Skip to main content

Full text of "El porqué del Partido Católico Nacional"

See other formats


uras  y  episodios 


de  la 


Él 


toria  de  méxico 


Francisco  Banegas  Galván 


El  Porqué  del  Partido 
Católico  Nacional 


Prólogo  y  Notas  de 
JOSE  BRAVO  UGARTE 


JL  I 

i      1298  I 
i      .P37  i 
I     B36  \ 
1960  1 


No.  83 

S6.00 


Editorial  Jus 


FIGURAS  Y  EPISODIOS  DE  LA  HISITORIA  DE  MEXICO 
Colección  publicada  por  la  Editorial  Jus,  S.  A. 
Plaza  de  Abasólo  14,  Col.  Guerrero.  México  3,  D.  F.  26-06-16;  26-05-40 
Por  Alfonso  Trueba,  del  1  al  15,  del  17  al  19,  del  21  al  27,  el  29,  el  36,  el 
47  y  el  69. 


1.  — Legítima  Gloria  (3a.  Edición)                                                     $  4.00 

2.  — Presidente  sin  mancha  (2a.  Edición)   ,  3.00 

3.  — Santa  Anna  (3a.  Edición)   3.00 

4.  — La  Guerra  de  3  años  (3a.  Edición)  ,  3.00 

5.  — Huichilobos   (3a.  Edición)    3.00 

6.  — Hernán  Cortés,  Libertador  del  Indio  (3a.  Edición)   3.00 

7.  — Zumárraga  (2a.  Edición)  ,  3.00 

8.  — Dos  Virreyes  (2a.  Edición)                                                         „  4.00 

9.  — D.  Agustín  de  Iturbide,  Un  destino  trágico  (3a.  Edición)  ....   ,,  10.00 

10. — Aventurero  sin  ventura  (2a.  Edición)    4.00 

I  L — La  Batalla  de  León  por  el  Municipio  Libre  (2a.  Edición)  ....   ,,  5.00 

12.  — La  Expulsión  de  los  Jesuítas,  o  el  principio  de  la  Revolución 

(2a.  Edición)   3.00 

13.  — Ensanchadores  de  México  (2a.  Edición)    4.00 

14.  — La  Conquista  de  Filipinas  (2a.  Edición)    4.00 

15.  — Don  Vasco  (2a.  Edición)   3.00 

16.  — Felipe  de  Jesús,  el  Santo  Criollo,  por  Eduardo  Enrique  Ríos 

(3a.  Edición)    5.00 

17.  — Doce  Antorchas    (2a.  Edición)    5.00 

1  8.— Fray  Pedro  de  Gante   4.00 

19.  — Retablo  Franciscano  ,  4.00 

20.  — Ñuño  de  Guzmán,  por  Manuel  Carrera  Stampa                         ,,  4.00 

2  I . — Cabalgata  Heroica,  Misioneros  Jesuítas  en  el  Noroeste. — 1  .  .   ,,  6.00 

22.  — Cabalgata  Heroica,  Misioneros  Jesuítas  en  el  Noroeste. — II  .   ,,  5.00 

23.  — El  Padre  Kino,  Misionero  Itinerante  y  Ecuestre  ,  4.00 

24.  — Dos  libertadores:  Fray  Julián  Garcés  y  Fray  Domingo  de  Be- 

tanzos    4.00 

25.  — Hazaña  Fabulosa:  La  Odisea  de  Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca  ,,  3.00 

26.  — Expediciones  a  la  Florida                                                            „  4.00 

27.  — Las  7  Ciudades.  Expedición  de  Francisco  Vázquez  de  Coro- 

nado                                                                                            ,,  5.00 

28.  — La  Iglesia  Mexicana  en  el  Segundo  Imperio,  por  J.  Jesús  Gar- 

cía Gutiérrez  ,  6.00 

29.  — Nuevo  México    3.00 

30.  — Acción  Anticatólica  en  México,  por  J.  Jesús  García  Gutiérrez  ,,  8.00 

31.  — Inquisición  sobre  la  Inquisición   (3a.  Edición),  por  Alfonso 

Junco    8.00 

32.  — Alamán. — Primer  Economista  de  México,  por  Alfonso  López 

Aparicio  ,  5.00 

33.  — El  Himno  Nacional,  por  Manuel  Pacheco  Moreno,  2a.  Edición  ,,  6.00 

34.  — España  en  los  destinos  de  México  (2a.  Edición),  por  José  El- 

guero    8.00 

^  ^  (pasa  a  la  3a.  de  forros) 

\zn 

P37 


FRANCISCO    BANEGAS  CALVAN 


El  Porqué  del  Partido 
Católico  Nacional 

Prólogo  y  Notas  de 
José  Bravo  Ugarte 


•ALIOS  VENTOS  ' 
VIDI  •  ALIASQUE 
•PflOCELUS- 


EDITORIAL    JUS,    S.    A.     MEXICO,  1960 


Derechos  Reservados  ©  por  Editorial  Jus,  S. 
Plaza  de  Abasólo  14, 
Colonia  Guerrero. 
México  3,  D.  F. 


Primera  Edición: 
Junio  de  1960:  3,000  ejemplares. 


En  la  página  de  enfrente  reproducimos  en  facsímil 
la  portada   del   trabajo    mecanográfico  original. 


»6« 


»-o 
»o 
»-o 
»o 

>K) 

»-o 
»o 
»o 
»-o 

ÍH3 
»<J 
»<3 

»-o 
»o 

>HD 
>H3 

,-»o 

»C 

>>o 
»o 

>5-0 
>HJ 

»-o 

ÍK> 
>K> 

»o 
»-o 
»-o 
»o 

>K) 

»o 

ÍK5 

»-o 

W<3 

»o 

>H} 

»o 

>J-0 
»<} 
^ 

»-o 

»<3 

»o 
»o 
»o 

>rO 
ÍK3 
M> 

»-o 
»-o 

irO 
>H3 

»o 

>HJ 
>K) 

»o 

>H> 

^ 

>M3 
?H> 

»o 

>H3 


>COÓ0O¿)ÓÓ600ÓOCOO< 


Cuestiones  Mexicanas 


P  A  R  T 


D  O 


CATOLICO  NACIONAL 


■  oOOOo- 


IftB   Antonio   Bájar  (Tez»e) 
S.ü.del   N   de  A 


1915 


o« 
o« 

OK 
CK< 

o« 

<>« 
CH< 

o« 

CH< 

o« 
o« 
o« 
oa 

CK< 

oa 
o« 
o« 

CH? 
C>« 
CH< 
Oí? 

o« 
o« 
o« 

CK 
0« 

o« 

CH< 

cy^ 
cyü 

CHi 

oa 

CHi 
CHi 
CH< 

o« 
o« 

CK< 
CH< 

o« 
o« 

CH< 
Cr« 

o« 

o-« 

&« 

CMÍ 

o« 
o« 

CK< 

o« 

CK< 
CK( 

o«f 

CK< 

o« 

o« 
o« 
o« 
o« 
o« 
oa 
o« 
o« 
o« 
o« 
o« 

OK 


»o-« 


»6« 


»2« 


^5 


oToiO  0!0  O  O-O'O'OO  O'O  OiOiO  O  O'OiO  O^O'O  ©•pOJ5  0,0.0p  o  Olp  Op  Ofl  OlOjO  0;P  OiOO  Oiífe 


PROLOGO 


LA  HISTORIA  del  catolicismo  en  México  se  enriquece  con  este 
valioso  estudio,  correspondiente  a  la  época  del  general  Díaz 
y  a  los  tres  años  subsiguientes  (1876-1914).  Fue  escrito  en 
1915  con  el  objeto  de  publicarlo  ese  año,  pero  quedó  inédito  por 
motivos  que  ignoramos.  Es  sin  duda  el  más  penetrante  análisis  de 
la  situación  religiosa  durante  el  porfirismo,  hecho  por  uno  de  los 
que  mejor  la  conocieron  por  haberla  vivido  y  enfrentádose  a  sus  va- 
rios problemas  específicos,  que  criticó  como  periodista  y  trató  de 
resolver  como  pedagogo  en  la  rectoría  del  Seminario  Tridentino  de 
Michoacán  y  como  superior  eclesiástico  en  el  gobierno  de  esa  im- 
portante arquidiócesis. 

Su  autor  — don  Francisco  Banegas  Galván —  estaba  en  1915 
desterrado  en  los  Estados  Unidos  y  era  a  la  sazón  administrador 
apostólico  de  la  diócesis  de  Veracruz  y  canónigo  lectoral  de  Mb- 
relia  y  rector  del  Seminario  de  esta  ciudad.  Había  nacido  en  Celaya 
el  5  de  marzo  de  1867,  cursado  allí  la  primaria  y  preparatoria  y 
comenzado  en  Querétaro  la  carrera  eclesiástica,  que  con  mucho 
lucimiento  continuó  y  terminó  en  Morelia  después  de  rehacer  si- 
multáneamente la  preparatoria  insuficientemente  estudiada  en  su 
ciudad  natal.  Fue  en  Morelia  catedrático,  vicerrector  y  rector  del 
Seminario,  cura  del  Sagrario  Metropolitano,  juez  provisor  y  secre- 
tario de  la  Mitra,  que  gobernó  de  hecho  en  los  últimos  años  del 
arzobispo  don  Atenógenes  Silva.  Obligado  a  expatriarse  en  1914, 
vivió  en  Cuba  y  en  los  Estados  Unidos,  donde  pudo  dedicarse  a 


5 


estudiar  y  escribir  la  historia  de  México  Independiente.  En  1919 
regresó  a  la  patria  y  fue  electo  y  consagrado  obispo  de  Querétaro, 
diócesis  que  tuvo  a  su  cargo  hasta  su  muerte  en  la  propia  ciudad  el 
14  de  noviembre  de  1932,  no  habiendo  aceptado  la  mitra  angelo- 
politana. 

Dos  épocas,  de  contrastes,  forman  su  vida:  la  brillante  y  em- 
prendedora de  su  juventud  y  primera  madurez,  que  termina  en  el 
exilio;  y  la  conservadora  y  prudente  de  su  episcopado  queretano, 
en  medio  de  persecuciones  y  ocultamientos.  En  la  primera  es  vigo- 
roso periodista,  magnífico  orador  sagrado  y  rector  de  gran  iniciati- 
va. En  la  segunda,  pastor  del  rebaño  de  Cristo,  de  acción  muy  es- 
piritualizada, dirigida  a  promover  el  reflorecimiento  espiritual  de 
sus  sacerdotes  y  fieles.  Pero,  como  en  la  segunda,  actúa  también  en 
la  primera  animado  siempre  de  genuino  espíritu  sobrenatural  y 
amor  a  la  patria. 

A  la  primera  época  pertenece  el  presente  folleto,  y  con  éste  se 
relacionan  la  actividad  periodística  y  la  rectoral  de  su  autor. 

Su  campo  periodístico  habitual  fue  la  Revista  Católica,  sema- 
nario dominical  de  Morelia  ( 1890-1900) ,  cuyo  editor  y  responsable 
era  don  Agustín  Martínez  Mier.  Allí  publicó  numerosos  artículos, 
firmados  con  seudónimo  (el  de  "Javier  Méndez"  principalmente), 
y  en  ellos  desarrolló  ideas  que,  evocadas  por  los  recientes  aconteci- 
mientos, reaparecen  en  el  folleto.  Tales  son,  por  ejemplo,  las  rela- 
tivas a  la  educación  del  brioso  artículo  de  la  Revista  intitulado  La 
prostitución  social  y  las  referentes  al  liberalismo  y  a  la  patria  en  el 
que  llamó  Nostalgia.  Por  su  fecha,  por  el  estilo  y  por  mucho  de  su 
contenido  el  folleto  es  como  la  culminación  compendiosa  de  la  la- 
bor periodística  del  señor  Banegas. 

En  su  rectorado  del  Seminario  Tridentino  de  Michoacán,  fue 
importante  la  reforma  de  estudios  que  durante  él  (1905-1913)  lle- 
vó a  cabo  mediante  un  plan  moderno  que  armonizaba  la  extensión 
con  la  profundidad  de  los  conocimientos,  atendiendo  de  consuno  a 
una  buena  disciplina  y  a  una  sólida  formación  religiosa  de  los  alum- 
nos. Pero  ahora  nos  interesa  sobre  todo  el  restablecimiento  de  la 


6 


Escuela  de  Jurisprudencia,  anexa  al  Seminario.  Sus  miras  a  la  ac- 
tividad política  de  los  católicos  — conforme  a  nuestra  democrática 
Constitución — ,  totalmente  nula  en  el  régimen  del  general  Díaz,  las 
expuso  así  en  la  Memoria  del  año  escolar  de  1912  del  Seminario  Mi- 
choacano:  "Es  tiempo  de  combate  sobre  todo  para  los  seglares,  y 
si  a  nosotros  nos  toca  alentarlos,  a  ellos  toca  bajar  a  la  arena  del 
combate  y  luchar  en  las  batallas  del  Señor.  Este  es  el  espíritu  que 
queremos  imbuir  en  los  alumnos  de  Jurisprudencia  y,  gracias  a 
Dios,  han  hecho  ya  con  valor  y  decisión  sus  primeras  armas,  no 
rehuyendo  sino  afrontando  peligros  que  hicieron  huir  a  muchos  de 
mayor  edad  y  más  experiencia".  Aludía  así  a  los  frutos  primerizos 
de  las  actividades  democráticas  del  Partido  Católico  en  Michoacán. 

Del  origen  de  ese  Partido  dice  el  folleto:  "Alguna  vez  se  pu- 
blicará la  historia  del  Partido  Católico  en  México,  y  entonces  se 
sabrá  quiénes  fueron  sus  precursores,  quiénes  sus  iniciadores  y  quié- 
nes sus  fundadores;  para  nosotros  baste  decir  que  a  principios  de 
1911  había  en  México,  Morelia  y  Puebla  quienes  pensaran  en  el 
Partido,  no  ya  como  un  desiderátum,  sino  como  algo  cuya  realiza- 
ción urgía.  Llamaron  los  de  México  a  los  de  Morelia,  pusiéronse  de 
♦  acuerdo,  y  se  llevó  el  proyecto  a  conocimiento  de  Díaz,  de  quien 
mereció  aprobación  y  aplauso.  En  1904  se  le  había  presentado  el 
mismo  proyecto,  pero  entonces  su  miedo,  su  perpetuo  miedo,  lo 
juzgó  inoportuno,  y  no  tuvieron  por  conveniente  quienes  lo  pre- 
sentaron, entrar  en  abierta  lucha  con  el  Dictador".  Don  Gabriel 
Fernández  Somellera,  uno  de  los  fundadores  y  presidente  que  fue 
del  Partido,  dijo,  por  su  parte,  al  autor  de  estas  líneas,  que  don 
Francisco  Elguero  presentó  en  México  unas  "Reflexiones"  en  las 
que  se  inspiró  el  programa  del  Partido.  Elguero,  distinguido  aboga- 
do católico  de  Morelia  y  de  mucha  amistad  con  el  señor  Banegas, 
las  había  sin  duda  discutido  con  éste,  que  era  un  convencido  parti- 
dario y  promotor  de  la  acción  política  de  los  católicos  seglares,  como 
se  ve  en  este  folleto. 

Hay  en  él  dos  partes,  precedidas  de  breve  introducción.  La  pri- 
mera consta  de  cinco  capítulos : 


7 


I.  El  régimen  de  Díaz. 
II.  El  catolicismo  en  tiempos  de  Díaz. 

III.  La  defensa  católica. 

IV.  La  acción  política  de  los  católicos. 
V.  El  Partido  Católico  Nacional. 

La  segunda,  de  dos: 

VI.  Causas  de  la  persecución. 
VII.  Mirando  al  porvenir. 

La  primera  es  la  parte  medular  del  trabajo:  fruto  d»  la  ob- 
servación y  meditación  de  muchos  años  para  el  porfirismo,  de  obser- 
vación y  meditación  reciente  para  la  actuación  del  Partido  Católico. 
Muestra  en  ella  su  privilegiada  memoria,  pues  no  parece  que  haya 
tenido  al  escribirla  libros  de  consulta,  y  trata  sin  embargo  de  la 
historia  nacional  con  perfecto  dominio  de  los  acontecimientos  e 
inteligencia  de  su  sentido  histórico,  de  su  causalidad  y  de  sus  con- 
secuencias. Excelente  es  su  exposición  de  la  doctrina  de  la  Iglesia  y 
sobre  la  actividad  política  de  los  católicos,  señalando  el  papel  mera- 
mente orientador  en  las  ideas  y  alentador  de  aquélla.  Y  exactas, 
las  líneas  del  cuadro  que  traza  de  la  doctrina  y  actividades  del  Par- 
tido Católico,  acomodadas  a  las  divergencias  religiosas  y  políticas 
actuales  de  los  mexicanos,  sin  aspirar  al  acaparamiento  del  poder, 
antes  a  la  participación  proporcional  en  él  de  todos  los  partidos  polí- 
ticos en  pacífica  coexistencia  democrática. 

La  segunda  parte  intenta  un  análisis  de  la  persecución  reli- 
giosa desde  a  mediados  de  1914  hasta  a  mediados  de  1915,  en  que 
se  escribió  el  folleto.  El  análisis  corresponde,  por  consiguiente,  al 
"vértigo  de  la  Revolución"  a  la  etapa  destructora  de  ésta,  en  cuan- 
to arrasó  personas  y  cosas  de  la  Iglesia  Mexicana.  Precisa  las  fuentes 
de  donde  toma  los  datos  y  da  el  resultado  correspondiente  a  esa 
etapa  de  destrucción  en  su  fase  anticatólica,  algunos  de  cuyos  ca- 
racteres — el  protestantoide  y  el  socialista,  v.g. —  fueron  perdiendo 


8 


fuerza  hasta  casi  desaparecer  en  la  etapa  reconstructora  de  la  Re- 
volución, la  cual,  como  posterior  a  1915,  no  pudo  ya  tener  cabida 
en  el  análisis  ni  hacer  modificar  algunos  juicios  y  apreciaciones  que 
podrán  parecer  injustos  o  exagerados.  * 

José  Bravo  Ugarte 


^  Las  notas  del  autor  de  este  folleto  están  indicadas  con  números  y  las  del  prolo- 
guista con  letras. 


9 


{mTRODUCClOK) 


ON  NO  POCA  extráñela  mezclada  de  temor  vieron  algunos 


de  los  nuestros,  la  aparición  del  Partido  Católico  Nacional. 


¿Qué  van  a  hacer  estos  hombres,  dijeron,  que,  rompiendo 
añejas  tradiciones  se  presentan  en  la  lucha  de  donde  nos  habían 
alejado  venerandas  enseñanzas?  ¿No  tenemos  acaso  lo  bastante  para 
que  viva  y  crezca  la  Iglesia,  en  el  estado  de  cosas  creado  por  la 
prudencia  de  los  ancianos  y  por  la  del  hombre  extraordinario  que 
nos  dio  los  treinta  años  de  paz,  la  cual,  interrumpida  por  esta  agi- 
tación transitoria  (felizmente  terminada),  puede  perpetuarse  por 
muchos  años?  ¿No  ven  que  su  presencia  en  el  campo  del  combate 
exaspera  al  enemigo?  ^ 

En  vano  contestamos  exhibiendo  nuestro  programa;  en  vano 
los  Obispos  alzaron  la  voz  repitiendo  como  eco  fidelísimo  de  la 
enseñanza  de  León  XIII:  van  a  cumplir  la  obligación  que  todo  ciu- 
dadano tiene,  ahora  que  la  democracia  llama  a  nuestras  puertas, 
de  cooperar  para  que  la  Patria  tenga  el  gobierno  que  necesita  y 
las  leyes  que  le  convienen;  van  a  satisfacer  el  deber  que  como  cris- 
tianos les  incumbe,  de  aprovechar  las  libertades  que  la  ley  les  con- 
cede, para  intentar  que  se  mejore  la  precaria  situación  de  la  Iglesia, 
su  madre  y  la  vuestra.  Nosotros,  los  vigilantes  de  Israel,  al  no  pro- 
hibirles que  se  asocien  bajo  ese  nombre  y  ese  programa,  creemos 

»  Todo  el  párrafo  se  refiere  a  mayo  de  191 1^  cuando  comenzó  a  actuar  el  Partido 
Católico,  poco  antes  que  la  "transitoria  agitación  (felizmente  terminada)"  de  la  revo- 
lución maderista  lo  estuviese  con  los  tratados  de  Ciudad  Juárez. 


11 


preferible  afrontar  el  peligro  del  combate,  a  seguir  sufriendo  los 
desastrosos  males  que  padecemos  sin  esperanza  de  remedio. 

Cesó  el  clamoreo,  pero  siguió  la  murmuración,  y  ahora  que  la 
catástrofe  ha  sobrevenido,  levantan  su  voz  los  temerosos  o  prudentes 
de  ayer,  y  en  medio  de  tantas  ruinas,  celebran  lo  que  juzgan  su 
triunfo.  ¿Lo  es  de  verdad? 

A  estudiar  sin  pasión  ni  mentira  este  punto,  trascendental  por 
lo  pasado,  pero  más  por  lo  porvenir,  tiende  este  opúsculo  escrito 
en  el  destierro  y  con  la  mira  puesta  en  Dios  y  en  la  Patria. 


12 


I 


EL  REGIMEN  DE  DIAZ 

.  /''^  UIEN  PUEDE  negar  que  la  Nación  Mexicana  gozó  de 
)  y^J  prosperidad  en  los  años  que  la  gobernó  D.  Porfirio  Díaz? 

Desde  que  se  emancipó  de  la  madre  España,  no  había  te- 
nido época  de  bienestar  ni  más  larga  ni  más  feliz.  Ese  hombre,  como 
todos  los  providenciales,  acertó  con  lo  que  necesitaba  la  Patria  cuan- 
do él  subió  al  poder;  y  por  medios,  si  no  siempre  justos,  oportunos 
siempre,  diole  paz,  que  aun  cuando  se  ha  dado  en  llamar  mecánica, 
no  lo  fue,  al  menos  en  los  años  intermedios  de  su  larga  presidencia ; 
impulsó  el  desarrollo  de  la  industria  atrayendo  el  capital  y  el  esfuer- 
zo extranjeros;  ayudó  ampliamente  al  comercio  con  la  red  ferrovia- 
ria que  se  extendió  en  toda  la  República;  fomentó  la  agricultura 
favoreciendo  la  roturación  de  miles  de  hectáreas ;  dio  gran  impulso 
a  nuestra  riqueza  minera;  protegió  en  cierto  modo  hasta  la  ciencia 
y  las  bellas  artes,  y  dio,  en  fin,  crédito  y  nombre  a  México  entre 
todas  las  naciones.  No  porque  él  hubiera  hecho  directamente  todas 
estas  cosas,  que  no  son  para  realizadas  por  un  solo  hombre,  sino 
porque  unas  hizo  y  otras  brotaron  al  influjo  de  la  paz,  que  fue  obra 
suya,  le  han  llamado  creador  de  pueblos,  y  esto  sí  que  no  es  justo  ni 
merecido,  porque  no  lo  fue.  Dio  con  lo  que  necesitaba  la  nación  en 
1876;  pero  no  encontró  o  no  quiso,  lo  que  imperiosamente  deman- 
daba desde  los  últimos  días  del  siglo  que  pasó.  Y  por  esto  no  creó 
un  pueblo. 

La  constitución  política  promulgada  el  año  de  1857  por  libe- 

13 


rales  teorizantes,  que  no  atendieron  a  más  que  a  las  doctrinas  fran- 
cesas del  siglo  XVIII  y  al  ejemplo  inaplicable  de  los  Estados  Unidos 
de  la  América  del  Norte,  fue  la  bandera  de  un  partido  que,  no  obs- 
tante haber  triunfado,  en  una  guerra  llena  de  vicisitudes,  no  era 
popular,  y  sólo  se  impuso  en  el  poder,  por  la  ayuda  que  le  prestó 
un  vecino  poderoso  y  por  la  deslealtad  con  que  trató  al  partido 
opuesto,  un  aliado  torpe.  Era  además  tan  inadecuada,  que  el  pri- 
mer presidente  constitucional  dio  un  golpe  de  estado  y  la  descono- 
ció: D.  Benito  Juárez,  su  constante  sostenedor,  no  la  respetó  durante 
la  guerra  ni  después  de  ella,  y  D.  Sebastián  Lerdo,  sucesor  de  Juá- 
rez, tampoco  la  puso  en  práctica.  Pero  así  y  todo,  era  el  ideal  de  los 
liberales;  tocarla  era  tocarles  las  niñas  de  los  ojos  y  las  entretelas 
del  corazón.  En  tanto  que  la  mayoría  de  los  mexicanos  la  repugnaba 
cordialmente  en  virtud  de  haber  herido  el  sentimiento  católico, 
primero,  por  desconocer  la  unidad  religiosa  bajo  el  CatoUcismo, 
único  culto  en  aquel  entonces  en  la  Nación,  sancionar  el  desconoci- 
miento legal  de  los  votos  monásticos  y  garantizar  la  libertad  de  pen- 
samiento y  de  prensa  sin  restringirla  a  asuntos  extraños  a  la  Reli- 
gión; y  después,  por  habérsele  incrustado  las  leyes  de  Reforma, 
leyes  de  opresión  para  los  católicos  y  que  mal  se  compadecen  con 
la  libertad  de  conciencia  y  de  cultos  por  ellas  mismas  establecida. 
Esta  repugnancia  a  la  Constitución,  acrecida  al  declararse  consti- 
tucional la  Reforma  en  tiempo  del  presidente  Lerdo,  amenazaba 
convertirse  en  guerra  religiosa  que  oculta  y  rápidamente  se  iba  pre- 
parando en  el  centro  de  la  República,  quizá  con  más  buena  volun- 
tad que  prudencia,  y  que  estalló  sólo  en  Michoacán,  porque  opor- 
tunamente fue  sofocada  por  los  Arzobispos  de  la  Nación  con  sólo  la 
eficacia  de  su  palabra  en  una  pastoral,  modelo  de  discreción  y  de 
caridad.  ^ 

Cualquiera  que  fría  y  desapasionadamente  estudie  la  historia 

a  Carta  Pastoral  de  los  limos.  Sres.  Arzobispos  de  México,  Michoacán  y  Guada- 
lajara  (Labastida,  Arciga  y  Loza),  publicada  en  México  el  19  de  marzo  de  1875. 
La  redactó,  por  su  encargo,  el  señor  obispo  de  Qucrétaro  D.  Ramón  Camacho,  y 
puede  verse  en  la  "Colección  de  Cartas,  Edictos  e  Instrucciones  Pastorales"  de  este 
prelado,  impresa  en  México,  1886,  pp.  131-165. 

14 

/ 


de  nuestros  congresos  desde  el  convocado  por  Iturbide  hasta  el  de 
1874,  se  convencerá  sin  esfuerzo,  que  no  fueron  ellos  la  representa- 
ción del  pueblo  mexicano  ni  jamás  sirvieron  para  otra  cosa,  sino 
para  poner  obstáculos  al  poder  ejecutivo  o  para  sancionar  dócil- 
mente sus  determinaciones.  ¿  Cómo  habrían  de  haber  sido  represen- 
tación genuina  del  pueblo,  cámaras  cuyos  miembros  eran  elegidos 
al  día  siguiente  del  triunfo  de  una  revolución,  estando  las  ciudades 
oprimidas  por  el  temor  del  bando  imperante?  ¿Cómo  podrían  en 
verdad  llamarse  representantes  del  pueblo  mexicano  quienes  ni 
sentían  como  él,  ni  pensaban  como  él,  ni  querían  lo  que  él;  sino  que 
desarrollaban  cada  cual  sus  teorías,  defendían  sus  preocupaciones  o 
sancionaban  los  intereses  de  su  partido,  siquiera  el  pueblo  aullase 
de  rabia  en  las  galerías  o  elevase  pedimentos  y  protestas  de  todos  los 
ámbitos  de  la  República,  como  sucedió,  verbigracia  en  33  y  56 
cuando  se  discutió  la  Constitución  vigente,  y  cuando  las  adiciones  y 
reformas,  y  en  los  días  en  que  se  preparaba  la  expulsión  de  las  Her- 
manas de  la  Caridad?  ¿Cómo  decir  que  representa  a  un  pueblo 
quien  no  es  elegido  por  él?,  y  ¿cuándo  en  México  han  elegido  los 
indios  y  los  rancheros,  que  son  los  más,  pero  a  quienes  poco  impor- 
tan los  cambios  de  gobierno  y  de  gobernantes?  ¿Cuándo  lo  habían 
hecho  los  artesanos,  los  industriales,  los  médicos  con  clientela,  los 
abogados  con  negocios,  si,  unos  por  apatía,  por  desencanto  los  otros, 
todos  habían  dejado  esta  función  a  los  políticos  profesionales?  Y  sin 
embargo,  ¡  rarísimo  ejemplo  de  gratitud  nacional !  el  triunfador 
de  la  víspera,  hubiera  sido  Victoria  o  Guerrero,  Santana  o  Paredes, 
Arista  o  Comonfort,  era  elegido  por  unanimidad  presidente  de  la 
República;  y  los  que  habían  fraguado  la  revolución,  y  quienes  le 
habían  ayudado  a  triunfar  y  los  amigos  del  caudillo  y  los  aláteres  de 
los  principales  jefes,  resultaban,  sin  duda,  diputados  al  congreso. 
Y  así  fue  que  cada  partido  tuvo  sus  diputados,  y  que  el  pueblo,  el 
mismo  pueblo  que  un  día  antes  había  elegido  por  abrumadora  ma- 
yoría a  los  centralistas ;  al  día  siguiente,  cambiando  de  opinión,  ele- 
gía por  igual  mayoría  a  los  federalistas.  ¡  Hay  para  desencantarse 
de  lá  democracia  y  de  la  participación  del  pueblo  en  el  gobierno ! 
Víctima  fue  Morelos  del  Congreso  de  Chilpancingo,  que,  asu- 


15 


miendo  la  soberanía,  quiso  dar  leyes,  administrar  la  hacienda,  juz- 
gar en  definitiva  y  hasta  dirigir  la  guerra,  y  no  logró  más  que  des- 
truir en  tres  días  lo  que  Morelos  había  edificado  en  tres  años  con 
su  valor  y  su  prudencia  geniales,  sacrificar  a  este  campeón  y  hundir 
el  campo  insurgente  en  aquella  anarquía  tan  hábilmente  pintada 
por  el  general  D.  M.  Mier  y  Terán,  que  al  fin  fue  su  ruina.  Por  idén- 
ticas causas,  víctimas  fueron  del  primer  Congreso  Mexicano,  la  pri- 
mera Regencia  e  Iturbide  Regente  y  Emperador,  y  lo  hubiera  sido 
el  Triunvirato,  sin  la  habilidad  de  los  ministros.  En  cambio,  ¡qué 
docilidad  la  de  aquellas  cámaras  que,  después  del  motín  de  la  Acor- 
dada, nulificaron  la  elección  de  Gómez  Pedraza  para  elevar  a  Gue- 
rrero, y,  cuando  hubo  triunfado  la  revolución  de  Jalapa,  lo  decla- 
raron imposibilitado  para  gobernar.  Y  baste  de  ejemplos.  Del  uno 
o  del  otro  tipo  habían  sido,  por  regla  general,  todos  los  congresos 
mexicanos.  Cuando  les  eran  adversos,  los  presidentes  los  disolvían 
o  los  sufrían  mientras  no  venía  la  revolución  y  cámara  y  ejecutivo 
eran  proscritos :  sólo  un  presidente,  Arista,  si  no  me  es  infiel  la  me- 
moria, prefirió  renunciar  a  disolver  la  cámara  o  a  vivir  bajo  su 
dura  tutela;  sólo  el  Constituyente  de  34  y  el  de  57  y  algún  otro 
constitucional,  sin  declararse  soberanos  ni  ser  sistemáticamente  opo- 
sitores al  ejecutivo  ni  sus  servidores  incondicionales,  conservaron  su 
legítima  posición  en  el  gobierno  de  la  República. 

No  de  discusiones  sino  de  guerras  fueron  motivo  la  federación 
y  el  centralismo.  Por  un  infantil  argumento  a  priori,  fue  aquella 
forma  establecida  por  el  Constituyente  de  24,  quitada  por  la  revo- 
lución el  año  de  1834;  restaurada  luego  y  vuelta  a  destruir  una  y 
otra  vez,  hasta  que  viribus  et  armis,  quedó  victoriosa  en  67.  Pero 
con  su  triunfo  y  todo,  ¿quién  va  a  negar  que  la  soberanía  de  los 
estados  fue  mil  veces  reducto  para  guarecerse  los  descontentos  y 
armar  ejércitos  y  lanzarlos  a  la  revolución?  ¿quién,  si  no  ella,  fa- 
voreció a  Yucatán  para  disgregarse  de  la  unidad  nacional?  ¿Cómo 
podrá  la  forma  federal  purificarse  de  haber  preparado  la  pérdida 
de  Texas,  y  del  inaudito  crimen  de  no  haber  cooperado  todos  los 
estados  a  la  defensa  nacional  en  el  47?  Y  ¿quién,  si  no  ella  favore- 
ció a  Comonfort  para  su  golpe  de  estado;  proveyó  de  fuerza  a  los 


16 


reaccionarios  y  hasta  puso  en  peligro  al  mismo  Juárez  cuando  la 
guerra  del  Imperio,  no  obstante  que  casi  sólo  de  nombre  existía  en 
ese  tiempo? 

Las  dos  revoluciones  encabezadas  por  el  general  Díaz,  la  que 
estalló  en  Michoacán,  que,  no  obstante  haber  fracasado  cuando  es- 
taba organizándose,  duró  dos  o  tres  años,  y  la  intentada  en  Veracruz, 
tan  cruelmente  ahogada  en  sangre,  desmienten  la  creencia,  tan  co- 
mún hasta  hace  poco,  de  que  en  1876,  al  subir  Díaz  a  la  presidencia, 
estaba  tan  exangüe  la  nación,  que  eran  imposibles  las  revoluciones. 
Sí,  la  Nación  estaba  agotada,  pero  por  desgracia  no  carecía  de  los 
elementos  revolucionarios.  Ambiciosos  y  descontentos  no  faltaban; 
fácil  era  entonces  adquirir  armas  y  fabricar  municiones,  y  como  las 
revoluciones  no  mueven,  para  crecer  y  apoyarse,  otra  cosa  que  las 
concupiscencias  humanas  en  la  gente  más  baja  de  la  sociedad,  y 
nunca,  en  ninguna  parte,  faltarán  esos  repugnantes  elementos,  po- 
sible era  la  revolución  aunque  la  hubiesen  repugnado  todas  las  cla- 
ses cultas,  como  contra  su  sentir,  se  ha  levantado  la  de  1910  que 
aún  no  concluye. 

No  cabe  duda;  en  1876  todos  los  hombres  cultos  y  los  honra- 
dos y  trabajadores  aunque  carecieran  de  aquella  cualidad,  anhela- 
ban la  paz.  La  Nación,  sin  honra  ni  crédito  en  el  exterior,  agotada 
en  el  interior  su  riqueza  y  cegadas  las  fuentes  de  ella,  era  lo  que 
imperiosamente  necesitaba.  Pero,  ¿cómo  conseguirla?  Obstaban 
para  ello  el  problema  religioso,  no  resuelto  sino  agravado  por  la 
Constitución  y  puesto  en  peor  estado  por  las  adiciones  y  reformas 
el  año  de  1874;  el  peligro  de  los  congresos  que,  si  resultaban  asam- 
bleas turbulentas  y  bullangueras,  harían  fracasar  los  proyectos  me- 
jor concluidos,  o  se  lanzarían  por  el  camino  de  las  ideas  de  los  di- 
putados, sin  atender  a  las  reales  exigencias  de  la  patria  y  hasta  con 
riesgo  de  suscitar  nuevas  turbulencias  como  acababa  de  suceder  con 
el  que  decretó  las  adiciones ;  y,  por  fin,  la  soberanía  de  los  estados, 
pues  nadie  podía  predecir  por  qué  rumbo  tirarían  los  gobernadores 
y  sus  legislaturas.  En  palabras  claras  y  precisas;  obstaba  la  Consti- 
tución Democrática  Federal  de  1857.  ¡Nada  se  había  adelantado 
con  las  guerras  de  los  tres  años,  de  la  Inter\'ención  y  del  Imperio, 

17 

PC32 


sino  que  estábamos  como  al  día  siguiente  de  promulgada  la  Cons- 
titución! Díaz  tenía  ante  sus  ojos,  después  de  tanta  sangre  y  tanto 
destrozo  y  tanta  ignominia,  el  mismo  problema  que  tuvo  ante  los 
suyos  la  recta  alma  de  D,  Ignacio  Comonfort. 

Si  Díaz  hubiera  hecho  lo  que  aquél  hizo  y  procedido  con  la 
franqueza  con  que  él  procedió,  hubiera  declarado  inválido  el  Có- 
digo Fundamental  de  57  y  convocado  congreso  constituyente  que 
pusiera  en  armonía  la  ley  con  la  Nación,  o  si,  imitando  a  Santa 
Arma,  lealmente  se  hubiera  declarado  dictador  por  más  o  menos 
tiempo ;  la  revolución  hubiera  vuelto  a  encenderse  con  la  misma  fu- 
ria que  antes,  y  no  treinta  y  un  años,  ni  treinta  y  un  meses  habría  du- 
rado en  el  poder.  Pero  encontró  la  manera  (y  en  esto  estuvo  su  ge- 
nio) de  dar  a  la  Nación  lo  que  realmente  necesitaba,  sin  tocar  la  ar- 
mazón constitucional  ni  la  forma  de  la  República  ni  ninguna  otra  de 
aquellas  cosas  tan  queridas  de  los  liberales  de  aquella  generación. 
Vio  la  realidad;  se  apegó  a  ella  como  Anteo  a  la  tierra  y  de  allí 
tomó  su  fuerza  admirable.  Supo  escoger  y  encontró  hábiles  cola- 
boradores hasta  en  aquel  general  D.  Manuel  González  (leal  como 
pocos,  aunque  por  lo  demás  de  triste  memoria ) ,  en  quien  depositó 
la  silla  presidencial,  para  que  se  cumpliera,  al  menos  por  una  vez, 
el  plan  de  Tuxtepec.  El  y  los  suyos  fueron  dando  poco  a  poco  a  los 
católicos  libertad  religiosa,  hasta  donde  no  pugnara  con  el  radica- 
lismo de  los  otros;  las  formas  constitucionales  se  guardaron  con 
escrupulosidad  que  asombra,  pero  los  congresos  fueron  elegidos  por 
él  y  él  puso  los  gobernadores  de  los  estados  y  sus  legislaturas,  y  sin 
privar  a  éstas  ni  a  aquéllos  de  cierta  libertad,  les  quitó  la  fuerza  de 
las  armas  y  controló,  como  ahora  se  dice,  su  soberanía.  Con  esto  y 
con  la  represión  (no  siempre  justa  por  la  manera  de  llevarla  a  cabo, 
pero  sí  tremenda  y  acertada)  de  algunos  agitadores,  y  con  darles  a 
otros,  puestos,  honores  y  riquezas,  y  exhibir  a  los  demás  para  dar 
a  conocer  su  hueca  nulidad,  consiguió  pacificar  la  República. 

^;Que  esto  fue  un  engaño?  Tal  vez  lo  haya  sido  en  los  pri- 
meros días;  pero  ¿no  se  engaña  al  niño  que  necesita  tomar  una 
pócima?  ¿Que  después  fue  una  comedia?  Nadie  lo  duda;  pero  de 
esa  comedia  necesitaba  el  pueblo  mexicano  para  vivir  en  paz.  Y 


18 


¿no  es  orgánica  la  paz  que  proviene  del  funcionamiento  justo  de 
ios  órganos  adecuados  al  ser  cuyos  son?  Pues  aquellos  órganos,  así 
como  ese  hombre  los  forjó,  eran  por  aquel  entonces  los  adecuados 
a  nuestro  ser;  y  por  eso  nosotros,  los  de  esta  generación  que  va 
pasando,  apenas  si  recordamos  los  últimos  días  de  aquella  era  de 
revoluciones  que  para  siempre  muchos  creían  cerrada ;  y  pudo  for- 
marse aquel  México  que  conquistó  crédito  y  honra  que  nunca 
había  tenido.  No,  meditando  sin  pasión,  no  puede  negarse  que 
los  grandes  lincamientos  de  la  obra  de  Díaz,  de  don  Porfirio,  como 
en  México  se  le  llamaba  en  sus  días  de  gloria,  fueron  geniales 
por  adecuados  a  las  circunstancias  por  aquel  entonces.  Defectos 
tuvo  y  muy  grandes;  algunos  que  provinieron  de  cosas  y  personas 
que  quizá  la  necesidad  obligaba  a  tolerar,  otros  que  no  tienen  dis- 
culpa; pero,  ¿hasta  cuándo  desdeñaremos  los  mexicanos  la  esplen- 
didez del  pavo  por  la  fealdad  de  sus  pies? 

Y  sin  embargo,  no  pudo  crear  un  pueblo,  porque  día  a  día 
se  fue  apartando  de  la  realidad  con  que  lo  había  vivificado.  No 
pasa  el  tiempo  en  vano  sobre  los  hombres  y  sobre  las  naciones, 
sino  que  día  a  día  los  modifica  lenta,  pero  seguramente.  Imposi- 
ble que  México  se  hubiera  eximido  de  esa  acción,  la  cual  no  fue 
dirigida  por  Díaz  de  modo  que  no  perjudicara,  sino  que  sirviera 
a  su  obra  de  reconstrucción  de  una  sociedad.  ¡Oh!  si  ya  que  él 
tuvo  en  sus  manos  todo  poder,  y  mandó  hasta  en  la  propaganda 
literaria  y  en  la  educación  y  enseñanza  de  niños  y  jóvenes,  hu- 
biera procurado  se  formara  en  el  ánimo  de  todas  las  clases  sociales 
(como  sin  duda  estuvo  en  el  suyo  y  llegó  a  estar  en  el  de  todos  los 
que  pensábamos)  el  convencimiento  de  que  la  Constitución  de 
57,  sin  quitarle  el  fondo  liberal  democrático,  necesitaba  retocarse 
para  que,  correspondiendo  a  la  realidad  social,  pudiera  guardarse 
y  hacerse  guardar  y  llegar  por  este  camino  a  que  fuera  la  ley  el 
sucesor  de  don  Porfirio,  como  dijo  perfectamente  Bulnes  en  1904; 
si  oportunamente,  cuando  el  campo  de  la  opinión  hubiera  estado 
dispuesto,  se  modifica  aquella  ley  lo  necesario  para  resolver  el  pro- 
blema religioso  y  el  político  y  el  electoral;  y  si,  por  último,  poco 
a  poco  se  educa  al  pueblo  en  la  democracia  ya  dejando  libre  la 


19 


elección  de  algún  poder,  como  el  municipal,  por  ejemplo,  ya  per- 
mitiendo que  los  Estados  eligieran  su  gobernador  de  entre  varios 
candidatos  por  él  propuestos,  o  ya  de  otra  manera,  que  él,  tan 
sagaz,  hubiera  encontrado;  habría  creado  un  pueblo,  y  aunque 
quizá  no  hubiera  durado  en  la  presidencia  los  años  que  duró,  al 
descender  de  ella  habría  contemplado  feliz  a  su  patria  y  habría 
oído,  no  las  terribles  diatribas  que  ha  escuchado,  sino  muy  justas 
y  merecidas  alabanzas. 

Cegado  empero  por  halagüeñas  ilusiones  o  engañado  por  áuli- 
cos pérfidos,  su  obra  fue  en  esto,  diametralmente  opuesta  a  lo  que 
demandaba  la  prudencia  pública  o  sea  la  política.  No  hubo  un 
solo  día  en  que  no  se  alabara  en  los  periódicos  la  obra  de  los  cons- 
tituyentes del  57,  ni  se  dejó  pasar  oportunidad  de  loar  pomposa- 
mente toda  la  Reforma;  jamás  se  habló  ni  se  permitió  que  se 
hablara,  por  los  periódicos  oficiales  u  oficiosos,  sino  para  alabar 
la  soberanía  de  los  estados,  el  sufragio  universal,  los  absolutos  e 
iguales  derechos  de  todo  el  pueblo.  Tópicos  fueron  éstos  de  todos 
los  órganos  de  la  prensa,  desde  El  Monitor  Republicano  y  El  Diario 
del  Hogar  (que  como  de  la  vieja  guardia  estaban  en  su  puesto) 
hasta  el  Impar cial  flamantísimo;  de  todos  los  oradores,  desde  el 
desmedrado  maestro  de  escuela  que  abordaba  la  tribuna  del  villo- 
rrio el  16. de  septiembre  y  el  5  de  mayo,  hasta  los  de  alto  coturno, 
como  don  Justo  Sierra,  en  los  congresos  de  educación;  de  todos 
los  maestros,  ya  de  escuelas  ya  de  cátedras,  quienes  enseñaban  a 
niños  y  jóvenes,  la  grande  obra  de  aquellos  titanes  de  la  Reforma. 
¡Y  todo  esto  se  hacía  cuando  todo  el  sistema  porfiriano  seguía  el 
mismo!  ¡No  puede  haber  mayor  divorcio  de  la  realidad.  .  .!  ¡Una 
de  dos:  o  violando'  nuestros  derechos  y  pisoteando  nuestra  con- 
ciencia, aniquilarnos  a  los  católicos,  y  destruir  la  federación  y  la 
democracia,  como  hoy  lo  intenta  la  revolución;  o  modificar  las 
leyes  por  los  caminos  debidos,  para  que  la  Constitución  impresa 
correspondiera  a  la  social,  era  lo  que  don  Porfirio  había  de  haber 
hecho  para  seguir  viviendo  en  la  realidad.  Lo  primero  hubiera  sido 
la  ruina  de  la  Nación,  como  lo  estamos  palpando;  lo  segundo  sería 


20 


crear  un  pueblo.  ¡  En  materia  más  duradera  que  el  bronce  hubiera 
eternizado  Díaz  su  admirable  pensamiento  de  1876! 

El  que  se  acaba  de  exponer,  fue  el  defecto  fundamental  del 
gobierno  de  Díaz;  el  error  inmenso  que  nos  ha  precipitado  a  esta 
revolución  (prevista  por  todos  los  que  en  la  Patria  y  en  su  por- 
venir pensábamos,  aunque  quizá  sin  llegar  a  creer  que  fuera  tan 
espantosa  y  salvaje  como  ha  sido).  Constituido  un  sistema  y  edu- 
cada la  Nación  en  la  democracia,  hubiéranse  sustituido  hombres  a 
hombres,  y  como  se  habría  hallado  quienes  estuvieran  más  o  me- 
nos aptos  para  gobernar  (ya  que  no  un  grupo  reducido,  sino  varios 
y  mayores  habrían  participado  en  el  poder  de  la  Federación  y  de 
los  Estados) ;  los  demás  vicios  que  ese  régimen  tuvo,  con  haber 
sido  enormes,  habrían  derrocado  a  Díaz  y  a  los  suyos,  pero  no  hun- 
dido a  la  Patria  en  la  desolación  en  que  yace. 

Como  examinarlos  todos  no  conduce  al  fin  de  este  opúsculo, 
sólo  estudiaremos  el  que  se  verá  en  el  capítulo  siguiente. 


21 


II 


EL  CATOLICISMO  EN  TIEMPO  DE  DIAZ 

D ICESE  QUE  el  régimen  de  don  Porfirio  Díaz  fue  favorable 
al  Catolicismo.  Así  lo  parece  en  efecto,  si  sólo  se  atiende 
a  que  durante  él,  en  abundancia  se  abrieron,  aunque  clan- 
destinamente, casas  de  religiosas  y  religiosos;  fue  rico  y  espléndido 
el  culto  por  haberse  multiplicado  los  sacerdotes,  decorado  los  tem- 
plos y  adquirido  todo  lo  necesario  para  que,  siendo  lo  mejor  y 
más  grandioso  que  se  pudiera,  fuese  menos  indigno  de  Dios,  que 
lo  merece  infinito;  se  emprendieron  por  todas  partes  obras  de 
piedad  y  de  misericordia,  cofradías,  conferencias  de  caridad,  asi- 
los, hospitales,  escuelas  y  colegios,  muchos  de  ellos  munificentísi- 
mamente  dotados;  se  trabajó  en  la  obra  social  que  por  la  fecunda 
iniciativa  de  Obispos  y  sacerdotes,  se  desarrolló  en  los  congresos 
católicos,  semanas  agrícolas  y  dietas  de  obreros,  y  en  fin,  hasta  se 
pudieron  reunir  los  Concilios  Provinciales  que  tan  benéficos  son 
para  sacerdotes  y  fieles.  Pero  quienes  así  juzguen,  se  convencerán 
de  que  no  hubo  tal  favor,  si  reflexionan  en  la  pérfida  y  sorda  per- 
secución, no  sólo  tolerada  sino  autorizada  por  don  Porfirio,  que 
en  esos  largos  treinta  y  un  años,  sufrió  en  México  la  Iglesia  Católica. 

Cupo  en  el  varonil  pecho  de  ese  hombre  animoso,  un  miedo 
rayano  en  terror  que  explica  muchas  cosas,  el  miedo  a  que  se  le 
creyera  favorecedor  de  los  católicos.  Con  su  entendimiento  prócer 
debe  haber  comprendido  que  es  el  Catolicismo  agente  social 
de  primera  importancia;  su  genio  de  estadista,  sin  duda  le  hizo 


22 


ver  en  la  influencia  que  la  pastoral  de  los  Arzobispos  tuvo  para 
contener  la  revolución,  la  necesidad  de  contar  con  este  elemento 
para  la  paz  de  la  República,  y  quizá  hasta  su  alma,  imbuida  en 
su  niñez  en  estos  principios,  lo  inclinaría  a  esta  Religión  que  nunca 
abandonó  de  veras,  que  ha  sido  su  consuelo  en  la  catástrofe  y  será, 
por  la  misericordia  de  Dios,  quien  reciba  su  alma  purificada  por 
el  desengaño  y  el  arrepentimiento.  *  Por  esto,  sin  duda,  no  per- 
siguió abiertamente  al  Catolicismo  y  lo  dejó  hacer  hasta  cierto 
punto.  Mas  se  arredró  ante  las  dificultades;  y  aquel  miedo  que 
no  le  permitió  asistir  a  las  honras  fúnebres  del  monarca  español, 
porque  se  celebraban  en  templo  católico,  aunque  había  concu- 
rrido a  las  de  un  general  americano  en  iglesia  evangélica  y  se 
sentaba  en  el  trono  de  acero  de  las  logias;  aquel  miedo  que  jamás 
lo  dejó  pronunciar  el  nombre  de  Dios  en  ningún  acto  de  su  vida 
pública,  no  obstante  haber  oído  al  célebre  Root  alabarlo  en  la 
cámara  mexicana  cuando  la  visitó;  aquel  miedo,  en  fin,  que  le 
impedía  recibir,  sino  ocultamente  y  de  tapujo,  como  amigos  par- 
ticulares, si  eran  Obispos  o  sacerdotes;  ese  miedo  servil  y  vano, 
¡cuántos  y  cuán  graves  perjuicios  causó  a  las  almas,  a  la  Iglesia 
y  a  la  Patria ! 

¿Qué  le  hubiera  costado  quitar  a  la  Reforma  lo  que  tiene  de 
opresivo,  dejando  la  libertad  religiosa  como  está  en  los  Estados 
Unidos  del  Norte?  La  República  entera,  salvo  unos  cuantos  jaco- 
binos recalcitrantes,  llegó  a  estar  persuadida  (como  lo  probaron 
en  tiempo  de  Madero  significativos  acontecimientos)  de  que  la 
amplia  libertad  acabaría  con  la  cuestión  religiosa  y  haría  posible 
el  espíritu  público  y  amables  las  instituciones.  Díaz  lo  vio  también, 
puesto  que  de  hecho  concedió  alguna;  pero  incrustar  esa  libertad 
en  la  ley  fundamental  hubiera  sido  favorecer  a  los  católicos,  y 
el  miedo  ató  su  lengua  y  paralizó  su  poder.  El  inmenso  peso  de 
opresión  que  encierran  esas  leyes,  continuó  sobre  nosotros  ame- 
nazando todas  o  casi  todas  nuestras  obras.  Pender  todo  un  orden 

»  El  general  Díaz  falleció  en  París  el  2  de  julio  de  1915,  habiéndose  confesado 
con  el  P.  Carmelo  Blay,  quien  se  lo  refirió  al  P.  Cuevas  {Historia  de  la  Iglesia,  V.  414). 


23 


de  cosas  sacratísimas  de  la  sola  voluntad  de  un  hombre;  tener 
en  precario  aquello  a  que  se  tiene  pleno  derecho,  ¿no  es  estar 
perseguidos? 

¿Qué  le  hubiera  costado  hacer  partícipes  a  los  católicos  en 
el  gobierno  de  la  República?  Esto  no  habría  sido  darles  protección, 
sino  concederles  libertad  e  impartirles  justicia,  y  de  ese  modo,  se 
hubieran  ido  acostumbrando  los  liberales  jacobinos,  a  ser  en  ver- 
dad liberales,  a  tolerar  la  discusión,  a  ver  cerca  de  sí  al  católico, 
a  convivir  con  él  la  vida  pública,  a  luchar  en  paz  por  el  triunfo 
de  los  respectivos  ideales.  ¿Quién  se  hubiera  atrevido  a  contra- 
decir a  César  en  los  días  de  su  omnipotencia? 

El  miedo  que  embargaba  a  Díaz  contagió  también  a  los  fun- 
cionarios y  empleados  de  su  gobierno,  que  fueron  legión.  Desde 
los  Ministros  del  Despacho,  los  miembros  de  las  Cámaras,  los  Ma- 
gistrados de  la  Suprema  Corte  y  los  Gobernadores  de  los  Estados, 
hasta  el  último  alguacil,  todos  temieron  aparecer  como  que  favo- 
recían a  los  católicos;  y  para  no  llevar  esa  nota,  realmente  los 
persiguieron;  que  es  género  de  persecución  muy  grave,  no  conceder 
a  una  clase  lo  que  la  justicia,  ya  distributiva  ya  conmutativa,  pide 
que  se  le  dé,  y  en  esa  época  sucedió  que  más  pronta  y  cabal  jus- 
ticia alcanzaban  los  liberales  y  sus  patrocinados,  que  los  católicos  y 
los  suyos;  que  para  liberales  fueron  las  concesiones  más  pingües 
y  lucrativas;  que  sistemáticamente  estuvieron  cerradas  para  los 
Católicos  que  como  tales  eran  reputados  y  tenidos,  las  puertas  de 
toda  participación  en  la  cosa  pública,  y  que  sólo  aquéllos  que 
entre  nosotros  no  sobresalían,  las  tuvieron  abiertas  para  puestos 
inferiores,  y  para  algunos  elevados  sólo  quienes  se  prestasen  a  cu- 
brirse con  bandera  liberal. 

El  Gobierno  de  la  República  Mexicana,  fuera  de  la  protec- 
ción que  las  leyes  imparten  a  los  ciudadanos,  no  puede  proteger 
religión  alguna;  pero  por  la  misma  ley  que  establece  la  libertad 
de  conciencia,  le  está  vedado  atacar  a  cualquiera  de  ellas.  Díaz, 
que  mostrándose  tan  celoso  por  el  cumplimiento  de  la  primera 
parte  del  precepto,  llegó  a  la  injusticia,  como  se  acaba  de  exponer. 


24 


jio  tuvo  reparo  alguno  en  violar  la  segunda,  atacando  al  Catoli- 
cismo por  la  prensa,  por  medio  de  leyes  y  por  la  enseñanza  oficial. 

El  Combate  fue  un  periódico  netamente  anticatólico,  tan  soez 
y  bajo,  que  Las  Dominicales  de  Madrid  y  La  Lanterne  de  París  son 
cultos  y  finos  si  con  él  se  comparan.  Nada  santo  hubo  que  no  insul- 
tara sacrilegamente  un  escritorzuelo  que  publicaba  en  aquel  pan- 
fleto, bajo  el  pseudónimo  de  Cabrión,^  diatribas  insolentísimas. 
Pues  ese  periódico  recibía  subvención  pecuniaria  del  gobierno  del 
General  Díaz.  Igualmente  lo  recibieron  El  Diario  del  Hogar  y 
algún  otro,  si  no  tan  soeces  como  El  Combate,  sí  anticatólicos  como 
él;  y  por  fin,  en  1890  o  91  adquirió  el  Gobierno  El  Universal  que 
después  se  llamó  Imparcial.  Aunque  cuando  tuvo  el  primer  título 
empezó  a  conducirse  con  cierto  buen  juicio  respecto  a  la  Iglesia 
Católica,  en  quien  vio  un  factor  poderoso  del  organismo  social, 
pronto  cambió  de  opinión  y  de  rumbo,  hasta  llegar  a  ser  el  periódico 
más  pérfidamente  anticatólico  que  en  México  se  ha  publicado, 
ayudándose  en  su  obra  de  destrucción  de  cuantos  medios  suminis- 
tran la  literatura,  el  dibujo  y  el  noticierismo  a  quien  diestramente 
sabe  manejarlos.  Sólo  Dios  conoce  los  males  que  haya  hecho  entre 
nosotros  ese  periódico,  agradable  a  la  vista  y  que  se  leía  tan  fácil- 
mente como  se  bebe  el  buen  vino,  pero  como  éste,  pérfido  y  traidor. 
No  habrían  de  ser  menos  que  Díaz  los  gobernadores  de  los  Estados, 
y  todos  protegieron  a  El  Imparcial  y  tuvieron  sus  periódicos  más 
o  menos  anticatólicos.  Esta  protección  a  la  prensa  hostil  a  la  Reli- 
gión, es  doblemente  abominable  e  injusta,  porque  siendo  católicos 
la  mayor  parte  de  los  contribuyentes,  ella,  sobre  ser  infractora 
de  la  ley,  es  contraria  a  la  voluntad  de  los  que  dan  su  dinero 
no  para  que  se  les  ataque  sino  para  que  se  les  proteja 

Cabrión  era  el  pseudónimo  del  general  Refugio  I.  González,  nacido  en  Guada- 
lajara  en  1814  y  muerto  en  México  en  1892,  que  con  furor  propagó  el  espiritismo. 
(Iguíniz:  Catálogo  de  seudónimos,  anagramas  e  iniciales  de  escritores  mexicanos.  Mé- 
xico, 1913.  Valverde  Téllez:  Bibliogr.  Filos.  Méx.,  II,  266). 

'  Justo  es  decir,  sin  embargo,  que  El  Imparcial,  en  la  época  en  que  durante 
la  presidencia  de  Madero,  estuvo  libre  de  ligas  con  la  administración,  modificó  o 
abandonó  su  sistema  sectario  y  llegó  con  horiradcz  e  inteligencia,  a  prestar  aliento 
y  dar  aplausos  al  Partido  Católico  Nacional. 


25 


No  solamente  dejó  el  general  Díaz  vivas  las  leyes  de  Reforma 
en  lo  que  tienen  de  hostil  y  opresivo  a  los  católicos,  sino  que  mu- 
chas veces  con  agravio  de  su  propio  espíritu,  las  hizo  más  odiosas, 
disminuyendo,  si  cabe,  la  personalidad  jurídica  de  la  Iglesia  e 
impidiendo  con  trabas  inicuas,  la  beneficencia  cristiana.  Derecho 
tienen  los  católicos  para  beneficiar  a  sus  hermanos  en  religión,  ayu- 
dándoles en  lo  espiritual  y  en  lo  temporal  con  fundaciones  de  asilos 
y  colegios;  para  asignar  a  estas  instituciones,  capitales  destinados 
a  su  sostenimiento,  y  para  designar  a  quienes  les  plazca  como  admi- 
nistradores de  ellos.  También  tienen  pleno  y  perfecto  derecho  para 
que  en  obras  de  esa  naturaleza,  encuentren  los  protegidos  la  ayuda 
de  su  religión:  que  el  anciano  que  ha  vivido  a  la  sombra  de  la 
cruz,  amparado  por  ella  pase  los  últimos  días  de  su  peregrinación; 
que  el  huérfano  de  padres  católicos  halle  lo  que  hubiera  tenido 
al  lado  de  la  madre  que  perdió,  es  decir,  quien  lo  enseñe  a  creer, 
a  orar  y  a  cumplir  la  ley;  que  tenga  el  enfermo  el  consuelo  de  la 
caridad  cristiana  y  de  la  dulce  resignación,  y  el  moribundo,  el 
bendito  amparo  de  Jesús.  Natural  es  que  el  católico  que  funda 
tales  institutos,  cuente  con  el  derecho  de  que  el  dinero  por  él  do- 
nado en  vida  o  en  muerte,  no  se  vuelva  arma  de  combate  contra 
su  religión  e  instrumento  de  ruina  para  su  protegido.  Pero  de  otra 
manera  pensaron  Díaz  y  los  suyos  que  laicizaron  hasta  la  benefi- 
cencia privada.  Ni  Juárez  ni  Ocampo  ni  los  Lerdo  llegaron  a  tan- 
to. Estos  reformadores  prohibieron  a  la  Iglesia  Católica  recibir 
legados  piadosos  (lo  que  es  ya  una  injusticia);  Díaz  le  interdijo 
administrar  capitales  destinados  a  la  beneficencia  privada.  Y  no 
pareciéndole  bastante  esta  inicua  traba,  mientras  amplió  y  llenó 
de  privilegios  a  toda  beneficencia  particular  con  tal  de  ser  laica, 
no  reconoció  como  de  ese  carácter  ningún  asilo,  hospital  u  orfa- 
natorio,  si  había  de  practicarse  en  él  algún  acto  de  religión  o  de 
atenderlo  alguna  institución  religiosa,  y  según  la  ley,  pierden  el 
carácter  de  benéficos  los  colegios  y  escuelas  en  que  se  enseñe  a  los 
educandos  la  Santa  Religión.  ¡  Llegó  el  miedo  a  donde  no  alcanzó 
el  odio!  ¿Y  qué  decir  de  la  ley  Corral  que  prohibe  bendecir  las 


26 


sepulturas,  no  obstante  que  Juárez  claramente  lo  había  permi- 
tido? 

¿Y  qué  de  la  Limantour  que  puso  en  riesgo  el  uso  de  los 
templos,  cuya  propiedad  nos  dejaron  los  reformistas,  y  mandó 
inventariar  los  útiles,  alhajas  y  mobiliarios  de  ellos,  aunque  la 
Constitución  adicionada  y  reformada  concede  a  la  Iglesia  el  de- 
recho de  propiedad  sobre  bienes  muebles? 

Cuando  el  partido  liberal  triunfó  en  1867,  la  ley  prohibió  la 
enseñanza  religiosa  en  la  instrucción  que  el  Estado  impartiera. 
Ataque  fue  este  a  la  Religión  y  a  los  católicos;  a  la  Religión,  por- 
que a  ésta  asiste  el  derecho  de  que  se  le  dé  a  conocer  a  todo  enten- 
dimiento ;  a  los  católicos,  porque  lo  tienen  a  que  el  Estado  les  ayude 
a  instruir  a  sus  hijos  como  ellos  quieren  que  se  instruyan;  y  en 
los  países  divididos  como  el  nuestro,  exige  la  justicia  que  el  Estado 
imparta  por  igual  su  protección  a  los  padres  de  familia  que  la 
quieren  o  la  necesiten,  para  que  ellos  o  los  que  ellos  quieran,  edu- 
quen a  sus  hijos.  Pero  en  ese  tiempo  el  ataque  no  fue  tan  rudo, 
pues  la  instrucción  primaria  que  dio  el  Estado  no  se  presentó  cla- 
ramente anticatólica  ni  estaba  organizada  de  manera  que  directa- 
mente tendiera  a  pervertir  el  entendimiento  y  el  corazón  de  los 
niños;  y  aunque  la  secundaria  y  profesional  haya  estado  ya  corrom- 
pida en  la  Escuela  Nacional  Preparatoria  y  en  las  de  Juriprudencia 
y  Medicina  de  la  Capital,  no  sucedía  lo  mismo  en  los  Estados, 
donde  se  respetaba  la  Religión  Católica  y  no  se  habían  extremado 
las  leyes  al  grado  que  fuera  indispensable  para  adquirir  títulos 
profesionales,  cursar  cátedras  en  centros  docentes  del  Estado.  To- 
cóle a  Díaz  consumar  la  iniquidad.  En  la  instrucción  primaria  la 
comenzó  en  Veracruz  el  alemán  Enrique  Rebsamen  ^  bajo  el 
patrocinio  del  Gobernador  don  Juan  de  la  Luz  Enríquez.  So  pre- 
texto de  educación  integral,  formación  de  carácter  y  creación  del 
alma  nacional,  desarrolló  ese  pedagogo,  programas  enteramente 
evolucionistas  y  por  tanto  brutalmente  anticatólicos,  que  en  efecto 

c  D.  Enrique  C.  Rebsamen  nació  en  Kreuzlingen-Egelshofen,  Turgovia,  en  la 
Suiza  Alemana,  en  1857,  y  muñó  en  Jalapa,  Ver.,  el  8  de  abril  de  1904. 


27 


abrazan  el  entendimiento,  la  voluntad  y  hasta  los  sentidos;  agra- 
vando el  mal,  el  método  pedagógico  empleado,  el  cual,  si  no  da 
solidez  a  la  enseñanza,  sí  es  eficacísimo  para  que  el  alma  del  pro- 
fesor se  trasfunda  en  la  del  niño.  Y  como  Rebsamen  había  creado 
en  la  Escuela  Normal,  profesores  a  su  imagen  y  semejanza,  sin 
ciencia  sólida  ni  conocimientos  profundos,  pero  muy  pagados  de 
su  arte,  llenos  de  nociones  superficiales,  rematadamente  anticató- 
licos y  celosos  propagandistas,  ya  es  fácil  imaginar  el  mal  que  haría 
enseñanza  así  dispuesta  y  por  tales  órganos  trasmitida.  De  Vera- 
cruz,  pasó  Rebsamen  a  otros  Estados  y  al  Distrito  Federal,  exten- 
diendo y  organizando  su  obra  demoledora.  Creó  por  entonces  don 
Porfirio  el  Ministerio  de  Instrucción  Pública  y  Bellas  Artes  y  lo 
puso  en  las  manos  de  don  Justo  Sierra,  ingenio  cultísimo,  que  des- 
arrolló todo  un  sistema  de  ataques  a  la  Religión.  En  la  enseñanza 
primaria,  ayudado  por  los  Normalistas  (como  se  llamaban  los  reb- 
samianos)  creó  un  verdadero  organismo  cuyo  espíritu  se  manifiesta 
por  entero  en  el  Boletín  de  Instrucción  y  en  las  obras  escritas,  tanto 
para  los  maestros  como  para  los  discípulos,  por  profesores  norma- 
listas. En  todo  ello  campea  el  propósito  satánico  de  sustituir  en 
la  mente  de  los  niños  las  ideas  cristianas  y  espiritualistas,  por 
las  de  fuerza  y  materia  en  un  positivismo  seminaturalista ;  implan- 
tarles en  la  voluntad  una  moral  evolucionista  basada  en  ellos  mis- 
mos y  en  sus  relaciones  con  los  demás,  y  sostener  todo  esto  con  la 
'  religión  de  la  Patria  y  el  culto  de  los  héroes.  Esta  es  en  resumen 
la  grande  obra  que  remató  Sierra,  autorizado  y  aplaudido  por  don 
Porfirio  Díaz,  la  cual  fue  copiada,  rasgo  más,  rasgo  menos,  por 
los  gobernadores  de  los  Estados,  que  no  quisieron  quedarse  a  la 
zaga  en  el  progreso  de  la  instrucción.  En  la  secundaria,  prepara- 
toria y  profesional,  que  también  fue  copiada  en  los  Estados,  se 
implantó  el  positivismo  espenceriano  que  destruye  en  su  base  toda 
religión.  Pero  más  diabólico,  si  cabe,  que  todo  esto,  fue  el  haber 
extendido  esta  máquina  destructora  hasta  la  mujer,  que  pudo  en- 
trar y  de  hecho  entró  en  las  escuelas,  sobre  todo  en  las  Normales. 
Viejo  propósito  de  la  masonería  había  sido  descatolizar  a  la  mujer 
mexicana;  ¿por  qué  fatal  destino  tocó  a  Díaz  cooperar  como  nin- 


28 


guno  a  obra  tan  nefanda...?  ¡Y  cuánto  ha  logrado,  sobre  todo 
en  la  ciudad  de  México!  Afortunadamente  para  la  Patria  y  quizá 
para  ellas  mismas,  esas  pobres  mujeres  están  condenadas  a  no  sen- 
tir jamás  en  su  frente  la  augusta  corona  de  la  maternidad.  Pero 
¡  a  cuántos  niños  arrastrarán  tras  de  sí  al  abismo  de  la  incredu- 
lidad y  del  vicio!  El  mismo  maestro  lo  había  dicho:  Si  queréis 
tirar  un  puente  por  donde  la  mujer  mexicana  pase  inmaculada  y 
pura  por  sobre  el  doble  abismo  de  la  miseria  y  del  instinto,  poned 
en  buena  hora  uno  de  sus  estribos  en  la  Escuela,  pero  dejad  el 
otro  en  manos  de  Dios.  ¿Por  qué  inconsecuencia  fatal,  el  mismo 
Sierra  arrancó  ese  puente  de  las  Divinas  Manos.  .  .? 

Para  completar  toda  esta  obra  de  desolación,  aunque  por  res- 
peto al  precepto  constitucional  no  se  prohibió  que  se  diera  ense- 
ñanza católica,  se  buscó  la  manera  de  que  todos  los  estudiantes 
tuvieran  que  recibir  la  preparatoria  y  profesional  en  las  escuelas 
oficiales  y  se  encontró  el  medio,  aunque  inicuo,  en  la  segunda  parte 
del  artículo  de  la  Constitución  que  sanciona  la  libertad  de  ense- 
ñanza. Poquísimos  son  los  que  estudian  únicamente  por  amor  a  la 
ciencia;  todos  quieren  mediante  el  estudio,  alcanzar  una  profesión 
que  les  dé  modo  honesto  de  vivir.  Como  el  artículo  citado  dice  en 
su  segunda  parte:  "la  ley  determinará  qué  profesiofies  necesitan 
título  para  su  ejercicio  y  en  qué  condiciones  deba  éste  expedirse", 
declaráronse  nulos  y  sin  valor  para  alcanzar  título  profesional  al- 
guno, los  estudios  hechos  fuera  de  las  aulas  del  Estado;  y  como 
quedara  el  recurso  de  comprobar  mediante  examen  los  conocimien- 
tos adquiridos  en  los  centros  docentes  católicos,  en  algún  Estado 
(Michoacán),  se  llegó  a  negar  este  recurso;  en  otros  y  en  el 
Distrito  Federal  se  le  pusieron  cuantas  trabas  fue  posible.  Tales 
fueron  las  siguientes:  que  se  pagara  por  ser  examinado  (lo  cual 
sobre  gravoso  es  injusto,  pues  ¿no  se  pagan  los  profesores  de  los 
colegios  del  Estado  con  dinero  del  erario,  es  decir,  de  los  contri- 
buyentes?) ;  que  fueran  los  exámenes  conforme  al  plan  y  programa 
seguidos,  según  el  sistema  científico  que  el  Estado  había  adoptado 
en  su  enseñanza,  y  hasta  de  acuerdo  con  el  texto  oficial,  de  suerte 
que  el  Estado  se  había  convertido  en  maestro  infalible  de  todo 


29 


conocimiento  humano  y  sólo  era  historia,  filosofía,  terapéutica  y 
gramática  lo  que  él  había  sancionado  con  su  infalible  fallo.  ¿  Dónde 
está  la  libertad  de  enseñanza,  dónde  la  de  pensar?  Y  por  último, 
exigióse  que  el  examen  fuera  practicado  por  un  número  de  exa- 
minadores mayor  que  el  que  se  exigía  al  examinarse  los  alumnos 
oficiales,  que  durase  indefinidamente,  y  que  la  aprobación  sólo 
se  obtuviera  alcanzando  las  más  altas  calificaciones  que  los  plan- 
teles oficiales  daban  a  sus  mejores  discípulos.  Si  esto  no  es  ini- 
quidad, ¿  a  qué  se  le  dará  ese  nombre? 

En  resumen:  las  leyes  de  Reforma  con  su  insufrible  opresión 
suspendidas  sobre  nuestra  cabeza;  la  exclusión  sistemática  de  los 
católicos  (en  pro  de  los  liberales)  de  toda  participación  en  la  cosa 
pública  y  en  los  empleos  de  Gobierno;  las  leyes  que  acabaron  de 
destruir  la  personalidad  jurídica  de  la  Iglesia;  la  amplia  protec- 
ción a  la  prensa  anticatólica;  el  fomento  y  organización  de  la  en- 
señanza pública  para  convertirla  en  arma  contra  el  catolicismo, 
y  en  fin,  las  leyes  y  reglamentos  opresivos  de  la  beneficencia  cató- 
lica, constituyen  la  obra  de  Díaz  en  contra  de  la  religión  popular. 
¿Qué  vale  a  su  lado  el  laissez  faire  de  su  política  para  con  la 
Iglesia? 


30 


III 


LA  DEFENSA  CATOLICA 

Dos  CLASES  de  acción  se  desarrollaron  por  los  católicos 
en  los  treinta  y  un  años  del  régimen  de  Díaz;  la  religiosa 
y  la  social. 

La  primera,  exclusivamente  propia  del  sacerdocio,  y  que  con- 
siste en  trabajar  por  que  la  vida  cristiana,  mediante  la  gracia, 
se  desarrolle  en  cada  uno  de  los  individuos  tan  amplia  y  perfecta 
cuanto  sea  posible  a  la  fragilidad  de  la  humana  naturaleza  y  a 
la  índole  y  estado  de  cada  quien,  alcanzó  extensión  y  energía  muy 
grandes,  mayores  tal  vez  que  en  otras  épocas  de  nuestra  historia. 
Cuenta,  como  propio  suyo,  la  predicación,  la  administración  de 
los  Sacramentos,  el  culto  divino,  las  misiones  parroquiales,  los  ejer- 
cicios espirituales,  las  cofradías  y  asociaciones  piadosas,  la  ense- 
ñanza catequética,  medios  todos  de  iniciar  y  fomentar  la  vida  que 
el  Cristo  trajo  a  la  tierra,  como  fin  de  su  amorosa  visita.  Dos  suertes 
de  operarios  se  necesitan  para  esta  acción:  unos  que  salgan  a 
sembrar  la  palabra  y  cultiven  el  campo;  otros  que  llamen  sobre 
el  sembrado  las  lluvias  del  cielo  y  consigan  la  fecundidad  de  la 
tierra,  es  decir,  que  mediante  la  oración,  traigan  la  divina  gracia 
que  fecundice  los  trabajos  de  los  primeros.  De  aquí,  la  necesidad 
no  sólo  de  sacerdotes  y  religiosos  que  trabajen,  sino  también  de 
monjas  y  monjes  que  oren.  En  los  treinta  años  de  paz,  multipli- 
cáronse los  Obispos,  los  sacerdotes,  los  religiosos  y  las  monjas  (aun- 
que no  tanto  como  las  necesidades  lo  demandaban)  y  vino  como 


31 


consecuencia  esa  amplitud  de  trabajo  y  de  acción  que  no  puede 
negarse:  el  culto  fue  grandioso,  muchas  las  asociaciones  piadosas, 
innumerables  las  misiones,  frecuentes  las  romerías  y  frecuentísima 
para  muchos  la  recepción  de  los  Santos  Sacramentos. 

La  acción  social,  tomada  esta  palabra  en  toda  su  amplitud, 
no  es  del  sacerdote  exclusivamente,  sino  que  atañe  también,  y  en 
muchas  cosas  directamente,  a  los  seglares.  Tiene  dos  objetos :  uno, 
la  aplicación  de  los  principios  cristianos  a  la  composición  misma 
de  la  masa  social;  otro,  atraer  a  los  hombres  por  medios  no  sa- 
grados a  que  se  acerquen  al  sacerdote  para  que  éste  ejerza  en  ellos 
la  acción  sagrada.  De  suerte  que,  bajo  uno  y  otro  concepto,  es 
un  medio  para  la  acción  religiosa. 

Escuelas  y  colegios,  muchos  munificentísimamente  dotados, 
asilos  para  quienes  padecían  cualquiera  necesidad  y  asociacio- 
nes para  ayudarlos,  todo  esto  fue  brotando  sucesivamente,  hasta 
encontrarse  esas  obras  en  la  Mesa  Central,  con  verdadera  exube- 
rancia, desde  Puebla  hasta  Durango.  En  la  enseñanza  y  educación 
católicas,  hízose  un  esfuerzo  supremo  hasta  conseguir,  con  muy 
raras  excepciones,  que  no  hubiera  capital  de  Estado  sin  un  centro 
católico  de  enseñanza,  igual  o  superior  al  laico  sostenido  por  el 
gobierno  y  que  en  las  principales  ciudades  del  país,  hubiera  los 
necesarios  para  contrarrestar  los  perniciosos  efectos  de  la  ense- 
ñanza oficial.  Los  programas  y  métodos  que  se  adoptaron  fueron 
conformes  con  lo  más  adelantado  de  Europa,  y  los  maestros  y 
educadores,  capaces  de  cumplir  su  obligación  con  aprovechamiento 
de  los  discípulos.  Antes  que  los  católicos  nadie  había  considerado 
en  México  la  situación  social  de  las  clases  inferiores,  ni  mucho  me- 
nos procurado  su  mejoría;  las  semanas  agrícolas  de  Tulancingo, 
fueron  el  principio  cuyo  desarrollo  se  procuró  muy  amplio  por 
medio  de  los  congresos  católicos  y  se  llevó  a  muy  buen  término  en 
muchos  lugares  de  la  República,  principalmente  en  Puebla,  Ja- 
lisco, Michoacán,  Zacatecas,  Oaxaca  y  México.  La  defensa  cató- 
lica iniciada  en  la  prensa  por  la  inolvidable  Voz  de  México,  por  el 
denodado  Amigo  de  la  Verdad  y  por  el  Pensamiento  Católico  y 
El  Derecho  Cristiano,  se  continuó  por  El  Tiempo  y  por  El  País 


32 


en  la  Capital,  y  en  los  Estados  por  innumerables  semanarios,  mu- 
chos de  ellos  muy  cuerdamente  redactados  \  No  se  dejó,  pues,  ni 
un  momento  de  trabajar  con  más  o  menos  vigor,  sino  que  se  luchó 
en  buena  lid,  oponiendo  a  todo  ataque  una  defensa;  a  la  prensa, 
la  prensa;  a  la  enseñanza,  la  enseñanza;  al  miedo,  la  solidaridad 
por  medio  de  las  asociaciones  piadosas,  y  a  todo  junto,  el  mejora- 
miento de  las  clases  inferiores,  y  — sobre  todo —  la  acción  neta- 
mente religiosa,  que  es  la  más  fecunda. 

¿Qué  se  logró?  En  esos  treinta  y  un  años,  ¿ganamos  o  per- 
dimos? Sólo  Dios  puede  juzgar  en  definitiva  y  con  justísimo  acier- 
to; pero  ateniéndonos  a  lo  que  ven  los  ojos  y  alcanza  la  mente, 
puede  asegurarse  que  no  obstante  tanto  esfuerzo  y  trabajo,  había- 
mos perdido  mucho  y  seguíamos  perdiendo  más;  que  los  ataques 
•del  enemigo  no  habían  sido  vanos,  pues  por  una  parte  había  lo- 
grado debilitar  el  espíritu  cristiano  en, muchísimos  de  los  nuestros, 
y,  por  otra,  había  arrancado  la  fe  de  innumerables  almas.  Y  éstos 
son  los  verdaderos  intereses  de  la  Religión,  y  lo  demás,  aunque 
santísimo,  no_  es  sino  medio  para  llegar  a  este  fin. 

Hemos  expuesto  ya,  que  de  los  empleos  y  funciones  públicas 
estaban  sistemáticamente  excluidos  los  católicos;  pues  bien,  entre 
nosotros  son  muy  numerosos  los  de  la  clase  media  y  no  pocos  los 

*  El  Amigo  de  la  Verdad  se  redactaba  en  Puebla  por  el  gran  católico  don  Francisco 
Flores  Alatorre,  El  Pensamiento  Católico  y  El  Derecho  Cristiano,  fueron  en  Morelia 
valientes  periódicos  de  combate,  y  al  par  de  ellos  debemos  citar  El  Amigo  del  Pueblo 
de  León,  y  La  Linterna  de  Diógenes  de  Guadalajara,  así  como  El  Regional  de  la 
misma  ciudad. 

Otros  periódicos  hubo  de  igual  mérito,  pero  en  estos  momentos  no  recordamos 
sus  nombres. a 

a  La  Voz  de  México  (1870-1909),  fundada  por  el  Lic.  Rafael  Gómez,  tuvo  entre 
sus  colaboradores  a  los  abogados  Aguilar  y  Marocho,  J.  de  J.  Cuevas,  Miguel  Martínez 
y  Tirso  R.  Córdoba.  El  Amigo  de  la  Verdad  (1870-1914),  fue  diario  desde  1900.  El 
Pensamiento  Católico  (1871-1878)  v  El  Derecho  Cristiano  (1888-1889),  fueron  fun- 
dados Y  redactados  por  el  Lic.  Benigno  Ugarte:  en  ellos  colaboró  el  Lic.  Francisco 
Elguero.  En  El  Tiempo  (1883-1912)  de  D.  Victoriano  Agüeros  y  en  El  País  (1899-1914) 
de  D.  Trinidad  Sánchez  Santos,  escribieron  sus  fundadores  y  muchos  otros  distinguidos 
articulistas.  Tuviéronlos  también  numerosos  La  Linterna  de  Diógenes  (1887-1908),  fun- 
dada por  el  Lic.  Bruno  Romero  y  dirigida  por  el  profesor  D.  Atilano  Zavala,  y  El 
Regional  (1904-1914),  primer  diario  católico  de  Guadalajara,  debido  al  Pbro.  Luis 
G.  Romo  y  a  varios  otros  católicos  jaliscienses. 

33 


PC3 


de  la  alta,  que  no  tienen  más  medios  de  subsistencia,  que  prestar 
sus  servicios  al  Estado;  y  hay  muchas  familias  que  en  dos  o  tres 
generaciones,  no  han  tenido  otro  medio  de  vivir.  Para  alcanzar 
el  empleo  y  perdurar  en  él,  ¿qué  les  quedaba  a  estos  hombres  sino 
dejar  de  ser  católicos  o  fingir  que  no  lo  eran,  o  cuando  menos, 
ocultar  su  fe  y  entrar  en  transacciones  con  su  conciencia?  Todos 
empezaban  por  esto  último  y  muchos  llegaban  al  positivo  aban- 
dono de  la  fe ;  que  no  es  para  todos  posible  resistir  al  medio  en  que 
se  vive  y  hablar  y  obrar  como  quien  no  es  católico  y  conservar 
sin  embargo  la  fe  cristiana;  pues  ésta  es  una  virtud  que  necesita 
practicarse,  una  doctrina  que  necesita  estudiarse  y  un  don  de  Dios 
cuya  conservación  y  aumento  debe  pedirse.  Otros  no  llegaban  a 
tanto,  pero  sí  al  fingimiento,  al  acomodo,  a  la  doblez,  lo  que  des- 
truía en  su  alma  la  santa  virilidad  y  la  energía  de  carácter  y  pro- 
ducía aquel  espíritu  de  transacción,  tan  desarrollado  entre  nosotros 
durante  la  época  de  Díaz  y  tan  contrario  a  los  intereses  de  la 
Patria,  de  la  Religión  y  hasta  de  la  augusta  dignidad  humana. 
Cuando  Pío  IX  y  León  XIII  permitieron  a  los  católicos  entrar 
con  bandera  neutral  a  participar  en  gobiernos  no  católicos,  no 
fue  para  que  los  que  así  entraban,  transigieran  entre  Dios  y  los 
intereses  terrenales,  sino  para  que,  sin  faltar  en  nada  al  gobierno 
cuyos  servidores  serían,  procurasen  hacer  algunos  bienes,  o  cuando 
menos  evitar  los  males  que  les  fuera  posible.  Los  católicos  que  en 
los  tiempos  de  Díaz  sirvieron  puestos  públicos,  ¿  qué  males  evitaron, 
qué  bienes  hicieron?  De  entre  quienes  pertenecían  al  coingreso 
cuando  se  dio  la  ley  de  Beneficencia  Privada  ¿  qué  voz  se  alzó  para 
contrariarla,  qué  voto  se  le  negó  ^?  ¿Qué  hicieron  los  demás  em- 
pleados y  funcionarios  de  inferior  categoría  para  evitar  la  injus- 
ticia de  favorecer  más,  y  aun  contra  la  ley,  a  los  no  católicos?  El 
miedo  de  Díaz  y  el  miedo  a  Díaz  los  ataba.  Miedo  vano  y  pueril 
contra  el  que  no  sirvieron  de  remedio  las  asociaciones  piadosas; 
pues  sólo  pertenecían  a  ellas,  aparté  de  millares  de  mujeres,  mu- 

*  No  recordamos  más  que  los  nombres  de  dos  diputados  disidentes  en  Michoacán. 
Probablemente  hubo  algunos  otros  en  los  demás  Estados,  pero  su  voz  no  se  hizo  oír 
fuera  del  salón  de  sesiones. 


34 


chos  varones  de  la  clase  pobre  y  unos  cuantos  de  los  que  más  ne- 
cesitados estaban,  quienes  daban  su  nombre  recatándose  lo  más 
que  podían  y  continuaban  su  vida  de  Nicodemus,  o  lo  que  es  peor, 
de  transacción  y  acomodo.  Y  hay  que  fijar  la  atención  en  que  esto 
duró  por  espacio  de  treinta  y  un  años  y  que  no  tenía  traza  de 
acabar,  pues  los  nuevos  seguían  camino  de  los  antiguos  cuando  no 
llegaban  más  rápidamente  a  la  irreligión. 

Tanto  quizá  como  éstas,  se  perjudicaron  las  clases  que  los 
franceses  llaman  directoras  y  que  lo  son  de  verdad,  porque,  quiénes 
con  sus  luces,  quiénes  con  su  influencia,  quiénes  cuando  menos  con 
su  ejemplo,  los  miembros  de  ellas  dirigen  a  los  demás.  Temerosos 
de  sufrir  quebranto  en  sus  intereses,  estorbo  en  sus  empresas,  dis- 
minución en  su  clientela  o  cualquiera  otra  iniquidad  de  parte  de 
los  del  gobierno  (con  quienes  tenían  que  estar  en  frecuente  con- 
tacto) si  aparecían  franca  o  lealmente  católicos,  se  apartaron  de 
la  Iglesia  lo  más  que  les  fue  posible,  buscando  siempre  un  acomodo 
entre  su  conciencia  y  su  interés.  Tantas  protestas  se  elevaron  en 
contra  de  la  expulsión  de  las  Hermanas  de  la  Caridad,  que  se  for- 
mó un  libro  así  llamado.  ¿Cuántas  se  alzaron  en  contra  de  la  ley 
de  Beneficencia,  tan  anticatólica  y  perjudicial  como  aquélla? 
¿Cuántos  de  esas  clases  concurrieron  a  los  Congresos  Católicos, 
cuántos  cooperaron  para  llevar  a  cabo  las  iniciativas  allí  presen- 
tadas? Diez  o  doce  hombres  maduros,  de  espíritu  recto  y  corazón 
generoso,  y  un  grupo  heroico  de  jóvenes,  fueron  las  milicias  auxi- 
liares con  que  contó  el  Episcopado  y  el  sacerdocio  para  la  magna 
obra  social.  Esto  se  desarrolló  porque  el  espíritu  de  Dios  es  fecun- 
do, pero  la  escasez  de  operarios  demuestra  la  mengua  del  espíritu 
cristiano  en  las  clases  de  que  venimos  hablando;  y  como  éstas  in- 
fundían su  apocamiento  en  sus  propios  hijos,  carecían  los  herederos 
de  ideales  nobles  y  dedicaban  su  juventud  a  la  ruindad  del  dinero 
o  a  la  bajeza  de  la  carne. 

Este  amenguamiento  de  carácter,  esta  falta  de  cumplimiento 
a  las  obligaciones  sociales  que  la  religión  impone,  esta  docilidad 
para  plegarse  a  todo,  aunque  repugne  a  la  conciencia,  con  tal  que 
haya  manera  de  aquietarla  ¿  no  son  causa  de  verdadera  ruina  para 


35 


las  almas?  ¿No  es  cierto  que  todo  católico,  según  su  clase  y  su 
posición,  está  obligado  a  no  avergonzarse  de  Cristo?  ¿Y  no  es, 
por  desgracia,  verdad  que  las  clases  directoras  muchas  veces  y  en 
muchos  casos  se  avergonzaron  de  Cristo  ante  Díaz  y  los  suyos? 
¡  Cuán  pocos  de  entre  ellos  podrán  exlamar,  cercanos  a  la  muerte, 
con  aquel  hermoso  grito  de  esperanza  del  insigne  Luis  Veuillot: 

J'espere  en  Jésus;  sur  la  terre 
Je  n'ai  pas  rougi  de  sa  loi; 
Au  dernier  jour  devant  son  Pére 
II  ne  rougira  pas  de  moi! 

Hay  que  agregar  a  estos  males,  los  causados  por  la  enseñanza 
que  aunque  en  algo  perjudicaron  a  las  clases  elevadas,  princi- 
palmente dañaron  a  la  media  y  submedia  sin  que  dejaran  de  per- 
judicar a  la  ínfima.  Entre  nosotros,  las  clases  medias  surten  a 
la  sociedad  de  intelectuales,  pues  hasta  los  que  ocupan  en  la  actua- 
lidad elevada  jerarquía  social,  en  su  mayor  parte  salieron  de  ellas. 
Los  hijos  de  los  ricos  apenas  si  reciben  instrucción  primaria  su- 
perior y  aprenden  alguna  que  otra  de  las  materias  de  la  prepa- 
ratoria, y  esto,  aunque  sus  padres  sean  de  aquellos  intelectuales 
que  mediante  su  propio  trabajo  se  han  levantado  de  la  clase  en 
cjue  nacieron.  Por  esta  razón  los  hijos  de  aquellas  clases  son  los  que 
pueblan  las  aulas  de  los  colegios  y  los  salones  de  las  escuelas  con 
la  decidida  intención  de  obtener,  mediante  el  estudio,  una  profesión 
literaria  que  les  dé  modo  honesto  de  vivir. 

En  las  ciudades  todas  del  centro  de  la  República,  recibían 
los  niños,  por  lo  general,  la  instrucción  primaria  en  las  escuelas 
católicas;  pero  en  gran  número  pasaban  luego  a  la  preparatoria 
oficial,  movidos  sus  padres  a  este  cambio,  si  eran  servidores  del 
gobierno,  por  el  miedo  de  aparecer  católicos  y  ser  por  esto  pri- 
vados de  sus  empleos,  y  si  no  eran,  por  la  necesidad,  creada  por 
las  leyes,  de  cursar  en  los  establecimientos  oficiales  para  obtener 
el  título  anhelado.  Había  en  muchos  el  valor  necesario  para  afron- 
tar los  peligros,  pero  cada  año  les  esperaba  un  nuevo  ataque ;  por- 


36 


que  al  finalizar,  o  se  examinaban  en  la  escuela  oficial  o  no ;  quienes 
lo  hacían,  sentían  las  dificultades  de  que,  por  voluntad  de  los  le- 
gisladores y  por  sectarismo  de  los  sinodales,  estaba  erizado  aquel 
acto;  no  todos  tenían  el  valor  suficiente  para  seguirlas  arrostran- 
do, las  sufrían  dos  o  tres  años  y  desertaban  de  la  escuela  católica; 
quienes  al  concluir  cada  curso  no  se  examinaban,  veían  de  año  en 
año  anublárseles  el  porvenir,  temían  por  su  suerte,  y  muchos  deser- 
taban también  para  ingresar  a  las  escuelas  oficiales.  Puede  ase- 
gurarse que  de  cien  inscritos  en  las  escuelas  preparatorias  católicas, 
sesenta  pasaban  a  las  oficiales  antes  de  concluir  la  enseñanza  \ 

Para  formarse  idea  de  las  pérdidas  que  por  este  capítulo  he- 
mos sufrido,  puede  suponerse  un  centenar  de  niños  que,  salidos 
de  la  escuela  primaria  católica,  se  preparaban  a  entrar  en  los 
colegios.  La  mitad  (lo  que  es  mucho  suponer)  entraría  a  los  cató- 
licos. De  estos  cincuenta,  treinta  prescindirían  de  los  estudios,  y 
de  los  veinte  restantes,  seis  permanecerían  fieles  a  la  enseñanza 
católica.  De  manera  que  de  cien  niños  católicos,  sesenta  y  cuatro 
por  lo  menos,  recibían  enseñanza  anticatólica,  pues  aunque  de  la 
escuela  del  Estado  hubieran  prescindido  treinta,  como  supusimos 
de  la  católica,  aun  estos  desertores  habían  recibido  ya  la  enseñanza 
y  la  educación  heterodoxas.  ¡  Y  esto  se  ha  venido  verificando  desde 
el  año  de  1885  en  que  empezó  a  recrudecerse  la  guerra  contra  la 
instrucción  católica!  ¡Cuánta  pérdida! 

¡  Si  aquí  hubieran  terminado  los  destrozos. .  .  !  Pero  como  no 
pudo  haber  habido  escuelas  católicas  profesionales,  sino  en  Mi- 
choacán  para  abogados,  y  en  los  últimos  años  en  Puebla  para  todas 
las  carreras,  resultaba  que  de  los  poquísimos  que  habían  sido  fieles 
a  la  enseñanza  católica  hasta  concluir  el  curso  preparatorio,  los 
más  se  veían  obligados  a  ingresar  a  las  del  estado  en  donde  aún  les 
esperaban  terribles  luchas  con  la  enseñanza,  odio  y  proselitismo  de 
los  maestros,  y  con  las  burlas,  ejemplo  y  doctrina  de  los  condiscípu- 
los. ¿Cuántos  sucumbirían.  .  .  ?  ¿No  han  salido  de  aquí  todos  los 
intelectuales  que  tiene  la  revolución  actual?  El  grupo  de  positivistas, 

'  Estos  datos  se  han  tomado  de  un  pedagogo  que  seguía  muy  de  cerca  y  con 
gran  interés  las  vicisitudes  de  la  enseñanza  católica. 


37 


muy  alto  y  muy  numeroso,  que  rodeó  a  D.  Porfirio,  formándole  cor- 
te, ¿no  tuvo  este  origen?  ¿y  no  vinieron  de  aquí  mismo  todos  aque- 
llos, liberales  también  y  muchos  de  ellos  positivistas,  que  rodearon, 
sosteniéndolos  y  dirigiéndolos,  a  todos  los  gobernadores  de  los  esta- 
dos? ¡Y  cuántos  más  que  son  maestros  de  escuela,  abogados,  mé- 
dicos, jefes  del  ejército,  ingenieros  civiles,  etc.  !  Triste  es  decirlo; 
pero  la  verdad  es  que  casi  todos  los  profesionistas  formados  en  los 
últimos  quince  años,  son  heterodoxos  aunque  no  lo  parezcan  mu- 
chos. Y  lo  son  también  los  que  durante  algún  tiempo  fueron  alum- 
nos de  las  escuelas  oficiales  y  que  por  no  haber  podido  alcanzar 
profesión  alguna,  se  quedaron  de  literatos  y  sabios  sueltos,  y  fueron 
a  la  redacción  de  cualquier  periódico  en  calidad  de  gacetilleros  o 
reporteros,  o  se  volvieron  a  su  pueblo  natal  donde  forman  una  casta 
temible  y  temida  por  audaces  e  intrigantes. 

El  trabajo  arduo  de  muchos  sacerdotes  meritísimos,  que  donde 
había  centros  de  estudiantes  se  dedicaron  a  la  juventud,  las  lágri- 
mas de  muchas  mónicas  y  la  piedad  de  no  pocas  doncellas,  no  pu- 
dieron contener,  sino  en  pequeñísima  parte,  el  inmenso  contagio;  y 
la  justicia  Divina,  paciente  siempre  pero  siempre  eficaz,  ha  permi- 
tido que  perversas  doctrinas  soplen  con  viento  de  tempestad  sobre 
las  brutales  concupiscencias  de  los  hijos  de  la  escuela  laica  prima- 
ria y  de  la  ignara  muchedumbre,  y  se  levante  la  ola  negra  y  terrible 
que  ha  azotado  por  igual,  a  Díaz  que  permitió  la  descatolización,  a 
quienes  la  idearon  y  llevaron  a  cabo,  a  quienes,  por  miedo  de  per- 
der sus  empleos,  de  ella  se  hicieron  cómplices,  y  también  a  quienes, 
por  sórdida  avaricia  o  femenil  temor,  no  quisieron  cooperar  a  sal- 
var a  los  hijos  de  la  clase  media.  Y  todos,  desde  extranjero  suelo  o 
desde  el  fondo  del  deshecho  o  profanado  hogar,  lloran  inútilmente 
lo  que  a  tiempo  no  quisieron  defender. 

Al  lado  de  las  obras  de  caridad  profusamente  esparcidas  por 
toda  la  República;  de  la  piedad  de  las  mujeres  todas  y  de  no  escasos 
varones,  de  la  virtud  muy  alta  de  los  millares  de  religiosas,  tanto 
contemplativas  como  activas;  de  los  círculos  de  obreros  y  de  los 
trabajos  sociales  emprendidos;  el  carácter  cristiano  se  amenguaba 
en  la  numerosa  parte  que  aún  permanecía  católica  en  las  clases  ele- 


38 


vadas;  igual  daño  sufrían  las  medias,  de  donde  salen  la  mayor  parte 
de  los  empleados;  se  habían  descatolizado  los  intelectuales  de  dos 
generaciones  y  empezaba,  por  la  escuela  primaria,  a  llegar  el  con- 
tagio a  las  ínfimas.  No  habían  sido  bastantes  a  contener  el  mal  las 
obras  de  vigorosa  defensa  emprendidas  por  los  obispos  y  los  sacer- 
dotes auxiliados  por  seglares  de  buena  voluntad.  Y  aun  todo  aquello 
que  tanto  nos  servía  (culto,  predicación,  asilos,  colegios. .  .)  estaba 
amenazado  de  muerte  por  la  no  derogación  de  las  leyes  de  Reforma. 
Si  no  se  quería  que  la  descatolización  continuara,  era  preciso  buscar 
nuevos  medios  de  defensa.  ¿Los  había? 


39 


IV 


LA  ACCION  POLITICA  DE  LOS  CATOLICOS 


UE  para  vivir  y  desarrollarse,  en  lo  absoluto  no  necesita  el  ca- 


tolicismo del  apoyo  y  protección  de  los  hombres,  lo  ve  claro 


no  solamente  quien  atienda  a  su  origen  divino,  sino  quien  es- 
tudie atentamente  su  propagación  en  la  tierra,  principalmente  en  el 
Imperio  Romano.  También  entonces  tenían  los  cristianos  suspendido 
sobre  su  cabeza  el  peso  abrumador  de  leyes  hostiles,  y  no  obstante, 
propagaron  y  desarrollaron  su  doctrina,  sin  que  fueran  parte  a  impe- 
dirlo las  diez  sangrientas  persecuciones  contra  ellos  suscitadas,  y 
cuando  la  clemencia  de  algún  emperador  dejaba  de  aplicar  aquellas 
inicuas  leyes,  expandíanse  ellos  y  poco  a  poco,  a  sabiendas  del  pe- 
ligro que  corrían,  multiplicaban  sus  reuniones,  conquistaban  nuevos 
adeptos  y  hasta  aumentaban  la  esplendidez  de  su  culto.  Pero  que 
esto  no  basta  al  Cristianismo  para  llenar  cumplidamente  su  divina 
misión,  y  que  tiene  derecho  a  más,  a  mucho  más  sobre  la  tierra, 
también  lo  verá  claro  quien  advierta  que  Dios  suscitó  milagrosa- 
mente a  Constantino  para  que  le  concediera  la  libertad  a  que  justa- 
mente aspiraba ;  y  mire  y  pese  el  desarrollo  de  esta  santa  institución, 
y  los  beneficios  que  a  la  humanidad  trajo,  antes  y  después  del  Edicto 
de  Milán.  La  persecución,  sangrienta  o  no,  es  un  estado  anormal 
que  la  Iglesia  sufre.  Su  divina  vitalidad  la  sostiene  para  que  no 
muera  y  hasta  hace  que  durante  la  persecución  se  purifique;  pero 
siempre  será  cierto  que  durante  ese  estado  anormal,  muchos  reciben 
escándalo,  y  hay  muchos  traidores,  y  se  levantan  muchos  falsos  pro- 


40 


fetas  que  engañan  a  muchos,  y  que  por  abundar  entonces  la  iniqui- 
dad, se  enfría  la  caridad  de  no  pocos,  como  enseñó  el  mismo  Divino 
Maestro.  (Mat.  XXIV,  10,  11  y  12). 

En  la  época  de  Díaz,  mezclada  de  condescendencia  y  de  ata- 
que, hicimos  como  nuestros  padres  en  los  días  de  tregua,  nos  apro- 
vechamos de  ella,  y  a  sabiendas  de  a  qué  nos  exponíamos,  desarro- 
llamos nuestra  vida,  luchando,  para  hacerlo,  con  todos  los  obstácu- 
los que  se  nos  ponían.  Pero  que  esto  no  fue  bastante,  lo  comprueba 
lo  dicho  en  el  capítulo  anterior;  y  que  si  así  hubiéramos  seguido, 
habríamos  continuado  retrocediendo,  es  indudable;  pues  las  mis- 
mas causas  hubieran  seguido  produciendo  los  mismos  efectos,  y 
nada  había  que  anunciara,  siquiera  en  remoto  porvenir,  cambio 
alguno  en  nuestra  situación  reconocida  ya  por  muchos  como  lamen- 
table. Necesitábamos  algo;  la  obra  social,  emprendida  después  del 
Congreso  Católico  de  Puebla,  iba  en  realidad  encaminada  a  buscar 
una  mejoría,  pues,  como  sucede  en  los  fenómenos  sociales,  empieza  a 
sentirse  en  la  conciencia  de  todos,  vaga  primero  e  imprecisa,  la 
necesidad  de  una  acción  que  venga  a  modificar  el  estado  presente, 
si  es  malo  y  ya  no  corresponde  a  las  necesidades  actuales.  Pero  no 
era  esto  lo  que  principalmente  necesitábamos :  nos  faltaba  libertad 
y  solidez  en  ella ;  necesitábamos  que  el  gobierno,  cualesquiera  que 
fuesen  las  personas  que  de  él  estuviesen  encargadas,  no  fuera  un 
enemigo  con  quien  hubiera  que  estar  en  lucha  continua,  ni  un  tole- 
rante cuyos  favores  pendiesen  de  su  querer,  sino  que  fuera  lo  que 
debe  ser,  el  guardián  y  protector  de  los  derechos  de  todos;  y  que 
los  que  el  Pacto  Fundamental  nos  concede,  sobre  ser  reales  y  efec- 
tivos, correspondieran  a  lo  que  la  justicia  y  la  libertad  demandan 
en  naciones  divididas  en  religión,  como  la  nuestra.  La  necesidad  no 
era  social,  sino  política.  La  fuente  de  los  males  que  se  lamentaban 
(como  creemos  haber  demostrado) ,  estaba  por  una  parte  en  las  le- 
yes y  por  otra  en  los  gobernantes,  es  decir,  en  los  encargados  de 
encarrilar  la  sociedad,  ya  fijando  por  medio  de  leyes  lo  que  nece- 
sitaba para  su  bienestar,  ya  cuidando  de  aplicar  esas  leyes  y  de 
castigar  a  quienes  las  infrinjan.  Hostiles  nos  eran  las  leyes  y  quienes 


41 


debían  aplicarlas  y  hacerlas  cumplir.  He  aquí  la  causa  de  nuestras 
pérdidas. 

Cuando  la  división  religiosa  es  por  desgracia  un  hecho  social, 
sólo  el  régimen  de  libertad  es  justo,  lo  que  Dios  quiso  enseñamos 
por  medio  de  Constantino,  quien  en  el  Edicto  de  Milán  sancionó  la 
libertad  religiosa,  no  la  unidad  católica,  pues  ésta  no  vino  a  ser  ley 
sino  siglos  después,  cuando  ya  fue  un  hecho,  consumado  por  el  pa- 
cientísimo  trabajo  de  los  obispos  y  de  los  monjes,  como  lo  reconoce 
Hipólito  Taine  y  lo  ha  demostrado  Godofredo  Kurth.  En  ese  régi- 
men, el  Estado  no  es  hostil  a  ninguna  religión  ni  protector  de  nin- 
guna; pero  protege  el  derecho  que  cada  uno  de  los  ciudadanos 
tiene  a  su  propia  religión,  y  de  aquí  que  nada  haya,  ni  en  la  legisla- 
ción ni  en  el  gobierno,  que  contraríe  a  ninguna  o  le  sirva  de  obs- 
táculo en  su  acción  y  desarrollo.  En  Francia  no  hay  régimen  de  li- 
bertad sino  de  opresión,  por  eso  existe  la  cuestión  religiosa ;  en  los 
Estados  Unidos  no  existe  tal  dificultad,  porque  allí  está  vigente  y 
muy  amplio  el  régimen  de  libertad.  En  México,  con  ese  régimen  de 
hecho  y  de  derecho,  los  católicos  hubiéramos  podido  entrar  sin  traba 
alguna  a  la  participación  de  la  cosa  pública  y  al  servicio  del  Estado 
sin  necesidad  de  la  transacción  ni  de  la  ocultación;  las  clases  altas 
nada  hubieran  temido  de  parte  de  los  gobernantes;  éstos  no  hubie- 
ran pagado  con  dinero  público  prensa  que  descatolizara,  no  hubie- 
ran hostilizado  a  nadie  por  su  fe,  ni  se  hubiera  erigido  el  Estado  en 
maestro  de  irreligión  e  impiedad.  En  una  palabra,  para  vivir  y 
desarrollamos,  no  hubiéramos  tenido  que  luchar  contra  el  Estado, 
que  fue  el  principal  y  más  pérfido  de  nuestros  enemigos,  precisa- 
mente porque  debería  no  serlo.  Repetimos:  nuestra  necesidad  era 
política,  no  social ;  debía,  pues,  resolverse  en  el  campo  de  la  política 
y  no  en  otro  alguno.  ¿  Era  esto  posible? 

Dos  caminos  había  para  ello:  uno,  de  la  revolución  armada, 
imposible  para  nosotros,  después  de  la  Pastoral  colectiva  del  76,  y 
sobre  todo,  después  de  las  encíclicas  de  León  XHI,  principalmente 
la  Quod  Apostolici  Muneñs;  otro,  la  acción  política,  a  la  que  según 
las  leyes  de  la  República,  teníamos  pleno  y  justísimo  derecho  y  que 


42 


constituía,  conforme  a  las  enseñanzas  de  la  Santa  Sede,  ineludible 
deber. 

Estando  próxima  la  penúltima  reelección  del  General  Díaz, 
vino  a  México,  probablemente  no  como  un  simple  periodista,  sino 
como  un  enviado  de  los  Estados  Unidos  del  Norte,  el  célebre  Mr. 
Creelman,  que  tuvo  con  Díaz  una  larga  plática  (publicada  después 
en  los  periódicos  de  la  Unión  Americana )  acerca  de  la  política  na- 
cional. Por  esa  conversación  publicada  en  todos  los  periódicos,  se 
supo  en  México  que  don  Porfirio  se  proponía  entrar  francamente, 
aunque  con  precauciones,  al  verdadero  régimen  democrático.  ¿  Fue 
sincero  este  propósito  o  fue  una  nueva  artimaña  para  contener  al- 
guna acción  de  los  Estados  Unidos?  ^  Fuera  lo  que  fuese,  despertó 
en  México  agitación  y  esperanza;  pero  no  se  organizó  partido  po- 
lítico alguno,  si  no  fue  el  Nacional  Porfirista  que  desde  lejos  olía 
a  meramente  artificial.  Celebró,  no  obstante,  su  convención,  y  en 
ella  don  Francisco  Bulnes,  con  su  brillante  estilo,  fundó  la  conve- 
niencia de  una  nueva  reelección  de  Díaz,  en  la  necesidad  de  que  la 
paz  mecánica,  se  convirtiera  en  orgánica  para  que  el  sucesor  de  don 
Porfirio  fuera  la  Ley. 

El  pensamiento  hubiese  sido  verdadero  si  Díaz  se  hubiera  pro- 
puesto realmente  preparar,  durante  ese  período,  el  advenimiento  de 
la  democracia.  En  este  supuesto,  la  formación  de  los  partidos  polí- 
ticos era  indispensable  y  había  de  venir.  Así  lo  vieron  muchos,  tanto 
católicos  como  liberales,  y  de  entre  éstos  hubo  quienes  publicaran 
opúsculos  en  que  se  estudiaba  este  trascendental  asunto. 

'  Tengo  como  cierto  que  desde  1904  la  política  de  los  Estados  Unidos  tendía  a 
quitar  al  general  Díaz  de  la  Presidencia  de  la  República,  valiéndose  para  ello  de  las 
elecciones;  que  parado  por  Díaz  este  golpe  con  la  comedia  de  la  convención  porfirista 
y  por  la  abstención  del*"pueblo  volvieron  a  su  intento  por  ese  medio  en  1910;  y  que 
no  habiendo  obtenido  resultado  alguno,  favorecieron  la  revolución  armada  que  lo 
derrocó.  Ya  han  aparecido  documentos  que  algo  iluminan  este  asunto;  habrán  de  apa- 
recer otros  que  manifiesten  la  relación  que  los  acontecimientos  de  1904  y  1910,  hayan 
tenido  con  la  visita  de  Root,  la  de  Creelman,  los  ataques  a  México  en  la  prensa  de 
la  Unión  Americana,  la  entrevista  de  Díaz  y  Taft  en  las  fronteras,  la  protección  que 
Díaz  impartió  a  Celaya,  la  adquisición  de  la  mayoría  de  las  acciones  de  los  Ferrocarriles 
Nacionales,  la  no  renovación  del  arrendamiento  de  la  Bahía  de  la  Magdalena,  las 
obras  de  defensa  de  Salina  Cruz  y  otros  significativos  acontecimientos. 


43 


Las  elecciones  pasaron  en  la  misma  forma  que  habían  pasado 
siempre;  pero  no  pasó  la  idea  de  la  democracia  que  quedó  como 
aspiración  latente  en  todos  los  que  en  el  porvenir  pensábamos  con 
ánimo  tranquilo  y  noble  desinterés.  Al  acercarse  el  nuevo  período 
presidencial,  germinó  muy  poderosa  y  se  manifestó  otra  vez  ya  por 
la  publicación  de  estudios  políticos  (entre  los  que  fueron  notables 
el  de  don  Francisco  Madero,  por  la  notoriedad  que  este  señor  al- 
canzó después,  y  el  del  Lic.  Esteban  Maqueo  Castellanos  por  la  se- 
renidad y  buen  juicio  ^) ;  como  por  la  formación  de  verdaderos 
partidos,  unos  para  disputarse  la  vicepresidencia,  otro  (el  antirree- 
leccionista)  para  luchar  por  la  presidencia  y  vicepresidencia.  En- 
tonces ocurrió  la  propaganda  de  don  Francisco  Madero  que  todos 
vimos,  unos  con  admiración,  otros  con  lástima,  la  mayor  parte  con 
incredulidad;  pero  que,  pensándolo  bien,  era  un  gran  indicio  de 
que  la  democracia,  más  o  menos  pronto,  con  mayor  o  menor  per- 
fección, había  de  venir,  pues  nunca  se  siembran  en  vano  tales 
ideas  ni  menos  cuando  tienen  un  gran  fondo  de  verdad,  como  ac- 
tualmente lo  tiene  en  México  la  idea  de  la  república  democrática. 
El  mismo  Díaz  lo  comprendió  así,  y  algo  dijo  de  ello  en  el  mensaje 
presidencial  correspondiente.  Después,  cuando  ya  la  revolución  ha- 
bía tomado  incremento,  lo  vio  con  toda  claridad  y  quiso  de  veras 
ponerse  al  frente  del  movimiento  para  desviarlo  de  revolución  a 
evolución,  como  lo  manifestó  al  abrirse  las  Cámaras  en  abril  de 
1911 ;  pero  ya  era  tarde:  las  comedias  de  1876  a  1904  se  volvieron 
contra  él  por  desgracia  para  la  Patria,  no  se  le  creyó  cuando  fue 
sincero,  y  en  los  convenios  de  Paso  del  Norte,  se  pactó  su  dimisión, 
que  el  pueblo  de  la  Metrópoli,  ruin  y  tornadizo  como  todo  pueblo, 
pidió  amotinado,  sin  acordarse  de  que  aún  persistían  en  los  aires  los 
aplausos  frenéticos  que  le  prodigara  en  las  fiestas  del  Centenario. 
¡  Trágico  ejemplo  de  la  justicia  de  Dios ! 

a  El  de  Madero  se  publicó  en  diciembre  de  1908:  La  sucesión  presidencial  en  1910. 
El  Partido  Nacional  Democrático.  San  Pedro,  Coahuila.  Y  fue  reimpreso  en  México, 
1909  y  1911.  Y  el  de  Maqueo  Castellanos  en  1909:  Algunos  problemas  nacionales.  Mé- 
xico. Los  problemas  que  estudia  son:  Peligro  Yankee,  El  Indio  y  El  problema  del  Por- 
venir Político 


44 


El  advenimiento  de  la  democracia  era  indudable.  Si  hasta  en- 
tonces la  obligación  que  tenemos  los  católicos  de  aprovecharnos  de 
las  libertades  públicas  para  la  defensa  de  nuestra  fe,  había  estado 
suspensa  porque  un  poder  mayor  nos  privaba  de  ellas,  ahora  que 
iban  a  disfrutarse  en  realidad  ¿quedaría  tan  sagrado  deber  en  sus- 
penso siempre?  En  los  tiempos  de  Díaz,  el  Estado  y  los  gobernantes 
habían  sido  nuestros  enemigos;  palpábamos  la  falta  de  libertad  reli- 
giosa ;  veíamos  la  inestabilidad  de  la  poca  que  se  nos  había  concedi- 
do ;  patentes  teníamos  la  ruina  de  muchos  jóvenes  descatoHzados,  de 
muchas  almas  perdidas;  estaban  a  nuestros  ojos,  pendientes  de  un 
hilo  delgadísimo,  las  muchas  obras  católicas  llevadas  a  cabo  por  reli- 
giosos y  religiosas,  la  posesión  de  todos  nuestros  establecimientos  de 
caridad  y  de  instrucción  y  hasta  la  tenencia  de  nuestros  templos; 
providencialmente  se  ponía  en  nuestras  manos  el  arma  del  voto; 
la  obligación  suspensa  antes,  pesaba  sobre  nosotros  por  este  solo 
hecho,  con  toda  su  gravedad ;  intereses  sacratísimos  pendían  de  nos- 
otros ;  si  por  nuestra  abstención,  las  circunstancias  de  la  Iglesia  que- 
daban como  antes  o  empeoraban,  responsables  seríamos  ante  Dios 
y  ante  la  posteridad  de  los  males  que  de  tal  estado  habrían  de  se- 
guirse indefectiblemente  y  que,  cuando  menores  fueran,  serían  los 
gravísimos  que  en  tiempo  de  Díaz  se  nos  causaron.  En  el  orden  con 
que  Dios  gobierna  el  mundo,  no  entra  el  milagro  sino  como  excep- 
ción; la  Divina  Providencia  quiere  siempre  la  acción  de  los  hom- 
bres; sin  hacer  nada  de  nuestra  parte,  jamás  alcanzaríamos  la  li- 
bertad, porque  fuera  del  Edicto  de  Milán,  nunca  en  la  historia  del 
mundo  se  ha  alcanzado  la  libertad  religiosa  sin  la  acción  de  los 
católicos,  y  esperar  otro  milagro  como  el  del  Puente  Milvio  para 
que  de  allí  surgiera  el  edicto  libertador,  era  temerario  a  todas  luces. 

Otras  consideraciones  confirmaban  la  necesidad  de  la  acción 
política  de  los  católicos  en  aquella  hora.  La  democracia  iba  a 
venir;  serían  por  tanto  efectivos  los  derechos  de  las  asambleas  legis- 
lativas tanto  de  la  federación  como  de  los  Estados.  Hay  que  fijarse 
en  el  pasado  para  conocer  la  idiosincrasia  de  las  asambleas  legisla- 
tivas, tanto  de  la  federación  como  de  los  Estados.  Hay  que  fijarse 


45 


en  el  pasado  para  conocer  la  idiosincrasia  de  las  asambleas  delibe- 
rantes, sobre  todo  después  de  una  victoria.  Son  como  la  mar:  nadie 
puede  por  completo  confiar  en  ellas,  pues  es  imposible  predecir  si 
estarán  en  calma  o  qué  vientos  las  moverán.  Nadie,  al  reunirse  los 
Estados  Generales  en  Francia,  hubiera  predicho  que  su  obra  sería 
el  Terror;  al  instalarse  las  Cortes  de  Cádiz,  que  habrían  de  destruir 
la  Antigua  España,  y  al  abrirse  el  Congreso  de  Chilpancingo,  que 
éste  sacrificaría  a  Morelos.  ¿Cómo  serían  los  Congresos  que  ha- 
brían de  reunirse?  ¿Qué  elementos  los  formarían?  ¿Qué  pasiones 
los  agitarían.  .  . '?  Lo  prudente  era  contar  en  ellos  con  elementos 
que  pudieran  equilibrar  y  contener  esa  fuerza  que  podría  desbor- 
darse y  romper  todo  dique.  Basta  leer  la  historia  del  Congreso  Cons- 
tituyente de  1857,  para  persuadirse  de  lo  que  hubiera  sido  la  Cons- 
titución que  dictó,  sin  la  resistencia  de  los  católicos  que  por  fortuna 
hubo  en  aquella  asamblea.  ¿Se  confiaría  a  la  casualidad  nuestra 
defensa?  Ni  era  debido  ni  era  cuerdo.  Tanto  más  cuanto  que  bas- 
taba no  estar  ciego  para  ver  el  peligro  que  venía.  Pues  ¿quiénes 
eran  muchos  de  los  directores  de  la  revolución  triunfante?  Con 
sólo  ver  sus  escritos  en  las  publicaciones  periódicas  y  recordar  sus 
antecedentes,  había  para  temerlo  todo,  porque  no  habían  de  ha- 
ber sido  los  redactores  de  aquellos  periódicos  profundamente  anti- 
católicos como  El  Demócrata^  México  Nuevo,  La  Voz  de  Juárez  y 
otros,  quienes  nos  hubieran  de  haber  dado  libertad,  ni  siquiera  la 
poca  y  en  precario  que  el  General  Díaz  había  concedido.  Verdad 
que  había  elementos  sensatos  y  moderados,  que  Madero  con  since- 
ridad ofrecía  la  democracia,  pero  poco  son  y  poco  valen  los  hom- 
bres en  comparación  con  los  partidos  que  los  dominan  \  Hace  mu- 
chos años  que  los  católicos  mexicanos  nos  estamos  diciendo:  no, 
no  lo  harán;  no  se  atreverán  a  herir  a  toda  una  sociedad.  Dios  ha 
querido  que  por  propia  experiencia  veamos  a  qué  se  atreven.  Nin- 
gún presidente  de  los  Estados  Unidos  se  atrevería,  ninguna  legisla- 
tura de  allá  tuviera  tal  audacia,  porque  saben  que  perderían  vein- 
te millones  de  votos. 

'  La  mayor  parte  de  los  aludidos  ha  probado  coft  sus  hechos  y  discursos  lo  fun- 
dado de  los  temores  que  en  1911  se  sentían. 


46 


Haya  habido  o  no  cuestión  social,  en  el  sentido  europeo,  de 
hecho  un  problema  social  existía;  porque  había  que  mejorar  la 
suerte  de  las  clases  inferiores,  sobre  todo  de  la  rural,  que  resigna- 
das con  sus  sufrimientos,  nada  hacían  por  aliviarlos  y  quizá  no  los 
conocían:  la  caridad  y  el  patriotismo  reclamaban  que  se  les  ayu- 
dara prudentemente.  Esto  que  habíamos  intentado  los  católicos 
por  los  medios  que  en  nuestra  mano  estaban,  lo  venían  predicando 
con  la  exageración  propia  de  quien  intenta  mover  las  pasiones,  los 
promovedores  de  la  revolución.  Los  apóstoles  del  socialismo  (y  no 
del  científico  y  moderado  de  Lasalle)  ¿guardarían  la  forma  de  la 
justicia  en  las  leyes  que  sin  duda  alguna  tratarían  de  expedir? 

Por  otra  parte,  si  el  error  fundamental  de  la  política  de  Díaz 
había  consistido  en  el  divorcio  de  la  realidad,  era  patriótico  inten- 
tar que  el  nuevo  Gobierno  no  tropezara  en  el  mismo  escollo,  para 
lo  cual  era  indispensable  que  los  católicos  tuviéramos  nuestra  ac- 
ción política,  ya  que  aparte  de  que  debemos  defender  los  intereses 
religiosos,  somos  fuerzas  vivas,  elementos  activos  de  la  sociedad,  y 
tenemos  todo  un  sistema  que  no  está  en  pugna  con  la  vida  actual 
de  los  pueblos  y  armoniza  perfectamente  las  necesidades  de  todos 
con  los  derechos  de  todos,  en  un  progreso  verdadero  y  sólido,  pre- 
cisamente porque  no  es  turbulento  y  vertiginoso.  Teniendo  la  con- 
ciencia del  valor  social  del  Evangelio,  especie  nueva  de  cobardía 
o  de  egoísmo  hubiera  sido  no  pretender  ayudar  a  la  reconstrucción 
de  nuestra  patria.  Se  ha  repetido  tanto  el  concepto  de  que  en  las 
democracias  deben  las  cámaras  ser  la  representación  proporcional 
de  las  fuerzas  vivas  de  la  nación,  que  ya  no  hay  necesidad  de  pro- 
barlo. Luego  si  ya  no  se  quería  seguir  viviendo  de  comedias  ni  se 
quería  caer  en  una  oligarquía  peor  que  la  tiranía  de  uno  solo, 
era  indispensable  la  acción  política  de  los  católicos,  ya  que  cató- 
licos y  en  inmensa  mayoría,  hay  en  la  República.  La  presencia  en 
el  campo  de  lucha  de  quienes  defendieran  principios  y  no  perso- 
nas como  hasta  entonces  habían  hecho  los  liberales,  tarde  o  tem- 
prano obligaría  a  éstos  a  reunirse  para  trabajar  por  sus  principios, 
acabando  el  personalismo  que  tan  fatal  ha  sido  para  nuestra  patria. 

En  conclusión :  Todo  solicitaba  la  acción  política  de  los  cató- 


47 


lieos:  el  deber  claramente  promulgado  por  León  XIII,  la  conve- 
niencia de  la  Religión  para  ver  de  trocar  el  Estado  de  hostil  en 
libertista,  y  el  bien  de  la  Patria,  para  procurar  tanto  por  el  estable- 
cimiento de  la  democracia  cuanto  por  la  cuerda  realización  de  los 
problemas  sociales  que  iban  a  plantearse.  Si  los  hombres  que  a  la 
democracia  invitaban,  lo  hacían  sinceramente,  cooperaríamos  con 
ellos,  y  si  no,  nuestra  actitud,  tarde  o  temprano,  los  obligaría  a  ser 
demócratas. 


48 


V 


EL  PARTIDO  CATOLICO  NACIONAL 


ADA  vale  la  acción  católica  si  se  ejerce  por  individuos  ais- 


lados, como  nada  valdría  la  militar  sin  ejércitos.  Preciso  es, 


pues,  que  se  agrupen  y  disciplinen  los  individuos  para  que 
su  acción  política  sea  eficaz.  La  necesidad  de  que  los  católicos  tra- 
bajaran en  ese  campo,  que  como  dijimos,  se  comenzó  a  sentir  vaga 
e  imprecisa,  se  definió  al  fin  en 'muchos  de  los  nuestros,  sin  previo 
acuerdo  ni  comunicación  entre  sí,  como  acontece  con  todo  lo  que 
no  es  ficticio,  sino  real.  Alguna  vez  se  publicará  la  historia  del 
Partido  Católico  en  México,  y  entonces  se  sabrá  quiénes  fueron 
sus  precursores,  quiénes  sus  iniciadores  y  quiénes  sus  fundadores; 
para  nosotros  basta  decir  que  a  principios  de  1911  había  en  Mé- 
xico, Morelia  y  Puebla  quienes  pensaran  en  el  Partido,  no  ya  como 
un  desiderátum,  sino  como  algo  cuya  realización  urgía.  Llamaron 
los  de  México  a  los  de  Morelia,  *  pusiéronse  de  acuerdo,  y  se 
llevó  el  proyecto  a  conocimiento  de  Díaz,  de  quien  mereció  apro- 
bación y  aplauso.  En  1904  se  le  había  presentado  el  mismo  proyec- 
to, pero  entonces  su  miedo,  su  perpetuo  miedo,  lo  juzgó  inoportuno, 
y  no  tuvieron  por  conveniente  quienes  lo  presentaron,  entrar  en 
abierta  lucha  con  el  Dictador.  Ha  dicho  alguien  que  en  política, 

*  Los  de  Morelia  llevaron,  como  dijimos  en  el  prólogo,  unas  Reflexiones  en  que 
se  inspiró  el  programa  del  Partido  Católico,  según  D.  Gabriel  Fernández  Somellera. 
Dichas  Reflexiones  las  publicó  el  semanario  moreliano  El  Partido  Nacional  en  su  primer 
número,  del  jueves  18  de  mayo  de  1911. 


49 


PC4 


el  error  de  un  momento  tiene  consecuencias  de  siglos.  Tal  cosa  su- 
cedió a  don  Porfirio;  su  error  de  no  cumplir  lo  ofrecido  por  medio 
de  Creelman,  tendrá  consecuencias  perdurables.  La  caída  de  Díaz, 
lejos  de  hacer  inoportuna  la  obra  emprendida,  aumentaba  su  nece- 
sidad para  que  el  nuevo  régimen  encontrara  en  ese  cuerpo  organi- 
zado, un  elemento  con  quien  contar  en  las  combinaciones  que  em- 
prendiera. 

Se  formó,  pues,  el  Partido;  por  un  telegrama  se  dio  de  ello 
aviso  a  don  Francisco  Madero  que  venía  a  la  Capital  de  la  Repú- 
blica para  recibir  los  honores  del  triunfo.  La  contestación  que  dio, 
fue  una  de  aquellas  intuiciones  no  raras  en  su  vida:  dijo  que  veía 
en  el  nuevo  partido  el  primer  fruto  de  su  revolución.  ^  Efectiva- 
mente, el  primer  fruto  de  una  revolución  emprendida  por  la  demo- 
cracia, debe  ser  la  formación  de  un  partido  político  y  si  el  partido 
que  al  triunfo  de  ella  brota,  está  formado  por  hombres  honrados, 
sinceros,  de  principios  nobles  y  que  hasta  entonces  habían  sido  opri- 
midos, hermosa  sanción  es  para  el  jefe  de  la  revolución  victoriosa, 
el  nacimiento  de  la  nueva  agrupación,  y  más  se  acrecienta  su  glO' 
ria,  si  el  partido  formado  abriga,  aunque  sea  en  apariencia,  ideales 

El  telegrama  de  contestación  de  Madero  dice  textualmente: 

El  Paso,  Texas,  24  de  mayo  (de  1911).  Considero  la  organización  del  Partido 
Católico  de  México,  como  el  primer  fruto  de  las  libertades  que  hemos  conquistado. 
Su  programa  revela  ideas  avanzadas  y  el  deseo  de  colaborar  para  el  progreso  de  la 
Patria  de  un  modo  serio  y  dentro  de  la  Constitución.  Las  ideas  moddi-nas  de  su  pro- 
grama, excepción  hecha  de  una  cláusula,  están  incluidas  en  el  programa  de  gobierno 
que  publicamos  el  señor  Vázquez  y  yo  pocos  días  después  de  la  Convención  celebrada 
en  México,  por  lo  cual  no  puedo  menos  de  considerarlo  con  satisfacción.  La  cláusula 
a  que  me  refiero,  y  que  no  se  encuentra  en  nuestro  programa  de  gobierno,  es  la  rela- 
tiva a  la  inamovilidad  de  los  funcionarios  judiciales,  pero  no  constituye  diferencia 
esencial,  puesto  que  es  cuestión  que  deben  resolver  las  cámaras  legislativas,  sobre  la 
cual  no  hemos  formado  aún  opinión  bien  arraigada,  pues  por  no  juzgarla  de  actualidad, 
no  la  hemos  estudiado  con  el  reposo  que  requiere.  El  asunto  es  delicadísimo. 

Las  personas  que  integran  la  Mesa  Directiva  provisional,  todas  son  honorables. 
El  hecho  de  que  personas  acomodadas  te  lancen  a  la  política,  demuestra  que  ha 
cundido  el  deseo  de  servir  a  la  Patria;  el  anhelo  de  ocuparse  de  la  cosa  pública  y  la 
confianza  que  se  siente  en  el  nuevo  gobierno  que  va  a  recibirse  tan  pronto  como  se 
retire  el  general  Díaz. 

Que  sean  bienvenidos  los  partidos  políticos:  ellos  serán  la  mejor  garantía  de 
nuestras  libertades. 

(El  Partido  Nacional,  Morelia,  1  jun.  1911). 


50 


distintos  de  los  del  caudillo,  porque  revela  la  confianza  que  se  tiene 
en  la  sinceridad  de  sus  promesas. 

Tres  hombres  en  distintas  circuriacancias  y  con  diversos  me- 
dios, según  su  época,  han  podido  hacer  la  felicidad  de  México: 
Santa  Anna,  Porfirio  Díaz  y  Madero;  porque  sólo  ellos  han  domi- 
nado hombres  y  cosas  en  un  momento  trascendental;  sólo  en  su 
tiempo  han  estado  pendientes  de  los  suyos,  los  destinos  de  la  na- 
ción. ¿Por  qué  designio  tan  tremendo,  en  la  hora  precisa  en  que 
un  golpe  de  timón  habría  salvado  la  nave,  esos  hombres  perdie- 
ron el  rumbo.  .  .  ?  ¿  Se  habrán  verificado  una  vez  más  en  la  historia 
de  los  pueblos,  las  palabras  de  Cristo  a  Santa  Teresa:  "Yo  lo  qui- 
se, pero  los  hombres  no"?  ¡  Con  qué  oportunidad  desocupó  Díaz  la 
presidencia  dejando  intacta  la  sólida  armazón  de  su  gobierno !  ¡  Con 
qué  sinceridad  esperaba  la  nación  entera  en  su  parte  sana,  sin  dis- 
tinción de  clases  ni  de  opiniones  el  advenimiento  de  la  democracia, 
no  como  la  panacea  universal  que  de  un  momento  a  otro  sanará 
todos  los  males,  que  eran  muchos  y  muy, grandes,  sino  como  el  me- 
dio pacífico  y  seguro  de  ir  remediándolos  uno  por  uno ! 

Aunque  el  partido  se  denominó  católico,  no  propugnaba  la 
unidad  religiosa  bajo  la  doctrina  católica:  que  aunque  éste  es  el 
ideal  de  los  católicos,  ellos,  más  libertistas  que  los  liberales,  mien- 
tras haya  división  en  las  naciones,  quieren,  como  dijo  alguno,  dar 
libertad  cuando  son  señores,  para  que  se  les  dé  cuando  sean  escla- 
vos. Tampoco  tomó  este  nombre  para  impresionar  a  la  plebe  in- 
docta, ni  siquiera  para  obligar  a  sus  hermanos  en  religión  a  afiliarse 
a  su  grupo,  pues  bastante  sabían  que  el  Catolicismo  es  tan  amplio 
como  el  firmamento  y  que  caben  dentro  de  él  todas  las  tendencias, 
con  tal  que  no  pugnen  con  los  dogmas,  como  en  el  cielo  caben 
todos  los  astros  con  tal  que  no  rompan  las  leyes  del  eterno  equili- 
brio. Se  llamaron  así,  ante  todo  por  sinceridad  para  con  los  ene- 
migps,  dándoles  a  conocer  desde  luego  por  el  nombre  adoptado, 
el  criterio  que  habrían  de  seguir  en  su  política,  como  ellos  no  tie- 
nen reparo  en  denominarse  liberales  para  mostrar  cuál  es  el  suyo, 
y  después,  porque  era  preciso  para  los  demás  católicos  y  para  la 
patria,  romper  la  tradición  de  los  treinta  y  un  años  de  Díaz  y  sin 


51 


temor  ni  vergüenza,  ostentar  en  todas  partes  la  gloriosa  bandera 
católica,  precisamente  para  crear  la  democracia,  y  fundar  la  tole- 
rancia, y  quitar  a  los  nuestros  un  motivo  de  escándalo. 

No  porque  sus  miembros  eran  y  se  llamaran  católicos,  había 
de  estar  la  agrupación  regida  por  los  Obispos  y  los  sacerdotes.  ¡  Co- 
nocen muy  poco  la  libertad  católica  los  que  tal  aseguran !  ¡  No  saben 
que  dentro  del  dogma  y  de  la  moral,  tenemos  los  católicos  una  liber- 
tad que  ni  los  obispos  nos  la  tocan  ni  nosotros  la  cederíamos. . .  ! 
¿Cuándo  en  España  han  impuesto  los  Obispos  su  voluntad  o  su 
dictamen  a  los  partidos  católicos  que  allá  se  mueven,  cada  uno  en 
su  órbita  particular  siendo  muchas  veces  la  de  uno  contraria  de 
la  del  otro?  ¿Cuándo  en  Alemania  han  gobernado  los  Obispos  al 
Gran  Centro  Católico?  Incumbe  en  verdad  a  estos  altos  dignata- 
rios, conforme  a  la  doctrina  católica,  la  vigilancia  y  dirección,  en 
cuanto  a  principios  dogmáticos  y  de  moral,  de  todo  lo  que  sea  cató- 
lico: hombres  o  agrupaciones;  y  esto  de  tal  manera,  que  aunque 
los  católicos  no  se  hubieran  agrupado  o  habiéndolo  hecho  no  hu- 
bieran tomado  esa  denominación,  los  Obispos  y  los  sacerdotes  hu- 
bieran tenido  el  derecho  y  el  deber  de  enseñarles  sus  obligaciones 
en  materia  política  (ya  que  por  la  democracia  tienen  que  partici- 
par en  la  cosa  pública)  y  el  de  vigilar  que  no  se  separen  de  los 
principios  católicos. 

Leal  y  sinceramente  aceptó  el  nuevo  Partido  la  Constitución 
política  de  la  República;  pero  con  la  misma  lealtad  manifestó  su 
propósito  de  modificarla  en  lo  que  es  ya  necesario  hacerlo,  aunque 
siempre  sobre  la  base  de  la  libertad  religiosa.  Dentro  del  mismo 
liberalismo  no  cabe  mayor  amplitud.  De  un  golpe,  debido  a  la 
acción  (feliz  o  desgraciada)  de  cuarenta  y  siete  años,  se  había 
roto  el  valladar  que  separó  a  nuestros  padres ;  la  cuestión  religiosa, 
por  esa  sola  cláusula  que  los  Obispos  no  reprobaron,  dejaba  de_  ser 
cuestión  política,  y  de  una  vez  para  siempre,  si  se  lograba  que  de 
la  ley  fundamental  desapareciera  lo  que  la  hace  para  nosotros  opre- 
siva, católicos  )  liberales  amaríamos  la  Constitución  y  se  lograría 
lo  que  con  falsa  lógica  pedía  Justo  Sierra  en  1904;  el  clero  mexi- 


52 


cano  sería  como  el  americano,  amante  de  su  constitución  y  celoso 
defensor  de  ella. 

Respecto  a  la  pavorosa  cuestión  social,  una  sola  palabra  se 
dijo,  pero  llena  de  sentido;  el  partido  se  proponía  aplicar  a  la  solu- 
ción de  ella,  los  principios  católicos.  Dos  son  las  maneras  funda- 
mentales de  resolverla;  la  anticatólica  y  la  católica;  la  primera 
proclama,  como  en  las  especies  inferiores,  la  lucha  por  la  vida; 
enseña,  busca  y  es  capaz  de  realizar  la  segunda,  la  unión  para  la 
vida.  Vuelvo  en  este  momento  la  vista  a  México,  la  dulce  patria, 
y  no  entiendo  cómo,  viendo  lo  que  allí  sucede  en  esta  hora  que  es 
el  triunfo  del  proletariado  movido  y  dirigido  por  unos  cuantos 
socialistas  colectivos,  puede  haber  quien  proclame,  para  resolver 
la  cuestión  social,  la  lucha  por  la  vida. .  .  Allí  están  los  escombros 
de  una  patria  y  de  una  civilización,  regados  con  sangre  y  cieno, 
sobre  los  que  se  pretenden  erigir  un  nuevo  capitalismo  y  una  nue- 
va tiranía,  y  sobre  los  que  sólo  se  cierne  el  hambre,  la  desolación 
y  la  muerte!  ¡Triste  ejemplo  para  todas  las  naciones! 

Formado  el  Partido,  en  medio  de  no  pocas  contradicciones, 
que  fueron  distintas  según  la  índole  y  circunstancias  de  cada  Esta- 
do, libró  en  toda  la  República  su  primera  campaña  electoral  cuan- 
do se  verificaron  las  elecciones  generales  para  poderes  de  la  Fede- 
ración, y  en  cada  uno  de  los  Estados,  al  elegirse,  según  lo  convenido 
en  Ciudad  Juárez,  los  nuevos  mandatarios  de  ellos.  Patente  fue  el 
espíritu  de  tolerancia  que  lo  movía,  pues  al  designar  candidatos 
los  tomó  varias  veces  de  entre  los  liberales  para  todos  los  cargos 
de  gobierno  o  administración  de  justicia,  en  aquellos  Estados  en 
que  las  convenciones  eligieron  candidato  propio;  o  celebró  unio- 
nes transitorias  con  partidos  liberales,  en  donde  no  se  juzgó  opor- 
tuno presentarlo.  Sólo  en  Zacatecas  y  en  Puebla  se  presentó  un 
miembro  del  Partido,  pues  hasta  el  postulado  para  Vicepresidente 
de  la  República,  aunque  católico,  tenía  ciertas  afinidades  con  los 
liberales.  *^ 

=  Los  candidatos  para  los  gobiernos  de  Zacatecas  y  Puebla,  miembros  del  Partido 
Católico,  fueron  respectivamente  los  licenciados  Rafael  Ceniceros  y  Villarreal  y  Fran- 
cisco Pérez  Salazar.  A  ellos  hay  que  añadir  el  de  Querétaro  D.  Carlos  E.  Loyola.  Para 


53 


Reunida  en  México  la  primera  Convención,  los  dos  candida- 
tos presidenciales  que  habían  surgido,  don  Francisco  I.  Madero 
y  el  general  don  Bernardo  Reyes,  se  acercaron  a  los  leaders  del 
Partido  solicitando  para  sus  candidaturas  la  cooperación  de  los 
católicos,  y  es  de  observar  que  el  señor  Madero  declaró  pública- 
mente que  en  su  opinión,  aunque  las  leyes  de  Reforma  estuvieran 
vigentes,  debía  moderarse  su  aplicación  por  las  circunstancias  de 
la  República,  y  que  don  Bernardo  Reyes,  aunque  no  en  público, 
sí  por  medio  de  sus  emisarios,  hizo  la  misma  declaración  a  los 
Jefes  del  Partido,  ofreciendo  además  dos  o  tres  carteras  en  su  ga- 
binete para  personas  designadas  por  el  mismo  grupo.  Libremente 
y  después  de  acaloradas  discusiones  se  adoptó  la  candidatura  de 
don  Francisco  I.  Madero  para  la  presidencia,  previa  la  adhesión 
de  este  señor  al  programa  del  Partido,  dada  por  telegrama  enviado 
de  Tehuacán  y  que  publicaron  los  periódicos. 

Ocho  días  después  de  la  convención  del  Partido  Católico,  en 


la  vicepresidencia  de  la  República  postuló  dicho  Partido  al  licenciado  D.  Francisco 
León  de  la  Barra. 

d  Los  telegramas  de  Madero  no  fueron  enviados  desde  Tehuacán  sino  desde  Cuautla. 
Entre  ellos  intercalamos  uno  de  D.  Gabriel  Fernández  Somellera.  Dicen  así: 

Cuautla,  18  de  agosto  de  1911.  Sr.  Gabriel  Fernández  Somellera.  Ratifico  mi 

APROBACIÓN  AL  PROGRAMA  DEL  ParTIDO  CatÓLICO,  EN  LO  QUE  SE  REFIERE  AL  EJECUTIVO. 

En  cuanto  A  LO  que  depende  del  Legislativo,  mi  anhelo  es  que  la  voluntad  del 

PUEBLO  mexicano  SEA  RESPETADA,  PARA  LO  CUAL  ME  CONSTITUIRÉ  EN  CELOSO  GUARDIAN 
DEL  SUFRAGIO.  SiEMPRE  VERÉ  CON  SINCERIDAD  LAS  HONRADAS  ASPIRACIONES  DE  ESE  PAR- 
TIDO.— F.  L  Madero. 

(N.B.  "Lo  que  depende  del  Legislativo"  se  refiere  a  la  inamovilidad  judicial  de 
que  habla  en  el  telegrama  de  El  Paso,  Tex.  Véase  nota  b). 

México,  D.  F.,  18  de  agosto  de  1911.  Sr.  Francisco  L  Madero.  Cuautla,  Mor. 
La  asamblea  del  Partido  Católico  Nacional  ha  resuelto  apoyar  la  candidatura 
de  Ud.  en  las  próximas  elecciones  presidenciales  en  vista  de  la  ratificación  que 
Ud.  ha  hecho  de  aprobar  el  programa  de  dicho  Partido  en  los  términos  de  su 
mensaje  de  esta  fecha. — G.  F.  Somellera. 

Cuautla,  19  de  agosto  de  1911.  Sr.  D.  Gabriel  Fernández  Somellera. — Estoy 
altamente  agradecido  a  la  Convención  del  Partido  Católico  Nacional,  por  ha- 
ber decidido  apoyar  mi  candidatura  a  la  Presidencia  de  la  República.  Esa  actitud 
del  Partido  que  Ud.  dignamente  preside,  contribuirá  poderosamente  a  la  reali- 
zación DE  los  fines  que  HE  PERSEGUIDO  DESDE  QUE  PRINCIPIÉ  LA  CAMPANA  POLÍTICA  Y 
QUE  FUE  LA  DE  BORRAR  ANTIGUOS  RENCORES  Y  UNIR  A  TODOS  LOS  MEXICANOS  BAJO  LA 
SANTA  BANDERA  DE  LA  LIBERTAD.  FRANCISCO  L  MaDERO. 

(El  Partido  Nacional,  Morelia,  31  de  agosto  de  1911). 


54 


la  del  Constitucional  Progresista,  el  señor  Madero  declaraba  lo 
contrario  a  lo  que  había  asegurado  sobre  la  aplicación  de  las  leyes 
de  Reforma,  y  proclamaba  como  suya  la  candidatura  del  Sr.  Pino 
Suárez  para  la  Vicepresidencia  de  la  República,  contra  lo  acor- 
dado en  la  convención  Antirreeleccionista  de  1910  y  sostenido  por 
las  armas  de  la  revolución  por  él  mismo  acaudillada.  La  nación 
entera  vio  con  asombro  este  cambio;  el  Partido  Católico  sostuvo 
empero  su  postulación,  negándose  a  la  insistente  petición  del  Sr. 
Madero  para  que  aceptara  la  del  Sr.  Pino  Suárez.  La  lucha  electo- 
ral fue  ruda,  no  por  la  candidatura  presidencial  (que  al  fin  se  eli- 
minó por  malas  artes  la  del  General  Reyes)  sino  por  la  vice- 
presidencial.  El  Partido  Católico  luchó  contra  Vazquezgomistas  y 
Pinistas,  apoyados  estos  últimos  por  el  Sr.  Madero  y  aquéllos  por 
algunos  gobiernos  de  los  Estados  (v.  gr.  Michoacán).  La  prensa  de 
los  Pinistas  se  distinguió  por  su  procacidad,  y  sus  partidarios  por 
su  audacia  cínica  y  sus  atentatorios  procedimientos,  como  el  de 
haber  apedreado  al  General  Reyes  que  con  sus  partidarios  hacía 
una  pública  manifestación  de  sus  adeptos.  La  candidatura  del  Sr. 
Pino  Suárez,  derrotada  en  los  comicios  y  absolutamente  impopu- 
lar, fue  declarada  triunfante. 

En  esta  campaña  se  vio  la  fuerza  electoral  del  Partido  Cató- 
lico, pues  combinados  triunfos  y  derrotas,  su  candidato  vicepresi- 
dencial  obtuvo  la  mayoría  de  los  sufragios  emitidos,  según  lo  com- 
probaron los  cómputos  hechos  y  comprobados  por  su  Directiva 
que  les  dio  amplia  publicidad. 

En  las  elecciones  para  diputados  al  Congreso  General  que  se 
verificaron  después,  no  pbstante  que  tuvo  en  contra  las  autorida- 
des de  la  mayor  parte  de  los  pueblos,  las  que  se  olvidaron  del  lema 
de  la  revolución  (Sufragio  Efectivo),  alcanzó  a  sacar  más  de  un 
centenar  de  diputados,  de  los  cuales,  por  arte  y  maña  del  Partido 
Constitucional  Progresista,  sólo  entraron  unos  cuantos,  pues  los  de- 
más injusta  e  ilegalmenle  fueron  rechazados,  como  lo  vio  toda  la 
nación,  que  se  quedó  estupefacta  ante  la  desvergüenza  de  ese  Par- 
tido que  por  boca  de  su  jefe  en  la  Cámara,  cínicamente  confesó 
que  su  criterio  no  era  ni  debía  ser  otro  que  sus  intereses  políticos. 


55 


El  Lic.  D.  Jesús  Flores  Magón,  Ministro  que  fue  del  Presidente 
Madero,  sintetiza  así  la  gestión  fraudulenta  de  los  Constitucio- 
nalistas  en  revisión  de  credenciales:  "El  pueblo  mexicano  vio  en- 
tonces con  profundo  desagrado  cómo  se  rechazaban  credenciales 
de  indiscutible  validez  (caso  Francisco  Pascual  García),  cómo  se 
dictaminaban  sin  revisar  los  expedientes  (caso  Aquiles  Elorduy), 
y  cómo  se  aceptaban  credenciales  que  chorreaban  fraude  electo- 
ral (casos  Mora  Zorrilla,  Serapio  Rendón  y  otros  muchos).  Y  pa- 
ra colmo  de  audacia  y  dolo,  había  un  encargado  (Serapio  Ren- 
dón) de  revisar,  antes  de  publicarlas,  las  actas  taquigráficas  de 
las  sesiones  de  la  Cámara,  para  suprimir  todo  aquello  que  no  con- 
viniera al  grupo,  aun  cuando  se  cometiesen  falsedades".  Y  a  ese 
partido  pertenecía  el  señor  Presidente  de  la  República,  que  por 
debilidad  no  se  separaba  de  él  ni  se  atrevía  a  reprobar  en  público 
estos  y  otros  desafueros  que  reprobaba  en  el  secreto  de  la  confian- 
za, según  asegura  el  mismo  Sr.  Flores  Magón. 

Diversa  fue  la  suerte  del  Partido  Católico  en  las  campañas  de 
los  Estados.  Rudísima  fue  la  de  Michoacán,  Jalisco,  Puebla  y  Za- 
catecas, donde  tenía  candidatos  propios,  aunque  liberales  los  de 
Michoacán  y  Jalisco.  Apelaron  los  contrarios  a  toda  suerte  de  ar- 
mas, principalmente  en  aquellos  lugares  como  Michoacán,  en  que 
los  adversarios  se  unieron  al  Partido  Constitucional  Progresista,  de 
quien  escribe  el  mismo  Sr.  Flores  Magón  citado,  que  se  formó  con 
toda  clase  dé  elementos,  sin  selección  alguna,  dando  entrada  a  su 
seno  así  a  principiantes  en  la  política,  como  a  elementos  desorde- 
nados, anárquicos  e  insolentes  del  reyismo  vencido,  de  lo  que  re- 
sultó un  partido  de  insignificantes,  sin  hambres  de  relieve,  meras 
comparsas  que  pudieran  llevarse  a  donde  fuera  necesario  decorar 
un  acto  político,  cuyo  desenfreno  después  del  triunfo  de  Pino  Suá- 
rez  no  tuvo  límite  alguno,  llegando  a  procedimientos  que  degene- 
raron en  agresiones  personales  o  colectivas.  Partido  que  servía  para 
apalear  periodistas,  para  silbar  políticos,  para  insultar  enemigos, 
para  aprender  candidatos  independientes,  para  organizar  manifes- 
taciones públicas,  para  repartir  bebidas  alcohólicas  y  piedras  en- 
tre los  manifestantes,  si  era  necesario'  cambiar  el  aspecto  democrá- 


56 


tico  de  la  reunión  por  otro  agresivo  y  violento  subrayado  con  pe- 
driscos". Sin  embargo  de  estos  enemigos,  el  Partido  Católico  en 
todas  partes  alcanzó  a  salir  vencedor,  aunque  no  en  todas  se  le 
haya  reconocido  su  triunfo  por  los  encargados  de  sancionarlo. 

En  todas  estas  campañas  quedó  patente  la  fuerza  de  la  disci- 
plina de  la  nueva  agrupación,  así  como  la  cuerda  y  moderada  ener- 
gía en  el  ataque  y  en  la  defensa,  y  el  notable  valor  que  en  todos 
sus  actos  desplegó  este  naciente  Partido;  pues  nadie  habrá  que 
cite  un  solo  fraude  en  la  elección,  ni  una  calumnia,  ni  una  difama- 
ción ni  un  dicterio  ni  mucho  menos  una  procacidad,  en  toda  su 
campaña  de  prensa;  y  esto,  habiendo  tenido  que  luchar  en  todas 
partes  con  periódicos  que  todo  lo  juzgaron  lícito,  con  tal  de  herirlo 
a  él  y  a  sus  candidatos  y  a  sus  miembros,  y  no  obstante  haberse  des- 
fogado en  más  de  una  vez  en  contra  suya,  las  más  violentas  pasio- 
nes ;  y  si  en  alguna  ocasión,  en  alguno  de  los  muchos  periódicos  que 
publicó,  contestando  a  virulentos  ataques,  se  usó  de  lenguaje  duro 
y  claro,  o  se  tuvo  algún  desliz  en  la  polémica,  pronto  se  corrigió 
el  mal  y  nunca  se  llegó  ni  por  asomos  al  lamentable  extremo  a  que 
llegaron  muchos  de  los  contrarios. 

Con  espíritu  pacifista  y  verdaderamente  democrático  sufrió 
este  Partido  las  ilegales  derrotas  de  que  fue  víctima;  espíritu  cla- 
ramente expuesto  en  el  "Manifiesto"  que  dio  el  de  Michoacán,  y 
que  formó  contraste  con  el  levantisco  de  los  maderistas  de  Zacate- 
cas, que  se  alzaron  en  armas  por  no  haber  triunfado  su  candidato; 
y  que  finalmente  fue  reconocido  y  hasta  aplaudido  por  los  libera- 
les sensatos  y  honrados  como  lo  dijo  claramente  El  Imparcial  y  lo 
expresaron  don  Manuel  Calero  y  algunos  diputados  en  el  recinto  de 
la  Cámara.  Don  Francisco  Bulnes,  con  sus  acostumbrados  sofismas, 
sostuvo  en  cierta  ocasión  que  el  partido  político  que  no  tiene  en 
un  momento  dado  fuerza  revolucionaria,  es  un  partido  que  vale 
poco.  Aserto  que  si  fuera  verdadero  haría  imposible  toda  demo- 
cracia, porque  el  poder  revolucionario  no  es  indicio  sino  de  audacia 
y  de  habilidad  para  mover  las  pasiones  más  bajas  de  la  muchedum- 
bre, que  son,  como  dice  Menéndez  Pelayo,  grandes  factores  de  la 
filosofía  de  la  historia;  por  la  cual,  es  ley  común,  que  por  medio 


57 


de  las  revoluciones  armadas  una  minoría  turbulenta  se  imponga 
siempre  a  toda  una  nación.  Lo  contrario  es  la  verdad:  el  partido 
más  fuerte,  es  el  que  sufre  sin  descomponerse  ni  acobardarse,  con 
tranquilidad  y  pacífica  energía,  uno  y  otro  y  más  reveses  injustos. 
Llegará  un  día  en  que  la  justicia  se  abra  paso  a  través  de  todos  los 
fraudes  e  intrigas,  y  entonces  el  triunfo  de  ese  partido  será  comple- 
to y  no  efímero,  por  haber  sido  labrado,  como  la  corteza  de  la  tie- 
rra, capa  por  capa.  Y  cuando  empieza  a  formarse  la  vida  demo- 
crática en  un  pueblo,  tiene  valor  incomparable  un  partido  que 
sufre  sin  ceder  ni  amedrentarse,  las  derrotas  injustas,  y  al  día  si- 
guiente de  ellas  se  somete  al  nuevo  poder  con  lealtad  y  honradez 
y  no  es  opositor  sistemático  ni  adulador  indigno.  Partido  que  así 
obra,  es  digno  y  capaz  de  fundar  una  democracia.  Lo  contrario  no 
tiene  otro  término  que  dar  origen  a  una  dictadura,  o  destruir  una 
civilización  y  una  patria,  para  que  sobre  sus  ruinas  hombres  dis- 
tintos de  los  revolucionarios  repartan  un  pedazo  de  tierra  entre 
cuatro  o  cinco  necesitados.  Con  razón,  después  que  hubo  pasado 
la  contienda  y  que  el  Partido  Católico  hubo  tomado  la  digna  acti- 
tud referida,  los  señores  Obispos  lo  felicitaron  por  ella,  cooperando 
de  esta  manera,  a  la  implantación  de  la  democracia  y  al  respeto 
a  las  autoridades,  fundamentos  solidísimos  de  la  paz  de  la  Re- 
pública. 

Vivo  está  el  recuerdo  de  la  actitud  del  grupo  de  diputados 
salidos  del  Partido  Católico,  en  las  Cámaras,  así  respecto  de  los 
asuntos  que  se  ofreció  tratar,  como  de  la  manera  de  hacerlo.  Cor- 
dura, instrucción  y  desinterés,  ausencia  absoluta  de  espíritu  de 
bandería  y  compacta  disciplina,  fueron  sus  cualidades,  al  grado 
de  haberse  atraído  el  respeto  y  quizá  la  simpatía  de  los  representan- 
tes no  cegados  por  la  pasión  de  partido  o  por  resentimientos  perso- 
nales. Después  de  medio  siglo,  por  primera  vez  en  aquel  recinto 
se  oyó  la  doctrina  católica  sobre  los  grandes  problemas  actuales, 
y  nadie  hubo  entre  los  enemigos  que  desdeñosamente  le  volvieran 
el  rostro,  sino  que  la  oyeron  con  respeto,  y  tal  vez  muchos  de  ellos 
vieron  con  sorpresa  que  era  más  nuevo  que  los  suyos  aquel  edificio 
que  creían  caduco.  En  medio  de  las  baraúndas  que  mil  veces  se 


58 


formaron  en  aquel  recinto,  principalmente  en  el  segundo  período, 
conservó  el  grupo  su  ecuanimidad,  y  sólo  una  vez,  cuando  la  blas- 
femia procaz  iba  a  brotar  de  los  labios  de  un  adversario,  alguno  o 
algunos  perdieron  la  calma,  que  por  lo  demás  habían  sabido  con- 
servar en  trances  tan  difíciles  como  aquellos  en  que  al  revisar  las 
credenciales,  se  veía  clara  y  patente  la  injusticia  erigida  en  dere- 
cho por  la  fuerza  del  número  de  una  mayoría  nada  celosa  de  su 
dignidad.  No  obstante  todo,  la  convivencia  entre  católicos  y  libe- 
rales empezaba,  y  habría  seguido,  si  los  elementos  de  desorden 
del  Partido  Constitucional  Progresista  no  hubiera  ensañado  el  áni- 
mo de  muchos  desde  los  últimos  días  del  primer  período  de  se- 
siones. 

En  Jalisco,  la  Cámara  fue  del  Partido  Católico  desde  el  tiem- 
po en  que  el  gobernador  provisional  que  regía  aquel  Estado  (por 
haberse  declarado  en  él  interrumpido  el  orden  constitucional)  con- 
vocó a  nuevas  elecciones  de  diputados.  En  el  conflicto  provocado 
por  el  Gobernador  rehusando  publicar  la  ley  que  convocaba  a  ele- 
gir gobernador  constitucional,  tuvieron  rarísima  energía  y  singular 
prudencia  para  vencer  los  atropellos  del  gobierno  y  no  causar  una 
resistencia  armada  que  a  muchos  parecía  justa  y  necesaria.  Esa 
misma  Cámara  expidió  la  ley  que  establece  en  el  Estado  la  repre- 
sentación proporcional  en  el  Congreso,  de  los  partidos  que  hayan 
tomado  parte  en  las  elecciones,  ley  que  al  renovar  la  Cámara,  per- 
mitió a  los  partidos  liberales  tener  quienes  en  aquella  legislatura 
los  representaran,  que  de  no  haber  sido  esta  generosidad  de  los 
católicos,  hubieran  carecido  de  representantes  por  la  muy  grande 
mayoría  de  votos  de  los  del  Partido  Católico.  Honra  muy  grande 
es  para  esa  Legislatura  haber  atendido  de  preferencia  a  los  proble- 
mas sociales,  aunque  no  tuvo  tiempo  sino  para  expedir  la  ley  que 
establece  el  bien  de  familia,  como  preparación  para  el  estableci- 
miento del  crédito  agrícola.  Sólo  dos  del  Partido  Católico  pudie- 
ron entrar  a  la  Cámara  de  Michoacán.  Por  iniciativa  de  uno  de 
ellos,  se  expidió  la  ley  electoral  vigente  en  aquel  Estado,  que  esta- 
blece la  representación  proporcional  y  salva,  mejor  que  la  de  Vera 


59 


Estañol,  que  es  la  que  rige  las  elecciones  federales,  muchos  de  los 
escollos  que  en  la  práctica  encuentra  el  sufragio  electoral.  ^ 

No  una  sino  varias  causas  prepararon  la  rebelión  contra  el 
gobierno  del  señor  Madero,  que  capitaneada  por  algunos  jefes  mi- 
litares, estalló  en  la  capital  de  la  República  el  día  9  de  febrero  de 
1913,  cuyo  desenlace  todos  sabemos.  El  Partido  Católico  fue  abso- 
lutamente ajeno  a  ella,  pues  desde  que  se  tramaba,  llegaron  de 
ello  rumores  a  los  Obispos  que  se  habían  reunido  en  la  ciudad  de 
Zamora  (Michoacán),  para  presidir  una  Dieta  de  Obreros  allí 
congregada,  quienes  cumpliendo  con  el  deber  que  les  incumbe  de 
enseñar  la  doctrina  moral  católica  y  procurar  que  los  fieles  la 
cumplan,  recordaron,  en  carta  privada  dirigida  a  dos  de  los  miem-^ 
bros  más  conspicuos  ^  la  enseñanza  de  León  XIII  sobre  la  ilicitud 
de  las  rebeliones,  el  respeto  a  las  autoridades  y  las  instituciones,  y 
la  obligación  de  procurar  por  el  bien  de  los  proletarios.  De  esa 
carta  que  se  ha  hecho  pública,  son  los  conceptos  siguientes  que  ma- 
nifiestan el  recto  espíritu  de  libertad  y  de  respeto  que  anima  a  los 
católicos  haciéndolos,  por  lo  tanto,  los  más  capaces  para  formar 
una  verdadera  democracia,  lejos  como  debe  estar  de  la  sumisión 
incondicional  y  de  la  feroz  demagogia:  "corno  prelados,  así  como 
dejamos  en  plena  libertad  al  Partido  Católico  para  designar  sus 
candidaturas,  promover  su  propaganda  y  usar  de  sus  derechos  po- 
líticos, no  podemos  de  ninguna  manera  callar  cuando  se  trata  de 
los  principios  morales  que  deben  respetarse  a  todo  trance.  Entre 
estos  principios  está  el  que  prohibe  y  condena  toda  rebelión  contra 
las  autoridades  constituidas;  pues  aunque  hubo  algunos  escritores 
católicos  que  creyeron  lícita  la  rebelión  en  ciertos  casos  excepcio- 
nales, después  de  las  Encíclicas  de  León  XIII  no  puede  sostenerse 
tal  teoría,  y  todo  católico  debe  reprobar  toda  rebelión.  Por  lo  que 
mira  a  la  oposición  manifestada  con  la  censura  de  los  gobernantes, 

e  Más  datos  sobre  el  Partido  Católico  Nacional  pueden  verse  en  Bravo  ligarte: 
Hist.  de  México,  tomo  tercero,  México  I,  po.  426  y  428-432,  452-453. 

'  Los  Obispos  sabían  perfectamente  que  en  el  Partido  Católico  no  existían  ele- 
mentos revolucionarios  de  ninguna  especie;  de  manera  que  la  carta  tenía  sólo  por 
objeto  prevenir.  Tan  grande  así  fue  la  prudencia  del  Episcopado. 


60 


por  sí  misma  y  en  general  es  lícita,  siempre  que  sea  con  la  debida 
limitación  y  moderación.  Pero  no  siempre  lo  que  es  lícito  es  pru- 
dente o  conveniente;  y  a  nuestro  juicio,  en  los  amagos  de  anarquía 
que  asoman  en  estos  días,  la  prudencia  y  el  verdadero  amor  patrio 
aconsejan  que  todo  buen  ciudadano  limite  sus  censuras  a  lo  que  es 
palpablemente  injusto  y  aún  entonces,  dichas  censuras  deben  ir 
hechas  con  toda  moderación  y  sin  menoscabo  del  respeto  que  se 
debe  a  la  autoridad.  Mil  veces  más  ganará  nuestra  patria  si  logra- 
mos afianzar  el  principio  de  autoridad,  que  con  el  cambio  de  go- 
bierno, siempre  problemático,  que  fácilmente  lleva  a  la  anarquía". 
¡  No  es  preciso  hacer  notar  la  verdad  y  la  prudencia  de  estos  altos 
conceptos,  ahora  que  la  ruina  de  la  Patria  dolorosísimamente  las 
comprueba ! 

Puede  asegurarse  que  jamás  se  ha  visto  México  en  trance  tal 
como  éste  en  que  está  desde  agosto  de  1913.  Muchas  y  muy  varia- 
das fases  ha  tenido,  todas  de  importancia  trascendental.  En  agosto 
de  ese  año  se  presentó  la  que  pudiera  llamarse  electoral,  en  la  que 
intervino  el  Partido  Católico.  Conforme  a  lo  acordado  entre  los 
Generales  Huerta  y  Díaz  en  el  convenio  llamado  Pacto  de  la  Ciu- 
dadela,  habríase  de  convocar  a  elecciones,  para  que  el  pueblo  de- 
signara Presidente  y  Vicepresidente  de  la  República.  Después  de 
haberse  diferido  por  mucho  tiempo  la-  convocatoria,  se  publicó  al 
fin  designando  el  26  de  octubre  para  la  elección.  La  revolución 
iniciada  por  Carranza  y  ya  ampUamente  protegida  por  el  Presi- 
dente de  los  Estados  Unidos  del  Norte,  dominaba  en  muchos  luga- 
res de  Sinaloa,  Sonora  y  Chihuahua,  en  algunos  de  Durango,  Coa- 
huila  y  Tamaulipas,  y  en  uno  que  otro  de  Michoacán ;  la  del  Sur, 
encabezada  por  Emiliano  Zapata,  se  había  adueñado  de  Morelos 
y  Guerrero  y  de  una  pequeña  parte  de  Puebla.  Los  acontecimientos 
han  demostrado  plenamente  cuán  fundado  era  el  temor  que  de 
ésta  tenía  lo  restante  del  país  y  que  tampoco  era  querida  de  los 
lugares  que  dominaba,  por  no  dar  ni  probabilidades  de  establecer 
el  orden  y  la  justicia,  indispensables  para  la  paz.  Por  otra  parte 
se  veía  en  el  General  Huerta  manifiesto  propósito  de  no  abandonar 
el  poder,  pues  para  esto  había  alejado  de  la  República  al  General 


61 


Díaz  y  a  todos  los  que  pudieran  ser  candidatos ;  y  se  tenía  la  expe- 
riencia de  que  gustaba  de  las  imposiciones  en  forma  más  brutal 
que  la  empleada  por  el  General  don  Porfirio  Díaz,  como  sucedió 
en  los  distritos  en  que  se  hubo  de  repetir  la  elección  de  diputados 
por  mandato  de  la  Legislatura  que  reputó  (sin  justicia)  nulas  las 
anteriores.  Además,  su  gobierno  no  sólo  había  sido  duro,  sino  loco, 
cambiando  de  ministros  a  cada  momento  sin  que  el  mayor  valer 
de  los  nuevos  autorizara  ante  la  opinión,  la  remoción  de  los  anti- 
guos. En  estas  circunstancias,  ¿  convendría  entrar  a  la  lid  electoral? 
En  la  convención  de  agosto  decidió  el  Partido  aplazar  su  resolu- 
ción, esperando  que  algún  acontecimiento  viniera  a  esclarecer  el 
difícil  problema.  Vino  efectivamente  uno  que  determinó  al  Par- 
tido a  entrar  a  las  elecciones  a  que  se  había  convocado,  y  fue  la 
publicación  de  las  notas  que  el  Ministro  Gamboa  y  el  Agente  Con- 
fidencial del  Presidente  de  los  Estados  Unidos  se  habían  dirigido 
mutuamente  y  por  las  que  se  supo  que  a  las  primeras  exigencias 
del  Presidente  Wilson  (la  separación  del  General  Huerta  de  la 
Presidencia  de  la  República),  había  contestado  el  Ministro  Mexi- 
cano que  el  pueblo  estaba  convocado  a  elecciones  y  el  General 
Huerta,  impedido  por  la  ley  para  presentar  su  candidatura.  "El 
Partido  Católico  juzgó  entonces,  dice  el  presidente  del  mismo  Par- 
tido en  el  Distrito  Federal,  que  la  solución  adecuada  a  las  dificul- 
tades anteriores  podría  ser  pospuesta  o  dejada  a  los  azares  de  la 
guerra,  pero  que  el  conflicto  exterior  requería  el  concurso  de  todos 
los  buenos  mexicanos  para  salvar  decorosamente  la  honra  de  la 
Nación;  y  que  para  esto,  la  mejor  y  más  fácil  solución  era  que  el 
General  Huerta  saliera  del  poder  dignamente,  aun  cuando  después 
la  revolución  no  reconociera  a  su  sucesor  o  llegara  a  derrocarlo" . 
Lo  que  a  todo  trance  pretendía  el  Partido  Católico  era,  según  esto, 
evitar  el  bochorno  suceso  del  21  de  abril  en  Veracruz;  quería  que 
no  un  poder  extraño,  sino  la  ley  o  en  último  caso  las  armas  de  los 
mexicanos,  quitaran  del  poder  al  general  Huerta  o  a  su  sucesor. 
Además,  ¿quién  podía  asegurar  en  aquellos  momentos,  que  el 
nuevo  Presidente  no  hubiera  buscado  y  encontrado  quizá  una  solu- 
ción distinta  del  triste  desenlace  que  al  fin  tendría  si  no  se  lograba 


62 


desviar  los  acontecimientos  del  fatal  camino  que  traían?  Un  Presi- 
dente libremente  elegido  por  los  Estados  de  mayor  número  de  ha- 
bitantes ¿no  sería  un  elemento  muy  respetable  para  quien  buscara 
afanosamente  la  legalidad?  Patriótico  era  buscar  esta  solución.  Y 
tan  se  juzgó  buena  la  resolución  del  Partido  Católico,  que  los  Re- 
presentantes Extranjeros,  que  habían  estado  pendientes  de  la  Con- 
vención, la  comunicaron  a  sus  gobiernos  como  suceso  importante  y 
al  día  siguiente  se  mejoró  un  tanto  el  cambio  de  nuestra  moneda. 

Quizá  una  vez  más  Dios  quiso  salvarnos,  pero  los  hombres  no 
quisieron,  y  Dios  no  coarta  la  libertad  humana.  El  general  Huerta 
disolvió  el  Congreso  el  10  de  octubre  y  convocó  a  elecciones  de 
otro  nuevo;  poco  después,  en  una  circular  abominable,  dio  órde- 
nes a  los  Gobernadores  para  que  frustraran  la  elección  en  su  mayor 
parte,  y  en  la  que  hubiera,  resultaran  votados  él  para  Presidente  y 
Blanquet  para  Vicepresidente.  A  este  respecto  dice  el  presidente 
del  Partido,  ya  citado:  "Después  del  golpe  de  Estado  del  10  de  oc- 
tubre, reconsideró  el  Partido  el  asunto  (de  entrar  o  no  a  las  elec- 
ciones) para  resolver  en  virtud  de  un  cambio  tan  completo  en  la 
situación  política  del  país;  y  aun  cuando  reconoció  que  sería  inútil 
sostener  la  postulación  presidencial  y  presentar  candidatos  para 
diputados,  acordó  continuar  en  el  sendero  emprendido,  en  consi- 
deración a  las  notas  nuevamente  presentadas  por  la  Embajada 
Americana,  de  las  cuales  tuvo  oportuno  conocimiento.  Y  por  la 
misma  razón  de  patriotismo,  para  no  dar  al  Gobierno  Americano 
piezas  de  convicción  contra  el  general  Huerta  y  para  demostrar  a 
éste  que  no  aceptaría  la  candidatura  Huerta-Blanquet,  decidió 
continuar  la  campaña  electoral  aun  después  que  recibió  copias  fi- 
dedignas de  las  instrucciones  dadas  por  el  Gobierno  Federal  a  los 
gobernadores  de  los  estados  para  frustrar  las  elecciones".  Que  otros, 
dando  a  Wilson  la  pieza  de  convicción  contra  Huerta,  precipitaron 
la  intervención  armada  o  hicieron  más  franca,  pesada  y  oprobiosa 
la  diplomática,  el  Partido  Católico  no  cooperaría  en  nada  a  amen- 
guar la  independencia  nacional.  Pero  tampoco  cooperaría  con 
Huerta  a  la  comedia  electoral  que  se  pretendía  representar,  sino 
que  verdaderamente  iría  con  sus  propios  candidatos  a  la  elección, 


63 


sabiendo  que  iba  al  sacrificio,  pero  confiando  en  que  los  sacrifi- 
cios por  la  Patria  son  fecundos,  porque  no  son  los  hombres  ni  es 
el  hado  ciego  quien  gobierna  el  mundo,  sino  la  Justicia  Infinita, 
personal,  amorosa  y  sapientísima.  Como  hoy  se  entiende  la  polí- 
tica, esto  no  fue  político;  pero,  ¿qué  importa  si  fue  recto  y  digno. . .? 
Nada  más  difícil,  decía  Lacordaire,  que  juzgar  en  tiempo  de  par- 
tidos políticos  a  quien  no  tiene  partido  político.  En  estos  tiempos 
en  que  se  han  encendido  como  homo  las  pasiones  políticas,  impo- 
sible es  que  se  juzgue  con  justicia  al  Partido  Católico  que  no  tiene 
partido  político,  sino  que  sólo  atiende  a  su  lema  inmortal:  Dios, 
Patria  y  Libertad.  Por  eso  tuvo  como  enemigos  a  Huerta  y  la  Re- 
volución y  los  transaccionistas.  Cuando,  empero,  se  serenen  las 
pasiones  y  estén  los  hombres  tranquilos,  se  verá  que  el  Partido 
Católico  en  este  acto  de  su  vida,  fue  más  glorioso  que  si  hubiera 
conquistado  el  poder. 


64 


VI 


CAUSAS  DE  LA  PERSECUCION 

JUZGAR  que  los  acontecimientos  trascendentales  de  una  na- 
ción o  de  una  época  tienen  una  sola  causa,  es  equivocarse  sin 
remedio;  pues  si  en  el  orden  humano  hay  algo  complejo,  es 
la  causalidad  de  los  acontecimientos  históricos,  los  cuales  general- 
mente se  preparan  con  mucha  anterioridad  al  tiempo  en  que  se 
producen;  intervienen  en  ellos  hombres  y  cosas  muy  variadas,  y 
entran  en  su  desarrollo  elementos  múltiples  en  que  tal  vez  no  se 
había  pensado;  y  todos  ellos,  los  que  directamente  los  ejecutaron 
y  los  que  entraron  en  su  desarrollo,  sean  hombres  o  acontecimien- 
tos, son,  aunque  en  diverso  orden,  causa  del  fenómeno.  Quien  quie- 
ra, pues,  aquilatar  la  influencia  que  algún  hombre  o  algún  acon- 
tecimiento tuvo  en  su  producción,  debe  estudiar  todas  las  causas 
que  en  ella  influyen. 

La  persecución  a  la  Iglesia  Católica  en  México,  aunque  re- 
pentina y  no  esperada,  tiene  hondas  raíces  en  el  pasado,  muchas 
concausas  y  algunos  pretextos.  Sabemos  por  la  fe,  que  en  el  orden 
de  la  Providencia  Divina,  sólo  tiene  un  motivo:  el  mayor  bien 
de  la  misma  Iglesia,  que  habrá  de  salir  de  ese  crisol  ardentísimo, 
renovada  su  juventud  y  reanimado  su  valor.  Estudiemos  las  que 
tuvo  en  el  orden  humano. 

Por  muchas  causas,  unas  que  provinieron  del  carácter  de  los 
aborígenes  y  de  la  extensión  del  territorio,  otras  del  modo  de  go- 
bierno y  del  carácter  y  tendencias  de  ciertos  monarcas  y  ministros 

65 

PC5 


españoles,  no  terminó  España  ni  la  cristianización  ni  la  cultura 
de  las  diversas  castas  de  indios  que  poblaban  el  norte  del  territorio 
de  la  que  entonces  era  Nueva  España.  Al  desprenderse  ésta  de 
la  antigua,  quedaron  aquellas  regiones  con  una  que  otra  ciudad  y 
muchos  presidios,  esparcidas  unas  y  otros  en  un  territorio  vastí- 
simo donde  aún  vagaban  tribus  nómadas:  las  ciudades,  pequeñas 
y  pobladas  en  su  ma,yor  parte  de  españoles  criollos  o  mestizos  y 
de  pocos  indios  reducidos  a  alguna  forma  de  cultura;  los  presi- 
dios, más  pequeños  todavía,  habitados  por  militares  e  indios,  man- 
sos pero  incultos.  La  parte  que  quedó  nuestra  después  del  desastre 
de  1847,  aunque  era  en  la  que  había  más  habitantes  latinos,  no 
tenía  ni  en  ciudades  ni  en  poblados,  grupo  alguno  de  moradores 
bastante  fuerte,  cristiano  y  compacto,  para  que  pudiera  asimi- 
larse nuevos  y  extraños  elementos  si  llegaban  a  venir. 

Nuestras  guerras  civiles  fueron  causa  de  que  se  desatendieran 
por  el  Gobierno  civil  aquellas  regiones,  y  la  persecución  que  de 
parte  de  diversos  gobiernos  de  la  República  ha  venido  sufriendo  la 
Iglesia  desde  1821,  de  que  los  Obispos,  escasos  de  clero  secular  y 
más  todavía  de  regular,  apenas  si  pudieran  atender  a  lo  más  ur- 
gente de  la  administración  de  los  sacramentos  y  a  la  conservación 
de  la  fe  de  los  moradores  de  los  poblados.  De  lo  que  resultó  que  la 
masa  de  los  habitantes  de  allá,  aunque  católicos  por  estar  bauti- 
zados, no  tenían  toda  la  instrucción  religiosa  necesaria  ni  el  afecto 
a  la  religión.  No  es  raro,  según  esto,  que  la  propaganda  irreli- 
giosa de  mediados  del  siglo  pasado  haya  tenido  efectos  más  per- 
niciosos en  aquellos  pueblos,  que  los  que  produjo  en  el  centro  de 
la  República,  al  grado  que  en  la  guerra  de  los  Tres  Años,  las 
huestes  que  de  allá  salieron  fueran  las  que  iniciaron  los  atentados 
contra  las  personas,  cosas  y  lugares  sagrados  que  entonces  se  co- 
metieron, como  lo  nota  Bulnes  y  lo  atestigua  la  historia. 

Sobre  esta  base  de  poca  cultuía  latina  y  poquísima  Religión, 
llegó  en  tiempo  de  la  paz  de  Díaz  el  capital  extranjero,  americano 
y  español  más  que  de  otras  naciones,  a  explotar  las  minas,  los 
campos  de  algodón,  de  ganado  y  de  guayule,  los  pozos  de  petróleo 
y  las  demás  industrias  que  por  allá  se  esparcieron,  muy  variadas 


66 


y  muy  ricas.  Tras  esto  vinieron  extranjeros  de  todas  partes,  no 
acaudalados  sino  en  su  generalidad  proletarios,  no  de  honradez 
y  moral  probadas  sino  de  los  que  corren  tras  el  dinero  por  cual- 
quier camino  que  sea. 

Y  resultó  de  todo  esto,  el  carácter  peculiar  de  aquella  comarca. 
Ciudades  de  cultura  material,  rica  y  brillante,  que  poco  se  cuidan 
de  la  intelectual  y  moral,  y  nada  de  la  religiosa :  cosmopolitas  por 
sus  habitantes  y  por  su  modo  de  ser  poco  parecido  al  de  la  cul- 
tura latina  del  resto  de  la  nación  y  semejante  a  la  angloamericana 
sólo  en  lo  que  atañe  a  lo  material  y  económico  y  cuyo  pueblo  tiene 
bajos  fondos  peores  que  los  del  resto  de  la  República.  Entre  ciu- 
■dad  y  ciudad,  en  el  amplísimo  terreno  que  las  separa,  poblados 
pequeños  esparcidos  a  gran  distancia  unos  de  otros,  con  más  o 
menos  elementos  de  vida  y  algunos  hasta  de  riqueza ;  pero  a  donde 
no  ha  llegado  sino  el  eco  tardío  de  la  enseñanza  religiosa  llevado 
a  veces  por  sacerdotes  pecadores  y  que  sólo  ven  en  el  ministerio 
un  negocio  y  no  un  apostolado  sacratísimo.  Y  por  último,  pueblos 
semisalvajes  en  algunas  partes  y  verdaderamente  salvajes  en  otras, 
como  en  Sonora  y  Chihuahua. 

La  creación  de  las  nuevas  diócesis  que  dividieron  las  anti- 
guas, es  muy  reciente;  alguna  de  ellas  pasó  por  muy  tristes  vicisi- 
tudes, y  en  las  demás,  aunque  se  ha  emprendido  con  vigor  el  tra- 
bajo, no  se  ha  podido  destruir  todo  el  mal  antiguo  ni  detener  por 
completo  el  nuevo,  que  es  la  activa  propaganda  irreligiosa  de  la 
masonería,  el  protestantismo  y  el  socialismo,  llevada  a  cabo  ge- 
neralmente, la  protestante  por  americanos  de  los  Estados  Unidos, 
la  masónica  por  el  general  don  Bernardo  Reyes  con  el  fin  de  con- 
trariar a  Díaz,  y  la  socialista,  por  obreros  españoles ;  a  lo  cual  hay 
que  agregar  la  obra  demoledora  de  la  escuela  laica,  allá  sin  todo 
el  contrapeso  que  en  el  centro  le  opone  la  mayor  intensidad  de  la 
vida  católica.  Tal  fue  el  medio  donde  se  inició  la  persecución. 

Nótase  muy  marcada  influencia  protestante  en  la  Revolu- 
ción del  Norte.  La  manera  de  hablar  del  Catolicismo  llamándole 
romanismo ;  la  reducción  de  las  prácticas  religiosas  a  sólo  los  do- 
mingos; la  clausura  de  los  templos  los  días  de  trabajo;  el  odio 


67 


rabioso  al  sacramento  de  la  confesión;  al  de  la  Eucaristía  y  a  las 
imágenes  de  los  Santos;  el  pretender  que  los  sacerdotes  vivan  del 
fruto  de  alguna  profesión  u  oficio  y  que  sean  casados;  la  preten- 
ción  de  romper  la  unidad  y  hacer  que  se  desconozca  la  jerarquía; 
el  querer  que  los  sacerdotes  sean  designados  por  el  pueblo,  y  la 
prohibición  de  que  se  celebre  misa  por  los  difuntos:  son  signos 
clarísimos  de  esta  influencia  que  no  puede  atribuirse  sino  a  los 
protestantes  que  como  generales,  coroneles  y  capitanes,  están  mez- 
clados en  la  revolución,  habiendo  llegado  algunos  de  ellos  a  muy 
elevados  puestos  y  distinciones  \ 

Innumerables  jefes  y  directores  de  la  Revolución  han  apare- 
cido socialistas.  El  Plan  de  Ayala  lo  es,  aunque  aparentemente 
conserva  la  propiedad  privada  y  la  sanciona  en  la  indemnización 
que  ofrece  a  los  despojados,  y  en  las  tierras  que  reparte  a  los  indi- 
viduos. Tanto  entre  los  hombres  del  Norte  como  entre  los  del  Sur, 
hay  verdaderos  socialistas,  como  se  ha  visto  en  la  Convención,  en  el 
programa  que  han  propuesto  y  en  las  obras  que  han  favorecido, 
tales  como  la  Casa  del  Obrero  Mundial  ^ ;  y  no  son  éstos,  socia- 

'  En  el  proyecto  de  convenio  entre  Villa  y  Carranza,  en  el  Pacto  de  Torreón  y 
en  los  discursos  y  proclamas  de  los  revolucionarios,  se  da  al  clero  católico  el  solo  cali- 
ficativo de  Romano.  Que  hay  protestantes  mezclados  en  la  revolución  es  cosa  notoria 
en  los  lugares  en  donde  han  pasado  los  ejércitos  del  Norte.  El  doctor  Francisco  Cle- 
mente Kelley  lo  asegura  claramente  en  su  opúsculo  denominado  The  Book  of  Red 
and  Yellow.  Chicago  1915  (pág.  69  de  la  la.  Edición).  El  doctor  Kelley  escribió 
este  opúsculo  después  de  muy  diligentes  investigaciones,  no  perdonando  ni  viaje  ni 
trabajo  alguno,  y  sobre  datos  muy  fidedignos,  confirmados  los  más,  bajo  la  fe  del  jura- 
mento. Ha  circulado  profusamente  hasta  .agotarse  en  menos  de  dos  meses  la  primera 
edición ;  y  está  a  la  venta  la  tercera  donde  consta  la  refutación  a  un  señor  Enríquez 
que  intentó  contrariarlo  y  no  por  cierto  en  esta  parte. 

El  Liberal,  periódico  en  ese  tiempo  oficial  de  Carranza,  dijo  el  día  8  de  septiembre 
de  1914:  "El  señor  don  Enrique  W.  Paniagua  fue  en  1905  editor  del  periódico  Rege- 
neración y  maestro  de  escuela  del  Colegio  Protestante  de  Campo  Florido.  La  filiación 
intelectual  y  moral  que  se  desprende  de  lo  anterior,  la  conserva  íntegramente". 

'  El  periódico  citado  en  la  nota  anterior  continúa  diciendo:  "Por  cariño  al  pe- 
riódico de  los  Flores  Magón  antes  de  su  defección  llamó  el  señor  Paniagua  a  su  perió- 
dico Regeneración.  Desde  1905  su  prédica  hace  ruido.  En  1907,  el  propagandista  se 
ve  complicado  con  los  movimientos  de  Acayucan  y  de  Río  Blanco,  &". 

¿De  qué  nacionalidad  es  el  señor  Cassals?  pregunta  el  señor  Delegado  Cervantes. 
Nací  en  La  Habana  y  no  tengo  nacionalidad.  Mi  nacionalidad  es  la  tierra,  la  huma- 
nidad. .  .  El  Delegado  Cervantes  dice  que  la  asamblea  debe  acordar  antes  si  se  acepta 
la  admisión  de  extranjeros  en  su  seno. 


68 


listas  de  la  escuela  de  Lassalle,  que  ni  su  inteligencia  ni  su  corazón 
pueden  llegar  a  tanto,  sino  de  la  de  Ferrer,  que  se  distingue  más 
que  por  sus  atributos  científicos,  por  el  odio  desenfrenado  que  los 
grandes  socialistas  latinos  saben  despertar  en  sus  adeptos  de  me- 
diana inteligencia  que,  salidos  de  las  clases  pobres,  tienen  grandes 
ambiciones  y  poquísimo  amor  al  trabajo,  por  lo  que  han  pasado 

El  Delegado  Soto  y  Gama.  Se  halla  mal  empleado  el  término  extranjero  cuando 
se  trata  de  un  sudamericano.  Sería  horrible  que  tal  cosa  se  supiera  en  la  América 
del  Sur.  Ya  es  tiempo  de  que  acabe  la  patriotería.  Si  no  se  ama  la  humanidad,  debe 
amarse  la  América  Libre.  Cervantes.  Las  ideas  socialistas  de  Soto  y  Gama  justifican 
su  dicho,  pero  yo  no  estaré  conforme  con  ello. 

Pérez  Taylor.  El  movimiento  revolucionario  no  es  político;  entraña  la  revolución 
social.  Desde  la  sastrería  conocí  al  hermano  Cassals  donde  ya  era  campeón  del 
socialismo.  .  . 

Montano.  Hombres  que,  como  Garibaldi,  empuñan  la  espada  para  defender  las 
libertades  humanas.  .  .  Pazuergo.  Tuve  a  mis  órdenes  al  cubano  Nemesio  Suárez  que 
prestó  muy  buenos  servicios.  Agradezco  los  servicios  de  los  extranjeros,  pero  no  per- 
mito que  se  mezclen  «n  nuestra  política.  Soto  y  Gama.  Venimos  a  lo  mismo  de  siem- 
pre, a  regirnos  por  leyes  del  pasado.  .  .  No  queréis  innovar. 

Briones.  Discútase  si  hacemos  a  un  lado  la  constitución  que  sólo  a  los  mexicanos 
concede  derechos  políticos.  Soto  y  Gama.  La  revolución  es  social  y  agraria  y  tendrá 
que  repercutir  en  todo  el  continente,  inclusive  en  los  Estados  Unidos.  Es  rancio  cir- 
cunscribir el  deber  a  los  límites  de  la  nacionalidad.  No  queréis  marchar;  estáis  con 
la  vista  atrás,  hacia  la  Constitución  de  57.  Son  escrúpulos  de  conventos  y  católicos.  .  . 
El  Presidente  González  Garza.  ¿Se  acepta  el  ingreso  de  extranjeros  a  la  convención? 
Cervantes.  Propongo  que  no  se  les  acepte.  Soto  y  Gama.  La  revolución  no  arranca  de 
muchos  cerebros  cosas  rancias.  González  Garza.  Filosóficamente  acepto  el  socialismo. 
Prácticamente  me  ajusto  a  la  tradición  en  la  materia.  ¿Por  qué  no  se  pregunta  al 
señor  Cassals  si  acepta  la  nacionalidad  mexicana  y  le  admitiremos  en  la  asamblea? 
Cassals.  Tendría  para  no  aceptar  los  mismos  motivos  que  tuve  para  abandonar  mi 
nacionalidad  cubana. 

Almanza.  No  entiendo  el  renunciamiento  de  la  patria,  como  no  entiendo  que  uno 
renuncie  la  filiación  y  abandonase  a  su  madre. 

Pérez  Taylor.  De  todas  maneras,  la  actitud  del  señor  Cassals  es  noble  por  la 
fijeza  de  su-s  principios,  y  le  doy  mi  voto  admirativo. 

Montano.  Pero  también  pido  que  se  haga  constar  que  la  asamblea  rechazó  a  un 
obrero  de  la  libertad.  .  .  (El  delegado  Montano  pidió  que  la  delegación  suriana  vote 
en  masa  contra  la  proposición  del  señor  Cervantes.  Esta  solicitud  la  apoya  el  señor 
Soto  y  Gama.)  (Sesión  de  la  Convención,  el  lo.  de  enero  de  1915).  El  llamado  doctor 
Atl,  que  es  un  pintor  de  apellido  Murillo,  es  un  decidido  socialista;  de  Antonio  Villarreal 
.se  sabe  que  fue  maestro  de  escuela  y  por  un  homicidio  pasó  a  los  Estados  Unidos  de 
donde  fue  a  Españ^  y  se  constituyó  discípulo  de  Ferrer. 

La  Casa  del  Obrero  Mundial,  establecida  por  el  carrancismo  en  la  residencia 
de  los  PP.  Jesuítas  en  Santa  Brígida  de  México,  está  dirigida  por  8  socialistas  catalanes. 


69 


grandes  necesidades  que  los  vuelven  muy  aptos  para  que  en  ellos 
se  encienda  la  llama  del  deseo  de  los  bienes  de  la  tierra  y  la  del 
aborrecimiento  contra  todo  y  todos  los  que  sobre  ellos  han  estado 
y  contra  todo  lo  que  les  impide  la  satisfacción  brutal  de  sus  de- 
senfrenados apetitos.  ¿Para  qué  citar  nombres,  si  ellos  mismos  se 
han  mostrado  al  mundo  entero  en  la  repugnante  desnudez  de  sus 
pasiones  indómitas. .  .?  Hombres  feroces  que  no  aman  al  pobre 
sino  a  sí  mismos;  que  con  palabra  inculta,  pero  caldeada  en  la 
fragua  de  su  pasión,  encienden  en  la  plebe  el  ardor  del  odio  y  de 
la  concupiscencia  y  lanzan  a  los  infelices  seducidos,  como  piedra 
de  catapulta,  a  la  destrucción  de  todo  (como  en  Barcelona  en  los 
días  de  la  Semana  Trágica ) ,  no  para  mejorarlos  a  ellos,  sino  para 
enriquecerse  a  sí  mismos  y  odiarlos  después  de  haberlos  aprove- 
chado como  miserable  instrumento.  Estos  hombres  albergan  en 
su  alma  innoble  aborrecimiento  satánico  a  la  Religión  Católica 
y  al  orden  porque  éste  es  un  freno  y  aquélla  su  más  sólido  funda- 
mento. 

Junto  a  éstos  están  en  la  Revolución  como  jefes  también  y 
directores,  los  que  no  han  sido  más  que  bandidos  y  lo  son  y  lo 
seguirán  siendo.  Han  cambiado  de  campo  y  nada  más.  Odian  a 
la  Religión  en  que  tal  vez  los  educó  su  madre,  no  porque  hayan 
descubierto  en  una  noche  pasada  en  orgía  con  un  sacerdote  pe- 
cador, que  todos  son  hipócritas,  sino  porque  las  palabras  que  a 
su  oído  han  soplado  protestantes  y  masones,  socialistas  y  renegados, 
han  encontrado  eco  en  la  corrupción  de  su  alma  \  Estos  hombres 
odian  la  pureza,  la  hermosura  y  la  grandeza,  porque  ellos  no  pue- 
den gozarlas  sin  destruirlas  y  quieren  gozarlas;  por  fuerza  deben 
ser  sanguinarios  y  lujuriosos,  porque  hay  una  secreta  afinidad  entre 

'  I  believe  in  God,  but  not  in  religión,  "Villa  told  me  in  his  litle  office  ¡n  the 
Bank  of  London  building  in  Torreón".  I  Have  recognized  the  priests  as  hypocrites 
ever  since,  when  I  was  twenty,  I  took  part  in  a  drunken  orgy  with  a  priest  and  two 
women  he  had  ruined.  They  are  all  frauds  — the  priests — ,  and  their  cloth,  which 
is  supposed  to  he  a  protection,  they  use  to  entice  the  innocent.  I  shall  do  what  I  can 
to  take  the  church  out  of  politics,  and  to  open  the  eyes  of  the  people  to  the  tricks 
of  the  thicving  priests".  (Entrevista  de  Villa  con  Jorge  Masson,  corresponsal  del  Outlook, 
publicada  en  este  periódicOj  el  6  de  junio  de  1914). 


70 


la  sangre  y  la  concupiscencia;  por  fuerza  deben  ser  ladrones,  por- 
que creen  que  la  riqueza  les  eterniza  los  placeres,  y  han  de  ser 
también  ambiciosos,  porque  les  parece  que  el  poder  los  eximirá 
de  todo  freno. 

Míranse,  en  fin,  en  el  campo  revolucionario,  numerosos  de 
aquellos  políticos  incrédulos,  amantes  de  sí  mismos,  audaces  y  se- 
miinstruidos  que  no  pudieron  llegar  a  nada  en  los  tiempos  de  Díaz 
y  se  afiliaron  en  toda  oposición,  haya  sido  reyista  o  maderista, 
quienes  desde  entonces  dejaron  ver  su  saña  (si  se  quiere  más  gra- 
tuita porque  no  son  socialistas,  ni  protestantes,  ni  bandidos)  contra 
la  Iglesia  Católica.  Hijos  casi  todos  de  padres  católicos,  perdieron 
la  religión  al  adquirir  la  menguada  ilustración  que  ostentan  o  el 
título  profesional  que  tienen;  nutridos  en  las  torpes  mentiras  que 
el  liberalismo  ha  inventado  contra  la  Iglesia,  llevan  un  antiguo 
sedimento  de  odio  contra  el  Catolicismo,  el  cual  sedimento  em- 
pezó a  removérseles  desde  los  tiempos  del  general  Díaz,  porque 
siendo  ellos  oposicionistas,  buscaban  la  manera  de  molestar  al  Pre- 
sidente que  parecía  tolerar  la  Religión,  y  ahora  se  ha  convertido 
en  odio^  porque  les  es  necesario  atacarla  ferozmente  para  man- 
tenerse a  la  altura  de  sus  compañeros.  Fueron  en  ideas  y  resque- 
mores, compañeros  de  otros  muchos  que,  como  Lozano  y  Moheno, 
atacaron  a  la  Religión  en  el  periódico  y  la  respetaron  en  el  poder, 
por  cuadrar  así-  a  sus  intereses.  Muchos  de  éstos  seguirán  este 
ejemplo,  si  el  medio  en  que  viven  y  medran  no  fuese  perseguidor; 
pero  otros,  y  quizá  son  los  más  del  grupo,  son  capaces  de  tomar 
por  propia  iniciativa,  el  papel  de  Nerones  que  Combes  creía  in- 
digno de  todo  hombre  culto  del  siglo  XX.  La  mayor  parte  de 
éstos,  si  no  todos,  pertenecen  a  la  masonería,  y  ya  en  las  postri- 
merías del  gobierno  de  Madero  iniciaron  rudos  ataques  a  la  Iglesia 
en  las  columnas  de  sus  periódicos,  en  los  discursos  de  sus  reunio- 
nes y  en  muchos  de  sus  actos  públicos,  de  los  que  sólo  conviene 
recordar  para  prueba,  la  propaganda  de  doña  Belén  Zárraga  y 
la  actitud  del  grupo  Renovador  de  la  Cámara  de  Diputados  al 
Congreso  de  la  Unión. 

Tales  son  los  perseguidores.  Masones,  protestantes,  socialis- 


71 


tas  y  jacobinos  ¿habrían  de  respetar  a  la  Iglesia  Católica?  ¿No  con- 
vienen todos  ellos  en  el  odio  que  le  profesan?  Pero  ¿quién  excitó 
ese  odio. .  .?  El  odio  no  necesita  excitantes;  su  característica  es  la 
excitación;  el  odio  aprovecha  ocasiones,  y  en  este  asunto  de  que 
tratamos,  hay  hechos  elocuentísimos  que  conviene  agrupar. 

Sabida  es  entre  nosotros,  los  mexicanos,  la  vieja  pretensión  de 
algunas  sectas  protestantes  de  los  Estados  Unidos  del  Norte,  de 
implantar  en  nuestra  Patria  el  protestantismo;  sabido  es  también 
que  impenden  gruesas  sumas  de  dinero  en  sostener  las  misiones 
mexicanas  en  las  que  tienen  que  pagar  ministros  y  fieles;  nadie 
de  nosotros  ignora  lo  efímero  de  las  conversiones,  debidas  única- 
mente al  poder  de  la  paga,  y  todos  conocemos  la  clase  de  hombres 
que  en  México,  donde  los  protestantes  son  tenidos  por  enemigos 
de  la  Patria,  aceptan,  al  volverse  protestantes,  el  doble  estigma 
de  apóstatas  y  traidores.  Ruin,  por  tanto,  así  por  la  calidad  co- 
mo por  la  cantidad,  ha  sido  el  fruto  de  esa  propaganda  y  no 
corresponde  ciertamente  a  las  sumas  erogadas  para  sostenerla. 
¿No  sería  mejor  para  las  sociedades  que  la  pagan,  destruir  por 
medios  violentos  el  Catolicismo  en  México  y  en  aquella  grey  sin 
pastores  y  atemorizada,  entrar  de  lleno  a  implantar  sus  doctrinas? 

Hay  en  los  Estados  Unidos,  dice  el  Dr.  Kelley,  una  sección  del 
protestantismo  que  aborrece  a  la  Iglesia  Católica  contra  la  que  lu- 
cha encarnizadamente  por  medio  de  la  calumnia  y  de  la  diatriba. 
Para  estos  fanáticos,  como  él  los  califica,  los  sacerdotes  son  mons- 
truos de  iniquidad;  las  casas  religiosas,  prostíbulos;  el  Papa,  jefe 
de  esclavas  blancas;  la  mujer  católica,  ni  pura  ni  virtuosa,  sino 
marcada  con  señal  de  ignominia;  la  confesión  sacramental  y  el 
celibato  eclesiástico,  fuentes  de  inmoralidad,  pues  para  ellos,  siem- 
pre que  la  mujer  sea  obligada  a  confesar  secretos  a  un  hombre  no 
casado  y  que  desconoce  las  intimidades  del  hombre  y  de  la  mujer, 
es  muy  natural  que  exista  la  inmoralidad,  y  mientras  esta  práctica 
no  se  extirpe,  no  puede  haber  generaciones  amantes  de  la  libertad, 
inteligentes  y  morales  \  El  parecido  de  estas  ideas,  procedimientos 

'  Dr.  Kelley,  pág.  67.  En  la  felicitación  que  dirigió  a  Villa  la  asociación  "Guardians 
of  Liberty",  se  leen  las  expresiones  copiadas  en  el  texto  acerca  de  la  confesión. 


72 


y  propósitos  con  los  atentados  cometidos,  con  las  leyes  expedidas  y 
con  proyectos  propuestos  por  la  Revolución,  es  clarísimo  y  digno 
de  llamar  la  atención  sobre  todo  cuando  se  advierte  que  esa  sección 
del  protestantismo  que  así  piensa  y  obra,  es  la  que  envía  a  México 
sus  papeles  y  sus  emisarios  y  la  que  ha  publicado  calurosos  elogios  a 
Villa  por  sus  crímenes  contra  el  Catolicismo  \ 

Por  otra  parte,  Carranza,  aun  siendo  ya  Gobernador  de  Coa- 
huila,  lejos  de  perseguir  al  Catolicismo,  protegió  la  enseñanza  ca- 
tólica ayudando  pecuniariamente  al  sostenimiento  de  la  casa  que 
en  el  Saltillo  tenían  los  Hermanos  de  las  Escuelas  Cristianas;  su 
Plan  de  Guadalupe  nada  tiene  de  antirreligioso,  y  aunque  ya  cuando 
se  trasladó  el  Gobierno  de  Coahuila  del  Saltillo  a  Monclova,  la 
prensa  revolucionaria  comenzara  a  manifestarse  impía,  y  en  abril 
de  1913  ya  circularan  los  revolucionarios  hojas  de  marcada  irreli- 
giosidad; hasta  mayo  se  inició  la  persecución  declarada,  cuya  pri- 
mera víctima  fue  el  Sr.  Obispo  de  Aguascalientes. 

Además,  en  los  principios  de  su  movimiento.  Carranza  carecía 
de  dinero;  del  préstamo  de  cien  mil  pesos  que  Coss  impuso  en  el 
Saltillo,  sólo  le  llegaron  diez  mil ;  a  Villa  no  se  le  enviaron  sino  qui- 
nientos, y  en  vano  se  acudió  a  la  familia  Madero  en  demanda  de 
auxilio  ^.  Días  después,  Mr.  Richardson,  Jefe  del  Rito  Escocés, 
ofrecía  al  Presidente  Wilson,  a  cambio  de  su  ayuda  en  México,  los 
servicios  de  todo  el  Rito  en  todas  las  partes  del  mundo,  para  cierto 

'  Dr.  Kelley,  loe.  cit.  Refiriéndose  a  esos  mismos  protestantes  dice  la  revista 
Extensión  de  Chicago:  "¿Qué  haremos  ahora  los  católicos  de  América?  Hemos  sopor- 
tado el  abuso  que  el  correo  llevó  a  través  de  los  Estados  Unidos  y  que,  en  consecuencia, 
fue  subvenido  por  el  gobierno  y  que  ha  sido  lanzado  sobre  nosotros  por  una  prensa 
sucia.  Esa  misma  prensa  ha  ensalzado  a  los  asesinos  mexicanos  por  haber  sacrificado 
sacerdotes  y  monjas;  y  esos  mismos  periódicos  han  circulado  entre  los  mexicanos  para 
hacerles  creer  que  lo  que  han  hecho  es  agradable  al  pueblo  americano".  Como  ejemplo 
de  los  elogios  a  Villa,  he  aquí  lo  que  dicen  los  Guardians  of  Liberty:  "Again  assu- 
ring  you  of  our  apreciation  of  your  invaluablc  work  to  your  country,  and  trusting 
that  you  may  continué  your  good  work  until  the  people  of  your  country  are  free,  indeed, 
from  the  root  of  the  trouble,  the  Román  Catholic  Church,  in  the  language  of  the 
patriot,  we  would  exclaim:  'Viva  México  by  Villa'  "  {Frote stant  Magazine.  Agosto 
de  1914). 

'  Apuntes  de  un  Jefe  del  Estado  Mayor  de  Carranza  publicados  en  El  Heraldo  de 
Cuba,  diario  carrancista,  el  3  y  6  de  enero  de  este  año  de  1915. 


73 


asunto  que  interesaba  al  Presidente  * ;  el  Rev.  William  Bayard 
Hale,  protestante  de  no  envidiable  nombre,  masón  y  clerófobo,  se- 
gún la  revista  Columbia,  se  acercaba  al  mismo  Wilson  y  hacía  que 
se  decidiera  en  contra  de  Huerta^;  el  Embajador  de  los  Estados 
Unidos  en  México,  Mr,  Henry  Lañe  Wilson,  que  no  era  partidario 
de  la  Revolución,  caía  en  desgracia  hasta  ser  removido  y  se  enviaba 
como  agente  confidencial  del  presidente  americano  cerca  del  ge- 
neral Huerta,  a  Mr.  John  Lind,  protestante,  masón  y  enemigo  de- 
clarado del  Catolicismo  ^,  en  tanto  que  el  cónsul  Silliman,  también 
masón,  ayudaba  a  Carranza  y  Carothers  a  Villa;  por  fin,  en  abril 
del  año  pasado  (1914),  celebró  The  Evangelical  Union,  sociedad 
formada  de  varias  sectas  protestantes,  una  reunión  en  que  se  dio 
cuenta  de  cómo  se  habían  dividido  el  territorio  de  nuestra  Repú- 
blica las  diversas  confesiones  coaligadas,  para  predicar  en  el  Estado 
que  a  cada  una  le  tocó,  el  evangelio  puro;  y  ahora,  después  del 
triunfo  de  la  Revolución,  se  han  jactado  los  protestantes  mexicanos 

'  Dice  la  revista  americana  Columbia,  órgano  de  los  Caballeros  de  Colón:  "Es 
notable  el  tiempo  de  este  ofrecimiento"  (el  de  los  servicios  del  rito  para  un  proyecto 
de  tratados  de  paz  y  de  arbitraje  internacional).  "Richardson  había  sido  investido  del 
poder  dos  años  antes,  el  Presidente  Taft  fue  tan  agudo  en  el  arbitraje,  como  Mr.  Wilson 
y  Mr.  Bryan,  y  aunque  era  masón,  no  se  le  hizo  el  ofrecimiento  sino  que  se  difirió 
hasta  que  los  planes  masónicos  en  México  necesitaron  la  ayuda  de  "Washington.  Esta 
se  consiguió".  (Núm.  de  octubre  de  1914). 

^  Número  citado. 

^  Que  Lind  es  protestante  y  clerófobo,  lo  comprueban  los  artículos  que  escribió 
en  The  Bellman  (diciembre  5  y  12  de  1914).  La  revista  Columbia  dice  de  él:  Mani- 
festó su  familia  el  odio  que  tenía  a  los  católicos  y  al  Clero  de  México".  Lo  mismo  se 
decía  en  el  Puerto  en  diciembre  de  1913,  y  Mr.  Frisbie,  un  buen  americano  que  residió 
en  México  muchos  años,  dijo  al  Dr.  Kelley,  que  viniendo  en  un  barco  de  Veracruz  a 
New  York,  tuvo  por  compañera  a  la  esposa  de  un  Agente  Confidencial  de  Wilson. 
Esta  señora,  reputándolo  no  católico,  le  dijo:  "The  priests  and  nuns  should  be  drivcn 
out  of  México".  The  Book  of  Red  and  Yellow.  Pág.  63  de  la  4ta.  Ed. 

La  revista  protestante  The  Missionary  (número  de  noviembre  del  1914)  publicó  la 
declaración  de  la  mujer  de  Lind  donde  se  lee:  "En  mi  opinión,  el  Clero  Católico  de 
México  es  culpable  de  ese  estado  de  anarquía.  Hemos  de  barrerlo  de  aquí  antes  que 
podamos  esperar  la  educación  del  indio.  Sus  curas  le  tienen  sumido  en  la  ignorancia  y 
en  la  servidumbre  y  andan  de  concierto  con  los  ricos  hacendados  para  tratarle  como 
esclavo". 


74 


de  que  serán  para  su  culto,  templos  de  los  católicos ;  y  de  hecho  se 
han  apoderado  de  algunos  \ 

Estos  hechos,  otros  que  sería  prolijo  enumerar  y  las  desme- 
didas alabanzas  a  la  Revolución  y  a  su  obra  demoledora,  dan  todo 
su  valor  a  la  siguiente  afirmación  de  la  revista  de  los  Caballeros  de 
Colón  en  la  RepúbHca  Norteamericana:  "Carranza  fue  generosa- 
mente premiado  por  The  Evangélica!  Union,  por  haber  aceptado 
el  programa  de  descatolizar  a  México,  y  ambos,  Carranza  y  Villa, 
recibieron  poderosa  ayuda  de  los  masones,  cuyo  propósito  era  hacer 
de  México  otro  Portugal  Unido  a  todo  esto,  \  cuánta  significa- 
ción tiene  el  silencio  que  la  Prensa  Asociada,  siempre  en  manos  de 
masones,  guardó  respecto  a  los  crímenes  de  los  revolucionarios,  y 
el  cuidado  que  tuvo  de  hacerlos  aparecer  de  manera  contraria  a  lo 
que  son;  silencio  que  perdura  no  obstante  ser  por  todas  partes  co- 
nocida la  persecución  religiosa  y  los  demás  atentados  que  en  Mé- 
xico se  han  sufrido ! 

En  cualquier  Estado  de  la  República,  fuera  de  los  del  Norte, 
los  elementos  perseguidores  hubieran  encontrado  tal  y  tanta  resis- 
tencia en  el  pueblo  (entendida  esta  palabra  en  su  genuino  sentido 
de  toda  aquella  parte  de  la  sociedad  que  no  es  gobierno),  que  ha- 
brían desistido  de  su  infernal  propósito.  Pero  en  la  plebe  de  las  ciu- 
dades del  Norte,  salida  por  lo  general  de  los  presidios  desde  los 
tiempos  de  la  revolución  de  Madero,  y  de  los  campesinos  de  allá, 
más  ignorantes  y  que  sienten  la  Religión  menos  que  los  del  Cen- 
tro, y  en  los  semibárbaros  yaquis  y  tarahumaras,  encontraron  los 
enemigos,  encendiendo  en  ellos  los  malos  instintos  y  las  más  bajas 
pasiones,  y  armándolos  con  los  elementos  de  guerra  profusamente 
suministrados  en  los  Estados  Unidos,  y  prevaliéndose  en  fin  de  esa 

'  El  dato  de  esta  reunión  lo  obtuve  de  un  prelado,  quien  vio  el  periódico  en  que 
se  publicaba  el  informe  y  hasta  se  fijó  qué  secta  iría  a  su  Arquidiócesis.  En  Celaya 
dijeron  que  se  les  daría  el  templo  de  San  Francisco  o  El  Beaterío.  En  México  se  fundó 
una  escuela  protestante  en  el  Convento  de  la  Concepción.  En  marzo  de  1915  llegaron  a 
Veracruz  dos  protestantes  para  dar  conferencias  en  uno  de  los  templos,  según  lo  pu- 
blicaron los  periódicos,  y  en  Morelia  se  ha  activado  de  una  manera  notable  la  propa- 
ganda, antes  lánguida  y  vergonzante. 

*  Número  citado. 


75 


extraña  facilidad  que  la  milicia  produce  en  los  soldados,  sobre  todo 
si  son  ignorantes,  la  fuerza  bruta  en  que  necesitaban  apoyarse.  Esta 
avalancha  cayó  como  las  hordas  de  Atila  o  de  Gengis  Kan,  sobre  las 
ciudades  ya  desguarnecidas  de  fuerza  militar  y  arteramente  desar- 
madas, que,  mudas  de  espanto,  vieron  que  se  hollaban  sus  templos, 
se  profanaba  su  culto  y  se  desterraba  a  sus  sacerdotes.  Porque,  ahora 
como  en  el  58,  los  ejércitos  del  Norte  han  sido  los  actores  principa- 
les de  los  bárbaros  y  horrendos  atropellos  contra  la  Religión.  En 
Michoacán,  donde  la  revolución  tuvo  que  contar  con  sólo  los  nati- 
vos de  allí,  no  fue  antirreligiosa  por  más  que  Joaquín  Amaro  y 
Gertrudis  Sánchez,  cabecillas  del  norte,  le  hubieran  querido  dar  ese 
carácter,  y  aún  ahora  mismo,  después  de  su  triunfo,  ha  tenido  que 
amenguar  sus  furores  ante  la  actitud  del  pueblo  de  Morelia ;  en  el 
sur  tampoco  lo  fue,  ni  en  el  Estado  de  Veracruz,  sino  en  este  último, 
cuando  tomado  Tampico,  vinieron  a  él  desde  Tamaulipas  elemen- 
tos en  que  pudieron  apoyarse  Enrique  W.  Paniagua  (doctor  pro- 
testante), Agustín  Millán  y  un  tal  Muñoz  Infante,  y  no  obstante, 
las  tropelías  allí  cometidas  no  han  sido  tan  salvajes  como  las  que 
se  han  hecho  en  los  infelices  lugares  por  donde  ha  pasado  la  solda- 
desca reclutada  en  Sonora,  Coahuila,  Chihuahua,  etc.  \  • 

No  es  un  misterio  la  teoría  de  Lind,  de  que  en  nuestra  Patria 
sólo  el  Clero,  los  católicos  y  los  ricos  se  oponían  a  los  fines  de  los 
Estados  Unidos  en  ella.  Esta  opinión  del  Agente  fue  aceptada  por 
Mr.  Wilson,  quien  por  los  meses  de  abril  a  junio  del  año  pasado, 
declaró  a  un  periodista  de  su  nación  que  el  único  obstáculo  que 
había  en  México  para  la  repartición  de  tierras  y  la  emancipación 
de  los  proletarios,  era  el  que  oponían  el  Clero,  el  Ejército  y  los  te- 
rratenientes, declaración  que  profusamente  difundida  por  los  revo- 
lucionarios que  había  en  la  capital  de  la  República,  circuló  clan- 
destinamente. Dios  juzgará  a  Woodrow  Wilson :  su  justicia  infinita 
sabrá  hasta  qué  punto  exige  de  las  manos  de  ese  hombre  la  hacien- 
da, la  sangre,  la  honra,  la  virtud  que  tantos  por  su  causa  las  han 

'  Véase  la  nota  al  artículo  siguiente.  El  mismo  Paniagua  decía  al  redactor  de 
El  Liberal  que  lo  entrevistó:  "El  Estado  de  Veracruz  no  respondió  como  se  hubiese 
querido,  a  la  Revolución  Constitucionalista".  (8  de  septiembre  de  1914). 


76 


perdido  en  México !  ¡  que  su  falló  sea  menos  severo  que  el  de  la 
Historia !  ¡  que  el  alma  de  ese  hombre  halle  en  la  misericordia  di- 
vina, lo  que  su  memoria  no  hallará  en  el  juicio  de  los  pósteros ! 

Tal  vez  no  sea  perverso  como  aparece,  sino  iluso  o  engañado 
por  las  teorías  o  por  los  hombres  y  más  por  éstos  que  por  aquéllas. 
¿Qué  conocimiento  de  México  van  a  tener  Bayard  Hale,  Tupper, 
Lind,  Rabb,  .  .  .si  no  conocen  el  idioma,  la  historia,  la  complexión 
del  pueblo  mexicano ;  si  sólo  reciben  informes  de  los  hombres  de  la 
Revolución  y  de  sus  adeptos,  si  no  conocieron  la  República  en  su 
estado  normal  ni  estudiaron  entonces  las  necesidades,  las  tendencias, 
la  idiosincrasia  de  las  diversas  clases  que  la  forman,  y  ahora,  ni 
siquiera  recorren  el  país  en  toda  su  extensión,  ni  se  ponen  en  con- 
tacto con  sus  habitantes,  ni  estudian  zona  por  zona- ni  región  por 
región?  ¿Qué  le  dirían  del  Clero  y  de  los  católicos  Lind  y  Silliman 
y  Carothers,  protestantes  y  masones  de  aquellos  que  odian  el  Cato- 
licismo y  quisieran  barrerlo  del  suelo  de  la  América. .  .  ? 

Esta  guerra  de  mentiras  y  de  calumnias  al  Clero  Católico  Me- 
xicano era  necesaria  a  los  perseguidores  para  ocultar  su  verdadero 
intento,  pues  es  axiomática  la  frase  de  Combes  a  la  que  aludimos 
poco  ha:  "El  Papa,  dijo  el  Ministro  francés,  nos  brinda  con  el  papel 
de  Nerón,  inaceptable  en  el  siglo  XX".  Y  en  verdad  que  ahora  sólo 
entre  los  más  degradados  de  los  turcos  y  de  los  chinos  y  en  las  tribus 
de  Africa  Central  hay  quienes  persigan  sangrientamente  al  Catoli- 
cismo. Por  eso,  para  que  Woodrow  Wilson  no  se  atemorizara  ante 
la  persecución  concebida  por  protestantes  y  masones,  y  para  tener 
un  pretexto  ante  el  mundo  civilizado,  vinieron  las  mentiras.  Unas 
endiosaban  a  los  hombres  de  la  Revolución  siquiera  fuesen  bandi- 
dos \  y  presentaban  la  labor  de  ésta  como  sana,  honrada  y  recons- 
tructora  ;  otras  con  aparato  de  estadística  y  fingida  armazón  de 

'  Ejemplos:  Artículos  laudatorios  a  Villa,  publicados  en  El  Heraldo  de  Cuba,  en 
27  de  enero  de  1914. — Villa  Mexican  Patriot,  de  Urquidi  publicado  en  The  Irish- 
American,  el  28  de  febrero  de  1914. — Carranza  y  la  Revolución  Mexicana,  libro  de 
González  Blanco  (Valencia,  1914).  Los  artículos  de  Santos  Chocano  en  honor  de  Ca- 
rranza.— Biografía  de  Carranza  por  Alfredo  Breceda,  etc.,  etc. 

*  Ejemplos:  El  Constitucionalista,  trisemanal,  órgano  de  la  Revolución. — Vida  Nue- 
va, publicada  en  Chihuahua.  Una  serie  de  artículos  de  Pesqueira,  citados  por  González 


77 


ciencia,  falseaban  por  completo '  el  estado  social  de  México  \  y, 
por  último  (y  éstas  fueron  las  más  numerosas),  otras  pintaban  al 
Clero  como  unido  a  los  ricos  para  extorsionar  al  pueblo,  como  uno 
de  los  apoyos  del  régimen  de  Díaz,  enemigo  de  Madero,  cómplice 
en  el  alzamiento  de  Félix  Díaz  y  sostenedor  con  dinero  e  influencia 
del  gobierno  del  general  Huerta  ^.  Esto  clamaban  en  sus  periódicos, 
y  en  el  secreto  de  sus  informes  a  Wilson,  añadían  que  Obispos  y  sa- 
cerdotes, eran  enemigos  de  la  libertad,  que  se  habían  entrado  en 
la  política  y  que,  mezclando  a  ésta  la  Religión,  por  medio  del  Par- 
tido Católico,  pretendían  adueñarse  del  poder  para  matar  la  liber- 
tad. De  esta  manera  intentaron  velar  ante  el  mundo  sus  inicuos  de- 
si.gnios,  y  así  quizá  engañaron  a  Woodrow  Wilson. 

En  esa  cobarde  guerra  de  mentiras  y  de  calumnias,  es  digno 
de  llamar  la  atención  que  todo  ha  sido  declamaciones  vagas  y  ge- 
nerales sin  citar  siquiera  un  hecho  concreto  de  ayuda  a  Huerta  o 
de  intromisión  en  la  política  o  de  apoyo  al  rico  contra  el  pobre  o  de 
contubernio  con  Díaz  o  de  uno  solo,  en  fin,  de  los  hechos  que  se  le 
atribuyen  ^. 

Blanco  en  el  libro  dicho,  pág.  15. — Carranza  y  el  Constitucionalismo,  por  Martínez 
Alomía.  Hermosillo,  1913. 

'  Los  artículos  sobre  Díaz  citados  por  González  Blanco  y  publicados  en  The  Econo- 
mist. — The  Mexican  Situation  from  a  mexican  point  of  view,  conferencia  de  Luis  Ca- 
brera en  la  Universidad  de  Clarw. — El  libro  de  González  Blanco  ya  citado. 

*  El  autor  sabe  la  acusación  a  que  se  refiere  el  texto  de  boca  de  Mr.  Paul  FuUer, 
enviado  confidencial  de  Wilson.  Oyó  también  a  persona  honrada,  la  siguiente  anécdota: 
Un  americano  que  mucho  se  ha  interesado  por  México,  desplegaba  ante  Bryan  el 
cuadro  de  la  persecución,  y  el  Secretario  respondió,  como  excusando  a  los  revolucio- 
narios: "Castigan,  al  Clero  por  Huertista". 

"Y  para  castigar  al  Clero,  contestó  el  americano,  se  orinan  en  los  vasos  sagrados". 

'  Sólo  han  podido  exhibir  dos  cartas  del  limo.  Sr.  Mora  y  una  del  limo.  Sr. 
Gillow,  dirigidas  las  tres  a  Urrutia.  La  primera  del  Sr.  Mora  es  contestación  a  una  del 
Th.  Urrutia,  que  también  publicaron.  Dice  el  Dr.  Urrutia:  "Cumple  a  mi  deber  dar 
a  usted  el  más  sincero  agradecimiento  por  la  labor  que  viene  prestando  al  Gobierno, 
con  objeto  de  lograr  el  restablecimiento  de  la  paz,  labor  que  se  considera  más  útil 
cuanto  que  ejercitada  como  está  mediante  el  uso  de  la  razón,  es  capaz  de  producir  un 
beneficio  verdaderamente  estable".  En  seguida  le  habla  de  unas  honras  a  los  Madero, 
que  se  habían  celebrado  y  le  pide  que  en  lo  sucesivo  se  eviten,  y  acaba  por  pedirle  que 
impida  que  cierto  personaje  eclesiástico  "continúa  haciendo  labor  antigobiernista". 


78 


¿Cuándo  el  odio  ha  dicho  al  Cristianismo:  te  persigo  porque 
mientras  existas,  habrá  sobre  la  tierra,  verdad,  justicia  y  amor? 
Arrastrados  nuestros  Obispos  y  Sacerdotes  ante  injusto  e  incompe- 
tente tribunal,  no  por  otra  causa  sino  porque  en  ellos  se  encama  la 
Religión  CatóKca,  enemiga  tenaz  e  invencible  del  protestantismo  y 
de  la  masonería,  del  socialismo  y  del  liberalismo,  repítese  la  glo- 
riosa historia  de  Cristo.  ¿Qué  acusación  presentáis  contra  estos 
hombres?  pregunta  el  juez;  y  los  fariseos  de  hoy,  lo  misrno  que  los 
de  hace  veinte  agios,  abren  la  boca  llena  de  lodo  y  de  ponzoña  y 
contestan  con  la  eterna  acusación  vaga,  audaz  y  altanera  de  todo 
calumniador :  Si  no  fuera  malhechor,  no  te  lo  traeríamos.  .  .  ¡  Y  el 
Presidente  se  lava  las  manos  y  entrega  al  justo  al  poder  de  sus  ene- 
migos que,  con  tal  de  verle  crucificado,  dieron  com6  precio  del 
permiso  de  matarle  y  de  la  fuerza  para  hacerlo,  la  dignidad  y  la 
independencia  de  la  Patria,  exclamando  con  aquel  grito  traidor  que 
aceptaba  el  yugo  extranjero  ¡Non  Habemus  Regern  Nisi  Caesarem! 

Mírase  por  todo  lo  narrado,  que  en  el  orden  de  la  vida  y  de  la 
actividad  humana,  la  persecución  a  la  Iglesia  Católica  en  México, 
es  fruto  perfectamente  maduro  del  espíritu  anticristiano  de  toda 

El  limo.  Sr.  Arzobispo  contesta:  "Muy  agradecido  a  usted  por  los  bondadosos  términos 
en  que  se  expresa  de  mi  en  su  muy  'grata  y  respetable  carta  del  día  9  del  corriente  que 
recibí  ayer,  de  nuevo  aseguro  a  usted  que  todos  mis  señores  curas  y  sacerdotes,  en  cum- 
plimiento de  su  deber,  harán  todo  lo  que  en  ellos*esté  para  que  cuanto  antes  sean  sa- 
tisfechas todas  las  aspiraciones  de  todos  los  buenos  de  ta  República  que  desean  la  paz 
y  la  tranquilidad  para  la  amada  Patria.  Digo  que  lo  hacen  en  cumplimiento  de  su 
deber,  porque  la  Iglesia  quiere  la  paz,  que  se  evite  el  derramamiento  de  sangre  y  que 
todos  cooperen  al  fin  de  la  sociedad  civil,  que  es  el  bienestar  de  todos  sus  miembros. 
En  este  sentido  continuaré  excitándolos  a  que  aprovechen  todas  las  ocasiones  que  se 
les  presenten  para  que  exhorten  a  sus  feligreses  a  obtener  ese  gran  bien".  En  la  segunda 
carta  publicada  pide  el  Sr.  Mora  al  Dr.  Urrutia  un  millón  de  pesos  como  indemniza- 
ción por  haberse  tomado  el  gobierno  liberal,  contra  la  ley  de  desamortización,  el 
dinero  y  las  alhajas  de  la  Catedral  de  México. 

El  Sr.  Gillow  le  pide  que  influya  con  el  Gobernador  de  Puebla  para  que  no  sea 
removido  un  Prefecto  y  vuelva  un  juez  al  ejercicio  de  su  cargo.  Y  es  de  notar  que  el 
periódico  que  publica  estos  documentos,  dice:  "El  clero,  pues,  fue  cómplice  de  la 
traición  nefanda  y  de  los  horrendos  crímenes  que  se  cometieron.  Esto  lo  sabíamos  todos, 
pero  ninguno  tenía  una  prueba  fehaciente,  irrecusable.  .  .  Las  cartas  que  siguen  lo 
demuestran  de  una  manera  clara,  evidentísima".  Lo  que  demuestran  es  que  ninguna 
otra  prueba  tiene  quien  presenta  ésta  tan  débil. 


79 


aquella  generación  que  de  él  se  nutrió  en  la  escuela  laica:  de  los 
principios  socialistas  propalados  arteramente  desde  hace  mucho 
tiempo  en  nuestro  País ;  de  la  incompleta  cristianización  de  los  ha- 
bitantes de  los  Estados  de  la  región  del  norte  de  nuestra  República, 
de  su  heterogénea  población  y  especial  cultura ;  del  sectarismo  pro- 
testante de  alguna  o  algunas  comuniones  de  los  Estados  Unidos;  del 
influjo  masónico  de  los  de  allá  y  de  acá,  y  de  la  índole  especial  del 
Presidente  de  aquella  República,  Woodrow  Wilson.  El  Partido  Ca- 
tólico fue  un  pretexto  como  también  lo  fueron  la  mentida  riqueza 
de  la  Iglesia  y  su  unión  con  los  ricos,  con  los  Díaz  y  con  Huerta. 


80 


VII 


MIRANDO  AL  PORVENIR 


ENTACION  de  profundo  desaliento  se  apodera  del  ánimo 


si  se  considera  la  magnitud  de  la  catástrofe  en  que  se  ha 


hundido  la  Patria  Mexicana.  ¡  Pobre  nación  que  en  menos 
de  cuatro  años  ha  descendido  a  la  profunda  sima  en  que  yace 
pobre,  abatida,  deshonrada!  ¿De  dónde  le  podrá  venir  el  reme- 
dio, si  la  revolución  ha  asolado  los  campos,  destruido  las  ciuda- 
des, arruinado  la  industria,  deshecho  la  propiedad,  quebrantado 
la  ley,  vilipendiado  la  autoridad,  conculcado  el  honor  y  luchado 
contra  Dios? 

Sobre  las  ruinas  de  la  Patria,  los  mismos  que  en  ellas  la  hun- 
dieron luchan  hoy  con  sangrienta  saña  disputándose  el  poder  o  pre- 
tendiendo conservar  el  que  han  adquirido  en  la  región  que  domina 
su  mesnada.  Ninguno  de  ellos  pretende  el  orden,  nadie  concierta  los 
intereses  sociales,  como  lo  prueban  los  hechos  de  cada  uno  de  sus 
cabecillas  y  los  discursos  de  los  oradores  de  todos  los  bandos.  Quie- 
nes roban  y  asesinan  y  ultrajan  el  pudor  sin  miramiento  alguno;  no 
respetan  ni  a  Dios  ni  a  sí  mismos  ni  a  los  demás,  sean  individuos  o 
naciones;  ni  guardan  la  fe  jurada,  y  se  complacen  solemnemente  en 
haber  barrenado  todo  derecho  y  destruido  toda  ley,  hasta  la  que 
les  sirvió  de  pendón ;  quienes  proponen  para  lo  futuro  la  destrucción 
de  la  familia,  de  la  propiedad,  de  la  autoridad  pública  y  de  la  reli- 
gión misma;  quienes  tal  hacen,  no  son  capaces  sino  de  amontonar 
una  ruina  sobre  otra  ruina. 


81 


PC6 


Los  que  están  fuera  de  la  Patria,  buscan  es  verdad  el  reme- 
dio a  tantos  males  y  anhelan  por  el  triunfo  del  bien  en  México;  mas 
por  una  desdicha  incomparable,  la  previsión  humana  no  mira  en 
parte  algunas  probabilidades  de  buen  éxito,  porque  no  se  alcanza  a 
ver  cómo  habrá  de  vencerse  el  incomprensible  poder  que,  como  pro- 
videncia especial,  protege  a  la  revolución  triunfante. 

Las  naciones  de  Europa,  ocupadas  en  destruirse  mutuamente 
y  las  de  la  América  Latina,  ciegas,  engañadas,  débiles  o  quizá  des- 
deñosas, presencian  mudas  el  desquiciamiento  de  una  civilización 
que,  con  defectos  y  todo,  era  verdadera  y  brillante. 

¡  Quién  sabe  lo  que  de  nosotros  piensa  el  pueblo  americano ! 
Sus  hijos  católicos  y  muchísimos  de  los  que  no  lo  son,  pero  que  son 
honrados,  caída  la  venda  que  cubría  sus  ojos,  han  compadecido 
nuestra  desgracia,  nos  han  ayudado  en  nuestro  infortunio  y  favore- 
cido en  nuestra  pobreza,  llegando  la  generosidad  de  los  católicos 
hasta  empeñarse  por  salvar  del  universal  naufragio,  ya  que  otra  cosa 
no  pueden,  el  tesoro  santo  de  la  religión.  Pero  piense  el  pueblo  lo 
que  pensare,  el  Presidente  Wilson,  Dios  sabe  por  qué,  desarrolla 
aún  ahora  que  el  desastre  ha  venido,  la  misma  política,  loca  y  tor- 
tuosa al  parecer,  con  que  desde  que  subió  al  poder  ha  tratado  el 
gravísimo  negocio  de  México;  pero  que  quizá  va  encaminada  al 
mismo  fin,  hasta  ahora  oculto,  a  que  la  ha  dirigido  siempre.  No 
se  ve,  pues,  por  parte  alguna  esperanza  de  remedio. 

Sin  embargo,  observando  los  sucesos  acaecidos  en  México  des- 
de que,  libres  de  trabas  y  de  freno,  se  extendió  la  revolución  por 
todo  el  territorio^  se  mira  que  lo  que  aparecía  más  débil  ha  sido  lo 
más  fuerte.  El  ejército  se  disolvió  por  un  simple  convenio;  el  Go- 
bierno, no  sólo  el  de  Huerta,  sino  todo  Gobierno,  se  hundió  con  fa- 
cilidad que  espanta;  la  riqueza  terminó  en  unos  cuantos  días;  pero 
la  Religión,  lo  más  débil,  y  que  sin  embargo  ha  sido  lo  más  ruda- 
mente combatido  en  sus  ministros  y  en  lo  esencial  de  sus  prácticas, 
que  tales  son  los  Sacramentos,  ha  subsistido  incólume  y  poderosa. 
Los  pueblos  que  vieron  asombrados,  sí,  pero  impasibles,  hundirse 
todo  orden,  sólo  se  resisten  al  ver  que  se  quiere  convertirlos  en  irre- 


82 


ligiosos,  y  la  Religión  subsiste  en  medio  de  tantas  ruinas,  como  el 
único  consuelo  y  la  única  esperanza. 

Según  el  pensamiento  del  insigne  Padre  Lacordaire,  el  Cris- 
tianismo ha  creado  un  nuevo  derecho,  y  lo  ha  incrustado  de  tal  mo- 
do en  las  sociedades  que  han  sido  suyas,  que  persevera  en  su  seno 
no  obstante  todos  los  embates  del  espíritu  del  mal  para  arrancarlo 
de  ellas  substituyéndolo  por  el  suyo,  y  a  pesar  mismo  de  los  hombres 
y  de  los  pueblos;  distinguiéndose  desde  entonces  las  naciones  civi- 
lizadas de  las  salvajes,  porque  aquéllas  tienen  como  fundamento  de 
su  ser  los  principios  del  derecho  cristiano  que  son  la  autoridad  co- 
mo servicio  público,  la  propiedad  y  la  familia.  La  revolución  me- 
xicana que  intenta  destruir  esos  principios  fundamentales  del  orden, 
tendrá,  tarde  o  temprano,  que  sentir  la  poderosa  reacción,  si  no  de 
los  hombres,  sí  de  las  cosas,  y  sucumbir  bajo  su  propio  desatentado 
triunfo.  Esto  es  seguro,  como  lo  es  que  sucumbirá  por  la  explosión 
de  la  caldera,  el  maquinista  torpe  que  haya  violado  las  leyes  que 
rigen  la  expansión  del  vapor  y  la  resistencia  del  acero.  Para  nuestra 
impaciencia  de  mexicanos  que  vemos  la  dolorosa  agonía  de  nuestra 
Patria,  y  de  desterrados  que  allá  lo  tenemos  todo:  bienes,  familia, 
amigos,  recuerdos  y  esperanzas,  el  tiempo  pasa  perezosamente  y  los 
acontecimientos  se  suceden  con  abrumadora  lentitud.  Pero  consi- 
derando que  en  seis  meses  de  triunfo  ha  llegado  la  revolución  a  don- 
de las  de  otros  pueblos  no  han  alcanzado  o  lo  han  hecho  después 
de  años,  no  es  aventurado  predecir  para  un  porvenir  no  lejano,  su 
completa  derrota.  En  quiénes  y  cómo  se  encarne  la  reacción,  que 
sea  en  algunos  de  los  hombres  que  están  en  la  misma  revolución  o 
en  los  que  están  fuera  de  ella,  imposible  es  decirlo,  pero  habrá  de 
venir  y  quizá  está  más  próxima  de  lo  que  juzgamos. 

¿  Por  qué  ver  solamente  lo  natural,  nosotros  los  hijos  de  lo  so- 
brenatural y  divino?  ¿Por  qué  fijarnos  sólo  en  el  mal  de  la  perse- 
cución y  no  considerar  también  las  grandes  y  pequeñas  virtudes  a 
que  ha  dado  origen?  Pues  qué,  ¿no  ha  habido  verdaderos  mártires 
y  verdaderos  confesores  de  la  fe  cristiana?  ¿No  son  actos  de  virtud, 
la  resignación  en  padecer  angustias,  ausencia  de  los  seres  queridos, 
temores,  sobresaltos,  estrechez  y  hasta  hambre  y  miseria?  ¿Nada 


83 


valdrán  ante  Dios  la  sangre  y  las  lágrimas  derramadas  con  pro- 
fusión que  piden  misericordia  para  la  víctima  y  justicia  para  el 
verdugo;  la  triste  humillación  de  sus  representantes,  al  fin  y  al 
cabo  mendigos  en  tierra  extraña,  y  el  esfuerzo  y  las  oraciones  de 
tantos  pueblos  de  México,  y  la  viril  confesión  de  su  fe,  frente  a  frente 
de  sus  perseguidores?  ^ 

He  leído  con  asombro  mezclado  de  ternura  y  de  admiración 
el  relato  que  el  P.  Kelley  (edición  inglesa),  hace  del  martirio  de  la 
virginidad  consumado  en  tantas  monjas  y  doncellas.  ]  Secretos  pro- 
fundos de  los  designios  de  Dios !  Algunas  sucumbieron  a  la  terribilí- 
sima tentación:  que  al  fin  y  al  cabo  eran  humanas  y  nada  de  lo 

'  En  Querétaro  el  pueblo  armado  de  piedras  y  de  tierra  como  en  los  tiempos 
precoloniales,  intentó  defender  sacerdotes  y  templos;  pero  una  providencial  granizada 
impidió  la  hecatombe  que  sin  duda  hubieran  hecho  los  soldados  de  Coss,  perfectamente 
armados  v  que  habian  recibido  orden  de  hacer  fuego  sobre  el  pueblo  y  sobre  los  sacer- 
dotes, tanto  los  de  la  ciudad,  como  los  que  de  Cclaya  y  Salvatierra  esperaban  en  la 
estación  del  ferrocarril  la  salida  de  sus  compañeros.  En  Pachuca  se  invitó  por  los  sol- 
dados constitucionalistas  al  pueblo  para  recibir  en  sarcástico  triunfo  a  los  sacerdotes 
del  contorno  que  llegarían  presos;  el  pueblo  concurrió  efectivamente,  pero  fueron  tales 
su  dolor  y  su  respeto,  que  cesaron  las  músicas  que  befaban  a  los  prisioneros,  y  los 
soldados  mismos  (al  fin  católicos),  se  conmovieron  profundamente.  La  manifestación 
hubiera  terminado  en  asonada,  si  el  Vicario  General  no  lo  hubiese  impedido.  En  Sala- 
manca, la  actitud  resuelta  de  los  vecinos  salvó  a  los  sacerdotes  y  a  los  templos.  En  la 
Piedad  estaban  armados  mil  obreros  para  la  deíensa  de  los  sacerdotes.  En  Morelia  el 
pueblo  en  masa  se  enfrentó  con  el  jefe  que  alli  dominaba  y  evitó  la  expulsión  de  su 
clero;  días  después,  un  tal  Murguía  que  muchas  abominaciones  había  hecho  en  Toluca, 
intentó  convertir  en  caballeriza  el  atrio  de  la  Catedral,  y  el  jefe  Sánchez  lo  impidió 
diciéndole:  "Usted  no  conoce  al  pueblo  de  aquí".  En  Papantla  el  pueblo  obligó  a  Cán- 
dido Aguilar,  que  funge  de  Gobernador  del  Estado,  a  pedir  la  vuelta  del  sacerdote.  En 
muchos  lugares  las  damas  se  presentaron  con  grave  riesgo  del  honor,  a  los  jefes  en 
demanda  del  culto  y  de  los  sacerdotes;  así,  en  México  por  ejemplo,  pidieron  que  se 
aumentara  el  número  de  misas  concedido.  La  respuesta  fue  digna  de  tal  jefe:  "Denme, 
dijo,  cien  mil  pesos,  y  venga  a  verme  una  por  una  de  ustedes".  Se  ha  publicado  la 
protesta  que  ochocientas  de  las  señoras  de  la  misma  capital  levantaron  ante  el  general 
Obrcgón  por  el  encarcelamiento  de  los  sacerdotes,  y  los  periódicos  han  pubhcado  la 
noticia  de  las  diversas  manifestaciones  en  su  favor.  Todo  esto  que  acabamos  de  narrar, 
por  más  que  algunos  de  esos  actos  hayan  tenido  el  defecto  de  lo  que  es  popular,  es 
bueno  y  hasta  heroico,  porque  es  la  confesión  de  una  creencia  y  la  defensa  de  un  dere- 
cho. Dios,  justísimo  porque  ve  todo,  hasta  la  intención,  y  misericordioso  porque  conoce 
el  barro  de  que  somos  hechos,  separará  la  escoria  del  oro  purísimo  de  la  fe,  de  amor 
y  de  heroísmo  que  esos  actos,  al  parecer  desordenados  llevan  consigo,  y  su  corazón 
paternal  habrá  de  conmoverse  y  recibir  esos  singulares  testimonios  de  verdadero  amor. 


84 


humano  les  era  extraño;  pero  no  así  otras,  las  más,  por  fortuna. 
¡  Qué  martirio  más  tremendo  y,  por  tanto,  qué  holocausto  de  más 
grato  perfume.  .  .  \  Si  contra  mi  voluntad  mandas  que  yo  sea  ul- 
trajada, decía  Santa  Inés  al  Pretor  Romano,  el  combate  será  doble 
y  doble  también  la  corona.  ¡  Heroicas  mujeres  que  han  dado  a  Dios 
lo  que  vale  más  que  la  vida  en  un  martirio  en  que  la  muerte  hu- 
biera sido  lenitivo,  y  que  tienen  que  ofrecerle  aún  la  vida  misma 
que  es  ya  una  ignominia,  y  el  fruto  de  esa  vida,  no  por  inicuamente 
concebido,  menos  precioso  para  ellas.  .  .  ! 

Este  triple  sacrificio,  tantas  veces  ofrecido,  ¿no  moverá  la 
misericordia  de  Dios.  .  .  ?  Mientras  México  no  sea  una  nación  en- 
teramente abandonada,  y  aún  queda  entre  nosotros  la  imagen  de 
Guadalupe,  prenda  de  la  divina  bondad,  no  hay  que  predecir  la 
ruina  total  de  nuestra  Patria I 

Esto  que  sufrimos  es  un  castigo  que  debe  hacernos  fuertes; 
cuando  Dios  lo  levante  por  estar  ya  satisfecha  su  justicia,  y  vuelvan 
a  la  Patria  los  que,  como  Zorobabel,  sean  hallados  dignos  de  re- 
construir el  templo  y  las  murallas,  no  habrá  otro  medio  de  recons- 
trucción que  la  democracia  basada  sobre  la  libertad  religiosa.  Fór- 
jense los  pueblos  y  los  políticos  las  ilusiones  que  quieran,  mañana 
como  ayer  y  como  hoy,  en  las  naciones  que  una  vez  han  aceptado 
la  fe  de  Cristo  (que  es  piedra  de  escándalo  y  bandera  a  la  que  habrá 
de  contradecirse),  en  toda  cuestión  política,  como  dijo  Donoso 
Cortés,  habrá  que  ir  envuelta  una  cuestión  teológica;  y  hasta  en 
la  misma  libertad  religiosa  de  este  Pueblo  Angloamericano,  modelo 
y  a  la  vez  escollo  de  tantos  hombres  y  de  tantos  pueblos,  no  es  más 
que  la  aplicación  práctica  de  la  doctrina  teológica  a  un  hecho  so- 
cial, que  puede  y  debe  no  ser  permanente.  Por  tanto,  si  de  una 
manera  estable  se  ha  de  restaurar  en  México  el  único  orden  hoy 
posible  en  su  seno,  habrá  que  resolver  antes  el  problema  religidso, 
y  éste  no  tiene  solución  justa  y  posible  sino  en  la  plena  y  absoluta 
libertad.  Mas  ésta  no  se  alcanzará  ni  se  conservará  sin  la  acción 
política  de  los  católicos.  ^ 


a  Desgraciadamente  le  falta  al  original  la  conclusión,  que  era  de  media  página. 


85 


INDICE 


Prólogo    5 

Introducción   11 

I.  El  régimen  de  Díaz   13 

II.  El  Catolicismo  en  tiempo  de  Díaz   22 

III.  La  defensa  católica    31 

IV.  La  acción  política  de  los  católicos   40 

V.  El  Partido  Católico  Nacional    49 

VI.  Causas  de  la  persecución    65 

VII.  Mirando  al  porvenir   81 


87 


DATE  DUE 

DEMCO  38-297 

(vicDc  de  la  2a.  de  forrus) 


35.  — Benito  Juárez,  Estadista  Mexicano,  por  don  Ezequiel  A.  Chá- 

vez  (2a.  Edición)   8.00 

36.  — Calilornia.    I  ierra  Perdida. — I    6.00 

3  7. — La  Traición  de  Querétaro  (2a.  Edición),  por  Alfonso  Junco  ,,  12.00 

38.  — Hidalíío.  por  don  Ezequiel  A.  Chávez   3.00 

39.  — Morelos,  por  don  Ezequiel  A.  Chávez   12.00 

40.  — Agustín  de  Iturbide,  Libertador  de  México,  por  don  Ezequiel 

A.  Chávez    10.00 

41.  — La  Guerra  del  4  7,  por  Carlos  Alvear  Acevedo   5.00 

42.  — La  Se<2;unda  Intervención  Americana,  por  Angel  Lascuráin  y 

Osio   7.00 

43.  — De  Cabarrús  a  Carranza,  La  Legislación  Anticatólica  en  Mé- 

xico, por  Félix  Navarrete  (Cango.  Jesús  García  Gutiérrez)  .  .   ,,  8.00 

44.  — Miramón,  Caballero  del  Infortunio  (2a.  Edición),  por  Luis  Is- 

las García    12.00 

45.  — El  Indio  Gabriel,  por  Severo  García                                           f,  6.00 

46.  — La  Masonería  en  la  Historia  y  en  las  Leyes  de  Méjico,  por  Fé- 

lix Navarrete  (Cango.  Jesús  García  Gutiérrez)    12.00 

4  7. —California,  Tierra  Perdida.— 11   10.00 

48.  — Galeana,  por  Carlos  Alvear  Acevedo   7.00 

49.  — El  Milagro  de  las  Rosas,  por  Alfonso  Junco  (2a.  Edición)   .  .   ,,  7.00 

50.  — La  Constitución  de  1857:  Una  ley  que  nunca  rigió,  por  G.  Gó- 

mez Arana    4.00 

51.  — Poinsett,  Historia  de  una  gran  intriga  (2a.  Edición),  por  José 

Fuentes  Mares    12.00 

52.  — Apuntes  sobre  la  Colonia. — 1.  Problemas  Sociales  y  Políticos, 

por  don  Ezequiel  A.  Chávez   6.00 

5  3. — Apuntes  sobre  la  Colonia. — 11.  La  Reeducación  de  Indios  y  Es- 

pañoles, por  don  Ezequiel  A.  Chávez   8.00 

5  4. — Apuntes  sobre  la  Colonia. — 111.  Repercusiones  sobre  los  Tiem- 
pos Posteriores,  por  don  Ezequiel  A.  Chávez                               ,,  7.00 

5  5. — La  Piqueta  de  la  Reforma,  por  Francisco  Santiago  Cruz   10.00 

56. — I  as  Antiguas  Misiones  de  la  Tarahumara.  Parte  Primera.  Por 

Peter  Masten  Dunne,  S.  J.,  traducción  de  Manuel  Ocampo,  S.  J.  ,,  8.00 

5  7. — Las  Antiguas  Misiones  de  la  Tarahumara.  Parte  Segunda   12.00 

58.  — La  Evangelización  de  los  Indios.  Por  don  Ezequiel  A.  Chávez  .    ,,  3.50 

59.  — Cabeza  de  Puente  Yanqui  en  Tehuantepec,  por  Luis  Castañeda 

Guzmán    3.00 

60.  — José  Vasconcelos,  por  William  Howard  Pugh   5.00 

61.  — Robinson  y  su  Aventura  en  México,  por  Eduardo  Enrique  Ríos  ,,  8.00 

62.  — Un  Clérigo  Anticlerical:  el  Doctor  Mora,  poi  Mario  Mena  .  .    ..  4.00 

63.  — La  Educación  en  México  en  la  Epoca  Precortesiana,  por  don 

Ezequiel  A.  Chávez   8.00 

64.  — El  P.  Bartolomé  de  Olmedo,  Capellán  del  Ejército  de  Cortés, 

por  José  Castro  Seoane,  O.  de  M   6.00 

65.  — Luis  Navarro  Origel  — el  primer  Cristero — ,  por  Martín  Cho- 

well    (seudónimo)    10.00 

66.  — El  Increíble  Fray  Servando,  por  Alfonso  Junco   10.00 


(pasa  a  la  4a.  de  f oíros) 


JL1298.P37  B36  1960 

El  porque  del  Partido  Católico  Nacional 

lílliíliiíi^^ 

1  1012  00207  0433 


67.  — Los  Hospitales  de  México  y  la  Caridad  de  don  Benilo,  por 

Francisco  Santiago  Cruz                                                                 ,,  8.00 

68.  — Melchor  Ocampo,  por  Mario  Mena   4.00 

69.  — Doña  Eulalia,  El  Mestizo  y  otros  temas,  por  Alfonso  Trueba  .   ,,  3.00 

70.  — Fray  Sebastián  de  Aparicio,  por  Conrado  Espinosa                    ,,  12.00 

71.  — Luis  G.  OsoUo,  por  Rosaura  Hernández  Rodríguez                      ,,  4.00 

72.  — Tala  Vasco,  Un  Gran  Reformador  del  siglo  XVI,  por  Paul 

L.  Callens,  S.  J   8.00 

73.  — Santa  Anna,  Aurora  y.  Ocaso  de  un  Comediante,  por  José 

Fuentes  Mares  (2a.  Edición)    12.00 

74.  — Fray  Margil  de  Jesús,   Apóstol  de  América    (3a.  Edición), 

por  Eduardo  Enrique  Ríos    12.00 

75.  — Zapata,  por  Mario  Mona    10.00 

76.  México  y  l<.s  Kríu.^^iad<)s,  por  Alfonso  Junco   7.00 

77.  —  Las  Artos  y  los  Gremios  en  la  Nueva  España,  por  Francisco 

Santiago  Cruz    10.00 

78.  — Fray  Junípero  Serra,  Civilizador  de  las  Californias  (3a.  Edi- 

ción), por  Pablo  Herrera  Carrillo                                                   ,,  10.00 

79.  — Calles,  Un  Destino  Melancólico,  por  Fernando  Medina  Ruiz   1  2.00 

80.  _F|    C.nfliclo    Reli-ioso    do    1926,    por    Aqvules  Mociczuma 

(s(Mi<l«'.nim..).    lomo  I    lO.OU 

6L— l.l    Confliclo    Religioso    de    1926.    por    A(|uilcs  Moctezuma 

(seudónimo).   Tomo   II                                                                  ,,  10.00 

82.  — La  Verdadera  Revolución  Mexicana,  por  Alfonso  Taracena. 

Primera  Eetapa  (1901  a  1913)    15.00 

83.  — El  porqué  del  Partido  Católico  Nacional,  por  Francisco  Bane- 

gas  Galván  ,  6.00 


PROXIMOS  NUMEROS 


La  Verdadera  Revolución  Mexicana. 

Segunda  Etapa  (1913  a  1914). 

Francisco  Villa.  Cuando  el  rencor  estalla. 


Porfirio  Díaz.