguno estaba tan urgido de ilumina-
ción celestial, de regeneración humana a base de cris-
tianización - — no existe otra base — de espiritualiza-
ción y también de aliento, de fortaleza interior, de con-
suelo, de apoyo maternal.
Una parcial noción de ello tenemos si consideramos
que la mayor concentración de indios en toda América,
estaba en México-Tenoxtitlán, que la idolatría y los
sacrificios humanos y toda la obra del diablo se encru-
delecían aquí como en ninguna otra parte del mundo,
que el indio de México era al mismo tiempo que el
más esclavizado y aplastado, el más necesitado de una
mano que lo levantara, a causa de sus calidades de
sensibilidad íntima, de espíritu de sufrimiento entre
resignado y fatalista, de docilidad de corazón, de em-
pequeñecimiento moral y de la propia personalidad:
Juan Diego, prototipo del autóctono del pueblo en
aquellos años de 1531, era la muestra de ello y dos
sentimientos altamente humanos y predominantes, eran
los únicos que de primer golpe de vista podían inspi-
lar por su situación material, social y espiritual: sim-
patía y compasión: cabalmente los sentimientos que
campearon desde el primer momento en los apósto-
licos varones que trajeron el Evangelio al Anáhuac.
Esto en aquellos días. En los actuales, aún el pue-
blo mexicano, por idiosincracia, por sangre, por men-
talidad, es decir, por su temperamentalismo, por su im-
petuosidad íntima, por su racialidad mezclada de la
fuerza y brusquedad hispanas y su idealismo, y de la
mansedumbre melancólica, del fatalismo resignado, del
romanticismo largo y hondo, del pobrismo y espíritu
desamparado del indio, por lo bullente de la sangre
y lo ardoroso de la mente del latino y lo meditativo,
conformista y adolorido de la mente del autóctono, y
El Perenne Milagro Guadalupano 127
también por otras razones más: suelo, latitud, clima,
tropicalismo y necesidades físico-anímicas, tenía y si-
gue teniendo una inmensa necesidad espiritual. Pese
a criollismos, mesticismos y otras cruzas, el mexicano
por definición nacional, siempre está sintiendo una ne-
cesidad cordial y espiritual: siendo íntimamente espi-
ritual y finamente sensitivo, necesita mantener ese di-
ficilísimo equilibrio entre las solicitaciones de la carne
y las atracciones del espíritu, entre su cuerpo que pi-
de goce y su mente que lo anhela, porque poco le ha
dado la vida, y su alma que pide amor, belleza, bondad,
en una palabra, que pide maternidad espiritual, supe-
rior, suprema, la de mejor ley. Yo pienso a veces que
en el fondo de todo mexicano suele haber un no se qué
como de orfandad, como de desamparo, — herencia
indiana— al propio tiempo que de altivez idealista y
de ansia del azul — herencia latina — y estas dos so-
licitaciones y estas dos motivaciones anímicas y cor-
diales, mientras su cuerpo pide el goce sensual, son los
factores divergentes que lo distienden y lo contraen a
su turno y hacen de él esa criatura humana paradójica
que llora un minuto después de haber reído y que se
carcajea un instante después de haber llorado, que in-
sulta y se irrita ante una humillación y acto continuo
se compadece de un hermano más humillado, que tira
a pedradas un nido de pajarillos y luego acaricia a las
indefensas crias y trata de que no perezcan. Un ser
paradójico, pero muy humano; por eso tiene una per-
sonalidad quizá única entre los pueblos y una dife-
renciación tan marcada entre sus hermanos latinos y
aun latinoamericanos.
Ensayad a hacer la estimación histérico-psicológi-
ca de todos nuestros fastos y hallaréis sustancialmente
estas cosas: el asombro y la subsiguiente admiración
128 Jesús David Jaquez
malinchista hacia el conquistador montado a caballo,
su coraje combativo contra el intruso, junto con los
numerosos tompiates de tamales y tortillas enviados al
español para que comiera antes de pelear y no dijera
después que había perdido la batalla por falta de ali-
mento; el grito libertario de "¡Viva la Virgen de Gua-
dalupe y muera el mal gobierno!" junto con el ahhelo
de un soberano de sangre azul: el ideal independiente
democrático yuxtapuesto al deseo de un Fernando VII;
la insurgencia triunfante y el absolutismo del primer
mandatario, las crueldades revolucionarias mezcladas
cou los ideales emancipatorios, la generosidad al la-
do de la rudeza cruda, el quijotismo del brazo de la
amDición sórdida, la exquisitez de sentimientos amal-
gamada y hasta envuelta en "tono golpeado", la en-
trega noblota junto con la exigencia de reconocimiento
del propio mérito: el bien y el mal hirviendo en la mis-
ma olla, pero dejando siempre una exhalación gallarda
y un secreto fondo espiritualista.
Menos que un gracejo de mal gusto o que un ras-
go personalista, era la frase de cierto nonagenario aún
erguido que decía: ¡Yo, todos los días, mi Ave María
y mi pecado mortal! Creía hablar por sí solo, pero ha-
blaba por muchos de nosotros: por toda una colectivi-
oad. Así es el hombre, pero sobre todo así es el me-
xicano. Por eso necesitábamos tan íntimamente y tan
a perpetuidad una Madre. Y Dios nos las proveyó y
¡de qué altura, de qué belleza, de qué inmensidad!
Por eso hace 429 años que la tenemos y aún seguimos
probando sus favores y deletreando su mensaje y di-
ciendo junto al Tepeyac o lejos de él, pero con el co-
razón abajito de la tilma: ¡Virgencita de Guadalu-
pe!. . .
Hablé al principio de un aspecto del hecho o un re-
El Perenne Milagro Guapalupano 129
flejo o eco del hecho y lo personifiqué en el indito
que ora y llora y mira hacia el ayate juandieguino:
he aquí un poco silabeado ese aspecto del hecho, en
riena florescencia hoy mismo. Veamos ahora lo más
humanamente perceptible del milagro permanente.
No fue sino hasta por 1929 cuando, tras mucha
paciencia, mucha observación, una dedicación ejem-
plar, la colaboración de numerosas personas en una
labor de gran mérito y de sencillo desinterés, se llegó
a una meta años antes sospechada, quizá intuida: las
características humanamente inexplicables que ence-
rraba la santa tilma: características que contradecían la
experiencia y la razón, que se presentaban a la obser-
vación y a la prueba, como derogaciones de leyes na-
turales muy bien conocidas de todo el mundo. Ante-
cedentes de ello, los había a partir del 12 de diciembre
de 1531: todo mundo admiró la efigie maravillosa y
se persuadió espiritualmente que entrañaba algo inefa-
ble, un don extraordinario y único de la Reina del
Cielo: Non fecit taliter omni nationi. Prueba de ese
sentimiento íntimo fue desde el primer día el amor y
la veneración especialísimas a la imagen guadalupa-
na; eso explica los millones incontables de labios po-
sándose venerativamente sobre el tosco tejido, que hu-
bieran sin quererlo acabado con él, el contacto de ob-
jetos píos que hacían de cada uno de ellos como una
reliquia, como una cosa material puesta en contacto
físico con algo a todas luces sobrenatural; prueba esa
montaña inmaterial y ascendente de plegarias, votos,
súplicas, lágrimas, consagraciones, penitencias y sa-
crificios ofrecidos en todo tiempo a la Madre Divina
ante su imagen, en la que todo fiel veía un trasunto del
cielo, de la gloria y el poder de María y del don mila-
groso traído por Ella a México. Muy lógico, muy na-
9
130 Jesús David Jaquez
tural es que con el tiempo, se fuera poco a poco pa-
sando de la imagen milagrosa, a lo milagroso de la
imagen. Y así ha sido, por providencia divina en nues-
tro favor.
Siempre, es decir, desde antaño y desde siempre, se
ha admirado el hecha desconcertante de que la tilma,
por su textura física, no es tela apropiada para pin-
tar en ella, con ninguna clase o procedimiento de colo-
res: no hay asiento para ellos, a causa de lo ralo y bur-
do de los hilos y mucho menos con una pintura que de
sí misma no tiene cuerpo alguno. La pintura no es
óleo, no es acuarela, no es crayón, no es ninguno de los
sistemas conocidos: don Miguel Cabrera, eminente pin-
tor mexicano lo reconoció. Exámenes y observaciones
de personas capacitadas técnicamente han arrojado la
conclusión de que se trata de una técnica desconocida
hasta la fecha; los colores, por cierto vivos y fuertes,
parecen ser de origen vegetal, como de los zumos pig-
mentarios de flores y ni la burdeza ni lo ralo del tejido
obstan para la parejura, claridad y fineza inexplicable
de los trazos. Resulta difícil de explicarse cómo sobre
tal tela existen y persisten a lo largo de los siglos deta-
lles casi microscópicos que a la simple vista son in-
apreciables y que poderosas lentes descubren muy por
encima de las posibilidades de la más fina pluma lito-
gráfica: detalles que creo que podrían llamarse de mi-
crolitografía imposibles de compaginar en un ayate,
v.g. la cara humana pintada y existente realmente en
las pupilas de la Virgen, que apenas tienen el tamaño
físico y real de una letra "O" de dos o tres milímetros
de diámetro; ¿cómo se explica esto?
Sé que hace años que se ejecutan miniaturas asom-
brosas: afírmase, v.g., que alguien logró escribir toda
una frase, creo que del Padre Nuestro, sobre la pe-
El Perenne Milagro Guadalupano 131
queña superficie de un grano de arroz: el grano al me-
nos ofrece una superficie lisa y pintable; pero de esto,
a pintar los detalles de una cara humana en lo pequeño
de las pupilas de Nuestra Señora en el burdo tejido de
ixtle, hay una gran distancia.
Vienen luego las artes modernas: la fotografía y
la tricromía, o impresión litográfica a base de fotogra-
fías y filtros extrayendo o, mejor dicho, captando los
tres colores básicos: amarillo, rojo, azul. Se piensa en-
tonces sacar copias directas de la sagrada imagen, pa-
ra satisfacción de los fieles, en sus colores originales.
Un experto mexicano, don José Cataño, muerto hace
una decena de años a edad avanzada, va a hacer las
copias en tricromía. Al efecto, se toman sucesivas pla-
cas fotográficas mediante filtros en el objetivo o lente
de la cámara, para captar y grabar en la placa sensible
cada uno de los tres colores clásicos: primero exclusi-
vamente el amarillo, luego lo mismo el rojo, por último
solamente el azul: esas placas fotográficas, al pasar
de su negativo o inversión de luces y sombras, al po-
sitivo de la piedra litográfica o la lámina actual de lito-
grafía, darán, mediante las respectivas tintas amarilla,
roja, azul, los colores que, combinándose, dan la ga-
ma cromática de toda tricromía. Pero a la hora de las
manipulaciones, los colores captados no se comporta-
ron como de ordinario; están confundidos, mezclados,
como si hubieran sido confundidas las placas: se tomó
el azul de la tilma y no dio azul, se tomó el rojo y no
dio rojo, etc.
El Sr. Alfonso Marcué González, ya mencionado,
me refirió personalmente estos experimentosi los colo-
res/ aparecían confundidos y un halo amarillento domi-
naba todo. El fenómeno no se explicaba. Y de paso me
refirió el caso de un barón alemán, protestante que in-
132 Jesús David Jaquez
tervino como técnico colorista y fotógrafo de alta es-
cuela, en estos experimentos: lo dejaron tan asombra-
do como convencido de la miraculosidad existente en
la tilma santa y se convirtió al catolicismo y al guada-
lupanismo ferviente
Y los estudios y observaciones hechos con ciencia,
con conciencia y con amor y fe, siguieron adelante. An-
te ciertas observaciones inexplicables en los apacibles y
dulces ojos de la Señora de Guadalupe, se recurrió a
médicos especialistas, a oculistas y oftalmólogos. En el
artículo firmado por el citado Sr. Marcué y que incluyo
como Apéndice número 4 al final de este libro, apare-
cen las declaraciones textuales de dos médicos recono-
cidos y capacitados, bajo su firma. Invitados para cer-
tificar o negar, en su caso, la existencia de un rostro
humano en las pupilas de la imagen milagrosa, en su-
cesivas ocasiones comprobaron visualmente el hecho.
No contentos con ello, recurrieron al oftalmoscopio,
aparato bien conocido y que se usa para explorar el in-
<erior del ojo humano. Y vino ahí algo más desconcer-
tante aún.
El ojo humano vivo refleja la imagen de la cosa
que mira, primero en la córnea, luego en la parte
anterior del cristalino, que es como la lente de nues-
tro ojo, y por fin en la cara posterior del cristalino,
siendo esta última imagen invertida, a causa del cru-
zamiento de los rayos de luz en dicho cristalino, se-
mejante a como acontece en una cámara fotográfica y
en su lente. Y, ¡hecho asombroso! En la superficie
tosca y nada tersa del ayate, en las pupilas de la Se-
ñora, hallaron reflejadas las tres imágenes con todas
las características científicas, fisiológicas, puede de-
cirse, que se comprueban en el ojo humano. Imáge-
nes, impresión de oquedad, emisión de rayos lumino-
El Perenne Milagro Guadalupano 133
sos o visuales, halo o claridad difusa en torno a la
pupila, reflexión del haz de luz proyectado por el of-
talmoscopio en todas las direcciones en que éste era
dirigido a las pupilas al ser movido o paseado ante
ellas: todo lo que se registra en un ojo vivo. ¿Qué se
puede pensar rectamente sobre esto? Me rindo ante
la evidencia de tales hechos, reconociendo, como los
oftalmólogos, que ahí hay algo que no se puede ex-
plicar naturalmente. Por consiguiente, tampoco lógi-
ca ni científicamente: testimonio, el de los médicos
cuya declaración científica, lacónica y meramente téc-
nica, va incluida en el Apéndice número 4 de este
volumen. ¿Milagro?
Las autoridades eclesiásticas no han dado su fa-
llo aún, que yo sepa: la razón indica sólo una cosa:
inexplicabilidad según las leyes y las realidades na-
turales y experienciales: los médicos citados así lo han
testimoniado. Ahora bien; si una cosa no aparece nor-
mal, natural, explicable según el orden de la vida, del
mundo, de la física, la química, la medicina, la oftal-
mología, las ciencias de lo conocido, ¿cómo se podrá
explicar? Una vez constatado que no hay ilusión, en-
gaño, falsa apreciación, dolo o fraude ni menos cosa
diábólica — esto último resulta inconcebible— ¿qué
es lo que hay? Y tratándose de una cosa de origen
ultraterreno, de conservación ultraterrena, de efectos
ultraterrenos, de finalidades divinas, de procedencia
tan divina como fueron la aparición de la Virgen, su
voluntad maternal y misericordiosa, su relación di-
recta con la tilma en que se pintó su propia imagen
tal como Juan Diego la veía, su contacto físico con
las flores brotadas por milagro y enviadas como evi-
dencia del milagro aparicional, y aun quizá y es al-
tamente creíble, el contacto material o físico, en cuan-
134 Jesús David Jaquez
to esta palabra sea apropiada, de las manos celestia-
les de la Señora con el objeto material, la tilma del
indio, que aún conservamos entre nosotros ¿qué otra
cosa puede ser todo esto que en la santa efigie se
ve, sino una maravilla, antes sospechada, luego bus-
cada por la industria humana al servicio de la fe y
amor mariales y por último encontrada? Encontrada
porque ahí estaba, no porque últimamente haya apa-
recido, sino porque antes no habíamos podido estar
en condiciones materiales de echarla de ver.
¿Si esto no es de carácter milagroso, si no es el
milagro perdurante, permanente, perennemente ra-
dicante en la imagen misma, qué otra cosa puede ser?
La posición humana y sobre todo la posición cris-
tiana ante esta realidad insólita, posiblemente deba
ser la misma que la cristiandad de todos los siglos
anteriores a 1854, desde la Asunción a los Cielos
de la Madre de Dios, adoptó y sostuvo ininterrum-
pidamente: María fue concebida sin pecado original,
es decir, no tuvo, por providencia de Dios hacia la
que había destinado para ser Madre de su Hijo, Je-
sús, el Dios hecho Hombre para salvar a la humani-
dad, rastro de pecado original; la Inmaculada Con-
cepción, como desde siempre creyó la catolicidad y
como los franciscanos sostuvieron desde el Pobrecito
de Asís su fundador y como predicaron en la Nueva
España y como festejaron el 8 de diciembre anterior
a las apariciones guadalupanas.
¡Una imagen milagrosa! Milagrosa en su origen,
en su procedencia, en su estampación; también en su
preservación y también en forma no menos asombro-
sa, no menos superhumana y supernatural en cuanto
a las calidades intrínsecas del bendito lienzo; es de-
cir: un milagro permanente, perenne, radicante en la
El Perenne Milagro Guadalupano 135
tilma, domiciliado, por decirlo así en ella asombrosa-
mente, como asombroso es todo milagro.
Sólo el hecho de que la autoridad suprema en es-
tas cosas, o sea la Iglesia, por sus prelados, no ha
pronunciado aún su palabra siempre prudente, siem-
pre meditada y fundamentada y pesada, no sólo an-
te los hechos y pruebas y documentos, sino con el pe-
so del santuario, o sea a la luz de la verdad divina,
es lo que nos detiene para clamar a toda voz y con
pleno convencimiento externado en palabras y afir-
maciones: ¡milagro!
La Iglesia, de ser así, no dudo que lo proclamará
a su tiempo, revigorizando o puntualizando la califi-
cación de milagroso que ya rodea en gran manera a
la tilma gu'adalupana. Y ello será en el momento
oportuno, en la hora exacta en que Dios, guía y ca-
beza de la Iglesia, lo estime conveniente para su glo-
ria y la de María y para nuestra necesidad espiritual.
Esta necesidad es cada día más grande al parecer.
Porque cada día es mayor el embate del mal: de la
indiferencia, del embotamiento de la fe en muchos
espíritus, de la materialización y del perverso y des-
orientador espíritu del modernismo, que no es malo
por ser moderno ni aun por ser modernista o moder-
nizador, sino por ser acreyente, descatolizador, posi-
tivista, materialista y ateo.
Hoy que el frivolismo, el sensacionalismo y el afán
de placer con la creencia sin cesar infiltrada a las
masas por todos los medios de publicidad moderna, de
que "la vida es para gozar", es más urgente que
nunca antes para México, la reespiritualización, la
remoralización, la recristianización.
Un puñado de varones apostólicos que vinieron a
Nueva España en 1522, poco podían hacer, a pesar de
136 Jesús David Jaquez
sus evangélicas jornadas, de sus esfuerzos abnegados,
para cristianizar a ese pueblo de entonces. Antes de
la aparición guadalupana, hasta junio de 1531, según
Zumárraga y Fray Martín de Valencia, un millón es-
caso de indios habían sido bautizados y la mayoría
eran niños. "Anduvieron los mexicanos muy fríos al
principio en pedir el bautismo, principalmente por la
antigua costumbre carnal de la multitud de mujeres",
atestiguan los escritos de ambos varones apostólicos.
En un decenio, después de los sucesos del Tepe-
yac, la masa de los indígenas se convirtió y fueron
bautizados cerca de diez millones de ellos. Motolinía
afirma que en un solo día hubo un millar de casa-
mientos eclesiásticos en la casa franciscana de Tlax-
cala. Y otra cosa admirable: la poligamia se fue bo-
rrando, la catolicidad se hizo patrimonio espiritual de
la gran masa de los indios y la idolatría fue barrida
como por un impetuoso viento y no hubo más un so-
lo acto ni culto ni deidad de piedra en toda la Nueva
España. ¿A quién se debe -atribuir semejante renova-
ción espiritual, verdaderamente única en los asende-
reados anales de la catolicidad?
¿Y de dónde surgió y se cimentó la civilización
cristiana y el espíritu cristiano en América? ¿Si no del
Tepeyac, de qué otro foco irradió la luz para todo el
mundo nuevo de Colón? Hechos son estos plenamen-
te históricos que no es posible desconocer ni torcer
ni menos negar: la Virgen de Guadalupe, evangeliza-
dora suprema de nuestras tierras.
Ahora bien: razonemos un poco a la luz y a la al-
tura de nuestros tiempos actuales: estos mismos tiem-
pos en los que la ciencia, la fe y la fidelidad a la Se-
ñora Virginal de Guadalupe nos han permitido ver
lo que acaso sean los primeros destellos de una nue-
El Perenne Milagro Guadalupano 137
va luz que ahora alcanza a herir nuestras pupilas —las
del alma— con un destello probablemente providen-
cial. Demasiado sabemos, al menos genéricamente, que
todo cuanto acontece en el mundo es querido o al me-
nos permitido por una Providencia omnisciente y om-
niprevisora y que todo lo encamina al bien de los hom-
bres.
Bien sé que no estoy escribiendo un libro sobre
apologética, o sea la defensa de la verdad y la doc-
trina cristiana contra los ataques de sus adversarios:
no es esa mi mira ni menos esas mis capacidades; pe-
ro sí estoy haciendo, no ya la apología del gran he- ,
cho guadalupano, sino una simple exposición del mis-
mo en todos sus aspectos hasta donde alcanzan mis
pobres y pocas luces. Séame al menos permitido en
este punto, hacer lo más y no lo menos: ese más,
para mí es mínimo, pero puede ser algo siquiera para
el lector: su mente y su buena voluntad, ya lo dije
desde el principio, harán lo mayor, que es hacer que
la idea cobre vuelo.
¿Será por ventura extraño o inadmisible que en
los tiempos presentes hayamos llegado, por permisión
providencial de lo alto, al ápice del milagro en el aya-
te tepeyacense, mediante nuevas revelaciones que el
mismo nos proporcione; indudablemente para bien es-
piritual nuestro? Nada parece haber de irrazonable en
tal suposición, tan fundamentada como parece estar-
lo.
De la misma manera como dimos un vistazo gene-
ral y panorámico al México preguadalupano, haga-
mos ahora otro tanto con el actual: el panorama de
nuestro México 1961. Vistazo espiritual, desde luego,
no material, sino en cuanto la materia nos suministra
138 Jesús David Jaquez
datos y signos de lo que hay en lo recóndito moral.
¿Qué vemos?
Tinieblas y signos que por momentos casi pare-
cen apocalípticos. No se trata de hacer augurios ne-
gros; no es constructivo ni optimista pretender sentar
plaza de agorero y gratuito vaticinador de cosas ne-
gras. Ciñámosnos al más estricto realismo, pero un
realismo sereno y valiente; sin titubeos ni condescen
dencias con el mal, pero sin recargar las tintas; bas-
tante es con las que en la realidad se ven.
Hace más de cuatro siglos que las idolatrías que-
daron derruidas; bien luego, la planta sagrada de la
Virgen María aplastó formalmente la cabeza de la
serpiente. Pero ahora los aires modernos nos han
traído una nueva y más sutil forma idolátrica, tanto
más dañina y peligrosa, cuando que ya no se adora
a un burdo monigote de piedra, sin poder ni utilidad,
sino a todo un modo de ser y de vivir convergente a
un dios material sí, pero más utilitario y práctico y
servicial que los derruidos ídolos precortesianos : el
dios dinero, el dios $.
La vida moderna no consiste ciertamente en la
adoración expresa y externa, real, a este moderno
dios, pero toda ella converge a él, ya que en ese signo
mira la satisfacción de todo cuanto hoy parece ama-
ble y apetecible en la vida: el dinero da placer, da po-
der, da posición, da fama, da nombre, da goce, da to-
do bien material. Luego, al dinero, confluyen todos
los intentos, todos los esfuerzos, toda la lucha de la
vida. A él se supeditan' las demás cosas: conciencia,
honor, lealtad, amor honesto, tiempo, ocupaciones; to-
do queda sujeto a él y avasallado por él; es un dios a
la medida de la mentalidad de los hombres modernos:
un dios muy siglo XX.
El Perenne Milagro Guadalupano 139
¿Quienes escapan a este espíritu? Sólo los muy es-
pirituales, los muy desasidos de las cosas terrenas, los
muy amadores de algo entrañablemente idealístico;
muy pocos. Unos cuantos verdaderos sabios, unos
cuantos verdaderos artistas, unos pocos verdaderos
soñadores o mentes superiores amantes de la espiri-
tualidad. Y desde luego y a la cabeza de todos estos,
los verdaderos hombres de fe. Estos en lo alto de
las escalas sociales, son bien raros, los hay en mayor
número en el medio, abundan aún, no importa bajo
que formas o apariencias más rudas, en las capas
humildes del pueblo.
Florecen mejor en el campo, en la aldea, en la ciu-
dad provinciana y recoleta, en los medios aún chapa-
dos a la antigua, en las familias donde el cristianis-
mo de nuestros abuelos aún vive bajo menos agobio
y embate exterior y en ambientes antañones y piado-
sos en lo interior.
La gran cosmópolis, las urbes metropolizadas, los
centros industriales, todos los lugares donde la vida
moderna ha penetrado con su materialismo, su sor-
didez, su sentido utilitario de la vida y sus normas
prácticas de placer, se desespiritualizan a gran prisa,
lo que equivale a decir que se descristianizan, por-
que el cristianismo es la única forma espiritual válida,
en este o en cualquier otro siglo.
El catolicismo, — a diario lo constatamos— cada
día esplende niás en los templos, pero cada día se
manifiesta menos en las conciencias y cada día vibra
menos en la conducta. No me refiero a esa manera de
catolicismo de prácticas externas, de formalismos v
aparato, como en los llamados "actos sociales": bo-
das, bautizos, bendiciones y otras celebraciones de lu-
jo; no aludo a ese catolicismo epidérmico, es decir su-
140 Jesús David Jaquez
perficial, intrascendente, algo romántico, algo dulzón,
algo de buen tono o de ocasión: eso no es religión:
aludo al catolicismo verdadero, el de fondo, el de es-
píritu y verdad, tal como se exhala inalterable, de las
vivas páginas del Evangelio; el que se siente en el
alma, se cree con el corazón y se practica las veinti-
cuatro horas del día en la conducta; ese que informa
y preside todo pensamiento, toda palabra, todo deseo
y toda acción, conformándola con Cristo, siquiera sea
en la medida de la flaqueza humana que El bien sa-
bía cuando vivió esencialmente ese cristianismo y ese
Evangelio que no nos hubiera exigido observar, si El
mismo no hubiera sido su primer observador y cum-
plidor.
De ese cristianismo cada día parecemos alejarnos
más. El tumulto de la vida moderna con sus formas y
manifestaciones desorbitadas, está haciendo que a
gran prisa los hombres se deshumanicen, las mujeres
se desfeminicen y los niños se adulticen; ese es el ma-
yor peligro para la humanidad de la venidera genera-
ción, pero también, obligadamente, para el espíritu
cristiano y para el espíritu de la verdadera mexicani-
dad.
Al hablar de mexicanidad, no me refiero en modo
alguno a esa que demagógica o espectacularistamente
pregonan los políticos o los altos personajes, ni a la de
líderes, pseudosociólogos y pseudemexicanistas: la que
se grita, la que se exhibe en la plaza pública, la que se
hace ostentosa pero superficial y sospechosa de mis-
tificación; esa no es la mexicanidad, como el catolicis-
mo externo de que hablé, no es tampoco el auténtico,
el del Evangelio.
Yo apelo a una mexicanidad íntima, consistente en
la quintaesencia de todas las cualidades colectivas de
X
El Perenne Milagro Guadalupano 141
un pueblo, que están muy por encima y muy por lo
hondo de las manifestaciones pátrioteriles o de las in-
terpretaciones prefabricadas y caprichosas; una mexi-
canidad hecha a base de lo trascendente de la raza,
en cuanto es posible en una raza cuya fusión plena,
cuya homogeneización es aún muy relativa, pues no
ha pasado por el crisol de los siglos, como pueblo
nuevo que aún es; una mexicanidad hecha a base de
todo lo mejor .que nos legaron las anteriores genera-
ciones como herencia espiritual distintiva, una mexi-
canidad que reconoce desde sus orígenes mismos, el
cristianismo, como primer promotor, como primer
aliento de vida, lo mismo en el autóctono que en el
criollo. De ahí arrancan sus bases y allí se encuentran
sus esencias más genuinas: vano es desconocerlo.
Y en los principos mismos de esa cristianización
de la Nueva España, ¿no vemos acaso, cómo la luz
más clara y el exponente más firme y más orientador,
la efigie misma de nuestra Guadalupana?
El modernismo disolvente, como dije, amenaza ba-
rrer con toda esta herencia espiritual que, siendo nues-
tro pasado, no podrá vivificar más nuestro presente si
abdicamos de nuestros mejores legados. Ya de hecho
se observa que, si entre nuestra generación y la que
nos antecede había una zanja, entre nuestra genera-
ción y la que está ya en puerta, hay un abismo; y es en
ese abismo donde van cayendo inevitablemente la vie-
ja moral, las viejas costumbres y las viejas tradicio-
nes que fueron, durante todo el pasado, el sostén es-
piritual de nuestra nacionalidad.
Ahora bien: si el símbolo por excelencia de todo
eso espiritual, de todo eso nuestro que aún trabajosa-
mente guardamos, es justamente la fe y el amor a la
Guadalupana, es quizá una coincidencia providencial
142 Jesús David Jaquez
que en estos arduos tiempos que vivimos, Ella nos es-
té proporcionando nuevas oportunidades revigorizado-
ras de. nuestro espíritu: esas oportunidades no son otras
que las que emanan del milagro mismo que es la exis-
tencia perseverante del sagrado lienzo con nosotros,
entre nosotros, muy junto a nosotros.
Es decir: lo que superficialmente podríamos llamar
descubrimientos nuevos en la tilma juandieguina, no
son nuevos sino en cuanto antes no los habíamos sa-
bido advertir. El milagro ha vivido, si es lícito decir
así, en el ayate a lo largo de sus 429 años de existen-
cia sobrenatural: Dios aguardaba la hora, su hora
providencial para hacer que los hombres lo echaran de
ver. Y esa hora ha llegado.
Si el milagro es la obra de Dios y tiene, consiguien-
temente el sello de lo divino, ese sello también tiene
sus características sobrenaturales, clásicas, diríamos
del espíritu de Dios: evidencia, claridad, sencillez, mo-
destia. El milagro es modesto, como es claro y recio
en sus manifestaciones. ¡Siendo evidente y fuerte co-
mo es, no necesita ostentarse. Modesta es la tilma,
modesta la figura de la Real Señora celeste, modesto
el modo de su presentación en la tierra azteca, mo-
desta la forma en que se recata hasta en sus últimas
manifestaciones. Cuando apareció, sólo se dejó ver de
una persona: un indio personificación de la pobreza,
la humildad y la candidez espiritual; si ahora nos
muestra otro más de los aspectos milagrosos de su
imagen, ese mostramiento también es modesto: un pe-
queño grupo de hombres fieles y leales lo perciben, no
toda una multitud ni a la plena luz de la Plaza Mo-
numental de su Basílica. Bastan esos pocos hombres
que nos lo han evidenciado con su observación y su
ciencia, para engendrar el ascenso en nuestro espíri-
El Perenne Milagro Guadalupano 143
tu: no nos consta- ocularmente, pero nos consta que
les consta a ellos. ¿Veis cómo el milagro es modesto?
Así debe haberlo considerado el Abad de la Na-
cional Basílica, pues no quiso que se divulgara al mo-
mento ni que se anunciara a son de trompeta: desde
antes de 1929 fueron descubiertas las calidades in-
explicables que comprobaron los oculistas en las pupi-
las de la Virgen Guadalupana y sólo hasta nuestros
días lo van sabiendo algunos; el pueblo, la muchedum-
bre, aun creyente, aún no sabe de esto. Las transmi-
siones de televisión y los artículos de prensa son flor
de un día; por su mismo sensacionalismo emocional,
fueron pasajeros; pocos al día siguiente lo recordaban.
El milagro es modesto, rehuye la popularidad sensi-
blera, se recata, se vela discretamente. Y entretanto y
precisamente por tal medio, Dios hace su trabajo. El
no tiene prisa, ni la Virgen Santa tampoco. La prisa
es de nosotros, es humana, porque nosotros estamos
dentro del tiempo; pero ese tiempo es medido y con-
tado por el Eterno; Dios sabe cómo obra.
Pero de todos modos, resulta impresionante saber
que en la santa tilma que ha siglos veneramos, hay
una maravilla escondida y mansa, como mansas y to-
das modestia son las miradas de la Divina Reina pin-
tadas en el pobre ixtle juandieguino.
Dos consideraciones se imponen a la mente sobre
la naturaleza de esta última maravilla inexplicable en
las. niñas de los ojos de la Madre Virginal del Tepe-
yac. Una versa sobre la naturaleza misma del mila-
gro, de todos los milagros.
Si el milagro en sí es un hecho fulgurante de Dios
que deroga momentáneamente las leyes naturales qué
El mismo creara, si es un impacto reciamente impre-
sionante para el espíritu y si por lo mismo solicita
144 Jesús David Jaquez
nuestra voluntad y se insinúa en ella, sin embargo, el
milagro, por relampagueante que sea, no es forzatorio
de nuestra voluntad humana: se nos ofrece a la acep-
tación, pero no es constrictivo. No vulnera el libre al-
bedrío del hombre. Dios, que puede derogar todas las
leyes a su placer, respeta sin embargo sus propias
obras: creó al hombre a imagen y semejanza suya,
dándole por tanto la inteligencia para comprender y la
voluntad libre para aceptar: no pasa por encima de
nuestra naturaleza, mínimamente semejante a la divi-
na: deja intacta en nuestra alma la capacidad' para
optar por el asentimiento o la negación: he ahí otra
razón de por qué el milagro se cela y se hace modes-
to: Dios no trata de deslumhrarnos: solamente de
alumbrarnos,
En Lourdes hay con frecuencia milagros patentí-
simos: se puede creer en ellos o no: Dios obra así pa-
ra dejarnos nuestro innato sentido de responsabilidad
y para no anular el mérito que podamos tener ante El
si creemos. Esos milagros de Dourdes han provocado
mucho ruido: mucha renovación de fe en las almas de
buena voluñtad, muchas discusiones de toda índole
entre los de voluntad enferma o maleada, mucha hos-
r
tilidad entre los increyentes y enemigos de la luz. Ale-
x's Carrel, el gran hombre de ciencia, el célebre mé-
dico parisino, vió un milagro ante sus ojos: asombra-
do y curioso, se inclinó lupa en mano para comprobar
'científicamente la curación instantánea de María Bai-
ly, ante la Gruta de Massabielle el 28 de mayo de
1902; esta joven había llegado a Dourdes casi en ago-
nía, por una hidropesía tuberculosa declarada incura-
ble. El gran sabio Alexis Carrel controló médicamen-
te la enfermedad y la curación instantánea ante sus
propios ojos acaecida. Alexis era viejo acreyente:
El Perenne Milagro Guadalupano 145
vcdió ante la evidencia y se convirtió, como lo relata
él mismo en su famoso libro: "Le Voyage de Lour-
des". El milagro no lo obligó, meramente se le insinuó
y él honradamente le dió aquiescencia.
Emilio Zolá, el célebre y popular novelista fran-
cés, también vió un milagro: la curación, instantánea
también de María Lebranchu, de París. Cuando Zolá
la vio transportada a Lourdes desde la Ciudad Luz el
19 de agosto de 1892, en uno de los famosos trenes
hlancos cargados de enfermos graves y deshauciados,
el escritor dijo: "Si ésta es curada, yo creeré." La
joven es inmergida agonizante a las piscinas del mi-
lagro: sale sana: Zolá tiene ante sus ojos el milagro
patente, llora un momento, luego ríe y se burla. He
aquí como ni el milagro mismo fuerza la voluntad hu-
mana. Zolá, — testigo M. Joseph Belleney en su libro
"Guérisons de Lourdes" — rechazó rotundamente el
hecho milagroso patente, regresó a París y escribió su
fraudulento libro insincero "Lourdes" y trató de ale-
jar la evidencia viviente que era María Lebranchu, que-
riendo pagarle un viaje para que se radicara fuera de
Francia: le molestaba. El milagro que curó a la ago-
nizante de tuberculosis pulmonar de último grado, na-
da pudo sobre la reacia y soberbia voluntad del céle-
bre novelista.
En México pasa igual: no todos se dejan vencer
por la evidencia. Y a lo largo de los siglos hemos te-
nido impugnadores formales del milagro de Guadalu-
pe. Son las sombras que, lo mismo allá que entre nos-
otros, contribuyen a hacer resaltar la estrella celeste.
Por esto, si el milagro es la obra patente y fuerte
de Dios para convencer al hombre, no cancela jamás
las potencias del espíritu ni atenta contra la voluntad;
el milagro es persuasivo, pero no constrictivo y el hom-
10
146 Jesús David Jaquez
bre sigue siendo el hombre. Acaso esta sea la razón
por la que Dios no multiplica a cada paso sus mila-
gros: no creeríamos en ellos. Y cuanto más se nos pre-
sentaran con frecuencia, más entraríamos en familiari-
dad con ellos y, o los juzgaríamos del orden natural,
desvirtuando así su poder influencial, lo que sería
anularlos nosotros mismos en nuestra mente; o susci-
tarían tales discusiones, divergencias, hostilidades y
animadversiones, que resultarían contraproducentes.
Por eso el milagro sigue siendo raro al mismo tiempo
que modesto: bien sabe Dios cómo habérselas con la
humanidad, como un padre prudente y sabio con sus
hijos rebeldes y mal inclinados.
El milagro guadalupano queda pues guardado di-
vinamente en la sagrada tilma. Pero sigue abierto,
desde hace más de cuatro siglos, el camino de la fe
que lleva a él. Andado ese camino, la evidencia se ha-
rá lo mismo en Guadalupe que en Lourdes; sin fe, no
habrá nada. Y mientras el milagro objetivo sigue sien-
do real y permanente, también la indiferencia de los
hombres lo sigue haciendo nugatorio: ¡qué paradoja
de los espíritus sin buena voluntad! Pero el milagro
no es porque creamos o no; independientemente de
nuestro asenso, "es" y nada más. Toca al hombre
aprovecharlo o desdeñarlo, tomar el partido de Alexis
Cari el, sabio, o el de Zola, superficial y perverso.
La otra consideración que surge de la perennidad
del milagro guadalupano, parece también lógica y na-
tural, como toda obra genuina de Dios. Consiste sen-
cillamente en la gran lección divina que, después de la
de la fe y la del amor, nos ofrece el milagro: la humil-
dad.
Para nuestra mente humana resulta difícil y se
antoja casi paradójico, pero Dios es humilde. El Ser
El Perenne Milagro Guadalupano 147
Supremo por excelencia, Aquel por quien todo ser
existe y llena con su grandeza infinita toda una
eternidad, dentro de la cual nuestro tiempo, todo el
tiempo de la humanidad terrena no es sino un punto,
como llena también lo inconmensurable, lo abismal de
todos los espacios cósmicos y más allá, si un "más
allá físico existiese, es el Ser purísimo, sencillo y hu-
milde, si cabe la expresión. Esta no tiene el pobre
sentido humano de empequeñecimiento o autonega-
ción, sino el sentido divino de ausencia de toda apara-
tosidad, de toda soberbia, de todo lo que solemos lla-
mar "bluff" u ostentación. Santa Teresa, gran sabia y
gran santa y muy versada en lo divino, decía que "la
humildad es la verdad". Si Dios es la verdad por ex-
celencia, la verdad única y de quien dimanan todas las
verdades secundarias y a El subordinadas, Dios tam-
bién es la humildad por excelencia, porque la humildad
es una virtud engrandecedora y jamás acomplejado-
ra, como pasa a veces en el hombre.
¡Yo no sé cómo explicar estas cosas tan profundas,
pero al menos se me alcanza que todas las manifes-
taciones de Dios hacia los hombres han llevado el
sello característico y peculiar de una humildad a lo
divino, aunque de alcance humano en lo perceptible!
Dadme un acto más sublime de Dios para con el hom-
bre que la Encarnación. Pues la Encarnación es la hu-
mildad por excelencia. Dadme un Sacramento más
divino que la Eucaristía: tan divino que consiste en
que Dios se hace pan para ser comido por los hom-
bres, por las bocas y las almas de los hombres. Y el
Sacramento de la Eucaristía es el Sacramento por
excelencia de la humildad. ¡Dios oculto en la tenue y
diminuta hostiecita guardada en un copón apenas de-
148 Jesús David Jaquez
coroso y dentro de un tabernáculo tan pequeño como
un pobre palomar! ¿Queréis más humildad?
Yo no sé cómo explicar, pero pienso que la hu-
mildad de Dios es la grandeza de Dios. Tanto es más
grande aquella, cuanto máxima es ésta. Entre hom-
bre, si un rey, un emperador, un procer de primera
magnitud es humilde, aparece más grande ante la
consideración de la mente humana; la humildad, si es
verdadera, lo enaltece, no lo rebaja. Pues creo que
en Dios este misterio se agiganta a proporciones de
infinito. Así se explica la Encarnación del Verbo en
un pequeño cuerpo de niño, así la Presencia real de
Dios —Jesucristo es Dios— en la hostiecita. ¡La hu-
mildad, grandeza máxima del máximo por excelen-
cia!
La humildad es la verdad. La falsa humildad es la
hipocresía, corrupción de la verdad en su grado peor:
moneda falsa que tratamos de hacer pasar como bue-
na. El pecado mayor de la humanidad es la soberbia,
falsedad sin los vergonzosos velos de la hipocresía,
pero con descaro y envalentonamiento que insultan a
Dios como insultan a los hombres. La soberbia de-
rrumbó a Adán y Eva del glorioso imperio del paraíso
terrenal, al merecimiento de un infierno eterno: Dios
venció esa soberbia del gusanillo humano, con la su-
blime, infinita y grandiosa humildad divina. Por eso
Jesús nació entre los rastrojos de un pesebre, entre
un asno y una vaca, animales humildes. Sólo así era
posible restablecer el equilibrio de la verdad, roto por
Eva y luego por Adán, cómplice de la mujer. Siempre
la mujer al comienzo de todo lo bueno, o en el inicio de
todo lo malo. Por eso María estuvo, en su máxima hu-
mildad, única en el mundo después de la de Jesús, que
fue humildad de Dios al par que humildad de hombre,
El Perenne Milagro Guadalupano 149
al principio de la máxima gesta de la humildad, como
del amor: la Encarnación.
Ahora comenzaremos a comprender cómo el mila-
gro es modesto, puesto que emana del Dios de la hu-
mildad: de la humildad glorificadora e infinita en el
Ser Sumo. El milagro tiene que ser humilde en sí y
modesto en su presentación. ¿Por qué entonces Dios
escoge siempre al más humilde para ser el vehículo de
sus milagros? Hallad en la Nueva España otro más
humilde que Juan Diego: por eso fue glorificado. Lo
mismo veréis en Lourdes, lo mismo en Fátima, lo mis-
mo en todas las grandes apariciones celestiales. He
ahí cómo la humildad es la verdad.
Y hasta los lugares de esas apariciones son humil-
des; sí, hasta los escenarios mismos. Yo no he sabido
de una aparición grandiosa en un palacio de gran lu-
jo, con cientos de cortesanos y pajes en gran gala: tal
cosa parece repugnar a la política de Dios y a su mis-
mo modo de ser, si se me da permiso de hablar así.
Humilde y desdeñado era el Tepeyac, al igual que
Lourdes —la cueva de Massabielle era casi un tirade-
ro de basuras—, lo mismo Cova de Leiría, lo mismo
La Salette.
Y ahora hallad un santo soberbio: es inconcebible.
Y los más notables santos fueron justamente los más
humildes: por eso hubieron tan alta gloria celestial.
Pedro era humilde, Andrés era humilde, Santiago era
humilde, Juan el Evangelista era humilde, José de Na-
zareth era humildísimo: tanto que ni siquiera aparece,
como no sea para servir de fondo a Jesús y a María;
tanto que ni siquiera el Evangelio nos ha guardado
una sola palabra suya: era el santo del silencio, el
santo de la autodenegación: todo para Jesús y Ma-
ría, nada para él: eso es la humildad. |Y qué decir de
150 Jesús David Jaquez
Francisco de Asís, de Juan María Vianney, de Ber-
nardita Soubirous! Juan Diego también fue muy hu-
milde. Ahora la Iglesia, que sabe de sus humildes, re-
pite cada año en el oficio del 12 de Diciembre: "Joan-
ni Didaco, pió rudique neófito": "...(se apareció) a
Juan Diego, neófito, piadoso y rudo. . .
Y es admirable que mientras todos en México, hoy
como ayer y hoy más que ayer, olvidamos a Juan Die-
go, lo damos de baja, lo desdeñamos por humilde y
sencillo y pobre, una silueta de Juan Diego es de se-
guro la que se perfila, apenas atisbada por nosotros,
en las mansas y humildes pupilas de la Virgen del
Tepeyac: el humilde está en las mismas niñas de los
ojos de la más humilde de todas las mujeres: ecce an-
ci7/a Domini: he aquí la esclava del Señor. ¡Oh mis-
terios de la divina grandeza humilde!
Hay el consuelo de que si Juan Diego está en las
pupilas de la Señora pintada celestialmente en el aya-
te, en él y con él estamos todos nosotros; "a tí, a to-
dos vosotros juntos los moradores de esta tierra", co-
mo la Reina del cielo misma dijo en el humilde idioma
náhuatl a su elegido.
Y por cierto que este intrigante busto humano
en las niñas de los ojos de la Señora de Guadalupe
parece confirmar una vez más la estampación mila-
grosa de su imagen en el punto mismo de la entrega
y toma de las rosas al pie del pobre y viejo cazahuate
indiano: se estampó tal como Ella misma estaba en
aquel momento: mirando a Juan Diego y pintándose
en las pupilas de la Señora el humilde rostro moreno,
pobre y vulgar del indito, a quien estaba mirando pues
lo tenía enfrente de sus ojos. ¡Qué maravilla en este
diminuto detalle guadalupano!
¡Y qué riqueza y qué profundidad y qué delicade-
El Perenne Milagro Guadalupano 151
za y qué asombro en todo esto, hasta la última cosa de
apariencia tan menuda y pequeña! Quiera Ella en su
amabilidad bondadosa de Madre, conservarnos así, en
símbolo y en silueta microscópica en las niñas de sus
ojos por todos los siglos.
CAPITULO 7
LOS TIEMPOS POSTERIORES A LAS APARI-
CIONES HASTA NUESTROS DIAS.
LOS IMPUGNADORES
"Puesto que María opera una incesante neu-
tralización de las potencias del mal, Satanás
se venga como puede: infamando a la Virgen
en su virginidad, negando a la Madre su ma-
ternidad. Por eso, si María es la criatura más
amada, es también la más fácilmente ultrajada.
Cuando bajo la estupefaciente sugestión del
Maligno, el hombre medita o consuma un acto
innoble y especialmente una violación de la
castidad, advierte la necesidad de suprimir pre-
ventivamente en su corazón el pensamiento de
la Señora; y como esto le quema, impreca
contra Ella. Cuando se buscan las tinieblas,
se hace necesario apagar la luz."
IGINO GIORDANI
'María di Nazareth."
Es cosa indiscutible que México ha recibido de la
Virgen María un don único en la historia de la cris-
tiandad: "Non fecit taliter omni nationi", no ha he-
cho otra cosa igual a ninguna otra nación.
La medida de la necesidad, da la medida del re-
medio, según el plan general del Eterno en cuanto a
la vocación divina de todos los hombres, que es su fe-
licidad eterna según la hayan ganado en la jornada
El Perenne Milagro Guadalupano 153
de prueba que es la vida temporal. Por eso siendo tan
universal de todo este mundo y tan sustancial y gra-
ve la necesidad del género humano a causa del peca-
do primero y sus inevitables consecuencias para todos
los siglos y hasta la última generación, el remedio fue
puesto por Dios de un modo sustancial e inmenso:
tan inmenso, que toda la humanidad junta acaso no
llegue jamás a comprender la infinita condescendencia
y el infinito amor del Padre de los Cielos, al acor-
dar la obra de la Redención humana. Hacerse hombre
todo un Dios, es mucho más, que si por amor a los
gusanillos un sabio se convirtiera en gusanillo: sabio
y gusano son criaturas: la distancia, por grande que
sea, es mensurable. Pero la distancia entre una criatu-
ra, sea la que fuere y Dios, es inconmensurable, por-
que es específicamente diferente, diversa, distante to-
da una eternidad y toda una inmensidad entre los dos
puntos: es infinita.
Pues bien: por modo algo semejante, la medida o
el grado del remedio, debería dar la medida o grado
de la aceptación y de la gratitud. Cuanto más grande
e insólito es el favor, mayor debe ser el agradeci-
miento del beneficiado. ¿Hemos correspondido al don
insólito de la aparición guadalupana, al obsequio ex-
quisito y único de su retrato; un retrato divino y que
se antoja como viviente, dadas las extraordinarias ca-
racterísticas de que ya hablé '—dado y dedicado de
una manera tan delicada a todos nosotros, "los mo-
radores de esta tierra"?
Ya vimos que desde los primeros días posteriores
a la estampación milagrosa, comenzaron el amor y la
fe renovada, pero también comenzaron la indelicade-
zas y las malcriadeces, las negligencias y las hosti-
lidades.
154 Jesús David Jaquez
Estas últimas han sido frecuentemente sordas y
públicamente bastante escasas: los antiguadalupanis-
tas de nota no son muchos; más enemigos e impug-
nadores tienen otros aspectos religiosos y otras apa-
riciones, v.g. las de Lourdes. Como allá se multiplican
más y son más patentes los milagros, hay mas hosti-
lidad contra ellos y con la Inmaculada Concepción.
Así solemos pagar los humanos las finezas.
De todos modos, creo que si lo que hemos hecho
en el terreno de la gratitud y la lealtad a la Virgen
Guadalupana es bastante, sin embargo no basta ni de-
bería bastar para dos fines: el de la satisfactoria gra-
titud a Nuestra Madre y el de la cooperación a los
fines que Ella venía buscando cuando vino hasta el
Tepeyac buscando a Juan Diego, que es como decir,
buscando a todos los mexicanos.
Esos fines son muy claros; más aún, son suma-
mente impresionantes: "Deseo vivamente que aquí
en el llano se me edifique un templo para en él dar y
mostrar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa,
pues yo soy vuestra piadosa madre, a tí, a todos vos-
otros. . ." ¿Es posible hablar más claro?, ¿expresar más
plena y bondadosamente Jos fines de la Virgen María?
¿qué madre puede decir más con su corazón amoroso
y compasivo, al hijo pequeño, enfermo o necesitado?
Esos son los fines de María. Correlativos de los fi-
nes de Dios para con los hombres: dar, darse. Hecha
la completa donación de la voluntad y del beneficio
¿qué más se puede pedir?
La Virgen de Guadalupe vino a remediar todas
nuestras necesidades. Si no lo ha hecho, culpa es de
nosotros y no de Ella: no le hemos querido pedir, o
no le hemos sabido pedir: se pide con fe, con amor y
confianza, o no se pide. Desconfiar es dudar y la du-
El Perenne Milagro Guadalupano 155
da anula la fe. O bien pedimos males en vez de bienes,
porque así somos los hombres. Si yo pido bienes ma-
teriales, si pido riquezas, autos, casas, dinero, una be-
lla posición, un amor inconveniente, creo pedir bienes;
en realidad pido quizá males; esos que para mí y para
mi miopía de espíritu son bienes, en el fondo pueden
ser males; pueden perjudicar a mi alma y a mi mismo
vivir terreno. Hay niños que piden a su padre su
pistola para jugar, o a la madre un dulce indigesto;
la madre y el padre niegan tales cosas, porque saben
que harían un mal al Ijijo. Lo mismo nos pasa muchas
veces con el Padre y con la Madre del Cielo. Por eso
ellos, prudentes y sabios, no nos otorgan tales peti-
ciones.
La obligación filial nuestra es inmensa; la grati-
tud debe ser inmensa también y la fe y confianza ili-
mitadas; por falta de esas cosas no recibimos cada
día un socorro para el alma en la Basílica de Gua-
dalupe. Por eso acaso ese gran templo no es teatro
cotidiano de exquisitas maravillas íntimas, no deslum-
brantes para la muchedumbre, pero sí remediadoras
para el alma. A causa de la falta de fe, el milagro no
se prodiga más. Cristo lo dijo: "Si tuviereis fe como
un granito de mostaza (es decir, siquiera una fe pe-
queña pero efectiva), diríais a ese monte: ¡quítate! y
se quitaría."
La fe no produce el milagro, pero lo atrae, al ha-
cernos merecedores de él. Por eso estos tiempos sin
íc son también tiempos sin milagros. He ahí otra ra-
zón para que el milagro sea modesto, para que se re-
cate, para que se cele. Los judíos contemporáneos de
Jesús le pedían un milagro en el cielo, como condicio-
nando a eso su creencia en El, que le regateaban y
aun le negaban. ¿Jesús hizo ese milagro ostentoso so-
156 Jesús David Jaquez
licitado por sus compatriotas terrenales? No. Al con-
trario, dijo que ese pueblo pedía un milagro, pero que
no le sería dado otro que el de Jonás en el vientre de
ja ballena; porque así como Jonás estuvo tres di^s y
tres noches en el vientre de una ballena, así el Hijo
del Hombre estaría tres días en el seno de la tierra y
luego resucitaría. Y su palabra se cumplió, el milagro
se hizo y. . . no por eso creyeron los judíos. ¿A qué
entonces multiplicar Dios los milagros? Creo a veces
que sería contraoperante.
Pero los milagros abundaron en el seno de la pe-
queña comunidad que creía en El; los discípulos, las
santas mujeres. ¿Por qué no abundan hoy en el se-
no de la comunidad dispersa materialmente, pero en-
lazada espiritualmente por la fe, esa comunidad que
formamos todos cuantos reverenciamos a la Virgen
Guadalupana? Por nuestra falta de fe; ¿y ésta por
qué? Porque vivimos en un siglo sin fe y su espíritu
ateo y disolvente nos ha contagiado; creemos, pero
¡tan tibiamente! . . .
Y aquellos que no creen en la Guadalupana o
creen tibiamente y a su modo, tampoco creerían en
los milagros o los tomarían a su modo; un mal modo.
Esto hace recordar la parábola o ejemplo del Evan-
gelio, sobre el rico Epulón y el mendigo Lázaro. El
rico condenado pedía al padre Abraham, el padre de
todos los creyentes, como suele llamársele, que ya que
él estaba condenado, enviara al menos a uno de los
suyos difunto también, a advertir a sus parientes vi-
vos aún, para que no se condenaran. Y el padre Abra-
ham le contestó: Tienen a Moisés y a los profetas;
si no creyeron en ellos, tampoco creerían en el que
se les apareciera. He ahí una plena explicación.
No obstante todo esto, en todos los tiempos poste-
El Perenne Milagro Guadalupano 157
riores a las apariciones, la fe cristiana y la fe gua-
dalupana han florecido y perseverado en el suelo de
María de Guadalupe. Es la fe que ella trajo y conso-
lidó, no por obra humana, sino por obra divina; des-
pués de que los apostólicos franciscanos admirables
habían hecho su esfuerzo y ese esfuerzo daba escaso
aunque consolador fruto. Dios envió entonces a su
mies a la operaría por excelencia de la cristianización.
Esa fe y ese guadalupanismo tienen dos rasgos
notables: su perpetuación ininterrumpida hasta nues-
tros días, en medio de vicisitudes de toda índole y su
persistencia en la inmensa mayoría de los mexicanos,
pese a la tremenda ignorancia religiosa y al escasísi-
mo volumen de noticias sobre la misma Virgen de
Guadalupe. La gran masa de nuestro pueblo ¿qué sa-
be de sobrenaturalidad, de milagro permanente, de
subsistencia asombrosa del ayate, de maravillas en
las pupilas de la Vjrgen? Nada. Sabe sin embargo,
en su forma simplista y primitiva, lo esencial: La Vir-
gen de Guadalupe, la Morenita del Tepeyac, se apa-
reció a un indio y dejó su imagen pintada; Virgenci-
ta de Guadalupe, ¡sálvame! Esto es todo. Y la Vir-
gencita de Guadalupe salva a ese pueblo que mal sa-
be siquiera en infinitos casos, lo más rudimentario de
la historia de las apariciones o cómo sea el ayate.
Porque es la fe y no la instrucción, lo que hace so-
brevivir la espiritualidad, como es la que hace salvar-
se a las almas. Y es admirable en verdad cómo sobre
tan parco y rudimentario y hasta infantil conocimien-
to guadalupano, se mantenga viva y bullente una fe
tan extensa, tan recia y tan duradera, como la que
nacionalmente el pueblo mexicano ha mantenido a lo
largo de ya casi cuatro y medio siglos, entre mise-
rias de toda clase, entre hambres, entre persecucio-
158 Jesús David Jaquez
Virgen de Guadalupe hecha en rr.atatena, piedra de rio
durísima, por un artista indio anónimo. Es una verdadera
estilización indígena de la Guadalupana y data del siglo-
XVI o XVII. — Museo Guadalupano de la Basílica.
El Perenne Milagro Guadalupano 159
nes, entre revoluciones y esclavizaciones y zarándeos
sociales y morales de toda índole. Esto sin duda no
es obra humana, sino paternal providencia divina. Y
también maternal providencia guadalupana; no creo
que tal hecho sea fácilmente contradecible.
En los primeros años post apariciones, se habló
mucho de milagros. De ninguno de ellos hay un tes-
timonio fehaciente, histórico, canónico hoy en día. Ni
siquiera del primero de ellos, el representado en el
primer gran mural derecho de la Basílica, la resurrec-
ción del indio flechado durante la procesión de trans-
lado a su ermita, de la imagen milagrosa, ha sido ca-
nónicamente sancionadlo y afirmado. Después, con
hechos milagrosos subsiguientes, mucho menos. Y
aunque las paredes de muchos locales adyacentes a
la Basílica estén tapizadas de lápidas conmemorativas
de un favor y de pinturas de impresionante infanti-
lismo popular testimoniando una intervención maravi-
llosa de la Señora y de miles incontables de "milagri-
tos", o sea pequeños exvotos de plata, oro o estaño
— un corazón, una cruz, un brazo, un cuerpecito de
pequeño niño —y millones de cirios hayan ardido
cabe las bóvedas de nuestro gran templo en gratitud
por una merced, la Iglesia no ha dicho su palabra so-
bre los sucesos más notorios de este orden. Muchos
favores habrán sido milagrosos en sí mismos, otros
habrán sido favores de un grado inferior; los benefi-
cios espirituales son muy difíciles de comprender, va-
lorizar ni analizar. Entre ellos debe haber milagros
y acaso en gran número; ¿podemos saberlo? Tampo- -
co en Lourdes se comprueban canónicamente los mi-
lagros espirituales. ¡Si hasta de los físicos o corpora-
les, se descartan sistemáticamente y con gran sentido
de prudencia los hechos inexplicables que por su ín-
160 Jesús David Jaquez
dolé son susceptibles de duda, dolo o falsa interpre-
tación, como las curaciones de enfermedades nervio-
sas, cerebrales, cerebroespinales, etc.!
Yo creo íntimamente que en la Villa de Guadalu- *
pe hay milagros; pero creo también (no aludo al mi-
lagro de la tilma) que esos milagros son con mayor
frecuencia morales o espirituales y que casi siempre
son recatados, ya por providencia divina, ya por dis-
creción humana, y que por todo ello no salen a la '
luz pública. ¿Quién puede, en el común de' los casos,
declarar que la conversión de un pecador, el retorno a la
fe de un impío, el restablecimiento de la paz en un alma
O en una familia, hayan sido un milagro o simplemen-
te un bello y buen favor de orden natural, de parte de
la Virgen de Guadalupe? Sobre estas cosas, por su
naturaleza misma, es muy difícil dictaminar y la Igle-
sia se muestra muy sabiamente prudente en tales te-
rrenos. De estas cosas buenas y abundantes, nuestro
secular guadalupanismo está lleno, en lo íntimo. ¡Ana-
les de las almas que nunca nadie podrá escudriñar ni
publicar en letras de imprenta a la luz pública! Pero
aún hay otras cosas.
Retrocedamos un poco en nuestro pasado, pase-
mos concienzudamente, si bien con brevedad, al es-
cudriño y valoración de muchas cosas históricas y ha-
llaremos por todas partes y en todos los siglos, el es-
plendor tepeyacense iluminando y dando la clave ver-
dadera a no pocos de nuestros fastos y nuestras cró-
nicas.
Hemos visto ya cómo la labor civilizadora y evan-
gelizados de los abnegados misioneros de Francisco
de Asís cobró impensado ímpetu a partir del más me-
morable 12 de diciembre que haya alumbrado el sol.
Bien luego, en 1544, la fiebre llamada cocolixtli, que
El Perenne Milagro Guadalupano 161
era una especie de tifo, asoló a la capital mexicana;
una de sus víctimas fue el anciano Juan Bernardino,
el covidente guadalupano. Los franciscanos, angustia-
dos ante tantas muertes, organizaron una gran pro-
cesión sobre todo con niños de seis o siete años, hasta
la ermita guadalupana del Tepeyac; trataban de in-
terponer ante la Madre de Dios, la inocencia infantil,
atraedora de misericordias — los niños de seis y siete
años, entonces eran inocentes; acudieron fieles de
todos los barrios de México, orando y haciendo peni-
tencia: era una inmensa procesión penitencial para pe-
dir clemencia al cielo. Muy luego la peste cesó y al ca-
bo de menos de una semana, ya no hubo muerto algu-
no de fiebre qué enterrar. La Virgen del Tepeyac
cumplía visiblemente su promesa hecha a su siervo el
manso indio de Cuautitlán.
Y el culto a la Guadalupana crece y se difunde,
si bien parece que hubo, como es humano, ciertas alti-
bajas, épocas de gran fe y temporadas de entibiamien-
to, fervores crecientes y aparentes olvidos en que el
guadalupanismo, si bien seguía vivo en todos los co-
razones, estaba latente y no tenía públicas demostra-
ciones. Pero estas altibajas no significaban gran cosa,
dado el hecho cierto de que el amor a la Virgen de
Guadalupe, una vez encendido en las almas de aque-
lla época y de todas las subsiguientes y hasta la nues-
tra inclusive, no se apagará jamás.
Reavívase en 1556, cuando el escándalo causado
por un sermón antiguadalupanista del Provincial Bus-
tamante; muéstrase con un rasgo de la batalla de Le-
panto, ganada contra los turcos anticristianos, cuando
en la nave capitana de don Juan de Austria, mandada
por el almirante Juan Andrés Doria, es tremolada en
lo alto una imagen de la Señora de Guadalupe, to-
11
162 Jesús David Jaquez
cada por cierto a la tilma original y los cristiano:
ganan rotundamente el combate contra los infieles, e
7 de octubre de 1571, día en que todos los combatien
tes de aquella gesta histórica y benéfica para la cris
tiandad, aclaman a la Inmaculada del Tepeyac y h
atribuyen el triunfo. No sin razón la Iglesia la ha lia
mado siempre Reina y dice de Ella que es "terribilis u
castrorum acies ordinata", terrible como un ejército ei
orden de batalla.
Vienen las inundaciones de la ciudad de Méxic<
en 1629, año en que se registra la mayor de las nuev<
que, por su gravedad dejaron vivo e histórico recuer
do. La de 1629 fue tal, que se perdieron 27,000 per
sonas, según afirman los historiadores, además de in
contables muertos sepultados en los derrumbes d<
cientos de casas de adobe. El agua llegó a subir hast;
dos varas de altura cuando desde la víspera del 21 di
septiembre, que fue el día peor, llovió con gran fuerz.
durante 36 horas continuas. Llantos, desolación, lut<
y emigración de miles de vecinos a Puebla y otra:
ciudades, fueron algunas de las consecuencias y se re
fiere que desde Santiago Tlaltelolco hasta La Piedad
no se podía ir sino en canoa, quedando sólo indemn<
la Catedral. Una procesión doliente de más de 20(
canoas llenas de toda clase de gentes pidiendo piedac
al cielo, fue organizada hasta el Tepeyac y se trajo 1<
sagrada imagen hasta la Iglesia Catedral, donde fu<
dejada mucho tiempo; esto fue el 26 de dicho mes
La terrible inundación sólo cesó el 14 de mayo d<
1634 y los cinco años que permaneció en la Cátedra
la imagen guadalupana, fueron cinco años de des
agravios, oraciones públicas y penitencias; el cielo a
fin se dejó aplacar; el apiadamiento divino tras tod<
la acumulación de los pecados de entonces, muchc
El Perenne Milagro Guadalupano 163
menor que los de ahora, fue atribuido justamente a la
Virgen de Guadalupe.
De nuevo en agosto de 1736, vino otra prueba; los
impíos juzgan estas cosas como fenómenos natura'
les o meras calamidades inexplicables, los católicos
de corazón, miran en ellas castigos de lo alto y salu-
dables advertencias. Los segundos están más en razón
que los primeros. La terrible epidemia llamada enton-
ces matlazáhuatl se cebó sobre la capital, cundiendo a
otras poblaciones: los muertos llegaron a millares y se
asegura que a los ocho meses de epidemia, pasaban
ya de 58,000. El dolor es el único que en tales casos
hace mirar hacia arriba y los capitalinos angustiados
se acordaron de María. Mientras la peste se extendía
hasta Toluca, Puebla, Tlaxcala, Querétaro y aun más
allá, dejando un saldo trágico que se estimó en unos
700,000 muertos en todo el Altiplano, los creyentes se
volvieron hacia la Santa Madre del Tepeyac. La im-
petración nacional a la Virgen de Guadalupe, el rena-
cimiento general de la fe en la Virgen, las oraciones,
penitencias y retorno a la vida cristiana y la Jura del
Patronato, o sea la designación eclesiástica de la Vir-
gen de Guadalupe como Patrona de México y su te-
rritorio, salvaron una vez más a este pueblo. La peste,
que se mostraba casi siempre mortal, cedió y extin-
guióse prontamente.
Viene el espíritu libertario y el Cura Hidalgo, re-
suelto a encaminar al pueblo hacia la insurgencia para
obtener la libertad, no halla símbolo de mayor arras-
tre moral, que la Guadalupana y la toma como lábaro
al grito célebre de ¡Viva la Virgen de Guadalupe y
muera el mal gobierno! Y ante tal símbolo el pueblo
se conmueve y se lanza a la insurgencia.
Otro insurgente de especial bravura y tino militar,
164 Jesús David Jaquez
el Cura Morelos, llama a la Virgen de Guadalupe
"Patrona, Defensora y Distinguida Emperatriz de es-
te Reino" en un decreto insurgente del 11 de marzc
de 1813, mismo en el que el famoso estratego liberta-
dor manda que "continúe la devoción de celebrar une
misa el día 12 de cada mes en honor y gloria de h
Santísima Virgen de Guadalupe"; esta orden es pare
todos los pueblos del territorio y al mismo tiempo dis-
pone que todos los vecinos "expongan la Santa Ima-
gen en las puertas y balcones de sus casas sobre ur
lienzo decente" y que "todo varón de diez años arri-
ba, ostente una divisa de listón, cinta, lienzo o papel
en que declarará ser devoto de la Santísima Virgen dí
Guadalupe, soldado y defensor de su culto y al mis-
mo tiempo defensor de la religión y de su patria".
Triunfa la insurgencia con la entrada a Méxicc
del Ejército de las Tres Garantías, con Agustín dí
Iturbide al frente, el 27 de septiembre de 1821 y el \¿
de octubre siguiente rinde solemnes honores ante h
Virgen de Guadalupe, rodeado el Libertador de todos
los generales y caudillos de la Independencia. Funde
luego la Orden caballeresca y religiosa de Guadalu
pe y en 1822 la imagen de la Guadalupana es colocada
solemnemente en el recinto de la Cámara de Diputa
dos, donde es conservada durante largos años, com(
también durante ellos se guardó como fiesta naciona
el 12 de diciembre, de acuerdo con un decreto de
Congreso de la Unión.
Y Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero. Ignacic
Comonfort y otros presidentes van en peregrinación
al Santuario de Guadalupe y en esos tiempos, Ignacic
Comonfort, uno de los Constituyentes de 1857, siende
Presidente de la República, hace celebrar solemne;
funciones religiosas en el Santuario de la Guadalu-
El Perenne Milagro Guadalupano 165
pana y asiste personalmente, cosa que también hacía
el general Juan Alvarez.
Y viene Juárez con sus Leyes de Reforma y su
irreligiosidad en diversos aspectos y respeta a la Gua-
dalupana y hace devolver las joyas venerables roba-
das de su templo y expide el siguiente decreto:
"El C. Benito Juárez, Presidente Interino Cons-
titucional de los Estados Unidos Mexicanos, a sus
habitantes sabed: Artículo lo. — Se declara día fes-
tivo para efecto de que se cierren los tribunales, Ofi-
cinas y Comercio, el día Doce de Diciembre. — Inclu-
yendo el día de Navidad, los domingos, el día lo. del
Año, Jueves y Viernes Santos, 16 de Septiembre y
Jueves de Corpus. Orden para que se cumpla, al C.
Melchor Ocampo, Secretario de Estado y del Despa-
cho de Gobernación. — Dios y Libertad. — Lic. Beni-
to Juárez. — (Rúbrica Veracruz, a 1 1 de agosto de
1859."
Y finalmente en plenos tiempos nuestros, el Pre-
sidente de la República, Lic. Don Adolfo López Ma-
teos, interrogado durante su visita oficial al Brasil,
por un grupo de periodistas en Río de Janeiro, sobre
la pintura mexicana y sus rumbos y sobre si la imagen
de la Virgen de Guadalupe de México es realmente
una pintura artística valiosa ^noticia de su celebri-
dad, aunque equivocada debe haberles llegado — , res-
pondió que, si bien la imagen guadalupana es sin duda
la más valiosa reliquia del género religioso que tene-
mos en México, no se la puede considerar como una
obra pictórica verdadera, pues la leyenda afirma que
se apareció en la tilma de un pobre indio llamado
Juan Diego en una población cercana al Distrito Fe-
deral y que no fueron manos humanas las que la pin-
taron.
166 Jesús David Jaquez
Todo esto demuestra que la Guadalupana presi-
dió todos los fastos patrios desde mucho antes de la
integración de México como nación independiente y
que su veneración y culto han sido continuados has-
ta nuestros días, desde sus principios.
Pero también desde nuestros primeros d^as, de
guadalupanismo hubo otras cosas: las que no se dije-
ron y las que no se debieron haber dicho. Veamos
unas y otras.
Que Zumárraga fue el primer convencido de la
sobrenaturalidad de las apariciones y de la estampa-
ción milagrosa de la Imagen, nadie lo puede siquiera
discutir, pues consta sobradamente. Sin embargo, una
vez que la santa tilma fue instalada en su pobre ermi-
tilla inicial, se hizo un extraño silencio. Zumárraga
envió muy a raíz del grandioso suceso, un volante o
recado a Hernán Cortés, documento hoy histórico y
que muchos guadalupanógrafos han querido interpre-
tar como plenamente guadalupano y corroborador de
las apariciones. Ese volante o recado, que tiene todo
él un tono de prisa o emergencia del momento, no tie-
ne a mi ver absolutamente nada que diga relación, ni
remota, con las apariciones ni con la santa tilma ni con
hecho alguno guadalupano. La fiesta y farsa —feste-
jo popular — a que alude, dan a entender la víspera
del 8 de diciembre, en que México celebró la Concep-
ción Inmaculada de María (como ya dije), o bien el
24 del mismo mes, Día de Navidad. El "gozo de to-
dos", según el contexto todo, parece aludir a la lle-
gada a México de Cristóbal de Salamanca, portador
de la noticia del arribo a Veracruz de los personajes
de la nueva Audiencia, de la que se esperaba aligera-
ra la opresión de su antecesora; suceso político o a lo
sumo social, que nada tenia que ver con el guadalu-
El Perenne Milagro Guadalupano 167
paño. La famosa carta no lleva fecha, pero parece alu-
dir a la víspera del 8 de diciembre, fecha anterior a
las apariciones. En esta misma opinión abunda el P.
José Bravo Ligarte, S. J., en su bien escrito libro
"Cuestiones Históricas Guadalupanas" (edic. 1946),
en donde fija un criterio sano sobre el tal volante y
prueba que nada tuvo que ver con la supuesta idea del
guadalupanismo que otros, más superficiales le atri-
buyen con exceso de buena voluntad. Quienes esto úl-
timo han hecho, han olvidado sin duda el axioma de
la lógica: "Quod nimis probat, nihil probat", lo que
prueba demasiado, no prueba nada.
Se ha hablado, por otra parte, de cierta "Relación
Guadalupana de Zumárraga", escrita por ese Obispo
de su puño y letra y enviada a un convento francisca-
no de Vitoria, España, a donde en realidad, nada o
casi nada tenía que hacer. Se afirma que alguien vio
tal documento allá, hubo promesa de traerlo a México,
pero parece que desapareció en Vitoria y en el con-
vento mismo y jamás vino acá ni hay noticia feha-
ciente sobre su existencia pretérita.
En cambio bien pudo y quizá debió el venerable
Obispo haber levantado toda una información canó-
nica sobre las apariciones, de las que estaba plena-
mente cierto, y haber hecho o mandado hacer el rela-
to oficial eclesiástico sobre el caso, con los testimonios
de muchas personas vivientes y dignas de crédito, co-
mo los frailes y servidumbre del palacio episcopal y
con Juan Diego y Juan Bernardino mismos, que eran
testigos irrefutables. ¿Por qué no hizo esto? Nada se
sabe sobre el particular, sino sólo que quedó, quién
sabe por qué causas, una laguna irrellenable.
Y Motolinía y Gante y Valencia y Mendieta, frai-
les y cronistas del tiempo, guardan un extraño silen-
168 Jesús David Jaquez
cío sobre un hecho de primera magnitud. Que lo ha-
yan ignorado, es absolutamente increíble. Basta pen-
sar que Juan Diego fue feligrés, doctrinado y asiduo
de la iglesia de Santiago Tlaltelolco y que el suceso
guadalupano tuvo como teatro un sitio poco lejano
del convento franciscano de dicho lugar y basta la ac-
titud del primer Obispo de México en el caso y el
hecho de "toda la ciudad se conmovió", para descar-
tar toda posible ignorancia sobre el mismo. El ya ci-
tado P. José Bravo ligarte, en su libro que mencioné,
asienta un buen criterio; lo supieron, lo sospecharon
sabrenatural, pero. . . tuvieron sus dudas y. . . prefirie-
ron callar. Este silencio, que era por temor a contra-
decir al sentir general de la sociedad católica y ya
guadalupanista, es interpretado por este autor como
confirmatorio del gran hecho, con muy buena razón.
Fray Bernardino de Sahagún, por cierto el maestro de
Antonio Valeriano, a quien no regatea elogios muy
justos, por lo demás, rompe ese silencio; pero lo rom-
pe diciendo: "De dónde haya nacido esta fundación
de esta Tonántzin, no se sabe de cierto." No lo supo
Sahagún porque no lo quiso saber. Bravo ligarte opi-
na así: "Su ignorancia no procedía de la falta de da-
tos, sino de la oscuridad de ellos por referirse a un
hecho milagroso, ocurrido entre los indios y en un lu-
gar y tiempo sospechosos.".
No parece sino que aquellos frailes argumentaron
así: La aparición guadalupana fue hecha a un indio:
luego es cosa de indios. No acaeció en un convento o
templo franciscano o al menos en un lugar sagrado;
luego no es cosa cristiana; luego, debe ser rechazada
o al menos desentendida. ¡Pésima y muy miope ma-
nera de argumentar!
El fantasma de la idolatría, cierto es, obsedía en-
El Perenne Milagro Guadalupano 169
tonces a los ministros católicos: estaba demasiado
fresca y ello les originaba prevenciones mentales ex-
plicables, aunque no justificantes en el caso guadalu-
pano. ¿Por qué no consultaron a Zumárraga? ¿Por qué
no interrogaron a Juan Diego viviente aún? ¿Por qué,
en fin, no supieron mirar la sagrada tilma, con los ojos
de la fe cristiana y guiados por las luminosas e inelu-
dibles verdades del Evangelio?
Se antoja por momentos una especie de vago
resquemor porque la aparición no fue a un fraile o
en un convento. Por todo esto, callaron. Pero Saha-
gún osó decir que "de dónde haya nacido. . . no se
sabe de cierto". Se sabía de cierto, absolutamente de
cierto, pero él no quiso saberlo: no hay peor ciego
que el que no quiere ver. Y está claro que fray Ber-
nardino de Sahagún no quiso ver. ¿No tenía a su sa-
bio y aventajado discípulo Antonio Valeriano que sí
supo ver y se dispuso a escribir su encantador y ple-
namente verídico relato? Valeriano era suficientemen-
te cristiano y suficientemente formal como para to-
marlo como guía y orientador en sus oscuridades so-
bre el caso. La ligereza de Sahagún al decir que "no
se sabe de cierto" resulta imperdonable.
Esos varones, tan apreciables por todos conceptos,
en éste aparecen ignaros o indebidamente temerosos.
Mejor que callar —recuérdese la afirmación del
Evangelio sobre el demonio mudo — o mejor que ne-
gar a priori y sin base, como Sahagún, debieron ir a
contemplar la santa tilma en su "ermitilla", estudiarla
a la luz de la fe —esa fe que sí supieron tener los tres
famosos Juanes de las apariciones— y Evangelio en
mano, considerar todo el hecho bajo plena convicción
cristiana y sobrenaturalista —cosa posible para tan
apostólicos e ilustrados religiosos— y hacer lo que hi-
170 Jesús David Jaquez
zo la cabeza de la Iglesia de Nueva España: pedir
perdón a la Virgen por no haber creído, llorar, orar y
obrar en consecuencia. Hubieran reflexionado en que
la aparición fue a un cristiano, bautizado, modesto,
serio, fiel cumplidor de la ley católica; que nada en-
trañaba que oliese a idolatría o superchería india y
menos a una poco verosímil resurrección del viejo cuL
to idolátrico a la tonántzin hacia años derruida y ol-
vidada, de la que la aparición tepeyacense mostraba
una absoluta solución de continuidad imposible de re-
enlazar ni aun solapadamente; que la imagen era, co-
mo es hoy, perfectamente católica, si vale la expre-
sión, y hasta que representa a la Virgen en su más
glorioso misterio, precisamente el que los francisca-
nos desde siempre sostuvieron: el misterio de la In-
maculada Concepción, como Antonio Valeriano lo da
a entender y como después lo reconoció el pintor Ca-
brera. ; J|
¿Y los milagros? Los milagros obrados desde el
día de su translación a su ermita, milagro que fue pú-
blico, patente e indiscutible, no explicable en lo huma-
no ¿no pesaron nada en la consideración de los silen-
ciadores ni del negador dubitativo?
También en Lourdes el Cura Peyramale dijo ru-
damente a Bernardita: —Ve a decir a tu hermosa Da-
mita que diga su nombre, porque el Cura de Lourdes
no acostumbra tratar con desconocidos de su parro-
quia. Al menos allá había por el momento mayor dis-
culpa. I )
Y en cambio, un soldado rudo, aunque de singular
sensatez y veracidad, Bernal Díaz del Castillo, que tam-
bién vivió aquellos tiempos escribió en Guatemala en
su "Verdadera Historia de la Conquista de la Nueva
España", lo siguiente: "...y miren las santas Igle-
El Perenne Milagro Guadalupano 171
sias y Catedrales y los monasterios ... y la Santa
Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, que está en
lo de Tepeaquilla (Tepeaquilla parece ser una corrup-
ción de "Tepeyaquillo") ... y miren los santos mi-
lagros que hace cada día ..."
Don Juan Suárez de Peralta, cronista, refiriendo
ía llegada a México del Virrey Enríquez (noviembre
de 1568), dice: "Y así llegó (el virrey) a Nuestra
Señora de Guadalupe, que es una imagen devotísima
que está de México como dos leguechuelas, la cual
ha hecho muchos milagros. Aparecióse entre unos ris-
cos y a esta devoción acude toda la tierra".
Y llegamos ya a los impugnadores, que no son si-
no "la sombra que hace resaltar la "estrella". La pri-
mera sombra que hizo resaltar en gran manera la dul-
ce estrella guadalupana, fue un provincial franciscano
llamado Francisco de Bustamante, quien en un mal-
hadado sermón predicado el 8 de septiembre de 1556
en la Capilla de los Naturales del Convento de San
Francisco de México, dijo que la santa imagen "la
había hecho Marcos, indio pintor". Esta aseveración
gratuita no fue sino una necedad, para no calificar
más duramente. Parece haber aludido a cierto pintor
indígena llamado Marcos y quizá apellidado Pache-
co, que nada por cierto tiene que ver con Marcos Pa-
checo, indio de Cuautitlán, uno de los testigos de las
informaciones canónicas de 1666, fecha más de un si-
glo posterior. Pero el hecho de que la afirmación irra-
zonada y gravemente ligera, haya escandalizado a to-
da la sociedad que la escuchó, estando presente in-
clusive el Virrey Don Luis de Velasco y toda la Real
Audiencia, prueba que el provincial no sólo había erra-
do imperdonablemente, sino que había ofendido la
creencia guadalupana arraigada y general, mereciendo
172 Jesús David Jaquez
de paso una nada honrosa investigación del Arzobis-
po Don Alonso de Montúfar, por cierto también ata-
cado por el malhadado predicador. Y la reacción pro-
ducida en la sociedad por dicho sermón fue: Seguire-
mos yendo al Tepeyac, aunque le pese a Bustamante.
Si antes íbamos una vez, ahora iremos cuatro. Con lo
cual queda dicho todo.
Y viene ahora un historiador muy significado: Don
Joaquín García Icazbalceta, quien en su juventud, co-
mo él mismo confiesa, creyó como todos los mexicanos,
en la verdad del milagro, pero que a la postre lo negó
con muy mala suerte por cierto, tanto en su lógica, in-
digna de un gran escritor, como en la mala suerte que
le acarreó. El erudito P. Bravo ligarte lo refuta muy
inteligentemente en su citado libro. Sólo diré que su
rechazo del milagro consiste en que no admite testi-
monio alguno histórico guadalupano, anterior: a la pu-
blicación del libro del P Miguel Sánchez, libro impre-
so en México en 1648. Todo lo anterior: Antonio Va-
leriano, Fernando Alva Ixtlixóchitl, Suárez de Pe-
ralta, etc., para él no valf\ ¿Por qué? Por su prejuicio
antiguadalupanista, que fantos disgustos le acarreó en
sus últimos años, invalidando su gran labor de erudi-
to y escritor de sus postreros días. Todos los docu-
mentos afirmativos, a la luz de su prejuicio, los con-
virtió en negativos. Pero nunca pudo probar, como
nadie ha podido nunca hacerlo, que las apariciones no
hayan existido o que hayan sido falsas.
El último antiaparicionista de nota, parece ser el
Obispo de Tamaulipas, Mons. Sánchez Camacho, ya
en los tiempos porfirianos. Después de haber sido gua-
dalupanista, como todos, no se sabe por qué comenzó
a ser lo contrario. Escribió contra la Virgen de Gua-
dalupe, publicó documentos y artículos de prensa en
El Perenne Milagro Guadalupano 173
"El Imparcial" y llegó a llamarla "la mona del Tepe-
yac". Es muy de creerse que su cerebro no andaba
del todo bien, pues tuvo actitudes incoherentes. Cuan-
do el Episcopado Mexicano le llamó la atención, no
hizo caso. La queja fue a Roma y se le retiró de su
sede, pero desde su "Quinta del Olvido", siguió es-
cribiendo contra nuestra Guadalupana, hasta que, ba-
jo alguna gestión oficiosa ante D. Porfirio Díaz, es-
te sutil hombre de Estado le mandó decir la famosa
frase: "Díganle a Camacho que si no cree en las apa-
riciones, que crea en las desapariciones". Con cuya
velada amenaza, el pobre Obispo, acaso mentalmente
trastornado, tuvo que callar.
La mejor manera de cerrar este aspecto de nuestro
tema, es transcribiendo la siguiente frase del P. Bra-
vo Ligarte, en su libro antes citado: "La Aparición del
Tepeyac, como hecho milagroso, tenía que tropezar
con la incredulidad de muchos. Absurdo y antihistóri-
co sería que todos al principio hubiesen creído en
ella. Lo natural era que algunos dudaran, muchos no
la creyeran y otros quedaran convencidos de su rea-
lidad. Aparicionistas y antiaparicionistas exageraron:
aquellos pretendiendo que hubo desde el principio una
fe universal y sin contradicciones en las Apariciones,
éstos suponiendo que una verdadera Aparición no po-
día dejar lugar a dudas." Palabras y criterio por cier-
to muy mesurados y sensatos.
Pero los caminos de Dios no son los de los hom-
bres: lo que los letrados y cultos no supieron creer
—creer es ver con los ojos de la fe — lo creyeron y
vieron los humildes: el pueblo mexicano humilde y
llano, que creyó, cree y seguirá creyendo. Y esto es
lo que la Virgen se proponía. Lo demás, sustancial-
mente, tiene poca importancia.
174 Jesús David J a q u e z
Poca importancia también podría concederse a nu-
merosos rumores y versiones que corren entre el vulgo
— sobre todo entre el vulgo elegante y que se cree muy
culto e instruido — y que todos ellos reconocen un
simple y común denominador: la ignorancia.
Si los sabios y letrados marginaron más o menos
despectivamente la gran cuestión guadalupana o bien
la negaron en su sabia ignorancia, produciendo dos
efectos contrarios a los que se proponían: dar ocasió»
a que esta cuestión se discutiera, dilucidara y afian-
zara más fundamentalmente y a que el amor a
Nuestra Señora de Guadalupe se acrecentara, como
pasó con el predicador Bustamante; en cambio las ig-
naras versiones descabelladas de los dos vulgos, sólo
producen un efecto: desorientar. Porque, si por su
misma estulticia no merecen el menor caso de parte
de los estudiosos y los eruditos y propagadores, en
cambio la plebe, esa plebe moral y espiritual que cada
día abunda más por todas parte, toma las tales ver-
siones como moneda buena y las adopta, falta de to-
da capacidad para examinarlas u formular el menor
iriterio sobre ellas.
Entre esas versiones descabelladas, suele ser adu-
cida por quienes ostentan un barniz pseudoculto, la de
que el culto a la Guadalupana no es sino la continua-
ción, bajo una versión católica, del viejo culto idolátri-
co a la Tonantzin, ese ídolo azteca precortesiano que
los primeros conquistadores demolieron en muy buena
hora.
Los ídolos aztecas fueron demolidos en México a
medida que los españoles, al mismo tiempo que con-
quistadores y depredadores, civilizadores y creyentes,
iban ganando regiones y asentándose inicialmente en
ellas. En Tenoxtítlan los ídolos fueron derribados y
El Perenne Milagro Guadalupano 175
rotos apenas la ciudad fue ganada a sus defensores
aztecas, a fines de 1521. La destrucción de ídolos en
Cuautitlán en cambio, no se hizo, según Motolinía,
sino hasta el lo. de enero de 1525. ¿Cuándo fue de-
rribada la Tonántzin adorada en el Tepeyac? Posi-
blemente entre estas dos fechas. No sé que historia-
dor alguno lo haya averiguado con exactitud y aun
parece que poco se ocuparon de la cuestión. Por lo
menos, consta que en 1531 el Tepeyac era un sitio
solitario donde no había ni habitación humana alguna,
ni huella siquiera de construcciones, pues parece que
desde 1245 el pequeño poblado de su falda había de-
caído y sus pobladores lo abandonaron. Derrumbada
la famosa Tonántzin, su culto se extinguió como se
extinguió el de Huitzilopóxtli; el culto a los ídolos es
material, sensual y sensitivo, nunca espiritual; por eso,
no bien un ídolo desaparece o es derrocado, su culto
inespiritual desaparece casi automáticamente. Hay un
lapso de lo menos 6 años o acaso más, entre la des-
trucción de la Tonántzin y las apariciones guadalupa-
nas. Y esos años son muchos y muy decisivos en el
momento histórico en que todo un mundo, una cultura
y un modo de vivir y pensar se vienen por tierra y son
férreamente sustituidos por todo un mundo comple-
tamente nuevo. Los españoles además, no solamente
fueron iconoclastas por necesidad política e ideológica
sino por esa intransigencia y agresividad que en aque-
llos tiempos caracterizaba al catolicismo español. Prue-
ba de tal espíritu fue la misma Inquisición.
Sobre estas realidades de orden material e histó-
rico se agregan otras no menos reales. La imagen gua-
dalupana pintada en la tilma no exhibe en ninguno de
sus detalles, figura general, aspecto o simbolismo, la
menor semejanza ni la más mínima evocación del gro-
176 Jesús David Jaquez
sero monigote adorado antaño como una diosa se-
cundaria. Existe una bien definida y marcada solu-
ción de continuidad entre una y otra figura y entre
uno y otro culto. La Guadalupana, si bien perfecta-
mente mexicana en cuanto a su tipo general, como
apunta D. Alfonso Junco, es al mismo tiempo perfecta-
mente católica, absolutamente ortodoxa. De haber si-
do de otro modo ni Zumárraga la hubiese aceptado
como celestial y divina, ni el pueblo ya católico la
hubiera venerado ni la Iglesia la hubiera aprobado.
Esto es indiscutible.
Hay otra objeción más necia aún: que Juan Die-
go no existió en realidad, sino que es un mito o le-
yenda destinado a dar base a toda una historia de
apariciones. Dejemos por un momento a un lado to-
da fe y toda creencia sobrenatural, para concentrar-
nos sólo en lo histórico. La afirmación negatoria de
la existencia real de Juan Diego no acusa sino igno-
rancia, superficialidad y estulticia; siguiendo el axio-
ma filosóficojuridico, se podría contestar con él: quod
gratis affirmatur, gratis negatur; lo que gratuitamen-
te se afirma, gratuitamente se niega y viceversa tam-
bién. A quien sin fundamento afirma que Juan Diego
no existió, sin fundamento se le respondería que sí
existió. Sin embargo, fundamentos históricos sobre la
existencia real del indio vidente, los hay más que su-
ficientes. Bien sé que hasta en artículos de prensa se
ha llegado a hacer la proposición en forma interroga-
tiva: ¿Existió Juan Diego? Esta forma interrogativa,
en el caso, linda muy juntamente con una negación;
esta actitud por lo demás, es muy característica del
superficialismo, sensacionalismo y ausencia de fondo
de la prensa en general, en la que todo se discute,
se juzga, se afirma o se niega a la luz de un oportu-
El Perenne Milagro Guadalupano 177
nismo intrascendente. Si negamos a Juan Diego, ¿por-
qué no negamos también a Moctezuma, a Cuauhté-
moc, a Hernán Cortés, a Morelos, a Iturbide y a Ma-
ximiliano y la historia entera de México? Esos que
niegan a Juan Diego simplemente porque sí, proba-
blemente pretenden que los católicos, para contestar-
les, les mostremos la copia fotostática o autorizada no-
tarialmente, de su partida de registro civil, con sus
huellas digitales y su retrato de frente y de perfil en
"tamaño credencial" y con un sello oficial. Pero si ta-
les documentos les fuesen mostrados. . . ellos segui-,
rían negando. . .
Pero para el guadalupanista pensador, esa estulta
negación debería hacerle considerar que son la negli-
gencia y el desdén, lo que ha hecho que se dude del
venerable vidente. Interrogando a un notable propa-
gandista y estudioso guadalupano sobre si creía que
el sepulcro de Juan Diego será encontrado alguna
vez, me contestó en forma tajante: —No lo han en-
contrado, porque no lo han buscado. Por discreción
no estampo el nombre de esa persona, para no ocasio-
narle algún disgusto. Pero esta es la verdad. Y yo
agrego: No lo han buscado porque no han querido
buscarlo.
En este libro doy una foto tomada en mi presencia,
del viejo óvalo de madera existente a la vista de quien
quiera verlo, en el Museo Guadalupano de la Basíli-
ca y que dice: "En este lugar se apareció N. S. de
Guadalupe a un indio llamado Juan Diego, que está
enterrado en esta Iglesia". En el reverso del marco
con cristal donde se guarda esa pieza histórica que al
mismo tiempo es epitafio del vidente, existe, también
bajo cristal, un viejo documento — cuyo texto y foto
doy también en este libro — que afirma que dicho
Este fehaciente documento corrobora la fuerza probatoria de
óvalo que indicaba el sitio exacto de la última aparición guada
lupana. Para facilitar su lectura, damos en este libro el texto de
mismo. Museo Guadalupano de la Basílica.
Ovalo de madera que data del siglo XVI, probablemente
de tiempos poco posteriores a las apariciones y a la muer-
te de Juan Diego, según se relata en el manuscrito que
también se reproduce en esta edición y que está colocado
bajo cristal en el reverso de esta lápida-epitafio, en el
Museo Guadalupano de la Basílica.
180 Jesús David Jaquez
TEXTO DE LA INSCRIPCION QUE SE HALLA AL
REVERSO DE LA LAPIDA DE JUAN DIEGO
En el año de 1797 me entregó el sacristán Antonio Romo, el
óbalo que coloqué dentro de este bastidor, con el resguardo de
vidriera para conservar en él, el documento precioso e interezante
de la aparición de Ntra. Señora de Guadalupe, pues consta que
es la Inscripción que seguramente con aprobación del Ordinario,
colocaron los primeros fieles guadalupanos, y fue para conservar
la memoria del Venerable Felicísimo Yndio Juan Diego, su exis-
tencia y sepulcro, ubicado en la Capilla antigua, según se infiere
por el hallazgo de este obalo que encontré en la bodega de la
misma Capilla hoy llamada la Parroquia y esta convinación se
apoya por lo que de ella refiere en su Escudo de Armas de Mé-
xico, el Lic. D. Cayetano Cabrera, en el Lib°. 3o. Cap. 15, fox.
344 num°. 681. La Ynscripc". con letra de oro en campo azul,
dice así: "En Este Lugar se Apareció N. S. de Guadalupe a un
Indio Llamado Juan Diego que está enterrado en esta Iglesia". No
obsta por ahora á vista de esta- Ynscripción y del retrato original
que está en la Sala del Cabildo de esta Sta. Yglesia Nacional
Colegiata, del Venturoso Juan Diego q. no aparezca su cadáver,
pues pr. estos y otros muchos Documents, se prueba bastante su
Existencia, y por la relación qe. este tiene con el milagro guada-
lupano, prueba la constancia cierta de las Apariciones de Nues-
tra Sa. a Este Felicisimo Yndio. Y para su conservación supliqué
al M. Y. y Ve. Sr. Presidte. y Cabildo de esta Colegiata pr. oficio,
se colocase dicho obalo con el resguardo qe. le acompaña, en el
lugar que sea de su agrado, sirviéndose mandar el qe. jamás salga
fuera, y quede razón de eso, y lo acaecido en el Libro de Acuerdos
para perpetua memoria. Febrero 12 de 1828. José Maria Pérez.
El Perenne Milagro Guadalupano 181
óvalo fue hallado en la bodega de la vieja iglesia
— probablemente la antigua Iglesia de los indios, hoy
Parroquia en reparación — y que se entrega al Cabil-
do Guadalupano para que tome nota y lo conserve,
sin dejarlo salir jamás de su debido lugar. Esa inscrip-
ción, cuyo valor histórico bien pueden estudiar los
negadores, acusa la negligencia: hallaron dicha plan-
cha en la bodega del templo y ahora ni siquiera saben
ya de qué sitio preciso fue tomada. Es muy probable
que haya sido colocada en el siglo XVI, el siglo de
las apariciones y el de la muerte de Juan Diego y po-
co tiempo después de la muerte de éste, sobre o frente
a su sepultura.
Otra peregrina versión; que la imagen guadalupa-
na fue pintada por un tal indio llamado Marcos (que
nada tiene que ver con el indio de Cuautitlán, Marcos
Pacheco, uno de los declarantes de las Informaciones
de 1666), quizá por encargo de algún fraile o devoto
de la Virgen. La insostenible versión nació del mal-
aventurado sermón bustamantino que ya antes refuté.
¿En qué se basó Bustamante para lanzar al aire tal
proposición descabellada y que escandalizó a toda la
sociedad? Si afirmó, debió probar, como ya apunté.
Dijo simplemente que la hizo el indio Marcos, pintor.
Mintió en lo absoluto. ¿Por qué no dió noticia com-
pleta de su indio Marcos, su nombre entero, su lugar
de origen o residencia, su taller, la fecha en que pin-
tó y las otras maravillosas y geniales obras salidas de
su pincel? Además, si el tal Marcos pintó, lo lógico hu-
biese sido que pintara una imagen al estilo de las traí-
das por los españoles, la Pilarica, la de Covadonga o
la que Cortés trajo a esta tierra o las que deben haber
traído los frailes. Una imagen nueva, diferente y de
cierto aspecto indiano, hubiera corrido el riesgo, da-
182 Jesús David Jaquez
dos aquellos tiempos y aquel espíritu, de haber sido
sospechosa, v. g. de heterodoxa y hubiera originado
dificultades al indio Marcos ¡de Bustamante! Y por
último, ¿quién fue ese portentoso y supergenial indio
Marcos, que hizo en un ayate lo que ni Murillo, Ra-
fael o Leonardo da Vinci, con todo su genio, hubieran
alcanzado a hacer? ¿Sobre todo si se tienen en cuenta
las maravillas reales y visibles en todo el sagrado
ayate y especialmente las últimas descubiertas en las
divinas pupilas de la Señora y que ya desde entonces
existían realmente?
Otra versión más: Que el auténtico ayate de Juan
Diego, por obra de los siglos se desintegró, se des-
barató y fue secretamente sustituido por otro seme-
jante. Parece increíble, pero entre el vulgo imbécil
corre a veces este rumor, tan torpe como los anterio-
res. ¿Cuándo tuvo lugar la sustitución fraudulenta?
¿Quién la llevó a cabo? ¿Cómo se descubrió? ¿Qué
pruebas hay de semejante hecho? ¿Quién pintó el
ayate falso o sustituto y cómo hizo para que saliera
idéntico al original? ¿Cómo es que nadie se dio cuenta
de tan escandaloso hecho? Este rumor, digno de un
cretino, ni siquiera merece ser desmentido ni menos
tomando en cuenta. Existen pruebas de sobra de la au-
tenticidad de la tilma original y de su subsistencia
continua y constante a lo largo de los siglos hasta
nuestros días. ¿Serán capaces los que dan crédito a
la estúpida afirmación gratuita, siquiera de decirnos
qué requisitos hay que llenar, qué formalidades y qué
precauciones para tocar siquiera en la actualidad y
hace muchos decenios la tilma de Juan Diego, guar-
dada bajo llave que no se presta a cualquiera y custo-
diada como es debido?
Otro rumor muy digno del anterior: Que la tilma
El Perenne Milagro Guadalupano 183
auténtica está bien guardada y que la que se ostenta
en el Altar Mayor de la Basílica es una falsa, susti-
tutiva. Quien tal afirma denuncia su completo retraso
mental. ¿Quién exhibe lo falso y esconde lo genuino?
¿No es de pensar, con un elementalísimo sentido co-
mún, que semejante fraude puede en el momento menos
pensado ser descubierto y arrojado vergonzosamente
a la cara de sus autores? Además, ¿qué objeto ten-
dría esa sustitución, como no fuera comprobar la ab-
soluta estupidez de quienes la llevaran a cabo?
Otro rumor, esta vez perfectamente idiota, pero
que, no obstante, hay quienes propalen. Esta vez no
se trata sino de la más risible patriotería, sustitutiva
frecuentísima del verdadero patriotismo; que sólo un
mexicano de nacimiento es capaz de pintar una copia
de la sagrada imagen guadalupana; si la copia un tur-
co o un danés, no le sale. ¡Es para reír! Para copiar la
imagen guadalupana no se necesita ser chichimeca,
azteca o zapoteca; lo que se necesita es ser pintor, te-
ner lienzo, pinceles, colores y un poco de sentido del
arte pictórico. ¿En qué se funda la risible opinión?
En el cerebro asnal de quien es capaz de prohijarla.
Sin embargo yo la he oído más de una vez. Pero en
fin. . . ¡si hay en esta ciudad de todos los lujos y to-
dos los abusos y todas las necedades quien ni siquiera
sabe que exista la Virgen de Guadalupe, cosa que he
comprobado inclusive entre gentes cultas, elegantes y
que presumen de su mexicanismo y hasta se declaran
católicos!
En cuanto a los que dicen que los católicos adora-
mos las imágenes, cosa que a veces se dice a propó-
sito de la Virgen de Guadalupe, no merecen sino el
desdén. No adoramos — ellos no son capaces siquiera
de darnos una definición de lo que es adorar— las
184 Jesús David Jaquez
imágenes, la veneramos como representaciones sensi-
bles que nos recuerdan al santo y nos lo permiten te-
ner presente en nuestra frágil y terrenal memoria. La
imágen de la Guadalupana nos merece mucha mayor
veneración que otra cualquiera hecha por mano de
hombre, porque es de origen sobrenatural y porque
procedió directamente de la Virgen María. Nada más.
Y llegamos esta vez a algo más digno de ser te-
nido en cuenta por su naturaleza misma: el nombre de
Guadalupe bajo el cual veneramos a la Virgen In-
maculada del Tepeyac.
Este nombre ha sido piedra de escándalo y disen-
siones entre muchos, y aun ciertos guadalupanos se-
rios lo discuten. Realmente existe un motivo impor-
tante para buscar aclaraciones. Descartando a los que
aducen el nombre de Guadalupe a modo de argu-
mento antiguadalupanista, alegando su origen hispa-
no, tratemos de hallar el camino más sensato y ade-
cuado a la verdad.
El nombre de Guadalupe es ciertamente hispano.
Se le halla en la península ibérica; Guadalupe es el
nombre de una población española en la provincia de
Cáceres, y en ella hay, en un monasterio de frailes Je-
rónimos, una venerada imagen de la Virgen Santísi-
ma. La Sierra de Guadalupe, parte de la cordillera
Oretana, en Extremadura, también lleva dicho nom-
bre. La palabra Guadalupe, según los lingüistas, es de
origen árabe y significa río de luz. Palabras con la
misma raíz "guada" o "guadal", entran en la compo-
sición de otros nombres hispanos, reconociendo igual-
mente un origen arábigo, como Guadalquivir, Guada-
lete, Guadalcanal, Guadalcázar, Guadalajara, Gua-
dalaviar, y también Guadiana, Guadiela, Guadarrama,
Guadix, etc. Hay la coincidencia de que el conquista-
El Perenne Milagro Guadalupano 185
dor Hernán Cortés era nativo de Extremadura, don-
de se halla la Sierra de Guadalupe.
¿Ese nombre vino en alguna forma a México, traí-
do por los conquistadores? ¿Tomó carta de naturale-
za o arraigo aquí? Hasta la fecha, no se sabe que el
nombre de Guadalupe haya sido aplicado a lugar geo-
gráfico ninguno de las tierras ganadas por los iberos,
antes de las apariciones. Nada ni nadie se llamaba
Guadalupe ni tampoco se tiene noticia alguna de que
jamás ninguna imagen de Nuestra Señora, que haya
sido traída de España en los primeros tiempos, haya
sido llamada con esta denominación.
Ahora bien: hay dos versiones: el nombre de Gua-
dalupe sonó por la primera vez, al parecer, en tierra
azteca, cuando la Virgen María, al aparecerse a Juan
Bernardino y curarlo, corroborando con ello sus apa-
riciones a Juan Diego, pronunció este nombre. Juan
Bernardino —ni siquiera el propio vidente principal,
Juan Diego — , fue el depositario de este nombre, fue
el primero que lo oyó y lo transmitió al Obispo cuan-
do, según la orden de la Señora, le informó confirma-
toriamente del milagro y le dijo, como la Señora se
lo había mandado, "que bien la nombraría, así como
bien había de nombrarse su bendita imagen, la siem-
pre Virgen Santa María de Guadalupe." Estas son
las palabras textuales de la relación de Valeriano.
Detalle interesante; el nombre de Guadalupe pa-
rece haber sido escrito, no solamente en las traduccio-
nes al español del Relato de . Valeriano, sino en el
original mismo; no habiendo sido encontrado hasta la
fecha ese original escrito de puño y letra de Valeria-
no en persona, sino sólo sus transcripciones, muy au-
torizadas y exactas, al decir de nahuatlacas, paleó-
grafos y eruditos, no hay certeza absoluta. En las co-
186 Jesús David Jaquez
pias modernas que conozco y en la que, escrita a má-
quina en idioma nahuati, tengo a la vista, está escri-
to "Santa María de Guadalupe", en español, como
está también escrito "obizpo" con esa ortografía.
¿Valeriano escribió así? La otra versión es que la
Señora del cielo no dijo "Guadalupe", sino una palabra
náhuatl, que fue el idioma en que habló a ambos vi-
dentes; esa palabra, según unos, fue "coatlayópeuh",
según otros, "tecuatlaxúpeuh". Afirman los expertos
en la lengua mexicana o náhuatl, que "cóatl" signifi-
ca serpiente, como es palabra ya conocida en su sig-
nificado, y que "yópeuh" o bien "xúpeuh" es un verbo
que significa pisar con el pie, pisotear; con lo que, se-
gún el sistema aglutinante o sintetizante propio del
náhuatl, la palabra vendría a traducirse como "la que
pisotea la serpiente", o "la que aplasta con el pie a la
serpiente". En tal caso, el nombre náhuatl tendría una
clara significación corroboratoria del gran dogma ca-
tólico de la Inmaculada Concepción y se relacionaría
legítima y lógicamente con la profecía bíblica, llamada
por algunos exégetas "el protoevangelio" o primer
anuncio de la buena nueva de la redención del linaje
humano: "Ipsa conteret caput tuum", ella quebranta-
rá tu cabeza: Génesis, Cap. 3, vers. 15. Por cierto que
el original hebreo del sagrado libro del Génesis, no
dice "ipsa", en femenino, sino "ipse" en masculino; el
femenino se lee en la Vulgata Latina. En el primer
caso se refiere a la mujer, de cuya descendencia ha-
bría de brotar Jesucristo, destructor de la maldad del
demonio; en el segundo, o sea el masculino, a Cristo
mismo. De todos modos, dicen los expositores sagra-
dos, el sentido es el mismo, y la Santa Iglesia, única
autorizada para interpretar las Sagradas Escrituras,
ve en esta sentencia genesíaca, el anuncio de la reden-
El Perenne Milagro Guadalupano 187
ción de Jesús, redención obrada por conducto de Ma-
ría, la siempre sin mancha. Así pue~s, "la que pisotea
la serpiente" no es ni puede ser sino María Inmacula-
da, triunfadora del demonio y preservada, en tanto
que futura Madre del Salvador del mundo, del pe-
cado original del paraíso de nuestros primeros pa-
dres. Es de notarse que la palabra "Inmaculada" apare-
ce una vez en el Relato de Valeriano, puesta en boca
de Juan Diego cuando dio al obispo por segunda vez
el recado de la Virgen María; "que ojalá creyera su
mensaje y la voluntad de la Inmaculada". Es claro
que los franciscanos de Tlaltelolco, doctrinadores de
Juan Diego, le habían inculcado ya la fe en que la
Virgen María era la Inmaculada, pues esta creencia,
anterior a la promulgación del dogma por Pío Nono,
era muy cara a todos los franciscanos, como antes
dije. Ijjj j
Ahora bien; si la misma Virgen María pidió ser
llamada "de Guadalupe", aún inventan algunos un
escollo: ¿cómo, dicen, podía un indio rudo y viejo co-
mo Juan Bernardino, más alejado sin duda del trato
con los españoles y por tanto de su extraño y casi
recién oído idioma, que el mismo Juan Diego, pro-
nunciar un nombre como Guadalupe, que no sólo no era
español, sino hasta de origen árabe? Yo respondo:
¿Pudo la Virgen María hacerse ver de Juan. Bernar-
dino? ¿Pudo hacerse reconocer de éste como la siem-
pre Virgen Santa María? ¿Pudo Ella curarlo milagro-
samente? Pues con mucha mayor facilidad pudo hacer
que su buen indio pronunciara aquel nombre exótico,
si tal era su voluntad.
Sin embargo ¿por qué razón ordenó la Celestial
Señora que se la llamara aquí con ese nombre de pro-
cedencia hispánica y desconocido en tierra azteca y
188 Jesús David Jaquez
que por tanto nada significaba ni nada decía a la in-
teligencia de los indios, sus futuros fieles del Tepe-
yac? Hay en esto un misterio, no explicado aún.
Pero queda la otra explicación; Que la Virgen
Santa no dijo "Guadalupe", sino que pronunció una
palabra de pleno significado para Juan Bernardino y,
por su conducto, para todos los demás; una palabra
del mismo idioma en que ella hablaba con sus videntes,
el mexicano o náhuatl. Esa palabra, dentro de la hi-
pótesis, debe haber sido "coatlayópeuh", o bien "te-
cuatlaxúpeuh"; y de "coatlayópeuh" es muy fácil fo-
néticamente, hacer "guadalupe", como de "tecutla-
xúpeuh", es igualmente natural, fonéticamente hablan-
do, hacer "de guadalupe". No de otro modo los es-
pañoles hicieron de Cuautemótzin, "Guatimuza", de
Cuauhnáhuac, Cuernavaca, de Atlacuhuáyan, Tacu-
baya, etc. ¡Tecoualaxúpeuh! ¡De Guadalupe! Parece
completamente obvio, fácil, fluido y natural.
Y entonces tenemos una plena y altísima explica-
ción de este nombre. Agréguese que, no sabiendo los
españoles pronunciar correctamente la palabra ná-
huatl, pudieron muy bien, recordando el "Guadalupe"
español, hacerla sonar en semejanza o identidad fó-
nica a este nombre conocido para ellos y he aquí sin
violencias ni distorsiones ¡Guadalupe! Nombre rico en
significado cristiano para indios y españoles.
Esta me parece la explicación más llana, sencilla,
natural y significativa.
CAPITULO 8
LA FIGURA DEL VIDENTE Y DEL CONVIDEN-
TE Y LA PERSPECTIVA DEL FUTURO
"Yo soy como la escoba: una vez que uno se ha
servido de ella, la deja en un rincón. La San-
tísima Virgen se ha servido de mí y después
me ha puesto en este lugar. Aquí estoy muy
feliz y anuí debo permanecer."
SANTA BERNADETTE SOUBIROUS
(Poco antes de morir en su Convento de
Nevers. en Francia.)
No bien Juan Diego indica al Obispo Zumárraga
el sitio en que la Virgen María desea que se le edi-
fique un templo, que es el sitio donde, en su última
aparición, lo envió por las rosas al cerrillo y donde
lo despidió dándole su postrera orden, sitio que es el
mismo donde se alzaba el famoso cazahuate desapa-
recido y donde estuvo muy luego la primera ermita,
Juan Diego pide licencia para irse. Su misión ha ter-
minado totalmente; no le toca ya sino retirarse.
Esta actitud pinta intensamente el modo de ser
interior, espiritual del vidente. Era ocasión propicia
para permanecer ahí, sea para que su pobre figura
recibiera el honor merecido, sea por lo menos y pia-
dosamente suponiendo, para continuar dando testimo-
nio vivo de las apariciones celestiales en las que él ha-
190 Jesús David Jaquez
bía sido el único actor humano; esto hubiera sido muy
provechoso; nadie mejor que el vidente para informar
a cuantos fueran llegando y a cuantos quisieran oírlo,
sobre las maravillas vistas y oídas, para certificar lar-
gamente el prodigio de la estampación de la bendita
imagen en su propia tilma. ¿Qué mejbr testigo, qué
autoridad mayor acerca de las apariciones, qué mejor
ni más celoso propagandista del culto a la Imagen
que ni nombre tenía por entonces con qué mencionar-
la que él mismo?
Nada de eso, sin embargo. El vidente comprende
con esa comprensión diáfana y sin complicaciones de
las almas buenas y puras, que nada le toca ya hacer;
la Señora, como Ella misma se lo dijo, tiene muchos
servidores; él ya hizo su parte, toca a otros hacer la
suya. Por tanto expresa simplemente su deseo; re-
gresar a su pueblo y a su casa, para ir a ver a su tío
Juan Bernardino, a quien había dejado en agonía,
cuando se puso en marcha a Tlaltelolco a buscarle un
confesor. No es de creerse, ni humanamente, que hu-
biera desconfianza en el ánimo de Juan Diego, sobre
la curación de Juan Bernardino, al que él veneraba,
según parece, como a un segundo padre y a quien
amaba entrañablemente. No se sabe si Bernardino era
tío por parte del padre o de la madre de Juan Diego.
Pero es explicable que nuestro indito deseara ver a su
anciano tío, para gozarse de visu en su milagrosa cu-
ración, para palpar de cerca ese nuevo favor de la
Inmaculada Virgen, para acompañar al tío que había
quedado solo y que acaso necesitaba del sobrino, in-
clusive para las atenciones de su convalescencia, que
Juan Diego humanamente podía figurarse.
Quizá hubiese también otro motivo, pero de orden
espiritual; poder al fin conferir con uno tan similar a
El Perenne Milagro Guadalupano 191
él por mil razones, acerca de las maravillas mariales
del Tepeyac, de las que había guardado reserva, pues,
a lo que parece, sólo habló de ellas al Obispo, en
cuanto era necesario para su misión. Y por mucho que
con el prelado hablara el indio, había una distancia mo-
ral, a causa del diferente nivel en todos los órdenes
humanos. Cierto que el indio es introspectivo y calla-
do, pero es humano y como humano, siente la necesi-
dad de comunicar con sus semejantes sus cosas, in-
cluso las más íntimas. Es de pensarse que el alma de
Juan Diego estaba entonces como un acumulador que
necesita un poco de descarga, como un vaso o cuero
de pulque demasiado lleno y que necesita ser vaciado
un poco.
En el fondo, debe haber existido principalmente,
aquel recóndito sentimiento de las almas muy espiri-
tualizadas y que instintivamente buscan la soledad y
el silencio, en todas las etapas de su santificación.
Juan Diego, muy poco acostumbrado a bullicios y
gentíos, aunque fuesen en la casa del obispo, debe
haber experimentado muy pronto el ansia de recoger-
se en su soledad; ahora ésta, ya no lo era espiritual-
mente, pues la iluminación divina en su alma, brillaba
como una dulce luz confortadora, ya que el que tiene
a María en su corazón, no está solo jamás.
Es bajo ese brillo, bajo ese claror suave y fuerte
al mismo tiempo, bajo la luz refleja del milagro apa-
ricional, como de hoy más debemos considerar a Juan
Diego, alma santificada por la presencia de la Virgen
Madre de Dios: cosa grandiosa para cualquier ser
humano. El debe haber ansiado el alejamiento y el
retiro, para dedicarse, ya imperturbado, a la contem-
plación interna de aquellos momentos los más bellos
de su vida. Mientras estuvo en la casa del obispo,
192 Jesús David Jaquez
bien debe haberse sentido observado, espiado, comen-
tado por la curiosidad humana y aun por la misma
piedad cristiana; esto le molestaba, como molestó a
Bernadette hasta que se retiró al convento de las
Hermanas de la Caridad y la Instrucción Cristiana
en Nevers. Todos los santos, cada uno en su grado y
según sus circunstancias, deben haber sentido esta
molestia humana y espiritual; Juan Diego mucho más,
por su idiosincracia de indígena humilde, modesto,
solitario y retraído. Todo esto no son suposiciones va-
nas nacidas del deseo de dar post mortem una carta
de santidad en blanco a favor del vidente. En su libro
"Quién fué Juan Diego", Mons. José de Jesús Man-
ríquez y Zárate, más autorizado desde luego que yo,
no opina de otro modo; ese libro es, todo él, un sus-
tancial panegírico de las virtudes eminentes del admi-
rable vidente del Tepeyac, panegírico perfectamente
fundamentado en la teología, la ascética y la mística, y
expuesto con la autoridad de un Obispo. Allí habla
de su fe, su esperanza, su caridad y sus demás virtu-
des netamente cristianas, como su humildad, su ab-
negación, su modestia, su sacrificio, su paciencia y su
sencillez: y sus respetables opiniones no son elogios
vanos ni infundados.
Mas Juan Diego no esperaba los nuevos aconte-
cimientos. No lo dejaron ir, sino que lo acompañaron
hasta su pueblo y a la casa de su tío. El anciano lo
vió llegar, extrañándose de ver que lo traían muy hon-
rado y respetado, pero sin saber el motivo, aunque al
momento debe haberlo sospechado en una sencilla ila-
ción de ideas. Esta ilación era extrahumana; la Virgen
se le había aparecido, lo había curado y —rasgo ine-
fable de la fineza y cortesía de la Señora,— lo había
tranquilizado sobre la prolongada ausencia de su so-
El Perenne Milagro Guadalupano 193
brino, diciéndole que Ella misma lo había enviado al
palacio del Obispo. ¡Con razón Dante Alighieri lla-
ma a Dios "Señor de la Cortesía"!
Pero es evidente que si Juan Bernardino, el covi-
dente guadalupano apenas por subconsciente induc-
ción supo entonces de la aparición de la Señora a su
sobrino, el sobrino nada sabía de la coaparición a su
tío; la Virgen sólo le dijo que ya estaba curado y que
no se preocupara, cosa que debe haberlo tranquilizado
por completo.
Y es entonces, cuando el viejo tío es llevado a la
presencia del Obispo, para declarar, cómo la Señora
le había a su turno mandado, cuando surge el nunca
pensado nombre; la siempre Virgen Santa María de
Guadalupe. Ni siquiera Juan Diego, el vidente prin^
cipal y embajador exclusivo de la Reina del cielo, ha-
bía sido el depositario de ese nombre, de entonces
acá trillones de veces repetido; modos admirables y
misteriosos de obrar de lo alto.
Y ahora, tanto Juan Diego como Juan Bernardi-
no son de nuevo alojados en el palacio episcopal,
mientras se construye el templo pedido por la Madre
de Dios, para sede y recinto de sus misericordias,
bondades y consuelos que tan expresamente nos pro-
metiera por conducto del virtuoso mandadero de la
Señora.
Y aquí se esfuman de la historia ambos varones.
Y nos llega tan sólo, como esos pecios o botellas de
náufragos que la marea arroja a solitarias playas, co-
mo antes hice notar, unas cuantas noticias, también
náufragas de la tradición, pero suficientes no obstan-
te, para reconstruir la vida entera del vidente. Al fin
y al cabo, toda ella, hasta su último momento iba ya
a ser igual; la vida de un pobre ermitaño —¿hay ermi-
13
194 Jesús David Jaquez
t;;ños ricos? — , de un sacristancillo de una alejada er-
mita, de un simple criado del modesto santuario. La
historia no alcanzó tampoco ahora a captar esas cosas
demasiado sutiles y modestas para ella. No importa.
Juan Bernardino, que por primera vez vió con sus
cansados ojos viejos, la maravilla de la tilma transfi-
gurada, debe haber sentido que su anciano y fatigado
corazón saltaba de gozo celeste ante tal belleza que
nada tiene que ver con las bellezas terrenales, y ha de
haber reconocido la imagen de la Señora como idén-
tica a como él mismo la viera en su petate de mori-
bundo, cabe el mínimo techo pajizo de su choza cuau-
titlanense.
Ambos videntes deben haber asistido al traslado
de la santa imagen a la Iglesia Mayor de entonces,
la antecesora de nuestra gran Catedral y a la gran
procesión del traslado definitivo del celestial ayate a
la ermitilla.
Juan Bernardino, se dice, quiso quedarse allí; en
ese pedazo de paraíso celestial que para tío y sobrino
era la ermitilla, pero Juan Diego prudentemente le hi-
zo ver que debía regresar a su pueblo y velar por su
pobre casa, sus pobres bienes, sus pobres tierritas que
entrambos muy probablemente tenían. Afírmase que
Juan Diego obedeció la voluntad secreta de la Virgen
María, de que él solo se quedara en la ermita como
su único y celosísimo guardián. El viejo tío partió pa-
ra su pueblo, sin duda contento y satisfecho de cum-
plir la voluntad del cielo y con el alma feliz por el
secreto tesoro de luz y gracia que la visita de la Di-
vina Virgen debe haberle dejado.
Y he ahí a Dieguito solo en la ermita solitaria al-
zando sus modestas cuatro paredes en medio del soli-
tario y desolado llano. ¿Solo? Juan Diego no volvió
El Perenne Milagro Guadalupano 195
a estar solo ya más. Estaba a todas horas en compa-
ñía espiritual de la Virgen, por el medio físico de su
retrato y nadie en este mundo ha mirado de seguro
con tan penetrantes ojos, tanto del cuerpo como del
alma, esa preciosa imagen, como el propio vidente.
Y así pasan 17 años. Recuerdo una breve e im-
presionante anécdota de un viajero sudamericano que
visitaba el convento de cartujos de Burgos, España.
El viajero preguntó al fraile que le mostraba ese vie-
jo convento todo austeridad: — ¿Qué se necesita pa-
ra hacerse cartujo? El hermano le contestó: — No te-
ner compromiso alguno temporal y venir ante el su-
perior y decirle: — Padre, quiero entrarme cartujo.
Ese fraile llevaba 30 años de serlo. El visitante, ad-
mirado, le interrogó: —¿Y luego? — ¿Luego?, contestó
el hermano como trasoñado por su largo alejamiento
de los cuidados de este siglo: — ¡luego, pasan 30 años
que parecen un día! . . .
Los 17 años que, hasta su último instante pasó
Juan Diego en la ermitilla, deben haberle parecido un
día.
Dicen viejas tradiciones que bien pronto pidió al
Obispo que le permitiera morar día y noche en cual-
quier lugar próximo a la ermita, sin duda para estar
mejor y mas constantemente a su cuidado. El lugar no
le importaba: bastaba un jacalito.
No es razonable creer que al indio se le hacían pe-
sadas las cotidianas caminatas desde su nativo pue-
blo hasta el Tepeyac. . Secularmente nos hemos acos-
tumbrado a ver en el glorioso indio a un simple man-
daderillo de la Virgen, a un pobre macehual mugroso
y rudo y no le hemos querido hacer el menor aprecio.
Con Juan Bernardino hemos hecho peor y esas dos in-
196 Jesús David Jaquez
justicias combinadas y relacionadas, deberían pesar
sobre nuestra conciencia nacional y católica.
Juan Diego, con todo y sus bien cumplidos 57 años,
pobres, rudos, trabajosos, era capaz de andar eso y
más por amor a María Santísima. Pero nada tenía
que hacer ya en su pueblo, a donde su tío cuidaba de
su humilde heredad, y en cambio tenía mucho que ha-
cer, de día y de noche, cabe la ermita. Cuidarla,
asearla, barrerla, atender al fraile o clérigo que solía
—no creo que a diario en los primeros años — ir a decir
misa en ella, y sobre todo, contemplar día y noche la
imagen de su Reina y Señora; este era su principal
motivo y esta su más valiosa y preciada ocupación.
El Obispo accedió y se cree que fueron sus pai-
sanos pueblerinos quienes le construyeron un cuarti-
to de adobes adosado a la ermitilla, también de adobe.
Y pasaron 17 años que parecieron un día a Juan
Diego. . . Se dice presto, pero 17 años de contempla-
ción, de olvido de sí mismo, de fiel compañía a la sa-
grada imagen, de oración y penitencia y ayuno y has-
ta de intercesión ante la Virgen de Guadalupe en fa-
vor de innúmeras gentes, indios, sobre todo, que le
encomendaban pidiera a Ella el remedio de sus penas
y necesidades, deben haber valido mucho en la vida
eterna, ya que acá abajo no nos han merecido siquie-
ra atención.
No se sabe que milagro alguno haya sido logrado
en aquellos tiempos por la intercesión del contempla-
tivo, y si algunos fueron realizados, no hay noticia
ni memoria de ellos y acaso fueron milagros callados
y guardados humildemente por los beneficiarios. Pe-
ro pensemos un momento: treinta años Jesús de Na-
zareth estuvo calladamente en casa de José y María y
¿qué milagro se sabe que haya hecho, El, todo un
El Perenne Milagro Guadalupano 197
Dios humanado? Corren por ahí leyendas y consejas
sobre este tema; que hacía palomitas de barro y las
echaba a volar vivientes y aleteantes, que hacía bro-
tar flores bajo sus pisadas, etc. Esos son cuentos be-
llos para niños, hijos de la fantasía creyente, pero Sin
apoyo en ninguna verdad histórica, ni siquiera en 3a
teología y el verdadero y genuino concepto de Jesús,
su vida y su misión sobrenatural en grado absoluto.
Los milagros no son "chistecitos", actos graciosos, es~
pectacularidades frivolas y momentáneas, hechas a ca-
pricho: son intervenciones serias y respetables de
Dios, siempre con un fin muy elevado; el de atraer a
los hombres a su creencia y a su amor, o el de reme-
diar alguna necesidad ingente que El en sus altos fi-
nes estima que merece ser remediada. Lo demás, son
bellas ficciones y el Evangelio se limita a encerrar
aquellos 30 años de Dios en una pobre casa de arte-
sano, en una brevísima, discretísima frase; "erat sub-
ditus illis", estaba sujeto a ellos, es decir, a sus pa-
dres. En cambio nos cuentan los cuatro evangelistas
los milagros grandiosos de Jesús durante su vida pú-
blica de sólo tres años. Es que estos milagros eran pa-
ra comprobar que era el Mesías, que era Dios y que
era Dios de misericordia que sabe apiadarse de los
ciegos y de los paralíticos y los leprosos: "pertransit
bene faciendo", pasó haciendo el bien, pues para eso
había venido.
¿Y qué milagro se sabe ni se supo jamás de José?
Yo encuentro sin embargo un pequeño parentesco o
afinidad espiritual delicada pero clara, entre el santo
del silencio de Nazareth y el varón santificado por
María en el Tepeyac, como la encuentro también en-
tre éste y Bernardita la de Lourdes. Almas introspec-
tivas, entregadas totalmente a Dios, almas que pasan
198 Jesús David Jaquez
casi como sombras por el mundo, pero como sombras
luminosas y bienhechoras.
Juan Diego fue así. Humildad, silencio, abnega-
ción, oración y contemplación. Y además, un vivien-
te testimonio de María de Guadalupe. El, que lo pri-
mero que quiso, apenas vio cumplido su cometido, fue
retirarse a su soledad y a su vida oscura, él que no tu-
vo siquiera la idea de pregonar a las multitudes las
grandezas de la Virgen ni la excelsitud de su divina
belleza, que no hizo jiras, que no misionó, que no bus-
có colaboradores ni cronistas para que perpetuaran,
directamente del vidente los prodigios del Tepeyac,
que no fue siquiera a referir prolijamente a los fran-
ciscanos de Tlaltelolco las asombrosas apariciones,
para que ellos las predicaran por toda la tierra azteca;
sino que optó por ocultarse en la misma pequeña er-
mita, puesta al margen de los engentados caminos del
México que se rehacía y que se repoblaba; instintiva-
mente se acogió a la "senda estrecha" de que habla el
Divino Maestro al través de sus Evangelistas.
Dícese que muchas veces, cuando el dulce indito
santificado se creía solo en su ermita, los que en al-
gunas ocasiones lo espiaron por la abertura de la mo-
desta puerta, llegaron a verlo acurrucado en un rincón
de ella, contemplando extático la gloriosa tilma • — su
propia tilma — y hablando a la Señora ante su ima-
gen, con las más fervorosas y dulces palabras. Pode-
mos, ya que somos tan sensibleros y materialistas,
imaginar esos largos monólogos místicos expresados
de la más simple y rústica de las maneras, pero con
un espíritu y un corazón como posiblemente no se ha-
ya vuelto a escuchar jamás en el Tepeyac.
Acaso le diría por la mañana, al abrir la ermita,
cuya gruesa y tosca llave debe haberle sido encomen-
El Perenne Milagro Guadalupano 199
dada; —¡Señora y niña mía, la más pequeña de mis
hijas! ¿cómo amaneciste? ¿estás bien de salud? ¿es-
tás contenta? Ya sé que tú estás allá en el cielo, de
donde bajaste las veces que te vi allí en ese Tepeyácac
que desde aquí diviso, y que la que ahora tengo ante
mis ojos es sólo tu figura, tu retrato que nos dejaste a
todos como recuerdo. . . No olvido un instante cuan-
do tocaste mi tilma, con tus manitas, las que arrulla-
ron al Niño Jesús, cuando lo tenías, apenas un chil-
payatito en Belén, como nos han enseñado los sacer-
dotes. . . Tú tocaste mi tilma con tus manos cuando
recibías las flores que me mandaste bajar del cerrillo. . .
Ya viste que yo no dudé, aunque bien sabía yo que en
el Tepeyácac no se dan flores, ni menos esas rosas
de Castilla tan frescas y hermosas, sino sólo espinas
y nopales y mezquites de los de nuestra tierra. . . pe-
ro ya viste que yo fui y subí con presteza, porque Tú
me lo habías mandado y tus palabras son de oro. . .
Y cuando yo iba llevando al Obispo tus rosas, ya vis-
te que ni yo mismo quise abrir mi tilma, que llevaba
bien doblada, como un itacate muy santo, para que
nadie viera nada, como Tú me ordenaste. . . Y yo no
sabía que a lo mejor ya llevaba sobre mi pecho tu
santa imagen. . . Pero qué linda es tu imagen. . . Vir-
gencita santa . . . No. siempre eras más linda y pura
Tú en persona, como yo te vi las cuatro veces. . . Yo
nunca olvidaré esto; ¡si parecía que yo estaba en el
paraíso no más de estar arrodillado en tu presencia
allá arriba... y luego aquí en el llano, aquí mismo
donde te han puesto tu altar y colgado encima tu
imagen! Perdóname, Santa Virgen María Inmacula-
da, que esté así tan embobado con ver tu figura, que
ya hasta se me olvida tu servicio. Ya voy, Señora y
Niña mía, a coger la escoba, que ahí la tengo delante
200 Jesús David -J a q u e z
de la puerta, para barrerte tu ermita muy bien barridi-
ta; te prometo no dejar polvo ni basura. . . y luego, si
viene alguno de tus devotos y te trae flores, ¡ah! que
no serán como las que Tú me mandaste que su-
biera a cortar, al momento iré por agua clara para
ponértelas en esos jarros que te sirven de floreros,
para que te perfumen y se te vea más bonito tu al-
tar. . . Ya voy, Señora y Niña mía, a hacer estos que-
haceres. . .
Y en todas estas oraciones juandieguinas y en to-
dos sus actos de devoción y contemplación extática
que nos es legítimamente lícito imaginar, en toda la
actitud del piadoso iluminado, todo era con espíritu
perfectamente cristiano, sencillamente devoto y filial,
altísimamente marial, prístina y fresca y santamente
guadalupano. Dice A. M. Quiralte, guadalupanista,
desde los Estados Unidos: "Todos, los actos de de-
voción y virtud cristiana de Juan Diego no están mez-
clados con aquellas supersticiones propias de los in-
dios paganos ni rodeados de aquellas vaguedades
sentimentales que eran en aquel entonces, como aho-
ra, la plaga de las devociones cristianas, mezcladas
muchas veces con algo de romanticismo de la Edad
Media". Este jesuíta, muy amante de la Guadalupa-
na y de Juan Diego, tiene un libro lleno de datos y de
hechos sobre estas cosas, editado en Los Angeles de
California.
Diecisiete años así dedicados impecable y modesta-
mente al servicio de Ja Virgen de Guadalupe y lo
menos siete años anteriores de vida auténticamente
cristiana y cincuenta años o poco menos de humilde
vida de virtud natural, cumplen el ciclo mortal de los
74 años que vivió Juan Diego en esta vida humilde,
llena de privaciones, salpicada de dolor y empapada
El Perenne Milagro Guadalupano 201
en soledad, en la que sólo los espléndidos días 9, 10
y 12 de diciembre de 1531, fueron para él de dicha
plena, de arrobo celestial y de atisbo de la gloria ce-
leste.
En 1548, probablemente el lo. o el 2 de junio, o
sea dos días antes que el venerable Obispo Fray Juan
de Zumárraga, que murió el 3 de ese mes. Juan Die-
go muere en su aposentillo junto a la ermita. Dice una
tradición que no hay por qué desmentir, que un poco
antes de su muerte, la Virgen Santísima, la Guadalu-
pana se le apareció, esta vez en una aparición perso-
nal y privada, podríase decir, para anunciarle su pró-
ximo fin terreno y hacerle saber que ya estaba muy
cercano el momento en que Ella y su Hijo Divino, lo
premiaran cumplidamente en la gloria eterna, hacién-
dole así efectiva la Señora su promesa de pagarle to-
dos los trabajos que para su servicio se había tomado.
Muere Juan Diego a pocos metros de su santo
ayate y la noticia cunde, y viene al momento el señor
de Cuautitlán y muchos de sus compatriotas y otras
gentes y se congregan todos en derredor de su pobre
petate, que era todo lo que había dejado; pobre como
José de Nazareth; como Jesús mismo, que no tuvo
dónde reclinar su cabeza; y lloran a la vera del vene-
rable cuerpo y encienden piadosos cirios a los lados
del cadáver del que para ellos había sido un santo, y
Juan Diego, como cuatro años antes su tío Juan Ber-
nardino, baja a la madre tierra en la ermita misma del
Tepeyac; esa tierra santificada por las plantas de
María Celestial y, al cerrarse su humilde tumba ve-
nerable, ... se abre el secular silencio en que, incom-
prensivos e ingratos, lo tenemos hace siglos. . .
Los que fusilamos al que nos diera Patria y liber-
tad, en Padilla, tenemos también bien muerto el re-
202
Jesús
David
J A Q U E Z
El Perenne Milagro Guadalupano 203
cuerdo del más puro, el más humilde y el más favo-
recido de la Virgen, de todos los de nuestra raza.
No fue, parece, sino hasta el lo. de noviembre de
1895, cuando un francés piadoso y guadalupanista, el
farmacéutico de Puebla, M. Santiago Beguerisse, en
carta de esa fecha dirigida a Mons. Hipólito Vera,
primer Obispo de Cuernavaca, le expone y propone
la idea de que se comience a trabajar en pro de la
canonización del vidente del Tepeyac. El Prelado le
contesta el 4 del mismo mes y año, declarando que él
también alienta la misma idea, pero que "es necesario
el acuerdo favorable de todo el Episcopado de la Re-
pública". Y todo queda en olvido, hasta que Mons.
José de Jesús Manríquez y Zárate, Obispo de Hueju-
tla, lanza una carta pastoral haciendo vibrar de nuevo
la idea y luego escribe su tantas veces mencionado
libro sobre Juan Diego y. . . nada se hace efectivo y
de fuerza, en favor de la noble idea. Otro guadalu-
panista contemporáneo, el P. Lauro López Beltrán,
hace campaña en el mismo sentido, pero aún no se ve
nada decisivo.
Y vienen los tiempos actuales, con su plétora de
ruido, de agitaciones de los pigmeos, con sus inquie-
tudes y sus luchas armadas y del espíritu, con sus
bombas atómicas y de hidrógeno, con sus marejadas
ideológicas y sus doctrinarismos vacuos y todo el al-
boroto humano, minúsculo y transitorio, y todo el es-
truendo mental que cada hombre de este tiempo, den-
tro de esta que llamamos civilización, lleva dentro y
con sus gritos y pujas por una paz que el mundo no
puede dar, y el más pacífico de los hombres de esta
tierra, el que apenas habló, como no fuera cuando de-
bía hacerlo, el piadoso, el modesto, el heroico, el sin
duda santo, es olvidado totalmente. Hoy el mundo no
El Perenne Milagro Guadalupano 205
quiere santos; quiere dinero, placeres bulliciosos, ra-
dios, televisiones, autos, paseos, diversiones, honores,
agitación gusaneril, aparato y bluff y mareo de vida
brillante pero rastrera, como fruto natural y bastardo
ce un modernismo más brutal si cabe, que las locas
idolatrías de los antiguos tiempos.
Si la Virgen de Guadalupe es venerada y amada,
si vemos con afecto su santa imagen milagrosa, si el
guadalupanismo prospera y crece, no por eso pode-
mos darnos por satisfechos. Hay mucho olvido y mu-
cha ingratitud del pasado y del presente, que debe-
mos reparar.
Ella nos regaló rosas y las perdimos, nos regaló a
su "embajador muy digno de confianza" en su siervo -
Juan Diego, y ni siquiera sabemos ya de su sepulcro,
nos regaló su retrato a todo color y dedicado y con
firma, y apenas ahora comenzamos a deletrear el
mensaje de sobrenaturalidad que lleva escondido pe-
ro reconocible entre la tosca urdidumbre de sus hilos
de ixtle de maguey. . .
Cierto, le tenemos ya una gran Basílica venerable
para su culto; cierto, le tenemos un trono de mármol
y oro para ese retrato divino; cierto, ha sido embelle-
cido y dignificado su Tepeyac; cierto, hemos levanta-
do un atrio monumental frente a su Santuario; cierto,
está siendo reparada la Parroquia Archiprestal, lugar
justo de la última y más cara aparición suya y sitio
del milagro de la tilma; todo esto es muy cierto, pero
¿nada queda ya por hacer?- ¿Hemos cumplido hasta lo
último su voluntad maternal?
Yo no osaría pensar que podemos darnos por sa-
tisfechos y sentarnos plácidamente a descansar. Lo que
humanamente se ha hecho, siempre con la ayuda di-
vina, mucho es; pero lo que falta por hacer y que sin
206
Jesús David Jaquez
esa ayuda jamás podremos realizar, es acaso más aún.
Si el Señor no edifica la ciudad, en vano trabajan
quienes la construyen, que dice el salmista regio.
La tarea pendiente es de doble aspecto: el material
y el espiritual, aquel subordinado a éste y como ayu-
dador: somos cuerpo y alma al par. En lo material,
terminar las obras de reparación en la Villa de Gua-
dalupe; dignificar totalmente, no sólo los aledaños de
la Basílica y el Cerrito y la Parroquia, sino la Villa
entera; hacer de toda ella una ciudad mariana y gua-
dalupana, como en Lourdes — ya lo dije — se ha hecho,
no solamente el "Dominio de la Santa Virgen", como
allá se le llama, sino que la pequeña ciudad entera es
devota y recogida y la llaman los Obispos, especialmen-
te el de Tarbes y Lourdes, "La Ciudad de María". Des-
terrar irreverencias, acallar merolicos impertinente que
asordan y perturban la oración de peregrinos y orantes,
circunscribir el comercio para que no invada material-
mente ni con su espíritu, los lugares santos; hacer que
la Villa entera sea la "Ciudad Guadalupana", única
en México, en América toda.
Educar, instruir: la Villa no es lugar para ir a
comer fritangas o taquitos o .a beber pulque: es para
orar ante todo; las necesidades corporales pueden y
aun deben ser satisfechas, pero discretamente y sólo
en función de su necesidad, no „de placer, gula o disi-
pación.
Podría en la Villa ser construido o adaptado un
local, una casa, para Museo y -Academia de Guada-
lupe: una biblioteca popular, con libros asequibles y
comprensibles para el pueblo; con un departamento
de obras especiales, para estudio guadalupano formal,
con una sala de museo, con otra para exhibir gráfica-
mente, a fin de que el pueblo mz're y en esta forma se
El Perenne Milagro Guadalupano 207
impresione y se le graben las escenas en figuras de
bulto con toda la historia aparicional y la vida de
Juan Diego, con exhibición de tres películas buenas
que existen, la "Virgen Morena", "La Virgen que
Forjó una Patria"y "Las Rosas del Milagro", basada
la segunda en el buen libro de don René Capistrán
Garza, con conferencias populares y eruditas sobre el
tema guadalupano, para difundirlo e ilustrarlo, con
cursillos de guadalupanismo, etc. Allí podrían vender-
se al pueblo folletos ilustrados, libritos sencillos; hacer
una edición gigante, siquiera de dos o tres millones, del
Relato de Valeriano, barato y popular, pero atractivo
mediante letra gruesa e ilustraciones a colores; los
emolumentos que estas cosas produjeran, sostendrían
esa casa o academia, etc.
Difundir el conocimiento de la Virgen de Guada-
lupe: hay muchos miles de personas, aun en el Dis-
trito Federal que no tienen la -primera noticia de ello.
Pugnar por que al fin oficialmente la Villa recupere
su nombre: Villa de Guadalupe o Villa de la Virgen
de Guadalupe, trabajar por que su Imagen, que es
nacional y patriótica, vuelva a ser colocada en el re-
cinto del Poder Legislativo, como lo fue tantos años
en el pasado. Hacer campaña y presión moral inteli-
gente y sensata para que en las escuelas, sean oficia-
les o no, se enseñe la historia guadalupana, tan ínti-
mamente vinculada a la historia patria y que en los
libros de texto elementales de historia patria, -se incor-
pore el capítulo glorioso de las apariciones.
Y finalmente, laborar con fe y entusiasmo por in-
troducir la causa de beatificación en Roma del dulce
vidente. Hay muchos, hasta guadalupanos que parecen
tener miedo a esto; no es tal el pensar de la Iglesia,
la cual no ha canonizado a nuestro vidente, porque
208 Jesús David Jaquez
no se le han presentado los documentos, peticiones y
requisitos para ello. Juan Diego declarado santo, no
haría mal a nadie ni menos al culto guadalupano, antes
lo renovaría y vigorizaría. Es una gloria católica y
una gloria nacional y una alegría para los indígenas.
Todo esto y mucho más se puede hacer con pureza de
intención, con amor a la Virgen de Guadalupe y con
fe en Dios y una poca de iniciativa y de generosidad.
Lo reclama el amor a la Virgen, nuestra catolicidad
cada día más amenazada y entibiada y nuestra mexica-
nidad también cada día más mistificada y en disolución.
No creo poder dar mejor fin a este trabajo cerrán-
dolo como con broche de oro, ya que oro no puse en
él, por su exigüedad, que transcribiendo un párrafo de
un notable escritor y guadalupanista eximio, don Alfon-
so Junco, quien dice:
"Quiso María con insistencia maternal, que fuese
un indio pobre, desvalido, minúsculo, quien llevase la
embajada y en su tilma acogiera las flores y perpe-
tuara la visión celeste. Propia política divina escoger
lo menor para lo mayor. Y debe recalcarse cómo el
prodigio guadalupano sobrepuja y abraza en superior
unidad las fronteras raciales: porque el rostro de la
Virgen no es indio, ni español, sino mexicano; y el
culto avasallador para la Virgen fue siempre y sigue
siendo, no sólo de los indios, sino también de españo-
les y criollos y mestizos: de la totalidad de la nadión
que entonces alboreaba, y que en el decurso de los
siglos ha confirmado y engrandecido el culto inicial,
levantando a la Virgen por unitivo símbolo de la Na-
cionalidad y de la Patria".
México, D. F„ a 2 de marzo (miércoles de ceniza)
de 1960.
BREVE EXPLICACION SOBRE
LOS APENDICES
Para amparar en algún modo la pobreza de este
trabajo y también para ampliar más algunos aspectos
del inagotable tema guadalupano, ensanchando y pro-
fundizando en su conocimiento, he agregado varios
apéndices que considero de gran importancia para el
mayor y mejor estudio de este tema; estos apéndices
son los más medulares y contienen datos, apreciaciones
y observaciones de legítimo valor.
El primer apéndice es el Relato de Antonio Vale-
riano, llamado a justo título "el relato príncipe" y
también "el evangelio de las apariciones guadalupa-
nas". Habiendo sido el primer cronista del gran suceso
guadalupano en el Tepeyac, siendo, como sin duda es,
un relato de primera mano, o sea tomado de los infor-
mes orales de Fray Juan de Zumárraga, de Juan Die-
go y probablemente también de Juan Bernardino, y
siendo su autor un indio culto, sensato, honesto y ca-
lificado por todos conceptos, viene a ser la fuente
pristina de todos los cronistas e historiadores que des-
pués de él han escrito sobre las apariciones.
Este relato es digno de ser leído y releído con
toda atención y espíritu recogido y cristiano; su re-
dacción es de una simplicidad no solamente francis-
cana, sino de una diafanidad y profundidad evangé-
14
210 Jesús David Jaqubz
licas: pocas palabras, mucha sustancia; carencia total
de artificio o adorno literario, pero claridad plena, au-
tenticidad manifiesta, genuinidad admirable. La tras-
lación de los diálogos entre la Virgen María y Juan
Diego, evidencia en forma segura que el autor se
documentó concienzudamente en conversaciones con el
vidente, no menos que con Fray Juan de Zumárraga.
El original de Valeriano fue escrito por este ilustrado
nativo en su lengua materna, el náhuatl, idioma exqui-
sito y admirable en sus formas gramaticales, locucio-
nes y estilo sustancial; todos sus traductores y nahua-
tlacas entendidos afirman que su redacción es de gran
pureza y de sencilla pero exquisita elegancia. La tra-
ducción que aquí doy, es del licenciado don Primo1 Fe-
liciano Velázquez y es la más autorizada y conside-
rada como más fiel. Todo este relato admirable exhala
un olor bueno, a fe, amor, sinceridad resaltante y una
diafanidad y pureza verdaderamente liliales.
El siguiente apéndice es mi Exégesis del Relato
de Valeriano. En ella explico textos y locuciones, hago
consideraciones breves y trato de aportar todas las
luces que me fue dable, para la mejor comprensión y
valorización de dicho Relato. Hasta donde mis noti-
cias alcanzan, no sé que exista en la actualidad, ni
menos al alcance del público, una exégesis o explica-
ción completa de todo el Relato, si bien abundan co-
mentarios parciales e históricos sobre algunos de sus
más importantes pasajes. Creo de todos modos, que
mi exégesis contribuya a esclarecer el texto y a valo-
rarlo convenientemente.
Como apéndice tercero, he incluido un artículo de
crítica histórica del "Relato de Valeriano", debida al
P. Marcos Gordoa, S. J. que sintetiza todo lo dicho
por diversos escritores sobre el "evangelio de las Apa-
El Perenne Milagro Guadalupano 211
riciones", ofreciendo un panorama correcto sobre el
mismo, así como valiosos datos correlativos, todos ellos
convergentes a la probación histórica de la autenti-
cidad de las Apariciones y de su relator cumbre, Va-
leriano, así como otros testimonios.
El apéndice cuarto es un artículo de un prominente
aunque modesto guadalupanista: don Alfonso Marcué
González. Este señor nació en la Villa de Guadalupe
el 26 de junio de 1903, siendo hijo de un dedicadísi-
mo guadalupanista, muerto a muy avanzada edad, tras
una vida de estudio y propaganda guadalupanas. El
señor Alfonso Marcué es una autoridad en muchos
aspectos guadalupanos y lleva cerca de cuarenta años
dedicado a esta clase de trabajos, por lo que merece
crédito pleno. Su artículo aquí adjunto, fue recibido
textual y con gran beneplácito por el Papa Pío XII,
de santa memoria, quien sé interesó grandemente por
este escrito y envió una especial bendición a su autor,
pocos años antes del fallecimiento de ese gran Papa.
Contiene los textos de los doctores Javier Torroella
Bueno y Rafael Torija Lavoignet, oculistas connota-
dos que, tras un minucioso estudio de las pupilas de
la sagrada imagen guadalupana en su tilma original,
rindieron declaraciones expresas sobre las realidades
que científicamente comprobaron en el propio ayate
milagroso.
Por último, presento una breve Cronología Guada-
lupana que agrupa a lo largo de los siglos, los más sa-
lientes hechos y datos sobre la historia guadalupana,
ofreciendo así una panorámica general, debidamente
situada en el tiempo, sobre estos sucesos.
Estos apéndices, espero, darán a mi presente tra-
bajo el valor de que, por la parte personal del autor,
carece seguramente, pero todo ello forma un conjunto
212 Jesús David Jaqubz
de guadalupanología en sus variados aspectos que
menos, y dada la escasez de libros sobre tan noble
mexicano tema, ofrece una oportunidad más para ei
sanchar el conocimiento del Milagro Guadalupano.
APENDICE NUMERO 1
HISTORIA DE LA APARICION DE NUESTRA
SEÑORA DE GUADALUPE
(Nican Mopohua).
escrito en náhuatl
por ANTONIO VALERIANO.
y traducida al castellano por el
Lic. Primo Feliciano Velázquez.
En orden y concierto se refiere aquí de qué ma-
nera apareció poco ha ( 1 ) maravillosamente, la siem-
Ipre Virgen Santa María, Madre de Dios, nuestra Rei-
na, en el Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.
Primero se dejó ver de un pobre indio llamado
Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen
delante del nuevo Obispo don Fray Juan de Zumá-
rraga. También (se cuentan) todos los milagros que
ha hecho (2).
Diez años después de tomada la ciudad de México,
se suspendió la guerra y hubo paz en los pueblos así
como empezó a brotar la fe, el conocimiento del ver-
dadero Dios, por quien se vive (3). A la sazón, en
el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días
del mes de diciembre, sucedió que había un pobre
214 Jesús David Jaquez
El Perenne Milagro Guadalupano 215
indio, de nombre Juan Diego, según se dice, natural
de Cuautitlán (4). Tocante a las cosas espirituales,
aún todo pertenecía a Tlaltilolco. Era sábado, muy
de madrugada, y venía en pos del culto divino y de
sus mandados. Al llegar junto al cerrillo llamado Te-
peyácac, amanecía (5); y oyó cantar arriba del cerri-
llo; semejaba canto de varios pájaros preciosos; calla-
ban a ratos las voces de los cantores, y parecía que el
monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitoso,
sobrepujaba al del coyoltótotl y del tzinizcan y de otros
pájaros lindos que cantan (6). Se paró Juan Diego
a ver y dijo para sí: "¿P°r ventura soy digno de lo
que oigo? ¿quizás sueño? ¿me levanto de dormir? ¿dón-
de estoy? ¿acaso en, el paraíso terrenal que dejaron di-
cho los viejos, nuestros mayores? (7) ¿acaso ya en el
cielo?" Estaba viendo hacia el oriente, arriba del ce-
rrillo (8), de donde procedía el precioso canto celes-
tial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio,
oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían:
"Juanito, Juan Dieguito" (9).
Luego se atrevió a ir a donde le llamaban; no se
sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue
subiendo el cerrillo, a ver de dónde le llamaban (10).
Cuando llegó a la cumbre, vió a una señora que estaba
allí de pie (11) y que le dijo que se acercara. Llegado
a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana
grandeza; su vestidura era radiante como el sol; el risco
en que posaba su planta, flechado por los resplando-
res, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y re-
lumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites,
nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se sue-
len dar, parecían de esmeralda; su follaje; finas tur-
quesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro
(12). Se inclinó delante de ella y oyó su palabra, muy
216 Jesús David JaOüeZ
blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho.
Ella le dijo: "Juanito el más pequeño de mis hijos,
¿a dónde vas? (13). El respondió "Señora y Niña mía,
tengo que llegar a, tu casa de México Tlaltilolco, a se-
guir las cosas divinas que nos dan y enseñan nuestros
sacerdotes, delegados de Nuestro Señor". (14) Ella
luego le habló y le descubrió su santa voluntad; le
dijo: "Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de
mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María,
Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Crea-
dor cabe quien todo está; Señor del cielo y de Ja tierra.
Deseo vivamente que se me erija aquí un templo (15),
para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión,
auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre,
a tí, a todos vosotros juntos los moradores de esta
tierra y a los demás amadores míos que me invoquen
y en mí confíen (16); oír allí sus lamentos y reme-
diar todas sus miserias, penas y dolores. Y para rea-
lizar lo que mi clemencia pretende ve al palacio del
Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a ma-
nifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano (17)
me edifique un templo; le contarás puntualmente cuanto
has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por se-
guro que te lo agradeceré bien y lo pagaré (18), por-
que te haré feliz y merecerás mucho que yo te recom-
pense él trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que
te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo
mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo".
Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora
mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me des-
pido de ti, yo tu humilde siervo". Luego bajó para ir
a hacer su mandado; y salió a la calzada que viene
en línea recta a México. (19)
Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue
El Perenne Milagro Guadalupano 217
en derechura al palacio del Obispo (20), que era el
prelado que muy poco antes había venido y se llama-
ba don Fray Juan de Zumárraga, religioso de San
Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus
criados que fueran a anunciarle, y pasado un buen
rato, vinieron a llamarle, que había mandado el señor
Obispo que entrara. Luego que entró, se inclinó y
arrodilló delante de él (21); en seguida le dió el reca-
do de la Señora del cielo y también le dijo cuanto ad-
miró, vió y oyó. Después de oír toda su plática y su
recado, pareció no darle crédito, y le respondió: "Otra
vez vendrás, hijo mío y te oiré más despacio, lo veré
muy desde el principio y pensaré en la voluntad y de-
seo con que has venido. (22) El salió y se vino triste,
porque de ninguna manera se realizó su mensaje. (23)
En el mismo día se volvió; se vino derecho a la
cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del cielo,
que le estaba aguardando allí mismo donde la vió la
vez primera. (24) Al verla, se postró delante de ella
y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas (25),
Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu man-
dado; aunque con dificultad entré a donde es el asien-
to del prelado; le vi y expuse tu mensaje, como me ad-
vertiste; me recibió benignamente y me oyó con aten-
ción; pero en cuanto me respondió, pareció que no lo
tuvo por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré
más despacio: veré muy desde el principio el deseo y
la voluntad con que has venido..." (26) Comprendí
perfectamente en la manera como me respondió, que
piensa que es quizás invención mía que tú quieres que
aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden
tuya; por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y
Niña mía que a alguno de los principales, conocido,
respetado y estimado, (27) le encargues que lleve tu
218 Jesús David Jaqubz
mensaje, para que le crean; porque yo soy un hombre-
cillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy
cola, soy hoja soy gente menuda y tú, (28) Niña mía,
la más pequeña de mis hijas (29), Señora, me envías
a un lugar por donde no ando y donde no paro. (30)
Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu
enojo, Señora y Dueña mía". (31)
Le respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío,
el más pequeño: ten entendido que son muchos mis
servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que
lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de
todo punto preciso (32) que tú mismo solicites y ayu-
des y que con tu mediación se cumpla mi voluntad.
Mucho te ruego, hijo mío, el más pequeño, y con
rigor te mando (33), que otra vez vayas mañana a
ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber
por entero mi voluntad; que tiene que poner por obra
el templo que le pido. Y otra vez dile que' yo en per-
sona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios,
te envía." Respondió Juan Diego: "Señora y Niña mía,
no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré (34)
a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de
hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu!
voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si
fuere oído, quizás no se me creerá. (35 Mañana en la
tarde, cuando se ponga el sol, (36) vendré a dar razón
de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de,
ti me despido, Hija mia la más pequeña, mi Niña y
Señora. Descansa entretanto". (37) Luego se fue él
a descansar en su casa.
Al día siguiente, domingo muy de madrugada, sa-
lió de su casa y se vino derecho a Tlaltilolco a ins-;
truirse en las cosas divinas (38) y estar presente en
la cuenta (39), para ver en seguida al Prelado. Casi
El Perenne Milagro Guadalupano 219
a la diez se aprestó, después de que se oyó Misa y se
hizo la cuenta y se dispersó el gentío. (40) Al punto
se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas
llegó, hizo todo empeño por verle; otra vez, con mucha
dificultad, le vió, (41) se arrodilló a sus pies; se en-
tristeció y lloró (42) al exponerle el mandato de la Se-
ñora del cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y ta
voluntad de la Inmaculada (43), de erigirle su tem-
plo donde manifestó que lo quería. El señor obispo,
para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la
vió y cómo era (44); y él refirió todo perfectamente
al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la
figura' de ella y cuanto había visto y admirado, que
en todo se descubría ser ella la siempre Virgen María,
Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesu-
cristo; sin embargo, no le dió crédito y dijo que no
solamente por su plática y solicitud se había de hacer
lo que pedía (45); que, además, era muy necesaria
alguna señal (46) para que se le pudiera creer que le
enviaba la misma Señora del cielo. Así que lo oyó,
dijo Juan Diego al obispo: "Señor, mira cual ha de
ser la señal que pides (47), que luego iré a pedírsela
a la Señora del cielo que me envió acá". (48)
Viendo el obispo que ratificaba todo sin dudar ni
retractar nada, le despidió. (49) Mandó inmediata-
mente a unas gentes de su casa, en quienes podía con-
fiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a
dónde iba y a quién veía y hablaba. (50) Así se hizo.
Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada;
los que venían tras él donde pasa la barranca, cerca
del puente del Tepeyácac, le perdieron, (51) y aun-
que más buscaron por todas partes, en ninguna le
vieron. Así es que regresaron, no solamente porque
se fastidiaron, sino porque también les estorbó su in-
220 Jesús David Jaqurz
tentó y les dió enojo. (52) Eso fueron a informar al
señor obispo, inclinándole a que no le creyera; le di-
jeron que nomás le engañaba, (53) que nomás for-
jaba lo que venía a decir o que únicamente soñaba lo
que decía y pedía, y en suma, discurrieron que si otra
vez volvía, le habían de coger y castigar cdn dureza
(54) para que nunca más mintiera y engañara.
Entre tanto Juan Diego estaba con la Santísima
Virgen, (55) diciéndole la respuesta que traía del señor
obispo; la que oída por la Señora, le dijo: "Bien está,
hijito mío; volverás aquí mañana para que lleves al
obispo la señal que te he pedido; (56) con eso te cree-
rá y acerca de ésto ya no dudará ni de ti sospechará;
(57) y sábete, hijo mío, que yo te pagaré tu cuidado
y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido;
ea vete ahora: que mañana aquí te aguardo". (58)
Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar
Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no vol-
vió. (59) Porque cuando llegó a su casa, a un tío que
tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la en-
fermedad (60) y estaba muy grave. Primero fue a
llamar a un médico y le auxilió; (61 ) pero ya no era
tiempo, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó
su tío que de madrugada saliera y viniera a Tlalti-
lolco a llamar un sacerdote que fuera a confesarle y
disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiem-
po de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. (62)
El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego
de su casa a Tlaltilolco, (63) a llamar al sacerdote,
y cuando venia llegando al camino que sale junto a
la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el ponien-
te, (64) por donde tenía costumbre de pasar, dijo: "Si
me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Se-
ñora (65) y en todo caso me detenga, para que lleve
El Perenne Milagro Guadalupano 221
la señal al prelado según me previno; que primero nues-
tra aflicción nos deje y primero llame yo de prisa al
sacerdote; el pobre de mi tío lo estará ciertamente
aguardando". (66) Luego dió vuelta al cerro; subió
por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente^ (67)
para llegar pronto a México y que no lo detuviera la
Señora del Cielo. Pensó que por donde dió la vuelta
no podía verle la que está mirando bien a todas par-
tes. (68) La vió bajar de la cumbre del cerrillo y que
estuvo mirando hacia donde antes él la veía. (69)
Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo:
"¿Qué hay. hijo mío, el más pequeño? ¿a dónde vas?"
¿Se apenó él un poco, o tuvo vergüenza, o se asustó?
(70) Se inclinó delante de ella, y le saludó, diciendo:
"Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, ojalá
estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de
salud, Señora y Niña mia? (71) Voy a causarte aflic-
ción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre
siervo tuyo, (72) mi tío; le ha dado la peste, y está
para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México
a llamar a uno de los sacerdotes amados de Nuestro
Señor, (73) que vaya a confesarle y disponerle; por-
que desde que nacimos venimos a aguardar el trabajo
de nuestra muerte. (74) Pero si voy a hacerlo, volveré
luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje, (75)
Señora y Niña mia, perdóname; ténme por ahora pa-
ciencia; no te engaño, (76) Hija mía la más pequeña;
mañana vendré a toda prisa.
Después de oír la plática de Juan Diego, (77) res-
pondió la piadosísima Virgen: "Oye y ten entendido,
hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta
y aflije, (78) no se turbe tu corazón, no temas esa
enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No
estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi
222 Jesús David Jaqubz
i ■-. ' ' ' ■r-*~ ' j . 4
sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura
en mi regazo? ¿Qué más has menester? (79) No te
apene ni* te inquiete otra cosa; no te aflija la enfer-
medad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está se-
guro de que ya sanó. (80) (Y entonces sanó su tío,
según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas
palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho;
quedó contento. (81) Le rogó que cuanto antes le
despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna
señal y. prueba, a fin de que le creyera. (82)
La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera
a la cumbre del cerrillo donde antes la veía. Le dijo:
"Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del ce-
rrillo, allí donde antes me viste y te di órdenes, halla-
rás que hay diferentes flores; (83) córtalas, júntalas,
recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia".
(84) Al punto subió Juan Diego al cerrillo, y cuando
llegó a la cumbre, se asombró mucho (85) de que hu-
bieran brotado tantas, variadas y exquisitas rosas de
Castilla antes del tiempo en que se dan, porque a la
sazón se encrudecía el hielo; (86) estaban muy fra-
gantes y llenas del rocío de la noche, que semejaba
perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas; las juntó
todas y las echó en su regazo. La cumbre del cerrillo
no era lugar en que se dieran ningunas flores, porque
tenía muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mez-
quites, y si se solían dar hierbecillas, entonces era el
mes de diciembre, en que todo lo come y echa a per-
der el hielo. (87) Bajó inmediatamente y trajo a la
Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar;
la que, así como las vió, las cogió en su mano y otra
vez se las echó en el regazo (88) diciéndole: "Hijo
mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prue-
ba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nom-
El Perenne Milagro Guadalupano 223
bre, que vea en ellas mi voluntad y que él tiene que
cumplirla. (89) Tú eres mi embajador muy digno de
confianza. (90) Rigurosamente te ordeno que sólo de-
lante del obispo despliegues tu manta y descubras lo
que llevas. (91) Contarás bien todo: dirás que te man-
dé subir a la cumbre del cerrillo, que fueras a cortar
flores, y todo lo que viste y admiraste, para que puedas
inducir al prelado a que dé su ayuda con objeto de
que se haga y erija el templo que he pedido." (92)
Después que la Señora del Cielo le dió su consejo, se
puso en camino por la calzada que viene derecho a
México; ya contento y seguro de salir bien, trayendo
con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no
fuera que algo se le soltase de las manos (93) y go-
zándose en la fragancia de las variadas hermosas flo-
res. (94)
Al llegar al palacio del obispo, salieron a su en-
cuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les
rogó que le dijeran que deseaba verle; pero ninguno
de ellos quiso, (95) haciendo como que no le oían, (96)
sea porque era muy temprano, sea porque ya le cono-
cían que sólo los molestaba, porque les era importuno;
y además, ya les habían informado sus compañeros que
le perdieron de vista cuando habían ido en su segui-
miento. (97) Largo rato estuvo esperando. Ya que
vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabiz-
bajo, sin hacer nada por si acaso era llamado, (98) y
que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se
acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse. (99)
Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que
traía y que por eso le habían de molestar, empujar
o aporrear, descubrió un poco (100) que eran flores,
y al ver que todas eran diferentes rosas de Castilla, y
que no era entonces el tiempo en que se daban, se asom-
224 Jesús David Jaque, z
braron muchísimo de ello, (101) lo mismo que de que
estuvieran muy frescas, tan abiertas tan fragantes y
tan preciosas. Quisieron coger y sacarle algunas, (102)
pero no tuvieron suerte, porque cuando iban a coger-
las, ya no veían verdaderas flores, sino que les pare-
cían pintadas o labradas o cosidas en la manta. (103)
Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto
y que pretendía verle el indito que tantas veces había
venido, el cual hacia mucho que por eso aguardaba,
queriendo verle. Cayó al oírlo el señor Obispo en la
cuenta (104) de que aquello era la prueba, para que
se certificara y cumpliera lo que solicitaba el inditOi
En seguida mandó que entrara a Verle. Luég© qüé eritrá
se humilló delante de él (1Ó5) ásí como antes lo hicie-
ra, y contó de ñügvó todo lo que había visto y admi-
rado y también su mensaje. Dijo: "Señor, hice lo que
me ordenaste, (106) que fuera a decir a mi Ama, la
Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios,
que pedías una señal para poder creerme que le has
de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas, y
además le dije que yo te había dado mi palabra de
traerte alguna señal y prueba (107) que me encargas-
te, de su voluntad. Condescendió a tu recado (108) y
acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prue-
ba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano
me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal
para que me creyeras, según me había dicho que me la
daría, y al punto lo cumplió: (109) me despachó a la
cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que
fuera a cortar varias rosas de Castilla. Después que
fui a cortarlas las traje abajo, las cogió en sus manos y
de nuevo las echó en mi regazo, (110) para que te las
trajera y a ti en persona te las diera. (111) Aunque
yo sabía bien (112) que la cumbre del cerrillo no es
El Perenne Milagro Guadalupano 225
lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos
riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por
eso dudé; (113) cuando fui llegando a la cumbre del
cerrillo miré que estaba en el paraíso, donde había
juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla,
brillantes de rocío, que luego fui a cortar. (114) Ella
me dijo, por qué te las había de entregar; y así lo hago
para que en ellas veas la señal que pides y cumplas
su voluntad; y también para que aparezca la verdad
de mi palabra y de mi mensaje. (115) Helas aquí, re-
cíbelas". (116) Desenvolvió luego su blanca manta,
pues tenía en su regazo las flores, y así que se espar-
cieron por el suelo todas las diferentes rosas de Cas-
tilla se dibujó en ella y apareció de repente (117) la
preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María,
Madre de Dios, de la manera q'ue está y se guarda
hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Gua-
dalupe. (118) Luego que la vió el señor Obispo, él
y todos los que allí estaban, se arrodillaron, mucho
la admiraron; se levantaron, se entristecieron y acon-
gojaron, (119) mostrando que la contemplaban con el
corazón y el pensamiento. (120)
El señor obispo, con lágrimas de tristeza, oró y le
pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad
y su mandato. (121) Cuando se puso en pie, desató
del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la
manta en que se dibujó y apareció la Señora del cielo.
Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. (122)
Un díá más permaneció Juan Diego en la casa del obis-
po que aún le detuvo. (123) Al día siguiente, le dijo:
"¡Ea! a mostrar donde es la voluntad de la Señora
del cielo que le erijan su templo". (124) Inmediata-
mente se convidó a todos para hacerlo. (125)
No bien Juan Diego señaló dónde había mandado
15
226 Jesús David Jaque z
Esta estatua de Juan Diego, entregando al Obispo Zumá-
rraga las .flores milagrosas, es una de las que con más
aproximación representan el tipo racial y la indumentaria
del santo vidente. Se halla en la sacristía de la Basílica
y sirvió de modelo para la que fué erigida en los jardines
del Vaticano en Roma, y que es de gran tamaño.
El Perenne Milagro Guadalupano 227
la Señora del cielo que se le levantara su templo pidió
licencia de irse. (126) Quería ahora ir á su casa a ver
a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave,
cuando le dejó y vino a Tlaltilolco a llamar un sacer-
dote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la
Señora del cielo que ya había sanado. (127) Pero no
le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa.
* (128) Al llegar, vieron a su tío que estaba muy con-
tento y que nada le dolía. Se asombró mucho de que lle-
gara acompañado y muy honrado su sobrino, (129) a
quien preguntó la causa de que así lo hicieran y que
le honraran mucho. (130) Le respondió su sobrino
que, cuando partió a llamar al sacerdote que le con-
fesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la
Señora del cielo, (131) la que, diciéndole que no se
afligiera, que ya su tío estaba bueno, con lo que mucho
se consoló, le despachó a México, a ver al señor
obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac.
Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó (132)
y que la vió del mismo modo en que se aparecía a su
sobrino, (133) sabiendo por ella que le había enviado
a México a ver al obispo. (134) También entonces le
dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo,
le revelara lo que vió (135) y de qué manera milagro-
sa le había ella sanado y que bien la nombraría, así
como bien había de nombrarse su bendita imagen, la
siempre Virgen Santa María de Guadalupe. (136)
Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor
obispo, a que viniera a informarle y atestiguar delante
de él. (137) A entrambos, a él y a su sobrino, los
hospedó el obispo en su casa algunos <lías (138) hasta
que se erigió el templo (139) de la Reina en el Tepe-
yácac, donde la vió Juan Diego. El señor obispo tras-
ladó a la Iglesia Mayor (140) la santa imagen de la
228 Jesús David Jaquez
amada Señora del Cielo; la sacó del oratorio de su
palacio; donde estaba, para que toda la gente viera y
admirara su bendita imagen. La ciudad entera se con-
movió; (141) venía a ver y admirar su devota imagen,
y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hu-
biese aparecido por milagro divino, porque ninguna
persona de este mundo pintó su preciosa imagen. (142)
La manta en que milagrosamente se apareció la ima-
gen de la Señora del cielo, era el abrigo de Juan Diego;
ayate un poco tieso y bien tejido. Porque en este tiem-
po era de ayate la ropa y abrigo de todos los pobres
indios; sólo los nobles, los principales y los valientes
guerreros, se vestían y ataviaban con manta blanca de
algodón. (143) El ayate, ya se sabe, se hace de ichtli
que sale del maguey. (144) Este precioso ayate en que
se apareció la siempre Virgen nuestra Reina, es de dos
piezas, pegadas y cosidas con hilo blando. Es tan alta
la bendita imagen, que empezando en la planta del pie,
hasta llegar a la coronilla tiene seis jemes y uno de
mujer. (145) Su hermoso rostro es muy grave y noble,
un poco moreno. (146) Su precioso busto aparece hu-
milde; están sus manos juntas sobre el pecho, hacia
donde empieza la cintura. Es morado su cinto. Sola-
mente su pie derecho descubre un poco la punta de su
calzado color de ceniza. Su ropaje, en cuanto se ve
por fuera, es de color rosado, que en las sombras pa-
rece bermejo, y está bordado con diferentes flores,
todas en botón y de bordes dorados. Prendido de su
cuello está' un anillo dorado, con rayas negras al derre-
dor de las orillas y en medio una cruz. Además, de
adentro asoma otro vestido blanco y blando, que ajus-
ta bien en las muñecas y tiene deshilado el extremo. Su
velo, por fuera es azul celeste; sienra bien en su ca-
beza; para nada cubre su rostro, y cae hasta sus pies,
El Perenne Milagro Guadalupano
229
230
Jesús David Jaque,z
*
El Perenne Milagro Guadalupano 231
ciñéndose un poco por enmedio; tiene toda su franja
dorada, que es algo ancha, y estrellas de oro por don-
dequiera, las cuales son cuarenta y seis. (147)
Su cabeza se inclina hacia la ^ derecha, y encima,
sobre su velo, está una corona de oro, (148) de figu-
ras ahusadas hacia arriba y anchas abajo. A sus pies
está la luna, cuyos cuernos ven hacia arriba. Se yer-
gue exactamente en medio de ellos y de igual manera
aparece en medio del sol cuyos rayos la siguen y ro-
dean por todas partes. Son cien los resplandores de
oro, unos muy largos, otros pequeñitos y con figu-
ras de llamas; doce circundan su rostro y cabeza, y son
por todos cincuenta los que salen de cada lado. Al par
de ellos, al final una nube blanca rodea los bordes de
su vestidura. Esta preciosa imagen, con todo lo demás,
va corriendo sobre un ángel, que medianamente acaba
en la cintura, en cuanto descubre, y nada aparece de
él hacia sus pies como que está metido en la nube. (149)
Acabándose los extremos del ropaje y del velo de la
Señora del cielo, que caen muy bien en sus pies, por
ambos lados los coge con sus manos el ángel, cuya
ropa es de color bermejo, a la que se adhiere un cuello
dorado, y cuyas alas desplegadas son de plumas ricas,
largas y verdes, y de otrasv diferentes. La van llevando
las manos del ángel, que, al parecer está muy conten-
to de conducir así a la Reina del Cielo. (150)
(Fin del Relato de Valeriano).
APENDICE NUM. 2
EXEGESIS DEL RELATO DE ANTONIO
VALERIANO
(1) "Apareció poco ha". La mayoría de los críti-
cos y cronologistas opinan que el Relato de Valeriano
fue escrito entre 1540 y 1544 o 45. Esto da una dis-
tancia de 9 a 14 años entre la fecha de las apariciones
y la redacción de este escrito, a justo título llamado
"el evangelio de las apariciones". Pero 9 ó 14 años
no se compaginan con el "poco ha" textual del autor.
Valeriano desde luego, debe haber tomado su tiempo
para redactar su documento. Este tiempo era el cómo-
damente necesario para informarse detenidamente y
conferir con Fray Juan de Zumárraga y con el mismo
Juan Diego y con Juan Bernardino, sobre el maravi-
lloso suceso, asegurarse bien de todo lo que iba a
escribir y formarse como relator, el más justo criterio
posible sobre un suceso tan importante. El escrito no
lleva fecha ninguna. Es creíble que el "poco ha" no
se extienda en realidad más allá de unos cuantos me-
ses, ya que de lo contrario, no se le hallaría sentido.
(2) Las palabras "se cuentan" parecen haber sido
escritas entre paréntesis, aunque se cree que son ori-
ginales del autor. En el Nican Mopohua no se cuen-
tan "todos los milagros que ha hecho". ¿Qué se dedu-
El Perenne Milagro Guadalupano 233
ce entonces? Hay varias suposiciones verosímiles: pensó
contarlos y no lo hizo: ¿por qué no lo hizo? Puede el
Obispo haberle sugerido que no era oportuno aún, por
no haber sido certificados los milagros, por no tenerse
datos suficientes sobre ellos, por no existir declaracio-
nes de la autoridad eclesiástica sobre su autenticidad;
tales motivos pueden haber inducido a Valeriano, varón
prudente, a no contar milagro alguno. Sin embargo,
desde el día de la translación a la Ermita, de la santa
imagen, hubo desde luego un milagro manifiesto y
público: Valeriano no lo refiere. ¿Escribió el relato de
los milagros en documento o escrito aparte, y éste se
perdió? No se tiene noticia de que tal documento haya
existido, pero ésta es sólo una razón de orden nega-
tivo. Don Fernando Alva Ixtlixóchitl hizo al calce
del relato- de Valeriano, varios agregados, ponderando
y contando milagros, pero de puño y letra suyos, no
de Valeriano (versión parafrásica).
(3) Valeriano toma su relato desde el principio
de una nueva etapa histórica; se vale de las mismas
palabras de la Virgen María "el verdadero Dios por
quien se vive"; como para hacer que su documento sea
también evangelizador y para afianzar más, fresco aún
el recuerdo del paganismo, esta verdad primaria de la fe.
(4) El "según se dice" se refiere lógicamente al
lugar de donde Juan Diego era nativo: Cuautitlán.
Este "según se dice" ¿corrobora el origen cuautitla-
nense de Juan Diego o lo pone en duda? Parece remi-
tirse al decir general de que era de Cuautitlán y en
tal caso resulta corroboratorio del aserto. Se ha dis-
cutido mucho si Juan Diego era de Cuautitlán o de
Tulpetlac; parece estar fuera de duda que era natu-
ral de Cuautitlán, y Valeriano da a entender su in-
clinación por ello; lo único discutible más bien parece
234 Jesús David Jaqubz
ser si Juan Diego habitaba en Cuautitlán o en Tulpe-
tlac. Ambos pueblos se lo han disputado, lo que es
explicable. La distancia mucho menor que hay de Tul-
petlac al Tepeyac, que de Cuautitlán al mismo cerrillo,
aparentemente favorece a Tulpetlac; pero esto no pue-
de tomarse absolutamente; intervienen la topografía de
entonces, el lago de Texcoco etc. 28 kilómetros entre
Cuautitlán y México (Tlaltelolco) y el regreso, no
son una distancia excesiva para el indio, buen cami-
nador, sobre todo en aquellos tiempos. Con su "trote
de indio", un poco como el del coyote, cualquier na-
tivo hace 56 kilómetros de ida y regreso, con toda
normalidad.
(5) "Amanecía". Luego Juan Diego debe haberse
levantado a eso de las 4 ó 4 y media para pasar por
el Tepeyac a la hora de amanecer que, siendo invier-
no, debe haber sido hacia las 6 de la mañana. Juan
Diego era ya un ferviente cristiano e iba camino de
su santificación; la Historia Sagrada nos habla fre-
cuentemente de la santa costumbre de madrugar, sana
por cierto para el cuerpo y para el alma. Consurgens
mane, consutgit mane diluculot levantándose temprano,
se levantó muy de madrugada, son expresiones frecuen-
tes en los relatos bíblicos.
(6) En el Valle de México de aquellos tiempos
abundaban los pájaros cantores más que ahora, que el
ruido de los hombres y aun las mudanzas naturales
y artificiales los han alejado. Los aztecas eran muy
sensibles al dulce canto de las aves: su mismo idioma
guarda aún algo de cantarino, de dulce y cadencioso.
La Virgen María atrajo la atención de su siervo por
un medio inicial muy adecuado a su naturaleza y su
idiosincracia, pero los cantos que oyó el indio eran más
dulces aún que los que estaba acostumbrado a escu-
El Perenne Milagro Guadalupano 235
char naturalmente. Desde sus preludios, la aparición
de la Virgen María se anuncia de la manera más dul-
ce y suave y en perfecta adecuación a la naturaleza
humana y a la naturaleza indiana.
(7) La noción del paraíso terrenal parece descon-
certante: Juan Diego no tuvo "mayores" ni "viejos"
cristianos, pues provenía del paganismo. ¿A cuáles
"viejos nuestros mayores" pudo haberse mentalmente
referido? ¿Algún resabio de paganismo respondiendo a
alguna noción de un paraíso soñado» por sus mayores,
indicio universal de los anhelos naturales de inmorta-
lidad del alma humana, salvaje o cristiana? Pero luego
piensa si estará ya en el cielo; el cielo según le habían
enseñado los franciscanos sus doctrinadores en Tlal-
telolco.
(8) "Estaba viendo hacia el oriente, arriba del
cerrillo": luego se había parado en alguna vieja vereda
que pasaba por el occidente; luego es muy claro que
venía de Cuautklán. Si hubiese venido de Tulpetlac
nada habría tenido que hacer en la falda occidental del
Tepeyac. Esto confirma su provenencia de Cuautitlán:
para venir de esa población hacia Tlaltelolco, en aque-
llos tiempos, había que bordear los cerros, de los que
el Tepeyac es el último, pues más al occidente se halla-
ban entonces las extensiones del viejo Lago, hoy dese-
cadas. El antiguo acueducto que terminaba en la Caja
de Agua de la Villa, cabalmente tenía un desarrollo
paralelo: bordeaba los cerros para evitar el lago. Así
se explica perfectamente por qué Juan Diego miraba
hacia el oriente y veía ante sí el Tepeyac.
(9) El original náhuatl, lengua en la que Vale-
riano escribió su relato y del que poseo una copia
moderna, dice textualmente: "Juántzin, Juan Diegotzin".
La Virgen María confirma el nombre cristiano de Juan
236 Jesús David Jaquez
Diego y por ende, el hecho de su bautizo. La forma
en que la Señora lo llamó indica mucha estimación y
simpatía, y aun una manera muy cariñosa de llamarlo.
Así habla toda madre buena cuando se dirige a un
hijo muy amado.
(10) Valeriano hace hincapié en que Juan Diego
no se sobresaltó. Un corazón sencillo y un alma pura,
son menos propensos al temor ante cosas extraordina-
rias; y, todo lo contrario, "muy contento, fue subiendo
el cerrillo". El primer indicio o prenuncio de la celes-
tial aparición era dulce y atractivo y deleitoso: Juan
Diego sintió esa belleza dulce en sus oídos y también
en su alma; es lógico que la presencia inicial de la
Señora hiciera llegar efluvios de dulzura y alegría
celestial a su predestinado, por eso fue que muy con-
tento fue subiendo el cerrillo. También se nota el
espíritu de docilidad y disposición genérica para obe-
decer y ser útil donde lo llamaron. Apenas se oyó
llamado, sencilla y cándidamente fue a donde le llama-
ban y a ver quién lo requería.
(11) Vió a una señora que estaba ahí de pie. Ya
antes hice notar que las apariciones de la Virgen María
suelen ser en esta digna postura. María estaba de pie,
como quien acaba de llegar y aguarda a alguien. Tam-
bién Gomo quien espera a un sirviente a quien va a dar
una orden. El sitio exacto donde la Señora se apareció
de pie la primera vez, fue una peña o risco de lo alto
del Tepeyac, mismo donde después pusieron, para mar-
car el sitio, un montón de piedras, luego una cruz de
madera y por fin una capilla, antecesora de la actual
Iglesia del Cerrito.
(12) El esplendor y la gloria sobrenaturales que
necesariamente llevaba consigo la Virgen, como cuer-
po glorioso y resucitado, como criatura especialmente
El Perenne Milagro Guadalupano 237
glorificada por Dios, transmitía como naturalmente su
belleza y*luz a todo cuanto la rodeaba. La descripción
de este fenómeno completamente lógico, que hace Vale-
riano, no puede ser más bella, en medio de su sencillez.
(13) La Señora llama cariñosamente a Juan Die-
go. El original náhuatl pone textualmente estas pala-
bras: "Juántzin, Juan Diegótzin", o sea el reverencial
de la lengua mexicana, que también denota ferviente
afecto. Es interesante que la Virgen se valió de una
lengua india que a partir de la conquista, comenzaba
a ser eclipsada por el idioma dominante, el español
de los conquistadores y personajes directivos de toda
la vida de la Nueva España. El azteca o náhuatl co-'
menzaba ya a ser, no obstante su belleza y gran cali-
dad lingüística, un idioma decadente. También en Lour-
des, la Señora habló a Bernardita, no en francés, que
la pastorcilla casi ignoraba por completo, sino en "pa-
tois", nombre genérico que en el caso, designa el
dialecto local "bigourdain" usual entre el pueblo mo-
desto de la región. La Virgen preguntó a Juan Diego
a dónde iba, no porque lo ignorara quien sabe bien
de todas las cosas, sino para invitar al indio a que
hablara, para trabar conversación con él y para provo-
car su respuesta de que iba a cosas de Dios.
(14) Juan Diego, que no sabía mentir ni tenía
para qué hacerlo, respondió con la verdad: iba a se-
guir las cosas divinas en Tlaltelolco. Hay en su res-
puesta dos rasgos notables. El primero, realmente im-
presionante, es que, según se deduce de sus propias
palabras, él bien supo desdé el primer instante con
quién .hablaba: la que se le aparecía era la Señora
del cielo, la misma que él veneraba en la imagen que
estaba en el altar de la iglesia de Tlaltelolco: "su casa".
Juan Diego no dudó un instante, sino que le dijo:
238 Jesús David Jaqu^z
Señora y Niña mía, o sea Señora de todo mi respeto
y Niña de todo mi afecto religioso. Todavía a la fecha,
en provincia los sirvientes suelen apellidar "niña" a
la señora de la casa, aunque no sea una niña, sino
toda una dama; niña es palabra de afecto respetuoso;
en el caso de Juan Diego, de afecto religioso. Tengo
que llegar a tu casa de México Tlaltilolco. La casa de
México Tlaltilolco, o sea el templo de Santiago Tlal-
telolco, en el que el vidente fue adoctrinado y bauti-
zado, era casa de Dios y casa de la Virgen, máxime
que los franciscanos eran muy adictos a la Purísima
Concepción. El otro rasgo es la clara distinción implí-
cita que Juan Diego hace: las cosas que nos dan y
enseñan. Efectivamente, los sacerdotes, delegados de
Nuestro Señor, nos enseñan la verdad, la doctrina, y
nos dan los Sacramentos, la Misa, el culto.
(15) La Virgen María confirma el pensar de
Juan Diego, revelándole que ella es esa misma Virgen
María a quien él rinde culto como Madre de Dios y
siempre Virgen. Y le dice que desea vivamente, es
decir, con un deseo muy grande e intenso. Providen-
cia maternal que desea vivamente remediar las graves
y urgentes necesidades de sus hijos.
(16) La Virgen ofrece todo su amor, compasión,
auxilio y defensa, como piadosa madre, a todos, mas
condiciona tales dones a algo obligado y que es con-
dición sine qua non de toda oración o petición que a
Ella se dirija: la confianza. No es lógico otorgar favo-
res a quien no cree en el benefactor y en su voluntad
bienhechora. La fe, la confianza, que nace de la fe,
son esenciales. María obra igual que Cristo, su Hijo;
"tu fe te ha salvado", solía decir a aquellos a quienes
curaba. J
(17) La Señora centraliza en un lugar material
El Perenne Milagro Guadalupano 239
y expreso, la fuente de sus bondades que viene a ofre-
cer: un templo. El templo es el lugar por excelencia
del culto a Dios y la veneración a' Ella misma. Además,
los humanos somos materiales: necesitamos por tanto
ayuda material: el recinto sagrado, el templo que invi-
ta a elevar el espíritu a Dios. También pidió el tem-
plo porque Ella había resuelto dejar su imagen y esta
imagen físicamente necesitaba un resguardo y un lugar
de honor. Por todo ello pidió un templo. Y lo pidió
"aquí en el llano": como si dijéramos, en lo llano y
accesible a nuestra flaqueza. La Basílica de Guadalupe,
si bien no está en el lugar señalado por Juan Diego
a Zumárraga, a causa de las condiciones del mal sub-
suelo, sí está genéricamente en el lugar pedido por la
Señora; está "aquí en el llano".
(18) La Virgen es agradecida: promete al indito
pagarle por su esfuerzo y diligencia; ese pago no había
de ser en moneda terrenal, ya que nuestras monedas
nada valen en el reino de las almas; el pago ofrecido
era espiritual: nada menos que la gloria eterna y aun
la temporal, pues Juan Diego es una figura gloriosa
en la historia mexicana. Y le pagó con todo el amor
que le dió, con la es'tima otorgada por Ella misma, al
través de todos los .guadalupanos de entonces y de
después, con la inefable felicidad del indito vidente y
con los 17 años que lo admitió a su servicio santo en
su ermita y luego, con el feliz anuncio que, según la
tradición, le hizo Ella misma a la hora de su muerte,
de llevarlo a que gozara de Dios y de su Madre en el
cielo.
(19) Juan Diego, cristiano diligente, ofreció con
plena y simple cortesía ir a cumplir su comisión e in-
mediatamente se puso en camino por la calzada recta
240 Jesús David Jaqubz
a la ciudad. El vidente toma el camino recto en lo topo-
gráfico y en lo espiritual.
(20) Fue sin dilación al palacio del Obispo. Este
se hallaba al costado norte del actual Palacio Nacio-
nal. No se entretuvo por el camino ni dejó el negocio
para el día siguiente. Era pues un fiel sirviente y el
más digno de cumplir aquella celestial misión.
(21) El indio se arrodilló ante el prelado. La ac-
titud indicada, tanto por respeto al primer jefe de la
Iglesia en Nueva España, como porque iba a pedir,
haciendo suya la petición de la Señora del cielo. El
mensaje divino no lo ensoberbeció ni lo infló: asumió
la actitud debida y no perdió por un momento su hu-
mildad.
(22) El Obispo escuchó, más no creyó por el mo-
mento. Actitud prudente de un jefe de la Iglesia. No
le constaba en modo alguno de la veracidad de las
palabras del indio, a quien sin duda veía por vez pri-
mera. Ofreció considerar el asunto para más adelante,
teniendo en cuenta la buena voluntad manifiesta en
el dador del recado.
(23) Juan Diego experimentó el amargor del fra-
caso: se vino triste y convencido de su frustración.
Esta frustración, él en su humildad la cargó sobre sí
-toda, achacando a su miseria o a su torpeza en expo-
ner su misión, el poco éxito de la misma.
(24) De regreso, se fue derecho a la cumbre del
cerrillo, o sea el lugar de la cita con la Virgen: tenía
que rendirle su desconsolador informe, misión penosa
y hasta humillante, pero fue. Acertó con la Señora del
cielo. ¿La encontró como por casualidad o la buscó por
la cumbre hasta dar con ella? Lo segundo es más ve-
rosímil.
(25) Juan Diego rinde su informe con toda exac-
El Perenne Milagro Guadalupano 241
titud. Dirige a la Virgen un calificativo que al vulgo
le parece ridículo: Señora, la más pequeña de mis hi-
jas. . . Cuando fue exhibida hace años la excelente pe-
lícula cinematográfica "La Virgen Morena", transcri-
biendo sonorizados todos los diálogos guadalupanos, el
público rió tontamente ante la frase: "la más pequeña
de mis hijas", que no entendió. Juan Diego no tenía
hijos ni los tuvo nunca. La locución es plenamente
azteca: quiere decir "la más mimada, la más tierna-
mente amada". Los aztecas tenían especial predilec-
ción por el hijo o hija menor, al que llamaban ordina-
riamente el "xocoyotzin" —he aquí el tzin reveren-
cial y afectivo. Las mismas leyes aztecas daban al "xo-
coyotzin" la preferencia: era él quien tenía los mayo-
res derechos a la herencia, como en Europa el primo-
génito; esto era razonable, pues se supone que, a la
muerte del padre, el hijo menor es el que queda más
desvalido. Aún en la actualidad,^ es frecuente que el
esposo diga a su esposa: — Mira, hijita. . .
(26) El Obispo, prudentemente, no da crédito de
buenas a primeras a la petición de un pobre indio des-
conocido, mayormente cuando relata algo nada usual:
una comunicación con la Virgen María. Lo trata sin
embargo con bondad y escucha todo su relato, pero le
da largas para otra ocasión. Siempre los mensajes de
lo alto han inspirado ''desconfianza por lo desusados y
es providencia de Dios que sea así, para que haya opor-
tunidad de que se acrediten plenamente.
(27) Juan Diego reconoce sinceramente que su po-
breza y pequeñez lo hace humanamente inadecuado pa-
ra tal embajada. Por eso, con llaneza sugiere a la Vir-
gen que envíe a alguien que por su significación mis-
ma, social o personal, merezca crédito, a alguien de los
16
242 Jesús David Jaqueíz
principales; conocido y respetado. Esta es la verdadera
humildad.
(28) Juan Diego, con sencilla elocuencia nacida
del corazón, mira su insignificancia y la exterioriza
con comparaciones llanas y ordinarias: soy gente me-
nuda, soy cola, soy hoja; también dice que él no es
sino un cordel (mecate probablemente debe haber di-
cho), una escalerilla de tablas. El no sabía en su santa
simplicidad que realmente era un cordel: una cuerda
de salvación tendida desde el cielo hasta la tierra, que
de ese cordel, el extremo superior lo tenía la Virgen,
pero el inferior, el que tocaba al suelo, lo tenía él mis-
mo. Tampoco sabía que, considerándose como una sim-
ple escalerilla de tablas, como las que usaban los in-
dios y usan aún muchos, era efectivamente la escalera
por donde la Virgen celestial bajaba y por donde todos
los creyentes tenían que subir, para llegar hasta ella
espiritualmente. Tal parece que hay algo profético in-
conscientemente, en estas dos expresiones y compara-
ciones de "escalerilla de tablas y cuerda". Hoy día in-
finitos no quieren aceptar a Juan Diego ni siquiera
como esa escalerilla para subir hacia la Señora; aunque
muchos en su tiempo y durando aún su vida mortal,
lo tomaban por intercesor, a justo título, ante la Santa
Virgen guadalupana. .
(29) No se queja de que la Señora le dé tales
órdenes, simplemente le hace ver su nulidad con rela-
ción a tal misión y lo hace con delicadeza, suavizando
su propio concepto respetuosamente, y por eso repite
sus calificativos de Niña mía, la más pequeña de mis
hijas.
(30) Juan Diego es un pueblerino simple. Sus
lugares habituales son sus callejas cuautitlanenses, po-
bres y primitivas, su solar, su tecorral, su jacal; gran
El Perenne Milagro Guadalupano 243
cosa es para él ir varias veces por semana al templo de
Tlaltelolco. La ciudad de México, ya con muchos miles
de habitantes y plétora de españoles, capitales y se-
ñores, debe haberle inspirado Cierto pueblerino temor,
acaso hasta repulsión: no era su ambiente. De sus pa-
labras se deduce que no la frecuentaba ni paraba en
ella; menos aún el palacio del obispo, que debe haberle
sonado a gran casa lujosa y muy respetable, que sus
pobres huaraches no eran dignos de pisar.
(31) Teme causar pesadumbre a la Señora y caer
en su enojo, no porque no tenga voluntad de ser sü
mensajero, sino porque ya se vió que no era apto para
el mensaje: frustró los deseos de la Señora con su in-
voluntaria pobreza y pequeñez. Vienen a la memoria
aquellas palabras de la Sagrada Escritura: "Y después
de que hubiereis hecho todo lo que se os hubiere man-
dado, diréis: Siervos inútiles somos." Juan Diego igno-
ra las Sagradas Escrituras, pero tiene su espíritu y
las cumple. Así han hecho siempre todos los santos de
condición humilde.
(32) La Virgen, humilde entre las humildes, que
en la Anunciación dijo al Arcángel Gabriel: "ecce an-
cilla Domini", he aquí la esclava del Señor, muestra
al 'instante cuan grata le es la humildad de Juan Diego.
Posiblemente con asombro del vidente venturoso, ésta
produce el efecto contrario al que él modestamente se
proponía. "Es de todo punto preciso que tú mismo. . ."
Y la Señora le dice esto después de haberle hecho
comprender que Ella tenía muchos servidores y men-
sajeros con quiénes contar. Juan Diego no podía saber
los fines arcanos de lo alto: los santos, o lo son sin
saberlo, o no lo son; no puede ser de otro modo. Y
acaso no vería la Virgen del Tepeyac en toda la tierra
azteca otro más humilde y más adecuado para su men-
244 Jesús David Jaquhz
saje. Por eso dice al indito: "Es de todo punto preciso
que tú mismo". Y hasta le pide su ayuda para que
"con tu mediación, se cumpla mi voluntad". ¡Qué glo-
ria para el manso contemplativo del Tepeyac!
(33) No sólo le ruega, sino que con rigor le
manda. La terminante orden de la Virgen María confir-
ma su voluntad de que él y no otro, sea el mensajero.
Esta orden hace que Juan Diego contraiga un com-
promiso moral con la Señora y se dé cabal cuenta de
que tiene que cumplir su misión, pese al primer fra-
caso.
(34) No podía ser de otro modo en un alma santa
y que veía la gloria celeste. Juan Diego, siempre dócil
y bien dispuesto, se pliega gustoso al mandato divino
y dice su motivo íntimo: no quiere causar aflicción a
su Señora y Niña: de muy buena gana irá, y al decirlo,
borra la leve mala impresión que creyó haber causado
a la Señora con sus razonamientos de hace un momento.
Por eso se esmera en reiterar su voluntad de obedecer,
y declara que el camino no se le hará penoso. Es como
si dijera que lo único que quiere ya, es partir a cum-
plir su comisión.
(35) Pero nuestro hombre es sensato y previsor
y ya tiene una experiencia en la forma como la prime-
ra vez fue desoído. Humanamente, prevé la posibilidad
de un segundo fracaso, que ya no será por su culpa,
pues él no hace sino obedecer.
(36) No era ya hora de volver a hacer su ges-
tión ante el obispo. Pero mañana por la tarde, cuando
se ponga el sol, vendrá al Tepeyac ya con la razón de
su embajada. Dice sencillamente a la Virgen lo que
va a hacer, indicando la hora razonable para una nueva
cita con Ella.
(37) Se despide de la Virgen Santísima con toda
El Perenne Milagro Guadalupano 245
cortesía. Supone acaso en su simplicidad impresionante-
mente infantil, que Ella lo estuvo esperando de pie en
el Tepeyac, lugar incómodo y poco grato, mientras él
regresaba con su informe y le dice que descanse en-
tretanto. Es un detalle conmovedor y que explica la
pureza sencilla y Cándida de aquella alma escogida.
(38) Es domingo, día de Misa obligatoria. Juan
Diego da a cada cosa su lugar y su tiempo. Primero
va a cumplir un deber sagrado; luego, le resta el tiem-
po para su misión, a hora adecuada.
(39) Además, tiene que estar presente en la cuen-
ta. Los frailes vigilaban que todo el mundo, principal-
mente los indios, cumplieran con el precepto divino de
santificar las fiestas y con el eclesiástico de oír Misa
los domingos y fiestas de guardar. Para ello, llevaban
estrecha cuenta a los indios: no los querían remisos ni
malos cristianos. Y es histórico que los mismos frailes,
en su celo, azotaban a los indios que habían faltado
al cumplimiento de este deber: así eran los tiempos y
así lo juzgaban ellos necesario para inculcar bien la
catolicidad entre aquellos miles de neófitos, tiernos
aún en su fe, o mejor quizá para que se dieran cuenta
de que faltando, habían cometido un pecado grave.
(■40) Juan Diego espera a que se disperse el gen-
tío. Puede haber dos razones que justifiquen ese pro-
ceder: la de cumplir el deber social de saludar a ami-
gos y conocidos' —él era bien notorio en Cuautitlán,
por ser nativo y viejo residente y su pobreza no obstaba
para que fuese conocido de miles de otros indios po-
bres como él—, ya de dar ocasión para irse sóld sin
que nadie lo interrogara y lo siguiera cuando iba a un
mandado insólito y en el que se le alcanzaba bien que
debía guardar discreción.
(41) La dificultad del mensajero, en esta vez, de-
246 Jesús David Jaque z
bió haber sido mayor que en la anterior; todo el que
insiste se expone a caer mal, a aparecer impertinente.
Sin embargo, logró ver al prelado.
(42) Juan Diego se entristece y llora. Le afecta
en su corazón sencillo y sensible, que el deseo de la
Señora tropiece con tantas dificultades; su actitud como
contrita podía también impresionar al Obispo para que
viera cuán a pecho tomaba el mensajero su misión. Era
un recurso humano que le salió de lo íntimo, del gran
deseo de que la voluntad divina se realizara. El había
aprendido en su Radre Nuestro, "hágase tu voluntad",
"venga a nos tu reino" y deseaba estas dos cosas que
no vienen a ser sino una. Además, el indio tras su apa-
rente impasibilidad, es sensible en su corazón. No hay
nada ficticio ni de dramatismo inoportuno en la acti-
tud descrita.
(43) El nombre de la Inmaculada suena por pri-
mera vez en toda la historia aparicional. ¿Valeriano lo
escribió de por sí o transmitió las palabras mismas de
Juan Diego? Es común creencia muy justificada, que
el evangelista de las apariciones confirió ampliamente
con el Obispo y con Juan Diego y tomó la debida nota,
mental al menos, de todos los detalles de estos suce-
sos. Sólo quien está así informado, puede relatar los
hechos con el verismo y genuinidad con que Valeriano
lo hace. Además ya hice notar antes que los francis-
canos eran sostenedores de la creencia en el misterio
de la Inmaculada, siglos antes de que la Iglesia la ele-
vara a la categoría de dogma. Si Juan Diego pronun-
ció este nombre ante el Obispo, era porque así había
sido doctrinado en Tlaltelolco.
(44) El Obispo hace preguntas al indito y le pide
una descripción de la Señora. Es completamente lógico
ese proceder. Podía temerse que se tratara de algo re-
El Perenne Milagro Guadalupano' 247
lacionado con el pretérito paganismo, cuyo recuerdo no
se podía haber borrado del todo en sólo diez años. Bus-
caba de seguro Zumárraga signos de catolicidad en la
aparición y en la forma misma bajo la cual decía mi-
rarla el indio.
(45) Sin embargo, Zumárraga no dió crédito aún,
como era de esperarse. Para aceptar una cosa sobre-
natural, se necesita tener plena fe en su calidad ultra-
terrena y esta fe no viene siempre por infusión de la
gracia divina, sino que se necesita una prueba irrefu-
table, por objetiva y real, de esa voluntad. No basta el
ruego de un humilde cristiano, rudo y sin cosa alguna
que lo autorizara para acceder a su petición; Juan Die-
go podía haberse engañado, podía soñar despierto.
Siempre la Iglesia es muy cauta en estas cosas para
no caer en error y no dejarse llevar de ilusiones hu-
manas.
(46) Era muy necesaria una señal, es decir, una
prueba tangible y real de que el relato del indio era
verídico. Sí había verdad. Dios daría esa prueba, si
la señal no se obtenía ¿cómo creer a la ligera?
(47) Juan Diego que estaba absolutamente seguro
de que no era juguete de ilusión, se mostró práctico:
dijo al prelado que pensara cuál era la señal que debía
pedir, para que fuese convincente.
(48) Tan cierto está de su verdad, que ofrece ir
al momento a pedir la señal, no bien el Obispo haya
dicho específicamente cual deba ser. La naturalidad de
la conducta de Juan Diego es clarísima y su buen sen-
tido suple a su falta de ejercicio o práctica en las
cosas sublimes del cielo, nuevas para él en su objetivi-
dad de las apariciones. •
(49) El Obispo vaciló y no osó especificar señal
alguna concreta. Acaso pensó que si todo aquello era
248 Jesús David Jaqubz
cosa de Dios, Dios proveería a una señal particular que
en sus altos y ocultos fines se reservara. Hay un as-
pecto de aparente incongruencia humana, pero de aban-
dono en las manos de Dios en el asunto, en esta acti-
tud del Obispo.
(50) Hay aquí una aparente reacción del Prelado:
manda a gente de confianza —no se sabe si frailes
(hermanos legos) o simples criados—, para que sigan
al indio y averigüen con quién habla o hacia dónde se
dirige. Es una medida práctica y prudente, pero ha de
ser ejecutada con discreción: si el indio se da cuenta,
puede frustrar sus fines.
(51) Juan Diego nada tiene que ocultar, pero Dios
sí. Mientras él va sencillamente por el camino que de-
be seguir ignorando que es vigilado, Dios frustra la
medida de prudencia humana, tan indicada, con una
sencilla y fácil medida de prudencia divina: los segui-
dores lo pierden inexplicablemente de vista. El puente
aludido estaba hacia el frente de la actual Basílica y se
le señala aún en los croquis o dibujos de los siglos
XVII y XVIII.
(52) La reacción humana ante lo desconocido di-
vino: la desaparición de Juan D*iego enojó a los sir-
vientes, porque echó a perder su misión. La frase Apor-
que se fastidiaron" parece denotar que lo buscaron
afanosamente y por largo rato.
(53) Era natural que los sirvientes achacaran a
hechicería de indio la desaparición, y natural también
que inclinaran al Obispo a no creer más en el para
ellos supuesto mensajero. La única explicación admi-
sible humanamente, era la de engaño y así lo tomaron
los criados.
(54) ¿Venganza o escarmiento de la servidumbre?
Posiblemente ambas cosas. Los indios eran considera-
El Perenne Milagro Guadalupano 249
dos —aún lo son en ocasiones y muchas veces no sin
fundamento— como niños grandes. Y para estos, dada
su escasa capacidad y su parco sentido de responsabi-
lidad, el. único remedio es el castigo material. Por eso
determinaron propinárselo.
(55) Mientras estas pequeñas cosas humanas y
rastreras se efectuaban, Juan Diego estaba con la San-
tísima Virgen. Es impresionante este detalle y digno
de meditación: los criados enojados, discutiendo y
proyectando alguna represalia: el objeto de aquel chis-
me, Juan Diego hablando con la Reina del cielo.
(56) Las cosas de Dios son extrahumanas, pero
nunca inhumanas: la solicitud del Obispo es completa-
mente sensata y aun necesaria. Los hombres en carne
mortal no tenemos la visión de las cosas divinas ni
podemos atinar, por medio de simples palabras huma-
nas, con el querer de lo alto. Por eso necesítamds los
signos, las señales, que nos den la evidencia de lo
que, por su naturaleza misma está más allá de nuestra
escasa, limitada comprensión. Por ello la Virgen accede
benigna a la petición del Obispo de México. Va dar
la señal. Nadie sabe que esa señal va a ser, no sola-
mente lo que el prelado representante de Nuestro Se-
ñor necesita, sino algo más: algo mucho más grandioso
y estable que un simple signo momentáneo y de alcance
humano.
(57) La Virgen sale garante de la sinceridad de
su embajador. El signo pedido y que ya Ella prometió,
no será tan sólo útil para respaldar la verdad de la
aparición y la voluntad de la Virgen, sino que también
servirá para que Juan Diego quede sincerado ante el
Obispo. Con esto, Ella cubre el honor de su mensajero,
haciendo que ya nadie dude de él ni de él sospeche.
Siendo Madre, ama a su hijito "el más pequeño";
250 Jesús David Jaquez
siendo Reina, protege a su subdito, hasta contra el
descrédito humano de que lo tengan por falsario o im-
postor. ¡Así obra el cielo!
(58) La Virgen despide por el momento al fiel
sirviente, no sin advertirle que su misión apenas está
en los comienzos. Le da al mismo tiempo la reitera-
ción de su próxima visita y el aviso de que al día si-
guiente lo aguarda.
(59) Hay un episodio momentáneamente descon-
solador: Cuando Juan Diego debía ir al Tepeyac por
la señal divina ya no volvió. . .. Parece una esfumación.
una frustración, un abandonar todo lo comenzado por
la Señora del cielo y colaborado por -su servidor.
(60) Pero todo se explica perfectamente: la re-
pentina enfermedad del tío y su agravamiento parecen
interferir en los proyectos de lo alto. Así a los hombres
nos parece que las vicisitudes de esta vida interfieren
en nuestra verdadera felicidad y en nuestra vocación
sobrenatural. No interfieren en el fondo, antes coope-
ran. Pero ésto los hombres solemos comprenderlo hasta
después.
(61) El vidente fue a llamar a un médico; bajo
tal nombre probablemente debe entenderse nada más lo
que los indígenas llamaban médico, al no tenerlos como
nosotros concebimos a un médico; debe haber sido un
curandero indígena, mitad administrador de pócimas y
hierbas, mitad hechicero. Si la idolatría había cesado,
la hechicería subsistía, como subsiste hasta la fecha y
no sólo en México.
(62) Bernardino, buen cristiano y Juan Diego no
menos, sino seguramente más, acuden al último auxilio:
el de la religión. Se ha visto que el enfermo está en
sus últimas horas: hay que llamar al confesor porque
El Perenne Milagro Guadalupano 251
ya no es el cuerpo el que cuenta, sino el alma: el en-
fermo va a morir.
(63) Muy de madrugada, Juan Diego corre, no
ya al Tepeyac .a gozarse en la celestial visión, sino
al prosaico y penoso cumplimiento de un deber: llevar
confesor a su tío.
(64) Una vez más se confirma la ruta habitual del
indito: el lado poniente del cerrillo, que indica su pro-
cedencia del noroeste, o sea de Cuautitlán.
(65) Juan Diego es sencillo como un niño. Sabe
de Dios y de la Virgen a la que ya ha visto y oído,
pero ignora aún muchas cosas; no alcanza a pensar
de lo divino, aunque ya lo haya visto, sino en términos
humanos. Y hace su lógica a su manera. Nada hay de
malo en esto; ¿cómo puede él pensar como pensaría un
teólogo? Nadie pide nunca los imposibles, ni aquí abajo
ni allá arriba.
(66) Se hace su breve y práctica reflexión: lo
primero es lo que por el momento urge más: no dejar
morir sin auxilios religiosos a su moribundo tío y pien-
sa caritativamente en que éste está aguardándolo con
el ansia de quien ve ya venir su postrer instante. Juan
Diego tuvo la virtud y la hombría para anteponer el
gran deber cristiano, no importa que no fuera dulce ni
grato, al bello placer divino de ver otra vez a la Virgen:
primero es la obligación que hasta la misma contem-
plación y los ascetas y místicos apoyan esta actitud
que es la debida en toda alma cristiana. ¿Pasó acaso
por su mente la idea de que si no sería mejor ver a
la Señora del cielo y contarle su cuidado, pidiéndole
salvara a su tío? Quizá, pero el servidor fiel y abne-
gado antes piensa en dar que en pedir. El deber es
el deber.
(67) Contra su costumbre, abandona su habitual
252 Jesús David Jaquez
vereda y pasa al otro lado del cerrillo, hacia el oriente.
Camino más áspero y que le imponía un rodeo retar-
dador. Pero él apresura el paso con la idea fija de la
urgencia que llevaba.
(68) Este es uno de los muchos párrafos que se
explican por sí solos, dada la suprema sencillez evan-
gélica de todo este relato. Digamos sin embargo, que
dominaba en el vidente la misma ideología cándida e
infantil. ¿Quién puede exigirle que entendiera de las
cualidades de los cuerpos resucitados y gloriosos, su
agilidad, sutileza, ubicuidad, impasibilidad, etc.? Juan
Diego no había estudiado la "Summa Teológica" de
Santo Tomás de Aquino. Toda esta actitud es com-
prensible humanamente y dentro de la sencilla manera
de pensar del Cándido y rudo pueblerino indio.
(69) Pero, María supera estas flaquezas e imper-
fecciones humanas: "la vió bajar de la cumbre del
cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la
veía". Parece que hay un discretísimo reproche de la
Virgen en esta su actitud. Le da a entender, sin nece-
sidad de palabras, que Ella lo estaba esperando, según
lo convenido y que era él y no Ella, quien había fal-
tado a la cita; pero no lo reprende, porque su pequeña
falla reconoce un motivo importante y hasta digno de
ser tomado como virtud: el deber antes que el placer,
así fuese el placer supremo de gozar de la divina apa-
rición. ¿Hubo una leve falta de confianza en la Seño-
ra, de parte del siervo? Ya dije que el buen servidor
antes piensa en dar que en pedir, y Juan Diego iba a
dar a un prójimo suyo lo más urgente, que era el au-
xilio de un confesor. No es humanamente posible pedir
más en un pobre indio, así fuese ya casi un santo.
(70) La Virgen le pregunta como con extrañeza:
¿Que hay? ¿a dónde vas? Juan Diego no debe ya andar
El Perenne Milagro Guadalupano 253
en todo el resto de su vida, sino por los caminos de la
Virgen María, que son los caminos que llevan en de-
rechura a Dios, término supremo de la vida humana.
Una circunstancia emergencial lo desvió momentánea-
mente, pero era una circunstancia de necesidad espiri-
tual y caritativa: no dejar irse a la otra vida al agonizan-
te, sin sacramentos reconciliadores con Dios. Por eso la
Virgen no lo reprende ni en lo más leve. Valeriano se
pregunta si el indito se apenó o tuvo vergüenza y si has-
ta se asustó. Se lo pregunta, con una suposición humana
muy comprensible, pero no afirma nada. Es de creer-
se que Juan Diego se apenara y avergonzara ante la
Señora, más por humildad y escrúpulo, que por tener
conciencia de una falta.
(71) Las palabras del indito dan a entender su
deseo íntimo de desenfadar a la Virgen, de hacerla
comprender que él es siempre su amigo leal. Son por
lo demás, de una inocencia encantadora, pese a su apa-
rente torpeza o impropiedad. Es el lenguaje, son las
preguntas a que él está acostumbrado, denotadoras de
simpatía, de interés, de deseo de que esté buena y con-
tenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud?
Ojalá estés contenta. . . ¿Quién se atreverá a reírse de
tan santo candor infantil? Estas preguntas son las
mismas que Juan Diego, amigable y bondadoso, hubie-
ra dirigido a un vecino, amigo o pariente y encierran
una inocencia y simplicidad admirables.
(72) Juan Diego con toda naturalidad da una ex-
plicación a su conducta, plenamente justificatoria, pero
anticipando delicadamente que va, a su pesar, a causar
aflicción a la Virgen. Probablemente quiere decir que
va forzadamente a contrariar sus deseos y sus planes,
pero interviene una causa de fuerza mayor, que no es-
254 Jesús David Jaquejz
taba en su mano evitar: la enfermedad de otro siervo
de la Virgen Santísima, su tío.
(73) Juan Diego le explica que va a llevarle a
"uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor".
Siempre el indito considera así a los buenos frailes:
"amados de Nuestro Señor". Los ve únicamente como
representantes de El y conductos para sus beneficios es-
pirituales. El indito es más lógico en estp, que miles
de cristianos modernos que no saben distinguir entre
el hombre con sus humanas flaquezas, y el delegado de
Dios y ministro suyo, lógicamente amado de El.
(74) Hay un leve tono de melancolía resignada
en la expresión de nuestro héroe: "Desde que naci-
mos venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte".
La melancolía, dice el gran Lacordaire, es compañera
inseparable de las almas de largo alcance y de los cora-
zones que sienten hondamente. Juan Diego no era ni
genio ni sabio: era simplemente un pobre hombre de
sano sentido común. Sus palabras parecen casi tomadas
del Libro de Job, en el que abunda aquella bíblica "me-
lancolía sobre la fugacidad de la vida terrena y la pers-
pectiva trabajosa de la muerte.
(75) Este párrafo apenas necesita comento ampli-
ficador: se explica por sí solo. Juan Diego entiende que
sólo hubo un contratiempo demorador en la impensada
enfermedad del tío. Pasado ese contratiempo, del que
él personalmente no espera sino nueva soledad, nueva
tristeza y otro luto renovador del de la muerte, dos años
atrás, de su compañera María Lucía, él da su palabra
de volver y reanudar la empezada obra que la Virgen
le ha encomendado y que, en sustancia, sólo sufre una
pequeña interrupción, de ningún modo esencial a los
fines.
(76) Se disculpa ante la Señora, él. que no tenía
El Perenne Milagro Guadalupano 255
culpa alguna en el contratiempo, le pide paciencia y le
reitera que en modo alguno trata de engañarla. El ig-
nora que la Virgen Santa sabe que su siervo no es
capaz de engañar a nadie y por eso cabalmente lo ha
elegido. Y la prisa con que ofrece venir al día siguien-
te, es indicativa de su deseo de subsanar la involunta-
ria demora.
(77) María oye mansamente todas las sencillas
explicaciones de su servidor, lo deja explayar con Ella
su cuita. ¿Para qué entonces viene al Tepeyac, sino
para oír penas humanas y dejar que los hombres ten-
gan el consuelo de referírselas, como a su Madre?
(78) Pero Ella no escucha con indiferencia ni es
desdeñosa ni incapaz de dar consuelo y alivió. Bien
luego, el indito aprende una lección ignorada de él.
Que todo eso que le aflije es nada, dado el hecho de
la protección divina, bajo la cual él mismo especialísi-
mamente se halla cobijado por medio de Ella. ¿Qué
mejor protectora ni valedora que la Madre de Dios?
Juan Diego obró como obramos todos: buscamos la
solución humana a nuestros problemas y dejamos para
lo último la divina. El no lo hacía llevado del espíritu
materialista y mal creyente que nosotros tenemos. Pero
era rudo y no entrenado aún en los caminos de Dios,
sino en forma elemental. Tenía grande fe y grande
amor a Dios y a María, pero no veía todavía, como
nosotros, que sí somos culpables de ello, que nada acon-
tece sino bajo la voluntad o la permisión divina y de
acuerdo con sus planes ignotos para los hombres. Dios,
dice un sabio adagio antaño popular, sabe escribir de-
recho con renglones torcidos. Y en el suceso del Te-
peyac y la gravedad de Juan Bernardino, el Señor lo
demostró una vez más. Por otra parte, Juan Diego no
obraba mal afligiéndose por la desventura y buscando
256
Jesús David Jaqubz
lo único que había qué buscar: una cristiana muerte
para su tío. Esos son los caminos ordinarios y todo
esto se comprende considerando que Juan Diego era
llevado por la Virgen Santa, por los extraordinarios.
(79) Las palabras de la Virgen no tienen nada
de reconvención, sino que son claramente avivadoras
de la confianza en su rudo pero fiel servidor.
(80) Le da lo que ningún hombre del mundo po-
día darle: la noticia segura y cierta de que su tío ya
sanó.
(81) - La fe es todo, como en mil formas lo dijo
siempre Nuestro Señor Jesucristo: la fe es la que salva
y es la que resuelve, por modo divino, que no humano,
todos los problemas y da remedio o consuelo a todas
las penas. Por eso los santos todos y también todas las
almas buenas, aun no santas oficialmente, en medio
de sus penalidades, frecuentemente mayores que las
nuestras, son secretamente felices. Se acomodan y con-
forman con la voluntad de Dios que sólo la fe les hace
entrever, ya genéricamente ya con individuación. Juan
Diego, poseedor de esa fe, se consoló mucho y quedó
contento. Esto es lo que hace la gracia, atraída por la
fe y que ningún hombre puede de sí hacer.
(82) Ida la pena, sigue el deber, ahora ya más
dulce y más grato, y el vidente sólo quiere hacer la
voluntad divina, ya expresada a él por la celestial apa-
rición. Quiere al instante, ya sin perder momento, hacer
esa voluntad y pide ser despachado al Obispo lleván-
dole la señal pedida por el prelado. Y aquí, en modo
realmente santo, se conjuga la voluntad humana con la
voluntad divina, ese "venga a nos tu reino" que cdn
frecuencia repetimos, pero que aún no sabemos enten-
der. Juan Diego necesita ser creído, no sólo como por-
El Perenne Milagro Guadalupano 257
tador de un mensaje celeste, sino en fe de hombre
veraz y que no ha inventado nada de sí mismo.
(83) La Virgen le deja entrever un nuevo prodi-
gio: allí donde antes él la veía, entre las desnudas ro-
cas rodeadas sólo de espinas y tristes hierbecillas agos-
tadas por el invierno, hallará flores. Todo un símbolo
de la vida espiritual: hallar flores de gracias divinas,
donde en lo humano sólo encontramos espinas y
desolación.
(84) Esas flores de milagrería, debe el vidente
traerlas a la presencia de la Virgen. ¿Por qué la Vir-
gen pide a Juan Diego que le lleve a su presencia las
rosas? Sencillamente, porque así tiene que ser en lo
natural: el sirviente tiene que mostrar que ha cumplido.
Pero hay otra razón, que sólo se comprende después:
la Virgen va a hacer un nuevo milagro: quiere tener
esas rosas, tocarlas con sus manos celestiales: ese con-
tacto probablemente, sea el que opere el milagro próxi-
mo, o sea el de la estampación. Dios puede hacer todos
los milagros que quiera, sin mediación de agentes fí-
sicos: no los necesita; pero sus milagros son nara los
hombres y estos sí necesitan verlos, palparlos y hasta
explicárselos en lo que a humanos es posible. Por eso
el contacto de las celestiales manos con las rosas y con
la tilma: ésta, porque va a ser el objeto físico donde
se estampe su imagen, aquellas, porque con sus colores
mismos, va a ser pintada, teñida esa imagen milagrosa.
(85) "Se asombró mucho". En nada obsta la fe
para el asombro. Juan Diego no dudaba, sino que
creía firmemente; pero al ver la maravilla de un jardín
celestial en tan árido lugar es natural que se asom-
bre: las obras de Dios son asombrosas desde todos los
puntos de vista.
(86) Hay que recordar que era diciembre, mes de
17
258 Jesús David Jaquez
hielos y fríos. No se sabe si aquel año el invierno haya
sido especialmente crudo; pero basta el clima normal,
sobre la cumbre expuesta a toda intemperie, de un cerro
pelón y seco, para que no hubiera probabilidad de que
hubiera rosas, máxime que entonces no había inverna-
deros ni cultivo alguno como ahora artificialmente han
sido puestos bellos jardines en el Tepeyac. El hecho
pues, era admirable y extraordinario.
(87) Este pasaje es clarísimo. Valeriano hace la
descripción justa del Tepeyac de entonces. Aun en
nuestros días, los lados norte y parte del oriente y oc-
cidente, que permanecen abruptos, son sitios áridos y
sin vegetación lozana de ninguna clase.
(88) La Señora tomó en sus manos las flores: este
era el agente físico-sobrenatural, si vale decir así, para
el adveniente milagro inesperado de nadie.
(89) La Virgen ahora, una vez dado el fragante
y milagroso signo pedido por el Obispo, envía ya una
orden terminante a éste, con su plena autoridad de
Madre de Dios y Reina del cielo.
(90) La Santa Virgen otorga a Juan Diego todo
un título para su misión; él es su embajador muy digno
de confianza. Juan Diego se ha hecho ya merecedor de
esta alabanza celestial, él que nunca tuvo ni en vida
ni ahora tras de tantos siglos, casi ningún elogio. Un
hombre muy digno de la confianza de la Señora, como
si dijéramos, "el hombre de sus confianzas", debía ser
mirado con un respeto y devoción que secularmente
le hemos venido regateando. Casi se piensa que la
misma Virgen lo declara varón santo. Falta que logre-
mos que la Iglesia lo ratifique para los fines del reino
de Dios, gloria de María y honra de la catolicidad y
de México.
(91) La rigurosa orden de la Reina del cielo hace
El Perenne Milagro Guadalupano 259
pensar que Juan Diego desde ese momento llevaba ya
en la tilma, sobre su pobre pecho moreno, la sacro-
santa imagen; el "rigurosamente" no se justificaría si
nuestro hombre llevara únicamente flores.
(92) El prelado, dice la Virgen, debe dar toda
su ayuda a fin de que se erija el templo. La Virgen
María es cuidadosa, meticulosa, se podría decir, en
lograr los fines de su bondad maternal que ansia dar-
nos, más de lo que nosotros ansiamos recibirlos. Así
es María, así es una Madre Celestial.
(93) Juan Diego cumple rigurosamente, tal como
la Señora le ordenó; no quiere que ni una sola de esas
rosas se le vaya a soltar: bien se le alcanza que son
flores de milagro y las cuida como un tesoro celestial.
(94) Los indios siempre han sido sensibles al en-
canto de las flores, su aroma, sus colores su fragancia.
Natural y sobrenaturalmente, el embajador de la Vir-
gen va gozándose en este bello don de la Señora y este
gozo debe haber sido más místico, que sensual y ol-
fativo.
(95) Los conserjes, sirvientes y segundones de
los personajes, siempre han sido los mismos y lo serán:
más duros, desdeñosos y altaneros que sus amos, que
son gentes más finas.
(96) Se hacían disimulados, como que no lo oían:
lo mismo hacen en nuestros tiempos y en todos, los
empleados, conserjes, ayudantes de funcionarios y per-
sonalidades. No quieren molestarse ni hacer honor a
sus jefes, pues su rudeza y lo pagados que están de
sus puestecillos, los hacen inhumanos.
(97) Además, estaban enterados de lo que ellos
deben haber calificado como una "jugarreta", cuando
desapareció de la vista de sus compañeros. Sólo que
ellos no sabían que era una "jugarreta" providencial.
260 Jesús David Jaquez
(98) Juan Diego hizo lo que cualquiera otro hu-
biese hecho: esperar. No se sabe si una hora o dos o
más, pero Juan Diego esperó. De pie, porque nadie fue
capaz de ofrecer una silla a aquel a quien el cielo había
ofrecido regalos únicos. Estaba cabizbajo y sin hacer
nada. Eso era lo visible; lo invisible era muy otra
cosa. Estaba cabizbajo, porque estaba reconcentrado
en la meditación casi contemplativa de las maravillas
que la Reina del Cielo acababa de hacer con él. Pare-
cía que no hacía nada, pero hacía algo muy santo: orar,
adorar el poder de Dios, considerar las bondades de
la Virgen María; todo esto es hacer mucho espiri-
tualmente.
(99) La eterna curiosidad importuna de los cria-
dos y mozos. No quieren cumplir con su deber de aten-
der al visitante, que algún negocio lleva que ellos no
tienen por qué conocer, pero sí quieren satisfacer cu-
riosidades con una gula mental que poco los honra.
(100) Esa curiosidad grosera amenazaba pasar a
mayores. Juan Diego decide sacrificar lo menos por lo
más: trata de calmarlos para que no le abran su tilma,
cosa que la Virgen no quería y les deja entrever que
sólo son flores. ¿Temía ser aporreado y molestado fí-
sicamente? Es posible, pero lo que principalmente le
importaba, era preservar el tesoro celestial de las mira-
das de los impertinentes; por eso obró así.
(101) Los groseros criados se asombraron mucho:
luego la existencia de aquellas rosas, en esos tiempos
de muy rudimentaria y parca jardinería, era, por sí
sola,, motivo de asombro.
(102) La codicia y curiosidad de los insolentes
servidores del obispo llega a un grado abusivo: quieren
coger unas flores que no les están destinadas.
(103) He aquí un milagro en el que poco se ha
El Perenne Milagro Guadalupano 261
parado la atención, quizá porque fue sólo un milagro
momentáneo y emergencia]: las rosas desaparecían ba-
jo los indignos dedos de los tales criados: siempre lo
sobrenatural y divino se retrae y se oculta ante lo sen-
sual y grosero.
( 104) La luz se hace en la mente del prelado: aho-
ra comprende la razón de todo lo anterior y la santa
insistencia del indito y recuerda que él mismo había
pedido una señal.
(105) Juan Diego viene ya triunfante pero no por
ello se enorgullece. Su actitud es la de siempre, de res-
peto al prelado; también él es uno de los "sacerdotes
amados de Nuestro Señor", le debe acatamiento y se
lo rinde tan humilde como siempre.
(106) Juan Diego hizo lo que le ordenó el obispo.
Las palabras del obispo no habían sido una orden pre-
cisamente, sino casi una mera sugestión o salida; pero
Juan Diego las considera como una orden, por dos ra-
zones: porque salieron de la boca de un obispo, sacer-
dote de primera calidad y rango, y porque se relacio-
nan con una voluntad de la Madre de Dios y ésta sí
es una orden y orden divina. Además, el indito tiene
pleno y legítimo derecho a demostrar que cumplió tanto
con los hombres, como con Dios.
(107) Es de notarse que Juan Diego llama a la
Virgen "su Ama"; lo es y de una manera muy espe-
cial; ¿no está él a su servicio en todo este negocio y
aun para siempre? Juan Diego es buen informador:
dice y trae a la actualidad toda su actuación en el
asunto y natural y sencillamente elocuente, como quien
tiene un gran fundamento interior, antes de entregar
la señal pedida, da las justas razones que explican y
anteceden necesariamente a esa entrega, realzándola
como es debido.
262 Jesús David Jaqubz
(108) Marca la condescendencia de la Virgen y
el buen caso que Ella hizo de un recado del Jefe de
la Iglesia, representante de su Hijo Divino. Juan Diego
sabe interpretar con sencillez estas cosas altas pero
claras.
(109) Exalta la bondad solícita de la Señora que
al punto cumplió con la petición episcopal, aunque ha-
bía sido genérica tan sólo.
(110) Explica, como era conveniente, la forma en
que la Virgen hizo su obra.
(111) Especifica que esas flores celestes eran só-
lo para el Obispo y que sólo a él en persona debía
entregarlas y que así lo hizo.
(112) Esta explicación es completamente huma-
na: Juan Diego bien sabía que se iba a tratar de un
hecho insólito, pero él pasó sobre esta consideración,
pues bien se le alcanzaba que estaba durante esos mo-
mentos situado en un plano de sobrenaturalidad y que
se trataba de cosas milagrosas.
(113) Al referir que él no dudó, no presume de
su fe, sino que simplemente expone al mismo tiempo
todo el sencillo panorama real del cerrillo y su aridez
y el de su estado de ánimo: cosas ambas convergentes
a la gran calidad milagrosa de los hechos.
(114) Termina de describir este panorama y re-
fiere que no hizo otra cosa que obedecer a los manda-
tos de lo alto.
(115) Después de las dudas y sospechas, Juan
Diego, el hombre leal y que no es capaz de engañar,
demuestra ostensiblemente con los hechos, que ha sido
veraz. Se conjugan aquí como ya las conjugó su Ama
Divina la veracidad celestial y la veracidad humana,
portadora y conductora de la primera.
(116) Ante hechos, no caben argumentos: ¡Aquí
El Perenne Milagro Guadalupano 263
están, recíbelas! Queda pues patente toda la veraci-
dad del suceso. Palabras breves pero de una elocuen-
cia contundente.
(117) Quieren algunos con estas palabras dedu-
cir que en aquel instante se hizo la estampación mila-
grosa en la tilma del indio. Ya antes expuse mis razo-
nes en contrario. El buen criterio se inclina a enten-
der en estas frases que fue entonces cuando por pri-
mera vez se vió dibujada y apareció patente a los ojos
de todos, la celestial imagen: antes, era un secreto que
no debía ser develado sino hasta el momento conve-
niente.
(118) Valeriano certifica que la tilma guadalupa-
na es genuinamente la misma que se guarda en la ermi-
ta, o sea la misma físicamente que todos hoy vene-
ramos.
(119) El Obispo y todos los de la casa episcopal,
atraídos estos últimos por la novedad y por los ante-
cedentes, muestran su contrición y pena por no haber
creído en un principio. Admiran la belleza sin par de
la bellísima imagen al mismo tiempo que el gran favor
del cielo.
(120) La milagrosa efigie de la Virgen, en toda
su hermosura, les arrebató el corazón. Ahí comenzó,
robusto y cordial todo ese culto guadalupano perdu-
rante hasta ahora.
(121) El Obispo Zumárraga eleva su corazón al
cielo y pide a la Madre de Dios perdón por sus dudas
y vacilaciones de un principio. Es una actitud plena de
sinceridad y de piedad de parte del venerable varón,
primer jefe de la cristiandad en Nueva España.
(122) La santa imagen es colocada provisional-
mente en su trono primero, el altar del oratorio epis-
copal. La burda tilma, sobrenaturalizada, recibe el ho-
264 Jesús David Jaquez
ñor debido y la manta de Juan Diego, al mismo tiempo,
es dignificada, dignificando al virtuosísimo embajador.
(123) El Obispo detiene al indito en su palacio,
tanto para agasajarlo un poco, por su calidad de en-
viado de la Virgen del Cielo, como conducto de una
gran gracia de lo alto, como para tener tiempo de
hacerlo relatar con toda calma y atención, las mara-
villas de que sólo él había sido testigo y que confir-
man, no solamente aquellos prístinos hechos mariales,
sino toda la verdad de nuestra fe.
(124) El Obispo no pierde el tiempo. Quiere al
momento debido, que Juan Diego le muestre el lugar
donde se ha de cumplir por mano de sus demás ser-
vidores y fieles, la voluntad de la Virgen María y
Juan Diego es el guía obligado' y único.
(125) Da la conveniente solemnidad al caso, con-
vidando a todos, es decir, a todos los del palacio epis-
copal y demás personas que quieran y puedan ir, a po-
nerse en marcha en aquella primera peregrinación gua-
dalupana.
(126) Juan Diego, apenas ve terminada su mi-
sión, modestamente quiere irse. Ya expliqué esta acti-
tud del héroe guadalupano. Es pueblerino y quiere re-
gresar a su pueblo; es pobre y quiere regresar a su
vida de siempre, que es vida de pobreza; es modesto y
recogido y busca la modestia y el recogimiento. Ahora
tiene en qué emplear todo ello: en la meditación y ad-
miración largamente rumiada y contemplada, de los
prodigios del cielo que se abrieron en el lapso de
breves días, ante sus viejos ojos de melancólico indio
de 57 años. Ahora que ya él no tenía ilusiones ni
alegrías en esta vida • — casi nunca las tuvo — tiene la
impensada felicidad de lo alto, anticipo de la eterna.
(127) Aunque Juan Diego tenía fe absoluta en
El Perenne Milagro Guadalupano 265
la Virgen, como siempre lo demostró, había motivos
para querer ir a reunirse con su tío. Acaso ello le daba
decoroso pretexto para inhibirse y huir de alabanzas
v admiraciones humanas. Una actitud plenamente cris-
tiana y recta.
(128) Probablemente Juan Diego no dijo a nadie
una palabra sobre la curación de Juan Befnardino
que la Virgen le comunicara, pues este hecho era per-
sonal y privado y no se relacionaba sustancialmente
con la tilma sagrada. Pero no lo dejaron ir solo, quizá
por cortesía para con el indito, conducto de aquellas
maravillas.
(129) Es natural el asombro del anciano Juan
Bernardino, dado que él no sabía gran cosa sobre los
insólitos hechos del Tepeyac, sino únicamente lo que
la Virgen le dijo cuando se le apareció a su vez.
(130) La pregunta del covidente es completamen-
te natural; además, es seguro que el tío sospechaba,
desde la aparición de la Virgen en su choza y lo que
Ella le dijo, cosas maravillosas con su sobrino.
(131) La aparición en casa de Bernardino es con-
firmatoria de la del Tepeyac, fue una aparición perso-
nal, puede casi decirse que privada a Juan Bernardino
y obrada para una cura milagrosa.
(132) El relato del tío corrobora todos lo suce-
sos relacionados. Su aparición y cura milagrosa fueron
el 12 de diciembre, poco más o menos a la misma hora
de la última aparición tepeyacense, acaso unos breves
minutos antes. La Virgen María, como persona plena-
mente resucitada y altísimamente gloriosa, goza en
inmenso grado, inferior sólo a Cristo su Hijo, de los
dones de la vida eterna; puede por tanto estar en dos
sitios a la vez, simultáneamente y en completa perso-
266 Jesús David Jaquez
nalidad, como puede trasladarse con la velocidad del
pensamiento a cualquier lugar de la Creación.
(133) La confrontación de las sendas apariciones,
mediante la plática de tío y sobrino, demuestran que
la Virgen se les apareció a ambos bajo un aspecto idén-
tico: unidad y armonía de los planes de Dios, de los
que Ella es perfectísima colaboradora.
(134) Exquisita cortesía de la Virgen: dar razón
al tío sobre la tardanza del sobrino.
(135) Juan Bernardino tenía que ser a su vez tes-
tigo y declarante de la aparición, para dar a ésta mayor
crédito humano y garantizar más la fe de todos los
futuros fieles.
(136) Fue Juan Bernardino el depositario único
del nombre de Guadalupe. Recuérdese la exposición
que sobre ésto hice anteriormente.
(137) Juan Bernardino, llevado ante la primera
autoridad religiosa del país, atestigua plenamente todos
los maravillosos hechos. Su ancianidad es un motivo
más de respeto y de fidedignidad.
(138) Un rasgo de bondad paternal de ese padre
de los indios, como adecuadamente se le ha llamado.
Si la Reina del Cielo los agasajó sobrenaturalmente,
él quiere hacer lo mismo humanamente. Además, no
todos los días encuentra un obispo a dos hombres que
hayan visto y oído a la Virgen María. Conversa lar-
gamente con ellos y se hace referir una vez más y con
los nuevos datos que el anciano aporta, la más deliciosa
historia marial del Nuevo Mundo.
(139) "Unos días. . . hasta que se erigió el tem-
plo". Esto corrobora en gran modo que la primera
ermita fue abierta al culto, con la sagrada imagen sobre
su pobre altar, el 26 de diciembre, si bien otros opi-
nan que lo fue hasta principios del siguiente año. Si
El Perenne Milagro Guadalupano 267
Fray Juan de Zumárraga tenía prisa por localizar el
sitio elegido por la Virgen, es creíble que también la
tuviera por levantarle su templo. Esta fue una de las
razones para que sólo fuese erigida uña modesta er-
mitilla.
(140) La Iglesia Mayor era la principal y epis-
copal de la Capital de la Nueva España y antecesora
de la Catedral posterior. El traslado debe haber sido
solemne y muy concurrido y se hizo todo ello para
que el pueblo pudiera verla y venerarla, que eran los
fines de la Virgen de Guadalupe.
(141) Un suceso que era único en el Nuevo Mun-
do, no podía menos de conmover a toda la ciudad. La
sociedad y el pueblo entonces eran bien cristianos y
los indios moradores de la Capital habían sido de los
primeros en la catequización tanto por estar más a
mano de los frailes, como por ver el ejemplo de los
españoles, reciamente fieles a su fe. La conmoción de
los habitantes de la ciudad es alentadora y en esta
actitud debemos ver el principio de todo el- guadalupa-
nismo multisecular que México heredó de aquellos que
aquel día se conmovieron. Aun ahora, debíamos de
conmovernos, por lo menos cada vez que vamos al
Tepeyac.
(142) Valeriano expone llanamente que el mayor
motivo de maravilla para los creyentes del México de
entonces, era que la imagen fuese de origen divino y
que nadie de este mundo la hubiese pintado. Esto hace
más incongruente e incomprensible la actitud de los
silenciadores, como los frailes de entonces y como Sa-
hagún que no supo de dónde nació esta devoción, sim-
plemente porque no se cuidó de saber lo que todos los
habitantes de la ciudad sabían perfectamente.
(143) El algodón, en la pobreza de aquellos tiem-
268
Jesús David J a q u e( z
pos y dada la tan rudimentaria agricultura de los azte-
cas, era para los mexicanos lo que después fue la
seda y lo que hoy son el lino o el nylon fino: un ar-
tículo de lujo. Esto explica por qué un indio pobre
sólo usaba ropas de ixtle de maguey, fibra tosca y
que estaba al alcance de todos.
(144) Valeriano o quizá sus transcriptores, escri-
ben ichtli; la escritura del náhuatl en letras europeas,
apenas comenzaba. Además, es muy probable que esta
grafía responda mejor a la pronunciación que los me-
xicanos daban entonces a aquella palabra.
(145) Modo convencional de medir, cuando aún
se desconocía nuestro actual sistema métrico decimal.
El señor Marcué en su artículo (apéndice 4 de este
libro), nos da las medidas exactas y la descripción
muy justa de la santa imagen.
(146) Bien dice don Alfonso Junco en el párrafo
con que termino mi Capítulo 8: la Guadalupana es
ante todo, en su aspecto exterior según la imagen que
nos dejó, "mexicana", y el mexicano, sobre todo el
del centro del país, es moreno por su descendencia et-
nográfica y por el suelo y clima: el hombre, se ha dicho
es un producto geográfico. Una fineza más de la Vir-
gen Guadalupana, al tomar el aspecto de semejanza
al pueblo a quien se vino a dar como Madre.
(147) Una descripción sencilla y exacta de la
santa imagen hecha con su peculiar sencillez y clari-
dad, por el cronista príncipe.
(148) Esta corona de oro no es muy visible á la
simple vista ni menos de lejos. Véase de nuevo el ar-
tículo del señor Marcué sobre este detalle.
(149) El ángel de la Guadalupana es sólo un
pedestal para la Reina de los Angeles.
El Perenne Milagro Guadalupano 269
(150) Termina el Relato de Valeriano con una
observación muy adecuada.
Esta es Nuestra Señora de Guadalupe Madre de
los mexicanos, pueblo tan necesitado por todos con-
ceptos, del socorro maternal de la Bendita Virgen,
Refugio de los Pecadores, Consuelo de los Afligidos y
Auxilio de los Cristianos. El mexicano, hambriento
siempre de bien, de felicidad, de paz, de amor, tiene
acaso mayor necesidad espiritual que otros pueblos,
más dotados de bienandanza material o menos sensiti-
vos que el nuestro.
El pueblo mexicano por innúmeras razones ances-
trales y por múltiples factores determinantes de su
idiosincracia, es el hijito desvalido que ha menester
más especialmente el socorro, la protección y el con-
suelo y hasta las caricias espirituales de una Madre
llena de bondad. Por eso "flores apparuerunt in térra
nostra": flores de alegría y de saudad para nuestras
espinas, por eso la Virgen de Guadalupe — Dios apro-
bante y apoyante^ — "non fecit taliter omni nationi",
no hizo nunca favor tan dulce y tan materno a ningún
otro pueblo.
APENDICE NUM. 3
CRITICA HISTORICA DEL EVANGELIO DE
LAS APARICIONES, POR
DON ANTONIO VALERIANO
El Cronista Príncipe de
LAS APARICIONES
(De un artículo del R. P. Marcos Gordoa, S. J.)
Jamás vio la historia transformación social y reli-
giosa más estupenda, ni tan claro, risueño y esplen-
doroso alborecer de un pueblo.
El cual lleva ventaja a todos los demás de la tie-
rra por haberle distinguido la Providencia, en la cu-
na misma, con peregrina intervención y raro privile-
gio, dándole una Imagen de María Santísima que
tiene por origen remoto varias apariciones de la mis-
ma Virgen al indio Juan Diego y por causa próxima,
un acto preternatural en cuya virtud sin que artista
humano interviniera, quedó pintada en la tilma del
indiezuelo una simbólica representación de la Inma-
culada Madre de Dios, como prenda de celestiales
El Perenne Milagro Guadalupano 271
dones para los nacidos en este suelo, y para cuantos
veneren, en este prodigioso trasunto, a la serenísima
Reina del Cielo.
El hecho mismo de las apariciones, si bien en su
causa excede las energías naturales (al menos en cuan-
to al modo), puede percibirse por los sentidos, y por
consiguiente cae bajo el contraste de la reflexión y
entra en la jurisdicción de la crítica histórica para in-
vestigar si real y verdaderamente aconteció como se
dice. Porque quien lo vio pudo con pleno señorío de
sus actos cerciorarse de que no padecía ilusión ni alu-
cinación, y aquellos a quienes él refirió el hecho tu-
vieron medios sobrados para aclarar la realidad y
darlo o no por verdadero e indubitable.
La relación contemporánea del suceso corre im-
presa y anda en manos de todo el mundo; pero con-
viene corroborarla demostrando que es auténtica y
fidedigna.
La crítica histórica se reduce a acrisolar el testi-
monio humano, cuya fe, instintiva en el niño, se hace
refleja en el adulto y científica en el historiador de
verdad, que cuenta con métodos idóneos para depu-
rar y certificar la objetividad de un testimonio.
Pues empecemos por el autor de la dicha relación,
Antonio Valeriano, indio, emparentado con Mocte-
cuzoma II, criado desde mozuelo en la escuela del
convento de San Francisco, de México, y fundador,
con otros muchos de sus iguales, del primer Colegio
que hubo en América, establecido en Tlaltelolco en
1536 por los franciscanos. Florecía allí la espléndida
cultura renacentista y el discípulo más aventajado del
plantel fue Antonio Valeriano. De él dice Sahagún
hablando de los gramáticos colegiales que le ayuda-
ban en su escritorio: "el principal y más sabio fue An-
272 Jesús David Jaqubz
tonio Valeriano". Francisco Cervantes Salazar, hu-
manista contemporáneo que trató con él, escribe: "no
cede un punto a nuestros gramáticos; es muy versado
en el conocimiento de la ley cristiana y por extremo
aficionado a la elocuencia". Gobernó a los indios de
la ciudad de México más de treinta y cinco años con
gran aceptación y edificación de los españoles. Feli-
pe II le honró con una carta laudatoria.
Nacido en 1516 (otros ponen 1524 ó 1526), en
Azcapotzalco, habitó en Tenochtitlán desde 1526. El
año de la Aparición (1531), contaba más de quince
años, Alumno (1536) y más tarde maestro (1577) en
Tlaltelolco, vivió a una legua escasa de la ermita del
Tepeyac; amante de su nación, industriado en la his-
toriografía por el propio Sahagún, hubo de averiguar
muy de raíz las apariciones; él, indio y cristiano, filó-
sofo y literato, hombre práctico y de gobierno, cuya
cordura y discreción hacía fe en el Consejo de In-
dias, y cuya acuciosa diligencia se muestra en la des-
cripción de la imagen hecha tan a menudo, que da
el número cabal de las estrellas que tachonan el man-
to.
Esta primorosa relación sacó de molde en su len-
gua original el bachiller Luis Lasso de la Vega el año
de 1649. La censura eclesiástica de la obra nos pre-
senta al segundo testigo, el P. Baltasar González, de
la Compañía de Jesús, rector del Colegio de Indios de
San Gregorio. Mexicanista de nota, recopilador de
anales y antiguallas indígenas, diestro entendedor de
jeroglíficos y escrituras, amantísimo de los indios, jui-
cioso y recto, que desempeñó en su orden cargos de
gran peso y responsabilidad; requerido por la autori-
dad eclesiástica para dar su fallo acerca de un libro
histórico, dice textualmente: "Hallo ésta — la reía-
El Perenne Milagro Guadalupano 273
ción — ajustada a lo que por tradición y anales se
sabe del hecho". El testimonio es fehaciente y apodíc-
tico; corría tradición del hecho; obraban en poder del
testigo muchas y varias fuentes históricas, y tradición
y anales confirmaban lo que Valeriano había escrito.
¿Y quién vio el original? En casa de su poseedor
don Fernando Alva Ixtlixóchitl, lo vió y copió don
Luis Becerra Tanco, sacerdote del Oratorio, tercer
testigo de nuestra causa. El dueño del manuscrito
era nieto, por parte de padre, de los reyes texcoca-
nos y, por parte de la madre, lo era de Cuitláhuac, el
penúltimo Emperador de México. Fue don Fernando
historiador del reino de Texcoco y opulento allegador
de mapas ideográficos, anales y poemas de la antigüe-
dad. Volviendo al tercer testigo, de su probidad sin
tacha responden los contemporáneos. De su compe-
tencia, podemos sentenciar por lo que él dijo de sí en
documento, presentado en 1666 a jueces eclesiásticos
que no se hubieran en modo alguno dejado echar da-
do falso: "Desde mi niñez entendí y hablé con pro-
piedad la lengua mexicana, por haberme criado fuera
de México, entre los naturales. Me perfeccioné en su
inteligencia con el arte. En mi juventud fui señalado
por lector de lengua mexicana en la Real Universidad,
antes que hubiese cátedra-, a pedimento de muchos es-
tudiantes. . . Me perfeccioné en la inteligencia de la
lengua mexicana con el ejercicio de ministro de doc-
trina por treinta y dos años, con el título de cura be-
neficiado, por La Majestad, de diversos partidos; he
comunicado con indios hábiles y provectos. He con-
ferido con ministros antiguos las cosas del gentilismo.
Con muchos desvelos llegué a entender el cómputo de
los siglos que usaban los indios en su antigüedad, con
sus ruedas, números y pinturas en que se contenían
19
274
Jesús David Jaqueíz
sus historias". Testigo tan abonado afirma que sacó
traslado de la relación de Valeriano, y a mayor abun-
damiento, que estaba respaldada con tradición unáni-
me y documentación copiosa de mapas y anales. A
rechazar testimonios como este, habría de recusarse
también toda la historia.
Becerra Tanco fue el primero que puso en lengua
castellana la narración de Valeriano, cuya traducción
es la más conocida y divulgada.
El cuarto testigo es don Carlos de Sigüenza y
Góngora, sacerdote, jesuita un tiempo, admitido de
nuevo en la orden al hallarse en paso de muerte. Me-
rece el dictado de polígrafo; desde poesías archigongori-
nas hasta macizos tratados de matemáticas, en todo
probó su ingenio con brillantísima fortuna. Pasma en-
contrar en las Indias Occidentales de Carlos II, hom-
bre tan erudito y de tan buen juicio. Distinguióse par-
ticularmente en paleografía, pericia en antigüedades
mexicanas y crítica tan certera y razonable —en estos
asuntos — que puede ser tenido por el mejor. Su te-
soro de antiguallas está encuadernado en veintiocho
tomos. En muchas de sus obras refiere el prodigio de
las Apariciones y de la Imagen como hecho cierto y
averiguado, de todos conocido y comprobado por buen
golpe de documentos irrecusables. Quiso nuestra for-
tuna que Sigüenza facilitase al P. Francisco de Flo-
rencia una traducción parafrásica de la relación de
Valeriano, hecha por don Fernando Alva Ixtlixó-
chitl y que Florencia, además de confundirla con el
original de Valeriano, asentase, al imprimir su obra,
que el autor de la dicha relación fue Fray Jerónimo
de Mendieta, Sigüenza rectificó el doble error y col-
mó las exigencias del crítico más avinagrado, confir-
mando su testimonio con juramento, "Digo y juro que
El Perenne Milagro Guadalupano 275
esta relación hallé entre los papeles de don Fernando
Alva que tengo todos, y que es la misma que afir-
ma el licenciado Luis de Becerra en su libro haber vis-
to en su poder. El original mexicano está de letra de
don Antonio Valeriano, indio, que es su verdadero
autor y al fin añadidos algunos milagros de letra de
don Fernando, también en mexicano. Lo que yo pres-
té al Rmo. P. Francisco de Florencia, fue una traduc-
ción parafrásica que de uno y otro hizo don Fernando
y está también de su letra".
Así habla un edificante sacerdote, eruditísimo, pro„
fesor de la Universidad de México, encarnizado in-
vestigador de papeles viejos y conservador amoroso
de archivos; que por entonces era el primum movens
de la vida intelectual de la Nueva España y cuya fa-
ma trascendió hasta la corte de Luis XIV.
El quinto testigo sale del fondo de los valles al-
pinos, de la Valtelina, un hidalgo, caballero del Sacro
Romano Imperio. Después de estudiar en Milán, mili-
ta en la guerra de sucesión de Polonia, reside en Vie-
na, de Austria llega a Madrid y pasa a Portugal con
letras comendaticias tan altas, que la Reina quiere
nombrarle ayo de los infantes. Prefiere volver a Ma-
drid y allí acepta un encargo de la condesa de Santi-
báñez, doña Manuela de Oca Silva y Moctecuzoma,
para la Nueva España, y helo en México desde el
año de 1736. En el siglo XVIII, el concepto de la His-
toria se desenvolvía de bien en mejor y toda persona
instruida creía imposible la historiografía, a no re-
unirse las fuentes y discutirse de antemano la auten-
ticidad de ellas. Era nuestro hidalgo don Lorenzo Bo-
turini Benaduci graduado en achaques de heurística y
de crítica, más los asuntos en que entendía le deste-
rraban muy lejos de los encantados y fragosos domi-
276 Jesús David J a q u q z
nios de Clío. A pesar de lo cual, al ver la Imagen de
Santa María Virgen de Guadalupe, oír su celestial
origen y quedar preso de ardentísima devoción, fue
todo uno. Decidió a entregarse con alma y vida a la
investigación histórica del caso. Dióse al trato con in-
dios y, pasados siete años de arduos viajes, de reñi-
dos asedios o poseedores de mal componer, hizo una
recopilación de manuscritos en veinte volúmenes y de
pinturas, a granel, la mejor que de asunto guadalu-
pano se haya hecho nunca, si bien recogía el investi-
gador toda clase de piezas que la suerte le deparase.
Hallándole el Virrey falto de expedientes oficiales
para ejecutar la coronación de la Imagen de Guada-
lupe, que le había otorgado el Cabildo de San Pedro,
de Roma, la real mano le confiscó el fondo de archi-
vos; le encarceló durante ocho meses; le deportó a
España en tan aciaga coyuntura, que cayó en garras
de corsarios ingleses, de las cuales escapó apenas con
vida. Fernando VI le rehabilitó nombrándole Histo-
riógrafo de las Indias. Mas no logró recuperar sus te-
soros. De tamaña opulencia sólo quedan algunas re-
liquias desparramadas por México, España y Fran-
cia; en el Archivo de Indias de Sevilla. . . el flamante
inventario de aquellas preciosas joyas, no catalogadas
de una en una, sino por docenas de rollos de mapas.
A despecho de tal estrago, nos resta un fragmento del
ensayo en que Boturini expone treinta y un funda-
mentos de la Aparición. Sólo se lee el primero que,
por dicha, versa sobre la fehacencia de la relación de
Valeriano. El mismo Boturini compuso en latín de la
época, tornátil y remilgado, una relación que repro-
duce, en substancia, el Nican Mopohua. Deduzcamos.
La actividad tan intensa, ilustrada y bien dirigida de
un historiógrafo de primer orden, vino a condensarse
El Perenne Milagro Guadalupano 277
y reducirse a este categórico dictamen: la relación de
don Antonio Valeriano es auténtica.
Merced a esta no interrumpida cadena de testi-
monios, podemos reconstruir la historia de la relación
original. Escrita de puño y letra de Valeriano, vino
por herencia a manos de don Fernando Alva (h.
1568-1648); de él hubo el manuscrito su hijo don
Juan Alva Ixtlixóchitl, quien se lo regaló a don
Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), el cual,
al morir, legó este y otros documentos encuadernados
en veintiocho tomos, al Colegio Máximo de la Com-
pañía de Jesús en México. Expulsados los jesuítas de
los dominios españoles por Carlos III, en 1767, los
papeles de Sigüenza pasaron a la Universidad de Mé-
jico, de donde se los llevó el general Scott, en 1847,
a Washington. Allí los vio, en el Ministerio de Esta-
do, don Luis de la Rosa, embajador de México.
De entonces acá, los investigadores no han podi-
do hallar el codiciado manuscrito.
Pero esta razón no vale para negar la existencia
de la obra. Los cuatro testigos que la abonan, hacen
fe; recusarlos, sería torcer y quebrantar los princi-
pios de la crítica. El testimonio de todos cuatro ase-
gura irrefragablemente la verdad de las apariciones
que tenían conocida además por otras fuentes; pero
ahora nos ceñimos a la testificación de la existencia del
documento: hubo una relación de las' Apariciones es-
crita por un contemporáneo digno de crédito. Al P.
Bahasar González se le debe creer que poseía y leyó
ana'es y mapas donde se narraba lo contenido en el
libro de Lasso. Por infantil y Cándido que fuese Bece,
rra Tanco, se le debe creer que copió el autógrafo de
Valeriano y que lo mismo hizo Lasso. Por endeble
que se juzgue la crítica de' Sigüenza y Góngora, se le
278 Jesús David Jaqu^z
debe creer su testimonio jurado; que estaba en su po-
der el escrito hológrafo de Valeriano porque el insig-
ne Paleógrafo no jura que se apareció la Virgen ni
que ello se demuestre históricamente; jura que poseía
el escrito auténtico de Valeriano. A Boturini le seña-
lan todos por tan feliz y aventajado en la ciencia di-
plomática, cuanto menos hábil y sin ventura en la sín-
tesis y composición de la historia; se le debe creer que
conoció el documento príncipe de la historia guadalu-
pana.
Hoy día está probado que todas las historias im-
presas de 1648 acá, provienen de la relación de Vale-
riano, la cual, según afirma Sigüenza y Góngora, lle-
vaba añadida la de muchos milagros atribuidos a la
Virgen del Tepeyac, compuesta quizá por Alva Ix-
tlixóchitl. Sigüenza sólo dice que están escritos de
mano del noble Anticuario. Del hológrafo de Valeria-
no se sacaron cuatro copias en lo substancial contes-
tes, la que imprimió Lasso de la Vega en 1649, la de
Becerra Tanco, la cual publicó añadiendo algunas
glosas en 1672; de la tercera queda rastro de cierto
fragmento vuelto en castellano por Tapia y Zenteno
en 1776; de la cuarta da noticia otro fragmento más
largo que el susodicho, puesto en romance por don
Joséph Julián Ramírez hacia (1765-72). De la ver-
sión parafrásica ya mencionada, de Ixtlixóchitl, pro-
viene el libro del Dr. Miguel Sánchez dado a las
prensas en 1648, y la Estrella del Norte, del P. Flo-
rencia, estampadas en 1688. Boturini mandó hacer
una traducción de las Apariciones, según el texto ná-
huatl de Lasso, de la cual traducción podemos leer
dos copias: la una se guarda en la Basílica del Tepe-
yac y se imprimió en 1894; la otra se halla en la co-
lección llamada de Aubin. Finalmente, en 1931 el Lic.
El Perenne Milagro Guadalupano 279
Primo Feliciano Velázquez publicó, traducida, con
abundantes notas filológicas, toda la obra de Lasso, la
cual consta: 1, de la relación de Valeriano; 2. de la
de varios milagros; 3 y 4, de prólogo y epílogo escri-
tos en lengua mexicana por Lasso, a quien hoy lla-
maríamos simplemente editor.
Quien leyere la relación auténtica de Valeriano, la
juzgará por obra histórica; da por sucedidos los he-
chos que narra; puntualiza las fechas y los días de las
apariciones; el 12 de diciembre de 1531 fue martes; se
refiere a un personaje histórico, el entonces Obispo
Electo de México; está exenta de anacronismos y, en
resolución provoca en el leyente espontáneo y seguro
convencimiento de que ^1 autor intenta comunicarle
una realidad histórica. Si leyendo, leyendo, alguien
le soplase al oído; lees un coloquio, un auto o miste-
rio, obrillas dramáticas a que los indios eran aficiona-
dísimos, replicaría el lector, amigo, o no lees lo que leo,
o desatinas.
Como buena parte de los papeles escritos en aque-
llas edades, el de Valeriano, que sepamos, no lleva
fecha; por tanto, no consta cuándo se escribió. Mas,
en tales contingencias, la crítica histórica se aventura
a conjeturarlo y llega a las veces a averiguarlo con
certeza moral, a las veces alcanza grados de probabi-
lidad más o menos firmes. Para ello escudriña el crí-
tico el contenido y las cualidades, lo intrínseco, de la
obra. Pues en ésta de que tratamos, suena una tal
casticidad de la lengua náhuatl, que no pudo sino
aprenderse en hogar indígena, cuando apenas llega-
ban, quizá antes de que llegaran los españoles. Voca-
blos, frases y construcciones son de habla no conta-
minada con la de los conquistadores; la misma en que
van escritos la Leyenda de los Soles (1558) y los
280 Jesús David Jaquez
Anales de Cuautitlán (1570), ambas obras compues-
tas por los primeros colegiales de Santa Cruz. Cote-
jada la relación de las Aparaciones con el relato de
los milagros, resalta ya la diferencia y salen al paso his-
panismos lexicográficos, fraseológicos y sintáxicos.
Mucho más sobresale la exquisita pureza de la len-
gua, si viene a parangón con la que usa en su Relación
Mercurina, fechada en 1713, don Joseph Antonio Pé-
rez de la Fuente.
El primor de la composición y estilo manifiestan
un ingenio educado en aquel primero y no bastardea-
do humanismo que ennoblecía las universidades de la
Península al empezar el siglo XVI. Por cierto, que el
renacentismo de los Nebrijas y Pincianos se concertó
con la filial ternura y devoción de la Madre de Dios
y con el amor patrio más fino, para cincelar en la dul-
císima lengua náhuatl la obra maestra del clasicismo
azteca, la Rosa de Oro con que el alma indígena co-
rrespondió a los amores y caricias de la Reina del
Cielo.
Suele decirse que esta relación se compuso por los
años de 1550, fecha, a nuestro ver, demasiado tardía.
Atreviéndonos a rastrearla y particularizarla por
nuestra cuenta y por los indicios del texto mismo,
primero, hallamos que el autor la expresa no en gua-
rismos, sino en aquella afirmación contenida en el tí-
tulo Nican Mopohua, "se apareció poco ha" y luego
en el primer renglón dice que la aparición fue diez
años después de tomada la ciudad de México, o sea
en 1531. Todo el punto está en estimar por años el
valor de ese "poco ha", los cuales, añadidos a 1531,
nos darían la fecha deseada. Ahora bien, la obrita se
escribió cuando ya había en Cuautitlán convento de
franciscanos y cura de almas. En 1538 los indios de
El Perenne Milagro Guadalupano 281
esta ciudad, muy populosa entonces, lograron del pro-
vincial, con grandes demostraciones de dolor, no les
quitasen los frailes que vivían allí de asiento; luego se
habían establecido algún tiempo antes, pongamos el
año de 1535. Cuautitlán (junto con Tepotzotlán) , fue
la primera población evangelizada por el convento de
México. Si, pues, Valeriano escribió alrededor del
dicho año, el "poco ha" equivale a cuatro años; si
después de 1538, a siete años, lo cual quizá es exce-
sivo para el "poco ha". Porque más abajo dice de Zu-
márraga: "el prelado que muy poco antes (de la Apa-
rición), había venido". Como esto sucedió el 6 de di-
ciembre de 1528, para el autor, "muy poco ha", equi-
vale a tres años menos tres días; por consiguiente, el
año de 1538 no justifica el "poco ha". Segundo: la
obra se escribió cuando ya había mudanza en la indu-
mentaria de los macehuales; no porque la capa de Juan
Diego no haya sido de algodón, sino porque, al describir
el ayate de ixtli (filamento de maguey), el autor ha-
ce recuerdos de lo pasado. Tal mudanza fue muy rá-
pida; en el códice de TJaltelolco, anotado por Barlon,
los caciques acompañantes del Virrey de Mendoza a
la guerra del Mixtón (1541), visten ya en parte a la
española. Tercero: tiene su dificultad aquella cláusu-
la; "y se llamaba don Fray Juan de Zumárraga", la
cual, a primera faz, supone que escribió Valeriano
después de 1548, en que murió el Arzobispo; y si es
así habían corrido diecisiete años desde 1531, lo cual
es de todo en todo incompatible con el "poco ha".
Siendo Valeriano excelente escritor y egregio huma-
nista (latino), antes de ahijarle tal incoherencia o dis-
tracción, es de considerar si el pretérito imperfecto
"se llamaba", vale por un presente. En las lenguas
helenística y latina de la misma época es común la
282 Jesús David Jaquhz
equivalencia: el escritor, abstrayendo del tiempo pre-
sente, sólo piensa en los futuros lectores y usa de la
forma verbal (imperfecto), con que ellos expresarían
lo que para el escritor es presente. Valeriano, pulido
autor de cartas latinas, había leído en las de Cicerón,
por lo menos, el imperfecto llamado epistolar cuyo va-
lor gramatical harto se le alcanzaba. Quizá añadió al
relato ya escrito, la susodicha cláusula, después de
muerto Zumárraga; pero tal conjetura carece de fun-
damento mientras el original no se compulse. Parece
que Valeriano conservó la lucidez de su ingenio hasta
la edad caduca; pero la relación de las Apariciones
trasciende a primavera. Como quiera que sea, la obri-
ta se compuso en la primera mitad del siglo XVI más
probablemente que en la segunda, por autor contem-
poráneo y apto sobremanera, que deslindó, a no du-
darlo, el asunto consultándolo tal vez con Zumárraga
y sentándose a cuentas con Juan Diego y con Juan
Bernardino.
Si la gloriosa Madre de Dios se dignó escoger al
macehual humilde y sencillo para manifestarse al
Nuevo Mundo, también hizo elección de un indio no-
ble cuyas letras, sabiduría y autoridad asegurasen a
las generaciones venideras la certidumbre del prodi-
gio Guadalupano.
Montezuma, N. México, abril lo. de 1945.
M. Govdoa, S. J.
APENDICE NUM. 4
COMO ES NUESTRA SEÑORA DE
GUADALUPE DE MEXICO
Por Alfonso MARCUE GONZALEZ
Al iniciar estos breves apuntes sobre el sagrado
lienzo donde originalmente quedó estampada MARA-
VILLOSAMENTE la venerada Imagen de Nuestra
Señora de Guadalupe, en México, cuya descripción
está basada en las observaciones realizadas a través
de la fotografía, es conveniente el fijar nuestra aten-
ción en las notables características de la Tilma o "Aya.,
te" donde está el celestial retrato de la Patrona de
América e Islas Filipinas.
Es un detalle básico que, unido a la descripción de
índole artística del portento guadalupano, estoy com-
pletamente seguro de que concentrará el interés de to-
dos los guadalupanos de nuestra Patria y, también, el
de los pueblos hermanos del Continente, y aun del
mundo entero.
La tilma de Juan Diego es un pobre ayate, en la
apariencia, algo tieso y bien tejido a mano, con fibras
de una de las plantas clasificadas con el nombre de
Agave, vocablo que en griego significa "admirable",
284 Jesús David Jaquhz
originario del altiplano de México, donde es conocido
por maguey.
El ayate donde quedó estampada milagrosamente
la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, mide:
considerando la superficie plana, pero sin tomar en
cuenta las partes dobladas en los cuatro extremos del
bastidor, donde está restirada la tela,- 105 centímetros
de ancho, por 168 centímetros de largo o altura.
El bastidor donde está restirado el AYATE o
manta, prenda que le sirvió a Juan Diego como capa y
conocida como tilma, es de madera de cedro, y consta
el marco que lo forma de cuatro tiras y dos más hori-
zontaltes que sirven para que el cuadro se mantenga
sin flexionarse.
Las huellas que se observan en todas las fieles re-
producciones fotográficas, son una prueba de la exis-
tencia en nuestros días, de esas tiras, que yo mismo
he tocado con mis manos varias veces.
El rostro de la celestial Imagen de María Santísi-
ma, mide: considerando una línea ligeramente incli-
nada hacia la izquierda, desde el cabello que termina
a la derecha, en determinado punto de la barbilla, 16
centímetros.
Otra línea recta, pero en dirección horizontal que,
atravesando por la nariz toma a la izquierda del ca-
rillo y que termina la dicha línea del dibujo en la
parte baja, a la altura de la oreja izquierda del rostro
de la Imagen, es de: 1 1' centímetros.
El cuello mide 9 centímetros en línea recta hori-
zontal, trazo inmediato a la túnica rosada, bajo la bar-
billa a la izquierda desde el pelo, terminando en el
galón dorado del manto.
Las manos, medidas desde la punta de las uñas a
las muñecas, en línea recta, son de: 14 centímetros.
El Perenne Milagro Guadalupano 285
Otra línea horizontal, bajo la felpa rosada de ios
puños, abarcando los extremos del manto, es de- 55
centímetros.
. Los extremos de los cuernos de la luna, en línea
recta horizontal son de: 62 centímetros.
El rostro del ángel que está a las plantas de la
celestial Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es,
desde su oreja derecha en línea recta al extremo iz-
quierdo, de 8 centímetros.
Las alas, en la parte visible, las más largas, de
color púrpura, en ambas puntas, son de: 60 centíme-
tros. Y las ocultas miden, hasta sus extremos, 72
centímetros.
Considerando otra línea horizontal, medida de de-
do a dedo de! ángel, es de: 37 centímetros.
La corona, que en realidad existe sene la parte
superior de la cabeza de la Imagen Guarletlupann, so-
bre el manto azul, es de: 16 centímetros; y de 6 cen-
tímetros es la medida de altura de los picos.
Nuestra Señora de Guadalupe, tient de altura,
medida escrupulosamente, desde la parte sunerior.de
la cabeza, sobre el manto azul-verde mar, a ¡h punta
de la sandalia, 143 centímetros.
Estas medidas fueron sucesivamente rectificadas en
tres ocasiones, y estando la Imagen libre del crHv.!
que siempre la protege; la última vez ratifiqué estas
mismas medidas la noche del jueves 21 de marzo de
1946, en ocasión de haberse sacado una fotografía
que más tarde sirvió para imprimir los cromos más
fieles en colorido que se han hecho de la Sagrada
Imagen Original, en ocasión de haberse celebrado el
25o. Aniversario como Abad, del Ilustrísimo Monse-
ñor Feliciano Cortés y Mora al frente de la Insigne y
Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, en
286 Jesús David Jaque¡z
el Tepeyac. Conservo, con intención de no usarlo pa-
ra otra cosa que no sea el medir nuevamente el Ayate
de Juan Diego, la cinta metálica (metro) que esas
ocasiones sirvió para tal objeto.
La tela, como he dicho antes, mide: 105 centíme-
tros de ancho por 168 centímetros de largo, y está
completamente cerrada, sin abertura al centro, como
"Jorongo o Ruana" — formando una sola pieza, y cu-
ya trama y color crudo, semeja al cotense, de ahí el
nombre que se le ha dado de AYATE.
Nuestros ancestros consideraban esta prenda co-
mo parte de su vestimenta. Las dos piezas que la com-
ponen, están cosidas con hilo delgado del mismo ma-
terial, que no sólo ha resistido el peso y tirantez de
las dos piezas, sino el embate de innumerables pintu-
ras, medallas y rosarios, con que los devotos solían
tocar la Santa Imagen.
Toda la obra está ejecutada con una técnica espe-
cialísima desconocida hasta hoy, pero tiene alguna se-
mejanza a las pinturas tratadas al temple. No tiene
aparejo ninguno, ni imprimación más que el cuerpo
que los mismos colores le dieron, tupidos e incorpora-
dos con los hilos toscos por naturaleza que, debido a
su misma "grosedá y aspereza", de ninguna manera
es capaz para poder pintar en él; no obstante, en na-
da daña el asiento de los colores que parecen prove-
nir del zumo de las flores, dando viveza y realce a los
matices, que no se han alterado a través de más de
cuatro centurias.
Evidentemente, durante el transcurso de los si-
glos, el Sagrado Original, que se conserva en la Ba-
sílica de Guadalupe, ha sido objeto de leves retoques,
hechos seguramente con un sentido equivocado de
piedad, los que por fortuna no han afectado, en lo
El Perenne Milagro Guadalupano 287
fundamental, a la estampa original, aunque sí pueden
haber dado lugar a que el notable pintor don Miguel
Cabrera, confundiera los retoques y "otros modos o
estilos" de pintura aplicados después, calificándolos
como primitivos. Artísticamente la figura de la So-
berana Señora es de una perfección admirable. Nos
representa a la Santísima Virgen María en el Mis.-
terio de su Inmaculada Concepción.
El conjunto es hermosísimo, de originalidad úni-
ca en el mundo. Como antes anoté, mide la Sagrada
Imagen, 143 centímetros desde la cabeza a la punta
de la sandalia. El rostro, de óvalo perfecto, es de una
tonalidad rosada en fondo gris, combinación que pro-
duce, vista la Imagen a lo lejos, la impresión de un
color grisáceo rosado.
Los ojos, de rasgos perfectísimos, tienen tal ex-
presión de pureza y dulzura que arrebatan y encan-
tan. La nariz es perfecta. Y la boca, de labios delga-
dos que parecen sonreír, es inimitable. Al bellísimo
rostro lo enmarca negra cabellera que a la distancia
parece mancha; pero, si se ve de cerca y al través de
un cristal de aumento, aparecen hasta los sedosos ca-
bellos.
La túnica caudal que la viste y que en graciosos plie-
gues desciende hasta los pies, es de color rosa acarmi-
nado, que no han podido nunca copiar; es así como
color rosa seca, pero brillante. Raras flores de oro
finísimo bordan su túnica, sombreadas sus delgadí-
simas líneas doradas por otras aún más finas, de co-
lor rosa quemado, que dejan asomar el pie izquierdo,
por debajo de la punta de la cauda que sostiene el
ángel que está a sus plantas.
El manto es de un color azul verdoso, tal como se
ve a ciertas horas el agua del mar; y la cubre modesta-
288 Jesús David Jaque z
mente desde la cabeza, bajando en caprichosos plie-
gues que dejan ver el revés del manto, de un color
azul más pálido. Está orlado el manto de un galón
de oro y salpicado de estrellas, también de oro, en
número de cuarenta y seis.
Como escabel de sus plantas tiene la Soberana
Señora, una media luna de color oscuro; y todo el
conjunto está sostenido por un ángel de alas desple-
gadas y de bellísimo rostro que revela la inocencia de
un niño, y hace pensar en la felicidad de la gloria.
Las plumas superiores de las alas del ángel, son
de un azul plomizo y un azul pavo engrisado; las plu-
mas del centro son: las superiores que son grandes, de
un gris claro, con tendencias ligeramente verdosas;
las plumas centrales inferiores son gris claro con ten-
dencia amarillenta; y las plumas inferiores son de una
tonalidad roja de tendencia púrpura engrisada.
Un sol de variados tonos que van desde el rojo
Índigo y que decoran blancas nubes, pasando por el
anaranjado y el amarillo hasta el blanco reverberante,
que toca la figura de la Virgen, formándole magnífico
fondo sobre el que brillan rayos dorados que en nú-
mero de ciento veintinueve, la circundan. Las nubes
que enmarcan tan celestial conjunto, son de un blanco
pastoso desleído en colores grises y azulados.
Al lado izquierdo del cuadro se nota, en la parte
superior, una mancha semejante al rastro que deja
una gotera al caer sobre el muro; y gotera fue, pe-
ro no de agua, sino de ácido sulfúrico que por un
descuido del platero, que antes de que estuviera pro-
tegida la pintura por el cristal, limpiando el marco de
oro, que ya desde entonces tenía el cuadro, se de-
rramó, dejando sólo la mancha que patentiza un ver-
dadero milagro; pues el ácido sulfúrico, que destru-
El Perenne Milagro Guadalupano 289
ye hasta el cuero más resistente y que muerde el co-
bre y el acero, perdió la fuerza corrosiva al tocar la
frágil tilma de Juan Diego.
La Sacrosanta Imagen Original de Santa María
de Guadalupe, en la actualidad, presenta característi-
cas muy notables que permiten realizar estudios com-
parativos.
Los resultados obtenidos por medio de la refrac-
ción de la luz sobre placas fotográficas, han sido al-
tamente satisfactorias; y gracias a este procedimiento,
se ha descubierto, que bajo la capa de pintura blanca
que rodea el contorno de la Imagen, aparecen huellas
originales, como ya son visibles a la simple vista, en
las alas del ángel.
También se ha logrado el máximo detalle y equili-
brio en reproducción fotográfica a color y también en
la valorización correcta en la escala de grises.
Se ha copiado la Imagen usando placas especiales
de rayos X resultando lo que se esperaba. El trazo del
dibujo aparece intensamente bajo líneas muy negras,
como si se hubiera proyectado en la manta. Al ampli-
ficar fotográficamente esas líneas, los trazos aparecen
-difusos, distintos a otras líneas trazadas posteriormen-
te sobre el original.
La fotografía ha logrado copiar los colores origi-
nales con toda fidelidad y nitidez, y opaco en las zo-
nas retocadas.
Ultimamente la potente cámara fotográfica que se
utilizó para la toma de ciertas placas, al revelarlas se
descubrió entre lo ennegrecido del lienzo y precisa-
mente en el lugar de la corona, los lincamientos de
unos rayos y una faja de oro, que no se aprecia a
simple vista; pero que, fijándose bien, esa faja de oro
evidentemente une los rayos que forman la diadema
290 Jesús David Jaquez
que se ve en casi todas las reproducciones pictóricas
antiguas.
¡Con cuánta razón llamó la Santidad del Papa
León XIII "admirable Imagen" al celestial retrato de
Santa María de Guadalupe estampada maravillosa-
mente en la tilma de Juan Diego! Porque a la verdad
no hay en él nada que no sea digno de admiración, y
a medida que se le observa y se le estudia, material-
mente hablando, algo nuevo y sorprendente se descu-
bre en él. Y ya no digamos nada de la impresión espi-
ritual que se recibe al contemplarlo de cerca o de le-
jos, bajo tal o cual luz. Poetas, músicos, pintores, es-
cultores, gente de exquisito y acendrado temple intelec-
tual, han sentido ese no sé qué emanado de lo que
está más allá de las fronteras del espacio y del tiem-
po.
En cada línea finísima, en cada pliegue de la ro-
sada túnica o del manto sembrado de estrellas; en el
colorido inimitable, en la regia postura y sobre todo
en la inefable expresión del rostro de esta Imagen del
Cielo, que se sintetiza en una mirada de dulzura y
en una sonrisa de amor, hay siempre algo para nues-
tra admiración y nuestro éxtasis. Es, en verdad, una
inefable hermosura siempre antigua y siempre nueva.
Por eso no me he sorprendido por lo que se afir-
ma ahora, acerca de la visión de un busto humano que
se refleja en la córnea de los apacibles ojos de la
Virgen Inmaculada del Tepeyac.
Quienes, por su profesión de pintores, dibujantes,
fotógrafos, etc.; y por su dedicación a determinados
trabajos de carácter guadalupano habían venido es-
crutando, investigando, estudiando a base de obser-
vaciones progresivas sobre originales fotográficos sin
retoque, tomados directamente del Sagrado Original,
El Perenne Milagro Guadalupano 291
pudieron llegar, a base de paciencia, a la meta de ese
descubrimiento.
En el proceso de observación y revelación de ese
detalle que viene a dar nuevo valor de convicción so-
bre su origen sobrehumano a la Imagen de Nuestra
Señora de Guadalupe, han participado meritoriamen-
te varias personas.
Sobre este particular, en el que caben las deduc-
ciones naturales o lógicas, no puede entrar aún la evi-
dencia, pues afirmo que la superficie de la tela donde
está impresa la milagrosa Imagen, impide una repro-
ducción fotográfica nítida y detallada de la figura que
en realidad se mira en los ojos de la Virgen.
Se recordará que en una transmisión electrónica
efectuada el 1 1 de diciembre de 1955 se dió a conocer
al teleauditorio de la ciudad de México esta maravilla
de la visión del busto en los ojos de la Santísima Se-
ñora del Tepeyac.
Me he permitido transcribir la siguiente opinión
especializada del Dr. Javier Torroella Bueno, oculista
y médico cirujano, que da fuerza a estas afirmaciones
y aproxima una explicación científica sobre las mis-
mas. El documento dice así:
"Si tomamos una fuente luminosa y la ponemos
frente a un ojo, veremos que es reflejada por él; el lu-
gar a donde se refleja y que nosotros vemos, en la
córnea, ya que en el ojo sólo se pueden reflejar las
imágenes en tres lugares (imágenes de Samson Pur-
kinje) o sean la cara anterior de la córnea, la cara
anterior del cristalino y la cara posterior del mismo.
"Los caracteres de estas imágenes son los siguien-
tes:, la imagen de la cara anterior de la córnea es más
brillante, es derecha. La segunda imagen, es decir de
la cara anterior del cristalino, también es derecha, pe-
19
292 Jesús David Jaquez
ro menos brillante, y la tercera es invertida y poco lu-
minosa. Para poder observar estas dos últimas imá-
genes es necesario que la pupila esté en midriasis, ya
que se encuentran atrás del iris.
"La imagen de la Virgen de Guadalupe que se
me ha dado para su estudio, se encuentran en la cór-
nea los reflejos.
"Si tomamos un pedazo de papel de forma cua-
drada y lo ponemos frente a un ojo, nos daremos
cuenta de que la córnea no es plana (ni esférica tam-
poco ) , ya que se produce una distorsión de la ima-
gen de acuerdo con el lugar donde está reflejada.
"Si alejamos ese papel notaremos que aparecen en
el lugar contralateral del otro ojo; es decir, si una
imagen se está reflejando en la región temporal del
ojo derecho, se reflejará en la región nasal del ojo
izquierdo.
"En las imágenes en cuestión están perfectamente
colocadas de acuerdo con esto; la distorsión de las
figuras también concuerda con la curvatura de la cór-
nea".
Este interesante documento fechado el 26 de- mayo
de 1956, corrobora aún más todo lo dicho sobre lo
sorprendente, maravilloso y magnifícente del descu-
brimiento del busto reflejado en los ojos de la Ima-
gen de Nuestra Señora de Guadalupe. Es más, desde
el año de 1929 personalmente yo lo venía observando
a través de negativos fotográficos pero, por indicación
del Ilustrísimo Sr. Abad Feliciano Cortés, tuve que
guardar reserva,^ esperando seguramente mayores
oportunidades para darlas a conocer posteriormente,
como ahora lo afirmo categóricamente sin lugar a du-
da. Naturalmente que todo lo dicho queda sujeto, sin
prevención de ninguna especie, al juicio y mandato
El Perenne Milagro Guadalupano 293
de las Autoridades Eclesiásticas, encargadas de pro-
nunciar la última palabra sobre este apasionante asun-
to.
Finalmente, para que conste, copio a la letra un
nuevo y valioso testimonio relacionado con el mismo
asunto:
"Invitado que fui por el Sr. Alfonso Marcué Gon-
zález, a observar en el original de la Imagen de San-
ta María de Guadalupe las características de una fi-
gura de contornos humanos en los ojos de la Virgen,
doy a conocer por propia voluntad, lo que captaron
mis sentidos al respecto:
"Por observación ocular del hecho, comprobé lo
antes dicho por el Sr. Dr. Javier Torroella, que en la
córnea del ojo existen los reflejos y que la imagen apa-
rece distorsionada y. en el mismo sitio que en el ojo
normal humano. Pero al hacer dicha observación per-
cibí que la pupila del ojo emite los reflejos de la luz
que la baña.
'•'No conforme con la simple apreciación ocular, el
día 23 de julio del presente año hice una segunda ob-
servación provisto de Oftalmoscopio.
"Cuando se dirige la luz de este aparato a la pu-
pila de un ojo humano, se ve un reflejo luminoso bri-
llante en el círculo externo de la misma; siguiendo ese
reflejo y cambiando los lentes del oftalmoscopio en
forma adecuada, se obtiene la imagen del fondo del
ojo.
"Al dirigir la luz del oftalmoscopio a la pupila del
ojo de la Imagen de la Virgen, aparece el mismo re-
flejo luminoso, y siguiéndolo la pupila se ilumina en
forma difusa dando la impresión de oquedad.
"Este reflejo se aprecia en todos los sentidos en
que se dirija la luz, es brillante, viéndose en todas las
294 Jesús David Jaquez
distancias que alcanza la luz del aparato, y con los
distintos lentes del mismo.
"Este reflejo es imposible de obtener de una su-
perficie plana y además opaca como es dicha pintura.
Pero el fenómeno se efectuó.
"Pongo lo antes dicho a la disposición del Sr. Al-
fonso Marcué González, para los fines que juzgue
convenientes.
"En la Ciudad de México el día veintiséis de ju-
lio de mil novecientos cincuenta y seis. Dr. Rafael
Torija Lavoignet, Médico Cirujano". Rúbrica.
La Imagen de la Virgen Santísima de Guadalupe
que se venera en la Basílica del Tepeyac, en México,
es sobrenatural en su origen, milagrosa en su admi-
rable conservación, y que forma la prenda más gran-
de de amor que haya dado al mundo la Madre de
Dios.
"Bien se pueden repetir las dulces palabras de
nuestro amantísimo Padre el Papa Pío XII que dijo:
". . .A las orillas del lago de Texcoco floreció el mi-
lagro: en la tilma del pobrecito Juan Diego, pinceles
que no eran de acá abajo, dejaban pintada una ima-
gen dulcísima "que la labor corrosiva de los siglos
maravillosamente respetaría. ¡Salve oh Virgen de
Guadalupe. Emperatriz de América y Reina de Mé-
xico! Nos. colocamos hoy de nuevo sobre tus sienes
la corona que pone para siempre bajo tu poderoso pa-
trocinio la pureza y la integridad de la santa fe en
México y en todo el Continente Americano; porque
estamos ciertos de que mientras tu seas reconocida co-
mo Reina y como Madre, América y México se han
salvado" (Pío XII, 12 Octubre 1945). De su mensa-
je radiado a todo el mundo y escuchado en ei interior
El Perenne Milagro Guadalupano 295
de la Basílica, en el Cincuentenario de la Coronación
del sagrado original.
Y pregonar, ante la faz de todos los pueblos de
la tierra, con todo el entusiasmo de nuestros corazo
nes, lo que pronunció el inmortal Pontífice Benedicto
XIV "No ha hecho cosa igual con ninguna otra na-
ción".
APENDICE NUMERO 5
CRONOLOGIA GUADALUPANA
Año de 1474 (Día y mes inciertos)
. Nace Juan Diego (Cuautlatóhuac) en Cuautitlán,
estado de México, 18 años antes del descubrimiento
de América por Colón; 1492. Reinaba en México-Te-
noxtitlán el emperador Ahuízotl, tío de Moctezuma II.
Año de 1523.
Llegan a México los doce primeros frailes francis-
canos, evangelizadores de la Nueva España. Ellos fue-
ron Fray Martín de Valencia, Fray Francisco de So-
to, Fray Martín de la Coruña, Fray Antonio de Ciu-
dad Rodríguez, Fray Toribio de Benavente (Motoli-
nía), Fray García de Cisneros, Fray Luis de Fuen-
salida, Fray Juan de Rivas, Fray Francisco Jiménez,
Fray Andrés de Córdoba, Fray Juan de Palos y Fray
Pedro de Gante. Fundan la iglesia y convento de San-
tiago Tlaltelolco.
Año de 1524; día y mes ignorados.
i
Es bautizado Cuautlatóhuac junto con su mujer y
El Perenne Milagro Guadalupano 297
se les imponen los nombres cristianos de Juan Diego
y María Lucía, por Fray Toribio de Benavente (Moto-
linía, como los indígenas lo llamaban ) . Juan Diego
tenía 50 años de edad. Nq existe su acta de bautizo,
pero el sitio debe haber sido el templo de Tlaltelolco.
Año de 1529.
Muere María Lucía, esposa de Juan Diego, en
Cuautitlán. Juan Diego queda viudo a la edad de 55
años.
\
9 de diciembre de 1531, sábado, hacia las 5 de la ma-
ñana.
Primera aparición de la Virgen a Juan Diego en
la cumbre del cerrillo de Tepeyac o Tepeyácac (que
significa "en la nariz o extremo de la sierra"). Juan
Diego tiene 57 años. El mismo día por la mañana,
Juan Diego transmite el recado de la Virgen al Obis-
po Fray Juan de Zumárraga, en el Palacio Episcopal
de México.
9 de diciembre de 1531, hacia las 5 de la tarde.
Segunda aparición de la Virgen a Juan Diego en
el mismo sitio del Tepeyac. Juan Diego le refiere el
fracaso de su misión ante el Obispo.
10 diciembre 1531, domingo, hacia las 12 del día.
Tercera aparición de la Virgen a Juan Diego, ca-
si seguramente en el mismo sitio del Tepeyac. El mis-
mo día en el curso de la mañana y antes de esta apa-
298 Jesús David Jaquez
rición, Juan Diego había entrevistado al Obispo Zu-
márraga en el Obispado, por segunda vez; el Obispo
le había pedido una señal convincente de parte de la
Virgen.
11 diciembre 1531, lunes.
t
Ausencia de Juan Diego del Tepeyac, por la en-
fermedad de su tío Juan Bernardino. No hubo apari-
ción.
12 diciembre 1531, martes, hacia las 6 de la mañana.
Cuarta aparición de la Virgen a Juan Diego, cer-
ca del manantial (el Pocito). Camina con él unas 65
varas (como 50 metros) hasta donde estaba un árbol:
"Quauzahuatl", hoy día llamado cazahuate. Junto al
árbol espera a Juan Diego que sube a la cumbre del
Tepeyac donde antes la había visto, a recoger las ro-
•^s. El árbol estaba donde hoy se halla la sacristía
Parroquia Arciprestal de la Villa de Guadalupe.
"^31, hacia la misma hora, 6 de la ma-
~e a Juan Bernardino en
dándole al mismo
" * por ella a la
El Perenne Milagro Guadalupano 299
ese instante aparece la imagen de la Virgen de Gua-
dalupe en la tilma del indígena. Primera manifesta-
ción de la sagrada Imagen.
14 diciembre 1531.
Juan Diego va con el Obispo y le muestra el sitio
donde la Virgen María desea que se le edifique un
templo.
26 diciembre 1531, (o menos probable), 7 febrero
1532.
Translación de la Imagen milagrosa a su primera
ermita (Ermita Zumárraga), construida en el preciso
lugar que señaló Juan Diego, según indicación de la
Virgen María. Este lugar es donde la Virgen aguar-
dó a Juan Diego que subía por las rosas a la cumbre
del Tepeyac. Los cimientos de esa primera ermita es-
tán bajo el piso de la sacristía de la Parroquia de la
Villa de Guadalupe. El mismo día, durante la proce-
sión de traslado de la Sagrada Imagen, primer mila-
gro guadalupano al resucitar la Sma. Virgen ante su
imagen a un indio flechado durante el festejo proce-
sional.
Año entre 1540 y 1545.
El indio letrado Antonio Valeriano, nacido hacia
1520 o poco antes, escribe el relato de las apariciones-
guadalupanas por primera vez, Contemporáneo y ami-
go de Juan Diego y del Obispo Zumárraga; discípulo
y después profesor (1577) en Santiago Tlaltelolco y
posteriormente por largos años Gobernador (de In-
300 Jesús David Jaquez
dios) en la Ciudad de México. Escribió de puño y
letra el relato de las apariciones, oído sin duda del
vidente y el Obispo, en idioma náhuatl o mexicano.
15 mayo 1 544.
Muere Juan Bernardino, tío de Juan Diego, en
Cuautitlán y es traído a la ermita guadalupana por
orden del Obispo y sepultado allí.
3 junio 1548.
y Muere el Obispo Don Fray Juan de Zumárraga
en México, a la edad de más de 80 años.
Año de 1548, (día y mes ignorados).
Muere el santo indio Juan Diego en su aposentillo
contiguo a la Ermita de Guadalupe, a la edad de 74
años y habiendo vivido los 1 1 7 transcurridos desde las
apariciones, al cuidado de la Ermita y al servicio de
la Sma. Virgen. Seguramente está sepultado en la
primitiva ermita. Murió según unos, dos días antes
que el Obispo Zumárraga, según otros, pocos días
después.
Año de 1556, (fecha aproximada).
Construcción de la segunda ermita (Ermita Mon-
túfar), atrás de la primera, pero ocupando el área de
la primera ermita.
Año de \5'¿6.
Primera información o investigación sobre las apa-
El Perenne Milagro Guadalupano 301
riciones, hecha por el Arzobispo de México, Don Fray
Alonso de Montúfar.
Año de 1571.
Batalla naval de Lepanto, Grecia, y victoria de los
cristianos capitaneados por Don Juan de Austria, con-
tra los turcos. Una imagen de la Guadalupana fue el
lábaro del triunfo.
t
Año de 1647. Según otros, el de 1622.
1
Construcción de la tercera iglesia o Ermita de los
Indios, en el mismo sitio y solemne estreno.
26 de septiembre de 1629.
Translado de la sagrada Imagen de su altar en la
ermita, a la Catedral de México, a causa de las inun-
daciones de la Capital Mexicana. La imagen perma-
nece 5 años en dicha Catedral.
14 mayo de 1634.
La imagen de la Guadalupana es devuelta a su San-
tuario del Tepeyac.
Año de 1666.
Informaciones recogidas de tradición oral a 21 tes-
tigos ancianos y respetables, tanto indios como espa-
ñoles, de México y de Cuáutitlán. Se llevaron a cabo
por el Cabildo Catedral de México, "sede vacante".
12 marzo de 1695.
302 Jesús David Jaquez
Colocación de la primera piedra de la actual Basí-
lica con asistencia del Arzobispo de México y el Vi-
rrey de Nueva España, autoridades y pueblo.
Año de 1706.
Se erige en parroquia la Iglesia de los Indios de
.'a Villa de Guadalupe.
27 abril 1709.
Dedicación solemnísima de la actual Basílica. Tres
días después, la sagrada Imagen es colocada con gran
•celebración en su sitio en dicho nuevo gran templo.
9 febrero 1725.
Es erigida en Colegiata la gran Iglesia de la Vir-
gen de Guadalupe.
18 diciembre de 1747.
La Virgen de Guadalupe es declarada Patrona de
todo el Reino de la Nueva España.
Año de 1754.
El Romano Pontífice concede a la Iglesia Mexi-
cana la Misa y Oficio de Nuestra Sra. de Guadalu-
pe, para cada día 12 de Diciembre.
24 junio de 1757.
El pueblo de Guadalupe, donde se halla la imagen
El Perenne Milagro Guadalupano 303
milagrosa, es declarado Villa por Real Cédula de
España.
16 septiembre de 1810.
El Cura don Miguel Hidalgo y Costilla toma en
Dolores una imagen de la Guadalupana y la constitu-
ye en pendón de la lucha insurgente para la indepen-
dencia de la Nación Mexicana.
12 octubre 1821.
El Libertador de México, Don Agustín de Iturbi-
de da gracias solemnemente a la Virgen de Guadalu-
pe, en la Colegiata de la Villa, por la independencia
de México.
Año de 1822.
Es fundada por el Emperador Iturbide la Orden de
Guadalupe.
12 febrero 1828.
La Villa de Guadalupe es declarada Ciudad por el
Gobierno de la República de México.
Año de 1828.
El Congreso de México declara "día de fiesta Na-
cional" el 12 de Diciembre, fiesta de la Virgen de
Guadalupe.
11 agosto 1859.
304 Jesús David Jaquez
El Lic. Benito Juárez, Presidente Interino de Mé-
xico, declara de nuevo fiesta nacional y oficial el 12
de Diciembre, festividad aniversaria de la Virgen de
Guadalupe. La imagen de la Guadalupana permanece
durante muchos años en sitio de honor, presidiendo
las sesiones del Congreso de la Unión.
4 marzo de 1861.
El Gobierno del Distrito ordena a un militar libe-
ral que saquée la Colegiata de Guadalupe. Entre otros
objetos sagrados es robado el marco de plata de la
sagrada imagen. El Presidente Juárez, al tener cono-
cimiento del hecho, ordena se investigue, se castigue a
sus autores y se devuelvan todos los objetos robados
al Santuario Guadalupano.
12 de octubre de 1895.
Coronación solemne de la imagen de la. Virgen de
Guadalupe en su Colegiata (hoy Basílica), declarán-
dola Reina y Patrona de América.
23 junio de 1908.
Es conferida pontificiamente la dignidad de Basí-
lica a la hasta entonces Colegiata de Sta. María de
Guadalupe.
25 diciembre 1914.
Es fundada en la Villa de Guadalupe la Congre-
gación de Misioneros del Espíritu Santo, por el P. Fé-
lix Rougier, siervo de Dios.
El Perenne Milagro Guadalupano 305
14 noviembre 1921.
Es colocada una bomba de dinamita por manos cri-
minales al pie de la Imagen de la Virgen de Guada-
lupe, poco antes de mediodía. El mármol del altar se
hace añicos, el' templo sufre desperfectos ligeros, caen
candeleros y se hacen añicos los floreros; y el crucifi-
jo de bronce puesto al pie de la sagrada tilma se do-
bla y es lanzado al suelo. Ni la tilma milagrosa ni su
cristal ni marco sufren el más leve daño.
Año de 1935.
La Virgen de Guadalupe es declarada en Roma
patrona de las Islas Filipinas, por la calidad latino-es-
pañola de sus habitantes.
Año de 1939.
Es inaugurado en el Vaticano, en Roma, un mo-
numento a la Virgen de Guadalupe, copia del que
existe en la sacristía de la Basílica Nacional Guada-
lupana.
Año de 1941.
Los diplomáticos representantes de las naciones la-
tinoamericanas colocan las banderas de sus respecti-
vos países en astabanderas en el atrio de la Basílica
de Guadalupe.
25 noviembre 1952.
El Presidente de México, Lic. Miguel Alemán
306 Jesús David J a q u e, z
inaugura la estatua de Juan Diego (Cuautlatóhuac)
en los jardines del moderno atrio monumental de la
Basílica de Guadalupe.
20 enero de 1960.
El Presidente de México, Lic. Adolfo López Ma-
teos declara en Río de Janeiro, Brasil, ante numerosos
periodistas, que la imagen de la Guadalupana no pue-
de ser considerada como una obra de arte pictórico,
"porque no fue pintada por manos humanas" según la
leyenda.
INDICE
Págs.
Invocación. Dedicatoria 5
Motivación 7
Introducción 9
CAPITULO I. Lo perenne del hecho y lo inaprehensible
por la historia 12
CAPITULO II. Panorama cultural y religioso de la era
preguadalupana y sus proyecciones 25
CAPITULO III. Conato de reconstrucción de la fisono-
mía espiritual del Juan Diego preguadalupano 39
CAPITULO IV. Ultimos preparativos divinos para el
milagro y su eclosión 75
CAPITULO V. La subsistencia física del ayate y la
imagen durante 429 años. ¿Es también un milagro 99
CAPITULO VI. El ayate Juandieguino, ápice del milagro:
el milagro permanente 119
CAPITULO VII. Los tiempos posteriores a las aparicio-
nes hasta nuestros días, los impugnadores 152
CAPITULO VIII. La figura del vidente y del covidente
y la perspectiva del futuro '- 189
Breve explicación sobre los apéndices 209
APENDICE NUMERO 1. Historia de la Aparición de
Nuestra Señora de Guadalupe. (Nican Mopohua), es-
crito en náhuatl por Antonio Valeriano y traducida al
castellano por el Lic. Primo Feliciano Velázquez 213
APENDICE NUMERO 2. Exégesis del relato de Anto-
nio Valeriano 222
APENDICE NUMERO 3. Crítica histórica del evange-
lio de las apariciones por Don Antonio Valeriano. El
Cronista principe de las apariciones. (De un artículo
del R. P. Marcos Gordoa, S. J.) 270
APENDICE NUMERO 4. Cómo es Nuestra Señora de
Guadalupe de México. Por Alfonso Marcué González 283
APENDICE NUMERO 5. Cronología Guadalupana 296
Este libro se acabó de imprimir
el día 15 de julio de 1961, en la
imprenta Manuel León Sánchez,
S. C. L., Mariana R. del Toro
de Lazarín 7, México 1, D. F.
DATE DUE
1 0
DEMCO 38-297