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Full text of "El sombrero de copa : comedia en tres actos y en prosa"

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VIOTAlv    AXA 


EL 


DE 


COME^DIA 


o  o  -tres  ac-tos  y  &r\  prosa,  original 


OCTAVA  EDICIÓN 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Calle  del  PradOi  núm.  24 


EL  SOMBRERO  DE  COPA 


Egta  obra  es  propiedad  de  su  autor,  y  nadie  po. 
dr^,,  sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla  en 
£3paña  ni  en  los  paises  con  los  cuales  se  hayan  cele- 
brado, ó  se  celebren  en  adelante,  tratados  internado, 
nales  de  propiedad  literaria. 

El  autor  se  reserva  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad  de 
Autores  Españoles  son  los  encargados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación  y 
del  cobro  de  los  derechos  de  propiedad. 


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dnction  reserves  povr  tous  les  pays,  y  comprls  la  Sné* 
de,  la  Norvége  et  la  HóUande, 


Queda  hecho  el  depósito  que  marca  Is  ley. 


El  SOMBRERO  DE  COPA 

COMEDIA 
^fí  tres  actos  y  ©r»   pros3 


ORIGINAL  DE 


VlOTAr^     AZ  A 


Estrenada  en  el  TEATRO   DE    LA   COMEDIA   el  17   de 
Diciembre  de  1837 


OCTAVA  EDICIÓN 


MADRID 

B.  VBV  «SOOi  WP.,  MABQITÉS  DB  8AVTA  AMA,  11  DUP.* 
Ztiéfono  número  651 

1914 


REPARTO 


PERSONAJES 


ACTORES 


MARÍA Seta.  Mendoza  Tknobio. 

FILOMENA Sea.    Gdkrba. 

ROSA GÓEEiz  DE  Romea. 

DON  NEMESIO Se.       M aeio. 

CARLOS Mata. 

LEOPOLDO SÁNCHEZ  de  León. 

DON  CIPRIANO Tam AYO. 

PEPITO Mendigüchía. 

PORTERO MabtInez. 

JUAN GUTIÉEEEZ. 

MOZO  1.0. . . , Urqüijo. 

ÍDEM  2.0 Delgado. 

ALBAÑIL MoEALKS. 


La  acción  en  Madrid.— Época  actual 


ACTO  PRIMERO 


Despacho  elegante.  A  la  derecha    del  actor  la  mesa  Uaudo    frenic  ni 
público.  A  la  izquierda  sofá  y  butacas 


ESCENA  PRIMERA 

CARLOS,  paseando  mientras    dicta  á  PEPITO,    que  escribe  en  unas 
cuartillas  sentado  á  la  mesa.  Luego  MARÍA 

€ar.  Punto  y  aparte. 

Pep.  ¿Todavía  queda  más? 

Cak.  No  te  impacientes.  Pronto  acabaremos. 

Pep.  Mira  que  el  dichoso  manifiesto  ocupa  ya 

cuarenta  y  cinco  cuartillas. 

<JAR.  No  importa.  Sigue,  (oicta.)   «Vuestros  sufra- 

>gios  han  sido  una  demostración  patente  y 
^poderosa  de  la  firmeza  de  nuestros  idea- 
»le8»,  coma,  «al  par  que  un  enérgico  alarde 
»de  las  fuerzas  vivas  de  nuestro  partido>. 
otra  coma,  «en  contra  de  esa  vergonzosa... 

Pep.  «¡Vergonzosa!»  (escribiendo.) 

Car.  «Coacción  oficial  (Dictando.)  que  ha  ampara- 

»do  omnipotente  los  fines  rastreros  y  ha«. 
»tardoe.»  Bastardos  con  letra  bastardilla. 

Pep.  Naturalmente.  «Rastreros  y  bastardos.»  (es. 

cribiendo. ) 

Dar,  «De  nuestros  enemigos.» 

Pep.  (Líbranos,  Señor.)  (Escribiendo.)  «Enemigos.» 

607578 


^.  6  - 
Car.  Punto. 

PeP.  ¡Gracias  á  Dios!  (Dejando  la  pluma.) 

Car.  Aparte. 

Pep.  Mira,  Garlitos,  permíteme  siquiera  fumar 

un  pitillo. 
Caw.  Bueno,  dejémoslo  por  ahora.  A  ver,  dame 

esa?  cuartillas. 
Pep.  Toma,  hombre,  toma,  ¡entusiásmate! 

Car.  (Las    coge  y  lee  con    entouación    de  discurso.)  «He- 

»mos  sido  derrotados.  ¿Y  qué?  ¿Desmayare- 
»mos  por  e?or  ¡No,  mis  queiidos  electorey! 
«¡Aprestémoncspara  una  nuevalucha!¡üna- 
xmos  nuestras  fuerzas;  acudamos  entusias- 
»tas  y  compactos  á  los  próximos  comicios  y 
»en  ellos  derrotaremos  seguramente  á  los 
»que  sin  más  ideal  que  la  satisfacción  de  los 
»propios  apetitos,  burlan  escandalosamente 
»la  buena  fe  y  nunca  desmentida  hidalgía 
»de  ese  honrado  y  pacífico  pueblo.» 

María  (Que  lo  ha  oído  desde  la    puerfa  segunda    izquierda.) 

¡Bravo,  bien!  Aplausos  en  las  tribunas. 

Car.  ¡Hola,  Marujital  Te  ha  gustado  este  párrafo^ 

¿eh? 

María  ¡Ya  lo  creo! 

Pép.  Chica,  tienes  un  marido  que  en  cuanto  ha- 

bla de  elecciones  se  le  va  el   santo  al  cielo. 

María  Y  tú  tienes  un  cufiado  que  no  te  le  me- 
reces. 

Pep.  Podéis  tener  queja  de  mí.  Desde  que  llegué 

de  Burgos,  no  hago  otra  cosa  que  escribir 
cartas  á  los  electores,  sueltos  y  noticias  para 
•  los  periódios  y  besa  lu  manos  á  todos  los  per- 
sonajes políticos.  Estoy  ya  de  política  hasta 
aquí. 

María         ¿Qué  entiendes  tú  de  esas  cosas? 

Pep.  ¡Ni  falta  que  me  hace!  ¿Para  conseguir  lo 

que  ha  conseguido  ese,  gastarse  un  dineral 
y  salir  derrotado? 

Car.  Ya  sabes  lo  que  me  ha  derrotado:  la  coac- 

ción olicial. 

María  ¡Justo,  eso!  No  sé  lo  que  es;  pero  eso  habrá 

sido. 

Pep.  Tú  eres  tan  tonta  como  él.  No  pensáis  más 

que  en  las  dichosas  elecciones. 

Car.  Como  que   hoy  no  hay  carrera  más  bonita 

que  la  de  diputado. 


Pep.  Entonces  no  sé  por  qué  papá  me  ha  envia- 

do aquí  á  estudiar  la  de  Karinacia. 

Car.  Porque  antes  es  precipo  que  tengas  un  título 

académico.  Pero  en  cuanto  yo  sea  poder,  le 
hago  Jo  menos...  director  general  de  Benefi- 
cencia y  Sanidad. 

Pep.  Sí.  Para  ti  lo  quisieras. 

Car.  Anda,  anda;  coge   esas  cuartillas,  vete  íi  tu 

cuarto  y  acaba  de  ponérmelas  en  limpio. 

Pep.  *^ero... 

Car.  Ya  sabes  que  necesito  mandarlo  mañana 

mismo. 

Pep.  ¡Caramba!  Es  que  tanto  escribir... 

María  Has  de  ser  amable.  Haz  lo  que  te  manda  tu 
hermano. 

Pep.  Bueno,  lo  haré...  pero  como  un  favor... 

Car.  Naturalmente.  Y  como  un  favor  te  lo  agia- 

dezco.  Líbreme  Dios  de  imponer  á  mi  queri- 
do Pepito  semejante  obligación. 

Pep.  Hasta  luego.  (¡No  lo  puedo  remediar!  Todo 

el  mundo  hace  de  mí  lo  que  le  da  la  gana.) 

(Vase  puerta  primera  derecha.) 


ESCENA  II 

CARLOS      y     MARÍA 

Car.  ¡Pobrecillo!  La  verdad  es  que  abuso  de  su 

bondad. 

María  Ya  sabes  lo  que  me  ha  escrito  papá;  que  le 

tengamos  siempre  á  nuestro  lado.  Es  un 
chico  tan  dócil  que  las  malas  compañías  le 
echarían  á  perder  en  seguida. 

Car.  Descuida.  No  tendrá  más  aaiigo  que  yo. 

María  Conque,  cuéntame,  señor  diputado... 

Car.  No,  hija;  desgraciadamente  no  lo  soy.  Pero, 

¡paciencia!  Otra  vez  será.  Aquí  no  salen  di- 
putados más  que  los  ministeriales. 

María         Oye,  ¿y  por  qué  no  te  haces  ministerial? 

Car.  Mujer,  porque  yo  soy  muy  consecuente. 

María  ¡Ah!  ¿De  manera  que  los  que  sois  conse- 

cuentes no  podéis  ser  ministeriales? 

Car.  Naturalmente  que  no;  mientras  no  manden 

los  nuestros. 

:María         Pues  me  parece  una  tontería  que  os  fijéis 


—  8 


Car. 

María 


Car. 

María 


Car. 


María 
Car. 


María 
Car. 


María 
Car. 

Ma«ía 
Car. 


en  esas  pequeneces.  Si  á  ti  io  que  te  con- 
viene es  salir  diputado,  ¿qué  te  importa 
serlo  con  unos  ó  con  otros? 
¡Hija,  por  Dios,  no  digas  eso! 
¿He  dicho  una  simpleza,  verdad?  Perdóna- 
me; no  estoy  bien  enterada  de  esas  cosae. 
Pero,  francamente,  yo  quiero  que  me  llamen 
pronto  la  señora  diputada. 
¡Qué  tonta  eres!  (con  cariño.) 
¡Qué  gustol  Cuando  yo  vaya  al  Congreso,  á 
la  tribuna  de  señoras,  y  te  oiga  pronunciar 
un  discurso  y  todo  el  mundo  te  aplauda,  y 
los  periódicos  al  día  siguiente  hablen  de  ti, 
y  digan  que  el  señor  Menéndez  es  un  ora- 
dor notabilísimo.  ¡Figúrate  qué  orgullo  paia 
tu  mujercita!  ¡Ahí  Por  supuesto,  que  lo  que 
debes  hacer  es  que  el  presidente  te  llame 
muchas  veces  al  orden  con  la  campanilla, 
para  que  en  los  periódicos  salga  lu  discurso 
con  muchos  rengloncitos  cortos  y  muchos 
paréntesis,  con  aquello  de  aplausos,  rumores, 
protestas  y  campanülazos.  Créeme,  esas  sesio- 
nes  son  las  que  todo  el  mundo  lee  con  inte- 
rés. Al  menos,  á  mí  son  las  que  más  me  di- 
vierten en  La  Correspondencia. 
Bueno,  mujer,  bueno;  pero  no  adelantemos 
los  acontecimientos.  ¡Dios  sabe  cuándo  po- 
dré complacerte!  Mi  derrota  ha  echado  por 
tierra  todas  mis  ilusiones.  jAh!  Y  por  cierto 
que  todavía  estoy  en  descubierto  con  alguno 
de  mis  agentes  electorale?.  Ayer  tuve  carta 
de  Polvorilla. 
¿De  Polvorilla? 

Sí;  uno  (le  los  que  más  han  trabajado  en  mi 
favor.  Me  anuncia  que  vendrá  uno  de  estos 
días  á  Madrid. 

¡Corriente!  Le  recibiremos  y  se  le  obsequia- 
rá con  lo  que  podamo?. 
Sí,  pero  el  case  es  que  á  ese  le  debo  unas 
cuatro  mil  ])esptas  por  lo  que  tuvo  que  ade- 
lantar en  mi  nombre. 
Pues  se  las  pagas  y  en  paz. 
¡Claro!  ¡Se  las  pagas!  Eso  se  dice  muy  bien; 
pero  lioy  por  hoy  no  las  tengo. 
¿Que  no? 
No,  señora.  Esa  maldita  elección  se  ha  lleva- 


~  9  — 

do  todos  los  fondos  que  teníamos  en  rasa,  y 
como  el  cupón  no  lo  cobraremos  hasta  me- 
diados del  mes  que  viene... 

Mabí\  Pues  no  te  apures,  hombre.  Pídele  dinero  A 

cualquier  amigo.  A  Leopoldo;  de  seguro  <\\iv 
ese... 

Car.  No,  no  me  gusta  pedir  dinero  á  nadie.  Po- 

drían figurarse  otra  cosa. 

María  ¿Quieres  que  yo  escriba  á  papá,  como  cosa 

raía? 

Car.  ¡De  ninguna  manera!   Ya  nos  arreglaremos 

como  podamos. 

María  Si  crees  necesario  vender  alguna  de   mi^ 

alhajas... 

Car,  ¡Calla,  por  Dios!  ¡No  es  para  tanto!  Pero  cons- 

te que  te  agradezco  en  el  alma  tu  ofreci- 
miento. (Abrazándola.) 

María  ¡Mi  ofrecimiento!  ¡Pues  no  faltaba  más  sino 
que  yo  no  hiciera  eso  por  mi  queridísimo 
Carlos! 

Car.  ¡Qué  buena  eres!  (vuelve  á  abrazaría.) 


ESCENA  III 

DlCHOSj  FILOMENA  y  LEOPOLDO.  Los  dos  en  traje  de  casa 

FiL.  (Desde  la  puerta  del  foro.)  ¿Venimos  á  estorbarV 

María  ¡Adelante! 

Car.  Ustedes  no  estorban  nunca. 

FiL.  ¿Cómo  estás,  monísima? 

María  Bien.  ¿Y  tú? 

FiL.  Hija,  yo  con  estos  nervios  que  no  me  dejan 
vivir.  ¡Buenas  tardes,  Carlitos!... 

Car.  ¡Señora! 

FíL.  ¿Y  el  pollo? 

María  Trabajando. 

Car.  ¡Siéntese  ust'^d!  (a  Leopoldo.)  ¡Siéntate,  chico' 

Leop.  Gracias.  (Aparte  á  carios.)  (Tengo  que  ha- 
blarte.) 

Car.  (¿De?...) 

Leop.  (¡Chis!...)  (Se  sientan  ios  cuatro)  (i) 

María  Ya  me  chocaba  que  no  bajaras  hoy.  Iba  á 

subir  por  si  os  ocurría  algo. 

(l)      Derecha  del  actor:  Carlos-  LeopoH o. -Filoraen«-MtrU. 


—  10  — 

FiL.  Nos  hemos  levantado  muy  tarde.  Hasta  las 

cuatro  de  la  mañana  no  pude  pegar  los  ojos. 
¿Verdad,  Leopoldo? 

Leop.  ¡Ah,  sí!  Estaba  muy  nerviosa,  mucho. 

FiL.  Tuve  una  intranquilidad,  un  desasosiego,  ;y 

una  de  dar  saltilos  en  la  cama!...  Con  decirte 
que  e^te  infeliz  tuvo  que  levantarse  á  las 
tres  a  darme  un  poc^uito  de  jamón  en  dulce. 

Car.  Pero,  señora,  ¿usted  se  cura  los  nervios  con 

jamón? 

Fu.  ¡Naturalmente!   La   debilidad   aumenta    la 

excitación  nerviosa. — Hija,  es  una  desgra- 
cia haber  nacido  con  este  temperamento. 
Por  supuesto,  que  del  insomnio  de  anoche 
tiene  la  culpa  mi  señor  marido.  ¡Sil  (a  Uo. 
poido.)  No  hagas  gestos,  porque  esta  es  la 
pura  verdad. — Se  empeñó  en  llevarme  á  un 
estreno  del  Español.  Yo  sufro  mucho  en  los; 
estrenos,  no  lo  puedo  remediar,  y  el  de  ano- 
che me  hizo  pasar  muy  malos  ratos. 

María  ¿Qué?  ¿No  gustó?  , 

FiL.  Al  contrario,  muchísimo;  pero,  hija  mía^  tie- 

ne un  argumento  que  le  pone  á  una  la  carne 
de  gallina. 

Car.  ¿Habría  muchos  muertos,  eh? 

FiL.  No;  anoche  no  se  murió  más  que  uno,  pero 

calle  usted  por  Dios,  yo  no  comprendo  cómo 
la  autoridad  permite  que  loa  actores  se  mué  i 
ran  de  esa  manera.  ¡Es  una  barbaridad!. 

María  ¿Y  de  qué  trata  el  drama?  > 

FiL.  De  lo  de  siempre,  del  adulterio.  Los  autores 

de  ahora  no  saben  hablar  de  otra  cosa...  Y 
tienen  razón,  porque,  hija  mía,  tú  eres  m.uy 
nueva  en  la  corie,  y  no  sabes  cómo  está 
Madiid...  sobre  todo  el  ramo  de  casados.        ) 

Car.  Muchas  gracias. 

FiL.  ¡Sí,  señor,  sí!  Anoche,  sin  ir  más  lejos,  en  el 

palco  de  al  lado,  y  con  toda  la  desvergüenza  > 
del  mundo,  estaba  un  tal  Peláez,  un  cono- 
cido nuestio,  haciendo  compañía  á  una... 
en  íin,  á  una  de  esas...  ¡Figúrate  qué  cinis- 
mo! ¡Un  hombre  cargado  de  familia  y  que 
•  tiene  una  mujer  (\ue  es  un  ángel!    Yo  á  eu 

mujer  no  la  conozco,  pero  de  seguro  que  es 
un  ángel!  jY  pensar  que  ese  hombre  escati- 
mará en  su  casa  una  peseta  y  luego  se  g^s- 


—  11  — 

tara  por  ahí  una  fortuna!  Porque  te  advierto 
que  la  fulana  de  anoche  llevaba  unos  bri- 
llantes que  eran  un  escándalo...  ¡Vamos!  |A 
mí  esas  cosas  me  quitan  el  juicií^ 

María  Tienes  mucha  razOn. 

FíL.  Comprendo  que  los  solteros  ha^an   todo  1(» 

que  les  de  la  gana;  ¿pero  los  casados?  ¡No 
señor!  ¡Pues  no  faltaba  más!  Si  quieren  A  su 
mujer,  no  necesitan  otra,  y  si  no  la  quieren» 
que  se  aguanten. 

Car.  ¡^Vluy  bien  dicho! 

FiL.  ¡Nada,  nada!  Yo,  si  fuese  juez,  sería  inexora- 

ble. A  todo  marido  que  faltase  á  su  niujf^r, 
lo  mandaba  al  patíbulo. 

Car.  ¡Ja,  ja,  ja! — ¡Ríete,  hombre! 

I^EOP.  (sin  ganas.)  ¡Je,  je,  je! 

FiL.  ¡Sí,  ríanse  ustedes,  pero  digo  lo  que  sientol 

Así  es  que  anoche,  el  drama  por  un  lado  y 
Peláez  por  otro,  me  atacaron  los  nervios  de 
una  manera  horrible.  Ha-ita  la^  cuatro,  como 
te  dije,  no  pude  pegar  los  ojos,  y  lo  poco 
que  dormí,  con  una  peFadilla  espantosa.  ¡So- 
ñaba que  ese  me  había  abandonado  por 
una  bailarina,  que  yo  los  había  sorprendido 
y  que  había  estrangulado  á  los  dos! 

María  ¡Qué  atrocidad! 

FiL.  Así  es  que  no  puedes  figurarte  la  alegría 

que  tuve  al  despertar  cuando  me  le  encon- 
tré á  mi  lado  y  roncando  como  un  bendito. 
¡Ay,  hija  de  mi  alma!  Bien  podemos  dar 
gracias  á  Dios  por  haber  nacido  de  buena 
índole,  y  sobre  todo,  pur  tener  dos  uiiirilo- 
como  estos. 

Car.  Muchas  gracias. 

FiL.  Es  deLiir.  yo  del  mío  respondo;   me  figuro 

que  Carlos... 

Car.  ¡."señora!...  (Levantándose.) 

María  ¡Chica,  por  Dios! 

FiL.  ¡N(i!  Ya  sé  que  os  queréis  muchísimo.  Como 

nosotros,  ¿verdad,  rico  mío,  (Haciéndolo  uoa  ca- 
ricia.) que  lú  no  quieres  á  nadie  más  que  A 
tu  Filomena? 

IjEOP.  ¡Pero,   mujer!    (Se  levanta  y  va  al  lado  de  Carloi.) 

FiL.  :Qué  tonto   es!    ¡Se  avergüenza   porque   le 

bago  un  mimo  delante  de  ustedes!  (a  siari*.) 
jPobrecillo!  es  más  bueno  que  el  panl— ¡Je- 


-~   12  — 

SÚ8,  qué  dichosa  puleera!  (Durante  la  esceua  in- 
dicará alguna  vez  que  se  le  ab;-e  la  pulsera.)  El  me- 
jor día  Ja  voy  á  perder.  Es  el  primer  regalo 
que  me  hizo  ese;  por  eso  la  tengo  tanto  ca- 
riño. 
Car.  (¿Pero  qué  te  pasa,   hombre?  ¡Estás  como 

asustado!)  (a  Leopoldo.) 

Leop.  (Necesito  que  hablemos;  ¡pero  cállate,  por 

Dios!) 
FiL.  Pues  mira,  aquí  tienes  la  puntilla  que  te 

dije  que  había  empezado.  ¿Verdad  que  es 

muy  bonita?  (Enseñándole  la  puntilla.) 

María         ¡Preciosa!  ¿Y  es  difícil? 

FiL.  ¡Quiá!  Laaprenderásenseguida.Fíjatebien. 

8e  principia  así:  tres  vueltas  montando,  dos 
al  aire  y  una  cogida. 

Car.  (a  Leopoldo.)  (Vamos  á  mi  cuarto.  Allí  des- 

ahogarás.)— Señoras,  con  permiso  de  uste- 
des... Este  y  yo  tenemos  que  hablar. 

FiL.  ¡Hombre,  qué  finura!  Eso  es  echarnos. 

Cap.  Nada  de  eso.  Están   ustedes  aquí  perfecta- 

mente.— Vamos  á  mi  habitación. 


ESCENA  IV 

DICHOS    y    DON    NEMESIO 

D.  Nem.       [Señores!... 

María  ¡Doctor! 

Car.  Don  Nemesio...  ¡Tanto  buero!..  (¡Chico,  pa- 

ciencia!) (Aparte  á  Leopoldo.) 

D.  Nem.  ¡Oh,  que  están  por  aquí  los  vecinos!...  ¿Qué 
tal,  señora,  cómo  van  esos  nervios? 

FiL.  Muy  mal,  cada  día  peor. 

D.  Nem.  Eso  no  vale  nada.  ¡Tila,  tila,  mucha  tila,  y 
Fobre  todo,  mucha  paciencia! 

FiL.  Eso  es  lo  que  me  falta. 

D.  Nem.  Pues,  amiga  mía,  epe  es  un  medicamento 
que  no  se  despacha  en  las  boticas. — Maruja, 
usted  siempre  tan  buena  y  tan  guapa. 

María         Muchas  gracias,  doctor. 

D.  Nem.  ¡Señor  don  Leopoldo!— ¡Hola,  Mendizábal! 
Este  nos  va  á  arreglar  el  país.  ¿Qué  tal? 
¿Cómo  va  ese  distrito? 

Cae.  Esperando  otras  elecciones 


—  13  — 
D.  Nem.       Bueno,  pues  las  esperaremos  sentados...  Con 

permiso  de  ustedes.   (1)  (se  sientan  todos.) 

Mahía  ¿Qué  milagro  ha  sido  estei^  ¡Tantos  días  sitk 

venir  por  aquí! 

D.  Nem.  Hija  mía,  ando  ocupadísimo.  Hay  una  de 
enfermedades  que  es  un  encanto. 

FiL.  ¡Pues  no  dice  que  es  un  encantol 

D.  Nem.       Señora,  cada  uno  á  lo  suyo. 

FiL.  Pero,  diga  usted,  ¿hay  alguna  epidemia? 

D.  Nem.  ¡No!  Es  decir,  yo  creo  que  no;  pero  no  me 
atrevo  á  asegurarlo,  porque  como  ahora  los 
mediquillos  modernos  no  piensan  más  que 
en  microbios,  y  todo  el  santo  día  andan  á 
vueltas  con  el  microscopio,  puede  que  resul- 
te cualquier  cosa;  pero  yo  no  me  fío...  Para 
mí  todo  eso  son  pamplinas...  Lo  que  yo  no 
vea  con  estas  gafas,  crea  usted  que  no  lo  ven 
ellos  con  todos  los  microscopios  del  mundo. 

Car.  ¡Pero,  hombre,  p:r  Dios!  No  niegue  usted 

los  adelantos. 

D.  Nem.  Lo  que  yo  niego  es  que  vean  todo  eso  que 
dicen.  La  mayor  parte  de  esos  observadora» 
son  unos  embusteros.  ¡Figúrese  usted  á  un 
médico  andaluz  manejando  el  microscopio! 
¡Verá  los  imposiblesl  Con  decir  á  ustedes 
que  el  año  pasado  me  regaló  un  cliente  unas 
cuantas  botellas  de  un  Burdeos  riquísimo... 
.  Un  mediquillo  de  edos  llegó  un  día  á  mi 
casa  y  se  empeñó  en  analizarme  el  vino,  y 
me  aseguró  que  el  tal  Burdeos  estaba  lleno- 
de  zoostirpulos. 

Todos  ¿De  qué? 

D.  Nem.  De  zoostirpulos.  Unos  animalitos  muy  per- 
judiciales para  la  salud. 

FiL.  ¿Lo  tiraría  usted? 

D.  Ném.  ¿a  quién,  al  médico?  Estuve  á  punto  de  ti- 
rarle por  las  escaleras. 

FíL.  Decía  el  vino. 

D.  Nem.       ¡Quiál  Me  lo  bebí  tranquilamente. 

FiL.  ¡Pero,  hombre!  ¿Y  sin  temor  a  los  anima- 

liUos?  .,.«•. 

D.  Nem.  Que  me  libre  Dios  de  los  aninpales  mtinita- 
mente  grandes,  porque  los  infinitamente 
pequeños  me  tienen  sin  cuidado.  Pues  ai 


(l)      Cailos-Leopoldo— Dou  ^emesio  -  Filomena-María. 


—  14  ^ 

fuéramos  á  fiarnos  de  las  fantasías  cien- 
tíficas de  ef?os  innovadores,  estábamos  di- 
vertidos... Hipócrates  sabía  más  que  todos 
ellos  juntos  y  no  usó  el  microscopio  en  su 
vida. 

Car.  ¡Naturalmente!   ¡Como  que  no  se  había  in- 

ventado en  aquella  época! 

D.  Nem.  Si  le  hubiese  hecho  falta,  lo  hubiera  inven- 
tado él. 

Car.  ¡PJste  don  Nemesio  es  famoso! 

María  Con  todo  eso,  no  nos  ha  dicho  usted  á  qué 
debemos  esta  visita. 

D.  Nem.  A  que  tengo  ahí,  cerca,  en  el  27,  una  enfer- 
ma rauy  grave...  Ahora  vengo  de  verla.  | Po- 
bre señora!  ¡Por  más  que  hago,  no  consigo 
curarla!  Lleva  quince  días  en  un  ¡ay! 

Fu.  ¿Y  qué  es  lo  que  tiene? 

D.  Nem.  i^ues...  tiene...  una...  Mire  usted,  si  he  de  ser 
franco,  yo  no  sé  qué  es  lo  que  tiene. 

Fir.  ¡Hombre,  me  gústala  frescura! 

Maki'a  Pero  eso  es  no  tener  conciencia.  Que  la  vean 

otros  médicos. 

D  Nem.  Si  ya  la  han  visto  otros  dos.  Ayer  tuvimos 
junta. 

Car.  ^,Y  qué  opinaron  los  compañeros? 

D.  Nem.  Que  estaban  completamente  conformes  con 
mi  diagnóstico. 

FiL.  ¡Vaya,  menos  mal! 

D.  Nem.  Crea  usted  que  cuando  una  enfermedad 
viene  derecha.,  pero,  en  fin,  no  hablemos 
de  cosas  tristes. — Oye,  Carlitos,  dame  un  ci- 
garro, hijo.  Se  me  han  concluido,  y  por  no 

volver  ácasa...  (Levmitándose.) 

María  Deja;  yo  los  traeré. 

Car.  Están  en  el  armario.  (Carlos   acompaña    á   María 

hasta  la  puerta.  Leopoldo  se  acerca  ti  Filomena,  que 
le  hace  una  caricia.) 

María  Ya  sé,  ya.  (Vase  segunda  derecha.) 

D.  Nem.  ¡Vaya  un  par  de  matrimonios  felices!  Crean 
ustedes  que   les  envidio  con  toda  mi  alma. 

(Sentándose  al  lado  de  Filomena.) 

FiL.  Pues,  hombre,  buen  remedio:   cásese  usted. 

p.  Nem.       No,  eso  no.  He  jurado  no  contraer  segundas 

nupcias. 
FiL.  ¿Pero,  cómo?  ¿Es  usted  viudo?  ¡No  lo  sabía! 

D.  Nem.       Sí,  señora.  ¡Soy  viudo  desde  el  año  57! 


—  15  -^ 

FiL,  Aprendan  ustedes.  ¡Ksto  se  llama  respetar 

el  recuerdo  de  una  mujer! 

D.  Nem.  No,  que  no  aprendan  en  mi  ejemplo.  ;He 
sido  muy  desgraciado! 

FiL.  ¿Sí? 

D.  Nem.  6í,  señora.  Mi  mujer,  á  los  dos  me.'-es  de 
matrimonio,  y  estando  yo  de  médico  «le  un 
partido,  se  me  escapó  con  el  jefe  de  una  par 
tida.  Aquel  golpe  me  partió,  créame  usted. 

FiL.  Sí  lo  creo. 

D.  Nem.  Desde  entonces,  usted  perdone,  pero  descon- 
fío del  cariño  de  las  mujeres.  Ya  no  creo 
más  que  en  dos  cosas:  en  Dios  y  en  el  eulfa- 
to  de  quinina. 

FiL.  ¡Jesús,  y  qué  extravagante  es  este  hombre! 

D.  Nem.       Y  no  se  figure  usted  que  aborrezco  á  las  mu- 
jeres; todo  lo  contrario.  Me  gustan  más  cada 
'.  día,  ;ya   lo   creo!  Como  que  las  conozco  de 

primer  orden.  iHay  cada  tentación  en  este 
Madrid!  ¿Verdad,  jóvenes? 

FiL,  ¡Doctor,  por  la  Virgen  Santísima,  no  me  los 

descarrile  usted! 

D.  Nem  ¡Ja,  jn!  ¡Estos  temperamentos  nerviosos  son 
terribles  para  los  celos! 

M'VRÍA  ¡Don  Nemesio,  aquí  tiene  usted!  (presentando 

le  una  caja  de  cigarros,  abierta.) 

D.  Nem.  ¡Muchas  gracias,  hija  mía!  ¡Hombre,  hom- 
bre! ¡  ístos  cigarros,  más  que  de  un  aspiran 
te  á  Diputado,  parecen  de  Ministro  de  Ul- 
tramar en  ejercicio! 

Car.  ¡Coja  usted,  coja  usted! 

D.  Nem.  No;  me  basta  con  éstos.  (Enciende  nuo  y  ga«rda 
otro.) 

María         Leopoldo...  (ofreciéndole.) 

■FiL.  No;  á  ese  no  le  ofrezcas.  No  fuma  entre  hid- 

ras. Le  tengo  bien  acostumbrada.  Dos  pun- 
tos al  día  y  nada  más. 

D.  Nem  .  ¡Exquisito,  chi jo,  exquisito!  Puede  que  sean 
capaces  de  decir  que  también  estos  cigarros 
tienen  microbios. 

María  Anda,  (a  Filomena.)    ven   á  enseñarme  allá 

dentro  esa  labor.  Con  permiso  de  ustedes. 

FiL.  Vamonos.  ¡Hasta  luego! 

Leop.  (¡Gracias  á  Dios!)  (Vanse  aeguuda  Izquierda.) 

,Car.  Hasta  luego. 

•D.  Nem.  A  los  pies  de  ustedes,  modelo  de  esposas 
cariñosas  y  preciosas. 


--  16  - 

ESCENA  V 

DICHCS  menos  FILOMENA  y  MARÍA 

C^R.  Vamos,  chico,  desahoga  de  una  vez.  Te  veo 

preocupadísimo. 

D.  Nem  .  Oye,  que  si  tenéis  algo  reservado  que  tratar, 
yo  me  retiro. 

Leop.  No,  doctor,  no  se  marche  usted.  Confiaré  á 

los  des  lo  que  me  pasa. 

D.  Nem.  Ya  sabe  usted  que  los  médicos  somos  como 
los  confesores.  Si  se  trata  de  intereses,  cuen- 
te usted  con  lo  poco  que  yo  tenga. 

Leop.  No,  gracias,  no  es  eso.  (cierra  la  puerta  segunda 

izquierda.) 

Car.  Como  si  jo  viera.  Será  alguna  genialidad  de 

tu  mujer. 
Leop.  N  ),  no  se  trata  de  mi  mujer;  se  trata  de  mí. 

Oigan  ustedes.  (Se  sientan  los  tres.— Leopoldo  en 
el  sillón  de  la  mesa  de  despacho.-  Carlos  á  su  derecha 
y  don  Nemesio  á  la  izquierda.) 

D.  Nem.      Oigamos. 

Leop.  Hasta  ahora  no  te  he  dicho  una  palabra,  y 

te  va  á  sorpn  iider  la  noticia.   ¡Tengo  un  lío 

muy  gordo! 
Car.  ¡Tul 

Leop.  ¡Sí,  señor;  yo! 

D.  Nem.      ¿Se  trata  de  líos?  ¡Magnifico!  Cuente  usted, 

cuente  usted.  (Acercándose  más.) 

Car.  ¡Chico,  me  dejas  asombrado! 

Leop.  ¡Es  claro!  Tú  te  has  casado  enamoradísimo 

de  tu  mujer. 

Car.  y  contra  la  voluntad  de  toda  la  familia.  Yo 

me  casé  por  oposición. 

Leop.  Pues  yo  me  casé  por  concurso...  de  acreedo- 

res... Y  no  es  esto  decir  i\ue  yo  no  quiera  á 
Filomena,  no,  señor;  la  quiero  muchísimo; 
pero,  francamente,  algunas  veces  me  acuer- 
do de  (]ue  me  lleva  quince  añop,  y... 

D.  Nem.  ¡No!  Si  no  tiene  nada  de  particular  que  us- 
ted haya  pecado.  Si  en  este  Madrid  hay  tnu- 
jeres  capaces  de  hacer  pecar  á  un  santo.  ¡Si 
San  Antonio  llega  á  vivir  en  estos  tiempos, 
créanme  ustedes,  San  Antonio  no  se  salva! 


—  17  — 

Car.  ¿y  quién  es  ella? 

Leop.  Pues  una  muchacha  preciosa. 

D.  Nem.       ¿Rubia?  ¡Las  rubias  son  el  diablol 

Leop.  No;  es  morena. 

D.  Nem.      ¡Ah,  las  morenas  son  el  demonio! 

Leop.  Hace  seis  meses  que  estamos  en  relaciones. 

D.  Nem.       ¡BaW  No  es  mucho. 

Leop.  Fué  toda  una  aventura  novelesca.  La  conocí 

en  la  Prosperidad. 

D.  Nem.      ¿En  buena  posición,  eh? 

Leop.  No;  en  el  barrio  de  la  Prosperidad.  Yo  había 

ido  en  un  simón  á  hacer  una  visita  á  un  pa- 
riente de  mi  mujer.  Ella  iba  en  un  magní- 
fico lando. 

D.  Nem.      ¡Hola,  hola! 

Leop.  Era  la  caída  de  la  tarde. 

D.  Nem.      La  hora  de  las  grandes  caídas. 

Car.  Don  Nemesio,  haga  usted  el  favor  de  no  in- 

terrumpirle. No  acabaremos  nunca. 

D.  Nem.  ¡Bueno!  Siga  usted,  que  ya  empieza  á  inte- 
resarme. 

Leop.  La  tarde  estaba  apacible;  pero  de  pronto  el 

cielo  se  encapota. 

D.  Nem.      ¡Malo! 

Leop.  Y  un  formidable  trueno  fué  el  anuncio  de 

la  horrorosa  tempestad  que  se  aproximaba. 
«I  Arrea!»  le  dije  al  simón,  no  por  temor  á  la 
tormenta,  sino  por  acercarme  al  carruaje  en 
que  iba  aquella  hermosísima  mujer.  En 
esto,  un  espantoso  relámpago,  seguido  de 
una  fortísima  detonación,  puso  en  precipi- 
tada y  descompuesta  fuga  á  los  caballos  del 
lando,  que  á  los  pocos  metros  chocaron 
contra  un  árbol,  volcando  el  carruaje  sobre 
la  cuneta  del  camino.  «¡Arrea,  anea!»  repetí 
á  mi  cochero,  y  á  los  pocos  instantes  llegá- 
bamos al  sitio  de  la  catástrofe,  cuando  ella 
volvía  en  sí  del  ligerisimo  desmayo  que  le 
había  producido  la  caída.  ¡Estaba  encanta- 
doral  Al  verla  de  cerca,  crean  ustedes  que 
sentí  una  emoción  inexplicable. 

D.  Nem.  Vamos,  sí.  Ella  dio  un  vuelco  en  el  coche  y 
á  usted  le  dio  un  vuelco  el  corazón. 

Leop.  Uno  de  los  caballos  se  había  inutilizado  por 

completo.  Ocho  mil  reales  me  ha  costado  el 
sustituirlo. 


-  18  — 

Car.  Pero,  Leopoldo... 

Leop.  No  me   digas  nada.   Esa  mujer  me  ha  trap- 

tornado  el  juicio  por  completo. 

Car.  ¿Es  posible  que  tú?... 

D.  Nem.      Hombre,  no  le  interrumpas.   A  ver  en  qué 
acaba  esa  aventura. 

Leop.  Pues  en  que  yo  le  ofrecí  un   asiento  en  mi 

modesto  simón,  que  ella  aceptó  muy  cari- 
ñosa y  sin  el  menor  reparo.  La  tempestad 
seguía  desencadenada,  y  la  noche  se  nos 
echaba  encima. 

D.  Nem.      Sí;   pero   entonces  ya  no  mandaría  usted 
arrear  al  cochero. 

Leop.  Al  contrario.  «¡Despacio!»  le  dije,  y  Paz... 

D.  Nem.      ¡Qué!  ¿Se  cayeron  ustedes? 

Leop.  No,  señor;  si  es  que  se  llama  Paz. 

D.  Nem.      Yo  había  entendido  ¡pafi 

Leop.  Pues   Paz   me   contó,   entre   sollozos   y  lá- 

grimas, toda  la  historia  de  su  vida;  una 
vida  llena  de  contrariedades  y  de  amargu- 
ras. 

Car.  Vamos,  en  resumen;  que  esa  mujer  es  hoy 

tu  querida  oficial,  que  te  está  costando  un 
ojo  de  la  cara,  y  que  si  1^'ilomena  se  entera... 

Leop.  ¡Me  estrangula,   ya  lo  creo  que   me  estran- 

gula! Esos  son  mis  temores;  pero  no  he  po 
dido  remediarlo...  Una  mujer  hermosa.  . 
Una  tempestad... 

D.  Nem.      ¡Claro!  ¡lis  irresponsable!  Una  tempestad  es 
causa  de  fuerza  mayor. 

Car.  Pero,  hombre,  lo  que  yo  no  me  explico,  es 

que  tú,  el  marido  inseparable,  el  eterno 
acompañante  de  doña  Perpetua,  como  lla- 
man á  tu  mujer  todos  los  amigos,  tengas 
tiempo  de  consagrarte  á  esos  peligrosos 
amoríos. 

Leop.  Hice  creer  á  Filomena  que  me  habían  nom- 

brado individuo  de  una  Junta  de  Agricul- 
tura, y  con  el  pretexto  de  las  Fesiones,  todas 
las  mañanas  voy  á  hacer  un  ratito  de  com- 
pañía á  la  encantadora  Paz  en  su  delicioso 
entresuelo  de  la  calle  de  Belén. 

D.  Nem.       ¡Justol  Usted  se  va  á  esa  calle,  y  su  mujer 
se  queda  en  Belén. 

Car,  Pues,  nada,  chico;  sigue,  que  ya  tocarás  los 

resultados.  (Se  levanta.)     . 


—  19  — 

Leop.  No,  si  ya  no  sigo.  Hace  tres  días  que 'he  re- 

suelto volver  al  buen  camino.  Las  exigen- 
cias de  Paz  son  intolerables.  Anteayer  que- 
dé en  llevarle  cuatro  mil  pesetas  (juc  nece- 
sitaba para  comprar  no  sé  qué  chucherías; 
pero  no  he  vuelto  á  parecer  por  su  casa. 

Car.  ¡Bien  hecho! 

Leop.  Ya  estaba  yo   tranquilo,   creyendo  que  ee 

conformaba  con  mi  ausencia,  cuando  esta 
mañana  me  entregó  misteriosamente  el  por- 
tero esta  cartita,  cuyo  contenido  me  puso 
los  pelos  de  punta,  (se  levanta.)  Toma  y  lee. 

(Le  da  una  carta  sin  sobre.) 

D.  Nem.      ¡Veamos,  veamos! 

Car.  Cuidado,  no  nos  sorprenda  tu  mujer. 

Leop.  (se  dirige  hacia    la  puerta  segunda  izquierda.)  ¡Dios 

nos  libre! 

XUar."  (Leyendo.)  «¡Ingratón!» 

D.  Nem.      Duen  pirincipio. 

Car.  «Si  no  me  traes  esta  misma  tarde  las  cuatro 

»mil  pesetas  que  me  prometiste,  voy  á  tu 
»caBa  y  te  armo  la  escandalera  del  siglo. — 
«Paz.» 

D.  Nem.      Lacónica,  pero  expresiva. 

Car.  «Postdata. — Belén,   52,   entresuelo.  Te  re- 

»cuerdo  las  señas  de  mi  casa,  porque  me 
»parece  que  las  has  olvidado.» 

Leop.  ¡Mi  mujer! 

Car.  ¡Caracoles!  (Guarda  precipitadamente  la  carta   eu  el 

bolsillo  derecho  del  balín.) 

D.  Nem.       ¡Canastos! 

Leop.  No,  no  viene. 

Car.  Me  había  asustado. 

Leop.  Ya  ven    ustedes   en   qué  compromiso  me 

pone  esa  mujer. — Vas  á  hacerme  un  favor. 

Car.  Chico,  no  tengo. 

Leop.  No,  si   no  te  pido  dinero;  lo  que   te  supÜco 

es  que  vayas  á  verla  y  la  convenzas  de  que 
estas  relaciones  no  pueden  confimiardt-  niu- 
guna  manera. 

Car.  Hombre,  la  comisión... 

Leop.  Dile  que  me  he  marchado  de  Madrid,  que 

estoy  en  el  extranjero,  en  cualquier  parte, 
y  para  tranquilizarla,  haz  el  favor  de  entre- 
garle esto.  (Dándole  una  carta  coa  billetes.) 

Car.  ¿Qué? 


—   20  - 

Leop.  Las  cuatro  mil  pesetas  que  me  pide. 

Car.  No,  lo  que  es  esto... 

Leop.  La  conozco;  es  el  único  medio  de  conven- 

cerla. ¿Lo  harás,  eh? 
Car.  Me  lo  pides  de  una  manera...  fcarios  guarda 

esta  carta  eu  el  bolsillo  del  pecho  del  balín  ) 

Leop.  Gracias,  muchas   gracias,  chico.  Te  vivir.é 

eternamente  reconocido.  Don  Nemesio,  ¡por 
Dios!  que  nadie  sepa  una  palabra. 

D.  Nem.  Descuide  usted.  ¡Soy  una  tumba!  (¡Pero  en 
qué  líos  se  meten  estos  demonios  de  mu- 
chachos!) Tú  eres  más  formal;  tú  no  te  ocu- 
pas más  que  en  tu  política.  Y,  á  propósito, 
¿has  escrito  ya  ese  manifiesto  de  que  n\e 
hablaste  el  otro  día? 

Car.  Lo  tengo  casi  terminado.   Ahí  está  Pepito 

poniendo  en  limpio  unas  cuantas  cuartillas. 

D.  Nem.       ¿Sí?  Pues  con  tu  permiso  voy  á  leerlas. 

Car.  Vaya  usted,  vaya  usted. 

D.  Nem.  ¡Adiós,  ingratón!  (a  Leopoldo.)  ¡Je,  je!  — (Be- 
lén, 52,  entresuelo.   No  olvidaré  las  señas... 

¡Quién  sabe  si  yo!...(Vase  primera  puerta  derecha.). 


ESCENA  VI 

LEOPOLDO,  CARLOS,    luego   FILOMENA 

Car.  Te  lo  aseguro.  Me  ha  sorprendido  extraordi- 

nariamente tu  conducta. 

Leop.  Lo  creo;  ¡pero  una  y  no  más! 

Car.  Es  claro.   Unos  amores  que  empezaron  con 

un  trueno,  no  podían  concluir  de  buena 
manera. 

FiL.  Bajo  en  seguida,  no  es  molestia  ninguna. 

(Dentro.) 

Leop.  ¡Cállate!  ¡Pues,  si!  Tus  electores  se  han  por- 

tado admirablemente.  Y  si  el  Gobierno.,. 

FiL.  Oiga  usted,  Carlitos.  Haga  usted  el  favor  de 

no  meter  á  mi  marido  en  política.  No  melé 
catequice  usted,  porque  este  no  necesita  per- 
tenecer á  ningún  partido.  La  política  no  lea 
sirve  á  ustedes  más  que  para  echar  tiempo 
fuera  de  casa  y  en  más  de  una  ocasión  d© 
pantalla  para  ciertas  cosas.  Este  ya  tien^ 


—  21  - 

bástante  con  sus  sesiones  de  la  JuntA  de 
Agricultura 

Dar.  Sí,  señora,  sí.  Ya  tiene  bastante. 

FiL.  Y  esas  ge  las  tolero,  porque  así  puede  defen- 

der nuestras  dehesas  de  Extremadura,  que 
si  no  tampoco.  ¿Verdad,  hijo,  que  íl  tí  te 
carga  la  política? 

LEOt».  ¡Mucho,  muchísimo! 

FiL.  ¡Es  claro!   Ya  lo  sabe  usted.  Mi  marido  es 

amante  de  la  paz. 

p         ■         f    ¡Ehl  (Aterrados.) 

FiL.  Sí,  señor;  de  la  paz  ..  y  de  la  tranquilidad  de 

la  famila. 

FiL.  Y  ustedes  los  políticos  están  expuestos,  el 

día  menos  pensado,  á  jugarse  la  cabeza  en 
medio  de  la  calle.  No  comprendo  cómo  Ma- 
ría se  lo  consiente  á  usted.  Lo  que  es  comf 
fuera  yo  su  mujer...  Vaya,  voy  arriba  por 
una  muestra  de  crochet. 

Leop.  Voy  contigo,  vida  mía.   ¡Yo  no  puedo  sepa- 

•  rarme  de  tí!  ;Qué  carita  tan  zaragatera;  me 
la  comería! 

FiL.  ¿Lo  ve  usted?  ¡Este  es  un  marido! 

Car.  ¡Sí  que  lo  es! 

Leop.  ¡Aprende,  aprende! 

FiL.  Hasta  luego. 

Car.  Hasta  luego. 

Leop.  (¡Que  no  olvides  mi  encargo!)  (a  carios.) 

Car.  (¡Descuida!)  Vete  con  Dios...  (¡Hipócrita!) 


ESCENA  Vil 

CARLOS,  en  seguida  PEPITO,  luego  JOAN 

Car.  ¡Miren  el  marido  modelo,  y  qué  callado  Sí- 

tenla lo  de  estos  amores!  Por  bupuesto,  quf 
si  Filomena  averigua  lo  más  mínimo,  ya  !•• 
ha  caído  que  hacer  al  infeliz. 

PeP.  Oye,  Carlos,  (con  una  cuartilla  eu  la  maao.) 

Car.  ¿Qué  te  pasa? 


Pep.  Que  yo  no  entiendo  esto. 


—  22  — 

Car.  a  ver.  (Lee.)  «Las  papeletas  extraídas  de... 

no  arrojan...» 

Pep.  Me  parece  que  me  he  comido  algo. 

Car.  ¡Ya  lo  creo!  Te  has  comido  la  urna  elec- 

toral. 

?EP.  |Ah,  vamos!   Las  papeletas  extraídas  de  la 

urna  electoral. 

Car.  ¡E?0  es!  (pepito  corrige  en  la  mesa  la  cuartilla.) 

Juan  Señorito...  (con  una  carta.) 

Cak.  ¿Qué  hay? 

Juan  Esta  carta  que  acaban  de  traer. 

Car.  ¿Esperan  contestación? 

Juan  No,  señor,  (vase  Juan.) 

Car.  «Urgente.»  ¿Qué  será  esto?  (Abre  la  carta  y  lee 

para  sí.)  «Estimado  amigo:  el  Comité  ha  re- 
»8uelto  celebrar  junta  extraordinaria  esta 
»tarde  á  las  tres  y  media  en  punto.  No  falte 
» usted,  pues  se  tratarán  asuntos  relaciona- 
»dos  con  su  candidatura.  Suyo  afectísimo. — 
»López.»   ¡Ya  lo  creo!  ¿Qué  he  de  faltar? 

(Guarda  la  carta  en  el  bolsillo  izquierdo  del  batln.) 

Pep.  ¿Pasa  algo  grave? 

Car.  No,  nada.  (¡A  las  tres  y  media  (Mirando  ei  re> 

loj.)  y  ya  son  las  tres  y  veinte!  No  hay  tiem- 
po que  perder.)  jJuan!  ¡Pronto!  La  levita  y 

el  sombrero,  (entra  Juan  y  se  dirige  á  la  puerta  so- 
gunda  derecha  saliendo  en  seguida  con  la  levita  y  el 
sombrero  de  copa.— Carlos  se  pone  la  levita,  dejando 
el  batín    sobre  el    sofá.— Juan    marcha    por    el    foro.) 

Toma  eso  (Dándole  unos  papeles.)  y  sigue  Co- 
piando. Si  me  retraso  algo  en  venir  á  co- 
mer, no  me  esperéis.  Tengo  una  cita  á  la  qua 
no  debo  faltar. 


ESCENA  VIII 

DICHOS  y  DON  NEMESIO 

Ü.  Nem.       ¡Magnífico  manifiesto!   Se  van  á  quedar  tu». 

electores  con   un    palmo  de   boca   abierta. 

¡Como  que  no  van  á  entender  una  palabra! 
Car.  Don  Nemesio,  oiga  usted,   (a  Pepito.)  ¡Anda, 

hombre,  anda!  Ya  Fabes  que  rae  urge. 
Pep.  Voy,  voy.  (¡Caramba!  No  le  dejan  á  uno  ni 

respirar.)  (Vase  primera  puerta  derecha  ) 


—  23   — 

D.  Nem.      ¿Qué  ocurre? 

Car.  Va  usted  á  hacerme  un  favor.  Me  citan  para 

las  ti  es  y  media. 

D.  Nem.       ¡Canastos!  ¡Otro  lío! 

Car.  No,  señor;  me  cita  el  Comité  y  no  puedo  fal- 

tar de  ninguna  manera.  Va  unted  ;i  (  umulir 
la  comisión  que  me  dio  Leopoldo. 

D.  Nem.      ¿Ir  á  ver  á  esa  ciudadana? 

Car.  Si,  señor;  á  mi  me  es  imposible. 

D.  Nem.  ¡Bueno,  hombre,  bueno!  ¡Qué  demonio!  Lo 
haré. 

Car.  ¿Dónde  he  puesto  la  carta?  ¡Ahí  ¡Aquí!  En 

el  batín.  (saca  la  carta  con  los  billetes.) 

D.  Nem.       Ya  sé,  ya  sé  las  señas.  Belén,  52,  entresuelo. 
Car.  Aquí  deben  ir  esas  cuatro  mil  pesetas.  Se 

las  entrega  usted  y  arregla  el  asunto  como 

mejor  le  parezca. 
D.  Nem.      Descuida.  Tengo  yo  cierta  maña  para  estas 

cosas.   (Abre  el  sobre   y  saca  los  billetes  y  uu  papel 

que  lee.)  «Ahí  va  ese  dinero.  Hemos  conclui- 
do. No  vuelva  usted  á  acordarse  de  L.»  ¡LI 
Está  bien  pensado  esto  de  no  poner  más  que 
una  L. 

F'lL.  ¡Hola!  (presentándose  de  pronto  ) 

D.  Nem.      (¡Jesús!) 
Car.  ¡Ejém! 


ESCENA  IX 

DICHOS  y  FILOMENA 

FiL.  ¿Qué  es  eso?  ¿Algún  récipef 

D.  Nem.       Sí...  sí,  señora.   Un  recipe  secundum  artem.. 

(Guarda  el  sobre  precipitadamente.) 

Car.  ¡Adiós,  don  Nemesio!  No  queremos  entrete- 

nerle. 

D.  Nem.  Despídeme  de  María,  ¿eh?...  ¡A  los  pies  de 
usted,  señora!  ¡Tila!  ¡Mucha  tila!...  Voy,  voy 
á  escape...  (vase.) 

FiL.  ¡Vaya  usted  con  Dios!  ¿Qué  es  eso?  ¿Algún 

enfermo  grave? 

Car.  No,  señora;  es  decir,  si,  señora.  Vaya,  con 

permiso  de  usted.  (Asomándose  á  la  puerta  aegnn- 

da  izquierda.)  ¡Adiós,  Maruja;  hasta  despuée. 
María         (Dentro.)  Hasta  luego . 


—  24  — 

FiL.  Pero,  Garlitos,  ¿á  dónde  va  usted  tan  azo- 

rado? 
Car.  La  política  me  reclama,  señora.  Queda  usted 

en  su  casa.  ¡Abur!  (Vase  corriendo.) 

FiL.  ;Abur,  hijo!...  ¡No  vaya  usted  á  caerse  por  la 

escalera! 


ESCENA  X 

FILOMENA  y  en  seguida  PEPITO  con  otra  caartilla 

FiL.  ¡Jesúsl   jDichosa  political   ¡Los  hace  hasta 

mal  educados! 
Pep,  (Otro  parrafito  que  tampoco  entiendo.) 

FiL.  ¡Felices,  pollo! 

Pep.  i  Ah!  ¡Buenas  tardes,  señora! 

FiL.  ¿A  dónde  ha  ido  su  Cuiiado  de  usted  con 

tanta  prisa? 
Pep.  ¿Se  ha  marchado  ya?  Pues  no  lo  sé.  No  ha 

querido  decírmelo. 
FiL.  ¿No? 

Pep.  Recibió  hace  un  momento  una  carta  en  que 

le  daban  una  cita. 
FiL.  ¿Una  cita? 

Pep.  Sí,  señora. 

FiL.  Pero  ¿de  quién? 

Pep.  Pues  no  lo  sé.  Dijo  que  no  le  esperásemos  á 

comer. 
FiL.  jMalo!  Me  parece  á  mí  que  la  política... 

Pep.  Espere   usted;   podemos  averiguarlo.   Creo 

que  guardó  la  carta  en  el  bolsillo  del  batín. 

(Coge  el   batln.) 

FiL.  ¿Sí? 

Pep.  Aquí  está.  (Saca  una  carta  del  bolsillo  derecho.) 

Fjl.  ¡a  ver,  á  ver!  (coge  la  carta  y  lee.)  «¡Ingratóu!» 

¡Una  cita  amorosa!  ¡Qué  escándalo! 

Pep.  ¡Virgen  Santísima!  ¡Si  lo  llega  á  saber  mi 

papá! 

FiL.  «Si  no  me  traes  esta  misma  tarde  las  cuatro 

mil  pesetas  que  me  prometiste,  voy  á  tu 
casa  y  te  ^armo  la  escandalera  del  siglo. — 
Paz.»  ¡La  escandalera!  ¡Valiente  señora  debe 
ser  la  tal  Pazita!  ¡Y  el  muy  tunante  habrá 
ido  á  llevarle  ese  dinero!  ¡Ün  dinero  que  no 
es  suyo!  ¡Que  es  de  su  mujer! 


—  26  — 

Pep  .  ¡Que  es  nuestro!  Por  algo  no  quería  mi  papá 

que  se  casara  con  mi  hermana. 

FiL.  ¡Pepito,  esto  es  muy  grave!  jNosotros  no  de- 

bemos consentirlo! 

Pep.  ¡Claro  que  no! 

FiL.  ¿Dónde  vidrá  esa  mujer? 

Pep.  ¡Quién  lo  sabe! 

FiL.  ¡Ah!  ¡Somos  felices!  Aquí  pone  las  señas  de 

su  casa:  «Belén,  52,  entresuelo. t  ¡Vive  en 
un  entresuelo!  ¡Claro,  c^mo  todas!. . 

Pep.  ¡Pobrecita  hermana!  ¡Ella  que  le  quiere  tan- 

to!  (Llorando.) 

FiL.  ¡Pero,  hombre,  no  llore  usted!  No  me  ponga 

más  nerviosa  de  lo  que  estoy.  ¡Tenga  usted 
más  ánimo!  En  estas  ocasiones  es  cuando 
debemos  demostrar  entereza.  ¡Por  fortuna, 
en  buenas  manos  ha  caído  esta  cartita!  ¡Se 
la  he  de  hacer  tragar!  ¡Si  lo  digo  yo!  ¡Si 
todo  eso  de  la  diputación  no  es  más  que  un 
pretexto! 

PiTP.  ¡Y  para  eso  me  ha  tenido  escribiendo  cator- 

ce días! 

FiL.  Aquí  tiene  usted  la  política  de  su  hermano 

político. 

p£P.  ¡Y  mi  papá  que  me  mandó  á  su  lado  para 

que  yo  no  me  perdiera! 

FiL.  ¡Y  mi  marido  que  es  su  amigo  inseparable! 

¡No!  Por  fortuna,  Leopoldo  no  debe  saber 
una  palabra.  ¡Si  lo  supiera,  me  lo  hubiese 
dicho!  Y  ya  me  guardaré  yo  muy  bien  de 
enterarle.  Un  buen  marido  debe  ignorar 
ciertas  cosas.  Vamos  con  María.  ¡Por  Dios, 
no  ponga  usted  esa  cara,  que  lo  va  á  cono 
cer!  ¡Pobre  amiga  mía!  ¡Nada,  nada!  ¡Las  in- 
fidelidades de  los  esposos  debieran  castigar- 
se con  el  patíbulo! 

Pep  ¡Qué  disgusto  tan  grande  cuando  ee  entere 

mi  papá!  (Vansc  puerta  segunda  izquierda.) 


ESCENA  XI 

JUAN,  DON  CIPRIANO  y  ROSA 

Juan  No  está,  no  señor..,  Ha  salido  hace  un  mo- 

mento. 


—  26  — 

D.  Cip.  Bueno,  hombre;  pues  si  no  está,  le  esperare- 
mos. ¡Qué  demontre!  Pasa,  chica. 

Juan  Es  que  les  advierto  á  ustedes  que  el  señorito 

tardará  todavía  algunas  horas. 

D.  Cip.  Que  no  me  lo  vaya  usted  á  negar,  porque 
eso  estaría  muy  mal  hecho. 

Juan  No,  señor;  no. 

D.  Cip.  Don  (Jarlos  á  mí  me  considera  mucho,  y  lo 
que  yo  hice  por  él  en  Villatorda,  no  lo  hace 
un  padre  por  un  hijo. 


ESCENA  XII 

DICHOS   y  LEOPOLDO 

I.EOP.  (¡Hola,  hay  visita!) 

Juan  Don  Leopoldo,  ¿sabe  usted  por  casualidad  á 

dónde  habrá  ido  el  señorito? 

Leop.  Sí...  Es  decir,  no;  no  lo  sé. 

D.  CiP.  Pues  yo  necesito  verle  esta  misma  tarde  sin 
falta  ninguna.  Tengo  muchas  cosas  que  ha- 
cer, y  á  mí  no  me  gusta  perder  el  tiempo. 

(Vase  Juan.) 

Rosa  Yo,  con  su  permiso,  voy  á  sentarme.  Esto  de 

venir  á  pie  desde  la  estación...  (se  sienta  en  la 

silla  de  la  izquierda  de  la  mesa.) 

D.  Cip.  ¡Naturalmentel  No  hay  nada  más  sano  que 
andar  á  pie. 

Leop.  ¿Acaban  ustedes  de  llegar  á  Madrid?  . 

D.  Cip.  Sí,  señor;  ahora  mismo.  Cipriano  Bermejo, 
para  servirle.  Si  va  usted  alguna  vez  por  Vi- 
llatorda, no  tiene  más  que  preguntar  por 
mí.  En  el  pueblo  me  conocen  más  por  el 
mote:  me  llaman  Polvorilla. 

Leop.  Muy  señor  mío.  ¿Y  esta  señorita  es  su  hija? 

D.  Cip.        Sí,  señor. 

Rosa  Servidora  de  usted. 

Leop.  Es  muy  guapa. 

D.  Cip.        Eí«timando. 

Rosa  Favor  que  usted  me  dispensa. 

D.  Cip.  Nadie  dirá  que  está  criada  en  el  pueblo, 
¿verdad?  Parece  una  madrileña.  ¡Como  que 
le  hace  todos  loa  vestidos  una  modista  que 
tiene  una  cuñada  en  Valladolidl...  Pues  mire 


-      27      -^- 

usted,  esto  de«no  ver  á  don  CarloB  me  dea- 
compone  el  viaje,  ¡créame  usttd!  Ten^o  que 
hacer  una  porción  de  encargos:  comprar  un 
sombrero  de  copa  alta  para  el  síndico;  unos 
floreros  para  la  boticaria;  pagar  unas  suscri- 
ciones  de  El  Imparcial;  lomar  unos  décimos 
de  la  lotería;  un  terno  de  lanilla  para  mi  60« 
brino;  algunas  cosillaa  para  mi  mujer,  y  la 
mantilla  de  boda  para  ésta. 

Leop.  ¡Ah!  ¿Se  va  á  casar  esta  señorita? 

Rosa  Sí,  señor;  eso  quiere  mi  padre. 

D.  CiP.  Y  ella  también  lo  quiere...  Diga  usted  que  ^ 
esta  tonta  le  gusta  más  un  tenientillo  que 
está  allí  ahora  en  la  reserva;  ¡ya  ve  usted 
qué  proporción!  ¡Un  tenientel  Pero  al  íin  la 
hemos  convencido,  y  se  casará  con  uno  de 
los  hacendados  más  ricos  del  pueblo.  ¡De- 
montre! ¡Ya  son  cerca  de  las  cuatro! 

Leop.  ¿Cuándo  se  marchan  ustedes? 

D.  Cip.         Pues  esta  noche,  á  las  ocho  y  media. 

Leop.  ¿Y  va  usted  á  h:acer  todos  esos  encargos  en 

tan  poco  tiempo? 

D.  CíP.  Sí,  señor;  en  seguida  los  despacho.  ¿No  ye 
usted  que  me  llamo  Polvorilla?  Y,  además,, 
tengo  que  enseñarle  á  ésia  todo  Madrid. 
Para  eso  la  he  traído  conmigo,  para  que  vea 
lo  mucho  bueno  que  hay  por  aquí  (y  para 
ver  si  olvida  al  teniente).  (Aparte  á  Leopoldo.) 
¡Pero,  canario,  ese  don  Carlos  que  no 
viene!... 

Rosa  Diga  usted,  padre,  ¿don  Carlos  no  está  ca- 

sado? 

D.  Cip.         Sí;  pero  yo.á  su  mujer  no  la  conozco. 

Rosa  ¡Toma,  pues  que  le  pasen  recado!...  No  hará 

nada  de  más  en  recibirnos. 

Leop.  Tiene  usted  razón.— ¡Juanl  (Desde  ei  foro.) 

D.  Cip.         Pues  es  verdad.  Acaso  nos  dé  ella  el  dinero. 

Juan  ¿Qué  manda  usted? 

Leop-  Avisa  á  la  señorita...  Estos  señores  desean 

verla.  (Vase  Juaa  puerta  segunda  Izquierda.) 

D.  CíP.         Oiga  ustea  en  confianza.   Yo  no  he  traído 
más  que  el  dinero  preciso  para  el  viaje,  por- 
que como  don  Carlos  me  debe  unos  cuar- 
tos... .,         ^    , 
Rosa           ¡No  están  malos  cuartos!  ¡Cuatro  mil  peaeUfll 
D.  Cip.         Y  como  tenemos  que  hacer  algunos  pagos.- 


—  28  — 
Juan  La  señorita  no  puede  recibir.  (Está  llorando 

como  una  Magdalena.)  (Aparte  á  Leopoldo.) — 
(Vase  foro.) 

Leop.  ((LSí?  ¿Qué  pasaráV) 

Rosa  Oiga  usted,  padre,  (Levantándose.)  esto  de  que 

no  quiera  recibirnos,  es  un  desprecio. 

D.  Cip.  ¡No,  pues  esto  eí  que  yo  no  lo  consientol 
¡Después  de  los  favores  que  nos  debe!  ¡Y 
que  yo  no  vengo  más  que  á  reclamar  lo  que 

es  mío!  (incomodado.) 

Leop.  Pero,  escuche  usted... 

D.  Cip.  Yo,  por  las  buenas,  soy  muy  bueno;  pero 
como  me  toquen  al  amor  propio...  Ya  me 
conoce  don  Carlos.  Ya  sabe  que  yo  soy  de 
los  que  ganan  los  votos  á  puñetazo  limpio. 

Leop.  ¡Calma,  hombre,  calma! 

D.  Cip.  ¡Negárseme  á  mí!  O  me  entregan  hoy  mis- 
mo ese  dinero,  ó  me  han  de  oir  los  sordos. 

Rosa  ¡Eso!  ¡Eso! 

Leop.  Escúcheme  usted...  Yo  puedo  decirle  dónde 

está  Carlos. 

D.  Cip.        ¿Pues  no  decía  usted  que  no  lo  sabía? 

Leop.  ¡Cállese  usted,  hombre!   Vayan  ustedes  en 

seguida  á  la  calle  de  Belén,  52,  entresuelo. 
Allí  está  él  ahora,  de  seguro. 

D.  CiP.         ¿En  el  comité? 

Leop.  ¡Justo!  En  el  comité. 

D.  Cip.         Eso  es  otra  cosa. 

Leop.  Si  no  está,  le  esperan  ustedes  en  la  portería. 

D.  Cii^  Está  bien.  Lo  que  yo  quiero  es  echarle  la 
vista  encima.  ¿Con  que...  calle  de  BelénV 

Leop.  Cincuenta  y  dos. 

D.  Cip.  Entresuelo. — Andando,  chica. — Usted  dis- 
pense; pero  á  mí,  cuando  me  tocan  al  amor 
propio...  Cipriano  Bermejo  el  Polvorilla. 

Leop.  Ya,  ya. — Vaya  usted  con  Dios,  señor  Polvo- 

rilla. 

D.  CiP.  Quede  usted  enhorabuena.  (Desde  ei  foro.)  Ya 
comprenderá  usted  que  no  está  bien  que  no 
haya  querido  recibirnos. 

Leo?.  Lo  comprendo. — ¡Vayan  ustedes  con   DiosI 

¡Sí,  por  ahí!  Esa  es  la  puerta.  (Desde  ei  foro.) 


—  29  — 

ESCENA  Xm 

LEOPOLDO;  luego  PEPITO,  más  tarde  JUAN 

Leop.  ¡Vaya,  favor  por  favorl  Este  tío  era  capaz  de 

armar  aquí  un  escándalo. 

FeP.  (Dirigiéndose     al     foro     precipitadamente.)     ¡Juan, 

pronto,  esa  taza  de  tila! 
Leop.  ;,Pero  qué  sucede? 

Pep.  Una  friolera.  ¡Que  lo  sabemos  todo! 

Leop.  jEh! 

Pep.  ¡Que  Filomena  ha  descubierto  lo  de  Paz! 

(Vase  corriendo  puerta  segunda  izquierda.)  * 

Leop.  ¡María  Santísima!  ¡Que  lo  ha  descubiertol 

Pero  ¿cómoV  ¡Me  va  á  matar!  Yo  no  la  espe- 
ro aquí,  (ai  ir  á  salir  por  el  foro,  tropieza  con  Juan. 
que  entra  con  una  taza  de  tila,  que  se  le  cae  al  suelo.) 
¡Jesús!  (Se  oye  la  voz  de  Filomena.) 

Juan  ¡Señorito!  (Bajándose  &  coger  la   taza.   Vase    por  el 

foro  otra  vez.) 

Leop.  ¡Huyl  ¡Mi  mujer!  (Vase  corriendo  puerta  segunda 

derecha,  que  cierra.) 

ESCENA  XIV 

FILOMENA  con  la  mantilla  puesta,  MARÍA,  llorando,  y  PEPITO 

FiL.  ¡Tranquilízate,  hija,  tranquilízate! 

María  ¡No  puedo!  ¡No  puedo!  (Llorando  amargamente.) 

iQuién...  me...  lo...  habia...  de  decir! 
FiL.  Yo  pensaba  ocultártelo;  pero,  hija  mía,  yo 

no  sé  fingir...  Si  no  te  lo  digo  creo  que  me 
pongo  mala.— ¡Ay,  qué  calamidad  de  pulse- 
ra!  (Se   quita    lu    pulsera  y  la  guarda  en  el  bolsillo.) 

¡Pero,  por  la  Virgen,  no  te  aílijas  de  eae 
modo!— Yo  me  encargo  de  arreglar  este 
asunto.  ¡Le  he  de  escarmentar  para  siempre! 

Pep.  ¡y  que  no  se  ande  en  bromitas  conmigo, 

porque  yo  soy  capaz  de...  de  escribírmelo  á 
mi  papá! 

Fu .  Pepito,  acompáñeme  usted. 

María  ¡Y  yo...  que...  le  había...  ofrecido...  mía  alha- 
jas! (Llorando  fuerte.) 


—  30 


FlL, 


Pep. 


Adió?,  hija  mía,  adiós.   Procura  tranquili- 
zarte, Hasta  luego.  Yo  te  respondo  de  que 
te  lo  he  de  traer  aquí,  aunque  sea  por  las 
orejas. 
¡Sí,  señor!  ¡No  me  conoce  á  mí  todavía!... 

(Vause  por  el  foro.) 


ESCENA  ULTIMA 


MARÍA,  llorando,  sentada  en  una  butaca.    LEOPOLDO,  luego  JUAN 


María 
Leop, 

Mabi'a 

Leop. 

María 

Leop. 

María 

Leop. 

María 

Leop. 

María 

Leop. 

María 

Leop. 

Juan 
Leop. 


Juan 
Leop. 


¡Ay,  ayl  ¡Qué  desgraciada  soy! 

Pero,  María...  (Después  de  mirar  cautelosamente  en 

la  puerta  del  foro.) 

¡Ay,  Leopoldo  de  mi  almal  (se  levanta.) 

¿Por  qué  llora  usted  de  ese  modo? 

¡Carlos  me  engaña! 

¡Ehl 

Carlos  tiene  una  querida. 

¡Cómo! 

Una  querida  que...  que  le  llama 


;Eh? 


mil. 


pe...  se 


ingratón. 
tas! 


¡Y  que  le  pide...  cuatro.. 
(¡Mi  carta!)  ¿Pero  cómo? 
¡Ay,  ay!...  ¡Yo  me  pongo  mala!  (cae  desmayada 

en  brazos  de  Leopoldo,  que  la  sienta  en  la  butaca.) 

¡María,  Maríal...  ¡Mi  carta...  mi  mujer...  Paz! 
¡Esta  pobre  señora!.,.  ¡Buenalahemos  hecho! 
¡La  tila! 

Trae  acá.  (coge  muy  tembloroso  el  plato  con  la  taza 

de  tila.)  ¡Señora!  (¡Ay,  Dios  mío  de  mi  alma!) 
¡María,  María!...  ¡Quiá,  no  oye!...  (¡Y    Filo- 
mena que  te  habrá 
¿Tiene  azahar?  (a  Juan.) 
ISí,  señor. 
¡Vaya!  Me  la  tomaré  yo.  (?e  la  bebe 


enterado!...)   ¡María!. 


FIN  DEL  ACTO  PRIMERO 


ACTO  SEGUNDO 


Gabinete  elegante.— Los  muebles  eu  algún  desorden.— Puerta  al  foro 
y  laterales.— Al  foro  dos  entredoses  ó  consolas  con  espejos.  — Al 
levantarse  el  telón,  dos  mozos  de  cuerda  acaban  de  liar  en  escena 
algunas  sillas  de  tapicería.— El  Portero,  mal  humorado,  iuspeccio- 
na  la  operación. 


ESCENA  PRIMERA 

PORTERO,  con  los  zorros  y  un  paño  de  limpieza,  y  MOZOS  :■" 

Por.  ¡Cuidado!  No  apriete  usted  tanto,  que  va 

mal  colocada  esa  silla.  ¡Así!  Otra  vuelta 
ahora. 

Mozo  1.0     ¿Estas   colgaduras   son  también   del   mué 
blista? 

Por.  No  lo  sé;  pero  por  mí  puedeu  ustedes  He. 

varse  hasta  los  clavos. 

Mozo  1.0     Por  si  acasu,  las  dejaremus.— Amarra  bien 
por  ese  lado,  Fachín. 

Voz  (Dentro.)  ¡Portero! 

Por.  ;Voy!— ¡Así,  hombre,  así!  No  sea  usted  bru 

ÍLo.  ¡Ni  que  fueran  sillas  de  Vitoria! 

Voz  ¡Portero!  (oeutro.) 

Por.  ¡Allá  voy!  (Desde  ei  foro.)  ¿Quién  llama?  ¿Kh? 

¿Fernández?  ¡Sí,  señor!  segundo  de  la  dere- 
cha. ¡Vaya  usted  con  Dios!  (uajando.)  Este  es 
demasiado  jaleo.  ¡Tiene  uno  que  atender  á 
todo! 


^,  32  — 
Mozo  l.o     ¿Hay  que  llevarse  estu  también,  verdad?  (ai 

Mozo  2.'*,  asomándose  puerta  segunda  izquierda.) 

Mozo  2.0     Creu  que  sí. 

Mozo  1.0     Pues  lo  iré  liandu  para  otru  viaje,  (vase  puer- 
ta segunda  izquierda.) 

Mozo  2.0     ¡Porteru! 

Por.  ¿Qué  hay? 

Mozo  2.0     Haga  el  favor  de  ayudarme  aquí. 

Por.  Vamos  allá,  hombre,  vamos  allá.  (Le  ayuda  á 

cargar  con  las  dos  sillas.)  ¡Por  vida  de  doña  Paz! 
¡Si  no  fuera  porque  da  tan  buenas  propi- 
nas!— ¡Cuidado,  eh! 

Mozo  2.C       Hasta  después.  (Vnse  el  Mozo  2.°  á  tiempo  que  se 
presenta  don  Nemesio.) 

D.  Nem.       ¡Bárbaról  Por  poco  me  salta  un  ojo. 
Mezo  2.0     Usted  perdone,  (vase.) 


ESCENA  II 

DON   NEMESIO    y   PORTERO 

D.  Nkm.  Buenas  tardes. 

FoR.  Felices.  (Un  acreedor,  de  seguro.  ¡Cómo  po- 
nen la  alfombra  esos  avestruces!) 

D.  Nem.  Diga  usted.  ¿Está  visible  la  señora? 

Por.  (¡La  señora!  ¡No  está  mala  señora!) 

D.  Nem.  Pregunto  si... 

Por.  No,  señor.  ¡No  está  en  casa!  (con  malos  modos:) 

D.  Nem.  Lo  siento. 

PoK.  Si  viene  usted  á  cobrar  alguna  cuenta,  me 
parece  que... 

D.  Nem.  Al  contrario,  vengo  á  darle  dinero. 

Por.  Eso  es  otra  cosa. 

D.  Nem.  ¿Usted  es  sirviente  suyo? 

Por.  No,  señor;  yo  soy  el  portero  de  la  casa. 

D.  Nem.  jAh!  ¡Ya! 

PoK.  Pero  aquí  no  hay  más  sirviente  que  yo. 

D.  Nem.  ¿Usted...  usted  fuma? 

PoK.  ¡Sí,  tenor!  ¡Ya  lo  creo! 

D.  Nem.  Vaya  un  purito.  (Dándole  un  puro.) 

Por.  Gracias.  Así  entre  horas  no  fumo  más  que 

picadura.  (Guardándose  el  puro.) 

D.  Nem.       Pues  ahí  van  des  ],esetas  para  unas  cajetillas! 
Por.  Muchísimas  gracias.  (Muy  amable.)  Tome  us- 

ted asiento.  Aquí,  aquí  estará  usted  muy 


—  33   — 

cómodo,  (se  sienta  don  Nomeslo  en  la  butaca  do 
la  izquierda,    que  el    Portero  liraplará  antea   con  los 

zorros.) 

D.  Nem  .      ¿Conque  dice  usted  que  Pazita  ha  salido? 

Por.  Sí,  señor.  Salió  esta  mañana  á  las  nueve  y 

no  ha  vuelto  todavía. 

D.  Nem.       Pero,  ¿volverá  pronto,  eh? 

PoK.  Pues,  no  Jo  sé,  porque  como  no  tiene  hora 

fija... 

D.  Nem.       Y  diga  usted,  diga  usted.  ;Es  f;ua])a,   ver- 
dad? 

Por.  Pero,  ¿usted  no  la  conoce? 

D.  Nem  .       No,  señor.  No  tengo  ese  gusto. 

Por.  jAhl   Pues   no   agraviando  lo  presente,  es 

una  muchacha  preciosa.  Y  luego  tiene  un 
gancho  para  los  hombree...  En  el  año  y  me- 
dio que  lleva  en  esta  casa  le  he  conocido  lo 
menos  siete  novios. 

D.  Nem.      ¿Sí,  eh? 

Pok.  Ahora  debe  de  estar  medio  tronada  con  e 

último,  porque  hace  tres  días  que  no  viene 
por  aquí.  Pero  no  tardará  en  sustituirle,  por- 
que ella  es  así,  muy  campecnanota  y  muy... 
¡vamos!  muy... 

D.  Nem.      Muy  corriente. 

Por.  ¡Eso!  Y  me  parece  que  usted  ha  de  simpati- 

zar mucho  con  la  señorita,  porque  es  lo  (jue 
ella  dice,  los  hombres,  aeí  de  cierta  edad, 
son  más  formales  y  más  lucrativos. 

D.  Nem.      (¡Me  pareca  que  aquí  va  á  caer  un  doctor!) 

Por.  Yo  le  dejo  á  usted.  Tenemos  á  los  albañiles 

en  las  bohardillas,  y  como  yo  necesito  aten- 
der  á  todo...  servir  la  portería,  arreglar  los 
quinqueses,  vigilar  á  los  operarios  y  llevar  la 
cuenta  de  las  baldosillas...  Y  todo  por  no- 
venta reales  al  mes.  ¡Le  digo  á  usted  que  los 
caseros! ..  ¿Usted  no  será  casero? 

D.  Nem  .       Sí.  Tengo  dos  casitas  en  la  calle  de  la  Rudji. 

Por.  Entonces  no  le  digo  á  usted  nada...  Con  pu 

permiso...  Usted  perdone  que  esto  esté  alpo 
en  desorden,  pues  con  tanto  entrar  y  salir 
esos  mozos... 

i).  Nem.       Pero,  ¿qué?  ¿Andan  de  mudanza? 

Por.  No,  señor.  Son  los  mozos  de  un  mueblista» 

.que  vienen  á  recoger  algunas  cosillas.  La 
señorita  es  muy  caprichosa,  .:"^'t1'»'  u.^ted?  y 


—  84    - 

en  el  año  y  medio  ha  cambiado  siete  veces 
de  mobiliario.  Yo  creo  que  es  que  no  lo 
paga,  y  luego,  naturalmente,  cada  uno  se 
lleva  lo  que  es  suyo.  Por  supuesto  que  á  ella 
le  gusta  vivir  bien  y  tratarse  bien,  eso  sí.  El 
otro  día  fui  yo  á  pagar  al  Suizo  una  cuenta 
de  catorce  duros  de  sorbetes. 

D.  Nem.      ¡Hombre!  Me  deja  usted  frío. 

Por.  ¿Pues  y  dulces?  Usted  no  sabe  los  dulces 

que  se  come  esa  criatura.  Sobre  todo,  me- 
rengues; son  los  que  más  le  gustan.  Le  digo 
á  usted  que  para  dulces  y  flores  necehita  ella 
una  fortuna.  Es  muy  derrochadora,  ¡sí,  se- 
ñor! pero  por  lo  demás,  es  muy  buena,  ¡ya 
lo  creo!...  y  muy  guapa...  Lo  que  es  guapa... 
tiene  unos  ojos  que  no  hay  dinero  con  qué 
pagarlos.  Y  á  mí  me  aprecia  mucho,  porque 
como  yo  soy  el  que  trae  y  lleva  todos  los 
*  recaditos...  ¡Vaya!  voy  á  ver  á  esos  albañi- 
les,  y  luego  bajaré  á  ayudar  otra  vez  á  los 
mozos...  ¡Nada,  que  no  puede  una  persona 
sola  con  tantas  obligaciones.  ¡Así  es  que  es- 
toy reventado!  Y  mañana  haga  usted  toda  la 

limpieza.  (Apuntándole  con  el  mango  de  los  zorros.) 

J).  Nem.      ¿Quién?  ¿Yo? 

Por.  ¡Je,  je!  ¡Qué  bromista  es  el  señor! 

D.  Nem.  Yo  me  retiro.  (Levantándose.)  Volveré  luego. 
Tengo  tiempo  de  hacer  una  visita. 

Por.  Como  usted  guste. 

J).  Nem.       Si  viene  antes,  dígale  usted  que... 

Por.  Vaya  usted  descuidado,  que  yo  sé  lo  que 

tengo  que  decir. 

D.  Nem.       Bueno,  pues  hasta  luego.  (Medio  mutis.) 

Poíí.  Servi(ior  de  usted.  ¡Ah!  una  pregunta. 

D.  Nem.      ¿Qué? 

Por.  ¿Es  uí-ted  casado  ó  bolteroV 

D.  Nem.      Honrbre,  ¿y  á  usted  qué  le  importa? 

Por.  Usted  perdone;  pero  lo  preguntaba  por  si 

acaso... 

í).  Nem.      Pues  no  soy  ni  casado  ni  soltero. 

Por.  ¡Qué  cosa  más  rara! 

D.  Nem.       Soy  viudo. 

Por.  ¡Ah,  vamos!  ¡Je,  je!  No  caía.  Pues  vaya  us- 

ted con  Dios,  que  yo  le  diré  que  ha  estado  á 
verla  un  caballero  viudo  muy  decente. 

D.  Nem.       Hasta  después,  (vase  foro.) 


—  36  — 


Por.  Usted  lo  pase  bien.  (Acompañándole.)  Servidor 

de  usted.  Beso  á  usted  la  mano,  (voivién^ow. 
Transición.)  ¡Bendito  sea  Dios,  y  cuántos  ton- 
tos hay  en  este  Madrid! 


ESCENA  III 

PORTERO  y   ALBAÑIL;   luego  MOZO  1." 

AlB.  ¡Señor  Manuel!  (Eu  la  puerta  del  foro.) 

Por.  ¿Qué  hay?  (con  malos  modos.) 

Alb.  Que  suba  usted  á  ver  si  hemos  de  poner 

más  baldosas  en  la  cocina. 
Por.  ¡Allá  voy,  allá  voyl  (vase  ei  aibañii.) 

Mozo  1.0       ¡Porteru!  (saliendo  puerta  segunda  izquierda.) 

Por.  (iQué  se  ofrece?  (incomodado.) 

Mozo  1.0     Si  quiere  usted  venir  á  echarme  una  manu. 
Por.  ¡Déjeme  usted  en  paz!  ¡Ni  que  fuera  uno  un 

mozo  de  cordel!   ¡Kl  demonio  del  hombre! 

(Vase  furioso  por  el  foro  ) 


ESCENA  IV 

MOZO  1.*^,  luego  DON  CIPRIANO,  con  una  sombrerera,  y  KOS  \  con 
una  caja  de  dulces 


Mozo  1.0  ¡Adiós,  menistru!  Pues  no  se  da  pocu  tunu 
ese  zánganu.  ¡Mejor  le  fuera  no  estar  sirvien- 
du  á  estas  cucotas,  como  las  llama  el  anoul 
¡La  verdá  es  que  hay  purterus  que  nu  cuno- 
cen  la  vergüenza!  Vaya,  llevaré  e.^^tu,  y  luego 
volveré  con  el  otru  piir  lo  de  ahi  dentru... 

(Acaba  de  liar  otro  par  de  sillas.) 
D.  CiP.  ¡Deograciasl  (Dentro.)  ¿Se  puede?  (lin  la  i>iiertn.) 

Pasa,  chica,  aquí  debe  estar. 
Mozo  1.0     Buenas  tardes. 
Rosa  Felices. 

D.  Cip.        ¿Sabe  usted  si  está  don  Carlos? 
Mozo  1.0     Non  le  conozcu. 
D.  Cip.         Don  Carlos  Menéndez,  un  (señor  que  estuvo 

para  salir  diputado. 
Mozo  1.0     Non  sé  nada. 


^  36  — 

D.  Cip.         Me  han  asegurado  que  vendría  por  aquí. 

Mozo  1.0  Puede  que  venga.  A  esta  casa  creu  que  vie- 
nen muchos  caballerus. 

D.  Cip.         Políticos,  ¿eh? 

Mozo  1.0     Lu  serán;  yo  nun  me  meto,  (sigue  liando.) 

D.  CiP.  Lo  que  te  decía,  (a  Fosa.)  Aquí  deben  reunir- 
se algunos  correligionarios.  Esperaremos; 
mejor  estamos  aquí  que  en  la  portería. — 
Pues,  oiga  usted,  yo  también  soy  de  estos. 

Mozo  1.0     ¿Sí,  eh? 

D.  Cip.         De  los  que  defienden  á  don  Carlos. 

Mozo  1.0     jAh,  vamos!  Es  usted  carlista. 

D.  Cip.  ¡Quiá,  hombrel  ¡Liberal!  ¡Pero  muy  liberal! 
Usted  también  será  liberal,  ¿eh? 

Mozo  1.0     Non,  señor;  yo  non  soy  más  que  mozo  de 

cordel,  (carga  con  las  sillas  y  vase.) 


ESCENA  V 

UON  CIPRIANO  y  ROSA 

KosA  Pero,  padre,  ¿en  esta  casa  no  hay  nadie? 

D.  Cip.  Ya  vendrán.  No  será  todavía  la  hora  de  la 
junta. 

Rosa  Yo  me  siento,  (eu  lu  butaca  de  la  izquierda)  Es- 

toy que  no  puedo  más.  ¡Qué  manera  de  co- 
rrer por  esas  calles!  ¡Y  qué  ruido!  Tengo  la 
cabeza  atolondrada.  Debe  ser  la  debilidad. 

(comiendo  uu  dulce.) 

D.  Cip.  Mujer,  no  comas  tantos  dulces,  que  te  van 
á  hacer  daño. 

Rosa  ¡Si  son  muy  ricos!  ¡Como  estos  no  los  hacen 

en  Villatorda!  Ande  usted,  tome  usted  uno. 

D.  Cip.  No,  no  quiero.  Luego,  más  tarde,  cuando 
hayamos  despacliado  todos  los  encargos, 
comeremos  ejn  ana  fonda  de  las  principales, 
Pero  lo  primero  es  lo  primero...  Todavía  no 
hemos  hecho  mt^s  que  el  encargo  del  síndi- 
co. Pero,  vaya  una  compra  ¿eh?  (.Abro  in  som- 
brercra.)  ¡Ksto  se  llama  uiia  chistera!  ¡Qué 
Afimante  y  qué  reluciente!  ¡Como  que  es  de 
una  gran  sombrerería.  (Leyendo  en  el  foudo.) 
tj.  Rodríguez,  sombrerero  de  ese  eme.»  \De 
Su  Majestadl  «Infantas,  3. S'   jY  de  las  tres 


—  87  — 
infantas!  Y  mira.  (Poniéndoselo.)  No  me  está 

del  todo  mal,  ¿eh?  ¡Je,  jel  (Mirándose  ai  espejo 
de  la  derecha.  Deja  la  sombreiera  on  el  suelo  al  Udo 
del  entredós  ó  consola.) 

Rosa  ¡Padre,  cómprese  usted  otro! 

D.  CiP.  Sí,  para  que  me  corran  los  chiquillos  en  el 
pueblo.  Esto  es  bueno  para  los  que  andan 
siempre  de  tiros  largos,  como  el  registrador. 
Y  ahora  que  me  acuerdo:  ese  señor  rae  en- 
cargó mucho  lo  de  los  décimos.  No  Hea  (¡ue 
nos  volvamos  sin  ellos.  Ya  sabes  que  le  de- 
bemos  muchos   favores.   Aquí  debo  tener 

la  apuntación.  (Oeja  el  sombrero  de  copa  .sobre  li 
consola  de  la  derecha    y    saca    la    cartera.)  8Í,  aqUÍ 

está:  «El  1.007  y  el  7.001.»  ¡También  es  ca- 
prichol  Las  dos  cantidades  al  revés.  Pero,  es 
claro,  como  un  décimo  es  para  él  y  el  otro 
para  su  mujer,  que  siempre  le  lleva  la  con- 
traria... Anda,  vamos  á  tomarlos  en  un  mo- 
mento. 

Rosa  Pero,  padre,  si  estoy  que  ya  no  puedo  dar 

un  pase...  y  en  esta  butaca  está  una  tan  á 
gusto...  Vaya  unos  muebles,  ¿eh?  Ya  podía 
usted  comprarme  unos  como  estos  para  la 
boda. 

D.  Cip.  Calla,  tontina,  que  de  eso  ya  se  encargará  tu 
novio  Lo  que  Je  sobra  á  él  es  el  dinero.  En 
cambio,  si  te  casaras  con  el  teniente... 

Rosa  Es  que  con  ese  aunque  fueran  sillas  de  ma- 

dera... 

O.  Cip.  ¡Vaya,  vaya!  (incomodado.)  Vamos  por  eso.-^ 
décimos. 

Rosa  Padre,  yo  no  me  muevo  de  aquí  hasta  que 

nos  marchemos  al  tren.  ¡Kstoy  mareada! 

D.  CiP.  Pero,  mujer,  ¿te  vas  á  quedar  sola  en  esta 
casa? 

Rosa  Es  claro;   ¡me  van  á  comer!  ¡Parece  usted 

tonto! 

1).  Cip.  Bueno,  mujer,  bueno.  No  te  incomode".  Por 
aquí  cerca  debe  haber  una  administr.ción. 
Voy  y  vuelvo  á  escape.  Si  llega  don  Cario.-, 
le  dices  lo  que  viene  al  caso. 

Rosa  Pero  si  yo  no  le  conozco... 

D.  Cip.  Pues  es  verdad.  Mira,  es  un  señor  a-i... 
pero  ¿para  qué?  si  en  cinco  minuto- 
de  vuelta.  ¡Hum,  perezosal  Parece  meütira 


—  se- 
que seas  hija  mía.  Soy  yo  capaz  de  andar 
todo  Madrid  en  menos  de  una  hora... 
Rosa  Que  no  tarde  usted  mucho. 

D.  CiP.  Kn  seguida  estoy  aquí.  (Vase  corriendo.) 


ESCENA  VI 

ROSA,  sela.  Luego  MOZO  2  ° 

Rosa  La  verdad  es  que  Madrid  debe  ser  precio- 

so... Pero  con  mi  padre  no  se  puede... — 
¡Hala!  ¡Hala!  por  esas  calles  de  Dios,  pe- 
gándose encontrones  con  toda  la  gente,..  En 
cuanto  me  case  le  voy  á  decir  á  Manolo  que 
me  traiga  á  Madrid  á  pasar  una  temporadi- 
ta  para  ver  á  mi  gusto  todos  esos  escapara- 
tes... Hoy  estoy  mareada  ..  ¡Tengo  un  peso 
en  la  cabeza! ..  Pero  puede  que  sea  el  som- 
brero... Como  no  me  lo  quité  desde  que  salí 

de  Villatorda...  (Quitándoselo.)  ¡Ah!  (respirando.) 

¡Pues  era  eetol  (se  levanta )  Así  estoy  más  á 

gusto,  (Mirándose  al  espejo  de  la  izquierda.  Deja  el 
sombrero  y  los  dulces  sobre  la  consola.)  ¡Qué  espe- 
jo tan  bonito!  Lo  cierto  es  que  tienen  muy 
bien  puesta  esta  casa.  ¡Anda,  anda!  ¡Vaya 
un  par  de  consolas!  ¿Qué  habrá  por  aquí? 

(Puena  primera  derecha.)  ¡Ay,  qué  gabinete    tan 

elegante! ¡Y  cuánto  miiñequito  de  porcelana! 
Mozo  2.0     (Entrando  por  el  íoro.)  ¡Fclices!  Voy  á  vcr  SÍ  se 

recoge   todvi    aquella,  (puerta  primera  izquierda.) 

liosA  ¡Vaya  usted,  vaya  usted! 

Mozo  2.0       Con  su  permisu.  (Desliando  una  cuerda.) 

KosA  (Mientras  viene  ese  señor,  bien  puedo  ver 

todo  esto.)  (Vase  puerta  primera  derecha.) 


ESCENA  Vil 

MOZO  2.°  Luego  FILOMENA  y  PEPITO 

Mozo  2.0  ¡Carí^spita!  ¡Y  es  guapota  de  verdal  ¡Qué 
suerte  tienen  algunos  pícarusl 

FiL.  Pase  usted,  hombre,  (a  Pej.ito.)  No  tenga  us- 

ted miedo.  Buenas  tardes. 

.Mozo  2.0     Santas  y  buenas. 


~  39  ~ 

FiL.  ¿Está  en  casa  la?...  ¡Esa  señora. 

Mozo  2. o  Por  ahí  dentru  debe  andar. 

FiL.  Gracias. 

Mozo  2.0  (Esta  debe  ser  otra  que  tal...  ¡Buenu 

Madrid,  buenu!)  (Vase  primera  izquierda.) 


ESCENA   VIH 

FILOMENA    y  PEPITO 

FiL.  Bien  puede  agradecerme  su  hermana  de  up- 

tud  lo  que  yo  estoy  haciendo  por  ella.  ¡No 
tendrá  nauchas  amigas  que  se  atrevan  a 
tantol 

Pep.  Ya  lo  creo  que  no. 

FiL.  Pero  no  todo  lo  hago  por  María.  ¡Bien  lo 

sabe  Dios!  Quiero  que  si  mi  marido  llega  á 
enterarse,  escarmiente  en  cabeza  ajena.  Mire 
usted,  mire  usted  cómo  estoy. 

Pep.  ¿Eh? 

b\i.  Tómeme  usted  el  pulso. 

Pep.  Pero  si  yo  no  entiendo...  (Tomándola  ei  pulso  } 

FiL.  Estoy  lo  mismo  que  una  pila  eléctrica. .  Se 

ría  capaz  de... 

Pep.  ¡Por  Dios,  señora,  no  vaya  usted  á  compro- 

meterse! 

FiL.  No  tema  usted.  La  educación  hará  que  me 

domine.  De  seguro  que  don  Carlos  estará 
aquí  ahora  de  vií-nta.  ¡No  van  á  ser  cuatn» 
frescas  las  que  yo  le  voy  á  decir!  Pero,  qiiiá; 
ya  tendrá  buen  cuidado  de  no  presentarse, 
¡ün  sombrero!  ¡El  suyo!  Déme  usted  un  fós- 
foro, (coge  el  sombrero  que  habrá  dejado  don  Ci- 
priano.) 

Pep.  ¿Para  qué? 

FiL.  Déme  usted  un  fósforo,  y  cállese  usted.  Yo 

sé  lo  que  me  hago. 
Pep.  Tome  usted,  tome  usted. 

FlL.  ¡Asi!  (Ahumando  la  badana  del  sombrero.) 

Pep.  Pero,  señora:  ¿va  usted  á  vengarse  en  el  som- 

brero? 

FiL.  No  se  conoce.  Si  se  atreve  á  negarlo,  esta 

mancha  en  la  frente  será  la  prueba  del  de- 
lito.  ¡El  no  ha  de  ir  á  su  casa  sin  sombrerol 

Déme  usted  otro. 


—    40  — 

Pep.  ¿Otro  sombrero? 

FiL.  -    No,  hombre;  otro  fósforo. 

Pep.  Ahí  va. 

FiL.  ¡Ajajá!  Perfectamente. 

Pep.  ¡Ay,  allí  está!  ¡Y  qué  guapa  es!  (puerta  prim. 

ra  derecha.)  ¡Ya  vieue! 
FlL.  ¿El?    (Deja    el    sombrero    sóbrenla   consola  de  la  de- 

recha.) 

Pep.  No,  señora;  ¡ella!  ¡Y  es  muy  guapa  y   muy 

buena  moza!  (con  entusiasmo.) 

FiL.  ¿También  usted? 

Pep.  ¡Señora!... 

FiL.  Déjeme  usted  sola  con  ella.  Espéreme  usted 

en  la  portería. 
Pep.  Pero  es...  que  yo... 

FiL.  Ya  no  me  hace  usted  falta.  Un  chico  como 

usted  no  debe  presenciar  estas  entrevistas. 

¡Ande    usted,    ande    usted!   (Le  empuja  hasta  la 

puerta.)  (Sería  un  peligro  para  este  mucha 
cho... 

ESCENA  IX 

FILOMENA  y  ROSA.  Al  final  PlIPITO 

Rosa  (¡Pero  cuantísima  chuchería  hay  aquí!)  ¡Eh! 

¡Una  señora! 

FiL.  Señorita...  (¡Y  que  tenga  que  llamarla  seño- 

rita!) 

Rosa  Servidora  de  usté. 

FiL.  (¡Jesús,  y  qué  cursi!  ¡Claro!  ¡Dios  sabe  lo  que 

habrá  sido!)  ¿No  eí^peraría  usted  ista  visita? 

Rosa  No,   teñora;   pero  me  alegro,  porque  ya  me 

cansaba  de  estar  sola. 

FiL.  (¡Sola!  pMra  quien  te  crea) 

Rosa  ¿Viene  usted  á  esperar  á  alguno? 

FiL.  No;  es  decir,  si.  Vengo  á  esperar  á  uno...  A 

Carlns. 

Rosa  ¿A  don  Carlos  Menéndez? 

Fu.  ¡Justo,  á  ese! 

Rosa  Pues  también  yo  le  estoy  esperando. 

FiL.  (¡Y  con  qué  frescura  lo  confiesa!) 

Rosa  Siéntese  usted;  ya  no  debe  tardar. 

FiL.  Oiga  usted,  joven.  (Yo  no  la  Hamo  señora.) 

¿Sabe  usted  quién  soy  yo? 


—  41    - 

Rosa  No,  señora,  si  usted  no  \i.n  lo  d¡( 

FiL.  Pues  yo  «oy  el  ángel  tutelar  de  ui.a  ihuhhm; 

la  persona  que  viene  aquí  á  velar  por  hí 
tranquilidad  de  un  matrimonio;  la  ami^'a 
leal  y  cariñosa  que  desciende  á  este  tí^rreno 
para  defender  los  sagrados  derechos  de  uuii 
esposa  modelo  de  bondad  y  de  cariño.  ¡E«a 
soy  yol 

Rosa  ¡Caramba!  Pues  debe  usted  ser  muy  buena. 

FiL.  ¡Mejor  que  usted! 

Rosa  ¡Señora!  Yo... 

FiL.  ISé  lo  que  es  usted.  No  necesita  usted  expli  ■ 

Carmelo. 

Rosa  ¿Que  lo  sabe  usted? 

FiL.  81,  señora;  lo  sé  todo.  No  se  descubrirían  tan 

fácilmente  estas  cosas  si  ustedes  tuvieran 
más  cuidado  cuando  escriben  esas  cartitan. 

Rosa  ¿Esas  cartitas? 

FiL.  No  me  lo  niegue  usted.  ¡La  he  leído  yo! 

Rosa  ¿Pero  el  qué? 

FiL.  La  caria  en  que  usted  le  pide  á  Carlos  las 

(íuatro  mil  peinetas. 

Rosa  ¡Ah!  ¡Ya!  Pero  esa  carta  no  se  la  escribí  yo. 

FiL.  ¿Que  no,  eh? 

Rosa  No,  señora,  f^e  la  escriljió  mi  padre. 

FiL.  ¡Su  padrei 

Rosa  Sí,  señora.  ♦ 

FiL.  Pero  ¿su  padre  de  usted  se  rebaba  hasta  ese 

punto? 

Rosa  ¿Cómo  rebajarse?  El  no  hace  más  que  recia, 

mar  lo  que  le  corresponde.  El  figurar  cuesta 
siempre  muy  caro.  Y  sobre  todo,  «<hm, m  »-! 
que  quiera  favores  que  los  pague. 

FiL.  (¡Qné  cinismo!) 

Rosa  Pues   bueno  fuera  que  perdiéramos  ahora 

ese  dinero. 

FiL.  ¿Pero  usted  sabía  ya  que  Carlos  era  un  hom 

bre  casado? 

Rosa  ¡Toma!  ¿Y  eso  qué  importa? 

FiL.  (Pues,  Feñór,  esta  mujer  no  tiene  ni  pizca  de 

vergüenza.) 

Rosa  Me  parece  que  no  habrá  nadie  que  nos  pro- 

hiba... 

FiT ,  Lo  que  le  prohibo  á  usted  terminantemente 

es  que  ponga  los  pies  en  casa  de  ese  hombre. 

ilosA  ;En  casa  de  don  Carlos? 


—  42   — 

FiL.  Sí,  señora. 

Rosa  Pues  si  ya  estuvimos. 

FiL.  ¿Que  ya  estuvieron  ustedes? 

Rosa  íjí,  señora,   hace   poeo.   Y  por  cierto  que  se 

mujer  ha  sido  tan  atenta,  que  ni  siquiera  ha 
querido  recibirnos 

FiL.  Naturalmente.  ¡Pues  no  faltaba  más!  Se  ne- 

cesita valor  para  semejante  atrevimiento. 
No  parece  sino  que  todas  somos  iguales. 

Ro?A  Oiga  usted.  ¿Es  algún  título  esa  señora? 

FiL.  Tiene  un  título  que  la  hace  acreedora  al  res- 

peto y  á  la  consideración  de  todo  el  mundo. 
¡Es  una  señora  casada! 

Rosa  ¡Vaya  una  cosa!  Si  ella  está  casada,  también 

vo  lo  estaré  dentro  de  muy  pocos  días. 

FíL.  ¿Usted? 

Rosa  Sí,  señora,  ¡yo!  Y  me  casaré  con  un  hombre 

mucho  más  rico  que  don  L arlos. 

FiL.  Pues  me  alegro   mucho.  Así  terminará  todo 

esto.  No  vuelva  usted  á  acordarse  de  CárlocJ 
en  su  vida. 

Rosa  Eso...  según  y  conforme. 

FlL.  ¡Se  lo  prohibo  á  usted!  (Muy  iucomodada.) 

Rosa  ¿A  mí? 

PeP.  ¡Se  van  á  pegar!  (Asomándose  puerta  del  foro.) 

FiL.  Bueno.  Pues  sépalo  usted  de  una  vez.  Si 

continúa  usted  en  su  conducta,  soy  capaz, 
de  dar  parte  al  gobernador  de  la  provincia 
para  que  le  detenga  á  usted  por  seducción 
de  menores... 

Rosa  ¿Eh? 

Pep,  El  no  lo  es,  pero  para  este   caso  como  si  lo 

fuera. 

Rosa  ¡Pero  qué  está  usted  diciendo! 

Pep.  Señora, no  se  comprometa  usted,  (a  Filomena.) 

FiL.  Lo  dicho.  Quede  usted  con  Dios,  (a  Rosa.) 

Rosa  Vaya  usted  enhorabuena. 

FiL.  Ande   usted,   Pepito.  Ande  usted.  (Anímese 

mucho  este  mutis.) 

Pep.  ¡Eso  es!  Por  seducción  de  menores,  (va  hasta 

la   puerta   y   vuelve.)   AdiÓS...    ¡Simpática!    (Vase 
corriendo.) 
Rosa  Adiós...  ¡feo!  (Desde  la  puerta  del  foro.) 


ESCENA  X 

ROSA,  lióla 

Vaya  con  la  señora.  ¡Y  qué  furiosa  se  ha 
puesto!  Y  decía  que  era  un  ángel  tutelar.  No 
está  mal  angelito.  ¿Qué  familia  será  esta? 
Pero  ya  caigo.  Aquí  en  Madrid,  yon  muy 
listos...  Estos  han  venido  echados  pur  don 
Carlos,  para  meternos  miedo,  y  á  ver  si  no.'* 
volvemos  al  pueblo  sin  esos  cuartos.  ¡81! 
Pues  á  buena  parte  vienen.  Pero  ei  esto  ya 
me  lo  temía  yo.  Si  ya  se  lo  dije  muchas  ve- 
ces a  mi  madre.  «Mireu^ted,  madre,  que 
ese  señor  de  Madrid  será  todo  lo  honrado 
que  ustedes  quieran,  pero  la  verdad  es  que 
mi  padre  está  adelantando  el  dinero,  y  luego 
va  á  costar  un  triunfo  el  cobrárselo.»  Aho- 
ra se  convencerán...  ¡Y  mi  padre  sin  venir!... 
¡Dichosos  décimos!  Con  esto  y  con  que  no 
salgan  premiados...  ¡Ay,  vn  caballero! 


ESCENA  XI 


DICHOS  y  DON  fíEXIESIO,  con  UQ  ramo  de  flores.  Al  flual 
MOZO  1.*^ 

D.  Nem.       (Allí  está.)  Señorita... 

Rosa  (¡Quién  será  este  buen  señor!) 

D,  Nem.  (Tiene  razón  Leo[joldo.  Es  de  primer  orden.) 
Perdone  usted  mi  atrevimiento;  pero  cono- 
ciendo sus  aficiones  he  creído  que  la  mejor 
tarjeta  de  presentación  sería  este  perfuma- 
dísimo bouquet. 

Rosa  (Bu...  ¿qué?) 

D.  Nem.       Yo  le  ruego  á  usted  que  lo  acepte.^ 

Rosa  ¡Ah!  ¿Pero  estas  flores  son  para  mí?  (cogiendo 

el  ramo.) 

D.  Nem.       Para  usted. 

Rosa  Pues  muchas  gracias.  ¿\  qué  \'u>  u  ^acer 

yo  con  ellas? 
D.  Nem.       Pues  lo  que  usted  quiera...  Aunque  yo  pre- 


~  44   — 

feriría  que  las  fuera  usted  colocando  una  á 

una  sobre  ese  herQiosÍJrimo  busto. 
Rosa  ¿Sobre  cuál?  (uiiaudo'k'^todos  iodos.) 

D.  Nem.       ¡Ahí!  sobre  su  corazón. 
Rosa  (¡Ay!  Si  estará  tocado  este  señor.) 

D.  Nem        ¡No!  Tranquilícese  usted...  (Me  parece  que 

nae  he  escurrido  demasiado  pronto.)  Vengo 

con  una  delicada  naision. 
Rosa  ¿Eh? 

D.  Nem.       Pero  siéntese  usted   Sentémonos.  Tenemos 

que  hablar  de   un  asunto  que  le  interesa  á 

usted  muchísimo. 

Rosa  Usted  dirá.   (Ss  sientan.  Ella  en  la  butaca   de  la  iz- 

quierda. Don  Nemesio  en  una  silla  volante.) 

D.  Ne.\?.  Tengo  que  darle  una  noticia  muy  desagra- 
dable. 

Rosa  ¡Ah,  vamos!  ¡V'iene  usted  de  parte  de  don 

Carlos! 

D.  Nkm        jJusto!  Pero,  qué,  ¿usted  conoce  á  Garlitos? 

Rosa  No,  señor;  pero  le  estoy  esperando. 

D.  Nem  Pues  no  puede  venir.  Yo  soy  el  encargado 
de  decirle  á  usted...  que...  le  va  á  sorpren- 
der  á  usted  la  noticia.,,  pero .. 

Rosa  No,  si  me  la  figuro.  Ya  no  me  cogerá  de  sor- 

presa. 

1).  Nem.  Pues  bien.  Sépalo  usted:  Leopoldo  se  ha 
marchado  al  extranjero. 

Rosa  ¿Leopoldo? 

D.  Nem,  Sí,  señora.  Esta  misma  tarde.  Va  lejos... 
muy  lejos...  A  Escocia...   A  tomar  el  aceite 

de    hígado   de   bacalao...   (Rosa  hace  un  gesto  de 

repugnancia.)  Se  lo  he  aconsejado  yo.   Está 

muy    delicado    el    pobrecito.    (Movimiento    de 

Rosa.)  Yo  creo  que  no  vuelve.  Pero  Ccilmese 
usted.  Aun  quedan  en  Madrid  personas  de 
gusto  y  de  dinero  dispuestas  á  todo. 

ivüSA  ¿Qué?  (Con  gran  extrañeza.) 

Ü.  Nem.         iCompletamente  á  todo!  (Acercándose  más.) 

KosA  Pero,  ¿usted  sabe  con  quién  habla? 

D.  Nem.  No  se  ofenda  usted.  Si  él  mismo  me  ha  con- 
tado la  historia. 

Rosa  «'(/Uando  digo  que  este  señor  no  está  bueno...) 

i).  Nem  Un  paseo  á  la  Prosperidad...  Una  tarde  se- 
rena y  apacible...  De  pronto  el  cielo  se  enca- 
pota... 

Rosa  (jSí,  pues  ya  escampa!) 


D.  Nem.  La  noche  se  aproxiaia...  la  tempestad  arre- 
cia... un  horrible  trueno  estalla  en  el  ea- 
pació... 

Rosa  (¡Santa  Bárbara  bendita!) 

D.  Nem  Los  caballos  ee  desbocan...  y  un  maiínífico 
lando  cae  sobre  la  cuneta  del  camino... 
f;Kh?  ¿Qué  tal"?  ¿Creía  usted  que  yo  no  sa- 
bía nada? 

Rosa  (¡Ay,  Dios  mío!)  (Levantándose)  Caballero,  le- 

suplico  á  usted  que... 

D.  Nem  Sí,  tiene  usterl  razón.  He  sido  un  indiscreto. 
Pero  nada;  ¡soy  una  tumba!  Viva  usted  tran- 
quila. No  volveré  á  decir  una  pídabr^i,  Aquí 
tiene  usted  lo  prometido.  (Esto  la  calmará.) 

(Dándole  la  carta  con  los  billetes.) 
Rosa  Pero,    ¿qué    me    da    usted?   (sin  atreverse  á  to- 

maría.) 

D.  Nem.       Las  cuatro  mil  pesetas. 
Rosa  ¡Gracias  á  Diosl   (con   mucha  alegría.)    Pues, 

hombre,  podía  usted  haber  empezado  por 

ahí!  (Deja  el  ramo  de  flores  sobre  la  butaca.) 

D.  Nem.       (Ya  se  ha  puesto  como  unas  Pascuas.) 

Rosa  Muchísimas  gracias...  ¿Conque  ha  sido  usted 

el  encargado  de...? 

D.  Nem:  Sí,  señora.  Yo  soy  una  especialidad  para 
esta  clase  de  comisiones,  sobre  todo,  cuando 
se  han  de  cumplir  cerca  de  uní  joven  tan 
hermosa  como  usted. 

Rosa  Favor  que  usted  rne  hace. 

D.  Nem  ¡Justicia,  nada  más  que  justicial  Tiene  usted 
unos  ojo-=...  y  una  boca  y...  ¡Ay,  qué  boca!... 

Rosa  Vamos,  hombre,  no  sea  usted  provocativo. 

D.  Nem        Le  advierto  á  usted  una  cosa. 

Rosa  ¿Qué"? 

D.  Nem.       ¡Que  yo  soy  viudo! 

Rosa  ¿Sí?  Acompaño  á  usted  en  el  sentimiento. 

D.  Nem,  ¡Al  contrario!  Si  así  me  encuentro  perfecta- 
mente. La  viudez  es  el  estado  perfecto  del 
hombre.  Porque  un  viudo  es  tan  libre  como 
un  soltero  y,  naturalmente,  n»  tlpu.^  los 
compromisos  de  los  casados. 

Rosa  ¡Ya!  (¡Miren  el  vejete!) 

D.  Nem,  Y  cuando  el  viudo  es  de  mi  edad  ..  y  de  mi 
posición...  y  de  mi...  En  fin...  ¿Quiere  usted 
tomar  algo? 

Rosa  No,  señor,  muchísimas  gracias. 


—  46  — 

D.  Nem        ¿Unos  dulcecitcs? 

Rosa  No,  si  tengo  allí. 

1).  Nem.  Ya  sé,  ya  sé  que  le  gustan  á  usted  mucho 
los  dulces...  ¿Los  merengues,  eh?  ¡Ah,  los 
merengues  son  deliciosos! 

Rosa  8í,  señor,  que  me  gustan  los  merengues 

]).  Nem.       ¿Sí?  Pues  voy  en  seguida. 

Rosa  Pero,  caballero... 

D.  Nem.  ¡No  me  conoce  usted!  Esa  leve  indicación 
es  un  mandato  para  mí.  Los  tendrá  usted 
inmediatamente. 

Rosa  Pero... 

D^  Nem.  ¡Nada,  los  tendrá  usted!  Adiós,  hermosí- 
sima!  (ai  salir    tropieza  con   el  Mozo    1.°,  que  entra 

con  una  escalera  de  mano.)  ¡Caracoles!  ¡Otra  vez! 

(Vase.) 

Mozo  1.^  ¡Usted  perdone!  (A  ver  si  acabamos.)  ¡Pa- 
chíu,  Pachín!...  ¿Por  dónde  andas,  hombre? 

(Vase  puerta  segunda  izquierda.) 


ESCENA  XII 

ROSA,   sola 

Pero,  señor;  ¡qué  tipos  tan  extraños  hay  en 
este  Madrid!  Este  señor  empeñado  en  convi- 
darme á  merengues.  ¡Cuando  yo  decía  que 
no  estaba  bueno  de  la  cabezal  Pero,  en  fin, 
lo  principal  es  que  ya  tenemos  el  dinero.  A 
ver.  (Abre  el  sobre.)  Mil  pesetas...  otras  mil... 
tres  mil...  cuatro  mil...  ¡La  cuenta!  ¿Un  pa- 
pel? (Leyendo.)  «Ahí  va  ese  dinero.  Hornos 
concluido.  No  vuelva  usted  á  acordarse 
de  L. .»  ¿De  L?...  ¡Ah,  vamos!  De  tle-ciones. 
Esto  es  que  ya  no  vuelve  á  presentarse... 
Pero,  ¿y  mi  padre?  ¿En  qué  pensará?  Yo  no 

agU'irdo  más  en  esta  casa.  (Se  dispone  á  ponerse 

el  sombrero.)  Le  esperaré  abajo.  Jesús,  qué 
dichoso  sombrero!  ¡Es  claro!  La  falta  de  cos- 
tumbre. .  (sigue  mirándose  al  espejo  sin  poneise  el 
sombrero.) 


ESCENA  XIII 

DICHA,    MARÍA    y    CARLOS 
CaR.^  ¡Vamos,  paeal  (a  María  en  el  foro.) 

María  (¡Por  Dios,  Carlos,  no  me  exijas  ese  Facri- 

ficio!) 

Car.  (Ya  que  todas  mis  reflexiones  han  sido  in- 

útiles, quiero  que  te  convenzas  por  tí  mi^ma 
de  que  tus  sospechas  son  injustas.) 

María  Pero... 

Oar.  ¡Pasa!   ¡Pasa!   ¡Ah,  allí  está!  (viendo  á  ros«.) 

¡Señorita! 

Rosa  ¿Eh?  (¡Una  pareja!)  (1) 

Car.  Tenga  usted  la  bondad  de  contestar  categó- 

ricamente á  mis  preguntas.  ¿Quién  soy  yo? 

•  (Movimiento  de  extrañeza  en  Rosa.)  Conteste  listed, 

yo  se  lo  suplico...  ¡Diga  usted  á  esta  señora 

quién  soy  yo! 
Rosa  ¡Toma!  ¿Y  yo  qué  sé? 

Car.  ¿Lo  ves?  (a  María.)  ¿Le  he  dado  yo  á  usted 

nunca  ni  el  valor  de  una  peseta? 

Rosa  ¿A  mí?  (con  extrañeza.) 

Car.  (¿Lo  ves?)  ¿Me  he  permitido  jamás  la  menor 

libertad  con  usted? 
Rosa  ¿Conmigo?  ¡Ya  se  guardaría  usted  muy  bien! 

Car.  (¿Lo  ves?)  (a  María,)  ¿A  quien  haestado  usted 

esperando  esta  tarde? 
Rosa  Pues,  á  un  caballero. 

Car.  ¿a  don  Leopoldo  Aguirre? 

Rosa  No,  señor;  á  don  Carlos  Menéndez. 

Car.  ¿Eh?  (sorprendido.) 

María  ¿Lo  ves?  ¡Niégalo  ahora!  (Rompiendo  á  llorar.) 

Car.  Oiga  usted,  señorita. 

María  ¡Ay,  Dios  mío  de  mi  alma!  (Llorando,  so  ^..-nta 

en  la  butaca  de  la  derecha.) 

Rosa  (¿Por  qué  llora  esta  señora?) 

Car.  Pero,  calla,   mujer...  Si  debe  haber  algñn 

error..    Haga  usted  el  favor  de  expli'""-"  . 

(a  Rosa.) 


(l)      María— Carlos-  Rosa. 


—  48  — 

Rosa  Pues   no   hay  más   explicación  que  esta... 

Aquí  tengo  la  carta  con  las  cuatro  mil  pese- 
tas. Me  la  acaba  de  ciar  el  señor  de  los  me- 
rengues. 

Car.  ¿Quién? 

Rosa  Un  señor  muy  empalagoso,  y  que  creo  que 

es  viudo. 

Car.  ¡Don  Nemesio!...  ¡Tranquilízate,  por  la  Vir- 

gen ^Santísima!  (a  María.)  ¿Me  hace  usted  el 
favor  de  esa  carta?  (a  Rosa.) 

Rosa  Tómela  usted,  (se  la  da.) 

Car.  ¡Maruja,  por  los  clavos  de  Cristo!  ¡Aquí  tie- 

nes la  pruebal  ¡Convéncete!  (a  María,  que  sigue 

llorando.) 

Rosa  Pero,  oiga  usted  caballero,  ¿esa  señora  tiene 

algo  que  ver  con  don  Carlos? 
Car.  ¡Es  mi  esposa!  Y  no  comprendo  por  qué  dice 

usted  que  esta  carta  es  mía. 
Rosa  ;.De  usted?  ¡Pero,  hombre  de  Dios,  si  ya  le 

he  dicho  que  es  del  señor  de  Menéndez! 
Car.  ¡Es  que  el  señor  de  Menéndez  soy  yo! 

Rosa  ¿Que  es  usted  don  Carlos? 

Car.  Sí,  señora;  el  mismo. 

Rosa  ¡Acabáramos! 

Car.  y  no  tolero  de  ningún  modo  que  mi  nom- 

bre suene  para  nada  en  esta  casa. 
Rosa  ¡Usted  perdone!  Pero  íi  yo  le  esperaba  aquí, 

es   porque   así  me  lo  mandó   un   amigo  de 

usted. 
Car.  ¿Un  amigo  mío? 

Rosa  Sí,  señor,  sí.  Y  ya  me  voy  yo  cansando  de 

dar  tantas  explicaciones. 
Car.  ¡Pero  esto  es  una  infamia! 


ESCENA  XIV 

DICHOS  y  LEOPOLDO 

íiEOP.  ¡Manuel!  (Dentro.)  ¡Manuel! 

Rosa  ¡Ahí  le  tiene  usted!  (ai  presentarse  Leopoldo  en  la 

puerta  del  foro  ) 
LeoP.  ¿Eh?  (Sorpreudióudose  al  entrar.)   ¡  A.h!    (Tranquili 

zándosc.)  ¡8on  ustedes!  ¿Pero,  cómo  tu  mujer 
en  esta  casa?  (a  carios.) 


—  49  — 

Rosa  Este  señor  es  el  que  me  dijo  que  usted  ven- 

dría por  aquí  (1). 
Car.  ¿Tú? 

Leop.  iSí,  hombre,  se  lo  dije  por  hacerte  un  favor. 

(Aparte  á  Carlos.) 

Car.  ¡Leopoldo! 

Rosa  (¡Ya  pareció  don  Leopoldo!)  (vase  ai  foro.) 

Leop.  Me  la  encontré  en  tu  casa. 

Car.  ¿En  mi  casa? 

Leop.  Acaba  de  llegar   del  pueblo  con  su  padre, 

con  el  señor  Polvorilla. 

Car.  ¿Eh? 

María  ¿Qué?  (levantándose.) 

Car.  (¿Pero  esta  joven  no  es  Paz?)  (a  Leopoldo.) 

Leop.  ¡Qué  ha  de  ser  Paz,  hombre!...   ¡Si  Paz  hace 

tres  horas  que  salió  de  Madrid!  Ahora  acabo 
de  saberlo...  Estoy  loco  de  alegría...  (Recorre 

la  escena  en  busca  del  portero.) 

Car.  ¡Ay,  señorita,  usted  perdone!...  ¿Conque  68 

usted  la  hija  de  mi  amigo  don  Cipriano?... 
Rosa  Sí,  señor. Rosa  Bermejo,  para  servir  á  usted... 

Car.  Tengo  muchísimo  gusto...   ¡Salúdala,  mu- 

jerl...  Pero  antes  abrázame...  ¡Ay,  qué  peso 

se  me  ha  quitado  de  encima! 
Leop.  (¿En  dónde  estará  ese  portero?)  (Bascando.) 

Car.  ¿y  su  padre  de  usted?  ¿Por   dónde  anda  el 

bueno  de  don  Cipriano? 
Rosa  Salió  á  hacer  unos  encargos  y  no  acaba  de 

volver. 
Car.  Pues  vamonos.  Ya  irá  luego  por  casa. 

María         Sí,  vamonos  de  aquí. 
Car.  ¡y  nosotros  que  creíamos!  iJa,  ja,  ja! 

María         ¡Valiente  susto  hemos  pasado!  ¡Ja,  ja,  ja! 
Rosa  ¿Pero  por  qué  se  ríen  ustedes? 

Car.  Por...  nada.  Porque  creíamos  que  usted  era... 

María         ¡Carlos!...  (a  Rosa.)  Ande  usted;  no  debemos 

continuar  en  esta  casa. 
Car.  Sí,  ¡vamos,  vamos! 

Rosa  Bueno,  vamos.  (S3  dirige  ai  foro  y  se  pone  el  som- 

brero.) 

Leop.  ¡Por  Dios,  María,  perdóneme  usted  y  que 

no  sepa  nada  Filomena!  Ya  couoce  usted  su 
carácter  (2). 


(1)  María— Carlos— Leopoldo— Rosa. 

(2)  Carlos— Leopoldo— María— Rosa. 


-    60  — 

María         Merecía   usted  que  ee  lo  dijera  todo,  por 

lo  que  me   ha  liecho  sufrir  en  estas   dos 

horas. 
Leop.  I.o  creo,  f-í,  señora,  lo  creo. 

Car.  Queda   traníjnilo.    Por    nosotros   no   sabrá 

nada.  Convencida   como   está  ya   Maiía  de 

mi  inocencia,   no   tengo   inconveniente  en 

cargar  con  est9  sambenito. 
Leop.  ¡Muchas   gracias,  Carlos,    muchísimas  gra-' 

ciasl  (Abrazándole.)  Me  oliezco  á  la  recíprocfi. 
María  ¡Pero,  hombre! 

Leop.  ¡Ay,  usted  perdone;  si   no  sé  lo   que   me 

digo! 
Car.  (¡Vaya,  abur!  ¡Ande  usted,  señorita!)  (a  kosa  ) 

Rosa  (Pues  señor,  que  no  lo  entiendo.) 

María         Ande  usted,  ande  usted,  (vanse  María,   Kosa  y 

Carlos.) 

Leop.  ¡Hasta  luego!— ¡En  seguida  vuelvo  yo  á  me- 

terme en  más  aventuras  amorosas!  ¡Manuel! 


¿En   dónde   demonios  estará   ese  portero":- 


¡Manuel! 


ESCENA  XV 


LEOPOLDO  y    PORTERO 


PoRT.  ¿Qué  es  eso?  ¿Quién  llama?  (por  ei  foro. "I 

Leop.  ¡Venga  usted  acc^,  hombre;  venga  usted  acá! 

Fort.  ¡Señorito!  ¿Por   aquí   otra   vez?  ¡Cuánto  me 

alegro!  Si  es  lo  que  yo  digo.  Cuando  u.: 
hombre  pierde  la  chaveta... 

Leop.  Usted  sí  que  la  ha  perdido. 

Fort.  No  diré  que  no...  Tengo  la  cabeza   llena  de 

baldosillas  .. 

Leop.  ¿No  sabe  usted  lo  que  sucede? 

PoRT.  ¿Qué? 

Leop.  Que  Faz  se  ha  marchado  de  Madrid. 

PoRT.  ¿Con  quién? 

Leop.  Con  un  teniente  de  caballería. 

Fort.  ¿Con  un  tenic  nte?  ¡Si  ya  lo  decía  yo!  Si  te- 

nía que  acabar  de  mala  manera. 

Leop.  Avise  usted  al  cah.ero,  y  que  mañana  mismo 

disponga  del  cuarto... 

Fort.  Han  venido  unos  mozos  del  mueblista. 


—  61  — 

Ledp.  Pues  que  se  lleven  todo...  Conmigo  no  tie- 

nen que  entenderse  para  nada...  Ande  u? 
ted,  ande  usted... 

PoRT.  Voy,  voy...  ¡Mire  usted  que  dejar  á  este  se- 

ñorito por  un  teniente!  (Vase  primera  izqaicMa.) 


ESCENA  XVI 


LEOPOLDO,  luego    FILOMENA  j;  PRPITO,  MOZOS  I. 


Leop.  [Ayl   ¡Gracias  á  Dios!  ¡Que  en  paz  me  ho 

quedado  desde  que  me  falta  lii  Paz!  ¡En' 
Cruz  y  raya.  Voy  á  pagar  al  tapicero,  y  eii 
seguida  á  casita,  á   ser  un  modelo  de'ma 

ridos.  (ai  salir  por  la  puerta  del  foro  se  oye  dentro 
la  voz  de  Filomena.  Leopoldo  retrocede  aterrado.) 
¡Santo  Dios!  ¡Mi  mujerl  (ai  dirigirse  puerta  se- 
gunda izquierda  tropieza  con  el  Mozo  1.**,  que  .«al-* 
cargado  con  dos  sillas.) 

Mozo  l.o     ¡Cuidado! 

Leop.  ¿Dónde  me  escondo?  (Tropieza  en  la   puerta  pri 

mera  izquierda  cou  el  Mozo  2.°  que  sale  con  otras  dcM 
sillas.) 

Mozo  2.0     ¡Allí  va  esu! 

Leop,  ¡Me  estrangula!  ¡Ya  lo  creo  que  me  estran- 

gula! (corre  tropezando  en  los  muebles,  y  se  mete 
en  puerta  primera  derecha.) 

FiL.  Indudablemente,  la  pulsera  ha  debido  caér- 

seme por  aquí.  (Entrando  seguida  de  Pepito.) 

Pep.  Tiene  usted  razón,  aquí  debe  estar,  (vause  ios 

dos  mozos.) 


ESCENA  XVII 


FILOMENA,  pepito  y  LEOPOLDO  oculto 


FiL.  Cualquiera  la  va  á  encontrar  ahora,  si  están 

de  mudanza.  ¡Busque  usted!  ¡Busque  usted 
bien  por  ahí! 

Leop.  (¡Me  andan    buscando!)    (puerta    primera    aere- 

cha.  Cierra  la  puerta.) 

Pep.  Parecerá;  no  se  apure  usted. 


—  62  — 

FiL.  No  eabe  usted  lo  que  yo  lo  siento. 

Pep.  Acaáo  esté  ya  en  poder  de  esa  señorita. 

FiL.  jAy,   pues  eso   si  que   no  puedo   tolerarlo? 

Una  alhaja  que  yo  tengo  en  tanto  aprecio.». 
¡Nada,  Fepitol  Le  digo  á  usted  que  yo  no- 
puedo  tolerarlo. 

Pep.  Bueno,  señora,  no  lo  tolere  usted. 

FiL.  Busque  usted,  hombre,  busque  usted  con 

cuidado. 

Pep.  Ya  lo  hago,  señora. 

FiL.  ¡Jesús!  ¿Para  qué   habré  venido  yo   á  esta 

casa? 

Pep.  Espéreme  usted  aquí.  Voy  á  preguntar  á 

esa  señorita... 

FiL.  Llámela  usted.  Llámela  usted  en  seguida... 

Pep,  (¡Qué  gusto,   ahora  la   veré!)  (nesde  la  puerta 

primera  derecha.)  ¿Se  puede?  (¡Tendría  gracia 
que  yo  deshancase  á  mi  cuñado!)  ¿Se  puede'? 
áiento  pasos,  (con  alegría  )  Por  aquí  debe  an- 
dar. (Entra  puerta  primera  derecha.) 

FiL.  ¡Jesús!  ¡Qué  desorden  el  de  estas  casas!  (ai 

buscar  por  todas  partes  la  pulsera,  deja  los  muebles 
en  completo  desorden.)  ¡Nada,  nO  parece!  (se  oye 
dentro  el  ruido  de  una  bofetada,  seguido  de  un  iay! 
agudísimo  de  Pepito.) 

Pep.  ¡Ay!  (Demro.) 

FlL,  ¿Eh?  ¿Qué  será  eso?    (Entra    puerta  primera    de- 

recha.) 

Leop.  ¡Maria  Santísima!  ¡Qué  bofetada!  (saie  preci- 

pitadamente por  la  puerta  segunda  derecha,  sin  som- 
brero.) ¡Ay,  el  sombrerc!  Se  me  ha  caído  el 
sombrero...  ¡Ay!   ¡Aquí  está   unol  (se  pone  ei 

que  habrá  dejado  don  Cipriano.)  ¡Me  he  Salvado! 
(Vase  corriendo  por  el  foro.) 


ESCENA  XVIII 

FILOMENA   y  PEPITO 

Pep.  ¡Ay!  Por  poco  me  deshace  las  muelas,  (saiieu- 

do  con  la  mano  en  la  mejilla.) 

FlL.  Tero,  ¿quién  ha  sido? 

Pep.  Un  bulto.  Yo  no  he  visto  más  que  un  bul- 

to... Al  abrirla  puerta  del  gabinete...  ¡Zas!... 
FiL.  ¡Pobre  Pepitol 


—  63  — 

Pep.  Vamonos,  vamonos  á  la  calle... 

FiL,  A  ver,  hijo  mío,  á  ver  si  eangra  usted...  (ri»c4 

el  pañuelo  con  la  pulsera    enganchada    en    él.)  ¡Val 

game  Diosl  ¡Si  está  aquí! 

Pep.  ¿Quién?  (Retrocede  asustado.) 

Fu..  ¡La  pulsera! 

Pep.  Creí  que  el  de  la  bofetada. 

FiL.  ¿Lo  ve  usted?  ¡Si  no  sé  cómo  tengo  la  ca- 

beza! 
Pep.  ¡Ni  yo! 


ESCENA  XIX 

DICHOS  y  DON  CIPRIANO  con   ocho  ó   diez  paquetes  de  varios   ta 
maños.  Todos  estos  paquetes,  menos  el  en    que  se  suponen  los  flore- 
ros, pueden  ir  atados  formando  un  solo  bulto 

D.  CiP.        ¡Ea!  Ya  están  despachados  todos  los  encar- 

Pep.  ¡Ay!  (Asustándose.)  Vámonos,   por  Dios,  que 

aquí  no  estamos  seguros. 
í'iL.  ¡Jesús,  hijo!  No  he  visto  un  hombre  más 

apocado  que  usted. 
Pep.  Señora,  ni  que  tuviera  uno  la  cara  de  cartón 

piedra. 
FiL,  Vámonos,  vámonos...  ¡Ahur! 

Pep  .  Usted  lo  pase  bien. 

D.  CiP.        Vayan  ustedes  enhorabuena. 


ESCENA  XX 

DON    CIPRIANO 

Los  regalos  para  mi  mujer...  el  traje  de  mi 
sobrino...  los  floreros  para  la  boticaria...  ¿V 
los  décimos?  ¿Dónde  los  he  puesto?  ¡Ahí 
Están  aquí.  ¡Ajajá!  Está  todo...  Me  parece 
que  no  se  me  ha  olvidado  nada...  Para  en. 
cargos  no  hay  otro  como  yo...  Pero  esa  chi- 
ca..  ¿Por  dónde  andará?   ¡Rosa!...   ¡Mucha 

cha.  (Vase  segunda  puerta  Izquierda.) 


—  64 


ESCENA  XXÍ 

DON    NEMESIO,    seguido  de  un  MUCHACHO,    dependiente    de  une> 
conflleiía,  con  una   greu  bandeja  con  merengues 

D.  NeM,        ¿Se  puede?...  No  está...  (Entra  y  deja  el  sombrero 
sobre  la  consola  de  la  derecha.  El  ehico  se  queda  en  la 

puerta  del  foro.)  Trae  acá  esa  bandeja.  Toma. 

Eso    para,   ti.  (Le  da  la  propica   y    se  va  el  chico.) 

Son  de  lo  mejorcito  de  la  Mahonesa...  ¡Y 
que  digan  que  estas  mujeres  cuestan  carasl 
La  cuestión  está  en  entenderlas...  Por  cator- 
ce reales  de  merengues,  conquista  segura... 

(Deja  la  bandeja  sobre  una  silla.)    En  eSta  Casa  no 

hay  quien  le  anuncie  á  uno...  (puerta  primera 

derecha.)  ¿Sc  puede? 


ESCENA  XXII 

DICHOS  y  DON  CIPRIANO  que  sale  de  la   puerta  segunda  izquierda,, 
luego   PORTERO 

D.  Cip.         ¿Por  dónde  se  habrá  metido? 

D.  NfM.         ¿Eh?  (Oyendo  á  don  Cipriano.) 

D.  CiP.  ¡Muchacha!  ¡Muchacha!  (Dirígese  puerta  primera 

izquierda.) 

Por.  ¿Qué  es  eso?  ¿A.  quién  llama  usted? 

D.  Cip.  ¡A  la  chica!  A  una  señoriia  que  estaba  aqui. 

Por.  ¿y  la  busca  usted  en  esta  casa? 

D.  Cip.  í5Í,  señor. 

Por.  Pues  échela  usted  un  galgo. 

D.  Cip.  ¡Eh! 

D.  Nem.  ¿Qué? 

Por.  Se  lia  marchado  de  Madrid. 

D.  Cip.  ¿Que  se  ha  marchado? 

Por.  Sí,  señor.   ¡Se  ha  escapado  con  un  teniente! 

D.  CiP.  ¿Kh?  ¿Con  un  teniente?  ¡Virgen  del  Carmen! 

¡El  de  la  reserva!  ¡Pero  esto  es  una  traiciónl 

¡Si  esto  no  es  posible! 

Por.  Pues  lo  es.  (Vaae  segunda  derecha.) 


~  66  — 

ESCENA  XXIII 

DICHOS,  menos  el  PORTERO 

D.  CiP.  jPor  eso  tenía  tanto  empeño  en  quedarse 
sola!  ¡Engañarme  de  esa  manera!  (Llorando) 

D.  Nem.       Consuélese  usted  conmigo.  (Riéndose.) 

D.  Cip.         ¡Con  usted! 

D.  Nem.       ¡Sí,  señor.  ¡También  á  mí  me  ha  engañado! 

D.  Cip.         ¿Pero  usted  conoce  á  mi  hija! 

D.  Nem.       ¡Cómo!  ¿Es  usted  su...?  (Asombrado.) 

D.  Cip.         ¡Su  padre,  sí  señor! 

D.  Nem.       ¿Pero  usted  sabía  ya?... 

D.  Cip.  ¡No  sea  usted  bruto!  ¡Qué  había  yo  de  ea. 
ber! 

D.  Nem.       Pues,  caballero,  le  advierto  á  usted  que  yo. . 

D.  Cip.  ¡Déjeme  usted  en  paz!    (Le  da  un  empujón  y  cae 

don  Nemesio  sobre  la  bandeja  de  merengues.) 

D.  Nem.  (¡No  se  ha  de  burlar  de  mí!  ¡Yo  se  lo  asegu- 
ro!) (Vase  furioso  con  los  paquetes,  la  sombrerera  y 
el  sombrero  de  don  Nemesio. ") 


ESCENA  ULTIMA 

DON  NEMESIO  y  PORTERO 

D.  Nem.       ¡Ay,  amor,  cómo  me  has  puesto!  (Miráudüi.- 

los  faldones  de  la  levita.)  ¿Y  mi  sombrero?  ri^ón- 

de  está  mi  sombrero? 

Por.  Aquí  lo  tiene  usted,    (saliendo  segunda  derech».) 

D.  Nem.         ¡No  es  este!  (Le  está  muy  frrande.) 

Por.  Pues  no  hay  otro. 

D.  Nem.  ¡Y  cómo  me  lanzo  yo  á  la  calle  con  esta  fa- 
cha! (con  el  sombrero  calado  hasta  los  ojos  y  reman- 
gándose cómicamente  los  faldones  de  la  levll*.) 


FIN  DEL  ACTO  SEGDNi. 


ACTO  TEIBCEBO 


La  misma  decoración  del  acto  primero 


ESCENA  PRIMERA 

MARÍA,   ROSA  y  CARLOS.— Se  supone   que  acaban   de  lle?ar  de  la 

calle  de  Belén.— María  y  Rosa,  sentadas  en   el  sofá;  aquélla   quitan 

dose  la  mantilla  y  ésta  el  sombrero.— Carlos  sale  de  so  habitación, 

segunda  derecha 

María  ¡Nada!  ¡Nadal  Tiene  usted  que  quedarse  con 

nosotros  una  temporadita. 

Rosa  Por  mí,  de  buena  gana,  pero  no  sé  si  me  de- 

jará mi  padre. 

C\R.  Yo  me  encargo  de  sacarle  el  permiso;  ¡pues 

no  faltaba  más!  Tenemos  que  corresponder 
de  algún  modo  á  las  muchísimas  atenciones 
que  les  debemos. 

María  Carlos  me  ha  dicho  muchas  veces  lo  agrade- 

cidísimo que  le  está  á  su  padre  de  usted. 

Car.  Como  que  el  hombre  ha  trabajado  como  un 

negro. 

Rosa  ¡Eso  sí!  ¡Hemos  pasado  unos  días,  que  ya, 

ya!  Mi  padre  es  atroz  para  estas  co^ae.-- 
Cuando  le  escribieron  diciéndole  que  se  pre- 
sentaba usted,  dijo:  Me  alegro  mucho.  Aho- 
ra veremos  quién  lleva  el  gato  al  agua. 

Car.  Muchas  gracias...  por  lo  de  gato. 


—  58  — 

Rosa  Lo  dijo  así,  porque  lo  que  él  quería  á  todo 

trance,  era  darles  en  la  cabeza  á  los  otros. 

Car.  ¿a  los  otros? 

Rosa  A  los  contrarios. 

Car.  Si,  mujer,  á  los  del  Gobierno.  A  los  que  me 

han  derrotado. 

María  ¡Valientes  ignorantes  deben  de  ser! 

Rosa  Ellos  habrán  ganado  la   votación,  pero  le 

aseguro  á  usted  que  también  se  ganaron  al- 
gunas palizas. 

María  ¿Si,  eh? 

Rosa  ¡Anda!  ¡Anda!  ¡Apenas  si  ha  habido  jaleo  en 

el  pueblo!  Pues  si  hasta  nosotras  nos  hemos 
metido  también  en  las  elecciones. 

Matu'a  ¿Ustedes  también? 

Rosa  ¡Sí,  señora!  Y  aquí  donde  usted  me  ve  tan 

pacítica,  una  tarde,  al  salir  de  la  Novena, 
tuvo  un  choque  con  la  secretaría  del  Ayun- 
tamiento, y  le  calenté  la  cara  de  lo  lindo! 

María  ¡Qué  barbaridad! 

Rosa  Usted  no  sabe  cómo  está  el  pueblo.  ¡Si  allí 

no  se  puede  vivir! 

María  Razón  de  más  para  que  se  quede  usted  con 

nosotros  unos  cuantos  días. 

Rcsa  Pero  si  no  va  á  ser  posible.  Si  he  venido  so- 

lamente  con  lo  puesto.  ¡Cosas  de  mi  padre! 
Como  todo  quiere  hacerlo  así,  de  prisa  y  co- 
rriendo... De  seguro  que  anda  todavía  á 
vueltas  con  sus  encargos.  Sólo  falta  que  no 
se  atreva  á  venir  aquí. 

Car.  ¿No  ha  de  venirV  ¡Esté  usted  tranquila! 

Rosa  Es  que  como  antes  no  quisieion  ustedes  re- 

cibirnos... 

María  Perdonen  ustedes,  pero  nosotros  ignorába- 

mos... 

Rosa  No,  bí  ya  veo  que  son  ustedes  muy  buenos. 

Ya  se  lo  decía  yo  á  mi  padre:  «Cuando  esos 
señores  no  quieren  recibirnos,  es  porque  no 
saben  que  somos  nosotros. > 

Makía  Naturalmente. 

Car.  Leopoldo  ha  tenido  la  culpa  de  esta  falta. 

Rosa  Pero,  digan  ustedes;  ¿quién  ea  ese  don  Leo- 

poldo? 

Car.  Un  amigo  de  casa. 

Rosa  ¿De  esta  casa  ó  de  la  otra? 

Car.  De  las  dos. 


—  69^ 


Rosa  Entonces,  ¿por  qué  me  decían  que  ese  don' 

Leopolvo  se  había  marchado  á  ingalaterra  6 
á  qué  sé  yo  dónde? 

María         Pero,  ¿quién  le  dijo  á  usted  semejante  coea? 

Rosa  El  señor  que  me  dio  la  carta. 

María  Pero,  ¿de  veras  le  dijo  á  usted  eso? 

Rosa  Me  dijo  eso  y  otra  porción  de  lonteriaK. 

María  ¿Sí,  eh? 

Rosa  Ese  señor  no  debe  estar  bueno  de  la  cabeza. 

¡Si  vieran  ustedes  qué  miraditas  me  echaba 
el  muy  tunante! 

Car.  ¿De  veras,  eh? 

María  ¡Miren  don  Nemesiol 

Rosa  ¡Toma!  ¡Y  estaba  empeñado  en  convidarme 

á  merengues! 

Car.  ¿Si?  ¡Ja,  ja,  ja! 

María  ¿Conque  á  merengues?  ¡Ja,  ja! 

Rosa  Lo  cierto  es  que  estuvo  más  amable  conmi- 

go que  la  otra  señora. 

María  ¿Cuál? 

Rosa  ¡Una  que  llegó  antes  y  que  «e  me  puso  muy 

furiosa! 

Car.  ¡Filomena! 

Rosa  Ustedes  no  saben  la 

aquella  buena  señora, 
pegarme!  Por  supuesto,  que  hí  me  llega  a 
tocar,  hago  con  ella  lo  mismo  que  con  la 
secretaria. 

C\R.  No  le  choque  á  usted.  Esa  señora  es  ella  así^ 

muy... 

María  ¡Muy  nerviosa! 

Car.  ¡y  muy  fastidiosa! 

Rosa  ¿Es  amiga  de  ustedes? 

Car.  Sí;  es  amiga  de  casa. 

Rosa  ¿De  la  otra? 

María  No;  de  esta. 

Rosa  Pero,  vamos  á  ver.  Hagan  ustedes  el  favot 

de  explicarme...  porque,  ó  yo  estoy  todavía 
con  el  mareo  del  viaje,  ó  á  mí  me  h.'in  suce- 
dido una  porción  de  cosas  muy  r;ira.<. 

Car.  El  viaje,  indudablemente  el  viaje. 

Rosa  Me  dan  un  dinero  de  usted  con  una  carta, 

que  luego  resulta  que  no  es  de  unted... 

Car.  La  carta  es  una  equivocación;  pero  el  dinero 

es  mío,  es  decir,  de  usted.  <:emo  (lue  e» 
la  cantidad  que  yo  le  debo  á  8U  padre.. 


cosas  que    me  dijo 
No  le  faltó  más  que 


^  60  — 

Rosa  Bien,  pero...  aquellas  preguntas  de  usted,  y 

la  visita  del  caballero  de  laf?  gafas,  y  de  la 
señora,  y  de  un  tipito  que  iba  con  ella,  un 
señorito  nauy  flacucho  y  que  tiene  cara  de 
bo... 

Car.  El  hermano  de  ésta. 

Rosa  ¡Ah,  sí!  Tiene  cara  de  bo...  bondad. 

María  Muy  bueno.  Es  un  infeliz. 

Rosa  (¡Por  poco  la   suelto!)  Ustedes  perdonen 

pero...  lo  dicho,  estoy  completamente  ma- 
reada. 

Car.  El  viaje,  eso  es  el  viaje.  Mujer,  llévala  al  co- 

medor y  que  le  den  algo  á  esta  señorita. 

Rosa  No,  si  no  tengo  ganas;  me  he  comido  dos  li- 

bras de  dulces... 

Car.  Bueno;  pues  una  taza  de  té  ó  de  manzanilla.. 

María  Í6i,  venga  usted...  Con  toda  confianza.  Está 

usted  en  Sll  casa.  (Se  levantan.) 

Car.  Nada  de  cumplidos.   ¡Pues  no  faltaba  más! 

Rosa  ¡Corriente!  Como  ustedes  gusten.  (¡La  ver- 

dad es  que  son  muy  buenos,  y  cuidado  que 

me  eran  antipáticos!)  (Vanse  María  y  Rosa  puerta 
segunda  Izquierda.) 


ESCENA    II 

CARLOS,   luego   LEOPOLDO 


Car.  Cualquiera  le  dice  á  esta  chica:   «Todo  eso 

que  le  ha  pasado  á  usted  esta  tarde,  ha  sido 
porque  la  hemos  tomado  por  una...»  ¡Digo! 
¡Con  el  geniecillo  que  debe  de  tener  la  cria- 
tura! 

Leop.  Hola,  chico,  vengo...  no  sé  cómo  vengo.  To- 

davía no  me  ha  salido  el  susto  del  cuerpo. 

(sin  quitarse  el  sombrero.) 

Car.  (iQiié  te  ha  pasado? 

Leop.  ¡Una  friolera!  Que  me  he  encontrado  con  mi 

mujer  en  casa  de  Paz. 

Car.  ¿SíV 

L-EOP.  Gracias  á  que  he  podido  ocultarme.  Pero  el 

susto  nadie  me  lo  ha  quitado  de  encima.  Lo 
que  he  sentido  mucho  es  la  bofetada. 


—  61  — 

Car.  ¿Te  ha  pegado  tu  mujer? 

Leop.  No,  hombre,  si  no  me  ha  visto.  Digo  la  bo- 

fetada  que  le  di  á  tu  pobrecito  cuñado. 

Car.  [Leopoldo! 

Leop.  Perdóname,  pero...  no  he  podido  remediar- 

lo. E&taba  en  un  estado  de  excitación,  que 
se  la  hubiera  pegado  á  cualquiera. 

Car.  ¡Pobre  Pepito!  Pero,  ¿supongo  que  Filomena 

no  habrá  descubierto?... 

Leo?.  No  lo  sé;  pero  creo  que  iba  á  buscarme. 

Car.  Quiá,  hombre.  Si  k  quien  ella  buscaba  en 

casa  de  Paz  es  á  mí.  ¡Como  que  para  tu  mu- 
jer soy  yo  el  único  culpable. 

Leop.  ¿Crees  de  veras  que?... 

Cap.  Sí,  hombre,  sí.  ¡Tú  eres  un  pobrecillo,  un 

santo  varón,  un  modelo  de  maridosl 

Leop.  ¡Y  lo  soy,  créeme!  Lo  soy...  desde  ahora.  No 

me  han  quedado  ganas  de  meterme  en  más 
aventuras  amorosas.  Esta  me  está  costando 
muchos  disgustos  y  mucho  dinero.  Apropó- 
sito.  Dame  esas  cuatro  mil  pesetas.  Tengo 
que  ir  á  pagar  al  tapicero. 

Car.  Pues,  chico,  lo  siento  mucho,  pero  no  puedo 

dártelas.  Las  tiene  esa  señorita,  y  como  es 
precisamente  la  cantidad  que  yo  le  debía  á 
su  padre...  Pero  si  es  que  tú... 

Leop.  ¡No.  de  ninguna  manera!  No  faltaba  máa. 

Sólo  necesitaba  ahora  unos  cuarenta  duros. 

Car.  Esos  sí  puedo  dártelos.  ¡Toma!  (los  saca  de  i« 

cartera.) 

Leop.  Que  no  te  ocasionen  el   menor   trastorno, 

porque  yo  no  quiero  de  ninguna  manera... 
Ya  he  abusado  bastante  de  tu  amistad. 

Car.  Vaya,  hombre,  no  digas  tonterías,  (te  da  ei 

dinero.) 

Leop.  Vaya,  voy  á  escape. 

Car.  Aguarda  un  Q:iomento.— Saldremos  juntoa. 

—¡Pobre  Leopoldol  ¡Qué  cara  tienes  tan 
mustia  y  tan!...  Te  compadezco,  chico,  to 
compadezco.  Espérame.  En  seguida  Falgo. 

(Vase  puerta  segunda  derecha.) 


—   62  - 

ESCENA  III 

LEOPOLDO  sin  quitarse  el  sombrero.    Luego  FILOMENA  y  PEPITO 

Lecp,  ¡Qué  tranquilo  está  ese  hombre!  Le  envidio 

con  toda  mi  alma.  Esto  es  la  conciencia. 
¡Claro!  Si  la  conciencia  no  sirve  más  que 
para  darle  á  uno  disgusto^    ¡Ay,  Filomena! 

FiL.  (¡Mi  marido!   No  diga  usted  una  palabra.) 

(a  Pepito.)  Hola,  Leopoldito.  ¿Has  bajado  a 
buscarme,  verdad? 

Leop.  Si.,  be  bajado...  á  eso...  á  buscarte  (1) 

FiL.  Hijo  mío,  perdóname  que  no  te  haya  dicho 

adiós  al  salir,  pero  ha  sido  una  cosa  así,  de 
pronto,  ¿verdad?  (a  Pepito.)  Hemo?  ido  á  ha- 
cer unas  compras...  Un  encargo  de  María... 
Como  la  pobrecilla  está  algo  malucha...  ¿No 
la  habrás  visto  ahora,  eh? 

Leop.  No,  si  acabo  de  subir,  digo,  de  bajar  en  este 

momento. 

FiL.  Pues  sí,  no  debe  tener  ganas  de  convers'- 

ción...  Está  con  una  neuralgia...  Un  dolor  en 
la  cara...  ¿verdad? 

Pep.  Si,  sí,  señora.  Es  de  familia. (Llevándose  la  mano 

á  la  cara.) 

Leop.  (No  sospechan  nada.) 

FiL.  Por  e.so  te  decía  que... 

Leop.  Pero,  remononísima  mía,  por  Dios,  tú  no 

necesitas  darme  esas  explicaciones, 
FíL.  Mira,  así  como  á  mí  no  me  gusta  que  salgas 

nunca  de   casa  sin  decirme  á  dónde  va.-^, 

tampoco  yo  quiero  dar  un  paso  sin  que  tú 

te  enteres. 
Leop.  Gracias,  vaies  tú  más  pesetas  que...  (Hacién- 

dola  una  caricia.) 

FiL.  (¡Pero,  iiombre!  ¡Que  está  ahí  Pepito!)  (Aparte 

á  Leopoldo.)  Anda,  hijo  mío,  puedes  darte  un 
paseíto  hasta  la  hora  de  comer...  (2). 

Leop.  Si  es  que  esperaba  á  Carlos. 

FiL.  Deja  á  Carlos  tranquilo...  Estará  ocupado 

en  su  política. 


(1)  Pepito— Filomena— Leopoldo. 

(2)  Pepito— Filomena— Leopoldo 


—   63  — 

Leop.  Pero. . 

FiL.  Anda,   anda. .   Vete   á   píiseo...    DistrAele... 

¿Sientes  que  yo  no  te  acompañe,  verdadV 
Es  claro.   ¡Pobrecillo!  Pero  hoy  no  pued»» 

ser,  hijo  mió,  no  puede  ser.  (Haciéndole  una  en 
ricia.) 

Lejp.  (¡Mujer,  que  está  ahí  Pepito!) 

FiL.  Ea,  hasta  luego. 

Leop.  Ha^ta  después,  vida  mía.  ¡Adiós  pollo! 

It'íL.  El  pobre  también  está  algo  malucho,  se  1p 

conoce  en  la  cara. 
Leop.  Sí  que  se  le  conoce.  ¡Adiós!...  (No  sabe  nad». 

Soy  feliz.)  (Vase.) 


ESCENA  IV 

FILOMENA  y  PEPITO;  luego  CARLOS,  con  sombrero  de  copa 

Fit.  jY  este  hombre,  que  por  lo  bueno  merece 

que  le  canonicen,  es  amigo  de  e^e  bribón! 
Nada,  Pepito.  No  hay  más  remedio.  Lo  .sen- 
tiré mucho  por  ustedes,  pero  mañnna  mis- 
mo nos  marchamos  de  Madrid.  Iremo.^  á 
Extremadura.  A  vivir  en  el  campo.  Allí  no 
habrá  peligro  de  que  se  me  pervierta, 

Cak.  Ea;  va  mos.  (saiieudo )  j  A  h!  ¿Ustedes  aquí?  (sin 

descubrirse.) 

FiL.  Sí,  aquí  estaraos  nosotros,  (con  sequedaJ.) 

Car.  ¿y  LeopoMo?  ¿Se  ha  marchado? 

FiL.  Sí,  señor;  se  ha  marchado  y  no  volverá  á 

poner  los  pies  en  esta  casa  (1). 

Car.  jí£h! 

FiL.  ¡Lo  sé  todo! 

PfiP.  ¡Lo  sabemos  todo! 

Car,  ¿Sí,  eh?  (Suframos  el  chaparrón.) 

FiL.  (¡Ahora  verá  usted!)  (a  Pepito )  Quítese  usted 

^  ese  sombrero. 

Car.  jAy,  señora,  usted  perdone!  (se  lo  quita.) 

Pep.  (¡Nada))  (a  Filomena.) 

FiL.  A  ver.  Acerqúese  usted  más...  ¡Ks  claro!  Yñ 

se  habrá  usted  lavado.  (Mirándole  U  frente.) 

Car.  (¿Eh?)  Sí,  señora...  Ya  lo  creo...  (¿Qué  signi- 

fica esto?) 

(l)      Carlos— Filomena— Pepito. 


—  64  — 

FiL.  Tome  usted  asiento.  Siéntese  usted   tam- 

.  bien,  Pepito  (1).  Usted,  como  de  la  familia, 
debe  tomar  cartas  en  este  asunto. 

Pep.  Ya  lo  creo  que  las  tomaré. 

Caf.  i^No  seas  majadero.)  (a  pepito.)  Bueno.  Ya  es- 

tamos sentados.  (Se  sientan  los  tres.) 

FiL.  Bueno,  pues,  empiezo.  Ya  sé  á  lo  que  me 

expongo.  A  que  me  diga  usted  que  yo  me 
meto  en  camisa  de  once  varas. 

Caf.  Señora,  yo  estoy  muy  bien  educado  y  me 

guardaria  mucho  de  decir  á  usted  semejan- 
te grosería. 

FiL.  Es  que  aunque  me  la  dijera  usted  me  ten- 

dría sin  cuidado. 

Car.  Gracias. 

FiL.  Lo  que  hago,  lo  hago...  por  lo  que  lo  hago... 

Pep.  y  está  muy  bien  hecho. 

Car.  (¡Cállatel)  (a  Pepito.) 

FiL.  Sépalo  usted.  A  una  mujer  como  María  se 

la  puede  engañar  impunemente,  pero  lo 
que  es  á  mí. .  á  mí  no  se  me  engaña  con 
tanta  facilidad. 

Pep.  ísi  á  mí  tampoco. 

Car.  (¡Que  te  calles!)  (a  Pepito.) 

FiL.  Kn  este  momento  acabamos  de  llegar  de  la 

calle  de  Belén...  ¿Lo  ha  oído  ustedV...  ¡De  la 
calle  de  Belén! 

Car.  Sí,  señora,  (con  indiferencia.) 

FiL.  ¡Pero,  hombrel  He  conocido   personas   de 

poca  vergüenza,  pero  como  usted,  ninguna. 

Car.  ¡Señora! 

FiL.  Oye  usted  que  le  digo  eso  con  retintín,  y  se 

queda  usted  tan  freífco. 

Car.  ¡Ah!...  ¿Pero  me  lo  decía  usted  con  retintín? 

FiL.  Sí,  señor.  Hablemos  claro.  Venimos  de  ver 

á  Paz.  ¡A  su  amante  de  usted! 

Car.  ¿Es  posible? 

FiL.  ¡Pero,  hombrel  Siquiera  por  pudor  debía  us- 

ted negarlo. 

Car.  Bueno,  lo  negaré  &i  usted  quiere. 

FiL.  No...  Hace  usted  bien  en  confesarlo.  E^a 

franqueza  es  hasta  laudable.  Yo  transijo  con 
todo  menos  con  la  ñipocresía. 

Car.  Pues  bien,  sí,  señora;  confieso  mis  culpan... 


(l)      Pepito— Carlos— Filomena. 


—  Cb    ~ 

yoy  un  pillo,  un  infame,  un   ranl  esposo... 

Tengo  una  amante.  ¿Quiere  usted  más? 
FiL.  ¿Más  amantes  todavía? 

Car.  Digo  si  quiere  usted  más  franqueza. 

FiL.  No;  es  bastante. 

Pep.  Hoy  mismo  se  lo  escribo  á  mi  papá. 

C\R.  (¿Quieres  callarte?)  (a  Pepito.) 

Pep.  No  me  callo,  no,  señor.  Hay  cosas  que  le 

hieren    á    uno.    (l.levándose  la  mano  á  '.&  mejilla.) 

FiL.  Calma,  Pepito.  Ks  preciso  no  acalorarse,  (te 

levanta.)  ¿Lo  ve  UStCil?  (í    Carlos.)    Así    SOy  yo. 

Cuando  estoy  convencida  de  una  cor»a  y  me 
la  niegan,  me  pongo  fuera  de  mí;  pero  cuan- 
do me  la  confiesan  con  esa  humildad,  me 
desarman,  no  lo  puedo  remediar.  [Vamos, 
Garlitos,  por  lo  que  usted  más  quiera  en  el 
mundo,  por  María...  porque  supongo  que 
usted  la  querrá! 

Car.  ¡Sí,  señora!  ¿No  he  de  quererla?...  ¡Muchí- 

simo! 

Pep.  ¡Mentira! 

Car.  ¡Cállate! 

FíL.  ¡Cállese  usted,  hombre,  cállese  usted,  (a  Pe- 

pito.) Bueno,  (a  caries.)  pues  prométame  us- 
ted solemnemente  no  volver  á  pencar  en 
Paz  en  su  vida. 

Car.  Lo  prometo.  (Cou  gravedad  cómica.) 

FlL.  Gracias.  (Dándole  la  mano.)  EstOS  aSUntOS  COD- 

viene   arreglarlos   cuanto  antes,   (a  Pepiio.) 
Llame  usted  á  su  hermana. 
Car.  No,  deja,  yo  la  llamaré...  Aquí  viene.,.  (Yendo 

segunda  izquierda.) 

PiL.  (a  Pepito.)  ¡Ya  verá  usted  hombre,  ya  verá 

usted! 


ESCENA  V 

DICHOS     y    MARIA 

Car.  (a  María.)  (Sigue  la  farsa.) 

Fti.  ¡María,  hija  mía,  ven  acá!  (Ij  in^\\m  todos 

tus  temores.  La  amargura  de  un  día  puede 
ser  nuncio  de  felicidad  para  el  porvenir,  (d» 

(l)      Pepito— Filomena— María— Carlos. 


—  C6  — 

vuelve  á  mirar  á  Pepito  buscando  su  asentimiento,  al 
mismo  tiempo  que  María  y  Carlos  se  cruzan  miradas  de 

inteligencia.)  La  oonfesión  de  una  falta  denota 
claramente  nobleza  de  corazón.  (Repítese  ei 
juego  anterior.)  Y  el  arrepentimiento,  cuando 
es  Bincero,  lava  toda«  las  culpas  y  purifica 

la  conciencia,  (juego  anterior.) 

Pep.  (¡Amén!) 

FiL.  Carlos,  pídale  usted  perdón  de  rodillas. 

María  Pero... 

FiL.  Déjale  que  se  humille. 

Makía  ¡Ah,  eí,  es  verdadl 

Car.  (Arrodillándose  delante  de  María.)   ¿Me    perdonas, 

Marujita? 

María  ¡Sí,  hijo,  sí!  ¿No  he  de  perdonarte?  ¡Con 
toda  mi  almal 

biL.  ¡Ea,   abrazarse,   abrazarse...   y  asunto  con- 

cluido! 

Car.  Con  permiso  de  usted.  (Abraza  á  María.) 

FiL.  Así  me  gusta.  ¿Lo  ves?  'J'ú  ya  estarás  tran- 

quila, pero  yo  también  lo  estoy,  te  lo  ase- 
guro... 

María         Gracias. 

FiL.  No  me  lo  agradezcas.  Creo  que  esto  mismo 

lo  hubieras  hecho  tú  por  mí. 

xMaría  Sí...  es  decir,  no;  yo  no  me  hubiera  atre- 
vido. 

FiL.  Es  posible.  Eso  va  en  temperamentos.  ¡Vaya, 

adiós,  hija  mía!  Carlitos,  ¡mucho  ojo!  Ya 
sabe  usted  lo  que  me  ha  prometido. 

Car.  Descuide  usted,  señora. 

FiL.  ¡INo  tienes  idea  de  lo  contenta  que  me  mar- 

cho! ¡Adiós! 

María  ¡Vete  con  Dios! 

Car.  Vaya  usted  tranquila,  (lu  acompañan  hasta  el 

foro.) 

Fii .  ¡Ay!  ¡  Abur,  Pepito!  (Desde  ei  foro.) 

Pep  ¡Usted  lo  pase  bien,  doña  Filomena! 


ESCENA  VI 

DICHOS   menos    FILOMENA 

María  ¡Pobre  Filomena!  (Aparte  á  cario.-s.) 

Car.  ¡Qué  convencida  marcha  la  infeliz!  (aleudóse.) 


—  6T  — 

Marí\  a.  mí  me  da  lástima  de  verán. 

C^R  Pues,  hija,  ¿qué  ie  vamos  á  hacer?   No  es 

co?a  de  que  nosotros  le  contemos  la  verdad. 

María  Dices  hien;  sería  una  imprudencia. 

Car.  ¡Figúratel 

Mar/a  Voy  á  decir  á  la  muchacha  que  vaya  á  com- 

prar algunas  cosillas. 

Car.  Sí,  sí.  Dispon  una  buena  comida.  Que  no 

vayan  á  quejarse  mis  electores. 

María  Descuide  usted,  señor  diputado,   (con  zaia- 

mería.) 

Car.  Quedo  tranquilo,  señora  candidata.  (vase  Ma 

ría  por  el  foro.)  ¡Pobrecita!  Si  yo  le  faltase  ú 
esta  mujer,  sería  el  máp  infame  de  los  hom- 

bresl  (Vase  segunda  derecha.) 


ESCENA  Vil 


Pec». 


Rosa 

Pep. 

Rosa 
Pep. 


Rosa 
Pep. 

Rosa 
Pep. 

María 

Pep. 

Rosa 


PEPITO,    Luego   ROSA 

¡Ya  están  como  dos  tortolitos!  ¡Lo  mismo 
que  si  no  hubiera  pasado  nadal  ¡Si  mi  her- 
mana es  tonta  de  capirote!  Por  supuesto, 
que  yo  no  me  fío.  Carlitos  se  la  vuelve  á  pe- 
gar el    mejor    día.    (?e  sienta  en  una  butacn  de  la 

izquierda.)  ¡La  tal  Pazita  debe  de  ser  unn  al- 
hajal  ¡Y  lo  que  es  bonita,  sí  que  lo  eel  Yo 
no  la  he  visto  más  que  un  mometitn,  pero, 
¡caramba,  me  gusta!  ¡Vaya  si  me  gusta! 
(Pero,  señor,  ¿y  mi  padre  que  no  parece?...) 

(8e  dirige  al  foro.) 

(Tiene  unos  ojos,  y  un  aire...  y  un...) 

(Dándole  en  el  hombre.)  ¿Sabe  USted  8Í  h:»?... 
¿Eh?  (Aterrado  al  ver  á  Rosa.)  ¿Usted  aqUÍ?  ¿En 

esia  casa?  ¡Por  la  Virgen  Santísima!  Es  una 

imprudencia. 

¿Cómo? 

Salga  usted  en  seguida.  Pueden  venir...  Yo 

la  acompañaré  á  usted... 

¿Qué? 

Pídame  usted  lo  que  quiera.  Yo  no  tengo 

nada,  pero...  (Se  oye  dentro  la  voz  de  Marín.) 

Sí,  mujer,  si,  dos  libras.  (Dentro.) 
¡Mi  hermana!  ¡Ocúltese  usted! 
¡Caballero! 


^  68   — 

Pep,  |Por  aquí...  en  mi  habitaciónl 

Rosa  ¡Déjeme  usted   en   paz!   (Dándole  un  empellón. 

Cae  Pepito  sobre  el  sofá.)  (Bien  lo  decía  yo.  Este 

chico    es    tonto    de    remate.)    (Vase  segunda   iz- 
quierda.) 

Pep.  ¡Santo  Dios!  ¡Y  se  mete  en  el  cuarto  de  Ma- 

ría! |Eh,  señora,  señora!  (siguiéudoia.) 


ESCENA  VIII 

PEPITO  y  MARÍA.  Luego  CARLOS 

María         ¡Jesús!  ¡Criados  más  torpes!...  Voy  á  ver  si... 

(Dirigiéndose  segunda  izquierda.) 

Pep.  •  ¡No!  ¡No,  por  Dios!  ¡No  entres  aquil  (Detenién- 
dola.) 

María         ¡Etil 

Pe?.  Ha  sido  una  imprudencia;  pero...  ya  sabes 

lo  que  son  esats  mujeres.  Se  ha  atrevido  á 
venir..:  ¡Está  ahí! 

María         ¿Quién? 

Pep.  ¡Paz! 

María  ¡Ah!  ¡Ya  comprendo!  ¡Ja,  ja,  jai  (Riéndose  con 

toda  el  alma.) 

Pep.  ¡Cómo!  ¿Te ríes? 

María         Sí,  hijo,  sí.  ¿No  he  de  reírme?  ¡Ja,  ja,  ja! 

Car.  ¿Qué  es  eso?  ¿Por  qué  te  ríes  con  esas  ganas? 

Mar/a  Porque  Pepito  me  dice  muy  serio  que...  que 

Paz...  está  ahí.  ¡Ja,  ja,  já! 

Car.  ¿si?  ¡Ja,  ]a,  ja!  Pero,  pobrecillo,  tiene  razón» 

Si  no  lo  hemos  dicho  una  palabra. 

María  ¡Pues  es  verdad,  que  no  le  liemos  enterado! 

Pep.  Pero,  ¿os  estáis  burlando  de  mí? 

Car.  No,  tonto,  no.  Si  es  que  la  que  Filomena  y 

tú  habéis  tomado  por  Paz  es  la  hija  del  se- 
ñor Bermejo,  de  mi  agente  electoral;  de  Pol- 
vorilla... 

Pep.    '         ¿Eh? 

María  Sí,  señor.  Y  es  preciso  que  lo  sepas  todo.  La 

otra  Paz... 

Pep.  ¿Cuál? 

María  La  de  las  cartitas,  no  es  la  amante  de  éste, 

sino  de  Leopoldo. 

Pep.  ¿De  Leopoldo? 


—  69  — 

"María  Sí.  Pero,  ¡por  Dios!  que  Filomena  no  se  en- 
tere. 

Pep.  ¡Ay,  qué  lío!  ¡Y  yo  que  he  querido  echar  á 

la  calle  á  esa  señorita! 

María         ¿Sí?  ¡Pobre  muchacha!  Voy  ^  diecul parte. 

(Vaee  segunda  izquierda.) 

Pep.  ¿Conque  es  decir  que  me  he  metido  donde 

no  rae  llamaban? 

Car.  No  importa;  yo  te  agradezco  la  intención. 

Pep.  Sí;  pero  esto  de  que  le  den  á  uno  una  h(jfe- 

tada  sin  por  qué  ni  para  qué... 

Car.  Para  que  otra  vez  np  vuelvas  á  juzgar  de  li- 

gero. 

Pep.  a  donde  yo  voy  á  volver  e?  á  Burgos.  Eso 

de  que  tú  me  tengas  toda  la  mañana  de  es- 
cribiente, y  la  vecina  me  traiga  toda  la  tar- 
de de  zarandillo...  Lo  dicho,  yo  no  he  veni- 
do á  Madrid  para  eso.   Ahora  mismo  se  lo 

voy  á  e?cribir  á  mi  papá.  (Vase  por  la  prjniero 
derecha.) 

Oar.  ¡Pobre  Pepito!  Y  en  el  fondo  tiene  razón. 


ESCENA  IX 

CARLOS,  JUAN 

Juan  ¡Señorito! 

Car.  ¿Qué  hay? 

Juan  Ün  señor,  que  estuvo  antes,  pregunta  .si. 

Car.  Será  Polvorilla.  Que  pase,  que  pase. 

-Juan  Está,  sí,  señor.— Puede  usted  pasar 

Juau.) 


ESCENA  X 

CARLOS  y  DON  CIPRIANO  con  los  bultos  del  final  d.l  «'f 

Car.  ¡Don  Cipriano!  (Desde  ci  foro.)  iGracia.s  ;i  i ' 

¡Venga  usted  acá! 
D.  CiP.         ¡Ay,  don  Carlos  de  mi  almal.  (Pre«eDin.>.: 

mny  compungido.) 

Car.  Pero,  hombre,  jqué  cargado  viene  QStedl 


—  70  — 

D.  Cip.  Muy  cargado,  sí,  señor.  ¡No  lo  sabe  usted 
bien!  Pero  á  mí  el  que  me  la  hace  me  la 
paga.  He  dado  ya  todos  los  pasos  para  dete- 
nerlos inmediatamente.  ¡Lo  que  han  hecho 
conmigo  es  una  infamia! 

Car.  ¿Qué  infamia  es  esa? 

D.  Cip.  Lo  que  yo  no  podía  esperar.  Pero  se  han  de 
acordar  de  mí,  yo  se  lo  aseguro.  He  estado 
en  el  Ministerio  de  la  Gobernación,  y  en  el 
Gobierno  de  la  provincia,  y  en  el  Juzgado 
de  guardia,  y  en  la  estación  del  Norte,  y 
allí  un  inspector  puso  este  parte  á  todas  las 
estaciones  de  la  linea;  «Detengan — parf-j ; — 
hija — familia  —  fugada  —  teniente — reserva 
— Villatorda». 

Car.  Pero,  ¿qué  pareja,  qué  familia  y  qué  fuga 

son  esaí>? 

D.  Cip.  ¡Ay,  don  Csrlosl  ¡Usted  no  es  padre,  y  no 
puede  comprender  lo  que  son  estas  cosas. 
¡Me  han  robado  á  mi  hija!  (uoraudo.) 

Car,  ¿a  su  hija?  ¿A  cuál? 

D.  CiP.        ¡A  Rosa!" 

Car.  ¡Pero  hombre  de  Dios,  si  Rosa  está  aquí! 

D.  Cip.        ¡Eh! 

Car.  ¡áí,  señor.  Ha  venido  con  nosotros.  Ahí  den- 

tro la  tiene  usted  esperándole. 

D.  Cip.  Pero  ¿es  de  veras?...  ¿No  se  ha  marchado 
con  el  teniente? 

Car.  ¿Qué  teniente  ni  qué  ocho  cuartos? 

D.  Cip.  ¡Ay,  don  Carlos   de  mi. ..I  (ai  abrazarle  deja  caer 

al    suelo    los    paquetes    y    so    rompen    los    florcrog.) 

¡Adiós!  ¡Los  foreros  de  la  boticaria!  (Recoge 
los  paquetes.)  ¡No  sabe  ustcd  cuánto  me  alegrol 

Car.  ¿Se  alegra  usted  deque  se  hayan  roto?  ¡Me- 

nos mal! 

D.  CiP.  No,  señor.  ¡Me  alegro  de  que  haya  parecido 
la  muchacha! 

Car.  Ande  usted,  vamos  á  verla. 

D.  CiP.  Aguarde  Uí-ted  un  njomento,  porque  con 
este  disgusto  no  sé  si  se  me  habrá  perdido 
al^ún  encargo.  Uno...  dos...  tres... 

Car.  ¡Hola!  ¿Se  ha  comprado  usted  sombrero  de 

copa? 

D.  CiP.  ¡Quiá!  ¡No,  señor!  Ks  un  encargo  del  síndi* 
00...  ¡Vea  usted,  vea  ustedl  ¡Es  un  sombrero 
de  primera!  f  Lo  saca  de  la  sombrerera  y  se  lo  pone. 


—  :i  — 

Le  entra  hasta  el  cuello,)  ¡Caracolee!  ¡ífí^te  es 
otro!  ¡Me  lo  han  cambiado!  ¡La  culpa  la  ten- 
go yo  por  admitir  encargob  de  nadie!  (A|*ba. 

liando  el  sombrero  al  guardarlo  en  1«   a.., „\.r.. ......  \ 


ESCENA  XI 

DICHOS     y     MARÍA 

María  ¡Vamos,  ya  ha  parecido! 

Car.  Aquí  tienes  al  amigo  don  Cipriano. 

María  Celebro  mucho  conocerle. 

Car.  Mi  mujer. 

D.  Cip.         Para  servir  á  usted,  señora. 

María  Tiene  usted  á  su  hija  impaciente  por  pu 
tardanza. 

Car.  Ande  usted,  hombre,  ande  usted,  y  déjese 

de  líos... 

María         Sí,  deje  usted,  ya  se  los  llevará  el  muchacho 

Car.  Venga  usted  y  tomará  cualquier  cot^a. 

D.  Cip.  Si  que  tomaré.  Estoy"  todavía  con  el  choco- 
late de  esta  mañana. 

María  ¿De  veras? 

O.  Cip.  He  estado  muy  disgustado,  señora,  inu; 
disgustado.  He  tenido  más  de  dos  horas  al 
teniente  sentado  aquí,  en  la  boca  del  esló 
mago. 

María  ¡Qué  barbaridad! 

D.  Cip.         Hasta  luego,  señora.  ¡Rosa!  ¡Rosita!  (Vunw 

don  Cipriano  y  Carlos,  puerta  segunda  izquierda.) 


ESCENA  XII 


MARÍA.  Luego  DON  NEMESIO,  que  ha  cambiado  de  traje 


María 

D.  Nem. 
María 
D.  Nem. 
María 
D.  Nem. 

María 


(Mirando  los  líos.)  ¡Pobre  señor!  >  Apenas  le  han 

hecho  encargos  al  infeliz! 

Maruja,  buenas  tardes. 

Doctor,  ¿usted  por  aquí  otra  vez? 

Sí...  Tengo  que  hablar  á  Carlos... 

¿Qué  tal?  ¿Qué  tal  la  señora?  (En  iodo  zumbón.) 

¿Cuál?  ¿La  enferma  del  27?   Lo  mismo.  Si- 

gue  lo  mismo  la  pobrecita. 

No,  si  no  le  hablo  de  esa.  Le  pregunto  á  iw- 


—  72  — 
ted  por  Id  otra...  Por  la  de  los  merengues. 

(Riéndose.) 

D.  Nem.       ¡Eh!  ¿Qué?  ¿Se  me  conoce  todavía?  (Miráudose 

los  faldones  de   la  levita.) 

María  ¡Buen  tunante  está  usted!  ¡Ja,  ja! 

D.  Nem.      Pero... 

María         Vaya.  Con  su  permiso...  Tenemos  huésped 
des...  Voy  á  sacar  unos  juegos  de  cama,  (vase 

riendo  puerta  segunda  derecha.)  ¡Ja,   ja,  ja! 


ESCENA  XIII 

DON     NEMESIO,     solo 

jPero,  señor!  Si  no  puede  conocérseme.  Si 
me  he  mudado  de  pies  á  ( abeza.  Pero  lo  que 
me  sorprende  es  que  esta  chica  sepa  que 
yo...  Nada.  Que  no  me  lo  explico. 

ESCENA  XIV 

DON  NEMESIO  y  FILOMRNA 

FiL.  Hola,  don  Nemesio. .  ¿Usted  por  aquí?  Me 

alegro  de  encontrarlo. 

D.  Ném.      Usted  dirá.  ¿Los  nervios,  eh? 

FiL.  ¡Quiá!  ¡No  señor!  ¡Qué  nervios!  Si  hoy  estoy 

como  nunca,  como  si  no  hubiera  tenido 
nervios  en  la  vida.  Tómeme  usted  el  pulso. 
Verá  usted. 

D.  Nem.  No,  no  hace  falta.  Ya  se  la  conoce  á  usted 
en  la  cara.  ¿Habrá  usted  tomado  mucha 
tila,  verdad? 

FiL.  Qué  tila  ni  qué  bobada.  Me  siento  bien  por- 

que he  resuelto  satisfactoriamente  y  á  mi 
gu.sto  una  cuestión  muy  grave. 

D.  Nem.      ¿Sí? 

FiL.  Sí,  señor.  ¿Usted  ya  sabría  lo  de...?  iSí!  de 

seguro  (jue  lo  sabría  usted,  pero  me  va  á 
decir  que  no. 

I),  Nem.      (¡Caracole.«!) 

FiL.  ¡Vamos!  Sóame  usted  franco.  Usted  estaba 

enterado  de  lo  de  Paz. 

D.  Nem  .        Señora...  Yo...  (Protestando.) 


—  73   - 

FiL.  ¡Confiérelo  ustedl  Si  ya  se  ha  descubierto. 

D.  Nem.      ¿Que  ya  se. .? 

FiL.  ¡Sí,  señor!  Lo  he  descubierto  vo. 

D.  Nem.       ¡Usted!... 

FiL.  Me  enteré  por  la  cartita  en  que  le  pedíu  las 

cuatro  dqíI  pesetas  la  muy... 

D.  Nem.      ¡Calma,  señora,  calma!. 

FiL.  Si  estoy  muy  tranquila.  Si  ya  se  ha  arregla- 

do todo. 

D.  Nem.      ¡Ehl 

FiL.  Y  por  las  buenas,  como  deben  arre^rlarse 

estas  cosas. 

D.  Nem.       ¡Señora!  ¡Me  deja  usted  asombrado! 

FiL.  ¡Pues  créalo  usted!  Por  supuesto  que  si  des- 

pués de  las  pruebas  que  yo  tenía,  se  empeñn 
él  en  negármelo,  no  sé  lo  que  hubiese  su. 
cedido;  pero,  hija  mía,  el  hombre  se  puso 
como  una  malva,  y  me  lo  confesó  de  pé  á 
pá;  ly  ya  nos  tiene  usted  á  todos  tan  con- 
tentos! 

D.  Nem.  Señora,  permítame  usted  que  le  dé  mi  en- 
horabuena. (Dándole  la  mano.)  ¡Es  USted  lo  qUe 
se  llama  una  mujer  de  talento! 

FiL.  Gracias...  yo   no   sé   si  habré   hecho   mal, 

pero... 

D.  Nem.       ;Quiá!  No  señora. 

FiL.  Lo  que  le  aseguro  á  usted  es  que  tengo  la 

evidencia  de  que  he  cumplido  con  mi  deber. 

D.  Nem.  ¡Naturalmente!  Y  sobre  todo,  señora,  ¡qué 
demonio!  cuando  un  marido  no  comete  más 
que  una  falta,  se  le  debe  perdonar. 

FiL.  Sin  embargo,  la  falta  era  algo  grave. 

D.  Nem.  Sí  que  lo  era;  pero  ¡nada!  ¡nada!  Viva  usted 
ahora  tranquila,  y  en  la  seguiidad  de  que 
Leopoldo  no  vuelve  á  tener  más  líos  en  8U 
vida. 

KiL.  ¿Eh?  (con  grau  sorpresa.) 

D.  Nem.  ¡Es  natural!  El  pobre  muchacho...  Kshh  mu- 
jeres son  muy  lagartas...  Yo  ya  h»  t^alaa...  M«' 
lo  contó  el  mi^mo  Leopoldo. 

FíL.  (Furiosa.)  ¡Lcopoldo!  ¿tía  dicho  usted  Leo- 

poldo? 

D.  Nem.       (¡Ayl) 

FiL.  ¿Pero  es  Leopoldo  el  que...? 

D.  Nem.       ¡Sí,  señora!...  ¡Es  decir,  no,  no,  péñora! 

FiL.  ¿Conque  no  era  CarlosV 


4    — 


D.  Nem.      [No,  señora...  es  decir;  sí,  sí,  señoral  (Ya  no 

sé  lo  que  rae  digo.) 
FiL.  jLe  matu,  créamelo  usted,  le  u^sato! 

D.  Nem.       Pero,  señora,  atienda  usted...  Yo.  . 
i<'jL.  ¡Déjeme  usted,  don  Nemesio,  déjeme  ustedl 


KSCENA  XV 

DICHOS  y  PEPITO,  luego  MARÍ\ 

FíL.  ¡í'epito!  ¡Venga  usted  acá! 

Pep.  Señora,   no   me   meta   usted  en  más  lnbe- 

lintos. 

Fir..  ¡Qué!  ¿También  usted  sabía  que  era   Leo- 

poldo? 

Pkp  .  Sí,  señora, 

hiL.  ¡Dios  mío!  ¡Lo  sabían  todos!   ¡Todos  menos 

3'0!  (Llorando  amargamente.) 

Ma»íía  ¿Qué  es  eso?  ¿Qué  pasa? 

FiL.  ¡Me  habéis  engañado  miserablemente,   pero 

al  fin  he  descubierto  la  verdad! 

María  ¿Tú?  ¿Pero  quién?...  (1) 

D.  Nem.       Yo,  señora.  He  metido  la  patita,  (a  María.) 

María  ¿Usted?  Pero  no  le  hagas  caso;  si  don  Neme- 

sio no  está  bueno  de  la  cabeza. 

D.  Nem.  No  me  haga  usted  caso,  no,  señora.  Yo  no 
estoy  bueno  de  la  cabeza 

FiL.  ¡Le  mato,  les  digo  á  ustedes  (¡ue  le  mato! 

MAteÍA         ¡Pero,  Filomena,  por  Dios! 


ESCENA  XVI 

DICHOS.    CARLOS, 'ROSA  y  DON  CIPRIANO 

Car.  ¡Nada,  que  se  quedan  ustedesl 

KosA  ¡Corriente!  Nos  quedaremos... 

FiL.  ¡Cómo!  ¿Esa  mujer  aquí?  ¿En   tu  casa?  (a 

María.) 

D.  NiiM.      (¡Gran  Dios,  Paz!) 
María  ¡Calla,  por  Dios!  Si  no  es...  (a  Filomena  ) 

liosA  (jAy,  ia  señora  de  los  nervios!...)  ¡Calle!  ¡Y  el 

caballero  de  los  merengues!  (por  don  Nemesio  ) 

(l)      Pepito— Filomena— María— Uou  Nemesio. 


—  76   — 

Car.  Presento  á  ustedes  á  mi  amigo  don  Cipria- 

no Bermejo,  mi  agente  electoral,  y  á  an 
hija...  que  han  llegado  hace  unas  huras  de 
su  pueblo.  (1) 

D.  Cip.         De  Villatorda,  para  servir  á  usted»  ,-•. 

FiL.  ¡Qué  vergüenza,  Dios  mío,  qué  vergüenzal... 

(Llorando.)  ¡Pero,  uo!  ¿Por  qué  he  de  teuer 
vergüenza?  ¡Rabia!  ¡Eso  es  lo  que  debo  te- 
ner!  (2) 

María         ¡Filomenal 

Car.  ¡Señora! 

Fu.  ¡Déjenme  ustedes!  ¡Le  mato,  vaya  si  le  mato! 

ESCENA   ULTIMA 

DICHOS  y    LEOPOLDO,  con  el  sombrero  puesto  y  muy  coiitfifo 

Leop.  ¡Ya  está  todo  arreglado! 

FiL.  ¡Eh! 

D.  Nem.  (¡Cataplum!) 

FiL.  ¡Venga  usted  acá,  pillo,  venga  usted  acá! 

(Llevándolo  del   brazo  al  proscenio.)    (3) 

Leop.  (¿Eh?) 

FiL.  ¿Con  que  tiene  usted  una  queridaV  (üándoi© 

ua  pellizco  en  el  brazo.) 

Leop.  ¡Yo!...  Si... 

C\R.  (¡Confiésalo,  chico!)  (Aparte  á  Leopoldo.) 

Leop.  (se  quita  ei  sombrero.)  ¡Filomeuita!... 

FlL.  ¡Niegúelo  usted  ahora!  (SenaIand*o  la  írent.',    que 

estará  tiznada.) 

Todos  ¿Eh? 

Leop.  ¡Yo!... 

FíL.  ¡Si  tiene  usted  ahí  la  manct)a  que  le  acusa! 

Car.  (¡La  frente,  hombre,  la  frente!; 

Leop.  (Se  Ueva  la  mano  á  la   frente.)    ¡PerO    estO    es    del 

sombrero! 
FiL.  ¡Como  que  lo  he  tiznado  yo  para  descubrir 

al  culpable!  ..  (Dándole  otro  pellizco  ) 


(1)  Pepito— Filomena— María— Don  ^'emes¡o— Carlos- Rom— Doo 
Cipriano. 

(2)  Pepito— Carlos -Filomena— María  -Don  Nemesio- Íio««—Dor» 
Cipriano. 

(3)  Pepito— Carlos— Leopoldo— Filomena— María— Doi!  Sem««Io- 
Roea— Den  Cipriano. 


—  76  — 

Leop.  ¡Ay!  |Pero  si  este  sombrero  no  es  mío! 

D.  Nem.      ¡a  ver!...  Déme  usted,  (oogeei  sombrero.)  Tam- 
poco es  este. 
D.  Cip.         ¡El  sombrero  del  fcíndico!   (i.o  coge  y  va  á  la 

sombrerera  y  saca  el  otro  apabullado.) 

FiL.  ¡Infame!  ¡Engañarme  de  ese  modo! 

Leop.  Perdóname,  Filomenita.  (Arrodillándose.)  No 

lo  volveré  á  hacer  más. 

María  Sí,  perdónale.  La  amargura  de  un  día  pue- 
de ser  anuncio  de  felicidad  para  el  porvenir. 

Car.  y  la  confesión  de  una  falta  denota  clara- 

mente nobleza  de  corazón. 

Pep  y  el   arrepentimiento   cuando   es  sincero, 

lava  todas  las  culpas  y  purifica  la  concien- 
cia. 

FiL.  ¡Déjenme  ustedes  de  retóricas! 

D.  CiP.  (Dándole  el  sombrero  apabullado.)    ¿Este    Sería    el 

de  UStedV  (a  don  Nemesio.) 

D.  Nem.       Lo  era,  sí,  señor,  lo  era. 

FiL.  Agradece  que  no  estamos  en  casa.  (Dándole 

otro  pellizco.)  Pero  vo  soy  una  mujer  que  sabe 
guardar  las  consideraciones  que  se  merecen 
ios  demás.  Señorita...  (a  Rosa.)  (1)  Usted  dis- 
pense, pero  yo  la  había  tomado  por  una... 

María         Por  una  amiga. 

FiL.  ¡Justo,  por  una  amiga...  de  estel  (se  vuelve  ere 

yendo  encontrar  á  su  lado  á  Leopoldo,  y  le  da  un  pe- 
llizco á  don   Nemesio.) 

D.  Nem.       ¡Caracoles! 

FiL.  Usted  perdone.  (2)  Vamonos  de  aquí  inme- 

diatamente, (a  Leopoldo.) 

D.  Cip.         ¡Vamos,  señores,  haya  paz! 

Todos  ¡No,  que  no  la  haya! 

FiL.  ¿Con  que  eran  esas  las  juntas  de  Agricul- 

tura, eh?  Yo  te  daré  ahora  Agricultura.  Ma- 
ñana mismo  á  Badajoz.  ¡A  una  dehesa!  ¡Allí 
amansará! 

D.  Cip.         ¡Señora,  en  la  dehesa  se  pondrá  más  bravo. 

María  No  disculpo  la  falta  (a  Filomena.) 

de  tu  marido; 
mas,  pues  le  ves  humilde 


(1)  Pepito— Callos— Leopoldo— Don  Nemesio— Filomena— María- 
Rosa— bon  Cipriano. 

(2)  Pepito— Carlos— Leopoldo— Filomena  -María    Don  Nemesio-" 
Kosa— Don  Cipriano. 


—  77  — 

y  arrepentido, 
s-éacele  cariñosa, 

no  con  despego... 
¡Vamos,  dale  un  abrazo, 

yo  te  lo  ruegol 

(Filomena  abraza,   aunque  de  mala  gana,  á  Leopoldo.) 

Y  ustedes,  los  casados,  (\i  público.) 

sean  formales; 
no  se  metan  en  estos 

berengenales. 
No  se  olviden,  ingratos, 

de  sus  deberes, 
víctimas  del  capricho 

de  otras  mujeres... 
No  hay  Facita  que  valga 

lo  que  nosotras; 
¿y  si  un«  Paz  da  guerra 

que  harán  las  otras? 


b'IN    DE    L\    COMELIA 


Obras  dramáticas  de  'Oiial  Q^za 


]BaNtn  do  matoniáflcaH!  juguete  cómico  en]  un  acto  y  en  prosu 

original.  (Quinta  edición.) 
Kl  pariente  tic  todos,  juguete  cónciico|ea  un  acto  y  en  verso, 

originp.l.  (Tercera  edición.) 

Dendc  el  balcón,  juguete  cómico  en  un  acto  y  en  verso,  original 
(Tercera  edición.) 

lia  viuda  del  zurrador  i,  parodia  en  un  acto  y  en  verso 

d  autor  del  crimen,  juguete  cómico  en  un   acto   y  en   prosa, 
original.  (Cuarta  edición.) 

AproliadoM  y  auflpensoH,  pasillo  cómico  en  un  acto  y  en  verso, 
original  (Décima  edición.) 

Horas  de  consulta,  sainete  en  un  acto  y  en  verso,  original.  (Se- 
gunda eíüción.) 

Noticia   fresca  2^  juguete  cómico  en  un  acto  y  en  verso.  (Décima- 
cuarta  edición.) 

Tras  dei  pavo  5,  apropósito  en  dos  actos  y  en  prosa,  original. 

Paciencia  y  liarajar,  comedia  en  un  acto  y  en  prosa. 

Caivo  y  compañía,  comedia  de  gracioso  en  dos  actos  y  en  prosa, 
original.  (Quinta  edición.) 

Pérc»  y  «(guiñones,  comedia  en  un  acto  y  en  prosa,  original. 

Con  la  mii.'-IcH  á  otra  parte,  juguete  cómico  en  dos  actos,  en 
verso,  original.  (Quinta  edición.) 

Turrón  ministerial,  apropósito  en  un  acto  y  en  prosa,  original. 

(Llovido  dei  cielo,   comedia  en   dos   actos   y  en  verso,   original. 
(Quinta  edición.) 

Periquito  ',  zarzuela  cómica  en  tres  actos,  en  prosa  y  verso,  escrita 
sobre  un  pensamiento  francés,  música  del  maestro  Rubio. 

lia  ocasión  la  pintan  calvM  <,  comedia  en  un  acto  y  en  prosa, 
imitada  del  francés.  (Cuarta  edición.) 

AdiOs,    Madrid!    i,  boceto  de   costumbres  madrileñas,  en  tres 
actos,  en  verso  y  prosa,  original. 

¡Adiós,  Mtidridl  <,  refundida  en  dos  actos. 

De  tiros  largos  i,  juguete  cómico,  arreglo  del  italiano,  en  un  «cto 
y  en  prosa.  (8é]>tiina  edición.) 

Kl  medallón  de  topacios  ^,  drama  cómico  en  un  acto  y  en  versu 
original.  (Segunda  edición.) 

lia  primera  cura  i,  comedia  en  tres  actos  y  en  verso,  original. 

I..a  primera  cura  >,  refundida  en  dos  actos.  (Segunda  edición.) 

I.a  calandria  '.  juguete  cómico-lírico,  en  un  acto  y  en  prosa,  ori- 
ginal, mú.sica  del  maestro  Chapi.  (Sexta  edición.) 

El  liijo  de  la  nieve  i,  novela  cómico-dramática,  en  tres  actos,  en 
prosa  y  verso,  original.  (Segunda  edición.) 

Prestón  y  compañía  *,  saínete  en  un  acto  y  en  verso,  original. 

Parientes  lejanos,  comedia  en  dos  actos  y  en  verso,  original.  (Se- 
gunda edición.) 

Carta    canta,  juguete  cómico  en   un  acto  y  en   verso.  (Tercera 
«dicíón.) 

Robo  en  despoblado  i,  comedia  de  gracioso  en  dos  actos  y  en 
prosa,  original.  (Octava  edición.) 


Cas  codornlcoíi,  juguete  cómico  en  un  acto  y  en  prosa,  original. 

(Novena  edición.) 
J>e  todo  un  poco  s,  revista  cómico-lírica  en  un  acto  y  ai«te  cañ- 
aros, en  prosa  y  verso,  original. 
Juego  de  prendas,  juguete  cómico  en  dos  actos  y  en  pros»,  origi- 
nal. (Tercera  edición.) 
Tlquis-niíquis,  comedia  en  un  acto  y  en  prosa,  original.  (Coarta 

edición.) 
jUn  año  niÚN!  5^  revista  cómico-lirica  en  un  acto  y  siete  ciUüIroH, 

en  prosa  y  verso,  original. 
Pensión  de  demoisellcs  ^,  hixmorada  cómico-lírica  en  un  . 

en  prosa,  original. 
í9an  Sebastián,  mártir,  comedia  en  trea  actos  y  en  prosa,  origi- 
nal. (Tercera  edición.) 
Parada  y  Tonda,  juguete  cómico  en  un  acto  y  en  prosa,  original 

(Décimacuarta  edición.) 
Boda  y  bautizo  5,  sainete  en  un  acto  y  tres  cuadros,  en  prosa  y 

verso,  original. 
El  viaje  á  Nuiza  ^,  vaudeville  en  tres  actos  y  en  prosa,  arreglado 

del  francés. 
Pereclto,  juguete  cómico  en  dos  actos  y  en  prosa,  original.  (Sexta 

edición.) 
Ca   almoneda    del    $.°   *,   comedia  en    dos  actos,  original  y  en 

prosa.  (Tercera  edición.) 
Coro  de  señoras  i,  pasillo  cómico-lírico,  original,  en  un  acto  y  en 

prosa,  música  del  maestro  Nieto.  (Tercera  edición.) 
los  tocayos,  juguete  cómico  en  un  acto  y  en  prosa,  original.  (Ter- 
cera edición.) 
El  padrón  municipal  *,  juguete  cómico  en  dos  actos  y  en  prosa, 

original.  (Octava  edición.) 
fiOS  lobos  niJírlnos  1    zarzviela  cómica  en  dos  actos  y  en  prosa, 

original,  música  del  maestro  Chapí.  (Tercera  edición.) 
CI  sombrero  de  copa,  comedia  entres  actos  y  en  prosa,  original. 

(Octava  edición.) 
ei  sefior  gobernador  i,  comedia  en  dos  actos  y  en  prosa,  origi- 
nal. (Séptima  edición.) 
El  sueño  dorado,  comedia  en  un  acto  y  en  prosa,  original.  (Ota- 
ya edición.) 
Su  excelencia,  comedia  en  un  acto  y  en  prosa,  original.   (Tercera 

edición.) 
£1  señor  cura,  comedia  entres  actos  y  en  prosa,  original.  (Segun- 
da edición.) 
El  señoreara,  refundida  en  dos  actos.  (Segunda  edición.) 
El  rey  que  rabió  i,   zarzuela  cómica,  original,  en  tres  actos,  en 

prosa  y  verso,  música  del  maestro  Chapí.  (Octava  edición.) 
Ei  oso  muerto  *   comedia  en  dos  actos  y  en  prosa,  original.  (Cuar- 
ta edición.) 
Villa-Tula  (segunda  parte    de  Militares  y  paisanos),    comedia    en 
cuatro  actos,   escrita  sobre  el  pensamiento  de  la  obra  alemana 
Reifvon  Reiflingen. 
XaragUeta  i,  comedia  en  dos   actos  y  en  pros»,  original.  (Wr.ma 

edición.) 
ChiQaduras,  juguete  cómico  en  un  acto  y  en  prosa,  escrito  sohr» 

el  pensamiento  de  una  obra  francesa.  (Cuarta  edición. 
la  rebotica,  sainete  en  prosa,  original.  (Sexta  edici'j:  . 
JLa  praviana,  comedía  en  un  acto  y  en  prosa,  originn!.   .<  oan» 

edición.) 
Venta  de  Baños,  sainete  en  un  acto  y  en  pro3?i   -.t-.o-"»!. '^"cí-q 

da  edición.) 


f  a  Marquesita,  comedia  en  un  acto  y  en  prosa.  (Segunda  edición. 

|ja  sala  de  armas,  pasillo  cómico  en  un  acto  y  en  prosa,  original. 

El  aflnador.  juguete  cómico  en  dos  acto8  y  en  prosa,  escrito  sobre 
el  pensamiento  de  una  obra  francesa.  (Cuarta  edición.) 

Ciencias  exactaM,  saínete  en  un  acto  y  en  prosa.  (Quinta  adición. 

IjOs  lobos  marinos  i,  zarzuela  cómica,  refundida  en  un  acto  y  dos- 
cuadros,  en  prosa,  original,  música  del  maestro  l  hapi. 

lia  clavellina,  comedia  en  un  acto,  escrita  sobre  un  cuento  de  Ar- 
turo Beyes. 

El  prestidigitador,  monólogo  cómico  escrito  en  catalán  por  San^ 
tiago  Rusiñol,  arreglado  al  castellano.  (Segunda  edición.) 

Francfort,  juguete  cómico  tebralingüe  en  un  acto  y  en  prosa,  ori- 
ginal. (Quinta  edición.) 

Chiquilladas,  juguete  cómico  en  un  acto  y  en  prosa,  escrito  sobre- 
unas  escenas  de  Najac.  (Segunda  edición.) 

I<a  ales'ria  que  pasa,  cuadro  lírico  en  un  acto,  escrito  en  catalán 
por  Santiago  Rusiñol,  música  del  maestro  Morera,  traducción  cas- 
tellana. 

El  matrimonio  interino,  comedia  en  tres  actos  y  en  prosa,  ori- 
ginal de  MM.  Paul  Gavault  y  Robert  Charvay,  arreglada  al  caste- 
llano. (Segunda  edición.) 


OBRAS  NO  DRAMÁTICAS 


Todo  en  broma,  versos  de  Vital  Aza,  con  un  prólogo  de  Jacinta 
O.  Picón,  un  intermedio  de  José  Estremera,  un  epilogo  de  Miguel 
Eamos  Carrión  y  ¡nada  más!  (Tercera  edición  aumentada.) 

Bagatelas,  poesías.  Ilustraciones  de  B.  Gilí  y  Roig.— Colección 
elzevir.  Juan  Gili.— Barcelona.— Primera  edición. 

NI  fu,  ni  fá.  versos.— Ilustraciones  de  B.  Gilí  y_  Roig.  —  Colección 
elzevir.  Juan  Gili.— Barcelona. — Primera  edición. 

Pamplinas,  versos.— Colección  Diamante.  —  Antonio  López.  — Li- 
brería Española.  — Barcelona.- Primera  edición. 

Plutarquillo:  Biografías  festivas  de  personaies  célebres,  con  ilug- 
traciones  de  Marín. — Primera  edición. 


(1)  En  colaboración  con  Miguel  Hamos  i.'i.rrión. 

(2)  ídem  id.  José  Estremera. 

(3)  ídem  id.  José  Campo- Arana. 

(4)  ídem  id.  Kusobio  Blasco, 
(ó)  ídem  id  Miguel  Ecbegaray. 


Precio:  DOS  pesetas